la dejó encinta», está debidamente dicho na rrador con el primer miembro de la frase denunciando de hecho [épftp] la fatuidad y engaño de las idealizaciones de Leandro sobre su amor a Inés, cuando, por falsía o por ilusión, en un mundo orga nizado sobre la lucha de las dos clases sexuales, pretende para sí y para su amada haber fundado una isla de hermandad. Pero bien parece que a su vez el narrador en el segundo miembro de su frase está con sus palabras [Xo'fq>] induciéndonos a engaño en otro nivel de falsedad, en cuanto pretende hacer pasar la alusión al carnal ayuntamiento y a sus consecuencias genéticas como la descripción objetiva y verdadera de lo que es un proceso amoroso con sus com plicaciones y desventuras. 16. D e manera que parece que, cuando se establece en griego la antítesis Xdfq» / £pf«>, se desconoce desgraciadamente el hecho de que el segundo miembro no por contraponerse al primero deja de ser palabras y razones también él mismo; y que el que de ese modo hablaba no dejaba de hablar al pasar a la parte del «de hecho», ni el que escribía fórmula semejante saltaba tampoco, al trazar el se gundo miembro, fuera de la hoja de papiro; de manera analoga a como los principios de Galileo no por derrocar las teorías aristoté licas sobre las fuerzas dejaban de ser ellos a su vez teoría positiva acerca de las fuerzas.
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17. ¡Ah, cuántas veces habremos tenido que observar que, de las dos partes que todo libro ordinariamente comporta, es siempre la primera la que es la buena, aquélla en que se refutan y demuelen las doctrinas hasta entonces dominantes, mostrando su falsedad, en tanto que la segunda parte, aquélla en que el autor ofrece a su vez la solución de los problemas y la doctrina verdadera, nos parece mucho más floja, necia y falsa! 18. En otras palabras, cuando esa antítesis entre lo que es de palacra ( Xo'^q») y lo que es de hecho (£p*fto) se presenta, no paramos mientes de ordinario en que los dos elementos, Xo'-fto y §p-fu>, que señalan uno y otro miembro son tanto el uno como el otro de carác ter metalingüístico, esto es, que tanto el uno como el otro consti tuyen anotaciones aplicadas a manifestaciones lingüísticas, a dos par tes simplemente del discurso racional. 19. Y sin embargo, esa antítesis / Ipfü) constituye la es tructura misma de nuestro mundo, de todo el mercado humano, ya que ella es la estructura por excelencia del lenguaje práctico, en el cual constantemente se utiliza la falsedad de las razones del otro (que es, por supuesto, una verdadera falsedad) para fortalecer e ilu minar, como por contraste, la verdad de las razones propias. 20. Resulta así que este £p?ov que se apoya sobre la mentira del Xofoc; engañoso sigue siendo ciertamente Xo'-foi; también él mis mo; pero, debido a la fuerza que la denuncia del Xófo<; engañoso le confiere, gana una especie de doble duplicidad, que, al doblar su poder de engañar, pudiera ser que hiciera doble su mentira. Porque es que bien puede ser, señores y señoras, que de una mentira no pueda decirse que sea más mentirosa que otra sino en la medida en que sea más poderosa. 21. Por poner otro ejemplo: aquél que dice «E l hombre teóri co, especulativo y contemplativo, pretende (Xofq>) que piensa en la humanidad y se preocupa de ella, cuando de hecho (ep-ftii) no está haciendo por ella nada y todo queda en especulación y palabrería; para preocuparse por la humanidad, no de palabra (kóf
), hay que trabajar, comprometerse en la acción, luchar» está con este alegato denunciado con toda justicia la falta y la trai ción del hombre teórico (si es que tal ser existe); pero, mientras
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está diciendo «trabajar», tampoco él está trabajando más que de pa labra , pero de hecho hablando. 2 2 . O bien al revés: que si todo hablar, desde el momento que se produce y entra en el mercado humano, es una acción, un Épfov, acción sería igualmente el puro Xó^oc y la teoría.
23. Sin que por esto permitan las nueve Musas a los hombres teóricos que me oyeren (en la medida que existan tales seres) pensar que se está haciendo aquí ninguna defensa o justificación de la teoría. De su buena inteligencia espero, señores y señoras, que no me pon gamos en el trance de tener que explicar que lo que aquí está tra tando de hacerse es simplemente la denuncia de la antítesis entre ambas cosas, entre Xófo? y Sp^ov. 24. Pues bien, he aquí en el segundo brazo de esa vieja antí tesis, eternamente repetida por los hombres, la etimología de la Realidad que les había prometido. Pues me parece ver que el Abla tivo latino re de la palabra res, a veces reforzado con el adjetivo tiera, en la forma réuera (algo cómo ‘en el hecho de veras’, verda deramente de hecho'), no fue otra cosa sino la traducción del ele mento §p~f<ú del segundo miembro de la antítesis, entre otras que los romanos pudieron poner en uso para oficio semejante. 25. Y así les propongo que sea de ese funcionamiento de la palabras res, en oposición a uerba o ratio, de donde surgió el adjetivo réalis y el propio nombre realitas, y de donde la especulación de las escuelas medievales desarrolló los conceptos de lo real y de la Realidad. 26. Pero, antes de seguir adelante, convendría retener un mo mento vuestra atención sobre la naturaleza semántica de esas pala bras, griegas y latinas, que fueron elegidas para significar la verda dera Realidad que se opone a la palabra vana, cuyo significado vino a ser el de la ‘Cosa’ misma, el más real y el más abstracto de todos los significados substantivos. 27. Pues podría creerse acaso que aquellos nombres han em pezado por significar, ya como nombres independientes, Cosa’ o ‘Realidad’, y en ese caso nuestra especulación etimológica carecería de fundamente^
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28. Pero no hay tal cosa: el nombre griego, ¿pfov, designó primero la obra humana, la acción del hombre y, para no andarnos con circunloquios y hacer pensar que la acción del hombre puede ser otra cosa, el trabajo mismo, tal como en el título del poema de Hesíodo, los yEp-fa, primer documento de la moral occidental del Tra bajo bajo la que vivimos. Y por cierto que fielmente uno de los nombres de la Realidad alemana, la W irklicbkeit, se deriva de la misma raíz indoeuropea, tratando desde hace siglos de aproximarse y de diferenciarse inefablemente de la Sachlichkeit. 29. Los otros dos nombres griegos que pudieran presumir de significar simplemente ‘Cosa’, a saber, nombre verbal del verbo xpáofiat ‘usar de’, ‘aprovecharse de’, y rcpdffia, nombre ver bal del verbo xpáaaio ‘actuar', ‘negociar’, padre también del nombre hoy en boga de la Praxis, medio sinónimo de la Realidad, nos con ducen igualmente a significados primeros bien humanos, industriosos, comerciales y del círculo de los affaires. 30. En cuanto al nombre latino res es bien claro que se em pleaba originariamente para los haberes y la hacienda (así que res es tanto nombre del Capital como de la Realidad), y en especial para el asunto judicial (que con más precisión se llama también causa), cuyo inculpado se llamó, como es sabido, reus, antes de llamársele accüsátus. 31. No es más que secundariamente cuando palabras tales como la latina res o la griega x?W a se ven transferidas a la designación de las cosas llamadas naturales (por ejemplo, Lucrecio se titula Rerum natura o Anaxagoras dice ó|too xd )rpT¡(Aerea r¡v); sucedería más tarde nuevamente que, repitiendo en parte la misma evolución, la palabra causa, que designaba propiamente el proceso o el asunto judicial (con el verbo accüsáre que de ella sale), pasaría a significar en la germanía de las escuelas filosóficas la Causa y en el lenguaje vulgar la Cosa misma. 32. Respecto a lo cual, debemos advertir entre paréntesis, se ñores y señoras, que esa transferencia semántica no se cumple sino en correlación con un proceso histórico por el que las cosas llamadas naturales, los elefantes, las estrellas, los calamares y la cannabis in dica se convierten a su vez en cosas-en-el-mercado, en piezas del sis
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tema de los negocios y la historia humana. Pero sobre este punto probablemente tendremos todavía que volver. 33. Por lo pronto vemos cómo los valores semánticos de las pa labras como res o £pfov nos dejan dentro, en el centro mismo, de la feria humana, del sistema lingüístico de la praxis, refiriéndonos a instituciones como el Trabajo, el Comercio o la Justicia, que, bien que no siendo el lenguaje mismo, están estructuradas y funcionando según el modelo fundacional del sistema de la lengua; bien lejos de señalar tales palabras hacia una realidad extralingüistica, inde pendiente de palabras y convenciones. 34. Y ha sido en esas condiciones cómo, a pesar de todo, los elementos indicadores del segundo miembro de la antítesis, ° re, han servido para establecer pretendidas contraposiciones de lo Real con la razón o la palabra; y es a partir de semejante medio, de un medio — me atrevería a decir— legal, obrero y mercantil, de donde ha surgido, por sustantivación de esos morfemas del segundo miembro de la antítesis, durante la Edad Media la palabra realitas y, por ende, toda la Realidad. 35. Nacida pués la Realidad en tan humilde cuna, de linaje de tan modesta burguesía, asombro de los ojos es, señores y señoras, la grandeza y gloria que en nuestros años ha alcanzado. Mas, para ana lizar sus cargos y sus honores, las funciones que cumple la Realidad en el comercio humano, paréceme adecuado examinar en primer tér mino el prestigio y las aplicaciones que se dan en el mundo de los negocios, el mundo — esto es— de la verdadera vida, a lo realista, al realista y al realismo, como testimonio más superficial y de más clara evidencia, que nos permita penetrar luego en las de lo Real y la Realidad misma. 36. ¿Qué prestigio puede compararse en este mundo al de lo Real doblemente confirmado como realista? He aquí, señores y se ñoras, las solapas, que conservo, de un estuche de fósforos distri buido como propaganda hace algunos años por una casa productora de piensos y alimentos para el ganado. Les ruego que se sirvan creer, bajo mi palabra, que aquí puede leerse: «S u pienso compuesto no será nunca realista sin Aurofax.»
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37. Y solicito toda la seriedad de su atención al caso, pues lo que aquí puede parecemos ridículo no lo es en modo alguno: no podrá ser sino un caso extremo, que nos muestre la verdadera signifi cación en el lenguaje corriente de la palabra. Pues ¿qué?, ¿es que un industrial productor de piensos no va a saber muy bien, y mejor que nosotros sin duda, cómo tiene que emplear los términos? Bien será pués que, bien que supongamos que es en el lenguaje de las escuelas donde el anunciante a su vez ha aprendido el uso del vocablo, obser vemos con toda seriedad este uso suyo, a fin de que podamos tal vez con una poca menos analizar los casos en que otras más venerables propagandas nos presenten la misma fórmula, salvo la sustitución de «pienso» por «pensamiento». 38. Notemos que la hazaña del industrial forrajero ha sido, por especie de hipálage, aplicar al pienso mismo el adjetivo que sería trivial para el cliente, si se hubiera dicho «Su pienso no será nunca digno de un ganadero realista.» Pero con esa hipálage lo que sucede, de hecho, es que la cualidad del realismo, no limitándose a informar a los hombres debidamente, se convierte en una cualidad de las cosas mismas. 39. Y entonces, mediten un momento en ello, señores y señoras, en un mundo en que hasta los piensos se adhieren al realismo, en que las propias cosas, no contentándose ya con ser reales, se hacen realistas, ¿cómo podrían dejar de serlo los ganaderos y los políticos, y los filósofos y el pensamiento mismo? Y aun, inversamente, poco decir sería realistas: si pudiera ser, incluso, ¡hasta reales como las propias cosas! 40. Como ilustración de lo cual, me permito aportarles la dis cusión que uno de mis amigos estudiantes de Madrid me refería recientemente entre él y una compañera perteneciente a uno de los partidos netamente caracterizados por su realismo; la cual, en desespe ración ya de un acuerdo, terminaba por decirle: «Lo que pasa es que vosotros habláis con conceptos, mientras que nosotros hablamos con realidades», dejando a mi amigo sumido en imaginaciones de una si tuación como aquélla que Swift nos cuenta en que los sabios habían decidido prescindir de las palabras y hablarse manejando directamente con sus manos las cosas de que se tratara. 12
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41. Hubo un tiempo, en efecto — parece ser— , en que incluso podía emplearse la palabra idealista para aprobar y ensalzar la con ducta y la virtud de un hombre, diciendo, por ejemplo: «E s un hombre bueno, noble, idealista.» Ese tiempo está pasado y bien pa sado, y por cierto que no tengo el menor deseo de lamentarme de ello. ¡Si ese tiempo no hubiera hecho más que simplemente desapa recer! Pero he aquí que, a modo de compensación, se puede hoy oír como fórmula corriente de alabanza: «E s un buen tipo, un hombre sano, que sabe cómo hay que hacer las cosas, un hombre realista.» De una manera seguramente análoga a aquélla que para las cosas ha hecho que el supremo elogio sea el de que «E s muy práctico.» 42. Porque, después de todo, ¿qué es un pienso realista? No otra cosa — supongo yo— que un pienso más nutritivo, mas completo, que produzca más carne, leche y huevos, no ya, por cierto, a las pobres bestias intermediarias (tan ausentes de la consideración que el anunciante puede escribir «Su pienso», sin que a nadie se le ocurra atribuirles el su posesivo a ellas ni incurrir en ambigüedades insultan tes), pero sí a su propietario. 43. Ahora bien, con respecto a un pienso, ¿qué significa ser más nutritivo sino poseer en un más alto grado la cualidad y la vir tud propia de un pienso? Pues entonces, por consiguiente, resulta que la palabra realista aplicada a un pienso no significa ni más ni menos sino ‘bueno’, y que con valor gramatical equiparable, aunque con efectos estilísticos inferiores, la fórmula propagandística podría reescribirse «Su pienso compuesto no será nunca bueno sin Aurofax.» 44. Realista parece ser, por tanto, una de las variantes estilís ticas de bueno que disfrutan actualmente de mayor crédito en el Mercado; y análogamente a como pasaba con el pienso, el hombre realista corre peligro de ser sencillamente el hombre bueno de nues tro tiempo. 45. Pero es ello que buenas razones tenemos, que estoy seguro, señores y señoras, de que todos compartiremos conmigo, para sos pechar que la antítesis ‘bueno/malo’ es la antítesis por excelencia, destinada a cimentar y mantener el estado de las cosas, a hacer que sea lo que es; pues el mal probablemente no puede sostenerse más que bajo el imperio de la antítesis entre bien y mal, es decir,
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más que cuando tiene algo bueno con lo que alternar y a lo que oponerse. 46. Es así que, como ya Platón proponía en el campo conser vador, el Bien es el sostén del Sér, esto es, del Estado, del hecho de que las cosas sean como son; en efecto, que Fulano sea bueno (o, lo que es lo mismo, malo) exige lo primero que haya de ser Fulano, que sea lo que es. 47. Y siendo esto tan excesivamente perceptible que el propio lenguaje del comercio habitual rehuye el uso descarado de aquellos dos adjetivos tan abstractos y desnudos, sustituyéndolos por otros de continuo, viene a ser de sumo interés para nosotros examinar los adjetivos sinónimos que en cada época y situación ocupan su plaza y su función preferentemente; sin que nos pese mucho de confundir el valor de uso de los términos con su significado, cuando bien puede ser que significado a su vez no signifique nada muy distinto de lo que en otras ocasiones significó sustancia, esto es, ‘morada del ver dadero Bien’ (o ‘Mal’). 48. Así que no vamos a poder menos de comenzar a sospechar que, siendo lo real lo bueno y el Bien la cara positiva del Ser mismo, la Realidad correlativamente venga a ser el Ser sin más, la Esencia y la Substancia, bajo la forma históricamente perteneciente a nuestra época. 49. Fijemos pués ahora nuestra atención, pasando, por así de cir, de la Moral al Dogma, sobre la doctrina misma de la Realidad, sobre el realismo. Porque, por cierto, ¿el realismo es una doctrina? No es nada fácil contestar a esto; pues nosotros, observándolo desde fuera, diríamos que sí lo es, puesto que termina en -ismo, puesto que dice cosas acerca de las cosas (dice por lo menos, por ejemplo, que «L o cierto es que hay pobres y ricos» o que «La realidad es que hay obreros y burgueses», o que «La realidad es que la economía de tal país requiere para subsistir la importación por año de tantas tonela das de petróleo»), pero en cambio, si oyéramos al realismo mismo, el realismo negaría más bien que fuera él tal cosa. 50. El realismo niega ya su propio carácter de doctrina por el hecho mismo de que es esencial en él el rechazar la especulación y la
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teoría como cosas alejadas de la Praxis y la Realidad, y por consi guiente tiene que rehusarse a ser tomado él a su vez como una doc trina entre las doctrinas, como una opinión entre las otras. 51. Pero ¿qué hacer en tal dilema, señores y señoras? El rea lismo no por ello deja de decir cosas acerca de las cosas. Nos permi tiremos pués decir que es, en ese sentido, una doctrina. Solamente nos obligaremos a añadir, a su intención, que es una doctrina que en primer lugar afirma que no es una doctrina, que no se dedica a la especulación y teorificación, sino que trata derechamente de las cosas tales como son en realidad, de la Realidad misma. 52. Hay que anotar aún en este trance que hay realismo, como ustedes saben, de dos clases: reaccionario o conservador y crítico o revolucionario. Contra el reaccionario, poco hay que añadir: es una ideología que pretende no ser ideología, sino realidad, y que en efecto, justamente en cuanto ideología, pertenece íntegramente a la Realidad que continuamente necesita la ideología como sustento suyo. 53. En cuanto al realismo crítico, que con toda justicia critica la separación de la teoría de la praxis, se le plantea un dilema suplemen tario: para no caer bajo su propia crítica, él no puede estar separado de la Realidad; pero si está en la Realidad, ¿está en ella como ideo logía de la Realidad?; no, puesto que él critica la escisión entre Realidad e ideología; ¿está como Realidad objetiva?; no, porque en tonces, objetivo y mudo por definición, no podría ejercer crítica al guna sobre la Realidad ni realizar en ella transformación alguna; por tanto, como crítico y revolucionario de la Realidad que es, ¿está fuera de la Realidad?; pero entonces cae bajo su propia crítica. 54. Sin embargo, soslayando por ahora esta dificultad suplemen taria, volvamos a la constatación, común a todo realismo, de que se trata de un tipo de doctrina que se caracteriza por negar su pro pio carácter de doctrina (en cuanto niega legitimidad a todas las doc trinas) y por tratar directamente con las cosas mismas, con la Rea lidad. Donde observamos inmediatamente que la negación de una doctrina a ser doctrina la convierte sin más y por ello mismo en la doctrina verdadera: la hace ser sencillamente la Verdad, en cuanto que es la voz directa de la Realidad de las cosas mismas.
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55. Ahora bien, resulta que toda afirmación o ciencia que pre tende decir o saber el Ser de las cosas tal como El es en verdad, tal como si fuera el Ser mismo el que a sí mismo se dijera, adquiere por ello mismo la dignidad de una Teología. Conque es así como em pezamos a descubrir con cierto susto que acaso la Realidad sea la nueva faz de Dios que corresponde a nuestro siglo, tanto más des pótica y sobrecogedora cuanto que es la que corresponde a nuestro siglo. 56. Pues ¿en qué puede tranquilizarnos el hecho de que el Dios no tenga ya un carácter personal? ¿No se nos ha dicho que la Religión propiamente dicha se desarrollaba a partir de una especie de estadio mágico, en que no había dioses, sino fuerzas que, sin em bargo, imponían igual de bien el miedo, las creencias y las prácticas rituales? 57. ¿Se llegaría pués con la Realidad, justamente en el mo mento del dominio de las fuerzas llamadas naturales, a un segundo estadio mágico, en que las fuerzas que imponen el temor, leyes y esclavitudes, con ser científicamente conocidas y domesticadas, no serían sino más seguras de su poder? ¿Y no habría servido para nada la progresiva personificación y luego sublimación de Dios, que, a través del monoteísmo, se había reducido a la pura esencia del Ser y quedaba, por tanto, desnudo — parecía— para el último asalto de la negación? 58. Si todo idealismo, esto es, toda doctrina que nos remite a realidades trascendentes a las contradicciones de este mundo, más sublimes y reales que sus miserias, merece la más ferviente conde nación de los miserables, entonces el realismo cae bajo la misma condenación, pero no por lo contrario, sino por lo mismo. 59. Parodiando al maestro Eckhart, cuando decía que «Digas lo que digas de Dios, estás diciendo falsedad», podríamos decir, señores y señoras, que, dígase lo que se diga, cada vez que se pretende hablar de un mundo exterior a las palabras mismas, se está contribuyendo, de hecho, a reducir el mundo a la Realidad de las palabras, al mismo tiempo que, a la inversa, contribuyendo a reducir las palabras a mero mecanismo de este mundo; y así, a través del cambio del Señor, se garantiza su permanencia.
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60. En efecto, cuando se dice del Ser que lo que son, podría creerse a primera vista que camente nada, que se trata de una inocente demonstrado ad oculos de la Realidad en sí, que es sin que haga falta ni decirlo.
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es, que las cosas son ya no se dice prácti tautología o de una es decir, de aquello
61. Pero el hecho es que ahí se sigue oponiendo un sujeto a un predicado, que en la fórmula Ser = Ser, Yo = Yo, Reali dad = Realidad (e igualmente a la inversa) se hace jugar a la palabra realidad alternativamente el papel de sujeto y el de predicado; y así se sigue estableciendo la escisión entre lo que se dice y aquello de lo que se dice, la escisión — esto es— entre objeto del pensamiento y pensamiento del objeto. 62. Es de notar que Parménides mismo se resiste a emplear ni tan siquiera la fórmula «E l Ser es», prefiriendo la simple afirmación ‘impersonal’ o unimembre «E s», como quien dice «Llueve». El por lo menos está de continuo recordando y recordándonos (a ries go de que ello pueda implicar una condena de su propia exposición y de la misma predicación «E s» ) que ser y concebir o ser concebido no son sino la misma cosa. 63. Y si el idealista de antaño, al decir que «L a realidad no es más que la manifestación de la Realidad verdadera», manifestaba con cierta sinceridad, dentro de su propia formulación, la escisión del pensamiento y de su objeto, el que dice luego «L a realidad no es más que la Realidad» (o viceversa), restablece la misma escisión, no ya en lo que la fórmula dice, sino en la formulación de dicha fórmula. 64. Pero como es probable que pueda decirse, señores y se ñoras, que esta escisión entre pensamiento y realidad, entre práctica y consciencia, contituye el Estado del Ser, el hecho de que las cosas sean lo que son, y lo que impide su revolución, bien podríamos pen sar que la afirmación realista, según la cual la Realidad es la Realidad, y, por ende, el pensamiento es sólo pensamiento, las palabras meras palabras, lejos de ser una inocente tautología que nos deja frente a la acción y la realidad, contribuye, lo mismo que la idealista, a disociar acción y pensamiento, y a fijar así el Estado de las cosas. Así es como el realismo sería la forma de nuestro idealismo, a la par que la Rea lidad el Dios de nuestra religión.
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Vi5. Con toda justicia se lanzaba el joven Carlos Marx a criticar el idealismo, que en ‘Hegel’, esto es, no tanto en lo que Hegel dice como en la asimilación histórica y positiva de la negación hegeliana, había alcanzado, en efecto, una especie de redondez o absolutitud a la que seguramente nadie había osado desde ‘Parménides', esto es, no el objeto de las palabras de Parménides (o su diosa), sino las palabras de Parménides como objeto; y se puso a denunciarlo como la forma filosófica que la Religión había adoptado para sobrevivir; pues bien aceptaba Marx que la crítica de la Religión fuera el fundamento de toda crítica. 66. A lo que no pudo alcanzar ni la clarividencia del propio Marx (como es natural, puesto que al fin era también del propio Marx y estaba, por tanto, dentro de la Historia) fue a desprenderse de aquello que podríamos decir un cierto como optimismo de aquella época, todavía dorada, del ateísmo occidental moderno, optimismo que le llevaba a menospreciar un poco demasiado el poder de Dios para la metamorfosis. 67. No pudo él todavía sospechar de qué nueva materia iba el Señor a rehacer su faz soberana y por medio de qué adaptación a las leyes de la Física y de la Historia («L a Biblia tenía razón», dirá la Ciencia) restablecer su imperio sobre las mortales urbes. 68. En efecto, que Dios fuera la Realidad o que la Realidad sea Dios, ¿qué tanto monta? ¿Pues no sabemos que en la predica ción última o esencial la relación entre sujeto y predicado es reversi ble y que puede esa predicación estar girando eternamente sobre su eje, a ejemplo del mundo que la ha creado para su propia subsisten cia, y que desde entonces, a ejemplo de ella, eternamente gira? 69. Ya se ve, pues, señores y señoras: no es tan fácil ser ateo como puede creerse de primeras. Y cuando veo a aquéllos que, con tentos con haber terminado con el viejo Dios, la beatitud tan futura como eterna de las almas y todo el montón de las supersticiones superadas, se adhieren con una fe igualmente ciega a las creencias que la Ciencia y la organización de su tiempo imponen, y se quedan, por ejemplo, contemplando boquiabiertos la subida de las curvas esta dísticas hacia los novísimos del Progreso y cómo, mudando de luna según los tiempos, miran con los ojos de la fe más pura hacia la de
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los astronautas, trabajo me cuesta no admirar la multipotencia j las argucias extremas del buen Dios. 70. De un modo análogo a como estos millares de nuevos seres humanos y encantadoras prójimas nuestras que suelen en estos años arrastrar su aburrimiento por las playas y albergues de montaña de la Europa, emancipados de las cadenas de la moral antigua y del pecado, comenzando en compensación a creer científicamente en el Sexo y otros artículos de la nueva Fe, muestran bien por su tristeza misma que tal vez el solo gozo que les anima es el de la infracción todavía de la moral moribunda, en tanto que la nueva se apresura ya a su vez a ahogar todas las posibilidades del placer de amor, que nunca podría estar libre de Dios ni de tristeza de pecado en un mundo que sigue estando tan lejos de estar libre de Dios él mismo. 71. «N o hay puta que no crea en el Amor», oí decir una vez a uno, experto en la materia (y todavía — pienso yo— debería haber dicho «mujer» sencillamente, en el mal sentido de la palabra, en el social, que es el real, por cierto). En efecto, Sociedad sin Dios es imposible. 72. Pues Dios había venido a no ser sino uno de los nombres del Ser, es decir, de la fe del mundo en su propia realidad, en que es lo que es y que lo que es es lo que es; y en cuanto a mí, por ejemplo, aquí me veo asimismo obligado a creer en mí, en que soy el que soy; y en tanto que el mundo tenga que seguir creyendo en sí, o yo en mí (pues, entre mundo y yo, ¿qué diferencia?), el Ser, bajo nombre de Dios u otro, mantendrá su imperio y nada habrá cam biado. 73. Así es, señores y señoras, y antes de seguir haciéndoles oír esta especie de diatriba, es preciso que no nos hagamos ilusiones sobre este asunto ni sobre los efectos y trascendencia que pueda tener sobre su propio asunto nuestra diatriba misma. 74. Es el mismo Carlos Marx (si es que hemos de optar, a la manera habitual, por mantener la identidad de todos los Carlos Marx como el mismo Marx) el que debidamente se mofa de la que él llama kritische Kritik, aquella Crítica crítica, que, tras haber mostrado con toda justicia que la Sociedad entera y sus instituciones consiste
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en ideologías y creencias, de haber, en fin, descubierto el carácter religioso de la estructura del universo, se creía entonces, por tal de nuncia verbal y de un trazo de pluma, haberlo con la denuncia aniqui lado para siempre. 75. ¡Líbrenos Quien pueda de caer en ilusión semejante! Aque llos críticos, en efecto, habían descubierto que la Realidad es idea; lo que olvidaron, en la alegría del descubrimiento, es que la idea es realidad; y que, por tanto, ninguna denuncia, individual y teórica, de su carácter religioso y falso puede arrancarle su carácter de real. 76. Todo lo cual recuerda vivamente aquella cuestión eterna mente debatida en torno a una de las actitudes que más genuinamente pueden pasar como socráticas (y que coincide, por otra parte, con el «N o saben lo que hacen» de Jesucristo), la actitud de no creer que se pueda hacer mal a conciencia de que se hace mal. De donde la solicitud práctica se apresura a deducir la necedad siguiente: que basta con alcanzar la conciencia del mal para que el mal sea impo sible. 77. Pues bien, a la actitud socrática puede uno afiliarse a pesar de todo: entonces, si se nos presenta a alguien que evidentemente hace mal adrede, o — mejor aún— alguno nos declara él mismo que él ciertamente sabe que hace mal, pero que lo hace, deberemos res ponder que no creemos que el tal sujeto esté verdaderamente con vencido de que hace mal; o más aún: que no estamos convencidos de que no crea que está haciendo lo mejor que debe. (Que el testi monio ajeno es siempre sospechoso, y no menos el propio, que puede estar igualmente alterado por un interés contrario al habitual, por ejemplo, el de afirmarse con ello liberado de la ley moral misma.) 78. Y si entonces nuestro contradictor nos dice: «Pues bien, socráticos impenitentes, ¿cuándo estaréis dispuestos a reconocer, y con qué prueba, que el que hace mal tiene verdaderamente conciencia de que hace m al?», nosotros, impenitentes, le responderemos: «Sólo hay una prueba: cuando no lo haga.» 79. La idea, en efecto, es realidad: ser y pensar tienen que ser uno solo y lo mismo; pero, desde el momento que se dice del Ser que es lo que es, se hace de él dos, se miente; y al restablecer la ver-
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balidad, idealidad o legalidad de la Realidad (ya que si lo real fuera real en sí, ¿a qué haría falta decirlo?), se hace a la mentira ser real; y así, como la idea es realidad, ni la pura razón ni la palabra pura (ni la crítica crítica ni los escritos de Marx, ni, por supuesto, estas torpes palabras que dirijo a ustedes, señores y señoras) no tiene poder para destruirla. 80. ¿Sino quién entonces? Es cierto que si digo «L a crítica», hago del pensamiento acción real y, como no lo es (¿quién podría nombrar al pensamiento en tanto que está vivo?, y si está muerto y reducido a idea, no hace más que formar parte de la Realidad), en tonces estoy mintiendo; pero si digo «L a acción», heme aquí ha ciendo teoría de la acción, separando a la acción de la conciencia de sí misma, reduciéndola a la realidad más trivial y dejándola impotente para hacer otra cosa que procurar los cambios que el Ser necesita para seguir siendo lo que es. 81. Pero si digo que la acción iluminada de conciencia, que el pensamiento produciéndose como acción, estoy aquí intentando reu nir las dos cosas cuya dualidad con ese intento mismo estoy ratifi cando; las dos cosas que, si no puedo nombrar con una palabra sola, es porque, de hecho, siguen siendo dos. 82. Es así que, por ejemplo, la modesta diatriba que hoy aquí me estamos oyendo pronunciar puede asestar, en todo caso, algún man doble al realismo, pero en modo alguno a la Realidad, señores y se ñoras, de la cual la diatriba misma está formando parte de tal modo que lo que ella dice está por fuerza en contradicción con lo que ella es. Y asimismo sospecho que los que oyeren forzados estaran, por su propia pertenencia, a no entender lo que aquí se dice, sino a asi milarlo como parte de la Realidad a la que ellos pertenecen. 83. ¿Puede valer la pena, en tales condiciones, seguir hablando de la Realidad? No es seguro que no, a pesar de todo, si atendemos a la contradictoria observación siguiente: que, por otra parte, cual quier respuesta a la pregunta sobre «¿Q ué es la Realidad?» altera la Realidad en algún sentido justamente en cuanto que la pronuncia ción y audición de tal respuesta viene a integrarse en la Realidad. 84. Que es que sucede que toda predicación respecto de la Rea lidad se ve obligada a ser inexacta (aunque sólo fuera por el hecho
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de que tiene que referirse a una Realidad, ya inexistente, en que esa predicación no estaba formulada), y es por esa misma inexactitud por lo que no puede menos de alterar la Realidad en algún sentido. 85. De manera que, no porque creamos que este discurso pueda ser verdadero, sino porque no estamos seguros de que, justamente por no poder serlo, no pueda ser activo y útil en algún sentido, puede que merezca la pena seguir hablando un poco de la Realidad. 86. Pues bien, señores y señoras, observamos que de realidad se habla sobre todo en dos sentidos y en dos contextos bien diversos: en el uno la Ciencia nos declara «La Realidad es esto y esto», «E l mundo es así», y procede a describirnos la Realidad y cómo es el mundo; en el otro, es el habla cotidiana y laboral la que nos dice « ¡Esta es la Realidad!» o bien « ¡E l mundo es así»; de tal modo que es más bien una diferencia de entonación lo que nos invita a sospechar que se trate de dos realidades. 87. ¿Hay, pues, dos realidades?: ¿la natural — digamos— y la social?, ¿la de la Ciencia y la de la ‘Vida’? Y si tal es el caso, puesto que es muy improbable que meramente por azar se haya empleado la misma palabra en los dos contextos, ¿cuál es la relación entre una y otra realidad? ¿Cuál de las dos ha nacido de la otra? ¿Cuál de cuál es subordinada y dependiente? 88. Pero de estas dos últimas preguntas, dado que la investi gación de la filiación es mucho más oscura que la de la dependencia (ni creemos, por otra parte, que el hijo dependa de su padre porque sea hijo de su padre, sino más bien a la inversa, que el hijo es hijo del padre porque depende de él), examinemos primero la relación de dependencia entre ambas realidades. 89. Sin olvidar tampoco que la relación de dependencia es siempre reversible: que así como el proletario depende del patrono, así el patrono, a su modo, depende del proletario, así como también, cuando el Padre hace al Hijo, el Hijo, bien que en otro nivel, hace al Padre padre; de manera que no nos sorprenda que si, por ejemplo, descubrimos que la Realidad física es la autoridad de la ética, sea, sin embargo, aquélla la que de otro modo esté sometida a ésta, como esclavo griego pedagogo al servicio de patricia familia de romanos;
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que se apoye la primera en la segunda, pero sea este apoyo que a la segunda presta apoyo de la primera para sí misma; que, en fin, el cuadro al que el millonario sirviera de modelo sea modelo de com portamiento y de fachenda para el millonario. 90. Ello es que un niño, desde que empieza a aprender a ha blar, recibe por ello mismo una progresiva información sobre la Realidad: indiferentemente se le informa: «Eso es el sol. Parece que da vueltas en torno de nosotros, pero no te fíes, porque la verdad es lo contrario», y con la misma indiferencia: «E s la criada», «E s un fontanero»; ni siquiera suele permitirse algo como «Se llama fonta nero», «E stá haciendo de fontanero»; no, sino derechamente «E s el fontanero.» 91. Y así seguidamente se le va dotando de la información que se considera necesaria (y no desatendamos, por cierto, el hecho de que la palabra información nos ofrece en este punto una preciosa ambigüedad: que la información que le informa en el sentido de que le hace saber es la misma que lo informa en el sentido de que le hace ser sabido y lo conforma; la que le entera de las cosas es la que lo integra en las cosas). 92. De suerte que, al entrar apenas por la juventud, se le ad vierte, por ejemplo, en el mismo tono: «Hay que ganar dinero»; y como sucede a veces que un hombre a tal edad no está todavía, pese a todos los esfuerzos, suficientemente informado y no se aviene a ello buenamente, se le añade una vez más: « ¡Esa es la realidad, muchacho!» , o bien exprimiendo escasamente un epíteto ornamental —que, al anotar la cualidad, está, a modo de apellido, consolidando la esencia— : « ¡Esa es la dura realidad! » 93. Y cuando a vueltas de los años, a fuerza de tropezones con tra esa Realidad endurecida (que no contra la materia ciertamente), empieza nuestro hombre a comprender al fin y a recitar el Credo in unum Deum omnipotentem, esa tranquilizadora evolución se nos pre senta como biológica y natural: aquello era fruto de la sangre jo ven; esto es la edad la que lo trae consigo, el tiempo que madura los cerebros. 94. Pero ¿cómo, señores y señoras? ¿Vamos nosotros a tra garnos cruda semejante apelación a las leyes naturales?; ¿vamos a
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creemos que lo que era producto natural y necesario de la edad puede haber sido objeto de tan largo y empeñoso adoctrinamiento por la prédica, el palo y el caramelo? ¿No tenemos más bien todas las ra zones para pensar que se ha tratado de un proceso histórico, ético, social, lingüístico y humano? 95. Y, sin embargo, no cabe duda de que el éxito y fatalidad de ese proceso se funda en buena parte en estar sostenido y autori zado por el paralelo con las leyes de la transmutación de la materia y con las leyes que regulan el movimiento de los astros; y aquí, como en otros casos, comprobamos que son siempre las leyes de la sedicente Realidad natural las que sirven de base y de modelo a las leyes legales o leyes propiamente dichas. 96. Y viniendo al texto mismo del adoctrinamiento (por ejem plo, que «Hay que ganar dinero»), bien se ve cómo la Realidad del Trabajo, del Dinero, del Sexo, las familias y las clases se apoya para imponerse fatalmente sobre la fatalidad de la Realidad física: la lucha por la vida de plantas y animales, la jerarquía de los seres naturales, ordenados por géneros, especies y familias, la hierba sometida a los herbívoros y los herbívoros a los carnívoros, el impulso ciego y arre batado de las bestias en el celo ( amor ómnibus idem !), la laboriosa previsión de las hormigas y la perfecta ordenación gravitatoria de los planetas y los soles. 97. E s esa identificación de las unas con las otras leyes, esa apelación a la ley física para sostener la ley legal la que supo opor tunamente poner en solfa — bien me acuerdo— uno de los que han sido de los críticos agudos de vuestra lengua, Georges Brassens, cuando, para consolar a una cierta dama que, por la propia exube rancia de sus gracias posteriores, ha caído sentada en tierra, le dice que «L a ley de la gravedad es dura, pero es la ley.» 98. Y, en efecto, señores y señoras, si de primeras puede pare cemos que la Realidad histórica, social, moral, a la que se refieren los consejos de los padres, los gritos de los amantes apuñalándose o de los héroes reventando en el campo de batalla, está subordinada a la Realidad física del Universo y que de ella depende y se deriva, de suerte que el hombre es un animal y la hazaña de la praxis y la razón humana culminación y metamorfosis última de la Materia viva,
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de hecho, lo que vemos, mirando más atentamente, es que eso es justamente lo que la Realidad histórica pretende acerca de sí misma y lo que hoy más profusamente esparce por sus medios de propa ganda. 99. Ya el carácter interesado de esta Wéltanschauung der Welt nos podría poner en guardia y hacernos pensar si no estarán las cosas de otro modo; pues si, a falta de otro criterio de verdad, a este mundo traidor e incierto le aplicamos las reglas de averiguación que él usa para sus juicios, aplicándole así el prejuicio judicial del cui prodest, bien podemos sospechar de una teoría por su interés práctico y del Orden cósmico por el sustento práctico que aporta al Orden que teóricamente lo sustenta. 100. No parece pués muy claro que la Realidad histórica sea manifestación o modalidad de aquella física que maneja como espejo suyo. Y más dudoso aún se nos muestra el caso cuando rememora mos que lo primero que parece surgir siempre en nuestras tribus son las instituciones y las leyes, y que sólo sobre su cimiento y a su amparo se desarrolla en segundo término la especulación fisiológica y astronómica sobre el contorno aquel poblado de variopintas re públicas de fieras o las llameantes murallas del Universo. Recuerden lo que en la especulación etimológica descubríamos de que las cosas son primero asuntos, haciendas o negocios, antes de ser inocente mente cosas. 101. Notamos, entonces, que las realidades que las ciencias fí sicas descubren vienen a descubrirlas a continuación de estar inven tadas en la Sociedad las realidades correlativas suyas. Así, cuando la reina Berenice hubo depositado en el ara de los dioses el bucle de sus cabellos en ofrenda por el feliz retorno de su hermano y es poso Ptolomeo, el astrónomo Conón lo descubrió en el cielo de la siguiente noche convertido en estrella nueva. 102. Vemos, por otra parte, cómo las realidades sociales pa recen necesitar de las otras como apoyo y confirmación. ¿Qué po drá, desde este momento, devolvernos la confianza en la verdad e independencia de las cosas naturales? ¿Quién va a quitamos la sos pecha de que sean estas cosas naturales, engendradas de algún modo
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por la praxis histórica y humana, servidoras suyas y factores sociales igualmente? 103. No nos la quitará por cierto el considerar cómo en la es cuela se preocupa la sociedad adulta de imprimir en los cerebros infantiles, casi con igual fervor que los mandamientos de la Madre Iglesia o la grandeza imperial de España, la estructura del sistema solar, las leyes de transformación de la materia y la convicción de que dos y dos son cuatro; ni el recordar que, en otros tiempos, con el mismo celo que se defendía de las perturbaciones políticas o mo rales de Lutero o de Molina, se defendía el Orden contra las per turbaciones que Servet o Galileo producían en el concierto de los astros o en el tráfico de nuestra propia sangre. 104. Cuál sea, en fin, el actual sentido de la dependencia entre ambas realidades, podemos comprobarlo con cualquier experimento de la vida cotidiana. Me viene a detener, por mal ejemplo, un po licía, como a malhechor debidamente configurado por la orden de detención; aparece pués en mi guarida; con el aire de hombre duro y cinemático, me muestra su insignia, mientras con la izquierda ju guetea fríamente con el encendedor; al mirarlo entonces, creo reco nocerlo: «¡P ero, hombre, si es Juanjo! Juanjo en persona, mira tú por donde. Sí, hombre, fuimos juntos los primeros años al Ins tituto. Ya no irás a los bailes de criadas los domingos. Te habrás casado, claro»; en este punto, poniéndose nervioso, me manda callar, y como sigo profiriendo algo, me agarra por el brazo y me hace callar de una bofetada. 105. En semejante trance, al demandar por la Realidad, se me dirá tal vez que lo real es esa mano de carne y hueso, que el hombre es eso que se palpa y que, andando, demuestra el movi miento. Pero ¿no es cierto, señores y señoras, que aparece ahora bien ridicula semejante pretensión? Tan claro se nos muestra que lo único real es el policía. Como en aquel cornudo que acuchilla a su mujer el marido, el marido es lo único que vive. 106. Siguen ahí la carne y los ojos y los huesos y la cosa sin gular que yo quería llamar Juanjo; pero evidentemente la única función que todo ello cumple no es otra que la de servir en toda sumisión, como soporte y como cobertura, a la realidad del policía, para darle convicción y solidez a su realidad.
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107. Y he aquí pues, señores y señoras, cómo la naturaleza y la materia indefinida, reducidas a mero disfraz y argumento de la verdadera Realidad, se nos aparecen destinadas a dotar a la Historia del mismo ser que la hostil Naturaleza debió, según se cuenta, de tener antes del Tiempo, en la prehistoria. 108. Y entonces, cuando recordamos que las ciencias no son sino el progreso de las religiones, que vienen a descubrir la Natu raleza o Realidad primera después de estar bien establecida la Na turaleza segunda o Realidad sin más, nos vamos fortificando en el pensamiento de que la relación entre ambas realidades más bien habremos de invertirla: que, en tanto que de palabra (Xo'-ccp) la His toria no es más que la forma específica de la Naturaleza para el hombre, que no hacemos sino continuar (o llevar a su cumplimiento, según algunos predicadores) la evolución natural, etc., de hecho (ép-j-cp) toda la carnazón y la verdura de la tierra y el aliento de los fuegos estelares no son más que otros implementos de la maqui naria, otros documentos de nuestras oficinas. 109. Es pués la Sociedad o —por no prestarnos a ociosas dis tinciones— el Estado el que ha ampliado el nombre de la %íxr¡ o Jus ticia de sus tribunales para aplicarlo también al orden inmutable de las estaciones y el que ha hecho de la avá-fx?] o necesidad de su miseria una dváfXTj o Necesidad del Universo, a fin de que a su vez, la ííxT] o Justicia natural, la ává-fxr, o necesidad universal apo yen con su peso infinito y hagan inevitables la Justicia y la Necesidad de sus propias leyes y de su constitución. 110. Pues bien sabe el Señor Dios que nunca es su faz más imponente y aterradora que cuando su faz se oculta tras la nube, y jamás su Ley tan indefectible como cuando en Ley natural se nos enmascara. E s entonces cuando Prometeo yace encadenado para siempre, pues que no es ya Zeus, el joven tirano, quien le aplasta, sino la mole del Cáucaso por sí misma. 111. Es pués así, señores y señoras, como me atrevo a propo nerles que intentemos ver la relación entre las dos realidades; que, por otra parte, no son dos sino en virtud de la necesidad de la or ganización del Estado de establecerse sobre antítesis. Y es así como sigue siendo para nosotros la más triste de las verdades, como lo era
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para el siglo en que tuvo su génesis la Biblia, que la materia y los cuerpos y la vida son la producción hebomadaria y laboral del Ser. 112. Examinemos, si no, verbi gratia, el Tiempo, la cosa aquella que, al decir del rebelde númida, después episcopalizado, para saber lo que es, hace falta no pensar en ella (que es lo que suele pasar por otra parte, con los demás elementos de la realidad). 113. Que el Tiempo es una cosa de este mundo y elemento de la Realidad parece que debería ser bastante claro; pocas, sin embargo, que más arraigada tengan una intimación de fisicidad y trascendencia en las mortales mentes. ¿Es, en efecto, el Tiempo una institución histórica? Lejos de creer tal cosa, los hombres imaginan la Historia misma desarrollándose sobre una especie de línea de tiempo-en-sí o de sustancia temporal. Es así como se realiza la noción de Tiempo, también llamado antaño Eternidad. 114. Pero el Tiempo no puede ser sino sus divisiones. «¿Cómo, si no, podría subsistir ese todo», que Aristóxeno decía «si no estu viera articulado en partes y ordenado por obra de algún ritmo?». Sólo en el número tiene su génesis la unidad. 115. Pues bien, de las divisiones del Tiempo más usuales, ¿cuál creen ustedes que debe decirse que es la más real? Echen una mi rada, señores y señoras, alrededor de ustedes, en el interior de us tedes, sobre la vida en una palabra, y sin duda habrán de responder conmigo: la Semana. 116. Podrás todavía, corazón mortal, saltar victorioso sobre las alternativas de las estaciones o de las horas de tu día; pero ¿quién se alzará contra la ley del Sábado y el Lunes? ¿Podrán negar aún que, creado el Sábado por el hombre, es el Sábado el verdadero creador y sustentador del Ser del Hombre? 117. Pues ¿cuál otra división, si no, podría comparársele a la Semana? Díganme ustedes, por ejemplo: el mes, ¿qué es el mes ya desde hace tiempo, y más ahora que la luna aquella que se dice que fue la que contó los meses se ha eclipsado totalmente detrás de una luna en que se comete la extraordinaria frivolidad y solecis mo de alunizar, para, si es caso, trabajar en ella por semanas y fes 13
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tejando los domingos? Si conserva el mes todavía un poco de rea lidad y consistencia, es sólo gracias a los funcionarios y a los que cobran mensualmente sus emolumentos. 118. Pues ¿el día? ¿Qué me dicen del día, con su oposición a la noche, con su mañana y con su tarde? ¿E s que hay todavía una luz que crece y que desciende, una puesta del sol y un amanecer? Sí, subsisten, subsisten de pretexto y de literatura; pero de hecho, bien sabemos que el mediodía que reina no es del sol, sino de inte rrupción de la jornada de trabajo para los sitios en que rige ese sistema laboral. 119. El rumor del tráfago, el humor del productor y del con sumidor es lo que sube y lo que baja. Y el día y la noche no tienen definición ni unidad alguna, no comienzan ni terminan sino cuando hay que levantarse a comenzar la jornada o cuando hay que reti rarse a reponer fuerzas para la siguiente. Trenes metropolitanos y de suburbio son los verdaderos caballos de la Aurora. 120. Y luego, ¿el año, con la divertida ronda de sus estacio nes? Verdaderamente, a creer a la propaganda, de las revistas ilus tradas y de la prensa sentimental, a propósito, por ejemplo, de las alteraciones vitales y sanguíneas de la primavera, se diría que la raza humana sigue viviendo, en efecto, casi como los ciervos o las culebras, el turno de las estaciones y sometida a la ley cíclica del celo; pero cuando insisten tan obstinadamente en proclamar que hace frío en el invierno y calor en el verano (pues ¿qué sería, si no, de los abrigos de astracán y los hoteles de las playas?) no puede uno menos de sentirse invadir por la desconfianza. 121. Y cuando observamos cómo funcionan simultáneos los negocios entre las naciones de los más diferentes climas, cómo en un avión van los hombres en pocas horas arrastrando de otoño en primavera sus títulos de bolsa y sus amores bien seguros, sin que sufran por ello ni los unos ni los otros la menor alteración, y cómo en pleno invierno se imprimen los almanaques en que se cuenta, con sus modas y sus chistes de bañistas, lo que va a ser el verano, uno comienza a entrever lo que es en realidad el curso del año y a comprender mejor por qué es cada vez más necesario que el calen dario y el reloj avisen a los hombres para que se apresuren a cele
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brar la muerte de algo que está muerto probablemente desde la prehistoria. 122. Pero no hay en cambio realidad más fuerte que la de la Semana. Jamás, señores y señoras, jamás podrán escapar ustedes, ni por coche ni por ruido, ni por intimidad ni por distancia, a la tris teza infinita del fin de la semana: allí donde no sabes si es de noche o de día, allí donde no penetra el vaho de primavera, hasta allí llega el sordo olor de sol marchito de la tarde del Domingo; y cuando alargues a dos, a tres, a cuatro días ese tu week-end, no otra cosa estarás haciendo que prolongando tu agonía. 123. Y bien desconcertado que dejarán ustedes a cualquiera de los buenos trabajadores a quien le hagan notar que la Semana es la única división del Tiempo que no tiene fundamento natural alguno: para él, en efecto, es la única que tiene un fundamento natural. 124. Y es pués una verdad eterna aquella que el Génesis nos enseña la primera: que, antes del cielo, antes de la luz, estaba el Ser de la Semana,que fabricó el mundo en seis días y al séptimo descansó. ¿Qué no tendremos que pensar acerca de una institución que la Sociedad o — mejor dicho— el Estado seapresura a justi ficar y divinizar antes que cualquier otra? 125. ¿No decía el teólogo, al buscar un ejemplo de imposibi lidad metafísica, que lo que no puede ni la omnipotencia del propio Dios es hacer que un Martes no sea un Martes? Pues ahí está el modelo de nuestra impotencia, y ésa es la raíz del Tiempo. 126. Es cierto que todavía, de tarde en tarde, el ojo melancó lico del adolescente, imperfectamente adaptado a la visión del mun do, parece en vislumbre sentir de un otro modo la caída del sol entre las vidrieras enrojecidas del fondo de su calle o estar a punto de descubrir no sé qué otra verdad al pasar tiritando por primera vez junto al torbellino de hojas secas del parque desolado. Pero al punto comprenderá él mismo que simplemente «E s el atardecer» o «E s el otoño», y nada más natural por tanto. 127. Apenas si de allí saldrá otra cosa que un vago suspiro de protesta. Un suspiro, tal vez, no banal del todo. Doble es, en
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efecto, señores y señoras, la función de la poesía: la canción del prisionero nos consuela de la cárcel, pero al mismo tiempo nos la recuerda. 128. ¿Qué podría aquí decirles todavía? Continuar hablándoles sería a lo mjeor correr el riesgo de decir la segunda parte del libro, aquella inútil y positiva que no debe decirse nunca. En todo caso, ¿habrá que decir que no hay razones para creer?, ¿para creer — se entiende— que las cosas son lo que son y que el Ser que se es existe? 129. Y ¿quién les impedirá ser lo que son, las cosas? No lo sé, y no quiero saberlo. Pues esperar, lo mismo que desesperar, es restablecer el reino del Futuro, es decir del Tiempo, es decir de las Causas, es decir del Ser. Pero no se ve razón tampoco para pen sar que la vida y la palabra, pío? y Xofoc, que se decía en griego más o menos, no sean amigos entre sí o amigas, o incluso hermanos para los griegos y hermanas para nosotros. 130. No se ve por qué creer ni dejar de creer tal cosa de ellas, puesto que las dos son negativas. Vida y razón, en efecto, tienen ambas en común el siguiente hecho: que no son, ni la una ni la otra; que no pertenecen a la Realidad; aunque sea con dos ma neras muy distintas de no ser: la vida como óXofov, la crítica como IttxdXoyov, o dicho más metafóricamente, lo subracional y lo super racional. 131. Pero el caso es que ambas no son. De ninguna de las dos, en efecto, se puede hablar (deduzcan ustedes, señores y señoras, el paso en falso que estoy a punto de dar en este trance); de la vida no se puede hablar, porque el solo hecho de hablar de ella la ra cionaliza y la transforma en realidad; de la razón no se puede ha blar, porque es ella la que habla: si a su vez se habla de ella, ya no es ella la que está hablando, sino que se ha hecho objeto del hablar y reducido a realidad; y siendo ella por definición lo que habla, no puede ser aquello de que se habla; de manera que, cuando se habla de ello, ya no es de ello de lo que se habla. 132. Así es como crítica y vida, no siendo ni la una ni la otra, bien pudiera ser que fueran entre sí amigas y las dos se opusieran
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al común enemigo de ambas: lo positivo, lo que es, lo que sabe y es sabido, de lo que se habla y de lo que aquí hemos estado hablan do; lo que con nombre de vida vende historia, con nombre de pen samiento vende ideas: la Realidad, en fin, o, por dividir su nombre en dos, la miseria y la mentira. 133. Contra la miseria, que es mentirosa, contra la mentira, que es real y verdadera, ¿vendrían a ser común enemigo razón y vida, palabras vacías que pronunciamos, pero que estarían en la Realidad como falta de su totalidad o fallo de su omnipotencia? No sabemos, ciertamente, si sí o no, no lo sabemos; pero, cierta mente, no lo sabemos; y en ese no saber está todo el aliento y la esperanza. 134. Y si en fin de cuentas la Realidad es fatal y todopode rosa, como lo proclaman a diario en nuestras plazas las trompetas de su propaganda, entonces, por lo menos, moriremos (si me per miten, señores y señoras, cerrar con un rasgo de humor una diser tación que ha venido volviéndose demasiado seria), moriremos por lo menos impenitentes y cumpliendo el deber humano más elemen tal: maldecir al tirano.
