■ 1quería un poco poco de silencio durant e un rato y apagó la la radio, así que se podría d ecir que lo que pasó fue culpa suya. Ella Ella quería un poco d e aire fresco, de mod o que apagó el aire acondicionado y bajó la ventanilla, por lo que se podría decir que fue por ella. ella. En cualq uier caso, nunc a hubiesen es cucha do al niño de no ser por la combinación de ambas circunstancias, lo que resultaba perfecto en el caso caso de Cal y Becky porque una vez más habían qued ado a la par, par, como les había ocurrido d uran te tod a su vida. vida. Cal Cal y Becky DeMu th n acieron con 19 meses de diferencia. diferencia. Sus Sus padres bromeaban diciendo que pare cían gemelos. “Becky coge el teléfono y Cal dice hola”, le gustaba decir al señor DeMuth.
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E S Q U I R E • D I C I E M B R E 2 01 01 2
“Cal “Cal piensa en u na fiesta y Becky ya tiene la lista de invitados ”, le gustaba decir a la seño ra DeMuth. Nu nca nc a tuv ier on un a disc d iscus usión ión en tre ellos, ellos , ni siq s iqui uiera era cuan cu ando do Beck Becky, y, cuando era estu diante universitaria de prim er año y vivía en una residencia, residencia, se presentó u n día en el apartamen to de Cal Cal fuera del campus para anun ciarle que estaba embarazada. Cal se lo tomó bien. ¿El resto de su gente? No fue tan en tusiasta. El apartamento estaba en Durham, porque Cal había elegido elegido la Universidad de New Hampshire. C uando Becky (en ese momento aún no estaba embarazada, lo que no quiere decir que fuera virgen) virgen) se decidió por la misma un iversidad dos años más ta rde, no fue fue una sorpres a para nadie. “Por lo meno s no ten drá q ue volver a casa cada maldito fin de sem ana para p asar el rato con ella”, dijo la seño ra DeMuth.
TRADUCCION: JAVIER MARQUEZ SANCHEZ
STEPHEN KIN G & JOE HILL
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A un lado de la carretera había unas cuantas casas, una iglesia con las ventana s tapiadas llamada Roca Negra del Redentor (Becky (Becky pensó que era u n nom bre muy raro p ara una iglesia, iglesia, pero despu és de todo, estaban en Kansas), y una bolera en ruinas que pare pa recía cía ab an do na da desd de sd e los lo s días dí as e n los lo s qu e los lo s T ram m ps lanla nor supuesto, ellos no lo hacían todo juntos, porque e sIn ferno no.. Al otro lado de la Ruta 400 no había nataba claro que Cal no era respo nsable del bollo en el zaron su Disco Infer solo hierba verde alta. Se Se extend ía hasta un h orizonte qu e era horn o de su herman a. Y había sido una idea exclusi- da, solo tan ilimitado como anodino. vam ente de Becky pedirle al tío Jim y la tía Anne si “¿Fue una...?”, una...?”, com enzó Becky. Becky. Llevaba una ch aqu eta corta, li po día dí a ir a viv ir con ello s du ra n te u n tie mp o, ta n so lo gera, que estaba emp ezando a hincharse ; estaba bien para estar hasta que llegara llegara el bebé. bebé. A sus padres, que se queda ron atónitos y desconcertado s por este giro giro inespe- en el sexto mes. Él levantó una mano sin mirarla. Estaba mirando la hierba. rado de los acontecim acontecim ientos, les pareció tan razo na“Shhh. ¡Escucha!”. ble como co mo cua c ua lqu ier otr o traa opció n. Y cuan cu an do Cal sugir su girió ió Escuch aron mú sica proveniente de una de las casas. casas. Un perro que pod ría tomarse libre el semestre de primavera para recorrer ladró unas cua ntas veces antes de enmudecer. Alguien estaba gol ju n to s el país, pa ís, ta m po co h ub o dem d em asiad as iad o dra d ram m a en la familia. famil ia. Cal pe ando do un a tabla . Y estab es tab a el per m an en te m urm ullo, ull o, co ns tant ta ntee y po dr ía qu ed arse ar se con co n Beck y en San Diego Dieg o ha sta st a qu e el e l b ebé eb é na - pean suave, suave, del viento. Becky Becky se dio cuen ta de qu e podía v er el viento ciera. Calvin Calvin podría enc ontra r un trabajo p ara cubrir los gastos. gastos. que peinaba la hierba al otro lado de la carretera. Estaba prov o“Emb arazad a a los 19 19 años...”, años...”, dijo la señora DeMu th. distancia. a. “Tú estabas embarazada a esa misma edad”, apuntó el señor cando olas que h uían de ellos hasta que se p erdían en la distanci Justo cuan do Cal empezaba e mpezaba a pensar que en realidad reali dad no habían DeMuth. algo junto s, “Sí, “Sí, pero estab a ca-sa-da”, señaló la señora DeM uth. “Y con un oído nada n o sería la primera vez que imaginaban algo grito. tipo increíble”, no pudo ev itar añadir el seño r DeMuth. La seño- escuch aron de n uevo ese grito. “¡Ayud “¡A yuda! a! Por favor, ayúdame. ¡Estoy perd ido!”. ra DeM uth suspiró. “Becky va a escoger el prime r nom bre y Cal elegirá el segundo”. sta vez, vez, la mirada que in tercamb iaron los dos herm a“O viceversa”, dijo el señor DeM uth, tam bién con un suspiro. nos reflejaba reflejaba un temor com partido. La hierba estaba La madre de Becky se llevó llevó a su hija a almorzar u n día, no m uincreíblemente alta (de (de hecho, hasta más tarde no pe ncho ant es de que los niños saliesen h acia la costa oeste. “¿Estás “¿Estás tosarían que era anorm al, a comienzos de la temporada, talmen te segura de que deseas d ar al bebé en adopción?”, le le preuna extensión de hierb a como aquella con una altura guntó. “Sé que no ten go dere cho a preguntar, yo sólo soy tu m adre, de casi dos metros). Algún Algún niño peque ño se había m e pe ro tu pa dre dr e tien ti en e cu rio sida si da d”. d” . tido en ese campo, campo, probab lemen te mientras jugaba a “Todavía no he tom ado u na de cisión”, dijo Becky Becky.. “Cal “Cal me ayulos exploradores, y casi con toda seguridad viviria en dará a decidir”. una de las casas del camino. Debió desorienta rse y se “¿Qué pasa con el padre, qu erida? ”. fue perdiend o cada vez más hacia el interior. interior. Su voz sonaba haBecky Becky miró sorprendida. “Oh, él no tiene n ada que decir ni quiecia las ocho, oc ho, demasiado lejos como para localizarlo de u n salto. re hacerlo. Resultó ser un comp leto idiota”. La señora DeMu th suspiró. “Debem os sacarlo de ah í”, dijo Cal. sí que allí estaban, en Kansas, Kansas, en u n cálido día de “Sí. “Sí. Sal Sal de la carretera y para en el aparcam iento d e la iglesia”. iglesia”. prim pr im av era e n abri a bril,l, viaj v iajan ando do en e n u n M azda az da de d e ocho oc ho Dejó a Becky en el arcén y condujo hasta la expl anad a de tierra. años, con matrícula de New Hampshire y un fanallí, con los tasma de la ruta de la sal de Nueva Inglaterra aún Había un p uñado de carros polvorientos estacionados allí, par abris risas as brillan bril lando do bajo baj o la luz del sol. Todos Tod os los carros carro s men os un o incrustado en el radiador. Silencio en lugar de la parab parec pa recían ían h aber ab er es tado tad o allí du rant ra nte e días , inclu so sem anas. ana s. Era E ra otro radio, las las ventanas abiertas en luga r del aire aire acon detalle extraño q ue no les llamaría la atención has ta más tarde. dicionado. Como resultado, ambos oyeron la voz. voz. Mientras él se encargaba del carro, Becky se acercó al otro laEra débil, pero clara. clara. do de la carrera. Ahuecó las manos ante la boca y gritó: “¡Niño! “¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude!”. ¡Oye ¡Oye,, niño! ¿Pued es oírm e?”. Hermano y herman a se m iraron sorprendidos. Cal, Cal, al volanPasado u n mo mento , recibió re spue sta: “¡Sí! “¡Sí! ¡Ayúda ¡Ayúdame! me! ¡Llete en ese momen to, se detuvo de inmediato. La gravilla golpeó el vo DÍAS aquí!”. chasis del carro. Antes de salir de Po rtsmouth habían decidido m antenerse aleja■mi dos de las auto pistas de peaje. Cal quería ver el Dragón Kaskaskia C A L S E V O LV I O E S P E R A N D O V E R A S U en Vandalia, Vandalia, Illinois; Becky Becky que ría ver el ovillo de lana más g rande del m undo en Caw ker City City,, Kansas (dos objetivos objetivos complemenH E R M A N A , P E R O S O L O H A B IA H I E R B A . tarios); además, ambos pensaban que d ebían pas ar por Roswell y ver esas mierdas de extraterrestres. Aho ra estaban muy al sur del LA HIERBA ALTA. DEBIA HABER Q UEDAD O ovillo ovillo y habían tom ado un a salida en un tramo de la Ruta 400. Era una ca rretera de doble dirección bien conservada que les llevalleva A P L A S T A D A A S U P A S O , P E R O N O . ría derecho has ta la frontera frontera de Co lorado a través través de esa enorme pla nicie ni cie q ue er a Kan sas. sas . Ante Ant e ellos ello s ten ían ía n kiló ki lóm m etros etr os d e ca rret rr et em m m m M / ra sin ningú n carro o cam ión a la vista. vista. Igual ocurría a su espalda. ~z “Quizá “Quizá ahora tengam os un p oco de paz po r aquí”, dijo el señor DeMuth. “Después de veinte años, más o menos, toda esa convivencia se vuelve vuelve un poco ab urrida”.
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A M E N O S Q U E S E T R A T A R A D E U N A B R O M A M U Y E L A B O R A D A , A L G O N O A N D A B A B I E N P O R
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A L L I . B E C K Y D E M U T H N O F U E C O N S C I E N T E D E S U M A N O P O S A N D O S E S O B R E L A C U R V A D E S U A B D O M E N , C O M O U N A P E L O T A D E P L A Y A , P A R A P R E S I O N A R L O Y C U B R I R L O .
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“¡No “¡No nos bu sques!”, gritó la mujer. Becky Becky pensó en el sentido del tiempo que suelen tener los ni“¡Ayuda!”, dijo el muchacho, casi ocultando con su voz la de ños pequeños, y supuso qu e en realidad pod ría llevar no más de veinte minutos allí perdido. Buscó Buscó un camino de hierba rota o pi- la mujer. Y la suya estaba más cerca. Becky pod ía oírlo justo a su soteada por donde el niño hubiera entrado en el campo (proba- izquierda. No lo suficientemente ce rca como para estirar el braagarrarlo, pero seguramente a no más de diez o doce m etros blem bl em en te rep ro du cien ci en do en su cabe ca beza za algún alg ún video vid eoju jueg egoo o u na 1 zo y agarrarlo, estúpida película de la selva que estaría intentand o emular), pe | de la carretera. “Estoy aquí, amig o”, le gritó. “Sigue “Sigue cam inan do h acia mí. Ya Ya caro no pudo e nco ntrar ninguno. Se concentró y calculó que la voz prov pr oven enía ía de d e su izq uierd uie rda, a, a eso de las diez. d iez. No d em asiad asi adoo lejos. le jos. si estás en la carretera . Casi estás fuera ”. “¡Ayu “¡Ayuda! da! Ayuda Ayuda!! ¡No pued o en con trarte !”, dijo el mu chacho, y No d ebía eb ía e sta rlo o de d e lo co ntra nt rari rioo jam ás lo h ub ieran ie ran oído, ni s isu voz sonaba aún más cerca ahora. A esto le siguió una carcajaquie ra con la radio apagada y las las ventanillas abiertas. Becky. Estaba a punto de descender por el terraplén hasta el borde da histérica, ch illona, que heló la piel de Becky. Cal saltó saltó hacia el terraplén, des lizándose so bre sus talones, y del campo de hierba, cuand o se oyó una segunda voz, una voz casi cayó cay ó de cola. El suelo estaba m ojado. Si Becky Becky dudab a en m ede mujer, ron ca y algo algo nerviosa. Tenía el tono raspo so de alguien que acaba de desperta r y deman da un poco de agua con verda- terse en la hierba espesa para buscar al m uchacho era po rque ella no quería man charse sus pantalones cortos. La hierba era tan aldera necesidad. agua, suspen dida en brillantes gotas, “No”, gritó la mujer. “¡No lo hagas! ¡Por favor! ¡Quédate en la ta que man tenía suficiente agua, carretera! ¡Tobin, ¡Tobin, deja de ha cer eso! ¡Deja ¡Deja de pedir ayud a, cari- como para llenar un pequeño estanque. “¿A qué estás es peran do? ”, pre gu ntó Cal. Cal. ño! ¡El te escucha!”. “Hay una m ujer con él”, dijo Becky. Becky. “Es “Es todo un poco extra ño”. “¿Hola?", gritó Becky. “¿Qué está pasando?”. “¿Dónde estás ?”, preg untó un tó el niño, casi balbuceando , a solo unos Escuchó un portazo a su espalda. Cal Cal seguía al otro lado de la metros de distancia en tre la hierba. Becky trató trató de ver algún atiscarretera. bo de su pant pa ntaló aló n o su cam iseta, ise ta, pe ro no localizó loca lizó nad a. Parecía Par ecía “¡Estamos perd idos!”, gritó el much acho. “¡Por favo favor! r! ¡Por favor, mi mamá está he rida, por favor! favor! ¡Por favor favor,, ayuda!”. estar dem asiado lejos pa ra eso. “¿Vie “¿Vienes? nes? ¡Por favor favor!! ¡No ¡No puedo enc on trar el camino !”. “¡Tobin!”, “¡Tobin!”, gritó la madre. Su voz sonaba “¡No!”, “¡No!”, dijo la m ujer. “No, Tobin , ¡no!”. “¡Tobin, para!”. “Espera, mu chac ho”, dijo Cal, Cal, y Becky Becky miró a su alrededor para ver po r qué Cal tardaba tan - dista nte y tensa. “¡Tobin, se metió en la hierba . “¡El capitá n Cal, al rescate. Da -da -dá\” -d á\” Pato tiempo. ra entonces, Becky ya tenía en la m ano su teléfono celular y estaa brie iend nd o la b oca oc a par p araa ped p ed irle irl e a Cal C al si se d ebía eb ía llam l lam ar a la p aabia cruzado el parquea dero de lado a lado y vaci- ba abr ló ante lo que parecía un Toyota Prius de prim era trulla d e carre tera o a la policía de la localidad. generación. Estaba cubierto p or una capa de polvo Cal dio un paso, luego otro, otro, y de rep en te todo lo que Becky poque ocultaba casi por completo el parabrisas. Cal, día ver de él era la la parte de atrás de su camisa de denim y sus pancaqui. Por nin guna razón racional, la idea idea de un poco encorvado sobre el cristal, se tapó los ojos talones cortos color caqui. con una mano y miró po r la ventana lateral algo algo que que él se se alejara hasta pe rderlo d e vista provocó en Becky el el imhabía en el asien to del pasajero. pu lso d e saltar. salta r. “¡Por favor! favor!”, ”, dijo el much acho. “¡Estamos per didos y no puedo en con trar el camino!”. camino!”. in embargo, lo que hizo fue bajar la mirada y com prob pr ob ar en la pa ntall nt allaa tácti tá cti l de su A ndroi nd roidd negro ne gro q ue “¡Tobin!” “¡Tobin!”,, com enzó a llam ar la mujer, pero su voz se atragantó tenía completas las cinco barras de cobertura. M arde pronto . Como si no tuviera saliva para hablar. có el 91 911 y pulsó el b otón ot ón de llam ada. Seg ún se ll eA menos que se tratara d e una brom a muy elaborada, algo no andaba bien por allí. Becky DeMuth no fue consciente de su vaba el teléfono a la oreja, también ella dio un gran paso pas o haci h aciaa el in terio te rio r del de l camp ca mp o de d e hierb hi erba. a. mano posándose sobre la curva de su abdomen, como una p eEl teléfono teléfono sonó u na vez, y luego una voz de robot lota de playa, para presionarlo y cubrirlo. Tampoco relacionó anunc ió que su llamada estaba siendo grabada. BecBeclo que ocurría con los sueños que había estado teniendo d uran ky dio otro paso, paso, po rque no quería p erder de vista la te cerca de dos meses, sueños que ni siquiera había comentacamisa azul y los pantalones cortos. ¡Cal fue siempre tan impado con Cal, sueños en los que condu cían p or la noche. En ellos también gritaba un niño. niño. ciente! Por supuesto, ella también. El césped mojado comenzó a rozar su blusa, sus pantalones Se dejó caer por el terraplén con dos largas zancadas. zancadas. Era más sus piernas desnudas. Una voz hu mana sup lantó al ro pron pr on un cia do de lo l o qu e p arecía are cía,, y cu ando an do llegó al final, final , co m propr o- cortos y sus bó q ue el césp cé sped ed e ra a ún más má s alto al to de d e lo que q ue p ensab en sab a, seg s eguro uro que qu e bot. bot . “Con “C onda dado do de Kiowa Kio wa 911 911,, ¿cuál es su ubica ub icació ciónn y la n atu at u rara leza de su emergencia?”. pasa pa saba ba de d e los do s me tros. tro s. “Estoy en la Ruta 40 0”, dijo. dijo. “No “No sé el nomb re de la ciudad, p eSoplaba la brisa. El muro de hierba se acercaba y se retiraba ro hay un a iglesia, iglesia, la Roca Roca del Red ento r o algo algo así... así... Está jun to a creando una marea suave y silenciosa. silenciosa.
