enigmas misteriosos e inexplicables
LA BÚSQUEDA NAZI DEL SANTO GRIAL
Precio: 90 céntimos
La visita de Himmler a Montserrat
CRISTÓBAL COLÓN Y EL MISTERIO
LOS ENIGMAS DE LOS OLMECAS
LA GRAN PIRÁMIDE INVERTIDA DE TOLEDO EXCLUSIVA
La nueva novela de Marcus Polvoranca
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www.enigmasmisteriososeinexplicables.com
PRÓXIMAMEN TE EN FORMATO DIGITAL Y PAPEL
LA
GRAN
PIRÁMIDE
INVERTIDA
DE
TOLEDO La nueva novela
Marcus Polvoranca
de
Misterio, emoción e intriga en un Toledo mágico, enigmático y apasionante, de la mano del inigualable padre Ventura
EDITORIAL
Director:
MARCUS POLVORANCA Diseño y maquetación:
ÁNGEL FERNÁNDEZ ARANDA
Edita: ENIGMAS MISTERIOSOS E INEXPLICABLES enigmasmisteriososeinexplicables.com
[email protected] ©Enigmas Misteriosos e Inexplicables, 2014
Hay enigmas eternos, inmutables, que llevan con nosotros desde el principio de los tiempos resistiéndose a a abandonarnos. Son parte de nuestra cultura, y casi también de nuestra naturaleza, como impresos en nuestro ADN y forjados al mismo tiempo que hemos ido creciendo a través de la evolución. Esos enigmas, que lejos de derrumbarse con la razón y el avance de la ciencia siguen creciendo y adaptándose a nuestra cambiante mentalidad son siempre los más inspiradores, y es curioso observar cómo han seducido a locos y cuerdos de todos los tiempos, y cómo, también, son capaces de seguir a nuestro lado, invisibles y silenciosos, sin que nos demos cuenta. ¿Quién no ha sentido alguna vez que su vida es una búsqueda? ¿Quién no ha intuido o anhelado la aparición de algún talismán sagrado, que le dé poder y le permita recorrer con mayor fortuna esta carretera tortuosa y llena de curvas que es la vida? Para algunos, será el dinero. Para otros (más afortunados) la sabiduría y el desentrañamiento de los secretos del mundo. Para ellos es esta modesta revista. También la nueva novela del escritor M. Polvoranca, cuyas primeras páginas traemos en este número en exclusiva.
Sumario 4
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LA BÚSQUEDA NAZI DEL GRIAL EN ESPAÑA LOS ENIGMAS DE LOS OLMECAS CRISTÓBAL COLÓN Y EL MISTERIO LA GRAN PIRÁMIDE INVERTIDA DE TOLEDO
UNA NOVELA QUE NO PODRÁS QUITARTE DE LA CABEZA... MARCUS POLVORANCA Julia b. y la leyenda de la isla perdida en mitad de la noche (primera parte)
DISPONIBLE EN PAPEL Y FORMATO DIGITAL
A la venta en Amazon.es, Sellfy.com y la web www.enigmasmisteriososeinexplicables.com
LA BÚSQUEDA NAZI DEL GRIAL EN ESPAÑA «...una luz sagrada iluminó el Grial...» RICHARD WAGNER, Parsifal
De todos es sabido el interés de los nazis por el esoterismo. Es algo así como su ADN, el poso “cultural” de su ideología, el punto de arranque de las barbaridades que luego cometerían. Sus líderes, antes que otra cosa –y en mayor o menor medida– fueron fanáticos de las ciencias ocultas, frikis de la magia y las pseudociencias que se popularizaron en Occidente desde finales del siglo XIX, y que con su llegada al poder se institucionalizaron y pasaron a formar parte del régimen de terror que acabó con el exterminio de millones de personas. Esto es algo conocido, decimos, pero lo que no todo el mundo sabe es hasta qué punto llegaron con esa «afición». Cómo empeñaron gran parte de su tiempo en desenterrar reliquias que creían dotadas de poderes sobrenaturales, y cómo esa búsqueda, esa especie de juego de rol les llevó hasta la España de Franco, cuando todavía ésta creía en el Reich y en su victoria sobre los aliados…
LA VISITA DE HIMMLER A ESPAÑA Página anterior: Heinrich Himmler visitó España en octubre de 1940, aprovechando la reunión entre Hitler y Franco en Hendaya, que tenía que encargarse de preparar.
Himmler era algo así como el mago de la jerarquía na5
nazi. El más débil, el más fanático, y el más entusiasmado por el ocultismo. En sus delirios creía ser la reencarnación del rey Federico II de Prusia, y se ocupó de que las SS, la guardia de élite del nazismo, estuviera adornada por los mismos elementos que las órdenes militares medievales. En octubre de 1940, su viaje a España para preparar el posterior encuentro que mantendrían el Führer y Franco le sirve también para «rastrear» el país y los mayores centros de atención esotéricos de éste. Así, acompañado de falangistas deseosos de agradar sus deseos de encontrar rastros de la raza aria que justifiquen sus creencias, visita El Escorial, en Madrid, el Museo del Prado, el Arqueológico, la ciudad de Toledo, y la que quizá se convierta en su más célebre visita: la que realiza al Monasterio de Montserrat, en Barcelona, donde los estudiosos de la Ahnenerbe –el instituto de estudios arios
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creado por Himmler– sitúan la reliquia más preciada: el santo Grial.
