Justo Serna y Anaclet Pons
Colección di rigida por: Pedro Ruiz Torres, Sergio Sevilla y Jenaro Talens
Cómo se escribe la microhistorict Ensayo sobre Carlo Ginzburg
FRÓNESIS CÁTEDRA
UNIVERSITAT DE VALENCIA
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A Victor, Andreu, Núria y Marta, naturalmente
Rese1vados todos los derechos. El contcnido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pemts de prisión y/o multas, ademiis de las coiTespondientes indemnizaeiones por dai1os y perjuidos, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o e n pane, una obra !iteraria, artística o científica, o su transformación, interpretadón o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier meclio, sin la preceptiva autorización.
© Justo Serna y Anaclet Pons, 2000 © Ediciones Cátedra (Gmpo Anaya, S. A.), 2000 Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid Depósito legal: M. 10.067-2000 I.S.B ..N.: 84-376-1809-6 Printed ín Spain Impreso en Anzos, S. L. Fuenlabracla (Madrid)
Son los historiadores mi dcbilidad: son .tutcunN y fáciles; y por aiíadidura, el hombrc cn gcnc1.tl t uyn conocimiento persigo aparece cn su obrn mós rc:.1l y entero que en ningún otro géncro, In divc,,ç jJ,,d y !11 verdad de sus cualidades internas, global y dclull .ul11 mente, la variedad de los medi os de su rcu11 it~ u y d1• los accidentes que lo amenazan. Mtc tmt
OI! M oNl'AJI1N t'
Llámame un buscador de la vcrdad y me ll11 rd 1u ~ satisfecho. Luowtc Wnt l:t'N' JJJN Un hombre se propuso la tarca de dibuJ.II 1'1 1111111 do. A lo largo de los anos puebla Ull csp.lcio ttlll 1111 .1 genes de provincias, de reinos, de rnont.ti'l.ls, de b,1 hías, de naves, de islas, de peces, de habit.tciouc\, dl' instrumentos, de astros, de caballos y de pc1 \O n.• ~ Poco antes de morir descubre que esc paciente !.•lu· cinto de líneas traza la imagen de su C:l ra. ) ORCE LUIS BOJ\Cil1\
Índice 1. Una filosofia de la composición ........................................................ .
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2. El queso y los gusanos, veintitantos aiios después ................................
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3. El ensayo como forma... .... ..................................................................
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4. Éboli.......................................................................................................
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S. oiDios está en lo particular? ... ..............................................................
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6. AntiWhite ..............................................................................................
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7. La microhistoria, instrucciones de uso...............................................
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Bibliografia...................................................................................................
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1 Una filosofía de la composición ... podemos estar mirando un~ piez11 de un pu Ir tres días seguidos y creer que lo sabe mo~ tntlo •uluo su configuración y color, sin habcr progtc\,Hin lu 111,h mínimo: sólo cuenta la posibilidad de lc:l.lc:UIIHH pieza con otras (...); pero no bicn logt.lniUN, •• ·•~ v,, rios minutos de pruebas y errorcs, o en rncd1o ~"11' "' do prodigiosamente inspirado, conecl:trl.l m n 111111 d, sus vecinas, desaparece, deja de existir comu
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(Q!Ié es un rompecabezas? La palabra inglesa puzzlr signilit,t ''"'•\ .!!ill-Y, por tanto, sugiere la idea de desciframiento, de resoludón. l'tt zk, además, designa un tipo especial de juego, el juego de (1.11 11'111 111 - como nos indicao los diccionarios-, en la medida en qnc· c•l l'~P.•' dor ha de soportar serenamente los contratiempos que lc JliiiVtH '"' múltiples piezas desordenadas, en vecindad incongruente, si n .q ~ttlf' ll te significado, en fin. Cuando nos empenamos en encnj.u ''"' 111111 pecabezas, la única facil idad que nos concede su fabric:mtc c·~ c•l '11 nocimiento del todo, es decir, nos proporciona una rcpwd1u ' 11111 fotográfica o referente gracias ai cual identificamos esas picz.t~ 11111111 detalles o partes de un conjunto descompuesto. Ahora bicn, ut.h .111,1 dei juego en sí, la idea que sugiere ha sido frecuentementc cn•plt•,ul,l para representar o ilustrar una imagen del conocimiento. T lwn11u S. Kuhn, por ejemplo. En ese sen tido y tomado como mct.Hiu,,, • I rompeçabezas senriría para describir e! proçeso de investigaci6n, .upu I
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proceso cn que alguien, armado sobre todo de paciencia, se obstina en aclarar un enigma, en resolver un problema. Sin embargo, la analogia en la que se basa esa imagen, y sobre la que Kuhn se extiende para matizaria, para precisada, para mejorarla, es menos evidente de lo que parece, puesto que nosotros mismos como jugadores conocemos la totalidad, conocen1os esc referente que es el modelo de la reconstitución y de la combinación de las piezas. En cambio, el proceso real del conocimiento humano es más azaroso, entre otras cosas porque carecemos de una guía externa que nos permita resolver unívocamente la incógnita, porque ignoramos los límites, los contornos precisos de ese todo. Pero no sólo eso. Las piezas - esas piezas también metafóricas- en las que estada fracturado el conjunto no encajan necesaria y perfectamen te, no son partes solidarias y congruentes que debamos poner de un único modo. Así es, mientras en la composición del rompecabezas sólo hay una solución, en el ejercicio dei saber humano operamos tentativa y provisionalmente, optando por nquclla que pensamos mejor dentro de las posibles. Algo muy pare· ciclo es lo que hace Paul Veyne cuando, utilizando la metáfora dei mosaico, se pregunta Cómo se escribe la historia y se responde que no cs una reconstrucción de sus piezas, dado que éstas son siempre indircctas e incompletas. Tal vez sea más adecuado representamos e! conocimien to a partir de otra metáfora, en este caso la dei restaurador, tomada ahora de Julian Bames. E! profesional que se ocupa de restaurar una obra de arte, un lienzo antiguo, pongamos por caso, debe lavar la superficie, retirar e! barniz, eliminar el exceso de pintura, para devolverle ai espectador cl cuadro original, el cuadro que cl artista tuvo ante sus ojos. Sin embargo, como dice uno de los personajes de Barnes, no tenemos criterio para saber cuándo hay que detenerse en el proceso de depuración de la obra. «Es inevitable - ailade- que vayas un poquito demasiado lejos o te quedes algo corta. No hay forma de saberlo exactamente.» Cuatro profesionales que restaurasen trozos distintos de un mismo lienzo se detendrían en momentos diferentes dei proceso, aunque, bien es verdad, los resultados no serían tan contradictorios como pudiera pensarse. Es decir, están adiestrados en las mismas técnicas y comparten unos criterios similares, porque todos ellos se han formado bajo una disciplina común. Pero la decisión de cuándo detenerse no es universal ni incontrovertible, siendo, como concluye esc personaje, una opción más artística que científica. Hay o, mejor, hubo un .cuadro real, el que vio ei artista, esperando ser revelado, exhumado, pero no hay modo de que dicho lienzo reaparezca incontestablemente. Siempre habrá controversia, siempre habrá liza acerca de cuándo detener el proceso de restitución. Las metáforas de! rompecabezas y dei restaurador proponen dos
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epistemologías diferentes acerca del conocirniento dei todo y acerca de la posibilidad de acceder a él, e ilustrao posiciones distintas en ei âmbito de la disciplina histórica. Ambas tienen que ver con problemas tales como la realidad, el documento, la representación, la verdad y, en fin, el proceso de investigadón. Por lo que ahora nos interesa, una de esas posiciones recientes en lo concerniente ai todo y a su acceso cs la que se expresa en la microbistoriã, una corriente en la que la · investigación podría representarse bajo la forma de un puzzle o de un mosaico sin contornos claros o de acuerdo con la imagen de la restauración sin referente cierto, seguro. Sin embargo, la microhistoria misma parece aquejada también de una imprecisión, vale decir, es una corriente que, concebida como un todo, tiene algo de evanescente. Y ello, en parte, porque ha experimentado una suerte paradójica, dado que son muchos quienes aluden a ella sin que sepamos siempre de qué hablan cuando hablan de microhistoria. r ai ve.z ~n. modo operativo de presentarla tentativamente, ai menos en prmctpto, sea el que nos proponía Ornar Calabrese, haciendo uso en este caso de otra metáfora también procedente dei arte, la dei detalle y el fragmento. C uando queremos representamos una obra de arte, ésta constituye un todo, un conjunto, un sistema dotado de partes, de elementos, de pQrciones. Si conocemos efectivarnente la totalidad, las partes q~e la constituyen son detalles de la misma; en cambio, cuando esa totahdad se ignora, esas partes son fragmentos. Por ejemplo, cuando de un lienzo se n os da una reproducción fotográfica parcial, hablamos de detalle; por contra, cuando de una obra de arte que fue un todo sólo ha subsistido alguna de sus porciones (un resto de vasija, pongamos por caso), entonces hablamos de fragmento. Un detalle es un corte, una sección que se hace de algo entero; un fragmento, que procede del latín frangere, alude a algo que se ha roto: no es una sección artificial, deliberada, es una fracción circunstancial, accidental, una fractura fortuita. Si no contamos con todas las fracciones, la totalidad está in absmtia, y si queremos reconstruiria procederemos a tientas, ailadi_endo partes y completando vacíos. El propósito es el de con_ocer ei conJunto al que pertenecía y, por tanto, la meta es la de relaciOnar esos restos entre sí. Anotaba Ornar Calabrese que hay ciencias humanas que operan fragmentariamente: el detalle alude a un proceso hipotético-deductivo; el fragmento se refiere, por e! contrario, a un proceso lnductivo-abductivo; según la expresión que el italiano toma de Charles :' Sanders Peirce. La historia, tal y como la concibe_ Carlo Ginzburg, qu~ / ai decir de Calabrese y de tantos otros es el meJor exponente del mt·t croanálisis, sería una disciplina que funcionada por fragmentos: una '., averiguación, una pesquisa que pone en relación conjetura! vestígios, : huellas, indícios. La semiótica, el psicoanálisis, la arqu eol og(~ o una cierta crítica de! arte se empeflarían igualmente en una progrestón aza·
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rosa que trata de reconstruir hipotéticamente un sistema ausente, un
puzzle sin contornos precisos, un lienzo a restaurar y de cuyo estado original no tenernos noticia segura, indiscutible. Pues bien, {es eso la rnicrohistoria? Nuestro propósito es definir la corriente, pero (córno lo hacernos, cuál es la totalidad a la que aludimos? tEs una totalidad' ausente o conocida? Es, podríarnos decir, una totalidad evocada, adivinada imprecisamente. En efecto, una inspección superficial revela, como antes seõalábarnos, la falta de una auténtica precisión conceptual, de m odo que los espectadores y los posibles seguidores proponen definiciones no siempre coincidentes. Esto es, no hay un todo conocido, incontrovertible ,y universal. Por el contrario, con aquello con lo que contamos es coô fragmentos que pueden damos idea de una totalidad que está por revelar. Y entre esos _ fra gmentos que nos permiten adivinar ciertos perfiles de esa totalidad el más relevante es E/ queso y los gusanos, el célebre libro de Carla Ginzburg. De hecho, en los análisis literarios es cada vez más acusada la tendencia a tomar las obras no sólo corno estructuras, sino como fragmentos de una biblioteca rnayor. Por eso, la investigación que propenemos acepta partir dei modo que nos indicaba Calabrese, es decir, tornando un vestígio que nos permita una reconstrucción conjetura! de ese conjunto aún ignorado, de esa biblioteca mayor. Así, además, trabajarernos de una rnanera similar a la que le atribuye Calabrese a Ginzburg y probarernos, pues, la fortuna de esa indagación, los rendirnientos que nos da. Más aún, intentar emos hacer una reconstrucción microhistórica de la microhistoria, entendiendo que, en este caso, empleamos «microhist6rica» al menos como sinônimo de una indagación conjetura! que parte de fragmentos rnuy conocidos. Es, pues, en esc sentido en e! que El queso es un fragmento, o mejor, una obra de arte a restaurar de la que ya no podemos ser espectadores contemporâneos o, mejor aún, una pieza de un puzzle también conjetura! o, en fin, un libro que deberemos leer. (Leer? Pues claro, nos objetará un interlocutor fatigado ya de imágenes y de analogías, olvídense ustedes de las metáforas y reparen en ese hecho sirnple, reparen en que aquello que van a hacer es leer. Ahora bien, {es tan evidente, tan sencillo?
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averiguaci6n, esto es, la escritura reproduce la colocación m isnw dr las piezas de ese puzzle o, si se quierc, reproducc la tarca de rc~ t.uu .1 ción de! lienzo original. Recaemos, en fin, como si de una dolcnc 111 se tratara, en las metáforas de las que ya queríamos librarnos. Pt•u• "'n escritura - e! orden de esa escritura- es, como decíamos, llllll lt•t 111 ra. Indicaba uno de los personajes d<:; Italo Calvino contcnidm ''11 \1 una noche de invierno un viajero que «de los lectores espero qut• lr.111 ' 11 rnis libras algo que yo no sabía, pero puedo esperármclo s61n dt· lm que csperan leer algo que ellos no sabían». Ignoramos si pm 1•l 1111uln en que hemos leído El queso su autor averiguará algo q ue no ~11 p1 1 1' ' acerca de sí mismo o de su obra. De lo que sí estamos :.q:u11 " 1'\ d1 que lo hemos hecho esperando leer algo que no sablnmos, r>\ dt•t ll, hemos aprendido, pero no sólo por lo que se nos dicc cu t·~c· ldu o, sino también por lo que no se dicc explicitam ente y por lo 1111 sotros mismos hacemos decir a El queso. (Leer? Scgún oposlill.d!.l (l,fllil Cioran en alguna entrevista, no deberíamos escribir sob1c lo q111' 1111 hubiéramos releído. Pucs bien, eso es lo que hemos hcclw, rr lc•r• lu obra, volver sobre un libra de cuya primera edición cspafwl.1 11111111 1\ literalmente coetâneos: acabábamos la licenciatura cll histo11.1 11111 temporánea y, poco tiempo después, aparecía, en cfcclo, ntpll'll.l Vt' l sión castellana. El libro, es decii, este libra que cl lcctor ticll<" .duu ,, entre las manos, seria así e! resultado de una relecturn. ( Rd t•tlur.l t l.11 vuelta a este volumen es una nueva lectura, que hace dil'crcnlc .1qur l primcr libro porque nosotros hemos cambiado y porque ya no n pn sible actualizarlo de acuerdo con un mismo contexto. Pcm c·~ qur, adernás, no seria propiamente una relectura por cuanto cl cjc111ph11 "' bre el que volvemos ya no es e! mísmo: en efecto, nos hcrnm sr•rVI do de otros ejemplares distintos de aquella cdici6n de 19!11 11111 l.1 que ya contábamos.
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constructor, ai que extrae en cada relectura impresiones distintas e inesperadas, vokando sobre el libro su propio yo; e incluso ai de un solo libra, el suyo, aquel cuyas páginas compendiao cada uno de los textos que ha leído a lo largo de su vida; por no citar a aquel otro para quien cada nueva obra no es más que una actualización imperfecta de un libra primordial, el que le causó la primera impresión infantil; o a aquel para quien e! proceso de lectura se inicia antes incluso de ingresar en el contenido, cuando la simple promesa de lo que va a encontrar pone en marcha su imaginación; asimismo al lector para quien las palabras de un volumen sólo cobrao sentido cuando se llega aJ final de verdad, a esa palabra «fin», la que le permite empezar ptro libra; y en último término tendríamos al que, en definitiva, le gus'ta leer sólo lo que está escrito, a aquel para quien los indícios sólo significao algo porque hay un conjunto que los ordena, a aquel que más aliá de construcciones tentativas aspira a lecturas definitivas, a aquel que distingue entre uno y olro libra, que evita su confusión y su reunión, a aquel al que sobre · todo le gusta leer de principio a fio historias completas que no quedcn cn suspenso, que no se pierdan por el camino y que no le obligucn a ponerlas en reiación con otras historias. Es evidente que los autores de este libro no son ocho, sino dos, como también lo es que no hemos leído ocho veces El queso y los guSflnos, pero sí que nos reconocemos en esas tantas formas de leer el texto, respetando su literalidad y abriéndolo a su vez a la relación intertextual que se da con los restantes libros de Carlo Ginzburg y con aquellos otros que formao su circunstancia cultural, su biblioteca. Aquí está la dificultad y e! atractivo, porque nunca podremos reproducir, como tampoco el propio Ginzburg podría hacerlo, el conjunto de las lecturas que han fertilizado El queso. Por nuestra parte, no podemos sino apropiamos de las palabras de George Steiner: las interpretaciones válidas, aqueHas que mereceo tomarse en serio, son las que muestran visiblemente sus limitaciones, su derrota. Y anadía: esta visibilidad, a su vez, contribuye a revelar la inagotabilidad dei objeto. Si así fuera, si las limitaciones de nuestro trabajo procedieran de la riqueza interpretativa y de la variedad inagotable de los referentes de Ginzburg, el objetivo que nos hemos propuesto estaría cumplido. Pero es que, además, ni siquiera por parte dei historiador italiano seda posible restituir completamente aquello que precede a la obra. Como ha repetido en varias de las entrevistas que se le han hecho, no hay que confiar demasiado en las reconstrucciones que un autor hace a posteriori de sus referentes. El riesgo, anade, es ei de introducir una racio· nalidad y una cohcrencia aliá donde sólo hay desorden y azar. Pero es posible, prosigue, que donde creemos que hay desorden haya por contra e imperceptiblemente una coherencia subterrânea que sólo el tiempo nos permite descubrir. En cualquier caso, concluye, la tensión
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irresuelta entre azar e indeterminación reaparece aquí a propósito de los objetos de estudio y de los referentes en los que se fund ao. En este sentido, forzado por sus interlocutores, Ginzburg nos propene una serie de lecturas que habrían precedido a El queso y que, en consecuencia, pareceo damos una clave de análisis posible. Sin em· bargo, y como sabemos desde Umberto Eco, hay intenciones dei autor y hay intenciones de la obra, es deê:ir, hay instrucciones insertas implícita y explícitamente en el texto y en el paratexto que lo acompaila y hay declaraciones públicas y órdenes expresas dei autor a pro· pósito de cómo leer su obra. Ambas cosas no siempre son coincidentes, ni tienen por qué ser atendibles las palabras extratextuales del autor. Eso no significa, por supuesto, que descartemos sus pronunciamientos. (Qyé es lo que Ginzburg nos propone como hitos de su tra· yectoria intelectual? Salvo Marc Bloch, Delio Cantimori y algún otro historiador, los. referentes que nos da son principalmente literarios: T olstoi, Proust, Carlo Levi, Queneau, Calvino, entre otros. Pero estas referentes no deben verse sólo, ai menos así nos lo indica, como nutrientes culturales, sino que cumplen funciones concretas en sus obras, en la elección de los objetos y en el tratamiento narrativo que les da. Pongamos dos ejemplos. Cuando justifica la irnportancia que para é) ha tenido Guerra y Paz, alude a la historia desde abajo, a la reconstrucción de la totalidad desde cada una de sus partes, tomando en este caso como punto de partida la vicisitud dei último soldado presente en cualquier contienda. Ese soldado, testigo y protagonista dei conflicto, es ignorante de su propia histeria y se sitúa en medio de la batalla sin tener la panorámica de lo que sucede. En ese caso, la incertidumbre y la vivencia de dicho testigo permitirán a1 historiador averiguar cosas que aquél no sabe o el todo al que, como fragmento, pertenece. Ginzburg cita a T ois to i y su clave de lectura está hecha, entre otros referentes, sobre la base de Isaiah Berlin, quien, a su vez, nos propone volver atrás, a Stendhal (La cartuja de Parma) y a Maistre (Las veladas de San Petersburgo). Por otro lado, cuando cita los Ejercicios de estilo como lectura cercana a E/ queso, lo hace para mostrar que su voluntad de experimentación expositiva-narrativa se inspira en esa obra de Queneau. Como se sabe, esta novela experimental es un collage de discursos acer· ca de un mismo hecho, noventa y nueve variaciones, en diferentes es· tilos, con distintas «coerciones» y con variadas manipulaciones, de un acontecimiento trivial de la vida cotidiana. lQ!lé.lecciones cabe extraer de ese experimento? Qle un mismo hecho admite infmidad de formas narrativas y que éstas pueden concebirse como un juego, de modo que la literatura o la escritura no apareceo como productos cerrados, sino como operaciones que se hacen ante el lector. Ahora bien,
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secharlas, pero quizá debiéramos completarias. En primer lugar, por· que la obra de los autores citados deja otros vestígios en Ginzburg que e1 propio historiador no subraya; y, en se&>undo término, porque, además de esos novelistas que marcan un itinerario posible, hay otros re· ferentes implícitos que c~da lector tiene derecho a explorar. En nues· tro caso, desearíamos que aquellas ocho formas de lectura a las que aludíamos nos permitieran mantener un equilíbrio entre lo que Umberta Eco llamaba interpretación y sobreinterpretación, o entre lo que Richard Rorty, en e! m ismo volumen, denominaba lo metódico y lo inspirado, es decir, entre el respeto a la literalidad y a las instruccio· nes dei autor, por un lado, y el amor-odio a .la obra, por otro. ~Pero cómo hemos intentado conseguir es·e equilíbrio? En princi· pio, nuestro propósito es semejante a aquel que siguió Clifford Geertz cuando en El antropólogo como autor an alizaba a ciertos etnólogos to· mando la obra que mejor condensa sus particularidades. Pero además, en nuestro caso, pretendem os hacerlo empleando algunos de los re· cursos que son característicos dei propio Ginzburg. Si tuviéramos que encontrar un texto con el que establecer analogías, en ese caso nos gustaría que nuestro libro guardara ciertos parecidos con Giochi di pazienza, una obra de la que son autores Ginzburg y Adriano Prosperi. Ese volumen se publicó en 1975 y, po~ tanto, su redacción es con· temporánea a la de E/ queso. Se trata además de un ejercicio de lectura, la dei texto religioso más famoso y controvertido dei quinientos italiano, el Beneficio di Cristo, un ejercicio en el que se debate a propósito de las circunstancias de su composición, de su autoría, de sus metáforas y dei sentido que hay que conceder a sus palabras literales. Como en nuestro caso, Gíochi está escrito a cuatro manos y, como en nuestro caso también e incluso mucho más, hay una voluntad ex· plícita de hacer visibles los procedimien tos, los itinerarios y los obs· táculos de la interpretación, incluyendo entre ellos los que se derivan de esa doble lcctura·escritura. Se hace también explícita la retórica ex· positiva empleada, mezclando, dicen los autores, la cocina con la mesa, de modo q ue se ínuestre ai lector no sólo el plato servido sino también la preparación que lo precede. A ello hay que afiadir que la investigación y su escritura se presentan como un disfrute, como e! desci&amiento de un enigma, por lo que la mejor m etáfora que las describe es, como también en nuestro caso, el juego de paciencia, e! puzzle. Sin embargo, Ginzburg y Prosperi proponen otra metáfora que complete la anterior, la dei juego de cartas. Esta nueva imagen les sirve para subrayar la tensión que se da entre e! respeto a unas regias (la deontología dei historiador) y la jugada imprevista, que no es la de los naipes m arcados, sino la de! hábil jugador que sabe en qué mo· mento conviene utilizar unos u otros, cuándo y cómo destapados, para _m ayor rendirniento. Es decir, e! enigma está tanto en el objeto
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como en la forma de presentar su resolución. En suma, pues, se tl':t· ta de un ejercicio de reflexión historiográfica acerca dei método, :~ cc r ca de cómo presentar unos resultados teniendo bien presentes e! nwdn mismo de la exposición, el orden retórico que se le da y los dcsrinu tarios a los que persigue. Para terminar, hay que subrayar que su cou clusió n es, como nos sucede a noso~os, circular, ya que e! fin de hc obra remite ai principio. Así reza e! último punto dei índice («Dcm il libra finisce, o comincia») y así reza e! capítulo final, cuyo 1'muo contenido es : <
E! origen de esta investigación podría remontarse a una csl1111t 111 académica de la que disfrutó uno de los autores en e! Diparlinw11111 • Además de todos los apoyos personales, hemos podido contar en la f.asc Cin41 1lr rcalización de este trabajo con una ayuda a la investigación concedida por la Gcncc.tltl u Valenciana dentro de un proyecto más amplio en el que participamos (GV 99 13() 10'1)
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di Discipline Storiche de la Universidad de Bolonia durante el curso 1988-1989. De entonces datao nuestras primeras discusiones maduras a propósito de la microhistoria y no pudo haber mejor contexto que la institución que acogía a Carlo Ginzburg. Desde aquel momento, los autores de este libro se empeiiaron en estudiar la corriente y para ello han disfrutado de lâs numerosas ayudas que amigos y compaiieros les han prestado. Como suele ocurrir, los primeros esbozos de este trabajo se expusieron en diferentes semínaríos organizados en las universidades de Valencia, Murcia y la Nacional de Mar dei Plata. En ese sentido, profesores como Pedro Ruiz, Jenaro Talens, Sergio Sevilla, Encarna Nicolás y Fernando Devoto facilitar.on y mejoraron con sus comentarios dichas exposiciones, sin olvidar ·a quienes interviníeron en las sesiones. Además de la presentacíón y discusíón de algunos aspectos de nuestra investigación, hemos contado con numerosas ayudas materiales, de entre l~s que cabría mencionar las que nos dieron Luciano Casali, Miguel Angel Taroncher, María Luz González, Leonardo Curzio, Darío Barriera y Carlos A. Aguirre Rojas, así como las de nuestros compafieros dei Departamento de Histeria Contemporânea de la Universidad de Valencia. Mayor agradecimiento debemos, si cabe, a nuestro distinguido comité de lectura, a quienes leyeron el manuscrito en sus diferentes reescrituras y nos sugiríeron cómo mejorarlo: Encarna García Monerris, Jon Juaristi, Guillem Calaforra, Jesús Millán, Maria Cruz Romeo, An toni Furió y Guillermo Qyintás. Finalmente, este trabajo se ha enriquecido con variados testimonios personales, testimonios que no sólo nos aportaron informaciones, sino también perspectivas nuevas. Carlo Ginzburg, sin pedir nada a cambio, leyó todo el manuscrito, nos hizo sugerencias para mejorarlo, polemizá con nuestras interpretaciones, nos confió datos y nos remitió noticias bibliográficâs que permitieran completar la reconstrucción que emprendíamos sobre su obra. Mario Muchnik nos corrigió todos los errores acerca de la editorial que lleva su nombre y nos dio amistosamente información personal de su trayectoria como profesional dei libro. Ricardo Muiioz Suay, ai que pudirnos entrevistar sólo un mes antes de su dolorosa muerte, nos aclaró ciertos aspectos de la edición espaiiola de El queso y los gusanos, permitiéndonos descubrir lo mejor de la cultura republicana y liberal espaiiola. Alberto Mario Banti, sabio a pesar de su juventud, fue siempre amabilísimo con sus corresponsales valencianos. Raffaele Romanelli, dotado de una elegancia antigua y de una sabiduría tranquila, se sinceró y confió en nosotros cuando menos razones había para hacerlo. Paolo Macry nos ensefió cosas importantísimas acerca de la historiografia italiana: lo recordamos frente al mar, instalado en su cômodo palazzo napolitano y rodeado de los colores vivos dei Mediterrâneo. Giovanni Levi, en fin, fue un interlocutor ocasional, pero siempre ingenioso, en sus diversas visitas a Valencia.
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2 El queso y los gusanos, veintitantos anos después Su mejor elogio, se ha dicho, consistida en que, transcurridos treinta anos, se hiciese completamente inútil por ya superado, una vez retocadas sus conclusiones en virtud dei progreso que él mismo ha promovido. Esto es olvidar que la verdad de la historia es una verdad, en parte, doble (...). Sin duda, ai cabo de treinta anos, un lector percibirá sobre todo lo que aquel trabajo tenga de pasado de moda (...); pero, cuando la distancia en el tiempo permite ya emitir jui· cios menos interesados, se descubrc que la obra his· tórica (...) sobrevive aún por todo lo que su autor puso en ella de su propia humanidad. HENRI
I.
MARROU
1. E! punto de partida es 1976. En ese ano se publicaba en !talia I!Jormaggio e i vermi (El queso y los gusanos), una obra de la que es autor e! historiador Carlo Ginzburg y cuyo objeto era la reconstrucción y el análisis de una cosmovisión: la de un molinero friu lano dei siglo XVI. Para emprender ese estudio, para verificado, la investigación se basaba en las actas de dos procesos inquisitoriales instruidos contra un tal Domenico Scandella, llamado Menocchio. Lejos de tener una vida eflmera o una circulación meramente académica -(a quién diablos le importa averiguar lo que pensaba un personaje así?-, aquella monografia ha disfrutado de un destino excepcional, excepcional
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en e! sentido de haber logrado un éxito rotundo. Hay datos suficientes que lo atestiguan. En primer lugar, ha sido un texto afortunado, como lo prueban sus numerosas reimpresiones. De hecho, si son correctas las informaciones que la propia editorial nos ha proporcionado, nos hallamos ante un .autêntico suceso de ventas: en el registro de fondos y novedades dei editor hasta 1997, El queso y los gusanos iba ya por la decimoquinta reimpresión. Un segundo dato que da cuenta suficiente de ese êxito es su repercusión en el exterior, es decir, la fortuna de q ue ha gozado esa obra no obedece sólo a una coyuntura específicamente italiana. Así, ha sido traducido a trece idiomas, según nos confiesa su autor, y ha tenido una not~ble incidencia. en ~i versos âmbitos editoriales y culturales. EJ te.rcer hecho que_testtmoma su repercusión es la influencia académica e historiográfica que ha logrado ·y- que aún perdura de acuerdo con los diferentes ~iite?i?~3!~ referencia con los que podamos evaluarla. La obra ·merectó re~eiia!_~lo giosas, con algún matiz crítico, pero sobre to'do· inéreêio resenas exhãústivas cuando se tradüjo a otras Ienguas, como se puede observar, por citar unos pocos ejemplos, en The Ne1v York Review of Books (1980), en Annales (1981), en Thejournal ofModem History (1982), en Social History (1982) o en Hispania (1982). Eso no quiere decir que no haya tenido detractores (algún adversario como Ruggiero Romano se ensaiia con Ginzburg hasta ei extremo de calificar su obra de ejemplo de micropensarniento historiográfico). Pero eso mismo, esa acerada acritud que se da en algún crítico, atestigua su influencia y, por tanto, la necesidad de pronunciarse sobre un historiador que no deja indiferentes a sus lectores. Finalmente, el libro y su autor se han convertido en apelaciones habituales en muy variadas esferas, hasta el punto de que e! nombre dei historiador y e! de! personaje que estudia no sólo se refuerzan mutuamente, sino que además han llegado a independizarse: es lógico que las referencias a Carlo Ginzburg no se detengan en una obra de 1976, puesto que sus investigaciones han progresado desde entonces; pero no lo es tanto en principio que su criatura (Menocchio) se haya emancipado hasta alcanzar una fama, primero, local y, después, universal. Menocchio, por ejemplo, da nombre a un activo centro cultural ubicado en Montereale, la localidad en donde nació, pero también ha logrado un cierto protagonismo audiovisual: ha sido e! protagonista de un documental (Voices in the Dark) producido y emitido por Channel 4; ha sido también motivo (Menocchio's Books) de uno de los programas radiofónicos de la KUHF de Houston, dentro de una producción simpáticamente titulada The Engines of Our Ingenuity, difundida por diversas cadenas asociadas a la National Public Radio; y, en fin, fue tomado como excusa en 1997 para una producción televisiva de la alemana WDR titulada Der Kãse im. Kopj; en la que se simulaba un
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diálogo entre e! molinero y Stephen Hawking a propósito de sus rcs· pectivas cosmogonías. Asimismo, y en ei.ámbito de la es~ena: ha sido objeto de una obra teatral (Zitto Menocchzo}, una producctón t ta~o·.ch e· ca que adaptaba e! texto de Ginzburg y 9ue se prese~taba en el Mtl.ld• Fest '96. Se trata de un festival promovtdo y orgamzado en cl Pnult (la región de Menocchio) y dedicado a las artes escénicas de l.1 Eu ropa Central. En ese sentido, además, e! P.rincipal acto de aqucll.1
s premios a lo largo dei verano: el M?ndel~o-Ctttà dt Palcrn10, .r<.liH'(' dido también a ]avier Marías; y e! VtareggLO, un célebn: y tradrnot11d galardón, cuya primera convocatoria se remon~a a 1929, ,Y qut• h.1 t· r ~· cumbrado la obra de autores tales como Antomo Gramsct, Carlo l.rvr, Italo Calvino, Alberto Moravia, Primo Levi o Antonio Tabucchi. Estos y otros datos prueban, en efect~, que a~bos no mbrcs (Me noccio y Carlo Ginzburg) han llegad~ a tn~ependtzarse y que c:l 1110 linero ha logrado una fama que trasctende mcluso la .obra q ue lo ex humó. Ahora bien, lo que nos proponemos en .este ltbro cs volver .1 reunidos; lo que nos proponemo~ es, P.ues,. ?naltzar .El queso, ob~t·• V111 el contexto dei que depende esa mvesttgacton y venficar la prcsru< 1.1 de! autor y la instancia narrativa con la que se expresa par.1 d.u vul.1 ai person aje. To do ello n os permiti:á, ad.emás, pro~onc r . 1.'~ .t;11111.1 ~ que, a nuestro juicio, explicao la inctdencta que. esa mves ll ~.u; r o u h.t tenido. Para intentado contamos con una venta)a compara1t~,1 ln•nfl• a los que fueron sus primeros lectores: r:os separan más de VCIIIf(• .ll,o~ desde su publicación. De esa dista?c~a tempera~ podemos apmvt· charnos: es justamente en estos dos ulttmos decemos .c~ando ~ I 110111 bre y e! cómo de Carlo Ginzburg han logrado ese ext~o n.lt lllltlll • internacional ai que antes aludíamos, sobre ~odo .a pa.rttr de ~ ~~ ttl••tl tificación como micro historiador, como el mtcrohtstonador. ~·' ·" liU ,1 ese lapso podremos, en efecto, sopesar mejor El q1uso analrz.\udol" como lo que es: su principal aporta~iór:, principal. po.rque es a csr· l1 bro ai que debe su mayor reconoctmtento, y pnnetpal porque, t•n nuestra opinión, es e! texto en e! que se c~ndensa todo Gtn zbt~~ g, dt cho esto en un sentido alusivamente freudtano. AI obrar de esta manera, lo haremos optando por un enfoque /m
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toriográfico. No analizaremos, pues, lo que fue la investigación sus· tantiva, la información, los contenidos y la vigencia de sus resultados concretos. No nos interesa, por ejemplo, polemizar sobre el origen de la metáfora principal (el queso y los gusanos), ni sobre la conjetura que aduce. Es decir, nuestro propósito no es discernir si procede de los Vedas, como él senala;•si su fuente es aristotélica, como postula, por ejemplo, Jon Juaristi; si sus ideas provienen de los cátaros, como ha propuesto Andrea dei Co!; dei averroísmo padovano, como defien· de Giorgio Spini, o, en fin, de los filósofos renacentistas, como sos· tiene Paola Zambelli. Y ello por tres razones. En primer lugar, por· que otros ya han evaluado el dato y la noticia en los que se basa y, además, lo han hecho confrontando las conclusrqnes de Ginzburg con el material documental dei que se sirvió. En segundo lugar, y de manera irreparable, porque no tenemos modo mejor de hacerlo: cualquier otro media nos está vedado. Qté quieren, no nos vemos ni con suficiente competencia ni con disciplinada voluntad. No emprenderemos, pues, el estudio filológico y detallado, con relieve y pormenor, de una figura histórica, Menocchio, ya analizada y, lamentablemente para nosotros, ambientada en una época de la que sólo tenemos conocimiento deficitario o para la que nos faltan las destrezas de un historiador modernista. Pero, en tercer lugar, y más importante, adaptaremos un enfoque exclusivamente historiográfico porque creemos que puecle ser la mejor perspectiva para la adecuada evaluación de un libra como E! queso. Nos explicaremos. Desde nuestro punto de vista, ei énfasis dado a la lectura estrictamente historiográfica que vamos a hacer no es un vicio de origen por el que haya que pedir disculpas. Más aún, no creemos que el análisis sustantivo de las informaciones y contenidos de El queso sea lo relevante. Pensando en lo que es habitual en el seno de la disciplina, que una monografia histórica se reedite con periodicidad regular durante veinte anos resulta asombroso. En efecto, lo corriente es que la actualidad de una investigación concreta decaiga pronto e incluso que su propio responsable acabe por rebasarla u olvidaria. Las causas pueden ser numerosas. En un caso, son atribuibles ai régimen general de distribución dei saber impreso: se publica mucho, y esa multiplicación, fundada en el relevo de los oficiantes y en la competencia mercantil, conspira a favor de su caducidad. En Qtro, sin embargo, obedecen a aquello que convencionalmente llamaríamos el progreso cognoscitivo : nuevos datos invalidan las conclusiones a las que se llegó en la investigación anterior; nuevos enfoques arruinan la solidez dei punto de vista que nuestro antecesor adoptó; o, a la postre, nuevas preguntas desplazan el centro de interés y, por tanto, configuran un objeto de conocimiento diferente. Como decía Giulio Einaudi, el editor italiano de E! queso, hay un
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tipo de libra que es ejemplo de lo que los anglosajones llaman ~n
instant book: se trata de aquel «que, cuando dura unos meses,_ o un ano, ha cumplido de forma egregia su función y cae en el olvido»: es el libra circunstancial que se apoya en una coyuntura que ~e es muy_ vorable; es el libro «meteorológico», como senaló en_ Cierta _o~as10n Giovanni Levi, es decir, el libro adaptado a los camb10s vertigmosos que traen el tiempo y I~ ~poc?, bie~ re~ibido_ p~ro pront~ reempla· zado. No obstante, contmua Emaudi, eXIste. astmismo, el «hb_ro c~ltu ral»: hablamos de ·aquellas obras que duran «mel uso mas ~e ?tez anos» 0 decenios, anade, y que son como «intuiciones, descubr~m1entos, pasajes secretos dei pensamie~to, y q~e sirven para otros hbros: engendran durante una década libras e mfluyen sobre el~os>>. Los grandes textos !iterarias son los que pareceu desempenar meJ?r y regularmente esta tarea seminal ai encarnar los valores de una epoc~,, sus. zozobras y sus suenos, sus esperanzas y sus fantasías. _Hay ~ambten, sm embargo, investigaciones históricas que han sido eJemplo de ~sta excelencia, ejemplo de libro cultural. Entre otros, apost1lla el editor en su diálogo con Severino Cesari, podemos menciOnar algunos de los libras mayores de Fernand Braud7l, de Marc Bloch, de Albert Mathiez 0 de Johan Huizinga: no son libras efímeros que haya que, leer rotunda, inmediata y expeditivamente, a la manera de esos. volumenes instantáneos, pronto caducos, de los .q~e hablaba el e~ht?r; son, por contra, long sellers, libras que se muluphcan, que multiplicao sus efectos, que logran hacerse un hueco en nuestros anaqueles. Y que, como tesoros, exigen de sus lectores el reposo de la obra valiosa. ~~ propio Carla Ginzburg _1~, di! o ~xpresamente en 1973, cuando escnbiera e1 prefacio a la ed1c10n Italiana de Los reyes ta~mattJrgos de. Marc Bloch. Según el historiador italiano, entonces un J,oyen d~ tremta y pocos anos, además de otros atributos con que esta mvesttdo, la onginalidad de un libro de historia como el de Bloch, aquello que .le asegura vitalidad más allá dei acecho ai que lo s.omet:n I?? especta· listas, depende dei modo en que está ~esuelta la mvestigaciOn, modo que a su vez no deriva de los contemdos, de los resultados conc~e tos. Muy probablemente, libras como éstos son algunos d_e los meJo· res ejemplos de esa obra histórica de la que hablara Henn I. M.arr,ol! muchos anos atrás. Decía este historiador frax:cés que la _obra ~tston ca es una composición que depende de las ':l~tudes dei I~west~gador, de la riqueza de su conocimiento, de la habihdad Y. ~el ~ng7mo con que se plantea ciertas cuestiones, y m~nos de la pencta t:cm~a en la que todos hemos sido adiestra?os prec.Isamente para ser h1stonador~s. <
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Ginzburg parece. respo~der a .este segundo modelo, que su Iibro de· pende de su gemo. ~er!a u.n hbro cultural, un ejemplar duradero, un text~ que parece r~ststlr bten el paso dei tiempo. Así, ai menos, lo atesugu~ sus co1_1tlnuas reimpresiones, reimpresiones que no se dan en la. mtsma medtda e~ otr~s de. sus obras, reimpresiones, en fin, que mantlenen su frecuenCia y su ntmo cadencioso de acuerdo con los a~o~, transc~rridos: tal vez h~y~ algo en su interior que sea una in· tutcwn de ~poca, un descubnmtento dei presente o un pasaje secreto de! pens~mten~o, co~o ~ell~mente. decí~ su editor, que justifique su fo~una. ~A 9?e cabna .a~nbutr esa VIgenct.a? (.A que nos hallamos ante I~ mvesttgacwn «defintttva» sobre un objeto deJ conocimiento histó· nco? Hablar de histeria «definitiva» de la maneta vulgar en que hoy s~ habla o de la manera deliciosamente ingenua en que se pronun· ctar<;>n .~uestros antepasados es una ilusión, un embeleco y una con· tra~tccw~. Au.n9~e cont~ramos con. to~~s los dat?s, cada investigador esta en dtspostcto~ .Y esta en la obhgac10n de revtsar lo dicho por sus predecesores, admttlendo que esa tarea continua de revisión no es un límite o una carencia de nuestro saber, sino su condición constituti· v?. Decía Jorge Luis ~~rfes, y no le faltaba razón, que lo definitivo sol?. pertenece a I~ rehg10n o ai cansancio. Admitimos algo como de· fin~tl~o ~n la medtda en que esté investido por el dogma o en tanto este hqutdado por el abandono. Así, atribuir el marchamo de lo de· fi~itivo a lo hist?rico, lejos de verse como una cualidad, puede ser te· ntdo como una tmpropiedad. Ni los objetos históricos son definitivos ni lo son las investigaciones que los nombran. Los «libras culturales•• tornao su valor de otro atributo diferente. i.De cuál? Si la obra de Ginzburg ha envejecido bien no se debe evidente· mente a lo irrefutable de sus interpretaciones, de sus datos o de sus r~sultados. De hecho, .desde el I?rincipio, las soluciones que él propo· ~ta para aclarar su objeto han stdo una fuente de discusión continua s~ que e~o haya mermado en absoluto la incidencia que ha tenido y stgue temendo. Por otra parte, si las tesis fueran irrefutables nos ha· u.a~íamos ante un sa~er credencial que no admite el progres~ cognos· ctttvo. Por e! co.ntrano, si ha env.ejecido bien es, entre otras cosas, por la forma que G~~zburg da a su. hbro, por la forma en que organiza e! relato, la narrac10n q~te tra~smtte convincentemente esos dates y por la forma. en que anahza e mterpreta a partir de las conjeturas de las que. se strve, pera no por los análisis concretos o las interpretaciones particulares que e~prende .. ~e le ha censurado, y puede valer e1 ejem· pio de Jean Bouvter y Phtltppe Boutry, que los procedimientos que empl.ea. han supuesto no tanto explicar e! caso de Menocchio cuanto multiplicar las potencialidades exegéticas de los lectores sucesivos has· ta e! punto de estimular una inflación interpretativa cuyo único freno podna ser un nuevo contraste documental. Esos mismos autores ha·
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cen balance de las conjeturas alternativas que otros historiadores han opuesto a las de Ginzburg y concluyen subrayando la sobreinterpre· tación de la que estaría aquejada su obra, como si, en efecto, esta so· breinterpretación fuera una tara congénita. Podríamos convenir con cs· tos autores en que ese diagnóstico sea cierto; podríamos convenir en que haya una sobreexplotación documental e interpretativa, hasla t:l punto de que, como ellos seilalan, las 'hipótesis cobren más rclcvn n• cia que las pruebas mismas. Pero el enigma permanece, porque las t.ll" ticas y las hipótesis alternativas no han deteriorado su efecto, de modo que la obra parece emanciparse dei contraste documental. Cuando un libro de estas características obtiene ese statu.f, ClHIIUio un texto hist6rico adquiere esa presencia, la fortuna puede debe1St: .1 dos razones, dos razones que no sólo no tienen por qué ser inc:ou1 patibles, sino que, por el contrario, se suelen dar a la vez: en 1111 t.l su, la vigencia es resultado de su conversión en clásico, más all:i de 1.1\ informaciones históricas concretas que dé; en el otro, cabe atribuirl.1 a la calidad misma de su escritura, a la tensión !iteraria que nkanz~t . Lo cual ciertamente, no eleja de ser una paradoja. Se admilt: qne In ' validez de las obras históricas depende del qttantum de verdacl que 111 corporen y de la explicación razonable y verosímil que aporlen. Pel() eso mismo no es aquello que dilata la vida de ciertos libras hislóri cos. Es, por e! contrario, una cualidad menor y, a la postre, irrclcv.m· te frente a un atributo intemporal que es justamente el que les per· mite rebasar los propios limites de su tiempo. Extendámonos algo m:\s sobre esta paradoja, la paradoja de lo clásico y de lo !iteraria en 1.1 obra histórica. Hablemos dei género que hablemos, no conocemos a autores t 1.\ sicos que, a pesar de sus despistes, hayan escrito descuidadamente s 11~ libras, sin atención a la forma, sin atención a la estructura formal \ I'H' les sirve ·de soporte; tampoco conocemos obras que hayan alc:u1z.1du la condición de clásicas cuya producción no se deba a un aulos cui dadoso. Si, en general, esta es cierto para toda clase de libras, no ve mos por qué no debería serlo también para la histeria y los histo1i.1 dores. En ambos dominios, el emblema de lo clásico y la cnlitl.1d !iteraria de una escritura, !iteraria en el último sentido que cvOt'i\hu mos remiten a una misma condición: no consienten el resume11 ui la si'roplificación, no toleran la operación reductora o sintélic.1, pm que quien la emprende tiene la certeza de empobrecer irrepar.1blc· mente la obra, de desvirtuaria, es decir, de amputarle su virtud o, en el mejor de los casos, de hacerle decir algo distinto, y no mcjor, dt· lo dicho en aquélla. Por eso, cuando hablamos del clasicismo de ciertos libras nos rc ferimos principalmente a aquellos que, por algún atributo, han .1! canzado un range de privilegio en un ámbito o disciplina determina·
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dos. Ese statm es consecuencia dei dictado que el texto establece para !as obras que lo suceden. y que se emprenden bajo su amparo: o se m~pone marcando ~n es~tlo y provocando seguidores o perdura delimtta~do lo que sera pertmente o relevante después de su ejemplo. En el pnmer ~as.~, nos hallamos ante e! fenómeno de la imitación y de la reaproptacton; en el •segundo, ante el de la censura. Ésta sería una primera acepción, inmediata, de lo clásico. Peco es clásico también aq_uel l.ibro que, más aliá del seguimiento instantâneo y dei reconoci~te!'lto de los conte_mporáneos, convoca a lectores diversos de épocas dtstmtas rebasando tdealmente e! contexto mismo en que se alumbró. Hasta tal punto seda así, que un clásico no podría ser ya objeto de lectura, sino, siempre e inevitablemente, d~ ~relecturas, como anotara Borges, _unas relecturas que estarían guiadas por las preguntas que cada gcneractón se plantea. En el primer sentido de lo clásico son numerosos lo~ ejemplos q ue podrían aducirse: serían los clásic~s de época, po r dectrlo así. En el segundo, la noción de lo clásico es más restringida: cabe atribuiria a aquellos libros, pocos, que trascienden, sí, por la potencia de la que están investidos y por su calidad constituliva; peco también, y principalmente, por la propia ambigüedad con la que están ungidos. Por eso decía !talo Calvino que un clásico no acaba de decir todo lo que tiene que decir y su sentido se resiste a la interpretación de sus exégetas, los cuales para mayores desesperación y goce no acaban de aclarar/o. Por otro lado, cuando más arriba hablábamos de la calidad de una escri_~ra aludíamos a s':' c~~dición !iteraria. A nadie sorprenderá que, refinendonos a obras htstoncas, empleemos la calificación de clásicas: hay algunas que evidentemente lo son y ese hecho no se discute. Si recuperamos los ejemplos citados por Einaudi, en ese caso diríamos que las obras mayores de Marc Bloch, de Fernand Braudel, de Albert Mathiez o de Johan Hu.izinga pueden ser concebidas así. Ahora bien que la vigencia de un libro de historia pueda atribuirse a lo literari; introd~tce, un _matiz_ más pol~mico y, de hech~, la consecuencia que ~e den~ana ~tene st;nd<_:> ob!eto de controversta desde tiempo atrás. (En que senttdo sena dtscuttble? Como es harto sabido la constitución de la histeria como disciplina de verdad se ha hecl;o alejándose de su primitiva condición de género literario. Si adm itimos que la ficción es una de las características básicas de la literatura sería un escánd~l~~ al ~en~s desde d~ter~inada perspectiva, acept~r sin más la co n~1~10n hterana de la htstona. La polémica actual acerca dei esceptiCtsmo en la disciplina histórica tiene como centro de discusión esc asunto. Sin embargo, cuando nos referimos ahora a la calidad de escritura_ de un libro de histeria, a la condición !iteraria que alcanza, no aludlffios exactamente a eso, no nos referimos a la ficcionalidad como valor semântico que también podría tener la histeria; aludimos
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sólo a la arquitectura y a la construcción de las que el historiador, de forma consciente o inconsciente, sería responsable: es decir, a la prosa, a una prosa bella que, lejos de ser meramente transitiva, neutra y transparente, es fruto de una elaboración detallada, denotativa y connotativa, una prosa que quiere ser a la vez expresión del artificio y expresión de la verdad; y, en fin, a la estructura misma de lo que se cuenta, una estructura en la que se h <~,rían explícitos e! punto de vista y la implicación de! autor interno. ~Es hiperbólico atribuir a El queso cualidades como las descritas? mxageramos ai pensarlo como un nuevo clásico de la historiografia y como un libro de evidente calidad !iteraria? AI margen de la simpatía o de la antipatía que su ejemplo pueda merecer, lo cierto es que, a nuestro juicio, ellibro tiene virtudes suficientes para considerado así, puesto que la influencia se mide no sólo por la lista de seguidores que una obra convoca, sino también por la estela crítica que provoca. Ambos dates confirmarían la vigencia de un libro, pudiendo hacer de él un texto clásico y de gran nervio literario. Aceptemos, pues, como punto de partida que El queso sea un volumen de estas características. En ese caso, como más arriba indicábamos, estaríamos autorizados a emprender un aproximación exclusivamente historiográfica, en e! sentido de ir más aliá de los contenidos, de las informaciones y de las noticias que acerca de su objeto nos proporcione. Ese mismo hecho, en fin, nos habría de permitir evaluar ellibro como obra clausurada. Referimos a ella en estos términos parece aludir en un sentido justamente inverso a la categoría de obra abierta que popularizara Eco hace aii.os para designar ciertas operaciones pragmáticas. Para e! autor de Obra abierta, todo libro impondría instrucciones de consulta y de lectura, es decir, incorporada órdenes de lectura pertinentes y desmentiria ciertos usos como aberrantes. Ahora bien, hablar de «apertura, para calificar ciertas obras, en este caso las estrictamente !iterarias, es admitir su multiplicación hermenéutica, la proliferación de interpretaciones que van más aliá de! dictado intencional que e! autor impo ne. Evitemos la posible confusión: no es en ese sentido en e! que empleamos la voz «cierre>> para caracterizar El queso. Cuando hablamos de cierre, de clausura, no queremos designar la condición pragmática de un texto que transmitiría instrucciones u órdenes más o menos inflexibles. Cuando lo hacemos, describimos una propiedad interna, estructural, una propiedad que permite entenderlo como texto que no envejece: sus reimpresiones son justamente eso, reimpresiones que no introducen correcciones. (Por qué razón? Porque cualquier modificación altera no sólo unos contenidos incorrectos o rebasados, sino también una forma específica de presentarlos. Por tanto, la clausura a la que nos referimos es la de una presentación que no se modifica, la de una configuración formal acabada de la que procede su propia cualidad. De ahí precisa-
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mente que creamos encontrar en este tipo de anáJisis la propuesta más pertinente para leer la obra a la que nos enfrentamos. Es más, hay da· tos y ejemplos que corroborao la justeza de lo que sostenemos. 2. Tornemos, entre otros posibles, el caso de un volumen relatí· vamente reciente en el que los autores son convocados a efectuar una radiografia y un diagnóstico dei estado de la historiografia. Nos refe· rimos al que con el título Ne1tJ Perspectives on Historical Wriling (Formas de hacer historia) editó Peter Burke a princípios de los anos no· venta. En esa obra colectiva, las alusiones explícitas a Carlo Ginzburg son significativas en términos absolutos y relativos, es decir, por sí mismas, por el contexto en que se formulao' .y por el relieve que se le da a El queso. Permítasenos realizar una trivial aunque reveladora operación para así verificar mejor su incidencia. En lo que es e! índice onomástico, que sólo aparece en su versión castellana y que contiene, por cierto, algunos errares o faltas que hemos tratado de subsanar, este texto recoge d e manera indistinta los nombres de las autoridades académicas y de las referencias personales que apareceo en el volumen. Contabilicemos el número de veces en que se citao y tomemos en serio la jerarquía a que da lugar. ms razonable hacerlo? Parafraseando a Borges, alguien podría duelar dei sentido que tíene establecer el orden exacto a p artir de un índice onomástico puesto que la histeria no es un certamen. Sin embargo, la cita expresa es prueba de influencia y convierte ai mencionado en interlocutor, se esté o no se esté de acuerdo con lo que sostiene. Por tanto, ~es tan banal la operación que proponemos? Pues bien, son más de doscientos los contemporáneos o los antepasados que aparecen reflejados. Si tomamos esa suma como base, aquellos que son citados más de tres veces sólo alcanzan el veinte por ciento dei total. De éstos, entre las catorce y las cinco alusiones, el or· den de referencia estaría encabezado por Fernand Braudel, seguido por E. P. Thompson, Clifford Geertz, Leopold von Ranke, Jan Vansina, Paul Thompson, Michel Foucault, Q!Ientin Skinner, John Dunn, Carla Ginzburg, G. W. F. H egel, Emmanuel Le Roy Ladurie, Lawrence Stone y Ludwig Wittgenstein. Si observamos con detalle la lista obtenída, no puede caber duda: estamos ante aquellos que podemos identificar como nuestros interlocutores. Es decir, son algunos de los historiadores, antropólogos y filósofos con los que dialogamos, con los que nos enfrentamos, con los que polemizamos y de quienes no podemos desprendemos sin sentir que nos amputamos intelectualmente. Como anticipábamos más arriba, el grado de influencia se mide, en primer lugar, no sólo por los seguidores que se convocao, sino también por las resistencias que se provocan. Hay avances y conocimientos que se adeudan o a los que nos oponemos y en virtud de
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los cuales citamos a este o aquel autor; pero hay, en segundo lugar, influencias que no se deben a datos o noticias surnínistrados, sino más bien ai efecto estimulante o reactivo que su ejemplo nos da: son esos autores que, más aliá de sus contenidos o de sus informaciones, nos ayudan a plantear las preguntas que nos inquietao, delimitando en po· sitivo o en negativo el camino a seguir. Existen pensadores o investi· gadores a los que nos adherimos, autores a los que llegamos a vi li· pendiar pero a los que no podemos renunciar y. en fin, colegas con los que nos sentimos bien polemizando. Deci.1 Jerome Bruner, y no le fa ltaba razón, que hay predecesores que son intluyentes no sólo o no principalmente por las ideas que de ellos hemos heredado, sinu también o sobre todo por la orientación crítica posterior que los de\ miente: nos obligan a definimos por y contra eUos. Una lista como la anterior es extraordinariamente informativa del estado de la historiografia reciente. Son numerosas, pues, las consl· cuencias a extraer, las presencias a subrayar y las ausencias a deslncnr. Ahora bien, para lo que ahora nos interesa cabe dar el énfa sis :JUc· cuado ai caso de Carla Ginzburg. Su nombre aparece en cinco oca· siones en el índice onomástico, registro insuficiente, erróneo, de acuer· do con las menciones explícitas dei texto, aunque como dato brutt) sea debidamente revelador. No obstante, y más aliá de la frecuencia , lo verdaderamente interesante de la operación que proponemos es comprobar los usos de Ginzburg. Es decir, en virtud de qué se lc cit.1 , en virtud de qué se le valora. Pues bien, su alusión obedece a t• c~ usos o, mejor, su mención está justificada por tres razoncs en fun c:ión de las cuales se evoca su ejemplo. El prirner uso de Ginzburg se lo debemos a Jim Slnrpe, y tit'IH' como propósito subrayar El queso y el Montaillou, de Le Roy Ladtu it', \ como ejemplos de histeria desde abajo. La History from BelmtJ cs \I I H1 fórmula que debemos originariamente a E. P. Thompson, nos recue• da Sharpe, y tiene por objetivo la exhumación de lo que fuc !.1 vid.1 de la gente «corriente•>. Dada la excentricidad con la que dicha t.11 r.1 se ha visto investida de acuerdo con cl discurso histórico trad iciun.tl y, en fin, atendidas las dificultades docurnentales que entrafi a, l'~,l !.1 bor ha sido calificada en los términos de una auténtica «h.1z.u1.1 dl' gimnasia intelectual». No es una mera hipérbole: Thompson, Gimlm• 1: o Le Roy Ladurie, continúa Sharpe en su intervención, nos han 11hlt gado a «ampliar nuestra visión dei pasado». ~Cómo? En prime r lug.u, incorporando como sujetos del drama histórico a aquellos secloreN JUI pulares de los que antes nada sabíamos o decíamos, esto es, hnn t' ll sanchado el objeto de investigación: un molinero, es decir, un indi viduo de evidente haja extracción es quien protagoniza el relat o dt· Ginzburg, es ai que se toma como objeto de exhumación, cs, cu suma, a quien se interpela. {Qué se logra con dicha operación? Dc~dc
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nuestro punto de vista y más allá de lo senalado explícitamente por Sharpe, al incorporar ai individuo como sujeto de la narración, el historiador establece un diálogo (figurado) con quien protagoniza su relato y se ve obligado a dar cuenta de la definición de la situación (histórica) que aquél se dio a sí mismo. Pero, a la vez, el investigado r sabe más, sabe más en el sentido de que conoce los condicionantes que ignora el sujeto y puede revelar las consecuencias inintencionales o los efcctos perversos de sus mismas acciones. Por tanto, está en disposición de arrojar luz sobre las circunstancias y regularidades que son opacas para los propios indivíduos, en este caso para M enocchío. Concebida así, esta historia desde abajo, en la que se dirime una tensión no resuelta entre Jibre albedrío y determinacióri, nos hace reéordar los referentes que Ginzburg menciona en este sentido, en particular a T o lstoi o Stendhal, es decir, a dos novelistas que nos describen las inccrtidumbres de un individuo que vive un contexto que, sin embargo, no percibe enteramente. En. segund_o lugar, y atm más importante según Jim Sharpe, la relevancta de Gmzburg se debe a que nos ayuda a plantearnos preguntas más osadas, menos perezosas: al exigimos mayor imaginación y menor tedio en las cuestiones que formulamos, los documentos exhumados dejan de ser w1 material inerte y previsible. Es decir, para lo que aquí nos interesa, si a Carlo Ginzburg se le cita como par intelectual de los otros historiadores y, además, con frecuencia similar, es sobre todo porque le adeudamos un repertorio de preguntas, un modo de plantear las cuestiones y, en fin, un tratamiento dei documento como antes ~o era común. Es, pues, su manera de proceder y, por tanto, el refleJo historiográfico que tiene lo que justifican la atención que le prestamos y que Jim Sharpe concreta en su obra más conocida. El segundo uso dei nombre de Ginzburg que se contiene en el libro editado por Peter Burke se debe a Giovanni Levi. Para ilustrar la concepción y la práctica de una corriente histórica, la llamada microhistoria, el ejemplo de Carlo Ginzburg deviene central y evidente. No nos extenderemos ahora en el análisis de lo que sea esta corriente. C?bservemos sólo las referendas que Levi hace de Ginzburg. Según sosttene, hay tres rasgos dei proceder microhístórico que se refl ejan en El queso o en otras de sus obras. En primer lugar, la reducción de escala, que es el dictmn central de la perspectiva micro, permite cambiar ei enfoque habitual de las cosas, ai menos tal y como viene siendo tradicional en la investigación social y cultu_ral. A juicio de Levi, pues, hay en Ginzburg y en otros oficiantes de la corriente la creencia de que la observación microscópica revelará factores anteriormente no observados, gracias a la variación de ese enfoque perezoso o previsible o, mejor, a la sustitución de las preguntas obvias que por automatism o formulamos.
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En se~undo_ lugar, la apo~t~ ci ón dei autor de E! queso y el ejemplo de otros mvesttgado_res ~?n uttles porque obl iga~ a replantear el problema de la comumcac10n con el lector, es dectr, lo que Levi llama el problema dei relato. Lejos de ocultar las insuficiencias y las limitactOnes de las pruebas documentales, estas carencias y sus alternativas se hacen explícitas en la narración: las hipótesis afortunadas o fracasadas se presentan sin ocultaciones. y, en fin, ai lector se le hace copartícipe de un diálogo ai revelársele la totalidad de! proceso de construcción de! razonamiento histórico. Por tanto, aquello que es uno de los asuntos centrales de la moderna teoria de! relato también t!ene su trasl~do a esa form~ específica de narración que es la histon a: nos refenmos a la cuesttón del punto de vista, a la información que una perspectiva consiente. En tercer y último lugar, el uso de Ginzburg que observamos en la contribución de Levi tiene por fin subrayar la complejidad con que aquél formu la e! problema de la parte y el todo. Dicho en otros términos, lejos de contentamos con planteamientos sedicente u originariamente durkheimianos y funcionalistas acerca de la generalización, ac~rca de lo normal y acerca de lo individual, Ginzburg aborda ese mtsmo asunto en otros términos, aõade Levi. Lo habitual en las ciencias sociales, ai menos desde finales dei siglo anterior, ha sido defender la generalización como la única forma apropiada de conocímiento científico: forma de la que, por principio, quedarían excluídos los historiadores o forma a la que, finalmente, tenderían o se aproximarían p~ra do_tar a su disciplina de ese estatuto dei que se lcs excluía. Pues bten, Gmzburg en particular, prosigue Giovanni Levi, ha sido quien se ha preguntado cómo podríamos elaborar un paradigma que abordara el conocimiento de lo particular y que, a su vez, lo integrara dentro dei saber científico y formal. Planteado así, e! reto es explicito y una de s~s respuestas posibles e implícitas se contiene en El queso. Fmalmente, hay otro especialista de los que colaboran en Formas de bacer historia que nos habla de Ginzburg. Es Robert Darnton, autor de un texto, La gran mata11za de ga;tos, que alcanzó gran notoriedad en los aõos 80 y que se inspira en las concepciones semióticas de la cultura que proceden de C lifford Geertz. Aun siendo única la m ención a Gin zburg es extraordinariamente significativa: su al~sión subraya El queso como ejemplo revelador de ciertos procesos de lectura y, por tanto, de recepción y de reelaboración de las ideas. La contribución de Darnton tiene por objeto la llamada «historia de la lectura», una vertiente de la h~storia cultural, de los Cultural Studies, de reciente y prometedor desaqollo. Como resulta a todas luces. evidente el análisis de la lectura no es exactamente e! análisis de los textos' sino más bien el estudio de cómo éstos son leídos, es decir, de cuáÍ es la pragmática con que ha sido investida su fruición. Pues bien, si
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e1 libro de Carlo Ginzburg es memorable, no es porque hable de otros libros, sino porque conjetura, detalla y an aliza la forma en que fueron leídos. A partir de la na.rración que se contiene en El queso, se nos presenta a un lector, M enocchio, que, como dice Darnton, Ida con beligerancia, transforma ndo el contenido de los materiales que tenía a su disposición has(a el punto de elaborar una visión dei mundo no cristiana. Es decir, si el caso detallado por Ginzburg es interesante es porque revela la conexión que pudo darse entre alta cultura y cultura popular, entre unas ideas elaboradas por la elite y contemporáneamente por sectores sociales modestos peco activos. En general, pues, la mayor parte de las alpsiones que, a propósito dei historiador italiano, apareceo en Formas de bacer bistoria lo son para subrayar la novedad radical que introdujo E! queso en el domínio historiográfico. AI margen de Giovanni Levi, compatriota y amigo que se detiene en otros textos precedentes o posteriores a dicho libro para detallar mejor su originalidad, Jim Sharpe o Robert D arnton se limitan a subrayar la historia dei molinero. Eso justifica que el único personaje convencionalmente histórico que aparezca citado más de tres veces en el índice onomástico de esa obra de referencia sea Menocchio, sobrenombre dei protagonista de El queso. Es decir, nos hallamos ante un sujeto sin trascendencia histórica o, ai menos, sin el relieve que cabe otorgar a quien es capaz de emprender grandes acciones individuales o colectivas; nos hallamos ante un particular cuyo inte· rés no radica tampoco en aquello que lo asocia a sus contemporáneos o en aquello que lo convierte en ejemplo de unas condiciones genéricas que comparte y que lo trascienden. Desde esos presupuestos, Menocchio es ciertamente irrepetible y posee unas cualidades que de algún modo lo hacen excepcional, aunque a la vez no son tan extrafias como para convertido en un sujeto radicalmente excéntrico o cxtemporáneo con respecto a su propio mundo o a su propio tiempo. En cualquier caso, su nombre ha logrado una ceiebridad póstuma, bastante infrecuente en personajes históricos de esta índole, gracias ai esfuerzo de Ginzburg. En efecto, de dicha celebridad, que se reducía en principio al domínio histórico e historiográfico, dan cuenta las reimpresiones dei volumen y cabe atribuiria menos ai molinero en sí y más ai cronista y a la narración que le devuelve la vida. Convendrá, pues, interrogarse acerca de ese éxito. En este sentido, la pregunta que surge de forma más inmediata es evi· dente: qué volumen es éste. Una adecuada respuesta exige partir dei propio soporte material, dei medio expresivo que se elige para comun icar una investigación. Lejos de considerar ese hecho una evidencia sobre la que no convenga demorarse, nos detendremos en ella con el .fin de aclarar el marco editorial y cultural que lo hace posible.
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3 El ensayo como forma De lo que veo desde mi ventana, cadn ~ .1hlo l nllhl lo suyo, sin ocuparse mucho dei conjunto; cl 11~1111 explica el azul dei cielo; el químico, cl .1gu.1 dd •rH·• to; el botánico, la hierba. Dejan cl cuid11du dt· tr componer el paisaje, tal como se me ;lp.ucc;r y r11111 ciona, ai arte, si es que el pintor o cl poct.l t1r 11r 11 li bien encargarse de ello. MAil(" Bl llC.II
1. Empecemos por el primer dato con el que hay que COIII.II' Jl/ queso y los gusanos se publicó originariamente por las Edizioni !1.1111111 di. (Cabe atribuirle algún significado a este hecho? (Afiade nl!lo 1•l rdt . tor, algún atributo, alguna cualidad inmaterial, además de 1.1 l'OtnJHI sición física de! libro? Giulio Einaudi era uno de los pwbituuli•·' europeos más prestigiosos dei sector, y, en cierta medida, cn \11 11» 11 ra se reúnen el príncipe de la edición, el agitador y el m.uul.uln lt terario, asociación que también conocemos en otros casos y 11111, • 11 algunos de ellos, ha dado ejemplos de dirección y de inOncntllt 1 ui turales. Precisemos. Más aliá de las peculiaridades que a t.1d11 •••hl111 lo hacen irrepetible y emblemático, y al margen de una di$1Ítlht 1111 nología, podríamos decir que Einaudi ha sido para Italia lo qur ( ;,, llimard pudo ser para Francia en décadas anteriores: el fondo II H, Il ··cogido, más selecto, más cuidado, de la literatura universal y ll.llttllhli en italiano, en un caso, y en francés, eri e1 otro, así como cl c t' lllltt de difusión de las vanguardias culturales. Y ello a pesar de los ,,y,,,,,
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res pol!ticos en los qu~ ambos s: vieron envueltos y que pudieron ha· cer pehgrar su presenct~ ,o la cahdad de sus catálogos. Si proponemos partu de esta comparac10n no es desde la arbitrariedad de un ejemplo que pued~ forzar u,na a~al ogía. AJ contrario, lo hacemos así porque nos permite dar el enfasts adecuado a la trayectoria dei editor italiano y porque fue el propio Gíulio Einaudi quien tomó frecuentemente el caso de Gallimard como ~ar y rival con el que medirse, al que seguir o al que rebasar. De Galltmard envidió, por ejemplo, la alta cultura de sus asesores o la austeridad limpia y elegante de sus cubiertas blan· cas, elementos que podemos ver también reflejados en los modos y en los libras dei propio Einaudi. La fundación de la Librairie Gallimard, cuyo nombre data de 1919 es anterior a la de Einaudi: se remonta a 1911 y se debe a aquello~ que, en 1908, habían c,rea~o la Nouvelle Revue Française (NRF), entre los que destacan Andre Gtde y el propio Gaston Gallimard. De sus prensas han salido, como es notorio, algunas de las publicaciones más relevantes de la cultura francesa de este sigla, y su divisa está asocia· da a la que es su colección }iteraria más emblemática, la «Pléiade», y a los nombres de Proust, de Malraux o de Céline, en tre otros. Per· míta_senos exagerar un poco. Si la cultura de entreguerras francesa es GallJmard, la de la ltalia posterior a 1945 es Einaudi. Hay sin em· bargo, gra~~es diferencias. Aparte de otras, hay, en efecto, ~n desfa· se cr~nol_ogtco d~l q~e se aprovecha Einaudi al conocer el ejemplo orgamzattvo y edtton al de la casa francesa; pero hay también, y en segu~d.o lugar, una diversa ubicación ideológica que es fruto de las condtcwnes personales de los _editores, de las simpatias políticas de sus asesores y, en fin, de los dtferentes avatares por los que tuvieron q~e atravesar sus respecti~~s países y de los que se resintieron sus pro· ptas. empresas: de! eclecttctsmo ai colaboracionismo con el ocupante nazt, en el caso de Gaston Gallimard. ~iulio Einaudi, por el contrario, profesó personalmente un amor a Stalm. que, de acuerdo con lo que él mismo le confiesa a Severino Cesan, revela~a una ignorancia fa~ática no muy diferente de la que a tantos aqueJÓ hasta 1956, obstmados en ver la Unión Soviética con;to la patri~ del. socialis~o y de .la p~z. Su lado más inquietante, se~u~ el propto edttor admtte con smcendad y con valentia es el es· tal:msmo vo~a.cional e. ino.r?ánico e.n el q~e creyó y el papei de com· P.anero de vta~ e que eJercto en la mmedtata posguerra al publicar a ct.ertos .apologtstas de la URSS. Aquel que era hijo dei liberal Luigi Emaudt -profe~o~, eco no~ista, senador, diputado, gobernador dcl banco central~ mmtstro Y. pnmer presidente de la República- recono· ce haber admtrado a Stalm, porque, para él y para tantos otros, Stalin durante la guerra era un auténtico mito, es decir una creencia que iba más aliá de los supuestos tan completamente e~róneos en los que s~
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basaba y que trascendía la información acerca de las atrocidades: tan fue rte era la necesidad de creer, apostilla con crudeza. Pero, a pes~r. de todo, la editorial no se via arruinada ideológica· mente por postc10nes sectarias: el extremismo de Giulio Einaudi, afia· de, es_taba .atenuado por el trabajo colectivo, y quienes integraban el conseJo edttor se contrarrestaban positivamen te hasta el punto de que cada uno de ellos tenía un defecto que· quedaba compensado por la5 virtudes de otro, o viceversa. En fin, la influencia cultural dei propio padre, las mismas condiciones de quien se revelada como un editor sensible e inteligente -pronto desenganado de las excelencias dei es· talinismo- y una empresa que le trascendía impidieron convertir. aquel establecimiento en un mero resorte orgánico dei comunismo or· ganizado. Por tanto, su irradiación y sus !azos iban más aliá de esa ~strecha dependencia izquierdista que algunos le atribuyen: excepto el mgrediente católico de posguerra, herencia siempre difícil de aceptar por una Italia laica, la editorial era un cruce de culturas cuya fuente de inspiración era, en efecto, la izquierda política, perÔ también el li· beralismo procedente de Benedetto Croce, entre otros. Eso permitió que «Casa Einaudi» encarnara desde el principio un proyecto amplio. Un proyecto que, para mayor simbolismo, se había fundado en 1933 en el mismo inmueble que había sido la sede de! Ordine Nuovo de Gramsci, y de! que se sentía afín un amplio sector dei reformismo y de la izquierda cultural y política de una Italia que, contemporáneamente, aupaba a Mussolini. Si antes hablábamos de Gallimard, el modelo italiano que sirvió de inspiración a Einaudi fue Laterza y, para ese fin, para fundar una nueva editorial, mantuvo conversaciones con Croce. El resultado fue la creación de ese nuevo se· llo, gracias ai empuje dei joven Einaudi y gracias a la colaboración decisiva de Leone Ginzburg y de Cesare Pavese. Durante sus prime· ros anos tuvo una- existencia políticamente difícil, dada la evidente oposición ai régimen que mantenían sus responsables. Después de la guerra, la eclosión de la editorial fue máxima y su nombre se pudo asociar ai de Antonio Gramsci, a la sorpresa, ai descubrimiento y a la difusión de los Q}taderni de! Carcere y, por extensión, ai de aquellos grandes autores y pensadores que simbolizaban y aún simbolizan lo más noble de! pensamiento crítico y renovador. En 1948 salía de las prensas de Einaudi El marxismo y la cuestión nacional, la única obra de Stalin que ha tenido cabida en los catálogos de la editorial: hace poco y con estupor aún se preguntaba Giulio Einaudi de quién partió la idea de publicaria, puesto que, según confiesa - y aiiade que en eso estaban todos de acuerdo-, nunca quiso editar los libras de Stalin. En defmitiva, esas relaciones orgánicas con los comunistas no llega· ron a los excesos que algunos esforzados militantes pretendieron y, en todo caso, la expresión de ese filocomunismo se materializá en lo
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mejor que podía dar de sí, en la obra de Gramsci. De ciertos dispa· rates ideológicos y editoriales que algún togliattiano de! PCI llegó a proponerle, apostilla Einaudi, le defendía la propia altura de la obra de Gramsci, la propia calidad !iteraria, moral y reflexiva de Antonio Gramsci. Aunque, como hemôs dicho, la adscripción ideológica de Gaston Gallimard es radicalmente distinta a la de Giulio Einaudi, ambos edi· tores y sus respectivas casas se asemejan en su capacidad para reha· cerse de sus errares y de sus dependencias, de sus sectarismos o de sus culpables tibiezas políticas. Desde posiciones diferentes, ambos son emblema de la tragedia europea dei siglo XX "!f de las sacudidas que la cultura crítica y de vanguardia experimenta en el período de entre· guerras y después. Pero también son muestra de lo que el propio Ei· naudi llamaba la edición cultural: es decir, unas empresas en las que la publicación de textos va más aliá de la cuenta de resultados y dei balance; unas empresas que reúnen un círculo de asesores de gran nombre que expurgao entre los originales y que aconsejan de acuer· do con criterios finos que tratan de conciliar rentabilidad y alta cultura; unas empresas, en fin, que mancomunadamente emprendieron con otros editores europeos la concesión del llamado Premio Formentor a partir de 1961. Con este galardón literario se celebraba a autores de culto y de vanguardia, se daba renombre ai jurado de calidad q ue lo fallaba y se aumentaba el prestigio de las editoriales culturales que lo convocaban. Los catálogos de Einaudi son extraordinariamente amplies y va· riados, y reúnen numerosas y tempranas colecciones !iterarias («Gli Struzzi», «Coralli», etcétera), históricas («Biblioteca di cultura storica••) y, posteriormente, ya en los anos 70 y 80, sucesivas «Grandi Opere•• (Storia d'ltalia Einaudz~ Enciclopedia, etcétera). Ha sido y es una editorial importante no tanto por su volumen de negocio -aunque ha pa· decido una cierta elefantiasis mercantil en los afies 80- , cuanto por el número y la calidad de sus textos de referencia, de esos «libros culturales» a los que hacíamos mención en anteriores páginas; pero es importante también por la histeria personal con la que está relacio· nada y de la que forma parte. Einaudi sería, en efecto, e1 nombre pro· pio de una forma de entender la histeria cultural de la Italia con· temporánea en la que, entre otros, aparecen comprometidos auténticos maestros dei pensamiento, de la literatura y de la histeria como Ce· sare Pavese, !talo Calvino, Natalia Ginzburg, Norberto Bobbio, Delio Cantimori, Franco Venturi, Carla Levi, Primo Levi o Pier Paolo Pasolini. mn qué consiste y en qué se ha basado esa «edición cultural>> en la que ha desarrollado Einaudi su política de publicaciones? Frente a otras empresas, de funcionamiento más burocrático, despersonalizado,
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según su propio juicio, esta editorial se fundá y creció a partir de eso~ grandes autores y consejeros. Éstos a~o!taban sa?e~ y! ,a la postn:, \lll capital inmaterial y un título de presttgto y de dtstmcwn cult:ur:tl que habrian de ennoblecer sus prensas en el curso de los anos. Es 1111h , anadía Giulio Einaudi, e! trato de la editorial con los autores y <'l lli los propios lectores se basó siempre e_n una ~uerte de el_it_ismo selrt I i vo con el que se investía cada libra que pubhcaba: un eltttsmo c~1111111 lado - para algunos, paradójicamente- desde una izquierch1 l'lllf~u .tl , la encarnada por la propia empresa y por sus autores C lllb~c tu .\tt c m, desdenosa dellector indiferente y adversaria feroz dcl popuhmtu Y cl« la fantasía de la cubierta estridente, colorista, chillo na. Einaudi, según declaraba este editor a Cesari, ticnc su nlt'jot l c·~~~ ro en la figura dei autor-símbolo. Por auto r-símbolo dcbc: m o~ cnl r n der a aquel en cuya obra se despliega investigació n, mo r.tl y porsht, Es decir, con esta designación, Einaudi alude a aqucl que cttc'.u nn liI\ tres cualidades que hacen de quien las reúne un intclc:ctu.tl y nu 1111 mero especialista: vanguardia doctrinal, compromiso dvi ct~ y H' llttV.I ción formal. Pero, además, ese autor es sfmbolo en In mcdtd.l t' ll que· sus atributos intelectuales permiten identificar esas mi s m.t~o nt.duhut.· ~ como un capital tendencialmente colectivo y, por tant o, c:diltHt.ll. I >1 cho en otros términos, una adecuada selección de títulos y de• .tllltt res, de grandes títulos y autores, dieta el estilo de un edilm y, Jll ll ende, transmite ai resto de sus publicaciones algo así co mo 1111.1 111 111 gen de marca reconocible. Es por eso por lo que puede hablarsc t~lll propiedad de autores-Einaudi. Desde ese requisito, desde esa condición selectiva, las puhl11 ,ucn nes de la empresa han logrado reunir dos bibliotecas: un.1, lotlll •lll>t por clásicos de la literatura, d~ la ciencia o de la _fil o~o ll.1, c·nlt c· lm que se cuenta Antonio GramsCI, el gran soporte edtto rcal y ht 1111h • • lebrada publicación de la inmediata posguerra; y otra, con,, tttuuhl el ensayo de calidad, aquel ensayo de alta c~ltura qu~ , se.1 '' 1111 dt investigación, aborda un tema en el que asptra a abnr 1\ltt•vm hutt zontes. Retengamos literalmente esas· últimas palabras: de ·" ' w tll't 1.1 explicación y de la adecuada comprensión de lo que aqui sígnilu .t l11 voz ensayo dependen la oportuna contextualización editod.d dr l ltlll n de Carlo Ginzburg y, por tanto, la instrucción pragmáticn que dr c•llu se deriva.
