Poesías
(Henri Michaux) Selección de poesías de sus diferentes libros, a cargo de Enrique Eskenazi
MUERTE DE UN PÁJARO
Tenía un color magnífico; era un Carpintero, Le descargué mis perdigones, Pareció titubear, luego cayó sobre un a ancha hoja de palmera. Lo tomé en mi mano. Era así: oro, negro, rojo. Lo palpé, le desplegué las alas, lo examiné minuciosa y largamente: Estaba intacto. Debió morir de una conmoción súbita
HE
NACIDO AGUJEREADO
Sopla un viento tr emendo, No es sino un pequeño agujero en mi pecho, pero sopla en él un viento tremendo. Pueblecito de Quito, tú no eres para mí. Yo necesito odio, y envidia; ésta es mi salud. Es una gran ciudad la que neces ito. Un gran consumo de envidia. No es sino un pequeño agujero en mi pecho, pero sopla en él un viento tremendo, En el agujero hay odio (siempre), espanto también e impotencia. Hay impotencia y el viento está cargado de ella; fuerte como los torbellinos, rompería una aguja de acero, y no es más que un viento sin embargo, un vacío. ¡Caiga la maldición sobre toda la tierra, sobre toda la civilización, sobre todos los seres en la superficie de todos los planetas, a causa de este vacío! Un señor crítico ha dicho que yo no alimentaba odio. Este vacío, he ahí mi respuesta. ¡Qué mal se está, ay, en mi pellejo! Siento la necesidad de llorar s obre el pan de lujo de la domin ación y del amor,
sobre el pan de gloria que está afuera. Siento la necesidad de mirar por el cuadro de la ventana, que está vacío como yo, que no se alimenta de nada, Dije llorar; no, es un barr eno a frío, que barrena, barrena incansablemente, como sobre una viga de hay a en la que 200 generaciones de g usanos se hubiesen legado esta herencia; "barrena, barrena..." Esto ocurre a la izquierda, no digo que sea el corazón, Digo agujero, y no digo más, es rabia y contra ella no puedo, Tengo siete u ocho sentidos. Uno de ellos: el sentido de lo que falta. Lo toco y lo palpo p alpo como se palpa una madera, una madera que sería más bien una gran selva de esas que ya no se ven en Europa desde hace mucho. Y esto es mi vida, mi vida en medio del vacío. Si este vacío desaparece, yo me busco, enloquezco y eso es todavía peor. Yo me he construido sobre s obre una columna ausente. ¿Qué habría dicho el Cristo si hubiese estado hecho de este modo? Hay algunas de estas enfermedades que, si se las cura, no le dejan nada al hombre. Muere pronto, era demasiado tarde. ¿Puede acaso una mujer contentarse solamente con odio? Si es así, amadme, amadme mucho y no dejéis de decírmelo, y que alguna de vosotras me escriba. ¿Pero qué significa este ínfimo ser? Casi no lo había advertido, Ni dos nalgas ni un gran corazón pueden llenar mi vacío, Ni ojos llenos de Inglaterra y de ensueños, como suele decirse. Ni una voz cantante que dijese completivo y calor. Los estremecimientos encuentran en mí un frío siempre alerta. Mi vacío es un gran glotón, gran moledor, gran aniquilador. Mi vacío es algodón y s ilencio, Silencio que todo lo detiene. Un silencio de estrellas, Y aunque ese agujero es profundo carece t otalmente de forma. Las palabras no lo encuentran, chapotean a su alrededor,
Siempre he admirado a esos que por creerse revolucionarios se consideraban hermanos. Hablaban los unos de los otros con emoción; chorreaban como sopa. Eso no es odio, amigos míos, eso es gelatina. El odio es siempre duro, hiere a los demás, pero también desgarra al hombre en su interior, continuamente. Es el reverso del odio, Y no hay nada que hacer. No hay nada que hacer.
