NUNCA MAS de ANN McMAN
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© 2017
SINOPSIS Diz
se prepara para asistir a la fiesta navideña de su trabajo. Las
circunstancias la hacen acudir a ella en compañia de su compañera de oficina Clarissa Wylie, que no es otra más que la hija de uno de los “jefes” y que encarna algo asi como la epifanía de la mujer más inalcanzable para Diz. ¿Qué sorpresas traerá la fiesta navideña para ambas mujeres?
Descargos de la traducción: Esta traducción es libre al español realizada para entretener a todas las personas que les gusta este tipo de lecturas. Es totalmente gratuita, por lo que no se puede comercializar. Esta traducción no se puede publicar en cualquier tipo de página de internet dedicada a la publicación de traducciones de fanfics o libros de temática lésbica, sin el permiso de la traductora. Pueden ponerse en contacto conmigo a través de este correo
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Descargos de la autora:
Descargo de responsabilidad: Ninguna. Todos los personajes son míos Violencia / Sexo: Sin violencia y sin sexo (pero espero que lo lean de todos modos). Esta historia implica una relación implícita, consensuada, amorosa y romántica entre dos mujeres adultas. No es explícito, pero si las referencias a “sweater meat1” te ofenden, tal vez quieras considerar otra selección de historia. Esta historia, o partes de ella, no pueden reproducirse en ningún formato sin el permiso expreso previo del autor. Copyright, diciembre de 2011. Todos los derechos reservados.
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Dícese de mujeres con un busto prominente
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NUNCA MAS NEVERMORE Ann McMan
¡Ganador! Bard Solstice Challenge # 26 - Quoth the Raven, Nevermore
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—1-800-AZOTAME . —Conozco ese número. Diz estaba mirando y leyendo el identificador de llamadas en su teléfono celular. Clarissa la miró. —Debieras. Prácticamente lo tienes en marcado rápido. Diz cerró el teléfono de golpe y le arrojó una bola de leche malteada. La Navidad estaba a solo a unos días de distancia, y la sala de descanso de la oficina estaba inundada de latas llenas de dulces baratos desde los vendedores. Fue un buen lanzamiento. Aterrizó en su café, haciendo que se desparramara por todo el artículo que estaba corrigiendo. —¡Oh, lindo, nimrod3! —Clarissa agarró las páginas de arriba y las sacudió sobre un cubo de basura—. Genial. —Levantó la primera página. Líneas azules como tela de araña de lo que habían sido notas corrían por la hoja de papel como
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Línea sadomasoquista Nimrod es un personaje de ficción que aparece en los cómics estadounidenses publicados por Marvel Comics. El personaje apareció por primera vez en Uncanny X-Men # 191 3
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venas varicosas—. Puedes ser tan gilipollas. Ahora tendré que hacer esto todo de nuevo. Diz se encogió de hombros. —Impugnas mi integridad y ¿luego te ofendes cuando me defiendo? Clarissa suspiró. —Dieciocho personas en este departamento y debo compartir una conejera contigo. Algún día voy a descubrir a quién enfade en una vida anterior. Diz chasqueó sus tirantes rojo brillante y sacó su lengua. —Oh, eso es maduro. ¿Y qué pasa con el atuendo de hoy? Te ves como Howdy Doody4 en crack. Diz puso los ojos en blanco. —Dame un descanso, Clar. Es para la fiesta de Navidad. Además, no conocerías a Howdy Doody aunque él se acercara y te mordiera tu culo de clase alta. Clarissa abrió la boca para responder justo cuando su teléfono comenzó a sonar. Dándole la espalda a Diz, ella lo interrumpió. —Investigaciones, Clarissa Wylie. Diz la observó mientras ella hablaba. Ella y Clarissa habían estado trabajando juntas durante casi dos años. No eran exactamente amigas, no en el sentido de que alguna vez hicieran “socialmente” mucho juntas. Pero eso no era difícil de entender. Clarissa venía de dinero viejo. Y su familia era propietaria de la compañía que publicaba la revista para la que trabajaban. De hecho, la compañía de su familia publicaba la mitad de las malditas revistas impresas en Estados Unidos
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Programa infantil estadounidense que duro desde 1947 a 1960
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Clarissa era una “Comer5”. Todo el mundo lo sabía. Desde que terminó la escuela de posgrado en Princeton, estaba pagando sus deudas trabajando en las filas del negocio familiar. Un año en servicios de suscripción; dieciocho meses en distribución y dos fríos años de investigación con Diz. Su próximo paso sería sin duda, una oficina privada en el piso superior de la suite editorial. Pero tenía que darle crédito: ella trabajaba duro y sabía su mierda. Diz, por otro lado, estaba predestinada a permanecer encadenada a su escritorio en las entrañas del edificio, investigando los hechos y asegurándose de que los “miedosos” no fueran demandados por difamación o plagio. Eso estaba bien, este era solo su trabajo de día. Por la noche, Diz se esclavizaba sobre su otra pasión: un estudio exhaustivo y comparativo del desarrollo de la ficción detectivesca como género literario. Era ABD6 y después de seis años de escuela nocturna, estaba a sólo 900 páginas de obtener su doctorado en literatura estadounidense de la Universidad de Baltimore. Dra. Gillespie7: qué sonido tan bonito tenía. Por supuesto, ella siempre sería “Diz” para su familia y amigos. El apodo de la infancia comenzó como un homenaje al amor de su padre por el jazz, pero se quedó. Y, francamente, le iba mucho mejor que su nombre de pila. Y una vez que finalmente tuviera esa piel de oveja, volaría este lugar y... ¿y qué? Y ser una doctora desempleada.
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Uno en una carrera que está alcanzando a otros y muestra la promesa de ganar Estudiantes a los cuales les falta solo presentar la tesis para obtener el doctorado 7 Llamando al Dr. Gillespie es una película dramática de 1942 dirigida por Harold S. Bucquet, protagonizada por Lionel Barrymore, Donna Reed y Philip Dorn 6
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Oh bien. Habia cosas peores. Ella podría terminar como su ídolo, Poe 8 que murió solo, en la pobreza a la edad de 40 años, a unas cinco cuadras de este maldito edificio. Echó un vistazo a Clarissa, que todavía estaba hablando. Corrección: escuchando. Estaba anotando a mano, usando esa maldita y preciosa estilográfica italiana suya. Diz la estudió. No era la primera vez. Clarissa no era solo “comer”; también era atractiva. Su espeso cabello castaño caía por su espalda como una cascada roja. Y tenía un par de piernas que, en comparación, harían palidecer a Betty Grable9. También sabía cómo vestirse para lucirlas. Hoy vestía un traje negro ajustado a la medida y zapatos elegantes que probablemente costaban más de lo que Diz gastara en ropa en un año. Corrección: en cinco años. Aunque admiraba la vista, Diz se preguntó por qué Clarissa se molestaba; no era como si a alguien le importara, nadie la vería aquí en este húmedo sótano. Clarissa volvió la cabeza y vio a Diz mirándola. Frunció el ceño y le lanzó un clip. Diz lo atrapó. Diz siempre atrapaba cualquier cosa que Clarissa le arrojara, excepto cumplidos, por supuesto. Por lo general, Diz dejaba pasar a los que volaban como bolas rápidas lanzadas fuera de la zona de strike. Era mejor para Diz no darse cuenta de lo bien que se sentía cuando Clarissa le prestaba atención. Esa era una calle sin salida por la que simplemente no necesitaba viajar. Todo el mundo sabía que Clarissa era A.B.E. all-but-engaged10. Y su “pretendiente” era la mandíbula de granito, heredero de la compañía de construcción naval más antigua
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Edgar Allan Poe. Escritor, poeta, crítico y periodista romántico estadounidense. Actriz, cantante y bailarina estadounidense 10 De todo, pero comprometida 9
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y prestigiosa de Baltimore. Iba a ser una gran fusión, y las fotos de la glamorosa pareja destacaban con frecuencia en las páginas de sociedad en The Sun11. No, pensó Diz, mientras miraba a los ojos grises y ahumados de Clarissa. No había allí, nada para ella. Clarissa colgó su teléfono. —¿A qué hora te vas a la fiesta? —Pregunto. Diz se encogió de hombros. —En algún momento después de las seis. Me imagino que tomará 45 minutos llegar allí con todos los compradores de Navidad obstruyendo el Metro. ¡La fiesta de este año era en Nevermore12! - un bar de tapas de alta gama en el Puerto Interior. —¿Vas a tomar el Metro? ¿Por qué no tomas un taxi? —¿Un taxi? —Diz levantó una ceja—. Claro... quiero decir, no tengo que comer el resto del mes. Clarissa suspiró. —Ven conmigo, tengo automóvil. —Por supuesto que sí. —No seas cretina. Me estarías haciendo un favor. Diz estaba intrigada. —¿Cómo es eso? Clarissa parecía que estaba tratando de decidir si quería o no responder esa pregunta.