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2. Desde esa perspectiva, una de las claves interpretativ.1s qw· Jllll penemos para emprender el adecuado estudi~ de ~/ qucso ~ IIIJ ,11111,1 nos es analizar el género al que pertenece. MeJOr aun, la prtntcc.t 11 1' trucción pragmática a la que debemos atender y que, desde tlll r~l11 1 punto de vista, dieta un tipo esp~cial d~ lectura es la q_t~c se dt•tt Y•I de la colección en la que se pubhca el bbro. Esa coleccton, en cfc•t
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to lo investiría con unas características genéricas de las que particip;ría el volumcn. Como es obvio, la eti9ueta, el nombre, el formato y la calidad que son comunes a u~a sene son l~s ~lementos merca~ tiles que permiten, por redundanc1a, el reconocuruento de sus volu· menes de acuerdo con unas cualidades que se comparten. H ay colec· ciones que son una me r~ re~nión heter_óclita y anárquica de títulos, sin una clara filosofia ed1tonal que le s1rva de fundamento y que le preste identidad; pero hay otras, y en esto fue muy cuidadoso Einaudi, que son un fondo coherente, con obras que se interpelan y que se re· fue rzan mutuamente, que se complementan y que, en el mejor de los casos, pueden llegar a formar un mapa de los $~be~es contemp_oráneos. Oicho en otros términos, a part1r de los ciltenos establectdos por d propio editor, el libro de Einaudi debía tener una serie de elementos externos que pudieran tomarse como signo redundante de su cr~ l idad interna con el fin de regular su lectura. Esas cubiertas blancas austeras y elegantes, con finos motivos, esa caja, esa tipografia, en frn, se rcconocen como emblema de Einaudi. Es éste un emblema tam· bién identificable en la composición material de su envidiado Gallimard, algo que, en ambos casos, se confirma con la calidad evidente de los primeros textos editados, unos textos de cuya sabia elección depende el futuro de esa misma serie, en tanto dieta un camino a se· guir. Publicar en una editorial caracterizada por su elegancia formal y por el buen criterio selectivo inviste al nuevo libro con un valor ex· tratextual. Si, además, se hace en una colección cuyas características son la austeridad material de su disefto y la excelencia de los volúmenes que lo preceden, se logra una ventaja adicional, una ventaja que refu erza la obra que se edita a la vez que orienta su lectura. {En qué sentido podría orientada? Si esa colección concreta constituye un fondo internamente coherente, con un evidente sesgo editorial y cultural, en ese caso el nuevo volumen se publica de acuerdo con una definición previa, de acuerdo con un determinado horizonte de ex· pectativas. Analicemos ese fenómeno. El queso y los gusanos apareció en la mejor colección de ensayo de Einaudi, de ese ensayo de composición fina, de calidad probada y de experimentación cultural que el editor patrocinaba: de hecho, se pu· blica como el volumen número 65 de la célebre colección de los «Paperbacks». Einaudi tenía una antigua tradición en la publicación de este género de libros. De hecho, había empezado como editor de re· vistas y su primera colección de libras, abierta en 1937, tenía el títu· lo general de «Saggi>>. Es decir, el ensayo precede a la literatura y las célebres colecciones !iterarias irán fundándose en afíos sucesivos como complemento, y finalmente como signo distintivo de la casa. . Como tantos otros competidores, y de acuerdo con la mastfica· ción cultural y con las necesidades de abaratamiento de costes, Ei-
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naudi emprendió también la_ edición ~n rústica, d~ndo empuje a par· tir de los anos 70 a sus proptas coleccLOnes de bolslllo. S_egun sus pro· pias informaciones, y hasta la primavera de 1995, la s.ene de _los :•Pa· perbacks» contaba con _doscie?t.os cincuenta Y. ocho tttulos .. ~Cual, es su contenido y con que propostto fue concebtda? La colecc10n reune un repertorio extraordinariamen te variado de textos procedentes ~e las distintas ciencias sociales y human as, y, según las palabras de Emau· di, su enfoque más que interdisciplinario,_ h~ ,sido metadiscip_linario. Conviene reparar y detenerse en esta descnpcton porque constttuye el enunciado editorial que da significado a El queso. . Partamos de lo obvio y distingamos, para empezar, entre lo mter· disciplinaria y lo metadisciJ;>lin~ rio. tQué se~ía la interdisciplinariedad_? Desde el sigla pasado, las ctenctas han expenmentado un avance const· derable hasta el punto de ayudarnos a resolver problemas de mayo~ o menor antigüedad y para los que antes no contab_am_o~ con los .med10s adecuados. Este avance se fundamenta en el pnnc1p10 cartes1ano de la división de los objetos para su planteamiento y resolución, p~i~~i pio que justifica la especiali~aci~n disciplin_aria .Y que es I~ cond1c10n sine qua non de! progreso ctenttfi_co. La w_!ncta yrogreso ace~erada mente, en efecto, cuando se deshtzo de obJetos mabarcables, l_na?ar· cables por la condición absoluta de las preguntas _que los constltUlan. Pero ese avance indudable tuvo una consecuencta perversa: la de la ultraespecialización, vivida como una amputación necesaria, sí, pero amputación al fin. . . Si la religión pierde centralidad y, por tanto, de)~ de dtspe~sar sen· tido -el sentido- para los contemporáneos, segun ~J;>rend1mos de Nietzsche, y si la ciencia avanza en el orden cognosc1t1vo per?, a I~ vez, revela la imposibilidad constitutiva de. ~esol ver nuestras mce~ dumbres morales y políticas, como pretend1o Auguste Com te, la. VI· vencia de pérdida es evidente. A esa carencia,_ad~más, ~e ha umd~ posteriormente, ai menos en el_ám ~ito de las c1enctas soc1ales, otra s1 cabe más inquietante: _la conctenc1a de q~e _tam.~oco. el ava~ce c?g; noscitivo queda garanttza?o desde. la espec_1al~za_c10~. tPor que razon. En primer lugar, por la tgnorancta ultradtsct~hnar~a ?e la que hace gala el especialista; pero, en segundo lu~ar y aun mas l?l~ortante, por la propia condición artificial de los objetos de con~clmt~nto:_ al no ser objetos reates, la distancia entre unos y otros deJa_la msatlsfacto· ria experiencia de un saber fragmentado, que no es nt puede ser co· pia o representación global. . . . Para hacer frente a esa insatisfacc ión, ha habtdo respuestas de dt· versa índole: algunas ciertamente inmoderadas, de~eladoras del I?apel cognoscitivo de la propia ciencia, cuy~ impor_tancta y cuya pertm_en· cia no entramos a evaluar; y otras, mas practtcables, han pretend1do dar solución relativa enfrentando la misma condición fronteriza de los
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saberes, de los objetos y de los métodos. Entre estas últimas cabe destacar a aquellas que postulao la interdisciplinariedad y a aquellas otras que se pronunciao en fuvor de la metadisciplinariedad. D esde esa perspectiva, lo interdisciplinario sería la condición o la cualidad que un investigador debe tener q cultivar para rebasar los propios límites de su saber académico, para estar atento a cuanto se realiza en las ciencias afines y de cuyos resultados conviene informarse.
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creac10n de un campo recíproco de conoctmtento o el aumento dt: nuestro saber común. Ilustraremos aquello que queremos decir cem dos ejemplos: el primero, que toma como argumento las relnciom·~ de la sociología con otros saberes, hace referenda a la interdisdplt nariedad entendida a partir de los objetos; el segundo, que se c•t•tttl .t en los tratos que la histeria pueda tener con las ciencias sori.tl r~. l11 mencionamos para precisar qué seã lo interdisciplinario .l p.u t 11 tlt los conceptos y de los procedimientos metodológicos que k Sl', lll pttt ~••utl pios. De lo que se trata en ambos casos es de aclarar en do la práctica real de lo interdisciplinario sigue sin resolver oi conocimiento que las diversas disciplinas tampoco sncian \C:(Ioll oiC l.t mente. Para e1 primer asunto proponemos un ejemplo sciinl.1do lt,u c• Y•' bastantes anos por Ralf Dahrendorf, un ejemplo cuyo pmpc'1 Nill1 ,.,,, el de identificar e1 objeto de conocimiento propio de l.1 ~cu tnlu\:l.1 frente a otras disciplinas. Partía el sociólogo angloalcm,\n de: 1.1 1 •~ tancia que inevitablemente se da entre el ser humano rc:al y "' 1 1111 versión en objeto. Según senalábamos antes, la concicnci.t d ~· t·~u dt ~ tancia produce insatisfacción o, al decir de Dahrcudo rf, impur tud cuanto más nos acercamos a nosotros mismos, ai ser hun1o1nu .tlludlu, tanto más inquieta se hace la diferencia entre el objeto de l.t ~ 1111plt experiencia y su construcción científica. (Ayuda a supcr;lr c:sn 111111111' tud, a entendemos mejor, concebir la interdisciplinaricdad 11111111 lu suma de distintos objetos de conocimiento? Según b conclmu'tll tJ,. Dahrendorf, lejos de resolveria, la agrava o, al menos, .til,1dc: 111 .1~ ··Ir mentos de insatisfacci6n. Veámoslo. Partiendo de una evocación remotamente kantiana , podrlltllu ta d t cir que el hombre - nosotros mismos, según Dahrcndo rf' 1111 ,., 11l• jeto de conocimiento, sino que, por e1 contrario, ha sido tl't:l.1lm1 ul11 seccionándolo en variados constructos en cuyo interio r h.1y ut Ht llnu ra esquemática. Esos constructos quedao representados en d i~Hul 1 1 ~ abstracciones, desarrolladas a partir del énfasis dado a algún 1.1 ~~~~ ,. , ,. , tivamente real. Así, entre otros, contamos con el bomo orronomu11•, lt,1 sado en cálçulo egoísta como atributo elaborado desde l.t '"" IIH' co nomía; con el psycological man, fimdado desde Freud cn la llllltl v.uu'111 extrarracional de unas pulsiones inconscientes o preconscicntc:N: y. ''" fin, con el homo socíologicus, figura que es fruto del crucc de p.1pc•lr' y de roles sociales y normativos.
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publicados en esa colección, justificarían lo razonable de la declara· ción. Conviene, pues, entender qué quiere decir Einaudi con la referencia cultural a la Ilustración y a Mayo dei 68. La apelación a la Ilustración es literal, aunque no en el sentido inmediatamente racionalista, es decir, no proclama adhesión alguna a; un modelo exclusivamente racionalista. Habla de la Ilustración como referente de los «Paperbacks» y de la propia editorial en la acepción dei sapere aude! kantiano : como la «iluminación» que procede dei conocimiento maduro, dei entendimiento que no es perezoso o cobar· de y que se arriesga en sus juicios. Habría, pues, en la colección una voluntad explícita de estimular una audacia cognoscitiva reflexiva crítica,_ abierta y deliberativa. D e esa meta ilustrada participaria co· lecCIÓn de los «Paperbacks», pero también, como decíamos, sería el reclamo general de la propia editorial. Por eso, la serie condensaría el propósito einaudiano de reunir una biblioteca dei saber contem· poráneo, fruto de la investigación sin prejuicios y objeto de discusión intelectual. , La. referencia_ a · M ayo dei 68 es más inmediata, más coyuntural, ma~ c1rc~nstafl:c1al, pero, probablemente por ello mismo, más explicativa. DICe Emaud1 que los «Paperbacks» fueron concebidos como textos de alta cultura, alternativos a lo que la academia ofrecía en la línea de las ideas nacidas en torno ai 68. D e hecho, como a~lara el ed itor en un volumen conmemorativo dei cincuentenario de Einaudi esta colección apareció en 1969 «in un clima di rottura e di rinnova: menta culturale>>. Analicémoslo. En primer lugar, reparemos en la designación misma de la colección. Llamarla «Paperbacks» quizá pueda sorprender a un lector espano!, dado que introduce un rótulo inglés sin adaptación alguna. A este respecto, no hay que olvidar la distinta relación que la lengua italiana ha tenido con los otros idiomas y cómo ésta ha cam biado en las últimas décadas. Bajo el régimen mussoliniano, la italianización de voces y de nombres propios era lo co· mún y lo fox;zado de acuerdo con un nacionalismo extremo y carica· turesco: a Mtckey Mouse, por ejemplo, se le cambió el nombre por e~ más italiano y eufónico de Topolino. Por contra, la am ericaniza· CJÓn que reemplazó al aislacionismo lingüístico ha sido uno de los rasgos más. so_bresalientes de la cultura de posguerra, de manera que se ha mult1phcado el caudal de palabras y de locuciones extranjeras que, al introducirse en la lengua común, han sido incorporadas sin adaptación. Dichos barbarismos no son préstamos de palabras inexis· tentes, si~o má~ co~únmente. calcos tomados de o tras lenguas, con preferencta dei mgles, y que t1enden a reemplazar el equivalente au· t?ctono: paperback, por ejemplo, figura en //grande dizionario Garzantz del/a língua italiana y es definido como el <
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Publicar en ediciones baratas no es ni siquiera un hecho estrict.l mente actual : una parte de la cultura popular y de la cultura de sas se difundió en estas condiciones. Ahora bien, publicar libro~ dr bolsillo con el propósito de abaratar costes, con el fin de logr.tr 1111 mayor alcance y, a la vez, con la meta definida de estimular cl p t· ll samiento de vanguardia es un hábito ~ditorial reciente. Ti~nc ~Jll c Vt•t con la instrucción obligatoria y universal, con la democratJzactÔll c1tl tural y con la masificación social, como hechos propios dcl siglo XX, pero tiene que ver también con unas circunstanci~s hist?ricns m.h P''' ximas: las dei criticismo contemporáneo -ese «chma d1 rolltn.t» ·"' terior y posterior a 1968. De esa época data, en efecto, cl intt ao de algunas de las colecciones de bolsíllo má~ cc;mocidas de I~ cclicu'm c•ta ropea, coleccio nes que, como en el, caso Italiano, .s,e con stt~u~cn ~ 1111111 una biblioteca de alta cultura, segun la observac10n de Gaulto h111otll di. Decir alta cultura es emplear una desígnación editorial que h Ht' mención de una clase especial de libros: aquellos que no sou just.t mente de d ivulgación, que no son textos de consumo mnsivo, Nino q ue, por e1 contrario, persíguen la excelencía cultu_ral y, po~ lrll.lt u, ltu cen profesión de fe elítista, de una nobleza practlcada y cJca·cadn pw una aristocracia intelectual. Pero a la vez decir alta cultura hablando de un «libro in brm ~u ra» es paradójico' si se observa desde la perspectiva tradicion.tl de l.t edicíón italiana y desde una óptica estrictamente acadêmica. Pucç haeu, los «Eínaudi Paperbacks» eran poco tradicionales según esc puntn tlr vista: la adopción dei formato «tascabíle», cuya primera mu e~11.1 r t naudiana fue la serie dei «Nuovo Politecnico» (1965), permitia cl .th.t ratamiento, pero también la materialización formal de un cicalo 11111 cepto de lo ágil, dei activismo intelectual y, por tanto, de unn ele ct rv.1 intervención cultural. Simultáneamente, los «Paperbacks» nt1ch11t c1111 una concepción extraacadémica: no porque renuncíaran ai cn no11 dc· lo académicamente correcto, sino porque tenían por meta rcb.ts.ll l11~ censuras propias de lo que la academia plantea, acepta o lolc. .1. Por tanto la nobleza cultural no es, en este caso, acomod.lt u '111 •' las expectati~as de lo académico, sino mayor exígencia, m.tyot 111 quietud y mayor cuestionamiento. Es por ~so por lo que la adrlf'll cia explícita al 68 y a lo ~ pro~ndos cambws ~ulturales . qu ~ c lllltlll ll lo es a una época caractenzada JUStamente por c1er~os rad.tcahs~1111~ pu líticos, pero también intelectuales. Convendría avenguar SI esc nup11l~11 extraacadémico, si esos radicalismos intelectuales, si ese desplnn111ÍN 1111 cultural que Einaudi senala, si, en fin, las ideas deudoras o nntct t'Nct ras dei 68 tienen, en efecto, su reflejo en la colección. Para respo ndc•1 a dicha cuestión lo haremos analizando las características mismus dr la serie a partir de los sesenta y cuatro volúmenes que precedeu .11 de Ginzburg.
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1 El pri~er dato con el q~e. contar a propósito de esos sesenta y cua~ro volumenes es, su cond t~tón mayontanamente extrahistórica: es de~u, que, s~lvo al~n caso atslado, como es el de Historiadores e historza, de Deh~ Cant.tmori, la c~lecci~ n n_o está concebida, en efecto, c~mo u~a sene dedtcada a las mvestlgacwnes históricas. Einaudi ha· bta publ~ca?<:>• ai meno~ · hasta esa fech.a, .dos colecciones específica· mente htstoncas. La pnmera fue la «Btbhoteca di Cultura Storica» proyectada por Leone Ginzburg e iniciada en 1935, que incluía la~ ~randes o bras de ~loch o Braudel y que albergada también el primer ltbr~ de. ~a~lo Gmzburg (! Benandanti). La segunda fu e <
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irrepetibles, según puede verse y según se comprueba en aquellas de sus obras que gozaron de mayores hondura, renovación, incidencia y repercusión. Dicho en otros términos, de la caducidad de una moda cultural, de la estricta coyuntura sesentayochista de la que podia ver· se aquejada esta colección, le salvaba la calidad misma de unos clási· cos contemporáneos. Hoy podemos ver con la distancia de los anos el cambio de sensibilidad cultural que hemos experir.nentado y cómo nos hemos alejado de las modas de los 60. Pero, a la vez, vemos la resistencia de ciertos libros y autores que, publicados por entonces, han envejecido bien. Esos son precisamente algunos de los ejempla· res más importantes de la colección de Einaudi. (Qyé tienen en común esos autores y esos volúmenes? (Qué cua· !idades reúnen que los hacen atractivos para una época . determinada y, a la vez, vigentes e influyentes para la posteridad, incluso cuando la propia corriente a la que se adhirieron ya ha declinado? Para abor· dar esta cuestión y para poderios caracterizar de manera adecuada, nos apoyaremos precisamente en algunas de sus ideas y en algunos de los análisis que estas mismos pensadores emprenden. En su obra, en la de algunos de ellos ai menos, hay consciencia de esa especificidad que los hace vigentes: hay, en efecto, una teorización de dicha cualidad - de la que ellos mismos estarían investidos-, y sus indicaciones pue· den tomarse como una autorreflexión implícita. Estos pensadores tienen una triple condición. Por un lado, son y han sido muy influyentes dentro de las disciplinas a las q ue pertenecen (sociología, antropología, etcétera) porque han contribuído a en· sanchar el campo de lo académicamente posible: nuevos o bjetos de reflexión y análisis y nuevos enfoques se les adeuda. Por otro lado, son y han sido autores importantes porque su aportación ha rebasa· do las fronteras de los saberes académicos que ellos mismos han re· novado. Y, en fin, son y han sido nuestros contemporáneos esencia· les porque, a la postre, su intervención intelectual ha contribuído a cambiar las preguntas centrales q ue ahora nos planteamos. Además, las obras capitales de estos autores tienen un atributo es· pecial. No son los suyos volúmenes que dependan de la información reunida o de los datos apartados. No son tampoco textos cuya vi· gencia se deba a una neutralidad axiológica. Son, por el contrario, li· bros inconmensurables, por emplear la designación de Thomas S. Kuhn, sin fecha de caducidad, puesto que las noticias aportadas son secun· darias en relación con el análisis y el enfoque adaptados. Son, en fin, libros en los que, más aliá de la elegancia verbal, hay composición li· teraria, en el sentido de que su construcción formal no es irrelevan· te, no aspira a la mera denotación, sino que, por contra, tiene por propósito revelar el punto de vista y el sujeto de la enunciación. Como senalaba Einaudi, el género al que pertenecen es ai de! en·
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sayo d e alta cultura, es d ecir, se adhieren literalmente al género dei ensayo o constituyen investigaciones novedosas caracterizadas por abrir perspectivas d iferentes. En general, y desde una óptica de rigorismo académico, una parte importante de ellos, los m ás significativos ai me· nos, son volúmenes que tienen mal acomodo institucional en aquel momento, y su edición obedece en p arte a un criticismo de época: o bien tienen objetos de conocimiento que atraviesan las disciplinas más allá de los límites respetables de las ciencias acadêm icas, o bien re· formulao de tal modo los temas convencionales de sus respectivos sa· beres que introducen enfoques ciertamente revolucionarias. Si algunos de esos libras tienen mal acom odo institucional es por· que rebasan las censuras propias de esos saberes, las barreras tenidas por evidentes. Por tanto, si esos ensayos -ai menos, algunos de los más relevantes- son extraacadémicos lo son en este último sen tido: es decir, en el sentido de sortear algunos d~ los límites y de las cen· suras característicos de las disciplinas. <.Y de qué modo se materializa esa condición ? Precisérnoslo: de su adecuada cornprensión dependen no sólo los rasgos que atribuímos a los más importantes de esos se· senta y cuatro volúmenes o a los que les siguieron, sino también ai· gunas de las condiciones básicas que justificao la excepcionalidad d e
El queso. En primer lugar, corno nos recordaba Theodor Adorno, se admi· te que el ensayo es un modo extracientífico de exponer o analizar un asunto o bien, corno había anticipado Gyõrgy Lukács, es una form a interrnedia entre la exactitud científica y la frescura d ei impresionis· mo. AI distanciarse de las fórmulas apodícticas y transitivas dei len· guaje acadêmico, el ensayista hace uso de una mayor libertad en el tono, en e1 estilo y en el tratarniento dei tema, sin sujeción a las res· tricciones propiarnente convencionales d e un saber institucional. Con ello, el ensayo revela siempre un (el) punto d e vista y desvela, por tanto, a un sujeto de la enunciación que no se cancela. En efecto, como sostenía Lukács, al tratar un objeto, el ensayista acaba por re· flexionar sobre sí mismo, construyendo con materiales extraiíos su pro· pio mundo. En segundo lugar, lejos de liquidar lo que se aborda, afia· día Adorno, en el ensayo se asurne la inevitable provisionalidad de lo que se dice, la evidente fragmentación de lo que se trata y la irremediable accídentalidad de lo que se propo ne: en ese sentido, es siern· pre un texto de circunstancias, apegado a un presente dei que recibe su estímulo. Más aún, d ado que e1 ensayo trata siempre de cosas p re· existentes, corno había defendido Lukács, y éstas se abordan tentati· vamente, su resultado es una cosa provisional, ocasional y n o puede justificarse a partir de su inserción en un sistema. Pero, además, con· cluía Adorno, aquel que practica el ensayo sabe que no hay identi· d ad entre la exposición y la cosa. Ese descubrimiento le aleja dei po·
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sitivismo y dei estricto academicismo y, según una hipérbole justiG· cada, impone a la exposición un esfuerzo «ilimitado» por lograr el mal juste. Si esto es así, la experiencia dei au tor con la exposición y cem Ia cosa d eja de ser irrelevante, y se convierte en central. No es que el ensayista se oponga corno antónirno ai cientifico: r\, por contra, un interlocutor inquietante por la proxirnidad que rn111 parten o incluso por Ia identidad rnisina que a ambos encarno. Es de• cir, un ensayista no es necesariamen te alguien extraflo a los s.th r t c·~ científicos o desencantado de su rigor: suele ser m ás bien aqud qnl', haciendo uso de la libertad de! espíritu, lleva hasta el limite 11 \U II IC • lo que la ciencia postula. No es un tipo entregado a la ind Í\t 1plllht intelectual o a u n subjetivismo rampante: es, por contra, nqud q111', al decir de Adorno, sabe y se plantea en sí la confrontaci6n y !.1 c1111 ciliación que puedan darse entre verdad y subjetividad, ap.ut .\utlmc· para ello de las respuestas antitéticas e insatisfactorias que ofrcrt•ll c• l esteticisrno y el positivismo. Con esto - concluía el pcnsadm r..,nk fortiano- el ensayista se acerca a cierta independencia estét Í\..1 que· sería fácil 'reprocharle si se la toma por mero p réstamo clcl ;u te. Si n embargo, se diferencia de! artista por e1 m edio que emple.1, p01 lm conceptos que maneja y por la aspiración a la verdad que j11~ 1 d I• ca. En un sentido similar se expresaba Robert Musil, prtra qu1e11 d c.1 mino intermedio por e! que transita el ensayista es cl de l:t cicm 1,1 y el arte, para lograr así el mayor rigor posible en un terreno eu cl que· no se puede trabajar con precisión. Esa idea fronteriza, csa car.lt lcll zación entre la ciencia y e! arte que todos subrayan, es un tem.1 dn minante para quienes justamente han practicado el ensayo t'OJlto w· nero, para quienes se expresan desde el yo bacia la verdad. Pucs lur•u, esa independencia estética y, a la vez, ese apego a la vcrdad \1111 ,li gunas de las cualidades de los «autores-símbolo•> de Einaudi y l.1 h1"r o condición de la adhesión metadisciplinaria con la que se w mli u•11 los «Paperbacks». Pero hay m ás. Uno d e los hechos más sobresalientes acaecidos d e los t1lliullll aõos en el orden del pensamiento, de las ideas y de los sabctc\ 111 ~ 11 tucionales - y d ei que la colección de los «Einaudi Paperb1wks,. ~I' I l11 síntoma y estímulo- ha sido el relativo descrédito d e la ulti .IC'~ I " cialización científica. No es que ellector ya no confie en los .IV .II II c' que se experirnentan en cada una de las disciplinas, sino que lw. lnlthl d e manera ambivalen te: lo que parece deplorarse, en cfccto, C:\ t•l r ceso de cartesianisrno, cartesianisrno que impone, por un l :~ du, l.1 p1'1 cepción clara y distinta dei objeto con el fin de obtener una cctlc'"" libre de duda; y, por otro, la divísión de aquel objeto, su rraglll cll l ol ción en tantas parcelas corno se precisen para resolver rnejo r c:l 111 nocimiento sistemático de lo más simple a lo más complejo. Es dt· cir, e! lector sabe de lo inevitable de esos progresos parciales : ai fin y
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a la postre, una suerte de cartesianismo implícito y difuso constituye la forma de pensar secular del occidental, si hemos de creer a LéviStrauss. Pero, ~ .la vez, las prome~as. de un mundo transparente, ordenado y prevlSI.ble que ;I cartesta~m~o y sus ei;>ígonos proclaman no se han cumphdo, rev~andose la tlus10n que encierran. De un tiemp~ .a esta part~, .Y. después de. la difusión y de la vulgarización de las cnticas posposttlvistas, esc mtsmo lecto.r percibe la insatisfacción que le, provoca~ esas regias que se establecieran para la dirección de! espmtu: adm1te que el saber global no es consecuencia de la suma 0 de la yuxtaposición de sus objetos. ~u~que el, género dei ensayo es ciertamen_te antiguo, es ahora, en !as ultimas decadas, cuando. h a exp;rimentado un mayor auge y un u;c~cmento. de s~ d.emanda. (Por que razón? Porque esc lector ha perctbtdo .la distancta t~fra~queable q~e ha habido, hay y habrá entre e1 ser so~ta~ y la c?nctenct.a~ l?or dec~rlo con M arx, distancia que ni el cartcsiamsmo m el postttvismo 111 sus epígonos han resuelto aceptablcmcntc. Pensemos de nuevo en las corrientes que antes mencion:íbamos co~o c~~acterísticas ~el fondo de los < francés, sociología ciÍitC,l, anttpstqlllatna y nueva filosofia de la ciencta. Es decir, son sa· ~crcs que subrayan la extrafieza o e! asombro que el mundo y sus obJ eto~ nos provocao, saberes que replantean en términos diferentes la noctón de verdad y el lenguaje que permite comunicaria. En fin son saberes que ~o.s, hablan de! extrafiamiento dei ser social contemporán_eo:. la condtctOn d.e transte:rado que . el sujeto tiene con respecto a SI mis~o y al espacto conocido a partu del cual se definió. ~laciendo un balance de los cambias acaecidos en el pensamiento socia l y en las hum anidades hasta finales de los anos 70 Clifford ~eert~ ,habló de «géneros confusos». Por tal debía entender;e una de· s~gnacton nueva para una forma /iteraria desarrollada en los últimos n.empo~: sobre todo. a partir de la difusión y de la centralidad de un c.1erto ttp? de ensay~sn:o •. de. un género cuyo imperialismo disciplinano ?: me)or, metadtsciplmano es ai que aspiraba Einaudi con su colecct~n. Por supuesto, y h?sta c;:ierto pu~to afiadía este antropólogo, este t1po de cosas ha sucedido siempre: stempre ha habido autores cuya~ obras han .tenido la característica de constituirse como forma híbnda,, c?mo discurso que mezcla con indisciplina creativa materiales heteroclttos, ~; proce~encia diversa. Ahora bien - sigue Geertz- , la actual confi.Iston de dtscursos ha crecido hasta un punto en que resulta muy dificil identificar y clasificar a los autores. Para reforzar su tesis, Geertz menciona nombres diversos del panorama cul~r~l que, en sus respectivas disciplinas, alterao sustancialmente. los crmtentos de esos sabe,r~s. Entre otros, y para ejemplificarlo meJor, subraya de manera enfattca dos casos sobresalientes -que,
para lo que aquí nos interesa, apareceo como autores-símbolo de! fon· do de Einaudi-, como son los de Foucault y Kuhn. Inmediatamente se pregunta qué son: ~historiadores , filósofos, sociólogos? Si tiene dificultad en identificados es porque han desplazado las balizas y las sefiales de! mapa, es porque han movido las fronteras y, a la postre, porque han alterado los princípios mismos de la cartografia de! saber. A partir de una intuición esen cialmente correcta y de una observación bien fundada, lo cierto es que la conclusión dei antropólogo norteamericano era, más que adecuada, interesada: esa confusión de géneros y la multiplicación de p erspectivas en las que se materializa (y cita, entre otros, el estructuralismo) habrían dado como resultado la difusión de un enfoque hermenéutico, interpretativo, más o menos general y crecientemente dominante. No es que eso sea incorrecto, aunque no todos los autores que él menciona se adhieran a dicho enfoque, puesto que ni siquiera Foucault o Kuhn se reconocerían en tal etiqueta: es que esos datas se emplean como argumento en favor de la propia posición de Geertz, aquel que encarna verdaderamente este giro cuya centralidad proclama. Es decir, esa metafórica cartografia cu· yos principias cambiao de manera radical no es tanto emblema dei giro hermenéutico como ejemplo de un genérico saber pospositivista ai que aspira el ensayo metadisciplinario contemporáneo. Ahora bien , estemos o no de acuerdo con el diagnóstico final de Geertz, lo cierto es que algunos de los rasgos que él subraya son absolutamente incuestionables. AI menos desde mediados de los anos 70, si no antes, el pensamiento occidental se replantea los límites disciplinarias y cartesianos en los que se ha basado y se autocuestiona de manera periódica, con impugnaciones más o menos justificadas o inmoderadas que atentan contra la estabilidad de las ciencias sociales y humanas y contra el lenguaje transitivo y neutro con el que pretendieron fu ndarse. Eso mismo, decía François Dosse, explicada el auge que disciplinas o saberes nuevos como la semiótica o e! psicoanálisis tienen a partir de aquellos anos, Eso mismo, apostillaba el historiador francés en su Histoire du stmcturalisme, justificaría la centralidad que la antropología tendría en la redefinición de! objeto de otras ciencias sociales y humanas. Pues bien, estas cambias tienen su reflejo en la colección de los «Einaudi Paperbacks»: o reúne el ensayo transversal, ei ensayo que aspira simultáneamente a la independencia estética y al replanteamiento de la verdad; o afiade volúmenes que, obedeciendo a un estímulo disciplinaria, ensanchan y violentan los confines de esos mismos saberes. Al final, sin embargo, y con ei paso de los aõos, aquello que ha acaecido es la normalización de los retos transgresores, su inserción en ei discurso convencional de las ciencias so~iales y humanas o, en el peor de los casos, su envejecimiento y rum a. ..... ... ~
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4. La aproximac10n a Ia n aturaleza de esa colección einaudiana que he~os realizad,o ~· ~ejor,_ Ia inspección acerca dei gênero al que se adscnbe~ los mas stgmficattvos _de los sesenta y cuatro volúmenes que precedteron . ai de El ~ueso, le}os de aclarar su edición, produce asombro. Es dectr, nos ophga a plantearnos su paradoja y la extraneza que, de entrada, provoca.
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cleo fundacional de la casa Einaudi y de los comités de lectura que vigilaban su fondo. Ahora bien, editar una investigación en una co lección como la ya citada implicaba un doble flujo. Por un lado, h'/ queso quedaba investido con un patrimonio inmaterial extrahist6rit ti, el que le podían ofrecer los príncipes dei pensamiento con los qur compartía vecindad. Por otro, el libra de Ginzburg aportaba n h1 1 n lección la cuota de trabajo histórico e italiano que tan esc.1s.1 1r p• • sentación tenía. Es decir, por debajo de un objeto de investi~at'i l'l 11 11 11' nor, aparecía implícitamente formulada una pregunta gcllt'l,d t pll inquietaba a los contemporáneos y que justificaria la inclusu'111 de· '''I texto en dicha colección. Más aún, a mediados de los af\os 70, lu I'" gunta a propósito de las clases subalternas, la cultura popul.u n 1111 hl\11 los sectores más marginales estaba en el centro de los Íltt(llll'ludcr; Nll ciales, politicas e historiográficas. El libra de Ginzburg cjc ~~tp1i fi, .11 1.1 con un caso concreto el coraje y la zozobra de esas cb scs .1 l.t 111u,, de construir su propio mundo, de percibirlo y de modificnl'lu. 1\1 •1 ~Hhl una pregunta que estaba en sintonía con el radicalismo polhit n drl momento y con el utopismo posterior ai 68. A la postre, todoN t'IHIN avatares se reforzaron mutuamente haciendo de este volufl1c11 1111 r lr'lll pio de la renovación historiográfica que Ginzburg inCOI'put.lhll. El hecho de que sea una investigación tende nc i:~lmct~lc c n 1 ~tyl~ ll ca y de que pueda ser tenido corno un volumen vcci110 de 1m H'•'" des textos contemporáneos es, en todo caso, sólo uM patf t· dt• L• explicación de su éxito. Probablemente una razón posteriot qur 111 crementó sus ventas fue su identificación con la microhi$toiÍ.I . 1'.11 ,1 cuando se publicá, en 1976, esa corriente h istoriogr:Hicn 110 lt'll ht 111 designación ni ejemplos concretos ni acomodo editorial. A 111 hu/:11 de los anos 70 hubo contribuciones varias a propósito dt· h1 1111111 poración dei microanálisis a la historia, siendo un texto de Etl1h11 d'' Grendi (<
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El resultado de estas mutuas implicaciones es que ellibro de Ginzburg se convierte en el segundo volumen por número de reimpresiones de la colección, compartiendo el êxito con Thomas S. Kuhn (La estructura de las revoluciones científicas), y sólo superados ambos por A. Gurevich (Las categorías de la cultura medieval). Ese joven historiador, al que se le avecindaba junto a o tros grandes autores, no sólo cumplía las expectativas puestas en su libro sino. que rebasaba ampliamente a Foucault, Lêvi-~trau~s? Popper, B<:>bb10 .o. f'-dorno. Más aún, su êxito personal parectó facilitar la postenor ediCIOn en los «Paperbacks» de historiadores contem~~ráneos que, hasta aq~el momento habían tenido escasa representac10n: Duby, Vemant, VIdal-Naquet, L; Goff, Febvre, etcêtera, autores que tambiêõ introducían el experim ento en la enunciación de sus objetos. <
ción cuyos ejemplares se concibieron originariamente. con llamativas cubiertas de color rojo, muy lejanas de la blanca austendad de los «~a perbacks». Se destinaban a U:fl público variad?, aunque :-eso sí- mteresado por textos que los hbreros no d~~a~tan _en claslfica: y en depositar en el anaquel de los raros. L~ dmgt~ Ricardo ~un~n ~ uay, prestigioso intelectual espan o! dei anufranqutsmo~ y~ ~egun <;1 rmsmo declaraba en el texto que se insertaba .en su fronttsptcto, tema el propósito de reunir -<~. El objetivo era, en efecto, reconstruir <
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a colaborar, colaboración que anos después se materializaria en la creación de «Archivos de la Herejía» y en el encargo de dirigiria, que Munoz Suay aceptó. Esos datos explican, desde la óptica de este último, la historia menor de la colección, la de su aparición y la de las afinidades personales que están en su o"rigen, pero no bastan para aclarar su especificidad y la rareza de sus contenidos. Munoz Suay era hijo de un prestigioso radiólogo, un médico de ideas republicano·socialistas. Ade· más, había formado parte dei PCE durante treinta anos, hasta 1962, y había hecho dei antifranquismo su forma más temprana de lucha política. Ahora bien, esa oposición era tambi,én oposición cultural. Según su propia confesión, la derrota militar -del régimen republicano fue un hecho personal tan doloroso, tan irreparable, que marcó toda su trayectoria pública y privada, política y cultural. La guerra civil, por ejemplo, iba a impedirle cursar con normalidad estudios superiores. Por otra parte, la posguerra iba a ser el momento en e1 que a la muerte del padre sucede la liquidación de su gran biblioteca, la gran biblioteca que su progenitor había reunido hasta los anos 30. La derrota militar, la falta de estudios universitarios y la pérdida de esa colección de libras constituyen un dato biográfico clave, un dato que se asocia a la amargura y a la frustración de la Espana republicana. Así, su vida posterior puede concebirse, y Munoz Suay no lo negó abiertamente, como una triple reparación, como la composición de una biografia fracturada y vivida desde la heterodoxia. La vida política clandestina, de oposición, se enfrenta ai hecho cierto del franquismo; el autodidactismo, que él cultivará a lo largo de los anos, será una forma de suplir lo que los estudios superiores no le dieron; y, en fin, su vinculación editorial al mundo de los libros podría tenerse como la recreación imposible de la biblioteca paterna, de esa biblioteca real y fantaseada. De hecho, aunque su apellido se asocie ai cine, él se vio siempre a sí mismo, y así ha sido visto por otros, como un intelectual ocasionalmente metido en la industria cinematográfica, un intelectual político de riquísima formación hech a a partir de lecturas variadas y de textos heterodoxos. Pues bien, de ese autodidactismo se beneficiá el libro espano!, ai ejercer esa misma condición, la de lector voraz y experimentado, en el mundo editorial. AI menos en Tusquets y en Muchnik Editores, MUJioz Suay dirigió colecciones plurales pero caracterizadas por incluir libros «culturales» y <
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sí y el autor que lo respalda le daban una componente antiacadémi· ca, crítica, incluso tendencialmente subversiva y retadora frente ai sa· ber establecido. Así fue tenido en la Francia que originalmente lo cdi tó. Más aún lo fue en una Espana que vivía los convulsos anos dd final dei franquismo. No era sencillo ni cómodo editar en 1973 y l'll Espana a Foucault. Munoz Suay interpretaba, en la entrevis1:1 qut· Ir· hiciéramos poco antes de su muerte, esa vertiente inconformista t'Oillo un elemento continuo de su biografia, como el vínculo herético, 1 hut destino, opositor que aunaba sus diversas identidades: el rcpublu .uto, e! anticlerical, el comunista, pero también el antiestalinist::t tjll l' .tlutn dona las filas del PCE y que recupera el espíritu liberal, hctc:wdoxu, librepensador que él mismo evoca en la figura paterna. Si M: ohsc•1v,t con detalle, las palabras finales que incluía en aquel frontispst: to ,on literalmente·. coherentes con esta interpretación: los «Archivos de: l.t Herejía» se proponían recuperar <~t'·' fico que no se modificaba y que también enlazaba con cs.t filt.u 11'111 paterna: e1 anticlericalismo. La libertad de pensamiento se .t.mc 111 111 mediatamente al pensamiento laico, a ese pensamicnto prcris.unc•ltl c· liberal, ilustrado, que se opone a la tiranía clerical, a su :lll'ogmu 1.1 111 telectual. Aunque El queso y los gusanos no fi.1e una obr:t que l-1 nm mo eligiera para su inclusión en los <n d,• Munoz Suay, sino de Muchnik, cabría preguntarse cuál cs cl inHH' cliente que aprecia el editor para justificar su inclusión y, nu\s .11'111, para encabezar la colección. Dicho en otros términos, (qué .l(Hlll.t Muchnik ai tomar esa decisión? 61
La versión del editor no coincide totalmente con la del intelectual valenciano. Mario Muchnik es un reputado fisico que estudió en Co· lurnbia y que se exilió de su país natal, Argentina, con el advenirniento de! peronisrno. Desde entonces ha vivido en diferentes países antes de afincarse en Espana, en 1978. En Italia, su prirner lugar de ernigración, además de ejercer la fisica, hizo sus primeras armas en e! mundo editorial en colaboración con su padre. Sin em bargo, fue durante su estancia en París cuando, entre 1967 y 1978, se dedicaria pro· fesionalmente a la edición, en concreto trabajando para Robert Laffont. Mientras tanto, en 1973, llega a un amplio acuerdo con Seix Barral dentro dei cual se contempla, entre otras colaboraciones, la fundación de un sello independiente, pero vinculado a esa casa, bajo el rótulo de Muchnik Editores. Desde entonces, la editorial y el propio Mario Muchnik han experimentado coyunturas diversas. Lo caracte· rístico de sus iniciativas ha sido la intuición profesional, la falta de capital y su desinterés por convertirse en empresario. Los títulos que ha publicado y que ha difundido en ~u propio sello tienen un ?eno· minador común, alejado de lo que luzo para Laffont o para Dtfuso· r::t Internacional, una empresa fundada por Seix y su propio padre. AI igual que Munoz Suay, los volúmenes que ha editado revelan un ma· tiz que los hace heréticos o, ai menos, que los hace representantes de una cultura perseguida. Nos referimos ai judaísmo y, sobre todo, a Ia dolorosa historia que el pueblo hebreo ha viv\do. Un somero repaso dei fondo editorial que Muchnik ha reunido así lo revela. El segundo volumen de la colección era el texto de Joly, que ya había publicado previamente, y, dada su rareza, iba precedido de una noticia preliminar, informativa aunque anônima, y de un prólogo de Fernando Savater. Sorprendentemente, el primer texto, el de Carlo Ginzburg, carecía de una entrada similar, y el lector debía contentar· se con Ia escueta aunque significativa información biográfica que el editor proporcionaba acerca dei historiador italiano y con una con· tracubierta que reproducía unas palabras enigmáticas y entrecomilla· das que, después de su lectura, debernos atribuir a Menocchio. Es decir, el editor no proporcionaba muchos detalles acerca dei objeto real de la investigación y dejaba en la ambigüedad la descodificación con· ereta que proponía. En primer lugar, la propia editorial era un sello relativamente nuevo en el mercado espano! y, al menos hasta esa fecha, no había tenido un papel muy relevante. Esa falta de informa· ción con la que el lector debía afrontar el volurnen obligaba a suplirla con el dictado de Ia colección. En este caso, «Archivos de la herejía» acentuaba Ia rareza dei texto y de los otros que le seguían, como as! se anunciaba en una de las solapas. En segundo lugar, la n ota bio· gráfica acerca de Ginzburg subrayaba la relación de éste con la histo· riografía de los Armales y lo presentaba como autor de «ensayos» po·
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lémicos (<>, En efecto, Muchnik se refiere a la resena que hiciera John H. Elliott y que apareció el 26 de junio de 1980, con lo cual lo prob,able es que esa contratación tuviera lugar meses después de lo que el recuerda. Aquel artículo era un extenso y muy informativo análisis de la ver· sión inglesa en el que Elliott destacaba que T7Je Clmse and the Worms era «a wonclerful book>> en el que el tema tratado era objeto de una «brilliant reconstitution>> y cuya escritura era «superbly readable». A su vez, Elliott le discutía las atribuciones que hacía de las ideas d_e Me· nocchio, criticaba la presentación dicotómica de la alta y la baJa cultura y se preguntaba acerca de la representatividad dei molinero.- El lector de Elliott, incluído el propio Muchnik, pudo hacerse una tdea muy completa de los contenidos ~el texto, de sus ideas ~lave y de_ su inserción historiográfica. En cambto, el comprador dei hb~o pubhca· do por Muchnik iba a carecer de noticias contextuales sufiCientes para hacer dei volumen una lectura guiada. Por tanto, si el lector quería hacerse )Jna idea cabal de su objeto debía remitirse prácticamente ai título. (Y con qué se tropezab~? De nuevo ese misrno título era enigmático, sin que el lector suptera a qué r:spondía. La evocación más directa es la de la corrupción orgá· nica, la de la descornposición, la de. la podredu~bre, conprmada por la alusión explícita de la contracubterta. Ademas por la mdole de la investigación, el enunciado podía :esult~r, ai 111:e?-os para un lecto~ espafíol, excesívamente literario, ambtguo, mtranstttvo, de una opactdad connotativa intolerable. Si acudimos al subtítulo comprobamos que es efectivamente descriptivo, denotativo y que designa su I:ropósito: el cosmos, según un molinero dei siglo XVI. Si~ embargo, leJOS _de ha· ber zanjado nuestra sorpresa por lo que parecta un malentendtdo, la
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inquietud aumenta: (un molinero, protagonista de una investigación histórica? O, mejor: (ei cosmos, una concepción dei mundo y de su creación, según la descripción de aquél? (Pero qué interés podemos tener en saber de un tipo que, así, de entrada, parece tan irrelevante? (Ü es que, acaso, es un protagonista hasta ahora ignoto de la histeria, un esforzado y activo' miembro de algún movimiento de masas? . Aun~ue la . fortuna de la versión espaiiola no alcanza las proporCIOnes m las ~radas de las múltiples reimpresiones italianas, lo cierto es que, en qumce anos, la suerte seguida por aquella obra debe subrayarse: además de las reimpresiones, ai menos ha sido objeto de cuatro «ediciones» en diferentes colecciones y qqe corresponden a 1981, 1986, 1994 y 1996 (a las que habría que afiadir una más reciente hecha ~n México por otra editorial). La modestia de esos datos adquiere, sm embargo, mayor relevancia si tenemos en cuenta, por ejemplo, que la. prometedor_a colección que !e había servido de soporte ha desapare71do o que, m7luso, la editorial ha experimentado importantes camb10s en su proptedad hasta e! punto de producirse e! abandono ~e! principal y primer ~esponsable, Mario Muchnik. Con e! paso dei ttempo, pue~, la colecctón «Archivos de la herejía>> se cerró y el vo· lumen de Gmzburg tuvo nuevos acomodes. Inicialmente e! texto re· apareció como el sexto volumen de una serie denominada «Histeria•• y m ás adelante se rescató dentro de una colección titulada «Ensayo». Ahora bien, los volúmenes que las componen no son dei mismo tenor que los que se incluyen en los italianos «Paperbacks»: en todas estas colecci~nes se habla de ensayo, de ensayo de calidad y alta cul· tura, pero mtentras que en la serie italiana se entiende por tal textos de crítica cultural transdisciplinaria, las espafiolas, ai menos hasta fe· cha reciente, mantenían e! espíritu e incluso los títulos de «Archivos de la herejía». Por otra parte, la cuarta edición que Muchnik Editores ha lanza· do al mercado corresponde ai número doce de una nueva colección llamada <>. Así, Ginzburg ya no comparte vecindad con autores o con temas marginales o extrafios, sino con reconocidos clásicos como Voi· taire, Flaubert o Wilde, entre otros. Con ello parece recuperar rasgos de los que ai principio hablábamos: El queso y los gusanos seda una obra ya clásica y valorable en tanto que narrativa, es decir, en tanto que prueba !iteraria a la que se someten e! autor y e! objeto. Junto a estas particularidades editoriales hay otros indícios meno-
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res que revelan la suerte misma del volumen y las instrucciones de lectura que lo acompafian en los cambies de colección. Frente a lo.~ rasgos que hemos destacado para caracterizar la edición original co castellano, las últimas modifican en parte la presentación matcrinl, 1111 paratexto, por decirlo con palabras de Genette. Así, las cubiert.1s perdi?o e! subtítulo ?es:riptivo que inc~uían ai principio. De hc1 h11, el edttor confia la dtfustón dei libro a un título ya suficientcnH•nlr conocido y apreciado que no requiere ninguna otra aclar<~c i b n . Hn cambio, la primera contracubierta, aquella que reproduda cu t·~ l al o directo un pasaje atribuído a Menocchio, es sustituida en un c.tso 11111 una fotografía del autor sin comentaria alguno y en otro po r un l l'X to mucho más explicativo, donde el editor, apoyándose en pttlabr.ts de Ginzburg, se extiende, ahora sí, en pormenores sobre el conteni do del libro, sobre e! reto documental que supone y sobre el experi· mento que propone. La razón de este cambio parece obvia: la enig· mática instrucción que se ofrecía en la primera edición era acorde con la índole de la colección, ocupada en rescatar testimonios literal o metafóricamente heréticos; en cambio, la conversión dei texto en un ensayo más, en un volumen normal de una colección de histeria o de otra transdisciplinaria, parece requerir un reclamo editorial difc· rente. Eso mismo tiene su reflejo en las notas biográficas que han acompafiado su publicación. Como veíamos, la primera referencia su· brayaba su pertenencia o proximidad a los Amzales y sobre todo su condición de autor de ensayos polémicos. Por contra, las últimas ccliciones revelan e! éxito que Ginzburg ha alcanzado, de modo que rc· saltan su conclición de profesor en Bolonia y en Los Angelcs, asl como su ins~rción en la academia, su condición, pues, de invcstig,t dor reconoctdo, pero afiade su cualidad principal: Ginzburg se c.1 racterizaría por su innovación en cuanto a métodos (en concre to, autor de «un sutil análisis de síntomas e indícios») y temas (en parti cular, el estudio <
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6. Una y otra vez, en una o en otra editorial, en una o en otra colección, en uno u otro idioma, el hecho se repite: un éxito comercial y una difusión internacional poco habituales en un texto de histeria. A partir de ahí, hemos ofrecido una explicación que aún es lamentablemente parcial,•una explicación insacisfactoria, literalmente superficial. Nos hemos detenido en la frontera que son las cubiertas de un libro, puesto que éste es un artefacto material cuya actualización está guiada, en parte, por las instrucciones que dictan los paratextos (solapas, portada, contraportada, pie de imprenta, etcétera). Efectivamente, en parte, sólo en una pequei1a parte, un éxito editorial puede justificarse por su promoción, por su é'olección o por aquellos que son sus vecinos. Además, esos elementos }meden guiar o, por el contrario, desorientar una lectura correcta que se acomode al lector modelo que la obra induye, dicho en palabras de Eco.
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Éboli ... lo que un historiador llama comprender. Para él, comprender no es clarificar, simplificar, reducir a un esquema lógico perfectamente claro, trazar una proyección elegante y abstracta. Comprender es complicar. Es enriquecer en profun didad. Es ensanchar por todos los lados. Es vivificar. LUCIEN FEBVRE
1. La siguiente pregunta que deberíamos planteamos es acerca de la histeria que contiene El queso, e inmediatamente después acerca de cuál sea el discurso que adopta: es decir, cuál es el objeto de relato y de qué manera se narra dicha histeria de acuerdo con una trama. Decía Aristóteles en la Poética que la trama es la «disposición de los incidentes». Pues bien, de lo que se trata es de averiguar la histeria concreta de la que Ginzburg se ocupa, la histeria de un molinero ai que se le instruyeron dos procesos inquisitoriales y que finalmente fue ajusciciado. De lo que se trata también es de descubrir cómo organiza el autor los motivos de esa histeria hasta convertirlos en incidentes de la trama, en motivos de un esquema que empieza y acaba de acuerdo con un orden secuencial y cronológico natural y que, como veremos, es continuamente intermmpido por desplazamientos actanciales, espaciales y temporales. Dicho en otros términos, la histeria de Menocchio puede contarse de muchas maneras. Como aclaraba Borges, «tan compleja es la realidad, tan fragmentaria y simplificada la histeria, que un observador omnisciente podría redactar un número indefinido, y casi
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infmito, de biografias de un hombre». Pero Ginzburg, que no es omnisciente y sabe que no puede serlo ya, contá la de Menocchio de una única forma, según una concreta disposición discursiva <1 partir de la organización de las acciones y situaciones, de los personajes y de las coordenadas espacio-temporales que les dan evolución y contextualización. El queso y los gusanos t~ene tres partes : la primera es el prefacio, en donde el autor justifica su objeto de conocimiento y su inserción en el domínio historiográfico de la época en la que aparece; la segunda es la investigación propiamente dicha o, mejor, la puesta por escrito de sus resultados (1975); y, en fin, la tercera parte la constituyen las notas ai cuerpo dei trabajo que, en la versión italiana, suceden respectivamente al prefacio y al texto, mientras-,gue en la castellana figurao todas reunidas ai final. La edición o riginal tiene además un índice onomástico dei que carece la traducción espafi.ola . Con el libra, según declaración dei historiad or, nos hallamos ante un texto elaborado y pensado después de una primera versión, después de <•, acabada y debatida en el o toilo de 1973. La discusión q ue antecedió a la publicación se hizo, según confiesa el autor, en dos centros académicos, en las universidades de Princeton y de Bolonia, en el seno de dos seminarios sobre <
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Po r otr.t p.trte, csos capitulillos no llevan título en cl texto, es de· cir, no hay cp[grafes que vayan describiendo su contenido y, por tan· to, no hay encabezamientos que anticipen un proceso ordenado de lectura sobre lo que va a venir. Esa forma de presentación, ese modo de relatar por fragme ntos, es característica de Carla Ginzburg, de li! queso y de otras de sus obras . De hecho, como él mismo admite c11 un texto titulado <
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se orienta el lector acadêmico sin esas llamadas? La verdad es que Ginzburg adepta un sistema ci~rtamente enreve_sado, trabajoso, aunque no falto de lógica. Contr,anamente a lo ha?Jtual, l~s llamadas n? están en el texto sino ai reves: cada nota rem1te al numero de cap1· tulo y de página,' para inmediatamente despuês c<:>ncretar la referencia con la alusión expresa .ai texto, a la frase a_ partir de la cual se pr?· porciona la información. Con ello, lo trabaJ~so, que lo· _es, se le deJa a un lector acadêmico y esforzado; en cambiO, a otro tipo de lector se le facilita como decíamos, una fruición sin academicismos. Sin em· bargo, las Óltimas ediciones espaii.olas dei texto han vuelto todav:ía más trabajosa la consulta de las notas: sus responsables han cambta· do el formato, la paginación del volumen, p~JO sin proceder a un mi~ mo cambio con las llamadas de las notas. (Q!ié es lo que ha ocurndo? Q!Je las páginas a las que se alude en las notas y a ~as 9ue .x:e~ite el autor de acuerdo con la frase que provoca la referenc1a stguen stendo las de la primera edición y, por tanto, no se corresponden con la página actual en la que hallar aquella frase. Este hecho confirma nue· vamente que el lector ai que se dirige ahora mismo la obra ya no es cl profesional de la histeria, el erudito que busc~ el dato o la refe· rencia concreta, sino otro más inespecífico, que attende sobre todo. ai texto en sí mismo y que no está particularmente interesado en la mformación bibliográfica o documental que el autor aíiade. Sin embargo, el volumen se inicia con una parte acadêmica, la del prefacio, en donde el autor da las indicaciones precisas ac~rca del ob· jeto y de las perspectivas analíticas que prop?ne. _Es dem, ~I lect~r puede prescindir de las notas, porque el prop10 Gmzburg ast lo facilita, pero no puede hacer lo mismo, con lo que prec~de ai cuerpo central del texto. Es cierto que los prologos, los prefactos, son esa parte paratextual que se pone al principio, pero que se suele redactar al final y que el lector no siempre lee o. que, en todo caso, lo hace a posteriori. Ahora bien, cuando el autor mcluye ese paratexto lo hace con el propósito de dar un ordeil. de le_ctura que revele las claves de lo que después sigue. Pues bien, el_ obJeto qu~da . aclarado en :se ~refa· cio y Ginzburg lo hace en los s1gmentes termm~s. C:omo el m1smo advierte, el propósito del volumen es hacer la h1stona de la cultura popular o, mejor, «reconstruir un fragmento de lo que se ha dado en llamar "cultura de las clases subalternas"••. Después del prefaCio, en donde Ginzburg ha ofrecido las instrl!cciones autoriales, aii.ade una información contextual acerca de la mvestigación. Es allí justamente donde da noticia de los seminarios ~n los que ha discutido los resultados y donde recono_ce las deudas m· telectuales que ha contraído en el curso de su trabaJO. Con esto aca· ban lo que podríamos denominar los prolegómenos, el paratexto con el que el autor introduce la investigación, sin aii.adir información al-
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guna sobre sí mismo, sobre el itinerario de la investigación, sobre cómo ha elaborado ellibro o sobre la implicación perso nal q ue tenía con respecto al objeto. Sólo aii.os después, cuando el êxito de El queso sea evidente, Ginzburg aportará noticias cautelosas acerca de lo que había de sí mismo en aquel libro. En todo caso, resulta sorprendcn· te que el yo de Ginzburg se cancele en el prefacio y evite cualquicr referencia autobiográfica. De este modo, el lecto r de El queso desco· noce el contexto personal de esa elección y las resonancias vitales que pueda tener. También es extraii.o, pero quizá eficaz, que el autor guar· de silencio ante la configuración formal de la obra, es decir, que no dé noticia alguna acerca de cómo está hecha. Inmediatamente después la edición incluye una página que sirve de pórtico al texto. En ella, y bajo el título dei libro, se incluía una cita !iteraria que marcaba nuevamente los resultados de la investiga· ción y que, por tanto, daba una última orden de lectura. Tout ce qui
est intéressant se passe dans tombre. On ne sait rien de la véritable histoire des hommes. (De quién era ese texto? Sin aíiadir ninguna otra referencia, Ginzburg lo identificaba con el nombre de Céline. Este hecho es doblemente sorprendente, por el autor y por la idea última que en· cierra la cita. Como se sabe, Céline, uno de los grandes novelistas franceses de nuestro siglo, ha sido un autor vilipendiado por sus simpatías nazis, por sus manifestaciones antisemitas, en concreto a partir de 1936. Que un historiador de ascendencia judía ríndiera indirectamente tributo a un autor maldito como Céline no es lo que cabría esperar. {De dónde procedía la referencia reproducida? Las dos frases se incluyen en el Viaje al fin de la noche, es decir, corresponden a un li· bro escrito con anterioridad a las ostentosas declaraciones antisemitas que el novelista francés hiciera públicas en la segunda mitad de los anos 30. Con ser relevante, ese dato no deja de ser anecdótico y, en cualquier caso, quizá convenga preguntarse sobre el sentido que ese pórtico literario tiene. La segunda - y lógicamente más extensa- parte del libro consti· tuye, como decíamos, la presentación de los resultados de la investi· gación, desarrollada gracias a la información obten ida en las actas inquisitoriales. Intentemos condensar y resumir aquello sobre lo que Ginzburg como historiador escribe con el fin de revelar la pertinencia dei objeto. En esta parte la obra tiene un total de sesenta y dos breves capítulos, constituídos como unidades de narració n o cscenas en las que hay un personaje central, Menocchio, unas vcces evocado por testimonios diversos, otras mostrado directamente y olrns descrito en forma hipotética por quien organiza el suministro y d o rdcn de la información. En el relato nos narra el acontecer y la represión de que ('ue v!c· tima Domenico Scandella, nacido en un pueblecito Friulano cn .1 532
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y ajusticiado presumiblemente a finales de siglo, después de dos pro· cesos inquisitoriales, en 1583 y en 1599, tras la preceptiva condena dei Santo Oficio y la orden expresa dei propio papa Clemente VIII. El relato parte de lo obvio: nos proporciona en una breve síntesis ex· tra~ronológica los dateS" biográficos esenciales y conocidos del personaJe para que el lector pueda hacerse desde el principio una imagen adecuada de su figura, de su entorno y de su condición. Inmediata· mente después aiiade el primer hecho significativo dei que queda co1:1stancia docui?ental: la denuncia ante el Santo Oficio de que fue obJeto Menocchw en 1583. Con gran economía verbal, con propósi· to t;>uramente informativo y con un lenguàj~ sencillo y preciso, nos advterte acerca de lo que se sabe de la vida corriente de Menocchio de su família y de su pueblo. Por tanto, la narración comienza in me: dias res, yartiendo de los da tos básicos, de aquellos que presentan ai personaJe en su contexto: <
Esta primera declaración condensa, en efecto, las ideas por las que f~e encausado Menocchio y sus palabras forman parte de la exposi·
ctón hecha ante ei Santo Oficio. Estos capítulos iniciales reproducen los testimonios que los inquisidores buscaron o tomaron entre sus ve·
cinos y conocidos con ei propósito de confirmar la denuncia presen· tada ante ei tribunal, denuncia que, como confiesa ei historiador, es· tuvo a punto de ser archivada ai pensarse que aquella cosmogonla sólo era un <
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aflorar indirectamente. La Contrarreforma - concluye- , en su inten· to de recomponer la unidad, lo había sacado a la luz para, evidentemente, erradicaria.» La provisionalidad de la interpretación le lleva justamente a no aceptarla como algo incontrovertible, sino que le obliga a preguntarse si las afirmaciones de Menocchio «no se insertan en una corriente autônoma de radicalismo campesino». Entonces esa pregunta dieta un itinerario de investigación diferente. En el curso de los interrogatorios, porque Ginzburg va alternando la presentación de las deposiciones y las interpretaciones históricas que las justificarían, es decir, va mostrando y diciendo, Menocchio y los diversos testigos que comparecieron en la causa confesarían que sus ideas no procedían sólo «de mi cerebro•>, sino de sus diversas lecturas. De hecho, Ginzburg nos enfrenta inmeâiatamente ai repertorio de libros que apareceo citados en el proceso, un total de once, mayoritariamente religiosos. Pues bien, esos ejemplares eran bastante corrientes y no pareceo representar la lectura de una tradición campesina como Ginzburg «provisoriamente>> había supuesto. Dada esa contradicción entre la hipótesis y el dato concreto, el historiador italiano confiesa hallarse en «un callejón sin salida», pues las atribuciones hipotéticas que sucesivamente ha ido incorporando y descartando siguen sin aclarar la naturaleza de su cosmogonía. Si los libros no la descifran, tal vez la solución se encuentre en conocer la pragmática lectora. En esLsentido, Ginzburg comprueba que Menocchio establece una clave de lectura entre él mismo y la página impresa, una clave que remite, a juicio dei investigador, a una cultura oral en la que se insertaría el protagonista y que le llevaría a subrayar ciertos detalles de los textos. El énfasis más evidente que Menocchio daría a esos libras seda e1 de su sentido mundano-moral, el de desarrollar ciertos preceptos religiosos originales de! mensaje evangélico: una tendencia que, ai decir de Ginzburg, estada presente en la Italia de la época y que sería anterior a los procesos inquisitoriales que sufrió el molinero. La relación activa de Menocchio con sus libros se hace evidente para Ginzburg en e1 volumen que, según el protagonista, más le trastornó: los Viajes de Sir john Mandeville. El investigador nos describe su contenido y formula una conjetura acerca de ciertas creencias de Menocchio y la relación que puedan tener con los datos de! libro. Aparte de esta eventual relación, el historiador extrae como consecuencia lo siguiente: Scandella h abría encontrado en este volumen una serie de ensefianzas que estarían implícitas en su propia cosmogonía. En primer lugar, la pluralidad cultural y moral de la humanidad y, en segundo término, la unidad fundamental dei género humano. Ambas ensefianzas permiten a Mandeville-Menocchio postular en favor de la tolerancia como virtud racional, y esto se conectada -an ade Ginzburg- con la corriente popular a favor de esta virtud, corriente re-
motamente nutrida a su vez por la propia tolerancia religiosa de origen medieval. Este ideal tiene en Menocchio otra fuente de expresión y de ensenanza: la leyenda de los tres anillos del Decamerón. Ahora bien, no debe pensarse que la tolerancia en Menocchio sólo sea un ejemplo rezagado de un ideal medieval; es -subraya Ginzburgun ideal que converge con las teoriz.aciones contemporáneas de los herejes humanistas. En esc punto, el autor concluye formalmente el apartado dedicado a las lecturas de Menocchio y vuelve a su cosmogonía. La razón es evidente. Aquello que «al principio parecía indesci&able», ahora puede ser reconstruido a partir, no dei contexto soci_al y político, sino del «choque entre página impresa y cultura oral». Sm embargo, el regreso al motivo central dei libro y su presentación in extenso tienen ahora otros fines. En esta ocasión comprobamos que, como fruto de los interrogatorios a los que Menocchio se ve sometido y de sus propios titubeos para contestados, su relato se complica y apareceo distintas versiones de la cosmogonía, versiones que giran en torno a la idea de un caos primigenio y en torno a la metáfora del queso y los gusanos. Para clarificar esas ideas y resolver sus variaciones, Ginzburg no sólo propone diferentes conjeturas (la Divina Comedia, la experiencia cotidiana, los mitos que figurao en los Vedas), sino que reterna a la relación entre cultura oral y cultma escrita. Así, se pregunta por los instrumentos lingüísticos de Menocchio y su semántica, por el <> dei que secularmente participarían los campesinos. So.n las suyas -nos dice Ginzburg- metáforas literales. Tornemos un eJemplo que escoge el propio historiador: «empecemos por Dios». Dios es padre, autoridad y senor dei que dependería esc mundo surgido del caos. Peco el mundo creado no lo ha sido por su obra y por sus manos, sino por sus factores o sus «albafiiles», los ángeles, y los ángeles habrían sido creados por la propia naturaleza. (Q!_•é es Dios entonces? Dios está demasiado lejos o demasiado cerca, en la medida en que lo es todo, con lo que sería la suya una concepción panteísta o materialista. Ginzburg se pregunta además por los contrastes entre lo predicado a sus convecinos y lo declarado ante los inquisidores. De entrada, parece tener un contenido más heterodoxo lo primero que lo segu~ do. (Q!..ié hipótesis aventura? Como anade el autor, <
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explicar si no que afirmara la mortalidad dei alma y que negara la di· vinidad de Cristo? Por tanto, nos propone una imagen de Menocchio en la que aparece un personaje sabedor de los contextos y de los di· ferentes niveles culturales, un personaje que adaptaría su discurso de acuerdo con los interlocutores. En ese sentido, e indagando más en la cuestión, Ginzburg aborda inmediatamente los dos asuntos básicos, los dos temas más heterodoxos que Menocchio declarara ante los in· quisiclores y que son justamente los que mejor mostraban su impm· dencia temeraria. En primer lugar, aparece la incógnita de la humanidad de Cristo y el historiador la pone en relación -«pura~ente conjetura!»- con cierto texto difundido de Miguel Servet. En segundo término, la pre· gunta acerca dei alma: en ocasiones, Menocchio subraya su mortali· dad mientras que en otras, como ahora nos recuerda Ginzburg, habla de su vuelta a Dios, de que Ias almas volverían ai creador. Ahora bien, Dias es material, luego habría una contradicción en dicho argumen· to. Para aclararia, en la siguiente sesión y a preguntas del inquisidor, Menocchio distinguirá entre e! alma mortal (en realidad, siete) y dos espíritus (uno bueno y otro maio) que volverían a Dios, así como un cuerpo formado por cuatro elementos (aire, agua, tierra y fuego). ~De dónde procede - se pregunta Ginzburg- esta «antropología tan abs· trusa y complicada»? El historiador n os propone elos conjeturas, cada una de eilas apoyada en un hecho cierto, incontrovertible, hechos que se tornao como pruebas contextuales por parte dei investigador. Las palabras sin fio que sobre este y otros asuntos pronunciara Menocchio llevan a Ginzburg a subrayar sus contradicciones y a pre· guntarse nuevamente cuál podría ser la causa que las explique. Otra vez, Ginzburg viene a confirmar que estas contradicciones no proce· den tanto dei miedo como dei infinito placer que Menocchio expe· rimentaría por la borrachera de palabras de la que estaba embebido, por tener la posibilidacl de dirigirse a aqueilos «cultos>> inquisidores. En ese sentido, ei historiador nos describe en e! capítulo trigésimo oc· tavo un escenario hipotético acerca de lo que probablemente pudo suceder y experimentar el acusado ante aquellos interlocutores. Dete· nerse en esas contradicciones permite ai histo riador demorarse en lo que era su <> en el siglo XVI. Pues bien, por tal designación tenemos la denotación geográfica de Amé· rica y la conno tación doblemente metafórica de sociedad nueva. En ese momento el investigador evoca las utopías, en especial las de ins· piración campesina, basadas en el país de Cucaiia, el país de la abun·
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dancia. Con esta evocación, Ginzburg parece haber llegado a un ci<:r· to fin dei propio relato: dei origen dei mundo, según Menocchio, .1 la sociedad futura a la que aspira. Por eso mismo, el historiado r in dica aquí ei fio de los interrogatorios de ese primer proceso, con In que la sucesión narrativa se acomodaría ai orden cronológico. Sin embargo, y como supuesto cierre de esos interrogatorios, cl 111 vestigador reproduce literalmente la misiva que Menocchio renli1u•a.1 a los jueces pidiendo p erdón «por sus errares pasados•>. En cl c.1pll11 lo siguiente, Ginzburg la analiza y muestra las diferencias que h.1y r u tre el habla escrita y oral del acusado, apareciendo un Menocchio 1.1 zonador y densamente retórico, un Menocchio que admite en OII'S pero que reflexiona acerca de sus causas. Después de este an~ li ~i\, ri investigador reintroduce a los inquisidores y su sentencia, un;~ re.IJhl rición en estilo indirecto, y después directo, en la que se Ic ded:u a no sólo hereje sino heresiarca. Q!izá eso m ismo explique la inaudi1.1 extensión de la sentencia, a juicio de Ginzburg. Aparte ele otras pe nitencias, se le condená a reclusión perpetua. Tras dos anos de encierro, Menocchio escribirfa una súplica, lr.uui tada por uno de sus hijos, en la que volvía a pedir perdón y dccla· raba su arrepentimiento. Todo ello estaba expresado, en opini6 n de Ginzburg, con una <•, con unas fórmulas rei terativas de las que se habían expurgado los dialectismos de su lhlbl.1. En consecuencia, el historiador nos muestra la imagen de un Me· nocchio sumiso o, ai m enos; dispuesto a renunciar a la arrogancia in telectual con la que se había expresado anteriormente. El molincm t .1 pitula y la lnquisición lo excarcela. Sele concedió, en efecto, l:1 vllc•ll.l a Montereale, pero con limitaciones, entre ellas la de vestir cl l 11~ht ll1 de infamia. En el siguiente capítulo, Ginzburg se extenderá ~nb~t• 1.1 reintegración en su comunidad, basándose para ello en los l e~ llllll l nios de varios vecinos. Ahora bien, después de haber aportado 111111 información basada en los puntos de vista de diferentes person.IJr•., Ginzburg cambia la perspectiva y anuncia, a la manera de un n.u 1.1 dor omnisciente, lo que le iba a suceder a Menocchio sin que és h' Ic• supiera. Y lo que le iba a suceder era la apertura de una nuev.1 111 vestigación inquisitorial, presentada aquí como un auténtico gt:>lpc• de efecto narrativo. Al p a.recer, todo venía de la denuncia de un violinista (Mcnoc.:d11u tocaba la guitarra en las fiestas), según el cual ambos habít~n tccutlo alguna conversación cuyo contenido le había parecido herético. Si n embargo, los testimonios que se !e oponían hablaban generalmcnl r con correccíón a propósito dei molinero. Por eso mismo, la m.ICJIII naria inquisitorial se detuvo. Ginzburg nos habla de un conformisu1o externo de Menocchio, en tanto que, por las mismas fechas, corwcr sacíones íntimas reveian nuevamente la rebeldía interna dei person.1
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je. En efecto, según muestra la documentación, tuvo lugar un diálogo - otro diálogo, otros testimonios- entre el molinero y un judío converso, quien confesaría la enormidad de sus opiniones, opiniones inspiradas, según Menocchio, en un «libro bellísimo», libro que su interlocutor supuso «que era el Alcorán». La conclusión de aquella conversación fue el reconocimiento por parte dei molinero del fin fatal que .le a~ardaba. ~~mediata~ente después el historiad?r p~ndrá por escnto la mformacwn obtemda a parttr de nuevos testtmomos dado que se iniciaba el segundo proceso al que fue sometido. De' acuerdo con es.tos testigos, vecinos de su pueblo y de otros próximos, se clenunctaban sus palabras y la peligrosidad'':.de sus opiniones. Así, cn 1599 fue arrestado y encarcelado. (Qlé Menocchio es el interrog.ldo? <.A qué personaje se atiene ellector? Siguiendo la información y cl ordcn de la misma que figura en las actas, Ginzburg describe, en co ncreto a la edad de setenta y siete aiíos, un Menocchio anciano en cl que diversos signos revelan las injurias del tiempo. Pero inmedialamente, el historiador abandona el aspecto físico al que se referia para dcscribir el aceso dialéctico ai que le someterá el inquisidor. Frente a lo que el lector ya sabe, es decir, un molinero arrogante y retaclor, aparece ahora un Menocchio que se declara inmediatamente sumiso. Sin embargo, algo hay en su declaración que le traiciona, algo hay en su respuesta que incautamente le inculpa y que prueba su insumisión .. O bien sus propias y heréticas ideas emergen o bien, en otras ocastones, se ve atrapado por las consecuencias imprevistas o por los efectos perversos de sus metáforas y analogías. «Ciegamente se olvidó de toda prudencia y cautela», dice Ginzburg, y sus referencias a la tierra, ai agua, al aire y a! fuego hacen de él, apostilla el historiador,. «nuestro Heráclito rural». Los interrogatorios son confusos y, en ocaswnes, el propio Menocchio toma la iniciativa y habla de aquello q~e- él quiere. En este caso, por ejemplo, reaparece su discurso a propostto de la leyenda de los tres anillos, empleada aquí para fundamentar la equivalencia de las iglesias y para contextualizar y dar historicidad á las religiones. «Aftrmar que se es cristiano sólo por circunstancias, por tradición, suponía un gran distanciamiento crítico la misma distancia que por los mismos aiíos impulsaba a Montai~e.» Pero, más aliá de esta falta de cautela, Menocchio está confuso y Ginzburg aprovecha para reproducir un escrito amargo de aquél en el que se lamenta de su mala fortuna, consecuencia de su actitud vanidosa y de la desgracia que por su culpa había recaído sobre su família: Nada de esto fue válido o suficiente, de forma que e] molinero sería esta vez condenado a tortura para arran carle los nombres de sus cómplices. Ginzburg nos relata la escena dei suplício y se imagina los efectos que provoca en los jueces: los efectos visibles que pudieran darse en Menocchio quedao registrados en sus declaraciones.
