Heptamerón de Leopoldo Marechal
Primer día: Alegrepopeya. Primera Parte: Invención y muerte de la elegía
1 Yo soy el desertor de la Elegía, El último lloroso y el primer evadido. En verdad, no hace mucho, guardando las consignas Que me dictó una cólera sagrada, Yo, con mis propias manos, di muerte a la Elegía, Y escribo ahora sin remordimientos. Esta canción dirá el por qué y el cómo. 2 Yo fui de los que utilizaron instrumentos instrumentos de música, Pundorosos cobres, maderas inocentes, Para excitar los duros lagrimales del hombre. Yo soy de los que ayer enjaularon la pena (¡triste maldad sin gloria!), Y la exhibieron en la calle, Por dos monedas y un laurel, Ante los ojos fríos de los importadores, De colchas estampadas. Pero mi error incalculable Y el que no tiene redención Es el de haber lanzado una Elegía De pestañas resecas: Un deslucido monstruo que no supo llorar Según las efusiones ya previstas del agua, Ni tampoco reír, como debiera, Según la crepitante legislación del fuego. Ni yo le hablé al Centauro ni el Centauro me habló: Él era una inquietante máquina de viajar Y yo un viajero de color abstracto. No es mucho que, de pronto, me sintiera jinete Del animal insigne, Bien sentado en la antigua paciencia de sus lomos. Entonces redoblaron sus patas orquestales, Y la tierra pasó del silencio a la oda. (Fragmento)
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Heptamerón de Leopoldo Marechal II. DID CTICA DE DE LA ALEGR ALEGR A 1 Así, pues, Elbiamante, recogerás los frutos que yo he cortado en otras latitudes y a favor de otros climas, tal un grumete niño que ha encontrado en las playas el cinturón de Ulises navegante. 2 No haré aquí un Evangelio (nunca logré la barba completa de un sectario), ni siquiera una Guía de Perdidos, obra que yo reservo a los calientes empresarios del alma. Te doy, sí, las grosuras de mi arte, su riñón bien cubierto, sus maduros pichones. Y no tras el halago de un laurel que ya toca mi frente sin herir su modestia, sino con la esperanza de quien puso en el viento una paloma rica de mensajes. 3 Desertarás primero la Tristeza, con su país de soles indecisos y de rumiantes vacas. La Tristeza es el juego más tramposo del diablo: tiene las presunciones de una Musa frutal, y sólo es un pañuelo con que se suena el alma su nariz en resfrío. Elbiamor, ¿qué dirías de una lámpara hermosa, pero sin luz adentro? Tal es, yo te lo juro, la Tristeza: es igual a esos platos de vitrina que nunca recibieron y no recibirán ni una manzana verde ni un cuchillo. 4 Si la Tristeza es ya tu inquilina morosa, échala de tu casa, pero sin altivez. Le dirás que se lleve su catre y su baúl, que se ponga su gorro de astracán o de lluvia y que se valla, en fin, a pisar hojas muertas o a tocar los llorosos violones del hastío. 5 Una vez expulsada la Tristeza, cuídate de los Tristes: ellos no ven la luz, como sea por el solo agujero de sus flautas. Yo propongo a los númenes que inventan la salud y el decoro de la ciudad humana la construcción de un Barrio de los Tristes 2
Heptamerón de Leopoldo Marechal en el suburbio menos frecuentado. Allá se juntarían, y por fuerza de ley, todos los hombres de color invierno: los mártires del hígado y la pena, los convictos de angustia, los no circuncidados en el ritual del júbilo, todos los confesores de zozobras, todos los virgos de la hilaridad. Ostentarían como distintivos una rama de sauce pluvial en el sombrero, en el brazo una liga de la Parca y en el ojal un búho de latón esmaltado. Sólo comerciarían en los ramos que siguen: el pan de la congoja y el vinagre del tedio; los barnizados muebles de la desolación, los trajes en buen uso del espanto, los ataúdes hechos a medida para las ilusiones que fallecen, los elásticos perros del insomnio, las mulas flacas de la soledad y otros artículos afines con la tiroides y el Parnaso. 6 Elbiamor, la delicia que te pinté recién es apenas un sueño municipal del alma. Por lo cual te adelanto los consejos que siguen y has de observar escrupulosamente. Si yendo por la calle te enfrentas con un Triste, busca tu salvación en la otra vereda; y en premio, la Cordura te adornará la sien con una fresca rama de cedrón o de mirto. Si tu encuentro fatal con un Triste sucede ya en el tranvía ya en el autobús, descenderás al punto del vehículo innoble y aguardarás el otro con naturalidad; entonces la Prudencia te llenará las manos de alelíes y los bolsillos de castañas. Si, por desdicha, un Triste visitara tu hogar, espera dignamente a que se marche; y luego, con urgencia, lavarás el asiento donde ubicó sus nalgas tormentosas, y romperás el vaso en que ha bebido, y quemarás en tu salón de seda nueve granos de incienso con tres de cinamomo. Buscarás en seguida la casa de un Alegre; pues en verdad te digo que vale más la rota pantufla de un Alegre que la sandalia nueva de los Tristes. 3
