Foto de tapa: Julieta Quirós.
1ra edición, julio de 2006, Editorial Antropofagia. Queda hecho el depósito que marca la ley 11 723. Quirós, Julieta Cruzando la Sarmiento : una etnografía sobre piqueteros en la trama social del sur del gran Buenos Aires - 1a ed. - Buenos Aires : Antropofagia, 2006. 128 p. ; 21x13 cm. ISBN 987-1238-13-4 1. Marginación Social. I. Título CDD 305.56
No se permite la reproducción parcial o total de este libro ni su almacenamiento ni transmisión por cualquier medio sin el permiso de los editores.
Serie Etnográfica La colección “Serie Etnográfica” busca promo ver y difundir la in vestigación etnográfica, con especial atención en la sociedad y la cultura argentina y latinoamericana. En los volúmenes que la componen se busca poner en diálogo a las teorías académicas sobre temas tales como la cultura, la política, la familia, la economía o la religión, con las formas a tra vés de las cuales las personas que son objeto de los análisis conciben y practican esos dominios de su vida colecti va. Para ello, los autores se han valido de una experiencia de in vestigación singular: la etnografía, caracterizada por una presencia prolongada en los lugares de in vestigación, relaciones personalizadas, obser vación participante, con versaciones casuales y entre vistas en profundidad. A eso se suma un sano ‘eclecticismo metodológico’ que permite poner en relación datos pro venientes de la etnografía, con fuentes documentales de carácter histórico, informaciones de índole cualitati va, con datos cuantitati vos, haciendo de los libros que componen esta colección ejemplos de la mejor tradición en la in vestigación social.
Directores: Rosana Guber: Centro de Antropologia Social-IDES/CONICET Federico Neiburg: Univ. Fed. de Río de Janeiro ( UFRJ )- Consejo Nacional de Investigaciones ( CNPq)
A Pato, y a la gente de Varela
Índice Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Lygia Sigaud Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 I. El mundo de los planes. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47 II. La familia de La Polaca y el Seguro Público de Salud . . . . . . 67 III. La familia Aguirre y el local tomado . . . . . . . . . . . . . . . 89 Final . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121 Apéndice. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
Lista de Siglas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127 Protagonistas, por orden de aparición . . . . . . . . . . . . . . . . 127 Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135
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Agradecimientos Este libro es una versión re visada de mi disertación de maestría, defendida en febrero de 2006 en el Programa de Pós-Graduação em Antropologia Social (PPGAS), Museu Nacional, Uni versidade Federal do Rio de Janeiro. Su publicación fue posible gracias a la con vocatoria de Rosana Guber y Federico Neiburg, directores de la Serie Etnográfica, a quienes agradezco los valiosos comentarios para la versión final y las incontables pistas para el trabajo futuro. Esta edición fue financiada por el proyecto de pesquisa “Processos de transformação do mundo rural”, dirigido por Lygia Sigaud, sub vencionado por la FINEP (Financiadora de Estudos e Projetos) en el marco de apoyo institucional al PPGAS/MN/UFRJ; contó, además, con el apoyo financiero del proyecto UBACyT FI084 “Representaciones sociales y procesos políticos: análisis antropológico del lugar del ritual en el dominio político”, dirigido por Mauricio Boivin y Ana Rosato. Agradezco a la CAPES (Coordenação de Aperfeiçoamento de Pessoal de Nível Superior) y a la FAPERJ (Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado do Rio de Janeiro) por las becas que me permitieron llevar a cabo el curso de maestría en dos años. Al PPGAS por el respaldo institucional; a sus profesores, con quienes aprendí tanto de antropología. En particular a Moacir Palmeira y a Marcio Goldman, por su interlocución y por su estímulo; a Federico Neiburg, que en los inicios me transmitió la confianza de que era posible –y valía la pena– decir otras cosas sobre el fenómeno piquetero. A Lygia Sigaud, quien orientó mi disertación y en quien encontré una interlocutora inigualable; además de las lecturas minuciosas, le agradezco el entusiasmo con que ha sabido acompañarme en todo momento. Mis colegas y amigos de maestría también fueron grandes interlocutores, un grupo que sabe hacer de las diferencias –de hacer, de pensar antropología– algo poderoso. Ellos, los choppes, y la música compartida, han hecho de estos dos años en Río una rutina deliciosa. Agradecer, entonces, a Flávio Gordon, Chico Araujo, Zé Renato Baptista, Julia Sauma (y sus traducciones), y especialmente a Virna Plastino, Ana Carneiro, y Camila Medeiros, por nutrir este trabajo con lecturas, ideas, ataques de risa e infinidad de episodios de la vida carioca. Del otro lado de la frontera, quiero empezar por la gente que me recibió en Florencio Varela. Los funcionarios de la municipalidad me atendieron con la mayor disposición, facilitando mapas, cuadros y datos sobre el distrito. En los barrios, Roberto Martino reservó tiempo para nuestras con ver11
Agradecimientos
saciones políticas, fascinantes para mí. Por sobre todo, quiero agradecer a los que me abrieron las puertas de su casa, los que permitieron que me entrometiera fugazmente en sus vidas. Esa calidez hizo posible esta etnografía, e hizo de Florencio Varela el lugar para volver. A ellos, mi máximo reconocimiento. En todo momento conté con el apoyo de los antropólogos de siempre. Agradezco a Guillermo Quirós, que –una vez más– acompañó de cerca pequeñas y grandes decisiones. A Ana Rosato y Mauricio Boivin, por el estímulo y el diálogo permanentes. Fuera de la antropología, a mis hermanos (que a través del teléfono siguieron haciéndome reír tanto o más que siempre). A mis viejos, por las (muchísimas) lecturas y sugerencias, por la presencia generosa y entusiasta. A Pat Quirós, por sus imágenes y sus preciadas palabras. A Margarita y Diego Scha velzon (y sus visitas desparramadas), por el apoyo y optimismo que siempre me transmiten. Sal vador sigue significando porque sigue dando sentido. A Florencio Varela, a Río, a Buenos Aires, a las cosas de nuestra vida. Una vez más, sus preguntas y respuestas animaron mi trabajo de principio a fin. Escribir estas páginas me remonta a dos años atrás, cuando estábamos por emprender viaje, y nos preguntábamos si todo iba a dar certo. Y claro que sí.
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Prólogo Cruzando la Sarmiento es una contribución inestimable a la comprensión de la
participación de los indi viduos en acciones colecti vas, y específicamente en aquello que dio en llamarse “mo vimientos sociales”. Sin ser expresamente un estudio sobre los mo vimientos piqueteros, este libro tiene la virtud de proporcionar lla ves para tornar inteligible los modos en que las personas se in volucran en los cortes de ruta y las mo vilizaciones del interior y del Gran Buenos Aires que tanto marcaron la historia reciente de la Argentina. Al examinar esa participación a la luz del contexto social y de la vida de las personas en él implicadas, Julieta Quirós demuestra que formar parte de una organización piquetera es una posibilidad –entre tantas otras– de obtener beneficios del Estado (un plan de empleo, por ejemplo), y también una forma de dar sentido a la vida, de man tenerse ocupado, de garantizar la auto-estima, de ser respetado. Los estudiosos sobre mo vimientos sociales –entre ellos, el movimiento piquetero–, no suelen preguntarse por las moti vaciones de aquellos que participan en esas organizaciones, ni tampoco por el significado que las personas dan a esa participación. Todo transcurre como si la “masa” –así es como se concibe a los participantes– compartiese el sentido atribuido por los dirigentes. De esta forma, los estudiosos pierden la oportunidad de identificar aquello que, sin figurar en el ideario de los mo vimientos, contribuye de forma decisiva a tornarlos posibles. El mérito de este libro reside en poner en el centro de la escena y en el foco del análisis a los indi viduos de carne y hueso que participan en las acti vidades de las organizaciones piqueteras. En lugar de una masa anónima, nos encontramos con personas con un nombre y una historia, que incluso se vieron asaltadas por la duda antes de integrar alguna de esas organizaciones. La perspectiva de marchar por las calles pro vocaba en muchos de ellos una mezcla de vergüenza y miedo; el juicio que parientes, amigos y vecinos podrían hacer sobre ellos los detenía. Sin embargo, en determinado momento –singular en la vida de cada uno de los personajes del libro–, pre valeció el sentimiento de que esa era una posibilidad de mejorar de vida. Apostaron por ella, y pasaron a estar con los piqueteros . Los mo vimientos son tributarios de estas apuestas en la vida. Es posible que los análisis contenidos en este libro produzcan incomodidad entre aquellos que vieron en estas grandes mo vilizaciones una señal segura del despertar de las “masas” hacia la “lucha contra el neo-liberalismo”, y que consagraron en sus escritos este punto de vista que tanto se 13
Prólogo
ajustaba a sus ideales de un mundo mejor. El sociólogo, como ya lo señalaba Norbert Elias, es un cazador de mitos, y en esa caza busca tomar distancia de las visiones apasionadas de sus contemporáneos. Frente a los ideales de su tiempo, deberá mantener siempre, recomendaba Max Weber, la cabeza fría, y si fuese necesario, nadar contra la corriente. Julieta Quirós siguió los preceptos de estos maestros. Apoyándose en una sólida in vestigación empírica, logró disociar la participación en los piquetes de supuestas con versiones ideológicas, y procediendo en esa dirección, consiguió desenredarla, no con el objetivo de desmerecer al mo vimiento –como hacen los conser vadores en sus arengas moralistas–, sino, al contrario, de iluminar aquello que, siendo la fuerza del piquete, permanecía oscuro: el deseo pertinaz de vivir con dignidad en un mundo en el que, para muchos, trabajar por un salario dejó de ser una posibilidad. Cruzando la Sarmiento es, también, una contribución a la comprensión del
lugar del mo vimiento piquetero en el mundo social del cual forma parte. Como muestra la autora, el sur del Gran Buenos Aires es un uni verso de planes gubernamentales, en el cual la existencia social depende fuertemente de la oportunidad de tener ac ceso a alguno de ellos. Los mo vimientos piqueteros constituyen uno de los caminos posibles, y es en ese camino que el libro pone la atención. El uni verso en el que actúan las organizaciones es un uni verso como cualquier otro, en el sentido de que allí los individuos están vinculados por lazos de dependencia recíproca que se expresan por medio de obligaciones. Al entrar en una organización y con vertirse en posibles destinatarios de un plan, los indi viduos contraen obligaciones con el mo vimiento –entre ellas, la de hacer el don 1 de su persona, de su cuerpo, y de su presencia en las marchas y cortes. Este don continuado en el tiempo los tornará merecedores –a los ojos de los dirigentes y de ellos mismos– del beneficio esperado. Una vez obtenido el plan, habrá nuevas obligaciones que honrar: la contraprestación en trabajo impuesta por el Estado y la participación en di versas acti vidades de la organización. Ésta, a su vez, depende del don de cada uno para hacer vivir al movimiento, para constituir su multitud y para promover las mo vilizaciones destinadas a obtener recursos del Estado. Cruzando la Sarmiento nos revela el funcionamiento de este pequeño mundo y lleva a cabo un análisis minucioso sobre el modo en que sus protagonistas conciben, tanto sus acciones en relación al movimiento, como la acción de los líderes del mo vimiento en relación a ellos. Así, a través de una atención cuidadosa de la autora al vocabulario empleado para referir a los planes, aprendemos que ellos son vi vidos como un don del mo vimiento, como una 1
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“Don” refiere, en la jerga an tropológica, a toda dádiva, ofrenda o donación, sin pretensión de compensación inmediata ni explícita. El desarrollo de esta cuestión se encontrará a lo largo de este libro (N. del E.)
Julieta Quirós ayuda . Al igual que en otros uni versos sociales, aquellos que aceptan un don
se sienten deudores, y es en la lógica del agradecimiento y de la retribución de la deuda que se inscribe el cumplimiento de las obligaciones contraídas con el mo vimiento. También aquí las interpretaciones no se ajustan ni a las imágenes idealizadas de prestaciones mo vidas por la adhesión a un “programa político”, ni a las imágenes demonizadas de prestaciones impuestas autoritariamente. No fue para tomar partido en las disputas relativas al movimiento piquetero que Julieta Quirós escribió este libro. Buscó, más bien, tornar inteligible el mundo en el cual las organizaciones actúan, y comprender el punto de vista de aquellos que las constituyen. Aun cuando este libro se inscribe en un proceso más amplio de producción de conocimiento sobre las organizaciones piqueteras, diría que no es, meramente, un nuevo título que viene a sumarse a la ya vasta bibliografía sobre el tema. Al focalizar el mundo social en el cual actúan esas organizaciones, Julieta Quirós rompe con la mirada pre valeciente en la literatura. La construcción de otro punto de vista sobre este uni verso también se inscribe en un proceso. La autora estaba lejos del calor de los acontecimientos cuando comenzó a diseñar su in vestigación. La distancia y la posibilidad de interactuar con interlocutores que no compartían los esquemas de interpretación sobre las acciones colectivas, ni tenían familiaridad con los piquetes, ciertamente contribuyeron para que fuese elaborando, progresi vamente, un punto de vista diferente. Su primera aproximación al objeto fue el análisis de la literatura disponible, y no podría haber sido de otra manera. Poco a poco, fue percibiendo las lagunas y las preguntas para las cuales no encontraba elementos de respuesta. Al final de cuentas: ¿quiénes eran, socialmente, aquellos de los que la literatura hablaba? ¿Por qué bloqueaban rutas y marchaban por las calles de Buenos Aires? Esta insatisfacción intelectual fue la fuerza propulsora que la llevó al “campo”. En Florencio Varela, centro importante de acción de organizaciones piqueteras, se encontró, entre otras cosas, con un mundo de planes gubernamentales. Gracias a una formación sólida en antropología, la autora supo hacer uso de la tradición disciplinar para montar su estrategia. Tomó como guía una red de personas ligadas por relaciones de parentesco, vecindad y amistad, y las siguió en su cotidianidad. Cometió “errores” en el inicio, al formular interrogantes que lle vaban la marca de la literatura que ella misma criticaba, cuando preguntó –para sorpresa de uno de sus interlocutores en campo– a qué organización piquetera pertenecía, y tuvo la sensibilidad de deducir las implicancias de esos equí vocos para entender mejor aquel pequeño mundo; aprendió, en la interacción con sus interlocutores, las preguntas pertinentes; pri vilegió la escucha atenta, y sobre todo, la obser vación de las escenas que tuvo oportunidad de presenciar. Para los patrones clásicos de la antropología, llevó a cabo una inmersión corta en el universo de Florencio Varela; pero fue, sin em bargo, una inmersión sufi15
Prólogo
ciente para poner de relieve evidencias que van en dirección contraria a lo que suele plantear la literatura sobre el tema, y para formular nuevas preguntas. Ese fue el peso y el alcance de las elecciones metodológicas de focalizar en los indi viduos que participan en los mo vimientos –en lugar de centrarse exclusi vamente en los dirigentes que hablan por los mo vimientos–, y de incluir en el campo, además, la obser vación de aquellos que no participan en organizaciones piqueteras –como, por ejemplo, quienes “trabajan para un político”. El cambio en la escala de análisis y la conducción de la investigación a partir de la preocupación por entender los significados atribuidos por las personas a sus propias acciones, le permitieron proyectar una nueva luz sobre el mundo de los planes y de los piquetes. Para presentar a sus colegas y al público los resultados de su trabajo, la autora eligió construir una narrativa en la cual el in vestigador está todo el tiempo presente, con sus errores, sus dudas, y sus aciertos. Gracias a esta opción, nos es posible acompañar su itinerario y enterarnos del modo como logró saber lo que nos relata. Por el estilo, y por el uso de la primera persona, su texto podría asimilarse a la escritura de algunos antropólogos llamados “posmodernos”. Esta sería, no obstante, una lectura equi vocada: a diferencia de los autores de la nueva escritura etnográfica, Julieta Quirós no pri vilegia su “experiencia” de campo para hacer de ella el foco de la narrativa. Esa experiencia está, en cambio, al ser vicio de la producción de conocimiento sobre un determinado microcosmos. No se trata de poner en el centro de la escena al antropólogo en la interacción con sus interlocutores, sino de basarse en lo descubierto en esa interacción para explicar las acciones, comprender su significado, y poner ese conocimiento nuevo en relación con otras interpretaciones. Las estadísticas, los documentos, el material producido por medios de comunicación, los planos, los gráficos de parentesco, los relatos narrados a la antropóloga, las con versaciones registradas y las escenas obser vadas, constituyen aquí el corpus analizado, porque los datos son más importantes que la “experiencia” en sí. Es cierto que, con su estilo, Julieta Quirós en vuelve al lector de la primera hasta la última página –y mejor que así sea. Pero la fuerza de Cruzando la Sarmiento no reside en el estilo por sí solo, como en la capacidad de la autora para, a través de un bello texto, hacernos conocer un mundo hasta entonces oscuro y mal comprendido. Al acompañar la in vestigación desde el inicio, los relatos de Julieta sobre Florencio Varela me evocaban, en todo momento, observaciones hechas en mis in vestigaciones sobre las ocupaciones de tierra en Brasil, o aquellas registradas por otros estudiosos que pesquisan el tema. Con el trabajo con16
Julieta Quirós
cluido en las manos, es posible ahora sistematizar algunas de las comparaciones posibles entre las ocupaciones y los piquetes. Las marchas y los bloqueos de rutas, puentes y calles en la Argentina presentan rasgos comunes con las ocupaciones de tierra (y el armado de campamentos) en el Brasil. En los dos casos, está en juego la realización de performances colectivas, altamente ritualizadas y ricas en símbolos, para obtener ciertos beneficios del Estado. Allí como aquí, estas performances han sido exitosas: las organizaciones piqueteras obtu vieron planes de empleo y otros recursos para aquellos que mo vilizaron, así como el Mo vimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), el mo vimientos sindical y otras setenta organizaciones más que promueven ocupaciones de propiedades pri vadas, lograron la desapropiación y la redistribución de tierras para los que participan de los campamentos. En ambos países, los funcionarios del Estado aceptaron como interlocutores legítimos a los mo vimientos que promo vieron estas performances, y se apoyaron en ellos para implementar la política social –en el caso argentino– y la política agraria –en el brasilero. De ambos lados de la frontera, los mo vimientos se constituyeron en esta relación con el Estado, así como el Estado constituyó sus políticas en la interacción con los mo vimientos. En la Argentina las organizaciones piqueteras compiten entre sí, y con los políticos profesionales que controlan el poder municipal, por los planes sociales y otros beneficios a ellos asociados. En el Brasil, la competencia tiene lugar entre las organizaciones que ocupan tierras. Aquí lo que está en juego es la prioridad en la desapropiación, la prisa en ser contemplado por el Estado. La propiedad ocu pada no es objeto de disputa. Una vez ocupada por un determinado mo vimiento, queda asociada a él, y, de haber desapropiación, los beneficiarios serán seleccionados entre aquellos que ese mo vimiento mo vilizó y logro mantener en sus campamentos. Serían necesarios nuevos estudios para reconstituir los procesos sociales a través de los cuales los representantes del Estado brasilero y argentino fueron tejiendo estas relaciones y contribuyendo para que las performances se convirtieran en formas apropiadas de reivindicar y obtener planes y tierras. Por su carácter temporario, por ser susceptibles de pérdida, y por requerir reno vación, los planes de empleo en la Argentina no son equi valentes a la parcela de tierra atribuida por el Estado brasilero –la cual, excepto en algunas circunstancias, es una asignación continua y duradera en el tiempo. La participación en piquetes y marchas que legitima la aspiración a un plan y su manutención, se diluye en el tiempo, es intermitente. En cambio, la participación en los campamentos que legitima la aspiración a tierra debe ser continua, para garantizar el beneficio que sólo vendrá con la expropiación. A pesar de estas diferencias, la relación de los indi viduos con las organizaciones piqueteras y con los mo vimientos de ocupación presenta fuertes semejanzas. Aquí y allí las personas ven en su participación en las organiza17
Prólogo
ciones una posibilidad de me jorar sus vidas. En ambos casos, se trata de una oportunidad por la cual se apuesta en cierto momento. Ante otras posibilidades consideradas más seductoras –como un empleo estable–, las personas no dudan en hacer otras apuestas. De los dos lados de la fron tera, los lazos establecidos con las organizaciones parecen tener como modelo la relación de trabajo. En la Argentina las personas piden licencia para ausentarse de las acti vidades del mo vimiento, pueden tener vacaciones, y garantizan un reemplazo en la marcha cuando su pre sencia es imprescindible. En el Brasil, las personas piden autorización al coordinador del campamento para instalarse en él, y muchas veces conciben este pedido como la solicitud de un puesto de trabajo; también piden permiso para apartarse del campamento y se preocupan por buscar un substituto que se quede en su carpa –lo cual marca su pertenencia al campamento. Como en los casos analizados por Julieta, las personas consideran que obtu vieron el beneficio –en este caso, la tierra– gracias al mo vimiento, y es con el mo vimiento que se sienten agradecidas. Es por deber y por agradecimiento –expresado en la categoría com promiso – que participan de las acti vidades promo vidas por el mo vimiento, sobre todo cuando se trata de constituir el núcleo duro de nuevas ocupaciones. Aquí y allí el cumplimiento de las obligaciones asociadas al sentimiento de deuda contribuye a mantener vivos y hacer crecer a los movimientos. En Florencio Varela las personas le decían a Julieta que estaban con los pi- queteros . En Brasil, las personas que encontré en los campamentos también me decían estar con los sin tierra. Siendo, en su origen, una parte de la denominación del MST –la primera organización en promover ocupaciones–, “sin tierra” se tornó en Brasil el término utilizado para clasificar a todos aquellos que están in volucrados en ocupaciones, campamentos y manifestaciones por la reforma agraria. Al parecer, todo indica que en la Argentina “piquetero” sirve para identificar a quienes participan en las acti vidades promo vidas por las organizaciones de desocupados. Ni “piquetero”, ni “sin tierra” constituyen identidades reivindicadas por aquellos a los que se designa con esos términos. En ambas situaciones las personas suelen decir que “están con” las organizaciones. “Estar” es, en castellano y en portugués, el verbo adecuado para designar un estado transitorio. Y si las personas lo eligen, es porque de ese modo viven su relación con el mo vimiento. Por eso, utilizar el verbo “ser” –que designa un estado permanente–, representaría una violencia al sentimiento que experimentan esas personas. Los estudios sobre movimientos pi queteros y sobre el MST no se refieren en sus análisis al lenguaje que los participantes utilizan para describir su inserción en un mo vimiento. Tal vez, esos autores no hayan tenido la oportunidad de interactuar con ellos, o no hayan dado importancia a los términos empleados, a los verbos y a la sintaxis de las frases. Y sin embargo, es precisamente por medio de estos elementos del lenguaje que logramos comprender el significado vi18
Julieta Quirós
vido de la relación mantenida por las personas. De este modo, al prestar atención al hecho de que los movimientos son referidos en tercera persona –sea en singular o en plural–, y no a través de la primera persona –yo, nosotros–, comprendemos –como lo señala Julieta Quirós y como lo comprobamos en los campamentos– que ellos son un otro para el enunciador. Así, las organizaciones piqueteras y los mo vimientos de ocupación de tierra están también constituidos por personas que se vinculan a ellos de modo momentáneo, y que no necesariamente conforman un cuerpo con los líderes. Poseen una relación distinta a la de los militantes, que encarnan el movimiento y que viven por y para el movimiento. Pero, en la medida en que se sienten ligadas a la organización, actúan según las reglas del juego, y dan vida a los movimientos y a sus performances. Los piquetes y las ocupaciones de tierra suelen ser interpretados como eventos espectaculares y han atraído la atención de los medios de comunicación, de la izquierda y de los cientistas sociales dentro y fuera de las fronteras nacionales. En lo que refiere a su lugar en los debates, sin embargo, en la Argentina parecen tener más centralidad que en Brasil. Tal vez porque los piquetes estén asociados a procesos contemporáneos como la desindustrialización, la globalización y los cambios en el mundo del tra bajo, mientras que las ocupaciones de tierra difícilmente podrían ser vinculadas a estas transformaciones. En su lugar, tienden a ser vistas, por periodistas y cientistas sociales, como resultantes del hambre de tierras de la masa de “sin tierra” existente en ese país de gran extensión territorial y de tantas desigualdades sociales; también tienden a ser vistas como productos de la mo vilización lle vada a cabo por los mo vimientos. Los estudios etnográficos muestran, por el contrario, que no es el hambre de tierras aquello que motiva a las personas a ir a un campamento, y que no es solamente el trabajo de los militantes aquello que las dispone a armar sus carpas. Ellas buscan una oportunidad para vivir mejor, así como los personajes de Florencio Varela, tan bien analizados en Cruzando la Sarmiento. Lygia Sigaud Rio de Janeiro, Julio de 2006
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No se ol vide que la misma fogata que usté acaba de apagar, otro la está soplando del otro lado del camino. Juan José Saer
Introducción I. Situando el problema La primera vez que me presenté en un local barrial de uno de los mo vimientos piqueteros más importantes de Florencio Varela1, un grupo de mujeres me dio la bien venida. Bas tó que yo dijera que estaba haciendo un trabajo sobre algunos barrios del municipio, para que una de ellas me dijera, Hace un tiempo estu vieron unos franceses, que nos sacaron fotos y todo. Y que enseguida otra agregara que los extranjeros se habían hospedado en el lugar, y acompañado durante algún tiempo las acti vidades del mo vimiento, Vos querés hacer algo así, ¿no? 2 Ese tipo de comentarios, como el de asociarme a “los franceses” –o a “los alemanes”, o a “los dinamarqueses”–, iba a ser una constante a lo largo de mis visitas a los barrios de Florencio Varela en donde, en definitiva, se desarrollaría mi trabajo de campo. En algunas oportunidades, mi presencia evocaría, además, la de una socióloga que había visitado el mo vimiento tiempo atrás, y la de las cámaras de un par de programas de tele visión de corte político y documental. Como era de imaginarse, los piqueteros están acostumbrados a recibir visitas de especímenes como el antropólogo: en los últimos años la ‘cuestión piquetera’ ha de venido un objeto de interés destacado, tanto en el ámbito académico como político, dando origen a una vasta producción bibliográfica sobre aquello que dio en llamarse “nuevas formas de protesta social” y “nuevos mo vimientos sociales”. Mi asociación a –y a veces confusión con– los extranjeros, los sociólogos, los periodistas indicaba, entre otras cosas, que los llamados piqueteros se saben objeto de curiosidad, y que saben, también, que ese interés trasciende las fronteras nacionales. “Los franceses” eran, probablemente, uno de los tantos grupos de intelectuales, acti vistas antiglobalización y militantes de nuevas izquierdas que, día a día, se aproximan a las organizaciones piqueteras, o bien agenciando posibles destinos para los fondos de alguna ONG o bien buscando compartir vi1
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Con una población de 348.767 habitantes, Florencio Varela es un municipio del sur del Gran Buenos Aires, ubi cado a 24 km de la Ciudad de Buenos Aires (véase mapa, p. 31). Según la clasificación de la Encuesta Permanente de Hogares del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, Florencio Varela forma parte del “Conurbano IV”, la región más pobre del Gran Buenos Aires (cf. INDEC, 2003 y 2005). Sobre la norma seguida para citar la palabra de mis interlocutores, cf. infra, en “A modo de ad vertencia”.
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Introducción
vencias con aquello que puede ser la “multitud” o la “potencia”3. He aquí la forma en que una ONG norteamericana promociona un reality tour a la Argentina: “The unem ployed have created the piquetero movement, which fights for unem ployment com pensation from the government by or ganizing demonstrations and bloc- king major roads throughout the country. Visit Argentina, to better understand the co- llapse of the neo-liberal pro ject and witness the possibilities that Argentine movements pre- sent in building a world be yond un fair trade, privatization, debt and structural ad justment 4 policies ” . Tour que suele incluir una visita a fábricas recuperadas, a emprendi-
mientos de autogestión, y fuera de Argentina, tal vez una travesía por un campamento del Movimento de Trabalhadores Sem Terra, o un recorrido por las comunidades del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Quizás lo más significativo de mi asociación a esos visitantes es que ella hablaba de las expectativas que los llamados piqueteros tenían en relación a mí. En pocos días, la gente del movimiento percibiría que mis caminatas por los barrios de Florencio Varela incluían encuentros con vecinos vinculados a Pereyra, el intendente del municipio por el Partido Justicialista (PJ)5, encuentros con gente de otros mo vimientos piqueteros, con trabajadores barriales asociados a la municipalidad y con empleados del centro de salud de un programa del gobierno pro vincial. Este proceder extrañaría a varios com pañeros : ¿Por qué no visitás otros locales del mo vimiento?, cuestionaban algunos. Los alemanes recorrían todos los locales, iban a las reuniones y a las asambleas, me ad vertían otros. ¿No pensaste en entre vistar a Martino6?, me preguntó una mujer –que prosiguió explicándome que “la socióloga” sí lo había entre vistado, y que sería muy bueno para mí, porque él podría darme “una visión general de cómo nos organizamos”. Y es que los piqueteros no sólo se saben objeto de interés público, sino que también están perfectamente habituados al modo en que los especialistas suelen abordarlos: me refiero al recorte que toma como unidad de análisis a los mo vimientos u organizaciones, procurando dar cuenta de sus modos de funcionamiento –de allí el seguimiento de acti vidades como reuniones , asam- 3 4
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Cf. Negri y Cocco (2003); Colectivo Situaciones (2003). “Los desocupados han creado el mo vimiento piquetero, que lucha por una in demnización al desempleo por parte del gobierno, organizando marchas y bloqueando las rutas principales de todo el país. Vi site Argen tina, para comprender mejor el colapso del proyecto neoliberal, y para ser tes tigo de las posibilidades que presentan los mo vimientos argentinos en la construcción de un mundo más allá del comercio desigual, la privatización, la deuda estructural y las políticas de ajuste”. http://www.globalexchange.org, 10 de Noviembre de 2005. El Partido Justicialista go bierna la Provincia de Buenos Aires desde 1987, y el municipio de Florencio Varela desde 1983. Esqui vando las discusiones, aquí uso como equi valentes Par- tido Peronista , PJ, peronismo, y a veces, simplemente, los peronistas, ya que estos eran los términos que aparecían en campo. Roberto Martino, dirigente del mo vimiento piquetero en cuestión.
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bleas y marchas –, y de sus distinciones y alcances políticos –de allí la centra-
lidad de entrevistas a líderes y referentes, quienes, a través de una operación metonímica lle vada a cabo por los investigadores, asumen la voz del movimiento. La literatura sobre piqueteros constituye un campo heterogéneo, está orientada a públicos di versos –trabajos de corte más académico o más político–, y parte de preocupaciones y objetivos di versos: mapear históricamente la instalación del piquete como forma de acción colectiva, o la génesis y el desarrollo de los mo vimientos (cf. Oviedo 2001; Delamata 2004; Isman 2004; Svampa y Pereyra 2004); analizar sus potenciales políticos y su relación con el Estado (cf. Lenguita 2002; Grimson 2004; Svampa y Pereyra op. cit.; Svampa 2004); estudiar la conformación de un nuevo actor social, la constitución de nuevas identidades y de nuevas formas de sociabilidad (cf. Cross y Cató 2002; Masseti 2004, Svampa y Pereyra op. cit.); inscribir el fenómeno en procesos más amplios de protesta social (cf. Auyero 2002a; Almeyra 2004); inscribir la acción de las organizaciones piqueteras en otras experiencias y tradiciones asociativas ligadas al barrio (cf. Grimson et al 2003; Svampa y Pereyra op. cit.). Sin embargo, un elemento común a esa di versidad es que el objeto de análisis suele ser el movimiento , o los movimientos : objetos que de vienen sujetos que piensan, conciben, dicen, plantean, consideran, aceptan, rechazan, y juzgan. En ese recorte, algunos autores tienden, también, a seguir la preocupación de cúpulas dirigentes y medios de comunicación en lo que respecta a la demarcación de distinciones: “duros” o “blandos”, “autónomos” o “heterónomos”, “asistencialistas” o “políticos”, “combativos” o “conciliadores”8, son las tipologías a través de las cuales esos mo vimientos son pensados. Como resultado, y con raras excepciones (cf. Manzano 2004, 2005), las organizaciones piqueteras tienden a ser aisladas, no sólo del contexto social del que forman parte, sino por sobre todo, de la vida de quienes las integran9. Mientras los términos piquete y corte refieren al acto de ocupar e interrumpir el tránsito de rutas, puentes y calles, marcha refiere a una modalidad de protesta en la que la columna mo vilizada recorre un camino pautado, hasta llegar a un punto de destino específico, que suele ser el frente de un organismo de gobierno. En los últimos años, los movimientos piqueteros han recurrido más a la marcha que al piquete , en parte por el descrédito del que éste último ha sido objeto en la opinión pública. Es por eso que en este trabajo escucharemos más hablar de marchas que de piquetes . 8 Cf. Svampa y Pereyra (2004: 55-72); Isman (2004: 65-87); Delamata (2004: 33-66); Mazzeo (2004: 45-74), Almeyra (2004: 145-146). 9 Aún cuando Manzano traza un recorte organizacional –dos movimientos de La Matanza, Gran Buenos Aires–, sus trabajos salen de la línea dominante en la medida que, a partir de una perspectiva etnográfica, buscan articular las acciones de protesta con la vida cotidiana y las trayectorias de las personas que hoy integran esos movimientos. Cabe señalar que el libro de Svampa y Pereyra (2004), como el informe etnográfico realizado por Grimson et al (2003), constituyen un esfuerzo en esa dirección: ambos destacan el carácter territorial de 7
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Si la sociología de los movimientos –o tal vez más precisamente, la sociología de los liderazgos– constituye la mirada dominante a través de la cual la cuestión piquetera ha sido abordada, aquí propongo partir de otro punto de vista. Este libro propone tomar como sujeto a las personas que participan en las acti vidades de los llamados mo vimientos piqueteros, buscando inscribir esa participación en otras dimensiones de la vida social en que ellas están inmersas. Fue con esa inquietud que a inicios de 2005 partí para Florencio Varela, en principio no para llevar a cabo un “trabajo de campo”, sino para tener un mínimo contacto con ese mundo que, a través de los textos, parecía tan árido. Por ese entonces, mi proyecto de disertación de maestría se proponía realizar una re visión crítica de la bibliografía sobre el fenómeno piquetero, al que me aproximaría empíricamente en el doctorado. Mientras tanto, los autores serían mis nativos, y sus categorías y presupuestos, mi problema de in vestigación. La visita a Florencio Varela no era más que un complemento subsidiario de ese trabajo bibliográfico. No obstante, al llegar a Varela me confronté con algo más que piqueteros. Entre otras cosas, los barrios periféricos del distrito me re velaron un mundo social signado por la desocupación, la subocupación y el trabajo precario, en que los llamados planes de em pleo o planes sociales tenían una omnipresencia palmaria10. A medida que transcurrían mis días en Varela, fui percibiendo la complejidad de ese mundo de planes y siglas gubernamentales que las personas manejaban diestramente. Advertí que no sólo se trataba de planes de diferentes tipos, sino también, que las vías para adquirirlos eran múltiples: un plan podía ser obtenido por un contacto con algún político; podía ser obtenido anotándose en los padrones de la municipalidad; podía ser obtenido, también, anotándose en un mo vimiento piquetero. Fui advirtiendo, además, que las mismas personas que se desempeñaban en acti vidades de esos mo vimientos articulaban relaciones con otras organizaciones barriales; que esas personas adicionaban al plan recursos pro venientes de otras políticas de gobierno, y que en esa agregación las relaciones familiares ocupaban un lugar esencial. En Florencio Varela, no todos los desocupados eran piqueteros ; no los mo vimientos piqueteros y pretenden conectar esa experiencia a otras relaciones colectivas. 10 Desde el año 96 los gobiernos nacional y provincial lanzaron diversos tipos de subsidios y planes de empleo para desocupados. En la actualidad, un elemento común a casi todos ellos es su monto, de 150 pesos mensuales por beneficiario (aproximadamente 50 dólares). Además, la mayoría de los planes exige al destinatario una contraprestación laboral de cuatro horas diarias, en proyectos comunitarios, productivos o educativos. Al año 2005, Florencio Varela contaba con aproximadamente 40.000 destinatarios de planes nacionales y provinciales de empleo. Según datos del gobierno municipal referidos al año 2002, en relación con una población económicamente activa de 153.000 personas y un índice de desempleo del 22,2% (34.000 desocupados), se trata de uno de los distritos del conurbano con mayor cantidad de planes de empleo asignados (IDEL, www.florencio varela.gov.ar, 26 de septiembre de 2005).
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todos los piqueteros eran o fueron desocupados; no todos tenían plan ; no todos los que tenían plan lo habían obtenido de la misma forma. De repente, el formar parte de una organización piquetera aparecía como una posibilidad dentro de un uni verso más amplio de posibilidades de vida, y una aproximación al fenómeno cobraba sentido si esas organizaciones eran restituidas en ese universo. Mientras más me adentraba en él, la literatura más se marchitaba; en pocos días, mi plan originario –y mi objeto– se habían desdibujado. Proponer una mirada descentrada de los mo vimientos no es equi valente a sustituir el objeto ‘mo vimientos’ por el de ‘piqueteros’, sobre todo porque las personas que hacen piquetes son algo más que piqueteros. No se trata tanto de demostrar que la vida de esas personas no se agota en los mo vimientos, como partir del presupuesto de que la vida tiene otras dimensiones a través de las cuales el formar parte de un mo vimiento puede tornarse más inteligible. Mi propuesta es que los mo vimientos piqueteros –como algunos dilemas planteados por la propia literatura en términos de paradojas o contradicciones– pueden ser mejor comprendidos si la “vida en un piquete” –parafraseando a Auyero (2002b)– o la “vida organizacional” –parafraseando a Grimson et al (2003)–, es restituida en el flujo de la vida –si se quiere, ‘fuera del piquete’, ‘no organizacional’. En este sentido, diría que mi perspectiva está animada por un espíritu malinowskiano: al igual que la par ticipación de los trobriandeses del pacífico sur en las expediciones kula –o en los rituales de magia de los huertos–, analizada por Malinowski11, podemos decir que el estar en un movimiento piquetero no se explica por sí mismo. Para que esos fenómenos a primera vista extraños cobren inteligibilidad, es preciso que sean puestos en relación con otros. La literatura sobre piqueteros suele apuntar relaciones de causas y efectos. Casi in variablemente, las primeras páginas de los trabajos sobre la cuestión hacen mención al proceso de desindustrialización acarreado por las políticas liberales implementadas desde el golpe militar del ‘76; siguen por la profundización del modelo neoliberal en los años 90, con la consecuente retirada del Estado y la irrupción del desempleo estructural, hasta llegar a la constitución de las organizaciones de desocupados, y al piquete como forma de protesta característica de esa sociedad desproletarizada. Y si bien este es un punto de vista po sible, aquí Malinowski me inspira en otra dirección, cuando procuro iluminar la experiencia cotidiana de formar parte de un movimiento piquetero a partir de su relación con otras experiencias de la vida cotidiana.
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Cf. Malinowski (1935, 1995).
