sociología y política
sociología y política
A María Inés Silberberg
Carlos Altamirano Peronismo y cultura de izquierda - 1ª ed. - Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2011. 272 p.; 21x14 cm. - (Sociología y política) ISBN 978-987-629-189-7 1. Historia Política Argentina. I. Título. CDD 320.982 Primera edición: Temas Grupo Editorial, 2001 Segunda edición, corregida y ampliada: 2011 © 2011, Siglo Veintiuno Editores S.A. Diseño de cubierta: Peter Tjebbes ISBN 978-987-629-189-7 Impreso en Artes Gráficas Delsur // Almirante Solier 2450, Avellaneda en el mes de septiembre de 2011 Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en Argentina // Made in Argentina
Índice
Prólogo a esta edición Introducción
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1. Una, dos, tres izquierdas ante el hecho peronista (1946-1955)
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2. Las dos Argentinas
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3. Duelos intelectuales
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4. Peronismo y cultura de izquierda en la Argentina (1955-1965)
61
5. La pequeña burguesía, una clase en el purgatorio
99
6. El peronismo verdadero
129
7. Memoria del 69
139
8. Montoneros
147
9. Trayecto de un gramsciano argentino
171
10. ¿Qué hacer con las masas?
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Referencias bibliográficas
253
Prólogo a esta edición
Peronismo y cultura de izquierda se publicó por primera vez en 2001 y hace tiempo que se encuentra agotado. Carlos Díaz me propuso volver a editarlo, con el sello de Siglo XXI, y esta segund a aparición incorpora algunos cambios. Escribí para ella un ensayo sobre el itinerario político-intelectual de Juan Carlos Portantiero, más bien sobre una parte de ese itinerario, que guarda afinidad con la temática del libro, “Trayecto de un gramsciano argentino”. También sumé al libro el artículo “¿Qué hacer con las masas?”, que anteriormente integraba el volumen de Beatriz Sarlo La batalla de las ideas . El resto de los artículos aparecen como en la primera edición, con algunas correcciones que agradezco a las editoras de Siglo XXI. En los diez años transcurridos desde entonces, se han publicado muchos trabajos que tocan los temas de este libro, y pude haberlo revisado, por supuesto, a la luz de esa nueva literatura. Pero me pareció que debía dejar los textos tal como se hallaban ya incorporados a la conversación de quienes se interesan por la historia de las relaciones entre la izquierda argentina y el peronismo. En esta edición he eliminado, en cambio, el breve epílogo con que concluía la anterior. Ahora veo que en esas dos páginas finales me apresuraba a dar por concluido un ciclo ideológico, el que se fundaba en la identificación del peronismo con la esperanza de la revolución social en la Argentina. ¿Qué distinguía a la izquierda peronista, desde que se empezó a hablar de ella a principios de los años sesenta? ¿Qué la diferenciaba de esa otra izquierda igualmente radical, que también creía que socialismo y nacionalismo debían unir sus fuerzas y que Cuba enseñaba el camino para la conquista del poder, si no esa fe depositada en
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la potencia subversiva, antiburguesa, de las masas peronistas y su jefe? La historia daría duras réplicas a esa creencia, y Perón, tras su retorno a la Argentina en 1973, fue el primero en suministrarlas. Después de la ruptura con Perón, del fracaso del partido armado y de la represión ejercida por la dictadura implantada en 1976, lo que subsistía de expectativa en aquel peronismo imaginado volvió a frustrarse bajo la democracia con el gobierno peronista de Carlos Menem. Por cierto, el peronismo seguía siendo el partido de los desposeídos y el caudillo riojano tenía allí su base popular, pero ya no era el partido de los sindicatos obreros (Levitsky: 2005). En 1994, al anunciar, poco antes de su muerte, que se afiliaba al peronismo, Jorge Abelardo Ramos dijo: “Lo hacemos para apoyar a la negrada. Estamos convencidos de que la hostilidad generalizada que existe contra Menem no es personal sino que es un movimiento que busca impedir que se queden los negros en el poder” (Clarín , 4/9/1994). Al abandonar la tesis que había mantenido durante la mayor parte de su vida política –que la izquierda nacional debía formar un partido independiente para proporcionarle a la clase obrera la ideología que el peronismo no podía ofrecerle–, Ramos ya no hablaba del proletariado industrial y su misión histórica. No era ajeno a este clima el epílogo que escribí en 2001 para la primera edición de este libro. Allí decía: “Actualmente ya no se piensa el peronismo en los términos de hace treinta o cuarenta años. Ya no representa el Mal, como lo fue a los ojos de la izquierda liberal, pero tampoco la Revolución. Como no sea nostálgica o paródicamente, ¿quién podría insertar todavía en las líneas de un discurso militante que el peronismo es el ‘hecho maldito del país burgués’?”. Hoy no podría suscribir, sin más, estas palabras, que reflejaban la convicción de que se asistía al fin de una época en la ideología argentina, para emplear la expresión de Oscar Terán. Después de la tempestad de 2002, cuando la Argentina osciló al borde del despeñadero, el país cambió. Aunque socialmente muy dañado por la gran crisis, escapó, sin embargo, al descarrilamiento, y, contra la mayoría de los pronósticos, la dinámica del crecimiento volvió a animar la economía nacional. Con los gobiernos de
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Néstor y, sobre todo, de Cristina Kirchner, se modificó también el clima ideológico. Desde que llegara a la presidencia cuando pocos lo esperaban, Néstor Kirchner fue el primero en transmitir con actos de gobierno, declaraciones y gestos públicos que el eje político se había desplazado hacia la izquierda. “Formo parte de una generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias; me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a las que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada”, dijo ante la Asamblea Legislativa al asumir la presidencia, en alusión a su pasado en la Juventud Universitaria Peronista de la primera mitad de los setenta. En varias oportunidades Cristina Fernández de Kirchner también haría referencia a la misma filiación de su sensibilidad y de sus valores. Es cierto que las alusiones a las raíces en la cultura política de la militancia setentista han sido siempre parcas: algunas pocas palabras, sobreentendidos y también silencios; se mencionan los ideales de aquella generación juvenil, por lo general identificados nebulosamente con la justicia, pero no se evocan ni la idea de revolución ni el socialismo nacional. El nombre de Perón casi no tiene lugar en esa imagen estilizada del pasado. Para una parte de quienes sobrevivieron a la experiencia de la JP, luego del enfrentamiento con Perón de 1974 el peronismo verdadero, es decir, lo que este significaba como promesa de liberación, no se hallaba encarnado ya por el viejo líder, sino por la juventud cuya movilización había hecho posible su retorno. ¿No es este uno de los mensajes de El presidente que no fue , de Miguel Bonasso, por ejemplo? Tal vez Néstor y Cristina Kirchner también tengan en su bagaje esta convicción asociada con la memoria del peronismo que no fue, el de la efímera primavera camporista. * No pretendo derivar de esta filiación declarada ninguna interpretación del kirchnerismo, conjunción política que sería irreductible a un movimiento de ideas. La destaco porque una veta ideológica que me había parecido no agotada, pero sí destinada a sobrellevar una existencia residual, ha sido reactivada en estos * Sobre el vínculo entre la presidencia de Kirchner y el filón setentista,
véase el perspicaz artículo de Juan Carlos Torre (2005).
