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¿Qué es mundanalidad?
¿Qué es mundanalidad? Por Les Thompson
Necesitamos un nuevo esquema mental Por Daniel Thompson (Traducción por Raúl Lavinz)
¿Qué es mundanalidad? , © 2010 por el Rev. Leslie J. Thompson, Ph.D. y Rev. Daniel Thompson, D.Min. y publicado por LOGOI, Inc., Miami, Florida, 33186.
Esta publicación se podrá copiar libremente siempre y cuando se le otorgue el crédito a Ministerios LOGOI y los autores, Rev. Les Thompson, Ph.D. y Daniel Thompson, D.Min. Edición: Luis Nahúm Saez y Angie Torres Moure Traducción: Raúl Lavinz y Luis Nahúm Sáez Portada: Meredith Bozek LOGOI, Inc. 14540 SW 136 Street Suite 200 Miami, Florida 33186 USA Visítenos en: www.logoi.org
Introducción
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s fascinante reconocer que la Biblia, tal como fue escrita, a veces no nos satisface. Nuestra tendencia es añadirle nuestras propias ideas y nuestros propios conceptos. Por ejemplo, la Biblia, comenzando con los Diez Mandamientos y concluyendo con el último capítulo de la Biblia (Apocalipsis 22:15) nos menciona los pecados que ofenden a Dios. Como que si estos no fueran suficientes, somos propensos a añadirle una serie de pecadillos más—opiniones personales que inventamos pensando que seguramente desagradan a Dios. Por supuesto, tales pecados inventados no están en la Biblia, pero los afirmamos como si los fueran. Todo cristiano sincero quiere ser “espiritual”. Queremos ser más como Cristo. A su vez reconocemos que nuestra vida cristiana requiere transformación, cambio, un nuevo corazón. Lo sabemos porque es lo que pide Gálatas 2:20: Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. Si somos creyentes sinceros, luchamos para buscar el sentido de lo que el apóstol Pablo quería decir con “lo que ahora vivo en la carne ”. Nos mirarnos introspectivamente y nos preguntamos: ¿Qué es lo que ahora estoy viviendo o haciendo que podría ser llamado “carnalidad”? En lugar de ir a la Biblia en busca de definición —es decir, la lista de pecados que Dios nos dice que nos
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destruyen— lo que hacemos es inventar nuevos; cosas externas que vemos, que hacemos, o que vemos a otros hacer. A estas, equivocadamente, las llamamos “mundanalidad”. ¿Pero, serán mundanos? Escuchemos lo que dice Jesucristo: ¿No entendéis que todo lo de fuera [lo visible, lo que comemos, lo que vestimos, lo que nos untamos, lo que metemos en la boca] que entra en el hombre, no le puede contaminar, porque no entra en su corazón… Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre (Marcos 7:18-23). Son tres las palabras que todo cristiano debe aplicar a su vida: “espiritualidad” (Ro 12:11; 1 Co 2:13; 3:1:14:1), “mundanalidad” (Jn 15:19; 18:36; 1 Co 3:19; 1 Jn 3:15-17; Stg 4:4), y “carnalidad” (Gá 5:19-21; Ez 36:26; Ef 6:12; Jud 23). Las tres afectan nuestra relación con Dios. Las tres están relacionadas. Las tres, sin embargo, tienen distintas definiciones. De poco nos valen estas palabras a menos que tengamos la interpretación correcta de su sentido según la Biblia. Cuando hablamos de “mundanalidad” tenemos que entender que se trata de un afecto o devoción a las filosofías e ideologías del mundo que nos lucen muy atractivas y deseables —todas, sin embargo, proviniendo del diablo. La Biblia los define como los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida (1 Juan 3:16). Por cierto la Biblia está apuntando a los apetitos naturales que tenemos para deleitarnos y gozarnos: cosas como el deporte, la televisión, el cine, las últimas modas, la música y ritmos que nos gustan, la manera de atraer la atención, el énfasis que ponemos en el dinero y en lo material. Pero ¿hemos de condenar todas estas cosas, o debemos diferenciar entre aquellas que Dios nos ha dado para disfrutar y aquellas que Satanás nos ofrece en sustitución? Cuando hablamos de “carnalidad” la definición es clara y sin ambigüedades. Nos dice la Biblia: Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas (Gal 5:19-21). Mientras que el “mundo” representa cosas externas que nos apetecen, lo “carnal” se manifiesta cuando permitimos que esos apetitos se internen y tomen fuerza en nuestras vidas. Esto sucede muy fácilmente puesto que la Palabra de Dios nos aclara que nacemos en pecado, estamos manchados por ese virus, y vivimos con instintos y deseos pecaminosos.
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Por tanto, para vivir cristianamente necesitamos explicación y aclaración. Esto es lo que pretendemos con este breve folleto, escrito por un padre y por su hijo—ambos teólogos y predicadores. En el primer escrito Les Thompson, de forma amena, procura mostrarnos lo que es la “mundanalidad” en su expresión común, para entonces analizar lo que es verdaderamente mundano. En el segundo artículo, su hijo Daniel —quien ha servido como pastor de la Iglesia Comunidad de Cristo (Christ Community Church) en Titusville, Florida, por 20 años—contribuye un estudio de lo que es la mundanalidad desde la perspectiva bíblica. En los dos artículos veremos que por cierto, hay una mundanalidad falsa que tiende a tapar la mundanalidad que en verdad es destructiva. Pero hay una verdadera espiritualidad que todo cristiano debe anhelar y buscar. Los Editores
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¿Qué es mundanalidad? Por Les Thompson No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo (1 Jn 2:15)
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SCUCHÉ LA PALABRA “mundanalidad” por primera vez cuando, como hijo de misionero en Cuba, oía a la gente hablar acerca de fumar, beber, de las mujeres que usaban lápiz labial, pantalones y piadosas faldas largas. Incluso, observaba que esa palabra siempre se aplicaba a algo que la gente hacía o dejaba de hacer. Algunos años después, en el norte de Colombia, dictaba una charla bíblica acerca de la buena y la mala evangelización. Afirmé que la gente no se va al infierno por fumar o beber. De inmediato me interrumpieron y en todo el auditorio se levantaron las manos de las personas que pedían ser oídas. Los dirigentes de la conferencia detuvieron la sesión y me sacaron de la plataforma para examinar la ortodoxia de mi doctrina en privado. Cuando argumenté en mi defensa que Charles Spurgeon fumaba puros, fui eliminado como conferencista. Transgredí gravemente los principios muy difundidos de la «mundanalidad». ¿Qué es exactamente la “mundanalidad”? ¿Habrá una lista de cosas que podría hacer o decir que me hacen “mundano”? ¿Qué me dice la Biblia acerca de este tema? Precisamente es sobre este tema que exploraremos las respuestas
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de la Biblia y de la vida. Primero quiero contarles otras tres lecciones importantes que aprendí sobre la “mundanalidad”.
La lección de la natación La primera lección ocurrió al principio de mi carrera misionera, cuando un grupo de iglesias de Charleston, West Virginia, me invitó a viajar desde Cuba para dirigir sus actividades juveniles en una conferencia familiar de verano. El liderazgo me había enviado algunas ideas generales, suficiente como para planificar una semana activa y emocionante. A mi llegada le entregué al líder de la conferencia mi propuesta para el itinerario de actividades. Unas horas más tarde me llamó a su oficina y allí me encontré frente a cinco pastores obviamente inconformes. El líder de la conferencia se aclaró la garganta y señaló el itinerario propuesto. —Señor Thompson, ¿qué es esto? —preguntó—. ¿Quiere iniciar las actividades llevando a nuestros jóvenes a una piscina? —Así es —le contesté—. Es una buena manera para que los chicos de las diferentes iglesias se conozcan. —Eso significa que usted cree en el baño mixto. ¿Estoy en lo correcto? —preguntó. —¿Qué quiere decir con “baño mixto”? —tartamudeé. Yo nunca había oído esa expresión. —Que hombres y mujeres se bañen juntos —respondió. —¿Acaso es eso malo? —le pregunté sorprendido—. Siempre nos hemos bañado y nadado juntos en Cuba. —Si nadie se lo ha dicho, señor Thompson, sepa que usar traje de baño y exponer la desnudez ante el sexo opuesto tiene que ser abominable a Dios. Y puesto que, evidentemente, no tiene ni la más mínima idea de lo que es mundano, tememos que sea usted una mala influencia para nuestros jóvenes. Cometimos un error al invitarlo. No podemos trabajar con usted. Regresé a Cuba un poco decepcionado y muy confundido. ¿Era yo mundano? ¿Qué otros pecados ocultos ignoraba?
