PERSONA Y SOCIEDAD, VOL XIX No3 / 2005 · pp. 17 - 45 · UNIVERSIDAD ALBERTO HURTADO D. CHERNILO Y A. MASCAREÑO, UNIVERSALISMO, PARTICULARISMO Y SOCIEDAD MUNDIAL
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UNIVERSALISMO , PARTICULARISMO Y SOCIEDAD MUNDIAL: OBSTÁCULOS Y PERSPECTIVAS D E LA SOCIOLOGÍA EN AMÉRICA LATINA Daniel Chernilo* y Aldo Mascareño** RESUMEN Lo propio del conocimiento sociológico es intentar capturar las particularidades históricas, geográficas y culturales del mundo moderno mediante la adopción del punto de vista universalista que permite la idea de sociedad. Hoy en día, a inicios del siglo XXI, eso significa describir la sociedad contemporánea como sociedad mundial: ya no existen regiones particulares del globo que escapen a la presión por una integración normativa univ un iversa ersalista lista bajo criterios criterio s cosmopolit cosmopolitas as ni a la coordinación estr estruct uctur ural al bajo las exige exigencias ncias de la diferenciación funcional. El objetivo de este artículo es reconstruir, a partir de la tensión entre universalismo y particularismo, tres obstáculos que la sociología latinoamericana ha enfrentado, así como también esbozar caminos en los que ellos se desdoblan y parecen indicar soluciones posibles.
PALABRAS CLAVE Sociología, América Latina, sociedad mundial, cosmopolitismo, diferenciación funcional
I La definición de la sociedad sobre la base de criterios normativos universalistas o desde el pu punt ntoo de vista vista de de su su diferenciación diferenciación sistémica, tiene tiene como conse consecuencia cuencia la existencia existencia de sólo una sociedad: sociedad: la sociedad sociedad mundial. mun dial. Sea Sea en un u n sent sentido ido neoka n eokant ntiano, iano, bajo b ajo el cual cual la
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Sociólogo, Sociólogo, Universidad Universidad de d e Chile. Doctor D octor en Sociología Sociología,, Unive Un iversidad rsidad de Warwick (UK). Académico Académico del DepartamenDepart amento de d e Ciencias Sociale Socialess de la Universidad Alberto Alberto H urtado. urt ado. E-mail: dchernil@uahu
[email protected]. rtado.cl. Este trabajo es parte del d el proyecto proyecto FON DECYT DECYT (3040004). (3040 004). Doctor en Sociología, Universidad de Bielefeld. Académico del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Alberto Hurtado. E-mail:
[email protected]. Este trabajo es parte del proyecto FONDECYT (1040266).
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noción de humanidad operacionalizada en el siglo XX a través de la fórmula de derechos humanos que no pueden ser sino universales, es decir, aplicables a la humanidad como un todo; sea en un sentido sistémico que observa la expansión evolutiva de estructuras funcionales de creciente alcance universal, lo cierto es que en los inicios del siglo XXI ya no es posible encon enconttrar isla islass de socialidad, socialidad, es decir, decir, no no exist existen ya regiones del globo globo en las cuales la integración normativa universalista bajo criterios de cosmopolitas o la coordinación estructural bajo las exigencias de una comunicación sistémicamente coordinada, no tenga consecuencias importantes, en muchos casos decisivas, para los ordenamientos regionales y/o nacionales a lo largo del planeta, sean ellas observadas o no.1 La sociología, toda sociología que desde cualquier espacio regional del globo quiera ser elaborada, no puede sino tener en cuenta este hecho; no puede sino pensar que sus diagnósticos localmente situados, intereses temáticamente restringidos y conclusiones espacialmente acotadas, encuentran sus obstáculos y también sus nuevas perspectivas en ese ese horizonte horizont e normativo norm ativo último último y en en esas condiciones cond iciones estru estructu cturales rales un unive iversale rsaless que hemos denominado sociedad mundial. Lo que puede ser comprendido como sociología latinoamericana, no es ajena a esta exigencia, aunque la ha manejado con indecisión. Por un lado, su referencia a América Latina ha sido, con mucho, más importante que la tematización de las tradiciones nacionales. Sin embargo, le ha sido difícil zafarse de una idea de sociedad identificada como estado-nación y de una concepción identitaria entendida como ethos inmutable. Por otro, ha debido apropiarse de las teorías sociológicas más abstractas y generales disponibles pero que han h an sido creadas en, en, y pensadas pensadas para, momentos momentos históricos históricos y contex contextos tos sociales que no son los vividos en Latinoamérica. La relativa debilidad teórica de la sociología latinoamericana le ha obligado a confrontar el carácter universalista que es propio del canon sociológico. A su vez, sin embargo, parte de ella (buena parte) no ha logrado superar una visión particularista y ha entendido la modernidad latinoamericana como versión versión incompleta incomp leta de la europea europea o ha reflexionado reflexionado sobre el el et ethos identitario ident itario prop p ropio, io, poniéndose al servicio de los actores. En este texto queremos develar los obstáculos de la sociología latinoamericana frente a la universalidad normativa y estructural de la sociedad mundial. Buscamos describir sus perspectivas y posibilidades en un mundo que ya no acepta descripciones falsamente abstractas ni ingenuamente particularistas. Intentamos observar las debilidades de la reflexión sociológica latinoamericana frente a un nuevo escenario universalista realizado, rescatar sus fortalezas ante ese estado de cosas y proponer caminos de exploración para
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Para el concepto de d e sociedad sociedad mun mundial, dial, véase véase LUHMANN, N IKLAS, Die D ie Gesellsc Gesellschaf haftt der Gesellsc Gesellschaft haft , Suhrkamp, Frankfurt, 1997, y STICHWEH , RUDOLF, Die Suhrkamp, kamp, Frankfurt, Frankfurt , 2000. En español sobre sobre D ie Weltges W eltgesellschaft ellschaft.. Soziologis Soz iologische che Analysen Analysen, Suhr el concepto de sociedad mundial, MEREMINSKAYA, ELINA y ALDO MASCAREÑO , “La desnacionalización del derecho y la formación de d e regímenes globales globales de gobiern gobierno”, o”, en MARTINIC, M ARÍA D ORA y MAURICIO T APIA (eds.), Sesquicentenario Tomo omo II, II , Lexis-Nexis Lexis-Nexis,, Santiago, 2005, pp. del Código Civil de Andrés Bello: Pasado, presente y futuro de la codificación, T 1391-1427.
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noción de humanidad operacionalizada en el siglo XX a través de la fórmula de derechos humanos que no pueden ser sino universales, es decir, aplicables a la humanidad como un todo; sea en un sentido sistémico que observa la expansión evolutiva de estructuras funcionales de creciente alcance universal, lo cierto es que en los inicios del siglo XXI ya no es posible encon enconttrar isla islass de socialidad, socialidad, es decir, decir, no no exist existen ya regiones del globo globo en las cuales la integración normativa universalista bajo criterios de cosmopolitas o la coordinación estructural bajo las exigencias de una comunicación sistémicamente coordinada, no tenga consecuencias importantes, en muchos casos decisivas, para los ordenamientos regionales y/o nacionales a lo largo del planeta, sean ellas observadas o no.1 La sociología, toda sociología que desde cualquier espacio regional del globo quiera ser elaborada, no puede sino tener en cuenta este hecho; no puede sino pensar que sus diagnósticos localmente situados, intereses temáticamente restringidos y conclusiones espacialmente acotadas, encuentran sus obstáculos y también sus nuevas perspectivas en ese ese horizonte horizont e normativo norm ativo último último y en en esas condiciones cond iciones estru estructu cturales rales un unive iversale rsaless que hemos denominado sociedad mundial. Lo que puede ser comprendido como sociología latinoamericana, no es ajena a esta exigencia, aunque la ha manejado con indecisión. Por un lado, su referencia a América Latina ha sido, con mucho, más importante que la tematización de las tradiciones nacionales. Sin embargo, le ha sido difícil zafarse de una idea de sociedad identificada como estado-nación y de una concepción identitaria entendida como ethos inmutable. Por otro, ha debido apropiarse de las teorías sociológicas más abstractas y generales disponibles pero que han h an sido creadas en, en, y pensadas pensadas para, momentos momentos históricos históricos y contex contextos tos sociales que no son los vividos en Latinoamérica. La relativa debilidad teórica de la sociología latinoamericana le ha obligado a confrontar el carácter universalista que es propio del canon sociológico. A su vez, sin embargo, parte de ella (buena parte) no ha logrado superar una visión particularista y ha entendido la modernidad latinoamericana como versión versión incompleta incomp leta de la europea europea o ha reflexionado reflexionado sobre el el et ethos identitario ident itario prop p ropio, io, poniéndose al servicio de los actores. En este texto queremos develar los obstáculos de la sociología latinoamericana frente a la universalidad normativa y estructural de la sociedad mundial. Buscamos describir sus perspectivas y posibilidades en un mundo que ya no acepta descripciones falsamente abstractas ni ingenuamente particularistas. Intentamos observar las debilidades de la reflexión sociológica latinoamericana frente a un nuevo escenario universalista realizado, rescatar sus fortalezas ante ese estado de cosas y proponer caminos de exploración para
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Para el concepto de d e sociedad sociedad mun mundial, dial, véase véase LUHMANN, N IKLAS, Die D ie Gesellsc Gesellschaf haftt der Gesellsc Gesellschaft haft , Suhrkamp, Frankfurt, 1997, y STICHWEH , RUDOLF, Die Suhrkamp, kamp, Frankfurt, Frankfurt , 2000. En español sobre sobre D ie Weltges W eltgesellschaft ellschaft.. Soziologis Soz iologische che Analysen Analysen, Suhr el concepto de sociedad mundial, MEREMINSKAYA, ELINA y ALDO MASCAREÑO , “La desnacionalización del derecho y la formación de d e regímenes globales globales de gobiern gobierno”, o”, en MARTINIC, M ARÍA D ORA y MAURICIO T APIA (eds.), Sesquicentenario Tomo omo II, II , Lexis-Nexis Lexis-Nexis,, Santiago, 2005, pp. del Código Civil de Andrés Bello: Pasado, presente y futuro de la codificación, T 1391-1427.
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avanzar en su conocimiento. Un esfuerzo de esta naturaleza gana en amplitud, pero no puede sino limitar su profundidad. Por esto, nuestro objetivo último no es seguir cada sugerencia hasta sus consecuencias finales, sino fundamentalmente sustentar la plausibilidad de lo propuesto. De ello deriva el carácter programático de estas páginas. El texto se inicia con una un a reflex reflexión ión sobre la pretensión de d e conocimiento un univ ivers ersalis alista ta quee es qu es propia propia del canon sociológico sociológico a partir partir de de la referencia inmanen inmanentte a la idea de sociedad sociedad,, para desde aquel punto de vista abstracto formular los obstáculos epistemológicos a los que ha de de hacer hacer frente frent e la sociología sociología latinoamericana latinoamericana del siglo siglo XX XXI (II). (I I). El art artículo ículo continú cont inúaa con una crítica a lo que denominamos el obstáculo estructural de la sociología latinoamericana: latinoamericana: la búsqueda búsqueda de una identidad ident idad sustantiv sustant ivaa que ha conducido conducido a la sociología sociología continent cont inental al a observar observar América América Latin Latinaa como versión versión limitada limit ada de la modernidad mod ernidad europea, y que se opone a la posibilidad de ser comprendida como una trayectoria posible de la modernidad (III). El momento estructural da paso al obstáculo normativo, una crítica a la adopción de d e los estados-naci estados-nación ón o del ethos eth os identitario identit ario regional como como equiv equ ivale alent ntes es de la idea de sociedad, lo que en un contexto contemporáneo puede situarse frente a los principios del cosmopolitismo: la semántica universalista de la sociedad mundial a la que la sociología latinoamericana no logra acceder con claridad (IV). Ambos obstáculos dan así vida vida al tercer tercer desafío, desafío, el de la auton aut onomía omía del del saber saber sociológico sociológico en América Latin Latina. a. Una Una crítica a la autocomprensión de la disciplina en la región latina como una tecnología de transformación social al servicio de particularismos políticos antes que como un modo de interpretaci int erpretación, ón, descripción descripción y crítica de la cre crecie cient ntee interpenetración interpenetración entre ent re los cont contex extos tos regionales regionales y el el contex cont exto to global de una una emergent emergentee sociedad sociedad mund mu ndial ial (V). Finaliza el el artículo art ículo con una breve conclusión (VI).
