La ruta de Salamone Cementerios, mataderos, palacios municipales. Son los tres ejes de la obra del a rquitecto Francisco Salamone en varios pueblos bonaerenses, donde levantó edificio s monumentales que sobresalían por su desmesura entre las casitas bajas de los años 3 0: una rareza arquitectónica convertida en itinerario turístico.
Por Graciela Cutuli ¿Quién era Francisco Salamone? Hasta no hace tanto tiempo, alrededor de década y media , un nombre poco conocido que sólo citaban algunos estudiosos de arquitectura y lo s vecinos de pueblos varios diseminados por la pampa bonaerense. Hoy, después de u n fuerte movimiento de revalorización de su obra e intentos de interpretación de sus muchas rarezas, es el hilo conductor de una ruta turística autoguiada que lleva p or aquellos pueblos en busca de las construcciones siempre monumentales, casi sie mpre desconcertantes levantadas por una inspiración tan desmesurada y futurista com o desubicada en su contexto. Francesco Salamone había nacido en Sicilia en 1897 y se recibió de arquitecto e inge niero en 1917 en la Universidad de Córdoba. En esa misma provincia comenzó su trabaj o profesional con proyectos menores y problemas varios de por medio. Pero para r esponder la pregunta del comienzo, es hacia el interior de la provincia de Bueno s Aires donde hay que viajar. Y no es un viaje fácil: porque sus obras grandes obra s son muchas y están repartidas por localidades muchas veces al margen de los circu itos turísticos tradicionales. Porque no siempre están bien conservadas y aún hoy cues ta interpretar el significado de este rosario de palacios municipales, mataderos y cementerios de dimensiones extraordinarias, entre art-déco y neocoloniales, lev antados en pueblos adormilados de casitas bajas, rodeados de pampa y campo. Lo m ejor, si se quiere descubrir la ruta de Salamone, es armar el itinerario que debe pasar como mínimo por Azul, Carhué, Tornquist, Laprida, Saldungaray, y si es posibl e también por Pellegrini, Rauch y Guaminí entre muchos otros pueblos y salir a maneja r, a hacer ruta en el sentido más literal posible. A la vuelta, cada uno sacará sus propias conclusiones. Pero antes, hay que tener un poco más de contexto. Bancos, farolas y pavimentos completaban los diseños concebidos por el arquitecto. EL ARQUITECTO Y EL GOBERNADOR Si eran amigos o no nadie pudo comprobarlo fehacie ntemente. Pero la obra de Salamone probablemente no hubiera existido sin Manuel Fresco, gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1936 y 1940, personaje de simpatías declaradas hacia Adolf Hitler y Benito Mussolini que encontró en la pro moción de las obras públicas el modo ideal de crear empleo y contrarrestar la crisis de aquellos años de rebote de la preguerra europea. Fresco encontró en Salamone al ejecutor de esas obras públicas, intérprete ideal de una arquitectura monumental y f uturista cuyas reminiscencias nazifascistas no podían sino complacer al gobernador . En los cuatro años del mandato de Fresco, con no mucha transparencia de licitaci ones pero sí un control minucioso de cada detalle de sus creaciones, Salamone leva ntó más de 60 grandes obras, además de otras menores, en no menos de quince localidade s del interior bonaerense. Casi una fiebre arquitectónica que causó un impacto durad ero en el urbanismo provincial, y sentó las bases de esta ruta turística que hoy lle va a muchos curiosos de su obra por las rutas del interior. El cementerio de Saldungaray, una mole en la esquina solitaria de un pueblo de c asas bajas. AZUL Y SALDUNGARAY Trescientos kilómetros al sur de Buenos Aires, la ciudad cervan tina es el primer alto en la ruta de Salamone, que allí construyó la Casa Daneri (un a de sus pocas obras privadas de este período, aunque también proyectó viviendas parti culares antes y después en la ciudad de Buenos Aires y en Mar del Plata), los tres
bloques de 40 metros que funcionan como portal del Parque Municipal Domingo F. Sarmiento, y el Matadero Municipal uno de los más altos construidos por Salamone, d e 18 metros de altura por 35 de frente con su amenazante forma erguida como la ho ja de un cuchillo. Es muy conocido también el diseño de la Plaza General San Martín, c on sus bancos y farolas art-déco, los macetones, la fuente central y sobre todo la s baldosas romboidales que generan un efecto de movimiento: ningún detalle quedaba librado al azar. Pero el gran emblema de Salamone en Azul es el cementerio, con su portal art-déco de 21 metros de altura y 43 de frente, que para especialista A lejandro Novacovsky es su obra total. Una fachada imponente, con placas negras que provocan contraste visual con las partes blancas, coronada por la gigantesca si gla RIP y las figuras ornamentales que representan el fuego eterno. Sin olvidar una gigantesca cruz en relieve y la escultura cubista de un ángel de expresión sever a, casi amenazante, y con una espada en las manos. No sólo el portal diseñó Salamone, sino también las galerías, el oratorio, el crematorio, las áreas administrativas: la o bra total, escenográfica, con que aquí y en otros lugares se quiso simbolizar la ava nzada del hombre sobre el desierto. El conjunto, sin duda, resulta intimidante. Al fin y al cabo, nadie dijo que un cementerio no debería serlo. En Saldungaray, un pueblo cercano a Sierra de la Ventana, está otro de los cemente rios más significativos concebidos por Salamone. Siempre gracias a la piedra líquida, el hormigón, un avance de la arquitectura de fines del siglo XIX sin la cual su ob ra probablemente hubiera sido radicalmente distinta. De hecho el hormigón causó una revolución en las primeras décadas del siglo XX, cuando comenzó a ser