¡ A Ñ O II - Número % marzo de 1984 C O N S E J O D E R E D A C C Í O N : Nora Domínguez, Alan Pauís, Silvia Prati, Renata Rocco-Cuzzi, Adriana F-odríguez Pérsico, Alfredo V. E. Rubione, Monica Tamborenea. . C O L A B O R A N E N ESTE N U M E R O . Elvio Gandolfo, Josefina Lut^mer, Jorge Panesi, María del Carmen Rodriguen; Alicia Viladoms y David Viñas. / Diagramación: Hernán Thomas
•í-
Registro de la. propiedad intelectual en trámite.. Hecho el depósito que marca la iey 11.723. La reproducción de cualquiera de los artículos aquí publicados, puede hacerse a condición de citar ia fuente y enviar un ejemplar a L E C T U R A S CRITICAS. Toda correspondencia debe enviarse a Rodríguez Pefla 797- } 0 ' D ' - 1020, Buenos Aires. IMPRESO E N A R G E N T I N A
literarias de la época, la causerie tiene una consistencia híbrida que se alimenta indiscriminadamente de una multiplicidad de discursos vecinos: el periodismo, el folletín, la autobiografía, el retrato, el relato de viajes. Pero su materia fundamental es la voz, y el espacio en el que ella se despliega: el circuito conversacional.
Alan Pauls
Cuando, en el caso de Mansüia, se habla de conversación, ¿sabemos de qué objeto estamos hablando? En sí misma, como manifestación asistemática del lenguaje, la conversación es un objeto .huidizo. Esquiva a todo intento de delimitación, reacia a las formalizaciones, se diría que es su misma constitución como objeto la que está en juego. ¿Es posible establecer un corpus de conversaciones? ¿Por medio de qué artificios, de qué constricciones, mediante qué reducciones ( o mejor: de qué violencias) la conversación podría figurar en la serie instituida de los objetos de la lingüística, la semiología, la antropología? ¿Cómo hacer para arrancar a la conversación de ese estatuto de práctica íntima, privada, incodificable? ¿Cómo absolverse de semejante condena epistemológica? La conversación propone su propia coartada; la literatura.
La conversación como hué.^ied de la literatura La causerie mansiíleana no reivindica ninguna homogeneidad. Su dispositivo trabaja más bien en el pasaje de un género a otro, en ei deslizamiento permanente entre registros distintos. Pero si esta
heterogeneidad podrís constituir una carga, para Mansüia, en cambio, es una fuente de placer; de allí la gozosa suce? sión de designaciones que recubren alternativamente, su práctica: charla, confesión, folletín, apuntes; Texto coyuntura!, en eS sentido ¿n que es posible !rer eh él la mayoría de las formaciones
Especie de sustancia mediadora, el discurso literario hace hablar a la conversación: ie da un espacio y una legalidad, un escenario y su modo de empleo. La conversación se convierte entonces en el huésped de la literatura. Pero esta hospitalidad no es gratuita; para gozar de los servicios de su anfitriona, ia conversación debe pagar, y el precio es l o que debe dejar de lado para acceder a l o que el discurso literario le ofrece. Empeñada en salir de ese anonimato sombrío que ia encierra (pero a la vez la protege), ia
conversación debe congraciarse coa* la literatura. Esta condescendencia e s , e n verdad, un sacrificio: en el espacio de lo escrito, la conversación ya n o es h u é s p e d sino inquilino. Favorecida p o r el derecho de habitar un espacio ajeno, está condenada sin embargo a respeto" sus reglas y a pagar por su estadía. La causerie man sílleana es precisamente uno de los efectos de esta transacción. f
0 oyente gourmeí y el lector glotón Así, la causerie mansiíleana nunca escapa al signo fatal de este contrato. Conversar, para Mansüia, sería un arte táctico que se articula alrededor de uns serie de maniobras estratégicas: dónde ceder a la escritura, en qué punto dejarse vencer por ella para garantizarse Is eficacia del contrataque, qué zonas dejar libradas ai enemigo, cómo seducirlo mediante estas concesiones para aprovechar sus distracciones. Ejercicio constante de avances y retrocesos, la causerie mansiíleana permanece siempre atrapada en e! frágil equilibrio de un fuego cruzado. N o se trata, en rigor, de dos ejércitos antagónicos; pero una vez reunidos en el campo de batalla, imposible evitar que se vuelva uno contra el otro, que intenten contaminarse e imponerse recíprocamente sus propios reglamentos. Para hacer oír su voz en medio del griterío informe de la escritura, Mansüia debe transar: la distancia íntima de la conversación por el contacto siempre diferido de la literatura; el cuerpo a cuerpo por la impersonalidad; el interlocutor disponible por el lector voraz; el tiempo indefinido y extensible de la escucha por ese '•'mal de época" que es la fié ore de leer: una
5