vm DE LA CONFUSION ENTRE METODO Y OBJETO, A PROPOSITO DE LOS GRADOS DE REALIDAD DE LOS COLORES
1. La dialéctica pués o método dialéctico, de la que me parece que hace tiempo que se habla mucho más de lo que habla ella, ¿qué es, en definitiva, lo que hace? ¿Cuál es su praxis en cuanto len guaje? (no añado ya ni ‘del Hombre’ ni ‘de las cosas’, contando con que al menos desde Hegel se vió bien claro que los dos eran eí mismo). No creo que pueda decirse que hace más cosa que lo que hace la lengua corriente misma; sólo que a conciencia, por decirlo así, y por ende de una manera extrema, irrestringida por principio, resoluta, por no decir absoluta. 2. La lengua cualifica, esto es, que es ella cualitativa por esen cia; lo que ella cualifique, lo cuantitativo no cualificado, se presenta, por virtud de mera hipótesis, como lo incognoscible, lo irrecono cible por la lengua por lo mismo que no cualificado. Pero, para ver bien en qué sentido la cualidad o cualificación es la operación misma de la dialéctica, conviene que ese término ‘cualidad’, de largo uso en las escuelas filosóficas y en consecuencia oscuro, se aclare y se precise en lo posible. 3. Cualificar querrá decir articular en forma de cuestiones que se respondan por «S í» o por «N o». Por ejemplo: cuestión ‘Rey de España’ : « — Este señor ¿es el rey de España? — Sí»; cuestión ‘ino cente: « — El reo ¿es inocente? — Sí»; cuestión ‘estar sentado'; «— El elefante ¿está sentado? — Sí»; cuestión ‘querer’ : « — ¿Me
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quieres? — Sí»; cuestión ‘frío’: «— ¿Hace frío? — Sí»; cuestión ‘haber’ : « — ¿Hay? — Sí». No es preciso advertir que toda pregunta en interrogativa parcial contiene una cuestión de «S í o no» de la cual la parcial precisa un rasgo: «¿Con qué lo han matado?» con tiene la cuestión, positivamente contestada, «Lo han matado», y la respuesta «Con estricnina» es equivalente de un «S í» a la pregunta total «¿L o han matado con estricnina?» 4. Pero sí será bien notar que las parciales del tipo ‘Cuánto’ no se escapan a la regla: si pregunto «¿Cuántos han muerto?» no es para que se me responda «Bastantes», sino «2.545.527», y si digo «¿Cuánto mide un átomo», no es desde luego para que me digan «Muy poquito», sino más bien « 2 ~ 27 mieras», o en caso contrario, se rechace mi pregunta (esto es, la asunción en ella contenida) diciéndome resolutamente «Los átomos no miden»; en efecto, tan carentes de contestación serían propiamente preguntas totales como «¿Han muerto unos cuantos?» o «Los átomos ¿miden muy poco?», que generalmente se estima estúpido siquiera formularlas. 5. Pues bien, lo dialéctico viene a ser como un enfrentarse con la lengua desde dentro de la lengua misma (por más que la postura así enunciada parezca, como lo es, sumamente dificultosa), propo niéndole algo como esto: «Bien, puesto que ése es tu sistema, len gua mía, sigamos adelante, llevemos al límite tu sistema, a ver qué pasa»; y lo primero que se hace entonces es aclarar las cuestiones en forma de interrogativas disyuntivas: «¿ E s el Rey o no es el Rey?», «¿Inocente o culpable?», «¿Sentado o en cuclillas?», «¿M e quieres o no me quieres?», «¿Frío o calor?», «¿H ay o no hay?» 6. Y cuando se llegue a tropezar con la duda ante alguna de estas cuestiones, en modo alguno se contentará el método dialéctico con respuestas intermedias o compromisorias como «E s el Rey en cierto sentido, en otro no», «E s algo culpable», «Está entre sentado y en cuclillas», «A lo mejor te quiero», «Ni frío ni calor: hace buen tiempo», «Puede que haya un poco»; no, sino que pondrá entonces en cuestión a los predicados mismos, y lo mismo que, cuando en lo fonémico se neutraliza la oposición M /N , se descubre en el mismo instante el archifonema como representante de la opo sición anulada, así vendrán las preguntas del nivel siguiente: «¿Qué
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De la confusión entre método y objeto
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es ser Rey de España?», «¿Q ué es ‘inocente’?» , «¿Q ué quiere decir ‘estar sentado’ ?» , «¿Q ué es querer?, «¿Q ué es frío?», «¿Q ué es haber?». 7. Pero estas interrogativas parciales de ‘Qué’ contienen implí citas las totales metalingüísticas: «E l rey de España, ¿es el rey de Es paña o es otra cosa?»; « ‘Inocente’ ¿es lo inocente? ¿o no?»; « ‘Estar sentado, ¿quiere decir estar sentado o se define de otro modo?»; «E l querer, ¿es el querer o no es el querer?», y «E l frío, ¿es o no el frío?»; preguntas que ya sólo admiten una de dos contestaciones: o «S í» («E l rey es el rey», «L o inocente es lo inocente», «Estar sen tado es estar sentado», «Querer es querer», «E l frío es el frío»), el ‘Sí’ que es prácticamente el mantenimiento de que lo que es sea lo que es, o «N o» («E l rey no es el rey», «L o inocente no es lo ino cente», «Estar sentado no es estar sentado», «Querer no es querer», «E l frío no es el frío»), un ‘N o’ que, para no ser una trivial mentira, no puede menos de ser la perturbación práctica de la Realidad por la anulación de las instituciones correspondientes (anulación de la Mo narquía, del Amor, de la Física y de la Lengua); anulación que no es, evidentemente, la de la cosa en sí, sino la de la antítesis en que se sustentaba (‘Rey/súbdito’, ‘Inocente/culpable’, ‘Sentado/en cucli llas’, ‘Querer/no querer’, ‘Frío/calor’). 8 . Esa anulación, como en el ejemplo fonémico recordado en el § 6, implica la creación del archisemantema o archipragma corres pondiente (‘Persona’, ‘Sujeto’, ‘Flexión coxiaP, ‘Sentimiento’, ‘Tem peratura’), que al poderse emplear a su vez como predicado («E l rey de España, ¿es una persona?»; «Un inocente, ¿es sujeto de sus ac ciones?»; «Estar sentado, ¿consiste en una flexión coxial?»; «No querer, ¿es un sentimiento?»; «E l frío, ¿es temperatura?»), para en el paso siguiente ser asimismo sujeto de interrogación («¿Q ué es persona?», «¿Q ué es sujeto?», «¿Q ué es flexión coxial?», «¿Q ué es sentimiento?», «¿Q ué es temperatura?»), ofrece al método dialéctico la repetición, en otro nivel, del mismo juego. 9. Pero es peculiarmente luminoso el último ejemplo de nues tras cuestiones, «¿H ay o no hay?», que, al dar lugar a la interrogación «Haber, ¿es haber?» nos permite desplegar el paso siguiente de este modo: ‘Haber (sea lo que sea)’ y ‘No haber (sea lo que sea)’ implican
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‘Ser’, esto es, ‘Que, sea lo que sea lo que haya o no haya, sea lo que sea’ (este paso podría darse con cualquiera de las otras predicacio nes; pero en ésta es probablemente el único que puede darse); y a partir de aquí podemos ejecutar una operación nueva, que es poner en cuestión el proceso dialéctico mismo, la jerarquía dialéctica entre los dos pasos, al preguntarnos « ‘Que haya lo que sea’, ¿es igual a ‘Que sea lo que sea lo que haya’?», o, preguntando en modo más pedante, «E l haber del ser, ¿se reduce al ser del haber?» Lo que se pone en cuestión con la operación reseñada es la relación entre la primera y segunda (o segunda y primera) asunciones u objetos de la moderna Ontología, ser y haber (o ‘existir’, si se prefiere; pero ‘haber’ tiene inmensa ventaja por lo elocuente de sus reglas de cons trucción sintáctica, y además es, como ser, un término de la lengua corriente, y no, como existir, inventado ad boc en las escuelas: «No hay Dios» es lo que dice el lenguaje inmediato del ateísmo, mientras que «Dios no existe» es una traducción culta, nebulosa y propicia a todas las confusiones). 10. En efecto, ambos hechos, ser y haber, parecen competir en elementalidad en la estructura de nuestra lengua o mundo y más bien imponer dos tipos de elementalidad bien diferentes: con es la predicación bimembre («A es A »), que une a dos términos de la misma realidad lingüística, parece indicar, por la afirmación de la identidad consigo mismo, que ambos no son más que uno y que por ende hay definición, integridad, redondez y cerrazón; con hay tene mos el ejemplo por excelencia («Hay A ») de la predicación unimembre, con predicado y sin sujeto (como «Llueve», «Hace frío», «Due le»), que trata, por tanto, de establecer un puente o dar un salto entre dos modos de realidad, la propiamente lingüística, a la que ese pre dicado pertenece, y la otra, no lingüística, que le hace, por así decir, como de sujeto, imponiendo por ende la apertura a lo otro, la insufi ciencia o indefinición. 11. Pero, antes de seguir viendo cómo el método dialéctico, al tratar de dar su último paso, se convierte en objeto, conviene que volvamos a desviarnos un momento a las cuestiones cuánticas (cfr. § 4). ¿Qué pasa aquí, cuando en «Los muertos son, por fin, 2.545.527 ó 2.545.526?», «¿E l átomo mide exactamente 2 ~ 27 mieras o 2 —26? » se presenta igualmente la duda? Ya se sabe cuál es el paso dialéctico en este campo: se le conoce tradicionalmente como gene
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ralización del concepto de número; es decir, que, lejos de abandonar la cualificación de la cantidad que llamamos número, la duda se re solverá volviéndola a establecer en el nivel dialéctico siguiente: no se consentirá un «2.545.527 aproximadamente», ni siquiera un «Li geramente más de 2 ~ 77» , sino que se ofrecerán unos nuevos números: en el primer caso, por ejemplo, se computarán las probabilidades de error en el cómputo de los muertos, y la cifra se presentará acom pañada por otra cifra (una fracción decimal cerrada) que reduzca a cierta la incertidumbre; en el otro caso se introducirá en la fórmula, por ejemplo, la cifra ‘velocidad de la luz’ en calidad de límite y, me diante una operación del tipo de la del paso al límite, se nos ofrecerá una fórmula en que la amenaza de continuidad del infinitésimo haya quedado igualmente conjurada. 12. Pues bien, ya decíamos desde el pricipio ( § 1 ) que esta exi gencia o procedimiento que por todas partes encontramos de resol ver la duda sobre el ser o no ser de las cosas por medio de la genera lización, es decir, la neutralización de la oposición establecida que da lugar al establecimiento de un archisemantema o archipragma en otro orden, hasta llegar a la cuestión de la relación entre ser y haber, es, practicado conscientemente, el proceder mismo del método dialéc tico; el sistema establecido se destruye a sí mismo por su propia rea lización, y lo dialéctico sería la consciencia de esa práctica, que por lo mismo sería la práctica de su consciencia. 13. Pero héte aquí que hay un hecho más: el que se revela, sin ir más lejos, en esto de que aquí, en este estudio, estemos ha blando de la dialéctica, y, por tanto, tratándola como objeto de nues tro hablar, practicando una metodología, una Lógica, si se quiere, o propiamente una Logología, con la que el hablar se reduce a ser, y es por ello al mismo tiempo una Ontología. Es así que, en general, cuando la gente habla ahora tanto de la muerte de la Filosofía (al tiempo que, por el contrario, hablan de la muerte de Dios algunos teólogos optimistas), se olvida que la Filosofía estaba muerta desde el momento que era Filosofía, esto es, un objeto del que se podía hablar. 14. Pero, dejando las metáforas biológicas, ¿qué es lo que su cede cuando la cuestión que se plantea es justamente «L a dialéctica, ¿qué es?» Sucede, al parecer, que, según lo indicado en los § § 9-10,
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esta pregunta, que es la última, y por tanto la primera, respecto al Sujeto ‘dialéctica’, no puede menos de presentarse acompañada de la otra, «¿H ay dialéctica?», de modo que se averigüe si hay de aquello que se trata de definir o si todo el haber de ello está contenido en su propia definición, del mismo modo que la pregunta «¿Q ué es la lluvia?» compite con la pregunta «¿Llueve?» sobre cuál de las dos debe ser la última o primera. 15. Sólo que en este caso aquello por lo que se pregunta no es una cosa cualquiera, sino justamente lo que interviene activamente en el diálogo, lo que pregunta, lo que formula aquellas dos cuestiones, y aun se pregunta por la relación entre ellas. Es entonces como si en la primera pregunta estuviera contenida, no por lo que pregunta, sino por el hecho de que pregunta, la respuesta a la segunda, mientras que la primera se vuelve incontestable, salvo que se convierta en con testación el hecho mismo de formularse cualquiera de las preguntas, con lo cual ambas llegarían a su más perfecta confusión. 16. Esto es, tomando como sujeto, en vez de ‘dialéctica’, el término, más evidente, ‘interrogación’, y representando este término, para más evidencia, con el signo ?, y escribiendo en la primera co lumna las cuestiones del tipo ‘ser’ y en la segunda las del tipo ‘haber’ : —^ ¿Qué es ??
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(La pregunta amenaza con ser incontestable, ni por tautología, en cuanto que el objeto de la pregunta se absorbe en el pre guntar mismo): ¿Qué es?
¿Hay ??
(
= Sí (la presencia de la pre gunta por el ser equivale a una contestación muda a la pregun ta por el haber, con tal de que en la primera se dé por con testado que ? es ?).
(salvo que se conteste del si guiente modo): i— Esto.
— — —i
(lo cual sería una respuesta igualmente muda y deíctica, y en ello se confundirían el esto de la primera columna con el sí de la segunda, de modo que la confusión de las contestaciones acarrearía la confu sión de las cuestiones mismas). O bien usando, en vez de ‘dialéctica’,
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no el signo ?, sino el signo Yo, en cuanto indicador igualmente de lo que habla, pregunta o es Sujeto: Y O : — ¿Qué es Yo?
Y O : — ¿Hay Yo?
(N o hay nadie para contestar: si YO contesto «Y o», o bien no digo nada, si «Y o» pretende ser un predicado, lo cual es imposible, siendo Sujeto por esencia, en el sentido de que es el que dice, y por tanto vacío en cuanto a lo que dice, o bien lo que contesto es «.Yo — YO », con lo cual la res puesta es deíctica y muda, confundién dose la cuestión del ser con la del haber.)
= S í (la presencia del hablante es con testación afirmativa, deíctica y muda, con tal de que se dé por contestado en la primera columna que Y o es YO, de modo que esta respuesta sobre el ser constituye sin más la respuesta por el haber).
17. Es así como, al paso que con respecto a las demás cosas, cosas propiamente dichas u Objeto, la cuestión de su ser o definición se convierte por confusión en una especie de garantía de respuesta a la cuestión por el haber de ellas, inversamente, en la cuestión última o primera, la evidencia deíctica de la presencia del Sujeto se hace pasar como una contestación a la pregunta por el ser de dicho Sujeto (Yo, interrogación, negación, dialéctica, método) y en virtud de esta confusión inversa llega, de hecho, el Sujeto a tener un ser (la sustantivación, habitual desde hace un siglo, el Yo’, así como la Logologia, de que cfr. § 13, son demostraciones de ese ser), no obstante el hecho de que el Sujeto, naturalmente, permanezca indefinible. 18. Es esta confusión inversa la segunda astucia del ser para se guir siendo aun después de que la interrogación por su ser haya ame nazado con aniquilarlo: pues así el propio preguntante, el Lógos de Heraclito mismo, por ejemplo, no digamos el Pensamiento hegeliano, se convierten de método (de destrucción) en objeto (de sustentación), de manera parecida o como el rey reduce la amenaza de perturbación del sofista que ha aparecido parlando por las plazas de su reino por el procedimiento de crear para él una cátedra de Sofística en su Aca demia. 19. Y en verdad poca esperanza cabría poner en método ni en dialéctica ninguna si no pudiera seguirse sospechando que, sin em bargo, h a y en el ser mismo (en su método, en la lengua, si se quiere) una posible imperfección, algunos fallos del sistema, de los
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que yo o la dialéctica no somos sino triviales apariciones, fácilmente reductibles y curables como llagas de superficie, sin que ello signifique que pueda el ser curarse de la enfermedad que late en lo más hondo de sus entrañas. 20. ¿Cómo podría hacerse para que el método fuera lo más per fecto y eficaz, justamente al obedecer lo más fielmente a esas imper fecciones de su objeto? O dicho de otro modo, ¿cómo podría fun cionar el método para que, atacando rigurosamente el ser de lo que es, al mismo tiempo estuviera implacablemente atacando el haber de lo que hay? Examinemos un momento cómo fracasa el método en su practica ordinaria. Tal vez la forma más corriente en que suele operar el método, la forma en que cualquier bárbaro ilustrado puede utili zarlo (nótese que es el bárbaro ilustrado el que utiliza el método, y no al revés) es la que podemos llamar relativización. 21. Por ejemplo, se ataca la antítesis 'barato/caro'; y se dice: « ‘Caro’ y ‘barato’ es lo mismo, puesto que su determinación depende de un criterio variable; y ima cosa no es cara porque cueste cien dólares (o un dólar más que en otro sitio o dos dólares más que el año pasado), sino en virtud del poder adquisitivo medio de la mo neda, o según el índice de abundancia en el mercado, o según el grado de utilidad que le reporte al comprador; así que una misma cosa, en un mismo sitio y a un mismo tiempo, puede ser barata y cara.» 22. O bien, con algo más de sutileza, en el siguiente ejemplo: « ‘Izquierda’ y ‘derecha’ son lo mismo, justamente porque se enfren tan, en el sentido literal del término: cuando A se pone frente a B, la derecha de A es la izquierda de B, y viceversa; pero si el hostil enfrentamiento se transformara en una total amorosa invasión del cuerpo de A por el de B, y viceversa, entonces dejaría de saberse totalmente qué es ‘derecha’ ni qué ‘izquierda’.» 23. E l método ha operado, y como consecuencia habrá engen drado nuevas antítesis de nivel superior (por ejemplo, ‘valor de cam bio/poder adquisitivo', o ‘oferta/demanda’, en el primer caso; ‘su perposición/proyección’ o ‘geomètrico/topològico’, o incluso ‘polí tica/administración’, en el segundo), pero en modo alguno habrá afectado la continuación del funcionamiento de las antítesis ‘bara to/caro’ ni ‘derecha/izquierda’ ; ellas, por el contrario, sabiendo ya que son relativas, seguirán con el poder más absoluto funcionando.
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24. Pues bien, el fracaso del método puede tal vez describirse del siguiente modo: el método era, en principio, bienintencionado, en cuanto que, por medio de la relativización, aspiraba a demostrar, como se dice también incluso, la subjetividad de aquello que se tenía por objetivo; pero no ha demostrado, de hecho, tal subjetividad (que habría querido decir su anulación) porque el Sujeto se ha hecho simultáneamente objetivo, algo que está ahí y a lo que los objetos relativos pueden referirse como criterio para subsistir; y es así como, inversamente, el fracaso del método en subjetivar a los objetos es lo que convierte en un objeto al método. 25. Se trataría pués de que el Sujeto conservara en la opera ción su carácter insobornablemente negativo, que actuara — esto es— como mero representante de la falta, manquedad o imperfección de que adolece el ser; que así, imponiendo por su acción la evidencia de que lo que hay es lo que no es, consiga ya que lo que sea no lo haya. Lo que es —hemos visto— por el hecho de que es lo que es sostiene su derecho a estar ahí; que entonces el método, estando ahí, pero sin ser nada, en vez de limitarse a negar que lo que es sea lo que es, pruebe que no puede ser ni más ni menos que lo que es, y de ese modo le prive del derecho a estar ahí. Como si dijera: «Yo, como estoy aquí, me niego a ser yo; esto me autoriza a impedir que esté aquí todo aquello que sea lo que es.» 26. Ahora bien, lo que hay que no es lo que es es la imperfec ción de lo que es lo que es. ¿Dónde encontramos esa imperfección, que es, por lo visto, el único manjar del que puedo yo alimentarme para la lucha? Por supuesto, en primer lugar, en la mentira de lo que es; pero si esta mentira se refiere a la cuestión de ‘Sí o no’, en tonces no basta, y la mentira se nos vuelve mentirosa por cuanto lo mentido sigue estando ahí de todos modos y desde esa posición de fiende, en su afirmación y en su negación, la permanencia de su esen cia, con lo cual, de rebote, el pensamiento que lo atacaba se consolida, muerto, en forma de opinión o ideología. 27. Y esto es así debido a que ese pensamiento, dialéctico, se había limitado sin embargo a llevar a sus últimas consecuencias los procedimientos de la lengua o mundo mismo al que atacaba (cfr. § § 1 y 12), la cualificación de todo. Acaso no haya de pasar lo mismo si se tiene en cuenta que, pretendiendo lo que es estar aquí por el
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hecho de ser lo que es, su mentira en el ser, que lo es respecto a la cuestión de ‘Sí o no', se dobla necesariamente de una mentira en el haber, cuya mentira no puede ser la mera negación, sino la bruta continuidad o incualificación, y entonces el ‘N o’ para su ataque se alimenta al mismo tiempo de la masa ciega de la pura cantidad incualificada. 28. Bien se me acuerda que algo de esto debía de ser lo que tra maba Zenón de Elea, de manera que, a modo de ejemplar esquema en el espejo de la Historia, las aporías de la continuidad se comple mentan con la lógica de la contradicción heraclitana; un camino aquél de las aporías que se cegaba, al parecer, en el momento consecutivo, no por ser callejón sin salida, sino porque, al contrario, se le abrían inmediatamente vías laterales que reconducían a las calles mayores del discurso de la vida ciudadana; o dicho, en vez de metáfora, por recurso al convencional espejo de la Historia, que en la generación siguiente surgió la Ciencia propiamente dicha, que desde Aristóteles a nuestros días se ha dedicado afanosamente a cualificar o numerificar todas las apariciones amenazantes de la bruta continuidad; así, lo mismo que la necesidad de acallar la antilógica heraclitana producía el nacimiento de la Lógica, igualmente la necesidad de cerrar (esto es, abrir) la aporías le proporcionaba a la Historia y al Progreso la ad quisición de la Ciencia positiva. 29. Bien me acuerdo asimismo, a tal propósito, de aquella copla que don Antonio Machado dejó escrita: «Será el mejor de los buenos / quien sepa que en esta vida / todo es cuestión de me dida, / un poco más, algo menos», donde parece que el algo y el un poco nos están indicando la otra manera de decir que no que tendría que acompañar constantemente a la primera si se pensara en atacar no sólo el ser de lo que hay, sino al mismo tiempo el haber de lo que sea. ¿Y cómo puede uno librarse de la tentación de ser «el mejor de los buenos», cuando sospecha que esa descabellada aspira ción, cuya imposibilidad se enuncia en la continuación de la copla, puede significar no sólo acabar con el concepto de ‘bueno’, sino con su presencia real en el Mercado de la vida? 30. Mas para ello, por lo pronto, dejándonos ya también nos otros del discurso sobre el método, volvámonos ahora hacia su objeto. Pues parece claro que una condición primaria para que la aplicación
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del método resulte fructuosa habrá de consistir en la elección y se lección de los objetos a que se dedique, teniendo que buscar, para nuestro caso, alguna cosa (es decir, alguna antítesis, pues las cosas tan sólo en sus antítesis se tienen) que, presentándose con un ser más o menos definido, esté aquí, por otra parte, de una manera muy evidente y muy real, de modo que, si su definición es clara, su haber, aparte de ello, sea muy importante en esta vida y muy real. Cómo seleccionar, pues, esos objetos dotados de mucho haber para el ataque fructuoso de la doble crítica es a lo que este estudio desde aquí va a dedicarse. Pues se sospecha que nada puede ser fructíferamente mor dido por el diente de la crítica que no haya alcanzado la bastante consistencia y solidez para ofrecerle resistencia; y así como al ataque dialéctico del ser sólo las verdades claras y definidas le ofrecen ene migo propio y sustancioso, así al ataque del haber tan sólo aquello que tenga mucho, o bastante, o considerable o no .demasiado poco haber podrá oponérsele provechosamente. 31. Se trata pués de ver la manera de determinar qué cosas son de las que hay bastante, o mucho, o poco, o algo. Y para agilitar el discurso, convenimos desde aquí, con la venia del lector, en usar el término realidad como el sustantivo verbal correspondiente al verbo hay, y real como su adjetivo, de modo que real significa ‘lo que hay’, y realidad ‘el hecho de que haya\ 32. Pues bien, en este trance, se nos vienen a las mientes en seguida los colores. Y eso debe de ser por lo siguiente: que es que, por un lado, el color es el ejemplo por excelencia de la cualidad, los términos de color el ejemplo más inmediato de adjetivo calificativo (así, cuando en los fenómenos acústicos se quiere hablar, aparte del ritmo o cantidad y de la melodía, que son mensurables, de la otra condición distintiva, lo que se llama el timbre, de la voz o de las vocales, la metáfora o sinestesia que inmediatamente aparece es la del color); por otra parte, el color viene a ser la evidencia o aparición misma de la realidad, el fenómeno por excelencia, en Cuanto se iden tifica con la superficie, cara o apariencia de lo que es (recuérdese que en griego antiguo una misma palabra, XPl^> s*rve Para 1° 3ue nos‘ otros decimos ‘color’, ‘superficie’, ‘piel del cuerpo' y por ende ‘cuerpo’). 33. Ahora bien, siendo los colores algo tan cualitativo, sería de esperar que en ellos la estructura y la organización antitética, en 14
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que consiste el ser de las cosas, fuera más clara y más precisa que en parte alguna; y, sin embargo, nada más indeciso y fluctuante que las oposiciones entre colores (excepto en los modernos intentos de organización científica), campo en el que justamente tiene su naci miento la noción de ‘matiz’, que se extiende a los demás campos de cualificación para turbación e inseguridad de todas las antítesis. Y asi mismo, siendo el color la aparición por excelencia de lo real, cabría esperar que la cantidad, que es la condición misma de la realidad de que la ciencia, cuantitativa, trata, se diera en el color de la manera más evidente y perceptible; en parte alguna se encuentra menos el elemento cuantitativo: el hecho se manifiesta en que, mientras los demás adjetivos calificativos de nuestras lenguas admiten libremente la construcción con elementos como muy, lo más, más, doblemente, hay siempre una repugnancia a su uso con adjetivos de color (‘lo más amarillo’, ‘doblemente negro’, ‘más azul'), hasta el punto de que, aun cuando se da la construcción, parece tener un significado incierto: ‘muy verde’ no se sabe bien si quiere decir verde muy oscuro* o ‘verde muy luminoso’, porque ‘verde muy verde’ apenas podría que rer decir más que ‘verde muy difícil de ser confundido con otra cuali ficación cromática'; y bien hemos observado estos años que los juegos propagandísticos de detergentes a base del ‘blanquísimo’, cuando se cansaban de ser mera exaltación verbal de la falta de suciedad y que rían determinarse positivamente, venían a sustituir el color por la luminosidad y lo ‘muy blanquísimo’ era ‘muy resplandeciente’ o ‘des lumbrante de blancura’; de lo cual es correlativa la dificultad, también propia de esos adjetivos, de crear adverbios en -mente: tan puramente cualitativos son que no pueden mezclarse sinsemánticamente con ver bos ni con otros adjetivos, con ningún predicado de cualidad cuantificable. 34. Es decir, que en los colores justamente la cualidad se re vela como incuantificable, inconmensurable; el ser rechaza al haber de plano. Mas, por la presencia del matiz, coesencial con el color, la mera cantidad se insinúa dentro de la cualidad misma: el haber in vade el ser. Si a uno se le desafiara a que buscase, en la naturaleza misma, esto es, por fuera de toda convención y legalidad humana, un ejemplo de entidades discontinuas y organizadas en oposiciones dis tintivas, seguramente no hallaría mejor ejemplo que el de los co lores, que sobre el indeciso cielo aparecen ya delimitados y distri buidos con la aparición del arco Iris (con el que no en vano la lengua
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de los dioses bajaba a hablarles a los hombres); y, sin embargo, como de aquello que no hay ni mucho ni poco apenas nos atrevemos a decir que hay, ninguna cosa más que los colores se ha prestado a la duda y disolución existencial, reduciéndose su ser ya a la pura apariencia (de la contextura del cuerpo), ya al mero efecto (de la luz). 35. Pero nótese ahora que los nombres de los colores se em plean a menudo de la manera que suele decirse ‘en sentido figurado’ o ‘metafóricamente’ (aunque algunos de esos nombres, como verde, por ejemplo, no se sabe bien si no procederán precisamente del uso figurado, y en otros, como el cultismo cándido, hallamos que, si bien respecto al latín el uso para ‘color’ es el primero, su uso para color en castellano sería secundario respecto al figurado). Pues bien, desde el momento que esos nombres abandonan la pretensión de referirse al color precisa- y puramente y salen al campo de las otras realidades, se asimilan a los nombres habituales y desaparecen aquellas restric ciones que a su uso propio se oponían (v. § 33), de modo que pueda ya decirse ‘un hombre muy gris’, un alma blanquísima’, ‘estaba casi del todo in albis’, ‘muy negras intenciones’, y hasta, apurando un poco, bien estarían a la mano de cualquier poeta cosas como ‘negra mente las penas se cernían’ o ‘verdemente sus brazos florecían’ (cfr. vertement, greenly) . 36. No dejará esta observación de ser pertinente a la prosecu ción del análisis que ahora seguimos sobre los colores. Pues ahora volvemos a preguntarnos con respecto a ellos por la esencia y por la realidad y por la relación que pueda haber entre la esencia y la rea lidad de los colores. Esto es: primero, cómo los colores están defi nidos entre sí, cómo se organizan en antítesis o por parejas; segundo, los colores (es decir, sus antítesis) ¿son más reales los unos que los otros?; y en fin, la perfección de la definición ¿está en alguna rela ción con la intensidad de la realidad? 37. Lo más inmediato y elemental que a este respecto se nos ofrece son los colores para la ciencia. Aquí, como es bien sabido, cerca de dos siglos han venido trabajando para definir y organizar todos los colores por reducción a o generalización de la antítesis primera que entre ellos ya desde la antigüedad se les ofrecía hecha, la de ‘blan co/negro’. Es curioso observar que la cuestión se ha atacado simul
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táneamente de una manera física, la de la luz (que ha sido la de la teoría científica), y de una manera química, la del pigmento (que ha sido la de la técnica); pero por ambos caminos se ha tratado de llegar al establecimiento de un orden concordante con definicio nes (y, por tanto, terminología) cada vez más precisas, orden en el cual el criterio del puro ‘timbre’ del color se ha venido decantando y acendrando hasta venir a ser el solo representante del color, el color propiamente dicho, con el que la correlación de ‘luminosida/oscuridad’, perfectamente segregada, puede libremente entrecru zarse, como con las oposiciones de timbre de las vocales se entre cruzan las oposiciones de tonicidad o nivel melódico. 38. Esto se manifiesta también en una consecuencia en el nivel de abstracción más alto, en cuanto que la palabra color misma ha adoptado un significado restringido, que justamente excluye los colores blanco y negro (representando el gris a este respecto el mo mento de incertidumbre), los cuales serían justamente lo sin color. Pues en efecto, la idea dominante ha sido que la neutralización o anulación total de las antítesis establecidas entre los colores, al dar en lo sin color, se manifiesta como blanco (así en la concepción victoriosa, la de Newton; pero no olvidemos cómo su rival derro tada, la del viejo Goethe en su Teoría de los colores, buscaba la génesis y suma de los colores en el gris o la penumbra, esto es, en la síntesis o neutralización de la oposición de luminosidad, la de ‘blanco/negro’), o bien por el contrario, en el tratamiento químico, por así decir, de la cuestión, la anulación de todas las antítesis de colores por acumulación de todos los pigmentos correspondientes a cada cual viene a dar en la otra modalidad de lo sin color, el negro. 39. Los dos modos de reducción de los colores, al blanco y al negro, y por ende la relación a su vez entre los dos puntos de anu lación, entre el blanco y el negro mismos, despiertan fácilmente la analogía con los dos modos de anulación de los números, en el cero y en el uno, y la consiguiente relación entre cero y uno (pues el uno, en sí mismo, en cuanto pretende presentarse con indepen dencia de la serie de los números de la que se le ha nombrado nú mero primero, resulta vacío de sentido, un nombre de la nada; al paso que el cero, por la operación de paso al límite, que es inver samente su identificación con el infinitésimo, verdadera unidad irre ductible, llega a tomar cuerpo, por así decir, y a ser positivamente al
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go, el origen de los algos todos); mas es lo más curioso a nuestro pro pósito que, si se nos propone en esta analogía señalar cuál de los dos, el blanco o negro, corresponde al cero y cuál al uno, nos veremos en grave aprieto, solicitados por dos impulsos contradictorios: pues, conviniendo que sea el cero la notación del ser por ausencia y el uno el símbolo de la presencia del ser mismo, nos encontramos con que, en un sentido, la presencia de la luz, el ‘blanco’, como caso límite del haber del ser, sería la presencia misma, el comienzo y suma de todos los colores, y habría tenido razón el Señor que dijo, para que empezara de una vez a haber alguna cosa, «Fiat lux»; mientras que en el otro sentido, la presencia real y no resquebrajada por ninguna duda sería el ‘negro’, la materia continua y ciega, acumu lación de todas las apariencias o colores en un núcleo de densidad total o límite de la densidad. En tal indecisión se nos antoja que se manifiesta la síntesis o confusión entre las dos maneras, física y química, por así decir, de atacar la realidad, entre las que la mo derna ciencia se había bifurcado. 40. Mas es lo cierto que el intento de la ciencia ha sido que, partiendo de la antítesis primaria ‘blanco/negro’, que sin embargo, como referida puramente al tono o luminosidad, era ajena a la cues tión del color propiamente dicho (v. § 38), los colores se definieran y organizaran en antítesis de ‘timbres’. Ahora bien, todo esto que decimos de los colores para la ciencia no se tome como significando una contraposición neta con los colores para el sentido común de los mortales. Pues entre las concepciones científicas y los usos habi tuales del lenguaje hay continua interfluencia, en cuanto que la Cien cia no hace otra cosa que d a r r a z ó n al sentido común vigente, y el sentido común, en todo mundo en que la Ciencia esté estable cida, no es más que la vulgarización de la ciencia. Así que, con di versa penetración y seguridad, la organización de los colores perte nece ya en nuestro mundo al común acervo de las concepciones. 41. Pero la concepción vigente, en su forma más típica, la re presentada por el disco neutoniano, es respecto a los colores definitoria y definitiva, establece el ser de cada uno de una manera perfecta y sin resquicios: a saber, se parte de una concepción trinitaria (re cuérdese que el sistema más común de las vocales en las lenguas del mundo es también el triangular, de tres, de cinco o siete), la de ‘rojo/amarillo/azul', lo cual está impuesto por la necesidad, ya que,
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si se partiera de una simple pareja, digamos A1/A i, la síntesis o com binación no daría más que la sustancia común o archicolor de ambos, A, que entonces, teniendo ya contenidos en sí a los colores A1 y Ai, como cada uno de éstos lo contiene a él, no podría ya producir co lores nuevos, y así la combinación se quedaría estéril para el desa rrollo de un sistema que diera cuenta de la policroma realidad; por eso es forzoso partir de la trinidad. Pero en el momento dialéctico siguiente se introduce, por la combinación de los tres elementos dos a dos, la dualidad u oposición bimembre (reproducción de la antíte sis ‘blanco/negro’) en el sistema de seis, ‘rojo/naranja/amarillo/verde/azul/víoleta’, que es en verdad ‘rojo/verde/naranja/azul/amari11o/violeta’, dualidad o antítesis que de aquí en adelante ya no abandonará la organización del sistema en los sucesivos pasos de doce, venticuatro y así sucesivamente. 42. Por consiguiente, en cuanto a su esencia o identificación, todos los colores quedan igualmente definidos y ordenados; en el ser, en efecto, no cabe graduación: tal color estará en la lista (y entonces tendrá tal puesto en tal momento de las duplicaciones su cesivas de la organización cromática) o simplemente no estará en la lista; decir, por tanto, que tal color «es más» o «menos» que tal otro sólo puede hacerse atentando contra el principio mismo de la organización, que, siendo la propia sustentación del ser, si al aten tado se derrumbara, no dejaría tampoco a aquel color posibilidad de que fuera ni poco ni mucho ni tampoco nada. 43. Ahora bien, nosotros tenemos la impresión imborrable de que, en cambio, los colores son más reales (o existen más, si se quiere, con la prevención apuntada en § 9) los unos que los otros. ¿En qué encontrar el fundamento para ese diverso grado de reali dad? Pues no se aparece de inmediato relación alguna con la esencia: igual de definidos pueden estar en el círculo dos colores, como índigo y marrón, o más bien bermellón (pues marrón, como gris o pardo, no se sitúan en el círculo, en cuanto exigirían, al parecer, la mezcla de complementarios), y sin embargo, puede parecemos que del uno hay mucho más que del otro, que éste es más real que aquél. 44. Puede intentarse todavía relacionar la realidad con la esen cia indirectamente, proponiendo que el grado de realidad se corres-
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poncja con el grado de simplicidad de los sucesivos momentos dia lécticos de la génesis de los colores, de manera que, después del blanca y negro, los más reales fueran rojo, azul y amarillo, les si guieran en realidad naranja, verde y violeta, vinieran después ber mellón, oro viejo, limón, índigo, malva y granate, y así sucesiva mente. Pero se ve en seguida cómo falla por todas partes el criterio; pues pocos se resolverían a creer, por fuerza de sumisión a la esencia y ciencia, que verde sea menos real que azul o que amarillo, o que — en otro sentido— el color de la púrpura o del ladrillo sean menos reales que el de la naranja o las violetas; para no hablar de las realidades de los pardos o los grises, que no faltarían quienes defen dieran como mucho más reales que las de todos los demás colores, no obstante que ni gris ni pardo pueden situarse en las escalas esenciales. 45. Puede que entonces, abandonando la relación de realidad con esencia, se trate de responder a la cuestión de los grados de realidad por otros dos caminos, bien frecuentados ambos. E l uno, el de, regresando a una creencia firme en la naturaleza, reducir la cuestión a los términos más brutamente cuantitativos, diciendo que los colores son tanto más reales cuanto más abundan en la natura leza. Ni que decir tiene que las objeciones a la racionalidad de seme jante planteamiento habrían de ser demasiado graves; mas por for tuna no hace falta acudir a ellas, ya que, aun fingiendo aceptar que esa propuesta tenga algún sentido, y limitando convencionalmente esa naturaleza al campo de experiencia frecuente de los hombres, se ve sin más que el criterio falla: pues nada tal vez más abundante que los citados grises y pardos, de esencia más que dudosa, y aun dentro de colores acaso clasificables, bastaría recordar el pálido dora do de los arenales o el azul verdoso con que las más veces el Océano se aparece para dejar desvirtuada tal explicación de la realidad de los colores, y volver a descubrir lo que sabíamos antes de que la óptica y la tintorería con la claridad de sus oposiciones nos lo oscu recieran: que la supuesta naturaleza no ofrecía colores, sino matices solamente, esto es, que en ella de primeras no se daba sino justa mente aquello que las leyes de uso de los nombres de los colores prohíben que se dé (v. § 33), que las cosas sean más o menos azules, más o menos amarillas, más o menos blancas. Ahora bien, para nada ha de servirnos aquí entonces tal criterio, puesto que aquí por lo que nos estamos preguntando es por los grados de realidad
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de los colores propiamente dichos, aquellos que la óptica y la tin torería, perfeccionadas en Física y en Química, han extraído ele los casos limites o intimaciones naturales de cualidad que nos ofrecían el arco del Señor, las flores del verano. 46. Puede que entonces se acuda para responder a la cuestión al tercer camino, que es el que reduce la realidad de los colores a su concebibilidad: se observa, en efecto, que, a diferencia de lo que pasa casi con todos los otros adjetivos, los colores pueden ser evocados y concebidos (voeto&ai) en sí mismos, sin compañía de ningún objeto, como si ellos mismos fueran el objeto de la evocación; esto es, que, mientras ‘largo’, ‘abierto’, ‘desparramado’, ‘caluroso', y aun a duras penas ‘bronco’, ‘ tintineante’, ‘dulce’, ‘espeso', ‘rápido’, ‘pegajoso’, no se sostienen en la imaginación que su mención promueve sin algún apoyo en otra cosa, en cambio ‘amarillo’, ‘rosado’, ‘negro’, ‘asalmo nado’, ‘cárdeno’, ‘azul cobalto’ se conciben sin más y por sí mismos, al punto que, aun cuando sus nombres están formados de sustantivos, prontamente desaparecen de la imaginación sin resto alguno las rosas, el cobalto y los salmones; y puede entonces proponerse que la ma yor o menor realidad de los colores se reduzca a su grado de conce bibilidad o nitidez de evocación. Pero no tardamos en comprobar que la concebibilidad de los colores se identifica con el aprendizaje de la significación del nombre; es decir, que para el que ha aprendido debi damente lo que quiere decir ‘añil’, ‘índigo', ‘cárdeno’ o ‘bermejo’ la evocación es igual ni más ni menos de pura y de precisa que la del azul, el blanco, el encarnado. Así que, salvo que nos aviniéramos a reducir la realidad de los colores a aquello que la particular educa ción o los azares en cada miembro hablante ha producido, tampoco el criterio del poder evocativo podrá servirnos para dar cuenta del grado de realidad de los colores. 47. Pero hay diferencias en el grado de uso de las palabras no respecto a nadie en particular, sino en general, esto es, en el voca bulario de una lengua considerado en su utilización o funcionamiento comunal, lo cual hasta a los autores de diccionarios les permitía adscribir a tales o tales vocablos las notas de ‘inusitado’, ‘poco usa do’, ‘muy frecuente’ y a los modernos computadores del lenguaje establecer, con fines más o menos pedagógicos, estadísticas de fre cuencia de los términos de una lengua. El que tales o tales nombres de color, pues, sean más o menos usados, ¿podrá depender quizá del
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maypr o menor grado de realidad de que los colores gocen? ¿Será una regla general que se hable mucho de lo que hay mucho? Y que haya mucho o poco de tal color, ¿podrá conocerse en lo mucho o poco que de él se hable? 48. Según y cómo se entienda esto, por supuesto. Pero desde luego, recordemos un par de datos, que pueden ser pertinentes a nuestro propósito, tocantes a la organización de los adjetivos uno y el otro a las reglas de su uso: que los adjetivos, cuanto más im portantes y con más funciones en la sociedad, más tienden a estar organizados en antítesis; que hay un uso específico de los adjetivos (su única función sintáctica específica propiamente), que es lo que se llama epíteto, propio de los ámbitos vulgares y poéticos, excluido en principio de los lenguajes científicos y severos, y que en español suele caracterizarse por la posibilidad de la anteposición del adjetivo al sustantivo. Pues bien, se nos antoja que la atención simultánea a esos dos hechos de estructura y de empleo respecto a los colores podrá ayudarnos a corregir el criterio de la bruta abundancia para la determinación del grado de realidad. 49. Respecto a lo primero, consideramos que la antítesis de adjetivos por excelencia es la de ‘bueno/malo’, esto es, que la con tradicción esencial de ‘ser/no ser’ se manifiesta adjetivamente de la manera que solemos decir moral, como ‘bueno/malo', de tal manera que esta antítesis es como fundante, fundamental o fundacional, para las demás que entre los adjetivos se establezcan, y que las demás antítesis de adjetivos, cuanto mejor están consolidadas, más se dejan reducir con claridad a la antítesis ética o primera. Así por ejemplo, ‘grande/pequeño’ está excelentemente constituida; correspondiente mente, apenas deja dudas respecto a su reducción a ‘bueno/malo’, como se evidencia en ejemplos como ‘un gran hombre’, ‘un gran hallazgo’, parejas de virtud y vicio como magnanimidad/pusilanimidad’, etc. Igualmente ‘alto/bajo’ es antítesis tan clara como clara su reducción a la moral: que ‘alto’ es el término bueno y ‘bajo’ el malo a pocos habrá de ofrecerles duda. La antítesis ‘nuevo/viejo’ sería también de solidez notable, si no fuera que nuevo’ está enlazado en otra con ‘antiguo’ y ‘viejo’ lo está con ‘joven’; de todos modos es dable también aquí observar la reducción a la moral, aunque, co rrelativamente, de manera menos clara: ‘nuevo/antiguo’, puede en contrarse reducido a ‘bueno/malo' o a ‘malo/bueno’, según el parti
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do que se tome, como nouarum rerum studiosus o como laudator temporis acti; lo que escasamente se hallará será la pareja en estado de indiferencia moral; y cuando sirva para indicar ‘vigente/caducado’ (‘el nuevo Rector/el antiguo Rector’) su directa alusión a lo que es en realidad y a lo que ya no es hará más clara la reducción, pese a muchas posibles componendas; parecidos condicionamientos para la reducción hallaremos para ‘joven/viejo’. Junto a otros varios ca sos bien evidentes, como ‘largo/corto’, ‘ancho/estrecho’, ‘derecho/ torcido’, ‘claro/oscuro', ‘vivo/muerto’, tenemos otro bien curioso de reducción moral condicionada, el de ‘derecho/izquierdo’: las viejas supersticiones reducían sin duda en el sentido ‘bueno/malo’ (cfr. el uso de siniestro, los nombres apotropaicos de lo izquierdo, áptcrcepov, £ ü (Í)v ü |i o v ), no obstante que la determinación de lo que estaba a la derecha o a la izquierda (por ejemplo, en las artes augurales) no fuera nada fácil ni inmediato; la política moderna se ha visto en un proceso de reducción más complicado: la antítesis pudo ser al prin cipio meramente neutra y distributiva, y hasta pudo pasarse por un momento en que la reducción se hacía en el mismo sentido, ‘bueno/ malo’; pero pronto, a medida que las izquierdas triunfaban y sobre todo conquistaban un puesto respetable dentro del Orden, se ha venido a la situación actual, en que la reducción entre la gente de izquierdas se hace en sentido inverso y la gente de derechas apenas puede hacerla ya en el primer sentido. Todo lo cual no empece al hecho mismo de la reducción, que dejo al lector que siga demos trándose con otras antítesis adjetivas bien establecidas. 50. Pero ello es además que esta condición de la estructura de los adjetivos no puede dejar de tener alguna relación con el otro rasgo que anotábamos, el del uso como epítetos: en efecto, bien observamos que son justamente aquellos adjetivos que más se han consolidado en antítesis reductibles a la de ‘bueno/malo’ los que más se prestan al uso epitético en la poesía (‘el gran Aquiles’, ‘las altas torres’, ‘el bajo halago’, ‘el claro nombre’) y en los casos extre mos, llegan a penetrar hasta en el uso epitético vulgar (‘un buen hombre’, ‘un gran hombre’, ‘un pequeño obsequio’, ‘mi nueva casa’, ‘mi antiguo jefe’, un largo rato’, *a mis cortas luces', ‘un claro ejem plo’, ‘con oscuros manejos’, ‘bellísima persona’, ‘con muy feas inten ciones’ ‘aquel santo varón', ‘aquel maldito tango’ o ‘esta condenada máquina’, ‘tan dulces palabras’, ‘amargas realidades’ y ‘la dura rea lidad’).
