ST 98 (2010)
SUMARIO
ESTUDIOS
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Igual de únicos. Un paradigma filial de igualdad Fernando VIDAL FERNÁNDEZ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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La categoría «género»: historia de una necesidad Ana GARCÍA-MINA FREIRE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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«Hasta que la muerte nos separe». Violencia de género Virginia CAGIGAL DE GREGORIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Recuperar la palabra desde abajo Inmaculada SOLER GIMÉNEZ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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RINCÓN DE LA SOLIDARIDAD
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La coherencia entre políticas de desarrollo y migraciones Jon SAGASTAGOITIA, SJ (Alboan) . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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«EL SACERDOTE Y...»
• El sacerdote y sus modelos Juan RUBIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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LOS LIBROS
• Recensiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . sal terrae
Abril 2010
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Tomo 98/4 (n. 1.144)
PRESENTACIÓN
CUESTIONES DE GÉNERO
Parece que la igualdad, especialmente la vinculada al género, es hoy en día un imperativo. Tanto que, por ejemplo, en España hay un Ministerio de Igualdad. Otro ejemplo: también en este país se ha presentado recientemente a la Agencia Nacional de Calidad (ANECA), para su aprobación, un título universitario denominado «grado en igualdad». No parece que con el término «igualdad» se aluda a la igualdad básica de todos los seres humanos. De hecho, no se ha apostado por reducir las desigualdades económicas o las desigualdades entre nacionales y extranjeros. Sí se entiende quizá la citada igualdad en relación con la categoría «género»: ésta es la primera gran clasificación, la primera gran fuente de desigualdad. Por eso no extraña que, en un caso como el de la pobreza, sean las mujeres las que normalmente son más golpeadas por ella. Entre las numerosas e importantes cuestiones de género existentes, cuatro son consideradas y tratadas en este número de Sal Terrae: el paradigma de la igualdad, la categoría «género», la violencia de género y el papel de la mujer en la Iglesia en el siglo XXI. ¿En qué consiste la igualdad? ¿Por qué es necesario trabajar por ella? ¿Dónde radica la desigualdad en nuestro mundo? Para responder a estas y otras preguntas similares, Fernando Vidal ofrece, en primer lugar, tres criterios y tres ejemplos que ilustran la única desigualdad que es justa. A continuación, desarrolla su tesis principal: la igualdad de potencialidades es la igualdad justa, ya que «nos responsabiliza a todos de ayudar permanentemente al desarrollo de las potencialidades sal terrae
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de cada persona». Por último, y tras referirse al valor de la igualdad como reconciliación, ofrece una nueva tríada revolucionaria para nuestra época, distinta de la de libertad, igualdad, fraternidad: la de responsabilidad, filiación y reconciliación. En 1969 se introduce en las ciencias sociales el término «género», que, sin embargo, posee una historia y una larga tradición en el pensamiento humano. A ellas nos acerca con detalle Ana García-Mina en el primer apartado de su colaboración, necesario para comprender los tres enfoques que ha adquirido el término «género» en las ciencias sociales, recogidos también por la autora: los modelos normativos de masculinidad y feminidad, el género como identidad, el género como organizador social. Lo contó hace pocos años Icíar Bollaín en su excelente película «Te doy mis ojos». Lo cantaron los, para los más jóvenes, conocidos Bebe o Andy y Lucas. Desde muchos lugares se intenta sensibilizar, concienciar, alertar. Y, sin embargo, la violencia de varones contra mujeres persiste. Virginia Cagigal desgrana los aspectos más relevantes de la violencia familiar y, sobre todo, de la violencia de género. Su artículo ofrece conocimientos fundamentales para todas las personas que acompañan dichas situaciones. Igualmente, claves que recuerdan lo necesario y decisivo que es acompañar, acoger y ayudar de manera eficaz a las personas que sufren violencia de género. Inmaculada Soler afronta, desde un lugar y un contexto muy concreto, el siempre actual tema del papel de la mujer en nuestra Iglesia actual. En sus palabras, «estar en la Iglesia desde abajo nos hermana con todos, especialmente con los olvidados de la tierra, nos posibilita ser testigos privilegiadas del Evangelio... y nos permite desenmascarar nuestras comodidades y privilegios (los de la Iglesia jerárquica y los nuestros)». Y en tres apartados complementarios, recoge y desarrolla con detalle que «la ruah empuja, y que ha llegado la hora de repartir la misión evangelizadora de la Iglesia según carismas y no según el género de quien predica, da testimonio o toma las decisiones».
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JUAN MARÍA URIARTE Una espiritualidad sacerdotal para nuestro tiempo 152 págs. P.V.P. (IVA incl.): 9,00 € La auténtica espiritualidad no es una mística difusa, sino una experiencia concreta, personalizada y compartida, subyacente a nuestras opciones y actividades pastorales. Sus rasgos y sus acentos no son fruto de nuestro saber, ni de nuestro esfuerzo, ni de nuestro temperamento, sino, ante todo, del Espíritu Santo, verdadero Protagonista de nuestra maduración espiritual. Partiendo de la necesidad de la maduración humana del presbítero, el autor reflexiona sobre temas clave de una espiritualidad sacerdotal que responda a los retos de nuestro tiempo: las actitudes fundamentales de los testigos del Evangelio; la fraternidad sacramental de los presbíteros; el celibato cristiano y el celibato sacerdotal; la fidelidad a Cristo, a su comunidad y a nuestra misión eclesial.
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ESTUDIOS Igual de únicos. Un paradigma filial de igualdad Fernando VIDAL FERNÁNDEZ*
Hay que pasar de la tríada Libertad, Igualdad y Fraternidad a la de Responsabilidad, Filiación y Reconciliación. La idea de igualdad sigue cumpliendo un importante papel, pero es necesario comprender cuándo la desigualdad puede ser justa. Tiene que concebirse como una igualdad de potencialidades, y su proceso tomar forma de reconciliación social. La igualdad cambia si no sólo nos reconocemos como hermanos, sino como hijos. La igualdad crece a la luz de su comprensión como un modo de filiación. Comencemos a pensar esta idea. Cualquier valor que haya sido central en las encrucijadas de la Historia ha estado sometido a las más extremas tensiones. Es el caso de la igualdad, de la que han surgido algunas de las más nobles iniciativas de los últimos siglos y en nombre de la cual se han formado también algunas de las más terribles pesadillas. El actual debate sobre la justicia está polarizado por la desigual historia de la idea de igualdad. Nuestro siglo encuentra fuertes contradicciones en torno a la igualdad. Por un lado, continúa un proyecto que busca la igualdad de la dignidad y los derechos básicos de las personas. Una igualdad que aparece como justicia. Pero también hay tendencias que asientan fuertes desigualdades en la cultura política dominante. Hay desigualdades que han
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Profesor titular de Sociología. Universidad Pontificia Comillas. Madrid.
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sido reinterpretadas como diversidad, singularidad, diferencia o alteridad. Otras desigualdades han sido consagradas por el derecho, como la ciudadanía nacional, en contraste sobre todo con los inmigrantes que no pueden acceder a permisos de residencia o de trabajo. Aunque estos inmigrantes en exclusión no pueden exigir todos los derechos políticos de nuestras ciudadanías, nuestra responsabilidad con respecto a su destino es absoluta. En el mundo y en nuestras sociedades occidentales no ha dejado de crecer en las últimas décadas la desigualdad económica (medida, por ejemplo, en términos de renta), precisamente en un periodo en el que el crecimiento económico ha crecido espectacularmente. Lo cual contradice a quienes afirman que el mero crecimiento económico o del empleo es suficiente o lo principal para crear mayor igualdad. En un mundo tan tensionado por las desigualdades internacionales entre un Occidente-Epulón, que vive en una incesante bacanal de consumo, y el Lázaro-Sur, en el que dos tercios de la población mundial padecen oscura necesidad, explotados por el neoliberalismo. La crisis económica, lejos de movilizarnos para cambiar el modelo que nos ha llevado a esta catástrofe neoliberal, acabará asentando todavía más el neoliberalismo. Se ha decidido contratar a los pirómanos para que replanten el bosque. Las soluciones que se han tomado frente a esta quiebra financiera del mundo conducen a la siguiente y contradictoria conclusión: las crisis económicas son, después de las guerras, el mayor negocio de la Historia. No podemos dejar de citar, en este inicio de la reflexión, que actualmente el más poderoso movimiento igualador no está liderado por ninguna tradición política, sino por el propio modelo social neomoderno, que estandariza masivamente a los individuos. Hemos asumido como una propiedad natural de nuestra civilización la estratificación de clases sociales y la desigualdad que resulta de ella. No está activo en nuestro tiempo ningún proyecto de masas que pretenda un cambio en el modelo. Vayamos al núcleo de la discusión: ¿cuál es la desigualdad legítima?; ¿cuál es la justa desigualdad?
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Cuándo es justa es la desigualdad A nuestro entender, es justa aquella desigualdad capaz de cumplir estos tres criterios: • Que no empobrezca el desarrollo de las potencialidades de otros. • Que haga la estratificación de la sociedad menos desigual. • Que empodere a los menos poderosos. Si tuviésemos, pues, que sintetizarla en una fórmula, diríamos: una desigualdad es justa si hace disminuir la desigualdad general. ¿Y qué desigualdad de origen es justa? Las personas nacen con diferentes características, y a lo largo de su vida van a ir tomando opciones que van a hacerlas socialmente desiguales. A la vez, uno hereda también privilegios que hacen que el hijo de padres universitarios se distinga de aquel que nace en una familia sin estudio alguno. ¿Ninguna herencia es justa? ¿Es justo que los padres, en virtud de su posible condición universitaria, transmitan a sus hijos mejores disposiciones intelectuales y motivacionales para el estudio? ¿Es injusto el legado que establece desigualdades de origen? Desde luego, no es justa ninguna herencia de origen injusto. Existe una deuda moral ligada a los capitales (patrimoniales, pero también al poder institucional, al capital social o al capital simbólico) que no se condona cuando se lega, sino que sigue gravando el capital. La sangre de las fortunas del tráfico de esclavos nunca se seca. La responsabilidad de las injusticias no recae necesariamente sobre el heredero, pero sí es responsabilidad suya pagar la deuda que el capital lleva asociado, y él es el responsable absoluto de que esa desigualdad sea justa en relación con los criterios que hemos establecido antes. Incluso en el caso de que la deuda no tenga ya un destinatario concreto, sí tiene como destino procurar que se creen las condiciones para que no se pueda repetir aquella injusticia merced a la cual se creó la fortuna que la persona, la familia o un pueblo han heredado. Parece contradictoria, así que valgámonos de ejemplos. ¿Qué desigualdad cumpliría esos criterios? Un caso es el de la excelencia. Las personas que siguen itinerarios de esfuerzo y desarrollo de sus dones hasta alcanzar la excelencia no buscan la diferencia, pero claramente crean desigualdades con los otros. No obstante, quien se beneficia de sal terrae
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la excelencia no es sólo el propio sujeto y los suyos, sino la sociedad en su conjunto. La persona que destaca profesionalmente mediante la excelencia del desempeño de su trabajo beneficia a toda la sociedad, creando un valor en ocasiones extraordinario. Dicha excelencia conduce casi siempre a que tenga más poder simbólico (incluso autoridad) en la opinión pública o en el sector en el que opera, mayor poder en las organizaciones, más rentas y beneficios para los que estén asociados familiar o profesionalmente a él... Pero el resultado de esa desigualdad es claramente beneficioso para el conjunto de la sociedad. No pensemos sólo en artistas o intelectuales, sino en quienes alcanzan la excelencia en su trabajo ordinario, como es el caso de un ingeniero en un discreto empleo en una empresa de aguas, o el de un agricultor que logre una excelente explotación de sus tierras en una pequeña aldea. Que destaquen en su trabajo por la excelencia –no por la mera competencia– eleva el valor conjunto del contexto o la organización. Un caso evidente es el de la discriminación positiva (privilegiar a los que estadísticamente menos probabilidad tienen de acceder a un bien): una provocadora desigualdad cuya justicia es crear aquella igualdad de conjunto y dar poder a los que menos tienen. Otro ejemplo es el empresario o el emprendedor económico y social. Un empresario o unos empresarios financieros (los accionistas) se apropian desigualmente de las plusvalías de una empresa, pero puede que el valor creado acabe balanceando el saldo de igualdad a favor de la sociedad, ya que habrá creado empleo, riqueza nacional, impuestos para desarrollar la sociedad, avance de la productividad, bienes valiosos, etc. El empresariado es quizás icono de la desigualdad, ya que posee mayor poder económico, poder de influencia política, mediática; y en las organizaciones que dirige suele existir y darse una desigualdad estructural. Y es claro que es ahí donde más tenso se vuelve el debate. Pero también es cierto que existen empresariados que generan mayor igualación social global, mientras que existen intervenciones sindicales que, en nombre de la igualación, acaban creando mayor desigualdad conjunta. Hay un empresariado que crea desarrollo, que busca la excelencia, que genera bienes y empleo, que multiplica obras sociales a través de sus fundaciones y de sus contribuciones fiscales, que sostiene el desarrollo de la sociedad civil, que hace avanzar la cultura pública, que aumenta la riqueza nacional, que crea nuevas patentes y modelos productivos, etc. Su saldo con la sociedad es netamente positivo, sal terrae
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y eso se ha hecho siguiendo un principio de desigual apropiación de las plusvalías. Un tercer ejemplo es el de la misma autoridad. La búsqueda de la igualdad puede no ser incompatible con la asimetría del poder y de que existan autoridades o personas con funciones y competencias exclusivas. Es posible que el resultado de un poder desigual sea la creación de mayor igualdad general, porque precisamente es lo que hace posible que los otros puedan desarrollar sus potencialidades (en vez de tener que dedicarse, por ejemplo, a tener que participar en asambleas para decidir sobre la gestión de cada detalle de la organización); hace posible que los menos poderosos tengan mayor poder desarrollando sus organizaciones y la excelencia en sus ámbitos; hace posible crear un valor social conjunto que disminuya la desigualdad. ¿Podríamos decir que la desigualdad más justa es aquella que hace finalmente desaparecer la desigualdad que ella misma constituye? Entendemos que existe una desigualdad constituyente que no es reducible, y su fuente es la filiación. Ser padre o hijo es la matriz primordial de la desigualdad. Somos iguales al modo en que lo son los hijos con respecto al padre. La igualdad que se ha implementado siguiendo el lema de la fraternidad debe corregirse a la luz de la filiación: somos igual hijos de otro. Y ese otro es cada una de las personas. Todos somos hijos en relación a cada uno de nosotros. Así, la alteridad u otreidad de cada uno pone a todos los demás en situación de hijos con respecto a él. Siguiendo a Levinas, todos somos responsables absolutos del destino de cada uno de nosotros, lo cual no disminuye la responsabilidad de esa persona con respecto a sí mismo –como si su vida fuera un otro respecto del cual es también reflexiva y absolutamente responsable–. Nosotros nos relacionamos PARA cada uno de los otros, no como hermanos, sino como hijos de él y, CON él, como hijos de otro. Ser hermano significa ser CO-HIJOS. La fraternidad es co-filiación. Esto nos lo enseñan todos los grandes relatos de fraternidad que la fundan, especialmente los de origen bíblico. Caín no era igual a Abel, y la desigualdad entre ellos –que es una desigualdad social estructural: pastores versus agricultores– provoca el fratricidio. A Caín se le hace absoluto responsable de Abel –«¿Dónde está tu hermano?»–, pero también a todos nosotros se nos hace responsables absolutos del destino de Caín –«Aquel que mate a Caín deberá pagarlo siete veces»–. Pero donde quizá más evidente se hacen todos los tonos de la desigualdad e sal terrae
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igualdad entre hermanos es en el relato del hijo pródigo. En ese relato aparece la desigualdad del emprendedor y del disoluto, que, partiendo de una idéntica posición original, realizan itinerarios muy distintos. Aparece la desigualdad del rico y el pobre. Está la desigualdad de justicia: el Padre decide favorecer de un modo totalmente asimétrico a los hijos, dándole un extraordinario reconocimiento a quien, a ojos del hijo fiel, no se lo merecía, mientras que éste no ha tenido reconocimiento. El relato desafía todos los principios del trato de igualdad y refiere la igualdad, no a la justicia igualitaria entre hermanos, sino a la solidaridad absolutamente responsable y asimétrica de los hijos. Antes de continuar con la reflexión sobre la filiación, parémonos a considerar qué consecuencias tiene la idea de justa desigualdad que hemos establecido. Lo primero es darnos un criterio para discernir cuándo la igualdad es injusta: cuando impide el desarrollo de las potencialidades de los sujetos; cuando no empodera a los menos poderosos y cuando el resultado global no es una disminución de la igualdad. Por ejemplo, lo único que igualaba el sistema soviético era la probabilidad de que cualquiera, sin apenas distingos, fuera deportado al Gulag. En el mundo latino hemos reflexionado poco sobre toda aquella tragedia –no tenemos más que ver la reducida labor de traducción de la memoria de las víctimas al español–. Pero todo aquello se hizo en nombre de la igualdad: para igualar a todos se dio el poder a una agencia externa, el Estado, que, como un dios, gobernó a todos como hijos –un dios Saturno que devoró a casi todos sus hijos. La igualdad de potencialidades ¿Cuál es, entonces, el tipo de igualdad que es justa? Se ha hablado de distintos tipos de igualdad. En esta reflexión quiero defender una tesis: la igualdad de potencialidades. La igualdad de oportunidades pone el peso en la igualación de los contextos, pero es un criterio que parte de una situación irreductible: las personas siguen itinerarios diferentes, donde optan muchas veces por dotarse a sí mismas de oportunidades diferentes. Los sujetos crean muchas veces sus propias oportunidades. Por otra parte, hablar de igualdad de oportunidades en Kibera –el gran y brutal suburbio de Nairobi– es poner a las personas un horizonte tan lejano e irrealizable sal terrae
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que genera impotencia. Por otro lado, las personas necesitan distintas oportunidades para poder desarrollarse. Hay quien necesita muy pocas oportunidades, que aprovecha al máximo, y quien necesita muchas mayores oportunidades para poder salir adelante. Estoy pensando en la educación. Hay quien, dado el poder, los medios y la cultura de su familia, no necesita que se le abran enormes oportunidades, porque su propio contexto se las facilita y las rentabiliza al máximo. Y hay barrios donde hay que multiplicar las oportunidades. La igualdad de potencialidades reconoce una desigualdad original: la singularidad de cada persona, que es única. Reconoce que todos somos igual de únicos y que la responsabilidad de que cada uno se desarrolle es, en primer lugar, de esa propia persona, pero también lo es de todos. La igualdad de potencialidades es aquella que nos responsabiliza a todos de ayudar permanentemente al desarrollo de las potencialidades de cada persona. No iguala las potencialidades de todos ni nos compromete a crear condiciones contextuales, sino que nos vincula a la persona. Puede que el otro no tenga derechos sobre mí, pero yo no puedo desentenderme de él y dejar de ayudar, en la medida de mis competencias, a que la persona pueda desarrollar por sí misma sus potencialidades1. No afecta sólo a personas, sino a sus comunidades y a las potencialidades de éstas. Pero hay ya una desigualdad primigenia: uno ayuda porque es desigual al otro, transfiere sus capacidades al otro. Porque somos desiguales, podemos hacer que el otro tenga un igual desarrollo de sus potencialidades. Las potencialidades son diferentes según cada persona y cada comunidad. No hablamos únicamente de distintos productos o resultados, de preferencias o de la diversidad y la pluralidad, sino de los propios itinerarios para lograrlo. Obsesionados por los logros, la historia occidental de la desigualdad olvida la desigualdad de procesos. Si bien los resultados podrían mostrarse menos reacios a ser estandarizados, los procesos sí que no se dejan igualar. Los itinerarios son únicos, y eso es garantía de que uno va a lograr el desarrollo de su vida. Así pues, para replantear la igualdad hay que tener en cuenta no sólo la natura-
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Hay quien tiene más competencias sobre el otro, no todos nos responsabilizamos igual con respecto a cada persona; es decir, nuestras luchas por la igualdad de cada uno de los otros no son iguales. sal terrae
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leza de los bienes resultantes, sino los bienes procesuales. La igualdad de potencialidades garantiza la singularidad de los procesos, porque la igualdad no se mide en relación al resultado o al contexto, sino en función de si salvaguarda o no lo original de cada persona y aquella dignidad que, siendo igual que la de cualquier hombre, es única y no es agregable. Las dignidades no se pueden sumar, sino que sólo se pueden tratar personalmente, lo cual garantiza que no se cometan injusticias en nombre de las igualdades. La igualdad de potencialidades parte de varias ideas fundamentales. Primera, que todas las personas poseen potencialidades para vivir una vida plena, libre y digna. Segunda, que las personas poseen potencialidades que pueden ser desarrolladas a lo largo de toda su vida. Hay opciones que, por la edad, nos cierran irreversiblemente itinerarios; pero las potencialidades básicas de la persona siempre son susceptibles de desarrollarse. Esto se aplica contra la desesperanza; contra quienes creen que todo está perdido cuando nos encontramos con poblaciones dominadas por la pobreza o la violencia, o con personas sin hogar, presos, prostitutas o gente enriquecida y cegada por su fortuna. No pueden volver a vivir su vida, pero sí hay oportunidad de que se hagan responsables de ella y la rehabiliten para el futuro. Se trata de no desesperar ni dejarse guiar por el hecho de que la persona no haya desarrollado sus posibilidades, sino de ver más allá de las apariencias y revelar cuáles son las potencialidades que permanecen latentes o invisibles. La igualdad de potencialidades acompaña al sujeto toda su vida y trabaja para que se desarrolle al máximo en todo momento. Entiende que cualquier punto y motivo de la vida es una oportunidad para el desarrollo personal y comunitario –de la familia, las redes o la ciudadanía en su conjunto–. Así pues, la igualdad de potencialidades está constantemente intentando reconciliar y empoderar a los sujetos. Así, no hay desigualdad injusta que nos deje satisfechos; no hay resignación, porque siempre es posible la reconciliación social y alcanzar dignidad en cualquier momento de la vida. Incluso después de finalizada nuestra vida, es posible una igualdad procedente de la memoria que reconoce a las víctimas. Hay una igualdad y desigualdad póstuma. De ahí se extrae otra idea constitutiva de la igualdad de potencialidades: la responsabilidad permanente de la sociedad por dar a las personas las máximas oportunidades de desarrollarse desde el comienzo hasta el final de su vida. Pero la igualdad de potencialidades no estansal terrae
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dariza los apoyos. No basa su apoyo en darle a cada uno lo mismo porque las potencialidades son distintas. Todas son iguales en dignidad final, pero los procesos son distintos, los alcances son diferentes, y los dones de los sujetos no son los mismos. El compromiso de la igualdad de potencialidades es no prejuzgar cuáles son las potencialidades del sujeto, sino ayudar a que sean el propio sujeto y los suyos quienes las reconozcan. Y el compromiso también es dotarles de los medios ajustados a sus potencialidades. Finalmente, la igualdad de potencialidades practica una concepción integral del desarrollo. No sólo se compromete con el desarrollo económico o político de la persona. Su objeto no es el hombre en cuanto ciudadano, consumidor o trabajador, sino que su objeto es el proyecto vital de la persona en su integridad, incluyendo todas las dimensiones culturales, relacionales, familiares, espirituales, identitarias, etc. La igualdad no se basa en el balance de papeles sociales, sino en el desarrollo de los proyectos de vida. Esa igualdad de potencialidades nos obliga a personalizar mucho más y a darle a los acompañamientos o procesos la forma adecuada a las potencialidades y singularidades de cada persona y cada comunidad. Por ejemplo, nos reclama que el niño de inteligencia excepcional posea aquellos medios que le permitan desarrollar esa potencialidad al máximo. Y nos pide que aquel niño que sufre una enfermedad crónica y esté hospitalizado cuente también con medios que le permitan desarrollarse. Y el niño de etnia gitana recluido en un gueto también demanda que se pongan todos los esfuerzos en que pueda desarrollar sus potencialidades. No en que se ajuste a lo esperado de él, sino en relación a lo que podría llegar a ser dadas sus potencialidades. Los excluyentes explotan las potencialidades desactivadas de los excluidos. Algunos sostienen que hoy día la exclusión ha llegado a un punto en que ya no se explota a los excluidos, que no aportan nada a la sociedad, que son «sobrantes». Y parece que funcione la sociedad como si así fuera. Pero hay algo que sí se explota de ellos –además de todos los mercados terciarios y la industria social que vive de ellos–, y es su futuro: se les priva de un futuro que beneficie a quienes ocupan esas ausencias. A los excluidos se les explotan continuamente sus potencialidades, las cuales, mientras están latentes, son «ordeñadas» por los excluyentes en su favor, transfiriéndose todos los bienes de presencia que corresponderían a los excluidos. sal terrae
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La igualdad como reconciliación Hay dos formas de acercarse a la igualdad: como compensación y como reconciliación. La única igualdad realmente sostenible es la reconciliadora. La igualdad compensatoria se basa en una continua transferencia de bienes producidos por una desigualdad que por sí misma es incapaz de generar menor desigualdad. Es una desigualdad injusta, porque no hace sino multiplicarse, aumentando la desigualdad global, haciendo perder poder a las personas y amenazando el desarrollo integral de los otros. Las desigualdades compensatorias –principalmente a través de la fiscalidad– no cambian el modelo social. ¿Y si la igualdad no sucede en forma de derecho, sino al modo de la reconciliación? Ninguna igualdad es sostenible si no se construye sobre el principio de reconciliación. La igualdad aparece entonces como un reencuentro entre personas, comunidades y clases que reconocen que el otro es igual de único que uno mismo y que la responsabilidad mutua es recíprocamente igual de absoluta. La igualdad no es unilateral: no solamente transfiere bienes de los privilegiados a los empobrecidos, sino que se envuelve en un proceso mayor, que es el de la reconciliación social. Entonces, los perjudicados por la desigualdad no se vuelven mendicantes de la compensación, sino que también tienen que participar. ¿Y qué dan los perjudicados por la desigualdad? Son participantes imprescindibles para que el privilegiado pueda desarrollar potencialidades suyas que están ahogadas bajo su enriquecimiento. La exclusión social es una violencia que ausenta al pobre y vacía al rico. La igualdad de potencialidades obliga a la tolerancia positiva: a revelar al otro el yo prisionero tras la máscara de hierro de la desigualdad ilegítima. La igualdad no es la ideología de los débiles ni la guillotina contra los ganadores. La igualdad es un ejercicio de responsabilización conjunta en la que unas personas se encuentran con otras para posibilitar el desarrollo de sus potencialidades. Al ser un desarrollo integral, no se basa sólo en la compensación de rentas, sino que se exige de las desigualdades que sean justas. Esa justicia seguramente conducirá a que parte de su desigualdad –generalmente poder y patrimonio– sea cada vez menor, porque las personas se empoderan y el conjunto se desarrolla. Otras desigualdades, sin embargo, puede que aumenten –autoridad, capital social, capital simbólico, etc. sal terrae
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Ciertamente hay igualdades que son forzadas por la ley o la política cuando la voluntad de los enriquecidos se niega a dar lo que por derecho corresponde a los otros; pero lo que realmente es sostenible es cuando se dan, previa o posteriormente, las condiciones para una auténtica reconciliación social. A veces las estrategias de igualdad imposibilitan la reconciliación social. No hace falta extender las sospechas sobre la idea de igualdad enumerándolas, porque son de todos conocidas. Cuando es una igualdad que recorta los derechos de los únicos a mostrar y desarrollar su singularidad, cuando la igualdad no es reconciliatoria, compromete su sostenibilidad o genera nuevas desigualdades injustas con otros medios y actores privilegiados. La igualdad suele entrañar injusticias cuando –como ha estudiado sabiamente Joaquín García Roca– no se realiza como un ejercicio de la solidaridad. En la lucha contra la exclusión de las personas concretas nos damos cuenta de que casi todo el recorrido que hay que hacer para su empoderamiento reclama de la sociedad que no aplique la igualdad ante el derecho, sino una gran solidaridad que es siempre asimétrica. Que la solidaridad sea asimétrica no significa que sea unidireccional: no es ejercida sólo por uno a favor del otro, sino que siempre es recíproca. Asimismo, la igualdad siempre es recíproca, tiene forma de reconciliación o es una de las grandes mediaciones para la reconciliación. ¡Pon tus desigualdades al servicio del mayor desarrollo de las potencialidades de todos! La igualdad se corona cuando uno reconoce en el otro a un desigual –un ser único– respecto del cual, y en lo que atañe al desarrollo de sus potencialidades singulares, tiene una responsabilidad que no se satisface sino en el límite de la libertad del otro. Siguiendo más a Levinas, descubrimos que la relación de unos con otros no se construye sobre la igualación, sino sobre una enorme desigualdad: unos somos maestros de los otros, y la relación entre únicos no es de suma cero, sino de enseñanza. Eso nos lleva a que la igualdad social no sea tanto la de los hermanos como la de los hijos. Es el paso de un paradigma fraternal a un paradigma filial de igualdad.