molicie ociosa por una crispada perentoriedad. Este paradigma implacable tiene dos figuras representativas: e! oyente gaurmet y eliecior glotón. El primero es un'-erudito 'de sabores; puesto que el hambre nunca importuna su voluntad dé degustar, los veredictos que emite son del orden del hedonismo, nunca de la necesidad; dado que su placer es gratuito ( n o obedece a ninguna consigna, ningún imperativo fisiológico lo urge), el oyente gourmet es el destinatario predestinado a saborear la voz de MansÜla. El segundo, en cambio, es impaciente. Sus gustos ( y sus disgustos, aunque por su ceguera casi no los tiene) se rigen por la voracidad y el desenfreno, no por la discriminación. Es crédulo: traga, pero sería incapaz de enunciar lo que devora. N o mastica, señal de que el poder de seleccionar y rechazarle es ajeno (es absolutamente incapaz de establecer el repertorio de sus debilidades y sus repulsicnes). N o se toma su tiempo: quiere decir que su avidez tiene algo de bestial, d e infrahumano. Antes q u e saborear, el lector glotón consume: " A q u í , y en todas partes, lo mismo en los tiempos antiguos que en los modernos, el público ha sido, es y será muy curioso. Su curiosidad es sólo comparable a su credulidad; de manera q u e el número de impresiones que necesita engullir debe computarse, en gran parte, por la suma de mentiras que tiene que digerir" \ Siempre que Man silla hace una referencia explícita al campo d e la escritura, la dos.figuras del glotón y el gourmet presiden su enunciación. N o las inscribe de entrada en dos territorios opuestos, como a los jefes de dos armadas irreconciliables. A menudo un mismo enunciado basta para ponerlas en juego simultáneamente; el enunciado es como e! escenario de una concordia ordinum que
parece consumar la ilusión de la generalidad:
MansOla
habla
para
todo
el
mundo: " P e r o y o escribo para * tercer e
estado,
para
la gente
Uaná,
para los
hombres de carr.s y hueso como yo, y estos me entenderán.
A
los otros los
compadezco, como compadezco a todo squel que n o ha probado en su vida trufas con vino champagne ni a é m e á la vanille" . La alabanza inicial de la generalidad 3
(demonio que acecha en las causeries) no tard3 en revelar su precariedad. D e hecho, sólo anticipa el gesto de la distinción, que pone en su lugar a los advenedizos, por una parte, y por otra a sus legítimos interlocutores. El sujeto de la enunciación distingue y como
se distingue:
postulándose
gourmet, selecciona de entre el
campo
del público a quienes están en
condiciones
de
compartir
esa compe-
tencia-
Las insuficiencias de la escritura
• camino se pierde (el quasi sermo corporis, la proxemia, las distancias entre los cuerpos que hablan, ]a significación de los gestos) nunca debería haber abandonado su lugar de origen. Mansüla-causeur aprovecha doblemente esta imposibilidad: por un lado, declara la deficiencia de la escritura, deyalúa su elocuencia, pone al desnudo la vanidad que sostiene sus pretensiones; por otro, constituye de un modo paradoja! el mito del circuito conversacional puro, donde lo que en la escritura es pérdida figura como presencia y como virtud: " D e modo que allá va eso, Posse amigo, a manera de zarandajas históricas, sintiendo q u e la pluma deficiente no pueda, como pincel de artista manco, vivificar el cuadro, puesto que, no viéndonos las caras, en este momento, faltan la voz, el gesto y la acción, eso que e! orador antiguo llamaba quasi sermo corporis" . 5
Presa en la escritura, lo que la causerie mansilleana pierde es una seguridad. Está expuesta, como si la v o z que le ds origen hubiese
sido
sustraída
de
su habitat
natural y abandonada a un espacio hostil, plagado de trampas y celadas. Antes que ofrecerse
al
saboreo
pausado
de un
paladar, la causerie se encuentra consagrada a la deglución de un aparato que n o distingue lo que lo alimenta y le permite reproducirse ( " S í , pues: ustedes buscan ia sensación
en todo; pero la quieren al
galope, instantánea, el vapor, la electricidad, a ¡a minute,
aunque les sirvan,
como en las fondas, plato recalentado" ^.l Caído en la jaula de la escritura, a la que debe todas sus mutilaciones pero también' las posibilidades de su supervivencia, el causeur
viera en un club social, departiendo y divagando, en torno de unos cuandos elegidos, de esos que entienden.. ]a arbitrariedad de la historia lo obliga a malgastarlos en la tentativa bastarda de saciar los estómagos indiscriminados de una masa de comensales anónimos (el horror, para el causeur-chef, no consiste tanto en que uno de su platos sea rech.a.zado, sino más bien en que su originalidad pase desapercibida; para agraviarlo no hay que manifestar un disgusto, señal de la competencia gastronómica de quien ip prueba, sino desconocer su estilo confundiéndolo en la indistinta contigüidad * del menú).
