Jorge R. Volnovich
Los cómplices del silencio Infancia, subjetividad y prácticas institucionales
l u me n HYIAIITAB
Editorial LUMEN/HVMANITAS Viamonte 1674 1055 Buenos Aires ' 4373-1414 (líneas rotativas) Fax (54-11) 4375-0453 E-mail:
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Colección Minoridad y familia Dirección: Matilde Luna
Corrección: Amalia Wischñevsky, Pablo Valle Coordinación gráfica: gráfica: Lorenzo Lorenzo D. Ficarelli Ficarel li Armado: María Andrea Di Stasi Diseño de Tapa: Lorenzo Ficarelli
ISBN 950-724-962-1
© 1999 by L U M E N /H V M A N IT A S Hecho el depósito que que previene la ley 1 1.723 .72 3 Todos los derechos reservados
LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA PRINTED IN ARGENTINA
índice P res re s e n ta ció ci ó n , Matilde L u n a ...... ......... ...... .......... .......... .......... ...... ...... ...... ...... .......... .......... .........9 ..9 Pról Pr ólog ogo, o, Ricardo Ricardo M a l f é ........ ............ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ....113 Capítulo primero: In fa n c ia y s u b je tiv ti v id a d . Part Pa rtee 1 .... ...... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... ...1 .155 • Lo Los cómplices cómplice s del silencio, 1992 ..................... ............................... .............17 ...17 • El El reloj de Damián, Dami án, 1996 199 6 .................... ............................... ..................... ................. .......42 42 Capítulo segundo: Infancia y prácticas institucionales ............................... 51 • 1. Atravesamientos Atravesa mientos institucionales instit ucionales en en la práctica grupal con niños, 1995...................................................53 • 2. Prácticas institucionales en pediatria, 1993.............71 • 3. Dializar, trasplantar, interpretar, 1993 ...................... 80 • 4. Prácticas institucionales en pedagogía. Institución, sexo y poder, 1991 .......................................................... 89 • 5. Los proyectos de capacitación como analizadores institucionales de la asistencia social a menores y familias.............................................................................116 Capítulo tercero: Infancia y subjetividad. Parte II
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• 1. Los malabaristas de la vida, 1992 ............................ 133 • 2. Las máquinas del goce perpetuo, 1995 ...................143
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Dedicatoria Dedico éste, mi primer libro en español, a mis seres queri dos que supieron hacerme superar mi exilio político al re tornar a la Argentina. A Cristina , compañera amada, portadora de una in teligencia diferente y original como mujer y profesio nal. A mis hijos, Luana y Guido, que supieron apropiarse de este país haciendo más tolerable nuestro retorno. A mi hermano Carlos, con quien me une la defensa en la causa de los oprimidos. A Emiliano Galende, que tuvo la paciencia y la cali dad humana para escucharme. A mis amigos, que saben de mi ingenuidad y la tole ran. A mis pacientes, que me ayudaron a ser un poco me j o r de lo que ja m ás ima giné ser. A Silvia , que con su militancia feminista me obligó y aún me obliga a repensar mi papel de hombre en es ta sociedad. A Anita Echeverry, cuyo espíritu de lucha es un ejem plo para las mujeres argentinas. A Román, por su jovialidad y espíritu de vida, y a Ya- mi, con quien me une un entrañable cariño. A mi madre, que me enseñó con su ejemplo que la so lidaridad no es una utopía imposible sino una reali dad cotidiana. A mi padre, al que estoy seguro le hubiera gustado recibirlo.
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PRESENTACION Jorge Volnovich, en tanto es psicoanalista de niños, produce un texto en el cual se respeta estrictamente la di mensión subjetiva de la infancia de esta época. No desper dicia el lugar de privilegio que le otorgan sus pequeños pacientes permitiéndole ser testigo de sus deseos. Hasta parece haberse atribuido la representación y defensa de los niños y adolescentes al advertirnos sobre los efectos que pueden tener sobre ellos las condiciones impuestas por el me rca do de con su mo : "... En otras palabras constata que el sujeto no hace la insignia (el je a n de determinada marca), sino que por el contrario la insignia determina la subjetividad, digamos, su lugar en el mundo.” En el texto se trasluce con claridad el respeto por las condiciones éticas que el autor se ha impuesto a su prác tica profesional. Por ello su producción teórica está direc tamente ligada a la implicación personal y al contexto que su historia personal y social le estaba otorgando. Es nota ble su preocupación por diferenciarse de un psicoanálisis tecnocrático. Para lograr esa diferencia, no desconoce las cuestiones sociopolíticas-institucionales que determinan la práctica del psicoanálisis con niños. Esto lo lleva a considerar la importancia insoslayable del marco político en el que se inserta el sujeto y en el que se adquiere una determinada subjetividad. Esta posición de análisis es original dentro de la producción psicoanalítica de infancia. Lo político para el autor no es, apenas, una contingencia; es una condición de subjetivación. En la medida en que el autor se hace cargo y explícita la ideología subyacente a su producción, puede sostener una suerte de p r o n ó s t i c o , consecuencia del análisis de la orientación sociopolítica imperante y del impacto que —9—
produce en los sujetos: "... De esta forma pretendo reseñar la contradicción inmanente en una economía de mercado en la medida en que propugna el goce como meta, engen drando desde ese punto de vista su propio suicidio.” Y también nos da p a u t a s p a r a i m a g i n a r n o s c ó m o s e r á n l o s n i ñ o s d e l p r ó x i m o m i l e n i o , si continúan los medios y la violencia siendo los principales referentes de los ni ños y adolescentes, tal como lo son hoy. Verdaderamente enriquecedora de sus análisis resulta la experiencia psicoanalítica del autor con niños proce dentes de diversas clases sociales y de diferentes países latinoamericanos. Jorge Volnovich desempeña su trabajo en consultorio privado —con niños de extracción social media y alta— y en instituciones que asisten a niños y adolescentes de medios marginales, en su condición de te rapeuta, supervisor y formador de profesionales y opera dores sociales, en nuestro pais y en Brasil, en institucio nes gubernamentales y no gubernamentales, sociales, de salud y educativas. Su práctica lo ha llevado a formular la hipótesis de que el s í n t o m a d e l a i n f a n c i a a c t u a l e s l a m a r g i n a l i d a d , idea exhaustivamente por él fundamenta da. Su exposición nos lleva a comprender que la margina lidad de la que habla no es sólo económica, relativa a los “niños pobres”, sino que está ligada a una profunda sole dad a la que están expuestos los niños y adolescentes de esta época, cualquiera sea su condición socioeconómica. En el relato de la e x p e r i e n c i a i n s t i t u c i o n a l , el autor expone el m o d e l o d e a n á l i s i s y las categorías teóricas que tuvo en cuenta a la hora de leer los atravesamientos institucionales. Las estudiadas instituciones son de dife rentes características: dedicadas a la infancia en condicio nes de marginalidad, instituciones hospitalarias e institu ciones educativas. En todos los casos, mediante el análisis, se devela el orden político-jurídico-institucional imperante a través de la lectura clínica de lo que en ellas acontece.
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En el texto, Volnovich también desarrolla su experiencia en la tarea grupal terapéutica, marcando las diferencias entre los grupos de adultos y los de niños, haciendo énfa sis en las especificidades del trabajo con niños y adoles centes. Esta obra es un valioso aporte para aquellos que traba jan en instituciones: promueve la creatividad al lle var al campo de la reflexión la propia actividad del lector, propo niendo la “invención” de los dispositivos terapéuticos, orientados a producir los cambios necesarios para que es tos lugares no sean sitios de alienación, sino contextos adecuados para la libre expresión y desarrollo de quienes en ellos transitan.
Matilde Luna
Buenos Aires, agosto de 1999.
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PROLOGO Una utopía convincente tiene muchos puntos de contacto con lo que Freud llamaba “un bello sueño”. Ambos productos de la imaginación condensan con perfecta economía de medios una multitud de cursos de ideas relacionadas con deseos y preocupaciones: de un individuo, el sueño; de una colectividad, las utopías. Pero, mientras el sueño presenta como realizados los deseos y disueltas las preocupaciones que le dieron origen, la utopía tiene que marcar siempre la distancia que separa una situación presente de aquella en la que podrían verse cumpli mentados unos deseos compartidos que —pese a todo lo que se les puede poner— tienen que aparecer como realizables. En ese sentido, no puede negarse que Jorge Volnovich logra transmitirnos su convicción de que —aunque hoy parezca im posible— es necesario insistir en ilusionarnos con proyectos políticos que incluyan la posibilidad de que los niños sean más dueños de sus propias vidas. Esta convicción esperanzada (si milar a la que contagia el educador italiano —también utopis ta— Francesco Tonucci) se alimenta de la experiencia de traba jo clínico e institucional de la que el autor da testimonio, y de la reflexión lacerante en la que lo acompañamos con respecto a lo que estamos dejando que las instituciones —por comisión u omisión— hagan por los niños, en este momento histórico de canibalismo global. Pero sería una hipocresía, defecto en el que, por cierto, Vol novich no incurre, el no reconocer que también nosotros, los profesionales de la psicología, el psicoanálisis y disciplinas em parentadas, en algo contribuimos, con nuestras propias institu ciones, al maltrato y la enajenación que sufren los niños. Qui zás algo más que “cómplices del silencio", entonces...* Ricardo Malfé
Mayo de 1999 * Valga como ejemplo, de la colaboración de las incipientes instituciones de la práctica psicoanalitica con un conjunto de perveisos intereses creados, el maltrato (como mal tratamiento) recibido por una jovencita que era casi una niña, pues tenía sólo dieciséis años, cuando fue llevada por primera vez al consultorio del Dr. Freud por su padre. Jo vencita a la que, a partir de la publicación de un resumen de su historial clínico por Freud, se la habría de conocer por el seudónimo de "Dora'. —
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Ca p ít u l o p r i m e r o
Infancia y subjetividad. Parte I 1. Los cómplices del silencio 2. El reloj de Damián
LOS CÓMPLICES DEL SILENCIO*
I Este final de milenio nos confronta con cambios pro fundos en las estructuras políticas, económicas, sociales y subjetivas, que se reflejan dramáticamente en el campo de la infancia. Los psicoanalistas de niños han sido partícipes de di chos cambios en la medida en que su práctica, tanto pri vada como institucional, ha sido un campo privilegiado de observación y escucha del niño. Sin embargo, a pesar de tener la posibilidad de comprender la conflictiva cons ciente e inconsciente de los niños, así como los psicodinamismos que animan los primeros años de la infancia, son pocos los psicoanalistas que han tenido la osadía de rom per con un cierto carácter cientificista y tecnocrático de dicha práctica, para hablar de los factores que enferman a los niños desde la sociedad y las instituciones. Cuando, por fin, algunas voces se hicieron escuchar, co mo las de Anna Freud, Fran^oise Dolto, Arminda Aberastury, Maud Mannoni, Tosquelles, Bettelheim, o hasta el mismo Sigmund Freud, por lo general, produjeron inicial mente un efecto escandalizador para luego quedar absor bidas y dulcificadas (cuando no, descalificadas), terminan do por volverse inocuas, inofensivas, hasta intranscen dentes. Pero la responsabilidad del silencio no compete apenas a los instituidos socio-institucionales que resisten y per severan en una imagen adaptada y adultomórfica de la in fancia, sino que envuelve a los propios psicoanalistas y a r Confe rencia d ictada en la Sociedad Cientí fica A rgenti na, o ctub re de 1992.
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una suerte de negación tecnocientífica del análisis de su propia participación en el sistema de control de la infan cia moderna. En efecto, los psicoanalistas de niños también se en cuentran implicados en una red donde el niño normal es aquel que estudia, se porta bien, no transgrede y defiende la moral adulta imperante, en la medida en que, aun hoy, ningún padre, familiar o amigo pueden reprimir el orgullo de ver a un niño “inteligente y adulto". En efecto, la conceptualizacion dominante de la infancia hasta este fin de siglo ha sido la que privilegia la adaptación adultomórfica del niño. En ese contexto, los psicoanalistas de han revela do como verdaderos c ó m p l i c e s d e l s i l e n c i o , fundamen talmente al privilegiar los tratamientos tecno-individuales de los niños que presentan problemas, aislando los mis mos del contexto socio-institucional y político que es, pre cisamente, la materia que el psicoanálisis pretendió sub vertir en su génesis. Esto no quiere decir que, para un ni ño que presenta problemas de aprendizaje o trastornos de conducta, no sea aconsejable un tratamiento individual en donde ocupe un lugar privilegiado el discurso de ios pa dres, sino que generalmente este tratam iento comp orta un reduccionismo culpabilizante que invisibiliza toda una cantidad de factores que muchas veces exceden no sólo al niño sino también a su familia. Dejar hablar y jugar a los niños de hoy permite, pues, reflejar en forma luminosa las esperanzas y las tragedias de la vida cotidiana en esta sociedad moderna. En ese sen tido, el psicoanálisis de niños tiene la posibilidad de cap tar en toda su profundidad estas producciones en la me dida en que todo discurso o juego del niño transcurre den tro de un soporte transferencia!1(digamos un "corte" en el tiempo y en el espacio, y una intensidad vivida y revivida en dicho espacio), que le adjudica no sólo un carácter te rapéutico, sino la posibilidad de ser un escenario en don de transita la subjetividad no sólo del niño, sino de la fa — IR —
milia y de las instituciones que lo envuelven. En otras palabras, el psicoanálisis de niños apunta a la interpretación de las fantasías inconscientes del niño y permite una otra interpretación de la vida de todos los ni ños en la sociedad actual. Sin embargo, siempre es necesario realizar una adver tencia. Estamos acostumbrados a separar y mantener divi didas la realidad interna psíquico-afectiva de un indivi duo, de la realidad externa que generalmente envuelve lo político-social-económico. Esta división corresponde a un campo imaginario necesario para la vida que escinde el yo del sujeto, de la realidad que lo circunda. Es esta misma imaginarización la que lleva a considerar al psicoanalista o al psicólogo como capaces de dar cuenta de esa realidad interna, así como el sociólogo, el antropólogo y hasta el político serían detentadores del saber sobre la realidad ex terior. En realidad, la subjetividad, tanto en sus vertientes conscientes como inconscientes, está siempre constituida desde la exterioridad, y la necesidad de un yo individual no consiste más que en un equipamiento que la cultura otorga al ser humano para poder defenderse de la realidad que lo rodea sin “ser” esa realidad. En efecto, la madre, co mo fuente discursiva de la realidad (feliz término que acu ñó Piera Aulagnier),2 genera en el bebé -un mun do donde es llevado a diferenciar su yo de su no-yo, su interioridad de la exterioridad, y hasta la significación de su cuerpo y del cuerpo de los otros, siempre a partir de los significan tes y semas que dominan la vida de los propios padres. De ellos, como fuente, parte el discurso del amor, del dinero, de lo político, de la sexualidad, de las diferencias, siendo el bebé superficie de inscripción de los mismos. De esta fuente que, más apropiadamente, debería denominar se fuente semiótica de la realidad, parte también el deseo de individuación, de diferenciación según el tipo de pro ducción subjetiva en una época. Esto no quiere decir que — 19 —
los niños no tienen fantasías propias, sino apenas que existe una fuente desde donde se organiza la producción deseante, siempre situada en el Otro (los padres como re presentantes de la cultura), y a partir de la cual el niño or ganiza su propio deseo. Esto quiere decir que, desde un inicio, el deseo es siempre político-social-económicolibidinal, y compete al analista, al sociólogo o al político dar cuenta del mismo, de lo que resulta que será necesa rio que todo analista tenga algo de militante y todo soció logo, historiador o antropólogo deberá tener algo de psi coanalista. De cualquier forma, el análisis de un niño, que incluye el discurso que los padres tienen del niño, despliega un escenario en donde esta multiplicidad y heterogeneidad de factores está inserta en forma inmanente en el deseo. A este respecto puede reflotarse una polémica sobre el ca rácter no de la fuente, sino de la marca que instituye esta fuente semiótica de la realidad. Para Lacan,3el deseo del Otro vehiculizado en el discur so deja como marca esencialmente una falta, una ausen cia, algo que siempre será del orden de lo no-realizable, que es asumido por el bebé en su propia constitución sub jetiva y será el motor de su propio deseo. Ese no-realizable, ausencia fundamental transmitida por los padres y asumi da por los hijos en forma de deuda simbólica, no sería otra cosa que la castración, desde donde se sostiene el comple jo de Edipo, como correlato in trapsíquico de la ley de pro hibición del incesto. Por el contrario , para Deleuze y Gua tta ri,4 esta marca tendría un carácter de exceso dentro de una economía libidinal maquínica. Esto quiere decir que, dentro de una conceptualización en donde la subjetividad se organiza a par tir de los parámetros de p r o d u c c i ó n - r e g i s t r o - c o n s u m o , la fuente de la realidad (en este caso, no sólo la madre) cu bre al bebé esencialmente de un plus de goce maquínico. — 20 —
En todo caso, los mencionados autores definen el comple jo de Edipo como un equipamiento inconsciente al servi cio de ese exceso, que la cultura instrumenta para domi nar a los seres humanos en la sociedad de la que partici pan, a través del sentimiento de culpa inconsciente. La di ferencia entre ambas teorizaciones es lo suficientemente radical como para que no sea secundario mencionar que, para Lacan, todo exceso implicara una transgresión a la ley y, por qué no, la psicosis, en tanto que, para Deleuze y Guattari, tales excesos no serían otra cosa que el modo en el cual se produce el agenciamiento del deseo, por lo que las transgresiones y la locura no serían más que ex presiones paradigmáticas de las formas constitutivas de la subjetividad humana. II
En épocas pasadas podría resultar extraño que un psi coanalista considerado como un técnico o un profesional incursionase en un campo que corresponde al análisis so cial. Sin embargo, actualmente, los psicoanalistas están en todas partes y hablan en todas partes: en la televisión, en la radio, en la política. Sobre todo, los medios de comuni cación han sido los divanes preferidos por los analistas para depositar sus devaneos cientificistas. Los comunicadores oficialistas presentan a un psicoa nalista de niños para explicar científicamente por qué los argentinos somos autistas y no reconocemos los grandes éxitos políticos de un gobierno. Los comunicadores de la oposición oficial también presentan a los suyos para dar cuenta de la ambivalencia política que, a semejanza de la psíquica, debe ser superada por una tercera opción. El principal problema radica en que todas estas opinio nes han contribuido a invisibilizar el poder político que las determina. —
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En verdad, no sólo lo invisibilizan, también lo legiti man. Quiero que se me entienda: me parece adecuado que los psicoanalistas emitan sus opiniones en la medida en que asuman que todo acto psicoanalítico es también un acto político, ya que ningún profesional, intelectual o téc nico puede situarse más allá de la sociedad que lo deter mina. Tal vez sería necesario tornar esta opinión vertida, este acto político, en un acto explícito, al servicio de qué y por qué se dice una cosa, sea ésta inteligente o no. En ese sentido, mis reflexiones, sin duda, están anima das por un sentido crítico del tiempo que nos ha tocado vivir, pero también por el sincero anhelo de transforma ción de una sociedad en donde la dominación sobre la po tencialidad creativa comienza desde la infancia. Mi práctica como psicoanalistas de niños, consistente en detectar y tratar los problemas más frecuentes en ellos, tales como las dificultades de aprendizaje, los trastornos de conducta y los desórdenes psicosomáticos, me ha per mitido ser algo así como un testigo calificado del tipo de niño que esta sociedad produce y modela. El hecho es que el principal síntoma que trata un psi coanalista de niños es el propio niño y la relaciones que establece con su entorno. Efectivamente, el niño es un síntoma de la familia y de la sociedad y, a través de él, podemos tener acceso a las relaciones que establece con instituciones tales como el colegio, el club, el hospital, el barrio o la comunidad, y las dimensiones sociales individuales, vinculares e institucio nales que englobamos con el término “subjetividad". Por consiguiente, de la producción de subjetividades en esta época moderna desearía emitir algunas opiniones, to mando el campo de la infancia como revelador de las con tradicciones y paradojas que acarrea. De cómo la modernidad opera sobre el hombre dan cuenta estas palabras:
“Las extraordinarias conquistas de la Edad Moderna, los descubrimientos e invenciones en todos los sectores y la conservación del terreno conquistado contra la competen cia es cada vez mayor... Las exigencias planteadas a nues tra capacidad funcional en la lucha por la existencia son cada vez más altas. Al mismo tiempo, las necesidades in dividuales y el ansia de goce han crecido en todos los sec tores: un lujo inaudito se ha extendido para penetrar las capas sociales a las que jamás había llegado antes; la irre ligiosidad, el descontento y la ambición han aumentado en amplios sectores del pueblo. El extraordinario incre mento del comercio y las redes de comunicación que en vuelven al mundo han modificado totalmente el ritmo de vida. Las grandes crisis políticas, industriales y financieras llevan su agitación a círculos sociales más extensos. Las luchas sociales, políticas y religiosas, la actividad de los partidos, la agitación electoral y la vida corporativa inten sificada hasta lo infinito acaloran los cerebros e imponen a los espíritus un nuevo esfuerzo. La literatura moderna se ocupa preferentemente de pro blemas sospechosos que hacen fermentar las pasiones, el ansia de pelea, el desprecio de todos los principios éticos y todos los ideales, presentando a los lectores figuras pa tológicas y cuestiones psicopático-sexuales. Los teatros captan todos los sentidos en sus representaciones excitan tes e incluso en artes plásticas se orientan con preferencia a lo feo, repugnante y excitante, sin espantarse a nuestros ojos con un repugnante realismo, lo más horrible que la realidad puede ofrecernos.” Estas palabras no corresponden a un representante de alguna Iglesia, ni a un político o sociólogo conservador. Tampoco a un censor, sino a Sigmund Freud, padre del psi coanálisis, escritas hace 84 años, en un artículo denomi —
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nado “La moral sexual cu ltu ral y la nerviosidad moderna".s ¡Y pensar que fue considerado un transgresor para la mo ral y la axiología de la época! Aun así, puede percibirse el carácter crítico que Freud imprime al psicoanálisis frente a la sociedad y la origina lidad de proponer como superación de esta moral sexual cultural de la época, no un retorno a un moralismo fundamentalista, sino, por el contrario, la posibilidad de una so ciedad en donde el deseo y la sexualidad toda subviertan el orden de dominación existente, profundamente neurotizante. Y en ese camino teoriza sobre la sexualidad infá nt il, ob servable en el niño desde su nacimiento, lo que le confie re al niño ya no el estatus de adulto del futuro, sino el de que, aun siendo niño, posee un saber sofisticado que se inscribe en el inconsciente de los hombres. Efectivamente, al terminar con el mito de ingenuidad infantil, el psicoanálisis propone la idea de que un niño no es nunca un niño, es decir, que la imagen que tenemos de un niño es apenas una representación imaginaria del mis mo. Del mismo modo, la historia de las mentalidades, a tra vés de trabajos como los de Aries, Donzelot, Shorter o Badinter, nos recuerda que en realidad la infancia nunca ha sido un hecho natural. Esto quiere decir que la significación que tiene un niño en la sociedad ha ido cambiando con el decurso de la civi lización y no ha sido exactamente igual a como actualmen te nos representamos un niño. Como ejemplos, Aries6 nos representa iconografías y pinturas del siglo XVII en donde aparece el niño como adulto. En un marco político-social y económico de carac terísticas feudales y patriarcales, el niño era visto, en pri mera instancia, como un juguete, o un animalito diabóli —
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co, un verdadero estorbo, para pasar luego a través de la disciplina a ser un disciplinado adulto. De la misma manera podemos, incluso, observar la evo lución social de las representaciones imaginarias del niño en los cuentos infantiles investigados en la pluma de una de las más importantes psicoanalistas de niños, ya falleci da, Fran^oise Dolto.7 Ahora bien, la imagen inflacionada del niño moderno refleja también las diferencias de sexo, políticas y cultura les de la modernidad, marcadas actualmente por la hege monía del así llamado mercado. Cuando Shakespeare, a través de Shylock, trazaba la pa rábola sobre el pago de una deuda por una libra de carne, seguramente no imaginaba que nos indicaría, hoy, hasta qué punto el cuerpo de un niño tiene un precio, constitu yendo no sólo un objeto del deseo de los padres, sino tam bién del mercado. De esto dan fe el mercado de compra y venta de bebés instalado en varios países subdesarrollados, incluso para ser exportados, así como el aumento del trabajo esclavo infantil en los países desarrollados. Esto indica que toda la subjetividad del niño está mar cada por un valor libidinal, que es, más que nada, políticosocial, cifrando el grado de fetichizacion del mismo, sea por la raza, color y origen. En ese sentido, no podemos menos que decir que la mo dernidad opera sobre los niños en forma contradictoria y paradójica. Contradictoria, porque la informatizacion y eri el mer cado han sido vehículos de progreso y, al mismo tiempo, de una profunda regresión salvaje. Veamos esto: cuando un niño mira TV, él no es tan sólo un objeto pasivo de la TV, sino que está realizando un tra bajo arduo que consiste en la apropiación de una semióti ca dominante. —
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Esta semiótica le permite al niño agenciarse de un cier to número de unidades de significación correspondientes a un sistema de ofertas y demandas del mercado. Estas unidades de significación son cada vez más reducidas; por ejemplo, un número pequeño de palabras o imágenes pa ra poder expresar todo lo que sienten. Los educadores piensan, y con razón, que el problema reside en la falta de aprendizaje de toda la riqueza de la lengua, por lo que in sisten en que los niños deben leer mucho más. Sin embar go, estas buenas intenciones devienen sobreexigencias en la medida en que los niños, como se recordará, trabajan y mucho frente al televisor. De cualquier manera, sabemos que, si por determina das circunstancias un niño escapa al círculo informático comenzando a utilizar toda la riqueza fonemática de la lengua, siempre estará atenta y lista una profesora para corregirlo de las estupideces que dice, como para que pue da escribir bien “mi mamá me ama". Lo fundamental es que todas estas unidades de signifi cación lanzadas al aire se comportan como objetos de go ce, y no sólo marcan a los niños y sus vínculos conscien temente, sino también inconscientemente, ya que es así como se apropian, se agencian de este goce. Desde este punto de vista, la informática y los medios de comunicación, en la medida en que aumentan su sofis ticación, mantienen flu jo s8 constantes de unidades de sig nificación que aseguran la oferta hacia los niños que que dan constituidos en su subjetividad como máquinas de agenciamiento deseante. (Cuando me refiero a máquinas, no lo hago en el sentido de ser máquinas, sino en el modo de apropiación maquínico del enunciado y del goce inma nente al mismo.) Este sistema de flujos semióticos pueden llegar hasta la intoxicación, pero lo notable es su instauración cada vez más precoz. 26
La segunda palabra organizad a de un niño de 1 año fue “Xuxa", para alegría de sus padres que celebraban que ya sabía hablar. De la misma manera, ese rito de iniciación social que es el jardín de infantes, cuando en general to dos los padres perciben los cambios del niño favorable mente, instaura esta dialéctica de consumo a partir de la cual los niños sólo aspiran al goce, “fluxionados" por la pe rentoriedad del mercado. De todo esto da fe el hecho de que gran parte de las consultas que los analistas de niños recibimos actualmen te está constituida por niños tiránicos y despóticos, que no soportan la frustración por la perdida de estos objetos de goce, en la medida en que toda la autoestima está cen trada en la posesión de los mismos. Efectivamente, el ni ño que antes aparecía como profundamente inhibido, hoy en día reivindica agresivamente su autoestima a partir de los objetos del mercado. Pero no es la frustración por la perdida de tales objetos de goce el único motivo de la agresividad. También existe una crisis en las identificaciones, que redunda en una cre ciente tensión agresiva. Los niños están sujetos en sus identificaciones, no tan to al padre o a la madre sino a las insignias y emblemas que éstos portan. Como ejemplo, imaginemos un niño pú ber o preadolescente en quien percibimos que las identifi caciones infantiles caen como las hojas del otoño, para ser sustituidas por otras de carácter cultural que caracterizan al joven moderno. A este niño, preadolescente, se le apa rece delante un otro púber, con un je a n de moda, imagen de la modernidad. Nuestro púber puede comenzar a vivir una tensión agresiva, no sólo por la rivalidad y la envidia de que otro tenga lo que él no tiene, sino también por percibir, en ese preciso instante, que no es el ser el que hace al je an, sino el je a n el que hace al ser. En otras palabras, constata que —
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el sujeto no hace la insignia, sino que, por el contrario, la insignia determina la subjetividad, digamos, su lugar en el mundo. Esta ruptura en el campo de la alienación sucede aun cuando nuestro púber pueda comprar el mismo jean después de extorsionar convenientemente a sus padres. Sin duda, no dejará de percibir el carácter fútil de poseer lo que es envidiado en el otro, y al mismo tiempo la impo sibilidad de alcanzar la belleza a través de un jean tal co mo la vio en la imagen del otro. Imaginemos entonces que esta tensión agresiva se ex presa a través de la decisión de nuestro púber de romper el maravilloso jean de 80 dólares, tajearlo y dejarlo a la moda como un linyera.* Aun así, la omnipotencia de la au toestima se impone, en la medida en que demuestra, a tra vés del jean roto, que es tan omnipotente por dentro que se puede dar el lujo de andar zaparrastroso por fuera. En síntesis, la alienación en los emblemas e insignias que la modernidad provee deja una marca idealizada pero al mismo tiempo agresiva, tensión que es resuelta sólo por la violencia. Es justo decir que esta contradicción dentro del campo de la infancia no se constituye ajena a la redefinición de la familia y la identidad sexual en la economía de mercado. El S. O. S. Crianza de San Pablo, en 1991, ha divulgado recientes estadísticas que constatan la existencia de 6.000.000 de niños golpeados consuetudinariamente en Brasil por sus padres, generalmente alcoholizados. Lo no table no es constatar que el número ha aumentado consi derablemente en los últimos años, en los que se produce la reconversión económica en una economía de mercado, sino que aumentó el numero de golpeadores entre las ma dres. Quiere decir que, si bien los padres aún conservan el * Linyera: en Argentina y Uruguay, persona vagabunda.