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Periódico inglés Nunca mas
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—Oh, querida, —supuso Diz—. ¿Problemas en el paraíso? ¿Tú y Dash Riprock13 tuvieron una pelea? —Vete a la mierda. Diz suspiró. —Suelo hacerlo los viernes por la noche. Clarissa negó con la pelirroja cabeza. —¿Por qué me molesto contigo? Diz le dio una sonrisa cegadora. —Porque soy un pie más alta que tú, y cada vez que vamos a algún lugar juntas, la gente piensa que estás con Rachel Maddow14. Clarissa pensó en eso. —Triste pero cierto. —Entonces, —Diz se ajustó los anteojos negros que la hacían parecer una nerd, pero ahora la hacían parecer elegante—. ¿Qué pasa con Dash? ¿Él no vendrá a la fiesta? Clarissa se encogió de hombros. —Tiene que trabajar hasta tarde. —¿En la noche del viernes antes de Navidad? ¿Qué? ¿Hay un envío tardío de brazos de jardín procedentes de Noruega, ¿o algo? —O algo, —sonrió Clarissa. Tenía una gran sonrisa, con hoyuelos grandes y profundos que hacían que Diz se pusiera débil en las rodillas si los miraba demasiado tiempo. Era tan hipnótica como mirar una vela encendida, e igual de peligrosa. Si no tenías cuidado, acabarías ciego.
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Personaje de la serie The Beverly Hillbillies “Los Beverly ricos” protagonizado por Larry Pennell. Rachel Anne Maddow: Es una personalidad de la radio, presentadora de televisión, y comentarista progresista estadounidense 14
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Diz se reclinó en su silla y extendió sus largas piernas. Llevaba su mejor par de Converse rojos, altos. Emparejaban perfectamente con sus tirantes. —Déjame aclarar esto, ¿necesitas que te haga compañía hasta que llegue Lord Nelson15? —Algo así, —dijo Clarissa. —¿Qué te hace pensar que todavía no tengo una cita? ¿O dos? Clarissa puso los ojos en blanco. —Si lo haces, prometo no obstaculizar tu estilo. Además, ¿no es más probable que hagas “amigas” si estas con alguien en la fiesta? Si la memoria te sirve, te fue bastante bien el año pasado. ¿Cuáles fueron sus nombres, otra vez? —No tengo idea de quién estás hablando. —Oh, sí, lo haces... estoy hablando de esas dos tipas regordetas y monas de la sala de correo. La comprensión llego. —¡Oh! Te refieres a Randi y Ronni. Las gemelas. ¿Como podría olvidarlas? —Ni idea, —le ofreció Clarissa—. Caminaste cojeando durante casi una semana. —Y pensé que no te importaba. —En tus sueños. Clarissa no tenía idea de cuán cierta era esa declaración. —Bueno, —dijo Diz—. Es cierto que me gusta mantener mis opciones abiertas. Así que estás de suerte: no tengo una cita para esta noche. Todavía.
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Horacio Nelson, I vizconde de Nelson, I duque de Bronté fue un vicealmirante de la Marina Real británica. Fue conocido por sus victorias durante las Guerras Napoleónicas
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Clarissa le sonrió. —Estupendo. Entonces, ¿tal vez consientas en hacerme compañía hasta que llegue Dane? Diz entrecerró sus ojos azules. —Tengo curiosidad por algo, Clar. —¿Que? —¿Por qué pasar el rato conmigo? ¿Por qué no simplemente deambular hasta la mesa de la cabecera, donde el resto de los “fantasmas” estarán tomando malta? —No socializo con mi padre en el trabajo. —Esto no es “trabajo”; esta es una fiesta de Navidad. —Tal vez para ti. Para mí, es trabajo. —Bueno, eso es una mierda. Clarissa se encogió de hombros. —Estoy acostumbrada a eso. Diz le sonrió tristemente. —Lo sé. Esa es la parte que apesta. Clarissa la miró por un momento. Estaba a punto de decir algo cuando Marty Jacobs apareció en la entrada de su cubículo. —¡Hey… Diz! Algunos de nosotros vamos a derrochar y compartir un viaje en taxi hasta el puerto. ¿Quieres venir? —Miró a Clarissa, luego bajó la voz. —Lisa incluso se ofreció para sentarse en tu regazo si prometes no portarte bien. Diz miró a Clarissa, que parecía estar estudiando algo fascinante en la manga de su chaqueta. —No gracias, Marty. He hecho otros planes.
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—Amiga. —Marty parecía incrédulo—. No creo que me hayas escuchado. Dije Lisa, como la mujer elegida como Miss Sweater Meate 2011. —Te escuché, Marty. —Siseó Diz—. Dile a Lisa que estoy más que halagada, pero he hecho otros planes. Marty se quedó allí mirando hacia adelante y hacia atrás entre Diz y Clarissa. Luego negó con la cabeza. —Lo que te venga bien. No digas que no pregunté. —No lo haré. —Nos vemos más tarde. —Golpeó la pared de su cubículo y retrocedió, yendo a Dios sabe dónde. Diz miró a Clarissa que estaba sentada allí mirándola con una ceja levantada. —¿Señorita Sweate Meat? —Preguntó. Diz se encogió de hombros. Clarissa negó con la cabeza. —Supongo que es un gusto adquirido. Diz luchó por mantener su mirada lejos del escote de la blusa de seda de Clarissa. Decirle a Clarissa que ciertamente podría defenderse en un concurso de Sweater meat probablemente sería una mala idea. Una muy mala idea. —Sí, —dijo en cambio—. Supongo.
La fiesta en ¡Nevermore! estaba en pleno apogeo.
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¿O era todo por los tragos? La mayor parte del escalafón administrativo desapareció tan pronto como comenzó el baile. Diz realmente no los culpaba. La mayoría de los bailarines estaban más allá de los desafíos rítmicos, y sus giros obscenos los hacían parecer extras ebrios del set de Mogambo16. Al otro lado de la mesa, Clarissa parecía divertida. Estaba bebiendo un vaso de Pinot Noir, o Petit Syrah, o algo rojo y caro, y Diz estaba sorprendida de cuánto tiempo podría hacer que un vaso de algo durara. Diz no sentía dolor, y no solo por los cinco gimlets de vodka que había tenido. Dash Dane seguía sin aparecer, y a Clarissa en realidad no parecía importarle, ni parecía tener prisa por irse. Diz podía sentir una oleada de falso coraje en contra de la imposición de un mejor sentido que normalmente la mantenía fuera de peligro. Y esa no podría ser una buena noticia. Después de tres tragos, Clarissa comenzó a parecer menos formidable. Después de cinco, comenzó a verse francamente... alcanzable. Y Diz apenas se aferraba al suficiente sentido común como para darse cuenta que debía cambiar las circunstancias, rápido. Ociosamente, se preguntó dónde estaría Lisa. Tal vez no era demasiado tarde para repensar toda esa idea del lap dance. La música era tan fuerte que era difícil pensar. Y necesitaba poder pensar. Necesitaba pensar porque, en este momento, todo lo que quería hacer era actuar. Escuchó a Clarissa decir algo, pero el ruido ambiental era demasiado fuerte para que ella pudiera distinguir de qué se trataba. Se inclinó hacia ella. 16
Mogambo es una película estadounidense de 1953 dirigida por John Ford y con Clark Gable, Ava Gardner y Grace Kelly como actores principales.
