Recomendaciones 1) Tratemos de evitar el Purgatorio llevando una vida santa 2) Ayudemos a la almas que allí se encuentran rezando por ellos y haciendo sacrificios 3) Mandemos a hacer Misas por nuestros difuntos y por las Benditas Almas del Purgatorio 4) Hay muchas oraciones que tienen indulgencias parciales e indulgencias plenarias, se reconocen porque son autorizadas y concedidas por la Iglesia. Estas oraciones pueden hacerse y las indulgencias ganadas pedirle a Dios ser transferidas a las almas del Purgatorio y de esta manera ellas puedan pagar mas rápido su condena y llegar pronto a la Gloria del Cielo. 5) La indulgencias plenaria puede ser ganada una sola vez al día, en cambio, las parciales pueden ganarse varias veces al día. 6) Para obtener indulgencia plenaria se necesita cumplir con lo siguiente: a. Desafecto a cualquier pecado, incluso venial b. Ejecutar la obra indulgenciada, por ejemplo una oración o Misa con ese tipo de Indulgencia. c. Confesión Sacramental, es decir en el Confesionario d. Comunión Eucarística e. Orar por las intensiones del Papa, puede ser un Padre Nuestro y un Avemaría o cualquier oración que nos guste. No se piense nunca que estos cinco pasos que hay que cumplir para obtener las indulgencias plenarias son muchas o que son difíciles de conseguir. Yo más bien veo que son pocos requisitos para obtener el perdón total por nuestras culpas de toda la vida, o las culpas de otra persona. Si cumpliendo esto se nos borran todos los pecados, desde nuestra niñez hasta el día en que ganamos las indulgencias se puede decir que es una infinita ganancia. Y si con esta ganancia hacemos que una persona sea liberada del Purgatorio, de ese lugar de sufrimiento tan grande, créanme que más bien son
pocos estos cinco requisitos. 7) Algunas Oraciones y obras con indulgencias parciales son las siguientes: a. Oraciones de Santa Brígida b. Oración a la Llaga Dolorosa de la Espalda de Jesús Nazareno 8) Algunas Oraciones y Obras con Indulgencia plenaria son las siguientes: a. Adoración del Santísimo Sacramento, por lo menos durante media hora. b. Rezo consecutivo del Rosario, meditando los misterios, ya sea en el templo, en familia o en comunidad. c. Ejercicio del Vía Crucis d. Lectura de la Biblia, por lo menos durante media hora e. Bendición papal recibida escuchando la radio o la televisión f. Participación en una ceremonia solemne de Primera Comunión g. Participación en la primera Misa de un Sacerdote h. Participación en un aniversario Sacerdotal de 25, 50 y 60 años i. Adoración de la Cruz durante la ceremonia solemne del Viernes Santo j. Renovación de las promesas bautismales durante la vigilia pascual. k. Ejercicio de los 33 días en honor de la Sagrada Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Una de las promesas de esta oración es que al cabo de los 33 se le será concedido al que las rezare lo que pidieren, por supuesto si esto conviene a la salvación de nuestras almas, y se menciona que si es pedida la liberación de un alma del Purgatorio será concedida. l. Siete ofrecimientos de la Sangre Preciosísima de Jesús: Se obtiene la indulgencia al cabo de rezarla durante un mes seguido.
Muchas otras que pueden ser consultadas preferiblemente en el catecismo católico.