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E! historiador suspende el relato de acuerdo con la sucesión cronológica a la que nos tenía habituados, es decir, renuncia momentáneamente a la progresión temporal de la narración. Así, vuelve a hechos contemporáneos, anteriores o posteriores, que ahora son tomados como ejemplos análogos de la religión vivida por los campesinos de acuerdo con la tradición oral. A partir de ese momento y hasta el final, donde e! historiador recupera e! orden y la sucesión cronológica de Menocchio, Ginzburg se detiene en dos casos con los que el molinero y su cosmogonía tienen paralelismos y analogías. El primero de ellos es el de un campesino de Lucca, llamado Scolio, casi contemporáneo suyo, que parece encarnar «aquella corriente subterránea de radicalismo campesino hacia la cual también hemos hecho converger a Menocchio». E! segundo, también otro molinero, es el de Pighino, nativo de los Apeninos de Módena. Este último ejemplo, aõade Ginzburg, es más cercano al caso que representa Menocchio, principalmente por el oficio que ambos compartían. A su juicio, el molino era un lugar de encuentros, de interacción, de apertura, a la manera de «la hostería y la taberna», y ello, además, «en un mundo fundamentalmente cerrado y estático». Por ser un lugar de intersección, aõade Ginzburg, el molino es también un espacio de difusión de las ideas y un centro de reuniones eventualmente clandestinas. Ahora bien, ese dato externo, esa condición profesional, no resuelve, concluye el historiador, «la atipicidad de la figura social de Menocchio». Una vez más, el investigador propone tentativas de aproximación a esa figura relacionándola con las diversas identidades que mostraba (molinero, campesino, lector, etcétera). Por eso mismo, Ginzburg vuelve a recuperar el asunto clave enunciado en e! prefacio - la relación que pueda establecerse entre cultura popular y cultura dominante- , un asunto general ai que se alude a partir dei «valor sintomático de un caso límite como e! de Menocchio, que replantea con fuerza un problema de! que sólo ahora se empieza a ver la envergadura: el de las raíces populares de gran parte de la alta cultura europea medieval y postmedieval». Por eso mismo, la figura de Menocchio queda emparentada en el discurso de Ginzburg con las de Rabelais y Bruegel. La narración acaba con e! fin de Menocchio: su condena a muerte. En ese fio narrativo, tres recursos subrayan la especificidad e importancia del personaje, así como su vecindad con otros contemporáneos suyos. En primer lugar, la condena expresa dei Papa probaría, según el historiador, el horror que inspiraban sus ideas para «el jefe supremo dei catolicismo». En segundo término, la muerte de Giordano Bruno, en coincidencia temporal con la del molinero, «puede simbolizar la doble batalla, hacia arriba y hacia abajo, que libraba la jerarquía católica aquellos anos por imponer las doctrinas aprobadas en e! concilio de Trento». En último lugar, la continuidad subterránea de la
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idea de inmanencia que Ginzburg ve reflejada en la cosmogonía de Menocchio relacion aria al molinero con una larga tradición: «sabemos muchas cosas de Menocchio» p ero no sabemos nada «de tantos otros como él, que vivieron y murieron sin dejar huellas>> y que compartieron algunas de esas ideas. 2. El queso es un volum en en el q ue el objeto de análisis es un individuo, o m ejor, en el q u e su autor emprende la reconstrucció n biográfica de un sujeto marginal a partir de una serie de datos incompletos, fragmentarias o m enores, datos obtenidos a través de una fuente inquisitorial. Esas informaciones le permiten ofrecernos el relato parcial de una vida, de su vida, y d e las id~as que defendió, porfia que le enfrentó ai sentido común de la época ·y a la lglesia, a Ias restricciones y represion es q ue las instituciones impon1an. Dichas ideas surgirían de un disgusto, de un irredentism o racional y tolerante, ateo y materialista, dei que sería p ortador aquel individuo; surgirían, en fin, de una resistencia consciente o inconsciente a la doctrina oficial, a la verdad impuesta, oscurantista, contraria a la evidencia de las cosas. Esas concepciones serían ciertamente una elaboración particular, una creación singular, irrepetible, de alguien que así se expresó, pero serían también una reun ión d e creencias populares, tomadas en préstamo y fertilizadas con la lectura y con la alta cultura. En principio, no p arece que un caso com o el de M enocchio, interesante pero en ocasiones abstruso o delirante, sea suficiente razón para explicar la fortuna que el libro ha tenido. Ahora bien, más aliá de la literalidad de sus ideas, en este esqueleto primario, en este resumen que compendia la investigación, estarían concentrados, se condensarían y se cruzarían, la mayor parte de los elementos historiográficos de una época, elementos que quizá avalarían su éxito. Examinémoslos. En buena medida, la historiografia dei siglo XX, al menos la francesa y, por extensión, la continental, se erigió contra el <<ídolo individual», por decido con palabras d e François Simiand. Definir algo como idolátrico entrafia ya un juicio de valor -inextirpable de la calificación que se p ropone- y, en este caso, alude a una convicción errónea, a un sesgo perturbado r, a una creencia extraviada. El origen remoto que cabe atribuir a lo idolátrico como denuesto es obviamente religioso, bíblico, pero, para lo que aquí nos interesa, cs más reciente y secular. Contra los extravios d ei conocimiento se pronunciá Francis Bacon en su Novum Organon al denunciar los prejuicios y los pa. ralogismos dei saber y ai calificarlos de itlola. La noción contemporánea de ideología es en parte d eudora de aquel con cepto de.rogatorio · y lo es en la medida en que hay una acepción de lo ideológico que alude ai falso p ensamiento, al error doctrinal, a la representación equivocada. Cuando Kurt Lenk, por ejemplo, debía dar inicio a su cono-
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cida antología acerca d el concepto de ideologia, comenzaba jus1.1 mente reproduciendo algún pasaje d e la obra de Bacon, en concreto su párrafo 38, aquel qu e dice «los ídolos y nociones falsas, que se lwn apoderado dei entendimiento de los hombres arraigando con ruem\ en é!, lo tienen ocupad o a punto tal que no solamente la vcrdad ''" cuentra difícil abrirse paso, sino que, aun cuando esc paso hay.1 sttlo abierto y allan ado, ellos retomarán d~ con tinuo y entorpeccdn l.t tt' novación de las ciencias a menos que los hombres estén advetl itlm y se guarden de ellos según sus posibilidades>>. La advertencin de B.uott se hace en términos de repudio y d e expurgo invitando :1 lo,\ l111111 bres a liberarse de los prejuicios. Cuando François Simiand se pronuncia contra e! ídolo iudividu,tl asume la tradición científica, asume la tradición que se quierc ilun11 n ista, racion alista, cartesiana, la tradición dei p ensamien to cl.~ro y di\ tinto, elaborado depurando errores y p ren ociones, la tradici6n qllt' llt· ga hasta Émile Durkheim. Para éste, la fuente de los extravio~ m.h comunes es el sentido común, e1 ámbito d e las eviden cias inconlr n vertibles, aquel d ep ósito de representaciones precien tlficas qu e snn «como un velo que se interpone entre las cosas y n osotros y q 11c 11111. las disfrazan tanto mejor cuanto creemos que son más transp:u cnt~~ " Tanto es así que, como el propio Durkheim sefi ala exprcsamcnl c, lm p rejuicios dei sentido común son los ido/a d e Bacon, conviccionc\ 1.11 vez eficaces en los usos comentes d e la vida, pero p erturbador." P·"·' el conocimiento. Estas ideas han tenido una gran fortuna cn la Jlt .ln· cia acad émica dei siglo XX, ai menos en aquella tradició n fi·ancesa w ciológica y antropológica que se consuma con cl estructumlisn• o, 1'011 los estructuralismos. A princípios de siglo, Simiand las hada SIIY·"· Muchos anos después, en época reciente, cuando Pierre Bou~tlieu y otros colegas debían d ar comienzo a un manual de sociologl.t, .1 1111 manual que era nuevamente una antologia de textos, en este l•INII \11 bre e1 oficio de sociólogo, el autor dei que hacían partir los Jl iiii H'IIl~ principias era Durkheim y, en particular, reproducían aqucllus pn ~n jes en los que se pronunciaba contra las certidumbres del sculido 111 mún, contra los ído los dei conocimiento. La clave de la crltic.1 d111l1 heimiana era la denuncia de lo evidente, lo evidente concebido c 1111111 la apariencia de las cosas, la superficie irrelevante y engafios.t. François Simiand publicaba en 1903 «M éthode historiquc cl s1 1r 11 ce sociale» en la Revru de synthese historique. Muchos aiios dc~pué~. t'll 1960, Annales lo reproducía «surtout à l'intention des jeun c~ 111 ~111 riens, pour leur permettre de mesurer le chemin parcouru en 1111 th•ult siecle, et de 1)1ieux comprendre ce dialogue d e I'Histoire et dcs Sd1•11 cies sociales, qui reste le but et la raison d'être de notre Revuc••. l.m contextos habían variado y la impugnación de Simiand tenla cre~:l t vamen te un público bien diverso. En el p rimer caso, «Méthodc lm
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torique» era un artículo de provocación, era un reto lanzado cc:mtra los historiadores, en clara polémica con un célebre texto de Setgnobos. Frente a las certidumbres de la historia positivista, fre nte a las certidumbres de la escuela metódica, Simiand arremete contra aquéllos denunciando, en el sentido de Bacon, los ido/a de la tribu de los historiadores. Los ídolos ..de la tribu, a juicio de Bacon, eran aquellos que rcsultaban de la aprehensión errónea de los sentidos, aquellos que eran resultado de un entendimiento sesgado como consecuencia de la imagen deformada que dev?lvería el es~ej_o. human_o. Cuando Simi~d emplea esta metáfora identtfica tres preJUlCl~S habttuales entre lo~ htstoriadores. De éstos, aquel que ahora nos mteresa subrayar es JUStamente el ídolo individual. , El ídolo individual sería el resultado de «l'habitude invétérée de concevoir l'histoire comme une histoire des individus et non comme une é tu de des faits, habitude qui entrame encare communément à ordonner les recherches et les travaux autour d'un homme, et non pas autour d'une institution, d'un phénomene social, d'une relation à établir». La histeria, pues, se hallaria en una encrucijada. A falta de abundantes investigadores que se ocupen de una cosa y de la otra, ~e los hombres y de las instituciones, de los indivíduos y de las relactones, Simiand manifiesta la necesidad de optar por uno u otro camino y, a la postre, de sacrific~r lo i?dividual_ el?- benefi~io de 1?. co_Iect_ivo: «mais pourquoi ne pas mterdue, en pn_nctpe, ces etudes d tnStltu,twns faites à l'occasion d'un homme secondatre et n e pas demander l'etude des institutions elles-mêmes?». En síntesis, el argumento de Simiand se basa en tres supuestos: la impertinencia de la histeria individual, la irrelevancia de una historia basada en personajes seetmdarios y, finalmente, la improcedencia de una historia de los fenómenos colectivos dependiente de aquéllos. En 1960 cuando Annales vuelve a publicar el texto de Simiand, el artículo ;a no tiene el mismo efecto, ya no es un manifiesto, un reto o una provocación contra la acienti~cidad de la hi_s!oria. Es_ta acientificidad se habría ido superando graClas a la aportac10n annahsta. Ésta habría consistido en una aproximación entre la l~istoria y las ciencias sociales y, por tanto, entre sus respectivo_s mé~od~s, dan~o como resultado un análisis interdisciplinario en las mve~t1gac10nes hJstóricas. Habría consistido también en la superación dei ídolo individual, hecho que probaría cuánto se había avanzado e~ medio si~l o. En efecto cuando en 1960 se afirma algo así, se defendta en una epoca en el que las ciencias sociales francesas experimentaban la primera sacud ida dei estructuralismo. En 1958 se había publicado la Antropologfa estructural, de Claude Lévi-Strauss, y el ~élebre artícu_lo de Bra~ del sobre Ia larga duración. En 1960 aparecta E/ pensamtento salva;e, también de Lévi-Strauss. De esas intervenciones, dos hechos merecen
destacarse. El primero es el ataque antihumanista, dirigido contra Sar· tre y sobre todo contra las «Cuestiones de método» y contra su prolongación editorial: la Crftica de la razón dialéctica. El segundo es la conversión de la historia como investigación de lo inconsciente, de lo colectivo, de las persistencias y de lo que transciende la acción. Sartre había sido objeto de una debelación crítica por parte de H ei: degger, quien en su Carta sobre el humanismo e inspirándose en las ensenanzas n ietzscheanas denunciaba la índole metafísica que la idea de sujeto había tenido en la modernidad. La ficción dei sujeto coherente, continuo, autopoiético, le era reprochada a Sartre, y sobre todo ai Sartre de El existencialismo es 1m humanismo. La vuelta de Sartre a estos argumentos se produjo a finales de los anos 50, en una época en la que las ciencias humanas conspiraban contra la evidencia de aquel sujeto coherente y continuo, en una época en la que el psicoanálisis y la antropología mostraban los límites, la alteridad y la finítud de ese sujeto. Esto provocó una fortísima andanada por P.arte de Lévi-Strauss, así como una crítica más moderada por parte de· Braudel. En ambos casos, se hiz.o profesión de fe antihumanista, por lo q ue de metafísico tenía el humanismo, y se criticaba el postulado antropocêntrico que justamente le servía de base. En ese sentido, la denuncia que Lévi· Strauss hiciera en el último capítulo de El pensamiento salvaje de la concep ción de la historia de Sartre era una prolongación dei argumento que ya esbozara en la Antropología estmctural. Y (cuál era este argumento? A juicio de Lévi-Strauss, tradicionalmente historia y etnologia se habrían distinguido, se habrían separado, por el relieve dado a la acción humana. La hístoria habría sido el conocímiento de lo consciente, el estudio de lo q ue la voluntad humana deja como huella, e1 relato de los cambias visibles, perceptibles para los con· temporáneos y sus sucesores; la etnología, por el contrario, la etno· logía estructural, estudiaría lo inconsciente, aquello que transciende la voluntad humana y que ni siquiera deja huella evidente, aquello que persiste, aquello que opone resistencia a1 cambio. Desde esta perspectiva, la acción h umana resulta irrelevante por poco explicativa y ocultada más que mostraría la estructura profunda que la gobíerna, las regias y códigos cuya ignorancia nos hace creer en la libertad. Felizmente, concluía Lévi-Strauss, la nueva historia annalista, y en particular la encarnada en la obra de Braudel, superaba esa limitación original, ese vicio humanista que hada partir la explicación histórica dei postulado antropocéntrico, fome ntando en la disciplina las investigaciones tendencialmente estructurales. En este contexto, pues, reproducir el artículo de Simiand, reproducirlo en la revista Annales y hacerlo en la sección «débats et com· bats>•, en la sección de las controversias disciplinarias, era todo un sín· toma. Era un indicio dei camino ya recorrido, no dei camino que
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había que emprender. En efecto, se ponía en vecindad la crítica ai ídolo individual de la historia positivista con las prédicas antihumanistas que menudeaban en las p ublicaciones de los anos 70. C uando, como buen durkheimiano, Simiand prescindía dei individuo, lo hacía oponiéndolo a los hedfos sociales. Hablar de Jaits era aceptar las características que Durkheim atribuyera a los hechos en su obra metodológica. Para éste, los hechos (sociológicos) no se imponían ai sentido común, no eran una evidencia por sí mismos, sino q ue exigían un esfuerzo analítico, d e distancia y de abstracción. De este modo, sólo se concebiría como hecho aquel q ue rc;_uniera la doble condición constitutiva de la exterioridad y la coerció n:: es decir, aquel que rebasara la esfera estrictamente individual, la subjetividad dei individuo, aquel que pudiera enunciarse para d iferentes in divíduos; y aquel que lo restringiera, lo limitara y, por tanto, aquel que fuera resistente a su voluntad. La consecuencia inmediata de este punto de partida era la despersonalización de los fenómenos sociales y tendencialmente la destemporalización de esos mismos h echos. Uno de los ejemplos más sobresalie ntes que ilustrao su tes is es el dei suicídio. Durkh eim se desinteresa por completo de las razones individuales que pueden conducir a un sujeto a quitarse la vida, esto es, no son científicamente relevantes los m otivos q ue pretexta o aduce . Por con tra, la regularidad extraindividu al, la serialidad apreciable en las m agn itudes estad ísticas, es p ara él revelado ra de la estructura social y, en fin, d e lo que mancomuna a un sujeto con otros de su propio contexto o época. Este tipo de solución subvertía, pues, e! postulado antropocéntrico de las ciencias sociales y h umanas. En efecto, a partir d e este criterio podrían estudiarse los h echos sin tener que remitidos a su fundamento individual, y entre ellos el más relevante sería el encarnado por las institucio nes. En este sentido, las instituciones no serían la simple reunió n o agregación de los indivíduos que las constituyen, sino que tendrían una entidad ontológica superior o trascendente a sus miembros. Además, esas institucio n es ejercerían u n control sobre aquéllos, regulando sus acciones y codificando sus actos. M ás aliá de Durkheim , más aliá de su ejemp lo y de sus ideas, h ay un efecto durkheimiano en las ciencias sociales francesas, un efecto que uniría a aquél con Lévi-Strauss, a pesar de las protestas antidurkeimianas que este último pronunciara para marcar una distancia. Ese efecto se halla evidentemente en la figura y en la obra d e Mareei Mauss, un autor reverenciado por el etnólogo y a su vez colaborador y continuador d ei sociólogo. De hecho, y como es suficientemente conocido, la primera exposición sistem ática dei método estructural la h ace Lévi-Strauss en la introducción que escribiera para la antología de Mauss publicada en 1950. Allí, C laude Lévi-Strauss celebra la obra
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de Mauss y particularmente su Ensayo sobre los doms. (Por qué razón? Principalmente por d os: por la noción misma de hecho social total y por el sentido d e obligatoriedad q ue cabe atribuir a la institución del regalo, hallazgos que lo emparentan incluso con Freu d y que, en definitiva, aproximao la etnología ai psicoanálisis. Pcro, además, esc estructuralismo incipiente tien e tal ca'fácter por integrar la climensi6JI comunicativa en el dato inconsciente. Finalmente, su debelación dd postulado antropocéntrico, de acuerdo con la ensefianza durkheimi.l· na contenida en Las regias de! método sociológico, lo hace e1 precedente más inmediato dei quehacer antihumanista al que concurrirían b s ciencias sociales contemporáneas, quehacer expresamente enunciado en 1960, en El pensamiento salvaje. AI fin y a la postre, aquellos que regalan o reciben, aquellos que pareceo protagonizar el don, dcsem· penan verdaderamente u n papel irrelevante, secundaria, siendo sólo una p arte dependiente de un sistema total y obligatorio. Avancemos un p oco en e! tiempo. En 1966 aparecen dos o bras históricas muy distantes entre sí. Por un lado, I benandanti, de Carlo Ginzburg, y, por otro, la segunda edición dei Mediterráneo, ele Fernand Braudel. En su conocida Histoire du structuralisme, François D osse habla de esc afio coÍno «l'année lumiere>•, como <
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la tesis de Braudel sobre el Mediterráneo, recordando además el aprecio de este historiador por la larga duración (definida por é! mismo en 1958 en polémica con Sartre), por las permanencias, por las resistencias, por el lenguaje sedicentemente estructural y, en fin, por esa histeria casi inmóvil de la que él se encargó. En efecto, el historiador más representativo de aquella generación de los Annales cierra la citada obra con un texto redactado expresamente para esa segunda edición. En esa conclusión confies a, en primer lugar, haberse ocupado especialmente de «las regularidades de la histeria» que ha tomado por objeto, regularidades que, para él, son la otra forma de denominar las «localizaciones, permanencias, inmovilidades, ''te peticiones». Páginas dcspués, y tras haber subrayado las graves cuestiones de estructura a las que ha hecho frente, afiade: <> Por otro, y sabedor de que la metáfora no liquida el problema, sabedor de que ese lenguaje connotativo e impreciso no es exactamente una explicación, se desentiende de la cuestión al considerado como un asunto impropiamente histórico: <
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concluye de forma rotunda: <<... cuando pienso en el hombre indivi· dual, siempre tiendo a imaginármelo prisionero de un destino sobre el que apenas puede ejercer algún influjo, encerrado en un paisaje que se extiende ante y detrás de él en esas perspectivas infinitas que hemos llamado de la larga duración». Si se pronuncia así, si descree de Ja libertad como problema pro· piamente histórico, es por una inclinación personal. <
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!aciones sometidas a la matematización, a la que de m anera implíci· ta se presenta como estéril abstracción, nos alejan de la vida, (cuál es ese objeto otra vez designado a partir d e una metáfora en este caso positiva que se refiere a la irrigación, ai cultivo y, finalmente, a esa misma vida? '1 La vida es irrepetible. y sobre todo se caracteriza por su singulari· , / dad y su excepción: todas las vidas son singulares en el sentido de ser únicas y son excepcionales en el sentido de ser ajenas a la regia, de } no poderse definir a partir de la regia. De lo singular y de lo excep· · cional se ocuparía, decía Braudel en una página anterior y en la tra· ducción castellana, <>. Pero esas condiciones serían p ropias de los acontecimientos, esto es, prbpias de! ramo más despreciado de lo histórico, e! domínio en el qüe se ejercería la acción de los indivíduos: justamente por eso mismo, la ocupación «m icro· histórica>> no cobraría una dimensión ciertamente relevante. Braudel no cambió e! rumbo de sus investigaciones: en el Mediterráneo y des· pués, seguiria pronunciándose en términos ambíguos acerca d e la libertad y dei individuo, mostrando la incom odidad que estas concep· tos le provocaban.
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3. Recordemos nuevamente que en e! mismo afio en que se pu· blicaba la segunda edición dei Meditemí.neo, aparecía I benandanti. iEs relevante esta coincidencia? Como se ha constatado una y o tra vez, la influencia de los Annales es general en e! continente y, en particu· lar, es muy marcada en Italia. Un ejemplo que puede tomarse justa· mente como indicio de ese influjo es el caso de la revista histórica italiana más renovadora de las últimas décadas. Quademi Storici apa· recía en 1966 como una publicación regional y comenzaba su andadura incluyendo la traducción de «La larga duración>•, d e Braudel. Más aún, por su importancia, por su orientación y por su inicial fidelidad a la revista francesa, esa publicación ha sido concebida como los Annales italianos. Con ello se alude principalmente a la tarea de pro· moción de una historiografía abierta al debate histórico y a las cien· cias sociales. En efecto, como puede leerse en el an uncio de la publicación, aparecido en diciembre de 1965 y reproducido por Al· berto Caracciolo, su director-fundador, «il contatto stretto, l'incontro continuo con altre discipline -siano economia o diritto, sociologia o antropologia, demografia o geografia o altro ancora- sono dichiaratamente perseguiti». Y, en ese sentido, esos primeros Quaderni se veían como una publicación que difundía y ensanchaba la renovación annalista para fertilizar una historia local que cambiaba. Así se expresaba, por ejemplo, el propio Caraccio lo, para q uien aceptar el desafio de la interdisciplinariedad parecía entonces un reto directamen· te planteado a la histeria acadêmica, hecho gracias ai amparo de los
Annales. Más aún, Raffaele Romanelli, miembro dei consejo de re· dacción de la revista italiana y uno de sus integrantes más antiguos, nos relataba ese clima hostil en unos términos muy duros; nos describía, en efecto, e! ambiente en e! que nació aquella empresa y sn· bre todo nos confesaba el rechazo que el ejemplo francés aún pm· vocaba en ciertos ámbitos acadêmicos, «con aquellos catedráticos dt· histeria -aiíade con escândalo refiriéndose a la Universidad de Ron1.1 que todavía se permitían mofarse de los Annales, cuarenta anos d t'N pués de su fundación». Permítanme que les relate una anécdota -prosigue . Rcturltln que, cuando yo era un joven profesor ayudante en 1.1 UIIIVC:t,td.ul de Roma, me d irigí ai director de mi departamento p.tr.l ~ol it tt .u l r que nuestra biblioteca se suscribiese a Annaüs. Éstc, que et.t 1111 h i~ toriador bastante conocido, denegó tal petición argumcnt.tndo qtll' dicha publicación no era una revista de historia, sino d e gct11\t.tll.t, de economia, etc. Esto succdía en 1966. Más tarde sobrcvino cl llll. Y, cuatro aiios d esp ués, en 1972, salía a la luz el primcr vohHIIcll de la Storia d'ltalia, de Einaudi, que llevaba por título · f c:trnltcri o riginali» y que contenía trabajos d e geógrafos, de estudiosos dcl suelo, de urbanistas, de historiadores económicos, de juristas, etc. La obra registró un gran éxito comercial. De este modo, una his· toriografia •estructural» que rompía con la tradición •événementie· lle» de la historia, tan marcadamente ideológica, alcanzaba la ah:t divulgación.
Carlo Ginzburg no fue ajeno a estas hechos y a esta influencia. Aun cuando se incorporara tardíamente ai comité d e redacció n d e lnN Qjladerni (1978), lo cierto es q ue su propia obra y su papel clen lr~ de Einaudi estuvieron en sintonía con esa renovación. De entre l::ts dtvct sas pruebas que cabe mencionar está el aprecio antiguo que sinticnt por Marc Bloch y que él mismo ha admitido cuando recon~truyc. su itinerario intelectual. De eso, en efecto, hay además tres tcs ttm o 11w~. uno de 1965 y otros dos fechados én 1973. El primero de cllos ,., d largo artículo que Ginzburg publicara en Studi Medievali a prop6:.ttn d e la edición de los Me1anges Historiques de Bloch. El segundo, y .t\111 más importan te, es e! reconocimiento intelectual que le m os.t~.t r.t rx plícitamente, en concreto a favor de una obra que Juzga «dectstv.t• t' ll su formac ión, Los reyes taumaturgos, cuyo prólogo él redactara p:u.t l.t versión italiana. El tercero lo hallamos en la traducción que hicict.t de otra de las obras·clave de Bloch, Los caracteres originales de lll IJi.rtn ria ruralfrancesa. Este titulo, como nos recordaba Raffae le Romancll i, sería parafraseado en el primer volumen de la Storia d'ltalia (1970), volumen que contaba, además, con un largo texto de Braudel que fi guraba como pórtico.
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Antes de que e1 propio Ginzburg contribuyera a difundir a Bloch en Italia, con su prólogo y su traducción, la presencia de! historiador francês ya era evidendente en I benandanti. En dicha obra, ocupada de analizar, segím reza el subtítulo, la «S tregoneria e culti agrari tra Cinquccento e Seicento>>, 'Se citaba a Bloch, en concreto el volumen de los reyes taumaturgos, pero no a Febvre o a Braudel. Aquella investigación temprana había sido o bjeto de una lectura por parte de Delio Cantimori y ese dato es suficientemente revelador por la huella annalista que este lector aventajado imprime en aquella obra. A Cantimori, Ginzburg lo ha reconocido como uno de sus maestros, y en efecto así puede comprobarse en. sus primeras\ :>bras, particularmente en I benandanti, ll nicodemismo e I costituti di Pietro Manelfi. Además, los hi~to~iógrafos han sefialado que Cantimori fue uno de los pocos y ~rtnCipales receptores de Annales en la Italia de los anos 50, en particular de los Annales representados po r Febvre. Con éste justamente compartía el interés por el tema de la herejía en el siglo XVI. D e hecho, en última instancia, en e1 <> de 1972 que incorporara a I bmandanti, Ginzburg acabará reconociendo la deuda contraída con Febvre, pero sólo circunscrita a «il filone di ricerche da lui auspicato, e per certi versi inaugurato». (Cuál era esa corriente desarrollada bajo el amparo dei historiador francés? Como resulta evidente, Gin zburg se refiere a la histeria de las mentalidades, un domínio his· toriográfico en el que Febvre destaca como uno de sus impulsores. ~:~ra b~e?, la cita. revela no sólo una deuda, sino también una po· stcto n cnttca que t1ene que ver con lo colectivo y lo individual, o aJ menos con lo que los historiadores dei momento enténdían por tal. En ese nuevo «post-scriptum», aquello que subrayaba Ginzburg era el concepto de individualidad y las afirmaciones que él mismo había hecho a este propósito en I benandanti o, mejor, en el prefacio original, afirmaciones que ahora le disgustaban especialmente. En aquel p refacio, Ginzburg evitaba servirse de conceptos tales co~~ I?entalidad colectiva o psicologia colectiva. ( Por qué razón? A su JUIC!O, esas voces eran vagas y genéricas, insuficientemente explicativas, y eso mismo - anadimos nosotros- le hacía distanciarse de la historia de las mentalidades. Era éste un juicio que reiteraba los argumentos ya expuestos en 1965 en Studi Medievali. Marcar esa distancia, apostillaba, no se hacía sin riesgo, el riesgo de demorarse en lo individual, el riesgo de detenerse en los comportamientos individuales, o, más atm, e1 peligro de «cadere in un eccesso di pittoresco». El pintoresquismo era el peligro de lo individual, cs decir, era la rareza o la cxtravagancia dificilmente asimilables a los comportamientos colectivos y, por t:1nto, el objeto llamativo, expresivci, local e irreductible, el tema irrelevante de escasos peso y hondura en la investigación. Como se pucde o bservar, la posició n que manifiesta Ginzburg
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es ambivalente. Por un lado, descree de uno de los grandes avances de la historiografia annalista, la que se asocia inmediatamente con la historia de las mentalidades. Por otro, parece excusarse por la observación de lo individual, por el estudio del comportamien to privado c inconsciente, alertando ai lector de los p roblemas en los que puede incurrir ese tipo de investigación. Cuando, en 1972, afiade el «post-scriptum» se sentirá incômodo con sus propias palabras, hasta el punto' de que aquello que más descontento le deja no son las insuficiencias de la investigación, de su primera gran investigación, sino <> I benandanti era también un estudio sobre la mentalidad colectiva, esto es, sobre formas de concebir y de desc.ribir el mundo que compartían indivíduos diferentes. Si eso es así, (por qué rechazaba el uso de ese término? Más aún, (por qué lo rechazaba si era evidente para él mismo la deuda contraída con Febvre y con la corriente que éste auspició e inaugurá? La solució n que él mismo se daba en 1972 no va a ser muy diferente de la que después defenderá en E! queso: a fu erza de insistir en lo común y en lo homogêneo, tomamos lo uno y lo otro como el punto de partida, como la evidencia extraindividual incontrovertible, y corremos, ahora sí, el riesgo de olvidar las divergencias y los contrastes que se dan entre las mentalidades de los diferentes grupos sociales. La referencia ai pintoresquismo, que seria el peligro denunciado o conjurado temerosamente, es liquidada. M ás aím, hay en ese «post-scriptum» un m ayor atrevimiento y, además, un anuncio que presagia el estudio sobre Menocchio, un anuncio en el que promete volver para ocuparse de diversos aspectos de la cultura popular y para afrontar esas m ismas cuestiones que ahora se planteaba. En efecto, uno de los objetos de discusión que aparece explícitamente en el prefacio de El queso es la crítica a la histoire des mentalités. Ginzburg tuvo una relación evidente con esta corriente, pero, a la vez, se distancia inmediatamente tomando de nuevo el mejor adversario posible, Lucicn Febvre. mo qué consistían los cargos que ahora !e imputaba? Ginzburg se extiende en algunos de los argumentos ya tratados en I benandanti o en Studi M edievali y en particular le incomodao dos de los rasgos que caracterizarían la noción de mentalidad. Por un lado, m entalidad siempre alude ai componente colectivo de una sociedad o de una época, es decir, a Io que aúna a un individuo con su tiempo y con sus contemporáneos. Ese rasgo le otorga una connotación interclasista imprecisa que desvirtúa los atributos diferenciales ai poner el acento en lo genérico y en lo universal. Fren· te a ello, prefiere utilizar el concepto de cultura popular porque le permite establecer m ejor los límites sociales en los que insertar el caso
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o bjeto de estudio. Aunque Ginzburg no lo seiiala, hay que in dicar que el concepto de mentalidad, dei que pronto se desprendió la psi· cología, ha tenido un uso problemático. Su elaboración cabe dataria a princípios de nuestro siglo y tuvo un origen francés. Bajo influencia de Durkheim, responsable de nocio nes como las de conciencia colec· tiva, representaciones coleçtivas, etcétera, una generación de sociólo· gos franceses propuso otros conceptos próximos, claramente deudores de las anteriores: entre ellos, el de m entalidad fue el más difundido. Lévy·Bruhl y Halbawchs emplearon este término para designar la for· ma peculiar de pensar de los prim itivos o las concepciones dei mun· do que afectan a una colectividad. Es decir, éstos y otros autores pu· sieron el acento en el aspecto colectivo, en la -huella que la sociedad deja en los indivíduos que la componen. Aunque sus ideas no son siempre coincidentes con las de Durkheim, es a este pensador a quien debemos la caracterización de los hechos sociales a partir de Ia coer· ción q ue Ia sociedad ejerce sobre los individuas y a partir de la exte· rioridad de sus actos. La sociedad no depende ni de Ia voluntad ni de la subjetividad de sus miembros y, además, ejerce sobre ·ellos un freno y un control dei que no pueden desprenderse sin penalización. Lucien Febvre y otros historiadores de los Annales incorporaron esta noción y sobre todo la componente colectiva que la caracteriza. Con ello pretendían resolver la tensión entre lo individual y lo co· lectivo que afecta a la biografia y a la historia. El descubrimiento de las constricciones que limitan hasta el extremo el supuesto de la li· bertad de elección se tomaron en la tradición de los A nnales como un avance cognoscitivo, como un avance que venía a superar la in· genuidad antropocéntrica que ya denunciaran Durkheim o su discí· pulo Simiand. Esta es la razón por la que Carlo Ginzburg se opone fron talmente a este concepto y al modelo analítico del que depende. Si Febvre pretendia explicar e! siglo XVI a partir de Rabelais, Ginzburg no tiene por propósito iluminar esa ép oca a partir de Menocchio. Lo q ue le reprocha es, pues, convertirlo en epítome de su sociedad como si aquél condensara los rasgos generales de una época, de un contex· to próximo, por encima de las diferencias de clase o de las divergen· cias infinitas que se dan entre indivíduos irrepetibles. En ese sentido, lo que Ginzburg se propone no es tanto fundamen tar por qué esos indivíduos son irrepetibles cuanto ponerlos en relación con contextos que los trascienden y que no son evidentes. Por eso, la propuesta de Febvre le parece equivocada para enfrentarse a la tarea de desentraiiar las confesiones dei célebre molinero friulano. Por otro lado, el segundo rasgo central que Ginzburg deplora en el empleo de la voz mentalidad es el de la irradonalidad. En efecto, a juicio de este autor, la mentalidad alude a «las supervivencias, los arcaísmos, la afectividad, lo irracional», esto es, al conjunto de ele·
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mentos que van más aliá ele la lógica y que, por tanto, no son fruto o consccuencia ele la intervención racional y consciente de! individuo. Cada época dejaría en cada uno de sus miembros un legado de cos· tumbres y tradiciones ai que estarían sujetos, dcl que no podrían ele~· prenderse y q ue sería lo que les caracterizaría intimamente. Son éso~ «elementos inertes, oscuros, inconscientes de una determinada visión dei mundo». Este aspecto extraintencional, que es evidente que se d •• en la vida psíquica de los indivíduos y en· la vida colectiva de UJ I.J 'o ciedad, le resulta igualmente inaceptable si se convierte en el dato cc•n trai de la mentalidad. N o es que Ginzburg niegue la existencia de l."" elementos, sino que el énfasis dado a los mismos, tal y como l ut~ ·c· n los historiadores de las mentalidades, desvirtuaria la intervcnción .te tiva, racional y consciente que Menocchio parece tener en h cl.1ho ración de su cosmogonía. Sin em bargo, en cierto modo, la posición de Ginzburg sobre la histeria de las mentalidades no eleja de ser ambivalente y la mejor prueba que tenemos de ello es el prólogo que escribiera para la cdi· ción italiana de Los reyes taumaturgos, de Marc Bloch. En ese texto, como en algún otro anterior, profesa toda su admiración por cl historiador francês, reconociéndole como un referente básico de la rc· novación historiográfica contemporánea. A su juicio, Bloch reúne la m ejor lección erudita que recibiera de Seigno bos y el m ejor ejemplo de cientificidad heredado de Durkheim. En particular, un aspecto que subraya en esta obra es la expresión clave de «representaciones colccti· vas». En efecto, Bloch se ocuparia de estudiar la creencia en el poder taumatúrgico de los reyes franceses e ingleses así como su permancncia y sus consecuencias. Ginzburg reconoce la estirpe durld1eimiana de aquel concepto y valora positivamente su empleo, en tanto que permite a Bloch describir unas emociones colectivas y unas creen c i.1~ irracionales q ue, inmunes a la prueba, habrían perdurado. El Bloch que habla de representaciones colectivas sería el universitario de Es trasburgo que compartiria con Febvre, Blondel y Halbwachs la in quietud m etodológica que les despertara Durkheim. (Por q ué es ambivalente lo que Ginzburg nos dice aquí? En principio, lo que nos llama la atención en esta obra de Bloch es que no hay alusión cxpll cita a Durkheim, cosa que no ocurre en su lntroducción a la IJistmia, donde habla con gran ad miración dei sociólogo, pero para seiial:u que su posición científica -basada en la idea de ley y de repetición- C\ taría ya entonces superada. Algo similar había destacado el propin Ginzburg en su reseiia de 1965. Sin embargo, que no lo cite no sig nifica que no lo utilice. El uso que le da es variado. El primero, y más evidente, es el estudio de una institución, cslo es, la conversión de un hecho social en institución, concebida en eslc caso como un dato extraindividual y coercitivo. Además, nos habla,
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en efecto, de representaciones colectivas, vocablo 9~1e proced_e direc· tamente de Durkheim, aunque. en Bloch esta expres10n·clave v1ene co· múnmente asociada a la de conciencia colectiva, y este término es ver· daderamente incômodo para Ginzburg. Mientras representación alude en Durkheim a una cristalizacíón parcial, en diferentes grupos sacia· les, de creencias y de COIJCepciones, conciencia, por el contrario, des· cribe genéricamente el conjunto de sen timientos y de certidumbres comunes ai término medio de una sociedad dada. M ientras el primero permite discriminar, el segundo, por contra, convierte en homogéneos los resultados de esa cristalización. Como indica Steven Lukes, el propio Durld1eim prefirió finalmente acogerse ai término de repre· sentaciones colectivas en vez de aludir a ese magma impreciso que sería la conciencia media de una sociedad dada~ Pera el sociólogo fran· cés tenía otra razón para hacerlo: la conciencia colectiva sería carac· tcrística y dominante en las sociedades de solidaridad mecánica, mientras que su incidencia decrecería con la evolución histórica. Si Bloch hubiera hablado de la sociedad contemporânea, la noción de conciencia colectiva le habría sido poco operativa. Sin embargo, ai centrarse en los tiempos medievales, en la época de sociabilidad preliminar, como diría Comte, ei concepto no p uede ser abandonado inmediata· mente, y por eso va asociado ai de representación colect_iva. Es deci:, si los ritos de curación form an parte de esas representac10nes colectl· vas, a su vez éstas integran ese todo coherente y funcional que es la conciencia colectiva. Ésta podría ser la razón por la que Ginzburg obvia es_a dua~ida? ai introducir la o bra de Bloch, seguramente porque se stente mco· modo con una noción tan vaga como ésa. Por eso mismo llama la atención que, cuando en esos a1ios critica el concepto asociado de mentalidad colectiva, centre su diatriba en Febvre y eluda cualquier referencia a Bloch-Durkheim. De hecho, a pesar de todo, lo q ue m ás valora en Los reyes taumaturgos es precisamente la inserción de lo individual en lo colectivo, en ese plano profundo, espontâneo, inconsciente de las representaciones colectivas. Para subrayar todo eso, Ginzburg apela a Lévi·Strauss y, en particular, al célebre primer capítulo de su Antropologia estructural, aquel justamente en donde ~e in dic~ba cómo la historiografia reciente se había decantado por lo mconscten· te, lo estructural y las permanencias. Así pues, la pregunta es eviden· te: (cómo soluciona Ginzburg esa inserción de lo individual en lo co· lectivo sin recaer en las insuficiencias que él haHaba en Febvre? Todo parece indicar que la vía escogida es sen:ejan t~ ,a la de Bloch. Hay_ un primer paso que pe rmit~, en efecto, _la msercton de ?~ caso part1: u· lar en un fenômeno mas general. <<
Durkheim no le interesaría y ai que Bloch, como historiador, no re· nuncia: la vuelta ai contexto de lo particular, ese contexto que per· mite ver las causas o las razones de surgimiento dei caso. Es como si ai Durkheim de! suicídio se le pidiera un regreso al contexto de los suicidas para entender las razones personales de las que el sociólogo hizo abstracción.
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aceptadas comúnmente para definir las relaciones sociales y llevaba hasta el límite las reivindicaciones utópicas. Si la cultura, la moralidad y, en fin, la civilización occidentales se vieron sacudidas por tales impugnaciones, la sociedad y la economía no quedaron ajenas a esa. convulsión. Como. es común admitir, la gue· rra de! Yom Kippur originó una gravísima crisis energética. M ás allá de las dificultades coyunturales, esa crisis obligó a replantear el mo· delo de crecimiento económico occidental, hasta el punto de que fue discutido ei industrialismo que lo había caracterizado. Ahora bien, este último no era un rasgo exclusivo dei capitalismo, sino, más en gene· ral, el horizonte y la elección dei desarrollo para cualquier tipo de so· ciedad. La consecuencia inmediata de ese desconcierto fue la contra· vcrsia a propósito de la noción misma de progreso . Si se discutía sobre tal meta, el debate afectaba a Oriente y a Occidente y, por tan to, obli· gaba a replantear las descripciones históricas y los itinerarios seguidos por los first y los late comers. ' Un tercer proceso histórico a tener en cuenta para apreciar la pro· fundidad de aquellos cambias es el d e la descolonizació n. Es eviden· te que la liquidación de los imperios coloniales empieza con anterio· ridad a los anos 60 y se prolonga a lo largo de varias décadas. Más aliá de los camb ias que se producen en el mapa p olítico durante aque· llos anos, el elemento capital de esa transformación es ei impacto que produce en la percepción que unos y otros van a tener de su relación. Por un lado, el sentimiento de pérdida que van a experimentar las an· tiguas potencias colon iales, lo cual supondrá el cuestionamiento de! papel anteriormente ejercido e incluso una sensación de crisis de iden· tidad y de legitimidad. Por otro, la constante aparición d e nuevos Es· tados llevó aparejada una construcción·reconstruccíón cultural y, por extensión, una multiplicació n de centros y de lógicas históricas dife· rentes. Es decir, la descolonización va acompanada en las antiguas me· trópolis d e una denuncia de! etnocentrismo, de! curocentrismo y, a la vez, de una impugnación frecuentemente radical de! papel que se h a· bía ejercido. D e hecho, el propio Ginzburg era consciente de ese trasfondo y sobre é! se pronunciá explícitamente. En 1979 publicaba junto con Carla Poni un breve artículo en la revista Quaderni Storici que repro· ducía una comunicación presentada al coloquio «Los Amudes y la historiografia italiana», celebrado en Roma en ese mismo ano. En dicho texto, los autores senalaban los cambias producidos en la investiga· ción histórica y los remitían no sólo a factores internos de la propia disciplina, sino también a otros d e índole extrahistoriográfica. Se aludía explícitamente a las duelas de carácter radical aparecidas en los anos 70, como consecuencia de u n doble proceso. Por un lado, se mencionaban fe nómenos históricos concretos (guerras, d esastres eco·
lógicos, ctcétcra), fcn6 menos que inducían a poner en discusi6ll ob jetivos estratégicos que se daban por descontados desde hacla muclw tiempo y cuyo replan teamien to suponía volver a analizar las regl.1\ tlrl juego. Por otro, anotaban la aparición de nuevos objetos hislÓt iem, nuevos temas como e! de la vida privada, lo p ersonal, lo vivido, 111 cétera, es decir, esos cambias ponían de relieve e! descubrilnit•lllo ~ ~ descubrimiento de n uevos actores sociales. Estos fenómenos históricos constituyen el referente cnutcxt Ih li .1 partir dei cual puede entenderse E! queso. En e~t.l obra, su .1111 w rece h aber abandonado efectivamente la «Íngenuidad» que él tni ~ tno observaba en su planteamiento origin al de I benandanti apost.tndu .tl1o ra y sin arnbages por lo que p arece ser una historia individual. Eu c\c sentido, lejos de abord ar otro estudio más de esa rnisma histo11.1 sn cial, de esá investigación comúnmente serial y cuanlitalivn, intpnlsn· ba un cambio de perspectiva. En efecto, e! autor n os proponln y nns sorprendía con otra manera d iferente de ernprender el análisis dcl tiiÍ\ mo objeto que p arecía distanciarse de algunos de los hallazgos y cun quistas de las últimas décadas. Sostenía, en suma, la posibilidnd y !.1 pertinencia de una historia social individual. andividual ?
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razón, y ahora más importante, radicada en desarrollar la investiga· ción a partir de una idea trivial: la ,de_ que todo individ~o e~ ~ijo _d~ su propio tiempo. Más aún, el autentico reto de una h1stona md1Vl· dual no sería tanto encontrar lo que tiene de común y de reiterado el sujeto con su época cuanto averiguar la especificidad que lo dis· tingue de su inmediato contexto social y que no lo hace evidente. La segunda de las opciones que planteaba Ginzburg, la de la ex· humación de individues irreductibles, es justamente la vía que elige en El queso. Veámosla. Si tomamos la idea de forma literal, la con· cepción de Ginzburg no sería menos trivial que la de Febvre. El in· dividuo; que efectivamente no es un objeto de., poca monta, es siem· pre irreductible, es singular y, desde determirt.ado punto de vista, incomparable. Todos tendríamos ingredientes que nos harían incon· mensurables, marcándonos en 1mestra propia especificidad. Entonces, (a qué indivíduos irreductibles se refiere Ginzburg? Si Menocchio no cs típico, si no es estadísticamente representativo, eso quiere decir que ticne algunos atributos que le dotao de un carácter especial. Ahora bien, ese carácter especial lo tendrían todos los indivíduos por su mis· ma condición. (Cómo salir, pues, dei atolladero? La razón no estriba tanto en Menocchio, en un individuo irreductible, cuanto en un con· junto de actidentes encadenados: hay una fi.tente que conserva su hue· lia, ésta se elaboró porque intervino la Inquisición, el Santo Oficio instruyó una causa porque tuvo conocimiento de sus ideas, y éstas se difundieron porque algunos de sus vecinos y contemporáneos se fi.te· ron de la lengua. Como concluía Ginzburg, «sabemos muchas cosas de Menocchio (...), de tantos otros como él, que vivieron y murieron sin dejar huellas (...), no sabemos nada>>. Es decir, el propio histeria· dor es consciente de que la rareza de Menocchio pudo muy bien ser compartida y no ser por tanto tal rareza, y en tal caso esa condición excepcional sería algo propio de cualquier individuo, a poco que ave· · · riguáramos quién era y cómo pensaba. En efecto, el ejemplo de Menocchio ilustra el problema de la re· presentatividad y de la excepcionalidad. En el prefacio de El queso, el molinero es calificado de caso límite, dotado de una singularidad nada típica, es decir, nada representativa de lo <>. Ese caso extremo sería revelador en un do· ble sentido. En negativo, porque describiría cómo la excepcionalidad de Menocchio atenta contra lo normal b lo habitual. En positivo, por· que incluso en ese caso límite hay huella de su tiempo: <
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siguiendo a Lawrence Stone y en alguna medida a E. P. Thompson, las vías de una prosopografia popular. Para debatidas, los autores uti· lizaban una expresión paradój ica, un oxímoron: <
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Por su parte, Foucault hablaba de ilegalismos a la hora de describir las abundantes infracciones que cometían los sectores populares y que vulneraban un sistema punitivo atroz y poco eficaz. En consecuencia, aquel que es encausado o condenado por las instituciones no es exac· tamente e1 delincuente qlJe en el sigla XJX se creará como figura pe· nal, sino que es (o al menos es tenido por o percibido como) uno de los nuestros, alguien que pertenece a una comunidad y expresa sus as· piraciones. Dicho en otros términos, la represión judicial y policial contemporánea logra estigmatizar ai delincuente como figura margi· na! que se apartada de la sociedad. De hecho, cuando Ginzburg y Poni hablaban de esos delitos frecuentísimos que serían la norma más que la excepción en la sociedad preindustrial, se cuidaban mucho de incluir los procesos judiciales de! siglo XIX, justamente porque aquel delincuente ahora sí es percibido como Ia excepción más que como la norma. Ese asunto, la excepción y la norma, o mejor, la posibilidad de ca· lificar a Menocchio como un personaje excepcional normal, es reto· macio anos después. En 1989, y en el número que A nnales organiza· ra sobre e1 tournant critique de la historia, uno de los trabajos que se incluían era el que Giovanni Levi dedicara a «Les usages de Ia bio· graphie>>. La reflexión que emprendía este historiador italiano tenía por objeto relacionar un género clásico, la biografia, con los hallaz· gos y las incertidumbres con que se topaba la disciplina. La biografia había sido una forma de reconstrucción histórica tradicional basada en la separación entre objeto y sujeto, así como en la convicción de que era posible restituir un pasado individual a partir de fuentes diversas. La identificación entre hístoria y biografía había sido así un hábito característico al menos desde épocas remotas. Por alguna razón o razones, aõadía Levi, la biografia se encontrada en el centro de las preocupaciones de los historiadores y les obligaría a renovar su uti· llaje analítico, sus instrumentos de explicación, así como los procedi· mientos de comprensión. El tournant critique de la historia sería sobre todo el de su relación con las ciencias sociales. Pues bien, uno de los descubrimientos recientes y uno de los avances más notables que esas disciplinas habrían registrado en nuestro síglo sería el dei análisís de la acción. Acción individual y colectiva, capacidad y límites de la racionalidad humana, restricciones de! contexto, regias y prácticas, etcétera, se· rían así algunos de los elementos básicos dei tratamiento dado a este tema por parte de las ciencias sociales. La hístoria podrfa replantear estas cuestiones remitiéndolas a uno de sus géneros tradicionales, la biografía. Ahora bien, ese género no podría ser abordado desde la in· genuidad metodológica o desde la omnisciencia característica que los historiadores mostraron en el pasado. Por contra, la biografia debería
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plantearse desde una metarreflexión que pusiera de relíeve las con· venciones dei género y las posibilidades de reconstrucción de la ver· dad. Entre los diversos tipos que mencionaba, Levi hablaba en un de terminado momento de <
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tro sigla ya no son ese personaje dei naturalismo ai que antes aludíamos, tampoco los biógrafos de nuestro tiempo son ese narrador sabelotodo que esconde su ignorancia. De hecho, el propio Ginzburg es consciente de estas cambias en e1 gênero biográfico y narrativo. En efecto, cuando en los anos 90 se le pidiera una reflexión sÔb~e su iti.nerario intelectual, reflexió~ q~e publicó con el título de «M1crostona: due o tre cose che so ch le1», hablaba de El queso como un ensayo de experimentación narrativa. Según seiíalaba, aquella investigación no era sólo «la reconstrucción de una vivencia individual», sino que era una investigación sobre las posibilidades del <
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los que tropieza y los recorridos hipoteticos que propone. Este sujeto de la enunciación no es e! historiadror omnisciente que se cancela y que muestra la totalidad histórica, sinro que es un relator que parece hacer explícitos sus recursos y sus lirni1taciones y que, por tanto, establece un diálogo, aunque sea formal y retórico, con Menocchio, con los que lo encausaron, con sus contemporâneos y, finalmente, con el lector posible. Eso quiere decir que el Jpersonaje que es objeto de re- · construcción nunca queda aclarado, siiempre es un Menocchio potencial cuyas cualidades o atributos som pensados a partir de ese diálogo y a partir, en fm, de las soluciones tentativas que el biógrafo nos daría. Ahora bien, (en qué tipo de infornnaciones basa esa reconstrucción? El reparo rnayor para aceptar E! !queso como perteneciente a la biografia sería e! de que todos los avat;ares del personaje, característi· cos de este gênero, se ponen de relieve :sólo porque iluminao las confesiones hechas ante el inquisidor y po1rque nos inforrnan a propósito de una cosmogonía. Tanto las actas inquisitoriales, que recogen la voz dei personaje, como el historiad01r, que lo recupera, retendrían sólo aquellos datas que hacen de Mentocchio un caso. Ya el propio Ginzburg era consciente en un artículo temprano, fechado en 1961 y reproducido después en Mitos, emblemtur, indícios, de las cautelas a seguir ante la técnica judicial o inquisitorüal dei interrogatorio. Los efectos de la tortura condicionan el tipo dle respuesta, pera incluso ésta se ve determinada 'por las preguntas y por la orientación que el tribunal !e da a la causa. Dicho en otros términos, sólo tiene respuesta aquello que es pieguntado. En ese sentido, en algún pasaje de su obra, en La verdad y las formas jurfdicas, Miclhei Foucault se extendía también sobre este asunto. En efecto, segúln indicaba, la instituci6n dei examen como forma de interrogación contemporânea hundiría sus raíces en la pesquisa inquisitorial: esa !Pesquisa solía reunir una gran cantidad de datas sobre el individuo qme era objeto de averiguación. Ahora bien, esa información estaba ses~ada porque sólo recogía aquel caudal de datos que confirmaban ai pcersonaje como un caso. Carlo Ginzburg se defendía implícitamente de este tipo de reparos mostrando la singularidad de Menocchio, ·esta es, argumentando que el molinero era tan temerario como para :agrandar sus respuestas, multiplicar las referencias, contradecirse conttinuarnente. y retar una y otra vez ai propio tribunal, que se veía así lllevado a inquirir por aspectos no previstos. Esta libertad enunciativat dei molinero haría que Menocchio no fuera un caso, es decir, que sus palabras no pudieron ajustarse al corsé habitual del Santo Oficüo. Esta temeridad le costó la vida, pero, a juicio dei historiador, penmitió que los vestígios conservados no fueran rutinarios o escasamemte informativos. Ahora bien, que el Menocchio emcausado sea algo más que un
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tro siglo ya no son ese personaje dei naturalismo al que antes aludíamos, tampoco los biógrafos de nuestro tiempo son ese narrador sabelotodo que esconde su ignorancia. De hecho, el propio Ginzburg es consciente de estos cambios en el género biográfico y narrativo. En efecto, cuando en los anos 90 se le pidiera una reflexión sÔb~e su it~nerario intelectual, reflexió~ q?e publicá con el título de «Mtcrostona: due o tre cose che so dt lei», hablaba de El queso como un ensayo de experimentación narrativa. Según seõalaba, aquella investigación no era sólo <
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los que tropieza y los recorridos hipotéticos que propone. Este sujeto de la enunciación no es el historiador omnisciente que se cancela y que muestra la totalidad histórica, sino que es un relator que parece hacer explícitos sus recursos y sus limitaciones y que, por tanto, establece un diálogo, aunque sea formal y retórico, con Menocchio, con los que lo encausaron, con sus contemporáneos y, finalmente, con el lector posible. Eso quiere decir que el personaje que es objeto de reconstrucción nunca queda aclarado, siempre es un Menocchio potencial cuyas cualidades o atributos son pensados a partir de ese diálogo y a partir, en fin, de las soluciones tentativas que e1 biógrafo nos daría. Ahora bien, (en qué tipo de informaciones basa esa reconstrucción? El reparo mayor para aceptar El queso como perteneciente a la biografia sería el de que todos los avatares de! personaje, característicos de este género, se ponen de relieve sólo porque iluminan las confesiones hechas ante e! inquisidor y porque nos informan a propósito de una cosmogonía. Tanto las actas inquisitoriales, que recogen la voz de! personaje, como e! historiador, que lo recupera, retendrían sólo aquellos dates que hacen de Menocchio un caso. Ya el propio Ginzburg era consciente en un artículo temprano, fechado en 1961 y reproducido después en Mitos, emblemas, indicios, de las cautelas a seguir ante la técnica judicial o inquisitorial dei interrogatorio. Los efectos de la tortura condicionao el tipo de respuesta, pero incluso ésta se ve determinada 'por las preguntas y por la orientación que el tribunal le da a la causa. Dicho en otros términos, sólo tiene respuesta aquello que es preguntado. En ese sentido, en algún pasaje de su obra, en La verdad y las formas jurfdicas, Michel Foucault se extendía también sobre este asunto. En efecto, según indicaba, la instituci6n de! examen como forma de interrogación contemporánea hundiría sus raíces en la pesquisa inquisitorial: esa pesquisa solía reunir una gran cantidad de dates sobre el individuo que era objeto de averiguación. Ahora bien, esa información estaba sesgada porque sólo recogía aquel caudal de datos que confirmaban al personaje como un caso. Carlo Ginzburg se defendía implícitamente de este tipo de reparos mostrando la singularidad de Menocchio, esto es, argumentando que el molinero era tan temerario como para agrandar sus respuestas, multiplicar las referencias, contradecirse continuamente. y retar una y otra vez al propio tribunal, que se veía así llevado a inquirir por aspectos no previstos. Esta libertad enunciativa dei molinero haría que Menocchio no fuera un caso, es decir, que sus palabras no pudieron ajus· tarse al corsé habitual dei Santo Oficio. Esta temeridad le costó la vida, pero, a juicio de! historiador, permitió que los vestigios conservados no fueran rutinarios o escasamente informativos. Ahora bien, que e! Menocchio encausado sea algo más que un
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caso rutinario no impide que sus datos se empleen instrumentalmente. Por parte qe la Inquisición, el discurso asilvestrado de! molinero confirma a la postre su culpabilidad. Por parte de! historiador el ejemplo de Menocchio es una muestra de algo que lo trasciende. Esto es, sus ~vatares personales, su vida irrepetible, aquello que lo hace único y dtferente ceden en"beneficio de interpretaciones más generales que lo emparentan con su tiempo y con su cultura. Como veíamos antes y el_ propio Gi~zburg se encarga~a de recordado, nadie .escapa a su propta cultura st no es para hunduse en el delírio y en la incomunicación. E! ejemplo dei molinero permitida hablar de esa cultura a la que é! pertenece, pero, más aún, sería es~ cultura soterrada la que finalmente se convertida en objeto de conoci~iento. Esto es, esa historia de la cultura popular que anunciaba en la edición de 1972 de I benandanti, esa historia individual que se proponía en E! qlieso, se consumaba como una investigación implícitamente colectiva. En efec~o, _n? habría aquella «ingenua contraposición» entre lo colectivo y lo mdiVIdual con la que se habría confundido e! propio Ginzburg en su obra temprana: si lo individual tiene interés es porque condensa contradictoria~ente los rasgos de una colectividad, rasgos que, no obstante, no stempre proceden de su entorno más cercano. Por tanto, a Menocchio se le toma instrumentalmente, en la medida en que su vida yermite decir cosas sobre la cultura popular y sobre una con· cepctón dei mundo cuyas fuentes y orígenes son e.xtraindividuales e inclus_o muy _lejanos._ El contexto sociopolítico dei Friuli de) siglo XVI, reductdo cast exclusivamente al capítulo séptirno, era poco relevante en relación con ei caso de herejía. Por ello, su supresión no habría alterado de forma significativa el resultado de la investigación. El contexto estrictamente individual, es decir, lo que hace irrepetible a Menocchio como individuo, pierde peso e importancia frente a lo que 1~ trasci7nde. Que Menocchio tr~~sitara de Montereale a otra poblactón vecma o que sus afectos familiares cambiaran a lo largo dei tiempo, así como otros elementos que configurao su biografia, no cobran una dime~si?n determin~nte para aclarar e! origen de su cosmogonía y la pecultandad de sus tdeas. De hecho, sólo su condición de molinero es destacada reiteradamente por Ginzburg para aclarar parte de los argumentos que ofrece. M_ás aliá de eso, la vida de Menocchio que conocemos es la que se refleJa en ambos procesos inquisitoriales. Por tanto, un caso llmite como el que se propone sería, a pesar de todo, representativo de una determinada cultura, de aquello que mancomuna a Menocchio con sus vecinos, sus iguales e incluso con un mundo rural más amplio, distante. Por un lado, sus confesiones muestran unos razonamientos irreductibles a esquemas inmediatamente conocidos, esquemas que entroncan con una tradición oral secular. A su vez, las ideas de Menocchio manifiestan una sorpren-
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dente convergencia con la alta cultura de la época. Es en este sentido en el que también es ~epresentativo: muestra las relaciones que se dan entre la alta y la baJa cultura. Esa reiación le interesa especial· me,n_t~ ai autor porque, desde su perspectiva, habría sido objeto de un analtsts erróneo que partía de) supuesto de la total separación entre ambas esferas. Por eso, anadía Ginzburg, había investigaciones (Mnn• drou, Bolleme, etcétera) que estudiabari equivocadamente los prod111 tos elaborados por la clase dominante para consumo de las cln~c~ po pulares como st fueran verdaderamente cultura popular o como si c1u~ productos fueran consumidos y adaptados de acuerdo con 1 .1~ im truc~io~es de quienes los elaboraron. Frente a esos usos, cl histuli 1 dor ttalta~o recordará la fertilidad dei ejemplo de Bajtin y, cn c:o11 ereto, su l~bro· sobre Rabelais y la cultura popular de la época, un libm qu,e permtt~ const~ir una hipótesis que a Ginzburg le parece mucho mas a~ractt;a: «dtcotomía cultural, pero también circularidad, in· fluencta rectproca (...) entre cultura subalterna y cultura hegemónicn... S. Convc;ndría detenerse en este autor para entender mcjor l.n apuesta de Gmzburg. Ante todo, y según confiesa en E/ rjlleso, cono ce esta obra de Bajtin a través de la traducción francesa. En efc cto In difusión europea de este autor y de sus libras llega por via fmn cÓfona y, en particular, gracias a la labor divulgadora de Tzvetan Todo rov y Julia Kristeva, es decir, llega a través de la obra de dos cslu· diosos búl~aros afincados en Paris en los anos 60. (Q\.té cs lo que: hace_ ~tracttvo ~ un autor tan lejano? (Q\.té es lo que hacc que su te cepc10n haya stdo tan afortunada? Cuando T odorov y Kristeva lo d11n a conocer en Europa, Occidente está en esa fase crítica de aut nim pu~nación, que sigue ai proceso descolonizador y a las ~onvul~iour~ s~ctales de! 6~. E~ esos anos, pues, uno de los problemas ttuc drN pterta mayor mqutetud es el de! problema de la identidad cl de In definici~n de ~us límites. Bajtin, _Todorov, Kristeva y también Ali Mil~ to Po~~10, el mtroductor dei pnmero en Italia, pueden verse conto los teoncos y defensores de la idea de alteridad. Puestos a dcfi11it l11 identidad, los occidentales descubren que el otro no está fuc: t.l de· nosotros, sino que ei extraiio es una parte de nosotros mismm. l'n c tanto, el diálogo cultural y la pluralidad de voces están en nu e~tc u uc terior. Bajtin era e! referente de los estudios literarios que m:h .ulr cuadamente podia servir para esta refle.xión y Freud era el intcrlo1 11 tor temprano que permitía también pensar esa alteridad . Uu c:Nc' sentido, ~enocchio es un medium porque a través de él se exprcsnu una pluraltdad de voces que ni siquiera él mismo conoce o domino y, por tanto, lleva incorporada esa alteridad. . As! pue_s, ei conocimiento de Bajtin lo es por medio de los cstu• dtos ltteranos que Todorov y Kristeva desarrollan en sintonia con cl
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estructuralismo francês. lCuáles son los aspectos concretos de la in· vestigación de Bajtin que se difunden? La principal aportación de este autor, procedente dei formalismo ruso, es la del dialogismo. Estu· diando en concreto la obra de Dostoievski, este analista subrayaba el polifonismo narrativo, es decir, la pluralidad de voces que compiten en su obra para hacerse e;cuchar, para imponer una versión de las co· sas. Este descubrimiento trasciende la obra dei novelista ruso y define la dirección seguida por la narrativa contemporánea, en la que ese polifonismo se expresa por media de perspectivas encon tradas -e) llamado perspectivismo-, por medio de puntos de vista diferentes. El hallazgo estriba principalmente en que las voces contrapuestas repre· sentao conciencias en conflicto y, por tanto, aluden a la dificultad de definir el mundo de manera unívoca. La otra aportación bajtiniana, en conexión con lo anterior, es la que se materializa en su obra sobre Rabelais. lEn qué consistiria? Más aliá de la investigación histórica Y. !iteraria que está en su base, el aspecto más relevante de esa monografia es e1 estudio de la cultura popular y, en particular, de aquellas de sus manifestaciones que tienen un carácter disolvente: la risa, la fiesta y el carnaval. Esas expresiones, aun siendo excepciona· les, aun siendo restringidas, ponen en crisis la seriedad enfática del poder y burlan las coerciones que las instituciones imponen a las ela· ses populares y ai caudal de vida que las atraviesa: así, la risa seda vida y expansión e impugnada las restricciones de ese mismo poder. Estas manifestaciones muestran la posibilidad de una rebelión soterrada, común y compartida, más habitual en esa cultura popular que el enfrentamiento abierto o la hostilidad política manifiesta. En El queso, Ginzburg subraya la obra dedicada a Rabeiais porque permite pensar la cultura popu lar en unos términos que superan y trascienden la imagen estática y sumisa de las clases populares. Es decir, Rabelais, un autor de la alta cultura, expresa y condensa aspiraciones de esas clases que no tienen formulación política, pera que sí que tienen efectos disolventes por media de la burla o dei descreimiento. El mundo puesto dei revés, la exaltación de lo bajo, de la fer· tilidad, de la materialidad, de la putrefaç:ción, serían tópicos seculares de las culturas meridionales que encontrarían su expresión singular también en la cosmog.onía dei molinero. Es por eso por lo que la singularidad de Menocchio no es tan extravagante, no es tan excepcional o, finalmente, no es tan delirante como los inquisidores pudieron creer en principio. Por ello ese ejemplo tiene un uso instrumental en la obra de Ginzburg: a través de su cosmogonía, el historiador no nos habla verdaderamente de un individuo, sino que nos describe una cultura popular materialista que ha encontrado acomodo en ei cerebro de un molinero friulano. Menocchío ~ería, pues, una especíe de medimn. Por otra parte, aunque el historiador italiano no lo diga expre-
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samente, la cultura popular descrita por Bajtin se basa en ese hallazgo que era el dialogismo, esta es, no hay voz que pueda manifestar unívocamente e1 mundo, que pueda darle un orden universalmente aceptado ni conferirle un sentido incontrovertible. Cuando las ideas de Menocchio aparecen como una defensa· de la tolerancia, Ginzburg está recuperando una idea bajtiniana: la de la dificultad de implantar una conciencia sobre la realidad, la de ·la inutilidad del dogma y so' bre todo la de su problemática eficacia. Más en concreto, la cosmo· gonía dei molinero manifiesta la diversidad de interpretaciones posibles sobre el mundo, .sobre el dogma que lo ahorrna y sobre los textos que lo designan. Aunque el aprecio por la obra de Bajtin se mantendrá, la opinión de Ginzburg cambiará en alguna medida poco tiempo después. En El queso, la obra dedicada a Rabelais se adapta como un referente positivo e incluso como una meta cognoscitiva al proporcionar una pauta con la que interpretar la supuesta rareza de Menocchio. A finales de los anos 70, en cambio, el trato de Ginzburg con Bajtin ya no es exactamente el mismo. En 1979, y con motivo de la traducción italiana de una obra de Peter Burke, Ginzburg se extendía en su introducción sobre el concepto de cultura popular. Conviene reparar en esas palabras porque ilustran retrospectivamente aquello que hiciera en E! queso, porque permiten aclarar sus referentes, incluyendo a Bajtin, porque replantean la relación entre lo individual y lo colectivo que había sido el objeto de aquella obra y porque, a la postre, per· miten volver explicitamente sobre las fuentes, su uso y los criterios de verificación. En primer lugar, en aquellas páginas destacaba la investigación del historiador britânico, su calidad y sobre todo las nuevas perspectivas que introducía en ese tema. Además, subrayaba la influencia de Bajtin en el análisis comparado de la cultura popular moderna empren· dido por Burke. En particular, resaltaba el esquema dicotómico Carnaval/Cuaresma como forma de iluminar la oposición alto/bajo y tornaba la imagen recurrente del mundo dei revés como motivo dominante de la cultura popular. Los referentes de Burke eran numerosos (la escuela de Warburg, Lévi-Strauss, etcétera), pera su interlocutor inmediato era Bajtin. Ahora bien, el ejemplo dei investigador ruso era problemático, dado que se trataba de un análisis excepcional, que no podía repetirse. El riesgo en el que podía incurrirse era, afiadía Ginzburg, tomar las tesis bajtinianas como si éstas fueran conclusiones en vez de hipótesis geniales. Dicho en otros términos, ei peiigro era convertir su esquema en un marco en el que incluir las restantes investigaciones corno si éstas fueran dependientes de las categorias de las que él partía. En concreto, ei relieve que Bajtin otorga a la cultura de lo bajo no agota las múltiples, las diversas manifestaciones de
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las clases subalternas. Los nuevos estudios no debían reemplazar el iaealismo anacrónico de una arcadia popular por «un'arcadia di segno rovesciato, popolata da villani puzzolenti anziché da pastorelle profumate» . Esa cautela incidía, pues, en la extrema variedad de expresiones culturales que las clases subalternas habrían tenido en la época moderna, variedad que no pasaba exclusivamente por el carnaval, la burla, la fiesta o la risa. La introducción de Ginzburg al texto de Burke es significativa, pues, porque aclara las líneas maestras de aquella investigación. Pero aún es más importante porque ilustra la posición que adapta en aquellas fechas. Esto es, en esas páginas habla Í!pplícitamente de sí mismo, de los interlocutores que utiliza para aclarar el concepto de cultura popular y de los ejemplos a descartar. En ese sen tido, Ginzburg considera muy relevante que Burke cite como primer referente de su investigación a Gramsci. Ese dato objetivo describe ai historiador britânico, pero sobre todo esa referencia revierte sobre la obra dei propio Ginzburg. En efecto, podrfamos hacer una lectura retrospectiva de El queso a partir de esa alusión circunstancial. Si repasamos con detalle su ·prefacio observaremos de inmediato que el léxico tiene resonancias gramscianas: hablar reiteradamente de clases subalternas, dominación, hegemonía, cultura subalterna, cultura hegemónica, etcétera, implica asumir voces con significados precisos, con connotaciones evidentes y con una clara filiación. De hecho, en ningún momento se detiene a definir qué entiende por cada uno de esos términos, y no se demora porque pertenecen a una tradición común de la historiografia italiana, al menos aquella que es de origen marxista. La figura y la obra de Antonio Gramsci tienen múltiples matices y, en particular, los Quademi de! carcere, editados por Einaudi, habían sido centrales en la constitución de Ia cultura de izquierdas de la !talia de posguerra. Como apuntamos, su descubrimiento y su lectura fueron una defensa contra el estalinismo más reduccionista y, por tanto, abrieron vías para una reinterpretación histórica de la Italia con· temporánea y del papel desempenado por las clases populares. Sus re· ferencias al Risorgimento permitían pensar mejor lo sucedido tras la unificación y, en concreto, las dificultades de modemización experimentadas. Este Gramsci serfa el canónico para la historiografia de izquierdas, en particular aquella que auspiciara el Partido Comunista Italiano. Sin embargo, habría otro Gramsci menos circunstancial, más teórico, aquel que reflexionara sobre la cultura popular. A éste le deberfamos categorías centrales, después muy reiteradas, como las de ela· ses subalternas, consenso, hegemonía, dominación, dirección intelec· tua! y moral, etcétcra. La riqueza de estas conceptos permitía superar esquemas dicotómicos y reduccionismos economicistas, lo cual explicaría también su expansión como léxico de una izquierda renovada.