II D esde esde su nac n acimient imiento, o, la sociología sociología buscó siempre siempre un u n alto niv n ivel el de abstracción abstracción en sus formulaciones. formulaciones. Mientr M ientras as los los antropólogos antr opólogos recorrían el mundo mun do en busca de lo exótico exótico y el historicismo se fascinaba con los principios ideográficos, las primeras generaciones de sociólogos que hoy reconocemos como clásicos de la disciplina (desde Marx a Parsons, pasando por Weber, Durkheim y Simmel), buscaban un fundamento universalista que permitiera examinar la unidad de las diferencias observadas. Por cierto, cada uno de ellos desarrolló estrategias metodológicas diferentes para responder a esa pretensión –poco nos importa aquí si este desafío se resolvió mediante una dialéctica entre esencia y apariencia, tipos tip os ideales ideales o positivismo. positivismo. Todos, Todos, no obstante, obstant e, cimentaron con claridad un fundamento: fund amento: cuando se trata de la sociedad, la mirada debe situarse en el más alto nivel de abstracción. En ello radica lo clásico de la sociología clásica: en la pretensión universalista que opera como principio regulativo del análisis social. 2 2
CHERNILO , D ANIEL, “A quest for universalism: Re-assessing the nature of classical social theory’s cosmopolitanism”, prensa. European Journ Journal al of Social T heory, heory, 9, 4, 2006, en prensa.
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Esta pretensión universalista implica hacerse la pregunta respecto de qué hace a la sociología sociología, o en otras palabras, requiere hacerse cargo del problema del nivel de abstracción en que ha de fundarse la reflexión sociológica para merecer tal apelativo. En ello, el universalismo de la sociología no es una renuncia a la particularidad cultural ni al acontecimiento histórico. Es más bien el intento de establecer las condiciones de posibilidad de algo que podamos denominar conocimiento a partir de la incontestable variabilidad empírica del mundo después del quiebre del antiguo régimen. Un ordenamiento social estratificado resuelve la unidad en su interior y califica como anomalía lo ajeno o como ajeno lo anómalo. Un ordenamiento moderno debe buscar otro camino. La sociología es la ciencia de ese camino; es la ciencia de la sociedad, de una sociedad que es mundial en los inicios del siglo XXI. La idea de sociedad se mueve así en un equilibrio precario entre lo particular y específico que es propio de la descripción de cualquier fenómeno empírico, y el momento universal, general e incluso necesario en que el caso particular se hace pertinente. Con la idea de sociedad lo concreto y único adquiere sentido universal: se hace empíricamente relevante aquello que ya es filosóficamente plausible y filosóficamente necesario aquello que ya es empíricamente urgente. En este sentido, la sociedad puede entenderse como ideal regulativo, como el objeto de conocimiento tanto imposible como necesario de la sociología. 3 Imposible porque su unidad no puede ser aprehendida empíricamente, ni la abstracción de su concepto descrita exhaustivamente; necesario porque sin la sociedad no hay posibilidad de formular lo particular como variación o como momento de lo universal; no hay posibilidad de dar cuenta de la sociedad mundial. En cada trazo de sociología se activa esta diferencia, en cada descripción concreta se elude y, a la vez, se alcanza la sociedad, pues toda reflexión sobre relaciones sociales lleva siempre consigo alguna idea – más o menos explícita, más o menos abstracta– de ella. Sólo por esto, la sociología puede describir lo local reencontrando en ello lo universal y de ese modo criticar lo particular como momento incompleto de lo universal; se convierte así en una disciplina de la descripción estructural y crítica normativa de la sociedad mundial. ¿Qué sucede, sin embargo, cuando la sociología se ve presa de particularismos y renuncia a encontrar lo universal en su objeto?, ¿qué sucede cuando las exigencias políticas y los pesos ideológicos se instalan por sobre las consideraciones teóricas y las evidencias empíricas?, ¿qué ha de hacerse ante conclusiones y opciones sociológicas de pretensión generalista formuladas desde y para rincones nacionales o resguardos éticos autovalidantes?, ¿cuál es el camino que se debe seguir cuando lo universal se confunde con homogeneidad y la diferencia con atraso? Desde los días arcaicos del pensamiento protosociológico decimonónico, pasando por el ensayismo parasociológico de la primera mitad del siglo 3
CHERNILO , DANIEL, “El rol de la ‘sociedad’ como ideal regulativo: H acia una reconstrucción del concepto de sociedad moderna”, Cinta de Moebio, 21, 2004, en www.moebio.uchile.cl (enero 2006); también SCHRADER-KLEBERT, KARIN, “Der Begriff der Gesellschaft als regulative Idee”, Soziale Welt, 19, pp. 97-118, 1968. Sobre el concepto de ideal regulativo en la filosofía, EMMET, D OROTHY, The role of the unrealisable: A study in regulative ideals, New York, St. Martin’s Press, 1994.
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XX y los esfuerzos disciplinarios por consolidarse en la segunda mitad, buena parte de la sociología latinoamericana ha visto lo universal como un horizonte que debe ser negado por la fuerza de una particularidad sustentada en liberación política, convencionalismo moral o eticidad esencialista. Sin duda en cada momento han existido excepciones. Largos pasajes en las obras de Germani, Lechner, Larraín, Cardoso y Faletto, por ejemplo, expresan el más claro sentido de abstracción que permite captar la universalidad del acontecimiento, su interdependencia con el mundo, su contribución a la formación de la sociedad mundial tanto en el plano estructural como normativo. Sin embargo, en buena parte de la tradición sociológica latinoamericana, la reificación de lo propio ha prevalecido. Por compromisos políticos o motivaciones personales se oscurece el componente universal de los clásicos y se califica sus intentos de aplicación en América Latina como colonialismo teórico; se degrada a Marx al estatus de activista, a Durkheim al de pequeñoburgués, a Weber y Parsons al de reaccionarios; algo similar a lo que parece comenzar a suceder hoy con la calificación de Habermas como moralista y de Luhmann como tecnólogo. El empleo de sus categorías sería sólo prueba de la alienación de quien las usa respecto del verdadero sentido de América Latina. Con una visión de este tipo es difícil constituir en América Latina una sociología que quiera entender la particularidad de la región como momento de la universalidad de la sociedad mundial, tanto en un sentido estructural como normativo. La sociología latinoamericana se ve, en reiteradas ocasiones, impedida de la descripción estructural y de la crítica normativa de la sociedad mundial desde la especificidad de lo local, pues tiende a ver lo local como una imagen autocontenida sin sustrato de universalidad. Así, cualquier descripción estructural es preferentemente de nivel estatal-nacional y generalmente entendida en términos de características demográficas y datos económicos, y las evaluaciones normativas son regularmente prescripciones concretas de carácter preconvencional o convencional, rara vez postconvencionales. En la tradición de Gaston Bachelard y que Luhmann ha popularizado para la sociología contemporánea, 4 queremos hablar aquí de los obstáculos epistemológicos de la sociología latinoamericana que le dificultan a ella la descripción estructural y la crítica normativa de la sociedad mundial. Las consecuencias específicas de cada obstáculo, sus principales representantes y lo que por ellos no se observa, se verán en los apartados posteriores. Ahora, formulados sintéticamente, los obstáculos de la sociología en América Latina para enfrentar la descripción estructural y crítica normativa de la sociedad mundial suponen: • que la modernidad latinoamericana es una versión limitada de la modernidad europea (o de la derivada norteamericana) y que, por tanto, ésta señala el camino futuro de aquella o su punto de fuga (obstáculo estructural);
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LUHMANN, N IKLAS, op. cit.
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• que la sociedad de la sociología latinoamericana adquiere la forma de la unidad territorial del estado-nación o de comunidades éticas de carácter particularista (obstáculo normativo); • que el conocimiento sociológico es un instrumento al servicio de la modelación política de la sociedad y que consecuentemente debe transformarse en programa de acción para ser aplicable al contexto latinoamericano (obstáculo de falta de autonomía). En ello, los obstáculos funcionan integradamente. Si el conocimiento sociológico es entendido desde el primer obstáculo –la versión limitada de la modernidad europea– la pregunta será en qué medida el estado-nación o la comunidad ética se adapta a, o rechaza, ese estándar y, consecuentemente, qué tipo de conocimiento sociológico es útil para uno u otro propósito. Si, en cambio, la sociología es observada desde el segundo obstáculo – desde la unidad del estado-nación o de la comunidad– se le exigirá un determinado tipo de elección política que identifique a esa nación o a esa comunidad, así como consecuencia ideológica y práctica con tal elección y un posicionamiento ante modelos europeos de aceptación (desarrollismo, liberalismo, democratización) o de rechazo (indigenismo, esencialismo, populismo). Finalmente, si el punto de entrada es el tercer obstáculo –la sociología como instrumento de modelación política– ella se pone al servicio de los actores en el plano nacional para entregarles justificaciones acerca de decisiones ideológicas sobre cómo avanzar en América hacia estándares europeos, o sobre cómo realizar en la práctica las utopías de las comunidades que las sustentan (católicos, proletarios, indigenistas, feministas, liberales). Si la sociología, en tanto disciplina de la descripción estructural y crítica normativa de la sociedad mundial, requiere de un concepto de sociedad lo suficientemente abstracto como para acceder a un nivel autónomo de discusión sociológica y que, además, permita hacer comparables los diagnósticos en distintas regiones del globo, una sociología sometida a los obstáculos descritos tendrá dificultades para cumplir estos objetivos. No logra la suficiente abstracción para describir las condiciones de interpenetración y acoplamiento de lo local y lo global y, por tanto, no logra ejercer una crítica normativa bajo criterios universalistas de esas condiciones. La presencia de estos obstáculos no debe ser vista como la imposibilidad absoluta para la sociología latinoamericana de poner en relación el particularismo de sus descripciones empíricas con la pretensión de conocimiento universalista a que aspira el canon disciplinar. Del mismo modo, la adopción de esta posición universalista –que hoy más que nunca viene dada por las condiciones estructurales (diferenciación funcional) y normativas (cosmopolitismo) del presente– no implica ni propicia desconocer la importancia de lo particular en la búsqueda de lo universal. Tal vez si lo propio de la sociología del siglo XXI –que se nutre de aquello que constituye lo clásico de la sociología clásica– no sea otra cosa que buscar procedimientos con los que trascender tanto el particularismo que se cierra a lo universal en razón de una esencia histórica, comunidad ética o Sonderweg, como el universalismo abstracto que ve en lo particular la mera aplicación, derivación o
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ejemplificación de lo que la teoría general postula. Ambas posiciones resultan igualmente inviables. Hoy en día, no parece posible concebir lo particular fuera de lo universal ni lo universal con abstracción de lo particular; estamos condenados a pensar lo universal y lo particular como los dos lados de una misma distinción. Estructuralmente, producto de la emergencia de una única sociedad mundial con múltiples trayectorias; normativamente, porque el cosmopolitismo de la sociedad mundial es condición de posibilidad de una convivencia pacífica; metodológicamente, porque contribuir sociológicamente al mundo, exige autonomía de las operaciones científicas frente a particularismos normativos. La sociología en la que estamos interesados busca trascender estos obstáculos. En su sentido programático, éstos se despliegan en oportunidades y/o posibilidades para pensar sociológicamente sobre América Latina. • El obstáculo estructural de la modernidad latinoamericana como versión limitada de la europea se desdobla en descripción estructural de la trayectoria latinoamericana a la modernidad como diferenciación funcional ordenada concéntricamente. • El obstáculo normativo de la reificación de los particularismos nacionalistas o identitarios se desdobla en el establecimiento de las condiciones de posibilidad de una crítica normativa a partir de los principios universalistas del cosmopolitismo. • El obstáculo de la instrumentalización política del conocimiento sociológico se desdobla en el reconocimiento de que, dado que la sociedad es un orden emergente, ella no se deja modelar por los actores, sino que se presta crecientemente a la neutralidad procedimental. Las secciones siguientes buscan caracterizar estos obstáculos, mostrar su operación en la sociología latinoamericana y la forma en que ella ha buscado superarlos.