HIMMLER EN MONTSERRAT
La leyenda del Grial hunde sus raíces en lo más profundo de la cultura europea, y se materializa en la obra del poeta Chretien de Troyes y sus continuadores Robert de Boron y Wolfram Von Eschenbach, hasta llegar a Richard Wagner y su Parsifal. Mezcla – o quizá reconcilia– los ciclos artúricos –celtas y puramente europeos– con las corrientes semitas y el cristianismo, y llena cualquier espíritu impresionable de la épica de cualquier búsqueda elevada. Los investigadores contratados por los nazis centraban sus miradas en la zona situada entre Cataluña y el sur de Francia, amplia región Mediterránea donde habían prosperado en la Edad Media los cátaros, quizá últimos conservadores del Grial. Sin detenernos en ellos –se ha escrito mucho en los últimos tiempos, y probablemente lo más fructífero ha sido El amor en Occidente, de Denis de Rougemont– , diremos que su abadía, y la mágica cumbre que la protege, parecía el lugar más propicio para albergar la reliquia de las reliquias, la fuente misma de la vida eterna. Así lo consignaba el Virolai, canto místico del catalán Cinto Verdaguer, al referirse a cierta «mística fuente del agua de la vida…» Himmler llegó al monasterio el 23 de octubre de 1940. Sus intenciones no Miembros de la Ahnenerbe recorrieron el mundo en busca de las huellas de la raza aria, así como de las reliquias sagradas de la tradición esotérica...
El mágico enclave de Montserrat cautivó enseguida la imaginación de los fanáticos nazis...
eran ningún secreto, y dicen los testigos que preguntó abiertamente por la reliquia. También por Parsifal, hablando de él como un personaje histórico y real que hubiera andado por allí tal y como Wagner relata en su célebre ópera. Hay quien asegura, en un tono exagerado y siguiendo esta misma línea, que el Reichführer bajó de la montaña deteniéndose en todos lados tratando de hallar el Grial desesperadamente. No lo creemos. No, pero sí que lo hizo enojado por la negativa de los frailes a que pudiera visitar los subterráneos del recinto, tal y como quería. ¿De verdad esperaba hallar allí la reliquia, o quizá sólo se dejó llevar por el entusiasmo que le habían comunicado sus expertos, que llevaban años trabajando esa línea de investigación? Que sepamos, Himmler no pudo dar con la sagrada copa. Al día siguiente
regresaba a Alemania con las manos vacías, y no sólo por no haber hallado el Grial EL MISTERIOSO ROBO DE LA CARTERA DE HIMMLER La Historia no ha logrado explicar este hecho totalmente fuera de lugar. Para despejar dudas, diremos que Himmler era en aquel año, 1940, uno de los hombres más poderosos del momento. Su cartera, una cartera de piel llena de documentos que había dejado en el hotel Ritz, lugar en el que se alojaba en la ciudad condal, desaparecería mientras se encontraba asistiendo a una corrida de toros… Las preguntas surgen, de repente, y ninguna de ellas tiene aún hoy respuesta. La primera, ¿quién lo hizo?, se ha atajado tradicionalmente de dos maneras un tanto apresuradas. Hay 7
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quien considera que el robo fue perpetrado por simples ladrones, lo cual parece totalmente inverosímil. Hay, también, quien atribuye la fechoría al servicio secreto británico, y esto, aunque de más enjundia, no evita que se siga especulando. También se atribuye el robo a un complot anarquista, pero, ¿qué mejor elemento para un thriller histórico y de suspense, teniendo en cuenta la relevancia esotérica de aquella visita? Quién sabe si aquello cambió el rumbo de la historia. Quién sabe si no fue un elemento más de esa guerra mágica que libraron aliados y nazis mientras seguían produciéndose los combates…
LA VISITA DE HIMMLER A TOLEDO
Si bien la visita a Montserrat es algo muy bien documentado y que cuenta con el testimonio de personas que estuvieron allí, y que intercambiaron palabras con el Reichführer, no lo es menos que la visita a Toledo –que también se produjo, aunque se mencione menos– está llena de un oscurantismo propio de la ciudad Imperial, la más mágica de todas. Toledo también aparece en el Parsifal de Wagner. El alemán no es el único que ha caído en el embeleso de esta ciudad milenaria, y así aparece en muchas otras obras, siempre vinculada a lo oculto y lo esotérico. Himmler, como buen aficionado al género, no quiso perder la oportunidad de recoToledo, la mágica y esotérica Toledo, era una visita obligada para el “mago negro” del ocultismo nazi...