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Libertad, Igualdad y Fraternidad: Responsabilidad, Filiación y Reconciliación La tríada revolucionaria se convirtió en el emblema que guió a la Modernidad, en el nuevo horizonte moral de la sociedad justa. Creemos que, tras haber sido muy batalladas cada una de esas ideas –la que menos, la fraternidad, que, salvo por el exclusivismo de la hermandad nacionalista, no se ha visto retorcida como idea–, han ido reconfigurándose. En muchas esferas de la vida social han quedado reducidas a escayola, a elementos de adorno en lo alto de las cornisas de las instituciones, como es el caso de la estratificación de clases que por todo el planeta se extiende con creciente legitimidad. Creemos que tras el ciclo restauracionista (1804-1945) y el postmodernismo (1946-1978) hay experiencia para la síntesis, para una formulación reconciliadora, sostenible y que busque el progreso de los pueblos, que surja del encuentro en los más duros enclaves de exclusión de nuestras sociedades. Apoyaríamos que la nueva tríada revolucionaria fuera ésta: Responsabilidad, Filiación y Reconciliación. – La Responsabilidad hace crecer la idea de Libertad. En la Responsabilidad tú tienes la competencia sobre tu propia vida y la de otros, según la ley de la Tolerancia positiva. La Libertad no termina allí donde comienza la libertad del otro, sino que, por el contrario, la libertad comienza allí donde se convierte en responsabilidad por el otro, incluido tú mismo como una especie de otro. La libertad sólo se comprende cuando es para alguien, no cuando naufraga solitaria en la Isla de las almas abstractas. – La Reconciliación hace crecer la idea de Igualdad y comprende ésta como un ejercicio no sólo de derecho, sino de solidaridad que es capaz de comprometer a los desiguales –a los igualmente únicos– en favor de los más débiles, con quienes se relaciona no sólo como quien da, sino como quien les necesita para que la sinergia con ellos active sus potencialidades dormidas, a veces precisamente bajo sus poderosas desigualdades. – La Filiación nos recuerda que no sólo somos hermanos para tener igual derecho frente a la herencia de la Humanidad, sino que sal terrae
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ser hermanos es ser juntos hijos de otro. Fundamenta otra idea de autoridad y de solidaridad asimétrica en referencia, no a la homogeneidad de los ciudadanos, los trabajadores o los consumidores, sino a la desigualdad de los únicos. La Filiación nos hace relacionarnos unos con otros sabiendo que nuestro desarrollo comienza o sigue en la sinergia con el otro. Toda nuestra vida continuamos naciendo del encuentro con los otros. Y nos compromete juntos al ver a un tercero que nos llama. Además de la alteridad fraternal de Levinas, hay una filiación en la que los dos hermanos miran al tercero y comprenden que son hijos de él. Esa filiación funda la relación entre generaciones. Hombre y mujer se relacionan entre sí, no según la igualación, sino según las leyes de la filiación.
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MARCEL NEUSCH El enigma del mal 192 págs. P.V.P. (IVA incl.): 15,50 € El mal, desde que el hombre despertó a la consciencia, es motivo de rebelión. La figura de Job, de la que parte la reflexión del autor, es su expresión simbólica más poderosa. A partir de él, el hombre se ha empeñado en interpretar el enigma del mal, y las filosofías y las teologías han contribuido a esta interpretación. Jesús, por su parte, no formuló una teoría sobre el mal, sino que lo afrontó. Por eso la esperanza cristiana, que en Cristo condena el mal, sin explicarlo por completo, invita a combatirlo. En el debate sobre el mal no dejan de aparecer, una y otra vez, diversas cuestiones inevitables que en este libro se abordan en los anexos: el pecado original, la reencarnación, el infierno y la debilidad de Dios.
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La categoría «género»: historia de una necesidad Ana GARCÍA-MINA FREIRE*
«El verdadero descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en poseer nuevos ojos». – Marcel Proust
¿Qué es lo primero que has pensado cuando has leído el título de este número de Sal Terrae «Cuestiones de Género»? ¿Has tenido que recurrir al índice para saber a qué se refería? Probablemente, si hiciésemos esta mini-encuesta encontraríamos que, aunque suela ser habitual ojear el índice de las revistas para saber de qué tratan y quiénes escriben, en esta ocasión, más que un hábito, ha sido una necesidad. «Cuestiones de género»: a todos nos suena, es un tema de actualidad. En los medios de comunicación es frecuente escucharlo relacionado con casos de violencia contra las mujeres. Otras veces aparece vinculado con leyes, proyectos de investigación o denuncias de carácter social. Seguro que muchos lo han asociado con «feminismo», «cosas de mujeres», o lo han considerado sinónimo de «sexo». Quienes hayan ido a consultar al diccionario, probablemente se encontrarán todavía más confusos. Ninguna de las acepciones de «género» que la 22ª edición del diccionario de la Real Academia Española define (igualdad, mujeres, violencia...) tiene una relación estrecha con el contenido
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Miembro del Consejo de Redacción de la revista Sal Terrae. Profesora de Psicología. Universidad Pontificia Comillas. Madrid. . sal terrae
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de ésta y las demás colaboraciones que vienen a continuación. Nos encontramos ante un término equívoco; su naturaleza multidimensional y holística le hace polisémico y complejo; su capacidad analítica y cuestionadora, incómodo y polémico; y su contenido, objeto de manipulación y oportunismo. Un término ambiguo, complicado, resbaladizo... ¿Qué sentido tiene utilizarlo? ¿No confunde más que aclara? ¿No sería mejor emplear otra expresión? Realmente, cada vez más teóricas del género nos planteamos todo ello cuando vemos cómo éste se ha convertido en un término «políticamente correcto» e «incorrectamente utilizado». Sin embargo, pese a todo ello, sigo considerando que tiene su razón de ser, porque, como intentaré reflejar en este artículo, incorporar lúcidamente en nuestro vocabulario la palabra «género» nos permite centrarnos en una realidad cuyo papel es fundamental tanto en la constitución de la identidad como en la estructuración de la vida social. Como veremos, el género es una de las categorías privilegiadas de categorización social. Forma parte de un sistema de ideales que pueden ser fuentes de vida o generadores de patologías, y durante siglos ha acarreado unas diferencias que con frecuencia han servido, y todavía sirven, para justificar desigualdades y legitimar unas condiciones de vida injustas. Quizá por eso, a este concepto le rodea tanta ambigüedad, confusión y oportunismo... Comprender lo que entraña este término nos sitúa ante uno de los primeros interrogantes que, como especie y en nuestra vida, más o menos conscientemente, nos hemos hecho alguna vez: ¿Qué significa nacer mujer, nacer varón? Reflexionar sobre esta realidad es una oportunidad para volver nuestra mirada hacia nuestra historia y revisar nuestra existencia vivida como mujeres o varones. Como podemos ir constatando, pertenecer a uno u otro sexo en modo alguno es irrelevante, pues nos configura como humanos y ejerce una gran influencia en nuestras condiciones de vida y en las relaciones que establecemos con los demás. Dada la complejidad inherente a este concepto, en este artículo me voy a detener a analizar el origen de esta categoría, así como los diferentes significados que ha ido adquiriendo progresivamente, en función de la perspectiva desde la que se trate. Éstos nos aportarán claves para interpelarnos y comprender con una mayor profundidad lo que ha supuesto y supone para cada uno de nosotros haber nacido niña o niño. sal terrae
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Necesidad de sentido Si tuviera que explicar en pocas palabras por qué, en apenas medio siglo, este término ha sido rápidamente asimilado en el ámbito de las ciencias y popularizado en el lenguaje de la calle, destacaría un aspecto: su capacidad analítica para responder a una necesidad que ha estado presente de manera constante en nuestro devenir como personas: ¿Qué supone ser mujer, ser varón? Como expresaba anteriormente, desde los inicios de la humanidad el ser humano ha necesitado dar sentido a su diferencia en tanto varón o mujer: ¿Cómo interpretar las diferencias sexuales? ¿Qué es lo que nos hace diferentes? ¿Son estas diferencias mayores que nuestras semejanzas? ¿Nacemos o nos hacemos mujeres y varones? ¿Qué papel desempeñan las diferencias en la creación y mantenimiento de las desigualdades existentes en nuestras condiciones de vida? ¿Y en la configuración de nuestra identidad? ¿Podemos relacionar determinados trastornos psicológicos con los modelos de masculinidad y feminidad que toda sociedad elabora y prescribe? Si bien como «concepto» el género tiene una larga tradición en el pensamiento humano1, como lenguaje de ciencia aparece por primera en 1955, de la mano de un joven médico, John Money. Hasta entonces, el término «género» era patrimonio de la gramática y de los estudios lingüísticos. Se consideraba como un atributo de nombres, adjetivos, artículos y pronombres, pero no se valoraba como un atributo humano2. A finales de los años cuarenta del siglo pasado, Money sitúa la necesidad de introducir este término como complemento de la categoría
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Por ejemplo, Christine de Pisan, escritora feminista de la corte francesa, fue la primera mujer de quien se conoce su participación en el debate literario y filosófico sobre la valía de las mujeres, que empieza a darse desde principios del siglo XV. En este debate, conocido como «les querelles des femmes», se discutía sobre la naturaleza de la mujer, sobre su posible educación y sobre el trato que ésta dispensa a los varones dentro y fuera del matrimonio. Así se expresaba en su libro «La Ciudad de las Damas» (1405): «si fuera costumbre enviar a las hijas a la escuela lo mismo que a los hijos, si a aquellas les enseñaran ciencias naturales, aprenderían de forma tan total y comprenderían las sutilezas de todas las ciencias y artes tanto como los hijos» (citado en B.S. ANDERSON, y J.P. ZINSSER, Historia de las mujeres: una historia propia, Vol. II, Crítica, Barcelona 1991, 389). J. MONEY, «The Concept of Gender Identity Disorder in Childhood and Adolescence After 39 Years»: Journal of Sex and Marital Therapy 20 (1994), 163-177. sal terrae
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«sexo» en sus investigaciones sobre el hermafroditismo. Desde muy diferentes lugares del país llegaban a su unidad de investigación hermafroditas de todas las edades con malformaciones congénitas de los órganos sexuales. En ocasiones, se encontraba ante niños genéticos que habían sido incorrectamente rotulados y criados como niñas, debido a un síndrome feminizante testicular3. En otros casos, se le presentaban niñas genéticas que, por padecer un síndrome adrenogenital4, habían sido equivocadamente asignadas como varones y criadas como tales. En muchos de los casos, éstos estaban iniciando la pubertad, lo que producía un mayor impacto y desconcierto si cabe, ya que, debido a estos síndromes hormonales, y por haberles asignado un sexo equivocado, llegaban a la consulta con una identidad sentida como niña o niño contraria a su biología. Hemos de tener en cuenta que, aunque ahora nos resulte natural saber que los espermatozoides y los óvulos son células sexuales, que cada célula cuenta con 46 cromosomas, y que los responsables del dimorfismo sexual genético son aquellos que constituyen el par 23, la gran mayoría de estos descubrimientos se realizaron en la época a la que nos referimos. Entonces no se conocían los diferentes procesos prenatales y postnatales. Únicamente se juzgaba el sexo de una persona en función de sus características corporales externas5. Por otra parte, en esta época no se concebía que la identidad como varón o mujer no pudiera estar determinada biológicamente. Se solía reducir el estudio sobre los sexos a encontrar las diferencias que definían esa «esencia» llamada masculinidad o feminidad, considerándolas como dos maneras de ser y estar en la vida opuestas, y mutuamen-
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También llamado Síndrome de insensibilidad a los andrógenos. Es un estado congénito, recesivo, ligado al sexo, que cursa con un fenotipo femenino, pero con caracteres sexuales masculinos, en las glándulas germinativas y cromosomas (XY), como consecuencia de una resistencia androgénica congénita de los órganos destinatarios. Es un síndrome que se presenta como consecuencia de un exceso de producción de hormonas esteroides andrógenas en la corteza suprarrenal; puede ser hereditario o adquirido. En el primer caso, es un defecto enzimático del funcionamiento de las cortezas suprarrenales. Se transmite genéticamente y tiene como resultado una insuficiencia de cortisol y aldosterona y un exceso de andrógenos en sangre. Las niñas nacidas con este síndrome desarrollan una genitalidad ambigua, con una fuerte virilización. A. GARCIA-MINA, El género en el desarrollo de la feminidad y la masculinidad, Narcea, Madrid 2003.
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te excluyentes; como dos realidades naturales, ahistóricas y atemporales, en cuanto derivadas de la biología. Sin embargo, los pacientes que consultaban a la que fue la primera clínica de endocrinología infantil del mundo desafiaban este discurso esencialista. La variable sexo, tal como se consideraba en aquella época, no permitía explicar el desarrollo de una identidad edificada sobre una biología que la contradecía. A raíz de estas investigaciones, Money6 comenzó a ser consciente de la sobrecarga terminológica que tenía la variable sexo. Necesitaba un concepto vinculado a la realidad del sexo, pero diferente de él, que explicase estas contradicciones. El término elegido fue la palabra género, que en latín (genus,-eris) significa origen, nacimiento7. Necesitaba un término que recogiese el papel fundamental que la historia social postnatal desempeña en el proceso de convertir a las personas en mujeres y varones, que puede incluso modificar los destinos de la biología. Junto con el matrimonio Hampson8, este investigador reconceptualizó la variable sexo, estableciendo una clasificación de los determinantes multivariados que la constituyen, y utilizó el término «rol de género» para subrayar la importancia que tienen la biografía social y las conductas dimorfas que los padres y el entorno desarrollan ante el sexo asignado en el proceso de la sexuación humana. Para Money, sexo es un término que hace referencia a los componentes biológicos que determinan que una persona sea varón o mujer, mientras que empleará género para señalar aquellos componentes psicológicos y culturales que forman parte de las definiciones sociales de las categorías «mujer» y «varón». Si bien género en su primera acepción, «rol de género», resultó en un principio extraño y poco familiar, desde mediados de 1960 fue adoptado con gran rapidez por las ciencias biomédicas, gracias a las investigaciones realizadas por el Dr. Robert Stoller sobre el transexualismo9, y por las ciencias sociales, gracias al Movimiento Feminista. 6. 7. 8. 9.
J. MONEY, «Hermaphroditism, gender and precocity in hyperadrenocorticism: psychologic Findings»: Bulletin Johns Hopkins Hospital 96 (1955), 253-264. E. DIO CASANOVA, La construcción del significado sexual en la niña en la teoría psicoanalítica (Tesis Doctoral), Universidad Autónoma de Madrid, 1997. J. MONEY, J.G. HAMPSON y J.L. HAMPSON, «An examination of some basic sexual concepts: the evidence of human hermaphroditism»: Bulletin John Hopkins Hospital 97 (1955), 301-319. Hasta su muerte en 1991, el Dr. Robert Stoller era profesor de Psiquiatría en la sal terrae
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Desde diferentes ámbitos, pero movidos por una misma necesidad, Money y posteriormente Stoller y las académicas feministas utilizarán esta categoría para clarificar la maraña de significados y procesos biopsicosociales que acontecen en el devenir humano. Desde principios de 1970, la categoría «género» se convirtió en una de las opciones epistemológicas más relevantes en las ciencias sociales para el estudio de las relaciones entre los sexos. Supuso un nuevo marco de comprensión y una nueva vía de investigación para analizar, debatir y transformar las condiciones de vida de las mujeres y los varones. A través de este enfoque teórico, las académicas feministas lograron crear un espacio legitimado científicamente desde donde cuestionar y proponer nuevos sentidos de identidad. El género como lenguaje de ciencia provenía de las ciencias biomédicas y había sido introducido y desarrollado por varones, lo que garantizaba, en aquella época, una seriedad y un rigor conceptual que permitían a las mujeres investigar sin tener el riesgo de la descalificación por el mero hecho de ser mujer y feminista. A partir de entonces, desde muy diversos ámbitos se revisarán los supuestos epistemológicos existentes hasta la fecha entre los sexos. Se cuestionarán los diferentes significados atribuidos desde la ciencia a varones y mujeres, así como los modos en que éstos se han ido adquiriendo; y se denunciarán las estrategias que han legitimado las situaciones de discriminación y de desigualdad entre los sexos. El género, atendiendo a la definición presentada en la IV Conferencia Mundial sobre las Mujeres, se considerará como «la forma en que todas las sociedades del mundo determinan las funciones, actitudes, valores y relaciones que conciernen al hombre y a la mujer, mientras que el sexo hará referencia a los aspectos biológicos que se derivan de las diferencias sexuales. Por tanto, el sexo de una persona estará determinado por la naturaleza, pero su género lo elaborará la sociedad y tendrá unas claras repercusiones políticas»10.
