Henry Miller El coloso de Marusi
PRIMERA PARTE
De no haber sido por una muchacha llamada Betty Ryan que vivía en la misma casa que yo en París, nunca hubiera ido a Grecia. Una tarde, ante un vaso de vino blanco, comenzó a charlar sobre sus experiencias de trotamundos. Siempre la escuché con gran atención, no só sólo lo po porq rque ue su sus s ex expe peri rien enci cias as er eran an si sing ngul ular ares es, , si sino no po porq rque ue narraba con tal arte que parecía uno estar viviendo lo descrito: sus su s re rela lato tos s se gr grab abab aban an en mi me ment nte e co como mo si fu fuer eran an pe perf rfec ecto tos s lienzos pintados de mano maestra. La conversación de esa tarde fue muy peculiar; empezamos hablando de China y del idioma chino, que ella había principiado a estudiar. Pronto nos encontramos en el norte de África, en el desierto, entre gentes de las que nunca había oído hablar. Y luego, de repente, se quedó sola, caminando junto a un río, y la luz era intensa y yo la seguía bajo el sol cega ce gad dor or, , pe per ro se pe perd rdió ió y me en enco cont ntr ré va vaga gan ndo en una tierra tierra extr ex trañ aña, a, es escu cuch chan ando do un id idio ioma ma qu que e ja jamá más s ha habí bía a oí oído do ha hast sta a es ese e momento. La muchacha no es precisamente una escritora, pero, es de todas formas una artista, ya que nadie ha sabido darme el ambiente de un lugar tan a fondo como ella me lo dio de Grecia. Mucho tiem ti empo po de desp spué ués s me en ente teré ré de qu que e fu fue e ce cerc rca a de Ol Olim impi pia a do dond nde e se perdió, y yo con ella, pero entonces Grecia sólo era para mí un mundo de luz como nunca lo había soñado ni esperaba ver. Durant Durante e meses, meses, antes antes de tener tener esta esta conver conversac sación ión, , había había estado estado reci re cibi bien endo do ca cart rtas as de Gr Grec ecia ia, , es escr crit itas as po por r mi am amig igo o La Lawr wren ence ce Durrel Durrell, l, quien quien prácti prácticam cament ente e se había había domici domicilia liado do en Corfú. Corfú. Sus cart ca rtas as er eran an ta tamb mbié ién n ma mara ravi vill llos osas as, , au aunq nque ue me pa pare recí cían an un po poco co irreales. Durrell es poeta y sus cartas eran poéticas; me causaban una cierta confusión porque en ellas la ficción y la realidad, lo histórico y lo mitológico, estaban artísticamente mezclados. Más adelante iba a descubrir por mi propia cuenta que esa confusión es real y no debida enteramente a la facultad poética. Pero en ese tiem ti empo po cr creí eía a qu que e er era a un pr pret etex exto to pa para ra te tent ntar arme me a ac acep epta tar r la las s repetidas invitaciones invitaciones que me había hecho de reunirme con él. Poco Po cos s me mese ses s an ante tes s de es esta tall llar ar la gu guer erra ra de deci cidí dí to toma marm rme e un unas as largas vacaciones. Desde hacía tiempo acariciaba la idea de visitar el valle del Dordoña. Así, pues, hice la maleta y cogí el tren para Rocamadour, adonde llegué de madrugada, cuando el Sol estaba a punto de salir y la Luna todavía brillaba resplandeciente. Fue una inspiración la que me llevó a la Dordoña antes de sumergirme en ese brillante y blanquecino mundo griego. Echar un vistazo al negro y misterioso río, en Domme, desde el hermoso risco situado en el extremo de la ciudad, es algo que no se puede olvidar en toda la vida. Para mí este río, esta región, pertenecen al poeta Rainer María Rilke. No es francesa, ni austríaca, ni siquiera europea; es la reglón del encanto en la que se han aventurado los poetas y la que sólo ellos
tienen derecho a reivindicar. De este lado de Grecia, es la parte más má s pr próx óxim ima a al Pa Para raís íso. o. Po Por r ha hace cer r un una a co conc nces esió ión n ll llam amém émos osle le el para pa raís íso o fr fran ancé cés. s. En ef efec ecto to, , ha de debi bido do se ser r un pa para raís íso o du dura rant nte e muchos miles de años. Creo que así fue para el hombre de Cromagnon, a pesar de que los restos fosilizados de las grandes cavernas parecen indicar una vida azorada y aterradora. Creo que el ho homb mbre re de Cr Crom omag agno non n se es esta tabl blec eció ió en es este te si siti tio o po porqu rque e er era a extremadamente inteligente y tenía desarrollado en alto grado el sentido de la belleza. Creo que su sentimiento religioso estaba ya muy adelantado y que florecía aquí, aunque el hombre viviera como un an anim imal al en la las s pr prof ofun undi dida dade des s de la las s ca cave vern rnas as. . Cr Creo eo qu que e es esta ta apacible región de Francia será siempre un lugar sagrado para el hombre, y que cuando las ciudades maten a los poetas ella será el refugio y la cuna de los venideros. Lo repito, el ver la Dordoña fue para mí de la mayor importancia: me da esperanza en el futuro de la raza, en el futuro de la tierra misma. Francia puede dejar de existir un día, pero la Dordoña vivirá como viven los sueños y sustentará el alma de los hombres. En Ma Mars rsel ella la me em emba barq rqué ué pa para ra El Pi Pire reo. o. Mi am amig igo o Du Durr rrel ell l me esperaba en Atenas para llevarme a Corfú. En el barco iba mucha gente gente del Levant Levante. e. Inmedi Inmediata atamen mente te mi atenci atención ón se fijó fijó en ella, ella, gana ga nand ndo o mi mis s pr pref efer eren enci cias as so sobr bre e lo los s am amer eric ican anos os, , fr fran ance cese ses s e ingl in gles eses es. . Te Tení nía a un en enor orme me de dese seo o de ha habl blar ar co con n ár árab abes es, , tu turc rcos os, , sirios, etcétera. Sentía curiosidad por saber cómo eran. El viaje duró cuatro o cinco días, y conté con tiempo más que suficiente para para trabar trabar relación relación con los que más deseaba deseaba conoce conocer. r. Pero, Pero, por mera casualidad, el primer amigo que hice fue un griego, estu es tudi dian ante te de Me Medi dici cina na, , qu que e re regr gres esab aba a de Pa Parí rís. s. Ha Habl blam amos os en francés. La primera noche estuvimos de charla hasta las tres o las cuatro cuatro de la madrug madrugada ada, , tratan tratando do princi principal palmen mente te de Knut Knut Hamsun Hamsun, , quien, por lo que oí, era muy admirado en Grecia. Al principio me pareció extraño hablar sobre ese genio nórdico mientras navegábamos por aguas templadas. Pero esa conversación me hizo ver en seguida que los griegos son un pueblo apasionado, entusiasta y curi cu rios oso. o. Pa Pasi sión ón er era a al algo go qu que e ha hací cía a ti tiem empo po ec echa haba ba de me meno nos s en Fran Fr anci cia. a. No so sola lame ment nte e pa pasi sión ón, , si sino no es espí píri ritu tu de co cont ntra radi dicc cció ión, n, confusión, caos, todas esas genuinas cualidades humanas que volvía a descubrir y apreciar en la persona de mi nuevo amigo. Y generosidad, de la que casi llegué a pensar que había desaparecido de la Tierra. Allí estábamos un griego y un americano con algo en común, común, aun siendo siendo dos seres seres muy difere diferente ntes. s. Fue una esplén espléndid dida a intr in trod oduc ucci ción ón a es ese e mu mund ndo o qu que e pr pron onto to se ab abri rirí ría a an ante te mi mis s oj ojos os. . Ante An tes s de ve ver r el pa país ís, , ya es esta taba ba en enam amor orad ado o de Gr Grec ecia ia y de lo los s griegos. Me di cuenta con antelación de que eran gente cordial, hospitalaria, y con la que sería fácil entenderse. Al día siguiente entablé conversación con los otros: un turco, un sirio, algunos estudiantes del Líbano y un argentino de origen italiano. El turco me fue antipático casi desde el primer momento. Tenía una verdadera manía por la lógica que me sacaba de quicio. Además era una lógica absurda. Y lo mismo que en los demás, todos
ellos profundamente antipáticos, advertí en él una expresión del espí es pír rit itu u am amer eric ica ano en su pe peor or ace cep pci ción ón. . El pro rogr gre eso era la obse ob ses sió ión n de to todo dos s ell llo os. Má Más s má máqu quin inas as, , má más s efi fici cie enc ncia ia, , má más s capital, más comodidades; he aquí su único tema. Les pregunté si habían oído hablar de los millones de personas que estaban sin trabajo en América. No me hicieron caso. Les pregunté si se daban cuen cu enta ta de lo va vací cíos os, , de desa saso sose sega gado dos s y mi mise sera rabl bles es qu que e er eran an lo los s americanos con todas sus máquinas productoras de lujo y comodidades. Mi sarcasmo no les hizo mella. Lo que deseaban era éxito: dinero, poder, la Luna a ser posible. Ninguno quería volver a su pa país ís; ; po por r al algun guna a ra razó zón n le les s ha habí bían an ob obli liga gado do a re regr gres esar ar en contra de su voluntad. Decían que no había vida para ellos en sus respectivos países. Estuve tentado de preguntarles: ¿Cuándo creían que empezaba la vida? Cuando poseyeran todas las cosas que tiene América, Alemania o Francia. Por lo que pude entender, la vida estaba hecha de cosas, de máquinas principalmente. La vida sin dinero era una imposibilidad: se necesitaban trajes, una buena casa, una un a ra radi dio, o, un una a ra raqu quet eta a de te teni nis, s, et etc. c. Le Les s di dije je qu que e no te tení nía a ninguna de esas cosas y era feliz, y que si me había marchado de América había sido precisamente porque esas cosas no significaban nada para mí. Me contestaron que era el americano más raro que habían conocido. Sin embargo se encontraban a gusto conmigo. Se me pega pe gar ron du dura ran nte to todo do el vi viaj aje e, aco cosá sánd ndom ome e con va var rie ieda dad d de preguntas que en vano contestaba. Por las noches me reunía con el griego. Nos entendíamos mejor, mucho mejor que con los demás, a pesa pe sar r de su ad ador orac ació ión n po por r Al Alem eman ania ia y su ré régi gime men. n. Ta Tamb mbié ién n él él, , naturalmente, quería ir a América algún día. Todo griego sueña con ir a América y hacer allí su nido. No intenté disuadirle: le hice un retrato de América tal como la conocía, tal como la había visto y vivido. Eso pareció asustarle un poco; reconoció que nunca había oído hablar así de América. «Vaya y vea usted mismo —le dije—. Pued Pu edo o es esta tar r eq equi uivo voca cado do. . So Sola lame ment nte e le di digo go lo qu que e co cono nozc zco o po por r prop pr opia ia ex expe peri rien enci cia. a.» » Y añ añad adí: í: «R «Rec ecue uerd rde e qu que e Kn Knut ut Ha Hams msun un no encontró la vida americana tan deliciosa como usted cree, ni su admirado Edgar Allan Poe... Había un arqueólogo francés que regresaba a Grecia. En la mesa se sentaba frente a mí. Hubiera podido contarme muchas cosas de Grecia, pero no le di ninguna oportunidad para que lo hiciera. Me fue desagradable desde el primer momento. El compañero que más me gustó durante la travesía fue el italiano de la Argentina. No creo haber encontrado en mi vida un hombre más ignorante y encantador al mismo tiempo que él. En Nápoles bajamos juntos a tierra para regalarnos con una buena comida y visitar Pompeya, de la que mi compañero nunca había oído hablar. A pesar del calor asfixiante que hacía, la excursión a Pompeya me ag agr rad adó ó muc uch ho. De ha hab ber id ido o con el arq rque ueó ólo logo go me hub ubie iera ra aburri aburrido do terrib terriblem lement ente. e. En El Pireo Pireo desemb desembarc arcó ó tambié también n conmig conmigo o para pa ra vi visi sita tar r la Ac Acró rópo poli lis. s. El ca calo lor r er era a to toda daví vía a ma mayo yor r qu que e en Pompeya, lo que ya es decir. Eran las nueve de la mañana y debíamos estar a cincuenta grados al sol. Apenas habíamos traspuesto la verja del muelle, cuando caímos en manos de un marrullero guía
griego que hablaba un poco de inglés y francés y que nos prometió enseñarnos, mediante una modesta suma, todos los lugares dignos de interés. Intentamos saber cuánto nos llevaría por sus servicios, pero fue en vano. Hacía demasiado calor para discutir precios; nos metimos en un taxi y le dijimos que nos llevara directamente a la Acrópolis. En el barco había cambiado mis francos por dracmas; el fajo de billetes abultaba tanto en mi bolsillo que no me cabía la meno me nor r du duda da de qu que e po podr dría ía pa paga gar r la cu cuen enta ta po por r ex exorb orbit itan ante te qu que e fuera. Sabía que nos iban a timar, y me regocijaba de antemano. La única idea firmemente asentada que tenía sobre los griegos era que no se podía uno fiar de ellos. Hubiera sufrido una gran decepción si nu nues estr tro o gu guía ía se hu hubi bier era a co comp mpor orta tado do ma magn gnán ánim ima a y ca caba ball ller eroosamente. A mi compañero parecía preocuparle la situación. Iba a Beirut Beirut. . Le oí hacer hacer cálcul cálculos os mental mentalmen mente te mientr mientras as nuestr nuestro o coche coche corr co rría ía y no noso sotr tros os es está tába bamo mos s me medi dio o so sofo foca cado dos s po por r el po polv lvo o y el calor La excursión desde El Pireo a Atenas es una buena manera de entrar en Grecia. Carece por completo de seducción. Hace que uno se pregunte el motivo que le ha impulsado a venir a este país. El pais pa isaj aje e no só sólo lo es ár árid ido o y de deso sola lado do, , si sino no qu que e ha hay y en él al algo go terr te rro orí rífi fico co. . Se sie ient nte e uno co com mo de des snu nuda dado do, , saq aqu uea eado do, , cas asi i aniq an iqui uila lado do. . El co cond nduc ucto tor r pa pare recí cía a un an anim imal al qu que e mi mila lagr gros osam amen ente te hubi hu bier era a ap apre rend ndid ido o a ma mane neja jar r un una a má máqu quin ina a lo loca ca; ; nu nues estr tro o gu guía ía le indicaba constantemente «A la derecha» o «A la izquierda», como si fuera la primera vez que hacían el viaje juntos. Sentí una enorme simpatía por el conductor; sabía también que nos timaría. Tenía el presentimiento de que no sabía contar más allá de ciento, y de que si se le dij ijes ese e la lanz nzar arí ía el coc oche he con ontr tra a la cu cune neta ta. . Cu Cuan ando do llegamos a la Acrópolis —fue una idea insens nsa ata ir allí inme in medi diat atam amen ente te de desp spué ués s de de dese semb mbar arca car— r— ha habí bía a ya de dela lant nte e de nosotros unos cientos de personas asaltando la puerta de entrada. El calor era tan terrible en ese momento que mi única idea era encontrar un sitio para sentarme y disfrutar un poco de sombra. Enco En cont ntré ré un lu luga gar r ba bast stan ante te fr fres esco co y es espe peré ré al allí lí mi mien entr tras as el argent argentino ino contab contaba a su dinero dinero. . Nuestr Nuestro o guía, guía, despué después s de habern habernos os conf co nfia iado do a un uno o de lo los s gu guía ías s of ofic icia iale les, s, se ha habí bía a qu qued edad ado o en la puerta con el conductor. Nos esperaba para acompañarnos al templo de Júpiter, al Teseion y a otros lugares, en cuanto nos hartáramos de la Ac Acró rópo poli lis. s. Na Natu tura ralm lmen ente te, , no fu fuim imos os a ni ning ngun uno o de es esto tos s sitios. Le dijimos que nos llevara a la ciudad y nos dejara en un lugar fresco donde pudiéramos tomar helados. Eran cerca de las diez y medi me dia a cu cuan ando do pa para ramo mos s fr fren ente te a la te terr rraz aza a de un ca café fé. . To Todo do el mundo, incluso los griegos, parecían desfallecer de calor. Tomamos un helado, bebimos agua helada, luego volvimos a tomar otro helado y a beber más agua helada. Después de eso pedí té caliente, porque de repente recordé que alguien me había dicho que era refrescante. El taxi estaba parado junto a la acera con el motor en marcha. Nuestro guía parecía ser el único que no sentía el calor. Debía pensar que nuestra intención era refrescarnos un poco y emprender de nuevo el trote bajo el sol, en busca de ruinas y monumentos.