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primer lugar en el ranking, cualitativamente en estos últi mos años ha aumentado dos a uno la proporción de ma dres golpeadoras con respecto a los padres. En fin, la relación de la informática y el goce compro mete no sólo a los niños que frecuentan los consultorios psicoanalíticos, que generalmente corresponden a una cla se social, sino a todos los niños que forman parte de una comunidad, lo que hemos podido verificar al trabajar en instituciones donde son tratados tanto niños pobres como no tan pobres. Esto se torna patente en los marginados del consumo, ya que ellos también son objeto de los medios de comuni cación y del auge de la informática moderna, sólo que reaccionan con sistemas regresivos de carácter violento, tribal y agresivo. Me refiero a la constitución cada vez más precoz de gangs, pandillas o patotas que, organizadas ba jo liderazgos arcaicos, afirman su derecho al goce a través de la violencia. Que aquí surja el fenómeno de fetichizacion de la dro ga es, a mi manera de ver, un fenómeno secundario. De esta forma, pretendo reseñar la contradicción inma nente en una economía de mercado en la medida en que propugna el goce como meta, engendrando, desde ese punto de vista, su propio suicidio. La segunda cuestión que motiva estas reflexiones es acerca del efecto paradójico que la modernidad ejerce so bre la infancia. La tecnología de información ha contribuido decidida mente a una expansión y uniformización del discurso de los niños. Podríamos decir que existe un verdadero mono polio del discurso que varios autores denominan mass- mediático. Todos los niños tienen la premura de encontrar la misma marca, el mismo estilo. La semiótica dominante homogeneíza y uniformiza todos los códigos, todas las palabras, e incluso el.ritmo vocal y sonoro de su emisión. — 29 —
Esta homogeneización del discurso neutraliza toda pala bra diferente, y aun lo diferente o transgresor puede ser uniformado. Pero, paradójicamente, la información que proporcio nan los medios, también al mismo tiempo que uniformiza, fragmenta los vínculos solidarios de los niños con los otros niños, por lo cual todo intento de grupalidad, solida ridad u autogestión queda neutralizado por una “necesi dad” imperiosa de reafirmacion narcisista del niño frente a sus pares. En ese sentido, las pandillas o patotas a las cuales me referí resuelven, a través de la grupalidad, la fragmenta ción en la cual está sumergido el niño, no sólo por la frag mentación de la familia, sino como producto o producción de la propia información. En resumen, me quería referir a las contradicciones y paradojas a las cuales está sometida la infancia en función de los efectos de la modernidad. De más está decir que considero la subjetividad moderna asentada sobre bases sumamente frágiles, de lo que se desprende que el niño del próximo milenio se verá sumergido en territorios frag mentados en donde los medios y la violencia serán su Bi blia; nueva reedición en otros términos de una dialéctica sometimiento-rebeldía que toda sociedad exige a sus indi viduos, sobre todo, siendo niños. Repito unas palabras de Freud que, a pesar de corres ponder a otro artículo escrito por él casi 20 años después del anterior, aparecen como corolario del mismo: “Una cul tura que exige de sus miembros tal esfuerzo no podrá so brevivir, ni se lo merece.”9 III
Un niño de 6 años, paciente de una paciencia infinita — 30 —
para con su psicoanalista, diagnosticado como psicótico tanto por la familia como por los educadores, un día me dijo mientras devoraba con mucho placer un alfajor: —Fui al quiosco y me compré este alfajor. —Ajá —le respondí con mi mejor sonrisa, sin saber qué se traía entre manos que no fuera antojarme con el alfajor. —El alfajor se llama Jorgito, es muy rico —continuó diciéndome con toda la boca llena. —Ajá —insistí, más psicoanalítico que nunca. —Vos debés ser el dueño —me dijo con una rara mezcla de firmeza e ingenuidad. —¿Dueño de qué? — le pregunté, con esa falsa ingenui dad con la que los adultos tratan a los niños. No sin un cierto fastidio frente a lo obvio, terminó su bocado y me dijo: —Bueno, tu nombre es Jorge, así que con seguridad el quiosco es tuyo y también el alfajor que tiene tu nombre, Jorgito. Este pequeño texto producido por un niño me parece de un valor inestimable. En principio, es posible pensar que la poca edad del mismo le impide reconocer simbólica mente la cadena de comercialización de un producto. Con fundiendo en Uno al fabricante, al comerciante y el pro ducto. Pero, también, no debemos olvidar que el niño vie ne diagnosticado como “psicótico”, lo que podría explicar la confusión que existe entre el productor, el producto y el consumidor. Sin embargo, la sintaxis particular que propo ne nuestro niño resulta más reveladora si la tomamos des de otro ángulo. Indudablemente, comerse el alfajor Jorgi to implica para él comerme a mí en tanto dueño del quios co y productor de los bienes del mismo. Esto no debe re sultar extraño, seguramente, para ningún psicoanalista. Nuestros consultorios han sido frecuentemente compara —
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dos, por pacientes no tan niños, con consultorios gineco lógicos, dentales y hasta con moteles de aquellos que tra bajan por hora. Lo invariable ha sido el hecho de que los psicoanalistas han sido consumidos mucho más que sus propias interpretaciones. Esto no resulta apenas un dudo so pr ivile gio psicoanalítico; ya Ba lin t,10 hace muchos años, señalaba que el remedio más consumido por la población es el propio médico. Lo singular de la experiencia referida es que el proceso de canibalización se establece a nivel del nombre, o sea, no tanto a nivel del productor, el alfajor en sí mismo, sino en lo que hace al registro. En otras pala bras, el niño consume en función de un nombre, siendo esta condición simbólica, y no el producto en sí mismo, lo que define la existencia del canibalismo. En efecto, es en el lema Jorgito donde se define la dialéctica del deseo devorador del poder que detenta el analista, que es también el productor y hasta el quiosquero (es bueno recordar que para los niños ser dueño del quiosco es ser dueño del po der absoluto sobre los tesoros existentes en esta Tierra). Ahora bien, los nombres propios soportan los trazos de singularidad y universalidad familiar atribuidos desde siempre, por el psicoanálisis, a una apropiación simbólica de la subjetividad a partir del complejo de Edipo. Sin em bargo, así como lo plantea este niño, el nombre se integra a una economía libidinal de consumo, en donde el nombre de las personas y de los productos se integran en un regis tro isomórfico. En ese sentido, la mass-media (alta tecno logía aplicada a los medios de comunicación) resulta fun damental para el reconocimiento de ese registro como in ternalizado en la vida del niño. En otras palabras, la mass- media contribuye a una mayor universalización del regis tro y a una mayor canibalización en el consumo. Lo que sin duda queda prácticamenteinvisible es la condición de producción de la cosa, por lo que, si nuestro niño es con siderado psicotico, no podemos dejar de pensar lo mismo para toda la infancia de este final de siglo. 32 —
Al mismo tiempo existe, por parte de nuestro niño, una internalización de aquello de que él ha sido objeto. En efecto, el niño devora todo el poder del Otro, implícito no tanto en el goce oral del alfajor, sino en el goce semántico del nombre, porque el mismo a su vez es devorado como Uno por la sociedad y las instituciones. Pensemos que, cuando un niño entra en una escuela, él es esencialmente un alumno, y desde ese lugar la educación se apropia de su deseo, en esa paradójica función que tienen nuestras escuelas actuales, en donde, cuanto más se enseña y el alumno más aprende, más desubjetivado queda. Por consiguiente, digamos que en el acto canibalístico del niño no queda apenas revelado su estatuto de consu midor, sino también el carácter de consumido que su cuer po reviste para la sociedad. Esto, sin duda, es fácilmente constatable en la medida en que verificamos en la actuali dad el aumento alarmante del trabajo esclavo infantil, los abusos sexuales contra niños, el tráfico de bebés, y aun el “descarte” de cuerpos libidinales presente en el aumento de las tasas de mortalidad infantil. Recordemos que la protección del cuerpo libidinal del niño siempre ha obede cido a una política económica en donde eran necesarios cuerpos, para extraer de ellos la plusvalía necesaria para sustentar una fase esencial del ca pitalism o.11 En la actualidad, la posibilidad de extracción de la mis ma plusvalía de una máquina, de un robot, de la automa tización vuelve prescindible la existencia de un sinnúme ro de cuerpos libidinales infantiles, sobreviviendo sólo aquellos que pueden ser consumidores o consumidos, y siendo desechado, descartado, todo lo que reviste como exceso. De más está decir que esto invariablemente con duce a que una creciente tecnologización de la sociedad, en el seno de una política denominada de mercado, lleva rá al retorno de políticas genocidas respecto de la infan cia, tanto o mayores que en la época medieval, aun con tando con recursos sofisticados desde el campo de la me — 33 —
dicina. En otras palabras, si algunas plagas del siglo ante rior han retornado (cólera, lepra, etc.), debemos reconocer que existen cuerpos libidinales expuestos para recibirlas, constituidos por aquellos que no pueden ni consumir ni ser consumidos. IV
No deja de ser singular formular la constitución subje tiva desde la infancia en los términos precedentes. Marca una distancia radical de un tipo de psicoanálisis apoyado en la presencia del psicoanalista “sin memoria y sin de seo”, como pretendía Bion. Mucho más aun, de un tipo de teorización que sitúa el nacimiento de la subjetividad en una vida instintual pri maria (Melanie Klein) o en Otro-Cultura (Lacan), cuya acta fundacional parricida paraliza un pensar “más allá del complejo de Edipo”. En efecto, la constitución de la subjetividad, tanto en lo que se refiere a las determinaciones conscientes como in conscientes de la misma, no puede ser comprendida fuera del marco político en que está inserta. De esta manera, así como el psicoanálisis ha sabido descubrir en las neurosis adultas la vida infantil reprimida, y posteriormente, en los niños, los efectos patológicos de la alienación en el discur so y el deseo de los padres, hoy también podemos inten tar comprender los síntomas que “hablan" en la infancia y de la infancia de fin de milenio. En ese sentido, debemos aceptar que el síntoma domi nante en'la infancia actual es la marginalidad. El principal desafío de la sociedad actual ha sido descubrir y controlar el momento preciso de pasaje de la vulnerabilidad social a la marginalidad definitiva de un niño. Esta marginalidad tiene la particularidad de que, en nuestra época, no es ex céntrica de la infancia normal. Esto quiere decir que los ni — 34 —
ños marginales no rodean, o están afuera y al margen de los niños que viven en condiciones sociales adecuadas. Por el contrario, los niños marginales están dentro y jun to con los otros niños, tanto en la geografía urbana como en su propio psiquismo. En efecto, como sostiene Perlongher,12 existen áreas intrapsíquicas de las cuales nadie quiere saber, temidas y reprimidas, que constituirían los territorios mentales marginales de ser. Por lo que resulta certera la opinión del prop io Sigmund Freud,13 de que, en toda fobia, el objeto fobígeno es la proyección de una ima gen temida y deseada al mismo tiempo; así como la fobia que muchos niños padecen a ser asaltados por otros niños marginales no refleja ninguna otra cosa que el temor y el deseo de que todos esos “territorios marginales” de su psi quismo se manifiesten. En verdad, actualmente, no se sa be si es más peligrosa una gang de niños de la calle o una gang de niños de clase media reunida para defenderse de los niños de la calle. De cualquier manera, resulta funda mental comprender el síntoma de la marginalidad en la in fancia a la luz de la dialéctica subjetiva del consumo, e in cluso analizar la implicación de los psicoanalistas o de los psicólogos en este síntoma. Dijimos, en nuestro sencillo ejemplo, que el nombre propio se integra en un mismo registro con el nombre de los productos, siendo la subjetividad emergente un pro ducto político-económico-social y libidinal, donde el in consciente que aparece como máquina de producción no minal (es un hecho que la elección de los nombres sigue reglas inconscientes) en realidad es un equipamiento pro ducido para los intercambios subjetivos nominantes. En el caso de los niños marginales, digamos que esta mos en presencia de una subjetividad des-nominada. Son los NN que tienen apenas un “alias", un número o una ini cial, y que corresponden a las legiones de niños maltrata dos, psicóticos y delincuentes, o sea, que han pasado de la vulnerabilidad a la marginalidad social. Mucho hemos — 35 —
contribuido los psiquiatras, los psicólogos, los psicoana listas y los educadores a esta verdadera des-nominación, fundamentalmente a través de la práctica del diagnóstico individual. Basta un diagnostico de perversidad, locura o retardo, para que un niño pase de la vulnerabilidad a la marginalidad, conservando su familia o perdiéndola. Bas ta un diagnóstico para que este mismo niño transite las instituciones especiales, abiertas o cerradas, que buscarán readaptarlo a la sociedad. Basta un diagnóstico para crear un paria del futuro. El diagnóstico individual ha sido, es justo decirlo, una victoria del siglo de la ciencia sobre el irracionalismo. En efecto, este diagnóstico psicológico-social-individual for ma parte de las conquistas para aquellos niños considera dos perturbados o degenerados “naturales” en el siglo pa sado. De la misma manera, la violencia de los aparatos re presivos de la infancia que caracterizaron los siglos ante riore s14 ha sido su stituida, en este siglo, por una parafernalia de saberes técnicos, educativos, psiquiátricos, que intentan readaptar al niño a la sociedad. Es verdad que, aun hoy, subsisten, como trazos arqueológicos de un pa sado que se niega a morir (o que no podemos matar), ins tituciones donde el niño delincuente o psicótico es inter nado, alejado de su familia y castigado con la discrimina ción. Esta institucionalización represiva, sea pública o pri vada, ejercicio autoritario de una violencia patriarcal y feudal, en ultima instancia termina provocando lo que su puestamente quiere evitar. En efecto, no hay mayor deseo en el niño internado que el de huir, por lo que, si su locura resulta un delito implí cito, el huir pasará a ser su primer delito explícito, por lo que no será solamente loco sino también peligroso. Por este motivo, la sociedad moderna ha comprendido que readaptar a un niño desde un contexto represivo es imposible. Surgen así, desde la antigüedad, los ideales hu — 36 —
manitarios, la filantropía y más actualmente las “fundatrías”, en donde religión y ciencia se esfuerzan, por otros medios, para conseguir el mismo fin. En el ínterin, mucho se les debe a la antipsiquiatría y a la antieducación, que realizaron un enorme esfuerzo para que no fuera la socie dad la que se protegiese del niño loco o delincuente, sino para proteger a estos últimos de la sociedad. Sin embargo, ni una ideología represiva ni una ideología libertaria han conseguido dar respuestas a la problemática de la margi nalidad, mucho más en la actualidad en que la anomia (fal ta de leyes y normas que regulen la conducta) amenaza no ser apenas un privilegio de los niños marginales, sino que envuelve a todos los niños de diferentes clases sociales. La cuestión es comprender que, cuando un niño come te un acto delictivo, tanto la represión por el odio que en gendra, cuanto el sentimiento de culpa que provoca la dul cificación de la pena, lo exponen a un nuevo ciclo delicti vo. Aun así, lo más importante es percibir que todo acto delictivo es mucho más que una transgresión. En efecto, desde una primera lectura se impone la idea de que la so ciedad produce la marginalidad que después persigue, existiendo un niño delincuente que transgrede las normas buscando un paraíso y encontrando, merced al sentimien to de culpa, un castigo. Sin embargo, es el propio Freud quien nos recuerda que la culpa no se encuentra después del hecho delictivo, sino que generalmente lo precede. En efecto, una segunda lectura a la luz de la anomia actual que nutre a los niños del final del milenio podría mostrar que existe una mistificación del goce que corresponde a un modelo económ ico-libid inal, que genera subjetividades consumidoras de ese goce (en donde la culpa ocupa un lu gar sucedáneo) y subjetividades consumidas para el goce. En ese sentido, podríamos decir que los niños marginales no sólo reflejan el goce prohibido de los niños llamados normales, aunque sea efímero y en ello les valga la vida, sino que funcionan en esa dialéctica como producto con
sumido en forma efímera para posteriormente ser el res to, o sea, como aquello que ha dejado de ser útil y debe ser desechado de todo proceso de producción. No es extraño, por consiguiente, que los niños de la ca lle sean los agentes privilegiados de la culpa social. La cuestión, entonces, es ver de qué se trata esta libertad que los cuerpos libidinales disponen en este fin de milenio, considerando que no siempre coinciden la libertad de elección con la libertad de desear. El deseo sigue una dia léctica en donde puede ser productivo o antiproductivo. En otras palabras, tiene la posibilidad de avanzar, superar y crear o dejarse envolver o dominar. Siempre ha sido aceptable la necesidad de que todo deseo quede subordi nado por el sentimiento de culpa a la ley y al complejo de Edipo como garantía de civilización, así como se ha con signado su “más allá" como patognomónico de la barbarie. Sin embargo, lo que percibimos en los niños de hoy es la paradoja por la cual se acentúa el carácter salvaje del do minio sobre su deseo, en función de un goce cada vez más narcisista y solitario junto al discurso sobre la libertad. Por otra parte, en la marginalidad encontramos la misma situación paradójica, en la medida en que son niños alcan zados por un amplio, culpógeno y oneroso aparato de pro tección, que desea individualizarlos, a lo que oponen las tribus marginales una solidaridad que se mantiene a ul tranza. Como a la sociedad no le resulta muy fácil pensar las paradojas, digamos que, de la misma manera que ima ginariamente se le crea al bebé un yo individual que lo di ferencia y defiende del “ser en el mundo", se crean dos ca tegorías que permiten actualmente pensar la infancia. De un lado, la i n f an c i a i de a l i z a d a, que resume todas las es peranzas de la humanidad, como ya dijimos, no tanto por que refleja la autoestima de los adultos, sino por soportar una concepción maquínica-libidinal de deseo. Son los ni ños que aprenderán computación, inglés y guitarra para llegar a ser gerentes de multinacionales, banqueros o mú — 38 —
sicos de rock, que a veces es lo mismo. Por otro lado, en contramos la Infancia temida, que es la que preocupa verdaderamente a la sociedad, sobre todo cuando hay más dé cinco niños juntos en alguna plaza oscura. Esta infan cia es colonizada por programas estatales, filantrópicos, “fundatró pic os”, traficantes y políticos, institucione s éstas generalmente formadas por personas que tienen alto po der adquisitivo, profesionales, miembros de la Iglesia, in dustriales y, como siempre, oportunistas. La cuestión cen tral es que ambas infancias son dos caras de una misma moneda. Corresponden al nivel de mistificación de la in fancia imperante, lo que invisibiliza los sistemas de pro ducción de las mismas y a los agentes que participan en sus mecanismos generadores. Esto nos lleva directamente al punto central de toda problemática de la infancia de fin de siglo. Esta infancia, presa de una doble mistificación, no tiene acceso a ningún agenciamiento procesual desean te ,15 el cual sólo es posible a través de prácticas creativas, grupales y autogestivas de acción. Cuando me refiero a mecanismos autogestivos, me re fiero al derecho que tienen los niños de gestionar su pro pia educación, sus límites y su libertad, junto con educa dores, padres y autoridades, superando el modelo peda gógico masivo-militar-estatal y el modelo individualistaprivatista. Ya es hora de que los propios niños tengan la posibilidad de gestionar su propia vida y su enseñanza sin que sea una concesión graciosa de los adultos. ¿Cuándo una escuela será realmente de los niños, sin que tiemblen los educadores? No hay nada que temer; en las pocas experiencias que vi de escuelas autogestivas, los niños se han revelado mu cho más prudentes que los adultos. Sin embargo, este pro ceso seria inútil si no existiera también un análisis de los atravesamientos institucionales, tanto de dinero, de sexo, como políticos, jerárquicos, culturales, en lo que se deno —
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mina auto análisis. Finalmente, creo que la liberación de la potencialidad transformadora y creativa de la infancia también implica una ruptura de identificaciones arcaicas, por lo que no habría que temer que, en todo acto creativo, haya algo de la locura de todos los hombres.
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Notas bibliográficas
1. Freud, Sigmund, La dinámica de Madrid, Biblioteca Nueva, 1972. 2. Aulagnier, Piera, La violencia Aires, Amorrortu, 1977.
la transferencia (1912),
de ¡a interpretación, Buenos
3. Lacan, Jacques, Los cuatro principios fundamentales psicoanálisis, Sem. XI, Barcelona, Barral, 1972.
del
4. Deleuze y Guattari, El antiedipo: capitalismo y esquizofre nia, Barcelona, Seix Barral, 1973. 5. Freud, Sigmund, La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna (1908), Madrid, Biblioteca Nueva, 1972. 6. Aries, P., L’en fa nt et la vie fam il ia le sous l ’Ancien Régime, París, Le Seuil, 1973. 7. Dolto, Frangoise, La causa de los niños, Buenos Aires, Paidós, 1986. 8. Guattari, F., La revolución molecular, Brasil, Brasiliense, 1981. 9. Freud, Sigmund, El malestar en la cultura (1930), Madrid, Biblioteca Nueva, 1972. 10. Balint, M., O medico, seu paciente e a doen^a, Río de Ja neiro, Liv. Atheneu, 1984. 11. Donzelot, J., La policía de las familias, España, Pretextos, 1990. 12. Pelongher, N., Teritorios marginais. Saude e loucura, N.°4, San Pablo, Hucitec, 1994. 13. Freud Sigmund, Análisis de la fobia de un niño de 5 años (1909), Madrid, Biblioteca Nueva, 1972. 14. Mausse, Lloyd de, Historia de la infancia, Madrid, Alianza Muchnik, 1982. 15. Guattari, F., La revolución molecular, Brasil, Brasiliense, 1991. — 41 —
E l r e l o j d e D a m iá n Apuntes para un esquizoanálisis con niños 4
Permítanme contarles una historia, simple tal vez, pero sorprendente. Me hallaba, como buen psicoanalista de ni ños de la década de los ochenta, buscando subsidios para la cuestión de la creatividad, su origen y su desarrollo subjetivo, cuando dicha “señora" se aproximó hacia mí, sin permiso, de improviso, de la mano de un niño, a la sa zón, mi paciente. En efecto, Damián se trataba conmigo hacía 4 años, tan tos como los que yo tenía de retornado al país después de mas de 10 años de exilio. Con él recorrimos un doble ca mino paralelo. Para Damián, desde un estado casi autista, encerrado en sí mismo, oculto por meses debajo de un sillón, hasta el momento actual en el que juega, se comunica, aprende y vive. Para mí, marcando un sendero de reencuentro con lo fa miliar perdido, así como con la experiencia del terror vivi do en la década del setenta, tiempo en cual fui sucesiva mente profesional, militante y “desaparecido". Sería justo decir que, para ambos, el tratamiento constituyó un nue vo nacimiento con secuelas, cicatrices, profundas triste zas y no menos profundas alegrías. Digamos, a manera de síntesis, que nuestro niño fue adoptado de bebé, siendo su fantasía primordial el haber sido tirado a la basura, por lo cual casi la totalidad de los objetos que usó para jugar cuando comenzó a comunicar se conmigo salieron de un tacho de basura que había en el consultorio. Por otra parte, los denodados esfuerzos que * Articulo publicado en Actualidad Psicológica , año XXIV'. N. J999.