MIS OCUPACIONES
Raras veces puedo ver a alguien sin abofetearlo, Otros prefieren el monólogo interior. Yo, no. Más me gusta abofetear. Hay gentes que se sientan frente a mí en el restaurante y no dicen nada; están allí un buen rato porque han decidido comer. Ahí tenéis a uno. Yo me lo atraco, toc. Me lo reatraco, toc. Lo cuelgo en la percha. Lo descuelgo. Vuelvo a colgarlo, Lo redescuelgo. Lo pongo sobre la mesa, lo apilo y lo ahogo. Lo ensucio, lo inundo. Y vuelve a vivir. Entonces lo enjuago, lo estiro (comienzo a enervarme, hay que terminar con él), lo comprimo, lo aprieto, lo resumo, lo introduzco en mi vaso, arrojo ostensiblemente el contenido por el suelo y le digo al camarero: "Tráigame un vaso más limpio". Pero me siento mal; arreglo al punto la cuenta y me voy.
LA SIMPLICIDAD
Lo que ha faltado sobre todo hasta el presente a mi vida, ha sido simplicidad. Poco a poco comienzo cambiar. Ahora, por ejemplo, siempre que salgo, llevo mi cama conmigo, y cuando una mujer me agrada, la tomo y me acuesto con ella al instante.
Si sus orejas o su nariz son feas y grandes, se las quito juntamente con la ropa y las pongo debajo de la cama. Allí las l as encontrará ella al partir. S ólo guardo lo que me agrada. Si su ropa interior ganara al ser cambiada, la cambio en seguida. Ese será mi regalo. Si entretanto veo a otra mujer más agradable que pasa, me excuso ante la primera y la hago desaparecer inmediatamente. Personas que me conocen sostienen que no soy capaz de hacer eso que digo; que no tengo suficiente temperamento para ello. Yo también lo creía así, pero era porque no hacía todo como se me antojaba.
Ahora, paso siempre muy lindas tardes. (Por la mañana trabajo.)
PERSECUCIÓN
Antes, mis enemigos tenían todavía cierto espesor, pero ahora se vuelven huidizos. R ecibo un codazo (todo el santo día ando a los tumbos). Son ellos. Pero se eclipsan como por encanto. Desde hace tres meses sufro una derrota continua; enemigos sin rostro; raigambre, verdadera raigambre de enemigos. Después de todo, ya dominaron mi infancia. Pero... yo me había imaginado que ahora estaría un poco más sosegado.
LA PEREZA
El alma adora nadar. Para nadar es preciso extenderse sobre el vientre. El alma se disloca y huye. Huye nadando. (Si vuestra alma huye cuando os encontráis de pie, o sentados, o con las rodillas o los codos doblados, para cada posición corporal diferente el alma partirá con un modo de andar y una forma también diferentes; esto lo estableceré más tarde). Se habla a menudo de volar. No es eso. Lo que hace el alma es nadar. Nada como las serpientes y las anguilas; nunca de otro modo. Numerosas personas tienen así un alma que adora nadar. Se las denomina vulgarmente perezosas. Cuando el alma a través del vientre abandona el cuerpo para nadar, se produce una liberación tal de no sé qué; es como un abandono, como un goce, como una relajación tan íntima... El alma va a nadar en la caja de la escalera o en la calle, según la timidez o la audacia del hombre, pues siempre guarda un hilo entre ella y él, y si este hilo se rompiese (es a menudo muy delgado aunque se precisaría una fuerza espantosa para romperlo) sería terrible para ambos (tanto para ella como par a él). Cuando se encuentra pues el alma nadando a lo lejos, gracias a este simple hilo que liga al hombre con el alma, se derraman volúmenes y volúmenes de una especie de materia espiritual, como el barro, como el mercurio o como el gas -goce sin fin.
Por eso el perezoso vuélvese cerril. No cambiará nunca. Por eso es también que la pereza es la madre de todos los vicios. ¿Hay acaso algo más egoísta que la pereza? La pereza tiene también fundamentos que el orgullo no posee. Pero siempre la gente se encarniza con los perezosos. Cuando están recostados los golpean, les echan agua fría sobre la cabeza; no les queda otra cosa que apresurarse a hacer regresar su alma. Os miran entonces con esa mirada de odio tan conocida y que observamos particularmente en los niños..
