Entrevista con Alma Guillermoprieto Daniel Barrón
Piense usted en Naomi Klein o en Amy Goodman, piense usted en esa clase de mujeres que aparecen de tiempo en tiempo en el arte, la ciencia, la literatura y que no hacen otra cosa que mostrar lo que nadie quiere ver, van hasta los lugares más peligrosos y vuelven como Proserpina para decir “he visto esto”. Piense usted en esa clase de mujeres y tendrá una imagen de Alma Gillermoprieto (México D.F. 1949) como yo la tuve, justo frente a mí, una tarde del verano pasado: alta, hermosa e imponente como un incendio, con unas manos de acero y una mirada que te palpa las entrañas, pero sobre todo una inteligencia sin cuartel. Su más reciente libro, Desde el país de nunca jamás, es una recopilación de crónicas periodísticas publicadas entre 1980 y 2008, y que abarcan desde los conflictos civiles en El Salvador, un perfil de Mario Vargas Llosa como político durante su campaña para contender por la presidencia del Perú, un agudísimo retrato de los comentadores de noticias disfrazados de payasos, el narcotráfico y los feminicidios en México, hasta las señoras bolivianas sin ningún entrenamiento deportivo que se ganan un dinero extra como luchadoras. Cambios en Latinoamérica —¿Qué ha cambiado de la Latinoamérica de la década de los años 80? —Ha mejorado muchísimo —contesta y francamente me sorprende su respuesta—, eso es lo primero que hay que decir, si tú te pones a ver las estadísticas ves que los latinoamericanos vivimos más años, somos más saludables, la tasa de analfabetismo ha bajado radicalmente, la tasa de mortandad de niños hasta el primer año que era una cosa terrible, eso también ha disminuido de manera radical. La salud, la educación primaria básica están mucho mejor, la situación de la mujer ha cambiado radicalmente, o sea que estamos mejor no sólo en términos de estadísticas sociales sino también en cuestiones políticas, no hay dictaduras, salvo Cuba. Habrá gobiernos autoritarios y demagogias pero no hay dictaduras. No hay guerras. —Y a cambio de eso ¿qué tenemos? —pregunto insidosamente. —A cambio de eso qué tenemos, el narcotráfico que ha venido realmente a meterle un freno a nuestras posibilidades de crecimiento como ciudadanos. Ese es el gran problema actual, no sólo en México sino en América Latina, y no sólo de América Latina, no es sólo un problema de los productores, es un problema de los productores y los
consumidores y de las políticas internacionales que tienen 40 años y que no han solucionado nada, antes teníamos un problema en narcotráfico, ahora tenemos una crisis en narcotráfico. —A propósito ¿Hay algo que no se haya trabajado periodísticamente del narcotráfico? —Es que es un mundo y apenas estamos empezando a entender sus dimensiones y a entrar en sus caminos y vericuetos, y es difícil además porque es un tema muy arriesgado, para los periodistas es muy peligroso reportear el narcotráfico y mientras más alto en las esferas del poder uno trate de obtener información, más peligroso es. —¿Qué tan grave es el populismo en Latinoamérica? —En el libro hay algún retrato de Chávez que es un personaje esplendido si uno es escritor —dice sonriendo—. Nosotros los cronistas agradecemos siempre que se nos aparece en el horizonte como Hugo Chávez, porque es muy divertido escribir sobre él. Me divertí mucho haciendo las notas que hice sobre Chávez, es un gran performance, un gran espectáculo. Creo que el triunfo de gente como Chávez nos demuestra que las instituciones sociales de nuestros países son todavía muy débiles y que ante la injusticia que sienten los Latinoamericanos un personaje así en ebullición como Chávez jala mucho porque impresiona y promete mucho. Un poco el título del libro Desde el país de nunca jamás habla de esas promesas sin cumplir y de los cuentos de hadas que nos cuentan algunos gobernantes. ¿Mundo maravilloso? —Pero no sólo los