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51. De manera que bien cabe esperar que la facilidad para el uso epitético de los colores en lenguaje corriente y en poesía sea un indicio bastante fiel de la cantidad relativa de su uso; pues jus tamente en aquella función que es la lógicamente superflua de los adjetivos (por eso rechazada del lenguaje pretendidamente científico y objetivo) es donde mejor podremos admirar su necesidad práctica, que les mueve a usarse como motes o apellidos, que, al describir o dibujar la esencia cualitativamente, tratan de dotar a la esencia de una palpable realidad. Y correlativamente, la experimentación, fácilmente practicable, de hasta qué punto los colores están ordena dos, no ya en el disco de Newton ni en la paleta de los pintores, sino de hecho, en el lenguaje y práctica común, por parejas antité ticas reales, con polo positivo y negativo o, lo que es lo mismo, bueno y malo, nos ofrecerá igualmente un criterio relativamente firme para saber hasta qué punto existen y cuentan en este mundo, que es propiamente el único que hay. 52. Puede que el lector se llame a desilusión en este punto, ha ciéndome notar que lo que estoy haciendo, al parecer, es reducir la explicación del grado de los colores, abandonando las nítidas rayas del espectro luminoso, saltándome las netas divisiones y emplomados de mosaicos y vitrales en que estaban las tintas y los ‘timbres’ sis tematizados, olvidándome, en fin, de los colores verdaderos, a la ex plicación del uso figurado de los colores. Pero ¿qué quiere el lector, si policromas son las ramas de la teoría, pero gris, amigo, la madera en el mercado de la vida? Esto es, que no hay por qué creernos buenamente que los usos que se llaman figurados, los usos morales, de los colores sean secundarios o derivados con respecto a los que se pretenden físicos y propios. 53. Recuerde el lector que, antes de que la moderna ciencia tratara de fijar y sistematizar el ser de los colores ni por vía óptica ni química, otro primer intento de sistematización se había hecho de esa especie de apariciones, donde aquellos que no eran todavía colores químicos ni físicos se fijaban y sistematizaban como notas simbólicas en los escudos de los paladines y en las enseñas de las nacientes voluntades nacionales; en efecto, los campos de ‘color’ de la Heráldica, ‘oro/plata, gules/azur, sinople/púrpura, y sable’ o bien
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con una ordenación analógica a la de un supuesto esquema medieval de siete vocales oro ( ? ) plata (V ) gules (V ) azur (‘o’) púrpura (‘« ’) sinople (‘ó’) sable (V ),
los cuales no eran propiamente colores, como la conservación de otro sistema de nombres nos lo previene, muestran sin embargo la apa rición simbólica y social de las cualidades de superficie como previa a la científica y cromática propiamente. 54. Y muy injusto, a la verdad, sería que partiéramos de una concepción de la realidad de los colores que fuera inasequible y ajena a tan considerable parte de la Sociedad, y separada del resto de ella por tan accidental manera, como son los ciegos. Así como sería de rechazar cualquier concepto del lenguaje que pusiera como esenciales condiciones inasequibles a los sordomudos, así más bien tenemos que pensar que los colores, cuanto más reales, importantes y con más haber en este mundo, más a todos tienen que ser comu nes, los ciegos incluidos; los cuales no verán quizá las franjas del arco Iris (excepto en cuanto franjas justamente), pero sí verán per fectamente cómo a uno se le pone verde, hasta el punto de que él se sonroje o se ponga rojo de vergüenza; pues, si algún accidente puede producir maneras de concebir la luz diversas de las tenidas por normales, no hay en cambio deslumbramiento, ofuscación u oscu ridad que libre de la vergüenza ni la honra. 55. Procediendo pués a ver cómo los colores funcionan real mente, hasta qué punto cada cual está incluido en antítesis sólidas y arraigadas y le es más o menos fácil construirse como epíteto en el lenguaje hablado o por lo menos la poesía, hallamos de inmediato que nada desde luego puede compararse ni de lejos a la pareja ‘blan co/negro’; y eso que su fijación en cuanto colores estrictamente no deja de haber sido incierta y vacilante, sobre todo porque, si se quie re simplificar reduciéndola a una oposición de luminosidad, la posi bilidad del entrecruzamiento con la otra oposición ‘brillante/mate’ perturba toda la simplicidad de la idea, y si no, el hallazgo de cri terios de ‘timbre’ bien precisos es tan dificultoso como para cuales quiera otros colores; y así vemos cómo en griego los términos vio
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toriosos Xeoxo'c (que era propiamente de la luz, con el mismo tema que el lat. lux -ücis y luna) y [xéXav (que venía de un campo hetero géneo, del de la ‘suciedad’, a. indio malam: esto es, el criterio de la luz frente al del pigmento) se encuentran en competencia con otros varios, como por ejemplo, para el primero, el raro áXcpóí (que es el lat. álbus, pero en griego suena al nombre de la harina) o rcoXió;; (que parece aludir a las canas y suele traducírsele como gris; pero también Hesíodo llama con ese epíteto a ‘primavera la blanca’), tanto más enigmático cuanto que es inseparable de iceXioc zeXXos o xekÓQ, que parece decididamente valer por negruzco' y ‘sombrío’ (atiéndase también a la relación con lat. pallidus); o para el segundo, a¡i.aupo<; (que sería propiamente mejor correlativo de Xeüxo'g, como oscuro’, ‘sin brillo) o xuávetx; (que deriva del nombre de un pig mento, al parecer, en que tal vez para'nosotros el momento de ‘azul’ se sobrepondría al de negro’); y tenemos en latín la doble pareja ‘albus/ candidus/ / ater/ niger’, que J. André en su estudio sobre los términos de color latinos interpretaba por un entrecruzamiento con la correlación ‘brillante/mate’, siendo los representantes de ‘brillante’ en cada pareja candidus y niger, interpretación que parece acertada, pero que todavía precisa y esquematiza más allá de lo que ofrecen los usos de la lengua. 56. A pesar de todas las cuales vacilaciones en cuanto colores propiamente, la pareja ‘blanco/negro' la encontramos por todas par tes tan neta y establecida como ninguna. Así, según los criterios que proponíamos, el uso epitético es tan fácil que hasta en la lengua vulgar penetra: es decir, no sólo ya ‘la blanca barba’ y ‘los negros ojos’, sino ‘la blanca Paloma’ en las advocaciones de la Virgen y ‘las muy negras entrañas que tú tienes’ en cualquier altercado un poco subido de tonos pasionales. Y su estado de reducción a la antí tesis fundante ‘bueno/malo’ no puede ser más evidente. Recordemos sólo que los latinos marcaban los días faustos y los tristes con piedras o señales blanca y negra respectivamente, hasta llegar a llamar a los días mismos ‘días blancos’ y ‘días negros' («luciéronte en verdad blanquísimos soles’, se decía Catulo, con candidi, recordando los días felices de sus amores, y la felicidad y el resplandor del sol se con fundían en la metonimia), hasta el punto de que es probable que el adj. malus sea una variante de ixéXac; referido en § 55 y sea el ‘malo’ de los latinos el ‘negro’ de los griegos; que el luto es una costumbre bien extendida en nuestro mundo (y aun cuando se hable
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de lutos blancos, como se contaba de los chinos, sería de sospechar que esa blancura fuera antifrástica y apotropaica de la negra muerte), mientras suele usarse el blanco, con los fuertes tópicos de la azu cena y el azahar, para la inocencia; que, no sin relación con esto, en muchas democracias y tertulias se han echado en las urnas desde antiguo piedrecillas o fichas negras para la condena y blancas para la absolución; que ser la blancura o la negrura referida a un hombre la manifestación por excelencia de la antítesis moral se revela en muchos usos de cualquier lengua, como por ejemplo cuando el citado Catulo se atreve a cantarle su indiferencia a la creciente prepotencia de Julio César, «a mí no me importa si eres un hombre blanco o si un hombre negro» (albus an ater) ; que esta oposición entre hom bres blancos y hombres negros no ha hecho sino crecer en impor tancia hasta hallar su manifestación más grosera y contemporánea en la antítesis racial por antonomasia, que es la de ‘blanco/negro’, vi niendo a cobrar toda su fuerza justificativa la fundamentación cro mática en el momento justamente en que las antítesis raciales corrían su mayor peligro de neutralización o mulatización; que en la elec ción de las banderas, bien sabemos los usos de la blanca para indicar la rendición y petición de paz y para enseña del Estado Temporal de la Institución por excelencia, en tanto que sólo aquéllos que pretendían desafiar las antítesis morales establecidas se avenían desde su negatividad, ya como piratas, ya como anarquistas, a enarbolar la negra; que, en fin, tenemos con la locución castellana «Hacer ver lo blanco negro» una preciosa muestra de cómo la antítesis ‘blanco/ negro’ se siente como ejemplo por excelencia de toda antítesis, de manera que en la locución se manifiesta el miedo, que el sentido común padece ante la habilidad sofística, de que, trastocándose todo el orden (como en ático se decía, 7}ttcd Xoyov xpsútto rcoieív, «Hacer, entre dos razones, de la más floja la más fuerte» o «Hacer que la causa perdida gane»), venga a poderse perder lo que estaba a salvo y salvarse lo que estaba condenado. 57. Pues bien, y sin peligro de que siga el lector demostrán dose con más ejemplos el arraigo' y la potencia de la antítesis ‘blan co/negro’, pasemos ahora a los demás colores o colores en sentido estricto. Pero recalemos antes de nada en ese par de curiosos adje tivos que nunca encontrarán lugar en los órdenes del espectro, el gris — quiero decir— y el pardo, por emplear los términos que me parecen más usuales, aunque, por supuesto, ‘grisiento’, ‘ceniciento’,
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‘plomizo’, ‘perlado’ para lo primero, ‘bruno’, ‘beis’ o 'crudo', 'tosta do’, ‘marrón’ o castaño', ‘color café’, ‘melado’ ‘bayo’, ‘moreno’ para lo segundo tendrán que ser tomados, entre otros, al propósito pre sente, como variantes, por matiz o por contexto, de ‘gris’ y ‘pardo’. Puede extrañarnos a primera vista que estos colores parezcan ser, después de ‘blanco’ y ‘negro’, los de más uso y realidad, de atender a su relativa facilidad para hacer de epítetos, no ya en lenguaje vul gar, pero sí en la poesía (‘pardas sementeras', ‘grisientos peñascales’, ‘plomizos nubarrones’, ‘morenos brazos’), cuando sin embargo no se ve mucho de su organización en sólidas parejas antitéticas. Mas no tardamos en darnos cuenta de que esos adjetivos suelen con frecuen cia significar la negación del color en sentido estricto, y es así como forman una clara antítesis con colorido’ (o representantes suyos como ‘verdeante’, ‘colorado’, policromo’), en la cual ellos son sin vacila ción el término negativo, de manera que gris/colorido' o ‘pardo/co lorido’ se dejan reducir frecuentemente y con bastante claridad a la oposición fundamental de malo/bueno’; es claro lo que se dice cuando se habla de ‘un hombre gris’ o ‘de una vida de lo más gris’ (y ello es tanto más notable cuanto que gris es en castellano término importado y de corta ascendencia popular), así como en Goethe se decía ‘grau’ de toda teoría, frente a ,grün‘ del dorado árbol de la vida, mientras que el mismo, teorizando, buscaba en el gris, como negativo del color, la matriz de todos los colores, con una dialéctica bastante pertinente; y si el vestirse de gris es alabado por discreto en las personas de cierta edad, ello no quiere decir que tal sea de verdad tenido por el término bueno y deseable de la color vestimentaria (¿cómo podría serlo el envejecimiento?), sino que, ya hecho el mal, se recomienda la resignación a que el hábito haga juego con el color de la cabeza. De un modo análogo, los hábitos de las órdenes clericales, si no eran blancos o negros o en competencia de ambos, eran ordinariamente, y sobre todo para las monacales, destinadas a confundirse con la parda tierra, de color pardo, mas no porque ello se estimara directamente como símbolo de lo bueno, sino, al revés, por la paradoja de la negación de la vida a la que la vida monacal seguía tradicionalmente suscribiéndose; y así también podían don Miguel de Unamuno o don Antonio Machado decir la gloria y ben diciones de la tierra parda; no que directamente alabaran la mísera sequedad o la despoblación forestal de Soria o de la Armuña, sino que en movimiento contradictorio, dialéctico y amoroso, exaltaban en su falta la color y la verdura, para invertir el criterio mismo del
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bien y la riqueza; que cuando se habla directamente, a las gentes de la tierra aquella se les desea siempre «que el sol... os llene / de alegría, de luz y de riqueza». 58. E s así como ‘gris' y ‘pardo’, formando antítesis bastante claras con el colorido todo, constituyen representantes relativamente manifiestos y frecuentes del segundo término de ‘bueno/malo’ y tienen correspondientemente un grado relativamente alto de reali dad. Pero no descuidaremos, al lado de esto, que evidentemente no son ambos la misma forma de negación, sino que a su vez se oponen entre sí, más o menos decididamente, como dos modos de la falta de color: es evidente que gris es la forma marina, por así decir, y parda la terrestre de la negación; que gris es la decoloración del cielo y parda la del fuego; que, en fin, entre ellos a su vez rige una cierta oposición que podemos reducir a aquella que los pintores han establecido en general, y acudiendo a una sinestesia, entre colores cálidos y fríos; y en esta oposición secundaria, aunque ya mucho más vagamente, lo pardo, representante de los cálidos, sería el tér mino marcado o positivo; de manera que el esquema sería así:
COLORES
La vigencia, ya mucho menor, de la antítesis secundaria se manifiesta alguna que otra vez, cuando, por ejemplo, aparece lo moreno como positivo y bueno frente a lo pálido (recuérdese — cfr. § 55— que pallidus es de la raíz de icoXidc), algo así como si lo moreno, repre sentante al menos del calor, la siega y el trabajo en general (o la añoranza y mala conciencia de su falta, explotada en las sociedades industriales como tueste deportivo y veraniego) se afirmara como preferible al fin y al cabo a la grisienta palidez, que es el color de la enfermedad y de la muerte. No debo dejar de aludir tampoco al hecho de que el color de los excrementos sufre fácilmente una transmutación en el dorado; que, como atisbara Freud en uno de sus análisis más agudos, la mierda se hace oro (sin duda con la vi ceversa), y de este modo, al ser dotado de brillo, lo pardo, como
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oro, viene a ser el representante de la riqueza abstracta por oposi ción a las riquezas variopintas (que, aun como oro y todo, puede seguir siendo sentido como falta de color se muestra, por ejemplo, en que Horacio puede apellidar de decolor al oro, esto es, ‘menguado de color’, ‘descolorido’). También puede serlo — es cierto— el otro metal, resultante de la aplicación de la nota de brillo al gris, la plata; únicamente que, aun todavía como metales, se establece entre ambos una contraposición, más vaga ciertamente, en la que el término do minante ha de ser el oro, de tal manera que si la plata puede llegar a ser (en griego, en latín, en francés, en argentino) el representante del dinero mismo, el patrón o regidor del dinero mismo (el dinero del dinero, por así decir) tendrá que ser el oro; y más aún: todavía en la degradación respectiva, por oscurecimiento, de los dos metales, que son el cobre y el plomo, se reproduce la oposición secundaria, en cuanto que el cobre sirve simplemente para la moneda inferior, mientras el plomo es el ingrediente por excelencia para la falsifica ción de la moneda. (Todo ello dejando aparte la situación más re ciente, en que los metales, con introducción de muchos no usados tradicionalmente, han perdido significación monetaria, al paso que, ascendiendo el dinero a otro nivel de sublimación, está el oro en el trance último de la pérdida de su trono y su criterio.) 59. Pero bien: pasemos ahora entonces a los colores propia mente dichos, los del espectro, los que los dioses mismos parecen describirnos con el Arco (no tan perfectamente sin embargo: pues ese siete, tan místico como racional, viene siempre perturbado con la penosa duda de cómo la oposición ‘azul/añil’ va a poderse equi parar a las otras oposiciones), aquellos con que la diosa del Amor, la del trono variopinto, como Safó le dice, esmalta a veces al pare cer la negra tierra. Es aquí donde nos parece que la Ciencia pierde definitivamente, como suele decirse, el sentido de la realidad. Pues ella sigue empeñándose con celo rígido y estudioso en abstraer con pureza los ‘timbres’ de color, en buscar criterios para definirlos, que es lo mismo que ordenarlos, y en sistematizarlos en un esquema, preferiblemente antitético (v. §§ 38, 40, 41), que tiene su más aca bada expresión en la teoría de los colores complementarios. Y así, registradas y ordenadas nos encontramos en la conciencia, en tan clara antítesis como la de ‘blanco/negro’, parejas como ‘violeta/ama rillo', ‘azul/anaranjado’, ‘verde/rojo’, y aun podríamos seguir con otras, tan sugerentes para la pintura y la vestimenta, como las del 15
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siguiente grado de complejidad, ‘índigo/bermellón’, ‘malva/oro viejo’, ‘granate/limón*. Y tan vehemente empeño no deja, en efecto, de llegar a tener una repercusión por fuera de la Ciencia, donde en ciertas capas de la supraestructura, como la modistería, los anuncios fosforescentes o las cajas de pinturas para niños, esas concepciones de los timbres cromáticos se manifiestan con vigencia considerable. 60. Y sin embargo, si tornamos a aplicar nuestros criterios habituales, cuán escasamente penetrado en la realidad se nos de muestra todo eso. Pues encontramos que la mayoría de los nombres que la Ciencia elige para sus definiciones son de uso durísimo como epítetos, no ya vulgares, por supuesto, pero ni aun poéticos, en tanto que muchos otros nombres con los que aquella clasificación no parece saber qué hacer resultan más aceptos para ese uso: ¿quién se atrevería a escribir ‘el azul cielo’ o ‘el azul mar’, ‘las amarillas flores’, ‘la anaranjada carroza', ‘el violeta rayo’ o ni siquiera ‘el violáceo rayo’? Apenas si con la fuerte corrección de alguna hipálage violenta pasarían cosas como ‘la azul mirada’ o ‘en el azul silencio de la tarde’ y se libraría la poesía de caer en la frivolidad pedagógica de la tintorería o modistería; el propio Juan-Ramón Jiménez, cuan do en alguno de sus poemas trata de elevar a dignidad poética (esto es, a realismo) alguno de los colores químicos o ‘puros’, tiene que hacerlo a fuerza de intencionados usos predicativos y determinativos, para terminar, haciendo más nítida la intención, con «entre los hue sos de los muertos / abría Dios sus manos amarillas»; y más precisa la presentación crítica de lo ‘prosaico’, cuando Machado habla de las velitas de los niños en procesión «de amarillo calabaza» (con un color, por otra parte, que no sé si podría encajarse en un cuarto nivel de complejidad de la clasificación, entre el oro viejo y el na ranja). Y en cambio, considérese cómo otros nombres de color, difícilmente clasificables y de los que muchas veces le llegan al oyente resonancias bien ajenas a las del timbre cromático, práctica mente inidentificable, como es el caso de ‘lívido’ o de ‘cárdeno’, se prestan mucho mejor a usos epitéticos (‘lívidos semblantes’, cár denos alcores’ ), y hasta a veces entran en usos cotidianos y simbóli cos importantes; así con el morado, por ejemplo, que no sé si en el esquema sería nombre apto para introducirse en el cuarto grado de complejidad entre el violeta y el granate, pero que vemos figurar en locuciones como «ponerle morado un ojo» o «ponerse morado de algo» (esto es, saciarse de ello, darse plena satisfacción en comerlo
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o en hacerlo), y que vemos competir en valor simbólico con otros colores más considerables, en cofradías de la Semana de Pasión o en hábitos de ofrecimiento, como señal de penitencia, que no sé si será el valor simbólico con que, en desagravio por los pecados de España, lo añadió nuestra República como tercera franja de su bandera. 61. Y así, correspondientemente, la vigencia de las antítesis que entre los colores ‘puros’ la Ciencia nos propone no parece tener muy firme asiento: ¿en virtud de qué o en qué respecto es el na ranja el opuesto del azul o el violeta el del amarillo, fuera de niveles de realidad relativamente superficiales, como de un lado la combina ción harmónica de piezas de la vestimenta o la amalgama de colores en la técnica de la pintura y del otro algunos momentos de las teorías ópticas? ¿En qué puntos relativamente importantes de la realidad cobran esas antítesis vigencia? Y por ende, ¡cuán dificultoso y re buscado resultaría tener que descubrir una identificación, por lejana que fuera, de las parejas ‘azul/anaranjado’ o ‘violeta/amarillo’ con la antítesis fundamental de ‘bueno/malo’ ! ¿Habría alguien tan in fantil que pensara, para la primera, en la oposición de ‘cielo/infierno'? Ya es bastante ridículo pensar que el cielo es azul; pero que el fuego fuera de color naranja, sería un estallido de ridiculez. Poca realidad parecen pués tener esas antítesis. Y no sólo las antítesis, skio con ellas los propios colores que en ellas juegan. ¿Quién quiso sujetar con tal pedantería a la naturaleza incognoscible? ¿Quién hizo azul al mar o azul al cielo, como queriendo ocultarnos lo que sabíamos desde antiguo, ya por Homero o ya, como suele decirse, por nuestros propios ojos, que lo esencial en ellos era justamente la mutabilidad infinita de sus tintas? Y sépase que cuando algún pintor de nuestros tiempos, como van Gogh o como Rousseau, se complace en hacer estallar a nuestros ojos los colores ‘puros’, ello sucede así precisamente, haciéndolos estallar, y la virtud crítica de sus cuadros se confunde con su peculiar hechizo. Conque, respon diendo a lo mismo, bien observamos el escaso uso en el trato, la floja carga simbólica de colores como ésos. Apenas si ya allá en el siglo decimonono, al alcanzar el culto de la Virgen Nuestra Señora su reducción a extracto de la más trágica cursilería, pudo venir el azul a convertirse en el hábito y enseña de María Inmaculada; y así también en nuestra guerra civil, frente a la nítida definición de los rojos del otro bando, a duras penas y con grandes reticencias se
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avenían los contrarios a revestirse, para señalar su antítesis, con el azul, no sin dudosos compromisos con el hipócrita negro de los fascistas italianos, y formando además, en todo caso, una antítesis, ‘rojo/azul’, que no corresponde con las decididas por la teoría de los colores complementarios. 62. Pero en cambio, fijémonos ahora en la otra antítesis que para esa teoría se sitúa justamente en el mismo nivel, ni más ni menos, que las de ‘naranja/azul’ y ‘amarillo/violeta’, a saber, la de ‘rojo/verde’. Qué pronto comprobamos que esta antítesis y sus dos colores ocupan en realidad, bien lejos de ello, lugares de uso y de valor notablemente más importantes que los otros. Pues, en primer lugar, el uso epitético se vuelve para estos dos colores mucho más fácil y corriente, aunque sea sin llegar a los límites de la lengua hablada, que sólo ‘blanco’ y ‘negro' alcanzan: así fluirán al menor intento poético cosas tales como ‘la verde gruta’, ‘la roja luz de la mañana’, pero también con la roja pasión, con todo el verde brío de sus años’ o, con curiosa duplicidad, «pierde el lobo en la nieve rabiosa la roja vida» y «trepa la verde vida por sus brazos» y no menos se hablará mil veces de la ‘verde vejez’ del semidiós Caronte. ¿Que algunos de estos usos son evidentemente, como se dice, figura dos y ‘rojo’ y ‘verde' meras notas sugerentes de la sangre y de lo vegetal? Por cierto; pero recuérdese lo que queda dicho (§§ 52 y 54) a propósito de los usos figurados, y que justamente andamos buscando qué virtudes o fuerza de realidad de tales colores los hacen aptos para usos no puramente colorísticos. Como comple mento notamos asimismo el arraigo de los usos vulgares de los dos colores en locuciones y costumbres abundantes: para el uno, el rubor (que para el español empieza por el uso figurado, y sólo desde aquí podría en poesía volver a usarse figuradamente para aludir al color mismo, por ejemplo, «tenue rubor teñía las montañas»), el sonrojo, ‘sonrojarse’, ‘ponerse colorado’ (notables los sinónimos vulgares es pañoles de ‘rojo’, ‘colorado y ‘encarnado’), y por otra parte los usos libertarios y políticos, que ya se desarrollaban desde el gorro frigio de los libertos y primeros revolucionarios, y llegan a su per fección con las contiendas de rojos y blancos en recientes lides o de rojos y azules (?) en la guerra civil que arriba rememorábamos; para el otro color, varios empleos de sus múltiples verbos, ‘verdear’, ‘(re)verdecer’, ‘verdeguear’, y otros como los de poner verde’, ‘viejo verde’, ‘chiste verde’; que, sea cualquiera el trámite histórico de los
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usos de los dos últimos ejemplos, lo que es evidente en el éxito de ambos es el sentimiento de la aptitud del verde para la alusión a la lujuria (¿no saldrá de lo mismo el prestigio afrodisíaco de la menta?); la lujuria es, en efecto, frecuentemente verde, como en otros tiempos lo era la esperanza; y de que entre ambos usos simbólicos del verde ha de haber profunda relación poca duda nos cabe; pues ¿qué otra cosa esperan los condenados de la tierra sino que se les abra la luz verde de un amor libre, cuyo destello aquí entre tanto no puede verdecer sino como lujuria? Que el lector tenga a bien seguir le yendo un poco para venir a sospechar que acaso semejante relación no sea tan gratuita y caprichosa como parece. 63. Ahora pués nos preguntamos seriamente por el orden o je rarquía que puede regir entre los usos propiamente cromáticos y los figurados o medio figurados tanto del rojo como del verde. Esto es: ¿es la sangre la que ha hecho el rojo y la clorofila el verde? o por el contrario, ¿es el rojo el que hace la sangre y el verde la clorofila? Contestar decididamente en el primer sentido sería dar por supuesto que es legítimo preguntarles a los hombres «¿Por qué decís ‘rojo’ y verde’?» , para que respondieran «Porque la sangre pura es roja y las hojas verdes son verdes», mientras que no se le podría preguntar a la Naturaleza «¿P or qué has hecho roja la sangre y verdes las hojas de los árboles?», para tentarla a que dijera «Porque los colo res rojo y verde tenían especiales virtudes que me incitaron a desti narlos a esos dos oficios». Pero quien piense que ambas preguntas son igualmente legítimas (o ninguna de las dos) se encontrará tal vez más cerca de comprender la relación entre unos y otros usos. 64. Es, en todo caso, bastante claro que es la cuestión de la vida misma la que con el análisis del rojo y verde se está jugando. Pues, antes que nada, cada uno de los dos colores se opone, como término positivo, como representante por antonomasia de la color y la vida misma, a lo muerto y lo descolorido. Para ‘rojo’, salen a cada paso pruebas de que él es el símbolo de la salud y de la vida, el opuesto de ‘muerto’, de la pallida mors y sus adláteres; ‘gordo y colorado' se dice entre nosotros del que está en plena vida, esto es, del que está bueno y sano; no echamos a casualidad que entre las fórmulas de cierre de los cuentos infantiles pueda alternar la de «fueron felices» con la más abstracta de ‘colorín colorado’ ; pero sobre todo muestra debidamente el carácter de ‘rojo’ como
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opuesto a lo sin color el hecho mismo de que en castellano se haya desarrollado el término colorado como sinónimo vulgar de rojo; y en fin, la oposición a la muerte está en él tan arraigada, que si a alguien desprevenidamente se le habla de ‘un color vivo’, el pri mero que a las mientes se le venga no ha de ser otro probablemente sino el rojo. En cuanto a ‘verde’, no me parece menos claro que, si bien hay un empleo en que figura como término negativo o peyo rativo, frente a ‘maduro’ (por ejemplo, en las uvas de la zorra, que al alcanzar el rango de proverbio entre nosotros, con «están verdes», han desaparecido como uvas y han quedado como verdes), se ates tigua en usos bien abundantes su valor generalmente positivo frente a ‘seco’, ‘yermo’, ‘sin vida’ y semejantes; pues si el alma seca es la mejor para el dictamen de Heraclito, eso le pasa en cuanto alma, que puede funcionar como el opuesto justamente de la vida (y en tonces, en efecto, cuanto menos verdeante esté el alma o muerte, más muerta estará y menor será su daño), pero en la consideración directa, el agua es lo mejor en la canción de Píndaro, y jugoso y verde y vivo vienen a ser la misma cosa; no sólo ya son verdes igual que vivas las hojas y las ramas, sino la vejez de Caronte y la imagen del paraíso de los hombres y los ‘espacios verdes’ plañideramente requeridos por los ciudadanos; así que nada nos extraña que el nombre de este color, el latino uiridis por ejemplo, nazca como nota del vigor y de la vida, de lo que uiret uigetque, y sea esa nota la que se ha traducido en forma de color para los ojos. 65. Ahora bien, viniendo entonces a su vez al pleito entre los dos, tendremos que preguntarnos: si ambos, tanto ‘rojo’ como ‘ver de’, se constituyen como término positivo, esto es, término ‘bueno’, en cuanto representantes del bien por excelencia que es la vida, frente al término negativo o sin color, el de la muerte, ¿cómo es entonces que hay dos vidas? ¿Cuál es el sentido de esta antítesis a su vez entre ‘rojo’ y ‘verde’? Pues que la antítesis entre las dos vidas se nos muestra bien marcada es cosa cierta: ‘animal’ y ‘vege tal’ llamamos a los dos reinos, cuya frontera, no perturbada por la aparición de algunas dudas al nivel de los microbios y bacterias, tra taría la Ciencia de explicar siempre como una bifurcación a raíz del principio de la vida en abstracto; la química de la fisiología viene a dar razón a la oposición cromática, al explicarnos el rojo de la sangre y el verde de la clorofila como resultado de dos aprovecha mientos inversos y complementarios del mismo aire (que de lo que
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es muerte de los animales suelen los árboles respirar vida); y lo que es todavía dato más profundo y misterioso, que la contraposición aflora aún muy claramente de una complicada manera negativa: pues en aquello que podríamos llamar con sólidas razones ‘momen tos de la expresión o manifestación de sí mismo’ en plantas y ani males, que son respectivamente las flores y los ojos, el único color que parece evitarse de una manera bastante decidida (y con razón, ya que todo momento de expresión de sí mismo es, aunque sea ru dimentariamente, un momento de reflexión o negación del ser, por así decir, espontáneo) es justamente el de la modalidad de vida correspondiente a unas y a otros: que las flores sean cualquier cosa menos verdes y los ojos cualquier cosa menos rojos; sé que hay algunas excepciones o aproximaciones a la excepción, pero el princi pio no aparece por ello menos claro. 66. Parece pués que con todo esto no puede negarse a la antí tesis ‘rojo/verde’ un cierto grado de realidad, cuando ella sirve de fundamento a una concepción dual que nos está impuesta del bien bajo el aspecto de éste que los vivos llamamos vida, y que ello nos inclina hacia un esquema en que el término positivo (bueno, color, vida) esté constituido a su vez por una oposición entre verde o ve getal y animal o rojo, a pesar de que sepamos por el estudio de las costumbres estructurales en general que, así como es normal y fre cuente que el término no marcado de una oposición sea a su vez una oposición entre término marcado y no marcado (cfr. § 58), es en cambio anómalo y dudoso que sea el término marcado de una opo sición el que se divida en una oposición, como sería el caso de ésta:
FALTA D E COLOR, MUERTE
COLOR, V I D A ^ r ^ r o j^
íí ^
erde
67. Pero ahora, de aceptar semejante esquema, ¿qué haríamos con la pareja del segundo miembro, ‘rojo/verde’? ¿En cuál de sus dos términos pondríamos el signo positivo? La respuesta no parece presentarse fácilmente, Ya esta misma dificultad nos advierte de
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que, si bien no podemos menos de reconocer a esa antítesis un cierto grado de realidad, es desde luego mucho más flojo y supérficial y no puede compararse con el de la primera, la de ‘blanco/neg r o . En efecto, podría uno figurarse que la oposición entre ‘animal’ y ‘vegetal’ es mucho más profunda y más antigua que la que reina entre las razas, por ejemplo, la de ‘blanco/negro’; pero espero que el error de visión que en eso yace vaya ya quedando para el lector bastante claro: la antítesis de blanco y negro, que se reduce inme diata- y fácilmente a la fundamental, la de ‘bueno/malo’, es la más profunda y primitiva; ¡cuán lejano en cambio y especulativo es aquel día en que, ya todo el reino animal habiendo conquistado la condición de Hombre y constituido en bloque una clase dominante, los vegetales, oprimidos y explotados, empezaran a levantar penosa mente la bandera verde de la rebelión y se hiciera necesario aplas tarla por esquemas doctrinarios en que lo animal fuera lo bueno y el verde el símbolo mismo de la maldad! 68. Entre tanto, y no constituyendo la clase animal tal clase, nada de extraño tiene que el actual dominio, en la escasa medida que usa de la antítesis ‘rojo/verde’, prefiriendo sin duda la bonifica ción del enemigo más lejano y recelando con un cierto miedo, nunca del todo oculto, de la sangre, es decir, de lo otro animal con que la comparte, se incline más bien a establecer a la inversa la reduc ción a bueno/malo’. En efecto, no sin haber entrado ya en el mundo en que la concepción de los colores complementarios establecida por la Ciencia está arraigada, observamos que rojo y verde se han usado, primero en las señales ferroviarias y luego en más y más sistemas de señales, para indicar respectivamente lo peligroso, prohibido, alerta y lo libre, abierto, despreocupado; y correlativamente, ha resultado que la enfermedad de la vista segunda en importancia, aunque muy de lejos, después de la ceguera sea la que se llama dal tonismo, esto es, inhabilidad para el manejo de esa antítesis ‘rojo/ verde’ (análogamente a como la ceguerra se refiere a la incapacidad para la fundamental de ‘blanco/negro’ ); y así como a los que ítieran totalmente incapaces de distinguir entre ‘bueno’ y ‘malo’ se les negaría el derecho a la vida misma, así a los daltónicos se les niega, según creo, la licencia de conducir. Y en fin, aquél de ‘rojos’ es un nombre que la Sociedad constituida les ha puesto a los rebeldes contra ella; de manera que, por más que ellos a su vez pretendan en ocasiones asumir desafiantemente ese color en sus banderas, no
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por ello deja de ser lo cierto que los rojos en realidad siguen siendo más bien los malos. 69. En estos limitados campos y con tales vacilaciones se nos muestra, pues, funcionando en cierta medida la antítesis de ‘rojo/ verde’, que puede dar alguna firmeza a la relativa realidad de esos dos colores, no tan reales por cierto como el blanco y negro, ni siquiera como los nombres de lo descolorido, el gris y el pardo, pero sí notablemente más reales que todos los demás colores con que tratamos de organizar, según el modelo del espectro de la Ciencia, nuestra visión de las cualidades de la apariencia y el mundo mis mo de las cualidades. Con lo cual tal vez se vaya viendo con algo más de precisión las relaciones que puede haber entre ser o esencia y haber o realidad. Pues a lo largo de las gestiones precedentes parece sugerirse que, en tanto que la esencia en sí no tiene, natu ralmente (pues por definición le está prohibido), ni más ni menos ni poco ni mucho, y el amarillo puro, por ejemplo, o está definido o no está definido, o puede hablarse de él o no en absoluto, en cambio la realidad de la esencia o haber del ser es una cuestión que no admite más anotaciones que las de de ‘más’ o ‘menos’ ; y hemos advertido que lo poco o mucho que haya de tal color, su mayor o menor realidad, no puede simplemente depender de la mayor o menor perfección de su definición, puesto que su definición no ad mite grados, y puede quedar el azul puro talmente definido como el rojo puro, sin que ello garantice nada respecto al grado respectivo de sus realidades. 70. Ahora bien, como, al aplicar los predicados de realidad («hay mucho», «hay poco», «es más real», etc.), se aplican a sujetos que, disponiendo de un nombre propio, suponen una definición o esencia, resulta que de este modo, por el proceso de la predicación, la cantidad indefinida afecta a la esencia misma, a las definiciones cualitativas de «sí o no». Es éste el proceso complementario, la inversión o la venganza, de aquel otro por el que la esencia y la defi nición cualitativa se introducen en la cantidad indefinida bajo la forma de lo que llamamos número. Así la realidad del color y la definición del número como dos casos extremos de victoria y derrota (o derrota y victoria) en esa pugna. 71. Pero, obligados nosotros a buscar algún fundamento rela tivamente firme para la determinación del grado de realidad de las
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cualidades, el haber, la fuerza o importancia de las antítesis entre colores, que eran la fuerza, haber o realidad de los colores mismos, hemos tenido que acudir al criterio de la mayor o menor decisión con que esas antítesis se dejaban asimilar o se ofrecían como epifa nías de la antítesis fundacional de las antítesis, que era la de ‘bueno/ malo’. Es así como la determinación de la cantidad tenía que depen der, como por necesidad de criterio, de la cualidad por excelencia y depender el haber del ser, al tiempo que la antítesis misma de ‘ser/no ser’ se subordinaba a la de ‘bueno/malo’, como si en la bon dad tuviéramos la aparición real del ser y la realidad del no ser en la maldad. 72. Si entonces, tratando de saltar a otro nivel dialéctico, nos preguntamos por la prioridad o jerarquía (por buscar un término que comprenda sin compromiso la previedad en la definición y el mayor grado de realidad), no ya entre parejas como ‘blanco/negro’ y ‘rojo/verde’, sino entre las propias antítesis ‘ser/no ser’ y ‘haber mucho/haber poco’, veríamos que el único criterio superior que nos quedaría para decidir la cuestión seguiría siendo el de la antíte sis ‘bueno/malo’ : se trataría de saber cuál de aquellas dos antítesis (‘ser/no ser’ o ‘haber mucho/haber poco’ ) se parece más o se identi fica más inmediatamente con la de ‘bueno/malo’. O preguntando término a término: ¿es la definición o es la abundancia lo que más presto se califica como bueno?, ¿es la indefinición o es la escasez lo que mejor se aviene a representar lo malo? 73. Mas al tratar de responder y darnos cuenta de lo contra dictorio y lo empatado, por así decir, de los movimientos que nos empujan a decidir tan pronto en un sentido como en el otro, descu brimos probablemente algo que dimana por un lado del hecho mismo de que la antítesis ‘bueno/malo’ se haya declarado fundamento de todas las antítesis, y superior, por tanto, a la de ‘ser/no ser’, y, por el otro lado, de que la antítesis entre ‘haber mucho’ y ‘haber poco’, como referida a la mera cantidad, no puede ser antítésis si quiera: descubrimos que el preguntarnos por el g r a d o de asimila ción de aquellas dos antítesis a la de ‘bueno/malo’ no puede resol verse ya ni por «sí» o «no» (primer sentido de ‘positivo/negativo’ ) ni por «m ás» o «menos» (segundo sentido de ‘positivo/negativo’), sino justamente por «bueno» o «malo» (tercer sentido, real y verdadero, de ‘positivo/negativo’, de * + / — ’), esto es, que en realidad es lo
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mismo que preguntarnos si ser y haber mucho es bueno y no ser o haber poco malo o si, por el contrario, ser y haber mucho es malo y no ser o haber poco bueno; es decir, que en el esquema que intentá bamos resolver BUENO / MALO ser / no ser haber mucho / haber poco BUENO / MALO
no cabe, no ya resolución, pero ni siquiera planteamiento, sino hacer girar, por así decir, el esquema entero del siguiente modo: M ALO BUENO
ser /h ab er mucho no ser / haber poco
BUENO MALO
pero, como una antítesis no parece que pueda ser apta para que se diga de ella ‘buena’ o ‘mala’, la pregunta sólo podría plantearse con respecto a la síntesis de cada una de las dos antítesis, que podríamos figurar con ‘ser mucho’ y ‘ser poco', de esta manera: • j C
ser
mucho / ser poco
BUENO / MALO
r *
o bien
• ft
ser mucho / ser poco ^ ^ MALO / BUENO
74. Planteada la cuestión así debidamente, es claro que no po demos nosotros contestarla, cuando ni siquiera los términos ‘ser mu cho’ y ‘ser poco’ (como tampoco las formulaciones alternativas de la síntesis, ‘haber’ y ‘no haber’) no pueden tener s i g n i f i c a c i ó n para nosotros, y careciendo de significación no podemos juzgar de su realidad tampoco. 75. Y sin embargo, bien puede ser que esa estructura de ‘ser m ás/ser menos’, identificable con la de *bueno/malo', absurda como es y propiamente inconcebible, puesto que supone la anulación de la oposición entre ‘ser’ y ‘haber’ en la que vivimos, sea a pesar de todo la estructura justamente del Estado real y verdadero de las cosas, quiero decir, la estructura del objeto del análisis o método dialéctico. Y así lo que puede que entre tanto hayamos hecho sea, no haber aprendido nada ciertamente (alcanzar un saber, que es lo mismo que
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un ser, como sabemos) ni tampoco haber ganado nada (aumentar la ri queza o posesión, el tener, que es lo mismo que el haber), sino adies tramos de algún modo en el método de análisis o ataque de ese mundo real y verdadero, en un método dialéctico que dé cuenta al mismo tiempo del ser de lo que hay y del haber de lo que sea. 76. Mas no dejemos de observar que, en tanto que el ser del objeto del método consiste en realidad en su saber (o ser sabido) y, por tanto, es la presencia o no de las definiciones, el establecimiento o no de las antítesis, lo que con respecto al ser ha de guiar al mé todo, de modo que lo que es o que se sabe incita sin más a saber de su saber, esto es, a la interrogación o negación de su ser mismo, en cambio, por lo que toca al haber más o menos, que es lo mismo que el tener o ser tenido (más o menos), ¿cuál ha podido ser el criterio que guíe al método para estimar el más o menos de ese haber o rea lidad que sea tenido o tenga? 77. Algo habremos podido verlo a propósito de los colores: lo que decidía el grado mayor o menor de realidad o de dominio de cada uno (o de cada antítesis) era justamente la mayor o menor oca sión de ejercicio que al método le ofrecían, esto es, la mayor o menor consistencia, solidez, densidad o resistencia con que al método se oponían. Era pués la aplicación misma del análisis la que determi naba su realidad: había más cuanto más el método encontraba en qué aplicarse; había menos cuanto más el método se encontraba sin ob jeto ni aplicación al caso. 78. No hay pués en realidad objeto de la dialéctica anterior a la dialéctica ni exterior a ella. Y así como decíamos (§ § 13-18) que el método, por el saber de sí mismo o ser sabido, se convierte conti nuamente en objeto, así también parece cierto que el método, como objeto que en la realidad funciona, viene a ser el determinante del grado del haber del ser que las cosas tengan.
IX COSAS Y PALABRAS, PALABRAS Y COSAS
1. Me escribes, tú, querido hijo de tu madre, pidiéndome que te describa brevemente cómo es el mundo. Y al mismo tiempo, hijita mía, recibo carta tuya en que me preguntas cómo es en general el lenguaje humano. 2. ¿Podrían intentarse realmente tales descripciones como ésas? ¿Qué es describir? ¿No es cierto que más bien tenderíais a definirlo negativamente, como algo que no fuera demostrar nada, ni explicar nada, ni inventar nada, ni juzgar nada? ¿Y es que alguna vez ha habido alguna especie de ciencia o de arte narrativa o de dibujo que haya producido realmente una descripción? ¿A qué más fidelidad podría aspirar una descripción que a la de la pura representación, a la fidelidad de los espejos? Pero ¿acaso lo que en el espejo se refleja no está lleno ya de explicación y de invención, de demostración y juicio, por el solo hecho de ser reproducción de lo mismo en lo que es y no es lo mismo o, como se decía antaño, por ser conciencia? 3. ¿Os contentaríais vosotros sin embargo con una descrip ción que fuera como un espejo, como una reproducción representa tiva? ¿una referencia a la conciencia de los hechos como reflejo de los hechos mismos? Bien, en ese caso, la tarea no parece imposible
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un ser, como sabemos) ni tampoco haber ganado nada (aumentar la ri queza o posesión, el tener, que es lo mismo que el haber), sino adies tramos de algún modo en el método de análisis o ataque de ese mundo real y verdadero, en un método dialéctico que dé cuenta al mismo tiempo del ser de lo que hay y del haber de lo que sea. 76. Mas no dejemos de observar que, en tanto que el ser del objeto del método consiste en realidad en su saber (o ser sabido) y, por tanto, es la presencia o no de las definiciones, el establecimiento o no de las antítesis, lo que con respecto al ser ha de guiar al mé todo, de modo que lo que es o que se sabe incita sin más a saber de su saber, esto es, a la interrogación o negación de su ser mismo, en cambio, por lo que toca al haber más o menos, que es lo mismo que el tener o ser tenido (más o menos), ¿cuál ha podido ser el criterio que guíe al método para estimar el más o menos de ese haber o rea lidad que sea tenido o tenga? 77. Algo habremos podido verlo a propósito de los colores: lo que decidía el grado mayor o menor de realidad o de dominio de cada uno (o de cada antítesis) era justamente la mayor o menor oca sión de ejercicio que al método le ofrecían, esto es, la mayor o menor consistencia, solidez, densidad o resistencia con que al método se oponían. Era pués la aplicación misma del análisis la que determi naba su realidad: había más cuanto más el método encontraba en qué aplicarse; había menos cuanto más el método se encontraba sin ob jeto ni aplicación al caso. 78. No hay pués en realidad objeto de la dialéctica anterior a la dialéctica ni exterior a ella. Y así como decíamos (§ § 13-18) que el método, por el saber de sí mismo o ser sabido, se convierte conti nuamente en objeto, así también parece cierto que el método, como objeto que en la realidad funciona, viene a ser el determinante del grado del haber del ser que las cosas tengan.
IX COSAS Y PALABRAS, PALABRAS Y COSAS
1. Me escribes, tú, querido hijo de tu madre, pidiéndome que te describa brevemente cómo es el mundo. Y al mismo tiempo, hijita mía, recibo carta tuya en que me preguntas cómo es en general el lenguaje humano. 2. ¿Podrían intentarse realmente tales descripciones como ésas? ¿Qué es describir? ¿No es cierto que más bien tenderíais a definirlo negativamente, como algo que no fuera demostrar nada, ni explicar nada, ni inventar nada, ni juzgar nada? ¿Y es que alguna vez ha habido alguna especie de ciencia o de arte narrativa o de dibujo que haya producido realmente una descripción? ¿A qué más fidelidad podría aspirar una descripción que a la de la pura representación, a la fidelidad de los espejos? Pero ¿acaso lo que en el espejo se refleja no está lleno ya de explicación y de invención, de demostración y juicio, por el solo hecho de ser reproducción de lo mismo en lo que es y no es lo mismo o, como se decía antaño, por ser conciencia? 3. ¿Os contentaríais vosotros sin embargo con una descrip ción que fuera como un espejo, como una reproducción representa tiva? ¿una referencia a la conciencia de los hechos como reflejo de los hechos mismos? Bien, en ese caso, la tarea no parece imposible
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ni desmesurada: el mundo, por su parte, está bastante organizado y claro; y en cuanto a la lengua, no digamos. Así que bastaría con re petir con un cierto orden y proporción las partes y las líneas de esa organización en que ambos están constituidos, como quien en el di bujo deja correr sueltamente la aguja impresora del pantógrafo, des pués de asentada su cola en los lugares correspondientes del objeto que se está copiando. Bastaría simplemente con un poco de falta de intereses en el asunto que pudieran desfigurar la copia; ¿y cómo no iba yo, por amor de vosotros, a volverme por un rato lo bastante honrado para describir desinteresadamente? 4. Una dificultad se me ofrece, sin embargo: cómo satisfacer por separado a cada una de vuestras dos demandas. Pues, al ponerme a describir los hechos de la lengua, en seguida me daré cuenta (en cuanto pase de la mera observación histórica o externa a la observa ción interna, a la reproducción de la conciencia de la lengua acerca de sí misma) de que apenas puedo dar un paso sin aludir a la signi ficación; y en cuanto ponga en cuenta la significación, estaré me tiendo en esa descripción el mundo entero. Y asimismo, si a su vez me pongo a describir el mundo, ¿cómo voy a hacerlo, al menos si he de hacerlo por medio de un escrito, si no es hablando de sus cosas con los nombres que sus cosas tienen, es decir, hablando en realidad de los significados de la lengua? 5. ¿Podría entonces, por el contrario, redactar una sola des cripción que enviaros en sendas copias al uno y a la otra, como dando por supuesto que a fin de cuentas me habíais preguntado los dos por la misma cosa? No creo tampoco en modo alguno que pudiera hacerlo sin una gran falsificación; pues este mundo de que la lengua habla y esta lengua que habla del mundo pretenden ante todo que son distintos el uno de la otra: la lengua, que su mundo es distinto (en todo caso, el contenido) de ella misma, y el mundo, que su len gua es distinta (una parte en todo caso) de sí mismo; ¿y cómo lo
IX . Cosas y palabras, palabras y cosas
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que es tan primordial pretensión del mundo y de la lengua no va a ser en realidad verdad? El lenguaje y su universo, el universo y su lenguaje, son cosas diferentes la una de la otra a pesar de todo, no por otra razón sino porque ellos sostienen que son cosas diferentes, y esa pretensión —real— es el primer fundamento de estructura de la realidad total en que ambos se suman, identifican o confunden. De manera que podemos vislumbrar cómo ambos son en verdad lo mismo (y aun eso resignándonos a que la identificación entre ambos se nos aparezca de modos diversos e incongruentes en los varios aspectos o campos que examinemos, unas veces como que el uno es ‘la otra cara’ del otro, otras veces como que ambos son dos copias o ejemplos de lo mismo, otras como que el uno es el modelo imperfectamente re producido por el otro); pero si en cambio con nuestra descripción unitaria afirmáramos nosotros a nuestra vez que ambos son lo mismo, en el mismo momento en que estaríamos diciendo acaso la verdad más honda, en el mismo estaríamos diciendo realmente una mentira. Las fantasías de la realidad son realidades, y suprimirlas meramente ha blando no es manera de suprimirlas. 6. En vista de lo cual se me ha ocurrido, hermosas criaturas, que tal vez lo menos equivocado era redactar las descripciones que me pedís del modo que aquí sigue. Pero su lectura y utilización exi girá de vosotros algunas operaciones previas. Está impresa, como veis, la descripción con los capítulos del mismo número igualados por el haz y por el envés de cada hoja, gracias a la maña y los des velos de los impresores. Vosotros pués tenéis que seguir ahora cui dadosamente las siguientes instrucciones: 1.°) Separar del libro todas las hojas siguientes impresas con la numeración desde 1 ) hasta 14 b ). 2.°) Encolar las tiras resultantes una a continuación de otra, de modo que se siga consecutivamente la numeración de los capítulos (tal vez mejor si procuráis pegar haz con haz y envés con envés de cada tira, para evitar alteraciones imprevistas), hasta formar una sola larga tira con toda la descripción.
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3.°) Encolar el final del haz de la tira con el comienzo del en vés, de modo que la lectura del final del envés se continúe en la lectura del comienzo del haz, y, naturalmente, la lectura del final del haz con la del comienzo del envés. Así tenéis, como sabéis, una cinta de Moebius simple. Una vez preparada así la descripción, la tenéis ya lista para la lectura; la cual podréis emprender, según las ocasiones, por diversos lugares de la tira, y o bien practicar la consulta alternativa a los ahora aparentes haz y envés del mismo lugar o bien seguir leyendo todo a lo largo de la superficie, hasta que os entre el cansancio a vosotros; que a la descripción no ha de entrarle nunca.