La lección del vino Mi segunda experiencia aleccionadora fue en 1961 con una invitación de la Asociación Evangelística Billy Graham para ayudar en una serie de cruzadas en
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Argentina. El equipo lo conformábamos cuatro personas: el evangelista, José Camacho —el coordinador, Efraín Santiago (ambos de Puerto Rico); y los músicos: el pianista Bill Fasig y yo. Lo único que sabía de Argentina era que desde tiempos coloniales se había producido un fuerte lazo de amistad entre La Habana y Buenos Aires. Ahora estaba a punto de aprender algo acerca de los cristianos de ese país. Nuestra primera noche en Buenos Aires, fuimos invitados a un banquete de bienvenida ofrecido por los líderes de las iglesias locales con el fin de conocernos como equipo. El comedor estaba en el segundo piso de un hotel de impresionante estilo barroco. Al acercarnos a una mesa larga preparada para unos cuarenta comensales, lo que vi me produjo una impresión que nunca olvidaré. A lo largo de la mesa había ¡varias botellas de vino! “Seguramente se equivocaron al traernos a este comedor”, pensé. Pero, no, todos entramos y tomamos nuestros asientos. ¿Cómo era eso posible? ¡Si beber era pecado! Al menos eso fue lo que me habían enseñado siendo joven en Cuba. Créanme, apenas oía la oración pronunciada por la comida, no podía apartar los ojos de las botellas de vino y parecía que ellas también me miraban. ¿Dónde estaba? ¿Qué estaba pasando? Tan pronto como dijeron “amén”, el pastor que estaba a mi lado cortésmente descorchó una botella y se ofreció a llenar mi vaso. De manera instintiva, puse mi mano sobre ella y, tartamudeando, dije: “Lo siento, ¡yo no bebo!” Entonces, para aumentar mi confusión, uno de los pastores se levantó y ofreció un brindis por Billy Graham. Hasta el día de hoy puedo oír el tintinear de todos aquellos vasos de vino. Observando mi reacción negativa, el pastor que estaba junto a mí, dijo: —¿No te gusta el vino o es que piensas que beberlo es pecado? A lo que respondí en tono de disculpa: —Eso es lo que me enseñaron. Con una sonrisa condescendiente, me dijo: —Esta visita a Argentina de veras que te va a ayudar mucho.
La lección del cine Algunos meses después de mi regreso a Cuba, y de la lección sobre “mundanalidad” de mi colega argentino, fui invitado por la Misión Latinoamericana para contribuir en un esfuerzo evangelístico dirigido por el Dr. William Thompson (sin parentesco conmigo) en Ciudad de México.
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Nuestras reuniones se celebraron en la Iglesia Presbiteriana Príncipe de Paz, de la calle Humboldt. Recuerdo que la tercera noche fue especial. La iglesia estaba llena. El coro dirigido por Oscar Rodríguez estaba inspirado y yo tenía buena voz. El mensaje predicado por el Dr. Thompson fue poderoso. Cuando se extendió la invitación, una cantidad sorprendente de jóvenes pasó al frente expresando sus ansias de salvación. Algunos acudimos a ayudarlos, respondimos sus preguntas y oramos con ellos. Pocas veces en mi vida he estado en una reunión donde la presencia de Dios era tan manifiesta. Cuando todo acabó, casi una docena de jóvenes —saltando de alegría— me rodearon. Nadie podía dejar de hablar acerca del maravilloso culto. “¡Tenemos que celebrar!”, exclamé pensando que podíamos ir a una heladería y relajarnos mientras recobrábamos la serenidad. Entonces sucedió lo insólito. Alguien exclamó: “¡Sí! ¡Vayamos a un cine para celebrar!” Inmediatamente, los demás se unieron diciendo: “¡Buena idea! Hay un teatro bajando por esta calle”. La alegría se me escurrió. Yo nunca había ido a un cine. Mis parientes y amigos lo condenaban como un lugar pecaminoso. ¿Se podría celebrar las bendiciones de Dios yendo a tal lugar? Independientemente de mis creencias, en México un grupo de hermanos cristianos no veían nada malo en el cine.
Solución a mi enigma Tres supuestos pecados me confrontaban: Hombres y mujeres nadando juntos. Beber vino. E ir al cine. ¿Eran esas cosas realmente “mundanas”? ¿Cómo podían ser malas en una región del mundo mientras que en otras no? Me senté e hice una lista de todo lo que yo pensaba —o que me habían dicho— que era mundano. Después de escribirlas me asaltó una idea. ¿Acaso he comparado lo que me han enseñado que era mundanalidad con los pecados que se mencionan en la Biblia? Así que me impuse la tarea de buscar algunas listas de pecados en la Biblia. Pronto tuve dos muy importantes, aunque contrastantes. La diferencia entre las dos listas fue sorprendente. Todo lo de la mía tenía que ver con cosas externas; me parecían tontas en comparación. Las listas de Pablo —tomadas de Gálatas, Efesios y Colosenses— claramente tenían que ver con cosas destructivas y despreciables. Al considerarlas, no me tomó mucho tiempo concluir que había dos tipos de pecados: el primero, que llamé “pecados sociales”, eran aquellos inventados por gente religiosa porque les gustaba
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parecer más santos que los demás. A los del segundo tipo los llamé “pecados bíblicos”, por ser enunciados de modo específico en la Biblia. Aun cuando podría cuestionar la validez de los “pecados sociales”, no había forma de que pudiera menospreciar o ignorar los “pecados bíblicos”.
Mi lista
La lista de la Biblia
Baño mixto Películas Bebidas Pintarse los labios Mujer que usa pantalones Pantalones cortos Mujer con pelo corto Barbas Hombres con melena Tatuajes Ver televisión Leer novelas seculares Música estridente Pantalones (jeans) acampanados Joyas excesivas
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Inmundicia Adulterio Lascivia Idolatría Hechicería Enemistad Pleitos Celos Ira Contiendas Disensiones Herejías Envidias Homicidios Borracheras Orgías Mentiras Amargura Gritería Maledicencia Fornicación Malicia Avaricia Palabras deshonestas Necedades Truhanería Pasiones desordenadas Malos deseos Blasfemias
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¿Por qué —me preguntaba—, fumar, ir al cine, beber y otras cosas por el estilo se tomaban tan en serio mientras que los “pecados bíblicos” como la ira, los celos, la envidia, la calumnia, la mentira, el hurto rara vez se mencionan? Esos pecados bíblicos —para mí—, eran mucho más dañinos que los baños mixtos, los cigarrillos, el vino o las películas. Al mismo tiempo, reflexionaba, si en la iglesia etiquetáramos ciertas prácticas como “pecaminosas”, ¿acaso lo serían? ¿Es posible que en la iglesia, podamos promover una conciencia contra ciertas cosas que no son condenadas en la Biblia de modo que, con abstenernos de ellas, pensemos que somos más santos que los que las permiten? ¿O es que, sustituyendo la lista de la Biblia con la nuestra, creamos una especie de falsa “mundanalidad”?
¿Más mandamientos? ¿No basta con los que tenemos? Nos ha sido dado un gran mandamiento: Amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y toda nuestra mente. Y otro más, casi tan importante como el anterior: ¡Amarás a tu prójimo como a ti mismo! Para reforzar las demandas de estos dos, se nos dice: No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre (1 Jn 2:15-17). Este mandamiento esclarecedor me hizo reflexionar mucho. En realidad, ¿qué era “mundanalidad”? ¿Cómo estaba yo cayendo en ella? ¿Era algo tan sutil que la mayoría de las veces ni siquiera nos percatamos de que caemos en ella? ¿En qué manera era mi amor por el mundo mayor que el que sentía por Dios? Dos experiencias arribaron a mi mente de inmediato, la primera fue cuando tenía trece años y la segunda a los veinte.