Heptamerón de Leopoldo Marechal 7 Bueno es ahora que te diga yo cual ha de ser la esencia de un Alegre perfecto. No entiendas, Elbiamor, que un Alegre lo es porque la risa brota sin partera en sus labios, o porque sus talones en frescura son dos rojos ovillos de la danza. Baile, canción o risa traducen a menudo la sola complacencia de un hígado triunfante. No desdeñes, empero, la humildad de esas flores, porque lucir un hígado armonioso también es un regalo de la Bondad Primera. 8 Según mi ciencia, es un Alegre puro quien se atrevió a reír después de haber mirado en equidad el semblante primero de la Rosa. ¡Que un hombre así merezca tu saludo! Porque ya es el espejo de una flor sin otoño. 9 Y es un Alegre bien atemperado quien se metió en la caja tenebrosa de su misma vihuela, y allí se desnudó para verse el ombligo, y entendió la verdad, y luego recobró sus vestiduras para cantar la desnudez eterna. Elbiamor, a ese Alegre cantante le darás un racimo de uvas y un gorro de viajero. 10 Y es un Alegre de color exacto el que rompe a bailar después de haber quemado su corazón de tierra y de haber visto sobre la ceniza la figura de un dios ensimismado. No es bueno que saludes a ese Alegre ni que lo mires en su justa danza. Bastará con que dejes en su portal oculto dos huevos de torcaz y un porrón de agua fresca. 11 Bajo tales principios, abordaré los altos problemas de conducta que ha de plantearte necesariamente ya el uso de tus días ya el paso de tus noches. Elbiamor, no es prudente dialogar con un ave (ya sea cuervo suelto, ya papagayo fijo), ni menos torturar a la bestia emplumada con la filosofía de algún amor difunto. 4
Heptamerón de Leopoldo Marechal En el reino animal y en sus hijos pintados hay un decoro alegre y una santa inocencia. Sobrecargar a un pájaro con el lastre de un hombre es como hacerle trampas al Pesador Divino. 12 Entiendo, sin embargo, que la imprevista muerte de un Amante pueda llevar al otro, en su locura, o mejor dicho en su desgarramiento, a querer violentar el portón del Enigma con la llave sutil de los ladrones o con el pico charlatán de un cuervo sentado en la cabeza de una diosa. Elbiamor, si encontraras a ese lloroso Amante, le dirás que no irrite sus párpados de un día. Pues en verdad te digo que enterrar a un Amado es como devolver una guitarra que nos prestó el Silencio padre de toda música. 13 Podría suceder que no diera el Amante ningún oído a tu palabra de oro, y que, siendo el Amante la mitad de un amor, insistiera en llorar su visible rotura. Le enseñarás entonces la ingeniosa lección de ortopedia celeste que yo te di en su tiempo y en virtud de la cual un Amante partido sabe reconstruir la mitad que le falta. Pero, escucha: no es útil enseñar mi receta si el operario es flojo y el material endeble. Para el llagado Amante que se dice la mitad solitaria de un entero amoroso, es mejor ir saltando con la única pierna y el ojo impar que le dejó la muerte hacia el Polo feliz donde se juntan y se bendicen todas las mitades de amor. 14 El llanto musical de las viudas recientes es la demostración de un teorema perfecto, y ha de inspirarte una emoción abstracta como el sollozo de la Geometría. Si alguna madre llora por su niño difunto, es bueno que te pongas tu vestido de fiesta; porque se dio la suerte del obrero que cumplió en un instante su trabajo del día. Si asistes al entierro de un héroe y si tus pies van acatando el ritmo de alguna marcha fúnebre, haz que tu corazón, al mismo tiempo, lleve un paso de baile; 5
Heptamerón de Leopoldo Marechal porque un héroe difunto es como un higo que al peso de su miel ha soltado la rama. Elbiamor, no es plausible remojar con el ojo tales desprendimientos necesarios; porque son alabanza de las cosas que vuelven a su centro natal. 15 De las excavaciones arqueológicas te mando que te apartes (bien sé yo que te gustan). Remover con las palas un cementerio indio es como trastornar sin derecho ninguno la vieja utilería de la muerte. ¡Ah, si tu pala fiel desenterrase, no la oscura tinaja de Santiago con sus huesos vencidos y su rostro que llora, sino un cántaro seco, dentro del cual se conservara el grano de la risa primera! ¡Bendeciría entonces aquel don de tu mano, y te daría en premio una granada que se abrió sin cuchillo! Pero no es útil excavar el humus para desenterrar una imagen del llanto. 16 Te ordeno que no explores ni selva ni espesura, tengan o no el prestigio de la fábula. Es poco saludable la humedad de los bosques e irrita las mucosas del corazón viajero. Además correrías el riesgo de toparte con los gastado monstruos de la literatura. ¡Oh, qué distinto fuera si, vagando por un monte frutal, encontraras el árbol donde se posa el sol para dormirse, y a su tronco anillado con la doble serpiente lograras acercarte sin temor! Entonces dejaría yo de ser tu maestro, para besar tu frente con labios de discípulo. Fuera de tal encuentro, lo demás es un simple goce de la botánica. 17 Elbiamor, yo conozco tu inclinación al viaje; pero no has de viajar extrañamente. No utilices en tierra, como cabalgadura, ni al Centauro parlante ni al Unicornio mudo; ni montes en el agua ni al Delfín que te brinde su lomo resbaloso, ni al Caballo de Mar; ni despeines el aire ya en Hipogrifo arisco ya en dócil Clavileño. 6
Heptamerón de Leopoldo Marechal Te romperás en vano los riñones del alma, si tomas a esas bestias como fácil vehículo. En cambio, te aconsejo navegar en la Rosa: ya sabes manejar su difícil timón. Si fatigas los remos y hay soplo en tu velamen, te allanará sus golfos la hermosura de arriba. 18 Hay señores que abusan de los ángeles haciéndolos actuar en muy tristes oficios: ángeles de cocina o ángeles de salón, ángeles con tijeras o ángeles con la cítara. No caigas, Elbiamor, en tan burdo angelismo: has de saber que un ángel es tu hermano mayor en el conocimiento de la fruta celeste. Pero tales razones de familia no te acuerdan el goce de intimidad alguna, ni tampoco el derecho de jugar con los ángeles como si fueran vidrios de colores. Exactamente, un ángel es el primer espejo de la Divinidad. “¿Y cuál espejo soy?”, me dirá tu cordura.