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h ñ, be d, pe úee, vé de pí f e e ee de deeh hu. E ee e u de h que e h ejd e e -ppu de e dí y e uy pó h bd uh pu, d bu de zqued pe. E e eez á, uí uev geeó de e ed ee 1972 y 1974, pe e pe de eee deóg pí que e bev e ee e de ud y uu. E fev pee gd expev de b ee y d, e e pd; hpeee ev, ebg, e pebe e jóvee e du. E u de heh, e u, h d e epíg e p edó e de ee b: ¿p qué dej e pe? carlos altamirano, ju de 2011
Introducción
Los ensayos que contiene este volumen aparecieron con ligeras dierencias en revistas y publicaciones, excepto los tres primeros, que son inéditos. Cada uno responde a ocasiones e incitaciones particulares –incluso el tono cambia de uno a otro– y las pocas correcciones que introduje en ellos para esta edición no borran esas marcas de origen. Sin embargo, aunque no ueron concebidos como partes de un libro, no es diícil percibir lo que tienen en común: la convergencia, la insistencia obsesiva en algunos temas (como si no ueran más que variaciones en torno a un solo asunto) y el entrelazamiento de historia política e historia intelectual. Paralelamente al peronismo, aunque también como parte de él, se desarrolló desde un comienzo otra historia, a manera de contrapunto, la historia de las ideas sobre el peronismo. A ella pertenece una rase del dirigente peronista John William Cooke que se hizo célebre: el peronismo es “el hecho maldito del país burgués”. En verdad, el peronismo no ue más venturoso para la izquierda –como habría de comprobarlo el propio Cooke, que empeñó el último tramo de su vida política en unir el movimiento peronista con el socialismo–, que para él se identifcaba desde 1960 con la Revolución Cubana. De la constancia y el apasionamiento que Cooke puso en ese empeño no hay documento más elocuente que su correspondencia con Perón, a quien se desesperaría por con vencer de que castrismo y peronismo eran variantes locales de una misma revolución.1 Pero Cooke no ue el único en concebir e im-
1 “Deina al movimiento como lo que es –le solicitaba a Perón en 1962–, como lo único que puede ser; un movimiento de liberación
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pulsar la idea de ligar las dos uerzas escindidas, ni el primero en sostener que cada una encerraba una parte de la verdad que daba sentido a la historia. Algunos antes que él, ya bajo el gobierno de Perón, y muchos otros después, en los tiempos de la proscripción, se plantearon el asunto: si la verdad última del peronismo se hallaba en la revolución socialista, ¿cómo ayudarlo a cobrar conciencia de sí mismo? Durante años este asunto ue motivo de controversia y ormó parte de ese proceso intelectual más vasto que Federico Neiburg ha llamado la “invención del peronismo”: “Por mucho tiempo, interpretar el peronismo ue un tema central en los combates intelectuales argentinos, de tal orma que, para ser escuchado, cualquier individuo interesado en hablar sobre la realidad social y cultural del país debió participar en el debate sobre sus orígenes y su naturaleza” (Neiburg, 1998: 15). 2 Pues bien, este combate por el signifcado del hecho peronista, directa o alusivamente, está en el ondo de estos ensayos que agrupé bajo el título común de Peronismo y cultura de izquierda.
Al hablar de cultura de izquierda me refero a ese subconjunto de signifcaciones que le confrieron identidad como sector de la vida política e ideológica argentina. O sea, una terminología y órmulas más o menos codifcadas (un lenguaje ideológico), cierta undamentación doctrinaria, valores y rituales particulares, símbolos distintivos y una memoria histórica –una narrativa– más o menos específca. En resumen, son las signifcaciones que se reúnen habitualmente bajo el concepto de “cultura política” (Sirinelli, 1997: 438). Franja dierenciada de la sensibilidad política, la cultura de la izquierda no ue, sin embargo, un ámbito sin comunicación ni intercambios con el conjunto de la cultura política
nacional, de extrema izquierda en cuanto se propone sustituir el régimen capitalista por ormas sociales, de acuerdo a las características propias de nuestro país” (Perón y Cooke, 1973: 222). 2 La palabra “invención”, aclara Neiburg, está destinada a indicar no el carácter icticio o abuloso de los rasgos que los intérpretes que estudia atribuyeron al peronismo, sino el interés que su análisis le presta al proceso de construcción de las interpretaciones.