Un encuentro con Dios Mi primera experiencia, memorable y perdurable con Dios ocurrió cuando tenía trece años. Fue una mañana de domingo en el Tabernáculo Los Pinos Nuevos, el principal escenario de adoración del seminario bíblico que mi padre estableció en Placetas, el centro geográfico de Cuba. No sólo era el lugar donde nací y me había criado, sino donde —como niño— viví mis primeras luchas espirituales.
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Mis mejores amigos testificarían que yo era un niño rebelde. Alrededor de mi decimotercero cumpleaños mi madre me llamó aparte una noche y me dijo: “Leslie, no creo que pertenezcas a Cristo. Si así fuera, no habría modo de que mintieras, engañaras e hicieras las terribles cosas que haces”. Esa noche no pude dormir. Yo sabía que si no creía en Cristo como mi Salvador no iría al cielo. Atormentado por la idea, me di cuenta de que podía hacer algo al respecto. Tomé mi poco usada Biblia y busqué uno de los versículos que sabía muy bien, Juan 1:12: Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Esa noche creí en Su nombre, lo recibí como mi Salvador y reclamé su promesa de que ahora era Su hijo. Varios meses después, un domingo por la mañana, estaba escuchando a papá predicar. Parecía que yo era el único que estuviera en el tabernáculo y que Dios estaba hablándome directamente, llamándome a dedicar mi vida a servir a Dios como misionero. El llamado fue claro. Ese domingo por la mañana respondí consagrando mi vida a Él. Allí sentí que Dios me había escogido para ser misionero en América Latina. A partir de entonces, cuando alguien me preguntaba qué iba a ser cuando fuera grande, le contaría confidencialmente esta historia.
¿Qué amaba yo? Los años pasaron. Era el verano de 1952, estaba entre mi penúltimo y último año en Prairie Bible College. Poco me di cuenta de que estaba a punto de experimentar mi primera gran tentación. Will Bruce (director promocional de Prairie), me invitó a unirme como solista a un pequeño grupo musical que recorría la costa oeste de los Estados Unidos, para actuar principalmente en los encuentros de Juventud para Cristo (JPC). Nuestro itinerario nos llevaría a algunos de los más importantes eventos en la costa oriental: JPC de Seattle, Singspiration de Portland, y el programa de Phil Kerr —los lunes por la noche—, en Pasadena. Después de actuar en varias iglesias de la zona, en julio viajaríamos al estado de Indiana para participar en la Convención de JPC en Winona Lake, para concluir en la Avenue Road Church en Toronto, Canadá. Mi primer evento memorable ocurrió en el programa musical bajo la dirección de Phil Kerr. El Auditorio Municipal estaba lleno. Nos programaron para tres números: un dúo vocal, un trío de trompetas y yo concluiría con un solo. Después de cantar, la gente me sorprendió aplaudiendo fuertemente y
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pidiendo que repitiera la intervención. Canté otra canción seguida por otra solicitud de repetición. Phil Kerr me indicó que cantara de nuevo y entoné un tercer número. La multitud no dejaba de aplaudir. Di un paso atrás en espera de una indicación de Phil, cuando oí que el solista principal de la noche decía: “¡Saquen a ese chico de la plataforma o me voy de aquí!” Lo airado de su voz me sorprendió. Suponía que los cristianos actuaban desinteresadamente por Cristo, no para presumir. Ese verano tuve que aprender que entre los músicos cristianos hay mucha competitividad, incluso celos. La “vanagloria de la vida”, como lo llama el apóstol Juan, puede ser muy contagiosa. En solo una noche me atrapó esa “enfermedad”. Ahora ansiaba los reflectores y los aplausos que tanto complacían mi ego. Quería más de aquello, al punto que casi no podía esperar por mi siguiente gran presentación.
Una invitación inolvidable Esta se produjo un mes más tarde, y fue para la Avenue Road Church en Toronto, Canadá. Esa noche la aceptación era obvia, el aplauso estruendoso. Cuando el concierto terminó, tres ancianos de la iglesia me arrinconaron y me pidieron que los siguiera a un salón contiguo. Después de estrecharme la mano y explicarme quiénes eran, uno de los hombres dijo: —Ted Smith, nuestro director musical, acaba de dejarnos para trabajar con Billy Graham. Hemos estado buscando un reemplazo y, después de escucharle esta noche, acordamos que usted es la persona que necesitamos. Me quedé sin aliento y respondí: —Pero... no tengo ninguna experiencia. —No se preocupe por eso, le ayudaremos. —Gracias. Me halaga —le dije—, pero me queda un año más en la universidad. Después de eso, podría pensar en fungir como director musical de alguna iglesia. —Señor Thompson, necesitamos a alguien ahora mismo. Haremos lo posible para que pueda terminar sus estudios aquí en Toronto. —Pero... —Su sueldo será... —y mencionó una cifra que me dejó sin aliento. Me habían criado como hijo de misioneros, apenas podía reunir dos monedas de diez centavos, y ahora me ofrecían lo que para mí era un tremendo sueldo. —¿Tiene usted auto?
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—Sí, en el seminario tengo una camioneta Ford 1942. —Si acepta nuestra oferta le daremos una marca Chevrolet nueva. La cabeza me daba vueltas. El futuro se me presentaba como un cohete gigante. Un trabajo como ese era realmente llamativo. Me establecería como músico. Me daría fama, todo lo que quería. Pero, ¿qué pasaría con el compromiso que había hecho con Dios para servirle como misionero cuando tenía trece años? Instintivamente sabía que esa oferta chocaba con aquel llamado. Al fragor del momento, dije: —No. No veo una manera clara de aceptar su oferta. Y me dejaron ir.
Tomé una decisión horrible Al día siguiente viajamos hacia el oeste por la autopista Trans-Canada de regreso a Prairie Bible College, cerca de Calgary, Alberta. Me faltaba un año más de escuela. La oferta que acababa de rechazar, sin embargo, ardía dentro de mí. ¿Por qué dejé que una decisión, tomada cuando tenía trece años, interfiriera con una oportunidad tan fantástica? Después de todo, ¿qué importaba dónde servir al Señor, si en Cuba o en Canadá? Sin duda, lo importante no era cómo o dónde, sino servirle. Si Dios nos dio talentos, lo importante es utilizarlos donde Él sea más glorificado. ¿En América del Sur apreciarían mi voz tanto como en los Estados Unidos? Había despreciado la mejor oferta que jamás se me había hecho. Me sentí como un tonto. Era una locura pensar que una experiencia de la niñez podía ser tan importante. Dios no le indica a la gente el trabajo de su vida cuando tiene trece años. Decidirse por Dios lo hacen las personas maduras que saben lo que están haciendo. A los trece años, las emociones de uno lo pueden engañar y darle mala dirección. Llegué a la conclusión de que la idea de que Dios me había llamado era imaginación mía. Así que, mientras en el auto nos dirigíamos al oeste, me hice una promesa: Aceptaría cualquier buena oferta que me permitiera avanzar en mi carrera.
Una amarga experiencia El mandamiento de Dios —amarlo más que al mundo— no vino a mi mente en ese preciso momento; vendría más tarde y con mucha agonía. Ahora,
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lo más importante para mí era mi carrera de cantante. Poco después de llegar al seminario Bob Snyder, director musical de la escuela, me llamó y me pidió que cantara en una reunión de estudiantes. Acepté con mucho gusto. Escogería mi mejor canción y sorprendería a los estudiantes y al personal. Irónicamente, escogí Mi ayer , por A.H. Ackley, una canción cuyas palabras me censurarían, aunque más tarde serían mi salvación. Así que fui a un salón de prácticas con mi acompañante para ensayar la canción. Él ejecutó un hermoso preludio y abrí mi boca para cantar. Pero, ¡no salió nada! Me aclaré la garganta y le pedí que repitiera el preludio. Una vez más, ¡no salió nada! Lo intentamos varias veces, hasta que al fin tuve que rendirme. Mi voz se había ido, no podía cantar. Yo no estaba resfriado. Ni tenía dolor de garganta. Podía hablar, pero no cantar. ¿Por qué? Después de unos días comencé a sospechar. ¿Sería Dios? Dado que Él es quien nos da los talentos, ¿no podría también llevárselos? ¿Me estaría pasando eso a mí porque estaba tratando de negar la experiencia que tuve con Dios, cuando tenía trece años? Claro, yo le había hecho una promesa, pero ¿acaso era tan válida? Aunque versículos como: “el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo” vinieron a mi mente, pero los puse a un lado. ¿Por qué me molesta Dios? Para servirle ¿tendría que renunciar a una carrera como cantante y convertirme en misionero? Batallé durante tres meses. Por esos tres meses no pude cantar. Por tres meses, me avergüenza decirlo, luché contra Dios. Dejé de orar, dejé de leer la Biblia, excepto lo que necesitaba para completar los cursos requeridos en el seminario. Y cuanto más luchaba, más miserable me sentía. Al fin, una mañana dominical acabó la lucha. Solo en mi habitación, caí de rodillas y le supliqué a Dios que me perdonara. No me importó si alguna vez cantaba de nuevo. No me importó si quería ser misionero. Yo quería paz. Quería el gozo que desde los trece años había disfrutado con Él. ¡Cuán rápido perdona Dios! Me ocurrió como al hijo pródigo: sentí su abrazo amoroso, sentí su aceptación completa, sentí el gozo del perdón total. Participaba del banquete de un amor restaurado. La lucha desapareció y en mi mente escuché el eco de aquella canción que por tres meses había tratado de cantar: Mi pasado, tan oscuro y vergonzante, Jesús lo perdonó. Oh gloria a Dios, limpió mis penas, me dio gozo y paz, Mi triste ayer todo cubrió en la cruz.