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ESQU IRE-
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FOTOGRAFÍA SXC.HU
una a ntigua pista de patinaje abandonada... No, No, creo que es una bolera. bo lera..... Y hay un niño ni ño pe rdid rd idoo en la hi erba. erb a. Su m ad re tam t am bién. bié n. Los oímos pedir ayuda. El niño está cerca, la madre no tanto. El niño par ece asustado, la m adre suena...”. suena...”. Extraña, q uiso decir, pero no tuvo la oportun idad. “Oiga, “Oiga, hay una co nex ión m uy mala. Por favor, repit a su...”. su...”.
segundo, porque estaba prácticamente encima de él. Parecía Parecía disgustad a. “Perd í a la m uje r del 91 911”. 1”. “No pasa nada, pero no me pierdas a mí”. Se dio la vuelta en la otra direc ción, y se llevó las las ma nos a la boca. “Tobin”, gritó. Nada. “¡Tobin!”. “¡Tob in!”. “¿Qué?”. ¿Qu é?”. Por Dios, ¿qué es tab a hacie ha ciend ndoo aquel aqu el niño? “¿Vien “¿Vienen? en? ¡Tienen que ven ir hacia aquí! ¡No ¡No puedo en con trarlos!”. trarlos!”. “¡Ni “¡Niño, ño, detente!”, gritó tan fuerte que se dañó las cuerespués, nada. Becky se detuvo a m irar su teléfono y das vocales. vocales. Era como estar en un concie rto de Metallica, solo que vio una sola barra de cobertura. De pronto des apare- sin la música. música. “¡No “¡No me impo rta lo asustado que estés, no te mueció para ser sustituida p or el mensaje Sin cobertura. vas! vas! ¡Deja ¡Deja que no sotro s lleguemo s has ta ti!”. Se dio la la vuelta una Cuando levantó la vista, vista, el muro verde se había tra - vez más, esper and o ver a Becky, Becky, pero solo vio la hierba. Flexionó gado a su hermano. Sobre su cabeza, cabeza, un avión trazó sus rodillas y saltó. saltó. Podía ver la carretera (más lejos de lo que esuna estela blanca en el cielo a 35.000 pies de altura. perab pe rab a, debí de bíaa h ab e r rec r ecor orrid rid o b as tant ta ntee cam c am ino in o sin s in da rse cu en “¡Ayud “¡Ayuda! a! ¡Ayuda! ¡Ayuda!”. ”. El niño e staba cerca, a unq ue ta). Podía ver la la iglesia iglesia com o qu iera que se llamara y también tal vez no tan cerca como Cal había pensado. Y un la bolera, pero es o fue todo. No esperab a ver la cabeza de Becky poco po co m ás a la izq uie rda . m edí a solo 1,58, 1,58, pero sí pensaba que po dría localizar su sen“¡Vuelv “¡Vuelvan an a la carretera !”, gritó la mujer. Ahora su voz tam bién dero a través de la hierba. Pero el viento la peinaba con fuerza, fuerza, sonaba más cerca. “¡Regresen “¡Regresen mientras todavía pu edan hacerlo!”. dejando a la vista vista decena s de po sibles caminos. Saltó Saltó de nuevo. “¡Mamá! “¡Mamá! ¡Mami! ¡Ellos ¡Ellos quieren a yud arnos !”. El suelo empap ado se hun día con cada nuevo impulso. impulso. Entonces, el niño gritó. Un grito p unza nte que vaciló vaciló y se convir“¿Becky? ¿Dónde diablo s estás? ”. tió en un a risa histérica. Llegaron también son idos agitados, tal tal vez Becky había oído a Cal decirle al niño que se detuviese, no imde pánico, tal vez de lucha. po p o rtab rt ab a lo as us tad ta d o qu e Cal se giró en esa direcestuviese, y que ellos se ción, seguro de que iba a acercarían a él. No sonaba desemb ocar en algún clacomo un mal plan, siemro en el que de scub riría al pre pr e que el idiota idiot a de su he rniño T obin y a su madre, mano le permitiese reuamenazados p or un loco nirse con él. Ella estaba armado con un cuchillo sin aliento, estaba mojada, sacado de una película de y era la primera vez que Quentin Tarantino. AvanAvanse sintió sintió verdaderamen zó diez metros y empezó te embarazada. La buena a darse cuenta de que aún noticia era que creía estar debía de estar demasiado realm ente cerca d e Cal. Cal. A lejos. lejos. Pisote aba hie rba y se su derecha, a la una. M u y bien , per o mi s te agarra ba a los tallos altos. nis están arruinados. De Los arrancaba, y un jugo hecho, hecho, creo que ya no ten verde pegajoso resbalaba drán solución. hacia sus muñecas desde las palmas de sus m anos. “¿Becky? ¿Becky? ¿Dónde dia Resbaló y cayó de bruces, blo s est ás?”. ás ?”. el barro se le metió en las fosas nasales. Maravilloso. Maravilloso. ra todo muy extraño. El ¿Cómo puede ser que todavía estaba estaba a la d erenunca haya un árbol alreded or cuando lo necesitas? necesitas? cha, pero ahora su voz sonaba m ás cercana a sus cinco. Casi Casi deSe puso de rodillas. “¿Niño? “¿Niño? ¿Tobin? ¿Tobin? Habla...”. Habla...”. Est orn udó ba - trás de ella. ella. rro, se limpió la cara, y el el olor de la hie rba le llegó a lo más hon “Aquí”, dijo. “Y “Y me voy a qu eda r aquí h asta qu e lledo. “¡Habla! “¡Habla! ¡Tú ¡Tú también , mam á!”. gues a m í”. Ella bajó la mirad a hacia su An droid. “Cal, “Cal, Mamá no lo hizo. Tob in sí. “Ayúdame, “Ayúdame, po r favoooor!”. Ahora ¿tienes algo de cobertu ra en el teléfono?”. teléfono?”. el niño estaba a la derech a de Cal, Cal, y se le escuchab a much o más “Ni “Ni idea. Está en el carro. carro. No dejes de hablarm e hasinm erso en la hierb a que antes. ¿Cóm o pod ía ser así? ¡Parecía lo lo ta que llegue a ti”. suficientemen te cerca como para pod er agarrarlo! agarrarlo! “¿Qué pasa con ese n iño? ¿Y ¿Y esa m adre loca? Parece Cal se dio la vuelta esperand o ver a su herman a, pero solo había alguien poco fiable”. fiable”. hierba. La hierba alta. Debía haber qued ado ap lastada a su paso, paso, “Reunám onos y ya nos preocu parem os por ellos, ¿de pe ro n o era e ra así. a sí. Solo So lo ha bía bí a algo alg o de claro cla ro en la zona zo na en la qu e h aacuerdo?” , dijo. dijo. Becky Becky conocía bien a su herma no, y no bía tro pe za do y caído ca ído al suelo su elo,, e in clu so allí el v erd e volvía vol vía a re - le gustaba cómo sonaba su voz. Parecía que Cal estaba estaba preoc upasurgir para recu perar el aspecto del resto del cambo. Sí que te - do y trataba d e no dem ostrarlo. “Por ahora, limítate a hablarme”, nían una h ierba fuerte allá en Kansas. Hierba alta y resistente. espués de p ensar un momento, Becky empezó a cantar, cantar, llevan“¿Becky? ¿Beck?”. do el ritmo con sus tenis empapad os. “Había una vez un chico “¡Eh, “¡Eh, estoy aquí!”, aquí!”, dijo, dijo, y aun que n o po día verla, lo haría en u n llamado McSweeney, McSweeney, / al que le cayó cayó ginebra en su colini. / P a r a
ser tan fino fino como tú, añadió vermú, / y le ofreció ofreció a su chica un martini”. “Oh, “Oh, eso suena encan tado r”, dijo él. él. Ahora estaba d irectamen te detrás de ella, lo lo ba stan st an te cerc c erc a com o para p ara llegar lle gar a toca to carla rla.. ¿Por ¿Po r qué sentía tanto alivio? Estaban tan solo en un campo, po r el am or de d e Dios. “¡Hey, “¡Hey, amigos!”, dijo el niño. Su voz lleg aba débil. Ahora no reía. Sonaba algo aterrorizada. “¿Me “¿Me están bu scand sca nd o? ¡Tengo m iedo!”. ied o!”. “¡Sí! ¡Tranquilo! ¡Ya vamos! “, gritó Cal. “¿Becky? Becky, sigue hablando”. Las manos de Becky fueron directamen te al gran bulto de su vien tre se negaba a llamarlo ‘barriguita ‘barriguita de b ebé’, como hacían en los artícu los de la revista People- y lo acunó ligeram ente. “Va“Vamos con otro: otro: ‘Había ‘Había una vez una m ujer llamada Jill, Jill, /q u e se tra gó un ch orro de...”. de...”. “¡Para, cállate! Te he sobrepasado de algún modo”. Cierto, su voz ah ora p rovenía de atrás. Se dio la vuelta otra vez. “Deja de hacer bobadas, Cal. Esto no es divertido”. Tenía la boca seca. Tragó saliva saliva y comprobó qu e su garganta también estaba seca. seca. Había una botella grande de agua Poland Sp ringen el carro. carro. Tam bién un p ar de CocaColas en el el asiento trasero. Podía verlas co n claridad: las latas de color rojo, letras blancas. “¿Becky?”. “¿Qué?”. “Algo está mal aq uí”. “¿Qué “¿Qué quie res dec ir?”. Aun que en realidad quería decir: Como si yo no lo supiera. “Escúcham e. ¿Puedes s altar?”. “¡Por sup ues to que puedo! ¿Qué te crees?”. “Creo que vamos a tener un bebé be bé es te verano, verano , eso es lo que pien so”. “Toda “Todavía vía puedo... ¡Cal, deja de ale jarte!”. “Y “Yo no me he movido ”, dijo. “Lo “Lo has hecho. ¡Has tenid o qu e hacerlo! ¡Aún ¡Aún lo haces!”. “Cállate y escucha. Voy a con tar hasta tres. A las las tres, quiero que levantes los brazos sobre tu cabeza, como un árb itro marcand o un gol, y que saltes tan alto com o pu edas. Yo voy a hacer lo mismo. No será difícil verte así, ¿de acu erdo? Así Así te localizaré”. Oh, silba y vendré a ti, hijo mío, pensó, sin saber muy bien de dón de venía aquella frase, frase, tal vez vez del prim er año de literatura.
