Las voces del Ande Ensayos sobre onomástica andina Rodolfo Cerrón-Palomino •
La historia de los sonidos de las palabras, de las variaciones de sentido a través de los siglos. La historia de su formación, de sus orígenes y préstamos. Una palabra hecha de otras, de fragmentos de otras, un viaje de sonidos – fonemas, morfemas, sufijos, africadas que se truecan en sibilantes, palatales que luego suenan como laterales-; un viaje de significados a través de los siglos. Palabras que provienen de las lenguas que se desarrollaron en estas tierras, que se combinaron entre sí, unas que coparon a otras, residuos de lenguas muertas, o que sobreviven como fantasmas en otras lenguas, las voces de ese mundo abigarrado y cambiante llegan a nuestros oídos o brotan de nuestros labios siempre nuevas y remozadas. No todas por cierto son empleadas hoy; sin duda, la mayoría se quedaron en el camino sin dejar descendencia. Es una evolución en que solo sobreviven unas voces, sentidos, sonidos, unas cuantas lenguas que conservan las trazas de aquellas que se extraviaron en los vericuetos del tiempo. De tal viaje de aventuras trata este libro. No son unos relatos de ficción; son de aquellos que describen las andanzas en pos de la verdad refrendada por los hechos.
"Las voces del Ande" no se presta a una lectura rápida y superficial; exige al lector atención y memoria, como también lo exige una buena novela policial. No es fácil de leer y sin embargo es apasionante y entretenido; el autor va tras un enigma y hace participar al lector del suspenso de seguir una pista y del gozo de hallar una clave. Por cierto, si el lector no es lingüista deberá tener un diccionario a la mano. Descubrirá las sutilezas cambiantes de las voces, su antigüedad, la justeza o la torpeza de su trascripción gráfica.
El sujeto de tal pesquisa es un conjunto de bellas palabras que la literatura repite y el uso acuña. Son términos en cuya grafía, pronunciación y significado pareciera agolparse la historia del
Perú: la chirimoya, el quechua y el aymara (o aymará y aimaraes), Lima y el Cuzco (con zeta y no con ese), la chicha de jora, el soroche, la calapurca (y no la carapulca), lurin (y no hurin con hache o sin ella), la apacheta, el tocapu, el héroe Ollantay, el amauta y otras voces tan nobles como peruanas. El lector seguirá las mudanzas de estos términos, sus cambios de sonido y de significado, rastreará sus orígenes y sus marcas gráficas; comprenderá las no santas pero sí científicas iras del narrador, Cerrón Palomino, contra las doctas pero erradas interpretaciones y las insensateces que se han escrito y se repiten sobre esas voces dignas de un mejor trato. Como todo relato que busca resolver misterios, el enumerar los pasos y el develar por adelantado el curso que toma la trama y el resultado que alcanza, sería inútil y atentaría contra el encanto que da el suspenso. Por eso, no les contaré los derroteros que sigue ni los resultados a que llega el narrador. Sin ánimo de deslucir la intriga de la historia, lo cual sería tarea vana además de imposible pues no soy versado para hacerlo, mencionaré algunas de las anotaciones que hace el autor sobre dos de los vocablos que estudia: la Chirimoya y el Cuzco.
Cuántas lenguas, préstamos, sonidos conforman la bella palabra chirimoya. Ahora castellana, fue tomada por quechua. Cuántas simplezas se han urdido en torno a su nombre. Pero la historia que cuenta Cerrón Palomino es otra, más compleja y tan sabrosa como la fruta que designa. El cronista Bernabé Cobo pensó que dicha fruta era oriunda de Guatemala; el nombre no es originalmente quechua ni aymará pero la fruta es bien peruana. El término es complejo, tiene un núcleo, masa, y un modificador de este, chiri o chilli o chhili. El autor concluye que masa es mochica, y quizá también y a su vez, venga de una lengua costera, hoy desaparecida, el quingam. La voz mochica masa es un genérico que designa las plantas de la familia de las anonáceas. También fue un epíteto o nombre de algunos de los antiguos gobernantes de la costa norte. En cambio, chilli, sería aymará, luego quechua y finalmente, adoptada por el mochica. Chelli en mochica califica aquello que es rizado y desigual. En aymará collavino, lo que es ensortijado o crespo. El mayor registro del vocablo en aymará sugiere que la voz mochica sería un préstamo del aymará; y este paso se habría dado no directamente sino a través del quechua. Así, el nombre de la fruta, en su formación, uso e historia, han participado el quingman, el mochica, el aymará y el quechua para desembocar en el castellano: son cinco idiomas de los pueblos cuyos hijos viven hoy en estas tierras. Un nombre tan trabajado no podía designar una fruta más sabrosa que la chirimoya.
La muy insigne, muy noble, leal y fidelísima ciudad. La más principal y cabeza de los reinos del Perú. Tales títulos son poco adorno al lado de su propio nombre, de esa voz dulce y misteriosa, Cuzco. Tal como sonaba, ni interdental ni sibilante apical, sino con la vieja zeta, que grafica la sibilante dorsal, propia del español y del quechua de aquellos siglos. Así empieza Cerrón Palomino su riguroso y apasionado estudio del nombre de esa ciudad, con un bien argumentado rechazo a la actual adulteración de su escritura, de su antigua y bien puesta zeta. Quien lea este ensayo no volverá a escribir Cuzco con ese; salvo que sea un obstinado o no haya entendido nada. Sería tan ridículo como
escribir México con jota; eso, para evitar de hacerlo como los escribas de los conquistadores; como si la equis o la zeta fuesen más españolas que la ese y la jota. Ese no es sino un indigenismo y un anti-hispanismo de pazguatos. Luego de la historia de la sonoridad y de su grafía, sigue con una indagación sobre el significado primitivo de la voz Cuzco. Examina y refuta las interpretaciones trilladas: que quiere decir centro u ombligo del mundo; o tierra allanada y otras derivadas deri vadas de estas, tan fantasiosas como carentes de sustento empírico. Prosigue con la narración de los caminos y de las pistas que siguió en pos de una etimología para Cuzco. Este ensayo, como todos los de este libro, es el relato de una aventura guiada por una razón severa, un dominio de las materias abordadas, un trabajo riguroso y coherente, y el todo, animado por una fina intuición. No les diré las conclusiones a que llega esta pesquisa; si quieren enterarse, compren y lean este libro.
Las Voces del Ande marcan un punto culminante en los estudios andinistas y en la misma lingüística; son un regalo para la imaginación y una lección para aprender.
Colección Estudios Andinos, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima, 2008. 412 páginas