LA IDEA DEL DESARROLLO SOSTENIBLE Ética Axiológica
UNIVERSIDAD PERUANA LOS ANDES FACULTAD DE INGENIERIA – INGENIERIA – CARRERA CARRERA PROFESIONAL DE INGENIERIA CIVIL U.E.C. “ SEMINARIO SEMINARIO DE ETICA Y SOCIEDAD”
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Primeramente a dios por haberme permitido llegar hasta este punto y haberme dado salud, ser el manantial de vida y darme lo necesario para seguir adelante adelante día a día para lograr mis objetivos, además de su infinita bondad y amor. A mi madre por haberme apoyado en todo momento, por sus consejos, sus valores, por la motivación constante que me ha permitido ser una persona de bien, pero más que nada, por su amor. A mi padre por los ejemplos de perseverancia y constancia que lo caracterizan y que me ha infundado siempre, por el valor mostrado para salir adelante y por su amor. A todos aquellos que ayudaron directa o indirectamente a realizar este documento. A mi maestra por su gran apoyo y motivación para la culminación de nuestros estudios profesionales, por su apoyo ofrecido en este trabajo, por haberme transmitidos los conocimientos co nocimientos obtenidos y haberme llevado pasó a paso en el aprendizaje.
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INTRODUCCION…………………………………………………………………………………… LA IDEA DEL DESARROLLO SOSTENIBLE…………………………………………… 1.
ORIGENES…………………………………………………………………………………………
2. EL DESARROLLO SOSTENIBLE COMO OBJETIVO ETICO Y POLITICO ……………………… 3. EL CONCEPTO DE DESARROLLO ………………………………………………………………. 4. DESARROLLO SOSTENIBLE ……………………………………………………………………... 5. ECONOMIA Y DESARROLLO SOSTENIBLE …………………………………………………….. 6. LA SOSTENIBILIDAD ECOLOGICA COMO EXIGENCIA DE JUSTICIA INTERGENERACIONAL………………………………………………………………………….. 7. EL DESARROLLO SOSTENIBLE MÁS ALLA DEL PROMETEISMO……………………………………………………………………………………
ETICA AXIOLOGICA……………………………………………………………………………… 1.
ORIGENES…………………………………………………………………………………………
2. ETICA AXIOLOGICA……………………………………………………………………………... 3. ¿QUE ESTUDIA LA AXIOLOGIA? ……………………………………………………………….. 4. ¿CUÁL ES EL ORIGEN DE LOS VALORES?, LA PREGUNTA FUNDAMENTAL ES ¿EL VALOR O BONDAD DE LAS COSAS, ESTÁ EN LAS COSAS MISMAS, O ESTÁ EN NUESTRA APRECIACIÓN DE LAS COSAS? ………………………………………………………………… 5. ¿QUE RELACION SE DA ENTRE LA ETICA Y LA AXIOLOGIA? ………………………………
LA EDUCACION ETICA COMO VARIABLE DENTRO DE UN DESARROLLO SUSTENTABLE……………………………………………………………….. CONCLUSIONES FINALES…………………………………………………………………….. BIBLIOGRAFIA………………………………………………………………………………………
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Durante muchos años, el concepto de desarrollo utilizado por las naciones, estaba exclusivamente relacionado con los aspectos tecnológicos, científicos y económicos, los cuales, como plantea Morín (2000), se consideraban suficientes para remolcar, como una locomotora, los vagones de todo el tren del desarrollo humano, es decir libertad, democracia, autonomía y moralidad. Sin embargo, ese tipo de desarrollo no ha sido capaz de dar respuesta a la evidente inequidad que existe en el mundo actual, ya que al trabajar sólo ciertas perspectivas (tecnológicas, científicas y económicas) olvida uno d e los más importantes aspectos: el humano, sin el cual, como plantea Kliksberg (1997), los avances económicos no poseen la sustentabilidad necesaria para mantenerse en el tiempo. Partiendo de la necesidad de incluir el factor humano como variable decisiva en un desarrollo integral, fue concebida la idea de un desarrollo sustentable; que aun cuando, viene gestándose desde la década de los sesenta, es en los ochenta cuando se difunde como concepto (Arias, 2003). El desarrollo sustentable o sostenible (dependiendo del autor que lo plantee) se convierte en el año 1987 en una estrategia, propuesta por la Comisión Mundial para el Medio Ambiente de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la cual según Chávez (1997) plantea un principio ético que propicia el desarrollo de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones por venir en la satisfacción de sus propias necesidades. Ese principio, implica un componente axiológico en las generaciones responsables de llevar a la práctica el desarrollo sustentable como condición sine-qua-non para lograr las aspiraciones pretendidas de una vida más justa y equitativa. Por esta razón, tal estrategia de desarrollo requiere para su viabilidad la formación de individuos con una conciencia ética que les obligue a pensar en el colectivo, en las consecuencias de sus actos y a responsabilizarse por ellos. Ahora bien, ese saber ético no es espontáneo, requiere trabajarlo desde el hogar y en todos los estratos de la educación formal de cada ciudadano. Alcanzar este objetivo amerita la inclusión de contenidos éticos en todos los niveles del espectro educativo, de forma tal que se promueva una ética para la sustentabilidad que permita la “…necesaria reconciliación entre la razón y la moral de manera que los seres humanos alcancen un nuevo estado de conciencia, autonomía y control sobre sus modos de vida, haciéndose responsables de sus actos, hacia sí mismos, hacia los demás y hacia la naturaleza en la deliberación de lo justo y lo bueno” [Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), 2002:7]. El tercer, cuarto y quinto nivel de ese espectro educativo, se recibe en las universidades, por lo tanto estas instituciones juegan un papel preponderante en la formación ética de sus futuros profesionales de manera tal que si no son capaces de transmitir los principios y valores necesarios para hacer progresar el desarrollo, consiguiendo que la juventud tenga una percepción favorable con respecto al mismo, el futuro de éste puede verse seriamente comprometido dificultando el desarrollo de individuos responsables, concientizados de su papel presente y futuro dentro de la sociedad (UNESCO, 1998). De esta manera, partiendo de la premisa anterior, el presente trabajo tiene como propósito explorar la ética que la Escuela de Administración y Contaduría Pública de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (FCES) de la Universidad del Zulia (LUZ), contempla, transmite y exige en la formación de sus egresados. Se efectuó análisis documental, desde la Constitución hasta los planes curriculares de la Escuela de Administración y Contaduría Pública de la FCES en la búsqueda de contenidos orientadores de la conducta ética que debe exhibir el estudiante de la escuela.
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1. ORÍGENES. El concepto de Desarrollo Sustentable fue Utilizado por primera vez en el reporte, denominado "Nuestro Futuro Común", publicado en 1987 por la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo, también conocida como Comisión Brundtland. En este documento se identifican los elementos de la interrelación entre ambiente y desarrollo y, se define que "el Desarrollo Sustentable es aquel que puede lograr satisfacer las necesidades y las aspiraciones del presente, sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades y aspiraciones". A su vez, se hace un llamado a todas las naciones del mundo a adoptarlo como el principal objetivo de las políticas nacionales y de la cooperación internacional. A raíz de ello, se desarrolló la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, más conocida como la Cumbre de la Tierra, realizada en Río de Janeiro, Brasil, en 1992. Este encuentro reunió a más de 100 jefes de Estado, representantes de 179 gobiernos, así como a representantes de los empresarios, trabajadores, ONGs, organizaciones sociales de mujeres, jóvenes y pueblos indígenas, alcanzando un histórico nivel de representatividad y participación. El primer principio de la Declaración de Río coloca a los seres humanos al centro de las preocupaciones relacionadas con el Desarrollo Sustentable, reconociendo el derecho de una vida saludable y productiva en armonía con la naturaleza. A su vez, define a la Agenda 21 como un programa de acción en todas las esferas que competen al Desarrollo Sustentable, considerando las dimensiones sociales y económicas, la conservación y gestión de los recursos naturales para el desarrollo, el fortalecimiento de los grupos principales (mujeres, jóvenes, pueblos indígenas) y los modos de ejecución. En este contexto, se propone que cada país elabore, anualmente, un informe nacional respecto a sus avances relativos a este programa de acción, así como, constituir un ente representativo denominado Consejo de Desarrollo Sustentable, con el objeto de asegurar la participación de los grupos principales de la sociedad en los procesos de decisión relativos al desarrollo sustentable. A partir de la publicación del informe del Club de Roma bajo el título de "Los Limites del Crecimiento", se ha desatado una serie de polémicas en relación a la función de los recursos naturales y el desarrollo: Producción y Ambiente. Si aceptamos el principio de que todas las actividades humanas generan efectos ambientales estaremos obligados a considerar a las de producción económica como de mayor efecto. Esto es así debido a que las actividades agropecuarias y forestales, así como las mineras e industriales constituyen las principales fuentes de contaminación de aire, suelos y agua; y suponen la transformación.