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Lo que sí tenía claro era que él podía decir que no se movía, pero se estaba alejand o cada vez más. “¿Becky? ¡Beck!”. “¡Muy bien !”, gritó ella. “¡Todo está bien, vamos a ha cerlo!”. “¡Uno, dos...!”, gritó. “¡Tres!”. A los quince años, Becky DeMuth pesab pe sab a 37 kil os s u pa dre dr e solí s olíaa llam ll am arla arl a Palito- y saltaba obstáculos con el equipo universitario. universitario. A los quince años po día caminar de un ex tremo de la escuela al otro sobre sus manos. Quería creer que seguía siendo la misma persona; u na pa rte de ella confiaba sinceram sinceram ente en pod er seguir siéndolo toda su vida. Su Su mente aún no había asimilado que tenía diecinueve años y estaba estaba embaraza da... Que no pesa ba 37 kilos, sino 60. Quería to ma r aire Houston, preparados para el despegue, pero era como intentar saltar al tiempo qu e llevas llevas un niño a cuestas (al pensar en ello se dio cuenta de que ese era más o m enos el caso). caso). Su línea de visión solo llegó llegó a alcan zar la parte s up erio r de la hierba po r un instante, atisbando fugazm ente el camino po r el el que había llegado. Lo que vio, sin embargo, fue suficiente para quedarse sin aliento. aliento. Cal y la carretera . Cal... y la carretera. Al volver al suelo, suelo, sintió un impacto fu erte en los talones que le sacudió las pierna s y le provocó un g ran dol or en las rodillas. Su Su pie izquierdo resbaló y se dejó caer hasta qued ar sentada en el lodo negro, negro, y sintió un nuevo impacto, esta vez un doloroso golpe en el trasero. Becky Becky pensaba que no había avanzado más de siete me tros a través de la hierba, nueve a lo lo sumo. La carretera deb ía queda r tan cerca como pa ra haber sido capaz de alcanzarla con un fris bee. Al saltar, saltar , sin em bargo bar go,, vio qu e la dis tan cia sup s up era ba am pliapli amente el largo de un campo de fútbol. Un maltrecho Datsun ro jo, a trave tra vesad sad o en e n m edio ed io d e la car c arre rete tera, ra, no pare pa rece cería ría m ayor ay or qu e un carro de juguete. Más de cien metros de hierba, un gran océano verde que se m ecía suavemente y se interponía en tre ella y la la delgad a línea de asfalto. Su primer p ensamiento, sen tada en el barro, fue: fue: No. Im po si ble. ble. No viste lo que pien sas qu e viste. Su segundo pensamien to fue el el de ser unos nadado res agotados, atrapado atrapado s en una marea picada, arrastrado s cada vez más mar
STEPHEN KING & JOE HILL
adentro, sin enten der verdaderam ente la magn itud de su prob lema hasta que comenzaban a gritar y descubrían que no había nadie en la playa que pud iera oírlos.
“¿Cal?” ¿Cal?”.. Oyóla voz de su herma na des de algún pun to de trás de él. él. “Esp era”, gritó. gritó. “¿Cal?”, repitió, esta vez desd e su izquierda. “¿Quieres que siga hablando?”. Y cuando él no respondió, ella empezó a cantar con una voz desganada, ahora desd e algún lugar frente a él: él: “Ha bía bí a un a vez u na chi c hica ca q ue fue f ue a Yale.. ”. “¡Cállate y espera!”, gritó él. él. Tenía la garganta seca y irritada, le costaba traga r saliva. saliva. A pe sar de qu e eran cerca de las cuatro de la tarde, el sol parecía floflotar casi directamen te por encim a de ellos. ellos. Podía sentirlo en su cuero cabelludo y las las pun tas de las orejas se se le empezaban a quemar. mar. Pensó que si pudiera consegu ir algo algo de beber u na botella de agua o una Co caCola no se sentiría tan agotado, tan ansioso. ansioso. Había gotas de rocío rocío hirviendo sobre la hierba, como si un cen tena r de gafas gafas de aum ento en m iniatura refractaran e intensificaran la luz del sol. Diez segundos. “¿Niño?”, llamó Becky desde algún lugar a su d erech a (No. Bas ta. Ella no se mueve. Controla tu m ente). Parecía sedie nta también. Sonaba ronca . “¿Todavía estás con n osotro s?”. “¡Sí! ¿Encontraste a mi mamá?”. “¡Todavía no!”, gritó Cal, pe ns ando an do qu e rea r ealm lm en te h a bía p asado asa do al gún gú n tiem tie m po d eses de que había oído hablar de ella. Pero ella ella no era su p rincipal preocupación en ese momento. Veinte segundos. “¿Niño?”, dijo Becky. Becky. Su voz salió de detrás de él. él. “Todo va a salir bien”. “¿Has visto a mi papá?”. Cal pensó: Un nuevo jugador. Estupendo. Tal vez William Shatner esté aquí también. Adem ás de Mike Huckabee... Kim Kardashian... El tipo aue interpreta a Opie en Sons o f Anarchy y todo el elenco de T he W alking Dead. Dead. Cerró los ojos, ojos, pero al hacerlo se sint ió mareado, com o si estuviera de pie en la paite su perior de un a escalera escalera que comenzase a balanDead. Tendría que cearse. Deseó no no haber p ensado en The Walking Dead. haberse conformado con William Sha tner y Mike Huckabee. Abrió Abrió los ojos ojos otra vez y se enco ntró bala nceánd ose sobre sus talones. Se esforzó por estabilizarse. estabilizarse. El calor hizo que el rostro le picara con el sudor.
i el ver lo distante que qu edaba la carretera le había sorprendido, su breve avistamiento de Cal la desco ncertó. No porque estuv iese muy lejos, sino sino porq ue se encontraba realmen te cerca. Al saltar lo había visto por encima de la hierba a menos de diez m etros de ella, ella, sin embargo ambos habían tenido q ue gritar para hacerse oír. El barro estaba caliente y pegajoso. pegajoso. La hierba z um bab a con todos todo s aque llos in sectos sect os alre dedo r. “¡Tengan cuida do!”, gritó el niño. “No “No se pierd an ta mb ién!”. A esa esa frase le siguió otro breve estallido estallido de risa, un sollozo nervioso e hila rante. No era el niño esta vez. No fue Cal. Cal. Tampoco la mujer. Esta risa pro vení ve níaa de al gún gú n lu gar ga r a su izq i zqui uierd erd a, y des apare ap are ció como co mo h u n diéndose en un pozo. Era de un hom bre, y sonaba claramen te ebria. ebria. Becky Becky recordó de pronto u na de las cosas cosas que Mamá M isterio¡Deja de llamar, cariño! ¡Él te escucha! sa había gritado: ¡Deja “¿Qué ca rajo?”, rajo? ”, gritó gri tó Cal. A continuación, continuación, una pausa en la que solo se escuchó el sonido del viento y una orquesta de grillos. grillos. Entonces, a todo pulmón: “¿Qué mierda es esto?”. Cal lo lo perdió por un momento. Sucedió después de intentar algo. Dio un salto, miró hacia la carretera . Cayó y esperó. esperó. Contó h asta treinta , saltó y volvió a mirar. En h onor a la verdad se podría decir que ya lo estaba perdiendo, tanto como para plantearse in tentar algo. algo. Pero para entonces la realidad comen zaba a parecerse al suelo bajo sus pies: resbaladiza y traicionera. traicionera. P ero aquel simple truco de camin ar hacia la voz de su herm ana parecía no funcionar. funcionar. Venía Venía de la derecha cuando él caminaba hacia la izquierda, y desde la izquierda cuan do iba a la derecha. A veces veces procedía de d elante y algunas veces de atrás. Y no importaba en qu é dirección caminara, caminara, él siempre parecía estar alejándose de la carretera. Saltó y clavó la mirad a en el camp anar io de la iglesia. Era una brill br illan ante te lanz la nzaa blan ca sob re aqu el fo ndo az ul bril b rilla lant ntee de un ci elo sin apenas nubes. Desde su situación a unos cua trocientos m etros, aunque era u na locura, porque sabía que ni siquiera había recorrido c ien , apenas podía ver la la pintura d escascarada de la reinta. Había estado de pie en aquel lugar durante fachada ni las maderas que tapiaban las ventanas. ventanas. Ni siquiera potreinta segundos. Pensó que debería haber esperadía ver su propio carro, aparcado junto a los otros, que tampoco do un minuto, pero no pod ía aguantar, así que saltó saltó alcanzab a a localizar. localizar. Pudo, sin sin embargo, ver el Priu s polvoriento. para par a ech ec h ar o tra m ira da a la iglesia. i glesia. Estaba en la primera fila. fila. Estaba tratando d e no pen sar en lo que había visto en el asiento del pasajero... Un Un detalle d e pesadilla en el que no estaba dispuesto a pensa r por el momento. En ese prim er salto se volvi volvióó hacia el campanario, y en en un mu ndo normal, debería habe r sido capaz de manten er la línea línea recta Una parte de él un a parte que había estado intena través de la hierba, saltando de vez en cuando para hacer petando igno rar con todas sus fuerz as ya sabía lo que queñas co rrecciones de curso. Había un cartel oxidado, lleno de iba a ver. ver. Esta parte lo había ido prev iniend o como si agujeros de bala en tre la iglesia iglesia y la bolera, en form a de diaman te se tratase tratase de una broma: Todo se habrá movido , Cal, con un bo rde amarillo. No No podía estar seguro, porque había d ebuen amigo. amigo. La hierba se extiende y tú te extiendes tam jado ja do su gafas g afas e n el ca rro. bién. Ve pensando en conver tirte en uno con la naturaleza, hermano. Se acuclilló acuclilló en el lodo hinchad o y comenzó a contar. contar. Cuand o sus piernas cansadas lo lanzaron d e nuevo al aire, aire, com prob pr obó ó qu e el cam pana pa nario rio de d e la iglesia qu edab ed aba a ah ora or a a su izqu i zqu ier"7 T 1 da. No demasiado, sólo un poco. Sin embargo, se había alejado lo119 suficiente a la derecha como para no ver el frontal de la señal en forma de diamante, y sí en cambio la cara opuesta d e aluminio.
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Además, Además, no estaba seguro, seguro, pero pensaba que tod o quedaba un poco más lejos lejos de lo que estaba antes. Como si hubiera avanzado algunos pasos en la la hierba mientras es taba contand o hasta treinta. En algún lugar, el perr o volvió a ladrar. En alguna parte , un a radio sonaba. No llegaba a escucharla con detalle, solo la línea del bajo. bajo . Los in secto se cto s vibr vi brab ab an su lun l un átic át icaa no ta d e solo. “Oh, “Oh, por favor”, dijo Cal. Cal. Nunca había sido p erson a de h ablar consigo mismo de adolescente se había movido en ambientes bu dist di stas as y se e no rgul rg ullec lec ía del tie m po qu e p od ía m an tene te ne rse rs e en silencio, pero ah ora lo estaba haciendo y apenas se daba cuenta de ello. “¡Oh, “¡Oh, por favor! favor! ¡A la mierda! E sto es d e loco s”. Estaba caminando. Caminan do hacia la carretera, aunque sin saber dón de estaba. estaba. “¿Cal?”, gritó Becky. “Esto “Esto es una locura”, locura”, dijo de nuevo, nuevo, respirando con fuerza mientras apartaba la hierba. hierba.
do, parecía una alfombra mugrienta sobre un mon tón de huesos. Parte del pelo se movía con la cálida brisa. brisa. Contrólate, hazte cargo de la situación. Ese pensam iento sonó en su cabeza en la voz tranquilizadora de su padre. Esa voz le ayudaba. Observó Observó aquel agujero en el estómago del perro y vio movimiento en el interior. interior. Un p uñado de gusano s inquietos. Al igual igual que los que había visto retorcerse en las ham burguesa s a medio com er en el asiento del pasajero de ese maldito Prius. Ham burguesas que debían ha ber estado allí duran te días. Alguien las las ha bía bí a deja do, do , se al ejó del d el car c ar ro y no volvió volv ió nun n un ca m ás, n un ca más. m ás. Controla Controla la situación, situación, Calvin. Si no por ti, al menos por tu hermana. “Lo haré”, prom etió a su padre. “Lo har é”. Se liberó liberó de las ligad uras verdes de sus tobillos y espinillas, espinillas, apenas sintiend o los pequeñ os cortes que le habían infligid infligido. o. Se pu so de pie. “Beck “Becky, y, ¿dónd e es tás?”.
u pie se enredó con algo y dio con un a rodilla en tierra, una tierra cubierta po r varios varios centímetros de agua pantan osa. Agua caliente. No tibia, sino calien te. Caliente como el agua de un baño. El agua le sal picó pic ó la en trep tr ep iern ie rn a de d e los p an talo ta lone ne s corto co rto s, lo q ue le provocó provocó la sensación de haberse orinado encima. Aquello lo desconcertó. Se puso en pie d e nuevo. Esta vez echó a correr. La hierba le atizaba la cara. Afilada Afilada y dura. Algo Algo parecido a la hoja de un a esp ada de color verde le hirió bajo el el ojo izquierdo. izquierdo. Sintió un profu ndo escozor. escozor. El dolor le dio impu lso y corrió aún con más energía, tan rápido como era capaz. “¡Necesito ayuda!”, gritó el chico. Ne ces ito vino desde la izquierda de Cal, Cal, y ayuda desde su derecha. Era la versión Dolby estéreo de Kansas. “¡Esto “¡Esto es una locura!”, gritó Cal de nuevo. “¡Esto es una locu ra, es es una locura, es una jod ida locura!”. Pensó que e ra una to ntería repetir esa expresión de aquella manera, pero no pod ía de ja r de h acerlo. acer lo. Volvió Volvió a trope zar, est a vez con más violencia, cayend o sobre el pec ho. ho . A esas esa s alt a ltur uras as su r op a es tab a sa lpica lp ica da c on t ie rra rr a ta n h ú meda y oscura que parecía incluso olía como si estuviese arrastrándose por un a cloaca. cloaca. Se obligó obligó a levantarse, corrió cinco pasos y volvió a sentir h ier ba en reda re da da en u no d e sus pies p ies e ra com o si lo hubi hu bier eraa me tid o en un agujero lleno de alam bre de p úas , y volvió volvió a caer de bruces. El golpe golpe resonó en su cabeza, escu chaba un zum bido. “¡Cal!”, “¡Cal!”, gritó gri tó Becky. “Cal, para . ¡Para!”. Sí, para. Si no lo haces estarás pidien do ayuda jun to al niño. niño. Un maldito dueto. Escupió al aire. aire. Su corazón galopaba. Esperó a que se calmase el zumbido de su cabeza y se dio cuenta d e que tal vez no estuviera en su cabeza después d e todo. Eran moscas, realmente. Podía verlas revolotear alrededo r de la hierba, colándose a través de la cortina verde, e incluso alcanzaba a ver a un grup o de ellas dando vueltas alreded or de algo, algo, justo dela nte de él. Extendió los brazos a través de la hierba y la la apartó para po de r ver. ver. Un perro parecía un golden retriever estaba medio hun dido en el fango. fango. El color rojo parduz co de su pelaje se atisbaba ba jo u n a alfom al fom bra d e m oscar os cardo done nes. s. La len gua gu a hin h in ch ad a le colga co lgaba ba entre los dientes. dientes. La chapa o xidada de su cuello brillaba sobre su piel. Cal m iró d e nuevo nu evo la leng ua. E staba sta ba rec r ec ub ierta ie rta de un u n blanc bla ncoo \ j verdoso. No quería pensar en eso. eso. El perro estaba sucio, hú m e-
o hubo respuesta d urante bastante tiempo, el suficiente como para que su corazó n aban donase su pech pe ch o y su bi era er a has h as ta su garga ga rga nta. nt a. En tonc to nces es,, d es de dem d em asiad o lejos, le llegó la voz: “¡Aqu “¡Aquí! í! Cal, ¿qué debemo s hacer? ¡Estamos perdidos!”. perdidos!”. Cerró los ojos de nuevo, brevemente. Esa es la fr as e del niño. E ntonces pensó: Leg arg on, on , c’es c’estt moi. Era casi divertido. “Seguiremos “Seguiremos hab lando”, dijo, dijo, dirigiéndose en dirección a la la voz. voz. “Seguiremos “Seguiremos hablan do h asta que estem os jun tos de nuevo ”. “¡Pero “¡Pero estoy tan se dien ta!”. Aho ra ella sonaba más cerca, au nqu e Cal ya no se fiaba en eso. No, no, no, no. ‘T o ta mb ién”, dijo. dijo. “Pero vamos a salir de esto, Beck. Solo tenemos que intentar no perder la cabeza”. El hecho de que creyera que él ya había perdido la suya suya un poco (solo (solo un poco), era algo algo que nun ca le diría. diría. Ella nunca le había dicho el nom bre del tipo que la dejó dejó emb arazada, desp ués de todo, y que de alguna forma se interpu so e ntre ellos. ellos. ¿Ella ¿Ella tenía un secreto? Ahora él también lo tenía.