rrer sus calles y pasear por entre sus monumentos, si bien no ha trascendido nada de lo que realmente hizo. Él, por supuesto, debía conocer la vinculación de Toledo con el Grial, y su relación con otra reliquia sagrada universal, la Mesa de Salomón, de la que ya hemos hablado anteriormente. Es curioso que no trascendiera nada de su periplo por la ciudad. ¿Quizá fue ahí, en Toledo, donde logró por fin cumplir la misión secreta que para muchos vino a hacer a todos estos lugares mágicos? ¿Bajaría al subterráneo, donde dicen que aún se guardan los verdaderos secretos que hacen tan grande a esta ciudad? Quizá la respuesta esté todavía ahí. Quizá –y eso, egoístamente, nos congratula, por amantes de este tipo de historias– sea éste uno de los mayores flecos que aún quedan por cortar en esta apasionante leyenda…
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LOS ENIGMAS DE LOS OLMECAS «Ya no es necesario decir que los olmecas son enigmáticos o misteriosos. Sin embargo, queda por resolver un misterio fundamental: ¿Quiénes fueron los olmecas, y de dónde provenían?» MATTHEW STIRLING, Early History of the Olmec Problem
La cultura olmeca es considerada por muchos investigadores como el origen de las grandes civilizaciones de Mesoamérica. Hay indicios de la existencia de este pueblo de en torno al año 1.200 a. C. –casi nada–, siempre en torno al sur del actual Méjico, entre la península del Yucatán y el océano Pacífico. Su origen, misterioso como pocos, es, desde el hallazgo de los primeros restos arqueológicos, uno de los mayores enigmas del pasado americano, ya de por sí complicado y difícil de explicar. Pero son las gigantescas cabezas con rasgos felinos –a decir de algunos– y negroides –a decir de la mayoría– las que más controversia han provocado, por las teorías que pueden desprenderse actuando como niños, esto es, dejándonos llevar por el sentido común más que por lo comúnmente aceptado.
GIGANTESCAS CABEZAS DE PIEDRA
Página anterior: Cabeza colosal de la cultura olmeca, cuyos rasgos africanos traen de cabeza desde hace décadas a los expertos.
Como en la isla de Pascua, nos encontramos en la cultura olmeca un gusto por la talla de grandes desde su emplazamiento original. 11
Como ocurre con los moáis, se sabe que los constructores no disponían de herramientas de hierro u otros metales, y tuvieron que realizar las tallas – se supone–, con instrumentos de piedra. Es difícil imaginar una factura tan correcta como la que presentan los colosos olmecas, empleando únicamente herramientas tan sencillas. El trabajo, dicen los expertos, debería ser costoso y complicado. Las estatuas están muy bien hechas; son todas diferentes, con rasgos diferenciados y muy, muy expresivos. Componen, junto a otras de menor tamaño una colección que delata a un pueblo muy sensible y, desde luego, con mucha habilidad y mucho tiempo libre. Luego está el problema del transporte al que aludíamos antes. Las estatuas fueron encontradas en un terreno pantanoso en el que es difícil hallar rocas
Emplazamiento de la cultura olmeca, en pleno centro de América Central.
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tan enormes. Según los investigadores, los olmecas trajeron hasta allí las rocas procedentes de otros lugares. Cómo lo hicieron, sigue siendo un misterio. No se han encontrado en la zona vestigios arqueológicos que den alguna explicación razonable. Ninguna herramienta, ningún vestigio del sistema de transporte empleado. Hay quien habla de raíles hechos con troncos; de transporte por agua, a través de balsas. La respuesta sigue en el aire, igual que en la isla de Pascua. Poco más que lo que sugieren los rostros que representan las estatuas. Eso y algunas curiosidades más, como el hallazgo de varias estatuillas de madera, hueso y jade, junto a cuerpos de bebés no natos o recién nacidos, que según algunos supondrían la primera evidencia de sacrificios humanos en el continente americano. ¿La evidencia,
Hay constancia documental de importantes viajes por mar organizados por los reyes de Mali en la Edad Media.
también, de que aquél pueblo misterioso es el que da origen a otras grandes civilizaciones del continente? La arqueología tiene aún mucho trabajo por delante…
española. Se apoyaba no sólo en los rasgos apreciables en las figuras olmecas, sino también en coincidencias que pueden comprobarse entre culturas de ambos lados del Atlántico, semejanzas en, por ejemplo, distintos lenguajes, o documentos históricos, como pueden ÁFRICA Y LOS OLMECAS ser los relativos a una flota de un rey En 1976, un profesor de historia nor- africano (de Mali, concretamente; el teamericano, de origen guayanés, el rey Abubakari II), que en el s. XIV profesor Ivan Van Sertima, saltaba a la envió una flota a cruzar el océano, y popularidad gracias a su libro They consiguió mantener algunas colonias Come Before Columbus (Vinieron en la zona del Caribe, de cuyo rastro antes que Colón), en el que defendía dan testimonio algunos restos arqueola presencia africana en el Nuevo Con- lógicos y presencia clara en el lenguaje tinente, mucho antes de la conquista de los pueblos que Colón encontró en 13
la zona. No fue, desde luego –todavía hoy no lo es– una teoría demasiado admitida por los académicos. Las pruebas en contra también son muchas, principalmente la que alega la inexistencia en el ADN de los pueblos nativos americanos de conexiones con ADN africano. Es un inconveniente importante, por supuesto, pero no si recordamos que, al menos en lo que respecta a los Olmecas, no hay ningún resto humano que pueda analizarse y, por tanto…
Y SI NO ERAN AFRICANOS…
Como ocurre con los mayas, o los aztecas, las incógnitas históricas ponen a prueba no sólo la imaginación de historiadores rigurosos, como Van Sertima, sino también otros que pretenden ir más allá, y desafiar a la razón de una manera –reconozcámoslo al menos– grata y divertida. Hablamos, claro está, de las teorías en torno a extraterrestres que visitaron la tierra en el pasado. Es –lo he dicho muchas veces–, la poesía más grande de nuestro tiempo, una broma tan encantadora que merece la pena conocerla un poco más. Todo arranca con Von Daniken. Es él, junto a otros de su época, los que empiezan a hablar de estas «paleovisitas extraterrestres» como las llaman algunos. Dioses / alienígenas, que Página anterior:figurilla olmeca realizada en jade, representando al dios Jaguar, uno de los más relevantes en esta cultura.