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—¿Qué? —Gritó. Clarissa la encontró a mitad de camino. Mala idea. Esto estaba demasiado cerca para su comodidad. Sus ojos eran como rayos tractores. —Dije, ¿quieres bailar? —Repitió. Diz miró a su alrededor al gentío que estaba parado cerca de su pequeña mesa. Nadie parecía mirar en su dirección. —¿Con quién? —Preguntó. Clarissa puso los ojos en blanco. —Conmigo, nimrod. Diz no estaba segura de haberla escuchado correctamente. —¿Dijiste contigo? —¿Hay un eco aquí? Sí. Bailar. Tú. Conmigo. Diz estaba sentada mirando a Clarissa con la boca abierta. —¡Oh, por el amor de Dios! —Dijo finalmente Clarissa. Agarró a Diz de la mano y la levantó de un tirón—. Venga. No te matará. Diz podía sentir que la habitación comenzaba a girar. —No estoy tan segura de que esta sea una buena idea, —dijo, mientras Clarissa la arrastraba hacia la pista de baile. —Creo que puedes manejarlo, —dijo, apretando su agarre sobre Diz, probablemente para que no se cayera. O huir, que era más probable—. Sé fuerte y valiente. Diz no se sentía particularmente fuerte en ese momento, y parecía estar perdiendo valor como un tamiz gigante.
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Clarissa las condujo a un lugar en la pista de baile que en su mayoría estaba muy ocupado. Alguien golpeó a Diz desde atrás y la empujó contra su compañera. Terminó con una boca llena de cabello rojo, y Clarissa se agarró a sus tirantes con algún tipo de agarre mortal. La sensación de tener todo ese sweater Meat de seda contra ella la estaba mareando. Tenía la sensación de que esto no iba a terminar bien. La música cambió. Ahora Lady Gaga. Estupendo. Vino tinto. He tenido demasiado. Clarissa se rio. —Esta debería ser mi canción, —dijo. Diz podía sentir la vibración de sus palabras contra su oreja. Retrocedió y la miró. No estaban bailando tanto como oscilando. Realmente no había mucho espacio para moverse. —¿Realmente? Has estado, con un vaso, toda la noche. Clarissa puso los ojos en blanco. —Es una metáfora, gilipollas. Diz estaba confundida. —¿Para qué? Clarissa solo negó con la cabeza y tiró de ella más cerca. —Eres una chica brillante—. Compruébalo. Diz iba a responder, pero se distrajo cuando notó que la gente las miraba. Mucha gente Empezó con unos pocos, luego parecía extenderse por la pista de baile como una ola. Entre giros, señalaban y hablaban detrás de sus manos. Se inclinó más cerca de la oreja de Clarissa. —La gente nos mira, —dijo. —¿Acabas de notar eso? —Respondió Clarissa.
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Diz asintió. El cabello de Clarissa olía genial, como violetas rojas. —¿Por qué nos miran? ¿Mi bragueta está abierta o algo así? Clarissa se rio. —¿Estás volando en tu culo? Diz tuvo que pensar en eso. De hecho, su bragueta estaba felizmente unida con la pretina de la falda ajustada de Clarissa. En este momento, estaba a 180 grados de su culo. —No. —Entonces no creo que esté relacionado con tus pantalones. —Bueno, ¿qué demonios es entonces? Clarissa se echó hacia atrás y le dio a Diz una mirada irónica. Levantó una mano y la pasó por la gruesa cabeza de pelo corto y oscuro de Diz. —Piensan que eres Rachel Maddow, nimrod. —Oh. —Diz tuvo un repentino y breve momento de claridad—. Eso. —Sí. Eso. —Eres afortunada. Clarissa sonrió y tiró de ella hacia adelante. —No tengo nada que decir sobre eso. Alguien las golpeó de nuevo. Esta vez, el perpetrador se detuvo y se disculpó. —Oye, perdón por eso, —dijo. Diz bajó la barbilla y lo miró por encima del borde de sus gafas. Parecía cualquier cosa menos sentirlo.
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—No hay problema, —dijo. El tipo continuó parado allí mirándolas. —Eres Rachel Maddow, ¿verdad? Hombre... ¡Sabía que eras tú! No te ves tan alta en la televisión. Clarissa comenzó a reír. Diz puso los ojos en blanco. —Bien. Ya sabes cómo esas cámaras distorsionan todo. —Esto es tan fantástico, —dijo el tipo—. Realmente no veo las noticias mucho, pero te he visto en Leno. —Claro, —dijo Diz—. Estoy más orgullosa de mi trabajo de televisión a altas horas de la noche. —Oye, no voy a molestarte más. —Gracias, —dijo Diz. Se apartó de él y comenzó a sacar a Clarissa de la pista de baile. —¿Cuál es el problema, Rach? —Clarissa preguntó—. ¿No te gusta bailar conmigo? —¿Llamas a eso bailar? —Preguntó Diz—. Fue más como roller derby17 ¿Por qué no solo encontramos una puerta para pararte o un armario desocupado? Al menos terminaríamos con menos moretones. —Bueno, eso depende de lo que tengas en mente, —dijo Clarissa. Diz se detuvo y la miró. —¿Te conozco?
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El roller derby es un deporte de contacto, originario de EEUU, que se juega sobre patines tradicionales alrededor de una pista ovalada.
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—No tan bien como podrías. —Clarissa le dio una mirada que solo podía describirse como sensual. Y Diz estaba segura de eso porque lo revisó. Dos veces. Visión de túnel. ¿No es así como se llama cuando todo lo que te rodea se estrecha de repente en un diminuto agujerito por el que solo puedes ver una cosa? Así es como se sentía Diz. Y no estaba segura de sí era por el alcohol, o debido a la loca realización de que se estaba moviendo para besar a Clarissa, quien medio parecía estar invitándola. —Ahí estás, —rugió una voz detrás de ellas—. He estado buscándote en todo este lugar. Dash Riprock. Por supuesto. Tendría que presentarse en este preciso momento. Diz bajó la barbilla hacia su pecho. Clarissa tampoco parecía exactamente extasiada por verlo. Dane Nelson parecía haber salido de la lista de “diez mejores” en GQ. Pasó un brazo por los hombros de Clarissa y la besó en el cabello. —Hola, cariño. Lamento llegar tarde. Diz notó que estaba sosteniendo un vaso de martini medio vacío. Aparentemente él no estaba tan desesperado por encontrarla. Clarissa miró a Diz y luego miró a Dane. —Pensé que ya no venias. Cariño, de tu boca al oído de Dios. Dane se rio, revelando una dentadura perfecta. Se veían azules en la luz de neón.
