TEORÍA DE LA EVALUACIÓN DE ARNOLD Magda Arnold razonó que, para que un estímulo provoque una respuesta emocional o un sentimiento emocional, el cerebro primero debe evaluar el significado del estímulo. Después, las evaluaciones llevan a las tendencias a la acción. Según esta teoría, lo que da cuenta de los sentimientos conscientes es la tendencia sentida a dirigirse hacia objetos y situaciones deseables, y a alejarse de los no deseables. Aunque las evaluaciones pueden ser conscientes o inconscientes, tenemos acceso consciente a los procesos de evaluación tras el hecho. Estímulo Evaluación Tendencia a la acción Sentimiento
LA VALORACIÓN: ARNOLD Aunque en la década de los sesenta ya se aprecia el empuje de la orientación cognitivista, será a finales de la década de los setenta, con el declive del conductismo más radical, cuando la orientación cognitivista comienza a dominar el ámbito de la Psicología, particularmente también el de la Emoción (Campos y Barrett, 1990). La esencia de los planteamientos cognitivistas en el estudio de la emoción se centra en la idea de que, para conocer las emociones, es imprescindible conocer previamente cómo realizan las personas sus juicios acerca del ambiente en el que viven, ya que las emociones se producen como consecuencia de los juicios acerca del mundo. Es decir: las emociones requieren pensamientos previos. En este marco de referencia, cuando se analiza deten idamente cualquier argumentación cognitivista acerca de la emoción, da la impresión de que no parece representar nada nuevo, teniendo sus orígenes claros en las formulaciones de Aristóteles. En el ámbito de la Psicología, es el trabajo de Magda Arnold con el que se puede comenzar a hablar de la aproximación cognitivista moderna en el estudio de las emociones. Aunque, como indican Reisenzein y Schönpflug (1992), es posible localizar ciertos esbozos dispersos en las aportaciones de algunos autores, Arnold es quien primero expone, de
una forma detallada en dos volúmenes, las investigaciones previas relacionadas con los aspectos psicológicos (Arnold, 1960a) y neurológicos y fisiológicos (Arnold, 1960b) de la emoción, planteando también su propia teoría en términos de relevancia de la valoración para entender la ocurrencia de las emociones. En última instancia, la argumentación de Arnold descansa en la importancia de los factores cognitivos (valoración) y de los factores fisiológicos (ajustes y respuestas del organismo a las demandas de la situación a la que se enfrenta). En cuanto a los factores cognitivos, la valoración hace referencia a una especie de constructo que nos permite obtener cierta información acerca del ambiente que nos afecta. Hace referencia a un análisis de la significación de los estímulos y eventos con los que se enfrenta un organismo, teniendo que ver con la dilucidación del modo en el que una estimulación presente puede afectar a la integridad de un organismo. Valoramos un estímulo o situació n en términos de bueno o malo para nosotros. Hay que reseñar, no obstante, que los juicios implícitos en la valoración no tienen necesariamente connotaciones de razonamiento intelectual, pues pueden poseer sólo una naturaleza directa, inmediata, no reflexiva, automática, y están referidos a la significación de los eventos que afectan al sujeto. Más concretamente, pueden referirse a la relación del sujeto con los eventos y objetos de su medio ambiente, sin implicar un procesamiento cognitivo de alto nivel. E s éste un aspecto importante, ya que la naturaleza de la valoración implicada en la producción de las emociones no se refiere necesariamente a un juicio intelectual [1]. Según Arnold (1970), cualquier cosa con la que se encuentra el sujeto es evaluada y valorada de forma automática. En este planteamiento, la valoración es de suma importancia. Concretamente, la valoración complementa la percepción del sujeto, produciendo una tenden cia a hacer algo: cuando esta tendencia es fuerte, se denomina emoción. Esta valoración puede producirse a partir de la influencia de un estímulo exterior, o a partir de la influencia de un estímulo interno, como la memoria o la imaginación. En este último caso, las expectativas del sujeto juegan un papel relevante. Ésa es la idea de Arnold (1960a, 1960b), que sin valoración (appraisal) no es posible la emoción.