Re: Rezar en pecado mortal, sirve o no ? por felipe » Jue May 03, 2012 5:25 pm
San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia De su obra: El gran medio de la oración VI .- TAMBIÉN LOS PECADORES DEBEN ORAR No faltará alguno que dirá por ventura: Soy pecador y por tanto no puedo rezar, porque leí en las Sagradas Escrituras:Dios no oye a los pecadores. Mas nos ataja Santo Tomás, diciendo con San Agustín, que así habló por su cuenta el ciego del Evangelio, cuando aún no había sido iluminado por Cristo. Y luego, añade el Angélico, que eso sólo se puede decir del pecador, en cuanto es pecador, esto es, cuando pide al Señor medios para seguir pecando, como si se pidiese al cielo ayuda para vengarse de su enemigo o para llevar adelante alguna mala intención. Y otro tanto puede decirse del pecador que pide al Señor la gracia de la salvación sin deseo de salir del estado de pecado en que se encuentra. En efecto, los hay tan desgraciados que aman las cadenas con que los ató el demonio y los hizo sus esclavos. Sus oraciones no pueden ser oídas de Dios, porque son temerarias y abominables. ¿Qué mayor temeridad la de un vasallo que se atreve a pedir una gracia a su rey, a quien no tan sólo ofendió mil veces, sino que está resuelto a seguir ofendiéndole en lo venidero? Así entenderemos por qué razón el Espíritu Santo llama detestable y odiosa la oración de aquel que por una parte reza a Dios y por otra parte cierra los oídos paya no oír y obedecer la voz del mismo Dios. Lo leemos en el Libro Sagrado de los Proverbios: Quien cierre sus oídos para no escuchar la ley, execrada será de Dios su oración. A estos desatinados pecadores les dirige el Señor aquellas palabras del profeta Isaías: Por eso, cuando levantareis las manos hacia mí yo apartaré mi vista de vosotros, y cuantas más oraciones me hiciereis, tanto menos os escucharé, porque vuestras manos están llenas de sangre. Así oró el impío rey Antíoco. Oraba el Señor y prometíale grandes cosas, pero fingidamente y con el corazón obstinado en la culpa. Oraba tan sólo para ver si se libraba de] castigo que le venía encima. Por eso no oyó el Señor su oración y murió devorado por los gusanos. Oraba aquel malvado al Señor, mas en vano, porque de El no había de alcanzar misericordia.
Hay pecadores que han caído por fragilidad o por empuje de una fuerte pasión y son ellos los primeros en gemir bajo el yugo del demonio y en desear que llegue por fin la hora de romper aquellas cadenas y salir de tan mísera esclavitud. Piden ayuda al Señor, y si esta oración fuere constante, Dios ciertamente los oirá, pues dijo El: Todo el que pide recibe y el que busca encuentra. Comentando estas palabras un autor antiguo dice: Todo el que pide... sea justo, sea pecador... Hablando Jesucristo de aquel que dio todos los panes que tenía a un amigo suyo y no tanto por amistad, cuanto por la terca importunidad con que se los pedía, dice, según leemos en San Lucas: Yo os aseguro que cuando no se levantare a dárselos por razón de amistad, a lo menos por librarse de su impertinencia se levantará al fin y le dará cuantos hubiere menester.... Así os digo yo: pedid y se os dará. Aquí tenemos cómo la perseverante oración alcanza de Dios misericordia, aun cuando los que rezan no sean sus amigos. Lo que la amistad no consigue, dice el Crisóstomo, obtiénese por la oración. Por eso concluye diciendo: Más poderosa es la oración que la amistad. Lo mismo enseña San Basilio, el cual categóricamente afirma que también los pecadores consiguen lo que piden, si oran con perseverancia. De la misma opinión es San Gregorio, el cual dice: Siga clamando el pecador, que su oración llegará hasta el corazón de Dios. Y San Jerónimo sostiene lo mismo y añade: El pecador puede llamar padre a Dios y será su padre y si persiste en acudir a El con la oración será tratado como hijo. Pone el ejemplo del hijo pródigo el cual, aun cuando todavía no había alcanzado el perdón, decía: Padre mío, pequé. San Agustín razona muy bien cuando dice que si Dios no oyera a los pecadores, inútil hubiera sido la oración de aquel humilde publicano que le decía: Señor, tened piedad de mí, pobre pecador. Sin embargo, expresamente nos dice el Evangelio que fue