Acabamos por decirle que renunciábamos a sus servicios. Contestó que no había ninguna prisa, que no tenía nada especial que hacer y que se encontraba muy a gusto en nuestra compañía. Le dijimos que ya hab abía íam mos vis isto to bas asta tan nte tes s co cosa sas s es ese e dí día a y que des ese eáb ábam amos os quedarnos tranquilos. Llamó al camarero y pagó la cuenta con su dine di nero ro. . In Insi sist stim imos os en qu que e no nos s di dije jera ra cu cuán ánto to le de debí bíam amos os, , pe pero ro maldita la gana que tenía de decírnoslo. Quería saber a cuánto nos parecía que ascendían sus servicios. Le contestamos que eso no era de nuestr nuestra a incumb incumbenc encia; ia; era él quien quien debía debía decidi decidirlo rlo. . Entonc Entonces, es, tras una larga pausa, después de mirarnos de pies a cabeza, de rascarse, de echar hacia atrás su sombrero y de pasarse la mano por la frente, nos dijo con la mayor suavidad que a su entender 2.500 dracmas era el precio adecuado. Miré a mi compañero y le dije di je qu que e ab abri rier era a el fu fueg ego. o. El gr grie iego go, , na natu tura ralm lmen ente te, , es espe pera raba ba nuestra reacción y estaba preparado para hacerle frente. Y debo confesar que hay algo en los griegos astutos y marrulleros que me agrada de verdad. Casi en seguida nos nos dijo: «Bien, de acuerdo. Si mi pr prec ecio io le les s pa pare rece ce ab abus usiv ivo, o, su sugi gier eran an us uste tede des s ot otro ro». ». As Así í lo hicimos. El nuestro era tan ridículamente bajo como alto era el suyo. Parecía hacerle gracia este grosero regateo. La verdad es que a todos nos hacía gracia. Sus servicios se convertían en algo tangib tangible, le, real, real, una especi especie e de mercan mercancía cía. . Los sopesá sopesábam bamos, os, los valorábamos, los escamoteábamos como si se tratase de un tomate madu ma duro ro o de un una a ma mazo zorc rca a de ma maíz íz. . Fi Fina nalm lmen ente te, , no nos s pu pusi simo mos s de acuerdo no sobre un precio razonable, ya que eso hubiera sido un insulto a las dotes de nuestro guía, sino que convinimos en que con carácter de excepción, debido al calor, debido a que no lo habíamos visto todo, debido a esto y a lo de más allá, no quería queríamos mos pasar pasar de una determ determinad inada a cantid cantidad ad y nos desped despedirí iríamo amos s como buenos amigos. Uno de los pequeños detalles sobre el cual el regateo se hacía interminable era el relativo a la cantidad que nuestro guía había dado al guía oficial de la Acrópolis. Juraba habe ha berl rle e da dado do ci cien ento to ci cinc ncue uent nta a dr drac acma mas. s. Yo ha habí bía a vi vist sto o co con n mi mis s propios ojos la operación y sabía que sólo le entregó cincuenta. Sostenía que yo no lo había visto bien. Allanamos la dificultad diciéndole que, a nuestro entender, le había dado inadvertidamente al hombre cien dracmas más de lo que había sido su intención, razo ra zona nami mien ento to és éste te ta tan n al alej ejad ado o de la me ment ntal alid idad ad gr grie iega ga qu que e si nuestro guía hubiera decidido despojarnos allí mismo de todo lo que qu e ten ení íam amos os, , su ac acti titu tud d hub ubi ier era a est sta ado ju just stif ifi ica cada da y los tribunales griegos le hubieran dado la razón. Una hora más tarde me despedía de mi compañero; encontré una habitación en un pequeño hotel por el doble del precio corriente; me desnudé y, empapado en sudor, me tumbé desnudo sobre la cama hasta las nueve de la tarde. Busqué un restaurante, intenté comer algo, pero después de probar unos bocados tuve que dejarlo. En mi vida había tenido tanto calor. El mero hecho de sentarse cerca de una lámpara encendida era una tortura. Me tomé unos refrescos, y me levanté de la terraza donde estaba sentado para dirigirme hacia el parque. He de decir que eran alrededor de las once. La gente bullía de todas partes en dirección al parque. Eso me recordaba
Nueva York en una asfixiante noche de agosto. Encontraba de nuevo a la ch chus usma ma, , al algo go qu que e ja jamá más s ha habí bía a se sent ntid ido o en Pa Parí rís, s, ex exce cept pto o durante la abortada revolución. Caminé despacio por el parque en dirección al templo de Júpiter. A lo largo de los polvorientos pase pa seos os se ve veía ían n me mesi sita tas s co colo loca cada das s si sin n or orde den n al algu guno no. . Se Senta ntada das s tranqu tranquila ilamen mente te en la oscuri oscuridad dad había había pareja parejas, s, charlan charlando do en voz baja, ante vasos de agua. El vaso de agua..., por todas partes veía el vaso de agua. Llegó a convertirse en una obsesión. Comencé a pensar que el agua era algo nuevo, un nuevo elemento esencial de la vida. Tierra, aire, fuego, agua. Ahora el agua había llegado a ser se r el el elem emen ento to pr prin inci cipa pal. l. Ve Ver r a lo los s am aman ante tes s se sent ntad ados os en la oscuridad, bebiendo agua, pacíficos y quietos, y hablando en tono bajo, me daba una maravillosa impresión del carácter griego. El polvo, el calor, la pobreza, la discreción de la gente, y el agua por todas partes, en pequeños vasos colocados entre las parejas tranquilas y apacibles, todo eso me daba la impresión de que había algo al go sa sagr grad ado o en el lu luga gar, r, al algo go nu nutr trit itiv ivo o y co conf nfor orta tado dor. r. Es Esa a primera noche caminé por el Zapaión como encantado. Ningún otro parque se ha grabado en mi memoria como éste. Es la quintaesencia del parque, lo que uno siente a veces al mirar un cuadro o al soñar en un lugar en el que desearía estar y nunca encuentra. Como iba a darme cuenta luego, es igualmente atractivo por la mañana. Pero por la noche, al llegar como caído de las nubes, al sentir el duro suelo bajo los pies y el susurro de una lengua completamente extraña, es mágico; y quizá lo es más para mí porque lo veo lleno de la gente más pobre del mundo, y de la mejor nacida. Me alegro de haber llegado a Atenas durante esta increíble ola de calor, cont co nten ento to de ha habe berl rla a vi vist sto o en la las s pe peor ores es co cond ndic icio ione nes. s. Se Sent ntí í la fuerza desnuda de este pueblo, su pureza, su nobleza, su resignación. Vi sus niños y eso me confortó, porque viniendo de Franci Francia a creía creía que los niños niños habían habían desapa desaparec recido ido del mundo, mundo, que habían dejado de nacer. Vi a la gente en harapos, y eso fue también una especie de purificación. Los griegos saben vivir a pesar de sus harapos; para ellos no suponen ni la degradación total, ni la absoluta suciedad tal como la he visto en otros países que he visitado. Al dí día a si sigu guie ient nte e de deci cidí dí co coge ger r el ba barc rco o pa para ra Co Corf rfú, ú, do dond nde e me esperaba mi amigo Durrell. Salimos de El Pireo sobre las cinco de la tarde, cuando el sol todavía quemaba como un horno. Cometí el erro er ror r de sa saca car r un bi bill llet ete e de se segu gund nda a cl clas ase. e. Cu Cuan ando do vi su subi bir r a bordo los animales, los colchones y ropas de cama, todo el inverosímil galimatías que los griegos llevan consigo en sus viajes, me di prisa en pasarme a primera clase, que sólo es un poco más cara ca ra qu que e la se segu gund nda. a. Sa Salv lvo o en el Me Metr tro o de Pa Parí rís, s, nu nunc nca a ha habí bía a viajado en primera clase, y eso me pareció un verdadero lujo. El camarero pasaba continuamente con una bandeja llena de vasos de agua ag ua. . Y és ésa a fu fue e la pr prim imer era a pa pala labr bra a gr grie iega ga qu que e ap apre rend ndí: í: nevó (agua). ¡Qué hermosa palabra! Se aproximaba la noche; las islas emer em ergí gían an en la di dist stan anci cia, a, fl flot otan ando do si siem empr pre e so sobr bre e el ag agua ua, , si sin n descansar en ella. Aparecieron las estrellas con magnífico brillo,
y la brisa era suave y fresca. Comencé a sentir en seguida lo que era Grecia, lo que había sido y lo que siempre será incluso si tiene la desgracia de ser invadida por turistas americanos. Cuando el ca cama mare rero ro me pr preg egun untó tó qu qué é de dese seab aba a co come mer, r, cu cuan ando do má más s o me meno nos s ente en tend ndí í lo qu que e ha habí bía a pa para ra ce cena nar, r, ca casi si me de desm smay ayo o y me ec echo ho a llorar. Las comidas en un barco griego producen vértigo. Aunq Au nque ue pu pued eda a se ser r un una a he here rejí jía a co conf nfes esar arlo lo, , pr pref efie iero ro un una a bu buen ena a comida griega a otra francesa de la misma categoría. Había grandes cantidades de comida y bebida; afuera estaba el aire, y el cielo lleno de estrellas. Al salir de París me había prometido no hacer nada durante un año. Eran mis primeras vacaciones verdaderas en veinte años, y estaba dispuesto a que lo fueran de verdad. Todo me pare pa recí cía a pe perf rfec ecto to. . El ti tiem empo po ya no ex exis istí tía; a; só sólo lo ex exis istí tía a yo yo, , llevado por un lento barco, dispuesto a conocer a todos los que se presentasen, dispuesto a aceptar todo lo que viniera. Saliendo del mar, como si el mismo Hornero lo hubiera arreglado para mí, las isla is las s em emer ergí gían an, , so soli lita tari rias as, , de desi sier erta tas, s, mi mist ster erio iosa sas s en la lu luz z mortecina. No podía pedir nada más, ni deseaba nada más. Tenía todo lo que un hombre puede desear, y lo sabía. Sabía también que tal ta l ve vez z nu nunc nca a te tend ndrí ría a un mo mome ment nto o ig igua ual. l. Se Sent ntía ía ap apro roxi xima mars rse e la guerra cada día un poco más. Sin embargo, la paz aún duraría algún tiem ti empo po y lo los s ho homb mbre res s po podr dría ían n se segu guir ir co comp mpor ortá tándo ndose se co como mo se sere res s humanos. No at atra rave vesa samo mos s el ca cana nal l de Co Cori rint nto o po porq rque ue ha habí bía a ha habi bido do un corrimiento de tierras; circunnavegamos práct cti icamente el Pelo Pe lopo pone neso so. . La se segu gund nda a no noch che e re reca cala lamo mos s en Pa Patr trás ás, , en enfr fren ente te de Misolonghi. Desde entonces he estado varias veces en este puerto, aproximadamente siempre a la misma hora, y cada vez he sentido la misma fascinación. Uno avanza hacia un gran promontorio, como una flec fl ech ha qu que e se cla lav va en el fl flan anc co de una mon onta taña ña. . La Las s lu luc ces eléc el éct tri rica cas s di dise sem min inad adas as a lo la larg rgo o de del l ag agua ua cre rean an un ef efec ecto to japonés; los puertos griegos tienen algo de improvisado, algo que da la impresión de inminente festejo. A medida que se entra en el puerto puerto, , salen salen al encuen encuentro tro pequeñ pequeñas as embarc embarcaci acione ones s atesta atestadas das de pasajeros, equipaje, ganado, ropas de cama y muebles. Los hombres reman de pie, empujando la barca en lugar de arrastrarla. Parecen incansables, moviendo a voluntad las pesadas cargas con diestros y apenas imperceptibles movimientos de muñeca. En cuanto atracan, se origina una formidable baraúnda. Todo el mundo va por donde no debe, todo es confusión, caos, desorden. Pero nunca se pierde ni se lastima nadie, no hay peleas, ni se roba nada. Es una especie de fermento que proviene de que para un griego cualquier suceso, por trivial que sea, es siempre único. Aunque haga la misma cosa varias veces, para él siempre es la primera; es curioso, ávidamente curioso y apasionado por la experimentación. Expe Ex peri rime ment nta a po por r el pl plac acer er de ex expe peri rime ment ntar ar, , no pa para ra lo logr grar ar un una a mejor o más eficiente manera de hacer las cosas. Le gusta hacer las cosas con sus propias manos, con todo su cuerpo, casi podría decirse que con toda su alma. Así se perpetúa Homero. Nunca he leído una línea de Homero, pero creo que el griego de hoy día se
ha conservado en esencia el mismo de siempre. Si ha cambiado algo, se ha hecho más griego que nunca. Y aquí debo hacer un paréntesis para decir unas palabras sobre mi amigo el pintor Mayo, a quien cono co nocí cí en Pa Parí rís. s. Su ve verd rdad ader ero o no nomb mbre re er era a Ma Mall llia iara raki kis s y, se segú gún n creo, era oriundo de Creta. Fuese de donde fuese, el hecho es que al encontrarme frente a Patrás su recuerdo me vino a la memoria. Me acordaba de haberle pedido en París que me hablara de Grecia, y de repente, al entrar en el puerto de Patrás, comprendí todo lo que quiso decirme aquella tarde y lamenté que no estuviera a mi lado para compartir mi alegría. Recordé la forma en que me dijo con tranquila y firme conv co nvic icci ción ón, , de desp spué ués s de de desc scri ribi birm rme e el pa país ís lo mejor mejor qu que e pu pudo do: : «Estoy seguro de que le gustará Grecia, Miller». No sé por qué esas palabras me impresionaron más que todo lo que me dijo. «Le gust gu star ará» á».. ...; .; su fr fras ase e se qu qued edó ó gr grab abad ada a en mi ce cere rebr bro. o. Sí Sí, , es verdad, me gusta, me repetía una y otra vez mientras apoyado en la bara ba rand ndil illa la de deja jaba ba en entr trar ar en mí el mo movi vimi mien ento to y la bu bull lla. a. Me incl in clin iné é ha haci cia a at atrá rás s pa para ra mi mira rar r el ci ciel elo. o. Nu Nunc nca a ha habí bía a vi vist sto o un cielo como ese. Me sentí completamente despegado de Europa. Había entrado como hombre libre en un nuevo reino; todo se conjuraba para que mi experiencia fuera única y fecunda. ¡Cristo, qué feliz era! er a!, , y po por r pr prim imer era a ve vez z en mi vi vida da me se sent ntía ía fe feli liz z co con n pl plen ena a conciencia de mi felicidad. Es bueno ser feliz simplemente; es un poco mejor saber que se es feliz; pero comprender la felicidad y saber por qué y cómo, en qué sentido, a causa de qué sucesión de hechos o circunstancias se ha logrado tal estado, y seguir siendo feliz, feliz de serlo y saberlo, eso está más allá de la felicidad, eso es la gloria, y si se tuviera un poco de sentido común debería uno suicidarse allí mismo y acabar de una vez. Tal era mi estado de ánimo, excepto que no tuve la fuerza de voluntad o el valor necesario para suicidarme en ese momento. Hice bien en no ma mata tarm rme e po porq rque ue ha habí bían an de ll lleg egar ar mo mome ment ntos os me mejo jore res s to toda daví vía, a, mejores incluso que la gloria, tan extraordinarios que si alguien hubi hu bier era a tr trat atad ado o de de desc scri ribí bírm rmel elos os pr prob obab able leme ment nte e no le hu hubi bier era a creído. No sabía entonces que un día me encontraría en Micenas o en Fa Faes esto tos, s, o qu que e me de desp sper erta tarí ría a un una a ma maña ñana na y ve verí ría a co con n mi mis s propios ojos el lugar del que había hablado en un libro, sin saber que existía y llevaba el mismo nombre con que había bautizado mi imag im agin inac ació ión. n. Su Suce cede den n co cosa sas s ma mara ravi vill llos osas as en Gr Grec ecia ia, , co cosa sas s ta tan n mara ma ravi vill llos osas as y bu buen enas as co como mo no pu pued eden en oc ocurr urrir ir en ni ning ngun una a ot otra ra parte. parte. Grecia Grecia contin continúa úa estand estando o bajo bajo la protec protecció ción n del Creado Creador. r. Parece como si Él confirmara mi aserto con la cabeza. Los hombres pueden, incluso en Grecia, entregarse a sus mezquinas e ineficaces diabluras, pero la magia de Dios prosigue su obra, y a pesar de lo que la raza humana haga o intente hacer, Grecia continúa siendo un recinto sagrado, y estoy convencido de que lo seguirá siendo hasta el fin de los tiempos. Era casi mediod mediodía ía cuando cuando el barco barco ancló ancló en Corfú. Corfú. Durrell Durrell me esperaba en el muelle con su factótum Spiro Americanus. Aproximadamente había una hora de coche para llegar a Kalami, el
pequeño pueblo donde vivía Durrell, situado en la extremidad norte de la isla. Antes de sentarnos a comer nos bañamos delante de la casa. Hacía casi veinte años que no me metía en el agua. Durrell y su esposa Nancy parecían un par de delfines; prácticamente vivían en el agua. Después de comer dormimos una siesta y luego remando lleg ll egam amos os a ot otra ra pe pequ queñ eña a ca cala la, , di dist stan ante te un unos os do dos s ki kiló lóme metr tros os y medio, donde había una diminuta capilla blanca. Allí nos bañamos, desnudos, por segunda vez. Por la tarde me presentaron a Kyrios Karamenaios, el policía local, y a Nicola, el maestro. Inmediatamente ligamos una sólida amistad. Con Nicola hablaba un fran fr ancé cés s ch chap apur urre read ado; o; co con n Ka Kara rame mena naio ios s un una a es espe peci cie e de cl cloq oque ueo, o, esencialmente hecho a fuerza de buena voluntad y deseo de entendernos. Aproxi Aproximad madame amente nte una vez por semana semana íbamos íbamos a la ciudad ciudad con el caiq ca ique ue. . Nu Nunc nca a ll lleg egó ó a gu gust star arme me la ci ciud udad ad de Co Corf rfú. ú. Su as aspe pect cto o inconexo se transforma por la tarde en una especie de demencia que ataca los nervios. Se pasa uno el tiempo sentado, bebiendo lo que no quiere beber, o paseándose de arriba abajo sin objetivo alguno, sint si ntié iénd ndos ose e como co mo pris pr isio ione nero ro. . Gene Ge nera ralm lmen ente te apro ap rove vech chab aba a esta es tas s visitas para hacerme afeitar y cortar el pelo, por matar el tiempo y porque el precio era ridículamente bajo. Me dijeron que era el barb ba rber ero o de del l re rey, y, y su se serv rvic icio io co comp mple leto to ve vení nía a a co cost star arme me tr tres es centavos y medio, incluida la propina. Corfú es un típico lugar de exilio. El Kaiser solía residir aquí antes de perder la corona. Un día fui a visitar su palacio por curiosidad. Todos los palacios me dan la impresión de ser lugares siniestros y lúgubres, pero el calabozo del Kaiser es el peor ejemplo de chifladura que jamás he vist vi sto. o. Po Podr dría ía se ser r un ex exce cele lent nte e mu muse seo o de ar arte te su surr rrea eali list sta. a. Si Sin n embargo, en un extremo de la isla, frente al palacio abandonado, hay un pequeño lugar llamado Kanoni, desde el que se domina la mágica Toten Insel. Por la tarde Spiro viene a sentarse aquí para recordar ensoñadoramente su vida en Rhode Island, en la época en que el contraband contrabando o alcohóli alcohólico co estaba estaba en pleno apogeo. apogeo. Es un lugar lugar que por derecho pertenece a mi amigo Hans Reichel, el acuarelista. Ya sé que el lugar está lleno de recuerdos de Hornero, pero para mí tiene más de Stuttgart que de la antigua Grecia. Cuando brilla la Luna y no hay otro ruido que el de la respiración de la tierra, parece exactamente el ambiente que crea Reichel cuando sentado en un sueño petrificado se hace «limítrofe» con los pájaros, los caracoles, las gárgolas, las lunas humeantes y las sudorosas piedras, o con la música cargada de tristeza que brota brota consta constante ntemen mente te en su corazó corazón, n, inclus incluso o cuando cuando se encabri encabrita ta como co mo un en enlo loqu quec ecid ido o ca cang ngur uro o y co comi mien enza za co con n su co cola la pr pren ensi sil l a dest de stro roza zar r to todo do lo qu que e ti tien ene e a su al alre rede dedo dor. r. Si al algu guna na ve vez z le lee e estas líneas y se entera de lo que pensé de él mientras miraba Toten Insel, si comprende que nunca fui el enemigo que creía tener en mí, me sentiría muy satisfecho. Quizá fue una de esas tardes, en que sentado con Spiro en Kanoni contem contemplé plé este este lugar lugar de encant encanto, o, cuando cuando Reiche Reichel, l, que sólo sólo amor amor abrigaba por los franceses, fue sacado de su cubil en el Impasse Rouet y metido en un sórdido campo de concentración.
Un día se nos dejó caer Theodore: el doctor Theodore Step St epha hani nide des. s. Sa Sabí bía a to todo do lo qu que e pu pued ede e sa sabe bers rse e so sobr bre e pl plan anta tas, s, flores flores, , árbole árboles, s, rocas, rocas, minera minerales les, , formas formas inferio inferiores res de la vida vida animal animal, , microb microbios ios, , enferm enfermeda edades des, , estrel estrellas las, , planet planetas, as, cometa cometas, s, etc. Theodore es el hombre más instruido que jamás he conocido y un santo por añadidura. Theodore ha traducido al inglés un buen núme nú mero ro de po poem emas as gr grie iego gos. s. As Así í fu fue e co como mo oí po por r ve vez z pr prim imer era a el nombre nombre de Seferis, Seferis, seudónimo seudónimo de Georgios Georgios Seferiades. Seferiades. Luego, con una mezcla de amor, admiración y humor socarrón pronunció ante mí el nombre de Katsimbalis, el cual, por alguna extraña razón, me produjo inmediatamente una viva impresión. Esa tarde Theodore nos hizo una alucinante descripción de su vida en las trincheras con Katsimbalis, en el frente de los Balcanes, durante la Gran Guerra. Al día siguiente Durrell y yo le escribimos una entusiasta carta a Kats Ka tsi imb mbal alis is, , qui uie en esta es tab ba en Aten At enas as, , exp xpr res esán ándo dol le nues nu est tra espe es pera ranz nza a de te tene nerl rlo o pron pr onto to en entr tre e noso no sotr tros os. . Kats Ka tsim imba bali lis. s... .. Pronunciábamos su nombre con familiaridad, como si le hubiéramos conocido toda la vida. Poco después se marchó Theodore y llegó la condes condesa a X con Niki Niki y una famili familia a de jóvene jóvenes s acróba acróbatas tas. . Llegar Llegaron on imprev imprevist istame amente nte en un pequeñ pequeño o barco barco cargad cargado o hasta hasta los topes topes de víveres y botellas de un vino raro procedente de las tierras de la condesa. Con este grupo de lingüistas, juglares, acróbatas y ondinas, las cosas tenían que ir bien desde el primer momento. Niki tenía los ojos de color verde y su cabello parecía estar entretejido con serpientes. Entre la primera y la segunda visita de es este te gru rupo po ex extr tra aor ordi dina nar rio io, , que si sie emp mpre re ll lleg ega aba po por r mar archicargado de cosas buenas, los Durrell y yo acampamos durante algún tiempo en una playa. Allí la idea del tiempo perdía todo su valor. Por las mañanas nos despertaba un extravagante pastor que se ob obst stin inab aba a en ha hace cer r pa pasa sar r su re reba baño ño po por r en enci cima ma de nu nues estr tros os cuer cu erpo pos. s. En un ac acan anti tila lado do, , ex exac acta tame ment nte e de detr trás ás de no noso sotr tros os, , aparecía de repente una loca bruja que alejaba al pastor a fuerza de maldic maldicion iones. es. Cada Cada mañana mañana era una sorpre sorpresa; sa; nos desper despertáb tábamo amos s gritan gritando do y jurand jurando, o, para para termin terminar ar estall estalland ando o en una carcaj carcajada ada. . Lueg Lu ego o no nos s za zamb mbul ullí líam amos os en el ma mar, r, de desd sde e do dond nde e ob obse servá rvába bamo mos s la escalada de las cabras por las laderas del risco. La escena era casi ca si un una a fi fiel el ré répl plic ica a de lo los s di dibu bujo jos s de la ro roca ca de Ro Roda das s qu que e pueden verse en el Museo del Hombre, en París. A veces, cuando nos encontrábamos en forma, trepábamos tras las cabras para descender cubiertos de cortes y contusiones. Pasó una semana sin recibir otra visita que la del alcalde de un pueblo, situado a unas millas de distancia, que vino a echarnos un vistazo. Llegó un día en que yo estaba adormilado, completamente solo, a la sombra de una enorme roca. Yo sabía unas diez palabras de griego, y él sabía unas tres palabras de inglés. Si se tiene en cuen cu ent ta las li lim mit itac acio ion nes de del l id idio ioma ma, , de debo bo de deci cir r qu que e nue ues str tro o coloquio fue verdaderamente notable. Me di cuenta de que era medio alelado, y eso me hizo sentirme a mis anchas. Como los Durrell no estaban allí para impedirme hacer tonterías, comencé a cantar y bailar, imitando a los astros y estrellas de «cine», a un mandarín
chino, a un potro cerril, a un buceador y a otras cosas por el estilo. Parecían divertirle mucho mis interp rpr retaciones, prin pr inci cipa palm lmen ente te la qu que e hi hice ce so sobr bre e el ma manda ndarí rín n ch chin ino. o. Co Come menc ncé é a hablarle hablarle en chino, chino, idioma del que no sé ni una palabra, palabra, y cuál no sería mi asombro al ver que me contestaba en chino, en su chino, que era tan bueno como el mío. Al día siguie siguiente nte volvió volvió con un intérp intérpret rete, e, expres expresamen amente te para para contarme una gigantesca mentira, a saber: que hacía algunos años un junco chino había embarrancado en esa playa, y que cuatro cuatrocie ciento ntos s chinos chinos habían habían acampa acampado do en la arena arena hasta hasta que fue reparada su embarcación. Me dijo que le gustaban mucho los chinos, que eran gente muy agradable, y que su idioma era muy musical e inteligente. Le pregunté si no quería decir inteligible; pero no, él qu quer erí ía dec ecir ir in int tel elig igen ent te. El id idio iom ma gri rieg ego o tam amb bié ién n era inteligente. Y el alemán. Le dije luego que había estado en China, lo qu que e er era a ot otra ra me ment ntir ira, a, y, de desp spué ués s de de desc scri ribi birl rle e es ese e pa país ís, , empecé a hablarle de África y de los pigmeos con quienes también había vivido durante algún tiempo. Me dijo que en un pueblo vecino había algunos pigmeos. De mentira en mentira pasamos varias horas, durante las cuales comimos aceitunas y bebimos vino. Luego alguien sacó una flauta y comenzamos a bailar un verdadero baile de San Vito Vito que se prolon prolongó gó interm intermina inable blemen mente te hasta hasta acabar acabar en el mar, mar, donde nos mordimos como cangrejos, gritamos y vociferamos en todos los idiomas de la Tierra. Levantamos el campo una mañana temprano para volver a Kalami. Era un extraño y sofocante día, y teníamos dos horas de subida para llegar al pueblo de montaña donde nos esperaba Spiro con el coch co che. e. Lo pr prim imer ero o de to todo do ha habí bíam amos os de at atra rave vesa sar r al ga galo lope pe un una a franja de arena porque, aun con sandalias, la arena nos quemaba los pies. Luego venía una larga pista que cruzaba el lecho de un río seco; los guijarros ponían a prueba los tobillos más resistentes. Finalmente, se llegaba a un sendero que conducía al flanco de la montaña; más que sendero, una especie de torrentera que incluso dificultaba la ascensión a los borricos cargados con nuestr nuestras as cosas. cosas. Mientr Mientras as subíam subíamos, os, una embruj embrujado adora ra melodí melodía a nos saludaba desde lo alto. Como la pesada bruma que subía del mar, esa melodía nos envolvía en sus pliegues nostálgicos para luego desv de svan anec ecer erse se de re repe pent nte. e. A un unos os ce cent nten enar ares es de pi pies es má más s ar arri riba ba encontramos un claro en la niebla, en medio del cual había una enorme cuba llena de un líquido venenoso, un insecticida para los oliv ol ivos os, , qu que e un unas as cu cuan anta tas s mu muje jere res s jó jóve vene nes s re remo moví vían an mi mien entr tras as cantaban. Era un canto fúnebre que se adaptaba al paisaje brumoso. Aquí y allí, donde las nubes de vapor se apartaban para dejar ver un gr grup upo o de ár árbo bole les s o un sa sali lien ente te de ro roca cas s pe pela lada das, s, de dent ntad adas as, , semejantes a garfios, el eco de esta obsesionante melodía resonaba como el coro de instrumentos metálicos de una orquesta. De vez en cuando, un gran trecho de mar azul surgía de la niebla, no a nivel de tierra, sino en una especie de reino intermedio entre el cielo y la tierra, como si hubiera pasado un tifón. También las casas, cuando cuando su solide solidez z se deshac deshacía ía por el espeji espejismo smo, , parecí parecían an estar estar suspen suspendid didas as en el espaci espacio. o. Toda Toda la atmósf atmósfera era estaba estaba estreme estremecid cida a