Facultad de Medicina de la Universidad de California de Los Angeles. Se le considera un destacado psicoanalista, y es uno de los investigadores que más han estudiado y teorizado sobre el transexualismo. Sus aportaciones sobre el desarrollo de la identidad de género echaron por tierra algunas de las teorías que Freud planteó sobre el desarrollo de la masculinidad y la feminidad precoces. 10. Instituto de la mujer, Guía para la incorporación de la perspectiva de género, Instituto de la Mujer, Madrid 2004, 20. sal terrae
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Desde 1969, momento en que el término «género» se introduce en las ciencias sociales, éste ha ido desarrollándose fundamentalmente desde tres enfoques diferentes: desde una mirada socio-cultural más cercan a la antropología, la sociología y la historia; desde una perspectiva individual, liderada por la psicología, la filosofía y las ciencias de la educación; y desde un enfoque más interpersonal o psicosocial, en el que participarán todas las ciencias sociales. A ellos y a sus aportaciones en el proceso de reconocernos sexuados les dedicamos las páginas que siguen a continuación. Los modelos normativos de masculinidad y feminidad Era junio de 1946, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre estaban conversando en una de las pequeñas terrazas de un café parisino. Simone de Beauvoir acababa de escribir un ensayo en torno a la moral de la ambigüedad y se planteaba su próxima obra. Deseaba hacer algo más autobiográfico: escribir sobre sí misma, le decía a Sartre. Al hilo de la conversación, Sartre le preguntó «¿Qué ha supuesto para ti el hecho de ser mujer?». Al principio, cuenta S. de Beauvoir, «la cuestión no era nada embarazosa para mí: nunca había tenido sentimientos de inferioridad por ser mujer. Nadie me había dicho: “Piensas así porque eres una mujer”. La feminidad nunca había sido una carga para mi». Ante esta respuesta, Sartre le comentó: «no has sido educada de la misma manera que un varón. Deberías analizarlo más despacio»11. Esta conversación cambiaría totalmente la visión de S. de Beauvoir. Escribir sobre sí misma, haciéndose consciente de su realidad como mujer, la llevó necesariamente a analizar la condición femenina como colectivo, y publicó unos años más tarde el que ha sido uno de los ensayos más significativos sobre las condiciones de vida de las mujeres: «El segundo sexo». Desde diferentes disciplinas, S. de Beauvoir fue desmontando ese discurso esencialista que dominaba en torno a las mujeres, subrayando el decisivo papel que desempeña el proceso de socialización diferencial como regulador de la identidad12. 11. S. DE BEAUVOIR, La fuerza de las cosas, Edhasa, Barcelona 1987, 102 (versión original: 1963). 12. T. LÓPEZ PARDINA, «El feminismo de Simone de Beauvoir», en C. AMORÓS (Coord.), Historia de la teoría feminista, Comunidad de Madrid, Madrid 1994. sal terrae
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Veinte años más tarde, Katte Millet, Anne Oakley, Gayle Rubin, Natalie Davis y tantas investigadoras más13 incorporan en su análisis la categoría «género» y continúan el camino iniciado por S. de Beauvoir. Cada una desde su especialidad señala la importancia de examinar y poner en tela de juicio los modelos de masculinidad y feminidad que todas las sociedades adscriben y prescriben a cada sexo. Hasta entonces, recordemos que estos modelos se concebían derivados de la biología: realidades innatas, inmutables y mutuamente excluyentes. Las personas que no se ajustaban a este modelo eran consideradas desequilibradas y a menudo estigmatizadas por su propio entorno social. Al introducirse el género como categoría de análisis, estos modelos dejarán de ser patrimonio del determinismo biológico y comenzarán a concebirse como construcciones socioculturales. Ser varón femenino o mujer masculina no se diagnosticará como un trastorno o un problema de inversión sexual; lo que indicará de esas personas es que su forma de ser se ajusta más a lo que en su sociedad se indica que es propio del otro sexo. A partir de entonces, se desarrolla una cuantiosa investigación que analiza el género como una creación simbólica del sexo. Se va constatando cómo en todas las culturas conocidas existe un modelo acerca de cómo deben ser y comportarse un varón y una mujer. Se concluye que, por regla general, es el dimorfismo sexual externo el que inaugura el proceso de atribución del género, que el entorno se encargará de desarrollar. Como expresa gráficamente Strathern14, los modelos de masculinidad y feminidad son como moldes vacíos que cada sociedad configura con una serie de características, roles, actitudes, intereses, comportamientos seleccionados del amplio abanico de las posibilidades humanas. Estos modelos estructuran la vida cotidiana a través de una normativa que señala los derechos, deberes, prohibiciones y privilegios que cada persona tiene por el hecho de pertenecer a un sexo determinado15. Y aunque el contenido varía en función del contexto étnico, socioeconómico y religioso, se observa como un hecho común a todas las
13. A. GARCÍA-MINA, op. cit., 48. 14. M. STRATHERN, «Una perspectiva antropológica», en O. HARRIS y K. YOUNG (Eds.), Antropología y Feminismo, Anagrama, Barcelona 1979. 15. M. LAGARDE, Género y Feminismo. Desarrollo humano y democracia, Horas y HORAS, Madrid 1996. sal terrae
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culturas de origen patriarcal que el modelo de masculinidad aparece más valorado y goza de mayor prestigio social que el modelo asignado a las mujeres. Son numerosas las investigaciones que, desde diferentes ámbitos de la ciencia, han verificado la desigual valoración social subyacente a estos modelos, que aparece a su vez reflejada en las situaciones de desigualdad existentes entre los sexos16: «Tanto en una sociedad en la que el hombre teja y la mujer pesque –indicará Millett– como en otra en la que el hombre pesque y la mujer teja, la actividad del varón gozará, de modo axiomático, de mayor prestigio y recibirá mayor remuneración, por hallarse ligada a un poder y una posición social superiores»17. El género como identidad Junto con esta visión más sociocultural del género, éste también fue analizado, ya a comienzos de 1970, desde una perspectiva más intrapsíquica y personal. El género no es sólo un modelo normativo construido a través de la interacción social; es una experiencia internalizada que configura el psiquismo. Todos somos hijos de nuestra cultura, sociedad, educación, familia, experiencias vitales... No hay persona cuya identidad no esté influida y confrontada por lo que en su entorno social y familiar se considera representativo de la feminidad y la masculinidad; porque estos modelos, como veíamos anteriormente, lejos de ser meramente descriptivos, lleva implícita una serie de sanciones positivas y negativas que nos marcan de antemano nuestras aspiraciones y percepciones, nuestro hacer y poder en la vida. No son una propuesta más de un estilo de ser; implican un deber-ser que vamos internalizando a través del proceso de socialización y que va conformando nuestra identidad. La Encuesta sobre la infancia en España (octubre de 2008), realizada por los investigadores Fernando Vidal y Rosalía Mota, nos concedió la oportunidad de valorar en qué medida las prescripciones de género siguen estando presentes en el proceso de socialización. Tras
16. A. GARCÍA-MINA, op. cit., 58. 17. K. MILLETT, Política sexual, Cátedra, Madrid 1995, 394 (versión original: 1969). sal terrae
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analizar lo que 15.000 niños y niñas de 6 a 14 años piensan y sienten sobre diversos aspectos de su vida familiar, escolar y social, y cómo se comportan al respecto, llegaron a la conclusión de que, pese a que la interiorización de los patrones de género no es tan rígida como antaño, sí seguimos socializando diferencialmente a las niñas y a los niños según su sexo. A las niñas y las preadolescentes se les sigue asignando y prescribiendo un modelo de «ser en relación» basado en una socialización de los afectos y en una mayor responsabilidad del cuidado del ámbito privado, tanto familiar como doméstico. A los varones, en cambio, se les socializa para que triunfen en el espacio público, potenciando una socialización orientada a «ser en el mundo», reforzándoles una personalidad basada en la autosuficiencia, la fuerza y la competitividad, estando a la vez menos protegidos y más expuestos a manifestaciones de agresividad y violencia18. En función de cómo nos ajustemos a estos modelos, todos podemos decir que tenemos una identidad de género más masculina (si desarrollamos aquellos rasgos y comportamientos que nuestra sociedad decide que son propios de un varón), femenina (si nos ajustamos más al modelo que se plantea representativo de la feminidad) o andrógina (cuando una persona desarrolla en alto grado rasgos que socialmente se consideran bien masculinos o femeninos). El que nos reconozcamos en una de ellas no tiene en sí tanta importancia como el hecho de darnos cuenta de lo que eso implica. Todo proceso de socialización diferencial en función del género conlleva inevitablemente el desarrollo de una serie de capacidades, recursos e intereses y la represión de otros que no se consideran apropiados en razón del sexo19. Este hecho es lo que llevó a muchas psicólogas clínicas a introducir el género en su disciplina. A partir de 1970 se comenzó a estudiar la incidencia que los ideales de género tiene en los modos específicos de enfermar de varones y mujeres. La vida cotidiana, hasta entonces una variable sin importancia, comenzó a concebirse como una clave de interpretación a la hora de estudiar las diversas patologías. Se comenzó a constatar cómo
18. A. GARCIA-MINA e I. ESPINAR, «Niñas y niños: tan diferentes, tan semejantes», en S. ADROHER y F. VIDAL (Dirs.), Infancia en España, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2009, 238. 19. J.V. MARQUÉS, «Varón y patriarcado», en J. VICENT MARQUÉS y R. OSBORNE, Sexualidad y Sexismo, Fundación Universidad-Empresa, Madrid 1991. sal terrae
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las mujeres no necesariamente gozaban de un mayor equilibrio psicológico por ser femeninas, ni los varones por ser masculinos. Por el contrario, las investigaciones, realizadas fundamentalmente con mujeres, sugerían que una rígida tipificación sexual podía favorecer problemas psicológicos20. A finales de la década de 1990, tuvimos la oportunidad de estudiar cómo los estereotipos de rol de género afectan a la salud psíquica a través del análisis de la relación existente entre dichos estereotipos y los trastornos depresivos21. Los resultados obtenidos en esta investigación nos permitieron verificar cómo determinados rasgos y comportamientos que se consideran socialmente representativos de la feminidad estaban significativamente relacionados con una baja autoestima y una vivencia depresiva. Pudimos constatar que tener una gran necesidad de apoyo afectivo, depender de los juicios y la valoración de los demás, sentirse sin apenas recursos para hacer frente a situaciones problemáticas, no saber poner límites y hacerse respetar... son características de una persona deprimida que en muchos casos coincide con la forma de ser de muchas mujeres y algunos varones educados y socializados en un patrón en el que la feminidad es: sumisión, docilidad, obediencia, hipersensibilidad y dependencia de los vínculos afectivos y una excesiva preocupación por los demás. Por otra parte, también pudimos verificar cómo, si bien internalizar determinados rasgos de la feminidad es un factor de riesgo, también es un factor de protección el tener algunos de los rasgos socialmente adscritos al varón: ser una persona que se vale por sí misma, que confía en sus capacidades y no necesita supeditarse a los demás, que no depende de la mirada ajena y no se detiene ante las dificultades, que tiene habilidades para desarrollar funciones de liderazgo y que sabe asumir riesgos y tomar decisiones. Comprender nuestra historia trenzada y a menudo encorsetada por la normativa de género necesariamente nos ha de llevar a revisar una serie de aspectos que nos configuran como personas y tienen un gran
20. A. GARCÍA-MINA, Análisis de los estereotipos de rol de género (Tesis Doctoral), Madrid 1998, 62. 21. A. GARCÍA-MINA, M.J. CARRASCO y M.P. MARTÍNEZ, «Género y Depresión», en C. BERNIS, R. LÓPEZ, C. PRADO y J. SEBASTIÁN (Eds.), Salud y Género, ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, 2001, 355. sal terrae
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protagonismo en nuestra salud: la imagen que tenemos de nosotras o nosotros mismos y cómo se ha ido configurando; los ideales y exigencias que nos imponemos; las necesidades que vivimos, así como aquellas otras que hemos postergado; los deseos truncados; los vínculos y las relaciones que establecemos con los otros; la valoración que nos otorgamos y desde dónde lo hacemos; la vivencia que tenemos de nuestro cuerpo y de la sexualidad, la culpabilidad que emerge al transgredir las normas sociales pautadas de género, las anestesias que vivimos con determinadas emociones, el reconocimiento de nuestras capacidades y recursos, así como de nuestros límites, malestares, enfermedades, quejas... En función de la identidad de género que adoptemos, todas estas dimensiones guardan una especificidad, una historia que con frecuencia no nos detenemos a escuchar y que a veces es fuente de una profunda insatisfacción en nuestras vidas. El género como organizador social Michael Kimmel, hoy uno de los sociólogos más destacados en el estudio de la masculinidad desde una perspectiva de género, no entendía treinta años atrás el sentido y el porqué de esta categoría. Él explica que lo que le hizo caer en la cuenta de su valor fue una discusión que estaban manteniendo una mujer blanca y otra negra acerca de la mayor o menor importancia de la semejanza sexual o la diferencia racial entre ellas22. La mujer blanca afirmaba que, por encima del color de la piel, lo que realmente más les unía era el hecho de ser mujeres. Pero la mujer negra no pensaba lo mismo y le preguntó: «Cuando por la mañana te miras al espejo, ¿qué ves?». La mujer blanca le contestó: «Veo una mujer». Entonces le dijo la mujer negra: «Ahí está precisamente el problema. Yo veo una negra. Para mí, la raza es visible a diario, porque es la causa de mi handicap en esta sociedad. La raza es invisible para vosotras, razón por la cual nuestra alianza parecerá siempre un poco artificial»23. Kimmel se hizo entonces la misma pregunta: ¿Qué es
22. S. KIMMEL y M.A. MESSNER, Mens’s Lives, Macmillan, New York 1989, 3. 23. E. BADINTER, XY. La identidad masculina, Alianza Editorial, Madrid 1993, 24-25. sal terrae
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lo que veo cuando me miro cada mañana en el espejo? Un ser humano. El hecho de ser varón, blanco, de clase media, etc., lo había obviado... Fue entonces cuando se hizo consciente de lo fácil que es no darnos cuenta de nuestra raza, sexo, género: cuando uno forma parte del grupo de los privilegiados y de aquellos que detentan un mayor poder. Aunque no seamos conscientes de ello, clasificarnos como mujeres o varones es probablemente la decisión de identidad categorial más profunda y primordial que hacemos tras nuestro reconocimiento como humanos24. El sexo es una de las primeras y principales claves que utilizamos para hacer juicios ante las personas25. Es uno de los principales elementos diferenciadores que impregnan toda la estructura social y dicotomizan la conducta humana26. El género no es sólo un modelo normativo o una identidad constituida; es un «proceso» que crea y, a su vez, es creado en el contexto psicosocial. Es uno de los organizadores más privilegiados de las estructuras sociales y de las relaciones entre los sexos. Como veremos en los siguientes artículos de este número de Sal Terrae, la igualdad entre los sexos, el lugar de las mujeres en la Iglesia, la violencia de género... son diferentes aspectos que apuntan a este nivel de análisis desde el que se puede estudiar la realidad de género: la división sexual del trabajo, las relaciones de poder jerarquizadas entre varones y mujeres, los espacios y tareas diferencialmente asignadas en función del sexo, los diferentes contextos de interacción social... En estas últimas décadas, son muchos los esfuerzos que se están realizando para clarificar cómo incide el género en las relaciones que establecemos entre varones y mujeres y cómo, respetando las diferencias, podemos lograr unas relaciones de igualdad.
24. M. SUBIRATS y A. TOMÉ, Balones fuera, Octaedro, Barcelona 2007. 25. M. BIERNAT, «Gender stereotypes and the relationship between masculinity and feminity: a developmental analysis»: Journal of Personality and Social Psychology 61 (1991), 351-365. 26. E. BARBERÁ, I. MARTÍNEZ-BENLLOCH y R. PASTOR, «Diferencias sexuales y de género en las habilidades cognitivas y el desarrollo motivacional», en J. FERNÁNDEZ (Coord.), Nuevas perspectivas en el desarrollo del sexo y del género, Pirámide, Madrid 1988. sal terrae
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¿Cambia el género nuestra mirada? Una de las preguntas que más suelen hacerme cuando trabajo con profesionales que quieren acercarse a esta categoría es: ¿Qué significa adoptar una perspectiva de género? Incorporar la categoría «género» como opción epistemológica cambia necesariamente nuestro modo de acercarnos a la realidad y de desear comprenderla. Esta da una especificidad a nuestro mirar, a las preguntas que nos formulamos y a la manera en que tratamos de responderlas. A modo de resumen, voy a destacar algunos de los aspectos que me parecen centrales si queremos ser sensibles a esta realidad: 1. En primer lugar, incorporar una perspectiva de género ha de llevarnos a considerar que ser varón o ser mujer no es un dato irrelevante. El sexo es un organizador básico en todas las culturas y sociedades. Es uno de los primeros criterios que se tienen en cuenta en la interacción social. Como indica Mischel, «probablemente ninguna otra categoría es más importante desde el punto psicológico que la que clasifica a las personas en varones y mujeres, y las características en masculinas y femeninas»27. 2. Un segundo hecho que no podemos obviar es que la construcción de nuestra identidad está influida por los modelos normativos que cada sociedad prescribe a uno y otro sexo. Estos modelos no son una mera propuesta de un estilo de ser, sino que llevan implícito un deber-ser regulador de la identidad. 3. Estos modelos normativos guardan una especificidad HISTÓRICA Y CULTURAL. Como expresa Strathern28, la masculinidad y la feminidad son como moldes vacíos que cada sociedad va elaborando en el orden social. 4. Estos modelos, en tanto construcciones socioculturales, nunca aparecen de manera pura, siempre están entrelazados con otras variables que también son fundamentales en la vida de las personas: sexo biológico, clase social, etnia, edad, religión, orientación sexual29... Estas categorías transforman la propia experiencia de género. 5. Este carácter holístico hará que queden cristalizados de manera diferente en cada individuo. La edad, la etnia/raza, la clase social, la 27. W. MISCHEL, Introducción a la personalidad, Interamericana, México 1979, 269. 28. M. STRATHERN, op. cit. sal terrae
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religión, la orientación sexual, etc., al transformar la propia vivencia de género, explican que haya una gran variabilidad entre las personas que pertenecen a un mismo sexo. De tal manera que en la gran mayoría de las variables estudiadas las diferencias intra-sexos son mayores que las diferencias existentes entre los sexos30. 6. Como categorizador social, el género estructura la vida cotidiana a través de una normativa que señala los derechos, deberes, prohibiciones y privilegios que cada persona tiene por el hecho de pertenecer a un sexo determinado31. 7. De ahí que los sistemas de género sean una fuente valiosa de comprensión de la vida social. El género aporta un sistema de relación, ofrece una manera de vinculación social y de las relaciones entre los sexos. 8. Como concepto y categoría, el género no es un instrumento exclusivo «de y para las mujeres». Analizar las condiciones de vida de las mujeres nos exige necesariamente estudiar la realidad de los varones y las complejas relaciones que se desarrollan entre los sexos. Son modelos que han sido elaborados dicotómicamente a través de un proceso de exclusión. Su naturaleza es relacional. 9. Al formar parte de una sociedad patriarcal, estos sistemas llevan inherente el sello de la desigualdad así como las estrategias sociales de su legitimación. Lo cual nos hace concebir el género no sólo como diferencia, sino también como asimetría. 10. En cuanto experiencia subjetivada, estos modelos repercuten notablemente en la manera en que vivimos, nos relacionamos y afrontamos cognitivamente y afectivamente la realidad, así como en la manera en que enfermamos. ¿Qué ha supuesto para ti el hecho de ser mujer o ser varón? Si, como en el caso de Simone de Beauvoir, tu primera respuesta es: «No creo que me haya influido lo más mínimo», te invitaría a que lo reflexionaras con tranquilidad. El espacio en el que negociamos las identidades, tanto individual como social, es inseparable de la realidad de género.
29. M. BURÍN, «Género y psicoanálisis: subjetividades femeninas vulnerables», en M. BURÍN y E. DIO BLEICHMAR (Comps.), Género, psicoanálisis, subjetividad, Paidós, Buenos Aires 1996. 30. J. FERNÁNDEZ (Coord.), Nuevas perspectivas en el desarrollo del sexo y el género, Pirámide, Madrid 1988. 31. M. LAGARDE, op. cit. sal terrae
CARLO MARIA MARTINI Las alas de la libertad El hombre que busca y la decisión de creer 112 págs. P.V.P. (IVA incl.): 9,00 € A través de la rica filigrana de la Carta a los Romanos, el cardenal Martini reflexiona sobre cómo usar las palabras antiguas de la Escritura para comunicar hoy los contenidos eternos y universales del mensaje de amor de Jesús. No debemos distanciarnos del lenguaje bíblico y evangélico, pero sí tenemos que expresarlo de una manera comprensible, casi coloquial, para que la esencia del anuncio llegue a todos. Es un trabajo largo y laborioso, que presupone la interiorización de todo el mensaje al que, con profunda libertad interior, hemos elegido adherirnos. Una lectura fascinante, en la que finalmente se concilian Palabra y Amor, Razón y Caridad, lógos y agápe, las alas de la libertad, para volar en el Absoluto de Dios.
ST 98 (2010) 323-335
«Hasta que la muerte nos separe». La violencia de género Virginia CAGIGAL DE GREGORIO*
El amor de pareja hay que «ponerlo a trabajar». Es maravillosa la experiencia de enamorarse, es precioso vivir esas sensaciones novedosas de deseo de estar con el otro, de atracción intensa, de magia llena de estrellas... Pero el amor, el amor sacramentado en el matrimonio, más allá del enamoramiento, es una relación de dos, requiere un proyecto común que se ha de trabajar; y, desde la fe, es «querer hacer nuestro el proyecto de Dios sobre nosotros»1. En el proyecto de vida matrimonial es esperable que se produzcan momentos de encuentro y momentos de desencuentro, que se produzcan conflictos, ya que entre personas adultas no se suele coincidir en todo, y las discrepancias generan cierto nivel de tensión y agresividad. Incluso no es raro que los esposos lleguen a intercambiar ciertas amenazas, pero existen mediadores cognitivos, religiosos, legales, de grupo, culturales... que hacen que no se sobrepase esa frontera2. Sin embargo, hay heridas que resquebrajan el día a día de la pareja y de la persona; heridas que muchas veces no dan la cara, que no se dejan sentir fuera del espacio doméstico, que atrapan a quienes las vi-
* 1. 2.
Profesora de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid. Coordinadora de Atención a familias y Terapeuta de la Unidad de Intervención Psicosocial (Comillas).