oída su oración y que salió del templo justificado. Mas ninguno estudió esta cuestión como el Doctor Angélico, y él no duda en afirmar que es oído el pecador, cuando reza; y trae la razón que, aunque su oración no sea meritoria, tiene la fuerza misteriosa de la impetración, ya que ésta no se apoya en la justicia, sino en la bondad de Dios. Así podía orar el profeta Daniel, cuando decía al Señor: Dígnate escucharme, oh Dios mío, y atiéndeme. Inclina, oh Dios mío, tus oídos y óyeme... pues postrados ante Ti, te prestamos nuestros humildes ruegos, no en nuestra justicia, sino en tu grandísima misericordia. Sigue Santo Tomas diciendo que no es menester
que en el momento de orar seamos amigos de Dios por la gracia: la oración ya de por sí nos hace en cierto modo sus amigos, Otra bellísima razón aduce San Bernardo cuando escribe que la oración del pecador que quiere salir de la culpa viene del fondo de un corazón que tiene el deseo de recobrar la gracia de Dios. Y añade: Pues, ¿por qué daría el Señor al hombre pecador ese buen deseo, si después no le quisiera escuchar? Leamos las Sagradas Escrituras y allí veremos muchos ejemplos de pecadores que con la oración lograron salir del estado de pecado. Recordemos solamente a Acab, al rey Manasés, a Nabucodonosor y al buen ladrón. ¡Qué grande y maravillosa es la eficacia de la oración! Dos son los pecadores que en el Gólgota están al lado de Jesucristo: uno reza: Acuérdate de mí, y se salva... el otro no reza y se condena. Todo lo encierra el Crisóstomo en estas palabras: Ningún pecador sinceramente arrepentido oró al Señor y no obtuvo lo que pidió. Mas ¿para qué traer más autoridades y razones? Bástenos para demostración de esa afirmación la palabra del mismo Jesucristo el cual dice: Venid a mi todos los que sufrís y estáis cargados y yo os ayudaré. Comentando este pasaje San Jerónimo, San Agustín y otros doctores dicen que los que caminan por la senda de la vida cargados son los pecadores que gimen bajo el peso de sus culpas. Si acuden a Dios, levantarán su frente, según la promesa divina y se salvarán por su gracia. Y es que Dios tiene mayores ansias de perdonarnos, que nosotros de ser perdonados. Así lo asegura el Crisóstomo. Y añade el mismo Santo: No hay cosa que no pueda la oración; te salvará aunque estés manchado con miles de pecados; pero ha de ser tu oración fervorosa y perseverante. Volvamos a repetir lo que antes dijimos del apóstol Santiago: Si alguno necesita sabiduría divina, pídasela al Señor que El a todos la da abundantemente y a nadie le sirve de pesadumbre. En efecto, a todos los que acuden a su bondad con la oración los escucha el Señor y les concede la gracia con abundante profusión. Pero fijémonos sobre todo en lo que añade. Y a nadie le sirve de pesadumbre... Esto solamente lo hace el Señor: los hombres por lo general, si alguien les pide algún favor y antes gravemente los ofendió, le echan en cara su antigua descortesía e insolencia. No obra así el Señor, ni aun con el mayor pecador del mundo. Si ese tal viene a pedirle una gracia conveniente para su salvación eterna, no le echa en cara las ofensas que antes recibió de él; como si nada hubiera pasado entre los dos, lo acoge, lo consuela, lo escucha y le despacha después de haberle socorrido adecuadamente.
Sin duda por este motivo y para animarlos dijo nuestro Redentor aquellas suavísimas palabras: En verdad, en verdad os digo, si algo pidiereis al Padre en mi nombre, se os dará. Quiso decir: Animo, pecadores amadísimos, no os impidan recurrir a vuestro Padre celestial y confiar que tendréis la salvación eterna, si de veras la deseáis. No tenéis méritos para alcanzar las gracias que pedís, más bien por vuestros deméritos sólo castigo merecéis. Pero seguid mi consejo, id a mi Padre en nombre mío y por mis méritos. Pedidle las gracias que deseáis... yo os lo prometo, yo os lo juro, que esto precisamente significa la fórmula que emplea: En verdad, en verdad os digo (según San Agustín), cuánto a mi Padre pidiereis, El os lo concederá. ¡Oh Dios mío, y qué mayor consolación puede tener un pecador después de su espantosa desgracia que saber con absoluta certeza que cuanto pida a Dios en nombre de Jesucristo lo alcanzará!