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Una etnografía planteada en estos términos puede sugerir, no sólo que los piqueteros hacen más que piquetes, sino que no necesariamente se piensan como siendo piqueteros . Presuponiendo sujetos indi visos e inequí vocos, algunos autores suelen dar al término piquetero el estatuto de “nueva identidad social”, y al piquete el de instancia pri vilegiada de producción de esa identidad. Cross y Cató (2002: 88) escriben, por ejemplo, que “se ha producido un pasaje desde la definición negativa ‘no tengo trabajo’ a otra positiva, ‘soy piquetero’”. Lenguita (2002: 61) señala que “para sus protagonistas, ser piquetero significa que su identidad ha dejado de estar asociada a un trabajo, desde ahora estará signada por lo que se hace: cortar la ruta”; Massetti (2004: 52-94) habla del piquete como “rito de pasaje”, y como “ámbito-momento” generador de identidad social12. Esa identidad –“ser piquetero”– suele pensarse, además, como aquello que viene a llenar un vacío y a restituir los lazos en una sociedad que, tras haber pasado por las políticas neoliberales, se encontraría “fragmentada”, “descolecti vizada”, “disgregada”, signada por la “indi vidualización de lo social” y por el “repliegue de los sujetos en su esfera pri vada”13. Podemos pensar que el presupuesto de la falta (de lazo social, de pertenencias, de identidad) es afín al encantamiento con que los mo vimientos suelen ser abordados. Al pensar casi exclusi vamente en términos de rupturas (lo nuevo), los autores acaban demarcando fronteras taxativas: antes de los piqueteros no había nada; o también, el piquetero –horizontal, participativo, autonomista– es de una naturaleza opuesta a la del puntero14 –verticalista, despolitizado, clientelar15. Un encantamiento que, en el marco de un debate político sobre quiénes son esos piqueteros y por qué hacen piquetes, busca tomar posición frente a una visión opuesta –la visión desencantada. Y así, a la ecuación piquetero = vago, defendida por uno de los polos del de bate, la literatura contrapone la ecuación piquetero = desocupado; a la razón material alegada por los primeros para in validar la protesta –la gente va a los piquetes a cambio de un plan de empleo, de una caja de comida, o de 20 pesos–, los segundos oponen su razón ideológica –los piqueteros luchan por un cambio social, por un nuevo proyecto político. Svampa y Pereyra (2004: 168 y ss.) señalan que, a pesar de la heterogeneidad de la composición de las organizaciones, es posible hablar de una identidad piquetera, asociada a la idea de “dignidad”. Grimson et al (2003: 74) y Auyero (2002b: 15) también re fieren a piquetero en términos de nueva identidad social. 13 Cf. Isman (2004: 22, 144, 156); Svampa y Pereyra (2004: 14, 30, 53, 219, 222); Delamata (2004: 14). Cross y Cató (2002: 90). Sobre la insistencia de la intelectualidad argentina en pensar al tiempo presente como momento de crisis y desinte gración social, véase Neiburg (1998: 98 y ss.). 14 Término peyorativo para referir a quienes trabajan para un político o para un candidato, mo vilizando bases y reclutando votantes. 15 Una crítica a esta oposición puede encontrarse en Manzano (2004: 157). 12
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El debate esconde, no obstante, un consenso en el disenso, pues ambas posiciones presuponen que no es aceptable mo vilizarse políticamente por un plan, por una caja de comida, o por 20 pesos. Ambas comparten una jerarquización entre lo intelectual y lo material: mientras unos censuran a través de la denuncia –el manejo de planes por parte de los mo vimientos es “clientelar”–, los otros censuran a través del tabú –los planes constituyen un aspecto subsidiario, una demanda meramente rei vindicativa de los mo vimientos, detrás de la cual descansan las auténticas (y más ele vadas) demandas16. A lo largo de este trabajo pretendo apuntar sobre las dificultades de pensar el fenómeno piquetero bajo el prisma de tales presupuestos, y apuntar, también, sobre la necesidad de escapar a miradas normativas de ese tipo. Sería imposible, sin embargo, pensar que el resultado de ese propósito escapa al debate político. En primer lugar, porque, como cualquier punto de vista, el elegido en este caso implicó una decisión: la incomodidad originaria con la sociología de los líderes me llevó a estudiar otras tramas que hacen a las organizaciones piqueteras. Para decirlo bre vemente: esta etnografía experimenta qué es aquello que aparece cuando, momentáneamente, eclipsamos el punto de vista de los discursos oficiales y de las entre vistas a dirigentes; qué resulta de ese desplazamiento; y cómo, y en qué direcciones, eso que resulta nos obliga a repensar algunos de los hábitos epistemológicos con los que tendemos a abordar ese mundo social. Y eso que resulta encierra implicancias políticas en la medida en que muchos detalles etnográficos que aquí presento podrán ser utilizados por las distintas posiciones que encarnan la discusión sobre piqueteros. En ese caso es posible, incluso, que ciertos datos sean sometidos a lecturas hostiles, y que descripciones sobre cuestiones contro vertidas –como lo son las formas de asignación y gestión de planes de empleo y otros recursos estatales– sean esgrimidas como argumentos contra las personas y organizaciones que constituyen la trama de la etnografía –y no me refiero sólo a los piqueteros y a los mo- vimientos , sino también a los diri gentes , a los punteros , a los peronistas , a los políticos . Quiero señalar que mi compromiso con este trabajo y con la perspectiva propuesta, como también mi compromiso con mis interlocutores en campo, ha pasado precisamente por no suprimir esas descripciones, en la medida en que ellas hablan de aspectos constitutivos de sus vidas y hacen, en definitiva, a la dimensión humana de ese mundo social. Dimensión que parece ser omi16
Tal vez es ese consenso lo que permite a los defensores de los movimientos pasar, repentinamente, del encantamiento a la decepción, y de la admiración a la advertencia. Me refiero, por ejemplo, a las afirmaciones de académicos y medios de comunicación sobre la presunta pérdida de autonomía de los movimientos en relación a los partidos y al Estado; o sobre la pérdida de su potencia política originaria, tras institucionalizarse como mediadores entre el gobierno y la población en lo que respecta a la distribución de planes de empleo.
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tida tanto por la denuncia como por el tabú, y que considero necesario –obligatorio tal vez– re velar: en primer lugar, para apartarnos de la censura moral a la que ese uni verso es sistemáticamente sometido; en segundo lugar, para exponer las condiciones sociales concretas en las cuales y con las cuales esas personas –con inefable esfuerzo y creatividad– están lidiando día a día. Confío –siguiendo a Bourgois (1995: 18)– que la escritura antropológica puede ser un espacio de resistencia si, en lugar de encantar, está dispuesta a desnudar la complejidad de los uni versos que estudiamos. Una de las implicancias de ese mo vimiento es poner en evidencia la esterilidad de reducir la vida a ‘razones’, sean ellas ‘materiales’, sean ellas ‘ideológicas’. Parte de mi desafío, entonces, es que este libro valga, no tanto para alimentar los argumentos de las visiones en disputa, como para redefinir algunos de los términos en que la disputa discurre. Antes que proponer nuevas respuestas a viejas preguntas, antes que objetar las respuestas dadas por otros, a través de esta etnografía propongo llamar la atención sobre otras preguntas posibles con que el fenómeno piquetero puede ser interrogado. En lo que sigue, hago uso de algunos fragmentos de mi entrada al campo para mostrar cómo esos interrogantes fueron construidos.
II. Llegando a Florencio Varela La elección de Florencio Varela como lugar de trabajo respondió, en realidad, a una contingencia: durante mi in vestigación para tesis de licenciatura había tenido oportunidad de conocer a Manuel, un hombre que tenía familia en ese municipio, y que, además, había estado vinculado durante algún tiempo a una organización de desocupados. Confiaba a tal punto que Manuel sería mi entrada a ese uni verso –una entrada alternati va a los movimientos –, que me puse a indagar algunas cuestiones sobre Varela y su historia, cuando toda vía me encontraba en Río de Janeiro, haciendo mis cursos de maestría. Al llegar a Buenos Aires, sin embargo, los sucesi vos intentos por vol ver a contactar a Manuel fueron fallidos. Después de más de una semana sin noticias, cuando ya había empezado a pensar lugares alternati vos, otras personas que nada tenían que ver con mi in vestigación me condujeron a Estela, quien acabó siendo el portal a Varela. A los 17 años Estela17 había dejado Corrientes, su pro vincia natal, para buscar trabajo en Capital. Allí había conocido a Jorge, su actual marido, y 17
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A lo largo del libro se van in terrela cio nando di versas personas, que entran y salen de escena en distintos momentos. En el Apén dice in cluí una lista de esas personas por orden de aparición, con breves descripciones, para que el lector pueda –en la medida que lo con sidere necesario– relocalizarlas. Aclaro que, a excepción de personajes de conocimiento público, los nombres son ficticios; también son ficticias las denominaciones de barrios y calles –a excepción de la avenida Sarmiento, que prácticamente atraviesa todo el municipio.
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luego de vivir varios años en un barrio porteño, el matrimonio se había mudado con sus cuatro hijos a Florencio Varela, al terreno que los padres de Jorge tenían como casa de fin de semana. En mi primer encuentro con Estela –en Capital, cerca de su trabajo–, yo no sabía exactamente cómo plantear cuáles eran mis objetivos de in vestigación. Ciertamente, no quería precisar lo que estaba interesada en estudiar, pero, al mismo tiempo, tenía que dar alguna señal para ver en qué medida podía, a través de ella, llegar a los piqueteros. Pero mis elucubraciones fueron vanas, la información circula, y Estela sabía que yo quería estudiar “cosas políticas”: Mi cuñada me dijo que vos querías estudiar a los piqueteros. El tema es que donde yo vivo no hay piqueteros, pero cerca, en los barrios más pobres, sí. Hizo una pausa y prosiguió: A mí me ofrecieron ser piquetera. Fue una chica de la escuela, que me ofrecía el plan para ser piquetera, y yo le dije que ni loca. Si hubiera sabido –dijo riéndose–, te habría servido más para tu trabajo. Desde el primer momento, Estela se mostró totalmente solícita conmigo. En aquel encuentro traté de relati vizar mi interés específico en los piqueteros, y le dije que me bastaba con que me ayudase a recorrer parte de su barrio, la estación de Varela, la plaza principal, y “esas cosas”. Entusiasmada, ella me explicó el camino –tomar el 60 hasta Constitución, después el 148, bajar pasando la estación de tren de Varela, en la Avenida Sarmiento. La referencia era una gomería, con un gran cartel azul en la esquina. Desde Capital serían dos horas de viaje. Podía ir en tren, Pero tarda mucho –explicó Estela– y además es peligroso. Estela y Jorge viven en el barrio Alsina. Le dicen el barrio de los bancarios –me explicaba Jorge–, porque el Banco Pro vincia loteó la zona para sus empleados, hace muchos años. Mi percepción de Alsina, de hecho, fue la de un barrio suburbano de clase media, calles asfaltadas, chalecitos terminados, algunas casas más acomodadas. La de Estela y Jorge es una casa de tres cuartos y un fondo grande, con pasto y árboles de frutas. Como me contaba Estela mientras me mostraba cada ambiente, la habían ido reformando de a poco, y ahora estaban terminando la cocina y haciendo el cuarto de las chicas. Jorge trabaja desde hace años en el Banco Pro vincia, y ahora está incursionando en la apicultura. Dice que está esperando que lo echen y le paguen su indemnización para poder dedicarse exclusi vamente a las abejas. Una vez por mes, Jorge suele recibir en el banco a los piqueteros que van a cobrar el plan : ¡Sabés las pilchas que tienen, mejores que las mías!, re clamó entonces. Estela también se quejó diciendo: Los cortes [de ruta] son terribles, a veces demoro cuatro horas para salir de Varela. Cuando les pregunté a ella y a Jorge si tenían vecinos o conocidos que fueran a piquetes, contestaron que por Alsina no había: Para eso tenés que irte a Villa Margarita, Villa Salcedo, La Estrella, 32
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todos esos lugares, dijo Jorge, explicándome que tenía que entrar con alguien, Porque eso es todo villa, sola no podés pisar. Ahora todo eso es villa, si este Pereyra lo único que sabe hacer es importar villeros de todos lados. Con casi quince años consecutivos de gobierno, Julio Pereyra es el intendente del municipio de Florencio Varela por el Partido Justicialista18. El comentario de Jorge era tan sólo la primera de las tantas imputaciones que escucharía hacia esta figura política durante mi trabajo; imputaciones que pro venían de las personas más disímiles; de aquellos que, injuriándolo, se ocupaban de dejar en claro que eran peronistas de toda la vida . Muchos –incluido Jorge, también declarado peronista– apuntaron que, a diferencia de otros políticos, Pereyra “nunca da nada”. He escuchado varias historias sobre la “mafia de Pereyra” y los “matones” que lo sustentan. Alguien me dijo, también, que (dicen que) Pereyra tiene una fábrica de lombrices con las que se hacen las hamburguesas de Mc’ Donalds. Aquella, mi primera mañana en Varela transcurrió en la cocina de Estela, tomando mate y con versando sobre su vida, la casa en Capital donde ella trabaja, los chicos y la escuela. En un momento me dejó char lando con Jorge, y reapareció casi una hora después, contándonos –como quien da un re porte– sobre el operativo que, sigilosamente, había estado lle vando a cabo. Había llamado a un hombre “que está en política”, para que yo con versara con él: Él sabe todo sobre Varela, me dijo Estela. Había llamado, también, a una madre de la escuela “que es piquetera”. La mujer le había dado indicaciones sobre un “comedor de los piqueteros”, que quedaba cerca de Alsina. Estela había ido, además, al video club de la esquina, Porque sé que el chico del video conoce piqueteros, y me dijo que él podía ir a buscarlos a la tarde, explicó. Y continuó: Yo le pregunté si podíamos ir a donde ellos viven, pero el chico me dijo que él ahí no entra ni en pedo, así que imaginate lo pesado que debe ser. Lo cierto es que aquel día Estela hizo de la búsqueda de ‘algo piquetero’ un desafío propio. Con el ofrecimiento del “chico del video” –llevar piqueteros a la puerta de su casa–, podía sentirse una asistente de pesquisa eficientísima. Su compromiso me resultaba ambi valente. Por un lado, me causaba mucha incomodidad: se suponía que lo último que yo quería –o debía– hacer era buscar piqueteros . Pero, por otro lado, calmaba mi ansiedad, ya que Alsina y el círculo de Estela y Jorge no eran, exactamente, lo que yo me proponía estudiar. Desde cualquier punto de vista, mi entrada al campo me parecía un fracaso. Cuando con Estela nos disponíamos a salir en busca del comedor, Jorge nos despidió en la puerta, pidiéndome que “averiguara” tres cosas sobre “los 18
Pereyra asume primeramente como Intendente Municipal Interino, en 1991. Ese año vence en las elecciones municipales, y asume como intendente electo. Es reelecto en 1995, en 1999, y en 2003.
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piqueteros”. Primero –dijo–, por qué usan capucha y palos. Segundo, por qué están trabajando en la construcción de unas casas impresionantes en Capital, y acá en pro vincia no hacen nada. Tercero, cómo dan los planes, cómo deciden a quiénes se los dan. Estas preguntas fueron, tal vez, las primeras pistas sobre toda una serie de acusaciones que, dentro de Varela, circulan en relación a los piqueteros. Los cuestionamientos de Jorge presuponían calificativos que, de allí en adelante, escucharía sin cesar: los piqueteros como violentos –por qué marchan con palos–; como vivos –no sabés las pilchas que tienen; cómo deciden a quién le dan los planes–; y la más recurrente, como vagos –por qué acá no hacen nada. Al mismo tiempo, las averiguaciones que Jorge me encomendaba no eran enteramente nuevas para mí. Sus cuestionamientos eran los mismos que circulan en los diarios, en la tele visión, en las calles de los barrios céntricos de Buenos Aires. Sin ir más lejos, eran las preguntas que mi abuela hacía insistentemente cada vez que me veía al volver de Varela: ¿Por qué se tapan la cara? ¿Por qué andan encapuchados y armados? ¿Por qué en vez de estar cortando la ruta no buscan trabajo? ¿Cómo administran los planes? Aunque más adelante vol veré sobre esta última cuestión, cabe anticipar que es, sin duda, la que despierta más contro versia desde que, hacia el año 2000, la gestión de los planes de empleo pasó a ser descentralizada. Si hasta entonces era atribución de los municipios –empadronar, controlar requisitos, otorgar los planes, dar bajas–, a fines de 1999 el gobierno de Fernando De la Rúa dispuso que los planes podrían también ser administrados por organizaciones de la “sociedad civil”, como asociaciones ci viles y ONGs. Fue en el marco de esa disposición que muchas organizaciones piqueteras se constituyeron en ONGs, pasando a gestionar sus propios padrones de planes sociales, a organizar la contraprestación de cuatro horas diarias de trabajo que cabe a cada destinatario –en acti vidades productivas y comunitarias dentro del propio mo vimiento–, y a engrosar sus filas vertiginosamente. Parte de los mo vimientos –y de la bibliografía sobre el tema– rei vindica la medida gubernamental en términos de la conquista de la “autogestión”19 de los planes. Mientras que otros –como Jorge, como mi abuela, y como el diario La Nación , que dedica editoriales a lo que dio en llamar “el negocio piquetero”20 – la cuestionan ampliamente, denunciando la existencia de prácticas clientelares en el seno de los movimientos.
Svampa y Pereyra (2003: 95-99) señalan al gobierno de De la Rúa como momento de consolidación de estos mo vimientos como nuevo interlocutor social. Delamata (2004: 25) escribe que “la fórmula autogestiva desplaza al uso clientelar de la red peronista en la reasignación y la implementación de los planes”. 20 La Nación , 17/08/05. 19
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La referencia para llegar al “comedor de los piqueteros” era un quiosco, situado a mano derecha sobre la misma calle de la casa de Estela. Ahí había que doblar a la izquierda y caminar un par de cuadras. Eran las tres de la tarde, hacía calor, y en Alsina reinaba una quietud de siesta. Con Estela pasamos varias manzanas, incluso giramos a la izquierda en varias trans versales, pero el quiosco no aparecía. Ella pensó que tal vez sería más ade lante, entonces vol vimos a la calle de la que habíamos partido, y avanzamos más todavía. Fuimos entrando en algunas calles con partes de tierra. Vi que las casas empezaban a empobrecerse. Estamos en Santa Aurora, dijo Estela, mientras, algo ner viosa, me indicó que cruzáramos la calle para evitar al grupo de adolescentes que estaban sentados en la vereda, tomando cerveza. Habíamos caminado unas quince cuadras, cuando Estela propuso que empezáramos a preguntar a la (poca) gente que pasaba. En una calle perpendicular di visamos un grupo de personas que estaban reunidas alrededor de un micro, en la puerta de un club –Club de la Comunidad Paraguaya, decía el gran cartel arriba del portón blanco. Nos acercamos con la certeza de que ese sería el comedor. La parte del portaequipaje del micro estaba abierta. Adentro, algunos colchones, gente durmiendo, y un grupo de hombres sentados en ronda, jugando a las cartas. Nos miraron algo sorprendidos, y empezaron a hacer comentarios por lo bajo. Sólo que me pareció que eran en portugués. Unas mujeres, cocinando afuera del micro en una parrilla impro visada, me explicaron que eran de un equipo de fútbol de Minas Gerais; que estaban en Varela jugando un campeonato y que eran hospedados por el club. Les pregunté si allí funcionaba un comedor. Empezaron a reírse a carcajadas, y sólo después de varias explicaciones conseguí hacerme entender. Fue en Florencio Varela que aprendí que en portugués la palabra “comedor” tiene otras connotaciones, y que lo que yo buscaba era, en todo caso, un “refeitório”, más precisamente un “refeitório popular”. El club no era un refeitório ni tenía nada que se le pareciera. Los que jugaban de local tampoco sabían nada acerca de ningún comedor ubicado en el barrio. Aunque despro vistas de rumbo, seguimos la marcha. Sin mucha suerte, preguntábamos a las per sonas que se nos cruzaban. A veces, para ser más clara, yo decía “comedor comunitario”. Estela solía rematar preguntando por un “comedor de piqueteros”. En la puerta de una casa había dos jó venes rastrillando la zanja y sacando barro con unas palas. Uno recordó que la Sociedad de Fomento, en Alsina Centro, tenía un comedor, pero que a esa altura del año –pleno enero, vacaciones de verano– estaría cerrado ¿Y algún comedor de los piqueteros?, preguntó Estela. Los chicos se quedaron pensando, No, de comedor de los piqueteros nunca oí hablar. Agradecimos y dimos media vuelta. Ah –exclamó uno de ellos cuando ya nos habíamos alejado algunos metros–, hay un comedor, pero no es por acá, tienen como treinta cuadras. Allá, cruzando la Sarmiento, hay algo de los piqueteros. 35
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A lo largo de esa mañana, quedaba claro que para Estela, para Jorge, para el “chico del video”, y para sus vecinos, los piqueteros estaban lejos. Estaban en las “villas”, como me había dicho Jorge, en lugares que “no se pueden pisar”. El hecho de que en Alsina los piqueteros fueran percibidos como ajenos podía ser algo significativo, pero en ese momento no me interesaba. Empezaba a desanimarme; me preocupaba estar perdida, y haciendo una búsqueda tan forzada. Estela sugirió emprender el camino de vuelta. Dijo que vol vería a llamar a la madre de la escuela, y que tal vez, al día siguiente, ella podría llevarnos al comedor. Antes de que llegáramos a su casa, se de tuvo en el almacén de la esquina. Le preguntó a la mujer que atendía si no sabía de algún “comedor comunitario” o de un “comedor de los piqueteros”. La mujer se quedó pensando, y dijo que no, pero nos sugirió que habláramos con Nani, Sabés, esa vieja que vive acá en frente. Es medio loca, pero macanuda. Ella es piquetera, o bueno, por lo menos era piquetera. Díganle que van de parte mía. Atra vesamos la calle, caminamos media cuadra y tocamos a la puerta. Nuestra visita fue algo inoportuna. Primero, por el horario –Nani estaba durmiendo. Segundo, por el motivo. Acomodando su larga cabellera teñida de naranja furioso, y refregándose los ojos como para despertarse, Nani, una mujer de unos 60 años, dijo que no co nocía ningún comedor, “ni nada de eso”. Le comenté que hacía un rato que estábamos andando, que nos habían hablado de un comedor que quedaba por ahí cerca, un comedor de piqueteros, y que como ella había participado en algún piquete, tal vez... Sabía que iba a ser improcedente decir eso, pero no imaginaba que tanto. Nani me cortó en seco: Yo no soy pi quetera. No tengo nada que ver con eso, dijo. Entonces le agradecí, y pedí disculpas por haber interrumpido su siesta. Pero Nani me retuvo, diciendo que “en realidad” sabía de un comedor, Uno de unos paraguayos, yo fui algunas veces, cuando no tenía ni para polenta. Estela preguntó si era en el “Club de los Paraguayos”, y respondiendo que no, Nani empezó a indicarnos el camino. Estela repreguntó un par de veces porque no conocía las referencias que Nani le daba. Nani pareció impacientarse: Esperen que me cambio y las llevo, nos dijo entrando en su casa y pegando un portazo fiero. Durante el minuto que demoró en salir, Estela me dijo por lo bajo que Nani era una mentirosa, ¡Sabés las veces que la vi en los piquetes en la estación, andando con la pechera y la bandera! Nani reapareció con el mismo jog- ging que vestía cuando nos atendió. Había agregado unas hojotas y una gorra con visera. Salimos andando a paso rápido. Yo, después de la torpeza que había cometido, estaba muda. Nani empezó a hablar sola, aclarando, una y otra vez, con tono de queja, que ella nunca había ido a ningún piquete. Y al rato dijo: Veinte días duré con los piqueteros, después no me los banqué más. Me habían prometido que iba a trabajar en un taller de costura, y des36
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pués todo quedó en la nada. Le pregunté a Nani en qué barrio era eso. Por allá, dijo señalando para ningún lugar. Demoré unos instantes, hasta que me animé a preguntar qué agrupación piquetera era esa. No sé, respondió ella tajantemente. El asfalto se volvía irregular, y estábamos nue vamente en Santa Aurora. En una esquina, Nani detuvo el paso. Escondiéndose detrás de un árbol, y hablándome en voz baja, me dijo, ¿Ves donde están esas minas allá sentadas? Bueno, ahí es el comedor. Andás vos y preguntá, nosotras te esperamos acá. Con Estela no entendimos por qué, pero Nani no quería que la vieran. La situación fue absolutamente ridícula. Me aproximé a aquellas tres mujeres, que estaban sentadas en unas sillitas de plástico dispuestas en la vereda, y les pregunté por un comedor. Las mujeres se miraron entre sí, dudaron, y contestaron que no conocían ninguno. Sintiéndome más ridícula todavía, les comenté que era de la uni versidad, que estaba haciendo un trabajo sobre el barrio y estaba buscando comedores comunitarios. Dijeron que en época de clases funcionaba un comedor en la escuela, pero que entonces estaba cerrado. Me aventuré a decir que me ha bían hablado de un comedor de piqueteros por la zona. Una de ellas interpeló a las demás: Ah, Ernesto que está con lo del plan creo que sabe, ¿no? Y entonces otra la cortó en seco: No, no, acá nadie tiene plan. Cuando, más tarde, comenté a Estela sobre la con versación con esas mujeres, ella dijo que la gente estaba con “miedo”, porque en los últimos meses habían dado muchas bajas en los planes. Según me explicó Estela entonces, las bajas se debían a que el gobierno había detectado que algunas personas recibían más de un plan de empleo. Otras bajas podían deberse a irregularidades en las cargas . Fue a través de Estela como supe acerca de una distinción primordial entre los tipos de planes de empleo: aquella que separa los planes con carga familiar de los planes sin carga familiar . Los planes con cargas son obtenidos por aquellos que, además de acreditar su condición de desocupado, demuestren su condición de jefe o jefa de hogar, con al menos un hijo menor de 18 años a cargo; mientras que para los otros planes – sin carga –, basta acreditar la condición de desocupado, se tenga o no se tenga hijos menores de 18. En teoría, dos planes con carga no pueden ser asignados por los mismos hijos, es decir: un hijo no puede constar como carga de más de una persona, o lo que es lo mismo, un matrimonio no puede recibir dos planes presentando como carga a los hijos comunes. Entonces –me explicaba Estela– a veces los hijos están anotados como carga de los dos padres, y ahí se arma el quilombo, y les dan de baja. Tal vez la hipótesis de Estela sobre las bajas y las irregularidades en la asignación de los planes era buena para iluminar no sólo la actitud confusa y esquiva de aquellas mujeres sentadas en la vereda, sino también la de la propia Nani. Fue durante mi primer día en Varela que ad vertí que, lejos de ser un re37
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curso dado, el plan era algo signado por la incertidumbre. Fue ese día que ad vertí, también, que un extraño como yo no suscitaba confianza para hablar de temas como planes y piquetes . A pesar de su modo desapacible, Nani acabó siendo un punto fundamental en mi recorrido. Cuando, habiendo emprendido el camino de vuelta, llegamos a la puerta de su casa y nos despedimos agradeciéndole, ella nos retuvo nue vamente: Por ahí pueden encontrar algo allá del otro lado de la Sarmiento. Ahí hay unos piqueteros. Nani aclaró que ella no iría, pero seguidamente se dispuso a explicarle a Estela el camino. En la cuadra –indicó–, hay un camión abandonado, que siempre está ahí. Estela dijo que creía saber dónde era, y siendo las cinco de la tarde se propuso a acompañarme. Por las referencias de Nani, con Estela asociamos que debía ser el mismo lugar que nos había indicado aquel chico que sacaba el barro de la zanja en Santa Aurora. Cruzando la Sarmiento, había dicho también él. El barrio Alsina, situado a unas quince cuadras del centro, linda con la Sarmiento, una avenida de doble mano, que más que una avenida tiene el aspecto de una ruta21. No tiene veredas, sino grandes calzadas de tierra, con algunos tramos angostos de material. Algunos negocios grandes, como de repuestos de autos, talleres mecánicos, ladrillos, piletas de fibra –esos comercios de ruta. También hay estaciones de ser vicio y algunas remiserías. Muchos negocios cerrados y locales abandonados. En realidad, a excepción del centro, Varela es un poco así. A lo largo del recorrido del 148 hay muchos galpones con car teles de “se alquila” y “se vende”. Las ca lles de Varela dan la sensación de que allí había cosas que ya no están más. Con Estela atra vesamos la Sarmiento y caminamos algunas cuadras. Las calles empezaban a ser de tierra, y las construcciones más precarias. Las tres personas a las que preguntamos por un comedor supieron darnos indicaciones, conduciéndonos al camión abandonado, que pudimos di visar al final de una pequeña calle trans versal. Estela parecía algo ner viosa; según creía, estábamos en el barrio Villa Margarita. Tomamos la callecita y llegamos al camión, que estaba estacionado al lado de un portón de rejas, seguido de una pared blanca, con una inscripción en pintura negra: “Trabajamos para vivir dignamente. Trabajamos para cambiar la realidad. Construimos la sociedad del futuro. M.T.R.”.
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Aunque la deno minación actual es “Avenida Eva Perón”, conservé la denominación antigua de “Avenida Sarmiento” porque ésa es la que usaban mis interlocutores en campo.
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Estábamos en un local del Movimiento Teresa Rodrí guez , una de las organizaciones piqueteras más fuertes de Florencio Varela22. Aunque el lugar estaba cerrado, ver esa pared me generó mucho alivio. Eran las seis de la tarde. Después de un día en que las perspectivas habían sido tan áridas –el tener que buscar, las preguntas forzadas e incómodas– pensé que había encontrado, por fin, una punta para empezar a deso villar. Con Estela emprendimos el camino de vuelta, y ya en su casa, me dispuse a juntar mis cosas para retornar a Capital. Fue entonces cuando ella me recordó que “el chico del video” estaría por llegar con “los piqueteros”. Durante la tarde había conseguido ol vidarme de esa eventualidad. Quería desaparecer, pero a esa altura era más impropio hacerlos trasladarse hasta la casa de Estela inútilmente, que recibirlos, y pasar, como fuere, esa situación de antropólogo de baranda23. Y, naturalmente, de eso se trató. Pasadas las seis y media tocaron a la puerta. El “chico del video” estaba allí, mientras otro más joven, de unos 15 años, esperaba en la vereda, debajo del árbol. Estela se puso a hablar con “el chico del video”, mientras se esperaba que yo me acercara a hablar con Sebastián, “el piquetero”. No sabía qué decir, y como si esto fuera poco, empezaban a caer las primeras gotas de lluvia. Agradecí a Sebastián haber ido hasta ahí, y le dije: Estela está tratando de ayudarme porque estoy haciendo un trabajo sobre algunos barrios de Varela, y hoy estuvimos buscando un comedor de piqueteros... Yo soy piquetero, dijo él interrumpiéndome. Torpe pregunté, ¿De dónde? Estoy con el MTR, res pondió él. Supe entonces que aquel local del MTR en que había estado hacía menos de una hora se llamaba “Cabildo”, Cabildo Mayo, dijo Sebastián. Mi mamá y mi hermana están en ese cabildo, yo estoy en otro, que queda en La Estrella, cru zando la Sarmiento. Entonces se ofreció a acompañarme a La Estrella algún día, Así conoce a los compa-
El Movimiento Teresa Rodríguez (MTR, de aquí en adelante) se funda en 1997, bajo el nombre de Mo vimiento de Trabajadores Desocupados Teresa Rodríguez (MTD-Teresa Rodríguez), aglutinando MTDs de Florencio Varela, Mar del Plata, Hurlingam y San Francisco Solano. Teresa Rodríguez murió en la represión a un piquete en la pro vincia de Neuquén, en 1997. Fue el MTD de Florencio Varela el que, ese mismo año, promovió el primer corte de ruta en la zona sur del Gran Buenos Aires, recibiendo del gobierno provincial casi mil planes de empleo (cf. Delamata 2004: 21). La agrupación MTD-Teresa Rodríguez se fracciona en 1998 y un sector conforma el MTR (cf. Svampa y Pereyra 2004: 237 y ss.). 23 En la historia de la disciplina se conoce como trabajo de campo “de baranda” a una modalidad de rele vamiento de datos característica del antropólogo de inicios del siglo XX, quien viajaba y se establecía en el lugar para recolectar su material de primera mano, pero –y a di ferencia del “etnógrafo moderno”–, lo hacía sin adentrarse en las aldeas: el material era obtenido a través de cuestionarios realizados a los “informantes” nativos que eran llevados hasta la baranda o galería de la casa en que el propio antropólogo se hospedaba. Sobre el tema véase Guber (2001) y Stocking (1983). 22
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ñeros más viejos, los que están hace más tiempo, que estu vieron en la represión, y todo eso. Si al principio Sebastián me había recibido retraído, mirando hacia abajo cuando hablaba, tratándome de usted, creo que al final de nuestra breve con versación parecía sentirse menos incómodo, y tal vez yo también. Nos despedimos cuando la lluvia au mentaba y empezábamos a mojarnos. En el 148 de vuelta pensaba sobre aquella situación. En qué términos el “chico del video” habría “buscado” a Sebastián y lo habría “llevado” a la casa de Estela; qué pensaría Sebastián –a quien nunca más vol vería a ver– sobre esa escena. Repasé otros eventos del día: había llegado al barrio Villa Margarita, al local de una organización piquetera, a un adolescente que, declarándose piquetero, se ofrecía a acompañarme a otros locales en otros barrios. Barrios en los que los planes abundan, los comedores y los movimientos abundan. Y aunque en mi recorrido la Sarmiento había representado un cruce geográfico y social, lo cierto es que mi inmersión en ese uni verso ya había comenzado en Alsina, a través de Estela y Jorge, y signos como la casa en construcción, el empleo doméstico, y la migración desde el interior hacia Capital y Gran Buenos Aires; a través del enigma y la incertidumbre que giraba alrededor de los planes; de la desconfianza hacia mis preguntas y hacia mi presencia; de los sentidos que en Alsina circulaban acerca de los piqueteros : además de vagos , vivos , violentos y villeros , la mujer del almacén había dicho que Nani era “medio loca”, y Estela que era una “mentirosa”. Pasando solamente algunas horas en Alsina, las afirmaciones de la literatura sobre “ser piquetero” como identidad dignificante se tornaban problemáticas. Además, aún cuando mi recorrido por Alsina estuvo signado por la ‘ausencia’ de piqueteros, mis interlocutores los conocían: Jorge se cruzaba con varios de ellos en el Banco Pro vincia; Estela los conocía a través de la escuela, y conocía a quienes los conocen. Ni Estela ni Jorge tenían plan, pero sabían mucho sobre planes, sobre la distinción entre planes con cargas y sin cargas , sobre las bajas y sobre el miedo de la gente frente a esa eventualidad. Estela sabía a quién preguntar, dónde buscar, porque a ella misma le habían “ofrecido un plan para ser piquetera” –a lo que ella habría respondido que “ni loca”. Mientras Estela había rechazado ese ofrecimiento, Nani parecía decepcionada con los piqueteros por una promesa incumplida –trabajar en un taller de costura. Fue a lo largo de mi primer día en Varela que comencé a percibir que formar parte de un mo vimiento piquetero era una posibilidad que se presentaba en la vida de las personas. Fue también entonces que comencé a preguntarme en qué circunstancias esa posibilidad sería concretada: ¿En qué circunstancias Nani se habría aproximado y distanciado de “los piqueteros”? ¿Qué expectativas estaban en juego? ¿En qué circunstancias a Estela le habrían “ofrecido un plan”? ¿Qué significaba “ser piquetera” en ese caso? ¿Qué implicancias tendría ese ofrecimiento? En definitiva, ¿cómo el 40
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Avenida Sarmiento 41
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Barrio Villa Margarita. 42
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estar (y el dejar de estar) en un mo vimiento piquetero de viene parte del mundo de los posibles de las personas? ¿Qué involucra para ellas estar en un movimiento? ¿Cómo esa experiencia es vivida? Fueron estas preguntas, hil vanadas a partir de las propias sorpresas que me deparó mi llegada a Florencio Varela, las que me lle varon a modificar mis planes originarios, y a sumergirme en ese mundo social que día a día se enmarañaba y me enmarañaba. Fueron estas preguntas, también, el prisma a través del cual la trama de este libro fue construida. No pretendo responder a todas ellas, sino más bien precisarlas –tal vez desmenuzarlas– etnográficamente, y formularlas como un punto de par tida posible para abordar ese fenómeno tan controvertido que son los piqueteros. El fin de mi primer día en Varela era el inicio del siguiente. Villa Margarita fue el lugar en donde transcurrió el trabajo de campo que entonces se iniciaba. Pasé cuatro semanas –entre enero y febrero de 2005– yendo al barrio, y volví sólo seis meses después, durante dos semanas. Si mi molestia con la bibliografía pasaba por una atención exclusiva a los mo vimientos, lo cierto es que –con el portón del MTR y mi ‘in formante de baranda’– mi ingreso al campo reproducía ese mismo recorte. Mi llegada a Florencio Varela se había dado exactamente del modo in verso al que pretendía. El portón del MTR era, entonces, la entrada a un mundo del que tendría que salir. Diría que el trabajo realizado hasta el momento consistió en un esfuerzo por iniciar ese desplazamiento: por pasar del movimiento a las personas, y de los cabildos a las casas. El cabildo Mayo del MTR fue mi punto de partida, y un espacio central del trabajo, ya que acompañé buena parte de las acti vidades que allí tenían lugar. Fue ese espacio el que me posibilitó conocer a di versas personas, a través de las cuales se fue tejiendo una red, que cada día se iba descentrando más del MTR, permitiéndome llegar a otros barrios, a un centro de salud, a un centro de gestión municipal, a la escuela provincial, a militantes del peronismo local, y también a otras organizaciones piqueteras24. Dentro de las casualidades y los imponderables que encauzaron el trabajo de campo, mis elecciones estu vieron orientadas a dar cuenta de esa complejidad, atra vesada por la generalidad del plan como medio de vida. Un mundo uniforme y multiforme, que de aquí en adelante pretendo desplegar.
III. A modo de advertencia Resta pre venir al lector sobre el estilo de relato que va a encontrar de aquí en más. La trama de los capítulos que siguen está tejida, básicamente, a partir de situaciones etnográficas. En el capítulo I busco mostrar algunos signos que 24
El haber cambiado los nombres de barrios y calles me ha impedido in cluir un mapa del distrito y mostrar mi recorrido. No obstante, a lo largo del libro el lector puede vi sualizar el itinerario de campo consultando el croquis que aparece en el capítulo II, página 69.
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evidencian que, una vez transitada esa frontera que es la Avenida Sarmiento, estamos en un mundo de desempleo y empleo precario en que los planes tienen una centralidad notable. Apelo a algunos eventos inspirada en la noción de contexto de situación de Malinowski (1930, 1935: 3 y ss., vol. II), buscando mostrar que el plan adquiere sentido en la medida en que seamos capaces de describir los contextos en que es vi vido. Las situaciones elegidas para este capítulo re velan al plan como lenguaje colecti vo, al tiempo que indican algunas de las vías por las que puede ser obtenido. A tra vés de esas situaciones esbozo, también, algunas de las implicancias de abordar a los piqueteros desde una mirada descentrada de los movimientos . En los capítulos II y III la trama de las situaciones se combina con otro recorte, el de algunas familias que ocuparon un lugar central durante mi trabajo de campo. Esta estrategia de presentación responde, por un lado, a que en Villa Margarita y otros barrios vecinos los planes de em pleo resultan ser un recurso agenciado a través de relaciones consideradas familiares; por otro lado, responde a un interés propio en esas relaciones como una llave prolífica para pensar fenómenos de la vida social que, en principio, se presume que nada tienen que ver con ellas25. Ambos capítulos avanzan sobre algunas cuestiones apuntadas en el capítulo I –los planes como medio de vida y como lenguaje–, y pretenden tener una aproximación más sistemática a lo que significa obtener un plan a través de una vía específica: los mo vimientos piqueteros. A partir de la experiencia de algunos de mis interlocutores, exploro cuáles son las obligaciones y derechos in volucrados al estar en un mo vimiento piquetero, en qué circunstancias las personas se aproximan a él, y de qué forma esa aproximación puede ser vivida. Específicamente, el capítulo II gira en torno a algunas situaciones vi vidas en el Se guro Público de Salud de Villa Margarita, un programa del gobierno pro vincial a partir del cual conocí a varias familias emparentadas. El capítulo III presenta un conjunto de situaciones asociadas a la ocupación de un local abandonado por parte del Mo vimiento Teresa Rodríguez. El capítulo está di vidido en dos partes: la primera se centra en uno de los protagonistas más destacados de esa ocupación –la familia Aguirre–, incorporando rasgos de su presente y de su pasado; la segunda coloca la mirada en algunas situaciones en que gra vitó la toma del local, incorporando otras personas que in25
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Esta mirada está fuertemente inspirada en algunos puntos del programa de pesquisa del Núcleo de Antropología de la Política, con sede en el Museu Nacional, Uni versidade Federal do Rio de Janeiro (cf. NuAP 1998), y estimulada por di versos encuentros del Núcleo a los que tuve oportunidad de asistir. Aún cuando en esta instancia mi trabajo no se propone problematizar la dinámica específica de las relaciones familiares –cuáles son las concepciones y formas na tivas de familia en juego, con qué criterios y en qué contextos alguien es considerado “familiar” y “pariente”–, quiero señalar que mi atención sobre esos vínculos y sobre espacios como la casa, fue guiada, en particular, por los trabajos de Palmeira (1996), Heredia (1996), Marques (2003), Borges (2004) y Comerford (2003).