Parafraseando a Arnold: ³Para que ocurra una emoción, el estímulo debe ser valorado como algo que me afecta de algún modo, que me afecta personalmente como individuo, con mi experiencia particular y mis metas particulares´ (Arnold, 1960a, p. 171). Para esta autora, la secuencia de eventos en el proceso emocional es la siguiente: percepción, appraisal, emoción. Es decir, la emoción resulta de una secuencia de eventos que tienen que ver con los procesos de percepción y valoración. Arnold intenta distinguir entre emoción y sentimientos. Las emociones se derivan de la valoración, positiva o negativa, de los objetos percibidos o imaginados, mientras que los sentimientos se derivan de la consideración beneficiosa o perjudicial que tiene para el sujeto la valoración realizada. Para Arnold, las acciones deliberadas, que no implican emoción o sentimiento, conforman la mayor parte de nuestras conductas, y requieren un juicio racional, permitiendo distinguir la conducta humana de aquella de los animales inferiores. Un sujeto humano es capaz de evaluar una situación en términos de posibilidad inmediata (emocional) o de posibilidad a más largo plazo (no emocional), mientras que los animales inferiores sólo poseen la capacidad para responder inmediatamente (capacidad emocional). Además de la relevancia de la valoración en el momento en el que ocurre un evento, Arnold considera que también es necesario identificar la activación fisiológica; es necesaria la actividad cognitiva para interpretar dichos cambios. Es decir, si conocemos qué está ocurriendo fisiológicamente desde que se produce la percepción hasta que empieza la emoción, se podrá conocer mejor la emoción. En cuanto a los factores fisiológicos, las manifestaciones del organismo representan el resultado de la valoración que acaba de ocurrir. No se puede negar que la teoría de la emoción que propone Magda Arnold posee connotaciones fisiológicas. Los trabajos que lleva a cabo en la década de los setenta (Arnold, 1970) ponen de relieve que se basa en ideas de autores que han estudiado la emoción desde una vertiente fisiológica. Concretamente, en la teoría de Arnold son importantes los planteamientos de MacLean (1949), en los que se defiende la existencia de tres cerebros, o tres niveles de funciones cerebrales, el reptiliano, el paleomamífero y el neomamífero. Son también relevantes los planteamientos de Lindsley (1951, 1957), en los que se
argumenta que la activación emocional se refleja en la corteza, el diencéfalo y el troncoencéfalo. Considera Arnold que el sistema límbico, el hipocampo y el cerebelo son estructuras importantes para entender la emoción. Por otra parte, es conveniente recordar que, aunque en gran medida Arnold construye su teoría de la emoción criticando los planteamientos de Darwin y de James, particularmente de este último, también se aprecian en su teoría claras influencias de ambos autores. Así, como influencia de Darwin, Arnold defiende que las emociones son respuestas que tienen como objetivo garantizar la adaptación y supervivencia del organismo en determinados momentos, de tal suerte que cada emoción puede ser considerada como un impulso pa ra la acción dirigida a la adaptación. Como influencia de James, Arnold cree que cada emoción posee un patrón específico de respuesta fisiológica. Incluso, llegará a establecer que existe un principio de reducción del impulso en las respuestas fisiológicas, ya que éstas, no sólo permiten solucionar el eventual problema al que se enfrenta el organismo, sino que también permiten liberar la tensión que se había acumulado como consecuencia de la aparición de dicho problema. Así, en su trabajo capital para el desarrollo de las modernas teorías cognitivistas en Psicología de la Emoción, Arnold (1960a, 1960b) defiende su teoría planteando que la emoción es una tendencia sentida, que lleva a una persona a aproximarse a lo que es bueno, a evitar lo que es malo y a ignorar lo que es indiferente (el sistema límbico sería la estructura que controla esta dimensión de agrado-desagrado). Más específicamente, Arnold sugiere que los eventos o situaciones son valorados como buenos o malos para un organismo a partir de tres ejes: beneficioso-perjudicial, presencia-ausencia de algún objeto -evento concreto que está siendo valorado, y que es el que potencialmente desencadenará la emoción, si así concluye el proceso de valoración -, y dificultad para aproximarse o evitar ese objet o. Estas importantes aportaciones de Arnold serán asumidas por Richard Lazarus, quien puede ser considerado su seguidor más directo. En efecto, Lazarus (1966, 1982, 1984) ha planteado la importancia de la valoración