MALDITO
Dentro de seis o más meses, o tal vez mañana, estaré ciego. Es mi triste, mi triste vida que continúa. Los que me engendraron lo pagarán, decíame antaño. Pero hasta hoy no han pagado nada todavía. Yo, sin embargo... es preciso que entregue ahora mis ojos. Su pérdida definitiva me liberará de sufrimientos atroces. Es todo cuanto puede decirse. decirse. Una mañana mis pupilas estarán llenas de pus. Sólo habrá tiempo de intentar inútilmente algunas pruebas con el terrible nitrato de plata, y se acabará con ellos. Hace nueve años que mi m adre me decía: "Preferiría qu e no hubieras nacido".
SANTO
Merodeando por mi cuerpo maldito llegué a una zona donde las partes verdaderamente mías volvíanse raras y donde, para vivir, era preciso ser santo. Y yo, que en otros tiempos había aspirado sin embargo a tal suerte, ahora que la enfermedad me acorralaba, debatíame y me debato todavía. Es evidente que de este modo no podré vivir. Tener una posibilidad de ser santo, ¡vaya!, pero eso de estar aculado a ella, ¡se me hace insoportable!
EN VERDAD
En verdad, cuando digo: "Grande y fuerte. "así va el muerto. "¿Cuál es el vivo "que haría otro tanto?". el muerto soy yo. En verdad, cuando digo: "No comprometáis a vuestros padres en vuestros asuntos,
"no hay cabida allí para ellos, "y la mujer que dio a luz ha llegado al extremo de sus fuerzas, "no hay que exigirle más, "no hagáis tanta historia, la desdicha es lo más natural", en verdad, la mujer no soy yo. Yo soy el buen camino que no hace volver a nadie hacia atrás, Yo soy el buen puñal que hiende c uanto atraviesa. Yo soy el que... Los otros son lo que no...
YO
SO Y GONG
En el canto de mi c ólera hay un huevo, y en ese huevo está mi madre, mi padre y mis hijos, y en ese todo hay gozo y tristeza mezclados, y también hay vida. Grávidas tempestades que me socorristeis, hermoso sol que me contrarrestaste, hay odio en mí, fuerte odio y de muy antigua data, en cuanto a belleza, veremos más tarde. No me he endurecido en verdad más que por laminillas; ¡si se supiera cuán meduloso m eduloso he permanecido en el fondo! Soy gong y algodón en rama y c anto nevado, lo digo yo, y estoy seguro.
MI DIOS
Había una vez un ratón y a tal punto debieron maltratarlo; m altratarlo; seré más explícito, era un carnero y a tal punto debieron aplast arlo, pero era, lo juro, un elefante y que, por otra parte, se me comprenda bien, uno de esos inmensos rebaños de elefantes del África que nuca están bastante cebados, y bien, pues, a tal punto lo habían aplastado, y los ratones lo seguían, y luego los carneros
y a tal punto aplastados, y también había la canalla y a tal punto aplastada y no sólo la canalla no solamente aplastada... no solamente reconcentrada.. ¡Oh peso! ¡Oh aniquilamiento! ¡Oh cáscara de Seres! ¡Rostro impecablemente rapaz de la destrucción! Jabón perfecto, Dios a quien llamamos a grandes gritos, Te espera este mundo aisladamente r edondo, Te espera. ¡Oh aplastamiento! ¡Oh Dios perfecto!