III El primer obstáculo al que nos enfrentamos es de orden estructural y constituye una crítica al modo de comprender la modernidad latinoamericana como una versión limitada de la modernidad europea –o de la trayectoria norteamericana. De lo que se trata aquí es de observar la problemática relación entre universalismo y particularismo que se expresa en el intento por capturar la unidad de la diferencia en la descripción estructural de la modernidad. Nos enfrentamos a la paradoja, ya expresada en todo su dramatismo por Weber, de que el surgimiento de la modernidad está anclado y puede especificarse temporal, geográfica y culturalmente, pero que lo distintivo y más esencial de la propia modernidad es el horizonte y alcance universal de su proyecto. 5
5
WEBER, M AX, Ensayos sobre sociología de la religión, Vol. 1, Taurus, Madrid, 1998, véase especialmente pp. 11-24; H ABERMAS, JÜRGEN, El discurso filosófico de la Modernidad , Taurus, Madrid, 1999, véase especialmente pp. 11-15.
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Dos distinciones han caracterizado el pensamiento social del siglo XIX y el sociológico del siglo XX en América Latina, respectivamente, la distinción civilización/barbarie y la distinción desarrollo/subdesarrollo. Con ellas, se construyó una imagen de mundo que observaba el lado externo de la civilización y el desarrollo como negatividad, como lo que debía ser suprimido y absorbido por su forma positiva. América Latina quedó situada en el marco de ese horizonte como ausencia primero e incompletitud después; su misión, por tanto, era hacer el cruce de un lado al otro de la distinción, desde la barbarie a la civilización, desde el subdesarrollo al desarrollo, es decir, se vio exigida de pensar el problema en términos de la transformación de la alteridad de lo propio en la unidad de lo que no se es. La lógica de ese tipo de pensamiento siguió regularmente un impulso lineal, jerárquico, progresivo, y por cierto no únicamente presente en el pensamiento latinoamericano. La distinción civilización/barbarie, adquiere su forma en el siglo XIX gracias al evolucionismo, especialmente Morgan, quien había formalizado su visión en una teoría de los estadios que distinguía salvajismo, barbarie y civilización en una secuencia unilineal e incremental.6 La idea positivista francesa de un progreso enmarcado en estructuras de orden que había logrado formular Comte, era complementaria a tal imagen de la evolución que acontecía hacia arriba y adelante.7 Con ese prisma había que observar la sociedad, pues la combinación de evolucionismo y positivismo dejaba poco espacio para no pensar en la necesariedad e identidad de evolución, progreso y civilización. A su vez, un hegelianismo materialista, como el que presentaba especialmente Engels, desprovisto de la inquieta dinámica de idea y realidad propia de Hegel, hacía que los pueblos sin historia fuesen ahora aquellos que no mostraban una estructura capitalista y que, por tanto, no podían aspirar a acceder al momento de unidad final. Con mayor fuerza se trató entonces, también desde el marxismo, de impulsar el avance de los atrasados, pues la unidad del mundo sin clases requería la unidad de las precondiciones revolucionarias. 8 En definitiva, el evolucionismo decimonónico y el positivismo, en sus múltiples formas, buscaron universalizar lo particular, universalizar la civilización eliminando la barbarie, y no lograron observar el suplemento que diversas trayectorias nacientes de modernidad podían representar en el marco de una sociedad de horizonte mundial. 9 6 7 8
9
H ARRIS, MARVIN, El desarrollo de la teoría antropológica. Una historia de las teorías de la cultura, Siglo XXI, Madrid, 2003. Ibíd. Engels era particularmente crudo en la expresión de esta ‘verdad histórica’. Celebrando que los norteamericanos le hayan ‘arrancado la magnífica California a los haraganes mexicanos’, Engels concluye: “Con ello podrá sufrir la ‘independencia’ de algunos californianos y texanos de origen español, y ser vulnerados aquí o allá otros postulados morales, pero ¿qué vale eso contra tales hechos de trascendencia histórica mundial?”. Engels, Friedrich, en ROSDOLSKY, ROMAN, Friedrich Engels y el problema de los pueblos‘sin historia’, Ediciones Pasado y Presente, México, 1980, p. 161. Interesante es que los ‘bárbaros’ aplicaban la misma distinción a los ‘civilizados’, por ejemplo en el caso japonés del siglo XIX, los samurai se oponían a la construcción de nuevos puertos pues la “expulsión de los bárbaros sería entonces imposible... Tendríamos que doblar el pliegue izquierdo sobre el derecho, ponernos a escribir de un lado a otro de la página y usar su hediondo calendario”. Citado en MOORE, BARRINGTON, Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia, Península, Barcelona, 2002, p. 343. En América Latina un ejemplo de fines del siglo XIX es Juan Enrique Rodó, quien define al americano latino como opuesto a la ‘barbarie utilitaria’ de Estado Unidos. ROJAS, MIGUEL, Los cien nombres de América, Lumen, Barcelona, 1991, p. 362.
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No lo observaron al menos en América Latina. Lo propio de Latinoamérica fue siempre la ausencia total o parcial de lo que la civilización (europea, norteamericana) representaba. Fue su lado oscuro. Mediante la distinción civilización/barbarie, popularizada por Sarmiento en la región, la conclusión era una paradoja: lo latinoamericano debe ser excluido de América Latina. Elementos autóctonos como la cultura gaucha son calificados como una condición de barbarie que en nada contribuye al progreso de la nación. Se trata de un proyecto urbano que refleja un orden territorial centralizado y un correlato geográfico de lo civilizado y lo bárbaro: la distinción entre ciudad y campo. Una sociedad dual que define a la ciudad como centro del progreso, del gobierno, de las leyes, de los medios de instrucción. Más allá de ella, la barbarie es condición normal.10 De ello se deriva el rol central del estado como instancia de intermediación del proceso civilizatorio, en el campo de la educación, en el ordenamiento institucional, en el comercio, en la transformación cultural, lo que está en el origen de la trayectoria de la diferenciación funcional que adopta América Latina. Sarmiento y Bello asumen fervientemente la radical importancia de la educación para alcanzar la civilización.11 Lastarria por su parte, fascinado con la revolución americana, indica que el primer deber del hombre de Estado en América Latina es imitar a Estados Unidos, acelerando, como ellos lo han hecho, los efectos benéficos de las leyes naturales que gobiernan la humanidad”, 12 en orden a construir una institucionalidad como la del país del norte. Alberdi, en tanto, es quien mayor énfasis pone en el comercio y la transformación cultural. Su idea de progreso es la idea de una Europa industrializada y civilizada a la que América Latina podía acceder vía comercio, aunque no sólo materialmente, sino también espiritualmente, gracias al continuo contacto comercial y a la inmigración europea en el continente. 13 América Latina como ausencia o limitación de civilización, es la fórmula que podría caracterizar tanto el lineal pensamiento evolucionista-progresista decimonónico como los modos de organización política que de ahí se derivaron. El evolucionismo, de cualquier modo, a pesar de su unilinealidad y en parte gracias a ella, logró establecer un principio que parecía operar con independencia de variaciones regionales, un principio en este sentido cognitivamente universal,14 aunque ideologizado y particularizado por la semántica de superioridad eurocéntrica propio de la modernidad temprana. Sólo con las obras de Spencer,15 aunque especialmente con La división del trabajo social de Durkheim, se sientan 10
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SARMIENTO, DOMINGO FAUSTINO, “The dual society: Argentina”, en Liss, SHELDON und PEGGY LISS (eds.), Man, state and society in Latin American history, Pall Mall Press, London, 1972, pp. 228-233. En fórmulas famosas de la época: ‘Gobernar es educar’ (Sarmiento), ‘la educación es la base de todo progreso’ (Bello). Véase MASCAREÑO, ALDO , “La ironía de la educación en América Latina”, N ueva Sociedad , Nº 165, enero-febrero 2000, pp. 109-120. LASTARRIA, JOSÉ VICTORINO , Recuerdos literarios[1885], citado en VÉLIZ, CLAUDIO , The centralist tradition of Latinamerica, Princeton University Press, Princeton, New Jersey, 1980, p. 172. H ALE, C HARLES, “Political ideas and ideologies in Latin America, 1870-1930”, en BETHELL, LESLIE (ed.), Ideas and ideologies in Twenty Century Latin America, Cambridge University Press, Cambridge, 1996, pp.133-205, p. 140. STICHWEH , RUDOLF, “Der Zusammenhalt der Weltgesellschaft. Nicht-normative Integration in der Soziologie”, Working Papers del Institut für Weltgesellschaft , 2004, en www.uni-bielefeld.de/soz/iw/index.html (enero 2006). SPENCER, H ERBERT, The man versus the state, Williams and Northgate, London, 1884, en http://oll.libertyfund.org (enero 2006).
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las bases para comenzar a desjerarquizar la relación Europa-otras latitudes, al dar forma técnica en una teoría de la diferenciación a la transformación estructural que sufría la sociedad moderna.16 Si Kant había sido el primero que llamó la atención sobre el decantamiento moderno de principios normativos universales, ha sido Durkheim quien por primera vez, sistemáticamente, logró formular una teoría sociológica de la emergencia y evolución estructural de la sociedad moderna basada en el principio de aumento de la complejidad y la diferenciación. No cabe duda que históricamente el proceso de diferenciación funcional se inicia sólo una vez en Europa y desde ahí expande su dimensión institucional y su semántica hacia otros espacios regionales. El pensamiento social decimonónico (evolucionismo unilineal, positivismo) entendió esto, sin embargo, como superioridad europea sobre el resto del mundo y, en base a ese reconocimiento, se propuso eliminar la barbarie en nombre de la civilización. La novedad de la teoría de la división del trabajo de Durkheim es que no excluye la barbarie de su interpretación estructural y normativa de la sociedad moderna. La sociedad tradicional no es lo otro de la sociedad moderna, sino que está integrada con ella en su funcionamiento estructural –por ejemplo, en modos anómicos de división del trabajo– y en su comprensión normativa –por ejemplo, en la permanencia de estados fuertes de conciencia colectiva en forma de derecho penal. Con ello comienza a abrirse la posibilidad de distinguir entre momentos de una misma unidad. De la exclusión de la barbarie por la civilización se podía pensar ahora en la dialéctica de desarrollo y subdesarrollo. Lo que la teoría de Durkheim logra captar es que la expansión concreta de la diferenciación funcional no sería posible sin un contacto continuo con espacios regionales organizados bajo otros principios de diferenciación. Por eso se trata de una teoría universalista: la sociedad es una y se organiza por una combinación de tipos distintos de integración que coexisten. Ello no elimina una relación jerárquica entre espacios de mayor o menor diferenciación funcional, pero destaca su necesaria interdependencia. Esta dualidad entre jerarquía e interdependencia es lo que se mantiene y desarrolla en las formulaciones de Parsons a través de las pattern-variables, en la teoría del sistema mundial de Wallerstein o en la teoría de la modernización de Rostow, y que resuena de distintos modos en la interpretación de América Latina como región subdesarrollada, pero parte del sistema mundial. En la sociología latinoamericana del siglo XX, las teorías de la modernización, el pensamiento cepalino, la teoría de la dependencia y el marxismo latinoamericano han sido los mejores exponentes de la idea de América Latina como incompletitud. 17 No se 16 17
D URKHEIM, EMILE, La división del trabajo social, Akal, Madrid, 1995. Habría, especialmente en la primera mitad del siglo XX, una segunda corriente sociológica que podríamos denominar de taburete, de menor presencia intelectual, probablemente sólo de impacto en aulas y que sigue presa de la semántica decimonónica del progreso y la civilización, aunque ya no emplea el concepto de barbarie. Su idea de incompletitud de América Latina es formulada en términos de ‘civilizaciones’ de distinto nivel de desarrollo. Véase C ENTRO DE ESTUDIANTES DE D ERECHO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, Apuntes sociológicos, Buenos Aires, 1909; VENTURINO, AGUSTÍN, Sociología primitiva chileindiana. La conquista de América y la guerra secular austral, Editorial Cervantes, Barcelona, 1927; D E LA CUADRA, JORGE, Prolegómenos a la sociología y bosquejo de la evolución de Chile desde 1920, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1957.