Vista de Toledo desde el Paseo
de la Rosa, a pocos metros del habrían traído la civilización al mundo. puente de Alcántara. Annunakis, reptilianos… ya saben. Con los olmecas, la cosa parece fácil. Una cultura misteriosa, de un arte críptico, sugerente, y posibles contactos con los Egipcios… Para Sitchin, o Childress –defensores más populares de estas ideas–, la cosa en torno a los Olmecas está bastante clara. Culturas teocéntricas, siempre con la cabeza mirando al Universo –como los egipcios, o los sumerios, con los que comparten ese halo de «cultura madre»–, se pasaron la vida esperando el regreso de esos dioses. Y más datos: pirámides imposibles, monumentos de piedra gigantescos, cabezas alargadas, quizá al uso de aquellos seres de otros mundos que les habían dado la vida… Un batiburrillo de datos que enseña algunas cosas. Entre ellas, que hay algo en el pasado que une a pueblos muy alejados entre sí, y en teoría sin conexiones probadas académicamente; y que hay tanto por saber, tanto por descubrir en nuestro pasado, que se le hace a uno la boca agua al pensar la de libros que habrá que escribir aún y la de buenas horas que pasaremos leyéndolos…
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CRISTÓBAL COLÓN Y EL MISTERIO Sábado, 15 de septiembre de 1492
Navegó aquel día con su noche 27 leguas su camino al Oueste y algunas más. Y en esta noche al principio de ella vieron caer del cielo un maravilloso ramo de fuego en el mar, lejos de ellos cuatro o cinco leguas… CRISTÓBAL COLÓN, Diario de a bordo
A veces, con mucho menos que esto es suficiente como para poner patas arriba toda la Historia. Pocas veces habrán contado los ufólogos, los aficionados al misterio, con una prueba tan reveladora, tan desinteresada, como la que brinda el Almirante en su diario. Una simple percepción, en mitad de una jornada aparentemente anodina, que deja a las claras que algo extraño ocurrió. Algo que merecía, al menos, una nota. Y no era 1492 un año en el que la cultura popular, o Roswell, hubieran contaminado la mente de nadie. Una luz, en mitad de la noche, que cae del cielo como un «ramo de fuego», sumergiéndose en el mar. Cabe preguntarse qué pudo ser aquello, e imaginamos que los escépticos tendrán mil y una explicaciones, todas razonables, perfectas y aburridas. La vida de Colón no lo fue. Aburrida, decimos. Al menos, los que nos ha quedado. Que es muy poco, de veras.
A VUELTAS CON SU ORIGEN Página anterior: Retrato de Cristóbal Colón, posiblemente uno de los más enigmáticos personajes de todos los tiempos...
Italianos, portugueses, catalanes, gallegos, mallor17
quines, y hasta toledanos, han querido que Colón hubiera nacido en sus tierras, se hubiera criado entre sus antepasados. Todos tienen pruebas, y todos parecen contradecirse en cuanto parece que su teoría es irrefutable. Todos, sin excepción, pecan de nacionalismo, ese absurdo sentimiento que se alimenta de las cosas que hacen otros, fundamentalmente si son buenas. Y es el extraño origen del Almirante lo que primero intriga al ponerse uno a rascar en el descubrimiento. ¿Por qué no habla en ninguno de sus escritos –muchos, tras su gesta– del lugar en el que nació? ¿Por qué llena estos textos de enigmas, de frases equívocas que más parecen tener la intención de confundir, que de aclarar nada?
Para los que aún no están lo suficientemente sorprendidos, decir que hay quien mantiene que la Orden no desapareció jamás. Que los que no fueron ajusticiados, o pasados a cuchillos por las autoridades, bien pudieron haber huido fuera de Europa hacia algún lugar lejano, donde seguir desarrollando sus actividades. No nos detendremos mucho en este asunto –sobre el cual hay abundante bibliografía, precisamente en algunos de los libros que se enumeran al final del capítulo–, pero sí algunos datos imprescindibles para conocer esta ramificación de las leyendas de Colón. Para empezar, determinados autores apuntan al puerto de La Rochelle, en la costa atlántica francesa, de donde, se presupone por determinados documentos, partió, justo antes del proceso contra los templarios, una enorme flota de barcos de la Orden con un ¿TEMPLARIO? rumbo algo enigmático. Pocos como él han logrado ser más Entrando en la pura especulación –deconocidos manteniendo en secreto bemos confesar–, sin demasiadas pruebas, se habla de América. Allí, en tantas cosas. Abundan quienes le tachan de templa- el continente “desconocido” para el rio. Sí, perteneciente a esa orden mo- hombre medieval, los templarios hanástica que tanto ha dado que hablar brían mantenido una serie de colonias en los últimos años, y que desapareció de las que habrían obtenido, sin ir más totalmente –al menos de manera ofi- lejos, la plata que haría posible el renacimiento del gótico medieval; aquecial–, en 1312. lla profusión sin par de construcciones El lector ha leído bien. En 1312, una bula papal acaba con que aún se alzan al cielo, como agujas estos caballeros mitad monjes, mitad negras punteando los cielos, y que son guerreros, que durante varios siglos ha- las catedrales. Colón habría sido, según estas teorías, bían sido los amos de Europa. ¿Y entonces –se preguntará el lector– uno de los descendientes de aquellos , qué es eso de que Colón pudo haber monjes emigrados. Habría regresado a Europa –su acento era extraño, depertenecido a la Orden? 18
A la derecha: Colón llegando a América, según Dióscoro Puebla (1831-1901). enta la llegada de Colón a América.