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ven en un círculo sin sentido de dolor y sufrimiento; y mientras tanto, desde fuera, todo parece transcurrir con «normalidad». Cuando la violencia se instala entre un hombre y una mujer que se aman, se fractura lo más esencial de la confianza humana: el dolor lo provoca la persona que está llamada a ser base de seguridad; la herida la abre aquel a quien se ha entregado uno en cuerpo y alma; el desgarro proviene de la persona amante y amada. Con demasiada frecuencia, sólo hechos muy graves, a veces irremediablemente graves, permiten que desde fuera se conozca lo que está sucediendo en el subsuelo de esa relación marital. En las líneas que siguen vamos a desgranar los aspectos más relevantes de la violencia intrafamiliar y, más en concreto, de la violencia de género: el drama que se vive en estos hogares urge la necesidad de dar acompañamiento, acogida y ayuda eficaz a las personas que sufren esta realidad, y requiere unos conocimientos fundamentales en todas aquellas personas llamadas al acompañamiento en estas situaciones. «Ni contigo ni sin ti»: ¿qué se entiende por «violencia de género»? La agresión forma parte de nuestras relaciones cotidianas, tal como observamos en casa, en la calle, en los medios de comunicación, en el deporte. Sin embargo, la violencia en la pareja supone un paso bastante más allá de la discrepancia y la discusión habituales: significa que uno de los miembros de la pareja repite, de manera reiterada, formas de relación que suponen o pueden suponer daño para el otro en su integridad física o psicológica. Aunque los autores manejan diferentes definiciones, hay un consenso en tomar como referencia la definición de violencia de género, o machista, que propone el Artículo 1 de la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (ONU, 1993): «Cualquier acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para las mujeres, incluidas las amenazas de tales actos, las coacciones o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se produce en la vida pública como en la privada». Para explicar este fenómeno existen dos grandes encuadres teóricos: de una parte, la ideología de género, que supone que este tipo de sal terrae
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violencia es fruto de las sociedades patriarcales, en las que se adjudica a cada uno de los sexos unos roles de género a través de los cuales el hombre obtiene una posición jerárquica superior sobre la mujer, lo que se traduce en dominación y sumisión, respectivamente3. De otra parte, existen autores que se sitúan en una perspectiva de interacción, en la que, si bien se entienden las diferencias de género, no se considera que éstas expliquen de por sí el fenómeno al completo: «El mismo esquema hombre maltratador / mujer maltratada nos parece simplificador en exceso, aunque los roles de género jueguen un papel significativo en la problemática»4. En dicha perspectiva se pone el énfasis en los aspectos relacionales de la pareja como factor que contribuye a la emergencia de la violencia, en la interdependencia de los comportamientos y en la reciprocidad5. A la hora de trabajar con personas que infligen o sufren violencia de género, nos identificamos con la perspectiva integradora de Molleda Fernández6: «Del feminismo adoptaremos el principio de que en el maltrato la posición de los varones y las mujeres es distinta y desigual en poder; de la teoría sistémica adoptaremos el principio de que el maltrato es un fenómeno vincular en que las dos partes tienen responsabilidad, aunque, por supuesto, no afirmaremos que es lo mismo maltratar que ser maltratada». 3.
4.
5.
6.
Para ampliar esta perspectiva, véase ANDRÉS DOMINGO, P., «Violencia contra las mujeres, violencia de género»; BONINO MÉNDEZ, L., «Las microviolencias y sus efectos. Claves para su detección»; NOGUEIRAS GARCÍA, B., «La violencia en la pareja»; SANZ RAMÓN, F., «Del mal trato al buen trato»: en RUIZJARABO QUEMADA, C. y BLANCO PRIETO P. (dirs.), La violencia contra las mujeres. Prevención y detección, Ediciones Díaz de Santos, Madrid 2004. PÉREZ TESTOR, C.; DAVINS, M.; CASTILLO, J.A. y SALAMERO, M., «Violencia en la pareja», en GÓMEZ-BENGOECHEA, B. (Coord.), Violencia intrafamiliar. Hacia unas relaciones familiares sin violencia. Universidad P. Comillas. Madrid 2008, p.134. Para ampliar esta perspectiva, véase CARRASCO GALÁN, M.J., «La violencia en las relaciones de pareja», en: VI Jornadas: Orientación Familiar. La violencia en la familia: perspectiva interdisciplinar, Fundación MAPFRE Medicina, Madrid 1999; PERRONE, R. y NANNINI, M., Violencia y abusos sexuales en la familia. Un abordaje sistémico y comunicacional, Paidós (Terapia Familiar), Barcelona 1997. MOLLEDA FERNÁNDEZ, E., «Análisis sistémico-feminista del fenómeno de las mujeres maltratadas», en XIV Jornadas Nacionales de Terapia Familiar. Género y terapia familiar, Federación Española de Asociaciones de Terapia Familiar, 1993, p. 130. sal terrae
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«Eres mía»: cómo se construye una pareja en la que se da violencia de género La formación de la pareja es una etapa muy relevante en la vida de la persona. A veces atrae la similitud, lo que se comparte, ya sean valores, aficiones, gustos, proyectos... Otras veces se observa que lo que une es la diferencia, la complementariedad, cuando inconscientemente se perciben y desean en el otro las cualidades que uno no posee y que valora7. Para que la pareja se vaya consolidando es necesario construir un «nosotros» que no anula a cada uno como individuo, donde existe espacio común y espacio individual. Hay personas que no reconocen ese espacio, bien para sí mismas o bien para el otro, de modo que es más fácil que se dejen invadir o que invadan, creándose relaciones de fusión o de dependencia. La pareja, en el enamoramiento, siente que «están hechos el uno para el otro», dominando la idealización y la fusión con el otro; pero poco a poco se descubre que no se cubren todas las expectativas, lo que conduce a la decepción y a los reproches, o bien a la tolerancia y la reparación desde un principio de realidad. Si la pareja no utiliza formas adecuadas de solución de conflictos, en esta etapa puede empezar a forjarse la relación violenta, ya que es una forma rápida y efectiva de cerrar los problemas. El maltrato no es un hecho puntual, sino un proceso progresivo. Una vez que la violencia se instala en la relación, ésta queda afectada por el miedo y por la culpa. La pareja inicia entonces un proceso de evitación del conflicto que hace que se acumulen y se guarden experiencias de insatisfacción8. Las relaciones en las que se produce violencia de género suelen ser rígidas y simbióticas. Ante la necesidad de cada uno de conseguir que el otro se adapte a sus necesidades, se produce una escalada simétrica que puede concluir en el estallido de la violencia9. En esta escalada, además, la mujer tiene la fantasía de que logrará cambiar al marido, lo que lleva a cabo a través de maniobras indirectas, tales como la resistencia pasiva, el victimismo o la culpabilización. 7. 8. 9.
PÉREZ TESTOR, C. et al., op. cit., p. 135. CARRASCO GALÁN, M.J., op. cit., p. 40. MOLLEDA FERNÁNDEZ, E., op. cit., p. 133.
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Aunque no es nuestra intención en este pequeño espacio desarrollar una tipología del maltrato10, simplemente señalamos que habitualmente se diferencian cuatro tipos de maltrato: maltrato físico, abuso sexual, maltrato psicológico y destrucción o violencia dirigida hacia objetos u otras propiedades de valor para la víctima. No toda la violencia es estallido; también se puede hablar de microviolencias (micromachismos), que son «casi imperceptibles controles y abusos de poder cuasi-normalizados que los varones ejecutan permanentemente... que restringen y violentan insidiosa y reiteradamente el poder personal, la autonomía y el equilibrio psíquico de las mujeres»11. En cuanto al proceso de la violencia, el modelo explicativo clásico es el de Walker (1979), el «ciclo de la violencia», que se caracteriza por la repetición cíclica de tres fases: tensión, agresión y conciliación o «luna de miel»12. En todo el proceso de maltrato son frecuentes las maniobras de ocultación, tales como ser ambiguo, manipular con el lenguaje, culpabilizar, pillar al otro por sorpresa, buscar aliados reales o inventados, hacer que la víctima dude de sus percepciones, o bloquear la meta-comunicación (la capacidad de comentar la propia comunicación)13. «¿Por qué lo haces?»: lo que hay detrás del maltratador En la interpretación cotidiana que se realiza sobre hechos socialmente tan duros como el maltrato, es frecuente recurrir a tópicos explicativos y generalizaciones vagas que nos tranquilicen. Entre ellas, se suele escuchar que el maltrato se explica desde la enfermedad: «eso es que es-
10. Si se desea ampliar la clasificación de la tipología del maltrato, puede consultarse en BEYEBACH, M., «Hacia una tipología comunicacional del maltrato interpersonal», en FERNÁNDEZ, H.M. y GARCÍA ALONSO, E.I. (dirs.), Orientación familiar. Violencia familiar, Universidad de Burgos, Burgos 2007; CARRASCO GALÁN, M. J., op. cit.; PÉREZ TESTOR, C. et al., op. cit. 11. BONINO MÉNDEZ, L., op. cit., p. 87. 12. En GARCÍA-MINA FREIRE, A., «Vida en la existencia de una mujer maltratada»: Sal Terrae (marzo 2002), se ofrece una síntesis muy clara de la tipología del maltrato y del ciclo de la violencia. 13. BEYEBACH, M., op. cit., pp. 29-31. sal terrae
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tá enfermo...». Sin embargo, no se ha encontrado ningún determinante biológico de la violencia de género14. Por tanto, el ejercicio de la violencia de género es voluntario; la persona se controla en unos contextos, y en otros no. Además, es egosintónico (encaja en el propio concepto de cómo relacionarse con la esposa), y es difícil, por tanto, que el agresor contemple a su víctima como tal. Sin embargo, el maltratador presenta ciertas características en su historia o en su forma de relacionarse que determinan el uso de la violencia15: – –
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Experiencias de violencia en la familia de origen, como víctimas o como testigos. Correlación entre utilización de la agresión verbal y la física, debido a la incapacidad de uno o de ambos miembros de la pareja de resolver conflictos de forma cooperativa, lo que incrementa la escalada en la agresividad verbal, y finalmente se desencadena la agresión física. Déficit de comunicación asertiva con el cónyuge. Características de personalidad: carácter violento en general, personas impulsivas y a la defensiva, tolerancia a la agresividad, bajos niveles de autoestima, niveles elevados de activación psicofisiológica, percepción de los acontecimientos cotidianos como estresantes, baja tolerancia a la frustración...
El hombre maltratador sufre por todo ello16; pero como, a su vez, no tolera fácilmente sus sentimientos depresivos, de tristeza, de sufrimiento, los convierte en más violencia.
14. ESCUDERO NAFS, A., «Las estrategias de maltrato en la violencia de género: la destrucción en la víctima de la identidad propia», en CASTANYER, O., HORNO, P., ESCUDERO, A. y MONJAS, E.I., La víctima no es culpable, Desclée de Brouwer, Bilbao 2005, p. 60. 15. CARRASCO GALÁN, M.J., op. cit., pp. 41-42. 16. BLEICHMAR, H., cit. por LÓPEZ-YARTO ELIZALDE, L., «La agresividad y la violencia: un marco inicial», en VI Jornadas: Orientación Familiar. La violencia en la familia: perspectiva interdisciplinar, Fundación MAPFRE Medicina, Madrid 1999, pp. 10-14. sal terrae
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«Enterrada viva»: consecuencias del maltrato para la mujer De este modo se describía a sí misma una mujer en terapia tras haber logrado poner fin a una relación de doce años presidida por la violencia de género. Y así se definen muchas de las mujeres que sufren esta realidad, ya que su experiencia es ésa: sienten que no han vivido, que han perdido su tiempo, pero, sobre todo, que se han perdido a sí mismas. «No me reconozco», decía otra. Las consecuencias de la violencia de género para la mujer son devastadoras. Se entremezclan las secuelas psicológicas con los efectos físicos, aun cuando no se haya producido maltrato físico. Los principales efectos psicológicos son: estados depresivos, ansiedad, fobias, depresiones, disfunciones sexuales, amargura, desesperanza, miedo ante lo pasado, ante lo que queda por venir, sentimiento de incapacidad, desconfianza o terror ante los demás, comportamientos autodestructivos y conductas auto-lesivas, alteraciones de personalidad. Pero, de entre todos ellos, queremos prestar atención a tres aspectos, por sus consecuencias paralizantes: – La baja autoestima, que se convierte a su vez en factor de vulnerabilidad ante los malos tratos. Cuando se sufren malos tratos, la mujer se cuestiona su capacidad de relación, su capacidad para elegir adecuadamente, todo su quehacer en la vida..., y todo ello mina su autoestima. Suelen estar aisladas, unas veces porque el marido hiper-vigila todos sus movimientos; otras, porque no pueden hablar de su problemática, no tienen a nadie cerca o no saben en quién confiar, o ni siquiera lo intentan, por vergüenza; en ocasiones, no se las cree, por lo que se sienten cada vez más solas y más expuestas al maltrato. Tras una agresión, la persona más cercana suele ser el agresor, que además puede mostrarse comprensivo y delicado, por lo que percibe que es su única fuente de apoyo. – Un estado de estrés permanente: la imprevisibilidad de las agresiones hace que la mujer permanezca en un estado continuo de alerta que genera una respuesta de estrés del organismo igualmente mantenida en el tiempo, que genera daños físicos y mentales, ya que nuestro organismo no está preparado para soportar esta experiencia de forma tan prolongada. Además, se produce una suspensión en el paso del tiempo subjetivo, que deja en la mujer la impresión de que su tiempo personal no transcurre, mientras se piersal terrae
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de muchísimas vivencias significativas que le habría gustado disfrutar al máximo. Progresiva debilitación psicológica, que a veces llega a traducirse en disociación durante las agresiones, en «no estar presente» (para poder vivir con el menor nivel de estrés y de ansiedad), en un estado general de anestesia afectiva y distorsiones cognitivas que empequeñecen el problema o hacen que no se perciba la relación como problemática. Son estrategias de evitación que, en un primer momento, hacen que la mujer no se enfrente totalmente al impacto emocional del maltrato, pero que a largo plazo conllevan un mayor malestar emocional y una mayor sintomatología.
El resultado final es que la víctima pierde el «sentido de sí-misma» o «identidad propia, individual»; pierde la imagen o representación que la mujer tenía de sí-misma antes del maltrato, de sus sentimientos y pensamientos más íntimos17. «El infierno en casa»: consecuencias en los hijos Cuando los hijos son testigos directos o indirectos de la violencia entre sus padres, se convierten también en víctimas. La investigación recoge un sinfín de consecuencias que intentaremos clasificar para una mayor claridad y concreción: –
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En torno al embarazo es un momento especialmente vulnerable de la mujer, en el que la conducta violenta se suele exacerbar. Esto deriva en un mayor número de abortos, partos prematuros, mayores probabilidades de que el bebé nazca bajo de peso, y establecimiento de un apego desorganizado y/o inadecuado, dado que la madre sufre una intensa ansiedad. En las primeras etapas de la vida se observa en los niños ansiedad de separación y temor a la pérdida, así como un posible retraso en el crecimiento. Problemas emocionales: baja autoestima, dificultad para expresar los sentimientos, trastornos psicosomáticos, ansiedad, depresión y estrés post-traumático, comportamientos autodestructivos, aumento del riesgo de suicidio.
17. ESCUDERO NAFS, A., op. cit., p.63. sal terrae
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Problemas cognitivos: déficits cognitivos y de atención, problemas de aprendizaje, dificultades escolares, disminución del cociente intelectual. Problemas de conducta: trastornos de conducta, hiperactividad, agresividad, consumo de alcohol y/o drogas, delincuencia. Problemas sociales: dificultades de relación interpersonal, problemas de ajuste social, menor competencia social, aislamiento. Problemas de salud física: problemas de sueño y de alimentación, dificultades en el control de los esfínteres, recurrentes infecciones leves, mayor frecuencia de accidentes. Riesgo de desarrollo de un trastorno de la personalidad múltiple o trastorno de la personalidad «borderline».
«Atrapada»: ¿por qué no rompe la mujer maltratada? Ésta es una de las preguntas que más frecuentemente se hacen tanto el entorno de la mujer que sufre la violencia machista como los profesionales en contacto con ella: ¿por qué no rompe?; ¿por qué no corta con esa relación, si verdaderamente le hace daño? Incluso ¿es que tiene algún problema de masoquismo?, ¿es que le gusta? Nos parece fundamental que quien acompaña de una u otra forma a quien sufre esta realidad pueda comprender en profundidad los mecanismos por los que resulta tan difícil a la mujer salir de esta trampa. Quienes habitualmente trabajamos con personas que desean cambiar aspectos relevantes de su conducta o de sus relaciones cotidianas sabemos que se necesita mucha energía para poder acometer dichos cambios con éxito. Es necesario sentirse bien con uno mismo, sentir que uno es capaz, sentir que tiene claro lo que quiere, sentirse seguro, analizar la realidad actual con precisión, sentir que la meta merece la pena. Si gozando de todas esas capacidades nos resulta tan difícil cambiar, ¿qué podríamos hacer si no tuviéramos ninguna de ellas? Éste es, en buena medida, el gran drama de la mujer maltratada. Acabamos de analizar las principales consecuencias psicológicas que el maltrato deja en ella y que constituyen la base de la dificultad para el cambio. La mujer maltratada duda de sí misma, de cómo ha sido capaz de elegir a una persona que la trata así (y/o a sus hijos); pero, además, su sal terrae
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autoestima está por los suelos porque, siendo la víctima, duda de si es ella la responsable de lo que ocurre, y se siente culpable. La mujer maltratada se siente capaz de llevar a cabo muy pocos cambios en su vida: a veces las fuerzas son las justas para sobrevivir. Lo que antaño valoraba de sí misma, ahora se ha desvanecido; los hechos no confirman sus competencias; su marido, además, la desacredita, la ningunea, la descalifica... ¿De dónde sacar el sentimiento de ser capaz para una tarea tan ingente como volver a empezar? La mujer maltratada no tiene claro lo que quiere; a veces todavía distorsiona la realidad y cree que, si ella hace las cosas de forma distinta, «con mano izquierda», entonces «él cambiará» y «algún día todo será distinto y seremos felices juntos». Además, el drama que está viviendo le dice, día a día, que ella no sabe construir bien una pareja ni una familia. Siente vergüenza, de modo que intenta que nada trasluzca hacia fuera, ocultando lo que está ocurriendo en su vida, aislándose de su entorno. La mujer maltratada no se siente segura. Su integridad psicológica peligra, y en muchas ocasiones también peligra la integridad física o la de sus hijos. Pero cortar la relación tampoco le garantiza la seguridad, sobre todo si alguna vez ha sido amenazada por su marido. Otro aspecto que afecta a su sentimiento de inseguridad es la desconfianza básica que el maltrato genera en la persona: no es cualquiera quien la agrede, no es que una no pueda ir segura por la calle... Es que el dolor, el terror, está en el propio hogar y proviene de la persona de quien se esperaba (y acaso se sigue esperando) todo el amor. En muchas ocasiones la mujer maltratada no se siente con lucidez para pensar sobre la situación, para analizarla con realismo, para fijarse en los apoyos con que cuenta. Hemos hablado de los mecanismos de disociación que se pueden producir, del enlentecimiento cognitivo, de la anestesia emocional. Todo ello la aleja de la realidad, protegiéndola del sufrimiento, pero impidiendo el análisis de lo que acontece y de los recursos que le rodean. La mujer maltratada no tiene clara la alternativa, no puede marcar metas realistas, debido al miedo, al terror, a las dificultades cognitivas, que le impiden vislumbrar un camino con cierta nitidez. En esas condiciones, es una aventura inabarcable el echar a andar en otra dirección. Muchas veces, la mujer maltratada ya no sabe ni quién es, no se reconoce a sí misma. El maltrato ha minado fundamentalmente su identidad, le ha llenado de experiencias negativas en las que ha ido haciensal terrae
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do todo lo posible para adaptarse, para protegerse o para proteger a los suyos, y así es difícil cambiar: «no soy ni la sombra de lo que era», «ya no sé quién soy ni cómo soy». Incluso su marido le dice que está «enferma» o «loca», y ella acaba creyéndoselo. «Betania, ¿es posible el milagro?»: el acompañamiento en el maltrato El hombre maltratador y la mujer maltratada necesitan cerca a los que están cerca, necesitan la palabra oportuna, la escucha atenta, el consuelo profundo, las pistas clarificadoras. Muchas veces desean el milagro: poder volver a vivir una vida de pareja juntos, sin que se den de nuevo «heridas de muerte». Cuando acompañamos, orientamos o trabajamos con personas en esta situación, es posible que caigamos en la tentación de la credulidad: al ver la buena voluntad, el deseo de cambio en quien agrede, el deseo de recuperar el tiempo perdido en el matrimonio, podemos caer en el consejo fácil, en las pautas simplificadoras, guiados también por nuestro deseo de proteger a la familia y el Sacramento. Pero no es un camino nada fácil el de la reconciliación tras la violencia, y menos en un espacio como el doméstico, y todavía menos si existe el riesgo de que un solo paso atrás pueda ser de consecuencias incalculablemente graves y siempre arrasadoras. Por ello, hemos de cuidar que la persona sea reservada en las esperanzas, precavida en los movimientos, y se ha de valorar mucho, con realismo y normalmente apoyados en profesionales, las verdaderas posibilidades de hacer real que la convivencia continúe desterrando definitivamente la violencia. Con frecuencia el hombre que maltrata tiene una imagen pública positiva e incluso socialmente exitosa. Esto hace menos creíble que los hechos puedan estar ocurriendo. Es muy importante que se pueda trabajar para que asuma la responsabilidad sobre ellos, sin minimizar su gravedad y sin justificar la violencia. Habrá que trabajar el autocontrol, el manejo de la ira, y la diferenciación de ésta de la conducta violenta. Normalmente, antes de los episodios violentos ya la pareja presenta déficits de comunicación que suelen llevar a escaladas simétricas, como ya hemos comentado; por ello, es necesario encaminar la intervención hacia el desarrollo de habilidades de comunicación (escucha actisal terrae
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va, comunicación de sentimientos, comunicación asertiva), aprendiendo a desarrollar respuestas alternativas. Ante la respuesta agresiva, no basta con exteriorizar los sentimientos, sino que hay que llegar a comprender lo que se vive18. Para lograr esta comprensión es necesario el lenguaje: poner palabras, dar nombre a los sentimientos. Aprender a verbalizar lo que se siente permite aprender a esperar antes de actuar. Cuando la violencia está principalmente relacionada con la dificultad para tolerar la frustración, muchas veces hay que trabajar desmontando las creencias de que se «tiene derecho» a ser satisfecho en todo lo que uno desee. En el caso de la frustración que generan las pérdidas significativas, es necesario ayudar al varón a acercarse a la experiencia de duelo, palpar sus sentimientos, identificarlos, no tenerles miedo y poder expresarlos. Sin embargo, a veces la frustración se experimenta cuando se percibe la arbitrariedad en la conducta de la esposa, lo que genera rabia, por lo que en estos casos no solo habrá que trabajar sobre el control de la respuesta agresiva, sino también con la mujer que mantiene el juego subliminal y manipulativo de la arbitrariedad. Para el trabajo con la mujer maltratada es muy importante la acogida respetuosa, entendiendo su situación. Las mujeres maltratadas, al igual que los hombres maltratadores, necesitan poner palabras a su dolor, necesitan poder explicar lo que ocurre y lo que han vivido. Y necesitan algo que a veces se echa de menos en quienes acogen su sufrimiento: que se legitime su experiencia, que se le dé credibilidad, que se confirme que es víctima y que, como tal, vamos a implicarnos para que se sienta protegida. Es necesario preservar su seguridad, por lo que habrá que valorar si conviene la distancia a través de medidas judiciales, aunque con éstas no todo se resuelve; hay que elaborar los duelos por tantas pérdidas (la persona amada, la confianza en el ser humano, las expectativas en la pareja, etc.) y generar una distancia emocional. El trabajo con la mujer maltratada ha de dirigirse a aliviar su sufrimiento, potenciar su sentimiento de seguridad, incrementando su autoestima, devolviéndole el control y la autonomía sobre su vida y promoviendo recursos de afrontamiento. La intervención debe ayudarle a
18. LÓPEZ-YARTO ELIZALDE, L., op. cit., p. 17. sal terrae
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analizar la situación y facilitar la toma de sus propias decisiones, más que decirle lo que tiene que hacer. Si vamos a trabajar dejando abierta la posibilidad del reencuentro, el trabajo terapéutico se debe desarrollar en diferentes fases, comenzando por el varón maltratador, de modo que, una vez que el hombre ha logrado desarrollar habilidades de comunicación y de resolución de conflictos alternativas a la violencia, se iniciaría la terapia de pareja, teniendo en cuenta que la mujer también necesita un apoyo más personal, encaminado a reconstruir todo lo que se ha hecho añicos en ella. El éxito del trabajo de pareja pasa necesariamente por el arrepentimiento, el perdón y la reparación. Hay mucho que hacer también desde una perspectiva preventiva. Fundamentalmente, hemos de centrarnos en la educación, en una doble dirección: por una parte, una educación centrada en la igualdad de derechos y deberes entre hombres y mujeres, lo cual, desde nuestro punto de vista, no está reñido con el desarrollo y potenciación de lo que el hombre y la mujer tienen como más propio, y de ello destacamos la maternidad como don maravilloso para la mujer, en torno al cual unos y otras han de ser conscientes de la inmensa responsabilidad mutua que supone; por otra parte, una educación, tanto para hombres como para mujeres, que potencia la asertividad, la comunicación clara y directa, las consecuencias de las propias acciones, el valor del esfuerzo y del sacrificio por los demás. Cuando acompañamos o trabajamos con personas que sufren esta realidad, también hemos de revisar nuestras propias actitudes, creencias, valores, experiencias. Coincidimos plenamente con López-Yarto cuando afirma que, si creamos una sociedad en la que se pueda vivir la confianza, la justicia, la libertad y la verdad, la persona desarrollará una sana autoestima, por la que, apreciándose a sí misma, será capaz de estimar a quien tiene cerca y a la persona a la que ama19. Entonces la promesa «Hasta que la muerte nos separe» se vive en toda su hondura haciendo real la elección de amar al otro con plenitud, de entregarse al esposo o la esposa desde la máxima libertad personal, respetando y sintiéndose respetado en su ser más esencial.