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trata aquí de la ausencia radical de civilización en un mundo bárbaro, pero sí de la idea de incompletitud en forma de obstáculo al desarrollo, de América Latina como una copia infeliz de los países industrializados.18 Las teorías de la modernización veían estos obstáculos, por ejemplo, en las diferencias de estructura social, cultura y tipos de personalidad entre Europa y América Latina y en la asincronía de la secuencia de los cambios que en cada caso había tenido lugar.19 Para CEPAL, la causa de la incompletitud de América Latina radicaba en la diferencia en los términos de intercambio,20 y para las teorías de la dependencia, en tanto, estaba en los propios ordenamientos de cada país y en las formas de acoplamiento que las clases a nivel nacional construían con el sistema mundial.21 Para el marxismo en tanto, tal incompletitud se expresaba en la dificultad del continente para la construcción del socialismo sin una industrialización que acentuara las contradicciones.22 En todos los casos, la vía es una y el esfuerzo radicaba en cómo empujar el carro hacia adelante, persiguiendo a una Europa que inevitablemente se arrancaba de los intentos latinoamericanos por alcanzarla. América Latina como ausencia en el siglo XIX y como incompletitud en el XX. Pocos pensaron que podía tratarse de una trayectoria distinta de la modernidad. La idea de trayectoria a la modernidad tiene un antecedente directo en la sociología de mediados del siglo XX en la obra de Barrington Moore.23 La tesis central del clásico estudio de Moore es la existencia de tres rutas que dan cuenta de la transición desde un orden social tradicional a la época moderna: la ruta democrática, la fascista y la comunista. Las diferencias entre ellas se explican a partir de la forma que adopta la lucha de clases en cada ruta. Lo propio de la ruta democrática (Inglaterra, Estados Unidos, Francia) es que ahí se experimentó una revolución burguesa exitosa que resultó en la instalación de instituciones representativas. Si las revoluciones burguesas son derrotadas, el triunfo de las antiguas aristocracias da vida a la ruta fascista (Japón, Alemania) y si las que priman son las clases populares, surge la ruta comunista (Rusia y China). Lo que nos importa destacar aquí es el hecho de que con su idea de rutas, Moore entiende que si bien la modernidad consiste 18
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Todavía en los años 80 se hablaba de América Latina como ‘reflejo deformado de la industrialización de los países avanzados’. Véase FAJNZYLBER, FERNANDO, La industrialización trunca de América Latina, Nueva Imagen, México, 1983. GERMANI, G INO , “De la sociedad tradicional a la participación total en América Latina”, en C ARDOSO , FERNANDO H ENRIQUE y FRANCISCO WEFFORT (eds.), América Latina. Ensayos de interpretación sociológico-política, Editorial Universitaria, Santiago, 1970, pp. 220-236. CEPAL, El pensamiento de la CEPAL, Editorial Universitaria, Santiago, 1969. CARDOSO , FERNANDO H ENRIQUE y ENZO FALETTO, Dependencia y desarrollo en América Latina, Siglo XXI, México, 1990. Véase MARINI, RUY MAURO , Subdesarrollo y revolución, Siglo XXI, México, 1985. MOORE, BARRINGTON, op. cit. Se podría ir incluso más atrás rastreando la idea de trayectoria a la modernidad, en las distinciones que Marx hacía en los Grundrisse entre los cuatro caminos alternativos que seguían al ‘sistema comunal primitivo’. Se trata del oriental, el antiguo, el germánico y el eslavo, cada uno con “modificaciones esenciales, localmente, históricamente, etc.”. MARX, KARL, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, Siglo XXI, Buenos Aires, 1971, p. 436. Esta imagen evolutiva multilineal contrasta altamente con la versión popular del Prólogo a la Contribución, que distingue épocas de progreso sucesivo y secuencial: el modo de producción asiático, antiguo, feudal y moderno burgués. MARX, KARL, Contribución a la crítica de la economía política, Siglo XXI, México, 1980.
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en la aparición de un conjunto de atributos universales –el estado centralizado, la diferenciación de clases sociales y una economía industrial– evolutivamente estos atributos se expresan en tres formas particulares, todas igualmente legítimas, de ser parte del mundo moderno y ninguna de ellas constituye una ‘versión limitada’ o un ‘espejo invertido’ de lo que sucede en las otras. En la misma línea, en la sociología contemporánea Göran Therborn habla de rutas a y a través de la modernidad. Pretende con ello oponerse a lo que, según él, es el unilinearismo de los primeros sociólogos y el progresismo secuencial de las teorías de la modernización. Therborn propone una “distinción global de cuatro grandes rutas a y a través de la modernidad”:24 la endógena europea; la del nuevo mundo que resulta de las migraciones europeas tempranas (Estados Unidos y América Latina); la colonial que deriva de los imperios europeos de finales del siglo XIX y del siglo XX y, finalmente, la modernización externamente inducida, representada con el caso de Japón. En rigor, no se trata realmente de una distinción, pues para Therborn cada ruta a la modernidad constituye también un camino histórico específico a través de la misma. Al igual que en el caso de Moore entonces, importa destacar que cada una de estas rutas marca efectivamente una trayectoria histórica actualmente existente, que todas son igualmente modernas y mutuamente irreductibles. En la discusión sobre América Latina ha sido Jorge Larraín quien ha formulado esta idea en detalle.25 El argumento de Larraín es similar al que esgrimíamos para destacar la universalidad de la teoría durkheimiana: “Con frecuencia, se piensa que la modernidad es un fenómeno esencialmente europeo occidental y se olvida que su propia tendencia globalizadora hace que se extienda por todo el mundo, obligando a esa modernidad a relacionarse con diferentes realidades y adquirir diferentes configuraciones y trayectorias”.26 Larraín distingue cinco trayectorias: la estadounidense, la japonesa, la africana, la europea, la latinoamericana, y las concibe y describe históricamente, es decir, tomando como base de las periodificaciones de cada trayectoria acontecimientos o eventos históricos propios de cada espacio. Asumiendo esta idea de trayectoria de la modernidad, pero situándola en un nivel de mayor abstracción al histórico, esto es, en el plano evolutivo de la diferenciación funcional como proceso de constitución de la sociedad mundial, queremos hablar de los tipos ideales de diferenciación policéntrica y concéntrica. La sociedad mundial es una sociedad que opera estructuralmente bajo el primado de la diferenciación funcional,27 pero sus distintos espacios regionales muestran combinaciones 24
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T HERBORN, G ÖRAN, European modernity and beyond. The trajectory of European societies 1945-2000, Sage, Londres, 1995, p. 5. LARRAÍN , JORGE, Identidad y modernidad en América Latina, Océano, México, 2000. Más sintéticamente, LARRAÍN, JORGE, “La trayectoria latinoamericana a la modernidad”, EstudiosPúblicos, 66, 1997, pp. 313-333. T ambién LARRAÍN, JORGE, ¿América Latina moderna?Globalización e identidad , Lom Ediciones, Santiago, 2005. LARRAÍN , JORGE, op. cit., 2000, p. 37. Como antes hubo un primado de la estratificación, de un orden de centro y periferia o de una estructura segmentaria. Véase LUHMANN, N IKLAS, Die Gesellschaft der Gesellschaft , op. cit. Ver también LUHMANN, N IKLAS y RAFAELLE D E GIORGI, Teoría de la sociedad , Triana, Universidad Iberoamericana, México, 1998.
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desiguales de orientaciones policéntricas y concéntricas de la diferenciación funcional. Por orientaciones policéntricas hay que entender arreglos evolutivos heterárquicos de sistemas autónomos relacionados predominantemente por mecanismos de acoplamiento estructural28 o por indiferencia estructural de cada esfera operativamente clausurada;29 de orientaciones concéntricas hablamos cuando esos arreglos evolutivos de sistemas autónomos están cruzados por episodios de desdiferenciación de alta frecuencia e intensidad que jerarquizan las constelaciones de coordinación sistémica. 30 Episodios de desdiferenciación ocurren cuando un sistema utiliza elementos de la complejidad de otro para reproducir su propia complejidad y defrauda con ello las expectativas del sistema afectado de generar sus propios elementos a partir de sus propios elementos. En tales casos, es el medio de comunicación simbólicamente generalizado de un sistema el que regula elementos en la complejidad de otro. 31 Se trata de episodios, pues las situaciones de desdiferenciación no son temporalmente permanentes ni tópicamente extendidas a todas las comunicaciones sistémicas: hay corrupción en ciertas zonas, pero no en todas; hay intervención política en espacios jurídicos, pero no siempre. La trayectoria latinoamericana de la diferenciación funcional ha seguido, durante los siglos XIX y XX, preferentemente un patrón de ordenamiento concéntrico en torno a la comunicación política, como se desprende de los arreglos institucionales altamente politizados hechos bajo la guía de la distinción civilización/barbarie o del rol interventor del estado en el siglo XX para lograr el tránsito del subdesarrollo al desarrollo, sea bajo formas democráticas, populistas o autoritarias.32 La razón de esta trayectoria puede rastrearse en la dificultad regional para deconstruir, especialmente en el siglo XIX, el orden estructural y semántico de la sociedad estratificada, un orden particularista basado en el principio de la jerarquía, que en buena medida explica un tipo de diferenciación funcional como la latinoamericana con altos niveles de exclusión. Las estructuras coloniales
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Ibíd. También GLAGOW, MANFRED y H ELMUT WILLKE (eds.), Dezentrale Gesellschaftssteuerung. Probleme der Integration polyzentrischer Gesellschaft , Centauros-Verlagsgesellschaft, Pfaffenweiler, 1987. WILLKE, H ELMUT, Systemtheorie III: Steuerungstheorie, UTB, Stuttgart, 1995; también W ILLKE, H ELMUT, Systemtheorie II: Interventionstheorie, UTB, Stuttgart, 1996. Sobre este tema, véase MASCAREÑO, ALDO, “Diferenciación funcional en América Latina: Los contornos de la sociedad concéntrica y los dilemas de su transformación”, Persona y Sociedad , Vol. XIV, Nº 1, 2000, pp. 187-207; “La reinvención del futuro. Condiciones estructurales del tránsito hacia la sociedad del conocimiento en Chile”, Persona y Sociedad , Vol. XIV, Nº 1, 2001, pp. 105-120; “Teoría de sistemas de América Latina. Conceptos fundamentales para la descripción de un orden social concéntrico”, Persona y Sociedad , Vol. XVII, N 2, 2003, pp. 9-26; “Sociología del golpe”, Persona y Sociedad , Vol. XVII, N 3, 2003, pp. 117-141; “Sociología del derecho (chileno y latinoamericano)”, Persona y Sociedad , Vol. XVIII, Nº 2, 2004, pp. 63-94. Para el modelo general, véase del mismo autor: Funktionale °
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Differenzierung und Steuerungsprobleme in Lateinamerika. Entstehung, Entwicklung und Auflösung der konzentrisch orientierten Ordnung, Fakultät für Soziologie, Universität Bielefeld, 2001. 31
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MASCAREÑO, ALDO, “Teoría de sistemas de América Latina. Conceptos fundamentales para la descripción de un orden social concéntrico”, op. cit. Sobre la idea de medios de comunicación simbólicamente generalizados véase C HERNILO , D ANIEL, “The theorization of social-coordinations in differentiated societies”, British Journal of Sociology, 53, 3, 2002, pp. 431-449. Véase C OUSIÑO, C ARLOS y EDUARDOVALENZUELA, Politización y monetarización en América Latina, Cuadernos del Instituto de Sociología de la Pontifica Universidad Católica de Chile, Santiago, 1994.
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no eran compatibles con el principio de organización heterárquico de una creciente diferenciación, ni con la semántica liberalista y antimonárquica de los procesos de independencia, pero tampoco su herencia pudo deshacerse fácilmente. De ello derivan dos resultados que caracterizan la trayectoria concéntrica de la diferenciación funcional en América Latina. El primero es que la reestabilización de las estructuras evolutivas de la diferenciación funcional en un contexto postestratificado se ve caracterizada por una alta frecuencia de relaciones de desdiferenciación de la comunicación política sobre otros espacios en diferenciación, especialmente durante el siglo XIX y buena parte del XX.33 El segundo es que la integración de condiciones de estratificación en el primado de la diferenciación funcional, produce una doble desigualdad: la desigualdad funcional, crecientemente institucionalizada en sociedades funcionalmente diferenciadas, y la desigualdad por estratificación, con cada vez menos legitimación en el nivel semántico. Ello genera consecuentemente una duplicación de las condiciones de exclusión, en la que ventajas iniciales frente a una función específica se amplifican exponencialmente dada la interdependencia de sistemas.34 La trayectoria concéntrica es entonces interventora y excluyente. Sin embargo, América Latina no es hoy un modelo estratificado de sociedad, menos una sociedad tradicional; es un orden donde prima la diferenciación funcional de sistemas, como prima en el resto de la sociedad mundial. Su particularidad está en su trayectoria concéntrica, que es paralela a la trayectoria predominantemente policéntrica europea o norteamericana, pero esa trayectoria policéntrica no es su horizonte, al modo en que la civilización era el horizonte de la barbarie y el desarrollo el horizonte del subdesarrollo. Al entender a América Latina de este modo, podemos situarla en el marco de una sociedad mundial con combinaciones desiguales de orientaciones policéntricas y concéntricas. Esto nos abre una puerta –como lo ha hecho Norbert Lechner a través del análisis de los distintos modos de coordinación social,35 y como sin duda la abrió Larraín al hablar de la trayectoria latinoamericana a la modernidad– a entender que América Latina no es una versión limitada de la modernidad europea, sino un espacio regional con particularidades propias, pero a la vez parte del universalismo de la diferenciación funcional y, por ello, parte de la mirada universalista de una sociología de la sociedad mundial.