2. EL DESARROLLO SOSTENIBLE COMO OBJETIVO ÉTICO Y POLÍTICO John Rawls afirmaba que la filosofía política ha de servir para “orientarnos [...] en el espacio (conceptual) de todos los fines posibles, individuales y asociativos, políticos y sociales”. Evidentemente, ésta no es una tarea sencilla, pues los más altos f ines que los humanos nos proponemos alcanzar, como la libertad, la igualdad, la felicidad o el bienestar, sufren en la práctica antagónicas traducciones. A buen seguro, uno de los objetivos sociales más imprecisos de nuestro tiempo y, por tanto, más necesitado de orientación teórica, es el “desarrollo sostenible”. Pues, como ha señalado Jorge Riechmann, esta noción ha estado enzarzada desde su origen en una “lucha por la UNIVERSIDAD PERUANA LOS ANDES – FACULTAD DE INGENIERIA – CARRERA PROFESIONAL DE INGENIERIA CIVIL
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interpretación” que ha hecho de ella “una especie de conjuro mágico” invocado para resolver cuestiones tan diversas como la extinción de especies, el calentamiento global, el crecimiento económico de los países del Tercer Mundo, la estabilidad de la población mundial, la paz y la seguridad o la justicia social. Esta ambigüedad esencial de la idea de desarrollo sostenible puede contemplarse desde dos puntos de vista diferentes. Desde el primero de ellos, eminentemente teórico, Herman Daly definió el concepto como un “oxímoron”, es decir, una expresión que contiene palabras de significado opuesto y que da lugar a sentidos inesperados. Lo que Daly ponía de manifiesto era la incompatibilidad fundamental del “desarrollo” y de la “sostenibilidad” ecológica aunque, como veremos después, tenía en mente una determinada concepción del desarrollo como mero crecimiento económico. Desde el segundo ángulo se acentúan los vaivenes de su evolución histórica como responsables de la vaguedad del término. Pues a pesar de la corta edad de la idea de desarrollo sostenible, la disparidad de las prácticas sociales que afirman favorecerlo ha contribuido paulatinamente a reforzar la sensación de que es indefinible e inalcanzable. Este trabajo aborda la noción de desarrollo sostenible principalmente desde el primer ángulo descrito, subrayando que la controversia que le acompaña es la que cabe esperar de un concepto esencialmente normativo. Con tal fin, tomaré como punto de partida la canónica definición del informe Brundtland, donde se afirma que “el desarrollo sostenible es el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. Profusamente citada, esta declaración es una prescripción ética que nos apremia a respetar el derecho de nuestros descendientes a disponer de un entorno saludable y utilizar los recursos naturales al menos en un grado similar al que disfrutamos los seres humanos actuales. Esta formulación universal de la justicia intergeneracional resumiría el sentido normativo “originario” del desarrollo sostenible. La controversia surge de inmediato al comprobar que no resulta fácil fundamentar por qué habríamos de tener obligaciones hacia seres que aún no existen y que posiblemente no lo harán jamás. En principio, hay serias objeciones respecto a la posibilidad de hablar coherentemente acerca de los posibles “derechos” de las generaciones futuras (puesto que no existe reciprocidad alguna entre nosotros y ellos). Resulta obvio que para precisar el significado ético del desarrollo sostenible hemos de acordar primero que tenemos alguna clase de deberes hacia nuestros descendientes para, posteriormente, estipular qué legado les correspondería. El origen de la profunda divergencia entre las interpretaciones del desarrollo sostenible se debe, precisamente, a estas dificultades y, sobre todo, al desacuerdo a la hora de establecer cuáles son los medios idóneos para asegurar la satisfacción de las futuras “necesidades”. Aun asumiendo que tengamos deberes hacia nuestros descendientes, resulta complicado hablar de necesidades “objetivas” o “universales”, ya que éstas varían histórica y culturalmente. Cada individuo y cada sociedad poseen necesidades específicas jerarquizadas en orden de importancia mediante pautas y convenciones particulares. El problema es aún mayor cuando tratamos de definir necesidades objetivas en una escala temporal, pues existen obstáculos epistemológicos insalvables para averiguar las hipotéticas necesidades de seres que aún no existen. Además, encontramos escollos éticos no desdeñables: cualquier intento de estipularlas por adelantado es ilegítimo, pues podría conllevar la imposición por nuestra parte de una determinada concepción del bien que no tendría por qué coincidir con la que ellos adoptarían libremente. La tarea de orientación conceptual en torno al desarrollo sostenible consistirá, por tanto, en una aproximación coherente al objetivo de la justicia intergeneracional, lo que exige a su vez perfilar el contenido sustantivo tanto del desarrollo humano, como de la sostenibilidad ecológica. Para afrontar esta compleja misión ha de tenerse en cuenta que la prescripción básica de la definición del informe Brundtland no exige la ardua tarea de definir “necesidades objetivas y universales” o de estipular una dirección única para el desarrollo, sino la obligación de mantener la capacidad de las generaciones UNIVERSIDAD PERUANA LOS ANDES – FACULTAD DE INGENIERIA – CARRERA PROFESIONAL DE INGENIERIA CIVIL
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futuras para decidir por sí mismas cómo satisfacer sus propias necesidades. Plantear la cuestión en términos de las oportunidades o capacidades de las que puedan disponer los individuos permite captar con mayor claridad el alcance ético del desarrollo sostenible. Pero antes de llevar a cabo esta misión, conviene apuntar un rasgo sorprendente de la evolución de la idea de desarrollo sostenible. Si precisa de una reorientación conceptual es debido a la gradual apropiación de la expresión por parte de sus iniciales enemigos. Puede afirmarse que la “respuesta prometeica” a los problemas ambientales ha convertido el desarrollo sostenible en uno de sus lemas favoritos, intercambiándolo a menudo con expresiones aún más problemáticas, como el “desarrollo sostenido” o el “crecimiento sostenido”. La visión prometeica considera que el bienestar de las generaciones futuras dependerá de mantener un crecimiento económico ininterrumpido que estimule la capacidad de invención humana y la eficiencia tecnológica, lo que resolverá, por añadidura, los problemas ambientales. Con frecuencia, el prometeísmo niega la gravedad de muchos problemas ecológicos, como el calentamiento global, atribuyendo el resto, como la escasez de agua potable o la deforestación en países del Tercer Mundo, a bajos niveles de crecimiento económico. El prometeísmo contempla la naturaleza tan sólo como fuente de “recursos” y ha sido una ideología “por defecto” en las sociedades industrializadas hasta la llegada del pensamiento ecológico y sus advertencias respecto de la existencia de límites físicos al crecimiento económico y de la población. Por contra, según el pensamiento verde, la idea de desarrollo sostenible sólo podría entenderse como una limitación del crecimiento económico y la consiguiente transformación radical de las pautas de producción y consumo de los países industrializados. La cuestión que cabría plantear, pues, es si a pesar de sus vaivenes conceptuales e históricos el desarrollo sostenible puede aún invocarse como un ideal ético y político con sentido, sorteando a un mismo tiempo las posiciones “prometeicas” que lo han adelgazado hasta convertirlo en lugar común de discursos políticamente correctos y las visiones ecologistas que proponen su abandono. En principio, creo que una noción amplia del desarrollo, como la propuesta por el informe Brundtland o la Cumbre de la Tierra, se opone a las doctrinas prometeicas basadas exclusivamente en el crecimiento económico ininterrumpido. Por otra parte, la usurpación del desarrollo sostenible a manos del prometeísmo no tiene por qué implicar un rechazo absoluto a su postulación como ideal normativo. Si los requerimientos de la justicia intra e intergeneracional son con- templados como uno de los objetivos fundamentales del propio desarrollo, la defensa de una concepción fuerte de la sostenibilidad será, asimismo, condición su ya. Al mismo tiempo, una concepción amplia del desarrollo incluye la capacidad de cuestionar sus propios fundamentos y dirección, lo que convierte en incoherente la “impugnación” del objetivo del desarrollo sostenible propuesta en algunos círculos ecologistas. Pues siguiendo un razonamiento similar deberían abandonarse otros ideales fundamentales, como la democracia o los derechos humanos, tergiversados y aclamados por muchos de sus enemigos de hecho. Así pues, el primer paso para orientarnos conceptualmente hacia el desarrollo sostenible es preguntar por el significado del “desarrollo”.
3.