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nacional y sus clivajes. Por el contrario, importó y adaptó signifcados procedentes de otras zonas. Los sincretismos, que son una práctica habitual en el cuadro de toda cultura, lo son también en el espacio de la izquierda, aunque la procedencia de los elementos que en cada caso se pondrían en simbiosis con los de la propia tradición varió históricamente. Irrigada por partidos políticos ri vales, por publicaciones a menudo hostiles y por personalidades intelectuales irreductibles a los grupos organizados, la cultura de la izquierda no ha tenido una sola uente de propagación ni de inculcación. Su confguración, que se compone de elementos di versos, no responde pues al modelo de una estructura coherente, sin contradicciones, incongruencias ni cabos sueltos. Las ideologías en la sociedad moderna (aun la de los grupos que se reducen a la comunidad de los militantes, como las sectas),3 están expuestas al exterior, a los trastornos políticos y sociales del presente, a los desaíos de los discursos rivales. Obligadas a responder, o bien invalidan los datos que parecen perturbarlas o bien se reinterpretan a sí mismas para dar cabida a los acontecimientos, coordinándolos con los principios de la doctrina. La cultura de la izquierda ha estado sometida, como cualquier otra, a esta dinámica en la tramitación de su relación con la historia en curso. Es decir, uctuando entre la resistencia al exterior y la revisión. En la Argentina, el hecho peronista ue a lo largo de la segunda mitad del siglo XX uno de los grandes ejes de variación de esa cultura. “Todas las sociedades complejas –escribe Jerey C. Alexander– han tenido sus mitos acerca de la Edad de Oro. Sólo en Occidente, sin embargo, se comenzó a pensar seriamente en que esa nue va edad podía realizarse en este mundo, no en uno extraterreno o antástico. Estas concepciones mundanizantes ueron ormuladas en el judaísmo tres o cuatro mil años atrás. Si los judíos mantenían su alianza con Dios, prometía la Biblia, Dios establecería su
3 “El partido es inclusivo, la secta es exclusiva. Las iglesias y los partidos procuran atraer a todos los hombres de buena voluntad; la secta procura reclutar una minoría selecta de ‘agentes’ religiosa o políticamente caliicados” (Coser, 1978: 101).
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reino de perección en la Tierra –lo que habrá de denominarse el Milenio–. Como los judíos eran el pueblo elegido, Dios prometió que al fnal serían redimidos. Los cristianos creyeron que Cristo había sido enviado para renovar esta promesa de redención. Desde entonces hemos vivido en lo que podría llamarse una civilización milenarista […] La e en la perección ha animado todos los experimentos de importancia en el mundo moderno, grandes y pequeños, buenos y malos, el reormismo incesante tanto como las revoluciones impulsadas desde la izquierda y desde la derecha” (Alexander, 1995: 65-66). Creo que esta tesis respecto de las relaciones entre esperanza escatológica y esperanza revolucionaria, que resume una amplia literatura,4 orece una clave para enocar ciertos hechos de la experiencia argentina reciente. Por ejemplo, el encuentro de radicalismo católico e izquierda marxista que se produjo en la segunda mitad de los sesenta y reunió, en las flas del llamado peronismo revolucionario, a dos campos de creencias militantes. Es el tema de uno de los artículos reunidos en este volumen, “Montoneros”, y la hipótesis es que la inesperada intersección de las dos culturas mostró lo que ambas tenían en común: los mismos impulsos milenaristas y el mismo sentimiento de una deuda con el pueblo. ¿No ormulaba el marxismo en lenguaje secular las mismas certidumbres del populismo católico, integrista o progresista? ¿No era la Revolución inminente el acontecimiento redentor que abría el camino para una sociedad librada del surimiento y la injusticia? Producido en torno de la promesa escatológica del Mundo Nuevo y la proeza heroica de la Revolución armada, aquel encuentro insospechado se hace menos extraño. El tema de la deuda y la culpa con el pueblo es también el pivote del ensayo “La pequeña burguesía, una clase en el purgatorio”, aunque aquí el pueblo es el proletariado. El supuesto, aludido pero no explícito, del artículo
4 Entre las obras que han contribuido a esta temática se pueden citar: Ideología y utopía , de Karl Mannheim; El sentido de la historia , de Karl Löwith; En pos del milenio , de Norman Cohn; Exodus and Revolution , de Michael Walzer; Potere e secolarizzazione. Le categorie del tempo , de Giacomo Marramao.
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es que el proletariado ocupa en el pensamiento marxista el lugar del “pueblo elegido”, transmutado en la fgura de la última clase, mesías colectivo cuya misión es poner término a la explotación y a las sociedades de clase (Papaioannou, 1991: 222-225). La “verdad” que una parte de la izquierda ideológica buscará y solicitará del peronismo en los sesenta y los primeros setenta no será otra que la verdad de esa clase salvadora.
. Una, dos, tres izquierdas ante el hecho peronista (1946-1955) 1
El hecho social que está a la vista y miden las columnas numéricas de los escrutinios puede resumirse así: ha cuajado un movimiento tumultuario que irrumpiendo en los procesos ordenados, deja de lado las medidas, los cuadros y las consideraciones tradicionales, rompe con todo, con esto y aquello, salta por los principios, los partidos, la universidad, los diarios, la opinión independiente calificada, y se derrama con fuerza sobre el vasto campo de la política, que ahora cubre y no sabemos si sabrá dominar. La Vanguardia, 19/3/46 5
del lado de los socialistas
Radicales, socialistas y comunistas percibieron sólo después del combate electoral del 24 de febrero de 1946 que el ascenso de Perón había revuelto las cartas y que el nuevo movimiento les había arrebatado algo a todos: la mayoría electoral y el lugar del partido popular, bases y dirigentes en las provincias, o cuadros sindicales y el apoyo obrero en el perímetro de la Argentina industrial. No obstante, con la excepción del Partido Comunista (PC), ninguna de las fuerzas involucradas en la Unión Democrática, la coalición
5 Pude consultar los documentos en que se basa este artículo en el CeDInCI, cuyo funcionamiento ejemplar, pese a los pocos recursos materiales con que cuenta, merece destacarse porque es infrecuente en la Argentina. Aprovecho esta nota para agradecer a su director y a todos los jóvenes que durante varias tardes hicieron más fácil mi tarea.