Bue nos Air es, ab ri l de
sus padres realizaban para situarlo en el mundo como a los otros niños no dejaban de generar en Damián un inten so sentimiento de culpa, así como una asfixia que tenía su correlato en un fenómeno psicosomático: el asma. Aún recuerdo las palabras de su madre con respecto a las circunstancias que rodearon su adopción: “Cuando Da mián llegó a casa estaba inerte, indiferente a todo, fue una lucha conseguir que comience a alimentarse, parecía que rer dejarse morir.” Por mi parte, me encontraba en pleno proceso de rein serción a la Argentina, continuando un trabajo ya iniciado en el exterior, buscando variables para un psicoanálisis de niños, tecnocrático, antes kleiniano, luego lacaniano, pe ro siempre vetusto, que desconocía las cuestiones sociopolítico-institucionales, centrando toda su eficacia en el tratamiento psicoanalítico individual del niño y su familia. Siendo así, procuraba en los niños el fundamento de los procesos de subjetivización que permitiesen ver, en una misma red inconsciente, lo politico económico y lo libidinal. De esta manera, me encontré con un camino pleno de riesgos, como ser el quedar estigmatizado "fuera del psi coanálisis tradicional”, sin contar la guerra despiadada que los especialistas desarrollan contra aquellos que vie nen desde lejos, con ideas raras y, para peor, sin pedir per miso. Por consiguiente, el doble camino paralelo que propuse para el tratamiento de Damián no deja de ser una metáfo ra adecuada. En su transcurso transpusimos innumerables obstáculos; él, luchando junto a sus padres para entrar en un mundo cuyo terror lo expuso al trauma y en donde to da simbolización estaba precluida, y yo, intentando en contrar en el terror pasado los resortes para una subjeti vidad sin miedos, sin exclusiones o discriminaciones. Así, entre el deseo de Damián, el de sus padres y mi pro — 43 —
pío deseo, en el seno de esa conjunción de la que poco se ha hablado en psicoanálisis (a excepción de Winnicott o Fran^oise Dolto, que no temieron perder su “neutralidad valorativa"), surgió como un destello vivo del reloj de Da mián. En 1993, Damián se encontraba bastante bien. Tenía 9 años, había conseguido ser pro mov ido en la escuela al gra do siguiente y sus relaciones sociales con otros niños ha bían mejorado sensiblemente. Aun así, frente a una frus tración eventual, siempre retrocedía, se enojaba y decía: “¿Ves?, a mí nada me sale bien.” Esta variable melancólica de su ser le fue interpretada por mí en varias oportunida des como: “Las cosas no te salen bien, así como vos creis te que no le saliste bien a la mamá que te hizo nacer.” Sin embargo, la actitud de Damián no mudaba a ese res pecto. O, mejor dicho, cambiaba en todo, menos en eso, haciendo que yo temiese un residuo melancólico, por lo que retardé el final de su análisis, a pesar de que sus pa dres, por problemas económicos, sólo podían pagar una sesión por semana. Por consiguiente, estaba situado a la espera de ese mo mento fecundo que en mi experiencia con niños es ese día en el cual los caminos se cruzan, dándose encuentros inesperados, acontecimientos sólo posibles, claro está, con una buena dosis de osadía. Es lo que ocurrió en una sesión correspondiente a agos to de ese año. En un momento de dicha sesión, Damián to mó un lápiz y decidió dibujar un reloj en una hoja. Co menzó a hacer un círculo, y la verdad es que le salió bas tante mal. Titubeante, con una línea temblorosa, no consi guió cerrar el círculo, juntando su principio con el final del mismo, a la manera de esos tests que harían las deli cias de los seguidores de Bender. Por mi parte, menos preocupado por Bender y mucho más por el reloj, decidí impedir en esa oportunidad que Damián hiciese lo que ru
tinariamente acostumbraba hacer: romper la hoja, tirarla a la basura y después pedirme que lo haga yo, repitiendo su cantinela: “¿Ves?, a mí nada me sale bien.” Sin pensarlo mucho, le dije: “Vos no te animás a que ese reloj sea lo que vos quieras que sea y, por eso, es verdad que te sale mal." Damián me miró fijamente, tanto como puede hacerlo un niño al cual se le puede escuchar el “ñacñac” de sus pensamientos, luego cerró el circulo del reloj y me dijo: “Éste es un reloj especial.” Le hizo dos maneci llas iguales y le puso números arbitrarios, sin ningún or den, aproximadamente como en el diagrama siguiente:
—¿Qué hora es en ese reloj? —me preguntó. En ese momento, la "buena" técnica psicoanalítica acon seja no responder a la demanda y, a la manera china, res ponder la pregunta con otra pregunta, tal como: “Y vos, ¿qué pensás, qué hora es?” Sin duda que esto resulta efi caz para poner en juego la fantasía del niño, más que las intenciones pedagógicas de sus terapeutas; sin embargo, ese día creo que no estaba para chino, por lo que respon dí: “Bueno, no sé exactamente cuál es la aguja chica y cuál la grande, pero si ésta fuera la grande, serían las 8, aun que está en el lugar del nueve." (Sin duda que las agujas iguales negaban un campo de diferencia fálica bastante ra dical en los niños, expresado entre la aguja chiquita y gor da, y la larga y fina; sin embargo, mencionarlo ponía en — 45 —
pió deseo, en el seno de esa conjunción de la que poco se ha hablado en psicoanálisis (a excepción de Winnicott o Francoise Dolto, que no temieron perder su “neutralidad valorativa"), surgió como un destello vivo del reloj de Da mián. En 1993, Damián se encontraba bastante bien. Tenía 9 años, había conseguido ser prom ov ido en la escuela al gra do siguiente y sus relaciones sociales con otros niños ha bían mejorado sensiblemente. Aun así, frente a una frus tración eventual, siempre retrocedía, se enojaba y decía: “¿Ves?, a mí nada me sale bien.” Esta variable melancólica de su ser le fue interpretada por mí en varias oportunida des como: “Las cosas no te salen bien, así como vos creis te que no le saliste bien a la mamá que te hizo nacer.” Sin embargo, la actitud de Damián no mudaba a ese res pecto. O, mejor dicho, cambiaba en todo, menos en eso, haciendo que yo temiese un residuo melancólico, por lo que retardé el final de su análisis, a pesar de que sus pa dres, por problemas económicos, sólo podían pagar una sesión por semana. Por consiguiente, estaba situado a la espera de ese mo mento fecundo que en mi experiencia con niños es ese día en el cual los caminos se cruzan, dándose encuentros inesperados, acontecimientos sólo posibles, claro está, con una buena dosis de osadía. Es lo que ocurrió en una sesión correspondiente a agos to de ese año. En un momento de dicha sesión, Damián to mó un lápiz y decidió dibujar un reloj en una hoja. Co menzó a hacer un círculo, y la verdad es que le salió bas tante mal. Titubeante, con una linea temblorosa, no consi guió cerrar el círculo, juntando su principio con el final del mismo, a la manera de esos tests que harían las deli cias de los seguidores de Bender. Por mi parte, menos preocupado por Bender y mucho más por el reloj, decidí impedir en esa oportunidad que Damián hiciese lo que ru 44
tinariamente acostumbraba hacer: romper la hoja, tirarla a la basura y después pedirme que lo haga yo, repitiendo su cantinela: “¿Ves?, a mí nada me sale bien.” Sin pensarlo mucho, le dije: “Vos no te animás a que ese reloj sea lo que vos quieras que sea y, por eso, es verdad que te sale mal." Damián me miró fijamente, tanto como puede hacerlo un niño al cual se le puede escuchar el “ñacñac” de sus pensamientos, luego cerró el circulo del reloj y me dijo: “Éste es un reloj especial.” Le hizo dos maneci llas iguales y le puso números arbitrarios, sin ningún or den, aproximadamente como en el diagrama siguiente:
—¿Qué hora es en ese reloj? —me preguntó. En ese momento, la “buena" técnica psicoanalítica acon seja no responder a la demanda y, a la manera china, res ponder la pregunta con otra pregunta, tal como: "Y vos, ¿qué pensás, qué hora es?” Sin duda que esto resulta efi caz para poner en juego la fantasía del niño, más que las intenciones pedagógicas de sus terapeutas; sin embargo, ese día creo que no estaba para chino, por lo que respon dí: "Bueno, no sé exactamente cuál es la aguja chica y cuál la grande, pero si ésta fuera la grande, serían las 8, aun que está en el lugar del nueve.” (Sin duda que las agujas iguales negaban un campo de diferencia fálica bastante ra dical en los niños, expresado entre la aguja chiquita y gor da, y la larga y fina; sin embargo, mencionarlo ponía en — 45 —
riesgo la continuidad del material, ya que el niño podía vi vir este señalamiento como persecutorio.) Damián me volvió a mirar, esta vez con cara de “canche ro”, como si yo no entendiera nada, y me dijo: —Éste es un reloj especial, vos no tenés que pensar en los relojes comunes. "¡Ja, ja! —pensé para mis adentros—, como si eso fuera fácil para un psicoanalista.” Él continuó: —¿Ves?, aquí son las 0,812 y aquí (mueve las manecillas del reloj con el lápiz), son las 3,25 y aquí (mueve cada vez más rápidamente las manecillas), son las 7 y 45 metros, y aquí (nuevamente mueve las manecillas) son las 5 con tres litros y 89 kilómetros. Y así siguió Damián durante 10 minutos en su relo j, en donde los números no se correspondían con los números convencionales, y además mezclaba medidas de distancia y volumen. Al terminar, el niño me volvió a mirar, seguramente pa ra cerciorarse de si yo lo estaba considerando loco. La ver dad es que no estaba muy lejos de mí esa idea. Sin embar go, la intensidad de la escena, asi como la angustia que lle vaba a Damián a desplazamientos casi maníacos en el re loj, me hicieron, por una vez al menos, suspender la ten tación de considerar su producción un delirio que desco nocía todo principio de realidad. Por otra parte, tenía mis serias dudas respecto de que todo eso podía ser un show que el niño había preparado especialmente para mí. Al final, ¿que es lo que más le gus ta a un psicoanalista de niños, que no sean juegos "simbó licos” o frondosas fantasías? Así es que continué: —Bueno, éste es un reloj muy es pecial, efectivamente, y también muy difícil como para que yo lo comprenda. —No es tan d ifícil —me retrucó, de científico a científi — 46 —
co—, lo difícil es entender el reloj normal. Éste tiene la ventaja de que vos podés saber varias cosas al mismo tiempo. ¿Querés que te lo enseñe? (En general, esta expli cación resultaba inusitada en un niño como Damián, muy “infantil", más afecto al hacer que a las explicaciones ra cionales.) Como bien pueden imaginarse, no era tiempo de retro ceder, porque si hay algo que los niños no perdonan en sus padres ni en los terapeutas es la cobardía. Así es que acepté. —A ver —me dice—, cuando esta manecilla apunta aquí y esta otra aquí, vos, ¿qué leés ? Creo que le respondí algo sumamente convencional y bastante estúpido, seguramente, por lo que él procedió a explicarme: —No, esto te da la hora, esto te da la distancia y esto la edad —dijo riéndose, y ahí sí me di cuenta de que me es taba tomando el poco pelo que me queda a mí y a todo el sistema educativo argentino. Me volvió a explicar, enton ces, con lujo de detalles, aunque siempre en forma muy veloz, cómo las manecillas marcaban otro tiempo, otra distancia, otro lugar. La rapidez me impidió percibir los desplazamientos numerales; sin embargo, para poder dar una idea del mismo, recuerdo que, cuando la manecilla apuntaba arriba, era cero en el tiempo, la otra en el 18 da ba la distancia, y a eso le agregaba varios ceros, tipo 18.000.000, para dar la idea de dinero. En síntesis, el reloj de Damián no sólo servía para medir las matemáticas, la geografía y la historia, sino también la economía, ¡todo en un mismo “compás”! Fue así como terminó la sesión del reloj de Damián. Imagino que muchos de los críticos lectores de este ma terial pensarán, como yo lo hice, que el reloj ha sido el dis parador que permitió la emergencia de una fantasía que por su certeza parece acercarse a la locura. Otros, más be — 47 —
nevolentes, seguramente abonarán la teoría de que el niño se burló de mí, del psicoanálisis y hasta de la pedagogía. Tal vez todos tengan algo de razón. Sin embargo, en el re loj de Damián, yo encuentro la simiente del proceso crea dor, aceptando que algo de loco y de burlón siempre tiene que tener un creador. En efecto, el reloj en donde se con densan tiempo, espacio, historia y dinero resulta un pro ducto de una línea de fuga de territorios convencionales en los cuales los niños de hoy transitan como consumido res y consumidos por la mass-media. Damián se salió de un camino, rompió con formas convencionales de pensar, no las ha buscado como un investigador, sino que las ha encontrado en su azar. (No deja de ser sugestivo compro bar que los postulados propuestos por el niño para su “re loj” resultan ser los fundamentos de las matemáticas bo rrosas, en la medida en que incluyen variables subjetivas en el número, y a cuyo desarrollo se dedica buena parte de las investigaciones matemáticas actuales.) ¿Acaso no sucede esto con todos los niños capaces de hacer a los 4 ó 5 años maravillosos mamarrachos multico lores, para que, después de entrar en la escuela, se los elo gie porque consiguen hacer una casa, un sol y un arbolito, sin gracia y sin valor, sino para la alegría de los padres y para la apatía de sus profesores? Seguramente, para Damián el poder desplegar su pro ducción lo va a mejorar, como sucedió realmente, en la medida en que no fue condenado por ella al diagnóstico de locura o a la locura del diagnóstico, o a ser un superdotado, que es lo mismo. Siendo así, en este cruce fugaz del deseo de Damián, el de sus padres, y mi propio deseo de analista, algo surge como trascendente en lo que respecta a la creatividad. Mi impresión es que esta creatividad no es subsidiaria de la sublimación del deseo, o sea un destino del mismo. La creatividad es el deseo mismo. El hombre procura la — 4 8 —
creatividad como el sonido busca su música. Esta creativi dad no está restricta a la obra científica, técnica o artística, sino que envuelve el amor, la vida misma. Lo importante es que opera sobre una materialidad histórico-económicosubjetiva, apareciendo siempre como líneas de fuga que ejercen efectos desterritorializantes y por ende de ruptu ra de formas convencionales de ser. En ese sentido, el re loj de Damián, más que un reloj máquina, es un reloj subjetivo, existencial, más allegado a Sartre o a Dalí, só lo que en su “compás” marca la inmanencia de lo político económico, así como lo geográfico-corporal y lo históricoHbidinal. En todo caso, éste es un reloj tan “especial” que se ale ja de aquel del analista de 45 minutos, del psicólogo y la evolución de la personalidad, o de las etapas o estadios de desarrollo de la libido, pero lleva inserto dialécticamente el time is money, como figura de la antiproducción mortí fera para el deseo y la subjetividad creadora. Al mismo tiempo, éste es un reloj que marca el final de análisis de Damián. Se me ocurre que todo final de análi sis de un niño debiera estar marcado por un acto de locu ra o por un acto creativo, o quizás por los dos al mismo tiempo. En última instancia, sólo exige del analista de ni ños aceptar haber sido testigo y partícipe de ese encuen tro privilegiado. En este tiempo tan privilegiado, de cruce y al mismo tiempo de ruptura, la creatividad no diferencia apenas el yo del niño del otro; así como tampoco opera, sino secun dariamente, reparando la historia de Damián o la de su analista. La creatividad, en realidad, va más allá de los límites y abrocha en un instante efímero, fulgurante, la reconcilia ción de la humanidad con su futuro. ¿No es esto lo que “mide", con su singular compás, el reloj de Damián? — 49 —
C a p í t u l o s e g u n d o
Infancia y prácticas institucionales 1. Atravesamientos institucionales en la práctica grupal con niños 2. Prácticas institucionales en pediatría 3. Dializar, trasplantar, interpretar 4. Prácticas institucionales en pedagogía. Institución, sexo y poder 5. Los proyectos de capacitación como analizadores institucionales de la asistencia social a menores y familias
1. At r a v e s a m i e n t o s
in s t it u c i o n a l e s
EN LA PRÁCTICA GRUPAL CON NIÑOS I. La institución en el grupo terapéutico con niños n la primera sesión de un grupo terapéutico con ni ños llevado a cabo en una institución, la joven tera peuta puso sobre la mesa un conjunto de materiales lúdicos no estructu rado s bajo la consigna “pued en hablar o ju gar, como quieran”. Los niños (cada uno por su lado) mira ron los papeles, los lápices, los bloquecitos, algunos animalitos y casi al unísono, como si estuvieran de acuerdo, a pesar de no haberse visto nunca antes, expresaron con una mirada de mendigo: “¿No hay más que esto?”
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La psicoanalista quedó sorprendida, y no dejaba de te ner razón. Jamás imaginó que en un grupo de niños de clase baja pudiera sucederle algo que resulta bastante probable en grupos privados de clase media-alta, donde nunca falta un infante que se refiera al material lúdico diciendo: “En mi casa yo tengo más y mejores cosas que éstas.” “Pensándolo bien —rumió para sí nuestra terapeuta—, tal vez puse pocas cosas; son cinco niños, y las hojas y plastilinas no alcanzan para todos. Tal vez, es un acto de discriminación de mi parte hacia los niños pobres, al final quién dice que ellos no deben tener la misma calidad de material que los niños de clase media, como le escu ché de cir a... ¿a quién?, bueh, ¡no me acuerdo a quién...!” Esta reflexión acompañó a la joven psicoanalista en to do su trayecto desde la institución hasta la librería cerca na. Sin embargo, en un pequeño e inefable instante (sólo atribuible a su experiencia como analizada y al sentido co — 53 —
mún, seguramente), decidió, antes de comprar los juegos, acudir al grupo de supervisión para exponer el problema. La primera pregunta que le formuló este grupo es, tal vez, la más obvia y reveladora: ¿De dónde sacaría el dine ro para comprar el material que supone que les falta a los niños? Lógicamente, ella respondió como debía hacerlo una terapeuta de grupo de una institución pública en 1992: “¡Los compraría con mi propio dinero porque la ins titución no tiene un peso!” La institución en cuestión (que es donde se desarrolla ba este grupo, y much os otros, ya que es una tri ncher a del tratamiento en grupos frente a la avalancha de tratamien tos individuales) es una fundación de beneficencia, que si gue un modelo histórico en Brasil de protección y ayuda a la infancia, sostenido por el Estado, por la Iglesia o por "personalidades" políticas o culturales. Corresponde como antítesis a otro modelo institucional dominante de carác ter represivo-autoritario-disciplinario, presente en cárce les, orfanatos o escuelas, encargados de sostener y repro ducir la marginalidad y la vulnerabilidad infantil. En este caso, la fundación a la que hacemos referencia poseía un consejo director en el cual convergían herederos de un se nador de la República, miembros de la Iglesia evangelista y alg uno s “no ta bl es ” de la sociedad, recib iendo ad em ás una pequeña subvención del Estado. En verdad, la beneficencia formaba parte del imaginario institucional como piedra fundamental de su practica, a punto tal que, al acto de comprar los juguetes con su pro pio dinero, debemos sumar el hecho de que nuestra pro fesional recibía un magro salario en función del mismo ideal. En otras palabras, a la demanda mendiga de los niños, la terapeuta ofrece su propia beneficencia. ¿O sería mejor decir que una oferta beneficíente genera demandas m en digas?
En efecto, lo interesante para observar es cómo esta sig nificación penetra, se enlaza y articula desde un principio en el profesional, en los grupos de niños y, en especial, en el material lúdico. Hablamos entonces de un verdadero atra ves ami ento *1 institucional en lo grupal, en el sentido de que el orden in stitui do2 prod uce y repr odu ce i nco ns cientemente, en las personas, en los vínculos y hasta en las cosas, las formas de dominación y explotación de la subjetividad transformadora que emerge en el proceso grupal. En este caso, el atravesamiento institucional hace eje específicamente en el material lúdico, o sea en el equipa mi en to. 3 Si nos ate ne m os a la con cep ció n kleinia na del juego, com o m od o de expresión simbólica del inc on sc ie n te del niño ,4 no pod em os dejar de inferir que el objeto de atravesamiento “beneficíente" resultaría ser no sólo su equipamiento externo, sino su equipamiento interno, o sea aquello que equipa a lo inconsciente, a saber: el pro pio deseo edípico. Efectivamente, a diferencia del orden autoritariodisciplinario-represivo, que produce una intensa agresivi dad en el niño, el modelo beneficíente induce un senti miento de culpa inconsciente que posee dos efectos: o el niño establece frente a la culpa una renegación a través del goce que extrae en la mendicidad o, por el contrario, cuanto más culpable lo hace sentir el benefactor, más ma lo está obligado a ser, buscando el castigo a través de con ductas delictivas. De cualquier manera, tanto el modelo represivo como el protector de la infancia son formas de producción de una dialéctica amo-esclavo, que deja de ser interpersonal para pasar a ser intrapsíquica y, aunque estén pensadas bus * A t r a v e s a m i e n t o : " La r e d s o c i a l d e l o i n s t i t u i d o - o r g a n i z a d o c u y a f u n c i ó n p r e v a l e n t e e s la reproducción del sistema actúa en conjunto... Este entrelazamiento, interpenetración y articulación, de orientación conservadora, sirve a la explotación, dominación y misti ficación, presentándolas como necesarias y benéficas.”
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cand o la ada ptac ión social del niño, en realidad funcionan como máquinas culpogénicas y discriminatorias y termi nan por generar niños marginales. Veamos ahora otro tipo de atravesamiento institucio nal, haciendo eje en la elección del dispositivo terapéuti co. Un gru po de niños es coord ina do en co-terapia por dos psicoanalistas en un hospital público. La decisión del dis positivo es festejada por todos. Por los terapeutas que pue den faltar o tomarse vacaciones sin dejar de atende r a los niños. Por los padres, generalmente de pocos recursos económicos, que saben que sus hijos son atendidos todo el año, todo el tiempo, y no deben gastar un pasaje para encon trarse con que el grupo fue susp end ido por ausencia de un terapeuta. También el supervisor estaba muy feliz de poder desarrollar un dispositivo bastante innovador desd e el pu nt o de vista teórico-técnico, sin contar con que los niños disfrutaban bastante del espacio grupal que se había armado. Precisamente, en una reunión del grupo de estudios que consuetudinariamente se encontraba para analizar las prácticas grupales, una de las coterapeutas no dejaba de elogiar la opción por ese tipo de dispositivo, en la medida en que la “tranquilizaba mucho", cuando se veía obligada a ausentarse, ya que su hija se encontraba grave mente enferma. Fue en ese momento cuando comentó al pasar, y sin que tuviera nada que ver con el tema anterior, que recibió el llamado del director del hospital, que se mo stra ba muy pr eoc upa do por los "baches” en los servi cios ofrecidos, exigiendo que, cada vez que alguien se to mara vacaciones, otro profesional debía permanecer en su lugar. Lo notable es que hasta ese momento era invisible para todos el hecho de que el dispositivo coterapéutico correspondía a una demanda institucional vehiculiza da por el director, y que ésta, a su vez, se fundamentaba en la institución de la división del trabajo. En efecto, como en la fábrica, también en la institución hospitalaria la produc ción no podía parar. Como vemos, en este segundo ejem— 56 —
pío, de alguna manera, todo dispositivo, toda técnica gru pal, aun la más osada o innovadora, tanto con niños como con padres, es objeto de atravesamientos socio-institucio nales, los cuales se encuentran invisibles o, por decirlo de otra manera, gozan del estatuto de lo inconsciente. Pasemos a otro aspecto de los atravesamientos institu cionales centrados en las actuaciones dentro de los gru pos terapéuticos con niños. Es sabido que los grupos con niño s se co ns ti tuy en en lugar es de “ju ga r lib re me nt e”, lo que implica indefectiblemente un permanente “pasaje al act o” que envuelv e incluso al propio terap euta . Digamos que no existe grupo terapéutico sin que algo del cuerpo de los niños y también del terapeuta entre en juego. Esto no quiere decir que el grupo terapéutico tenga un sentido ca tártico para el niño o para el terapeuta, y abonemos por u n a p l a y t h e r a p y en su sentido más alienante. Por el con trario, en un grupo terapéutico, el juego y el jugar ponen en cuestión la dinámica del deseo, tanto en lo singular co mo en lo colectivo , si en do el cu er po y sus “ac to s” valo res simbólicos de ese deseo. De cómo los atravesamientos institucionales inciden sobre este “hacer”, o sea, sobre el cuerpo en función del ju e go y de los “actings", me referiré a un grupo terapéuti co con niños de aproximadamente 5 años, que “se diver tía” mu cho p int an do en grande s pap eles la form as más ex travagantes. Como podrán imaginar, la mitad de la pintu ra iba a parar al suelo y las paredes, con lo cual el final de la sesión era realmente trágico para el terapeuta, obligado con los niños a realizar una ardua limpieza de la sala. Es to hizo crisis el día en que el personal de limpieza de la institución presentó una queja formal, porque aun lim piando lo mejor posible esa sala y algunas otras termina ban realmente bastante sucias. En ese instante, la terapeu ta del grupo no tuvo más opción que suprimir el material de pintura, para no tener que soportar ser la provocadora de un verdadero conflicto gremial en la institución. A to — 57 —
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do esto, es necesario decir que la institución era, a la sa zón, un hospital privado que dependía de convenios con varios gremios, y que cualquier cancelamiento de los mis mos amenazaba su propia sobrevivencia. En este caso, po dem os o bservar que lo realmente sup ri mido no es el equipamiento, sino el propio acto de pintar, ensuciar, junto con el espacio para ese fin. Nunca tan cer teras, com o aquí, las observ acio nes de Winnicott5 con re s pecto al espacio transicional, ya que en esta sala-espacio se entrecruzan el juego, el jugar, lo terapéutico, lo gremial y lo político-institucional. De ello pod em os extraer, sin gran des d ificultades, el he cho de que en este espacio los niños deben dejar de ser ni ños para ser adultos, que la enfermedad es concebida como caos y desorden, frente a lo cual es necesario opo ner el orden y la limpieza, y que existe un orden político jurídico-institucional en d ond e los ag en tes ejercen el con trol de todo aquello que se opone a la regla. En fin, diga mos que, en la serie limpieza-espacio-pintura-acto grupal, se anuda ese proceso de desapropiación subjetiva que re sulta ser tan característico en las instituciones actuales.
II. Análisis de los atravesamientos institucionales en los grupo s con niños Hemos relatado estos ejemplos de atravesamientos ins titucionales en lo grupal con niños, con el objetivo de in tentar ma rcar sus se meja nza s y diferencias con los grupos terapéuticos con adultos. En primera instancia, debemos reconocer que tales atravesamientos no se constatan apenas en el discurso, si no también en el material lúdico, tanto por el contexto de su elección, como también por su propia producción. En otras palabras, un cochecito no es siempre un cochecito, — 58 —
depende de la institución en donde esté insertado y de la marca que carga. Esto es válido aun para aquellas prácticas que no privi legian el jugar en una psicoterapia de grupos con niños. En todo caso, la palabra es marca significante y como tal se halla atravesada por el discurso dominante. Lo impor tante es que este proceso no se reduce a la palabra o al material apenas, sino que envuelve el jugar, los lugares, la elección del dispositivo psicoterapéutico y hasta las con signas gru pales. En otra s p alabras , en lo grupal, con niños, el nivel de atravesamiento es mucho más amplio, en la medida en que envuelve no sólo la palabra, sino también los actos, los espacios y los cuerpos. En segunda instancia, sabemos que, en los grupos con adultos llevados a cabo en instituciones, los atravesa mientos se tornan más visibles en los momentos de crisis institucionales. En general, la propia dinámica tecnocrática del grupo y un cierto análisis de resistencias permiten, tratándose de adultos, invisibilizar todo aquello del orden socio-institucional presente en la problemática grupal. Tanto es así, que el propio Bion6 encuentra los principales subsidios para una teoría sobre lo grupal, sin considerar fundamental el hecho de que su campo de experiencia fue el propio ejército inglés en situación de guerra, lo que im plica redefinir sus s upu esto s básicos dentro de un co ntex to que apuntaba a crear una mayor democratización den tro de esa institución y consecuentemente a producir una mayo r eficacia de co m ba te .7 Sin embar go, cua nd o se trata de grupos con niños, los atravesamientos aparecen en for ma visible desde un primer momento, sin necesidad de crisis para que se manifiesten. El punto sobre el cual de bemos centrar la atención es el carácter múltiple de los atra ves am ien tos, 8 co m en za nd o por la incidencia de la ins titución educativa. Esto no se expresa sólo en los grupos de niños sino también en los grupos de madres que sue len realizarse paralelamente en algunas instituciones, en — 59 —
las cuales el rendimiento escolar es excluyente. En ese sentido, no deja de ser un alivio para los terapeutas de grupos el conseguir que el grupo de madres hable de sus problemas como mujeres o como madres, que la institu ción educativa encuentre un lugar para hacer síntoma que no sea el niño (cesando en la presión sobre los terapeutas) y que finalmente el grupo de niños desarrolle algún otro tipo de fantasía que no sea la de reproducir la relación profesor-alumno. Digamos que esto constituye un cierto beneficio primario del tratamiento en grupos con niños, aunque a veces puede correrse el riesgo de pensar que los atravesamientos cesaron y cada “zapatero se dedica a sus zapatos”. En realidad, digamos que estos atravesamientos no cesan nunca, “pu lsa n” pe rm an ent em ent e, sólo que el discriminar espacios a partir de una intervención terapéu tica, o merced a los propios desplazamientos transferenciales que realizan los niños en la terapia, permite que no sean visibles, o sea que pasen a otro tipo de registro.9 Finalmente, los atravesamientos institucionales en lo grupal con niños tienen en la implicación del terapeuta su correlato más notorio. En efecto, cu ant o más implicado es tá un terapeuta en una institución, sea ésta de carácter pe dagógico o de salud, más difícil resulta para él desvendar el orden de multiplicidad de estos atravesamientos. En el caso de los psicoanalistas de niños, siempre se les ha re clamado un mayor nivel de análisis de su propia persona, en la medida en que su acto analítico envuelve indefecti blemente el cuerpo del niño, su propio cuerpo y la fami lia. En vista de lo manifestado, en realidad lo que se hace imprescindible, en el caso de un psicoanalista que trabaja con dispositivos grupales con niños, es un profundo aná lisis de s u im pl ic ac ió n, 10 lo cual sólo es pos ible en el ma r co de dispositivos grupales a los que él mismo pertenece, como podrían serlo las supervisiones grupales, los grupos de estudi o o cualquier otro analiz ado r artificial11 creado con este fin. De alguna manera, podemos decir que, si en — 60 —
los niños es e sab er que no se sa b e12 se exp res a en im p en sables, también del lado de los terapeutas aparecen esos impensables que sólo a través de un análisis conjunto im piden la reproducción de los instituidos. En síntesis, todo lo expuesto indica que, si en un grupo terapéutico con adultos realizado en una institución es di fícil sostener el grupo-isla, en el caso de grupos con niños esto es prácticamente imposible. Es más, el grupo con ni ños no puede funcionar como isla, ni siquiera en aquellas instituciones que intentan elitizarlo en función de un de termi nad o coeficiente intelectual, aptitu d profesional o ta lento “natural”. En todo caso, podríamos decir que, en es te últi mo tipo de gr up os, el efecto “isla” no rep re se nt a otra cosa más que un coeficiente máximo de atravesamiento, lo que los sitúa en la calidad irreductible de grupo obje to.13 Esto significa que el grup o ter apéu tico con niños en u na instituci ón posee siem pre un carácte r ins tit uy en te, 14 si no es por su propio funcionamiento, será por los desdobla mientos que provoca. Efectivamente, si el síntoma en el niño es soporte de la palabra de los padres, resulta im prescindible, en el tratamiento, hacer lugar a esta palabra. El problema es que el hecho de que los padres hagan oír esta palabra, individual, familiar o grupalmente, provoca en la institución una violenta ruptura, en la medida en que subvierte los instituidos más tradicionales de la misma (división del trabajo, división de género, etc.). En ese sen tido, la dificultad más común que manifiestan los terapeu tas de niños en las instituciones es encontrar lugares u ho rarios para estos padres, sin contar el hecho de que los grupos de padres que se forman son sólo de madres. Anteriormente sostuvimos que la implicación del psi coanalista es un correlato de la problemática generada por los atravesamientos instituidos; ahora debemos decir que el carácter “in ten siv am en te” insti tuyen te de la práctica — 61
grupal con niños lleva indefectiblemente a una sobreimplicación15 del psicoter apeuta, torn ánd olo por tad or de un doble discurso. Este doble discurso consiste en insistir, desde la teoría, en la “necesidad de que los padres partici pen del tratamiento del niño, en especial, el padre”, mien tras que en la prop ia prácti ca y al mi smo tiem po dicen que “las madres perturban el trabajo y los padres, en el fondo, mejor que no vengan, porque, si lo hacen, es para exigir alguna cosa o para retirar al niño del tratamiento”. Este doble discurso es sostenido desde un lugar sobreimplicado, en donde el psicoanalista se ve obligado a ser más psicoanalista del niño que nunca, desplazando modelos de una determinada “ortodoxia" privada al ámbi to público (sobreimplicación a la institución psicoanalítica y verdad teórica a la que adhiere), o se ve obligado a ser mucho más un trabajador social que un terapeuta (so breimplicación a la institución pública en donde trabaja). Como vemos, el análisis de los atravesamientos institu cionales en la práctica grupal con niños d em ues tra que di cha práctica, tanto con niños como con sus padres, pone en juego problemáticas institucionales y subjetivas muy intensas y amplias que, por otra parte, no son diferentes de aquellas que suscita la propia infancia en la sociedad actual.