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—Oye, llegué aquí tan pronto como pude. —Miró alrededor del lugar lleno de gente—. ¿Dónde están tus cosas? Estoy exhausto. ¿Podemos salir de aquí? —¿Recuerdas a Diz?, ¿no? —Preguntó Clarissa. Dane la miró. Diz podía ver sus ojos moviéndose arriba y abajo de su figura. —Por supuesto. Hola, Diz. Gracias por hacer compañía a mi chica. —No hay problema, Dash. No pareció darse cuenta del apodo, pero Diz vio que las comisuras de la boca de Clarissa se contraían. —Mira, —dijo Diz—. Estoy un poco cansada, Clar. Creo que terminaré la noche. Clarissa parecía decepcionada. —¿Te estas yendo? Diz asintió. —Ya no necesitas una acompañante y definitivamente no necesito nada más para beber. Te veré el lunes, ¿está bien? Ella comenzó a alejarse, pero Clarissa le puso una mano en el brazo. —¿Al menos déjanos llevarte a casa? —Miró a Dane, quien captó la indirecta. —Oh. Por supuesto. Sí, estaríamos encantados de dejarte. Él vació su vaso y lo dejó sobre una mesa cercana. Estúpido. —No, gracias, —dijo Diz. Miró a su alrededor hasta que vio a Marty, sosteniendo la barra—. Compartiré un taxi con Marty. —¿Y Lisa? —Preguntó Clarissa.
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Diz la miró con sorpresa. Clarissa bajó la mirada. —Quizás, —respondió ella—. Si tengo suerte. —Levantó una mano y les saludó brevemente. Se alejó, maldiciéndose a sí misma por su estupidez. ¿Qué demonios había estado pensando? Clarissa solo la estaba usando para matar el tiempo hasta que el jodido de Lord Nelson apareció. Y casi lo había volado. Si Dane no hubiera aparecido precisamente cuando lo hizo, Diz lo hubiera arruinado todo. Clarissa seguramente la habría abofeteado, y los titulares de mañana en el Huffington Post18 habrían sido sobre cómo Rachel Maddow fue arrojada de una Discoteca de Baltimore. Marty la vio y la saludó con la mano. —¡Diz! —Miró detrás de ella—. ¿Dónde está la duquesa? Diz sacudió la cabeza hacia la puerta. —El Príncipe Azul finalmente apareció. —Dulce. —Él la miró—. ¿Así que finalmente estás libre del trabajo? —Señaló al barman—. Vamos a tener otra ronda. ¿Qué estás bebiendo? ¿Gimlets? —Nada más para mí, amigo. Ya estoy bien. —A la mierda, es viernes por la noche y la compañía está ganando dinero. El cantinero apareció. —Tendré otro T & T, —dijo. Hizo un gesto hacia Diz—. Y ella tendrá un Goose Gimlet. —Miró a Diz, y frunció el ceño ante su expresión taciturna—. Haz el suyo doble, —agregó.
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Es un periódico en línea y blog agregador de noticias, fundado por Arianna Huffington
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—Jesús, Marty. Tendrás que meter mi trasero en un taxi. —Sí. ¿Así qué? ¿Para qué son los amigos? —Levantó su vaso—. Tomaremos un trago más, luego saldremos. —Bien. Lo que sea. Tres copas más tarde, Diz ya había pasado el punto de no retorno. Sabía que estaba en problemas cuando un mozo se inclinó sobre ella para recuperar un plato caliente, algo del camarero. El vapor del plato flotaba en su rostro, y sintió que la habitación comenzó a girar. Marty lo vio. —Oh, Cristo, vas a vomitar, ¿no? —Preguntó. Rápidamente recogió su vaso y se apartó de la barra. Diz se llevó una mano a la boca y asintió. Se deslizó de su taburete y se tambaleó hacia los baños, ganando velocidad mientras se abría paso entre la multitud, que se separó como el Mar Rojo ante el bastón de Moisés. Aparentemente, no fue la primera persona en hacer este viaje. En la soledad de un puesto de baño, soltó todo, incluso lo que quedaba de su esperanza y dignidad. Luego se desplomó en el suelo y maldijo su vida miserable. Esto es a lo que siempre se reduce, pensó. Esto es lo que obtienes si te permites creer en los cuentos de hadas. Un par de tacones aparecieron afuera del puesto. Alguien llamó a su puerta. Estupendo. —Solo un segundo, —murmuró Diz—. Estaré fuera.
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Logró ponerse de pie y echó un vistazo rápido para asegurarse de que no había ningún problema que limpiar. Diz siempre limpiaba sus líos. Estrechándose las manos, abrió la puerta. Clarissa estaba parada allí. Diz estaba aturdida. ¿Era esto una especie de nuevo delirio? —Te ves como la mierda, —dijo Clarissa, sin un rastro de empatía. Nop. Ella estaba realmente allí. Y estaba enojada como el infierno. Su cara parecía una nube tormentosa. —¿Qué estás haciendo aquí? —Preguntó Diz. Pasó junto a ella y se dirigió al fregadero. —Volví para atraparte. Tenía la sensación de que harías esto. —¿Hacer qué? —Preguntó Diz. Se inclinó sobre el fregadero y se enjuagó la boca con agua fría. Clarissa se acercó detrás de ella. —Esto. Actuar como un chico estúpido de fraternidad—. Agarró una pila de toallas de papel y se acercó para mojarlas. Luego las retorció y las apretó contra la nuca de Diz. Se sintió genial. —Sí, bueno... una propuesta de “chicos de fraternidad”, ¿dónde está Dash? Clarissa se encogió de hombros. —Lo dejé en casa. —¿Tú casa? —Su casa, no es que sea de tu incumbencia.
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Diz se levantó y se giró para mirarla. Clarissa mantuvo las toallas húmedas contra la parte posterior de su cuello. Eso significaba que ella continuaba estando muy cerca. Tan bueno como eso fue, Diz sintió que era arriesgado. Su estómago todavía estaba dando saltos mortales. La luz brillante en el baño la hacía nadar. El olor de las violetas rojas tampoco ayudaba mucho. —Creo que necesito ir a acostarme, —dijo. Clarissa realmente sonrió. —¿Crees? —Puso una mano en el antebrazo de Diz—. ¿Puedes caminar? Diz asintió. —Vámonos. Mi auto está justo al frente. Diz no tenía la resistencia para discutir con ella. —Bien. Cinco minutos después, Diz estaba cómodamente atada al asiento de pasajero de suave cuero del Alfa Romeo de Clarissa. Ellas iban a lo largo West Pratt Street, lejos del puerto. Clarissa giró a la derecha en South Paca, y pasó el campus principal de la Universidad de Baltimore. —Mi hogar lejos de casa, —murmuró Diz. —¿Qué dijiste? —Preguntó Clarissa. Diz negó con la cabeza. —Nada. —Pasó su mano por el tablero de madera del auto—. ¿Qué pasa contigo y todas las cosas italianas? —Preguntó ella. Clarissa se encogió de hombros. —Me gusta la simplicidad. Me gustan las cosas hermosas. —Sonrió—. Me gustan las cosas que son simplemente hermosas. Diz resopló. —En serio.
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Clarissa la miró. —En serio. Mierda. Estaba esa cosa del estómago otra vez. —Creo que tienes que parar, —dijo con voz áspera. Clarissa miró por el espejo retrovisor y luego rugió hacia un lado de la carretera. —Si vomitas en este auto, te patearé el culo, —advirtió. Diz estaba hurgando en el cinturón de seguridad. —Jesús. —Clarissa se acercó y lo desenganchó. Violetas rojas. Fue demasiado. Diz se cayó del auto y se tambaleó sobre sus pies. Llegó hasta el Mercedes de alguien estacionado, se deslizó por el capó y arrojó sus galletas por todo el neumático delantero. Sintió un juego de manos frías en su frente. Se aferraron a ella hasta que ella terminó. —Vamos, —dijo Clarissa—. Casi estamos allí. Ayudó a Diz a levantarse y la guió de vuelta al automóvil. —¿A dónde me llevas? —Clarissa no vivía en esta parte de la ciudad: vivía en un condominio de gran altura, cerca del muelle de Boston Street. —Te llevaré a casa. —¿Sabes dónde vivo? Clarissa la miró. —Por supuesto. Diz quería preguntar cómo, pero era demasiado complicado. Estaba sorprendida de su habilidad para ser coherente en absoluto. —Supongo que no tienes una botella de Lavoris escondida en algún lugar de esta cosa, ¿verdad? —Preguntó ella.