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De pronto me di cuenta de que era más que un eco. ¡Estaba cantando! ¡Dios me había restaurado completamente! Canté, reí, y lloré de gozo. Estaba libre nuevamente.
Lecciones aprendidas Cincuenta y ocho años han pasado desde aquella experiencia desafiante. Ya estoy en la tercera edad. Por supuesto, tengo muchas historias de grandes bendiciones recibidas en mi trabajo misionero a través de América Latina, pero con la ventaja especial de la perspectiva del tiempo transcurrido. Cuando tenía veinte años no entendía completamente el significado de mi lucha espiritual. Más tarde, cuando predicaba una serie de sermones en 1 Juan 2:15-17, comprendí mejor lo que había ocurrido. Mi “mundanalidad” tenía poco que ver con cosas como fumar, bañarse ambos sexos juntos, el vino y las películas; cosas que eran simples pruebas de lo que estaba ocurriendo en el corazón. Mi mundanalidad —y la de los demás—, tenía que ver con lo que salía de mis deseos interiores. Como dijo Jesús: Nada hay fuera del hombre que entre en él (cosas externas como baños mixtos, vino, el cine, y todos esos pecados inventados) que le pueda contaminar; pero lo que sale de él (de su corazón) eso es lo que contamina al hombre (Mr 7:15). Lo que yo quería hacer con mi vida, en lugar de lo que Dios pedía, eso era mi mundanalidad. Ahora puedo ver, mejor que nunca, que muchos de esos deseos sutiles de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida erosionaron mi amor por Dios. He aprendido que la “mundanalidad” tiene mucho más que ver con Dios que con el mundo. En esencia, es todo aquello que se interpone entre Dios y yo —lo que amo, lo que quiero en este mundo que me separa de Dios. No sé cuántas veces le he agradecido a Dios por esa lección de “amor” en mi último año de mis estudios universitarios. A través de aquella extraña experiencia en la que perdí la voz, Él me condujo amorosamente a servir sus maravillosos propósitos en todo el mundo hispano. Créanme, nuestras opciones son reales y tienen consecuencias, pero los buenos y eternos propósitos de Dios siempre prevalecerán sobre las decisiones que tomemos. Puesto que Dios es soberano, nuestras decisiones no pueden arruinar Sus planes —lo que nos haría más poderosos que el propio Dios. Por la misma razón, no podemos ganarnos las bendiciones especiales de Dios por el hecho de que tomemos decisiones correctas —eso transformaría la gracia en una simple transacción de negocios.
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Además, la Biblia no nos dice que descifremos los planes secretos de Dios para nuestras vidas de modo que evitemos las malas decisiones, ni que cuando las tomemos perderemos sus bendiciones (Jacob nos sirve de ejemplo). Los planes de Dios no pueden ser malogrados. Él simplemente prevalece de forma amorosa y maravillosa —en cada uno y a través de diversas maneras— sobre nuestras debilidades y tentaciones. Cuando reflexiono sobre mi vida, me maravilla el hecho de que a pesar de lo que luché por amar a Dios —y la constante pugna del mundo por cautivarme con tantas cosas que no son de Él— haya decidido cubrirme con incontables bendiciones. Él me ha apoyado en todas mis batallas. Él ha despertado en mí un creciente amor por Cristo. Y, a pesar de mi corazón pecador y mis modales, en todo mi peregrinaje —desde lo más extremo de América del Sur hasta la ciudad más norteña de México— Dios decidió bendecir a ese indigno chico de Cuba.
Nota: los interesados en escuchar a Thompson cantar podrán visitar logoi.org.
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(Traducción por Raúl Lavinz)
Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional. Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto (Romanos 12:1-2).
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ISTÓRICAMENTE, los cristianos han declarado que tienen tres enemigos fundamentales: el mundo, la carne y el diablo. Sabemos qué quiere decir que el “diablo” es nuestro enemigo: él es el acusador de los hermanos, es el tentador, es el engañador, es un mentiroso. Como dicen las Escrituras, No ignoramos sus ardides… (2 Co 2:11). También sabemos lo que significa decir que la “carne” es nuestra enemiga. El apóstol Pablo lo describe muy bien: Porque el querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no. Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero, eso practico (Ro 7:18-19). Bien sea que opines que Pablo está describiendo su experiencia de pre-conversión en Romanos 7, o estés de acuerdo en que él está hablando acerca de una persona realmente salva, probablemente encontrarás en las palabras de Pablo una buena descripción de tu experiencia actual como cristiano. ¡Nosotros mismos somos, a veces, nuestro propio y peor enemigo! Luchamos con deseos y actitudes pecaminosas. Pero ¿qué significa decir que el mundo es un enemigo de nuestras almas? El “mundo” mencionado en Romanos 12:1-2 no quiere decir el planeta tierra, por ejemplo, Salmo 24 nos dice: Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella… , o el Salmo 19:1 que declara: Los cielos proclaman la gloria de Dios.
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En otras palabras, el pensamiento cristiano no nos enseña a ver el mundo físico, material, que nos rodea como malo en sí mismo. Este mundo es creación de Dios, aunque la tierra no es lo que una vez fue—el pecado acarreó una maldición sobre la tierra lo cual ha distorsionado la creación—a pesar de ello, el mundo material en sí mismo no es malo. El mundo mencionado en Romanos 12:1-2 tampoco es el mundo de Juan 3:16. Porque de tal manera amó Dios al mundo…para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna. El “mundo” que Dios amó está clarificado en esta oración por las palabras “todo aquel que cree”. Se está refiriendo al mundo de personas—seres humanos perdidos, pecaminosos, caídos, quienes por naturaleza están alienados de Dios, bajo condenación y sin esperanza, a menos que Dios les tienda la mano en misericordia. A ese “mundo” Dios envió a Su Hijo para ser el Redentor, y ahora Dios ha ordenado a los cristianos que amen al mundo así como Dios lo amó—para llevar el evangelio al mundo porque sólo el mensaje de la Gracia de Dios en Jesucristo, con el poder del Espíritu Santo en las vidas de los pecadores, puede reconciliar a las personas con Dios. Cuando Pablo escribe a los Romanos: Y no os adaptéis a este mundo lo quiere decir lo podemos interpretar con las palabras de 1 Juan 2:15-17: No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y también sus pasiones, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre .1 Tanto Pablo como Juan explican lo que quieren decir por “mundo” y nos dan una descripción de patrones pecaminosos específicos. Veámoslo con más detalle: 1. Pasiones de la carne. “Mundo” se puede traducir también como “ apetitos de la carne”. Cuando apeteces algo, literalmente tienes un deseo desmesurado por algo, es un deseo en exceso. Aquellas cosas que apetecemos no son necesariamente pecaminosas o malas en sí mismas. Se convierten en pecaminosas cuando deseamos algo bueno en una forma equivocada. Por ejemplo: todos nosotros deseamos comida cuando tenemos hambre. Dios nos hizo de tal manera que necesitáramos y disfrutáramos de la comida. El nos dio paladar para que pudiéramos deleitarnos con los buenos sabores 1
La cita bíblica 1 Juan 2:15-17 es traducida en la versión RVR1960 así: No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los de seos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre . La versión de la Biblia en inglés, usada en el artículo original es THE ENGLISH STANDARD VERSION (La Versión Oficial Inglesa), de donde el v.16 se puede traducir literalmente: Porque todo lo que está en el mundo—los deseos de la carne, y los deseos de los ojos, y el orgullo en las posesiones—no es del Padre sino del mundo.