19. Ibid., p. 20. sal terrae
ANSELM GRÜN ¿Qué debo hacer? Respuestas a las preguntas que plantea la vida 232 págs. P.V.P. (IVA incl.): 15,00 € Anselm Grün responde a quienes acuden a él, pero no con recetas fáciles, sino con recomendaciones claras y clarificadoras que brotan del tesoro de su gran experiencia de acompañamiento y desde el trasfondo de su rica formación psicológica y espiritual. De este modo, ofrece un cambio de perspectiva que suele ser nuevo y sorprendente. Las preguntas son variadas, concretas y relativas a cuestiones de la vida cotidiana: las relaciones entre padres e hijos o en el seno de la familia; el trabajo y la vida privada; la seguridad y la confianza en sí mismo; el camino del autodescubrimiento; el amor y la amistad; los problemas en las relaciones; la enfermedad y la salud; la toma de decisiones importantes o el mobbing en el lugar de trabajo; la muerte y el duelo; el fracaso y la culpa.
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Recuperar la palabra desde abajo Inmaculada SOLER GIMÉNEZ*
«Derramaré mi espíritu sobre todos, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán». – Hch 2,17
Lo primero que pensé cuando me propusieron este artículo fue: ¿por qué a mí? En la Iglesia hay mujeres muchísimo más preparadas que yo y con más autoridad intelectual para hablar sobre la situación de la mujer en la iglesia. Quienes me invitaron a escribir este artículo ya lo sabían, así que me lancé a ello. No soy experta ni me dedico a la teología, pero soy mujer, mujer creyente y parte de esta Iglesia nuestra. Desde ahí, reconociendo mi pequeñez y el lugar desde el que escribo –una ciudad de España y una comunidad de vida consagrada compartida con mujeres en situación de pobreza y exclusión–, me atrevo a decir una palabra. Nuestra mirada no es neutral. «Todo es según el dolor con que se mire», afirma M. Benedetti. Puede que algunos de los lectores no sientan el dolor de las mujeres o les sea ajeno su punto de vista; puede que tampoco les llegue ni les afecte el dolor de los pobres ni de los que sufren las injusticias estructurales. La cuestión fundamental no es si lo sentimos o no, porque lo que está en juego no es nuestra sensibilidad personal, sino la esencia de nuestra fe cristiana. No es una cuestión de afinidad, sino de fraternidad/sororidad. No es una cuestión meramente ética, sino teologal, que nos remite al Dios al que rezamos.
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De la Comunidad «Villa Teresita». Licenciada en Estudios Eclesiásticos. Trabaja en marginación. Madrid. . sal terrae
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INMACULADA SOLER GIMÉNEZ
1. En la Iglesia desde abajo Si caminamos con los ojos abiertos, percibiremos que las desigualdades de género siguen marcando las relaciones entre hombres y mujeres en pleno siglo XXI. Amnistía Internacional recuerda que 36 países mantienen en nuestros días leyes que discriminan a las mujeres por el hecho de serlo1. Si no cerramos los ojos, percibiremos también que algo de esto acontece en nuestra iglesia; las mujeres ocupamos el último lugar, el más bajo dentro de la estructura eclesial: primero, el papa; después, los obispos; les siguen los sacerdotes y religiosos; después, las religiosas, los laicos y, por último, las mujeres laicas. ¿Cómo se ve la vida desde abajo? ¿Cómo se vive desde ahí la fe y la pertenencia a la Iglesia? ¿Podemos denunciar esta injusta desigualdad de género y experimentar a la vez que la Iglesia nos sostiene en la fe y nos da vida? ¿Es posible estar abajo y experimentar el gozo del Evangelio? El lugar eclesial que nos sitúa injustamente por debajo puede ser plataforma privilegiada para ver y oír: «¡Dichosos vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotras veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotras oís, pero no lo oyeron» (Mt 13,16; Lc 10,23-24). El mismo Señor Jesús, a quien seguimos, ¿no eligió vivir desde abajo? ¿No se gesta lo importante del Reino desde dentro y desde abajo? Estar abajo nos hermana con todos, especialmente con los olvidados y pobres de la tierra (es importante recordar que las mujeres constituyen la mayoría de los analfabetos, los refugiados, los maltratados...). Estar abajo nos acerca a su impotencia, a su dolor, a su clamor, pero también a sus cantos, a su capacidad de fiesta y de lucha para sobrevivir día a día. Cerca de los excluidos se desenmascaran nuestras comodidades y privilegios, los de la iglesia jerárquica y también los nuestros. Junto a ellos y ellas se ensanchan las entrañas, se aprende misericordia, se hace más fácil mirar con bondad a las personas y compren-
1.
R.M. BELDA MORENO, Mujeres. Gritos de sed, semillas de esperanza, Madrid 2009, 41.
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der las debilidades de nuestra Iglesia... ¡y maravillarnos también por lo que Dios hace con ella a pesar de ella! A su lado, las grandes discusiones teológicas y morales se viven de forma distinta, los problemas toman otra dimensión: el rostro del hermano concreto, herido, vulnerado en su dignidad, necesitado, nos reclama y nos resitúa siempre, apeándonos de nuestras «elevaciones» ideológicas, doctrinales, espirituales («Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, fui forastero y me hospedaste, estuve desnudo y me vestiste, enfermo y me visitaste, en la cárcel y viniste a verme»; Mt 25). Desde abajo, lejos de la «pompa» y sin el peso de los protocolos, se percibe la gran cantidad de miedos que paralizan y atenazan a nuestra Iglesia, entre otros el miedo a la mujer. Se percibe «el machismo» incorporado como «lo natural» a lo largo de los años, como casi el único modo de mirar la realidad, interpretar la Palabra, hacer teología, celebrar la fe, organizar la Iglesia y pensar el lugar que tiene la mujer en ella. Desde abajo se vive con dolor. En la Iglesia, desde abajo se respira más sencillez y libertad, se aprende a vivir agradecidos con poco, a no «quejarse» de la vida ni «hacer problema» de lo que no lo es, a celebrar la vida de cada día como un regalo y a experimentar el don de la fraternidad, la alegría de tener hermanas y hermanos para el camino, hombres y mujeres que con su vida y su fe nos sostienen. ¡Cuántas mujeres han gestado y alumbrado caminos nuevos en nuestra Iglesia haciéndola más evangélica...! Desde el último lugar, todos nos necesitamos. Quizá sólo desde abajo se puede vivir la fraternidad/sororidad que rezamos cada día en el Padre Nuestro, dar gloria a nuestro Padre/Madre, ayudarnos a buscar Su voluntad, ser fieles a Sus llamadas, amar a todos sin dejar a nadie fuera ¿No fue este el lugar de encarnación de nuestro Dios? 2. Testigos privilegiadas del Evangelio Estar abajo nos posibilita ser testigos privilegiadas del Evangelio: «lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de vida –pues la Vida se manifestó, y nosotros damos testimonio» (1 Jn, 1,1-2). Testigos privilegiadas para descubrir y alentar pequeños brotes de vida y esperanza en medio de las situaciosal terrae
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nes aparentemente sin salida, de las noches y los inviernos de tantos hombres y mujeres. Testigos de la presencia misteriosa de nuestro Dios, que cuida de los pequeños y no abandona a sus pobres. Quien está arriba se lo pierde. Joy atravesó África con veinte años para llegar hasta una calle central de Madrid donde ejerce la prostitución. Es víctima de una red de trata y le debe a la mafia 50.000 euros. Llora su destino: «no quiero estar aquí», pero ¿qué puedo hacer?». Tiene siete hermanos más pequeños que dependen de ella. «No puedo escapar; si me marcho de aquí o denuncio a la mafia, harán daño a mi familia...». Pero desde su impotencia y oscuridad expresa una Cercanía Misteriosa: «Todos los días le rezo, Él siempre está conmigo. Dios es el único que me puede ayudar». María, casada a los 14 años para poder escapar de casa, sin padre y con una madre que la maltrataba (no recuerda que alguien la haya querido alguna vez). Cuando nació su primer hijo, empezaron las palizas, y así durante todo su matrimonio. Al final no pudo más, se vino a España a buscar un futuro mejor para sus hijos y acabó, después de varios trabajos fallidos, en la prostitución. Lleva siete años y está cansada; ahora tiene 42. Muchos días está bebida («esto no se puede aguantar a pelo»). Sus hijos son su única ilusión (los tres están en su tierra natal, Colombia), pero eligieron el camino equivocado («sólo me dan disgustos»: drogas, violencia, cárcel, amenazas, la presión de las “maras”... ¿Para qué ha servido entonces tanto sacrificio?», se pregunta. Su día a día es muy duro: está envuelta en problemas y no encuentra salida, pero en su boca y en su corazón no reniega de Dios: «mi diosito no me abandona»; «Él me da fuerzas cada día para seguir». Somos testigos privilegiadas del Evangelio, de la presencia misteriosa de Dios entre los pobres, presencia que siempre sobrecoge. Testigos de muchos procesos de resurrección como el de José. Lo conocimos en la calle, recogiendo las patatas fritas que sobraban de las mesas de un burger. Tenía 35 años y un aspecto descuidado y sucio; vivía en la calle y no tenía a nadie; consumía drogas y parecía un muerto viviente, ante quien se vuelve el rostro. Le invitamos a darse una vuelta por un espacio de acogida de Villa Teresita, y al día siguiente apareció, y así todos los días: nunca dejaba de venir, casi siempre en malas condiciones, pero venía, se sentía persona (éramos su familia, decía). Al poco tiempo, entró preso (tenía causas pendientes), y continuamos acompañándole y buscando junto a él alternativas. Poco a posal terrae
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co, se fue consolidando en él el deseo de vivir (antes sólo sobrevivía), y La Vida en él, sin borrar las huellas de la cruz, se fue manifestando con toda su fuerza... Ahora lleva seis años fuera de la cárcel, sin consumir, trabajando y viviendo una relación de pareja. José pasó de la muerte a la vida. Para mucha gente sencilla, la Iglesia que aparece en los medios de comunicación casi siempre representada por el rostro de un varón célibe, hierático y vestido de negro, les resulta distante, fría, demasiado alejada de las dificultades de la «vida real». Para muchos existe una Iglesia casi invisible en los medios de comunicación, pero cercana a sus vidas. Una Iglesia humana, cálida, acogedora, que se desvive y da vida (no es otra Iglesia, sino la misma). ¡Que le pregunten por ella a los pobres y excluidos! ¡Que le pregunten a los presos, a los enfermos de sida, a las mujeres en situación de prostitución y víctimas de trata, a los niños abandonados, a los sin hogar, a los que tienen una enfermedad mental, a los inmigrantes sin papeles, a los hambrientos de este mundo...! ¿Quién ha estado cerca?; ¿quién les visitaba cuando estaban en la cárcel?; ¿quién les acompañaba en el hospital como a uno más de su familia?; ¿quién les escuchaba y les hacía sentir únicos e importantes?; ¿con quién han celebrado las pequeñas alegrías de la vida?; ¿quién ha batallado por sus derechos?; ¿quién les ha abierto su casa, su mesa, su amistad?; ¿con quién han compartido su fe? Para la mayoría de ellos, esta Iglesia tiene rostro de mujer. Es la Iglesia samaritana, la Iglesia servidora que pone en práctica lo que celebramos: «Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente a la hermana y el hermano solo y desamparado, ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido. Que tu iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando» (Plegaria eucarística V/b). Que no se ofendan los varones: quien haya bajado a los contextos de exclusión y pobreza sabrá que las mujeres casi siempre les han precedido. Los signos de la presencia del Reino ya están entre nosotros: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva, y ¡dichoso aquel que no se escandalice de mi!» (Lc 7,22-23). sal terrae
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No se habla de templos llenos, ni de una iglesia influyente en la sociedad, ni de grandes concentraciones de cristianos para ser signos visibles del Reino, ni de problemas litúrgicos... Las señales son claras para quien quiera ver. ¿Habremos desenfocado la mirada? 3. Recuperando la palabra. «Ve a mis hermanos y diles...» Con esta petición, el Señor Resucitado envió a María Magdalena a la comunidad cristiana. ¿No ha llegado el momento de recuperar la palabra de la mujer en la Iglesia? ¿No es el mismo Señor Jesús quien nos envía? ¿Acaso hemos olvidado el comportamiento de Jesús con las mujeres y su protagonismo en las comunidades primitivas?2 Sabemos que muy pronto, influenciados por el mundo griego y la cultura patriarcal, el protagonismo emergente de las mujeres quedó relegado a un segundo, tercer o cuarto plano3. Sabemos también que, aunque la mujer muy pronto quedó invisibilizada en los órganos de decisión de la Iglesia, no quedó fuera de la mirada de Dios. Muchas mujeres fieles a la acción del Espíritu han impulsado y renovado la Iglesia desde dentro, sufriendo en sus carnes la incomprensión y la soledad que acompaña a los profetas. Algunas son recordadas y nombradas al estudiar la Historia de la Iglesia; otras (la mayoría) son olvidadas, pero sus vidas anónimas han sostenido a la Iglesia sin que la Iglesia lo supiera. Su voz silenciada no se ha podido acallar, porque el altavoz lo pone Otro. Como dice la canción de Ain Karem, «sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje». ¡Cuánto de Dios se ha acallado...! En el siglo XXI, las mujeres en la Iglesia seguimos escuchando una llamada que no es nuestra, un envío que no parte de nosotras. Ponerlo en cuestión es poner en cuestión al mismo Señor que llama4.
2.
3.
Ver J.P. MEIER, Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico. III: Compañeros y competidores, Verbo Divino, Estella (Navarra) 2003; E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria de ella, Desclée de Brouwer, Bilbao 1989; A.M. TEPEDINO, Las discípulas de Jesús, Narcea, Madrid 1995; S. TUNC, También las mujeres seguían a Jesús, Sal Terrae, Santander 1999. Ver F. RIVAS, Desterradas hijas de Eva, Universidad Pontificia Comillas / San Pablo, Madrid 2008.
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La Iglesia del siglo XXI ya no puede concebir y pensar la realidad de la mujer en su seno como si ésta se pensase a sí misma como una mujer del siglo XVII, XVIII o incluso de primeros del XX. Las cosas han cambiado, la realidad ha cambiado, las leyes han cambiado, y la conciencia social también. En nuestra sociedad «desarrollada» la mujer ha ido adquiriendo cuotas de poder político, económico, cultural, laboral... difícilmente imaginables hace unas décadas. En la actualidad, ¿entenderíamos una familia en la que sólo los varones tuvieran la palabra y el poder de decisión? ¿No sigue siendo así en nuestra Iglesia? Como dice Lucía Ramón, ¿cómo explicar a nuestras hijas que su condición de mujeres las inhabilita para la cercanía al altar –ni tan siquiera como monaguillas–, precisamente porque son mujeres, cuando sus hermanos –a los que en algunos casos admiran y tratan de emular– sí pueden?5. Hay caminos abiertos por la acción del Espíritu que ya no tienen marcha atrás. Y este movimiento no puede ser ignorado por la Iglesia, obligada a ser fiel al Espíritu que sigue actuando en la historia. No olvidemos que creemos en un Dios que actúa dentro de ella. La cuestión del empoderamiento de la mujer no es para repetir un esquema ni un modelo de iglesia de poder, vertebrado sobre el clero, ni para que podamos llegar las mujeres al ministerio ordenado, tal y como lo viven muchos varones en la actualidad. El empoderamiento no es para ascender, sino para descender; no es para medrar, sino para servir. La cuestión de fondo es teologal: reconocer a la mujer como mujer (creada a imagen y semejanza de Dios: Gn 1,27) y reconocer a la mujer como bautizada e hija de Dios (a veces parece que no creemos de verdad en el bautismo). Como dijo Cristina Kaufmann, a la Iglesia le falta «lo femenino», y esto produce un «grave desequilibrio que no deja brillar la verdad en la Iglesia en todo su esplendor, ni deja fluir toda la corriente de vida para bien de todos»6.
4. 5. 6.
No digo que no tenga que ser discernido, como todo lo de Dios, venga de parte de un varón o de una mujer. L. RAMÓN CARBONELL, «El bautismo como proceso de alumbramiento espiritual: la metáfora del parto» en Mª.J. ARANA (Ed.), Cuando los sacramentos se hacen vida. En clave de mujer, Desclée de Brouwer, Bilbao 2008, 32. C. KAUFMANN, «Renacer desde la Contemplación». Entrevista grabada en video para la XIX Semana de Vida Religiosa de Bilbao, Abril 2001. sal terrae
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¡Cuánto podemos aportar las mujeres...! ¡Y cuánto sesgo se ha hecho a la acción del Espíritu...! 4. En la Iglesia desde dentro La vida de la Iglesia está transida y apoyada en la fe y el testimonio de muchas mujeres. La gracia no está mediatizada por el género. Mujeres dóciles al Espíritu, que acogen la Palabra y la dan a luz desde lo pequeño de cada día. Mujeres que, como Jesús, se ciñen la cintura y lavan los pies, friegan la iglesia, preparan los manteles, atienden las Caritas parroquiales, sirven y distribuyen los bienes a los pobres aunque no se las considere diaconisas. Mujeres en contacto directo con el cuerpo herido y sufriente de Cristo, aunque no se las considere dignas de «dar la comunión», y mucho menos de plantear su vocación sacerdotal7; mujeres al pie de la cama de los enfermos terminales, acompañando a los ancianos hasta el final, aunque no puedan ungirles con el óleo sagrado; mujeres aliviando las cargas de la existencia y posibilitando la reconciliación con Dios, aunque no puedan absolver con la autoridad de la Iglesia; mujeres que ayudan a crecer en la fe y a buscar y discernir la voluntad de Dios en los acompañamientos personales, aunque no serán invitadas ni consideradas capaces de discernir las mociones del Espíritu en los grupos de decisión eclesial; mujeres teólogas, con el don de la palabra, estudiosas de la Sagrada Escritura, que no podrán predicar en el altar ni hacerse voz de Su Palabra, sólo por el hecho de ser mujeres. Desde dentro, la Iglesia duele. ¡Estamos tan lejos del Evangelio que predicamos...! ¿Qué le pasa a nuestra Iglesia? ¿Por qué tantos miedos? ¿Por qué no despertamos ante el clamor de nuestro mundo? Se hace necesario abrir nuevos caminos y denunciar con cariño y libertad todo «sábado», toda ley, toda estructura de poder, toda ideología que se convierta en sistema seguridad y ahogue la Vida (que es vida concreta, con rostros concretos). Agradecer el Evangelio recibido por la 7.
Pregunta Joan Chittister: «¿Hemos de creer que el Dios que eligió una mujer para transformar a Dios en cuerpo y sangre de Cristo no quiere de ninguna manera que una mujer haga lo mismo con el pan?». Véase J. CHITTISTER, Odres Nuevos, Sal Terrae, Santander 2002, 188.
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Iglesia y empujar con toda nuestra vida para que la Iglesia camine hacia el Evangelio. Se hace necesario volver a la Fuente, ir a lo esencial para no perdernos en lo accesorio, dejarnos acompañar y sostenernos en comunidad unas a otros para vivir de la fe. Desde dentro es importante aprender a vivir a varios niveles: lo que se ve y lo oculto; lo que en apariencia no cambia y lo germinal; lo que se mueve por fuera y lo que se gesta por debajo. Amar a la Iglesia y sentirnos parte de ella, aunque no estemos de acuerdo con todo lo que ella hace; agradecer la mediación humana de la Iglesia, aunque en tantos momentos las mediaciones sean motivo de «escándalo»; vivir en comunión con la Iglesia sin comulgar con lo que no nos parece cristiano; beber de su corriente de vida, la que mana por dentro, y posibilitar con nuestra vida y nuestra palabra que el Espíritu de la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16-20), vaya empapando las estructuras eclesiales y haciéndolas más permeables a Su Palabra. Desde dentro, con los ojos de la fe, se experimenta la Vida del Resucitado, el Señorío de Jesús, la comunión de los santos y santas que nos preceden y acompañan, la vida del Espíritu, el triunfo de la Vida. Desde dentro, muchas mujeres dan paso a Dios con su vida. Y en el interior, en lo más profundo, la mujer María es quien sostiene a la Iglesia y le sigue dando vida con su respuesta fiel.