gobernantes. También hay un espléndido retrato de Varga Llosa, ¿los intelectuales lationoamericanos son mejores que los de los 80? —Creo que esa regla de medir no funciona necesariamene para el mundo intelectual o el mundo del arte —puntualiza Guillermoprieto— No mejora el arte, no mejoran los intelectuales. Hice un retrato de Vargas Llosa en un momento muy específico, me intereso él como tema. Alguna vez se me acercó el editor del The New York Review of Books para pedirme una nota y yo sentía que era un medio muy intelectual y yo no soy intelectual, soy reportera y escritora, pero me interesó la autobiografía de Vargas Llosa porque me dio la impresión de ser mucho menos veraz que sus libros de ficción sobre su infancia. Entonces no es tanto una crítica a Vargas Llosa, es un novelista extraordinario pero fue muy mal político, entonces mi crónica es sobre la diferencia entre su ficción, su realidad y su desastre político. —Dice “yo como escritora, como reportera”, hay varias publicaciones como Etiqueta Negra o Gatopardo que insisten mucho en que la novela ya no nos detalla el mundo como
antes y que ahora la crónica periodística es la que verdaderamente nos abre los ojos. ¿Qué piensa usted? —Me dan ganas de decir que estoy completamente de acuerdo —dice y vuelve a sonreír— pero habría que pensarlo dos veces porque soy lectora de novelas del siglo XIX. —Cómo olvidar a Tolstói, ¿verdad? —comento. —Cómo olvidar a Tolstói, cómo hacer a un lado a Dostoievski, a Flaubert, Henry James, ¡Dickens por el amor de Dios!, tenían en común un amor por este mundo grande y multiforme que habitamos, y los novelistas del siglo XX tal vez trataron de demostrarnos lo vacío que está el mundo en muchas ocasiones, pero yo no creo que el mundo esté así, creo que el mundo es pleniforme, multiforme y maravilloso. Cronistas de indias —Creo que la crónica tiene un pequeño auge ahora porque está hecha por narradores que pareciera que acaban de descubrir el mundo, los latinoamericanos —dice Guillermoprieto—. Hay un taller muy exitoso que coordina la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano que creó Gabriel García Márquez y en la que soy muy feliz de participar, el taller se llama Nuevos Cronista de Indias y es un título muy bonito porque recoge esa idea de los jóvenes cronistas latinoamericanos van descubriendo el mundo y escribiendo sobre él con esa sensación de descubrir y de contar la maravilla que se encuentra. —¿Tiene que ver este auge con el hecho de que nuestros países se fundaron, se inventaron a través de la crónica? —Una de las mejores crónicas es la de la Conquista, claro que sí —contesta— y entonces recuperar ese sentido de maravilla que es otro de los sentidos que va atrás del título de El país de nunca jamás, el de un cuento de hadas, el de historias en donde suceden cosas inverosímiles, mágicas y maravillosas. —Pero también hay muerte, crimen, ¿cómo podemos hablar de un cuento de hadas? —Bueno, si pensamos en los cuentos de Grimm, son de una crueldad notable y también son inverosímiles como las matanzas nuestras. Quién pudiera pensar que el ser humano es capaz de semejantes cosas, pero le toca a los reporteros dejar constancia de eso, para que todos sepamos lo que sucedió. —Hay crónicas sobre políticos, intelectuales y una sobre Menudo, muy buena, muy divertida pero qué ¿por qué escribir sobre Menudo? —Y por qué no, si a mí lo que más me gusta es el espectáculo —dice divertida— el mundo como espectáculo, la política como espectáculo y Ricky Martín como espectáculo,