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que El creó para nuestro disfrute. Sin embargo, el pecado distorsiona ese deseo natural y lo transforma en una pasión impulsiva. Se convierte en glotonería y en un deseo insaciable de experiencias palatinas exquisitas o una cantidad excesiva de comida. El vino es descrito en la Biblia como un don de Dios, algo para deleitar el corazón. Sin embargo, la borrachera es un excesivo deleite en el vino. El sexo es bueno, y correcto, y glorifica a Dios cuando se disfruta en el contexto de un compromiso matrimonial entre un hombre y una mujer. Se convierte en una “pasión de la carne” cuando el apetito por el sexo llega a ser una pasión impulsiva que conduce a relaciones sexuales fuera del matrimonio, o se vuelve hacia la pornografía para satisfacer los deseos sexuales. Dios nos hizo para desear el amor y la aceptación de parte de otras personas. Sin embargo, hasta este deseo natural puede convertirse en una “pasión” cuando somos impulsados por una necesidad de aprobación, de parte de otros, que conduce al temor (“¿Cómo podré vivir sin la aprobación de esta persona?”), o a las mentiras (“Si le digo la verdad acerca de lo que he hecho ella me rechazará, así que tengo que tapar la verdad con mentiras”). 2. Pasiones de los ojos. Significa un deseo desmesurado por las cosas que ves—deseos codiciosos: “Quiero los inventos más nuevos, un auto reluciente, una casa magnífica, aun si no lo puedo pagar o no lo necesito. Quiero la maravilla tecnológica más reciente, la más grande. Necesito lo último en moda de vestir. ¡Tengo que poseer lo que todos los demás están comprando!” 3. Arrogancia de la vida2 [Orgullo en las Posesiones] quiere decir el fundamentar tu sentido de realización, y/o seguridad, en los bienes que posees: tu casa, tus ganancias líquidas, tus logros, tu reputación. “El mundo” que no debemos amar (en 1 Juan 2) significa el esquema mental, o manera de pensar, del hombre caído, tal como se encuentra expresado en la pecaminosa cultura humana la cual está caracterizada por estos apetitos o deseos desmesurados. Pablo expresa lo mismo en Romanos 12:2: No sean moldeados por los deseos pecaminosos de este mundo caído o por la cultura caída que los rodea. Literalmente está diciendo, “Y no os adaptéis a ‘este mundo’”. Se trata del ‘espíritu de este siglo’ o la ‘manera de pensar de nuestro tiempo y lugar’.
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Ver nota 1.
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Este mismo tipo de admonición se encuentra en el Antiguo Testamento cuando Dios advirtió a su pueblo: Oíd la palabra que el SEÑOR os habla, oh casa de Israel. Así dice el SEÑOR: El camino de las naciones no aprendáis, ni de las señales de los cielos os aterroricéis, aunque las naciones les tengan terror. Porque las costumbres de los pueblos son vanidad (Jer 10:1-3). Dios advirtió a su pueblo contra el hecho de que absorbieran la forma de pensar de las culturas a su alrededor.
¿Cuál es el problema con esta exhortación? Hay dos problemas que inmediatamente vienen a la mente: 1. El “mundo” (el espíritu del siglo, la cosmovisión de nuestra cultura) nos rodea por completo. No podemos escapar de él. Es como el aire que se respira, generalmente no ves el aire a menos que esté verdaderamente sucio. Simplemente lo aspiras. Se puede afirmar con seguridad que ninguna época, ninguna cultura, ninguna civilización en la historia humana ha tenido jamás tal capacidad para moldear las vidas de sus miembros como la tiene nuestra cultura. Piense en un granjero pobre y su familia viviendo en México en los 1700’s. Su pensamiento estaba moldeado por sus padres, sus parientes, otras personas de su aldea y su iglesia. El no sabía lo que pasaba en Europa o en la China. No sabía qué estaba comprando la gente, o qué estaban usando como las últimas tendencias en París. La influencia de su pensamiento estaba limitada a las ideas y opiniones de quienes le rodeaban. ¡Nosotros vivimos en un mundo muy distinto! La Televisión, con sus programas de noticias las 24 horas, trae los sucesos del día y de todo el mundo, a su casa. Tenemos el Internet con su asombrosa abundancia de información. Tenemos teléfonos celulares y la mensa jería instantánea, así como los I-phones (o teléfonos inteligentes), revistas, libros, y así sucesivamente. Todos los días somos bombardeados con ideas. El mundo a nuestro alrededor tiene una capacidad asombrosa para moldear nuestras vidas. No lo podemos evitar ni en la privacidad de nuestros hogares. ¡El mundo entra a través de las “ondas de radio” y las redes de TV por cable! 2. Sin embargo, el segundo problema para vivir en base a la
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advertencia de Romanos 12:2 — no os adaptéis a este mundo — es: Somos conformistas por naturaleza. ¡Este es el corazón del problema! Siempre nos adaptaremos a algo. Buscaremos la aprobación de alguien. Iremos tras la aceptación de aquellos cuyas opiniones son de mucha importancia para nosotros. Si no es Dios, alguien o algún grupo llenará el vacío. Los seres humanos son por naturaleza conformistas. ¡Hemos nacido con esta propensión!
Buscamos la aprobación de la gente Queremos ser aceptados y aprendemos que cierto tipo de comportamientos nos hacen ganar esa aprobación y aceptación. En gran medida aprendemos a hablar, a caminar y a vestirnos como la gente cuyas opiniones valoramos. Visite alguna escuela secundaria y observe la forma en que los estudiantes se segregan en diferentes grupos: Corredores de tabla, jugadores de fútbol, miembros de la banda —todos tienen un estilo de vestir y una forma de hablar que le permite a las personas que son parte del grupo mezclarse. Quizá la regla más importante que aprende un muchacho en la escuela secundaria es “No seas llamativo, mézclate con la multitud”. Había ido de pesca a Cabo Cañaveral, allá por el mes de octubre, cuando los bancos de salmonetes estaban migrando hacia el sur. Un banco de unos 1.000 peces se acercaba nadando cuando un enorme pez Tarpón atacó al cardumen y dispersó a los peces por todos lados. Tomé un salmonete vivo, lo enganché en mi línea y lo lancé a uno de esos bancos como carnada. Ahora bien, había 1.001 peces en ese banco, y ¿a cuál de ellos crees que atacó el Tarpón? Teniendo para escoger entre 1.001 peces, se tragó al que llamaba la atención entre la multitud—al que tenía el anzuelo—no se había mezclado con los demás y se convirtió en el blanco. Las personas no son muy distintas. La persona que es escogida y aislada del grupo es aquella que no se mezcla, la que llama la atención por ser diferente. Muy temprano en la vida aprendemos a hacer lo que sea necesario para no llamar la atención. Nos vestimos como se visten las otras personas del grupo del cual queremos formar parte. Hablamos como habla el grupo. Empezamos a pensar como piensa el grupo. Nos “adaptamos” al mundo que nos rodea. Y, probablemente lo hacemos sin pensarlo. El mundo nos da forma dentro de su molde desde muy temprano en la vida.