Elbiamor, necesarios y distintos metales espejaban la hermosa cara de tu Señor. 19 Deja la soledad para el uso exclusivo de los poetas devastados y los filósofos en ruinas.
“¡Estoy solo y medito!”, se gallardea el búho,
muy arropado en su lujosa noche. Pero el cóndor sereno de los Andes, erguido en su montaña y al sol de mediodía,
reflexiona en silencio: “La soledad no existe”.
Y es verdad, Elbiamor, que ninguno está solo. 20 No la curiosidad, torpe mendiga, sino el amor de relucientes ojos ha de guiar tus pasos en la ciencia. Elbiamor, en tu casa (y no lo olvides) hay una claraboya para la luz de Arriba y hay un sótano, abajo, para la oscuridad. No has de asomarte ni a la claraboya ni al sótano, buscando lo terrible. Sólo tendrás abiertos los oídos del alma; porque la claraboya y el sótano que dije son la doble frontera de tu mundo, y porque han de llamarte desde las dos fronteras. 21 Abundan los poetas que, al menos en la estrofa, 7
Heptamerón de Leopoldo Marechal quieren eternizar sus amores de un año y eternizar su gozo de talón fugitivo y eternizar sus lágrimas que ya el sol evapora. Elbiamor, no me opongo si quieres imitar esas nobles tendencias del alma eternizante. Pero sea con una condición: en ese mismo anhelo de eternizar las cosas has de ver el indicio y hasta la vocación de tu más que segura eternidad. Porque un sabor eterno se nos ha prometido, y el alma lo recuerda. 22 Tomo un pedazo de pan duro, lo remojo en el agua y lo doy a los pájaros de arriba. Come un gorrión el pan y luego tiende sus alas al espacio: Elbiamor, el pan duro se ha convertido en vuelo. Se nutre de mi pan una calandria y en seguida retoma su profesión del trino: Elbiamor, el pan duro se ha transformado en música. No es bueno destruir el pan duro del alma: vale más remojarlo y transmutarlo ya en altura ya en canción. 23 El quirquincho le dice al avestruz: “Te gano en la carrera”.
Sobre sus patas fósiles ya se apura el quirquincho: el avestruz, en cambio, sin lanzarse al torneo, gira sobre sus pies y le muestra la cola. Elbiamor, si te vieras en caso parecido, seguirás la lección del avestruz; pero no has de mostrarle al quirquincho insolente las plumas de tu cola en arrogancia. Yo no despreciaría ni el flato de un mosquito. 24 Sea la paz el agua de tu día y el vino de tu noche. Pero si la justicia te llamase a una guerra, ceñirás tu buen casco y empuñarás tu lanza. Y verterás tu sangre y la del otro, fiel a una rigurosa economía. La tierra se alimenta con la sangre del justo, y con la del injusto se purga sabiamente. 25 La división del átomo en procura de la unidad de la materia es un viejo delirio de la física parda. Elbiamor, no te ocupes en esas liviandades 8
Heptamerón de Leopoldo Marechal ni manejes isótopos de uranio. Ellos dividirán, hasta perderse, la materia inasible, y sólo encontrarán, según peso y medida, los números cantores del Primer Intelecto. Porque, a decir verdad, la materia no existe. 26 Si están o no habitados Marte, Venus y Júpiter, es una duda torpe que no has de mantener. Este globo terráqueo (planeta nada ilustre) se vanagloria, empero, de muchos habitantes: ¿por qué no los tendrían, Elbiamor, los demás? ¿Qué les falta una atmósfera de oxígeno? Respirarán fotones o electrones. ¿Qué no tienen ganados ni trigales? Almorzarán sus cobres y amatistas. Sus almas racionales bien podrían tener un soporte de cuarzo, sin violentar la lógica. ¿Por qué han de ser iguales a nosotros? La posibilidad es infinita, y el Divino Alfarero no se repite nunca. 27 Un orden venerable, y a menudo cruel, preside la existencia de toda criatura. Le dijo el gavilán a la paloma: “Es mediodía ya, voy a comerte”;
y la paloma se dejó embuchar, sin acudir a la jurisprudencia. Elbiamor, no te sumes a la hueste mojada que llora en estos casos de inefable justicia: ni le pegues un tiro al gavilán ni le ofrezcas un lauro a la paloma. Que nadie arroje a la balanza de oro ningún lastre importuno. Más temblaría yo si la paloma se comiera de pronto al gavilán. 28 Cuando la rana corajuda por igualarse con el buey, se infló del aire de sí misma y reventó gallardamente, los olímpicos dioses estallaron en una formidable carcajada. Pero un dios que sin duda no reía dijo a los otros y a su hilaridad: “En la explosión heroica de la rana yo advierto la divina locura de los grandes”.