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ter vinieron en ella. No obstante, las dos partes están intrínsecamente ligadas, en la medida en que la ocupación sólo puede ser entendida a través de aquellos que la lle varon a cabo, al tiempo que esas personas sólo pueden ser caracterizadas si son puestas en acción. Agrego tres obser vaciones en relación a la estrategia textual de todos los capítulos. La primera refiere al tratamiento de la palabra nativa. Como habrá podido notarse, ella casi no aparece enmarcada entre comillas. Exceptuando algunos fragmentos de discurso indirecto –entrecomillados– y términos nativos fuera de contextos específicos –que aparecen en cursiva–, a lo largo de este libro, cuando apelo al discurso directo de las personas, introduzco una mayúscula que indica que es otro –y no yo– quien enuncia. La elección de esta técnica narrativa no responde a una mera preferencia estética. Fue, en realidad, la manera que encontré de integrar la palabra nativa en el cuerpo del texto –en lugar de separarla de lo que el in vestigador enuncia. Mi intento por fundir esa palabra con la mía apunta, por un lado, a señalar el carácter construido del relato; un relato tan construido y tan ficticio como aquel que apela a la cita de un trecho de entre vista –muchas veces presumiendo el positi vismo de la palabra citada. Por otro lado, partiendo del supuesto de que el sentido no está disociado de la forma, de que aquello que se dice no puede ser des vinculado de lo que se hace, como tampoco de quién dice qué, en qué circunstancias, en frente de quién y para quién, ese recurso narrativo me permitió tejer una trama etnográfica en la cual la palabra busca estar ligada al contexto de situación en que fue producida. Aunque no he logrado este propósito de modo uniforme y total, me parece importante señalarlo, porque es esta la línea que ha guiado el trabajo de análisis y de construcción del argumento. Cabe decir algo sobre el estatuto de esa palabra nativa. A excepción de un encuentro con el intendente de Florencio Varela, en el campo no realicé entre vistas; mi trabajo consistió en la obser vación de di versas situaciones, y en con versaciones con las personas de Villa Margarita y de otros barrios vecinos. Mis notas eran tomadas al final del día, de modo que los diálogos han sido enteramente reconstruidos. En el marco de esta reconstrucción, aclaro que, para preservar a mis interlocutores, he jugado con el tiempo y el espacio de las situaciones. Aún procurando contemplar quién dice qué, hace qué y en qué circunstancias, hay personajes que fueron omitidos en las situaciones que narro; un evento que aconteció en determinado momento puede aparecer en otro; lo que alguien me dijo en un lugar, puede estar en otro; y una persona puede condensar características de otras. Una última observación refiere al carácter descriptivo de la trama etnográfica que sigue, lo cual está íntimamente asociado a las implicancias de la noción de contexto de situación. Como señala Malinowski (1935: 17 y ss.), dar sentido a un término es definirlo a través del análisis, y de los múltiples 45
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contextos que lo animan. Ya adelanté que dar una noción sobre qué son los planes en ese mundo es mostrar lo que las personas hacen con ellos; mostrar quiénes son esas personas es también describir lo que hacen; mostrar cómo se vive el estar en un mo vimiento piquetero es poner a las personas en acción. En función de esta perspectiva, el relato etnográfico no es económico ni sintético, sino dispendioso y analítico. Principalmente en los capítulos II y III ese principio malinowskiano es llevado al extremo: el lector se encontrará con di versos detalles de la vida de las familias que acompañé, detalles que están al ser vicio del punto de vista teórico que intento defender, en la medida en que restituyen a los movimientos piqueteros en el mundo social del que forman parte. El carácter descriptivo de la trama tiene que ver, por otro lado, con mi propia inmersión en un uni verso prácticamente desconocido. En lo que sigue, el análisis se despliega a medida que se desplegaba mi propio conocimiento de ese mundo intrincado de planes y abre viaturas. Por eso mi argumento se va construyendo progresi vamente: es a partir de la reincidencia de situaciones, personas y fragmentos de vida, cómo la discusión con ciertos supuestos establecidos se va edificando. Y por eso también, el tamaño de los capítulos no es uniforme, sino que se va dilatando con el correr de las páginas. Me interesa subrayar que esos capítulos no son apartados cerrados que se agotan en sí mismos, sino que dejan cuestiones sueltas, que son retomadas a lo largo de los siguientes. Aunque cada capítulo está organizado en base a preguntas específicas, ninguno de ellos tiene una estructura conclusiva, ni tampoco un inicio que anticipe o resuma lo que irá a venir. Aún con el riesgo de exigir más esfuerzo al lector, he optado por dejar esa forma desabotonada, precisamente porque ella habla de la variación continua con que yo misma me deparaba. El tipo de escritura de este libro intenta ser fiel a esa hibridación que era Florencio Varela. De modo que con voco al lector a armarse de paciencia, si es que está dispuesto a embarcarse en un uni verso que desdobla su heterogeneidad pausadamente, y en el que algo que parecía ser una cosa, inmediatamente deja de serlo.
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I. El mundo de los planes Desde la esquina podía oírse el ruido de una soldadora. Un hombre manipulaba el aparato, enderezando el portón de rejas. Dentro del patio, otro hombre picaba una de las paredes laterales. Y más adentro, un tercero alimentaba el horno de barro con maderas. En la cocina, dos mujeres la vaban algunas ollas. Debajo de la parra, sentadas en sillitas y bancos de escuela, un grupo de seis tejía prendas de croché. El cabildo Mayo ya no era aquel lugar desolado del día anterior. Sólo más tarde sabría que todas esas acti vidades están cuidadosamente pautadas, organizadas en dos turnos de cuatro horas, y que constituyen el trabajo que, por disposición del gobierno, cada destinatario está obligado a lle var a cabo como contraprestación del plan que recibe –en este caso– a través del MTR. Atra vesé el primer patio y me presenté al grupo de mu jeres del te jido. Olga, una de ellas, me dio la bien venida. Luego de asociarme a los franceses, me in vitó a la “charla” que habría ese día –Por unos planes del gobierno para los jó venes, explicó–, y seguidamente, sin que yo preguntara nada, llamó a Ana, una mujer unos veinte años menor –calculo que Ana tendría 35–, que salió de la cocina con una taza de mate cocido y asumió la tarea de mostrarme “lo que hacemos”. Ana dio inicio a un recorrido sintético y resuelto, a la manera de una visita turística: me llevó a la guardería , un cuarto con dos camas y unos armarios de cocina, donde se cuida a los chicos de los com pañeros ; a la pana- dería , un gran galpón con un horno y pilas de asaderas de pan; al centro de salud , una sala con algunos estantes, donde, según explicaba, trabajan com pañeros que fueron capacitados por la Cruz Roja; a otro cuarto, donde se fabrican los artículos de lim pieza que los com pañeros salen a vender por el barrio; a la huerta , ubicada en el fondo, con plantaciones de tubérculos y verduras; más al fondo todavía, al gallinero, a la biblioteca , y al de pósito de mercadería –Ana me mostró la puerta, y sólo más tarde conocería ese gran galpón, donde se almacenan pilas de alimentos que el cabildo Mayo recibe del gobierno nacional y pro vincial, y distribuye a los comedores de todos los demás cabildos de Varela. Allí se almacenan, también, los productos que, una vez por mes, el mo vimiento reparte a cada uno de sus integrantes. Finalmente, subiendo la escalera de hierro, Ana me mostró la fábrica textil , un gran salón con unas seis o siete máquinas de coser , adquiridas “por un subsidio del gobierno”. Al ver esa sala recordé a Nani, la mujer de cabellera naranja que el día anterior nos había guiado a Estela y a mí en la búsqueda del comedor. Como vimos algunas páginas atrás, Nani había dicho que los piqueteros le habían pro- 47
Capítulo I: El mundo de los planes metido trabajar en una fábrica de costura. Aunque en el momento dijo no
saber el nombre de la organización, más tarde nos indicaría cómo llegar “a un comedor donde hay unos piqueteros”, que acabó siendo el cabildo Mayo. Al ver la fábrica , supuse que Nani habría pasado por el MTR. Mientras ella se había ido decepcionada, porque todo lo del taller había quedado “en la nada”, mientras a Estela le habían “ofrecido un plan para ser piquetera”, y ella no lo había aceptado, la experiencia de Ana parecía bien diferente: Ellos me ayu daron mucho, yo no tenía nada y me ayudaron mucho, me dijo Ana cuando nos sentamos a tomar un mate debajo de la parra. Ana lleva casi dos años en el mo vimiento. Suele ir todos los días al cabildo Mayo, en general acompañada por los tres más chicos de sus cinco hijos: a la mañana a cuidar la biblioteca , y a la tarde a preparar la copa de leche que el cabildo sirve a los del turno tarde. Desde que la conocí, a Ana podía vérsela preocupada por conse guir trabajo. Tiene que ser por agencia –dijo esa misma mañana a otra com pañera del cabildo que le había preguntado cómo andaba la búsqueda–, porque por agencia pre sentás las referencias y listo. Ayer presenté las referencias de la casa donde trabajé doce años, y bueno, vamos a ver. Como Estela, y como la mayoría de las mujeres que conocí en Varela, Ana trabajaba en el servicio doméstico. En los últimos años sólo había conseguido changas , a pesar de que lo que ella buscaba era “algo estable”. La última había sido seis meses atrás, En la casa de una señora en Capital. Ese lo conseguí por agencia, el problema es que era con cama, y Lucas tenía un mes. Cuando me salió yo fui, pero no duré ni una noche. Llegaron las ocho y pensé, ‘Yo no puedo dejar al bebé solo’. Encima se apareció la hija de la señora, con su beba, y le empezó a dar la teta. Ahí dije, ‘No, yo me voy’. La señora me decía, ‘Pero Ana, quedate, si trabajás tan bien’. Yo le decía que aunque fuera en Capital, no tenía problema de irme a las diez de la noche, pero que me dejara dormir en mi casa. Pero ella dijo que tenía que ser con cama. Ella ya tenía otras dos empleadas con cama, la verdad es que no sé para qué precisaba más. El día de mi visita guiada por Mayo, Ana andaba con los clasificados del diario bajo el brazo. Cuando nos sen tamos en el patio, dijo estar preocupada porque en breve empezarían las clases de los chicos, y tendría que comprar útiles y zapatillas. Además, dijo que si no trabajaba “se aburría”: No sé, es como que me deprimo. Nuestra con versación se interrumpió con el llamado de Olga, quien nos anunció que era la hora de partir para “la charla por los planes para jó venes”, que tendría lugar en un cabildo de un barrio vecino, el barrio Villa Salcedo, ubicado a unas veinticinco cuadras de donde estábamos. Salimos de Mayo Olga, Ana, dos chicos de unos 14 años, y yo. Caminamos dos cuadras por la misma calle del cabildo, y nos detu vimos un momento en la casa de Ana, que tenía que buscar la bandeja de rosquitas que había cocinado esa mañana para 48
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Fábrica de costura, Cabildo Mayo. 49
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Preparando la copa de leche, Cabildo Mayo. 50
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vender en la reunión de Villa Salcedo. Las mismas rosquitas que Ana solía vender en el cabildo Mayo cuando había algún evento importante; las mismas que solía vender, también, durante las marchas . Tomamos la gran Avenida 1º de Abril que estaba siendo asfaltada, y contaba al momento con tres cuadras de pa vimento. Olga comentó que ese año el desfile de carnaval se haría allí. Donde acababa el asfalto había varias máquinas estacionadas, y un grupo de obreros haciendo mediciones. Comenzaban las cuadras de tierra ni velada; y a lo lejos podían verse dos aplanadoras funcionando. En algún momento doblamos a la iz quierda, por una calle de tierra más angosta. Vol vimos a doblar, y nos fuimos internado en calles más precarias. El escenario me resultaba muy diferente del que había transitado el día anterior. Y me costaba concentrar mi atención en las con versaciones de Olga y de Ana –que me explicaban el porqué de los nombres patrios de los distintos cabildos, y el porqué los cabildos se llamaban cabildos. Pensaba, en cambio, que cada vez había más barro, menos árboles y menos sombras. Que las casas iban siendo más frágiles: paredes de ladrillo a medio acabar, paredes montadas con pedazos de maderas, techos de chapa, algunas casillas de madera y cartón. En varias esquinas había montículos de tierra y basura. En otros tramos, las calles se desdibujaban. Se trataba, más bien, de grandes extensiones de tierra, con casillas rodeadas de alambrados impro visados. Además de esas casillas, cada terreno contaba con otros objetos: muebles a la intemperie, bolsas, cartones, casillas más chicas en el fondo, tanques de lata y piletas pelopincho. El camino se volvía zigzagueante por las partes de barro y los pozos a ser sorteados. Olga tenía dificultad para seguir la velocidad de los chicos. Che vos, ¿seguro que sabés el camino?, preguntó algo ner viosa a uno de ellos. Sí, ya le dije que sí, doña, por acá por el asentamiento es más rápido, respondió el chico. Entonces yo le pregunté en qué barrio estábamos, y él me corrigió: Este es un asentamiento, el Asentamiento 7 de No viembre. Después de un rato, las calles fueron delineándose nue vamente, las casas de material reapareciendo, y vol vimos a pisar asfalto. Estábamos, según dijo uno de los chicos, en “la principal” del barrio Las Canillas. En comparación al asentamiento, se trataba de una zona más transitada, con algunos quioscos, una iglesia, algunos comedores comunitarios, y carteles de “panadería” o “pan” en varias casas. En un sentido, podría decirse que la diferencia entre barrio y asentamiento es de carácter temporal. Los hoy llamados barrios comenzaron como asentamientos, es decir, como tomas de terrenos –fiscales o pri vados– loteados por los propios ocupantes. En el caso de Villa Margarita –como en buena parte de la pro vincia de Buenos Aires– esas tomas datan de los primeros años de la década del 801. Muchas de las personas, de entre 40 y 60 años que conocí du1
Uno de los casos mejor do cumentados de tomas de tierras durante la década del 80 es el del partido de La Matanza (Merklen 1991). Otros trabajos (Aristázabal e Izaguirre 1988; Fara
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rante mi trabajo, contaron haber llegado a los barrios cuando “no había nada”, cuando “todo se inundaba”, cuando “esto era tierra de nadie”. Hoy barrio, Villa Margarita cuenta con trazado de calles, casas de material, alambrado entre lote y lote, y sistema de agua corriente. Los asentamientos –que llevan el nombre de la fecha en que se iniciaron las ocupaciones, y que en general tienen entre uno y seis años de antigüedad– carecen de esa infraestructura. La casa a medio hacer, junto a un conjunto de casillas pro visorias, constituye una fotografía paradigmática del asentamiento. Son estas condiciones de vida aquello que para los moradores de los barrios hace de los asentamientos villas . Es curioso que para mí distaran de serlo. Acostumbrada a las villas de pasillo de Capital, el asentamiento, con casas separadas por amplios terrenos, se me aparecía como un barrio. Los lotes, como varios me indicarían más tarde, son de treinta por diez metros. En general, ni los terrenos de los asentamientos, ni los terrenos de barrios como Villa Margarita, Las Canillas o Villa Salcedo, tienen título de propiedad. Un bien preciado que, según algunos, Dicen que está por salir. * Avanzando recto por la principal de Las Canillas, llegamos a Villa Salcedo, y al cabildo donde se realizaría la charla . Un terreno con una casa de material, y un alero de chapa que protegía del sol a buena parte del patio. Allí había una mesa rectangular de madera, rodeada de bancos, sillas y banquitos, que reunía a unas cincuenta personas. Grandes y chicos, hombres y mujeres, algunos sen tados y otros de pie, escuchando a la mujer de cabellos castaños que hablaba desde el centro de la mesa, esforzándose para elevar el tono de voz. La charla , entonces, había comenzado. La mujer, de unos 30 años, lla mada Claudia, lle vaba el símbolo distintivo del MTR –un pañuelo celeste atado al cuello–, y decía al público presente, Lo que yo quiero que quede claro es que las becas no están, lo único que hay es la posibilidad de presentar un proyecto de talleres para los chicos, y ahí el gobierno va a dar las becas. Hizo una pausa, y miró las caras que la escuchaban en silencio. Ahora –continuó–, los proyectos no los vamos a hacer no sotros, los tienen que hacer us 1985; Cra vino 1998) tratan casos del sur del Gran Buenos Aires, centrándose en tomas masivas como las de Quilmes y Almirante Brown. Como señalan todos estos autores, las tomas de tierras se enmarcan en un proceso de corrientes migratorias hacia el Gran Buenos Aires, provenientes de las provincias del interior del país, de algunos países limítrofes, y de la ciudad de Buenos Aires, donde la dictadura militar (1976-1983) estaba ejecutando el “Plan de Erradicación de Villas”. Cabe señalar que, en el marco de este pro ceso, el segundo cordón del Gran Buenos Aires es el área que asiste al mayor crecimiento poblacional. Dentro de ese cordón, Florencio Varela ocupa el se gundo lugar: después de Moreno (con un crecimiento del 47,6%) Florencio Varela asiste al 46,7 %, lo cual significa que el municipio pasó, entre 1980 y 1991, de 173.452 a 254.514 ha bitantes (cf. Morano, Lorenzetti y Parra 2002: 24-36).
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tedes, son ustedes, los padres y los chicos, los que tienen que pensar qué es lo que quieren hacer ¿Se entiende lo que estoy diciendo?, preguntó haciendo una nueva pausa. El silencio parecía interrumpirse por un bullicio, algunos comentarios por lo bajo, mo vimientos, suspiros, gestos de malestar. Alguien murmuró a media voz, Es que en la otra reu nión se había dicho que iba a haber becas... Entonces una mujer que estaba de pie, asintió con la cabeza, y con voz bien alta dijo: Por eso yo vine acá, por eso vinimos muchos de los que estamos acá. Yo no soy del mo vimiento, pero yo quiero que los chicos dejen de estar en la calle y hagan cosas. Agitada, y ele vando más el tono de voz, prosiguió, Acá hay mucha gente que no es del mo vimiento, o que es de otros mo vimientos, y que vino porque se dijo que estaban las becas. Ahora –dijo interpelando a Claudia–, lo que yo te pregunto a vos es qué le digo a mi nene, que está entusiasmado y piensa que va a tener beca, ¿qué es lo que yo le digo a mi hijo? El aire se había espesado. Claudia trató de apaciguar los ánimos, señalando que, evidentemente, había habido un malentendido: ¿Cuál es su nombre señora?, preguntó. Gloria, respondió la mujer. Bueno Gloria, a los chicos hay que decirles la verdad. Becas hay, pero para conseguirlas tenemos que presentar proyectos de talleres. Gloria –esa mujer de presencia imponente que me había llamado la atención desde el inicio– escuchaba a Claudia con una mirada glacial, fumando un cigarrillo tras otro. Si le habían preguntado su nombre, no era tanto por su anonimato, como por el desconocimiento de Claudia, que no era de Villa Margarita, ni de Villa Salcedo, sino de General Vega, una localidad de Florencio Varela más distante. Como advertiría en poco tiempo, para el resto de los que estaban allí, y principalmente para la gente de Villa Margarita, Gloria era alguien bien conocido. Así que los que quieren, yo les de vuelvo toda la documentación ahora, porque esto ahora no se precisa, dijo Claudia refiriéndose a la pila de fotocopias de DNI que había sobre la mesa. Una pila que había ido creciendo mientras Claudia hablaba: algunos se habían acercado a la mesa a dejar su papelito; otros lo habían conservado en la mano, esperando el final de la charla para entregarlo. Lo cierto es que me encontraba, por primera vez, con un signo redundante en mis visitas a Varela. Varias veces vol vería a ver esas “primera y segunda hoja” del DNI fotocopiadas, el principal documento a ser presentado para poder ser beneficiario de los di versos planes de empleo otorgados por el gobierno. Claudia preguntó si alguien tenía alguna duda, y se hizo un nuevo silencio. Gloria encendía otro cigarrillo. A lo lejos podía escucharse un chorro de agua rebotando contra un balde: era Ana, del cabildo Mayo, cargando unos bidones de plástico de la canilla que estaba en una de las esquinas del patio, Es 53
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que el agua de Villa Margarita no se puede tomar, la de este barrio está más limpia porque los pozos están más abajo, me explicaría más tarde. Claudia volvió a preguntar si había dudas, y una mujer inter vino tímidamente, hablando a media voz: Yo quería saber si el proyecto afecta el plan, porque nos dijeron que si anotábamos a los chicos en las becas, entonces nos iban a sacar el plan. Claudia no llegó a responder porque en ese mismo momento una chica atra vesó violentamente el grupo de gente que estaba de pie, se acercó al centro, y, de jando sobre la mesa una nueva pila de fotocopias y otras planillas que lle vaba en mano, dijo, Yo vengo a decirles que acá dejo todo y me voy. Su declaración generó una mudez generalizada. Y entonces la joven se manifestó diciendo que había sido “amenazada por un compañero del cabildo Mayo”: Me dijo que si a él le sacaban el plan por mi culpa me cagaba a palos ¿Cómo?, exclamó Claudia. La joven se explicó mejor: Porque la gente que yo anoté a las becas de los chicos me pre guntó sobre el plan, y yo dije que capaz le sacaban el plan por tener la beca, y ahí me amenazaron. El alboroto fue estrepitoso. Claudia intentó poner orden, rogando silencio y pidiendo a las personas que se quedaran tranquilas: Los que tienen plan –explicó con voz es forzada– no pueden tener la beca, pero sí los hijos que no tienen plan. Por ejemplo, yo tengo plan con cargas. Mi hija, como tiene 12 años, no tiene. Entonces ella sí puede recibir beca. Ahora, los chicos mayores de 16 que tienen plan no pueden recibir beca ¿Se entiende? Y de nuevo el silencio. En aquel momento, la respuesta de Claudia me resultó esotérica. ¿Por qué habría incompatibilidad entre el plan –de los adultos– y las becas –de los chicos? Entonces recordé los comentarios de Estela, durante mi primer día en Varela, sobre las bajas que habían dado en los planes por irregularidades en las cargas . Para los planes con cargas , el destinatario debe presentar no sólo la fotocopia de su DNI, sino la del DNI de sus hijos menores de 18 años –lo cual certifica que, efecti vamente, tiene cargas . Tal vez de allí, entonces, el temor por la discrepancia del plan con las becas: muchos de los que estaban en esa reunión ya habían dado el documento de sus hijos, en carácter de carga familiar , para la obtención del plan. Como fuese, la sola inquietud de aquella mujer que preguntó si “el proyecto afectaba el plan”, me había llamado la atención. Algo significativo tenía que estar en juego para que esa mujer se decidiera a hablar frente a todos, a pesar de la fatiga evidente que eso le producía. Junto a su duda, aquella joven irrumpía impetuosamente, denunciando haber sido amenazada por un com pañero que creía que, por haber anotado a su hijo en las becas, su propio plan podía ser dado de baja . La situación re velaba una preocupación y un temor compartidos por la eventual pérdida del plan. Al igual que en mis caminatas por Alsina y por Santa Aurora durante el día anterior, en la reunión de Villa Salcedo el plan apa recía como un bien valorado que podía co54
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rrer peligro y debía ser protegido. Aún más, aparecía como un lenguaje colectivo, manejado y entendido por todos. Anotarse en el plan , es perarlo, recibirlo, cobrarlo, darlo de baja, perderlo, eran signos de ese lenguaje, como también lo eran las fotocopias, las planillas y las firmas. Recordemos que cuando aquella mañana en el cabildo Mayo Olga me con vocó a la reunión, había dicho que era “por los planes para jó venes”. Y resultó que no eran planes , sino becas . Podemos pensar que se trató de una confusión de términos –y de allí las sospechas de incompatibilidad entre ambos. Pero podemos pensar, también, que más que una confusión, lo que estaba en juego era el uso del plan como un signo general, capaz de referir a toda una serie de recursos que el gobierno da . Independientemente de los significados que pudiera tener para cada uno de los presentes en la reu nión, el plan operaba como lenguaje compartido, permitiendo la comunicación a un conjunto de personas di verso y heterogéneo. Digo esto porque allí pude conocer gente como José Luis, un quiosquero de Villa Sal cedo que no tenía plan al guno ni era del movimiento pero que, según me dijo, siempre que podía daba una mano. José Luis había ano- tado a sus dos hijos de 15 y 17 años en las becas. Fueron ellos los que, más tarde, se ofrecerían como voluntarios para ir a buscar los formularios de los proyectos al Ministerio de Desarrollo Social en Capital. En la reunión también tuve oportunidad de conocer a Enrique, un chico de 25 años que estaba particularmente interesado en los talleres de computación. Enrique vivía en Villa Margarita, con su mujer y su hija de 2 años. Cuando lo echaron de la pizzería donde trabajaba, fue indemnizado con 2000 pesos. Entonces se compró el terreno –que “era puro pasto”–, compró un equipo de música, arregló su moto, empezó a construir su casa, y se quedó “sin nada”. No conseguía laburo –me dijo Enrique cuando la reunión de Villa Salcedo estaba terminando–, y ahí fui al cabildo Mayo. Estuve varios meses esperando el plan, pero no salió. Igual, los de Mayo me ayudaron mucho, por eso vengo ahora. Como Ana, Enrique se sentía ligado a quienes en momentos difíciles habían sabido ayudarlo. Mientras me hablaba, peinaba su pelo largo hasta la cintura, y lo sujetaba con una gomita. El problema de los de Mayo es que ellos pelean por los 150 pesos, pero eso no alcanza para progresar, me dijo Enrique. Una mujer del cabildo de Villa Salcedo que lo escuchaba hablar conmigo intervino algo consternada: ¡Pero cómo! Ahora estamos luchando por los 300 pesos. Las cosas son así, hay que lucharla, nadie te va a regalar nada. Sí –respondió Enrique–, ya sé, pero esto para mí no es de finitivo, esto es un pasatiempo2, ustedes se van a morir acá, y yo no quiero eso. 2
Enrique re pitió esta palabra un par de veces. Me dio la sen sación de que la usaba no en el sentido de “entretenimiento”, sino para indicar que su relación con el mo vimiento era algo
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Fue entonces cuando Enrique se apartó, tal vez al percibir que sus comentarios eran algo impertinentes y habían acabado por escandalizar a su interlocutora. Pero más tarde se acercaría a mí, retomando el asunto: ¿Entendés lo que te digo? Yo tengo una hija, yo quiero que mi hija progrese. Yo les digo a los de Mayo: ‘Ustedes, loco, se van a quedar acá, y yo no, yo soy distinto’. Ellos dicen que están acá para... Enrique dejó de hablar. Se frotó la frente, como quien busca algo en la memoria, y me dijo que no recordaba “el nombre”. Después de unos segundos re tomó: Ah, sí, que están acá para el ‘cambio social’. Y yo me pregunto, ¿qué es el ‘cambio social’? ¿Estar ganando 150 pesos? “Trabajo, dignidad y cambio social” es la consigna del Mo vimiento Teresa Rodríguez. Y Enrique parecía interpretarla a su modo: para él, cambio so- cial era poder pagarle los estudios a su hija, era poder terminar la casa, era mejorar sus condiciones de vida. Recuerdo que me sorprendió la exterioridad en relación al mo vimiento con que se plantaba este chico preocupado por el “progreso”. Y que no supe muy bien cómo interpretar sus palabras. Por un lado, su insistencia en hablar conmigo, y en aclararme que él era “distinto”, parecía tener que ver con mi propia presencia: mujer, de su edad, de Buenos Aires, ciudad de la que Enrique hablaba con encanto y admiración. Al mismo tiempo, se notaba que la participación de Enrique era la de una especie de outsider . Cuando, en esa misma reunión, Claudia anunció que el mo vimiento había pensado “tomar un local abandonado” en el barrio Las Canillas, para instalar un centro cultural en donde funcionarían los talleres para los chicos y jó venes, Enrique fue el único de los presentes que sugirió esperar a la liberación de las becas: ¿Por qué no esperamos a que lleguen las becas, y ahí, si llegan, tomamos el lugar? A lo que Claudia respondió que era necesario concretar la toma , para que el gobierno viera que ya había un espacio donde funcionaban los talleres de los beneficiarios: Así –dijo–, las becas van a salir más rápido. A pesar de no verse demasiado con vencido con la respuesta de Claudia, al día siguiente a media mañana Enrique se presentó en el local a ser tomado. Pero su forma de participar en la toma era la de alguien que, estando allí, permanecía afuera; Enrique ayudaba en la limpieza, sí, pero también cuidaba no ensuciarse. No comió el guiso del almuerzo, no se sentó en el suelo, y se fue pasado el mediodía. Por sobre todo, para Enrique el mo vimiento era algo que estaba a punto de pertenecer al pasado: Parece que conseguí trabajo, me dijo aquel día. Nunca más volví a verlo. En una reunión del cabildo Mayo alguien dijo que lo habían contratado en una pizzería en Quilmes, pero que eso no importaba, porque nadie precisaba de alguien que dice estar en el movimiento “por hobby”. circunstancial. Sin embargo, no fue así como la interpretó la mujer, y como trascendió al ca- bildo Mayo.
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Si en la reunión de Villa Salcedo había gente sin plan –como Enrique, como el quiosquero–, también era claro que no todos los que allí tenían plan lo habían obtenido a través del MTR. Eran los “padres” y “vecinos” a los que Claudia interpelaba, pidiendo colaboración en el armado de los proyectos: Los proyectos los tienen que armar ustedes. No los voy a armar yo ni el mo vimiento, repetía Claudia, una y otra vez. Porque capaz que yo armo un proyecto de carpintería o de música, y no tiene nada que ver con lo que ustedes quieren ¿Y así de qué sirve? La propia Gloria había dicho públicamente que allí había gente que no era del mo vimiento, o que inclusive era de otros. Más tarde, con versando conmigo, Gloria dijo tener plan. ¿Por algún mo vimiento?, pregunté. No, por un político, respondió ella. Mientras tanto, su marido –que había asistido a una reunión anterior organizada por el MTR, a la que había lle vado los pa peles para anotar a los chicos– no tenía plan. Porque dice que eso es para vagos –me dijo Gloria–, así que cuando le salen hace algunas changas. Sentada junto a Gloria, y rodeada de seis de sus siete hijos, Leticia –que no debía pasar los 30 años– también había estado escuchando atentamente las noticias sobre las becas. Algunos días después, con versando en el local tomado, supe que Leticia y Gloria eran comadres . Ahora Gloria está cuidando a mi nene mayor –me dijo Leticia–, que tiene 17. Se lo dio el juzgado, porque él estuvo en mala junta, viste, y Gloria lo tiene cortito, trabajando en la panadería. Cuando le pregunté a Leticia por el tiempo que lle vaba en el mo vimiento, ella respondió, No, yo tengo plan de la UGL, vine acá porque anoté a los chicos a lo de las becas. “UGL” iba a ser una de las siglas que más escucharía durante mis visitas a Varela. En una oportunidad, un funcionario municipal me explicó que UGL era la abre viatura de “Unidad de Gestión Local”, unidades que, enmarcadas en el programa municipal de “Gestión Participativa”3, están distribuidas en diferentes barrios, y son conformadas por los representantes de cada institución barrial: escuela, Sociedad de Fomento, Centro de Salud, Club Social, Iglesia. Son como pequeñas sedes de la municipalidad que apuntan a mejorar la comunicación entre el intendente y la comunidad, me explicó el funcionario aquella vez. Mientras tanto, la gente de Villa Margarita, Villa Salcedo y otros barrios, solía definir UGL en otros términos. Cuando en la reunión por las becas le pregunté a Leticia qué era UGL, ella me res pondió, Son los planes que da el gobierno. Del mismo modo que muchos otros me responderían, Son los planes que da la municipalidad. Una asociación –entre UGL y planes– que se co rresponde con el hecho de que la gran expansión de 3
Sobre las UGL y el modelo de gestión participativa en Florencio Varela véase Scaglia y Woods (2000); Ferraudi Curto (2005). Sobre un proceso similar en otros municipios del Gran Buenos Aires, véase Fre deric (2003).
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las UGL se da hacia el año 2002, cuando, por disposición del gobierno nacional, los municipios pasaron a ser el canal distributivo del recién creado Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados (JJDH), el plan de empleo que adquirió una magnitud desconocida hasta entonces4. Fueron las UGL los organismos encargados de ejecutar dicho Plan en Florencio Varela, empadronando destinatarios, estableciendo los criterios para la prioridad en la asignación –entre ellos, la cantidad de hijos–, y organizando la contraprestación de cuatro horas diarias que corresponde a cada beneficiario. A Leticia, por ejemplo, en calidad de contraprestación por su plan de la UGL, le corresponde trabajar en una quinta municipal. Voy todos los días –me dijo– de siete a diez de la mañana. Tendríamos que ser diez personas, pero siempre vamos los mismos tres, porque la coordinadora les pone presente igual. Más tarde sabría que Leticia siempre había sido ama de casa: Me anoté en el plan cuando mi marido se quedó sin trabajo. Él trabajaba en la construcción, y ahora va haciendo unas changas en eso cada tanto, y también está en el plan. Y era precisamente por eso que Leticia estaba preocupada: Los dos tenemos el Jefas y Jefes , y ahora dieron muchas bajas a los planes que están con la misma carga. Me dijeron que me anote acá con los piqueteros, porque ahí me pueden dar un plan distinto, pero a mí no me gusta eso de marchar, eso de andar en la calle no me gusta. Fue sobre el final de la reunión en Villa Salcedo que Claudia anunció la iniciativa de tomar el local abandonado en Las Canillas. Para que los talleres ya tengan un lugar donde funcionar y las becas salgan más rápido, explicó. La toma se lle varía a cabo en la mañana siguiente, Pero lo que necesitamos es saber si vamos a contar con la ayuda de los padres, porque si no tenemos el apoyo, no vamos a tomar el lugar. Una vez más, la reunión quedó en sigilo. Enrique preguntó en qué consistía la toma. Claudia explicó que la idea era estar allá a las siete de la mañana, Hay que llevar palas y rastrillos para limpiar, porque el local está muy sucio. Ahí va a aparecer la policía, pero sólo para registrar el hecho. Si no aparece el propietario, nos quedamos. Si aparece, intentamos negociar con él, diciéndole, ‘Mire señor, este es un lugar abandonado hace años, acá se juntan chorros, hubo varios intentos de violación, nosotros queremos armar un centro cultural para los chicos del barrio’. 4
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Creado en abril de 2002, bajo la gestión del gobierno provisional de Eduardo Duhalde y en el marco de la declaración de “Emergencia Ocu pacional Na cional”, el “Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados” (JJDH) es un plan con carga familiar . Como ya adelanté, esto quiere decir que, para obtenerlo, el beneficiario debe acreditar no sólo su condición de desocupado, sino también de jefe o jefa de hogar, con al menos un hijo menor de 18 años a cargo. En el año 2003 el plan JJDH llegó a contar con dos millones de beneficiarios. Dos años después la cifra se redujo a un millón y medio (cf. Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad So cial 2003, y www.trabajo.gov.ar, 22 de Junio de 2005).