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¿Cómo hacemos para impedir adaptarnos a este mundo? Hemos visto lo que significa “este mundo”. Hemos aprendido lo que significa “adaptarse a este mundo”. Entendemos que lo que Pablo está diciendo es que no debemos ser moldeados por el esquema mental de la cultura que nos rodea. Ahora, ¿cómo impedimos esa tendencia? A lo mejor podemos empezar a ver algunas verdades sobre nosotros mismos terminando la siguiente declaración: Yo soy más mundano —más adaptado a la forma de pensar de la cultura a mi alrededor— cuando: Indique la terminación apropiada a las siguientes oraciones: 1. Yo soy más mundano cuando… 2. En mi familia somos más mundanos cuando… 3. En nuestra iglesia somos más mundanos cuando… Veamos a cada una de estas respuestas con más detalle:
Nuestra mundanalidad Individualmente: Yo soy más mundano —más adaptado a la forma de pensar de la cultura a mi alrededor— cuando mi corazón está moldeado por las mismas añoranzas y deseos para la vida, así como por las mismas suposiciones sobre todo lo que tiene que ver con la vida, al igual que cualquier no cristiano en nuestra cultura. Un ejemplo. Cuando estaba en la secundaria, pensando en el futuro y en lo que haría con mi vida, esta era la forma en que pensaba: “Iré a la universidad y obtendré un título que me permita conseguir un buen empleo. Necesito un empleo que me provea suficiente dinero para casarme y comprar una casa. Me compraré un buen auto. Tendremos hijos. Disfrutaremos de la vida. Saldremos de vacaciones. Viajaremos para ver al mundo. Cuando envejezca me jubilaré y disfrutaré mis últimos años en paz y comodidad sin tener que trabajar. Mi salud durará, mis ingresos aumentarán año tras año, mis inversiones aumentarán de valor continuamente, mi matrimonio será ‘feliz por siempre’”. Recuerdo haberme sentado en una ceremonia de graduación de la escuela secundaria y estar escuchando al orador dar un discurso acerca de “Seis Cosas que hacer para tener éxito en la vida”. No recuerdo cuáles eran las cosas 1 a 5, pero recuerdo la número 6. El dijo, “Y por último, no dejen a Dios fuera de
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sus vidas”. ¿Qué les parece? ¿Es ese un buen consejo para dárselo a los graduandos? En esencia él estaba diciendo, “Con todas las otras cosas importantes que hagas en la vida, asegúrate que Dios sea parte de esta combinación”. Lo que yo entendí con esta implicación era que una de las cosas que se necesita para tener una buena vida es sólo un poco de iglesia, solo un poco de religión, sólo un poco de Dios. Para ser una persona equilibrada se necesita que Dios sea uno de los rayos de la rueda de la vida, pero Él no necesita ser el centro de organización de ella. ¿Qué les parece? Yo soy más mundano cuando caigo dentro de toda esta manera de pensar —que Dios es sólo uno de los rayos de la rueda de mi vida y no es el centro de organización de ella. Yo soy el que permanezco en el centro de mi vida. Mis deseos, mis metas, mis expectativas, mis propósitos son lo que me motivan y sólo añado un poquito de Dios para que todo luzca bien. Cuando estudiaba en el Instituto Bíblico Moody en los años 70’s, “mundanalidad” significaba escuchar Rock & Roll, usar “jeans” boca de campana, fumar, beber alcohol, ir al cine, y dejarse crecer el cabello y la barba (dos cosas que nunca coincidieron para mi, puesto que cuando podía dejarme crecer la barba, ¡el cabello largo significaba tener que peinarme). Mientras definiera mundanalidad en términos de un conjunto de reglas mantenidas por una gran cantidad de Cristianos Evangélicos al mismo tiempo, yo era capaz de pensar acerca de mí mismo como alguien que guardaba el mandato de Dios: no os adaptéis a este mundo. Como yo no hacía las cosas mencionadas en las líneas arriba, entonces no era mundano. ¡Pasó un tiempo largo para que me diera cuenta de cuán adaptado estaba realmente a los patrones de la cultura estadounidense! Cuando hago de mí mismo, de mis deseos, de mi comodidad, y de mi seguridad el centro alrededor del cual giran todas las cosas en la vida; cuando Dios es solamente uno de los rayos de la rueda de mi existencia, estoy adaptado al mundo que me rodea. ¡La realidad es que ¡así es como piensa nuestra cultura!
Claras indicaciones de que soy mundano: Cuando encuentro mi sentido de seguridad en mis “ganancias netas”. En una época, mi esposa y yo teníamos un portafolio de acciones muy bueno que tenía bastante valor. Recuerdo que pensé, y lo dije, que eran sólo
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papeles y que mi sentido de seguridad no estaba ligado al valor de dichas acciones. Entonces ocurrió la quiebra de la bolsa de valores y me dí cuenta de cuán ligada estaba mi seguridad a lo que pensaba que tenía. Sin embargo, dije, al menos tenemos nuestra casa y los bienes raíces mantendrán su valor y siguen siendo una buena y segura inversión. Entonces ocurrió la quiebra de los bienes raíces. Cuando mi felicidad y mi sentido de seguridad está ligado a mis posesiones, yo estoy adaptado a la forma de pensar de este siglo – Soy “mundano”. Eso es en lo que la gente en nuestra cultura confía para su seguridad, comodidad y felicidad. Cuando defino el éxito en mi vida en los mismos términos que usa el mundo yo soy mundano. Para el mundo lo que importa es la fama, los ingresos, la reputación, y los logros personales. Ellos no piensan del éxito en términos de fidelidad al llamado de Dios en la vida, sino que se han adaptado al mundo que los rodea. Cuando yo uso el mismo criterio, ¡yo soy mundano! Cuando mi sentido de ser aceptado por Dios está basado en mis propios esfuerzos por ser digno, por ser aceptable ante Dios, por ser justo, yo estoy adaptado a este mundo. Lo común en casi todas las religiones en el mundo es una confianza en los esfuerzos humanos para la salvación, en vez de una dependencia en la gracia de Dios. Los fariseos de la época de Jesús nunca hubieran pensado de sí mismos como mundanos. ¡Ellos pensaban que eran piadosos! Se esforzaban mucho para ser santos. Diezmaban meticulosamente. Estudiaban las Escrituras. Ayunaban. Oraban. Sin embargo, Jesucristo los condenó porque su confianza para su aceptación ante Dios estaba en ellos mismos y su propia bondad moral. No podían ver cuán desesperadamente necesitaban un Salvador. El Cristianismo bíblico pregona que nunca puedes hacerte acreedor a la gracia de Dios. No puedes pagar la gracia. No es una transacción de negocio. No puedes comprarla con todos tus esfuerzos. Solo la puedes recibir como un regalo. Sin embargo, cuando yo olvido eso y baso mi sentido de ser aceptable ante Dios en mis propios esfuerzos para vivir una vida moral, piadosa, me estoy adaptando a este mundo. Estoy comportándome y pensando como todos los demás que tratan de ganarse su camino al cielo mediante esfuerzos propios en vez de depender en la justicia de Jesucristo solo. Y, ¿qué acerca de TÍ? ¿Cómo terminarías esa oración? “Estoy más adaptado al mundo cuando yo…”
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La mundanalidad en nuestras familias ¿Qué diría la mayor parte de la gente en tu ciudad si les preguntaras: “Cómo puedo saber si he sido un buen padre para mis hijos?” Pienso que la respuesta sonaría algo así como: Los buenos padres invierten sus vidas en asegurarse de que sus hijos salgan adelante. Se mantienen involucrados con ellos. Se aseguran que sus hijos saquen buenas notas. Desean que entren a la universidad, se gradúen con un buen título y consigan un empleo bien remunerado. Esa es la meta de la crianza –¡asegurarte que tus hijos sean exitosos en el mundo! Así que: • Consígueles la mejor preparación disponible. • Consígueles las mejores ayudas disponibles. Paga para que los preparen para la Prueba de Aptitud Académica. • Consígueles profesores privados si tienen problemas con alguna materia. • Asegúrate de que tengan buena presencia y estén bien vestidos. • Asegúrate que no llamen la atención entre la multitud. No tengo nada en contra de darles a mis hijos las mejores ventajas para el futuro. Sin embargo también estoy consciente de que ellos van a morir al final y se presentarán ante Dios. Allí todo lo que hayan logrado en la vida será insignificante —de hecho, será perjudicial— ¡si les impido la búsqueda de Dios! El apóstol Juan dijo: No tengo mayor gozo que éste: oír que mis hijos andan en la verdad (3 Jn 4). ¡También lucho con todo esto! No les he enseñado las Escrituras consistentemente a mis hijos. Me he preocupado más de sus éxitos académicos que de cuán bien conozcan la Biblia. He permitido que todo tipo de cosas buenas e importantes desplacen lo que es más importante. Sin embargo, ¿de qué sirve si ellos ganan todo el mundo y pierden sus propias almas? Somos mundanos como familia, cuando adoptamos el esquema mental de la cultura que nos rodea y dejamos que el mismo sea el que defina las metas y prioridades de la crianza de nuestros hijos.
