El país de Quiroga A treinta años de su muerte, San Ignacio no guarda buenos recuerdos de Horacio Quiroga. Pero en otros lugares de Misiones, la historia cotidiana cotidiana reafirma el valor valor de su obra.
El hombre barbudo oyó cantar a los monos del otro lado del río, y dijo: –Va a llover. Y preparó los tachos para juntar el agua, porque en su casa escaseaba escaseaba el agua a pesar de toda su abulosaingeniería. abulosaingeniería. Este hombre había hecho un jardín sobre la roca, a uer!a de pico, astucia y dinamita" tenía piletade cemento donde se enroscaba #naconda" con pieles del monte coneccionaba tapados para su mujer y!apatos para sus hijos" abricaba canoas y peces de cer$mica, alambiques, retortas, aguardiente" manejaba$cidos, taladros, esmaltes. %ecogía orquídeas. &on sus manos e'traía el veneno a la yarar$, criaba b(hos,celestitos y coatíes, coatíes, cultivaba yerba y ca)a de la la *ndia. +ominaba cien cien trabajos, pero ninguno ninguno le servía paraque el agua subiera a su meseta. El agua debía bajar del cielo. or eso el hombre barbudo prestaba atención alas se)ales, y cuando oyó cantar a los monos dijo: –Va a llover. Y sacó los tachos para recoger el agua. agua. Y llovió, como dijo el hombre hombre barbudo que conocía a los monos.ero monos.ero llovió de la mitad mitad justo del río para el otro lado, que era el araguay. Y de la mitad justa del río paraac$, que era la #rgentina, no cayó una gota. Esto ha quedado como un chiste sobre el hombre que conocía a los monos. Y es un chiste, pero algo m$s,porque nadie como ese hombre ha pensado tanto en las lluvias. –&ómo se mojaba don -uiroga –dice esta vieja sonrisa, s onrisa, acurrucada junto al ogón, m$s ac$ de vidriosempa)ados–. &uanto &uanto m$s llovía, m$s salía, salía, m$s se metía al monte. monte. En el monte no estaba solo. &on l corría desesperadamente /rga!, el jee del %egistro &ivil, empla!ado aentregar sus planillas en osadas, viendo en el hori!onte 0los golpes de agua l ívida que rayaban el cielo0.&on l deliraba y se moría lentamente, 1ubercasau' bajo el estruendo del cinc, dejando a sus dos hijitosabandonados. # su lado malparía &arlota hoening y se arrastraban 2oao edro y 3iraogo en busca de latierra prometida mientras el diluvio 0transormaba las picadas en sonantes torrenteras rojas0. 3ambin a nosotros las lluvias, que nos perdonaron quince días en el interior de la provincia, nosalcan!aron en 1an *gnacio. 4isiones es una isla bajo el temporal que disuelve moment$neamente en tedio yencierro el propósito que nos trae: ver qu queda, a treinta a)os de su muerte, del hombre que al!ó en tornode 1an *gnacio una construcción m$s inmaterial, duradera, que la ordenada piedra de l os jesuitas. Paisaje, ausencia
5a casa est$ allí con sus piedras desnudas, su m$gico círculo de palmeras, el busto del hombre barbudo encuyo pedestal los estudiantes estudiantes de visita visita declaran ugitivos amores, amores, el letrero que pretende pretende rememorar a 0unpeón0 debajo de un $rbol raquítico. 6ay una hora precisa de la tarde en que el sol pone una e'plosión dea!ar$n sobre el aran$, que visto desde esa altura es un lago apacible encerrado entre
lomas amarillas yverdes, y por un momento uno puede suponer que lo est$ viendo con la mirada de aquel hombre hirsuto yterrible que 1an *gnacio ya hubiera olvidado –salvo por sus e'centricidades inquietantes o risue)as– si elresto del país no se empe)ara en record$rselo. ero es una ilusión. El mundo de 6oracio -uiroga ya no est$ en ese pueblo tranquilo, disperso ypolvoriento. 7o es que 1an *gnacio haya cambiado mucho" es que sus personajes se han evaporado, y sie'istieran no se quedarían. 5os encontraríamos tal ve! mercando madera en la selva brasile)a, ambulandocon los trovadores de la rontera, remendando los alambiques domsticos que en el #lto 8ruguay destilancitronela y menta, asomados al 4ocon$, la segunda catarata de 4isiones 9dos mil metros de ancho, quepocos argentinos conocen. En 1an *gnacio, -uiroga se ha vuelto ancdota, que es como decir olvido, conmemoración escolar – (ltimoruto del tedio–, homenaje de notables, que es autohomenaje. +e toda su gente, los hombres y mujeres quequiso, odió, retrató, sólo encontramos a uno para quien conocer a -uiroga ue el avor m$s grande de lasuerte. erdido en el monte, en un rancho cuyo (nico esplendor es la glorieta de isipó, 2uancito 2u$re!abrica muebles y guitarras con las herramientas que pertenecieron al escritor. Entre sus escasos bienesguarda una primera edición de Los Desterrados dedicada a su padre, *sidoro Escalera, uno de los primerosamigos de -uiroga. #lto y enjuto, a los cincuenta y tres a)os conserva algo del asombro que le inspiraba en su inanciaaquel hombre que le ense)ó a dibujar, a embalsamar animales, y para quien construyó su primer violín. Reprobación y leyenda