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Gt.IIUS<.I se prcocup.tba por describir el proceso histórico como un devcnir en el que conflulan circunstancias objetivas y condiciones subjetivas, como un itincrario en e! que intervenían centralmente la vo· luntad de las mayorías y, por tanto, la anuencia que éstas pudieran prestar a los cambias. La tutela a ejercer por parte de los revolucionarias estaría, pues, condenada ai fracaso si no contaba con ese respaldo. Las ideas de Gramsci a este ~especto suponían una variación, una desviación relativa, de la fuente leninista de la que partían y, más aún, suponían un desmentido implícito de la degeneración burocrática estalinista. En cambio, desde el punto de vista cultural, las consecuencias de su obra eran incluso más interesantes. En algún pasaje de los .Q]tademi, Gramsci subrayaba la importancia del sentido común como forma de comprensión del mundo de las clases populares y resaltaba además el carácter crucial que adquiría como objeto de conocimiento. Si nos ateníamos a las distinciones clásicas y aristocratizantes entre alta y baja cultura, esta última sería irrelevante como de tema de análisis porque sus manifestaciones no alcanzarían la excelencia. Fundada sobre el sentido común, la baja cultura sólo sería un conjunto de evidencias prácticas, de recetas archisabidas, de costumbres, de certezas tradicionales, etcétera. Pero lejos de ser un objeto despreciable, Gramsci lo destacaba tanto por su comp onente pragmática cuanto por ser una forma de ordenar el mundo al describirlo. Planteado así, dicho objeto n o tiene funciones sensiblemente diferentes de las que cumple la alta cultura. Ahora bien, ese hallazgo no le impide reconocer en ella los elementos atávicos, de resistencia al cambio y, en definitiva, los prejuicios, estereotipas y supersticiones que la conformao. Es decir, la cultura popular sería ambivalente y contradictoria, una condición en la que lo religioso serífl uno de sus elementos centrales. Cuando Carla Ginzburg hablaba de Gramsci en la introducción ai libra de Burke lo hacía a propósito de la cultura popular, pero lo hacía también para subrayar la recepción especial que ese tema tenía en Italia. Se referfa, claro está, a la Italia de Gramsci y se refería igualmente a la Italia del Mezzogiorno, esta es, subalternidad y diferencia eran dos elementos contemporâneos y característicos de aquel país que lo hacían muy sensible a esta renovación historiográfica. Además, reconocía que en buena medida esa renovación había recibido el estimulo de las investigaciones antropológicas que, dentro o fuera de ln disciplina, se habían desarrollado. En efecto, cuando en 1981 publica en The ]o urna! of Interdisciplinary History un breve comentaria sobre la relación entre la antropologia y la historia, se detiene en estas hechos. Entre otras cosas, destaca el fenómeno de la distancia, tema que retomará afias después en Occhiacci di /egno, el fenóm eno de la diferencia como objeto de análisis etnológico, y el de la coherencia social
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que definiría todos los productos culturales de una éJ?oca_ dada. Éstas serían enseftanzas a tener en cuenta por parte de los htstonadores; más aún, de hecho son ya, concluye Ginzburg, dos datos constatables en el tratamiento que la histeria da a las sociedades dei pasado. En ese sentido, comportamientos y creencias tradicionales, característicos de la cultura popular o incluso, aiíade, casos marginales ya no pueden contemplarse como objetos despreciables. Lejos de ser hechos sin sen· tido o irrelevantes, son ya analizados como experiencias humanas vá· lidas y significativas. De los antropólogos, pues, se tomaría ei estímulo de explicar la diferencia evitando sentidos unilineales y reduccionis· tas. De nuevo, ese comentaria, además de destacar la relación que él percibe entre las dos disciplinas, describe su prbpia investigación, un objeto tratado anos atrás partiendo de esos presupuestos. Si de antropología hablamos, si tratamos de cultura popular y de diferencia contempladas etnológícamente, tal y como advierte Ginz· burg, en ese caso ei estímulo británico es el primordial. De hecho, las investigaciones de la antropología anglosajona tenían como uno de sus objetos centrales el del folklore, asunto que, como tal, también había preocupado a Gramsci. De este modo, antropologia, folklore y gramscismo dejan cierta huella en un referente historiográfico al que ei propio Ginzburg alude: el de los historiadores marxistas brítánicos. En concreto, E. P. Thompson relaciona estos elementos explícitamen· te no sólo en su propia obra de investigación, sino también en tex· tos menores, circunstanciales, pero muy relevantes para entender su posición. Cuando habla en «Folklore, antropologia e histeria social>• de esta disciplina, no se adhiere a la etnologia creadora de modelos o exportadora de conceptos, sino que dice sentírse próximo a su en· foque, a su perspectiva. Lo que le agrada, pues, de esta disciplina es el fenômeno dei extrafiamiento, esto es, la capacidad de sorpresa que manifiestan los antropólogos ante hechos que les son ajenos, que per· tenecen a otra cultura y que deben explicar sin violentarias. Más aún, «para nosotros -aiíadía refiriéndose a sí mismo y a Natalie Zemon Davis-, el estímulo antropológico no surte su efecto en la constmc· ción de modelos, sino en la localización de nuevos problemas, en la percepción de problemas antiguos con ojos nuevos, en el énfasis so· bre normas o sistema de valores y rituales (...) y en las expresiones simbólicas de la autoridad, el control y la hegemonía». Este último problema, el de la hegemonía, no es citado a título de ejemplo, sino que, por el contrario, es central en una historiografia de filiación mar· xista de la que él se reconoce próximo. En efecto, huyendo del eco· nomicismo y dei reduccionismo, Thompson manifiesta su simpatía por este concepto gramsciano, justamente porque permite explicar me· jor las formas de dominación y de control dadas en las sociedades históricas. Lejos, pues, de una dominación estrictamente militar, re· •I
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presiva o económica, los controles sociales se habrían ejercido a par· tir de formas de consenso cognoscitivas, aquellas que muestran como evidente el mundo y que hacen de las relaciones que lo constituyen manifestaciones «tan fijas e inmutables como la bóveda celeste», se· gún concluye. Es por eso por lo que es dirimente y urgente estudiar el sentido común como forma de representación dei statu quo al ser el codificador de evidencias que se transmiten median te el folklore, mediante la cultura popular. Así pues, cuando Ginzburg decide aclarar en El queso los usos ac· tuales de la voz clases subalternas remite también a Gramsci, pero a continuación reenvía ai lector a Hobsbawm. Asimismo, cuando ha de proponer algún ejemplo de investigación sobre la cultura popular que haya resuelto de forma feliz sus objetivos sefíala, entre otros, nue· vamente a Hobsbawm y a E. P. Thompson. Este aspecto es particu· larmente relevante para él porque otra de las facetas de Menocchio es el de su inclusión en las clases subalternas. Para cuando Ginzburg es· cribe El queso, es evidente que el marxismo británico había renovado este ámbito de investigación. Es común admitir la contribución de Hobsbawm y Thompson en la constitución de la histeria popular y de ella se hace eco el propio Ginzburg en el prefacio. Esa aportación, que tiene múltiples vertientes y que ha originado una amplia contro· versia, proponía como objeto restituir la voz del pueblo recuperando de sus protagonistas el testimonio de sus vivendas y de sus acciones. Para tal fin, la histeria desde abajo adoptaba una perspectiva empáti· ca para· reconstruir la formación de las clases y el germen de su con· ciencia. Las clases ya no eran entidades objetivas constituídas por su posición estmctural, sino que se formaban en la acción y en la experiencia de cada uno de sus integrantes y de las relaciones que entre sí establecían. De hecho, la alusión concreta que Ginzburg hace de Thompson lo es en términos de la cultura popular, alusión que ave· cinda ai historiador británico con Natalie Z. Davis y que el mismo Thompson reconocía en aquellas fechas, en 1976. A su vez, esta investigadora prolongada y corregiría la monografia antigua pero «vigo· rosa>> de Bajtin . mn qué sentido? En el de ampliar la esfera de la cul· tura popular más aliá de la referencia baj tiniana a lo bajo, a lo carnal, a lo material, justamente la cautela que reiterará Ginzburg en la in· troducción ai volumen de Peter Burke anteriormente citado. Es decir, más aliá de sus resultados, más aliá de la aceptación de sus conclusiones, Davis y Thompson son para Ginzburg ejemplos po· sitivos de cómo hacer una buena histeria de la cultura popular que no se arredra ante las dificultades de las fuentes y que, sobre todo, se propone recuperar el testimonio oculto o escaso de las clases suba!· ternas. En principio, pues, la investigación de Ginzburg parece adhe· rirse al mismo plan que Thompson proclamara al inicio de La fonna-
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ción de la clase obrera. Como se recordará, e! historiador británico se proponía «rescatar al humilde tejedor de medias y calcetines, ai jornalero luddita, al obrero de los más antiguos telares, a1 artesano utopista...» , y Ginzburg hace lo propio con un molinero friulano. Más aúri, la siguiente referencia ai iqvestigador inglés lo es para utilizarlo como crítico de la serialidad estadística, como crítico «dei grosero impresionismo de la computadora» y por consiguiente para reivindicar una histeria cualitativa basada en los indivíduos. Finalmente, la última alusión a Thompson subraya otro aspecto que parece contradictorio con los anteriores y que pone de relieve la permanencia de modelos culturales preindustriales en el seno de la clase ob.rera dei siglo XJX. Si de lo que se trataba era de rescatar la voz dei molinero friulano como agente que emprendió acciones, que tomó decisiones y que concibió el mundo de acuerdo con su experiencia y su libertad de pensamiento, la referenda a esos modelos parece desmentido. De hecho, este asunto refleja en el libro de Ginzburg una tensión en la medida en que, por un lado y como hemos visto, parece adherirse a una histeria de lo individual, incluso de! caso límite, por lo que tiene de irrepetible, de singular y autopoiético. Pero, por otro, Menocchio es definido a partir de una lengua y de una cultura que son las de su época. Es decir, más allá de su condición de irreductible, más aliá de su singularidad de individuo, el molinero hace uso de una lengua y se incluye dentro de una cultura que son los límites de su propio mundo, la forma que tiene de designarlo y de pensarse. {Significa esto la reaparición de un estructuralismo de! que no se habría distanciado? >. La frase es lo suficientc~ente ambígua para que en ella puedan reconocerse tradiciones diferentes: en un caso, aquellos que se reconozcan seguidores de! individualismo metodológico apreciarán la explicación dei todo a partir de sus microfundamentos, a partir de su única entidad observable, el individuo; en otro, aquellos que se admitan deudores dei estructuralismo, o al menos lejanamente inspirados en Durkheim, reconocerán las estructuras objetivarites que ejercen control sobre los indivíduos. Para unos, el Menocchio presentado es aquel que lee libérrimamente, que es c·apaz de subvertir las expectativas, de ser contrario a su tiempo y de au parse por encima de su medio. Para otros, el Menocchio descrito es principalmente portador de tradiciones que le sobrepasan, de culturas antiguas que le llegan, que ni siquiera conoce, y que conforman, a la postre, su clave de lectura. El hecho de que Ginzburg trate de compatibilizar la elección in-
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dividual con las coerciones y las determinaciones dei contexto no es extrafio. Para aquellas fechas, el problema de la estructura y la acción era central en las ciencias sociales. De hecho, con esos conceptos ~ n· tinómicos se recogían diversas tradiciones que habrían polemizad o :1 lo largo dei tiempo tanto en lo que se refiere ai objeto como ai mé· todo que lo trataría. Ese intento de ~acer coherente lo individunl y lo colectivo era, como vimos, uno de sus temas dominante~; yn c 11 I bemmdanti. Ahora, en El queso lo plantea de nuevo sin resolvcrl o t•nn una declaración explícita. Es decir, no manifiesta cuál seria su pusi ción en ei ámbito de la teoría social, cuál sería su concepto de .1cdón o de estructura. Podem os conjeturar que ese silencio, o ai mcnm l11 ausencia de una declaración explícita en tal sentido, se deba a LI fm ma y manera que tiene Ginzburg de abordar la investigación hi ~ t 6 11 ca. En los aiíos 70, la historiografia se vio infutrada p or to do tipo de contagies teóricos, por todo tipo de tradiciones externas. lnvoc.l!ldo la interdisciplinariedad, muchos historiadores dei momento se pm lc saban seguidores de una u otra corriente, de una u Olr:'l discipli1111 , y sus posiciones o presupuestos explícitos les llevaban a llHIII(Cllel 1'1111• troversias más o menos acaloradas. Ginzburg no sigue este último 1 ~~ mino, y parece haber aprendido muy bien la lección de l o~ lund11 dores de los Annales, en particular de Bloch, quico lcjos de .1do pt.u tradiciones externas subraya la peculiaridad dei oficio de histo1iudm : se trataria de resolver problemas concretos explicándo los con ull,l\ hr rramientas teóricas que parecen ser resultado de la propia invcsiiJI·' ción. Así pues, las posiciones de Bloch y la de Ginzburg sc1l.lll poc 11 <
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de problemas no son préstamos teóricos, sino, como venimos viendo, aquellas prácticas que, a su juicio, han explicado satisfactoriamente el caso que se investiga. Por eso, cuando se plantea su principal problema, ese asunto dominante en su investigación, que no es otro que el de lo individual y lo colectivo, buscará referentes que le sean próximos. Por ejemplo, tomemos de nuevo la introducción que le hiciera a Peter Burke poco tiempo después de El queso. En ella advertiremos que uno de los elementos que más le agradan es la resolución concreta que el historiador britânico le da .a la relación entre lo individual y lo colectivo, entre las variantes locales y el fondo común que las posibilita, entre los mensajes singulares y los códigos que consienten su articulación. Aunque parezca estar formulado en términos de oposición, lo cierto es que esos elementos no se plantean de manera contraclictoria, sino 'c omplementaria. Expresándose así, aquello que.: Ginzburg subraya es que el hecho individual es siempre una actu:tlización, una ejecución de unas regias que lo trascienden y que abn.:n un campo de posibilidades. En este caso, código o regias no dt:bcn entenderse como un conjunto de coerciones que determinan la rcspuesla individual, sino que deben tenerse como el marco que permite expresar esos mensajes. Si se habla, pues, de códigos y de mensajcs se está hablando de comunicación y por tanto se está hablando de cómo la información circula, se adapta, se acepta o es rechazada en cada uno de los contextos. Refiriéndo.se a esto, Ginzburg había aludido a! caso de Menocchio como un ' caso efectivamente singular - en el límite, todos los casos lo serían-, pero vinculado a un contexto que le da forma y recursos simbólicos. Por eso precisamente es por lo que el ejemplo del molinero no puede aclararse, por muy extravagante que parezca, a partir de! delírio o de la incomunicación. U n individuo como Menocchio traba relación con su propio mundo a partir de las interacciones cotidianas, dei mismo modo que haría cualquiera de sus contemporâneos. Vive en una pequena comunidad, está casado, tiene hijos, frecuen ta a sus amigos, ejerce su oficio y transita por las localidades cercanas. D e entrada, pues, ésa es su relación con el contexto más próximo y que hace de él uno de tantos. Sin embargo, además de esa vida ordinaria, Menocchio ensancha su mundo de una manera potencial fertilizando su imaginación con los libros, dialogando con los muertos y aventurándose por tierras extra· fias . Esta circunstancia llama la atención de Ginzburg y comprueba que no es sólo el molinero quien lee y, por tanto, quien tiene acceso a la cultura escrita. Ésta, la letra impresa, transmite unos saberes ya codificados, unos mensajes concluídos que en principio no pueden alterarse. Sin embargo, como subraya una y otra vez el historiador ita· liano, el molinero leía vulnerando el sentido evidente de los textos, haciendo coherentes lecturas contradictorias y convirtiendo en inter-
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locutores a autores alejados entre sí. Esa forma de leer puede interpretarse como una violación de los códigos de lectura o como el ejercicio de una libertad interpretativa. En cualquiera de los casos, y esto es objeto de análisis y reflexión por su parte, leer así nos devuelve nuevamente a la relación entre lo individual y lo colectivo, entre la regia y su actualización, entre el código y su ejecución. Por tanto, lMenocchio leía correctamente o lo háda de forma aberrante? 6. Pese a lo que pueda parecer, leer no es una actividad evidente. Quienes se han ocupado de analizar históricamente esa práctica han subrayado los cambios que se habrían experimentado a lo largo del tiempo en la relación que el lector tendría con ese objeto material que es el libro. Pero hay más; se ha puesto también de relieve el tipo de intervención que aquél tendría ante esc libro como objeto ce· rrado, como objeto clausurado. Dicho en otros términos, un texto es algo concluído, inmodificable, frente ai que su destinatario se resigna. En efecto, los libros incorporan sus propias instrucciones de lectura, sus propias regias de descodificación y, por tanto, le exigen ai lector que se atenga a ellas, convirtiéndolo de hecho en lo que Umberto Eco llamaba el lector modelo. Sin embargo, lejos de suceder siempre tal cosa, hay lecturas asilvestradas, aberrantes, que vulneran el sentido de lo dicho, las intenciones dei autor o de la obra. Tradicionalmente se pensó que esto podía estar causado por el error, la mala interpretación de esas instrucciones, la incapacidad o la falta de cu1tura dei lector. No obstante, su intervención, las modificaciones q ue imprime en el sentido dei libro o los significados que violenta, no se debe sólo a las limitaciones descritas, sino que puede obedecer muy bien a la fertilización que se da entre la imaginación de esc lector y la letra impresa. Cuando aparece El queso, el tema de la lectura había cobrado una gran relevancia en las ciencias humanas. En efecto, en aquellas fechas, diversas disciplinas y diferentes tradiciones subrayaban el hecho de leer como un dato a incorporar a la hístoria cultural. Entre otras, la semiótica italiana, la hermenéutica alemana o la teoría !iteraria de la recepción hicieron hincapié en la figura dei lector concibiéndolo como aquel que actualizaba las instrucciones contenidas en ellibro, instmcciones ejecutadas a partir de una cierta libertad de significado o a partir de la tradición. Conceptos tales como los de obra abierta, historia efectual, horizonte de expectativas, comunidad de sentido u otros, que no son necesariamente compatibles entre sí, confluían sin embargo en la relevancia dada ai fenómeno de la lectura. Este hecho, la incorporación dei lector como figura relevante, era reciente y permitía distanciarse de las controversias acerca de la preeminencia del autor o de 'la obra, dei dato extra textual o del contenido textual. En
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cualquier caso, dentro de esa variedad de corrientes y disciplinas no hubo coincidencia y el objeto de debate fue justamente el dei grado de libertad de que gozaba el lector a la hora de descodificar la palabra impresa. El queso, publicado en 1976, ejemplificaba en esa fecha un tema que era transversal, transdisciplinario y relativamente nuevo en e! âmbito historiográfico, el de la lectura. La historia de las mentalidades o la historia cultural practicada hasta entonces había tratado este objeto desde la perspectiva dei libro o dei autor, planteândose la creación o difusión de las ideas, así como la representacíón de una época o de un sector social. Este reduccíonismo es precisamente aquello que Gínzburg rechaza como punto de partida pàr;!i analizar ai lector Menocchio. En primer lugar, e! historiador italiano n o analiza autores y obras, sino que los tiene en cuenta sólo en la medida en que afectan a un acto de lectura; y, en segundo lugar, quien lo emprende, el molinero, lejos de ser epítome de su tiempo, es un caso Hmite, parece ser un lector excepcional y extravagante. Ahora bien, esa condición no es tanto la dei acto de leer. En efecto, Menocchio compartía esta afición con otros de sus contemporâneos, hasta el punto de poder hablarse de una comunidad de lectores. Ginzburg habla de una red de lectura, dándole a esta expresión la connotación gráfica que incorpora, es decir, la de una interconexión de relaciones, la de una combina· ción entre partes. Sería una red porque por ella circularía un conjunto de libros. Pero (de qué libros se trataba? Como subraya inmediatamente el propío historiador, esos volúmenes eran relatos o extractos bíblicos, libros de viajes, crônicas, etcétera. La lista de esos libros, vulgares y heterogêneos, no aclara el caso estudiado. Por tanto, su excepción radica en cómo lee. Esto es, la pregunta que se plantea ya no es la de la obra o su autor, sino la de la pragmática dei lector. Una cuestión de esta índole da forma a un nuevo modo de hacer histeria de los libros, convertida ahora en histeria de la lectura. Robert Darn· ton, como vimos al tratar la obra editada por Peter Burke, hace par· tir la nueva historia de la lectura precisamente dei ejemplo de Me· nocchio, presentando El queso como el referente principal y como e! precedente de lo que él mismo abordara anos después en La gran ma-
tanza de gatos.
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Como ya dijimos, la pragmática de Menocchio se caracteriza, al menos desde la perspectiva que Ginzburg ofrece de entrada, por una libérrima descodificación. Descodificar es encontrar las ínstrucciones que debería seguir el lector para atenerse a aquello que dieta la letra impresa. Se parte dei supuesto de que hay un significado que apresar y que este acto se resuelve o es fallido. Los lectores pueden entender estas instrucciones y seguirias; entenderias y no seguirias; o, final· mente, no entenderias y por tanto no poderias seguir. Esas instruc·
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ciones están impresas en la letra misma, es decir, transmiten cuál cs e! código a aplicar para averiguar y saber a qué gênero pertenece el libro, el grado de verdad que se le puede atribuir o la fantasía que lo caracteriza. A pesar de esas regias e incluso a pesar de su comprensi6n adecuada, los lectores pueden, en efecto, no seguirias y, por consi· guiente, convertir el libro en algo bien diferente de lo que pretendic ra el autor o de lo que indique maniftestamente la obra. En cualquicr caso, se haga una descodificación acorde con las instrucciones o uu.1 lectura aberrante, se haga desde ellibre albedrío individual o desde l.a comunidad lectora a la que uno pertenezca, lo cierto es que esc tciC to da una información que se aloja en el cerebro y que puedc nll c1.11 los datos previamente depositados. Pero quizá suceda lo contrario, c~l u es, nuestra forma de ver el mundo, el modelo perceptivo con cl que contemplamos la realidad, puede seleccionar aquella parte de In in• formación que concuerda con la imagen estable que tenemos cn IIII C/1 tra mente. (~é sucedería en el caso de Menocchio? Cuando lee, el molinero no se atiene necesariamente ai sentido dr los textos, a las instrucciones que las páginas contienen, sino que iu corpora siempre algo de sí mismo, modificando los contenidos y .td.tp tándolos o incluso forzândolos a su horizonte de expectativas. Un•• lectura de este tipo es, de entrada, aberrante o, si se quiere, unn ltt tura que violenta los textos ai afiadirles algo que no tienen m.ulili c~ tamente, algo no previsto, en ocasiones incluso marginal. En los 1 ~ 1 minos de Eco, diríamos que el molinero no interpreta los textos, ~inu que hace uso de ellos. Esta_ particula~idad (~e da _excl_usivame t~l c o.11 Menocchio? Para cuando Gmzburg htzo su mvestlgact6n, la h1Nio1111 de la lectura como tal no había tenido los desarrollos que pudithlll aclarar esta pregunta. La historia de los libros y de su difusi6n c:1.1 t,, forma habitual que adoptaban las investigaciones _que se _ ampuwiHtll bajo la histoire des mmtalités. Sin embargo, el estudto de Gmzbtu g 111 cidía sobre la práctica de lectura y por tanto sobre la apropiaciôu actualización de los contenidos, conjeturando que el caso dcl 111nl1 nero no era el único en una red d~ lectores más extensa. Esos lct'lll res incorporarían significados y valores comunes a unos textos ccu.1 dos y cuya letra impresa dictaría una semântica diferente. Ahora birn, sobre otras lecturas, sobre otras formas de pragmática, Ginzburg snhl.1 bien poca cosa, justamente porque no había investigaciones cqu ~p11 rables a la suya ni una base documental abundante. En fecha rectcn te, Roger Chartier y otros historiadores han hecho un diagnóstico dcl estado de la lectura en el pasado europeo. Entre otras cosas, deslnca• ban los avances historiográficos que habrían tenido lugar en las últi· mas décadas, así como las influencias teóricas que, procedentes de l o~ estudios literarios, habrían afectado a la investigación histórica. Por un lado, se subrayaba la diversidad de prácticas y de relación corpornl
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con los libros, como por ejemplo el cambio de la lectura en voz alta a la silenciosa. Por otro, se reconocían las deudas contraídas por la historiografia con la escuela de Costanza o con la hermenéutica de Rícoeur. Pero, más aliá de esto, la contribución concreta de Chartier ponía el acento en un asP.ecto reciente e importantísimo de estas in· vestigaciones: las lecturas y los lectores < de la época mo· derna. Es decir, gracias a determinado tipo de documentación, podían probarse las formas de actualización pragmática que los lectores po· pulares habrían tenido ante los libros. El análisis de Chartier, que re· toma una interpretación característica ya avanzada en alguna de sus obras anteriores, indicaba dos cosas. En primer lugar, la circulacíón de los mismos libras para sectores sociales diferentes. Con ello se po· nía de relieve que las clases populares tenían ai alcance volúmenes que <>. En segundo término, la readaptación de esos textos ai universo cultural de cada grupo y al horizonte de expectativas que lo definida. Nuevamente, como en el caso de Darnton, el primer ejemplo que proponía para ilustrar ambos hechos era justamente el de Menocchio, citando pues el volumen de Ginzburg y subrayando la particularidad lectora dei molinero. Ahora bien , la relevancia de esta propuesta de Ginzburg no se en· tiende sólo desde el ámbito de la historia de la lectura. Una contex· tualización de su investigación requiere aludir ai trasfondo cultural en el que se inserta su obra. En ese sentido hay al menos dos aspectos que conviene recordar. Por una parte, la vinculación desde 1964 con el Warburg Institute y con su director, E. H. Gombrich. Esta influen· cia es notable en Ginzburg en distintos niveles de su o bra, de entre los cuales nos interesa destacar ahora el análisis de Gombrich sobre la relación entre el arte y la comunicación. En Arte e Ilusión, aquel autor se planteaba entre otras cosas el fenómeno de la recepción y, en particular, e! juego recíproco que se da entre expectativa y observa· ción. Planteada así, la invcstigación acerca dei arte apuntaba a una his· toria que resolviera los enigmas sobre los productos culturales y su apropiación. Según indicaba Ginzburg en un artículo que !e dedicara y que fue recogido en Mitos, la fértil idea de Gombrich dei arte como comunicación exigía la colaboración de la historia y por tanto la re· lación con un contexto más amplio. En ese trabajo, e! historiador ita· liano valoraba positivamente su contribución ajustando cuentas con los aspectos menos felices o no desarrollados por aquél. Ahora bien, más aliá de los reproches concretos que le hiciera, lo cierto es que !e reconocía como ejemplo y modelo de una historia cultural que tras· cendía los límites disciplinarios de la historia del arte, una historia cultural en donde los fenómenos de la percepción y de la observación obligan a salir de la obra artística para verificar los efectos que ésta tiene sobre e! espectador.
Por otra parte, y en el ámbito estrictamente italiano, el problema de los efectos y de la recepción de los productos culturales era tam· bién un tema relevante. Croce, Gentile y Gramsci, entre otros autores italianos, constituyen una tradición contradictoria de pensadores que se ocuparon de la estética y de la cultura como fenómenos socia· les. De ese fondo no congruente arranca una reflexión contempo· ránea que encontrará en Umberto Eco su m áxima expresión. En· tre 1962, afio en que aparecía Obra abierta, y 1979, fecha en la que se editaba Lector in fabula, este autor se había ocupado dei arte y de su difusión social. En ese lapso y a través de diversas obras, aquello que Eco había abordado era el estudio de los productos culturales, incluyendo aquellos cuyo uso masivo caracterizaba a la contemporaneidad. La novedad principal era la de ampliar el objeto de conocimiento e incluir la haja cultura, la cultura masiva, el kitsch, los cómics, etcéte· ra, como mensajes que se atendrían a las mismas regias del arte y de su comunicación. Con ello, Umberto Eco no recaía en la irrelevancia o en la indiferencia, esto es, no igualaba esos productos de alta o baja cultura, sino que obligaba a precisar y a distinguir los fines para los que fueron concebidos y los usos que tuvieron. Ahora bien, ese as· pecto no es el que más nos interesa aquí. Lo verdaderamente impor· tante fue su aportación al análisis de la recepción y a sus límites. Ya en 1962 anunciaba una historia de la cultura que atendiera en primer lugar a <>. Todas las obras !iterarias, pero por extensión todo texto, tendrían lugares de indeterminación que exigirían la intervención activa del lector o dei receptor para po·, der ejecutarlas. Con esta idea, la semiótica italiana pondría el acento en los efectos de los productos culturales y esa posición sería además contemporânea ai desarrollo de la escuela de Costanza. Si en el pri· mer caso, la tradición es la de la semiótica, en el segundo es la de la hermenéutica y la de la fenomenologia. Así pues, cuando Carlo Ginz· burg elaboraba su investigación, estos desarrollos teóricos se difimdían
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en ei continente europeo y además no estaban lejos de la corriente americana conocida con el nombre de la Reader-Response Theory. En suma, pues, Ginzburg situaba su posición en términos coincidentes con los de Umberto Eco, seõalando explícitamente en una nota de El queso la importancia de esse último en lo referente ai problema de la recepción. Ahora bien, más aliá de la cita textual, la relación entre Eco y Ginzburg es mayor. Ambos forman parte de esa generación de italia· nos nacidos en los anos 30 que crecieron y se educaron en la cultu· ra dei antifascismo y bajo la reconstrucción política democristiana. Uno y otro coincidieron varias aiíos en la ut:tiversidad de Bolonia como docentes. Ambos pertenecían a la vanguardia cultural de la Ita· lia de los 60, la de aquellos creadores, teóricos o investigadores que habían llegado a la madurez coincidiendo con las convulsiones so· ciales de aquei momento. D e hecho, aquélla fue una época especial· mente conflictiva, agravada en su fase final por los atentados y por las amenazas de golpe de Estado, una época, en fin, a la que se cali· ficó como la de los anni di piombo. Aquél fue un período de izquier· dismo convulso, en ei que los in telectuales se involucraban o teori· zaban sobre las clases populares, sobre sus formas de lucha o sobre las manifestaciones culturales· que las caracterizaban. Eran los anos de Lotta Continua, de Autonomia Operaia, los anos de la guerrilla urbana y de la guerrilla semiológica, en palabras de Eco. Sin embargo, para lo que aquí nos interesa, la década de los 70 fue también la dei prata· gonismo dei lector. Esta figura, la dei lector, había sido tradicionalmen· te ignorada por los estudios culturales en taqto se le negaba capaci· dad para modificar la materialidad de los productos elaborados por autores sobre los que no tendría tutela. Ahora bien, la irrupción dei lector en la obra era una forma de democratización, una forma de universalización de esos mismos productos y por tanto un media de relativizar el autoritarismo o la autoridad de los escritores. Hablar dei lector obligaba a confrontar las instrucciones autoriales con lo que era la descodificación p opular. En este sentido, no es mera coincidencia que tres obras clave de aquel p eríodo tuvieran por hilo conductor la lectura. En 1976 apare· ce El queso, pero tres aíi.os después el mismo editor, Einaudi, publi· caba un gran libra de !talo Calvino de título enigmático, Si una noche de invierno un viajero. A las pocas semanas de aparecer este último, Umberto Eco presentaba El nombre de la rosa. Estas tres libras com· parten varias cosas. De entre ellas, la primera podría ser la de la des· confianza en la omnisciencia dei narrador y dei autor empírico, una lección tomada en préstamo dei estructuralismo o al menos de aquel estructuralismo que discutía la noción de autor o que incluso hablaba de su muerte. Así, no es extrano que Roland Barthes, el Barthes
que impugnara esa evidencia, fuera u~ referente .a! menos para Eco Y Calvino, como tampoco lo es que Gmzburg qwst~ra m?str~~· ai me nos retóricamente, las propias dificultades de la mvesttgacton o los obstáculos con los que como autor se trop~zaba. El se~ndo elemenlll que compartían esas obras era el protagomsmo concedtdo ai lcclor Y a la lectura. En la novela de Eco, la intriga detectivesca se ce.nt t •' r tt un libra desaparecido que ha sido burtado justamente par:.t uuprdu su lectura: leer, o ai menos leer esas páginas, constituye lltl pr iiH"' para el orden establecido o así lo ve quien es ~i~go y a la vc'l lm ' "In un gran lector, Jorge de Burgos, tr~sunto ficttcto d_e aqucl ot t 11 W•"' lector e invidente que fue Jorge Luts Borges. Un mtsmo toll~l p 111 1n h co, o si se quiere una ironía sobre la lectura, .~allam?s ~amlH~II 1•11 r I relato de Calvino. En este caso, el autor empmco comctdc.: cou r•l llil rrador, es decir, un relator llamado Calvino se dirige exprcs.u ~H· nl r ·' un lector que está dentro del propio texto, esto es, un lector tn1pl!11 to en e1 que se reconocería el explícito o empírico ..La novcl.l P •lll' l l tener dificultades para desarrollarse, para segutr un htlo coudut•toa 111 herente y su narrador manifiesta explícitamente una y otr.1 .vc:,'l lur• dt ficultades de enunciación y de atribución semánticn, COIWIIIIr ndn ht obra en un centón, como también lo era El nombrc _de lrt ro.f/1:. Pot 1'tl timo, y como hemos visto, una de las claves del h~ro de: C r111 th1~ 1 p. es precisamente la condición_ de lector. de Menocchro y l.1 d tVt' til terpretativa que como tal aphca a los hbros que caen c.: n su~ ntot.nm . Esa clave interpretativa es sobre todo la_ de. un rellcno, cs de: c 11 , I' I molinero lee los textos a través de sus proptas 1deas, rendapt.tndo h1 Ir teralidad de la palabra escrita a un léxico asilvestrado y supuc:~ t .un !'ll te incongruente. Esa labor de r~lleno se d~ por dos razonc:s. I .1 111 I mera, por la libertad que el propto ~enocchto _se concede. l..t '~'11"'" '''• por los <> que contten~n los hbr?s a los qur ·'' ,t r•dr Por un lado, pues, el molmero sobremt~rpretana (usada) c:X.IH' r.ul•1 mente los textos, en el sentido que le dtera Umberto I!cu :' ""·' ' presión, yendo_ más aliá de l.as. instrucciones de lectura. cxpllctlu~ o 1111 plícitas contemdas en sus pagmas. Por otro, Menocch10 dcswdtf ll ,u l.t razonablemente esas obras en tanto · que todo libra cx~girln l.t 11 111111 ración interpretativa dellector. En ese c~so, un texto vt~tu.tl, o 1111' 1111, un mero artefacto material, queda actualtzado. Ahora btct~, l.t llbl'l!llll interpretativa y el relleno de los ~spacios. vacíos no se cu·cnn~a t 1\111 11 sólo al molinero, puesto que el Inlsmo Gmzburg ad~pta com,<,> lt'< 1111 una posición semejante. Por consiguiente, e! personaJe que (,tnz1Htt14 construye a partir de la lectura de un docume~to es, por un llld,u, 1111 humilde friulano dei sigla XVI. Ésa sería la pnmera ~ons~cuc:ntlll du cumental incontrovertible. Ahora bien, po~ otro, el htst?nndor vn. 111·\~ aliá y nos ofrece una imagen de Menocchto m~cho mas comp_lc:jll. St se hablaba de la centralidad dei lector, de su smtonía o su astnttm ht
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con una tradición, de su pertenencia a una comunidad de destinata· rios y de su libertad interpretativa, Menocchio encarnaria todo ello. Se le tomaria, en efecto, como ejemplo de esa práctica. Lee en pleno si· glo XVI, lee libérrimamente, tiene ideas modernas (racionalismo, ateís· mo, tolerancia) y además pertenece a las clases populares.
" 7. Giovanni Levi sefialó en cierta ocasión, en «I pericoli dei geertzismo», que la obra de Robert Damton La gran matanza de gatos estaba escrito de un modo meteorológico. (Meteorológico? En reali· dad, esta calificación queria poner de relieve que el autor había intentado escribir un libra de éxito de una man~ra consciente, delibe· rada, y que para ello había estado atento al clima cultural dei momento. Con cllo, Darnton le daría allector, a un lector sensible, aquello que cspcraba. La conclusión era evidente: el resultado habría sido una invcst·igación poco innovadora, excesivamente complaciente con las mo· dns de entonces. l Podría clecirse algo parecido de E! queso? Al margen de que este· III OS o no de acuerdo con e1 juicio de Levi, podríamos decir efecti· vn mente que hay algo también ambiental en el libra de Ginzburg.
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ca que daría sentido a la histeria dei molinero y, en general, a todas sus investigaciones: la perspectiva de la víctima, aspecto éste que John Elliott resefló tempranamente en tono crítico. lCómo se adapta este punto de vista? Puede haber dos formas: o porque uno es o se per· · cibe como víctima, o porque practica la empatía. En efecto, leyendo El qtuso se tiene frecuentemente la impresión de que el autor, el re· lator, nos hace vivir lo que a Menocchio le sucede, nos hace com· partir los sentimientos que aquél experimenta. Para ello, unas veces nos cuenta y otras nos muestra, unas veces nos presenta lo que ocu· rre y otras nos narra lo que el molinero sentía. Pero si Ginzburg pue· de ejercer esa forma de empatía es, en parte, porque él mismo se vive como víctima. A esta certidumbre, según sus propias palabras, sólo llegó anos después, a pesar de lo que pudiera parecer. Así lo ponía de manifiesto, en 1979, en la entrevista que se incluyera como pró· logo a la edición francesa de I benandanti, reproducida por la revista L'Avenç en 1981. Más adelante, con motivo de la traducción japone· sa de Historia noctuma, Ginzburg impartió una conferencia con el tí· tulo de «Witches and Shamans» en la que volvfa sobre esos referen· tes y daba pistas acerca de sí mismo y de sus objetos de investigación. Sus temas, indivíduos o grupos perseguidos, no eran meras elecciones acadêmicas; eran, por el contrario, fruto de una decisión verdadera· mente novedosa para la época y, aõadiríamos, resultado de un do~or antiguo y personal. En efecto, en primer lugar, el ~s tudio de la re· presión, de la persecución, era ya habitual, pero lo corriente era que se centrara en los mecanismos de exclusión. Esto es lo que, por ejem· plo, Ginzburg criticaba en Foucault. En El queso seflalaba que en la Historia de la locura en la época clásica había una ausencia evidente: la de los locas, algo que no se debía sólo a una dificultad documen· tal, sino a un determinado presupuesto. Su objetivo, por con tra, era rescatar de la sombra a las víctimas. Ahora bico, en segundo lugar, si este tema no fue una mera elección acadêmica era porque él mismo había sido una víctima. Y n o sólo por su condición de judío, no sólo por formar parte de una comunidad que había padecido el holocausto, sino también porque su família había sufrido directamente la persecución política. Como se sabe, Leone Ginzburg, su padre, fue encarcelado en la década de los 30 por sus actividades antifascistas en la célebre prisión de Civitavecchia, cárcel a la que el historiador dedicaria algunas páginas muchos anos después. Más tarde, en 1940, la fam ília Ginzburg, la que Leone formara con Natalia Levi, fue deportada a una pequena localidad de los Abruzos. Finalmente, Leone iría a Roma y allí reto· maría su actividad clandestina de lucha contra el régimen, hasta que poco después, en 1944, es detenido de nuevo, falleciendo en la cár· cel de Regina Coeli, controlada por los nazis. Así pues, estas avatares
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familiares permiten comprender hasta qué punto y de qué modo Carla Ginzburg adapta la perspectiva de la víctima, hasta qué punto se identific~ con los individuas que estudia. Y ello a pesar de que, como hemos vtsto, tardara algunos anos en reconocer esa evidente conexión, una tardanza que é! atribuye, utilizando a Freud, a los efectos de lo reprimido. Es decir, hech.os traumáticos de la infancia pueden tener dos tipos de efectos. Los primeros reaniman una y otra vez el trau· ma, la vivencia temprana, e! dolor precoz: a éstos Freud los identifica con los conceptos de fijación y de impulso de repetición. Los segundos, por contra, son reacciones defensivas que se expresan en la evitación de! dolor, en inhibiciones de aquellos hechos y de su recuerdo. No queremos decir con esta que Ginzburg soslaye la viven· cia dei confinamiento o la de la muerte de! padre; lo que queremos decir, siguiendo su propia confesión, es que quizá con sus objetos de conocimiento, con sus víctimas y perseguidos, se produzca una com· pensación diferida de ese dolor temprano. Ahora bien, sí que existe un aspecto de aquella época que Ginz· · burg siempre ha mantenido vivo, una influencia que siempre ha se· iialado como det~rminante por diversos motivos: Cada Levi y, más en concreto, su ltbro Cristo se par6 en Éboli. Como se sabe, esta no· vela es uno de los textos clave de la ltalia de posguerra, e! primer gran éxito de ventas de Einaudi tras la contienda, incluso un texto escolar con el que los bachilleres accedían a la cultura !iteraria. De hecho el propio Ginzburg reconoce en «Witches and Shamans» haberlo leÍdo en su adolescencia y reconoce igualmente la profunda impresión que !e ~ausó. En ese sentido, hay q ue tener en cuenta que Carla Levi fue amtgo de su padre, que participá también en la lucha antifascista en Turín y que fue asimismo objeto de confinamiento a causa de esas actividades, paralelismos que el propio Ginzburg aduce para explicar el impacto que la obra le produjo. (~é clase de libra es éste? (Novela propiamente dicha, crónica, autobwgrafia, memorias o documento antropológico? En realidad, lo es todo a la vez. En primer lugar, está concebido como un relato como la narración de un confinado en un pueblecito de Lucania, qu~ cuenta los hechos que le acontecieron y los personajes con los que se relacio~ó. A la manera de Léxico familiar, de Natalia Ginzburg, la obra de Levt se concibe como una novela verdadera, como una novela he· cha sólo de materiales referenciales, reales, que sigue además un or· den cronológico natural. Es, pues, una narración dei yo, una de las tantas que el siglo XX nos ha dado en las que el sujeto de la enunciación se expresa a sí mismo tomando como estímulo las sensacio· nes que e! mundo externo le provoca. Sin embargo, es también un do~umento antropol?gico. De hecho, Carla Ginzburg entiende que Cmto se par6 en Ebo!t es un antecedente que facilitá la recepción de
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la cultura popular como tema académico en Italia, ai menos así se ex· presa en la introducción que hiciera en 1980 al libro de Peter Burke. Ahora bien, {cómo logró Levi conciliar esa narración dei yo con un documento antropológico? Como sabemos desde Proust, el yo que narra sólo toma en cuenta e1 mundo exterior en tanto le provoca al· guna conmoción interna, en tanto el azar externo le activa una me: moria involuntaria. En cambio, el yo dei narrador en la obra de Levt aspira a salir fuera de sí, a captar ese objeto extrafio que le opone re· sistencia, ese mundo campesino distinto y distante dei de la cultura urbana de la que él procede, una cultura ,septentrional e intelectual. Desde este punto de vista, (qué signifisa Eboli? . . Como advertia Gabriella Gribaudi, Eboli simboliza para los ttalta· nos el Mezzogiomo atrasado, el agrarismo atávico y el tradicionalismo primitivo. Sin embargo, como inmediatamente apost~llaba, hay un cier· to y evidente desenfoque en este símbolo, porque Eboli es aún la ci· vilización dei norte, la última ciudad a la que aún llegó Cristo, el lu· gar a partir del cual comienza el sur profundo, e1 lugar en donde no estuvo ni anduvo el confinado. En ese sentido, lo que Ginzburg dit:c haber aprendido de este relato es sobre todo la actitud de simpalln mo ral e intelectual bacia los valores propios de la sociedacl compcsin.1, algo que también estaba presente en la experiencia de ~u padre: g~ dt• cir, que no sólo es posible sino que es deseable combmar la d1s l.l~l l lll intelectual y la participación emocional. Levi nunca asume una aclll\ld de superioridad, nunca habla desde una condición de arrogancin intc lectual, sino que se toma en seria incluso lo más extrafio e incom· prensible de esa otra cultura. En definitiva, lo que Ginzburg aprende de Cristo se par6 en Éboli es la empatia propia de lo que los antrop6· logos denominan la observación participante, una experiencia que él mismo tuvo que pasar cuando su família fue confinada en los Abm· zos. Hasta tal punto fue así, hasta tal punto se ejerció la empada en el relato de Levi, que sus campesinos lo ven como ellos mismos se ven: «también tú, pues, estás sometido al destino. También tú te ha· lias aquí a causa del poder de una mala voluntad, por un influjo m::~l vado, traído hasta aquí por una obra de magia hostil. También tú eres un hombre; también tú eres uno de los nuestros••. Si fanta seáramos con una escena imposible, si Menocchio hubiera sido contemporáneo de Ginzburg y lo hubiera conocido, quizá le habría podido decir las mismas palabras. Porque, en efecto, lo que Ginzburg pretende hacer en El queso es compaginar la distancia intelectual, el respeto por una cultura diferente, con la participación emocional. ms la forma de ha· cer coherente ambas cosas lo que explica su éxito? Si es así, si su éxi· to no tiene que ver sólo con la época, con los nuevos objetos. histo· riográficos, chocamos nuevamente con los muros de este labennt? y entonces, como le sucedía a Ginzburg, volvemos ai punto de partida.
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5 {Di os está en lo particular? -Dígame, por amor de Dios - cxclamé- , con ayuda de qué método, si cs que hay algu no, ha sido usted capaz de sondear mi alma cn esta cucstión. EDGAR A. POE
Claro que hay momentos en nuestro trabajo -usted también los habrá tenido, Müller- en que uno está tentado de pensar que sólo lo que escapa a nuestro registro es importante, que sólo lo que pasa sin dejar trazas existe verdaderamente, mientras que todo lo que nuestros ficheros conservan es la parte muerta, las rebabas, la escoria_ ! TALO CALVINO
1. En las pagmas precedentes hemos abordado las instrucciones de lectura, los contenidos manifiestos y el contexto historiográfico de tma obra. Son sólo explicaciones tentativas, insatisfactorias, puesto que no rinden cuenta suficiente del éxito de Ginzburg. Proponemos ahora -tal vez con la esperanza de llegar a una solución más aceptableanalizar las estrategias y las argumentaciones que el historiador sigue para presentar ai personaje y para darle un determinado sentido. La labor más visible del investigador es restituímos las palabras de Me· nocchio, lo dicho explícitamente, las metáforas de las que se sirvi6 y las controversias que mantuvo con sus acusadores. Ahora bien, hay
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otra tarea menos evidente, quizá la más importante, que consiste en ordenar y administrar la información, dándole un significado, y a&on· tar los vacíos documentales con conexiones razonables, plausibles o verosímiles. Si es así, la clave de su relato radicaría en una tensión permanente entre lo dicho y lo no dicho, lo que se sabe y lo que no se sabe) El biógrafo tradicional adoptaba la forma de un narrador om· nisciente que hacía valer su información, toda su información. Por su parte, Ginzburg también advierte ai lector acerca de lo que ha averi· guado, pera, frente a la arrogancia realista dei viejo biógrafo, se de· tiene continuamente en todo aquello que ignora y sobre lo que, a su vez, debe pronunciarse para presentar lógica y contextualmente a su personaje. (Es el suyo un gesto de humildad?
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sus colegas. Sin embargo, acabó víviendo desterrado dei mar, ~orno corredor de agencias proveedoras de barcos y, sobre todo, ca~b1ando continuamente de residencia, de puerto en puerto. Es prcCisa~entc esta último lo que inquieta al lector y lo que le guía para avenguar las razones ocultas de ese comportamiento errático. ~arlo~ revela pronto cuál es e1 hecho que causa eso~ c~mbios, pero 111~1edt~t~men• te advierte la limitación de ese conocumento y las prop1as umeblns que lo acompaõan. Lo que _imp~rta no es el hec~o, no es eso lo que deja inconsolable a Lord )1m, smo lo que en el pr~voca. Hay UIU zona oscura: «como el otro hemisferio de la !una, extste en nosotros oculto en perpetuas sombras», algo que nos inquieta, algo que ~esco nocemos, algo imposible de revelar. Toda la obra re~ume la dtficul · tad y la incapacidad dei conocimiento, porque de qUien se h~bla no es de un ser extraõo, sino de «uno de los nuestros», de al&Uien que participa del concepto de humanida~ y que sería tan excepciOnal, tan heroico o tan cobarde como cualqUicra de nosotros. En los dos ejem~los anterio~es, a9uel~? que se p~eba es, por u~ lado, la dificultad mtsma de la mvesttgac!On, de la b10grafia, de la re construcción de experiencias y vivencias que no nos pertenecen. ~or otro, se muestra también el espacio vacío que _env~elve a cualqtuer personaje, aquello que él mismo _ignora, e~e hem1sfeno escuro del 9ue todos participaríamos y que deJa perplcJO al nar~ador. Esta tenst6n está presente de manera explícita en la obra de Gmzbu~g. De heoh~, más allá de las referencias historiográficas con las que el C?!1textuail· za su libra hay dos citas !iterarias que resumen esa tens10n Y que estrategia retórica que seguirá. . ., anuncian La primera de ellas, según el orden de apanCJ<;>n, se recoge ai fin?l dei prefacio y correspo~de a la _t;rc~ra, de las Te~ r! de .(il~sofl_a de la lm toria de Walter Benjamm, tambten JUdio y tambten vtct1ma. «nad~ de: lo que se verifica se pierde para la histeria», mas «sólo la humantdad redenta toca plenamente su pasado~. En _esta cita ~ay ~na esperanz:t en la capacidad reveladora y emanctpat~~ta. de la htstona Y. d_el co no· cimiento. A pesar de todo, lo que sucedio stempre deJa vestlgto y_pcr· mite su reconstrucción, lo que es una forma de tesoro o ?e I?atnmo· nio para las generaciones venideras. Sin embargo,. en Ben)amm, pero también en Ginzburg, el pasado no es el dato evtdente ~n el que !e pueden reconocer los contemporáneos,_ ~ino qu~ es ~I objeto e:ctra~o que deja huella y que exige su revelac10n. El htstonador, el lustonn· dor materialista de las Tesis, vuelve a esc pasado y descubre los_ mo· mentos de esperanza que se contienen en la derrota. Menocchto es un derrotado, pero es la suya una aventur~ que ha ll~gado hasta no· sotros y que se opone ai «tiempo homoge?eo y vacto» que d~nun· ciam Benjamin en el historicismo. Menocchto hace saltar el contznmtm de la historia y su rememoración por Ginzburg forma parte dei rela·
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to de la redenció n de la humanidad, de su liberac_ión. El mesianis~o de Benjamin, que se consuma en las Tesis, ~?nstttu_ye una, denuncta dei fascismo, pero también de la acomodacwn soctaldemocrata, dei progreso explotador y de la destr_ucción de la naturaleza. Justamente por eso, fue un autor IJlUY aprect~do en el 68, en el contexto ct;tltural de aquellos anos, y por ello mtsmo fue_ adopta~o como un eJ ~~ plo de intelectual disidente. Además, su dtscurso smcopado, afonsttco lleno de metáforas, incluso escatológico, traduce en forma ?e le~guaje su posición extemporánea, excêntrica. Así pues, esos dos mgredientes, su crítica ra~ical y la ló&ica con la que la _expresa, no son extrafios a Ginzburg e mcluso, hactendo u~ anacromsmo, a Menocchio. Por eso mismo, aquella cita cierra la última calificación que el historiador le da ai molinero en el prefacio. Por sus ideas de cambio y de tolerancia, «es nuestro precursoP>, dice Ginzburg, es uno de_ los nuestros: reconocemos en él un patrimonio de la cultura progreststa, un precedente de la ilustración, del ateísmo y de la idea misma de humanidad y de universalidad. . . . . . Ahora bien, si llevamos hasta el final esa tdea, tdea ongmanamente bíblica Menocchio seria uno de los nuestros no sólo por lo que de él sab:mos sino por lo que desconocemos, como diria_ ,co_nrad, _esto es, todos compartimos algo oscuro, inefable, de revelac10n unpostble. En el caso del molinero, lo oscuro es doble. Por un lado, esa parte tenebrosa de la que todos participaríamos. Por otro,_ el mu~do en el que vivió, restituible sólo en parte, «un mund~ -~nade Gmzbu~g~ oscuro, opaco, y ai que sólo con un ge~to arb_ttrano podemo_s astmtlar a nuestra pro pia historia». Esa parte_ rnde~Ctfrable, ese «r~stduo . de indescifrabilidad>•, reta directamente al mvesttgador y le obhga a eJercitarse en un conocimiento qué sabe limitado, pero no imposible. Esa ambivalencia, lo que se sabe y lo que no se sabe, lo que podemo_s conocer y lo que no es restituible, encuentra su contrapunto en la stguiente cita !iteraria de Elqueso. En esta ocasión,_ como ?~mos adelantado, Ginzburg encabeza la obra con un ~asaJe de Ceh_ne v~rda deramente inquietante. En primer lugar, lo sena por el senttdo hteral de la cita («tout ce qui est intéressant se passe dans l 'om~re. On ne sait rien de la véritable histoire des hommes»), en la medtda en que acentúa esa parte oscura o de sombra que es la historia humana. De hecho de acuerdo con esa referencia, la verdad histórica parece estar descar~ada como meta alcanzable. En segundo lugar, sería una alusión inquietante por el autor escogido, un autor que, como vimos, tuvo una evidente y ostentosa inclinación_ antisemita. , . En el Viaje al fin de la noche, la tdea de _la noche y de su lt?l.lte (fondo o fin, según sus traducciones) const1tuye la ~lave metafonca que Céline emplea para describir el tránsito de la vtda a la muerte. En efecto, la vida descrita en la novela sería algo así como un retazo
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de luz que acaba en la noche y el tránsito humano sería el ~prendi zaje de un camino oscuro por el que deberíamos avanzar a ttentas y cuyo límite frnal sólo seria la ~uerte. A partir de esta clave, el re~~to se dispone como un compendio de esperanzas y de su frustracwn, como una narración de la mediocridad, de la degradación, de la roiseria, pero también de la exaltación, como UI?- ~~lato antiburgués y como una crítica antimoderna hecha ~esde el nthtltsmo, desde el m~ ditismo. El Viaje es la historia del aprendizaje vital de Ferdinand Bardamu, contada por él mismo, quince anos después de que d~era comienzo. Por tanto la novela está concebida como una autobtografia que empieza con ~l alistamiento voluntario de Bardamu en el ejército francês para combatir contra los alemanes en la Gran Guerra. En filas descubre la irracionalidad y la sordidez bélicas tratando de sobrevivir con una notable dosis de cinismo. Entre las cosas que le ocurren está su conocirniento de Lola de América, una joven cooperaote con las fuerzas franc esas. En determinado momento, Ferdinand tuvo que ser conducido a un sanatorio-prisión dado ~u estado de. atu_rdimiento y de insania febril. Nuevamente, la sordtdez y la mtsena acompaflan su convalecencia, y só lo las visi_tas_de Lo la y. de s':-1 madre alivian su rutina. Es allí, en aquel establectmtento hospttalano, donde conocería a otro alistado voluntario, un cabo que había sido profesor en un liceo y que :hora se revelaba como u~ ladrón, como_ un alucinado cleptómano. Ese es el contexto de la ctta de Carlo Gmzburg. En efecto, a pesar de ser vecinos de: cama, a pesar de most~ar~e una cierta simpatía mutua y de hablar abtertamente, el cabo contrnua siendo un enigma para Bardamu. De hecho, e! narrador se pregunta si este personaje está loco o, por el c~ntrario, muestr~ una luc~dez especial. La proximidad y la _c~nvers~ctón no le permtten avenguarl~, dcjando sin aclarar la condtctón mtsma dei anttguo profesor. <> El significado de esa cita puede variar si la insertamos en su ~on texto o si, por el contrario, la leemos tal y como l_a presenta Gmzburg, con la única referencia de su ·au_tor. En e_J pnmer cas<;>, ~a expresión dei narrador parece revelar la tmpotencta dei conocurue~to, es decir ni la vecindad ni la información nos dan la parte más mteresante; verdadera de los indivíduos y de su historia. Por tanto, la ignorancia es la consecuencia inevitable. En el segundo caso, esto es, tomando aisladamente la cita, el lector empírico puede suponer que el texto que viene a continuación no es una confirmación de esa ignorancia, sino un intento de superaria: admitiria que, en. efec,to, I~ más interesante pasa siempre en la sombra, que hay que tr mas alia de la superficie visible de las cosas, para poder dar con la verdadera historia de los hombres. La historia de Menocchio, desde este punto
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de vista, formaría parte de ese conjunto ignorado, escuro, ensombreci· do, de la actividad humana y más en concreto de esc conjunto de in· ..A.~~~~~-a.~~ de! que nada se a~ y que Ginzburg trata de ilu· o sena coherente con otra cita, la mmar. Planteaâo as1, su SI · que sirve de apertura dei volumen, aquella en la que el lector obrero de Brecht se preguntaba quíén había construido «Tebas de las siete puertas», en tanto que, como concluía Ginzburg, «las fuentes nada nos dícen de aquellos albaiiiles anônimos», aun cuando la pregunta conserve <
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intromisión autoria! que muestra (lo que se supone que es) el proce· so de investigación, las hipótesis que se sostienen o las que se eles· cartan. Planteado así, lo constatable o lo supuesto van abultanelo la ~ páginas dei libro dejando huella de la intuición y de la cultura ele! in vestigador. De ese modo, observador y observado acaban siendo inl'x tricables y adquieren ambos una condición protagonista. Este hc<'ho, lejos de ser circunstancial, es central en el volumen y concreta 1111 p1o blema básico de nuestro tiempo: la presencia dei observador cn lo oh servado. Después de décadas de positivismo, después de las '11111 111 versias neokantianas y hermenéuticas contra ei positivismo, la\ t lt' IH 111~ sociales contemporáneas han situado este asunto en el ccnt iU de· " ' debate. El libro de Ginzburg asumc, pues, esa constatación pospnHt tivista. 2. Carlo Ginzburg adepta una clave estratégica, que rcitcr.1 < m11o un latiguillo, para dar cuenta de la cosmogonía de! molincw l11ul.t no. Ésta consiste en hacer explícita la continua insatisf.1 cciôn q1w e•l investigador tendría por las soluciones o interpretacionc.:s q11c.: v.1 11 .111 ~ mitiendo. El libro ofrece sucesivas hipótesis que sólo son .tdn111ieht11 parcialmente, dado que no muestran dei todo ni agolan la lc'IHII .1 y los comportamientos de Menocchio. Esa manera de const11111 e•l tn to se advierte con claridad a Ja hora de abordar las co nrc.:~ ÍOIIl'\ y t•l discurso dei molinero. Ginzburg procede prescnlando una scttt• d1• contextos posibles que le permitan desentraiiar cl mistcrio y In 1 1111 dición excepcional de las palabras de Menocchio. El libro cumit·tttol mostrándonos a un personaje extraordinario para su época y P·"·' \11\ contemporáneos, es decir, los testimonios reunidos por los IIHIII I\I!ln res prueban ese rasgo y la extravagancia de sus ideas. Esn conNI.It.H 11111 sirve no sólo para justificar la tarea que ha de acomctc.: r c.:l iH vr ~ tl )lll dor, sino que permite también que el lector se vea sorprcndido ptu Menocchio e involucrado en la resolucíón dei caso. Esto c~. t·l h•e 1111 se pregunta cómo el molinero ha llegado a elaborar cse di~t 111 m y cómo Ginzburg reconstruye ese camino. La extravagancia de! mundo recreado por Menocchio cs 11111 111•11 cada que e! propio Ginzburg ha de contemplar de entrada la ponihi lidad de bailamos ante un caso de insania. De hccho, los mi:mtm 111 quisidores pensaron en principio cerrar el proceso entendienclo qw· \r trataba de un «amasijo de extravagancias impías pero inocu.ts". Sut embargo, es evidente que no fue así y que, como anade el ltislotllt dor, la Contrarreforma era muy cuidadosa en e! ejercicio de la n:pt <' sión y en la localización de la herejía. Sin embargo, el argumento de· la locura, que Ginzburg no descarta, es insatisfactorio, porque c.:l PC) sible delírio que su cosmogonía revela se ve inmediatamentc de' mentido. Una vez que los inquisidores renuncian a esa fácil explic.1
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ción e inician el proceso, las confesiones de Domenico Scandella confirmao que no se trata de un person~j~ evidente, porque. enhebra un discurso que más allá de sus excentricidades y de sus arnesgadas metáforas, tiene' su propia coherencia. (Q_yé sería un personaje evidente? Sin duda, aquel que es previsib.le, bien por lo q~e afirma o bie~ po.r las contradicciones en •!as que mcurre. En cambw, lo que los mqUIsidores (y el lector) perciben es la complejidad creciente de sus afirmaciones, y no porque utilice conceptos abstractos, sino porque sus declaraciones tienen múltiples referencias que, además, se presentan revestidas de metáforas y analogías. Asimismo, la propia estrategia de presentación que Ginzburg emplea acentú,a esa impresió~. Si se nos permite, podríamos decir que Menocchio ~s un personaJ~ redondo, en el sentido de E. M. Forster. Los personaJeS planos, segun el novelista inglés, se caracterizao por ser previsibles, esto es, su mundo puede resumirse en una sola frase. Por contra, los redondos son aquellos que tienen la capacidad para sorprendernos verosímilmente en el curso ele la narración. Así, Menocchio es a la vez sorprendente y vero.símil, tanto por sus propias palabras, re~ogi~as en las actas inquisitoriales, como po! el trato que 1~ da el histonador. P_or t~to, dad~ !a riqueza de sus Ideas y l~s mat1ces d~ .s~ cosmogon~a, solo la penc1a y la capacidad dei investtgador permittran reconstrUiria. . Descartada la locura, en la que podían coincidir inicialmente inquisidores, con temporâneos, h istoriador y lector.es, pero no el estupor qúe provocan sus ideas, Ginzburg seõala inmedtatamente la tarea a la que se enfrenta: <
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De hecho eJ inicio del siguiente capítulo parece revelar la difícil relación de e~e contexto con el objeto real dei libro: «un molinero como Menocchio, (qué podía saber de este intríngulis de contradicciones políticas, sociales y econômicas?, (qué idea se hacía. de! ~ran juego de fuerzas que silenciosamente cond icion~ban su. extst~nct~?•> Ginzburg parece responderse de una manera rudtmentana y stmph~ cacla, justamente la misma q':e él atrib4ye a la .idea que, ~enocch10 se hacía dei contexto. Es dectr, el confltcto soctal y poltttco que sacude el Friuli en el siglo XVI adquiere una imagen esquemática en el molinero en virtud de la cual el mundo, su propio mundo (esto es, Mon tereale y su contorno), se dividiría jerárquicamente en lo alto y en lo bajo, en los hombres superiores Y. en los hoJ?bres P?bres. ~~ ·ra bien a lo largo del volumen, ese rrusmo confltcto soctal y poltttco no parece afectar concretamente a .las descrip~i
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texto cultural y religioso extralocal, y Ginzburg lo hace, como él mismo admite, a través de aproximaciones sucesivas. Es decir, se centra inicialmente en lo que podría parecer más evidente: la posible pertenencia de Menocchio a alguno de los grupos disidentes que se habían desarrollado en la épo~a y que tenían presencia en aquel árnbito, en concreto los anabaptistas y los luteranos. Sin embargo, una rápida comprobación de las ideas dei molinero y las tesis de la Reforma que eran objeto de discusión en Italia le permiten marcar diferencias y, por tanto, !e dejan nuevamente insatisfecho: Ginzburg aparta una interpretación verosímil, posible e incluso probable, pero la descarta después de refutaria convenientemente. A la postre, eran dos mundos distintos: el campo, en el que vivia Menocch!o, y la ciudad, en la que se difundían las ideas reformadoras. Más aún, a pesar de que el molinero friulano era uno de los disidentes, su condición excepcional queda nuevamente puesta de manifiesto. En ese caso, si el molinero no era anabaptista ni ~uterano, (de dónde procedia su inquietud religiosa? Ginzburg ha arriesgado páginas en contrastar esas confesiones con la cosmogonía de Menocchio y concluye negando una filiación entre ambas. Lo que ha hecho, pues, es plantearse un reto cuya solución provisional se descarta otra vez por inaceptable. Con ello, el lector asiste o cree asistir o ei historiador le hace creer que asiste al proceso mismo dei descubrimiento, y admite la insatisfacción de esa hipótesis. El siguiente paso que Ginzburg nos propone en ese camino es ei de los libros. A pesar de que sustrae a Menocchio de la filiación anabaptista y luterana para insertarlo mejor <
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definía como "opiniones fantásticas"». Es decir, los libras y la red de lectores que los difunde no conducen necesariamente a formar esas opiniones y, además, esos mismos juicios parecen escasamente repre· sentativos de lo que sus paisanos, letrados o no, defendían o soste· nian. En consecuencia, la condición excepcional de Menocchio se rc· afirma y resiste cualquier fácil interpretación, de modo que estamos nuevamente tentados de atribuir las ideas dei molinero a la extravn gancia social y cultural de un individuo que, sabiendo leer, no com· parte sus opiniones con los otros lectores que le son próximos. «A fuerza de chocar con los muros de este laberinto, volvemos ai punto de partida.•• Carlo Ginzburg encuentra una solución aceptablc a la contradicción entre mundo campesino y cultura escrita. Para cvi· tar el determinismo, para evitar una conexión mecânica entre libros c ideas, una difusión unidireccional de la alta cultura hacia los estratos más bajos de la sociedad, el historiador rescata la propia reivindica· ción dei molinero, su raciocínio. Es decir, es el «cerebro» de Menoc· chio, según su confesión, el que da vida a lo que lee, el que reorde· na las ideas que recibe. Como anade Ginzburg, «cualquier intento de considerar estas libras como "fuentes", en e! sentido mecânico dei tér· mino, se derrumba ante la agresiva originalidad de la lectura que de ellos hace Menocchio. Por lo tanto, más importante que el texto es la clave de lectura». El resto de la investigación, primero analizando los libros y luego la cosmogonía, es precisamente un estudio de csa clave de lectura, dei modo particular en que el molinero leía, de la manera especial en que Domenico Scandella atribuía significado a la literalidad de lo que le llegaba. El proceso de iluminación seguido por Ginzburg es lento, moroso, detallado, buscando soluciones vero· símiles, en ocasiones audaces, sobre las ideas clave que el historiador revela y que son el materialismo, la unidad racional dei género hu mano y la tolerancia moral basada en la diversidad cultural. Traduci da la cosmogonía de Menocchio -el queso, los gusanos, etcéteraa estos referentes, la extravagancia queda en parte aclarada y parece más bien revelar la densidad metafórica y analógica que envuelvc sus confesiones. Ahora bien, lejos de constituir una cosmovisión exclusiva de aqucl molinero, lo que Ginzburg se propone también es mostrar el pan:n tesco que estas ideas y sus metáforas tienen con el mundo campcsi no. Es decir, las imágenes de las que se sirve son cotidianas y procc· den de las vivencias y de la cultura material dei pueblo trabajador. Pero, más importante aún, las tesis que revisten, y que son ideas que vemos en la alta cultura - Montaigne, Bruno, etcétera-, son también propias dei campesinado rebelde, irredento y descreído. Este campe· sinado no es «la multitud anônima» de la que Menocchio se diferen· cia, sino que e~ representante de una cultura extensa, subterránea, que
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encuentra sus vías de expresión en personajes raros, irrepetibles, le· trados, personajes que gracias . a todos esos rasgos han emer.gido a la superficie y han quedado reg1strados en las fuentes, es. d e~1r, en los vestígios de la derrota de los que hablaba W alter Ber:Jamm. E•: ese sentido, Ginzburg encuentra muy revelador que los eJemplos d1spo· nibles sobre otros disidentes procesados confirmen su hipótesis. En efecto, nos presenta el caso de un molinero que, habiendo vivido a «centenares de kilómetros•• de Montereale y sin haber trabado relación con Menocchio, hablaba «el mismo lenguaje, (...) la misma cultura>> que e! protagonista de El queso. Esa conclusión le sirve precisamente para confirmar la extensión de esa cultura ~ubterrá nea y para confron· tarla con Ia alta cultura, hallando en ésta tt'!'s is muy parecidas - sobre la tolerancia, etcétera- y, por tanto, corroborando la circularidad, que no la unidireccionalidad, de las ideas. Es en ese punto en e1 que el historiador se da por razonablemen· te satisfecho, después de haber descartado una y otra vez las s~lu ci o· nes que estra tégicamente había ido adaptando y presentando, sm que ninguna de ellas fuera aceptada. Así pues, la lectura detallada de este libro lo que revela es el intento de mostrarle al lector los resultados de la investigación de acuerdo con las etap as dei descubrimiento. Con ello la escritura es sobre todo la forma de desvelar la información de ma~era que su dosificación la haga verosímil, además de verdadera. D icho en otros términ os, Ginzburg es respetuoso con la verdad, o al menos ése es el criterio deontológico que asume, p era sabe que su aceptación depende de la forma de suministrar los datas, dei orden de su exposición y dei interés con que se mantenga ai lector. Por todo ello, esta investigación es un ejercicio de persuasión, teniendo en cuen· ta además el caso extraiío ai que se enfrentaba, la escasez de fuentes con las que contaba y la dificultad de argumentar cualquiera de las hipótesis que proponía. Así, lo que Ginzburg hace como historiador es algo muy semcjante a lo que Lucien Febvre proponía ai fm al de sus Combates por la historia cuando reseiiaba e1 célebre «librito» introduc· torio a la discip lina de Marc Bloch. «Ser historiador - decía Febvrees no resign arse nunca. Intentado todo, intentar llenar los vacíos de información. Ingeniárselas, es la palabra exacta. Equivocarse o, mejor, lanzarse veinte veces por u n camino lleno de promesas - y darse cuenta después de que no conduce adonde debía con ducir- . No im· porta, se vuelve a empezar. Vuelve a cogerse ~on paciencia I ~ made· ja de los cabos de hilos rotos, enmaraftados, d1spersos.» Efecttvamen· te, la forma de operar de Ginzburg se asemeja a la de Bloc~. Tomemos, por ejemplo, su obra mayor, aquella que mereciera el elogio y el prefacio de Ginzburg: Los reyes taumaturgos. El tema abor· dado es ciertamen te complejo, porque lo que trata es la capacidad tau· matúrgica atribuída a los monarcas fran ceses e ingleses. La dificultad
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radica en estudiar una institución, la monarquia, a través de hechos de mentalidad, esta es, yendo más aliá de una historia estrictamente política. Pero radica también en la falta frecuente de f~entes. y en los vacíos informativos que siguen a las preguntas que el mvesttg.ador se plantea. Reparemos en este último punto. J:I~Y a lo largo ~~I bbro un uso reiterado dei interrogante, un uso estrategiCo y compos1t1vo. Bloch los m ultiplica con objetivos variados: 'proporci
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forma explícita como implícita, esto es, en la medida en que unas ve· ces e1 propio autor lo hace constar y otras la emplea sin decido ex· presamente. Tal vez ese recurso, sumado a los otros atractivos sefia· lados, nos ayudaría a explicar mejor e! éxito de la obra. (Por qué razón? Porque lejos de. atenerse siempre a los datos fehacientemente documentados, la investigación es a menudo una conexión probable o simplemente posible de esos datos. Carlo Ginzburg se lamenta en el prefacio de la escasez de huellas dejadas por las clases populares. Si, además, estas huellas se reúnen en documentos tan sesgados como son las actas inquisitoriales, la tarea de reconstrucción es aún más cos· tosa y laboriosa, y por tanto las interpretaciones serán más tentativas, menos seguras. D e entrada, la información que contienen es dudosa, lo es, como decíamos anteriormente, por la lógica de coerción y ei mstrumento de tortura en que se basan. Además, por los personajes de los que trata, en este caso un molinero, alguien perteneciente a las clases populares, no siempre es posible tener acceso a otras fuentes ai· ternativas que proporcionen noticias de contraste. Por eso mismo, pues, es determinante el protagonismo de! investigador en las inter· pretaciones que ofrezca para dar sentido a lo sabido o para proponer soluciones probables o posibles. Pero, por otro lado, cobran también relevancia los obstáculos que ha debido afrontar y que se incluyen como parte sustancial del relato, obstáculos que se saJvan con conjeturas más o menos atrevidas. En ese sentido, debemos tener en cuenta que a lo que aspira Ginz~urg, y en esto su tarea sería semejante a la de cualquier otro histo· nador, es a m ostrar y a demostrar. Lo primero sería hacer visibles los hechos que efectivamente se han dado presentándolos en su orden natural; lo segundo sería probar la verdad de lo que se expone y, por tanto, lo incontrovertible de los resultados. Lo que se le pide a un historiador es lo mismo que se le demandada a un detective. Pero üodo lo que dice un investigador es incontrovertible? Evidentemen· te no, por cuanto no puede restituir por completo todos los hechos acaecidos, dado que las huellas que le llegan sólo son vestígios parciales de esos hechos. Ginzburg es consciente de todo ello y ha re· flexionado sobre el particular de una manera explícita al menos en dos ocasiones: en <> (1982) y en <
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son insuficientes, sin que existan todavía alternativas que permitan ese tipo de demostración. Y ello se debe a la falta de informaciones o a que tratamos con objetos de investigación nuevos para los que no se dispone de un utillaje elaborado. Así ocurrió con la flsica atómica, nos dice Ginzburg, y con más razón ahora cuando nos ocupamos de las culturas orales dei pasado. (Q!té es lo que haría, pues, Ginzburg? Mostrada, haría también visibles objetos o hechos que no lo son -demostraría en el sentido antiguo- aspirando a aportar pruebas su· ficientes, pero sabiendo que nunca podrá presentarlas todas, que nun· ca podrá demostrarlas totalmente en el sentido jurídico. El resultado es un libro uno de cuyos atractivos es la recomposi· ción dei universo mental de Menocchio y dei mundo cultural que lc rodea a partir de una información escasa y sesgada, ofreciendo, adcmás, los descartes o las interpretaciones insatisfactorias. Es decir, una de sus virtudes radica en la forma que tiene de mostrar lo evidente, lo documentado, y, a su vez, en la forma que tiene de presentar co· nexiones que no son inmediatamente visibles. Llegados a este punto, no obstante, y antes de evaluar el modo y el cómo del historiador, una cuestión preliminar es la de la naturale· za de la fuente, es decir, Ia de cómo emplear una fuente única en la que la representación de lo real es, en principio, tan dudosa. Como vimos a partir de Foucault, el modelo inquisitorial se basa en el examen, en la averiguación de lo que hace diferente al encausado. Esa forma de indagación se extiende a numerosas disciplinas a lo largo de la edad moderna y contemporánea, pero tiene su origen precisamen· te en la forma de operar del Santo Oficio. Ese procedimiento con· vierte lo que trata no en objeto por sí mismo, sino que lo que incluyc confirma teleológicamente aquello que en principio quería prob:m.c. En el caso de Menocchio, y a falta de m ayores pormenores dot:u mentales, lo que quiere probarse es su condición de hereje y, por t.H l · to, lo que comprende es sólo aquello que conduce a confirmaria. De este modo, en la documentación inquisitorial, Menocchio deja de ser un objeto por sí mismo y el protagonismo lo adquieren sus ideas, o mejor, aquella parte de sus confesiones que han sido guiadas para dcs cubrir su crimen herético. Esa seria limitación parece invalidar, de en· trada, el uso de este tipo de fuente y, más aún, cuando este doeu· mento es la falsilla principal de que se dispone para describir una vidn. Sin embargo, Ginzburg responde convincentemente a este cargo pnr~ oponerse al silencio. Precisamente le reprochaba a Foucault la paráh· sis en la que podía incurrir el investigador a la hora de atender a. este tipo de testimonios. Más aún, cn El queso era plenamente consc1en tc de la necesidad de restituir esa parte semidestruida, oscura, opaca, de las clases populares, a pesar de los sesgos o de las carencias doeu· mentales.