EL CONCEPTO DE “DESARROLLO”
La idea de desarrollo es relativamente reciente, pertenece al pensamiento moderno y se consolidó a raíz de la Revolución Industrial. En términos sociológicos, su origen se puede rastrear en el socialismo utópico, cuando se llegó a proponer la posibilidad de la fundación de nuevos órdenes sociales basados en el "racionalismo". Por otro lado, el desarrollo también se puede medir en términos económicos dividiendo el Producto Interno Bruto (PIB) o Producto Nacional Bruto (PNB) entre la población total del País, lo que arroja el Producto Per- Cápita. Se dice que hay crecimiento económico cuando la tasa de crecimiento del PIB es mayor a la tasa de crecimiento de la población; es decir, cuando crece el producto per cápita. UNIVERSIDAD PERUANA LOS ANDES – FACULTAD DE INGENIERIA – CARRERA PROFESIONAL DE INGENIERIA CIVIL
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La innovación tecnológica se ha convertido en el paradigma del desarrollo puesto que el incremento del número de trabajadores tiene un límite óptimo, más allá del cual el incremento productivo se detiene y comienza un proceso de reversión productiva mientras que el avance tecnológico aparece como una fuente inagotable de alternativas. Por este motivo se suele concebir al desarrollo como resultado casi mecánico de la tecnificación, lo que es inexacto y a veces erróneo. Algunos problemas derivados de las concepciones anteriores son: i. ii.
iii. iv.
Etnocentrismo de las formulaciones relacionadas con el bienestar. Cuando se introduce la discusión sobre los niveles de bienestar también lo hace una perspectiva etnocéntrica debido a que la evaluación sobre el bienestar y sus niveles pasa por juicios de valor relacionados con la determinación de lo que es beneficioso y qué no lo es. Insuficiencia de los indicadores del crecimiento económico para evaluar el desarrollo, y Deficiente valuación de los efectos ambientales de la tecnificación.
Como es sabido, el término “desarrollo” es empleado en numerosas disciplinas científicas. Cuando la biología, por ejemplo, nos habla del desarrollo de un organismo, evocamos la imagen de un despliegue de sus capacidades potenciales para el que precisa de unas condiciones favorables. Pero, aplicado a los seres humanos, el desarrollo denotaría, sobre todo, la adquisición de capacidades. Esto supone que, en las sociedades humanas, las condiciones favorables para el desarrollo y el proceso de despliegue y adquisición de capacidades han de entenderse recíprocamente. Es lo que ha resaltado AmartyA Sen al afirmar que la libertad desempeña a la vez un “papel constitutivo” e “instrumental” en el desarrollo. Para Sen, el verdadero fin del desarrollo ha de ser la “expansión de las libertades reales de que disfrutan los individuos”, con lo que “la participación y la disensión políticas son una parte constitutiva del propio desarrollo”. El desarrollo, pues, depende de, al tiempo que procura, la formación de facultades o capacidades éticas para extender la libertad. Resulta de crucial trascendencia captar esta relación entre desarrollo, libertad y capacidades éticas, pues el acrecentamiento universal de las oportunidades vitales depende decisivamente del despliegue de la capacidad crítica de la razón humana respecto de sus productos. Convencionalmente, se tiende a identificar el desarrollo con la satisfacción de necesidades biológicas universales como el alimento o el cobijo. Pero estas son realmente condiciones favorables para el desarrollo de capacidades como la libertad, la autonomía individual, la posibilidad de hacer contribuciones significativas a la sociedad, la adquisición de conocimiento y habilidades, el sentido estético y facultades morales más amplias. A su vez, estas capacidades son indispensables para apreciar críticamente los aspectos decisivos de las diferentes concepciones del desarrollo y contribuir a su impulso mejorando las condiciones que lo favorecen. Recordemos que el informe Brundtland nos impelía a no “comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus necesidades”. Si entendemos el término “capacidad” como “la libertad fundamental para conseguir distintas combinaciones de funciones” o “para lograr diferentes estilos de vida”, entonces ha de admitirse que “el hecho de poder elegir debe- ría entenderse como un componente valioso de la existencia”. Como veremos, la idea de desarrollo sostenible pone de manifiesto que la relación del ser humano con su en- torno es el elemento más inmediato que determina el “conjunto de capacidades” o las “oportunidades reales” de los individuos. Así contemplada, la destrucción irreversible de la naturaleza supone siempre una pérdida de libertad para alguien, además de un deterioro de las condiciones favorables para el desarrollo. Una concepción amplia del desarrollo como la aquí esbozada permite pensar adecuadamente su relación con el crecimiento económico, cuestionando la visión prometeica en su propio terreno. Como sabemos, el prometeísmo tiende a mantener la UNIVERSIDAD PERUANA LOS ANDES – FACULTAD DE INGENIERIA – CARRERA PROFESIONAL DE INGENIERIA CIVIL
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equivalencia de crecimiento y desarrollo. Sin embargo, como ha señalado Herman E. Daly, crecer significa aumentar naturalmente el tamaño por adición de material a través de la asimilación o el acrecentamiento. Desarrollarse significa expandir o realizar las potencialidades con que se cuenta; acceder gradualmente a un estado más pleno, mayor o mejor. En una palabra, el crecimiento es incremento cuantitativo de la escala física; desarrollo, la mejora cualitativa o despliegue de potencialidades. Una economía puede crecer sin desarrollarse, o desarrollarse sin crecer, o hacer ambas cosas o ninguna. La analogía entre crecimiento económico y desarrollo invierte erróneamente la relación fundamental entre ambos conceptos. El crecimiento económico deja de ser un medio que favorece las condiciones para el desarrollo y viene a convertirse en el fin único a perseguir. De este modo, las capacidades humanas no se desarrollan a medida que se establecen condiciones favorables para ello, sino que se agotan en la persecución misma del crecimiento. Al trastocar esta relación meramente instrumental, corremos como el asno tras la zanahoria que cuelga de un palo ante su hocico: sin saber que la zanahoria, como el crecimiento, no es una meta fija, de modo que siempre estamos corriendo hacia ninguna parte. Como afirma Ramón Folch, la consecuencia de esta confusión entre fines y medios es que no paramos de crecer con el único fin de seguir creciendo. Esta confusión no permite captar adecuadamente que el aumento de la riqueza intercambiada reflejado por los indicadores convencionales del crecimiento, como el Producto Interior Bruto (PIB), puede darse allí donde las condiciones del desarrollo no están garantizadas. Pues tales indicadores no tienen en cuenta cuestiones decisivas como la desigual distribución de recursos, la relevancia social del trabajo doméstico o la responsabilidad por la “huella ecológica”. De ahí que la noción de desarrollo reclame una orientación conceptual que integre factores cualitativos, entre los cuales han de integrarse criterios de sostenibilidad.
FAO, 1992.
"Desarrollo es un proceso dinámico, en permanente desequilibrio, que tiende al incremento de las condiciones de vida de toda la población del mundo, en los términos que las personas deben definir disponiendo de la información necesaria para analizar las consecuencias de la definición acordada. El desarrollo debe ser endógeno, autogestionado y sustentable, sin agredir a otros grupos humanos para lograr los objetivos propios. Sustentabilidad es la posibilidad de mantener procesos productivos y sociales durante lapsos generacionales, obteniendo de dichos procesos iguales o más recursos y resultados que los que se emplean en realizarlos, y con una distribución de dichos resultados y recursos que, en principio, discrimine positivamente a los hoy discriminados negativamente, hasta alcanzar una situación de desarrollo equipotencial de la humanidad, en términos de mejora sustantiva de los niveles y calidad de vida. El desarrollo sustentable, para serlo y diferenciarse del simple crecimiento, tecnificación, industrialización, urbanización, o aceleración de los ritmos, debe satisfacer ciertas condiciones, además de ser endógeno, es decir nacido y adecuado a la especificidad local, y autogestionado, es decir, planificado ejecutado y administrado por los propios sujetos del desarrollo: Sustentabilidad económica, para disponer de los recursos necesarios para darle persistencia al proceso; Sustentabilidad ecológica, para proteger la base de recursos naturales mirando hacia el futuro y cautelando, sin dejar de utilizarlos, los recursos genéticos, (humanos, forestales, pesqueros, microbiológicos) agua y suelo; Sustentabilidad energética, investigando, diseñando y utilizando tecnologías que consuman igual o menos energía que la que producen, fundamentales en el caso del desarrollo rural y que, además, no agredan mediante su uso a los demás elementos del sistema;
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Sustentabilidad social, para que los modelos de desarrollo y los recursos derivados del mismo beneficien por igual a toda la humanidad, es decir, equidad; Sustentabilidad cultural, favoreciendo la diversidad y especificidad de las manifestaciones locales, regionales, nacionales e internacionales, sin restringir la cultura a un nivel particular de actividades, sino incluyendo en ella la mayor variedad de actividades humanas; Sustentabilidad científica, mediante el apoyo irrestricto a la investigación en ciencia pura tanto como en la aplicada y tecnológica, sin permitir que la primera se vea orientada exclusivamente por criterios de rentabilidad inmediata y cortoplacista".
J.M. Calvelo Río s , 1998.