PISOTEADO
Cuando lo hubieron pisoteado durante diez años; "Después de todo, dijeron, tenía algunas cualidades, A partir de hoy, se prohibe a todos pisotearlo" Se fue levantando poco a poc o, porque tenía realmente cualidades. Pero un domingo, como al pueblo le gusta mucho la juerga, se le permitió que lo pisoteara una vez más. Y fue en tal forma aplastado ese solo domingo, o talvez ya había perdido esa costumbre, que se sintió más miserable que nunca. "Después de todo, dijeron, no tenía tantas cualidades"
CAÍDA
Dio un paso en falso y cayó de pronto en el siglo XIII. ¡Ay!, ¿cómo sacarlo de allí? No atornillábamos, nos desatornillábamos, nos r eatornillábamos; no encontrábamos nada. "Sangre fría, gritaba Jorge, sin lo cual está perdido".
PRECAUCIONES
Es bueno observar, cuando abrimos la ventana, si hay algún avión en las inmediaciones, porque una vez que han entrado, resulta difícil deshacerse de ellos.
Los interrogáis y os contestan: "Piernas fracturadas", y son infinitos cuidaos por todas partes los que hay que tomar, y como ahora se vive en la estrechez, si es preciso todavía hacer abandono de una pieza, la cosa se transforma en una verdadera desesperación.
OTROS CAMBIOS AÚN
A fuerza de sufrir, perdí los límites de mi cuerpo y me desmesuré irresistiblemente. Fui todas las cosas; sobre todo hormigas, interminabemente una detrás de otra, hormigas laboriosas y sin embargo titubeantes. Aquello era un movimiento loco. Yo debía prestar mucha atención. De pronto advertí que no solamente era las hormigas sino también su camino. Por cuanto de tan desmenuzable y polvoroso que éste era, se puso duro y mi sufrimiento se volvía atroz. Yo esperaba que explotase en cualquier momento y que se proyectase en el espacio. Pero resistió. Me proponía descansar de cualquier modo sobre otra parte mía, más suave. Esa parte era una selva y el viento la agitaba dulcemente. Pero vino un tempestad y las raíces, a fin de resistir al creciente vendaval, me taladraban. Eso no era nada, pero me forzaron t an profundamente, que era peor que la muerte. Un desmoronamiento repentino del terreno hizo que una playa entrase en mí. Era una playa de guijarros. Estos se pusieron de pronto a rumiar en mi interior y a clamar por el mar, por el mar. Mucha veces me transformé en boa y aunque esto resultara muy incómodo por cuanto había que estirarse, me aprestaba a dormir o bien me mudaba en bisonte y me preparaba para pacer, cuando al punto un tifón se me desencadenaba en un hombro y las embarcaciones eran proyectadas en el espacio, los barcos de vapor preguntábanse si llegarían a puerto; s ólo se escuchaba S.O.S. Lamentaba no ser más boa o bisonte cuando poco tiempo después fue preciso que me achicase hasta el punto de caber en un platillo. Los cambios eran siempre bruscos, había que rehacerlo siempre todo y eso no valía la pena porque no duraría más que algunos instantes. Era preciso adaptarse sin embargo a esos cambios siempre bruscos. No cuesta tanto pasar de romboedro a pirámide truncada, pero duele pasar de pirámide truncada a ballena; es preciso saber nadar en seguida, saber respirar y luego, el agua es fría y luego, hay que enfrentarse con los arponeros aunque yo, en cuanto veía un hombre, huía. Pero ocurría que súbitamente era tr astrocado en arponero. Entonces debía recorrer una ruta más extensa. Lograba finalmente alcanzar a la ballena, le lanzaba con energía un arpón desde la proa, un arpón bien aguzado y sólido (después de haber hecho amarrar, claro está, y verificar el cable). El arpón partía, entraba profundamente en la carne causando una herida enorme. Era entonces cuando me daba cuenta de que yo era la ballena y esto me proporcionaba una nueva ocasión para padecer, a mí, que no puedo todavía acomodarme al sufrimiento. Después de una carrera carrera loca perdía de pronto la vida, vida, pero me trocaba al mismo tiempo en barco y cuando yo era e barco, pueden ustedes creerme, hacía agua por todas partes. Y cuando todo ya andaba de mal en peor, entonces, y esto era seguro, me volvía capitán, trataba trataba de adoptar serenidad de ánimo, pero estaba en verdad verdad desesperado, y si alguien a pesar de todo, lograba salvarnos, entonces me mudaba en cable, y el cable se rompía, y si una lancha