III. Infancia y tran svers alid ad Los atravesamientos institucionales en lo grupal sólo pueden ser despejados en la transversalidad. En efecto, atravesamiento-transversalidad forman un par dialéctico y corresponden al conflicto entre lo instituido y lo institu yeme. A los atravesamientos inconscientes que operan en la producción de subjetividades dominadas y explotadas, se opo ne el análisis “de y en ” la tra ns ver sa li dad , c om o for ma de tornar visibles estos mecanismos de dominación y — 62 —
vehiculizar los grupos como prácticas transformadoras. La transversalidad es un concepto que desde su postu lac ión16 ión16 ha sido ob jet o de varios est ud io s p or par te de insinstitucionalistas, analistas sociales y terapeutas de grupos. Sin embargo, en lo que hace a su dinámica en los grupos con niños, son escasas las investigaciones dedicadas a ese aspecto central de la práctica. En un prime r mome nto, Guattar Gua ttarii pre senta la tra nsv ers a lidad como una nueva forma de transferencia que supera la transferencia vertical y jerarquizada al padre y la trans ferencia fraterna que se expresa en las instituciones a tra vés de los rumores. Sostiene que la transversalidad trasciende los dos ejes P s i c o l o g í a d e de la transferencia propuestos por Freud en Ps l a s m a s a s y a n á l i s i s d e l y o , e n la medida en que grupos, instituciones e individuos “reeditan”, en el aquí y ahora del del acto terapéutico, las las relaciones de p ode r polític pol ítico, o, di ne ro, género o étnicas, además de las consabidas familiares. Para ser justos, debemos reconocer que Guattari no propone apenas un operador técnico más, sino que inten ta generar un nuevo enfoque del campo del psicoanálisis para situarse, incluso, más allá del psicoanálisis. En efec to, el concepto de transferencia como s u j e t o s u p u e s t o s a b e r es solidario con el concepto de inconsciente, lugar de ese s aber que no se sa be .17 .17 De esta mane ra, la tr an sv er sa lidad no es una modificación en la técnica, en función de un elemento más para tener en cuenta en el tratamiento institucional, sino que implica revisar la propia conceptualización del inconsciente como subordinado al signifi cante fálico, expresión del n o m b r e d e l p a d r e en e n el e l ser p ar lante. La idea central es que la transversalidad, en la medida en que depende de una polivocidad y una heterogeneidad político-social-libidinal, descentra el inconsciente del sig nificante fálico, siendo su hegemonía, o sea la primacía — 63 —
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edípica, una forma que tiene la cultura para generar suje tos en serie según el sistema político en curso. Al mismo tiempo, la propia transversalidad, nacida bajo la idea de constituir un soporte transferencia! multideterminado, va recibiendo otras lecturas que permiten situarla no apenas como soporte sino como concepto central en la organ iza ción de la subjetividad. De esta manera, comienza a apa recer en los gru pos e instituciones c omo forma de crear lí neas de fuga micromoleculares que permitan no sólo la ruptura de los instituidos, sino la emergencia del deseo como productivo y transformador. Siendo así, la tranversalidad deja de ser apenas un aspecto del análisis, para pasar a ser un modelo de agenciamiento original y creativo de la realidad. No será ne cesario, pues, un gran forzamiento teórico como para en contrar, en la práctica institucional o grupal con niños, ejemplos de esta cuestión planteada como dialéctica atravesamiento-transversalidad. En un hospital público, dos psicoanalistas, con una gran dosis de inteligencia y mucho más de coraje, propo nen la creación de una sala de juegos para los niños inter nados en ese nosocomio. La idea que las animó fue la de generar un espacio en donde los niños pudiesen elaborar, a través del juego y de los vínculos con otros niños, su soledad y su sufrimiento. Esto, desde un primer instante, definió su acto: preten dían crear un espacio “pen “pen sad o psicoanalíticamente", pero sin transformarlo en un dispositivo terapéutico grupal propiamente dicho. En un primer momento y gracias a una cierta “semicl an de st in id ad ” (una palabra aquí, un ap oyo más allá y un formulario mucho más allá), consiguieron un lugar real mente adecuado y central para el proyecto. Posteriormen te, otro poco de semiclandestinidad, hecha de “ojos que no ven, corazón que no siente”, les permitió apropiarse de _64 —
un significativo material lúdico para este fin. Finalmente inauguraron la sala de juegos del hospital con “bombos y platillos”, autoridades, ediles, funcionarios comprometidos con el proyecto y otros oportunistas, co mo corresponde. La sala de juegos superó largamente los objetivos trazados por sus creadoras, en la medida en que, en poco tiempo, se tornó un lugar privilegiado a don de concurrían alegremente todos los niños internados de diferentes salas. Esto implicó, desde un principio, dos subversiones im portantes. La primera liquidaba la división de clases entre los ni ños enfermos, en la medida en que allí concurrían todos los niños, sean oncológicos, metabólicos, quemados, has ta algunos ambulatorios junto con sus madres y hermanitos. La segunda transgredía el propio orden instituido de la medicina institucional, en la medida en que en ese es pacio no había camillas, estetoscopios o tomógrafos, y los agentes de salud no funcionaban como tales allí, lo que, por otra parte, le daba un cierto carácter bizarro a la cosa. En fin, algo de la transversalidad estaba en juego, en su efecto des -te rr ito ria liz ant e, 18 sien do el jug ar en la sala una línea de fuga de los instituidos macromoleculares que or ganizan la atención de salud tanto en instituciones públi cas como privadas. Las resistencias, lógicamente, no de moraron en aparecer. Nuestras psicoanalistas concurrían a ese nosocomio solamente los lunes, miércoles y viernes, por lo que la sala permanecía abierta esos días y en los ho rarios en los cuales ellas se hallaban presentes. “Sólo se abre la sala de juegos, si hay alguien que se responsabili ce —decía el director del hospital—, para evitar el desor den y el robo, que nunca faltan.” Sabemos que, en general, en estas instituciones el jefe nunca se equivoca y, aun haciéndolo, siempre tiene razón, por lo que los niños sólo podían jugar en la sala con hora — 65 —
marcada... como si fuera un tratamiento psicoanalítico. Por otra parte, nuestras dos psicoterapeutas debían luchar "a bra zo pa rt id o” para que lo loss ped iat ras n o ent rar an en la la sala a hacer sus consultas o charlas, ya que ellos también consideraban el lugar como un espacio muy cómodo para estos fines. En otras palabras, el agenciamiento procesu al 19 inst itu yen te ponía en jue go la pr oble mátic a de la apropiación política de la cosa, en donde hasta las propias creadoras se encontraban implicadas. Digamos, dicho sea de paso, que resulta inimaginable que sean los propios ni ños los que se apropien del espacio, ya que ésta es la es cena más temida por cualquier institución, sea de orden médico, pedagógico o familiar. Este ejemplo simple, pero real, cuyo final aún se está es cribiendo actualmente, sirve para demostrar cómo, a tra vés de la creación de este tipo de dispositivos, las psicoa nalistas obtienen un máximo de transversalidad que posi bili bi lita ta otro ot ro mo do de agenciamiento en una institución, instituc ión, d on de convergen y hacen crisis los atravesamientos políticosociales-económicos y subjetivos que dominan los servi cios de salud. En ese sentido, Guattari exponía una metáfora en don de la tranversalidad era algo así como las anteojeras del caballo. Cuanto más se abren estas anteojeras, o sea, cuanto mayor el coeficiente de transversalidad, mayor po sibilidad de “ver" lo invisible de las relaciones de domina ción y explotación. Tal vez, en función de los ejemplos relatados, podría mos decir que la transversalidad hoy, en la práctica grupal con niños, no significa apenas abrir anteojeras, sino tam bién imp lica re ti rar los “co “co rs és ”, afl oja r las las “a “a t a d u r a s ” y ex pu lsa r los los “ca “ca sc os ” de la la alienaci ón, q ue imp ide n la b ú s queda, tanto en lo singular como en lo colectivo, de un universo creativo y transformador. En un trabajo sobre la transferencia en psicoanálisis de — 66 —
niños, Emilce Dio20 propone la misma, en función de su experiencia con niños, como un sujeto su pues to poder. Define así, en el plano empírico, algo que resulta bastante evidente en el tratamiento psicoanalítico con niños: para un niño, el Otro no es el saber que no se sabe, sino el po der que no se tiene. Tal vez, ésta es una cuestión que le devuelve validez a la idea de Fre ud 21 de que los su eñ os infa ntiles so n re al iz a ciones de deseos menos complejas y más directas que la de los adultos. Los psicoanalistas de niños saben que, si se trata de ex presar el deseo inconsciente, los niños ofrecen en sus sue ños y juegos una complejidad que en nada se diferencia de la de los adultos. Sin embargo, si la cuestión del deseo inconsciente tiene que ver con el poder en el Otro, ahí sí podríamos pensar que los niños expresan más claramente la relación entre ese poder y el deseo. Este poder que se supone en el otro está implícito en el cont rat o, en las cons igna s, en el silencio, en el jugu ete , y en la interpretación, o sea que corresponde, más que na da, al campo de lo político. Ese poder, sin duda, el niño no lo tiene, pero lo que sí tiene es el deseo que, desde la transversalidad, cuestiona la médula de ese poder en el Otro. ¿No será por eso por lo que, a través de las épocas, los adultos han temido a los niños y por ende los han someti do a la disciplina de la razón o, actualmente, desde la guardería y cada vez más precozmente, a la lógica del con sumo y del mercado? Efectivamente, la infancia es siempre "transversal’’. En ella se anudan y entrecruzan las producciones del deseo, lo que de alguna manera reivindica la propia subversión freudiana contenida en la fórmula de la “fase perversopo li m or fa ” en el niñ o. 22 De la misma manera, podemos decir, a modo de conclu — 67 —
sión, que no son únicamente los atravesamientos lo “invi sible" de los grupos, sino tambié n la trans versa lidad con s titutiva de las relaciones deseantes y productivas. Dijimos, al finalizar el capítulo anterior, que la infancia es instituyente, “intensamente" instituyente; tal vez deba mos insistir ahora en que es la transversalidad del deseo lo que le otorga ese carácter. En ese sentido, los grupos con niños son un buen medio para abrir esta transversali dad en toda esa dimensión sublimatoria, que es la misma que une al artista con su creación y, en nuestra práctica, al niño con su libertad.
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psicoanálisis de ni
(1898),
una teoría sexual
2 . P r á c t ic a s in s t it u c io n a l e s e n pe d ia t r ía *
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He tenido la oportunidad, en estos últimos 20 años, de participa r en hosp itale s y servicios de pediatría, clínicos y especializados, en carácter de miembro, supervisor, do cente y hasta asesor. Desde las primeras interconsultas, cent rad as en el paciente, des pué s, en la familia del p acie n te, y finalme nte en la relación médico-pacient e, los grupo s Balint, hasta las actuales reuniones de equipos interdisci plinarios, mucha agua ha pasado por este puente; algunos éxitos, muchos fracasos. Hubo que luchar en un principio contra una orientación tecnocrática que dividía al pacien te en tantas partes como especialidades existen en la me dicina. Posteriormente, también hubo que luchar contra una tendencia centrada en una dudosa lectura de Michel Foucault, que pretendía un poder médico que debía ser derrotado por los psi. Los resultados de esa concepción que emblocó a todos los médicos en una reacción anti-psi, en la me did a en que perci biero n que sólo servía para la institución del poder psi, aún hoy se pueden sentir en el esce pticism o que mu ch os pediatr as tienen por la partici pación de psicólogos en el tratamiento de sus pacientes. Como me manifestaba un prestigioso cardiólogo infantil hace poco tie mpo , en un leng uaje muy revelador : “Yo no sé c óm o ha ce n los p si có lo go s y p si co a na li st as p a ra c o ns e guir, cada vez que les derivo un caso, que yo sienta que es toy perdiendo al paciente.” De nada vale en este caso mostrar la diferencia entre un psicólogo y un psicoanalista, o entre un psicoanalista de una corriente teórica y otro opuesto hasta institucional mente, ya que en nuestro país una cosa parece subordina da a la otra. Creo poder asegurar que aún hoy los ecos de esta lucha de poderes se hace sentir en los equipos inter disciplinarios, cuando los psicoterapeutas reclaman a los * Conferencia dictada en el II Congreso Brasileño de Psicología Hospitalaria, Belo H ori zonte, agosto de 1999.
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médicos por qué nunca los llaman, y los médicos acusan a los psicoterapeutas de que nunca están cuando se preci sa de ellos. También hubo que luchar contra una concepción que re ducía la práctica de un equipo pediátrico a una buena rela ción médico-paciente (sea éste el niño o la madre del niño), negando la problemática institucional y social en la cual se enc uen tran envu eltos tanto los médicos como los pacientes. Fue todavía más necesario, para la misma época, pole mizar con la división de géneros que campeaba en la pe diatría, en las instituciones y hasta en el mismo psicoaná lisis, que establecía que la madre era central en la vida del niño, siendo el padre apenas una figura decorativa. Toda vía resuenan en mis oídos las discusiones por el sentido escandaloso que tenía (cuando instituíamos la internación conjunta) que un padre o, mejor dicho, un hombre se que dara toda la noche junto a un niño en una sala de pedia tría llena de mujeres. Tampoco puedo dejar de hacer referencia a un combate permanente que hemos tenido los psicoanalistas ligados a estas prácticas, para legitimarlas frente a las propias ins tituciones psicoanalíticas que, en forma pertinaz, le han negado el derecho y la patente psicoanalítica que no sea en forma marginal y clandestina. En todos y cada uno de estos momentos, no pude dejar de pensar que hubo una lucha entre una fuerza instituyente y otra instituida, muy a pesar de que en lo íntimo siem pre creí que los defensores de lo instituido no lo eran tan to, ni los instituyentes eran tan instituyentes como pare cían. En realidad, lo que siempre fue pensado como una lu cha política no ha dejado de ser un proceso conflictivo en el cual se generaron nuevas prácticas de tratamiento del niño enfermo y su familia. Desde ya, y para no subestimar la inteligencia de los — 72 —
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lectores, he decidido ahorrarles el sermón humanista de que la integración del psicoanalista y el pediatra en una práctica común “aumenta la comprensión del paciente, da un sentido humano a la pediatría, incluye lo orgánico y lo emocional etc.”. En la act uali dad , de bo decir que, cada vez qu e soy 11amado a participar de un equipo, a supervisar o realizar una interconsulta, tengo la impresión de que todas y cada una de las cuestiones relatadas reaparecen. No deja de ser singular la sensación de que todas las batallas, vencidas o no, retornan cuando uno cree que han sido libradas una vez y para siempre. En efecto, la división del trabajo, pre sente en los que saben y los que hacen o en la división tec nológica en especialidades, la división de poderes, tal vez menos feudal en esta época que antiguamente o la divi sión de géneros, son como fantasmas reencarnados en ro pas modernas de todas las rupturas axiológicas, epistémicas y políticas que caracterizaron la segunda mitad de este siglo, que no por nada ha sido llamado el siglo de la ciencia y del niño. Desde ya, esp ero que convocar a estos fan tasm as sea ent end ido como una ten tat iva de reco rda r una historia hecha por pe rs on as com o Florencio Escardó, Arm in da Aberastu ry o Pichón Riviére, para co ns tru ir un fu tu ro que no sea sobre la muerte del pasado, como proponen algunos ideólogos del po sm od er ni sm o. Aun así, no teng o la me no r du da de que mis pal abra s podrían ser com o las del viejo repu blic ano esp año l que las pasó tod as y al que sólo le qued ó la música com o consuelo. Sin embargo, para despejar todas estas suspicacias creo necesario decir que, si bien hay un cam po de repeti ción en juego en el aquí y aho ra de tod a práctica que realiza un equipo pediátrico interdisciplinario, existen muchas dife rencias en cómo se articula en la actualidad y en los ins trumentos teórico-técnicos que permiten su análisis. En primera instancia, lo que hace al montaje del dispositivo — 73 —
donde se conjugan la práctica pediátrica y la psicoanalíti ca. Actualmente concebimos dichos dispositivos, puestos en marcha por psicólogos y médicos, como analizadores artificiales de la problemática social-institucional y sub je j e t i v a t a n t o d e l o s u s u a r i o s c o m o d e l o s p r e s t a d o r e s d e servicio. Lo importante resulta ser que estos dispositivos consigan m anten erse dentro de una práctica práct ica analíti anal ítica, ca, evi ev i tando forzamientos, tales como exigir cambiar una ges tión interconsultiva por un grupo transdisciplinario o un ateneo clínico en un grupo operativo con la participación del personal paramédico. En efecto, el dispositivo puede ser mejor analizador cuanto menos violento sea su esta blecim iento .1 Es verda d el el hecho de que un dispositivo grupal donde participen médicos y paramédicos, y hasta el jefe del servicio, constituye un espacio privilegiado de la circulación de la palabra y de análisis de la misma, por que facilita la ruptura de la división instituida entre los que hacen y los que saben, y horizontaliza a los especia s t a f f . Sin embar listas y a los clínicos, a los residentes y al st go, nunca ha dado buenos resultados forzar la demanda, sin contar con el hecho de que la tarea interconsultiva convenientemente realizada permite la compresión de lo reprimido en el niño, en la familia, en el propio profesio nal y hasta en la institución. En otras palabras, lo que de cide el dispositivo posible es la demanda del equipo pe diátrico, aunque no resulte secundario en este campo tam bién hablar de la oferta. En efecto, la experiencia nos indi ca que el psicoanálisis se encuentra sobreofertado en esta sociedad y prescinde de toda presentación formal. Sin em bargo, debemos reconocer que esta oferta corresponde a un solo tipo de psicoanálisis, clínico, individual y tecnocrático, por lo que resultaría importante redefinir cuál es el objetivo que tenemos los psicoanalistas cuando nos in tegramos a un equipo pediátrico. ¿Este objetivo es, acaso, la comprensión individual de la problemática del niño y de su familia en tanto impiden, traban o perjudican la cura médica? — 74 —
Debemos responder a esta pregunta con un sí y un no. Sí, en la medida en que existe un síntoma y, como todo síntoma, está en el cuerpo y más allá del cuerpo. No, en la medida en que este síntoma, sea orgánico o psíquico, lle va inserto inmanentemente toda una serie de factores constitutivos de la subjetividad del orden político, econó mico y libidinal. Por consiguiente, cualquier dispositivo que pongamos en marcha tendrá como objetivo ser un analizador, o sea, que nos permita tornar visible lo invisi ble, que no es sólo individual, sino también socio-institucional. Para esto, lógicamente, partimos de la base de que la práctica médica hoy no es un campo tecnocrático de ac ción, aun a pesar de la supersofisticación tecnológica im perante, sino que es un espacio privilegiado de apropia ción subjetiva del cuerpo en un contexto social, político y familiar. Entonces, desde este punto de vista, ¿qué significa que un dispositivo en tanto analizador pueda hacer visible lo invisible? ¿Acaso interpretar la fantasía inconsciente del niño en transferencia, o de su madre? Yo diría que mucho más que eso, para lo cual daré un ejemplo simple: un comentario bastante regular entre los jefes de residentes de pediatría de todos los hospitales que he visitado consiste en decir que ellos son “el jamón del s a n d w i c h " , o sea que viven pre sionados entre los residentes y el st s t a f f . La verdad es que lo son, lo que los sitúa en un discurso victimizado que no es exclusivo de este grupo, sino que, en general, es la marca registrada de todos los estamentos de una institución hospitalaria. En efecto, en un hospital hay demasiadas víctimas y pocos victimarios. Pero tam bién es verdad que el el "jam ón” tiene la vent aja de p od er e s tar en los dos lados del pan. En otras palabras, los jefes de residentes tienen un poder que consiste en poder estar en dos lados a la vez. De esto se trata, entonces, en un dispo sitivo que funcione como analizador, de tornar visible un — 75 —
poder que está invisible, y que influye decididamente en el tipo de práctica de salud que se lleva a cabo. Desde aquí es posible concebir una práctica que permi ta despejar, a partir del discurso, las conductas, los rumo res y los los “ch “ch im en to s” (sean de los p acie nte s co mo de los médicos y paramédicos), par amédicos), lo que está e nj ue go en la la prob le mática de la enfermedad y su cura, a saber, como ya lo di ji j i m o s , el s i s t e m a d e a p r o p i a c i ó n d e la s u b j e t i v i d a d c o r p o ral del niño en relación con su familia y con el entorno so cial. Para ello disponemos hoy de dos operadores teóricoclínicos que se han revelado de un valor incalculable para este tipo de práctica: la transversalidad2y la implicación.3 Estos conceptos oriundos del análisis institucional son algo de lo nuevo "que en estos últimos 20 años ha nutrido la experiencia de psicoanalistas y pediatras”. La transversalidad surge de la constatación de que to do discurso, acto, o gesto humano, en fin, toda la subjeti vidad, se encuentra atravesada por las significaciones do minantes, sean de carácter político, económico, cultural o sexual. Este atravesamiento no es de carácter racional, sino fundamentalmente inconsciente, o sea imposible de ser de velado por el el individuo mismo. Efectivam Efectivamente, ente, todo di scu r so está atravesado inconscientemente, como lo demuestra la queja de nu estr os jefes de res ide nte s de ser el el “jam “jam ón del sa s a n d w i c h " . Atravesamiento inconsciente de lo político en la medida en que la denominada clase media argentina, siempre ha estado como el “jamón”, con un lado apoyado en los oprimidos y otro en los opresores, y hasta ahora na die se la ha devorado, aunque hoy esté amenazada de de saparecer. El mismo atravesamiento inconsciente de orden eco nó mic o ap are ce en el el "jam ón” que no es “pal “pal eta ”, esta última reservada a los sectores de menor poder adquisiti vo. Hasta ahora, nunca he escuchado que un grupo de mé s a n d w i c h" o la “mortadela dicos dijese que es la “paleta del sa 76 —
r del s a n d w i c h ”. El mismo atravesamiento inconsciente de carácter cultural se expresa en el sa n d w ic h , que en el ima ginario social argentino parece ser tan o más importante que el dulce de leche, sin contar con el atravesamiento fa miliar y libidinal por el cual todo niño no es otra cosa más qu e el “ja m ó n del sandwich" de los padres. En fin, este ejemplo banal pero real no es sino una tentativa de d em os trar que la transversalidad es un operador a través del cual intentamos despejar los niveles de alienación en que se en cuentran las personas, superando las transferencias verti cales y paternalistas a profesores, maestros, jefes, y las transferencias horizontales y fraternas que se expresan en los rumores que circulan en las instituciones. La implicación, a su vez, se desprende de un concep to central en psicoanálisis llamado contratransferencia. La contratransferencia fue tradicionalmente comprendid a co mo el conjunto de reacciones inconscientes del médico frente a la depositación transferencial del paciente. Este fenómeno no es exclusivo del psicoanálisis, ya que tam bién se presenta en el vínculo médico-paciente, educadoreducando, empleado-jefe, etc., pero sin duda es el psicoa nálisis el que más profundiza sobre esta cuestión. Lacan es tal vez el primero en insistir en que la contratranferencia no está sólo referida al paciente, sino al deseo del mé dico. En otras palabras, lo que es interrogado en la contratrasferencia es lo que lleva al médico a ser médico, al edu cador a ser docente, o al psicoanalista a ser psicoanalista. Esto ha sido aprovechado por René Lourau para postu lar que este deseo está profundamente enraizado en un contexto socio-político, por lo que se pregunta no tanto por qué el médico deviene médico, sino qué del sistema poli tico-e conómi co-soc ial lo “de vi en e” com o p ara que s ea médico. En otras palabras, el nivel de implicación o sobreimplicación inconsciente de un profesional de la salud en una sociedad le puede permitir saber lo que está hacien do, pero no por qué lo está haciendo.