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derrotada, estimó que el cuadro que había surgido de las elecciones podía llevarlas a revisar posiciones respecto de la defnición del antagonismo: para ellas los comicios habían cambiado la apariencia, pero no la sustancia del conicto político, y el carácter conuso del nuevo movimiento no debía enturbiar esa verdad. Según esta representación, ¿qué había ocurrido en las urnas? Que, contra lo previsto, los votos le habían dado el triuno al candidato “continuista”, es decir, le habían conerido achada legal a lo que era y seguía siendo la “revolución nacional”, empresa totalitaria que remedaba tardíamente al ascismo y tenía su acta de nacimiento en el golpe de Estado del 4 de junio de 1943. El presidente electo no era sino el jee de esa empresa política. “La dictadura –decía el primer editorial en que el periódico socialista La Vanguardia tomaba nota de las ciras del escrutinio– ganó su primera batalla… electoral para fnes suyos, de índole militarista y continuismo ascista, aunque movilizando con acierto motivos populares que distan de ser iguales a aquellos fnes ocultos de los usuructuarios de la revolución” (La Vanguardia , 12/3/46). La lucha, pues, continuaba, y en los términos ya defnidos en 1945. (Para no ignorar enteramente el cuadro del debate y de las posiciones, hay que consignar que desde el gobierno, comenzando por Perón, se reivindicaban los títulos de la Revolución de Junio de 1943 junto al veredicto de las urnas: estas habían convalidado los postulados de aquella.) Desde el punto de vista político, el partido de la oposición entre 1946 y 1955 ue el radicalismo, cuyo Comité Nacional resolvió a pocos días de la derrota electoral recomendar “a los legisladores, dirigentes y afliados de la Unión Cívica Radical (UCR), la adopción de una conducta de severa resistencia moral y activa oposición” (Argentina Libre , 20/4/46).6 Ideológicamente, sin embargo,
6 Para la Intransigencia, que asumiría el papel de ala izquierda del partido y tomaría su dirección en 1948, el triuno de Perón relejaba la crisis en que se debatía el país y esta era inseparable de la crisis del radicalismo, que había perdido su orientación revolucionaria bajo la guía del sector liberal del partido –los “antipersonalistas” o “unionistas”–. Concibiendo a la UCR como un partido más, es decir, una
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el gran antagonista del peronismo ue el alineamiento socialistaliberal, y una parte de la izquierda se expresó y se reconoció en el interior de ese alineamiento. El credo del progreso nacional y su narrativa –el relato del avance económico y civil del país, a cuya marcha colaboraban los logros de la educación común– había comunicado desde comienzos de siglo a socialistas y liberales “esclarecidos”, positivistas o espiritualistas (por lo general, un poco de las dos cosas). La confanza en el progreso no era incompatible con la indignación por la suerte de los trabajadores, excluidos de los benefcios de esa marcha. Más aún: el reconocimiento de que la justicia social debía incorporarse a la agenda de la civilización era la marca distintiva de los liberales progresistas. Hasta comienzos de los años treinta, el obstáculo para la evolución civil era la “política criolla”, conservadora o radical; ahora, el mal tenía la apariencia de un “movimiento tumultuario”, según la expresión de La Vanguardia. La palabra “tumultuario” y lo que evoca –multitud, conusión, alboroto– parecían colocar el “hecho social” que estaba “a la vista” bajo el signo de lo inclasifcable, pues allí se había alojado lo heteróclito: “La corriente arrastró resquemores, dolores, injusticias, ambiciones, traiciones, desclasados, resentimientos, egoísmos, impaciencias, ilusiones súbitas e impostergables, desesperanzas de esto y esperanzas de lo otro, descreimiento de lo de acá, creimientos ingenuos del más allá” ( La Vanguardia, 12/3/46). El nuevo movimiento “ríe y burla con la satisacción de la energía elemental desatada” ( La Vanguardia, 19/3/46). Pero ni un partido, ni el periódico de un partido, están hechos para divagar sobre lo impensado. Deben defnir, nominar los he-
pieza del régimen, los unionistas habían comprometido la identidad radical al involucrarla en la Unión Democrática, lo cual permitió que Perón atrajera una parte de los votos populares del radicalismo. Pero el “pueblo radical” era más que un partido, según lo enseñaba la tradición yrigoyenista, y la mayoría electoral se recuperaría devolviendo la UCR a su verdadera identidad, encarnada en la Intransigencia. Más allá del pleito interno, también para los intransigentes las elecciones sólo habían dado orma legal a un proyecto que seguía siendo el de una dictadura.
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chos en consonancia con la doctrina y dar razones para la acción cívica, más aún si en las flas propias o cercanas a las propias se ha instalado el malestar y la desorientación. “Ante el cuadro muchos ciudadanos se preguntan: ¿pero es que los principios tienen algún papel en la política? ¿Será verdad que debemos promover la educación de las masas y confar en el método de la evolución creadora?” (La Vanguardia, 19/3/46). El Partido Socialista (PS) era el partido de los principios y llamaría a aerrarse a ellos, no obstante la inclemencia momentánea. Argentina Libre ue hasta 1948 el órgano común del progresismo liberal-socialista. Había reaparecido con su nombre original, abandonando el sustituto de Antinazi , después de la derrota de la Unión Democrática y llevaba un epígrae de combate: “8 veces clausurada por el gobierno de Castillo y 2 veces por la dictadura”. Los órganos de expresión intelectual de esta izquierda ueron revistas como Cursos y Conferencias , Liberalis , Ascua , Sagitario . “Las minorías que hoy podrían orientar a la masa padecen la congoja de no sentirse respaldadas por ella”, escribía en 1949 José Luis Romero, resumiendo con la mayor elocuencia el sentimiento de tribulación e impotencia con que atravesaron la década peronista las sociedades de pensamiento de la izquierda socialista-liberal (Romero, 1956a: 27).7 Aunque la crítica sin tregua que esta ormulaba al peronismo incluía también el cuestionamiento de la política económica del gobierno, el eje de la reprobación era de índole política, cultural y moral –dictadura, clericalismo, demagogia, aventurerismo, corrupción–. Ahora bien, a medida que el gobierno de Perón y su ascendiente electoral ueron revelándose más duraderos de lo que se había vaticinado al principio, la expectativa de una recomposición de las relaciones entre la minoría de izquierda y la masa se trasladó al uturo posperonista. Que la hora de la democracia social llegaría después del régimen político presente es el mensaje del libro más
7 Sobre una de esas “sociedades de pensamiento” (la etiqueta es del nacionalista Mario Amadeo), el Colegio Libre de Estudios Superiores, véase Neiburg, 1998: 137-182.