cognitiva para entender la ocurrencia de una emoción. Por sí solos, los cambios corporales son insuficientes para la experiencia de la emoción; es necesario evaluar previamente la situación para entender las connotaciones de la misma, y para generar expectativas acerca de la significación pers onal que dicha situación posee para el organismo. Esto es, para que una persona experimente una emoción, el primer paso de la secuencia procesal es la valoración cognitiva de la situación (Lazarus, Kanner y Folkman, 1980). Como ha señalado en múltiples ocasiones Lazarus (1966, 1991), existen tres formas de valoración: a) primaria, que se refiere a la decisión del sujeto sobre las consecuencias que tendrán sobre su bienestar los estímulos que le afectan; estas consecuencias pueden ser positivas, negativas o irrelevantes; b) secundaria, que se refiere a la decisión del sujeto acerca de lo que debe o puede hacer tras la evaluación de la situación; es decir, la capacidad para controlar las consecuencias del evento; c) revaloración, que se refiere a la constante evaluación que debe hacer el sujeto en su proceso interactivo con el ambiente; esto es, la constatación de los resultados obtenidos con las valoraciones primaria y secundaria. La inclusión de esta tercera forma de valoración refleja las connotaciones dinámicas del proceso de valoración, tal como lo entiende Lazarus. El sistema que propone Lazarus se encuentra en un estado de flujo continuo, de tal suerte que cada variable implícita en el sistema puede actuar como antecedente, como mediadora, o como resultad o en el mismo, dependiendo, claro es, del punto temporal o momento del flujo en el que dicha variable sea analizada. En este marco teórico, los sucesivos procesos de valoración determinan qué emociones
sentirá
el
sujeto.
Las
emociones
constituyen
procesos
desorganizadores que interrumpen la actividad del sujeto, provocan un perturbador estado de activación, e impulsan al sujeto a realizar ciertas actividades, desatendiendo otras conductas. Los indicios de la existencia de una emoción son los siguientes: aspectos subjetivos, aspectos fisiológicos e impulsos de acción. Según Lazarus (1977), estos tres aspectos no se encuentran siempre en sincronía. Lazarus habla de emociones agudas, como la alegría, el miedo o la ira, que son el resultado de una relación part icular y concreta con algún evento del momento presente. Con la expresión de
emociones agudas, Lazarus se refiere a aquellas respuestas con características de brevedad e intensidad. Pero, además, es posible hablar de emociones más duraderas, a las que Lazarus denomina humores o estados afectivos, que también están basados en los juicios acerca de la relación entre la persona y su ambiente, aunque su implicación es mucho más amplia y duradera que la de las emociones agudas. En ambos casos, esto es, tanto si se trata de respuestas agudas, cuanto si se trata de respuestas prolongadas, cada emoción expresa el resultado del análisis cognitivo y el impulso para la acción, que, en líneas generales, se refiere a las connotaciones de amenaza o de beneficio para el organismo. Por otra parte, son también interesantes las estrategias de control que posee el sujeto para enfrentarse a los efectos perturbadores de las emociones. Concretamente, se puede cambiar el sentimiento sobre la situación, o se puede intentar cambiar la propia situación. Esto es, si la valoración (appraisal) es importante en la teoría de Lazarus, como momento previo (necesario en la terminología de Lazarus) en la ocurrencia de un proceso emocional u otro, o ninguno, porque implica el análisis de la sig nificación que posee el estímulo o la situación, no es menos importante el afrontamiento (coping) en el desarrollo del proceso emocional, pues, según cómo sea el afrontamiento, se puede cambiar por completo la significación que tiene para el bienestar del sujeto lo que está ocurriendo. Esta significación puede ser cambiada de dos formas: por una parte, mediante acciones que alteran los términos y condiciones actuales en la relación entre la persona y el ambiente, y, por otra parte, mediante la actividad cognitiva que influye en el desplazamiento, en la evitación, o en la significación de la situación que origina el problema. La primera forma de cambiar la significación, la que se refiere a las acciones, se denomina afrontamiento centrado en el problema o situación. La segunda forma de cambiar la significación, la que se refiere a la actividad cognitiva, se denomina afrontamiento centrado en la emoción, más comúnmente denominado afrontamiento cognitivo, ya que, para el autor, el afrontamiento centrado en la emoción
es
un
proceso
esencialmente
cognitivo.