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Aiios después, y atendiendo a diversas críticas, volvió sobre este asunto y se lo planteó en lo que justamente tenía de caso límite. Nos referimos al documento único que informa de un hecho sin posibilidad de contrastado con otros. Frente a lo que haría un juez, es decir, frente a la conocidJl máxima dei testis unus, testis nullus, el historiador n o puede prescindir de la fuente única. Un solo testimonio, una prueba circunstancial, no demuestra, n o puede servir para condenar o para imputar la culpabilidad. En cambio, el historiador acepta las pruebas contextuales y debe atender a fuentes excepcionales aunque éstas despierten dudas razonables o proporcionen informaciones sospechosas. Aquello que deberá hacer es bus.car los referentes de esos documentos con e! propósito de averiguar su'· modo de producción y, por tanto, con e! propósito de establecer su verdad. E! documento inquisitorial, pues, aun deformando la vida dei personaje, aun eliminando pasajes de su biografía, debe rescatarse porque no hay nada mejor, porque no hay testimonio alternativo para restituir a indivíduos como Menocchio. Por lo común, los documentos, y más aún los escritos, están redactados desde un punto de vista, esto es, están compuestos desde una perspectiva que es, a la vez, conciencia y voz, desde una coincidencia, pues, de todas estas instancias. (Cuál es la particularidad de la documentación inquisitorial? Para explicaria, Ginzburg remitirá en un trabajo posterior a El queso, en <
individuo, en las concepciones que alumbró o, en defi~itiva, en e! itinerario biográfico que vivió, ese documento es excepciOnalmente revelador de lo que las fuentes esconden. . . Ya que se trata, pues, de una depuración mu.y pre~tsa, Gmzbur~ opta por utilizar la conjetura. El autor no nos advterte stempre de que modo va a emplearla, pero el lector puede averiguado a partir. de los usos constatables y explícitos que bay ~n el texto. En ese sentido, s~ apreciao al menos tres maneras diferentes de servirse de ell~. Po.r un lado, tendríamos las conjeturas fundadas; por otro, las q.ue el mtsmo califica de <
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inaudíble, por débil y deformado que sea•• en Menocchío. Ahora bien, ello no le impide deaicar un breve capítulo a su obra principal, De Trinitatis erroribus, y ai argumento central que contiene: la «reivindicación de la plena humanidad de Cristo; una humanidad deificada a través del Espíritu Santo». Algo similar ocurre con la interpretación que nos da dei origen de la distinción ofrecida por el molinero entre alma inmortal y espíritu inmortal. En este caso, el recorrido uniría a los catedráticos de la Universidad de Padua con el molinero, conexíón «bastante singular, pero históricamente plausible>>. En realidad, e! único eslabón de esa cadena de influencias habría que hallarlo en un párroco que Menocchio había tenido co~o amigo en su infancia. Aquél sí habría estado en contacto con los textos provenientes de la citada Universidad y a través de él habrían· Uegado a este último. Con frecuencia se le ha discutido a Ginzburg la pertinencia de esas conjeturas y de otras similares que pondrían en relación a Menocchio con personajes, ideas y ambientes para los que no habría prueba documental firme que permitiera sostenerlas. Ahora bien, a1 final, lo que importa no es tanto la solidez de esas conexíones, cuanto el esfuerzo de reconstrucción emprendido. Es decir, la tarea que el historiador llevó a cabo consistió, en primer lugar, en rastrear el conjunto de referencias culturales que circulaban en la ltalia dei momento para, en segundo lugar, seleccionar aquellas que puedan estar en sintonía con el relato del molinero y, finalmente, hallar un posible nexo entre unas y otro. La labor es muy compleja, en la medida en que, lejos de ser una narración coherente, transitiva y denotativa, las declaraciones de Menocchio son contradictorias, connotativas y fuertemente metafóricas. Con ello se vale de los instrumentos que le son próximos, esto es, de las metáforas orgánicas que son características dei medio aldeano en el que creció, pero también las emplea como mecanismo de defensa, como escudo o protección frente a la interrogación enfática dei inquisidor. El resultado de esa reconstrucción podría describirse a partir de la imagen gráfica dei calidoscopio, es decir, en el siglo XVI hay un caudal limitado de ideas modernas (pluralidad cultural y moral, unidad fundamental dei género humano, tolerancia, materialismo, etcétera) que tienen una enunciación diferente de acuerdo con quien las elaboró. (Q!.ié es lo que se infiere de esa certidumbre? Q!.ie unas concepciones similares pueclan compartirse no ya dentro de un determinado sector social, sino entre la alta y la baja cultura. Por eso, Menocchio acaba compartiendo protagonismo con Montaigne o, finalmente, con Giordano Bruno sin que por ello sea necesaria ninguna conexión documental. Por otra parte, esta vinculación cumple además una función retórica que refuerza el efecto de convicción y de persuasión, sobre todo en lo que hace referencia a la figura de Montaigne. De las ideas de
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Giordano Bruno no sabemos nada, nada nos dice Ginzburg de la po· sible conexión que pudiera establecerse entre éste y e! molinero, y sólo su condena por el Papa les une como víctimas de la reacción tri· dentina. En cambio, de Montaigne, el historiador nos dice algo m:ís. Su figura aparece en dos ocasiones para subrayar una idea moderna que el pensador y el molinero expresarían a la vez ai reflexionar so· bre un mismo hecho: los relatos sobre el Nuevo Mundo habrfan sus· citado en ellos unas mismas preguntas, las que hacen referencia n !.1 diversidad de las creencias y de los comportamientos. La «conmoción relativista>> sería semejante en ambos y sobre todo la conclusión que cxtraerían: la tolerancia moral y cultural. Con ello, y dados los pare ciclos de fam ília que pueden encontrarse, la figura de Menocchio :.c agiganta ai asociarse con Montaigne y con Bruno, a pesar de que aquél era sólo <
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zebras espirituales de los presentes. Eso le permitiria describir el mundo interior y las reacciones psicológicas de los personajes como algo ~ás que una mera fantasí~~ por cuant? se apoyaría en esos registros. Sm embargo, a_un c_oncedtendole a Gm~burg esto, habría que obje· tarle que esos stlenc10s, esos gestos, un stmple resuello, no tienen necesariamente un signifidldo unívoco, son actos humanos dotados de ambigüedad, actos ?e significado cuyo sentido es interpretado por un observador presencial y retomado por el historiador. Por tanto son conjeturas, ~on interpretaci?nes que tienen un fondo imagi~ario, son elab?~ac10nes de un escnbano y de un historiador que se fian de I~ expreswn aparente de unos gestos o de u~os silencies. Por -eso preCisamente es por lo que, mostrando grau cat\tela, Ginzburg los introduce con aquellos adverbios. (Qié papel cumplen, pues, situaciones como las descritas cuando las palabras dei documento no avalan la ~c~tcz;J ele lo ~icl~o o. ~ua~clo, en todo caso, son la percepción sub· JCltva dei notano mqutsttonal? Provocar un efecto estético, rellenar un V;JCÍO documental e involucrar empáticamente al lector en e! relato de los hechos. De lo que hemos visto se infiere, pues, que las dos primeras for~as que Ginzburg tiene de conjeturar son aquellas que nos ofrecen 111terpretaciones a partir de indícios. En cam bio, la última acaba siendo un recurso retóri~~·, sin suficientes vestígios documentales que la respalden, una suposicton de la que en el mejor de los casos se puede afirmar su probabilidacl o su posibilidad. Este tercer modo de elaboración conjetura! recuerda sobremanera lo que Benedetto Croce llamara la «imaginación combinatoria», un tipo de procedimiento utilizado para ~o~mar las lagunas que quedan en las imágenes ofrecidas p~r las notictas documentadas y apuradas criticamen te; un procedimten_to,_ <0adía Croce, ~ura función es persuasiva y que se guía por el pn ncipiO de lo verostmtl o lo probable. Pues bien cada una de estas fórmulas, que_ por otra parte se presentan a me~udo engarzadas, no~, conduce haci~ otro aspecto: el conocimien to indiciaria y su relaCJon con la conJetura o, por expresarlo de un modo diferente con las hipótesis. ' 4_. En 197~, Carla •, atribuída simultáneamente a Gustave Flaubert y a Aby Warburg. Era éste un lema para un ensayo cuyo significado preciso, o al menos aquel que el historiador quería darle, no se entendía hasta el fi~al, ~~sta su c~nclusión. Precisamente su misma simplicidad lo hacía ~mgmattc?, ambtguo, como también lo era, por ejemplo, el breve pasaJe de Célme que servía de frontispício a El queso. De entrada, no pa-
recía designar el objeto o incluso oscurecía la inmediata evidencia de su sentido. > y el volu· men en el que se incluía era Crisi de/la ragione, editado por Aldo Gar· gani en los Einaudi Paperbacks, es decir, en la misma colección en la que había aparecido E! queso. E! ensayo era una versión ampliada de otro aparecido un afio antes en la Rivista di Storia Contemporanea, aunque también se habían difundido extractos en otras publicaciones no especializadas (Ombre Rosse, ll Manifesto o L 'Espresso). Aquella versión, que anunciaba provisional, volvería a aparecer ai menos en otras dos ocasiones. La primera en otro volumen colectivo, coordinado en esta ocasión por Umberto Eco y Thomas A. Sebeok y editado en 1983 en inglés y en italiano. Por un lado, en la Indiana U niversity Press y, por otro, en la traducción en Bompiani con el título de // sepzo dei tre. Holmes, Dupin, Peirce. No obstante, estas dos textos no eran equiva· lentes, puesto que en la versión italiana Ginzburg reproducía el texto de 1979, mientras que para la inglesa lo había revisado y adaptado. Finalmente, en 1986, Einaudi volvía a publicar el citado artículo, pero ahora dentro de una recopilación de trabajos del historiador italiano, bajo el título de Miti Emblemi Spie. Morfologia e Storia. E! ensayo de Ginzburg (<
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l publicá Mitos, emblemas, indícios. Además de todo ello, y como prue· ba palpable de ese éxito al que aludíamos, Taurus de México retomá la versión del ensayo de Ginzburg aparecido en Siglo XXI para in· cluirlo en 1995 en un volumen muy peculiar: Discusión sobre la hislfr ria. Este último libro .tenía una triple autoría. Carlo Ginzburg como referente principal y el intercambio epistolar mantenido entre Adolfo Gilly y el subcomandante Marcos a propósito dei ensayo de aquél. Lo primero que llama la atención dei volumen son los coautores. Sin embargo, esa misma sorpresa se desvanece al comprobar que es un texto manufacturado con una cierta impostura, un artificio elaborado para aprovechar la celebridad dei alzamientp zapatista. En realidad, se trata de una breve carta dirigida por el subcomandante Marcos al his· toriador Adolfo Gilly, simpatizante· también de esa causa. La excusa que justifica la publicación es ei texto de Ginzburg, remitido al insurgente, contestado por éste y apostillado extensamente por el pro· pio Gilly. Como el posible libro era de escasa extensión, se completá con la transcripción de «Indícios». Los comentarios dei subcoman· dante son perfectamente olvidables en sí mismos y para lo que aquí nos interesa. Los dei historiador mexicano son innecesariamente eru· ditos a propósito de Ia historia, de la historia popular y de sus referentes, en particular E. P. Thompson y Carlo Ginzburg. Por lo que a este último se refiere, nada hay que indique colaboración alguna con esta nueva edición de uno de sus textos, puesto que la reproducción de <
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En primer lugar, <
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I~ izquierda que se multiplicaba a finales de los 70. Se nutria de articulas esp~fioles, pero en sus páginas se sucedían uno tras otro ensayos tra~uctdos de los grandes .~aestros pensadores de aquel momento~ parttcularmente ~e los panstenses. Aunque tenía una orientación evtdente~~nte _m~oosta, que su propio título recordaba, lo cierto es que admltta filtacwnes muy diversas e incluso contradictorias subra' yando con ello la h eterodoxia que la caracterizaba. En inglés, el artículo _se dio ~ conocer en las páginas dei History 'Vf!~rkshop ]ournaf. Esta revt;t~, segun nos recuerda Timothy Mason, nacro en 1976 con el proposrto de trascender el medio académico inc<;>q~o~ando la izquierda radical a la tarea de renovar el pensamiento htst_onco .. Po~ ello, sub:ayaba la índole experimental y provisional de las t,nvesugacwnes que m~luía ~s.í como">la discusión colectiva a la que d~~tan dar lugar. Esta onentacwn le permitia superar los moldes tradtcwnales ~anto de la izquierda, en g_eneral, como de la historiografia, en p~rttcular. Por un lado, se conJuraba el antiintelectualismo de los labonstas y ~e los sindi~~tos br~tá~icos. Por otro, la experiencia de los workshops tba a per.mtttr multtphcar las perspectivas históricas, dando ~oz a lo~ prot_ago~tstas de las ~uchas populares. Esta polifonia conducta. a_demas a drver~tficar los esttlos de la escritura histórica que en sus pagmas se conteman. . Fin_a_Jmente, un último ejemplo que podemos proponer es ei de la ve_mo~. francesa de est~. ensayo de Carlo Ginzburg. En este caso, la pubhcacron que lo acogto fue Le Dlbat. Como se sabe la edita Gallimar~ bai<;>, la _dirección de Pierre Nora y es un núcle~ de reflexión y de ~;scuswn, m_telect~tal. Así como Annales tenía una evidente connot~~ton academtca e m~luso escolástica, Le Dlbat nada con la pretenswn de provocar, de mcomodar, y para ello reunia a los intelectuales más inquietos de la Fr~ncia de los 80. Además, la figura de Nora le otorgaba un doble canz. Por un lado, la convertía claramente en una revista interdisciplinaria con un sesgo contemporaneísta muy marcado. Por otro, esa meta transgresora, a la francesa, estaba encauza~a en la práctica den~o de los márgenes de una gran editorial, la mts:na em.I?resa que habta tutelado en parte la nouveffe historie y que habta pubhcado a los grandes ensayistas dei momento. L~ primera v~rsión ~e «Indícios», la que se publicó en la Rivista, dtctab~ unas mstruccwnes. de _l~ctur~ q~e venían dadas tanto por su contemdo como por su ubtcacwn edttonal: se caracterizaba por su v<;>lu_n~ad de combate, por la pretensión de renovar el conocimiento htstonco y de ofrecer un modelo alternativo, en clara coincidencia c_~n _la agitació:"- intelectual que inspiraba a aquella publicación penodtc~..Ese canz. no se pierde cuando el ensayo se amplia y se reedíta en. CrlSl deffa ragzone. De hecho, es en ese momento cuando la celebndad de este texto de Ginzburg se acrecienta, con diversas resefias
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aparecidas en L 'Espresso, A!fabela o Aut Aut e incluso es comentado por !talo Calvino en La Repubblica. Este narrador no hace una recensión de Crisi, sino de «Indícios», destacando principalmente tres cosas. Por un lado, la riqueza de ideas que contiene; por otro, la intención explícita de describir y asumir un paradigma epistemológico contrario a la ciencia galileana; y finalmente, el modelo narrativo que predica a partir de los indícios. Por otra parte, Crisi tiene una importancia capital en el pensamiento ·italiano reciente y su incidencia va más allá dei ámbito historiográfico. D e hecho, el libro puede tomarse como una condensación, como un compendio de las transformaciones políticas e intelectuales que ltalia experimentaba a finales de los 70, pero también como un indicio local de la crisis de los paradigmas fuertes en las ciencias sociales contemporáneas. El primer elemento que destaca en ese texto es su carácter interdisciplinario, o mejor, su voluntad transdisciplinaria. Por un lado, cada capítulo es responsabilidad de profesionales procedentes de diversas disciplinas y, por tanto, ai lector se le obliga a sondearlas a partir de una competencia específica. Pero, por otro, tanto en la introducción como en el sesgo que tiene cada apartado, se ·aprecia la decisión de responder colectivamente a unos síntomas que se comparten, a unos trastornos que agitan a cada una de las ciencias y, en fm, a unas renuncias comunes pero positivas. Así, los ensayos que se recogen están concebidos como una serie de contribuciones y de intervenciones que se amparaban bajo un proyecto de trabajo definido en 1976. Ese proyecto tenía como objeto la discusión de la crisis de la racionalidad y buscaba insertarse no sólo en los debates indígenas, sino también en las controversias que sobre este asunto se desarrollaban en los afies 70 en diversos países. En efecto, ei prefacio de Aldo Gargani está redactado en primera persona dei plural, fórmula que se repite retórica y enfáticamente para afirmar aquellas certezas. D e hecho, por el tono y po'r los contenidos, esa introducción adepta la forma de un manifiesto.
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humanos~ de sus !lecesidades y de s~s modos de pensar y juzgar. Si los cambtos acaectdos en esta centuna en el ámbito de la flsica han permitido subrayar la relación dei observador con lo observado (cómo es posible que las ciencias sociales se empefien en adherirse a 'un mo· delo de r~~ionalidad de origen newtoniano? Partiendo, pues, de dicha constatacwn, ;ada uno de los _auto~es _in~entaba d~finir los usos posi· bles de la razon en ~u respecttva dtsctplma despues de esos cambios que afectaban ai conJunto de los saberes. Por tanto la radicalidad del artículo de . Ginz~urg co~ r~ una nueva dimensión que es Ia de ensayar una sahda eptstemologtca nueva a las formas tradicionales de hacer his~oria en ese conte~to crítico. pe ~echo, ese ensayar afecta a Ia gen~rahdad de lo_s tra~aJOS que le stguen;. en los sucesivos capítulos, escntos desde la_ t~ certt d~~bre y recogiendo materiales diversos pro· cedentes de tradtctones dtstmtas, frecuentemente contradictorios. Il segno _dei tre, C?bra también colectiva en la que vuelve a publicar· se e! trabaJO de Gmzburg, es de una índole bien distinta a la de Ias dos ediciones anteriores. De entrada, es una publicación académica originariamente aparecida en una de las editoriales universitarias má~ prestigiosas, la Indiana University Press. Como decíamos Ia versión italiana es simult~e~, pero e~ es_te caso lo es en una em~resa privad~, la casa. Bomptam. Esta edltonal, que es la que habitualmente pu· bhca los ltbros de Umberto Eco, ~a. un sello diferente al volumen y lo enc~adra clar~ente e:' el domtmo de la semiótica. En principio, pues, esas son las mstruccwnes de lectura que se adhieren al texto ori· ginal. Sin embargo, e! propio título le aiíade una connotación más que alude a Conan Doyle. Como se sabe, el creador de Sherlock Holmes es responsable de una célebre novela titulada E/ signo de los cuatro. En esta ~~rración, ~1 margen de la trama argumentai y por tanto de la revelacwn detecttvesca, lo verdaderamente sobresaliente es su primer capítulo. Allí, Watson nos describe el método de investigación de Holmes y reit~ra, pues, en este segundo relato lo que ya sabían los lectores de Estudzo en escarlata. En uno y en otro, el célebre detective confiesa de qué modo da con el criminal, y éste no es otro que el de la conexi?? de huellas. La huella es siempre un signo, esto es, una re· presen~ac10n de algo que no es~á, un vestígio de algo oculto o des· aparectdo. A esto, a estas conexwnes, Holmes Ias llama erróneamen· te ded_ucción. Lo imp_ort_a,nte no es ahora la designación, sino en cualquter caso la descnpc10n del procedimiento, que no es otro que e! de las hipótesis como formas de probar el saber o de aventurar so!uciones: En este senti~~· es toda ':lna declarac~ón irónica, propiamente msostemble, la afumacton holmestana, contemda en E/ signo de los cuatro, _segú? la ~ual el d~tective no hace conjeturas. Lo importante no es st el mvesttgador acterta o no con esa confesión, sino la centralidad que él mismo le da a la inferencia conjetural.
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El subtítulo del libro coordinado por Eco y Sebeok nos dice ade· más quiénes son esos tres: Holmes, Dupin y _Peirce, esto es! el detcc· tive de Doyle, el de Poe y el gran pragmattsta norteamencano rcs· ponsable de una importante obra lógico·s~miótica. Tal ~ez s_orprenda la vecindad de esos nombres, pero las dtferentes contnbuctones dd volumen prueban la pertinencia de esa filiación. Entre ella~, aden~:ís, la que corresponde a Carlo Ginzburg· adquiere una relevancta pa~t~cu lar. Así, cuando los editores explican la filosofia de 1~ compostct6n del libro advierten que el interés por el modelo de~ecttvesco fuc nlgo no programado, derivado, eso sí, d~ I~ obr~ de Petrce. En este c.1so, ese interés era resultado de una comctdencta, casual o no tanto, de diversos autores - dos semióticos, un sociólogo, un lógico Y un his· toriador en este caso Ginzburg- que se preocupaban por algo apa· renteme~te irrelevante, la investigación policial. Ahora bien, más alln de las referencias y la provocación literari~s! lo que m~ncon~unaba a todos los trabajos era la pregunta a propostto de la htpóteStS, la ex· plicación y las diferentes formas de inferencia que Peir~e había cstn· blecido y distinguido. En ese contexto, el ensayo de Gmzburg dcbe verse desde una doble perspectiva. Por un _l,ado, representa _una de las reflexiones más tempranas sobre esta cuestton. Por otro, se mcluye ~o sólo por abordar el análisis de Holmes, sino porque trata de los m•s· mos problemas que Eco o Sebeok se pla~t~an. Eso qu}ere decir,yues, que las instrucciones ~e _l~ctura de «ln~tctoS>> ~on _mas c_om~leJaS de lo que podría parecer mtctalmente (ltaha, la _lustona_, la tzqme~da! In crisis de la razón) y que han de contener la referencta a la semt~lt ca, una disciplina que se pretendía y se concebía como transversal. St tr,t taba de los signos y de la comunicación, estos elementos estaban ptc sentes en todo producto social o cultural dei que se ocuparían, pcu ejemplo, sociólogos, antropólogos o .~storiadores. La última edición italiana de «Indtctos>> de la que tenemos con~1.111 cia es Ia que forma parte dei volumen Miti Emblemi Spie. En pr~ncipio, e1 libro es, por fin, una recopilación de ensayos d~ Carlo Gm~bUtg y, por tanto, no hay una obra colecti~a que transmtta connotactoncs diferentes a su trabajo. Los textos reuntdos abarca!l desde 1961 a_ 19H~ y se caracterizan, de entrada, por su ~tr;ma vanedad, por la dtvcrsa dad de los objetos tratados (de la bruJena a Freud, pasando p~r «In· dicios>>, el nazismo o la pintura dei 500, entre otr?s). El prefacto que él redacta es así una justificación de la coherencta que pueda dars; entre ellos. Dos son en este sentido los recursos que emplea. En pn· mer lugar, el itinerario personal que les ~aría continuidad; en scgun· do término, un subtítulo que ejerza de lulo cond_uctor. En est: repa· so autobiográfico utiliza la racionalidad retrospectiva en el ,senado ~lc atribuir continuidad y relación a hechos dei pasado que sol? ad_quac· ren significado a posteriori. El Carlo Ginzburg maduro, el lustonadoa
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de cu a~enta y siete a~os, selecciona momentos de su vida y lecturas q~e senan contemporanc:os o precedentes de los artículos recopilados. Sm establecer una relactón de causa·efecto, e! lector va conectando ~no~ y otros a par~i; de esa_ his~oria de vida que él nos propone. ~Cuanto hay de tluswn autobtografica en este procedimiento? No nos mt~resa ah_o,ra averig?âr la relació~ y su verdad, sino la perspectiva y la mstrucc1on que dtcta para rc:ubtcar trabajos originariamente publi· ca~os en otros lugares. ~hora ~1en, lo relevante es que «Indicias», despues de haber comparttdo vecmdad editorial con autores muy diversos y ?e haber sido traducido a diferentes lenguas, es ahora el núcleo a parttr de! cual se organiza retrospectivamente toda su obra. D e nuevo, pues, las instruccio~es de lectura se modificao, o mejor, se afiade~ otras a las ya conoctdas. Ahora es un historiador de éxito, un his· tonador que h_a alcanzado celebridad con El queso y con «Indicias» cl que se convterte en el reclamo principal dei libra: ya no hay crisi~ ~c. la mzón expresam~nte aludi1a_,, ni s~ ~os .indica el clima político c mtel~ct~al de su p~tmera apancwn, nt stqUtera se hace referencia a la. sem.•ó.t t~a. En realtdad, ,es e! subtí~ulo e! que ~irve de nueva guía ~c lectu ta. aunque est~ _eptgrafe «refleJa ,P~eocupacwnes recientes, que cncar? _en forma expltctta en los dos ulttmos ensayos» (dedicados a Dumezt! y Fr~ud), «la relación entre "morfología" e "histeria" me par)cce hoy el _htlo condu~tor (por lo menos en parte) de toda la serie. I ero es p~stble qu: qUten los lea encuentre que estas escritos, de temas tan dtspares, ttenen muy poco en común». . Estas afirmaciones son de entrada contradictorias, porque dicen a ~~. vez cosas opuestas y de este modo quedan todas ellas en la ambiguedad. ~or u~ lad_o, el hilo conductor sería e! de la relación entre morfologta e htstona, un tema que si bien reconoce reciente atrave· saría toda la obra r~uni~a, ob,ra que abarca una cronología muy dilatada. Por otro, admtte _stmultaneamente la incoherencia que e1 lector pueda halla: en el COnJunto, dada la disparidad de materias tratadas. E~tonces,
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A esto, sin más, cabe calificarlo de razón ulterior, una razón que ordena y da sentido. ~ No será acaso que la morfología y Vladimir Propp, su máximo representante, cobran protagonismo en los anos 80 y que por ello apa· recen en el prefacio de Mitos como determinantes de toda su obra? Si hacemos un simple repaso onomástico de los referentes intelectuales que Ginzburg manifiesta en sus di:versos trabajos hasta 1986, se puede observar que la única aparición significativa de Propp en sus obras clave de ese período es la contenida en la nota ochenta y siete de «Indícios». ~Qué nos dice? Cita ai formalista ruso de manera eru· dita, esto es, como el estudioso de los cuentos de hadas, que en cier· to modo deberían tomarse como precedente de las novelas decimo· nónicas. Si los relatos populares proporcionao una explicación dei mundo, la burguesía del 800 emplearía las novelas en un sentido si· milar. La obra aludida es la que lleva por título Las raíces bist6ricas del atento, un libro publicado originalmente en 1946 y traducido en Ei· naudi tres anos después. La temprana versión italiana de este volumen puede interpretarse como ejemplo de la política editorial de esta casa, siempre sensible a los grandes clásicos eslavos. De hecho, un autor· símbolo de Einaudi, en el sentido en que el propio editor le daba a esta expresión, sería e! principal difusor dei formalista ruso y de su obra. Nos referimos, por supuesto, a Italo Calvino, ai Calvino que podemos leer ahora en De Fábula. Fue él quien publicá inmediatamen te una resefia en L 'Unità y quien, más adelante, seguíría aprove· chando las ensefianzas de Propp para establecer la codíficación de los cuentos populares italianos. Ahora bien, aquel libra no es el princi· pai dentro de la producción de Propp. De hecho, la celebrídad de este autor se debe a otro muy anterior, de 1928, titulado Morfología de! cuento. Las versiones de este trabajo fueron muy tardias: en inglés en 1958, en italiano en 1966, en francés en 1970 y en castellano en 1972. La centralidad que adquiere a partir de los anos 70 hay que atribuir· la en buena parte a la lectura que realízó Lévi·Strauss en un artículo fechado en 1960 y posteriormente recogido en la traducción italiana. Por tanto, si ésta es la. gran aportaci6n de Propp, ~qué es lo que de él se difunde? Lo que más llamó la atención dei volumen fue que po· día tomarse como e! precedente del estructuralismo y también como uno de los fundamentos remotos de la semiótica. Propp estudiaba las funciones actanciales, hasta un total de treinta y una, que se reitera· rían en los cuentos populares al margen de las variacíones de la fábula o de la trama. Por debajo de la variación, todas las culturas y la codificación narrativa que las caracteriza repetirían unos mísmos per· sonajes·función con mora!ejas similares, es decir, con descripciones· construcciones mora!es dei mundo semejantes. Carla Gínzburg no emplea explícítamente a Propp en la investi·
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gación contenida en I benandanti o en El queso, aunque en ambas el tema y el tratamiento consentían ese uso. Además, como hemos visto, uno de sus referentes expresos es Bajtin, un autor contemporáneo y cercano a Propp, así como uno de los pensadores clave que intervienen en las polémicas formalistas de los anos 20. Por tanto, si la alusión en «Indicio~·· es circunstancial y no se corresponde con el peso que tiene en la introducción de Mitos, podríamos conjeturar que la importancia dei formalismo en Ginzburg es un hecho que se consu· maría definitivamente a partir de otro de sus libras, Historia noclttrna, editado en 1989. Dado que la aparición de Mitos es contemporánea al proceso mismo de investigación que, precede a Historia, eso explicada que el interés por la rnorfología que en aquei momento preo· cupaba a Ginzburg se trasvasara a la citada introducción. Eso no sig· nifica que, con anterioridad, no hubiera estado interesado por este enfoque, que se podría rastrear tarnbién tanto en Bloch corno en Dumézil, dos autores muy conocidos para él. Una de sus declaraciones más explícitas en este sentido es la que tiene que ver con la perspec· tiva analítica adaptada en Pesqttisa sobre Piero, publicado en 1981. Un afio después, y en respuesta a sus críticos, Carlo Ginzburg escribió un texto titulado «Mostrare e dímostrare» en ei que se interrogaba por la posíble coherencia que hubíera entre enfoque morfológico (sincrónico) y análisis histórico (diacrônico). La pregunta se la hacía en relacíón con la historia dei arte y, en particular, en relación con ei más importante especialista en Píero della Francesca: Roberto Longhi. En ese texto, Ginzburg ya presenta un esbozo de la congruencia que deba darse entre los estudios formalistas y ei respeto por la cronología, admitiendo igualmente que, ante determinados objetos, la perspectiva morfológica da resultados innovadores, aunque de más diflcil demostracíón. En ese contexto cita expresamente a Ludwig Wittgenstein y lo empareja con Propp. (. Qyé debemos entender por morfología? Esta voz no es de uso co· rriente entre historiadores y su difusión es bien reciente. Tradicionalmente, se ha empleado la expresión en el ámbito de la gramática para indicar el estudío de las formas o partes dei discurso. Hoy en día, la lingüística moderna entiende por este término la descripción de las regias combinatorias que conciernen a las palabras. Sin duda, no son és· tos los usos que le da Ginzburg a la voz, sino que la adopta a partir de los estudios narratológicos cuyo precedente sería Propp. Este últi· mo hablaba de estudios morfológicos por analogía con la botánica, to· mando como referente los tempranos estudios de Goethe. La morfología botáníca analizaría las partes constitutivas de las plantas como elementos desrnembrables, de modo que podrían compararse con otras con el fin de observar los parecidos de família e incluso con el fm de representarse, simbólicamente ai menos, una planta originaria en la que
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estarían insertas todas las potencialidades futuras dei reino vegetal. Por extensión, la morfología dei cuento se ocuparía de su estructura y de las funciones de cada uno de sus componentes, tomándolos también como elementos desmembrables y susceptibles de comparacíón. Lo significativo de esta perspectiva es que, por encima de la va· riación, hay un esquema que puede hallarse en los distintos cuentos. Por analogía, en los estudios culturales· podríamos hallar una extrema variedad de significantes, de formas vacías, que se rellenarían con sig· nificados reiterados. A esta conclusión pudo llegar Lévi-Strauss muy tempranamente, pero antes incluso lo hizo Propp. Carlo Ginzburg lo asume en Historia nocturna y desde entonces ha mantenido esa preo· cupación. Ahora bien, más aliá de la expresíón, más aliá de que apn· rezca o no explícítamente la voz morfología, podemos aceptarlc ai propio Gínzburg la voluntad de retrotraer esa inclinación a toda su obra. En ese caso, pues, sí que sería apreciable en sus primeros libros. De hecho, la expresión cultural analizada en I benandanti y las metá· foras orgánicas de Menocchio pueden ser leídas como formas secttla· res que son rellenadas con unos significados que las trascienden. Ahora bien, más allá de la dilucidación dei significado de ese binomio morfología e historia, lo que nos interesa es entrar en los contenidos de «Indícios», teniendo en cuenta además que constituye un desarrollo dei conocimiento conjetura!. Como se recordará, hablábamos de un primer uso de la conjetura en Ginzburg consistente en la interpretación basada en indícios. Ahora, en «Indícios», nuestro autor emprende su fundamentación teórica reconstruyendo la historia de lo que denomina e! paradigma indiciaria. Lo primero en lo que debemos reparar es en la expresión «paradigma». Como él mismo admite, se sirve de esta voz tomándola en préstamo de Kuhn, pero sólo de su versión primitiva, de la que se contiene en La estructura de las revoluciones cient(ficas. Este término ha sido extraordinariamente polémico no sólo por la descrípción histórica de la ciencia que supone, sino también por su aplicación indiscriminada al conjunto de las discípli· nas. Kuhn se mostró muy pronto reacio ai uso impresionista de este concepto, es decir, su intención era la de describir las ciencias de la naturaleza y por tanto le disgustaba especialmente que se utilizara fuera de ese contexto. Por eso mismo, Ginzburg nos indica en la primera nota de su trabajo que renuncia a las precisiones y distinciones que el propio Kuhn introdujo posteriormente. En ellas este último insis· te en el carácter de dogma que tiene el paradigma, puesto que ordena lo posible, lo aceptable y lo deseable en la investigación cientffica, pero además subraya la exclusividad y fortaleza de los paradigmas y por tanto el domínio sucesivo, que no simultáneo, que tendrían. Bajo este esquema sólo cabe incluir cierto tipo de disciplinas que, como la flsica, organiza todo su campo bajo un mísmo modelo. Por
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el .contrario! la hist~ria, 1~, sociolo~ía, etcétera, no siguen esa pauta y baJO una mt~ma destgnacJO~ convtven modos diferentes de investigar Y de conc7bu e! mundo .. ~~ una de las características de los paradigmas es su mconmensurabt!tdad, tal atributo lleva a la revolución científica, est es, a periodos de ciencia normal y de ciencia revolucionaria. En. ~ambt~, en las .Jmmanidades, por ejemplo, se da Ia inconmensurabt!tdad stmultánea como un dato básico que no se supera como un ra~gq estructural de su constitución histórica. En estas úlclmas disciP!mas, pues? no s~ría yertinente la descripción diacrónica (prepara~tgma-paradt~ma·;tencta normal-revolución científica·ciencia normal), smo. que s~na mas adecuado subrayar la naturaleza sincrónica de su f:mct?namtento,. su s~tuación de permaJ;lente revolución. Habría así ctenci~s .revoluctonanas y otras que, p or el contrario, acumularían con~ctm~ento ~ mantendrian a sus clásicos. Además, los debates en las ctenctas. soctales no son só lo sobre interpretaciones correctas 0 inc.orrectas, smo que son ad.emás controversias sobre los datos prima~tos, sobr: los he.chos mtsmos, que se incorporao a las distintas mterpretacJO~es. St los datos fi.teran los mismos, pero las explicaciones fueran dtferentes, bastada con emprender verificaciones esmeradas. El ~aradigma dei que n~s habla ,c.arlo Ginzburg es, pues, otra cosa, en realtdad un m~delo eptstemologtco. Ahora bien, no un modelo realmente ~uevo, smo uno que habría surgido ••silenciosamente» a finales dei stglo XIX y que él recupera ahora para la histeria. Más aún, no es un modelo que se oponga alternativamente a otro dominante a ~a manera de Ku.hn, sino u?. paradigma coetâneo al que no se ha: bna prest~~~ sufictente atenc10n y alternativo sólo en la m edida en q.ue permttm~ explora~ el pasado de otro modo. Por tanto, su intenctón cs reflex10nar t~ónca~ente sobre esa form a de conocimiento que hasta cnto11:ces habna tentdo un uso esencialmente práctico. Desde su pu.nto de. vtsta, tr.es gr~des pers.onajes podrían tomarse como ejes de esc p~radtgma: Gt~:>v~nru Morellt, Sherlock Holmes y Sigmund Freud. El pnmero, espectaltsta en arte, establecía autorias disputadas en los ~uadros a partu de detalles ,menores, a pa~tir de aspectos marginales, Justa~ente aquellos que sohan pasar mas madvertidos a imitadores 0 a f.1lst~cador7s. Po~ su _Parte, el detective creado por Conan Doyle emprendta sus mvesttgacwnes basándose en detalles también menores mterpretand? .a~pectos olvidados o huellas dejadas por el delincuent~ qu~ le pe~mttman esclarecer la trama criminal. Finalmente, Freud esta~ta relac10nado con. esta for~a ~e conocimiento por dos razones: en pnmer lugar, por. ~a mfluencta mtsma que Morelli pudo llegar a ejercer e?. s.u formac10n y de la que se valdría, por ejemplo, en su psic?a~ahsts dei ar;e; en seguod? término, y ~1ás importante, porque su tecmca se basana en unos mtsmos procedtmientos, es decir, de nue-
vo ciertos detalles menores, supuestamente irrelevantes, arrojarían luz sobre la constitución psíquica de los pacientes. Dos serían los víncu· los a establecer entre todos ellos. Por un lado, la medicina, puesto que Freud era médico, Doyle había ejercido también esa profesióo y Morelli se había licenciado en la misma disciplina. Por otro, la técnica que empleaban, la de los vestígios, esto es, los signos pictóricos, los indícios y los síntomas, respectivamente. En efecto, esa técnica se· ría propia de la medicina, o ai menos de una cierta parte de ella, y se la designaria con el nombre de semiología, es decir, lo que en otros términos se ha venido llamando sintomatología, el fundamento dei diagnóstico. Éste, a su vez, describe la enfermedad a partir de unas bases empíricamente constatables o. documentadas. Lo mismo harían, pues, e! crítico de arte, el detectíve y e! psicoanalista. Como podrá apreciarse, cuando Ginzburg destaca a estos perso· najes y su respectiva competencia, una de las cosas que está hacien· do es buscarse precursores, remontarse ert el tiempo para comprobar que su forma de conocimiento tiene antepasados, y que además son ilustres. Como se recordará, uno de los usos de la conjetura en El queso era aquel que proponía interpretaciones a partir de pruebas o de documentos contrastables. Sería conjetura en tanto que el autor se aventuraria coo interpretaciones que no están en la fuen te, pero que no son mera fantasía o elaboración imaginaria. Dicho en otros términos, conjetura aquí sería una afirmación razonable hecha sobre un acto o una lectma de Menocchio que se fundamentaría en pistas, esto es, en huellas apreciables en el documento. Justamente por eso, esta tarea particular dei historiador sería análoga a la de Morelli, Holmes o Freud. Ahora bien, <>. En consecuencia, esa forma de saber sintomatológico no es ex· clusiva de los médicos, sino que habría caracterizado cierta práctica de los humanos desde la prehistoria. En efecto, para él, ese modo de cooocimiento podría remontarse ai primer hombre que ejerció de ca· zador. En ese caso, escudriiiar e! rastro de una presa seria tal vez e! gesto más antiguo de nuestra histeria intelectual. Dicho en otros términos, e! cazador fue el primero que practicó el paradigma indiciario, e! primero de una larga lista cuya secuencia podría reconstruirse hasta llegar a la contemporaneidad. Pues bien, eso es lo que hace Carlo Ginzburg en las páginas de ese ensayo. Así compendia en unos pocos párrafos una pléyade de autores que, procedentes de las más diversas disciplinas y competencias, pueden tomarse como ejemplos de una genealogía histórica dei pa· radigma indiciaria. Este paradigma triunfada principalmente a partir dei 800 porque determinado tipo de ciencias extenderíao el conocimiento sintomatológico para la revelación de sus objetos y por la crisis
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misma dei pensamiento sistemático o aJ menos de su más alta for· mulación (el hegelianismo). Resulta verdaderamente llamativo el elen· c? de n?~~res que Ginzb~rg ~os propone. Esa selección podría muy bten enJutctarse como arbttrana y de hecho podría discutirse Ia in· c!usió~ de algu~os de ellos, dado que el historiador los hace copartí· ctpes mvoluntanoS' de algo que a él le preocupa pero que no fue cen· tral pa~a sus precursor~s. Habrí~ ,incluso un ejemplo extremo, próximo en el ttempo, que s~na la alus10n a Proust y a su obra principal (En bus,ca de! llempo perdr,do) que,. a su juicio, es «fácil» demostrar que es· tana . con~trmda segun un «nguroso» paradigma indiciai. No se trata de dtscuttrle e~~ parentesco, sino de e{(igirle que se explique, que de· ~uestre la fac t_lt?ad de esa conexión. Sin embargo, en todas las ver· stones de «Indtctos» el .lector ve. d~fraudadas esas expectativas puesto que la n~ta corresp~ndtente se ltm.. ~a a anu~~iar que <>, Con ironía desen':'uelta, el .narrador argentino proponía varias referencias de entra?a mcompattbles (Zenon, H~n Yu, Kier~egaard, Robert Browning, Leon Bl,oy y lo.rd Dunsany). «St no me equtvoco - dice Borges-, las het~rogeneas ptezas que he enumerado se pareceo a Kafka; si no me equtvoco, no todas se pareceo entre sí. Este último hecho es el más significativo. En cada uno de esos textos está la idiosincrasia de Kaf· ka, en grado mayor o menor, pero si Kafka no hubiera escrito no la percibiríamos; vale decir, no existiria (...). En el vocabulario crí;ico la palabra precursor es i!1dispensable, pero habría que tratar de purifi~ar· la de tod~ connotactón de polêmica o de rivalidad. El hecho es que cada escntor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra con· cepción dei pasado, como ha de modificar el futuro. En esta correlación -concluye- nada importa la identidad o la pluralidad de los hombres.» Ésa sería, pues, la virtud, pero también el riesgo dei pro· cedimiento de Ginzburg. ' . , Gracias .a sus dotes intelectuales y a su erudición, pero gracias tambt~n a la ltbertad que se concede más aliá de las rutinas de Ia disci· plma, el historia~or italiano convierte ep. interlocutores a autores que no lo son. ~demas, est~blece entre ellos un parentesco que tiene como consecuencta el cambto de nuestra percepción de esos precursores,
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peco cuya consumación genealógica es él mismo. Si en el prefacio a Mitos se disculpaba por los párrafos parcial y expresamente autobio· gráficos, en los que consignaba de forma selectiva su itinerario de Ice· turas, podemos decir que <. En efecto, la intuición, que parece un rt• curso muy polêmico, no lo sería tanto en la medida en que no aln de só lo a una facultad natural que se ejercita sin mediación lógicll, sino que se refiere también a un procedimiento presente, por ejcut pio, en las ciencias físicas. Los seres humanos conectao dos h ec h o~ alejados entre sí cuando ven entre ambos algún parentesco razon.tblr o justificable. Así, la voz intuición procede dei latín tardío y signilt ca imagen reflejada, es decir, un observador puede apreciar una rcl,t• { ción que no resulta evidente para la generalidad, pero sí para quicn) sabe percibir las conexiones. En E! queso, esas conexiones resultan 11\~ N o menos aceptables, más o menos falseables, pero sobre todo expre san a quien las formula, es decir, están en la cabeza de Ginzburg, que demuestra posecr los dos requisitos básicos dei investigador: conoci
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miento de los hechos, esta es, erudición , y saber buscar más aliá de las regias preexistentes. Para cuando Ginzburg afirma todo esto, las ciencias físicas habían aceptado ya la parte que en sus descubrimientos correspondía al azar, ai golpe de fortuna o a la propia intuición. Ahora bien, esa ventaja no sólo es propia de! saber científico, sino que, por el contrario, es un atributo humano, sin barrera alguna, que incluso vincula ai hombre con las otras especies animales, ai cazador con su presa. Admitamos que esa conclusión es, cuando menos, sorprendente: poner en relación al hombre con las bestias es hacer depender en este punto a ambos de la intuición, lo cual no es admisible. Porque lo que en uno es intuición en o tro es instinto:'Justamente esta obviedad es lo que no nos dice Ginzburg, salvo que haga uso de esa licencia tan característica dei género policial que califica de sabueso al detective. En todo caso, resulta contradictorio con el énfasis puesto en que la intuición no significa abandonarse a los diversos irracionalismos que nos aquejan desde el pasado siglo. Así pues, esa aseveración contradictoria repite uno de los recursos básicos que podemos hallar en <
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tropólogo expresara ya a mediados de los 50. Como se recordará, el etnólogo aludía en algún pasaje a aquellos que podían tomarse como sus referentes intelectuales. Pues bien, indicaba que Marx, Freud y la geología le habían interesado por las mismas razones. Ni el marxismo político, ni el psicoanálisis, ni el estudio de la estructura terrestre: aquello que, por contra, le atraía de estos referentes era el análisis de la profundidad a partir de la huellà emergente. Expresado de otro modo, Marx daría con la estructura profunda de la sociedad, Freud se aventuraria en el trasfondo psíquico vedado y los geólogos, en fin, no se conformarían con la capa más superficial, sino que horadarían el humus para adentrarse en los sedimentos más antiguos. Como puede verse, se trata de un uso metafórico de aquellos a quienes podemos tomar como los precursores dei antropólogo. Si antes decíamos que Ginzburg, a la manera de Borges con Kafka, se inventaba sus propios precursores, algo similar podríamos decir de Lévi-Strauss. Además, el ejemplo dei etnólogo no es improcedente, es clecir, no pro· ponemos como a interlocutores a dos autores distanciados. Antes ai contrario, la obra posterior ele Ginzburg confirma el interés creciente que el antropólogo !e suscita. De entrada, que Dias esté en lo particular no excluye el panteísmo, es decir, si en cada uno de los detalles de la vida se advierte esa presencia, eso significa que a través de una huella menor es posible apreciaria_ Las huellas son esos indícios que, como los signos, representao algo que no está, algo oculto, representan algo más amplio que se extiende por debajo de lo evidente. Esta idea acerca claramente a Ginzburg con Lévi-Strauss, ai Ginzburg de <
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bles». De hecho, esta obra podría tomarse como una respuesta posible de un historiador ai reto lanzado por aquél. Ahora bien, (cuál era el reto y cuál la respuesta? Como se recordará, Lévi-Strauss atribuía a la antropología el estudio dei inconsciente y reducía la histeria, al me· nos a aquella que era su práctica tradicional, ai relato de lo consciente. Mientras la primera A trascendía lo superficial, lo epidérmico y por tan· to iba a la estructura profunda de las cosas, la segunda se limitaba a la acción humana, a lo intencional y a lo que, en fin, era resultado de la voluntad. Así se expresaba en el célebre primer capítulo de la Antropología estructura4 pero también allí anunciaba una derivación po· sitiva de la disciplina histórica que confirmaría aiios después en otro texto famoso (<
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liar de aquélla. Por tanto, es preferible la descripción, una descripción en la que sus elementos deberán ponerse en relación con otros ele· mentes de otras prácticas. Esa relación, además, podrá ser histórico· evolutiva o formal-morfológ.ica. El filósofo defiende la superioridad de esta última perspectiva y subraya que la mirada morfológica busca y encuentra cadenas intermedias, semejanzas, parecidos de família entre dos objetos concebidos como formàs, entre, por ejemplo, una elipse y un círculo. Ginzburg rechaza la incompatibilidad de lo evo.lutivo y lo formal, postulando por su parte la inversión de la tesis dei fil óso fo. Es decir, se trataría de mostrar la evolución, o mejor, la géncsi\ escura que hay entre dos formas visibles, inmediatamente pcrcepti bles, gracias a esos parecidos de família. Partiendo, pues, de un acontecimiento concreto, pongam o~ un aquelarre, las afinidades que Ginzburg descubre le lle~an a un mcc· sante vaivén espacial, temporal y narrativo que le permtte mostrar un origen remoto para hechos muy distantes. Si lo que ha analizado es un conjunto de relatos de índole mítica que explican el mundo, el re· sultado al que llega después de ese constante vaivén es el habcr des· cubierto <
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Europa nos remiten incluso al paleolítico?». Más aún, ltalo Calvino se lamenta dei peligro en e! que se incurre con esta opción analítica, interesante pero arriesgada: «la objeción más grave afecta, pues, a la posibilidad de insertar, en una histeria como sucesión lineal de fases culturales distintas, !Jlateriales que atestiguan la permanencia de una prehistoria conservada hasta hoy en el corazón dei propio mundo "bis· tórico"». AI fmal, apostilla el narrador italiano, convendria preguntar· se cómo seguir haciendo historia de los relatos «sin que la idea mis· ma de histeria se ponga en entredicho». Esa misma inquietud persigue a Ginzburg, aunque no a Lévi·Strauss, a Wittgenstein o a Propp. Por tanto, más aliá de las simpatias "O. de las sintonías que Ginz· burg manifieste con respecto a estas autores, lo cierto es que hay en su obra, en Historitt nocturna y en las anteriores, una tensión entre la histeria con sus convenciones, con sus limitaciones, con sus demar· caciones, y las afinidades que subvierten y traspasan los contextos. En este sentido, la idea de afinidad es clave. Desde su temprano estudio sobre I benandanti, sus obras pueden concebirse como ensayos que po· nen en relación mitos, creencias y ritos, más aliá de las distancias tem· porales y espaciales que los separan. Tomemos, por ejemplo, el último de los capítulos contenidos en Mitos, aquel que dedicara a Freud. En ese texto, Ginzburg trata sucintamente la interpretación d ada por éste a uno de sus casos clínicos más célebres, el dei hombre de los lobos. En dicho trabajo, el historiador reconoce la hondura analítica de Freud, pero para subrayar también e inmediatamente sus carencias. Según Ginzburg, este caso, el de un joven ruso que evocara un sue· fio infantil con siete lobos blancos amenazantes, no puede interpre· tarse sólo ontogenéticamente, como la elaboración inconsciente de la escena primaria (el coito de los padres) percibida y perturbadora. El folkore, los mitos populares acerca de lobizones (los neonatos recu· biertos aún con el amnios), proporciona pistas culturales que ayudan a entender los ingredientes de aquel sueõo. De esos ingredientes era ignorante Freud, un Freud de adopción vienesa, muy ajeno, muy distante de aquellas formas culturales eslavas, bálticas, etcétera, cuyo eco percibimos en e! relato de los lobos. Es por eso por lo que, ai final de su texto, y «simplificando brutalmente cl problema», Ginzburg se pregunta si somos nosotros quienes pensamos los mitos o son los mi· tos quienes nos piensan a nosotros. Su respuesta, la respuesta de 1986, es aún tentativa, pero se aproxima a la solución dada por Lévi-Strauss. Aunque debamos aceptar <>, aunque debamos tomar en cuenta <
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líticas.» Es decir, lo local, la variedad o lo individual, son las formas de expresión de relatos generales que trascienden _los c~mte~tos. Esa idea, ahora ya sin reparos, pero con la mtsma mqutetud a la que aludíamos, la reitera de forma explícita en Historia nocturna, sub· rayando el papel que é! mismo ejerce como descubridor de afinida· des culturales. En este contexto, afinidad indica la semejanza, la cer· canía o la relación que se establece entre dos cosas diferentes que, 119 obstante, compartirían algo que las aproxima. En la historia natural, la afinidad alude ai parentesco, aunque uno y otro término no son equivalentes. Aqui, por contra, la relación que se establece entre esas cosas no es tanto un dato previa, objetivo y evidente, sino una cualidad que se predica por parte de un observador. Esto es, la semejan· za o la cercanía no son hechos obvias, porque si lo fueran pertene· cerían ai puro sentido común, al contexto de lo evidente, y se impondrían sin esfuerzo, sino que se trata de <~afin.idades puramente formales». En I benandatzti, en El qrmo y . en Hrstorza nocturna, las re· !aciones que Ginzburg postula son resultado de un esfuerzo an_alítico y, por tanto, distao de ser evidentes, pero son r7sultado ta_mbtén de las conexiones que se hacen en su cerebro a partu de los dtversos re· ferentes culturales que él conoce. .. Como puede apreciarse, la investigación en este caso _depende es· trechamente dei investigador, dei observador. mn el sentido pensado por la hermenéutica? Si hemos de creer a Ginzburg, la respuesta se· ría negativa. Esto es, la dependencia dei observador no es tanto la de la interpretación o la construcción del sentido que tengan las cosas, cuanto la dei descubrimiento ai que llegaría un sagaz investigador, un sabueso atento a las conexiones y a las afinidades que escapan a los otros. En efecto, lo sustantivo para Ginzburg es concebir e! objeto histórico como un enigma, lo cual tiene varias ventajas. En primer lu· gar, soslaya la supuesta evidencia incontrovertible de las cosas. En se· gundo término, permite mostrar la capacidad analítica y reveladora dei historiador. Inmediatamente, la imagen que eso nos devuelve es en principio la del detective, pero no de cualquier detective, sino del más grande, de aquel que eta uno de sus héroes intelectuales, de S~er· lock Holmes. La metáfora dei detective no es improcedente en Gmz· burg, tanto por su uso explícito cuanto por lo que el proi:'io histo· riador hace. (Q!.Jé hacía en El queso? Se planteaba un emgm~, un intrincado enigma, proponiendo soluciones razonables o plaustbles. Algo parecido puede decirse de /ndagine su Piero,. feliz y pertinente· mente traducido como Pesquisa sobre Piero, exprestón que le da una acepción detectivesca a la obra. Más aún, e! enigma de esta ú!~ima es descrito nuevamente en términos metafóricos, pera ahora uttltzando además otra imagen, la de! escalador que debe enfrentarse con una pared vertical apoyándose en pocos clavas. Es decir, una y otra vez,
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Ginzburg presenta sus investigaciones como problemas de dificil re· solución, como incógnitas a revelar basándose en escasas fuentes, en huellas marginales. De ese modo, la investigación se convierte en un reto que pone a prueba la pertinencia dei interrogante y la calidad de las conexiones y afinidades que e! observador percibe. Y esto es pre· cisamente lo que a .él le interesa. Uno de sus textos en donde con mayor claridad puede observarse esa p reocupación es e! que !leva por título Ritratto de! bu.ffone Gonella, aparecido en 1996. En este caso, que en principio aborda un problema convencional de la histeria y de la crítica dei arte, lo que Ginzburg reafirma es la calidad de las cone· ~ones, la cadena intermedia que el investigador debe proponer. Y este eJemplo le resulta precioso porque la athbución de esta obra a Jean Fouquet fue realizada gracias a la brillante íntuición de un crítico que, no obstante, descuidá los pasos intermedios. Por eso él, aun acep· tando el punto de partida y la conclusión a la que aquél llegó, no se resignará y reconstruirá e! itinerario de modo distinto. Por otra parte, como esos enigmas con los que se tropieza han de· jado escasos vestígios, y por eso mismo lo son, este historiador reite· ra continuamente la dificultad a la que se enfrenta. De hecho, es ésta una advertencia que puede rastrearse en todas sus obras, al margen de cuáles sean los objetos respectivos. Ahora bien, en El queso, en I benandanti y en Historia noctuma, por citar tres de sus obras más cono· cidas, las dificultades a las que alude o los obstáculos que menciona dependeu dei asunto que trata, el de la cultura popular, un objeto de investigación cuya reconstrucción es ardua por la escasez de fuentes con que contamos. El detective, esto es, Sherlock H olmes, a través de un proceso inferencial descubre ai criminal, después de haber relacionado adecuadamente las huellas. El lector de Conan D oyle sabe, cuando acaba la obra, que no hay solución alternativa y nosotros, como el propio Watson, quedamos estupefactos ante la brillante maes· tría analítica de Holmes. Más aún, Scotland Yard no tiene nada que oponer a la interpretación final que e! médico nos ha relatado.
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dor, publicado en 1991. En este caso, como ya hemos adelantado, la investigación no la emprende un detective, sino un juez instructor que debe incoar un proceso para aclarar un crimen. Pues bien, míentras que aquél no puede basarse exclusivamente en «pruebas circunstanciales» para inculpar a alguien, el historiador en cambio puede construir su relato y ofrecer interpretaciones plausibles aunque sólo disponga de «pruebas contextuales». Esa dificultad y la ardua reconstrucción de la verdad no se refieren exclusivamente, pues, a aquellos objetos que, como la cultura popular o las dases subalternas, dejan escasas huellas documentales, sino que plantean un problema más general como t:s e! de los límites dei conocimiento histórico. En conclusión, el historiador se enfrenta a una realídad dei pasa· do que, por principio, es inaprensible, esto es, es irreproducible, irre· producible en el sentido en que lo fue también para el detective. El objeto de conocimiento o el crimen pueden ser investigados sólo por· que han quedado vestígios, siempre parciales y que, en ningún caso, sou calco o mera reproducción de lo ocurrido. En ese caso, como un sagaz y experto sabueso, e! investigador pane en relación esas huellas inconexas y que son susceptibles de interpretarse de diverso modo. Así, la interpretación que se propone no es una construcción de] sen· tido que exista sólo en la mente dei observador: Sherlock H olmes no sólo nos propone conexiones a partir de una adecuada interpretación de los datos, sino que nos propone la interpretación. Para el detecti· ve, la guía de su investigación es algo bien concreto y sencillo: im· putar la autoría de un delito o bien, si ya conocemos ai ?elincue.nte, reconstruir el itinerario que prueba su crimen. En cambto, el htsto· riador, que dice basarse en un proceso analítico semejante, lleva a cabo otras tareas que no son exactamente coincidentes. En primer lugar, es cierto que ese historiador no nos proporciona un significado que sólo ocurra en su cerebro, sino que se basa en da· tos externos documentados cuya conexión nos ayudará a entender el enigma que trata de aclarar. En ese sentido, su labor sería equivalen· te a la dei detective. Sin embargo, y en segundo término, los objetos que trata de averiguar, lejos de ser concretos o sencillos, son crecien· temente generales, complejos, hasta el punto de implicar la humani· dad en su conjunto. Piénsese, en efecto, en que aquello sobre lo que conjetura Ginzburg es, en un caso, las fuentes locales y extralocales que convergen en la cosmogonía de Menocchio y, en el otro, las tra· diciones milenarias que, con diversa geografia, llegan hasta el aque· larre. En ambos ejemplos, pues, la cultura popular es el enigma a re· solver, algo mucho más evanescente e indeterminado que cualquier delito a aclarar. Eso hace justamente que la interpretación incontro· vcrtiblc de H olmes no pueda hallarse jamás en Ginzburg. El detecti· ve se aticnt: a las pocas huellas que, como signos, revelan algo que
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está oculto; cn cambio, Ginzburg, que dice basarse también en esas escasas hucllas que han persistido, va mucho más allá de Menocchio y alude ai trasfondo cultural y universal que de manera inintencional llegaría hasta cl molinero. Esto mismo, en El queso, era un objeto aparentemente delimitado, pera en Historia nocturna es claramente manifiesto.
sería después El signo de los tres. Como se recordará, aquellos tres eran los detectives de Poe y de Doyle acompaiiados de un tercero, Charles S. Peirce. No nos vamos a detener en argumentar la importancia que e! norteamericano tiene en la filosofia contemporánea, pera el lector no puede olvidar que su hallazgo, el de la abducción, complica y mejora la tipología tradicional de los procesos de inferencia: la de· ducción y la inducción. En la inferencia abductiva, que es una forma especial o diferente de inducción, contamos con un resultado evidente. Pues bien, si se tra· ta de explicaria, la abducción es aquel proceso en virtud dei cual ese resultado es el caso de una regia que se descubre. En efecto, la abducción obliga ai investigador a partir de los h echos, sin que dispon· ga a la vez de una teoría previa que los explique, pera al tiempo ne· cesitándola como paso fmal. Por contra, la inducción implica comenzar desde una hipótesis adecuada sin que simultáneamente se tenga un hecho particular que la sustente, con lo que e! investigador deberá completar su trabajo con aquel dato o datas de los que inicialmente care· ce. Eso quiere decir, pues, que mientras la primera concluye con una regia, la segunda acaba dando con los hechos. Así pues, podemos con· cluir con Peirce que «la deducción prueba que algo tiene que ser; la in· ducción muestra que algo es actualmmte operativo; la abducción su· giere que algo pttede ser». Si volvemos a El queso, el lector comprueha inmediatamente que esta última forma de inferencia, la abducción, es e! modo de operar y de presentar los datas que tiene Ginzburg. E1 his· toriador cuenta con unos hechos incontrovertibles y con un resultado evidente. Pues bien, de lo que se trata es de conectarias, esto es, de convertidos en casos de algo mucho más general, llámese regia o teoría. Y esta rnismo es independiente, como decía Umberto Eco en la discusión arriba citada, de si aqueUo que explicamos es el comporta· miento, el desarrollo o el funcionamiento de «un assassínio, una ma· lattia o il meccanismo deUe orbite planetarie» o la difusión de la cultura popular, porque, como concluía el semiótico, «dai punto di vista dei meccanismi abduttivi non fa nessuna differenza». Por otra parte, como además son .sucesivas las interpretaciones que se proponen y que se rechazan, el lector asiste o cree asist~ al pro· ceso mismo de la inferencia y a los descartes que pareceo madecua· dos. De una manera similar, Watson nos narra a posteriori el proceso tortuoso, dificultoso, con que Holmes reconstruye la verdad, es decir, los avatares detectivescos, los &acasos y los triunfos que preceden al gran descubrimiento. Con ello, Conan Doyle logra interesarnos no sólo en el itinerario efectivo de esa verdad, sino que también nos in· volucra en el proceso mismo de investigación, en las vías muertas, en las equivocaciones, en los hallazgos. La trama se sustenta, pues, en esos elementos y de ellos depende la evolución de la intriga y por
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tanto la atracción que, suscite e~ el lector: , Ginzburg involucra igualm ent~. a su lector no solo en la ~terpretac10n final que propone, sino tambten en cada una de las soluctones parciales e insatisfactorias que al modo detectivesco, forman parte de su relato. ' 5. Esta forma de operar no es exclusiva de Ginzburg. La pode· mos hall_ar, pongamos por caso, en Sígmund Freud, autor que como h.emos vtsto es ~~o de su~ ~eferentes ~mdamentales. Si tomamos, por eJemplo, el Moz~es y la relzgz1n mo~otmta, observaremos que su modo de argumentar ~Iene anal~gtas evtdentes con lo que hace Gínzburg. Se trata de anahzar un obJeto para el q~e prácticamente no se cuen· ~a ~on pruebas documental~s! un objeto 't-e! dei origen de la religíón JUdta y el dei papel de M otses- dei que sólo se conoce el final. Por tanto, la calidad de la argumentación estriba en las interpretaciones más o menos coherentes y convincentes. que el autor aporte, aunque se ca~e~ca ?e pruebas: Ante esta perspectiva, Freud ofrece un conjunto de htpotests. que o bten so? a~ternatívas o bien son sucesivas y con· gru~nt:s. Dtcho en otros termmos, su forma de argumentación sería la stgut~~~e: los hechos extrafios que formao parte de la historia de esta rehg10n no pueden compren?erse con hipótesis convencionales, p~r t~nto nos extgen adaptar conJeturas audaces; exploramos esas hi· potests y descartamos la mayor parte de ellas por insatisfactorias, aceptand_o sólo aquellas que son más coherentes y que nos abren pers· pecttvas nuevas. En el decu_rso de esa argumentación, las pruebas no ~enudean, ~ero la ob_ra ha _tdo avanzando sobre bases conjeturales Iógtcas. La cahdad dei mvesttgador, esto ~s, la convicción que se pueda desprender de la obra de Freud, denva en parte de su resistencia a a~eptar sin más Ia hipótesis que se propone. Eso da ai Iibro una retónca de la ins~ti~fac_ción permanente y así, llegados al final y acep· tadas algunas htp~tests, el lec_t?r convendrá con el autor en que sólo de ese modo podta dar soluc10n a lo que parecía no tenerla, precisa· me~te porque no contaba con documentación. Éste es, sin embargo, el eJemplo extremo, incluso el más extremo en la obra de Freud. De hecho, Mic~ael de Certeau, apoyándose en el propio autor, no dudaba en cahficar este texto de novela psicoanalítica. . No obstante, Freud ya había asumido esta objeción en el momento mts~?. de redactar la versión original dei Moisés. En el prólogo que es7nb1o en 1934, finalmente descartado, calificaba ciertos textos de hí· bndos, una mezcla entre escritura histórica y ficción, de cuya unión nacería una «novela h~stórica». Sería, histórica porque trataría objetos r~ales,_ hechos a:~ntectdos, pero sen~ novela porque, como creación It_t;rana,, perseguma afectar _Ias et?OClOnes. Ast pues, fidelidad y crea· cton senan los dos rasgos m extncables de la novela histórica. Ahora bien, Freud indica que ese género híbrido tiene otra definición en su
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caso. Como el objeto de conocimiento (el nombre Moisés, de origen egípcio) se funda en una documentación escasa y poco fiable, y como quiere evitar la ficción pura, la tentació~ más inmediata seria 1~ de abandonar tal empresa. Sin embargo, leJOS de aceptar ese destmo, Freud propone tomar cada una de las posibilidades de los textos corno pistas, como indicias, rellenando el vacío entre un fragmento y .otro de acuerdo con el principio de la menor resistencia, de acuerdo cou el principio de la mayor probabilidad. Al final, la novela históric~ que nos da no es tanto una ficción que vulnere lo real, cuanto un Jucgo de probabilidades que aspira a ser razonablemente verosírnil. En pa· !abras de Wittgenstein, a pesar de la cientificidad que invoque Freud, lo más cautivador e interesante de su obra es la explicación estética :1 la que llega. Esto es, hay acuerdo con el destinatario y se le_ persua· de con los juegos de lenguaje a través de los cuales se descnben los casos. Más recientemente, Donald Spence ha incidido en este aspec· to: las interpretaciones de Freud, en el Moisés y en su terapia, auoquc se funden en la verdad histórica, en la idea reguladora de verclad, sou sobre todo verdades narrativas, esto es, verdades que proceden de In coherencia global y congruente de los atisbos. Algo similar, y en otm contexto decía Paul Veyne a propósito de la trama histórica, que nu es sino modo que los historiadores tienen de organizar e! relato a partir de informaciones inconexas. . En cualquier caso, Ginzburg no escribe novelas. Aunque es cterto que sus conjeturas tienen una parte audaz e i~cluso. indocurnentacln, dudosa pero atractiva, su obra no es uh mero JUego mtelectual, como tampoco lo es en el fondo el Moisés de Freud. Si sólo fuera esta, cl historiador no sería tal, sino más bien un prestidigitador o un n~rra dor de ficciones, un relator efectista. Si sólo fuera esto, e! artificw y la impostura se harían evidentes, con lo que los reproches no lo se· rían únicamente a partes, conjeturas más o menos convincentes o do cumentadas, sino que afectarían a la obra en su conjunto. De ser as!, el cargo que podría imputársele sería el de escribir n ovelas históricns, en e! sentido estricto de la ficción. La diferencia entre un6 y otro es triba en que las pruebas documentales de_ Freud eran escasí~imas y sus interpretaciones ciertamente audaces, mtentras que en Gmzburg bs fuentes en las que se basa le permiten sostener la mayor parte de sus conjeturas. La diferencia, pues, es que Ginzbu ~g es un historiad?r y, como tal, con quien !e podríamos comparar meJor es con su adrntrado Marc Bloch. Como hemos visto a propósito de Los reyes taumaturgos, también éste se muestra audaz en sus interpretaciones, rellenando va· dos con hipótesis verosímiles, y las envuelve con una copiosísima eru· dición que da fuerza y efecto de verdad ai texto resultante. Ah_ora bien, hay en Ginzburg otra parte mucho más dudosa, pero creattva, que son lo que llamábamos elaboraciones imaginarias. lndudablemen·
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te,. és tas no ocupat~ el ~rueso d,e _la obra, pero están estratégicamente ubtcadas para dar enfasts dramattco a la n arración. Es decir, estamos ante detalles menores de la investigación que cobran gran relieve des?e el_ pu~~o de vista retórico y que son los que tienen que ver con la tmagmacwn y con la subjetividad del creador. En «La memoria dei mundo», un irónico cuento de Italo Calvino publicado en 1968 e incluído después en un volumen titulado en castellano La gran bonanza de las Antil/as, uno de los personajes que com· pare~en se expresa en los siguientes términos: ••Una masa de infor· macton~s fríam ente objetivas, incontrovertibles, correria el riesgo de proporciOnar una imagen alejada de la verdad, de falsear lo más específico de cada· situación. (...) Debemos t'e!ler en cuenta esta: es ta· rea dei director mar~ar el conjunto de datas recogidos y selecciona· do~ por nuestr~s oficmas con esa leva impronta subjetiva, ese elemento opmable, de nesg_o qu: n:cesitan ~ara ser verdaderos.•• Con estas pa· !~bras, el perso~aJe !e md_tca a su mterlocutor la inextirpable subjetivtdad qu: da vtda al archtvo. La figura dei director a Ia que alude, Ia que él mtsmo encarna y la que encarnará quien está destinado a suced~rle,, se_ ocupa de levantar el centro de documentación más grande Jamas ~deado, _un centro en el que se recogerá y se ordenará, a modo de mventano, todo lo sucedido en la historia humana y natur~l. Pa~a ello, n?, se hará acopio exclusivo de puros datas fácticos, obvtos, sm~ tambten . de aquella
sentido es h umana, artificial y no está dada en la evidencia incontrovertible de Ias cosas. Todo aquello que tiene un significado es, en efecto, subjetivo, ambíguo. Es decir, el caso de Menocchio es subjetivo en este sentido: el documento sobre el que trabaja Gin zburg es inerte y sólo porque hay un observador que hace coherentes las informacion es es por lo que su vida o su cosmogonía tienen significa· do para nosotros. Así pues, por un lado, la subjetividad en El queso está en ese orden general, en ese orden narrativo, en el que se incluye además lo que es pertinente para la interpretación final, pero también lo que el propio narrador ha descartado después de haber probado la eficacia de otras posibles interpretaciones. Por otro lado, en dicha obra h ay otra forma de subjetividad, otra impronta subjetiva como diría el personaje de Calvino, aparentemente más arriesgada, que acaba siendo uno de los elementos centrales del relato mismo y que se corresponde con aquellas elaboraciones imaginarias de las que hablábamos. En principio, esas elaboraciones son también conjeturas, pera con la particularidad de. que su soporte documental es escaso o incluso muy poco sólido.
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sucesivas tampoco. Como sefíalaba Umberto Eco en su contribución a El signo de los tres, ai hablar de los tipos de abducción, uno de sus usos es el que podemos denominar el de las abducciones creativas. El ejemplo que nos propone para ilustrarias es, por supuesto, el de Holmes, y en particular cuando el detective, sin datos ciertos y sin bases documentales sólidas: acierta con e! curso natural de los hechos. En esas situaciones, Holmes ha reconstruido perfectamente pensamientos o escenas que en efecto han ocurrido. Ahora bien, como apostilla Eco, ha inventado. En principio, pues, podríamos decir que la relación que se da en esos casos entre Ginzburg y Menocchio es similar a la que Eco establece entre Holmes y W atson. E.n el pasaje que Eco repro· duce, el detective descubre un pensamient"0 inexpresado del médico y además acierta. lQ,té operación ha realizado? En primer lugar, Holmes-Ginzburg debe hacerse con un compendio de los pensamientos probables que W atson-Menocchio pueda tener en ese momento. Aho· ra bien, está obligado a escoger, entre sus diferentes itinerarios men· tales, aquel que sea más coherente con la escena. Holmes acierta, y lo hace porque hay un narrador C:Watson) que se sorprende y verifica la conjetura. En cambio, Ginzburg al atribuir creativamente esos estados de ánimo o de consciencia a su personaje carece de la con· traparte que apruebe o certifique su descripción. Holmes inventa una histeria; Ginzburg también la inventa, pero én e! sentido de que elabora de manera imaginaria una situación que pudo probablemente ocurrir, que es congruente con la escena y que además, como en el caso dei detective, también tiene coherencia estética.