5. Alumbrando el Reino desde dentro y desde abajo Empujamos, como en un parto, para alumbrar la novedad que trae Dios a nuestra Iglesia; y empujamos con dolor (no hay alumbramiento sin él), con tensión y con paz, con contracciones y con profundo amor, con alegría y con esperanza, conscientes de que la Vida que nos empuja por dentro no es nuestra, sino de Aquel que ensancha nuestras entrañas. No empujamos para que la Iglesia esté gobernada por mujeres ni con el único fin de que las mujeres sean sacerdotes, obispos, cardenales... No hablamos de reivindicaciones estadísticas, de paridad de número ni de cuotas de poder; es algo mucho más importante: no sesgar la acción del Espíritu por razones de género; ser dóciles a Su fuerza renovadora, que sigue actuando en nuestros días. sal terrae
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Estamos en un momento privilegiado para vivirnos como Iglesia con más humildad y menos protagonismo, más necesitados unos de otros, en búsqueda y diálogo permanente. Un momento privilegiado para aprender a ser resto de Israel, pequeña semilla, levadura en medio del mundo, un destello de luz y esperanza en medio de la oscuridad en la que habitan tantos seres humanos. El riesgo en este tiempo de crisis es para muchos mirar atrás, añorar tiempos pasados, replegarse y parapetarse del mundo (como si Dios no estuviese en él); para otros, el riesgo es la crítica amarga, la desesperanza, olvidar la ambigüedad de lo real (que el trigo crece con la cizaña), perder la fe y la capacidad de captar los signos del Resucitado en la vida cotidiana y en nuestra Iglesia. Éste es el tiempo oportuno. No tenemos que esperar otro. Éste es el único que tenemos para jugarnos la vida. El Reino crece. Con nosotros y a pesar nuestro. A través de la Iglesia como mediadora privilegiada de salvación, y también a pesar de ella. El Reino es más grande que la Iglesia, y su eficacia no se puede medir con nuestros criterios: un grano de mostaza, una pizca de sal, un trocito de levadura, una comida compartida, un niño que nace... Dios conduce la historia; la última Palabra y la decisiva es Suya. ¿Confiamos en Él? ¿No actúa Dios desde abajo, desde lo débil y pequeño? (1 Co 1,17ss). Como recuerda Dolores Aleixandre, tenemos que «hacernos decididamente creyentes y partidarias de esa «revolución de adverbios» inaugurada por Jesús en el Reino: el arriba/abajo, el primero/último, el más/menos, el dentro/fuera, que no suelen coincidir con nuestros criterios, y precisamente es una mujer quien nos lo anuncia en su Magnificat»8. Es hora de creer y llevar a la práctica lo que celebramos en el bautismo: hombres y mujeres revestidos de Cristo (Ga 3,26-29), bautizados y bautizadas, crismados, creados a imagen de Dios, llamados a crecer en el amor hasta alcanzar la plenitud a semejanza de Cristo, profeta, sacerdote y rey.
8.
D. ALEIXANDRE, «Mujeres en la hora undécima», en Mujeres en Camino, Ed. Popular, Madrid 1992, 64.
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Es hora de encarnar e inculturar el Evangelio con un lenguaje del siglo XXI9. Es hora de abordar sin miedos una profunda reforma teológica y catequética, pastoral y espiritual (muchas voces lo están reclamando con urgencia) y buscar otros modelos de organización más fraternos. Es tiempo de que las mujeres estudiemos y nos preparemos igual que los varones para poder hablar con la misma autoridad intelectual (las mujeres seguimos siendo minoría en los centros de estudio teológico); tiempo de utilizar antropologías más integrales (no androcéntricas ni dualistas), incorporando la reflexión teológica y la exégesis bíblica hecha por mujeres, evangelizando con los cinco sentidos (también con el sexto), soltando rigideces, para que nuestros cuerpos de varones y mujeres puedan ser cauces de amor y misericordia. Es tiempo de transformar la tierra extranjera en hogar para todos, cuidando la acogida y calidez en nuestras celebraciones comunitarias (también en ellas falta lo femenino), creando espacios de respiro y de vida para los abatidos, los que andan perdidos como ovejas que no tienen pastor, entretejiendo relaciones de cariño y amistad para que ninguna criatura se sienta fuera, sin familia, sin hogar, huérfana de Dios. Así seremos testimonio de vida y esperanza en nuestro mundo. Sólo podremos anunciar al Dios Amor si nuestra vida lo hace creíble. La Ruah empuja. Ha llegado la hora de repartir la misión evangelizadora de la Iglesia según carismas, y no según el género de quien predica, de quien da testimonio, de quien toma las decisiones... Es hora de reconocer y agradecer la diversidad para el bien común: «diversidad de carismas con un mismo Espíritu; diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos (y en todas). A cada cual (varón o mujer) se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno (o a una) se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro (o a otra), palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro (o a otra), fe en el mismo Espíritu; a otro (o a otra), carisma de curaciones en el úni-
9.
Nuestro lenguaje no es neutral. Baste un ejemplo: en el oficio de liturgia de las horas, excepto en las fiestas de alguna mujer, sólo se usa un lenguaje masculino. Podríamos pensar que es un lenguaje genérico, pero no. ¡Cuál no será la sorpresa al comprobar que, al pedir por la virginidad, siempre se cambia al femenino...! ¿Es que ellos no son vírgenes? sal terrae
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co Espíritu; a otro (o a otra), poder de milagros; a otro (o a otra), profecía; a otro (o a otra), discernimiento de espíritus; a otro (o a otra), diversidad de lenguas; a otro (o a otra), don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno (y cada una) en particular según Su voluntad» (1 Co 12,4-11). Ha llegado la hora de creer en el Señor Jesús, el Resucitado, el Señor de nuestra Iglesia, en quien ya no hay diferencias entre judío o no judío, esclavo o libre, varón o mujer (Ga 3,28). El parto ha comenzado, no hay marcha atrás. ¿Quién podrá detener la fuerza del Espíritu?
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ST 98 (2010) 349-352
RINCÓN DE LA SOLIDARIDAD La coherencia entre políticas de desarrollo y migraciones Jon SAGASTAGOITIA, SJ*
Según las estadísticas del Banco Mundial1, en el mundo viven alrededor de 6.700 millones de personas. Una parte de esa población –aproximadamente 1.000 millones de personas– vive en sociedades democráticas, en las que las instituciones protegen sus derechos y libertades políticas, y disfruta de un bienestar económico sin precedentes. En términos macroeconómicos, esta población cuenta con una renta per cápita de 67 euros/día. Sin embargo, la inmensa mayoría de la población mundial vive en sociedades frágiles y en condiciones económicas precarias, que cruzan incluso el umbral de la pobreza extrema: 4.600 millones de personas viven con una renta per cápita diaria inferior a 7 euros; 1.000 millones de personas ¿sobreviven? con menos de 1,1 euros/día. Este panorama de desigualdades ha interpelado a la comunidad internacional, y se ha llegado al consenso de que es urgente generar condiciones de desarrollo para todas las personas. En el año 2000, la comunidad internacional se comprometió con los Objetivos de Desarrollo del Milenio2, como un intento coordinado de promoción del desa-
* 1. 2.
De «Alboan». Bilbao. Estadísticas que hacen referencia a datos del año 2008. . Los Objetivos son ocho: 1) Erradicar la pobreza extrema y el hambre. 2) Lograr la enseñanza primaria universal. 3) Promover la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer. 4) Reducir la mortalidad infantil. 5) Mejorar la salud maternal. 6) Combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades. 7) Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente. 8) Fomentar una alianza mundial para el desarrollo. sal terrae
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rrollo en los países de economías más precarias y con el horizonte de un futuro compartido. En posteriores encuentros internacionales se han ido definiendo los compromisos de financiación que los estados con economías más desarrolladas se comprometen a asumir para la consecución de estos objetivos. Así, en la Conferencia Internacional celebrada en Doha (Qatar) en 2008, los estados miembros de la Unión Europea se comprometieron a aportar fondos para la Ayuda Oficial al Desarrollo hasta alcanzar las ratios del 0,56% del PIB para 2010, y del 0,7% para 2015. Asimismo, desde la década de los noventa diversas organizaciones multilaterales, como Naciones Unidas, la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo y la Unión Europea han venido debatiendo sobre una nueva perspectiva para las políticas públicas de cooperación al desarrollo que fuera más allá de la mera ayuda financiera3. Este planteamiento asume que otras políticas distintas de la de cooperación, como, por ejemplo, políticas económicas, comerciales, migratorias, medioambientales, agrícolas, culturales, de defensa, etc., pueden también contribuir, limitar o incluso perjudicar el desarrollo promovido por las políticas de cooperación. En esta línea, y en el ámbito de la Unión Europea, en el año 2005 se asumió explícitamente un compromiso con el principio de «Coherencia de Políticas a favor del Desarrollo», lo que implica garantizar que los objetivos y resultados de las políticas de cooperación al desarrollo de un gobierno no se vean mermados por políticas que en otros ámbitos lleve a cabo ese mismo gobierno y que, además, esas otras políticas apoyen los objetivos de desarrollo cuando ello sea posible. La Unión Europea identificó once áreas prioritarias en las que buscar sinergias con los objetivos de las políticas de desarrollo, entre las que se encuentra el área de migraciones4: «La Unión Europea promoverá las sinergias entre migración y
3. 4.
Esta intuición está recogida en el Objetivo 8, «Fomentar una alianza mundial para el desarrollo». En enero de 2006, la población inmigrante en la UE ascendía a más de 18 millones de personas, lo que representa alrededor del 3,8% de la población total de la UE. Fuente: Comunicación de la Comisión al Parlamento Europeo, al Consejo, al Comité Económico y Social Europeo y al Comité de las Regiones. Una Política Común de Emigración para Europa. COM (2008) 359 final. Bruselas, 17 junio 2008.
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LA COHERENCIA ENTRE POLÍTICAS DE DESARROLLO Y MIGRACIONES
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desarrollo, con el fin de que la migración sea un factor positivo para el desarrollo»5. Ahora bien, ¿cómo pueden las políticas públicas relacionadas con las migraciones contribuir al objetivo de «Coherencia de Políticas a favor del desarrollo»? La gestión de las migraciones ocupa un puesto clave en la agenda política de la Unión Europea, especialmente desde que el Tratado de Amsterdam (1999) reconociera su competencia en este ámbito6. En 2005, los jefes de Estado y de Gobierno de la UE abogaron por aplicar a las migraciones un enfoque global que abordara los aspectos relacionados con el crecimiento económico (europeo), con la seguridad (europea) y con el desarrollo de los países de origen. Este enfoque global se concreta a través de tres ejes de actuación: la promoción de la migración legal, la lucha contra la inmigración irregular y el seguimiento de la relación entre migración y desarrollo. Este tercer eje del enfoque global será el punto de conexión entre las políticas públicas de migraciones y las políticas públicas de cooperación al desarrollo. En la práctica, en el ámbito de los estados miembros de la UE cada uno de los ejes del enfoque global ha sido asumido por un ministerio diferente. Por ejemplo, en el caso de España, el Ministerio de Trabajo e Inmigración se ocupa de las cuestiones relativas a la migración legal (la que satisface las necesidades de mano de obra para sostener el crecimiento económico y el Estado de Bienestar); el Ministerio de Interior tiene las competencias para la lucha contra la inmigración irregular (personas que deciden emigrar a Europa sin los permisos correspondientes); y el Ministerio de Exteriores y Cooperación lidera las políticas públicas de cooperación al desarrollo. Tres aspectos de un mismo proceso migratorio, tres ministerios con diferentes objetivos... La cuestión es: ¿cómo incorporar el principio de coherencia de las políti-
5. 6.
Comunicación de la Comisión «Coherencia de las políticas en favor del desarrollo. Acelerar el avance para cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio»: COM 134 (12 de abril de 2005). El Tratado de Amsterdam (1999), en su título IV, artículo 61 («Visados, asilo, inmigración y otras políticas relacionadas con la libre circulación de las personas»), reconoce la responsabilidad de la UE en materia de política inmigratoria. El objetivo principal era mejorar la gestión de los flujos migratorios mediante una actuación coordinada, teniendo en cuenta la situación económica y demográfica de la UE. sal terrae
JON SAGASTAGOITIA, SJ
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cas de cooperación al desarrollo en el planteamiento del enfoque global de las migraciones? En teoría, la respuesta es relativamente sencilla: incorporando los intereses y necesidades de los países en desarrollo a la hora de diseñar las políticas migratorias, lo que supone considerar que la migración es una de las vías para cooperar con el desarrollo de los países más pobres. Sin embargo, en la práctica la respuesta se complica. Y más aún en el contexto actual de crisis económica. Existe el peligro de que las políticas públicas de cooperación al desarrollo (Ministerio de Exteriores y Cooperación) queden subordinadas y sirvan a los intereses de otras políticas que persiguen objetivos de seguridad (Ministerio de Interior) u objetivos de disponibilidad de mano de obra en el mercado laboral (Ministerio de Trabajo e Inmigración) y que poco tienen que ver con el objetivo de la lucha contra la pobreza. En este sentido, los fondos de ayuda oficial al desarrollo deben orientarse inequívocamente a la lucha contra la pobreza y a la generación de oportunidades para el desarrollo y no pueden instrumentalizarse para frenar la migración. En el fondo, se trata de la dialéctica entre el bien común (desarrollo humano de todas las personas) y el interés particular (bienestar propio y de mi grupo). Promover el debate sobre estos planteamientos de fondo ayuda a percibir los valores sobre los que se asientan las políticas, que siempre deberían respetar la dignidad de la persona y proteger de manera especial a quien vive en condiciones de mayor vulnerabilidad.
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ST 98 (2010) 353-364
«EL SACERDOTE Y...» El sacerdote y sus modelos Juan RUBIO*
«Conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor». Estas son las palabras que se escuchan en uno de los momentos importantes de la ordenación sacerdotal, según el Ritual de la Ordenación de Presbíteros. Conformar la vida es ajustar la vida entera siguiendo un modelo. Y un modelo es un «arquetipo o punto de referencia para imitarlo o reproducirlo» (hay quien prefiere llamarlo «paradigma»). El modelo que se ha de reproducir es Jesucristo. En Él han de estar fijos los ojos del sacerdote, que, en medio de no pocas dificultades, necesita volver su mirada a Aquel con quien tiene que conformar su vida. El sacerdocio ministerial encuentra su razón de ser en esta perspectiva de la unión vital y operativa de la Iglesia con Cristo. Mediante el ministerio sacerdotal, el Señor continúa ejercitando, en medio de su Pueblo, aquella actividad que solo a Él pertenece. Por este motivo, la Iglesia considera el sacerdocio ministerial como un don a Ella otorgado en el ministerio de algunos de sus fieles. El presbítero no es un intermediario entre Dios y los hombres o entre Cristo y los hombres. Cristo es el único Mediador, y en Él nosotros somos mediadores, no en el sentido veterotestamentario, sino en el sentido de la mediación pascual. La teología del presbiterado, como la de la vida religiosa, encuentra su fundamento en la Cristología, que se conecta a su vez con la Pneumatología y la Eclesiología. El carisma del presbiterado compromete a quien lo ha recibi-
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Miembro del Consejo de Redacción de Sal Terrae. Director de Vida Nueva. . sal terrae
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do a vivir siempre más unido a Cristo para ser signo persuasivo de su presencia. Por lo tanto, no se debe perder la perspectiva cristológica a la hora de proponer modelos de vida sacerdotal. En muchas ocasiones, haber cargado en exceso las tintas sobre modelos sacerdotales, fundadores de realidades esclesiales o de formas de vida religiosa, ha podido desenfocar el modelo –Jesucristo– desajustando el objetivo y haciendo que se mire más al dedo que señala a la luna que a la misma luna que ilumina y da luz abundante. En esto hay que ser muy precavidos para no caer en las trampas que nos presenta una pedagogía de los santos que convierte las hagiografías en centro por sí mismas y sin referencia a Jesucristo. Los grandes modelos sacerdotales en la historia de la Iglesia han tenido como vértice y fundamento al Señor, y destacar este aspecto en sus biografías puede ayudar mucho a eliminar hojarascas personalistas en la tarea de mostrarlos como modelos de vida. Insistimos: Cristo es el único modelo, y los sacerdotes que lo siguen en fidelidad, conformando su vida con Él, se convierten automáticamente en reflejos del mismo modelo ante sus hermanos. Es uno de los servicios más bellos que en la fraternidad sacerdotal se deben ofrecer: el modelo de una vida entregada. Hay otros modelos sacerdotales que son tales por haber reproducido en su vida el modelo de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Los modelos para el sacerdote han sido siempre importantes. El sacerdote de la infancia, en quien admiraba su entrega; el sacerdote que me acompañó en la lucha propia de alma adolescente; el sacerdote que se acercó en la debilidad o que participó en el momento de gozo; el sacerdote que me escuchó o aquel otro que estuvo junto al dolor familiar. Son muchos sacerdotes modélicos, metidos en el anonimato, en el silencio de una vida sin focos, pero radiantes en su diario acontecer. Benedicto XVI habla de su propia experiencia en la carta que escribía anunciando el Año Sacerdotal con motivo del Dies Natalis de San Juan María Vianney: «Todavía conservo en el corazón el recuerdo del primer párroco con el que comencé mi ministerio como joven sacerdote: fue para mí un ejemplo de entrega sin reservas al propio ministerio pastoral, llegando a morir cuando llevaba el viático a un enfermo grave. También repaso los innumerables hermanos que he conocido sal terrae
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a lo largo de mi vida, y últimamente en mis viajes pastorales a diversas naciones, comprometidos generosamente en el ejercicio cotidiano de su ministerio sacerdotal».