Lo fundamental, tanto en lo que se refiere a la trans versalidad como a la implicación, es que necesitan para ser “visibles”, no de un psicoanalista, sino de un disposi tivo analizador en donde la participación de un psicoana lista creo que es esencial. Claro que debo reconocer que, para eso, es importante que los psicoanalistas puedan ha cer “visible” su g r a d o de implicación que hasta ahora sólo ha servido para inten tar llenar sus consultorios con niños con trastornos de aprendizaje, y actualmente ni siquiera eso. Desde mi punto de vista, ésta es la tarea más difícil para ser realizada y frente a la cual existen verdaderos es collos. Es un escollo y una pérdida de tiempo la tentativa de legitimizar este tipo de práctica frente a las institucio nes psicoanalíticas, sea que respondan a una u otra co rriente teórica. Es un escollo y una pérdida de tiempo lu char contra el terror de que “esto no es psicoanálisis". Es un escollo y una pérdida de tiempo buscar variables teóri cas que aseguren que trabajar en equipos médicos no es retornar a lo orgánico después de haberse alejado de ello; pero fundamentalmente es un escollo y una pérdida de tiempo intentar imponer a una ideología tecnocrática, tipo “psicología hospitalaria”, la multiplicidad de saberes nece saria para la construcción de una praxis diferente. En efec to, el equipo transdisciplinario constituye de hecho un de safío, a pesar de que existen múltiples formas de trabajo interdisciplinarias, algunas discrepantes entre sí. Sin em bargo es allí donde tiene su germen la posibilidad de que pediatras, paramédicos y psicoanalistas establezcan un diálogo solidario basado en la autogestión y cuyo análisis comporte las diferencias y la multiplicidad de saberes. Tal vez, dicho esto, escuchado o leído por ustedes, es cuchado y leído por mí, sea posible pensar que ha llegado el momento en que ya no es preciso luchar contra los es collos como antes, para afirmar un monopolio del saber. Tal vez, hoy por hoy, haya llegado el momento de dejar esos escollos atrás y decidirnos a seguir adelante. 78 —
Notas bibliográficas w,
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3 . D i ALIZAR, TRASPLANTAR, INTERPRETAR
A mediados de 1986, solicitaron mi intervención junto al equipo de pediatría de un importante hospital universi tario en Belo Horizonte. Se trataba, según la psicóloga miembro del equipo de salud mental de la institución, de ayuda r al grupo de nefrología pediátrica que tenía proble mas serios en el tratamiento de los niños enfermos rena les y con sus familiares. Posteriormente supe que el equi po vivía con una gran alarma el deceso de varios niños trasplantados, por causa del rechazo. En efecto, siempre he tenido la impresión, en los equi pos médicos en los cuales tuve la oportunidad de partici par, de que la demanda que motiva mi presencia es de manda de alguna otra cosa nunca explícita en la primera oportunidad, y que ni siquiera el propio equipo tiene una cabal comprensión de la misma. Es así como una calurosa mañana de verano me vi fren te a un conjunto de nefrólogos pediátricos, algunos de ellos clínicos y otros cirujanos, junto con psicólogos y nutricionistas, dirigidos todos ellos por un prestigioso pro fesor, pionero de la trasplantología renal en Brasil. No creo que sea excesivo relatar también que la institución a la cual pertenece el equipo es lo que se denomina un hospi tal terminal, o sea que es allí donde concurren enfermos de todas partes de una región muy vasta y cuyas afeccio nes hacen necesaria una gran especialización. En efecto, el hospital dispone de recursos tecnológicos de última generación y un grado de especialización com patible con los centros médicos del primer mundo, para la población pobre o, mejor dicho, muy pobre. Digamos, en tonces, que es un hospital terminal, para una clase social terminal. Para dar un ejemplo de esta bizarría, que no re sulta novedosa para los que vivimos al sur del Río Grande, en el mismo momento en que se llevaban a cabo las prime— 80 —
ras reuniones “interdisciplinares”, el jefe del servicio via jaba a EE. UU. con el objetivo de a p re n d e r a in c o rp o rar t o da una serie de recursos informáticos supersofisticados para el control y seguimiento de pacientes renales. Esto sucedía en plena década del ochenta, época en la cual el país se encontraba en los inicios del proceso de reconver sión económica, ajustándose a las variables del capitalis mo mundial integrado, siendo los hospitales públicos, y en especial los universitarios, lugares privilegiados de po líticas de desabastecimiento de insumos, despidos, bajos salarios y otras tantas de esas vicisitudes que no nos cau san hoy ninguna sorpresa. En ese marco se realiza la pri mera reunión del equipo en donde recibo el consabido “la drillazo”. Esta palabra designa apenas una cierta experiencia con equipos de esas características, en donde el psicoanalista es recibido con la situación clínica más acuciante, la más difícil y, por qué no, la mas insoluble. Efectivamente, el psicoanalista es puesto a prueba; de allí el “ladrillazo". En este caso, consistió en el relato de la enfermedad de una niña de 8 años, que paso a resumir. La niña ha sido objeto de un trasplante de riñón y los médicos constataron sig nos de rechazo que tornan muy improbables sus posibili dades de sobrevida. Ha sufrido una penosa enfermedad desde los 3 años de edad, cuando le diagnosticaron en su ciudad natal, a 200 km de Belo Horizonte, una insuficien cia renal, que con el curso del tiempo se va agravando. A pesar de ser un niña que toleró bien el proceso de diá lisis y haber sido luego operada exitosamente, los médi cos a cargo se confiesan desesperanzados, porque en ese mo me nt o la niña “ya no r es po nd e” a la ter apé uti ca y no hay mucho más que hacer por ella. Pero también están bastante enojados con la madre, una mujer que ha carga do a la niña todos los meses desde una distancia enorme, ya que viven en el campo, pero que no siguió las instruc ciones médicas en cuanto a dietas específicas y otras cues —
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tiones. La verdad es que, cada vez que la niña llegaba al hospital, lo hacía en un estado deplorable, y el equipo se preocupaba no sólo por dializarla sino también por “resu citarla” para, de sp ué s de un tiem po de alejamiento, volver prácticamente en el mismo estado anterior. Actualmente, la niña, que conservaba una cierta alegría y vitalidad, junto con cierto autoritarismo, se encuentra internada sin querer hacer nada, “entregada”, práctica mente autista. El equipo sabe que morirá; el cirujano que realizó el trasplante es el encargado de “ponerle un moñito ” a esa pr ese nta ció n clínica, d iciend o con tod a la br on ca: “Son casos sociales, de pobreza extrema, no podemos hacer nada, a la madre hasta le grité para que comprenda la importancia de seguir las indicaciones de la nutricionista, pero aun así es pobre y burra, no tiene hierro suficien te en las neuronas como para comprenderlo.” Debo decir que, después de 20 años de trabajo en este noble oficio, aún hoy tengo la sensación de que lo mejor que podría hacer es levantarme e irme a otro parte. Sin embargo, siempre me escucho como psicoanalista decir las mismas palabras: “¿Por qué no me cuentan un poquito más de la niña o, tal vez, qué opinan los otros médicos o enfermeras que la conocen?" En efecto, estamos entrena dos a hacer hablar al dispositivo y fue, en este caso, la psicóloga del equipo la encargada de resolver la impotencia y el fatalismo resistencial de la formulación original y, de paso, sacarme del berenjenal al que se llega como superespecialista que lo sabe todo, cuando en realidad desco noce todo. Ella relata que trató a la niña y realizó varias entrevistas con la madre. De la niña cuenta un juego muy sugestivo en donde le da de comer a las muñecas, que a su vez rechazan el alimento, por lo que ella (como mamá) las pone de castigo por escupir o vomitar las “comiditas b ue na s” que les da. Estas "comiditas buenas" están hechas de caca, moco, chocolate y leche, como para que no que den dudas de su valor nutritivo. De la madre, la psicóloga —
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nos confía un discurso de quien tiene una misión en la vi da, que consiste en recorrer un vía crucis eterno, un cal vario en donde la niña cumple la función de cruz. Así es como también refiere que no recibe ayuda ninguna de su marido, un campesino que sale muy temprano a la maña na y vuelve generalmente borracho muy tarde a la noche. Ella tiene otros hijos, tantos que ni siquiera figuran en la transcripción de la historia clínica de la niña, en donde só lo se pue de leer: “tien e m uc ho s h er m an o s ” (sic). Es en ese momento cuando otras voces se suman a la de nuestra psicóloga. Súbitamente, la nutricionista recupera la memoria y recuerda que unos años atrás tuvo ganas de “ah or ca r” a !a mad re por que la niña tenía prev ista un a di á lisis para de te rm in ad a épo ca y la ma má ol vidó la fecha. Y así se van sumando voces, palabras, que permitieron en un momento que yo “interpretase", en un marco de super visión gigantesca, la dem an da ma soq uist a de la madre, así como la fantasía de culpa antropofágica de la niña. Inclu so, agregué algunas cosas, como la muy común fantasía de los niños trasplantados de haber recibido un bebé de la mamá o del papá, cuando el trasplante es realizado de do nante vivo. Algunos médicos no salían de su asombro, otros permanecían incrédulos, mientras que un nefrólogo pediatra, lector ávido de Lacan, inmediatamente comenzó a hablar sobre “si el deseo es el deseo del Otro, también el riñón es el del Otro”. Sin embargo, una enfermera en jefe comenta algo así como: “Ya me parecía que había algo de eso, porque una niña trasplantada cuidaba su riñón, su ‘paquetito’, como un bebé, e inclusive decía ‘aquí está mi bebé’.” Fue tal vez esta intervención la que me alentó a conti nuar avanzando, en cuanto a que la culpa en el niño po dría estar directamente relacionada con el narcisismo de los padres; lo que no encontró demasiadas objeciones en ser aceptado, a tal punto que un cirujano relató que un pa pá donante se manifestó más preocupado por lo que iba a — 83 —
suceder a su riñón que a su hijo. Lo cierto es que algún mérito debe haber tenido esta “interpretación”, porque in mediatamente surgió el problema del rechazo a los tras plantes, tema del cual nada se había mencionado hasta el momento y fue el propio jefe del servicio el encargado de manifestarlo: “La verdad es que hace algunos años, cuan do comenzamos con los trasplantes, creíamos que final men te te nía mo s un me dio para ‘res uci tar ’ a estos niños. Imagine que todos ellos estaban condenados a dializarse hasta un momento en el cual este procedimiento fracasa ba y su pro nós tico pas aba a ser fatal. Con el trasp lan te nos surgió la esperanza. Imagine que ésta era una especialidad marcada por la cronicidad y el óbito, y por eso hicimos to do lo posible para introducir esa técnica rápidamente y hasta antes que otros centros de Latinoamérica. Ahora, pa sados unos años, vemos que el rechazo acabó con nues tras ilusiones. Sea por causa de la pobreza, de la organicidad o psicológico, la verdad es que en el último año he mos tenido muchos decesos, y eso nos tiene bastante de cepcionados.” Cuando terminó su discurso, en tono bastante profeso ral, no volaba ni una mosca; no sólo había hablado el jefe, el más antiguo, todos habían sido hablados por él, como para de m os tr ar que el “po rt av oz ” no sólo habla, sino tam bién dice cosas. Culmino este informe diciendo que, a la semana si guiente, la niña se recuperó totalmente, para sorpresa de todo el equipo. Mágicamente, sin que nadie pud iera decir por qué, la ni ña había retornado a su hogar, mientras mi fama de hechi cero en el hospital era objeto de culto, para mi satisfac ción y vanidad. Así, la niña moribunda, gracias a que fue dializada, trasplantada e interpretada, resucitó. Al final, no es la primera vez que un equívoco produce resultados sorprendentes.
La magia del equívoco En todo equívoco está la marca de lo inconsciente. Pero desearía precisar a qué equívoco me refiero. No se trata del equívoco de concebir el dispositivo antedicho como la dirección de la cura en psicoanálisis, marcada por el fan tasma y la transferencia primero, y por la interpretación después. Muy a pesar de que en esta ocasión hubo un “in terpretar”, donde se puso en juego la cuestión del fantas ma, así como la transferencia dejó su marca en la recupe ración de la niña (magia a la cual los psicoanalistas de ni ños están acostumbrados), no trataré sobre ese equívoco. Tampoco en el sentido de discriminar tratamiento psicoanalítico de supervisión grupal, diferenciando la interpreta ción del dev ela mie nto de “pu nt os c iegos ” de los ter ap eu tas. Finalmente, no es mi intención discutir sobre la cues tión de la cura en este tipo de dispositivos, aunque consi dero relevante el hecho de que una niña marcada para mo rir, sea por los otros o por su propio deseo, termina “resu citando”. Efectivamente, dejaré estos equívocos librados al análisis de mentes más afines a esas cuestiones. Por mi parte, quiero dirigir la atención sobre un equívoco singu lar, tal como se desprende en este caso de que la interpre tación del fantasma antropofágico en el seno de la transfe rencia, en un grupo transdisciplinario, produjo el milagro. Mi impresión es que lo relevante en la transplantología es cómo un grupo de personas concibe la tecnología, en su “esperanza mesiánica”, al decir de Bion, y cómo una niña con un cuerpo pobre (en un doble sentido) recibe esta tec nología. En esta tecnología circula el deseo inconsciente, deseo de eternidad e inmortalidad, y que, si recordamos a Freud en sus artículos sobre la guerra y la religión, no po demos menos que incluirlo en el gran espectro de las mis tificaciones. A su vez, esta tecnología impacta en el cuer po de una niña, cargado con todas sus significaciones que no son unívocas, en la medida en que la tecnología sopor — 85 —
ta en su inmanencia la división del trabajo, de género, el dinero, etc. En otras palabras, existe un sistema de apro piación tecnológica del cuerpo libidinal de una niña, y una expropiación de su propio deseo, porque no son los niños o los adultos los que buscan la tecnología para sostenerse, sino que es la tecnología la que procura cuerpos libidinales para ser sostenida. En verdad, las fantasías edípicas de la niña pueden ser fielmente constatadas en todos los niños transplantados o dializados; sin embargo, constituyen configuraciones edí picas tend ientes a restar intensidad a la violencia de s em e ja n te ap ropiació n tecnológica. Por con siguiente , el Edipo es inconsciente, pero la mistificación lo es aun más y, si en la propia mistificación está la m a rc a del narcisismo y del complejo de Edipo, también en ella encontramos, co mo en la propia tecnología, las cifras del mercado, las marcas informáticas y, últimamente en nuestro país, el “pasaje al acto" de la robótica. Por eso, las palabras del profesor, jefe del servicio, tienen, a mi juicio, mucho más valor que cualquier interpretación; tal vez, constituyen una verdadera confesión donde encontramos la propia se milla de la interpretación. Nuestro médico, que estudia Lacan tanto como los psicoanalistas metabolismo, también tiene toda la razón: el riñón es del Otro. Sin embargo, si algo del inconsciente se moviliza en el rechazo, presente en el fantasma masoquista de la madre o en la culpa de la niña, lo que denuncia es una crisis en el cuerpo libidinal, del sistema de apropiaciones o aliena ciones en relación con ese Otro. Al respecto, quiero contar una pequeña anécdota. Una persona me llama por teléfono, y atiende mi contestador automático; la persona estaba resfriada y, en el medio del mensaje que estaba grabando, tose y dice “perdón”... a la máquina. Al escucharlo, percibimos la ridiculez. Ahora, imaginemos que esta máquina, por más pequeña y com pacta que sea, “llena” el cuer po y te nd re mo s no sólo un — 86 —
modelo de alienación, sino también una definición del ti po de práctica que ese cuerpo puede desarrollar. Pues bien, un arduo trabajo es el que realiza nuestra niña y, por qué no, todos los seres humanos desde dentro de su cuer po, siendo el complejo de Edipo, como una fábrica, el equipo fundamental para procesar y elaborar el producto. Ahora bien, la niña se restablece posteriormente a las primeras reuniones del dispositivo. Es un hecho que no atribuiremos a ninguna instancia divina, ni siquiera al de seo de la niña de vivir o al deseo de los otros de que ella viva. Aunque no sepamos exactamente lo que fue decisivo para su recuperación, a tal punto que ningún profesional del equipo recuerda nada en especial (o sea que fue repri mido), bien podemos imaginar algunas hipótesis. La primera de ellas deviene como fruto de varios años de trabajo junto a niños, familias y equipos de médicos, y consiste en inferir que algún tipo de intervención fue rea lizada en el seno de la transferencia sobre el niño o la ma dre, seguramente teniendo en cuenta mis observaciones. En efecto, lo más factible en estas situaciones es que el fantasma masoquista de la madre o antropofágico de la ni ña haya pasado del acto a la palabra a través de la media ción transferencia! de algún médico, alguna enfermera o la propia psicóloga del equipo. Sin embargo, creo que sería un equívoco atribuir esta recuperación apenas al restable cimiento del cortocircuito existente en la línea de monta je de seo edípico-culpa, ta nto de la niña como de la madre. Vuelvo a insistir, digo que esta interpretación edípica cumple la función de readaptara la niña al mundo del sen tido, aunque lo verdaderamente transformador, lo que lle va a algo mas allá del sentido, es la desmistificación que el equip o hace de la tecnologí a y de su praxis. Esta de sm is tificación aparece de inicio en la propia configuración del dispositivo que, al juntar en un mismo grupo a especialis tas, clínicos, enfermeras y nutricionistas, jefes y soldados, ya comienza rompiendo con la división social del trabajo, — 87 —
de poderes, de géneros, etc. Pero, aun más, la desmistifi cación aparece de hecho en el discurso del equipo y modi fica el alcance subjetivo de la práctica hospitalaria, lo que se reflejará en la posición transferencial que adoptará el equipo ante la niña y su madre. También es cierto que no po de m os ser tan simp listas y pe ns ar que la “magia” está apenas en saber escuchar la palabra desmistificada. Sin duda, es un buen comienzo, pero no lo es todo. Lo prueba el hecho de que, si algún mérito podría atribuirse a mi “in terpretación”, tal vez sea el de haber des-territorializado a un grupo preso del fatalismo, de manera que la cosa pue da ser pensada, recreada, desde otro lugar. Desde mi pun to de vista, creo que de eso se trata cuando se integran psicoanalistas a equipos pediátricos o médicos: de encon trar un otro territorio mental, un otro espacio subjetivo, un otro lenguaje "transd uctivo ” desd e d ond e ana lizar la práctica que nos implica a todos. Pens emos que, jun to a la sofisticación tecnológica, a pa rece una evidencia apremiante. Nunca los médicos han es tado tan solos y desprotegidos en una práctica en donde sólo restan los pequeños goces narcisistas. La medicina en sí misma es una práctica solitaria y actualmente lo es aun más, por lo que no resulta extraño para un psicoanalista, al llegar a un equipo, oír la idea de muchos pediatras “de que hay que analizarlos a todos”. Nobleza obliga, siempre decimos que no, y sin embar go la propia Arminda Aberastury e nse ñab a que no hay que tenerle miedo a interpretar a un médico. Tal vez debamos comenzar a decir que sí, que vamos a “analizar" a todos y a cada uno, incluyéndonos a nosotros mismos, desde un disp ositiv o do nd e lo más im po rta nte no sea “el” lugar del analista, sino las vicisitudes de la subjetividad en una so ciedad que sólo nos sabe curar con neurosis, perversiones o psicosis.
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4 . P r á c t ic a s in s t it u c io n a l e s e n pe d a g o g ía In s t it u c ió n , s e x o y p o d e r
Justificación La política y la sexualidad tienen actualmente la carac terística común de entrem ezcl ar las esferas públicas y pri vadas. No siempre esto es visible; sin embargo, una inter vención institucional indefectiblemente lo torna manifies to. Siendo el universo de la organización limitado a un nú mero de establecimientos cuyas características lo puedan tornar identificable, esta comunicación tendrá algunas re servas para proteger el anonimato de la institución y de las personas que en ella trabajan y estudian.
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Para ello nos remitiremos a una ética institucionalista que, frente a la alternativa de esconder y reprimir, no se tienta con la idea de ventilar públicamente lo que existe “de ba jo de la al fo m br a” en no mb re de la ver dad . En otra s palabra s, hac er visible lo invisible no significa exhibir lo que provoca vergü enz a y pudor, sino enco ntra r en las instituciones las simientes de los conflictos morales que re produce n subjetivid ades “suj eta das ” y enco ntra r intens i dades micromoleculares productoras de subjetividades libres. Por ende, las res erv as ant edi cha s no se jus tifi can en la intención de mantener la privacidad hipócrita o los se cretos institucionales que podrían desprestigiar, sino en el resp eto y solidar idad de aquellos que tu vieron el coraje de exponerse para transformar algo de lo instituido opresivo que marca la enseñanza en Brasil.
Antecedentes Estos apuntes surgen de una intervención institucional solicitada por una escuela privada, en 1991, en la ciudad — 89 —
de Río de Janeiro. Dicha institución posee, en doble turno, un curso primario que va desde la alfabetización hasta el 4.° período para niños entre 6 y 9 años, y un segundo ci clo que va desde el 5.° período hasta el 8.° período, que abarcan niños de 10 a 13 años. Los alumnos que frecuen tan esta escuela, en número de 400, son de clase media y clase media baja, ya que tiene fama de no ser cara y es considerada de vanguardia en métodos pedagógicos, sin ser rotulada como piagetiana o montessoriana. De alguna manera, su prestigio se vio reforzado posteriormente a la fuerte privatización de la educación en Brasil en la década del 65 al 75, época de gobiernos militares, que dejó la es cuela pública empobre cida para las cam adas más carentes de la población y puso a compe tir a las em pre sas privadas por la capacitación de sectores de mejores ingresos.
Historia La escuela fue fundada por un procer de la nación, en épocas de la primera industrialización de Brasil. Con un cuño netamente paternalista, es administrada actual men te por una fundación constituida por herederos de la fami lia, desde donde se extraen los fondos necesarios para los gastos que las mensualidades de los alumnos no alcanzan a cubrir. Es en general una escuela deficitaria económica mente, que tiene como director general y presidente de la fundación a un miembro joven de la familia. Este director suele aparec er en las column as sociales y es un asiduo f re cu en ta do r de la “clase alta ” carioca, sie nd o su s ideas , en términos de educación, de carácter social-demócrata. Por otra parte, existen una mujer que dirige efectivamente la escuela como coordinadora general y una serie de coordi nadores de áreas.
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Primeros encuentros En el primer encuentro con la coordinadora general y los coordinadores de área (incluido administrativos), és tos son los hechos más significativos: a) Se hace patente la crisis politico económica de la ins titución. En efecto, habida cuenta de los déficits reitera dos en los ejercicios precedentes, la fundación no quiere seguir a cargo de la escuela, lo que significaría su cierre, a menos que los profesores o padres asuman la dirección de la escuela. En otras palabras, a pesar de que la escuela no posee fines de lucro, sólo el aumento de las mensualida des, la rebaja de los salarios o el despido de funcionarios podría remediar el déficit que se avecina este año. b) El grupo tiene un discurso tipo “aquí nos llevamos to dos bien, somos todos muy amigos y pedagógicamente compartimos la misma línea". Frente a esto, el coordina dor de la intervención preguntó: “¿Y ustedes nunca se pe lean?"; a lo que respondieron al unísono con un “¡Nooo, de ninguna manera!” c) Casi sobre el final, en base a comentarios y sonrisas cómplices hechos en voz baja, se animan a decir que el di rector tiene un a f f a i r e bastante antiguo con la coo rdin ado ra general, abs olutam ente torm ento so por los celos de am bos. En un segundo encuentro, aparecieron las dificultades del grupo de coordinadores para asumir la dirección de la escuela, bajo el lema “somos trabajadores, no lo olvide mos”, o “la función del pedagogo no es más un apostolado como nos lo quieren hacer creer". En ese sentido, hicieron una lectura bastante singular: “Para que haya trabajadores debe haber capital, y en esta institución no hay ni capital ni lucro, aunque sí hay quien da las órdenes y quien obe de ce .” En efecto, la escuel a de pe nd ía de un fideic omiso d e ja d o p or el procer que la fundó, a d m in istra d o p o r la fun— 91 —
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dación que co n tr a ta b a a la c o o rd i n a d o ra general, y ésta, a su vez, a los coordinadores de área y a los profesores. En el final, un portavoz resumió la preocupación del grupo de la siguiente manera: "Bueno, si asumimos la dirección de la escuela, ¿qui én va a fir mar los che qu es ? Y los b a n cos, seguramente, a nosotros no nos van a dar créditos.” En el tercer encuentro, quince días después, aparece el director general, que comunica que acaba de echar a la coordinadora general, ya que no soporta más ser controla do por los celos de ella. A todo esto, surge el hecho de que tanto la coordinadora general como la mayoría de profeso res tienen sus hijos en la escuela, por lo cual la permanen cia de ellos en el establecimiento como funcionarios y co mo padres es por grandes espacios de tiempo. Como el te ma continuaba siendo si el grupo formaba una cooperati va en la escuela y los temores sobre qué pasaría frente a la retirada de la fundación, se les señaló el hecho de que siempre se referían a la instancia superior con el sustanti vo “la fundación" y no a las personas que la integran en ese momento. En ese momento, el director hace cuestión de aclarar frente a la mirada atónita del grupo: —Yo soy la fundación. ¿Que creían ustedes? —No puede ser, ¿cómo es posible? —le respondió el grupo, que no salía en sí de su asombro. —¡Sí, señores, yo soy el que siempre manejó y maneja todo! —concluyó el director. De algun a man era, ter mina la reun ión con la idea de que el carácter activo y dominante de la coordinadora general había invisibilizado al verdadero patrón de la escuela. Finalmente, en una cuarta reunión aparece con mayor énfasis la dificultad de los coordinadores, profesores, pa dres, de tomar la dirección del establecimiento, y la fun dación (o sea el director general), de permitir que lo ha gan. Deciden, entonces, nombrar un nuevo coordinador — 92 —
general, que resulta ser un profesor querido por todos, p e ro que posterga la ambición de ser director de un coordi nador de área, un verdadero pionero de la pedagogía inte grada en Río de Janeiro. Coincide ese momento con la ex plosión hiperinflacionaria en Brasil, que toma a toda la clase media a contrapié, fo rzand o a mucho s p adres de esa clase a enviar a sus hijos a escuelas más baratas y hasta públicas. Como esta institución es tenida como barata y de buena calidad, aparece una nueva demanda de matrícu las de niños de clase media-media, mientras que muchos niños de clase media-baja deberán dejar la escuela. En ese clima de melancol ía por la retirada de la fund ación , la s u s titución de la coordinadora y la mudanza del espectro so cial, surge el tema de la sexualidad. a) Manifiestan la angustia frente al hecho de que la es cuela está rodeada de malvivientes y niños violentos de la calle, y el temor de que los niños (de ambos sexos) sean violados. b) Com en tan el prob le ma de un niño "marica’’ que fue m a rg i n ad o po r s us p ar e s y t e rm in ó a b a n d o n a n d o la e s cu e la, con el pesar de los profesores y coordinadores que se consideran progresistas tanto en lo que hace a la pedago gía como a la moral conservadora. c) Un día los niños de 10 y 11 años decidieron hacer una “fiestita" que consistió en traer a la escuela varias botellas de cerveza, que agitaron y destaparon, dando un verdade ro baño de cerveza a toda la escuela. Al grupo no le pasó desapercibida la índole sexual de la "fiestita”. d) Unos ciertos encuentros sexuales en los baños del colegio, que llevaron a varios padres a solicitar hablar con los profesores sobre lo que estaba sucediendo con la se xualidad en la escuela. En función de esto, el grupo sugiere cambiar el eje de la intervención, para pasar a hacer “conferencias sobre se xualidad para los niños”. En realidad, el fatalismo y la im — 93 —
potencia imp eran te en el grup o b usca ban un "desvian te”; sin embargo, el equipo de intervención aceptó la propues ta, ya que la sexualidad siempre ha sido el campo propi cio para el desarrollo del deseo, siempre y cuando comen zase por los propios profesores y coordinadores, conti nuase con los padres, y finalmente terminase por los ni ños. Fue propuesto, al mismo tiempo, que se hicieran reu niones “para hablar de la sexualidad”, o sea, que no tuvie ran el carácter de conferencia. También fue propuesto seg mentar la experiencia, abarcando en primera instancia a 40 profesores, 80 padres concu rrentes y unos 60 niños en tre 11 y 12 años, siendo que al final el equipo de interven ción daría al grupo de coordinadores un informe no sólo sobre la sexualidad sino sobre toda la situación política, así como había sido comprendida. El grupo respondió entusiasmado con un “esas cosas nuevas nos encantan”, pensando, seguramente, que final mente ellos tendrían su “fiestita" maníaca que los sacaría de la postración melancólica: estaban equivocados.
Primer encu entro con los profeso res El enc ue ntr o reunió a 35 pr ofeso res y coo rdin ado res de área, siendo instituido un dispositivo psicodramático en donde la mitad de los profesores hizo de niños, y la otra de padres o profesores, con la consigna de preguntar o ha cer lo que los niños preguntan o hacen con respecto de la sexualidad. Referimos las cuestiones centrales : a) En un pr im er mo me nto , el gru po de niños com ien za a hacer pre gu nta s “sexu aliz ada s” con el afán de r ubor izar a sus profesores. Niño: —¿Y que hacen las nenas con su sexo? Profesora: —Ellas también pueden masturbarse... Coro de niños: —Masturbarse, ¿qué es eso?... Ja, ja, ja. — 94 —
Profesora (continuando): —Y... con su vagina... %
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Cor o d e n iñ o s (mu y di ve rt id os ): —¡Uy, Dios!, dij o “vagin a”... ¿de dó nd e sacó esa palab ra? En fin, dur an te me dia hora, los “ni ño s” se burl aro n de los profesores, que res po ndí an cada vez más con térm ino s “cien tíf ico s”, lo que pr ov oc ab a qu e los “ni ño s” se mo fa se n o se aburriese n. El diálogo cont inuó de esta manera: Niño (pregu nta ingenuame nte): —¿Qué es una “to rta ”? (expresión del lunfardo que designa a la homosexual fe menina). Profes or (en form a didáctica): —Así como ha y gent e qu e naturalmente ama a una persona del sexo opuesto, hay otras que no siguen el curso natural de las cosas y, enton ces, a una mujer le puede gustar otra mujer. Niña (esta vez en forma seria): —A mí me gusta mi ma má y no soy “torta”. Otra niña (con intención burlona): —¿Y cómo hace el amor una mujer con otra mujer? Profesora (toda avergonzada): —Y... bueno... es difícil de explicar (se pone toda colorada, lo que aprovechan los “niños” para reírse y burlarse de ella). b) En el tie mp o de reflexión posterior , hu bo un an im id ad en reconocer que “no rep res en ta mo s a los niños, sino a no sotros mismos”. Una de las profesoras que hizo de niña di jo: “Me sentí p r o f u n d a m e n t e a v e rg o n z a d a de las p r e g u n tas que hacía.”