por un esp por sple len ndo dor r bí bíbl blic ico o, pun unt tua uada da por el re reti tint ntí ín de la las s camp ca mpan anil illa las s de lo los s bo borr rric icos os, , el ca cant nto o de la las s ma mani nipu pula lado dora ras s de veneno, el lejano rugido de la resaca y un indefinible murmullo de la montaña que probablemente no era más que el golpeteo del pulso en las sienes, debido a la alta y sofocante bruma de esa mañana jónica. Nos detuvimos unos instantes a descansar en el borde del precipicio, ya qu e estábamos demasiado fascin ina ados por el espectáculo para continuar marchando por el paso hacia el mundo claro, brillante y cotidiano del pequeño pueblo de montaña que se extendía más allá. En este reino de ópera, donde Tao Teh King y los lo s an anti tigu guos os ve veda das s se me mezc zcla laba ban n dr dram amát átic icam amen ente te en un co confu nfuso so cont co ntra rapu punt nto, o, el gu gust sto o de del l su suav ave e ta taba baco co gr grie iego go er era a to toda daví vía a má más s parecido a la paja. El paladar se ponía aquí en consonancia con lo metafísico: el drama estaba en el aire, en las regiones superiores, en el eterno conflicto entre el alma y el espíritu. Y luego el desfiladero, que siempre recordaré como la encrucijada de inútiles carnicerías. Aquí han debido perpetrarse una y otra vez las más espantosas y vengativas matanzas a lo largo del de l in inte term rmin inab able le pa pasa sado do sa sang ngri rien ento to de del l ho homb mbre re. . Es un una a tr tram ampa pa inventada por la misma naturaleza para perder al hombre. Es como una poderosa nota cósmica que da el diapasón al embriagador mundo de luz donde la s heroicas y mitológicas figuras de l resp re spla land ndec ecie ient nte e pa pasa sado do am amen enaz azan an co cont ntin inua uame ment nte e co con n ap apla last star ar la conciencia. El griego antiguo era un asesino: vivía en un mundo de evidencia evidencias s brutales brutales que atorment atormentaban aban y enloquec enloquecían ían su espíritu espíritu. . Estaba en guerra con todos, incluso consigo mismo. De esta feroz anar an arqu quía ía sa sali lier eron on la las s es espe pecu cula laci cion ones es me meta tafí físi sica cas, s, bá báls lsam amo o de del l alma, que aún hoy día dominan el pensamiento humano. Atravesando este desfiladero —que exige una marcha en forma de esvástica para desembocar en el aire claro y libre de la alta meseta— tuve la impresión de vadear a través de fantasmales océanos de sangre; la tierra no estaba quemada y convulsa como es corriente en Grecia, sino si no bl blan anqu quea eada da y re reto torc rcid ida a co como mo de debi bier eran an es esta tar r lo los s mi miem embr bros os muti mu tila lado dos, s, in inmo movi vili liza zado dos s po por r la mu muer erte te, , de la las s ví víct ctim imas as de la matanza, abandonadas allí para que se pudrieran y nutrieran con su sangre, bajo el implacable sol, las raíces de los olivos salvajes que se adhieren a los abruptos flancos de la montaña con garras de buitre. Este Este paso paso ha debido debido conoce conocer r tambié también n moment momentos os de clara clara visión visión cuan cu and do hom ombr bre es de raz azas as di dist sti int ntas as se es est tre rech chab aban an la ma mano no, , mirándose frente a frente con simpatía y comprensión. También aquí hombres de la estirpe de Pitágoras han debido detenerse a meditar en so sole leda dad d y si sile lenc ncio io, , al alca canz nzan ando do un una a ag agra rada dabl ble e cl clar arid idad ad, , un una a agradable visión del mundo desde este lugar de matanza sembrado de polvo. Toda Grecia está constelada de estos lugares paradójicos; tal vez eso explique la emancipación de Grecia como país, como nación, como pueblo, para continuar siendo la encrucijada luminosa de una cambiante humanidad. En Kalami, los días pasaban como una canción. De vez, en cuando escribía una carta, o intentaba pintar una acuarela. Había muchos libros en la casa, pero no tenía ganas de abrir ninguno. Durrell
intent intentó ó hacerm hacerme e leer leer los Sonetos de Sh Shak akes espe pear are, e, y de desp spué ués s de acosarme durante una semana acabé por leer uno de ellos, quizás el más misterioso que ha escrito Shakespeare (creo que era «El fénix y la tortuga»). Poco después recibí por correo un ejemplar de La doctrina secreta, y me lancé a él con agrado. También volví a leer el Diario de Nijinsky. Estoy seguro de que nunca dejaré de leerlo. Sólo hay unos pocos libros que puedo releer. Uno es Misterios, otro El marido eterno. Quizá deba añadir también Alicia en el país de las hadas. De todas formas, era mejor pasar la tarde charlando y ca cant ntan ando do, , o de desc scan ansa sand ndo o so sobr bre e la las s ro roca cas s al bo bord rde e de del l ag agua ua y estudiando las estrellas con un telescopio. Cuando apareció de nuevo la condesa nos persuadió a que fuéramos unos días a su propiedad, situada en la otra parte de la isla. Pasamos tres maravillosos días; luego, una noche se movilizó el ejér ej érci cito to gr grie iego go. . Aú Aún n no se ha habí bía a de decl clar arad ado o la gu guer erra ra, , pe pero ro el precipitado regreso del rey a Atenas fue interpretado por todo el mund mu ndo o co com mo un ma mal l au augu gur rio io. . Lo Los s qu que e te tení nían an med edi ios pa par rec ecía ían n deci de cidi dido dos s a se segu guir ir el ej ejem empl plo o de del l re rey. y. En la ci ciud udad ad de Co Corf rfú ú rein re inab aba a un ve verd rdad ader ero o pá páni nico co. . Du Durr rrel ell, l, qu quer ería ía al alis ista tars rse e en el ejér ej érci cito to gr grie iego go pa para ra se serv rvir ir en la fr fron onte tera ra al alba bane nesa sa. . Ta Tamb mbié ién n Spir Sp iro, o, qu que e pa pasa saba ba de la ed edad ad re regl glam amen enta tari ria, a, de dese seab aba a en entr trar ar en servicio activo. Pasaron así algunos días de histeria; luego, como si todo hubiera sido arreglado por un empresario, nos encontramos esperando el barco que había de llevarnos a Atenas. El barco tenía que llegar a las nueve de la mañana; no subimos a bordo hasta las cuatro de la madrugada del día siguiente. Durante ese tiempo el muelle estaba abarrotado de equipajes sobre los que se sentaban o tumbaban tumbaban sus febriles febriles propietar propietarios, ios, fingiend fingiendo o indifere indiferencia, ncia, pero en el fo fond ndo o te temb mbla land ndo o li lite tera ralm lmen ente te de mi mied edo. o. Cu Cuand ando o al fi fin n se acercaron las lanchas, se originó la escena más repugnante. Como de costumbre, los ricos insistían en subir a bordo los primeros. Como tenía un pasaje pasaje de primera primera clase, me encontraba encontraba entre ellos. Esta Es taba ba co comp mple leta tame ment nte e as asqu quea eado do y po poco co fa falt ltó ó pa para ra qu que e de deja jara ra el barco y regresara tranquilamente a casa de los Durrell a esperar que los acontecimientos siguieran su curso. Luego me di cuenta de que, por algún milagroso capricho, no íbamos a subir los primeros, sino los últimos. Sobre el muelle caían los hermosos equipajes descargados de las lanchas. ¡Bravo! Mi corazón saltaba de gozo. La condesa, que tenía más equipaje que ningún otro pasajero, fue la última en subir a bordo. Más tarde descubriría, no sin sorpresa, que había sido ella la que arregló las cosas así. Lo que le había molestado era la confus confusión ión, , no la cuesti cuestión ón de clase clase o privil privilegi egio. o. Aparen Aparentem tement ente, e, los italianos no le producían el menor temor; lo que le disgustaba era el desorden, el vergonzoso ir a la greña. Eran como digo las cuatro de la mañana, y la Luna lucía bril br illa lant nte e so sobr bre e el ma mar r al alto to y en enfu fure reci cido do cu cuan ando do la las s la lanc ncha has s abandonaron el muelle. Nunca había creído que saldría de Corfú en tales tales circun circunsta stanci ncias. as. Estaba Estaba un poco poco enfada enfadado do conmig conmigo o mismo mismo por haber consentido ir a Atenas. Me preocupaba más la interrupción de mis mi s de deli lici cios osas as va vaca caci cion ones es qu que e lo los s pe peli ligr gros os in inmi mine nent ntes es de la
guerra. Era todavía verano y no me sentía en absoluto harto de sol y ma mar. r. Pe Pens nsé é en lo los s ca camp mpes esin inos os, , en lo los s harap harapie ient ntos os ni niño ños s qu que e pronto carecerían de alimento, y en esa mirada que tenían sus ojos cuando les decíamos adiós con la mano. Me pa pare recí cía a un una a co coba bard rdía ía es esca capa par r de es ese e mo modo do, , de deja jand ndo o a lo los s débiles e inocentes a su destino. ¡Siempre el dinero! Los que lo tienen, huyen; los que carecen de él, son carne de cañón. Recé para que los italianos interceptaran nuestro barco, para que no pudiera decirse que salíamos indemnes de esa forma tan vergonzosa. Cuando me desperté y subí a cubierta, el barco se deslizaba a trav tr avés és de un es estr trec echo ho; ; a am ambo bos s la lado dos s se ve veía ían n co coli lina nas s ba baja jas s y desnudas, collados teñidos de violeta, tan íntimos, de formas tan humanas que casi hacían llorar de alegría. El Sol estaba en su cénit, y la luz era de un brillo intenso. Me encontraba exac ex act tam amen ente te en el cen entr tro o de ese peq eque ueñ ño mu mund ndo o gr grie iego go cuy uyas as fronteras había descrito en mi libro pocos meses antes de salir de París. Era como si hubiera despertado para vivir un sueño. Había algo fenomenal en la proximidad luminosa de estas dos orillas coloreadas de violeta. Nos deslizábamos de una forma igual a la que Rousseau le douanier ha descrito en su pintura. Era más que una atmósfera griega; era poética, y no era de ningún tiempo ni de ningún lugar conocido realmente por el hombre. El barco era el único lazo de unión con la realidad. El barco estaba lleno hasta la borda de almas muertas que se aferraban a sus escasos bienes terrenales. Mujeres en harapos, con los senos desnudos, intentaban vanamente amamantar a sus rapazuelos que gritaban; sentadas en el suelo de cubierta, en un lodazal de sangre y vómitos, atravesaban este sueño sin que él les rozara siquiera los párpados. Si en ese momento nos hubiera alcanz ca nzad ado o un to torp rped edo, o, hu hubi biér éram amos os en entr trad ado o ll llen enos os de sa sang ngre re, , de vómi vó mito tos s y de co conf nfus usió ión n en la las s ti tini nieb ebla las s su subt bter errán ránea eas. s. En es ese e mome mo ment nto o se sent ntí í al aleg egrí ría a de es esta tar r li libr bre e de bi bien enes es, , li libr bre e de to todo do ligamen, libre de temor, de envidia y de malicia. Hubiera podido pasar de un sueño a otro, sin poseer nada, sin lamentar nada, sin desear nada. Nunca he estado más seguro de que la vida y la muerte son una misma cosa, y que no se puede disfrutar o abrazar una de ellas si la otra está ausente. En Patrás decidimos bajar a tierra y coger el tren para Atenas. El ho hote tel l Ce Ceci cil, l, do dond nde e no nos s de detu tuvi vimo mos, s, es el me mejo jor r ho hote tel l qu que e conozco, y he estado en muchos. Pagábamos unos 23 centavos diarios por po r un una a ha habi bita taci ción ón qu que e en Am Amér éric ica a co cost star aría ía po por r lo me meno nos s ci cinc nco o dólares. Espero que todos los que pasen por Grecia se detendrán en el hotel Cecil y juzgarán por sí mismos. Es un verdad verdadero ero aconteci acontecimie miento nto en la vida vida de uno... uno... Hacia el mediodía desayunamos en la terraza del solario, que da al mar. Allí Allí Durrel Durrell l y su mujer mujer se enzarza enzarzaron ron en una terrib terrible le disput disputa. a. Asistí a ella imposibilitado de intervenir, sin poder hacer otra cosa que sentir piedad por ellos desde el fondo de mi corazón. Era una disputa privada donde la guerra les servía de pretexto. La gent ge nte e se po pone ne fr fren enét étic ica a al pe pens nsar ar en la gu guer erra ra, , pi pier erde den n po por r
completo completo la cabeza cabeza aunque aunque sean tan intelige inteligentes ntes y clarivide clarividentes ntes como Durrell y Nancy. Otro defecto pernicioso de la guerra hace que los jóvenes se sientan culpables y agobiados de remo re mord rdim imie ient ntos os. . En Co Corf rfú ú tu tuve ve la op opor ortu tuni nida dad d de ob obse serv rvar ar la las s tonterías de un joven inglés, magnífico de salud, un mozo de unos veinte años cuya ambición era llegar a ser un buen helenista. Daba vueltas y más vueltas, como un pollo decapitado, suplicando que lo mandaran a la primera línea para que lo hicieran añicos. Y ahora Durrell hablaba de la misma forma, con la diferencia de que su vehemente deseo no era dejarse matar sino luchar con el ejército griego en Albania, y eso porque tenía un concepto mucho mejor de los griegos que de sus compatriotas. Evité todo lo posible tocar el tema, ya que si hubiera intentado disuadirlo no hubiera logrado más que excitar su impulso suicida. No tenía ninguna gana de verlo morir en el campo de batalla; me parecía que la guerra no necesitaba ta ba pa para ra ll lleg egar ar a su sus s fi fine nes s es esté téri rile les, s, de del l sa sacr crif ific icio io de un hombre que había de dar tanto al mundo. Sabía lo que yo pensaba de la guerra, y creo que en el fondo estaba de acuerdo conmigo, pero era joven útil para todo servicio, inglés, quisiéralo o no, y todo ello le sumía en un mar de confusiones. En fin, no era el lugar propicio para discutir sobre este tema. La atmósfera estaba cargada con el recuerdo de Byron. Sentado allí, con Misolonghi tan cerc ce rca, a, er era a ca casi si im impo posi sibl ble e pe pens nsar ar co con n co cord rdur ura a en la gu guer erra ra. . El cóns có nsul ul br brit itán ánic ico o en Pa Patr trás ás te tení nía a la ca cabe beza za mu much cho o má más s cl clar ara. a. Después de una breve charla con él, sentí un renovado respeto por el Imperio británico. Me recordé a mí mismo que por el momento la guer gu erra ra no ha habí bía a si sido do de decl clar arad ada a to toda daví vía. a. Mu Much chas as ve vece ces s ha habí bía a amenazado con estallar; tal vez, después de todo, no estallaría. Comi Co mimo mos s ex exce cele lent ntem emen ente te en un una a pl plaz aza, a, y lu lueg ego o al an anoc oche hece cer r tomamos el automotor para Atenas. En el curso de la conversación con algunos compañeros de viaje, un griego que volvía de América me saludó jovialmente, llamándome hermano americano, y comenzó un irrita irritante nte y estúpi estúpido do monólo monólogo go sobre sobre las gloria glorias s de Chicago Chicago, , en donde dudo que hubiera vivido más de un mes. El quid del asunto estr es tri iba baba ba en qu que e de dese seab aba a áv ávid ida ame ment nte e re regr gre esa sar r a su ho hog gar — entiéndas entiéndase e América América—; —; encontrab encontraba a a sus sus compat compatriota riotas s ignorant ignorantes, es, sucios, atrasados, ineficientes, etcétera. Durrell lo interrumpió una vez vez para pregu pregunta ntarme rme qué qué idioma idioma hablab hablaba a ese hombre hombre; ; nunca nunca habí ha bía a oí oíd do ha habl blar ar a un gri rie ego esa cla lase se de am amer eric ican ano o. Mi Mis s anteriores interlocutores estaban ansiosos de saber qué excitaba tant ta nto o a su ex extr trañ año o co comp mpat atri riot ota. a. Ha Habí bíam amos os es esta tado do ha habl blan ando do en fran fr ancé cés s ha hast sta a la ll lleg egad ada a de es ese e ti tipo po do domi mina nado do po por r es estú túpi pido dos s dese de seos os. . Le Les s di dije je en fr fran ancé cés s qu que e es ese e ho homb mbre re er era a un ig igno nora rant nte. e. Entonces el griego me preguntó qué idioma estaba hablando. Cuando le dije que era francés, contestó: «No conozco esos idiomas; con el am amer eric ican ano o me so sobr bra. a... .. So Soy y de Ch Chic icag ago» o». . Au Aunq nque ue no in inte tent nté é ocul oc ulta tar r mi fa falt lta a de in inte teré rés s po por r su sus s hi hist stor oria ias, s, insis insisti tió ó en no deja de jar r de co cont ntar ar na nada da de su vi vida da. . Me di dijo jo qu que e ib iba a ah ahor ora a a un pequeño pueblo de montaña donde vivía su madre, de la que quería despedirse antes de partir. «Fíjese lo ignorantes que son estas gent ge ntes es —a —aña ñadi dió— ó—. . He he hech cho o to todo do el vi viaj aje e de desd sde e Ch Chic icag ago o co con n un una a
bañera para mi madre; la he instalado con mis propias manos. ¿Cree usted que lo han apreciado? Se rieron de mí, dijeron que estaba chif ch ifl lad ado. o. No les gu gust sta a co cons nser erva vars rse e li limp mpio ios s. Aho hora ra bie ien, n, en Chic Ch icag ago. o... ..» » Pr Pres esen enté té mi mis s ex excu cusa sas s a lo los s ot otro ros s vi viaj ajer eros os po por r la presencia de ese idiota. Les expliqué que en eso convierte América a su sus s hi hijo jos s ad adop opti tivo vos. s. To Todo dos s el ello los s se ri rier eron on de bu buen ena a ga gana na, , incluso mi descarriado griego, que no había entendido ni una sola palabra de lo que había dicho, ya que mi observación la hice en fran fr ancé cés. s. Pe Pero ro ya fu fue e el co colm lmo o cu cuan ando do el ma mast stue uerz rzo o me pr preg egun untó tó dónde había aprendido inglés. Cuando le contesté que había nacido en América, me replicó que nunca había oído hablar un inglés como el mío; lo dijo de una forma que parecía indicar que la única clase de inglés que valía la pena hablar era su jerga de matadero. Hacía bastante fresco en Atenas cuando llegamos, hasta el punto de que no estorbaba el abrigo. Atenas tiene un clima variable como el de Nueva York. Y también mucho polvo, según puede observarse yendo hacia los arrabales. A veces incluso en el centro de la ciudad, donde se encuentran las casas más lujosas y ultramodernas, la calle no es más que una polvorienta carretera. A pie se llega en media hora a las afueras de la ciudad. Es realmente una enorme ciudad que contiene casi un millón de habitantes. Ha centuplicado su población desde la época de Byron. Sus colores de fondo son como en toda Grecia el azul y el blanco. Incluso los periódicos usan tinta azul, de un brillante azul az ul ce cele lest ste, e, lo qu que e le les s da un ai aire re ju juve veni nil l e in inoc ocen ente te. . Lo Los s atenienses devoran prácticamente los periódicos; están constantemente ansiosos de noticias. Desde el balcón de mi cuarto en el Gran Hotel veía la plaza de la Constitución, ennegrecida por la ta tard rde e po por r el nú núme mero ro de va vari rios os mi mill llar ares es de pe pers rson onas as qu que e se sent se nta aba ban n en me mesi sita tas s ll llen enas as de be beb bid idas as y he hela lado dos, s, y co con n los cama ca mar rer eros os yen endo do y vin inie ien ndo do, , ba band ndej eja a en ma mano no, , de los caf afé és adyacentes a la plaza. Allí encontré una tarde a Katsimbalis, que regres esa ab a a Amaroussion. Fue, en efecto, un encuentro definitivo. De todos mis otro ot ros s en encu cuen entr tros os co con n ho homb mbre res s so solam lamen ente te ha hay y do dos s qu que e se pu pued edan an comp co mpa ara rar r co con n és ést te: el qu que e tu tuv ve co con n Bl Blai ais se Ce Cend ndra rar rs y el de Lawr La wren ence ce Du Durr rrel ell. l. Es Esa a pr prim imer era a ta tard rde e no ha habl blé é mu much cho. o. Es Escu cuch ché é fascinado, encantado de cada frase que salía de los labios de mi inte in terl rloc ocut utor or. . Me di cu cuen enta ta de qu que e er era a un ho homb mbre re he hech cho o pa para ra el monó mo nólo logo go, , lo mi mism smo o qu que e Ce Cend ndra rars rs y qu que e el as astr tról ólog ogo o Mo Mori rica cand nd. . Cuando el monólogo es bueno lo prefiero al dúo. Es como observar a un hombre que escribe un libro expresamente para uno: lo escribe, lo lee en voz alta, lo representa, lo revisa, lo saborea, goza de él y goza de nuestra alegría, y luego lo rompe y lo dispersa a los cuatro vientos. Es una sublime representación, porque mientras la lleva a cabo se es Dios para él, a menos que uno sea un impaciente bruto, sin ninguna sensibilidad. Pero en el tipo de diálogo al que me refiero, esto nunca ocurre. Desde el primer momento me pareció una curiosa mezcla de cosas. Tenía la corpulencia de un toro, la tenacidad de un buitre, la
agilidad de un leopardo, la ternura de un cordero, y la timidez de una paloma. Tenía una desmesurada cabeza que me fascinaba y que, sin saber saber por qué, qué, encont encontrab raba a típica típicamen mente te atenie ateniense nse. . Sus manos manos eran er an un po poco co pe pequ queñ eñas as pa para ra su gr gran an cu cuer erpo po, , ta tal l ve vez z de dema masi siad ado o deli de lica cada das. s. Er Era a un ho homb mbre re ll llen eno o de vi vita tali lida dad, d, ca capa paz z de ge gest stos os brut br utal ales es y pa pala labr bras as gr gros oser eras as, , y si sin n em emba barg rgo o em eman anab aba a de él un acusado elemento trágico, acentuado por su habilidad mímica. Era extremadamente simpático pero bárbaro como un campesino. Daba la impresión de estar hablando siempre de sí mismo, pero sin alabarse nunca. Hablaba de él porque era la persona más interesante que conocía. Me gusta mucho esa cualidad, de la que yo mismo tengo un poco. Algu Al guno nos s dí días as má más s ta tard rde e no nos s en enco cont ntra ramo mos s pa para ra ce cena nar r ju junt ntos os en compañía de su mujer Aspasia y de los Durrell. Después de cenar teníamos que vernos con unos amigos suyos. Desde el primer momento empezó a charlar a borbotones. Obraba siempre de la misma manera, incluso en sus días malos cuando se quejaba de dolor de cabeza, mareos, o una de las cien enfermedades que le agobiaban. Dijo que nos iba a llevar a una taberna de El Pireo, porque deseaba que sabore saboreára áramos mos la comida comida griega griega, , cocina cocinada da a la manera manera griega griega. . La tabe ta bern rna a ha habí bía a si sido do un uno o de su sus s lu luga gare res s fa favo vori rito tos s en su sus s bu buen enos os tiempos. «Cometí un error al casarme —decía, mientras su mujer le escuchaba y sonreía indulgente—. No estoy hecho para el matrimonio. Me está echando a perder. No puedo dormir, no puedo fumar, fumar, no puedo puedo beber. beber... .. Estoy Estoy acabad acabado.» o.» Hablab Hablaba a siempr siempre e de él como si fuera un hombre derrotado; era éste un pequeño tema que se repetía en su monólogo cuando se acaloraba sobre una determinada materia. Las cosas acaecidas el día anterior caían ya en ese mismo pasa pa sado do no nost stál álgi gico co y derro derrota tado do. . A ve vece ces, s, cu cuan ando do ha habl blab aba a de es esa a forma, me daba la impresión de ser una enorme tortuga que se había escapado de su caparazón, una criatura que se gastaba en una lucha desesperada por reintegrarse a su concha que se le había quedado muy estrecha. Hacía lo posible para que esta lucha le diera un aire grotesco y ridículo. Se reía de si mismo de la misma trágica mane ma nera ra qu que e un bu bufó fón. n. To Todo dos s no nos s re reía íamo mos, s, in incl clus uso o su mu muje jer. r. Po Por r triste, mórbida o patética que fuera la historia, quería hacernos reír continuamen continuamente. te. Veía en todas las cosas cosas su aspecto aspecto cómico, cómico, lo que es una verdadera prueba de sentido trágico. La co comi mida da.. ... ., la com omi ida er era a pa para ra él un una a pa pasi sión ón. . De Desd sde e su infancia estaba acostumbrado a comer bien y a disfrutar comiendo, y es esto toy y se segu guro ro de qu que e se segu guir irá á di disf sfru ruta tand ndo o ha hast sta a el dí día a de su muerte. Su padre había sido un gran gourmet, y Katsimbalis, aunque tal vez sin algunos de los refinamientos y capacidades sensuales que qu e te tení nía a su pa padr dre, e, se segu guía ía la tr trad adic ició ión n fa fami mili liar ar. . En Entr tre e do dos s enormes bocados de carnívoro, se golpeaba el pecho como un gorila, antes de rociar lo ingerido con un buen trago de rezina. En sus buenos buenos tiempos tiempos había había bebido bebido grandes grandes cantidad cantidades es de rezina; decía que era buena para el hombre, bueno para la mente, buena para los riñones, para los pulmones y para el vientre, buena para todo. Todo lo que engullía era bueno, fuera veneno o ambrosía. No creía en la mod ode era raci ción ón, , ni en el bu buen en se sent ntid ido, o, ni en na nada da que fu fuer era a
inhibición. Prefería sobrepasar toda medida y luego esperar lo que viniere. Había muchas cosas que no podía hacer, ya que la guerra le había frenado un poco. Pero a pesar del mal estado de su brazo, la dislocada rodilla, el ojo enfermo, el hígado desorganizado, las punzad punzadas as del reuma, reuma, los trasto trastorno rnos s artrít artrítico icos, s, la jaqueca jaqueca, , los mareos y Dios sabe qué más, lo que había escapado de la catástrofe esta es taba ba pl plet etór óric ico o de vi vida da y pr prosp osper erab aba a co como mo un bu buen en mo mont ntón ón de estiércol fresco. Con su charla podía galvanizar a los muertos. Era una especie de proceso devorador: cuando describía un lugar se lanzaba a él con los dientes afilados, como una cabra que ataca una alfombra. Si describía a una persona, se la comía viva de píes a ca cabe beza za. . Si se tr trat atab aba a de un su suce ceso so, , lo de devo vora raba ba de deta tall lle e po por r detalle como un ejército de hormigas blancas que se lanzan sobre un bosque. Con su charla estaba en todas partes a la vez. Atacaba por arriba, por abajo, de frente, por detrás y por los flancos. Si no po podí día a de desh shac acer erse se de al algu guna na co cosa sa, , po por r fa falt lta a de un una a fr fras ase e o imagen, la fijaba por el momento con un golpe de lanza y proseg proseguía uía, , volvie volviendo ndo más tarde tarde a devora devorarla rla con fruici fruición. ón. Otras Otras vece ve ces, s, co como mo un pr pres esti tidi digi gita tado dor, r, la lanza nzaba ba la las s co cosa sas s al ai aire re, , y cuando uno creía que las había olvidado e iba a dejarlas caer y romperse, se llevaba hábilmente la mano detrás de la espalda y las recogía en su palma, sin molestarse siquiera en mirarlas. Y no era simple simple charla charla lo que nos ofrecía, ofrecía, sino idioma, idioma, idioma idioma nutritivo nutritivo y best be stia ial. l. Su ch char arla la se pr proy oyec ecta taba ba si siem empr pre e sobre sobre un pa pais isaj aje e de fondo, como si fuera el protagonista de un mundo desaparecido. El paisaje del Ática era excelente para su propósito: contiene los ingredientes necesarios para el monólogo dramático. Sólo hay que ver los teatros al aire libre, enterrados en los flancos de las colinas, para comprender la importancia de este cuadro. Incluso si su charla le llevaba a París, por ejemp mpl lo a un lugar como Mont Mo ntma mart rtre re, , lo co cond ndim imen enta taba ba y sa sazo zona naba ba co con n su sus s in ingr gred edie ient ntes es átic át icos os: : to tomi mill llo, o, sa salv lvia ia, , tobas tobas, , as asfó fóde delo lo, , mi miel el, , ar arci cill lla a ro roja ja, , teja te jado dos s az azul ules es, , de deco cora raci cion ones es de ac acan anto to, , lu luz z vi viol olet eta, a, ro roca cas s quemadas, vientos secos, polvo, rezinc, artritis y ese fuego de artificio eléctrico que juega en las colinas bajas como una ágil serpiente con la espina dorsal quebrada. Hasta en su conversación era una extraña contradicción. Con su lengua viperina que hería como el rayo, con sus dedos que se movían nerviosamente como si estuvi estuviera eran n recorr recorrien iendo do una espine espineta ta imagin imaginari aria, a, con sus gestos gestos brutales que golpeaban y nunca rompían nada, sino que se contentaban con armar ruido, con todo el rumor sordo de la ola que revienta, con sus rugidos, silbidos y estremecimientos, si se le observaba de cerca y repentinamente se obtenía la impresión de que estaba sentado allí, inmóvil, que sólo sus ojos de halcón estaban alerta, que era como un pájaro al que habían hipnotizado o que se había hipnotizado él mismo, y que sus garras estaban atadas a la muñeca de un invisible gigante, tan grande como la Tierra. Todos esos gestos desaforados, todo es e ruido, todas esas prestidigitaciones de calidoscopio no eran más que una especie de hechicería que utilizaba para disimular el hecho de que era un prisionero.