es un chef
desterritorialízado;
acostumbrado a ejercer sus artes para el placer desinteresado de algunos paladares elegidos ("Converso, lo repito, sin sujeción a reglas académicas, corrió si estu-
Pero esta continua acechanza de Ja escritura y sus vicios n o despierta el repliegue, sino la réplica. ¿Cómo contesta Mansilla-causeur estos atropellos? En primer lugar, menoscabando las virtudes de la escritura. Maniobra de degradación, esta primera estrategia.consiste^en delatar los defectos de lo escrito: enumera y condena n o sólo sus patologías, sino también las faltas que constituyen si! naturaleza misma. Lo escrito es entonéis el- campo de la insuficiencia radical (cexno se habla de la insuficiencia de un órgano del cuerpo): entre sus intenciones y sis resultados, ninguna correlación, ningún ajuste, sino un abismo que se abte, especie de línea de fuga por donde estapan los destellos de la palabra habíala. Este disfuncionamiento tiene, en VansÜla, una moral: si lo escrito no es capaz de hacerse cargo de lo que pretende (reproducir la voz, urdir la ficción de ía oralidad), es porque todo lo que en el
L o s dos cuerpos En las causeries de Man silla, el cuerpo es objeto y escenario de una lucha, y lo que activa el combate es precisamente su condición <íe cuerpo hablante, su capacidad de elocuencia. Puesto q u e se inscribe en la conversación pura como uno de sus componentes originarios, la escritura n o se resigna a perderlo. Su estrategia es, pues, una estrategia de recuperación, pero también de expropiación: n o se trata sólo de "integrarlo" en lo escrito, sino de arrancarlo de su espacio de origen, impedir que se consolide como el privilegio exclusivo de la conversación. Por obra de este enfren" tamiento, el cuerpo recibe dos sentidos opuestos: al cuerpo vivo, sangíneo, que regula la conversación y le presta su
retórica, Mansüla opone el cuerpo muerto y exangüe de lo escrito. El primero habla; su expresividad no está subordinada a ningún otro lenguaje; la conversación pura mantiene relaciones democráticas entre sus distintas fuentes de elocuencia (Miguel Ángel Cárcano sobre MansiUa-conversador: " U n a cascada luminosa y sonora brotaba de sus labios, de su mirada, de sus manos, de su figura imponente; se ie veía tanto como se le escuchaba"*). Este cuerpo es un cuerpo inmediato, visible; para que sus signos lleguen a destino no es preciso recurrir a ningún metalenguaje. N o exige el comentario, sino el reconocimiento: glosarlo es marginarse del tipo de comunicación que propone. El cuerpo de lo escrito, erv^ cambio, aparece siempre a la distancia; de allí su opacidad, esa palidez que borra todo matiz y reduce 3 la uniformidad lo que por naturaleza no es sino un conjunto sistemático de diferencias. Para hacer notar mejor esta operación de reducción, Mansüla recurre a una metáfora cromática: el habla es análoga al arte del claroscuro en la pintura, y el cuerpo que la encama es concebido como un tejido de sutilezas, gradaciones, contrastes y transiciones. Frente a ?sía riqueza del cuerpo conversacional, ¿cómo reacciona la escritura? Aquí convergen dos tácticas. Por un lado, la expresividad del cuerpo es traducida. A lo largo de las causeries, ia escritura ía somete a una operación de lenguaje que tiende a extraerla de su mutismo y a eliminar eventualmente e! peligro de sus ambigüedades (se trata sin duda de una .mala traducción). Mediante una serie de equivalencias, cada gesto, cada figura de] cuerpo (él también tiene su batería de tropos) corresponden con un determinado sintagma lingüístico ( " M i padre hizo Una gesticulación de esas que
11
no pueden explicarse escribiendo: sale de h boca un bem, el labio inferior se arremanga, los ojos brillan, y la cara toma {Sta expresión: ¡Mire usted qué ganas 6t. • • embromar!" ; " M i padre frunció el (ntrecejo, como diciendo: 'esto va jiaT** ; " Y o lo miré con esa cara que &ce: ya ve usted cómo me p o r t o " ; "Pero esos modos estirando la mano -¿cómo está usted?-, que implican 'nosotros nos conocemos', ni son verdad, ni ion corteses.. . " ) . Para pasar de uno s ptro, estos dos registros tienen su propio shifter: es la expresión (como t n f t o de la retórica corporal, pero también como emisión lingüística). Así, si el cuerpo conversacional se ofrecía a la cottemplación y al reconocimiento, su ve'sión transcripta se da a leer. Por esta ¡á;tica, la escritura se empeña en enunciar ej cuerpo; o mejor aún: enunciar su enunciación. La traducción es, pues, el instrumento para conjurar una ausencia. 7