saltaba en pedazos, ocurría que justamente yo era todas las planchas, y me hundía, y trasmutado en equinodermo, esa mutación sólo duraba un segundo, por cuanto, desamparado en medio de los enemigos de quienes no tenía siquiera noticia, éstos me echaban mano en seguida, me comían vivo con esos ojos blancos y feroces que sólo se encuentran bajo el agua, bajo el agua salada del océano que aviva todas las llagas. ¿Quién me dejaría tranquilo, ay, por algún tiempo? Pero no, si no me muevo, me pudro en el lugar, y si me muevo, es para colocarme bajo los azotes de mis enemigos. No me atrevo entonces a hacer ningún movimiento. Me disloco inmediatamente para formar parte de un conjunto barroco viciado por un equilibrio que se pone en evidencia d emasiado pronto y en forma f orma demasiado clara. Si me trocase siempre en animal, concluiría en rigor por acomodarme, puesto que el comportamiento de los animales, tanto como el principio de acción y de reacción de los mismos, son siempre iguales, pero ocurre que soy todavía otras cosas, y si fuese solamente cosas, eso marcharía, pero soy conjuntos de cosas ficticias, e incluso lo impalpable. ¡Qué broma cuando me transformo en rayo! Tengo que andar a los apurones entonces, yo que me arrastro siempre y que nunca me decido a tomar una determinación. ¡Ah, si pudiese morirme de una buena vez! Pero no, siempre se me juzga bueno para una vida nueva y, no obstante, no hago más que meter la pata en ella y conducirla a la perdición. Pero tampoco esto resulta un obstáculo porque me entregan al punto otra vida en la que mi prodigios incapacidad habrá de manifestarse nuevamente con evidencia. Sucede también que renazco a veces con cólera... "¿Eh? ¿Qué se pretende hacer romper en dos pedazos aquí? ¡Fárrago de Taciturnos! ¡Rateros! ¡Atracadores! ¡Porquerías! ¡Macacos! ¡Cuclillos! ¡Soy yo el que está en vuestro nido! ¡Y os digo m.....! ¡Cobardes! ¡Cobardes!" Pero cuando ocurre que estoy en estado de comprender, nadie me ve, y poco después habrán de transformarme en un ser sin fuerzas. Y así siempre, y sin tregua. ¡Hay tantos animales, tantas plantas, tantos minerales! y lo he sido ya todo y tantas veces... Pero las experiencias no me sirven para nada. Volviéndome por la trigésima segunda vez clorhidrato de amonio, tengo todavía la tendencia de comportarme como un arsénico, y mudado en perro, mis maneras de pájaro nocturno lo desgarran todo. Raramente veo alguna cosa sin experimentar ese sentimiento tan especial... Ah, sí, yo he sido ESO... no lo recuerdo exactamente, pero lo siento. Esta es la razón por la cual me agradan tanto las Enciclopedias Ilustradas. Las hojeo y experimento muchas veces vivas satisfacciones porque veo en ellas las foto0grafías de muchos seres que no he sido aún. Eso me tranquiliza, es delicioso y me digo: "¡También hubiera podido ser esto y esto otro y se me ha dispensado de serlo!" serlo!" Lanzo entonces un suspiro de alivio. alivio. ¡Oh, el reposo!
EL LAGO
Por mucho que se aproximen al lago, los hombres no se volverán por eso ranas o lucios.
Construyen sus viviendas a su alrededor, se meten en el agua constantemente, se vuelven nudistas... No importa. El agua traidora e irrespirable para el hombre, fiel y nutricia para los peces, continuará tratando a los hombres como hombres y a los peces como peces. Y hasta el presente ningún deportista ha podido vanagloriarse de haber sido tratado de un modo diferente.