En
definitiva,
la
argumentación de Lazarus defiende que los factores cognitivos deben preceder a la emoción.
Con esos dos antecedentes (Magda Arnold y Richard Lazarus), han surgido diversas aproximaciones basadas en la importancia de la valoración, todas ellas con el denominador común de los procesos cognitivos antecediendo a la ocurrencia de una emoción, de tal forma que las emociones ocurren porque el resultado de la valoración realizada indica que el evento o situación es significativo para el bienestar o equilibrio del organismo en cuestión (de Rivera, 1977; Weiner, 1986; Ellsworth, 1991; Roseman, 1991, 1996; Roseman, Antoniou y Jose, 1996, entre otros). Una de las líneas de investigación que más frutos está aportando en la actualidad es, precisamente, la que se deriva de la ³solución´ propuesta al ³problema´ de la relación existente entre procesos afectivos y procesos cognitivos, abogando, en última instancia, por u na continua interacción entre ambos tipos de procesos (Lazarus, 1999).
LA VALORACIÓN: LAZARUS Se puede afirmar que en los años sesenta comenzó a desarrollarse el concepto de valoración y distintas teorías sobre el mismo. Desde los trabajos como los de Schachter y Singer (1962) hasta la actualidad, el concepto de valoración ha ido cobrando protagonismo en la mayoría de las teorías de la emoción (Frijda, 1993b), tanto es así, que Scherer (1999) considera actualmente a las teorías de la valoración como la culminación de largos años de estudio sobre la importancia de la evaluación como proceso central de la reacción emocional. Implícitamente, el concepto de valoración se puede apreciar incluso en las referencias a la emoción de algunos filósofos históricos como Aristóteles, Spinoza o Descartes (Lyons, 1999). También, uno de los padres de la psicología y de la investigación de la respuesta emocional, William James, sugiere que la diferenciación de las emociones se hace en base al feedback del sistema
periférico
(James,
1894),
lo
que
también
hace
reconocer
implícitamente la relevancia de la valoración (Ellsworth, 1994; Scherer, 1996). De hecho, Lazarus (1999) afirma que James, en sus comentarios sobre la causalidad de la emoción y la conducta, utiliza erróneamente el término ³percepción´ de la situación en vez del de ³valoración´ de la situación, error, por otra parte, que el propio Lazarus reconoce haber cometido en sus primeros
trabajos (p.ej.Lazarus y Baker, 1956). No sólo James hizo referencia a la idea de la valoración, otro autor contemporáneo de él, Robertson (1887), ya incluyó también la idea de un pensamiento evaluativo sobre la situación a la hora de explicar las diferencias individuales que se daban en las respuestas emocionales. A pesar de esas primeras ideas, los primeros estudios que dieron relevancia específicamente al proceso de valoración, históricamente hablando, fueron los realizados por Magda Arnold, quién alcanzó cierta popularidad inicialmente con su ³teoría excitatoria de la emoción´ (Arnold, 1945, 1950), una teoría fundamentalmente centrada en variables de tipo psicofisiológico. Sin embargo, una década después de esa primera teoría cambio su dirección y se centró explícitamente en las variables cognitivas que intervienen en el proceso emocional. Así, Magda Arnold desarrolló una primera teoría de la valoración para la emoción, que tenía fundamentalmente un carácter automático, y en la que utilizó expecíficamente el término de ³valoración´, dándole un valor fundamental en la explicación del proceso emocional (Arnold, 1960a, 1960b, 1968, 1970). Hay que señalar, sin embargo, una pionera utilización del concepto de valoración para la emoción por parte de los psiquiatras Grnker y Spiegel (1945), a pesar de lo cuál, Arnold es objeto de reconocimiento en la actualidad, a la vez que es considerada como la ³madre de las modernas teoría de la