ábado, 1 de agosto de 2009
LA GRAN INDULGENCIA DE LA PORCIÚNCULA
Hoy día 1º de agosto, día en el que se conmemora la milagrosa liberación del apóstol san Pedro de la prisión en la que había sido puesto por orden de Herodes (San Pedro ad Vincula), después de mediodía, se puede ganar hasta mañana la gran Indulgencia de la Porciúncula, extraordinario privilegio franciscano, la narración de cuyo origen copiamos a continuación, sacada de un precioso manual de los Terciarios seráficos editado en Lima en 1958 por orden del arzobispo franciscano Fray Juan Landázuri (más tarde cardenal). Esta preciosísima indulgencia, concedida por el mismo Jesucristo en persona a nuestro Seráfico Padre San Francisco, reconocida y confirmada por la Iglesia, merced a los grandiosos portentos operados en su favor, se gana en todos los templos franciscanos, el día 2 de agosto, señalado también por el mismo Jesucristo. He aquí su historia en compendio. Una de las cosas que más afligían al Padre San francisco durante su vida en este mundo, la constituían las ofensas que se hacían a Dios con tantos pecados y la perdición eterna de tantas almas que los cometían. Una noche de 1216, en que más abundaba en estos sentimientos (por lo cual se encontraba angustiadísimo), se le apareció un Ángel de parte de Dios, dándole orden para que fuese a la pequeña iglesia (porziuncola
chiesa) que él había reparado en honra de la Reina de los Ángeles. Al llegar allí, entre vivísimos resplandores de gloria y majestad y multitud de ángeles y serafines que llenaban el templo, vio a Jesucristo, vivo y gloriosísimo, y a su divina Madre la dulcísima Virgen María. Extático y fuera de sí San Francisco cayó en tierra y, así postrado, oyó la voz de Jesús que le decía:“Pues tantas son tus lágrimas y afanes por la salvación de las almas, pídeme, Francisco, lo que quieras”. Replicó Francisco: “¡Señor y dios Altísimo!, yo, miserable pecador, os suplico, por intercesión de vuestra Santísima Madre, que concedáis la gracia de que todos los que vengan confesados a esta iglesia alcancen perdón e indulgencia de todos sus pecados y queden en vuestra presencia lo mismo que quedaron después de recibir el santo bautismo”. Respondió la voz divina: “Mucho pides, Francisco, pero por ruegos de mi Madre, a quien has puesto por intercesora, te concedo esa gracia. Acude a mi Vicario en la tierra para que te la confirme”. Francisco se presentó al Papa, que lo era entonces Honorio III, y, con sencillez y humildad, le dijo: “Santísimo Padre, vengo a solicitar una indulgencia plenísima para todos los pecadores que, habiéndose confesado, vengan a visitar la iglesia que yo he reparado”. Díjole el Papa: “No es costumbre conceder una indulgencia tan grande a tan poca cosa; pero, dime – añadió–, ¿cuántos años quieres que dure esta gracia?”. Replicó San Francisco: “Padre Santo, yo no pido años sino almas, y no soy yo, sino mi Señor Jesucristo quien lo quiere”. Al oír esto el Papa Honorio se sintió interiormente movido por Dios y dijo por tres veces: “Me place, me place, me place conceder esta gracia”. Faltaba determinar el día en que se había de ganar este jubileo tan extraordinario, y vencer las dificultades que ponían los cardenales diciendo que esta indulgencia y jubileo, sin ninguna carga de ayunos, limosnas ni otras obras determinadas, menoscabaría los de Roma, Jerusalén, Santiago y otros que suele conceder la Iglesia.