Y entonces una rama de laurel
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Heptamerón de Leopoldo Marechal se consagró al esfuerzo del batracio sublime. 29 Elbiamor, que te vean siempre igual a ti misma, ya toques las alturas, ya recorras el suelo. Ni se rebaja el pan en la mesa del pobre ni se sublima en el mantel del rico. Sé como el pan, y la Justicia dirá tu elogio en la balanza. 30 Te propongo, con ánimo docente varias definiciones de tu cuerpo. La viajera: “Es un traje de turismo,
entre los muchos que ha de usar tu ser cumpliendo su moción helicoidal”. La tenebrosa: “Es el cajón de muerte
o el ataúd grosero en que tu alma
yace y espera su liberación”. La hotelera: “Tu cuerpo es una casa que has de habitar un día y una noche”. La fabril: “Es un útil de trabajo,
una herramienta noble (martillo, escoplo, arado) con que realiza el alma sus oficios terrestres”. Sea un útil o un traje, sea chalet o féretro, cuidarás ese poco de tierra necesaria. Ni adores a tu cuerpo ni le des latigazos: es un buey de ojos triste, pero muy obediente si no lo abruma el yugo ni le sobra el alfalfa. 31 Comerás las verduras de tu huerto, sin repudiar el haba como los pitagóricos. Una lechuga, dos acelgas, una manzana y un limón te dan las mismas calorías de un buen pedazo de ternera. Con todo, no rechaces un lomo de novillo por temor de que el alma de tu abuela se haya encarnado en ese pastoril animal. Tales encarnaciones repugnan al Demiurgo: Elbiamor, no se ha visto ni ha de verse jamás que un hombre habite dentro de un caballo. Lo más triste y usual es que un caballo se nos meta en el hombre. 32 Del fermentado jugo de las uvas no beberás, como no sea ya en los bautismos, ya en los casamientos. Repudiarás en toda circunstancia los brebajes malditos 10
Heptamerón de Leopoldo Marechal que aviesamente se destilan en sigilosos alambiques. Todo borracho es una casa que abre sus puertas al ladrón. Y el que bebe agua pura consigue que florezca la barba de Esculapio. 33 Te bañarás asiduamente, pero sin ínfulas ni orgullo. Gentes hay que se bañan y lo gritan como si fuera un acto de heroísmo. Que la modestia y la necesidad te lleven de la mano hasta la ducha, no de otro modo el labrador que limpia la reja de su arado. 34 Cómodos e inocentes han de ser tus vestidos: ni ha de ahogarte la tela ni menos desnudarte. No des tu mano a las pulseras ni hagas tu cárcel de una túnica: el ostentoso pavorreal es un esclavo de su ropa. 35 Con los preceptos de mi Alegropeya lograrás, Elbiamente, construir tu alegría por la virtud sapiente y obrante de tu alma. Y darás buena sombra para todos. Amén.
Primer día: Alegrepopeya. Compuesta por: Invención y muerte de la elegía. Didáctica de la alegría El sentido de la alegría Segundo día: El descubrimiento de la patria y Didáctica de la patria. Tercer día: La eutanasia. Los elegidos y Didáctica de la muerte. Cuarto día: El Cristo
3. El sentido de la alegría
Leopoldo Marechal
Segundo Día
Descubrimiento de la patria
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Heptamerón de Leopoldo Marechal
Didáctica de la patria Conozco a los varones de mi tierra y mi siglo: inciertos en el mal y en la virtud, son como yo, tienen la misma cara sin dibujos de llanto y el mismo corazón en arcilla mojada que no tostó ni el fuego ni la gloria. 2 Josef, lo que te anuncio no es alegre ni triste: sólo es fatal en esta Patria joven. ¿No te hubiera gustado, como a todos, poner tus cuatro vientos en su bandera niña, y montar alazanes que arquean los pescuezos en el día feliz de una batalla; o romper en su elogio, con la oda, los tímpanos del mundo, y arrancar una pluma del ángel para ella? No has de lograrlo, y quedará en tu sueño: la infancia de la Patria jugará todavía más allá de tu muerte (yo lo aprendí hace mucho). Ella es un año inmenso que despunta en nosotros: ni tú ni yo veremos la cara de su estío. 3 Generaciones hubo más dignas que la nuestra. ¿Qué nos pasó a nosotros, Josef, que nos legaron un tiempo sin destino que merezca un laurel, un puñal que no sale de su vaina y un día sin talones de castigar la tierra, o una estúpida noche de soldados vacantes? Nos enseñaron que la Patria era no sé yo qué juicioso paraíso de infalibles trigales y vacas repetidas. Así engordamos junto a los grasientos asadores y cerca de las uvas pisadas. Y dormimos en todas las vigilias del hombre. 4 Entretanto, los pueblos que aventaba la historia dos veces conocieron el sabroso pavor de las batallas. No me importa, Josef, el tenor de su guerra: ellos caían bajo la implacable legislación del ciclo; se miraban desnudos en el espejo claro de la muerte; sentían retemblar bajo sus pies la cubierta del mundo, navío castigado, y abrirse arriba todos los pasajes del cielo. Nosotros les vendíamos harinas y carnes envasadas. Muy dichosos de ser espectadores y no actores de aquella promoción de la sangre, reíamos felices de nuestra paz bovina: quemábamos incienso a nuestro dios en figura de Shorthon; y lo apedreábamos a veces cuando la lluvia, en su traición, enflaquecía los vacunos o nos diezmaba los trigales. Josef, lo que te digo no es de hiel ni de miel: sólo es fatal en una Patria niña. Con todo, algo debemos hacer en esta infancia. "¿Qué?", me dirás, y te respondo ahora. 12