IV Para este segundo obstáculo –de orientación normativa– el vínculo entre lo universal y lo particular se traduce en la cuestión de si la pretensión de conocimiento universalista
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MASCAREÑO , ALDO, “Sociología del derecho (chileno y latinoamericano)”, op. cit. Para la idea de duplicación de las condiciones de exclusión, véase MASCAREÑO, ALDO , “La imposibilidad de la igualdad por la vía educativa”, Asuntos Públicos, Informe Nº 513, 2005, www.asuntospublicos.org (diciembre 2005). LECHNER, N ORBERT, “Tres formas de coordinación social”, Revista de la CEPAL, 61, 1997, pp. 7-17.
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de la sociología puede hacerse compatible con una idea de sociedad definida en términos geográficos (estado-nación) o culturales (ethos latinoamericano propio). Nos preguntamos por el estatuto teórico de la idea de ‘América Latina’ en su relación con cada ‘sociedad nacional’, por una parte, y con la idea de sociedad mundial, por la otra. En el debate sociológico de los últimos treinta años, la discusión sobre la referencia geográfica del concepto de sociedad ha girado en torno al problema del nacionalismo metodológico. La pregunta es aquí, en qué medida las ciencias sociales operan con una ecuación entre desarrollo histórico del estado-nación y el concepto teórico de sociedad. El supuesto más problemático del nacionalismo metodológico es que las ‘sociedades nacionales’ evolucionan desde dentro: el desarrollo social debe ser explicado a partir de factores internos a la propia sociedad.36 En el marco de la discusión sobre los procesos de globalización en los últimos quince años, las referencias al nacionalismo metodológico ha tenido lugar en dos planos distintos. Desde el punto de vista del desarrollo conceptual de las ciencias sociales, por un lado, la pregunta es si las teorías, conceptos y metodologías de estas disciplinas han asumido al estado-nación como su presupuesto natural y necesario. La discusión gira aquí en torno a la revisión de los marcos de referencia tradicionales de las ciencias sociales ante las condiciones crecientes de globalización y constitución de una sociedad mundial. A este nivel, el problema surge y ha de ser resuelto teóricamente por los propios científicos sociales.37 Desde el punto de vista de la evolución histórico-semántica de la modernidad en tanto, emerge la pregunta por el surgimiento y características centrales del estadonación. En este caso, se trata de evaluar la posición y desarrollo reciente del estadonación en la evolución estructural de la modernidad. El punto central radica no tanto en lo que sucede al interior de las ciencias sociales, sino en la forma en que las mismas ‘sociedades nacionales’ se autodescriben –o dejan de hacerlo– como estado-nación. Ello se expresa, por ejemplo, en la forma en que distintos actores políticos y sociales discuten sobre si el estado-nación estaría viendo afectadas sus capacidades respecto del conjunto de actividades que habrían constituido lo propio de su quehacer en el pasado. 38
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El término nacionalismo metodológico lo acuñó Herminio Martins para referirse, en analogía con la idea de individualismo metodológico, a una cierta concepción de ‘sociedad nacional’ como un ente aislado, autocontenido y autosuficiente que interactúa exclusivamente con otras ‘sociedades nacionales’ que poseen las mismas características. Ver MARTINS, HERMINIO , “Time and theory in sociology”, en REX, JOH N (ed.), Approaches to sociology, Routledge and Kegan Paul, London, 1974. Sobre el tema del nacionalismo metodológico, ver CHERNILO, D ANIEL, “Social theory’s methodological nationalism: myth and reality”, European Journal of Social T heory, 9, 1, 2006, pp. 5-22, y “Methodological nationalism and its critique”, en D ELANTY, GERARD y KRISHAN KUMAR (eds.), The SAGE Handbook of Nations and Nationalism, London, Sage, 2006. Por ejemplo, en los trabajos de Albrow, Martin, The global age, Polity Press, Cambridge, 1996; BECK, ULRICH , “The terrorist threat. World risk society revisited”, Theory, Culture & Society, 19, 4, 2002, pp. 39-55; URRY, JOH N , Sociology beyond societies, Routledge, London, 2000. Una versión más sobria de este argumento se encuentra en FINE, ROBERT, “Cosmopolitismo sin ‘ismo’: Un ensayo reconstructivo”, en Persona y Sociedad, 18, 2, 2004, pp. 239-262 y O UTHWAITE, WILLIAM, The future of society, Blackwell, Oxford, 2006. Ver SMITH , ANTHONY, Nationalism in the twentieth century, Martin Robertson, Oxford, 1979.
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Para la sociología, lo que se deriva de esta polémica es el cuestionamiento del programa de carácter universalista que se inaugura con los clásicos, pues el encuadre de la sociedad en la idea de estado-nación no dejaría a la sociología otra alternativa que reconocer la impotencia de la pretensión universalista frente a la diversidad histórica, heterogeneidad cultural y particularismo normativo que impone el nuevo contexto histórico. Mientras la sociología clásica nace con la formulación de una idea universalista de sociedad, el pensamiento social latinoamericano del siglo XIX surge en el marco de una tensión entre una dimensión normativa de solidaridad y unidad continental y una dimensión estructural asociada a la formación de las repúblicas. Esta tensión se mantiene en el siglo XX a través de la distinción entre identidad y desarrollo, y si bien con ella se puede situar a América Latina en el mundo, sea identitariamente como ‘lo otro’ de Europa y estructuralmente como incompletitud, la negatividad de ambas formulaciones impide observar a América Latina normativamente desde el universalismo del proyecto cosmopolita o estructuralmente desde la unidad de diferencias (trayectorias) de la sociedad mundial. Una doble distinción caracterizó la formación de la independencia americana hacia finales del siglo XVIII y comienzos del XIX: la distinción América/España, que sitúa la región como unidad con un referente externo, y la distinción Hispanoamérica/estadonación, que reflexiona sobre la unidad regional ante su fragmentación interna. El americanismo decimonónico tiene su origen en el sentimiento americanista de finales del siglo XVIII que se oponía a la presión política y económica española sobre las colonias.39 Esa unidad semántica subsiste en el siglo XIX a través de la idea bolivariana de Hispanoamérica. Esta es la primera fórmula que intenta equilibrar la fragmentación americana provocada por las ‘sociedades nacionales’ con un constructo supranacional operacionalizado en términos de “una misma lengua, una misma raza, formas de gobierno idénticas, creencias religiosas y costumbres uniformes, multiplicados intereses análogos, condiciones geográficas especiales, esfuerzos comunes para conquistar una existencia nacional e independiente”. 40 Por contrapartida, el proyecto civilizatorio de los estados americanos del siglo XIX, cruzado por la semántica del progreso de Sarmiento y Alberdi –a la que hemos referido más arriba– no puede sino funcionar nacionalmente: se trata del control territorial, de la presencia del estado vía transporte, telecomunicaciones, ocupación militar y subordinación política centralizada de los espacios que comienzan a formar los límites geográficos del estado-nación latinoamericano. El siglo XX, observa esta tensión en términos de identidad y desarrollo.41 El diagnóstico cepalino de los años 50, leído desde el obstáculo, revela una de las paradojas de todo el
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GUERRA, FRANÇOIS-XAVIER, “La desintegración de la monarquía hispánica: Revolución de Independencia”, en ANNINO , ANTONIO , LUIS CASTRO LEIVA y FRANÇOIS-XAVIER GUERRA, De los imperios a las naciones: Iberoamérica, Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y Rioja, Zaragoza, 1994, pp. 195-227. COVARRUBIAS, ÁLVARO, Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, nota al embajador de España, 1864, en ROJAS, MIGUEL, op. cit., p. 63. Véase el artículo de Jorge Larraín en este número.
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pensamiento desarrollista de la segunda mitad del siglo XX: el problema es comprendido en términos mundiales (centro-periferia, desequilibrio en los términos de intercambio, sistema mundial), pero su propuesta de solución se centra exclusivamente en el nivel nacional. La industrialización sustitutiva de importaciones es la gran tarea de cada estado latinoamericano.42 Las teorías de la dependencia, incluso en la versión más compleja de Cardoso y Faletto, muestran un movimiento similar: el diagnóstico de dependencia es global, pero su explicación final es nacional.43 En este sentido, el marxismo latinoamericano pareció estar siempre en mejores condiciones que el desarrollismo para superar el nacionalismo metodológico en la sociología latinoamericana. Ruy Mauro Marini, por ejemplo, inspirado en ‘los gérmenes de un nuevo orden social’ que representaban Chile y Cuba, escribe en los años 60: “La visión del Che de una revolución continental, que exprese en los hechos el internacionalismo proletario, se está pues haciendo realidad en América Latina”.44 La dimensión continental aparece vinculada afirmativamente (no como negatividad) al espacio mundial expresado en términos de internacionalismo proletario. Las reflexiones identitarias del siglo XX, en buena medida producto de la afirmación tanto estructural como normativa del estado-nación, fueron abandonando la semántica de la unidad racial o lingüística, y la desplazaron al de una unidad ética fundamental. Con ello lograron ir más allá de la semántica del estado-nación, pero no superaron el particularismo de la observación en tanto definieron lo propio de ‘lo latinoamericano’. La literatura fue la que más contribuyó a ello, desde las formulaciones del ‘alma latinoamericana’ en Ariel de Rodó, hasta la unidad de lo real-maravilloso en Carpentier y García Márquez.45 En las ciencias sociales, uno de los movimientos más notables en este campo es el de Claudio Véliz, quien en principio pareciera querer acercar a América Latina a criterios universalistas y cosmopolitas con su metáfora del ‘nuevo mundo del zorro gótico’, no obstante a poco andar emerge el verdadero objetivo: el reemplazo del particularismo ético barroco de América Latina (y de cada espacio regional no anglosajón) por el particularismo ético norteamericano o europeo, empleando frases del tipo: “¿Hay un Mark Twain de Singapur?, ¿dónde está el Henry Ford de Taiwán?”46 que, por una
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LARRAÍN , JORGE, Theories of development. Capitalism, colonialism and dependency, Polity Press, Cambridge, 1989. Las teorías del desarrollo endógeno o territorial, son la expresión actual de este problema. Véase al respecto BOISIER, SERGIO, “El humanismo en una interpretación contemporánea del desarrollo”, Persona y Sociedad , Vol. XIX, Nº 2, 2005, pp. 77-92. Indican los autores: “fuerzas internas son las que redefinen el sentido y el alcance político-social de la diferenciación ‘espontánea’ del sistema económico”. CARDOSO , FERNANDO H ENRIQUE y ENZO FALETTO, Dependencia y desarrollo en América Latina, Siglo XXI, México, 1990, p. 27. Para una evaluación actual de las teorías de la dependencia en el contexto de la globalización, véase el artículo de Cristóbal Rovira en este número. MARINI, RUY MAURO , op. cit., p. 204. MATZAT, WOLFGANG, Lateinamerikanische Identitätsentwürfe. Essayistische Reflexion und narrative Inszenierung, Gunter Narr Verlag, Tübingen, 1996, pp. 15-16. VÉLIZ, CLAUDIO , The new world of the gothic fox. Culture and economy in English and Spanisch America, University of California Press, Berkeley, 1994, p. 157.