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Claudia hizo hincapié en que era importante la colaboración de los padres, Porque no es justo que nosotros hagamos el trabajo y después todos usen el local. Claro que lo pueden usar todos –aclaró inmediatamente–, pero todos tenemos que luchar. Y nue vamente el silencio. Zoila, una mujer de unos 50 años que estaba sentada en uno de los bancos, justo en frente de Claudia, dijo en voz casi inaudible que lo que era bueno para los chicos ella lo apoyaba. Al día siguiente, se presentaría en el local tomado, lle vando para la merienda el pan de chicharrón que ella misma fabrica en su casa. Es que además de su plan de la UGL , Zoila tiene una panadería, que tuve oportunidad de conocer algunos días después de la reunión. Anunciada por un cartel de cartón en la esquina, el mostrador está situado en la parte del frente de la casa, que queda en Villa Margarita, a la vuelta de donde vive Gloria –de quien Zoila, como Leticia, también es amiga. La casa de Zoila es una casa de material bien terminada, que ella misma fue le vantando a lo largo de veinte años, cuando salió del Chaco y se estableció en Varela. Tiene un jardín con pasto cuidado y una pelopincho imponente. Allí vive con su hija adolescente, La que está anotada en las becas. También allí Zoila cuida, todas las noches, a su nieta de 2 años, porque desde hace un mes su hija mayor consiguió trabajo en el tercer turno de una fábrica de paraguas. Quiero saber quién está de acuerdo, con quiénes contamos para la toma del local, repitió Claudia, y unos segundos después fue más radical: Le vanten la mano los que están de acuerdo, dijo. Retraídas, se le vantaron algunas manos. Entonces Gloria volvió a manifestarse: Yo no voy a ir a la toma, dijo terminante. Puedo ayudarlos en otras cosas, pero yo a la toma no voy, ni llevo a mis chicos. Además –agregó, dirigiéndose a Claudia–, yo te quiero decir algo. Yo no fui a la primera reunión de las becas. Fue el padre de mis chicos. Y yo vine hoy porque él no podía venir. Él me contó que en la reunión se habló de tomar el SUM. Y yo les sigo, yo trabajo en el SUM. Si ustedes presentan al SUM una carta, el SUM les da el espacio, pero tomándolo no... Entonces, los murmullos aparecieron nue vamente. El SUM (Salón de Usos Múltiples) es un espacio que depende de la municipalidad de Varela, creado por el intendente, para funcionar como un centro cultural barrial. Actualmente, en el SUM de Villa Margarita funcionan di versas acti vidades: cursos de alfabetización y escuela nocturna para adultos; talleres de manualidades para los beneficiarios del plan Jefas y Jefes; tres veces por semana, un centro de salud de un programa del gobierno pro vincial. Y es Gloria quien, día a día, se encarga personalmente de la apertura y cierre del local. Su acusación en la reunión le vantó varias discusiones. Claudia respondió que el mo vimiento nunca tomaba instituciones públicas: Como son del gobierno, y el gobierno nunca nos da nada, tomamos lugares abandonados, como fue este 59
Capítulo I: El mundo de los planes
cabildo, como fue el caso c aso del cabildo Mayo, y de todos los cabildos. Algunos de los que estaban en la reunión di dijeron jeron haber estado en esa primera con vo vo-catoria ca toria a la que se refería refería Gloria, y asegu aseguraban raban que no se había mencio mencionado nado al SUM. Otros decían decían que sí, pero que nunca se había hablado ha blado de tomarlo. tomarlo. Creo que te infor informaron maron mal, dijo alguien alguien a Gloria en tono algo sarcás sar cástico, tico, mientras mien tras ella se ponía cada vez más seria: Yo les digo –repitió–, nosotros el SUM se los cedemos para los talleres, pero tomarlo no. Claudia intentó intentó contem contempo porizar, rizar, reco recono nociendo ciendo a Gloria el haber parti par tici ci-pado: Te agradezco agradezco que te hayas animado animado a hablar, hablar, porque es impor importante tante hahablar para toda la gente. Mientras Mien tras tanto, los rumores rumores conti continuaban, nuaban, y parte de las personas personas comen comenzaba zaba a disper dispersarse. sarse. Leticia Leticia trataba trataba de juntar a sus hijos para partir; Ana acomo acomodaba daba sus bidones bidones en la bici bicicleta cleta de un compa compañero. ñero. Claudia trató de con vocar nue va vamente mente la atención, atención, hablando hablando en voz más alta. Dijo que espe esperaba raba ver a todos al día siguiente, siguiente, porque la presencia presencia de los padres pa dres y vecinos vecinos era funda fundamental para la toma. Re Recordó, cordó, además, que los vevecinos de Las Cani Canillas llas –donde quedaba quedaba el local a ser tomado– tomado– apoyaban apoyaban amampliamente plia mente la ocupa ocupación, ción, ya que aquel lugar era una “cueva de delincuentes”. Un contin contingente gente de aproxi aproxima mada damente mente quince personas personas iniciaba iniciaba el camino camino de vuelta en direc dirección ción a Villa Marga Margarita. rita. Entre ellas estaban estaban Olga, Ana, y otros del ca vecinos, cinos, como Zoila y Leticia; Leticia; cabildo bildo Mayo Mayo. Había, además, otros ve Gloria también también estaba estaba allí, y avanzaba avan zaba a paso lento con dos mujeres mu jeres más jójó venes. Era Gloria quien lle vaba el co coche checito cito del hijo de una de ellas, mientras mientras ésta lidiaba lidiaba con un chico de unos 5 años que qu e la desa desafiaba fiaba des vián viándose dose del cacamino, mientras mientras la otra avanzaba avan zaba alzando alzando un bebé en un brazo, y remol remolcando cando un nene de unos 3 años con el otro. Con ver versando sando con Gloria, supe algo más sobre la historia his toria de aquella reureunión. Según Segú n me contó, el e l MTR había es tado ano baanotando tando a los chicos de los barrios entre 12 y 25 años para ser bene be nefi ficia ciarios rios de las becas de 75 pesos menmen suales que estaban estaban siendo “bajadas “bajadas de Nación”. Nación”. Ellos dijeron dijeron que iba a haber becas, y ahora yo qué le digo a mi hijo, repetía repetía Gloria mientras mientras avanzaba avanzaba con el coche cochecito. cito. Y, también también más de una vez, dijo irritada: irritada: Ellos dijeron dijeron de tomar el SUM, el padre de los chicos me lo dijo. Se hacen hace n los que no son polílíticos, ticos, que no tienen nada que ver con la polí política, tica, y después después vienen a decir que los pero pe ronistas nistas hacen política... Las pala palabras bras de Gloria, la po como acusa acusación, ción, su reacción reacción ante la prepre polílítica tica como sunta toma del SUM, fueron, tal vez, la evidencia evidencia más fuerte de que parti parti-cipar en una reunión reunión convo vocada cada por el MTR no sólo no sig ni nifi ficaba caba estar en el mo vi vimiento, miento, sino que tampoco tampoco signi signifi ficaba caba adherir adherir a él. En esa reunión reunión con ver vergían gían personas con di versas versas fi filia liaciones, ciones, y con di versas versas opiniones en re re-lación la ción al MTR. Quizás Gloria era el perso per sonaje naje más diso disonante: nante: tenía plan por manifes festado tado su discre discrepancia pancia en rela relación ción a la toma, había un polí político tico, había mani cuestio cues tionado nado la ausencia ausencia de becas, y ahora incri incrimi minaba naba al mo vi vimiento miento de hacer 60
Julieta Quirós Quirós polílítica po tica . Pero además de ella, en la reunión reunión estaba estaba Enrique, quien había insis insis--
tido en aclararme aclararme que él no era como “los de Mayo”, y quien, como adelanté, ade lanté, se alejaría alejaría del mo vi vimiento miento después después de conse conseguir guir trabajo; trabajo; estaba estaba Leticia, Leticia, quien a pesar del peligro peligro que corría corría su plan y el de su marido, ma rido, parecía parecía resis resis-tirse a ano no le gustaba nada. anotarse tarse con con los pique piqueteros teros , ya que eso de mar marchar char no En el camino camino de vuelta a Villa Marga Mar garita, rita, con Gloria avanzá avanzábamos bamos por una calle asfal asfaltada tada que acababa acababa en una bifur bifurca cación. ción. Para un lado, una gran calzada cal zada de tierra irregular, irregular, con pozos de agua y montículos mon tículos de barro. Para el otro, una calle de tierra asentada. asen tada. Fue entonces entonces cuando Gloria le dio el cocochecito che cito a una de las mujeres mujeres que, cargada cargada de chicos, se despidió des pidió de noso nosotras. tras. Yo le pre pregunté gunté dónde vivía. Acá, en el asentamiento, respondió ella, se seña ña-lando en direc dirección ción a la tierra irregular. irregular. Gloria empezó empezó a reírse a carca carcajadas: jadas: ¿En el asenta asentamiento? miento? ¡Salí de acá! ¡En la villa que qu errás decir! Mientras Mientras las dos daban riso risotadas, tadas, con Gloria seguimos seguimos por la calle de tierra asentada. asentada. Entonces ella retomó retomó nuestra con ver versa sación ción sobre la reunión: reunión: Lo que pasa es que me da bronca que digan d igan que los pe ronistas hacen po polílítica tica y ellos no. Yo soy del PJ, dijo haciendo haciendo una pausa. ¿Ah sí?, pregunté. Sí –respondió–, trabajo para Pereyra. Cuando le pregunté pregunté a Gloria si Pereyra Pe reyra le gustaba, gustaba, ella respondió, respondió, No, qué me va a gustar, pero me lo tengo que tragar. Lo que él nece ne cesita, yo estoy ahí. ¿Y qué hacés?, pregunté. pregunté. ¿No te digo? De todo, lo que se nece necesite, site, contestó contestó rotun ro tunda damente, mente, indi indicando cando la ob viedad de mi pre pregunta. gunta. Y lo cierto es que mumu chas veces tuve contes contesta taciones ciones de ese tipo al preguntar preguntar “y qué hacés” a quienes me dijeron dijeron estar en polí o tra un polí político. tico. La respuesta respuesta de política tica o trabajar bajar para un Gloria –“de todo”, “lo que se nece necesite”– site”– es para paradig digmá mática. tica. Se trata de algo que no precisa precisa ser expli explicado, cado, excep exceptuán tuándome dome a mí, claro, para quien no es evidente evi dente en qué consiste consiste ese tra ofensi vamente, vamente, suele ser refe referido rido trabajo bajo que, ofensi puntero tero. con el término término de pun Habíamos Ha bíamos llegado llegado al asfalto, asfalto, y entrá entrábamos bamos en Villa Marga Margarita. rita. ¿Ves? este es el SUM, dijo Gloria entu en tusias siasmada, mada, seña señalán lándome dome una construc construcción ción de laladrillo a la vista con aspecto as pecto de escuela. escuela. A una cuadra y media estaba estaba su casa, y al lado, la pana panadería dería de su madre. Gloria me in vitó a que pa pasara sara a tomar unos mates cuando quisiera, quisiera, Así te cuento del barrio. ba rrio. Me aclaró que ella estaba estaba libre por la tarde, Porque a la mañana ma ñana doy la leche. Por esta aclara aclaración, ción, susupuse que en la casa de Gloria funcio funcionaba naba un comedor comedor comu comuni nitario tario –como tantos otros que había visto aquel día–, lo cual hacía de esta mujer un perso per so-naje cada vez más interesante para mí. A lo largo de esa ca cami minata, nata, y con el pasar de los días, fui f ui conje conjetu turando rando que la reacción reacción de Gloria en rela relación ción a la presunta presunta toma del SUM tal vez iba más allá de su trabajo trabajo como portera portera de ese espacio. espacio. Gloria parecía parecía ser una figura figura íntitima ín mamente liligada gada al pero peronismo nismo local, y no sólo por tra Pereyra, reyra, trabajar bajar para para Pe por tener plan por ope rar el funcio ciona namiento miento del SUM. Como por un po polílítico tico, y por operar 61
Capítulo I: El mundo de los planes
sabría poco tiempo después, sabría después, Gloria era hija de La Polaca, Po laca, una de las figuras figuras más asociadas asociadas al Partido Partido Justicialista en la zona. Poco a poco, la reunión sobre las becas iría cobrando una u na nueva den den-sidad: los comen comenta tarios rios de Gloria –Noso –Nosotros tros el SUM se los ce demos, pero to to-marlo no–, Claudia diciendo diciendo que “el gobierno gobierno nunca nos da nada”, traslu tras lu-cían una tensa rela relación ción entre el mo movi vimiento miento y la gente de Pe Pereyra reyra . Durante las semanas se manas que pasé en Varela, Varela, mi rela relación ción con Gloria fue difi dificul cultosa. tosa. Lo cierto es que acabé sabiendo sabiendo más sobre ella a través de sus cono co nocidos cidos que de ella misma. Aquel día después después de la reunión, reunión, mientras mientras vol víamos víamos ca cami minando, nando, fue el único momento en e n que Gloria pa pareció reció estar a gusto con ver con versando sando conconmigo. Pero en los días subsi subsiguientes guientes se mostró comple completa tamente mente esquiva. esquiva. Pasé por la pana panadería dería –que ella misma atiende– varias va rias veces; en algunas algunas ocasiones ocasiones Gloria mandaba mandaba a uno de sus hijos a decir que “había salido”; sa lido”; otras me atendía, y entonces entonces yo inten intentaba taba hablar hablar de cualquier cualquier cosa, algo que no la ininquietara, quie tara, la lluvia, el calor, los mosquitos, mos quitos, o la masa de las medias me dias lunas. Un día, detrás detrás del mostrador mostrador y hablando hablando bajo, me dijo que a ella le gustaría gus taría hahablar con migo, Yo voy a hablar porque voy a con confiar fiar en vos, vos me caés bien, pero acá no, un día tenemos tenemos que ir a otro lugar, y ahí yo te chusmeo. No conconseguí con vencer a Gloria de que yo no no preci cisaba saba infor informa mación ción com prome te te dora –o no la con vencí, o eviden evidente temente lo que Gloria quería con contarme tarme era delicado licado para ella. Cuando vuelvas traé los docu documentos, mentos, así yo te hablo trantranquila, me dijo la tarde en que fui a despe des pedirme, dirme, cuando ya me volvía a Río. ¿Pero qué querés que te traiga?, pregunté. No sé, las cosas de la facultad, y todo eso, así yo te hablo. Pienso que al menos parte de la distancia dis tancia que Gloria imponía imponía se debía al hecho de asociarme asociarme al MTR. Cuando hablá hablábamos, bamos, solía pregun preguntarme tarme por la toma del “local de los chicos”, por las becas, y por lo que acontecía acon tecía en las reuniones reu niones que se suce sucedieron. dieron. Varias Varias veces me aclaró que tenía que ir al local tomado to mado a retirar retirar los papeles papeles de sus hijos. Por su parte, la gente del MTR marmar caba su anti antipatía patía hacia Gloria, y se mostraba mostraba molesta molesta cuando se ente enteraba que yo iba a verla. Lo mismo pasaba pasaba cuando sabían sabían que iba a ver a Mabel, la rerepresen pre sentante tante de la Unidad de Ges tión Local (UGL) de Villa Marga Mar garita rita por la Escuela Nro. 10, a quien conocí conocí a través de Gloria. ¿Para qué vas a hablar ha blar pañeros ñeros del con ellas?, cuestio tionaban naban muchos com pa del MTR. Te van a decir cualcualquier cosa, me adver vertían tían otros. Gloria siempre dice bolu bo ludeces, deces, así que no le va a servir para hacer la his historia toria de Villa Marga Mar garita, rita, me decía Vero, una adoado lescente les cente de 14 años que ocupó un lugar tan impor importante tante en mi trabajo tra bajo que rereservo su presen presenta tación ción –y la de su familia, familia, la familia familia Aguirre– para cuando enen tren en escena, escena, en el último último capí capítulo. tulo. Basta decir ahora que, en una oportu opor tunidad, nidad, Vero me denun denunciaría ciaría ante Juan, su padre, dicién di ciéndole: dole: Papá, ¿vos sabés con quién se anda juntando Julieta? ¡Con Mabel la de la 10 y con la hija de La Polaca! 62
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Juan –quien entonces dijo que yo estaba “perdida”–, había traba jado para Pereyra durante mucho tiempo: Pereyra me prometía que cuando subiera me iba a dar trabajo, y nada. Me cansé de Pereyra, de La Po laca, de Gloria, ya no quiero saber nada. Para Juan –como para muchos otros– Gloria y La Polaca eran una suerte de ícono del gobierno de Pereyra. ¿No viste la foto de él que tenemos en casa?, me preguntó Juan con entusiasmo. Está con Vero de chiquita. La tengo ahí, atrás de la puerta, porque la voy a tirar a la mierda en cualquier momento. * Hasta aquí, el relato puede dar la impresión de un escenario escindido en ‘piqueteros’ por un lado, y ‘la gente de Pereyra’ por otro. Se trata, por cierto, de una oposición muy recurrente en la literatura sobre piqueteros, protesta social, mo vimientos so ciales y otros ró tulos afines. Una oposición que suele ser planteada en términos de experiencias cotidianas de confrontación entre organizaciones de desocupados y aparatos partidarios (cf. Svampa y Pereyra 2004: 53); o en términos de modalidades de acción que se presumen radicalmente disímiles, como “espacios de verticalidades” y “lógica del favor” en el caso del “puntero”, y “espacios de horizontalidades” y “lógica de los derechos” en el caso del “piquetero” (Mazzeo 2004: 76-77); o finalmente, en términos de una preocupación acerca de la posible influencia que la “cultura clientelar” (Grimson et al 2003: 74-76) establecida por la estructura del Partido Justicialista ejercería sobre las organizaciones de desocupados. Una oposición que también tiene sentido desde el punto de vista de los líderes y militantes de los mo vimientos, para quienes los punteros del PJ constituyen, día a día, los mayores competidores en la disputa por recursos gubernamentales –y por la adhesión de la gente que los recibe. Y si es cierto que podemos identificar relaciones tensas entre personajes como Gloria y Claudia, o entre Gloria y Juan, también es cierto que codificarlas en esas etiquetas puede estancar una realidad compleja y oscilante, al tiempo que perder la perspectiva de aquellos que son denominados –por otros– como punteros y piqueteros . Por el momento tenemos algunas pistas de esa complejidad: Gloria estaba allí, en la reunión con vocada por el MTR, con la intención de incluir a sus hijos como beneficiarios de las becas; ya mencioné además que en la reunión participaban personas con otras filiaciones, que no necesariamente abrazaban al mo vimiento. En este sentido, no interesa sólo lo que se dijo en la reunión, como también lo que es dicho por ella. La reu nión como situación social habla de la generalidad del plan como posibilidad y como medio de vida; de que personas con di versas pertenencias se encuentran, hablando un mismo lenguaje: un lenguaje asociado a los planes , pero también a distinciones como la que separa barrio de asentamiento, a preocupa63
Capítulo I: El mundo de los planes
ciones comunes como “sacar a los chicos de la calle”, a siglas vi vidas como UGL , MTR , y SUM –que sólo podían resultar crípticas a un extraño como yo–, a una relación con el gobierno y con el movimiento como aquellos que dan –o como aquellos que podrían dar . Esa reunión habla, también, de que un movimiento como el MTR se sostiene con la participación de personas que en teoría no forman parte de sus bases. Gloria, Zoila, Leticia, el quiosquero, y otros, no estaban en el mo vimiento. Y, sin embargo, contaban con relaciones a través de las cuales saber sobre la reunión organizada por él. Por su parte, para realizar la toma con vocada por Claudia –y para que esa acción ilegal fuese percibida como legítima–, se precisaba de la colaboración de esos vecinos . En definitiva, la reunión dice que en Florencio Varela la gente no está separada en punteros y piqueteros , tampoco está separada según la organización piquetera a la que pertenece. Proponer –como propuse en la Introducción a este trabajo– una mirada descentrada de los mo vimientos para abordar la forma en que las personas participan en ellos, es proponer una etnografía capaz de dar cuenta de las tramas de relaciones interpersonales que desafían aquellas escisiones que han de venido parte de nuestros presupuestos. A partir de esa situación social que fue la reunión por las becas, propongo, entonces, el seguimiento de esas tramas como objeto de indagación5. Escisiones que son desafiadas, también, por la propia historia de las personas que conocí en Villa Margarita. Como el caso de Juan, muchos de los hoy integrantes de los mo vimientos estuvieron en política , traba jaron para algún político, tu vieron (o tienen) algún tipo de militancia partidaria. Para concluir este apartado, quisiera presentar resumidamente a dos de ellos. El mismo día de la reunión por las becas conocería a Rulo, quien trabaja en se guridad del MTR. Antes de entrar al mo vimiento, Rulo era vendedor ambulante: Vendía de todo, desde billeteras, tijeras, ropa interior de mujer, hasta pre ser vativos; vendía en la calle, en los semáforos, en Varela, en Claypole y en Quilmes. En una de nuestras caminatas, Rulo me dijo que por esa época también traba jaba en política : Yo estuve en el grupo que se opuso al par tido y apoyó la can didatura de Menem en el 87. Me da un poco de vergüenza, pero también de orgullo, porque fuimos los que nos opusimos al partido, y apoyamos un proyecto. Fue linda esa época... Después me cansé. En el partido, me acusaban de comunista y anarquista, y qué sé yo qué mierda es un comunista, si yo soy re peronista, si mi viejo era re peronista! Tuvo que cortarla en el sindicato porque en el 75 nos balearon la casa y mi vieja le dijo que si no la cortaba, ella se volvía conmigo y con mis hermanos para el Chaco. A mí me decían comu-
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Pienso que estas tramas pueden ser pensadas en términos de lo que Elias (1991, 2006: 25-27) llama fi guración , es decir, como lazos de dependencia recíproca que ligan a las personas en múltiples direcciones. Esta propuesta eliasiana inspira todo mi análisis.
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nista porque yo laburaba para las bases, porque repartíamos mercadería y yo me aseguraba que la comida les llegara a los que la necesitaban. Aunque algunos reclaman diciendo que es “pura pose”, Rulo es uno de los pocos com pañeros que suele llevar atado al cuello el pañuelo celeste del MTR. Recuerdo que alguna vez le pregunté por la diferencia entre estar en el partido y en el mo vimiento, y él dijo que era “muy diferente”, Porque acá en el movimiento las bases son lo principal. Avanzábamos por la Avenida 1° de Abril, rumbo al cabildo Mayo, y el polvo nos inundaba los ojos. Igual –agregó Rulo después de un silencio–, para mí esta es una lucha más. Yo no sé si estoy acá por eso del cambio social. Yo estoy porque esta es la batalla en la que estoy. Siempre estuve en alguna, y esta es la que me tocó ahora. En los próximos capítulos conoceremos a Mirta, quien jugaría un papel central en la toma del local con vocada por Claudia en la reu nión que acabamos de acompañar. Como Rulo, Mirta está en se guridad del MTR. En una oportunidad, mientras caminábamos hacia el cabildo Mayo, le pregunté a Mirta por su entrada al mo vimiento. Había sido una vecina quien le había comentado que “los piqueteros estaban dando planes”. Dejate de joder ¡Qué voy a ir a hacer yo con esos piqueteros de mierda!, habría dicho Mirta a su vecina. Pero al final me animé y fui. Y me re gustó –me dijo Mirta soltando una carcajada. Primero estuve en el comedor, y después me metí en seguridad, que me encanta. Hizo una pausa y encendió un cigarrillo. ¿Y qué hacías antes?, pregunté. ¿Antes? Antes trabajé para los radicales, después para los peronistas, laburé un montón para los peronistas. Ahora este es mi trabajo, de acá no me sacan más. Con los peronistas todo bien, ningún problema, respondió Mirta cuando le pregunté por su relación con los que hoy seguían trabajando en el PJ. Y sin embargo, era ella una de las que desaprobaba mis visitas a la casa de Gloria y de La Polaca. A propósito de Gloria y de La Polaca, resta decir que, al contrario de lo que pueda haber parecido hasta el momento, la familia no es monolítica. Gloria desconfía de los piqueteros y de mi cercanía hacia ellos. Mientras tanto, sus cuatro hermanos forman parte del Mo vimiento de Desocupados Aníbal Verón, que, junto con el MTR, constituye una de las organizaciones piqueteras más importantes de Florencio Varela.
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II. La familia de La Polaca y el Seguro Público de Salud La casa de Gloria –que es la casa de La Polaca– queda a unas diez cuadras del cabildo Mayo. Es una construcción de material bien acabada, con paredes de re voque re vestidas de pintura blanca. A la derecha se ubica la panadería, a la que se entra desde la calle, por la puerta contigua a la casa. A diferencia de la panadería de Zoila, y de otras que conocí, la de La Polaca está montada como un negocio, con puerta de vidrio, mostrador con heladera, vitrinas para las facturas, canastos para el pan, cortadora de fiambre y balanza. Como aquella mañana parecía cerrada, palmeé a la puerta de al lado. Esa vez no me atendió el hijo de Gloria, sino Teresa, una chica de unos 25 años, que me recibió con una sonrisa, y después de gritar que “había gente”, salió con unos papeles en mano, cruzó la calle y, según pude ver, se detuvo en la reja de la Escuela Nro. 10. Me dispuse a esperar a Gloria, pensando que ese sería mi último intento: la mañana anterior había sido ella misma quien me había pedido que vol viera al día siguiente, cerca de las diez; si se negaba a recibirme –pensaba yo–, desistiría de una vez por todas (o bueno, al menos por algún tiempo). Mi mamá se está bañando, me dijo su hijo menor cuando llegó hasta la puerta. Y aclaró: Pero se metió a bañar antes de que usted llegara. Logré contener la risa, le agradecí, y crucé la calle en dirección al quiosco. Teresa seguía allí, en la puerta de la escuela: ¿No te atendió?, me pre guntó al verme pasar. Le respondí que no, y le comenté sobre mi trabajo, explicando que había pasado por lo de Gloria porque quería ver el comedor. Vos decís el reparto de leche, me corrigió Teresa. Pero es hasta las diez, hace un ratito que terminamos. Teresa miró hacia adentro de la escuela, buscando a alguien que la atendiera. Una mujer bajita se asomó a la reja. Fotocopias, pidió Teresa. De la pila de papeles que lle vaba en una carpetita verde, sacó algunos DNI y se los entregó a la empleada. Primera y segunda hoja, indicó. Fue a través de Teresa cómo supe que lo que funcionaba en la casa de Gloria no era exactamente un comedor. Gloria es manzanera, me dijo Teresa unos segundos después. “Dar la leche” –como Gloria me había dicho alguna vez–, significaba recibir en su casa, tres mañanas por semana, a las madres beneficiarias del Plan Vida 1. Teresa también dijo ser manzanera, 1
El Plan Vida es un programa del gobierno de la pro vincia de Buenos Aires, que consiste en el reparto de raciones dia rias de leche para chicos menores de 6 años. Se implementa en
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Capítulo II: La familia de La Polaca y el Seguro Público de Salud
Aunque ahora, como me mudé al asentamiento, tuve que renunciar, porque si no sos del barrio se puede armar problema. Igual, en general estoy más acá que allá, porque trabajo en la esquina. ¿En dónde?, pregunté. Acá en el SUM, soy la secretaria del médico, dijo Teresa, in vitándome a que pasara algún día por allí: Estoy miércoles, viernes y sábado, a partir de las dos de la tarde. Antes de despedirse, Te resa me dijo que Gloria era la persona indicada para hablarme sobre la historia de Villa Margarita. Y agregó, La que tam bién te puede ayudar es mi suegra, que está en la Liga de Mu jeres hace miles de años, ella sabe todo del barrio. ¿Vive por acá?, pregunté. Sí, sí, acá enfrente, dijo Teresa alejándose. Podés preguntar por ella, le dicen La Polaca. * Días después, haciendo caso a la in vitación de Teresa, que resultó ser la mujer de Diego, el hijo menor de La Polaca –y hermano menor de Gloria–, entré al SUM, ese local co nocido por fuera y sólo imaginado por dentro, en las innumerables veces que había pasado por aquella esquina. Por ese entonces ya me había librado de mi dependencia de guías como Rulo para circular por los barrios, y conseguido aprender un itinerario que podía transitar sola: la casa de Gloria, la de la familia Aguirre, el cabildo Mayo del MTR, el local tomado en el barrio Las Canillas, y ahora, el SUM. Eran las dos de la tarde, y las calles de Villa Margarita estaban casi desiertas. El SUM estaba abierto, pero también parecía deshabitado. Estuve un momento recorriendo aquel gran salón, donde había un par de escritorios de madera y varias sillas apiladas. En cada extremo, dos grandes pizarrones, escritos con cuentas y consignas. En las paredes laterales, algunas cartulinas de ciencias naturales, esas que tienen gráficos de plantas y semillas pegadas con plasticola. Finalmente, un cartel escrito en marcador rojo: CAPACITACIÓN PARA BENEFICIARIOS DEL PLAN JEFAS Y JEFES Los que reciben el PLAN JEFAS Y JEFES de hogar desocu pados tienen derecho a elegir estudiar a cambio del subsidio. ¡ANÍMESE A ESTUDIAR! TERMINE LA ESCUELA PRIMARIA Informes lunes a viernes de 13 a 15 hs. SUM Villa Mar garita.
Florencio Varela desde 1994, y en el resto del conurbano desde 1996. La denominación de manzanera está asociada a la propia organización del programa: una mujer es responsable por la distribución de las raciones en un radio determinado de manzanas –que pueden ir de cuatro a diez. Se trata de una tarea no remunerada (cf. Masson 2004). Creo que prácticamente todas las madres con hijos que conocí en Florencio Varela son o fueron beneficiarias del Plan Vida.
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n o z l e v a h c S r o d a v l a S : n ó i c a r t s u l I
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Capítulo II: La familia de La Polaca y el Seguro Público de Salud
Un corredor daba entrada a otro ambiente, donde estaban los baños y la salita en que atendía el médico. Me asusté cuando, en esa quietud impasible, la puerta se abrió, y vi salir al menor de los hijos de Gloria, que debe tener 12 años. Había ido a ver al médico porque tenía “mucho dolor de panza” ¿Y qué te dijo?, pregunté. Perece que me intoxiqué de nuevo, respondió él. Enseguida agregó que el médico estaba atendiendo: Adentro está mi mamá. Fue entonces cuando Teresa llegó corriendo, explicando que se había retrasado. En los brazos cargaba a Kevin, su hijo de 2 años: Diego salió a hacer unas changas y me lo tuve que traer, ex plicó. Del armario del fondo trajo un cuaderno y algunas carpetas con papeles. Se sentó en una de las mesas y, en una página en blanco y con una regla, empezó a trazar los renglones de un listado. Anotó la fecha del día, y pidió el carnet a su sobrino. Cuando Gloria salió del consultorio llegaban dos mujeres, que también dieron a Teresa unos carnets. Pude ver que todas esas credenciales lle vaban escrito “Seguro Público de Salud”. El de Gloria decía “manzanera”; el de las otras mujeres, “trabajadora vecinal”; y el de otra que llegaría más tarde, “comadre”. En cada renglón y por orden de llegada, Teresa anotaba nombre y número de carnet. También preguntaba quién iría a atenderse. Fui ad virtiendo que no necesariamente la titular del carnet era la persona que iba a hacer la consulta, sino que con su número otro miembro de su familia –que solían ser los hijos– podía ser atendido. Ella también es manzanera, me dijo Teresa, señalando a una de las mujeres que se había sentado a esperar su turno. No –corrigió la mujer–, yo soy comadre, soy comadre de Blanca. Entonces Teresa me explicó que la comadre era quien ayudaba a la manzanera en sus tareas: La comadre se ocupa de que las embarazadas se hagan los controles, vayan al ginecólogo, y esas cosas, dijo. Supe, también entonces, que el Seguro Público de Salud que allí funcionaba atendía exclusi vamente a las operadoras del Plan Vida: manzaneras, comadres y trabajadoras vecinales. Pregunté a Teresa, y calculó que habría un total de doscientas mujeres que se atendían allí, del barrio Villa Margarita y de otros barrios ve cinos. Explicó que en la salita de emer gencia del barrio La Estrella, Nosotras tenemos una caja aparte, que dice ‘Remediar’, y que tiene todos nuestros medicamentos. Le digo así porque ella es de la uni versidad –explicó Teresa a las mujeres–, y está haciendo un trabajo sobre Villa Margarita. Entonces Amalia, una mujer de unos 30 años que había lle vado a dos de sus tres hijos a atenderse, me dijo: Decí que somos todos pobres, que hay algunos que quieren progresar, que hay otros que se quieren quedar como están, que hay otros que son chorros, y que es todo un puterío. Aquel día, mientras la mayoría de las mujeres que se anotaban preguntaban a Teresa cuánto tiempo de espera estimaba, y sólo vol vían cerca del horario de su turno, Amalia se quedaría allí sentada, charlando con Teresa y 70
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conmigo, hasta las seis de la tarde, después de que las diecisiete pacientes hubieran sido atendidas. Durante esas cuatro horas, Teresa parecía aburrirse, mientras Amalia hablaba ininterrumpidamente, contándome sus historias como auténticas epopeyas. La más extensa y detallada fue la de su último parto en el Hospital Materno de Varela, que está ubicado en el barrio Alsina. Para Amalia, la atención del Materno era “vergonzosa”, al igual que la del único centro de salud próximo a Villa Margarita, la salita de emer gencia del barrio La Estrella. Durante los últimos dos años, Amalia había dejado de llevar a sus hijos a la salita , después de una oportunidad en que, por un diagnóstico errado, su hija de entonces 5 años había terminado en terapia intensiva en el hospital de La Plata: Desde ahí que empecé a ir al Doctor Santos, que es un doctor pri vado, que atiende cerca de la Estación Varela, y cobra 20 pesos la consulta, me explicó Amalia. Sin embargo, ahora que el médico del Se guro Público había cambiado, ella había vuelto a atenderse allí en el SUM. Este tipo no es como la que estaba antes, que te enchufaba unas pastillitas y listo, ¿te acordás Teresa?, dijo Amalia. No, este tipo te explica qué es lo que tenés, te hace dibujitos y todo, por eso me gusta. Al llegar, Amalia había sido anotada en la lista de pacientes sin presentar credencial. En algún momento, ya avanzada nuestra con versación, le pregunté si ella también era manzanera, y me dijo que no: Yo vengo por el carnet de Gloria, mi hermana. ¡Claro –exclamó Teresa dirigiéndose a mí–, qué bruta, no las presenté, ella es mi cuñada! Amalia era hermana de Gloria2 (Todos los caminos llevan a Gloria, pensé entonces). Y al igual que Gloria, Amalia también estaba “en el plan”. Antes trabajaba en la panadería de su madre, La Polaca, por 300 pesos, Pero dejé, porque el negocio es un trabajo muy esclavo, no tenía nada de tiempo para mí. Cachito –el marido de Amalia– también trabajaba en una panadería, pero no en Varela, sino en Quilmes: La panadería cerró y él se quedó sin laburo, y ahí consiguió el plan de la UGL. Cuando le pregunté a Amalia cuál era el trabajo que Cachito tenía que hacer por recibir el plan de la UGL , ella tardó en contestarme. Creo que hace algo de una huerta, o algo así, dijo dudando. Entonces recordé a Leticia3, que también trabajaba en una huerta municipal como contraprestación de su plan por la UGL, y que me había dicho que de diez personas sólo asistían tres. Algunas semanas más tarde conocería a Mabel, quien desde su puesto en la UGL de Villa Margarita coordina algunas contraprestaciones del Plan Jefas y Jefes. En una de nuestras con versaciones Mabel me dijo, Nación exige que trabajen, pero nadie nos da los recursos para que trabajen. Entonces yo cito a los varones a hacer trabajos de mantenimiento en la es2 3
El lector puede visualizar las relaciones de parentesco que ligan a los protagonistas de este capítulo en el gráfico de la página 76. Leticia estaba en la reunión por las becas organizada por el MTR, véase capítulo I, p. 57.