San Francisco continuaba rogando a Dios y haciendo penitencia; hasta llegó a arrojarse desnudo, en el rigor del invierno, en un espinoso zarzal, ensangrentándose todo su cuerpo. Al instante el zarzal se vistió de verdor y brotó frescas y fragantes rosas, unas blancas y otras encarnadas. Además, una luz inefable sobre la engalanada zarza y multitud de ángeles convidaban a San Francisco con melodiosos cánticos para que fuese otra vez a la iglesia de la Porciúncula. San francisco cogió del florido zarzal doce rosas blancas y doce encarnadas, todas muy hermosas, pasó con ellas la senda deslumbradora del monte, que todo parecía arder sin consumirse, entró en la iglesia y, delante de Jesucristo y de la divina Madre, que le aguardaban como la vez primera, cayó de rodillas y fijó su pensamiento en la indulgencia, oyendo estas palabras: “Por los ruegos de mi Madre te concedí, Francisco, la gran Indulgencia, y para ganarla, sea el día en que mi apóstol Pedro, encarcelado por Herodes, se libró milagrosamente de las cadenas. Llévale a mi Vicario esas rosas que has tomado de la zarza, en testimonio de lo que has visto y oído. Yo moveré su corazón y cumpliré tu deseo”. San Francisco fue a Roma, llevando las rosas consigo y acompañado de cuatro compañeros que habían sido testigos de la visión, y obtuvo la confirmación de la indulgencia para el 1º de agosto, desde las vísperas de ese día hasta la puesta del sol del siguiente 2 de agosto, según el mismo Jesucristo nuestro Señor se lo había concedido. Muchos milagros se obraron después, a favor de la autenticidad de esta indulgencia, entre otros el haber manifestado el Señor cuán hermosas salían de los templos franciscanos las almas que
habían entrado manchadas, y cuántas salían muy gloriosas del Purgatorio por las visitas que por ellas se hacían. No es de extrañar, pues, que en dicho día se observe un movimiento de piedad y fervor en el cristianismo, que sólo con el de Cuaresma, en tiempo de Semana Santa, se puede comprara, pues no sólo los simples fieles, sino que también los religiosos, los sacerdotes, los obispos, los arzobispos, los cardenales y hasta los mismos Soberanos Pontífices, han acostumbrado ir a las iglesias franciscanas en este día, entrar y salir de ellas, y ganar así tantas veces el jubileo como visitas se practican*. * De acuerdo con las nuevas normas de las Indulgencias de Pablo VI, desaparecidas las concesiones toties quoties, la indulgencia plenaria se gana una tantum cada día (21. § 1 ).
Condiciones para ganar la Indulgencia 1.- Hacer una buena y dolorosa confesión, a no ser que la persona que quiera ganarla se confiese cada ocho o quince días, pero todos deben estar arrepentidos, en el acto de ganar la indulgencia, de todos sus pecados, hasta de los veniales. Puede hacerse ocho días antes o dentro de los siete días siguientes. 2.- Es indispensable comulgar el día 1º de agosto o el día 2 de agosto o dentro de los siete días siguientes. Tanto la confesión como la comunión pueden hacerse en cualquier iglesia. 3.- Visitar en el dicho día entre el mediodía del 1º de agosto y el crepúsculo del 2 de agosto una iglesia franciscana con intención de ganar la indulgencia, rogando a este fin por las intenciones del Romano Pontífice (se recomienda la estación del Santísimo, a saber: seis Pater, Ave y Gloriapatris). Es muy recomendable hacer una piadosa meditación. Para comodidad de todos, ponemos aquí la siguiente
Oración para ganar la Indulgencia de la Porciúncula ¡Dios y Señor mío!, yo creo que estáis realmente presente en este santo templo; os adoro con toda la sumisión de mi alma; me arrepiento, Señor, de todos mis pecados y propongo la enmienda; os suplico, Dios mío, me concedáis la gracia de ganar la santa indulgencia que Vos mismo concedisteis a vuestro siervo el humilde San Francisco, y que aplico por mí mismo o por… (aquí se dice el nombre del alma de algún difunto por la que se quiere lucrar). A este fin os ruego, por las intenciones del Romano Pontífice, por la exaltación de la Santa Iglesia, por la paz de los gobiernos cristianos y por la conversión de todos los pobres y desgraciados pecadores. Y Vos, oh Reina de los Ángeles, interceded por mí, supliendo, con vuestra poderosa mediación, mis defectos en esta plegaria. Amantísimo protector de todas las almas, benditísimo San José, amparadme con vuestra protección. Ángel de mi guarda, acompañadme en este santo ejercicio. Seráfico y glorioso Padre San Francisco y todos los Ángeles y Bienaventurados, interceded por mí. Amén. Seis Padrenuestros, Avemarías y Gloriapatris a la intención del Papa. Nota.- Si el alma del difunto por la que se ha ofrecido la indulgencia ya goza de la gloria, se recomienda formar la intención de que valga condicionalmente para el alma que más lo necesite o que sea más del agrado de la Reina de los Ángeles.
Para la historia del santuario de la Porciúncula (Basílica Papal de Santa María de los Ángeles),