Ésa era la impresión que me causaba cuando lo observaba, cuando podía romper el encanto por un momento y estudiarlo atentamente. Pero para romper el encanto era preciso tener una magia casi igual a la suya, y obligarse a permanecer en esa sensación de estupidez y de impotencia que se experimenta cada vez que se logra destruir el poder de la ilusión. Nunca se llega a destruir la magia; lo más que qu e se co cons nsig igue ue es de desp spre rend nder erse se de el ella la, , co cort rtar ar la las s an ante tena nas s misteriosas que nos ligan a las fuerzas que sobrepasan el peder del de l en ente tend ndim imie ient nto. o. Má Más s de un una a ve vez z es escu cuch chan ando do a Ka Kats tsim imba bali lis s he sorprendido en el rostro de un oyente una mirada que me indicaba que qu e lo los s hi hilo los s in invi visi sibl bles es es esta taba ban n co cone nect ctad ados os, , qu que e se es esta taba ba comunicando algo que superaba al idioma y a la personalidad, algo mágico que reconocemos en sueños y que sosiega y alegra el rostro del durmiente como raramente acontece en estado de vigilia. Muchas veces veces cuando cuando medita meditaba ba sobre sobre esta esta cualid cualidad ad suya, suya, pensaba pensaba en las frecue frecuente ntes s alusio alusiones nes que hacía hacía a esa miel miel incomp incompara arable ble que las abejas almacenan en las laderas de su amado Himeto. Una y otra vez intentaba explicarnos qué era lo que hacía única a esa miel del monte Himeto. Nadie obtuvo jamás una explicación satisfactoria. Lo que es único no puede explicarse. Se puede describir, se puede adorar o venerar. Y eso es todo lo que yo puedo hacer al tratar de la conversación de Katsimbalis. Fue más tarde, tras mi regreso a Corfú y después de pasar un tiempo en soledad, cuando pude apreciar todavía más el monólogo de Katsimbalis. Desnudo, a pleno sol, y tumbado cerca del mar en un reborde rocoso, cerraba los ojos y me esforzaba en entretejer la tram tr ama a de su sus s cha harl rla as. En Ento tonc nce es hic ice e un des esc cub ubri rimi mie ent nto: o: su conversación despertaba ecos, y estos ecos tardaban largo tiempo en se ser r oí oído dos. s. Co Comp mpar arab aba a su co conv nver ersa saci ción ón co con n la co conv nver ersa saci ción ón fran fr anc ces esa, a, en la qu que e ha hab bía viv ivid ido o en envu vue elt lto o du dura rant nte e añ año os. La fran fr ance cesa sa pa pare recí cía a má más s bi bien en un ju jueg ego o de lu luz z so sobr bre e un ja jarr rrón ón de alab al abas astr tro, o, un una a ág ágil il da danz nza a de re refl flej ejos os lí líqu quid idos os, , ev evan anes esce cent ntes es, , mientras que la otra —la katsimbalista— era opaca, cargada como un cielo cielo de tormen tormenta, ta, llena llena de resona resonanci ncias as cuyo cuyo signif significad icado o no se entendía hasta después de largo tiempo, cuando llegaba el eco de una colisión con pensamientos, gentes y objetos situados en los cuatro puntos de la Tierra. El francés levanta vallas alrededor de su conversación, como hace alrededor de sus jardines; pone límites a todo para sentirse en su casa. En el fondo no tiene confianza en sus semejantes; es escéptico porque no cree en la bondad innata del hombre. Se ha hecho realista porque es prudente y práctico. El griego, por su parte, es un aventurero, es temerario, se adapta fácilmente y no le importa hacerse con amigos. Las murallas que se ven ve n en Gr Grec ecia ia, , cu cuan ando do no so son n de or orig igen en tu turc rco o o ve venec necia iano no, , se remont remontan an al tiempo tiempo de los cíclop cíclopes. es. Fiándo Fiándome me de mi experi experienc encia ia personal, me place confesar que no hay hombre más directo, ni con quien sea más fácil trabar y mantener relación que el griego. Se convierte inmediatamente en vuestro amigo, viene a buscaros. Con el francés, la amistad sólo se logra tras un largo y laborioso proceso; a veces se necesita toda la vida para hacerse amigo suyo. Es inmejorable en la relación superficial, donde arriesga poco y
no se compromete para el porvenir. La palabra ami apenas contiene nada del sabor de friend, tal como la sentimos en inglés. C'est mon ami no se puede traducir por this is my friend. Esta frase no tiene equivalencia en el idioma francés. Es una laguna que, al igua ig ual l qu que e la pa pala labr bra a home, nu nunc nca a se ll llen ena. a. Es Esto tos s de deta tall lles es se manifiestan en la conversación. Es cierto que se puede mantener una conversación, pero resulta difícil que sea íntima. Se ha dicho con frecuencia que Francia es un jardín, y para el que ame a Francia como yo la amo, puede ser un jardín muy hermoso. En lo tocante a mí, he de decir que en ella he encontrado cura y paz para mi espíritu, reponiéndome de las conmociones y cicatrices que había reci re cibi bido do en mi pr prop opio io pa país ís. . Pe Pero ro ll lleg ega a un dí día, a, cu cuan ando do un uno o se encuentra de nuevo pletórico de facultades, en que este ambiente deja de ser nutritivo. Uno anhela escapar y probar sus fuerzas. Entonces Entonces el espíritu espíritu francés resulta inadecuado. inadecuado. Se desea desea hacer hacer amigos, crearse enemigos, mirar más allá de las tapias y de las parc pa rcel elas as de ti tier erra ra cu cult ltiv ivad ada. a. Se ne nece cesit sita a de deja jar r de pe pens nsar ar en seguros de vida y de enfermedad, en pensiones de vejez, etcétera. Después de la suculenta comida en la taberna de El Pireo, de la que todos salimos un poco mareados por nuestras copiosas libaciones de retina, regresamos a la gran Plaza de Atenas. Era Er a me medi dian anoc oche he o qu quiz izás ás un po poco co má más s ta tard rde, e, y la pl plaz aza a es esta taba ba toda to daví vía a ll llen ena a de ge gent nte. e. Ka Kats tsim imba bali lis s pa pare reci ció ó ad adiv ivin inar ar el si siti tio o dond do nde e es esta taba ban n se sent ntad ados os su sus s am amig igos os. . No Nos s pr pres esen entó tó a su sus s ín ínti timo mos s comp co mpañ añer eros os, , Ge Geor orge ge Se Sefe feri riad ades es y el ca capi pitá tán n An Anto toni niou ou de del l ba barc rco o Acrópolis. No ta tar rda daro ron n en ac acos osar arm me con pr preg egu unt ntas as so sob bre lo los s escritores americanos. Como la mayoría de los europeos cultivados, sabían más de literatura americana que yo sabré en toda mi vida. Antoniou había estado varias veces en América y se había paseado por las calles de Nueva York, Boston, Nueva Orleans, San Francisco y otros puertos. La idea de este hombre deambulando maravillado por nuestras grandes ciudades, me llevó a mencionar el nombre de Sherwood Anderson, quien es para mí el único escritor americano de nuestro tiempo que se ha paseado como un auténtico poeta por las calles de nuestras ciudades americanas. Apenas conocían su nombre, y co como mo la co conv nver ersa saci ción ón se or orie ient ntab aba a ya ha haci cia a un te terr rren eno o má más s fami fa mili liar ar, , es esto to es es, , Ed Edga gar r Al Alla lan n Po Poe, e, te tema ma qu que e es esto toy y ca cans nsad ado o de escu es cuch char ar, , de re repe pent nte e me ob obse sesi sion onó ó la id idea ea de ve vend nder erle les s a to toda da costa mi mercancía Sherwood Anderson. Para cambiar de conversación comencé un monólogo sobre los escritores que se pasean por las call ca lles es am amer eric ican anas as y qu que e só sólo lo so son n co cono noci cido dos s cu cuan ando do es está tán n a do dos s dedos de la muerte. Estaba tan entusiasmado con el tema que llegué realmente a identificarme con Sherwood Anderson. Éste se hubiera prob pr obab able leme ment nte e as asom ombr brad ado o si hu hubi bier era a oí oído do la las s pr proe oeza zas s qu que e le atribuía. Siempre he tenido una particular debilidad por el autor de Muchos matrimonios. En mis peores días en América, él fue quien me reconfortó con sus escritos. Le conocí personalmente el otro día dí a co como mo qu quie ien n di dice ce, , y no en enco cont ntré ré en él ni ning ngun una a di disc scre repa panc ncia ia entr en tre e el ho homb mbre re y el es escr crit itor or. . Ví en él al na narr rrad ador or na nato to, , al hombre capaz de sacarles punta a las cosas más romas. Como digo, proseguí hablando sobre Sherwood Anderson de manera
arrolladora. Mis palabras iban dirigidas principalmente al capitán Antoniou. Recuerdo la mirada que me lanzó cuando hube acabado, una mirada que me decía: «Hecho. Envuélvalos. Me llevaré la colección». Muchas veces después de esta charla he tenido la dicha de volver a leer a Sherwood Anderson en la mirada de Antoniou. Anto An ton nio iou u est stá á co cons nsta tan nte teme ment nte e na nave vega gan ndo de un una a is isla la a ot otra ra, , escrib escribien iendo do sus poemas poemas mientr mientras as se pasea pasea de noche noche por extrañ extrañas as ciud ci udad ades es. . Un Una a ve vez, z, al algu guno nos s me mese ses s má más s ta tard rde, e, pa pasé sé co con n él un unos os minutos en el curioso puerto de Herakleion, en Creta. Seguía pensando en Sherwood Anderson, aunque su conversación versaba sobre cargamentos, boletines meteorológicos y aprovisionamiento de agua. En cuanto se hace a la mar me lo imagino en su camarote, cogiendo un libro del estante y enterrándose en la noche misteriosa de una anónima ciudad de Ohio. La noche siempre me hace sentir envidia de él, envidia de su paz y soledad en el mar. Le envidio las islas en donde recala y sus solitarios paseos por silenciosos pueblos cuyos nomb no mbre res s no si sign gnif ific ican an na nada da pa para ra no noso sotr tros os. . Se Ser r pi pilo loto to fu fue e la primera ambición que expresé. Me gustaba la idea de estar solo en la cabina de cubierta, dirigiendo el barco en su curso peligroso. Conoce Conocer r el tiempo tiempo, , estar estar identi identific ficado ado con él, batalla batallar r con él, hubi hu bier era a si sido do pa para ra mí el ma mayo yor r de lo los s go goce ces. s. En el ro rost stro ro de Antoniou había siempre huellas del tiempo, al igual que las... hay en la obra de Sherwood Anderson. Me gustan los hombres que llevan el tiempo en su sangre... Nos separamo separamos s en las primeras primeras horas de la mañana mañana. . Regres Regresé é al hotel, abrí la ventana y permanecí un rato en el balcón mirando la plaza que estaba ahora desierta. Me había hecho con dos nuevos e inmejorables amigos griegos y me sentí feliz por ese motivo. Me puse a pensar en los amigos que había hecho en el corto tiempo que llevaba allí. Me acordé de Spiro, el taxista, y de Karamenaios, el guardia. También podía contar a Max, el refugiado, que vivía como un duque en el King George Hotel; su único pensamiento parecía ser el lograr la felicidad de sus amigos, con las dracmas que no podía sacar del país. Estaba también el propietario de mi hotel quien, a difere diferenci ncia a de todos todos los hotele hoteleros ros france franceses ses que he encont encontrad rado, o, solía decirme de vez en cuando: «¿Necesita dinero?». Si le decía que iba a hacer una pequeña excursión, contestaba: «No deje de enviarme un telegrama si necesita dinero». Spiro se comportaba de la misma manera. Cuando nos despedimos en el mu muel elle le la no noch che e de del l pá páni nico co ge gene nera ral, l, su sus s úl últi tima mas s pa pala labr bras as fueron: «Mr. Henry, si vuelve a Corfú quiero que se quede en mi casa. No quiero dinero, Mr. Henry... Lo que deseo es que venga a vivir con nosotros todo el tiempo que le plazca». Por todos sitios mientras estuve en Grecia oí la mism sma a cant ca ntin inel ela. a. In Incl clus uso o en la co comi misa sarí ría, a, mi mien entr tras as es espe pera raba ba a qu que e arre ar reg gla lara ran n mi mis s do docu cum men ento tos, s, el ag agen ent te env nvi ió a bus usc car caf afé é y ciga ci garr rril illo los s pa para ra qu que e es estu tuvi vier era a a gu gust sto. o. Ta Tamb mbié ién n me gu gust stab aba a la manera que tienen de mendigar. No se avergüenzan de hacerlo. Le para pa rab ban a un uno o co con n to toda da tra ran nqu quil ilid ida ad pa para ra ped edir irle le din ine ero o cigarrillos, como si estuvieran en su completo derecho de obrar así. Es una buena señal cuando la gente pide de esa forma: indica
que también saben dar. El francés, por ejemplo, ni sabe dar ni solicitar favores; en ambas cosas se siente incómodo. Tiene como virtud no molestar a nadie. De nuevo se interpone la valla. Un griego no tiene vallas a su alrededor: da y toma sin reticencia. Los ingleses que viven en Grecia —una triste banda, dicho sea de paso— paso— parece parecen n tener tener una pobre pobre opinió opinión n del caráct carácter er griego griego. . Los ingleses son gente espesa, faltos de imaginación y sin flex fl exib ibil ilid idad ad. . Pa Pare rece cen n cr cree eer r qu que e lo los s gr grie iego gos s de debe ben n es esta tarl rles es eter et erna name ment nte e ag agra rade deci cido dos s po porq rque ue ti tien enen en un una a po pode dero rosa sa fl flot ota. a. El inglés en Grecia es un polichinela que causa enfado mirar. No vale ni la sangre que se mete entre los dedos del pie de un pobre griego. Durante siglos los griegos han tenido el peor enemigo que pueda tener un pueblo: los turcos. Después de siglos de esclavitud consiguieron zafarse del yugo que les oprimía, y de no haber sido por la interv intervenc ención ión de las grande grandes s potenc potencias ias probab probablem lement ente e les habrían aniquilado. Hoy día los dos pueblos, después de un intercambio de población que se puede calificar de extraordinario, son amigos. Se respetan mutuamente. Y sin embargo, los ingleses que qu e ha habr bría ían n de desa sapa pare reci cido do de la fa faz z de la Ti Tier erra ra si hu hubi bier eran an sufrido el mismo trato, pretenden mirar con altivez a los griegos. Por Po r cu cual alqu quie ier r si siti tio o qu que e se va vaya ya en Gr Grec ecia ia, , en encu cuen entr tra a un uno o el ambiente lleno de gestas heroicas. Me refiero a la Grecia moderna, no a la antigua. Y si se observa a fondo la historia de este pequeño país, se comprueba que las mujeres han tenido un comportamiento tan heroico como los hombres. De hecho, tengo aún más má s re resp spet eto o po por r la mu muje jer r qu que e po por r el ho homb mbre re gr grie iego gos. s. La mu muje jer r griega y el sacerdote ortodoxo griego fueron los que mantuvieron el es espí píri ritu tu de lu luch cha. a. En cu cuan anto to a te terq rqued uedad ad, , va valo lor, r, au auda daci cia a y atrevimiento, no tienen comparación con nadie en el mundo. No es de extrañar que Durrell quisiera luchar con los griegos. ¿Quién no preferiría pelear al lado de Boubolina, por ejemplo, en vez de hace ha cerl rlo o co con n un una a ba band nda a de en enfe ferm rmiz izos os y af afem emin inad ados os re recl clut utas as de Oxford o Cambridge? No hice ningún amigo inglés en Grecia. Sentía des ese eos de excusarme ante los griegos cada vez que me encontraban en compañía de algún inglés. Los amigos que hice en Grecia eran griegos, y estoy orgulloso de ellos, honrado de que me consideren como amigo. Espero que los pocos ingleses que conocí en Grecia se darán cuenta al leer estas líneas de lo que pensé sobre su conducta. Espero que me considerarán como un enemigo de su raza. Prefie Prefiero ro hablar hablar de otro otro tema tema más intere interesan sante, te, de Katsim Katsimbal balis, is, por ejemplo, y de la visita que hice a su casa en Amaroussion un día al anochecer. ¡Otro día maravilloso, otro día extraordinario en mi vida! Nos habían suplicado que llegáramos temprano para ver la pu pues esta ta de del l So Sol. l. St Step epha hani nide des s ha habí bía a tr trad aduc ucid ido o al algu guno nos s po poem emas as grie gr ieg gos os, , y no nos s los iba a lee eer r en ing nglé lés. s. Cua uan ndo lle lega gamo mos s, Katsimbalis no había terminado de dormir su siesta. Estaba un poco avergonzado de que le hubiéramos sorprendido de tal modo, porque siempre se vanagloriaba de necesitar muy poco sueño. Desc De scen endi dió ó la las s es esca cale lera ras s co con n as aspe pect cto o un po poco co pa past stos oso o y va vago go. . Hablaba consigo mismo, haciendo fútiles gestos con sus manos como
si quisiera poner en marcha su consabida espineta imaginaria. Murmuraba algo sobre una palabra que había recordado en sueños hacía unos minutos. Siempre estaba dándole vueltas a su cerebro en busc bu sca a de pa pala labr bras as o fr fras ases es ad adec ecua uada das s en in ingl glés és pa para ra ex expr pres esar ar alguna alguna intere interesan sante te imagen imagen griega griega que acabab acababa a de tropez tropezar ar en un libro. De todas formas, como digo, le habíamos sacado de un profundo sueño, y se movía como si estuviera bajo los efectos de una drog dr oga, a, mu murm rmur uran ando do y ge gest stic icul ulan ando do al ig igua ual l qu que e un ho homb mbre re qu que e intenta apartar las telas de araña en las que está envuelto. Su conv co nver ersa saci ción ón em empe pezó zó al fi filo lo de es este te su sueñ eño o de del l qu que e no se ha habí bía a librado por completo. Todo requiere un comienzo, sea el que sea, y puesto que había estado soñando, de sueños habló. El sueño no era importante, se olvidaba en un momento, pero el recuerdo del mismo le llevaba a la palabra que le había estado turbando, que había estado pers pe rsi igu guie iend ndo o du dur ran ante te día ías, s, seg egú ún no nos s dij ijo o, y que aho hor ra se escl es clar arec ecía ía, , co como mo se es escl clar arec ecía ía él mi mism smo o al ca caer er la las s te tela las s de araña. La palabra, cualquiera que fuese, le llevó al idioma, y el idioma le llevó a la miel, y la miel era buena; como buenas eran otra ot ras s co cosa sas, s, la rezina, por ejempl ejemplo, o, especi especialm alment ente e la rezina, buena para los pulmones, buena para el hígado, buena para todas las enferm enfermeda edades des, , sobre sobre todo todo si se toma toma en grande grandes s cantid cantidade ades, s, cosa que no debe hacerse, no tomar mucho de ella, pero que él hacía sin importarle las órdenes del médico, en especial si se trataba de una rezina tan buena como la que habíamos bebido la otra noche en la taberna de El Pireo. ¿Nos habíamos dado cuenta de que también el recental estaba bueno? Hizo el gesto de lamerse los dedos, se frotó la boca con el dorso de la mano, olfateó el aire como si respirara de nuevo el aromático humo del horno. Hizo una brev br eve e pa paus usa a y mir iró ó a su al alr red eded edor or, , co como mo bu bus sca cand ndo o al algo go pa para ra hume hu med dec ecer erse se la le leng ngu ua an ante tes s de la lan nza zars rse e al mon onól ólo ogo a to toda da velocidad. Nadie decía nada. Nadie se atrevía a interrumpirle en ese instante preciso en que comenzaba a ponerse en marcha. Los poemas yacían sobre la mesa; Sepheriades, y el capitán con él, espe es per rab aban an un mom omen ento to pro ropi pici cio o. Le veí eía a en enfu fure rec cer erse se un poc oco o interiormente, y hacer rápidos cálculos para ver si había tiempo suficiente de soltar su historia antes de que llegaran sus amigos. Se mo moví vía a li lige gera rame ment nte, e, co como mo un pá pájar jaro o co con n el al ala a ap apri risi sion onad ada. a. Continuaba murmurando y farfullando, para tener el motor en marcha hasta que decidiera la dirección a tomar. Y luego, sin saber cómo, sin damos cuenta de la transición, nos encontramos de pie en la etérea veranda que domina las bajas colinas, en una de las cuales había un solitario molino de viento, y Katsimbalis estaba en pleno vuelo, las alas desplegadas como un águila, hablando de la clara atmósfera y de los matices azulvioleta que descienden con el crepúsc pú scul ulo, o, de la las s va vari ried edad ades es as asce cend nden ente tes s y de desc scen ende dent ntes es de la monotonía, del individualismo y de las hierbas y de los árboles, de los frutos exóticos y los viajes tierra adentro, del tomillo y la miel y la savia del arbusto que emborracha, de los insulares y las gentes de tierras altas, de los hombres del Peloponeso, de la mujer rusa enloquecida una noche por la Luna y que, despojándose