una, dos, tres izquierdas ante el hecho peronista… 23
importante que produjo la literatura antiperonista entre 1946 y 1955, Historia crítica de la revolución del 43 , de Américo Ghioldi, cuyo subtítulo anunciaba: Programa constructivo para el mañana. “Al emprender el trabajo en un clima de rosismo activo –escribe Ghioldi– he tenido en cuenta […] una curiosa modalidad de algunos escritores contemporáneos consistente en rehabilitar prácticas, condiciones negativas y personajes de ningún valor creador” (Ghioldi, 1950a: 10). Como si no quisiera orecer nada que se prestara al trabajo de rehabilitación de algún revisionista del mañana, el autor hará una crítica sin respiros del régimen peronista, entendido como cumplimiento del movimiento nacionalista del 4 de junio de 1943. Ningún sector de la “Argentina revolucionada”, ni la política interna ni la exterior, ni la reorma constitucional del 49, ni la gestión económica, nada, en suma, escaparía a la reprobación, el peronismo era el mal totalitario y había hecho estragos aun en la oposición: “El miedo y la pusilanimidad de no poca gente antidictatorial constituye una columna de sostén de la propia dictadura. Esto es lo que prueba la experiencia de la historia y enseñan los regímenes totalitarios” (Ghioldi, 1950a: 603). No todos los socialistas aceptaban la nominación pura o predominantemente política de la experiencia en curso. En un artículo de esos mismos años, José Luis Romero señalaba qué era a sus ojos lo esencial de la nueva realidad: “El proceso político es, entre todos, el menos importante y lo undamental es todo lo que se oculta detrás de él en el plano económico y social, especialmente en relación con la situación de las masas, porque esa situación puede crear condiciones orzosas en el uturo” (Romero, 1956b: 29). En otras palabras, aunque unesto, el peronismo era sólo un enómeno político circunstancial; su visibilidad inmediata no debía ouscar la lectura de lo que se agitaba bajo su superfcie, el proceso social de las masas. Esta realidad más prounda tornaba ilusoria toda política que pretendiera retrotraer la situación de los trabajadores a diez o veinte años atrás. “Prácticamente lo han reconocido así los partidos progresistas que parten ya de esta nueva realidad para tratar de atraer o reconquistar partidarios” (Romero, 1956b: 37). La nueva realidad no remitía casi al peronismo; iba más allá de este y su eco se registraba ya en la nueva conciencia de
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los partidos progresistas. Remitía, en suma, al posperonismo. (Lo que resultaba descartado era la posibilidad, e incluso la pregunta por la posibilidad, de que la identifcación con Perón, Evita y el Estado de la Justicia Social estuviera engendrando en esas masas activadas una nueva identidad política popular.) El socialismo no atravesó la década peronista sin impugnaciones internas, undadas por lo general en la opinión de que el partido corría el riesgo de sacrifcar, o simplemente sacrifcaba, la identidad socialista, conundiendo su papel en la oposición con el de una uerza liberal. Algunas disidencias no harían sino dar nueva expresión a la disputa entre dirigentes políticos y activistas sindicales en las flas del socialismo, que venía de los años treinta y se había intensifcado entre 1943 y 1945, con la aparición de Perón en la escena (Torre, 1990: 95-102). Algo de esto se ventiló en la ractura que dio base a la creación del Partido Socialista de la Revolución Nacional en 1953, aunque en el episodio hubo mucho de operación gubernamental (Luna, 1992: 63-72). Otras impugnaciones se colocarán a la izquierda de la línea ofcial y no pondrán en entredicho la defnición del carácter dictatorial del régimen, sino la estrategia para recuperar el lazo con el movimiento obrero.8 Ninguna, sin embargo, haría variar el compacto antiperonismo del centro dirigente que desde 1949 sólo confaba ya en que únicamente un golpe de Estado podía poner fn al régimen justicialista.
8 Una declaración diundida en orma de volante puede ilustrar este tipo de disidencia: “La acción política en deensa de las libertades básicas del régimen democrático no debe ser abandonada en ninguna circunstancia, pero ello no debe implicar la reducción de la lucha – hablamos como socialistas– por las reivindicaciones undamentales de la clase trabajadora. […] La única posición constructiva en el terreno sindical es trabajar con la clase obrera sin discriminaciones. El contacto y la solidaridad con ella debe producirse cualquiera sea el sindicato en que se agrupe: libre o dirigido; es la única vía para la capacitación política del proletariado, aspecto undamental del problema” ( Decla- ración del Ala Izquierda del Partido Socialista , enero de 1949).
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del lado de los comunistas
En el PC, la derivación de la derrota de la Unión Democrática ue dierente. Después de aguardar largos días que el cómputo fnal de los votos produjera un milagro –no se terminaba de creer en el triuno del improvisado rente que encabezaba Perón–, el PC dio señales de que se aprestaba a dar un giro en la defnición del antagonismo. “Late en el país el ermento de una cosa nueva; grandes masas asoman por primera vez a la vida política; se están removiendo las bases sociales de los partidos políticos”, se leía ya el 6 de marzo en el semanario Orientación, el principal órgano del partido. Y la nota añadía más adelante: “Para una realidad nueva son necesarios organismos partidarios que la comprendan ajustándose ellos mismos a esa realidad” (Orientación , nº 329, 6/3/46). Enseguida desapareció del lenguaje de la prensa comunista la órmula “nazi-peronismo” y dejó de propagandizarse el olleto Batir al nazi-peronismo , del líder partidario Victorio Codovilla, que hasta la víspera de los comicios era anunciado como un documento clarividente. No habría en la palabra ofcial de los comunistas maniestaciones de desazón equivalentes a las que por esos mismos días podían encontrarse en la prensa socialista, pero en las reuniones reservadas a los militantes la preocupación ue registrada. Lo grave, dirá en una de ellas Codovilla, no residía en que la Unión Democrática no hubiera triunado, sino “en que grandes sectores de la clase obrera ueron ganados momentáneamente por el peronismo y no por su partido de clase” (en Arnedo Álvarez, 1946: 50). Los elementos de la nueva defnición política y de la táctica correspondiente ueron desgranándose de a poco, en los meses que precedieron a la asunción de la presidencia por Perón. ¿Por qué había sido derrotada la Unión Democrática? Por desaciertos de la propia coalición, que no había tomado en cuenta las advertencias y recomendaciones de los comunistas. Estos, a su vez, habían tenido errores y debilidades en el terreno sindical, donde “por temor de perder aliados en el campo de los sectores burgueses progresistas” no habían tenido participación en la lucha reivindicativa de los trabajadores, lo que aisló al partido de las masas (Arnedo Álvarez, 1946: 43-49).