El mismo Papa continúa diciendo: «En la actualidad, como en los tiempos difíciles del Cura de Ars, es preciso que los sacerdotes, con su vida y sus obras, se distingan por un vigoroso testimonio evangélico. Pablo VI ha observado oportunamente: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio”. Para que no nos quedemos existencialmente vacíos, comprometiendo con ello la eficacia de nuestro ministerio, debemos preguntarnos constantemente: “¿Estamos realmente impregnados por la palabra de Dios? ¿Es ella en verdad el alimento del que vivimos, más de lo que puedan serlo el pan y las cosas de este mundo? ¿La conocemos verdaderamente? ¿La amamos? ¿Nos ocupamos interiormente de esta palabra hasta el punto de que realmente deja una impronta en nuestra vida y forma nuestro pensamiento?”. Así como Jesús llamó a los Doce para que estuvieran con Él (cf. Mc 3,14), y sólo después los mandó a predicar, también en nuestros días los sacerdotes están llamados a asimilar el “nuevo estilo de vida” que el Señor Jesús inauguró y que los Apóstoles hicieron suyo». Se trata de un «nuevo estilo de vida» que ha sido puesto de manifiesto por otros tantos sacerdotes en la Historia de la Iglesia y que continúa siendo válido en la Iglesia hoy. Los hay en los diversos campos y culturas. Su testimonio brilla como una luz para tiempos de desvalimiento. Su estilo de vida, su vivencia del ministerio, su caridad pastoral, sus intuiciones... han servido y sirven como estrellas en la noche, como luces en la oscuridad. Destacarlos es tarea importante. Hay en muchos presbiterios y en muchas comunidades religiosas micro-historias sacerdotales que ayudan a esta tarea de ir sacando de la historia los perfiles sacerdotales que ayuden en el desvalimiento y que ofrezcan luz en la oscuridad. Son testimonios con fuerza por sí mismos. Son sacerdotes sencillos, entregados, valientes en las dificultades y fieles en momentos de crisis. Han entregado sus vidas en el surco de la tierra que les tocó evangelizar. Lo hicieron con sus defectos y virtudes, con sal terrae
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sus fortalezas y debilidades, pero siempre con una fidelidad a prueba de bomba. Pusieron sus ojos en Jesucristo, modelo del sacerdote, y sobre sus huellas pusieron sus pasos para no errar. En el ámbito de la vida parroquial, en las escuelas, en el mundo de la cultura, entre los pobres, con los enfermos... Dejaron aflorar su misión en cada rincón, desde perspectivas distintas y como rayos de un mismo misterio, hecho ministerio en el caminar. Los modelos sacerdotales se han ido configurando a lo largo de la historia desde las diversas facetas de la tarea ministerial. Hay rasgos que se acentúan y que sirven de paradigmas en una sociedad que necesita modelos cercanos con los que identificarse. Jesucristo, modelo por excelencia, ha sido seguido por hombres de carne y hueso, hombres que han participado de nuestras debilidades y grandezas y que, precisamente por oler a ese barro y a ese incienso tan humanos, se nos hacen más cercanos. Son pequeñas estrellas en los momentos de noche histórica, cuando hacen falta referentes en una Iglesia que a veces cae en las mismas trampas de la sociedad y hace brillar más su lado humano. Precisamente en esos momentos es cuando la figura de estos paradigmas se hace grande, se eleva y se muestra a todos. Rasgos definitorios del ministerio, como la pobreza evangélica, vivida en grado heroico; la sencillez como ejemplo en un momento en que el oropel deslumbra; la mente abierta para seguir ofreciendo el mismo evangelio con lenguajes del momento; la oración como sustento; la Eucaristía como centro de la vida; el amor a los pobres; el cuidado de las tareas pastorales con los niños, los jóvenes, los enfermos, los ancianos... En definitiva, se trata de acentos del ministerio, acentos que van enriqueciendo la tarea sacerdotal, el don mismo y la tarea diversificada en la amplia mies. Los hay sencillos y ocultos que dejaron su sementera en muchos rincones, y los hay ya en los altares, propuestos por la Iglesia como modelos oficiales. Unos y otros vivieron con fuerza el ministerio y fueron estelas en la historia. Me detengo en cuatro aspectos importantes del perfil sacerdotal que se muestran en las vidas de sacerdotes modélicos. Saltan nombres que han quedado prendidos en los anales históricos con la fuerza de su testimonio vocacional, de su trabajo apostólico y de la estela que han dejado en discípulos. Nombres que quedan a beneficio de inventario: Juan María Vianney, Felipe Neri, Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Juan de Ávila, Antonio María Claret, Alfonso María de Ligorio, Juan sal terrae
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de la Cruz, Francisco de Borja, Pedro Poveda, Francisco Tarín, Juan de Dios, Juan de Ribera, Francisco de Sales, Vicente de Paúl, etc. Y junto a estos, otros nombres de sacerdotes anónimos de tantos presbiterios de la Iglesia, mártires por la fe, confesores de la fe, modelos en la tarea de la evangelización. En cada uno asoma un detalle, una brizna que subraya el gran modelo que es Jesucristo. En todos ellos quedaron patentes las cuatro dimensiones de una vida sacerdotal plena y entregada: equilibrio humano, preparación intelectual, vida orante y pasión por los pobres. Cristo Jesús recorriendo los caminos de la Historia, el «hombre perfecto», «Ecce Homo» ante la Historia, el Hombre que en sí mismo recapitula a la Humanidad plena. Cristo que conoce la Palabra, que encarna la Palabra y que revela la Palabra. Cristo que mantiene con el Padre una relación íntima y profunda, Maestro de Oración, y Cristo que con su misericordia entrañable recorre los caminos teniendo como preferidos a los más pobres, a los pequeños, su heredad. He aquí los trazos y las huellas que los modelos sacerdotales han pisado con fuerza. 1. Modelo de hombre íntegro, equilibrado humanamente El sacerdote es un hombre sacado de entre los hombres para servir a los hombres. En él se ha de ver al hombre «íntegro», con un perfil psicológico equilibrado, maduro, lleno de sentido. Uno de los aspectos importantes y necesarios del perfil sacerdotal hoy es esa madurez psicológica que asoma en muchos sacerdotes y que se muestra como ejemplo de personas que, más allá de su ministerio trascendente, permite ver en ellos a personas íntegras en lo humano, gigantes de bondad, de justicia, de honradez. Son ejemplo de serenidad en los momentos de turbación, de recta opinión en las horas de duda, de alegría en medio del dolor, de consejo oportuno que arranca desde la comprensión misma de la debilidad. La fuerza interior que aflora en el exterior les hace ser hombres equilibrados, con una vida sexual integrada en el celibato como ofrenda, con una verdadera integración en la vida de todo afecto. La vida del sacerdote no es asexuada, sino una vida sexual integrada desde la masculinidad. En este sentido, hay en la historia grandes sacerdotes que han vivido su «ser hombres» plenamente en el ejercicio del ministerio y han sabido desde ahí orientar, dar luz, sal terrae
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aconsejar, acompañar a otros muchos. En la madurez del sacerdote muchas personas han encontrado un ejemplo a seguir de personas entregadas a una causa y que han puesto toda su vida afectiva, sexual, intelectual y humana al servicio de esa causa que los hace más hombres, más cercanos a los hombres. «Soy hombre, y nada humano considero ajeno», decía Terencio. Y en la plena humanidad aflora la Nueva Humanidad inaugurada por Cristo, una nueva dimensión, un hombre nuevo que ha recuperado lo perdido y que ha puesto foco en lo de para dar sentido a lo de fuera. En este sentido, el sacerdote tiene a muchos hermanos en la historia que han sabido mantener este equilibrio personal. Hoy, en un tiempo que podríamos llamar «light», por el precario equilibrio psicológico de la sociedad, y que tiene también reflejo en una parte del clero, el ejemplo de tantos sacerdotes íntegros puede servir para desarmar ciertas trampas que, agazapadas en el ministerio, llegan a perturbar gravemente la imagen de la Iglesia. Hay memorias y confesiones de sacerdotes en las que se atisba esa lucha interna, esa maduración en la escuela del dolor, esos momentos de fragua que han dado aceros fuertes, grandes gigantes de una humanidad plena capaz de comprender, de llorar, de reír, de vivir a raudales con los hombres para, desde la misma humanidad en la que participan, llevarlos a Dios. 2. Sacerdotes bien formados Y la importancia de la formación, esa tarea que continúa en los periodos de formación permanente, que hacen que los sacerdotes no abandonen el estudio, la necesidad de formarse para dar razón de la fe. Cada vez son más las llamadas de la Iglesia a esta necesaria formación intelectual, capaz de dialogar con el mundo que hay que evangelizar y capaz de conocer su dinámica para acercarse a él con la oferta del evangelio. También aquí es necesario dar luz, ser testimonio. Y han sido muchos sacerdotes los que han destacado en esta faceta intelectual. La fe que busca la inteligencia, el seguir conociendo la Palabra, el mensaje y todo lo que conllevan las estructuras mentales de la sociedad a la que hay que evangelizar. Esa pasión por saber, que ha caracterizado a muchos sacerdotes, ha servido de puente para que la Iglesia se exprese en categorías de pensamiento del momento. Es una gran responsabilidad la que tiene la Iglesia ante el escenario cultural que se sal terrae
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presenta. Decía San Isidoro de Sevilla que la «fe sin ciencia hace a los hombres inútiles, y la ciencia sin piedad los hace orgullosos». Hay muchos hombres a los que la piedad y la ciencia los han hecho santos. Sacerdotes que han sabido armonizar la caridad pastoral con una cabeza «bien amueblada». La formación es fundamental en los presbíteros. A lo largo de la historia, el testimonio de muchos, con largas horas de estudio, como un servicio que se presta, nos muestra a gentes preocupadas por aquellos a los que han de evangelizar y cuyas categorías de pensamiento y culturales han de conocer por fidelidad ministerial. No han estudiado para ser más, aunque habrían podido. No han estudiado para, con el saber, domeñar y poder más. No ha sido el estudio un arma de poder en ellos, sino de servicio desinteresado. El estudio puesto al servicio de los más pobres, al servicio de la evangelización. La ingente tarea de la evangelización en las universidades europeas o en las tareas de la evangelización de América o en otros continentes, ha dado un modelo de sacerdotes que entregaron todo su saber al servicio de la fe. Ellos son modelos sacerdotales para un presbiterio que no puede ser inculto por responsabilidad, que ha de estar formado por servicio. La falta de formación ha llevado a muchos a estrechar sus mentes y a ser opresores más que servidores. Hay en la vida de la Iglesia testimonios vivos de sacerdotes que entendieron el saber como servicio y lo pusieron sobre la mesa de la fraternidad. Ellos se levantan como modelos ante un sacerdocio que hoy corre el riesgo de desfondamiento, el riesgo de superficialidad, el riesgo de no saber dar razón de la esperanza y de la fe. Es un riesgo en el que la Iglesia se juega mucho, al poner en manos de sacerdotes escasamente formados una tarea y una responsabilidad grandes. Mirar a los modelos sacerdotales en este sentido es una forma de señalar el camino necesario en este laberinto cultural, en el que la fe ha de ser un auténtico hilo de Ariadna. 3. Sacerdotes con el corazón en Cristo Y la oración, la celebración de los sacramentos, la centralidad de la Eucaristía, la centralidad de Cristo mediador. Es ésta una de las facetas en las que los sacerdotes necesitan hoy una mayor atención, dado el peligro de superficialidad y de activismo que rodea el ministerio. La búsqueda de tiempo para priorizar los momentos de oración, la celesal terrae
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bración eucarística que sea realmente el centro de la jornada del sacerdote y la celebración de toda la actividad sacramental, ha tenido en la historia abundantes modelos sacerdotales. Todos ellos han destacado esta faceta y la han primado sobre todas las demás. La fuerza de la oración para escuchar la Palabra y dejarse interpelar por ella, así como la luz que de ella reciben, aparecen en las biografías de los grandes sacerdotes, modelos de vida sacerdotal. Hombres que han sabido hincar sus rodillas ante Dios para poder tenerlas arrodilladas ante el sufrimiento de los demás. Hombres que han sabido hablar más a Dios de los hombres que a los hombres de Dios. Hombres que han encontrado toda la energía en esa constante presencia del Dios, en quien han descubierto su atmósfera vital. La oración como trato continuo de amistad. Oración de ofrenda en cada momento, de agradecimiento por las bondades, de súplica por las necesidades propias y ajenas, de adoración, sintiéndose pobres y humildes ante la grandeza del misterio. La oración ha templado ánimos soberbios y ha sabido sacar a flote corazones pusilánimes. Sacerdotes que en la escuela de la oración han sabido encontrar el yunque que los ha conformado más a Cristo orante, pendiente de la voluntad del Padre. En muchos sacerdotes cuyas vidas modélicas nos muestra la Iglesia aparecen muchos sacerdotes que en la oración fueron enriqueciendo la vida interior, esa interior bodega que en momentos de dificultad los mantuvo en alto. La riqueza que proporciona la oración constante, tanto personal como comunitaria, salió a flote en momentos delicados. Ellos son espejo y guía para sacerdotes que en la oración buscaron la luz y la fuerza, la Palabra y el aliento, el consejo y la serenidad. Hoy sus testimonios se levantan con urgencia ante un clero que puede perder el fondo si abandona la oración por un activismo puro que los desfonde. 4. La caridad pastoral, o la pasión por los pobres Y, sobre todo, el amor a los últimos, a los pobres, a los que no cuentan, a los que esperan del sacerdote que sea el heraldo de la misericordia entrañable del Señor Jesús. Hacen falta estos testimonios vivos, auténtico termómetro en la vida de la Iglesia. Un presbiterio será sano y estará en onda cuando su prioridad sean los últimos, los pobres de viejo y nuevo rostro, los más desfavorecidos. En la tarea pastoral han de sal terrae
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primar ellos. San Vicente de Paúl lo decía de forma clara: si estás rezando y te llaman para ayudar a un pobre, no dudes en dejar la oración y escucharlo. Estos modelos son hoy necesarios cuando un excesivo culto vacío puede ahogar el grito de los menesterosos, cuando un oropel de formas barrocas puede hacer que alejemos los harapos de la Iglesia. Es necesario que la pasión por los pobres de muchos sacerdotes en la historia de la Iglesia sirva hoy de ejemplo y modelo para quienes, instalados en una sociedad de confort, han hecho del sacerdocio una profesión más, en una escala asocial elevada, una casta, en definitiva, alejada del olor de la pobreza y del dolor. Urge que estos modelos aumenten y sea propuestos en la vida de los presbíteros, porque, hoy por hoy, el evangelio de las obras ha de primar sobre el evangelio de las palabras. Y han sido muchos sacerdotes los que en la Historia de la Iglesia, cuando ésta se ha visto más tentada por la riqueza y el poder, han puesto el acento en el Cristo pobre, Hermano de los pobres, amigo de los menesterosos. Eran los salvavidas en épocas oscuras de traición a los ideales de pobreza del evangelio. Ellos, amando al Señor y amando a la Iglesia, lo demostraron desposándose con ella, como hizo Francisco de Asís. Los modelos sacerdotales, que en Cristo tienen su más genuina referencia, servirán al clero hoy para descubrir el amor primero y seguir siendo luz en medio del mundo, con alegría, con gozo y siempre con esperanza. 5. Juan de Ávila, un modelo en este Año Sacerdotal El patrón del clero español, san Juan de Ávila, encarna estas facetas que hemos indicado. Cuando se está a la espera de su declaración como Doctor de la Iglesia, sirve aquí como resumen de los aspectos destacados. En su vida, ministerio y obras los sacerdotes encontrarán luz para la vivencia de su sacerdocio. Nació en los albores del siglo XVI y, cuando murió, dejó una estela de discípulos que encarnaron en su vida los ideales mostrados en su trayectoria. Juan soñó con un mundo nuevo que empezaba a germinar. Fue un forjador de apóstoles. El santo no sólo propone una universalidad del Espíritu, en el que las relaciones sean únicamente de buena vecindad, sal terrae
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sino que quiere ir mucho más lejos: alcanzar la fraternidad universal. Juan intentó estar siempre atento a esta voluntad de Dios. El tema de la formación de los sacerdotes es para San Juan de Ávila una de sus acciones prioritarias. Esta formación no era esporádica, sino que estaba perfectamente programada. Así, durante la primera parte del año se enseñaría Sagrada Escritura, y durante la segunda casos de conciencia. Estas lecciones deberían impartirse haciendo hincapié en la pastoral, pues el objetivo era ser buenos confesores y predicadores. Baeza se convierte en un auténtico centro de formación permanente integral en todas las dimensiones, ya que, además de en la teología, los clérigos deben formarse en aquellas virtudes propias de un apóstol: experiencia de oración, vida austera, convivencia fraterna con los demás clérigos, servicio de la caridad hacia los pobres y necesitados y espíritu evangelizador. San Juan de Ávila está seguro de que los esfuerzos de los obispos, los planes de formación y las leyes sobre la formación permanente no darán fruto si los sacerdotes no están personalmente convencidos de su necesidad y si no se asume personalmente la responsabilidad de la propia formación permanente integral, poniendo los medios necesarios para ello. De ahí su interés en alentar a los sacerdotes a que vivan este proceso de crecimiento integral permanente como personas, como cristianos y como sacerdotes, y que vivan este proceso ayudándose unos a otros, recorriéndolo juntos. En Juan de Ávila encontramos esa personalidad que no sólo estudia para una justa y necesaria maduración de sí mismo, sino también en vista de su ministerio. En él encontramos una personalidad equilibrada y madura, un hombre cabal, un hombre de coherencia, que vive lo que dice. Éste es uno de los grandes secretos del atractivo de Juan de Ávila. De ahí que acudan a pedirle consejo personas de toda clase y condición y que pasan por las más diversas situaciones. Juan de Ávila fue madurando en la escuela de la cruz, en la escuela del dolor, conformando su vida cada vez más con la cruz del Señor, y por eso es capaz de comprender a todos y de tener compasión con todos. Se trata, sobre todo, de aquel pastor que sufre la cruz pastoral, y que va creciendo al ir configurándose con la cruz del Señor por el ejercicio de su ministerio... Juan de Ávila ha ido madurando en la escuela del dolor, en la escuela de la cruz, a semejanza de Cristo. sal terrae
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El Santo Maestro vive con los demás la caridad pastoral desde la caridad de Cristo hacia él, que ha experimentado siempre. Esta sensibilidad humana hace que San Juan de Ávila manifieste siempre una delicadeza en el trato hacia la otra persona. Para San Juan de Ávila el sacerdote ha de vivir en continuo proceso de crecimiento espiritual durante toda la vida. A éste se llega a través de una permanente actitud de unión con Cristo durante todos los días y durante todo el día, orando en todo lugar. La oración del sacerdote no es sólo un trato personal y entrañable de amistad con Cristo. El que reza es un apóstol; por eso en su oración no se puede olvidar de toda la Iglesia y del mundo. Así pues, «tendrá cuidado de encomendar a Dios a la Iglesia y a quienes están en pecado mortal. así como todas las necesidades de los prójimos, que las debe tener por propias». San Juan de Ávila tiene aciertos pastorales y sabe aconsejar, porque también tiene una gran formación intelectual. A su fuerte base en leyes, adquirida en Salamanca, y a su formación humanística y de Sagrada Escritura de Alcalá, ampliada con la de Santo Tomás en los dominicos de Sevilla, se suma su constante formación. El estudio del Santo Maestro es sistemático, sapiencial y pastoral, realizado bajo la mirada de Cristo y con el alma de pastor: Un estudio que es, sobre todo, de la Biblia, de los Padres y de autores que ayudan a descubrir su sentido. A este estudio sapiencial y eminentemente pastoral dedica varias horas al día, sobre todo por las mañanas. Así lo aconseja a otros en algunas de sus cartas. Para la predicación, por ejemplo, nos dice que hay que saber combinar estudio y oración. También lo vemos estudiando con todo detenimiento durante varios meses lo acordado por el concilio de Trento. Convencido del beneficio para la Iglesia del estudio permanente y sapiencial de los presbíteros, aconseja medidas drásticas para aquellos que no están dispuestos a estudiar privadamente, y también para aquellos que no quieran asistir con los demás presbíteros a las lecciones de formación. La caridad pastoral, es decir, el amor de Cristo pastor que él encarna y transparenta en su vida, es el motor de Juan de Ávila. Esa caridad es la que hace que crezca continuamente como persona, como cristiano y como pastor en el ejercicio de su ministerio pastoral. La caridad pastoral hace que viva en una continua unidad de vida, a pesar de la cantidad y diversidad de acciones que lleva a cabo. Así, San Juan de Ávila es el orante contemplativo que vive en continua acción; es el passal terrae
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tor de ánimas y director espiritual de santos y de toda clase de personas; y, al mismo tiempo, el fundador de colegios para niños pobres, de seminarios, de convictorios sacerdotales y del plan, ya aludido, de formación permanente integral para el clero. Es el consejero de monjas, de mancebos, de gente sencilla y de políticos, alcaldes y reyes, obispos y hasta del mismo concilio de Trento, al que envía dos Memoriales; es el maestro de vida evangélica de niños; el que sale al encuentro para alentar a los enfermos, huérfanos y personas necesitadas de paz, armonía, reconciliación y amor. Es el pastor de masas que llena templos y el formador paciente de pequeños grupos de sacerdotes y pequeños grupos de laicos comprometidos que por las noches, al volver del trabajo, desean seguir formándose en el camino evangélico. El Santo Maestro es un pastor integral. De igual forma, en su acción evangelizadora se preocupa por el crecimiento integral de sus destinatarios, sabiendo que la vivencia evangélica es el camino y el culmen de la verdadera humanización de la sociedad. De ahí que San Juan de Ávila predique incesantemente el evangelio, buscando no sólo la transformación del corazón, sino también de las costumbres. Es por esto por lo que aconseja a alcaldes y reyes que contribuyan con su acción a tener no sólo buenos ciudadanos, sino ciudadanos virtuosos gracias a la vivencia cristiana. Así pues, como está convencido de que la vida de los fieles cristianos depende de la santidad y formación de los pastores, San Juan de Ávila apela a la responsabilidad de los obispos y de los mismos sacerdotes para que crezcan en santidad y formación. Es, pues, un modelo de sacerdote para los sacerdotes de hoy.
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ST 98 (2010) 365-375
LOS LIBROS Recensiones
RUBIO, Juan, En Memoria Mía. Fragmentos de la vida de un cura, PPC, Madrid 2010, 176 pp. Resulta un tanto extraño, en el panorama literario actual, encontrar un relato de ficción en el que el protagonista sea un sacerdote. Atrás en el tiempo quedaron grandes obras como El cura de aldea, de Balzac; El diario de un cura rural, de Georges Bernanos; El poder y la gloria, de Graham Greene; La duda inquietante, de José María Gironella; La cruz invertida, de Marcos Aguinis; o las magistrales, en este género, Los curas comunistas y Muerte a los curas, de José Luis Martín Vigil, además de otras publicaciones que el autor aporta en su prólogo. Quizás hoy la figura del cura parece no tener relevancia suficiente para crear, en torno a su vida y circunstancias personales, novelas que puedan destacar con nombre propio en las librerías, en las que, en cambio, son muy demandadas obras de contenido pseudorreligioso con tramas en las que, si aparece una figura eclesiástica, es para revestirla de un cierto oscurantismo retrógrado. Por ello, visto el panora-
ma, no deja de ser una osadía la aventura literaria de Juan Rubio. Sin embargo, es un empeño necesario y conveniente, a mi modo de ver, pues esta obra hace saltar por los aires el arquetipo tradicional que se tiene del sacerdote, presentando, aun revestido de ficción, la verdad, a flor de piel, de la vida de aquellos que sienten, aman, sufren e intentan sobrevivir, en medio de un clima un tanto hostil, aportando la esperanza que en sí lleva la Buena Noticia que están llamados a anunciar en alta voz con sus palabras y gestos. Los «fragmentos de la vida de un cura» ofrecen al lector un conjunto multiforme, que va más allá de lo que se puede intuir a primera vista. A través de retazos que Mario, sacerdote septuagenario y protagonista de la obra, va escribiendo en el atardecer de su vida y su ministerio, aparece, entre confesiones autobiográficas, una amalgama de temas magistralmente relacionados. Uno de los ejes principales sobre los que giran sal terrae
366 sus reflexiones es la profunda evolución que tiene lugar, a partir del Concilio Vaticano II, en la forma de entender y vivir el ministerio sacerdotal, así como en la identidad y percepción de la propia Iglesia. La descripción, narrada con cierto apasionamiento, de aquellos aires nuevos y necesarios que trajo a la Iglesia el mismo, todo un sueño de la luna, contrasta con la triste y casi descorazonada constatación de la ausencia, en la realidad eclesial actual, de los frutos de aquel amanecer nuevo y primaveral. Así, hoy, en los ambientes jerárquicos se habla más de interpretar que de aplicar lo que allí inspiró el Espíritu; se percibe un cierto aire involucionista en la misma Iglesia, convertida, según una expresión muy gráfica, en la Iglesia del ¡no!; Iglesia donde sobra desdén y siguen faltando gestos, más instalada en la cátedra que en el ágora; que ha ido creando cristianos militantes que esgrimen más argumentos impositivos que propuestas amables. Existe en el seno de esta Iglesia un cierto temor al diálogo sereno, al debate teológico audaz y sincero; las jóvenes generaciones de clérigos vuelven a las antiguas formas, en detrimento del auténtico fondo del ministerio, haciendo gala de un estilo rigorista desde el que pontifican más que predican, y cayendo con frecuencia en la tentación de la búsqueda del poder, más que del servicio callado. Algunos obispos recuperan talantes monárquicos, condenando al ostracismo cualquier voz profétisal terrae
LOS LIBROS
ca, sembrando así más el miedo que la caridad pastoral, confundiendo la unidad con la uniformidad, fomentando el escalafón para trepas y envidiosos. Y, dentro de este panorama, muchos hombres y mujeres de fe sencilla, que en esa sencillez quieren vivir serenamente su seguimiento de Cristo, se encuentran con la proliferación de movimientos eclesiales cerrados y exclusivistas, pero de gran fuerza e influencia, que parecen monopolizar el mensaje evangélico, y desde su atalaya los contemplan con cierto menosprecio; y esta situación lleva a estos cristianos de a pie a sentir que viven su fe en una cierta «tierra de nadie», desconcertados a veces por la voz de sus propios pastores: vienen a la Iglesia no para recibir regañinas, sino para encontrar una palabra amable. Insertos en la trama de la novela aparecen argumentos sólidos que vienen a apoyar estas intuiciones, unas veces en forma de meditación personal, y otras fruto de conversaciones y situaciones diversas en el marco del acontecer pastoral cotidiano de este sacerdote, que se pregunta, no sin cierta tristeza, si su generación, empeñada en traer el aire conciliar, era la equivocada, como algunas voces se encargan de recordar hoy. Pero, lejos de constituir sus reflexiones una crítica acre y mordaz al estilo eclesial actual sin más, la voz de Mario surge desde las profundidades del dolor. Dolor que siente por la misma Iglesia; y le duele porque la ama, porque ha sido engendrado
RECENSIONES
sacerdote en su seno y porque sigue siendo sacerdote en ella; y desde ella intenta ofrecer el gran mensaje de la esperanza, convencido de que, a pesar de sus muchas arrugas en la frente, Dios mismo sigue acariciando y besando a su Iglesia cada vez que este viejo sacerdote, inútil pero válido instrumento suyo, besa con unción el altar al celebrar la Cena del amor entrañado. Por ello, sin ser atrapada por la nostalgia de tiempos pasados, la vida de Mario es todo un canto a la esperanza, una férrea resistencia a la fatiga y al desaliento, a pesar de todo. Él continúa cogiendo cada día el arado para abrir surcos de amistad y de entrañable misericordia evangélica, aun en tierra dura y reseca, con el convencimiento certero de que es posible vivir una Iglesia recinto de confianza, morada del Amigo, samaritana entre los pobres. Y sigue, con tesón y vitalidad, ofreciendo palabras de concordia y paz al amigo que no ha superado la crueldad vivida en nuestra guerra civil fratricida, y que busca en la recuperación de la memoria histórica algo de consuelo y dignidad. Palabras de profunda y enternecedora comprensión y pasión compartida en la intimidad del corazón al hermano sacerdote que acude a él desorientado y destrozado por haber sucumbido, sin darse apenas cuenta, al amor de una mujer, rebelándose contra leyes que privan de algo tan natural y plenificante y que él considera lícito. Palabras de sacerdote sereno, y ya suficientemente curtido en las más
367 diversas plazas, a seminaristas y curas jóvenes que pecan de arrogancia al criticar e incluso ridiculizar todo aquello que fue pilar fundamental para anteriores generaciones de curas como Mario. Palabras que reivindican el derecho a la ternura para quien se considera a sí mismo basura por hacer de la bebida su bálsamo ante la impotencia y la tragedia. Palabras, en definitiva, que, en las más diversas circunstancias, pretenden convertirse humildemente en la Palabra iluminadora, con mayúsculas, de Aquel que cada día ha de crecer en corazones necesitados y hambrientos, mientras la vida del sacerdote ha de menguar y diluirse, para no hacer sombra a lo esencial asumiendo protagonismos estériles. Pero, como anteriormente señalaba, la obra de este sacerdote y escritor jienense, lejos de agotarse, se va abriendo cual arco iris de colores dispares, ofreciéndonos auténticas joyas de una riqueza espiritual honda y encarnada a ras de suelo, dibujando con maestría el perfil de la vida interior, con sus grandezas y miserias, de un sacerdote cualquiera, heraldo sencillo de la palabra oculta en la Historia y proclamada en Jesucristo. El arte de envejecer, que Mario se plantea, ante el otoño de su vida, con cierto miedo a la jubilación; haciendo balance de sus muchos años en la brega, creyendo en lo que hace y haciendo lo que cree. Balance con un saldo positivo en inmensa felicidad, no exenta de lucha tenaz y diaria para que el tedio o los sal terrae
368 contratiempos de la edad no tengan fuerza suficiente para frustrarla y convertirla en amargura. El recuerdo vívido de toda una existencia oblativa, que acude a la memoria, sin ser llamado, al contemplar Mario sus manos ajadas por el implacable tiempo, es todo un canto a la ternura derramada y a la entrega fiel, sin condiciones, de una vida expropiada en esclavitud que libera. Las letras dedicadas a la soledad describen toda una historia de amor y enemistad, de lágrimas y reconciliación, de nostalgia y combate, hasta convertir a esta compañera inseparable del sacerdote en creadora amiga y solaz junto al Maestro. La homilía de un Viernes Santo, en el que ha de celebrar el entierro de un querido amigo, se convierte para Mario en todo un acto de fe y abandono en el regazo de un Dios bueno que, aunque a veces se revela en un espeso y doloroso silencio, nos asegura que las heridas del sufrimiento y la muerte cicatrizarán, dando paso a la vida nueva, donde recibiremos un abrazo cariñoso y eterno. Y siente Mario cómo esa realidad que tiene lugar gracias al misterio del despojo del Hijo le muestra el camino del abajamiento del Siervo y la acogida en todo momento de la cruz redentora como senda segura en su ministerio. Capítulos como los dedicados a la figura de la madre del sacerdote; a los colaboradores y amigos que se van dejando en el camino al cambiar de parroquia; a los religiosos, a quienes, lejos de mirarlos con cierto recelo, sal terrae
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los identifica como trabajadores de una misma viña... siguen constituyendo los fragmentos que, unidos firmemente por la caridad pastoral, forman un todo en esa vida enajenada por amor, que es el Mario hijo, amigo, hermano, voz profética y, ante todo, sacerdote. Y, por ello, no podía faltar aquello que es, sin duda, el centro de su existir y sin lo cual no tendría sentido alguno nada de lo anterior: la Eucaristía. Así el título, en mayúsculas en su portada, de esta obra, En memoria mía, nos indica el culmen de la novela, que, antes de finalizar con palabras agradecidas a María, nos regala una meditación sobre la experiencia personalísima de esta celebración, donde la prosa sublime adquiere tintes poéticos y que, a mi parecer, se encuentra a la altura de grandes maestros de la espiritualidad. Comentar este capítulo sería traicionar su inestimable riqueza. Sin duda, todos ellos, temas profundos, tratados con un exquisito mimo en la forma y con una gran hondura espiritual. Una oportunidad única ofrece esta novela a cualquier lector que quiera acercarse con veracidad a los entresijos más íntimos de la vida sacerdotal. En Mario encontrará, sin máscaras ni sensiblerías, todo un paradigma de una existencia muchas veces desconocida o desfigurada. Para los curas, un verdadero regalo en este su Año Sacerdotal. Una novela excepcional, llamada a entrar con nombre propio en la literatura de este género. Fernando Bravo Miralles, Pbro.