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ESQU IRE*
D I C I E M B R E 2 01 01 2
“ L A H I ER E R B A T IE IE N E C O S A S Q U E D E C I R T E . S O L O T IEI E N E S Q U E A P R E N D E R A E S C U C H A R . N E C ES E S IT IT A S A P R E N D E R A H A B L A R H I E R B U N O ” . “¿Yqué h ay del niñ o?”. Ah, Jesús, la voz voz de ella volvía a desvanecerse. Estaba ta n asu stado que dijo lo que pen saba sin m iramientos y a voz en grito. “¡Que se jod a el niño, Becky! Becky! ¡Ahora somos n oso tros!”. El espacio espacio se derretía d entro de la hierba alta, y también el tiem po: un m undo un do d e Dalí co n son ido id o Dolby. Se pe rse gu ían los un os a los otros otros siguiendo sus voces como niños dem asiado obstinados como para deja r de jugar y obedece r la llamada para ir a cenar. A veces Becky Becky sonaba cerca, a veces sonaba dem asiado lejos; lejos; pero él nunca llegó llegó a verla. A veces el niño volvía a gritar p ara que alguien le ayudase, y una vez sonó tan cerca que Cal apartó la hier ba co n sus ma no s exte ex tend nd idas id as p ara a tra parlo pa rlo antes an tes de d e qu e pudi pu dier eraa escapar, escapar, pero no había ningú n chico allí. allí. Solo encontró u n cuervo m añ ana an a n i noche noch e aquí, con la cabeza y un ala arrancado s. No h ay mañ pen só Cal, Cal, solo un atarde ata rde cer eter no. Y mien tras le daba vueltas a
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esta idea, vio que el azul del cielo cielo se hacía más prof undo y la la tierra bajo sus pies em papado s crecía poco a poco. poco. Si tuviéramos sombras, tal vez irían creciendo y al menos po dríamos usarlas para movernos en la misma dirección, pensó, pero no tenía n sombras. No en la hierb a alta. Miró su reloj y no se sorprendió al comprobar que se había parado a pesar de que era un modelo automático. La hierba se había detenido. E staba seguro de ello. ello. Hab ía algo maligno en la hierba. hierba. Alguna mierda paranorma l. Becky com enzó a sollozar. “¿Becky? “¿Becky? ¿Beck?”. “Tengo qu e desca nsar, Cal. T engo que sentarme. Tengo m ucha sed. Y he sentido algu nos dolores ”. “¿Las con tracc iones ?”. “Supongo qu e sí. Oh, Dios, Dios, ¿qué p asa si tengo tengo un aborto inv oluntario aquí, en este campo de m ierda?”. “Siéntate donde estás”, dijo. “Pasarán”. “Gracias, doc. Yo...”. Nada. De pronto, Beck comenzó a gritar. “¡Aléjate! “¡Aléjate! ¡Fuera! ¡No me toque s!”. A pes ar de est ar dem asiad o cansado p ara correr, Cal lo lo hizo de todos modos. pe sar sa r del aso mb ro y el terro te rro r, Becky sab ía quié qu iénn de bía ser aq uel loco que a partó pa rtó la hie rba y aparec apa rec ió an te ella. ella. Iba vestido de turista: pantalones D ockers y mocasines ma nchado s de barro. Lo mejor, mejor, sin em bargo, barg o, era er a su cam iseta. ise ta. Au nqu e ma ncha nc ha da d e barro ba rro y con una costra marrón oscuro que con casi toda seguridad e ra sangre, se podía ver debajo el dibujo de algo parecido a una p elota de espague ti, y sabía sabía lo que había im preso po r encima: El ovillo de lana más grande del mundo, Cawker City, Kansas. ¿No tenía tenía u na camiseta igual cuidadosam ente doblada en su maleta? El padre del niño. En carne, barro y hierba. “¡Aléjate “¡Aléjate de mí!”. Saltó hacia atrás co n las manos p rotegiend o su vientr e. “¡Fuera! ¡No ¡No me toques!”. Papá son rió. Tenía las mejillas sin afeitar, los los labios rojos. “Cálmate. ¿Quieres salir de aquí? Es muy fácil”. Ella lo lo miró fijamente, la la boca abierta. Cal estaba gritando , pe ro en ese mom ento no podía prestarle atención. atención. “Si se pudie ra salir”, dijo, dijo, “usted no seguiría aquí de ntro ”. El rió entre dientes. “Idea ace rtada, conclusión equivocada. Yo solo intento recu pera r a mi hijo. hijo. Ya Ya encontré a mi esposa. ¿Quieres con ocerla?”. ocerla?”. Becky no respondió.“Está bien, sigue así”, dijo, dijo, y se ap artó de ella. ella. Comen zó a internars e en la hierba. Pronto des aparec ería, al igual igual que había he cho su hermano, y Becky sintió sintió una punz ada de pán ico. ico . E ra evi e vide de nte nt e qu e estab es tab a loco, loc o, solo tení te níaa qu e m irar ir arle le a los ojos ojos o escuch ar el tono de su voz, pero al menos era un ser hum ano. Se detuvo y se volvió, volvió, sonriendo. “Me olvidé de prese ntarme . Muy mal. Ross Humbo lt es mi nombre. Me dedico a los bienes raíces. Procedo de Poughkeepsie. Mi esposa es Natalie y mi hi jo, To bin. bin . ¡Un ch ico ic o m uy d ulce! ulc e! ¡Intel ¡In telige ige nte ! T ú e re s Beck B eckyy y tu herman o, Cal. Ultima oportunida d, Becky. Becky. Ven conmigo o m uere aquí”. Sus ojos bajaron hasta su vientre. “Y tu bebé ta mb ién”. No confíe co nfíe s en él. él. No lo hizo, hiz o, per o le siguió, tra tand ta nd o de ma nten nt en er lo que pe nsó ns ó que sería una d istancia segura. “No tienes ni idea de por dó nde vas. vas.....”. ”. “¿Becky? ¡Beck!”. ¡Beck!”. Era Cal. Pero e staba lejos. Algo Algo así com o en algún lugar en Dakota del Norte. Tal vez en Manitoba. Supuso que debía respond erle, pero tenía la garganta demasiado seca pa ra p o d er hac erlo. erl o. “Estaba tan perdido e n la hierba como ustedes dos ”, dijo Hu m bolt. bol t. “Ya “Ya no es así. Besé la pi ed ra ”. Se dio la vue lta y la miró b re ve -
me nte con ojos picaros, locos. “La “La abrac é también . Ento nces lo vi. vi. Todos esos pequeñ os bailarines. Ah ora lo veo todo. todo. Claro como el día. día. ¿Regresar a la carretera? Mi esposa está justo aquí. Tienes que conocerla. Es mi cariñito. Prepara los mejores martinis de Ha bía u na ve z un chico ll ama do Mc Sw ee ne y,/a y, /a l Estados Unidos. Unidos. Había que le cayó ginebra en su ‘ejem’./P ejem’./P ar a ser tan fino como tú, añadió vermú... Supongo que ya sabes el resto”. resto”. Le guiñó un ojo. ojo. En el colegio, colegio, Becky Becky había toma do un curso llamado D efensa Personal para Mujeres Jóvenes. Ahora trataba de recorda r los los movimientos, pero no podía. Lo único que podía recordar... recordar... n el fondo del bolsill bolsilloo dere cho de su pantalón había un llavero. llavero. La llave más larga y gruesa e ra la de la pu erta principal de la casa don de ella y su herma no habían crecido. La separó de las otras y la apretó en tre los dos pr im er os d ed os d e la m ano . “¡Aquí “¡Aquí está!”, está!”, anunció Ross H umb olt jovialmente, apartand o la hierba con ambas manos, como un ex plor pl or ad or de algu al gu na vie ja pelíc pe lícul ula. a. “¡Di h ola, ola , Nata lie! ¡La ¡La chica va a tener un mon struito!”. Había sangre sal pica pi cand nd o la h ierb ie rb a m ás allá de los t allo al loss q ue él sos s osten ten ía. A unqu un quee Becky quería detenerse, sus pies seguían avanzando, e incluso se apartó un p oco como en una d e esas viejas películas películas donde el ti, muñeca , y entran en un elechico dice suavemente después de ti, gante club nocturno donde está tocando una b anda de jazz, solo solo que no se trataba trataba de un elegante club noctu rno, sino de una m asa de hierba aplastad a sobre la que estaba tend ida la mujer, Natalie Humb olt, si si ese era su nombre, con el cuerpo retorcido, los ojos desorbitados y el vestido subido hacia arriba dejando a la vista grandes desga rros en los muslos. Becky supuso e ntonce s la razón p or la que Ross Ross Hum bolt de Pou ghkeepsie tenía los labios labios enrojecidos: uno de los brazo s de Natalie había sido arranca do del hombro y estaba a unos tres metros más allá, sobre la hier ba t ritu ri tura ra da , ta m bién bi én con c on u no s d es ga rros rr os d e un u n ro jo in tens te nsoo q ue aún debían estar frescos... frescos... demasiado frescos.. frescos.... demasiado frescos porque... porque... Porque ella ella no puede llevar demasiado demasiado tiem po m ue rta rt a , pensó Nos otro s la oím os hablar, la oímos gritar. pe nsó Becky. Becky. Nosotro Nosot No sotros ros la oímos. .. mu erta . “La familia familia ha estado aquí un tie mp o”, dijo dijo Ross Ross Hum bolt en un tono de confidencia amistosa, amistosa, mientras sus dedos manc hados de hierba se aferra ban alre dedo r de la garganta de Becky Becky.. Le entró hipo. “La gente puede estar bastante hambrienta. ¡Y no hay McD onald’s onald’s por aquí! aquí! No los hay. hay. Puede s bebe r el agua que tra s pira pi ra d e la tie rra, rr a, es e s aren ar en osa os a y con un u n co lor lo r ho rri ble, bl e, p ero er o de sp ué s de un tiempo no te importa. Hemos estado aquí durante varios días. Ahora estoy satisfecho. satisfecho. Lleno como u na garr apa ta”. Sus la bio s ma ncha nc ha do s des ce nd iero ie ronn ha sta la o reja rej a de ella, y su ba rba rb a inin cipiente le hizo cosquillas en la piel piel mientr as susurra ba. “¿Quie“¿Quieres ver la roca? ¿Quieres tende rte d esnu da sobre ella, y sentirme dentro de ti, debajo debajo de las estrellas, estrellas, mientra s la hierba canta n uestros nom bres? Suena a poesía, ¿eh?”. Ella intentó toma r aire para gritar, pero no salió nada de su trá quea. En sus pulmone s había un vacío repe ntino y terrible. Los Los pu lga res re s se at orni or nilla llaba ba n a su cuello , apla ap lasta sta nd o músc m úsc ulos, ulo s, te nd ones y piel. piel. Ross Ross Hum bolt sonrió. Tenía los dientes m anchad os de rojo, rojo, aunque su lengua era de u n color verde amarillento. amarillento. Su aliento olía a sangre, también a céspe d rec ién cortado. :i Contin úa en Esquire Colomb ia No.5, enero de 2013 COPY RIGH T <§>2012 BY BY STE PHEN PH EN KIN G AND JOE H ILL ~ 7 121
a hierb a tiene cosas que decirte. Sólo tienes que apren der a escuchar. Necesitas Necesitas apren der a hablar ‘hierbuno’, cariño. La roca lo sabe. sabe. Después de v er la roca lo entenderás. He aprend ido más de la roca en dos días que en veinte años estudiando”.