IX . Cosas y palabras, palabras y cosas
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1) No hay un solo universo, sino diversos universos, que co rresponden a las varias unidades sociales. Pues, al examinar la So ciedad, constatamos en seguida que hay diversas sociedades. l a ) La diversidad de los mundos o sociedades se aparece, por un lado, como gradual y relativa: el viajero que vaya pasando de una sociedad a otra hallará siempre ciertas regiones de transición; y po drán siempre enunciarse algunos rasgos generales, que llamaremos isodemias — ya se trate de una institución jurídica, de un mito, de un conocimiento científico, de una herramienta— , los cuales se exten derán en común a partes de diversas sociedades. 1 a’) Pero al mismo tiempo se tiende a marcar con límites espa ciales (fronteras) y con límites lógicos (definición) lo que es y dónde acaba, por ejemplo, una nación (otras veces el territorio de una pólis, el limes del Imperio); cada sociedad o mundo se afirma a sí mismo como unidad, por coherencia interna y por oposición al resto. Lo más notable en esto es que la realidad de la unidad se confunde con la conciencia de la unidad. 1 b) El estado de cada sociedad y por tanto el estado total de la Sociedad en que esa sociedad se incluye se intima a sus súbditos como algo natural, fundado en nacimiento y dotado de una sustancia étnica, genealógica, biológica. Y la imagen del universo natural que esa sociedad desarrolla está destinada a ratificar la misma intimación de la naturalidad de sí misma. 2) Se admiten, dentro de la unidad social, regiones, agrupaciones gremiales o sectarias, especializaciones técnicas (incluida la de la go bernación), manifestaciones artísticas, culturales o científicas diver sas; así como — se afirma— el universo, siendo uno, está organizado en campos estelares, estados de la materia, reinos de los seres vivos, etcétera, diversos. 2 a) Pero, sobre todo, una división fundamental recorre la so ciedad entera, que es como una duplicación de sí misma, la división entre vida y ley: sobre la vida consuetudinaria, que, si era origina riamente también ella producto de una convención y regulación, ha llegado a pasar como vida natural o espontánea, hay establecida una
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1) No hay un solo lenguaje universal, sino un cierto número de lenguas (o idiomas o dialectos) diferentes las unas de las otras. l a ) La diversidad entre las varias lenguas se aparece, por un lado, como gradual y relativa: si espacialmente vamos pasando del ámbito de una lengua al de otra, encontramos modalidades lingüís ticas de transición, en que rasgos de una y otra lengua se entremezcan; y si tomamos un rasgo lingüístico determinado — ya se trate de un vocablo, de una forma de entonación interrogativa, de una ley de uso sintáctico— vemos que generalmente ese rasgo (isoglosa) se ex tiende a abarcar el ámbito de más de una lengua o partes del de di versas lenguas. 1 a’) Pero al mismo tiempo cada lengua tiende a establecer sus fronteras definidas en el mapa y consiguientemente a establecer una definición precisa de sí misma, de modo que se sepa lo que es real mente francés o lo que no lo es; así que cada lengua que como tal se reconoce define su propia unidad, al mismo tiempo por coherencia interna que por diferenciación de las otras lenguas. Y en esto la conciencia de unidad es la realidad de la unidad misma. I b ) Lo que los gramáticos reconocen como la convención (‘ar bitraria’ ) de cada lengua se intima sin embargo a sus hablantes ne cesariamente como la lengua nativa o natural (os recuerdo el caso del gallego burlándose de que los castellanos llamaran a los grelos nabos, siendo como eran grelos). Y así, siendo natural la lengua, toda la na turaleza tendrá necesariamente una constitución lingüística. 2) Se admite que dentro de una misma lengua haya dialectos regionales, germanías o tipos lingüísticos de niveles sociales dife rentes, así como diversos lenguajes técnicos y también diversos len guajes poéticos según el género, canción, teatro, oratoria, etc.; nada más natural — se piensa— que esa diversidad dentro de la unidad. 2 a) Pero, sobre todo, en cuanto nos referimos al caso de len guas propiamente históricas, una división fundamental recorre y or ganiza el ser de la lengua entera: sobre y a base de la lengua de uso o conversacional (que, si en principio fué una convención, ha venido a pasar como la natural) está establecida una segunda convención lin güística, que se manifiesta explícita o conscientemente como conven-
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legislación explícita o segunda de la vida, a la que ésta puede ajus tarse o contra la que pecar. 2 a’) Por lo demás, la vida reconoce otras múltiples divisiones, de las cuales las principales, entre vida pública (en varios grados) y vida privada (esencialmente familiar); entre vida de producción y vida de disfrute; entre vida regular o decente y vida viciosa o cri minal. 2 a” ) Se reconoce como institución mínima de la sociedad el in dividuo, súbdito o ciudadano que, no siendo o debiendo ser sino la cara visible de la sociedad, puede (y debe) mantener su personalidad distinta, que en principio no debe — como tampoco las otras divisio nes— perturbar la armonía total, sino contribuir a la armonía. 3) La sociedad en cuestión se va transformando con el paso, según se dice, del tiempo, proceso que constituye la historia de dicha sociedad. 3 a) Esa historia consiste, por un lado, en una especie de evo lución continua, según se dice (aunque, examinada como continuidad, resultaría inaprensible), en que la suma de las mínimas transforma ciones diarias y de cada momento vendría a dar en otras más pro fundas, y así sucesivamente; con lo cual la historia de las sociedades continuaría a su vez la marcha de la evolución natural, en que se su ponen incluidas. 3 a’) Pero la Historia de esa historia se ve obligada a distinguir épocas determinadas (por ejemplo, la época de los jueces y la época de los reyes, los muebles de época de Luis X IV ; y por analogía, en la prehistoria, el plioceno, la era mesozoica, el neolítico) y, por tanto, a marcar hechos transcendentales (revolucionarios), que «hacen época», situados en fecha determinada; gracias a ellos queda la evo lución estructurada o racionalizada. Pero es lo notable también en esto que la conciencia de la estructura viene a ser la realidad de la estructura. 3 a” ) Así es que una sociedad se considera perpetuándose a sí misma y designándose con el mismo nombre (Roma, Francia, Catalu ña), hasta el momento en que una decisión o reconocimiento cons-
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ción: la de la lengua escrita o lengua fija, a la que la hablada puede ajustarse o de la que desviarse. 2 a’ ) Por lo demás, dentro de la lengua (en el vocabulario, en la pronunciación, en la construcción) se dan manifestaciones parciales, que se reconocen como nobles o solemnes, íntimas o familiares, serias o festivas, obscenas o decentes. 2 a” ) Se reconoce como forma mínima de una lengua el idiolecto (la lengua poseída y empleada por cada persona), que es por un lado (y debe ser) un ejemplo o copia de la lengua, aunque se le permiten (y se le exigen) peculiaridades (el estilo), que lejos de atentar a la armonía total de la lengua son los elementos indispensables de la armonía. 3) Cada lengua va cambiando a lo largo, según se dice, del tiempo; esos cambios constituyen la historia de dicha lengua. 3 a) Esa historia de la lengua se presenta, por un lado, como una evolución continua, de manera que se reconoce que una lengua no está fija ni igual a sí misma un solo día ni un momento (aunque, en rigor, esa continuidad exigiría renunciar a su observación teórica), y así en las teorías historicistas del lenguaje se asimilaba esa historia a la de las plantas y los organismos vivos, y ya de antiguo se hablaba de palabras que mueren o envejecen. 3 a’) Pero para hacer la Historia de una lengua es preciso se ñalar períodos determinados (latín arcaico/latín clásico/latín impe rial/latín tardío/latín medieval/italiano) y señalar a los cambios por lo menos fechas límites (ante quod y post quod), diciendo, por ejem plo: «A comienzos del siglo m a. de J. el cambio de -s- intervocálica latina en -r- estaba consumado.» Pero el momento de conciencia de la nueva situación — no ya en el historiador, sino en los hablantes mis mos— es el momento mismo del cambio: cuando los latinos se dan cuenta de que dicen Lares y no Lases (como lo demuestran escri biendo Lares) es cuando -s- se ha convertido en -r-. 3 a” ) Así es que una lengua se considera perpetuándose como la misma a través del tiempo, hasta que un golpe de conciencia sobre los cambios insensiblemente operados decide de una vez que se trata
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cíente de lo inconscientemente acaecido promueve el cambio del nom bre y el comienzo de otra sociedad (terra incognita!América, Virrei nato del Río de la Plata/República Argentina, England/Great Bri tain/United Kingdom/Commonwealth). 3 b) Sin embargo, la transformación de los sistemas legales y las regulaciones o ideaciones explícitas de la vida (cfr. 2 a) sigue otras leyes que la evolución de la vida misma, supuestamente continua (3 a), que se caracterizan ante todo por su discontinuidad (3 a’ y 3 a” ); de donde, en tanto que un ajuste se procura, posibilidad de disensiones, choques, interinfluencias entre ambos planos. 3 c) Si bien al individuo le está impuesto obedecer estrictamen te a lo establecido, como al mismo tiempo se le considera la institu ción mínima (v. 2 a” ), tiene también que pensarse que su desobe diencia — preténdase errónea o deliberada— es lo que promueve la transformación de la sociedad. 3 c’ ) Pero, visto de otro modo, el cambio se originará en la ne cesidad o afán de una clase (o también región o grupo) de organizarse en sí de una manera más congruente o racional, lo que producirá conflicto con otras partes del sistema, conflicto que a su vez tratará de racionalizarse en una nueva organización, y así sucesivamente. 3 c” ) Por otra parte, una raíz del cambio bien distinta habrá de estar también en el contacto (invasiones, alianzas, importaciones) de una sociedad con otras sociedades (cfr. 1 a); los elementos extran jeros, por un proceso de asimilación, se constituyen en parte de los mecanismos internos de la transformación. 3 c’” ) La observación, aunque nada más sea todavía histórica o externa, de cuáles son los elementos del mundo más fáciles de tran sacción entre mundos diversos (productos agrícolas o industriales, mitos o conceptos científicos, modas vestimentarias o de cortesía y política u otras formas ‘superficiales’ de comportamiento), y cuáles los menos fáciles a la transacción (organización social básica, concep ciones de la posesión o la relación amorosa — que son también sus realidades— , noción de la propia sociedad acerca de sí misma y de las circundantes), elementos sólo sujetos al influjo externo por la vía indirecta indicada en 3” , puede ya producir en ese mundo una cierta
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de otra lengua distinta. Dante sigue creyendo que lo que habla (y lo que escribe cuando no escribe en latín correcto) es la lengua vulgar latina; pero es por su época (y en otras partes antes, sobre todo donde había contacto con lenguas no latinas) cuando se empieza a ver (y empieza a ser) el italiano como otra lengua. 3 b) Sin embargo, el cambio de la lengua escrita o fijada (cfr. 2 a) sigue leyes o procesos distintos del de la corriente, que es supuestamente continuo o natural (3 a), mientras en la escrita habría discontinuidad, esto es, intervención de conciencia, y por ende posibi lidad de hechos como las modas o los renacimientos; de aquí una es cisión, oposición, interinfluencias entre una lengua hablada y una es crita (fijación de una hablada otrora). 3 c) Si bien cada hablante está obligado a aprender y reproducir rigurosamente la lengua establecida (cfr. 2 a” ), dado que el idiolecto se admite como la forma mínima de una lengua, tiene que atribuirse a los hablantes individuales, por su inexactitud en la copia del sistema (ya errores vulgares, ya atrevimientos de poetas), la raíz de la trans formación lingüística. 3 c’ ) Pero, visto de otro modo, el cambio se origina en la pre tensión de una parte del sistema (por ejemplo, el subsistema de las consonantes oclusivas, el de los pronombres deícticos) de organizarse en sí de una manera más perfecta o regular, lo que arrastra desequili brios en otras partes del sistema, que a su vez promueven un intento de regularización más amplio, y así sucesivamente. 3 c” ) Por otra parte una raíz del cambio bien distinta habrá de estar también en el contacto con otras lenguas (cfr. l a ) , que por préstamos o importaciones pueden producir a su vez perturbaciones del sistema que promuevan cambios internos según el mecanismo in dicado en el § anterior. 3 cm) Ya por la mera observación, todavía histórica o externa, de una lengua puede apreciarse una cierta diferencia — por supuesto, relativa y fluctuante— entre partes de dicha lengua: su núcleo esen cial, el de los elementos más incapaces de transacción con otras len guas (la estructura del sistema fonémico, los morfemas y normas de indicación de la predicación o la determinación y de la relación entre
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división — relativa y fluctuante— entre niveles, el de los elementos Esenciales o constitutivos y el de los aditamentos o rasgos accesorios. 4) A pesar de la pluralidad de mundos históricamente observada (cfr. 1), hay una posibilidad también de concebir ‘el Mundo en ge neral', ‘el Hombre’ o ‘la Humanidad’, ‘la Sociedad en general’, como algo de lo que cada mundo o sociedad sería una manifestación par ticular, como algo que se dedujera de la consideración conjunta de todos los mundos dados o imaginables desde el nuestro como hu manos. 4 a) El Hombre que concibe al Hombre de ese modo general o abstractivo es justamente el mismo que el Hombre al que así con cibe. Es pués aprovechándonos de semejante situación como pasamos a continuación a referirnos a los universales, o rasgos generales de la Sociedad o Humanidad, por observación intrínseca, es decir, no fin giendo ya más que tomamos una posición externa desde la que hacer la observación histórica, sino dando una formulación racional o cons ciente a los hechos y procesos de la propia vida y estructura en que nosotros, como Hombre universal o Cosmos, estamos constituidos. 5) Por un lado pués y de una manera, nos encontramos con la vida, esto es, el juego de cosas y personas realizándose continua mente, produciéndose. Pero al mismo tiempo reconocemos, de otra manera, la presencia de entes permanentes, definidos, aunque nunca realizados actualmente, como vida, así como también de unas normas o leyes, estables y fijas, de las que aquella vida sería la realización o actualización. 5 a) Así entre los elementos de la Sociedad apreciamos un tipo de relaciones ‘en la vida’ (el cometa de Halley volvió a dejarse ver en 1910; éste y aquélla se encuentran en el autobús y sus miradas se cruzan; se han reunido más de diez mil personas en la plaza; los ter neros van pasando por la maza del matarife a razón de ventitrés por hora; los empleados del mercado están descargando un camión de naranjas) y otro tipo ¿e relaciones — ya entre entes propiamente di chos— en la organización estable de la vida: X y Z son primos car nales; Y es alemán; la Empresa dispone de tres contadurías y están previstos tres puestos de mecanógrafo para cada una; un cometa si-
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palabras, las partes más ‘íntimas’ y las más abstractas del vocabula rio), y la parte, más contingente y aleatoria, de los elementos que más fácilmente se prestan a la transacción entre las lenguas: modas cJe pronunciación, ciertas normas de construcción sintáctica, y sobre todo el vocabulario en general, los vocablos menos estructurados y más independientes de la organización gramatical. 4) A pesar de la pluralidad de lenguas históricamente observada (cfr. 1), hay también una posibilidad de hablar de ‘universales lin güísticos’, es decir, una posibilidad de concebir la Lengua en general, como una abstracción que se dedujera de la consideración conjunta de todas las lenguas particulares conocidas o imaginables desde nues tra lengua, y que estaría realizada en cada una de las lenguas par ticulares. 4 a) E l hecho de que se pueda hacer esa consideración abstracta o universal de la Lengua coincide con el hecho de que la lengua misma con la que se hace va alcanzando realmente una condición uni versal y abstracta. Es aprovechándonos de esa condición como pasa mos a continuación a describir la Lengua, por así decir, desde dentro, esto es, no pretendiendo ya más hacer historia de las lenguas, sino una especie de gramática de la Lengua en general, que sea enuncia ción explícita o consciente de los elementos y mecanismos de esa Lengua en que estamos constituidos. 5) Por un lado pues y de una manera, nos encontramos con que la Lengua está continuamente, en los actos de hablar, producién dose o realizándose. Pero al mismo tiempo, de otra manera, recono cemos que todas esas apariciones del hablar son justamente realiza ciones actuales de algo permanente, fijo, estable, de un sistema de ele mentos y de leyes, real en otro sentido que en el que son reales las actualizaciones de esas leyes y elementos en el habla. 5 a) Así entre los elementos o piezas del lenguaje podemos apre ciar dos tipos de relaciones: por un lado, las que se dan entre ellos en la producción del habla (cuando decimos que Fulano ha alterado la colocación de la -r- al pronunciar cocreta en vez de croqueta, o vi ceversa, o que ha colocado mal el acento al decir polícromo por po licromo; cuando uno ha empleado tres veces en la misma frase la pa labra concreto; cuando dos frases contiguas se pronuncian separadas
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gue una elíptica excéntrica; en la procesión del Corpus el represen tante del Estado se coloca a la derecha del Obispo o su representante. 5 b) Asimismo observamos sin embargo que hay una constante interacción entre la vida y la ordenación de la vida, en el sentido de que si la primera consiste esencialmente en la producción obediente a la segunda, la segunda a su vez consiste en una previsión de lo que sucede en la primera. 5 c) Consecuencia de esta doble manera de ser de nuestro ob jeto: dos modos incompatibles de considerar lo que es lo mismo y lo que es otro: en el plano de la vida, nada ni nadie es jamás el mismo ni lo mismo, ni X el mismo cuando se despereza en la cama y cuando está sentado a la mesa de su oficina y cuando yace bajo la losa de su tumba, ni esta piedra en que tropiezo la misma en que tropecé, ni este alcalde de Z el mismo que era alcalde el año pasado, ni este acto de montar tuerca en perno el mismo producido en el momento anterior de la cadena o simultáneamente en la cadena paralela, ni este beso que me das hoy el mismo que me diste ayer, ni esta ley aplicada al caso del delincuente H la misma al caso del delincuente / ; pero en la organización o sistema de la vida, X es X toda su jor nada y toda su vida (y muerte), el acalde de Z es el alcalde de Z, el montaje de la tuerca en el perno se produce — igual a sí mismo— tal número de veces, y la ley es la ley en todos los casos y para cual quiera. 5 c’ ) No por ello hay que dejar de tener en cuenta que, aun es tablecido en la organización lo que es lo mismo y lo que es otro, las diferencias pueden anularse en determinadas ocasiones: X le da a su mujer el regalo destinado a su querida, o viceversa; el título de Doctor concedido por el Estado francés se convalida con el título de Doctor del Estado alemán; los domingos el tren de las cuatro y el tren de las siete se reducen a un solo tren que sale a las cinco y media; en los ensueños, una cara se sustituye o se superpone a otra, ya por cercanía, ya por semejanza. 6) Considerando ahora la vida en el plano de su realización, lo primero que se observa es que se produce de una manera disconti nua, articulada, siempre por alternancia entre momentos de una dase y retorno de momentos de otra: alternancia entre trabajo y reposo
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por la pausa de expectativa — la que suele escribirse con ;— ; cuando se nota que de los cuatro versos de una copla el segundo rima con el cuarto en asonante), y por otro lado las relaciones que se dan entre ellos — ya como elementos abstractivos o estables— en la organiza ción del sistema no realizado, cuando decimos que M está en oposi ción privativa con N en castellano; que en fin de sílaba se produce la neutralización de la oposición M /N ; que tales dos formas son el Imperativo y el Infinitivo de un paradigma verbal; que tal norma de colocación del Sujeto está subordinada a la modalidad — interrogativa o predicativa— de la Frase. 5 b) Asimismo observamos, sin embargo, que hay una constante interacción entre ambos planos, ya que si el primero — el del habla— tiende a consistir en una mera obediencia a lo dispuesto en el se g a d o — en el sistema de la Lengua— , éste a su vez puede conside rarse como una mera previsión de lo que en aquél sucede. 5 c) Consecuencia de esta doble manera de ser que se da en los hechos del lenguaje: que la idea de lo que entre esos hechos es otro y es lo mismo se presenta de dos formas incompatibles: visto en el plano del habla o realización actual, nunca dos segmentos fonéticos, nunca dos entonaciones de frase pueden ser el mismo o la misma, y cualquier elemento que se va produciendo resulta perpetuamente otro respecto a cualquiera: no cabe sino, en todo caso, proximidad y se mejanza, pero nunca repetición ni mismidad; por el contrario, visto en el otro plano, en la organización o sistema de la Lengua, dos fone mas, dos palabras, pueden ser uno mismo o una misma, sendas for mas de la conjugación de dos verbos la misma persona y tiempo, dos frases obedecer a la misma norma de construcción (por ejemplo, en la frase «N o tendría pies ni cabeza que se pusiera en pie», las tres -P- que aparecen son la misma; una misma palabra, pie, aparece dos veces; si esa frase la pronuncias tú leyéndola, es la misma frase que producía yo al escribirla); y más aún: un elemento tiene que ser o el mismo u otro, pero no más o menos cercano, casi igual o parecido. 5 c’) No por ello deja de poder suceder ocasionalmente que dos elementos, en principio reconocidos como dos (y más aún, opuestos), sufran síntesis y se reduzcan a uno mismo (así, de modos distintos, en la neutralización de oposiciones, en el intercambio de sinónimos, en la versión de lengua a lengua): es el momento en que la proxi-
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(y ya dentro del trabajo, un ritmo en la producción de las acciones concretas, más o menos marcado según las profesiones), alternancia entre día y noche, entre salud y enfermedad, entre penas y alegrías, entre campo y ciudad, entre florecimiento y decadencia, entre una generación y la siguiente generación; de modo que la continuidad de la vida (cfr. 5) aparece montada sobre un complejo de sistemas rítmi cos o de alternancia, y ni trabajo ni amor ni vida en general son si quiera concebibles como continuos. 6 a) Los ritmos de la vida tienden a ser más precisos y a impo nerse de un modo más riguroso en algunas regiones de la vida (frente a otras, más indecisas y errabundas, por así decir): así en la organi zación del Trabajo, en las órdenes y la marcha de la Milicia (cuya última manifestación está en el marcar el paso, frente al vago andar de paisano), en las ceremonias religiosas o las laicas, en la danza, en la canción. 6 b) Se aprecian en el curso de la vida dos tipos de unidades de articulación: el primero, el de las unidades señaladas por una ‘muerte’ (esto es, el cierre que nos permite decir que X ha terminado de vi vir, aunque subsista como ente, pudiendo ser X una piedra, una persona, un proceso de construcción, el resultado de una cons trucción, un acto de amor, una relación amorosa); y luego, el de los gestos mínimos, esto es, lo mínimo que se puede hacer o su ceder para que se crea que ha sucedido algo: así un toque de los dedos en el ala del sombrero, un rictus de sonrisa y una inclinación de cabeza son tres unidades mínimas combinadas en un proceso de salutación; otros ejemplos: los momentos bien marcados en un pro ceso de strip-tease; el toque de la aguja en cada una de las unidades mínimas señaladas en cada tipo de reloj; cada golpe del martillo en la forja de una de las barras de hierro destinadas a formar una reja; el golpe de cada signo (espacios incluidos) en el proceso de escribir a máquina (sin que importe mucho que la sucesión de unidades mí nimas sería aún más clara con una máquina adaptada a un sistema de escritura silábica). 7) Cada ‘vida’ o proceso vital (en el sentido definido en 6 b) puede tener — o considerarse que tiene— una de las siguientes fun ciones como esencial:
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midad (por el proceso de metonimia) o la semejanza (por el proceso de metáfora) dan el ‘paso al límite’ y se reducen a la mismidad. 6) Considerando ahora la Lengua en el plano de su realización, ' lo primero que se observa es que se produce de una manera articu lada, discontinua, y que nada en su producción y audición es ni si quiera concebible sino por alternancia de sonido y de silencio, de ele vaciones tonales y de descensos, de tiempos marcados y de intervalos entre ellos, de tramos de producción y pausas de producción; todo un complejo de ritmos — en el sentido más general de la palabra— superpuestos y combinados entre sí se descubre en el curso del habla, y la aparente continuidad (cfr. 5) de un mensaje está en realidad montada sobre una base de diversas discontinuidades. 6 a) Hay una tendencia a regularizar los ritmos, a llevarlos hasta un esquema matemático, esto es, que ya no sólo puede me dirse, sino que a su vez mide, tendencia más imperante en unas regiones u ocasiones lingüísticas que en otras: por ejemplo, en el lenguaje de la canción o en el del teatro propiamente dicho (y toda vía en cierto grado en la oratoria) frente a la prosa científica y el len guaje conversacional. 6 b) Se aprecian en la realización del lenguaje como principales unidades de alternancia o articulación los dos tipos siguientes: por un lado, la unidad señalada por el retomo de una pausa ‘final’ (esto es, tal que puede permitir que normalmente, sin expectativa gramatical frustrada, toda la actividad lingüística del hablante concluya allí), la unidad de mensaje, que podemos llamar en castellano frase (por ejemplo, en lo que llevamos hasta aquí escrito del número 8, in cluido el paréntesis presente, hay cuatro frases); y, por otro lado, la unidad mínima de articulación, la que llamamos sílaba; la cual por cierto no es acaso fácil de definir para todas las lenguas, para la Lengua en general; pero, reconocida en el número 6 la alternancia entre tiempos marcados e intervalos rítmicos, diremos que sílaba es el intervalo mínimo, es decir, lo mínimo que en el decurso de la lengua hablada (no cantada) y sin intervención de silencio rítmico puede producirse para que pueda retornar tras un tiempo marcado otro tiempo marcado; o de otro modo: distinguimos en un tramo de len guaje hablado continuo dos sílabas o momentos de articulación
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a) expresión: el proceso (descomposición de un mineral, activi dades de la vida de una persona) sirve como manifestación de la na turaleza o manera de ser del ser viviente (de la persona, del mineral); b ) evocación: el proceso (práctica de reclamo en caza o cebo en pesca, sesión de espiritismo, pase de una película descriptiva) pro voca la presencia de algo; c) magia o encantamiento: ceremonia mágica de lluvia, cere monia de adoración de Dios (forma especial del encantamiento es la mimesis o imitación de lo deseado, y por ende la fabricación de ima ginería religiosa), actividad de coquetería (y también de fabricación de vestimentas provocativas), de ejercicios gimnásticos o guerreros; d ) industria, producción o trabajo: labranza de una tierra, una actividad de extracción (minería) o de transformación (tintorería), una legislación, una guerra, una unión sexual, un proceso matrimonial; e) anuncio o proyecto: un día bochornoso o una luna con cerco (con respecto a la tormenta porvenir), una profecía, una campaña de propaganda comercial, una de apostolado o de proselitismo político, un plan quinquenal; f) mensaje y comunicación: el proceso universal en cuanto queriendo decir algo, cualquier proceso de información, la actividad de un guardia regulador del tráfico, un intercambio de bienes, un proceso de tráfico comercial, las actividades de valoración dineraria de una mercancía, las de devaluación de una moneda; también nega tivamente: el acto de cerrar una tienda y el estado de cierre de la tienda, el acaparamiento de mercancías; g) reacción: una reacción química o biológica a un estímulo, una risa, una celebración con banderas o con arcos de triunfo; h) imperfección: la producción vacilante o incompleta de al guno de los procesos anteriores, especialmente de los tipos f y e , cons tituye por sí misma un proceso de dubitación, de suspensión o de des concierto. 8) Pasando ahora a considerar el Mundo, no en el desarrollo de su vida, sino como sistema establecido, vemos lo primero que consta de dos tipos de constituyentes: por un lado, cosas (en el sen tido más amplio, que incluye, desde este punto de vista, las personas y los sucesos: aquello, en suma, de que se puede hablar); por el otro lado, leyes o reglas para su ordenación en el sistema y para su trato mutuo y funcionamiento en la vida.
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cuando separamos lo mínimo preciso para notar una alternancia entre tiempo marcado e intervalo. 7) Cada frase que se oye se percibe como cumpliendo esencial mente una función (práctica) determinada, como perteneciendo a una de las siguientes modalidades en principio marcadas por diversos modos de entonación): a) meramente expresiva: « ¡Ay! », « ¡Caramba! », «Jajajá», «H m » (o «Ehem»), «P ff» (o «Puf» o «U f»); b) evocativa: «¡Seren o !», «¡V erdes aguas de las lagunas de Lucerna! » , « ¡Penas de amor antiguas! »; c) votiva: « ¡Que llueva, que llueva! », « ¡Maldita sea! », « ¡Ahí te caigas muerto! », «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo», «A sí me condene, como que es verdad lo que os digo», «Ojalá no lo sepa nunca», «Ojalá hubieran aparecido en aquel momento», «Quién te tuviera entre cuatro paredes blancas vestida de sombra fresca»; d ) yusiva: « ¡Ven acá! », « ¡So! », « ¡Arre! », « ¡Eh! », « ¡Nadie se espante! », « ¡Albricias! », «Introdúzcase una moneda de cincuenta céntimos», «Silbar», «Las instancias se presentarán dentro de los quince días hábiles a partir de la publicación de esta convocatoria»; e) minativa-promisoria: « ¡Ya te lo dirán a ti e so !», «Vendré esta tarde sin falta», « ¡Te juro que lo mato! », «Acaso no regrese», «Puede que no regrese nunca»; f ) predicativa (informativa, comunicativa): «E l Señor ha lle gado», «Hoy hace más frío», «Patatas fritas», «2,50 el paquete», «Se calló», «S í», «Si hubieras estado, lo habrías visto», «Para que te enteres de una vez, en esta casa siempre se ha guardado un cierto respeto por la muerte»; o también negando: «Ella no lo sabía», «No ha habido suerte», «N o», «Un triángulo no puede ser rectángulo y equilátero»; g ) exclamativa: « ¡Muchas promesas! », « ¡Tantas promesas! », « ¡Cuántas promesas! », « ¡Quién se lo iba a decir! », « ¡Cómo no! »; b) interrogativa: «¿Quién lo dice?», «¿Para qué tantas pri sas?», «¿V as a venir de una vez o no?», «¿S e calló por fin?», «¿E s que todavía no lo has visto?», «Conocidos dos lados y uno de los ángulos no comprendidos, ¿queda determinado un triángulo?» 8) Pasando ahora a considerar la Lengua, no en su realización, sino como sistema establecido, vemos lo primero que consta de dos
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8 a) Sin embargo, esos dos tipos de constituyentes no se pre sentan ni pueden asirse (sino por abstracción, como en 8 acabamos de hacerlo) aislados un tipo del otro: lo que, de hecho, se presenta como componente fundamental del Mundo o Sociedad es la cosa-dotada-en-su-propio-ser-de-indicaciones-de-relación-y-de-función; es decir, que la cosa lleva dentro de sí sus leyes. 8 a’) No obstante lo cual, las reglas o leyes pueden presentarse relativamente aisladas de los objetos de su aplicación, con aparien cia pués de cosas-en-sí, aunque con una pura función de aplicación a las cosas propiamente dichas; y con frecuencia cosas propiamente dichas, de las que en principio puede hablarse como cosas, pasan a servir como indicadores o elementos normativos para regular la con dición social o la función y tráfico de las cosas: un poste de señales de circulación; una forma de maquillaje indicadora de prostitución profesional; la caída de un telón en cuanto marcando el fin de la función dramática. 8 b) En cuanto al ser de la cosa en sí, sólo resulta asible o de finible en la medida que se identifica con el derecho de la cosa a verse denominada siempre y determinadamente por una palabra que se reconoce (cfr. 5 c) como la misma. 8 c) A pesar de la distinción, que en 8 hemos puesto como fun damental para la estructura del Mundo, entre cosas y leyes, hay una ley a su vez que podemos llamar la ley de abstracción (la ley más general pués, ya que supera la oposición entre cosas y leyes), que rige el proceso por el que las funciones o relaciones de las cosas se solidifican, por así decir, o se materializan, convirtiéndose en cosa completa, en el sentido definido en 8 a. El color de las cosas viene a ser un color-en-sí (que la tintorería puede llegar a producir como tal color-cosa), y a su vez la relación aditiva entre los varios colores cosificados se hace el Color-en-sí (del que puede discurrir la Física); el valor (relación comparativa) de las cosas en el Mercado se hace una cosa-en-sí, se materializa como Dinero; el hecho de dejar de dormir, el final o cesación del sueño, se hace una cosa-en-sí, de la que puede discurrirse como del sueño mismo, que es el despertar. 8 c') Y así podemos llegar entre las cosas a distinguir grados sucesivos de realidad abstractiva, definidos en general por el hecho
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tipos de constituyentes: elementos mínimos de significación o deno minación (semantemas) y leyes o reglas para su ordenación en el Sistema o para su función y relaciones mutuas en el discurso. 8 a) Sin embargo, esos dos tipos de constituyentes de la Lengua no se presentan ni son asibles (más que por abstracción supragramatical, de teoría lingüística, como en 8 acabamos de hacer) aislados el uno del otro: lo que, de hecho, se aparece como ente fundamental de la lengua depositada o en sistema es la palabra necesariamente com puesta de semantema y de indicaciones de relaciones y función (mor femas). 8 a’) No obstante lo cual, las indicaciones de relaciones o fun ción pueden presentarse relativamente aisladas como elementos del Sistema, con apariencia de palabras propiamente dichas, aunque me ramente morfemáticas, esto es, incapaces de aparecer sino en apli cación a verdaderas palabras con semantema (tal es el caso, entre otros, de los artículos, preposiciones, conjunciones, verbos auxiliares, de las lenguas indoeuropeas); y sucede con frecuencia que palabras en principio semánticas, omitido su valor semántico, sirvan como puros indicadores de función o relaciones (el caso, en español mismo, de ser, de -mente, de las prep. bajo o encima de, de caso en la conj. en caso que). 8 b) En cuanto al semantema o al hecho de la significación, sólo resulta asible o definible en la medida que se identifica con el derecho a usarse una ‘misma’ palabra (cfr. 5 c) en determinado abanico de si tuaciones. 8 c) A pesar de la diferencia entre semantemas y leyes, que en 8 hemos puesto como fundamental de la estructura de la Lengua, rige en ésta a su vez una ley, que podemos llamar la ley de abstrac ción (la más general pués de la Lengua, ya que comprende a la vez cosas y leyes), según la cual está organizado un proceso por el que las relaciones entre las palabras o las funciones gramaticales de las palabras se convierten ellas mismas en palabras. Así, la rela ción (copulativa) entre ‘Pedro’ y ‘María’ en «Pedro y María» se tra duce en la nueva palabra ‘pareja’ o bien, según los casos, en las palabras ‘copulación’, ‘compañía', ‘unión’, ‘suma’; asimismo, la rela ción (determinativa en «la mujer de Pedro» puede venir a dar en las
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de que los elementos de cada grado resultan de la cosificación de fun ciones o relaciones que rigen entre los elementos del grado anterior; es a saber: a) palpables: un individuo, un hecho irrepetible: esa estrella, aquella cena, usted que me oye, ese resbalón, este sofoco; P) económicamente perceptibles: un puesto de trabajo, un súb dito de una nación, un representante de una clase social, un ele mento valuable en el Mercado (una merluza, un kilo de acelgas, un metro de tela, una hectárea de regadío), un instrumento de pro ducción, una moneda de curso legal, una palabra empeñada; y) especulativamente concebibles (clasificatorios): los hombres, el proletariado, la fauna, los animales, el deporte, el nadar, el irse, el venir, la angustia, el gobierno, el dinero, la filosofía; S) inconcebibles, pero lógicamente pensables: la cantidad, el color, el movimiento, el espacio, el entendimiento, la voluntad, la política, la identidad personal; e) impensables (más allá de la abstracción, en cierto modo, re tornan y sin embargo no retornan al tipo a): el Ser, el No-ser, Yo, esta hormiga, aquel beso. 9) Las relaciones entre elementos del Mundo en el sistema o estructura del Mundo mismo (cfr. 5 a) pueden ser de los siguientes tipos: a ) que sean estrictamente el mismo: Pedro es Pedro; esta piedra es esta piedra; el sol es el sol; el amor es el amor; el Amor es el Amor; la puntualidad es la puntualidad; saber es saber, el que es es el que es; b) que sean el mismo desempeñando diferentes funciones, ocu pando puestos diferentes (cfr. 8 a): una piedra= una dovela de arco= una muestra de cuarcita= un proyectil manual = un prisma tra pezoidal; don Florián el del tercero= el Subjefe de la Administración de Rentas= el padre de M ónica=el señor que viene a tomar una caña todos los días sobre las cuatro = Pachulí=un espectador, por favor, que quiera colaborar en este experimento; (no tengo ganas de) comer= (el complejo de actos fisiológicos de) comer= (después de) comer= se dejó comer (el terreno); c) que sean el mismo, pero no el mismo, en cuanto que dota dos de diferentes grados de abstracción en el sentido expuesto en 8 c’ : una muestra de m árm ol~el mármol (la clase de mármol) que se ha empleado para esta estatua ~ el mármol en general; una mués-
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palabras ‘dependencia’, posesión’, ‘fijación’, ‘determinación’; y la relación (predicativa) en «su mujer no está» puede producir pala bras como ‘ausencia’, ‘falta', ‘supresión’, ‘sustracción’, ‘negación’; o también la función del morfema de Futuro en una forma verbal del tipo ‘llegará’ ha venido a dar una palabra como ‘futuro’. 8 c’) Podemos incluso llegar a distinguir entre las palabras del tesoro léxico de la Lengua clases de diferente grado de abstracción, en que los elementos de cada clase están obtenidos por la sustancia r á n o semantización de relaciones entre elementos o funciones gra maticales de elementos de la clase anterior; es a saber: a) Nixon, Andrómeda, esta casa, ese-sol, rojo (en «está rojo») ha amanecido, se hirió. /?) Trabajar, amanecer, rojo (en «una cosa roja»), carpintero, ministro, judío, gallego, proletario, esposa, mujer, gato, galgo, pino, orquidea(s), (el) sol, arado, máquina-de-escribir-portátil, (un vaso de) agua, (un quilo de) oro, (una libra de) hígado, (el) hígado, (buen) corazón, palpitar, acariciar, cariño(s), asco, odiar, dios (es). , V) Hombre (en el sentido de ‘género humano’ o ‘miembro del genero humano’), mundo, animal, dios, astro, maquinaria, color, sa lud, sufrimiento, operación (quirúrgica, aritmética, estratégica), in terrogatorio (policíaco), literatura, visión, posesión, ausencia, tama ño, virtud, (cuarenta) pesos. . ^ Algo, poco, todos, Dios, Estado, estado, movimiento, can tidad, entelequia, (el) pensamiento, acción, abstracción, identidad. e) Ser, (e l) Ser, esto, aquello, yo, (el) no-ser, tú, nosotros. 9) Los tipos de relaciones asociativas, relaciones entre elemen tos de la Lengua en el sistema o estructura de la Lengua misma (cfr. 5 a), que pueden darse son los siguientes: a ) que ambos elementos sean estrictamente el mismo, según lo apuntado en 5 c: p e rro s perro, tradujiste = tradujiste, caridad (pro nunciado a la andaluza, en -á) = caridad (pron. a la castellana, en a d )-c a n d a d (pron. a la catalana, en -at), hijo (en « ¡Hijo! »)= h ijo (en «E l hijo de Octavia»); b) ' que sean el mismo, sólo que cargados de diferentes morfe mas o indicaciones de función o relación sintáctica, esto es, que sean momentos distintos de la flexión de un mismo semantema: perro= de perro= al perro; lindo = lindamente; bueno —buena; venir = viene;
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tra de las opiniones del sondeo ~ el conjunto de las opiniones ~ la opinión media resultante del sondeo; matar en general ~ asesinar a un semejante ~ suicidarse ~ el lunes pasado; todos los lunes ~ la ins titución del Lunes; la altura de un edificio ~ la misma altura medida en metros ~ ese número de metros sin referencia al edificio; d) que sean elementos distintos, pero ligados por un vínculo especial de participación en algo común: el toro, el buey y la vaca; libros, folletos, cuadernos, libretas, revistas, periódicos; libros, lá pices, plumas, tinteros, gomas de borrar, cintas de máquina de escri bir; Inglaterra, Gales, Escocia; Inglaterra, España, Francia; andar, correr, trotar, trepar, reptar, nadar, volar; partir, andar, llegar, volver; d’) que sean elementos antitéticos: proletarios/burgueses; ciu dad/campo; vivir/morir; blanco/negro; afirmar/negar; antítesis/ síntesis; e) que sean otro el uno respecto al otro sin relación especial ninguna: unas montañas+ ConstantinopIa; mirarse + esperar; toci no + velocidad. 10) Las maneras de relacionarse los elementos en la vida (cfr. 5 a) de la Sociedad o Mundo (y con esto estamos señalando las maneras que el Mundo tiene previstas en su Sistema para esas rela ciones en la vida) son las tres siguientes: a ) unión (e.e., simple agrupación, suma, conjuntamiento: lo esencial es que los varios elementos puedan ser aritméticamente numerados, contados, sumados en un total o restados de un total): por ejemplo, una cuenta con otra y otra en una sarta de collar; una guerra estalla coincidiendo con la declaración de una epidemia de gripe y con un terremoto; los intereses se acumulan a la suma de la deuda; el tren va y vuelve y vuelve a ir y vuelve a volver; o también: la falta de dinero se junta con la ausencia de la amada y con la pérdida del apetito; o también: dos cónyuges se separan; la tasa se descuenta de la suma; los elementos de un compuesto químico se desagregan (aunque, mirado por otra cara, sea también que un cuerpo se descompone); o también: una fiebre viene tras un enfriamiento; una riña precede a una renovación de amor; b ) determinación (dependencia, posesión, adscripción: lo esen cial es la asimetría entre ambos elementos — pues no pueden ser más que dos de una vez— y que el conjunto de lo determinado
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ven—viene; ¿vienes? = vienes. Nótese que en algunos casos del tipo siguiente la diferencia también estriba en morfema aparentemente flexivo; lo que determina la inclusión de un caso en el tipo b es que se trate de puras indicaciones de función (perro = de perro, venir— viene) o de relación sintáctica ( bueno= buena) que no alteran para nada el semantema; c) que sean variaciones de un mismo elemento; es decir, que se diferencien entre sí por un morfema no puramente funcional, sino que altera el grado de abstracción del semantema (en el sentido indicado en 8 c ) , de modo que puede decirse que tienen el mismo semantema, pero no el mismo sin embargo: perro ~ perros, viene ~ vienen, viene ~ vengo ~ venimos, peinábanse peinaba, peinar ~ p e i narse, vienen ~ vendrán ~ vinieron, vinieron ~ han venido ~ venían, el hombre (determinado) ~ un hombre ~ el hombre (genérico), bue no ~ mejor, alto ~ más alto ~ muy alto ~ el más alto, poco ~ menos muy poco~ lo menos; d ) que sean dos elementos diferentes (e.e., con diferente se mantema), pero ligados, como pertenecientes a una misma familia, por así decir, por participación en algo (un archisemantema) co mún a todos ellos: perro y perra, hombre y mujer, libro, librero y librería, correr, corredor y carrera, forjar, herrero y fragua, geogra fía y geología, aritmética y geometría, socialista y comunista, algo, bastante, mucho y demasiado. A menudo se dan conjuntamente el caso b y el d: así en hermoso, hermosamente, hermosura y hermo sear o en bueno, bien (adv.), bien (subst.), bondad; d’) que estén ligados en pareja antitética: sí/n o, blanco¡n e gro, m overse¡estar quieto, arrib aj abajo, puro/im puro, claro/oscuro, claro/ espeso; e) que sean otro el uno respecto al otro, sin relación especial ninguna: perro + correr + oler 4- fiel, socialista + colorado 4 - calabaza. 10) Las maneras de relacionarse los elementos en el habla (pre visión en la Lengua de las maneras de relación que en el habla pueden darse) o relaciones sintagmáticas que rigen entre los ele mentos son las tres siguientes: a) de adición (cópula, yuxtaposición o parátesis, coordinación): «perro y perra»; «estuvimos en el lugar del suceso y hemos com probado los datos que se nos habían transmitido»; «llegué, vi, ven cí»; «por fin hoy a tu hermana (harto tiempo me lo había callado) le he dicho lo que pensaba de ella»; «rojiblanca»; «un ida-y-vuelta»;
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y lo determinante forme un elemento a su vez fungible y maneja ble): por ejemplo, entre marido y mujer (también entre mujer y marido); entre trabajo y trabajador; entre patrono y trabajador; entre salario y actividad; entre precios y salarios; entre Alemania y los alemanes; entre el hierro y su temperatura; entre la tempera tura y el color; entre la fecha y la situación meteorológica; entre una ideología y un sistema económico (y asimismo viceversa). c) operación (creación, transformación, traslación, influencia, interpretación: lo esencial es que un elemento aparezca afectado por el otro —y entonces necesariamente el otro por el uno— en su ser o su manera de ser): por ejemplo, si los albañiles levantaron una tapia; si el río baña los suburbios; si los suburbios se reflejaban en el río; si está lloviendo en Ginebra; si he cobrado el sueldo; si puedo comprarme dos camisas; si su amor me ha hecho desgra ciado; si se fué a París; si no se ve nada; si le dolía mucho que no le dijeran lo que pasaba; si tuvo la impresión de que el mundo se derrumbaba. 11) Sin embargo, al hacer la precedente descripción de los ele mentos de la Sociedad o Mundo y los tipos de relaciones que entre ellos rijan, estoy prescindiendo del hecho de que también, dentro de la Sociedad, aunque en cierto modo aparte de ella, hay no sólo cosas y relaciones, sino además ciertos elementos que tratan de atri buir una situación en la realidad ‘física’, ‘natural’ o extra-social a esos elementos de nuestro Mundo: así, las cosas en general, siempre abstractas (hasta en el caso de las individuales o dotadas de nombre propio), tratan de convertirse en algo concreto, palpable, cuando podemos señalarlas con el dedo, asirlas o sentirlas: como por ejem plo, yo ahora esta tecla de la máquina y esta hoja de papel y esta lengua entre los dientes: ese choque pués ese roce, esa presión son los elementos de tentativa referencial a la naturaleza externa. l i a ) Pero de ordinario se obedece simultáneamente a la nece sidad de palpación directa y a la de conocimiento abstracto; y así no me contento con tocar esto, sino que al mismo tiempo he de saber que esto es una tecla o que es una mano de mujer. Y de or dinario nos encontramos practicando la reducción de lo uno a lo otro, tratando de asir lo abstracto por su concretización (que la imaginada Bretaña es esta tierra en la que piso, que el amor es esto que me está
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«Be-ne-lux»; «ni tú ni tu padre»; «o las flores o los frutos»; «Don Quintín o como se llame»; «amargo, pero agradable»; «no lo he inventado yo, que lo saben todos»; «primero comer y después ha blar»; «comer, sí, pero antes hablar»; «en realidad, se trata de dos casas: hay, en efecto, un tabique ciego que divide por mitad el edi ficio»; «mandaron al rey (pues parecía que todavía podía servir de algo) un mensajéro con sus condiciones»; «se vió con ello que nada había que esperar; así pues, siguieron su camino»; b) de determinación (dependencia, régimen, síntesis): «la casa de los abuelos»; «la casa ultima del pueblo»; «la ropa lavada y la por lavar»; «toco madera»; «tropezó con un muro»; «se fue a París»; «lo vió»; «llueve a cántaros»; «está loco de remate»; «pronto dicho, nunca hecho»; «dulcemente amargo»; «dulce como la miel»; «se fue de aquí»; «salió de estampía»; «puso pies en Pol vorosa»; «salió como alma que lleva el diablo»; «el niño que no come»; «la dirección que sabes»; «los súbditos cuyas deudas sobre pasen los dos millones»; «el río Guadalquivir»; «un hombre rana»; «patitieso»; «aeropuerto»; «dentífrico»; «melifluo»; «Batracomiomaquia»; c) de predicación (dicción, juicio, aseveración, afirmación o ne gación: en todo caso, la operación esencial del lenguaje, aquella por la que la lengua se pone a hablar; y se da entre un elemento pre dicativo o activo y otro, el Sujeto, que puede ser igualmente un elemento lingüístico, pero también uno de la situación en que el acto de hablar se da): «la cena está servida»; «la Constitución no tiene previsto un caso semejante»; «algo falta»; «que iba a haber jaleo nadie lo dudaba»; «de que ha estado aquí no me cabe duda»; «críticas, desde luego, las hay»; «hay muchas críticas»; «han lla mado»; «hace frío»; «al fin apareciste»; «nos presentamos todos»; «me he divertido mucho»; «puede que me atreva»; «me habría suicidado»; «[prefirió seguir] la ruta de Alcalá, bien conocida, que la de Getafe, nueva y poco frecuentada»; «[m ás me quiere] a mí, viejo como soy, que a Pedrito, tan mozo y colorado». 11) Sin embargo, toda la descripción que hasta aquí se ha hecho de los elementos de la Lengua y las relaciones que entre ellos puedan darse se ha referido sólo propiamente a los elementos dotados de significación (cfr. 8 b), prescindiendo de que, junto a ellos, aunque en una región en cierto modo aparte, hay en toda lengua otros ele mentos que, sin ser puramente morfemáticos, propiamente no signi-
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pasándo) y de comprender lo concreto por su abstracción (que esto que toco es ciertamente una mano de mujer; que esta escasa resis tencia que percibo significa una cierta buena disposición para mis requerimientos; que este agua en la que me estoy bañando es agua de la bahía de Palamós). 11 b) Como sin embargo la palpación (choque, sensación) concreta está perpetuamente reduciéndose a su vez a elemento esta ble, objetivo, dotado de ser (cfr. 8 c y 14), resulta que igualmente la palpación puede ser palpación, no de una cosa, sino de una pal pación cosificada: por ejemplo, cuando he tocado esa mano o estoy deseando tocarla, es claro que puedo llegar a tocar concretamente, no ya la mano, sino también ese tocamiento cosificado (en la realidad o en la esperanza, en todo caso como pieza constitutiva ya del Mundo). 11 c) Parece evidente que esa condición ( = sensación) concreta o palpable de las cosas no es nada (como sí lo es su realidad social, genérica o abstracta) que puedan tener las cosas en sí mismas, esto es, en el Mundo general o establecido, sino que su concretitud se confunde con el acto de su aparición. De modo que las cosas, en cuanto concretos, no sólo no son (e.e., no tienen una entidad real, permanente o social), sino que tampoco están én sitio alguno, hasta que su aparición concreta ( = sensación) las sitúa y las hace ser a su manera. 11 c’) Ahora bien, la existencia palpable o campo de concreti tud que con esa aparición se da depende, como origen suyo, de la propia mano, ojo, corazón, etc., que siente la aparición de lo con creto, o más bien del centro a su vez impalpable de esa mano, ojo, corazón, etc., esto es, de mí; que así me constituyo como padre de la vida o centro de la concretitud. 11 c” ) Yo soy, por tanto, el sitio en que la realidad estable o abstracta del Mundo se confunde con la realización o vida de dicho Mundo (cfr. 5), la realidad de la que se trata en el acto de tratar acerca de ella. Es éste pués uno de los puntos en que esta
Agustín García Qávo
I fican (ni por tanto designan, denominan ni predican), sino que sola mente indican o señalan lugar: los elementos deícticos: esto,' éste, aquí, yo, nos, se. l i a ) Pero entonces, como una consecuencia, hay que distin guir un nuevo tipo de relación entre elementos, para el caso (que se da ordinariamente) de que uno de esos deícticos se presenta en agrupación simultánea’ con uno de los elementos propiamente se mánticos, aplicados a una misma situación: «este muchacho»; «aquí en mi casa»; «hoy, venticuatro de abril»; «yo, miembro de la Real Academia»; «a los pobres nos desprecian hasta los pobres mismos»; «se veía — rostro lleno de gracioso asombro— en el espejo». Este tipo de relación consiste pués en el tratamiento simultáneamente deíctico y significativo de un hecho que se considera el mismo, identificación de indicación y denominación, que puede también ha cerse explícita en forma predicativa, ya como Sujeto el elemento deíctico, ya como predicado: «ése es un confidente de la Policía»; «la casa de mi primo es aquélla de allá arriba»; «somos los hijos de Lenín»; «los hijos de Lenín somos nosotros»; «el Estado soy yo»; «yo soy el que soy». 11 b) Como sin embargo los actos de hablar están perpetua mente convirtiéndose en hechos de la Lengua a su vez y objetos del hablar (cfr. 8 c y 14), los sitios a que los deícticos apuntan pueden ser también sitios, no ya en la situación real' del habla, sino en los propios textos lingüísticos objetivados (uso anafórico de los deícti cos): «Aquí hay muchos peces :: Eso es lo que tú crees»; «Desde aquí os lo advierto: no pienso aparecer en esa fiesta». 11c) La indicación que los deícticos realizan no se refiere a ningún espacio en general, a un espacio semánticamente definible, sino al espacio determinado por el propio acto de hablar en que se emplean. Por eso los deícticos en sí mismos, tomados como ele mentos del Sistema no realizado, carecen no sólo de significación, sino aun propiamente de valor deíctico (ni esto ni nosotros apuntan por sí mismos a sitio alguno), que sólo adquieren con la actualiza ción de la lengua en habla. 1 1 c ’) El espacio así determinado — y propiamente creado— por el acto del habla, en el que señalan los deícticos, no es un