Crecimiento y desarrollo. Crecimiento: en una economía creciente o con fuerte crecimiento, sus elementos de intercambio, bienes y sevicios, son simples mercaderías que se mueven en uno u otro sentido según la oferta y demanda, ya sea en forma interna o hacia mercados externos. Desarrollo: en una economía desarrollada, y cuyo objetivo es el desarrollo de una sociedad, los recursos se distribuyen para mejorar las condiciones de vida de todos los que la conforman. Ahora, suponiendo que se den las condiciones de desarrollo económico, podemos llegar a proponer otra meta mayor : Desarrollo Sustentable: los recursos son distribuidos de tal forma que permiten satisfacer las necesidades básicas de los habitantes, pero también se toma en cuenta que en tiempo futuro, las generaciones que sigan a la nuestra, puedan tener acceso a esos recursos y poder así, gozar de las condiciones de vida digna que los avances científicos y tecnológicos ponen a nuestro alcance.
C o n c e p t o l e g a l d e d e s a r r o l lo s u s t e n t a b l e.
La Ley General Del Equilibrio Ecológico Y La Protección Al Ambiente, en su artículo 3° fracción XI define al Desarrollo Sustentable como : " El proceso evaluable mediante criterios e indicadores del carácter ambiental, económico y social que tiende a mejorar la calidad de vida y la productividad de las personas, que se funda en medidas apropiadas de preservación del equilibrio ecológico, protección del ambiente y aprovechamiento de recursos naturales, de manera que no se comprometa la satisfacción de las necesidades de las generaciones futuras ". Definición de desarrollo su stentable.
A continuación se presentan tres definiciones: "El desarrollo es sustentable cuando satisface las necesidades de la presente generación sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para que satisfagan sus propias necesidades". Gro Bruntland, 1987. "Desarrollo agropecuario y rural sustentable es la administración y conservación de la base de recursos naturales y la orientación de los cambios tecnológicos e institucionales de tal forma que aseguren el logro y la satisfacción permanentes de las necesidades humanas para el presente y las futuras generaciones. Dicho desarrollo sustentable (en los sectores agropecuario, forestal y pesquero) conserva la tierra, el agua, los recursos genéticos de los reinos animal y vegetal, no degrada el medio ambiente, es tecnológicamente apropiado, económicamente viable y socialmente aceptable".
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DESARROLLO SUSTENTABLE Como se planteó anteriormente, a partir de los 80 muchos autores se han dedicado al tema del desarrollo sustentable, y a los aspectos éticos involucrados. Para Arias (2003) se configura en todos los ámbitos como la nueva estrategia de desarrollo que nos permitirá alcanzar niveles de vida más justos y equitativos, en los que se conjugue una protección y uso responsable de los recursos naturales con un incremento en los niveles de bienestar de la mayoría de la población y un crecimiento económico sostenido. Agrega el autor que esto supone una integración de esfuerzos y compromiso por parte del Estado, comunidad científica, iniciativa privada, organizaciones no gubernamentales y sociedad civil en general, universidades incluidas. Este nuevo concepto de desarrollo promueve una alianza entre economía-humanidadambiente, fundamentándose en bases éticas que indican que debe cambiarse la idea de subordinación de hombre-naturaleza a la economía, por aquella que arraigue una cooperación entre ellos, que permita un desarrollo a corto y largo plazo, para lo cual se requiere de un gran sentido sinérgico, es decir, los tres actores mencionados deben funcionar de forma interdependiente, de manera tal que se puedan ir minimizando los destrozos que han venido causando las clases convencionales de desarrollo. En la actualidad existen muchos intentos para difundir las ventajas de este modelo que permitirá paralelamente, un desarrollo económico y social, lo cual se traducirá, como apunta Kliksberg (2002) en un real desarrollo. Agrega también este autor que para la implementación y éxito de un modelo que permita la sustentabilidad del desarrollo, debe existir una participación activa de la comunidad afectada, entendiéndose ésta como la humanidad entera. Es imperativo que los seres humanos conciban la importancia de aliarse para un bienestar común, es decir, aquél que no signifique el malestar de otros y que en el largo plazo se convertirá en un daño para todos. Lo anteriormente expuesto, lleva a considerar que es necesaria una formación axiológica sólida que permita internalizar el concepto de bienestar para todos; se requiere formar a la humanidad en valores, es decir aquellos: “Aprendizajes estratégicos relativamente estables en el tiempo de que una forma de actuar es mejor que su opuesta para conseguir lo que se desea” (García y Dolan, 1997:63). Sin embargo, según estos autores, no todos los valores son iguales: existen valores finales, los cuales representan nuestros objetivos existenciales, y valores instrumentales (medios operativos que utilizamos para alcanzar los valores finales). Convertir un instrumento en la finalidad de nuestras vidas, puede llevar a la destrucción. Basado en el planteamiento precedente, se puede reflexionar sobre cómo se ha venido concibiendo el desarrollo; se hace evidente que en el pasado en un intento de lograr bienestar para la humanidad se ha confundido la naturaleza de los valores, sustituyendo los valores finales por los instrumentales, trayendo como consecuencia que valores instrumentales como el dinero o la tecnología hayan sustituido valores finales como la felicidad o el bienestar. Entonces, la atención debe dirigirse, a lograr en la humanidad una profunda comprensión y distinción de valores, para así enrumbar el camino hacia un desarrollo en el cual se utilicen los medios para alcanzar los fines deseados y no donde los medios se conviertan en meros fines. En este sentido, plantea el Banco Interamericano de Desarrollo (BID, 2005) que América Latina tiene sed de ética y de desarrollo: una ética que opere realmente en las instituciones y un desarrollo realmente sustentable e inclusivo. La sociedad civil está cada vez más articulada y la opinión publica más activa y participativa exigiendo, por todas las vías posibles, que se incorpore a la agenda los grandes desafíos éticos pendientes de la región.
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ECONOMÍA Y DESARROLLO SUSTENTABLE. Continuar con el desarrollo y el crecimiento económico, a la vez de tomar los recaudos necesarios para la protección del medio ambiente, y de sus recursos no renovables, nos plantea el desafío de un futuro tecnológico que se verá condicionado por estas nuevas limitaciones ambientales. Nuestra forma de vida actual debe, entonces, reconciliarse con la preservación de la naturaleza, y esto se ha de lograr a través de lo que llamamos desarrollo sustentable. Las áreas de mayor preocupación son:
La calidad de vida de los habitantes del planeta.
La contaminación y sus consecuencias inmediatas (efecto invernadero, lluvia ácida, disminución de la capa de ozono, cambio climático).
La disponibilidad limitada de los recursos energéticos.
La reducción de la biodiversidad y la desaparición de las especies.
Así, este crecimiento económico logrado en este siglo, debe continuar satisfaciendo las necesidades presentes, pero sin comprometer los recursos naturales suficientes para las futuras generaciones. Esto dicho de otra manera, volvemos al concepto original de desarrollo sustentable. En este nuevo Orden Mundial Global es la planificación socio-económica de los recursos disponibles, la opción para resolver los problemas que avanzan por las necesidades sociales (desigualdad para alcanzar una calidad de vida por sobre los niveles de pobreza). Pues los problemas ambientales no están acotados a las fronteras de cada país y por esto, es crucial en la determinación del desarrollo o el atraso de una nación. Con los estilos de vida occidentales que se propagan a todo el planeta, se están unificando los hábitos a nivel mundial (uso de productos plásticos, electrodomésticos, servicios de transportes, comunicaciones, bancos, etc.). Así, se estandarizan los productos en el comercio internacional y surgen bloques económicos como el nafta, Mercosur, unión europea. Por lo tanto, lo más relevante es encontrar instrumentos económicos y normativas para utilizar sistemas "limpios" de producción y explotación; deben, entonces, incorporarse los costos junto a estas medidas, ya que así se cumplirá con una función de barrera ante la indiferencia de aquellos que no tengan la intención de llegar a los niveles de exigencia fijados internacionalmente. Desarrollo sustentable y daño ambiental. Es casi imposible, querer precisar los límites, márgenes o contornos del "daño ambiental", sin antes tener una idea clara acerca de un tema íntimamente relacionado, cómo lo es el desarrollo sustentable. Si la opción fuerte es por el "desarrollo", tal como se lo entiende en países del tercer mundo o en vías de desarrollo, donde se practica en todas sus posibilidades la "economía de mercado" el daño ambiental sancionado o que da pie al resarcimiento se achica o minimiza. Otra parece ser la situación en los países del primer mundo, que han logrado ya un alto desarrollo; en ellos la cuestión del medio ambiente aparece como prioritaria, en defensa de la calidad de vida y de la salud. No falta una tercera versión, proveniente del primer mundo y con dirección al tercero: Dónde se apunta a impedir el crecimiento, a mantenerlo en el subdesarrollo, para
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facilitar, por esta vía, el colonialismo. Sea esto como fuere, no pueden caber dudas sobre las vinculaciones, en lógica ambientalista, entre "daño y desarrollo". Si por un lado es importante la toma de conciencia sobre la fragilidad del estado del ambiente en el mundo, sobre el carácter destructible de los recursos naturales y, en general, sobre las consecuencias nefastas que acarrea la contaminación para el futuro de la existencia humana en el planeta, por el otro, no pueden olvidarse las exigencias de la industrialización, de la extracción de combustibles líquidos y gaseosos, de la incorporación de nuevas tierras a la agricultura, del transporte, etcétera, todo lo cual hace al "desarrollo", sostenible o sustentable, pero depredador, cómo lo afirman en su libro Flah y Smayevsky. Y si bien es verdad que la "variable ambiental" se muestra como necesaria en la toma de toda decisión que haga al desenvolvimiento de una comunidad organizada, también es verdad que las empresas transnacionales, antes de decidir su radicación en un país determinado, sopesan el "costo ambiental"; averiguan detenidamente el estado de la cuestión de la tutela ambiental, y muchas veces eligen aquellos países de menor protección, más económicos, donde se puede trabajar sin extremar las precauciones. No decirlo de este modo llevaría a caer en un puro idealismo ambiental, ver un solo lado de la cuestión, carecer del realismo necesario para juzgar y decidir. "Una cosa es la teorización sobre la sustitución "del concepto antropocéntrico" por el "ecocéntrico", que ve en el hombre una parte integrante del ecosistema tierra y de sus recursos naturales, con lo cual el deber humano es el de "respetar las leyes de la naturaleza", en lugar de ejercer la potestad de dominarla, y otra, muy distinta, poner frenos a la empresa libre, trabas a la producción, dificultades al mercado, a la postre, para evitar el daño ambiental" conforme a la opinión del Argentino Cano G.