Era un hombre ejemplar, trabajador. 8na gloria de la literatura. 5o consideramos un poco nuestro.Etctera. ero el chico que en el oto)o de ;<== disparó el primer honda!o contra la casa>museo de -uirogainterpretaba un sentimiento m$s generali!ado y sincero. &ayeron los vidrios en sucesivas cascadas antes delsaqueo que dispersó otograías, herramientas, cartas. 5a era de los homenajes había concluido y por debajode las reticencias y los cliss se airmaba la versión autntica: en 1an *gnacio, -uiroga es ignorado,menospreciado, a veces detestado. –-uiroga ondo no era malo –arulla un viejo colono ruso–, era loco. –5o agrandaron despus de muerto –dice un poderoso terrateniente–. *nventaba cada $bula... –&ada uno tenemos nuestra taras –disculpa el portero de la escuela. 8n par de actitudes y una docena de ancdotas 9algunas alsas nutren esa hostilidad. El maligno burro de?oui', muerto por /rga! en 0El techo de *ncienso0, procreó legiones de animales baleados por el hoscohabitante de la meseta. -uiroga araba de rac 9sic y comía cosas raras. En los carnavales usaba unaumigadora para empapar a los transe(ntes desde su ortacho. 2ue! de pa!, se olvidaba de inscribir losnacimientos y hasta hoy sigue apareciendo gente que no estaba anotada en ninguna parte. –@ramos amigos –dice el alem$n 4a' ?óse–, pero l se olvidaba. 8n día quise cru!ar su campo, y mecorrió a tiros de escopeta. 6ay el próspero colono puede cru!ar sin miedo el campo: es su campo. El testigo
5a reserva, el distanciamiento de -uiroga, pueden rastrearse en los personajes en que l mismo se retrató./rga! hablaba poco y escuchaba con atención insolente. En el pueblo no se le quería. 8na 0barrera de hielo0lo separaba de 0los gentiles hombres de yerbas0. Entre 4or$n, el personaje de Pasado amor, ylos pobladoresde *viraromí 91an *gnacio hay tambin una 0sima insalvable0. 1ubercasau' 9 l Desiertono podía conseguirsirvienta porque su laconismo 0e'asperaba y cansaba a las muchachas0. -uiroga, ciertamente, tuvo amigos>personajes: una e'tra)a junta de racasados, rom$nticos, mutilados,aventureros. 1on los desterrados, los destiladores de naranjas, los abricantes de carbón, 0los pobladores conalguna cultura de *viraromí: diecisiete en total0, los diecisiete jugadores de ajedre!, separados de los otros, delos 0analabetos de rapi)a0 9dice duramente, ocupados en amontonar tierras, rique!as y aristocraciapueblerina. #quellos racasados geniales eran el ermento intelectual de una sociedad que e'perimentaba latransormación m$s e'traordinaria que haya ocurrido en una provincia argentina. ?aste recordar los AB.BBBhabitantes de ;<;C convertidos en los CAB.BBB de hoy: las mil toneladas de yerba que la provincia producía,multiplicadas por cien antes de ;que> queda>de>Van>6outen, así llamado 9el padre porque 0le altaba un ojo, una oreja y tres dedos de la mano derecha0. 1ituado en el centro de ese ormidable cambio, convertido l mismo en misionero, -uiroga tomó partidopor lo que espiritualmente era el elemento transormador, pero socialmente no ro!aba los niveles delprestigio: individuos consagrados al alcohol, la invención, la nostalgia. 6an desaparecido, sobre todo en 1an*gnacio, y la actual sociedad ignaciana repudia sigilosamente la imagen y al autor. Esa es una de las dimensiones del vacío. 6ay otra. La brecha
–ero se no va a sopapear m$s a nadie, gringoañ#membu$ –dice el mens( de 05a ?oetada0 trasdespachar a su patrón Forner. -uiroga parece que no toma partido, pero la historia que cuenta lo toma por l. #l in y al cabo Fornerpierde la vida mientras que el mens( sólo pierde 0la bandera0 –es decir la patria– mientras huye al ?rasil. 05os +esterrados0 enrenta casi del mismo modo al negro 2o ão edro y al 0e'tranjero0 que aparece0terriblemente a!otado a macheta!os, como quien cancha yerba de plano0. –/lvidose de que eu era home como ele... –dice 2oGo edro–. E canchel o ranceis.