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ho}@ de papel debería adelgazarse más a fondo, hasta calar el haz en e¡l envés (o el envés en el haz, según la estéis mirando). 12) Pero, volviendo todavía sobre el Sistema del Mundo, si es verdad que la cosa (en el sentido del § 8) es el mínimo elemento de la Sociedad y cada cosa de la que se trate es una cosa, en el sentido de que su ser-lo-que-es es irreductible e indescomponible (si le quitamos algo, o bien sigue siendo la misma, menguada o mutila da, o bien se convierte en otra), sin embargo sabemos al mismo tiempo que cada cosa está compuesta de y es analizable en un nú mero determinado de elementos dispuestos de manera determinada; esos elementos, en cuanto integran la cosa, no tienen ser propio; claro es que luego a su vez se puede considerar uno de ellos aislado y en sí mismo (por un proceso de análisis, técnico, científico o crí tico), pero en ese caso el componente está convertido en cosa, y el antiguo total pasa a ser componente suyo: si de primeras lo que tenemos es una vaca, en ese momento sus paletillas, bofes, babada y contra carecen de cualquier especie de ser (aunque sean, en otro plano, componentes necesarios de la vaca); en cambio, en el momento que la técnica y comercio del carnicero ofrece las piezas de carne en su mostrador, babada y contra pasan a ser las cosas que son, de las cuales ahora inversamente la vaca (en cuanto materia de carne de vaca) es un componente sin ser alguno por sí misma, aunque por cierto indispensable para que una tajada de contra de vaca sea de contra de vaca realmente. Esta última situación nos muestra que una cosa no sólo está compuesta de sus partes, sino también de sus características, e.e. sus rasgos de participación en entidades de más alto nivel de abstracción (cfr. 8 c ’): así un arado no sólo está com puesto de timón, esteva, cama, reja, etc., sino también de instru mento, labranza, tracción (animal o mecánica), fisión (de la tierra), preparación (para la siembra), etc.; y asimismo, X no sólo consta de miembros, cabeza, corazón, reflejos condicionados, complejo de Edipo, etc., sino también de oficinista, padre de familia, miembro del P.C.F., católico no practicante, etc. Hay siempre una cierta tendencia a conseguir que ambas divisiones del ser de la cosa se co rrespondan (las piernas para la semovencia, el corazón para el amor, la cabeza para la ideología, las manos para la fabricación, la lengua para el lenguaje; o bien: el distrito III para el gobierno, el V II para la banca, el V para los almacenes, el IV para el comercio al por menor, el IX para la diversión; o todavía, en una patata: saca-
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espacio blanco, sino constituido, por así decir, en un sistema de coor denadas, de las que el centro, origen o punto-cero, está en el ele mento deíctico primario u originario, que es yo. 11 c” ) El deíctico originario yo es pues la palabra en que se confunde lo que habla con aquello de que se habla, y al mismo tiempo, por consiguiente, lo dicho con el acto de decirlo. Es éste, por tanto, uno de los puntos en que esta hoja de papel debería adelgazarse más a fondo, hasta calar el envés en el haz (o el haz en el envés, según la estéis mirando). 12) Pero, volviendo todavía sobre el Sistema de la Lengua, si es verdad que los elementos de la Lengua, de que venimos hablando desde el núm. 8, o sea las palabras en cuanto semantemas, son en un sentido verdaderamente elementales, como unidades mínimas de significación (o también de deixis, como acabamos de ver), puesto que si a uno de ellos le quitamos algo, en cualquier plano que ello pueda hacerse, o bien sigue siendo el mismo semantema, aunque menguado, mutilado o trastocado, o bien se nos convierte de repente en otro, al mismo tiempo, sin embargo, sabemos que en otro sen tido no son verdaderamente elementales, sino que están construidos con un determinado número de elementos dispuestos en un orden de terminado, elementos que, en cuanto componentes de la palabra pro piamente dicha, no son palabras, e.e. carecen de significación, aunque son indispensables todos y cada uno de ellos para que la palabra sea la que es, y no otra, y signifique lo que significa, y no otra cosa. En cambio, si uno de esos componentes a su vez se toma (por un análisis semántico, lógico, gramatical, fonémico) no ya como com ponente, sino en sí mismo, con ello sin más se convierte en palabra, con su propio semantema, y la palabra de la que ha sido analizado o no subsiste en absoluto o subsiste a su vez tan sólo a título de ejemplo, o componente ejemplificatorio, de la palabra que ahora con sideramos. Pero esos componentes de la palabra son de dos tipos bien distintos: por un lado están los componentes fonémicos (fone mas, prosodemas), por otro los semánticos (es decir, las palabras que en una definición ideal de diccionario aparecerían para definir esa palabra). Ambos están componiendo, en dos sentidos distintos, la palabra vaca, por ejemplo; si, por un análisis semántico o fonémico, los extraemos de ella, y obtenemos por un lado, aproximadamente,
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rosa, almidón, vitamina C, etc., como sitios de sus cualidades cons titutivas como tal patata); pero se está muy lejos de haber alcan zado una perfección si no es ocasional en tal correspondencia. 12 a) Dentro de cada sistema social o cosmos determinado, hay una cierta pretensión hacia un ideal en que todas las cosas puedan analizarse en y componerse con un número finito y fijo de piezas (que haya, por ejemplo, una vivienda-privada-tipo, constituida por un número determinado de elementos indispensables combinados de manera determinada, de modo que tal casa sea un ejemplo de ese tipo en virtud de dichos elementos y de ellos solos, y únicamente luego aditamentos superfluos, deficiencias o trastornos, que no afec ten a la presencia de aquellos constituyentes necesarios, puedan dis tinguir una de otra las copias concretas del tipo, cada casa; o que —lo mismo con las cosas individuales o irrepetibles— la entidad de X quede definida por los elementos imprescindibles que figuren en su documento de identidad — o en una clave formada de varios nú meros y siglas— , y lo demás — el cuerpo, por ejemplo, fuera de un cierto número de elementos distintivos, como las huellas digitales— resulte redundante respecto a esa entidad personal suya; y que por ende la Persona abstracta esté constituida por la posesión abstracta del número de elementos abstractos que en concreto se exigen para la entidad de cada persona). Sin embargo, ese procedimiento de constitución no está generalizado al sistema social entero: no se ha al canzado el punto en que uno de los elementos constitutivos de una casa pudiera, en combinación con otros, servir indiferentemente para construir, un producto alimenticio, una prenda de vestido, un animal doméstico, un sistema estelar, una teoría física, una legislación; con servándose aún un cierto carácter entitativo de los componentes del ente (es decir, que si un fémur es un componente del esqueleto hu mano, él a su vez será siempre un fémur-de-hombre, y no como en los fonemas respecto a las palabras), no se da todavía la posibilidad de combinación de cualquier componente del Mundo para la forma ción de cualquier tipo de cosa. Ese ideal trata más bien tan sólo de realizarse en subsistemas parciales, y en cada uno de ellos el grado de realización del ideal es diferente; y, desde luego, en ningún otro subsistema ha alcanzado el grado de perfección y rigidez que en la organización de la lengua. Consecuentemente, tenemos que en la So ciedad o Mundo en general el número de elementos-componentes no se aparece como finito, sino más bien infinito (aunque tal vez
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los semantemas mamífero’, animal’, ‘rumiante’, ‘hembra*..., y por el otro, exactamente, los fonemas B, K, A (b is), su cifra de orde nación, y el prosodema a ~ (‘acento en penúltima’), tales componen tes dejan de serlo y se convierten, para la observación, generalmente científica o gramatical (metalingüística), en palabras por sí mismos (el rumiante, la hembra, la b, el acento). Ha habido desde que hay reflexión entre los hombres una tendencia (que puede verse bien en las etimologías del Cratilo) a establecer una correspon dencia entre uno y otro tipo de componentes de la palabra (así, que las palabras i.eas. con vocal u eran del orden de lo sagrado, que de d inicial del inglés es por sí un indicador de la función deíctica, que en la raíz st- se contenga un momento dinámico, en el s-, y uno J I M 11j ° n’ Cn ^ pero en ^en8uaíe> más que en otros lugares del Mundo, se está muy lejos de generalizar tal correspondencia, y su organización en dos planos o articulaciones está entre los rasgos esenciales de su estructura. ' 12 a) En cada lengua determinada, cada uno de los elementos mínimos de significación (también deixis y función) está constituido por y puede analizarse en un número definido y fijo de fonemas (con prosodemas) dispuestos en un orden determinado: la palabra vaca se descomponía totalmente y sin resto alguno en las piezas B, K, A bis, más el orden B-A l.a-K-A 2.a, más el acento en penúltima; igual mente al. bitte, en B, I, T, E, más regla de corte silábico tras el ataque consonántico, más el orden de los elementos, más regla de acento inicial de palabra simple; o fr. hallebarde, en H (o regla de comienzo en hiato y sin liaison con lo procedente), A bis, L, muda (o regla de alternancia optativa entre ‘vocal 9 y Vocal cero') bis, B, R, D, mas el orden de los elementos, más la regla de acento automático en última sílaba no vocalizada con e muda; o jonio de siglo vil a. J. C. SouXooóvaiot (v), en D, O bis, L, S, bis, U, N, A, I bis, más ny efelástico (o posibilidad optativa de tterminar en -N o sin consonante), más el orden, más regla de realización diptongal de A + I 1.*, más acento en antepenúltima, más estructura rítmica —u u — u . Y consecuentemente entonces en el Sistema mismo de la Lengua (esto es, no en el uso de los fonemas para constituir pala bras, sino en la caja de herramientas, por así decir, en que los fo nemas están guardados para su uso) hay una pretensión de los fonemas a yacer ordenados de una manera sistemática o — podría decirse geométrica: en efecto, no sólo tienden a oponerse entre
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— en el sentido de Anaxágoras y los atomistas o Epicuro— con un tipo de infinitud distinto del de las cosas mismas), y por ende no pueden aparecer dichos elementos-componentes como rigurosamente organizados en sistema. 12 a’ ) De todos modos, en la medida en que en algunas partes del Sistema se da una cierta ordenación de componentes fijos, simé tricamente y ante todo por opuestos (por ejemplo: en lo vestimentario, respecto a la cosa ‘vestimenta’, la falda y el pantalón; en el subsistema corporal humano, respecto a la cosa extremidad’, la mano y el pie, o bien, respecto a la cosa ‘ojos’, el ojo izquierdo y el derecho; en lo político, respecto a la cosa ‘nación’, el gobierno y los súbditos), puede por ende darse ocasionalmente, en determinadas partes o momentos de la cosa, una neutralización de esas oposicio nes entre sus elementos componentes: en el momento ‘equitación’ o en el momento ‘trabajo agrícola’ de la cosa ‘vestimenta’, la dis tinción entre falda y pantalón se suprime, apareciendo como archipieza del equipo vestimentario el pantalón; en su momento ‘feme nina para excursión campestre’, se anula igualmente la oposición, pero apareciendo la archipieza como falda o como pantalón indife rentemente; en su momento ‘clerical católica masculina’ o en su momento ‘femenina para ciclismo’, también se anula dicha oposi ción, y la archipieza aparece como duplicación o compromiso. Asi mismo, para la cosa ‘ojos', en su momento ‘de Polifemo’ o ‘de Ar gos’, la oposición entre ojo izquierdo y derecho está neutralizada, apareciendo el archicomponente como algo que no es ninguno de ambos componentes; en su momento ‘de tuerto’, quedando igual mente neutralizada la oposición, aparece el archicomponente'indife rentemente como ojo izquierdo o como derecho; en el caso de los ojos vistos en un espejo y tal vez en el de los ojos de un lenguado tendríamos otros modos de neutralización. 12 b) Entre los elementos-componentes de las cosas se distin guen ante todo dos tipos: uno, las piezas que se agrupan en un mismo plano — real o conceptual— para constituirla, y por tanto en la reali zación de la vida tendrán que presentarse una después de otra: por ejemplo, en un traje de etiqueta, cada una de las piezas que lo componen; en la Botánica taxonómica vigente, los varios capítulos correspondientes a los géneros y especies de la clasificación; en un
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sí por parejas antitéticas (P /B , o P /F , o M /N , o I/U , o E /O , en castellano), sino que a su vez esas parejas se organizan de una manera homologa, como se dice en geometría, o proporcional, como en arit mética, las unas con las otras (E : O : : I ; U; M : N :: B : DP . B : : T : D :: K : G ); nuevas homologías de tercer orden pue den añadirse, y ya se ve cómo el resultado será una cohesión y or denación más o menos sistemática del repertorio total. Cierto que en todas las lenguas puede observarse, en unas más nítidamente que en otras, el hecho de que esa ordenación geométrica del repertorio está más claramente realizada en algunas de sus partes, principal mente en el subsistema de las oclusivas-fricativas o consonantes pro piamente dichas, por un lado, y en el de las vocales por el otro, en tanto que en otras partes, que suelen comprender los fonemas del tipo de L, R y a veces S, la ordenación es más imperfecta y fluctuante (lo cual justamente suele ser un motivo para nuevas reordenaciones del sistema); pero de todos modos no hay tal vez otro lugar de la Lengua ni del Mundo en que la finitud de los componentes y su es tructura sistemática sean tan perfectos. Y es esto precisamente mo tivo para advertiros que es en este lugar de mi descripción donde la escisión entre las dos aparentes caras de este papel se hace más notable. 12 a ) El tipo de relación mas claro, y el más frecuente, entre los fonemas de una Lengua es la oposición dos a dos, y dentro de ese tipo, k llamada oposición privativa, en la que uno de los dos fone mas (término no marcado) parece representar simplemente la sus tancia común a ambos, mientras el otro (término marcado) está cons tituido por eso mismo más una característica propia de que el otro formalmente carece (así, en el sistema castellano, D /N [marcado], también N /M , también seguramente E /I ); pero la calidad de mar cado o no sólo se comprueba debidamente con el fenómeno justa mente de la neutralización de dicha oposición, esto es, el hecho de que en sitios o condiciones determinadas de la palabra esa oposición deja de regir (el uso de uno u otro de los dos fonemas no puede servir para distinguir dos palabras): en ese caso, el archifonema re sultante de la neutralización puede presentarse: o como cualquiera de los dos indiferentemente (así, en castellano oficial culto, la op. K /G se neutraliza en fin de sílaba y el archifonema puede aparecer como K o como G : oktavo—ogtavo, eksamen = egsamen) o como uno de ellos, que es el término no marcado (así, N /M neutralizada
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paisaje o en un rostro, los elementos parciales (bosque, nieve, reba ños; ojos, labios, nariz, mejilla, sombra del cabello) que los compo nen. Y otro tipo, el de aquellos componentes que no pueden situar se en el plano de los componentes parciales, sino que informan el total: por ejemplo, la regla de combinación de corbata de lazo con chaqueta de fraque; los presupuestos biológicos implícitos en la selección de rasgos para la descripción de las especies botánicas; la hora del día o el punto de vista adoptados para la contemplación del paisaje; la sonrisa, brillo de los ojos o gesto ocasionados en el rostro por el humor, pasión o estado de salud. 12 c) Podría parecer que, obtenidas las piezas o componentes elementales de la cosa por un análisis real (técnico o pragmático), cuando ese proceso de análisis estuviera concluido, la división de la cosa había terminado y que esos componentes elementales eran los elementos mínimos de la sociedad: ahora bien, como resulta que esas piezas pueden siempre, por un proceso de especulación o abstrac ción, ser a su vez tratadas como cosas, esa especulación descubrirá en seguida, al compararlas entre sí como tales cosas, que están compuestas de otro modo; de modo, pues, que la división, al terminar en el plano técnico o pragmático, se continúa en el es peculativo o de la Ciencia (la cual, sin embargo, es también parte de la Sociedad y de su Vida), en donde nacerán un nuevo tipo de componentes sub-elementales. Así por ejemplo, de la compa ración del componente elemental aire y el componente elemental niebla se desprenderá como una diferencia la humedad: que esa hu medad sea tratada independientemente como una cosa es algo que ya no se da en el nivel práctico, sino que señala el paso al especu lativo (como puede manifestarse en el descubrimiento del principium umoris o en el del hidrógeno); así también, en un anillo corriente o en una alianza matrimonial el análisis práctico puede desprender, como componentes elementales, el engaste de piedra o la exclusión de dicho engaste: pero la consideración de la diferencia entre esos dos componentes (por ejemplo, el valor simbólico) como si fuera una cosa nos sitúa sin más en el plano de lo especulativo o ‘metafísico’ ; en fin, la diferencia entre el ojo izquierdo y el derecho o la mano izquierda y la derecha puede venir a ser, no ya un motivo de oposición, sino una cosa, pero no en la práctica, sino en la teoría de la simetría (por ejemplo, en un libro como el de H . Weyl Symmetry, Oxford Univ. Press, 1952). Ninguno de esos nuevos seres,
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con archifonema N, no sólo en canto, sino también, como las faltas de ortografía muestran, en canpo=cam po) o como una especie de mezcla o compromiso entre ambos (el archifonema resultante de la neutrali zación de D / 9 en finales como los de vez y ved). 12 b) Entre los compenentes elementales fonémicos de las pa labras cabe ante todo distinguir dos tipos: el de los segmentales o fonemas propiamente dichos, es decir, los que en la realización de la palabra está dispuesto que se produzcan uno tras otros (y en la imagen misma de la Lengua depositada tienen su número de orden asignado en la palabra), como una P o una A (para las lenguas que conocen realmente fonemas vocales); y el de los prosódicos (como acento de palabra, grado melódico de la palabra-sílaba, módulo de entonaciones de las sílabas de la palabra, en lenguas como las bantúes, o módulo rítmico de las sílabas de la palabra, en lenguas como el griego antiguo; también la propia regla de orden en la palabra de los componentes segmentales; también los módulos de entona ción de frase), los cuales no se refieren propiamente a los fonemas, sino que, informando simultáneamente con ellos la palabra entera (ocasionalmente, la frase), revelan que están situados en otro plano de composición. 12 c) Una vez que los fonemas (con prosodemas) quedan defi nidos como elementos mínimos diferenciadores de palabras, podría parecer que, al menos por este lado, la división de la palabra había terminado, y que esos fonemas eran los últimos componentes ele mentales: ahora bien, como estos componentes elementales pueden a su vez ser tomados como palabras (cfr. 12) — si bien ello ha de ser ya dentro del plano del estudio gramatical, al que con los fone mas hemos entrado plenamente— , y como pueden entre sí ser com parados en cuanto palabras (la pe con la be, la e con la i, la acen tuación aguda con la llana), resultará en seguida de esas compara ciones que también los fonemas se descubran todavía como forma dos por componentes sub-elementales, los que basten para diferen ciar un fonema de otro, esto es, los que se llaman rasgos distintivos: por ejemplo, la calidad de ‘espirante’ de 0 castellana frente a T ; la calidad de ‘fricativa’ de 0 frente a S; la calidad de ‘nasal’ de N frente a D ; la calidad de ‘posterior’ de U frente a I o la de anterior’ de I frente a U; la calidad de ‘máximamente abierta’ de A frente a E u O ; la calidad de ‘dotado de momento de descenso’ del acento
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ni el hidrógeno, ni el valor simbólico, ni la levo-dexteridad, pueden perder su carácter de entes de la realidad especulativa (ni el hecho de que se fabrique hidrógeno debe a este respecto desviar vuestras mentes), de tal modo que la repetición con ellos del proceso especu lativo ya no produce seres de una tercera (o cuarta) manera de rea lidad, y esa especulación no viene a dar en una meta-ciencia, sino que se mantiene dentro de la misma Ciencia. Así la división, teóri camente infinita, tiene sin embargo un límite en el momento en que la especulación abstractiva entra a formar parte de la realidad prác tica. 13) Pero, ahora bien, lo que sí cabe pensar a pesar de todo es que las piezas de las cosas de este Mundo o Sociedad, aparte de constar de sub-elementos o componentes teóricos, resultantes del aná lisis especulativo, o sustanciaciones de los rasgos distintivos de las piezas de las cosas, también y de otro modo constan de una subs tancia común de las cosas todas, la sustancia material o Materia, aquello de lo que están hechas o formadas; lo cual, en la vida del Mundo por un lado, estaría ahí constando como inconstancia per petua, como flujo continuo, mientras, por otra parte, en la estructura misma del Mundo, está tenida en cuenta como una especie de fun damento último. Pero si esa Materia puede su-ponerse en general, no tiene sentido alguno intentar pensarla en concreto y particular; pues en lo general está definida de tal modo que es por esencia inesencial, esto es, que ni puede tener partes ni límites ni diferencias ni nada que, suponiéndose ella ser lo concreto último o suma de lo concreto, nos pueda permitir introducirla en la descripción más que como la más abstracta de las suposiciones. Y es así cómo, por este lado, la descripción del Mundo se me pierde irremediablemente en el Océano sin bordes de lo desconocido [pues tomemos como cosa este banco: el banco está hecho — aparte de clavos, formas y fun ciones— de madera, pieza o componente del banco (materia prima); comparada la madera con otras maderas, podremos obtener, como sub-componente teórico, su pineidad; pero si no, tomemos como cosa la madera: entonces uno de sus componentes es la pineidad o el ‘de pino’; pero si no, tomemos como cosa el pino: éste estará compuesto, entre otras cosas, de leño, componente del pino (materia segunda); pero analicemos biológicamente el leño, y la Biología nos dirá las partes y orden de partes que le dan su pineidad, y son subcomponentes teóricos del pino; pero si la cosa es el leño, no ya el
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perispómeno griego frente al agudo; la calidad de ‘simplemente al ternante’ de una palabra de estructura rítmica diyámbica frente a una de estructura coriàmbica. Pero estos nuevos componentes de los componentes elementales no pueden ya tener como éstos, los fonemas, una realidad técnica o pragmática (en el sentido de ser piezas que los hablantes puedan emplear para la inteligencia o la formación de las palabras), sino sólo una realidad puramente gra matical o especulativa: así como apreciábamos que, en compara ción con la concepción de la palabra, la del fonema exigía una ope ración metalingüística de segundo orden, así la concepción del rasgo distintivo fonémico exige una de tercer orden (actitud lingüística simple: emplear la palabra casa: metalingüística 1: comparar casa con mansión o con cabaña y tomar conciencia de la palabra casa; metalingüística 2: comparar esta palabra casa, tomada ya por la conciencia como cosa, con la palabra caza, y tomar conciencia del fo nema S y del fonema 9 con su antagonismo; metalingüística 3: comparar, tomados ya como cosas, S con 0 y tomar conciencia del rasgo ‘fricativo’, ya ni siquiera representable con el sistema alfabéti co); y ya podéis ver que la repetición del proceso una vez más, comparando el rasgo ‘fricativa’ (como si fuera un fonema, lo que de hecho no es) con el rasgo ‘silbante’ (idem), no dará ya lugar a seres propiamente de un cuarto nivel metalingüístico, sino que se guiríamos estando dentro del análisis fonémico; de manera que la división de la palabra, teóricamente infinita, tiene de hecho un lími te, al llegar al grado de la conciencia escrituraria o fonèmica de la lengua; o dicho de otro modo, cuando se llega a la Gramática, todo lo que en la Lengua puede más allá descubrirse es también gra mática. 13) Pero, ahora bien, lo que sí cabe pensar de todos modos es que los fonemas, aparte de constar de sub-elementos o rasgos distin tivos o sub-componentes mínimos, discontinuos siempre y al menos teóricamente denominables, de otra manera radicalmente distinta constan de sonido, de varios timbres, ruidos o tonalidades (ello sería propiamente en su producción en el habla; pero también en sí mismos, en la Lengua, cabría decir que constan de imaginaciones o memorias o recordings de sonidos, timbres, ruidos o tonalidades). Mas si tal cosa puede decirse así en general, no tiene sentido inten tar pensarlo en particular: pues eso a lo que con ‘ruido’, ‘timbre’, ‘sonoridad’, ‘tonalidad’ se alude es por esencia inesencial, esto es,
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pino, y esas partes que la Biología ofrece componentes reales suyos, analicemos químicamente estos componentes, y obtendremos una serie de sustancias orgánicas (materia tercera); pero de ellas la pineidad ya no formará parte; de modo que las materias sucesivas que los análisis físicos y ultrafísicos descubrieran ya no serían ma teria de la cosa por cuya materia preguntábamos; y como el proceso, que hemos iniciado con el banco, lo mismo puede iniciarse a nivel de la sal o del carbono, ya se ve que la materia de las cosas puede siempre transformarse, por una renovación del análisis, en otras co sas, pero nunca vendrá a dar en la Materia], y es asi cómo la Materia, en la que esperaba encontrar el límite o fundamento último de la descripción analítica, se me queda reducida a su sola suposición o nombre de materia. Es este el segundo sitio (el primero lo vimos a propósito de mí mismo en 11 c” ) en donde, al quedar reducido el nombre ( materia) literalmente a flatus uocis, la descripción del Mundo se confunde con la descripción de la Lengua, en cuanto ruido, justamente en cuanto que ambos padecen la misma indescriptibilidad; en lo cual vuelve a verse especialmente supérfluo y falso que esta hoja que estáis leyendo tenga o parezca tener dos caras. 14) Pero además, en fin, por otra parte (por la opuesta, en cierto sentido) resulta también que la Sociedad o Mundo tiene la propiedad de poderse volver sobre sí mismo, es decir que está do tado de conciencia, esto es, que está continuamente acompañado por ideas de sí mismo, tales como las que en esta aparente cara de la descripción se han desarrollado. Resulta así que se aparece el Mun do como en cierto sentido doble y especular, como constituido por las cosas (definidas); pero entonces, el Mundo tiene la propiedad de poder mirar a su vez sus propias ideas, como si fueran cosas; y como esas ideas tienen la ventaja inmensa de su definición, como el espejo es un espejo formador, el Mundo adoptará decididamente la costumbre de mirarse siempre en el espejo en un mero gesto de reproducción o copia, que sólo allí es posible (pues allí el ser de los seres, que en 8b definíamos como el derecho a verse denominados por una misma palabra, es un ser no ya derecho, sino de hecho), y abandonará la supuestamente primitiva actitud creadora de mirar a lo informe de delante del espejo, espejo que en ese momento jus tamente se crea. Las selvas tratarán tal vez de ser aquello que pueda llamarse ‘selva’, pero las vacilaciones serán sin cuento (por ejemplo, sobre si algo es más bien un bosque, una foresta, una selva, un
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que ni admite número determinado de partes o grados, ni límites mutuos o diferencias precisas ni ningún otro carácter entitativo que, respecto a eso que se pretende lo más concreto, nos pueda permitir pasar de la sospecha más abstracta. Y el mismo laboratorio de Fonética, por ejemplo, una de dos: o meramente registrará y repro ducirá, como lo hacen también todos los días la radio y el fonó grafo, o bien interpretará, denominará y dividirá en la masa del sonido, introduciendo entes ilusorios, criaturas de la Ciencia, con una falsía enteramente necesaria respecto a la Lengua. Pues es de saber que por esta vía los ríos de mi descripción desembocan en el Océano de la materia indecible (que sólo con nombrarla así, ‘ma teria’, se falsifica). Y es por aquí justamente el segundo sitio (el primero fué con motivo del pronombre yo: cfr. 11 c” ) por donde al mismo tiempo mi descripción del lenguaje tiende a confundirse por entero con mi descripción del mundo, y, en la común indescriptibilidad de lo material, vuelve a sentirse más imperiosa la necesidad de que esta hoja que estáis leyendo no tuviera dos caras. 14) Pero además, en fin, por otra parte (por la opuesta, en cierto sentido), la Lengua tiene la posibilidad de volverse sobre sí misma, tal como en esta aparente cara de la descripción lo viene haciendo desde hace largo rato, esto es, la posibilidad de tomarse a sí misma como cosa de la que hablar; y en este caso, la significa ción, que en 8b definíamos como el derecho a usarse una misma palabra en determinadas situaciones, se convierte de derecho en hecho: en efecto, el derecho a usar metalingüísticamente la palabra selva, el derecho a no hablar de selvas o de la selva, sino de selva, consiste en la propia existencia real de la palabra selva; la preten sión de la diferencia entre significado y significante, que en la lengua ordinaria se mantiene, cuando en cambio decimos, por ejemplo, «selva tiene cinco fonemas», pierde paladinamente todo su sentido. 14 a) Ahora bien, el fundamento del sistema mismo de la Len gua (e.e., la necesidad de racionalidad del Mundo) no puede con sentir tampoco que ese status excepcional de los entes lingüísticos se aparezca como tal excepción: habrá pués de restablecerse también para esos casos la diferencia entre significante y significado que está necesariamente postulada para el resto de las cosas. Esa restitución del carácter significativo normal a los entes lingüísticos se revela en el hecho de que, al decir cosas como «selva tiene dnco fonemas» o
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soto, una jungla); peto en las ideas no hay vacilaciones: o hay una idea de selva en el esquema ideológico o no la hay; mas si la hay, esa idea es el ser mismo de la selva.
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14 a) Pero esa doblez o duplicidad del mundo no puede consentir el Mundo mismo que aparezca como tal; se incorporará más bien a los seres ideales como si fueran una familia entre los seres en general (como si hubiera otros); y así se pretenderá que en un mismo Mundo conviven las selvas y la idea de selva, los proletarios y la idea de proletario, las pelotas y la esfera, la Sociedad y la Idea de Sociedad. Así se consigue, por un lado, que las ideas pasen a la dignidad de elementos de la realidad no ideológica,
14 a’ ) Mas por el lado contrario, el resultado será que los su puestos elementos de la realidad (las selvas, los proletarios, las pe1 Iotas) adquieran la entidad de seres ideales o definidos, de modo 1 que no sólo se suponga que hay proletarios en el mundo y triáni gulos lo mismo que moscas, sino que esto que está aquí sea un i triángulo y consista en ser un triángulo, eso otro que ahí ves sea y jy consista en ser un proletario, y aquello que por allí pasa sea una mosca y consista en serlo.
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ijf 14 b) Así, en fin, será cómo el Mundo, entre las otras cosas, l? ¡f podrá tomar conciencia de este mismo proceso de la conciencia que en este número 14 estamos describiendo, y tomar de él conciencia { i/;, igualmente como no puede menos de ser, como de una cosa del f£j; Mundo; será este el tercer momento (cfr. 11 c” y 13) en que nuesp ' tra descripción del Mundo y la de la Lengua tiendan a confundirse - (,’ en una. Pues, mirada ya la fabricación de ideas o proceso lingüístico 3, como una cosa más, cosa del Mundo serán ya la Lengua y las diversas lenguas; y sobre esta Lengua, como ser real, histórico y social, podrá la Ciencia del Mundo proceder a hacer observaciones como í|| las siguientes: i
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« Amor es un nombre muy hermoso» nuestro sistema ortográfico tiende a emplear para esas palabras el subrayado, la letra italica o las comillas: con esos procedimientos se sugiere que las palabras selva o Amor han de tomarse como si fueran puros significantes (como el significado de la mención gramatical «selva» o «Am or» con que a ellos nos referimos). Así se habrá conseguido, por un lado, que los términos gramaticales convivan fácilmente en el tesoro léxico con el resto de los otros términos, como una familia especial en todo caso, y que el lenguaje metalingüístico se mantenga después de todo en línea y orden con el resto del lenguaje. 14 a’ ) Mas por el lado contrario, el resultado será que todos los otros vocablos y familias de voces del lenguaje habitual vengan a asimilarse al lenguaje gramatical o metalingüístico, de modo que no sólo la significación del «selva» o «Am or» sea un hecho (a saber, selva y Am or), sino que un hecho sea también igualmente el signi ficado de las palabras selva y Amor, y que todos los significados corrientes vengan de hecho a tener una estructura o ser análogos a los de los significados metalingüísticos. Todo el Mundo o Sociedad será ya significados de las palabras, tan fijos y definidos como las palabras mismas; es decir, que todo el Mundo irá siendo de entidad lingüística y todo lenguaje un metalenguaje. 14 b) Así, en fin, será, y sólo así, cómo el lenguaje podrá em prender una descripción del Mundo (el lenguaje en tal trance es justamente lo que se llama Ciencia), con lo cual en cierto modo no estará el lenguaje haciendo otra cosa que hablar acerca de su propia Lengua; de tal modo que éste será el tercer momento (cfr. 11 c” y 13) en que nuestra propia descripción de la Lengua tenderá a confun dirse del todo con nuestra descripción del mundo. Y así, si nos contentamos, a la manera de la Ciencia, con que valga por descrip ción del Mundo la descripción de la conciencia del Mundo acerca de sí mismo o sea la descripción de los significados de la Lengua (Lengua que a su vez no por ello dejará de estar incluida en el Mundo entero), puede nuestro lenguaje proceder a hacer acerca del Mundo observaciones como las siguientes:
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7. Bien, pues ahí tenéis, querido muchacho y muchacha que rida, la descripción o — acaso mejor dicho— las descripciones que me pedíais; sin pelearos uno con otra y sin necesidad siquiera de comprar dos ejemplares del libro, podéis ambos dedicaros a su lec tura, ora alternativa-, ora simultáneamente, y en este segundo caso, bien siguiendo con cuatro ojos a la par el texto, bien cogiendo la cinta cada uno por una parte, hasta que vuestros ojos lleguen a jun tarse sobre el mismo punto, cosa que, dada la inevitable diferencia de velocidades y de cansancios, habra de suceder siempre, mas tarde o más temprano; ni importa tampoco mucho que os equivoquéis de cara y emprenda cada cual la descripción pedida por el otro, le yendo tú, niña, la del Mundo, y tú, compañerito, la de la Lengua: pues al fin y al cabo, ya sabéis que, tratándose de una cinta como ésta, en verdad no hay dos caras, sino en todo caso una sola, en caso de que se pueda llamar una tan siquiera al número de caras que esta cinta tiene. 8. Pero tampoco se os oculta, parejilla desparejada, que la descripción o descripciones no consiste simplemente en lo que dice ni está tan sólo destinada a percibirse por la lectura, sino que ade más hay un deseo de que la forma misma en que se presenta, esa cinta que devanáis entre las manos, sea otra forma de la descrip ción, su forma directa, reproductiva, plástica, al modo que los mapas trataban de representar las tierras o el globo terráqueo la Tierra o el juego de las esferas armillares el Universo Mundo. 9. Tal vez os parezca, a ti, juececillo barbiponiente, y a ti, retoño de la severa Atena, que esto de recurrir, para contestaros a los dos aparte y a la par, a la imagen y a los modelos geométricos o topológicos y presentar una cinta de Moebius como la imagen del Mundo y Lengua y de las relaciones entre ambos es un recurso que tiene algo de escolar y de pueril; y puede ser. Pero ¿qué somos los griegos más que niños? 10. Bien os pediría, en todo caso, que agradecidamente reverenciárais en este punto la memoria del claro sabio del espacio de los astros y del espacio mismo, Augusto-Femando Mobius (17901868), que en una memoria a la Academia Francesa, que sólo tras de su muerte pudo re-encontrarse, descubrió y desarrolló ante nues tros ojos la cinta maravillosa a la que su nombre está ligado. Pues
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los hombres, ¡oh venturosas crías!, según está ya escrito en la manera en que estructuran sus vocales y sus consonantes, no saben pensar apenas más que por vía de geometría (como astutamente lo suponía el tirano de las Ideas cuando puso a la puerta de la Aca demia su letrero), y es bien de agradecer cualquiera que, después de tanto estar sometido el Mundo a la línea del Tiempo y al círculo y a la esfera, aporta un modelo nuevo de espacio y de pensamiento, aunque nada más sea para ayudar a la rotura y liberación de los modelos establecidos. 11. E s verdad que todavía esa banda en que os dejo escrita la descripción del Mundo y de la Lengua, si bien en verdad no tiene mas que una cara ni más arista que una sola, sin embargo aparente mente (y por tanto, en realidad: pues bien palpable que sentís esa apariencia) continúa teniendo aún dos caras limitadas por dos aris tas. Mas no os pese tampoco de semejante contradicción o contra riedad: pues es en ella justamente en lo que la cinta se me antoja que viene a ser la más luminosa representación de la contradicción entre verdad y realidad que constituye nuestro mundo. 12. Mas si a pesar de todo añoráis vosotros todavía, hijo del Mundo, hijita de la Lengua, la situación en que realmente la apa riencia de las dos caras haya desaparecido y la descripción de las dos cosas pueda con verdad ser una sola, pues que de tal modo las dos cosas habrán dejado de ser dos que no podrán ya ni siquiera ser tampoco una sola..., ¿cuándo pués la apariencia de dos caras se habrá esfumado en la realidad, cuándo el mundo y la lengua ha brán dejado de parecer dos, de sostener con su dualidad la unidad real y mentirosa, cuándo la realidad será verdadera o la verdad real? A eso, muchachos, sólo aquí podría contestaros una cosa: que ello habra de ser el mismo día que el hermano y la hermana duerman juntos, y al despertarse contra la mañana se sonrían con la misma sonrisa el uno al otro.
*N O S AMO, *M E AMAMOS
1. Hacía tiempo que veníamos pensando que el uso de los pronombres personales no podía menos de ser la más directa vía de penetración en los misterios de las relaciones entre la subjetivi dad parlante y los objetos de su hablar, aquello a lo que se dirige y aquello de lo que trata; asimismo de las relaciones entre el as pecto psíquico individual y el aspecto social del ser, por un lado a través de la oposición entre YO y TU, por otro a través de la oposición entre YO y NOSOTROS; y en fin, de las relaciones entre los entes gramaticales de la fórmula lingüística y de la acción en general, esto es: Sujeto y Objeto del verbo (para las lenguas que conocen verbo) / el Hablante o su Interlocutor y la Cosa de que se habla / el Agente de las acciones y el Objeto de las acciones. 2. No dejábamos de observar que lo primero que solicitaba atención era el hecho mismo de que el uso de los pronombres per sonales (siempre uno de Primera y otro de Segunda, más uno o dos de Primera Plural y uno o dos de Segunda Plural) sea uno de los universales lingüísticos más evidentes: no se sabe de lengua cons tituida alguna que no conozca esa categoría de palabras o morfemas; y al mismo tiempo no se ve razón alguna para ello que estribe en la constitución misma de la lengua humana (como puede haberla para el universal lingüístico de la estructuración de la lengua en los dos planos de articulación, fonémico y semántico): basta con considerar el lenguaje de los niños, generalmente en los primeros meses después de cumplir el año, en que el uso de los pronombres y morfemas de Primera y de Segunda no aparece, y las predicaciones
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se producen sin dificultad en cada caso («E l niño (YO) rompió el tiesto», «Mamá (TU) coge al niño (M E)»). De manera que, no siendo los personales inherentes al sistema de la lengua misma, ofre cían todas las probabilidades de poder revelar algo universalmente valedero con respecto a la inserción de la lengua en la sociedad. 3. En estas reflexiones, fué el pasado año de 1968 cuando nos apercibimos de que había en la lengua establecida una peculiar in terdicción para el uso combinado en una misma predicación de los personales de singular y de plural: a saber, que en una oración en que YO es el Sujeto NOS no puede ser el Complemento (Directo ni Indirecto), y en una en que el Sujeto es NOS no puede ser el complemento YO. Prohibido está decir *«N os voy a retratar cenando en el jardín», *«N os considero incapaces de terminarlo», *N os com pré un helado a cada uno», y prohibido, desde luego: *M e frotamos bien con estas toallas», *« A mí, todos de acuerdo, me excluimos de la expedición» *«M e vamos a ejercitar en montar a caballo», *«M e habíamos destinado por sorteo la que íbamos a designarme como pareja para el baile». 4. De inmediato comprobamos que la prohibición no era en modo alguno propia del español, y que regía igualmente en todas las lenguas dotadas de verbo, muertas y vivas, en que estaba a nues tro alcance hacer la comprobación. Y dada la evidencia de seme jantes interdicciones, una de las primeras anotaciones que acompaña ron la observación consistía en un cierto asombro de que ni los tra tados de gramática parecieran haberlas nunca formulado y que, co rrespondientemente, no parecieran las contravenciones presentarse ni siquiera como falta gramatical, ya de los niños o ya de ámbitos dia lectales o idiodialectales. Y esa advertencia se confirmó cuando, ya en París a lo largo del año 1969, al exponer la observación de aquellas prohibiciones en algunos círculos de amigos y estudiantes, vimos cómo se recibía con una especie de estupor y con frecuencia incredulidad (dirigida a los dos extremos: o bien que se trataba de simples faltas gramaticales, o bien que no había tal interdicción, que tales cosas se decían de hecho), seguidos de una especie de obsesión sintagmática que hacía que durante una temporada se encontraran por doquiera en los círculos estudiantiles de París gentes dedicadas a introducir en la conversación los esquemas *« J e nous aime», *«N ous m’ aimons», y a observar las reacciones de sus prójimos
X . * Nos amo, * me amamos
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ante ellos. Esta evidente dificultad para la conciencia de la prohi bición nos parecía que debía contarse también entre los rasgos sig nificativos del fenómeno. 5. Pues es lo cierto que, por otra parte, no parecía la prohi bición algo tan ‘natural’ y va-de-soi que su evidencia misma dificul tara su consciencia: en efecto, por un lado, gramaticalmente, no se veía cómo podía estar fundada la prohibición en la aplicación de otra regla sintáctica más general, ya que lo mismo me que nos, eran tan legítimos empleados reflexivamente («Me retrato», «nos retra tamos») como empleados para objetos de cualesquiera otros sujetos («Nos retrató», «Me retrataron», etc.); y por otro lado, nada, al parecer, en las realidades extralingüísticas parecía impedir que se concibieran y se realizaran los procesos cuya formulación con Y O / NOS y NOSOTROS/M E se prohibía rigurosamente: nada más fac tible, en efecto, que hacer yo un retrato de todos los que aquí esta mos, yo incluido; que yo considere que todos nosotros somos inca paces, que salga yo contigo de paseo y adquiera un helado para cada uno de nosotros, que vosotros y yo nos dediquemos los tres a frotarme el cuerpo, que, reunidos vosotros y yo, decidamos de común acuerdo que yo no debo participar en la expedición, que yo me adiestre en la equitación teniendo por adiestrador á Jorge, que haya mos decidido todos nosotros en un sorteo cuál es la muchacha que vamos a proclamar como compañera mía para el baile, son cosas todas ella que pueden suceder de la manera más lícita y trivial. Hay incluso un campo, como me hace notar una de las estudiantes que aceptaron participar en la experimentación con los sintagmas prohi bidos, en que ese tipo de relaciones de las personas con la acción no sólo es posible, sino el propio y recomendable: a saber, en el psicoanálisis, que, según las prescripciones del fundador, no puede llevarse a cabo sino en la colaboración y diálogo del paciente y el analista, de tal modo que lo único legítimo es que el paciente diga: *«M e estamos psicoanalizando», y *«E n la sesión de hoy nos he opuesto un nuevo tipo de resistencias». 6. Junto a esta observación, no tardábamos en añadir las tres siguientes: una, que entre los dos sintagmas prohibidos, el del tipo *n os amo y el del tipo *m e amamos, hay una diferencia bastante perceptible en el grado de rigor de la prohibición, en el sentido de que, si bien ambos son propiamente inadmisibles y de ordinario no
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Agustín García Calvo
se presentan nunca, si intencionadamente se introduce el primero en la conversación o la escritura, tiene más probabilidades de pasar desapercibido y sin llamar la atención de los oyentes o lectores que si se intenta hacer lo mismo con el segundo tipo. En el texto de uno de los ensayos que anteceden a éste en esta colección, el de «Sobre la realidad o de las dificultades de ser ateo», se han intro ducido un par de ejemplos de cada uno de los dos tipos; el lector puede considerar retrospectivamente hasta qué punto llegó a su per cepción consciente cada uno de los casos y cuáles fueron sus reac ciones ante cada uno de ellos. 7. La segunda observación, que la prohibición no alcanza igual mente al empleo de los pronombres en los casos en que no están éstos ligados inmediatamente al verbo: así, desde luego, no se da cuando uno de ellos es determinante de un nombre (como Geni tivo o Adjetivo Posesivo): «Y a veo nuestra casa», «Esta propuesta mía no la hemos discutido suficientemente»; pero tampoco con los casos llamados circunstanciales («Realizando todos conjuntamente un somero psicoanálisis de cada uno, en mí no descubrimos nada que respondiera a tal esquema»), ni aun con el llamado Dativo con para del español («¿E s que hemos cogido para mí solo todas estas mo ras?», frente al imposible * «Muchas moras me hemos cogido hoy»), mientras que en cambio la construcción con con sí parece estar pros crita: * « Y si decís que esa es nuestra opinión, yo no estoy de acuerdo con nosotros», *«Com o grupo, no nos entendemos con cada uno de nosotros: no nos entendemos conmigo, por ejemplo». Compruébese el grado de interdicción con otras construcciones: «Me encuentro bien entre nosotros», seguramente prohibida, pero no el especial sintagma «Entre nosotros os diré q u e...», que es sólo una modificación de «Entre nosotros, os diré q u e...»; «Con vosotros voy, pero allí queda mi corazón: no sólo nos alejamos de mi tierra: nos alejamos de mí mismo». 8. Parece pués que lo que determina la interdicción es el modo en que el pronombre-objeto se relaciona con la acción, que es lo que en lenguas como el español se refleja en determinados módu los sintagmáticos de régimen pronominal del verbo. El sintagma queda prohibido cuando el pronombre objeto se relaciona con el verbo de la manera que podemos llamar sinsemántica, es decir, de tal manera que el complemento del verbo es un determinante nece
X . * Nos amo, * me amamos
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sario del semantema verbal para que la frase diga, aunque sólo sea en general, aquello para lo que se dice; no en cambio cuando se trata de un aditamento, más o menos accesorio, de la predicación que ya en otra parte está en general hecha («Traigo libros para todos nosotros»; reductible a «Traigo libros; hay para todos nosotros») o cuando la locución pronominal es el verdadero Sujeto de la pre dicación, en el sentido de topic o tema sobre el que va a versar la predicación («En mí no descubrimos nada»; reductible a «En lo que a mí respecta, no descubrimos nada») o cuando la locución prono minal es el verdadero predicado o punto activo de la información («Todas estas moras las hemos cogido para mí solo», que es res puesta de la pregunta «¿Para quién hemos (o habéis) cogido todas estas moras?»). Es cierto que, dada la penuria de normas claras y propiamente gramaticales para distinguir entre lo sinsemántico y lo que no lo es, estas interdicciones justamente pueden, al revés, uti lizarse como un excelente criterio para establecer la distinción. 9. La tercera observación, en fin, se refería a la extensión de las interdicciones a los pronombres de las otras personas. En cuanto a la segunda, se ve inmediatamente que la regla rige lo mismo que para la primera (prohibición de *«O s vas a retratar», *« O s consideras incapaces», *«O s compraste un helado a cada una», *« T e frotáis bien con la toalla», *« A tí te excluisteis de la expedición», *«V ais a ejercitarte», *« T e habíais destinado por sorteo la que ibais a desig narte como pareja»; y continúese la transferencia a segunda con los demás ejemplos que hasta aquí se han dado). 10. No es fácil distinguir de primera intención si entre las in terdicciones de primera y segunda hay un orden jerárquico, esto es, si la prohibición es fundante en la primera persona y fundada o ana lógica en la segunda. Que así sea sólo podemos deducirlo de la con sideración general de que la segunda persona es una transferencia o reproducción de la primera, según tratamos de exponer en el en sayo sobre «Y O /T U »; partiendo de tan frágil prejuicio, trataremos más adelante de analizar el fenómeno de la interdicción en relación con el papel del Hablante en el discurso, pensando que, desde luego, si respecto a él se explica de algún modo, la transferencia al caso del Interlocutor es automática. 11. En cuanto a los pronombres que se designan de ordinario como plurales (o duales), bien será que ya desde este punto recor
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Agustín García Calvo
demos que lo que ofrecen las diversas lenguas son las siguientes po sibilidades: para la Primera, una duplicidad entre un NOS inclusivo del Interlocutor (N o s= Y O +VO SO TRO S o TU) y un NOS ex clusivo o más bien neutro (N O S= Y O + OTRO(S), sean estos otros ELLO S o ELLO S + VOSOTROS), duplicidad que igualmente pue de darse en el dual (un NOS-AMBOS = YO + TU frente a un NOS-AMBOS = YO + OTRO); y para la Segunda, una posible oposición entre un VOS propiamente plural de TU (VOS = TU + + TU + ... = todos aquellos a los que dirijo la palabra), tipo de pronombre del que no se conoce correspondiente para la Primera (aunque teóricamente un coro cantando o un ejército entonando la marcha militar podrían dar lugar al empleo de tal pronombre), y un VOS = TU -f OTRO(S), oposición igualmente posible con el dual (VOS-AMBOS = TU + TU frente a VOS-AMBOS = TU + + OTRO). No está a mi alcance realizar cumplidamente la com probación de cómo la prohibición se aplica a la combinación de YO o de TU con cada uno de los tipos de ‘Plural’ (o Dual) correspon diente, así como a la combinación entre sí de los dos tipos de ‘Plu ral’ (o Dual) o de los de Dual con los de ‘Plural’ ; únicamente, res pecto a esto último, que no parece tampoco que en griego ni en in dio antiguos pueda combinarse el Sujeto dual (de Primera o Segunda) con el Objeto plural (de Primera o Segunda), ni viceversa, así como la combinación de EG O con dual NOI o de SY con dual SPHOI está igualmente proscrita que la de EG O con H EM EIS o la de SY con H YM EIS. Pero bien de apreciar sería para la continuación de este estudio que los conocedores de las lenguas en las que se da la dualidad de Primeras o Segundas en ‘Plural’ aportaran precisiones sobre las maneras en que la interdicción se aplica en esos casos. En especial sería de atender a la posibilidad de casos en que se com binara un Plural (o Dual) comprensivo de Primera + Segunda con uno comprensivo de Primera + Tercera, de modo que la relación no fuera ni de reflexividad ni de reciprocidad: el Hablante, que se sabe amado por el Interlocutor, pero que ama a su vez a un Tercero, se dirige al Interlocutor para exponerle este malaventurado entrecruce de afectos: «Y O + TU LO + ME amamos»; o bien el Hablante, amado por un Tercero, dirige al Interlocutor, a quien ama, esta de clamación triangular: «E LLA + YO M E + T E amamos»; y asimis mo sería de atender a la combinación de un Plural (o Dual) de Segundas personas con un ‘Plural’ comprensivo de Segundas(s) + Tercera(s): habla Haníbal a una embajada de senadores romanos: «Decís
X . * Nos amo, * me amamos
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que yo os arraso las tierras (O S = VOSOTROS Y LOS OTROS RO MANOS): sois vosotros, senadores romanos aquí presentes (VOS = = TU -f- TU -f ...), los que os arrasáis las tierras (OS = VOS + + OTROS) a todos los romanos.» 12. Más nos importa, sin embargo, examinar cuál es la rela ción entre las interdicciones de Primera (y Segunda) Persona con el campo de las Terceras personas, es decir, como se sabe, el campo no personal o término no marcado respecto a la noción de Persona, aquél en que no figuran dentro del discurso el Hablante (ni el In terlocutor) del acto del discurso. Aquí las lenguas del tipo del español conocen, por un lado, un pronombre, SE, que respecto a un Sujeto singular indica su repetición como Objeto, la reflexividad, y respecto a un Sujeto plural indica su repetición como Objeto de una de dos maneras: o bien correlación término a término entre los términos idénticos de Objeto y de Sujeto, pluralidad de la reflexividad («Se rascan la nariz»: se entiende, sin más, que cada uno la suya), o bien correlación entrecruzada entre los varios términos, reciprocidad («Se rascan la nariz»: es preciso añadir «los unos a los otros»; si bien habría casos, como la recíproca « Vaedicantur», en que se impondría el valor recíproco por la fuerza misma de los hechos); y conocen, por otro lado, otras formas pronominales ( L O / L E / / L A / / / L E / / / L O S /L E S //L A S ///L E S ) para referirse a Objetos distintos del Su jeto. Es sabido que en esas lenguas tal duplicidad está limitada a la ‘Tercera’, es decir, que ME (y lo mismo TE) corresponden igualmente a SE que a L O /L E //L A ///L E , NOS (y lo mismo OS) igualmente a SE (reflexivo o recíproco) que a L O S /L E S //L A S ///L E S , si bien sa bemos de otras lenguas en que el mismo reflexivo del tipo SE se aplica igualmente para la Primera y la Segunda, en tanto que ME, TE, NOS, OS quedan reducidos a la función no reflexiva. 13. Pero lo que aquí interesa anotar es que en las lenguas de una organización como la del español los valores de SE y de LE , etc., son mutuamente exduyentes; es decir que o bien el Objeto es el mismo que el Sujeto (en relación reflexiva o recíproca) o bien es distinto, pero ni hay otro pronombre previsto para el caso de que el Objeto sea el Sujeto+ otro(s), o viceversa ni pueden para ese caso emplearse ni SE ni LE, etc. Esto es, por desarrollar aquí el cuadro
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Agustín García Calvo
completo de las posibilidades gramaticalmente formidables y pros critas: SUJETO SINGULAR
U
Sc eola”" ‘ erde l“
!