a cámara lenta, como un caballo caballo listo para emp ezar la carrera. Constelacion es de chispas negras y plateadas explo taron en los 1 1 extremo s de su visión. visión. Era extraño y fascinante, ver cómo cómo n uevos universos nacían y morían, apareciendo y desapareciendo con solo guiñ ar un ojo. No era algo tan terrible. No hacía falta tomar medidas urgentes. Cal estaba gritando su nombre desde muy lejos. Si antes estaba en Manitoba, ahora estaba den tro de una m ina en Manito ba. Su S u m ano an o se cerró ce rró m ás aún aú n s ob re el llavero llave ro en e n el bolsillo. bols illo. Los La dobló hacia atrás, hasta arquearle la dien tes de algun as de esas llaves se le estab an clavando en la palespalda al límite. límite. Se inclinó inclinó como una h o- ma. Mordiéndola. “La sangre es agradable, las las lágrimas son m e ja de d e h ierb ie rbaa alta al ta al viento vie nto . Su alien ali ento to verd v erd e { jo res”, re s”, dijo Ross. sacud ía de nuevo en la cara de la chica. “Para “Para una sed ienta y vieja roca como ésa. ésa. Y cuando tiremos so “Veinte “Veinte años de escolaridad y no me sacaron d e la oscurida d”, br e ella, el la, va v a a te n er un poco po co de am bas cosas . T iene ie ne que qu e s er rápi rá pi dijo, y se se rió. “Eso “Eso suen a a rock del bueno, ¿ve rdad? La pied ra en do, sin sin embargo. No quiero hacerlo delan te del chico”. Su alienel centro de este campo tiene fuerza de verdad, verdad, la gran roca, pe- to apestaba. ro es una roca sedienta. Ha estado actuando desde los días osSacó Sacó la mano del bolsillo. El extrem o de la llave llave de la casa sobrecuros, antes del primer hombre; está trabajando desde que un salía entre su índice y su dedo medio. Lanzó el puño con tra la cara glac iar la trajo aq uí dur ant e la última Ed ad de Hielo, y, ¡oh!, ¡oh!, está de Ross Humbolt. Ella sólo quería alejar su boca, no quería sen put p ut am en te se dien di en ta”. ta ”. tir más su aliento, aliento, no quería volver a oler el el hed or verde. Su brazo Ella quería darle un rodillazo en las pelotas, pelotas, pero era dem asia- estaba débil, y la forma en que lo golpeó no fue muy contu nd endo esfuerzo. Apenas pudo levantar el pie unos cen tímetro s y lo lo volvió a bajar suavemente. Lev antar el pie y bajarlo. bajarlo. L evantar y bajEar. TUenía pr de0 est e13 g olpe pean ando do el su elo con el e l talón taló n 90 bajar. S QTen I RíaE la•im E pres N Eesión Rión O 20 2 1 star 3 ar gol
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S T E P H E N K I N G & J O E H IL IL L
te, te, demas iado amable, pero la llave llave le le alcanzó en el ojo izquierdo y bajó por la mejilla, mejilla, dibujando una línea de sangre zigzagueante. El se estremeció y echó hacia atrás su cabeza. Sus manos se aflojaron, aflojaron, y por u n instan te sus pulgares d ejaron de clavarse en la suave piel piel de su garganta. Volvió Volvió a apre tar un mom ento despu és, aunque para enton ces su respiración se había vuelto bastante acelerada. lerada. Las chispas que explotaban alrededor del cam po de visión visión de Becky desaparecieron . Su mente volvió a aclararse, aclararse, tanto com o si alguien le hubiera arrojado agua helada en la cara. cara. La siguiente vez que lo golpeó, golpeó, se colocó detrás de él y le hund ió la llave en el ojo hasta que sus nudillos golpearon c ontra el hueso. La llave atravesó la córnea y fluyó líquido del globo ocular. El no gritó. Soltó Soltó una especie de ladrido, un g ruñido, y se lanzó con fuerza hacia un lado, tratando de levan tar a la chica del suelo de un tirón. Sus antebrazos estaban q uemad os por el sol, sol, desp ellejados llejados en parte. Más cerca, ella pudo ver que su nariz tam bién estaba quemada, con la piel piel levantada. Hizo una mueca y mostró unos dientes teñidos de rosad o y verde. verde. La man o de Becky cayó, soltan do el llavero. La llave llave siguió clavada en el ojo de él mientras las otras bailaban, bailaban, golpeándose unas contra otras, y rebotaban contra su m ejilla ejilla sin afeitar. afeitar. La sangre cubría todo el lado izquierdo de la cara de Hu mbo lt, y su su ojo era ahora un agujero rojo resplandeciente. La hierba se agitaba alrededo r de Becky. Becky. Las hojas la azotaban y se sacudían a su espalda y entre sus piernas. El le asestó un rodillazo en el vientre. Fue como si la la golpearan con un trozo de leña. Becky Becky sintió sintió dolor y algo algo peor que dolo r en el lugar donde su abdo men se enc ontraba con su ingle. ingle. Fue una es pecie pe cie de d e con tracc tra cció iónn mu scu lar, un u n retor re tor cim ien to, to , com o si tuv iera ier a una cuerd a con un gran nud o en su seno y alguien, alguien, de un fuerte tirón, lo hubiese apretado m ás de lo que se suponía que debía estar. estar. “¡Oh, “¡Oh, Becky! Becky! ¡Oh, ¡Oh, niña! Tu culo, tu culo es h ierb a ah ora ”, gritó Hum bolt a continuación, dejando dejando o ír una nota de locura en su voz. voz. Le lanzó otro rodillazo en el estómago, y luego un tercero. Cada golpe provocaba una fresca, negra y tóxica detonación. Es Becky. Algo Algo le corría p or el lado in tertá matan do el bebé , pen só Becky. no de su pierna izquierda. No pod ría haber dicho si se trataba de sangre u orina.
notaba un peso terrible, una sensación de tensión com o si se hu bie b iera ra t raga ra ga do un baló ba ló n m ed icina ici nal.l. Q ue ría vomi vo mitar tar.. El le alcanzó el tobillo, y tiró y tiró con fuerza. Ella cayó de bru ces, con un d olor palpitante en el estómago. estómago. Una dolorosa pun zada le atravesó el abdomen, abdomen, con la desagradable sensación de que algo se rompía. Su barbilla se golpeó contra la tierra mojada. Su visión quedó llena de ma nchas negras. “¿Adonde vas, Becky DeM uth?”. Ella no le había dich o su ap ellido. llido. Él Él no p odía saberlo. “Te “Te enco ntraré otra vez. La hierba me dirá dónd e te escondes, los pequeños bailarines me llevarán hasta ti. Ven Ven aquí. No tienes q ue ir a San Diego ahora. Ya no es nec esario tom ar decisiones sobre ese bebé. Todo Todo ya está hecho”. La visión de Becky se aclaró. aclaró. Pud o ver, jus to f rente a ella, sobre un claro con poca hierba, un bolso de paja de m ujer, con el contenido esparcido, y en medio del caos, unas pequeñas tijeras de manicura, qu e casi parecían más unos alicates. alicates. Las hojas hojas tenían restos de sangre reseca. Ella Ella no quería pe nsar en cómo Ross Hum bolt de Poughkeepsie pod ría haber utilizado esa herramien ta, o en cómo ella misma podría usarla ahora. No ob sta nte, nt e, cer c er ró s u m ano an o alre a lre de do r de esas e sas tije t ijeras ras.. “Te he dicho que v engas aqu í”, gritó Ross. Ross. “¡Ahora, “¡Ahora, perra!”, gritaba m ientras tiraba de sus pies. Ella se volvió y se lanzó hacia él con las tijeras de m anic ura de Natalie Nat alie H um bo lt en e n un pu ño. ño . Le L e golpe go lpe ó en e n la cara, car a, un a vez, ve z, dos d os veces, veces, tres veces, antes de que em pezara a gritar. Eran gritos de dolor, aun cuan do antes de q ue ella ella hubiera term inado con él se convirtieron en grandes carcajadas, casi llorando de la risa. risa. Penreír. Luego, durante un buen rato, só: El niño tamb ién se echó a reír. no pensó nada. Caía la la última luz del día cua ndo Cal se sentó en la hierba, secándose las lágrimas de sus mejillas. No llegó ll egó a llor ll orar ar del todo. tod o. T an solo s olo se dejó d ejó ca er ha sta st a q ue da rse sentado en la tierra encharcada, desp ués de un largo rato vagando y gritando inútilm ente en busca d e Becky, Becky, quien hacía ya ba stan st an te tie m po que qu e hab h abía ía deja d ejado do de res po nd erle. erl e. Fue ent e nt on ces ce s cuando sus ojos comenzaro n a irritarse y a humed ecerse al tiem tiem po q ue se s e espe es pesa saba ba su s u alien al iento. to. El anochece r era espléndido. El cielo cielo era de un azul profundo, oscurecido progresivamente en varias tonalidades hasta el neailaron ailaron juntos, la mujer em barazada y el loco con gro, y hacia el oeste, oeste, detrás de la iglesia, iglesia, el horizon te estaba iluun solo ojo. Bailaron Bailaron en la hierba, con los pies cha- minado con el respland or infernal de unas brasas moribundas. po tean te an do , co n las m an os en su ga rgan rg an ta. ta . Los dos do s Veía Veía aquella claridad claridad de vez en cuan do, cada vez que reunía la se tambaleaban en un sem icírculo icírculo vacilante alre- energía suficiente pa ra saltar y m irar. irar. dedor del cadáver de Natalie Humbolt. Becky fue Sus tenis estaban em papados, lo que los hacía más pesados, y le consciente del cuerpo, a su izquierda, izquierda, con m ordis- dolían los pies. El interio r de los muslos le picaba. Se Se quitó el zacos sangrientos en los muslos, una arrugad a falda pato pa to d erec er echo ho y lo volcó para pa ra d esha es ha cers ce rsee del de l agua ag ua m ug rie nta nt a que qu e vaquera y aquellos aquellos de abuela manchado s de verde. acumulaba. No llevaba llevaba medias, y su pie desnudo tenía el horrible aspecto blanquecino y arrugado de algo ahogado. Y su brazo, el brazo de Natalie, allí sobre Se la hie r- el o tro p ie y vaciló al volcar el zapato . Se lo llevó a los descalzó ba, ju j u st o de trás tr ás de los pies pi es de Ross Ros s H um bo lt. El b razo ra zo co rta do labios, labios, inclinó la cabeza hacia atrás y dejó qu e aquella agua arenosa lo hizo?¿Se lo arrancó como un muslo de po de Natalie (¿Cómo lo agu a que sabía a su propio y apestoso pie recorriera su lengua. llo?) tenía los dedos ligeramen te doblados, con suciedad bajo Había oído a Becky y al Hombre, perdido s en la hierba, bastanlas uñas rotas. te alejados de él. Había oído al Hombre hablando con ella con voz Becky se arrojó sobre Ross, lanzand o todo su pes o con tra él. él. alegre, alegre, embriagado, casi como si le estuviera dand o una con ferenEste dio un paso atrás, pisando aquel brazo y resbalando con cia, cia, aunque en realidad Cal no había sido capaz capaz de esc uchar caél. él. Lanzó un grito de rabia, gruñen do de dolor m ientras caía ti ti si nada de lo que le hab ía dicho. Algo sob re un a roca. Algo Algo acerca ran do de ella. No soltó su garganta h asta que se golpeó co ntra de unos b ailarines. ailarines. Algo Algo acerca de ten er sed. Algún verso de una el suelo suelo.. Sus dientes entrecho caron con u n sonoro chasquido. vieja canción popular. ¿Era lo mismo que había estado cantando El absorbió la mayor parte del impacto. Ella se impulsó para 1 el chico? Algo Algo sobre un tu rno de noche . La mú sica Fol. Fol. No era el alejarse a gatas a través de la hierba. pu nto nt o f uerte ue rte de Cal, C al, él era e ra m ás fa nátic ná ticoo de Rush. Rus h. Pero apenas podía mo verse, no digamos correr. En su interior
B
STEPHEN KIN G & JOE HILL
E
ntonces oyó a los dos luchando y golpeándose en la hierba, oyó los gritos ahogados d e Becky y los del Hom br e desp de sp otric ot ric an do c on tra ella. ella . Fin alm ente en te se es cuch cu ch aron aquellos gritos... gritos que fuero n terrib les como... como... gritos de alegría. No eran de Beck Becky. y. Eran del Hom bre.
En ese mo men to Cal se había puesto h istérico, corriendo, rriendo, saltando y gritando en busca de su hermana. Grito Grito y corrió corrió duran te mucho tiempo antes de recu pe ra r el cont co ntro roll fina fi nalm lmen ente, te, y en tonc to nc es se s e obligó obl igó a d etenerse y escuchar. Se había agachado, agarrando sus rodillas, rodillas, jadeante, con la gargan ta irritada p or la sed, sed, y había centrado toda su atención en el silencio que lo rodeaba. La hierba silenciosa. “¿Becky?”, ¿Becky?”, hab ía llam ado d e nuevo , con voz ron ca. “¿Beck?”. “¿Beck?”. Pero no obtuvo respuesta a excepción del viento deslizándose entre la maleza. Andó un poco más. Gritó de nuevo. Se sentó. Inte ntó no llorar. llorar. El anoc hece r era espléndido. espléndido. Buscó Buscó en los bolsillos bolsillos una vez más, con una absurd a espe ranza de descubrir un caramelo Juicy F ruit que hubiese logrado so brev br evivi ivirr al agua. agu a. Habí Ha bíaa c om prad pr ad o un pa qu ete et e en Pen nsylv ns ylv ania, an ia, pero per o él y Beck y se lo h abía ab íann rep r ep ar tid o ant a ntes es de lleg l leg ar a la fro f ro ntent era de Ohio. Ohio. Los Juicy Fruti eran u na pérd ida de dinero. Ese destello tello de cítricos con azúcar de saparecía en cuanto los masticabas cuatro veces y.. y.... Sintió Sintió en tre sus ded os un trozo de ca rtón. Lo sacó: era una caja de fósforos. Cal Cal no fumaba, pero los hab ían estad o , repartiend o de ma nera gratuita en la tienda de licores de Vandalia, lia, al al otro lado d e la calle del Dragó n Kaskaskia. Ten ía un dibu jo del dragón de acero ino xidable de treinta y cinco metros de largo. go. Becky Becky y Cal habían pagado por un puñad o de fichas, fichas, y pasaron la mayor parte de la tarde alim entando al gran dragó n de metal para pa ra po de r ver v er los c ho rros rr os de gas prop pr op an o ardi ar di en do qu e b ro ta ban d e sus su s fosas fos as nas ales. ale s. Cal p en só e n el dra gó n se ntad nt ad o en a que l campo, y le resultó agradab le imaginarlo exhalando una n ube de fuego fuego que destru yera la hierba. Dio Dio vueltas a la caja de cerillas en su m ano, sin deja r de m irar atentam ente el dibujo. dibujo. Quemar el campo, pensó. Quemar todo el jod jod ido ca mpo. mpo . La hier ba alta ard a rd ería er ía del m ism o m odo od o en que qu e lo h ace ac e la p aja al se r pa sto de las llamas. Visual Visualizó izó perfectamente perfectamente en su men te un río de hierba ardiendo, con con chispas y restos chamu scados flotando en el aire. aire. Era una imagen mental muy poderosa, podía cerrar los ojos y prácticamente olerlo, era casi como el olor de campo caldeado de finales de verano. ¿Ysi el fuego se volvía con tra él? ¿Y ¿Y si atrap aba a Becky en alguna parte? ¿Y si ella ella se había desm ayado y desp ertaba co n el olor de su propio cabello cham cham uscándo se? No. Becky d eb ía es tar ta r fu era. era . Tam T am bién bi én él debí de bíaa qu ed ar fura . La idea era hacer daño a la hierba, demo strar que no estaba dispuesto a soportar m ás mierda, y entonces les dejaría ir a ambos. ambos. Y mien tras pensaba eso, al al nota r cómo algunas hebras de h ierba le rozaban la mejilla, mejilla, sentía qu e le estaba tom ando el pelo, pelo, la hierba se divertía con él Se puso d e pie con las piernas doloridas, y dio dio un man otazo a la hierba. Era como una vieja cuerda, du ra y fuerte, y le dolió dolió la mano. Logró Logró do blar varios tallos y los aplastó en u na pila. Se arrodilló ante ella, ella, como un crey ente ante u n altar privado. Encen dió bajo varias hojas. Provocó una 92unE fósforo, S Q U I R Elo-acercó E N E Ry O lo2 colocó 01 01 3 pequ pe qu eña eñ a defl d eflag agrac ración ión . Su rost ro stro ro estab es tab a cerc ce rcaa e inh i nh aló u na b oc a-
nada ard iente de azufre. azufre. El fósforo fósforo se apagó apagó en el mom ento en que tocó la hierba hú me da, esos tallos cubiertos por u n espeso rocío que jamás se secaba. Su mano temblaba cuand o encend ió el fósforo fósforo.. La llama siseó siseó cuando entró en con tacto con la hierba y se apagó. ¿No había escrito Jack London una historia acerca de algo parec par ecido ido ? Otro. Otro. Cada fósforo fósforo provocaba una bo canada de h umo tan pron pr on to com o tocab a la hoja ho ja húm eda. ed a. Una de ella s ni siquie siq uie ra llegó a tocar la hierba, la apagó la suave suave brisa, poco desp ués de en cenderla. Finalm ente, cuando solo quedab an seis fósforos, fósforos, prend ió uno, y en su desesperación , lo acercó a la propia caja. El cartón se en cendió con un destello blanco y lo dejó caer en el nido de hier ba hú m ed a. Por un m om ento en to,, se m an tuvo tu vo en la p ar te su pe rio ri o r de esa maleza de color amarillo verdoso una lengua larga y brillante de fuego. A continuación, la caja de fósforos inflamada hizo u n agujero en la hierba, cayó cayó en el barro y se apagó. apagó. Le dio una patada a la pila de hojas en un espasmo de de sesp eración. Era la única forma de ev itar llorar de nuevo. Luego, todavía sentado, c erró los ojos con fu erza y apoyó la frente con tra las rodillas rodillas.. Estaba cans ado y quería descansar, qu ería mentirse sobre el dolor de su espalda y observar cómo cómo iban apareciendo las estrella estrellas. s. Pero al mismo tiempo, no qu ería dejarse caer en el barro pegajoso, pegajoso, no quería sen tirlo en su cabello, cabello, empa pand pa nd o su cami c amisa. sa. Ya estab es tab a lo sufic su fic ient ie ntem em en te su cio. Sus S us pi erna er na s desnu das estaban arañ adas p or los latigazos latigazos de los borde s afilaafilados de los tallos de hierba. Pensó que debería intentar caminar de nuevo en dirección a la carretera, antes de que la luz se hu bies bi esee ido id o del de l todo to do po r aque aq uell día , pe ro lo cier ci erto to es que q ue ap en as p o día tenerse en pie. pie. Lo que lo llevó llevó a incorporarse finalmente fue el ruido lejano de una alarm a de carro. carro. Pero no cualqu ier alarma de carro, no. No No era un wah-wah-wah, como la de la mayoría de ellos, ellos, era más p arecido a un WHEEK, WHEEK, WHEEK. Por lo que él sabía, solo el viejo Mazda tenía un wheel como aquel, mien tras las luces pa rpad rp ad eaba ea ba n. El mismo Mazda en el que Becky y él se se habían prop uesto r ecor rer el país. WHEEK, WHEEK, WHEEK, WHEE K Sus piernas estaban cansadas, pero saltó de todos modos. El camino volvía a estar más cerca (aunque no es que le importara demasiado ), y sí, sí, pudo ver un pa r de luces luces interm itentes. No ha bía bí a m ucho uc ho más, más , y tam po co ne cesi ce sitab tab a ver v er m ucho uc ho más má s p ara ar a adi a di-vinar lo que estaba pasando. La gente que vivía en aquella zona debía saberlo todo sob re el campo de hierba alta frente a la iglesia y la bolera abandon ada. Sabrían m ante ner a sus propios hijos en el lado seguro de la carretera. Y cuando algún tu rista ocasional oía gritos de auxilio auxilio y desaparecía en la hierba alta al inten tar ayudar, los lugareños echaban un v istazo al coche por si ha bía bí a algo alg o qu e m erec er ecie iera ra la p ena. ena . Probablemente les encante este viejo campo. campo. Y lo teman. Y lo adoren. Y... Trató de obviar la conclusión lógica, pero no pudo. Y le ofrecerán ofrecerán sacrif sacrificios icios.. ¿El botín que encuentren en los los baúles baúles y las guan gu anter teras? as? Sería so lo un peq ueñ o aperitiv ape ritiv o. Qu ería a Becky. Becky. Oh Dios, cóm o querí qu eríaa a Becky. Becky. Y, Y, oh Dios, cómo quería algo de comer. comer. No podía decid ir qué era lo que más quería. “¿Becky? ¿Becky?”. Nad N ad a. A rr ib a, las e st re lla ll a s e ra n a ho ra re sp la nd ec ie nt e s.