MI PORVENIR
Acabaré de una vez por alcanzar un país de sonrisas. Una brisa formada de caricias ya me lleva hacia él. Se me invita, está ahí, me aguardan, se sabe que llego. Porvenir, puesto que debes, puesto que vas a invadirme, lleguemos a tiempo, escucha, más de prisa, acércate, atráeme, porvenir, puesto que debes, puesto que vienes...
HACIA
LA SERENIDAD
Aquel que no acepte este mundo no construirá en él casa alguna. Si siente frío, lo siente sin t ener frío. Tiene calor sin calor. Si tala álamos blancos, es como si no talase nada; pero los álamos blancos están ahí, por el suelo, y él recibe el estipendio convenido, o bien sólo recibe golpes. Recibe los golpes como un donativo sin significado, y parte sin asombrarse. Bebe el agua sin tener sed, se hunde en una roca sin el menos malestar. Con la pierna fracturada, bajo un camión, conserva su aire habitual y sueña en la paz, en la paz, en la paz tan difícil de obtener, tan difícil de conservar, en la paz... Sin haber salid nunca, el mundo le es familiar. Conoce bien el mar. El mar está constantemente debajo de él, un mar sin agua, pero no sin olas, pero no sin extensión. Conoce bien los ríos. Los ríos lo vadean constantemente, sin agua pero no sin languidez, pero no s in torrentes repentinos. Huracanes sin viento lo acometen con furor. La inmovilidad de la Tierra es también la suya. Carreteras, vehículos, rebaños infinitos lo recorren y un enorme árbol sin celulosa, pero muy arraigado, madura en él un frut o amargo, amargo muchas veces, raramente dulce. Así apartado, siempre solo en cualquier cita, sin retener jamás una mano entre sus manos, su eña, con el anzuelo en el corazón, en la paz, en la condenada paz lancinante, la suya, y en la paz que se dice que está por encima de esa paz.
LA MARCHA SOBRE LAS DOS ORILLAS
Caminar sobre las dos orillas de u n río es un penoso ejercicio.
Con frecuencia vemos así a un hombre (estudiante de magia) que remonta un río, caminando sobre una y otra orilla a la vez; de tan preocupado que está, no nos ve. Porque lo que realiza es delicado y no tolera distracción alguna. ¡Pero qué solo podría encontrarse de repente sobre una sola orilla, y qué vergüenza para él, entonces!
TRAJE PARA PRONUNCIAR LA LETRA "R"
Los Magos han concebido un traje para pronunciar la letra "R". Tienen también otro para pronunciar la letra " V sstts". tts". Con las demás letras es fácil arreglárselas, salvo sin embargo con la letra "Khng". Pero ocurre que el precio de estos tres trajes es considerable. Muchas son las gentes que, careciendo de medios para proporcionárselos, sólo logran farfullar cuando deben pronunciar esas letras; también esto sucede cuando son muy dotadas en magia.
LOS 22 PLIEGUES DE LA VIDA
HUMANA
El hijo, el hijo del jefe, el hijo del enfermo, el hijo del labriego, el hijo del necio, el hijo del Mago, nacen con veintidós pliegues. La cuestión es desplegarlos. La vida del hombre entonces se completa. Bajo esa forma muere. No le resta pliegue alguno por desplegar. Raramente muere el hombre conservando algunos p liegues sin desplegar. Ha ocurrido sin embargo. Paralelamente a esta operación el hombre forma su carozo. Las razas inferiores, como la raza blanca, ven más el carozo que el despliegue. El Mago ve más bien el despliegue. Sólo el despliegue es importante. Lo demás no es sino epifenómeno.
LOS CÓN YUGES MALAVENIDOS
Los cónyuges malavenidos constituyen un peligro mágico, y se ha visto todas las habitaciones de un pueblo caer hechas polvo, consumidas por la violencia de los sentimientos hostiles de un marido hacia su mujer, sentimientos que trató quizá él mismo de disimular hasta entonces, cuando, en el momento en que el pueblo desmoronábase en polvo, debió rendirse a la evidencia.