Heptamerón de Leopoldo Marechal 5 No te adelantaría mi Didáctica, si no supiese yo lo que se incuba, por vocación, en esta provincia de los hombres. Josef, un ciclo amargo da su fruta en el mundo: la oscuridad nos miente ya la forma de un dios. Pero un Rey no visible todavía está plantando almendras en suelos favorables. ¿Qué me dirías tú si brotara un almendro junto al río y sus crines de león? Estudia mis palabras que harán reír a muchos: yo siempre fui un patriota de la tierra y un patriota del cielo. 6 El nombre de tu Patria viene de argentum. ¡Mira que al recibir un nombre se recibe un destino! En su metal simbólico la plata es el noble reflejo del oro principial. Hazte de plata y espejea el oro que se da en las alturas, y verdaderamente serás un argentino. 7 Es un trabajo de albañilería. ¿Viste los enterrados pilares de un cimiento? Anónimos y oscuros en su profundidad, ¿no sostienen, empero, toda la gracia de la arquitectura? Hazte pilar, y sostendrás un día la construcción aérea de la Patria. 8 Y es una vocación de agricultura. ¿No viste la semilla en su carozo y el carozo en su tierra y esa tierra en su invierno? Riñón de lo posible, la semilla es el árbol no proferido aún y ya entero en su número. Josef, hazte carozo de la Patria en ti mismo, y otros verán arriba la manzana que prometiste abajo. 9 Somos un pueblo de recién venidos. Y has de saber que un pueblo se realiza tan sólo cuando traza la Cruz en su esfera durable. La Cruz tiene dos líneas: ¿cómo las traza un pueblo? Con la marcha fogosa de sus héroes abajo (tal es la horizontal) y la levitación de sus santos arriba (tal es la vertical de una cruz bien lograda). 10 Josef, si como pueblo no trazamos la Cruz, porque la Patria es joven y su edad no madura, la debemos trazar como individuos, fieles a una celosa geometría. ¡La vertical del santo, la horizontal del héroe! Te resulta dificil, ¿no es verdad? Pero aquí no se trata de vestir armaduras llenas de pedrería ni de abrirse las nalgas con lujosos rebenques. Tu heroísmo ha de ser un caballo de granja, tu santidad una violeta gris. Otros recogerán, a su tiempo, laureles y el brillo escandaloso de la notoriedad: yo te di los 13
Heptamerón de Leopoldo Marechal oficios del pilar y el carozo, fuertes y mudos en su anonimato. 11 Josef, dos modos hay de hacerte rico: o aumentando las cifras de tu cuenta bancaria o reduciendo tus necesidades a lo estricto y cabal. Mejor es el segundo, por la razón que sigue: ¿No es el hombre un viajero de la tierra?, ¿su viaje no es de un año? El que poco desea o necesita es, bien mirado, un cómodo viajero que anda sin equipaje. 12 Yo conozco a viajeros que se cargan de maletas ociosas. Por cuidar y mover sus pesados baúles ni observan el paisaje ni leen la escritura de este mundo sabroso (porque todo viajero debe ser un lector). Josef, eliminando tus valijas inútiles, ya eres pobre y liviano según la tierra gorda: leyendo y meditando tus lecciones de viaje, ya eres rico y pesado según la ley de arriba Si todos alcanzaran este fácil teorema, los hombres mis hermanos viajarían desnudos. 13 De los siete pecados capitales que asaltan a los hombres junto al Río, el primero es la Envidia (los he clasificado por orden riguroso de maldad). La riqueza exterior, los honores, el lujo, la suerte y el talento constituyen el pasto natural de la Envidia. ¿Josef, que no te muerdan sus dientes amarillos! Ni envidies a los otros ni les des ocasión de que te envidien. La manera segura de no ser envidiado es la de no mostrar nada envidiable. 14 La Gula está en el orden segundo de mi lista. Es terrible, Josef, lo que devoran nuestros conciudadanos entusiastas. Por sus jamás ociosas dentaduras yo diría que pasa toda la Creación en su aspecto visible y masticable: gordos terrestres piden ser y son. Josef, no te abandones a tan loco ejercicio: devora, en cambio, sin temor ninguno, toda la Creación inteligible, y te convertirás en un gordo celeste. 15 Por la mañana, cuando te levantes, piensa, Josef, en ese nuevo día; y no te olvides que al salir al sol entrarás en un campo de batalla. Que no te engañe el paso normal de los tranvías ni la canción melosa del frutero ni el pacífico rostro de tu jefe ni la sonrisa blanca de tu subordinado. Ángeles y demonios pelean en los hombres: el bien y el mal se cruzan invisibles aceros. Y has de andar con el ojo del alma bien alerta, si pretendes estar en el costado limpio de la batalla. 14