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cuela, y resulta que tengo una sola pala, y un solo tipo trabajando, mientras los otros treinta lo miran. Mabel me explicaba que ella misma reducía las horas de trabajo de los destinatarios: ¡Para qué los voy a tener ahí sin hacer nada! En algún momento de nuestra con versación pregunté a Amalia qué trabajo le correspondía a ella por su plan de la UGL. No –aclaró ella–, yo estoy con los piqueteros. Ahora estoy de licencia, pero trabajo en el comedor. Amalia tenía licencia por maternidad, porque hacía sólo dos meses que había tenido a Nahuel, el último de sus tres hijos. Si en ese entonces esa licencia me llamó la atención, en poco tiempo percibiría que el funcionamiento de los mo vimientos piqueteros parece seguir buena parte de la dinámica de las relaciones laborales. En el caso del MTR, el mo vimiento con el que tuve más contacto, esa lógica no sólo incluye licencia por maternidad, sino también fines de semana, días por enfermedad, control de asistencia a las cuatro horas de trabajo –registrada en planillas de entrada y de salida–, y vacaciones. Las semanas de enero y febrero que pasé en Varela coincidieron con los quince días de vacaciones –organizados en dos tandas alternadas– que le correspondían a cada com pañero del mo vimiento. Quince días hábiles que algunos apro vechaban para viajar a sus pro vincias natales, otros para hacer algún tratamiento médico, y otros para hacer changas. Amalia lleva algo más de un año y medio con los piqueteros . Cuando todavía trabajaba en la panadería de su madre, se había anotado en la UGL, para recibir el “Plan Familia”. Ese plan, como ella misma me explicó, es un plan con cargas , pero que, a diferencia del Jefas y Jefes –dependiente del Ministerio de Trabajo– depende del Ministerio de Desarrollo Social. Los hijos de Amalia, sin embargo, ya constaban como carga familiar en el plan Jefas y Jefes que Cachito recibía a través de la UGL: A mí me habían dicho que al que ya tenía los hijos anotados en otro plan, no le iba a salir el Plan Familia, pero yo me anoté igual, por las dudas viste, me dijo Amalia aquella tarde en el SUM. Pero pasaron como diez meses, y del plan ni no ticias. Los hermanos de Cachito estaban todos con los piqueteros, y entonces me con vencieron para que fuera. Me daba cosa ir sola, así que lo con vencí a mi hermano Diego para que me acompañara, y también se anotara. En la historia de Amalia, la aproximación a un mo vimiento piquetero aparecía como una forma de acceder a ese recurso que era el plan, una forma de ac ceso a la que había apelado luego de haber esperado durante casi un año el plan de la UGL . Un camino – anotarse en la UGL , esperar, y entonces anotarse – recorrido por muchos en Villa Margarita y otros barrios. con los piqueteros Entre otras cosas, porque recibir un plan de los piqueteros implica no sólo cumplir la contraprestación de cuatro horas de trabajo, sino también tener la obligación de marchar, o como dicen algunos, de ir al piquete , o simplemente 72
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–como me había dicho Leticia en aquella reunión de Villa Salcedo–, de andar en la calle . Y, como a Leticia, a Amalia andar en la calle tampoco le era indiferente: La primera vez que me subí al tren para ir a la marcha, me dio una vergüenza... No sabés cómo nos miraba la gente, nos re miraba, y yo me quería matar, viste, hasta que dije, ‘Bueno, vergüenza le tiene que dar al gobierno que pretende que vi vamos con 150 pesos’. En aquella con versación, Amalia indicó con exactitud año y mes en que empezó a marchar , como también la fecha específica en que le salió el plan . Estu vimos seis meses marchando con mi hermano, dijo. Nos fuimos a todas las marchas, Puente Pueyrredón, Plaza de Mayo, La Plata... Tu vimos mala suerte, porque nos tocaron un montón de marchas. Bah –se corrigió inmediatamente–, mala suerte no, porque como fuimos a todas, el plan nos salió rápido. Y es que si, por un lado, a Amalia eso de marchar no le gustaba, al mismo tiempo, al anotarse con los piqueteros había entrado en una lógica específica: aquella según la cual la cantidad de marchas a las que se asiste es directamente proporcional a la posibilidad de obtener un plan. Mientras que, en teoría, la UGL tiene como criterio de asignación de los planes la cantidad de hijos de los aspirantes, los movimientos piqueteros tienen como principal criterio la cantidad de partici pación dispensada. Dentro de esa lógica, marchar es la condición para obtener, en algún futuro más o menos incierto, derecho a un plan. Incertidumbre por la que muchos desisten después de haber estado mar- chando durante algún tiempo, mientras otros –como una de las hermanas de Teresa–, tras haber desistido, sólo retornan al mo vimiento al enterarse de que, finalmente, el plan salió . Amalia sentía ver güenza al marchar , no sólo por el juicio de esos anónimos pasajeros de tren, sino también, por la opinión de aquellos que sí la conocen y son conocidos. Al enterarse de que sus hijos se habían anotado con los pique- teros , La Polaca se había puesto “como loca”. Pero buscá trabajo, le decía a Amalia. Mamá no hay, contestaba ella. Pero buscate un trabajo digno, insistía la madre. Lo que yo hago es digno, que yo sepa no ando mostrando el culo por ahí, desafiaba Amalia –que me relataba la historia dando risotadas, imitando las voces de los personajes, y sobre todo ridiculizando a su madre. Y continuó: Mi viejo le decía, ‘Bueno Polaca, los chicos quieren progresar’, y mi mamá decía que eso estaba bien, pero que marchar en contra del gobierno no era progresar! En aquellos comienzos, Teresa podía darse el lujo de jugar con esas di vergencias, y burlar a su marido (Diego) y a su cuñada (Amalia) cuando partían para el piquete : Cuando íbamos con mi hermano –siguió Amalia– Teresa nos despedía en la puerta, y nos decía, ‘Estos piqueteros son unos vagos, no tienen vergüenza, eh?...’ 73
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Sentada en el banco del SUM, Amalia imitaba el tono sarcástico de su cuñada, y al parecer fue esta anécdota lo único que pareció interrumpir el sueño de Teresa, que, ante la quietud de aquella tarde, dormitaba hacía largo rato sobre su cuaderno de turnos. El único barullo era la voz caudalosa e incesante de Amalia, y de tanto en tanto, los alaridos de alguno de sus hijos, que correteaban por el SUM: la competencia era ver quién conseguía colgar una remera en una de las vigas del techo; cuando alguno lo lograba, se acercaba a la mesa y, tironeándole la ropa, le pedía a Amalia que bajara el juguete a la tierra. Ella se subía a una silla, y con un escobillón empujaba el trapo, que planeaba resuelto, junto con un buen toco de polvo y pelusa. Mientras La Polaca oponía trabajo digno a marchar en contra del gobierno, su marido argumentaba que esa era la forma que los chicos habían encontrado para pro gresar . Mientras Gloria acusaba al MTR de hacer política 4, para su hermana Amalia anotarse con los piqueteros había sido aquello que le había permitido abandonar el trabajo – esclavo – en la panadería. De repente, La Polaca –esa figura conocida sólo a través de terceros, que día a día adquiría dimensiones mayores para mí–, se humanizaba. No tenía un dominio absoluto sobre su familia, y no sólo porque algunos de sus hijos participaban en un mo vimiento piquetero, sino también porque ellos, ella misma, y su marido, tenían interpretaciones disímiles sobre esa participación. Por otra parte, mientras en el capítulo anterior vimos que la aproximación de las personas a un mo vimiento puede darse en una situación de desempleo 5 –como era el caso de Ana y de Enrique –, la historia de Amalia indica que es posible entrar a un mo vimiento recorriendo un camino diferente: en su caso, marchar era una salida a un empleo que vivía con disgusto. Estos acercamientos disímiles no sólo impiden simplificar el asunto en una ecuación del tipo desempleo = piquetes6, sino que nos recuerdan, además, la importancia de situar a los piqueteros como una posibilidad de vida en relación a otras: Enrique dejó de participar en las acti vidades del MTR cuando consiguió trabajo; Amalia sólo decidió anotarse después de haber esperado durante meses el plan de la UGL . Pero escuchate esta –me dijo Amalia aquella tarde, como quien anuncia que la mejor parte de la historia está por llegar–, cuando los piqueteros me avisan que me salió el plan, también me avisan de la UGL que me había salido el Plan Fa milia. Y yo fui y les pregunté a ellos [ los piqueteros ] qué hacer. Ellos me dijeron que yo podía hacer lo que quisiera, pero que si cobraba los dos planes y saltaba en algún control me los iban a sacar, e iba a quedar inha Véase comentario de Gloria en capítulo I, pp. 60 y 61. 5 Presenté a Ana y Enrique en el capítulo I, véase pp. 47 y 55 respectivamente. 6 Cabe señalar que Au yero (2002a: 14; 2002b: 3) ad vierte sobre las dificultades de la ecuación “desempleo + pobreza = protesta”. 4
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bilitada para cobrar cualquier plan durante un año. Entonces yo pensé así: el Plan Familia era de 350 pesos, que se cobran cada tres meses; el de los piqueteros era de 150 pesos, que se cobran por mes, o sea, eran 100 pesos más y se cobraba todos los meses –porque el problema del Familia es que te gastás toda la plata junta, ¿y después qué hacés? Entonces me quedé con el de los piqueteros. Ellos mismos me acompañaron a dar de baja el otro. ¿Pero cómo hiciste con el tema de las cargas?, pregunté. Yo tengo PEC, respondió Amalia. El PEC es de Nación –explicó–, pero sin cargas. A mi in ventario de siglas se sumaba “PEC”: “Plan de Empleo Comunitario”, según me explicaría Rulo más tarde. Siglas que, al igual que UGL y SUM, circulaban cotidianamente entre la gente de Villa Margarita. Como suele acontecer con las siglas, nadie precisa saber qué palabras son representadas por cada inicial, sino simplemente el significado de la abre viatura. En este caso, si es de Nación o si es de Pro vincia; si es con cargas o sin cargas; cuándo se cobra, dónde y cuál es su monto. Según Amalia, a partir de la consecución de su plan, Fue todo una cadena, porque entré por mis cuñados, y terminé lle vando a todos mis hermanos –somos cinco y cuatro estamos con los piqueteros. Y también terminé lle vando a todos los hermanos de Teresa ¿Y a vos también Teresa?, pregunté. No, respondió ella, yo ya estaba con el plan de la UGL. Los her manos de Cachito –prosiguió Amalia– están en La Verón7 desde el 97, y ellos estu vieron en lo del Puente8. Ese día los piqueteros sabían que iba a haber represión, porque ellos saben cuándo va a haber represión. Entonces dijeron que las mujeres y los chicos se fueran, y que de los hombres se quedaran los que quisieran, que ellos entendían al que tenía miedo y se quería ir. Pero no se imaginaban que se venía la que se vino... Desde entonces, todos los 26 de cada mes, el MTD Aníbal Verón corta el Puente Pueyrredón pidiendo el esclarecimiento del caso y el juicio a los responsables. Hacía unos meses que Amalia había asistido a una reunión del MTD en que se había hablado del tema. Ellos siempre te preguntan qué opinás de las cosas –me decía Amalia–, y en esta última que fui nos preguntaron qué opinábamos de lo del 26, y yo dije lo que pensaba, viste: que para el Se refiere a la Coordinadora Aníbal Verón, de la cual formaron parte varios Mo vimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) del sur del Gran Buenos Aires aglutinados en el MTD Aníbal Verón. El MTD Aníbal Verón nace ligado al MTR, y es liderado por el MTD de Florencio Varela. Aglutina otros MTD como el de Quilmes, el de José C. Paz, y algunos de Ciudad de Buenos Aires (cf. Svampa y Pereyra 2004: 237 y ss.). Aníbal Verón era chofer de ómnibus, fue asesinado en 2000, en la pro vincia de Salta, durante la represión a un piquete. 8 Se refiere a la re presión del Puente Pueyrredón, el 26 de junio de 2002, en que la policía mató –tirando con balas de plomo– a Ma ximiliano Kostequi y Darío Santillán, dos integrantes del MTD Aníbal Verón, cuyos nom bres de vinieron desde entonces símbolo de la lucha pi- quetera . 7
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gobierno lo del 26 ya es rutina, que no le afecta en nada, ya sabe que vamos a cortar y listo, ¿entonces para qué? La externalidad con que Amalia refería al mo vimiento –“ellos”, “los piqueteros”, o como decía otras veces, “los del comedor”– me evocaba la externalidad de Enrique –quien hablaba de “los de Mayo”–, y la de Ana –que decía que “ellos” la habían ayudado mucho. Yo estoy con los piqueteros, me había dicho Amalia con un tono de aclaración, cuando ad virtió que yo había dado por sentado que su plan era –como el de su marido– de la UGL. Un estar que nos habla no sólo sobre la forma en que Amalia clasifica aquello que hace, sino también sobre cómo vive aquello que hace. Como me dijo, sólo “cada tanto” va a las reuniones del mo vimiento; aún en la época en que trabajaba allí, era raro que ella o su familia se quedaran a almorzar en el comedor. Alguna vez recibí caja –me dijo Amalia–, pero solamente alguna vez, porque para la caja tienen prioridad los compañeros que más participan. En efecto, marchar no es sólo el criterio que, en principio, estipula la obtención –y después la manutención– del plan, sino también el criterio que estipula quiénes tienen derecho a las cajas de mercadería que muchos de los mo vimientos reparten mensualmente entre sus bases. Una semana después de mi primer encuentro con Amalia en el SUM, re cordaría su explicación sobre la lógica del reparto de las cajas en La Verón. Fue cuando llegué al ca- bildo Mayo, del MTR, y pude ver en el centro del patio una mesa plegable, dispuesta verticalmente como una pizarra. Allí estaban pegados tres listados de nombres y apellidos, que eran encabezados por un cartel que decía: “Marchas por la caja: 16/11 - 23/11- 10/12 - 14/12 - 20/12”. Conté y eran aproximadamente no venta personas en total: cincuenta para la “caja grande”, quince para la “caja chica”, y veinticinco para la “caja chica” a “$ 1,50”. En el primer momento, esos números me resultaron crípticos. Fue Irala –un hombre que formalmente no es delegado del cabildo, pero que tiene una presencia notable en las acti vidades y se ocupa de buena parte de las tareas de administración– , quien me explicaría que las fechas eran las marchas que se computaban para la caja de ese mes. Recibir caja de mercadería, recibir caja chica , o recibir caja grande , dependía de la cantidad relativa de marchas a la que cada com pañero había asistido en ese período de tiempo. Irala me explicaría que “el que va a todas, recibe caja grande”; “de cinco marchas, el que falta a dos o más de dos, recibe caja chica”; “los que fueron a todas las marchas pero no pagaron la cuota de 5 pesos al mo vimiento, reciben la caja chica, dando 1 peso con 50 centavos”. Prosiguió explicándome que esa cuota era el dinero que el mo vimiento necesitaba para sustentarse, Porque el gobierno da para emprendimientos, pero nuestros gastos –en fotocopias, en papeles, en transportes, en banderas–, todo eso lo tiene que bancar el movimiento, con el aporte de los propios compañeros. 77
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A lo largo de mis idas a Varela, advertí que la exigencia de asistir a las mar- chas suele ser orquestada por las personas de di versas maneras. Durante los primeros meses de embarazo, Amalia todavía no gozaba de licencia, y sin embargo tampoco marchaba . No tenía falta , porque Cachito iba en su reem- plazo. Teresa también marchaba en reem plazo de su marido, cada vez que él estaba con alguna changa9. La generalidad de la práctica del reemplazo parece re velar, por un lado, la importancia que la cantidad tiene para los mo vimientos. Ellos dependen de esa participación, pues en la cantidad mo vilizada se juega la capacidad de negociación con el Estado. Por otro lado, los reemplazos hablan, también, de la importancia que la asistencia tiene para las propias personas que marchan . En una reunión del cabildo Mayo presencié una discusión acerca de la diferencia que se suponía debía haber entre caja chica y caja grande . Alguien preguntó por qué la caja chica no traía aceite. Eso era lo que se había votado en una asamblea, dijo Olga10, que entonces presidía la reunión. Pero tenemos que ver si seguimos de acuerdo, o si queremos que se cambie el criterio. Ana intervino diciendo que en aquella asamblea, Nosotros mismos dijimos que la caja chica no tenía que tener aceite, porque si no al que no marchaba casi no le hacía diferencia. De modo que aquellos listados que mes a mes se exponen en la pizarra del cabildo Mayo no sólo informan sobre lo que le corresponde a cada uno, sino también, sobre lo que cada uno dio. El tamaño de la caja indica di ferencias en la cantidad de trabajo que cada com pañero puso en el mo vimiento. Una vinculación íntima entre movilización y caja que es percibida negati vamente no sólo por aquellos que, en el debate político, se esfuerzan por acusar a los mo vimientos piqueteros de efectuar prácticas “clientelistas”, sino también por los porta voces de las organizaciones: la literatura sobre el tema opone acción “rei vindicativa” a acción “política”, y aclara, una y otra vez, que planes y cajas son sólo una necesidad de corto plazo en una lucha auténticamente política; algunos dirigentes, por su parte, ad vierten en esa vinculación un obstáculo para el desarrollo del mo vimiento –como me dijo Claudia 11 en una oportunidad, El problema del mo vimiento es cómo ir más allá de la caja y el plan. Mientras que desde el punto de vista de las personas que marchan , el plan puede ser mucho más que ‘un plan’ y la caja de mercadería puede ser mucho más que ‘una caja’ de mercadería. En aquellos listados que mes a mes se ex Tal vez cabe trazar un paralelo con las ocupaciones de tierra en el Brasil. Sigaud (2005: 260-266) muestra cómo las personas que están debaixo da lona preta , continúan teniendo otras actividades fuera del campamento. Muestra, también, que el dejar a alguien cuidando el barraco propio es una práctica corriente dentro del campamento. 10 Sobre Olga véase capítulo I, p. 47 y ss. 11 Claudia había presidido la reunión por las becas organizada por el MTR, véase capítulo I, p. 52 y ss. 9
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ponen en la pizarra del cabildo Mayo, la militancia de cada compañero es publicitada. Lo que se da al mo vimiento está sujeto a la opinión de los otros, y se traduce en actitudes colectivas de aprobación y desaprobación, de reconocimiento y de censura. A la luz de di versas situaciones que viví entre los com pañeros del MTR, diría que la caja es algo que puede indicar a alguien como un com pañero laburador , digno de respeto y de tolerancia; o algo que, al contrario, puede permitir acusar a alguien de vago, poniendo en juego su reputación; o algo que puede orientar la mo vilidad en las posiciones jerárquicas del movimiento, promoviendo un ascenso o un descenso. Y esa opinión que recompensa y sanciona no se cierra en los com pañeros del mo vimiento, sino que in volucra otras relaciones, como la propia familia, los vecinos, o los amigos. Aunque someramente, en el capítulo anterior tuve oportunidad de presentar a Rulo, quien trabajaba en se guridad del MTR 12. Rulo lle vaba dos años en el movimiento, pero no había sido él, sino su hija de 12 años, quien se había aproximado al cabildo Mayo. Una tarde en que Rulo me acompañaba desde Villa Margarita a una reunión de delegados del MTR en Villa Salcedo, me contó que al principio era su hija quien iba al cabildo los días en que el mo vimiento repartía mercadería, lle vando un bolso vacío, que volvía con arroz, azúcar, yerba y algunos enlatados: Mi mujer la mandaba. No teníamos un mango, entonces la mandaba a mi hija. Ellos le decían a mi nena que yo fuera a hablar allá, que no le podían seguir dando mercadería si yo no iba, pero yo no quería saber nada. Hasta que una tarde vinieron a mi casa. Vinieron a buscarme, y yo le dije a mi mujer que atendiera ella, y dijera que yo había salido. Salí rajando por el fondo, me trepé a la medianera y me escapé. Rulo no quería hablar con ellos. Recuerdo que le pregunté por qué –¿No te gustaba la gente de Mayo?, dije entonces. No, no, nada que ver, respondió Rulo, con un tono que parecía indicar que yo no había entendido nada. Me daba vergüenza. Era eso, me daba mucha vergüenza tener 37 años y no poder darle de comer a mi familia. Algunas semanas después del episodio de la medianera, su mujer lo con venció para que fuera a una reunión del cabildo Mayo. Y bueno, me apa recí, y empecé a ir, de a poco, viste. Me metí en lo de seguridad, que es algo que siempre me gustó, y pedí el plan, y a los meses me salió. Hoy en día, Rulo suele ir a casi todas las marchas del movimiento. En las dos marchas que yo acompañé, podía vérselo concentrado en sus tareas de se guridad , encuadrando el contingente, guiando el camino, marcando el ritmo del paso, cuidando que nadie de afuera se in filtrara en la columna del movimiento. A diferencia de la experiencia de Amalia, para Rulo marchar es una acti vidad realizada con orgullo. Tal vez porque es entonces cuando despliega el 12
Sobre Rulo, véase capítulo I, p. 64.
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Capí Ca pítulo tulo II: La familia familia de La Polaca Polaca y el Seguro Seguro Público Público de Salud marchar char es valor de su trabajo; tra bajo; tal vez porque mar es la condi condición ción para seguir seguir reci reci-biendo caja ; tal vez, y sobre todo, porque es la condición de ha hacerlo cerlo sin sentir ver güenza güenza .
* Eran cerca de las seis de aquella aq uella misma tarde en el SUM, cuando la ante an teúl úl-tima paciente paciente salió del consul consultorio. torio. Había llegado, llegado, por fin, el turno de Amalia, que llamó llamó a los dos chicos y entró. A esa al altura tura Teresa Teresa estaba estaba dormi dormi-tando de nuevo. Se incor incorporó poró mirando mirando la hora, y dijo estar aburrida. aburrida. Entonces entró un hombre de unos 30 años, con pelo largo, varios va rios tatuajes en los omóplatos, omóplatos, y un bebé en brazos. Teresa Teresa saltó de la silla entu en tusias siasmada, mada, y alzó al bebé. Era Nahuel, el hijo menor de Amalia. Aquel hombre, que prepre guntó por su mujer y se sentó en la mesa a esperar, esperar, era Cachito. Cachito. Venía de hacer unas changas como repar repartidor tidor en la cer vecería vecería Quilmes , Es más que nada de diciembre diciembre a marzo –me explicó–, explicó–, porque necesitan gente en el verano. Amalia se asomó por la puerta del con consul sultorio torio y llamó a Teresa, Te resa, quien volvió al al segundo con una caja llena de papeles. Era el fichero fichero con las histo to-rias clínicas clínicas de los pacientes. pacientes. En realidad realidad –me expli explicaba caba Teresa– Teresa– esto lo tengo que hacer al principio, principio, pero yo me hago la bo b oluda porque me da fiaca; ahora el Doctor me pidió que le separe se pare la ficha de Amalia. Al ver esa caja de cartón despe despeda dazán zándose, dose, Cachito Cachito le dijo a Teresa Teresa que era una vi villera llera . Entre esa caja y el asenta asentamiento miento –dijo–, sos una villera vi llera con todas las letras. letras. Teresa, Teresa, por villero llero, la burla que más escuché su parte, empezó empezó a tildarlo tildarlo de vago –junto con vi escuché durante las semanas que qu e pasé en Varela. Hacía sólo algunos algunos meses que Teresa Teresa y Diego se habían habían mudado mudado del Asenta tamiento miento 7 de cuarto del fondo de la casa de La Polaca Po laca a una casilla casilla en el Asen asentamiento miento que tiene dos años de anti antigüedad. güedad. Según me Noviembre No viembre , un asenta contaría con taría Te T eresa, ahora los terrenos te rrenos no corrían corrían peligro, pero en los inicios se comi misión sión de de vecinos vecinos para había formado formado una co para evitar los desa desalojos: lojos: Ahí estaba estaba La Polaca, Po laca, viste, porque ella es la que más sabe de esas cosas. Las tierras tierras eran de un juez, y gracias gracias a la comi comisión sión no desa desalo lojaron, jaron, aunque la última última vez tu vieron que ir los curas y las monjas, porque si no los sacaban a todos. El terreno terreno de Teresa Teresa y Diego está ubicado ubicado en la parte más baja del asenta asen ta-miento, que suele tener problemas problemas de inunda inundaciones. ciones. Esa parte es también tam bién la más nueva, es decir, la de las ocupa ocu paciones ciones más recientes. recientes. Sin embargo, embargo, no fueron Teresa Teresa y Diego quienes ocuparon ocuparon el terreno, terreno, sino que lo compraron compraron a un hombre que había ido ocupando ocupando varios. Lo pa pagamos gamos 350 pesos, en dos veces, más la ca casilla silla que nos costó 150, en total 500, me dijo Teresa, Teresa, a quien el asenta asentamiento miento parecía parecía gustarle gustarle poco y nada. Hoy pude lavar la ropa porque salió agua, pero si no me tengo que ir hasta lo de mi mamá. Cuando no sale 80
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nada, viene el camión camión del gobierno, gobierno, y ahí llenamos llenamos los bidones bidones y las bote botellas, llas, pero con este calor eso no sirve para nada. Cuando hay, Teresa Teresa saca agua de una manguera manguera que comparte comparte con el vevecino de al lado y con “el pa para raguayo” guayo” del terreno terreno del fondo. Sus reclamos, reclamos, sin embargo, em bargo, no se agotaban agotaban en el agua. A Teresa, Teresa, el asenta asentamiento miento le daba miedo, A la noche no puedo dormir, escucho escucho la gente pasar, y el otro día vi a unos vecinos ve cinos cargando cargando un la va varropas. rropas. Afanado, Afanado, obvio. Diego dice que soy una cacagona, pero qué le voy a hacer, a mí me da miedo. Diego solía pasar por el SUM en el horario horario de trabajo trabajo de Teresa. Teresa. Allí nos quedá que dábamos bamos los tres, compar compartiendo tiendo diálogos diálogos y silen silencios, cios, fugaz fugazmente mente inte inte-rrumpidos rrum pidos por las pacientes pacientes que llegaban llegaban a pedir su turno. Una de esas tardes, él dijo que Teresa Teresa exage exageraba: raba: En el asenta asentamiento miento no pasa nada, es como cualquier cualquier lado, si vos no te metés con c on nadie, nadie te jode. Cinthia, la hija mayor de Amalia y Cachito Ca chito que estaba estaba ahí con noso nosotros, tros, salió en defensa defensa de su tía, y dijo que a ella también también le daba miedo el asenta asen tamiento: miento: El otro día de la tormenta, tormenta, parecía parecía que la casa de estos iba a volarse, vo larse, dijo la nena de 7 años. Cachito Cachito dio algunas algunas carca carcajadas, jadas, e irónico, irónico, agregó diri dirigién giéndose dose a mí: Cuando vamos a la casa de Teresa Te resa y Diego, yo le digo a Amalia, ‘Para que te bañás si vamos a la villa, después des pués vol vemos vemos todos llenos de barro y tenemos que bañarnos de nuevo’. Mientras Mien tras la gente que vive en el centro de Florencio Flo rencio Varela Varela –incluido –incluido Alsina– con consi sidera dera a Villa Marga Margarita, rita, Las Cani Canillas llas y aledaños aledaños como un área de moradores dores de estos lugares lugares reservan reservan ese título título para los asen villas vi llas , los mora asenta tamientos mientos . Sin embargo, embargo, los que viven en los barrios ba rrios suelen circular circular por los asenta asenta-mientos, y suelen tener allí parientes pa rientes o amigos. El caso de Teresa Te resa y Diego es para pa radig digmá mático: tico: es muy común que los hijos casados casados que vi vían vían en la la casa de sus padres padres en un barrio, barrio, tomen –o compren– com pren– un lote en el asenta asen tamiento, miento, para empezar empezar a construir construir su propia casa. Es común, también, tam bién, que aquellos aquellos que tienen familia familia en los barrios barrios y que, por alguna alguna razón, tu vieron que cons cons-truir su casa fuera del muni municipio, cipio, se muden a un asenta asentamiento miento para vivir más cerca de los suyos. Una hermana hermana de Teresa, por ejemplo, se había mudado mudado a Lanús después después de casarse. casarse. Dos años después después supo por sus hermanos hermanos que en Florencio Flo rencio Varela Varela “estaban “estaban to tomando mando te terrenos”. rrenos”. Su propia deci decisión sión de tomar un terreno terreno estuvo estuvo atra ve vesada sada por la duda, porque eso signi sig nificó ficó pasar de su casa ya termi terminada nada en Lanús a un lote comple completa tamente mente vacío, donde todo eses taba por construir. construir. No obstante, obstante, la cercanía cercanía de los parientes pareció compensar el costo de tener que “empezar todo de nuevo”. Fue una tarde de calor abrasante abra sante que Teresa Teresa vislumbró vislumbró la posi posibi bilidad lidad de volver a vivir en Villa Marga Margarita. rita. Nadie circu circulaba laba por las calles, calles, nadie había entrado en trado al SUM, y hacía horas que está estábamos bamos las dos sentadas sen tadas en el banco de madera. ma dera. Entonces, por primera primera vez, vi al médico mé dico salir de su sala: ¿Nos 81
Capí Ca pítulo tulo II: La familia familia de La Polaca Polaca y el Seguro Seguro Público Público de Salud
vamos?, dijo a su se secre cretaria, taria, que había pasado pasado el tiempo abriendo y cerrando cerrando su cuader cuadernito, nito, boste bostezando y mi mirando rando el reloj una y otra vez. Entendiendo Entendiendo el sarcasmo, sar casmo, ella fingió una sonrisa sonrisa de oreja a oreja: había que esperar esperar a Amalia, que tenía que llegar en cualquier cualquier momento a atenderse. Pero no fue Amalia, sino Diego, quien quie n llegó alre alrededor dedor de las cinco. Como Cachito, Ca chito, Diego también también hace changas en la cer ve cer vecería cería Quilmes . Ese día, sin embargo, venía de hacer un arreglo de electri electricidad. cidad. Lo bueno es que Diego sabe hacer de todo –me dijo Teresa–, Te resa–, y con eso nos vamos arreglando. arre glando. Diego se sentó en el banco largo de ma madera: dera: ¿Vamos?, preguntó preguntó a su mujer. Hay que esperar esperar a tu hermana, hermana, respondió respondió ella. Nos quedamos quedamos los tres en sisi lencio. En algún momento momento le pregunté pregunté a Diego si había ido a la marcha del 26, en el e l Puente Puey Pu eyrredón, que había sido un par de días atrás. Teresa Teresa emempezó a reírse: ¡Qué va a ir este a la marcha, si se quedó durmiendo! dur miendo! Él largó una sonrisa, sonrisa, y dijo haber estado cansado. can sado. En aquel entonces, entonces, tampoco tampoco estaba estaba cumpliendo con las cuatro horas de tra trabajo bajo en el movi vimiento: miento: Tengo las faltas justi justifi ficadas, cadas, por las changas, viste. Faltando Fal tando algunos algunos minutos minutos para las seis, Teresa Teresa pegó un salto y se dispuso dispuso a juntar sus papeles. papeles. Por esas ironías ironías de la vida, después des pués de una tarde inter intermi mi-nable na blemente mente calma, una mujer con un chico en brazos entró al salón ¿No te puedo anotar para mañana mañana en el primer turno?, preguntó pre guntó Teresa. Teresa. Es que ya me estoy yendo, agregó con cara de ruego. La mujer respondió respondió que preci preci-saba ver al médico, médico, pero que sería rápido. rápido. Sacó su carnet del bolso y se lo enentregó. Quién va a atenderse, atenderse, preguntó preguntó Teresa. Teresa. Él, dijo la mujer seña señalando lando al chico. Ah, no te conté –agregó, mientras mien tras Teresa Teresa anotaba–: me mudo a Varela. “Varela”, “Va rela”, en ese caso, quería q uería decir el centro de Florencio Florencio Varela. Varela. Los ojos de la secre secretaria taria del médico médico se ilumi iluminaron; naron; buscó la mirada mirada de Diego, como quien busca aproba aprobación ción para hacer alguna alguna cosa. ¿Cuánto estás pidiendo?, pidiendo?, preguntó pre guntó Teresa. Teresa. 8000, respondió respondió la mujer. ¿Y a pagar cómo?, volvió a prepre guntar. O todo junto, o 5000 primero pri mero y 3000 después. después. La mujer pareció pareció dar el asunto por termi terminado nado y preguntó, preguntó, ¿Saben si hoy hay telé teléfono? fono? Con la cacabeza, Diego respondió respondió que no. Entendí que, una vez más, habían robado robado los cables ca bles de aluminio aluminio de la red tele telefó fónica. nica. Diego ya me había expli explicado cado que la opera ope ración ción tenía lugar por las noches, noches, a la vuelta de su casa: Ya los vi varias va rias veces, subidos subidos a una esca escalera. lera. En esa oportu oportunidad, nidad, Teresa había re recla clamado mado irritada: irri tada: ¿Ves? ¿Qué andás diciendo di ciendo que en el asenta asentamiento miento no pasa nada? Y más tarde, Amalia diría que lo de los cables ca bles era una vergüenza, vergüenza, Porque lo peor es que noso nosotros tros sabemos quiénes son. No es gente que no tiene para comer, son los pibes para comprarse com prarse la falopa. falopa. Y si vos vas y les hablás ha blás a los padres pa dres no sirve de nada, si se la pasan en pedo todo el día...
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El tiempo que duró la consulta de la mujer que se mudaba a “Varela” fue también el tiempo en que Teresa ensayó todas las especulaciones posibles para comprarle la casa que dejaba en Villa Margarita. Te imaginás –decía a Diego, que parecía algo apático–, volver acá, estamos cerca de todo ¿Mirá si cuando volvés estamos acá en Villa Margarita?, me dijo Teresa esperanzada. Hizo un silencio, que se interrumpió cuando Kevin dejó de perseguir su pelotita de paño, y pegó un aullido al lle varse por delante el escritorio que estaba en un extremo del SUM. El terreno está un poco caro –dijo Teresa, mientras trataba de consolar a su hijo, meneándolo en brazos de un lado para el otro–, porque ella en su mo mento lo compró por 2500. Diego le explicó que la casa tenía piso de loza, de modo que estaba a buen precio. Si le decimos a tu vieja –prosiguió Teresa–, ella nos presta la guita, o saca un crédito. Mi suegra es capaz de hacer de todo con tal de tenernos cerca –dijo mirándome a mí, mientras en mi cabeza La Polaca volvía a ser esa figura todopoderosa. A la luz de los comentarios de su nuera, era la persona que sabía todo del barrio; era quien había participado en la comisión del Asentamiento 7 de Noviembre evitando los desalojos –aún cuando no vivía allí, aún cuando su hijo todavía tampoco; era quien haría lo imposible para mantener a su familia cerca; era quien tenía condiciones para hacer que Diego y Teresa vol vieran a Villa Margarita, y no sólo a través de un crédito, sino a través de su influencia: aquella tarde, Teresa concluyó el asunto del terreno diciéndole a Diego que iba a pedirle a La Polaca que hablara con la vendedora, Porque si tu mamá le habla, ella nos va a dejar pagarle en varias veces. Total parece que ella ya se compró la casa, porque el marido ganó un juicio, o algo así. La plata no la necesita, sentenció Teresa, mientras apilaba las sillas en un rincón, aguardando, tal vez más ansiosa que nunca, la hora de irse. * La cita era en el campito, Ahí, atrás del frigorífico, habían dicho Amalia y Cachito, in vitándome al partido de fútbol del campeonato infantil en el que uno de sus hijos competía. Es un campeonato que organizamos los padres, dijo Amalia aquella vez. Y yo, sumergida en mis inquietudes, pregunté si formaba parte de las acti vidades de La Verón. No, esto no tiene nada que ver con política, respondió Cachito. Es para los chicos del barrio, más que nada para sacarlos de la calle, viste. En unos pocos meses, Amalia terminaba su mandato como presidenta de la comisión directiva del Club Social y De portivo Villa Mar garita , que organizaba los campeonatos de fútbol de los chicos. Como presidenta del club, Amalia tenía una relación asidua con el municipio, más precisamente con la “Subsecretaría de Relaciones Institucionales con la Comunidad”, Así de largo, diría Amalia, después de quejarse por la falta de atención de los em83
Capítulo II: La familia de La Polaca y el Seguro Público de Salud
pleados de ese organismo en relación al Club. Sabés las cartas que le escribí a Pereyra, a Solá13, y nada. A Pereyra le pedí las banderas. Tres banderas: la nacional, la de la pro vincia, y la del club. Ni eso fue capaz de darnos. Por eso te digo, con los políticos no quiero saber nada, son todos una porquería. Cuando algunos meses después volví a Varela y me encontré con Amalia, la campaña para elecciones legislativas en Pro vincia de Buenos Aires estaba a punto de comenzar. Chiche 14, según me contó Amalia en esa opor tunidad, había estado en el municipio hacía sólo algunas semanas atrás. A mí me llegó una in vitación al acto, pero no fui. Por suerte mi mamá tampoco, porque no está militando más. ¿Ah, no está militando?, pregunté curiosa. No, por suerte se cansó. Si nunca sacás pro vecho de nada; mi vieja es una boluda, trabajó siempre como una negra sin sacar pro vecho de nada. Yo también: yo también les buscaba gente, les llenaba micros, y todo para qué, para que te digan, ‘qué bien toda la gente que trajiste’. A mi vieja las veces que le ofrecieron plata nunca la agarró –porque eso me consta, nunca la quiso agarrar. Entonces, ¿para qué? Entonces para qué. La aproximación de Amalia al MTD se había dado en términos de su condición de aspirante a un plan; anotarse con los piqueteros había implicado entrar en una red de obligaciones –que incluían marchar , trabajar en el comedor, asistir a reuniones. El abandono de su trabajo en política era interpretado a través de este mismo esquema de percepción de obligaciones y expectativas recíprocas. Y cabe agregar que con ese mismo esquema, Amalia re valuaba su relación con los piqueteros la última vez que la vi. No era solamente con los políticos que estaba furiosa. Por ese entonces, ni ella ni Diego estaban marchando: Mi hermano tiene las faltas justificadas, porque está haciendo changas. Ahora los del mo vimiento le piden 25 pesos por mes, pero él no les paga. Encima que tiene que trabajar porque con el plan no le alcanza, ¿les va a dar 25 mangos a ellos? Estamos todos locos... Supuestamente yo sigo de licencia, o bueno, a mí nadie me vino a decir nada, así que yo sigo de li cencia. ¿Y el MTD está con vocando a marchas?, pregunté yo. ¿Ellos? –dijo Amalia–, ellos siempre in ventan algo para marchar. O lo del Puente, o lo de
Felipe Solá, entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires por el Partido Justicialista. 14 Chiche Duhalde, mujer del ex gobernador de la provincia Eduardo Duhalde por el PJ (1991-1995, 1995-1999), y entonces candidata a senadora de la provincia por el mismo par tido. 13
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Cromañón15, y ahora marchan por el aumento de 300 pesos. Y es al pedo, si ellos saben que el gobierno no les va a dar los 300 pesos: ¿para qué nos hacen marchar? Considerar, a la luz de la experiencia de Amalia, que el vínculo entre los mo vimientos y las per sonas que en ellos participan puede ser vi vido en términos de una lógica de obligaciones y expectativas mutuas16, nos permite reflexionar sobre otros rasgos de esa relación. Si es cierto que en Villa Margarita todos saben que los planes son programas gubernamentales, también es cierto que el plan es referido como de la UGL o de los piqueteros . Como acostumbran a decir las personas, se trata de los planes que da la munici palidad en un caso, y de los que dan los piqueteros en otro. Esto es sugestivo porque mientras tendemos a pensar a los movimientos –y también a las UGL, y a los pun - teros – como “mediadores” o “intermediarios”17 entre el Estado y los destinatarios de políticas públicas, un trabajo etnográfico puede mostrar que desde la perspectiva de las personas in volucradas esa mediación no aparece. La noción de mediador jerarquiza las relaciones sociales, presumiendo una relación –la del Estado y la población– como la más im portante, y confinando a un segundo plano aquella otra que es efecti vamente vi vida: el vínculo entre esos que se suponen ‘mediadores’ y ‘la gente’. Un vínculo sui generis que supone su propia cadena de obligaciones recíprocas, más allá de un tercero. En una oportunidad, vi cómo una joven se preocupaba por las eventuales consecuencias de haber iniciado sus vacaciones en el MTR sin haber avisado antes al dele gado de su cabildo. La chica estaba angustiada, porque una “asistente del gobierno” había pasado por el comedor y no había encontrado a nadie trabajando. Entonces se armó quilombo –me dijo–, y pueden llegar a sacarnos el plan. ¿Quiénes?, pregunté yo. No sé –respondió ella–, creo que los del mo vimiento. En aquel entonces, este comentario no hacía más que alimentar mis dudas sobre el poder de los mo vimientos para dar bajas en los planes. Si muchas personas parecían creer en ese poder, otras tantas creían que sólo el gobierno tenía esa atribución. En un momento, pensé que esta úl15 Re pública Cromañón era
el nombre de una dis coteca situada en el barrio de Once, ciudad de Buenos Aires, que el 30 de diciembre de 2004 su frió un incendio, du rante un recital de rock, dejando un saldo de casi doscientos muertos. La tragedia inauguró una crisis política para el gobierno de la ciudad, ya que el lugar había sido habilitado por inspectores municipales, a pesar de violar un conjunto de reglamentaciones de seguridad. Las movilizaciones y protestas –en cabezadas por los padres de las víctimas, partidos de oposición, organismos de derechos humanos, y movimientos piqueteros– dieron paso al juicio político del Jefe de Gobierno de la ciudad por su responsabilidad en el hecho. 16 Atiendo a esta dimensión siguiendo la mirada propuesta Durkheim (1974), Mauss (2003) y Malinowski (1935), sobre las obligaciones implicadas en toda relación social. 17 Cf. Svampa (2004: 8); Grimson et al (2003: 14, 33, 76); Cra vino et al (2002: 66 y ss.); Sca glia y Woods (2000: 250); Woods (1998). Una crítica a la idea de mediador puede ser encontrada en Rosa (2004: 249), respecto a la relación entre los movimientos que rei vindican la reforma agraria y el Estado bra silero.
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tima posibilidad era ‘la correcta’, cuando Claudia me ex plicó que esa era una de las “diferencias del MTR” respecto a “los otros mo vimientos”: Nosotros no tenemos el control de los planes, los otros mo vimientos sí pueden dar bajas porque negocian con el gobierno, y a cambio de eso no marchan. Pero esa certeza se desmoronaba una y otra vez, a partir del miedo de las personas a las bajas, o de afirmaciones que aseguraban que el mo vimiento había dado de baja el plan de tal o cual compañero. Lo cierto es que me fui de Varela pensando que se trataba de un vacío de información que tenía que completar consultando alguna fuente ‘oficial’. Sin embargo, ahora conjeturo que se trata de algo más. En primer lugar, mis propias dudas al respecto del poder del mo vimiento para controlar altas y bajas expresaban una duda que todos experimentan, y el propio enigma a partir del cual ese poder es cons truido. En segundo lugar, parte de las condiciones de posibilidad de esa duda estaba en el hecho de que, día a día, el plan es vi vido como siendo de los pique- teros . Son ellos los que dan el plan , los que dan la caja , los que dan vacaciones y licencia, los que anotan , los que controlan la asistencia, los que llenan las planillas, los que reconocen a aquel compañero que trabaja y censuran a aquel que no trabaja. Es el movimiento –y no el Estado– con quien las per sonas se sienten comprometidas –porque “ellos me ayudaron mucho”–, de quien se sienten defraudadas –porque “todo quedó en la nada”–, y a quien cuestionan –“¿para qué nos hacen marchar?”. Aquella última vez que vi a Amalia, ella me hablaba en pie, detrás del mostrador de la panadería de su madre, que entonces había vuelto a atender. Gloria –que antes era la encargada del negocio– se había ido de Varela: Está vi viendo en Junín, dijo Amalia. Pero de eso hacía cinco meses, mientras que el regreso de Amalia a la panadería había sido tan sólo unos días atrás, por otra razón bien distinta. La cosa está difícil, me dijo Amalia entonces. Y explicó que a Cachito le habían sus pendido el plan. Recuerdo que le pregunté si le habían dado de baja, y ella me corrigió: No, se llama ‘suspensión’ dicen ellos, y dicen que es por dos meses. Cachito fue a hablar con los de la UGL, y le dijeron que lo debían haber suspendido porque tenía faltas en la huerta. Y ahí él fue a hablar con su coordinadora, y re visaron las planillas, y vieron que tiene todo presente. ¿Y entonces?, pregunté. La propia coordinadora le dijo que había como no vecientas suspensiones, y que ella sabía que era por las elecciones: están usando los planes para los que van a los actos. Amalia estaba indignada, porque, al parecer, habían sus pendido aquellos planes que correspondían a documentos terminados en el número nueve. Claro, no son ningunos boludos, porque del nú mero nueve son un montón. Cuando cobrábamos en el campito, la fila del nueve era enorme, era la peor. Así que si llegás a conseguir la entre vista con Pereyra, decile que venga a ver lo que sus UGL están haciendo con la gente. 86
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La sus pensión del plan de Cachito había lle vado de vuelta a Amalia a la panadería de su madre. Y es que más que como un plan de empleo, el plan funciona como un recurso que, sumado a otros, compone el ingreso de una unidad familiar. No se trata, solamente, de que el plan in volucra cierta concepción estatal de ‘familia’ –como es el caso de los planes con cargas , o de planes alimentarios como el Vida, que son obtenidos por el hecho de tener hijos. Se trata, además, de que los planes son gestionados, por aquellos que los reciben, a través de relaciones consideradas familiares. Como hemos visto a lo largo de estas páginas, una familia nuclear, a través de sus distintos miembros, acumula más de un plan. Una forma de hacerlo es consiguiendo planes de distintos tipos: en el caso de Amalia y Cachito, y de Diego y Teresa, cada matrimonio concilia planes con cargas y planes sin cargas . No sólo esos planes son de tipos distintos –lo cual evita la incompatibilidad–, sino que, por di versas circunstancias, son obtenidos a través de vías diferentes. Las situaciones vi vidas en el SUM permiten hablar de unidades domésticas que combinan planes de los piqueteros y planes de la UGL –y si agregamos a Gloria, de bemos sumar una tercera unidad: Gloria con plan por un político, y Mario (su ex marido) sin plan –según ella, por considerar que “eso es para vagos”. Esos planes no sólo se orquestan a través de relaciones familiares, sino que también se conservan en virtud de esas relaciones: vimos que durante algún tiempo, cuando Diego hacía changas, Teresa lo reem plazaba en las mar- chas con vocadas por La Verón. Lo mismo ocurría con Amalia, que era reem- plazada por Cachito. Dado que cada plan implica cierta red de relaciones y de obligaciones, alguien que en principio no está vinculado a los piqueteros , se ve en la situación de marchar , para reem plazar a algún pariente que sí lo está. Esto evidencia que, a través de esas relaciones, las personas son lle vadas a circular por espacios percibidos como distintos –los mo vimientos piqueteros, la UGL–, aunque no necesariamente como contradictorios, y mucho menos como excluyentes. Y si las personas son lle vadas a circular es porque el plan de la UGL o el plan de los piqueteros no sólo son posibilidades entre otras, sino también posibilidades que se com binan con otras. De alguna manera, a lo largo de estas páginas he tratado de mostrar que la forma en que los planes son gestionados no puede ser disociada de otras acti vidades, recursos y relaciones que hacen a la vida de Amalia, Cachito, Teresa y Diego; que el plan es vi vido –y por tanto en tendido– en vidas que in cluyen el Se guro Público de Salud, el ser manzanera en el Plan Vida, el trabajo como secretaria del médico en el SUM, el trabajo en la panadería de La Polaca, el trabajo para Pereyra, las changas en la cer vecería Quilmes , la contraprestación en la huerta de la UGL, la organización de campeonatos de fútbol desde la comisión del Club Social y Deportivo Villa Margarita, la eventualidad de salir del asentamiento, y el marchar en un movimiento piquetero. 87
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Tal vez, a la luz de este uni verso heterogéneo por el que transitan, el hecho de que Amalia y Diego refieran a su relación con el MTD en términos de estar con los piqueteros adquiere más sentido. Durante mi trabajo de campo, una única vez alguien me dijo, Soy piquetero. Fue Sebastián, aquel ‘informante de baranda’ que el “chico del video” había lle vado a la casa de Estela en mi primer día en Varela. En cambio, las personas solían decir, Estoy con los piqueteros, o, Cuando em pecé con los piqueteros. Los primeros días que pasé en Villa Margarita, en ciertos contextos asociados al MTR, cometía la torpeza de preguntar a mis interlocutores si “eran del mo vimiento”. La misma torpeza cometía en relación a los nombres propios de las organizaciones. Enfrascada en mis hábitos clasificatorios, solía preguntar a las personas “en qué movimiento” estaban. Si vol vemos al extenso relato de Amalia el día en que la conocí, podemos ver que “La Verón” aparece tardíamente, sólo en el momento de referirse a los hermanos de su marido, quienes estaban “desde el 97”. Hasta entonces, para Amalia había bastado hablar, simplemente, de los piqueteros . Cuando ese mismo día Amalia me explicó el funcionamiento de La Verón en relación a las cajas de mer cadería, recuerdo que le comenté que me parecía que el MTR funcionaba de un modo similar. Y ella preguntó: ¿Qué, los de allá de Villa Margarita centro decís vos? Sí, respondí. Ah, no sé –continuó Amalia–, no tengo idea de cómo funcionan los otros. Sí sé que hay unos que dan caja de mercadería por marcha. Son unos que están acá en Las Canillas, cerca de la rotonda, viste. Vos vas a la marcha y te dan una caja. Yo un día fui a los del comedor y les pregunté por qué, y ellos me explicaron que capaz que ese mo vimiento arregla con el go bierno, y por eso tiene tantas cajas. El nombre de la agrupación específica a la que se pertenece, como las distinciones entre agrupaciones –cuestiones tan significativas para líderes, cuadros dirigentes y clasificaciones sociológicas–, puede ser algo poco trascendente para –al menos parte de– ‘las bases’. Y si esas distinciones aparecen, pueden ser trazadas a partir de criterios bien diferentes de aquellos a los que se apela en los discursos oficiales de las organizaciones. Lo cierto es que sólo con el tiempo fue percibiendo que, si yo no inquiría, el nombre de la organización en la que se estaba no siempre aparecía. Bastaba decir, Estoy con los piqueteros. También con el tiempo fui percibiendo que eso que yo llamaba movimiento podía ser un otro – los piqueteros –, y que antes que ser de , las personas clasificaban lo que hacían en términos de estar con . El rótulo piqueteros puede ser una clasificación que esencializa algo que el propio sujeto vive de modo relacional y contextual: para muchos, los piqueteros son otros, con los que uno está . Esto nos ad vierte sobre las dificultades de pensar al fenómeno piquetero a 88
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partir de prismas sustantivos como el de la identidad18: como he intentado demostrar a través de Amalia y de Diego, los llamados piqueteros son más que piqueteros, y hacen más cosas que piquetes. En lo que sigue, pretendo recorrer otras vidas y otras relaciones en el marco de las cuales el plan es vi vido, buscando mostrar que la experiencia de los hijos de La Polaca no es ni más ni menos que una forma, entre muchas otras posibles, de estar con los piqueteros .