6. LA SOSTENIBILIDAD ECOLÓGICA COMO EXIGENCIA DE JUSTICIA INTERGENERACIONAL La sostenibilidad ecológica depende de la “capacidad de sustentación” de los ecosistemas. Mientras un ecosistema se encuentra en un estado de equilibrio inestable que le permite autorreproducirse indefinidamente, dicha capacidad no se ve fundamentalmente alterada. Estamos, en principio, ante un término científico que establece los límites físicos al desarrollo de determinadas especies en un entorno dado, aplicándose principalmente al volumen de su población. Desde este punto de vista, la capacidad de sustentación del planeta marcaría los límites físicos a la actividad económica y a la expansión demográfica de los seres humanos de un modo ineluctable. Pero la sostenibilidad es, como el desarrollo, un concepto normativo o ético que nos emplaza para estipular “qué debe sostenerse” y por qué. Ello se debe a que los seres humanos podemos conocer la existencia de límites físicos al crecimiento, saber que con nuestras acciones ponemos en peligro el desarrollo e incluso la existencia de seres humanos en el futuro y, con todo, no asumir la prescripción ética universalista que nos impele a respetar tales límites. Las dificultades para estipular en qué consiste realmente el desarrollo sostenible y las formas de alcanzarlo se ven acrecentadas por este carácter esencialmente normativo de la noción de sostenibilidad. Una visión prometeica mantendrá que los niveles de vida propios de los países industrializados pueden y deben universalizarse y que este es el mejor “legado” que podemos ofrecer a nuestros descendientes. La pobreza, en suma, es la principal fuente de destrucción ecológica y las preocupaciones por la limitación de la actividad económica no h acen más que contribuir a ella. El pensamiento ecológico, por contra, sostendrá que existen “pautas de consumo antisociales” definidas en virtud de la imposibilidad física de universalizarse y que la erradicación de la pobreza ha de ir aparejada a una reducción más o menos drástica de la producción y el consumo de los más ricos.
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Advertimos de inmediato una inconmensurabilidad fundamental entre las diferentes concepciones del valor que subyacen a posiciones tan divergentes. Así, el prometeísmo tiende a “medir” el desarrollo como producción económica en términos “contables”, incluyendo bajo el epígrafe “producción” todas aquellas tr ansacciones económicas que generan un beneficio monetario para alguien, independientemente de sus consecuencias ambientales. Por otra parte, el pensamiento ecológico sostiene que los bienes y daños ecológicos son refractarios al cálculo de costes y beneficios monetarios, lo que nos obliga a situarlos en una dimensión valorativa más amplia, necesariamente “política”. Tal es el caso, por ejemplo, del valor ecológico de un bosque de ribera amenazado por la construcción de un embalse. Si el bosque no llega a alcanzar un elevado precio de mercado que le otorgaría una ventaja comparativa frente a los futuros beneficios económicos del embalse no se debe a que sea escasamente valorado, sino a que su valor ecológico no puede traducirse a unidades monetarias. El antagonismo entre ambas concepciones del valor se manifiesta con crudeza cuando el trabajo de las má- quinas que desbrozan el terreno se considera, desde la perspectiva económica, como producción de bienes y servicios y, por tanto, como un aumento de la “riqueza social”. En este caso, como en otros muchos, la destrucción ecológica eleva las cifras del PIB al implicar una transacción monetaria entre la institución que emprende la obra y las empresas que la ejecutan. La desaparición de riqueza ecológica viene a considerarse creación de riqueza económica, aunque ello conlleve un daño ecológico irreversible. El ejemplo del bosque de ribera un ecosistema valioso desde el punto de vista ecológico y escasamente valorado desde una perspectiva económica muestra las deficiencias de los enfoques prometeicos. Pero su mayor defecto no reside, como podría pensarse, en la defensa del crecimiento económico. El crecimiento, generalmente, pro- cura condiciones favorables para el desarrollo humano y su ausencia, sobre todo en los países más pobres, es una de las razones más importantes del deterioro ecológico. Sin embargo, el crecimiento es solamente un medio para el desarrollo. Afirmar que el crecimiento debe mantenerse por encima de otras consideraciones supone no captar el valor fundamental que tiene para el desarrollo y para la libertad de los humanos presentes y futuros el concurso de criterios éticos y políticos que nos permitan afrontar las cuestiones relativas a especies en peligro de extinción, justicia intergeneracional y daños irreversibles. Aquí es donde una noción sustantiva de la sostenibilidad ecológica debe ser vindicada frente al enfoque prometeico. Pero, con tal fin, han de refutarse dos poderosos argumentos normativos en los que descansan el prometeísmo y su f e en el “crecimiento sostenido”. Por un lado, el principio de la “soberanía del consumidor”, que sustenta la concepción liberal de la autonomía para formar las propias preferencias, establece que no estamos legitimados para decidir por los seres humanos del futuro determinando de antemano sus opciones de elección. Renunciar al crecimiento en pro de la conservación significa, según el prometeísmo, tomar una decisión para la que no estamos autorizados (pues nuestros descendientes todavía no han nacido y no pueden expresar sus propias preferencias de forma autónoma). Por otro lado, incluso asumiendo en parte que la existencia de las generaciones futuras pudiera estar en peligro a causa de nuestro crecimiento actual, el prometeísmo mantiene que su ralentización implicaría disminuir las posibilidades de descubrir alternativas y sucedáneos que resolverían posteriormente los problemas más acuciantes. Pero ambos argumentos descansan en una inversión implícita del significado de la incertidumbre ante el devenir y son vulnerables a una crítica inmanente que, a mi juicio, es lo bastante efectiva como para convertir la idea de desarrollo sostenible en un “caballo de Troya” en el interior del credo prometeico. En primer lugar, si se acepta que tenemos deberes hacia las generaciones futuras y que entre ellos se encuentra la obligación de proporcionarles las condiciones mínimas para ejercer, al menos, los
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mismos derechos y oportunidades vitales que deseamos y defendemos para nosotros mismos, habremos de mantener intactas sus opciones, tal y como señala Brian Barry: El núcleo central de la sostenibilidad es [...] que hay algo cuyo valor debería mantenerse en un futuro indefinido en la medida en que esté a nuestro alcance hacerlo. Esto deja abierta al debate la cuestión relativa a cuál habría de ser el contenido de ese algo. Ya he mencionado un candidato: la utilidad, entendida (como es el caso en la economía ortodoxa) como la satisfacción de deseos o, como generalmente se denominan, preferencias. La objeción obvia a este criterio es que los deseos dependen (muy razonablemente) de aquello que está disponible o esperamos que esté disponible. Quizás la gente del futuro pudiera aprender a encontrar satisfacción en paisajes totalmente artificia- les y en caminar sobre hierba artificial entre árboles de plástico, mientras pájaros electrónicos can- tan en lo alto. Pero no podemos por menos que creer que algo horrible les habría sucedido a los seres humanos si no echaran de menos la hierba real, los árboles y los pájaros. El criterio utilitarista basado en la satisfacción de las preferencias no nos permite captar por qué un futuro con paisajes de hierba artificial y árboles de plástico reduce las posibilidades de elección de nuestros descendientes, ya que da por supuesta una “adaptación” de las preferencias. Al mismo tiempo, Barry plantea la cuestión antes mencionada de la inconmensurabilidad de valores aparejada a los problemas ecológicos más graves, ya que “lo que importa” no puede ser compensado con una mayor capacidad productiva. Esto viene a mostrar que la neutralidad inherente a la visión prometeica es sólo aparente, puesto que los problemas irreversibles generados por el crecimiento eco- nómico limitan las posibilidades de elección. El principio de la “soberanía del consumidor” resulta ser, por tanto, una noción muy estrecha de la autonomía individual. Limitar ahora el crecimiento, afirma el prometeísmo, es una forma encubierta de imponer una concepción específica del bien a las generaciones futuras y atacar las bases de su autonomía para elegir una concepción propia. Pero lo que se oculta tras esta aparente neutralidad valorativa es que no replantear de una forma ecológicamente sostenible la concepción dominante del crecimiento económico realmente implica reducir el abanico de oportunidades vitales que estarán a su disposición. En otras palabras, el prometeísmo no resuelve el dilema, sino que rechaza afrontarlo escudándose en una defensa cerrada del crecimiento sobre las bases actuales como