Heptamerón de Leopoldo Marechal Josef, nada es trivial en esa guerra: basta el peso ladrón de una bolsa de azúcar para que llore un ángel y se ría un demonio. 16 No vaciles jamás en la defensa o enunciación o elogio de la Verdad, el Bien y la Hermosura. Son tres nombres divinos que trascienden al mundo, y es fácil deletrearlos en las cosas. No los traiciones, aunque te flagelen: yo sé bien que la triste Cobardía suele atar a los hombres junto al Río moroso. Vence a la Cobardía de los ojos oblicuos, y la Patria futura dará el santo y el héroe que han de trazar las líneas de la Cruz. 17 Liviano de equipaje y avizor en tu guerra, te asaltarán, empero, no escasas tentaciones. Josef, has de vencerlas, o llorará la Patria todavía en pañales. Si te ofrecen un cargo de visibilidad, acéptalo en razón de tu mérito sólo y en vista de los frutos que darás a tu pueblo. Si eres olmo, no admitas la función del peral, o has de ser un peral falsificado y un olmo sinvergüenza. 18 Los cargos o funciones de mucha jerarquía tientan o con el oro fiscal siempre indefenso o con los relumbrones de toda investidura. Josef, no pongas mano en los dineros que a tu virtud laudable se confíen. El Robo, soslayada forma de la violencia, es el tercer pecado de nuestros compatriotas. 19 En cuanto al relumbrón, si te lo imponen, lo llevarás con el desgano y frío de quien se envaina por obligación en un frac de molesto protocolo. Sea tu libre personalidad, y no el brillo exterior que te prestaron, la que se muestre a todos, fiel e igual a sí misma. Conozco a personajes que se creían águilas, temidos y solemnes en su pluma oficial, y que al ser desnudados exhibieron risibles alones de gallina. 20 Si acaso gobernaras a tu pueblo, no has de olvidar que todo poder viene de Arriba, y que lo ejerces por delegación, como instrumento simple de la Bondad Primera. Josef, el gobernante que lo ignora u olvida se parece a un ladrón en sacrilegio que se Va con el oro de una iglesia. 21 Según la más antigua ley de la caridad, el superior dirige al inferior. Hasta los nueve coros angélicos reciben y cumplen esta norma del gobierno amoroso; y el ángel superior, al de abajo se inclina para darle una luz que a su vez le fue dada. 15
Heptamerón de Leopoldo Marechal Todo buen gobernante lo será cuando a sus inferiores descienda por amor y se haga un simulacro de aquel Padre Celeste que a toda criatura da el sustento y la ley. El gobernante que no asuma el gesto de la paternidad es ya un tirano de sus inferiores, aunque regale sus fotografías con muy dulces autógrafos. 22 Empero, no confundas esa paternidad con un fácil reparto de juguetes. Recordarás, Josef, que tu Padre de arriba gobierna con dos manos: con la manó de hiel de su Rigor y la mano de azúcar de su Misericordia. Si asumes el poder, usa las dos, ya la dura o la blanda, según tu inteligencia. Josef, el que gobierna con una mano sola tiene la imperfección de un padre manco. 23 Ni te muestres al pueblo demasiado ni en el poder te agites como un hombre de circo. Imita, si gobiernas, a ese Motor Primero que hace girar al cosmos y es invisible y a la vez inmóvil. 24 Preferiría yo, sin embargo, que tales pesos no recayeran en tus hombros. Es mejor construirse y apretarse uno mismo (ya te hablé del pilar y la semilla), y crecer por adentro lo que afuera se poda y ganar por arriba lo que se pierde abajo. Si así lo hicieras, crecerá la Patria, Josef, en cada una de tus disminuciones. Y todo lo que pierdas lo ganará esa Novia del Suceder, en su más claro día.
Tercer día: La eutanasia. Eutanasia o buen morir: Cierta vez, en un ancho cañadón de Maipú, le pregunté a una rana que tañía su vihuela de junco si era dable y sensible comparar a la muerte con un sistema refrigerador. Y ella me dijo, punteando su cordaje verdecaña: "Morir es partir un poco." Luego, Elbiamor, no es justo dedicar elegías a lo que apenas es un motivo de vals. Heptamerón, 1966
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Heptamerón de Leopoldo Marechal 1. Los elegidos ….
2. Didáctica de la muerte No reprendas a Dante, mi terrible maestro, Porque gritó una vez: Morte vilana! Ni su Beatriz era un clavel tronchado Ni su norte vilana era la muerte. Yo lo sé desde un tiempo que se apretó en racimos Y pisoteó sus uvas y fermentó en tinajas. Por lo cual, en memoria del ceñudo italiano, Levantaré mi copa llena de un vino eterno. (Fragmento)
Cuarto día: El Cristo …
Quinto día: La Poética. I. Biografía del poeta 6.