de su vestido, se puso a bailar desnuda a la luz de la Luna, mientras su amante corría a buscar una camisa de fuerza. Mientras hablab hablaba, a, mis ojos ojos se impreg impregnab naban an por primera primera vez del verdad verdadero ero esplendor del paisaje ático, observando con creciente alegría que aquí y allá sobre el quemado y raso césped, entre la anomalía y exce ex cen ntr tric icid ida ad de la ve vege geta tac ció ión, n, ho homb mbr res y mu muje jer res va vaga gaba ban n perezosamente, como siluetas aisladas, solitarias, y no se por qué esas personas personas me parecían parecían profundam profundamente ente griegas, griegas, caminand caminando o como ningún otro ser camina, dibujando en sus meandros etéreos claros y bien definidos motivos, tales como los había visto ese mismo día en los vasos del museo. Hay muchas maneras de caminar y la mejor, en mi opinión, es la griega, porque en ella se carece de objetivo; es anárquica y completamente humana a fuerza de discordancia. Y este es te ca cami mina nar r so sobr bre e el cé césp sped ed qu quem emad ado o en entr tre e lo los s ex excé cént ntri rico cos s e inelegantes árboles —el espeso follaje volando a las concavidades de las distantes montañas como cabello levantado y a contrapelo— armo ar moni niza zaba ba ex extr trañ añam amen ente te co con n el mo monó nólo logo go de Ka Kats tsim imba bali lis s qu que e escuchaba, digería y comunicaba silenciosamente a esos vagabundos asiá as iáti tico cos s qu que e al allá lá ab abaj ajo o se de desv svan anec ecía ían n su suav avem emen ente te en la lu luz z mort mo rtec ecin ina. a... .. So Sobr bre e es esta ta va vara rand nda a de Am Amar arou ouss ssio ion, n, en el mi mism smo o instante en que la luz de otros mundos comenzaba a esparcir su bril br ill lo, co comp mpr ren endí dí la vie ieja ja y la nu nuev eva a Gre rec cia en su plá láci cida da transparencia, y las dos se quedaron grabadas en mi memoria. Me di cuenta en ese momento que no hay Grecia nueva o antigua, que solamente existe Grecia, un mundo concebido y creado para la eternidad. El hombre que hablaba había dejado de tener talla y proporciones humanas, convirtiéndose en un coloso cuya silueta se perd pe rdía ía, , ye yend ndo o y vi vini nien endo do de del l pa pasa sado do al po porv rven enir ir, , co con n el ri ritm tmo o zumbante y profundo de sus frases cargadas de drogas. Hablaba y habl ha blab aba a in inte term rmin inab able leme ment nte, e, si sin n pr pris isa, a, im impa pasi sibl ble, e, in inag agot otab able le, , inextinguible; era una voz que tenía forma, contorno y sustancia, una un a fi figu gura ra qu que e ha habí bía a so sobr brep epas asad ado o su ma marc rco o hu huma mano no, , un una a si silu luet eta a cuyos cuyos ecos ecos retumb retumbaba aban n en las ladera laderas s profun profundas das de las montaña montañas s lejanas. Al cabo de diez días de estancia en Atenas, sentí nostalgia de volver a Corfú. La guerra había comenzado, pero como los italianos habían habían anunci anunciado ado su intenc intención ión de perman permanece ecer r neutra neutrales les, , no veía veía razón para no volver a la isla y aprovechar hasta el máximo los días dí as qu que e qu qued edab aban an de ve vera rano no. . Al ll lleg egar ar en enco cont ntré ré a lo los s gr grie iego gos s movilizados en la frontera albanesa. Cada vez que salía o entraba en la ciudad tenía que obtener un salvoconducto de la Policía. Karamenaios continuaba vigilando la playa desde su pequeña choza de cañas situada junto a la orilla. Nicola volvería pronto al pueblo bl o de mo mont ntañ aña a pa para ra ab abri rir r la es escu cuel ela. a. Se ab abrí ría a un ma mara ravi vill llos oso o período de soledad. No tenía nada que hacer sino dejar pasar el tiem ti emp po. Sp Spir iro o me en envi vió ó a su hij ijo o Li Lill llis is pa para ra que me di dier era a lecciones de griego. Luego Lillis volvió a la ciudad, y me quedé solo so lo. . Er Era a la pr prim imer era a ve vez z en mi vi vida da qu que e es esta taba ba ve verd rdad ader eram amen ente te solo. Fue una experiencia que me produjo una enorme satisfacción. Al atardecer me paraba ante la casa de Nicola para charlar con él
unos minutos y escuchar lo que decía sobre la guerra. Después de cenar, cenar, Karam Karamena enaios ios se deja dejaba ba caer caer por mi casa. casa. Para Para nuestro nuestros s inte in ter rca camb mbio ios s lin ing güí üíst sti ico cos s dis ispo poní nía amo mos s de un fo fond ndo o de una nas s cincuenta palabras. Como pronto descubrí, no necesitábamos ni ésas siquiera. Hay mil maneras de hablar, y las palabras de nada sirven si el espíritu está ausente. Karamenaios y yo estábamos deseosos de hablar. Me daba igual que hab abl láramos de la guerra o de cuch cu chil illo los s y te tene nedo dore res. s. A veces veces no nos s dá dába bamo mos s cu cuen enta ta de qu que e un una a palabra o una frase que habíamos estado empleando durante días, él en in ingl glés és y yo en gr grie iego go, , te tení nía a un si sign gnif ific icad ado o co comp mplet letam amen ente te dist di stin into to al qu que e cr creí eíam amos os. . No im impo port rtab aba. a. No Nos s en ente tend ndía íamo mos s ig igua ual l aunque aunque usáramos usáramos mal las palabras palabras. . Podía Podía aprender aprender cinco palabras palabras nuev nu evas as un una a ta tard rde e y ol olvi vida dar r se seis is u oc ocho ho du dura rant nte e mi su sueñ eño. o. Lo impo im port rtan ante te er era a el af afec ectu tuos oso o ap apre retó tón n de ma mano nos, s, el br bril illo lo de la mirada, las uvas que devorábamos juntos, el vaso que levantábamos en signo de amistad. De vez en cuando me excitaba y, usando una mezc me zcla la de in ingl glés és, , gr grie iego go, , al alem emán án, , fr fran ancé cés, s, ch choc octa taw, w, sw swah ahil ili i o cual cu alqu quie ier r ot otro ro id idio ioma ma qu que e cr creí eía a se serv rvir iría ía pa para ra mi pr prop opós ósit ito, o, vali va lién éndo dome me de la si sill lla, a, la me mesa sa, , la cu cuch char ara, a, la lá lámp mpar ara a o el cuchillo del pan, le representaba una escena de mi vida en Nueva York, París, Londres, Chula Vista, Canarsie, Hackensack o en otro luga lu gar r en qu que e ja jamá más s ha habí bía a es esta tado do, , o do dond nde e ha habí bía a id ido o en su sueñ eños os o cuando estaba dormido en la mesa de operaciones. Me sentía en tan buena forma, tan versátil y acrobático, que me subía a la mesa y me ponía a cantar en un idioma desconocido, o saltaba de la mesa a la cómoda y de la cómoda a la escalera, o me balanceaba en las vigas del techo, o hacía cualquier otra cosa para entretenerle, para divertirle y conseguir que se desternillase de risa. En el pueblo me tenían por viejo debido a mi calvicie y a mis canas. Nadie ha visto a un viejo hacer lo que hacía. «El viejo se va a bañar», decían, «El viejo sale en barca». Siempre «el viejo». Si estallaba una tormenta y sabían que me encontraba en medio del agua, enviaban a alguno a vigilar para que «el viejo» regresara sin daño. Si decidía dar una caminata por las colinas, Karamenaios se ofrecía a acompañarme para que no me sucediera nada malo. Si encallaba en cualquier parte, bastaba con decir que era americano para que doce manos se aprestaran a ayudarme. Salía por la mañana en bu busc sca a de nu nuev evas as ca cala las s y en entr trad adas as en do dond nde e ba baña ñarm rme. e. Nu Nunc nca a encontraba alma viviente. Era como Robinson Crusoe en su isla de Tobago. Durante largas horas permanecía tumbado al sol, sin hacer nada, sin pensar en nada. Mantener la mente vacía es una proeza, una proeza muy saludable. Estar en silencio todo el día, no ver ningún periódico, no oír ninguna radio, no escuchar ningún chisme, abandonarse absoluta y completamente a la pereza, estar absoluta y completamente indiferente al destino del mundo, es la más hermosa medicina que uno puede tomar. Poco a poco se suelta la cultura libresca; los problemas se funden y se disuelven; los ligámenes se rompen; el pensamiento, cuando uno se digna entregarse a él, se hace ha ce muy pri rim mit iti ivo vo; ; el cu cue erp rpo o se tra rans nsfo for rma en un nu nuev evo o y maravilloso instrumento; se mira a las plantas, a las piedras y a los peces con ojos diferentes; se pregunta uno a qué conducen las
luchas frenéticas en que están envueltos los hombres; se sabe que hay guerra, pero no se tiene la menor idea de cuál es la causa o el porqué la gente disfruta matándose los unos a los otros; se mira a un lugar como Albania —lo tenía constantemente bajo mis ojos oj os— — y un uno o se di dice ce: : ay ayer er er era a gr grie iega ga, , ho hoy y es it ital alia iana na, , ma maña ñana na puede ser alemana o japonesa, y uno la deja ser lo que le plazca. Cuando se está de acuerdo consigo mismo, importa poco la bandera que flota sobre nuestra cabeza, o a quien pertenezca esa u otra cosa co sa, , o qu que e se ha habl ble e in ingl glés és o mo mono nong ngah ahel ela. a. No ha hay y di dich cha a má más s singular ni más grande que la ausencia de periódicos, la ausencia de noticias sobre lo que los hombres hacen en diferentes partes del mundo para que la vida sea pasadera o difícil. Estoy seguro de que si pudiéramos suprimir los periódicos tan sólo, daríamos un gran gr an pa paso so ad adel elan ante te. . Lo Los s pe peri riód ódic icos os en enge gend ndra ran n me ment ntir iras as, , od odio io, , codi co dici cia, a, en envi vidi dia, a, so sosp spec echa ha, , te temo mor, r, ma mali lici cia. a. No ne nece cesi sita tamo mos s la verdad tal como nos la sirve la prensa diaria. Lo que necesitamos es pa paz, z, so sole leda dad d y oc ocio io. . Si pu pudi diér éram amos os ir to todo dos s a la hu huel elga ga y sinceramente repudiar todo interés por lo que hace nuestro vecino, tal vez lograríamos un nuevo nivel de vida. Aprenderíamos a pasar sin teléfonos, radios y periódicos, sin máquinas de toda clase, sin si n fá fábr bric icas as, , si sin n fa fact ctor oría ías, s, si sin n mi mina nas, s, si sin n ex expl plos osiv ivos os, , si sin n acoraz acorazado ados, s, sin políti políticos cos, , sin abogad abogados, os, sin latas latas de conserv conserva, a, sin esto y lo otro, incluso sin hojas de afeitar, cigarrillos o dinero. Ya sé que esto es sueño, humo y nada más. La gente sólo va a la huelga para obtener oportunidades mejores para convertirse en otra cosa de lo que es. Con el otoño llegó el tiempo de las lluvias. Era casi imposible trepar por el abrupto sendero de cabras, situado detrás de la casa y que llevaba a la carretera. Después de una fuerte tormenta venía una torren torrencia cial l inunda inundació ción n que bloque bloqueaba aba las carret carretera eras s con los restos de las rocas y con los árboles arrastrados por los corrimien mi ento tos s de ti tier erra ras. s. Du Dura rant nte e dí días as es estu tuve ve ai aisl slad ado o de del l re rest sto o de del l mundo. Un día Nancy Nancy llegó llegó de improv improviso iso para para recoge recoger r alguno algunos s objeto objetos s domésticos. Esa misma tarde iba a regresar a Atenas en el mismo barco que la trajo. Decidí impulsivamente volver con ella. Reinaba un clima seco e inesperadamente caluroso en Atenas. Era como si volviéramos de nuevo al verano. De vez en cuando soplaba el vi vien ento to de desd sde e la las s mo mont ntañ añas as ci circ rcun unda dant ntes es y el fr frío ío co cort rtab aba a entonces como una hoja de cuchillo. Muchas veces por la mañana caminaba hasta la Acrópolis. Prefiero la base de la Acrópolis a la Acrópolis misma. Me gusta el deterioro de las ruinas, el caos, la erosión, erosión, el carácter carácter anárquico anárquico del paisaje. Los arqueólo arqueólogos gos han estropeado el lugar; han devastado enormes espacios de tierra para descubrir un conjunto de antiguas reliquias que serán ocultadas en seguida en los museos. La base entera de la Acrópolis parece un cráter volcánico, de donde las amorosas manos de los arqueólogos han sacado cementerios de arte. El turista viene a mirar con ojos humede humedecid cidos os estas estas ruinas ruinas, , estos estos lechos lechos de lava lava cientí científic ficame amente nte creada. El griego se pasea alrededor de todo eso sin que se le
preste atención, cuando no se le mira como a un intruso. Mientras tanto la nueva ciudad de Atenas cubre casi todo el valle, escalando el flanco de las colinas circundantes. Para un pueblo que únicamente cuenta con siete millones de habitantes, la ciudad de Atenas es algo así como un fenómeno. Está todavía en los dolores del parto: es desgarbada, confusa, tosca, poco segura de sí misma. Tien Ti ene e to toda das s la las s en enfe ferm rmed edad ades es de la in infa fanc ncia ia y al algo go de la melanc la ncol olía ía y de deso sola laci ción ón de la ad adol oles esce cenc ncia ia. . Pe Pero ro ha el eleg egid ido o un magnífico sitio para elevarse; a la luz del Sol brilla como una joya; durante la noche reluce con un millón de centelleantes luces que parecen encenderse y apagarse con la velocidad del rayo. Es una un a ci ciud udad ad de so sobr brec ecog oged edor ores es ef efec ecto tos s at atmo mosf sfér éric icos os: : no es está tá empotrada en la tierra sino que flota en un constante cambio de luz y su pulso late con ritmo cromático. No se puede hacer otra cosa más que caminar, moverse hacia ese milagro que sin cesar se repl re pli ieg ega. a. Cua uand ndo o se lle leg ga al ex extr tre emo mo, , a la gr gran an cad ade ena de montañas, la luz se hace más embriagadora; se tiene la impresión de que se puede saltar, con unas cuantas zancadas de gigante, a la ladera de la montaña, y luego... bien, luego, si se llegara a la cima ci ma, , se la lanz nzar aría ía un uno o co como mo un lo loco co so sobr bre e el su suav ave e es espi pina nazo zo y saltaría al firmamento de cabeza, volando hacia el azul, y amén para siempre. Muchas veces recorriendo la Vía Sagrada, desde Dafni al mar, estuve a punto de volverme loco. Comenzaba a trepar por la colina, ladera arriba, deteniéndome a mitad de l camino, sobrecogido de terror, y preguntándome qué demonio me poseía. En uno de los flancos de la colina hay piedras y arbustos que se dest de stac acan an cl clar aram amen ente te, , co como mo vi vist stas as al mi micr cros osco copi pio; o; en el ot otro ro flanco, los árboles se parecen a los que se ven en las estampas japo ja pone nesa sas, s, ár árbo bole les s in inun unda dado dos s de lu luz, z, bo borr rrac acho hos, s, ár árbo bole les s co con n aspecto de corifeo que los dioses debieron plantar en un momento de sublime borrachera. Es un sacrilegio recorrer la Vía Sagrada en automóvil. Hay que caminar por ella, caminar como lo hacían los hombres antiguamente y dejar que todo el ser se inunde de luz. No es un una a au auto topi pist sta a cr cris isti tian ana: a: la hi hici cier eron on lo los s pi pies es de de devo voto tos s paganos en su camino de iniciación a Eleusis. Esta vía hecha a fuer fu erza za de pr proc oces esio ione nes, s, na nada da ti tien ene e qu que e ve ver r co con n su sufr frim imie ient ntos os, , martirios o flagelación de la carne. Aquí todo habla, ahora como hace siglos, de luz, de jubilosa y cegadora luz. La luz adquiere en este lugar una cualidad transcendental: no es solamente la luz mediterránea, es algo más, algo insondable, algo sagrado. Aquí la luz penetra directamente en el alma, abre las puertas y ventanas del corazón, desnuda, expone, aísla en una dicha metafísica que aclara todo sin que se sepa. No hay análisis posible para esta luz: lu z: aq aquí uí el ne neur urót ótic ico, o, o se cu cura ra in inst stan antá táne neam amen ente te o se vu vuel elve ve loco. Las mismas rocas están locas de remate: expuestas a esta luz divina durante siglos, yacen en la mayor tranquilidad y silencio anidadas entre la coloreada danza de los arbustos, sobre un suelo manchado de sangre, pero están locas, digo, y tocarlas era arriesgars ga rse e a ll llev evar arse se en entr tre e lo los s de dedo dos s to todo do lo qu que e se ag agar arra ra y qu que e parecía tener firmeza, solidez y fijeza. Hay que deslizarse por esta pendiente con extremada precaución, desnudo, solo y libre de
todas las paparruchas cristianas. Hay que quitarse de encima dos mil años de ignorancia y superstición, de un modo de vivir y de yacer mórbido, insanamente subterráneo. Hay que ir a Eleusis desnudo nu do de la las s la lapa pas s ac acum umul ulad adas as du dura rant nte e si sigl glos os de pe perm rmane anenc ncia ia en aguas estancadas. En Eleusis uno se da cuenta, si no lo ha hecho ya, ya , de qu que e si se ad adap apt ta a es este te mun und do en enlo loqu que eci cido do, , no ti tien ene e salvación posible. En Eleusis uno se adapta al cosmos. Exte Ex tern rnam amen ente te, , El Eleu eusi sis s pu pued ede e te tene ner r la ap apar arie ienc ncia ia de es esta tar r en ruinas ruinas, , desint desintegr egrada ada como como las migaja migajas s del pasado pasado. . Sin embarg embargo, o, Eleu El eus sis pe perm rma ane nec ce int ntac act ta y so somo mos s no noso sotr tro os los qu que e es esta tamo mos s ruin ru inos osos os, , di disp sper erso sos, s, mi mini nimi miza zado dos s en po polv lvo. o. El Eleu eusi sis s vi vive ve, , vi vive ve eternamente en medio de un mundo agonizante. El ho homb mbre re qu que e ha at atra rapa pado do es este te es espí píri ritu tu de et eter erni nida dad d qu que e se encuentra en Grecia por todas partes y que lo ha trasplantado a sus su s po poem emas as es Ge Geor orge ge Se Sefe feri riad ades es, , cu cuyo yo se seud udón ónim imo o li lite tera rari rio o es Sefe Se feri ris. s. Só Sólo lo co cono nozc zco o su ob obra ra en tr trad aduc ucci ción ón, , pe pero ro au aunq nque ue no hubiera leído su poesía diría que éste es el hombre destinado a transmitir la llama poética. Seferiades es más asiático que cualquie qu iera ra de lo los s gr grie iego gos s qu que e he co cono noci cido do. . Or Orig igin inar aria iame ment nte e es de Esmirna, pero ha vivido muchos años en el extranjero. Es lánguido, afable, vital y capaz de realizar sorprendentes proezas de fuerza y agilidad. Es arbitro y conciliador de las escuelas del pensamiento y de las formas de vida opuestas. Plantea innumerables preguntas en un idioma políglota, se interesa por todas las formas de expresión cultural e intenta abstraer y asimilar todo lo que las épocas tienen de auténtico y fecundo. Es un apasionado de su país y de sus compatriotas, no por obstinado fanatismo patriótico, sino como resultad resultado o de un paciente paciente descubrimient descubrimiento o hecho hecho durante durante años de estancia en el extranjero. Esta pasión por su país es un rasg ra sgo o es espe pecí cífi fico co de del l in inte tele lect ctua ual l gr grie iego go qu que e ha vi vivi vido do en el extranjero. En otros pueblos tal actitud la encuentro desagradable, pero en el griego me parece justificable, y no sólo justificable, sino emocionante y estimulante. Recuerdo haber ido una tarde con Seferiades a ver un trozo de tierra donde pensaba construirse una casa de campo. El lugar no tenía nada de extraordinario, más bien diría que era feo y desamparado. O mejor dich di cho o, que er era a as así í a pr prim ime era vi vist sta a. No tuv uve e op opor ortu tun nid idad ad de consol consolida idar r esta esta primer primera a y fugaz fugaz impres impresión ión. . Vi transfo transforma rmarse rse el lugar ante mis ojos mientras Seferiades me llevaba de sitio en siti si tio, o, co como mo un una a me medu dusa sa el elec ectr triz izad ada, a, me mezc zcla land ndo o en un una a mi mism sma a rapsodia rapsodia hierbas, hierbas, flores, flores, arbustos, arbustos, rocas, rocas, arcillas arcillas, , pendiente pendiente, , declive, calas, pasadizos, etcétera. Todo lo que miraba era de un modo de ser griego que no había sabido reconocer antes de su marcha al extranjero. Miraba un promontorio y leía en él la historia de los medos, de los persas, de los dorios, de los cretenses, de los atlantes. Podía leer también en él fragmentos del poema que escribiría en su cabeza al regresar a casa, mientras me acosaba con co n pr preg egun unta tas s so sobr bre e el Nu Nuev evo o Mu Mund ndo. o. Se se sent ntía ía at atra raíd ído o po por r el carácter de oráculo sibilino de todo lo que encontraba ante sus ojos. Tenía una especial manera de proyectar su mirada hacia el porv po rven enir ir o el pa pasa sado do, , de ha hace cer r da dar r vu vuel elta tas s so sobr bre e sí mi mism smo o al
objeto de su contemplación, mostrando así sus múltiples aspectos. Cuando hablaba de una persona, de una cosa o de una experiencia, las acariciaba con su lengua. A veces me daba la impresión de ser un jabalí que se hubiera roto los colmillos en furiosos asaltos de amor y éxtasis. Había en su voz como una especie de cicatriz, como si el objeto de su amor, su querida Grecia, le hubiera mutilado, torpemente y sin saberlo, las notas agudas del grito. El melifluo pájaro cantor asiático había sido derribado más de una vez por un inesperado rayo. Sus poemas se parecían a joyas, haciéndose cada vez más compac compactos tos, , más densos densos, , centell centellean eantes tes y revela revelador dores. es. Su natu na tur ral fl flex exi ibi bili lida dad d re resp spon ondí día a a las le leye yes s cós ósm mic icas as de la curvatura y finitud. Había dejado de saltar en todas direcciones; sus versos imitaban el movimiento circundante del abrazo. En él comenz comenzaba aba a madura madurar r el poeta poeta univer universal sal, , a fuerza fuerza de enraiz enraizars arse e apasionadamente en el suelo de su tierra. Por todas partes donde hay vida en el actual arte griego, esta vida se basa en el famoso gesto de Anteo, en esa pasión que se transmite del corazón a los pies y crea las fuertes raíces que transforman el cuerpo en un árbol de potente belleza. Otra prueba palpable de esta transmutación cultural es la obra inmensa de revalorización que se lleva a cabo de un extremo a otro del país. Los turcos, en su ferviente deseo devastador, hicieron de Grecia un desierto y un ceme ce ment nter erio io. . De Desd sde e su em eman anci cipa paci ción ón, , lo los s gr grie iego gos s ha han n tr trab abaj ajad ado o denodadamente en la repoblación forestal de la tierra. La cabra se ha convertido ahora en el enemigo nacional. Con el tiempo será desalojada como lo fueron los turcos. Ella es el símbolo de la pobreza e impotencia, «Árboles, más árboles», tal es la consigna. El árbol trae agua, forraje, ganado, cosechas; el árbol da sombra, esparcimiento, canciones, y engendra poetas, pintores, legisl legislado adores res, , vision visionari arios. os. Grecia Grecia es hoy día, día, a pesar pesar de estar estar pelada y flaca como un lobo, el único paraíso de Europa. Está más allá de la imaginación del hombre actual el poder concebir qué lugar será éste cuando vuelva a su primitiva vegetación. Todo será posible el día que este lugar brille con la luz de una nueva vida. Una Grecia revivificada podría muy bien cambiar por completo el destino de Europa. Grecia no necesita arqueólogos, sino arboricultores. Una Grecia verde podría dar esperanzas a un mundo consumido ahora por la podredumbre. Mis Mi s ve verd rdad ader eras as ch char arla las s co con n Se Sefe feri riad ades es co come menz nzar aron on en la al alta ta terraza de Amaroussion cuando, cogiéndome del brazo, me llevó a pasear arriba y abajo, a la luz del crepúsculo. Cada vez que lo he encontrado, ha venido a mí con todo su ser, envolviendo con él de afecto y ternura mi brazo. Si lo visitaba en su casa, su comportamiento era el mismo: abría todas las puertas y ventanas que llevaban a su corazón. Por regla general, se ponía el sombrero y me acompaña acompañaba ba hasta el hotel; hotel; no era solamente solamente cortesía, cortesía, sino que era er a un ge gest sto o de am amist istad ad, , un una a pr prue ueba ba de su pe perm rman anen ente te af afec ecto to. . Recordaré a Seferiades y todos mis amigos griegos por esta cualidad tan rara actualmente en los hombres. De ig igua ual l mo modo do re reco cord rdar aré é a su he herm rman ana a Je Jean anne ne, , y a la las s de demá más s mujeres griegas que conocí, por lo que había de regio en ellas.