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Clarissa realmente sonrió. —No. Pero creo que podría haber algunos Tic Tacs en la guantera. Diz lo abrió y buscó dentro del compartimento extraordinariamente grande. Los italianos deben tener que cargar un montón de cosas, pensó. Sacó un par enrollado de pantimedias rotas. Las sostuvo en alto. Había un agujero abierto en el área del muslo de la pierna izquierda. —¿Te importaría explicar esto? —Preguntó. Clarissa las miró. —No. Realmente no lo hago. —Hmmm. Okaaayyy. —No es lo que piensas, —dijo Clarissa. —Como no sabes lo que pienso, realmente no puedes decir eso. —Puedo imaginar. —Apuesto a que no puedes. Clarissa suspiró. —Bueno. ¿Qué piensas? Diz las hizo rodar nuevamente. —Solo puedo imaginar dos explicaciones. Dash tenía una prisa increíble, y estas se engancharon en uno de sus gemelos tachonados de diamantes. —Tienes una rica vida de fantasía, ¿no? —Estoy empezando a desarrollar una. Clarissa negó con la cabeza. —¿Cuál es tu otra explicación?
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—Ah, te pones esto en la cabeza cuando te permites tu pasión secreta por robar mini-marts19. Clarissa pensó en eso por un momento. —Me encantan los Twinkies20, —dijo. Diz la miró con aire de suficiencia. —El inspector Dupin21 no tiene nada conmigo. Volvió a guardar las pantimedias en la guantera y continuó revolviendo hasta encontrar su presa. —¡Voila! —Sacó una caja de plástico blanca y la sacudió. Luego lo levantó para leer su etiqueta—. Oh, genial. Cítricos Justo lo que necesito. —Los mendigos no pueden elegir, Diz. Diz sacudió un puñado de diminutas mentas y se las metió en la boca. —Ugh. ¿Tal vez debería masticar las pantimedias? —Siempre supe que eras una pervertida. Diez minutos después, estaban estacionados frente a la casa de ladrillos de Diz. Su estado se había deteriorado dramáticamente. Clarissa salió y caminó para abrir la puerta. —¿Llaves? —Preguntó. —El bolsillo—, dijo Diz. No llevaba bolso. —¿Esperas que las busque? —Preguntó Clarissa. Diz asintió. 19
Tienda, Supermercado Pastelito relleno de nata 21 C. Auguste Dupin, es un detective de ficción creado por Edgar Allan Po. 20
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Clarissa suspiró. —Entonces, ponte de pie. —Ayudó a Diz a salir del auto. Diz se apoyó en ella mientras Clarissa hurgaba en sus bolsillos delanteros. —Esto es un poco agradable, —murmuró Diz contra su cabello. —No te hagas ilusiones, nimrod. —No lo haré, —prometió Diz. Al menos, no nuevas. Clarissa levantó las llaves. Tomó el brazo de Diz. —¿Puedes subir los escalones? —Creo que sí. —Diz dio un paso tambaleante hacia adelante, luego se detuvo. —Oh, Dios, no vas a estar enferma otra vez, ¿verdad? —Preguntó Clarissa con alarma. —No. Solo quiero saborear esto. ¿Podemos ir despacio? Clarissa suspiró. —Por supuesto. Lentamente subieron los escalones. Diz se inclinó pesadamente contra Clarissa mientras ella manipulaba las llaves. —Si no tienes auto, ¿por qué tienes tantas jodidas llaves? —Se quejó. —Sabes, para alguien tan elegante, seguro que maldices como un marinero. —¿Sí? Bueno, debe ser de pasar dos años en un sótano contigo. Clarissa finalmente encontró la llave correcta y abrió la puerta. Tropezaron dentro. Clarissa se detuvo en seco mientras miraba el espacioso interior. Estaba elegantemente decorado con antigüedades primitivas y coloridas obras de arte.
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—¿Qué te parece? —Preguntó Diz. —Este lugar es precioso. —Suenas sorprendida. Clarissa la miró. A la suave luz de la lámpara, sus ojos parecían más hipnóticos de lo habitual, y eso era mucho decir. Diz tuvo una idea. Bueno, era una repetición de la misma idea que había tenido antes en el club. Se inclinó hacia ella, pero la gravedad no estaba cooperando. Extrañó su objetivo y continuó. Clarissa apenas la atrapó. —Vamos, Casanova. ¿Dónde está tu habitación? —Eso fue rápido, —arrastró Diz. Al menos no iba a beber. Maldición, ella olía bien. Diz dejó caer un beso descuidado en su cuello. —Realmente me gustas, —murmuró. Clarissa las dirigía hacia las escaleras. —Realmente me gustas, —dijo—. Y me gustarás muchísimo más cuando pueda quitarte la ropa. Hueles como una cervecería. Diz continuó acariciándole el cuello con la nariz mientras avanzaban vacilantes por las escaleras. —¿Quieres desnudarme? Siempre he querido desnudarte. —¿De verdad? —Preguntó Clarissa—. No me había dado cuenta. —Apartó la mano de Diz de su pecho—. Paso. Paso. Uno más, eso es correcto. Puedes hacerlo. Apuesto a que puedo hacerlo, pensó Diz.
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Estaban casi en el rellano superior. Diz estaba jugando ahora en su cuello. Y había logrado colocar su mano libre dentro de la chaqueta de Clarissa. Era suave y cálido allí. Todo sobre Clarissa se sentía suave y cálido. Lo siguiente que supo, fue que estaba cayendo hacia atrás y Clarissa estaba justo encima de ella. Aterrizaron en la cama con un suave golpe. Clarissa presionó sus antebrazos. —Dios mío, eres un dolor en el culo. —Se sentó a horcajadas sobre Diz—. Y una pesada, en eso. —Le desabrochó los tirantes y comenzó a desabotonar su camisa blanca—. Vamos a quitarte esta ropa sucia. —¿Estoy sucia? —Diz estaba ocupada buscando a tientas cualquier parte de Clarissa que pudiera alcanzar. Clarissa apartó sus manos manipulando botones y cremalleras. —Sí, estás sucia, —dijo ella—. Y debo estar loca. —¿Por qué estás loca? —Preguntó Diz bostezando. —Porque, —Clarissa le quitó la camisa a Diz y retrocedió para tirarle de los pantalones—. Contra todo pronóstico, me parece que me gustas. Clarissa se puso de pie al lado de la cama y quitó los zapatos de Diz. Luego sacó los pantalones el resto del camino. Diz ahora estaba vestida solo con su sostén y sus bragas. Clarissa se apresuró a poner una manta para cubrirla. —Tienes que dormir ahora, —dijo. Le quitó las gafas a Diz y las puso en la mesita de noche. —No quiero dormir, —Diz se acercó—. Quiero acurrucarme. —¿Quieres acurrucarte? Diz asintió somnolienta. —¿Por favor?