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Lo importante, sin embargo, era el sentido que habían tenido los votos del pueblo: tanto los que ueron a los candidatos de la Unión Democrática como los que recibió Perón, dieron respaldo a las mismas promesas electorales –reorma agraria, desarrollo económico del país, independencia nacional–. En conclusión: “Tenemos que abatir la inuencia de los imperialismos en el país. Tenemos que terminar con la política oligárquica. Esto es lo que quiere la mayoría del pueblo argentino y esta es la necesidad más apremiante” (Orien- tación , nº 332, 27/3/46). La mayoría electoral resultaba así diluida en la “mayoría” construida mediante la interpretación del sentido del voto que recibieron las dos coaliciones. A través de una aritmética voluntarista, hecha de sumas y sustracciones en el papel, los comunistas veían prefgurarse un nuevo reagrupamiento de uerzas, coherente con el objetivo, que reaparecía nuevamente en la superfcie, de la revolución democrático-burguesa. La mayoría en potencia, es decir, el conjunto producido por este análisis mágico, tendría su instrumento en el Frente de Liberación Social y Nacional. ¿Qué harían los comunistas rente al nuevo gobierno? Darían apoyo a “todo acto gubernamental que esté de acuerdo con aquellas promesas (soberanía y desarrollo económico) y con las necesidades progresistas del país” (Orientación , nº 343, 12/6/46). Consecuente con esta posición, que confaba en presionar a Perón con sus propios compromisos, el PC respaldará y se movilizará a avor de la “Campaña de los sesenta días” contra el encarecimiento de los artículos de primera necesidad, lanzada por el gobierno a poco de asumir. La eliminación de la reerencia al nazi-peronismo no acallará, sin embargo, las alusiones a la presencia de elementos ascistas en el gobierno; y la opinión de que el proyecto de reorma ascista del Estado seguía en pie, aunque había cambiado de orma, coexistirá con la redefnición de lo que en el lenguaje marxista-leninista los comunistas llamaban la “contradicción principal”.9 Así, el gobierno de Perón no será nunca objeto de
9 “El 4 de junio ue el intento de consolidar un Estado ascista en el país. Por la lucha interna del pueblo, los comunistas en primera ila, y por la derrota del Eje en lo internacional, los planes ascistas no pudieron lograrse en la orma deseada: hubieron de ceder en parte, y
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una caracterización general concluyente, tal como era de rigor en un partido comunista. El congreso partidario, que coronó en agosto de 1946 el proceso de reajuste a la nueva realidad, eludirá ese pronunciamiento destacando la composición heterogénea del gobierno peronista, en el que convivían sectores democráticos y progresistas con grupos proascistas (como la entonces llamada Alianza Libertadora Nacionalista) y sectores reaccionarios del ejército, la policía y el clero. Sobre ese conglomerado gobernante, sostenía Codovilla en su inorme al congreso, se ejercía una doble presión: la de las masas populares, por un lado, y la de los círculos imperialistas y oligárquicos, por el otro; el curso que tomaran las cosas dependería de cuál de esas presiones uera más efcaz. La táctica de los comunistas sería la de apoyar las medidas del gobierno que evaluaran positivas, pero criticar las negativas y preservar siempre la independencia política del partido, que seguía considerándose el representante de la clase obrera (Codovilla, 1946). La nueva posición de los comunistas, que se oponían a que el combate se defniera entre peronismo y antiperonismo, los separaría de sus antiguos aliados, pero no los acercaría a las masas que seguían a Perón. ¿Cómo llevar adelante el objetivo de ligarse a esas masas sin ceder la iniciativa a quien era su líder? ¿Cómo enrentar al gobierno de Perón –combatir lo negativo– sin enrentar a las masas que veían ese gobierno como propio?10
en parte también cambiaron de orma pero no de objetivos” ( Orienta- ción , nº 340, 22/5/46). 10 Perón, por su parte, consideraba al PC poco más que una agencia de la Unión Soviética y el anticomunismo seguiría siendo un tema recurrente de sus alocuciones y escritos. Puede pensarse que Perón, hostigado por el conjunto de los partidos políticos tradicionales, diícilmente hubiera rechazado por razones de principios el apoyo de una uerza política, aun la del PC. Pero ¿qué interés podía encontrar en el respaldo ocasional de un partido que proclamaba su independencia política, declaraba su propósito de oponerse a lo que juzgara negativo y buscaba movilizar a las masas para que el nuevo gobierno cumpliera con sus promesas electorales? El hecho es que el líder del nuevo movimiento no sólo denunciará una y otra vez la acción o los móviles arteros de los agitadores comunistas, como ya lo había hecho entre 1943 y 1946, en su carrera hacia el poder, sino que señalará al mundo la lección de la Nueva Argentina, el país donde merced a la
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En defnitiva, ¿cómo juntar el agua y el aceite, es decir, cómo dar realidad práctica a la idea de unir los sectores progresistas del campo peronista con los sectores progresistas del campo antiperonista? La reorientación del PC quedaría, pues, a mitad de camino. Oponiéndose alternativamente al gobierno y a lo que llamaba la “oposición sistemática”, rechazando una dicotomía que no estaban en condiciones de alterar, oscilando entre la preservación de la identidad –resumida en la bandera de la independencia del partido– y la táctica que los sacara del aislamiento, pero que los exponía a los riesgos del exterior peronista o antiperonista, los comunistas no lograrían encontrar un lugar en el nuevo juego político. Y a lo largo de los casi diez años de gobierno peronista los virajes se sucederían. Después de la reorma constitucional de 1949, algo del viejo vocabulario volvió a la super fcie: el régimen justicialista era un experimento “corporativo de tipo ascista”. (Según Juan José Real, esta órmula era apenas un juego de palabras destinado a responder a quienes objetaran la defnición: “¿Es un gobierno corporativo-ascista? No, es un gobierno de tipo corporativo-ascista” [Ibarra, 1964a].) Pero en 1952 hubo un nuevo giro: el partido ue lanzado a la búsqueda sin retaceos de la unidad con el peronismo y a la discusión sobre la postura adoptada hasta entonces rente al gobierno de Perón y la defnición que debía hacerse de él. Impulsada justamente por Real, por entonces la segunda fgura en la jerarquía partidaria, la operación sólo duró los meses en que estuvo ausente del país Victorio Codovilla, quien a su vuelta reinstaló al partido en su posición anterior y acusó a Real de desviación “nacionalista burguesa” (Codovilla, 1953).11 El episodio, aun a través
concepción justicialista se había vencido al comunismo. “Nuestro justicialismo ha demostrado ser una solución, superando al capitalismo y al comunismo, y sin embargo, ha sido y es combatido por ambos en un contubernio inexplicable” (Perón, 1973: 22). 11 Más de diez años después de su expulsión, Real (Ibarra, 1964b) dio su propia versión del episodio, aunque con la discreción de quien sabía respetar los entresijos de su antiguo partido.
