varios los que poseían ese título, se echaban suertes para determinar el orden en que interrogarían al oráculo. Luego se procedía de la misma manera con los consul tantes que no gozaban de la pro p rom m a nté nt é ia. ia . Al comienzo de las Euménides de Esquilo, la Pitia, después de haber invocado a los dioses, se expresa del siguiente modo, en el momento en que se dispone a entrar en el templo para desem de sempe peñar ñar en él su oficio pro p roff ético: ético: “Si “Si hay peregrinos peregrinos llegados de Grecia, que se aproximen, como es habitual, en el orden indicado por la suerte; yo profetizo según lo que me dicte el dios”. Las mujeres no podían consultar pe p e r s o n a lm e n te el o rácu rá culo lo,, p e ro p o d ían ía n ha hace cerl rloo m e d ian ia n te otra persona. El sacrificio era ofrecido por uno de los dos sacer dotes de Apolo Pitio, asistido a veces por uno o varios miembros del colegio de los cinco Hósi Hó sioo i. Cuando éstos y los profetas que se unían a ellos juzgaban, por la actitud de la víctima, que el dios era propicio, iban a buscar a la Pitia para “introducirla” en el templo. ¿Quién era, pues, la Pitia? Diodoro Siculo, después del texto citado más arriba, escribe: “Se dice que, en los tiempos antiguos, los orácu los eran dados por vírgenes, a causa de su pureza física y su parentesco con Artemisa; ellas eran, así, más aptas pa p a r a co cons nser erva varr el secre se creto to de los orác or ácul ulos os emiti em itido dos. s. P ero er o se cuenta que en tiempos recientes, un tesalio, Ejécrates, hallándose presente en la consulta y habiendo contem pla p ladd o a la virg vi rgen en q u e d a b a las profe pro fecí cías as,, se en enam amor oróó de ella a causa de su belleza, la raptó y la violó. Los délficos, después de este escándalo, decretaron que, en adelante, la pro p rofe feti tiss a n o sería se ría u n a virg vi rgen en,, sino si no u n a m u jer je r de más de cincuenta años; pero aún lleva vestidos de muchacha, como para avivar el recuerdo de la antigua profetisa”. Observemos Observemos (en (en la m edida edid a en que podamos d a r cré cré dito di to a esta esta anécdota) que ese joven consulta co nsultante nte no podía podía haber visto a la Pitia en el momento en que ella profe tizaba, como veremos en seguida, sino solo antes o des- pué p uéss d e la co conn sult su ltaa , c u a n d o e lla ll a e n t r a b a en el tem te m plo pl o o salía de él conducida por los sacerdotes. En efecto, la Pitia que Esquilo pone en escena al comienzo de las Euménides tenía la “edad canónica”: es 47