cían algunos de sus contemporáneos– con la misión de “vender” el descubri miento de América a alguno de los reyes del viejo continente, no se sabe muy bien por qué. De ahí, entre muchas otras cosas, su conocimiento de que al otro lado del Atlántico había algo importante. O su secretismo. O – y esto es clave–, la multitud de leyendas nativas americanas acerca de hombres barbudos, llegados del Este, que se repite también entre los polinesios…
LOS BARBUDOS DE AMÉRICA
Tipos barbudos, sí, y rubios. Con túnicas blancas, que huyen en cuanto son descubiertos por los primeros conquistadores. Porque no sólo existían en la mitología, sino que sobre ellos parece haber habido algunos testimonios. Y restos arqueológicos. No 20
El puerto de La Rochelle, en Francia, según algunos, el lugar desde el que partieron hacia América los últimos templarios...
olvidemos que a lo largo y ancho de América existen multitud de hallazgos de objetos medievales que no han sido suficientemente explicados. ¿Templarios? ¿Vikingos? ¿Podría tener algo que ver todo eso con esas extrañas luces que acompañaron a las carabelas durante la épica travesía a lo ancho del Atlántico? ¿Y si es así, cómo? ¿Está relacionado aquello con el misterioso pasado del continente? Es posible, y entonces… El enigma de América se confunde con el de Colón, uno de los hombres más importantes y enigmáticos de la Historia; quizá el único que tiene la clave para resolver el gran misterio de este mundo…
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LA GRAN PIRÁMIDE INVERTIDA DE TOLEDO ADELANTO DE LA NUEVA NOVELA DE MARCUS POLVORANCA, PROTAGONIZADA POR EL PADRE VENTURA
EN LA TERTULIA DEL CAFÉ «EL ESPAÑOL»
Página anterior: Puerta del Sol de Toledo, uno de los lugares que aparecen reflejados en la novela. Arriba: Portada de La gran pirámide invertida de Toledo.
La oscuridad se había echado sobre las calles de Toledo hacía ya unas cuantas horas. La niebla cubría el casco antiguo como en las leyendas de fantasmas y aparecidos, y el silencio era un silencio de siglos, inquietante y misterioso, interrumpido de vez en cuando por el sonido de pasos sobre los adoquines mojados, o por alguna conversación lejana, y como clandestina, que le daba a la ciudad ese carácter de iglesia, o de cementerio, que cabe imaginar que ha debido de tener siempre. Sólo en torno a la plaza de Zocodover seguía habiendo aún algo de vida. Los cafés, las tabernas, dejaban entrever actividad tras los cristales empañados que daban a los soportales, y la luz cálida de sus bombillas refulgía dentro, entremezclada con el humo denso de puros, pipas y cigarrillos, y el murmullo de cánticos, y conversaciones, vibrando todas juntas a la vez. Era el año 1924, y entonces, como ahora, se hablaba alto, apasionadamente, con voces crispadas y puñetazos sobre la mesa para re23
forzar los argumentos. Daba igual cuál fuera el tema en cuestión. Los tejemanejes de la política, el asunto de Marruecos, el mundo de los toros, la Iglesia… Todo era susceptible de generar unos instantes de tensión, o de acaloramiento. Incluso la Historia, o la Arqueología –los temas que solían reunir cada miércoles a los miembros de la tertulia del café El español–, hacían que los nervios se disparasen de vez en cuando, y una charla amable, y distendida, terminara degenerando en una controvertida polémica… –Pues yo les digo, señores, que Colón era de Toledo. –¿Colón? ¿El que descubrió América? –El mismo. –¡Pero padre, qué barbaridad! –¡Sí, menudo disparate! –¿Y de dónde saca usted eso…? No era la primera vez, ni mucho menos, que el padre Ventura se desmarcaba con una afirmación de ese tipo. Aquel personajillo menudo, de sotana negra hasta los tobillos, pelo muy corto, de punta, y ojos encendidos de un iluminado, pertenecía a esa clase de sujetos que, con tal de evitar el anonimato, están dispuestos a hacer o decir lo que sea. No era de extrañar, pues, que no parecieran afectarle demasiado las exclamaciones y protestas que comenzaron a sucederse a partir de entonces. Como si la cosa no fuera con él, se limitó a echarse tranquilamente hacia atrás, sobre el respaldo de la silla, y, copita de chinchón en mano, escrutar con interés las reacciones del joven perplejo, de aspecto desubicado, 24