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AntiWhite (~é es entonces la verdad? Una bucstc on . nlnVI miento de metáforas, metonímias, antrop? mtu C1 ~111m, en resumidas cuentas, una suma de rclncwu c~ h1111 111 nas que han sido realzadas, extrapoladas y íld OI Ihl t hi A poética y retóricamente y que, después de un p~nlnn gado uso, un pueblo conside~a ~rmes, c.ln ~ ntt .l~ ~ vinculantes; las verdades son llustOncs de las ~111r ' ' ha olvidado que lo son . FRI EDRICII N ll'. t :/..~1.1 11
~e el historiador haya perdido ~u inoc:cnr tll , 11" 1 se deje tomar como objeto, que él m1smo se t~lliiC' p• u objeto, (quién habrá de lamentarl.o? Se m.mtccur qu r si el discurso his~órico no se atuv1cse, por Cllllnlm "' termediarios se quiera, a lo que, a falta de .11)\U IIII'Jill , hemos de llarnar lo real, estaríamos sicm.prc ~~~ r i dl~ curso, pero ese discurso dejaría de ser I11Stóru:n. PIERRE VIDAL·NAQIJI\ 1
1 En el prefacio de El queso, Carlo Ginzburg hace pr? fes.i6 n clr fe e~ favor de la verdad. Como se recordará, hay un, pasaJe v•b.r:u:t r en el que e1 historiador critica las formas contemporaneas de!Ecsccp ticismo que a su juicio, ejemplifica centralmente Foucault. se: c~ cepticismo {mplicaba una suerte de silencio ~nte una fuente scsgacla,
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mendaz, ante una fuente que no permite la restitución dei pasadq, por· que el pasado mismo com o idea es irrecup~rabl~. Ginzburg se pro· nunciaba alli contra lo que llamaba ei neopmontsmo, contra el ura· cionalismo estetizante y contra un populismo negro y mudo que, invocando la voz de los excluídos, se negaría al análisis y a la inter· pretación. Frente a ello, oponía ~a búsqueda pa~iente y modesta de I~ verdad, sin temor a ser denunciado como ofic1ante de un desprest1· giado positivismo, sin temor a ser acusado de violencia ideológica o racionalista. Esa reconstrucción podría realizarse incluso a partir· de testimonios dudosos, puesto que no por ello serían menos significa· tivos. El Pierre Riviere de Foucault no sería objeto de interpretación para no violentaria; en cambio, e! Menocchio de Ginzburg si que lo sería, sin ese miedo improductivo ai que conduciría ei silencio de Fou· cault. Esc silencio estaría, en parte, justificado por las críticas recibi· elas de Derrida, críticas dirigidas a su obra temprana, a la Historia de la locura. En opinión de Ginzburg, habría un primer Foucault intere· sante, e! autor de una obra «irritante pera genial» que se ocupada de estudiar la locura y las diferentes concepciones históricas de la exclusión. Pera, más adelante, y como consecuencia de su nihilismo crecien· te, en parte próximo ai de Derrida, habría derivado hacia esc irracio· nalismo que denuncia y cuyos primeros vestígios podrían encontrarse en Las paiabras y las cosas y en La arqueología de! saber. Es decir, lo que !e atrae de Foucault es su condición de pionero en ei estudio de las clases populares, pera lo que rechaza es el tratamiento, un juicio en suma que seguirá manteniendo a lo largo dei tiempo. Así, en la en· trevista que concediera a la revista Radical History en 1986, se.õalaba haber descubierto en la obra de Foucault una parte muy estimulante y a la vez algo mucho más débil, incluso insostenible y en cualquier caso menos interesante. Es por eso, pues, por lo que reconocía la am· bivalencia de sus tratos con Foucault, un sentimiento que le llevaba a situar en el lado positivo el texto sobre la locura y en el negativo Las palabras y las cosas. Aun así, como ya hemos anticipado, cuando estudia la locura, e! filósofo francés se ocupa más de! fenómeno de la exclusión y de sus recursos que de los excluídos. Por este motivo la voz de los marginados está ausente de la obra de Foucault tanto por razones de objeto como por esa imposibilidad de restitución de la que es muestra el Pierre Riviere. Es por eso por lo que, en fin, aquel li· bro era ciertamente genial, pera irritante. De todos modos, no nos interesan en este momento tanto las re· · !aciones de Ginzburg con Foucault como los tratos que aquél tuvo y tiene con una cierta idea de verdad. En esa alusión aparece un adjetivo («estetizante») que acompaiia a las formas de escepticismo y que Ginzburg parece cmplcar para subrayarlas. lQ}lé significa aqui esteti· zante? En italiano, cslc Lérmino alude a la actitud, a menudo exage·
rada, de aquel que atribuye a las cualidades estéticas un valor prima· rio, concibiendo la vida esencialmente como el culto dei arte o de lo bello. En consecuencia, si éste es el valor primaria, la verdad queda desplazada, lo cual en ei arte no sería un problema, pera sí que lo se· ría en una investigación que pretende restituir de algún modo una rea· Jidad dei pasado. Ahora bien, admitida esa declaración de Ginzburg, lhabría contradicción entre el reproche àl escepticismo esteticista y lo que él hace? Este problema es central no sólo en este historiador, sino más en general en los debates contemporâneos sobre la historia, ~I menos des· de los anos 70 en adeiante. En lo que a El queso conc1erne, nueva· mente podríamos calificar de ambígua su posición. Como hemos vis· to, hay pasajes que son descripciones más o menos imaginarias cuya función en e! relato es también provocar un efecto estético. Sin em· bargo, esos momentos creativos no dominao sobre la obra, en e! sen· tido de que le den significado a la investigación, sino 9ue son apo· yaturas retóricas, licencias que se concede y que le permlten conectar mejor con su lector. De esc modo, le da vida a una pesquisa y le da humanidad a tinos personaj es que son algo más que inquisidor y en· causado. Sin embargo, esa ambigüedad es la que, entre otras cosas, ha facilitado que su obra haya sido objeto de polêmica también en este sentido. Más aún, sorprende que en una obra como ésta, y en especial en un prefacio en ei que hay una declaración de intenciones, su autor nada nos diga sobre la forma en que ha construido su relato y por tanto sobre las descripciones y las presentaciones de ambientes y per· sonajes, y sobre la intriga con la que reviste su escritura. Esc silencio quizá no extraiiaría en una obra convencional, pero en su caso se hace evidente. De este modo, nos bailamos ante una paradoja historiográ· fica: por un lado, E! queso ha sido tenido como un ejemplo de inno· vación dei relato histórico; por otro, su autor no desvela en absoluto la retórica en la que se basó, los efectos de depuración estética que buscó, ni, en fin, la organización o el suministro de su información. lEs que acaso este problema estaba ausente de las preocupaciones de los historiadores en aquellas fechas? La posición de Ginzburg re· sulta nuevamente ambígua, porque, por una parte, renueva e1 relato y por otra, hará manifestación explícita de su reflexión y de su posi· ción muchos anos después. En efecto, sólo en los anos 90 se plantea· rá abiertamente esta cuestión, ai menos con respecto a E! queso. Y lo hará sobre todo en dos artículos aparecidos en 1994. Por un lado, en «L'occhio dello straniero»; por otro, en un artículo de encargo para una publicación alemana, en el que se le pedía una reflexión sobre su obra, un artículo que lleva por título «Microhistoria: dos o tres cosas que sé de ella». Las breves referencias a El qtteso se centrao particu· larmente en ·los problemas de la narración. Como ocurriera en Mitos,
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esas alusiones describen una especie de itinerario intelectual contextualizando con ello aquel libro dentro de un conjunto de cuestione-s presentes en su obra. Así, el relato y, más aún, «la figura dei historiador-narradoP• eran los asuntos que motivaban su atención y su experimentación. Como en <
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burg subrayará la dimensión narrativa y experimental dei volumen? El silencio de los 70 y su contraste con la declaración explícita de los 90 puede hacernos pensar en una operación de reacomodación de algo que no había; puede hacernos pensar que se trata de una reconstruc· ción retrospectiva que intenta adaptar un viejo libro a un asunto nuc vo, una cuestión que ha devenido central en los últimos tiempos. Nn creemos que sólo sea un mero ejercicio de razón ulterior. Crccmos, por el contrario, que es a todas luces evidente la clave narrativa y ex perimental (lo confiese o no Ginzburg en los 70) de El queso. Su IN tura contextual y posterior revela esa preocupación y esa estralcgin, l't' vela implícitamente la condición de relato que el historiador Ílllpn tu· a su obra. De todos modos, sigue sin aclararse el silencio acc:rcn de este tema en aquel momento. Convendrá, pues, extenderse en los 11 .1 tos que el historiador italiano tenga con la narración (y, por afl.tdi dura, con las narraciones de ficción), y convendrá observar t:unbiéu cómo traba relación entre aquélla y la verdad. 2. Para cuando Ginzburg publica su obra, en 1976, el dd>nl c so bre el relato ya había aparecido en la discusión contemporánca dr l o~ historiadores. Nombres tales como los de Paul Veyne, Haydcn Wlu te o Michael de Certeau habían planteado este problema, d de: l.1 I'\ critura de la historia, y lo habían hecho poniéndolo en rclnció n '111 1 la verdad. Sin embargo, como hemos visto, su única alusi611 t' ll , •• ,,. plano era a Foucault. Ahora bien, el problema de la verdnd tl.ll .ultl en este filósofo no ponía el acento en el relato, sino en lns i111plu ,1 ciones de poder de la verdad construída históricamente. lCu.\udu ,, planteará Ginzburg de manera manifiesta esa cuestión? Ilabr.\ qur ··~ perar hasta los aõos 80, momento a partir dei cual se prom1111111 11' 1 teradamente, en términos críticos. Esos pronunciamientos pmlnu}l,lll algunas de las ideas que vertiera Ginzburg contra Foucault en c:l p• 1 facio de El queso. Sin embargo, ya no es el mismo interlocutor cl qu•· es objeto de su crítica. Ahora, por el contrario, el antagonista cs 111111 de esos tres historiadores que desde hacía tiempo venía interrog:\ ncl n~c· acerca de la escritura de la historia: Hayden White. No obstante, 111111 parte de sus ideas con respecto a White no son estrictamentc c>t lfll nales, puesto que provienen de uno de sus maestros: Arnaldo Mo u11 gliano. ( Cuáles son estas ideas? Momigliano era un historiador que, como él, también proccd{n dl' la comunidad hebrea del norte de Italia. Además, pertenecía a lrl miN ma generación de la que había formado parte Leone Ginzburg, un ~1 generación castigada por la guerra, perseguida por las leyes raciales de 1938 y en parte sacrificada en el holocausto. Su formación intelectual reunia la tradición judía confesional y la predisposición laica apreci;l ble en la colonia hebrea radicada en el Piamonte. Su estancia en ln·
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glaterra, huyendo de la persecución, le permitió entrar en contacto con los emigrados centroeuropeos, en particular por mediación .-dei Instituto Warburg, ensanchando con ello sus intereses históricos. De toda su obra, centrada particularmente en la antigüedad grecorromana y en la cultura hebraica, aquello que destaca especialmente es su predisposición historiográfica. En efecto, de sus libros cobran especial relieve los ensayos dedicados a analizar el concepto y la práctica de historia, en polêmica entre otros con Droysen. Para lo que ahora nos interesa, Momigliano mantuvo en los últimos afios de su vida una posición crítica con respecto a Hayden White. Son varias las referencias que podrían rastrearse en su obra y que aluden al historiador norteamericano. Por ejemplo, en 1974, y recién publicado el libro de White Metahistoria, Momigliano lo abordaba en un en~ayo titulado «El historicismo revisitado>>. Este libro de White, apareCLdo un afio antes, tenía por subtítulo La imaginación histórica en la Europa de! siglo XIX y, como se sabe, abordaba la poética de la historia, esto es, los recursos retóricos que constjtuyen el discurso histórico. La conclusión más obvia de su análisis consistía en argumentar que la verdad era una producción del texto y, por tanto, que lo real histórico sólo tenía existencia lingüística. Establecido así, ficción y verdad eran ingredientes inextricables en cualquier obra histórica. Sobre esta tesis polemizará Momigliano. Así, cuando Momigliano hablaba ele historicismo, lo hacía en principio sin aludir a la corriente filosófica o a la escuela histórica alemanas dei siglo XIX; lo hacía mencionando sin más la historicidad de )a sociedad humana, pero también de su observador, el historiador. Este partida de los hechos del pasado, unos hechos seleccionados, explicados y evaluados de acuerdo con criterios o categorías dependientes de! investigador. De este modo, la disciplina histórica podría caer en un «relativismo» en la medida en que la observación se subordinada a los intereses ele! observador. En efecto, esta disciplina, lejos de aportar un conocimiento objetivo, en el se_ntido anti_guo que le diera e! positivismo, pone en juego la perspectlva de! sujeto cognoscente. Este es el punto justamente clave de la posición de Momigliano: la historia es una disciplina extraordinariamente complicada «por la cambiante experiencia de! agente clasificador - el historiador- que está él mismo en la historia». Ahora bien, la solución correcta para Momigliano no estaría en la respuesta dada por White. {Por qué razón? Porque a su juicio este último hace depender equivocadamente los hechos de las figuras retóricas que los presentan. «La retórica no plantea cuestiones de verdad, que es lo que preocupaba a Ranke y sus sucesores y lo que todavía nos preocupa a nosotros. Sobre todo -afiade-, la retórica no incluye técnicas para la investigación de la verdad, que es lo que los historiadores ansían inventar.>>
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Momigliano ampliá estas argumentos en un artículo aparecido originalmente en inglês en 1981 y recogido después, en 1984, en su libra Sui fondamenti del/a storia antica. En ese ensayo -<>- le acusa amablemente de haber excluído la invcstigación de la verdad de las tareas de! historiador. Más aún, define la búsqueda de la verdad como su tarea fundamental. Por tanto, eliminaria tiene graves consecuencias. Frente a esto, frente a la verdad, White se limitaría a concebir a los historiadores como otros tantos narradores, como retóricos que podrían caracterizarse, según los casos, por los distintos modos de discurso empleados. Con ello, la historia no sería sino otra forma de literatura, donde la realidad, lejos de ser un dato externo, es una construcción dei propio discurso. En este texto y en otros, la clave dei reproche es, pues, la reducción de la historia a retórica. Como buen helenista, Momigliano recupera esa relación de acuerdo con lo dicho en la antigüedad, y comprueba que e1 hallazgo de White es menos novedoso de lo que parece. En efecto, ya los antiguos apreciaron la parte de retórica que había en la investigación en tanto los hechos debían presentarse a un auditoria y, por tanto, el historiador necesitaba ser un orador que pudiera seducir y convencer. Ahora bien, como él mismo concluye, la retórica tenía una consecuencia ambivalente para los primeros historiadores, la consecuencia de la bella mentira, de la supeditación de los hechos a su presentación formal y a su efecto de convicción. Y esta, como dice Momigliano, amenaza la integridad moral de esa búsqueda de la verdad que se impone e1 historiador. Sin rechazar, pues, la parte de retórica que tenga e1 oficio de historiador, Momiglj-ªno la entiende como una reducción intolerable de una tarea más amplia. Sobre ·este asunto se extendió en un célebre texto recogido en ~!·L!!Q!:~ .E.e_J2_~-~-Ira .r(o.ria, e. storicismo. Allí subraya que los historiadores, a la manera de los retóricos, de los sofistas, de los oradores, recurren a licencias dei lenguaje y a fórmulas dei discurso. A su vez, esos mismos historiadores obrarían ai modo de los médicos, los cuales investigan, observan los síntomas y diagnostican con el propósito de sanar. Es evidente que estas analogías no las inventa Momigliano, sino que las documenta en ese tiempo grecorromano que tan bien conoce. Pera además le sirven para describir las diferentes tareas que la investigación histórica se propondría. Los historiadores persiguen la verdad corno los médicos buscan la salud, pero el enfermo, además de recobraria, necesita ser convencido y confiar en que e1 galeno obra adecuadamente. En ese sentido, la enfermedad es percibida, pera a la vez es un dato objetivo, que no depende sólo del artificio y de! poder de convicción. En términos análogos, la verdad de los historiadores es también percibida y por tanto depende de artificios de presentación, pero al igual que aquélla debe tomarse
I como un dato objetivo, que n o se supedita exclusivamente a lo retórico y que se resuelve en términos de correspondencia. Buena parte de estas argumentos, e incluso las analogías que empleara Momigliano, pasarán a la obra de Carla Ginzburg. T ambién pasará el principal y m ás duradero antagonista con el que enfrentarse a la hora de rebatir la idea de la histeria como retórica: H ayden White. Qte haya esta afinidad puede obedecer a diversas razones y, en cualquier caso, el propio Ginzburg ha dejado constancia en distintas ocasiones de su admiración por el trabajo de Momigliano. >; por otro, un «real empirical work», esto es, justam ente aquello que puede apreciarse en e! propio trabajo de Ginzburg. De todos modos, el debate que él mantendrá con White se tornará mucho m ás encarnizado de lo que lo había sido en el caso de Momigliano. En este sentido, conviene detenerse en la posición de Ginzburg frente a White por varias razones. En primer lugar, porque aclara, aunque sea retrospectivamente, ciertas claves de El queso. En segundo término, porque manifiesta cuál es su postura explícita sobre la relación entre la verdad y la estética y, por tanto, los tratos que puedan darse entre Ia histeria y Ia retórica. Finalmente, porque rechaza las consecuencias dei escepticismo epistemológico y dei relativismo moral que habría en la perspectiva de White, lo cual pór extensión nos permite entender mejor la crítica acerba que Ie hiciera a Foucault. De todos m odos, nos hallamos ante un debate parcial, incompleto. {Por qué? Porque la polêmica se frustra, al menos en parte, al desenten derse de la confrontación uno de los contendientes, en concreto Hayden White.
cault, el principal avalista de una nueva forma de histeria que vendría a trastocar o a confirmar la subversión de algunas certidumbres de la profesión a las que se tenía por indiscutibles desde antiguo. La quiebra de esas evidencias, o mejor la masiva difusión que n o necesaria aceptación de la postura defendida por White, es reciente entre los historiadores occidentales, principalmente desde los aiios 80. Eso mismo justificada que sólo en fecha reciente Ginzburg se hubicra In mado en seria la hondura de su repercusión y, por tanto, que se h u biera planteado la pertinencia y la urgencia de la crítica. Pero hay m.h. Sólo en los aiios 80 es cuando se apreciarían verdaderamente las cnu secuen cias, como diría Momigliano, de su aproximación a In h is lo riografta, u na aproximación que, al eliminar la búsqueda tradiciu u.1l de la verdad, pondría en riesgo el conocimiento y la moralidad. Eo efecto, sería en esa década, en 1987, el aiio de la muerte de Morus gliano, cuando Hayden White publicaria El contenido de la fonna, y .11ll se recogería un artículo publicado originalmente en 1982 con d lllu lo de «La política de la interpretación histórica», texto que ccnll •ll !.1 buena parte de las críticas de Ginzburg. 3. Lo primero que hay que tener en cuenta es que, COI1\o clr, la mos, nos hallamos ante una polêmica frustrada. (Frustrado, cn qut ~r 11 tido? En el sentido de que se aborta pronto, frustrada cn In rucdid,, 1' 11 que uno de los contendientes, Hayden White, parece rcnunc:i111 ,, " '' pender in extenso a la diatriba de la que supuestamente cs objt·to . I lt• hecho, su último libra, Figura! Realism, que recoge textos de csos .dl m, no contiene alusión alguna a Ginzburg a pesar de que los tcm .1~ ,,h111 dados y los enfoques adoptados invitaban a ello. En todo c.1m, r11.1 controversia ha tenido cierto eco, porque trataba aspectos fund.lllll' lll ,, les y discutidos en relación con la histeria. Por eso, no cs cxlt.liin qur otros la hayan continuado, yendo más aliá de lo dicho por Whilt· u por el propio Ginzburg, y que incluso existan balances de In dis<'IINit'lll, En una larga y enjundiosa entrevista concedida por Hayclcn W lu te en febrero de 1993 a Storia de la Storiografia, éste se reGere de 111 1 nera explícita a quien se le enfrenta en la polêmica, es dccir, nl hiN toriador italiano, diciendo: Ginzburg, for example, hates Metahistory. He thinks I .1 111 .1 f 11 ~ cist. He is also kind of naive in many respects. Hc thinks tlml '"Y conception of history is like that of C roce, that is subjc.:ctivist, und that I think you can manipulate the facts for an aesthctic cOc~ l . I think that one can do so, and although Ginzburg thinks you O ll ~\ hl not do that, in my view, he himself does it quite often. La alusión, aunque breve, es directa y, por tanto, conviene que su· brayem os su importancia. Como puede comprobarse fehacientemcn·
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te, White afirma ser víctima de un violento ataque por parte de Ginzburg. En primer lugar, la que es su obra principal, Metahistoria, sería objeto de devaluación, hasta el punto de ser . un libro literalmente odioso para el investigador italiano. En segundo lugar, su persona sería ultrajada por lo que sin duda parece una injuria: si h em os de creerle, Ginzburg piensa que White es un fascista, pensamiento que el primero habría divulgado en sus intervenciones públicas. En tercer término, la aportación dei norteamericano tendda poca novedad, en tanto sólo nos las veríamos con un croceano, es decir, con alguien que, a la manera de Benedetto Croce, sostendría una concepción subjetivista de la historia, alguien qu e se permitida y permitid a la manipulación de los hechos con el fm de lograr un efecto estético.
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. <~é se extrae d~ esas referencias? Dichas intervenciones perrniten adtvmar un retrato mteiectual de White, retrato en e! que Ginzburg conde~saría _aquellos rasgos que considera propios y sobresalientes de la cor~te~te mteiectu~l que convendremos en llamar escepticismo epistemol?giCo. Ahora bten, ese retrato no queda impresionado de una vez para _stempre en una i~sta~tánea ? efinitiva. Parece, por el contrario, haber stdo trazado tentativa, mtermttente, fragmentaria, reiterativa e indu- · so, con~adictoriamente: seda, pues, testirnonio dei propio acer~amien to de Gmzburg a White, una aproximación que n o es ni exhaustiva ni siste~ática . Es decir, h ay exceso y hay defecto, y, por tanto, la exégesis requ~ere por nuestra parte un esfuerzo suplementaria, el esfuerzo que dé u~ c!erto orden a l? 9ue, s_in duda, es un desorden argumentai y descnpttvo, fruto de dtstmtas mtervenciones y de diferentes énfasis. Tendremos White y AntiWhite, pero lo que no podremos hallar en Ginzburg es algo así como un AntiWhite perfectamente acabado de un solo trazo y que, a la vez, sea completamente coherente. Una tentación, por nuestra parte, sería la de dar apariencia de orden a lo que no lo tiene y a lo que nos ha traído tantos quebraderos de .cabeza. Con ello, podríamos limar salientes, podríamos ainal· garoar rmág_enes que no siempr~ s~n coincidentes y podríamos solapar p~rfiles. destguales. H acer eso_ stgntficaría negar a Ginzburg su propio t ~nerarto de lectura, com? st ésta se hubiera hecho de una vez para s t empr~ - , La lectura de Gmzburg es, por el contrario, u!l trabajo en progres10n,. con tanteos, hallazgos y desvíos. Al fin y ai cabo, no es nue~~o objeto la reconstrucción de la imagen completa, acabada, sistem~ttca y coherente dei n orteamericano; nos interesa más, por el contrano, proceder a la exhumación de aquellos rasgos que el propio Gin~burg subraya ~e su referente, aquellos perfiles que aprueba o que le dtsgustan, a parttr de los cuales se mide, se distancia, se irrita o se enfrenta. ~as alusio~es explícit_as. y sign ificativas que Ginzburg realiza de Whtte se conttenen en dtstmtos textos. Para lo que ahora n os interesa, para la reconstrucción de ese retrato que el historiador italiano empr~ nd e, ei n egativo dei suyo propio, serán en principio cuatro los trabajos que tomaremos como objeto de análisis; principalmente porque cada uno de ellos va afíadiendo elementos, rasgos o atributos que c_o mpletan la ima_gen de su oponente. Los textos a los que nos refenmos han aparectdo entre finales de los afíos 80 y la primera mitad de los 90. En concreto, las referencias a White se reparten en los ar>, < nio degli. ebrei e i! ~rincipio di realtà>> y <>, publicados e! pnmero en Le Dlbat y los dos restantes en Qj1aderni Storici, respectivamente. Asimismo incluímos ei volumen titulado E/ juez y el historiador, aparecido en 1991.
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El primero de ellos, que está dedicado a la memoria de Arnaldo Momigliano, se publicó inicialmente en alemán en 1988, y un "'a no después en su versión francesa, la más difundida. E! segundo, cuya dedicatoria se brinda a Primo Levi, es la traducción italiana de una ponencia titulada •1ust One Witness» y presentada a un congreso internacional sobre el holocausto, celebrado en la Universidad de California-Los Angeles en abril de 1990 y publicado en 1992 con el título de Probing the Limits of Representation. Por su parte, el tercero de los artículos mencionados, que encabeza un número monográfico de Q]taderni Stcrici (1994) dedicado a ••La prova••, constituye una reelaboración con retoques dei argumento desarrollado para una introducción, en concreto la que dedicara a La donation de Constantin, de Lorenzo Valia, publicado en París en 1993. Finalm ente, el libra que hemos mencionado lleva por oportuno e informativo subtítulo: Consideraciones ai margen de! proceso Sofri, en alusión a la figura de Adriano Sofri, «uno de mis amigos más queridos», injustamente inculpado y condenado, según Ginzburg, como inductor de un homicídio político. Los tres primeros trabajos pueden considerarse, de entrada ai menos, como intervenciones de naturaleza historiográfica en tanto su autor nos habla de la realidad del pasado, de su expresión en las fuentes y de su conversión en escritura histórica. Por contra, e! volumen m encionado es un livre de circonstances, un texto nacido como respuesta a un problema judicial, político y, en fm, personal. Conviene, pues, preguntarse en qué términos alude Carlo Ginzburg a su colega norteamericano. Tomemos, por ejemplo, «Montrer et citer», del ano 1989. Parte Ginzburg de una desazón que le es propia y que, según manifiesta, es resultado de un divorcio entre disciplinas: aquel que separa habitualmente la reflexión teórica sobre la histeria, por un lado, y la práctica concreta de la investigación, por otro. La primera tarea es asumida por los filósofos, algo evidente, por ejemplo, en las páginas de revistas como History and Thurry, que no suele reclutar a sus colaboradores de entre los historiadores, al menos en los primeros tiempos de su publicación. Estas últimos, en efecto, apenas se ocuparían de explorar las implicaciones teóricas de su oficio, y, como mucho, producirían reflexiones metodológicas ingenuas, confusas o poco interesantes a juicio de «un esprit nourri de philosophie», según apostillaba irónicamente Ginzburg. Otro aspecto que confirmada ese hiato ai que aludimos es la materia acerca de la que se reflexiona: mientras los teóricos se centrao de manera exclusiva en los productos finales, en los productos resultantes, es decir, en los libros, en las monografias publicadas, los historiadores que debaten acerca de su disciplina pretendeo sobre todo hacerlo sobre las condiciones de elaboración de su trabajo, sobre las implicaciones de la investigación empírica que desarrollan. Una prue-
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ba fehacien te de esta separación es, por ejemplo, la que puede hallarse en la repercusión que tuvo la polémica seguida entre los filósofos (\nalíticos desde que en 1942 Hempel publicara «La función de las leyes generales en historia». Mientras entre los filósofos profesionales, la controversia dictó lo relevante, entre los historiadores aquella polémica sólo provocá escaso interés. . En una posición ciertamente original, entre filósofos e historiado res, pareció situarse la obra de Hayden White, al menos desde que cn 1966 diera a la luz su ensayo titulado «The Burden of History», tcx to después incluído en Tropics of Discourse y que el propio autor re conoce inevitablemente poshempeliano. De entrada, fue la suya unn postura a contracorriente y, desde luego, anade Ginzburg, hay que rc conocerle haber provocado y estimulado un nuevo debate en m cdio de un clima intelectual diferente. {Q!Ié es lo que en sustancia defen· día en aquel trabajo primerizo? Ginzburg no parece estar demasiado .preocupado en dar cuenta exhaustiva dei contenido de aquel texto, en informamos de los pormenores precisos de cuál sea el desarroJlo de sus argumentos. Por eso mismo, abrevia sus reflexiones subrayan· do lo que, para él, es lo esencial de aquella intervención. En ese sentido, senala, la base que da consistencia a la tesis sos· tenida por White es el reconocimiento dei constructivismo en la de· finición epistemológica contemporánea de los saberes. Y anade para explicitado: frente a un positivismo rezagado, frente a postulados posi· tivistas aún en curso, e! norteamericano ponía de relieve la naturaleza inevitablemente constructivista de la enunciación histórica, en sintonl.t con el constructivismo dei que participarían también los enunciados artísticos y científicos, tal y como vendría manteniéndose en époc.1 reciente. En suma, el arte, la ciencia y la histeria, más aliá de sus di ferencias ostensibles, compartirían la condición de ser manifestacio ncs culturales que, se admita o no, acaban configurando su propio objc to a partir del acto de enunciación. Apuntado esto, Ginzburg enmu· dece. Sin embargo, su alusión es insuficiente para entender complc· tamente su propio argumento en relación con otros que más tarde defenderá. Por tanto, anadamos información que aclare lo que sostc· nía Ginzburg a propósito de aquel ensayo. White iniciaba su ensayo mencionando la «táctica» frecu entc y afortunada de la que se servirían los historiadores frente a sus crlti· cos: frente a aquellos que le reprochan a la historia la falta de un sta· tus de ciencia pura, sus oficiantes responderían aduciendo que es cl suyo un conocimiento fundado más sobre la intuición que sobre mé· todos analíticos, y, por tanto, próximo ai arte o, mejor, presentándo· se como una clase especial de arte; por contra, ante aquellos que lc imputao su incapacidad p ara ahondar en las esferas más recônditas de la conciencia humana, a la manera en que lo harían, por ejemplo, los
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literatos los historiadores se defenderían argumentando la naturaleza de semiciencia que la disciplina tendría, estando privados, .pues, dei derecho a la manipulación «libre» de los datos históricos: , Además de una táctica defensiva, sostener lo an tenor sena sobre todo una fo rma de definir epistemológicamente e! saber histórico, erigido sobre e! t~rreno neutro de~ ~rte y .de la ci.enc.ia. Si de tá~t~cas hablamos, si destgnamos esa eqmdtstancta en termmos n:tetafoncos tomados de la guerra, afta de White, es porque hay. una hza, es porq~ e la histeria estaria implicada en una suerte de confhcto. De hecho, eXIste una opinión difusa según la cual, frente a la mediaci~n afortUI~ada entre arte y ciencia que la histeria dice o parece asumu, «the htstorian is the irredeemable enemy of both», lo que expresado en otros términos quiere decir que habría una evidente hostilidad hacia la histe ria. (Cuáles serían las razones de esa crítica más o menos acerba hacia esta disciplina? . La primera de ellas tendría. que ver. con I~ prop.la naturaleza de la p rofesión histórica. Según sosttene Whtte, «lustory ts perha~s the conservative discipline par excellence», conservadora en el ~enttdo de asumir y defender una voluntaria ingenuidad met~~o~ógtca fre.nt~. ~ lo que proponían el idealismo filosófico. y e! .P~sttlVlsmo .socwl?gtco. Este conservadurismo, en fin, ha temdo dtstmtas mamfe~tacw~es, pero, sin duda, una de las más importantes ha sido la reststencta a cualquier clase de autoanálisis. La segunda de las razones 9u~ fundamentada la crítica de la histeria se apoyaría en un descubnmtento reciente: <, es un descubnmiento reciente. Su impacto no puede ignorarse, entre otras cosas porque pondría seriamente en crisis algunas de certidumbres más firmes de la conciencia histórica heredada dei stglo XIX. El constructivismo, en efecto, subrayaría la dependencia histórica de es~s mis~.as creencias su accidentalidad, al admitirse al fin al que la propta nocwn de histeria sería «a product of a specific historical si~ation». ~on ello perdería su apreciado status como forma ~e pensam~e nto autonomo Y au toconfirmatorio, y, además, aiiade Whtte, haría melevante ese supuesto terreno neutro en el que los historiadores creerían hallarse. Y ello porque no estada nada claro, .ai menos. de entrada, que el arte y la ciencia fueran dos formas esenczalmente diferentes de comprender el mundo o que el historiador estuviera especialmente dotado para ejercer ese papel de mediador que se atribuye desde el 800: . . De lo anterior se sigue, pues, q ue «lhe bttrden of the bzstorzart m our
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time is to reestablish the dignity of historical studies on a basis that will make them consonant with the aims and purposes of the intellectual community at large». i.Y cómo se llevaría a cabo esa tarea que, a juicio de White, le compete ai investigador actual? «The contemporary historiao - seiiala- has to establish the value of the study of the past, not as an end in itself, but as a way of providing perspectives on the present that contribute to the solution of problems peculiar to our own time.» Y, en esa labor, su propósito no puede distanciarse de las «techniques of analysis and representatiori» con las que «modem science and modem art have offered for understanding the operations of consciousness and social process». Pero, como anade White, esa tarea implica no sólo aproximarse a los «latest technical and methodological developments in the social sciences», que es lo que, en efecto, ha ocurrido con la renovación historiográfica; supone también apropiarse o hacer uso de las «modem artistic techniques in any significant way», como serían las yuxtaposiciones, las involuciones, las reducciones y las distorsiones, a la manera de lo emprendido por ) ames, Woolf, Joyce o Faulkner, prácticas que habrían despertado un muy escaso interés entre los historiadores, al menos a la altura del ano 1966. A su juicio, pues, isa es la manera actual en que la histeria puede asumirse como combinación entre ciencia y arte: por un lado, haciendo uso de procedimientos científicos experimentados con éxito y, a la vez, empleando «impressionistic, expressionistic, surrealistic, and (perhaps) even actionist modes of representation for dramatizing the significance of data». (Cuáles son las implicaciones de lo que nos propone White en 1966? O, dicho en otros términos, (qué se deriva del constructivismo in trínseco e inevitable que atribuye a los enunciados histó ricos? La «prudencia» manifestada por e! norteamericano o, mejor, la posición moderada por la que parece inclinarse -ciencia y arte- , no son objeto de especial mención por parte dei historiador italiano, a pesar de que en algún sentido E! queso, por ejemplo, pueda verse como un híbrido entre ciencia y arte. Ahora bien, si Ginzburg no lo aborda explícitamente, no es porque esta discusión sea irrelevante, sino quizá porque para él el significado de dicha idea no está dado de antemano, y puede variar de acuerdo con quien la enuncie. Por tanto, conviene en este caso situaria dentro dei itinerario de White: ai fin y ai cabo, se expresa en un ensayo no muy extenso, y menos analítico que tentativa. Por eso mismo, si Ginzburg no se extiende sobre esta cuestión es, en parte, porque a su juicio las consecuencias de lo defendido por White en 1966 sólo se hacen patentes, sólo adquieren un significado biográfico, en la progresión intelectual que e! norteamericano experimenta y que, en este caso, le lleva a la publicación de su obra más
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relevante y más atrevida. En efecto, anade el italiano, anos despué_s de la publicación de The B~rden o.( History, en 19?~ _en concr7to, Whtte prolongaría y consumana el g.1ro dado ai a~allSls del obJeto y de la disciplina histórica desarrollando su perspectiva resueltamente «antipositiviste» con la publicación de Metahis_toria. Sin lugar a dudas, nos recuerda Carla ~mzburg, nos h~lamos ante el texto capital dei norteamericano, amphamente reconoc1do y _por el que merece ser juzgado, más allá de intervenciones breves, cucunstanciales o menores que jalonan su biografia y que en todo caso son parasitarias de aquel trabajo. lQyé es lo que White sostiene? Lo _que se propone es averiguar qué clase de con?cimie~t? p~oduce la ?Istoria. De entrada, fue éste un saber reconoc1do, pnv1leg~ado, adm1rado, sobre todo en el pasado, sobre todo en el reciente sigla XIX, época de publicación de las grandes obras de la historiografia europe~. Llegado, sin embargo, un determinado momento, una doble corne~te ?e opinión come~zó a ~ensurar lo~ usos y _la naturale~~ de la h1~t?na. lY ello por que? Segun nos adv1erte Wh_1te, la ,reacc1?n de h_ost!l1dad frente a la historia se debía a que se le tmputo una mcapac1dad manifiesta para devenir ciencia rigurosa o auténtico _arte, que son,_ en definitiva, los pivotes en torno a los cuales ha guado la prop1a conciencia histórica a la hora de definirse epistemológicamente. Recupera, pues, con dicho argumento la tesis básica de «The Burden o f History». Se trata, en efecto, de una rebelión contemporânea contra la propia historia que ha tenido múltiples derivaciones. En el momento de escribir Metahistoria, esta corriente hostil se encarnaba en las figuras de Claude Lévi-Strauss y de Michel Foucault, para quienes la historia merecería impugnarse por ser una suerte de autoengano. específicamente occidental, es decir, ideología justificativa que servtría, en palabras de White, para <>. Con ello se podrá averiguar no sólo cuál es la epistemología en la que los historiadores dicen fundament~r su saber, s~~ tam~ién apreciar la justeza, las razones y la genealog1a de esa rebehon rec1ente contra la histeria. A partir, pues, de ese objeto, su análisis se delimita en torno. a 1~ gran producción historiografia dei sigla XIX, momento clave de mstt-
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tuciona1izaci6n, de asentamiento y de desarrollo de la disciplina. M~s en concreto, estudiará la obra de algunos de los maestros reconocidos de la histeria d ecimonónica (Michelet, Ranke, Tocqueville, Burck· hardt), así como la producción y las ideas de los principales filósofos de la histeria, entre ellos Hegel, Marx, Nietzsche y Croce. lEra cl suyo un planteamiento clásico de historia de las ideas? No exactament r: más bien se trataba de aplicar una perspectiva formalista sobre aqut• llos que designaríamos como clásicos y, por tanto, sobre los d i fc~t•n tes modelos reconocidos de concebir la producción y la escriltu .l lu~ tóricas. Es decir, una aproximación que Ginzburg admite y recono1.t' relevante cuando se aplica a otros productos culturales: los mitos, lo:. cuentos, etcétera. Ahora bien, en el caso de White, el fin es rcvcl.u los componentes estructurales que hacen posible cada uno de los rc· latos de la histeria. Admitido esto, aquello que intenta e! nortean1ericano, y por lo que es significativo para el itinerario intelectual que Ginzburg nos propo· ne, es la defensa de tres argumentos básicos acerca de la escritura de la historia. El primero de ellos haría referencia a la naturaleza interna de toda obra histórica. Ésta consistida, según leemos ai inicio dcl libra, en <>, según leemos a partir de la paráfrasis irônica de Rankc. La alusión que Ginzburg hace en <> de este conocido c importante argumento quiere ser fiel, incluso, en lo que a literalidad se refiere. De hecho, reproduce la prirnera parte de su enunciado: «toute oeuvre historique est>> -y cita al pie de la letra- <>. Sin em· bargo, corno en e! caso de Tbe Burden oJ History, la alusión es in for· mativamente breve, y el lector puede quedarse sin averiguar cuál es la base irttelectual en la que White se fundamenta o dice fundarse. Ginz· burg no nos dice nada acerca de cuáles sean los interlocutores con los que White dialoga o de los que hace partir su análisis para llegar ai argumento que e! propio historiador italiano evitaba. Pues bien, la mención que ahora podamos hacer, lejos de impugnar la presentaci6n de Ginzburg, prolonga el hilo conductor dei que tanto e! italiano como e! norteamcricano se valen. En ese sentido -y reproducimos la cita que Ginzburg hace de White- , concebir la obra histórica corno <
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la forme d'un discourse narratif en prose•• es fruto de una indagación intelectual acerca del problema dei realismo. De hecho, afiade ·White, éste «es el problema para la historiografia moderna», como también lo es para Ginzburg. Aunque enunciarlo no implica ni plantearlo igual ni, por supuesto, responder desde posiciones similares. En buena medida, éstas dependerán de los referentes de los que se sirven y de cómo son empleados, pues puede haber coincidencias en los nombres y diferencias en sus usos, como de hecho así sucede. D esde esa perspectiva, White nos habla de sus interlocutores teóricos. En primer lugar, subraya la importancia que para él tuvieron Rcné Wellek, Erich Auerbach, E. H. Gombrich, Northrop Frye y Ken· neth Burke, vale decir, aquellos que se habían planteado centralmen· te cl problema del realismo, y de cuya producción destaca Mimesis. Lr1 rcpresentación de la rea/idad en la literatura occidental, de Auerbach, y / lrtc e ilusión, de Gombrich. En segundo lugar, y aunque sin el relievc de los anteriores, también afirmaba haberse beneficiado de la lectura dei Michelet de Roland Barthes, de Las palabras y las cosas de Michel Poucault, así como de Lucien Goldmann y de J acques Derrida, autores a los que, en 1973, identificaba como el grupo de los «críti· cos estructuralistas franceses», ocupados, por tanto, de la exhumación de las estructuras culturales y d e sus componentes. En último y tercer lugar, subraya la influencia de cierta filosofia anglosajona, en concreto aquella que se habóa ocupado del problema de la narración des· de la perspectiva analítica, mencionando a W. B. Gallie, Arthur C. D anto y Louis O. Mink, sobre todo por los análisis dei elemento «fictício» en el relato histórico. Si White insiste, a partir d e su opción formalista, en la histeria como estructura verbal, el segundo argumento evocado por Ginzburg constituiría el desarrollo consiguiente de aquel punto de partida y sobre el que una parte de la literatura mencionada ya se había pro· nunciado. Nos referimos, claro, a cómo esa estructura verbal, esc discurso en prosa, dice representar la realidad extratextual. Según lo re· cordado por Ginzburg, aquello que White sostiene es la correlación que habría existido entre «modes littéraires spéci6ques» y «les oeuvres historiques de Michelet, Ranke, Marx, Tocqueville ou Burckhardt». Es decir, aquello que el norteamericano mantendría abiertamente seda la dependencia de lo que él denomina la <
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m.ás, el realismo .hi_stórico de esa centuria sería algo así como <
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grandes historiadores dei siglo XIX no consentirían su respectiva com· paración, convirtiéndose, pues, en mutuamente inconmensunrbles. «Por esto -concluye White- no es posible "refutados", ni "impug· nar" sus generalizaciones, ni apelando a nuevos datos que puedan apa· recer en posteriores investigaciones ni mediante la elaboración de una nueva teoría para interpretar los conjuntos de acontecimientos que constituyen el objeto de su investigación y análisis.» (Por qué decimos que este último argumento es el más importao· te y, a la vez, el más polémico? Lo sostenemos porque, ai cons_iderar las obras históricas sólo como estructuras verbales formales, Whtte no se extiende sobre la relación que pueda darse entre el texto y la rea· lidad externa en la que dicen fundarse los historiadores, sobre el tipo de referencialidad que pueda haber entre el discurso histórico y el pa· sado expresado en informaciones documentales, e incluso sobre la re· ferencialidad misma que caracterice los vestígios con respecto a la so· ciedad que los alumbró. O, dicho en otros términos, por un lado, dedica un largo ensayo, un extenso y enjundioso volumen, al análisis de los dispositivos internos de producción de la realidad textual de las diferentes obras históricas. Ahora bien, ese análisis no tiene por meta revelamos la existencia de un criterio ajeno a la estructura ver· bal en prosa, un criterio extratextual, en fin, que permita su respecti· va evaluación según la calidad de sus teorías explicativas, de la infor· mación incorporada, o de la realidad externa de la que dicen hablar. Admitido lo anterior, la comparación y la refutación no son, en efec· to, tareas sobre las que White pueda o deba decir algo. Y ésta es una conclusión cuyas consecuencias y envergadura conviene retener espe· cialmente, no porque sea importante en el discurso de White - que lo es-, sino porque constituye uno de los momentos capitales de la descripción emprendida por Ginzburg y a partir de la cual se medirá y con la que se enfrentará. 4. Como antes se indicá, el siguiente ensayo en el q ue Ginzburg menciona y aborda de manera explícita a White es el que lleva por título Unus testis. La alusión al norteamericano que se contiene en ese trabajo es ahora mucho más extensa, mucho más pormenorizada, in· cluso con detalles biográficos. De hecho, buena parte dei artículo constituye una interpelación directa a -y un análisis explícito deWhite. Sin embargo, como suele ocurrir en la mayor parte de sus obras, su objeto expreso no coincide con la meta implícita que se pro· pone. En este caso, el propósito manifiesto de su texto es la defeosa de lo que llama con evidente expresión freudiana «el principio de rea· lidad». Aunque no es eso lo que ahora nos interesa, sino más bien de qué manera White acaba retratado. Las alusiones al norteamericano se hacen explícitas a propósito de
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la relación entre novela e historia. Parte Ginzburg de la proposición común que viene a sostener el carácter narrativo de la historia, argu· mento insistentemente repetido entre determinados Círculos desde hace ya algunos aiios y sobre el que, en principio, no se pronunci.1. O, dicho en otros términos, se hace manifiesta su mención a pnrt it del relativo parentesco o proximidad. que muchos atribuyen hoy cu día a la ficción y a la obra histórica en tanto ambos <> por parte del investigador francé~. Es decir, aunque De Certeau se detenga en los recursos retóricos y dis cursivos de los historiadores, admitiria que esos recursos se supcditnn en última instancia al principio de realidad que guia su investigación. lY como sabría esto Ginzburg, si no parece inferirse de su obra? Segt'tn él mismo confiesa, esa aceptación estaria avalada por un testimonio per sonal hecho por De Certeau a Pierre Vidal·Naquet. Pues bien, para so pesar de manera adecuada la empresa intelectual de White, para cap1.11 la clave desde la que se mantiene su posición, el historiador Ítilli auu emprende una aproximación biográfica. Esta aproximación, que cs lllt.l interpretación âe su trayectoria y, como tal, irremediablemente rccltu cionista, complemebta, afiade, matiza y corrige los datos apuntados <' 11 «Montrer>> y su diagnóstico. (Qié incorpora Ginzburg ahora que co111 plete la teoria de White acerca de la obra histórica? Aquello que nos propone no es indagar en los fund amenlos tt:<'1 ricos o asertivos de Metahistoria, descritos en lo esencial en lo dicho hasta ahora, sino averiguar y evaluar los referentes en los que h:1 b.t sacio su análisis. O, dicho en otros términos, aquello que nos pmpo ne es observar la posición epistemológica desde la que habla Wltitl.. identificando para ello los interlocutores de los que se ha servido c11 la elaboración de su edificio teórico. Dicha identificación acaba sic11 do algo así como un recorrido stú generis por la biografia intelectu.tl dei investigador norteamericano. Aunque sólo fuera por eso, m erctc ría tomar en consideración este trabajo de Ginzburg, siendo como c.\ el esfuerzo m ás serio (y polémico) de exactitud y de exhaustividad pot su parte en relación con White. Según leemos en Unus /estis, la trayectoria de Hayden White se h.1
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bría definido a partir de cuatro referentes teóricos que serían, ~ la vez, cuatro influencias de distinta cronología. Nos habla así, en pnmedugar, del impacto temprano que tuvo en su concepción !a filosofia neoidealista italiana a partir sobre todo de la lectura entusiasta de la obra de Benedetto Croce, lectura cuya repercusión iría disminuyendo paulatinamente. Seiiala asimismo el creciente e indesmayable relieve que tendría en su investigación la reflexión de Michel Foucault, c> de ltalia. Sin embargo, si nos aventuramos en e1 itinerario biográfico y en
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la clave de lectura que el propio Ginzburg nos· propone, al argumento dei historiador italiano deben aiiadírsele algunos datos para entender mejor la trayectoria de White sugerida en este retrato. En ese sentido, es imprescindible seiialar cuál era e1 objeto de análisis de aquel texto. En aquei volumen se estudiaba el declive dei historicismo alemán. Sin embargo, dicho asunto no se percibe inmediatamente en su título inglés, ya que un neutro History reemplazaba al italiano Storicismo, dado que la voz Historicism habría confundido al lector, al decir de White, ai menos después de la «unfortunate» designación de Popper. No obstante ei objeto enunciado, es decir, más allá de las páginas que, en efecto, dedicaba Antoni ai historicismo, lo que, a juicio de White, hacía interesante el libro eran dos de sus virtudes implícitas. En primer lugar, su ilustración y defensa dei pensamiento croceano, «not always familiar to American readers». Y, sobre todo, su perspec· tiva epistemológica, dado que «perhaps it will serve to help resolve that pointless, because misconceived, conflict between "objective" history and "relativistic" history», conflicto que «breaks out ever so often in the American historical and philosophical journals and which had its origins in this country in a misreading of Croce's early works». Veamos estos asuntos con un mayor detalle y evaluemos, ahora sí, con Ginzburg la temprana sintonía que sintió el norteamericano con Croce. En primer lugar, el título de su introducción es en sí mismo revelador: <<Ün History and Historicisms». Y es éste, porque su propósito es dar fe de la preeminencia otorgada a la historia en el siglo XIX y dar cuenta de la naturaleza distintiva de los historicismos. Si la historia tuvo un relieve tan evidente, dice White, es por la estima que le dispensaron los representantes dei romanticismo, dei idealismo poskantiano y dei darwinismo. Ese aprecio tuvo, además, su reflejo en el desarrollo de distintas formas de <>: en concreto, las que, en palabras de White, se expresarían en el <>, que postularía la aplicación de las categorías de la ciencia positiva a los fenómenos históricos, disolviendo con ello la historia en la sociología; las que se manifestarían en el <<metaphysical historicism>>, en virtud dei cual se establecería un criterio de discriminación de lo real «outside of time>>, en e1 concepto o en la creencia religiosa, de manera que aquello que cree descubrirse es <>; y, en fin, las que se difimdieron bajo e1 «aesthetic historicism». Conviene detenerse en esta última corriente en tanto es o puede ser concebida ahora como el punto de arranque dei narrativismo de White, inmediatamente matizado, como veremos, por sucesivas aportaciones. Dice el norteamericano que, frente a los historicismos naturalista y metafisico, que reducen o hacen desaparecer la responsabilidad oponiéndole tm monismo explicativo, el historicismo estético se
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desarrolló afirmando la libertad humana y la creatividad individual, esto es, depositando el crédito en la acción humana propi~merrt~ dicha. En este caso, la meta de la reflexión no fue la propta reahdad histórica, susceptible de ser descrita a partir de categorias científicas o invocando un Weltplan preestablecido, según lo seiíalado antes. Al contrario, el objeto será el propio investigador to~ad~, en efect~, como centro de atención. Eso significaba que la vahdactón de la vtsión verdadera de la historia no dependia tanto dei pasado como dei sujeto cognoscente, es decir, del historiador irremediablemente contemporáneo, dei historiador habitante dei tiempo pres.ente. . En opinión de White, la novedad aport~~ a se llevo demasta~? lejos, hasta el punto de que los objetos tra~tcLOnales de la reflex10n y dei conocimiento, el pensamiento y la accrón h~manas. ;n el p~sado, acabaron siendo menos relevantes que la propta creaoon ongmal Y creativa dei historiador individual. De hecho, concluye, «the e.ffect of the narrative was considered more important than its truth or falsity», con lo que se llegaba a un «radical relativism, a nihilism», dado que no se distinguia entre el mundo imaginaria, aquel que era creado por la mente del artista, libre de ataduras y omnisciente, y el mu.ndo real, aquel que era extrasubjetivo y .extraiío ~.la con~ie~ci~ o al dtctado d~ la volición. Admitido lo antenor, admtttdo lo mdtstmto del relato hterario e histórico, el historiador quedaba irresponsabilizado d e cualquier obligación con respecto a la verdad, .dev~~iendo nada más y nada m enos que un servidor de la belleza. (~tene~ fueron los que defendieron argumentos de este género? Segun Whtte, los r~prese~ tantes de este punto de vista <
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Ginzburg, advertimos de inmediato el peso que adquiere la. in~oc.t· ción de Croce, de un joven Benedetto Croce, el de La storza nrlottn solto il concello generale de!rarte, de 1893. Dicho texto, que nada de., pués de un pasajero coqueteo con el marxismo, se concibe com? «tltl· revolutionary essay which ultimately would lead to the declara.tHw. :11 the independence of history», después completada con la pubiH'•I<' IIIII de la Estética, en 1901.
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lidad o inutilidad, conceptos puros que tienen que ver más con _la filosofia que con la ciencia. · · ms este Hayden White e! que ahora conocemos? >. Ello le llevaba a despreciar la aprehensión esté· tica dei mundo basada en el irracionalismo, por ejemplo, al considerar que «el arte no representativo» era «arte simplemente maio (...), y por lo tanto no arte>>. Sostener lo anterior, leemos en ·algún pasaje de Metahistoria, era defender una visión empobrecida dei arte, lo que, a juicio de White, afectaba muy negativamente a la propia concepción de la histeria que ei filósofo italiano mantenía, dada la identificación que hacía . entre una y otra actividad humana. En términos literales: ... aunque Croce estaba en lo correcto en su percepción de que el arte es un modo de conocer el mundo, y no una mera reacción física a él ni una experiencia inmediata de él, su concepción de! arte como representación literal de lo real aislaba efectivamente ai his· toriador en cuanto artista de los más recientes y cada vez más do· minantes avances hechos en la representación de los diferentes niveles de conciencia por los simbolistas y posimpresionistas de toda Europa. Creer en ello, apostillaba el norteamericano, convertia a Croce, al filósofo neoidealista, en un involuntario, paradójico y rezagado <
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más o menos rotunda de Croce, y es también e! momento en e! que se produce su aportación más abierta y enfáticamen~e antirrealista: aquella en la que se desinteresa de conciliar arte y ciencia, narración y verdad, a la manera de lo sostenido en 1959 y en 1966. Podría argumentarse que, al menos, el texto de 1966 («The Burden») formará parte después, en 1978,. de la recopilación Tropics of Discourse, lo que introduce «m oderación» croceana en un libro posterior a Metahistoria. Sin embargo, no hay que olvidar dos cosas: en primer lugar, que, en todo caso, The Burden of History expresa opiniones o puntos de vista de 1966; y, en segundo lugar, que, según nos recuer· da Ginzburg en Unus testis, «a partire da Metahistory egli si e interes· sato sempre meno alia costruzione di una "scienza generale della so· cietà", e sempre piu al "lato artístico dell'attività storiografica"». Como aõade ei historiador italiano, esto último se confirmada justamente en Tropics of Discourse. Es en ese volumen en donde e! concepto de <
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mir de manera explícita una posición «soggettivista», dado que se admite la imposibilidad de ese criterio objetivo que consienta jerarquizar las obras y sus resultados. Pues bien, concluye previsiblemente Ginzburg, el subjetivismo así expresado es contrario al realismo irreductible dei que nunca se desprendió Croce, en tanto para él la obra era, en efecto, una representación, pera una representación de algo externo, de algo que no era sólo una producción textual inverificable empíricamente. Por tanto, la distancia con respecto ai filósofo neoidealista la marca el propio White en su momento de mayor maduración : justo c uando en paralelo comienzan a difundirse posiciones antirrealistas por parte de otros intelectuales, también europeos, pero, ahora sí, contemporáneos de! norteamericano. Tornemos el caso de Francia, que es el que nos propone Carlo Ginzburg para identificar a aquellos otros referentes poscroceanos del itinerario de Hayden White. Concretamente, las figuras que emergen en su biografia intelectual, al decir de! historiador italiano, son Mi· chel Foucault y Roland Barthes. (Qué tiene de evidente y qué de extrafio que sean éstos los pares de White? Y, más aún, (hasta qué punto es relevante y honda la influencia que Ginzburg les atribuye? La verdad es que el historiador italiano no se muestra pródigo y, en ese sentido, no aventura una tesis completa sobre el particular. Q!Iizá por la evidencia de la sintonía manifiesta, aunque relativa, que habría entre las posiciones de White, Foucault y Barthes. Intentaremos, como antes, completar la descripción que emprende el historiador italiano dentro de su propia clave de lectura. . White nunca ha ocultado, y eso se hace abiertamente explícito en Metahistoria, la simpatía que le despertá la perspectiva estructuralista. Es más, a la altura de 1993, en la entrevista que mencionábamos, todavía se seguía defmiendo como estructuralista, aunque no ignorara los avatares ya antiguos que habían sacudido dicha corriente, las críticas de las que ha sido objeto y, en fin, las abdicaciones de aquellos que fueron sus maestros pensadores. lDe qué estructuralismo hablamos? Apelar a dicha etiqueta es ya en sí mismo problemático, en tanto la complejidad o la indefinición de aquel movimiento intelectual y también de aquella moda suscitaron todo tipo de controversias, de adhesiones y de distancias críticas. Con todo, una versión llevadera, operativa e instrumentalmente aceptable para los fines que ahora nos proponemos podrfa discurrir en los siguientes términos. El estructuralismo fue una corriente dei pensamiento francês que sostuvo, frente al humanismo y ai «historicismo», la primada cognoscitiva de las estructuras inconscientes y extrasubjetivas en el análisis de la realidad. Desarrollado principalmente en los anos 60, el enfoque estructuralista tuvo su reflejo en la adopción de unos presupuestos metodológicos exportados desde la lingüística y desde la antropo-
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logía a las restantes ciencias sociales. Entre otras rasgos, se caracterizá por el énfasis dado al conocimiento dei todo, e~presado en este caso en el conjunto y en la intersección de las relacwnes profundas y de las combinaciones sistemáticas de las partes que lo integran y a par· tir de las cuales se define. Esas partes, pues, son irrelevantes fuera de su combinatoria, por lo que dejan de ser ~oncebidas como elementos primeros, observables, irreductibles o aislables. {En qué medida Michel Foucault y Roland Barthes fueron cst1ut. ruralistas es decir se reconocieron como tales? Responder con put menores' a esta pr~gunta nos alejaría ~e nuestro argumento pr~ucip11l, y no es precisamente eso lo que nos mteresa. Pero para. ?brcvt:H y, .1 la vez, para dar cuenta razonable de este aspecto en relac10n c~ n aquc llo que nos ocupa, diremos que Foucault y Barthes fueron temdos pot tales, alcanzando celebridad como conspícuos representantes del pn mer estructuralismo en ámbito filosófico y semiótico. Como cs oh vio, eso no significa que lo fueran stricto sensu, .que admitieran I~ pc.' tinencia de dicha calificación o que se mantuv1eran en la obcdu.:nr t.l estructuralista durante toda su vida intelectual. Sin embargo, su fidelidad o no al estructuralismo o a lo que se di fundió como tal nos interesa menos que la percepción que de Jlou cault y de Barthes tuvieron y tienen Wh.ite y, por endc, Ginzb.ut )l, que es quien nos propone un retrat? particular. Tomemos, t~o r eJclll plo, Metahistoria. (Qué hay de explíctto en esta o~ra que efecltv.llm'~llr recoja la influencia de Foucault o de Barthes? St atendemos n la ltl t· ralidad de! texto, la presencia de ambos autores se manifics t.n .Po•. t·l uso o la lectura que realiza White de dos de sus obras: la cd•ct6n 111 glesa de Las palabras y las cosas y la versión original de Mic!Jrlrl. En el primer caso, nos hallamos ante ~n texto doblemcnlc t:.lpt tal: para el propio autor y para el debate mtelectual contem podn.c1n . Las palabras y las cosas fue, en efecto, un ensayo que por su profcsmu de fe antihumanista alcanzó celebridad y fue empleado como po11 a· estandarte del estructuralismo. El objeto explícito de aquel vo lun1ct1 era Uevar a cabo lo que Foucault denominaba la arqueologln d~ l.1s ciencias humanas es decir, observar cómo y en qué momento h1stó rico se habían c~nstituido esas disciplinas renunciando a aplic:tr so bre esa historia una noción de progreso evolutivo como exprcsi6n tlc una racionalídad que se iría desenvolviendo. Según revelaba su au lot, la formación de estas ciencias se habría producido en la eclad con temporánea o, mejor, bajo aquel orden discursivo y cognoscitivo qu<: en terminología foucaultiana cabría calificar como episteme moderna por oposici6n a la episteme clásica. . Es decir, disciplinas como la lingüística, la economía o la .pst~o· logía no nacerían autodepurándose de aquellos elementos prectenufi· cos que habrían impedido o dificultado su progreso. Nacerían, por
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contr~ •. en oposición ~ an~eriores domínios de lo empírico, como, la ~amattca general, Ia htstona natural y el análisis de Ias riquezas, marcandose entre u~as y ,otras una cesura, una ruptura de episteme, ruptu~a e~ la. que SlJ?Ul~anea,mente ,se crear!a al hombre como objeto y SUJeto . testS que JUSttficarta el celebre d1ctum fouca ultiano acerca dei ho,mbre co~o creación reciente. Con esta operación, más amplia y m as compleJa en la obra de. ~ou~ault de lo que aquí nos permitimos, su autor postulaba una noc10n d1screta de la historia intelectual de Ia qu~ se expu~saría a~u~Ilo que ei autor entendía que eran ciertas ingen.mdades epi~temologicas de los historiadores, en concreto la evidencta de los. obJe~os de conocimiento o, dicho en otros términos, Ia supucsta extstenc1a natural de los objetos. La conclusión contraria iba p~cs, en la diiección constitutiva dei objeto de conocimiento en eÍ d}scurso. Pero, a.demás, de ~s~ ,historia intelectual foucaultiana quedanan ausentes la t~e~ de tradtcton y de continuidad, la idea de los universales antr?pologtcos y, entre estas últimos, la idea dei propio hombre como l11lo conductor y como medida de todas las cosas. . ~n ~I segundo de los casos que hemos mencionado siguiendo las mdtcaciOnes de Ginzburg cab~ía ?bservar :I papel desempenado por ~ar~~es, en, c?ncret? en Metahzstona. Pues bten, si nos guiamos por los ~dtctos m~s mmedtatos, no parece que, a la altura de 1973, la influencia ?art~estana tenga una gran hondura. Es más: repasando las refere~ctas hterales 9;t~ se ~ontienen, .no sería desacertado sostener que eJ A:IIchelet dei ~e.mtottco solo fue obJeto de una lectura instrumental, justt~ca~a exphcttamente por la reproducción de ciertos pasajes dei gran h1stonador francés que se reunían en la obra de Barthes. De hecho s~ eml?leo sólo se aprecia en el capítulo que White dedicara ai pro~ PJO Mtchelet. ~or tanto, de entrada, estaríamos dispuestos a afirmar que la rel~vanc1a que aquel volumen podía tener para e! norteamericano era ev1denteme~te menor, aunque útil para los fines que se había propuesto. A esa Il!!sma conclusión, es decir, a la escasa impronta que tempranamente d~JO Barth~~ en W~ite, llega Ginzburg. Aiíadamos, sin emb~rgo, alguna mfo rmac10n ultenor que nos permita ahondar en el prop10 argumento de! historiador italiano. Como nos recordaba Louis-J ean Calvet, Roland Barthes se había e~frentado a la lectur~ de Michelet ~n unas c~:>ndiciones muy espe· ctales,, en concreto hacta 1?45, es de~1r, con trem ta afias y cuando se r~sent1a de una tuberculosts que le 1mpedía una vida profesional actl~a Y le a~artaba de lo que después sería su dedicación plena a la escntura .. Mtchelet fue para él una obsesión y un lenitivo, una huida de~ ted10 y ~~a. forma peculiar de autoinspección . Fue, además, un ~bJeto de ~~ahs1s y un referente intelectual que, a pesar de su poste?Or evol,ucto~ o ~ai v;z por ello mismo, jamás abandoná o desdeiíó.
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por príncipe dei estructuralismo? Michelet fue para Barthes un écrivain y no tanto un écrivant, es decir, jamás escribió acomodándose a una koi'né normativa. Fue, por contra, un auténtico creador capaz de una escritura propia, sobre todo personal, y en la que se encarnada con incisiones profundas el yo de! historiador. Gracias a esa cualidad, desplegaría un arte pulsiona1, viene a decir Barthes, un arte que íntroducíría directamente el cuerpo en el lenguaje. Con Michelet, nos las veríamos, pues, con un historiador excesivo, dueiío de un significante suntuoso y escéptico con la operación reificadora de los hechos postulada por el positivismo. No es extraiio, por tanto, que dicha inclinación le aleje de los historiadores, implicados en la disolución dei subjetivismo y en la demarcación rigurosa de los géneros, y que esa lectura acabe por aproxímarle a Nietzsche. Admitido lo anterior, y más allá dei empleo literal de aquella obra, la sintonía entre aquel primer Barthes y White pasa efectivamente por el écrivain Michelet. Por tanto, yendo más allá de Ia inspección hecha sobre Metahistoria, convendría preguntarse por la hondura y la cronología precisa de esas influencias foucaultianas y barthesianas en White, que es, a la postre, aquello por lo que se preocupa Ginzburg. La lectura de Foucault no es sólo la que se hace a un par intelectual, sino que, además, es objeto d e análisis y de reflexión escrita. Así, los primeros frutos datan de los aiíos 70, en concreto y también de 1973, con la publicación de «Foucault decoded: notes from underground•>, recogido en Tropics of Discourse. Más adelante, en 1979, White volvería sobre ese argumento en «El discurso de Foucault», editado después en E! contenido de la forma. En cambio, Barthes nunca fue tomado como objeto exclusivo de un ensayo o, ai menos, no se recoge ningún tra· bajo de estas características en sus dos volúmenes recopilatorios. Es más: aquello que puede entenderse como la lectura sistemática de Barthes es algo más tardía en comparación a la de Foucault, afiade Ginzburg, y se acentúa sobre todo «all'inizío degli anni '80». Admitamos con Ginzburg que la lectura profunda de Barthes sea, en efecto, más tardía que la de Foucault. (Significa eso que hay una relevancia desigual de ambos autores en la obra de White? A partir de lo que dice Ginzburg, y tomando como principal criterio la pu· blicación o no de un ensayo analítico dedicado a uno pero no a otro, debe seiíalarse que hay una disparidad en la influencia, en este caso favorable a Foucault, al que, como antes indicábamos, se le dedican dos ensayos. Y, además, aiíade Ginzburg, de la consulta dei propio índice onomástico de alguno de los libras de White, en concreto Tropics of Díscourse, parece inferirse una influencia secundaria. (Qyé papel cumpliría ese Barthes visto y no visto, ese Barthes pre· sente y no presente? La lectura profunda y sistemática de este autor vendría a reforzar el despegue poscroceano marcadamente antirrealis-
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ta de White. Es por eso por lo que la lectura tardía dei francês _por parte de White, apostilla Ginzburg, tiene su materialización más· evi· dente en la apropiación de un dictum barthesiano muy con ocido: el hecho sólo tiene una existencia lingüística. Si el lector se atiene a lo dicho por G inzburg, no sabrá cuál es la procedencia concreta dei aser· to, de qué texto de Barthes se toma. Por contra, el historiador italia· no se apresura en advertir inm ediatamente en qué obra White lo enar· bola como divisa, en qué libra dei norteamericano se consuma su apropiación: E! contenido de la forma. Si Ginzburg sostiene lo anterior, {en qué medida es coherente la atribución que hace de la influencia de Barthes en White?, y {en qué medida es cierta la mayor relevan· cia que concede a Foucault sobre White? A nuestro juicio, sus argu· mentos podrían defenderse en los siguientes términos. Tornemos la tesis principal de Ginzburg: el hecho de dedicar o no un ensayo al análisis de uno u otro autor. En el caso de Michel Fou· cault, la razón para destinarle dos trabajos es, por un lado, la sinto· nía que siente por los procedimientos empleados, ciertamente; pero, por o tro y más importante, por abordar aquél temas y asuntos que son muy próximos al propio objeto de White: en concreto, lo que Foucault proporciona en este âmbito es un análisis histórico debelador de lo que podríamos identificar como aprioris, es decir, de aquellos elementos dei conocimiento que se han constituído independiente· mente de la experiencia. La conclusión es, con Ginzburg, que la pro· pia obra foucaultiana trata de demostrar la constitución discursiva de los objetos históricos, argumento muy importante en White. Es decir, lo que más aprecia de su aportación es e1 momento constructivista del saber concebido como un antirrealismo epistemológico. Pues bien, si el norteamericano no le dedica ningún ensayo a Bar· thes, ello puede obedecer a los objetos de conocimiento habitualmen te diferentes a los que ambos se enfrentan. En este hecho n o se detiene Ginzburg o, al menos, no lo destaca de manera explícita. Foucault pare· ce un historiador, emplea fuentes históricas y analiza discursos y prácti· cas que podríamos llamar históricos. Y todo ello según unos procedi· mientos de exhumación·construcción del pasado, primero l;t arqueología y luego la genealogía, que también le interesan especialmente a Whi· te. Barthes, por contra, sólo se ocupó una vez de un objeto declara· damente histórico, Michelet, aunque eso mismo no fuera obstáculo para que sus ·recursos analíticos y sus orientaciones metodológicas le interesaran a White. H ay, pues, una diferencia de grado en Foucault y en Barthes en lo que se refiere a la atención y al interés que le de· dican a la histeria. Asf como hay textos de .autores diversos que lle· van por título evidente e instrumental Foucault for Historians, no co· nocemos nada parecido en el caso de Barthes, es decir, no hay u n
J?arthes para historiadores.
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Sin embargo, hay un Roland Barthes ocupado ocasionalmente de la histeria. Tomándonos en seria el argumento de Ginzburg, la con· clusión es obvia: es ése Barthes el que tiene influencia en White. No~ referimos, claro, al autor de aquellos dos ensayos breves pero impo• tantes titulados «El discurso de la histeria» y <•, publicados originaria y respectivamente. en 1967 y 1968. Son és tos dm trabajos sucintos, cuyo principal objeto es el análisis de lo que con t•l semiótico francês llamaremos la ilusión referencial, es decir, cómo y dt qué manera la histeria y la novela, Michelet y Flaubert, provm.111 ri efecto de lo real en unos discursos narrativos que, antes que oll.t t m.t, son eso: palabra. La pregunta que guía la reflexión·provocacu~u dr Barthes es ésta: cómo creen y nos hacen creer historiadorc~ y JHIVt' listas que la lengua captura una realidad que es tridimension.tl y dr ontología diferente. Pues bien, no hay tal cosa, no hay captura. Ahora si quc cnlcll demos en toda su hondura e! argumento del historiador it rtl in11o .d conceder tanta relevancia ai dictum barthesiano más querido p01 Wl11 te: el hecho no tiene nunca una existencia que no scn lingl\lsti< ·'· V ai1adiríamos más: aún se entiende mejor si completamos co11 .tllllllltll< frases más la referencia. Para Barth es (para el Whitc m:~d\11'11 y pu% croceano, en definitiva), los hechos sólo tienen una ~.:xi s t ctH i.t ltn güística, en efecto. Pero, como afiade en ((El discurso ele la lt i.\hlltll-, «todo sucede como si esa existencia no fuera más que b "copi.1" P'"'' y simple de otra existencia, situada en un campo cxtracsttucltll .tl, l.t "realidad"». Por lo que ya sabemos de White, a partir de 1." I''"P'·" indicaciones de Ginzburg, la proximidad de estos asertos .1 In \11\lt' lll do por el norteamericano es eviden te. No es disparatada, puc\, l.t lt'\1~ de aquél a propósito del refuerzo barthesiano de la etapa pcm ru1 <'.111.1 En fin, tanto Foucault como Barthes le p ermiten alirm.u \ 11 ptu pia inclinación epistemológica. Por eso mismo, y en principio, l.t t n 11 clusión a la que llega Ginzburg después de su breve repaso a lm 1r fe rentes descritos es la de qu e con el norteamericano nos h.tll.ullo\ ante un antirrealista, o, mejor, ante alguien que asume una pminb11 radical y abiertamente subjetivista, sin que de entrada qucpn .tttihuu le a esa calificación una acepción derogatoria. Ahora bien, (c6t\tú lkll•' el norteamericano a dicho enfoque epistemológico? White se CU111h11 <' así, afia de el historiador italiano, no sólo ai distanciarse ele C •W 't• y ai apoyarse más o menos en Foucault y en Barthes. Hay, cu cftTio, un último referente que es clave en la evolución dei norteamcricauo. La atribución que en este punto sostiene Ginzburg es probnble mente la más polêmica. Conviene, pues, abordaria con prudent.:i.t y con el mayor esmero. Según el historiador italiano, White da el paso definitivo en su trayectoria poscroceana a partir . de un estímulo que. habiendo sido temprano, había permanecido, a la vez, en estado de
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latencia. Por eso mismo, aõade Ginzburg, hasta ahora no se le había prestado la necesaria atención. Nos referimos a la obra de Giovanni Gentile y a la influencia que pueda haber tenido en el autor de Metahiston·a. Si hemos dejado este referente para el final dei repaso y análisis de Unus testis, es sobre todo por ser la identificación intelectual más discutible, menos evidente y, a la postre, más inquietante de todas las propuestas por Ginzburg. De hecho, el propio historiador italiano es consciente de esta último. Está en la obligación, pues, de argumentar con convicción, con extensión y, en defmitiva, con un mayor pormenor la cercanía o, mejor aún, la sintonía antigua que White haya podido exp erimentar con respecto a este discutido pensador italiano_ En ese sentido, el lector renuente opone la evidencia dei silencio a la atribución que Ginzburg postula, es decir, opone la prueba de que White ni habla de, ni estudia a Gentile, al m enos en el sentido en que lo hace con otros de sus referentes intelectuales indiscutibles. Como es lógico, hay que contar con esta último para defender con mejores argumentos la tesis propuesta. Así, «per quanto ne so - reconoce abiertamente Ginzburg- , White non ne ha mai analizzato gli scritti, anzi - afiade de inmediato- non l'ha mai nominato». En efecto, s! se repasan las obras de White, no hay texto que se dedique abiertamente al fllósofo italiano; si, además, confrontamos los índices onomásticos, la conclusión es la misma. Sólo una vez, tal y como subraya Ginzburg, aparece el nombre de Gentile. La alusión se da, por otra parte, acompaiiada por otras a Heidegger, a Hitler y Mussolini.
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ba la forma de escribir la historia, sino, más propiarnente, se excluía o se proscribía otra forma de hacerl~. Y, llegado a este punto, Whi~e cita, entre otros, a dos referentes del stglo XVIII, a Burke y a Kant: mt~ntras lo bello produce sentimientos .de finitud, de encanto y de delette, lo sublime nos embarga desde lo mconmensurable, desde el terror que se expresa en la pasión y en la saturación o en el suspenso del. á~ü~~· Entre los pocos historiadores que fueron ~ebeldes ~ la ~tsctplma de lo bello, hallamos a Michelet, aiiade Whtte. Un htstonador ~an irreductiblemente distinto como Michelet, aquel que fue concebtdo por Barthes como el príncipe del ~igni~cante excesiv.o y suntuoso, sería devaluado «por parte de los htstonadores profesLOnal.es». .Y aquella devaluación se debió, entre otras cosas, ai h echo de msptrarse en aquello que «una estética anterior denominá sublime» y qu~ es la que ha estado <
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mentor involuntario dei que no tendría por qué ser consciente. En ese caso, la falta a la que aludimos podría ser interpretada comó in· dicio, como prueba de asimilación productíva que no requiere ser en· fatizada o mostrada. (No era Borges quien decía que la mejor prue· ba de haber asímilado a un autor es habedo olvidado literalmente porque ya forma parte de nuestro yo más íntimo, porque nos hemos apropiado de él frente a toda evidencia? No sabemos si el autor aceptaría la designación que proponemos, pero, en cualquier caso, quizá lo que Ginzburg pone en funciona· miento para avalar la afinidad que postula es la intertextualidad. Con ello, no creemos forzar las propias referencias culturales de Ginzburg, en este caso la obra de Bajtin, autor estimado y conocido por el ita· liano. La heteroglosia, es decir, el cruce de varios lenguajes, la poli· fonía, esto es, las varias voces, los distintos hablantes que se introdu· cen en un proceso de enunciación, o, sin más, el dialogismo como operación que siempre implica un interlocutor presente, ausente o fan· taseado, son todos eilos asuntos clave de la tradición analítica de Bajtin. Para Ginzburg, White habría asimilado hasta tal punto a un au· tor como Gentíle que las resonancías de su obra írían más aliá de las citas explícitas o no que pudieran probar su presencia. En definitiva, lo habría asimilado hasta ei punto de poder olvidado o de no nece· sitar subrayado en el texto o en los índices onomásticos. La obra de White sería, en efecto, ei cruce de varios lenguajes, el producto de varias voces o de distintos hablantes que se incorporao voluntaria o inopinadamente; la suma, en fin, de diferentes intedo· cutores presentes, ausentes o fantaseados. Gentile es uno de ellos, y lo es, no tanto porque White apruebe o no el énfasis dado a esa atribución, sino porque Ginzburg la percibe, la advierte, la ve, en definitiva. Y esto es lo que resulta de mayor interés. Al relacionar a autores como los propuestos, el historiador italiano subraya algo que está en su propio interior -lo que no implica que lo apruebe, claro-, y gracias a lo cual puede apreciado en otros. Es por eso por lo que más adelante hablará de la filosofia de Gentile como una corriente invisiblemente presente en nuestro paisaje culturaL Veamos, pues, cómo hace explícita, manifiesta y reconocible lo que, en principio, era la invisibilidad de una influencia. E! norteamericano mostrá desde fecha bien temprana, dice Ginz· burg, un interés manifiesto por la tradición filosófica dei neoidealis· mo italiano, tomando, claro, a Benedetto Croce como mentor de esa primera formación historiográfica. Para quien, al inicio de su carrera, contemplaba con abierta simpatía lo croceano, hemos de suponede motivado no sólo por este filósofo, sino también por todo aquei uni· verso de discurso en ei que el neoidealista había madurado y por aquellas figuras intelectuales, por aquellos contemporáneos, en defi-
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oitiva, en quienes se había reconocido y de los que se había scnlidtl próximo. La primera evidencia de este supuesto resulta inapchblc: Carlo Antoni, aquella buena excusa que White se daba en 1959 pn111 hablar de Benedetto Croce, aquel fiel croceano al que parasitnriamcnl c se adhería para divulgar así la obra y las ideas de un filósofo poco d1 fundido entre los americanos. . Si White conoció a un croceano genéricamente ortodoxo, .utu lr Ginzburg, «la familiarità con !'opera di Gentile puo esscrc lrauqudlu mente presupposta in uno studioso come White», un auto r qut•, .1 I ~~" sar de las disonancias y de las distancias que en el futuro se dnduu , habría de marcar a Croce de una manera decisiva. Es mns: c1111 c fslc' y Gentile hubo una estrechísima camaradería intelectual dur.ullt· h11N tantes anos, nacida dei hegelianismo, hasta el punto de que cl pwpto Croce reconocería repetidamente en Gentile a uno de sus prÍIIttp.llr' estímulos y acicates en la reflexión sobre el arte, la historin y 1.1 filn sofía. Ahora bien, la época dei fascismo es también la época dl' !.1 abierta separación entre uno y otro, separación que no sólo !"lu· p11ll tica, sino también filosófica. Mientras Croce subraya la hisl 111 iu l111 ~ 111 el punto de disolver en ella la filosofía al concebida como •IIIH'Indu logía» de aquélla, Gentile adapta e1 camino opuesto. Para éste, la historia, entendida com o res gestae no dcbl.1 ~r 1 1r 111 da como presupuesto de la historiografia, en el sentido de IJillfllllt 1t rum gestarum. Esta es la clave radicalmente subjetivista de l.1 Nt'Jl.ll•l ción entre Croce y Gentile, y es, además, la razón últimn cpu: p1uld,, inspirar la evolución poscroceana de White, apostilla Ginzh1u g. ~ Jitu qué y para qué sostenía Gentile esta tesis? Como se sabe, c11 nu w•11 , la aportación de Croce y de Gentile se había constitui do 111.111t 1111111 nadamente como una batalla contra el positivismo. Veamos, puc'\, «' 11 qué medida el supuesto de la familiarídad de White con Ct'll llic· r\ verosímil. Para ello, nos distanciamos momentáneamente de Ci11 ~h111 n con el fin de aportar una información que, desde u na perspec1iv.1 «'X clusivamente italiana, sería redundante o archisabida, una in!o •m.tci6u que, ai hablar dei libro de Carlo Antoni, no era imprescindiblc, pr10 que ahora es básica. Suponer que un croceano enterado debía de conocer y, a la po~ lt l', debía conocer la obra de Giovanni Gentile no es un disparate. De l!r cho, como es común admitir, la impronta de Croce y, con él, 1.1 ele· Gentile marcan el pensamiento italiano de nuestro siglo. El neoidc.1 lismo que Croce elabora y difunde entre dos siglos fue una apncs1.1 epistemológica contra el positivismo, dominante en la Europa de fiu de siglo y especialmente arraigado, arrogante y tosco en la ltalia de aquellas fechas. Piénsese, por ejemplo, en una de las vertientcs m.h llamativas de aquel positivismo finisecular y, sin duda, una de las cou tribuciones <> dei pensamiento italiano posterior a 1.1
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unidad: la que inspiró la llamada antropología criminal, alu111brada por Cesare Lombroso con la publicación en 1875 de L'uomô de/inquente y ocupada entonces y después en medir las patologías biológicas de los desviados y adivinando retrospectivamente la predisposición ai delito a partir de rasgos craneológicos, microcefalias, circunvalaciones cerebrales, etcétera. Fue sorprendente el éxito alcanzado por lo que sin duda eran excesos positivistas, dado que, como admitia Franco Ferrarotti, Lombroso y los suyos no representaban «sino una fase involutiva de tipo más bien groseramentc cientista» en un ambiente, en una atmósfera intelectual de rasgos prefascistas. Es en ese ámbito en el que se difunden combinaciones teóricas m ás o menos h eteróclitas, superficiales e inconsistentes, es decir, unos sincretismos chocantes e ignaros que cerraban un siglo de disputa intelectual: el credo positivista fran· cés entreverado con fidelidades spencerianas, e incluso nutrido por un marxismo irreconocible, según puede leerse en las páginas inteligentes que Bobbio dedicara al Perfil ideol6gico de! sigla XX en !talia. Como muy bien ironizó Antonio Labriola en un ambiente confuso dei que tam· poco pudo zafarse dei todo, aquello que tuvo mayor resonancia fue el intento, particularmente atribuible al positivista y socialista Enrico Ferri, de fund ar una nueva y «santísima trinidad», aquella que tomó por objeto de devoción coincidente a Darwin, a Spencer y a Marx, todos ellos remotamente aunados por «el papado científico de Comte». Como nos recordaba el propio Ferrarotti, «a partir de los primeros anos dei siglo actual» comienza a oponerse a tanta banalidad cienti· fista una <> para un autor tan dotado como Croce y para su «séquito», entre cuyos máximos representantes estaba Gentile.