claro. Lamento que no haya cabido porque francamente era demasiado una crónica que hice sobre Celia Cruz. Hace muchos años, fue la primera vez yo creo que Celia Cruz tuvo un artículo largo y serio en la prensa de habla inglesa. —Y en nuestros países la política y el espectáculo están muy relacionados… —Son espectáculos involuntarios —dice— no sé si tú o los lectores se acuerden de La Paca y Raúl Salinas de Gortari; y la calavera que encontró La Paca y que resultó que era su yerno, ese es un espectáculo también. Yo me divertí mucho por cierto haciendo esa crónica, como me divertí mucho haciendo muchas de las crónicas que hablan de situaciones políticas terribles pero uno no puede evitar reírse, entonces creo que la lectura de algunas de esas crónicas también son chistosas. Redes sociales, periódicos, etcétera —¿A quien sigue en su Twitter? —No tengo Twitter ni Facebook —contesta— Aspiro a tener algún día la posibilidad breve de aburrirme de nuevo. Hace muchos años que no me aburro, me gustaría tener un ratito todos los días o todas las semanas, un ratito para estar aburrida. Ya nadie tiene tiempo de aburrirse porque todo el mundo está twitteando, facebookeando, es una llenadera del tiempo que agobia y que cansa, entonces prefiero dejar eso de lado y volver a mis novelistas del siglo XIX. La vida es limitada y uno tiene que hacer sus selecciones en la vida y la mía es por la lectura. —¿En qué ocuparía esos minutos de tedio si los encontrara? —En estar en una hamaca y mirar al cielo, en dialogar con mi gato, en bordar. Soy muy doméstica entonces creo que lo pasaría en eso. —Estas crónicas son todo menos domésticas —Me la paso de un avión en otro, cuando tenía un poco más de tiempo, cuando era feliz e indocumentada hacia todas esas cosas, como pasteles y bordar. —Sin Facebook ni Twitter, ¿le gusta la información tal como se da ahora en los periódicos en línea? —Sí, yo soy muy fan de las páginas de internet, sobre todo del New York Times, me parece fantástica la página y me da mucho miedo que no se logre el modelo económico adecuado para que sobrevivan los grandes periódicos. Me parece que los grandes periódicos son una especie de plaza pública de la democracia donde nos encontramos todos, un término medio de la opinión, donde todos tenemos que escuchar a los otros, donde nos enojamos porque alguien dijo una estupidez pero donde finalmente estamos dialogando con los demás. Lo que me preocupa del mundo internético es que cada quien
se hace de su propia tribu, escucha sólo sus propias opiniones y no entra en esa gran plaza del mundo. —¿Cree que la red nos está quitando el espacio público? —Creo que presume que está creando una gran comunidad, pero no crea una comunidad, crea comunidades, lo cual está muy bien, pero quiero saber a dónde está ese otro lugar en donde convivimos en diversidad, y creo que esa es la gran función de un gran periódico. —¿Cuáles cumplen esa función? —The Guardian, El Clarín, Globo en Brasil, son centros de aglutinación, en México hay demasiados periódicos y ninguno acaba de cumplir esa función. —Cuáles son sus crónicas y cronistas, ¿a quién regresa cuando quiere leer algo? —Me gusta mucho Alberto Salcedo que es un cronista colombiano, me parecen maravillosos los hermanos Martínez de El Salvador. Me parece que Leila Guerriero, es muy buena cronista y se me están quedando fuera todos, pero son los que he leído antier. —¿Y los clásicos del siglo XIX y comienzos del XX? —Mark Twain era un gran cronista, hay que leer Las crónicas de viaje de Mark Twain que se consiguen gratis en Kindle. Mark Twain es uno de los grandes cronistas. Guillermo Prieto es uno de los grandes cronistas del siglo XIX mexicano, creador de género, Elena Poniatowska ha sido una gran cronista de la realidad mexicana en sus momentos más álgidos. Norman Mailer en su estilo exagerado y afiebrado es un gran cronista, bueno son miles. Pero es un placer leer una buena crónica. —¿Se lee a usted misma? —Me leo cuando estoy empezando una crónica nueva y digo, “no puedo, soy incapaz, es imposible, nunca lo voy a terminar, no sé por dónde comenzar” y muchas veces voy y busco una crónica mía vieja y digo claro, si ya lo hice una vez es que lo puedo puedo volver a hacer, ahí me releo.