usado en la crea ción de puentes, edificios y viviendas: en los años 20, se levantó en hormigón la estruct ura de los hangares de Orly, en París, y en 1929 Frank Lloyd Wright proyectó el prim er rascacielos de hormigón. A su medida, con sus propios objetivos monumentalistas , Salamone aplicó la innovación de la piedra líquida en pequeños pueblos de la pampa. Como Saldungaray, que tiene su Palacio Municipal en una esquina de la plaza céntrica, y sobre todo un imponente portal de cementerio construido con tres elementos pri ncipales: un enorme círculo que abraza una cruz latina, y en el centro de la cruz la cabeza de un Cristo. Si la obra sorprende hoy a los viajeros ocasionales que llegan hasta ella sin buscarla, es de imaginar el efecto que podía causar su desme sura pero también su inequívoca expresividad en los años 30. El Matadero de Carhué, abandonado tras la inundación que hizo desaparecer Villa Epec uén. CARHUé No sólo cementerios y mataderos: otra especialidad de la obra de Salamone son los palacios municipales, expresión del poder del Estado en términos de notable gra ndilocuencia. Basta comparar la altura de cualquiera de sus torres por encima de las casas aledañas de estos pueblos, que muchas veces no superaban los mil habita ntes, para comprender el valor simbólico de su altura y peso visual. El arquitecto siciliano construyó varios además del de Saldungaray: pero entre los más relevantes e stá sin duda el de Carhué, que se inauguró en 1938 y hoy funciona como sede del gobier no municipal del partido de Adolfo Alsina. Gastón Partarrieu, director del museo l ocal, recuerda que apenas 50 años antes, el pueblo aún no era sino un caserío en torno a un fuerte militar, sobre la Zanja de Alsina. Con la llegada de los colonos eur opeos y del ferrocarril se produjo un progreso enorme en muy poco tiempo, sim-bo lizado de algún modo en el osado Palacio Municipal. El edificio es monumental por f uera su torre es la más alta de las levantadas por el arquitecto pero también por dent ro: cada detalle, incluyendo las lámparas del cielo raso y las escaleras, lleva el sello de Salamone. Pero en Carhué, además, hay otro edificio emblemático del arquitecto: el Matadero Muni cipal, que resistió a la inundación que dejó bajo las aguas a Villa Epecuén por entonces uno de los balnearios más populares de la provincia de Buenos Aires pero dañó su estruc tura y por lo tanto lo condenó al olvido. Comenta Partarrieu que, como el resto de los edificios de esta ruta, formaba parte del plan de construcción de edificios qu e representaba las funciones de los gobiernos locales: los palacios municipales, los cementerios y los mataderos, porque hay que recordar que la sanidad aliment aria era una preocupación que se hizo prioritaria en aquellos tiempos. Este matade
ro, que estaba a mitad de camino entre Carhué y Epecuén, hoy está en medio de campos q ue recientemente comenzaron a recuperarse de aquella tremenda inundación. En lo que era antiguamente la bifurcación del camino entre Villa Epecuén y el viejo cementeri o se encuentra la réplica de otro Cristo de Salamone, de líneas rectas facetadas, se mejante al que distingue el ingreso de los cementerios de Laprida y Saldungaray, así como el que se encuentra en el oratorio del cementerio de Azul. Una alegórica e inequívoca hoja de cuchilla en el frente del Matadero de Coronel Pri ngles. LAPRIDA Y PRINGLES A unos 450 kilómetros de Buenos Aires, Laprida es otra de las c iudades que más se benefició con las obras monumentales de la dupla Fresco-Salamone. La Plaza Pereyra con su fuente-macetero en el centro, las farolas y los bancos; el Municipio con la gran torre del reloj (más alta que la de la iglesia) que la c onvierte en referente urbano; el Matadero de líneas simples rematado por una torre tanque de terminación decorativa; el cementerio, con la que se considera la segun da cruz más alta de Sudamérica; el Corralón Municipal de estilo neocolonial: todo form a parte del patrimonio cultural local y se sigue usando con los mismos fines con los que fueron concebidas las obras por Salamone. También en Coronel Pringles el Palacio de Gobierno, las ramblas y la plaza Juan Pa scual Pringles forman una unidad en estilo art-déco. Como en Azul, el matadero rec uerda con crudeza la forma de una cuchilla y suele ser incluido entre los imperd ibles de la Ruta de Salamone, que en realidad a falta de itinerarios realmente or ganizados cada uno va construyendo a su manera, generalmente a lo largo de distin tos viajes porque no hay una verdadera guía que facilite la tarea. O bien por mero azar, al llegar por ejemplo a pueblos tranquilos como Rauch para encontrarse de pronto con el palacio municipal edificado por el arquitecto en sus tiempos de a uge. Lejos de terminar aquí, un viaje que quiera seguir recorriendo la obra de Salamone tiene otros altos escondidos entre los pliegues de la pampa: como los sendos pa lacios municipales de Guaminí, Tornquist, Vedia, Gonzales Chaves y Pellegrini, est e último reflejado en la fuente adyacente y con aires a Metrópolis de Fritz Lang. Y siguiendo con los Mataderos de Balcarce (que antiguamente tuvo una iglesia dentr o de su predio) y Guaminí, también hitos de la obra futurista del arquitecto que se pensó a sí mismo como uno de los constructores del sueño de progreso de la pampa. Que lo haya logrado es tema de discusión: en todo caso, después de años de abandono o indi ferencia o tal vez precisamente porque eso permitió conservarla sin desafortunadas transformaciones su obra es finalmente revalorizada e incluida en el patrimonio p rovincial, que es también el patrimonio de todos los viajeros que recorren las rut as bonaerenses.