II. Arte Poética.
La historia del poeta será la navidad, La pasión y la muerte de un canto perseguido. Recuerdo yo una infancia, junto al yunque de padre forjador y a la sartén de madre que dio su pan al fuego. Y la oreja del alma sobre todos los ruidos y todas las peleas de gallos y mujeres. Y el oído piadoso de mi alma Colocado en el pecho de la música, Sólo en espera del terrible fiat Que hace parir al caos y lo exalta de rosas.
1. Rafael, ese monstruo que se llama El Poeta, Será motivo ahora de mi canto. La estructura increíble del aeda, Su modus operandis , su riñón tormentoso Pesarán con justicia en la balanza De mi ciencia (yo soy un pesador). 17
Heptamerón de Leopoldo Marechal Me dirás que no es grato ni a la Musa ni al hombre Calificar de monstruo al portalira. Y te respondo en alas de un fervor Casi al filo del llanto Que su monstruosidad no es imputable Ni a una errata en el libro sagaz de la natura Ni a una chispa de humor en la lengua del Verbo, Sino a la prodigiosa economía De los dioses que tallan en el juego divino. 2 La complexión monstruosa del poeta Se afirma en el contraste de su doble mirada: Con el ojo derecho mira en horizontal, Como el buey de paciencia cotidiana O el hombre de peinado triste y obligatorio; Con el izquierdo mira en vertical, Según la ley del ángel, Hacia la flor abierta de las alturas. Y es así, Rafael, como el aeda, Puesto en aquel dualismo del mirar, Traza la resultante de una y otra visión Y se queda en la oblicua peligrosa del monstruo. ¿Es un buey en tangencia con el ángel O un ángel que ha lanzado la tangencia del buey? La humanidad, fluctuando en esa duda, Guarda un mutismo casi respetuoso. 3 No obstante, la Experiencia de golpeado esternón Esgrime su verdad en este axioma: “Todo poeta es una zarza hostil En el campo de puerros de la Sociología.”
Rafael, cuando el hombre municipal eructa Canciones licenciosas en su baile de un año, El poeta, cubierto de ceniza, Le vuelve a recordar en sus estrofas Aquel sabor eterno que nos fue prometido. Y cuando al fin el hombre rasga sus vestiduras Y se arropa en un llanto de ternero, El aeda lo invita, sin pudor, a la danza. Es un trabajo ad intra por el cual yo realizo Lo que le corresponde a mi substancia. Y esa conformidad del portalira Con su naturaleza alienable Debe ser anterior al canto mismo Y a toda pesadumbre de laureles. 18
Heptamerón de Leopoldo Marechal Rafael, cierta noche, junto a un caballo moro, Vi yo a la Metafísica en pañales. (Fragmento) Rozada en su tangente por la bestia o el ángel, Un tamboril de amores fue mi alma Y a todo ha respondido con idiomas de amor, (Fragmento)
Sexto día. La erótica. Tuve un segundo encuentro en el Tuyú junto al mar que bramaba como un toro y en cierto mediodía de salitre. Acostado en las algas vi al Amor, doble y uno en su forma de andrógino admirable: la parte del varón (crines y bronces) y la de la mujer (plumas y rosas) buscaban la unidad en un abrazo de dos metales puestos en crisol. Y digo que, a mi vista, la región de la hembra se iba trocando en la región del macho y la del macho en la de la mujer, las crines y las plumas en fusión, los bronces y las rosas confundidos, hasta no ser ni el macho ni la hembra, sino los dos en uno y en ninguno. Con el primer encuentro se puede hablar de Amor: con el segundo nace la Erótica infinita.