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En este contexto, (qué papel le cupo a la incipiente izquierda italiana? Como senalaba Norberto Bobbio, el primer ataque al positivismo se dio en un ambiente fielmente marxista, en concreto en aquel que encabezaba Antonio Labriola, a su vez uno de los mentores de Benedetto Croce. Planteémoslo en otros términos: (cuáles fueron las relaciones d e Antonio Labriola y de Antonio Gramsci con Croce y los suyos? Para empezar - insistimos-, hay que recordar al lector que Labriola fue <> de Croce, y que la distancia que este último iniciará pronto con respecto al mancismo es la distancia intelectual y emocional de Croce con respecto ai primero. De eso, justamente, nos ha hablado H ayden White en algunas páginas de su Metahistoria. Asi· mismo la aportación de Gramsci toma a Croce y a Gentile como los referentes idealistas a los que considerar y con los que polemizar. Este es un asunto más conocido para cualquier lector, ai menos para quien pudo seguir la difusión de Antonio Gramsci hace ya unos anos. >. O, dicho en otros términos, aquello que se propone es elaborar un AntiCroce bien fundad o y respetuoso con el interlocutor al que se toma como referente polémico. Pues bien, más aliá de las crí· ticas gramscianas a C roce, que son muchas y duras, lo que le reco· noce es haber puesto el acento en el ser humano como único prata· gonista de la histeria, reconocimiento que a Gramsci le sirve para depurai las deformaciones más arraigadamente mecanicistas, econo· micistas y, en fin, fàtalistas dei materialismo histórico.
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fia di Marx, de 1899, y cuya dedicatoria se brindaba a Benedetto Croce. En este volumen, «la prassi veniva considerata come un concetto' che implicava l'identità tra soggetto e oggetto, in quanto lo Spirito (il sog· gett~ .trasce1_1dentale) cr~a la realtà. L'affermazione, fatta da Gentile moi· to pm tardt~ sulla stonografia che crea la storia - apostilla Ginzburg en Umu testts- non ~ra altro che un corollario di questo principio». A la filosofia genttleana se la denominá actualismo o idealismo ac~al, e impl~caba ~l.evar a su~ últimas consecuencias el supuesto ideal~sta de l_a dts_olucwn dei obJeto en el sujeto puro. Se le llame actuahsmo o t,deal~smo gentileano sin más, lo cierto es que el supuesto al que aludta Gmzburg puede ser identificado como una forma extrema de subjetivismo, s~bjetivi~mo que, diríamos ahora recuperando el argument~ dei propto Whtte, está en la base de la restauración de la con~e~ctón sublime de la historia, de una historia no domesticada por la dtsctplina de lo sedicentemente profesional. So~tener lo anterior, además, es derivar hacia formas más o menos explícttas de escepticismo epistemológico en tanto no habría criterio exte_rn~, extrasubje_tivo o extratextual ai que remitir la validez dei co· nocu:11ento obtemdo, tal y como sefiala White. O como apuntaba Genttle en su momento, no hay historia entendida como res gestae que deba presuponerse como referente anterior de la historiografia en este cas,o concebida _co~o historia rerum gestarum. Y este argument~ no es· tar~a ~n _contradtcc_wn_ con la concepción foucaultiana que defiende Ia ar~fictaltdad ~~~stttuttva_ de los aprioris históricos. En fin, tampoco es· tana en opostcton al reheve dado por Barthes a la ilusión referencial ' al efecto de realidad que busca el discurso de la historia. 5. La defensa de este último punto es el que, a juicio de Ginz· b_urg, emparenta a H ayden _White con otro autor que es contempo· raneo suyo y cuya empresa tiene una dirección similar: Michel de Certeau. En Unus testis nos habla de él, menciona su reflexión sobre la narraci?n, pero_ inmediatamente lo abandona para centrarse en el nor· teamencano. S~n embargo, en El juez y el historiador, Ginzburg recu· pera los paraleltsmos entre ambos autores y, más aliá de cuestiones de detalle, ~os h~ce partícipes de ~n~ mism~ aventura intelectual: aquella que tdenttfica con el escept1c1smo eptstemológico en la historio· g.:afia. Con ello, nuestro autor reitera alguno de sus argumentos ya sa· btdos y los encarna. En El juez, las referencias a White no tienen la entidad ni la ex· tensión 9ue habían akanzado anteriormente. Es decir, son más circunstanctales y además est~n ~u_bordinadas por entero al argumento q~e. desarrolla, las pruebas JUdlClales y la inculpación. La alusión ex· phc~ta se produce en nota y su fin es de entrada meramente infor· mattvo: aquello que pretende el autor es ejemplificar y personificar
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una tendencia histórica reciente que no es otra que la del escepticismo gnoseológico. Según leemos, Michael de Certeau en Francia y Hayden White en Estados Unidos serían los exponentes máximos de dicha orientación y compartirían una noción de representación :1 !.1 hora de describir las fuentes del historiador. De acuerdo con csto, c:l documento, lejos de ser el pasado, es sólo una representación a LI ((lll' acceden y con la que trabajan los historiadores. Dicha represc:nt.lt i<'111 estaría construída según un código determinado, que sed a b mn la.t ción, filtro o barrera imposible de franquear, dado que ••alc.lllz.u l.t realidad histórica (o la realidad) directamente es por dcfini ci6u 1111 posible», como apostilla la paráfrasis de Ginzburg. La pcculim id.td dt· este escepticismo estriba en que la idea de representación lcs sir vc rm para depurar las vías de acceso a lo real, sino para declarar ..1,, incng noscibilidad de la realidad», para declarar, dicho de otro modo , l Jllt' la realidad sólo tiene una existencia lingüística o textual. Fuera de esta alusión literal, White pierde protagonismo. A ltor.t bien, la propia brevedad es altamente significativa en tanto Ciu1.lnu g parece entender que, dadas las referencias, no se requ icrc tl 1.tyc 11 c•~ fuerzo emdito. (Cuál sería, pues, ese significado? La noln hihliow.Ht ca incluída en Eljuez en la que Ginzburg recuerda a Whitc tic·tw '"'"' doble mención que afiade algo nuevo a lo visto hasta alwr.t : Nl' 11111 .1 de la rernisión dei autor a otros análisis de la obra de Whit c pnr.t c•vc tar extenderse así en más pormenores. Por un lado, Ginzbnrg c tl.t c•l estudio de Momigliano que se publicara en 1981 y sobre cl que· y.t nos hemos extendido. Por otro, envía a su propia producci6 11, t' ll c 1111 ereto a < y a la versión inglesa de Umu testis. Eso mismo, o algo parecido, es lo que Ginzburg hacc w .uulu, ' 11 abril de 1994, publica <
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Michel de Certeau, el Michel de Certeau de La escritura de la historia, según pudimos leer en Unus testis o en El juez. Y no lo es a pesar de que el objeto por e! que convoca a White es e! mismo por e! que mencionaba al historiador francés en sus trabajos anteriores. Es, por contra, uno de los referentes que Ginzburg le había adjudicado en su propio itínerario intelectual, en concreto aquel cuya lectura más se había demorado y que, por tanto, más tardíamente había producido sus rendimientos: nos referimos, claro, a Roland Barthes, al que convierte en su igual y al que hace copartícipe de una misma operación cognoscitiva. De todos modos, Ginzburg no ofrece referencia alguna en relación con Barthes, no cita ninguna de sus obras. ~Cuál sería la tesis que la fundamentada? En sustancia, e! argumento principal sostenido por Hayden White y por Roland Barthes sería el de la ••riduzione della storiografia alla retorica», como operación antipositivista y finalmente escéptica. ~De dónde procedería esa tesis o, dicho en otros términos, cuál sería el referente privilegiado de donde arrancada? Qlizá el lector familiarizado con las alusiones de White hechas por Ginzburg respondería sin dudarlo: Giovanni Gentile. Pues bien, el historiador italiano nos desconcierta nuevamente con sus atribuciones eruditas y frente a la figura de Gentile, a la que tanto relieve se !e dio en el origen de las concepciones epistemológicas de White, nos propone ahora a Nietzsche como precedente más o menos remoto de los postulados dei norteamericano. ~Cuál es la razón de este cambio? En primer lugar, e1 nombre de Nietzsche puede resultar obvio si hablamos de la historia como retórica y, en ese sentido, es lógico que en la introducción de su último libro (History, Rhetoric and Prooj) acabe concediendo a este filósofo la relevancia que me· -rece en una genealogía dei escepticismo. Por tanto, la pregunta en este caso debería invertirse y sería, pues, por quê no había aparecido has· ta ahora. En segundo lugar, en cambio, quizá resulte de mayor interés averiguar por quê desaparece Gentile como referente si tanto re· lieve se le dio con anterioridad. Probablemente, aunque de manera explícita Ginzburg no lo senale, la razón haya que atribuiria ahora a! hecho de hacer copartícipes a White y a Barthes: en Unus testis, Ginz· burg admitía la falta de conocimiento directo de la obra de Gentile en el caso de Roland Barthes; por tanto, la figura de Gentile se des· vanece y queda reemplazacla por el referente más obvio y más cono· ciclo, es decir, por Nietzsche. En cualquier caso, este filósofo alemán ya había aparecido como adversario un ai1o antes, en 1993, cuando Ginzburg publicara el pre· facio a La donation de Constantin, de Lorenzo Valia. Como se sabe, este texto toma por objeto e! problema clásico de la falsificación do· cumental, y las reflexiones que Ginzburg afiade tienen que ver precisamente con la naturaleza de las fuentes, con su uso y, en último tér-
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mino, con la verdad. Desde este punto de vista, la alusión a Nietzsche está en relación con el escepticismo epistemológico y con los riesgos de concebir la histeria como mera retórica. Ginzburg remite la actualidad de este problema y, por ende, la de este filósofo a los anos 70, justamente cuando Barthes publicara sus textos sobre el discurso de la histeria y sobre el efecto de realidad que provoca. {Dónde está White o quê papel desempena en esta moda intelectual? Como suele ser habitual, al menos en este asunto, Ginzburg nos desconcierta nuevamente modificando los protagonistas. Guarda silencio sobre el norteamericano, no lo menciona en absoluto, a pesar de que e1 objeto implícito siempre es el mismo. En este prefacio, Ginzburg aborda el problema de la retórica y anticipa lo que tratará más ampliamente en «Aristotele». Nos habla de una genealogía, la que relacionaría a Nietzsche con los sofistas, en la que el escepticismo liquida la idea de verdad y, por tanto, subordina el conocimiento a la retórica. Ahora bien, en ambos textos el argumento central se refiere a las diferentes formas y concepciones sob.re la retórica que los clásicos grecorromanos nos han legado. A su juicio, el referente clásico por excelencia es el de Aristóteles. Como se sabe, en la Poética se distingue entre la histeria y la poesía, la prime· ra ocupada de lo particular y la segunda de lo general. De ahí que esta última sea para el griego «más filosófica y noble que la histeria». Sin embargo, Ginzburg no cree que éste sea el pasaje aristotélico más relevante acerca de este asunto y nos remite a la Retórica. Su inten· ción es poner de relieve que el núcleo racional de la retórica aristo· télica reside en la noción de prueba y que tal concepción contradice la propugnada por White o Barthes. Por eso se pregunta cómo ha sido posible que se haya dado una mutación tal de ese concepto clásico que ha !levado a contraponer retórica y prueba. En White y en Barthes, la prueba es un recurso de la retórica con el fin de persua· dir; en cambio, según lo que nos dice Ginzburg, la prueba de la retórica aristotélica es el instrumento que nos permite acceder a la verdad. Pues bien, esta nueva concepción se derivaría dei De oratore de Cicerón. La autoridad dei senador romano habría determinado esta versión de la retórica como técnica meramente persuasiva, emotiva, en la que el examen de la prueba ocuparía un lugar muy marginal. En cambio, la visión de Ginzburg sería aquella que se condensaría en la tradición que, partiendo de Aristóteles y pasando por Qlintiliano, desembocaría tempranamente en Valia y, más tarde, en Mabillon. Por contra, si la historia es retórica en el sentido ciceroniano, su propósito, como el de ésta, sería únicamente persuasivo, es decir, tendría como única meta convencer a un auditorio, a un destínatario. En ese sentido, la persuasión es fruto de la eficacia lograda por los argu· mentos empleados y no necesariarnente de la verdad que contengan.
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Después de lo visto, lqué queda de Hayden White? Como hemos podido apreciar, el retrato que traza Ginzburg, los perfiles que a 'su juicio lo dibujan, es recurrente y evanescente. Por un lado, lo toma como adversario con el que medirse, pera, a la vez, no nos da de é! una imagen acabada. Además, los rasgos tentativamente elaborados en dife_rentes textos no son totalmente complementarias ni sucesivos, es dectr, no aiiaden una información que sea siempre coherente con lo que ya ha ofrecido. Por último, los nutrientes intelectuales de White sus interlocutores, varían en cada caso, de modo que el énfasis es des: i~al y lo que en principio era un gran descubrimiento (Croce·Gen· tde) cede después en favor de otra tradición (Nietzsche o Cicerón). En c~~a una de sus contribuciones, el lector cree h allarse ante el paso defint~n~o, ante el rasgo ve~d_a~eramente característico de White y de! esceptlctsmo, pera la erudtcton de Ginzburg siempre nos sorprende con nuevos itinerarios y nuevas identificaciones. Así, el retrato siem· pre es provisional y sus perfiles siempre se desvaneceo. Sin embargo, aquello que se mantiene en todos los casos como objeto _implícito es la crítica a un concepto de historia, el de White, entendtdo como un sistema enunciativo, cerrado y coherente, con dis· positivos diversos a partir de los cuales se crea, se construye, lo que, por convención, se admite que es la realidad histórica. lRealidad interna, textual, o externa y, por tanto, extratextual? lVerdad como co· rrespondencia o verdad como coherencia? La realidad externa es in· cognoscible, dado que no está en acto y sólo alcanza a ser represen· tada, jamás copiada, como denuncia Ginzburg. Para el norteamericano, la única entidad ontológicamente observable es interna autorreferen· cial, pera, a la vez, gracias a determinados mecanismo~ retóricos es decir, persuasivos, se le atribuyen rasgos extratextuales. Por tanto' la historia es so?re todo escritura. ~ás aún, es un estructura verbal ~ue s~ ~xpresa baJo la forma de un dtscurso narrativo en prosa, no muy dtstmto, es cierto, del que caracteriza a la novela, a la ficción. Según Ginzburg, sostener lo anterior es defender una concepción epistem~~ógica ~ntirrealista, subjetivista y finalmente escéptica, y tal conc~pc_wn le dtsgusta profundamente. lPor qué? Si repasamos su iti· nerano mtelectual, resulta evidente que Ginzburg, al tiempo que crea su~ predecesores, también se da sus oponentes. Como hemos visto, el pn~ero de ellos ~s Foucault, pera también Derrida. Este último apa· recta en el prefacw de E! queso como el representante más radical dei escepticismo y volverá a reaparecer cuando se le interrogue aiios des· pués, a mediados de los 80, a propósito de la verdad y de la realidad históricas. Ahora bien,. habrá que esperar ai fin de esa década para que encu_entre en White su siguiente adversario. A pesar de ello, como hemos vtsto, la fuerte andanada que le va a dirigir no se materializa en ningún texto defmitivo. Varias pueden ser las razones de esta ac·
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titud. En primer lugar, aunque Metabistoria se publica en 1973, su di· fusión entre los historiadores es reciente. Así, los pronunciamientos de Ginzburg se manifestarán cuando las repercusiones de la obra de White se hagan evidentes dentro de esa comunidad académica. En efecto, cuando la disciplina histórica recoja las discusiones acerca de la posmodernidad será el momento en el que la presencia de Whit e domine en los debates históricos. Un solo ejemplo bastará. En cl rc ciente TJJe Postmodern History Reader, editado por Keith Jenkins, In ohr .1 dei historiador norteamericano es el referente dominante, tanto par.1 quienes defienden el giro posmoderno de la disciplina como pat'n lw, que lo rechazan. Además, sobre todo en el âmbito anglosajó n, el dl· nominado giro lingüístico ha acentuado esa presencia en la mcurd.r en que los problemas de representación han acabado por ser cl .1snn to básico de la investigación y de los debates. Precisamente esto último es lo que más parece molestar a Gim· burg. A fuerza de conceder tanta importancia a la noció n mibru .t de representación, se devalúa la relación que pueda establcccrsc cn t rc· hr realidad externa y el texto. Así lo decía en El juez y lo repite t' ll 111 1 capítulo de Occbiacci di kgno, concretamente en el que llcva p()l tltu lo «Rappresentazione. La parola, l'idea, la cosa», texto prcviarnentc· pn blicado en 1991 en Annales. De hecho, en este texto nrrcmclr IIIIC' vamente contra «i critici dei positivismo, i postmodernisti sccl t Í1 1, 1 cultori della metafisica dell'assenza», justamente porque ésto:. \r h.r brían apropiado de esta noción subrayando la idea de ouscnci.L 11.11 .1 ellos, lo representado es una realidad efectivamente ausente, un.1 dt ~ tancia irrecuperable. Sin embargo, en este uso torcido de l.t itlr.t w deja fuera la contraparte: la realidad representada está cfccti v.lluc•ull· evocada, está presente, y es lo que motiva la representaci6 n rni stll,l, Ahora bien, como siempre, toda la erudición de la que nuev•lltlt'll h Ginzburg se sirve no le conduce a una crítica sistemática, explkit.l y nominal de los argumentos escépticos. Sin embargo, aunque ésta sea la cuestión ele fondo, la irrit.rr it1lll de Ginzburg contra los escépticos puede también obedecer a otro d ( menta mucho más concreto. El historiador italiano arremete con ri11•r za contra White cuando la negación de la realiclad extratextual se por11· en relación con el holocausto. No se trata de que White adoptt· 1111.1 postura revisionista, lo cual lo excluiría de la comunidad n o rm.d dl' los historiadores. De lo que se trata es de la solución que el nor tr americano da al problema de la verdad. Y esto ocurre en uno dt: l o~ ensayos que se recogen en E! contenido de la forma, aquel que h.1cln alusión a la «disciplinización» de la histeria. Allí, White rechazabn h jerarquía de los relatos históricos en función de una realidad extern;r puesto que no habría una verdad como correspondencia, y sólo la ifi cacia de las narraciones, la capacidad persuasiva y fund am entadora de
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la acción pública de cada uno de los discursos, es lo que permitiria discriminar entre textos o interpretaciones inconmensurables. Es de suponer que un argumento de este género resulte intolerab!e para Ginzburg por su propia condición de judio. Recordemos que mcluso Momigliano, mucho m ás arnable con White e igualmente judio, ya había expresado su preocupación por las consecuencias 9ue podrían derivarse de la concepción dei norteamericano. Es dectr, la canse· cuencia perniciosa es que ahora la idea de efic~ci~, tan inquieta~~e, se ponga de relieve para poder subray~r. la _supenonda? de la verston hebraica dei holocausto frente a la revtstomsta. Es dectr, la verdad de csa versión, en palabras de White, «como interpretació~ histórica, está precisamente en su efectividad para justificar una amplta gama de_ po· llticas israelfes actuales». Es por eso por lo que la verdad de, por eJem· pio, In historia palestina estaría arruinada por la falta de «una respuesta políticamente efectiva a las _POlític~s israelíes>~ y por la .~alta de «u~a idcolpgla similarmente efecttva, umda a una mterpretac10n de su hts· loria capaz de dota ria de un sentido». . . La posición de Ginzburg se va mamfestando a partu de ese texto y en un tono ciertamente muy crítico, una p<;>sici?n que aclara su no· ción de realidad y el papel que le cabe al h1stonador como lector e intérprete de fuentes. En ese sentido, el h istoriador italiano centra en Metalústoria la principal diatriba porque entiende que esta obra es el origen embrionario dei escepticismo reci~nte en la disc~plina h.istóri· ca. En ningún momento afirma que Whtte sea un fascista sedtcente o vergonzante y si toma el ejemplo dei h<;>!ocausto ~s por9ue ei n or· teamericano lo aduce en su argu mentacwn posten or. Fmalmente, Ginzburg no ignora el papel que desempena el investigador a la hora de enfrentarse a los documentos, no ignora que éste establece tan to unos hechos como las interpretaciones que les convíenen, las mejores interpretacion es. Para argum en tar mejor, ofrece analogías que permi· tan describir la actividad práctica dei historiador. El investigador se asemeja a un juez que sabe que ciertos hechos han ocurrido más aliá de la versión o de la representación que de los mismos queden. En una investigación de la verdad (y aquí compartirían tareas el historia· dor, el juez y el detective), ei instrumento fundamental es 1~ prueba, la prueba aristotélica. lEn qué sentido? Según leemos en El;uez, pro· bar es, <
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cias que separan ai juez y al historiador o. ai derecho y a la hist~ria. La principal de ellas es el m odo en que el JUez pue~e conden~: mten· tras que el historiador puede basarse en pruebas ctrcunstanctales, en el contexto, para proponer interpretaciones que rellenen los vacíos documentales, el magistrado n ecesita aquellas que demuestren de mane· ra incontrovertible la autoría de un delito o, de lo contrario, atener· se al principio del in dubio pro reo. En cualquier caso, esa ?istinción entre el juez y el historiador que Ginzburg subraya a partu del uso de pruebas circunstanciales había sido ya destacada por Marc Bloch. En su Introducción a la historia, este historiador empleaba palabras prác· ricamente idénticas a las que mucho después utilizada el historiador italiano para fundamentar esa analogía y para acentuar las diferencias. Para Ginzburg, los historiadores trabajan con dos formas de argu· mentación diferentes. Por un lado, aquella q ue concluye con una ver· dad verificada, una verdad en este caso no muy diferente de la con· dena documentada por parte de un juez; por otro, aquella que se establece como posibilidad. O dicho en térmi~~s aristotélicos; p~:>r una parte, la prueba necesaria y por otra la probabtltdad, lo verostmtl. Este último aspecto es fundamental en Ginzburg y e!l queso. ~as fuen· tes históricas tienen lagunas, esos vacíos o espac10s mdetermmados a los que aludíamos parafraseando a Eco, que el historiador rellena con condicionales con adverbios como ••quizá» o «probablemente» y que no son sino ~onjeturas. La verdad verificada describe, pues, hechos comprobados; la verda~ conjeturada, s~ refiere, en ca~bio! a pos!bilidades. El juez no trabaJa con estas ulttmas, pero el htstonador SI. Las analogías que ha empleado Ginzburg a lo largo de su tra~ec· toria intelectual para describir la disciplin~ históri~a .üuez, ~etect~ve, médico, cazador, etcétera) tienen en comun la practxca de mvesttga· ción y excluyen la parte retórica que inc.oq~oran en tanto relatos. de hechos. Justamente éste es el reproche pnnctpal que le. hace a WhJte. Por eso la reconstrucción biográfica emprendtda por Gmzburg, que se hace tentativamente y afiadiendo referentes diversos, acaba volviendo ai punto de partida: la crítica a la reducción de la hist?ria a retórica (ciceroniana) y esa reducción que él condena la ve. r_efleJada en maror o menor medida en los autores de los que se servma H ayden Whtte. Ahora bien, que se resista a aceptar la historia co.m? retó.rica no. q':l!e· re decir aquí que acepte una idea de realidad restlttuble sm medtacton a través de las fuentes . Esto es, sabe que los documentos son repre· sentaciones y que, por eso mismo, lo externo, lo ~currido, l? desapa· recido, es por principio irrecuperable,. P.ero no es m.c?~nosctble, por· que esos vestígios, incluso un solo vesttg~o, nos P.ermtttran a la manera del investigador, a la manera dei detect!Ve, aludtr a ese mundo extra· textual, a esa presencia que los escépticos nega'rían .. Si aceptamos la argumentación y la defensa de Ginzburg podrá aprectarse que lo esen·
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cial de las mismas está ya en Momigliano y de hecho esa constatación la asume él mismo cu ando al final de «Aristotele» nos remite a este historiador. Por tanto, si los argumentos están dados, su tarea ha sido de m ero complemento, afi.adiendo más analogías, multiplicando la erudición y contextualizando el esceptiçismo que combate.
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6. Si esto es así, (qué sentido tendría la reconstrucción biográfica de White que emprende Ginzburg y que nosotros hemos documentado? En principio, no se trata sólo de una investigación erudita sobre un autor central en la discusión reciente sobre la historia; no se trata sólo de presentar las fuentes y los materiales de la historia entendida como retórica. Se trata, por el contrario, de mostrar cuál sea la posición implícita de Ginzburg ante el problema de la verdad histórica y su relación con la retórica, no sólo p orque sea un problema capital de la historiografía, sino porque además es uno de los elementos fundamentales y no explícitos de E/ queso y una de las razones que justificao su éxito. En ese sentido, y dado que él no parece detenerse especialmente en un análisis de cómo ha construido su relato, de cómo ha narrado la historia dei molinero, una vía indirecta para esclarecer su posición es nuestra reconstrucción de la dia triba contra White. Lo sorprendente es que todo el ejercicio erudito no modifica sustancialmente el punto de partida, esto es, la crítica ya esbozada por Momigliano. Pero hay más; cada uno de los argumentos que apareceo en los trabajos citados, incluyendo analogías e incluso ejemplos, estaban ya dados de antemano. En efecto, existe un artículo marginal, aparecido en 1984 con e! significativo y aristotélico título de «Prove e possibilità•;, en el que podemos encontrar el conjunto de elementos que uno tras otro se van a ir desplegando desde finales de los 80 hasta mediados de los 90. Este artículo es parasitaria de la edición italiana de E/ regmo de Martin Guerre de Natalie Zemon Davis. En principio, trata de subrayar las características fundamentales de esa investigación mostrando lo ·que, a su juicio, es e[ rasgo básico: la conjunción entre el conocimiento basado en pruebas y las reconstrucciones hechas en forma de posibilidad. M ientras el prirnero describe la verdad verificada a la que antes aludíamos, la verdad documentada de los hechos, las segundas se conciben como ensayos contextuales, co_m o interpretaciones conjeturales, como esas pruebas circunstanciales en las que no podría basarse el juez para condenar. Mientras el primero va en indicativo, esto es, declara e! estado dei mundo y afirma datas, las segundas operan con condicionales y van precedidas de expresiones tal es como «quizá», «se puede presumir», etcétera. Es decir, lo mismo que apreciábamos en El queso y algo muy similar a lo que hacía y se proponía Freud en el Moisés. Ahora bien, al igual que ocurriera con sus críticas a White, lo que
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ahora nos dice Ginzburg puede ser entendido a su vez como un análisis de la obra de N. Z. Davis y como una reflexión indirecta sobre la suya. En este caso, el h istoriador italiano introduce dos conceptos clave : el de posibilidad y el de imaginación. El primero se aplica a lo que puede ocurrir o haber ocurrido y, por eso mism o, va unido ai se· gundo, ai de imaginación, que él deslinda claramente dei de invcn• ción. Y eso a pesar de que esta noción es empleada por Davis, a L1 que, en el fondo , Ginzburg disculpa puesto que se tratad a de uu té• mino provocador y poco claro. Así, el concepto .1 ltem ativo que pm pone, el de imaginación, y que describiría mejor el trabajo de L• 1101 teamericana, refuerza el protagonismo dei historiador, p ero n o J'tlll lllc invente, sino p orque construye un relato dentro dei abanico de pcm bilidades que imagina. De hecho, la invención, tomada así, no sc1l.1 diferente dei ingenio que produce fan tasías y que deplorabn Poc c11 Los crfmenes de la Rue M orgue. Por contra, la tarea de! invcstig.ldtll , l.1 de Dupirl y, en fm, la de Holmes es analítica, es irnaginativ:t, e11 el «verdadero» sentido que le atribuye el n arrador nortcnmcrirnun c•11 dicha obra. Cierto es que aquella construcción y aquel :~b.1n i cn 1ic· nen un límite, cierto es que esa imaginación debe estar cont r nul.1 han de remitirse a lo real, que, en este caso, es el dcl conw 1111 11'11111 que se tiene dei contexto, d e las circunstancias docum c ntnd.1 ~ q111' 111 dearon los hechos para los que no se tienen fuente. De t od o~ 11111dm, esa argumentación no es suficiente y por eso ha de plantc.ll sr 111111r diata y directamente ei problema de la narración. La rcOcxió 11 que• r 111 prende es pro domo sua, es decir, trata sólo aquello que confi1111 11 1111 plícitamente los usos dei relato que él mismo hiciera cn h'/ 1JIIrw I·' en ese momento cuando apareceo, entre otros, los no mbrc' de• ll.1y den White, de Paul Ricoeur, de Lawrence Stone y de Pranço 1 ~ I 1.11 tog, al que presenta como seguidor de Michel de C erteau. Put'l• ltu•u , descarta un tratamiento teórico e historiográfico sobre la rcl.lubn ''" tre el relato histórico y las otras narraciones y emprendc un bH'V<' 11' corrido por la evolución de la novela. (Y qué es lo que descubre? El h al!azgo principal es la m:1lc1i.1 que los novelistas tomaron como objeto de. relato: la vida p rivada, L1' c t11 tumbres, la intimidad, etcétera. En principio, y a partir dd siglo XVII sobre todo, los novelistas necesitan aproximarse a la «histo•Y" t'clll\1 1 fuente de legitim ación para el género literario que cultivan, 1111 Hrllc ro todavía socialmente desprestigiado. Por eso, Defoe present a su o lu ,1 más famosa como <
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riadores han clejado inexplorado: el de la vida privada (Balzac, Stendhal, Manzoni, T olstoi, etcétera). H a sido necesario un siglo, se na! a Ginzburg, para que los historiadores hayan recogido e! desafio lanzado por los grandes novelistas dei siglo XIX y hayan abordado campos de investigación, antes olvidados, con la ayuda de modelos explicati· vos más sutiles y complejos que los tradicionales. Esto es, tal y como Ginzburg lo presenta, e! relato aparece como una forma de conoci· miento, de acceso a la realidad por vías diversas. Sin embargo, hasta fecha reciente, esa forma no habría interesado a los historiadores por cuanto la suponían fel izmente superada con la explicación científica. La consecuencia inmediata a la que llega es la de que no hay discur· so histórico que no sea al tiempo discurso narrativo, pero no en el sen tido de Stone, no el sentido de que vuelva una historia que cuen· ta frente a otra que explica. Ahora bien, esa consecuencia no debe en· tenderse a la manera de White, es decir, el error del norteamericano consistida en situar la convergencia de esos dos tipos de discursos en el plano dei arte, cuando en realidad debería haberse planteado en e1 de la ciencia, en el ele la verdad. Es decir, debería haberse planteado, siguiendo a Momigliano, en el terreno de la discusión sobre problemas ~oncretos ligados a las fuentes, a las técnicas de investigación, al trabaJO dei historiador. De lo contrario, la historiografia se configura, a juicio de Ginzburg, como un puro y simple documento ideológico. Para evita r esa deriva, el historiador italiano nos propone distinguir claramente entre ficción e historia, entre narración fantástica y narra· ción con pretensiones de verdad. De este modo, la consciencia actual de la dimensión narrativa que tiene e! relato histórico no atenúa sus posibilidades cognoscitivas sino que las intensifica. Dicho de otra ma· nera, s~brayar la condición narrativa de la obra histórica no implica para Gmzburg hacerla recaer en la ficción, puesto que la narración es una forma de conocimiento y no sólo el registro ficticio dei mundo. Como hemos visto, son estos mismos argumentos los que se re· piten en sus trabajos posteriores, aunque acompanados de una to· rrencial erudición sobre White, al entender que éste encarna mejor que nadie la posición que Ginzburg critica. Ahora bien, lo esencial de esa crítica estaba ya en Momigliano, como é! reconoce reiterada· mente, y_lo que cambia son las calificaciones. Así, por ejemplo, aliá donde Gmzburg, en 1984, habla ele documento ideológico o de arte, después hablará de retórica o, mejor, de la intolerable reducción de la historia a la retórica. Más aún, aliá donde Ginzburg hablaba de re· tórica, hablará luego de retórica ciceroniana. De igual modo, e! pro· tagonismo de White es desigual: unas veces se le tiene por represen· tante máximo dei escepticismo y otras se le toma por uno más de esa cohorte de relativistas que el historiador italiano combate. Efectivamente, lo que le interesa a Ginzburg no es la figura de
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White en sí misma, sino lo que representa. Dicho de otro modo es un _adversario cor':lntural a través ~el cual acceder a las fuentes o;igi· nanas dei esceptlctsmo contemporaneo. En esa reconstrucción genea· lógica que hemos hecho, los pares intelectuales que le descubre son variados, pero fmalmente acaba siendo N ietzsche la fuente doctrinal incontestable. De hecho, en sus dos úl~imos libras, en Occhiacci di legno y en History, Rhetoric and Prõof, su objeto es combatir el escepti· cismo, pero Hayden White ha perdido totalmente el protagonismo. {Quiénes han ocupado ahora su lugar? En el primero de esos textos, su oponente es Paul Feyerabend; en el segundo, Paul de Man. Ambos autores, como es bien sabido, tuvieron una relación expresa o estrecha con e! nazismo o e1 antisemitismo. El primero fue oficial dei ejército dei Reich, el segundo un colaboracionista en las páginas dei periódico belga Le Sair, una publicación antisemita. {Les reprocha Ginzburg ese pasado? Lo que denuncia en su actitud no es e! errar o el desva· río juveniles, sino la negación, el ocultamiento o la indiferencia ma· duras. Lo que les recrimina es, además, que esas posiciones se expre· sen desde el escepticismo epistemológico. Es decir, si se sostiene que el pasado es incognoscible, si se sostiene que la verdad y la mentira son inextricables desde e1 punto de vista histórico, en ese caso la falsedad o el ocultamiento de sus vidas acabao intoxicando el escepticismo cognitivo o el relativismo epistemológico. Admitamos con Ginzburg ese argumento, admitamos, pues, con· tra White, Feyerabend o Paul de Man, que la narración pueda ser una forma de conocimiento de lo real y de lo que es externo. Ahora bien, e! relato tiene una dimensión retórica -ciceroniana, nietzscheana o estética- sobre la que Ginzburg no se pronuncia abiertamente. De ese modo, nos quedamos sin una explicación acerca dei papel que cumplen los recursos retóricos en la persuasión dei lector y acerca de los recursos creativos que permiten organizar la trama en forma de in· triga dosificando datos e informaciones. Y, como hemos visto, ambos s~n el: men tos fundame ntales en El queso y sobre los que nada nos dtce. Sm embargo, son las elaboraciones imaginarias, pero también las conjeturas más o menos fundadas, las descripciones verosímiles (esto es, «posibles», en el sentido que !e atribuye a N. Z. Davis) sobre los estados de ánimo de Menocchio o de sus inquisidores, lo que cons· tituye uno de sus principales atractivos. Más aún, podríamos decir que la organización retórica de la información, el modo en que el histo· riador italiano presenta sus datos, es también un hallazgo feliz. Ginz· burg narra, es consciente de la importancia dei relato, protesta en fa· vor de la verdad como correspondencia y enmudece sobre aquello que es la dimensión retórica de sus narraciones y sobre las elaboraciones imaginarias que se consiente. Con ello se blinda, se escuda en la his· toria como saber y hace depender el relato de esa verdad, con lo que,
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como afiade, cualquier conjetura que realice, dei tipo que sea, está dentro de los límites de lo real, dentro de los límites de lo cont~x tualmente «posible», puesto que la historiá no es ficción. lY sus usos retóricos (ciceronianos)? (Y sus efectos poéticos? i.Y la imaginación histórica? Según se defendía White en la entrevista de 1993, Ginzburg pe· caría de la misma falta con la que le censura: manipulada los hechos en favor dei efecto estético. A nuestro juicio, esa conclusión es in· completa en la medida en que le resta peso a la verdad como hori· zonte último de su investigación, que es, como él reitera, la idea re· guladora de su trabaj o. Ahora bien, hemos de conceder frente a Ginzburg que la verdad no es el único eje de esa operación cognos· citiva, dado que el efecto estético es uno de los resultantes volunta· rios o involuntarios de sus textos y de la organización de las informa· ciones. Por otro lado, buena parte de los predecesores que Ginzburg se dará a la hora de describir su trabajo y el dei historiador-narrador coinciden con la vanguardia novelística del siglo XX y, en general, con e! papel otorgado por White a los narradores de ficción. En última instancia, quizá podríamos decir que uno de sus hallazgos más celebra· dos, el paradigma indiciaria, está elaborado a partir de un referente es· trictamente !iteraria que condiciona la técnica de investigación de la verdad que incorpora. Esto es, esa técnica es indisociable de una deter· minada forma de presentar el relato: los indícios, la intriga, los descar· tes, la solución final, etcétera. Si inquietante es aceptar que los datos puedan subordinarse a una adecuada dramatización para que de ese modo alcancen significado en la representación, (qué otra cosa dife· rente hacía el propio Ginzburg en El queso al ordenar la información, su suministro y sus explicaciones? En definitiva, si hemos de creer lo que nos dice Giovanni Levi en una entrevista publicada en 1990, Carlo Ginzburg sostendría la nece· sidad de escribir historia pensando en tener un millón de lectores, y éstos no se consiguen sin atender a la parte retórica que dramatiza los hechos y que !e da intriga ai relato. Recuperando una antigua tradición grecolatina, Ginzburg llamaba a este efecto de cpnvicción enargeia o evidentia in 11arratione. T ai y como se puede leer en «Montrer et citer••, este recurso se logra al proponerle al lector un relato lleno de vida, un relato que hace palpable, claro o visible lo que es invisible. Si Menocchio cobra fuerza en el relato es ai margen de que sea ver· dadero o no lo sea; si cobra fuerza es porque ha sido sometido al pro· ceso de la demonstratio (otro sinónimo de enargeia), aquel que permite mostrar con exactitud un objeto inexistente. Frente a Ginzburg, afia· diríamos en todo caso que esa cualidad o esa capacidad convierten al molinero en un objeto verosímil, y no necesariamente verdadero. Este elemento y los otros que hemos mencionado prueban nue·
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vamente la importancia que Ginzburg le da a la escritura histórica, pero también la ambivalencia con la que la trata. Por un lado, pare· ce ser muy consciente de sus recursos, pero, por otro, no los bace to· talmente explícitos. Algo similar puede decirse de la crítica que él hacc a quienes han defendido la narratividad dei discurso histórico. Es cvi· dente que él narra, narra con todas sus consecuencias, con el plncc1 evidente y antiguo que obtiene quien relata, pero a la vez rechaza 1.111 to el modelo analítico de aquellos que intentan explicar las formas dt· narración histórica como las consecuencias que se derivan. No cs sóln que se oponga ai escepticismo; es que, además, desconfia de l.1 110 vedad de la escritura como hallazgo metodológico. En efecto, anadr Ginzburg, que el historiador escriba no es ningún descubrimicnlo, c incluso es una certidumbre rastreable en obras y en auto res que no se caracterizaron por su vanguardismo. A este propósito, Ginzburg l'ÍL• expresamente en Unus testis a E. H. Carr y en particular ~Qjtl tS /11 lm toria?, un célebre ensayo metodológico, que a su entender no c~ p.u ticularmente audaz y que él mismo tradujo al italiano en los uno~ 60. La referencia a Carr se aduce con fin es polémicos y, cn cone•c•to, como prueba de la escasa novedad dei hallazgo de Whit c y lk <:c•t teau. Sin embargo, si se repasa ese texto de Carr, si relccmoR ~~~ oh' ''· la afumación de Ginzburg es aventurada, discutible, ·y parece funclu se en un recuerdo creador, el recuerdo de quien fue su tmduclm, 11111 chos aiios atrás. Carr no aborda expresamente en ningún momento la rdació11 ttllr pueda establecerse entre histeria y narració'n y, cuando habla de 1,, r\ critura histórica, sólo alude ai hecho simple, al .hecho empírico clr qur escritura y lectura de las fuentes son dos procesos simult~ ncm y 1111 sucesivos. Por otra parte, el volumen se edita originalmente cn in11lr\ en 1961 y por la fecha en que se publicá hubiera sido verdadc.: rnJm'tlltextrafio que introdujera este asunto de una manera explícita. No c\, pues, una carencia de Carr ni de su ensayo, sino que más bicn se co rresponde ai marco contextual de su época y a las preguntas que los historiadores se planteaban por entonces acerca de su trabajo. Por.t.ul· to, que Ginzburg compare a Carr con De Certeau, y de forn1 ,1 uult recta con White, puede servir instrumentalmente para rcbajar li• 11n vedad que estos últimos representan, pero no aclara la duda que ri mismo introduce. En todo caso, esa ••presunta» novedad sí que scrl.1 tal en el domínio de los historiadores, pero no en e! de los fil6sofl1s de la histeria, puesto que, como el propio Ginzburg admite, Crocc, pera también Raymond Aron, se habría planteado este problema .11 preguntarse por la episte_mología d: la histeria. Si Ginzburg ~uerln cn· centrar un referente ant1guo, antenor a De Certeau y a Whtte, en esc caso debería haber recurrido a Henri·lrenée Marrou, a un historiador coetáneo de Carr. En efecto, en e! último capítulo de El conocimiento
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histórico abordaba de una manera expresa y breve cómo se escribe)a obra histórica. En ese contexto no es extraiío que alguna de sus fuen· tes principales fueran precisamente C roce o Aron. Ahora bien, ~por qué no alude Ginzburg a Marcou? Muy probablemente porque dei propio Marcou y de Aron arranca una corriente epistemológica asumida por algunos historiadores, encarnada por Paul Veyne, muy próxima a De Certeau, que desmentida radicalmente el argumento de Ginzburg. Sin embargo, el inmenso número de lectores que ha conseguido El queso tampoco puede atribuirse exclusivamente a este factor, tampoco puede reducirse ai relato, a la verdad o a la retórica que incor· pore y sobre la que nos hemos extendido. Esta característica de E! queso, así como todas las que hemos ido enumerando anteriormente, formao un conjunto de razones necesarias pero aún insuficientes para explicar su extraordinario éxito. Falta algo más. Tal vez falte todavía la identificación de esta obra con alguna corriente historiográfica en particular. Todos los grandes libras de histeria, aquellos que han adquirido la condición de clásicos y que han sido leídos por varias generaciones, han gozado dei favor dei público gracias a que se les ha tomado como ejemplos o modelos de escuela. No sólo es que estén bien escritos o que aborden objetos nuevos o que propongan enfoques diferentes es q ue además plantean las preguntas básicas que a otros historiadores próximos también les inquietao, convirtiéndose así en referentes de una época. ~O curre esto también con El queso y los gusanos? Si es así, la razón ya no sería propiamente textual, ya no dependería tampoco de ese artefacto material que es el libro, sino que el éxito obedeceria a circunstancias externas, historiográficas si se quiere.
7 La microhistoria: instrucciones de uso A menudo he pensado cuán interesante seria un artículo periodístico en el que un autor quisiera --es decir, pudiera- detallar paso a paso el proceso por el cual una de sus obras alcanzó su culminación. No me explico por qué dicho artículo nunca fue escrito (...). La mayoría de los escritores, en especial los poetas, prefieren dar a entender que componen por una especie de sublime frenesi - una intuición extática- y temblarían de terror ai permitir que el público echara una ojeada detrás de la escena a las complicadas y vacilantes tosquedades dei pensamiento. EDGAR
A.
POE
1. Anotaba Borges en cierta ocas10n su sorpresa por la escasa fama de Quevedo, por su escaso predicamento fuera dei mundo de las letras hispanas. El narrador argentino arriesgaba ai menos una explicación. Los grandes escritores, los que todos recuerdan, son aquellos que han amonedado un símbo.lo. Cervantes tendría su Quijote y su Sancho; Dante su infierno; Melville su ballena; y, en fin, Shakespeare todo su mundo teatral. Ése habría sido el lastre de Quevedo, concluye Borges, no haber amonedado un símbolo. Algo similar podría decirse de los grandes historiadores respecto de las escuelas con las que se identificao. (Es razonable pensar, pues, que el éxito de El queso se deba en último término a su asimilación con una determinada corriente histórica? ~Cuál sería ésta? Cuando,
:no
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por ejemplo, los responsables de la Columbia University debían pre· sentar al conferenciante de las <
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No nos refe~i~os a sus ~ni~i~tivas editoriales -pues, al fin y a la pos· tre, compart10 desde pnnc1p10s de los 80 la responsabilidad de «Microstorie»-; nos referimos, por contra, a la falta de algún ensayo en el que aclarara sus contenidos. La historia estructural de Braudel tuvo en el )Vfediterráneo su consumación, y en ••La larga duración» su des· cripción .procedimen tal y su manifiesto. ·Otros textos suyos anteriores o postenores afiadieron más ahondando su repercusión y multipli cando el número de sus seguidores. En Ginzburg no es posiblc lull.u algo similar. Para empezar, su ••Mediterráneo», E! queso, n o Luvo prn piamente una segunda edición, como lo fue en ei caso de la obr.1 dr Braudel, una segunda edición que modificara, completara o nctu.lli zara los datas, las explicaciones o los enfoques. En segundo lug.1r, l o~ libras que publicá m ás tarde no tomaron la etiqueta de microhistori.1 com o dato central de su reflexión y, por tanto, sólo impllcitnmcnl c: pudieron concebirse como ilustración de la corriente. Es cl caso, pw ejemplo, de Pesquisa sobre Piero (della Francesca), libra q ue es d p1•i mero de «Microstorie» (1981), pera que, a la vez, puede verse con1 n la prolongación natural de su vieja inclinación por la historio dcl 111l r y por la historia conjetura! que hay ya en E/ queso (197 6) y en (,'uniu di pazienza (1975). Más aún podria decirse de Mitos, emblemas, indícios (1986), cu dou de la palabra clave no es microhistoria, sino morfologia. Em és1.1 "'"' voz que, como vimos, daba sentido a su itinerario intelectual y, .ldt· más, s.ervía de rótulo a un~ obra que reunía piezas antiguas y llllcV.I•. dei mtsmo autor, de ese autor que publicaba en Einaudi, si, pc:1o ''" una colección diferente de aquella que con tanto éxito agrup.1h,1 1.1•. monografias sobre la microhistoria. Podría muy bien pensarse que JIU tamente por ser una reunión de ensayos diversos, por ser u n.1 c~pl·t 1r de antología de trabajos de Ginzburg, carecía dei perfil adccuado p111.1 publicarse en «Microstorie»: al fin y al cabo, no era eso, no em u11.1 monografia. Pero, en ese caso, si aceptamos dicho argumenlo, cl se· gundo volumen de la colección sería incongruente. El libro que se publica con ei número dos es Società patrizia, cultura plebea, de E. P. Thompson.
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turna, ni el objeto ni la colección permiten identificar la investigaçjón como una monografia microhistórica. Más aún, con ella e1 autor pa· recía haber abandonado un tratamiento micro con el que los lectores lo identificaban. Finalmente, cuando a cornienzos de los 90 aparecía E! juez y el historiador ni la etiqueta microhistoria servía de r~clamo o alusión ni tampoco su fondo editorial, «Gli Struzzi:•· ~s dectr, a par· tir de E! queso y de su éxito, cada una de las obras stgutentes de Gmz· burg ha tenido acomodo en colecciones diferentes, de manera q~e su apellido no ha sido encasillado en ninguna de ellas. El nomad_tsmo · de este historiador se ha visto reforzado finalmente por e! camb10 de editorial. Con los avatares acaecidos en la propiedad de la empresa, Carla Ginzburg ha pasado a publicar con Feltrinelli. Su nueva vi~-· cu lación ha tenido de entrada dos resultados. Por un lado, la apan· ción de un nuevo libra suyo (Occhiacci di legrw, 1998), en donde el re· clamo de la microhistoria ha desaparecido por completo: ni en el prefacio ni en los diversos ensayos recogidos hay alusión algurl:a a I~ corricntc con la que se le identifica. Por otro, ese texto se_ ha mcl,u~ do en una nueva sección («Culture») de una de las colecc10nes clast· cas de este editor («Campi dei sapere»), sección que él mismo dirige. En este caso, ese nuevo fondo tiene por guía la publicación de obras que afronten la diversidad cultural y los conflictos que genera. :\S~, en el extracto editorial que inicia «Culture» se alude a aquellas dtsct· plinas (antropología, derecho y ética) tradicionalmente o~upa~as de plantear y de afrontar los problemas suscitados por la convtvencta cultural; se alude también a la histeria, la disciplina que puede aportar · el conocimiento preciso sobre conflictos antiguos y modernos que se han dado entre sociedades diversas o dentro de una misma sociedad. Tampoco en este caso hay referencia ~lguna a la micr?historia ni ~,l a renovación que ésta supuso. Y lo mtsmo puede decm_e en relac10n con History, Rhetoric and Proof (1999). Además dei anttesceptlClsmo, que es el objeto recurrente de sus últimas publicaciones~ est~ obra se plantea también de forma explícita el problema de la dtvemdad cultural y elude igualmente la cuestión de la microhistoria. . Así pues, habrá que datar en 1994 el momento en el que, a pett· ción de Hans Medick este historiador se decide a pronunctarse sobre la relación que habrí~ entre su obra y la microhistoria. Ahora bien, esa reflexión no es más que un ensayo breve, preferentemente autobiográfico y que parece el cierre de esa antigua relación. En ese _texto, titulado «Microhistoria: dos o tres cosas que sé de ella» -en evtdente alusión a la conocida película de Godard- , Ginzburg se empenaba en una reconstrucción filológica dei término, rastreando los autores que, a su juicio, lo habían empleado antes de su masiv~ difusión. A pesar del êxito italiano de la etiqueta, la voz habría tentdo un uso previa en inglés, en castellano y en francês. Un estudioso n~rteame-
ricano, George R. Stewart; un historiador mexicano, Luis González, y Femand Braudel, serían quienes habrían empleado esa palabra en sus respectivos idiomas y lo habrían hecho aludiendo a objetos diferen· tes. El primero para describir con detalle microscópico una batalla ?e la guerra civil americana; e! segundo par~ mostrar l~s tra~:1sformacto· nes de una pequena localidad ai sur d~l Rio Gr~nd~, tdenufican~o ,es~ expresión con la histeria local; ei tercero para mdtcar con un smont· mo la histeria episódica, la histeria tradicional (como también pudimos ver por nuestra parte cuando hablábamos del Mediterr~neo y de su opción antiindividualista). Por tanto, se trata de tres vers10nes to· talmente heterogêneas cuya única relación podría situarse en la aten· ción por lo pequeno. El término italiano (microstoria) no guarda una relación directa con los anteriores. En todo caso, nos dice Ginzburg, podría proceder dei francês (microhístoire), pera no a través de su uso braudeliano, sino más bien de la evocación !iteraria que hiciera Raymond Queneau, ei célebre novelista francês perteneciente ai grupo dei Oulipo y companero de Georges Perec. Además, en italiano esa influencia estaria mar· cada sobre todo por !talo Calvino, miembro de ese grupo y traduc· tor ocasional de Qyeneau, y por Primo Levi, en una de cuyas obras se hace alusión explícita a dicha expresión. Según Ginzburg,-los víncu· los de Levi y Calvino son evidentes y, por tanto, el lector podría in· ferir fácilmente las vías de difusión de esa voz en ltalia. Más aún, el historiador Giovanni Levi, <
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En primer lugar, nos habla dei proceso constructivo de la investigación. Dicho en otras palabras, los microhistoriadores se caracterizarían por hacer de su trabajo un constructivismo consciente, un constructivismo en e1 que no habría nada dado de antemano, en e1 que no podrían aceptarse ciertas evidencias epistemológicas tradicionales. Los recursos dei historiador habría que analizarlos conscientemente, mostrando las repercusiones de las elecciones cognoscitivas: qué objetos deberíamos adaptar, qué categorías emplear, qué tipos de prueba utilizar, qué modelos narrativos y estilísticos elegir para transmitir los resultados ai lector. En segundo término, la microhistoria se fimdaría en una premisa antiescéptica, compatible con el rasgo anterior e incluso necesaria: predicar el constructivismo no tiene por qué significar la adopción de posiciones escépticas. En los términos de Ginzburg, el constructivismo es sólo la conscien cia de esos recursos, que no son únicos, que no son exclusivos, de modo que los que se escojan y la manera en que se empleen dependen de la meta cognoscitiva que el investigador se proponga. Eso quiere decir, pues, que no hay una realidad que derive de la construcción interna hecha por el sujeto cognoscente, sino que el observador se dota de instrumentos para representar lo más fielmente posible algo que es externo. Así, la representación será más o menos afortunada de acuerdo con esa capacidad consciente que caracteriza todas las etapas de la investigación. Por eso mismo, no hay escepticismo cognoscitivo que Ginzburg o los microhistoriadores puedan aceptar, y aquí el plural lo pone el propio historiador italiano. Como conclusión, el antiescepticismo es la apuesta cognoscitiva más específica «de la microhistoria italiana». Un argumento, pues, que ya h emos visto esbozado, p or ejemplo, en «Prove e possibilità», en 1984, sin que la consciencia dei constructivismo o dei relato histórico como vía cognoscitiva se identificasen necesariamente con la rnicrohistoria. ms aceptable ahora una presentación de la microhistoria en estas términos? En realidad, como él mismo admite, es un autorretrato en el que no h ay una identidad estable, una imagen fija, un autorretrato en el que sus propios límites !e «han parecido retrospectivamente móviles e inciertos••, justamente porque «el yo es poroso». Es pues ésta una operación que había practicado también ai trazar tentativamente el retrato de Hayden White. En su confesión, hay sin embargo dos elementos a destacar. Por un lado, la reducción de una corriente, o mejor, de los perfiles generacionales e historiográficos de una corriente, a una trayectoria individual. Por otro, de aceptarse tal operación, esa imagen personal aparece actualizada, en el sentido de que los atributos del presente son proyectados hacia atrás con el fin de subrayar perfiles o rasgos que estaban , en efecto, en el pasado, pero cuyo énfasis es actual. De ese modo, esa porosidad que parece carac-
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terizar el yo es menos evidente de lo que él proclama, pues la idcn· tidad que nos da está elaborada de una manera coherente y con unn estabilidad construída. De hecho, esas características le sirven a postr riori, en los 90, para definir toda su variada obra, incluso aquellos de sus trabajos que tienen un ••carácter decididamente macrohistórico". En ese caso, los rasgos de la microhistoria, de ser necesarios, scrlnu insuficientes, con lo que quedaría sin' definir la corriente. Por eso 111Í N m o, Ginzburg se ve en la necesidad de aiíadir otro elemento qut· puc· da servir de comodín con el que puedan reconocerse los rcs tnnl cll 1111 crohistoriadores : el contexto. Según admite, entre todos cllos h.1hd.t una predisposición a insistir en el valor explicativo, significati vo, dc•l contexto: si de cosas pequenas nos ocupamos, h emos de hncerlo ulu cándolas en el tiempo y en el espacio correspondientes. En rc.1lidad , la utilización de este término es poco precisa, no se define, proh.1l 1ll' mente para que así sirva de abrigo en el que todos puednn gum·rc ,., ~c· por igual. Sin embargo, eso refuerza la idea de que tal caractc•t l~ t 11 ,1 no sería otra cosa que un apéndice afiadido a los dos rasgos IIIIII'N Nt' fial ados. En conclusión, si cualquier lector esperaba encontrar c; J1 1'\1' lriCIII una definición dei término, las expectativas queda n dnr:~ttH' tll l' l1u ~ tradas. Si, por el contrario, pensaba hallar un informe C( li C: 1r'illnttc•l,l el estado de la cuestión, tampoco verá satisfecha su pt t•t c11111c'u • l.11 que sí que encontrará es, pues, una reflexió n pcrsonnl que 111 l.u.1 tr• trospectivamente su trayectoria, sus lecturas y sus cxpcaicllt i.", 111111 11 fl exión que, a la postre, acaba pareciendo una autocd chr.lctc'ut. A111 1 esos silencias, la única opción que nos resta es rastrear en su ol11.1 111 • via a la búsqueda de indícios que nos ayuden a complc.: t.u lu qw ' '" tamente él no nos dice. Pues bien, desde sus inícios hnst.t l111• ,u\m 90, y salvo alguna contribución menor, Ginzburg no ticnc 11111~1111 •1 otra que de manera explícita, manifiesta y sistemática nbordc y dc•a,t rrolle el concepto y la práctica de la microhistoria. Ticnc, cso si, tc·x tos en los que hay alusiones circunstanciales y que podcmns tnlltoll como declaraciones de ese concepto de m icrohistoria que, n juic tu dc• sus lectores, definiría su obra. A este propósito podemos lu nw1 clm ejemplos. El primero de ellos data de 1979 y es, pues, un ensayo ptHIt' lll ll a El queso. A dicho texto ya nos h emos referido con antcriorid.tcl (.. H nombre y el cómo») y hemos indicado también su doblc :mtn dn : <:.u lo Ginzburg y Carlo Poni. Se trata de una comunicación prcNcnt.u l,l a un coloquio romano sobre los Annales y la historiografia it .th.tthl, se trata, pues, de un trabajo historiográfico en el que la microhist01 111 es sólo un dato más dentro de una evaluación comparativa de l.t 111 vestigación histórica en ambos pa-íses. De hecho, lejos de exlcndct\c' en ese análisis comparado y, por tanto, lejos de ser un informe snlu C'
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el estado de la cuestión, los autores defienden una forma particular de hacer historia en la que poco o nada parece haber de la herencia annalista. En primer lugar, constatao el desequilíbrio en favor de Fran· cia, país con una historiografia más desarrollada, más difundida, en la que los objetos, las fuentes, los métodos y los medios de financiación habrían proporcionado mejores resultados. Ahora bien, en Francia, pero también en otros países, incluída Italia, la disciplina estada cam· biando como consecuencia de fenómenos extrahistoriográficos, de ma· nera que, cada vez más, los análisis históricos volverían a fenómenos circunscr~tos, a objetos próximo~. En ese contexto, y de repente, los autores vmculan esos hechos rectentes a un modo particular de hacer historia: «no es arriesgado suponer -dicen- que el creciente éxito de las reconstrucciones microhistóricas está ligado a las dudas cre· cientes sobre determinados procesos macrohistóricos>>. Ya vimos en su T?omento que fenómenos tales como mayo dei 68 o la crisis energé· tlca dei 73 habrfan puesto en entredicho el modelo de sociedad y la forma de pensada. Pues bien, en esa crisis emergería con fuerza la mi· crohistoria. El problema, ante tal afirmación, es la ambigüedad que la envuelve, puesto que da por supuestos dos hechos no tan evidentes de entrada, ni para el lector de entonces ni para el actual. Por un lado, no se define qué es eso de «reconstrucción microhistórica». Por otro, no se proporcionan ejemplos dei éxito que se le atribuye. Sin em· bargo, los autores dan por admitida su declaración y pasan a otro ni· vel: la valoración dei nombre como guía o tutela de las investigacio· nes cualitativas. La investigación nominal de la que hablan consiste en la recons· trucción de las distintas esferas de vida, de las diferentes acciones hu· manas emprendidas por un individuo en los diversos âmbitos en los que deja huella. De cada uno de nosotros hay constancia en nume· rosas registros públicos, desde nuestro nacimiento a nuestra muerte: si trabáramos relación entre todos ellos y obtuviéramos unas infor· maciones complementarias y sucesivas, la vida de los grandes y de los . pequeii.os personajes podría iluminarse de acuerdo con los vestígios conservados. No hay, pues, una única vía para la histeria social como defendieran Adeline Daumard o François Furet, que pase ne~esaria· ~ent~ por ~~ anonimato estadístico. Antes al contrario, es posible una htstor~a s~ctal a tra~é~ del 11011_1bre que convierta la investigación en una ctencta de lo vtvtd~. La vtda y el nombre obligan, pues, a ope· rar en una «escala reductda», dado que con esa perspectiva será posible hacer una historia cualitativa de las clases populares. O por deciclo en los términos de Lawrence Stone, una prosopografla, pero una prosopografla desde abajo, análoga a la de E. P. Thompson. Los rasgos atribuídos a la microhistoria son escasos y se enuncian brevemente, hasta el punto de que de nuevo el lector echa de menos
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un mayor pormenor en los argumentos y algún ejemplo que ilustre esa práctica, sobre todo si se arguye que su éxito es creciente. El lec· tor además puede suponer que, por los rasgos mencionados y por la cronología del texto, ese éxito cabe atribuído a El queso, porque a la altura de 1979 no hay investigaciones sustantivas que puedan rivalizar con la historia dei molinero, aunque tampoco Menocchio es aludido. Por otra parte, no hay ningún rastro de aquellas características que, en «Microstoria», el texto de 1994, tomaba como centrales de la corriente: el constructivismo de la investigación y el antiescepticismo cognoscitivo. Parece, pues, que nuestro autor cambiaría los atributos dei modelo de acuerdo con las preocupaciones del momento, re· construyendo retrospectivamente su genealogía y sus evidencias. Eso no quiere decir, de todos modos, que haya graves contradicciones en· tre ambas descripciones, sino que el énfasis dado a cada uno de esos rasgos varía pro~ablemente de acuerdo con los humores intelectuales dei historiador.' A~.LRJ~s, siguiendo lo dicho en 1979, la microhisto· ria sería una práctica basada en la reducctón ae Ia escala de observa:Ci0-ilêõnerfii1ãereé().E:~!iüírlq :v.ividoJ...esto es, con eltinaere~ construtr esas vt
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biera ejemplos concretos o suficientes que la avalasen . En coqsecuencia, advertia Ginzburg, no sabemos aún qué sucederá realm~nte con el modelo. Para ello habrá que esperar a que aparezcan ejemplos concretos que ilustren la práctica. En esta intervención pública hay varias elementos a destacar. En prime r lugar, hay que subrayar la disociación que Ginzburg .hace entre «Indicias» y la microhistoria, basándose en e! hecho de la falta de alusiones que habría en su trabajo sobre los indicias. El paradigma indiciaria, en efecto, no es h allazgo de la microhistoria, sino que sería un modelo cognoscitivo previo en el que aquello que se replantea son las regias dei contrai y las formas de inferen cia en las explicaciones científicas. Visto de ese m odo, <
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lo hecho en El queso y lo dicho a propósito de la m icrohistoria. Ahora bien, en su obra de 1976, el nombre no designa la cosa, simplemente porque la cosa precede al nombre, simplemente porque aqucl que se tomó como ejemplo sobresaliente de la microhistoria no re gistra ni una sola vez esa expresión: hay reducción de escala y hay lns ventajas cognoscitivas que Ginzburg le atribuirá posteriormente :1 In perspectiva micro, pera no hay una calificación que consienla la c? mún identificación. Si E/ queso ha vendido tanto y ha gozado del (., vor de públicos tan diversos, se debe a las razones que h e mo~ ido enumerando, pera se debe también a la operación retrospcctivn tjlH' lo toma como ejemplo de una práctica que aún estaba por cl e~.111o llarse. Esta última interpretación no sería, sin embargo, complt.:lntliCilh' arbitraria puesto que se vería reforzada por un dato objetivo. Co1110 ya sabemos, en 1981, y después de unos p reparativos que se rcnH111 taban a afias atrás, la editorial Einaudi iniciaba una nucvn colcn ic'l 11 con el rótulo de, «Microstorie••, . ~1 c~idado, ent_re otms, dd P~'~~\'j" Ginzburg. Más aun, como tamb1en v1mos, el pnmcr volumc11 pu 1l1 cada fue precisamente un texto suyo, Pesquisa sobrr Pirro. Sr 11 .11nlu• de una nueva investigación en la que la histeria dcl nrlc (1111 .wu1.11 concreto de Piero della Francesca y la repercusión que eslo 111vo t' ll su obra) era abordada desde el modelo conjetura! que él 1111m1n h,a bía teorizado en «Indícios» y, como en El queso, la indngaci6u t'l,l \11 bre todo la revelación de un enigma. Por tanto, su nol'n bre qut'! d11bn, ahora sí, irremediablemente vinculado a la microhistorin, tanl t> pm t•l hecho de ser corresponsable de la colección cuanto por habe1 "do ,.( autor dei primero de los volúmenes que se editaron.
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2. En principio, lo que Levi nos propone no parece demasi~do esperanzador. Si Ginzburg subtitulaba su declaración sobre la mi· crohistoria con el elocuente enunciado de «dos o tres cosas que sé de ella», Giovanni Levi no era mucho más explícito e incluso llegaba a mostrarse escéptico sobre la posibilidad de decir algo sistemático so· bre esta corriente. En una entrevista publicada en 1990 en la revista Meridiana, anunciaba el trabajo de síntesis que estaba realizando ~o· bre la microhistoria y lo hacía en unos términos paradójicos: le era tan dificil sistematizar sus contenidos y los conceptos clave que la definían, que decía estar desesperado, hasta el punto, afiade, de !legar a evitar la redacción y optar por irse ai cine para no obsesionarse con clicha tarea. Esas palabras no tienen ironía alguna, sino que parecen reflejar el estado de ánimo de quien, habiendo sido uno de los res· ponsables de «Microstorie••, no encuentra la forma adecuada de con· clcnsar los rasgos de aquella corriente. El ensayo resultante, que era tarnbién un encargo para aquel volurnen editado por Peter Burke ai que hicirnos mención ai principio, trataba de describir los avances lo· grados en este ámbito poniéndolos en paralelo a aquellos otros conseguidos en diferentes ramas de la disciplina. El rasgo general que destacaba era la ausencia de una ortodoxia de escuela, esto es, no habría entre los microhistoriadores directrices comunes que, como un siste· ma coherente de princípios, dictaran lo posible o lo adecuado en las investigaciones. Por el contrario, las prácticas serían diversas, las referencias teóricas serían múltiples, estarían combinadas de forma ecléctica y, en fin, los trabajos resultantes serían muy variados. A pesar de todo, a pesar de esa diversidad, habría algunos elementos comunes que permitirían hablar de cierta identidad entre los microhistoriadores. A juicio de Levi, las características compartidas por quienes ejercen esta práctica historiográfica serían las siguientes: «la reducción de escala, el debate sobre la racionalidad, el pequeno indicio como paradigma cientifico, el papel de lo particular (sin oponerse, sin embargo, a lo social), la atención a la recepción y ai relato, una definición específica de contexto y el rechazo dei relativismo». Lo primero que llama la atención de esta síntesis es su brevedad y su enunciación, algo confusa, sobre todo si tenem os en cuenta que se trata de la· descripción de una corriente historiográfica, lo cual parece confirmar las dificultades que Levi confesara a propósito de la sistema tización de sus características. Este hecho sorprende aún más cuando el propio autor invoca al Wittgenstein de Sobre la certeza como instrucción de lectura para su texto. Si como sabemos, todo lo que se puede decir se puede decir claramente, no parece que Levi consiga esa claridad y tampoco parece que el Wittgenstein antiescéptico que cita se acomode a su propio argumento, igualmente antiescéptico. En realidad, más q ue en los puntos concretos que se incluyen, el problema se halla en
la forma de presentarlos, en la forma de d_escribirlos y de yuxtap,onerlos. Así, junto a afirmaciones que descnben ras~o~ (la reducc10n de la escala, el papel dei indicio o el rechazo dei relatl.Vlsmo) hay otras realmente confusas que no designao atributos específicos (~uál es ese debate sobre la racionalidad, qué papel desempena lo pi!ftlcular que, además, no parece oponerse a lo so~ia~, qué aten~i?,n es ésa, que se presta a la recepción y al relato, c~al es la. defimc10n espec1fica de . contexto). Ellector del ensayo podna muy b1en resolver estas preguntas apelando a los contenidos explícitos que pre_c;de~ a, ~sta presentación final, pero eso no excluye que una des~npc10n smtetlca, que condensa esas características, deba estar enunctada de tal m?do que .sea comprensible en sí misma. Vayamos, pues, a esos contem~~s prev10s. Para Levi la microhistoria surge en el contexto de la cns1s dei marxismo y, po; tanto, los que la practican serían unos investiga~ores que habrían abandonado modelos conceptuales fuertes, normativos, que serían ajenos a cualquier metafisica categ.ori:U y qu~ se propondrían el análisis de objetos concretos. La meta pnn.c1pal_~ena,_ r,ues, la de «buscar una de~cripciÇ>n fl'láS ~ealistaêl~l.. cqinpôrtamt;nto humano»~ ,de ma· nera q"ue.. j:mdie.r.il. integrarse la acc1_ón! .el confhcto y la elec,c~o.n que se darían· dentro de sistemas ••prescnpttvos>>. Por tanto, sus analts1s concretos tendrían como objetivo evaluar la libertad del sujeto dentro del conjunto de regias que limitao su acción. Pues bi~n, to~o esto remite a esa característica confusamente presentada baJo el rotulo dei debate sobre la racionalidad. Sin embargo, no hay en el ensayo alusión explícita al concepto de raci?na~idad que se estaría discutiendo, P?rque de hecho no pre~e~ta mngun .deba~e, el de?ate que afecta a mdividualistas metodolog1cos, a func10nahstas, etcetera. En otro ?e sus trabajos, aquel que dedicaba a la biografia, era algo más explíc1to sobre este asunto. Allí justificaba el interés de ese género en .tanto que obliga a los historiadores a plantearse alguna ~e las _cuestton es ccn· traJes de las ciencias sociales, entre ellas en que medtda nuestras acciones son o no racionales. De h echo, esa preocupación es un_o de los hilos conductores de su investigación principal. En efecto, SI nos detenemos en su libro más conocido, La herencia inmaterial, podrern?s apreciar que, más aliá de la rareza dei pe~sonaj.e tr~~ado .(un ex.or~ts ta), la racionalidad es aquell? que guía la mvest1~ac10n. St el objettvo es una descripción más reahsta dei comportam1e~to hu~ano en la_s diferentes sociedades históricas, en ese caso la acctón rac10na.l descnta no puede ser la del tipo ideal supuesto en el_ homo oeconomrcus. Así, al tratar el mundo campesino dei sigla XVII, Lev1 se apara, e~tre ot_ro~, en Herbert Simon y en particular en su tesis de la ra~tonahdad ~~~-~ tada. Es decir, cuando el investigador toma como objeto de a~allSls un individuo debe tener en cuenta que éste no es entonces m nunca alguien q~e agote las informaciones o que esté en capacidad de
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elegir sín íncertidumbre y de jerarquizar ordenadamente sus preferencias. El escenario de las decisiones es, desde este punto de vista, ·tm contexto concreto en el que el actor encuentra su esfera de libertad más. allá de las restricciones y donde la elección es tentativa, aproximativa, basada en una experiencia selectiva. Así pues, a pesar de no desarrollar estos aspectos y presentarlos de forma tan sumaria en su ensayo sobre la microhistoria, ese rasgo acaba siendo determinante. Y lo sería h asta el punto de que permitiría considerar que la microhistoria ocupa «una posición muy específica en la denominada nueva histeria». Pero específica, (en qué sentido? Tampoco en este caso nos lo aclara. Por lo demás, que este atributo cobre una importancia capital p~ra Levi descri~e más su p ropia posición que la de, por ejemplo, Gmzburg, en quten el debate sobre la racionalidad en esos térm inos no es algo que esté planteado de manera explícita. lnme?iatament,e despu_és,. Giovanni Levi remite ai lector a lo que en esenCla parecena const1tu1r el elemento central de esta práctica: «la reducción de la escala de observación••, lo cual iría unido ai «análisis microscópico•• y al «estudio intensivo dei material documental>>. Este rasgo, tal y como Levi lo presenta, no implica necesariamente tratar o analizar objetos pequenos, sino que supone adoptar un enfoque analítico que es independiente de las dimensiones de lo que se estudia. En ese sentido, el microscopio es la metáfora que describe de qué modo el h istoriador se enfrenta ai objeto. En realidad cuan do un cientifico aplica una lente en su laboratorio aumenta la ' visión de lo q~e era imperceptible y, sin embargo, central en la vida orgánica. Del mtsmo modo, podría decirse que ei microscopia dei historiador agranda objetos que tradicionalmente no habrían sido observados permitiendo así una mirada más intensa. Este asunto ya había sido abordado con anterioridad por Levi. En 1981, en un artículo titulado «Un problema di scala••, se preguntaba cómo puede un historiador estudiar y describir sistemas de grandes dimensiones sin perder por ello de vista la situación concreta de la gente real y de su vida; o ai revés, cómo ~ pueden describ.irse las acciones de una persona sin p erder de vista tampoco la realtdad global que las limita. La aproximación micro, afiade, permite solucionar ambos problemas ai insertar los objetos en su contexto. Si no se afronta el problema de la dimensión oportuna que exige el análisis de los fenômenos históricos, podemos caer en una serie de mecanicismos explicativos basados además en dos premisas ciertamente discutibles. Por un lado, aquella según la cual las situaciones locales sólo son el reflejo de lo general, un mero ejemplo; por otro, aquella según la cual hay un orden de relevancia que establece dicotomias tales como ciudad/campo, culto/ignorante, etcétera, dicotomias en las que el primer término tiene un sentido p ositivo que derivaria dei progreso y de la dirección de la histeria. Así pues, la p equena es-
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cala p ermite captar, concluye Levi, el funcionamiento «reah• de aque· !los mecanismos que a nível general quedao sin explicar. Entre los autores que Levi cita ahora, en los anos 90, para fund n mentar esa posición, y que podrían ser referentes o interlocutores p(.) lémicos de esta p erspectiva, están Frederik Barth y Clifford Gecrt:f.. Mientras ai primero sólo le dedica una breve alusión para subrnynr su condición de pionero en la reflexión ·sobre la escala, ai segundo lt' presta una mayor atención. Lo que le interesa de este último autor c~ un aspecto: la «descripción densa». La así llamada thick desrriptitm pt·r mitiría vincular la historia (micro) con la antropologia (intcrprct.tl iv.1), en la medida en que en ambos casos se reduce la escala de ob~c r v.r ción y en tanto que los objetos tratados están dotados de signific.rdm simbólicos que habría que averiguar de acuerdo con el contexto cu d que se insertan. Ahora bien , el problema de Geertz y sus scguidurc\ es doble. Por un lado, les reprocha que no atiendan suficientemente a la «multiplicidad fragmentada y diferenciada de rcprcscn lncio ncs>•, esto es, los significados simbólicos varían histó rica y socinlur cnl c y, por tanto, no pueden tratarse como abstracciones. Por o tro, lcs iurp11 ta una posición relativista o, parafraseando ai propio Gccrtz, \111.1 p uNI ción antiantimlativista. Aunque se extiende algunos pármfos sul11 r ~·~Ir' asunto, Levi reproduce la tesis que ya defendiera en ••I pedeulr drl geertzismo>>, un artículo de 1985 en el que denunciaba la .tplic .H 11'111 de Geertz en el análisis histórico por parte de Robert Oarnton. 1..1 oi tica fundamental que ahora sostiene es contra el relativismo. A M t Jlll cio, las ciencias sociales habrían tenido en los últimos anos una dct• va relativista en virtud de la cual se habría llegado a una dctctmitt.ulu situación: habría pluralidad de interpretaciones y, más aón, una c..li lt cultad cierta en jerarquizarlas. D e acuerdo con el antropólogo, l eio~> de ser una tara, esta constatación habría permitido la critica o indu so la destrucción dei etnocentrismo, un auténtico avance cultural y cognitivo. Esta idea es completamente rechazada p or Levi, para lo cunl adepta una posición que se asem eja a la que defendiera simultnnca· mente Ginzburg contra White. En re(lli'dad, los dos historiadores ita· lianos compartían la tesis de Momigliano que ya hemos visto con an terioridad. En suma, Levi nos lleva de la escala ai antirrelativismo de forma descompensada, incluso desmesurada, dedicándole mucho más cspa· cio a este último asunto. De hecho, como ya ocurriera con uno de los dos rasgos enunciados por Ginzburg, el lector podría concluir que la crítica dei relativismo es para la microhistoria mucho más impor· tante. Por eso, no debe sorprender el desequilíbrio que hay en el tra· to dispensado a Geertz frente a Barth. En efecto, el primero era en aquellos anos una de las figuras centrales de las ciencias sociales. Su viejo artículo sobre la descripción densa y su ensayo sobre una pelea
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de gaHos en Bali se había~ ,convertido en dos referentes inexcusables, sobre todo p~r la repercus10n que estaba teniendo a finales de los .80 la antropologta posmoderna,. aquella corriente que prolongaba y «superaba·~ al maestro Geertz. Dtcho en otros términos, así como Ia obra de Whlte alca?zab_a verdadera reperc~sjón cuando la posmodernidad llega~a a la htstona, cuando las postctones escépticas tenían mayor predtcam~nt?•. cuando el formalismo se empleaba para e! estudio de 1~ obra histo~ICa como artefacto literario, algo similar podríamos dectr que sucedta con Geertz en el ámbito de la etnología. y para cada un~ de ellos nos ~ncon~~mos justamente con su crítico respectivo, se destgne como antJ~rela~vtsta o como antiescéptico: Ginzburg y Levi. De hecho, e1 propw Gmzburg ya reconocía en «Microhistoria: dos 0 tres cosas ...>> que, en la última década, ambos habían dedicado parte sus esfuerz~s a polemizar !ep~tida_mente con las posiciones relatiVIStas. Ahora bten, ~ nuestro JUtcto, st Levi toma como antagonista a ~eer_tz _no es exclusivamente por su celebridad o por su posición anlt~nlt, stno porque entre el trabajo de éste y ei suyo 0 el de Ginzburg eXJste~ puntos comunes e incluso afinidades. Y unos y otras no se hallan solo en e! te~reno de la r~ducción de la escala, porque si así fuera e~ yeso de ~rednk Barth debtera haber sido mayor en la argumentacton de Lev1. En cualquier caso, la pregunta permanece: (es tan evide_nte ~ tan_ central q~e el anti_rrelativismo sea un rasgo básico de la mtcrohts~ona? En ~eahdad, la mcomodidad que Levi muestra frente al geertztsm? provtene. dei peligro de que la investigación histórica quede reductda _a una mterpretación de interpretaciones, de! mismo m?do que a Gm~burg le m_olestaba especialmente que el conocimtent? de la, reahda?. s,e tuvte,ra por imposible, dado que Ias representactOnes solo remttman a st mismas y a nada externo. D e hech u,no _de los reproc~es de Ginzburg a White, el de tratar la verdad e~ termmo~ eficacta persuasiva, tiene el mismo sentido que el cargo que Levt tmput~ _a Geertz. En ese caso, el problema ya no sería tan~~ e} ?e! escepttctsmo, e! de la imposibilidad de conocer la realidad tstonca, ~u~to la conversió_n de la verdad en un asunto meramente hermene~~Ko, en un confhcto de interpretaciones o, en definitiva en la asunct~n d; 1~ verdad en términos de pragmática. Ahora bien' ese ~asgo_ anttescepttco o antirrelativista no sería privativo de los nii: c;ohtstonad~r,es, ai m enos en eJ mismo sentido en que sí que lo sena la reduccwn de escala.