La mundanalidad en nuestras iglesias ¿Cuándo somos mundanos en nuestra iglesia? ¿Cuándo y de qué manera nos adaptados a la manera de pensar de la cultura que nos rodea? Permítanme compartir con ustedes varios pensamientos que no están en ningún orden
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particular de importancia: Somos mundanos cuando solo queremos estar entretenidos en vez de tener que pensar. El entretenimiento es una industria enorme en nuestra cultura y también ha moldeado a la iglesia. Un amigo me dijo hace un rato, “ Quiero ir a aquella iglesia porque ellos cantan muchas alabanzas” . Yo sabía lo que él quería decir, que ellos tenían buena música y movida. Entonces le pregunté, “¿Y la predicación?”. El dijo, “Está bien, ¡pero el grupo de alabanza es asombroso!” El escritor Os Guinness declaró: “ Si la carta a los Romanos hubiera sido dirigida a una iglesia moderna, sin duda alguna hubiera sido rechazada por ser muy complicada y demasiado intelectual” 3 No deseamos tener que pensar. Queremos que el mensaje se mantenga simple. Queremos que el servicio de adoración nos mantenga entretenidos. Queremos sentirnos bien y divertirnos. Cuando en la iglesia convertimos el evangelio y la predicación en un asunto secundario y la música (o cualquier otra cosa) en lo primario, somos mundanos. ¡Hemos sustituido las prioridades de Dios por las del mundo! También somos mundanos cuando la iglesia trata de cambiar la sociedad usando tácticas de poder (por ejemplo la acción política), más que confiar en que el Espíritu de Dios cambie a la gente a través de Su Palabra. Eso es lo que piensa cualquier grupo de interés o de acción política en nuestros países: “Si podemos colocar a nuestro candidato cristiano en el Palacio de Gobierno, cambiaremos al país y haremos que las cosas se muevan en la dirección correcta —es decir, la dirección en que pensamos que debieran marchar”. Somos mundanos como iglesia cuando confiamos en métodos humanos para edificar la iglesia. Si vas a cualquier librería en un Centro Comercial encontrarás toda clase de manuales del tipo “Cómo-hacerlo” que tratan sobre todos los temas desde reparaciones de autos hasta dirigir un negocio, o tener un buen matrimonio, o perder peso sin hacer esfuerzo. En cinco fáciles lecciones, siguiendo los pasos prescritos por el autor, tú también puedes tener éxito. Nuestra cultura conjetura que el éxito es el resultado de usar las técnicas correctas, sea en los negocios, en la crianza de los hijos, en el matrimonio o en la reparación de los carros. Los pragmáticos estadounidenses, por ejemplo, creen con todo el corazón que los métodos correctos garantizan el éxito. Aun cuando hayan intentado varios métodos para perder peso en el pasado, o abrazado el último grito de la moda para organizar sus negocios, encontrando que los resultados han sido menos que revolucionarios, todavía creen que el éxito es sólo uno más de los libros sobre “cómo-hacerlo”. Citando nuevamente a Os
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El Archivo del Sepulturero: Documentos sobre la subversión de la Iglesia Moderna.
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Guinness: “La sabiduría ha sido reducida a saber cómo hacer las cosas…y un largo aprendizaje bajo un maestro experimentado se ha reducido a un ¡divertido seminario de fin de semana con un experto!”4 La iglesia está justo allá arriba, con todas las demás organizaciones de nuestra cultura, atrapada en toda esta manera de pensar. Las librerías cristianas ofrecen toda clase de libros del tipo “cómo-hacerlo” que presentan métodos para edificar una iglesia exitosa y floreciente. Nosotros los pastores devoramos los últimos y más novedosos métodos ofrecidos por los expertos, esperanzados en encontrar finalmente el método adecuado, la técnica correcta que producirá resultados. Si no estamos creciendo como creemos que deberíamos estarlo sólo necesitamos encontrar el método correcto. Cuando la iglesia empezó a crecer rápidamente en Jerusalén, en los días posteriores a Pentecostés, las demandas sobre los apóstoles eran demasiadas y ellos pidieron a la iglesia que designara diáconos para ayudar, de manera que ellos pudieran dedicarse a la oración y al ministerio de la Palabra. ¿Qué les parece eso como estrategia de crecimiento: oración y fidelidad en la predicación de la Palabra de Dios? Como iglesia somos más como el mundo cuando confiamos en nuestros métodos más que confiar en Dios. Somos más como el mundo cuando definimos el éxito en términos de tamaño, ingresos o popularidad, basándonos en la asistencia, en vez de definir el éxito en términos de la fidelidad a la tarea a la que Dios nos ha llamado —la fiel proclamación del Evangelio. Somos mundanos como iglesia, cuando queremos ser populares, que se piense bien de nosotros y ser alabados por el mundo por hacer buenas obras para la comunidad más que preocuparnos acerca del evangelio. Para el mundo, la alabanza de los hombres es lo más importante —es la forma como se coloca uno a la cabeza, la forma de saber que estás siendo exitoso en lo que sea que estés haciendo. El humanitarismo es un gran tema en nuestra cultura actual. A los estudiantes de la secundaria y de las universidades se les requiere con frecuencia que realicen algunas horas de servicio comunitario. Es honroso y bueno devolverle algo a la comunidad, servir a los pobres, ayudar en un proyecto para construir casas o alimentar a los indigentes. No estoy diciendo que los cristianos no deban servir a la comunidad en estas maneras. Sin embargo, el llamado primordial de la iglesia es a proclamar el Evangelio. Dios nos ha llamado para hacer algo que el segmento no cristiano de la sociedad no
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Ibíd.
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puede hacer —promover a Cristo. Hay, sin embargo, una tendencia en la iglesia para que su agenda se defina en términos de satisfacer las necesidades sociales: alimentar a los pobres, luchar por la justicia social, cambiar la sociedad haciendo cosas buenas. Las iglesias que hacen bastante para satisfacer estos tipos de necesidades van a recibir alabanza de los gobiernos citadinos, escuelas y otras instituciones. Pero, si definimos la agenda de la iglesia en términos de lo que traerá afirmación y aprobación de parte de la cultura que nos rodea, en lugar de definirla por lo que Dios, en la Biblia, nos ha llamado a hacer, somos mundanos. Estamos buscando más la alabanza de los hombres que la de Dios. El mundo no nos alabará por predicar el evangelio y buscar la conversión de los perdidos. Pero, ¿la aprobación de quién queremos más? Hemos de hacer lo mejor que podamos para tener una buena reputación de parte de aquellos de fuera de la iglesia. Sin embargo, la cultura que nos rodea no es la que define lo que es el éxito para la iglesia ni tampoco establece nuestra agenda. Cuando lo hace, nos estamos adaptando a la forma de pensar de la cultura.