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Clarissa miró su reloj. —¿Por favor? —Diz hizo sus grandes ojos de cachorro—. Prometo comportarme. Clarissa puso los ojos en blanco. —Seguro lo haces. —Lo prometo, Clar. —Diz bostezó de nuevo. Clarissa delibero por un minuto. Luego suspiró y se arrodilló en el borde de la cama. —Está bien, pero solo por un minuto. Lo digo en serio. Diz sonrió a través de su bruma de embriaguez y feliz ilusión. Levantó la manta en señal de invitación. —Debo estar en mi punto débil, —dijo Clarissa mientras se quitaba los zapatos y se recostaba contra ella. Diz la envolvió en sus brazos. Dios, ella se sentía grandiosa. Encajaban perfectamente. —¿Clar? —Preguntó, sofocando otro bostezo. Clarissa volvió la cabeza sobre la almohada para mirarla. Sus narices estaban prácticamente tocándose. —¿Qué? —Su voz era suave y baja. —Gracias. Entonces Clarissa la besó. O ella besó a Clarissa. No estaba segura de cuál de ellas lo comenzó, pero en realidad no importaba. El beso siguió y siguió, hasta que Diz sintió que se alejaba flotando. Era consciente de que su cabeza había caído sobre el hombro de Clarissa, y luego no se dio cuenta de nada más que el leve y dulce aroma de las violetas rojas.
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Cuando llegó la mañana, Diz estaba segura de tres cosas: una, estaba sola en su cama; dos, algo claramente había muerto en su boca; y tres, nunca bebería ocho gimlets de vodka de nuevo. Nunca. Se acostó de espaldas y miró hacia el techo de su habitación. Tenía un vago recuerdo de Clarissa llevándola a casa, y un recuerdo aún más vago de que había subido borracha a tientas las escaleras. Cerró los ojos con mortificación. Cuanto más tiempo permanecía allí, más recordaba. Una pesadilla sucedía a otra hasta que fueron demasiado numerosas para contarlas. Oh, Jesucristo. Ella me desvistió. Diz levantó la manta y bajó la vista hacia su forma de ropa escasamente vestida. Gracias a Dios. Al menos todavía tenía su ropa interior puesta. Pero había algo más. Clarissa había estado en la cama con ella. Estaba segura de eso. Y se besaron. Levantó una mano temblorosa hacia sus labios. También estaba segura de eso. ¿No era ella? Mierda, ¿quién lo sabía? Todo podría ser algún tipo de deseo de embriaguez. No sería la primera vez para eso. Era tan malditamente patética. Rodó cautelosamente para probar su equilibrio. No está mal, teniendo en cuenta. Captó un rastro de algo en la almohada. Violetas rojas. Santa mierda. Fue entonces cuando vio los zapatos... Jimmy Choo... en el piso junto a la mesita de noche. Los zapatos de Clarissa.
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Oh Dios mío. Ella estaba aquí. Todavía está aquí. O eso, o se fue sin sus malditos zapatos... —Estas despierta. Diz miró hacia la puerta. Clarissa estaba allí, sosteniendo un vaso alto de algo. Cruzó hacia la cama. —¿Puedes sentarte? ¿Cómo está tu cabeza? —¿Cuál? —Diz se levantó y tiró de la manta para cubrir su pecho. —Aquí, —Clarissa le tendió el vaso—. Bebe esto. Diz la miró con sospecha. —¿Qué es? —No preguntes. Es un remedio casero, mi padre lo maldice. Diz recordó estar asombrada por la cantidad de escoceses de malta que Bernard Wiley tomó durante los 90 minutos que demoró en la fiesta de anoche. Supuso que probablemente sabía algunas cosas sobre la resaca. Cogió el vaso y olisqueó su contenido, luego retrocedió con disgusto. —¡Jesucristo! ¿Qué es esto? Huele a sudor y pies sucios. —Solo tapa tu nariz y tómalo. —Luego báñate en la ducha. Tengo un buen desayuno caliente esperándote abajo. Diz la miró. ¿Cómo era posible que alguien se viera tan malditamente hermosa por la mañana? Se había quitado la chaqueta y estaba parada allí, con la falda y la blusa de seda fuera de la falda. —¿Qué sigues haciendo aquí? Clarissa se encogió de hombros. —Me quedé dormida. Cuando desperté, no tenía sentido irme. Además, —se cruzó de brazos—. Estaba preocupada por ti.
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—¿Estabas preocupada por mí? Clarissa puso los ojos en blanco. —Sí. Temía que pudiera caerte de la cama y ahogarte en un charco de tu propio vómito. Diz tuvo que sonreír ante eso. —Puedo ser muy encantadora. —Estoy empezando a darme cuenta, —dijo Clarissa, secamente. Diz trató de guiñarle un ojo, pero la acción le hizo doler la cabeza. Levantó una mano y se frotó la parte posterior de su cuello. —Solo mátame ahora y termina de una vez, —dijo. —Estarás bien. —Clarissa asintió con la cabeza hacia la bebida—. Bébetelo todo. Diz respiró profundamente. —Abajo, —dijo, y vació el vaso. Cinco segundos después, no estaba segura de si quería morir, o vomitar, y luego morir. —¿Qué demonios habia en eso? —Dijo con voz áspera cuando pudo encontrar su voz—. ¿Alquitrán? Clarissa solo le sonrió. —Ducharse ahora. Luego baja y come algo. —Cogió el vaso vacío de Diz, se dio la vuelta, recogió sus zapatos y salió de la habitación. Diz la vio irse con asombro. ¿Algo de esto realmente estaba pasando? Clarissa en realidad parecía estar disfrutando de su pequeña rutina June Cleaver22. Por supuesto, June Cleaver nunca se veía tan caliente... Lo que sea. Diz apartó la manta y lentamente se puso de pie. Hasta aquí todo bien. Al menos la habitación no estaba girando. Se dirigió al baño y miró su reflejo en el espejo. 22
Evelyn junio Bronson Cleaver es un personaje principal en la American televisión comedia Leave It to Beaver.
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Oh, Jesucristo, pensó ella. Sus ojos parecían una página de Google Maps, y su cabello hacía que la apariencia de Don King23 fuera dócil. Rachel Maddow podría demandarla por difamación de personaje y ganar en una caminata. Tal vez Clarissa tenía razón y una ducha ayudaría. Estaba segura de lo que esperaba.
De hecho, la ducha ayudó mucho. También lo hizo ponerse ropa limpia. Para cuando Diz se aventuró a bajar las escaleras, se sintió casi humana otra vez. Clarissa había enchufado las luces del árbol de Navidad. Diz siempre conseguía un árbol real, y este era una belleza: un gran abeto Frasier, transportado en camión desde las montañas de Carolina del Norte. Era de dos metros y medio, y orgullosamente monopolizaba una esquina de la gran sala de estar. El árbol estaba decorado con luces azules y blancas, y cientos de diminutos cuervos de papel. Le tomó años hacer todas las aves de origami. Fue algo que comenzó a hacer una noche en las estanterías de la biblioteca de graduados, una simple distracción para mantenerla despierta mientras bebía de su termo de café, y trató de ignorar el hecho de que de alguna manera tenía que presentarse para el trabajo en unas pocas horas más. Año tras año, su bandada de cuervos se hizo más grande, y Diz compró árboles más grandes y más grandes para acomodarlos a todos. Prometió que cuando finalmente terminara su doctorado, dejaría de doblar cuervos y agregaría un cardenal a la mezcla: un período brillante y colorido para terminar con la sentencia más larga y prolongada de su vida adulta. Diz amaba la Navidad. No mucha gente sabía eso de ella.
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Donald "Don" King. Promotor de boxeo estadounidense conocido por su llamativo peinado.
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Había música tocando. Jazz. Sonaba como Sophie Millman. Diz estaba impresionada de que Clarissa hubiera descubierto cómo encender su sistema de sonido; por lo general, tenía que descubrir el maldito manual de instrucciones cada vez que quería reproducirlo. Diz no era muy buena con las “máquinas”: realmente pertenecía a otro siglo. Bien. Todo excepto por el vestuario. A todos sus amigos les gustaba burlarse de ella acerca de cuán técnicamente inteligente no era. Ni siquiera tenía un iPod. Y mierda... en estos días, la mayoría de la gente tenía más iPod que cromosomas. Ese fue probablemente un buen tema de ensayo. ¿Tal vez lo abordaría después de que terminara de escribir su disertación? ¿Por qué no? Su compañía publicaba la revista Wired24. ¿Tal vez Clarissa podría ayudarla a publicar un artículo?