EXTRAER EL "PS HI" DE UNA MUJER
El Mago Ani pretende poder extraer el pshi... de la mujer que ansía (el pshi no es el doble) y atraerlo hacia sí. Es posible abstenerse del pshi durante algún tiempo; la mujer no repara desde luego en esa privación. El Mago entonces acaricia el pshi y poco a poco y aunque no sintiendo más que cosas vagas, la mujer se aproxima al lugar donde se encuentra su pshi. Y cuando más adelanta, mejor se siente, hasta que coincide, sin saberlo, con él. En tal circunstancia, el amor del hombre h a penetrado ya en ella.
EMPUÑAR EL PAISAJE
Los Magos sostienen que, en la mayoría de las gentes que observan un paisaje, se forma una cápsula. Esa cápsula no es tan pequeña como se cree y constituye el médium entre el paisaje y el contemplador. Si el contemplador pudiese arrancar esa cápsula y llevársela consigo volveríase inconmensurablemente dichoso, conquistaría el paraíso en la tierra. Pero para ello es preciso una delicadeza extrema, una fuerza prodigiosa y saber lo que se hace. Es como arrancar de un golpe un árbol con todas sus raíces. Los espíritus malignos que utilizan por doquier medios nemotécnicos, representaciones gráficas, comparaciones, análisis y brutalidades sobre la materia observada, no solamente ignoran a qué me estoy refiriendo, sino que no pueden darse cuenta de la sencillez maravillosa y casi infantil de esa operación que os conduce con simplicidad al umbral del éxtasis.
LOS MILES DE DIOSES
Lo increíble, lo deseado desesperadamente, desde la infancia, lo aparentemente excluido que pensé que nunca volvería a ver, lo inaudito, lo inaccesible, lo demasiado bello, lo sublime prohibido para mí, ha llegado. HE VISTO A LOS MILES DE DIOSES. He recibido el regalo portentoso. Se me han aparecido a mí, que no tengo fe (sin conocer la fe que tal vez pueda tener). Estaban ahí, presentes, más presentes que cualquier cosa que yo haya mirado jamás. Y era imposible y yo lo sabía, y sin embargo. Sin embargo, estaban ahí, colocados por centenares, unos junto a otros (pero les seguían mil más, apenas perceptibles y muchos más de mil, una infinidad). Esas personas tranquilas, nobles, suspendidas en el aire por una levitación que parecía natural, estaban ahí, ligerísimamente móviles, o más bien animándose sobre la marcha. Ellas, esas personas divinas y yo, solos en presencia. En algo así como el reconocimiento, yo les pertenecía. Pero, bueno -me objetarán- que se creía usted? Respondo: ¿Qué iba a creer SI ESTABAN AHÍ? ¿Por qué me iba a poner a discutir si me encontraba satisfecho? No estaban a una gran altura, pero era suficiente para, dejándose ver, guardar las distancias, para ser respetados por el testigo de su gloria que reconoce su superioridad incomparable. Eran naturales, como es natural el sol en el cielo. Yo no me movía. No tenía que inclinarme. Estaban colocados suficientemente por encima de mí. Era real y era como cosa convenida entre nosotros, en virtud de una alianza previa. Yo estaba colmado por ellos. Había dejado de estar mal colmado. Todo era perfecto. Ya no había ni que reflexionar, ni que sopesar, ni que criticar Ya no había nada que comparar. Mi horizontal era ahora una vertical. Yo existía en altura. No había vivido en vano. La diferencia con todos los acontecimientos anteriores era mi total y feliz consentimiento. No prestaba atención a otra cosa. Me entregaba con la misma intensidad con la que veía. En ese don estaba mi alegría...
P oesías oesías
tomadas de El que fui (1927), fui (1927), Ecuador Ecuador (1929), (1929), Mis propiedades (1929), La noche se agita (1934), En el
país de la magia (1941)