Otra cualidad que apenas se encuentra en la mujer moderna. Del mismo modo que la cálida amistad de los hombres, esta cualidad que toda mujer griega comparte, en mayor o menor grado, es el equivalente, o diría yo la virtud humana correspondiente que va a la par con el carácter celeste de la luz. Habría que ser un sapo, un caracol o una babosa para permanecer insensible a esta radiación del corazón humano tan buena como la de los cielos. Por cualquier parte que se vaya en Grecia, la gente se abre como flores. Los cínicos dirán que es porque Grecia es un pequeño país, porque los griegos desean ávidamente tener visitantes, etcétera. No creo nada de eso. He visitado otros países pequeños que me produjeron una impresión exactamente contraria. Y como ya he dicho antes, Grecia no es un país pequeño; es de una impresionante inmensidad. Ningún otro país que he visitado me ha dado una impresión parecida de grandeza. El tamaño de un país no se mide por los kilómetros que tiene. En un sentido que está más allá de la comprensión de mis compatrio compatriotas, tas, Grecia Grecia es infinitam infinitamente ente más espacios espaciosa a que Estados Estados Unidos. Grecia se traga a Estados Unidos y Europa juntos. Grecia es un poco como China o la India. Es el mundo de la ilusión. Y el mismo griego está en todas partes, como el chino. Lo que hay de griego en él no se borra con sus constantes viajes. No va dejando por el mundo entero partículas de sí mismo, como hace el americano por ejemplo. Cuando el griego se va de un lugar, deja un vacío. El amer am eric ican ano o de deja ja at atrá rás s de él un mo mont ntón ón de ch chat atar arra ra: : co cord rdon ones es de zapa za pat tos os, , bot oto one nes s del cu cuel ell lo, ho hoja jas s de af afei eita tar, r, bi bid don ones es de petróleo, potes de vaselina, etcétera. Los coolíes chinos, como ya lo he dicho en alguna parte anteriormente, se alimentan de los desperdicios que los americanos arrojan por la borda cuando hacen escala en el puerto. El pobre griego lleva consigo los residuos tirados por los ricos visitantes que llegan de todas las partes del mundo; es un verdadero internacionalista y no desdeña nada de lo qu que e est stá á he hech cho o por la ma mano no de del l hom omb bre re, , ni siq iqui uie era lo los s horada horadados dos tonele toneles s desech desechado ados s por la marina marina mercan mercante te britán británica ica. . Parece un absurdo inculcarle un sentimiento de orgullo nacional, pedirl pedirle e fanati fanatismo smo patrió patriótic tico o sobre sobre las indust industria rias s patria patrias, s, pesquerías y demás. ¿Qué diferencia puede haber para un hombre que tiene el corazón lleno de luz el saber de quién son las ropas que llev ll eva, a, o si so son n de úl últi tima ma mo moda da o de la an ante tegu guer erra ra? ? He vi vist sto o caminar a los griegos en el más grotesco y abominable atavío que se pueda imaginar: sombrero de paja del 1900, chaleco confeccionado de ba baye yeta ta de bi bill llar ar y bo boto tone nes s de ná náca car, r, de dese sech chad ado o le levi vitó tón n ingl in glés és, , ar arru ruin inad ado o pa para ragu guas as, , ci cili lici cio, o, pi pies es de desn snud udos os, , ca cabe bell llo o desgreñado y retorcido; un disfraz que desdeñaría hasta un cafre, y sin embargo, lo digo sincera y deliberadamente, preferiría mil vece ve ces s má más s se ser r es ese e po pobr bre e gr grie iego go qu que e un mi mill llon onar ario io am amer eric ican ano. o. Recuerdo al viejo carcelero de la antigua fortaleza de Nauplia. Pasó veinte años en esa misma prisión por asesinato. Es uno de los seres más aristocráticos que jamás me haya encontrado. Su cara era real re alme ment nte e ra radi dian ante te. . La co comi mida da co con n la qu que e tr trat atab aba a de vi vivi vir r no bastaba ni para alimentar a un perro, sus vestidos eran andr an draj ajos osos os, , su sus s pe pers rspe pect ctiv ivas as nu nula las. s. No Nos s en ense señó ñó un pe peda dazo zo de
terreno que había limpiado y del que esperaba obtener unas pocas mazorcas de maíz al año siguiente. Si el gobierno le hubiese dado unos tres centavos más al día, se hubiera podido arreglar. Nos rogó que, en caso de tener alguna influencia, habláramos a algún funcionario en su favor. No estaba triste ni melancólico. Había matado a un hombre en un acceso de ira y cumplió por ello una cond co nden ena a de ve vein inte te añ años os; ; si se le hu hubi bies ese e pl plan ante tead ado o la mi mism sma a situación, lo habría hecho otra vez, dijo. No tenía remordimientos ni se se sent ntía ía cu culp lpab able le. . Er Era a un ti tipo po ma magní gnífi fico co, , fu fuer erte te co como mo un roble, cordial, alegre y despreocupado. Sólo tres centavos más al día y todo hubiera sido perfecto. Era su único pensamiento. Le envidio. Si hubiera podido elegir entre ser presidente de una empres pr esa a de ne neum umát átic icos os no nort rtea eame meri rica cana na o ca carc rcel eler ero o en la an anti tigu gua a fortaleza de Nauplia, hubiese elegido ser carcelero, aun sin los tres tr es ce cent ntav avos os má más. s. Me pa pasa sarí ría a ta tamb mbié ién n lo los s ve vein inte te añ años os en la cárc cá rcel el, , co como mo pa part rte e de del l tr trat ato. o. Pr Pref efie iero ro se ser r un as ases esin ino o co con n la conciencia tranquila, paseando mis andrajos y esperando la cosecha del año próximo, que presidente de la industria de mayor éxito en Estados Unidos. Ningún magnate de los negocios pudo tener nunca una expresión tan benigna y radiante como ese miserable griego. Claro que hay que recordar que el griego mató sólo a un hombre, y en un momento de ira, mientras que el triunfante magnate americano está matando a cientos de hombres, mujeres y niños inocentes cada día. Aquí nadie puede tener la conciencia tranquila: somos todos part pa rte e de un una a gr gran an má máqu quin ina a de as ases esin inar ar. . Al Allí lí un cr crim imin inal al pu pued ede e parecer noble y santo, aunque viva como un perro. Nauplia... Nauplia es un puerto de mar, situado justamente al sur de Corinto, sobre una península en que se hallan Tirinto y Epidauro. En frente, al otro lado del agua, se ve Argos. Encima de Argo Ar gos, s, ye yend ndo o ha haci cia a el no nort rte e y Co Cori rint nto, o, se en encu cuen entr tra a Mi Mice cena nas. s. Trazad un círculo alrededor de estos lugares, y delimitaréis una de las regiones más blanquecinas y legendarias de Grecia. Ya había establecido contacto con el Peloponeso antes, en Patrás, pero éste no es el mi mism smo o la lado do. . Na Naup upli lia a es el la lado do má mági gico co. . Có Cómo mo ll lleg egué ué a Naupli Nauplia a es una larga larga histor historia. ia. Tendré Tendré que volver volver un poco poco hacia hacia atrás... Estoy en Atenas. El invierno está llegando. La gente me pregunta: ¿Ha estado usted en Delfos, ha estado usted en Lesbos, en Sa Samo mos s o en Po Poro ros? s? Pr Prác ácti tica came ment nte e no ha habí bía a es esta tado do en ni ning ngun una a part pa rte, e, sa salv lvo o la id ida a y vu vuel elta ta a Co Corf rfú. ú. Un dí día a ha habí bía a id ido o ha hast sta a Mand Ma ndra ra, , qu que e es está tá pa pasa sado do El Eleu eusi sis, s, en la ca carr rret eter era a de Me Mega gara ra. . Afor Af ortu tuna nada dame ment nte, e, la ca carr rret eter era a es esta taba ba bl bloq oque uead ada a y tu tuvi vimo mos s qu que e retroc retrocede eder. r. Digo Digo afortu afortunad nadame amente nte porque porque ese día, día, si hubiéra hubiéramos mos contin continuad uado o unos unos kilóme kilómetro tros s más, más, hubier hubiera a perdid perdido o por comple completo to mi cabeza. En otro sentido viajaba mucho; la gente se acercaba a mí en los cafés y me contaba sus viajes; el capitán siempre estaba de vuelta vuelta de una nueva nueva traves travesía; ía; Seferi Seferiade ades s siempr siempre e estaba estaba escriescribiendo un nuevo poema que se hundía en el pasado y alcanzaba el porvenir hasta la séptima generación; Katsimbalis me llevaba con
sus monólogos al monte Atos, al Pelión, al Ossa, a Leonidión, a Monemvasia; Durrell me mareaba con las aventuras de Pitágoras; un pequeño galés, recién llegado de Persia, me arrastraba a las altas plan pl anic icie ies s y me de depo posi sita taba ba en Sa Sama mark rkan anda da, , do dond nde e en enco cont ntra raba ba al jinete sin cabeza llamado Muerte. Todos los ingleses que conocía, volvían permanentemente de algún sitio: isla, monasterio, ruinas antiguas o lugar de misterio. Se me ofrecían tantas oportunidades que estaba aturdido, paralizado. Y lu lueg ego, o, un dí día, a, Se Sefe feri riad ades es y Ka Kats tsim imba bali lis s me pr pres esen enta taro ron n al pintor Ghika. Se me apareció una nueva Grecia, la Grecia quintaesenciada que el artista había abstraído de la inmundicia y del caos del tiempo, del lugar, de la Historia. Este mundo que me prod pr odu ucí cía a vé vért rti igo con sus no nom mbr bres es, , fe fech cha as y ley eye end ndas as, , se me presentó bajo una visión bifocal. Ghika se ha colocado en el centro de todas las edades, en el seno de esa Grecia que se perpetúa a sí mi mism sma a y qu que e no co cono noce ce fr fron onte tera ras, s, lí lími mite tes, s, ni ti tiem empo po. . Lo Los s lienzos de Ghika son tan frescos y claros, tan puros y desprovistos de toda pretensión como el mar y la luz que baña las islas deslumbrantes. Ghika es un buscador de luz y verdad. Sus pinturas están más allá del mundo griego. Fue la pintura de Ghika la que me sacó de mi deslumbrado estupor. Apro Ap roxi xima mada dame ment nte e un una a se sema mana na má más s ta tard rde e to toma mamo mos s el ba barc rco o de El Pire Pi reo o qu que e va a Hy Hydr dra, a, do dond nde e Gh Ghik ika a te tení nía a su an ance cest stra ral l ho hoga gar. r. Seferiades y Katsimbalis estaban llenos de alegría: hacía años que no ha habí bían an te teni nido do va vaca caci cion ones es. . El ot otoñ oño o to toca caba ba a su fi fin, n, lo qu que e sign si gnif ific ica a qu que e el ti tiem empo po er era a ma mara ravi vill llos osam amen ente te su suav ave. e. Ha Haci cia a el mediodía avistamos la isla de Poros. Habíamos comido unos bocados a bordo, una de esas comidas improvisadas que Katsimbalis gusta hacer a cualquier hora del día o de la noche cuando se encuentra de bu buen en hu humo mor. r. Su Supo pong ngo o qu que e nu nunc nca a en enco cont ntra raré ré ca calo lor r ni af afec ecto to parecidos a los que nos rodearon la mañana de nuestro embarque. Todo el mundo hablaba a la vez, el vino corría, las vituallas se sucedían, el Sol que se había ocultado, surgía ahora con toda su fuerza fuerza, , el barco barco se balanc balanceab eaba a suavem suavement ente, e, la guerra guerra contin continuab uaba a pero había sido olvidada, el mar estaba allí, pero también estaba la or oril illa la, , la las s ca cabr bras as es escal calab aban an la las s pe pend ndie ient ntes es, , se ve veía ían n lo los s bosquecillos de limoneros y la locura que despide su fragancia nos alcanz alcanzaba aba, , impuls impulsánd ándono onos s en estrec estrecha ha unión unión a un frenét frenético ico abanabandono. No sé qué me afectó más, si la historia de los bosquecillos de limo li mone nero ros, s, qu que e es esta taba ban n fr fren ente te a no noso sotr tros os, , o la vi vist sta a de Po Poro ros s cuan cu ando do me di cu cuen enta ta de re repe pent nte e de qu que e na nave vegá gába bamo mos s en entr tre e su sus s call ca lles es. . No ha hay y su sueñ eño o qu que e am ame e má más s qu que e el de na nave vega gar r so sobr bre e la tier ti erra ra. . La ll lleg egad ada a a Po Poro ros s pr prod oduc uce e la il ilus usió ión n de un pr prof ofun undo do ensueño. De repente, la tierra converge de todas las direcciones y el barco se apretuja por un estrecho pasadizo que parece no tener sali sa lid da. Los hom omb bre res s y la las s mu muj jer eres es de Po Por ros se as asom oma an a la las s ventanas, justamente encima de nuestra cabeza. Los holgazanes se pasean por el muelle a la misma marcha que el barc ba rco o; pu pued eden en cam amin ina ar má más s de pr pris isa a qu que e el bar arco co si de dese sea an apresurar el paso. La isla discurre en planos cubistas, un plano
de muros y ventanas, otro de rocas y cabras, un tercero de árboles y ar arbu bust stos os pu pues esto tos s rí rígi gido dos s po por r el vi vien ento to, , y as así í lo de demá más. s. Má Más s lejos, donde la tierra se curva como un látigo, se extienden los bosq bo sque ueci cill llos os de lo los s li limo mone nero ros s sa salv lvaj ajes es y al allí lí en la pr prim imav aver era a jóvenes y viejos enloquecen con el perfume de la savia y de las flores. Se ent ntra ra en el pu puer erto to de Por oros os en med edio io de un ba bal lan ance ceo o y remolino, como un idiota apacible lanzado entre mástiles y redes en un mundo que sólo el pintor conoce y que ha hecho revivir, porque al igual que uno, cuando vio por primera vez este mundo esta es tab ba bo bor rra rach cho, o, fe feli liz z y li libr bre e de pre reoc ocu upa paci cion one es. Na Nave vega gar r lentamente a través de las calles de Poros es como gozar de nuevo el paso a través del cuello de la matriz. Es un placer demasiado gran gr ande de pa para ra qu que e se pu pued eda a re reco cord rdar ar. . Es un una a es espe peci cie e de go gozo zo de idiota paralizado de donde surgen leyendas como la del nacimiento de una isla, hija de un navío naufragado. El barco, el pasadizo, los muros que giran, la dulce ondulación de ese estremecimiento bajo el vientre del barco, la luz deslumbrante, la curva verde y serpentina de la orilla, las barbas que se asoman a las ventanas sobre vuestro cráneo, todo eso y el palpitante soplo de amistad y simpatía que os precede, os envuelve y encanta hasta el extremo de haceros estallar como una estrella que ha cumplido su destino, y vuestro corazón se proyecta en el espacio hecho añicos. Es casi la misma hora del día, algunos meses más tarde, cuando escribo estas páginas. Al menos el reloj y el calendario así lo dicen. La verdad es que han transcurrido siglos de luz desde que pasé por ese est str recho pasadizo. Nunca volverá a ocurrir. Ordi Or dina nari riam amen ente te me en entr tris iste tece ce es este te pe pens nsam amie ient nto, o, pe pero ro ah ahor ora a no no. . Tengo muchos motivos de estar triste en este momento; todos los presentimientos que he tenido durante diez años se han realizado. Estamos en uno de los momentos más bajos de la historia humana. No se vislumbra en el horizonte signo alguno de esperanza. El mundo entero está envuelto en una carnicería y destila sangre. Sin embargo, lo repito: No estoy triste. Inúndese el mundo en sangre; yo me aferraré a Poros. Pueden pasar millones de años, yo mismo puedo volver y volver a uno u otro planeta bajo la forma de hombre, de demonio o de arcángel (no me importa cómo, en cuál, bajo qué forma o cuándo), pero mis pies nunca abandonarán ese barco, mis ojos nunc nu nca a de deja jará rán n de ve ver r es esa a es esce cena na, , mi mis s am amig igos os no de desa sapa pare rece cerá rán n nunca. Fue ése un momento que se perpetúa, que sobrevive a las conf co nfla lagr grac acio ione nes s mu mund ndia iale les, s, qu que e se et eter erni niza za má más s qu que e la vi vida da de nuestro planeta la Tierra. Si debo alcanzar esa plenitud del ser de la que ha habl bla an los bu budi dis sta tas, s, si tuv uvie iera ra que el eleg egi ir ent ntre re alcanzar el Nirvana o quedarme atrás para custodiar y guiar a los que llegan, ahora mismo digo que deseo quedarme atrás y revolotear como un buen espíritu sobre los tejados de Poros y que me sea dado pode po der r dir irig igir ir al via iaje jer ro un una a mi mira rad da y un una a so sonr nri isa de pa paz z y alegría. Veo a toda la humanidad penar aquí, esforzándose en pasar por el cuello de la botella en busca de la luz y de la belleza. Pueden venir, pueden desembarcar, pueden permanecer y descansar un
rato en paz. Y en un alegre día proseguir el camino, atravesar el estrecho canal, avanzar, avanzar unas millas más hasta Epidauro, donde se halla la mismísima sede de la tranquilidad, el centro del mundo en el arte de curar. Pasaron algunos días antes de que viera con mis propios ojos el tranquilo y saludable esplendor de Epidauro. Durante ese intervalo estuve a punto de perder la vida, pero ya hablaré de eso a su debi de bido do ti tiem empo po. . Nu Nues estr tro o de dest stin ino o er era a Hy Hydr dra, a, do dond nde e no nos s es espe pera raba ban n Ghika y su esposa. Hydra no es más que una roca pelada que hace de isla, y su población compuesta casi exclusivamente de marinos está disminuyendo rápidamente. La ciudad, que se agrupa alrededor del puerto en forma de anfiteatro, es inmaculada. Tiene solamente dos colores, azul y blanco —un blanco que encalan todos los días—, que abarcan también a los guijarros de las calles. Las casas están disp di spu ues esta tas s de una for orma ma más cub ubis ist ta to toda daví vía a qu que e en Por oros os. . Estéticamente es perfecta; es el epítome de esa anarquía sin tacha que qu e so sobr brep epas asa a, por orqu que e la las s inc ncl luy uye e y va má más s al allá lá, , to toda das s las disposiciones que en materia de forma puede concebir la imagin imaginaci ación. ón. Esta Esta pureza pureza, , esta esta salvaj salvaje e y desnud desnuda a perfec perfecció ción n de Hydra, se debe en gran parte al espíritu de los hombres que un día domina dominaron ron la isla. isla. Durant Durante e siglos siglos, , los hombre hombres s de Hydra Hydra fueron fueron pira pi rata tas s de es espí píri ritu tu at atre revi vido do: : la is isla la só sólo lo pr prod oduj ujo o hé héro roes es y libertadores. El más insignificante de ellos se sentía almirante, aunq au nque ue no lo fu fuer era a en la re real alid idad ad. . Co Cont ntar ar la las s ha haza zaña ñas s de lo los s hombres de Hydra sería escribir un libro sobre una raza de locos; significaría escribir en el firmamento la palabra AUDACIA con letras de fuego. Hydra es una roca que emerge del mar como una enorme hogaza de pan petrificado. Es el pan transformado en piedra que el artista recibe como recompensa por sus trabajos cuando avista la tierra prometida. Después de la iluminación uterina viene la prueba de la roca, de donde debe surgir la chispa que inflamará el mundo. Me expreso en amplias y rápidas imágenes porque trasladarse de un lugar a otro en Grecia es adquirir conciencia del conmovedor y fatal drama de la raza, en su ascensión circular de paraíso en para pa raís íso. o. Ca Cada da al alto to es un ja jaló lón n en el se send nder ero o ma marc rcad ado o po por r lo los s dioses. Hay estaciones para el descanso, para la oración, para la meditación, para la acción, para el sacrificio, para la tran tr ans sfi figu gura rac ció ión. n. En ni ning ngún ún sit iti io a lo la larg rgo o de del l ca cami min no se encuentra la inscripción FINÍS. La Las s mi mism smas as ro roca cas s so son n sí símb mbol olos os de vida vi da et eter erna na. . En Gr Grec ecia ia, , la las s ro roca cas s so son n el elocu ocuen ente tes: s: lo los s ho homb mbre res s pueden morir, pero las rocas nunca. Por ejemplo, en un lugar como Hydr Hy dra a se sa sabe be qu que e cu cuan ando do un ho homb mbre re mu muer ere e se co conv nvie iert rte e en un una a porción de su roca nativa. Pero esta roca es una roca viva, una divina ola de energía suspendida en el tiempo y en el espacio, que crea cr ea un una a pa paus usa a de la larg rga a o co cort rta a du dura raci ción ón en la in inte term rmin inab able le melodía. La experta mano del calígrafo ha inscrito a Hydra como una pausa en la partitura musical de la creación. Es ésta una de esas es as di divi vina nas s pa paus usas as qu que e pe perm rmit iten en al mú músi sico co, , cu cuan ando do re rean anud uda a la melodía, proseguir en una dirección completamente nueva. Llegado a este punto, lo mismo da arrojar la brújula, porque ¿se necesita