2) Le muerde la cola
^<3
(No reflexivo) J) Les muerde la cola
4) * S e + l e muer- , . de la cola ¡ (Reflexivo y no reflexivo o indife rente a la cues-
_v
, ,
i tió n d e re flex iv i-
5 ) * S e + les muer- \ dad) de la cola
SUJETO PLURAL
6) Se muerden l a j (Reflexivo co/« ( pie)
mulli
? ) Sc h r erÍe’’ '“ \ (Recíproco)
8) Le muerden la cola (No reflexivo ni recíproco) 9) Les muerden la cola
X . * Nos amo, * me amamos
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muerden la cola
(Reflexivo y no reflexivo o indife rente a la cues tión de reflexividad)
muerden la cola
\ muerden la cola
muerden la cola
muerden la cola
(Recíproco y no recíproco o indife rente a la cues tión de reciproci dad)
(Reflexivo y recí proco al mismo tiempo o caso de confusión e n tr e reflexividad y re ciprocidad)
14. Como se ve, lo que está prohibido es la formulación, en una misma predicación, al mismo tiempo, de la relación reflexiva (o recí proca) y de la relación con el Objeto ‘externo’ (como también la re lación reflexiva y la recíproca al mismo tiempo). Ahora bien, ¿cuáles son las correspondencias establecidas entre el campo no personal y los campos de Primera y de Segunda personas, tales como se aplicacarían a los esquemas anteriores? Veamoslas en el siguiente cuadro: PRIMERA PERSONA
SEGUNDA PERSONA
1) Se muerde la cola
Me muerdo la cola
Te muerdes la cola
2 ) L e muerde la cola
Le muerdo o te muerdo la cola
Le muerdes o me muerdes la cola
lt
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Agustín García Calvo SEGUNDA PERSONA
PRIMERA PERSONA
Les muerdes o nos muerdes la cola
3) Les muerde la cola Les muerdo u os muerdo la cola la *N os ( = m e + l e ) o *nos ( = m e + te ) muerdo la cola
?Nos ( = m e + te ) muer des la cola u *O s ( = t e + l e ) muerdes la cola
5 ) * S e + le s muerde la cola
*N os ( m e+ les) o *nos (m e + o s) o *nos (m e + te u o s + le o les) muerdo la cola
?Nos (m e + o s) o ?nos (nos+ te) o ?nos (me o nos+ te u o s + le o les) muerdes la cola u *O s (te + le s) muerdes la cola
6) Se muerden la cola
Nos mordemos la cola
Os mordéis la cola
7 ) Se muerden la cola
Nos mordemos la cola
Os mordéis la cola
8) Le muerden la cota
Le mordemos o te mordemos la cola
Le mordéis o me mordéis la cola
9) Les muerden la cola Les mordemos u b í mordemos la cola
Les mordéis o nos mordéis la cola
4) * S e + l e cola
muerde
10) * S e + l e muerden la cola
*N o s + le o *n o s+ te mordemos cola
11) *S e + le s muerden la cola
*N o s+ le s o *n o s+ o s o *n o s+ te u o s + le o les mordemos la cola
12) * S e + l e muerden la cola
* N o s + le o *n o s+ te mordemos cola
13) *S e + le s muerden la cola
*N o s+ le s o *n o s+ o s o *n o s+ te u o s + le o les mordemos la cola
* O s + le s o ?nos ( = m e o nos+ os) o ?nos { = m e o n o s + o s + le o les) mordéis la cola
14) * S e + s e muerden la cola
*N o s+ n o s mordemos la cola
* O s + o s mordéis la cola
la
*O s+ le o ?nos ( = m e + o s) mordéis la cola * O s + le s o ? nos ( = m e o nos+ os) o ?nos { = m e o n o s + o s + le o les) mordéis la cola
la
* O s+ le o ?nos (m e + o s) mordéis la cola
15. Vemos pués que, en general hay una correspondencia entre las interdicciones para Sujetos de Primera o de Segunda y las que en el § 13 descubríamos para el campo no personal de la formulación. En vista de lo cual y dado que, frente a la doble forma se/lo (la, le,
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los, las, les), en la Primera y la Segunda una sola forma, me o nos, te u os, sirve al mismo tiempo para la indicación de se, reflexividad (o reciprocidad) y para la de lo (la, le, los, las, les), Objeto externo, estaríamos tentados de deducir sin más que aquí está el fundamento (por tanto, gramatical, al fin y al cabo) de la prohibición de los sin tagmas *N os muerdo, *O s muerdes (casos 4 y 5), así como los casos de prohibición señalados en 10, 11, 12 y 13, indicarían, para las len guas que conocen dos tipos de Primera o de Segunda Plural, la pro bable interdicción del uso simultáneo (en una misma predicación) de los dos tipos de Primera o de los dos de Segunda. De manera que la prohibición de *N os muerdo y *O s muerdes resultaría de la sim ple aplicación de una norma más general que podría enunciarse así: Instituido en una lengua un morfema de relación reflexiva (o recí proca) y otro de Objeto externo, no pueden ambos emplearse simul táneamente (en la misma predicación). Y nada nos parecería más normal que encontrar fundada la regla de Primera y Segunda en una regla del campo no personal, puesto que tendemos a imaginar éste (la Tercera Persona) como el grado cero, término no marcado, co mún o general, y es justo encontrar en él los fundamentos de lo que sin más se aplica en los términos marcados de Primera y de Segunda. 16. Ahora bien, en primer lugar, esto sólo nos daría razón de la interdicción *N os amo, *o s amas (junto con otras peculiares para lenguas con dos tipos de Primera o Segunda Plural o con Dual), pero dejaría fuera la otra, *M e amamos, *te amáis, que en el § 6 nos pa recía aún más rigurosa. En efecto, en los esquemas anteriores ha bíamos omitido una peculiar posibilidad: en sus dibujos con fre cuencia varias bocas (Sujetos-agentes) participaban de una misma cola (Objeto) y varias colas eran alcanzadas por una misma boca; pero que al mismo tiempo la boca y la cola de un mismo ser se en contraran con un otra u otras bocas era algo que sólo nos sucedía en el caso 14, donde en cambio les sucedía de ese modo a todos los seres participantes; ¿qué hay cuando sólo le sucede a uno de los seres? Héla aquí la nueva posibilidad, que numeramos, por motivos evi dentes, como suma del caso 1 más el 2 más el 8: 1 + 2 + 8) Se muerde+ le muerde(n) la cola
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Agustín García Calvo
Pues bien, hay que notar que en este caso la situación es otra: no se resolvería por una fórmula se + le muerde (n ), ya que aquí son los Sujetos los que tendrían que sumarse, acarreando, por supuesto, secundariamente la suma se + le; así que, en tanto que un ELLOS, un Sujeto plural, puede en general obtenerse por la suma de varios E L que participen de una misma operación (predicación), en cambio no puede aplicarse el procedimiento cuando uno de los E L funciona al mismo tiempo como Objeto, lo cual parece gramaticalmente condi cionado, puesto que se crearía una confusión insuperable, lo mismo diciendo Le muerden la cola que diciendo Se muerden la cola, dado que los términos de la oposición ‘Reflexividad (reciprocidad) / Ob jeto externo’ son mutuamente excluyentes, y ni el SE puede menos de recoger todo el Sujeto ni el L E puede incluir parte alguna del Sujeto. De manera que a la regla formulada en el § 15 habría que añadirle el siguiente corolario: En consecuencia, no cabe hacer si multáneamente una predicación acerca de un Sujeto que diera lugar al empleo del morfema reflexivo y de otro Sujeto que exigiera el del morfema de Objeto externo. 17. Pero véase ahora la transferencia de este caso al campo de la Primera Persona o de la Segunda: 1 + 2 + 8 ) Se muerde+ le muerde(n) la cola
*M e mordemos
*T e mordéis
(y o + é l o e l l o s o + tú o v o so tr o s o + é l o ELLO S+TÚ VOSOTROS)
(t ú +
la cola
0
v o so tr o s o t ú
o ello s)
+
él
la cola
Sucede en la transferencia que el corolario razonado en el § 16 ca rece de fundamento, por la misma diferencia entre los morfemas personales de singular y de plural: en efecto, al emplear en mor demos el morfema de Sujeto Plural, está claro que YO estoy como agente (Sujeto) en la operación (predicación), y al emplear en me el morfema de Objeto Singular, está claro que YO y sólo YO soy el Objeto; y análogamente para el caso de *T e mordéis. De manera que sólo por una férrea fidelidad analógica al caso de la imposibilidad de suma en una predicación de Se muerde y Le m uerde(n) (siendo se igual y no igual a le) se aplicaría aquel corolario a los casos *M e mordemos, *T e mordéis. 18. Es éste sólo un elemento de duda respecto a la explicación apuntada en el § 15 y respecto al hecho mismo de que en general
X . * Nos amo, * me amamos
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deba esperarse que las reglas y prohibiciones que rigen para el uso de los personales (de Primera o de Segunda) estén fundadas en re glas generales de la predicación no personal. Pues si es cierto que ésta constituye el campo general o no marcado de la predicación, también, en otro sentido, el campo de los personales es más elemental o pri mario que el de la predicación — digamos— pura, menos diferencia do del campo de las acciones o los hechos en general, en cuanto que en él se mantiene, dentro de la formulación verbal, la alusión a las condiciones de producción de la fórmula como acción; y es ese campo, sin duda, el que de muchos modos ha condicionado las for mas y las reglas que rigen en la predicación pura. El sistema de los pronombres, y en especial de los personales, se aparece en todas las lenguas como una especie de arcaísmo pervivente dentro del sistema gramatical total. En las lenguas indoeuropeas, las formas y la crea ción misma de los pronombres llamados de Tercera persona, y con ellos los morfemas de reflexivo, aparecen como influidos y fundados por el sistema de los personales; y no sólo eso, sino que la propia flexión verbal, con sus personas, sus números, y en parte también sus voces y sus modos, surge y funciona sobre el sistema de los per sonales; ¿y no se nos muestra el Imperativo como la forma nuclear, por así decir, de todo el verbo indoeuropeo? 19. Tenemos pués que contemplar la posibilidad de que sean, a la inversa, las prohibiciones *M e amamos (*te am áis) y *N os amo ( *o s am as) las que hayan hecho que rijan aquellas reglas generales (cfr. § § 14, 15 y 16) de interdicción de la combinación simultánea de la reflexividad y la relación con objeto externo. Ellas serían tam bién, de paso, las responsables de que en las lenguas indoeuropeas no se haya creado una oposición Singular/Plural en el Reflexivo: en algún momento algún dialecto griego, como sobre todo el ático clá sico, tendió a especializar el pronombre de tema SPH- (Ac. SPHAS, D. SP H ISI, G. SPH O N ) como reflexivo plural (con grandes vaci laciones, y sobre todo para la anáfora en oración dependiente, lo que llevó a la creación de un N. SP H E IS)} así como a regularizar el uso del morfema AYTON, etc., aplicado a los personales como indicador reflexivo universal (en la ‘Tercera' HEAVTON, etc.), uso que se perdió bien pronto; y sin embargo, esa oposición Singular/Plural en el Reflexivo permitiría en la ‘Tercera’ la eliminación de las dificul tades por ambifología para la suma se + le, y dejaría el campo de la ‘Tercera’ en la misma posibilidad para la formulación de predicacio
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Agustín García Calvo
nes correspondientes a los tipos *M e amamos, *n os amo; ni encuen tro, por lo demás, para el ático ejemplos de predicaciones como *H EA V TO N H EILO N TO (se + lo eligieron a él mismo) ni *H EA YTO V S H EILETO ( * escogió a sí m ism os). 20. No encontrando pués ningún fundamento claro para la in terdicción en la relación asociativa (paradigmática, analógica) que nos permitiera reducir esa interdicción a otras más generales, tenemos que dirigir ahora nuestra búsqueda a las relaciones sintagmáticas, a los contextos. Hemos pués de determinar con precisión bajo qué con diciones o en qué circunstancias la interdicción se aplica. 21. La condición más necesaria ya nos hemos visto obligados a formularla en varias ocasiones: «al mismo tiempo», «refiriéndose a una misma operación», «en una misma predicación». Incluso (v. § § 7 y 8) habíamos tratado de determinar los límites de simultaneidad o identidad en que rige la interdicción, acudiendo a la noción de sinsemanticidad; partiendo de que en las formas personales amo (am as), amamos (am áis) el Sujeto es siempre sinsemántico con el verbo, la prohibición regía cuando a su vez el morfema de objeto nos (o s), me (te), con nos(vos-)otros, conmigo (-tigo), etc., era a su vez sinsemántico con el mismo verbo. 22. Pero es preciso ahora que veamos con claridad en qué con siste ese elemento de simultaneidad o de identidad de la operación o la predicación que condiciona la incompatibilidad de YO con NOS o de NOSOTROS con ME, cuál es el sentido del signo + al que he mos acudido a lo largo de los esquemas anteriores. 23. Por varias veces hemos vacilado, al aludir a esa simulta neidad, entre decir «la misma operación» o decir «la misma predi cación», esto es, entre establecer la simultaneidad en lo real o en lo verbal (como correspondientemente puede vacilarse entre decir «Su jeto de la predicación» y «Agente de la operación», y el término ‘Objeto’ es igualmente ambiguo entre «Objeto o paciente de la ope ración» y «Morfema de caso oblicuo de la predicación»); la constitu ción de lenguas como el español o las indoeuropeas modernas en ge neral, donde hay una ‘parte de la oración’, el verbo (personal), que sólo puede funcionar como predicado, y donde por tanto la predi cación por excelencia ha venido a ser la verbal, condiciona profun-
%. * Nos
amo, * me amamos
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dátente tal vacilación, tanto más cuanto que esa ‘parte de la ora ción,’ predicativa, el verbo, ha venido a ser para nuestras mentes semánticamente mirada como ‘la palabra de la acción’ o ‘la palabra del tiempo’ (Zeitw ort). Tenemos, pues, que hacer un esfuerzo por salimos de tales condicionamientos y averiguar si la identidad que condicionaba la incompatibilidad de NOS(OTROS) con YO /M E es la identidad del acto verbal en que se pronuncian o la identidad de las personas que en la acción referida toman parte; si la simultaneidad a que aludimos se refiere al tiempo de la acción que ellas realizan o al tiempo en que la fórmula se pronuncia. 24. Lo primero parece que podría ser examinar qué pasa en la predicación sin verbo. Aun siendo un tipo más bien raro en lenguas como la nuestra, no lo es tanto que no podamos preguntarnos qué va a pasar cuando intentemos transferir a la Primera una fórmula tan usual (y quizá tan pertinente al núcleo mismo de nuestra inves tigación) como aquella de «Todos para uno, uno para todos.» En efecto, parece que lo que resulta es lo siguiente: «Nosotros para mí, yo para nosotros»; y la fórmula, desde luego, resulta para nuestro sentimiento tan proscrita como si se dijera con predicación verbal *«M e ayudamos y nos ayudo.» De manera que no parece que la predicación verbal sea necesaria para que se produzca la interdicción; y hasta el momento las observaciones en lenguas en que la predica ción no verbal es más frecuente y en lenguas sin verbo no hace sino confirmarnos en que basta la partitcipación de NOS(OTROS) y YO /M E en una misma predicación, como Sujeto o en otras fun ciones cualesquiera, para que la ley de la prohibición actúe. 25. Cierto que podría notarse que, al hacer la transferencia a Primera de «Todos para uno, uno para todos», en realidad hemos hecho demasiado: hemos hecho una doble transferencia, al transferir ál mismo tiempo al «Uno» en YO y al «Todos» en NOSOTROS: hemos transferido, al parecer, a dos planos diferentes, al mundo del YO y al mundo del NOSOTROS, cuando bien podíamos habernos contentado con una sola transferencia: o bien al mundo del YO , «Todos para mí, yo para todos», o bien al del NOSOTROS, «Todos nosotros para cada uno, cada uno para todos nosotros.» Por eso, muy precavidamente, aquel que compuso una de las canciones que estos años cantamos en común cuando andamos metidos en alguna de las acciones de rebelión conjuntas se libró de la dificultad por el
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expediente de introducir un interlocutor, un «Madre» en Vocativo, que le permitía hacer sólo una transferencia (al plano del YO) y dejar consiguientemente al NOSOTROS en un ELLO S: «A la huelga cien, a la huelga mil, / yo por ellos, madre, y ellos por mí.» 26. Parece pués que lo que este incidente nos va más clara mente revelando es que hay dos planos de expresión del Hablante, dos modos de introducción del Hablante en su discurso («dos mun dos» nos hemos alargado a decir en el § precedente), y que esos dos planos son incompatibles entre sí: que puede saltarse del uno al otro, pero no estar en ambos al mismo tiempo. (A propósito de lo cual no será mal que recordemos la regla general de que si dos cosas son incompatibles ello quiere decir que son intercambiables o equivalentes entre sí.) 27. ¿Esto, a su vez y nuevamente, quiere decir que es impo sible que yo y nosotros participemos simultáneamente en una acción común?, ¿que cuando en ella estoy actuando yo, no estamos actuan do nosotros, y cuando nosotros estamos actuando, no estoy actuando yo? ¿O quiere decir más bien que lo que no se puede es hacer re ferencia a dicha actuación o situación con una fórmula de YO y de NOS simultáneamente?, ¿que o bien lo contamos nosotros o lo cuento yo, pero no podemos contarlo yo y nosotros al mismo tiempo? 28. Nada mejor podríamos encontrar para aferrar el problema en su pleno florecimiento que dar con una situación en que varias personas estén realizando una acción común y al mismo tiempo todas ellas estén haciendo comentarios acerca de su común acción. Pues bien, tal es la situación que nos ofrece un coro, que actúa como ofi ciante en una función religiosa o, como institución laica derivada de ello, en la acción dramática, y que, como tal actor u oficiante, puede introducirse a sí mismo como Primera Persona en su discurso. ¿Qué nos enseña pués la manera en que la Primera Persona Coral se expresa? 29. Entre nosotros esa situación no suele darse nunca clara mente: no parece que el grupo o tropa que canta se refiera a sí mismo como tal grupo o tropa que canta, sino a alguna otra corpo ración, cuando dice empleando el NOS «No nos moverán» o «Somos los hijos de Lenín», o «Por Dios, por la Patria y el Rey / lucharemos
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nosotros también»; ni cuando dice empleando el YO «Vuela, paloma, y di que no, / que así que no trabajo yo» o bien «Me hallará la muerte... Formaré junto a mis compañeros... Si te dicen que caí, me fui», tampoco es de sí mismo, coro, de quien habla, sino que se trata de una situación de compromiso individual múltiple, más bien semejante a la que hace que en la prestación del juramento militar la multitudinaria respuesta deba propiamente ser «Sí juro», aparte de que en este caso la acción consiste en la pronunciación de la pa labra misma, es decir, que no hay propiamente referencia lingüística a ninguna acción. En cuanto al caso, más cercano al de un coro que habla de su propia acción, que se da en la canción de los que van a la huelga, hemos visto en el § 25 la especial salida del compromiso entre las dos formas. De todos modos, en los casos en que la situa ción sea más clara (un escuadrón de caballería que galopa bajo el sol cantando «Trescientos soles implacables / llevamos presos en los sa bles / al galopar bajo este sol» o una procesión que, moviendo in censarios y derramando flores, entona algo como «Para Ti hemos cu bierto las calles de flores, / para Ti hemos llenado de incienso los aires»), apenas puede entre nosotros concebirse más que el empleo del NOSOTROS. 30. Pero miremos en sitios en que un coro oficiante o un coro actor se nos presentan y nos hablan en función de tales. Tenemos la lírica coral y los coros dramáticos de los griegos del siglo v i - i v . Respecto a la primera, nos encontramos, en los coros de Píndaro, por ejemplo, una situación curiosa: alternando con el NOS, encontramos muy frecuentemente un YO ; pero en muchas ocasiones no puede decidirse si se trata de que es el poeta mismo el que, por medio del coro, habla, como podía hablar en la lírica monódica, siendo el coro sólamente como el instrumento por el que su propia voz se multi plica, o si es el coro por sí mismo el que habla de sí mismo en la clave YO, si bien encontramos casos en que esto segundo se diría ya lo más probable. En todo caso, en los coros dramáticos, y en especial de la tragedia, encontramos una situación más clara, tanto más cuanto que aquí el coro interviene en la acción continuamente y tiene que dar razón de sus acciones y sentimientos: el coro canta en la clave NOS y en la clave YO, y salta fácilmente de la una a la otra clave. Por ejemplo, en los Siete contra Tebas el coro (de doncellas tebanas) habla de sí mismo en clave NOS 13 veces (las tres últimas son de los hemícoros en que se escinde; y no contamos el v. 798, en que el
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NOS se refiere al conjunto de los ciudadanos tebanos) y en clave YO 53 veces (aparte un par de casos en que hablan de si mismas en ter cera persona: vv. 111 y 171); es, además, muy de notar a nuestro propósito la ocasión (vv. 857-58) en que el coro se apela a si mismo en clave VOS («Pero al soplo, amigas, de la brisa de los gemidos / id remando...»); paralelamente, los actores (Eteocles y el mensajero) se dirigen al coro en clave VOS 7 veces y 29 en clave TU (por vez entendemos cada aparición de un morfema cualquiera que indique la clave correspondiente). De una clave a la otra se pasa en versos in mediatos (vv. 102-103: «Si ahora no, ¿cuándo alzaremos nuestros brazos a las súplicas? / Los ojos tengo fijos en el estruendo...»), y aun dentro de una misma frase (w . 369-70: «E l vigía del ejército, a lo que me parece, / nos trae, amigas, alguna noticia nueva», aunque en rigor aquí no es muy seguro que el NOS se refiera sólo al propio coro). Todo lo dicho, en fin, parece aplicarse igualmente a las partes en que el coro canta y a aquéllas en que el coro, o más bien en nom bre suyo el corifeo, habla y dialoga con los personajes, asi como a las ocasiones en que los personajes hablan con el coro. 31. Pues bien, si damos en interpretar el sentido del YO coral, parece que se nos exige decidirnos por una de dos interpretaciones: la una, que cada miembro habla por su cuenta y personalmente acerca de sí mismo, y que es sólo la suma de estos yoes lo que se oye como Yo coral; pero tal suposición se me antoja improbable y casi ridicula, cuando sabemos por el funcionamiento del lenguaje ordinario que cualquier persona que se encuentra metida con otras en una acción ni siquiera tan comunitaria y conjuntada como la de un coro la única convención de que dispone para referirse a la acción o situación común es la de hablar en la clave NOS. Bien por el contrario, pienso que las únicas ocasiones en que podría decirse que cada miembro del coro habla por su cuenta y persona son aquéllas en que el coro se expresa en NOS (así como los casos, de los que hemos dado un ejem plo en el § 30, en que se apela a sí mismo en clave VOS); es sólo entonces, en efecto, cuando la persona parece decir «Y o y los dem ás...» 32. La otra interpretación que se nos permite es que el YO coral designe realmente el YO del coro, en cuanto el total está cons tituido en uno, una sola persona que con una sola voz habla de su única situación o acción. Y en efecto, esto es lo que parece creer
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Horacio, cuando, en el único ejemplo que tenemos entero de imita ción latina de la lírica coral, en la última estrofa del Carmen Saeculare, después de que el coro de muchachas y muchachos ha cantado en clave NOS (probablemente repartido las más veces en dos hemícoros), hace cantar así al coro total: spem bonam certamque domum reporto / doctus et Phoebi cborus et Dianae dicere laudes, «...espe ranza buena me llevo a casa / coro yo adiestrado en decir a Febo gloria y Diana». Pero esto lo piensa Horacio, escribiendo en una época en que hacía tiempo que el arte de los coros, propiamente preliterario, no vivía ya; y el hecho de que un coro se designe a sí mismo con la palabra coro nos permite ya cualquier sospecha sobre la naturaleza secundaria, refleja o reflexiva, de la producción: son unos muchachos que, como su poeta, se ven a sí mismos desempe ñando el papel, no ya de ciudadanos de Tebas, sino de coro justa mente; y ese papel podían entenderlo ya tan mal como podemos nosotros entenderlo. Ello es que no pienso que pueda tampoco enten derse, el YO coral de tal manera: aun cuando el oyente llegara a confundir un unísono de acorde perfectísimo con un solo, el hablante por su parte sabe siempre que el que canta es él, aunque con otros, y a él las normas ordinarias de la lengua le prohíben emplear el YO más que para el caso en que lo referido es idéntico con el referente, esto es, él mismo; y nunca, sumando todas las faltas de derecho de cada uno a decir que él hace lo que él no hace, se obtendría el de recho del coro a hablar como persona y a decir que él hace lo que haga; en otras palabras, que por la fuerza misma de la convención de uso del YO es tan imposible que los YOES se sumen en un YO colectivo como imposible es que el Y O se divida y pueda, por ejem plo, un pie mío hablar en clave de YO-parcial: o se emancipa y cobra voz por milagro, y entonces habla en YO corriente, como cualquiera, o si no, tengo que ser yo el que hable de él en tercera y de mí en Primera. Cuando Horacio u otro presta voz a un coro y le hace hablar como persona una, ¿no lo hace tan por metáfora como cuando Menenio Agripa prestaba voz al estómago y a los pies? Y esa conciencia de metáfora ya prueba que sólo desde fuera puede prestársele a un coro su primera persona de singular (como a la Patria o a la propia Rerum natura) , pero que ello no puede servir para explicarnos cómo funciona el YO de un coro (cuando el coro verdaderamente habla y actúa por su cuenta) desde dentro, desde el lado del hablante, que es el único que interesa para lo tocante al uso de la clave YO.
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33. Ya se ve por tanto que más bien lo que negamos es la dis yuntiva: que el YO coral tenga que interpretarse o como la pronun ciación simultánea del YO de cada miembro o como un YO total del coro que hable realmente de sí mismo con conciencia coral de persona que habla. Tal vez se pregunte el lector que qué otro remedio queda fuera de tal dilema. Pero que el vacío no nos arredre, puesto que acaso lo que estamos tratando de descubrir es un vacío; y ese ex traño empleo del YO en los coros nos suena como a ser el substituto menos malo (menos, al parecer, que el NOS: véase para Esquilo la proporción en el § 30) de algún otro tipo pronominal o clave no creada, para una situación que no deja de ofrecer alguna semejanza con aquéllas que vanamente tratarían de expresarse con *«M e ama mos» y *«N os amo», y que igualmente parecen apetecer un sistema pronominal distinto del instituido. 34. Pues este instituido se basa en las siguientes convenciones: primera, que cuando se habla, por ejemplo, en YO, el que habla es e l m i s m o que aquel de quien se habla; ésta, a su vez, contando con la convención primaria del lenguaje todo: que aquel de quien se dice que hace tal cosa o está en tal situación es e l m i s m o que el que hace tal cosa o está en tal situación; y segunda, que cuando se habla en reflexivo, en ME, por ejemplo, aquel a quien el morfema reflexivo alude es una repetición d e l m i s m o de que se hablaba, el mismo al que se aludía con el Y O ; de manera que, a su vez, a través de la convención primera es también e l m i s m o que el que, de hecho, habla. Es esa exigencia de identidad, que no admite semejanza ni sustitución por una identidad parcial o aproximativa, lo que parece que está en el núcleo de nuestro problema; y ya en los § § 13-14 habíamos anotado cómo había una disyuntiva *o reflexivo u objeto externo’ y una incompatibilidad entre reflexividad y objeti vidad. 35. Pero conviene que examinemos más a fondo el hecho mismo de la reflexividad; que para ello comparemos las dos convenciones enunciadas en el § precedente. Descubrimos entonces que cuando se dice «Y o me miro» se está repitiendo dentro de la fórmula verbal una relación de identidad análoga a la que rige entre la fórmula verbal y el acto real de pronunciarla; esto es, que el M E refleja o reproduce el YO de una manera análoga a como el YO refleja o reproduce en el espejo verbal a la persona o ente que lo está pronunciando o sos
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teniendo; de modo que la convención segunda es a su vez un reflejo de la convención primera, y la identidad mantenida dentro de lo ha blado reproduce y ratifica la misma identidad que rige entre lo ha blado y lo hablante. O dicho sea con el siguiente esquema, donde las líneas rectas representan, por así decir, espejos, y se ve bien cómo el espejo interior a la fórmula verbal es un reflejo del espejo exterior que media entre el hablante y su predicación acerca de sí mismo:
Ni espero que nadie se llame a engaño porque nuestro ejemplo sea precisamente con el verbo ‘mirar’; pues se trata de una inocente ar gucia expositiva, por la que se quiere indicar que el pronombre re petido en cualquier predicación es un reflejo o reproducción del pro nombre primero, de manera análoga a como éste es reflejo o repro ducción del Hablante mismo. 36. Pues bien, pasemos ahora al caso en que la fórmula refle xiva aparece en la llamada Primera de Plural. Las reglas han de re gir de una manera perfectamente análoga, es decir, que la identidad entre el NOS y el NOSOTROS dentro de la predicación deberá res ponder a una idéntica identidad entre el hablante y el referido bajo forma de NOS(OTROS). Pero cuando se dice «Nos miramos en el espejo», los que miran evidentemente son tan idénticos a los mirados como idéntico era YO a ME en la fórmula «Me miro»; ni enturbia para nada tal identidad el que se conciba la situación de manera re cíproca o reflexiva (que nuestras miradas se dirijan al espejo rectas o entrecruzadas): en un caso y en otro, nunca entre los que se miran podría hacerse la menor distinción de mirantes o mirados que atenta ra a la identidad que la convención impone absolutamente. Ahora bien, la consecuencia de esta identidad y de la identidad entre las dos identidades es que el hablante tiene que ser idéntico del mismo modo al referido con el NOS(OTROS) dentro de su frase.
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37. Aquí parece que tocamos fondo. Pues en efecto, la conclu sión resulta escandalosamente contradictoria con las creencias que entre nosotros corren al respecto: parece que tal identidad sólo po dría ser posible en el caso de que fuera un coro el que, mirándose en el espejo, cantara «Nos miramos en el espejo»; y justamente hemos visto que en situación tan excepcional lo que sucede es que el coro rehuye el empleo de la llamada Primera de Plural, o prefiere en todo caso, como violencia menor de los usos establecidos, emplear el YO. Pero en cambio, en los demás casos, en las situaciones habituales para las que el NOS está creado y en las que se usa de ordinario, apa rentemente falla tal identidad entre el Hablante y el mentado, ya que suelo ser YO el que hablo y mi predicación se refiere a otros y a más que a mí. Y sin embargo la identidad no puede fallar, puesto que se funda en una convención constitutiva, y las convenciones son infalibles por definición. 38. Tendrán pues que ser las meras creencias al respecto las que se revisen. Es, en efecto, comentario habitual respecto a NOS OTROS que ‘nosotros’, desde luego, no significa ‘varios yoes’ ni es NOSOTROS por tanto en tal sentido el plural de YO ; que más bien — se añade— ‘nosotros’ significa ‘yo + otro(s)’, sea que se trate de una sum* de Primera Persona + Segunda o de Prime ra + Tercera. Y aun aquí mismo en los esquemas de los § § 14 y 17 hemos fingido aceptar semejante interpretación para el NOSOTROS y hemos utilizado para el caso el signo -f. Pues bien, lo que ahora descubrimos es que tampoco caben semejantes adiciones, ya que si el que habla en NOS ha de ser idéntico con el mentado por el NOS está claro que ese hablante ha de ser tan total y tan unitario como total y unitario es aquel ser al que con NOS nos referimos, en el cual evidentemente no hay partes diferenciadas ni está compuesto con ele mentos de diferente especie. 39. Vemos entonces que ‘nosotros' tampoco significa ‘yo + + otro(s)’ y que sin duda la suma entre Primera y Tercera (o Se gunda) es tan imposible como lo es la suma de melones y sandías; y así, por más que repugne a las opiniones corrientes al respecto, la observación de las reglas mismas del juego de la lengua nos revela que en verdad, en la verdad de la convención, YO no soy una parte de NOSOTROS ni NOSOTROS me contenemos a MI de ningún modo.
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40. Cómo pueda ser o concebirse situación como ésta es cues tión que podemos tocar del siguiente modo. l.°, tanto hablar en NOS(OTROS) como hablar en YO es hablar en Primera Persona, en el sentido de que igual con un indicador que con el otro se esta blece la situación lingüística en que aquello que está hablando se identifica con aquello a que las formas pronominales se refieren; 2.°, hablar en NOS(OTROS) y hablar en YO es emplear una u otra de dos claves, por así decir, incompatibles entre sí: o se emplea la clave de Primera en NOS o la clave de Primera en YO, pero hablar en una y otra clave simultáneamente es tan imposible como escribir las notas de una misma frase melódica en la clave de sol y en la clave de fa simultáneamente; 3.°, como quiera que el empleo de la con vención de reflexividad exige que las personas aludidas con aparicio nes repetidas del morfema pronominal en la misma predicación sean una misma y sola persona, se desprende como corolario que no pue den aparecer en la misma predicación morfemas indicadores de las dos claves incompatibles, ya que, piense lo que quiera la opinión co rriente acerca de la relativa identidad o mutua inclusión de los detiotanda de YO y NOS, por el mismo hecho de pertenecer a claves ex clusivas de Primera, constituyen en realidad personas absolutamente heterogéneas e incompatibles, que no pueden combinarse ni como dis tintas ni como la misma, puesto que ni siquiera son del mismo mundo. 41. Así resultan imposibles los sintagmas *M E AMAMOS y *N O S AMO, que, considerados solamente con atención a las opi niones recibidas acerca de la llamada realidad y acerca del propio sis tema gramatical, parecerían aceptables, realizables como hechos de la vida de relación y pronunciables como frases gramaticalmente co rrectas. 42. Qué quiere decir ‘dos claves incompatibles’, qué quiere decir que NOS y YO son la Primera Persona de dos mundos totales y cerrados, qué indica la disyuntiva ‘o nosotros o yo’, es algo a lo que sólo aludiremos cautamente, diciendo que la situación lingüístico-real exige a todo hombre que entra en uso de razón y sociedad aceptar al mismo tiempo dos concepciones de las cosas: una la de la unidad y otra la de pluralidad; una, que ser es ser uno; otra, que seres hay muchos. Y que, por otra parte, como se sabe desde el prin cipio que ambas concepciones no se tienen juntas, que la una destruye
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a la otra implacablemente, se le impone asimismo, a la vez que la común aceptación de ambas, la prohibición de su uso simultáneo, la exigencia de alternar la una con la otra y estar optando continua mente por la aceptación de una de las dos. 43. En esta segunda parte de la observación, cuando decimos ‘simultáneo’, ‘alternar’ y ‘estar optando continuamente’, parece que damos por sentada la presencia ya del Tiempo, como lugar en el que aquella contradicción entre las dos convenciones, necesariamente acep tadas en principio ambas a la vez, viniera a resolverse; pero es desde aquí nuestra sospecha que, bien al revés, es la necesidad de un lugar en que resolver (o disimular) aquella contradicción entre las dos con venciones necesarias la que impone la creación del Tiempo, como lugar en que ambas puedan alternar e irse optando por la una o por la otra. 44. Parece que con lo anterior lo esencial de nuestro problema queda ya resuelto: resuelto, esto es, clarificada con cierta precisión su presencia como problema. Pero algunos de los muchos cabos que a lo largo de estas reflexiones nos han quedado sueltos no podemos menos de intentar ahora recogerlos. Por ejemplo, de esos dos mundos a que las claves de YO y de NOS respectivamente nos conducen a cualquiera nos parece que el expresado en YO es más claro y com prensible (para M I, naturalmente, que parece ser que soy el que pienso en ello); así sucede que, siendo ambas claves ciertamente, por lo mismo que incompatibles, fácilmente intercambiables, cuando sin embargo, nos encontramos con usos como el del NOS mayestático o papal y el NOS de autor o de modestia, interpretamos enseguida que se trata de un uso figurado de NOS en lugar de YO, mientras que en cambio, cuando oímos a un coro de la tragedia ateniense cantar en YO, tendemos (cfr. § § 31-32) a justificar el uso del YO, bien como referido al YO de cada uno, bien como representando una especie de YO coral. 45. En suma, que quién es el hablante que habla cuando yo hablo en YO parece que creemos saberlo relativamente bien, y en cambio quién pueda ser ese hablante que habla cuando se habla en NOS difícilmente nos acercamos a imaginarlo, hasta el punto de que tratamos de reducirlo, para nuestra comprensión, a ‘yo + otro(s)’. De lo cual parece desprenderse que hay una cierta diferencia en la
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repartición del trabajo entre ambas convenciones, en el sentido de que en una situación en que se reflexiona sobre la reflexión (en que el gramático, por ejemplo, reflexiona sobre las convenciones esta blecidas en la lengua) parece que el empleo de la clave YO para las enunciaciones de tal reflexión segunda se impone de algún modo. 46. Mas para ver más claro en tal cuestión y en otras relacio nadas con este análisis, nada será mejor que, después de haber exa minado la regla de la interdicción como infalible en sí, examinar, si es que alguna vez se dan, las excepciones de la regla o infracciones de la interdicción; las cuales, según el proverbio, confirmarán la regla, en el sentido de que algo nos aclararán acerca de su funciona miento. 47. He tenido además la gran fortuna de que los pocos casos que hasta el momento he encontrado (sin haber practicado una bús queda sistemática) de infracción del tipo *N O S AMO en la literatura parecen ejemplos sumamente ilustrativos. El uno lo hallo en la obra de Chr. Rochefort, Printemps au parking, París, 1969, página 222. La que narra refiere cómo se estaba contemplando a sí misma y a Thomas en un espejo: «...o n avait comme des couronnes sur la tête; peut-être un effet de plumes; mais non; un effet d ’amour? en tout cas je nous voyais comme deux rois dans la glace, et je nous aimais, je ne vois pas de malheur à le dire. Thomas aussi nous regardait...». E s curioso que alguna sutil fibra de temor religioso le haya hecho aquí a la escritora (o al personaje) añadir la fórmula apotropaica espantadora del mal agüero «je ne vois pas de malheur à le dire» en el momento en que ha pronunciado las palabras que infringían una in terdicción fundamental sin duda para el normal funcionamiento de este mundo nuestro. 48. En este ejemplo, como se ve, la narradora se ha separado de sus personajes, entre los cuales está «ella misma», por un doble procedimiento: uno, el empleo del Imperfecto, que es justamente la forma apta para la contemplación de lo pasado; otro, el que los per sonajes mismos se encuentran desdoblados, en cuanto que se están a su vez contemplando en un espejo. E s decir, que la predicación « Je nous voyais» podría explicitarse del siguiente modo, en que aparecen mencionados todos los YO que juegan en el proceso y, metidos entre guiones, todos los momentos de reflejo o reflexión que los separan: 20
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«Yo-que-narro — digo que— yo-personaje — recuerdo que— yo-deaquel-entonces — veía a— mí-que-estaba-en-el-espejo-con-Thomas»; o sea que el esquema del § 35 se complica aquí del siguiente modo:
Con lo cual la triple reflexión parece que consigue en cierta medida que ya el primer morfema pronominal de la predicación (je) resulte tercerificado hasta cierto punto, como si se dijera «Je me souviens que celle que j ’ étais nous voyait comme deux rois dans la glace, et qu’ elle nous aimait» (o, menos comprometidamente, «Je me souviens qu’ on nous voyait c. d. r. d. 1. g., et qu’ on nous aimait»; lo cual a su vez permite que se pase a la clave de NOS para referir la escena del espejo. Sin que todo esto, sin embargo, elimine del todo la violencia, en cuanto que en la realidad de la fórmula lingüística se ha mantenido con el empleo único del je la identidad entre «moi-qui-me-souviens» y «celle-que-j’ étais». 49. E l otro caso que he encontrado es más simple todavía. Se trata de un ejemplo de H. Miller, Trópico de Capricornio, que cito por la edición española, B. A., 1962, página 68: el autor-narrador evoca los tiempos en que se paseaba con O ' Rourke por las calles de Nueva York: «Puedo volver a vernos, parados en medio de una calle a las cuatro de la mañana...». Aquí, en efecto, el morfema de YO no está desdoblado, se refiere al YO-actual, y la explicitación de la fórmula no podría dar lugar más que a lo siguiente: «Yo-narrador — digo que— yo-personaje — puedo volver a ver a— mí-que-estabaparado-en-la-calIe-con-O’ Rourke.» De la doble reflexión del caso de Chr. Rochefort, por el Imperfecto y por el espejo, aquí no tenemos más que el primer elemento, la visión en lo pasado (igual sería si hubiera quedado el segundo elemento solo, el del espejo: si dijera el personaje de aquel entonces «Sí, nos veo ahí, en el espejo»); pero de todos modos el efecto esencial subsiste, ya que en «Puedo volver
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a vernos», si bien se trata de una sola predicación, el morfema de YO y el morfema de NOS aluden a dos mundos diferentes, el mío y el pasado, y están la mirada y lo mirado en un mundo cada uno, lo cual hasta cierto punto permite que se salte de la una a la otra clave para referirse a cada uno de esos dos mundos, que la Primera Persona sea en la mirada YO y en lo mirado adopte la forma NOS (igual sería para el otro caso de «Sí, nos veo ahí, en el espejo», en que, tomán dose como dos mundos éste desde el que se mira y el «del otro lado del espejo», puede la Primera Persona adoptar la clave YO en el uno y en el otro la clave NOS); y, sin embargo, subsiste la violencia, en cuanto que de todos modos se trata de una sola predicación, y con ello la unicidad del mundo en la realidad de la formulación lin güística parece imponerse a pesar de todo. 49 bis. Exactamente la misma situación se nos ofrece en un tercer ejemplo, el del periodista J. Gauthier evocando en un ar tículo necrológico la memoria de su amigo ( ’Henri Jeanson’, Le Canard Enchaîné, núm. 2.611, 11 de noviembre de 1970, pág. 1): «E n écrivant ces lignes, je revis notre dernière rencontre à Honfleur [ .. .] Je nous revois à table. J ’ entends Claude, sa femme [ .. .] Et je revois Henri [ .. .] » . En fin, en el cuarto ejemplo que he encon trado no aparece explícito el elemento del espejo ni el de la memoria; se trata del novelista policíaco-humorístico y práctico notable del pastiche del lenguaje coloquial San-Antonio, Viva Bertaga!, ed. ‘Fleuve Noir’, París, 1968, pág. 237: «Car j ’ avais préparé notre expédition, mes aminches! Sachant que les Livaros adorent les ani maux (et en ayant eu la preuve) je nous suis pris des masques de cautchouc représentant une biche, pour Ibernacion et un singe pour moi»; sospecho que en «je nous suis pris» suis es una errata por avais (cfr. más arriba « j’ avais préparé»), errata que a su vez sería un reflejo de la turbación e incertidumbre que en el linotipista, en el mecanógrafo o en el propio autor había producido el sintagma inhabitual «je nous»; pero, en todo caso, la situación es de plus cuamperfecto, esto es, de referencia a un pasado anterior al pasado que directamente se está narrando, lo cual la hace análoga a la del espejo y a la de la evocación en el recuerdo: el ‘je' que narra ve al ‘nous’ de la expedición (Ibernación y él), pero este ‘nous’ ve a su vez al ‘je’ de la preparación: el narrador ha fundido por un momento, como en una sobreimpresión cinematográfica, el plano de la prepa ración, en que él se identifica como ‘je’, con el de la expedición, en
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que se identifica como ‘nous’ (el plano en que se diría «Je prends des masques pour Ibernacion et pour moi» y el plano en que se diría «Nous mettons les masques que j ’ ai pris») y de la fusión de los dos reflejos ha resultado el «je nous» en este caso. 50. En suma, la media posibilidad que se abre a las infracciones del tipo *N O S AMO parece referirse al caso en que el Hablante (vidente, reflexionante) pone en escena un personaje que no es me ramente YO, sino que a su vez se presenta como Hablante (vidente, reflexionante); y si en el § 35 decíamos que toda relación de reflexividad (toda repetición del morfema pronominal dentro de la fór mula) era una reproducción de la relación de reflexividad que se daba entre el Hablante y el YO con que a sí mismo se aludía, parece que son los casos en que esa reflexión interior imita doblemente a la ex terior, en cuanto que se emplea un verbo del tipo 'decir', ‘recordar’, ‘ver’, aquéllos en que tiende a producirse una cierta escisión de mun dos dentro de la fórmula unitaria, escisión que penosamente permite algunas infracciones de ese tipo. 51. Estas consideraciones nos ayudan a comprender de paso que, según anotábamos ya en el § 6, las infracciones del otro tipo, *M E AMAMOS, parezcan todavía más difícilmente concebibles. Pues si bien en la ordenación del sistema la clave en NOS es tan de Primera Persona, tan apta a reproducir al Hablante dentro de su fórmula, como la clave en YO, sin embargo en la creencia esta blecida no se presta igualmente el Sujeto de tipo NOS a presen tarse como Sujeto capaz de ejercer la reflexión segunda o interior a la fórmula lingüística, en cuanto que en la convención dominante, no la gramatical, sino la ideológica, el fenómeno de conciencia, mi rada, pensamiento es algo propio del Sujeto de tipo YO, de lo que se llama el Yo o el Individuo: que si de hecho NOSOTROS ve mos y decimos y recordamos y reflexionamos, en aquello que NOS OTROS o YO recordamos o vemos o decimos sólo YO propia mente debo aparecer como vidente, dicente o rememorante; NOS OTROS lo mismo que YO demostramos con los hechos tener una conciencia, una conciencia de tipo NOS o una de tipo YO, según la clave en la que estemos; pero así en la creencia NUESTRA como en la M IA tan sólo YO tengo conciencia. Así se puede, en último extremo y con violencia, llegar a decir *N O S AMO, que se entiende como «Respondo de que hay un YO, que soy yo mismo,
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que nos ama»; pero no *M E AMAMOS, que tendría que interpre tarse como «Respondemos de que hay unos Nosotros, que somos nosotros mismos, que me aman»; pues ¿con qué derecho podemos nosotros responder de los sentimientos íntimos de esos Nosotros para conmigo? 52. Si yo puedo un poco más fácilmente desdoblarme para verme a mí mismo viendo, si Yo engendro fácilmente un Otro-yo, un alter ego, un my next self (Shakespeare Sonnets C X X X III), en tanto que es prácticamente imposible concebir que nosotros tenga mos un nos alteri, un Otros-nosotros (ya que, como las formas romances del pronombre indican, los Otros ya están metidos en Nosotros), no es ciertamente porque Yo sea más quebradizo y me nos sólido que Nosotros, sino justamente por lo contrario: porque se considera que la unidad, la solidez (y por ende la continuidad en el tiempo) son propias y privativas de Mí solo: que el verdadero self, el self so self-loving (id. ib. L X II), es myself, en tanto que los selves de ourselves, cambiantes, inestables, indefinidos, no se to man ni siquiera como siendo un ser, como un ser concebible, con cebible para mí que soy el solo que concibo; y como ‘concebir’, que se confunde con ‘ser concebido’, según la diosa le enseñó a Parménides, es igual que ‘ser’, si alguien tiene que ser de veras, sólo podrá ser de forma una y singular, en la forma YO, de tal manera que, si me preguntan o nos preguntan, Yo lo mismo que Nosotros todos responderemos que, en la convención, ciertamente Yo puede estar en Nosotros, y ser my self uno de our selves, pero que, en la verdad, más bien sería al revés en todo caso, que estaríamos en Mí Nosotros y toda aparente pluralidad, y «all that is in me» (id. ib. C X X X III). 53. Y sin embargo, lo que hemos visto es que, para la inter dicción de las combinaciones de la forma Yo con la forma NOS, lo decisivo era la simple simultaneidad gramatical, esto es, la per tenencia a una misma predicación, al lado de lo cual apenas más que cierta gradación en el rigor de las prohibiciones parece derivar de las diferencias en la concepción metafísica dominante del Sujeto YO y del Sujeto NOS. 54. Y es que «todo eso que es en mí», las ideas acerca de la conciencia y del Sujeto, de la conciencia del Objeto y de la propia
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conciencia del Sujeto en el Sujeto, no son más que ideología y que creencias; mas por debajo de las ideas, más antigua que toda reli gión, está la convención constitutiva de la lengua misma; y en ésta lo que hay, insuperable por concepción unitaria alguna, son dos cla ves para hablar en Primera Persona, heterogéneas, intercambiables, incompatibles. 55. Lo que hay ahí es, junto al Hablante del tipo YO, un Ha blante del tipo NOS, que ni es una pluralidad del YO (el cual, por definición, no admite pluralidad alguna) ni tampoco está compuesto de YO con OTROS (pues otros hablantes no hay, sino que todos los otros están subordinados al Hablante y dentro del Hablante); y por más que ese Sujeto-NOSOTROS como Sujeto nos resulte in concebible (o, mejor dicho, me resulte incocebible), por más que se nos aparezca como un monstrum informe ingens, la más pro funda convención gramatical nos obliga a reconocerlo como la OtraForma-del-Ser, incompatible con la Una, y a reconocer que, así como ese monstrum NOS es uno de los dos aspectos incompatibles del Ser, así debería corresponderle, por lo mismo que tiene voz, una conciencia de tipo NOS, una visión del Ser y pensar sobre lo que es ser; que si no se expresa (viniendo todos nosotros obligados a adoptar la conciencia de tipo YO), debe de ser sin duda porque, sien do incompatible con la establecida, pondría en peligro de algún modo la seguridad del Ser. 56. Lo cual nos lleva finalmente a plantearnos la cuestión del self o Mismo y la relación que tiene con la condición de simulta neidad que para nuestra interdicción se revelaba como esencial; la cuestión — esto es— del ipse (y su reflexión en se ipse o sibi ipse) que se revela como siendo lo msimo que su propia simultaneidad, su ‘una sola vez’ o ‘de una vez’ (ipse idem ac simul), de tal modo que la mismidad de uno sea a su vez coincidente o simultánea con su propia identidad consigo mismo (ipse simul atque idem); o em pleando los términos abstractos, la simultaneidad de la mismidad con la identidad, que es asimismo la identidad de la mismidad con la simultaneidad. 57. Es decir, que sospechamos que el hecho de que el Ser sea el que es consiste en que El es idéntico consigo mismo, y que esta identidad consiste en que El y el -sigo son simultáneos; así
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esulta que la verdad de «E l es el que es» la consideramos fundada obre la verdad de «E l es idéntico consigo» y a su vez ésta sobre la verdad de «E l y -sigo son simultáneos». Ahora bien, nos parece qtie en realidad El y -sigo nunca pueden ser simultáneos, ya que es imposible literalmente pronunciarlos al mismo tiempo; pero si por convención está establecida la verdad de que son sin embargo al mismo tiempo, en la verdad de esa convención (que es lo mismo que su fuerza) está fundada la identidad de Mí conmigo, y par tiendo de esta identidad ya puedo proclamar que Yo soy el que soy. 58. Pero observemos nuestros datos. Aquí encontramos que la condición para la proscripción de la combinación de la clave YO con la clave NOS era la de que ambas se emplearan al mismo tiem po. A cada paso vemos que con toda facilidad y rapidez se pasa de la una a la otra clave: no sólo ya de una frase a otra («Aquí os aguardo: estamos todos») ni de una a otra oración dentro de una frase («Sé que estamos cansados», «Nos consta a todos que se me ha ofendido»), pero incluso dentro de una misma oración («Nos numeramos desde mí hasta Pedro», «N o hay sitio entre nosotros para mí», «Ante todos nosotros me ha acusado»), según las sutiles diferencias de posibilidad que ya en §§ 7-8 considerábamos. Pero se llega siempre a un núcleo extremo (que es el que en lenguas del tipo del español está representado por el empleo de dos morfemas, uno de clave YO y otro de clave NOS, adheridos, por así decir, a un solo verbo, ya como desinencias, ya como los proclíticos-enclíticos me y nos, ya como otras formas pronominales asimiladas a la clase de éstas últimas), para el cual rige infaliblemente la interdicción. 59. Decimos pués tentativamente que los casos en que la in terdicción no rige todavía son siempre reductibles a dos frases su cesivas («Nos numeramos: desde mí hasta Pedro»; «N o hay sitio entre nosotros; ¡para m í!»; «Ante todos nosotros, y ¡me ha acu sado! »), y que en cambio, en los casos en que rige la prohibición todo el núcleo en el que rige es unitario, temporalmente indivisible: dentro de él no hay tiempo, y todo él es uno solo y de una vez. 60. Es evidente que, según la ideología imperante por encima de la convención lingüística, es imposible semejante simultaneidad, pues que la producción real de la lengua está sometida a aquélla que De Saussure enunció como la Ley de la linearidad del significante, y
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en efecto, desde el morfema nos al morfema -o en *nos amo, descíe el me al -mos en *m e amamos, hay distancia y transcurso, y aunque dijéramos *Amonos y * Amárnosme, la sucesión temporal entre los morfemas subsistiría siempre, y un orden determinado, de primero a segundo, que necesariamente nos hace dicha ideología interpretar inmediatamente como tiempo. 61. Pero una ideología más necesaria aún, la de la propia con vención lingüística, nos obliga a creer que ese núcleo temporal es como el indivisible átomo del tiempo, y que, siendo él la unidad de tiempo (la unidad de la producción lógica del discurso), dentro de él no hay tiempo alguno. Y no sin buena razón — parece— nos place equiparar esta necesidad de obedecer a dos ideologías contra dictorias (que son la de la infinita divisibilidad y la de la finitud cuántica del tiempo) con aquella otra necesidad de aceptar el uso de las dos claves incompatibles, de creer por un lado que el verda dero nombre del Ser es NOS y por otro que es YO, o que es, si se quiere, Pluralidad y es Unidad. 62. Pues ¿cuál es la secreta razón que impone aquella intemporalidad del núcleo temporal, al mismo tiempo que ésta de la linearidad o temporalidad total? Parece ser que sólo así, en las predicaciones admitidas (de las que las reflexivas son el ejemplo más explícito) puede conseguirse que en Me amo o Nos amamos, la persona representada por me y -o, o por nos y -mos, sea riguro samente una misma persona: ya que la unidad del Ser tan sólo se demuestra en su repetición; quiero decir que el hecho de que haya por un lado evidentemente un transcurso, un tiempo, y que por otro lado la persona se mantenga en el transcurso idéntica consigo misma es la única garantía de la propia mismidad de la persona; si sólo una vez y de una vez para siempre Yo dijera yo, ¿cómo se me podría reconocer, cómo podría saberse que era el mismo?; y si no se sabía que era el mismo Yo, malamente podría ser yo mismo. 63. Así es como se impone la necesidad del Tiempo justamente como condición de la necesidad de la permanencia del Ser; y esa interpretación linear del orden en la fórmula lingüística necesaria mente trasparece también en la organización del Trabajo y en toda la concepción real del mundo como temporal; de donde, por ca rambola, habrá de venirse a la progresiva constitución del predi
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cado como verbo, esto es, como palabra del devenir y de la acción temporalmente organizada, con la inevitable consecuencia de la reiríterpretación del Sujeto como Agente, temporalmente permanente a lo largo del desarrollo de su acción y su devenir. 64. Puede que se piense aún que, al hablar así, estamos apro vechando fuera de sus límites lo que no es en todo caso sino un fenómeno lingüístico. Pero nada hay que no sea sino lingüístico. Veamos lo que aquí pasa, cuando en las fórmulas M.e amo o Nos amamos se conviene y se mantiene la identidad de los morfemas me y -o o nos y -mos: sucede que, a través de la identidad de esos mor femas, se mantiene a lo largo del transcurso la identidad de la per sona a la que ellos se refieren; pero es que además, como estoy hablando en la Primera Persona, no ya sólo la identidad de la persona significada por yo y por me se está manteniendo en lo que digo, sino que la identidad de Mí que hablo conmigo mismo se está manteniendo en tanto que lo digo; y del mismo modo si esta mos hablando en Primera de Plural, al mantener la identidad de lo aludido con nos y -mos, es nuestra propia identidad con nosotros mismos, seres hablantes y reales, la que estamos manteniendo. 65. Y así, dado que la Primera Persona es la Persona por ex celencia y fundación de la Persona en general y que la Persona a su vez no es sino el nombre subjetivo de la Cosa, viene a resultar en suma que el Tiempo de la lengua aparece confundido con el otro, y la linearidad de De Saussure con la duración de Bergson. 66. Así parece que nos está impuesta la necesidad de dos creen cias, la de la Identidad y la del Tiempo, tan complementarias entre sí (pues imposible es que ninguna de las dos sin la otra se mantenga ni tenga sentido alguno) como contradictorias la una con la otra (pues ¿cómo podría ser verdad al mismo tiempo que soy vario y que soy el mismo?); por lo cual, así como nos está impuesto creer en las dos ininterrumpidamente, así nos está prohibido creer en las dos a! mismo tiempo, lo cual sería tan imposible como amenazador del Orden dominante. 67. Pues bien, de manera análoga (y seguramente algo más que análoga), vengo y venimos todos obligados a creer por un lado que el que dice yo soy Yo y no hay otro YO sino Yo, y a admitir por
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otro lado que los que dicen yo son muchos y todos ellos tienen jel mismo derecho para decirlo, con lo cual continuamente debo estar prestando subjetividad, calidad de Hablante, a todos los que dicen yo y prestándome continuamente a recibir Yo mi objetividad, mi calidad de Objeto del que se habla. Como una manifestación de esto, tengo y tenemos todos que aceptar, de una vez para siempre, en el sistema de la lengua, el uso de dos Primeras Personas, la del tipo YO y la de tipo NOS. 68. Pero esas dos aceptaciones se sabe secretamente que, así como ambas son complementarias y tan obligatorias la una como la otra (cada una con su tipo de necesidad), así son contradictorias e irremediablemente contradictorias entre sí. Por lo cual previsora mente me está impuesta asimismo y nos está impuesta aquella Ley de que no podamos creer en ambas al mismo tiempo ni podamos al mismo tiempo usar los indicadores de las dos claves incompati bles que en una y otra están fundadas.