Segundo encuentro con los profesores Varias de las reflexiones del primer encuentro fueron retomadas en el segundo. a) El gr up o de pro fes ore s expr esó cóm o la sexu alidad entre ellos estaba ligada a la burla y la “joda”, y cómo eso — 95 —
podía influir en la escucha de los pibes. También resalta ron el hecho de que no sólo el profesor de biología tiene que estar preparado para atender estas cuestiones, sino todos los profesores. En el final de esta primera parte, la profesora de matemáticas manifiesta que, después de la primera reunión, no tuvo miedo de hablar con los niños que le preguntaron sobre la violación de niños varones y si era diferente de que una niña fuese violada. Esto generó un comentario marginal en el grupo en voz baja: “¿Te imaginas a esta histérica, que más parece una bruja, explicando la violación? ¡Pobres pibes!" b) En la seg un da part e del enc uen tro, el gru po fue divi dido en tres, debiendo cada uno de ellos construir un collage sobre la sexualidad. 1) El primer c ollage resultó ser un modelo de sexualidad normal, familia e hijos bien constituidos, lo que llevó a un comentario unánime al finalizar: “¡Ésta es la sexualidad de la Iglesia!” 2) El segundo resultó ser un c olla ge anárquico, donde había de todo: modelos, lesbianas, dinero, televisores (to do esto influenciando la sexualidad moderna, explican) con un profesor inerme frente a la fragmentación del pro pio collage. 3) El tercero muestra la sexualidad como natural, de manera que pegan y dibujan ríos, montañas y animales co mo metáfora de la sexualidad “natural” Este último co lla g e es el que despierta los mayores co mentarios y críticas, sobre todo porque fue realizado por profesores enrolados en los partidos políticos de izquier da, siendo los profesores más independientes y hasta libe rales que sostienen la oposición diciendo que la sexuali dad no tiene nada de natural, “es social, es un producto de la lucha de clases, etc., etc.".
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Encuentro con los padres Se esperaban por lo menos sesenta padres, que serían los más asiduos concurrentes a la escuela, así como los más preocupados por el episodio de los baños. Sólo con currieron cuatro. a) Los asistentes atribuyen las ausencias a lo “despreo cu pa do s” que son los padre s con respe cto de sus hijos, aunque comentan que la semana anterior no menos de 200 padres concurrieron a discutir el reajuste de la men sualidad para impedir que cerrase la escuela. b) Los cuatr o p adr es se dividen en do s parejas: u na so s teniendo que sus hijos son muy pequeños para recibir en señanzas sexuales y temiendo que sufran por su ingenui dad. La otra pareja, por el contrario, no duda de que sus hijos ya saben todo, sólo que no saben hasta dónde dejar los llegar. El pri me r gru po te me que cualq uier in form ación “violente" a sus hijos, mientras que el segundo “no tiene pelos en la lengua”, aunque teme que la libertad “los lleve muy lejos”. c) Como se encontraban presentes algunos coordinado res y profesores, surge la verdadera preocupación de to dos por el crecimiento de sus hijos en una sociedad tan agresiva, y el deseo de que la institución opere como un “am or ti gu a do r” ent re los niñ os y el med io social.
Encuentro con los niños Concurren aproximadamente 60 niños entre 11 y 12 años, haciendo un barullo enorme. Gritan a más no poder hasta que una profesora consigue gritar más que ellos y los hace callar. “¡Si no callan, no serán escuchados!”, voci fera, mientras un colega comenta en forma socarrona que, es precisam ente la capacidad de gritar de los profe sores lo — 97 —
que los torna más aptos para manifestaciones callejeras, ya sea por salarios o cualquier otro motivo. El grupo es dividido en cinco subgrupos que deberán elaborar y escribir preguntas sobre la sexualidad durante 30 minutos, y luego los mismos cinco subgrupos intenta rán escribir las respuestas a esas preguntas elaboradas por los niños. Consideramos en primera instancia las pre guntas. 1) ¿Usted cree que las mujeres tiene asco al pene? 2) ¿Por qué el hombre tiene más calentura que la mujer? 3) ¿Cuáles son los riesgos que envuelven una relación sexual? 4) ¿Qué lleva a las personas a ser bisexuales? 5) ¿Qué es el sexo oral? (Los chicos pensaban que el equipo iba a dar las res puestas, por lo que menuda sorpresa tuvieron cuando se los convidó a intercambiar las preguntas para responder las ellos mismos.) Respuestas:
1) Los chicos pie nsa n que las chicas no tien en as co del pene, sin embargo las chicas lo encuentran feo. (A pesar del anonimato del grupo, éste insiste en acla rar que los chicos no tienden a ver fea a la vagina, por lo que no tendrían las mujeres que ver feo al pene.) En la asamblea general, esta respuesta suscita una ver dadera discusión entre varias chicas que se oponen a la respuesta, diciendo que no tienen asco al pene y algunos pibes que sostienen que sí. En el auge de la discusión, un pibe se acerca amenazador a una chica y le dice: “¿Acaso — 98 —
si yo te lo mu es tr o ah or a vos no lo vas a ver feo?” Demás esta decir que el coordinador general del evento impidió que el niño se bajara los pantalones. 2) Esta pregunta tuvo dos respuestas. Una primera, que luego borraron, decía: El hombre no siente más calen
tura que la mujer, sino que, al contrario, la mujer siente más calentura que el hombre. L a s e gu n d a r e s puesta, que fue la oficial, sostenía: No es así, porque muchas veces la mujer siente más que el hombre y viceversa. Depende mucho de las personas y sus in tereses. En la asamblea todos quieren opinar sobre el tema. Las feministas del grupo sostiene su derecho a tener más ca lentura, pero los pibes no lo aceptan. Finalmente, un chi co (el intelectual del grupo) dice. “La verdad que desde chi cos somos educados por la sociedad, los hombres a mos trar calentura y las mujeres a esconderla. Lo que siempre se espera de un pibe es que sea macho y calentón, y de las chicas que sean recatadas, es una influencia social que nos hace la cabeza." Todo el grupo lo ovacionó al terminar. 3) La respuesta fue la siguiente: Existen varios ries
gos como sida, gonorrea, embarazo y ladilla, pero uno de los grandes miedos es decepcionar a la pare ja, principalmente cuando es la prim era vez. El hom bre tamb ién tiene es e m iedo, pero cu anta más calen tura tiene acaba perdiendo ese miedo. En la asamblea se discute la cuestión de la ladilla (exis te otro sentido de la palabra que quiere decir “aburrido”). Posteriormente, todo queda centrado en el embarazo como una enfermedad contagiosa. Uno de los coordinado res señala que todo eso tiene que ver con el castigo de la relación sexual, en donde “el embarazo tiene que ver con el castigo”, lo que genera la respuesta de una chica que di ce. “Yo no diría que el sexo está prohibido, sólo que no es tá recomendado." —
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4) La respuesta: La pers on a bisexual quie re conocer
experiencias nuevas (conocer los dos lados, el mas culino y el femenino). Es por motivos psicológicos.
En la asamblea se discute el tema de la bisexualidad, hasta que un niño (el bruto del grupo) dice: “¡Qué bisexual, ni bisexual, puto, maricón y listo!” 5) Respuesta: Sexo oral, también conocido como 69, su ce de cuando la mujer coloca en su boca y chupa el pene del ho mb re, y al mism o ti empo el hombre la me la va gin a, abriéndola con los dedo s. Observación: Un miembro del
grupo no concuerda con esa respuesta y cree que el sexo oral es realizado a través de los sonidos emiti dos por la boca.
La respuesta convulsiona a la asamblea. Un chico del grupo de los ingenuos grita mientras se agarra la cabeza diciendo: “No puede ser, no puede ser...” El “experto” que elaboró la respuesta pasa a dar una explicación más por me nori za da a un sobre la cosa. Finalmente, a instancias del coordinador, se sugiere escuchar al que redactó la obser vación, que es tenido por el burro del grupo, del cual to dos se burlan. El niño prácticamente se defiende de todos y alcanza a balbucear su tesis sobre los sonidos de la bo ca. En ese momento, el coordinador señala al colectivo que, de alguna manera, toda la gritería, como las palabras emitidas sobre la sexualidad, fueron un hablar sobre el se xo, una forma de sexo oral. El comentario pareció impac tar a la asamblea.
Final del encue ntro con niños y profes ores Frente a consternados profesores, que al finalizar se sintieron terriblemente deprimidos con la experiencia, los chicos gritan mientras un grupo permanece silencioso, ab sorto, haciendo comentarios sarcásticos. En verdad, pare cía una botella de cerveza agitada y destapada. Finalmen— 100 —
r te, frente a tanto deseo exhibicionista, el coordinador de cide acelerar y multiplicar la dramatización ofreciendo que cada uno se suba a una silla, como si estuviera en un mitin político, intentando convencer a su electorado. Primero se sube una chica que aboga por el derecho de las mujeres a sentir más calentura que el hombre. Luego, lo hace un chico del grupo de los silenciosos, que emite un discurso sobre “el derecho de las mujeres no puede ejer cerse sobre el som et imi ent o de los varo ne s” (muy ap la ud i do). Posteriormente, lo hace un chico que intenta una po sición conciliadora y resulta muy abucheado, sobre todo porque se confunde en medio del discurso. Al rato, todos se quieren subir a los banquitos. El deseo de ser protago nistas los catapulta rápidamente a ser una generación pa ra la política, a punto tal que todos ellos fueron parte de las masas de estudiantes que, dos años después, salieron a echar a un presidente. A la salida, varios profesores y algunos alumnos se di rigieron al equipo de intervención para preguntar: “¿Y cuándo nos van a dar una charla sobre la sexualidad?” I
Brasil, inicio de la última década del milenio; un pasa do tan cercano y, sin embargo, tan lejano. Acercarse a la experiencia de campo desde el punto de vista institucio nal nos ofrece un marco excepcional para la compresión de los procesos político-sociales que han sido de te rm ina n tes para la construcción de nuevos modelos para la subje tividad. Es más, de alguna manera, la clínica institucional recupera la memoria perdida, el propio inconsciente de la sociedad1en la singularidad micromolecular de una insti tución educativa cuya problemát ica resulta pa radigmática. Tal vez, la “frescura" del material transcrito es lo que me ha animado a transmitirlo en forma casi textual, no sólo
como forma de sostener la práctica teórica sobre una clí nica concreta, sino por las lecturas posibles que surgen a partir del propio texto. Es más, los dispositivos que fue ron elegidos en el curso de la intervención, muchos de ellos formando parte de la parafernalia de dispositivos utilizados por los grupos de educación sexual de la Muni cipalidad de Buenos Aires,2 no const it uye n u n prog rama a priori, sino que fueron surgiendo en el seno de la deman da de los colectivos. Por eso, no nos cansaremos de insis tir en que toda intervención institucional, lleva en sí el germen de una potencia transform adora que debe ser cap tada por un campo de análisis3* en toda su dimensión. De hecho, todo campo de análisis supone un campo de intervención; tal vez, algunos más abstractos que otros. Sin embargo, los campos de intervención que no dejan pa so a un análisis sólo terminan reproduciendo lo que preci samente se presenta en condiciones para una transforma ción. En efecto, toda la potencia inmanente en un colecti vo adquiere un carácter eminentemente antiproductivo cuando es inferida en un contexto de programas molares de entrenamiento, vivencias o capacitación. La producción, incluyendo la creatividad en la misma, la encontramos en el análisis de una intervención y de sus vi cisitudes, que visibiliza toda una compleja trama políticodeseante, cuya eficacia continúa siendo ejercida hasta los días de hoy y, hasta podríamos llegar a decir, para los pró ximos años. 1) Tracemos, en primer a instancia, una línea trans versal de carácter político. La crisis de la institución se estable ce en el proceso previo al brote hiperinflacionario estable cido por la crisis y decadencia de una segunda fase del ca pitalismo moderno industrializado, en donde el Estado * "Es o b v io q u e l a c o n s t i t u c i ó n d e u n c a m p o d e a n á l i s i s p u e d e e s t a r a r t i c u l a d o c o n u n campo de intervención. Sólo que un campo de análisis es pensable sin intervención, pe ro un campo de intervención es impensable sin un campo de análisis. Puede compren derse sin intervenir, pero no se puede intervenir sin alguna forma de comprensión."
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cumplía una función paternalista-asistencialista. En ese sentido, el procer de la nación, fundador de la escuela, no es más que un paradigma del primer tiempo de transición del capitalismo agrario al capitalismo industrializado, constituyendo la Fundación que lo sucedió un verdadero Estado familiar de carácter beneficíente. Tal vez, la particularidad de esta institución consista en percibir que, si bien estaba dirigida por los herederos ofi ciales, en realidad, es montada sobre la familia de la “otra”, digamos, la amante, en donde se cristalizan los ideales socialdemócratas y, por qué no, desculpabilizantes, de una clase social. En ese sentido, es destacable mencionar la mudanza de las fundaciones creadas antes de la década del setenta y las actuales. Las primeras operaban sobre ideales beneficiantes, producto de las donaciones de los notables de la burguesía agraria primero, e industrial des pués, siempre a la par del Estado. Las actuales funcionan como sustitutos del Estado, empleando a los desocupados del Estado, aprovechando la exención de impuestos al ca pital, tal como pequeñas y medianas empresas de la pro moción social. Las antiguas, por supuesto, contaban en su directoría con familiares, amigos directos representantes de la Iglesia y, por qué no, miembros de una misma empre sa o de un mismo club; las actuales resultan ser más “de mocráticas”, en manos de tecnócratas o políticos sociales. De cualquier manera, la gestión del procer, luego de la Fundación y la crisis actual, hablan de un pasaje, de un agotamiento de una estructura del poder político que deja a una nueva forma de poder político y de gestión econó mica que constituye la denominada globalización de los mercados, con el vaciamiento del Estado, la concentración económica y la hegemonía del saber tecnológico, en aque llo que Guattari denominó capitalismo mundial integrado. Es en ese contexto donde la estructura familiarista, que recordamos está establecida sobre los hijos de la “otra”, así como la familia sosteniendo esta estructura “bastarda”,
entra en crisis. No sólo el fideicomiso se agota, lo que se agota es un sistema de poder y de gestión, en donde el di recto r general , como Luis XV, de sp ab il a a todo el colecti vo con un “L’état c’est moi ”. En ot ras p alabras , el he re der o del procer desenmascara la hipocresía de una fundación que aparentaba no tener individuo-poder, para mostrar que el procer se encuentra vivo, apenas desplazado en su here dero. De alguna manera, seguiría una idea central de Sigmund Freud respecto del parricidio, por lo cual el asesina to del padre instituye una fraternidad basada en el senti miento inconsciente de culpabilidad. Fraternidad más ap a rente que real, ya que, en esta institución, la Fundación no dejaba de ser una fachada para la sobrevivencia del pro yecto del padre fundador, presente en el discurso monár quico del director general. De más está decir, entonces, que no se trata apenas de la sustitución, de la fundación por un colectivo, sea cooperativizado o empresarial priva do, sino también de un parricidio.4 De alguna manera, podemos sintetizar que el dispositi vo inicial permite en primera instancia hacer visible lo si guiente: a) La decadencia de la función del Estado paternalistaasistencialista reproducida por la Fundación, que lleva a la crisis de la institución. b) La figura del procer cuyo poder político le permite disponer de un capital y un prestigio que se conjugan en una doble vida, conservadora por un lado, beneficencia social por el otro. c) La reproducción en la fundación de esa doble vida, en donde la familia heredera continúa a través del director general s os te nie nd o con la “otra m uj er ” (se gura men te con la que nunca se casará) los programas sociales-educativos. d) Esto sitúa a la sexualidad en el mismo centro de la cuestión política, en la medida en que sirve de soporte a toda la fantasmática institucional. —
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e) El carácter regresivo y defensivo que tiene toda esta sexualida d “familiar”,5 que i mpide visibilizar los factores politico económicos subjetivos en proceso de transforma ción. f) La infantilidad del colectivo, grupo-objeto,6 que desa rrolla un proyecto progresista en el área educacional, des conociendo la raíz del poder político de la institución que transita. A ese respecto, debemos recordar la sorpresa del colectivo al descubrirse la verdad de quién manejaba los cheques, conseguía créditos en los bancos, etc. 2) Podemos seguir tambi én una línea tran svers al de ca rácter económico. En efecto, la reconversión económica que propone el capitalismo mundial integrado para inte grar esta institución educativa al merca do implica pr ofu n dos cambios a nivel de la división del trabajo. Esto signi fica la incorporación de tecnología al campo de la educa ción (ya que una escuela sin computadoras deja de ser competitiva), el achicamiento de la estructura del perso nal, con despidos voluntarios, etc., etc., y el remontaje de la red, llamada de “ca li dad ” de la práctica educa tiva. La cuestión singular reside en que en esta institución no existía lucro, que no fuera el del propio aparato pro ductivo de saber, fundamentalmente salario y equi pamientos, ya que el propio edificio era donación del pro cer. (La idea de vender el edificio no había sido descarta da, ya que constituía una ubicación privilegiada para un s hopping cen ter que ofrecía a cambio... la construcción de una escuela bien moderna.) En realidad, lo invisible era que la escuela tenía lucro, siendo la gestión privada la que lo hacía visible. Es decir, que sólo los experts en empresas podían llegar a pensar al go que para los coordinadores, profesores y padres era inimaginable, a saber, apropiarse del poder político de la gestión y del lucro subsecuente. Por otra parte, no eran infrecuentes los comentarios so
bre las pésimas experiencias de otras instituciones educa tivas, en los que los padres o profesores habían asumido el poder de la institución; generalmente, eran criticadas por las peleas internas que allí se suscitaban. A ese respecto podemos concluir: a) De alguna manera, así como el Estado se des-responsabiliza de los proyectos sociales, la fundación intenta des-responsabilizarse de los suyos, proponiendo a tal fin la constitución de una empresa privada (para lo cual es ne cesario procurar el capital y devastar la estructura ante rior, incluso ideológicamente), o entregarla a una autoges tión fragmentada y sospechosa. b) Los coordinadores, escudados en su “somos trabaja dores", no podían ni pensar en asumir el poder de un pro yecto a todas luces progresista en la enseñanza en la ciu dad. Pero al mismo tiempo tampoco podían responsabili zar a la fundación de la gestión, en la medida en que no podían ni singularizar al que ejercía el poder. c) La pasividad de los coordinadores contrastaba con la intranquilidad de los padres, cuyos recursos económicos cada vez eran menores y eran chantajeados por “el cierre de la escuela”. d) De alguna manera, el llamado participativo, tanto a coordinadores como a profesores o padres, aparecía como una demanda tendiente a legitimar una nueva forma de gestión privada fundada en la competitividad del mercado. 3) También es posible recorre r una línea trans versa l de carácter microsocial. En ella podemos observar: a) El grupo de coordinadores y profesores funcionando con un acuerdo que nos recuerda la ilusión grupal o ima ginario grup al 7 don de se borran las diferencias singulares. b) Una es pe ra nz a me siáni ca8 surgida del apa re ami ent o del director general con la coordinadora pedagógica de la escuela, invisibilizando el carácter político de la cosa, a tal —
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punto que el despido de esta última obedece a razones de “celos", más que a un cambio de gestión. c) Un tipo de territorialidad existencial9 que supera las divisiones del trabajo en tanto todo se mezcla en una red de funcionamiento real, en donde los coordinadores son también profesores y los padres de los niños. d) La contradicción, a la que aluden los padres, entre la represión que caracteriza a los modelos capitalistas militares-paternalistas y la anomia del mercado, librado ape nas a la ley de la oferta y la demanda. e) Los cambios en la estructura socio económica de los alumnos, que incluía una nueva clase media venida a me nos y excluía a los más pobres, lo que se expresaba en la fanta sía p roy ec ta da de “ac os o” de los niño s mar gina les al territorio de la escuela. En ese sentido, podemos pensar que la verdadera marginalidad temida no se encontraba fuera de la escuela, sino dentro de ella, lo que queda evi den ci ado en la semi ótic a marginal “infi ltrad a” en el dis cu r so oficial tecnocrático y cientificista. Finalmente, en e sta si ngul ar car tog ra fía 10 instituc ional, podemos seguir el hilo del deseo, que aparece fundamen talmente en todo aquello relativo a la sexualidad y que merece un análisis más detallado.
II En el tema de la sexualidad, podemos aislar tres cues tiones principales. La primera, referida a la sexualidad en su sentido estrictamente genital, trasmitida a través de un fan ta sma de “jo d a ” por los pro feso res, en un lengua je científico que luego será reproducido por los propios niños. La segunda cuestión hace a la identidad sexual hombre-mujer-homosexual, o sea la cuestión de género, íntimamente ligada a los medios de comunicación. —
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Finalmente, el tema de la sexualidad como expresión del deseo, que impulsa al colectivo de los niños a un lugar político protagónico, sumergiendo a sus profesores y pa dres en la mayor decepción.
1) La sexualidad como genitalidad El sentido genital de la sexualidad aparece en el conjun to de las intervenciones en instituciones de este género. De alguna manera, en tanto la demanda explícita refiérese a la sexualidad, los colectivos tienden a pensar que se tra ta únicamente del hablar sobre la relación sexual. Esto lle va implícito una cierta negación del tema de la sexualidad en un sentido más amplio, o sea, a nivel de la identidad se xual, o al conjunto de deseo. Sin embargo, en el seno de cualquier intervención, sea institucionalista o no, pode mos observar el deslizamiento de los colectivos a un ha blar sobre la vida, las relaciones afectivas, etc. De alguna manera, la sexualidad, en su sentido genital, es esencial mente síntoma, y como tal sirve para ocultar y al mismo tiempo para mostrar los conflictos de la vida. En esta institución, los profesores toman la sexualidad en el sen tido p ro pi am en te genit al y en “joda", lo que i ndi ca no sólo la represión a hablar de la misma, sino también la índole angustiante que posee para ellos. Precisamente, es el psicoanálisis la teoría que más in siste en que la represión del saber sobre lo sexual en los niños provoca una represión generalizada por todo tipo de saber. De alguna manera, para Freud, la represión de la pulsión epistemofílica comienza por la represión del sa ber sobre lo sexual, lo que termina produciendo una gene ración de “bu rr os ” que se some ten o un grup o de rebe ldes que se “inadaptan” a la misma. Por otra parte, cuando finalmente se puede hablar so bre lo sexual, tanto los profesores como los alumnos uti —
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lizan un lenguaje científico que dista mucho de la realidad que los circunda. De alguna manera, eso demuestra que esa escuela, como ta nta s o tras, imag ina riza s er una “isla” de saber en el medio de un mar de ignorancia. En verdad, lo que termina sucediendo, en muchas oportunidades, es que la escuela se transforma en un territorio de ignoran tes, transitando la inteligencia por fuera de la misma. ¡Cuántas veces hemos podido observar niños capaces de desarrollar operaciones matemáticas complejas fuera de la escuela, mientras que dentro de ella no pueden hacer una simple suma! Por consiguiente, la sexualidad no resul ta una materia más en el currículum del alumno adaptado, sino que es el centro del saber y dialécticamente del des conocimiento. Al mismo tiempo, la fantasía paranoica de acoso que padece la institución, por los niños de la calle que pueden violentar a los niños escolarizados, d ebem os interpretarla de la siguiente manera. En primer lugar, es una realidad que eso puede suceder, sólo que hace muchos años que la institución convive con esa “realidad”. La verdad es que el deterioro de la situación político-social ha aumentado el número de niños de la calle, mendigos, etc. Sin embargo, la violación temida es la violación simbólica del espacio “isla”, por una realidad político-social que, cada vez más, penetra en los poros de la institución. Por ende, la cues tión hablar o no hablar sobre la sexualidad resulta una contradicción defensiva, ya que la realidad hiperhabla el sexo, como lo señala brutalmente un niño al referirse a los hom osexu al es: “puto, maricón y listo” . De al guna manera, parecería en todo caso que la cuestión central es el hablar de la sexualidad que transita dentro del cuerpo, en los profesores y en los niños, y de la sexualidad que transita fuera del cuerpo. Desde este campo de diferencias emerge el verdadero sentido de la sexualidad humana.
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2) La sexualidad como identidad sexual Es en el contexto de la sexualidad como identidad se xual en donde aparece el tema de la discriminación de gé nero. En efecto, en la discusión sobre si las niñas tienen o no más calentura que los varones, aparece todo un conflic to de discriminación sexista de la cual participa la institu ción. En efecto, como en toda institución de enseñanza, el 90 % de sus funcionarios son mujeres; sin embargo, el di rector general es un hombre, el nuevo coordinador gene ral también es un hombre y finalmente el referente teóri co pedagógico también es un hombre. Debo decir, tam bién, que el profesor de educación física es un hombre. Lo importante es que bajo una fachada liberal también se discrimina la homosexualidad, aunque con un discurso simétrico al de los medios de comunicación. En efecto, la declaración de los niños respecto de los homosexuales re pite “ipsis literis” las frases de un programa de televisión reciente sobre la sexualidad. Lo interesante fue que este programa tenía como objetivo buscar votos para el candi dato a pre side nte apoy ado por la emis ora de televisión. En realidad, la existencia de la discriminación de género, que, recordemos, marginó a un niño de la escuela, nos acerca a la idea de una institución presa de un doble discurso, en un sentido progresista, pero profundamente conservador en su acción. Nos aproximamos de esta manera a una de las cuestio nes mas interesantes en esta institución, en relación con el tercer collag e, realizado por profesores de reconocida militancia política progresista. En este collag e, pretendien do tomar la sexualidad como algo “natural", o sea sin re presiones o inhibiciones, se termina generando un senti do opuesto, ya que, des-socializando la misma, la sexuali dad sexual pasaría a ser un instinto natural y... divino. En otras palabras, no sería la cultura la que produce géneros, —
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hombre, mujer, homosexuales, sino lo natural o antinatu ral del instinto. Estamos, entonces, frente a un doble discurso sobre la sexualidad, no sólo de las autoridades del establecimien to, sino también de sus funcionarios, lo que no es extraño encontrar en instituciones de enseñanza de carácter van guardista.
3) La sexualidad como deseo Como vemos en el material de los niños, ellos toman la delantera de sus propios profesores. Lo que está en juego es su deseo de participar en la política de la institución, en la que funcionan apenas como convidados de piedra. Es insoslayable el deseo de protagonismo que anima a los ni ños, en forma directamente proporcional al fatalismo de los docentes. Como comentamos en el historial, todos es tos niños participaron años después de las manifestacio nes que exigieron el i m p e a c h m e n t del entonces presiden te Collor de Mello, en un fenómeno singular de la historia política brasileña. ¿Es éste, entonces, un argumento sufi ciente como para explicitar la potencia de un colectivo en un momento de crisis y de transición de un modelo económico-político-subjetivo a otro, bautizado de merca do? Aun dentro de esta potencia, son notables las intensida des diferentes entre las mujeres y los varones. De alguna manera, la potencia del deseo que aparece en todas las re puestas sobre la sexualidad no dejan transparentar otra cosa que la fuerza instituyente de la escuela, frente a la cual los docentes y padres se debaten para decidir quién asumirá el pesado fardo de la enseñanza. Sin embargo, en esta institución, como en casi todas, los niños no votan, sino sólo para elegir al mejor compañero. En otras palabras, los niños no constituyen un factor —
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decisivo de poder político en esta institución y en ningu na institución pedagógica. De esta forma, la sexualidad no ha sido otra cosa más que un analizador de las fuerzas instituyentes que existen en la escuela, de un poder que no puede ser ejercido; y, sin embargo, es en ella donde anida la verdadera esperanza de cambio y transformación de la institución.
III La institución educativa cuyo análisis intentamos desa rrollar nos confronta, en primera instancia, con la inma nencia de los procesos políticos-sociales-económicoslibidinales. La red que los imbrica es irreductible, aunque la división de las disciplinas, y la escisión entre lo priva do y lo público, los presente como áreas diferentes del sa ber y del hacer. En efecto, en esta institución educativa, el enseñar está atravesado por el amor, las relaciones sexua les, la política, hasta por la arquitectura de los muros que separan y juntan el interior con el exterior social. Es verdad que toda esta inmanencia se encuentra ocul ta por un sistema de trascendencias que involucra la ins titución “como una familia, o un lugar en donde el niño co mienza a aprender”, o "la segunda casa de todo niño”, o so bre “la función apostólica del docente”, etc. Sin embargo, la puesta en marcha de un dispositivo institucional tiene el mérito de poner ese sistema de trascendencias en el lu gar de las palabras vacías. Lo que quiere decir que el pro pio dispositivo, por más artificial que sea, no crea nada nuevo, sino que hace emerger aquello que siempre se en cuentra en el orden de lo reprimido. En el curso de esta in tervención podemos diferenciar tres momentos: a) Un primer mo me nto en el que la de ma nd a (la sexu a lidad de los niños) deja paso a la emergencia de la verda dera crisis institucional, en este caso de transición desde —
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un tipo de gestión politico económica y libidinal a otro ti po de gestión ligada a los intereses del mercado, y todo enmascarado por una regresión familiarista.