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parte, recuerdan el modo de argumentación eurocéntrico del siglo XIX y, por otra, muestran el nulo interés de Véliz por lo que importa para la superación de este obstáculo: la construcción de un horizonte cosmopolita para observar América Latina. Ha sido principalmente Stephen Toulmin quien, mediante la idea de cosmopolitismo, ha reconstruido la tensión entre universalismo y particularismo en que se funda el pensamiento moderno. Toulmin plantea la tesis de que ya en la Grecia clásica aparece una primera idea de cosmopolitismo basada en el siguiente principio universalista: “tanto las regularidades sociales como las naturales son aspectos del mismo todo (...) La idea práctica de que los asuntos humanos están influenciados y proceden alineados con los asuntos divinos, se transforma en la idea filosófica de que la estructura de la Naturaleza refuerza un Orden Social racional”.47 Ya a mediados del siglo XVII –con la publicación de tres de las obras centrales del pensamiento moderno: El Discurso del Método de René Descartes (en 1637), los Principia Matemática de Isaac Newton (1642) y el Leviatán de Thomas Hobbes (1651)– se hace explícita la pretensión por fundamentar un principio que resulte válido en la explicación del mundo natural, psíquico y social. La respuesta a la incertidumbre de las guerras y el cisma religioso que caracterizan ese período de la historia europea es una desesperada búsqueda de la certeza, que deviene en la idea de razón como el estándar que ha de unificar todos los distintos ámbitos de indagación científica. El universalismo de la razón es la característica distintiva de la cosmópolis moderna. La tradición de pensamiento cosmopolita tiene un punto de inflexión con la obra de Immanuel Kant, quien hacia finales del siglo XVIII reintroduce el concepto de cosmopolitismo en un sentido que ya nos acerca bastante a la noción contemporánea. 48 La principal innovación de Kant es usar la idea de cosmopolitismo para darle contenido jurídico-institucional concreto a lo que hasta el momento no era más que una intuición en el plano de las ideas: un tipo nuevo de regulación de las relaciones entre estados soberanos. Kant distingue y acepta las formas tradicionales de derecho de su tiempo. Hay –nos dice– un “derecho Político de los hombres reunidos en un pueblo” (derecho civil), y un “derecho de Gentes o de los países y sus relaciones mutuas” (el derecho internacional). 49 Ambas formas de derecho no constituyen, sin embargo, el total de las formas jurídicas que se imponen a la razón práctica. Es aquí donde Kant propone una innovación institucional mayor. A su juicio, es necesario introducir un “derecho de la Humanidad, donde hay que tomar en cuenta seres y estados relacionados recíprocamente (...) Una especie de ciudadanía universal entre seres humanos”. 50
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T OULMIN , STEPHEN, Cosmopolis. T he hidden agenda of modernity, The University of Chicago Press, Chicago, 1990, p. 67-8. KANT , IMMANUEL, “Idea de una historia universal en sentido cosmopolita”, en KANT, IMMANUEL, Filosofía de la historia, Fondo de Cultura Económica, México, 1994 [1784] y La Paz Perpetua, Longseller, Buenos Aires, 2001 [1795]. KANT , IMMANUEL, op. cit., 2001, p. 30. Ibíd., p. 30.
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Este derecho de la humanidad ha de fundarse en la pertenencia de los individuos a una especie humana que es concebida sin restricciones de ninguna clase. El núcleo de ese derecho propiamente cosmopolita radica en la forma en que los estados han de acoger y respetar los derechos de los forasteros que se encuentran en su territorio. Para Kant, el trato al forastero ha de basarse en el ‘principio de hospitalidad’, que se resume en la máxima siguiente: “nadie tiene más derecho que otro a estar un sitio determinado del globo”.51 La figura del forastero en Kant es paradójica. Por una parte, el forastero es por definición aquel individuo que hace evidente la diversidad cultural, la particularidad y contingencia de ‘nuestras’ formas vida (en su idioma, sus rasgos físicos, sus hábitos alimenticios, su forma de vestir, etc.). Por otra, la imagen del forastero sirve a Kant para reforzar el punto que, precisamente a partir de tales diferencias, es que somos capaces de discernir aquello que nos hace uno con él: ese mínimo común denominador del que nadie puede ser despojado si ha de ser considerado como un ser humano. Así, ninguna característica particular (étnica, nacional, religiosa, política o de otra clase) ha de impedir el trato digno y justo al forastero. En rigor, el principio de hospitalidad usa aquello que nos diferencia del forastero como el fundamento que nos obliga a tratarlo como uno de los ‘nuestros’. El derecho cosmopolita se funda así tanto en el reconocimiento de la diferencia entre el forastero y el local, como en la filiación común de todos los individuos como miembros de la especie humana. En el contexto contemporáneo, el horizonte normativo de la idea kantiana de cosmopolitismo retiene tanto su encanto como su relevancia. El horizonte del sentido de pertenencia de los individuos parece ampliarse crecientemente, por lo que la noción de cosmopolitismo toma fuerza ya no sólo en el plano de las ideas sino que también en el de los hechos. Sin embargo, en lo que respecta a su estrategia de fundamentación, la cuestión ha dado un giro importante. Hacia finales del siglo XVIII Kant todavía podía confiar en que la Providencia habría necesariamente de guiar la ‘insociable socialidad’ de los seres humanos hacia un estado de paz perpetua cosmopolita. Kant puede echar mano al derecho natural y así justificar que el horizonte cosmopolita es tanto deseable como posible puesto que se adecua a esa naturaleza humana conocida e inmutable. Debemos entonces buscar las condiciones que hacen pertinente el cosmopolitismo como marco normativo de la sociedad mundial. Eso implica, como lo señala Habermas, intentar mantener, renovándolo, el horizonte universalista del cosmopolitismo kantiano. 52 El corazón del proyecto cosmopolita es el universalismo moral que se encuentra a su base: los individuos han de ser tratados conforme a derecho única y exclusivamente en razón de su condición de individuos. El trato discriminatorio en función de características o adscripciones particulares ha de ser rechazado. La renovación, sin embargo, viene por el 51 52
Ibíd., p. 50. En palabras de Habermas: “La puesta en práctica de un derecho cosmopolita expuesto de manera conceptual requiere obviamente algo másde imaginación institucional. Pero, en cualquier caso, permanece como una intuición reguladora del universalismo moral que guió a Kant en su proyecto”. HABERMAS, JÜRGEN, La Inclusión del Otro, Paidós, Buenos Aires, 1999, p. 172.
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lado de la estrategia de fundamentación de ese universalismo moral, lo que a su vez implica asumir que la transformación de la estrategia de fundamentación del cosmopolitismo modifica también el contenido del propio proyecto cosmopolita. Se trata, usando libremente la terminología que sido propuesta por el propio Habermas, del tránsito desde un cosmopolitismo metafísico –que como en el caso de Kant hacía depender la pertinencia y plausibilidad de sus argumentaciones en una concepción de naturaleza humana conocida, universalmente aceptable y con una direccionalidad histórica que viene garantizada por la Providencia– a uno postmetafísico, es decir, un cosmopolitismo que sólo puede surgir y justificarse como resultado de un procedimiento discursivo: “Las determinaciones positivas se han tornado imposibles porque todo producto cognitivo sólo puede ya acreditarse merced a la racionalidad del camino por el que se ha obtenido, merced a procedimientos, y en última instancia a los procedimientos que implica el discurso argumentativo”.53 Esta transición hacia un nuevo tipo de cosmopolitismo se traduce, por una parte, en la transformación de la idea de razón práctica en razón comunicativa mediante su procedimentalización y anclaje discursivo y, por la otra, en el rediseño de una arquitectura institucional a partir de principios que puedan justificarse discursivamente como cosmopolitas. A juicio de Habermas, el equivalente contemporáneo de la idea kantiana del derecho de la humanidad son los derechos humanos: “los derechos humanos representan el único fundamento reconocido para la legitimidad política de la comunidad internacional”;54 el cosmopolitismo de los derechos humanos radica justamente en que responden a un “sentido de validez que transciende los ordenamientos jurídicos de los estados nacionales”.55 Esta particularidad les otorga la apariencia de máximas morales: “estos derechos fundamentales comparten con las normas morales esa validez universal referida a los seres humanos en cuanto tales”, 56 pero a diferencia de ellas, los derechos humanos han de ser considerados como derechos pues aspiran a una validez jurídica que es cosmopolita justamente porque aspira a ser independiente (e incluso en ocasiones puede estar en las antípodas) de los ordenamientos de una agencia estatal cualesquiera. Por cierto, Habermas reconoce que no hemos llegado a un punto en que se pueda hablar de la institucionalización efectiva de una arquitectura institucional internacional con orientación cosmopolita, sino que hemos de describir nuestra situación, “en el mejor de los casos, como una situación de transición desde el derecho internacional hacia el derecho cosmopolita”. 57 Vivimos en una época de cosmopolitismo –como certeramente lo ha formulado Robert Fine58– en la medida que la pretensión decididamente universalista del cosmopolitismo
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H ABERMAS, JÜRGEN, Pensamiento postmetafísico, Taurus, Madrid, 1990, p. 48. H ABERMAS, JÜRGEN, La constelación posnacional, Paidós, Madrid, 2002, p. 154. H ABERMAS, JÜRGEN, op. cit., 1999, p. 175. Ibíd., p. 176. Ibíd., p. 167. FINE, ROBERT, “Cosmopolitan outlook in social theory”, en DELANTY, G ERARD (ed.), Handbook of contemporary European social theory, Routledge, Londres, 2005.
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aparece de modo creciente como el único marco normativo posible de la sociedad mundial. Nunca antes, el sentido literal de la expresión cosmopolita ciudadano del mundo, parecía haber tenido alguna clase de resonancia institucional. Sin, embargo, no es ésta aún una época propiamente cosmopolita en tanto las instituciones y prácticas actualmente existentes no responden –y en muchos casos ni siquiera se acercan– a esos ideales. La discusión, por tanto, se lleva a cabo tanto a nivel normativo como institucional. En el primero, la pregunta central es aquella que indaga en las posibilidades de fundamentación en un contexto contemporáneo de aquel principio universalista que ha de servir de base al proyecto cosmopolita de los derechos humanos; en el segundo, el tema es de qué modo han de reformarse las actuales instituciones internacionales para hacerse consistentes con principios propiamente cosmopolitas. La sociología latinoamericana y el pensamiento social continental que logró mantener su distancia con la semántica del progreso, estuvo en mucho mejor posición que aquellas posturas guiadas por la distinción civilización/barbarie o desarrollo/subdesarrollo, para avanzar en la construcción de las bases de una perspectiva cosmopolita a nivel continental y de paso avanzar en la superación del nacionalismo metodológico. Quien más se acercó a ello en el siglo XIX fue Eugenio María de Hostos: “Hubo en los tiempos anteriores a la civilización cosmopolita que conocemos una sociedad establecida en una península insignificante por su extensión [...] De todas las sociedades antiguas, la única que reconcilia a la razón humana con la especie humana es aquella sociedad helénica que todo, hasta su propia genialidad intelectual, se lo debió a su situación geográfica”. 59 Para Hostos la posición de Cuba y ‘las Antillas’ es análoga a la de la antigua Grecia; ello les define “el ideal que pueden y deben realizar. Más grandioso, más estimulante, más benéfico jamás sociedad alguna lo tuvo en el horizonte de su espíritu”. 60 En el siglo XX, el historicismo indigenista de Mariátegui apunta en un sentido que no es de alcance universal, pero que permite una transnacionalización de la observación sin caer en la idea de América como comunidad ética que caracteriza al obstáculo: “Únicamente la lucha de los indios, proletarios y campesinos, en estrecha alianza con el proletariado mestizo y blanco contra el régimen feudal y capitalista, puede permitir el libre desenvolvimiento de las características raciales indias (y especialmente de las instituciones de tendencias colectivistas) y podrá crear la ligazón entre los indios de diferentes países, por encima de las fronteras actuales que dividen antiguas entidades raciales”.61 El vínculo es, en todo caso histórico, no ético: el problema de la tierra y el enfrentamiento de condiciones semifeudales, 62 una idea que Ernesto Laclau llevaría posteriormente a nivel de modelo teórico sobre el modo capitalista latinoamericano.63 El siglo XXI en tanto, ha encontrado nuevas perspectivas sociológicas de orientación 59
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H OSTOS, EUGENIO MARÍA DE, “El problema de Cuba” [1874], en TERÁN, O SCAR, América Latina: Positivismo y nación, Editorial Katún, México, 1983, pp. 45-60, pp. 59-60. Ibid., p. 60. MARIÁTEGUI, JOSÉ CARLOS, Obras Completas, XIII, Amauta, Lima, 1988, p. 86. ROJAS, MIGUEL, op. cit., p. 295. LACLAU, ERNESTO, Política e ideología en la teoría marxista. Capitalismo, fascismo, populismo, Siglo XXI, Madrid, 1977.