valoración´ (Roseman y Smith, 2001, p. 22).En su teoría, Magda Arnold, entendía que la valoración de los estímulos servía de complemento a la percepción de los mismos, a la vez que desencadenaba una tendencia de acción, de manera que cuando esta tendencia de acción era suficientemente intensa se producía el fenómeno emocional. Así pues, las valoraciones positivas o negativas de los estímulos percibidos, que también podía n ser imaginaciones o pensamientos, derivarían en respuestas emocionales. Su teoría desarrolla también el concepto de sentimiento como resultado de considerar beneficiosa o perjudicial la valoración llevada a cabo. El trabajo monográfico de Arnold sobre personalidad y emoción permitió el desarrollo, por parte de Richard Lazarus (Lazarus,1966, 1969, 1977, 1982, 1984; Lazarus, Averill y Opton, 1970; Lazarus, Kanner y Folkman, 1980;
Lazarus y Folkman, 1984) de una teoría sobre la valoración cognitiva, el estrés y la emoción, que se ha convertido en la más extendida entre la comunidad científica y que ha dado lugar desde entonces hasta nuestros días a un amplio número de investigaciones y al desarrollo de nuevos marcos teóricos que se apoyan o surgen desde algunos de los conceptos propuestos en ella. La primera ocasión en que Lazarus se refirió al concepto de valoración fue en el año 1964 (Lazarus, 1964; Speisman, Lazarus, Mordkoff y Davison, 1964), y a partir de ahí, la valoración se convirtió en pieza clave de su teoría sobre el estrés psicológico. En sus ensayos iniciales, Lazarus y sus colaboradores (Lazarus, Averill y Opton, 1970) identificaban dos cuestiones como las fundamentales para el futuro de la investigación sobre los determinantes cognitivos de la emoción. La primera de las cuestiones se refería a la ³naturaleza de las cogniciones´ que permitiría explicar las diferencias en las reacciones emocionales; y la segunda de las cuestiones tenía que ver con la determinación de las condiciones que antecedían a esas cogniciones. Las cinco décadas de investigación que Lazarus ha aportado al estudio de la emoción, incluido su último capítulo (Lazarus, 2001), dan respuesta, en cierto modo, a estas cuestiones apoyando su explicación en el concepto de valoración. En la teoría de Lazarus sobre el estrés, la valoración cognitiva es un proceso de evaluación en el que se determinan las razones por las que una relación concreta entre el individuo y el ambiente resulta estresante ( Cano Vindel, 1995). El desarrollo de las propuestas teóricas de Lazarus sobre la valoración ha tenido una consistente continuidad y, desde hace unos años, Lazarus (1999) indica que en el proceso de valoración existen dos actos: una valoración primaria y una valoración secundaria que están interrelacionadas y que funcionan de forma dependiente pero que conviene comentarlos por separado. El acto primario de valoración se refiere a la relevancia que posee lo que está sucediendo en relación a los objetivos, la s metas, los valores, los compromisos o las creencias que esa persona tiene. Así, el principio fundamental de esta primera valoración tiene que ver con lo comprometidos que se vean nuestros objetivos o nuestras metas, y con la importancia adaptativa que por lo tanto tenga para nosotros determinado suceso o evento. Si la situación o el evento