acaso la brújula para caminar hacia la creación? Desde que puse el pie en esa roca perdí todo sentido de orientación terrestre. Lo que me ocurrió desde entonces indica un sentido de marcha, no de dire di recc cció ión. n. No ha habí bía a ni ning ngún ún ob obje jeti tivo vo má más s al allá lá. . Mi ob obje jeti tivo vo se iden id enti tifi fica caba ba co con n el Ca Cami mino no. . Ca Cada da es esta taci ción ón ma marc rcab aba a de ah ahor ora a en adel ad elan ante te un una a pr prog ogre resi sión ón en un una a lo long ngit itud ud y la lati titu tud d es espi piri ritu tual al nueva. Micenas no era más grande que Tirinto, ni Epidauro más hermoso que qu e Mi Mice cena nas: s: ca cada da un una a er era a di dife fere rent nte e en un gr grad ado o qu que e no pu pued edo o comparar. Sólo puedo hacer una analogía para explicar la naturalez naturaleza a de este viaje que fue una verdadera verdadera iluminación, iluminación, y que comenzó en Poros y terminó en Trípoli unos dos meses más tarde. Debo remitir al lector a la ascensión de Serafita, tal como la vislumbraban sus devotos seguidores. Fue un viaje de penetración en la luz. La Tierra se iluminaba con su propia luz interior. En Micenas caminé sobre los muertos incandescentes; en Epidauro sentí un silencio tan intenso que durante una fracción de segundo oí latir el gran corazón del mundo y comprendí el sentido del dolor y del de l su sufr frim imie ient nto; o; en Ti Tiri rint nto, o, la so somb mbra ra de del l ho homb mbre re ci cicl clóp ópeo eo se extendió sobre mí y sentí la llamarada de ese ojo interior que hoy día no es más que una glándula enfermiza; en Argos, la entera planicie era una ardiente bruma en la que vi los fantasmas de nues nu estr tros os in indi dios os am amer eric ican anos os y lo los s sa salu ludé dé en si sile lenc ncio io. . Ca Cami mina naba ba despegado de todo, mis pies inundados del brillo de la Tierra. Estoy en Corinto bajo una luz rosa, el Sol peleando con la Luna y la Tierra girando lentamente con sus gruesas ruinas, girando a la lu luz z co como mo un una a ru rued eda a hidrá hidrául ulic ica a qu que e se re refl flej eja a en un pl plác ácid ido o estanq estanque. ue. Estoy Estoy en Arákov Arákova, a, cuando cuando el águila águila empren emprende de el vuelo vuelo desde su nido y planea en equilibrio sobre la hirviente caldera de la Tierra, aturdida por el brillante mosaico de colores con los que se viste el tumultuoso abismo. Estoy en Leonidion, a la puesta del Sol, y detrás del pesado ropaje funerario de los vapores que asci as cien ende den n de lo los s pa pant ntan anos os, , se di dibu buja ja co conf nfus usam amen ente te la so somb mbrí ría a puer pu erta ta de del l in infi fier erno no do dond nde e lo los s es espe pect ctro ros s de lo los s mu murc rcié iéla lago gos, s, serpie serpiente ntes s y lagart lagartos os vienen vienen a descan descansar sar y, quizás quizás a rezar. rezar. En cada lugar abro una nueva vena de experiencia, como minero cavando en lo más profundo de la tierra; acercándose al corazón de la estrella cuya luz todavía no se ha extinguido. La luz no es ni solar ni lunar; es la luz estelar del planeta al que el hombre ha dado vida. La Tierra vive en sus profundidades más recónditas; en el centro, el Sol adquiere la forma de un hombre crucificado. El Sol sangra sobre su cruz en las ocultas profundidades. El Sol es el ho homb mbre re qu que e lu luch cha a po por r sa sali lir r a ot otra ra lu luz. z. De lu luz z en lu luz, z, de calvario en calvario. El canto de la Tierra... En Hydra estuve unos pocos días, durante los cuales subí y bajé mile mi les s de es esca calo lone nes, s, vi visi sité té la ca casa sa de va vari rios os al almi mira rant ntes es, , hi hice ce ofrendas votivas a los santos que protegen la isla, recé plegarias por los muertos, los cojos y los ciegos, en la pequeña capilla contigua a la casa de Ghika, jugué al ping-pong, bebí champaña, coñac, uso y rezina en casa del anticuario local, me senté con una botella de whisky a charlar con Ghika de los monjes tibetanos,
comenc comencé é el libro libro de bitáco bitácora ra de la «Inmacu «Inmaculad lada a Concep Concepció ción» n» que acabé para Seferiades en Delfos, y escuché a Katsimbalis, escuché la no nove vena na si sinf nfon onía ía de su sus s af afan anes es y tr tran ansg sgre resi sion ones es. . La se seño ñora ra Hadj Ha djii-Ky Kyri riak akos os, , la es espo posa sa de Gh Ghik ika, a, no nos s si sirv rvió ió un una a ma magn gníf ífic ica a comida; nos levantamos de la mesa como toneles de vino sin patas. Desde la terraza, que tenía un marcado sabor oriental, mirábamos el mar con borracho estupor. La casa tenía cuarenta habitaciones, alguna de las cuales estaba profundamente empotrada en la tierra. Las grandes parecían el salón de un trasatlántico; las pequeñas eran eran como como fresco frescos s calabo calabozos zos acondi acondicio cionad nados os por pirata piratas s de gran gran temperamento. Las sirvientas eran de origen divino y al menos una de ellas descendía directamente del Erecteo, si bien llevaba el nombre de un cereal sagrado. Una tarde, mientras subíamos los anchos escalones que llevan a la extrem extremida idad d de la isla, isla, Katsim Katsimbal balis is empezó empezó a hablar hablar sobre sobre la locura. La bruma ascendía del mar, y lo único que podía distinguir de él era su enorme cabeza que flotaba sobre mí como el mismo huev hu evo o áu áur ric ico. o. Hab abla lab ba de ci ciud uda ade des s se segú gún n la man anía ía que hab abía ía adquirido de «haussmanizar» las grandes ciudades del mundo. Cogía, por ejemplo, un plano de Londres o de Constantinopla, lo estudiaba detenidamente y, luego, dibujaba a su conveniencia un nuevo plano de la ci ciud udad ad. . Mo Modi difi fica caba ba de ta tal l mo modo do la or orde dena naci ción ón de al algu guna nas s ciud ci udad ades es qu que e de desp spué ués s te tení nía a di difi ficu cult ltad ades es en en enco cont ntra rar r el or orde den n trazado, se entiende con arreglo a su imaginativo plano. Naturalmente había que derrumbar un buen número de monumentos y leva le van nta tar r en su lug uga ar nue ueva vas s es esta tat tua uas, s, obr bras as de es escu cul lto tore res s descon desconoci ocidos dos. . Trabaj Trabajand ando o sobre sobre Consta Constanti ntinop nopla, la, por ejempl ejemplo, o, le vení ve nían an in inme medi diat atos os de dese seos os de ca camb mbia iar r Sh Shan anga gai. i. Du Dura rant nte e el dí día a reconstruía Constantinopla y durante su sueño moldeaba Shangai. Lo meno me nos s que se pu pued ede e dec ecir ir es qu que e era con onfu fus so. De un una a ci ciu uda dad d reconstruida pasaba a otra, luego a una tercera. Sin remisión, las murallas las empapelaba con los planos destinados a estas nuevas ciudades. Como se sabía de memoria la mayoría de ellas, frecuente frecuentemente mente las volvía volvía a visitar visitar en sueños. sueños. Pero las había ya modificado tan por entero, llegando a detalles como el de cambiar los lo s no nomb mbr res de las cal all les es, , qu que e pa pasa saba ba las noc oche hes s en cla lar ro intentando salir de ellas y, al despertar, tenía grandes dificultades en recobrar su propia identidad. Él creía que era una especie de megalomanía, una forma de construir glorioso que era como una reliquia patológica de su herencia peloponesia. Desarrollamos este tema más ampliamente en Tirinto, examinando las murallas ciclópeas; luego en Micenas, y por último en Nauplia, después de haber ascendido los 999 escalones que conducen a la cima de la fortaleza. Llegué a la conclusión de que los pelo pe lopo pone nesi sios os er eran an un una a ra raza za de co cons nstr truc ucto tore res s cu cuya ya ev evol oluc ució ión n espiritual se había detenido en la etapa de la formación y que, por consecuencia, habían continuado construyendo automáticamente, como sonámbulos de manos y pies pesados. Nadie sabe lo que esta gent ge nte e in inte tent nta a cr crea ear r mi mien entr tras as du duerm erme; e; sabe sa bemo mos s so sola lame ment nte e qu que e utilizan utilizan con preferen preferencia cia los materiales materiales menos menos manejable manejables. s. Ni un solo poeta ha salido de esta raza de constructores de piedra. Ha
producido producido algunos algunos maravill maravillosos osos «asesino «asesinos», s», legislado legisladores res y jefes militares. Cuando cayó el telón sobre la escena, la casa no estaba sola so lame ment nte e hu hund ndid ida a en la las s ti tini nieb ebla las, s, si sino no qu que e es esta taba ba va vací cía. a. El suelo estaba tan saturado de sangre que, aun hoy día las cosechas de esa sas s ri rica cas s ll llan anu ura ras s y de eso sos s va vall lles es fec ecu und ndos os son alg lgo o extraordinario. Cuando cogimos el barco para Spetsai, Katsimbalis continuaba hablando. Tuvimos que continuar los dos solos. Spetsai distaba sólo a unas horas de allí. Como digo, Katsimbalis seguía hablando. Estábamos muy cerca de nuestro destino cuando empezó a llover un poco. Nos metimos en la pequeña embarcación y remando nos llevaron a tierra mientras Katsimbalis hacía observar que el lugar tenía un aspecto extraño, y que quizá nos habían llevado al otro lado de la isla. Saltamos del bote y dimos unos pasos por el muelle. De repente nos encontramos frente a un monumento de guerra y con gran sorpresa mía Katsimbalis se echó a reír. «Estoy chiflado —dijo—. Esto no es Spetsai, sino Ermioni. Seguimos en tierra firme.» Apareció un guardia y se puso a hablar con nosotros. Nos recomendó atravesar la isla y allí coger un vaporcito que iba a Spetsai. Había un desvencijado Ford a manera de autobús que nos esperaba. Había ya en él seis viajeros, pero nos las arreglamos para meternos dentro. En el momento de salir, comenzó a llover. Atravesamos la ciudad de Kranidia a la velocidad del rayo, con dos ruedas sobre la acera y las otras dos por la carretera. Hicimos un brusco viraje y el gorrino en que apoyábamos los pies se puso a chillar como un lunático comido por las pulgas. Cuando llegamos al pequ pe queñ eño o pu puer erto to de Po Port rtac ache hell lli, i, la ll lluv uvia ia ca caía ía a cá cánt ntar aros os. . No Nos s pusi pu simo mos s de ba barr rro o ha hast sta a lo los s to tobi bill llos os pa para ra ll lleg egar ar a la ta tabe bern rna a situada junto a la orilla. Se estaba desencadenando una de esas furiosas furiosas tormenta tormentas, s, típicas típicas del Mediterrá Mediterráneo. neo. Cuando Cuando preguntam preguntamos os si había medio de encontrar una barca, los jugadores de cartas nos miraron como si estuviéramos locos. «Después que pase la tormenta» —dijimos. Movieron la cabeza: «Durará todo el día, y quizá toda la noch no che» e», , re resp spon ondi dier eron on. . Pa Pasa samo mos s un una a o do dos s ho hora ras s co cont ntem empl plan ando do la torm to rmen enta ta, , mu muer erto tos s de ab abur urri rimi mien ento to an ante te la id idea ea de te tene ner r qu que e quedarnos toda la noche allí. «¿No hay alguien que quiera aventura tu rars rse e cu cuan ando do se ca calm lme e un po poco co la to torm rmen enta ta? ? —p —pre regu gunt ntam amos os—. —. Pagaremos el doble o el triple del precio corriente.» «A propósito —dije a Katsimbalis—, ¿cuál es el precio corriente?» Preguntó al dueño del bar. «Cien dracmas», respondió éste. Aunque tuviéramos que qu e pa paga gar r tr tres esci cien enta tas, s, el pr prec ecio io no es esta taba ba ma mal. l. Tr Tres esci cien enta tas s dracmas son dos dólares, poco más o menos. «¿Quiere usted decir que habrá alguien tan loco como para arriesgar su vida por dos dólares?», pregunté. «¿Y nosotros, qué?», contestó Katsimbalis, y ento en tonc nces es me di cu cuen enta ta de re repe pent nte e qu que e se serí ría a un una a lo loca ca te teme meri rida dad d tent te ntar ar a al algu guie ien n a qu que e no nos s co cond nduj ujer era a po por r un ma mar r en ta tan n ma mala las s condiciones. Nos sentamos y hablamos del asunto. « ¿Está ¿Está seguro de quer qu erer er ar arri ries esga gars rse? e?», », me pr preg egun untó tó Ka Kats tsim imba bali lis. s. Re Repl pliq iqué ué: : «¿ «¿Y Y usted?». «Pudiera ser que no llegáramos nunca. Es como echar una moneda moneda al aire. aire. De todas todas formas formas, , sería sería una muerte muerte románt romántica ica... ... para pa ra us uste ted» d», , co cont ntes estó tó. . Y se pu puso so a ha habl blar ar de to todo dos s lo los s po poet etas as ingleses que se habían ahogado en el Mediterráneo. «Al diablo con
eso —dije—. Si se decide a venir, yo me arriesgo. ¿Dónde está el tipo que iba a llevarnos? llevarnos?», », preguntam preguntamos, os, intentand intentando o saber saber dónde dónde había ido el hombre. «Ha ido a dormir un rato, no ha dormido en toda la noche», respondieron los otros. Procuramos encontrar otro tipo, pero no había nadie lo bastante loco para escuchar nuestra petición, o ¿Sabe usted nadar?», me preguntó Katsimbalis. La idea de tener que nadar en ese mar alborotado me hizo perder un poco los ánimos. «Sería mejor esperar un rato. No vale la pena ahogarse en seguida», seguida», añadió. Un viejo lobo de mar se nos acercó acercó e hizo lo posibl posible e por disuad disuadirn irnos os de salir. salir. «Es un tiempo tiempo traido traidor. r. Puede Puede calmarse un poco, pero no el tiempo suficiente para permitirles lleg ll egar ar a Sp Spet etsa sai. i. Me Mejo jor r es qu que e pa pase sen n la no noch che e aq aquí uí. . Na Nadi die e le les s llev ll eva ará con est ste e ma mar» r», , no nos s di dijo jo. . Ka Kats tsi imb mbal alis is me mi miró ró com omo o diciendo: «¿Oye eso? Estos tipos saben de lo que hablan». Algunos minutos más tarde apareció el Sol y, con él, el tipo que estaba durmiendo. Nos precipitamos afuera para saludarle, pero con la ma mano no no nos s hi hizo zo un una a se seña ñal l pa para ra qu que e vo volv lvié iéra ramo mos s a en entr trar ar. . No Nos s quedamos en la puerta observando cómo achicaba el agua de la barca e izaba las velas. La operación pareció costarle una eternidad. Mientras tanto, volvió a encapotarse el cielo y se sucedieron los relámpagos y ráfagas de agua. El tipo se zambulló en la escotilla. Seguimos de pie ante la puerta mirando al cielo. Llovía torr to rren enci cial alme ment nte e de nu nuev evo. o. Ha Habí bíam amos os pe perd rdid ido o ya la las s es espe pera ranz nzas as cuan cu ando do de re repe pent nte e el ti tipo po ap apar arec eció ió so sobr bre e cu cubi bier erta ta y no nos s hi hizo zo señas. La lluvia había aminorado y las nubes, detrás de nosotros, se ab abrí rían an. . «¿ «¿Es Está tá to todo do di disp spue uest sto o pa para ra ar arri ries esga garn rnos os ah ahora ora?» ?» preg pr egun unta tamo mos s si sin n gr gran an se segu guri rida dad d en no noso sotr tros os mi mismo smos. s. El ti tipo po se encogió de hombros. Me volví hacia Katsimbalis. «¿Qué quiere decir con co n es ese e ge gest sto? o?» » Ka Kats tsim imba bali lis s se en enco cogi gió ó a su ve vez z de ho homb mbro ros s y añadió con una maliciosa sonrisa: «Que si somos lo bastante locos para pa ra ar arri ries esga gar r nu nues estr tra a vi vida da, , él ta tamb mbié ién n lo es es». ». Sa Salt ltam amos os a la barca y nos colocamos adelante, agarrándonos al mástil. «¿Por qué no se pone bajo cubierta?», le dije. Pero Katsimbalis se negó a bajar, ya que eso, según explicó, le marearía. «Bien, se mareará de todas formas —dije—. El momento no es para otra cosa.» Habíamos ya salido del muelle y la barca corría a lo largo de la orilla. Al acercarnos a alta mar, nos cogió de frente una violenta ráfaga de viento. El griego dejó la barra del timón para arriar las velas. «Mire «Mire eso —dijo —dijo Katsim Katsimbal balis— is—. . Estos Estos tipos tipos están están locos. locos.» » Íbamos Íbamos bordeando bordeando peligrosame peligrosamente nte las rocas rocas en el momento momento en que el hombre hombre realizaba la operación. El mar se levantaba como una montaña, y delante de nosotros se agitaba una enorme cresta de agua. Comencé a da darm rme e cu cuen enta ta de la lo locu cura ra qu que e ha habí bíam amos os co come meti tido do al ve ver r la las s enormes olas que nos hundían en un terrorífico vértigo. Instintivamente nos volvíamos hacia el marinero para encontrar un rayo de esperanza en su cara, pero su expresión era impasible. «Debe de ser un loco», dijo Katsimbalis en el instante en que una ola se abatió sobre nosotros y nos caló hasta los huesos. La ducha tuvo un efecto estimulante. La vista de un pequeño yate que se dirigía hacia nosotros nos estimuló todavía más. Apenas era más grande que nuestra benzina y avanzaba poco más o menos a la misma
velocidad. Lado a lado, como dos caballos de mar, las pequeñas embarcaciones saltaban y se hundían. Jamás hubiera creído que una barca tan frágil pudiera mantenerse a flote en un mar así. Cuando nos no s de desl sliz izáb ába amo mos s en el sen eno o de una ol ola, a, la qu que e lle leg gab aba a se levantaba amenazadora por encima de nosotros como un monstruo de blan bl anco cos s di dien ente tes, s, di disp spue uest sto o a ap apla last star arno nos s co con n su gi giga gant ntes esco co vientre. El cielo semejaba al azogue de un espejo, reflejando un bril br illo lo em empa paña ñado do y de dens nso o qu que e el So Sol l se es esfo forz rzab aba a va vana name ment nte e en atravesar. En el horizonte, los relámpagos zigzagueaban en todas direcc direccion iones. es. Las olas olas comenz comenzaro aron n a golpear golpearnos nos por todos todos lados. lados. Necesitáb Necesitábamos amos hacer hacer grandes grandes esfuerzo esfuerzos s para mantenern mantenernos os agarrados agarrados con las dos manos al mástil. Spetsai se destacaba claramente; las casas tenían aspecto de fantasmas, como si hubieran vomitado sus intestino intestinos. s. Y era un hecho bastante bastante curioso el que ni Katsimbali Katsimbalis s ni yo tuviéramos miedo. Fue mucho tiempo después cuando me enteré de qu que e Ka Kats tsim imba bali lis s te tení nía a te terr rror or al ma mar, r, ya qu que e er era a ho homb mbre re de montaña y no de isla. Su cara estaba radiante. De vez en cuando, gritaba: «¿Homérico, eh?» ¡Buen viejo Katsimbalis! Loco como todos los griegos. Le aterraba el mar y sin embargo nunca lo había dado a entender. «¡Qué comilona nos vamos a dar si salimos de ésta!», me gritó. Apenas había pronunciado esas palabras cuando una tromba de agua, mostrando los dientes, gruñendo y silbando, nos dio un golpe tan fuerte que pensé que no salíamos. Pero la barca parecía un corcho corcho. . Nada Nada podía podía hacerl hacerla a zozobr zozobrar ar o hundir hundirla. la. Nos miramo miramos s significativamente, como diciendo: «Si ha aguantado ésta, es capaz de aguantar todo lo que venga». Llenos de alegría comenzamos a gritar gritarle le locas locas palabr palabras as de valor, valor, como como si estuvi estuviéra éramos mos montad montados os sobre un caballo. «¿Va todo bien allá atrás?», gritó Katsimbalis, sin atreverse casi a dar la vuelta por miedo de ver al hombre puesto de pie en la borda. Y llegó la respuesta: «Malistar ». ¡Qué hermosa palabra para decir sí!, pensé. Y me puse a recordar las primeras palabras griegas que aprendí: ligo neró, se para kaló... un poco de agua, por favor. El agua, el agua... me salía de los ojos, de las orejas, se colaba por mi cuello, por mis pantalones y entre los dedos del pie. «Mala cosa para el reumatismo», voceó Katsimbalis. «No tan mala. Le abrirá el apetito», chillé a mi vez. Cuan Cu ando do de dese semb mbar arca camo mos s ha habí bía a un pe pequ queñ eño o gr grup upo o de ge gent nte e en el muelle. El guardia nos miró con aire sospechoso. ¿Qué es lo que nos traía a un lugar como Spetsai en un tiempo como ése? ¿Por qué no habíamos llegado en el barco? ¿Qué veníamos a hacer allí? El hecho hecho de que Katsim Katsimbal balis is fuera fuera griego griego y hubier hubiera a descend descendido ido del barc ba rco o co corr rreo eo po por r eq equi uivo voca cac ció ión n hac ací ía las co cosa sas s tod oda aví vía a más sospechosas. ¿Y qué venía a hacer ese chiflado americano si no iban iban turist turistas as a Spetsa Spetsai i durant durante e el invier invierno? no? Sin embarg embargo, o, tras tras lanzar algunos gruñidos, se alejó con paso firme. Nos encaminamos a un pequeño hotel próximo e inscribimos nuestros nombres en el registro. El propietario, que era algo chiflado, pero simpático, miró los nombres y dijo a Katsimbalis: «¿En qué regimiento estuvo usted durante la guerra? ¿No es usted mi capitán?» Y dio su nombre y el de su regimi regimient ento. o. Al bajar, bajar, después después de cambia cambiarno rnos s de ropa, ropa, nos encontramos a John, el propietario, esperándonos; tenía de la