8
9
l 0
La segunda táctica ensaya su efectividad en un terreno distinto. Si del interlocutor que participa del circuito conversacional sólo se pide un reconocimiento (la proximidad lo favorece: el espacio propio de la. conversación es el "cara a cara", el "silla a silla'*), el cuerpo escrito reclama otro trabajo: la imaginación, y a veq-es incluso la adivinanza. Las dos operaciones comparten una misma función, y remiten así a la primera táctica: restituir una pérdida, la de ese quasi serjtio corporis que sólo saíc á la iuz codificado por las tentativas de traducción. A'nora bien: para llevar a cabo esta restitución, ¿dónde buscar el quasi sermo cqrpnrh si no es en el territorio ausente de la conversación pura, especie de Arcadia cuyas condiciones se intenta reconstruir? Mansüla no deja de pedir que
sus lectores imaginen, adivinen la fuerza expresiva de ese cuerpo que está detrás de la escritura, como caído en alguna parte. Pero para recuperarla y adueñarse de ella, lo escrito n o tiene más remedio que situarse en el espacio mítico de la conversación, y someterse a sus reglas. Obstinada en apropiarse del cuerpo conversacional y de su elocuencia, la escritura es víctima de una curiosa paradoja: su propia táctica (la traducción, la adivinanza) consolida el imaginario cuya usurpación perseguía. Aparentemente amenazada, la conversación (con sü voz y su cuerpo) reivindica triunfal su lugar: es el lugar de la utopía, escenario impermeable a toda uniformidad y a toda generalización (sobre todo las que impone la escritura), paraíso de proximidades y diferencias.
El dictado: entre la voz y la escritura La
causerie
mansilleana
es, pues.
-^educ^je>~a toda transcripción que haría de la voz y de lo escrito dos regjsÍLQs_inter.carnbiabIes y equivalentes. Pensaría como traducción supone borrar los enfrentamientos que la hacen posible (y a los que debe gran parte de su hibridez) e ignorar la complejidad de su equilibrio, al . precio de tomar por una relación de equivalencia (la vo; y lo escrito serían dos modos de decir lo mismo) lo que en verdad es un combale entre dos regímenes de enunciación, dos tipos de condiciones de discurso. Aunque a menudo Mansüla formule esta relación en términos de versión (¿cómo vertir la vor, los gestos, todo el protocolo conversacional, en una escritura que los refleje?), las causeries no consigi^n disimular las
heridas del combate gue ponen en p c ^ n » Pero entre la violencia de esta confrontación y la solución que propone la traducción, hay una figura intermedia a la ^ ^ ^ ^ 3 ^clln^scon f ' es la ñ^s^ó^XdJctado^J • Verdadera escena mítica, la situación del dictado burla el paradigma inapelable d e la voz y Ja escritura, y configura un tercer m o d o de enunciación que Mansüla exhibe en todo su proceso:, desde siis, condiciones " m a j e riales" de posibilidad ( " L a mesa en que trabajamos es común, es grande, amplía, cómoda: él tiene, a diestra y siniestra, lo mismo que y o , todo cuanto puede necesitar. A m b o s tomamos café y whisky (. - . ) Decía que mi secretario está ahí, y no puedo decir que phima en mano, porque nosotros no escribimos con pluma, ni de ganso, que es ia más antigua, sino con l á p i z " ' ) , sus coordenadas temporales ("Imagínense ustedes que son u e
r e c u e n c
a :
1
las 7 de la mañana, en invierno; en verano es una hora antes, y que llega mi secretario, que e s mi amigo, mi confidente, y mi censor, y mi admirador (. . . ) Necesito dos buenas horas para dictar un folletín" ) , la distribución del trabajo, e incluso las correcciones que lo escanden ert-^u^anscojrsci; La escena deí dictado es en verdad una puf sta (en el sentido teatral}tiene asignados su espacio, su iluminación ("la luz entra francamente por dos anchas ventanas, la luz meridional, que es la más bella de todas las luces" ) , su djcjarado,., ("estoy rodeado de cuadros, pocos, pero buenos; y estoy, finalmente, rodeado de bibelots, artísticos, soy muy frivolo en esto, y de retratos. . ),_sujijsjxjbucjón corporal (mientras el secretario se ubica en el escritorio, Mansüla se pasea a su alrededor), t o d a l z teatralidad de Mansüla debe rastrearse precisamente en esta. minuciosa representación del escenario en l 2
i 3
14
que tiene lugar la fórmula ^transaccionáí del dictado.-
|
•
•
¿Qüé_funcicm r.'pee de ríe. ai dictado erl
lector,
y
estoy
seguro
de que
secretario. Pues vean ustedes: lo que es hoy, no lo he de decir. ¿Saben ustedes
.tranquilizadora.