que aquél día había acudido con él a la tertulia. –¡Pero no te asustes, muchacho, que esto no es nada…! –¿No? –¡Qué va…! Piensa que hay veces que hasta se levantan para pegarme, o para lanzarme alguna fiera dentellada… El joven, que se llamaba Ramón, era un estudiante de Barcelona que había conocido al padre Ventura un par de horas atrás, en la pensión en que ambos se alojaban. Su naturaleza tímida, y algo reservada, le había convertido en presa fácil de un tipo que, como aquel esperpéntico sacerdote, acostumbraba a pegarse como una lapa a quien le hacía un poco de caso; sobre todo si, como en aquella ocasión, se cometía el error de confesarle cierto interés por el Arte, o las cosas antiguas… –De momento, señores, van a permitirme que guarde silencio. La investigación sigue en curso, y ya saben cómo soy yo para estas cosas. –¡Pero padre…! ¡No sea así, hombre! –¡Sí! ¡Denos algún dato más, alguna pista! Por suerte, no hubo que esperar demasiado para que dejara de hacerse de rogar, y accediera a satisfacer aquellas muestras de curiosidad tan insistentes, y un tanto sospechosas, que no dejaron de atosigarle mientras tanto. Tras lanzar una mirada cómplice al muchacho –que seguía sin comprender nada–, se levantó de la silla, y comenzó a reclamar silencio. –Está bien, está bien… –dijo, agitando las manos con un gesto teatral, y muy
amanerado–. Sólo les diré una cosa, señores –añadió, mientras el barullo se iba apagando lentamente a su alrededor–. La clave del asunto, por muy extraño que parezca, se encuentra en un poema… –¿En un poema? –se oyó preguntar a alguien. –Sí, en un poema –confirmó el sacerdote–. Del Romancero Viejo, para ser más exactos. Pero ya sí que lo dejo ahí… Los murmullos volvieron a brotar con renovada exaltación, pero él se desentendió de ellos dejándose caer de nuevo sobre la silla y cruzándose de brazos, con indiferencia. Los que estaban más cerca siguieron insistiéndole, pero él se mantuvo firme. –No puedo, de verdad, créanme. –Pero, ¿por qué, Ventura? Aquí hay confianza… El sacerdote se apresuró a explicar que uno, en tiempos como aquéllos, no podía ya fiarse de nadie. –¿O no recuerdan lo que pasó hace años? –empezó a decir–. El mérito se lo llevaron otros, y eso que yo había hecho todo el trabajo… No pienso dejar que eso vuelva a ocurrir, desde luego que no… y mucho menos ahora, que empiezo a tener ciertos apoyos y en breve podría anunciarles una importantísima noticia. –¿Habla de un nuevo libro, padre? –¿Piensa publicar de nuevo? –Ah… –respondió él, con falsa modestia–. Todavía no hay nada firmado, así que… No debemos hacernos ilusiones. Lo primero de todo es terminar la investigación, y para eso quedan aún
varios meses, quizá un año… Un anciano que estaba sentado algo apartado de él comenzó a manifestar una enorme alegría en cuanto le repitieron, al oído y en voz alta, lo que acababa de insinuar el sacerdote. Emocionado, se echó hacia adelante para tenderle su mano temblorosa y darle así la enhorabuena. –Muchas gracias, don Augusto –le respondió Ventura. –Es hora de que se vaya reconociendo su trabajo –sentenció el anciano, con su voz débil y apagada. Casi al mismo tiempo, comenzaron a escucharse unos cuchicheos y risitas demasiado sospechosas, que provenían del otro lado de la mesa. –¡Un libro, dice…! –Será un folletito de ésos que publica de vez en cuando, apoquinando de su bolsillo… Todas las miradas se dirigieron entonces hacia un grupo de sujetos de mediana edad que estaban sentados en torno a un tipo estirado, de aspecto más que desagradable –bigotillo fino, labios carnosos, dientes amarillos y muy separados– que no pareció molesto por la atención suscitada. –Yo quería hacerle una pregunta, padre –dijo, dirigiéndose a Ventura mientras aprovechaba para sacar del interior de su chaqueta una pitillera de plata reluciente, y tomar de ella un cigarrillo. –Dígame, Andrade –respondió Ventura. –Dice usted que Colón nació en Toledo, ¿no es así? –Correcto –respondió Ventura. El tipo se llevó el cigarrillo a la boca; 25
guardó la pitillera y agarró una cajita de cerillas que le quedaba delante, sobre la mesa. –¿Y sabe si pasó aquí parte de su infancia? –preguntó, mientras prendía fuego al pitillo y apartaba con la mano el humo de la primera calada. –Hasta donde yo sé –respondió Ventura–, así es. Tengo pruebas de que el Almirante siempre tuvo a esta ciudad en buena estima, aunque sin nombrarla nunca directamente… –¿Y dónde cree usted, si puede saberse, que pudo aprender a navegar? –¿Dónde? –repitió Ventura, tratando de ganar tiempo. –Sí, padre. Me gustaría que nos aclarase si tiene alguna teoría al respecto. Como dice usted que Colón nació aquí, en nuestra ciudad, quisiera saber dónde cree que pudo aprender las artes de la navegación… ¿Fue, quizá, en el Tajo? –añadió, con una sonrisa malévola asomándole al rostro–. Igual en una de esas barcas de remos que se usan para cruzar el río, de una orilla a otra… Uno de los que estaban junto a él no pudo resistir más, y estalló en una carcajada al oír aquello último. A su acceso de hilaridad le siguieron otros, y en poco tiempo toda la mesa reía ya de forma desenfrenada. Tan sólo el anciano –que miraba a su alrededor totalmente desubicado, sin comprender nada–, se mantenía todavía al margen. –¡Igual conoció a los Pinzones en Talavera de la Reina –se oyó exclamar a alguien, entre hipos incontrolables–, y los tres juntos se fueron remando hasta América…! 26