Cal se arrodilló y bajó las manos. Agitó el el agua y el suelo are noso. Las sacó sacó en forma d e cuenco y bebió, tratando de filtrar la » ’ •¿ arena con los dientes. Si Becky estuviera conmigo, podríam os re solver esto. Yo sé que podríamos. Siempre podemo s hacer cualquier cosa cuando estamos juntos. juntos. •i. cosa Bebió Bebió más agua, esta vez olvidándose d e filtrarla, filtrarla, así que tra •'J gó bas tante arena. Tamb ién algo que se retorcía. Un insecto, o j tal vez ve z u n pequ pe qu eñ o g usa no. no . Buen B ueno, o, ¿y q ué? Era Er a p ro teín te ín a al fin y al cabo, ¿verdad? “Nunca voy a encon trarla”, se dijo mientras miraba la hierba oscura y ondulante. “Porque tú no me lo permitirías, ¿verdad? ¿verdad? Mantiene s apa rtada a la gente que se quiere, ¿no? Ése es tu trabajo, ¿no es cierto? Seguiremos dando vu eltas y vueltas m ientras nos llamamos el uno al otro hasta que nos volvamos locos”. Aunq ue Becky ya había d ejado d e hablar. Al Al igual que la madre, Becky se había vu elto ose... “No tiene por qué s er así”, dijo una voz suave. suave. Cal giró la cabeza a ambos lados p ara busca r alrededor. Y allí allí estaba, un niño pequ eño con la ropa salpicada de barro. Su rostro e staba sucio. En una mano sostenía un cuervo muerto por una pa ta amar a marilla. illa. “¿Tobin?”, sus urró Cal. “Ese soy yo”. yo”. El niño levantó el cuervo y h und ió el rostro en su vientre. Las plum as crujieron. El cuervo asintió con la cabeza mu erta como si dijera: Eso es, es, hagámoslo bien, hay que sacarle todo el jugo a este asunto. Cal habría dicho que estaba demasiado cansado para brincar después de su último salto pero el ho rror plantea sus propios im perativ per ativ os, os , y saltó sal tó de to do s modos mo dos.. Arran Arr ancó có el cu erv o de las m anos an os embarradas del muchacho, sin apenas darse cuen ta de las entrañas colgando de su vientre d esgarrado. Aunque sí que vio la la pluma pegada jun to a la boca del niño. La vio muy bien, incluso con aquella oscuridad cada vez más profunda. “¡No puedes puede s come co merr eso, niño! ¡Por Dios! Dios! ¿Te ¿Te has vuelto vue lto loco o qué?”. q ué?”. “No es una loc ura, solo hamb re. Y los cuervos no es tán mal. No podí po díaa com co m er nad n ad a de F redd y. Yo lo qu ería, erí a, ya ves. P apá com c om ió un un poco, poc o, p ero er o yo no n o lo hic e. Clar C laroo qu e yo no n o hab h abía ía toc t ocad adoo la ro ca to todavía. davía. Cuando toques la roca co m o si la la abrazaras lo com prenderás. Sabrás Sabrás mucho más. Aunque te dejará hambriento. T endrás mucha ham bre. Y como dice mi padre, un hom bre es de carne y un ho mb re tiene que comer. Después de estar con la roca nos se param pa ram os, os , pero pe ro él dijo q ue pod p od ríam ría m os en co ntra nt rarn rn os o tra vez v ez cu an do quisiéramos hacerlo”. Cal no pudo evitar realizar la pregun ta: “¿Freddy?”. “¿Freddy?”. fris bee . Como uno “Era nuestro Golden. El El mejor atrapando un frisbee de esos perros q ue salen en la tele. Es más fácil fácil enco ntrar las cosas por aquí una vez que están muertas. El campo no se mueve en torn o a las cosas mue rtas”. Sus ojos brillaban brillaban co n la luz del crepúsculo. Miró al cuervo mutilado qu e Cal Cal aún sostenía en sus manos tras habérselo arrebatado. “Creo que la mayoría de las aves se m antienen alejadas de la hierba. Creo que lo saben, y se lo cuentan u nas a otras. Pero algunas no escuchan. L os cuervos, cuervos, po r ejemp eje mp lo, no e scuc sc uc ha n de ma siado sia do , supo su pong ngo, o, p orqu or qu e ha y ba stantes de ellos muertos po r aquí. aquí. Date una vuelta echando un vistazo y podrás verlos”. Cal dijo: dijo: “Tobin, ¿qué es lo que nos atr ae ha sta aquí? Dime. No quiero volverme loco. Tu padre te obligó a hacerlo, supongo”. “Oímos “Oímos a alguien gritar. Una niña peq ueña. Dijo que se había perd pe rdid ido. o. Así es c om o nos no s m etim eti m os aquí. aqu í. Así es com c om o func fu ncio iona na”. ”. Hizo una pausa. “Mi “Mi padre mató a tu hermana, supon go”.
¿Cómo sabes que ella es mi herma na?”. “La roca”, respond ió simplem ente. “La roca te enseñ a a escuchar la hierba, y la hierba alta lo sabe todo”. “Entonces tú debes saber si ella está mu erta o no”. “Puedo averiguarlo p or ti”, dijo Tobin. “No. “No. Puedo h acer algo algo mejor q ue eso. Te la puedo mostrar. ¿Quieres ir a ver? ¿Quieres ¿Quieres ver cómo está? Vamos. Vamos. Sígueme”. Sin esperar su resp uesta, el niño se volvió y entró en la hierba. Cal dejó dejó caer el cuervo mu erto y salió salió corriend o tras él, no quería perderlo d e vista ni por un segundo . Si lo hiciera, hiciera, podría vagar duran te toda la eternidad sin encontrarlo de nuevo. No me voy a volver loco , le había dicho a Tobin, pero el caso era que ya al me nte loco. estab a loco. Re alme loco. No estaba tan loco como pa ra pod er (pro bable ba ble mente me nte por supuesmata a un niño, por supuesto que no pro to que no), pero tampoco p or eso iba a perm itir que se escapara aquel pequeño Judas. La Luna se elevó elevó sobre la hierba, en orm e y de color naranja. Parece que estuviera embarazada , pensó, y para cuan do volvió volvió a mirar hacia abajo, abajo, Tobin hab ía desaparecido. Obligó a moverse a sus piernas cansadas de correr, luch ando a través través de la hierba, hierba, llenando sus pulmo nes para p ode r llamarlo. llamarlo. Pero de pronto ya no había más tallos que apartar. Se encontrab a en un claro, un claro real, no solo una zo na de h ierba abatida. Y en el centro del mismo, una enorm e roca negra sobresalía de la tierra. Era del tamaño de una cam ioneta y tenía por todas partes dibujos de monigotes bailando. Eran blancos, y p arecía flotar. flotar. Parecían moverse. Tobin se puso junto a él, él, estiró un braz o y la tocó. No se estremeció de miedo, pensó Cal, más bien de placer. “Amigo, esto te hace se ntir realm ente bien. Vamos Cal. Cal. Prué balo”. Y le le hizo una señal. Cal se acerc ó a la roca.