garante absoluto de la neutralidad valorativa, ignorando que la formación de las preferencias individuales es un proceso que no depende solamente de la soberanía individual sino, como acertadamente señala Barry, de lo que esté “disponible”. Los deterioros ecológicos irreversibles, como la pérdida de especies y hábitats, conllevan la pérdida de posibilidades de elección y, por tanto, del desarrollo de capacidades de los seres humanos futuros. Por ello, nuestros hipotéticos descendientes que (quizá) “disfrutarán” con el canto de los pájaros electrónicos aparecen ante nosotros como espectros disminuidos en algo fundamental: sus capacidades estéticas y morales quedan cercenadas de un modo irreparable, al no poder acrisolarse en un entorno natural que, por causa nuestra, desaparecerá. Esto puede expresarse de forma más intuitiva advirtiendo que no podemos imaginarnos a nosotros mismos “gozando” de tan siniestro paisaje porque nos sentiríamos “menos humanos”. Lo que esto significa es que si realmente asumimos un compromiso moral hacia nuestros descendientes, no podemos desear para ellos una forma de vida que no queremos para nosotros. Lo que “debe sostenerse”, pues, es la oportunidad de las generaciones futuras de vivir “una vida buena tal y como la concebimos nosotros”, aunque quizá elijan vivir una vida muy diferente. Esto, lejos de constituir una ilegítima intromisión en la autonomía de los seres humanos futuros para determinar sus propias preferencias, es la condición mínima para garantizar una futura elección entre diferentes opciones. Quienes abrazan el prometeísmo tecnológico, adoptando a la vez un relativismo epistemológico y moral respecto de las preferencias de los seres humanos futuros, presuponen injustificadamente que éstos habrán elegido “libremente” antes de “gozar” de su paseo sobre la hierba artificial entre los árboles de plástico y los
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pájaros electrónicos, cuando es evidente que no habrán podido hacerlo, ya que previamente se habrán “adaptado” a lo único que tendrán disponible: el sucedáneo. En definitiva, lo que esté disponible en tiempos venideros está supeditado a la concepción del desarrollo que hagamos valer en el presente y al papel que en ella representen las exigencias de justicia intergeneracional. Si eliminamos la capacidad de las generaciones futuras para elegir entre árboles y pájaros reales, por un lado, y sus sucedáneos artificiales, por otro, habremos incumplido un imperativo moral: no habremos respetado su derecho a disponer de un amplio abanico de oportunidades para modelar sus preferencias. Muchas concepciones de la vida buena habrán quedado vedadas para ellos si nuestro desarrollo no es sostenible. Por tanto, la neutralidad normativa entre diferentes concepciones individuales del bien, un principio básico del liberalismo contemporáneo, requiere un compromiso ético con la sostenibilidad ecológica, y no, como afirma el prometeísmo, su desaparición como criterio político de decisión. Por otra parte, el segundo argumento prometeico sólo puede defenderse desde una presuposición de optimismo tecnológico basada a su vez en una concepción errónea de la evolución histórica. El prometeísmo, como sabemos, es una visión que confía casi ilimitadamente en las potencialidades humanas para resolver problemas y basa esa confianza en las tendencias evolutivas de los últimos años. La capacidad de invención humana ha conocido éxitos inimaginables y esa tendencia favorable anima al prometeísmo a postular su indefinida progresión. Sin embargo, con ello sólo contempla una dimensión de la evolución histórica reciente y no advierte que la ciencia ecológica ha puesto de manifiesto que precisamente el desarrollo de ese potencial de dominación de la naturaleza es, asimismo, el que ha hecho saltar por los aires la hasta hace poco lenta evolución de la presencia humana en la Tierra. En otras palabras, lo que la cuestión ecológica revela es una nueva clase de incertidumbre ante el futuro que apunta la posibilidad de un salto abrupto en la evolución histórica, resultado de la inmensa capacidad de dominio de la naturaleza desarrollada en los últimos doscientos años. El discurso prometeico sólo puede concebirse si se asume acríticamente un rudimentario marco epistemológico y antropológico que, por lo demás, se basa en un desconocimiento funda- mental de los análisis ecológicos de la complejidad y la interdependencia eco sistémicas. Dicho m arco descansa en la insostenible convicción de que una evolución histórica favorable fundamenta por sí sola una previsión igualmente benigna del futuro, ignorando la posibilidad de una brusca bifurcación evolutiva en términos ecológicos: una “autocorrección” del equilibrio eco sistémico planetario que conlleve la transformación radical de las condiciones favorables para la vida humana. Como afirma Dryzek, el prometeísmo carece de sentido si no abraza la fe en una “naturaleza infinitamente indulgente”.
7. EL DESARROLLO SOSTENIBLE MÁS ALLÁ DEL PROMETEÍSMO Resaltar la dimensión normativa inherente a la idea de sostenibilidad mediante una comprensión más amplia de la riqueza que hemos de legar a nuestros descendientes no nos exonera de tomar decisiones en condiciones de incertidumbre. Más bien sucede al contrario, pues lo que trae consigo es la posibilidad de relativizar el valor del crecimiento económico y de su contribución al desarrollo. Contemplada de este modo, la dimensión ética de la sostenibilidad introduce incertidumbre en el universo de certezas implantado por la “fe” en el “crecimiento sostenido” y el optimismo tecnológico prometeico. Lo que es más importante, reconocer el carácter normativo del objetivo de la sostenibilidad permite recuperar el verdadero alcance epistemológico y ético de la incertidumbre: pues el prometeísmo, como hemos podido comprobar, utiliza la ignorancia respecto del futuro para proclamar (erróneamente) la neutralidad valorativa de sus argumentos. Una ética de la sostenibilidad, por el contrario, permite ampliar la esfera de deliberación pública en torno a las cuestiones que atañen al desarrollo humano y al papel que en éste ha de desempeñar el crecimiento. Hacerse cargo de la UNIVERSIDAD PERUANA LOS ANDES – FACULTAD DE INGENIERIA – CARRERA PROFESIONAL DE INGENIERIA CIVIL
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sostenibilidad nos sitúa, pues, en condiciones de ponderar más adecuadamente los diferentes criterios de elección entre los diversos fines del desarrollo. Una conclusión fundamental es que la reorientación ética y política de las preferencias individuales que ha de conllevar el objetivo del desarrollo sostenible no socava el ideal liberal de neutralidad entre diferentes concepciones del bien, sino que es condición imprescindible para impulsarlo. No puede haber imparcialidad política entre diferentes opciones vitales si las condiciones favorables para desarrollarlas han sido eliminadas por una crisis ambiental de alcance planetario. La visión prometeica que ha fago- citado paulatinamente el concepto de desarrollo sostenible oculta esta cuestión crucial, y desvelarla es una razón adicional para recuperarlo como ideal político. No obstante, debemos tener en cuenta que el desarrollo sostenible, como todos los conceptos políticos, posee rasgos de ideal asintótico: ha de acrisolarse mediante la deliberación pública y la controversia intelectual, sin dejar de percibir los problemas inherentes a su cristalización histórica. Diferente de éstos y anterior a ellos es la tarea de fundamentación ética para hacer de él un ideal político universalizable, cuestión que este ensayo ha tratado de esbozar. Una misión anticipada por Kant cuando, frente a la prescripción de dogmas religiosos y la persecución de sus críticos, apelaba a un criterio de justicia intergeneracional: Una época no puede aliarse y conjurarse para dejar a la siguiente en un estado en que no le haya de ser posible ampliar sus conocimientos (sobre todo los más apremiantes), rectificar sus errores y en general seguir avanzando hacia la ilustración. Tal cosa supondría un crimen contra la naturaleza humana, cuyo destino primordial consiste justamente en ese progresar, y la posteridad estaría, por lo tanto, perfectamente legitimada para recusar aquel acuerdo adoptado de un modo tan incompetente como ultrajante. El dogma prometeico de una “naturaleza infinitamente indulgente” que subyace al desdén institucional hacia los problemas ecológicos y la falta de compromiso para afrontarlos, bien podría equipararse a ese “acuerdo” al que se refería Kant. Sería “un crimen contra la naturaleza humana” impedir el progreso y el desarrollo de las capacidades de nuestros descendientes, máxime haciéndolo bajo el disfraz de una supuesta preocupación ambientalista que oculta la explotación exhaustiva de la naturaleza. Por esta razón, es decisivo comprender que la sostenibilidad ecológica ha de convertirse en ingrediente esencial de una concepción crítica del desarrollo, así como en el trasfondo de una noción coherente de la justicia intergeneracional.