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del lenguaje estereotipado de los documentos ofciales, con sus órmulas rituales y las citas de autoridad, expuso la situación en que se debatían los comunistas: ¿cómo hacer política aquí y ahora sin incurrir en alguna “desviación” –la del sectarismo, que llevaba al campo de la oposición sistemática, o la del oportunismo, que llevaba a la asimilación peronista?12 “Nuestro Partido está rodeado del medio ambiente en que actúa y este medio ambiente presiona constantemente sobre él”, observará Codovilla, transmitiendo la desconfanza que inspiraba en los comunistas el mundo exterior. En ese medio ambiente, la tarea de “conquistar a las masas inuenciadas por el peronismo y por la oposición sistemática” era una tarea diícil y “llena de acechanzas” (Codovilla, 1953: 89). Desde el punto de vista práctico el resultado ue marchar sobre el mismo sitio, mientras se oteaban los signos de desperonización de las masas.13
marxismo y nacionalismo
La peripecia del “caso Real” no ue el único hecho que sacó a la luz pública la perturbación que había acarreado al monolitismo comunista el ascenso del peronismo. En realidad, la primera maniestación de disconormidad con el trámite que el grupo dirigente daba a la sorpresa del 24 de ebrero de 1946 se pro-
12 “No olvidar que es preciso luchar en dos direcciones: contra las tendencias oportunistas que tienden a prosternarnos ante el peronismo, y contra las tendencias sectarias que tienden a alejarnos de las masas peronistas y a prosternarnos ante la oposición sistemática” (Codovilla, 1953: 11). 13 Reiriéndose al debate sobre el peronismo posterior a 1955, Federico Neiburg (1998: 52) ha señalado que las interpretaciones relativas al hecho peronista se ordenaron de acuerdo con varias dicotomías, entre ellas la divisoria entre las versiones que implicaban la peronización del intérprete y las que suponían la desperonización del pueblo. Ahora bien, esta disyuntiva, que era propia de quienes buscaban no sólo interpretar sino también actuar, es decir, propia de un discurso militante, se esbozó ya después del triuno de Perón en 1946.
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dujo casi inmediatamente después de las elecciones y la animó, hasta ser expulsada, una sección partidaria conocida como la “célula erroviaria”. 14 A este núcleo disidente estaban asociados varios intelectuales, entre ellos Rodolo Puiggrós. Reconocido hasta entonces por sus ensayos de historia argentina y por haber dirigido en la segunda mitad de los años treinta la revista Argu- mentos , Puiggrós habrá de convertirse en el principal teórico del pequeño grupo que desde 1947 se expresará a través del periódico Clase Obrera . Tomando literalmente el llamado a la discusión ormulado por la dirección partidaria poco después del triuno del peronismo, la célula erroviaria había actuado como si su papel hubiera sido eectivamente el de dilucidar qué había ocurrido el 24 de ebrero o, mejor dicho, qué motivos habían llevado al alineamiento social que reveló el veredicto electoral de ese día. Para el núcleo dirigente del PC se trataba de asimilar el revés sin debilitar su autoridad ante los propios dirigidos y la admisión de errores no podía lesionar ese presupuesto. En otras palabras: la discusión debía aliviar al partido de la derrota, neutralizar las herejías que esta pudiera alimentar, tramitar el pasaje de una táctica a otra y unifcar la organización en torno a sus jees. La identifcación de errores dentro de las propias flas se inscribía en la misma economía. Ahora bien, al proponerse responder por su cuenta sobre las causas de que la mayoría de los trabajadores votara a Perón y de que el “partido de la clase obrera” hubiera perdido contacto con su clase, los disidentes llevarían su celo más allá de esos límites. Tras las rases de rutina respecto de la crítica y la autocrítica, los integrantes de la célula erroviaria se permitieron indicar, como uente de aquello que la dirección exponía ahora como errores, los documentos y declaraciones de ese mismo grupo dirigente, incluido Codovilla, la cabeza reconocida del
14 La verdadera posición de los ferroviarios comunistas de Buenos Aires, FC Sud , Conclusiones de los erroviarios de Buenos Aires, FCS del Partido Comunista, 1947.