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A R R A N C O E L C U E R V O D E L A S M A N O S E M B A R R A D A S D E L M U C H A C H O , S IN IN A P E N A S DARSE CUENTA DE LAS ENTRANAS C O L G A N D O D E SU V I E N T R E D E S G A R R A D O . B
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Sonó la alarma de un ca rro du rante u n rato y luego se detuvo. El sonido llegó a los oídos de Becky, Becky, pero no alcan zó su cerebro. Se arrastraba. arrastraba. Lo hacía sin pe nsar. nsar. Cada vez que sufría un calam bre, br e, se d eten et en ía y col ocab oc abaa la fren fr en te c on tra tr a el su elo asqu as qu ero so y el trasero al aire, aire, como uno de esos fieles fieles saludando a Alá Alá.. Cuando el calambre se le pasaba, inten taba r epta r un poco más. El pelo manch ado de barro se le le pegaba a al acara. acara. Sus piernas estaban mojadas y empez aba a dejar de sen tirlas poco a poco. poco. Estaba tan agotada que sabía que podía pe rde r el sentido en ello, ello, no mucho más de lo que había pen sado en la alarma de ese carro. Lamía el agua de la hierba al tiempo q ue se arrastraba, girando la cabeza cabeza a un lado y a otro, otro, chasq uean do la lengua como si fuera una ser piente pie nte.. Snoop-sloop. Lo hac ía sin pensar. La Luna apareció eno rme y naranja. naranja. Ella giró la cabeza cabeza para mirarla y cuand o lo hizo, sintió u n calamb re terrible, el peor hasta el mom ento. Y no se le pasaba. Se tendió y se bajó los pantalones cortos y los calzones. Ambas prendas estaban empapadas y su-
“Estás “Estás m intiendo”, respondió respondió Cal rápidamente pero con escias. cias. Por fin fin tuvo un p ensam iento claro y cohe rente qu e atravesó su mente como un rayo ardiendo: ¡El bebé! casa convicción. Podría haber avanzado medio paso más. Una luz suave, suave, fasciYací Yacíaa de espaldas en al hierba, hierba, con las ropas ensa ngrentad as alreded or de sus tobillos y las manos en su entrepierna. Sen tía que nante, había empeza do a emerger desd e el centro d e la roca, detrás figuras flotantes. flotantes..... Como si ese zu mbido d e tungsteno que algo viscoso le corría en tre los dedos. Luego vino otro calam bre de esas figuras superficie que la paralizó, y con él, algo algo redon do y duro. Un cráneo. Su cur- oía se hub iera incrustado d os me tros por debajo de la superficie va encajaba entre su s mano con u na dulce perfección. Era Jus ti de la piedra, y alguien estuviese elevando poco a poco la tensión. “No estoy min tiendo”, dijo el muc hacho. “Acércate, Acércate, y podrás ne (si era una niña ) o Brady (si (si es que era un niño). Lo único que había sabido desde el principio con total seguridad era q ue ese verla”. Bajo Bajo el interior de cuarzo ahum ado de la roca vio las las tenu tenu es lí bebé be bé iba a se r algu al gu ien mu y esp ecial. ecia l. Trató de gritar pero no em itió itió más que un susurrante hhhhaa- neas de un rostro humano. Al principio pens ó que lo que estaba reflejo. Sin embargo, a pesar de que era basaahhhh. La Luna se asom ó a ella, ella, como el ojo inyectad o en san gre viendo era su propio reflejo. suyo, pronto le qu edó claro que no lo era. Se trade un dragón. Empujó tan fuerte como pudo, su espalda tensio- tante similar al suyo, Becky, con sus labios vueltos h acia atrás en una m ueca nada, su trasero a tornillado al suelo mugriento. Algo Algo se rompió. taba de Becky, animal de dolor. Tenía la la cara llena de suciedad reseca y los los tenAlgo Algo se deslizó. deslizó. Algo llegó llegó a sus manos. De repen te se sintió vacía allá abajo. Tan vacía. vacía. Pero al men os sus m anos esta ban llenas. dones m arcados en la garganta. garganta. “¿Beck?”, ¿Beck?”, dijo, como si ella pu die ra escu charlo. Levantó al niño con ambos brazos, hacia la luz roja anaran jaDio otra paso hacia delante no podía evitarlo y se inclinó el mund o da de la Luna, pensando Está bien, las mujeres de todo el pa ra ver. Alzó sus s us ma no s an te él, e n u na esp e spec ecie ie de d e ges to p ara ar a no da ña luz en los campos. avanzar más, y no fue capaz de sentir las ampollas que emp ezaEra Justine. ron a surgir como consecuen cia de lo que irradiaba aquella piedra. “Eh, chiquitína”, dijo con voz ronca. “Oh, “Oh, eres tan peq ueñ a”. No, dema de masia siado do cerca, pensó, y trató de im pulsarse hacia atrás, Y tan silenciosa. pe ro n o pud p ud o co ns eg uir ui r la fu erza er za n ece saria sa ria.. En E n cam bio, bio , los ta lo alto de un montículo ista desde cerca no era m uy difícil difícil deducir q ue la nes se deslizaban, como si estuvie ra en lo alto él. Pero aquí la tierra roca no provenía de Kansas. Tenía una oscura cali- de tierra bland a que se desm oronab a bajo él. dad cristalina de piedra volcánica y la luz luz de la Lu- era plana, y sin embargo se deslizab a hacia delante, porque la rona provocaba un brillo iridiscente en sus superfi- ca lo había atrapado, tenía su propia gravedad y lo atraía como un cies inclinadas, inclinadas, creando de ese modo ma nchas de imán atrae la chatarra. En lo profun do de la bola bola de cristal irregular de la gran roca, luz en tonos de jade y perla. Mientras aquellos mo abrió los ojos, y parecía m irar a Cal con asom bro y terror. nigotes de homb re y mujeres no cesaban de bailar Becky abrió El zumbido sonó más fuerte en su cabeza. cabeza. de la mano alrededo r de ondas de hierba. hierba. El viento se levantó con él. La hierba se za randeab a de lado a Desde ocho pasos de distancia, parecían flotar li- lado, con éxtasis. geram ente por encim a de la superficie superficie de aquel gran pedazo de lo En el último último instante, Cal se dio cue nta de que su cuerpo es taque prob ablem ente no era simple roca obsidiana. ba ardien ard ien do, do , que qu e su piel pie l estab es tab a h irv iend ie nd o en el c lim a a nt in at u Desde seis seis pasos, parecía flotar suspend ido justo debajo de la su - ral que existía en el espacio espacio alrede dor de la roca. Lo supo cuan perfici per ficiee cris talin tal inaa negr a, objeto ob jeto s esculp esc ulp ido s de luz, com o holog hol ogra ra do la tocó, tocó, sería como pone r sus man os sobre un a sartén caliente. mas. Era imposible verlos a todos. Era imposible apa rtar la mirada. Y empezó a gritar... gritar... A cuatro pasos de la roca, roca, Cal pudo al fin oírla. La roca emitía un ... entonces paró, el sonido se ahog ó en su garganta. zumbido discreto, como el filamento electrificado electrificado en una lám paLa roca ya no estaba caliente. E staba fría. Estaba felizmente ra de tungsteno. Sin embargo, no podía sentirla (no era conscien- fresca, así así que puso su cara sob re ella, ella, un p eregrino cansad o que te de que el lado izquierdo de su ros tro com enzaba a volverse de había llegado a su destino, y podía des cansar po r fin. fin. un tono rosa brillante, como si si estuviera sufriendo quem aduras Cuando Becky levantó la cabeza, el sol subía y bajaba, y el essolares). solares). No tenía n ingun a sensación de calor. calor. tómago le dolía como si se se estuviera recup erando d e una sema¡Aléjate de ella!, ella!, pensó, pero le resultó curiosam ente difícil dar na de gripa. Se secó el sudor de la ca ra con el dorso de u na mano, un p aso atrás. Sus pies no parecía m overse ya en esa dirección. dirección. se puso de pie y salió salió de la hierba d irectam ente hacia el carro. carro. Se “Pensé que me ibas a llevar hasta Becky”. sintió aliviada al al descub rir que las llaves llaves estaban colgando tod a“Te dije que íbamo s a ver cómo estaba. Lo estamos hacien do vía de la la ranura de arranqu e. Lo encendió, salió salió del parquead ero Vamos a com probarlo a través través de la roca”. y enfiló enfiló la carretera, con ducien do a ritmo pausado. “¡No “¡No me imp orta tu maldita roca! Yo Yo tan solo quiero p od er ver Al princip io no sabía ad onde iba. Era difícil pen sar más allá del a Becky”. dolor que se ntía en el abdomen, que le llegaba llegaba en oleadas. A ve“Si “Si tocas la roca, roca, no volverás a perderte nun ca más”, le dijo To- ces era un golpe sordo, como el d olor de los músculos por exceso bin. bin . “Nunc “Nu ncaa te pe rd er ás de nuev o. Serás Ser ás red r edim imid ido. o. ¿No es b o n i- de trabajo, otras veces se intensificaba sin previo aviso, aviso, un dolor to?”. Luego, Luego, con indiferencia, se quitó la pluma n egra que a ún te- agudo, que le atravesaba los los intestinos, y le hacía ard er la entre nía pegada a la comisura de boca. I pierna. Notaba much o calor en sus mejillas, mejillas, y cond ucir con las “No”, dijo Cal. “No “No creo qu e eso vaya a ocurrir. Prefiero se gu ir I ventanas abiertas no la refrescaba demasiado. pe rd id o”. Tal vez er a solo so lo su im agina ag inació ció n, pero p ero el zum zu m bid o p a re Ahora se acercaba la noche y e 1día 1día mo rtecino olía a césped re cía ser cada vez m ás fuerte. cién cortado y a los asados asados del patio trasero y las niñas que se pre“Nadie prefiere seg uir perd ido”, dijo el el niño, con am abilidad. para pa raba ba n p ara acud ac ud ir a sus s us cita c itass bajo b ajo las lu ces del cam ca m po de b éiséi s“Becky “Becky no quiere se guir perdida. Ha abortado. Si no pued es en - bol. Circu Ci rcu ló po r las l as calles cal les de Dirh Di rham am , New Ha m ps hire, hi re, bajo ba jo el contrarla, creo que probablemente morirá.”
V
STEPHEN KIN G & JOE HILL
resplandor rojo oscuro de un sol que era una gota de sangre h in- desca rriada, su irrespo nsabilidad . Cuando logró salir, salir, por fin, el chada e n el horizonte. Pasó jun jun to a Stratham Hill Park, Park, donde ha - coche e staba espe rándola, y se marchó. Y allí estaba ella, cond uciendo sin rumbo fijo, explorando las aceras, notando como un bía qu ed ad o co n su equ e qu ipo ip o de a tle tism tis m o en la l a sec un da ria . Dio u na interior. Había perdido vuelta alrededor del campo de béisbol. béisbol. Sonó Sonó el golpe de una ba- desesperado pánico animal crecía en su interior. te de aluminio. Los niños niños gritaban. Una figura oscura corrió ha - a su pequeña. Su niña se había marchado de su lado dísc ola hi ja, su s u ir re spon sp on sa bilid bi lid ad y cua lqui lq uier eraa sabía sa bía q ué po dr ía est e star ar pa cia la primera base con la cabeza agachada. desconocimiento le provocaba dolor de es tóBecky Becky condujo distraída, canturre and o una de sus rimas, cons- sándole ahora. Ese desconocimiento ciente solo a medias de lo que estaba haciendo. Enton ó susu rran - mago. Hacía que el estómago le doliera mucho. Una banda da de pajaritos surcó volando la la oscuridad po r ente la cancioncilla cancioncilla más antigua que había sido capaz de recordar cima de la carretera. de sus días de joven estudiante: Tenía la garganta seca. seca. Estaba tan jodidame nte sedienta que “Un “Un niña, una vez, en la hierba alta se esc ondió ”, cantu rreó ella. apenas podía soportarlo. “Y no se resistió ningú n chico que pasó. El dolor la apuñaló, entrab a y salía salía,, como un amante. Como los leones comen gacelas, gacelas, Cuand o ella pasó junto al campo de béisbol por segun da vez, Lo s homb ho mb res co nfia ban e n ella los jugadores ya se habían marchado a casa. casa. Fue entonces cuanY cada uno sabia m ejor que el anterio r”. r”. do escuchó aquel grito infantil. Una niña, pensó. Su niña. De repente cayó en la cuenta de lo que estaba haciendo. Estaba buscando a su hija, aunque en re a“¡Becky!”, gritó la niña. “¡Es hora de comer!”. Como si Becky lidad se suponía que ella era solo su canguro. Jesús, y era un pu - fuera realm ente qu ien se había perdido. “Es hora de ir a comer!”. “¿Qué estás haciendo, peq ueña?” Becky gritó de nuevo subién to desas tre impío. La pequ eña se había alejado de ella y Becky Becky teaquí.¡Ven aquí ahor a mism o!”. nía que enco ntrarla an tes de que los padres llegaran a casa, casa, y cada dose a la acera. “Ven aquí.¡Ven “¡Va “¡V a s a ten er q ue enc ontraa aarm e!”, gritó la niña, con una voz vez oscurecía más rápido, y ni siquiera siquiera podía reco rdar el nombre de jugue tona llena de placer. “¡Sigu “¡Siguee mi voz!”. de la maldita pequeña. Los gritos parecían ven ir desde el otro lado del campo, donde Luchó por recordar cómo podía haber ocurrido. Por un mo¿Acaso no había mirado ya ahí? ¿No había r emento, el pasado reciente estaba en blanco, un blanco enloque- la hierba e ra alta. ¿Acaso hierba, tratando de encontrarla? ¿No llegó llegó inclucedor. cedor. H asta que empezó a aclararse. aclararse. La niña quería jugar en el corrido toda la hierba, so a perderse ella misma por un rato en aquel campo de hierba? acue rdo, está est á bien, sin apenas pres pa tio tra sero se ro , y Becky dijo: dijo : De acuerdo, “Ha bía u n viejo granjero de u na villa ”, gritó la niña. tar atención. En ese momento estaba intercam biando mensajes Becky come nzó a cru zar el campo. Dio dos pasos y tuvo la sende texto con Travis McKean. Estaban tenien do u na pelea. Becky Becky sación de que se le desgarrab a el vientre. Gritó. Gritó. ni siquiera oyó oyó la puerta trasera cerrán dose de golpe. “¡Que se tragó u na bolsa llena d e semilla s!”, s!”, enton ó la niña, con “Qué debo decirle a m i m adre ”, dijo Travis. “Yo ni siquiera s é si una voz risueña apenas controlada. quiero quiero quedarm e en la universidad, universidad, por no hablar de form ar una Becky se detuvo, exhaló el dolor, y cuando lo peor ya había p a fa m ili a y to do es e s o ” Y esta joya: “Si nos casam os ¿también debo ca sado, arrancó de nuevo con preca ución. El dolor volvió volvió al instansarme con tu hermano? Porque siempre siempre está sentado en la cama te, pero peo r aún. Tenía la sensación de ten er su inte rior lleno de leyendo sus revistas de skateboard, me sorpren de que no estuviera cosas cortantes, como si sus sus intestinos fueran una sábana e stiraahí sentado la noche que te dejé embarazada. embarazada. Si quieres una fam i da que se com enzara a rasgar por la mitad. mitad. lia deberíasfor m ar una con él.” “Ygr and es brotes de h ierba”, ierba”, cantó la niña con una melodía riElla había soltado un pequeño grito al tiempo que lanzaba el teléfono contra la pared, de sconchando el yeso yeso,, y esperando que dicula. “le salieron del trase ro”. Becky lloró lloró otra vez, dio un nuevo paso tam baleante. La hierba los padres regresa ran borrach os y no se dieran cuenta d e nada ella (¿Quiénes (¿Quiénes eran los padres, padres, por cierto? cierto? ¿De quién era aquella ca- alta no qu edaba muy lejos, y otro rayo de do lor la atravesó y ella sa?). sa?). Beck se se había alejado del ventan al que dab a al patio trase - se dejó cae r de rodillas. “Y sus pelota s se cubrieron de flores flores a marillas ”, gritó la niña, la ro, apa rtándo se el pelo de la cara, tratan do de calm arse, y vio entonces el columpio vacío vacío moviéndose suav emente con la brisa, voz tambaleando de risa. Becky sintió sintió un doloroso vacío en su estómago. Cerró los ojos ojos,, las cadenas chirriando . La puerta tra sera a la calle calle estaba abierta. ba jó la ca be za y esp e sp er ó u n poco po co de alivio a livio.. Y cu an do se s intió in tió un Salió Salió a la noche, impreg nada de olor a jazmín, y gritó. gritó. Gritó en bajó ejo r, abr a brió ió los ojos... la entrada. G ritó en el patio. Gritó hasta que le dolió dolió el estómago. po co m ejor, Y Cal estaba allí, allí, bajo la la luz cenicienta del amanecer, mirá ndo Se plantó en el ce ntro de la calle vacía y gritó: “¡Oye “¡Oye niña, eh!”, con Sus ojos estaba n atentos. “No intentes mo verte”, dijo. dijo. “Al “Al me las manos ahuecadas alrededor de la boca. boca. Recorrió Recorrió toda la ma n- la. Sus nos no d ura nte un rato. Solo descansa. Yo Y o estoy aquí”. zana y se internó en la maleza, y le le pareció que pasaba días ente Estaba desnu do de cintur a para arriba, arrodillado junto a ella. ella. ros abrié ndose paso a través de la hierba alta, en busca de la hija
E R A D I F IC IC I L P E N S A R M A S A L L A D E L D O L O R Q U E S E N T I A E N E L A B D O M E N , Q U E LE L L E G A B A E N O L E A D A S . A V EC E S E R A U N G O L P E S O R D O , C O M O E L D O L O R D E LO S M U S C U L O S P O R E X C E S O D E T R A B A J O , O T R A S V E C E S S E I N T E N S I F I C A B A S I N A V IS IS O P R E V I O , U N D O L O R A G U D O . . .