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Clarissa. Diz todavía no podía creer que ella estuviera allí. No podía creer que algo de la última noche hubiera sucedido realmente. Quería preguntarle a Clarissa cuánto de lo que pensaba que recordaba era real, pero se sentía ridícula al hacerlo.
Además,
si
algo
de
eso
realmente
había
sucedido,
Clarissa
probablemente solo quería olvidarse de eso. Diz solo empeoraría las cosas para ambas si lo mencionaba. Era típico, pensó. Había tenido la mejor noche de su vida con la mujer que alimentaba la mayor parte de sus fantasías y estaba demasiado borracha como para recordarla con certeza. Por supuesto, pensó; si hubiera estado sobria, nada de eso habría sucedido en primer lugar. Era una paradoja. Como el resto de su vida.
24
Wired, es una revista mensual estadounidense que existe desde 1993 y un sitio web de noticias homónimo.
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Cruzó su sala de estar y fue a la cocina. Clarissa no estaba en ninguna parte evidente, pero su pequeña mesa de bar estaba cuidadosamente preparada para dos. Y algo olía genial. Así que, parecía que Clarissa también podía cocinar. Diz sonrió. La irritable pelirroja era ahora dos-por-dos en el Derby June Cleaver. Pero, ¿Dónde diablos estaba? Había un número finito de lugares para mirar. Ella estaba afuera en el pequeño patio que pasaba por un patio, o estaba en el estudio de Diz. No hay mucho que hacer allí, pensó Diz. A menos que, por supuesto, estuviera en la posibilidad de leer tus pesados documentos de fuentes primarias existentes relacionados con el aumento de la ficción relacional. De alguna manera, dudaba que Clarissa lo encontrara muy atractivo. Incluso si arrastrara su culo y fuera una apasionada de las cosas. Había café recién hecho en la jarra de la encimera. Diz estaba sirviéndose una taza cuando oyó que Clarissa la llamaba. —¡Estoy aquí! La voz provenía de su estudio, una pequeña habitación contigua a la cocina. Diz fue en su busca. Clarissa estaba tumbada en su sillón de cuero leyendo algo. Tenía un montón de hojas sueltas apiladas en la otomana a sus pies. Diz reconoció el documento abierto en el suelo junto a su silla. Oh Dios. Era su maldita disertación. Suspiró y cruzó la habitación. —¿Veo que descubriste la cura de la naturaleza para el insomnio?
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Clarissa levantó las páginas. —¿Te refieres a esto? No lo creo. —¿No? —Diz se sentó en un viejo taburete de tres patas de roble que estaba cerca de su silla. Clarissa negó con la cabeza. —Es fascinante. ¿Espero que no te moleste? Diz se encogió de hombros. —Si estuvieras aburrida, podrías haber visto The Home Shopping Network25. —O irte a casa, pensó. ¿Por qué Clarissa todavía estaba aquí? —No estaba aburrida. Estaba curiosa. —¿Curiosa? —Preguntó Diz—. ¿Acerca de? —Cambio climático —dijo Clarissa secamente. Agregó las páginas que había estado leyendo a la pila a sus pies, luego las dejó caer todas en la caja en el piso. Miró a Diz con esos ojos gris ahumado que siempre significaban problemas—. ¿Qué piensas que quiero decir? Diz dejó su taza de café sobre una mesa auxiliar. —Para decir la verdad, no sé qué pensar sobre nada de esto. —¿Esto? —Preguntó Clarissa. —Sí. —Diz estaba cada vez más exasperada—. Esto. —Movió un dedo hacia adelante y hacia atrás entre ellas—. Cualquiera de eso. Todo eso. Clarissa se deslizó hacia adelante en su silla. —Eres tan nimrod. —¿Soy una nimrod? —Sí.
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Home Shopping Network (HSN) es un canal americano de difusión, cable básico y la televisión por satélite de la red que es propiedad de HSN
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Diz sintió que su cabeza comenzaba a nadar de nuevo, pero no era por su resaca. —Hazme un favor, Clar, no me hagas trabajar para resolver nada hoy. Solo estoy disparando con alrededor de la mitad de mis cilindros en este momento. Clarissa extendió la mano y la agarró por la pechera. —Ven aquí y siéntate. —La acercó a la otomana. Diz tenía miedo de mirarla. Tenía la sospecha de que si lo hacía, daría demasiado. O eso, o se convertiría en un pilar de sal. Era más o menos dinero. —Lo siento por lo que sucedió anoche, —dijo. Clarissa estuvo callada por un minuto. —¿Qué parte? —Preguntó. Diz la miró. —Elige tu opción. En el fondo, Sophie Millman envolvió su set, y el siguiente CD en el cambiador comenzó a tocar. Las tensiones de “Orinoco Flow” llenaron el espacio silencioso entre ellas. Clarissa giró su cabeza hacia el sonido. —¿Es eso Enya? —Preguntó. Diz asintió. —Ciertamente estás llena de sorpresas, —dijo. —¿Eso es bueno o malo? —¿Tiene que ser uno o el otro? Diz se encogió de hombros.
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—¿Cuál es el problema? —Preguntó Clarissa. —Me siento ridícula. —¿Por qué? —¿Por qué? —Diz repitió—. Porque actué como una idiota. Clarissa parecía que estaba tratando de no sonreír. —Siempre actúas como una idiota. Diz entrecerró los ojos. —Estuviste aquí anoche, ¿verdad? Quiero decir... No me imagine esa parte, ¿verdad? —Oh, no, —estuvo de acuerdo Clarissa—. Estuve aquí, ¿está bien? —Y lo hice o no.… bueno... ¿tú sabes? Clarissa parecía confundida. —¿Tú o no qué? —Jesús, Clar. —La mortificación de Diz aumentaba con cada segundo que pasaba—. ¿Te he besado o no? Clarissa miró hacia el techo mientras consideraba su respuesta. —No, —dijo finalmente—. Recuerdo una gran cantidad de torpe y borracho tintineo de tu parte, y algunos vagos murmullos sobre encontrar mi “sweater meat”, pero no recuerdo que eso haya sucedido. Diz sintió que su corazón se hundía. Apartó la mirada para ocultar el sonrojo que sabía que estaba en camino. Entonces todo había sido una fantasía borracha. Y acababa de agregar un insulto a la herida siendo lo suficientemente estúpida como para confesarlo. ¿Cómo diablos se recuperaría alguna vez de esta?
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Sintió una mano cálida en su muslo. Miró a Clarissa, quien la miraba con una extraña sonrisa en su rostro. —Sabes, en realidad eres amable cuando estás llena de dudas. —Caramba. Gracias. Clarissa suspiró. —Para alguien que es tan experto en ficción detectivesca, seguro que te pierdes muchas grandes pistas. —¿Que se supone que significa eso? —¿En serio? ¿No puedes resolverlo? Pensé que eras una especie de Erudito Rhodes26? Diz puso los ojos en blanco. —Esa no era yo, esa era Rachel Maddow. Clarissa solo parecía divertida. Diz estaba ahora del otro lado de la exasperación. —Realmente disfrutas jodiéndome, ¿no? Clarissa la estaba estudiando con esos ojos hipnóticos. —Admitiré que es una idea que ha estado ganando algo de atención últimamente. Diz la miró con sorpresa. Se disparó un temporizador en la cocina. —Vamos. —Clarissa se puso de pie—. Vamos a traerte algo de comer. Dejó el estudio y se dirigió a la cocina.
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La Beca Rhodes fue una beca académica el nombre de Cecil Rhodes, otorgado por el estudio de la Universidad de Oxford en Oxford, Inglaterra. Fue establecido en 1902.