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partido. Había un desaío a la cúpula en el reclamo a que toda ella, incluido su líder, admitiera abiertamente su responsabilidad; y, al comienzo, ese desaío ue más herético que el contenido mismo de las divergencias, pues la inalibilidad era un atributo indisociable de la autoridad. Pero poco a poco, sobre todo tras su expulsión, el grupo disidente ue dando contenidos a una plataorma contrapuesta a la del PC, ligada a otra defnición del peronismo y de la táctica a seguir rente a él y proclamada en nombre de la verdadera aplicación de la ciencia marxista-leninista. El lenguaje ideológico del periódico Clase Obrera no se distinguiría del lenguaje comunista sino por el uso que haría del mismo conjunto nocional. En eecto, los mismos términos y los mismos enunciados de base respecto del proletariado, el imperialismo, la independencia económica, la burguesía nacional, el valor de la industria pesada, etcétera; las mismas autoridades teóricas (Lenin y Stalin dominaban sobre cualquier otra reerencia) y las mismas experiencias internacionales invocadas como prueba se articularían para ormular una defnición dierente del peronismo y de los dos campos antagónicos –la contradicción principal–. Después de todo, los disidentes no sólo se colocaban bajo la invocación del marxismo-leninismo, sino que disputaban el título de verdaderos comunistas. De acuerdo con las tesis de Clase Obrera , el gobierno peronista representaba a la burguesía nacional y la táctica justa era aliarse e incluso colaborar con él en la lucha contra el imperialismo.15 No se trataba de fjar una alternativa a la dicotomía entre peronismo y antiperonismo, como se proponía el PC, sino de undir esa dicotomía en el molde de los dos campos en que se distribuían las uerzas en un país dependiente, el campo antiimperialista y el proimperialista. Al primero pertenecía el gobierno
15 “La burguesía industrial coincidió con el sector industrialista del ejército, y la clase obrera, sin vanguardia que la orientara, aceptó la hegemonía de la burguesía nacional, a cambio de una política social que se tradujo en aumento de salarios, aguinaldos, jubilaciones, casas de descanso, etc.” (Movimiento ProCongreso Extraordinario del Partido Comunista, 1948: 15).
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del general Perón, “gobierno de la burguesía nacional que quiere el desarrollo capitalista de la Argentina, pero que no puede lograr sus objetivos sin resistir las presiones crecientes del imperialismo yanqui y nacionalizar las pertenencias del imperialismo inglés, particularmente los transportes, el sistema bancario y el comercio exterior”. El círculo inicial atravesó racturas y deserciones, y hacia 1953 Clase Obrera prácticamente se había reducido al núcleo ideológico que rodeaba a Rodolo Puiggrós. Para entonces, no sólo daba apoyo al gobierno de Perón sino que había contraído con él un vínculo orgánico. Una de las expresiones de ese lazo ue Argenti- na Hoy , revista del Instituto de Estudios Económicos y Sociales, centro donde los comunistas y socialistas atraídos por el nuevo movimiento habían juntado sus pocos eectivos. En las páginas de Argentina Hoy , Eduardo Astesano adelantó las tesis que después retomaría en su Ensayo sobre el Justicialismo a la luz del materialismo histórico , donde consigna que Perón había llamado a los miembros del Instituto a “lanzarse a la labor de completar el árbol de la doctrina” justicialista (Astesano, 1953: 26). Cercano a Puiggrós y salido también de las flas del PC, Astesano alegará esa invitación del líder justicialista al exponer una interpretación del peronismo que muestra al círculo de Clase Obrera ya en la ruta del nacionalismo marxista. La revolución y la doctrina justicialistas, dirá Astesano, debían enocarse como un momento del proceso por etapas que conduciría el país al socialismo. Por ello, seguía el razonamiento, como “marxistas de un país que lucha por su liberación, prescindiendo de detalles, debemos aceptar los tres postulados de la Doctrina Justicialista y luchar por su aplicación, dentro de los cauces que fja el propio gobierno revolucionario en su política económica”. Más aún: “Aceptamos también el concepto repetidamente expuesto por el creador del justicialismo, que estamos rente a una doctrina de toda la Nación, y que en la presente etapa no pueden existir grupos políticos opuestos a la misma” (Astesano, 1953: 25). Ubicada en el cuadro internacional, la revolución justicialista era una revolución de “nueva democracia”, afrmaba Astesano, quien entresacaba ese término de los escritos de Mao Tse-Tung. El auto-
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ritarismo del régimen peronista, que era un tema constante de la crítica socialista y comunista, debía juzgarse de acuerdo con ese enoque, pues la cuestión de las libertades no podía analizarse sin tomar en cuenta los intereses en juego: no había democracia “pura”. En el pasado, la democracia liberal había sido el complemento de la economía librecambista y su “prescindencia ormal” amparó el dominio económico y cultural del imperialismo. La re volución justicialista, a su vez, había inaugurado “un sistema de dictadura democrática antiimperialista”. Al mismo tiempo que abría las puertas de la democracia política a las grandes masas, ese sistema aplicaba “la violencia revolucionaria contra algunos sectores de la burguesía imperialista extranjera y sus agentes” (Astesano, 1953: 35-36). El ensayo de Astesano, que ilustra la orientación que siguió el grupo de Clase Obrera ya bajo la guía de Puiggrós, es un escrito de su tiempo. Ahora bien, devolver ese escrito a su tiempo es, antes que nada, devolverlo a la lucha por la nominación legítima del peronismo que se libraría en el ámbito de la izquierda desde los primeros años del gobierno de Perón. Lucha simbólica, cada representación del peronismo iba asociada a prescripciones políticas que podían reducirse, en el límite, a los términos de una disyuntiva: o se apostaba a la desperonización más o menos próxima de las masas o había que unirse al peronismo, donde estaban las masas. Como si voluntad y representación ueran indisociables, para socialistas y comunistas (que, con variantes, se identifcaron con la primera alternativa), el peronismo debía verse como un hecho circunstancial; para quienes harían la segunda apuesta, el hecho peronista era (o debía ser interpretado como) una etapa de la revolución nacional que llevaba al socialismo. Esta opción tuvo también más de una variante, y la ormulada por Clase Obrera ue sólo una de ellas. A los dos términos de la lógica cognitiva de quienes invocaban el marxismo-leninismo para identifcar el hecho peronista (régimen de tipo ascista/régimen de la burguesía nacional), los trotskistas habían opuesto una alternativa, la de régimen bonapartista. Pero no habría tampoco un solo uso de esa alternativa, y uno de ellos alimentó también una