Ventura trató de disimular al principio, pero no por mucho tiempo. Tras comprobar que aquello, lejos de apagarse, iba en aumento, apuró de un trago la copita de chinchón y, levantándose, se fue directo hacia una percha próxima en la que había dejado su abrigo. –¿Se marcha, don Ventura? –le preguntó el anciano, extrañado al verle abandonar la mesa tan precipitadamente. –Sí, don Augusto, se me hace tarde – respondió el cura, tomando su abrigo y tendiéndole el suyo al muchacho, que se dio cuenta en ese momento de lo que ocurría. Las carcajadas comenzaron a extinguirse entonces poco a poco. –¿No se habrá enfadado, verdad? – preguntó uno de los contertulios, dirigiéndose al sacerdote. –No, no, por favor –se apresuró a negar el cura, mientras procedía a abotonarse el abrigo hasta el cuello. –Sí que se ha enfadado –replicó otro de aquellos caballeros, levantándose de su asiento para intentar apaciguarle. –Sí, yo creo que sí –añadió uno más, haciendo lo mismo. –No, de verdad –insistió el cura–. Es sólo que mi compañero de pensión – dijo, señalando al muchacho– quería conocer un poco más la ciudad y… Ramón, ya de pie, se había puesto su gorra sobre la cabeza, y trataba de enfundar los brazos en las mangas de su abrigo. Hizo como si no escuchara nada. –¿Pero ahora, de noche, con el frío que está haciendo –se escandalizó el
anciano–, van a ponerse a hacer turismo? –Bueno… –dijo don Ventura, tratando de justificarse–. Ya sabe que a estas horas es cuando la ciudad muestra su cara más interesante… Las miradas se dirigieron entonces al chico que, a tenor de aquellas palabras, se limitó a encogerse de hombros y a dar a entender, con una expresión simpática, que estaba a merced del cura. –Vaya un cicerone que te has ido a buscar –le dijo uno de aquellos hombres, acercándosele al oído y golpeándole amistosamente en un hombro. –Sí –dijo otro, guiñándole un ojo–, todo un personaje... El sacerdote escuchó con agrado aquellos comentarios afectuosos, pero mantuvo su decisión de marcharse. –Bueno, amigos –dijo, despidiéndose de todos ellos con el brazo en alto–, la semana que viene seguiremos charlando, si ustedes quieren… –Claro, padre. Será un placer. –Pues hasta la semana que viene, entonces. –Adiós, Ventura. –Adiós…
novados–, ¿dónde deseas que vayamos? Ramón sintió la tentación de ser sincero y confesar que lo que más le apetecía era regresar a la pensión y poner los pies ante la estufa, pero no se atrevió ni a insinuarlo. Tenía muy presente lo que acababa de ocurrir en la tertulia y, ante el miedo de volver a hacerle daño a aquel pobre hombre, decidió dejar que fuera él quien decidiera. –No sé –dijo–. Lo que usted quiera… El cura no dudó en tomarle la palabra. –Muy bien –dijo, poniéndose en marcha–. ¡Caminemos entonces! Abandonaron el abrigo de los soportales y se adentraron, a paso ligero, por la calle del Comercio. Ventura iba por delante, elevando la voz mientras ejercía de guía, para que el chico no tuviera problemas a la hora de escucharle. –Toledo es quizá la ciudad más antigua de Europa, ¿sabes? Su origen se remonta al pasado más remoto; hay quien dice que al mítico Hércules, el héroe griego, que la habría fundado mientras buscaba por tierras de España el jardín de las Hespérides, aquél del que debía robar aquellas manzanas doradas… APARICIÓN ENTRE LA NIEBLA Recorrieron de este modo una larga Franquearon la puerta del café y salie- sucesión de calles oscuras y desiertas, ron a la calle. La noche invernal caía acompañados por el ruido hueco de implacable sobre Zocodover, cubierta sus apresurados pasos, y el soniquete en aquel momento por una neblina monótono de la cháchara del cura. La fría y húmeda que flotaba suspendida erudición de aquél, un tanto alocada y sospechosa, dejó de interesar ensesobre los adoquines. –Bueno –comentó Ventura, dirigién- guida a Ramón, poco amante de esa dose al muchacho con los ánimos re- fantasía de encantamientos, almas en 27