reguladora,).incluso
Situado ^en
medio
del
4 ü ' ° - despiadado de ia escritura y la voz,
¡
el dictado apacigua sus yioíencjis^ Urna
e
\. sus asperezas, contiene sus desbordes
Es
\ conciliador frente al antagonismo; en vez jde exacerbar !a contradicción, opta por ¿suavizarla hasta reducirla a una compatibilidad
que
hasta
entonces
parecía
impensable. Por eso tranquiliza: por
una
parte,
la "angustia"
disipa, de
una
I
escritura que siempre resulta_impexfecta y
'!
dejiejtaria
respecto de la
voz,j?ero_j>or
otra parte aplaca ta desesperación dejjna voz^u£^.p.ara~maniíestarse.,-d£be_pasar necesariamente por los desfiladeros de lo ejcrilo. ¿n^^sje^sen^ído,_ei construcción J/"agm_ar_ia:
; \MansUla jpráctica,
propone
para
d^ejadp^una andamiaje cxplicitar
que su
a modo de revelación de una
Ía' diferenciación
tengo
secretario" .
Sabemos,
1S
por
un
Osuna, hombre de confianza de Mansilla que
contribuyó
a
la
redacción
de las
causeries. Pero su existencia real, por otro lado, resulta insignificante en relación con
i
su
Ua,
firma,
dentro Los
personajes
que
actúan
en
esta
escena son dos: MansUla y su secretario. ¿Qué
decir
de
este segundo
personaje
de_la_ situación
su
de dictado
\escribejEl pone
una división
del
trabajo:
Mansüla se digna revelar su existencia, en
movimiento
A
de
las
parte implica la consumación simultánea
bambalinas? En. principio, d\ie se trata de
( o casi simultánea) de ambos trabajos, el
un
oscuridad
personaje . equivoco.
iMansiüa
se
el
dictado es paradojal:
por
un
: libro, objeto que testimonia un contacto y a la vez un abismo infranqueable; !a
secretario
escucha, en cambio, excluye todo intermediario y requiere una proximidad, el contacto de los cuerpos que intervienen en
secretario
deTlía~bía~y^r"3e"Ta transcripción; pero por otra exige
de su existencia,"delegando esta~íncerti-
mental que dos sujetos diferenciados los
como condición
funda-
la conversación, }a
siempreyuna
lectura
implica
in certid^mbre_(¿qj^njne_va :
a leer? ¿en qué manos caerá este libro?),
se encarga'' ¿e
la conversación (y la escucha) se futida, al _revés, en jJ^-a_certeza, aunque más no sea _puramente.imaginaria: tanto el. que habla COJIJO el que escuchasabenguien
es el
En el secretario, pues, varias funciones
' ¡operaciones del orden de lo implícita, SÍ
una
regodea ironizando acerca de ia realidad dumbre en la incredulidad que íe atribuye
el
la
e
itrabajo
ía
mansilieana,
de
esta distancia figurada por el
i \ Mientras Mansilía trabaja con categoo'asy {secretario
desde
espontaneidad
que el paso por la escritura
leza,
en
la
recordarle
escena
irrumpen
del dictado muestra aquí su valor fundamental; la lectura supone la separación de
el
que
tanto
cu
auditores;
dos
en
un sentido "la recturT~es la
aque! que emite el discurso y de quien lo
mismo personaje. Por su misma natura-
superpongan
anticipado.
recibe, y
e
se
un lector
operación contraria a la escucha, la escena
J?. s,^*tJ Jl?ÍL ninguna garantía de^éxjjp. funciones
es
Uaj^^^Te^jle^^lievte .jw^JncOTjgujncias,'
todas las causeries, pero siempre de un cada
retrospectivo
secretario
de su secretario. Es é!
ampjic^ cn_ej que los presupuestosíoHu-
_escribe lo dictado. Imposible que estas
escrito,
quien, .al transcribir *l dictado j e Man sJ-*'*
modo velado, un poco como esos actores emergiendo
10
este
expone j u voz a unjeampo mucho "iías
cuya presencia se deja sospechar, apenas
lo
en más de
tiene en vista e! circuito reducido de'.tfis
alguien
de
un trabajo (ia lectura) y una distancia. Si
atrás sobre su propia
para destacar sus fallas o el exces6~"de sus
dictado como práctica presu-
campo
süla da un paso
^c^m^licjdades. Si, al háblaj,T3amííía~soV"
admite vacilaciones: el secretario es el que
al
mismo, a desdecirse. Cada vez que Man-
mi
voz para copiarla, pero sobre todo la lee
no
alcances
leer, Mj^süJ^lcidi«7c^
opone una mirada crítica que escucha su
función
del discurso que vigila sus
Notable transacción que JJOne_en relación
enunciación
Pero si la figura de! secretario es equívoca
delega*~Ta
sí
tendidos.
concederle a quien le imprime su firma?).