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Diz se permitió sentarse allí un minuto más, marinándose en su miseria, antes de ponerse de pie, ajustar su camisa de pelo27 y seguir el débil pero irremediable rastro de violetas rojas que conducía a la mujer más inalcanzable del mundo.
Clarissa se fue justo después del desayuno. Dijo que tenía algunas “cosas de qué encargarse”, y que se iba a reunir con Lord Nelson a las dos en punto. Pero Clarissa había tenido razón, y la comida realmente hizo que Diz se sintiera mejor. El tocino y el quiche de Gruyere con puerros y tomates secados al sol eran suntuosos. Diz se comió dos pedazos grandes. —No sabía que podías cocinar, —dijo después de su primer bocado. Clarissa se encogió de hombros. —Me va bien. —¿Bien? Esto es fabuloso. —No me des demasiado crédito, tienes todos los ingredientes. Eso era verdad a Diz también le gustaba cocinar. Clarissa estaba mirando alrededor de su cocina. —Este es realmente un lugar hermoso. —Tuve suerte de encontrarlo, —dijo Diz—. Los antiguos propietarios tienen la mayor parte del crédito por las mejoras. 27
Una camisa hecha de tela que contiene un cabello que se siente desagradable en la piel y fue usado en el pasado por personas que querían castigarse por razones religiosas
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Clarissa la miró. —¿Te lo vendieron a ti también amueblado? —Bueno no. —En realidad, he estado pensando en mudarme a un lugar nuevo. Diz estaba sorprendida. Clarissa vivía en una de las áreas más deseables, frente al mar de Baltimore. Condominios en su edificio se vendieron por más de un millón de dólares, fácilmente. —¿Por qué? —Preguntó. —No lo sé, —dijo Clarissa—. Tal vez porque paso mis días por debajo del nivel de la calle y mis noches en las nubes. —Se encogió de hombros—. Creo que preferiría vivir mi vida en algún lugar en el medio. Diz le sonrió. —Tiene sus ventajas. —¿En tu caso? Sólo puedo imaginar. Diz entrecerró los ojos. —¿Que se supone que significa eso? —Bueno, —explicó Clarissa—, estoy segura de que es un verdadero beneficio tener que tropezar solo un par de pasos cuando te sientes obligada a vomitar en el costoso sedán alemán de alguien. Tendría que tomar un ascensor por diez minutos para disfrutar de ese privilegio. Suspiró. —Recuérdeme incluir esa característica en el anuncio si alguna vez decido poner este lugar en el mercado. Clarissa sonrió y terminó su café. Luego miró su reloj. —Realmente tengo que irme. —Hizo un gesto hacia sus platos—. ¿Ayúdame a limpiar esto? Diz agitó una mano sobre ellos. —No, me ocupo. Adelante y ve.
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—¿Estás segura? Diz asintió. Clarissa se puso de pie, y Diz hizo lo mismo. —Te veré otro día, —dijo. Caminaron hacia la puerta de entrada. Diz ayudó a Clarissa a ponerse su chaqueta. —Realmente no sé cómo agradecerte, —dijo—. Lo creas o no, esto realmente no sucede muy a menudo. —¿De verdad? —Clarissa agarró su melena roja y la sacó del cuello de su chaqueta, una cascada de violetas rojas llenó el pequeño vestíbulo donde se encontraban—. ¿A menudo no tienes invitados durante la noche? Diz estaba avergonzada. —Bueno no. Pero eso no es realmente lo que quise decir. —Relájate, Casanova. Se lo que quisiste decir. —Bien. —Diz se quedó allí estúpidamente, mirando sus zapatos y sin saber realmente qué decir. Se sentía ridícula y expuesta, como si estuviera tratando de tomar el control para preguntarle a la reina del baile si podía llevar sus libros al aula. Clarissa suspiró. Diz levantó los ojos y la miró. La expresión de Clarissa era ilegible. —Probablemente viviré para lamentar esto, —dijo. Diz estaba confundida. —¿Lamentar qué? —¿Querías saber si me besaste anoche? Diz asintió.
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—¿Y te dije que no recordaba que eso sucediera? Diz sintió que su miseria se complicaba. ¿Por qué Clarissa estaba planteando esto de nuevo? Era como moler sal en una herida abierta. —Pero, —Clarissa dio un paso más. La nube de violetas rojas se movió con ella—. Lo que no te dije es que sí recuerdo que esto sucedió. Clarissa empujó a Diz contra la pared y le coloco un beso. Que no era del tipo tentativo, estar borracha y no lo recuerdo, este tipo de beso experimental. Era un tipo de beso completo, franco, las manos hacia abajo, a las diez, Ave María, todo sobre ese tipo de beso que no dejaba nada a la imaginación. Y si Clarissa no hubiera tenido tan buen agarre en sus antebrazos, Diz se habría deslizado hasta el suelo y terminado en un charco de violetas rojas sobre la alfombra. —Mierda, —dijo Diz cuando finalmente salió para tomar aire. —Ahora voy a llegar tarde, —dijo Clarissa. También parecía sin aliento—. ¿Te veo mañana? Mañana era Nochebuena. Diz asintió estúpidamente. Clarissa la besó de nuevo, esta vez con rapidez y luego se volvió hacia la puerta. Estaba a mitad de camino cuando se detuvo y se giró para mirar a Diz. —¿Cuál es tu verdadero nombre, de todos modos? —Preguntó. Diz sonrió tímidamente. —Maryann. Clarissa levantó una ceja. —¿Maryann? Diz asintió.
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—Cristo. Clarissa y Maryann. Parecemos un episodio perdido de Little House on the Prairie.28 Diz le dio una sonrisa engreída. —¿Extraños compañeros de cama? —Ciertamente has acertado con esa parte. —Bajó los escalones hacia su auto esperando—. Te llamaré más tarde. Diz se paró en la puerta y la vio irse. Luego salió y se sentó en el primer escalón. Hoy hacía frío. La brizna del cielo que era visible sobre el dosel de árboles que bordeaba su calle parecía sombría. La calle estaba mojada. Diz tendió una mano. Diminutos copos de nieve aterrizaron en su palma. Parecía que iba a ser una blanca Navidad. Sonrió a través de su bruma de confusión y euforia. Nada sobre lo que estaba sucediendo tenía sentido. Un cardenal aterrizó en la barandilla de hierro forjado que flanqueaba los escalones de su casa adosada. Diz y el pájaro rojo brillante se miraron el uno al otro a través de la fina cortina de remolinos de nieve. Anoche había sido surrealista. Hoy estaba del otro lado de lo surrealista. ¿Y mañana? Mañana era Nochebuena. Nochebuena con Clarissa. Ella nunca lo vio venir. Clarissa tenía razón. A veces, Diz se perdía las pistas más importantes. Pero en realidad no importaba porque, en este momento, todos los augurios se veían bien. Contempló el pájaro rojo brillante que continuaba posado allí, mirándola. Aquí estaba, imposiblemente por delante de lo previsto: un talismán que significaba el final de sus días más oscuros... como el icono al final de una cadena de rosarios. 28
Llamada La familia Ingalls en Centro y Sudamérica, La casa de la pradera en España, Los pioneros en México, y La pequeña casa en la pradera en Chile y Venezuela es una serie de televisión estadounidense de la NBC, producida y transmitida por dicha cadena entre 1974 y 1983. Está basada en la saga de libros homónima de Laura Ingalls Wilder.
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TRADUCTORA:
—La esperanza es esa cosa con plumas. ¿No es eso lo que dijo Emily Dickinson?29 Sonrió ante la metáfora carmesí y extendió su mano. —Hola, hermosa.
FIN
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Emily Elizabeth Dickinson fue una poeta estadounidense, cuya poesía apasionada ha colocado a su autora en el reducido panteón de poetas fundamentales estadounidenses que hoy comparte con Edgar Allan Poe.