Su pecho delgado parecía todavía más pálido en la penu mb ra blanquecina. Tenía la cara quemada por el sol, con una am polla en la pu nta nt a de la nariz na riz,, pero pe ro apa a pa rte de eso es o par ecía ec ía can sad o. No, es más: tenía los ojos brillan tes y el pelo radiante. “El bebé...” bebé...”,, trató de de cir ella, ella, pero no salió salió nada de su garganta, solo un clic rasposo, como el sonido de alguien abriendo una vieja cerradura oxidada con un a llave oxidada. “¿Tienes sed? Apuesto a que sí. Toma esto. Acerca tu boca”. El levantó su camiseta empapada, enrollada como una cuerda, y la apretó. Ella chupó con avidez, como un beb é hambriento. “No”, dijo él. “No más. Te pondrás enferma”. Alejó de ella la cuerda de algodón húmedo, dejándola jadeando como un pez en cubo. “El bebé”, susurr ó ella. Cal sonrió con su m ejor sonrisa chiflada. “¿No “¿No es genial esta pe queña? La tengo yo. Es perfecta. Está ya fuera del horno y cocinada en pu nto justo ”. Se inclinó a un lado y levantó un bu lto envuelto en otra camiseta. Ella vio el el pequ eño atisbo de una varicilla sobresaliendo del sudario. No, los sudarios eran para los cadáveres. Pañal era mejor. Ella había tenid o un b ebé ahí, en la hierba alta, y ni siquiera había necesitado el abrigo de un pesebre. Cal, Cal, como siemp re, hablaba como si tuviera línea directa con sus pensa miento s privados. “¿Aca “¿Acaso so no eres la pequeñ a Virgen Virgen María? Me pregunto cu ando aparecerán los Reyes Reyes Magos. Magos. ¿Qué regalo nos traerán?”. Un much acho pecoso, quemado p or el sol, sol, apareció detrás de Cal. Cal. También estaba con el torso desnudo. Probablemente era su ya la cam iseta en la que esta ba enro llado su bebé. Se agachó, con las manos sobre las rodillas, para mirar a la pequeña. “¿No es maravillosa?”, le preguntó Cal al muchacho al mostrársela. “Deliciosa”, concedió el muchacho. Becky cerró los ojos. ojos. Condujo en la penumbra, con la ventana abajo y la la brisa agitándole el pelo en la cara. La hierba alta bord eaba am bos lados de la carretera, que se extendía an te ella hasta do nde alcanzaba su vista. Estaría recorriéndola el resto de su vida. vida. “Una niña , una vez, en la hierba alta se escondió ”, canta ba para sí misma. “Y no se resistió ningún chico chico que pasó ”. La hierba se agitaba arañ and o el cielo. cielo. Abrió los ojos ojos por un m omento, ya a última hora de la mañana. Su herm ano sostenía en una mano un a pierna de muñeca muy sucia de barro. La miraba con un a extraña fascinación, fascinación, algo algo estúpida, y después escupió algo. algo. Parecía una p iernecita gord ita y rolliza, rolliza, un poco pequ eña, de un divertido color azul pálido, casi casi como el de la leche cuando comienza a congelarse. congelarse. Cal, no pue
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des comer plástico, pensó decirle, pero resulta un esfuerzo dem asiado grande en estos momentos. El niño se sent ó de trás de él, se volvió de perfil, lamien do algo de sus manos. Parecía merm elada de fresa. Había un fuerte olor en el aire, aire, un olor desag radable como el que em ite una lata de pescad o recién abierta. Le revolvió el el estómago pero estaba débil para levantarse, demasiado débil para decir nada. Bajó la cabeza hasta apoyarla en el suelo y cerró los ojos. Se volvió a dormir.
Esta vez no hubo sueños. En alguna parte ladró un perro. Un martillo empezó a dar un gol pe tr as otro o tro,, llam ll am ando an do a Becky a r ecu ec u pe rar ra r su co ncien nc iencia cia.. Sus labios estaban secos y agrietad os y tenía sed o tra vez. Sed y hambre. Se sentía como si le hubieran dad o una patad a en el estómago una docena de veces. veces. “Cal”, sus urró . “Cal...”. “Cal...”. “Hay que com er”, contesto él, él, y puso en su boca una ca dena de algo frío frío y salado. salado. Sus dedos estaban manchad os de sangre. Si ella hub iera estado en sano juicio o al menos en un estado cercano seguram ente hab ría cerrado la boca al instante. Pero Pero lo cierto es que aquello sabía muy bien; era u na especie de ristra comp uesta po r algo salado y dulce a la vez, con un a textu ra grasa, similar similar a la de una sardina (incluso olía olía un poco como a sard ina). Ella Ella lo chupó con más ansia aún de lo que había hecho un rato antes con la camiseta mojada de Cal. Cal. A Cal Cal le entró hipo m ientras ella seguía chupando lo que quiera que fuese que tenía en su boca, succionándolo como si fueran espaguetis. Tragó un poco de saliva de sabor amargo; amargo y agrio, agrio, pero qu e incluso así llegaba a resulta r agradable. agradable. E ra el equivalente de la comida que te sirven después de to mar un margarita y haber lam ido la sal sal del borde del vaso. El hipo de Cal sonó casi como un sollozo de risa. “Dale otro tro zo”, lo animó el niño, niño, que se enc ontra ba rec ostado sobre el hom bro de Cal. Cal le dio otra p ieza. “ M m m m . Tienes todo es te rico bebé para ti”. Ella tragó saliva y cerró los ojos de nuevo. Cuando volvió a despertarse, estaba sobre el hom bro de Cal y se estaba moviendo. Su cabeza se balance aba, provo cando que se le revolviera el estóma estóma go con cada paso. Ella susurró: “¿Comimos?”. “Sí”. “¿Qué comim os?” “Algo delicioso”. “Cal, “Cal, ¿qué comimos ?”
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El no contestó, tan solo hizo a un lado la hierba salpicada de gotas de color grana te y accedió a un claro. En el centro había u na roca negra eno rme. De p ie jun to a ella estaba el nifio. nifio. A h í estás, pensó. Te he buscado por todo el barrio. Solo que no había sido una roca. No se pued e perse guir a una roca. Había sido una niña. Una niña. Mi niña. Mi responsabili... “¿Qué hemos com ido?”, gritó ella de nuevo m ientras em peza ba a golpe go lpearl arlo. o. Pero Pe ro sus su s g olp es er an déb iles , m uy déb iles. ile s. “¡Oh, Dios! ¡Oh, ¡Oh, Jesu cristo !”. La dejó caer hasta sentarla en el suelo suelo y la miró, primero con sorpres a y desp ués con ci erta diversión. “¿Qué “¿Qué crees que comiste?”. Cal miró al chico, chico, que estaba s onriend o y comenzó a sacudir lentamen te la cabeza, cabeza, la forma de reaccionar cuando alguien alguien acaba de d ecir algo realm ente absurdo. “Beck.. “Beck.... cariño...Solo cariño...Solo hemos comido un poco de hierba. Hierba s y semillas, semillas, y cosas así. así. Las vacas lo lo hacen tod o el tiemp o”. “Ha bía u n viejo gran jero de u na v illa ”, cantó el muchacho, y se llevó llevó las manos a la boca para ah ogar sus risitas. Sus dedos es ta ba n rojos. ro jos. “No te creo”, dijo Beck Becky, y, pero su voz son aba débil. M iraba la roca. Tenía incisiones por todas p artes con figuras de pequeños baila ba ilarin rin es. es . Y sí, con a qu ella ell a luz d el am an ecer ec er par p arec ec ían ía n bailar. bail ar. PaP arecían moverse en espirales ascend entes, como las franjas en un po ste st e de d e barb ba rbero ero . “Es la verdad, Beck. El bebé es... está genial. Está a salvo. Toca la roca y lo verás. Lo e nte nde rás. T oca la roca, y serás...”. serás...”. Cal Cal miró al chico. chico. “¡Redimida!” “¡Redimida!”,, gritó Tobin, y se rier on juntos . Beck caminó hacia la roca...levantó roca...levantó su mano... pero retrocedió. Lo que había comido hacía un m om ento no sabía a hierba. ¿Qué ¿Qué hierba ten ía gusto a sardinas? Al igual igual que ese final final dulcesalado amargo del trago d e un margarita. Y al al igual que.. que.... A l igu al que q ue yo . A l igual igu al q ue lam er el sud s ud or de m i pro pia pi a a xi la. O... o... Com enzó a gritar. gritar. Trató de apartarse, pe ro Cal la tenía agarrada por un o de los brazos y Tobin por el otro. Ella debería h aber sido capaz de librarse del niño po r lo menos, pero seguía estan do dem asiado débil. Y luego estaba la roca. Ella tamb tamb ién estaba tirando de Becky. “Tócala”, sus urr ó Cal. “Vas “Vas a deja r de esta r triste. Verás que el bebé be bé es tá bien b ien . La L a pe qu eñ a Jus J us tin e. Es tá m ejo r que q ue b ien . Ella E lla es elem ental. Becky. Becky..... ella fluye”. “Sí”, “Sí”, dijo Tobin. “Toca la roca. Ya lo verás. No volverás a estar perd pe rdid ida. a. E n tend te nd erás er ás la l a hie rba . Será S eráss pa rte rt e de d e ella el la”. ”. La acompañaron hasta la roca, que com enzó a zum bar con energía. gía. Rezum aba la felicidad. felicidad. Desde el inte rior de la piedra surgió un respland or maravillo maravilloso. so. Los monigotes danzantes de hom br es y m ujer uj eres es co m en zaro za ro n a ba ila r con sus su s bra zo s de d e palo pal o en a lto. Había música y no pudo ev itar pensar: Toda la carne es hierba. Becky DeM uth ab razó la roca. Viajaban Viajaban juntos, los siete en aquella vieja autocaravana que se man tenía en pie quizás gracias a los restos de toda la droga que se había consumido den tro de ella. ella. En un lado, sobre un d erroche de colores psicodélicos, psicodélicos, estaba im presa la frase MÁS LEJOS, en hon or al autobús esco lar Harvester, de la compañ ía Further, en el que los Merry Pranksters de Ken Kesey Kesey habían visitado visitado Woodstock duran te el ya lejano verano d e 1969 1969.. En aquel en tonce s ning uno d e ellos, ellos, salvo salvo los dos hippies más v eteranos del grupo, habían nacido aún.
Últimame nte los Pranksters del siglo XXI XXI habían estado en Cawker City, rindiendo homenaje al ovillo de lana más grande del mundo. Desde que salió, salió, habían con sum ido grandes cantid ades de droga, y todos ellos estaban ham brientos. Fue Twista, el más joven d e ellos, quien vio la Iglesia de la Roca Negra del Redentor, Redentor, con su camp anario altísimo todo blanco y aquel apa rcam iento tan cóm odo. “¡Picnic “¡Picnic eclesiástico!”, eclesiástico!”, gritó Pa Cool desde el asiento contiguo, el del cond uctor. Tw ista saltó saltó arriba y abajo, abajo, y las hebillas de su chaq ueta tintin earon . “¡Picnic “¡Picnic eclesiástico !”. “¡Picnic eclesiástico!”. Pa miró a Ma por el retrovisor. retrovisor. Cuando ella se encogió de hom bros br os y as intió in tió c on la cab c abeza eza , me tió la carav ca rav ana an a en el a pa rcam rc am ienie nto y la la estacionó al lado de un polvoriento M azda con ma trícula de New Ham pshire. Los Pranksters (todos con cam isetas de recuerdo del Gran Ovillo) llo) fueron saliendo en orden. Pa y Ma, los los mayores, eran el ca pitá pi tánn y el pri p rim m er oficia o ficiall de d e la nav e MÁS LE JOS, JOS , y los ot ros ro s cinco ci nco MaryKat, Jeepster, Eleanor Rugby, Frankie el Mago y Twista estaban perfectamente dispuestos a seguir sus ó rdenes, sacando sacando el asador, la carne fresca y, y, por supuesto, la cerveza. cerveza. Jee pste r y el Ma go ya se encontraban montand o la parrilla cuando oyeron la débil voz por prim era vez. vez. “¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude!”. “Suena como una mu jer”, dijo Eleanor. Eleanor. “¡Ayuda “¡Ayuda!! ¡Alguien, ¡Alguien, po r favor! favor! ¡Estoy perdid o!”. “Eso no es una mu jer”, aseguró Twista. Twista. “Es un niño pe que ño”. “Está lejos”, lejos”, dijo dijo MaryKat. MaryKat. Estaba bas tante trabada y fue lo único que se le ocurrió decir. decir. Pa miró a Ma. Ma miró a Pa. Ambos hab ían cu mp lido ya los sesen ta y habían pasado juntos mucho tiempo, el suficiente ya como par p araa hab h ab er d es arro ar rolla lla do un a cie rta rt a clase cla se d e tele te le pa tía de p areja. are ja. “El niño se me tería en la hierb a”, dijo dijo Ma Cool. ¡Su ¡Su ma dre lo oiría y fue tras él”, respond ió Pa Cool. « “Tal “Tal vez sea demasiado b ajita para pod er ver el camino de vuel- v ta a la ca rre tera ”, ave ntur ó Ma. “Y “Y ahora...” "... "... se han perdid o”, termin ó Pa. “¡Qué “¡Qué mierda!”, gritó ind ignado Jeepster. “Yo “Yo también me p erdí una vez. vez. Fue en un centro com ercial”. ercial”. “Está lejos”, dijo como para sí mism a MaryKat. “¡Ayuda “¡Ayuda!! ¿No hay nad ie?”. Esa voz sí era de u na mu jer. “Vamos a ir por ello s”, dijo Pa. “Vamos “Vamos a sacarlos de ah í y a darles de com er”. “Buena idea”, dijo el Mago. “Bondad hum ana, amigo. La maldita bondad hu man a”. Ma Cool no había tenido un reloj reloj en años, pero era buena adivinando la hora por la posición del sol. sol. Echó un vistazo, vistazo, midien do la distancia en tre la bola de fuego del cielo cielo y el campo de hier ba, q ue p arec ar ec ía ex e x ten te n de rse rs e has h as ta el h oriz or izon on te. te . “Es una bu ena idea”, dijo. dijo. “Son más de las cinco cinco y media, y apue sto a que están realm ente ham brientos. ¿Quién ¿Quién va a quedarse para mo ntar el asador mientras tanto?”. No h ub o vo lunt lu ntar ario ios. s. Todo To doss qu ería er íann co m er ya, ya , p ero er o ning ni ng un o quiso perd erse de aq uella misión de pu ra misericordia. Al fina final, l, todos cruzaro n en tropel la Ruta 400 y entraron en la hierba alta. alta. MÁS LEJOS.
Traducción: Javier Márquez Sánchez COPYRIGHT ©2012 BY BY STEPHEN KING AND JOE HILL