y
incluso a volver sobre
e
fluencia,
subraya sus deslices, detecta sus sobren- '•
las páginas que prologa? . ¿qué estatuto
impunidad,
a
de
leer este pre-
a su existencia,
del
lo obligan
*una intervención
facio? ¿cómo pretender tomarlo por una
cuanto
su
enunciación, es preciso buscar el origen:
debería leerse fuera de ella, y que no hace
en
quiebran
retroceder
autor figura luego como protagonista de
Hablar, escribir: la división del trabajo
la drvisián
cosas, la función del secretario consiste en
venciones detienen el discurso de Mansi-"
sino e v jd en ciar el carác ter am biguo de (¿cómo
Con
de su público. Pero por sobre todas las
Sus. ínter- ,
,
=
especie de suplemento de la obra que no
cjuien^Jc^ ejicribe
las
poniéndolos a prueba frente al anonimato
qus produce las causeries, en él recae la - ííéMÍÓR^A^„.}? \^Jf^^f'^J
encabeza el primer volumen de Entre nos lleva
sus
tario? Pieza clave de la máquina literaria
tenible verborragia de Man sil] a, es el que que
todas
posibles desviaciones y adecúa su tono y
¿En qué consiste el trabsjo del secre,
una
de guardián
*
encargado de poner por escrito la incon-
prefacio
e£¿-iu
voz rechaza í>orV.su
mgr^iüid de ciertas funciones (explicar,
i
interior mismo del texto. Este secretario,
un
en
naturaí&za.
•Mánsiila
la que le asigna Mansiüa-causeur en el
con
poner
trabajo qut instaura, 7l dictado asegirajn
"garantía" exterior del texto, cuando su
(verdad oculta.
misma
abocan a una o a ia otra,
j El secretario: por qué? Porque ustedes no creen que y o una figura anfibia lado, que el secretario es Trinidad Sbarbi,
en
restricciones; que
de los" sujetos que sa-
quieren que les diga cómo se llama mi
la economía de las causeries? Habría que
í
:
co, el
sé lo que es el púbfK
dscir:-una
función
cinado
-para el dictado; necesarias^ pero también^. a su auditorio: "Ya
1
le
impone
opuesto:
(recimiento.
se entrecruzan, aboliendo las incompa-
precisamente el
tibilidades
la exégesis y el es¿U-
En vez de
secretario
intercede
para
solicitar
una
• explicación; encamación de la doxa, est* jerte de Bartleby
del 80 parece empe-
sustituyéndolas .por
una
leer y escuchar (como escribir y hablar)
' nuaciones que se filtran en el dictado, el '•
y
relación de complementarle dad. Si antes
apañar las insi-
•\ suponían operaciones, espacios, distancias | y condiciones irreconciliables, ahoraes_ej 1
secretario quie^asjiondensa, las asimila,
y les creaunacge^iste^ja. Este personaje
mente
enigmático, especie de deus ex machina
dictaío transgredeelparadigma de j a voz_
que
y
irrumpe para impedir la radicaliza-
metom'mica.
El
régimen
la escritura, si antes Mansilla
del
podía
ción del combate entre la voz y lo escrito,
decí que " n o es lo mismo ser actor que
es una
espfCtador, lector que interlocutor" , si
fi^ra_anfihja:
participa, por una
17
la máquina
en tído momento se obstinaba en tener
literaria de las causeries y la alimenta con
en caenta a su público, pero a condición
p
d
do: integra
sus observaciones, sus reparos, sus objeciones; pero por otra es, se podríai_ decir. una_suerte _de delegado de público, un desprendimiento de esa instancia amorfa y genérica de la que Mansilla no disimula su recelo. En la medida en que su función es escribir, el secretario se deja regir por los dictados de Mansüia-amo, respeta sus arbitrariedades,
se somete a sus intem-
perancias: termina rindiéndose al régimen de la voz. Pero en la medida en que escucha-lee lo que mansilla te dicta, sil lugar se desplaza hacia el territorio del público, del que defiende
de (istinguirlo, segmentarlo y clasificarlo mediante la fuerza de su enunciación, si a la recepción incierta, despersonalizada y Social de la lectura le oponía la escucha corpórea, inmediata y diferenciada de la contórsacíón,
era porque
ei lugar del
secrstario ( y el teatro del dictado) aún brilliba por'su ausencia. Y si el secretario está autorizado a operar
como
bisagra
entlé voz y escritura, escucha y lectura, es precisamente
porque
constituye,
junto
col Mansilla, una suerte de célula narcisijfica* en la que aparece comoTrotribre de
eri el
también, y simultáneamente, un discurso
interior del discurso privado (más amplio)
constituye
un
discurso
privado
de clase que no disimula su condición.
del sistema conversacional.