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cosmopolita en América Latina o predispuestas hacia ella, por ejemplo, en la reflexión sobre comunidades transnacionales y migraciones,64 en los intentos de aplicación del principio rawlsiano de equidad y el procedimentalismo habermasiano al plano institucional en Chile,65 o en los esfuerzos liberales de inspiración kantiana por una esfera pública y un orden democrático de mayor apertura y pluralismo.66 En síntesis, así como en la sección anterior el universalismo de la diferenciación funcional permitía la evaluación de América Latina como momento de la sociedad mundial, como trayectoria específica de su universalidad, así también el universalismo cosmopolita permite la manifestación de la particularidad de América sobre un trasfondo de unidad normativa en el contexto de la sociedad mundial. Como la diferenciación funcional en el plano estructural, el cosmopolitismo es, en el plano normativo, la unidad de la diferencia de la sociedad mundial. Tanto la creciente integración académica en un sistema científico de alcance mundial como la consolidación de una semántica universalista y cosmopolita impulsada desde múltiples espacios, permiten augurar que estos serán caminos privilegiados por la sociología latinoamericana del siglo XXI; una sociología que no negativice a América Latina y que observe lo local y particular en el movimiento de su universalidad.
V El tercer obstáculo epistemológico de la sociología latinoamericana apunta a la falta de autonomía en sus operaciones científicas. Lo específico de este obstáculo es la transición apresurada y sin mediaciones desde una legítima aspiración por producir conocimiento relevante hacia la demanda porque la sociología se coloque, como tal, al servicio de la modelación política de la sociedad. En vez del reconocimiento del carácter emergente de lo social, en vez del desarrollo de explicaciones e interpretaciones de procesos sociales complejos, en vez de la exploración de la pertinencia del canon sociológico para un contexto que difiere al de su origen pero que no obstante se haya inserto en él, en vez de la crítica normativa al eurocentrismo como forma espuria de universalismo a partir de una pretensión universalista aun más abstracta, se aspira a un conocimiento que se transforme rápida y nítidamente en programa de acción aplicable. Este obstáculo es distinto a los dos anteriores puesto que mientras aquellos hacían referencia a procesos y fenómenos que
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Véase el artículo de Carolina Stefoni en este número. Véase especialmente SALVAT, P ABLO, El porvenir de la equidad. Aportaciones para un giro ético en la filosofía política contemporánea, Lom Ediciones, Santiago, 2002. Véase también MASCAREÑO , ALDO y ELINA MEREMINSKAYA, Hacia la consolidación de la equidad: Un defensor del pueblo para Chile, en Colección de In vestigaciones Jurídicas Nº 7, Escuela de Derecho Universidad Alberto Hurtado, Santiago, 2005. Véase O RELLANA BENADO, ME, Pluralismo: Una ética del siglo XXI , Editorial de la Universidad de Santiago de Chile, Santiago, 1994. Especialmente en el tema de la esfera pública SIERRA, LUCAS, “La transición y la esfera pública”, Persona y Sociedad , Vol. XVIII, Nº 2, 2004, pp. 113-120.
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ocurren en la sociedad , éste refiere a la propia forma interna de operar de la sociología. Es, en ese sentido, un asunto más metodológico que sustantivo. Los clásicos de la sociología son clásicos, en buena medida porque operativamente no sucumbieron a este obstáculo, porque por primera vez en la historia del pensamiento acerca de la sociedad, lograron diferenciar entre reflexión sociológica y opciones ideológicas, y subordinaron el particularismo de las segundas al universalismo de la primera. Por cierto, nadie podría afirmar que de los modelos de Marx, Durkheim, Weber, Parsons, no se derivan consecuencias políticas u orientaciones normativas críticas o afirmativas acerca de la sociedad. Es más. Probablemente el impulso original de estos autores en el diseño de sus modelos no ha sido la construcción de teoría sociológica, sino la reacción –en ocasiones directamente política y en todo caso siempre cruzada por componentes normativos– frente a acontecimientos históricos de cada época.67 Sin embargo, lo distintivo de los clásicos es que, en lo que respecta al nivel de teoría sociológica, ese impulso originario se subordina a la autonomía de la construcción conceptual en el proceso de producción de teoría. Marx es sin duda el más claro ejemplo. Como ninguno en el marco de pensamiento económico de los siglos XVIII y XIX, Marx logra describir el fundamento último de la economía capitalista clásica con la teoría del valor. A partir de ello diseña una construcción política para la transformación de ese estado de cosas que tiene consecuencias determinantes para la historia del siglo XX. Las condiciones de complejidad y la evolución normativa de las sociedades contemporáneas han descartado la aplicabilidad de estos principios políticos, pero las descripciones acerca del funcionamiento del capitalismo clásico, de su correspondencia con una determinada estructura de clases y de su relación con componentes valorativos, son independientes de cualquier predefinición política, son en estricto rigor, teoría sociológica, quizás la más sofisticada del siglo XIX. Con Durkheim sucede algo parecido. Su opción de modelamiento político protocorporativista a través de las asociaciones profesionales, no parece tener mayor resonancia en la actualidad, pero el universalismo de su teoría sociológica de la diferenciación funcional y sus consecuencias para el individuo son hoy incluso más claras y actuales que en la época de Durkheim. En tanto, el pronóstico valórico-político más bien sombrío de Weber, visible en sus tesis del desencantamiento y la burocratización, son un resultado de sus análisis sociológicos acerca de la universalización de la racionalidad orientada a fines como proceso fundamental de la modernidad, análisis que siguen estrictamente la máxima weberiana de distinguir entre juicios de hecho y de valor. Parsons fue probablemente quien llevó más lejos esta distinción. Él pudo participar activamente de los debates políticos de su tiempo y tomar partido decididamente por la vía política democrática. Tanto en su oposición al nazismo, en los debates sobre la (re)construcción democrática de Alemania y Japón después de la Segunda Guerra, como en las discusiones acerca de una sociedad diferenciada, inclusiva y de bienestar en los años 60 y 70, Parsons
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Véase GIDDENS, ANTHONY, El capitalismo y la moderna teoría social, Idea Books, Barcelona, 1998.
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no mostró la más mínima ambigüedad en su opción política. 68 Su teoría sociológica, sin embargo, no se vio nunca dirigida por particularismo alguno, al punto de constituirse en el momento de mayor abstracción y universalidad al que pudo llegar la teoría sociológica del siglo XX y erigirse como la ‘segunda mejor teoría después de la de Newton’, al decir del propio Parsons.69 Que paradójicamente ese nivel de abstracción le haya valido ser calificado como conservador o reaccionario,70 no tiene que ver con el pretendido particularismo de la teoría parsoniana, sino con el principio particularista que opera en quien lo observa. En la teoría social contemporánea, la reacción a este problema ha venido por el reconocimiento explícito de que la sociedad es un orden emergente. Lo emergente de la sociedad es que su cambio resiste ajustarse a un programa de acción determinado. Cuando la sociedad cambia, lo hace en una dirección que nunca coincide exactamente con el plan que los actores se habían trazado. Esto es lo que se expresa a nivel descriptivo con las nociones de doble contingencia de la comunicación (Luhmann), juego mutuo entre estructura y agencia (Archer) o tensión entre sistema y mundo de la vida (Habermas). 71 El hecho de que la sociedad sea un orden emergente explica las frustraciones que este tercer obstáculo provoca a los sociólogos tanto como a los propios actores. 72 Es la propia condición de la sociedad como orden emergente lo que interpela permanentemente a los actores a formular sus pretensiones normativas. Si la normatividad es un dato del carácter emergente de la sociedad, ésta siempre retorna a la sociología como problema, como desafío, a pesar de que (o posiblemente dado que) la emergencia de la sociedad constantemente la neutralice. Así, lo único que la sociología puede hacer es afirmar, sin claudicar, que el reconocimiento del cambio social no nos permite controlar la forma, sentido o consecuencias de ese cambio, pero que a la vez ello no implica la ilegitimidad de la pretensión normativa, aunque sí exige procedimentalizarla para dotarla de aplicabilidad universal. La procedimentalización permite articular la tensión entre emergencia de la sociedad y pretensión normativa de los actores,73 o puesto en otros términos, entre lógica sistémica 68 69 70
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GERHARDT, UTA, Talcott Parsons: An intellectual biography, Cambridge University Press, Cambridge, 2002. LUHMANN, N IKLAS, Introducción a la teoría de sistemas: Lecciones, Universidad Iberoamericana, México, 2002. MILLS, C HARLES WRIGHT, La Imaginación sociológica, Fondo de Cultura Económica, México, 1986, pp. 44-67, y D AHRENDORF, RALF, “Out of utopia: Towards a reorientation of sociological análisis”, American Journal of Sociology, 64, 2, 1958, pp. 115-127. Respectivamente véase LUHMANN, N IKLAS, Sistemas sociales. Lineamientos para una teoría general, Universidad Iberoamericana, Alianza Editorial, México, 1991; H ABERMAS, JÜRGEN, Teoría de la acción comunicativa, 2 Vols. Taurus, Madrid, 1989; ARCHER, MARGARET, Realist social theory: The morphogenetic approach, Cambridge University Press, Cambridge, 1995. Para las frustraciones que la emergencia provoca en el plano de la investigación sistémica, véase M ASCAREÑO, ALDO, “Sociología del método. La forma de la investigación sistémica”, en ARNOLD, MARCELO y FRANCISCO O SORIO (Eds.), La nueva teoría social en hispanoamérica. Introducción a la teoría de sistemas constructivistas, Editorial Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca, 2006; también MASCAREÑO , ALDO, “El trazo y la metáfora. ¿Qué puede aportar la investigación sistémica?”, Cinta de Moebio, 20, 2004, en www.moebio.uchile.cl (enero 2006). Es sólo en el procedimiento que la racionalidad científica y las argumentaciones morales se tocan: “las modernas ciencias experimentales y una moral que se ha vuelto autónoma sólo se fían ya de la racionalidad de su propio avance y de su procedimiento, a saber: de método del conocimiento científico o del punto de vista abstracto desde el que es posible resolver algo en moral”. H ABERMAS, JÜRGEN, op. cit., 2000, p. 45.
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y razón práctica. Es el mecanismo mediante el cual la diferencia encuentra un punto de anclaje lo suficientemente abstracto como para dar espacio efectivo a lo particular, lo suficientemente concreto como para ser empleado en distintos contextos y lo suficientemente neutro como para permitir la formación de criterios de convivencia universalmente aceptables. Es la única estrategia que no sucumbe cuando, por la propia emergencia de la sociedad, ella se orienta en un sentido distinto al acordado o definido procedimentalmente, pues el procedimiento es neutralidad suprimida y a la vez conservada en el acuerdo, pero no es el acuerdo mismo. Las últimas décadas del siglo XX nos han entregado formas variadas y altamente refinadas de ese procedimiento: la posición original, el velo de ignorancia y el equilibrio reflexivo (Rawls), la democracia deliberativa (Habermas, Held), la intervención contextual (Willke), una política de opciones (Teubner). 74 La sociología del siglo XXI parece estar, entonces, en buenas condiciones de emprender esa tarea. ¿Lo está también la sociología latinoamericana? En América Latina esta relación entre conocimiento sociológico y modelamiento político ha sido tanto más problemática. En la tensión entre universalismo teórico y particularismo normativo, la teoría sociológica pocas veces salió airosa. La sociología latinoamericana que comienza a despuntar hacia fines del siglo XIX sigue impregnada del particularismo de la semántica civilizatoria empleada por la generación del 37 (Sarmiento, Alberdi, Echeverría); incluso van más allá. El venezolano José Gil Fortoul, por ejemplo, refuerza la política positivista de progreso propia de los gobiernos de la época por medio de las nociones de raza y herencia, identificando con claridad a los más aptos para esa tarea: “Aun suponiendo verificable la hipótesis de la unidad primordial del género humano, ¿cómo negar las diferencias radicales de organización cerebral existentes entre los grupos étnicos menos semejantes; por ejemplo, entre el blanco de la Europa occidental y el negro del África interior?”75 Se trata, probablemente, de una de las más claras renuncias al universalismo en favor de un particularismo racial impulsado por la tarea política de civilizar la barbarie. Algo similar ocurre con Carlos Octavio Bunge, cuyo biologicismo racial lo lleva a defender la posición dominante de las elites sustentado en una interpretación fatalista de las leyes biológicas e históricas;76 y también con José Ingenieros, aunque de manera más sutil y matizada; más sutil, pues contrasta las posiciones sobre superioridad blanca con las argumentaciones antiraciales de los que denomina ‘los sentimentalistas’; y más matizada, pues en su análisis de la evolución social argentina, Ingenieros sigue la argumentación racial clásica hasta el momento de surgimiento del capitalismo, y cuando llega a él, se distancia de la argumentación racial y adopta la lógica
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Véase respectivamente RAWLS, JOH N, Teoría de la justicia, Fondo de Cultura Económica, México, 1997; H ABERMAS, JÜRGEN, Facticidad y Validez, Trotta, Madrid, 2000; H ELD, DAVID , Democracy and the global order. From the modern state to cosmopolitan governance, Polity Press, Cambridge, 1995; W ILLKE, H ELMUT, Ironie desStaates. Grundlinien einer Staatstheorie polyzentrischer Gesellschaft , Suhrkamp, Frankfurt, 1996; T EUBNER, G ÜNTHER, Law as an autopoietic system, Blackwell, Cambridge-Massachusetts, 1993. FORTOUL, JOSÉ GIL, “La raza”, en T ERÁN, O SCAR, op. cit., pp. 101-118. BUNGE, C ARLOS O CTAVIO , “La evolución del derecho y de la política”, Revista de Filosofía, N˚7, 1918, pp. 46-73.