Séptimo día: Tedeum del poeta. …
Los martinfierristas son una generación bárbara. Esos muchachos nacidos con el siglo o un poquito antes y que empezaron a hacer ruido poético a comienzos de los „20 dejaron, por entonces, aparatosa marca. Lógica, necesariamente, su obra -”mala o buena” dice Borges, que nunca idealizó el sarpullido vanguardista - vendría después. Alrededor del codo de los „30, precisamente, cada uno empezaría a hacer camino propio. De los treinta personales y del treinta del siglo, ese quiebre. Tal vez o sin tal vez, el único que por ser más grande y por tener otra cabeza radicalizó el gesto inicial y tensó la cuerda hasta el final fue Oliverio Girondo: arrancó con el chiste informal, el tomatazo, la bajada de pantalones, el módico escándalo, y terminó en el balbuceo. A esa última altura todas las palabras ya eran pocas y gastadas para él, no le servían para hablar desde la masmédula. Pero Girondo fue el único que agarró para adentro de la ruptura. Los demás pasaron por ella camino o de vuelta a casa. 19
Heptamerón de Leopoldo Marechal Uno de aquellos martinfierristas, hombre de Florida, fue Leopoldo Marechal. Porque de ahí hay que partir. Este primer tomo de sus obras completas reúne casi cincuenta años de poemas. Todos los reunidos en su momento en libro y otros que permanecían sueltos. No sé si él hubiera querido reeditar muchos de ellos. Supongo que no. Pero Marechal resulta siempre un poeta interesante. Su caso es raro y ejemplar en muchos sentidos. Sintomático de un tipo de itinerario de dibujo abrupto, hecho de opciones y elecciones, coyunturas y alineamientos en que lo poético se mezcla con lo ideológico-filosófico y lo torpemente político. Es decir: cómo y cuándo escribió qué cosas no es independiente de cuándo y cómo fue leído. Todo se entrevera en Marechal. Arrancó sin voz propia con un libro como Los aguiluchos, de 1922, donde cabía todo junto y mal, para saltar a Días como flechas, cuatro años después, donde el registro se afinaba sin hacerse demasiado selectivo: destreza y exterioridad. Es curioso ver en los poemas sueltos de 1925 a 1927 en qué medida producía a medida y paladar de los medios soporte: un tono elegíaco para La Nación, otro registro para Caras y Caretas, una joda girondiana en casa, en Martín Fierro. Con las Odas para el hombre y la mujer de 1929 ya estaba parado en un lugar estrictamente suyo. Ya no tenía nada que ver ni con Borges ni con Girondo ni con Molinari. El poema inicial, “Niña de encabritado corazón”, es una especie de salvoconducto hacia lo que se vendría. Y lo que vino porque ya venía fue una especie de conversión (viraje y/o transformación). Porque Marechal es un converso. Y un converso es alguien que cree en las bisagras. En un antes y en un después. Converso poético y reconverso religioso, Marechal se convierte y reconvierte en un tiempo de conversos: los „30.
Más allá de viajes iniciáticos, aparatosos congresos eucarísticos o de modelos intelectuales a lo Eliot, una crisis existencial a principios de la década -enfermedad de Francisco Luis Bernárdez, contaba- lo acercó al catolicismo ortodoxo. Y ahí ancló, encontró puerto; como otros -también a ambos lados del Atlántico- lo hallaron, por ejemplo, en la ortodoxia política comunista. El amparo, la contención, el Sentido final. De las Odas a El Centauro (1940) hay una década larga de cristalización ideológica, pero también formal. Porque ese Sentido único, esa forma (de vida, de pensar, de creer) unipersonal e intemporal a la que Marechal adhiere tiene su correlato inevitable en una poética que operará con recorte (de léxico y repertorio simbólico y metafórico) y puesta en caja formal: la estrofa regular, la disciplina retórica según moldes clásicos. Tampoco en esto es el único: vale la pena hacer el ejercicio de confrontar poemas coetáneos, sonetos de Miguel Hernández, del Borges posultraísta, de ese Marechal de los Sonetos a Sophia (1940) para comprobar cómo todo mundo cabe en los catorce versos de hierro. Precisamente de este período datan algunos de sus mejores y no sin justicia más famosos versos: los Poemas australes de 1937 siguen sonando impecables y convincentes, y la figura metafórica del domador, ese inolvidable Celedonio Barral (“porque domar un potro/ es como templar una guitarra”), marca
el momento exacto en que la poesía de Marechal dice lo que hace mientras lo descubre. El poeta como domador de palabras -antitético ideológico del medium inconsciente o del oficiante secreto- tiene ahí su más perfecta expresión. El poeta como manipulador de palabras ya amaestradas que lo sucederá largamente no será muchas veces- sino su reiterada caricatura. Pero en este itinerario personal hay un hecho que no por conocido suele asumirse en 20
Heptamerón de Leopoldo Marechal todas sus consecuencias: a partir de 1945, Marechal adhirió activa y “funcionariamente” al peronismo. Y eso es clave. Porque estuvo solo cuando fue poder, porque estuvo solo cuando fue depuesto. El Marechal católico de los „30 y comienzos de los „40 puede utilizar sin censuras canales diversos de expresión.
Tribunas liberales como Sur -que le publica Laberinto de amor en 1936- o La Nación, junto a reductos de fundamentalismo católico donde convive con filonazis talentosos como Ignacio B. Anzoátegui. A esa altura y hasta entonces, era parte del abanico amplio de la cultura aceptable, no había cruzado el Rubicón criollo, el Riachuelo del 17 de octubre. Y cuando Marechal lo cruzó, se acabó todo. Marechal es “el” peronista de su generación. Y lo pagó carísimo. En vacío y en silencio, en lectura distorsionada por la revancha durante veinte años; en apoteosis tardía y no menos distorsiva cuando a mediados de los „60 volvió del exilio interior como profeta
docente enancado en nuevos vientos políticos, nuevos rumbos editoriales. Ese último Marechal poeta, el del ambicioso Heptamerón (1966), suma y programa, tiene momentos memorables y algunos extraordinarios -la Patriótica toda, las coloquiales Didácticas: De la alegría, De la muerte, De la patria- pero el aliento se hace entrecortado a veces, como un manual de demasiados tomos. El viejo y diestro domador ya por entonces no domaba: se sentaba a explicar cómo eran las cosas. En eso, como un personaje de Chesterton que sin duda amaría, era de los que “sabían demasiado”. Muestras reiteradas de esa sabiduría de extraño y contradictorio destino
están en esta suma de poemas. Vale la pena buscar, entre tantos, los muchos imprescindible. Leopoldo Marechal
http://www.elortiba.org/marechal.html
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