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1. ORÍGENES Ética axiológica, axiología o filosofía de los valores es la rama de la filosofía que estudia la naturaleza de los valores) y juicios valorativos. El término axiología fue empleado por primera vez por Peul Leupie en 1902 y posteriormente por Eduard Von Hartmanen 1908.la axiología no sólo trata de los valores positivos, sino también de los valores negativos, analizando los principios que permiten considerar que algo es o no valioso, y considerando los fundamentos de tal juicio. La investigación de una teoría de los valores ha encontrado una aplicación especial en la ética y en la estética, ámbitos donde el concepto de valor posee una relevancia específica. Algunos filósofos como los alemanes Heinrich Rickert o Max Scheler han realizado diferentes propuestas para elaborar una jerarquía adecuada de los valores. En este sentido, puede hablarse de una „ética axiológica‟, que fue desarrollada, principalmente, por el propio Scheler y Nicolai Hartmann. Desde el punto de vista ético, la axiología es una de las dos principales fundamentaciones de la ética junto con la deontología. (Deontología término introducido por Bentham “Deontology or the science of morality, en 1834” hace referencia a la rama de la ética cuyo objeto de estudio son los fundamentos del deber y las normas morales. se refiere a un conjunto ordenado de deberes y obligaciones morales que tienen los profesionales de una determinada materia. La deontología es conocida también bajo el nombre de "teoría del deber" y junto con la axiología es una de las dos ramas principales de la ética normativa. El estudio griego culmina con el desarrollo de un sistema de valores. Los valores pueden ser objetivos o subjetivos. Ejemplos de valores objetivos incluyen el bien, la verdad o la belleza, siendo finalidades ellos mismos. Se consideran valores subjetivos, en cambio, cuando estos representan un medio para llegar a un fin (en la mayoría de los casos caracterizados por un deseo personal). Además, los valores pueden ser fijos (permanentes) o dinámicos (cambiantes). Los valores también pueden diferenciarse a base de su grado de importancia y pueden ser conceptualizados en términos de una jerarquía, en cuyo caso algunos poseerán una posición más alta que otros. El problema fundamental que se desarrolla desde los orígenes mismos de la axiología, hacia fines del siglo xix, es el de la objetividad o subjetividad de la totalidad de los valores. Max Scheler se ubicará en la primera delas dos posiciones. El subjetivismo se opondrá, desde el principio, a este enfoque. Y entenderá a la antigua manera de Protágoras que lo estrictamente humano es la medida de todas las cosas, de lo que vale y de lo que no vale, y de la misma escala de valores, sin sustento en la realidad exterior. Ayer mismo, en "lenguaje, verdad y lógica", su obra temprana, dejará los juicios de valor fuera de toda cuestión, en virtud de que no cumplen con el principio de verificación empírica. De esta manera, lo ético y lo estético no son más que "expresiones" de la vida espiritual del sujeto. No una captación comprobable del mundo externo.
2. ÉTICA AXIOLÓGICA Esta ética fue desarrollada en la primera mitad del siglo xx preocupada más por el “contenido” que por la “forma” de la acción moral. Esta corriente confiere al valor el puesto central de la teoría ética. Es bueno aquel lo que realiza un valor y malo aquello que lo impide. El valor moral de la persona radica en los valores objetivos, de carácter UNIVERSIDAD PERUANA LOS ANDES – FACULTAD DE INGENIERIA – CARRERA PROFESIONAL DE INGENIERIA CIVIL
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positivo o negativo, que encarnan en su conducta. Algunos consideran el valor como un ser ideal, otros lo consideran como una cualidad objetiva que se da en los seres. Los valores plasman ideales de perfección que el hombre capta intuitivamente y frente a los cuales se sienten atraídos en orden a una realización o práctica concreta del mismo. De la percepción del valor surge el sentido del deber moral.
3. ¿QUÉ ESTUDIA LA AXIOLOGÍA? En cada momento de nuestra vida diaria nos vemos en la necesidad de elegir. Decidimos estudiar ahora y descansar luego, ir al cine y no ver tv., seguir una carrera universitaria, usar el saco gris a cambio del azul, tomar el camino más agradable y no el otro más cortó pero peligroso, escogemos la lectura y el deporte, y no las drogas alucinógenas y mil circunstancias más. Nos vemos entonces obligados a valorar más unas cosas que otras, valoramos según nuestras preferencias personales, o según la moda, de acuerdo a preceptos morales o convicciones personales, según el caso que se trate.
4. ¿CUÁL ES EL ORIGEN DE LOS VALORES?, LA PREGUNTA FUNDAMENTAL ES ¿EL VALOR O BONDAD DE LAS COSAS, ESTÁ EN LAS COSAS MISMAS, O ESTÁ EN NUESTRA APRECIACIÓN DE LAS COSAS? Dado que son dos posibilidades, las cosas, y nuestra apreciación de ellas, son también dos las respuestas fundamentales que se han dado en axiología.se dice que un comportamiento es moralmente aceptable cuando se ajusta satisfactoriamente a lo prescrito por un conjunto de normas (código moral). De esto se puede deducir el carácter fundamental de la moral: la imposición. La norma moral obliga un comportamiento al individuo, cuya desobediencia implica una desvalorización moral, y su obediencia un enriquecimiento. De otro lado, la ética pretende dar explicación de las normas morales. Su origen social e histórico, su validez y fundamentación dentro de un sistema filosófico o religioso. Entonces, la ética será la teoría explicativa de la moral. Como no existe una moral universalmente válida, será la ética quien compare y explique los diferentes factores sociales o religiosos que dieron lugar a distintos sistemas morales. Se dice que la moral es subjetiva, por cuanto su validez depende de la aceptación que un sujeto haga de ella. Su validez será un problema de creencia. En cambio, la ética buscará explicar los diversos sistemas morales, a partir de hechos, condiciones y relaciones sociales concretas, comprobables históricamente. Tales explicaciones no dependen, en su verdad, de la apreciación arbitraria del sujeto. Por ello se trata de una teoría objetiva. Los valores, forman parte de los objetos, acciones y actitudes que el ser humano persigue por considerarlos valiosos. dentro de este rubro se encuentran: la salud, la riqueza, el poder, el amor, la virtud, la belleza, la inteligencia, la cultura, etc. en fin, todo aquello que en un momento deseamos o apreciamos. La clasificación de los valores en una escala preferencial, está a cargo de la disciplina denominada: " axi ol o gía, o teo ría d e lo s valores”. La axiología es una rama de la ética, la cual a su vez, depende de la filosofía.
5. ¿QUÉ RELACIÓN SE DA ENTRE LA ÉTICA Y LA AXIOLOGÍA?, Ética es la disciplina que partiendo de la filosofía estudia la moral y el civismo en la persona, teniendo como objeto los valores ,creencias, principios, costumbres,…un individuo, único, singular ,irrepetible ,social se relaciona y convive en sociedad que piensa y razona distinguiéndose del resto de los seres vivos. La axiología estudia los valores.
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“Ética axiológica: esta ética fue desarrollada en la primera mitad del siglo xx preocupada más por el “contenido “que por la “forma” de la acción moral. Esta corriente confiere al valor el puesto central de la teoría ética. Es bueno aquello que realiza un valor y malo aquello que lo impide. El valor moral de la persona radica en los valores objetivos, de carácter positivo o negativo, que encarnan en su conducta. Algunos consideran el valor como un ser ideal, otros lo consideran como una cualidad objetiva que se da en los seres. Los valores plasman ideales de perfección que el hombre capta intuitivamente y frente a los cuales se sienten atraídos en orden a una realización o práctica concreta del mismo. De la percepción del valor surge el sentido del deber moral .”