no afectan al propio bienestar o los objetivos o metas, no se producirá una reacción de estrés ni emocional. Esta idea sobre la evaluación de la relevancia que a nivel motivacional, y en relación a los objetivos y metas del individuo, tiene una situación y los efectos que el resultado de esa evaluación tiene sobre la respuesta emocional aparece ya en los tempranos trabajos de Lazarus anteriores a la aparición de su teoría sobre el estrés que publicó en 1966 (ver Lazarus y Baker, 1956; Lazarus, Deese y Osler, 1952). El acto secundario de valoración es un proceso de evaluación que se centra en lo que la persona puede hacer ante esa situación relevante para mantener o conseguir el bienestar y una buena adaptación. Esta valoración secundaria es una evaluación de los recursos de afrontamiento de los que la persona dispone para manejar esa situación relevante para el propio bienestar. Ahora bien, es preciso señalar algunas de las indicaciones que hace Lazarus (1999) sobre estos conceptos, como que el hecho de que se califique a estos dos tipos de valoración como primaria o secundaria no debe de significar que una sea más importante que la otra, ni tampoco debe de significar que u na valoración tenga lugar, temporalmente, antes que la otra. Las diferencias que existen entre estos dos tipos de valoración sólo tienen que ver con el contenido de dichos procesos, y esas diferencias entre contenidos justifican que sean tratadas separadamente a la hora de describirlas. La valoración primaria y la valoración secundaria son partes de un proceso común en el que ambas se combinan activamente y en el que son dependientes, y este hecho ha de tenerse en cuenta tanto en la investigación como en la práctica psicológica. Lazarus (1999) identifica además los componentes de estos tipos de valoración, y así, entiende que en la valoración primaria se componen de tres evaluaciones, una de la relevancia del objetivo, otra de la congruencia o incongruencia del objetivo, y otra que tiene que ver con la implicación que el evento tiene para el ego, como por ejemplo (Lazarus, 1991), la estima social, los valores morales, creencias, etc.. La valoración secundaria que interviene en la respuesta emocional pasaría a la vez por evaluar tres aspectos básicos, la responsabilidad en relación al resultado de la situación, el potencial de
afrontamiento que tenemos ante el evento, y las expectativas futuras al respecto. Las propuestas de Lazarus, en sus aspectos más básicos, así como las propuestas de Arnold reflejan una aproximación clásica al estudio del proceso de valoración en la que se asume que la persona dispone de una serie de criterios o de unas dimensiones fijas de evaluación a la hora de dar significado a los eventos. Según Scherer (1999a) estos criterios se pueden clasificar en cuatro tipos: 1) características intrínsecas de los eventos, como por ejemplo el grado de novedad; 2) el significado del evento para las necesidades o metas del individuo; 3) la habilidad del individuo para poder afrontar o manejar las consecuencias del evento, y que incluye evaluar la responsabilidad en la situación; y 4) la compatibilidad del evento con las normas sociales y los valores. Así, en los años posteriores a las propuestas de Arnold y Lazarus, se han desarrollado teorías sobre la valoración basándose también en una serie de criterios y dimensiones de evaluación por autores como Frijda (1986), Roseman (1984, 1991; Roseman, Antoniou y Jose, 1996), Scherer (1984a,b, 1986a, 1988) o Smith y Ellsworth (1985,1987). Son precisamente estos autores, además de otros, los que extendieron las ideas sobre valoración propuestas inicialmente por Arnold y Lazarus y los que han dado a los procesos de valoración durante las últimas dos décadas una relevancia y una presencia en la literatura científica tal, que, en la relación entre cognición y emoción, son estas teorías de la valoración las que de mayor protagonismo gozan. Nico Frijda, Klaus Scherer, Phoebe Ellsworth, Ira Roseman, Craig Smith, además de otros como Andrew Ortony, Gerald Clore y Allen Collins, han desarrollado relevantes y precisas aproximaciones teóricas al estudio de la emoción basándose en el concepto de valoración; a la vez que otros autores con actitud más crítica, como Rainer Reisenzein, Brian Parkinson o Antony Manstead, también han contribuido con sus sugerencias al perfeccionamiento de esas teorías.