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b) Un segundo momento, en el cual, diagnosticado el punto de conflicto, las fuerzas instituidas son las que em pujan al cambio, mientras la potencia instituyente duerme el sueño de los justos. Todo el colectivo resiste la posibi lidad de ser un grupo-sujeto, o sea de asumir en un acto po de r11 el de st in o de la instit ución. c) En el campo institucional, tal vez como en muchos otros, la realidad no espera, por lo que el director general entra en acto, des plaza ndo la anterior conducción y so me tiendo a votación democrática la elección de un nuevo coordinador general. De alguna manera, se asemejan a esas elecciones demo cráticas realizadas en algunos países colonizados bajo la supervisión del ente colonizador y no como resultado de la autogestión de un grupo. Lógicamente, el resultado no podía ser más desalenta dor y melancólico, pudiendo ser esto último comprendido dentro de aquello que el propio Sigmund Freud asignaba a esta pato log ía. 12 En efecto, los pr ocesos de melanc olización social hacen a un tipo de construcción de la subjeti vidad, y han sido estudiados en profundidad por el psicoanálisis. En principio, la existencia de un objeto perd ido, ama do y odiado narcisistamente (tal como el Estado); en este caso, la Fundación como sucedáneo del procer, continuado generacionalmente por su principal heredero: el director general. En segunda instancia, el fatalismo cargado por toda la omnipotencia de que “nada puede hacerse” o “no vale la pena intentar nada”. En tercera instancia, el suicidio insti tucional, una suerte de cobardía moral, frente a la imposi —
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bilidad del Yo Instituyente de afirmar su propio existir. Di cho sea de paso, en realidad, para los objetivos de la re conversión económica, el suicidio de una institución o de una empresa les viene bastante bien. Frente a ello, consti tuida la nueva coordinación, aparece nuevamente la de manda por la sexualidad que, sin duda, se impone como un “de sv ia nt e” de caracte ríst icas ma níaca s, en tod a la ace pci ón que le da a esa palabra R. Lour au.13 En ese impasse, el equipo de intervención debió anali zar su propia implicación en la cuestión; en efecto, las al ternativas eran claras: sostener el mismo tipo de interven ción a rajatabla o aceptar “pagar el precio” de dejarse lle var en un desviante cuyo destino podía neutralizar el ca rácter de la investigación. La decisión, como mencionamos, fue aceptar la pro puesta, en la medida en que la sexualidad no es apenas una sexología, pudiendo constituir un territorio existencial donde el deseo y la subjetividad libre pudieran expre sarse. A juzgar por los resultados obtenidos en el material que presentamos, podríamos decir que no nos equivoca mos.
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Notas bibliográficas 1. Lapassade, G., Grupos, organizaciones, instituciones, Río de Janeiro, Francisco Alves, 1977. 2. Subsecretaría del Menor y la Familia de la Municipalidad de Buenos Aires. 3. Barenblitt, G., Compendio do Analise Institucional, Brasil, Rosa dos Ventos, 1992. 4. Freud, Sigmund, Tótem y tabú, Madrid, Biblioteca Nueva, 1972. 5. Mendel, G., La sociedad no es una familia, París, La Decouverte, 1992. 6. Guattari, F., A re vol ugáo molecul ar, Brasil, Brasiliense, 1991. 7. Anzieu, D., El grupo y el inconsciente, Madrid, Biblioteca Nueva, 1986. 8. Bion, W. R., Experiencias con grupos, Brasil, Imago, 1970. 9. Perlongher, N., Territorios marginais en saude e locura, N.° 4, San Pablo, Hucitec, 1994. 10. Guattari, Félix, Cartografías micropolíticas del deseo, Petrópolis, Vozes, 1986. 11. Mendel, G., Sociopsicoanálisis institucional, I y II, Buenos Aires, Amorrortu, 1973. 12. Freud, Sigmund, La aflicción y la melan colía (1915), Ma drid, Biblioteca Nueva, 1972. 13. Lourau, R., El anál isi s institucional, Buenos Aires, Amo rrortu, 1986.
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5 . LOS PROYECTOS DE CAPACITACIÓN
COMO ANALIZADORES INSTITUCIONALES DE LA ASISTENCIA SOCIAL A MENORES Y FAMILIAS*
Los proyectos de capacitación en infancia, familia y s u b je tiv id a d se han constituido en una demanda corriente por parte de los Consejos de Defensa del Menor en estos últimos años. En efecto, la política de globaliza ción ha prof undi zado los procesos de exclusión social,1sobre todo en lo que ha ce a la infancia, siendo que las instituciones encargadas de proteger y prevenir las carencias en la niñez se encuen tran inermes frente a la dimensión social del problema. Ni ños de la calle, madres de la calle, niños y adolescentes in fractores, menores soldados del tráfico, trabajo infantil o maternidad adolescente son algunos de los síntomas de una sociedad de mercado que ha sumergido inmensas can tidades de personas en la vulnerabilidad social, aceleran do en forma inusitada su tránsito hacia la marginalidad.2 El Estado, la sociedad civil, así como históricamente la Iglesia, alternativamente o al unísono, se han visto perma nentemente desbordados por los impactos que la recon versión económica ha producido en estos últimos veinte años y que han encontrado en la “masacre de la Candela ria”3 su pu nt o culmi nante. Es un hecho que este final del milenio nos confronta con una política de exterminio de niños y adolescentes, y ni siquiera las grandes megalópolis de países desarrolla dos se encuentran al margen de la misma. Al mismo tiempo, la convicción de que la ruptura del la* Agradezco a Claudio Huguet, Aparecida de Paula, Añila Schuman y Ana Celi Huguet en Brasil, y a Matilde Luna y Ana Valenti en Argentina, que me hayan permitido publicar y opinar sobre las experiencias que contaron con ellos como protagonistas.
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zo social se establece en torno a la familia ha llevado a que las instituciones dedicadas al quehacer social inventen in num erab les disp osit ivos 4 para establecer algún tipo de control de este tipo de producción subjetiva, aunque la mentablemente no han conseguido más que reproducirla.
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Siendo así, las políticas del Estado en la Argentina, y de la sociedad civil junto al Estado en el caso de Brasil, han apuntado a la formación de agentes que, a través de una capacitación adecuada, consiguiesen, sino por lo menos evitar, al menos mitigar los efectos de la vulnerabilidad social, impidiendo la ruptura o restaurando el vínculo en tre el niño, el adolescente y su familia. De alguna manera, esto significó un avance significati vo en las políticas destinadas a los menores, teniendo en cuenta que apuntaban a no institucionalizar la infancia, evitando a toda costa los efectos perversos de la institucionalización prematura, tanto de los niños como de las madres. En ese sent ido , el Estatuto del Menor y el Adoles cente5constituyó un precioso instrumento legal para per mitir que la propia comunidad se apropiase de sus niños, así como importante resultó el definirlos como sujetos de derechos. Sin embargo, una cosa es ser sujetos de derechos y otra ser sujetos de deseos, así como ha resultado siempre difí cil desinstitucionalizar lo que siempre se ha concebido institucionalmente y que sostiene millares de agentes en esa función. En ese contexto, la Sociedad Brasileña de Estudios e Investigaciones de la Infancia, con sede en Río de Janeiro, fue convocada, a través de su Grupo Autogestivo Multidisciplinario, a desarrollar cursos de capacitación pa ra agentes en el seno del Consejo del Menor y la Familia de la Argentina y del Consejo Municipal de Defensa del Menor y el Adolescente en Río de Janeiro. La lectura institucionalista de estas experiencias, sus sem eja nza s y diferencias, será la tarea que llevare mos a cabo en este capítulo. —
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II
El tema de los grupos de capacitación siempre estuvo li gado a la demanda de los consejos actuales, a saber: dar cuenta de la problemática de la familia en situación de riesgo social o aquéllas con posibilidades de restitución del vínculo con los hijos. En otras palabras, corresponde al anhelo de centrar la política social en el niño y la fami lia, por lo que los grupos siempre tuvieron como eje temá tico la familia y la producción de subjetividad. Siendo és ta la demanda, el verdadero encargo6 ha consistido en lo grar un control social de la marginalidad creciente, tanto por parte de los agentes del Estado como de las ONG. En ese sentido, el Grupo Autogestivo Multidisciplinario de la SOBEPI trazó una estrategia que, partiendo de un temario centrado en el estudio del niño, la familia y las institucio nes, disparase un proceso que revelase las prácticas que se realizan en ese campo. Ahora bien, lo esencial de estos cursos o seminarios es que se constituyeron en verdaderos analizadores artificia le s7 de las prác ticas des arr oll ada s por el Estado y la soci e dad civil a nivel de la denominada asistencia social al me nor y la familia. En ese sentido, el rito iniciático de la experiencia ha consistido en manifestar a los grupos que “nada puede ser capacitado partiendo de la base de que ellos son tan inca paces como los pobres e indigentes asistidos”. Esto signi fica que no sólo existe una identificación entre los agentes y los asistidos, sino que desde un principio es necesario ceder la palabra y la experiencia del dispositivo al colecti vo, renunciando el grupo de capacitación a toda tentación de “cap aci tar” en tér minos conve ncion ale s. En tod o caso, todo aquello que ap orte el grupo de “capac itaci ón” serán temas, experiencias, textos o filmaciones que funcionarán como disparadores pertinentes al quehacer del colectivo. —
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En realidad, se trata de poner en funcionamiento un dis positivo autogestivo que tenga al autoanálisis como prác tica central. En efecto, se trata del análisis en su sentido más am plio, que consiste en tomar, desde el colectivo, todo aque llo que desde el orden inconsciente determina las invisibilidades e inmanencias, lo que significa incluir la dimen sión del deseo, como lo más "ori ginar’ de esta práct ica in s tituyente. El Consejo Nacional de la Minoridad y la Fami li a tiene su sede cen tral en un establecim ie nto en cuyo frontispicio p u e de leerse "Casa de Huérfanas, C. de Garrigos". Este lu gar fue un antigu o in tern ad o de h u érfan as m u j e res y posee en su e stru c tu r a edi licia las m a r c a s d e d é c a d a s de asistencia y prote cción de la o r f a n d a d femen ina. Nin gu no de los a g en te s d e l consejo asis te ntes a los cursos y e n c ar g a do s de p r o g r a m a s de asistencia al m e n o r y a m a d r e s d e s a m p a r a d a s (cursos que se desarrollab an en dicha sede) h abía percibido esta inscripción tan "visible", que era im p o sible que fuera "i nv isible”. Más difí cil aun era percib ir la significación de esta historia p a r a su práctica actual, c o n s id era n do que en algú n m o m e n t o la Casa de Hu érfanas fue u n a v e r d a d e r a u si na g e n e r a d o r a d e e m p l e a d a s d o m é s t i c a s p a r a la clase m edia y alta porteñ o. Al de cir de Ana Fernán d e z ,8 lo invisible "es aquello que está inscripto en la super fi cie social subjetiva, si n que sea posible pe rc ibir toda su significación”.
Este tipo de análisis, en tanto abarca la institución de la asistencia y prevención social, exige un extenso e intenso análisis de la implicación9 por parte del grupo “capacitador", que no finaliza en el momento de puesta en marcha del dispositivo, sino que se extiende a lo largo de todo el seminario. —
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En síntesis, intentamos situar los cursos de capacita ción, en tanto analizadores artificiales, dentro de una es trategia instituyente destinada a la transformación del quehacer social.
III El desarrollo paralelo de grupos de capacitación en Bra sil y en Argentina permite observar la micropolítica de las gestiones respectivas. En Brasil, los consejos municipales y estaduales, frutos de ECA, se encuentran representados por ONG, Estado e instituciones civiles; mientras que en la Argentina, el Con sejo constituye una estructura nacional donde el Estado y la Iglesia monopolizan la gestión de la asistencia social. Esto se ha visto reflejado en la demanda de los agentes por los seminarios. Mientras que en los grupos organiza dos por el Consejo Municipal de Río de Janeiro participa ban por el deseo de los agentes, en los patrocinados por el Consejo de Minoridad y Familia de la Argentina lo han hecho por determinación de la dirección de la institución. En una encuesta interna llevada a cabo en los g rupos de Buenos Aires: 60 % de los ag en tes p art ici par on po r “obligación cum plim iento de de beres de funcionarios públicos”. 20 % re conocen p a r tic ip ar p a r a “reflexionar o e n c on tra r soluciones a los p r ob lem a de su prácti ca". 20 % pa rticipan porque “les gusta el tema". 10 % pa rti cip a p or “conven iencia" (puntajes o certificados).
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No es éste el único punto donde los grupos de capaci tación se constituyeron en analizadores artificiales de la cuestión del poder. También la impronta asistencialista y benefactora es repro ducida por los agentes cuando se to ma el analizador dinero: En un diálogo esta blecido en el p r im e r encuentro, el co o r d in a do r p r e g u n ta qué es lo que hubiera sido necesario p a r a que todos vinier an p o r el deseo y no p o r obligación. Un pa rt ic ip a nt e ha ce un “ch is te ” dic iendo : “¡Si nos p a g a s en p o r venir, v e n d r ía m o s co n ganas!" Todo el m u n d o se echó a reír, en especial al r e co r d a r que muchos asis tidos, niños de ¡a calle, mendigos o madres desamparadas, suelen decir lo m ism o a los o p er a d o r e s que vienen a ayudarlo s. Constitu ye éste un buen ejem plo de a tr a v e s a m ie n to discursivo co mo reproducción inconsciente del discurso d el oprim ido “benef iciad o" p o r el opresor.
En todo caso, los agentes revelan el lugar que les reser va esta gestión, que no es otro que el de “cuidadoras" pa ra quienes trabajan en jardines, guarderías u hogares, y el de "recolectoras de ba su ra ” (así se au to de no mi na ro n en un grupo) para aquellos que se encargan de recibir niños abandonados o en trance de serlo. En uno y en otro caso, la gestión los sitúa como absolutamente pasivos, verdade ros g ru pos obje to s10 de la gestión. Esto se refleja en la escisión de las dimensiones afecti vas de la subjetividad, a tal punto que el conjunto de pri meros encuentros en general queda centrado en los senti mientos de padecimiento, culpa, dolor o sufrimiento de los propios agentes que abarcan no sólo su vida laboral si no también su vida privada. Se propuso al grupo, como parte de una dramatiza—
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ción, el siguiente relajamiento: “En la p la y a viene un vien to a grada ble, nos m e te m o s en el a g ua y luego ca m in am o s ju n to a otros m ientras una bolita de fuego nos recorre el cue rpo ..." El soliloq ui o p o sterior pe rm itió o b s e rv a r ¡a d i mensión del tra ba jo en la vida p r iv a d a de los agentes. Mientras esto ocurr ía, una o p e ra d o ra se e ncontraba con la mano crispada. Fue en ese momento cuando, a través de ella, el colectivo percibió el nivel de tensión y violencia, tan to del m iem b ro del grupo como de todo el conjunto; en otras palabras, los “af ectos " re primidos del g rupo en situ a ción de e xtrem a vulnerabilidad.
Es que el carácter de explotación y dominación efectiva y “afectiva" es invisibilizado, fundamentalmente por el ca rácter de abnegación imaginaria que posee la tarea de asistencia social. En efecto, el imaginario abnegado de una madre es el paradigma de la asistencia social, a la par del paternalismo proveedor del Estado, lo que reenvía to da demanda de los agentes al vacío actual del Estado o a la culpa de no ser lo suficientemente misioneros.
IV “¡Señoras mamás, vean cómo la mierda está flotando!" Estas palabras son expresadas por maestras de una guardería que, enojadas con un superior jerárquico, deci dieron mostrarles a las madres el estado de los baños y los inodoros absolutamente llenos de caca. Sin embargo, el análisis de la institución referida, realizado durante el se minario, se reveló como un analizador de la situación de la protección del menor en la Argentina y también en Bra sil. En efecto, el colectivo sostiene que, en el pasado, las gestiones no han sabido hacer otra cosa más que “caga —
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das”, y éstas no han podido olvidarse. Peor aun. Un tendal de personas heridas, mortificadas y hasta culpables es el rédito de políticas autoritarias, muchas veces carismáticas, otras, directamente irresponsables. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que en el campo de la preven ción, asistencia y protección al menor no existe olvido, en la me di da en que aún “fl ot a” el mal olor de lo act uado. En uno de los g r u p o s de capacitación, vario s m iem b ro s deciden ex p resa r a viva vo z su d escontento porque un o de los coordinadores faltó a un encuentro por haber sido con vo ca do a una reunión d e "cúpula”. En el mo m en to má s á l gido de la protesta, con va rio s a g e n te s enojados, entra a la sala un m ie m b r o del g r u p o to talm ente ajeno a la dis cu sió n, que dice: “Chicas, escu ché en el bañ o que van a ec ha r a 60 0 operadores, ya está decidido y firmado." Inm edia tam ente, todas las voces indig nad as que p ro tes ta b a n se callaron, y nadie dijo nada más, ya que el terr or a q ued a rs e sin tr a b a j o había p a r a liz a d o toda la protesta. Sólo la media ción del co or dina do r hiz o posible que se pudiese ha b la r de lo que estaba sucediendo.
Los colectivos que actualmente se ocupan de poblacio nes de riesgo o marginales se encuentran invariablemente cercados por las gestiones oscuras del pasado, y las ame nazas de despido y desocupación del presente. En otras palabras, navegan entre la melancolía y la paranoia, esas dos enfermedades del poder tan pregnantes del final de siglo. En todos ellos surgieron problemáticas transgeneracionales que enfrentaron a funcionarios de edad con nuevas camadas de agentes, luchas generadas por la división del trabajo entre operadores de calle y operadores de planta; trabajadores sociales y profesionales psicólogos; personal jerárquico y funcionarios, etc. Todos y cada uno de estos —
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conflictos retrataba el pasaje de un tipo de empresa esta tal a otro tipo de empresa del mercado, siendo la asisten cia social concebida según estos modelos. En otras pala bras, los consejos reproducen, en su gestión social, la gestión em pre sarial que carate rizó al capitalismo cen trado en el Estado primero y fuertemente neo-liberal de la actu alidad.
De esta manera, la deno mina da centrali zación o des cen tralización de la gestión resulta ser una temática secunda ria frente a una evidencia común: el Estado paternalista, asistencialista y beneficíente ha sido liquidado o está en vías de serlo, por un modelo de mercado, siendo la frag mentación institucional y social su resultante más notoria. Siendo así, estos procesos político-económico-sociales tie nen su correlato en la “clínica" subjetiva, que transita en tre la tristeza más profunda y la amenaza más terrible. Ambos procesos sume rgen e invisibilizan en los grupos la potencia de que disponen, paral izando los proceso s ins tituyentes. Sin embargo, existe una demanda social ince sante que acicatea permanentemente los colectivos y con la cual se identifican, buscando en la razón tecnológica o en la raz ón científica una sali da a la tram pa del am or al ni ño, verdadera mistificación destinada a garantizar su pa rálisis y su silencio.
“Ma rina comienza a llo ra r porque no tiene plata ni tra bajo. No tiene nada para darle de comer a su hijo de 11 meses. No tiene familiares, menos marido, salvo una espe cie de novio que viene a golpearla regularmente. Peor aun, no sabe cómo va a hacer para ir al hospital porque tampo co tiene documentos. Sufre de hipotiroidismo y es anoréxi- ca, llora todo el tiempo y la operadora que la escucha no tiene la menor duda de que es adicta. El bebé despierta en —
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ese momento, comienza a llorar, y Marina con ternura le habla, le sonríe y és te se calm a enseguida. Marina pid e e n tonces perm iso p a r a ir a b usc a r la m a m a d e r a al cochecito del bebé que dejó afuera. Com ienz a ento nces la b ú sq u ed a de soluciones p o r p a r te de la o p e r a d o r a ju n to a o tr a s cole gas. Unas se inclin an p o r un hospital de día p a r a la m a d r e y ja r d ín p a r a el niño. Otr as, p o r p o n e r al niño en a m a s ex ternas. Finalmente p r im a la idea (no sin discusiones) de que a m bos p a s en a un hogar. Marina a cep ta tr a n s ito r ia m en te p e ro no se quiere q u e d a r en el único h o g a r disponible, que era para mujeres psicóticas y débiles mentales. Durante 4 día s se pelea co n todos, en p a r te p o r el s ín d r o m e de a b s ti nencia y ta m b ién p or q ue no s o po rta el p ro pio lugar, a u n que sigue teniendo para con su bebé una actitud cariñosa. Finalmente pid e “ir s e” p o r qu e no podía es ta r bien allí, si “ni siq uiera tenía algo p a r a p in ta rse y tenía que a n d a r d escui d a d a todo el tiempo". Al día siguiente, el j u e z decide una pericia psiq uiátrica y o rd ena que el niño sea s e p a r a d o de su m a m á y cuid ad o p o r a m a s externas. La última noti cia fue que había una loc a g rita n do que se quería n lleva r a su nene, y que tuvieron que lla m a r a la policí a, p o rq u e lo te nía tan a p r e ta d o contr a ella que no se lo po d ía n sacar... Era Ma rina .
Al relato conmovedor de una participante siguió una dramatización en donde una trabajadora social recibe a una madre con un bebé que desea entregar al Estado. —¿Me lo p u ed en c u id a r ? —dice la m u je r con una cierta frialdad. —¿No sería m e jo r que in ten tás em o s algu na cosa p a r a que te quedes con el bebé? Te ayudaríamos—le responde la asis tente so cial.
— No...
no p u ed e s e r — retr uca la m a m á —, pero... ¿no me d a r ía la m a n tita que lo cubre? —
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Es entonces cuando ¡a tr a b a ja d o r a socia l percibe que, bajo la m antita, el bebé se encuentra desnu do en ple no in vierno. Con rabia e indignación, toma la mantita y se la ar ro ja en la cara a la madre...
Dos relatos: en el primero inferimos un fantasma de ro bo en el apego de la mamá por su bebé. En un país como la Argentina, donde se han robado, apropiado ilegalmente y “de sa pa re ci do ” varios be bés, o en Brasil, do nd e el tráfi co de bebés es una práctica consuetudinaria, no parece in fundada esta sospecha de la madre. En el segundo, el be bé es "dado”, en una desapropiación voluntaria donde la culpa se desplaza de la madre a la trabajadora social, sien do la “mantita” el último trazo de identidad original de un niño respecto de su familia. En ambos, el bebé como propiedad o, mejor dicho, in serto en la dialéctica valor de uso-valor de cambio que ha ce a los objetos de consumo, transitando desde una ges tión empresarial estatal a otra de carácter neo-liberal del mercado. En el ínterin, el mercado negro y el tráfico de be bés. Esto significa que el cuerpo libidinal del niño tiene asig nado un valor social-político y subjetivo, siendo que la vulnerabilidad radicaliza el hecho de que ciertos cuerpos sean aprovechados y/o consumidos, mientras que otros son d esc art ado s.11 En ese contexto, el amo r al niño no constituye ninguna otra cosa más que una mistificación... No es la única.
“La caída de una ilusión” Es así como un integrante de los grupos de capacitación ba utiz ó a la tarea " mat ernal” y “abn eg ad a” realizada. Se trata de la desmistificación de la maternidad como instin —
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tiva, natural y eterna. En realidad, esta concepción invisibiliza la dificultad de hablar sobre los derechos de la mu jer, el aborto o la contracepción, en un proyecto que tiene como destinatarios precisame nte a aquellos que más nece sitan que se hable de eso. En general, cuando los grupos tienen que referirse a esta temática, en especial en la Ar gentina, sostienen que no les es permitido hacerlo por las influencias religiosas a nivel de la asistencia social a niños y mujeres en situación de vulnerabilidad o marginalidad social. Sin embargo, en todos los grupos, cuando se interroga en forma anónima sobre el aborto, resulta que: 60 % de los ag en tes e ncu esta do s se manifiesta a fa vo r del der ech o al aborto. 15 % de los ag en tes e ncu esta dos se opone al aborto. 3 5 % no tien e una posición asumid a.
Lo que llama la atención es que el 35 % de los agentes que trabajan con poblaciones de riesgo no tengan una po sición al respecto. Sus respuestas son de las más variadas, desde que es “privativo de cada uno", que “uno debe ser li bre para decidir”, a manifestaciones sinceras como “es muy complejo el tema para mí”, o la más común “no ten go una posición tomada sobre el tema”. En otras palabras, se trata de los obstáculos externos e internos a hablar so bre aquello que constituye el eje central de las políticas de prevención del abandono.
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VI
Podemos pasar revista a todo lo que los grupos de ca pacitación han suscitado en los colectivos, en la medida en que la práctica instituyente los sitúa como analizado res. Las problemáticas del poder, el impacto subjetivo creado por la transición de la gestión del Estado al merca do y la inmanencia de los procesos político-económicosociales y libidinales en la práctica de agentes cuya “mi sió n” con sist e en prev eni r y pro teg er a la infancia y la ad o lescencia. En apretada síntesis, hemos observado revelar se el pasaje de una ideología filantropista a otra de carác ter “fundatropista”, en donde lo nuevo lleva la marca es tigmatizada de las viejas prácticas institucionales. Al mis mo tiempo, la práctica con estos grupos permite marcar el inicio de la autogestión, fundamentalmente a partir de la transversalidad que se genera en el grupo. En efecto, estos grupos que congregan agentes de diferentes sectores, que han venido operando como verdaderos feudos o compar timientos estancos, comienzan a cruzar sus experiencias, a opinar, pensar y actuar en la complejidad del conjunto. Es que las divisiones instituidas (del trabajo, entre el sa ber y el hacer, entre los difer entes est ame ntos jerá rquicos, entre instituciones que trabajan en el mismo campo) son las primeras que sufren los embates instituyentes, siendo estos dispositivos más instituyentes cuanto más transver sales se tornan. En síntesis, estos dispositivos definen la potencia de un colectivo, la que, debemos reconocer, no sólo se expresa en la creatividad e inteligencia para el acto, sino también en el coraje necesario para enfrentar una tarea de alta ex posición y peligro, considerando los riesgos de la pérdida del trabajo, la violencia física o el terror, en su forma más radical, generado por las organizaciones delictivas.
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Notas 1. Gaulejac, Vincent y Enriquez, Eugene, Pode r y exclusión: so ciología clínica, Mesa Redonda en el Núcleo de Estudios de Trabajo Humano, Brasil, Belo Horizonte, 1997. 2. Castel, Robert, “La dinámica de los procesos de marginalización: de la vulnerabilidad a la marginación”, en El espa cio inst ituci onal l, Buenos Aires, Lugar Editorial, 1991. 3. Masacre de la Candelaria: asesinato, por parte de un escua drón de la muerte constituido por policías, de un grupo de niños de la calle que se hallaba durmiendo en la iglesia de la Candelaria, Río de Janeiro. 4. Dispositivos: montaje productor de innovaciones que ge nera acontecimientos. Baremblitt, G., Compendio de análi sis institucional, Brasil, Rosa dos Tempos, 1992. 5. Estatuto del ni ño y del adolescente, Ley 8.069 del 15/7/1990. 6. Encargo: corresponde a los sentidos no explícitos, latentes o reprimidos de una demanda. 7. Analizador artificial: aquellos dispositivos “reveladores” del conflicto socio-institucional inventados por el equipo de intervención. 8. Fernández, Ana, El campo gr upal, Buenos Aires, Nueva Vi sión, 1989. 9. Lourau, R., El análisi s institucional, Buenos Aires, Amorrortu, 1988. 10. Guattari, Félix, La revol ución molecular, Brasil, Brasilien se, 1977. 11. Donzelot, Jacques, Pretextos, 1990.
La policía de las familias,
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Valencia,
C
a p ít u l o t e r c e r o
Infancia y subjetividad. Parte II 1. Los malabaristas de la vida 2. Las máquinas del goce perpetuo
1. Los m a l a b a r i s t a s
d e
l a
v id a
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A la memoria (inconsciente) de Félix Guattari.
na niña de nueve años que sufre de insuficiencia re nal realizó el dibujo reproducido en la página si guiente luego de una diálisis llevada a cabo en un hospi tal. Ella lo comenta: “Es una niña saltando la cuerda”, y lue go agrega: “La mira el Ratón Mickey.” Es, sin duda, su propio retrato. Alegre, jovial, esencial mente vital, sus brazos dibujan con perfección el proceso de diálisis, en donde la sangre sale para ser depurada y re torna después de la mediación efectuada por los tubos de una tecnología de última generación. De alguna manera, esa tecnología se ha hecho parte de su cuerpo y con él mantiene una relación de juego. Sus brazos son tubos, los tubos se han hecho brazos. A través de la práctica teórico-clínica del psicoanálisis de ni ños, podríamos adivinar cómo las relaciones históricas de la niña, su familia, su desarrollo afectivo e intelectual, les darán a estos tubos un sentido fantasmático inscripto en un orden estrictamente individual. Sin embargo, ¿conse guiríamos, de la misma manera, descubrir cómo esta tec nología, atravesada por leyes económicas, políticas y so ciales, operará sobre estos brazos, sobre todo el cuerpo infantil? En otras palabras, si bien es posible deducir cómo las fantasías inconscientes han atrapado la tecnología para
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’ Articulo publicado en Diarios clínicos, N ° 5, Buenos Aires, 1992.