En el año 2005 y promovidos por el BID, comenzaron a llevarse a cabo, de manera virtual, diálogos sobre responsabilidad social universitaria. Plantea el grupo que “Una de las misiones de la Iniciativa es promover la integración a los currículos educativos de la enseñanza de la ética para el desarrollo e impulsar programas sistemáticos que hagan de la Universidad un auténtico lugar de formación para profesionales socialmente responsables, líderes éticos de su comunidad” (BID, 2005:1). Agregan que “La Responsabilidad Social Universitaria es la clave para lograr un verdadero cambio en la enseñanza superior en América Latina, a fin de que los futuros líderes y profesionales de la región tengan siempre en mente la ética y el desarrollo participativo como brújula en su vida laboral” (BID,2005:1). Sirva lo anterior de preámbulo para entender la importancia que tiene la formación ética en los niveles universitarios. La Educación en general, es considerada por Follari (2003) como la mayor posibilidad de recomponer la ética, por la cantidad de personas que pasan por ella, por la cantidad de horas que implica y por el peso del lenguaje; es decir, no es un objetivo de la educación servir desde la ética a la sociedad, sino que es un objetivo de la sociedad el que la educación ayude a reconstruir la ética. Cuando se habla de educación se engloba todos los niveles en los que ésta se constituye (preescolar, primaria, secundaria y superior); por lo tanto, educar en valores, evidentemente, recorre transversalmente todo el espectro educativo. Por otra parte, sería presuntuoso considerar que las universidades tienen la responsabilidad de formar a los jóvenes éticamente, teniendo en cuenta, tanto la formación anterior, como el porcentaje relativamente pequeño que logra llegar y luego graduarse en ellas (Chaves, 2002). Sin embargo, ésta limitante no exime a la universidad de la responsabilidad de preparar jóvenes profesionales que serán los futuros gestores de las políticas de desarrollo del mundo. En atención a lo anterior, cabe entonces preguntarse, qué tanto contribuyen las universidades a la reconstrucción de la ética, O si por el contrario, tal como lo señala Valleys (2003) en qué medida los saberes transmitidos desde la universidad participan de y reproducen las injusticias del mundo actual. Para Valleys (2003), las universidades son parte del problema del mal desarrollo mundial, porque son ellas las que han ido formando los profesionales responsables de las políticas macroeconómicas de desigualdad creciente en las últimas décadas, que han hecho del desarrollo una palabra hueca. En este sentido, se hace necesario conocer si las instituciones de educación superior están desempeñando plenamente su función, educando y formando a graduados con valores tanto instrumentales como finales que puedan contribuir a la consolidación del orden social (UNESCO, 1998). A priori, pareciera que la realidad desmiente estos hermosos postulados, ya que como plantea Valleys (2003), el verdadero desarrollo se ha convertido en un mito.
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Podría decirse entonces, que el paradigma educativo vigente hasta ahora, no ofrece ya respuestas a las nuevas realidades, lo cual lleva a pensar en la necesidad de substituirlo por uno que si las brinde. En este orden de ideas, y con la finalidad de construir este nuevo paradigma, la UNESCO en la Conferencia Mu ndial sobre la Educación Superior, otorgó participación a los clientes principales de ésta: los estudiantes, quienes opinaron que “El éxito de la educación superior depende de su espíritu de dar apertura para ayudar a los jóvenes a entender mejor el mundo y a adquirir mediante la educación una autonomía que les permita prestar su contribución a la sociedad” (UNESCO, 1998: 34). Casali (2003) considera que la totalidad de la sociedad está necesitando en forma urgente que la universidad, como una de las instituciones pilares en la formación de los ciudadanos, asuma un compromiso mayor con la ética y los valores. Agrega el autor que esta priorización de la enseñanza de la ética, no sólo afecta a las instituciones de formación de líderes gerenciales en niveles de post-grado, sino a la universidad en todas sus carreras. Por su parte, el rector de la Universidad Metropolitana de Caracas, Dr. José Moreno León plantea lo siguiente: “El objetivo fundamental del nuevo sistema educativo debe ser el formar un ciudadano ejemplar por su conciencia cívica, su elevado valor ético, de solidaridad, asociatividad y de compromiso proactivo con la nueva visión del desarrollo, y con las habilidades para mantenerse en un proceso continuo de aprendizaje y formación” (Moreno citado por Casali, 2003). Tal es el nuevo paradigma que universidades en el país están planteando. Finaliza Casali (2003) mencionando, que el tema de la formación ética de la comunidad tiene que ser tomado de una forma distinta, dándole una importancia mucho más marcada. Aquí la educación y en particular la universidad tiene un rol a cumplir que es ineludible: no se puede continuar mirando hacia el costado. La ética y los valores deben llegar a ser elementos que tiñan toda la currícula y que involucre a todos aquellos que estén vinculados con la formación de los estudiantes. Tiene que ser transdisciplinaria y transversal. Este es un gran desafío de trabajo que tienen hoy las universidades. Fuenmayor (2003), en franco apoyo a las ideas de Casali (2003), plantea un reto ético que tienen las universidades venezolanas, a fin de convocar a la formación de un hombre más humano que convierta nuestras instituciones en centros ideológicos de elaboración alterna ante el proceso de deshumanización puesto en marcha en el planeta desde hace ya algún tiempo. Evidentemente, esto tiene una fuerte r elación con las consideraciones de la UNESCO y sus tres postulados, (calidad, pertinencia y equidad) para un modelo educativo sustentable. En este sentido, atiende a ideas aportadas por estudiantes que participaron en la Conferencia de 1998, sobre estrategias a aplicar en las distintas áreas del conocimiento impartidas en las universidades, entre las cuales resalta el fomento de “... una deontología empresarial que pueda incluirse en los planes de estudios, habida cuenta de su pertinencia en las cuestiones relacionadas con el desarrollo” (UNESCO, 1998:16). Esta deontología empresarial no es más que un compendio de valores que debe guiar la gestión de los que tomarán las decisiones en cuanto a las políticas económicas del mañana. Desde esta perspectiva, la universidad puede considerarse como uno de los espacios sociales más estratégicos para impulsar una conciencia ética que permitirá sentar las bases para un desarrollo sustentable que transformará las visiones de aquellos que según Morin (2000) el viejo modelo de desarrollo ha convertido en subdesarrollados mentales, psíquicos y morales.
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La ética no se decreta, es una forma de vida, recordemos que “... las costumbres éticas se logran con una vida sistemática de virtud y no por actos aislados...” (Díaz, 2000:51). , por lo tanto si en cada documento, cada decisión, cada discurso, cada clase, cada evaluación, no se le da y se le exige actitudes éticas a los alumnos orientadas a un pensamiento colectivo ganarganar, donde ellos perciban como actitudes preferibles aquellas que tienen que ver con el bienestar común, no se puede pretender que cuando salgan al mercado de trabajo se conviertan en tomadores de decisiones orientadas a la equidad y la justicia social (desarrollo sustentable). Así como la noción de desarrollo evolucionó de su concepción tradicional a la de sustentable que hoy se maneja; asimismo las universidades tienen que evolucionar del modelo de capacitación neoliberal, utilitario, científico, objetivo y deshumanizado, hacia un modelo de formación integral e integrador del individuo, que lo egrese como ciudadano ético, con compromiso social, proactivo y abierto al aprendizaje permanente. Lo que empezó como una corriente ambientalista, se ha convertido en una necesidad para la humanidad, y esta necesidad debe permear las capas universitarias y cambiar la concepción actual de universidad en cuanto al conocimiento que transmite. Es importante diferenciar entre informarse (lo cual puede lograrse hoy en día sin asistir a una institución universitaria) y formarse (lo cual definitivamente tiene un componente ético incluido). El desarrollo sustentable requiere este último, como herramienta garante de un mundo más equitativo y con paz social. Plantea Aristóteles, y Follari (2003) se hace eco, que lo único efectivo para aprender el comportamiento ético, es la práctica y la vivencia. Entonces, es indispensable que la universidad se convierta en el escenario para ensayar y aprender el ejercicio de pensar, vivir y sentir éticamente, formando así a los futuros gestores de un desarrollo de largo plazo que se convierta en sustentable. No obstante, en la Universidad del Zulia y específicamente en la Escuela de Administración y Contaduría Pública de FCES-LUZ la ética no pasa de ser, como menciona Casali (2003:1) “un mero catálogo...,... que no está para orientar la acción de sus integrantes sino para presentar a los demás y a la propia autoconciencia institucional un ideario axiológico”. Los resultados de la encuesta al estudiantado fueron dramáticos, existe una desesperanza total, un desconcierto y descrédito abrumador. En estas condiciones no puede pretenderse que estos depredadores salgan y se conviertan en individuos con responsabilidad social. Evidentemente, tal como lo indica Salas (1998) no es tarea fácil impartir esta clase de educación y existen pocas probabilidades de garantizar que el graduado haya desarrollado hábitos de conducta ética, pero si las universidades juegan el papel que les corresponde puede asegurarse que el egresado no tendrá la excusa de la ignorancia o de la inconciencia acerca de la naturaleza de sus actos, y aumentaremos las posibilidades de contribuir realmente a formar al individuo que la sociedad actual demanda.
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