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En la Introducción presenté parte de esta mirada tan recurrente en la literatura sobre el tema. Véase p. 28.
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III. La familia Aguirre y el local tomado Esa tarde, mi última tarde de aquel verano en Varela, un auto se detu vo en la esquina del local. Vimos bajar a Juan Aguirre con sus tres hijos menores. Felices, los chicos entraron corriendo, anunciando que habían venido en remís. El espíritu de su padre parecía ser otro. Juan entró sin saludar; serio, avanzó hasta el fondo del local y empezó a le vantar los colchones que estaban en el suelo, al lado del cuartito donde se guardaba la mercadería. Pidió a sus hijos que lo ayudaran a doblar las frazadas, se acercó a la mesa del centro, donde 1 estaban Vero y Sandra –sus dos hijas mayores –, algunos adolescentes de la 2 comisión a cargo del local, Mirta , de se guridad del MTR, y yo. Vengo a buscar mis cosas, dijo Juan con la voz afó nica. Aunque lo vi más flaco que nunca, Juan conser vaba la energía de siempre. Con un cigarrillo entre los labios, recorrió el lugar de un extremo a otro, juntó varias cosas que fue colocando sobre la mesa: maderas, platos, vasos, herramientas, lamparitas, un equipo de música. Todo esto es mío –dijo–, me estoy lle vando mis cosas, que quede claro. Después, cuando avanzaba hacia la puerta, se detuvo y retrocedió: Ah, y esto lo de vuelvo, dijo sacándose un cordón atado al cuello, del que colgaba la llave de la puerta del local que él mismo había reparado. Puso el cordón sobre la mesa, casi en las narices de Mirta, para quien el mensaje tenía que quedar claro: Juan se iba, y se iba enojado; tenía que hacerlo con palabras; tenía que decirlo con objetos. Aquella mesa ostentosa indicaba lo que se llevaba, pero también todo lo que había dado. Juan no sólo había prestado lamparitas, sino que había hecho la instalación de electricidad el día de la toma de aquel lugar que el MTR usaría como centro cultural, donde funcionarían los talleres para los chicos beneficiarios de las becas de 75 pesos3. Juan no sólo había suministrado colchones y frazadas, sino que además había dormido allí, noche tras noche, haciendo guardia, hasta llegar el relevo de la mañana. Sus herramientas estaban en el local tomado porque él había instalado el baño, con un inodoro donado por una vecina, y la conexión de agua, con una gran manguera proporcionada por el cabildo Mayo. En la página 98 el lector puede lo calizar las relaciones de parentesco que ligan a los protagonistas de este capítulo. 2 Presenté a Mirta en el capítulo I, p. 65. 3 Véase capítulo I. 1
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Capítulo III: La familia Aguirre y el local tomado
Mirta miró el cordón, y volvió la vista hacia abajo, como esperando a que esa situación incómoda acabara de una vez por todas. Entonces Juan volvió a acercarse: Mirta –dijo– con vos van a hacer lo mismo, te van a dar una patada en el culo, después de matarte laburando como yo, te van a dar una patada en el culo. Se acercó a la ventana y desde ahí hizo una seña al remisero que esperaba en la vereda. Verónica y Sandra, se vienen conmigo para casa. Verónica4, entregá todos los papeles ahora, ordenó Juan a su hija mayor. Recuerdo que ella no profirió palabra. Buscó su bolso, que estaba colgado en un caño que sobresalía de una de las paredes, lo puso sobre la mesa y empezó a sacar un pilón de hojas de distinto tamaño: Esta es la lista de los anotados, esta es la lista de los talleres, estas son las fotocopias de los documentos, esta es la planilla de la mercadería, y esta es la del almuerzo y la copa de leche. Pasá mañana por mi casa que te explico todo, dijo Vero al hijo de Mirta, que la escuchaba atentamente, mientras trataba de manipular aquel pilón interminable, que atesoraba cuatro semanas intensas de organización de comidas y meriendas, de chicos y chicos que, día a día, aparecían en el local tomado diciendo, “vengo a anotarme a lo de las becas”. Aquellos papeles en poder de Vero, ha blaban también del trabajo de esta Aguirre, que con sólo 14 años, había asu mido con exaltación y felicidad un rol protagónico desde el primer día de la toma del local. Para lo que se necesitaba ella estaba siempre dispuesta. Con el pasar de los días, Claudia 5, que sólo entonces estaba conociendo a Vero, comenzó a confiar en ella varias tareas claves. Es que el modo en que Vero se comportaba era el de un adulto. Y ella parecía saberlo. Recuerdo que cuando me dijo tener 14 años, no disimulé mi sorpresa. Sí, ya sé, parezco más grande, es por como hablo, dijo ella inmediatamente. Desde el inicio, su percepción acerca de mi propio trabajo, por el mero hecho de observar mis mo vimientos, no dejaba de asombrarme. Fue Vero quien en una de nuestras tantas caminatas me sugirió, La próxima vez que venga, tiene que hablar con la gente de Mayo para quedarse a dormir allá. Los franceses se quedaron, y además no tiene sentido hacer ese viaje desde Capital todos los días, es mucha plata, y pierde mucho tiempo. Tam bién fue Vero quien, en una opor tunidad, sin que yo nunca hu biera comentado nada al respecto –a no ser que estaba allí queriendo estudiar algunos barrios de Varela–, explicó a la gente del MTR en qué consistía lo que yo hacía. Una tarde en que llegué al local tomado, luego de haber pasado por la casa de Gloria –hermana de Amalia e hija de La Polaca–, dos compañeros del mo vimiento preguntaron por qué yo no visitaba otros cabildos del MTR –como sí lo habían hecho “los extranjeros” y “la socióloga”. Vero intervino con tonito 4 5
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Mencioné a Vero en el capítulo I, p. 62. Referente del MTR que dio iniciativa a la toma, véase capítulo I, p. 52 y ss.
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de maestra: Es que ustedes no entienden. Julieta no quiere hacer un trabajo ‘sobre el MTR’. Ella quiere hacer un trabajo sobre las cosas que pasan en el barrio, sobre todo lo que pasa en el barrio ¿No, Julieta? Con esa misma resolución, en menos de un día, Vero pasó a ser una especie de líder natural del grupo de adolescentes que organizaría el cuidado diario del local tomado. Ella lle vaba la contabilidad de la mercadería que el propio MTR había proporcionado, anotaba lo que se gastaba, lo que se aportaba, quiénes y cuántos se quedaban a comer. Su bolso la acompañaba día y noche, e iba acumulando estos controles que el mo vimiento algún día pediría al local, y que el gobierno algún día pediría al movimiento. Acá mis hijas no vuelven más. Quiero ver qué hacen en este local sin mis hijas, sentenció Juan aquella última tarde, antes de cerrar la puerta del remís y partir. Para todos los que estábamos ahí, su actitud era comprensible. Unas horas antes, en el patio de su casa, el mismo Juan me había contado que Claudia lo había “echado del local, por estar tomando”. Con el agra vante de que lo había echado públicamente, en presencia de Matilde, su mujer, y en presencia de algunos de sus hijos. Yo, que estuve todos los días en ese local, que puse todo –porque vos viste, puse todo–, todo para que esta mina me echara como me echó. Me podría haber apartado, y decirme, ‘Mirá Juan, estás tomando, no podés tomar acá, mejor volvé para tu casa’. Cualquier cosa, pero no lo que hizo; gritarme en frente de mi familia, en frente de todos... Y “eso” Juan no se lo iba a “perdonar”. Juan me hablaba sentado en una silla debajo del alero de chapa de su casa, mientras Fernandito, el más chico de los siete hijos del matrimonio Aguirre, correteaba de un lado a otro de trás de una pelotita de ping pong, y solamente paró cuando vio que su padre no pudo contener las lágrimas. Vos sabés cómo me deslomé, me dijo Juan ¿Y todo para qué? Para nada.
I. La familia Aguirre Había sido a tra vés de la toma del local como se fue desplegando mi conocimiento de la familia Aguirre durante las primeras semanas que pasé en Varela. Sus idas y venidas, de su casa en Villa Margarita al local en Las Canillas, fueron también mis idas y venidas. No había día que Matilde o Juan no estu vieran en el local ayudando con alguna cosa. No había día en que alguno de sus cinco hijos más chicos, apro vechando las vacaciones de verano, no pidiera autorización –a los llantos si fuese necesario– para acompañarlos. Era corriente que yo llegara por las mañanas a la casa de los Aguirre, y que mientras algunos estaban desayunando para ir al local, otros estu vieran vol viendo, luego de haber pasado la noche haciendo guardia. Un camino circular, 93
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que se repetía una y otra vez: tomar la calle de la Escuela 10 hasta el final, doblar por la calle de los neumáticos, atra vesar un claro de tierra, tomar la asfaltada de Las Canillas, pasar la iglesia donde se bautizaron varios de los chicos, y seguir recto hasta ver el supermercadito azul. En la esquina de enfrente de ese mercadito estaba el local, al que había tenido oportunidad de conocer la mañana misma de la toma, cuando un grupo de unos diez adolescentes, más cinco o seis mujeres, más cuatro o cinco hombres se ocupaban de la limpieza y desmalezaban la zanja de la vereda con rastrillos y palas. Además de Claudia, Vero era una de las más enérgicas: buscaba herramientas y agua en las casas de los vecinos, baldeaba el piso, limpiaba las paredes y rastrillaba el fondo. La po licía vino, nos dijo que no había reclamo de nadie por el mo mento, me explicó Claudia, sentándose a descansar sobre el muro de una de las ventanas. Agregó que los vecinos apoyaban la toma: Nos prestaron herramientas y nos dieron agua. Mañana hay que ir a la comisaría, para dejar sentado que el local está tomado. Tengo que ir yo. El cana que llegó hoy ya me conoce, me vio en la toma de Villa Salcedo, y en General Vega6 también figuro yo como la responsable de la toma. Con una sonrisa llena de dientes, Claudia agregó: Deben pensar, ‘Esta loca de nuevo’. La toma era un “de nuevo” en la vida de Claudia, en la vida del policía, y en la vida de muchos otros. Esa esquina abandonada de Las Canillas estaba siendo tomada como habían sido tomados los espacios donde hoy funcionan los cabildos del MTR. Como hecho redundante, la toma del local respetaba una forma. Y aunque no todos los que estaban aquel día habían ya participado de una toma, la forma tenía cierta familiaridad: entrar, limpiar, esperar a la policía, certificar oficialmente que eso era una toma ; aguardar la eventual aparición del dueño, y mientras tanto, la tarea más ardua: emprender la vigilancia7. Al menos al principio –y al igual que un terreno en un asentamiento– un lugar tomado no puede quedar solo, porque puede ser tomado por otros, porque puede ser exigido por el propietario, porque puede ser desalojado. En definitiva, la toma es un verdadero acto de ocupación. Y fue esta la tarea central durante las semanas sucesivas a aquel primer día inaugural. La infraestructura del local era precaria: contaba con tres grandes ventanas con persianas, pero sin vidrio ni rejas, y una puerta que no estaba soldada. Atrás había un fondo descubierto, por el que fácilmente podía entrarse a la parte techada. Como si fuera poco, los antiguos ‘poseedores’ del local –un grupo de chorros , según decían todos– ya habían estado dando 6 7
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Localidad de Florencio Varela donde vive Claudia. Sobre la importancia y el carácter coercitivo de la forma para dotar de sentido y reconocimiento una acción, cabe trazar un nuevo paralelismo con las ocupaciones de tierra en Brasil que, como muestra Sigaud (2000, 2005), siguen una forma específica, que la au tora dio en llamar forma cam pamento.
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vueltas la mañana de la toma, pispeando lo que estaba sucediendo. Los cuidados, sin duda, tenían que ser redoblados; y las guardias, permanentes. Recordemos que en la reunión del día anterior a la toma, en el cabildo de Villa Salcedo, Claudia había hecho referencia a ese grupo de de lincuentes y al pasado oscuro del lugar. Un pasado que parecía materializado en la mugre de la que todos hablaban una y otra vez el día de la toma: No sabés las cosas que encontramos acá adentro, tierra, gomas, basura, preser vativos, de todo, me dijo Vero cuando llegué, mostrándome las manos ennegrecidas. Un pasado que –junto al apoyo de los vecinos – legitimaba la toma en el presente. La primera vigilia del local fue encabezada por Juan Aguirre, su hija Vero, y otros tres adolescentes. Al día siguiente, temprano en la mañana, llegaría un relevo. Pero, días más tarde, Vero me contaba con euforia que no había pasado allí una noche, sino tres consecutivas; que aunque habían lle vado colchones, no había dormido en todo el fin de semana en tero, y que ni si quiera había pasado por su casa a saludar a su madre, Matilde, por el día del cumpleaños. Aquel sábado Matilde cumplía 49 años. Yo la había conocido el día de la toma, cerca del mediodía, cuando algunos hombres debatían sobre cómo poner en marcha el operativo de seguridad, mientras Mirta y Mari –ambas del cabildo Mayo, MTR– preparaban el almuerzo. Cortaban la verdura y los huesos de carne que habían traído del cabildo de Villa Salcedo, mientras en la vereda el agua se calentaba dentro de una gran olla, dispuesta sobre una rejilla de hierro, montada a su vez sobre dos maderas. En poco tiempo el guiso de arroz estaría listo y todos se sentarían a la mesa, también traída de Villa Salcedo, junto con algunos bancos y artículos de cocina. Matilde, esa mujer bajita de cabello azabache y sonrisa pródiga, estaba allí, ayudando a servir los platos, a las tandas de chicos y grandes que iban sen tándose. Tal vez por ese proceder enérgico, más tarde me sorprendería cuando Vero me dijo que su mamá “no estaba con los piqueteros”: Mi mamá tiene plan de la UGL. El que está con los piqueteros es mi papá, pero como ahora está changueando con el carrito, mi mamá viene y ayuda. Fue Vero una de las primeras personas en explicarme qué era UGL. En una de nuestras caminatas, me precisó, Son los planes que da el gobierno. La gente los recibe, pero sin hacer nada. En cambio, los piqueteros reciben planes por marchar. Y agregó, Si tenés plan de la UGL, tenés que trabajar en cosas que ellos te mandan. ¿Qué cosas?, pregunté. Y, en general son cosas del barrio, arreglar la escuela, la salita de emergencia, las zanjas o las huertas. Mi mamá tiene que ir al SUM tres veces por semana, a un taller de artesanías. Durante enero, el taller de artesanías de Matilde estaba de vacaciones. En febrero las acti vidades recomenzaron, pero sólo dos veces por semana porque, según me explicaría Matilde, no tenían materiales. Una tarde, mientras tomábamos mate en su casa, Matilde trajo de su cuarto la bolsa donde 95
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guardaba las cosas del taller. Eran accesorios y bi jouterie , armados con bolitas de plástico, hilvanadas por hilo de nylon tipo tanza. Me di cuenta, entonces, que los floreritos y cajitas que estaban en los estantes de la cocina también habían sido hechos en el taller. Aquel día Matilde me dio un florerito como regalo. Pregunté si los vendían, y ella respondió que sí, pero en seguida agregó: Bah, en general no, la verdad es que los termino haciendo para mis chicas, viste. Tres semanas más tarde, Matilde comenzaría a dar clases de artesanías en el local tomado. Fue ella quien lle varía los materiales: aquella bolsa con los accesorios ya hechos, para que los chicos desarmaran y vol vieran a armar. Pensé que ese armar, desarmar y volver a armar, decía algo sobre el fastidio con que Matilde parece llevar la contraprestación en el taller del SUM. Alguna vez me dijo que ella necesitaba “trabajar”, que no le gustaba “eso de estar sin hacer nada”. Dijo, también, que ahora que Fernandito, su hijo más chico, empezaría el jardín, ella “buscaría trabajo” nue vamente. Sus palabras me recordaban a las preocupaciones de Ana, del cabildo Mayo. Y lo cierto es que no fueron sólo ellas las personas que, durante mis días en Varela, manifestaron alguna vez su incomodidad por “no hacer nada”, y la voluntad de “volver a trabajar”. En esos casos, trabajo refería a algo específico, de lo cual sus ocupaciones –sea en la UGL, sea en los movimientos piqueteros– quedaban excluidas. En el caso de Matilde, trabajo era servicio doméstico, aquello en lo que siempre se había ganado la vida. La participación de Matilde en la toma del local, y en otras acti vidades del MTR, me confrontaba, una vez más, con relaciones que unían aquello que suele imaginarse como separado. Matilde estaba en la toma porque su marido –que, según Vero, era quien estaba con los piqueteros – estaba haciendo changas. Como en el caso de Amalia y de Cachito, como en el de Diego y de Teresa, esas relaciones familiares aparecían como el hilo que conducía a las personas a fluctuar entre dentro y fuera del mo vimiento, como la evidencia de que en Villa Margarita las personas no sólo están con los mo vimientos, sino que, por sobre todo, están en movimiento. Originariamente no era Matilde, sino Juan, quien tenía plan de la UGL . Cuando Juan se enfermó, Matilde comenzó a reem plazarlo en la contraprestación que a él le correspondía, pues sólo de esa forma la continuidad del plan sería garantizada. Un año después, la UGL regularizó esta situación y el plan quedó a nombre de Matilde. Fue entonces cuando Juan se aproximó al Mo vimiento Teresa Rodríguez: Como la UGL ya no estaba dando más planes –me dijo Juan una vez–, ahí yo fui y me anoté con los piqueteros. Como todo aspirante a un plan a través de un mo vimiento, al anotarse con los piqueteros , Juan comenzó a cumplir dos horas diarias de trabajo, y a asistir a marchas y cortes (de ruta). Un esfuerzo que desde la perspectiva del mo vi96
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miento es dispensado gratuitamente: en el MTR, quien marcha sin plan es llamado voluntario. En aquellos inicios, Matilde reclamaba por los excesos de su marido, de la misma manera que reclamaba ahora por las energías que Juan ponía en la toma: Siempre me hace lo mismo –me decía Matilde una tarde en el patio de su casa–, siempre que se engancha en una cosa no para, es como que se apasiona, no sé. Ahora con el local, y lo mismo pasó cuando entró con los piqueteros. Vivía día y noche en Mayo, iba a los acampes en La Plata, en Capital, iba a un corte y a otro, a veces no aparecía por tres o cuatro días ¿Qué hacés en ese cabildo de mierda?, le decía yo. Él me decía que así le iban a dar el plan. ¡Qué te van a dar! ¡Qué tenés que ir ahí vos, a hacer quilombo con esos piqueteros!, le decía yo. Un día me enojé y lo eché de casa. Tomá tus cosas y andate, le dije. A veces me lle vaba a los chicos a los cortes, a Vero y a Maxi, que eran los que siempre querían ir. Y yo lo quería matar, porque me daba miedo, me quedaba todo el día esperando a que llegaran, y resulta que ellos aparecían como si vol vieran de no sé dónde, contando lo que habían comido, a dónde habían ido. Yo acá preocupándome y ellos divirtiéndose con los piqueteros, ¿a vos te parece? Hasta que un día en que Matilde iba a cobrar su plan –Ahí en el campito, viste, cuando todavía se cobraba en el campito de Villa Margarita–, Juan le dijo que la acompañaría, porque él también tenía que cobrar. Matilde no le creía: ¡Qué vas a tener que cobrar vos, mentiroso! Y qué te digo que al rato se me aparece con un sobre. Yo pensé que lo había jun tado del piso, viste, pero no: ¡eran los 150 nomás! Matilde soltó una carcajada radiante. Dijo que se iban del campito y Juan le refregaba los 150 pesos en la cara. Sólo entonces ella empezó a “respetar un poco más a estos piqueteros”: Algunas veces tuve que ir a reemplazar a Juan. Yo iba y ellos me querían hacer llevar la bandera, o cosas así, y yo decía que no, que yo sólo iba en lugar de mi marido. Juan me dijo que después ellos le decían que yo era una mala onda, pero a mí no me importaba. Y ahora cuando no voy, me extrañan. * Juan y Matilde se conocieron hace diecisiete años, durante una inundación, cuando Juan traba jaba para los peronistas 8. Una tarde que vol víamos del local, Juan me mostró el terreno donde solían trasladar a los inundados en aquel entonces, cuando en Varela el agua llegaba hasta las rodillas, cuando Villa Margarita era asentamiento. Hacía poco tiempo que Matilde se había mudado de Villa Lugano, ciudad de Buenos Aires –donde vivía desde adolescente, cuando sus padres se habían venido de Jujuy–, a Florencio Varela, con 8
Introduje algo sobre Juan y el PJ en el capítulo I, p. 62.
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los tres hijos de su matrimonio anterior. Dos de ellos hoy viven en la casa de Josefina, la madre de Matilde, en el barrio Las Canillas, mientras el tercero –según contaría Matilde en una oportunidad–, Estuvo en mala junta, y ahora se fue para la Capital. Durante el tiempo que pasé en Varela, Juan solía mostrarse orgulloso por su aptitud para el trabajo en política : evocaba la cantidad de micros que llenaba para ir a los actos del PJ; decía que siempre había “luchado mucho” por lo de las inundaciones, y evocaba su participación en la comisión de vecinos que promovía las obras de entubamiento. Decía que ahora se había cansado de la polí- tica : Me cansé de pedir, me cansé de esperar, ese Pereyra es un sin vergüenza, me dijo Juan una tarde, mientras caminábamos desde el local tomado hacia su casa en Villa Margarita. Ojo, ¿eh?, que yo soy peronista a muerte, aclaró inmediatamente. Apasionado, Juan suele expresar su afinidad con otros referentes del PJ, como el matrimonio Duhalde9: Los tipos afanan, pero siempre dieron de comer. El resto no da nada, por eso cuando me fui, me fui con los piqueteros. Además de Juan, en la comisión por las inundaciones participaban La Polaca, y también Sara, la hermana de Matilde. Sara –que vive en la misma cuadra de la casa de los Aguirre– trabajó años en política y fue manzanera. Como Juan, Sara hoy dice haberse “cansado de la política”, y reparte su tiempo entre el trabajo de limpieza en una clínica y el de evangelización en la Iglesia Uni versal del Reino de Dios de Florencio Varela. A mí el trabajo como manzanera me gustaba –me dijo Sara una vez–, pero cuando dejé la política me sacaron, así nomás, me sacaron y listo. En su casa, una tarde en que tomábamos los mates que María, su hija mayor, nos cebaba, Sara me mostró el periódico de la Iglesia Uni versal. En la tapa había abrochada una ser villeta blanca; detrás de la ser villeta, un papelito que lle vaba escrito el nombre de un pastor –y abajo, el nombre y apellido de Sara. Ella me explicó que la ser villeta era “un símbolo de pureza, de ayuda, de con tención”, por si la persona lo precisara. Mientras que el papelito añadido era para que la persona supiera por cuál pastor preguntar en la Iglesia –y para que el pastor supiera, a su vez, a través de qué evangelizador esa persona había llegado a él. Con ese periódico Sara sale cada semana a evangelizar. Vamos a los hospitales, a las escuelas, damos una palabra de aliento a la gente, me explicaba. Entonces hizo una pausa, y se tomó un mate. Yo sigo trabajando para el barrio como siempre, sólo que ahora trabajo desde la causa de Dios. Al final, él es el único que me va a reconocer todas mis obras. La forma en que Sara me contaba su historia, me remitió a la forma en que Juan, en di versas oportunidades, me había ido contando pedazos de la 9
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Véase nota 14, capítulo II.
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suya. Es curioso que buena parte de la literatura sobre piqueteros tiende a señalar “lo nuevo” del fenómeno: las “nuevas formas de sociabilización”, las “nuevas dignidades”, y como ya mencioné, las “nuevas identidades”. Un pasaje por la historia de personajes como Juan –y como Sara, como Amalia, como Rulo y como Mirta–, nos sugiere cambios que no sólo son vividos como rupturas, sino también como continuidades. Juan reclama contra los peronistas , de quienes dice haberse cansado, cansado de trabajar sin nunca recibir nada. Y entonces contrapone a los piqueteros, quienes sí dan . Pero eso no quiere decir, necesariamente, que Juan se identifique de otra forma –como a veces se pretende: dice ser peronista y estar con los piqueteros. Pereyra no da nada –dice Juan–, mientras los piqueteros dan : como en el caso de Amalia –y como en el caso de Sara, para quien Dios es el único que va a reconocer su trabajo–, a través de un mismo modelo de percepción Juan da sentido tanto a su trabajo para un político, como a su participación en las acti vidades de un movimiento piquetero. Finalmente, resulta difícil pensar la participación de Juan en el MTR en términos de una fractura absoluta con relación a su pasado. En mi segunda visita a Varela, próxima a las elecciones de la pro vincia, Juan me comentó que los peronistas habían ido “a buscarlo”: Che, ¿por qué no nos juntás gente?, me dijeron ellos. ¿Ah sí?, les dije ¿Y por qué te voy a juntar gente yo a vos? Entonces ellos me ofrecieron 25 pesos, y yo les dije, Bueno, dámelos y ahí vemos. El juntar gente para los peronistas seguía formando parte del mundo de los posibles de Juan. Lo que había cambiado, en todo caso, eran los términos en que estaba dispuesto a hacerlo: Porque a mí otra vez no me van a hacer el verso. ¿Quieren gente? Entonces que me paguen. Lejos de considerar que la aproximación de Juan al MTR no in volucra transformaciones en su vida, intento llamar la atención sobre la importancia de explorar etnográficamente la complejidad de esas transformaciones, y de precisar en qué aspectos y en qué contextos ellas pueden ser referidas en términos de ‘rupturas’10. Sobre todo, porque ese trabajo podría evitarnos la ilusión de que el presente se produce en un vacío, como también ahorrarnos las decepciones que tanto abundan en la literatura sobre piqueteros –como aquella que declara que, ‘a pesar de’ las nuevas identidades generadas por los mo vimientos, buena parte de las bases ‘todavía’ sigue adhiriendo al peronismo. Además de su trabajo en política, Juan tiene aportes laborales hasta el año 98. Vi su libreta de trabajo una tarde en que, cuando con Matilde partíamos 10
Una crí tica a los análisis sobre pro testa social que se centran o bien en la con tinuidad o bien en la ruptura puede encontrarse en Lobato (2002), Lobato y Suriano (2003). Sobre las formas que adopta la protesta social en la Argentina democrática y la consideración de redes sociales preexistentes a las acciones colectivas, véase Schuster y Pereyra (2001).
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Capítulo III: La familia Aguirre y el local tomado . e l . d i e t d a l i t M a e M d e i d o o n o i n i o m r t m a i r t a m o m d r n e u m g e i r S P * * *
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para el local tomado, una mujer palmeó a la puerta: ¡Matilde! –llamó desde afuera– Matilde tenés que ir a Mayo porque están dando guardapolvos para los chicos ¿Qué?, preguntó Matilde frunciendo la frente. Tenés que llevar los documentos –continuó la mujer–, el talle y el número de zapatillas para anotarlos. Ah, y si tenés las libretas de las vacunas también, agregó, mientras volvía a subirse a su bicicleta sin frenos. ¿Tengo que ir ahora?, preguntó Matilde algo perturbada. Y mejor sí –contestó la mujer, ya alejándose– porque están anotando hasta las cinco. Eran las cuatro, y Matilde se lanzó a la búsqueda de los documentos: trajo de su cuarto un bolsito de cuero marrón, sacó todos los papeles de allí dentro, y encontró cinco; faltaban el de Vero y el de Sandra: volvió a poner los papeles en el bolsito, fue a la cocina y recorrió algunos estantes; se acordó de su cartera, entonces volvió al cuarto, y la trajo hasta el patio donde había buena luz. Hurgó y encontró los restantes. Sólo faltaban las libretas de vacunación. Me pidió que yo buscara en el bolsito de cuero, mientras ella re visaba otra vez en su cuarto. Abrir aquel bolsito me generó cierto temor, como si estu viera lidiando con algo sagrado. Esos papeles evocaron otra situación, cuando en una oportunidad había sa lido con Ana, del cabildo Mayo, a juntar firmas entre los vecinos de Villa Margarita para evitar el de salojo del cabildo. Al momento de firmar, pedíamos aclaración y DNI. Casi nadie guardaba ese número de memoria. Todos pedían paciencia, iban adentro a buscar el documento, y muchas veces vol vían con fotocopias amarillas, algunas completamente ilegibles. Los papeles del bolsito de cuero de los Aguirre tenían ese color sepia. Y ese perfume de tiempo pasado. Ahí encontré las libretas de vacunación de los chicos más grandes. Lle vaban la fecha de nacimiento y el nombre completo de cada uno de ellos. Fechas que desconocía, nombres que desconocía, toda una historia que desconocía. Ahí encontré, también, algunos sobres de cartas dirigidas a la familia. Y entre ellos, la libreta de trabajo de Juan. Traté de justificar mi atre vimiento en el hecho de tratarse de una especie de ‘documento público’, y entonces la abrí, y pude leer: Obrero de la Construcción. Matilde volvió del cuarto. Aunque no había encontrado las libretas de los más chicos, la pila ya era considerable, y a paso rápido partimos para Mayo. Al llegar, en la mesa del patio había varias personas llenando formularios. Algunas llenaban su propia planilla, mientras otros hacían fila para que Irala11 la completase. Recuerdo que Matilde se puso en la fila. Pudo ver que los formularios no eran exactamente para guardapolvos, sino que correspondían a un censo del MTR. Es para tener todos los datos de los compañeros, le explicaría Irala enseguida. Matilde se molestó un poco, y creo que se impacientó 11
Presenté a Irala en el capítulo II, p. 77.
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al ver que el asunto demoraría más de lo pre visto. Además de casilleros para datos personales, domicilio, escolarización, enfermedades, tratamientos médicos, el formulario contenía otros que me resultaban extraños. El número de medidor de luz, por ejemplo. Irala me explicaría que esa información era precisa porque el mo vimiento estaba pidiendo a las compañías “una tarifa especial para piqueteros”. En la parte del formulario reser vada a “hijos”, se incluían los talles de los guardapolvos, que serían pedidos al Ministerio de Educación. Mientras Matilde, con toda su documentación en mano, respondía las preguntas de Irala, yo me ofrecí a abrir otra fila. Ante la pregunta “oficio”, la gente quedaba algo dubitativa. Algunos pensaban y respondían “desocupado”. Otros, con tono de burla, “piquetero”. Irala pidió en voz alta, Por favor, donde dice ‘oficio’ no pongan ‘desocupado’. Porque todos dicen ‘desocupado’, pero tienen que poner lo que hacían antes. ¿Algo hacían, no? * Su saber en el oficio de obrero de la construcción era tal vez una de las razones por las que Juan se había entusiasmado tanto con el proyecto de cooperativas de vi vienda que el MTR había anunciado recientemente. Se trataba, según él me explicó, de un proyecto “bancado por un subsidio de Nación”; las vi viendas a ser construidas serían para los propios socios de la cooperativa, y cada socio ganaría 300 pesos además del plan: Así que imaginate –dijo Juan optimista–, voy a trabajar en lo que sé hacer, y encima voy a poder hacer mi casa. Durante las semanas que pasé en Varela, además de trabajar en la toma del local, Juan comenzó a participar acti vamente de las reuniones para formar su cooperativa. Fue él uno de los primeros en llevar todos los papeles a Mayo: Ya llené el formulario, y llevé las fotocopias mías, de Matilde, y de los documentos de todos los chicos, me dijo satisfecho una tarde, mientras tomábamos mate en el patio de su casa. El formulario de la cooperativa se sumaba a los formularios del censo, a las listas de inscriptos para las becas que acompañaban a Vero día y noche, a las listas del comedor, a las planillas de asistencia del mo vimiento, a las planillas de las cajas de mercadería, a las fotocopias de los documentos que día a día circulaban por el local tomado. El mundo de los planes era también un mundo de papeles, una profusión de inventarios en manos de las personas, una burocracia tercerizada en los movimientos. ¿Pero llevaste las fotocopias de todos los chicos?, le preguntó Matilde algo preocupada a su marido. Sí, ¿qué tiene?, dijo él. ¿Cómo ‘qué tiene’? Si con el plan no anotaste a todos los chicos, ¿para qué los anotás a todos en la cooperativa? Juan la interrumpió diciendo que no había ningún problema, 102
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porque lo de las cooperativas era “algo aparte”, Esto no tiene nada que ver con el plan, Matilde. Sin embargo, ella no pareció con vencerse demasiado. Sólo más tarde la preocupación de Matilde resultaría comprensible para mí, al saber que los planes de Matilde y de Juan, a pesar de haber sido obtenidos por diferentes vías –uno era de la UGL y otro de los piqueteros –, eran ambos planes Jefas y Jefes de Hogar, es decir, planes con cargas . Ya dije que en teoría esos planes son incompatibles para el caso de un matrimonio con hijos co munes. Es por eso que, como vimos en el capítulo anterior, los matrimonios suelen sumar un plan con cargas y otro sin cargas . Sin embargo, los Aguirre habían apelado a otro recurso: al anotarse se habían distribuido los chicos –cuatro figuraban como carga de Matilde en la UGL, mientras tres figurarían, más tarde, como carga de Juan en el MTR. Ahora, para la cooperativa, Juan había anotado a los siete hijos como hijos propios, y como Matilde bien sabía, esos papeles serían presentados directamente al gobierno. Cuando, algunos meses después, Juan y Matilde vieron que los trámites burocráticos de la cooperativa estaban demorando más de la cuenta, no perdieron la oportunidad de escribir una carta a Chiche , para ser entregada en mano, en el acto que la candidata lle varía a cabo en Florencio Varela. Yo escribí la carta –me dijo Vero orgullosa–, y mi papá me la dictó. Juan agregó que había quedado “muy bien escrita”: Excelentísima Señora Chiche Duhalde. Con el máximo de los respetos que su cargo merece, le pedimos –dos puntos. Así empezaba, y ahí le fuimos poniendo las cosas: tantos ladrillos, tantas chapas, tantos kilos de cemento, palas, y todas esas cosas. Matilde la había lle vado al acto: La que agarraba las cartas era la secretaria –contó Matilde–, y ella nos aseguró que Chiche iba a responder una por una. Vamos a ver, quién sabe, podemos terminar el rancho. El rancho que los Aguirre anhelan re vestir de material queda a media cuadra del SUM, y a una cuadra de la casa de La Polaca. Yo había tenido oportunidad de conocerlo algunos días después de la toma, cuando en el local se necesitaba leña para armar el fuego del almuerzo, y acompañé a Vero hasta a su casa a buscar madera. Esa de ahí, la de las rejas última generación, dijo ella riéndose, mientras indicaba un terreno cercado por un entrelazado de chapas, maderas, elásticos de cama y alambres. Lo cierto es que esas rejas eran una especie de sinécdoque de la casa misma, una construcción de chapas y maderas que se había ido ampliando de a poco, con el crecer de la familia. Atra vesando las rejas, y luego el jardín del frente, donde había varias plantas de verduras, estaba Maxi, de 11 años, seleccionando plásticos de una bolsa de basura. Una escena que vol vería a repetirse muchas veces, ya que Maxi es quien re visa las bolsas que su padre trae diariamente con el carrito: separa cartones, papeles, latas, botellas y plás103
Capítulo III: La familia Aguirre y el local tomado
ticos; y luego él o Juan van a los puntos de venta en un barrio vecino o en la Avenida Sarmiento, que está a unas quince cuadras de su casa. En ese mismo patio se acumulaban los restos de basura, y algunas bolsas y cajas deshechas. En un rincón podían verse dos grandes pilas de cartones cuidadosamente acomodados, atados en pequeños fardos con hilo de nylon: Esos son los que estamos guardando para los quince de Vero, me explicaría Juan más tarde, refiriendo a la fiesta de quince años de su hija mayor, que estaba programada para fines de octubre. Aunque ya me conocía, mi visita pareció sorprender a Maxi. Los más chicos se exaltaron completamente, brincaban y me lle vaban de un lado a otro, Vení que te muestro mi perro, Vení que te muestro la huerta de mi papá, Vení que te presento a mis vecinos. Me lle varon al jardín del fondo para mostrarme los animales. Allí pude ver la casilla del baño –también de chapa–, y al final, el gallinero. En una disputa por llamar mi atención, Fernandito, con 3 años, al que apenas lograba entender cuando hablaba, me mostraba su gato; lo agarraba firmemente, y luego lo re voleaba por el aire, tomando impulso con el brazo, a la manera de un jugador de béisbol. Miguel perseguía a las tres gallinas, y Jimena se lucía tirándole piedras a un perro escuálido, atado con una soguita a un palo cla vado cerca del baño. Insistieron en lle varme adentro para mostrarme dónde dormían. Atra vesando la cortina de la cocina –donde está el horno a garrafa, una mesa rectangular y un la varropas como los de antes–, la luz que entraba de la ventana casi desaparecía. Estábamos en el cuarto de los chicos, con una cama matrimonial, dos camas simples, y dos colchones en el piso. Al final, atravesando otra cortina, se llegaba al cuarto de Matilde y Juan. Curiosos, aquel día los chicos me preguntaban si era maestra, dónde vivía, cuántos años tenía. Cuando respondí que vivía en Capital, los tres dijeron casi al unísono que su hermano Adrián –el tercero de los tres hijos del matrimonio anterior de Matilde– también vivía allí. Matilde me contó que cuando iban a Capital “por el piquete”, combinaban con Adrián algún punto de encuentro. Más tarde los chicos me contarían que siempre que Adrián iba a Varela les regalaba monedas. ¿Y qué hace Adrián en Capital?, pregunté. Sandra me dijo que hacía “de todo”, que limpiaba vidrios con otro chico en una esquina, que juntaba cartones, De todo, repitió. Los chicos no conocen la casa de su hermano, pero se encargaron de hacerme saber que “vive en edificio”. Entonces me preguntaron si yo vivía “cerca de los edificios”. Sí, respondí. ¿Pero vivís en edificio?, repreguntó Maxi. Mi mamá vive en edificio, dije. ¿En qué piso?, volvió a preguntar. Sandra reprendió a su hermano: Che pará, ¿qué querés saber?, ¿la dirección también? Riéndose, Miguel agregó: ¿Vas a ir a afanarle? Desde el patio, los padres dieron algunos gritos y mandaron a que dejaran de preguntarme cosas. Juan y Matilde estaban preparando milanesas de 104
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carne picada. Él las armaba en la mesita de afuera, y ella las lle vaba adentro a freírlas. En otra de las hornallas hervía una cacerola con zanahorias, papas, batatas y zapallos, verduras que el MTR había repartido la semana anterior, por una donación de las huertas de la municipalidad. La fritura de las milanesas se vio interrumpida cuando llamaron a la puerta. Un hombre alto, de unos 60 años, palmeó va rias veces. Los chicos se asomaron por la ventanita de la cocina ¡Matilde! –gritó Juan desde afuera–, es para vos. Maxi y Miguel se pu sieron inquietos, Es el tipo de la bomba, dijo uno de ellos. Matilde también se puso algo ner viosa: ¿Cuánto le pido?, preguntó a su marido mientras se limpiaba las manos en un repasador. Ah, qué sé yo, respondió Juan con la mirada fija en la milanesa que estaba amasando. Entonces Matilde fue hasta la puerta. El aceite quedó hir viendo en la sartén, y Gabi, de 8 años, asumió la tarea de su madre. El hombre que esperaba en la vereda estaba interesado en comprar la vieja bomba de agua que estaba en el patio. Los Aguirre no la usaban desde hacía un par de años, cuando en el barrio habían instalado el agua corriente, que sale de una canilla ubicada en el jardín del frente de la casa. Le dije 20 pesos, dijo Matilde a la vuelta ¿Está bien? ¡Qué sé yo!, dijo Juan ¿No te digo que ese es asunto tuyo? A vos se te metió en la cabeza vender esa cosa. Sin embargo, fue Juan quien se quedaría después del almuerzo, junto a su hijo Maxi, desarmando aquella pieza de hierro, que de tan aferrada a la tierra parecía parte de su naturaleza. La operación demoraría más de lo que habían pensado. Los tornillos estaban oxidados y Juan tendría que ir hasta la casa de su suegra, en el barrio Las Canillas, a llamar a uno de los hijos mayores de Matilde para que lo ayudara a desenterrar el armatoste. Fue por causa de esa bomba que Juan llegó retrasado a una reunión con vocada por el MTR para informar sobre el curso de las cooperativas. La cita era en un cabildo ubicado a treinta cuadras de Villa Margarita, treinta cuadras que Juan hizo caminando a paso rápido. Mientras tanto, Matilde y yo partimos para el local de los chicos , lle vando una bolsa de grasa –que el carnicero le había regalado a Juan esa mañana– para preparar tortillas a la parrilla. Cuando llegamos, Vero estaba en el fondo lle vando a cabo su tarea predilecta: la preparación de la copa de leche que, tarde a tarde, con vocaba a unos veinte chicos que llegaban con una taza vacía en mano. En una gran olla, Vero preparaba mate cocido con azúcar, el mismo mate cocido que solían tomar los Aguirre cuando yo llegaba por las mañanas a su casa. Pero, a diferencia del mate del local, en la casa de los Aguirre el mate se tomaba con la leche que Matilde recibe tres veces por semana, para los dos más chiquitos, a través del Plan Vida. El Plan Vida incluye, además, una caja mensual con alimentos no perecederos, y desde hacía unos meses, aceite. Esta ración es completada por la caja de mercadería –también mensual– que a Juan le corresponde por marchar en el MTR. Y en los últimos meses se agregaron tres 105
Capítulo III: La familia Aguirre y el local tomado cajas más, porque los tres hijos mayores del matrimonio Aguirre –Vero, Sandra y Maxi– también están marchando.