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ALONSO, Luis Guillermo, El colgado, Sal Terrae, Santander 2010, 120 pp. El impresionante Cristo de Prieto Coussent, que tantas suspicacias levantó en el sector eclesiástico de la posguerra y que, sin embargo, alcanzó el reconocimiento internacional como una de las piezas clave del arte religioso del siglo XX, condensa en una imagen (al igual que el título lo hace en una palabra) el tema central de este poemario que el jesuita Luis Guillermo Alonso ofrece para la contemplación –con los ojos, los oídos y el corazón– del instante que compendia la vida del Señor: su Pasión, donde se nos aparece, en palabras del autor, «Dios en suspenso». Gil Tovar dijo del estilo del pintor gallego –Benito P. Coussent– que era «clásico y moderno» al mismo tiempo, una cualidad que comparte la poesía de Luis Guillermo Alonso, caracterizada por la concentración del pensamiento en ideas breves, como flashes, e imágenes sorprendentes, y por el gusto por el intimismo y la búsqueda de lo esencial. De alguna forma, el lector es invitado en cada verso a participar del mundo interior de un poeta perplejo ante la visión de un Dios Crucificado que, como «la mayoría de los crucificados / no mira al cielo». Una violenta contradicción que seduce e interpela. Por eso sus poemas estarán llenos de preguntas y sensaciones contradictorias que dejan traslucir una honda emoción ante la inmensidad del amor que en la cruz se manifiesta. Para el poe-
ta es imposible quedar indiferente ante el dolor y la pasión; verlo en Dios conmueve y descoloca. Un preámbulo («El Dios anochecido») y una especie de epílogo «abierto» («La puerta del jardín») constituyen el pórtico en el que se encuadran las poesías que forman el núcleo del libro. En esta parte central el autor agrupa los poemas en tres bloques donde la desnudez como expresión radical del desvalimiento de Dios («Es la intemperie lo que abre la puerta»), la pregunta acerca del sentido y el porqué («¿Me equivoqué esperando?») y el encuentro con un vacío final que, sin embargo, empuja a la persona a abrirse a un amor nuevo («El candil se apagó, no la mirada»), conducen al lector hacia una contemplación activa en diálogo tanto consigo mismo como con el Misterio. El Crucificado –«carne abatida»– es la fuente de inspiración del poeta. Pero no hay desesperación, hay asombro. Lo decía Martin Buber en unas palabras que el autor hace suyas: «Sólo en las profundidades del sufrimiento y de la desesperación llegan los hombres a conocer la gracia». Y para aquellos que gustan de la poesía, sólo la lírica es capaz de expresar esas emociones nacidas del dolor y a las que la prosa del discurso no alcanza a poner palabras. Completa el libro un apéndice de «textos asociados» de autores como sal terrae
370 J. Sobrino, J. Moltmann, C.M. Martini, etc., con los que el autor se siente en sintonía y acompañado. Entre ellos destaca el número de los Ejercicios Espirituales donde Ignacio de Loyola propone al ejercitante «con-
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siderar cómo la divinidad se esconde» precisamente en la cruz. Una fuente de inspiración ineludible para un poeta sensible a las raíces de su tradición. Mª Dolores López Guzmán
CEBOLLADA, Pascual (ed.), Experiencia y misterio de Dios, San Pablo / Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2009, 324 pp. Pascual Cebollada (Madrid, 1960), jesuita, redactor-jefe de la revista Manresa y, hasta hace muy poco, director del Instituto Universitario de Espiritualidad en la Universidad Pontificia Comillas, es el responsable de la edición del presente volumen. En él se recogen y ofrecen al público las ponencias del Congreso Internacional en el 25 aniversario del Instituto Universitario de Espiritualidad de la U.P. Comillas, celebrado en Madrid en octubre de 2007. En pocas ocasiones encontramos un título que exprese mejor el contenido de lo que pretende ser la obra y que, simultáneamente, señale sus posibilidades y –en este caso especialmente obvias– limitaciones. Experiencia y misterio de Dios es un auténtico programa para la espiritualidad. Experiencia y misterio atañe a ese «ser en sí más allá de sí» que es Dios mismo. Entre la siempre discernible y limitada experiencia y el inalienable misterio pivota el acceso y la relación de la persona con un Dios cercano y distante, providente y elusivo, inmanente y trascendente. Este desproporcionado darse a conosal terrae
cer entre Dios y el ser humano, YHVH, discurre necesariamente entre la experiencia, Dios encarnado, «amor que desciende», y el misterio, Dios absolutamente Tú, radicalmente Otro, alteridad inmanipulable. Así, en el título mismo se nos entrega la clave hermenéutica del Congreso y su mensaje, el secreto de la articulación última de las conferencias y de la honda búsqueda del ser humano que se ha querido atender en estas reflexiones. Incluye, consiguientemente, el criterio que estructura los distintos conjuntos de las ponencias. Así, junto a los inevitables, necesarios y aclaratorios «corchetes» de la obra (prólogo, presentación...), encontramos un contenido que busca decir alguna palabra –responder resultaría pretencioso, incluso a ponentes tan reconocidos– sobre lo que se apunta afirmando Experiencia y misterio de Dios. Tras el prólogo y la presentación, de necesaria lectura para comprender la articulación del Congreso, se inicia el volumen con una aproximación histórica al origen y trayectoria del Instituto Universitario de Espiri-
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tualidad, cuyo aniversario se celebra. Más que un recuerdo de glorias pasadas, se presenta una sugerente exposición de la situación y perspectivas de la teología espiritual en la universidad. La U.P. Comillas, es sabido, constituye un auténtico termómetro de las inquietudes y líneas de investigación de un amplio sector de la teología, no únicamente español o europeo sino auténticamente universal, dada la procedencia de los participantes en el Instituto de Espiritualidad y en el conjunto de la Facultad de Teología en que se inserta. Esta es buena ocasión para reconocer y agradecer su incuestionable servicio a la fe y a la comunidad eclesial. Nos servimos de la escueta presentación que hace el mismo editor para indicar el esqueleto de una obra compleja cuyo contenido desborda todo intento de síntesis, dada la cantidad y variedad disciplinar con que actualmente se estudia la Espiritualidad y se significa en las presentes páginas: «las contribuciones se presentan articuladas en tres secciones: “La experiencia de Dios en el debate moderno”, “El encuentro con el rostro del prójimo y la trascendencia” y “La teología mística de la cruz y el misterio de Dios”. En ellas se dan cita diversos enfoques con los que se aborda la Espiritualidad: la historia, la teología sistemática, la Biblia, la filosofía, la psicología, la perspectiva ecuménica, la mística... Sus 20 autores son especialistas nacionales y extranjeros en sus respectivos campos. El libro recoge los
371 bloques introductorios y de clausura y las ponencias a las que se pidió mayor extensión en el congreso. Se acompaña de un CD con el resto de ponencias, cuyos resúmenes se intercalan según su orden de presentación en el volumen impreso». Aunque no ejemplificamos, por no extendernos demasiado, se constata sin esfuerzo que cada ponencia, además de contribuir al tema del Congreso, recoge una de las líneas de investigación propias de la teología espiritual en la actualidad, aporta en lo que le es propio y –algo que es especialmente de agradecer y valorar– abre caminos de búsqueda. De este modo, el Congreso (y, por tanto, la obra que aquí se reseña) cumple una doble función: la de servir de punto de llegada –25 años son una vida que ha dado y sigue dando mucho fruto en la Iglesia–, pero también de punto de partida. Experiencia y misterio de Dios, en los términos que aquí se apunta, constituye –mucho más que un título– un programa de reflexión, de diálogo y de humildes propuestas, ya que no respuestas. La teología «necesita» preguntas, inquietudes, problemas, horizonte. Y el horizonte se abre –no puede ser de otro modo– desde la escucha, pues es shemá: al Dios, experiencia y misterio; al prójimo, analógicamente y por adopción, también experiencia y misterio; al mundo, creación, ámbito donde acontece el insospechado encuentro. Mª Ángeles Gómez-Limón sal terrae
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BERMEJO, José Carlos – ÁLVAREZ, Francisco (Dirs.), Pastoral de la Salud y Bioética, San Pablo, Madrid, 2009, 1.888 pp. Todos nos felicitamos por esta obra. Echábamos en falta en castellano un trabajo de esta seriedad y profundidad. Un diccionario con 200 voces de Pastoral de la Salud y Bioética. Ha sido un largo camino de diez años hasta su publicación, pero desde luego ha merecido la pena, y todos los que nos dedicamos a estas tareas deberíamos tenerlo en nuestras estanterías. La demora de la publicación ha sido enriquecedora, pues ha mejorado notablemente la edición italiana de 1994. Han caído voces innecesarias, como los ángeles y los demonios; se han actualizado temas candentes, como el Sida o el Burnout; se han incorporado al coro voces de gran altura de la bioética española y se han añadido nuevas voces de otros ámbitos, como América Latina, y nuevas inquietudes, como la de la escucha de las otras tradiciones religiosas. La larga experiencia de la Iglesia al lado de los enfermos y la enfermedad no siempre se vio acompañada por la reflexión. Nuestra rica tradición eclesial –llena de testigos y de santos, tenemos que reconocerlo– no se ha visto complementada por la tarea reflexiva de los doctores y maestros. Pero algo empezó a cambiar entre los años 1984 y 1994 con la Carta apostólica Salvifici doloris (1984), la institucionalización de la Pontificia Comisión de la Pastoral sal terrae
de los agentes sanitarios (1985) y de la Jornada Mundial del Enfermo (1993), la creación de la Pontificia Academia de la vida (1994) y la visita cada vez más frecuente de los teólogos y biblistas postconciliares a los espacios del dolor, la enfermedad y la muerte. Este volumen es un símbolo y un fruto maduro de este cambio. Las casi dos mil páginas muestran el esfuerzo y la madurez que los religiosos camilos, desde el «Camillianum» de Roma (Instituto Internacional de Teología Pastoral Sanitaria) y el «Centro de Humanización de la Salud» de Tres Cantos (Madrid), están realizando en el ámbito reflexivo y en la escucha atenta de los nuevos retos. Han integrado bien el Magisterio, han invitado a teólogos de altura, no han olvidado los enfoques bíblicos, han presentado las reflexiones desde su rica experiencia pastoral y asistencial sin arrinconar los nuevos desafíos de la bioética, han asumido una honda antropología y una seria psicología de la salud y han integrado con sabiduría y acierto la dimensión sacramental y espiritual en el concierto de las voces de la pastoral de la salud. De nuevo, felicidades a los editores, a los religiosos Camilos y a la editorial san Pablo por su apuesta de publicar diccionarios de gran calidad. Javier de la Torre
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MARTINI, Carlo Maria, El evangelio de María, Sal Terrae, Santander 2009, 150 pp. Este libro es una recopilación de meditaciones bíblicas editadas y revisadas de nuevo por el cardenal C.M. Martini, ahora en una línea mariológica. La obra se estructura en dos partes. En la primera se invita al lector a contemplar a María desde cuatro escenas neotestamentarias. Estas son: La sierva del Señor (La Anunciación), La Visitación, misterio del encuentro (a su prima Isabel), En busca de Jesús (cuando Jesús conversa en el templo de Jerusalén siendo un muchacho) y Al pie de la cruz (en el Calvario). En la segunda parte, el autor reflexiona sobre la pastoral mariana, preferentemente dedicándose a los presbíteros, desde tres ángulos diferentes: María y la noche de la fe en nuestro tiempo, En el corazón de María y Puntos para una correcta pastoral mariana. El objetivo de esta edición es, como afirma el autor, vivir con María, llegar a tener una relación auténtica con la Virgen, considerada como imagen de lo femenino dedicado a Dios. Esta obra no es para ser leída de forma continua, porque en cada una de la meditaciones se sugieren unos interrogantes para detenerse y preguntarse por el camino personal de fe. Por ejemplo: ¿Cómo concibo mi vida? ¿Qué conciencia tengo de los pueblos? ¿Cómo entra en nuestra vida cotidiana el sacrificio?
María es una mujer que vive preocupada por su pueblo; y cuando Dios le anuncia su misión, ella sale al encuentro de su prima Isabel. Es en esta escena donde se consolida la tarea de María. «Es en este pasaje donde se nos presenta la totalidad del misterio mariano: María y Jesús. María en su maternidad, María en su obediencia a la voz de Dios». El fiat (sí) de María es su confianza absoluta en Dios. Isabel habla de María como madre de la fe, en comparación con Abrahán, el padre de la fe. En el inicio de los evangelios, María se nos presenta como Madre de todos los fieles; ella está con los discípulos esperando el envío del Paráclito, es la Reina de los Apóstoles. Ante estas escenas, el autor comenta: ¡Cuántas cosas nos aplastan hasta que encuentran un momento de desahogo y se convierten en fuentes de verdad¡ Y es al final de los evangelios donde encontramos la respuesta. Dios nos ha salvado concretamente en Jesús dándonos a María, para que en ella tuviera comienzo la Iglesia. María es Madre de Dios y modelo de creyente, «La bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe» (LG 58). María caminó por el denso túnel de la fe, como luego hicieron Santa Teresa de Lisieux, San Luis María Grignon de Monfort, San Juan de la Cruz... La prueba de fe de María es ejemplo para todos sal terrae
374 los hombres que deseen buscar a Dios en su vida presente. La respuesta a este caminar nos la ha dado Jesús: «Y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompesará» (Mt 6,4.6. 18). En conclusión, éste es el mensa-
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je que tenemos que aprender a transmitir en la devoción mariana, en la predicación. Aprender a decir, como María, «sí» a la llamada del Señor a cada uno de nosotros. Marta Sánchez
MODENA Damiano, Carlo Maria Martini. Magisterio teológico, pastoral y espiritual, San Pablo, Madrid 2009, 448 pp. La figura del cardenal Carlo Maria Martini suscita sin duda un interés que trasciende incluso los ambientes eclesiales. No necesita, pues, justificarse la aparición de este otro libro sobre él, cuyo original italiano se publicó en 2005. Su autor, el sacerdote y profesor de teología Damiano Modena, tal como señala en la introducción, plantea la pregunta de si Martini ha desarrollado un «discurso sobre Dios» específicamente suyo, una teología verdadera y propia. El autor ha sabido correr el riesgo de querer presentar sistemáticamente, con claridad y sencillez, el pensamiento de un teólogo que todavía sigue perfeccionando su obra. Consciente de ello, asume la dificultad de la falta de perspectiva histórica necesaria para sistematizar y valorar la obra del cardenal Martini, del que reconoce que «sólo las generaciones posteriores podrán realizar un balance preciso» (p. 15). En su conjunto, el análisis adopta una perspectiva muy existencial al hilo de su biografía y se dirige al amplio sector de lectores que desee adentrarse con el autor en sal terrae
comprender y valorar la inspiración teológica de la obra religiosa, moral, intelectual y social de este sucesor de san Ambrosio y de san Carlos. A través de sus seis capítulos se abordan y sistematizan las cuestiones clave de la enseñanza teológica, pastoral y espiritual de Martini hasta el año 2002, en que se despide de la diócesis de Milán. El primero, titulado Biografía teológica, descubre los cimientos sobre los que construye su espiritualidad y su talante científico. El segundo va a mostrar las fuentes bíblicas, patrísticas, espirituales y teológicas de las que bebe en su magisterio episcopal. Y desde ahí se acerca a los cuatro núcleos temáticos centrales: Dios-trinidad, la Iglesia, la antropología y la escatología. En el desarrollo de los temas, algunos más densos que otros, nos abre a la profundidad y honestidad intelectual de un personaje como Carlo Maria Martini que «se interroga sin tapujos sobre la fe, confrontándose hasta el límite», y que busca «inquietar al espíritu humano y obligarle a plantearse preguntas». En la conclusión, aunque el propio Martini dice: «yo
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no soy teólogo, carezco de capacidad de especulación y me muevo siempre en una línea pragmática», encontramos una valoración global de su pensamiento teológico y una reflexión sobre las perspectivas y las cuestiones abiertas para el futuro personal y, sobre todo, social y eclesial. Se nos ofrece, además, una magnífica recopilación bibliográfica del conjunto de la obra del cardenal Martini presentada por orden cronológico. El libro, de rigor documentario y sembrado de citas de los escritos de Martini, tiene la virtud de mostrar cómo se tejen íntimamente la experiencia intelectual, la espiritual y la pastoral del cardenal. Pone en evidencia cómo la profunda actividad intelectual del Pastor ambrosiano está muy bien asentada en el sustrato de su experiencia vital: no hay fisuras entre su vida y su pensamiento. En la medida en que avanzamos en su lectura, va emergiendo la personalidad de Martini en todas sus di-
375 mensiones perfectamente trabadas: la del creyente contemplativo en la acción que se ha dejado siempre guiar por la «mirada de Ignacio»; la del pastor amante de la comunión profunda; la del teólogo biblista, estudioso e intelectual que pone la Escritura en la raíz de todos sus discursos y en el centro de la vida. Y lo hace sin esquivar el comentario de elementos críticos de los que ha sido objeto en momentos importantes de su itinerario biográfico o en aspectos clave de su pensamiento y de sus actuaciones e iniciativas pastorales. No es pequeño el desafío que ha sabido afrontar y llevar a buen puerto el autor con el fin –tal y como dice Bruno Forte en su epílogo– de «mantener viva y presente la gran luz de fe e inteligencia que Dios ha concedido a la Iglesia y a la cultura de nuestra época en la persona del biblista y pastor Martini». Rosina de los Reyes
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JAVIER BURRIEZA SÁNCHEZ
La Compañía del padre Hoyos Contexto jesuítico y devoción al Sagrado Corazón de Jesús 176 págs. P.V.P. (IVA incl.): 11,00 € Los habitantes del siglo XVIII de Medina del Campo, Villagarcía de Campos o Valladolid, que conocieron al estudiante jesuita Bernardo de Hoyos son quienes cuentan los modos y palabras que utilizaba la Compañía de Jesús para proyectarse sobre la sociedad de aquel siglo. Fue entonces cuando la orden alcanzó el cenit de su influencia política y social, pero también cuando viviría la experiencia más amarga de su historia: el exilio y la extinción. Precisamente, esa expulsión de 1767 fue la razón de que la causa de santificación de Bernardo de Hoyos se olvidase, y hasta se perdiesen sus restos. La forma de construir un santo desde el barroco culmina en el presente, cuando la figura de este joven jesuita sorprende a los contemporáneos que conocen su beatificación.