Pero
Se puede ver, en este giro, la alusión a un circujto.jpero t^m
los ^^.sSjBresT^se _sabe, son
elementos de la lengua tramposos>Entí5
dades vacías, para asignarles u n contenido
¿e^susi límites y el diseno de su .espacio:
es
.circuito que es a la vez discursivo y social.
determinada situación de enunciación; sin
'Discursivo,: porque e! entre nos designa una inflexión
particular
de la voz, un
un
preciso
remitirlos
intercambio
significante
siempre
lingüístico,
de estos
a una
el
poder
comodines
de la
cambio temático (de lo " p ú b l i c o " a io
lengua se ve
"personal**,
¿Qué (¿a quiénes?) designa,entonces, este
merece
de lo dmilgabíe
quedar
como
a lo que
secreto
entre
reducido
a la esterilidad.
nosotrosj que preside
las causeries? El
quienes saben guardarlo), una modalidad
mismo Mansilla parece develar el enigma:
de__enunciaci6n
" M i secretario no puede aguantar y se le
(de la d é ^ ^ c l o n a^Ta
confesión, del relato a! excursus autobic~
escapa un aprobatum
gráfico), y también un tipo _de^relació.n
quedo muy ancho; porque mi secretario
singular
no es el cerdo de la fábula. . . ni la mona,
entre
quien
habla
y. quienes
est;' y y o . . . ' rne
escuchan (si la complicidad es ío que la
ni siquiera el cuervo, nor> mi secretario
funda, el sobrentendido es su operación
y yo somos. . . nosotros" ?*/ El subrayado,
decisiva).
que
1
pertenece
al
causerie ¿Si dicto
los intereses
autor,
reenvía
a la
o escriboE) en Ja que
( " M i secretario [. . .] me observa que si no
%o_ "'. ¿Acaso el secretario no es también
que esta
Mansilla desmenuza su máquina literaria y
creo conveniente decir, para ahorrarle al
el depósito donde los secretos de Mansilla
contraseña aparece el^ auditorio-sufre una
presenta la escena del dictado como un
lector el trabajo
no
Social,
porque
cada
vez
^ s c i ^ i n a c i ó n ^ e l entre nos sitóa", "uTurT
espectáculo ofrecido a la contemplación
diccionarios, qué significa, en este caso,
lado, a los que son dignos de escuchar
de su auditorio: "Asistan ustedes con el
esa alusión a los mignom.
¡Habráse visto
determinadas revelaciones. Esta dignidad
pensamiento a esta escena'* . Como se
más lleno de inconvenien-
es, por cierto, sejial de una disposición y
ha visto antes, este espectáculo representa
una competencia:
una distribución del trabajo literario, y la
colaborador
material de consultar
tes!" }, - .
serjeveiados?
Entre n o s : la causerie conjo e s p e c t á c u l o
1 6
La,'escena
coiréir*erirIésio~
del dictado es, pues, un a
escena intermedia. Por sus personajes, y
Entre nos: títu!o_y
emblema
de ja,
enunciación
de sus funciones, restituye io propio del
se^'isíulHpíica a lo largo de las causeries.
circuito
Marisüla
(la
situación
descripción
de su proceso
"material":'
llos que poseen la .capacidad de leer los
sobre todo por la particular distribución conversacional
son dignos dé parti-
cipar en el escenario del entre nos aque-
20
mansilíeana, esta expresión
st\ sirve
de ella
como
de un
sobrentendidos y profesar un distinguido
"Decía que mi secretario está ahí. y no
horror
puedo decir que pluma en mano, porque
por las explicitacior¡c5. En este
sentido, las causeries de Mansilla institü^
nosotros no escribimos con pluma, ni de
yen el modelo para una ética d e j a escu;
ganso, que es la más antigua, sino con
modales
lápiz". /Vosorros/designa aquí a los dos
a este principio: saber
protagonistas del espectáculo, Mans^lajy
esos semi-dichos sin exigir la
su secretario, a los que la causerie ídem
mítica de una interlocución sin obstácu-
paréntesis: es la consigna que le permite
los) pero imprimiéndole a! mismo tiempo
cha;
deslizar una infidencia o ser indiscreto.
los limites característicos de la escritura
puede
Contraseña que posee su propio tiempo y
(condiciones de recepción, necesidades de
escuchar
su oportunidad en c¡ discurso, el _entre
"claridad",
garantía de una manifestación
nos anticipa un descanso pudurqso-deja
enunciación de Mansilla, pero encargado
volvería
voz7 -in augura
de transcribirla al papel, desprendido del
agolpan aquellos oyentes
tiempo d.o unazcaníidenciaj pero sobre
público lector, pero homenajeado por el
tal
todo efectúa un cAijdaíosg^recorte de sus_
funciones encuentra su analogía en esta
p r ilegio de escuchar un discurso antes
permanecer en los márgenes exteriores de
interlocutores,-convocando con esta señal
impreso, el secretario pare^;-.
esta interlocución selecta. Así, pues, lo
profesión
de
a aquellos pocos cuya atención privile-
pronuncia en ¡a misma causerie: " N o es
condenado a ocupar una posición doble-
que la irrupción del entre nos
giada solicita. Lo que se dice entre nos
es una clase especia! de discurso, pero
leerlo
etc.).