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. EI_,siguiente rasgo que Levi menciona es el problema de la comuntcacwn con e! lector, es decir, el problema de! relato. Siendo como parece un aspecto tan relevante, sólo !e dedica un párrafo. Sorprende, ~n efecto, _que ~e de_tenga tan poco en esa cuestión cuando, según sostten~, la mtcrohtstona lo ha abordado «específicamente». AI decir de Levt, el relato tendría una doble función. Por un lado, Ia narra-
cton favorece la individualización de los hechos, evitando así la generalización y fa formalización cuantitativa, mostrando pues de qué modo los sujetos eligen entre los interstícios de los sistemas normativos. Por otro, e! relato permite incorporar el procedimiento mismo de la investigación, así como sus obstáculos y sus limitaciones documentales. De ese modo, los microhistoriadores superarían la forma tradicional y «autoritaria» dei discurso histórico, forma en la que la realidad se da por evidente y en la que el observador está ausente. A este propósito, Levi cita, por supuesto, a Lawrence Stone, aunque de pasada, y sin que los problemas que éste plantea le parezcan los más relevantes, dado que no se trata de volver a contar cosas, sino de subrayar que la comunicación tiene forma de relato. Ahora bien, la comunicación, afiade, no se reduce tampoco a un problema de retórica, puesto que el relato obliga sobre todo a preguntarse acerca de la p rueba y la demostración históricas. Por eso mismo cita también a Momigliano y acaba poniendo como ejemplo de esa práctica el libro de Ginzburg y de Adriano Prosperi de 1975 titulado Giochi di pazienza. El colofón de ese largo párrafo es una ilustración !iteraria, tomada en este caso de Henry ]ames {En la jaula). ms cierto que la microhistoria ha abordado expresamente el problema dei relato? Como sabemos a partir de Ginzburg, pero también gracias a las aportaciones dei propio Levi, los microhistoriadores han tomado consciencia dei relato, peco no pareceo haber hecho un análisis específico de las formas de la narración, a1 menos de las que ellos desarrollan. (Cuál es, pues, la explicación que Levi nos ofrece ahora? La primera de las características que sefialaba, con ser cierta (un relato acaba siendo siempre una historia de una vida o de un suceso), remite sin embargo ai propio Levi. Esto es, si a este historiador le preocupaba especialmente el problema de la elección racional, será a través de esas narraciones que podremos averiguar cómo eligen los indivíduos. Ahora bien, C:de quién es el relato?, (dei historiador o d e las fuentes en las que se basa? Por lo que parece, la narración incorpora ai historiador hasta el punto de que el observador aparece en lo observado y, por tanto, hasta el punto de presentarnos su perspectiva o focalización. Con ello, se supone, ya no tendríamos un discurso en donde el emisor se cancelaría haciéndose desaparecer en la omnisciencia. Esta idea se ajusta plenamente a lo dicho por Ginzburg, incluso cuando ha de abordar la relación entre verdad y retórica. Como en eJ caso de aquél, asumir que el significado de una obra histórica no sea una mera cuestión de retórica le permite no extenderse sobre el particular, al m enos no hacerlo sobre los efectos estéticos que se provocao, con lo que otra vez nos quedamos sin saber de qué ma· nera concreta abordao los microhistoriadores esa cuestión. La investi· gación histórica sería, en efecto, conocimiento, presentación de datos
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y explicaciones, pero el orden que se les da y los recursos que se .emplean no son sólo elementos cognoscitivos. Pues bien, ni uno ni otro, ni Ginzburg ni Levi, dicen palabra sobre este último aspecto estético que se asocia al conocimiento pero que no es idéntico. A lo sumo, ambos remiten a Momigliano y en el caso de Levi introduciendo una péquefia matización en nota, aquella según la cual Momigliano insistiría «demasiado en la oposición entre verdad y retórica». lQué significa esto, qué significa «demasiado••? Ni lo explica aquí ni lo había h echo cuando, en una nota de otro texto de 1989 («Retorica e sto. ~ia»), sostuviera esa misma idea. Es decir, nos hallamos ante un argumento reiterado por Levi, un argumento que, según avanzamos o retrocedemos en su obra, p arece h aber sido y parece seguir siendo central, pero que no acaba de resolverse. De hecho, en la introducción que hiciera en 1984 al libro de Franco Ramella, Terra e telaz~ Levi insiste en que la escritura de la histeria no es un problema formal, externo, sino que depende dei tipo de argumentación que se emplee. Ahora bien, su respuesta no es mucho más clara allí, e incluso parece contradictoria con lo defendido posteriormente, puesto que parece poner de relieve el papel de la persuasión frente a la demostración y, además, los riesgos de la retórica están ausentes, como ausentes están White o Momigliano. D entro de esta argumentación, hay un elemento un tanto sorprendente. Para ejemplificar el trato que los microhistoriadores dispensarían aLrd_ato, Levi ha citado Giochi di pazienza. Recordemos que se trata de un libro verdaderamente experimental, en el sentido de que subraya la presencia del observador, presencia que se haría evidente hasta el punto de incorporar las incertidumbres, los errares, las conjeturas sucesivas y, en fin, los «andirivieni della ricerca». La obra, como hemos anticipado, es en realidad un comentaria histórico-filológico sobre un tratado italiano del siglo XVI que se ocupa de la figura de Cristo. Para ello, los autores se sirven de una metáfora, la dei juego, que tiene dos vertientes. Por un lado, la connotación de regia, es decir, hay un código fijado que no puede vulnerarse impunemente. Por otro, el sentido de diversión, esto es, la partida es observada por cada uno de los participantes desde su punto de vista y es experimentada con placer por los jugadores. Justamente por eso, Ginzburg y Prosperi hablan de sí mismos, hablan del mito de la objetividad y hablan, pues, de cómo enfrentao la escritura del texto divirtiéndose. Tal y como está concebido, y por los comentarias que afiaden a la literalidad del citado tratado, el experimento recuerda ciertos hallazgos !iterarias de Nabokov o de Borges. Ahora bien, no es esto lo que interesa; lo que motiva la cita de Levi es que Giochi sea un ejemplo ilustrativo de! «proceso de construcción de! razonamiento histórico». Aun así, que se tome ese libro como ejemplo puede sorprender. {Por qué
razón? Porque eso mi~mo puede ,apreciars,e en El qtteso, una obra co~ temporánea a la antenor y _muchlSlmO ~as c~lebrada. De hec~?· Gzochi es un texto poco conoc1do y I?oco dtfund1do ,en com~ar_ac10n ~o~ las obras posteriores de C ar! o Gmzburg. Adernas!, este ult1_mo _m SI· quiera alude a ese trabajo cuando aborda la cuestl_on del ~1stonador· narrador en «Microhistoria: dos o tres cosas» y ctta prectsamente la investigación sobre el molinero. · . Igualmente sorprendente resulta que Lev1 alud~ a una obra de Henry James (En la jmtla) para to~ar a s~ pr~tagomsta (una telegra· fista) como metáfora sobre el ofic1o de htstonador. En este caso, se trata de una cita de autoridad previsible, puesto que, cuando se ha bla de la experimentación de! punto de ; ista, el prece~e?te m~s oh vio es este narrador. Como se recordara, James, descnb1a la. nov.cl.l como una casa con múltiples ventanas o una !ampara que tlumt~,, con diferentes focos de luz. Por eso, según la ventana que se csc_oJ.I o según el foco que alumbre, la perspecti~a varía y la inform;~c~6n que se obtiene cambia de acuerdo con qmen observa y la posu:1b11 que ocupa. Esa novela de Ja~es, ~ar~ada en ~ercera per~ona pcro rnn el punto de vista del personaJe pnnctpal, esta protagomz~da pw '"' 1 humilde telegrafista londinense que recrea el m~ndo exten or, cl tlt· ~~~~ clases altas, a partir de los telegramas que tramita. En su trah.IJO, riL1 reconstruye con los indícios que tiene a su ~lc~ce (las esca~." p.ll 1 bras de un telegrama) la vida elegante y las hts_tonas. de amor de tt llll' nes frecuentan la oficina post~l y de los destmatano~ de. los III Cil\.1 jes. (Por qué utiliza Levi este eJemplo?_ P<:>rque, como el m tsmo scll.tl.l, esta telegrafista emprende un~ ta~ea stmtlar a la que. ,llevarfan :1 t .1b~ los microhistoriadores, es decLr, estos se basan tambten en una 111.1tt ria prima escasa y fragmentaria, en lo que se conserva (~os clocumcu tos) y no se resignan a ignoraria todo del mundo exter!or, de 1~1odo que' se ocupan de reconstruir aquello que gudo ocur_nr y la~ tnter pretaciones que le son más acordes. La alus10n _de Le~t se dettene cn ese punto y eso permite que la reflexi~n s~ apltque sm problemas 3, por ejemplo, El queso, en donde un ~tstonador-narrado_r recons~yc el mundo vivido, percibido y fantaseadc;> por Menocchto a parttr de esa documentación escasa y fragmentana con la qu e ~uent~. Ah~ra bien ni Levi cita la obra de Ginzburg ni completa la tdea tmpllctta . que 'hay en aquella novela (En la jaula). En realidad, el ejemplo de la telegrafista es ambtva~ente. Por un lado, es una jovencita inquieta, inteli~en_te, que no se restgna a su .c~t~· dición medíocre y que por tanto eJerctta su mente _con las yost~lh· dades que el mundo exterior le ofrece. Sin embargo, SI es tan mqtuet_a, en parte se debe a que cultiva su i~aginación _con novelas de. medto penique, novelas prestadas que descnben fant~s~osam~nte esa vtda ele· gante a la que ella aspira y «(qué n o productra - d1ce el narrador-
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la percepción embotada de una muchacha con un cierto tipo de alma ai ser estimulada?». Lo que produce es conocimiento aproximado- y parcial de ese mundo externo, un conocimiento en ocasiones sorprendentemente fiel; pero también produce fantasías que no se corresponden en absoluto con la realidad. De hecho, la conjetura más importante, a la que dedica mayor esfuerzo, es a la vez la más fracasacia, puesto que al final es desmentida por quien conocía la historia de primera mano. Es decir, la novela es una metáfora de la n ecesidad de saber, de la necesidad de conjeturar acerca dei mundo que ignoramos, pero también es una alusión a la dificultad, a la ambigüedad y a la escasez informativas que nos da nuestro punto de vista, puesto que la joven telegrafista, creyendo disfrutar con <, no sabía e inventaba parte ese mundo. Las últimas características descritas por Levi para la microhistoria (los indícios, lo particular y el contexto) aparecen condensadas en ';Jfl breve párrafo en donde los indícios, como forma de conocimiento, permiten averiguar las características de lo particular, insertándolo en el contexto dei que formaría parte. En realidad, en lo único que se extiende es en la cuestión referida al contexto. Respecto a los otros dos rasgos, no hay mayor desarrollo y hemos de suponer que son problemas resueltos a partir de su reflexión sobre el contexto. Tal vez que se extienda sobre este último asunto se deba a la importancia que los microhistoriadores le dan. De hecho, el propio Ginzburg también coincidía en subrayarla, puesto que sería lo único que identificada investigaciones muy diversas (las de los microhistoriadores) realizadas a partir de objetos muy variados. En Ginzburg resultaba sorprendente el relieve dado al contexto porque no lo había pensado como rasgo determinante de la corriente y sólo ai fin al lo incluía como atributo común. Además, tampoco explicaba el significado que para é! tenía ese término. En cambio, Levi trata de aclarado y de sistematizar sus usos. En general, por contexto podrían entenderse dos cosas. Por un lado, y de manera más convencional, el espacio próximo en el que sucede un hecho, espacio concebido como e1 sistema de significados al que pertenece. De acuerdo con esta acepción espacio-temporal, el contex~o puede leerse de dos maneras: de una forma funcionalista-determinista (lo particular queda explicado por lo general) o de una forma microhistórica (lo particular revela, ai reducir la escala, las incoherencias de lo general). Por otro, y en un sentido más heterodoxo, hallamos en Levi un concepto de contexto que podríamos decir que está pensado ad hominem, aunque sin explicitar ese nombre. En este caso, el contexto es un ejercicio de comparación y de vinculación de elementos individuales, alejados en el tiempo y en el espacio, a los que se pone en relación por sim ilitudes indirectas, por analogías. Esto es, son los parecidos de família en virtud de los cuales en un nieto o
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en un bisnieto hallamos rasgos de un abuelo ? de un b~s.abuelo. Es decir, éste es el modelo wittgeinsteiniano_ que Gmzbur~ _utiliza. El_p ropio Levi insiste sobre ello en l~ entrevtsta que Merzdrana pubh7aba en 1990: para Ginzburg, nos dlCe, conte~to alude a toda~ las sttuaciones culturalmente análogas en las que tiene lugar un fe~o~eno. En efecto, tal y como veíamos al habl~r de. El queso y de f!zs~ona nocturna, la operación de Ginzburg consistía en establ~cer fihac10nes extratemporales y extraespaciales pa!a mostrar las, comente~ culturales que subterrânea o explícitamente vmcula~an fenom~nos divers?s. . . El aspecto más curioso dei recorndo de Lev1 por la mtcrohistona es quizá que, después de haber enumer~do los_ diversos ras~os q~e la caracterizao, haya conseguido hacerlo sm al~dtr al texto ~as_ evtdente y esperado: El queso. De hecho, este olvtdo,_ q';le p~dna mterp~e tarse incluso en clave freudiana, resulta muy sxgmficativo y _permite releer las diferentes alusiones que hay en el texto a Carlo_Gm~burg: la primera, a su libro sobre_ Piero della Francesca, para eJe_mp~Ificar, entre otros casos, la reducciÓn de escala; la segunda, a Gzockt, pa!a ilustrar entre paréntesis una de las características del r;lato mtcrohistórico; la tercera, a «Indícios», porque allí se J?lanteana ,etyroblema de la descripción formal y científica de 1? p_artxcular; la ulttma, a < y aquella otra que const~tuyen los historiadores <
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precisa. Según aõade, por estético habría que entender a aquel his_to· riador que siente sobre todo «la pasión dei juego intelectual». Por con· tra, ético sería aquel investigador que sentiría sobre todo «la pasión moral». En todo caso, no deja de ser discutible tanto la inclusión de uno y otro en cada uno de los bandos como el sentido que le da a esas expresiones. Empezando por esto último, lo estético no alude ne· cesariamente ai juego intelectual, sino a la búsqueda de la belleza for· mal. Más aún, la verdad puede ser perseguida a través dei juego inte· lectual, en el sentido que Ginzburg y Prosperi hacían en Giocbi o en el sentid~ en el que lo emprende Sherlock Holmes. Por otra parte, tanto Levt como Ginzburg comparten explícitamente la pretensión de lograr una comunicación óptima de sus resultados, por lo que su re· lación con el lector no es irrelevante y la forma con la que aquéllos se transmiten cuida las técnicas de argumentación y la presentación dei material. Pero hay más, está la cuestión de la ética y de la pasión moral. ~Q!té pasión moral es ésa? Levi no lo aclara: se limita a poner como eJemplo de su ausencia la Historia Nocturna, donde sólo habría pasión por el funcionamiento de ciertas creencias, o Montaillou. Sea con:o fuere, sea cual sea e! sentido que pretenda darle a esa expresión, nadte puede negar que Carlo Ginzburg ha mostrado explicitamente su pasión moral, aungue ésta quizá no coincida con la de Levi. En suma, pues, hemos visto la dificultad insuperable que Levi tiene para sistematizar, clasificar y definir la corriente de la microhistoria. Más aún, por lo leído, se puede tener la impresión de que esos rasgos están entre los microhistoriadores, pero no sabemos si todos se repar· ten por igual ni tampoco cuál es la definición precisa que tendrían. In· cluso el propio Levi parece dudar de la «confianza» que merezca su exposición, confianza en el sentido de que aclare fielmente esas carac· terísticas de grupo. Por eso, se escuda y se excusa calificando su texto como un autorretrato en el que el observador se incluye en lo obser· vado y en el que no habría suficiente distancia para apreciar perfiles evidentes o no tan evidentes. Recordemos ahora que Ginzburg acababa su texto sobre la «Microhistoria: dos o tres cosas» aludiendo a esa misma idea, pero indicando que él no había sido capaz de llegar ai autorr:trato, porque_ ni siquiera el observador tendría una imagen fija que pudtera ser descnta establemente. Por eso, Ginzburg remitía a Levi. Pero también este último reenvía al lector a otro lugar. Si se quiere co· nocer «el intento más coherente» de interpretación sobre la microhisto· ria, concluía Levi, se ha de acudir a Jacques Revel. tQ!té cabe pensar de esta afirmación?
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En realidad, eso se explica convenientemente por el hecho de que es una práctica cuyas referencias teóricas son múltiples y heterogêneas. Ahora bien, podríamos aiiadir, las prácticas se definen, y es aquí donde está el problema. Como hemos visto, las incursiones de ambos por ese camino de las definiciones no han sido muy fructíferas y, de ai· gim modo, esa continua remisión a otro (Ginzburg a Levi y éste a Re· vel) puede interpretarse bien como fracaso o bien como una pos.ici6n de comodidad: nosotros practicamos la microhistoria y no podemos o no necesitamos teorizar sobre ella o sistematizar sus hallazgos, mos tramos pero no explicamos. Sea como fuere, no parece lógico que. a la postre, haya de ser un historiador francês quien tenga que definir la corriente. Lo paradójico de esta solución no es, sin embargo, la nacionalidad de Revel, sino su adscripción evidente a los Annales. Es decir, lo que parecía un producto netamente italiano, una renovación exp erimcn· tada fuera de París, acabará siendo presentado, definido y rcdifundi· do desde las instituciones galas. En principio, a juicio de Jacques Rc vel, e! interés de los historiadores franceses por la microhistorin :w haría evidente sólo a partir de la traducción <•, se extiende en pormenores diversos referidos a la microhis· toria, a su contextualización historiográfica y al ejemplo sobresalien lc que representa el libro de Levi. A lo largo de nueve ap artados, Revel muestra ai lector francês dicha corriente subrayando las diferenci:1s que tendría frente a los Annales, destacando asimismo el momento histórico en el que surge, esto es, el de las revisiones posteriores ai 68. En cualquier caso, este texto introductorio sería reformulado poco dcs puês para presentarlo al coloquio sobre «Anthropologie contempora i ne et anthropologie historique» que, patrocinado por el Ministcrc de la Recherche et la Technologie y organizado por la EHES, se cclcbró en Marsella en 1992. Una de las secciones dei seminario se dedic6 a la «Micro-histoire et micro-social» y los trabajos resultantes, una vez corregidos y depurados, se publicaron en forma de libro en 1996 bajo la dirección y presentación .dei propio Revel: ]eux d'tcbelles. La mir:manalyse à /'expérience. A ello hay que aõadir que la obra fue editada
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conjuntamente por Gallima_rd y Seuil, en la colección que comparten ·' bajo el rótulo de «H autes Etudes>>, Tomemos esta última versión, que repite muchos d e los argumentos esbozados en aquel prólogo, pero que es más completa y que, además, es posterior ai trabajo que Levi dedicara a la microhistoria. Esa contribución lleva por título «Micro-analyse et construction du social» y está dividida en ocho apartados en los cuales aborda las consecttencias teóricas de la perspectiva micro así como los desarrollos historiográficos que la han permitido o que son su resultado. En la primera parte, se destaca la paradoja en la que se hallan inmersos los microhistoriadores: mientras que, por un lado, la corriente es un lugar en el que se han desarrollado importantes debates epistemológicos, por otro, su trascendencia ha sido escasa, dada la falta de una infraestructura institucional y programática que le diera resonancia. A pesar de haber contado con la colección «Microstorie» y con la revista con la que comúnmente se les ha identificado (Q]taderni Storia), no hay un gran conocimiento de sus avances historiográficos o de sus hallazgos teóricos. Probablemente, concluye, el hecho de ser sobre todo una práctica histórica ha acentuado esa condición. El segundo ·. apartado lo dedica a la contextualización historiográfica en la que, a su juicio, cabe incluir a los microhistoriadores. Para ello, nos habla de la historia social en Francia, la historia de los Annales y sus relaciones con la sociología. En ese itinerario, la adopción de aproximaciones macrosociales ha sido una: característica dominante y los recursos técnicos empleados han facilitado la perspectiva cuantitativa y e1 intercambio interdisciplinario. En la tercera parte, Revel centra su reflexión en lo que constituye el elemento más característico de la microhistoria: el cambio de escala. Ahora bien, para él, como para Bernard Lepetit, otro de los autores incluídos en jeux, Ia adopción de una escala reducida es un síntoma de la crisis de confianza que habría aquejado a los historiadores sociales. En ese sentido, ese cambio de enfoqu e que predica la microhistoria no sería sino una expresión de un fenómeno más general. En el cuarto apartado, y para explicitar en qué consiste la escala micro, presenta «quelques-uns des rares textes programmatiques qui ont contribué à dessiner les contours et les ambicions du projet micro-historique». En ese sentido, la prehistoria de la corriente se remontaría a 1977, fecha en la que se publica un artículo de Edoardo Grendi titulado «Micro-analisi e storia sociale». A éste le seguiría otro de Ginzburg y Poni que, en francés, llevaba por título «La micro-histoire» y que no es otro que e[ que ya conocemos: «El nombre y el cómo». En ese ano, en 1979, detiene la prospección cronológica y las ventajas de ese nuevo enfoque las ilustra con algunos ejemplos, entre ellos el de La herencia inmaterial de Giovanni Levi. En el siguiente pun-
, to Revel conecta la renovación emprendida por los microhistoriado:_ re~ con la historia social más reciente, es decir, de lo que se trata es \ de establecer la posible relación entre el camb.io de escala y el. estudio de entidades sociales tales como las comumdades, las profeswnes, las clases, etcétera. Y {cuál ha sido el resultado?, se pregunta. La adopción de una perspectiva microhistórica, influenciada además por la óp· tica antropológica, ha supuesto replantear ~as categorias generales ~el análisis social al confrontarias con el espac10 local y reformular la m· vestigación histórica en términos de proceso. _En ese sentido, el pes.o de la o bra de Thompson se haría bastante e':tdente: L~ ~onsecuencta de todo ello es sobre todo privilegiar el estudw dei mdlVlduo, sus formas de agregación, los lenguajes de los que se sirve y que comparte, así como las identidades sociales a las que pertenece. En general, pues, estos cambios han conducido a diversas redefiniciones de la investigación histórica, como por eje.mplo los que ti~nen :Iue ver con los sistemas clasificatorios, las nocwnes de estrategta soctal o de contex· to y, finalmente, las escalas d e observación. En el sexto apartado, Jacques Revel reconduce estos h~llazgos a un objeto histórico tradicional~ente asentado sob.re categonas generales y sobre escalas de observacton macro; en particular, se refiere al Estado moderno en Europa, entre los siglos XV y XIX. En realidad, este apartado reemplaza ahora, en 1996, las páginas que en 1989 habí~ dedicado allibro de Levi y ai problema del poder. Una vez que ha eJemplificado con un caso concreto el significado y el alcance de esta nueva apuesta analítica, dedica el siguiente punto a subrayar uno de los problemas con el que se enfrent~~ tanto los microhistoriadores com? sus críticos: el de la representatlVldad y, por tanto, el de la gen~~ah zación de sus resultados. Sin embargo, Revel no aporta una vtstón propia sobre este asunto, sino que remite ai texto ya _citado d~ Grendi, ai paradigma indiciaria de Ginzburg y ~ _La b_erencta de Levt, y no sólo porque planteen teóricamente la cuest10n! smo porque la ~es.u el ven en la práctica. Finalmente, Y, para concl~u su .ensayo, el ultuno rasgo que aprecia en la renovacwn de estos mvesttgadores es el que hace referencia a las técnicas narrativas. En concreto, según afirma, los microhistoriadores se plantearían explícitamente los pro~e.di~ien tos de la exposición, del relato y, en fin, las formas de escr~b1r historia, algo especialmente visible en algunas obras de Carlo Gmzburg Y en la ya citada de Giovanni Levi. En lo esencial este texto de Revel desarrolla, pues, los argumentos que presentar~ en 1989 que, no. de?emos olvidar, son a l?s q~e nos remite Levi. En efecto, en «L'htstotre au ras du sol», el lustonador francés sintetizaba mejor los rasgos de la microhistoria. A su juicio, había tres que podrían con~ide:arse C?J?O los más signifi~~tivos. El primero de ellos era la consctencta exphctta de la construcc10n dei
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objeto, esto es, los microhistoriadores no tomarían la realidad como si de un objeto dado se tratara, sino que, por el contrario, se la veJ'Ía como resultado de la elaboración dei observador, a partir de sus ins· trumentos cognoscitivos. El segundo rasgo distintivo, derivado dei an· terior, sería el de la dimensión experimental dei trabajo microhistóri· co, en el sentido de que obliga al historiador a tomar consciencia de las condiciones de observación. Finalmente, el último aspecto que destaca es nuevamente la atención expresa que los microhistoriadores prestarían a las formas argumentativas, a los modos de enunciación, a las maneras de citar y, a la postre, a las metáforas que emplean cuan· do escriben. Así pues, construcción, observación y argumentación serían los tres ingredientes característicos de esta práctica o, mejor dicho, la consciencia de esos tres procesos. El libro de Levi sería, a juicio de Revel, un ejemplo extraordinario de esa conjunción, hasta el punto de ser la complejidad su guía de lectura. D e hecho, según concluye, el libro de Levi podría ampararse bajo una máxima para· dójica: <>, es decir, como aclara inmediatamente, la tarea dei observador no es la de leer la realidad que estudia con unos instrumentos que la simplifiquen, sino q ue se trata de enriqueceria introduciendo en el análisis el mayor número de variables. Así pues, {qué es lo que Revel aporta a una definición, en palabras de Levi, «más coherente» de la microhistoria? En principio, como hemos visto, la mayor parte de los rasgos que da y de los argumen· tos que desarrolla coinciden, con mayor o menor exactitud, con los que enumera Giovanni Levi. Es más, aquello que podemos tomar como justificaciones o racionalizaciones de Levi o de Ginzburg están en el ensayo de Revel y éste las presenta como razonables, explicati· vas o informativas. Una muestra de eso mismo - y no es la únicala tenemos en el ejemplo de los textos programáticos o teóricos de la microhistoria: Revel conviene con Levi en que si hay una falta evi· dente de esos textos se debe principalmente ai carácter empírico dei trabajo microhistórico, a su condición de práctica, en palabras dei se· gundo. Más aún, ilustraciones o metáforas que una vez fueron afor· tunadas, que una vez fueron hallazgos más o menos atinados para la descripción de la microhistoria, se reiterao cansina y previsiblemente. Un solo ejemplo bastará: la cita de En la jaula, de Henry ]ames. No sólo es que Levi la repita en alguna o algunas de las entrevistas que ha concedido, es que Revel la emplea como ilustración de lo que ya es obvio, aceptando sin mayor problema el mismo sentido metafóri· co que Levi Je había dado y que, como vimos, es más que discutible por incompleto. Por tanto, si hay reiteraciones así, si hay repeticiones de rasgos, ejemplos y argumentos, cabe preguntarse qué aperta ahora Revel que no haya sido dicho ya; cabe preguntarse, si es que las hay,
cuáles son las diferencias más notables que pueda haber entre su en· sayo y el de Levi. Pues bien, al margen de alguna cuestión de deta· lle las diferencias evidentes son tres. 'La primera es la reiación contextual explícita que ha~a entre Annales y la microhistoria. En ef~cto, .Rev~l otorga a la comente francc· sa un ascendiente sobre la mtcrohtsto~ta mayor del que hasta ahora se le había reconocido, ai menos en la letra explícita de .Le.vi. Aho r.1 bien, los párrafos que Revel ~e d~dica. sól? tienen por O~Jettvo cxpn: so la identificación dei cambto lustonografico que llevana de la pct' pectiva macro a la ~icro, sin extenderse, por ejemplo. en los ~~~.l.t'll' los historiográficos o mcluso personales que se dan e~~e lo~ a~n.1ltst." y los microhistoriadores. s~ sabe, y esto .es de domm!O publico, que tanto Ginzburg como Lev1 han mantemdo ~s tr~chos contactos con esta escueia francesa, que algunos de sus pnnctpales referentes hnn sido y siguen siendo investi~adores ~om? Marc Bloch, qt~c :~ lgun~~ de sus maestros italianos (Deho Cantrmon o Franco Ventun) hnn t.lc\ tacado precisamente por sus vínculos annalistas, aunquc hnynn . stdo críticos con la corriente, y que algunos de sus colegas más nt~rcu.•tlm son precisamente historiadores como Le G<;>f~, .R: vel, C htll'ltct, 1' 11 ~ tera. T ambién es sabido que algunas de .las .tmc~attvas ':':ls d~st.u .11!.1~ de la historiografia italiana, como la S~or~a dt !t~lta (~e Etnnudt~ u Otttt derni storici, nacieron bajo la influencia 1mphc1ta e t~cluso hiiJn !.1 lll vocación expresa de esa adhesión. Finalm~nte, con~1enc rccord.u q~u· el propio Ginzburg, junto con Carlo Pom, ya habta hecho mctlltUII deliberada de esa conexión en <
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vel, y éste es el elemento más llamativo y nuevo, es la dei papel que el historiador francês otorga a Edoardo Grendi en la configuración de lo que él mismo llama el programa de la microhistoria, un papel que, para mayor paradoja, se sabe y se conoce sobre todo por lo dicho por el propio Levi. Veámoslo. En la presentación dei volumen jeux d'échelles ya advertía Revel que esta corriente albergaba prácticas muy diferentes y para corroborado remitía a un artículo de Edoardo Grendi, artículo que se recogia en ese mismo volumen: «l'article d'E. Grendi que nous avons choisi d'ajouter à ce dossier a, entre autres, le mérite de rendre compte de cette diversité et des clivages qui ont pu séparer les différentes pratiques de la micro·histoire». (~é artículo era éste? El ensayo de Grendi, «Repenser la micro-histoire?», se aiiadía efectivamente como texto de cierre a los trabajos dei seminario francês, es decir, era una contribución ajena ai coloquio. En realidad, había sido publicada en 1994 en alemán en un libro coordinado por Hans Medick y dedicado a la microhistoria. lnmediatamente apareció en italiano en el número 86 de Quaderni Storici, donde también se reproducían los otios textos que le acompafiaban en la versión alemana: «Microstoria: due o tre cose che so di lei», de Carla Ginzburg, y «Microanalisi e costruzione dei sociale••, de Jacques Revel. Esto es una prueba más de que, dada la escasez de textos programáticos o teóricos sobre la corriente, los pocos que existen circulan profusamente en recopilaciones diferentes y, por tanto, con instrucciones de lectura distintas.
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nombre y el cómo», lo ••excepcional normal>• alude, en primer lugar, a objetos de investigación extrafios que violentan las expectativas y que permiten describir lo normal desde su reverso; en segundo lugar, alude también a aquella documentación más improbable que a la vez es potencialmente más rica o informativamente más reveladora. tPor quê hay esa coincidencia en todos ellos a la hora de subrayar la eficacia, la elegancia y la ocurrencia de esta fórmula retórica que, como apostillaba Ginzburg, se ha hecho famosa? Todo parece indicar que, o por objeto o por documento o por ambas cosas a la vez, lo ••excepcional normal» se acomoda bien ai tipo de investigación, de caso o de fuente que abordan. Es decir, Menocchio y e! exorcista que protagoniza La herencia inmaterial, Giovan Battista Chiesa, les sirven a sus mentores para, partiendo de hechos y de indivíduos extraiios, mostrar las sociedades que los acogen o los excluyen y Ias ideas o las prácticas que comparten o rechazan. De este modo, se puede entender perfectamente por qué Ginzburg insistia en El queso en que «de la cultura de su época y de su propia clase nadie escapa, sino para entrar en el delírio" y en la falta de comunicación». Estas personajes no son, sin más, delirantes; son, eso sí, excepcionales, aunque a su través se expresa la normalidad de su época. Además, lo <
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además de recoger los distintos usos que uno y otro han hecho de Grendi, sí que lo sitúa como referente central poniéndolo como ejemplo de la diversidad de las prácticas microhistóricas. Tal vez por eso, el subtítulo de jeux introduce deliberadamente la expresión «micro· analyse», deudora de aquél. Veamos, pues, si en efecto hay que conceder a Grendi algún peso en esta reflexión historiográfica y, por tan· to, en la definición de dicho programa. 4. Aportemos algún dato biográfico que ayude a entender el papel que cabe atribuirle. Edoardo Grendi es un historiador modernista ita· liano con una larga trayectoria profesiona!, una trayectoria en la que aquello que más sorprende es la diversidad de sus trabajos y la función de agitador cultural que ha desempenado en el media académi· co. Así, es autor de estudios sobre el movimiento obrero inglés, la so· ciedad victoriana y, especialmente, sobre la Liguria de los siglos XVI y XVII. Esto último es lógico dado que h a estado ligado p rofesionalmente como docente a la Universidad de Gênova. En cambio, su an· tigua preocupación sobre la Gran Bretaõa hay que ponerla en relación con sus estancias en aquel país, en la London School of Economics. Eso explicaría también que haya ejercido como introductor en Italia de figuras procedentes de la cultura anglosajona y, en especial, de la antropología y de la historiografia inglesas, desde Karl Polanyi a Ed· ward Palmer Thompson. A todo ello habría que aõadir su activa par· ticipación en debates historiográficos muy variados, algunos de los cuales él mismo ha promovido o provocado. Estas controversias esta· ban referidas, por ejemplo, a la relación entre la didáctica y la investi· gación histórica o dedicadas a discutir sobre el análisis de la burgue· sía emprendido por la escuela annalista (Ernest Labrousse y Adeline Daumard). Éstos son sólo algunos p ocos datas de un itinerario académico muy amplio, con unos registros muy variados y en donde parece difiei! hallar un hilo conductor que haga coherente esa trayectoria. Aho· ra bien, no nos interesa aquí desvelar su biografia intelectual, sino eva· luar ese papel que se le atribuye en la difusión de la perspectiva micro en la historiografia italiana. Y para ello nada m ejor que acudir a ese texto de Grendi que Revel incluye en jeux y que aco mpaõa al de Ginzburg y otra vez al de! propio Revel en sus versiones alemana e italiana. Es éste un texto en el que el historiador genovés parece res· ponder finalmente a aquella demanda que el autor de El queso incluía en la última nota de su ensayo «Microstoria: due o tre cose••. El tí· tulo del artícul o de Grendi es, como los de sus vecinos, ambíguo («Ri· pensare la microstoria?») y, como los otros, es fruto dei encargo de H ans Medick para el volumen alemán que ya hemos citado. Un ele· mento significativo es, ya de entrada, el contraste que hay entre ese
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mismo título (microstoria) y los usos dei p refijo micro que encontra· mos en el texto. En realidad, Grendi emplea casi siempre la expresi6n microanalisi y, en muy pocas ocasiones, la dei epígrafe que encabc.:r.n su ensayo. Este dato podemos tomado como indicio que confirma it.l que el propio Ginzburg seõalaba ai respecto de Grendi y de la difu· sión de las etiquetas que designaban esta corriente. De hecho, si Nl' repasa la producción anterior d e este· último historiador se ohsc1 v.1 cómo, efectivamente, siempre utiliza ese término. es decir, pnrcl'l' r 111 pecinarse en una voz que no habría tenido el éxi to que su .1lt c1u.tll va sí que había logrado. C:Es sólo una cuestión de nombres? Según palabras de Grendi, la propuesta historiográfi ca clcl 111Ít tu análisis tiene un carácter colectivo, pero n o en el sentido de l.t t.u mogeneidad, sino en el de su contrario. Por tanto, desde el print'ipiu, no existiría ni una consciencia de escuela ni, menos aún, una ctiq\H't.l única que a todos englobara. Además, tampoco habría textos luml.t dores, ya fueran éstos de índole teórica o se tratara de invcs ti~.l l io11n ejemplares. El microanálisis sería así sólo una forma de c nt c ncl l'l In historia como práctica, con una gran consciencia teóricn y t:o ll l.t l11h queda de resultados analíticos, como una forma de hcterodoxi.t r 11 1111 país y en un media académico marcados por ideologismos c ldt·.tN p11 concebidas, en un país y en un medio académico propen so~ ,, lu qut• Grendi llama la historia-síntesis. C:A qué se refiere con tal dcsÍ!\11111 u'111 i Este asunto es tema antiguo y recurrente en su obra de conii OVI'I\111 y aparece abordado explicitamente en un artículo sobre la did.\t 111 .1 de la historia, aparecido en 1979 en Quaderni storici, y quc di o 111 Í)\1'11 a un extensa y célebre polémica. Lo que alH deploraba eran l.t\ ll' llt dumbres infundadas, las evidencias dei sentido comtm, que l.t lu ~ l u ria habría asumido tradicionalmente y, en particular, la nodbtl de· Jl' rarquía normativa y los usos teleológicos que se le asociaban . No pot mera coincidencia, pues, ese artículo se titulaba «Del senso co munc storiografico» y centraba sus críticas en su expresión máxima: c\ 111.1 nual, es decir, el libro de texto que ordenaba coherentementc tlll iti nerario colectivo de aquellos hechos o procesos históricos que ~ó l u cobrarían significado desde un presente racionalizador y unitnrio. Sn bre parecidos argumentos se extendería poco tiempo después, cn 191{ I , en «Paradossi della storia contemporanea». Por tanto, el microanálisis era para él una forma de ser m ~s cxi gente con la investigación, de explorar objetos no (o mal) tratados p o 1 la historiografía italiana. Con ello se evitarían esquemas interprctoti· vos previas o modelos teóricos tomados normativamente. Edoardo Grendi contextualiza el origen de esa propuesta en los anos 70 y ccn tra su principal demanda en la reducción de la escala de observación. Ese cambio de perspectiva permitirá ai historiador operar de modo ex· perimental, porque el nuevo tratamiento dei objeto le obligará a re·
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pensa~ también sus procedimientos categoriales. Según indicaba, la historiografia del momento había abusado de determinados conceptos hasta el punto de cosificarlos, hasta el punto de convertirlos en datos evidentes. Eran éstos, entre otros, los de Estado, família, mercado y estratificación social, conceptos que solían emplearse descontextualizados y. pensados en términos de modelo. En cambio, la propuesta de Grendi suponía utilizar esas categorías desdé otra perspectiva, una que permitiera traducirlas al terreno de las relaciones interpersonales, lo cual obligaba, como es lógico, a reducir la escala de observación. De hecho, en un temprano texto de 1977, en ese texto que citaba Revel y que llevaba por título «Micro-analisi e storia sociale», proponía ya algo muy similar: el estudio microanalítico de aquellas formas de agregación social y política más reducidas y en las que se aprecian y se ven inmediatamente las interacciones y la dinâmica de los comportamientos sociales, formas que, como la aldea, la ciudad, el barrio, la profesión, etcétera, permiten las reconstrucciones prosopográficas. A juicio de Grendi, este tipo de análisis no es, en principio, muy diferente dei que ·habrían practicado los antropólogos sociales, al menos en la tradición anglosajona. De hecho, el propio Giovanni Levi le reconocía como uno de los maestros de su generación porque les había mostrado las ventajas cognoscitivas de esa disciplina, porque les había sugerido la relación estrecha que podría establecerse entre historia y etnología. En efecto, sus diferentes trabajos remiten continuamente a una serie de autores que no son propiamente historiadores y que, en su caso, le han servido para ir definiendo la forma de análisis de sus objetos. El peso dado a cada uno de ellos ha ido variando con el tiempo, incorporando a unos y relegando a otros de acuerdo con los temas o con los cambias de orientación. A la altura de 1993, en su libra Il Cervo e la repubblica, y haciendo balance de cuáles habían sido los estímulos teóricos tempranos dei microanálisis histórico, enumeraba los siguientes: el network ana{ysis, Karl Polanyi, Norbert Elias y Fredrik Barth, a todo lo cual afiadía un etcétera sin ninguna nota que lo especificara. De este conjunto de autores, aquel que mayor relevancia ha tenido en su trayectoria intelectual ha sido Karl Polanyi. A este respecto hay que recordar que ya en 1972, en su antología sobre L 'antropologitz economica, el referente central que le sirve para organizar el sustantivismo es Polanyi. En aquel caso se trataba de distanciarse de la imagen tópica del homo oeconomicus y, por tanto, de presentar un análisis de la acción social en el que la economía es un dato incorporado a la sociedad. Así, en 1976, Edoardo Grendi resefiaba en las páginas de la Rivista Storica Italiana la traducción dei volumen más conocido de Polanyi, The Great Transfonnation (1944). Se trataba de una larga recensión en la que, por primera vez, el historiador italiano
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abordaba con cierta extensión las ideas de este escritor de origen húngaro y, en particular, las que hacían referencia a los orígenes de la economía de mercado. En ese caso, Grendi ahondaba en la historicidad de este sistema y mostraba con Polanyi que la idea misma de mercado autorregulado era una utopía de la modernidad y, como tal, ambivalente. Esta es, se había constituido.como un horizonte normativo seguido con grandes costes. Lo interesante de la resefia, al margen de sus contenidos, era que ponía de relieve el retraso con el que Polanyi había llegado a Italia y, más aún, la excepcionalidad de esa traducción y de su mercado. Como apostillaba, la lectura de ese libro italiano estaba condenada a ser durante un tiempo una experiencia iniciática, privada, personal, rara, puesto que no respondía a las expectativas editoriales y culturales del país. Por tanto, esa excepcionalidad y su difusión acababan siendo obra del propio Grendi. Aiíos después, en 1978, este historiador retoma ese argumento y publica un volumen dedicado íntegramente a Polanyi. Dall'antropologia economica alfa microanalisi storica. Además, lo hace en una colección que recoge clásicos de la economía (Petty, Jevons, Keynes, etcétera} con la consciencia explícita de la condiciór. herética de aquél. El volumen era un análisis de sus escritos, un estudio del institucionalismo económico, una exégesis dei sustantivismo, pera sobre todo era una presentación de Polanyi como referente dei microanálisis histórico, como una herramienta teórico·conceptual muy adecuada para los historiadores, elemento que no había aparecido en la reseõa de 1976. De todos modos, si Polanyi era central para Grendi se debía a dos razones. La primera, a la idea ya anticipada de la economía incorporada en la sociedad, es decir, a la imposibilidad de separar en el pasado la esfera económica de las relaciones sociales de las que dependía. Su gran libra, La gran transformaci6n, ese libra que despertó la admiración de Levi, de Grendi y de otros historiadores en los anos 60 y 70, se dedicaba precisamente a mostrar en qué había consistido la ruptura de la modernidad: eJ liberalismo había definido una esfera económica separada de la sociedad y, por tanto, de las interferencias seculares que la habían caracterizado. La segunda razón de la centralidad de Polanyi radicaba en los conceptos clave de los que se sirvió para estudiar el mercado: reciprocidad, redistribución e intercambio. Esas categorías le permitían distinguir momentos históricos diferentes a la hora de analizar la transferencia de bienes económicos y la lógica implícita en la que cada uno de ellos se apoyaba. Así, podía apreciarse el distinto papel desempenado por la economía familiar, por la comunidad o el Estado y por los indivíduos como agentes económicos soberanos. Así pues, citando a Raymond Firth, otro de los grandes autores de la tradición antropológica que Grendi había antologado, el historia·
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dor italiano nos dice con toda claridad lo que le interesa de la c,ontribución de los antropólogos: es principalmente una investigación social hecha con un detallado trabajo de campo, hecha con una observación analítica profunda y, de alguna forma, esa investigación puede ser definida como microsociológica. Como puede observarse, Grendi pone en relación la economia, la antropologia y la sociologia, dándose una gran libertad exegética, rompiendo límites disciplinarias y subrayando la mirada analítica micro. En efecto, el trabajo de campo no seda en este caso una práctica exclusiva de la antropologia, sino que, más en general, podría entenderse como un recurso de las ciencias sociales para abordar determinados objetos de investigación. Ahora bien, el empirismo dei trabajo de campo y el detallismo de la perspectiva micro se refuerzan con una componente teórica, con unas tradiciones conceptuales que se habrían elaborado ai estudiar la unidad doméstica, la comunidad o el mercado. Por tanto, investigación empírica y consciencia teórica, como diría Grendi aõos después, son los componentes de su propuesta. AI lado de Polanyi, Grendi subraya también la relevancia que para él tiene la obra de Barth. Este autor también había sido incluído en el citado volumen que dedicara a la antropologia. La importancia de este etnólogo está en haber repensado ai actor social como empresario. Ahora bien, no para fundamentar un concepto de racionalidad absoluta, sino para apreciar cuáles son las estrategias que adoptan los indivíduos, cuáles son las relaciones que se dan entre los grupos y, en fin, cuál es la intervención dei Estado y de la esfera política a la hora de manipular y controlar las redes sociales y la comunicación que se da dentro de ellas. En la versión schumpeteriana, el empresario innova y cambia las rutinas desviándose dei contexto tradicional y normativo dei que partió. El empresario de Barth parte de ese contexto manipulando sus recursos, justamente por estar en el centro de un proceso de transacciones entre el individuo y su ambiente. De este modo, obtendrá bienes económicos, pero también poder, status y prestigio de acuerdo con una lógica diferente de la dei provecho económico, en la medida en que las jerarquías sociales intervienen en la adquisición de esos bienes. En fin, el empresario de Barth es un manipulador que se sabe en el seno de una interacción social, que se sabe aculturado e interdependiente. Es decir, se trata de un homo oeconomictts muy alejado dei modelo clásico o neoclásico, o dei modelo formalista de la antropologia. En ese mismo sentido puede entenderse la alusión que Grendi hace ai network analysis en n Cervo. En la nota bibliográfica que acompaõa a esta referencia, el historiador italiano cita a Jeremy Boissevain. Este autor concibe también a los indivíduos como empresarios y ai igual que Barth los piensa como manipuladores, esto es, como bro-
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kers, mediadores situados en los puntos de intersección de un sistemn de relaciones. Esos actores sociales ocupan canales de comunicación, trasmiten información y traducen mensajes culturales que se dan entre esferas sociales diversas. Esos indivíduos, aõade Boissevain, lam poco estarían dotados de una racionalidad absoluta en el sentido de: que puedan hacer valer únicamente !!1 provecho económico. Por cl contrario, debe~ atenerse ai contexto cultural en el que se inscrt.lll y a las redes soctales a las que pertenecen, redes de las que obtienc:n ventaja o apoyo para sus iniciativas. Uno de los modelos posiblc:s dc:l networ_k a!l~sis consistiría, pues, en tomar por objeto de invcstigac.:ión a un tndtvtduo como centro de una red de relaciones que clcbcdn sc1 reconstruída y que obliga a partir de una perspectiva micro. No t:S ex· traõo que Grendi acabe citando en la misma nota a Barth y a Bois· sevain, dos autores que, con sus diferencias, le ofrecen un cjemplo de: cómo analizar los actos de los indivíduos cuando se quiere rcconslrui1 la totalidad social o aquellos agregados en los que se intcgrnn. <1\s esta opción individualismo metodológico? La posición ele Grc11di pu• rece haber variado con el tiempo y de h echo leyendo sus esc1ito~ IH 1 queda claro hasta qué punto rechaza abiertamente todas l r~s in1plic ,, ciones teórico-m etodológicas de esta corriente. En el fond o lo ~111r ,, él parece interesarle no es tanto la opción en sí misma cu tlnt o 11hw dar el estudio de los i!1dividuos en su contexto y, por tanto, .111.diz.u las restricciones que coartan sus elecciones. De todos modos, si nos remontamos atrás en el tiempo y rcp.l\.1 mos su producción, lo que llama la atención de aquella breve list.l c11 la que enumeraba sus referentes teóricos son otras dos cosas que, .1dc más, están en estrecha relación con esto último. Por un lado, la p1c sencia de Norbert Elias; por otro, la ausencia de E. P. Thompson. En el primer caso, n os hallamos ante un autor muy apreciado por la his toriografia modernista sobre el que Grendi ya se hab!a manifestado con anterioridad, en 1982, y que ha dejado huella implícita en sus intervenciones teóricas o polémicas más conocidas. Así pues, que recurra finalmente y de manera expresa a este sociólogo alemán puedc deberse a esa distancia creciente que el propio Grendi va marcando con respecto ai individualismo metodológico, distancia que cabe atribuir a la insatisfacción que le provoca la concepción dei homo clausus. Es decir, Elias aborda las relaciones sociales sirviéndose de un legado írc.:u· diano, estudia las restricciones a las que se someten los individuas y observa los resultados de aquellos procesos históricos que configuran la sociedad moderna, que van más aliá de una perspectiva intencio· nal. Justamente por ·eso es por lo que Elias tiene una presencia explícita en ese conjunto de estímulos teóricos dei microanálisis a la manera de Grendi. En el segundo caso, por el contrario, se trata de un historiador anglosajón especialmente valorado por el investigador ita-
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liano, tanto porque había compartido un mismo objeto de invest~a ción (la clase obrera inglesa) cuanto porque es el propio Grendi qtüen difunde y prologa la obra de Thompson aparecida en la colección ((Microstorie». The Making of the English Working Class fue traducida al italiano en 1968 y, a juicio de Grendi, su temprano éx.ito ~n aquel pais se debió a dos razones. La primera, ai desarrollo de la historia social, ligada a la renovación historiográfica de los anos 60; la segunda, al despliegue de las reivindicaciones culturales de ciertos sujetos históricos que son contemporáneas ai 68. En alguna m edida, esa difusión de Thompson en ltalia estuvo auspiciada por el propio Grendi y cuando en 1981 haga balance de las ventajas y de las insuficiencias de la obra dei his· toriador inglés, subrayará principalmente tres elementos a su favor. El prirnero de ellos es la ((anglicità>> de Thompson, esto es, esa tradición cultural en la que se reconocen los británicos y que no es otra que la dei empirismo, una tradición originariamente nominalista, baco· niana después, destructora de universales y apegada· a lo concreto. El segundo es el peso dado a la human agency, una acción humana con· textualizada y definida a partir de sus límites, con el fin de empren· der un análisis circunstanciado de los comportamientos y de las de· cisiones de los indivíduos. Finalmente, Thompson le permitiría a Grendi destacar el proceso histórico dei capitalismo, es decir, cómo los indivíduos y las clases se han ido formando adaptándose a los cambias contemporáneos. Sin embargo, también le reprocha su esca· so apego por las ciencias sociales, la poca profundidad y el impresio· nismo de sus categorías, así como el parco relieve dado a la esfera ex· tra.intencional. Muchos anos después, en 1994, volverá sobre este autor con motivo de su faJlecimiento y con el fin de valorar su obra. En ese momento, el juicio crítico de Grendi es aún más elogioso, hasta el punto de considerado un héroe de nuestro tiempo, subrayando las influencias historiográ.ficas que habría ejercido entre sus contemporá· neos. La valoración de Thompson, sefiala Grendi ahora, sería ambivalente, pues por un lado su obra, intuitiva y empát.ica, se ha escrito como un gran fresco dickensiano, lo que ha dado vida y emotividad a los caracteres y a las acciones que relata. Pero, por otro, su legado ha sido memorable por haber subrayado en el discurso histórico y en las ciencias sociales problemas tales como la cultura y la subjetividad, a pesar de la hostilidad que siempre rnantuvo hacia el ((academic lan· guage game». En definitiva, al tomar dos autores tan distintos y concebidos como referentes dei microanálisis, lo que Edoardo Grendi hace es con· ceder nuevamente un papel central a los indivíduos y a los grupos de los que formao parte, pero para inmediatamente limitar su acción al subrayar el peso dei contexto, de los recursos culturales y de las coer·
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ciones sociales. En este sentido, lo que hay que recordar de la pro· puesta de Grendi es la voluntad de acercamiento a las otras discipli· nas sociales o, como él apostilla en Il Cervo, la necesidad que tendría el historiador de aculturarse en la teoría. Ahora bien, los referentes enumerados, los estímulos teóricos a los que alude, se presentan como recursos generales dei microaná.lisis histórico, como elementos comu· nes de una opción colectiva, cuando en realidad reflejan sólo sus pre· fe rencias. Por tanto, adoptar esta perspectiva m icroanalítica no tiene por qué fundarse por necesidad en este o en aquel otro autor. Justa· mente por eso, antes que la lista propuesta, resulta mucho más reve· lador el etcétera que la completa, indicio probable de que la desper· sonalización de esos referentes, la generalización de los mismos, no puede trasladarse a otros historiadores. En efecto, como admitirá fi. nalmente en <(Ripensare>>, la heterogeneidad de la perspectiva micro es un dato de partida y a la vez constituye la historia particular de esta opción. Más aún, algunas de sus páginas las dedicará precisamente a marcar las diferencias con respecto a Carlo Ginzburg. Desde esta perspectiva, y volviendo a lo que manifiesta en «Ri· pensare>>, Grendi reitera que lo más destacado de la mirada micro· analítica está en el relieve dado a las relaciones sociales y en la vo· luntad de partir dei nombre propio para la reconstrucción de lo vivido, · todo ello en e! horizonte de una historia desde abajo. El pri· mer elemento ya habría sido destacado por la local history inglesa, una corriente que incluso había barajado el término micro-history para fi. nalmeote descartaria por su aversión a las categorias, a las etiquetas. El segundo elemento seria e! más novedoso, y lo subraya citando pre· cisamente «EI nombre y el cómo>>, el conocido texto de Ginzburg y Poni. A partir de esa alusión, Grendi distingue dos formas diferentes del procedirniento microanalítico. Una de tipo histórico-cultural que ejemplifica inmediatamente en El queso. En este trabajo, Ginzburg se plantearía un problema historiográfico concreto (lo alto y lo bajo) para poder ilustrar así la cultura de una determinada época y no la de un grupo social particular. Frente a esta opción, la que Grendi defiende es la que pone el acento en lo <(social», es decir, aquella que recons· truye las redes de relaciones y que subraya las elecciones y las estra· tegias individuales o colectivas (a la manera de los antropólogos so· ciales, como ya hemos visto). En ese sentido, pues, Menocchio y su mundo, es decir, las personas con las que se relaciona en su entorno más cercano, podrían reconstruirse de dos maneras. O bien ai modo de El queso, subrayando la condición excepcional dei molinero, o bien, como defiende Grendi, estudiando la red de relaciones personales que es la que nos ha de permitir analizar esa trayectoria individual. Des· de esta segunda óptica, la elección de ejemplos excepcionales al modo de Ginzburg corre el riesgo de reducir el ámbito de conocimiento
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de lo histórico, precisamente porque parece descartar al individ,uo corriente. No obstante, el mayor éxito h a correspondido ai modelo cultural, algo que él atribuye a la notable influencia que la antropología cultural (simbólica e interpretativa) ha tenido en la historiografia reciente. Eso no significa, ai menos desde su punto de vista, que la antropologia social no haya tenido desarrollos diversos y fructíferos. De hecho, por ejemplo, Grendi repite su idea de que el sustantivismo económico de Karl Polanyi fue, en principio, un referente capital de! pro· yecto microanalítico, aunque, a su juicio, y a excepción dei libra de Levi, no haya tenido una aplicación sistemática en el terreno de la investigación histórica. Así pues, no ha de extraiiar que en los últimos afias los conceptos clave hayan cambiado y se haya pasado dei hinomio producción/intercambio al de lenguaje/representación. En el caso italiano, Grendi considera que la inspiración micro· analítica habría fructificado especialmente en la historia política y en el debate sobre la formación dei Estado. En este sentido, la influen· cia antropológica se apreciada en su vertiente comunitaria ai hablar de clientelas y mediadores, así como de las culturas coherentes o con· tradictorias que h abría entre lo local y lo general. Así, el concepto de prácticas sociales sería fundamen tal, porque alude a términos como comunicación, cultura o colectividad, aunque al fmal remita nuevamente a las relaciones. Es por eso por lo que en las fuentes judiciales y policiales puede hallarse no sólo a un individuo excepcional, sino también huellas y esquemas de prácticas colectivas que tienen a su vez una extraordinaria relevancia simbólica. To do ello nos ohliga a tomar e! pasado no como algo evidente, sin o a concebir la historia como una percepción de la alteridad de la experiencia pasada, a tomar el pasado como «un país extrafio». En este contexto, Grendi retoma el oxímoron ••excepcional normal>> que lo ha hecho célebre y que él había utilizado en ese artículo de 1977 aparecido en Q;taderni Storici. En aquel texto y en el que ahora nos ocupa, la fórmula retórica le sirve sólo para caracterizar cierto tipo de documentos: aquellos cuyo testimonio, a pesar de ser excepcional o justamente por eso, refleja una normalidad en negativo o una normalidad que es tan evidente que suele pasar desapercibida. Por eso mismo muestra su sorpresa por la sobrevaloración que se le h a dado al citado oxímoron. Aunque Grendi no explica el porqué, lo cierto es que su juicio sobre los usos de ese tropa denota una incomodidad evidente que podemos atribuir a dos razones. En primer lugar, ai hecho de que sólo se le cite internacionalmente como autor de esa fórmula retórica, probablemente difundida por la vía de Ginzburg y Poni. En segundo término, a que los usos d e lo «excepcional normal>> no correspondan, como hemos visto, a lo que él estableció
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en su artículo de 1977, donde la alusión es meramente margina l y se refiere sólo a cierto tipo de documentos. El resto de su reflexión, la que se contiene en el ensayo ele 1994, refleja por ese y por otros motivos e! malestar que Grendi parece le ner frente a los desarrollos de la microhistoria. Retomando las difc rencias que !e separan de la propuesta de Carlo Ginzburg, aduce 1111.1 y otra vez ejemplos y pruebas que confirmao la heterogeneidad de l u~ «microhistoriadores», dicho así, entre comillas. Por tanto, como W ll cluye, carecería de sentido emprender una operación de ve ri fi cam'111 y de contrai de los rasgos de una escuela inexistente. Por d COJIII ,I rio, cabría insistir en que representa sobre todo una via italintut h .111.1 la historiografía social más avan zada, una vía en la que tcndrlan .H o modo dos propuestas: una de tipo cultural y otra de tipo soci,1l, como así se refleja finalmente en los títulos publicados en la colccció n •Mi crostorie••. Por eso mismo, al reconocer ese dualismo inicin l y .11 l <' conocerse implícitamente como representante máximo de 1111.1 dr lt ·. partes, le producen especial irritación los diagnósticos rcducl'ioiiÍNhiN, aquellos que entronizao a Carla Ginzburg como referente 11nil•o y 1111 ginario de la microhistoria. En este sentido, tanto en cl texto ctllllll en la nota correspondiente, Grendi censura abicrtamcntc unn dr lm libras que más ha contribuído a difundir en ambiente an gl o~.,Jc'm r•l,, corriente. Nos referimos a la antología editada por E. Mui1 y C: . R1111 giero, un libra que, a su juicio, es una suerte de celcbr.ICÍÓII ele· ( :.11 lo Ginzburg, una celebración que, podríamos aiiadir, se hnce .n'111 1111b patente e hiperbólica en la resefia que cl primero publicnm cou 11111 tivo de la versión inglesa de Mitos en 1991. Más atm, segÍ111 c nut lu ye, resulta fran camente córnico que se tome Bolonia comn Ulll,t clr la microhistoria sobre la b ase indiciaria de que Ginzburg y Ec u '"·"' los dos autores italianos más conocidos en América y ambos .td c ll d~t h ayan sido docentes en esa Universidad. De todos modos, el texto dr Muir va más allá de lo que el propio Grendi sefiala. Asf, cunndo c•N tablece la relación entre Eco y la microhistoria, indica cxplfcitnmcn lt· que el héroe de El rzombre de la rosa, Guillermo de Baskcrville, mucN tra la m ism a fascinación en la observación de huellas que los 1111 crohistoriadores. Finalmente, concluye Muir, Ginzburg invoc.1 l'Ottt u guía metodológica al famoso detective Sherlock Holmes, sob1c t iiY•' horma está hecho en parte el Guillermo de Umberto Eco. En realidad, Edoardo Grendi pone de relieve una evidencia : cl dcs igual éxito de ambas formas de entender la microhistoria. Él rcconoc·c· el mayor impacto qu e ha tenido la obra de Ginzburg y lo alribuyc, sin inocencia alguna, a la sintonía que su propuesta h abría tenido cou los avances más vistosos de la historiografía actual. Ese adjetivo co rresponde a1 propio Grendi y denota claramente lo que, a su juicio, hay de llarnativo, de aparente, de efectista, en el análisis de Ginzburg.
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Se trata de una historia cultural en la que la expresividad y la rep.resentación son objetos de investigación, una historia cultural que, como apostilla, puede llevar en el extremo a la desaparición de la fuente documental al convertirla en mero texto y a la liquidación de la realidad histórica en beneficio de la autorreferencialidad. Así pues, desde su perspectiva, la m ejor manera de defenderse contra este relativismo es integrando el estudio de las formas culturales en un análisis histórico-social más amplio y que, a la postre, las incluya. Esta última advertencia llama verdaderamente la atención, porque parece u n recuerdo irónico de algunos de los asuntos que han abordado Carla Ginzburg y Giovanni Levi con mayor perseverancia. Ambos subrayaban el antiescepticismo y el antirrelativismo de sus propuestas, o mejor, de lo que sería un rasgo característico de la práctica microhistórica. No ocurre lo mismo con Grendi. Éste, que no había dedicado páginas y páginas a enfrentarse con el relativismo, acaba ahora advirtiéndonos de ese riesgo, un riesgo evidente y característico de cierta historia cultural. Por tanto, lo que este aspecto refleja es la distancia que les separa y el modo diferente de abordar un mismo objeto, hasta el punto de que la caracterízación de la práctica microhistórica es muy distin ta y confirma la heterogeneidad que todos proclaman. Así pues, si repasarnos los rasgos que unos y otros le han atribuído, el único elemento que uniría a Ginzburg, Levi y Grendi sería el de la reducción de la escala de observación, sin que podamos ir más aliá en las afinidades o en las sintonias de grupo. En todo caso, todos ellos representao esa voluntad, puesta de manifiesto por Grendi, de renovar la historiografia italiana. S. Ahora bien, esa constatación y la generalidad d e esos esfuerzos colectivos no han tenido una acogida similar. La recepción internacional de la microhistoria ha subrayado invariablemente la paterniclad de Ginzburg en la génesis de dicha práctica e incluso las diversas antologías acostumbran a reproducir casi exclusivamente sus textos. Así ocurre, por ejemplo, en el volumen anglosajón ya citado, el de Muir y Ruggiero, en donde o bien se reproduce a Ginzburg o bien se incluyen aquellos artículos de otros autores que confirrnan la vertiente cultural de la microhistoria, aunque también reproduce un texto de Grendi de 1981 . Ese énfasis es aún mayor en el caso del libra portugués titulado A micro-história, que recoge solamente ensayos diversos de Carla Ginzburg, algunos de los cuales ni siquiera parecen estar claramente relacionados con el tema. En el ejemplo &ancés, e1 nombre de Ginzburg tiene una presencia antigua porque, como vimos, algunos de sus textos más conocidos («El nombre» e «Indícios») se tradujeron tempranamente y, a la postre, toda su producción posterior también lo seda. Por eso, y por sus relaciones con Annales, tam-
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bién en este caso el desequilíbrio a su favor es evidente y la presencia de Grendi es marginal. Así se puede observar en el libro de Revel ya citado, en donde nuevamente la huella de Ginzburg sobrepasa ampliamente la de Grendi, a pesar de que a este último se le acoja y se le traduzca. Además, no podemos olvidar que la historia cultural ha tenido un gran relieve en Francia, sQbre todo por el impulso de Roger Chartier, y a través de esta via se acrecienta también la influencia dei autor de El queso. AI final, más aliá de esos ejemplos de una recepción, hay otras pruebas aún más determinantes. La principal de todas ellas, la traducción de Ginzburg o, mejor, la traducción de casi todas sus obras a diferentes idiomas. Como vimos, el éxito de El queso impulsó esas ediciones y las reimpresiones de sus libras. No ocurre lo rnismo con Grendi, quien además, como decía Giovanni Levi en una entrevista concedida en 1995 a la citada revista argentina Estudios Sociales, tiene la ventaja de ser un historiador brillante e inteligente y el inconveniente de ser «un personaje extrafio», de «carácter aristocrático», que escribe de «manera rebuscada» y cuyo «resultado es ilegible>>. Justamente lo contrario de lo que sucede con Ginzburg, quien, como hemos visto, concede especial relevancia a la escritura de la obra histórica. En ese último sen tido, los textos de Grendi o los de otros microhistoriadores no pueden compararse con El queso y los gusanos. ~Por qué razón? Porque éste está dotado de una consciencia retórica que no se refleja en aquellos otros libras, aspecto que tiene que ver con la construcción deliberada del texto, donde la dosificación de la información y la intriga son determinantes. El resultado, más aliá de los datas con los que Ginzburg cuenta, es un alto poder persuasivo y un éxito que no tiene parangón entre los textos de la microhistoria italiana. En efecto, su difusión sólo se puede comparar con otros libras como, por ejemplo, el Montaillott, de Le Roi Ladurie; El regreso de Martin Guerre, de N. Z. Davis, o La gran matanza de gatos, d e R. Darnton. (Q!Ié tienen en común todos ellos? Entre otras cosas, aquello que los hace copartícipes dei éxito editorial es una form a consciente de escritura, una forma exhaustiva de explotación de la fuente y una forma antropológica de observación dei objeto. Todo eso es lo que los convierte en autores, autores en el sentido que Geertz le d a a la palabra apoyándose en Foucault y Barthes. En efecto, no son historiadores que acepten sin más los límites de su disciplina, no producen textos sin más, convencionales, sino que, por el contrario, vulneran algunas de sus certidumbres y desplazan una parte de las evidencias que sus colegas asumen. Pero, además de ello, como sefialaba Clifford Geertz en El antropólogo como atttor, todos harían una especie de histeria etnografiada ai basar sus análisis en las revelaciones, en las ex-
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periencias, de gentes que «estuvieron allí». Lo que ellos hacen, lo que convertida sus obras en historias etnografiadas, no se reduce al úso instrumental de la antropología, no se limita a importar conceptos o categorías de aquella disciplina. Po r contra, lo verdaderamente sustantivo es la impresión que transmiten de «estar allí». Como sabemos, hay determinadas disciplinas o profesiones en las que e1 efecto presencial tiene un gran poder de convicción: el periodista que relata los hechos en el mismo escenario de lo ocurrido, el antropólogo que hace etnografia entre los nativos de una tribu, etcétera. El historiador clásico, el historiador de los griegos, empezó siendo también un testigo presencial o, ai menos, alguien que interrogaba a los actores principales. El resultado de esa interrogación era un relato también presencial o, como mínimo, una narración que provocaba ese efecto en el auditoria. Pues bien, el avance de la histeria en n uestro sigla, su m ayor rigor, se ha basado en una paradoja. Deda Jacques Ranciere que esta disciplina habría padecido una paradoia referencial e inferencial en la medida en que una histeria más rigurosa, más «científica», que aspira a ser más verdadera, habría ido expulsan~o de su relato los ingredientes de verosimilitud que le han sido característicos tradicionalmente. Objetos de conocimiento construidos con series estadísticas y que no son inmediatamente perceptibles o evidentes han convertido el referente histórico en un dato extrafio, desprovisto de carnalidad, de visibilidad. En cambio, esa histeria etnografiada - la histeria narrativa a la que aludía Lawrence Stone, la gran obra histórica que depende dei genio individual dei historiador, según Marrou- devuelve e1 protagonismo a los sujetos camales, visibles; a sujetos a los que les sucede algo, a sujetos que se enfrentan bravamente a las restricciones, a los límites de su propio tiempo; a sujetos, en fin, a los que hace hablar un narrador, un narrador que, lejos de la omnisciencia, declara sus dudas. Con ello, el lector recupera la verosimilitud que la histeria científica había desatendido, pero recupera también el atractivo dei relato, que había sido cedido a otros gén eros. Así pues, estos autores (y otros) afiaden verosimilitud a la verdad que inspira la investigación histórica y con ello logran una multitud de lectores. {No será acaso que han conseguido reunir en una misma figura al historiador !iteraria y ai historiador científico que Langlois y Seignobos daban por irreparablemente escindidos? ~No será acaso, como confesaba el propio Ginzburg en una reciente entrevista concedida a L 'Espresso, que obras de esta naturaleza hacen compatible, o así lo parece, la subjetividad y la verdad sin comillas? Sin embargo, cada uno de ellos lo hace de un modo distinto, esto es, cada uno de ellos es un autor diferente que nos exige también un modo de comprensión propio, dado que cada uno de ellos nos reta con sus recursos, con sus modos de escritura. Para entender a Ginzburg y para
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entender también qué cosa sea o no sea la microhistoria, así como para averiguar el porqué dei escaso eco de otros microhistoriadores y las razones de un éxito de ventas que ya no se ha repetido igual, ltt solución es, como hemos propuesto, volver ai principio, a ese texto y a sus claves de lectura. Volvamos con éste a ingresar en el laberin· to, volvamos ai punto de partida, que es también, como d edan Ginz burg y Prosperi, nuestra forma particular de comenzar a escribir.
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Bibliografía El margen inferior de las páginas ejerce, en muchos eru· ditos, una atracción que llega ai vértigo. Es absurdo lle· nar los blancos, como lo hacen, con notas bibliográficas que una lista puesta ai principio dei volumen, por lo general, hubiese hecho innecesarias; o, aun peor, relegar allí, por pura pereza, largos desarrollos cuyo sitio estaba indicado en e! cuerpo mismo de la exposición, de mancra que es, a ve· ces, en el sótano donde hay que buscar lo más útil de esas obras. MARC BLOCH
Las obras citadas lo son siempre en la versión utilizada. Cuando es im· portante indicar la edición original, se consigna entre parén tesis. Cuando se han utilizado otras versiones, se incluyen completas inmediatamente después de la anotada en primer lugar. La:; obras !iterarias que incluímos son exclusi· vamente aquellas que Ginzburg cita y que nosotros también hemos utilizado, con lo que quedan fuera las otras referencias a narradores que aparecen en nuestro texto.
1. ÜBRAS DE CARLO GINZBURG
«A proposito della raccolta dei saggi storici di Marc Bloch••, Studi Medievalí, VI, (1965), págs. 335·353. I benandanti, Turín, Einaudi, 1966·1972. ll nícodemismo, Turín, Einaudi, 1970. I costitutí di don Pietro Manelfi, Florencia, Sansoni Editore, 1970. «Prefazione>>, en Bloch, M., Ire taumaturghi, Turín, Einaudi, 1973, págs. XI-XIX. Con Adriano Prosperi, Giochi di pazienza, Turín, Einaudi, 1975.
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Ijórmaggio e i vermi, Turín, Einaudi, 1976; tarnbién la reimp. de 1995 (versi9n castellana, El qm:so y los gusanos, Barcelona, Muchnik Editores, 1981. Otras ediciones y reimpresiones consultadas: 1986, 1991, 1994 y 1996). Con Marco Ferrari, «La colombara ha aperto gli occhi», Qjtaderni Storici, número 38 (1978), págs. 631-639. «lntroduzione», en Burke, P., Cultura popolare nell'Ettropa moderna, Milán, Fel· trinelli, 1980, págs. I-XV (Hay versión castellana en el número I de Debats, correspondiente a 1982). «Anthropology and History in the 1980s. A comment», joumal of Interdisciplinary History, núm. XII, 2 (1981), págs. 277-278. «Conversa amb Carla Ginzburg: bruixeria i rituais agraris» (realizada por Giordana Charuty y Daniel Fabre), L'Avenç, núm. 44 (1981), págs. 66-74. (Este texto es en realidad la introducción a la edición francesa de I bmandanti, aparecida un afio antes). «Mostrare e dimostrare: risposta a Pinelli e altri critici», Q}tademi Storici, número 50 (1982), págs. 702-727. «Poche storie», Lotta Continua, (entrevista de Adriano Sofri), 17/2/1982. (Existe traducción castellana en el número 3 de la revista Prohistoria, con una presentación a cargo de Carlos A. Aguirre Rojas.) «Qli és Carla Ginzburg. Entrevista>>, Debats, núm. 1 (1982), págs. 108-109. Pesquisa sobre Piero, Barcelona, Muchnik Editores, 1984 (ed. original de 1981). «Prove e possibilità», postfacio a Zenon Davis, N., ll ritomo di Martin Guem, Turín, 1984, págs. 131-154. «Prefazione», en Chartier, R., Figure de/la furfante-ria, Roma, Enciclopedia Italiana, 1984, págs. 3-11. «lntomo a storia locale e microstoria», en P. Bertolucci y R. Pensato (eds.), La memoria funga, Milán, Bibliografica, 1985, págs. 15-25. <
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Historia noctuma, Barcelona, Muchnik eds., 1991 (ed. original de 1989). Con Carla Poni, •EI nombre y el cómo: intercambio desigual y mercado historiográfico•>, Historia Social, núm. 10 (1991), págs. 63-70 (ed. original de 1979). Eljuez y e! historiador, Madrid, Anaya & Mario Muchnil<, 1993 (ed. original de 1991). A micro-IJistoria, Rio de Janeiro, Bertrand Brasil, 1991. <>, Qjuulemi Swri ci, núm. 80 (1992), págs. 529·548. [La traducción inglesa lleva por tlLulo: <1ust One Witness», en Frietlander, S. (ed.), Probing tbe Limits of Repmm tatio11, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1992, págs. 82-96. 1 «Réponse>> (a Carla Severi), L'Homme, núm. 121 (1992), págs. 175-177. <>, N ew Lefl ReviC'ltJ, núm. 200 (1993), págs. 75-85. <>, Passato e Presente, núm. 33 (1 994), págs. 97-103. «Micros to ria: due o tre cose che so di lei», Q}taderni Storici, núm. 86 ( 1994), págs. 511-539 (hay una versión castellana, que no es totalmente id~ntic.1, en Manuscrits, núm. 12, 1994, págs. 13-42). <
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ROJAS~ c.. A, <
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