La economía de los Aguirre no se agota en las cajas. De lunes a viernes, e inclusive en verano, funciona el comedor de la Escuela 10, al que los chicos van de vez en cuando. Aunque la familia tiene derecho a los almuerzos que se preparan en el cabildo Mayo, pocas veces vi que buscaran comida de ese comedor. Cuando no cocina en su casa, Matilde busca el guiso en otro comedor que le queda más cerca. Una mañana llegué y vi la olla sobre la mesa. ¿Ya fuiste a Mayo?, pregunté mirando la cacerola. No, no –aclaró ella–, esto es de otro grupo. ¿De piqueteros?, pregunté. Matilde contestó que sí, pero no se mostró muy interesada en dar más detalles. Agregó que era uno que quedaba “a la vuelta”: Yo voy y ellos siempre me dan, dijo. ¿Pero tenés que marchar?, pregunté. No, no –respondió–, ya me conocen y me dan. La relación de Matilde con ese comedor no sólo evidenciaba, una vez más, que el conocimiento interpersonal lleva a las personas a circular a través de fronteras organizacionales; sino que era, también, otro elemento de esa economía doméstica –y política– que entrelaza recursos del movimiento –planes, comedores, guardapolvos, mercadería, un trabajo en la cooperativa–, y recursos del gobierno –planes, comedores escolares, Plan Vida, becas para chicos. Como en el capítulo anterior, sugiero que es en esa economía política12 que el plan debe ser inscripto. En la vida de los Aguirre, el plan no puede ser deslindado de ese conjunto de recursos que incluyen no sólo lo que el gobierno da , y lo que los piqueteros dan , sino también, las changas de Juan con su carrito, la venta de una bomba de agua oxidada, la grasa que re gala el carnicero, la espera de la carta de Chiche , y las monedas que el hijo de Matilde trae de Capital. En el marco de esa economía, cabe preguntarse en qué plano debería ser leída la idea –tan recurrente en la literatura sobre el tema– de un “Estado ausente” o de una “retirada del Estado”13. Antes que hablar de ausencia, parece más pertinente indagar, en todo caso, qué tipo de presencia estatal es esa en virtud de la cual cada fracción de la vida de los Aguirre resulta ser asunto público. Del mismo modo, cabe preguntarse en qué plano debe ser entendida Aunque este término está inspirado en el trabajo de Combessie (1989) –quien habla de economía política de familia para referir a las estrategias de reproducción y valorización de las unidades domésticas–, aquí hago un uso menos técnico de la noción, para llamar la atención sobre el hecho de que la forma de vida de fa milias como la Aguirre –o como la de los hijos de La Polaca– está atravesada por políticas estatales, por múltiples relaciones con el gobierno y los políticos, por la articulación en organizaciones como comisiones de vecinos y movimientos piqueteros, y por acciones pú blicas –por algunos de ellos consideradas políticas–, como hacer un piquete. 13 Cf. Mazzeo (2004: 125); De lamata (2004: 11); Auyero (2002a: 27). Manzano (2004: 156) y Grimson et al (2003: 15) critican estas ideas, se ñalando que el Estado no se habría retirado, sino, en todo caso, redefinido sus modos de intervención social. 12
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la afirmación de que, previa a la irrupción de las organizaciones piqueteras, la “sociedad” se encontraba “descolecti vizada” o “fragmentada”14. Si hay algo que las páginas precedentes nos sugieren es que los miembros de la familia Aguirre –como los miembros de la familia de La Polaca– están ligados a múltiples relaciones de interdependencia que no son exclusi vamente “nuevas”. Esas relaciones no sólo in volucran al núcleo familiar y a la familia extensa, sino también a la vecindad, a la escuela, a las manzaneras , a la comisión por las inundaciones, a los piqueteros y a los propios peronistas . Es curioso que en los estudios sobre el fenómeno piquetero los peronistas sean metódicamente omitidos, incluso por muchos de los que apuntan sobre la importancia de mapear las tradiciones organizativas de los sectores populares para comprender la emergencia de los mo vimientos. Suele hacerse hincapié en el carácter territorial de las organizaciones de desocupados; suele indicarse a los procesos de tomas de tierras –y las asociaciones conformadas en ese entonces– como un antecedente clave en la génesis de esas organizaciones. No sólo se presume que dichos procesos poco y nada tenían que ver con el peronismo; sino que además, allí cuando se menciona la estructura territorial del peronismo (y la acción barrial de las unidades de base15 y de los llamados punteros ), se dice que esa estructura era “descolecti vizada”, tendiente a fortalecer “la atomización social y la retro versión hacia preocupaciones pri vadas” (Delamata 2004: 14). Allí cuando aparecen, los peronistas son, o bien el obstáculo contra el cual los mo vimientos tu vieron que luchar en sus inicios, o bien, al contrario, la estructura que, por estar en crisis, habría permitido la emergencia de auténticas organizaciones de base16. En cualquiera de los casos, el consenso es claro: el estar con los peronistas –a diferencia de estar con los piqueteros– es un estar no organizado; ser parte de esas redes calificadas de clientelares es equivalente a la ausencia de red.
Véase Introducción, p. 28 y ss. 15 La unidad de base es la unidad mínima de or ganización del Partido Justicialista, que en general tiene asignado un barrio como territorio de acción política. 16 O ambas al mismo tiempo. Refiriéndose al trabajo de Svampa y Pereyra, Manzano (2004: 157) señala que “de manera tautológica, los in vestigadores afirman que las posibilidades para la construcción de organizaciones piqueteras de vienen de la debilidad del peronismo, pero que una vez constituidas, su debilidad también de viene de la presencia del peronismo en los sectores populares”. 14
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Capítulo III: La familia Aguirre y el local tomado
II. El local tomado El almuerzo que Matilde presidía el mismo día de la toma era el primero de los varios almuerzos que se sucederían en el local a lo largo de las semanas siguientes. Ese mediodía inaugural, los hijos de José Luis, el quiosquero de Villa Salcedo17, que habían ido a Capital en busca de los formularios de los proyectos para las becas, llegaron poco antes de la comida, pro vocando gran agitación: Vero y los adolescentes, las madres y otras mujeres del mo vimiento, Claudia y Matilde, se dispusieron alrededor de la mesa. El mayor de los hijos del quiosquero sacó el formulario de su mochila y explicó que era uno, Porque nos dijeron que para pedir las becas hay que entregar un solo formulario, y no uno por persona. Tiene que decir el nombre del proyecto y la cantidad de chicos. ¿Es difícil?, preguntó Vero, con medio cuerpo encima de la mesa, intentando leer aquella hojita preciada. No, parece que no, respondió el chico. ¿Cómo los trataron?, preguntó Claudia. Bien, todo bien, pero nos di jeron que los proyectos no son para chicos, que solamente son para jóvenes entre 18 y 25 años. Pero eso hay que pelearlo –interrumpió Claudia–, porque en General Vega la peleamos, y mi hija que tiene 12 años está haciendo el taller de radio. Resuelta, dio una hojeada al formulario y lo guardó en su bolso diciendo que en breve lo presentarían al gobierno. Desde el inicio, el gobierno aparecía como un tercero al que las acciones y la propia toma se dirigían. Recordemos que en la reunión del día anterior, en Villa Salcedo, Claudia había explicado que si la toma se concretaba, las becas saldrían “más rápido”. La teoría nativa acerca de la toma, que entonces se constituía, gra vitaba en una relación intrínseca entre la acción de tomar y la expectativa de obtener, en algún futuro más o menos incierto, las becas del 18 gobierno . Aunque frágiles y plagados de dudas –sobre los proyectos, sobre las becas, sobre un eventual desalojo–, esos primeros días fueron instituyentes. La di versidad de personas –de varios cabildos del MTR y de fuera del mo vimiento, como el quios quero, sus hijos, Enrique, Zoila, Leticia19 – que circulaba por aquella esquina los primeros días de la toma, iría desapareciendo, y el local quedaría a cargo de un pequeño grupo, dentro del cual se destacarían algunos adultos del mo vimiento, y seis adolescentes que formaron lo que dio en llamarse comisión . La comisión sería bautizada por uno de los chicos con el José Luis estaba en la reunión por las becas previa a la toma, véase capítulo I, p. 55. 18 También en las ocupaciones de tierra la acción está orientada a un tercero. Sigaud (2005) muestra cómo las ocupaciones están direccionadas a la acción del gobierno –específicamente del INCRA–, y cómo la forma cam pamento constituye hoy la forma apropiada –y reconocida por el propio gobierno– de efectuar esas demandas. 19 Todos ellos habían participado de la reunión previa a la toma, véase capítulo I. 17
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Fondo de la casa de los Aguirre. 109
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Cocinando el almuerzo en el fondo del local. 110
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nombre de Pro yecto Joven . Palabras acopladas a ese futuro que dotaba a la toma de sentido; creando esas palabras, la toma creaba realidades. Aunque la composición de la comisión del Pro yecto Joven fue variando a lo largo de las semanas, Vero, y también su hermana Sandra, jugaron un papel protagónico. De hecho, mi contacto con el resto de los chicos se dio en función de su proximidad con estas dos Aguirre. Uno de los que participaba casi a la par de ellas era Esteban, con quien me encontré en la Avenida 1° de Abril, una mañana en que él venía de “buscar trabajo”. ¿Por el diario?, pregunté. No, un amigo me avisó que en la estación de ser vicio del cementerio estaban buscando un pibe. ¿Y?, volví a preguntar. Nada, me hicieron llenar un formulario, y dijeron que por ahí me llamaban la semana que viene. Esteban me dijo que precisaba trabajar, porque con el plan solo no alcanzaba. Su plan había salido después de estar como voluntario durante siete meses en el MTR. Bah –se corrigió–, salió a nombre de mi papá, porque yo era menor. Hoy Esteban tiene 17 años, y lleva más de cuatro en el mo vimiento. Estuve alejado un tiempo, después de lo de La Plata –me dijo, refiriéndose a la ocupación de un ministerio pro vincial que el MTR llevó a cabo en 2001, tras la cual un grupo de compañeros, incluido Esteban, fueron presos durante un mes: Caímos cincuenta y nueve hombres, que estu vimos en un pabellón especial en la comisaría, y treinta y dos mujeres, que quedaron en un pabellón de presas comunes en la cárcel de mujeres de Varela. Cuando me soltaron me alejé, y yo pensé que por irme me iban a sacar el plan, viste, pero me lo dejaron. Y ahora volví con esto de las becas. No es poco común que, como Esteban, los jó venes menores de 16 cobren plan estando anotados por un mayor que figura oficialmente como beneficiario. La gestión de los planes, entonces, no se restringe a los cónyuges, sino que puede involucrar otras relaciones, como la consanguinidad, e inclusive relaciones de la familia extensa, como en el caso de la propia Vero, que actualmente está esperando la salida de su plan: no es ella quien está empadronada (Vero es menor de 16), sino Rubén, su primo de 26 años –hijo de Sara, hermana de Matilde–, que le hizo el favor de prestar su nombre. Pero es Vero –claro está– la que realiza las acti vidades que le corresponden como voluntaria del movimiento. Acompañar el proceso de la toma del local, y específicamente la participación de Vero y sus amigos, me permitió, entre otras cosas, compartir fragmentos de la vida de algunos de los adolescentes de Villa Margarita, Las Canillas y Villa Salcedo. Vi venciar parte de su presente y de sus perspectivas de futuro. Un futuro que puede incluir terminar la escuela, buscar trabajo, hacer changas, obtener una beca y recibir –anticipadamente– un plan. Por cierto, era Esteban quien se quedaba casi todas las noches haciendo guardia en el local, acompañado de algunos de los chicos de la comisión , y en general de un adulto, que podía ser Juan, o Mirta del cabildo Mayo. Sin em111
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bargo, los chicos habían pasado solos la noche anterior a la mañana en que, bien temprano, ca yeron los milicos . Estábamos los menores, cuatro chicos y yo, decía Vero unas horas más tarde, en Mayo, a las mujeres que estaban en el patio. ¿Pero cómo, qué pasó?, interrogó Mirta preocupada, cuestionando la tranquilidad de Vero, que contaba el episodio con impa videz. Nada –respondió–, a mí me separaron, por ser mujer, y a los chicos los re visaron. Parece que la vecina de al lado avisó que estábamos solos, y pidió que nos re visaran a ver si teníamos algo. Eso nos dijeron los milicos, agregó Vero mientras doblaba la bandera del MTR que había ido a buscar al cabildo para lle varla al local. ¿Y después, se fueron?, volvió a preguntar Mirta impaciente. Un milico anotó los datos de uno de los chicos. Pero después dijo que no había anotado nada, porque el otro milico dijo que no era necesario, porque no teníamos nada. Se hizo un silencio. Mirta exclamó algo indignada, ¿Pero, cómo? ¿No había nadie de seguridad? ¿Si ya sabían que yo ayer no podía ir? Más tarde, al enterarse de lo ocurrido, Claudia ordenó a la comisión del Pro- yecto Joven elaborar un acta para presentar en la reunión de dele gados del MTR. Tenían que decir que, exceptuando a Mirta del cabildo Mayo, nadie de se gu- ridad se había quedado a dormir en el local. Al día siguiente, en esa reunión que tuvo lugar en Villa Salcedo, Mari y Mirta pidieron la palabra: Acá decimos que somos so lidarios pero no hay ninguna solidaridad, dijo Mari. Los chicos es taban solos porque de ningún cabildo vinieron ma yores. Los únicos que estu vimos estos días fuimos Claudia, Mirta, Roberto del cabildo Bolívar20, Juan del Mayo y yo. La serenidad con que Mari se pronunciaba tropezó con la reacción de los presentes: A nosotros nadie nos avisó nada; En mi ca bildo no se dijo nada del Proyecto Joven; Cuando nosotros tomamos Bolívar nadie nos ayudó. Ciertamente, además de la comisión de los chicos , pasados los primeros días de la toma, el grupo de adultos del MTR dedicados al cuidado del local podía reducirse a esas cinco personas mencionadas por Mari. El equipo contaba, además, con Matilde Aguirre, que trabajaba a la par de los demás. Para ellos, la toma, que había comenzado como un hecho inusitado, acabó con virtiéndose en parte de la vida ordinaria. Sólo en ocasiones específicas el local recobraba la efer vescencia originaria. Era el caso de las reuniones semanales organizadas por Claudia, para informar a padres y chicos sobre el estado de la cuestión de las becas. Aquellas reuniones juntaban a todos los Aguirre en el local, a decenas de chicos y de madres que llegaban cerca de la hora marcada diciendo, Vengo por lo de las becas, o, Vengo a anotar a mis hijos. Algunas, inclusive, ya traían la fotocopia del documento.
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Cabildo de otro barrio vecino.
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La primera de esas reuniones fue con vocada a una semana de la toma. Como de costumbre, yo decidí pasar antes por lo de los Aguirre. Ese día los chicos estaban a cargo de Sandra, mientras a Vero le había tocado hacerse cargo de la limpieza de la casa. Al verme llegar, los más chiquitos arrancaron con la excitación de siempre. Vero salió al patio y dio algunos gritos. Retó a Gabi por estar tomando mate en bombilla: ¿Qué hacés, nena? ¡No podés tomar mate cuando hay adultos!, vociferó mientras arrebataba la calabaza de las manitos de su hermana de 6 años. Lle vándose el mate, se fue para adentro, y volvió en pocos minutos, vistiendo su gorra de visera, un buzo atado a la cintura, y una camiseta de fútbol grande, por lo menos dos talles por encima del suyo. Me hizo una seña con la cabeza y partimos hacia el local. Cuando llegamos, ya había varios chicos en la vereda, y algunos grupos de madres con versando. Juan también estaba ahí, y al verme aparecer, con la misma ansiedad y satisfacción de quien exhibe la refacción de su propia casa, me llevó a recorrer el local, mostrándome los avances en los arreglos e instalaciones. Claudia estaba atrasada, y esta eventualidad hizo de Vero la figura principal del encuentro. Vero anunció que la reunión empezaría sin Claudia, y llamó a las personas –que sumarían unas sesenta en total– adentro. Primero que vengan los chicos a anotarse, dijo en voz alta la pequeña adulta. Rodeada por Esteban, por su hermana Sandra, y por otros tres adolescentes de la comi- sión , le llevó quince o veinte minutos anotar nombre, ape llido y DNI de una fila caótica que asediaba la mesa. Entonces Vero se dirigió a los padres, informando que la comisión había presentado “un proyecto al gobierno para pedir las becas”. Informó, también, que había habido do naciones al local por parte de algunos vecinos, y que el dueño del supermercadito de la esquina había propuesto a los chicos cortar el pasto de la cuadra a cambio de carne y verdura para el comedor. Estamos dando almuerzo y copa de leche a la tarde, anunció. Pedimos cincuenta centavos a los que se quedan a comer, para comprar la carne que falta. El resto de la mercadería la pone el movimiento. Vero prosiguió diciendo, También necesitamos la colaboración de ustedes, los mayores, porque son muy pocos los que se quedan a cuidar el local. Necesitamos que los chicos vengan a hacer guardia, aunque sea de dos horas, y que los padres vengan principalmente a la noche, porque si no siempre se quedan los mismos. Juan le vantó la mano y agregó que él estaba hacía días cuidando a los chicos, y que nadie, de ningún cabildo, se había dignado a ir: Porque esto no es anotar a los chicos y listo, concluyó algo rabioso. Digamos que –al igual que en la reunión de dele gados del MTR– los presentes se sintieron provocados: Yo vine hoy porque recién me enteré, dijo una mujer; En mi cabildo nadie dijo que se precisaba gente para cuidar el local, agregó 113
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otra; ¿De qué cabildos están hablando?, preguntó una tercera impacientada; ¿Qué es el movimiento? Esas voces heterogéneas y disímiles se superponían. Como pudo, Vero aclaró que estaba hablando del MTR, pero que el proyecto no era del MTR, sino “de los chicos del barrio”. Juan se manifestó furioso, Por favor, Vero –dijo a su hija–, que no se mezclen las cosas. Esto es de los chicos, no es de ningún mo vimiento. Varias personas se quejaban, considerando los reclamos infundados. Como si fuera poco, desde el fondo, una mujer con voz estridente gritó: Lo que yo quiero saber es quién está a cargo de los chicos en todo esto, porque vos –dijo señalando a Vero con un dedo acusador– me conocés; yo traje ocho pibes estos días, y ellos después me dijeron que había una pibita de 14 años diciéndoles lo que tenían que hacer. Entonces, mi pregunta acá es quién es el adulto que está a cargo de los chicos. Se podían escuchar murmullos –Claro, Eso, Exactamente–, aprobando la inquietud de esa mujer de cabellera color bergamota. La furia de Juan llegó a su límite: ¡Cómo que quién está a cargo!, dijo en un alarido asustador. Hace días que estoy encargándome de los chicos, que duermo en este local, yo, mi mujer, la señora, el señor, dijo señalando a Mari, a Mirta y a Roberto. La cara de Juan se había vuelto púrpura. Parecía que las venas del cuello iban a estallarle ¡Es una caradurez que vengan a decir esto cuando ustedes no hicieron nada!, clamó ya sin voz. En menos de cinco segundos, se había quedado totalmente afónico. Entre los gritos, sobresalía el llanto estrepitoso de un bebé. Mientras tanto, los más chiquitos correteaban alrededor de la ronda de adultos. Algunos jugaban, otros se peleaban. Jimena, una de las hijas de Juan, tironeaba la remera de su padre, y berreando escandalosamente, pedía un helado. Su hermana menor, Gabi, estaba tomando un juguito que se había comprado con diez centavos que había encontrado en el piso. Chupaba la bolsita de plástico en las narices de Jimena, que entonces lloraba con más violencia todavía. Esta sinfonía disonante, de la que todos participaban a su manera, demoró en sosegarse. Abatido, Juan se alejó de la ronda. Roxana, la mujer de voz estridente y cabello bergamota, también. Vero intentaba poner orden, pidiendo que las personas hablaran una por vez. En un rincón, Mari pretendía calmar a Roxana, que se refregaba las lágrimas, exhibiendo sus dos manitos diminutas atiborradas de anillos. Roxana pedía disculpas, y explicaba que ella no había intervenido “de mala onda”: Vos me conocés –le dijo a Mari–, yo tengo veinticuatro pibes a mi cargo. Yo me jugué por esos veinticuatro chicos, los saqué de la droga, de la calle, del robo, y yo necesito saber si acá hay algún adulto, nada más. Yo me juego por ustedes, vos ya sabés. Entonces hizo una pausa, y se frotó la nariz. Le vantó la cabeza, y miró a Mari con ojos indelebles: ¿Sabés quién les hizo la fo tocopia del documento para venir acá? ¡Yo! –clamó con un ímpetu que parecía desarmarla. ¡Yo! 114
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–volvió a decir en un llanto incontenible que volvía a inundarle la mirada– ¡Con mi plan de 150 pesos! Sacar a los chicos de la calle era una preocupación de Roxana; la misma preocupación que había aparecido en boca de Gloria, en aquella primera reunión por las becas realizada en el cabildo de Villa Salcedo; la misma preocupación que animaba a Amalia y a Cachito en la organización de los campeonatos de fútbol en el Club Social y Deportivo Villa Margarita. Estar en la calle , estar en la droga , o como suelen decir las madres, estar en mala junta , también forman parte del mundo de los posibles de los pibes . Como los piqueteros , los pibes son blanco de estigmatización social; son objeto de sospecha, a tal punto que, como pudo verse, los milicos ha bían caído en el local por la denuncia de una vecina que, al ver a los chicos solos, presumió que podían “tener algo”. Está todo bien, decía Mari a Roxana, mientras le daba palmaditas en la espalda, Vas a ver que vamos a trabajar juntas. Juan se había acercado a la escena, y asentía con la cabeza. En tono amistoso, y con la voz que pudo, se di rigió a Roxana: Mirá, yo tengo 50 años, hace 50 años que la estoy peleando como siempre, así que, como dice Mari, vamos a pelearla juntos. Ella lo escuchaba asintiendo, mientras iba amansando su respiración. Se hizo un silencio. Roxana dijo que además del plan vendía artesanías que ella y los propios chicos fabricaban en su casa. Si ustedes quieren, yo puedo dar un taller de manualidades acá, ofreció. Mientras la reunión se dispersaba, alrededor de Vero se concentraba un grupo de madres con di versas consultas. Cuando empiecen las clases, ¿mis chicos pueden venir sólo los fines de semana?, preguntó una. Otra informaba que tenía un colchón para donar, Alguien tendría que venir a buscarlo. Otra preguntaba si sus hijos podían ir a las guardias sólo por las tardes, Porque a la mañana me ayudan en la panadería. Con todos sus papeles en mano, Vero iba respondiéndoles una a una. Cuando estuvo menos requerida, le pasé el mensaje que Gloria me había encomendado ese mediodía detrás del mostrador de su panadería: Vero, Gloria me pidió que te dijera que nadie le había avisado de la reunión, y que tenía otro compromiso, por eso no pudo venir, dije. ¡Qué no va a saber de la reunión! Si mi primo le avisó. Es una mentirosa, contestó Vero, riéndose de mi ingenuidad. La gente se había ido y el local volvía a la calma. Matilde se dispuso a preparar el mate, mientras Mari, Roberto y Mirta se sentaron en ronda. Roxana también estaba ahí, hablando de los talleres de manualidades: Yo traigo los materiales y doy los cursos. Me arman tres o cuatro grupitos de diez, y hacemos las cosas. Los chicos las salen a vender, y con esa plata ustedes compran más materiales, explicaba entusiasmada, mientras re voleaba su mano diminuta con un palito helado de crema que iba derritiéndose, formando un 115
Capítulo III: La familia Aguirre y el local tomado
charco blanco en el piso. Vos –continuó, dirigiéndose a Vero– no les des a elegir. Anotalos en grupos, y yo después les doy a cada uno una manualidad, porque si les das a elegir, yo sé lo que pasa: te dicen que no quieren hacer nada. Hizo una pausa y agregó: Entonces quedamos así, si ustedes quieren yo hago lo de los cursos. Ahora: no me pidan otras cosas. No voy a ir a los piquetes. A los piquetes no voy, yo soy una dama, a mí me gusta andar en mi casa. Mari y Matilde dieron risotadas, y empezaron a burlarla. Hasta Juan –que había recuperado algo de voz y tenía mejor semblante– consiguió reírse. La presencia de Roxana en aquella reunión no sólo indicaba preocupaciones compartidas en relación al presente y al futuro de los chicos. Indicaba, también, que la toma era capaz de con vocar a personas de ‘fuera’ del mo vimiento; indicaba, una vez más, que muchas de esas personas tenían un conocimiento interpersonal previo; e indicaba, por fin, que la condición de posibilidad de la toma pasaba por esas relaciones: los chicos de Roxana engrosaban la lista de aspirantes a beca, Roxana se ofrecía para dar un curso de manualidades, Vero pedía la colaboración de los padres, los vecinos hacían donaciones, el dueño del mercadito pro veía carne y verduras. La toma necesitaba de todos ellos, no sólo para realizarse y legitimarse, sino también para sustentarse en el tiempo. En el capítulo I, mi descripción de la reunión previa a la toma tendió a enfatizar el hecho de que personas con di versas procedencias se acercaban al mo vimiento en función de algo que éste parecía ofrecer. Me interesa enfatizar ahora que en lo que respecta a la obtención de las becas, no sólo esas personas dependían del movimiento, sino que el mo vimiento también dependía de ellas: sólo con un lugar propio, con los cursos funcionando, con extensas listas de inscriptos, con una mo vilización que excediera al mo vimiento e hiciera del centro cultural una iniciativa de “los chicos del barrio”, el MTR estaría en mejores condiciones de negociación con el gobierno. Como un día en la vida de la familia Aguirre, un día en el local tomado basta para mostrar que, lejos de encontrarse “fragmentadas”, en el mundo social las personas están indisolublemente amarradas las unas a las otras. * Habiendo pasado dos semanas de la toma, Claudia llegó al local una tarde, y reunió a los chicos de la comisión alrededor de la mesa. Vamos a hacer una marcha al ministerio –anunció–, porque un compañero que trabaja ahí nos dijo que están dando becas; que las becas están pero que no nos las quieren dar a nosotros. Los chicos escuchaban atentos a esa especialista que, una vez más, re velaba información que marcaba cierto rumbo a los aconteci116
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mientos. Tenemos que ir a pelearla, va a ser una marcha de los pibes, concluyó Claudia. Y fue en la anteúltima reunión del local que presencié, que Vero anunció a padres y chicos la realización de la marcha : No es obligatoria –dijo–, pero es importante que vengan, sobre todo los chicos, porque es una marcha de los chicos, del Proyecto Joven, para reclamar las becas. Aunque en el momento nadie dijo nada al respecto, supe después que la con vocatoria había generado algunas preocupaciones. Era el caso de Milagros, prima de Vero, cuya continuidad en el Pro yecto Joven se veía ahora comprometida. Milagros tiene 17 años, y es la cuarta de los cinco hijos de Sara, la her mana de Matilde. Estaba en la lista para las becas porque Vero la había anotado, y porque, según me había dicho una tarde, estaba interesada en los cursos de computación. Yo le pregunté a mi prima –decía Milagros– si no había problema, porque yo no podía ir a hacer guardias al local, porque estoy siempre acá, atendiendo la panadería, y ella me dijo que no me hiciera problema, que iba a quedar anotada igual. La panadería que atiende Milagros funciona en el frente de su casa, ubicada en la misma cuadra de la casa de los Aguirre. Tiene un gran horno para hacer facturas, que Sara pudo comprar hace unos meses, cuando su marido volvió a la empresa metalúrgica de la que había sido des pedido. Sara había autorizado a Milagros a concurrir a la primera reunión de las becas , porque Vero le había asegurado que los chicos no tendrían que marchar . Ahora las cosas parecían haber cambiado y Milagros estaba contrariada: Con esto de la marcha, no sé qué va a pasar. Le voy a decir a mi prima que me borre de la lista, porque a mí no me gusta eso de marchar, y mi mamá no quiere saber nada con las marchas. También Olga21, del cabildo Mayo, decidió sacar a su hija del Pro yecto Joven cuando supo de la marcha . Estoy cansada de tener obligaciones, me dijo cuando se iba del local. Si queda anotada, tiene que ir a hacer guardia, o me mandan a mí de un lado para el otro. No, no, que me dejen tranquila. Se terminó lo de las becas, sentenció. Aún así, la marcha tuvo con vocatoria, y mo vilizó a unas doscientas personas. Al día siguiente, antes de ir a la nueva reunión con vocada en el local tomado, pasé por la casa de los Aguirre. Curiosamente, ese día estaba silenciosa: los más chicos habían ido a almorzar al comedor de la Escuela 10, mientras Vero, Sandra y Maxi estaban en el local. Juan y Matilde, sentados junto a la mesa de la cocina. Él sin voz y con fiebre. Su mujer le había preparado una comida a base de verduras, pero él no había querido probar bocado. Unos días atrás había ido al Hospital Materno de Varela, y a pesar del
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Sobre Olga, véase capítulo I, p. 47 y ss; y capítulo II, p. 78.
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reposo absoluto que le habían indicado, Juan había continuado trabajando en las acti vidades de la toma, principalmente en las vigilias de la noche. Maxi atra vesó las rejas última generación . Matilde lo había mandado a buscar al local por uno de los chicos de la comisión : ¡No ves que tu papá está enfermo, y vos hace tres días en ese local!, gritó Matilde a su hijo. Maxi pidió que lo dejaran volver para la copa de leche , y aseguró que después estaría en casa inmediatamente ¡Qué copa de leche ni copa de leche, no ves que tu padre está mal, te digo! gritó Matilde más fuerte. El aire estaba espeso. Juan hacía esfuerzos para retar a Maxi, pero su voz era exigua. Sólo cuando pregunté cómo había sido el retorno a Varela de la marcha el día anterior, vi que al menos parte del malestar de Matilde y de Juan tenía que ver con el Pro yecto Joven . Es una vergüenza, dijo Juan. ¿Ahora qué le van a decir a los chicos? ¿Cómo les decís a todos los chicos que no hay becas? ¿Cómo les sacás la desilusión? Nos quedamos los tres en silencio, mirando hacia fuera. Vi que la bomba de agua estaba allí desmontada, recostada sobre una de las paredes del patio. A falta de una pieza, una junta estaba recauchutada con un alambre, y por eso el hombre no había querido comprarla. Matilde interrumpió nuestra mudez: Encima de todo, Claudia no hizo subir a Vero al ministerio. Hizo subir a otra piba de la comisión, cuando Vero fue la que hizo todo. Todo esto se va a ir a la mierda, los chicos estaban en el proyecto por las becas. Entonces Juan arremetió contra “el mo vimiento”: Siempre hacen lo mismo, dicen y dicen, y después no hay nada. Todo lo que hicimos, mirá cómo tengo la voz, mi hija Verónica todo el día en ese local... Todo al pedo. Y de nuevo el silencio. La aflicción de Matilde y Juan hacía de la toma un verdadero fracaso. Y mostraba, una vez más, la lógica de las obligaciones recíprocas puesta en juego: ellos consideraban que se habían deslomando trabajando, y ahora el mo vimiento no cumplía con lo prometido; como si fuera poco, tampoco reconocía ese trabajo: Claudia no había elegido a Vero para formar parte del grupo que subió al ministerio a hablar con los funcionarios. La angustia del matrimonio Aguirre traía de vuelta la angustia que me había asaltado durante la marcha, cuando uno de los chicos de la comisión se había acercado a saludarme y me había dicho: Ahora que no está lo de las becas no va a quedar nadie. La misma angustia que me habían pro vocado las palabras de Claudia, quien me explicaba lo sucedido en el ministerio, mientras avanzábamos con la columna hacia la Estación Constitución para volver a Varela: Me dijeron que no estaban dando becas indi viduales, y que no te nían pensado darlas, que solamente nos podían financiar proyectos. Y bueno, vamos a ver qué pasa. Con los brazos extendidos, y caminando a un costado de la columna, Mirta daba indicaciones para apurar el ritmo del paso. A Claudia se la veía cansada, y de hecho, no había dor mido esa noche, De los ner vios por hoy, 118
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no pude pegar un ojo. La funcionaria que había presidido la reunión le había dicho: Ustedes quieren las becas, ¿pero para qué? Yo no te puedo dar becas para que los chicos no hagan nada. Te puedo subsidiar emprendimientos, cursos, proyectos, pero no te puedo dar 75 pesos por chico para nada. También la funcionaria formaba parte de esa lógica en que las cosas son dadas si un esfuerzo es dispensado. Si las becas no eran planes, algo los asemejaba: alguna contraprestación tenía que ser lle vada a cabo para que esos recursos fueran liberados. Al día siguiente, cerca de la hora en que estaba con vocada la reunión en el local para informar lo ocurrido en la marcha, varios chicos de la comisión estaban sir viendo la copa de leche . El lugar ya estaba lleno. Matilde llegó un poco después de mí, otra vez trayendo grasa para hacer tortillas en la parrilla del fondo. Al cabo de un rato, pudimos oír el grito de Vero, anunciando la llegada de Claudia. La gente que es taba esperando en la vereda y en el fondo entró al local. Las madres se dispusieron en un semicírculo. Bueno, dijo Claudia ele vando la voz, ayer marchamos al ministerio, y hablamos con la gente de Desarrollo Social. Ellos nos dijeron que no se ocupaban de temas de la ju ventud, y que teníamos que hablar con alguien del DINAJU 22. Les pedimos si el funcionario del DINAJU podía ir hasta ahí, porque era cerca, pero nos dijeron que no, que el funcionario estaba ocupado. Entonces marchamos nosotros hasta el DINAJU. Nos recibieron a mí, a una mamá, y a Jéssica, de la comisión , y nos dijeron que el gobierno no estaba dando becas, que no están te niendo una política de becas, pero se pro pusieron a darnos capacitadores para que los chicos aprendan a hacer proyectos. Nosotros presentamos esos proyectos, y ellos nos subsidian los cursos o lo que sea. Sobre una de las ventanas, una mujer del cabildo Bolívar lle vaba entre sus manos una listita con los nombres de los chicos cuyas fotocopias debía retirar. Eran los vecinos que ella misma había anotado a las becas. El rumor de lo acontecido en la marcha ya había circulado, y ese mismo día varios padres se habían acercado al local a buscar los papeles de sus hijos. Vero dijo haber sido “agredida”: Me re bardearon los padres. Me dijeron que el mo vimiento andaba diciendo mentiras, prometiendo cosas. Otro me dijo que hacíamos trabajar a sus hijos y que las becas no estaban. Entonces Claudia la interrumpió y le dijo que no había que “enojarse con los padres”: Cada vez que alguien pida sus pa peles hay que de vol verlos, Vero, sin pelearse ni nada. No hay que tener mala relación con el vecino. Fue la mujer con la lista en mano quien después pidió la palabra, Yo quiero saber por qué se dijo que iba a haber becas si el gobierno ahora dice 22
Dirección Nacional de la Ju ventud.