XI TU Y YO
1. La relación entre tú y yo es, como sabes, el primer ejemplo de relación dialéctica y el modelo o fundamento de todas las antí tesis u oposiciones por las que la dialéctica discurre. Pues lo que se da entre nosotros dos, de tí para mí y de mí para tí, es decir, el diálogo, no tiene por casualidad el nombre del mismo verbo griego SictXe-j-eafrai del que sale el término dialéctico: el arte de discurrir por preguntas y respuestas puede tomarse frívolamente como un arte; pero en realidad todo funciona por preguntas y respuestas, de la semilla a la espiga y de la espiga a la semilla, del señor al vasallo y del vasallo al señor, del señorío a la burguesía y de la burguesía al señorío, de la Naturaleza a la Historia y de la Historia a la Natu raleza, de lo pasado a lo futuro y de lo futuro a lo pasado, del Tiempo al sin-tiempo y del sin-tiempo al Tiempo, del ser al hacerse y del hacerse al ser, del mismo al otro y del otro al mismo, del preguntar al responder y del responder al preguntar, todo está constituido por la respuesta a la pregunta y asimismo desconstituído por la pregunta a la respuesta; pero el punto en el que se hizo la distinción, en el que SteXé-pj, si me permites volver al mismo verbo griego, entre la respuesta y la pregunta, en el que se señaló por vez primera lugar aparte para la pregunta y la respuesta, ese punto es la relación entre tú y yo; en ese punto tú y yo surgimos al empezar a hablarnos. 2. Ahora bien, seguramente habrás oído decir y me dirás aho ra que el proceso dialéctico se da más bien por el motor o pro cedimiento que se llama de la negación: negación de lo afirmado;
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afirmación de lo negado; negación de lo negado afirmado; etcétera. Y haces bien, por supuesto, al oponerme respecto a la dialéctica esa distinción que me opones entre la negación y la interrogación; pero a tu vez permite que te conteste proponiéndote la identificación entre la interrogación y la negación: pues ¿no se te aparece claro y con cualquier ejemplo que la respuesta es la negación de la pregunta?; negación real y verdadera, pues que es la desaparición misma de la pregunta: aquello que vivía como pregunta, duda, va cilación, incertidumbre, eso con la respuesta queda sin duda muerto. Y al mismo tiempo, ¿negarás acaso la evidencia de que la pregunta es la negación de la respuesta?; es, como bien lo ves, su desapari ción en cuanto tal respuesta; y aquello que en la respuesta estaba seguro, firme, definido y definitivo, eso ha quedado con la pregunta reducido a la incertidumbre y a una nada ni siquiera definida como tal nada. 3. Así que entre tú y yo está toda la dialéctica, como lugares que somos de la pregunta y la respuesta. Tratemos pués si te parece de ver ahora cómo tú y yo nos repartimos esos términos, a quién de los dos le corresponde el preguntar y a cuál el responder. ¿No me respondes a esta duda? No, ya veo que no puedes; y yo no debo tampoco responderla; pues evidentemente la cuestión está muy lejos de estar clara ni para ti ni para mí. Pues si nos repartimos, por ejemplo, los papeles en el sentido de que tú eres el que pregunta y yo soy el que responde, bien sabemos que esto será una frágil convención montada de momento entre tú y yo, pero que en teoría, en la convención real y social por la que ambos nos regimos, tanto tú como yo podemos igualmente preguntar y responder o responder y preguntar y a cada momento intercambiarnos los papeles respec tivos. Y esto viene a querer decir que, en realidad, lo mismo tú puedes ser yo, en cuanto empieces a decirme algo, que yo puedo ser tú, en cuanto empiece a oír lo que me dices. 4. Resulta, pues, que en todo momento yo soy tú, al tiempo que sigo siendo yo, y tú eres yo, al tiempo que sigues siendo tú; yo soy tú y tú eres yo, y sin embargo, no puedo decir que por las buenas tú soy yo ni yo eres tú, puesto que seguimos siendo al mismo tiempo tú y yo. Pero a pesar de todo, por fuerza de esta convención real en la que vivimos, tú y yo nos encontramos en un estado, por así decir, de síntesis de nuestra oposición. Conviene que
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nos fijemos en esta síntesis de tí y de mí, para poner esta síntesis en antítesis con la antítesis en que al mismo tiempo tú y yo nos enfrentamos. 5. En efecto, ¿sucede acaso — te pregunto— que, cuando yo te dejo que me trates de tú y que te trates tú de yo, tú te conviertes en mí de veras y yo me convierto en ti? Ah, no, no suelen hacerse así las síntesis de las antítesis, como bien sabes: cuando, por ejem plo, una oposición como ‘A1/A i se neutraliza, no sucede literal mente que se realicen las identidades ‘A *= A i’, ‘A i= A 1’, sino que se descubre una especie de substancia 'A ’, que, no siendo lo mismo que ‘A1’ ni lo mismo que ‘Ai’, es lo mismo que ‘A1’ y que ‘Ai’; esto es, que se realizan las identidades ‘Al = A ' y ‘A1’ = A ’ ; pero, como se realizan ambas al mismo tiempo, bien será que convencionalmente las sumemos miembro a miembro, como se dice, para que nos resulte ‘A1+ A i= 2 A ’. 6. De aquí no se desprende pués que, en el momento de nues tra síntesis, separadamente yo sea igual a esa tercera cosa y tú igual a esa tercera cosa separadamente, sino tan sólo que tú y yo junta mente somos dos ejemplares, dos copias o dos casos, de esa tercera cosa. Esa tercera cosa no somos ni tú ni yo, sino lo numerable (ni tú ni yo seremos nunca numerables), lo que se llama tercera persona o más propiamente falta de persona; la cual no puede empezar a ser una sino en el momento en que es por lo menos dos. 7. Esto es lo que se llama objeto, ente, un algo, una cosa de la que se habla, una cosa de la que podemos hablar entre nosotros tú y yo. Pero ya ves que esa cosa de la que se habla ni soy yo que te hablo de ella ni tú que de ella me oyes hablar (ni tú cuando, tra tándote de yo, me hablaras de ella ni yo cuando, dejándome tratar de tú, de ella te oyera hablarme), bien que, en el momento que tú y yo nos identificamos el uno con el otro, ambos seamos esa cosa tanto tú como yo al mismo tiempo. Y bien me temo que esta opo sición que así tenemos establecida entre lo que habla de ello y aque llo de lo que habla no pueda menos de perturbar seriamente y entrar en contradicción con esta otra oposición entre el que habla y aquel al que se habla, esta oposición entre yo y tú por cuyo sen tido nos estábamos preguntando.
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8. En efecto, cuando yo me avengo a que, tomando en prés tamo mi nombre, tú te trates de yo y me hables, al tiempo que me dejo tratar por tí de tú y me pongo a hacer de tí y oír lo que se dice, ello sucede suponiendo que somos dos, por tanto intercam biables, en cuanto que no somos ni tú ni yo, sino ambos una ter cera cosa, la objetividad. Pero he aquí que al mismo tiempo la tercera cosa es aquello de que hablamos, y a ella sigue oponiéndose lo que está hablando, o sea la subjetividad; es esta subjetividad lo que yo te presto al dejarte hablar y tú me reconocías al oírme, lo que como una pelota nos estamos lanzando el uno al otro en este proceso dialéctico en el que dialogamos. 9. Pero ¿somos yo como yo y tú como tú como nos lanzamos mutuamente la pelota de la subjetividad? Ay, no por cierto, y bien que siento tener que hacértelo constar: pues, si yo te la presto como yo, tú me la prestas como yo también, en cuanto estás haciendo de mí con el nombre que antes te he prestado. De manera que, si de un lado subsiste siempre la antítesis entre lo subjetivo y lo obje tivo, y de otro lado la antítesis entre tú y yo sigue, a pesar de todo, manteniéndose, ¿cómo va a poderse concordar o compaginar esta antítesis entre tú y yo con aquella otra antítesis entre objetivo y subjetivo? Estos dos esquemas que nos están al mismo tiempo im puestos, el de la persona o subjetividad frente a la objetividad o no-persona, y el de la primera persona, que soy yo que te hablo frente a la segunda, que eres tú a quien hablo, ¿cómo van a poder ser congruentes y compatibles el uno con el otro? ¿E s que tú acaso eres un objeto?: no, sino tan sólo en cuanto yo también soy un objeto y dejamos por tanto de ser tú y yo. ¿E s que entonces eres un sujeto?: no, puesto que no hay tal cosa como un sujeto, sino el sujeto solamente, y el sujeto — perdóname que te lo diga, oh tú a quien hablo— , el sujeto soy yo. 10. Por ejemplo, si te digo que te quiero (como es cierto que te quiero, ¡y tanto!), parece que está claro, o al menos puedo siem pre creer así saberlo, que aquí están el que quiere y al que quiere, el sujeto y el objeto de mi amor. Pero ¿a qué pregunto en vano si a tu vez me quieres? Pues, sea lo que sea lo que respondas, con testes o no contestes, nunca podrá saberse lo que pasa: ya que, si tú eres distinto y opuesto a mí, que soy sujeto, tendrás que ser objeto, y ¿cómo, siendo objeto, vas a poder quererme?, ¿cómo aquel
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que es al que se quiere va a poder querer? Y si por el contrario eres sujeto, y no opuesto por tanto ni distinto a mí, sino el mismo que yo mismo, ya no serás tú el que me quieres, sino yo solo a mí mismo, cosa que ya sabía y que no era por cierto la que preguntaba. 11. Mas, como tú eres mi interlocutor en este diálogo, como tú eres, sin embargo, mi negación o la interrogación de mí, tratarás sin duda todavía de poner en cuestión esta antítesis de ‘objetividad/ subjetividad’ que te excluye, al parecer, y te desconcierta, y me pre guntarás ahora quién ha dispuesto que eso sea así, cómo ha venido a suceder que yo sea el sujeto y que el sujeto sea yo. A esto sólo habré de responderte que el sujeto es el resultado de mi propia objetivación: que en el momento que se hace de mí un objeto del que se habla, ahí tenemos el sujeto. Por eso del sujeto puede decirse que es la síntesis de la antítesis entre el objeto y yo. 12. Desde el momento que se empezó a hablar de mí (y esta absurda y ociosa conversación venía ya de antiguo), ese proceso de mi objetivación estaba en marcha; pero, si he de decirte la verdad, yo creo que sólo se ha cerrado y completado hace no mucho más de un siglo: fué por entonces, con la liquidación del viejo Dios y del alma, que era su correlativa, cuando en sustitución se me tomó a mí mismo, se me objetivó, se creó la subjetividad, y se me hizo identificarme con el sujeto, nacimiento que se consagró bautismal mente con la transformación de mi pronombre en un nombre, y pudo ya decirse, como acaso habrás oído, ‘el Yo’. Conque desde ese punto y hora, yo, que lo tenía todo, yo, que era el dominio y la posesión de todos los objetos, al ganarme a mí mismo como objeto, como objeto me perdí a mí mismo: pues el Yo ya no era mío en realidad, sino de cualquiera que lo quisiese, ya que, al hablarme de mi Yo, se hablaba también del Yo de éste y del otro y del de más allá, y también, por cierto, de tu Yo. 13. Así de viejo pués soy yo como sujeto, esto es, como ob jetivación de mí; pues, aparte de mi objetivación, yo no tenía edad, ya que era, como sabes, viejo como el tiempo. Mas todavía, y en respuesta a tu pregunta, para que veas cómo deseo poner las cartas, como dicen, boca arriba, voy a intentar contarte brevemente cómo se vino a formar, a mis cortas luces, ese sujeto con el que se me ha identificado; no que esté yo seguro de que este proceso no puedas
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hallarlo ya descrito en algún tratado o manual incluso, extremo que, escribiendo como estoy en esta buhardilla desguarnecida, no tengo vagar de comprobar ahora; pero en todo caso, bien sospecho que con tanta precisión como esta vez jamás se habrá descrito. 14. a) Partimos del uso de la palabra sujeto en la realidad: sujeto es lo que está sometido o expuesto a algo; así en el valor del adj. español sujeto, especialmente en las locuciones ‘sujeto a (diver sas influencias)’, y también cuando se habla de los sujetos, de un rey, por ejemplo, como sinónimo de súbditos (recuerdas que Vaneigen advierte en su libro la confluencia de este uso con el otro de la palabra), b) Pasando al uso metalingüístico, el término se emplea pués en la Gramática para indicar el Sujeto gramatical en su sentido más general y originario: lo que está expuesto al predicado, lo que recibe el impacto del predicado, la parte pasiva de la predicación; una simple ampliación de este uso llevaría a usar la misma palabra para designar en general ‘el tema’, aquello de que se trata, por ejem plo, en fr. sujet o ing. subject-matter. c) Pero sucede que en nuestras lenguas la clase de palabra predicativa por excelencia, el verbo per sonal, habiendo absorbido en sí en cierto modo, por decirlo de una manera rápida, incluso en las formas de Indicativo los valores prác ticos y acciónales de sus formas de Yusivo y Votivo, fue pasando cada vez más a reinterpretarse, no funcionalmente, sino semántica mente, como ‘la palabra de la acción’; correspondiendo con este paso, el Sujeto en el sentido de (b) tenía que venir a reinterpretarse como ‘el que hace’, como ‘agente de la acción’, d) Ahora bien, fíjate al mismo tiempo en lo que ocurre en la Primera Persona de ese verbo (también, por cierto, en la Segunda, en la tuya, análogamente; pero ahí sin duda — con tu venia sea dicho— de una manera evidente mente análoga y secundaria — recuerda que también en las reglas sintácticas de conflicto la Gramática tenía establecida la prioridad de mi Persona sobre la tuya— , lo cual hace que el proceso siga refiriéndose a la Primera esencialmente): ocurre pués que el verbo en Primera Persona no tiene Sujeto expreso dentro de la fórmula lingüística, sino que, en ese caso, el Sujeto era el Hablante mismo: cuando decía yo, por ejemplo, «Subí al monte», el Sujeto de que se hablaba y el Sujeto que lo hacía era yo mismo que lo decía, e) En estos casos, en que el Sujeto se identificaba con el Hablante, tene mos, como ves, el salto en sentido inverso, de la Gramática a la realidad; pero además has de tener presente que en toda predica-
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cíón que yo pronuncie, aunque no lo ponga explícitamente, está siempre sobrentendido, como se dice, el Verbo de la acción de las acciones, de la acción divina, por así decir, que puede explicitarse de ordinario como ‘ver’ o como ‘decir’: así, cuando digo «E l monte arde», ya se sabe que esto quiere en realidad decir «Veo que el monte arde», «H e visto q. e. m. a.», «Digo q. e. m. a.», «O s aseguro q. e. m. a.», o algo así; de modo que, no ya sólo en las predicaciones en Primera Persona, sino en toda predicación, hay un Primer Sujeto de lo que se dice que se confunde conmigo mismo que lo digo, f) Es así cómo la palabra sujeto, volviendo a saltar de la Gramática a la realidad, del uso metalingüístico al lingüístico nuevamente, pasa a usarse como nombre de ‘el que hace’ en general, el que es ‘agente de las acciones’, y en especial ‘el que dice' y ‘el que ve’, g) Y este Sujeto con el que la palabra persona trata tam bién de hacerse sinónima, como indicando la Persona por excelencia, que es la Primera, vendrá inevitablemente, por lo dicho en d ) y en e), a confundirse conmigo mismo, y así recibirá también ese otro nombre, el de el Yo, con el que irrisoriamente mi pronombre se sustantiva. 15. No me pesa, si quieres echarle una ojeada, resumírtelo en el siguiente esquema:
Realidad
a) Sujeto= lo que está expuesto a o sometido.
Gramática
¡salto de realidad a Gramática)
d) --------------------►
(aplicación al caso de la Pri mera Persona)
(salto de la Gramática a la realidad)
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------------ ► (cambio en la concepción gramatical)
Gramática / realidad
Sujeto= el que lo ha ce (hago)= yo que lo digo.
Sujeto= el que hace la acción del verbo.
e)
(extensión a la predicación en general)
Realidad
Sujeto= el que hace, y en especial, el que dice y el que ve.
Gramáticasemántica (influjo de la realidad en la Gramática) c)
/
f) --------------------►
b) Sujeto= lo que está expuesto, lo que recibe la predicación.
(substantivadón de mí)
Gramática / realidad
/
Sujeto= ‘Primer Suje to’= yo que veo y di go lo que pasa. g) Realidad filosofizante Sujeto ( = Persona): = e l Yo.
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16. Así que ya ves cómo esta antítesis de ‘subjetivo/objetivo’ está bien establecida entre nosotros para la concepción completa de lo que pasa en este mundo; no importa que alguno de los magos pretéritos, Hegelius mismo, después de explicar cómo ambas cosas eran una, y ninguna por lo tanto, en el más sublime sacrificio, dando el paso al límite de la soberbia, dijera: «En mí termina la historia de la separación entre objeto y sujeto; conmigo el objeto se hace tan sujeto como el sujeto objeto»: no importa, puesto que Hegel era un falso Yo, ya que no era yo, sino él, Hegel, y aquí, después de Hegel, yo sigo siendo el que soy yo; no importa que su discípulo, el venerable Marxius, mostrara con paternal paciencia cómo objeto y sujeto se reducen a lo mismo, ya que la verdad es el Dinero, que, siendo el nombre verdadero de las cosas todas, al mismo tiempo tiene su substancia en la fuerza de trabajo vendida, que es la obje tivación del sujeto justamente; ni importa tampoco que, trabajando el angélico nigromante Froedius con tanta diligencia en sus alam biques, tratara de componer y descomponer el Yo de tal manera que no se viera en qué relación estaba con la Tercera Persona (o no-persona) y con el Otro Yo que dominaba al Yo, y que ni él mismo ya supiera si Ello y Superego estaban dentro del Yo o se le oponían, y si todos los tres eran del Yo o todos los tres Ello; no importa — ya lo ves: la antítesis entre sujeto y objeto sigue de hecho aquí rigiendo entre nosotros y saliéndonos al paso entre tú y yo. 17. Pues tú, como ya veíamos, no entras en tal esquema ni como objeto ni como sujeto, pues que esta dualidad era incompa tible con aquella trinidad que formamos cuando nos hablamos y nos decimos «Tú y yo y lo otro». No, no parece que vayas a poder en trar, por más que lo intentes: porque ataca esa antítesis, si quieres, niégale al sujeto que sea yo o niégame que yo sea el sujeto, y di, como yo mismo te lo he dicho, que el sujeto es mi objetivación, que el sujeto es la síntesis de la antítesis de mí con el objeto. Muy bien; pero y con todo: ¿es que acaso se puede hacer contigo otro tanto de lo que conmigo se ha hecho?; ¿es que a tí se te puede objetivar análogamente, para que vengas a mi lado, aunque sea re ducidos los dos a objeto?; es decir: lo mismo que de mí se ha hecho el Yo, ¿es que de tí se puede hacer el Tú? 18. Ah, no te canses: largamente lo hemos intentado nosotros, unos cuantos amigos y yo mismo, durante los meses de este invierno,
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sustantivarte, asir y definir el Tú por algún lado; pero nada hemos conseguido, sino en todo caso ver y estudiar mejor los modos de la imposibilidad. Porque se decía: «Puesto que no sólo yo tengo un Yo, sino que cada cual tiene el suyo, y hablamos tranquilamente del Yo del blanco y el negro, del Yo del enfermo y el sano, de tu Yo y de mi Yo, ¿por qué no va a poder haber igualmente un Tú de cada cual, y no vamos a poder conocer el Tú de éste y del otro y tu Tú y mi T ú ?»; pero, si tratábamos de concebirte a ti, no otra cosa concebíamos sino tu Yo, de la vaga manera que un Yo puede concebirse; y si pretendíamos llegar a la concepción par tiendo antes de la definición, y nos decíamos, por ejemplo, «Mi Tú es la imagen de mi Yo reflejada en el Yo de ti», no sólo subordiná bamos en la definición el Tú al Yo y nos veíamos forzados a acudir a la metáfora especular, sino que mira cuál era en verdad el esquema que con ello proponíamos: Tú
Yo
Esquema en el cual, como ves, se proponían dos cosas bien cho cantes: la una, que tu Yo perdiera toda simetría con el mío, ya que mi Yo era un Sujeto de reflexión, esto es, uno que se reflejaba, mientras que tu Yo no era sino un Objeto de reflexión, es decir, el que reflejaba; y la otra, que como sucede en un espejo, lo refle jado — mi Yo, que pretendía ser mi Tú— se encontraba teórica mente en el espejo, que era tu Yo, pero en realidad sólo lo estaba en cuanto devuelto y reintegrado al Yo de mí, que era el que se reflejaba y el que veía tal reflejo. 19. De manera que no parece que puedas tú aspirar a la ob jetivación ni que se pueda hacer de tu pronombre, como se ha he cho con el mío, un nombre con el que se aluda a algo de lo que pueda hablarse y que pueda conocerse; que así como yo soy el que conoce, así yo soy también el conocido, y en esta antítesis entre ambos, lo mismo que en su síntesis, no parece que tú y tu segunda persona podáis tener lugar alguno.
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20. Pues si me sugieres que un interlocutor no es sino otro hablante, que tú eres otro yo, lo mismo que yo soy uno, y que sólo te diferencias de mí en el lugar o posición que ocupas, me temo tampoco así voy a encontrarte por lugar ninguno: tu lugar no se señala sino en función del mío, así que, en tanto en cuanto yo soy yo, tú eres tú y no otra cosa alguna, y, en cuanto tú fueras yo — es un decir— , yo no sería yo ni podría hallarme yo en lugar ninguno. Quien dijo que yo era muchos (o ¿debería concertar más bien diciendo ‘yo éramos muchos* o ‘yo eran muchos’? ), que yo era tantos como lugares desde los que se habla, al mismo tiempo que pretendía que yo siguiera sin embargo siendo yo, en afirmación de semejante contradicción y absurdo forjó la síntesis de mi^ con el objeto, que llamábamos el Yo; pero de todo ese proceso tú se guías estando ausente. 21. La Gramática pués te había dado — es cierto— una carta de convención, que es ésta que me permite hablarte; pero la orga nización de la Realidad, la oposición de ‘Sujeto/Objeto’, la oposi ción entre El (o Ella o Ello) y Yo, ésa te niega y te rechaza rigu rosamente, 22. Pero escucha: así como ese esquema te niega a tí, así tú niegas el esquema. Sí, ya te lo he dicho: tú, que eres la interro gación, la pregunta de mis respuestas, tú eres la negación de mí, la negación de la antítesis del Sujeto con el Objeto, y por tanto de su síntesis, que es mi objetividad, y por tanto de su contrario, que es mi subjetividad. Así es que, al mantener, en contra de las con diciones objetivas, este diálogo entre tú y yo, aunque sea yo el que habla (¿quién otro podía ser?), tú con la pregunta muda que me opones (y muda tenía que ser, puesto que tú mismo no eres otra cosa que pregunta) estás acaso alterando las condiciones objetivas y negando su esquema tal como su esquema te niega a tí. 23. Niégalo pués, oh tú, negación mía. Pues tú en tí mismo puede que no seas sino vano tema de la teoría, frívolo entreteni miento de intelectuales, ya que por esencia estás vacío. Eso tú, sí, pero tu ausencia en cambio... Escribiendo estoy yo solo aquí en mi cuarto, y esta falta de tí ¡cómo es real y grande!
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DE LA CERVEZA, LA POESIA Y LA MANIPULACION DEL ALMA
1. Es cosa que se ha sabido desde siempre, desde que hay retórica (y ¿cuándo no ha habido retórica en este mundo?), que los medios de comunicación, el lenguaje y los signos en general podían servir para imponer o modificar los esquemas de conducta de los hombres por dos vías: una, aparente, otra, oculta; actúan las palabras y signos por la vía aparente cuando actúan a través de su significado, esto es, cuando el propio sujeto que es objeto de la operación percibe y entiende la operación misma, por ejemplo, cuan do un explorador deja señales que indiquen la ruta a seguir a sus compañeros rezagados, cuando pronunciamos un imperativo, como «Baja de ahí» o «Agua, por favor», cuando la mano del agente o el semáforo imponen detenciones o permiten pasos, cuando un guiño transmite el deseo de entablar una relación erótica, cuando el cristiano reza pidiendo a Dios merced; actúan por la vía oculta cuan do no necesitan ser interpretados como tales signos por aquel que es objeto de la operación, sino que trabajan en éste a niveles hiposemánticos, apélese aquí a reflejos fisiológicos o a mecanismos sub conscientes, pero en todo caso instancias del alma, por así decir, extrañas a las funciones de interpretación: así operaba la magia, cuando enredando hebras de lana en el rhombus o huso mágico se producía una ligazón amorosa en el amado ausente; y así se hace cuando en la hipnosis se sugieren órdenes, que, no interpretadas a nivel consciente por el sujeto, son obedecidas; así también en las perreras de Pavlov se inducía el movimiento hacia la comida por campanillazos de determinado tono y ritmo o se producía la inhi bición del movimiento por otros de tono o ritmo diferente, lo mismo
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a fin de cuentas que a un asno se le hacía avanzar con «Arre» o parar con «So», en cuanto que se da por supuesto que los perros y los asnos carecen de instancias interpretativas del lenguaje; asi mismo un movimiento de coquetería perturba al prójimo sin infor marle de nada, o también Cicerón cuida las cláusulas rítmicas de las frases de su discurso, produciendo una especie de encantamiento en el auditorio, que debe complementar la persuasión de las razo nes; y así, en fin, en la publicidad comercial se acude a infinidad de trucos y hechizos visuales o auditivos que, sin necesidad de ser ana lizados ni interpretados por los receptores, se supone que deben inducirlos en el sentido requerido por la propaganda. 2. Resulta pués bastante sorprendente ver cómo las gentes se rebelan con gran indignación y escándalo cuando las técnicas de la propaganda comercial intentan introducir el uso de los anuncios subliminares en el cinematógrafo (aquellos maravillosos pases de cen tésimas de segundo intercalados en el curso de la proyección normal de las imágenes, que producían con gran eficacia, según se cuenta, la sed del mejurge anunciado en las gargantas de los espectadores), indignación y escándalo que, al parecer, se han traducido debida mente en la prohibición legal de la propaganda subliminar en al gunos sitios. Parece evidente que cuando las gentes se indignan en un caso como ése, es que consideran el procedimiento como aten tatorio contra su libertad; lo cual implica que, cuando sus con ductas son influidas por procedimientos más visibles, como lo son a cada paso, sea por los de la vía aparente, sea por los de la oculta, pero más supraliminares, consideran en cambio que su libertad queda de algún modo preservada, en cuanto que la obediencia es cons ciente, elegida o por lo menos aceptada y, en una palabra, volun taria. Serían las gentes a este respecto semejantes a una de las dos clases de maridos, los que prefieren ser engañados a sabiendas y con consentimiento, por oposición a los de la otra clase, que optan por atenerse a la doctrina de que «ojos que no ven, corazón que no siente»; sólo que en la defensa de la libertad frente al ataque de tipo subliminar parece haber mucha más unanimidad entre las gentes; y si de un lado estiman sin duda que el atentado más fla grante contra su libertad lo constituye la aplicación bruta y desca rada de la violencia (un imperativo sin réplica, una mano que mueve tu mano), por otro lado tienden a equiparar en poder atentatorio contra su libertad el engaño o la sugestión oculta, tanto más cuanto
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más se ejerce a través de instancias reflejas o inconscientes de sus almas. 3. No acaban sin duda de creer las gentes mucho en la visión de Pavlov, que imaginaba las facultades interpretativas lingüísticas o propiamente humanas como un desarrollo, o redoblamiento a un nuevo nivel, del sistema de señales ‘primero’, que a su vez, en los hemisferios de la corteza cerebral (salvo los lóbulos) de los animales ‘superiores’, desarrolla o redobla las instancias primitivas de rela ción con el medio (de que se encargan los centros subcorticales), en virtud de los vínculos nerviosos condicionales, o sea las relaciones de asociación, de modo que todos los sistemas de señales vienen a responder a un principio mecánico unitario; o como lo dice él, con su graciosa grosería de científico: «Si nuestras sensaciones y representaciones referentes al mundo circundante forman para nos otros las primeras señales de la realidad, señales concretas, la palabra y ante todo las excitaciones cinestésicas que van del órgano de la palabra hacia la corteza constituyen las segundas señales, las seña les de señales. Representan una abstracción de la realidad y se pres tan a una generalización, lo que forma precisamente nuestro modo de pensamiento suplementario, específicamente humano, superior, que crea primeramente el empirismo, propio a todos los hombres, y al fin la ciencia, instrumento superior de los que permiten al hombre orientarse en el mundo circundante y en sí mismo. ... Es verosímil que sean los lóbulos frontales el órgano de ese pensa miento suplementario, puramente humano, para el cual, sin em bargo, hay que pensar que las leyes comunes de la actividad ner viosa superior siguen siendo las mismas» (‘Fisiología de la actividad nerviosa superior’, discurso en el X IV Congreso Internacional de Fisiología, Roma 1932; cito por la ed. francesa de Typologie et pathologie de Vactivité nerveuse supérieure por las P.U. de F., 1955, página 137; cfr. también el ensayo ‘Réponse d’un physiologiste á des psychologues’, hacia el final, y el ‘Essai dune interprétation physiologique de l’hystérie’, recogidos en francés en el mismo volu men). O — mejor dicho— , si más bien se declaran dispuestas a aceptar una manera como ésta de ver las cosas, hay que reconocer que por lo menos, cuando se trata de la manipulación comercial de los diversos sistemas de señales de sus almas, se muestran su mamente puntillosas en cuanto a distinguir si se trata, en un fair play, de manejarlas en las instancias superiores o conscientes o si
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de jugar, subrepticia- y tramposamente, a niveles tan bajos como el de los reflejos condicionados de los perros de Pavlov; y así, parece que los agentes de publicidad, sus clientes y los clientes de sus clientes, deberían prudentemente tratar de fijar en la escala el punto en que la operación es todavía moralmente aceptable y desde el que empieza a atentar a la libertad y la dignidad del hombre, determinación sin duda tan dificultosa, pero no menos exigible, que la de determinar en qué punto del flirting, el kissing, el light petting, el deep petting, el stripping, el sleeping together, el fucking o el climaxing ha de considerarse que una dama ha roto la línea del pudor o ha sido poseída. 4. En cuanto a la eficacia de los diversos tipos de manejo del alma por la publicidad, no dispongo de noticias precisas y fidedignas sobre el resultado de los procedimientos — digamos— más profun dos, como el de los anuncios subliminares; pero en cambio, mis sospechas de que el otro camino, el de la influencia por los niveles más nobles y conscientes, era de una gran eficacia para la venta se ven brillantemente confirmadas por las declaraciones de un ilustre agente de publicidad y — lo que aquí más importa— regente de una de las más poderosas agencias de Madison Avenue, David Ogilvy, el cual, habiendo reafirmado y subrayado que «advertising is a business of tvords», nos descubre que uno de los más eficientes y se guros trucos publicitarios es uno tan notoriamente operante con las instancias más altas o racionales de las almas como es el de decir la verdad; de sus Confessions of an Advertising Man, N.Y. 1963, extraigo los siguientes textos: «¿Puede la propaganda ‘meterle’ al consumidor un producto de baja calidad? Amarga experiencia me ha mostrado que no puede. En aquellas raras ocasiones en que he anunciado productos que los sondeos de consumidores demostraban ser inferiores a otros productos del mismo ramo, los resultados han sido desastrosos. Si pongo el bastante empeño, puedo redactar un anuncio que persuada a los consumidores a comprar un producto in ferior, pero sólo una vez — y para los más de mis clientes la ganancia depende de la repetición de adquisiciones» (p. 192); he aquí la regla núm. 9. del cap. ‘Cómo crear grandes campañas’: «N o escribas nunca un anuncio que no querrías que tu propia familia leyera.—No le dirías mentiras a tu propia esposa: no se las digas a la mía. Haz como quieras que hagan contigo.— Si dices mentiras acerca de un producto, te verás descubierto, ya sea por el Gobierno, que te pro
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cesará, ya por el consumidor, que te impondrá el castigo de no comprar tu producto por segunda vez.— Los buenos productos pue den ser vendidos por medio de una propaganda honrada. Si no crees que el producto sea bueno, no hay para ti ningún negocio en anun ciarlo. Si dices mentiras, o las sugieres (tveasel), perjudicas al que te contrata, aumentas tu carga de culpabilidad, y avientas las llamas del resentimiento público contra el negocio todo de la publicidad» (pp. 123-24); aquí define con precisión los límites de la verdad: «¿E s la publicidad un saco de mentiras? Ya ha dejado de serlo. El temor de verse envuelto en líos con la Federal Trade Commission, que ventila sus litigios en los periódicos, es hoy tan grande que re cientemente uno de nuestros clientes me advertía que si alguna vez la FTC citaba uno de nuestros anuncios por falta de veracidad, in mediatamente pasaría a contratar con otra agencia. De hecho, el asesor jurídico de la General Foods exigió que nuestros redactores probaran que la Open-Pit Barbecue Sauce tenía un «aroma de viejos tiempos» («oldfashioned flavor»), antes de permitirnos insertar esa inocente afirmación en los anuncios. El consumidor está mejor pro tegido de lo que cree. ... Dorothy Sayers, que redactó propaganda comercial antes de redactar cuentos de miedo y panfletos anglo-católicos, dice: ‘Las mentiras descaradas son peligrosas. Las únicas armas que quedan son la suggestio falsi y la suppressio veri’. Yo me confieso culpable de un acto de suggestio falsi, lo que en Madison Avenue llamamos un ‘weaseP. Sin embargo, dos años más tarde un químico redimió mi conciencia, al descubrir que lo que yo había sugerido falsamente era de hecho verdad.— Pero debo confesar que caigo con tinuamente en culpa de suppressio veri. Indudablemente, parece que es demasiado esperar que el anunciante describa los defectos de su producto» (pp. 194-95); consecuentemente el autor declara: «Y o siempre uso los productos de mis clientes. Esto no es pelotilleo, sino elemental cortesía», continúa con una enumeración de tales productos, y termina: «Y ¿por qué no?, díganme ustedes: ¿no son ésos los mejores objetos y servicios del mundo? Yo pienso que lo son, y es por eso por lo que los anuncio» (p. 78); insiste en otra parte en que lo esencial del anuncio está «in facts», en su parte informativa: «la consumidora no es una cretina: es tu es posa. Insultas su inteligencia si supones que un mero estribillo y unos cuantos adjetivos insípidos van a persuadirla de que compre nada. Ella desea toda la información que puedas proporcionarle» (p. 119); cita con aprobación la opinión de «Jim Young, uno de los
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mejores redactores hoy en vida: ‘Toda clase de anunciantes tienen el mismo problema: a saber, el de ser creídos’» ; y de él, en fin, recojo, como cualificación útil de la regla de decir la verdad, la segunda recomendación sobre cómo redactar el texto de un anuncio: «Evita superlativos, generalizaciones y trivialidades. Sé específico y factual. Sé entusiástico, amigable y digno de recordar. No seas un ‘rollo’. Di la verdad, pero haz a la verdad fascinante» (p. 134). 5. Se entiende que lo que aquí me importa de todo esto no es la cuestión de la verdad o falsedad de los anuncios: haría falta más fe de la que tengo en el ser-en-sí de los productos mismos y no haber experimentado cómo, por ejemplo, en cosa de pocos años las características predicadas del café soluble o de los colchones de resortes se hicieron sucesivamente verdaderas y dejaron de serlo en la realidad misma de nuestras vidas. No pués: doy por supuesto que el señor Ogilvy ha actuado en general de acuerdo con las nor mas que expone, o si prefieren, que estas normas son honrado fruto de su actuación, y constato que ese modo de comportamiento en un agente publicitario ha sido acompañado de excelentes resultados prácticos para sus clientes en el mercado y de una extraordinaria prosperidad de la propia agencia. Pero lo que me importa aquí es el hecho de que se trate de procedimientos que operan con las instancias lógicas, racionales, informativas o conscientes de las almas. Lejos nos encontramos de los siniestros manejos de los mecanismos irracionales del público por debajo de la vigilancia de la consciencia de sus individuos: aquí es uno de los nuestros el que explícitamente y por los procedimientos lingüísticos habituales nos explica las con diciones y cualidades de determinados objetos, sitios o servicios. Y tal vez justamente ganados por su explicitud y lealtad, por el res peto de nuestra libertad que de hecho nos demuestra, es por lo que un gran tanto por ciento de nosotros accedemos a dejarnos persuadir y contribuimos al aumento de las industrias que él nos presenta y de la industria que regenta él mismo, con éxito superior o en todo caso no inferior al de otros métodos publicitarios subrep ticios y poco escrupulosos. Unicamente hay que hacer notar sobria mente algo que en el asunto me parece bastante claro: a saber que, en efecto, uno de los modos de hacer a la verdad fascinante puede ser el solo hecho de decir la verdad cuando la tradición y el hábito en el género han venido siendo la mentira, el weasel y el superlati vo; o, sin aludir a la cuestión de la verdad, que efectivamente un
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procedimiento estilístico muy eficaz puede ser el empleo de la forma de lenguaje más desnuda, expositiva y factual cuando se cuenta con un trasfondo de lenguaje recargado de elementos estilísticos impresivos, sobre el que puede resaltar nuestra simplicidad, como la lla neza del orador Lisias resaltaba eficazmente sobre los discursos paralelísticos y homeoteléuticos de los discípulos de Gorgias. Que, así como una mujer nunca puede ser — ay— primariamente desnuda, sino siempre desnudada, así también la falta de retórica es una forma de retórica. 6. Pero a este propósito justamente, ¿cuál es la operación de los procedimientos estilísticos o retóricos? ¿Con qué medios se jue ga cuando, orador, poeta o agente de publicidad, hacen a la verdad fascinante? (o, para el caso, a la mentira: en una palabra, hacen fascinante la información o exposición factual). Y ¿es eso precisa mente lo que se llama persuadir? ¿Son los recursos estilísticos los procedimientos de manipulación de las almas, a niveles más o menos conscientes? ¿Nos será dado observar algo de las vías por las que se produce la maravilla de que la información se convierta en mo dificación de la conducta? Puede ser que, seguramente no los ora dores ni autores de panfletos políticos, pero sí tal vez los poetas, si alguno queda por el mundo cuando se lean estas líneas, o en todo caso las Musas mismas, se sientan inclinados a indignarse de que se traten como técnicas comunes ( ¡o ni siquiera como técnicas!) las de la poesía y las de las artes publicitarias; aunque acaso fuera más razonable, considerada la reyección y mísera supervivencia de la poesía en nuestro mundo, y en cambio la dignidad y esplendor de la publicidad, sentirse halagados por la equiparación. Pero, sea lo que sea, ni el poeta y el agente de propaganda se negarán a reco nocerse ambos como herederos del mago de la tribu ni, después de las tediosas discusiones sobre el arte comprometido o no comprome tido, habría apenas poeta alguno que no se aviniera a reconocer que una poesía que no tiene poder para modificar, en el sentido que sea, las conductas de los hombres ni siquiera es tampoco poesía. Por fortuna, resultará probablemente, a poco que se mire, que esa poesía que no modificara las conductas es una suposición vacía y que nunca podrá de hecho presentarse; no puede probablemente producirse formulación lingüística alguna que no sea al mismo tiempo un ele mento modificador de las conductas.