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instalarla en el centro de una escena en donde el deseo y las identificaciones libidinales ocupan el primer lugar, no deja de ser difícil percibir los trazos inconscientes que ro dean a esos tubos, el mercado que los promueve, la mo dernidad que los instrumenta y el conocimiento científico que los soporta.
En su juego de saltar la cuerda, nuestra niña es tan ex presiva que lo dice todo: ella es malabarista. En rigor, la si tuación de los niños que tienen su destino ligado a la nu trición y a la tecnología médica (sea por la dieta que deben realizar, el trasplante o la diálisis) los transforma en mala baristas de la vida. "Todos lo somos”, diría un poeta: al fi nal, no es una casualidad que saltar a la cuerda constitu ya uno de los juegos predilectos de los niños, fundamen talmente los de sexo femenino, aunque, bien vale aclarar lo, en un abstracto real, mientras que nuestra niña vive su situación en un concreto real. También la familia de la niña, así como todos los aten didos en ese hospital gigantesco, frío, tan antiguo como el propio país, practican el malabarismo a ultranza: son po —
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bres. Pobres de verdad, repito, con lo que me ahorraré la explicación de las condiciones económico-sociales en Lati noamérica, en esta nueva etapa política de división del trabajo. Pero su pobreza no es aquí un dato más, sino que, por el contrario, constituye un elemento esencial para consi derar la permanente contradicción entre la tecnología, la subjetividad y la condición de clase. ¡Miren el dibujo! ¿Alguien se atrevería a decir que la ni ña atravesada por la tecnología se ha transformado en una máquina, aun considerando la cuenca vacía de su ojo iz quierdo? El dibujo original está pintado en colores vivos: la cuer da es de color rojo y da la sensación de sangre circulando. Irradia humanidad, transmite deseo, el del equilibrio in creíble, la habilidad desconcertante que caracteriza a cier tos personajes, como deportistas malabaristas. Sin embargo, su deseo tiene la marca del órgano y de la tecnología: - Del órgano, en la medida en que la cabeza del Ratón Mickey reproduce la forma de un riñón con su casquete suprarrenal, que en este dibujo el Ratón Mickey no tenga cuerpo nos indica, incluso, la problemática que llevó a la insuficiencia renal, que no es otra que la pérdida del uré ter, conducto de salida natural de la orina. - De la tecnología, en la medida en que los brazos pues tos para saltar la cuerda describen un arco destinado a ga rantizar la circulación de la sangre, tal como lo realiza la máquina. ¡Miremos bien nuevamente! Lo estático del dibujo no oculta un movimiento que hasta tiene un dejo de picardía, en un instante fotográfico, digamos en suspenso. Es salto que se va a dar o ya se dio, sonrisa que se está abriendo o está dejando de serlo y circulación de lo que puede estar —
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instalarla en el centro de una escena en donde el deseo y las identificaciones libidinales ocupan el primer lugar, no deja de ser difícil percibir los trazos inconscientes que ro dean a esos tubos, el mercado que los promueve, la mo dernidad que los instrumenta y el conocimiento científico que los soporta.
En su juego de saltar la cuerda, nuestra niña es tan ex presiva que lo dice todo: ella es malabarista. En rigor, la si tuación de los niños que tienen su destino ligado a la nu trición y a la tecnología médica (sea por la dieta que deben realizar, el trasplante o la diálisis) los transforma en mala baristas de la vida. “Todos lo somos”, diría un poeta: al fi nal, no es una casualidad que saltar a la cuerda constitu ya uno de los juegos predilectos de los niños, fundamen talmente los de sexo femenino, aunque, bien vale aclarar lo, en un abstracto real, mientras que nuestra niña vive su situación en un concreto real. También la familia de la niña, así como todos los aten didos en ese hospital gigantesco, frío, tan antiguo como el propio país, practican el malabarismo a ultranza: son po — 134 —
bres. Pobres de verdad, repito, con lo que me ahorraré la explicación de las condiciones económico-sociales en Lati noamérica, en esta nueva etapa política de división del trabajo. Pero su pobreza no es aquí un dato más, sino que, por el contrario, constituye un elemento esencial para consi derar la permanente contradicción entre la tecnología, la subjetividad y la condición de clase. ¡Miren el dibujo! ¿Alguien se atrevería a decir que la ni ña atravesada por la tecnología se ha transformado en una máquina, aun considerando la cuenca vacía de su ojo iz quierdo? El dibujo original está pintado en colores vivos: la cuer da es de color rojo y da la sensación de sangre circulando. Irradia humanidad, transmite deseo, el del equilibrio in creíble, la habilidad desconcertante que caracteriza a cier tos personajes, como deportistas malabaristas. Sin embargo, su deseo tiene la marca del órgano y de la tecnología: - Del órgano, en la medida en que la cabeza del Ratón Mickey reproduce la forma de un riñón con su casquete suprarrenal: que en este dibujo el Ratón Mickey no tenga cuerpo nos indica, incluso, la problemática que llevó a la insuficiencia renal, que no es otra que la pérdida del uré ter, conducto de salida natural de la orina. - De la tecnología, en la medida en que los brazos pues tos para saltar la cuerda describen un arco destinado a ga rantizar la circulación de la sangre, tal como lo realiza la máquina. ¡Miremos bien nuevamente! Lo estático del dibujo no oculta un movimiento que hasta tiene un dejo de picardía, en un instante fotográfico, digamos en suspenso. Es salto que se va a dar o ya se dio, sonrisa que se está abriendo o está dejando de serlo y circulación de lo que puede estar —
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yendo o viniendo. El corte fotográfico deja entonces adi vinar un movimiento único, ininterrumpido, constante, maníaco, maquínico,1que no es otro que el del deseo. Es de bu en malabari sta no p asa r vergüe nza, para lo cual es necesario mantener este movimiento deseante que es doble: el de saltar, consciente, de arriba a abajo, rítmica mente acompañado por la cuerda, en un sentido mastur batorio que no escapa a la aguda observación de los psi coanalistas de niños y niñas, y el de hacer circular, incons ciente, manteniendo un flujo constante, no sólo de sangre sino de deseo. Será, pues, la tecnología la encargada de garantizar es te flujo2 y el cuer po el enc arg ado de soste nerlo: este úl ti mo a través de la motricidad y la primera a través no sólo de los tubos de diálisis sino, principalmente, de la semió tica y la informática modernas. Para ser rigurosos, son precisamente estos flujos infor máticos los que dan sentido tanto al cuerpo como a la mo tricidad. Vean, si no, cómo el Ratón Mickey se ha hecho riñón. Por lo que no resulta descabellado pensar que toda una subjetividad implícita en la relación de Mickey con la ni ña, así como de todos los niños con Mickey en este medio siglo de su existencia, estará presente en el vínculo de la niña con el riñón. Tal vez, hasta le haga “cosquillas" de ter nura. Lo fundamental consiste en cómo un conjunto de se mas “en ca rn an ” en el cuerpo; es más: en c ómo un órgano puede sustituir a otro, así como un dibujo animado susti tuye a otro ya viejo, aunque éste deje una marca indeleble en el inconsciente de los hombres. ¡Pero volvamos a mirar bien el dibujo! Ambas figuras es tán cerradas sobre sí, inclusive la niña está sola, apenas siendo mirada. Es que lo exógeno se ha vuelto endógeno: —
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en otras palabras, el mundo exterior ha sido sustituido en la niña por su propio mundo. ¿Acaso podría diferir de todos los otros niños en donde un sistema autista se vuelve correlato de una tecnología creciente? Es que la tecnología, vehículo del progreso, en la medi da en que implica el acceso al goce —sea como riñón transplantado o como un Walkman implantado al propio cuerpo—, aísla al niño, fragmentándolo a él mismo y a los vínculos con los otros niños. Efectivamente, la moderni dad produce niños cada vez más solitarios y menos soli darios. ¿Acaso nuestra niña se ha apropiado de la tecnología para así despojarla de su contenido agresivo, invasor, pro fundamente persecutorio? Lamentablemente, no es así. La identificación con las insignias y emblemas de la modernidad no sólo vehiculiza una alienación narcisista (todos los niños tienen el mis mo discurso, la misma marca, el mismo estilo), sino que conlleva un retorno de la tensión agresiva implícita en la relación de los niños con los ideales. Este sentido paradójico por el cual la identificación, al mismo tie mpo que “un ifo rm at iz a” a los niños en el di sc ur so de los medios, rec uper a la tens ión a gre siv a3 que car ac teriza a toda alienación, es la marca registrada de nuestra niña y de todos los niños de esta época. Hasta que en ese malabarismo alienado los niños se salen bastante bien; no así los púberes, tan torpes ellos, no tanto por una sexuali dad genital que los envuelve, sino porque, al dejar de ser niños, también dejan de ser objetos del malabarismo libidinal que la sociedad moderna impone a la infancia. ¿Será esto suficiente para demostrar que la niña mala barista nos compromete profundamente a todos nosotros y a todos los niños que con sus dibujos implican su pro— 137 —
pía subjetividad, así como la de los que los rodean? No lo creo. “Creimos que el trasplante era un regalo del cielo, la po sibilidad de dar vida a un niño desahuciado, ya muerto. Sin embargo, ahora que vemos los rechazos, así como la imposibilidad de cuidados permanentes por la carencia de recursos de los pacientes pobres, estamos desalentados." (Ver en este libro el capítulo “Dializar, trasplantar, inter pretar.”) ¿Quién podría retratar mejor que un médico la contra dicción entre una tecnología ultramoderna, las condicio nes de subjetividad y la pobreza? Es que nuestra niña, co mo antes dije, es pobre, y como tal podría cometer los dos pecados capitales de este mundo moderno, rechazar la tecnología o no saber cuidarla lo suficiente. “Margaritas a los chanchos”, dice otro médico, mucho menos humanista que el anterior, mascullando su impo tencia cuando la familia le anuncia que ha decidido recu rrir a una curandera para mejorar a la niña. Seguramente, ese médico ya fue un soñador. Podría llegarse a pensar que el rechazo y la falta de una dieta adecuada son respuestas autodestructivas frente a una tecnología que subvierte tabúes ancestrales tales co mo el incesto o la antropofagia. Es realmente un hecho clí nico que, para los niños, recibir un riñón del papá o de la mamá es como recibir un hijo de ellos, o que aceptar un riñón cadavérico implica la transgresión del mito antropofágico. Sin embargo, todos estos hallazgos clínicos, ancla dos en mitos entre los cuales el Edipo ocupa un lugar re levante, no pueden oscurecer el hecho de la emergencia de una tensión agresiva generada por la tecnología frente al hombre. Lamentablemente para los psicoanalistas de ni ños que tienen como única referencia teórica el complejo de Edipo, la función paterna sobrevalorada en los siste mas paternalista s ha deja do paso a la universalización del —
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discurso tecnológico-científico, así como a la dialéctica de un mercado constituido por consumidores y consumidos por el mismo. En ese sentido se hace necesario mencionar que, en el barrio en donde nuestra niña vive con su familia, muy po bre pero honrado, la escuela ha sido saqueada, destruida, robada, y ningún vidrio ha resistido más de cuarenta y ocho horas a los piedrazos de los niños. No piensen que es falta de gratitud la de los moradores, sino que esta escuela resulta un monumento a la invasión de su territorio. En realidad, la institución no les pertenece, no respon de a un proceso de agenciamiento particular que una co munidad establece sobre su escuela, sino que correspon de a una nue va política “agr esiv a” de educa ción del go bie r no que, al constatar los resultados, también por boca de sus funcionarios dice: “Margaritas a los chanchos.” Lo mismo ocurre con el cuerpo de la niña, así como con el de su familia y amigos. Existe un impacto tecnológico, y con el rechazo o la falta de cuidados no están ejercien do una oposición a dicha tecnología, sino a las condicio nes de agenciamiento de la misma y al proceso de modelización que la anima. Esto implica, desde el vamos, un discurso de salud profundamente atravesado por un mo delo político-económico-libidinal que corresponde a lo que hoy denominamos mercado. Dice la niña: —A mí me gustan las matemáticas, sobre todo las cuentas de dividir. Pregunta el médico: —¿Por qué será que te gustan tan to? Responde la niña. —Dividir es repartir. Mi papá me va a dar un riñón. El médico insiste: —¿Y hay algo que te preocupe? La niña lo piensa un poco y contesta: —No, ahora no, — 139 —
porque voy a hacer el trasplante. Una vez llegamos a casa y estaba todo revuelto. Papá nos dijo que no nos asuste mos, que fue él quien lo hizo. Pero yo me di cuenta de que habían robado. Robar es malo, termina en la cárcel, es di ferente a conseguir una cosa. ¡Psicoanalistas de niños, psicólogos, a sis ten tes sociales, psicopedagogos, educadores, así como antes han mirado bien, Ies pido ahora que escuchen bien! Claro que está en juego, en el discurso de la niña, la re lación que tiene con el padre, su drama edípico. Sin em bargo, no menos relevante es el hecho de que la fantasía de robo con la cual está asociado el trasplante correspon de a un entorno social en donde unos niños trabajan des de muy pequeños y otros roban desde muy pequeños. Pa ra nuestra niña, que tan bien explícita la cuestión paradó jica por la cual “dividir es repartir" (lo que lleva implícitas la división del trabajo, la división sexual, la división del mercado, etc.), lo fundamental es saber cuál es, en ese re parto, la parte que le toca. Podríamos decir que todos los niños tienen esa inquie tud, no tanto por saber quiénes son o de dónde vienen, si no cuál es el territorio que podrán ocupar y los modos de agenciamiento del deseo a que tienen derecho. La respuesta que la sociedad ha dado a esta pregunta a través de los agentes de salud y educadores no ha sido muy alentadora, adaptació n, más allá de la rebeldía; ad ap tarse, más allá del deseo; adaptarse, más allá de la creati vidad; adaptarse, siempre adaptarse. Y, sin emba rgo , cual pr eg un ta impos ible, sigue r eb ot an do en todos los ámbitos institucionales que un niño tran sita, en donde se practica la tan zamarreada protección a la infancia. Como alma en pena continúa esperando que la sociedad les reconozca a los niños el derecho a gestionar su propia vida, su propia educación, sus propios límites, sus pro pios deseos. —
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Vaya en homenaje a esta niña, malabarista de la vida, este humilde intento de extraer su dibujo de la producción pedagógica, la creación artística o la interpretación psico lógica, para incluirlo en otra dimensión libidinal, que in cluye el cuerpo, la tecnología y el trabajo. No dudo de que ella, así como todos los niños del mundo, diría: “Pero Jor ge, es sólo un dibujo.”
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Notas bibliográficas 1. Guattari, F., “El inconsciente maquínico y la revolución mo lecular”, conferencia dictada en México, enero de 1981. Ré v ol ut i on mol mo l éc ul ai re , Reserches 10/18, 2. Guattari, F., La Rév Fontenay-sous-Bois, Francia, 1977. 3. Lacan, J., "El estadio del espejo como formador del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalista”, en Es cr i t os /, Siglo XXI, México, 1978.
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2 . La
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m á q u in a s
d e l goce p erp etu o 4
Polít Polític ica, a, infanc ia y sub jetividad Pasaron quince años desde el Primer Congreso de Salud Mental Infantil, evento organizado por la institución que sirvió de precedente a la Sociedade Brasileira de Estudos e Pesquisas da Infancia y en el cual tomaron parte algunas de las personas aquí presentes. En ese momento, que co rrespondía al restablecimiento de las instituciones demo cráticas en el Brasil, nos preguntábamos, bajo el titulo “Sa lud mental infantil”, por la infancia heredada, la presente y la futura. En esa oportunidad mencioné el fenómeno niños de la calle como un analizador (en el sentido institucionalista del término), que tornaba visible lo invisible de las trans formaciones procesadas en el conjunto de la infancia bra sileña y sudamericana. Dije entonces: “Estas transformaciones no abarcan sólo a los niños pobres, sino a todos los niños, ricos, clase me dia, pobres y lumpen, e inclusive significa revisar la ade cuación de la pala bra ‘infan ‘infan cia’ para cat egor iza r esta e tap a de la construcción del sujeto." Debo reconocer que fui bas tante criticado por verter estas opiniones, en la medida en que, aun siendo psicoanalista de pacientes brasileños, en instituciones brasileñas e incluso padre de hijos brasile ños, también era un extranjero que despertaba ese extra ño efecto de “escupir en la mano que da de comer”. Hoy, un poco más viejo, pero no tanto como mi calvicie denun cia, puedo percibir hasta qué punto mis palabras fueron ratificadas por la realidad. Los niños pobres y ricos trafican alegremente y la pro ducción atípica de la subjetividad es tan típica que tam * Conferencia de cierre del primer Simposio Internacional de Prácticas Comunitarias e I n s t i t u c i o n a le l e s c o n n i ñ o s , r e a l i z a d o e n R i o d e J a n e ir i r o , s e p t i e m b r e d e 1 99 9 9 5. 5.
bién los niños son frecuentemente acusados “de escupir en la mano protectora que les da de comer”. Pero hoy, co mo ayer, continúo sosteniendo que los niños de la calle, la mortalidad infantil, el trabajo esclavo o el niño atípico no constituyen apenas indicadores psicológicos de la marcha de las políticas para la infancia, sino que son esencialmen te fenó meno s que vuelven visible lo que está reprimido, in visible, en el proceso de reconversión político-económicosocial y libidinal que atraviesa la sociedad. Esto significa reconocer que existió hasta la década del setenta un tipo de política de construcción, de modelización de la subje tividad, centrada en por lo menos cuatro ejes: el primero, que el niño comienza a aprender en la escuela; el segun do, la disciplina social y la familia edípica como vehículos del sentimi ento de culpa intr apsíquico, que permite atar al sujeto a la cultura a costa de un cierto malestar, como lo sostiene el propio Sigmund Freud; el tercero, una conceptualización de la temporalidad como evolutiva, constitui da por eta pas, esta dios , fases, etc. (de 0 a 1 año, de 1 a 3 años, de 3 a 6 años, de 6 a 12 años, de 12 a 15 años, etc.), como variable intrínseca de la infantoplastia dominante. Finalmente, en cuarto lugar, una intensa psicologización del niño, como llave de seguridad frente a los fraca sos de los sistemas educativos, médicos y familiares de modelización de la subjetividad. Actualmente, los avances tecnológicos, la globalización de los mercados y la consecuente pérdida del poder del Estado no sólo cambiaron la política sino esencialmente el tipo de construcción, la forma de modelización de los in dividuos en serie, sus vidas, sus afectos, sus memorias, su inconsciente. En efecto, niños de la calle o niños atípicos son algunos de los hechos políticos que permiten confir mar que el niño comienza a aprender en el entorno social, lo que incluye hoy la mass-media, esa suerte de hiperrealidad que asemeja la vida misma. En segundo lugar, el sen timiento de culpa ha sido sustituido por el goce fetichista — 144 —
creado por los objetos del mercado, en lo que parece ser un mecanismo de control represivo más eficaz que la pro pia culpa, ya que permite abarcar incluso a los niños de 0 a 6 años, esos perversos polimorfos, según Freud, renuen tes a toda culpa. Siendo así, resulta que, dentro de poco, la mejor guardería no será el mejor depósito de bebés, si no el mejor play -ro o m con profesionales entrenados a ese fin. En tercer lugar, la temporalidad se encamina a la bús queda de un presente que es efímero y perpetuo al mismo tiempo, pero siempre sin pasado, sin futuro. Realmente, a veces resulta difícil saber si una niña de la calle de 12 años con un bebé en su regazo y aspirando sustancias tó xicas es realmente una niña, una adulta o una anciana. Fi nalmente, todos los profesionales psi (psicólogos, psicoa nalistas, psicopedagogos, fonoaudiólogos clínicos, psicomotricistas, etc.) hemos pasado a la categoría de oferta de servicios, construyendo una verdadera red tercerizada de asistencia dentro de un marco altamente competitivo. Siendo así, este tipo de modelización resulta, desde mi punto de vista, en la producción de niños cual máquinas del goce perpetuo, y cuando me refiero a máquinas no lo hago en el sentido robótico de la cosa (a pesar de que ni ños gravementes perturbados parecen robots) sino funda mentalmente en el sentido "maquínico" de un deseo liga do a la producción y al exceso. En efecto, hoy todos los ni ños, sean ricos o pobres, son real o potencialmente “avio nes”.* De cualquier forma, esta política resulta más restrictiva con respecto a los cuerpos libidinales que son precisos pa ra sostenerla, por lo que mi impresión, como lo demostró la “masacre de la Candelaria”,** me lleva a compartir la idea de que, tratándose de la construcción de la subjetivi * “A vi o ne s ": n o m b r e v u l g a r d a d o a l os n i ñ o s q u e t r a n s p o r t a n y c o n s u m e n d r o g a s , t a n t o en las favelas como en todos los barrios de la ciudad. ** Masacre de la Candelaria: en 1993, frente a la iglesia de la Candelaria, pleno centro de Rio de Janeiro, un grupo de niños que dormía en el lugar fue asesinado por un es c u a d r ó n d e l a m u e r t e . E st e e p i s o d i o p e r m i t i ó p e r c i b ir q u i é n e s e r a n l a s ví c t i m a s y q u i é
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dad mucho más selectiva y estratificada en lo que respec ta a su calidad, llevaría indefectiblemente a un descarte social, o sea, a un genocidio de cuerpos infantiles libidina les. En síntesis, un tipo de política de construcción subjeti va, de modelización mental sufre una reconversión desde un paradigma centrado en la culpa a otro que hace eje en el goce, lo que no significa un pasaje de la obediencia a la anomia o a la anarquía, sino la internalizacion de otro ti po de ley basado en los mercados que sigue una propor ción directa: al exceso creado por dinero que produce di nero, le corresponde un mayor infanticidio, vale decir, la supresión deliberada o por omisión de cuerpos infantiles. Pero, hoy como ayer, esta política donde el cuerpo del niño es consumido, al decir de Guattari, continúa siendo combatida con el lema “Protección o muerte”. La protección del Estado y de la familia continúa sien do el caballito de batalla de una política que muchas veces nos hace pensar si el lema no debería ser Protección y muerte. Sobre esta función del Estado, a pesar de la existencia legalmente reconocida del niño como “sujeto de dere chos”, nada más paradigmático que la propia Declaración Universal de los Derechos del Niño, promovida por las Na ciones Unidas el 20/11/59 que, en verdad, protege todos los derechos de los niños, menos uno, el derecho a la au tonomía del niño. Claro que la autonomía es una noción sumamente variable que depende de la sociedad que la vehiculiza. Al final, la autonomía ha resultado, muchas ve ces, en una coartada para que el Estado se desresponsabi lice de todos y de todo. Se trata, entonces, de una forma de auton omí a que tr an nes los victimarios, en un momento político en el cual todo niño pobre era potencialmente un agresor. También contribuyó a reformular las políticas desarrolladas por el Estado y las ONG en el Brasil. —
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sita por la producción de subjetividades libres, del reco nocimiento del niño como sujeto activo de la construcción o de la de-construcción, recordando que el psicoanálisis prueba que la construcción en el niño comienza por agu jerear, destruir, derrumbar, hacer desaparecer, en otras palabras, por la generación de un campo de negatividad sobre el cual se apoya su creatividad. En otras palabras, se trata del reconocimiento de la potencia y de las intensida des de deseo, que no sean en una perspectiva suicida. Desde el punto de vista político, esto significa, en pri mera instancia, el reconocimiento de algún tipo de voto para los niños. Los niños no votan ni para elegir profeso ra y, aun dudando de su eficacia democrática en los tiem pos actuales, de bem os reconocer que en ciertos territorios continúa siendo una forma de ejercicio del poder. En segundo lugar, el reconocimiento de la potencialidad emergente de los mecanismos grupales, solidarios y fra ternales, como forma de gestión de nuevas intensidades a través de líneas de fuga de la mass-media que homogeneiza y al mismo tiempo los vuelve más solitarios. En tercera instancia, el derecho al trabajo, a la potencia que emerge del trabajo, incluyendo el jugar y el aprendi zaje como formas del trabajo. Aun más, no condeno el tra bajo remunerado hasta para mayores de 14 años, a pesar de la generalizada condena del trabajo infantil, ya que en general el trabajo es esclavo; sin embargo, debemos acep tar que, cuando el trabajo es fruto de una gestión colecti va entre el Estado, la familia y los niños, cuando ese mis mo trabajo impide su circulación como aviones y expresa una potencia creativa, no debería ser condenado. Todo esto significa revisar la responsabilidad del Esta do frente a los procesos de construcción de la subjetivi dad. Proteger no siempre significa ser responsable; por el contrario, muchas veces hacerlo o dejarlo en manos de terceros es una forma de desresponsabilización. Repito: — 147 —
ser responsable no significa apenas proteger, sino instru mentar los medios para que emerja la potencia creativa y libre de la infancia. Esto significa una cierta renuncia a programas molares que son los que mayor temor me ins piran, en la medida en que ya existe un programa en cur so cuya violencia no distingue víctimas de victimarios. Significa subsidiar económicamente, apoyar, analizar, comprender, vigilar para que las prácticas comunitarias e institucionales con niños sean micromoleculares, autogestivas, grupales, constitutivas de territorios existenciales donde las diferencias étnicas, raciales o de clase sean pa sibles de ser auto-analizadas. Significa recuperar la memoria del pasado discutiendo, entre o tras cosas, con los niños, do cente s y profesionales, la “masacre de la Candelaria”, que constituye un divisor de aguas de la infancia sudamericana. Significa impedir el in fanticidio que nos retrotrae al siglo VI después de Cristo, momento en el cual fue suprimido en Roma el derecho de vida o muerte del niño por su padre. Significa mirar para el futuro en función del devenir en una sociedad altamen te tecnologizada. De lo que no deben preocuparse el Esta do, la educación o la familia es de la creatividad: de ello se encargarán los niños. Finalmente, qué decir de nosotros, profesionales que estamo s en un si mposio que no ha sido un encuen tro cientificista ni de especialistas. Qué decir de nosotros, osados miembros de humildes instituciones no gubernamentales o que trabajamos para el Estado buscando brechas en la deseperanza y que decidimos privilegiar nuestra experien cia sin engancharla a falsos nacionalismos o a empresas psicoanalíticas internacionales. Apenas se me ocurre expresar una idea de la época de mi exilio. A nosotros nos cabe la responsabilidad de in ventar lo imposible. Soy psicoanalista de niños, y alguna vez fuimos arquitectos de lo imposible, a pesar de que — 148 —
hoy estamos cautivos de un saber tecnocrático que nos define como especialistas. Este imposible, nuestro imposible, comienza con el análisis de nuestra implicación como agentes de repro ducción, como “expertos”, como miembros de sectas psicoanalíticas, como adictos a políticas y políticos de turno. Este imposible, nuestro imposible, nos conduce a noso tros, profesionales y agentes de la salud mental infantil, a desarr ollar una práctica que desmit ifique la infancia de un sistema de trascendencias naturales tipo “la bondad, el sa crificio, la beatitud contra la maldad, el egoísmo o el pe cado”, construido para la dominación y explotación de la subjetividad, para encontrar en las inmanencias de las prácticas institucionales y comunitarias la raíz de una creatividad singular y diferente. Este imposible, nuestro imposible, consiste en desarro llar prácticas autogestivas que permitan restituir el tejido social, comenzando por reconstruir la solidaridad entre nosotros mismos, tan afectada por la competencia, el mer cado y la desconfianza. Este imposible, nuestro imposible, implica analizar (en el sentido amplio que posee esta palabra en psicoanálisis) el cinismo que es la marca registrada del discurso domi nante con respecto de la infancia, cuando sostiene que “son precisos recursos económicos para proteger la infan cia”, cuando nosotros sabemos que para muchos “proteger la infancia es apenas una forma para obtener recursos eco nómicos”. Asimismo, sólo el cinismo permite la coexisten cia en el Brasil de la legislación más avanzada del mundo en materia del menor y del adolescente, sancionada en tiempos de corrupción, mientras es desarrollado un pro yecto infanticida. Por eso el cinismo y la mala fe, sobre to do cuando están internalizados también por nosotros, los especialistas, son los principales enemigos que hay que temer. —
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