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que no va a haber. Algunos murmullos parecieron aprobar la inquietud de esta señora. Yo ya había dicho que había que armar proyectos, lo dije en la primera reunión, respondió Claudia apelando, una vez más, a un saber que sonaba esotérico: Ahora, por otro lado, yo sé que las becas están, porque mi hija está en el taller de radio en General Vega, y hace unos días me llamaron para decirme que en marzo cobraba. Las becas están, sólo que hay que pelearlas. Claudia siguió explicando que había pensado en un proyecto para hacer salsa de tomate, para que los chicos que querían trabajo ya tu vieran una en- trada : Pensamos que el movimiento puede financiar el proyecto al principio, porque con el emprendimiento ya funcionando va a ser más fácil que el gobierno nos dé el sub sidio. Claudia habló, también, de poner a funcionar una panadería; y de una profesora de inglés que habían conseguido para dar clases; y del taller de radio que se pondría a funcionar en el local con el asesoramiento de “la gente de General Vega”. Así que están abiertos nuevos cursos, concluyó haciendo una pausa. Percibí que sus palabras no reparaban en el pasado, sino que, a pesar de todo, continuaban enlazadas al futuro al que, desde un inicio, la toma se orientaba. Y, para mi sorpresa, exceptuando a aquella mujer del papelito en mano, las intervenciones de los padres y de los chicos también siguieron esta lógica: ¿Los chicos tienen que seguir viniendo a hacer guardia?, preguntó una madre desde el fondo. ¿Vamos a seguir sir viendo la copa de leche?, preguntó Vero. Matilde preguntó por el taller de artesanías que estaría a su cargo: ¿Puede ser los miércoles a la tarde? Las guardias seguirían, los talleres seguirían, las comidas seguirían, tranquilizó Claudia. Mencionó la posibilidad de pintar el local, pi diendo una donación a una gran pinturería de Varela. Entonces una mujer ofreció pinceles y brochas que tenía en su casa. Vol viendo la mirada sobre la mujer de la listita en mano, Claudia agregó, Nosotros vamos a seguir luchando por lo de las becas, porque esto no es una marcha y nada más. Los que estamos en el mo vimiento sabemos que nada se consigue con una sola marcha. Mientras los padres se dispersaban, unos quince chicos hacían fila para que Vero los anotara en los nuevos talleres, de radio e inglés. La lista , entonces, se engrosaría a doscientos cincuenta inscriptos. Otros chicos de la co- misión estaban ahí, alrededor de la mesa, asistiendo a Vero. Las mismas caras que había visto en la marcha del día anterior, agitando la bandera del mo vimiento. En definitiva, reparé que ninguno de ellos había comentado nada acerca de lo acontecido en el ministerio. Por las calles del centro porteño los chicos se habían reído, por sobre todo se habían di vertido. Esa era su marcha , ellos la encabezaban, ellos eran la cara visible de la columna. Al lado de la toma, de ese local, de todo lo que allí hacían, el resultado de la reunión con los funcionarios parecía ser algo secundario. Y es que, aún cuando el gobierno (y las futuras becas) parecían seguir siendo un tercero al que la acción se 120
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orientaba, para algunos de los que estaban en aquella última reunión, la toma había pasado a tener sentido por la toma misma. La toma había creado la vigilancia, y la vigilancia había creado las guardias, la limpieza, las comidas, los cursos, las meriendas. La toma había adquirido la forma de los cabildos , con sus almuerzos, sus controles, sus papeles, sus finanzas. Una forma que hacía del presente algo que parecía valer por sí. En este sentido, si –como dije– la toma era un auténtico acto de ocupación, lo era en el significado más abarcativo del término: era ocupar físicamente el local; pero era también estar ocupados. Estar haciendo cosas. En el capítulo anterior vimos que los hijos de La Polaca parecían identificar la participación en el MTD con la obligación de marchar , una acti vidad que era vi vida negati vamente, y en lo posible, evitada. A través de algunas situaciones in volucradas en la toma del local, es posible ad vertir que el marchar puede ser vi vido de otros modos y con otros sentidos. Para Matilde, una marcha puede ser la oportunidad para encontrarse en Capital con su hijo Adrián; para los chicos de la comisión , una marcha puede ser recorrer las calles de Buenos Aires, y poder man guear cigarrillos de marca; para los hijos de Juan, una marcha puede ser visitar lugares nuevos y comer cosas diferentes; para Mirta –y para Rulo–, una marcha puede ser una oportunidad pri vilegiada para desempeñar su trabajo como se guridad del movimiento. Las situaciones in volucradas en la toma nos muestran, por sobre todo, que estar con los piqueteros puede significar hacer algo más que marchar . Lejos de ser un evento consagrado –o instancia enaltecida del “ser piquetero”–, mar- char puede constituir una de las tantas acti vidades in volucradas en la participación de un mo vimiento. Acti vidades que –si es que conseguí transmitir al lector algo del espíritu que animaba a Juan, a Vero, a Matilde, y a otros, durante las semanas de la toma– pueden ser vi vidas con entusiasmo, o sencillamente con pasión. Para ellos, estar con los piqueteros es marchar, pero es también vigilar un local, montar un centro cultural, llevar adelante un comedor, formar una cooperativa de vi vienda. En un mundo donde trabajar es algo valorado; en un mundo donde la va gancia constituye una de las acusaciones más esgrimidas, estar con los piqueteros puede ser estar ocupados. A lo largo de estas páginas, ha podido ad vertirse que el vínculo que los Aguirre mantienen con el MTR es bien más estrecho que aquel que une a los hijos de La Polaca al MTD. Y sin embargo, me interesa señalar que empobreceríamos ese lazo si lo redujéramos a una afinidad ‘política’ o ‘ideológica’. Digo esto porque sería erróneo leer mi contrapunto como una distinción entre piqueteros ‘comprometidos’ y piqueteros ‘descomprometidos’. Si vol vemos a la forma en que Juan narra su aproximación al mo vimiento, vemos, una vez más, la importancia de pensar ese acercamiento como una posibilidad de vida entre otras, y como una posibilidad que adquiere sentido al ser 121
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puesta en relación a esas otras: “la UGL ya no estaba dando más planes”, me había dicho Juan. Por otro lado, a diferencia de personas como Claudia –que está en una posición próxima a la de dirigente–, no puedo decir que Matilde o Juan asumieran alguna vez la voz de “el mo vimiento”. Al igual que Amalia o que Diego, los Aguirre suelen referir al mo vimiento como un ellos – los pi- – con los que se está . Y su participación en él –como la vida misma– queteros tiene sus altos y bajos, sus certezas y sus dudas. Es cierto que al día siguiente de la marcha por las becas Matilde se mostraría decepcionada, pensando que todo el esfuerzo in vertido había sido en vano. Pero también es cierto que, unas horas más tarde, al terminar la reunión en el local, se acercó a la mesa para confirmar día y hora de su curso de manualidades. Es cierto que, unos días después, al desencanto de Juan por lo ocurrido con las becas se sumaría su altercado con Claudia: Claudia lo echaría del local por estar tomando vino, Juan estallaría en cólera, juntaría todas sus cosas y diría que sus hijas no pisarían jamás aquel lugar. Pero también es cierto que con el mismo arrebato Juan había puesto sus energías en la toma –y en Mayo, y en la cooperativa–; que la duda de Juan era –como su creencia–, pro visoria, amarrada al mundo vi vido y abierta a la transformación. Es cierto también que cuando aquel día Vero seguía las órdenes de su padre y se iba del local, dejando todos sus papeles en manos del hijo de Mirta, alegó en voz baja, Igual voy a volver. Y que de hecho volvió. Mi último día –como mi primer día– de aquel verano en Varela era un arbitrario. Y si hasta ahora no hubo noticias sobre las becas, el local sigue funcionado. Hoy le dicen cabildo, el cabildo de los chicos . Y según me dijo Vero, ahora dele gada , Está más grande que nunca.
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Final Una de las cosas que más me sorprendió cuando llegué a Florencio Varela fue la preeminencia que la expectati va de recibir un plan ocupaba en la forma en que mis interlocutores hablaban sobre su aproximación a una organización piquetera. Tal vez eso fue así porque yo estaba demasiado empapada de un sentido común –sociológico, mediático– que, casi in variablemente, tendía a disol ver esa cuestión en discusiones normati vas –es o no es “clientelismo”; contribuye o no al “desarrollo político” del mo vimiento. Algunas páginas atrás se ve a Matilde y a Juan Aguirre trabajar conjuntamente en acti vidades del Mo vimiento Teresa Rodríguez. Sin embargo, Vero alguna vez me dijo que su mamá no estaba con los piqueteros , que el que estaba con los pi- queteros era su papá. También alguna vez Gloria –hija de La Polaca– me corrigió diciendo que Matilde no era piquetera : Ahí el que es piquetero es Juan. A tal punto las organizaciones aparecen asociadas a los planes, que quien está con los piqueteros es aquel que está anotado en un movimiento, y recibe plan a través de él. El plan de los piqueteros –como el plan de la UGL , como el plan por un político – se re vela como un uni verso de relaciones y de obligaciones. Anotarse con los pi- queteros es ingresar en cierto sistema de compromisos, de los cuales el marchar parece ser el más prominente. Como intenté mostrar, las marchas mueven emociones di versas, son vi vidas de modo disímil por cada persona –y por una misma persona en distintas circunstancias: una marcha puede instigar miedo, vergüenza, orgullo, satisfacción. Pero en cualquiera de los casos, mar- char es aquello que, al menos al principio, se acepta como parte de las reglas de juego: marchar es parte de las reglas de juego, y dejar de marchar es salir de ese juego. Cuando nos preguntamos qué implica para las personas participar de ese uni verso de relaciones –qué es aquello que ‘está en juego’–, un campo complejo y plural se despliega. Un campo insondable que revela la infertilidad de las ‘razones’, como de los órdenes –‘material’, ‘ideológico’– en que esas razones suelen ser clasificadas. Marchar puede ser aquello de lo que depende una economía familiar, aquello de lo que dependen di versas relaciones interpersonales, aquello que otorga valor a una persona –como vecino, como padre, como madre, como compañero, como militante. Por otro lado, al tiempo que las personas suelen referir a los mo vimientos como una vía de acceso al plan, el estar en un mo vimiento de ningún modo se agota en el plan, ni mucho menos en la acti vidad de marchar. A través de los Aguirre y 123
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de di versas situaciones vi vidas alrededor de la toma del local, se ve cómo las personas se en vuelven en infinidad de acti vidades y relaciones asociadas al mo vimiento; y cómo esas acti vidades y relaciones las en vuelven: las becas no llegaron, pero la toma no tenía vuelta atrás, había generado demasiadas rutinas, demasiados significados. Por eso indiqué que estar con los piqueteros puede ser estar ocupados; puede ser aquello que hace al sentido de la vida. El valor de las obligaciones recíprocas in volucradas en un mo vimiento puede llevar a una persona a preocuparse por buscar un reem plazo cuando no le es posible asistir a una marcha ; a participar de acti vidades promo vidas por aquellos que supieron ayudarla , aquellos con quienes se siente agradecida; a distanciarse ante una expectativa no cumplida. Y aunque no es del todo preciso decir que el incumplimiento de las expectativas es ‘razón’ de distanciamiento, sí podemos decir que es ese el argumento esgrimido para justificarlo: Me prometieron un trabajo y todo quedó en la nada; Vos sabés cómo me deslomé ¿Y todo para qué? Recíprocamente, una nueva expectativa, o el cumplimiento de una espera pasada, son razones esgrimidas para justificar una reaproximación –Ahora volví con esto de las becas; Volví cuando me salió el plan. Esta lógica que, como intenté mostrar, no es exclusiva del uni verso de los movimientos, sino que constituye el principio con que las per sonas eva lúan y viven otras acti vidades –como trabajar para un político –, parece ser expresada en un vocabulario específico. Junto al lenguaje de los planes, los barrios periféricos de Florencio Varela comparten un lenguaje asociado al dar , un lenguaje que incluye la promesa , la es pera , la ayuda , el pedido, el ofrecimiento, la obli ga- ción . Este trabajo me permitió di visar ese vocabulario, y sugerir que en esas relaciones de obligaciones y expectativas mutuas el mo vimiento es vi vido, no como un “mediador” entre el Estado y la gente, sino como un dador directo. Mientras tanto, la figura del Estado –o en términos nativos, del go - bierno – parece esfumarse. Recordemos que quién es el que tiene el poder para dar altas y bajas en los planes es algo que permanece en la duda. Quisiera subrayar, no obstante, que esta obser vación no presume que “mediador” sea una noción intrínsecamente inadecuada para pensar una relación triangular entre población, mo vimientos y Estado. Antes bien, lo que quiero decir –aquí y a lo largo de toda la etnografía– es que, en lo que refiere a nuestras afirmaciones, estamos obligados a preguntarnos y a especificar desde el punto de vista de quién estamos hablando. Así, mientras Claudia dice que “el gobierno va a dar becas”, sus interlocutores en la reunión de Villa Salcedo, y en las reuniones del local tomado, parecen vivir ese recurso como una posibilidad abierta por el movimiento. Cuando las becas no aparecen, Claudia responsabiliza al gobierno –Las becas están, no quieren dárnoslas a nosotros–, mientras que la gente responsabiliza al MTR: Siempre dicen y dicen, y después nada; Yo quiero saber por qué se dijo que había 124
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becas si ahora no hay; El movimiento anda diciendo mentiras, prometiendo cosas. Si mi insatisfacción con la sociología de los movimientos me llevó a buscar otra perspectiva desde la cual construir la etnografía, cabe subrayar, entonces, que se trata, ni más ni menos, de una perspectiva entre otras. Florencio Varela me mostró que esas perspectivas son múltiples, se desplazan, se cruzan, muchas veces se desencuentran y se tensan. La forma en que se percibe al gobierno y al movimiento es un caso paradigmático. También podemos pensar otros desencuentros, como los sentidos dados a la lucha , al cambio social o al trabajo. Mismos términos que circulan, de un lado a otro, con significados heterogéneos, y que nos ad vierten sobre los peligros de la ilusión de sinonimia. La obser vación es válida, también, para nociones como política : mientras unos la rei vindican positi vamente, como aquello que permite ir “más allá” de la caja y el plan, otros la consideran negati vamente – estar con los piqueteros es hacer política, hacer quilombo, estar en la calle , marchar contra el go- bierno. Otros pueden circunscribir la política a acti vidades partidarias, mientras para otros, estar con los piqueteros , como estar en política , puede ser vi vido como un trabajo –pensemos en la experiencia de Mirta, que trabajó para los radicales, después para los peronistas, y hoy está con los piqueteros, Ahora este es mi trabajo, dijo una vez, de acá no me sacan más. Y, finalmente, otros pueden oponer estar con los piqueteros a tener un trabajo; no me refiero solamente a los que, desde afuera, acusan a los piqueteros de vagos , o a los que –como La Polaca– oponen marchar a un trabajo digno. Me refiero, también, a aquellos que, desde dentro –como Ana, como Enrique, como Matilde– viven preocupados por volver a trabajar . También me sorprendió en Florencio Varela la fuerza de ciertas clasificaciones sociológicas que han de venido parte de la naturaleza de las cosas. Mi trabajo de campo está plagado de esos supuestos, implícitos en mis propias preguntas: para dar sólo algunos ejemplos, en la Introducción pregunto a Nani y a mi ‘informante de baranda’, en qué mo vimiento estaban, dando por sentado que ese dato era significativo. En el capítulo I, pregunto a Leticia por la antigüedad que llevaba en el mo vimiento, presuponiendo que por el hecho de estar en una reunión con vocada por el MTR, Leticia “era del MTR”. Me sorprendo cuando Gloria –que estaba en esa reunión– dice trabajar para Pereyra. Pregunto a Amalia –capítulo II– qué contraprestación le corresponde por su plan de la UGL, presuponiendo que, como su marido, Amalia también tendría plan de la UGL. Durante la pesquisa, esas situaciones de campo me obligaron a pensar sobre el objeto con que estaba trabajando. En algún mo mento pensé que mi unidad de análisis era el barrio –un recorte territorial, en lugar de organizacional. Sin embargo, hablar de barrio presuponía un corte geográfico previo, 125
Final
un conjunto de fronteras dentro de las cuales yo transitaría libremente, cuando lo cierto es que mi tránsito por Villa Margarita no fue totalmente voluntario y deliberado. El circuito que sigue mi trabajo de campo –y los capítulos de la etnografía– se fue configurando a través de las relaciones que las propias personas tenían entre sí. Nunca toqué la puerta del SUM, nunca toqué la puerta de la UGL; llegué a la UGL a través de Mabel, a quien había llegado a través de Gloria, a quien había llegado a través del Mo vimiento Teresa Rodríguez. De modo que mi tránsito entre espacios diferenciados habla del propio tránsito de esas personas. Figuración apareció, entonces, como un concepto relacional –y no sustantivo (cf. Elias 1991: 156 y ss.)–, capaz de dar cuenta de la unidad que, de hecho, me encontraba recortando. Figuración apareció para mencionar aquello que no tenía nombre, que no eran personas, ni mo vimientos, ni barrios. Que no era una relación sino un tejido de relaciones –sin una única dirección, e imposible de ser disecado en niveles de jerarquía. Aquello que no era una sociedad fragmentada, sino interdependiente. En ese tejido, las relaciones de conocimiento interpersonal –en especial, los lazos de parentesco– parecían ocupar un papel específico en los caminos transitados por las personas para obtener y conservar un plan, en las formas de acumular más de un plan, de combinar planes obtenidos por vías diferentes, de conciliar esos planes con otras relaciones, acti vidades y recursos que hacían de las economías domésticas, economías políticas. Además, al permitirme inscribir los planes en otras di mensiones de la vida, esas relaciones colocaron a los mo vimientos piqueteros como una posibilidad que adquiría sentido en relación a otras. También siguiendo el hilo de esas relaciones pude mostrar las tramas a través de las cuales las personas circulan de un lado a otro, desafiando fronteras organizacionales. En ese contexto, la clasificación nativa de estar con los piqueteros me resultó operativa en relación a mi propio punto de vista analítico. Una vez más, vale decir que mi recuperación de esa clasificación no apunta a in validar otra – ser piquetero – que de hecho existe, como a ad vertir sobre la importancia de explicitar el lugar y la situación desde la cual enunciamos. Cabe ad vertir, además, que en relación a esa clasificación dejo en abierto una pregunta del tipo por qué: por qué la gente refiere a su participación en los movimientos en esos términos, por qué se trata de un estar , y de un estar con otros . Tal vez se está precisamente porque se hacen otras cosas. Tal vez los piqueteros son otros porque piquetero puede ser accionado como burla o como agravio: vago, qui- lombero. O tal vez, porque me relacioné con personas que no ocupan altas jerarquías –y como ocurre en toda organización (una empresa, un organismo de gobierno), son las capas dirigentes las que suelen identificarse y asumir la voz del nosotros. Pero estas son todas conjeturas. Lo cierto es que aquí me limité a llamar la atención sobre ese estar con los piqueteros , buscando apuntar 126
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que, más que en identi identidades, dades, la vida de las personas per sonas transcurre transcurre en identi identifi fica ca-ciones –circuns –circunstan tancias, cias, estados– estados– que se des lizan; más que una unidad o una trayec tra yectoria, toria, las personas personas parecen parecen ser una multi multipli plicidad cidad de rela relaciones, ciones, siempre parciales, par ciales, que permiten permiten a alguien alguien decir, sin contra contradic dicción, ción, soy pero peronista nista y estoy con los pique piqueteros; o que per permiten, miten, también sin contradicción, ir a un 1 piquete pi quete y votar al PJ . Y vuelvo a abrir el juego, diciendo diciendo que esos vínculos parciales parciales son perci perci-bidos como distintos, distintos, a veces como discor discordantes. dantes. Los Aguirre habían habían escrito escrito una carta a Chiche , pidiendo pidiendo mate materiales riales para construir construir su rancho. Juan se había pique- - esme es merado rado en la redac redacción, pero había sido Matilde Ma tilde –la que no está con los pique – quien había ido al acto de la can candi didata data justi justicia cialista lista a entre entregarla garla teros directamente en mano. Tal vez este libro haya sido, sim simple plemente, mente, un esfuerzo esfuerzo por sentar un punto de partida, partida, y el supuesto supuesto de que inscribir inscribir a los mo vi mo vimientos mientos pique piqueteros en el mo vi vimiento miento de la vida es embar em barcarse carse en un uni verso verso sinuoso sinuoso y dispar, que se rehúsa a ser estan estancado cado en dilemas dilemas prefa prefabri bricados. cados. Tal vez por eso, este final es un principio.
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Sobre esta perspectiva, cabe men mencionar cionar a Elias (1991: 138 y ss.), quien cri tica la visión dominante mi nante del hombre como “homo clausus”, es decir, como una unidad precons preconstitituida a partir de un mundo inte interior rior propio, que en traría en re rela lación ción con un mundo que se supone exterior terior a él. Elias argu argumenta, menta, en su lugar, que debemos debemos partir de las la s re la laciones, ciones, puesto que los términos términos se constitituyen tuyen a través de d e la rela lación. ción. Strat hern (1988: 13 y ss.; 1992: 82 y ss.) habla de di viduo viduo –por opo oposi sición ción a indi indi viduo– viduo– para sugerir sugerir que las personas personas no son uniunientran tran en dades prima primarias rias que en en rela relación ción con co n un afuera, a fuera, sino parcialilidades dades que se consti constituyen a cada momento, momento, en y por cada cada rela relación. Al romper con el presu presupuesto de in indi división, visión, la noción noción de di viduo viduo permite pensar la mul titipli plicidad de personas que cada uno en encierra, cierra, no en términos de una transfor transforma mación o suce cesión sión a lo largo del tiempo –“historia de vida”–, sino en términos tér minos de simulta taneidad. neidad. Así, una persona es mu muchas, chas, tantas cuantas sean las relaciones que la constituyen.
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Apéndice Apén dice Lista de Siglas Siglas DNI: Docu Documento mento Nacional Nacional de Identidad Identidad JJDH: Plan Jefas y Jefes Je fes de Hogar Deso Desocu cupados pados MTD: Movimiento de Trabajadores Desocupados MTR: Mo vi vimiento miento Teresa Teresa Rodrí Rodríguez. guez. PEC: Plan de Empleo Comu Comuni nitario tario PJ: Partido Partido Justi Justicia cialista lista SUM: Salón de Usos Múltitiples ples UGL: Unidad de Gestión Gestión Local
Prota Pro tago gonistas, nistas, por orden de apari aparición ción ESTELA. Fue a través de ella que conocí conocí Florencio Florencio Varela. Varela. Estela vivía piqueteros teros le habían en el barrio barrio Alsina, con su marido marido y sus cuatro hijos. Los pique ofrecido ofre cido un plan, pero ella no lo había aceptado. JORGE. Marido de Estela, trabajaba en el e l Banco Provincia, vendiendo seguros. Reclamaba contra Pereyra porque “importa villeros de todos lados”; desconfiaba de los piqueteros , y se declaraba “peronista de toda la vida”. NANI. Aquel primer día en Varela, Varela, con Estela tocamos tocamos la puerta de Nani. Nani se irritó cuando yo insinué in sinué que ella tenía algo que ver con los pi- pi- Después dijo que había durado durado “veinte días con los pique pi queteros”, teros”, y se queteros que teros . Después prome metido tido había ido, porque el trabajo trabajo en el taller taller de costura costura que le habían habían pro había quedado quedado en la nada. Nani fue la punta pu nta para llegar al MTR. Calculo que tendría ten dría 60 años. SEBASTIÁN. Durante Durante veinte minutos minutos fue mi ‘infor ‘informante mante de baranda’. baranda’. Sé poco sobre él porque nunca más volví a verlo. Soy piquetero, me dijo aquella vez. cabildo bildo Mayo del MTR, OLGA. Fue una de las primeras primeras en reci recibirme birme en el ca en el que lle vaba más de dos dos años. Fue también también ella la que me in vitó a la la reureunión “por los planes para jóvenes”. Olga había anotado a su hija de 21 años a las becas, pero al ente enterarse rarse de que había que hacer guardias guar dias en el local totomado e ir a una marcha, la borró de la lista. La última úl tima vez que fui a Varela, Varela, Olga era de del ca dele le gada gada del cabildo bildo Mayo Mayo. 129
Apéndice cabildo bildo Mayo. Fue ella quien me llevó ANA. Solía estar mucho en el ca lle vó a reco reco-rrer el lugar y me presentó presentó a otros com pa También ella pañeros ñeros el primer día. También –junto con Olga– fue a la reunión reunión por las becas. Ana rondaba ron daba los 35 años, vivía en Villa Marga Margarita rita con su marido marido –quien también también estaba estaba en el MTR– y sus cinco hijos. Durante Durante el tiempo que estuve estuve en Varela Varela Ana estaba estaba busbuscando trabajo, trabajo, y apro vechó sus va vaca caciones ciones en el mo vi vimiento miento para trabajar trabajar quince días en Mar del Plata, en la casa de una familia familia de Capital Capital que estaba veraneando allí. CLAUDIA. Presidía Presidía la reunión reunión por las becas para los jó venes jó venes que tuvo cabildo bildo de Villa Salcedo, lugar en el ca Salcedo, y fue ella quien orga organizó nizó la toma del local. Claudia tenía 35 años y una hija de 12. Ella no era de Villa Marga Mar garita, rita, sino de General Ge neral Vega. Sin embargo, embargo, solía circular circular por varios varios barrios barrios de Varela, Varela, ya que era una especie especie de diri dirigente gente del MTR. Claudia estaba estaba en el mo vi vimiento miento desde hacía siete años. Cuando entró, traba tra bajaba jaba en un restau restaurante rante en un mumunicipio ni cipio vecino, vecino, y ya tenía un plan “por la muni munici cipa palidad”. lidad”. Yo me acerqué por curio cu riosidad sidad –me dijo Claudia una tarde en el local tomado–, to mado–, y bueno, me fui engan en ganchando. chando. No sabía nada de polí po lítica, tica, no sabía que existía la deso desocu cupapación, nada de eso, para mí no labu la buraba raba el que q ue no quería. Además de las ac ti vi vidades del mo vi vimiento, miento, Claudia hacía changas de limpieza, lim pieza, y todas las mamañanas, a las cinco y media, salía a vender pan con su bicicleta en General Vega. GLORIA. Conocí a Gloria en la reu re unión por las becas. Tenía unos 30 años, dos hijos, vivía en Villa Marga Mar garita, rita, en la casa de su madre, La Polaca, Po laca, una de las mayores mayores refe referentes rentes del pero peronismo nismo en la zona. Además de atender traba ba jaba para para Pereyra manza zanera nera . La la pana panadería dería de La Polaca, Polaca, Gloria tra Pereyra y era man última úl tima vez que fui a Varela Varela se había ido a un pueblo de la pro vincia pro vincia de Buenos Aires, a vivir con unos parientes. JOSÉ LUIS. Tam También bién estaba estaba en la reunión reunión por las becas para jó venes. jó venes. Tenía 50 años, y un quiosco en el ba rrio Villa Salcedo, donde vivía con sus dos hijos adoles adolescentes. centes. Hizo algunas do dona naciones ciones para la toma del local del MTR. Al cabo de una se mana no volví a verlo. ENRIQUE. También También conocí conocí a Enrique en la reunión por las becas. bec as. Enrique decía ser “distinto” “distinto” a la “gente de Mayo” porque para él “cambio social” so cial” no era vivir con 150 pesos. Enrique se había aproxi aproximado mado al MTR cuando, después después de gastar la indemni niza zación ción de su puesto como pizzero, piz zero, se había quedado quedado “sin nada”. Dejé de verlo por el local tomado to mado cuando volvió a conse con seguir guir trabajo, trabajo, en otra pizzería. LETICIA. Estaba en la reunión reunión por las becas, y la vi varias varias otras veces en las reuniones reuniones del local tomado. tomado. Leticia Leticia tenía unos treinta años, siete hijos, y plan de la UGL . Cuando la conocí conocí me dijo estar preocu preocupada pada porque ella y su marido ma rido tenían tenían el plan Jefas y Jefes, con la misma carga . Una vecina vecina le había susu-
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gerido que se anotara con los piqueteros , pero a Leticia eso de andar en la calle no le gustaba. ZOILA. Era vecina y amiga de La Polaca y familia. La conocí en la reunión por las becas, y en otra oportunidad la encontré en el local tomado, y en el SUM. Zoila tenía una panadería en el frente de su casa, donde hacía pan con chicharrón. Solía cuidar a los hijos de Amalia –hija de La Po laca– y de Teresa –nuera de La Polaca. LA POLACA. Era conocida como la fundadora de Villa Margarita, y era asociada al intendente Pereyra. Aunque tuve oportunidad de conocerla en mis últimas visitas a Varela, aquí la dejé aparecer sólo a través de terceros, porque fue de esa forma furtiva y enigmática como ella permaneció durante mucho tiempo. MABEL. Mabel no aparece en una situación específica a lo largo de mi relato. Era la representante de la UGL por la Escuela Nro 10 de Villa Margarita. Llegué a ella a través de Gloria. Nacida en La Plata, Mabel se había mudado a Villa Margarita en la época en que se estaban tomando terrenos. Empezó a “participar en cosas del barrio” al integrar el mo vimiento de padres que se mo vilizó para exigir al gobierno pro vincial la construcción de una escuela en Villa Margarita. Como representante de la UGL, su principal acti vidad había sido, en los últimos dos años, asignar planes Jefas y Jefes, y organizar las contraprestaciones. La gente del MTR no simpatizaba con ella. Mabel me dijo una vez: Yo no estoy en contra de los piqueteros, porque eso sería estar en contra de todo el barrio. Lo único que me da bronca es que los dirigentes jueguen con la necesidad de la gente. VERO AGUIRRE. La conocí a través de la toma del local, donde ocupó un lugar protagónico. Tenía 14 años, iba a la escuela, y tres veces por semana cuidaba a la hija de la vecina de enfrente. Marchaba en el MTR, la úl tima vez que la vi estaba esperando la salida de su plan y era delegada del cabildo de los chicos . JUAN AGUIRRE. Tenía 50 años, hacía veinte que vivía en Varela. Lo conocí el día de la toma del local. Juan había estado haciendo changas con su carrito, y llegó al caer la tarde, para hacer la instalación de electricidad. Juan trabajó como obrero de la construcción, recibió plan de la UGL , y desde hacía más de dos años recibía plan del MTR . Durante muchos años trabajó para el PJ. Cuando lo conocí reclamaba contra Pereyra y contra La Polaca. RULO. Caminé mucho con Rulo, cuando él me lle vaba a alguna reunión del MTR, o a conocer los cabildos , o, los primeros días, al local tomado. Verborrágico, Rulo solía contar sus andanzas en política –cuando traba jaba para el PJ y para el Sindicato de empleados municipales. Cuando lo conocí se desempeñaba como se guridad en el cabildo Mayo, y además hacía changas de pintura y albañilería. La última vez que fui a Varela se había ido del MTR, y estaba en otra organización piquetera. 131
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MIRTA. Las primeras semanas que pasé en Varela, Mirta estuvo avocada al cuidado del local tomado. Como Rulo, Mirta también estaba en se guridad del MTR; llevaba dos años y medio en el movimiento, tenía 41 años, y vivía en Villa Margarita con sus seis hijos. Mirta tenía plan, y los tres más grandes “marchaban por la caja”. TERESA. Conocí a Teresa en la puerta de la casa de Gloria, su cuñada. Teresa era la mujer del hijo menor de La Polaca, tenía 24 años y vivía en el Asentamiento 7 de No viembre. Trabajaba en el SUM como secretaria del médico –empleo que había conseguido a través de Gloria, quien a su vez lo había conseguido a través de La Polaca. Fue en esas tardes en el SUM, acompañando su trabajo, como se estableció mi relación con ella. AMALIA. Como con Teresa, mis encuentros con Amalia fueron principalmente en el SUM, en el horario de funcionamiento del Seguro Público de Salud, donde ella y sus hijos se atendían –con el carnet de Gloria, hermana de Amalia. Amalia estaba con los piqueteros. La última vez que la vi había vuelto a trabajar en la panadería de su madre, porque a su marido Cachito le habían suspendido su plan de la UGL . CACHITO. También lo conocí en el Seguro Pú blico de Salud, por donde pasaba cuando terminaba las changas en la cer vecería Quilmes . Como Amalia, Cachito rondaría los treinta años. CINTHIA y NAHUEL. Dos de los hijos de Amalia y Cachito; solían estar en el SUM acompañando a su mamá. KEVIN. Hijo de Teresa. Tenía 3 años, y solía acompañar a su madre al Seguro Público. Teresa quería mandarlo al jardín, pero dudaba porque tenía miedo de que le exigieran cortale el pelo –Kevin tenía el pelo largo hasta los hombros. DIEGO. Marido de Teresa, tenía 25 años, hacía changas de electricidad, albañilería y también como repartidor en la cer vecería Quilmes . Lo vi varias veces en el SUM. Diego se había anotado con los piqueteros junto con su hermana Amalia. En aquel entonces, no estaba marchando, y tenía las faltas justificadas por las changas. IRALA. Estaba siempre en el cabildo Mayo, donde vivía con su mujer, que también estaba en el mo vimiento. Irala no era dele gado, pero en la práctica era quien se encargaba de todas las tareas de administración . Controlaba asistencia, llenaba las planillas, transmitía los comunicados, elaboraba las listas de las cajas. Irala tenía 39 años, y cinco hijos. Había trabajado en una fábrica de plásticos en Avellaneda, doble turno, por 700 pesos. Cuando la fábrica entró en quiebra, él se quedó sin trabajo. Durante casi un año cobró un fondo de despido: Así que estuve todo ese tiempo vagueando, digamos. Hacía algunas changas, pero nada más. En el 2001 la cosa se puso jodida, y un amigo me dijo que los piqueteros estaban dando planes. Yo pensé que 132
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con ir a una marcha tenía un plan y una caja, dijo Irala riéndose de sí mismo. Pero nada es tan fácil, agregó. SANDRA AGUIRRE. Junto con Vero, Sandra participaba de la comisión de chicos a cargo del local tomado. Tenía 13 años y estaba en el último de la escuela primaria. Alguna vez me dijo que no entendía para qué sus hermanos más chicos habían ido al jardín, si ella y Vero, las únicas que no habían ido, eran también las únicas que nunca habían repetido de grado. La última vez que fui a Varela Sandra estaba marchando en el MTR, y lle vaba la caja de mercadería que le correspondía a lo de su abuela Josefina, con quien entonces estaba viviendo. MATILDE AGUIRRE. Estaba preparando el almuerzo el primer día de la toma del local. Matilde tenía plan de la UGL , y como contraprestación hacía un curso de manualidades en el SUM, a media cuadra de su casa en Villa Margarita. Sólo cuando a su marido le salió el plan del MTR, ella empezó a “respetar un poco a esos piqueteros”. Matilde tenía 49 años y diez hijos. JOSEFINA. En el libro sólo aparece mencionada. Josefina era la madre de Matilde, tenía 75 años. Nacida en Bolivia, había migrado para Jujuy, Argentina. Allí se casó y tuvo a sus tres hijos. La familia se trasladó a Capital, y de allí a Florencio Varela. Cuando la conocí, Josefina cobraba la pensión de su marido, quien tenía aportes jubilatorios por su trabajo en un frigorífico de Villa Margarita. Vivía en el barrio Las Canillas, con dos hijos del primer matrimonio de Matilde. En el último tiempo, Josefina se había enfermado y entonces Sandra –hija de Matilde y Juan– se había mudado con ella para cuidarla. ADRIÁN. Sus hermanos contaban entusiasmados que Adrián vivía en Capital. Era el menor de los tres hijos del primer ma trimonio de Matilde. Según Matilde y Josefina, Adrián siempre “dio mucho trabajo”, y “estuvo en mala junta”. MAXI AGUIRRE. Seleccionaba los cartones y botellas que Juan traía con su carrito. Tenía 11 años, y también estaba marchando en el MTR. MIGUEL AGUIRRE. Tenía 10 años, y siempre se escapaba de la casa. Repitió algunas veces de grado, decía que no le gustaba ir a la escuela. Adoraba ir al local tomado. JIMENA AGUIRRE. Estaba en segundo grado –Pero tendría que estar en cuarto, me dijo una vez. En el verano Jimena iba a las acti vidades recreativas de la Escuela 10. Me pidió que le enseñara matemática, y en época de clases me pedía que le hiciera la tarea de la escuela. GABI AGUIRRE. Había hecho el jardín –uno que queda en Las Canillas–, y estaba por empezar la escuela. Junto con Jimena y Miguel, solía acompañarnos a Vero y a mí al local tomado. 133
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FERNANDITO AGUIRRE. Tenía 3 años y se rehusaba a ir al jardín. Cuando lo vestían para llevarlo, él empezaba a llorar a los gritos. Le gustaba jugar en su casa, cargando un tren que Juan le había armado con cajones de verdulería. Adoraba su bicicleta, una que no tenía rueditas, y que acostumbraba estar subida al techo. Juan sólo la bajaba como recompensa, los días en que su hijo menor se dignaba a ir a la escuela. SARA. Hermana mayor de Matilde. Pasé varias tardes con ella compartiendo charlas, mates y los bizcochitos de su panadería. Sara había traba jado en política y había sido manzanera . Cuando la conocí era evangelizadora de la Iglesia Uni versal del Reino de Dios. MARÍA. Hija de Sara, sólo aparece mencionada. María tenía 24 años, y tres hijos. Vivía en un municipio vecino –de donde era la familia de su marido– y había vuelto a Florencio Varela al saber que estaban tomando terrenos en el Asentamiento 7 de no viembre. María se había anotado en el MTR, y había estado marchando algún tiempo. Los piqueteros me defraudaron, me prometieron que el plan me iba a salir, y después de meses, cuando me salió, un mes solo me duró, cobré un mes y no volví a cobrar más, me dijo una vez. La última vez que fui a Varela, María estaba esperando la salida de su plan, anotada en las listas de una candidata del PJ, para quien estaba traba jando en un comedor del Asentamiento. RUBÉN. Hijo de Sara. Junto con su cuñado –marido de María–, Rubén hacía changas en una empresa organizadora de eventos en Capital. Le había hecho el favor a su prima Vero –hija de Matilde–, y figuraba oficialmente como beneficiario del plan que ella estaba esperando a través del MTR. ESTEBAN. Junto a Vero, formó parte de la comisión del Pro yecto Joven . Esteban tenía 17 años, y estaba en el MTR. Se había alejado del mo vimiento al caer preso en una represión en La Plata; cuando yo llegué a Varela se había reaproximado, al saber sobre las becas. MARI. Junto a Mirta y a los Aguirre, Mari trabajó en la toma del local noche y día. Vivía con sus seis hijos en Villa Margarita. Su hija mayor, de 17 años, y su mamá, también recibían plan del MTR. A Mari le encantaba su trabajo en la fábrica de costura del cabildo Mayo, que entre enero y febrero estaba cerrada. ROBERTO. Era parte del grupo de adultos avocados a la toma del local. Roberto tuvo una participación mucho más importante de la que le cupo en mi relato. Calculo que tendría 55 años. Hacía tres que estaba en el MTR. ROXANA. La mujer de voz estridente que desató una crisis en una de las reuniones del local tomado, al preguntar quién estaba a cargo de los chicos. Roxana no era del mo vimiento, tenía plan, y veinticuatro chicos de la calle a su cuidado. Ofreció dar un curso de manualidades para el Pro yecto Joven , y dejó claro que ella a los piquetes no iría. 134
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MILAGROS. Hija de Sara, con 17 años, estaba terminando el secundario. Trabajaba en la panadería de su mamá. Se había anotado a las becas porque su prima Vero le había avisado sobre los cursos de computación. Más tarde, al enterarse que tenía que marchar , de sistió. Ni ella ni Sara querían saber nada con las marchas .
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Julieta Quirós
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