Conclusión Como cristianos vivimos en una tensión en la que intencionalmente nos ha colocado Dios: hemos de estar en el mundo, pero no ser del mundo (1 Juan 2:15-17). Tenemos que amar al mundo en el sentido de anhelar ver que la gente encuentre libertad de la condenación y esclavitud al pecado a través de la gracia de Dios en Cristo. Hemos de proclamarles el mensaje de la gracia que Dios nos ha confiado. Por otra parte, no hemos de amar al mundo en términos de ser moldeados por sus valores, prioridades, suposiciones, métodos, aspiraciones, expectativas, temores, o pensamientos — “en el mundo, pero no del mundo ”. En Romanos 13 Pablo nos hace un llamado a ser buenos ciudadanos, sin embargo él también asume que nosotros somos extraños y forasteros en el mundo (Efesios 2). “Somos peregrinos.” Este mundo “no es nuestro hogar ”. Entonces, ¿cómo evitamos el ser “adaptados” a este mundo? Considera nuevamente lo que dice Pablo en Romanos 12:1: Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional . Al decir “por las misericordias de Dios” Pablo se refiere a todo lo que ha dicho hasta ahora en su carta a los Romanos. Incluye el contenido de los capítulos uno al once acerca de la forma en que Dios obra en nuestras vidas. No está hablando
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solamente de esa misericordia que Dios te mostró en algún punto en el pasado, cuando te trajo a la fe en Cristo y perdonó tus pecados. El está hablando acerca de la realidad actual de tu unión con Cristo. Tú vives ahora bajo la misericordia de Dios. Dios tiene compasión por la miseria que el pecado causa en tu vida hoy, y está obrando por Su Espíritu para aliviar esa miseria. Él te está liberando del poder controlador del pecado en tu vida (eso se encuentra en Romanos 6-8). Además, sus misericordias tienen una dimensión futura (véalo en la segunda mitad de Romanos 8). El te librará de todo lo que el pecado causa para distorsionar tu vida. Él te está llevando a un mundo que está completamente libre de todo pecado. “Presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios” significa dar no sólo parte de ti a Dios, sino darle tu ser completo. El pecado se manifiesta a sí mismo en tu cuerpo (Ro 6). Por eso Pablo nos dice: “no presenten los miembros de sus cuerpos como instrumentos [herramientas] para injusticia sino presenten los miembros de su cuerpo como instrumentos de justicia”. Lo que sea que esté involucrado en presentarte a ti mismo a Dios vez tras vez, no es sólo un sentimiento interno o una “dimensión espiritual” de vida en aislamiento. Ello te abre camino en todo lo que haces con tu cuerpo: la forma en que hablas, lo que haces con tu energía y tiempo, etc. Pablo entonces añade: “…que es vuestro culto racional ”. La palabra que se traduce “racional” es la palabra griega que indica lógico o razonable, así que la frase significa una adoración que viene del corazón, que está llena de pensamiento e intencionalidad, en vez de simplemente pasar a través de las formalidades de actos religiosos externos. En el Antiguo Testamento la gente con frecuencia traía sacrificios a Dios y lo hacían como formalidades de la adoración. Por eso Dios decía que no quería sus sacrificios, aun cuando Él les había ordenado a traerlos. ¡Él quería sus corazones! La adoración espiritual es una adoración que engrana el corazón y la mente, y es más que simples actos externos de devoción. Y, ¿qué acerca de la palabra “adoración”? Hay dos formas de entender la adoración en la Biblia: un sentido estrecho de adoración y un sentido amplio de la misma. El sentido estrecho tiene que ver con la adoración como un acto de devoción y alabanza, como en un culto el domingo en la mañana. Nos reunimos para dar alabanza a Dios con nuestras voces, para escuchar a Dios hablándonos a través de Su Palabra, para honrarle y buscar Su bendición. Sin embargo, adoración puede significar más que eso. Considere los primeros dos
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de los Diez Mandamientos: No tendrás otros dioses delante de mí. No te harás ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No los adorarás [no te inclinarás a ellos] o servirás (Éx 20:3-5). Inclinarse ante un ídolo es adoración en el sentido estrecho —darle adoración y alabanza a un dios y buscar el favor y bendición de ese dios por un acto de adoración. “Servir” a un ídolo es adoración en el sentido amplio— usar el tiempo, energía y recursos para buscar la bendición de ese dios. Cuando tú sirves a un dios falso, orientas tu vida entera alrededor de la permanencia en el favor de ese dios. Las prohibiciones del primer y segundo mandamientos implican mandatos positivos. Se te ordena inclinarte y servir al Dios vivo y verdadero. Buscar su bendición. Buscar su favor. Honrarle con tu vida. Orientar tu vida entera alrededor de la búsqueda de Él. A eso se refiere Pablo con “culto racional ” [o, “ servicio espiritual” , como lo traduce una versión en inglés]. La pregunta ahora es, ¿Cómo hacer eso? Y la respuesta de Pablo es que lo haces al no adaptarte a la forma de pensar de la cultura que te rodea, sino siendo transformado a través de la renovación de tu mente. Eso quiere decir que tú evitas la adaptación a la cultura que te rodea, que evitas la “mundanalidad” al adaptarte (ser conformado) ¡a algo mejor! Nuestro llamado no es meramente “no dejes a Dios fuera de tu vida”. Somos llamados a una “adoración espiritual” —a una completamente nueva manera de vivir en la cual todo lo que pensamos y hacemos está orientado alrededor del mismísimo Dios. La verdad, sin embargo, es que individualmente, como familias, como iglesias, estamos más adaptados al pensamiento de nuestra cultura de lo que quisiéramos admitir. No pienso que Pablo tenga la intención de que pensemos que, por un acto de la voluntad, podemos dejar de estar siendo adaptados al mundo y ser completamente transformados de una vez por todas. Sería grandioso si la mundanalidad fuera una batalla que pudieras ganar una vez y tenerla terminada por el resto de la vida. Sin embargo, así como el mandato de presentarnos a nosotros mismos ante Dios como sacrificios vivos implica una devoción a Dios repetida, de igual forma evitar la adaptación al mundo y experimentar la transformación del pensamiento es una batalla continua. Es una búsqueda en el proceso de conformarnos a la semejanza de Cristo.
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Es de ayuda entender que Pablo no dijo, “transfórmate a ti mismo” o “re-invéntate a ti mismo”. El evangelio no es un programa de autoayuda en el que Dios viene a tu lado y te da un pequeño estímulo para así poder lograr lo que eres incapaz de hacer por ti mismo. La palabra griega traducida “transformado” es la palabra de la cual proviene la palabra en castellano metamorfosis. Piensa en las cigarras que tenemos en Florida que se arrastran fuera de la tierra donde han vivido en silencio durante siete a trece años (dependiendo del tipo de cigarra que sea), se trepan del lado de un árbol, mudan su piel y emergen con alas, se alejan volando y hacen mucho ruido en los árboles. Eso es una metamorfosis, un cambio radical. La transformación de una cosa en otra muy diferente. Lo que necesitamos entender es que aunque se nos ordena a ser transformados, el poder para este tipo de metamorfosis no está en nosotros. Dios tiene que hacerlo: Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el señor, el Espíritu (2 Co 3:18). Dios es quien nos cambia. Es el Espíritu de Dios obrando en nosotros el que nos transforma. Entonces, ¿qué puedo hacer yo, que puedes hacer tú? Si el Espíritu de Dios nos ha mostrado la verdad acerca de dónde estamos adaptándonos al patrón del mundo que nos rodea, si Él nos está mostrando dónde necesitamos una transformación de pensamiento y si Dios ha despertado en nosotros un profundo deseo de cambiar, Él nos está guiando al arrepentimiento. Nos podemos arrepentir y admitir la verdad acerca de nuestro corazón. Admitamos la verdad acerca de nuestra incapacidad para mantener el corazón orientado alrededor de Dios. Supliquemos a Dios que cambie nuestro pensamiento, que cambie nuestros deseos. Pidámosle que renueve nuestras mentes a través de Su Santo Espíritu. Dios usa medios para llevar a cabo sus propósitos. Una mente renovada que sea capaz de discernir y comprobar la voluntad de Dios implicará un amor por la Palabra escrita de Dios. Dios re-formará tu pensamiento, tu cosmovisión, tu perspectiva de lo que es real, lo que es verdadero, lo que es correcto, bueno y hermoso a medida que Su Espíritu aplique la Verdad de la Palabra de Dios a tu vida. Pídele a Dios que te dé hambre de Su Palabra. El pensamiento renovado es uno de los resultados de pasar tiempo con gente de Dios en la Palabra de Dios. Nos necesitamos unos a otros en este proceso completo de transformación. Dios está obrando en nosotros, pero con frecuencia
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Daniel Thompson
la mejor forma de crecer en gracia es pasando tiempo en la lectura y estudio de la Palabra de Dios con compañeros cristianos. Desafíense unos a otros para aplicar la verdad. Anímense unos a otros para ser honestos acerca de en qué puntos están adaptados a la forma de pensar de su cultura. Sean honestos unos con otros. Oren los unos por los otros. Oren por la obra de Dios en cada corazón. Pídale a Dios que obre de manera poderosa en su vida y en la vida de sus colegas. Mediante Su Espíritu Santo Él les adaptará a Su voluntad tal como está revelada en Su Palabra y de esa manera cada uno podrá ser diariamente un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Pidámosle que nos muestre lo que significa orientar nuestras vidas enteras alrededor de Su Reino, Su gloria y Sus propósitos, de modo que podamos ofrecerle un “culto racional”.
**A menos que se indique lo contrario las citas bíblicas son tomadas de L A BIBLIA DE LAS AMÉRICAS (LBLA). Copyright ©1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation. Usadas con permiso.
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