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7. En todo caso, vamos nosotros a intentar examinar los meca nismos y funciones de algunos procedimientos retóricos, tales como se nos presentan en unos ejemplos notables de arte publicitaria; ejemplos seguramente no del tipo más habitual de anuncios, sino más bien originales y sorprendentes en sus procedimientos; pero también cuando estudiamos las técnicas de la poesía lo hacemos de oidinario sobre ejemplares poco comunes, y aun singulares (con aquel carácter del que suele hablarse como ‘genial’), es decir, casos en que las técnicas recibidas de la tradición se extravasan en cierto modo y rompen los límites de uso a que en los productos poéticos ordinarios estaban atenidas; y acaso no es del todo desacertado que escojamos ejemplos extraordinarios o geniales para el estudio de las técnicas de persuasión o conmoción de almas: pues, así como en la enfermedad o anomalía se reconoce por negación la función normal de los órganos, o como los propios rasgos estilísticos, esas enferme dades de la lengua, fueron los primeros en despertar y promover el interés propiamente gramatical por la lengua normal misma, así tam bién las roturas y extravagancias de las normas de retórica corrientes puede esperarse que nos sirvan para descubrir y entender mejor el funcionamiento de los procedimientos retóricos normales. 8. Tomamos pués como ejemplo una doble serie de grandes carteles murales que en sucesivas campañas durante los años 1968 y 69 se dedicaron al lanzamiento y consolidación de una nueva marca de cerveza, de los cuales presentamos aquí tres reproducciones corres pondientes a los ocho que recogimos visualmente por las calles de Madrid; no sé si la campaña constaría de más ejemplares que éstos; y prescindo de la presentación de anuncios similares por televisión que, según se me dijo entonces, acompañó al lanzamiento de los murales. Como se ve, las características comunes son las siguientes: a) En el centro del cartel aparece un objeto directamente de con sumo (caviar, ostras) o que representa una posesión (gorra y llaves de chófer, cinta para bautizar un yate, corona) o una actividad festiva o deportiva (zapato de raso, maleta de avión, colmillo de elefante), pero en todo caso símbolo de lujo y alta posición social; b ) junto a ese objeto y estableciendo con él diversos modos de relación están una o varias botellas de cerveza de la marca anunciada; c) no aparece en cambio nunca, total ni parcialmente, la figura humana, y tampoco, para más confirmación de la técnica, la de seres vivos (las ostras y las huevas de esturión, así como el colmillo de elefante, no cuentan evi-
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dentemente como tales); d) el procedimiento gráfico es la fotografía de color, pero con una técnica de perfiles nítidos sobre fondo plano que le permite al mismo tiempo participar de las ventajas del dibujo; el efecto visual es más bien original con respecto a los carteles habi tuales, pero no demasiado llamativo; e) el texto acompañante oscila entre las once y las diecisiete sílabas y suele partirse rítmicamente en dos miembros de frase (en el de las ostras el paréntesis «con perla, claro», se añade como estrambote al segundo miembro), pero mante niéndose en la estructura llana de una frase conversacional; f) con tiene casi siempre el nombre del producto (las excepciones son el de la vuelta al mundo, en que se ha confiado en la parte pictórica, y el de las ostras, que se apoya en el precedente del caviar), pero nunca la palabra cerveza; g) está siempre íntimamente ligado con la ilus tración: la explica y es explicado por ella; b ) es casi siempre una frase de modalidad yusiva: las más de las veces aparece directamente el Imperativo (o una vez el Prohibitivo: «no olvide»), pero el «Hay que» en el de la corona es un simple sustituto, y aun el «E s una lástima» en el del yate es una clara sugerencia de un Prohibitivo im plícito. 9. Estos carteles se hicieron notar considerablemente en la época de su aparición (o, por emplear el término que la jerga publicitaria ha contaminado al resto del lenguaje, tuvieron un impacto conside rable), como comprobé preguntando por aquel entonces a diversas gentes, que habían retenido muchos de sus rasgos y aun de sus textos, y también a algunos otros, meses más tarde, que los recor daban bastante bien; algo me sorprendió que muchos de los consul tados no hubieran aparentemente percibido el carácter irónico, que era la primera explicación que yo me había dado para mi propia aten ción a los carteles, pero sin duda esa calidad sorprendente estaba de un modo u otro (subconscientemente, si se quiere) ligada con el poder de retentiva. En cuanto al resultado verdaderamente práctico, esto es, la influencia en las ventas, he pensado en solicitar de la propia firma los cálculos de la evaluación de esa influencia en términos absolutos y en tanto por ciento, tales como los industriales o más bien las agen cias de publicidad suelen hacerlos; pero de todos modos he de con fesar que, por los ejemplos de dichos cálculos que conozco, me siento poco inclinado a creer en su valor probativo, cuando las influencias que cada año y casi cada día se entrecruzan para determinar el éxito o fracaso de un producto son a todas luces tan complejas y descono
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cidas que a cada paso el mercado y las agencias siguen tropezándose con grandes sorpresas en los dos sentidos (véase, para Inglaterra, los ejemplos que ofrece Judith Todd, The Big Sell, Londres, 1961, pá ginas 96 ss., como testimonio de que «no one can explain why certain campaigns appear to be successful while others fail»), pero, aunque no desconozco que lo llamativo de un anuncio puede atraer la atención hacia él mismo y desviarla inoportunamente del producto (contra lo que D. Ogilvy en su citado libro, pág. 112, previene de bidamente, añadiendo: «E s deber del agente de publicidad ocultar su artificio. Cuando Esquines hablaba, decía la gente: ‘ ¡Qué bien habla! ’ ; pero cuando hablaba Demóstenes, decían: ‘Marchemos con tra Filipo'. Yo estoy por Demóstenes»), no me parece, sin embargo, que los carteles que estudiamos puedan criticarse por tal desviación: con la botella y su marca visible ocupando siempre un puesto de pro tagonista en la escena central, con el nombre de la cerveza casi siem pre jugando una función esencial en las frases del texto, ajustados a la mayor parte de las recomendaciones pertinentes al caso que el propio señor Ogilvy ofrece (págs. 167 ss.), habrían sin duda de me recer la aprobación de éste a tal respecto, y debo considerarlos en principio eficaces, confundiendo en esta eficacia el poder impresivo de los anuncios en sí mismos y el efecto en la alteración de la con ducta de los consumidores. De hecho, las personas a las que consulté en aquella ocasión habían en general retenido el nombre de la cerveza. 10. Pues bien, fijándonos ahora en el punto h de los señalados (§ 8), notamos ya como poco habitual el hecho de que los textos consten exclusivamente de frases yusivas, con ausencia de noticias, descripciones y alabanzas a propósito del producto anunciado expre sadas en modalidad predicativa. Pues, dada la indubitable racionali dad del ser humano, lo normal para cualquier anuncio o aviso des tinado a modificar su actividad en algún sentido es que conste de una parte directamente yusiva, pero precedida o seguida de una in formación que justifique y razone la orden o incitación correspon diente; así suelen tener las leyes su exordio y su parte dispositiva, así podemos ver el procedimiento reducido a su fórmula mínima en un aviso como el siguiente, saliente de la esquina de una bocacalle, H OSPITAL - SILEN CIO , y así suelen estar construidos los anun cios en general. La supresión aquí de la parte informativa parece re presentar la técnica contraria a la preconizada por D. Ogilvy, que en
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la mayoría de sus anuncios, rehuyendo la inelegancia y falta de res peto de la libertad individual que un Imperativo contiene siempre, se limita a dar a sus lectores en frases predicativas hechos y datos acerca de los productos que anuncia; aquí de la cerveza anunciada no se nos da en realidad información ninguna y en cambio se nos in timan algunas órdenes sobre su uso, casi siempre de la manera más directa. Sólo que no tardamos en darnos cuenta de que todas esas órdenes son prácticamente imposibles de obedecer para todos o casi todos los consumidores a los que deben suponerse dirigidos los anun cios: clientes que posean yate, que mantengan chófer, que hagan excursiones alrededor del mundo o cacerías de elefantes son realmente demasiado escasos; todavía más desusado sería un cliente que prac ticara la elegancia de escanciar bebidas en el zapato de raso de una dama, y destocarse de una corona, evidentemente real, aun dado que las cosas les fueran bien a los restitutores de la monarquía, no podría corresponderle más que a uno solo; más asequibles parecen las inti maciones referentes al caviar y a las ostras (la desproporción estaría aquí más bien en la idea de emplear como tapas para cerveza bo cados de tan tradicional alcurnia), pero justamente en el segundo de ellos, el de las ostras, como si el autor hubiera sospechado que aquí no estaba lo bastante clara la imposibilidad de la orden, se ha sentido obligado a añadir, desfigurando un tanto la estructura general de sus frases, el paréntesis «con perla, claro», que restituye debidamente la irrealidad y que precisamente, en cuanto añadido y exageración, nos aclara respecto a la intención, más o menos consciente para el autor (pues no son los mecanismos del autor lo que nos interesa en este sentido, sino los de los anuncios mismos), de este tipo de órdenes que se imparten en todos los carteles. La formulación de imperativos irrea lizables es una de las formas de ironía más habituales, no sólo en los recursos poéticos, sino en los rasgos estilísticos del lenguaje conversa cional, como cuando se dive «Averigua tú dónde se ha metido», «Vaya usté a saber» o «Atame esa mosca por el rabo.» 11. Pero veamos cómo en este caso está conseguida la irrealizabilidad de las órdenes, que nos precisará el carácter de su ironía. Recordamos, en efecto, que un tipo de propaganda muy frecuente y divulgado, en especial para productos de consumo, como cigarrillos, licores y similares, consiste en la presentación gráfica de un ambiente lujoso y de buen tono, lleno de aisance y de commodities (coches res plandecientes, salones de fiesta, mobiliario de época, piscinas azules,
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trajes y vestidos impecables), dentro del cual el producto anunciado se desenvuelve a sus anchas, técnica bastante elemental, en cuyos tri viales mecanismos de asociación (se utiliza el ansia de promoción social de modo que, por un lado, ambientes relativamente semejantes a los presentados en el anuncio — bastante asequibles al fin y al cabo para una gran parte de las clases medias— evoquen el producto anun ciado, y, por otro lado, el producto mismo quede contaminado de la carga promocional del ambiente) no hace falta detenernos mucho; pues bien, los carteles que estudiamos parecen haber saltado delibe radamente los límites normales de ese tipo de propaganda, haber practicado la exageración o más bien, como se decía en la retórica tradicional, la hipérbole, de tal manera que la ironía resultante recae doblemente sobre la aspiración a un tipo de lujo inasequible y tam bién sobre el tipo de propaganda del que los anuncios aparecen como extrapolación. A este respecto pués se colocarían nuestros carteles en una situación análoga a la de otras creaciones artísticas, con fre cuencia de las clasificadas como geniales, que se incluyen en un gé nero tradicional para, dentro de él, por alguna especie de hipérbole, que es al mismo tiempo una exageración de los procedimientos del género, hacer saltar sus límites y convenciones: el ejemplo por exce lencia es en literatura el de Don Quijote, que, al hacer estallar la evi dencia de irrealizabilidad de los ideales de justicia por el medio de mostrarlos aplicándose a un mundo inmediato y cotidiano, denuncia el mito del campeón justiciero al mismo tiempo que se aprovecha de su fuerza para convertirla en vida de su crítica y su personaje, y del mismo modo frente al género, novela de caballería, en que Don Qui jote se inserta para rebasarlo por hipérbole de sus convenciones, man tiene la misma ambigüedad de relaciones, por un lado, condenándolo a muerte, por otro, llevándolo a su cumplimiento, en el sentido que Jesucristo decía que su doctrina era el cumplimiento de la Ley mo saica. Y entre otros mil ejemplos (a veces siente uno la tentación de pensar que todas las obras generalmente consideradas como grandes son la hipérbole, caricatura, muerte y cumplimiento de un género tradicional), citaré para el cinematógrafo el de las películas del direc tor Sergio Leone, en especial la primera en que el método halló, a mi conocimiento, un logro definitivo, la llamada ineptamente en es pañol La muerte tenía un precio, en donde igualmente vemos cómo la obra se inserta en un género tradicional de convenciones bien defini das, la película del Oeste (en la siguiente a la citada, El bueno, el feo y el malo, se intentó con un efecto muy chocante mezclar dos 22
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géneros, el western y la película de Guerra de Secesión), de manera que hace estallar por hipérbole las convenciones del género, con el resultado de que lo condena al ridículo, pero al mismo tiempo vive de su vida y lleva las tendencias del género a su cumplimiento. Pues así también nuestros carteles, al exagerar hasta el extremo (hasta un cierto extremo) las técnicas del género publicitario que arriba descri bíamos, son caricatura del género en que se inscriben, sin que por ello dejen de usar indirectamente para la eficacia de la propaganda de su artículo el poder impresivo que las técnicas del género tenían. 12. Pero en efecto, la exageración no se ha practicado hacia un polo cualquiera, sino en un sentido bien determinado, que se nos aparecerá observando detenidamente la serie de temas y figuras ele gidos (punto a del § 8). Pues vemos que la inasequibilidad de los ob jetos de lujo no estriba precisamente en que sean extremadamente caros, sino en que representan un tipo de lujo extraño a los incentivos normalmente presentados para la promoción social de casi todos los probables consumidores de nuestra cerveza: un tipo de lujo en algún modo arcaico y fuera de lugar: por decirlo de una vez, aristocrático. No son ya el gran descapotable, el piso con aire acondicionado, el chalecito en la Sierra, el veraneo en Cadaqués ni demás cielos de promoción a que, según los modelos de los cines y revistas, pueden honestamente aspirar los oficinistas y obreros especializados, a quienes la propaganda de la cerveza mayormente se dirige: se trata más bien de lujos de los que mi abuela la montaraza podía comentar con sus visitas admirativamente como poseídos o practicados por el señor conde y el hijo del señor conde: un yate todavía puede ser objeto de aspiración realista por parte de algunos de los destinatarios de nuestros anuncios (aunque un gran yate, que se bautiza con botella y cinta de colores nacionales, parece cosa reservada a unos pocos pro hombres y armadores griegos), y más o menos lo mismo puede decirse de la posesión (al menos privada, y no por razón de cargo) de un chófer particular; emprender de vez en cuando cruceros alrededor del mundo o dedicarse a la cacería de elefantes son cosas que sólo algunas cabezas visibles de la tecnocracia, y probablemente ministrables, se permiten en nuestras naciones, no sin rememoración y fo tografías en las revistas ilustradas; del empleo, más asequible, del caviar y de las ostras y de cómo por ello el autor se ha creído obli gado al añadido de la perla ya hemos comentado en el § 10, pero vemos aquí que lo importante para la elección de esos productos no
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está evidentemente en su coste elevado, sino en que a pesar de todo conservan tanto las ostras como el caviar un definido prestigio de manjar aristocrático; pero la pretensión de aristocracia y el arcaísmo correspondiente se manifiesta aún más claro en el uso del zapato de satín o raso para escanciar cerveza (sustituta del champán en este caso), con evocación de las fiestas decimonónicas en que los petime tres, flor de la dorada burguesía, trataban de establecer los rasgos y colores de una nueva aristocracia; finalmente, el anuncio en que la monarquía se descubre ante la cerveza nos ofrece otro caso en que el autor se ha pasado de la raya, pero con ello mismo nos confirma las intenciones más profundas de su técnica: el rey, en efecto, no es sino el ejemplo supremo de la felicidad social (en rigor de los rigores, para muestra basta un botón), que no sólo la nobleza añeja sino también la burguesía dorada conservaban como coronación de sus vidas y as piraciones. 13. Ahora bien, para que estas imágenes de elegancia y de dis frute aristocrático (o si se quiere, de la reconstrucción decimonónica de una aristocracia burguesa) resulten verdaderamente desproporcio nadas y neta la ironía de los anuncios, no basta con el halo discreta mente anacrónico que de ellos se desprende: el contraste se hace cho cante y vivo cuando en esas imágenes irrumpe, con su talle plebeyo y sus etiquetas descaradas, la botella de cerveza (punto b del § 8). Que la cerveza es una bebida de carácter marcadamente plebeyo (y téngase en cuenta que la cerveza anunciada en estos carteles no es ninguna cerveza especial ni siquiera más cara que las de las otras mar cas habituales) y aun acaso la bebida plebeya por excelencia de nues tro mundo no creo que haga falta argumentar mucho para convencer de ello a los que lean: una de las aportaciones notables de los bár baros del Norte a la construcción de la civilización occidental, entró la cerveza en este mundo cargada con la lenta espuma de la concien cia de barbarie con que los pueblos rubios se integraban a la vieja so ciedad de los señores del Mediterráneo, ese complejo de pastor de gansos, por así decir, que tan poderosamente ha debido de contribuir a la promoción del nivel de vida y al Progreso del mundo occidental; y si bien en otros dos lugares, en que nada había claramente que con traponer por parte de los viejos moradores de la civilización, el prestigio de lo rubio parece haberse impuesto relativamente bien, a saber, en los cigarrillos (aunque siempre respetando, como de otra categoría, los habanos de premieres y cancilleres) y en las cabelleras
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femeninas (que ya las matronas romanas rapaban de las cabezas de las cautivas germanas para hacerse peluca de ellas), no ha podido en cambio la cerveza competir en dignidad y alcurnia con el vino, única encarnación legítima y antigua del dios Dioniso, y a pesar de que algunas propagandas más triviales han querido presentar la botella de cerveza pareada con una esplendorosa rubia para hacer pasar por metonimia el prestigio de la señora a la bebida, difícilmente se ha llará quien niegue, ni en los países de la cerveza ni en los del vino, que sigue rigiendo una relación de noble a plebeyo entre el vino (no necesariamente moreno, por otra parte, sino con aquel desplie gue homérico de tintes, de los pálidos ámbares al negro de la pez, pasando por las claras sangres y las púrpuras y los relumbres de cobre antiguo) y la rubia cerveza (que a veces en algunas de sus calidades distinguidas se disfraza de vino y de morena, para más reconocida rendición de pleitesía). ¿Qué siglos tendrían que pasar para que la poesía pudiera utilizar los nombres de la cerveza como emplea desde siempre los del vino? Y es así que en nuestros anuncios las pequeñas y chatas botellas con sus etiquetas industriales, y pese a la ficción de nobleza visigótica que en el nombre ‘Gulder’ se procura, aparecen evidentemente como intrusas y advenedizas, condición que en dos de ellos al menos, el del yate y el del zapato, se declara paladinamente como Ersaíz (también bastante a las claras con el caviar y con las ostras) y que en todos ellos es elemento esencial del carácter irónico que analizamos. 14. Pero sobre esto todavía tenemos que atender al efecto que se pretende (o en todo caso, se produce) por medio de la supresión de la figura humana y aun de seres vivos, que hemos anotado como punto c del § 8. Y es que esa ausencia no puede por menos de dejar a las botellas de cerveza mismas como protagonistas de la escena; esto es, que, dado que los hombres no pueden ver nada que actúe sin verlo como hombre (a tal punto la prerrogativa de considerarse su jeto activo del mundo debe pagarse con la subjetivación o humaniza ción del mundo entero), resulta que en cuanto aparece una escena en que haya sucesos que deban entenderse como acciones, pero en la que falte el Hombre, alguno de los elementos de la escena toma auto máticamente el papel del hombre. Y así en nuestros anuncios las bo tellas de cerveza, como centro activo de las escenas, ocupan subrepti ciamente los papeles del dueño del chófer, la madrina del yate, los degustadores de otras o caviar, el cazador de elefantes, el disipado
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que encancia en zapatos, el viajero que circula alrededor del mundo y hasta la dama ante quien el rey mismo se descubre. Ahora bien, como las intimaciones que en los textos acompañantes se formulan están di rigidas (las más de las veces explícitamente en Segunda Persona, es decir, en Usted, que es la única forma admitida en el lenguaje publi citario español cuando el anunciante habla directamente con su pú blico) a los lectores y presuntos consumidores de la cerveza, resulta que el sujeto de las escenas es, por un lado, la botella y, por otro, el destinatario del anuncio; lo cual quiere decir que dicha botella no está allí representando en general al Hombre, sino precisamente al tipo de hombre que debe leer provechosamente los carteles. 15. Cuál sea ese tipo de hombre, no es difícil deducirlo de las consideraciones hechas más arriba y de las condiciones mismas del Mercado: será el representante más típico de los consumidores de cerveza y por ende perteneciente a la clase social que ocupa en la Sociedad lugar y función similar a las que hemos atribuido a la cer veza misma: será, en una palabra, el Hombre Medio de nuestro mundo. Y como es característico de este mundo nuestro que la clase media haya pasado de ser el mero estado intermedio entre las dos cla ses propiamente dichas y bien diferenciadas a ser más bien algo como el resultado medio del producto de esos factores extremos, que pue den remplazar y resumir en sí a las otras clases, un poco a la manera que 6 es la media geométrica de 4 y 9, es decir, una clase que, al asu mir y confundir en sí a las verdaderas clases, por operación del úl timo ardid del Capital, trata de anular el concepto o conciencia de clase social mismo (pues, en verdad, si no hay dos, no hay ninguna), resulta entonces que ese tipo de hombre a que nos referimos será el representante de todo el conjunto de las gentes normales, esto es, que están empleadas y tienen su función y puesto en el sistema de pro ducción y de consumo, o sea, lo que en este mundo nuestro puede llamarse prácticamente ‘todo el mundo’ : pues no sólo los obreros decentemente asalariados y los funcionarios de las empresas o el Estado constituyen el núcleo de esa normalidad, sino que también los mercaderes, los labradores, los miembros de profesiones liberales, hasta los practicantes de tráfagos marginales, como limpiabotas, bus cadores de taxis, titiriteros, actores, copleros, poetas, busconas, ban doleros o contrabandistas se ven forzados de un modo u otro a esta blecerse en la organización en imitación cada vez más neta de los obreros y funcionarios, y ni aun los hijos de los grandes capitalistas
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pueden ya apenas subsistir como calaveras o disfrutadores ociosos, sino que una ley tiránica les obliga a asumir, con más o menos verdad (pero sin duda, cada vez con más verdad), una condición de trabaja dores o de funcionarios gerentes de la riqueza. De manera que es ese Hombre Medio o representante de ‘todo el mundo’, todo él consu midor presunto de cerveza, el que en los anuncios aparece introdu cido, bajo forma de botella etiquetada, en medio de los lujos de otro mundo. 16. Pues bien, es ello que si alguien tratara de hacer una des cripción de ese Hombre Medio, de esa Masa a la que los medios de información o propaganda, mass-media, se dirigen, a buen seguro que no podría menos de incluir, entre sus caracteres positivos, un rasgo negativo esencial, a saber: la añoranza del status de la clase media del mundo en que la clase media aún era una clase próspera y pujante entre las clases. La continua resurrección en nuestros años de modas, gustos y figuras correspondientes a la época de setenta a cincuenta años atrás (carreras de automóviles ‘primitivos’, rasgos de indumentaria masculina y femenina, decoración con formas y colores de Vart nouveau, popularidad del ‘celuloide rancio’, retorno a las formas viejas de los movimientos revolucionarios, entre otros muchos datos) nos ofrece una manifestación pintoresca de esa añoranza esen cial al Hombre Medio de nuestro mundo. Es a saber que esta año ranza no es más que una aparición particular del fenómeno general de la añoranza que atraviesa la Historia entera: que aquella clase media floreciente o burguesía dorada, a la que se refiere la nostalgia del hombre standard actual (que justamente la echa de menos ante todo en los esplendores moribundos de su ocaso), a su vez vivía y florecía en la añoranza de la verdadera aristocracia, de la que aquella burguesía se sentía sustituía, intrusa en su puesto y usurpadora de sus funciones; y asimismo las gentes todas de la Europa moderna en formación, desde los sucesivos renacimientos medievales hasta el ita liano y su extensión a los demás países, vivían en la añoranza de la antigüedad, que de mil modos trataban de reproducir; y todo nuestro mundo, lo que llamamos Occidente, ha estado siempre envenenado y alimentado por la añoranza de la finura y delicada barbarie del Oriente, de quien siempre, como fruto matricida de sus entrañas, nos hemos visto toscos y desmañados herederos; y en fin, la historia de los hombres en general está imbuida y aguijada por la añoranza del paraíso.
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17. Así parece la ley, que lo negativo sea el elemento dinámico de la construcción; y la negación en la historia apenas puede conce birse sino como mirada hacia lo perdido. Es cierto que justamente en este mundo nuestro se produjo, con la invención del Progreso, un intento de sustituir ese elemento negativo de la añoranza, en el momento que una conciencia racional de la Historia se establecía, por un motor positivo de proyecto y esperanza (sustitución que se diría del pasado por el futuro, pero con grave inexactitud y por sumisión precisamente a la ideología progresista a que aludimos), aunque bien es cierto que el germen de esa sustitución estaba en la visión cris tiana misma, que había convertido el Paraíso y el cumplimiento de la Historia en objeto de aspiración en pretendida sustitución de la saudade de paraíso y el regret por el comienzo de la Historia. Pero sin embargo, por debajo de las superficiales instancias racionales en que las tristes ideologías optimistas se han impuesto, sigue siempre viva en entrañas más verídicas de la conciencia de los hombres la añoranza consustancial a la historia humana; y así, de camino ya hacia el Segundo Milenario, con tan trágica infantilidad cantado por la propaganda del Progreso, parecen querer volver a florecer en el des amparado desengaño de estos hombres medios de nuestro mundo las gayas yerbas malas de la añoranza, aunque sea bajo formas tan hu mildes y limitadas como esos vagos deseos de reproducción de una edad de oro tan inmediata como es aquélla de la dorada burguesía. 18. Pues ciertamente, ¿cómo sabrán jamás los pobres lo que los ricos, por dentro, viven de sus riquezas? ¿Y qué podremos saber nosotros de lo que era el disfrute de la vida para las damas y caba lleros de antaño ni aun para los acomodados mercaderes de antesdeayer? Pero en cambio es bien cierto que a lo largo de toda la injus ticia de la historia ha habido siempre algunos, unos pocos predilectos de Fortuna, de los que se daba por supuesto que ellos sí, que por lo menos ellos sí vivían: cuando había dioses, para eso estaban los dioses, para beber de la ambrosía negada a los hijos de la muerte; cuando vivían los señores de la sangre, ellos eran los encargados de vivir y de cumplir en sus fiestas los deseos inextinguibles de todos, en tanto que «los otros, camareros de su privilegio» (Soneto XCIV), alimentaban la vida de ellos con su sangre y vivían su vida por espejo y mediación de ellos; y todavía, cuando los hijos de mercaderes y publícanos hubieron comprado las fincas y las joyas de los señores, la misma división del trabajo de vivir se mantenía, sirviendo los unos
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a la producción de los materiales de construcción de la vida humana, y los otros, los menos, encargados de la puesta en uso y el disfrute de los medios, obligándose a mantener en vivo para todos el ejemplo y el recuerdo de lo que una vida digna y rica podía ser. Pero ahora, en este mundo, en que parece que la mayoría y normalidad es esta clase asumidora de las clases, de explotadores al mismo tiempo que explotados, y explotados al mismo tiempo por el lado de la produc ción y por el del consumo, sólo a la fuerza y con desgana pueden los ojos de los contribuyentes volverse hacia modelos de vida contem poráneos; y así, mientras aún las revistas para señoras se afanan en fabricar con retales de mercería reinas de hadas y peinarles el pelo de la dehesa a algunos tristes magnates y vampiresas interinas, o bien la propaganda más vulgar intenta hacer colar la posesión y ma nipulación de los adelantos de la industria como Ersatz del savoir vivre de los antiguos propietarios de la vida, otra conciencia más profunda nos revela tristemente la bastedad y la vileza también de los más conspicuos machacadores de dinero; y en consecuencia otro tipo de propaganda más verídica y astuta se dirige, como en nues tros carteles, a esas instancias más profundas y desengañadas de los hombres medios, y maneja como señuelo de su seducción, en vez del pobre lujo contemporáneo y asequible por promoción social, los modelos imposibles del último vislumbre de la edad de oro; y cuando en el cartel de la corona se hace intervenir al rey en persona, ese error por exceso en la exageración y el arcaísmo viene a revelar el sen tido de la técnica en general. 19. E s así que las pequeñas botellas de cerveza, que, en calidad de posopopeyas de estos hombres medios y llenas del fermento de una mala conciencia sustituta de la mala conciencia de la clase ver daderamente explotadora, aparecían en cada cartel como intrusas y zafias advenedizas a escenas de refinamiento y pródiga riqueza que no les correspondían, representan aptamente con el acto mismo de la intrusión la intrusión de sus consumidores (y consumidores tam bién de los anuncios), de los hombres medios o sin clase, en la esfera de la explotación o del disfrute de la vida, que no puede ya ser para ellos (y ellos en ese nivel más hondo de sus almas bien lo saben) nada más que una imitación barata, que les permita, me diante el hecho de su propia explotación como consumidores, la ilusión de participar activamente en la explotación. Pues todo es un Ersatz: no sólo los productos, sino que la explotación al alcance
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de todos es un sustituto de la verdadera explotación por parte de ios burgueses de la sangre de los otros para el disfrute de su propia vida, y las necesidades progresivamente creadas para estímulo de la producción por el consumo son asimismo sustituto... no voy a decir, naturalmente, de las verdaderas necesidades (quién dirá lo que son las necesidades naturales de los hombres), pero sí de los deseos viciosos y apasionados y de los caprichos de las difuntas clases altas, la exigencia de leche de burras por parte de Cleopatra, el antojo de la imperial concubina Yang por los lichíes, las rosadas frutillas que caballos de postas trajeran de las provincias del medio día; así las esposas, más o menos legítimas (siempre legítimas, al fin y al cabo) de los consumidores de cervezas pedirán pacatamente la última crema abre-poros que las pantallas recomienden o recibirán la extraordinaria galantería de unas orquídeas de invernadero encar gadas por telégrafo desde la ciudad del otro hemisferio adonde el marido ha ido en viaje de negocios. Mas lo que aquí me importa sobre todo es que, por debajo de esta estupidez racional generalizada o relativamente superficial, hay en los hombres medios regiones de sus almas más oscuras en donde la falsedad de todo ello es bien conocida, y en el juego de ambos niveles de las almas, una especie de resignación ligeramente burlona es la actitud media de los honra dos consumidores de cerveza. 20. Pues bien, si con lo expuesto vamos consiguiendo alguna precisión sobre las maneras en que actúan los mecanismos retóricos que en nuestros anuncios descubríamos, a saber, la hipérbole como medio de la ironía, la personificación del producto como medio de intimación de la ironía en los lectores, ahora con las consideraciones precedentes vamos percibiendo que a su vez todo ese complejo de maquinaciones está sirviendo a la consecución de otro efecto estilís tico bien usual desde el comienzo de los tiempos, practicado en la lírica, épica y oratoria, pero notorio en la poesía dramática sobre todo: me refiero a lo que creo que podemos llamar muy adecuada mente confabulación (se sabe que fabula es el nombre latino para la intriga dramática y para la pieza de teatro misma), esto es, intro ducción del espectador a la participación en el juego de la escena, pero no en el sentido de la identificación del espectador con los intereses de los personajes en cuanto personajes, sino de la conspi ración de los espectadores con el juego de los personajes en cuanto actores y también autor; esta confabulación no puede menos de venir
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acompañada de una rotura de la convención teatral misma, una burlona denuncia de la falsedad del espectáculo. Se da la confabu lación, por ejemplo, cuando un personaje se adelanta al proscenio, hace un guiño a la sala y dice: «Ahí veis a esos dos, que se marchan tan contentos de haberme dejado muerto; pero no os acongojéis, que, siendo yo el héroe de esta tragicomedia, no podía yo acabar tan pronto, sin que conmigo terminara ella y tuvierais que iros para casa con menos de una hora de función; por eso, habéis de ver cómo el dramaturgo manda en seguida a algún pastor o cazador que me encuentre a tiempo y cure mis heridas»; o bien cuando Euclión se lanza enloquecido sobre la escena y grita a los espectadores: «Vosotros lo habéis visto al ladrón: por aquí ha tenido que pasar; decidme dónde ha escondido mi olla, por dónde ha huido; vamos, hablad pronto, si no queréis que os denuncie por encubridores a la policía»; o simplemente, muchos de los apartes de tipo tradicional (no los de drama psicológico o contaminado de novela) constituían confabulaciones del personaje con el público, que, aunque sólo fuera por el hecho de contar al público como interlocutor de un perso naje, suponían ya la rotura de la convención; y en la comedia ática vieja había una parte entera, la parábasis, en que los miembros del coro, retirando la careta, pero sin abandonar del todo el carácter correspondiente a la fábula, viejos heliastas, pájaros de Nefelococigia o nubes, conversan con los espectadores acerca de las cues tiones de actualidad. 21. Examinemos pués la ambigüedad esencial de este mecanis mo de la confabulación: pues en primera instancia parece el proce dimiento destruir en efecto la trama misma del drama, en cuanto nos parece que la ilusión, la creencia en la realidad de lo represen tado, era una condición indispensable en la función dramática; pero de hecho, en segunda instancia, no resulta el drama destruido por la confabulación, sino que esa rotura o autocrítica de la convención dramática resulta que viene a reforzar, como una pieza más de la artillería dramática, el efecto cómico y aun el trágico, y aquello que estorba la identificación del espectador con el actor en cuanto per sonaje favorece en cambio la simpatía del espectador con el perso naje en cuanto actor. Es nuestro parecer a tal propósito que esa ambigüedad del mecanismo de confabulación no hace sino a su vez revelar la ambigüedad esencial de los mecanismos poéticos (retó ricos, oratorios) mismos: decimos que la poesía, con lo que hace,
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invita a la resignación y contento con la situación impuesta al mismo tiempo que, con lo que dice, denuncia la mentira y miseria de la situación: esto es — dicho al revés— , que cantando el paraíso per dido, revela la tristeza del mundo histórico, al tiempo que, con el hecho de cantarlo, contribuye a la resignación con el mundo dado, en el que también cabe un cierto disfrute del paraíso por medio de su añoranza. Hay ciertamente una clase de poesía, así como de ora toria y de panfleto doctrinario, que se dedica enteramente a la emo ción o persuasión por medio del engaño: íntegramente identificada ella con los mecanismos de la mentira que a la sociedad general son esenciales, colabora, por la identificación de los receptores con las propias emociones y convicciones de sus productos, en el proceso de integración en la sociedad general de los receptores; hay también una oratoria de profeta, la denuncia radical, directa y furibunda de la falsedad del mundo: boca y mano mortal han de ser, sin embargo, las que pronuncien la denuncia, implicadas — quiero decir— en el mismo universo económico que tiene a todos implicados, y así la verdad más directa- y claramente proclamada, imposible de aceptar por los oyentes en instancias relativamente profundas de sus almas, será objeto tan sólo de una aceptación teórica o puramente racional, y al reincidir de este modo en la escisión entre acción y teoría cons titutiva del Estado, estará colaborando a la perpetua construcción de la mentira; pero está además la más honesta y dulce poesía, la cual es — ay— la ambigua, en el sentido que arriba la describía mos, la que invitando a la conformidad descubre la miseria y con suela del falso mundo cantando su falsedad. Y en los mecanismos de esa poesía el movimiento de persuasión se produce como una especie de simpatía de igual a igual entre el cantor y los oyentes, como condenados uno y otros a igual condena y suspirando por aquello que les es en común negado. 22. Pues así también con este tipo de publicidad que hemos tomado para ejemplo: la imposibilidad de las exhortaciones de sus textos y la exageración de los modelos de vida presentados las per cibe también el público de los carteles como tal imposibilidad y exageración; en la sonrisa désabusée de la ironía resultante parti cipan en común el autor y los lectores; el sarcasmo con que la cerveza anunciada y por medio de ella sus consumidores se presen tan como intrusos en un mundo de lujo ajeno hace comulgar a una y otros en una misma conciencia de clase desclasada; el anuncio
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confabula al público en los trucos de su técnica, confiando sin duda en que el público se sienta en pago más inclinado a colaborar con los anunciantes en la dura empresa de colocar en este mundo su producto. Si el resultado de ello va a ser que los consumidores beban su cerveza con más resignación o con más amargura y si por tanto estas manipulaciones van a mover o no en definitiva las almas hacia la compra, es cosa que no puede tan simplemente calcularse; pero lo cierto es que con ello se ha establecido un lazo de simpatía, que en principio parece favorable para la buena marcha de cuales quiera tratos; y no es ésta condición poco apetecible para la pro paganda: como lo dice Judith Todd (The hig Sell, p. 99), «la pu blicidad se siente falta de amor, y ella está, como sus producciones le demuestran, muy ansiosa de amor. ‘¿A qué se debe que haya tanta gente a la que no le gustamos ni le gusta lo que hacemos?’, se pregunta un ejecutivo de Colman, Prentice and Varley, y procede a dar la respuesta: ‘No tratamos al -hombre ordinario como a un igual. Día tras día en la prensa, noche tras noche en la pantalla de las indiscreciones, demostramos nuestro fatal olvido de él como ser humano. Ofendemos su sentido común, ignoramos sus instintos’». No nos atañe aquí la consideración de la turbia cosa a la que el agente citado pueda llamar instincts ni de qué materiales de publi cidad más o menos viejos esté construido lo que él llama common sense; pero es bien evidente el interés comercial que él ve en tratar «al hombre ordinario como a un igual», y parece que a este fin ningún ardid retórico debería ser más eficaz que el de invitar al hombre ordinario o sonreírse en común con el anunciante a costa de la propia publicidad. 23. Dado pués que de lo que se trata es de «ser creído» (v. la cita de J . Young al final del § 4), esto es, de establecer un cierto calor y clima de confianza mutua, donde vencer las resistencias del público a la compra (pues «la publicidad — como lo expresaba el orador en el congreso de la Market Research Society que Judith Todd recoge en la p. 80 de su libro— tiene que mover una perpetua guerra contra la indiferencia básica del público ante los productos que ponemos en el mercado»), dado que lo que importa en defini tiva es mover hacia una venta y que todo movimiento de venta ha de estar precedido por el momento de la persuasión, esto es, de la venta de ideas (incluidas entre las ideas las imágenes), ya que el acto de compraventa es por su propia definición ajeno a la violencia
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y tan sólo por la persuasión, que es la violencia ejercida sobre los mecanismos más profundos de las almas, los de la voluntad y el libre albedrío, puede ese acto promoverse, parece que cualquier re curso retórico, cuanto más haga las ideas asimilables para el público y por ende menos sensibles como violencia las manipulaciones que se ejerzan en su voluntad, con tantas más probabilidades estará con denado al éxito; pero si el recurso ejemplificado por la táctica de la honesta información de D. Ogilvy (cfr. §§ 4-5) es en ese sentido relativamente hábil, en cuanto que, con la apariencia de la falta de retórica, resuelve las resistencias que la práctica misma de la retó rica puede haber formado en las almas de su público y, al limitarse escrupulosamente a la información (dejando de lado la cuestión de quién demonios le había pedido al anunciante que proporcionara al público información acerca de tales temas), disimula eficazmente la operación sobre los mecanismos de la voluntad y la decisión, que el anuncio no toca y que sólo el propio convencimiento racional podría a su vez poner en movimiento, vemos también que una táctica más hábil todavía puede ser la de establecer el terreno de mutua confianza y comunicaión de ideas en un nivel subradonal y aparen temente oculto, en que público y anunciante comulgan casi espon táneamente en un campo de ideas que todo el mundo sabe y nadie suele formular, el campo de lo implícito, al que justamente abre la entrada la ironía y el reconocimiento de la vanidad de lo explíci tamente propagado; y si las frases puramente informativas de Ogilvy, al dejar ocultos sus imperativos, fingían el respeto de las voluntades, aquí los imperativos imposibles y descaradamente formulados, al co locar las almas en una situación de camaradería, hacen relajarse las desconfianzas y resistencias de las voluntades. Así en las tácticas eróticas, aparte de las formas habituales de la violencia y el engaño, hay una que consiste en exponer los hechos francamente y desarmar a fuerza de sinceridad, y hay otra también a veces que intenta esta blecer una comunicación por debajo de las convenciones amorosas admitidas y, proponiendo al otro un común escepticismo respecto a esas convenciones, comunicar con él, mediante esa burla de los medios, en un juego desengañado y dulce. Tal vez no sea muy pro bable el éxito de esta táctica; y sin embargo, no puede uno menos de considerar que, si se diera... 24. Pero una vez más insisto en que no es la cuestión del éxito o fracaso de los procedimientos lo que aquí debe interesarnos, sino
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más bien la de averiguar cuál es esa región o instancia de las almas en que funcionan. Y me parece que la dificultad para averiguarlo estriba sobre todo en que, cuando tratamos de estudiar los mecanis mos de las almas, y por más que hablemos de masa y de mass-media, seguimos concibiendo la masa como compuesta de un cierto número de almas y el análisis en definitiva viene a dar en una estimación de las reacciones personales de cada componente y en la imaginación de los varios niveles, desde la suma racionalidad hasta los sedicentes instintos, como si fueran partes o estratos de cada una de las almas; incluso los técnicos de la propaganda calculan los efectos por medio de una suma de tests individuales y computan la extensión de las masas alcanzada por sus medios en términos de impacts individuales (no importa aquí mucho si con frecuencia la unidad de impacto es el hogar, en vez del individuo suelto), manifestándose en esto lo que también por otros datos nos cabía sospechar, a saber, que la pro gresiva masificación o tratamiento masivo de las poblaciones, lejos de oponerse a la ideología del alma personal o del Hombre como siendo esencialmente el Individuo, necesita progresivamente más y más de esa ideología; y así como en la antigüedad los pueblos más masivos son los que más precisan de un Faraón o de un Emperador Celeste y las que más perfectamente desarrollan una consistencia y destino personal son las almas de los egipcios y los chinos, así en las actuales masificaciones democráticas, al tiempo que la necesidad de ídolos se hace cada vez más imperiosa, la realidad del Yo y lo sagrado del Individuo se erigen en artículos primeros de la fe última de las masas. Pues bien, es esta concepción que compone las masas de individuos y contrapone al Individuo con la Masa lo que más que nada nos estorba para descubrir la región del alma en que los procedimientos estilísticos impresivos o las técnicas retóricas actúan, el sitio en que se produce ese momento maravilloso de la persuasión. 25. Porque tratemos, aunque sea a ciegas, cegados por esa concepción tan necesaria como falsa, de excavar un poco metódica mente y de analizar en un alma individual cualquiera, la mía por ejemplo, a ver qué es lo que encontramos. Y encontramos de prime ras un par de instancias que se ve en seguida que no son ni una ni otra el sitio por el que indagamos: una es este espacio en el que se piensa o se razona, por medio de un lenguaje puramente, si tal cabe, expositivo, lógico, predicativo, donde sólo se juega con cosas como mentiras y desmentidos, errores y descubrimientos, síntesis y
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análisis, generalizaciones y ejemplificaciones...: nada en ese campo consigo descubrir de personal, nada que tenga que ver con conmo ciones de mi alma ni movimientos de persuasión (las razones es bien sabido que jamás han convencido a nadie, como no fueran inti maciones disimuladas de órdenes o súplicas, sugerencias de ventajas o de inconvenientes para mí que las recibo), reconozco que el len guaje o pensamiento, en cuanto es un mero razonar, es él y no yo el que razona y en cualquiera otro que no yo podría y tendría que razonar del mismo modo, y por dejarlo formulado de una vez: que el razonamiento, en la medida que es un puro razonamiento, no es mío y, en la medida que es mío, ya no es un puro razonamiento. La otra instancia a la que me refería es ésa que dicen de los instintos, de las necesidades o tendencias innatas o naturales, de los reflejos incondicionados con que Pavlov contaba para montar sobre ellos la trama de los condicionados, de la libido primera o nativa a la que el mismo Freud tenía que acudir también de vez en cuando como hipótesis de objeto del fenómeno, visible y negativo, de las primeras represiones; pero esa supuesta instancia de los instintos, ¿qué ex plica de mi persona ni qué tiene que ver conmigo?; si tal cosa fun cionara realmente, ¿no tendría que ser para todos un mismo ins tinto y una indistinta obediencia ciega a las leyes naturales?; ¿acaso aquellos fingidos seres que aquí sirven a los hombres de modelo para el engaño, los animales digo (los no domésticos, por supuesto, en la medida que pudiéramos alcanzar a mirarlos sin empezar con ello a domesticarlos y que cualesquiera bestias salvajes, al entrar en los laboratorios de Pavlov, no tuvieran lo primero que convertirse en perros, como primer trámite para su humanización), acaso ellos no funcionan todos por el mismo instinto o consiente acaso la Ley en ellos la menor imperfección de preferencias ni de dudas? La ani malidad no parece ser para los hombres real de otra manera que como ideología, y más que dudoso se me antoja que sea en seme jante región indefinida o térra incógnita de los instintos donde pueda situarse la operación de las técnicas y tropos de la poesía, la ora toria o la publicidad; y aun las abominadas manipulaciones de la propaganda subliminar, en la medida que hayan sido alguna vez eficaces, no debe de ser tampoco en esa supuesta zona instintiva donde operaban: pues ahí, en el mejor de los casos no podrían haber estimulado otra cosa sino la sed misma y hacer una propaganda a favor del agua; pero ¿cómo ahí podrían mover una persuasión hacia un mejurge refrescante de marca determinada?; a no ser que
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supusiéramos que hay también un instinto de la 'Orangina’ o del Tono-Bungay’, y que en la zona de los instintos se sabe leer eti quetas o retener formatos de botellas. No parece pués que sea en esa instancia donde se toca a mi voluntad, se me emociona, se me per suade o se mueve a mi libre albedrío en sentido determinado; y en general, que yo esté construido a base de una cierta materia de ins tintos o reflejos corporales, bien puede ser que tenga que suponerlo, si no me queda otro remedio; pero que yo, en cuanto yo, tenga algo de instintivo, «con mi permiso lo dudo». 26. Pero es en lo más íntimo y personal de mí donde parecen producirse tales conmociones; en el núcleo que se llama mi volun tad, en el micrófono que emite mi «Yo quiero», es donde se produ cen las sacudidas de la música y la poesía, donde tienen su punto de aplicación los imperativos, donde operan los artificios de la per suasión, esa violencia más profunda que se ejerce justamente por manipulación de mi libertad individual, donde tiene lugar, en fin, ese milagro de que los mordiscos de información se convierten en alteraciones de la conducta del ser que los recibe. Y sin embargo... aquí las técnicas de la propaganda nos guían mejor que nada para indicarnos dónde está ese núcleo de la voluntad individual: pues ciertamente, sus argumentos son siempre ad hominem, y ese hombre al que se dirigen es ciertamente, por ejemplo, yo; pero al mismo tiempo, esos argumentos ad hominem y artificios de persuasión tienen por fuerza que dirigirse al hombre-masa, al núcleo más íntimo de la masa, a aquello que hace a la masa masa y objeto de aplicación de los mass-media, ya que un individuo suelto, si tal cosa pudiera exis tir, un destinatario singular, ¿en qué podría interesarle al comercio? ni tampoco a la oratoria ni a la poesía. De donde ya se ve cómo parece desprenderse que lo más íntimo de mí mismo, el reducto de mi voluntad, es la intimidad y el núcleo de la masa, ni nada más profundo y propio hallamos en mi alma que aquello que en la ideo logía pretendía contraponerse como la instancia social, opuesta a lo personal y propio mío. Ahora bien, lo más íntimo de la masa son evidentemente los principios de su estructura: una masa informe, indefinida, si tal cosa pudiera darse, sería también inasequible a los mass-media y no sería tampoco objeto de emoción y de persuasión; así que son los elementos de su organización, como clase, como grupo, como nación o similares, los que constituyen las instancias de aplicación de los imperativos: aquel núcleo en el que él o ella
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están constituidos como amas de casa, como cuadros medios de la industria, como top executives, como chinos, como árabes, como jó venes discófilos, es la instancia en la cual se acciona la bomba de las lágrimas, individual- al tiempo que colectivamente, en los mo mentos de emoción de una película y en la que se presionan las palancas de la voluntad, personal y pública igualmente, para la compra de un producto determinado. 27. Así debe de ser como funcionaban los mecanismos de la propaganda que habíamos tomado por ejemplo, y que tanto más acertadamente me afectaba cuanto más profunda- y a la par discre tamente (tratándome el anunciante como igual a igual, como siendo ambos de una misma estructura y función social) tocaba los meca nismos más secretos de la clase que me constituye, aun cuando fuera en este caso una clase tan falta de clase y tan desencantada, pero de todos modos, porque a algo tengo siempre que pertenecer para poder pertenecerme y conservar mi alma. Y así también ha debido de ser el éxito de las poesías y de los discursos que han tenido poder de mover a las gentes y de conmoverlas, fuera tocando teclas de estructuras nacionales (en el caso de unidades populares en for mación) o de clase o de otras formaciones sociales hondamente cons titutivas de las almas. Pues tal es el secreto de las técnicas de emo ción y de persuasión: que las ideas que ellas venden son las que estaban ya compradas; esto es, que lo que dicen o sugieren es lo que estaba ya diciéndose y sugiriéndose en el núcleo del alma a la que se dirigen: el gran poeta es el que acierta a decir lo que ‘todos’ sienten y estaban esperando que se expresara, y el buen agente de publicidad es el que inserta sus imperativos en los mecanismos que la propia necesidad de la transformación social estaba poniendo en movimiento. Que también el reducto de la voluntad, o intimidad del alma y de la masa, está tejido de leyes y compuesto de ideas sub conscientes, y sólo así se explica que las palabras y la retórica puedan engranar con ello y dirigir su movimiento. 28. Pero hemos insistido en la ventaja de los procedimientos estilísticos impresivos, los tropos y figuras y demás argucias subradonales de la publicidad y la poesía, hasta el punto de que incluso las formulaciones aparentemente lógicas y puramente informativas las hemos considerado como una forma de retórica. Y en efecto, el buen agente, que por medios subracionales desea penetrar en las 23
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instancias subracionales de las almas, sabe que también él para la creación tiene que apelar a los estratos subracionales de la suya, como lo expone muy adecuadamente el propio D. Ogilvy, no obstante ser él el que recomendaba la técnica de decir la verdad y de redactar anuncios informativos y factuales; pero él dice en la pág. 28 de sus Confessions: «E l proceso creativo requiere algo más que razón. La mayor parte del pensamiento original no es verbal siquiera. Requiere ‘una experimentación a tientas con ideas, gobernada por corazona das intuitivas e inspirada por lo inconsciente'. La mayoría de los hombres de negocios son incapaces de pensamiento original porque no consiguen escapar de la tiranía de la razón. Sus imaginaciones están bloqueadas.— Yo soy casi incapaz de pensamiento lógico, pero he desarrollado técnicas para mantener abierta la línea telefónica con mi inconsciente, para el caso que ese desordenado almacén tenga algo que decirme. Oigo mi buena ración de música; tengo un trato amistoso con John Barleycorn; tomo prolongados baños calientes; cultivo el jardín; hago estancias de retiro entre los Amish; observo los pájaros; salgo a dar grandes paseos por el campo; y me tomo frecuentes vacaciones, de modo que mi cerebro pueda estar en bar becho descansando; nada de golf, de cocktails parties ni de tenis o de bridge, nada de concentración; tan sólo una bicicleta.— Mien tras estoy así dedicado a no hacer nada, recibo un flujo constante de telegramas de mi inconsciente, y ellos vienen a ser la materia prima para mis anuncios». No podría haberlo dicho mejor el rapsodo Ion para explicar sus propias lágrimas y las de sus oyentes en la recitación de los hexámetros de Homero; y son de notar en espe cial la manera en que la libre naturaleza colabora en la formación de los anuncios, las hojas de revistas policromas y los canoros estri billos de los locutores que vendrán a su vez a decorarla, y cómo el unconscious no por serlo deja de comunicar por medio del teléfono y los telegramas. 29. Pues bien, las ventajas de los procedimientos estilísticos o retóricos para la emoción y la persuación son en efecto las si guientes: primero, que por no ser propiamente lógicos o predica tivos, por su manera de actuar con las palabras sin decir propia mente cosa alguna, burlan la atención superficial y la vigilancia de las instancias verbales aparentes, pasan de rondón esa aduana sin verse obligados a contestar a pregunta alguna: ¿qué se le va a pre guntar a un imperativo, a una imagen pictórica o verbal, a un ritmo
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musical o a un arpegio, a una metonimia o a una enálage? Incuestionados pués penetran hasta el núcleo de las almas, y es allí donde por lo bajo y en confianza comunican con instancias subracionales, esto es, de su misma naturaleza, que es, como hemos visto, también verbal y racional, pero subconsciente, socialmente establecida y oculta a los elementos de indagación y duda del lenguaje parlante y a la razón en acto de razonar. Una buena imagen extremada del proce dimiento ofreció A. Huxley en su Mundo feliz con la práctica de la hipnopedia; en Brave neto world revisited (N.Y. 1958, pág. 86 de la ed. de 1965) comenta las prácticas similares en el penal de Tulare County, California, anotando a su manera: «Pero la activi dad intelectual es incompatible con el sueño. La hipnopedia tuvo éxito tan sólo cuando se la usó para la instrucción moral — en otras palabras, para el condicionamiento de la conducta por sugestión verbal en un momento de resistencia psicológica disminuida». Y lo segundo, que esos artificios, estando compuestos de palabras y de imágenes semánticas, son sin embargo ya acciónales en algún modo, y así, sin necesidad de ningún paso de interpretación de significado, operan directamente sobre los mecanismos de la acción; cómo son acciónales, lo vemos mejor que nada al darnos cuenta de que con sisten en violencia: todos los recursos estilísticos en efecto no son sino violencias del sistema semántico y gramatical establecido, in fringen y contravienen las normas del lenguaje normal o neutro (de existencia solamente teórica, pues que no hay frase de lenguaje rea lizado que carezca de rasgos estilísticos), y así ejercen directamente su violencia sobre el núcleo de las almas, que es, como hemos visto, un repositorio de las leyes y visiones del mundo establecidas; y siendo la violencia la madre del movimiento, así sucede que ese choque de la retórica mueve sin más las almas a la acción, a la compra de ideas y a la compra de productos en general, con ese dinamismo que el Ser necesita para ser verdaderamente estático. Es sin duda para repre sentación de este proceso para lo que la Ciencia positiva, siempre antropológica, ha descubierto en el sistema nervioso el proceso eléc trico de las corrientes aferentes (de la sensación a X ) y deferentes (de X a la acción). 30. ¿Así pues — se me dirá— , todas las formulaciones, hasta las más puramente informativas, están llenas de persuasión y pro paganda?, ¿y, por otra parte, todos los rasgos de estilo o recursos retóricos consisten en promover la compraventa, por así decir, o sea,
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la conservación dinámica del sistema de convicciones establecido? ¿Pienso yo entonces que no hay ninguna poesía decente, ningún dis curso posiblemente útil o liberador? Al mismo tiempo que presenta mos el núcleo esencial del mundo como formado de retórica, ¿con denamos pues toda retórica sin contemplaciones? Puede a lo mejor decirse que es eso lo que estoy haciendo, pero en todo caso no sin contradicción flagrante: pues aquí también en este ensayo se está hablando, por supuesto, con retórica, y no por cierto de la más sobria, desde los cuidados por el ritmo de las cláusulas prosaicas, aprendidos en Cicerón y en Aristóteles, hasta las interrogativas ficti cias que en este parágrafo estábamos empleando. ¿De qué es pués de lo que trato de persuadir a mis lectores? ¿A qué tipo de compra venta los estoy guiando? A decir verdad, que no lo sé de cierto. Esta contradicción de mi escritura entre lo que hace y lo que dice me pa rece reflejar la contradicción de la poesía y de la oratoria en general. Más bien se ascribiría uno de algún modo a aquella humilde bravura con que Judith Todd, a quien cito por última vez en este escrito, se expresa en las páginas 109-10 de The Big Sell: «E l único remedio para los inconvenientes o los vicios de los tnass media es un remedio político: la transformación de la sociedad. En nuestros esfuerzos hacia ese fin, como organizaciones y como individuos, nos vemos asistidos por las contradicciones de los medios mismos. Pero sola mente asistidos: no podemos quedarnos sentados y esperar que las medias verdades y las medias mentiras, incluso las verdades y las mentiras enteras, se anulen las unas a las otras. No podemos esperar que la estupidez de tanto como se vierte en nuestras mentes vaya a actuar en nuestro sentido, gracias a ser tan patentemente absurdo que realice nuestro esfuerzo por nosotros. Son expertos los que lo vierten y es con frecuencia estúpido adrede, de manera que tenemos que hacernos también nosotros expertos en combatirlo, aprendiendo a entender la verdadera naturaleza de la sociedad de hoy y hacién donos capaces de transmitir a los otros ese entendimiento». Sólo que no puedo creer tampoco en esa oposición entre «nosotros» y la masa, ni como organizaciones ni como individuos, y tampoco por ende en esa separación entre nuestros esfuerzos y las contradicciones de los medios. 31. Lo que vengo a decir pués es que con este escrito no per suado o no deseo persuadir de nada, sino disuadir; disuadir de todo aquello de que se encuentren persuadidos mis lectores; disuadir tam
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bién por tanto de las técnicas mismas de la persuasión, y ello bien a conciencia de que las artes que para esta disuasión se emplean son las mismas y no pueden ser sino las mismas que las artes de la per suasión. También es en el corazón donde tiene que decirse que tam bién el corazón miente. ¿Así que se trata entonces de disuadimos y disuadirme del empleo de toda poesía? Disuadirnos más bien de toda especie de verdad; y en este ensayo en especial, en que se hablaba de los procedimientos retóricos y las instancias subracionales de las almas, introducir algunos comienzos de disuasión en el sentido de que también la voluntad es lógica; también los sentimientos son mentira; también el individuo es masa; también la libertad indivi dual es ley. ¿Se opone tal vez el miedo esencial de nuestras almas a que pueda haber nunca una pura disuasión? Riqueza mísera la que teme la miseria; el horror del vacío a su vacío es un horror vacío. Después de todo, ¿qué temen los que claman del peligro de destruir una verdad de nuestras verdades? El peligro está siempre en la nueva verdad que — no sabemos si inevitablemente— ha de venir a sustítruírla; pero en el hecho mismo de destruirla no puede haber sino bendición. Sólo acaso el que dice que no hay una verdad está di ciendo la verdad; pero ello, desde luego, gracias a que con el acto de decir está borrando lo que dice y con lo que dice anulando la pretensión de su decir.
LA LIA Ensayos de estudio lingüístico de la sociedad AGUSTIN GAR C IA CALVO
El lib ro reúne una serie de quince ataques a la idea que el m undo se hace acerca de s í m ism o, por cam inos variados, pero tra ta n d o de desm ontar la preten dida re la ción e n tre el lenguaje y aquello de que el lenguaje habla, yen do desde un an á lisis de las afirm aciones esta linian as sobre el lenguaje o un examen de l fenóm eno de la tra ducción hasta un e s tu d io e s tilís tic o de textos de propaganda o de los m odos de s a lirs e de la T ie rra a la Luna, pasando, e n tre o tro s , por algunas dis q u is ic io n e s sobre las no ciones de causa y fin , los grados de realidad de los colores o los sintagm as prohibidos nos amo, me am am os. En cuanto a A g u s tín G arcía , fue antaño, e n tre otras cosas, catedrá tic o de lenguas antiguas en las U niversidades de S evilla y de M adrid, hasta el año 1965; había previam ente nacido en Zam ora y e stu diado en Salamanca A ctu a lm e n te tie n e , al parecer, presentada s o lic itu d para la venta de su aln'. a la que no ha re cib ido respuesta d e fin itiv a . E ntre tanto, y a fa lta de m e jo r o ficio , s igue dedicándose en P arís a e s c rib ir y a d a r en la U niversidad de Lille
algunos
c ursos
para
hispa nistas.
De
las
publicacion es
a su
nom bre
más o m enos relacionadas con los tem as del presente lib ro , cita re m o s, en tre las filo ló g ic a s , los a rtíc u lo s sobre in te rp re ta c ió n del Carm en A rv a l, sobre el te x to de H esío d o o sobre la C arta a H eródoto de E picuro, la tra ducción de las obras s o c rá tic a s de Jenofonte, la de algunos d iálogo s socráticos de Pla tón y la v e rs ió n rítm ic a del Pseudolus de P lauto; y e n tre las lin g ü ís tic a s , un estu dio sob re fun cio nes del lenguaje y una intro d u c c ió n a la prosodia latina, una preparación al estu dio de los m odos verbales, a s í com o unas «T entati vas» sob re el uso de los té rm in o s significación, s e n tid o y o tro s, y una «Ley de o rd e n a c ió n -je rá rq u ic a de la procesión sintáctica»
(en p re n sa ); amén del
Serm ón de Ser y No Ser, actualm ente en tra nce de reedición.