Subordinado
a
la
í;
una .digresión, o abre el
s
su repertorio reducirse
evidentes
dignidad,
de buenos
Del
que los
tificará luego asignándole a cada uno an
la&b
se
papel diferenciado en la representación,
despoKÍdosjie
Mansilla piensa, luego dicta; el secretario
otro
que se ven obligados
a
configura
escribe,
corrige, objeta. Este reparto, de de fe
literaria
que Mansilla
posible escribir mediocremente
siquiera.
/ .'
sin tener algunas ideas propias. Bueno, pues: y o tengo Jas mías. Ahora, si las formulo con cierta propiedad y gracia o sin ninguna, es decir, si escribo bien o mal, eso, aquí ínter vos, y o no lo sé a derechas" . 11
Por un lado las ideas, por o t r o ia escritura ( p e r o en los dos casos la propiedad es Jo que está en j u e g o ) : para que estos dos campos se vinculen entre sí, es preciso el trabajo del dictado y la transcripción; o para decirlo con Mansilla: "tounter l'omelette, dar vuelta la tortilla" . Pero el inter nos de la cita recibe el refuerzo del aqui\ adverbio que comparte con los pronombres esa propiedad 2 2
errática y versátil. Si en esta causerie hay un aquí, esc lugar n o puede ser otro que el espacio en el que tiene lugar la representación del dictado. Y sí el inter nos que í o sucede despierta aún alguna ambigüedad, o parece designar a ese conjunto de interlocutores prolijamente delineados del que hablábamos más
arriba, su presencia en este fragmento consigue dibujar su verdadero " c o n t e n i d o " . ¿Acaso este inter nos no está aquí en el lugar del dictado? ¿ N o señala sus personajes y la puesta en escena en ia que la causerie es engendrada?JEnfre jws: espacio cerrado, pero también pasaje, movimiento que fluctúa entre uno (Mansilla) y el otro (el secretario), prod u d e n d o e n e se vaivén este género híbrido que recibe el nombre de causerie. A l l í la metáfora teatral, que planea a menudo sobre estos textos, recobra t o d o j . su v i g o r ¡ J S X H P ^ ' 3 * I • ¿£__M|^Jsüla^ constnryjen^dojjus jpauseries j .jcontra jas amenazas de la escritura. Esta ¡ lucha, que la escena del dictado se esfuer- j za por disimular a toda costa, produce un : reencuentro: el de la causerie con su • etjjnolojía^ Causer es, en efecto, defendfr,¡„ una causa (causari: es un alegato, en el j sentido jurídico del término): la causa de j la conversación, discurso puro ( y por eso ; m í t i c o ) que n o se resigna a perder sus ¡ últimos afluentes en la literatura. 6 0
0 1 1
0
N
O
E S
O T R O
u
e e
O C T U B R E 1982;
NOTAS
• Lucio Victirio Maniifh, Entreno*. Causeries del Jueves, Editorial Hachette, Buenos Aires, 1963, p. 47. 1
Man silla, op. cit., p. 495. Otro ejemplo de este gesto de distinción puede encontrarse en la página 471 : " Y o escribo. pue<^ para mi pública arpen tino, y me importa un bledo que l o * crítico» del orbe entero encuentren que ln que voy diciendo plat, como dicen tos franceset -trivial, íomún, como se dice en la lengua que nosotros hablamos, lengua que yo escribo, como ustedes ven, de propósito deliberado a la americana: porque de otro modo, non possumus, y por aquello de 'le mot enfiévré, qui n'est pas français, a excité la plus vive indignation parmi les puritains littéraires, f conseille à aucun galant homme de s'en servir, mais Monsieur Figaro... " ". 2
3
Mansilla, op. cit., pp. 139-140.
4
Mandila, op. cit., p. 248
5
Mansilla, op. c i l , p. 87.
6
Miguel Ángel Cárcano, El estilo de rida argentino, Eudeba, Buenos Aires, 1969, p. 6.
7
Mansilla, op. cit., p. 45.
8
Mansilla, op. cit., p. 71.
9
Mansilla, op. cit., p. 80.
1 0
Mansilla, op. cit., p. 325.
1 1
Mansilla, op. cit., p. 317.
1 2
Mansilla, Op. cit., p. 316 y 319
1 3
Mansilla, op. cit., p. 318.
1 4
Mansilla, op. cit., p. 318.
, s
Mansilla, op. cit., p. 317.
1 6
Mansilla, op. cit., p. 337.
1 1
Mansilla, op. cit., p. 629.
1 8
Mansilla, op. cit., ¿Si dttn o escribo?, pp. 314-322.
1 9
Mansilla, op. cit., pp. 332-333.
2 0
Mansilla, op. cit., p. 316.
2 1
Mansilla, op. cit., pp. 314-315.
2 2
Mansilla. op. cit., p. 318.