pena, y romances que acaban siempre de forma trágica y violenta. –¡Aprovéchate de mí, chico! –insistía el sacerdote, ante la pasividad del muchacho–. ¡Tienes contigo a uno de los mayores expertos en esta ciudad…! En poco tiempo, sin apenas haberse detenido en ningún lugar, alcanzaron la plaza del Ayuntamiento y se vieron situados ante la catedral. –¡He aquí la joya de la ciudad! –exclamó Ventura, abriéndose de brazos para abarcar el grandioso edificio–. ¡Y casi diría que de España! Ramón contempló aquella magnificencia con cierta desgana, preparándose para lo que se le venía encima. –¡Mira qué maravilla! –repetía el sacerdote–. ¡Qué metáfora de nuestro país! ¿No crees? Imperfecta, ecléctica, inacabada… Encajonada en la estrechez mora de estas callejuelas… Podría pasarme horas, ¡créeme!, hablándote de ella… El frío, que había desaparecido tras la caminata, volvió a adueñarse enseguida del cuerpo de Ramón. El chico empezó a sentir cómo se le clavaba en los huesos, y trató de paliarlo desesperadamente, como se le fue ocurriendo. Primero, frotándose las manos y vertiendo su aliento cálido sobre las palmas ahuecadas, y después –apremiado por un incómodo temblor que hacía que le castañetearan los dientes–, comenzó a pisotear el suelo con la base de sus zapatos, sin que aquello pareciera tampoco surtir demasiado efecto. –Parece que hace un poco de frío, ¿no? –comentó, presa de la desesperación. Ventura le miró fijamente, molesto 28
por aquella interrupción que no comprendía. Justo a punto de reanudar su perorata, un ruido de pasos que adentraban en la plaza le hizo desviar la atención hacia otro lado. –¿Don Ventura? –dijo una voz ronca, de hombre adulto, que atravesaba el velo de niebla desde la calle Cisneros, por uno de los flancos de la catedral. –¿Sí? –respondió el sacerdote. –¡Soy yo, Marcial! –respondió la voz. Ramón y el sacerdote comenzaron a distinguir entonces el perfil delgado y fibroso de un tipo ataviado con ropas anchas de campesino, que se les aproximaba lentamente, aunque con resolución, ligeramente inclinado por el peso de un bulto que llevaba a la altura del costado. –Muy buenas –dijo el tipo, plantándose ante ellos. –¿Qué tal, Marcial? –le respondió el cura–. ¿Cómo tú por aquí, y a estas horas? –He estado en el café, buscándole – explicó el hombre–. Me han dicho que se había marchado de allí hacía poco. –Sí –respondió el cura–. Quería enseñarle la ciudad a mi nuevo compañero de pensión. El hombre miró al muchacho de arriba a abajo, más por cortesía que por interés, y se dirigió de nuevo al sacerdote. –¿Podemos hablar en algún sitio a solas, padre? –dijo. –Claro, Marcial –respondió el cura–. ¿Qué es lo que pasa? El hombre señaló disimuladamente el bulto que llevaba encima.
–Quería enseñarle algo… –dijo. El cura asintió, mirando aquel objeto con aire pensativo. –Podemos ir a la pensión, si te parece bien –le sugirió. –Me parece muy bien, padre –respondió el campesino. El cura se volvió entonces hacia Ramón, que les escuchaba muy atento, sin decir nada. –Siempre y cuando a ti no te importe, muchacho –le dijo muy serio–. Esto interrumpe nuestro recorrido turístico… –Por mí no hay ningún problema, padre. –¡Pues marchemos entonces! –resolvió Ventura. Y los tres se encaminaron, con pasos decididos, hacia la pensión.
CARA A CARA CON EL MISTERIO
La pensión estaba ubicada en un edificio estrecho de viviendas, situado hacia la mitad de la empinada calle del Cristo de la Luz. Don Ventura llevaba viviendo en ella muchos años, y era allí como uno más de la familia. Abrió el portal con su propia llave, e hizo que sus invitados le siguieran hasta su habitación, situada al final de un largo pasillo localizado en la primera planta. La luz del candil reveló, al abrir la puerta, un cuarto pequeño, con balcón a la calle, atestado de objetos antiguos, y polvorientos, y montones de libros por todas partes. –Bien –dijo, cerrando la puerta tras asegurarse de que Ramón entraba con
ellos–, ya estamos aquí, Marcial. ¿Vas a querer contarnos, por fin, qué es eso que llevas encima? Marcial se había precipitado a depositar el pesado bulto sobre la cama del sacerdote. –Verá –dijo, quitándose la boina y señalando con un movimiento de cejas hacia Ramón–, es que quisiera hablar con usted a solas, padre… El muchacho, que en ese momento curioseaba entre los libros alineados en una pequeña balda que colgaba de la pared, se dio la vuelta al comprender que estaban hablando de él. –Yo –dijo, dirigiéndose a don Ventura–, me marcho, ¿eh? No tengo ningún problema… –¡Nada de eso! –se apresuró a rechazar el sacerdote–. Tú te quedas, muchacho–.Y después, dirigiéndose a Marcial–: No tienes que preocuparte por él, es de confianza… –Como quiera –respondió el campesino–. Yo, como usted me dijo que era imprescindible actuar con sigilo en estos casos, sin que nadie se enterase… –¿Pero a qué tanto misterio, Marcial? ¿Se puede saber qué es lo que te traes entre manos? –Verá –respondió el hombre–. Le contaré...
CONTINUARÁ...
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