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y los énfasis descriptivos de la lucha de clases. 77 De cualquier modo, ninguno de ellos dudó que la sociedad podía ser modelada a gusto de los proyectos normativos particularistas, ninguno dudó que la modernidad podía ser ‘inducida’ en América Latina a imagen y semejanza de una Europa que siempre era distinta. Las teorías de la modernización, en tanto, abandonaron la semántica racial, hereditaria y de progreso, pero la sustituyeron por la del desarrollo. Como hemos dicho, con ello lograron situar en un continuum lo europeo (desarrollo) y lo latinoamericano (subdesarrollo); dejaron de definir a América Latina como ausencia y la caracterizaron como incompletitud. Sin embargo, su empleo de la teoría sociológica llegó sólo hasta el punto necesario para sustentar, en un nivel de teoría social, es decir, de teorización de situaciones históricas concretas, lo ya conocido como decisión política: que el camino del desarrollo era el de la industrialización y la democratización. Es decir, la pretensión de modelamiento de la emergencia continuó tan fuertemente expresada como lo había estado en el siglo XIX. Probablemente sea Tomás Moulian el más claro y coherente representante de esta posición en la actualidad. En sus reflexiones en torno a por qué escribir Chile actual, indica: “Se puede decir que el acto práctico de apropiación histórica, esto es de intervención sobre lo dado, especialmente de historicidad o de transformación, requiere de una conciencia historiográfica entendida como mito movilizador más que como teoría”. 78 Moulian no niega la teorización –llega incluso a indicar que es un requisito previo a la acción– pero puesto que el fin es la apropiación histórica por los sujetos, la teoría queda relegada a una posición secundaria en relación a su utilidad política. Algo análogo ocurre con Touraine y Garretón. Para el primero, el objetivo de ‘acompañar la conciencia del actor’ con la sociología, lo lleva a formular teoría social en torno a esa intención en modalidades de mediano nivel de abstracción, como el referido con el sistema de acción histórica;79 para el segundo, el propósito de contribuir a los procesos de democratización política especialmente en Chile, sólo le permite los niveles de abstracción y de descripción a los que se puede llegar con la idea de matriz socio-política, es decir, a una idea politizada de sociedad como centrada fundamentalmente en la resolución de problemas de ciudadanía, de gobierno y conflictuales. 80 La falta de autonomía de la sociología latinoamericana puede referirse entonces como una permanente subordinación de la dimensión descriptiva a la normativa. En todos los casos, el proyecto normativo de los actores controla la pretensión de conocimiento universalista de la sociología: es el convencionalismo del proyecto de los actores el que define los objetivos, orienta y legitima
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Véase INGENIEROS, JOSÉ, “La evolución sociológica argentina” [1901], en TERÁN, O SCAR, op. cit., pp. 135-152. MOULIAN , T OMÁS, Chile actual. Anatomía de un mito, Lom Ediciones, Santiago, 1997, p. 380. T OURAINE, ALAIN , “Las clases sociales”, en FERNÁNDEZ, FLORESTÁN et al., Las clases socialesen América Latina, Siglo XXI, México, 1987, pp. 3-71. GARRETÓN, MANUEL ANTONIO , “Reforma del estado o cambio en la matriz sociopolítica”, Estudios Sociales, 74, 1992, pp. 7-37.
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la investigación sociológica, y es esa misma falta de autonomía cognitiva la que impide capturar el carácter emergente de la sociedad. Más que el pensamiento cepalino –que en sus fundamentos técnicos está más cerca de la teoría económica que de la sociológica– ha sido la teoría de la dependencia, en especial Cardoso y Faletto, quienes en el marco de la distinción desarrollo/subdesarrollo han logrado posiciones de mayor nivel de abstracción a través de la combinación de descripciones económicas, sociológicas e históricas. 81 Yen las últimas décadas, observamos indicios en esta dirección tanto en algunos de los trabajos del Instituto de Sociología de la Pontificia Universidad Católica de Chile82, como en el Informe del PNUD de 1998 sobre las paradojas de la modernización.83 En el primer caso, se constata el posicionamiento del particularismo católico en el marco del universalismo sistémico. Es posible preguntar, sin embargo, qué ha de suceder con la pretensión universalista del marco sistémico cuando le llegue el turno de escudriñar en temas como el vínculo prerreflexivo o la persona humana. En el caso del PNUD, el diagnóstico sociológico del Informe de 1998 prima y orienta la pretensión normativa sobre qué hacer con las consecuencias negativas de los procesos de modernización. Sin embargo, lo que siguió a ese informe –y como los propios autores lo aceptan84– es más bien teoría social puesta al servicio del modelamiento de la sociedad chilena ahora en términos de desarrollo humano. Pero quien más claramente observó en América Latina el carácter emergente y universalista de la sociedad y frente a ello elevó claramente la pregunta normativa, fue Norbert Lechner. Lechner explícitamente acepta la descripción de la sociedad moderna como funcionalmente diferenciada, acepta la universalidad de esta descripción y, por tanto, su carácter emergente. Pero ante ello mantiene la inquietud por la ‘unidad social necesaria’ que caracteriza la búsqueda normativa desde la razón práctica y le atribuye al Estado un rol neutro y procedimental fundamental en esta tarea. Se trata, dice Lechner, de “concebir al Estado como un proceso de reflexividad social mediante el cual la sociedad piensa sobre sí misma”. 85 Es este procedimentalismo el que permitirá tomar en consideración ‘las demandas y motivaciones, los sentimientos y afectos de la gente’ y a la vez reconocer que la “autonomía relativa de los sistemas funcionales es, hoy por hoy, un ‘dato duro’ de la realidad que el Estado debe respetar so peligro de un colapso de la vida social”.86 Es decir, normatividad procedimentalizada y emergencia de la sociedad: una, porque la otra existe.
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LARRAÍN , JORGE, op. cit., 1989. Aunque este nivel de abstracción no les alcanza para superar el endogenismo nacional cuando se trata de propuestas de acción. MORANDÉ, PEDRO, Cultura y modernización en América Latina, Encuentro, Madrid, 1987; COUSIÑO, C ARLOS y EDUARDO VALENZUELA, op. cit. Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, Desarrollo humano en Chile. Las paradojas de la modernización, PNUD, Santiago, 1998. Véase el artículo de Pedro Güell en este volumen. LECHNER, NORBERT, “El estado en el contexto de la modernidad”, en LECHNER, NORBERT, RENÉ MILLÁN y FRANCISCO VALDÉS (coords.), Reforma del estado y coordinación social, Plaza y Valdés, México, 1991, pp. 39-54, p. 52. Ibíd.
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Si, como obstáculo, el que aquí tratamos habla de la subordinación de la descripción sociológica a la pretensión de modelación de la sociedad, como propuesta aspiramos al reconocimiento del carácter emergente de la sociedad y por tanto a una creciente autonomización de la sociología como espacio de producción de conocimiento disciplinariamente relevante en el marco de la sociedad mundial. De ello no se deriva la clausura de la sociología a las demandas de su entorno, pero sí la subordinación de esas demandas a criterios de pertinencia propios de la disciplina. No se rechaza la utilización del conocimiento sociológico en otras esferas, pero sí se ha de cautelar la forma y oportunidad en que eso se hace; no se les niega a los sociólogos su rol en el debate público, pero sí se los llama a integrase a tal discusión haciéndose cargo de que sus propias pretensiones normativas no vienen ya garantizadas gracias a su condición de sociólogos sino que han, como toda pretensión normativa, de ser sometidas al escrutinio público – idealmente procedimental. Tampoco en esto nuestra situación es tan distinta a aquella que ya Weber diagnosticara a principios del siglo pasado: quien intenta ser fiel a dos dioses simultáneamente –la ciencia y la política– no puede sino pecar con ambos. 87 La principal demanda ética que pesa hoy sobre la sociología no es más, ni menos, que hacer buena sociología.
VI Hemos hasta ahora presentado los obstáculos de la sociología latinoamericana y desplegado programáticamente sus posibilidades de superación. Hemos visto como cada uno de los obstáculos opera a un nivel distinto y hemos insinuado también como, al combinarse, se refuerzan mutuamente. El desafío parece radicar, sin embargo, en transitar desde el círculo vicioso que se produce cuando los obstáculos se entrelazan al círculo virtuoso que se inaugura cuando es el despliegue de los obstáculos el que se combina. Observado desde el despliegue del primer obstáculo, la comprensión de la trayectoria latinoamericana de la modernidad como diferenciación funcional ordenada concéntricamente abre los particularismo normativos –nacionalistas o identitarios– al horizonte cosmopolita de la sociedad mundial, en el que el conocimiento sociológico sobre América Latina reconoce también el carácter emergente de lo social. Si, por su parte, el punto de partida es el segundo obstáculo, las condiciones de posibilidad de una crítica normativa a partir de los principios universalistas del cosmopolitismo obligan a entender lo específico de la trayectoria latinoamericana de la modernidad como parte de la sociedad mundial y el universalismo normativo queda crecientemente garantizado por la neutralidad procedimental. Finalmente, cuando el tercer obstáculo se despliega en una sociología que entiende la normatividad como resultado de las propiedades emergentes
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WEBER, MAX, El político y el científico, Alianza, Madrid, 1993, p. 223.
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de lo social, es justamente el procedimentalismo que de ello se deriva lo que ha de permitir su acople con el sistema científico de la sociedad mundial y el horizonte normativo universalista del cosmopolitismo. La sociedad es condición de posibilidad del conocimiento sociológico; la sociedad hace posible que lo universal emerja como marco de sentido y no como negación de lo particular y lo particular se despliegue como momento y no como subordinación de lo universal. En ese sentido, no hay nada realmente nuevo en preguntarse sociológicamente por el alcance global de la modernidad o por el fundamento normativo de lo social. Sin embargo, hacia inicios del siglo XXI la diferenciación funcional y los principios cosmopolitas de la sociedad mundial se imponen crecientemente ya no sólo como ideas sino que también como hechos sociales efectivos –y esta es una condición que sí aparece como novedosa. Ello posiblemente explica el hecho que, tanto en su operación como obstáculos o desplegados como posibilidad, el rápido balance que hemos realizado de la sociología latinoamericana contiene, en sus distintos momentos y en los distintos niveles, tanto luces como sombras. En cada sección hemos indicado que la superación de los obstáculos no pasa ni por adoptar ingenuamente alguna (o varias) versiones del canon ni por una tozuda afirmación de lo latinoamericano, su identidad propia y su trayectoria particular. Se trata construir una sociología que encuentre su posición entre lo universal y lo particular y batalle para hacer sentido de lo uno a partir de lo otro. Las ideas centrales de este artículo, sociedad mundial, diferenciación funcional y cosmopolitismo, vienen dadas por las propias condiciones estructurales y normativas del contexto contemporáneo. Asimismo, sólo el universalismo estructural y normativo al que apuntan está en condiciones de resistir las exigencias que se le imponen a la reflexión sobre la vida en sociedad para poder aspirar al apelativo de conocimiento sociológico.