5a historia colectiva siguió un curso distinto al de estos desahogos individuales. El gringo quedó comodue)o de la tierra y el peón es siempre criollo: misionero, paraguayo, brasile)o. 5a brecha es tnica ycultural, amn de social, y las historias que la relejan resultan odiosas 0en una región que no conserva delpasado jesuítico sino dos dogmas: la esclavitud del trabajo, para el nativo, y la inviolabilidad del patrón0. Esto es sin duda lo que quiere decir el terrateniente de 1an *gnacio 9hombre amable, por lo dem$s cuandoairma que 0las novelitas de -uiroga no eran (tiles a la colectividad0. Muerte, resurrección
8n impromtu de pavimento une osadas con 1an *gnacio, y termina allí nom$s. 5argas calles de tierradiscurren entre tantos baldíos como casas viejas. Esta ue la !ona de la primera iebre yerbatera que luego sedespla!ó hacia arriba, dejando una secuela de abandono y plantaciones agotadas. 1an *gnacio es lugar de turistas que acuden a ver las ruinas. ara reencontrar el país de -uiroga hay que subir el aran$, o llegar al#lto 8ruguay cru!ando la sierra central. #lgunas cosas no alcan!ó l a verlas: las plantaciones de tung que han dado a 4isiones su (nico paisaje deinvierno, los cultivos de t, los agricultores japoneses de &olonia 5uj$n, esa calle larguísima que es El+orado. ero esas cosas se integran con la visión que l tuvo, porque este país nuevo es de alg(n modo elpaís viejo, y aquí todavía hay lugar para el descubrimiento y la aventura. En el puente del arroyo 3abay, cru!amos un camión que lleva una antigua caldera de locomotora. ienso:ahí va un inventor, alguien que usar$ la caldera para algo que sólo a l se le pudo ocurrir. En 1anto ipó, unpeque)o colono sui!o cuidaba las lombriceras con que prepara el 0abono viviente0 que ha dado amainternacional al mtodo %oth de conservación de suelos. Víctor 4enocchio, en el puerto que lleva sunombre, nos mostraba su secadero alimentado por el palo de descarte de la yerba, y guardaba a(n en secretosu invento m$s ambicioso: una cosechadora que reali!a el trabajo de cincuenta hombres. 4isiones nació bajo el signo de la invención, porque debió crear de la nada la maquinaria de su industriamadre, que no e'istía en Europa. &ada colono es en potencia un +rever, un %ivet, un doctor Else. Y laantasía inventiva del propio -uiroga es su rasgo m$s típicamente misionero. Nuevas historias
1an *gnacio duerme, el amoso bar de las ruinas donde nacían las historias ha desaparecido. ero otrospueblos velan a lo largo de las rutas, y en sus boliches y paradas llenos de ajetreo y ambición se oyen cuentospenetrados del viejo sabor quiroguiano. Es ya la historia de la curandera que hace soplar a la parturienta unavela puesta sobre su vientre y le pregunta: 0HEst$s rendidaI0, hasta que el chico nace. 5a cuenta entrecarcajadas un soldado en un puesto perdido de gendarmería. 1on los indios caingu$s que /svaldo %ey sacódel monte y llevó a un escenario escolar para que bailaran sus perdidas dan!as: al principio no querían subir,y despus no querían bajar. Es la inquietante igura del 0indio 4oro0, monstruo de gran sombrero y ojos enespiral, que sumerge un ni)o en una pileta. El dibujo, de tremenda uer!a en su ingenuidad, cuelga sobre elbar de 4ontecarlo, y su autor –el lavacopas– no quiere venderlo por ning(n oro del mundo.
Es el tiroteo de ancdotas con que nos recibieron una noche en 05a 3aba0, hotel y parrilla de uerto %ico,el hotelero 1uano, el bolichero ?randt, el comerciante %ovotti, el maestro 9e' diputado %ey. –Yo –dijo 1uano– empec con trescientos pesos y un boliche que se llamaba 0#rgentino hasta la muerte0. *ba a la ruina hasta que me aviv y le cambi el nombre. -u p..., si ac$ eran todos gringos. 4iraban el cartel y se iban a otra parte. –&ontales de la mina que descubriste. –&on un chileno descubrimos una mina de Jolram. Estaba justo debajo de la cocina de un tipo que se llamaba &huster. 5e pusimos 5a #certada. HVos sabes lo que es el 5ibro de edimentosI 7o. ?ueno, vas al &orreo, pedís el 5ibro de edimentos y anotas la mina. +esde el a)o ; estaba ese libro ahí y nadie descubría nada. Ya íbamos a empe!ar la e'plotación cuando vino el 4inisterio de #gricultura y puso un letrero: Kona %eservada. 7os arruinaron el negocio y ellos nunca sacaron nada. –Yo und el primer club de (tbol –dice ?randt–. arece $cil, HnoI 3iene que ver la guerra que nos hacía el cura, por los pantalones cortos. –7o era por eso –e'plica %ey–. Esos negros salían a la cancha con pantalón corto y un CC en la cintura. Es, en in, el personaje cl$sico de la picaresca misionera: el jue! de pa!, que en este caso se llamaba 1equeira. #notaba las coimas en el almanaque. 1e inmortali!ó al obligar a los colonos a marcar los chanchos, a cinco pesos por cabe!a. El recuerdo de su heroica muerte enciende un hurac$n de risas: –7o pudo renar la bicicleta en un repecho. 5o renó un $rbol. 1í: las historias e'isten y no hay m$s que pararse a escucharlas. ero un oyente como 6oracio -uiroga tardar$ en nacer, si es que nace. Rodolfo alsh, en El violento oficio de escribir.