mano a su hijo pequeño y en brazos a su bebé. «Mis hijos, capitán», dijo con orgullo. El señor John nos llevó a una taberna dond do nde e no nos s si sirv rvie iero ron n un ex exce cele lent nte e pe pesc scad ado o fr frit ito o y un po poco co de rezina. Durante el camino nos habló en inglés de su frutería en Nueva York, junto a una boca de Metro, en la parte alta de la ciudad. Conocía bien esa boca de Metro porque una vez, a las tres de la madrugada de cierto día de invierno, y exactamente frente a la tienda del señor John, vendí a un taxista por diez centavos una chaqueta forrada de piel que me había regalado un hindú. Al señor John, que como ya he dicho era algo chiflado, se le hacía difícil cree cr eer r qu que e un am amer eric ican ano o na nati tivo vo hu hubi bier era a si sido do ta tan n lo loco co co como mo pa para ra hacer una cosa semejante. Mientras chapurreábamos inglés, un tipo gordo que nos había estado escuchando atentamente desde la mesa de al lado, se volvió de repente y me dijo con un impecable acento del norte: «¿De dónde es usted, forastero? Yo soy de Buffalo». Vino a sentarse con nosotros. Se llamaba Nick. «¿Y qué tal sigue el viejo Tío Sam? —dijo, pidiendo otra pinta de rezina —. —. ¡Dios mío, daría cualquier cosa por estar allí en este momento!» Miré su traje, evidentemente americano, evidentemente muy caro. «¿A qué se dedica usted allí?», le pregunté. «Soy apostador en las carreras de caballos —contestó—. ¿Le gusta este traje? Tengo otros siete en casa ca sa. . Po Por r aqu quí í no se en encu cue ent ntra ra na nad da dec ecen ent te. Ve Vea a us uste ted d qué estercolero es esto. ¡Dios mío, lo que me he reído en Buffalo! ¿Cuá ¿C uán ndo vue uelv lve e us uste ted d pa par ra all llá á? » Al de deci cir rle qu que e no ten ení ía intención de volver, sonrió de manera extraña. «Es divertido —dijo —. A usted le gusta esto, y a mí lo que me gusta es aquello. Desearía poder cambiar nuestros pasaportes. Daría cualquier cosa por tener ahora un pasaporte americano.» Al día siguiente, cuando me desperté, Katsimbalis había salido ya del hotel. El señor John me dijo que lo encontraría carretera abajo, cerca del colegio Anargyros. Tomé a toda prisa el grasiento desayuno del señor John y me dirigí hacia la carretera que corría a lo largo de la orilla en dirección al colegio. El colegio, como la ma mayo yorí ría a de la las s de demá más s co cosa sas s im impo port rtan ante tes s en Sp Spet etsa sai, i, er era a un una a donación del rey del tabaco. Me quedé en la entrada admirando los edificios y cuando me disponía a partir vi llegar a Katsimbalis blandiendo su bastón. Llevaba a remolque a uno de sus amigos, al que por discreción llamaré Kyrios Ypsilon. Más tarde descubrí que Ypsilon era un desterrado político; por razones de salud le habían trasla trasladad dado o a Spetsa Spetsai i desde desde otra otra isla. isla. Kyrios Kyrios Ypsilo Ypsilon n me agradó agradó desde el primer momento, desde que nos estrechamos la mano. No sabía inglés, y hablaba francés con acento alemán. Era todo lo griego que se puede ser, pero se había educado en Alemania. Lo que me gu gust stab aba a de él er era a su na natu tura rale leza za ar ardi dien ente te, , en entu tusi sias asta ta, , su sinceridad y su pasión por las flores y la Metafísica. Nos llevó a su habitación, situada en una gran casa desierta, la misma que vio morir bajo las balas a la famosa Bouboulina. Mien Mi entr tras as cha harl rlá ába bamo mos s, sac acó ó un una a tin ina aja y la ll lle enó de agu gua a caliente para su baño. En un estante cerca de su cama había una colección de libros. Eché un vistazo a los títulos que estaban en cinco o seis idiomas. Eran La Divina Comedia, Fausto, Tom Jones,
varios tomos de Aristóteles, La serpiente de plumas, los Diálogos de Platón Platón, , dos o tres tres volúme volúmenes nes de Shakes Shakespea peare, re, etc. etc. Excelen Excelente te régi ré gime men n pa para ra so sopo port rtar ar un as ased edio io pr prol olon onga gado do. . «A «Así sí, , pu pues es, , ¿s ¿sab abe e usted algo de inglés?», le pregunté. Sí, lo había estudiado en Alemania, pero no lo hablaba muy bien. «Me gustaría poder leer un día dí a a Wa Walt lt Wh Whit itma man» n», , ag agre regó gó rá rápi pida dame ment nte. e. Es Esta taba ba se sent ntad ado o en la tina ti naja ja y se en enja jabo bona naba ba y fr frot otab aba a co con n vi vigo gor. r. «E «Est sto o ma mant ntie iene ne la moral», dijo, aunque ni Katsimbalis ni yo habíamos hecho ninguna observación sobre su baño. «Es necesario ejercitar con regularidad algunos hábitos —continuó—, de lo contrario se echa a perder uno. Todos los días ando mucho para poder dormir de noche. Las noches son largas cuando no se está libre.» «Es un gran hombre .—me dijo Katsimbalis cuando regresábamos al hote ho tel— l—. . La Las s mu muje jere res s es está tán n lo loca cas s po por r él él; ; ti tien ene e un una a te teor oría ía mu muy y inte in tere resa sant nte e so sobr bre e el am amor or. . Dí Díga gale le qu que e se la de desa sarr rrol olle le un uno o de estos días.» A pr prop opós ósit ito o de del l am amor or, , el no nomb mbre re Bo Boub ubou ouli lina na sa salt ltó ó so sobr bre e el tapete. «¿Cómo es que no se oye hablar más de ella? —pregunté—. Parece que fue otra Juana de Arco.» «¡Huy! «¡Huy! —rezon —rezongó, gó, deteni deteniénd éndose ose de pronto pronto—. —. ¿Qué ¿Qué sabe sabe usted usted de Juana de Arco? ¿Sabe usted algo de su vida amorosa?» Y fingiendo ignorar mi contestación, continuó hablando de Bouboulina. Me contó una historia extraordinaria y, sin ninguna duda, verdadera en su mayor parte. «¿Por qué no escribe esta historia?», le pregunté directamente. Me co cont ntes estó tó qu que e no te tení nía a na nada da de es escr crit itor or, , qu que e su ta tare rea a er era a descubrir a las personas y presentarlas al mundo. «Sin embargo, nunca he encontrado una persona que sepa contar una histor historia ia como como usted usted lo hace hace —insist —insistí—. í—. ¿Por ¿Por qué no intent intenta a contar en voz alta y que otro anote lo que usted dice? ¿No puede usted hacer eso al menos?» «Para contar una buena historia se requiere un buen auditorio — respondió—. Nunca podría contar una historia a un autómata para que la tomara taquigráficamente. Además las mejores historias son las la s qu que e no se de dese sea a gu guar arda dar r en co cons nser erva va. . Si se ti tien ene e se segu gund nda a inte in tenc nció ión, n, la hi hist stor oria ia se hu hund nde. e. Ha de se ser r un pu puro ro re rega galo lo.. ... . destinado al viento. Yo no tengo nada de escritor —agregó—. Soy un improvisador. Me gusta escucharme. Y hablo mucho; es un vicio.» Y lueg lu ego o pe pens nsat ativ ivam amen ente te: : «A «Ade demá más, s, ¿p ¿par ara a qu qué é me se serv rvir iría ía se ser r un escr es crit itor or gr grie iego go? ? ¿Q ¿Qui uién én le lee e el gr grie iego go? ? En Entr tre e no noso sotr tros os el qu que e encuentra mil lectores es un hombre con suerte. Los griegos cultos no leen a sus propios escritores; prefieren las obras alemanas, inglesas, francesas. En Grecia un escritor no tiene salida». «Pero sus obras se podrían traducir a otros idiomas», sugerí. «No hay ningún idioma capaz de dar el sabor y la belleza del griego moderno —me respondió—. El francés es de madera, inflexible, paralizado por la lógica, demasiado preciso. El inglés es demasiado insulso, demasiado prosaico, demasiado comercial; no hay manera de fabricar verbos en inglés.» Y siguió hablando en este tono, blandiendo con furia su bastón.
Comenzó a recitar un poema de Seferiades en griego: «¿Oye eso? No es más que sonido; es una maravilla. ¿Qué tienen ustedes en inglés que qu e se pu pued eda a co comp mpar arar ar en be bell llez eza a y pu pure reza za a es esta ta so sono nori rida dad? d?». ». Luego, de repente, recitó un versículo de la Biblia. «Esto sí, esto se aproxima un poco —dijo—, pero es una lengua que ya no se usa; es una lengua muerta hoy día. Su idioma, hoy en día, ya no tien ti ene e re reda daño ños. s. Us Uste tede des s es está tán n to todo dos s ca cast stra rado dos, s, us uste tede des s se ha han n convertido en hombres de negocios, en ingenieros, en técnicos. Eso suena a moneda moneda de madera madera cayendo en una cloaca. Nosotros Nosotros tenemos tenemos un idioma... y un idioma que no cesamos de crear. Una lengua para poetas, poetas, no para tenderos. tenderos. Escuche Escuche esto —y se puso a recitar recitar otro poema en griego—. Es de Sekelianos. Supongo que es un nombre que no le di dice ce nad ada. a. Com omo o ta tamp mpo oco Yan anno nopo pou ulo los, s, ¿no es ve verd rdad ad? ? Yannopoulos es más grande que Walt Whitman y que todos vuestros poetas poetas americ americano anos s juntos juntos. . Estaba Estaba loco, loco, sí, como como todos todos nuestr nuestros os grandes tipos. Se enamoró de su país... Es algo divertido, ¿eh? Sí, se emborrachó tanto con la lengua griega, la filosofía griega, el cielo griego, las montañas griegas, el mar griego, las islas griegas, incluso con el mundo vegetal griego, que se suicidó. En otra ot ra ocasi ocasión ón ya le conta contaré ré cómo; cómo; es otra otra hi hist stor oria ia. . ¿T ¿Tie iene nen n ustedes escritores capaces de matarse por pura embriaguez de amor? ¿Exist ¿Existen en escrit escritore ores s france franceses ses, , aleman alemanes es o ingles ingleses es que sienta sientan n hasta ese extremo su país, su raza, su suelo? Sus nombres, dígame sus su s no nomb mbr res es.. ... . Cu Cuan and do vo volv lvam amos os a Ate tena nas s le lee eeré ré tro roz zos de Yannopoulos. Le leeré lo que dice de las rocas, sólo de las rocas, nada más que de ellas. Usted no puede saber lo que es una roca hasta que no haya escuchado lo que de ella ha escrito Yannopoulos. Habl Ha bla a de las roc oca as du dura rant nte e pá pág gin inas as y pá pág gin inas as, , y cu cuan ando do no encuentra encuentra rocas para seguir delirando delirando, , entonces entonces las inventa. inventa. La gente gente dice dice que Yannop Yannopoul oulos os estaba estaba chifla chiflado. do. No estaba estaba chifla chiflado, do, esta es tab ba lo loco co. . Ha Hay y di dife fere ren nci cia a en entr tre e am amba bas s co cosa sas s. Su vo voz z er era a demasiado potente para su cuerpo, y le consumió. Era como Ícaro; el sol le fundió las alas. Subió demasiado alto. Era un águila. Esa banda de conejos que llamamos llamamos críticos no pueden pueden comprender comprender a un hombre como Yannopoulos. Estaba fuera de toda proporción. De creerl creerlos, os, Yannop Yannopoul oulos os delira deliraba ba en todo. todo. No tenía tenía el sens de la mesure, como como dicen dicen los france franceses ses. . Mesure, ¿me entien entiende de usted? usted? ¡Pequeña y mezquina palabra! Los franceses miran el Partenón, y encu en cuen entr tran an en él pr prop opor orci cion ones es mu muy y ar armo moni nios osas as. . To Todo do es esto to so son n sandeces. Las proporciones humanas exaltadas por los griegos eran sobrehumanas. No eran proporciones francesas. Eran divinas, porque la ve verd rdad ader era a Gr Grec ecia ia es un di dios os, , no un se ser r pr prud uden ente te, , pr prec ecis iso, o, calculador y con alma de ingeniero...» Nuestra estancia en Spetsai se prolongó, ya que el barco que iba a Nauplia no aparecía. Empecé a temer que nos quedaríamos aislados allí al lí in inde defi fini nida dame ment nte. e. No ob obst stan ante te, , un he herm rmos oso o dí día, a, ha haci cia a la las s cuat cu atro ro de la ta tard rde, e, el ba barc rco o ll lleg egó ó al fi fin. n. Er Era a un ferry-boat inglés fuera de uso, que se balanceaba a la más ligera ola. Nos quedamos en cubierta para contemplar el Sol que se hundía. Era una de esa sas s bíb íbli lica cas s pue uest stas as de Sol ol, , de las qu que e el hom ombr bre e est stá á
comple completam tament ente e ausent ausente. e. La natura naturalez leza a abre abre simple simplemen mente te su bocaza bocaza sangrante e insaciable y se traga todo lo que está a la vista. Ley, Ley, orden, orden, moral, moral, justic justicia, ia, sabidu sabiduría ría, , todas todas las abstra abstracci ccione ones s parecen una cruel broma perpetrada sobre un mundo desesperanzado de imbéciles. La puesta del Sol en el mar es para mí un espectáculo espantoso: es monstruoso, asesino, sin alma. La tierra puede ser cruel, pero el mar no tiene corazón. No hay en absoluto el menor refugio; sólo están los elementos, y los elementos son traidores. Tení Te níam amos os qu que e ha hace cer r es esca cala la en Le Leon onid idio ion n an ante tes s de en entr trar ar en Nauplia. Confiaba en que aún sería de día para poder echar un vistazo al lugar, ya que de ese torvo rincón del Peloponeso era originaria la rama Katsimbalis, de la familia de mi amigo. Desgraciadamente el Sol se ocultó rápidamente, exactamente al filo de la muralla a cuyo pie se encuentra Leonidion. Cuando ancló el barco era ya de noch no che. e. Lo ún únic ico o qu que e pu pude de di dist stin ingu guir ir en la os oscu curi rida dad d fu fue e un una a pequeña ensenada alumbrada por cuatro o cinco bombillas. Un soplo helado descendía del muro cortado a pico, uniéndose al ambiente desolado y desagradable del lugar. Me esforcé en penetrar con la mirada las tinieblas frías y cargadas de bruma, y me pareció ver una abertura en las colinas que mi imaginación pobló de hombres primitivo primitivos, s, toscos, toscos, bárbaros bárbaros, , deslizánd deslizándose ose furtivame furtivamente nte en busca busca de bo botí tín. n. No me hu hubi bier era a so sorpr rpren endi dido do lo má más s mí míni nimo mo es escu cuch char ar el batir de un tam-tam o uno de esos gritos de guerra que hielan la sang sa ngre re. . El cu cuad adro ro er era a tr trem emen enda dame ment nte e si sini nies estr tro. o... .. Ot Otra ra tr tram ampa pa mortal. No tuve gran dificultad en imaginar lo que el lugar debió ser se r ha hace ce si sigl glos os cu cuan ando do el so sol l ma matu tuti tino no at atrav raves esab aba a la ma malé léfi fica ca brum br uma a de desc scub ubri rien endo do lo los s ca cadá dáve vere res s de desn snud udos os de lo los s as ases esin inad ados os, , formas vigorosas y bellas mutiladas por el venablo, el hacha y la rueda. Por horrible que fuera la imagen, no podía dejar de pensar en lo mucho más limpia que era en comparación con el espectáculo de una trinchera destruida por los cañonazos, con los restos de carne humana extendidos por la tierra como si fueran alimento para los lo s po poll llo os. Por nad ada a de del l mu mund ndo o pu pued edo o re reco cor rda dar r qu qué é ex extr trañ aña a modulación nos llevó a hablar de la calle del Faubourg Montmartre, pero cuando el barco volvió a partir, y una vez que nos acomodamos ante una mesa del salón frente a un par de inocentes vasos de uso, Katsimbalis me llevó de la mano de café en café a lo largo de esa calle que, quizá como ninguna otra de París, se ha quedado grabada en mi memoria. Por lo menos cinco o seis veces me ha ocurrido que, al despedirme de una ciudad extraña, o al decir adiós a un viejo amigo, esta calle, que dista mucho de ser la más extraordinaria del mundo, se presenta como tema de despedida. Debe tener sin duda algo siniestro, malo y fascinante. La primera vez que la recorrí, una tarde, me sobrecogió literalmente de terror. Había algo en el aire que me aconsejaba estar alerta. No es desde luego la peor calle de París, corno ya he insinuado, pero tiene una especie de malign malignida idad, d, de infami infamia, a, de amenaz amenaza, a, como como un gas envene envenenad nado o que corroe el rostro más inocente hasta dejar sus facciones como la cara comida por las úlceras de los condenados y de los vencidos.
Se aprende a conocerla despacio, metro a metro, como una trinchera tomada y vuelta a tomar tantas veces que ya no se sabe si se está bajo los efectos de un mal sueño o es una monomanía. Dentro de unas horas estaríamos en Nauplia, muy cerca de esos lugares que le dejan a uno con la respiración cortada y que tienen por po r no nomb mbre re Ar Argo gos, s, Ti Tiri rint nto, o, Mi Mice cena nas s y Ep Epid idau auro ro, , y si sin n em emba barg rgo o hablábamos de sucios tugurios, de calles laterales y piojosas, de arru ar rui ina nada das s pr pros osti titu tut tas as, , de ena nano nos s, de inv nver ert tid idos os y de los clochards del Faubourg Montmartre. Intenté imaginarme a mi amigo Kats Ka tsim imba bali lis s se sent ntad ado o a me medi dian anoc oche he en un ci cier erto to bistro, situado enfrente enfrente de un teatro. teatro. La última vez que me detuve detuve en ese bar, mi amig am igo o Ed Edg gar int nten entó tó col olo oca carm rme e un rol ollo lo sob obre re un ta tal l Ru Rudo dolf lf Steiner, y debo decir que sin éxito, ya que en el momento en que llegaba a lo del alma colectiva y a la naturaleza exacta de la diferencia entre una vaca y un mineral desde el punto de vista del ocul oc ult tis ismo mo, , un una a co cori ris sta del te tea atr tro o de enf nfr ren ente te, , qu que e se veí eía a obligada a dar sablazos, se coló entre nosotros y nos hizo pensar en cosas menos abstractas. Fuimos a sentarnos en un rincón cerca de la entrada, donde se unió a nosotros un enano que explotaba una cade ca dena na de pr pros ostí tíbu bulo los s y qu que e pa pare recí cía a te tene ner r un im impí pío o pl plac acer er en emplear el adverbio malment. La historia que me estaba contando Katsimbalis era de las que comienzan con un episodio intrascendente y acaban en una novela incompleta, incompleta por falta de inspiración, de espacio o de tiempo o porque, tal como ocurrió, le entró sueño a mi amigo y decidió irse a dormir una siesta. Esta historia que, como todas las que me contó Katsimbalis no me at atr rev evo o a tr tran ans scr crib ibir ir po por r no ten ener er la pac acie ienc nci ia ni la eleg el egan anci cia a de Th Thom omas as Ma Mann nn, , es esta ta hi hist stor oria ia, , di digo go, , me pe pers rsig igui uió ó durante días. No es que su tema fuera muy extraordinario, pero teníamos ante nosotros una gran extensión de mar que incitaba a mi amig am igo o a la lanz nzar arse se li libr brem emen ente te en in inve vero rosí sími mile les s di digr gres esion iones es y a insistir, con lujo de escrúpulo, de cuidado y de atención, en los detalles más triviales. Siempre he creído que el arte del narrador consiste en estimular la atención del oyente, de manera que éste se hunda en sus propios sueños mucho antes de llegar al fin. Las mejores historias que he escuchado no tenían pies ni cabeza, los mejo me jore res s li libr bros os qu que e co cono nozc zco o so son n lo los s qu que e no pu pued edo o re reco cord rdar ar su argumento, los mejores individuos son los que no llevan a uno a ninguna parte. Aunque me haya sucedido muchas veces no deja de maravillarme el hecho de que con ciertos individuos que conozco, apenas nos hemos dado mutuamente los buenos días, nos embarcamos ya en un interminable viaje que no tiene parangón ni en emoción ni en trayectoria más que con ese sueño nocturno, lleno y profundo, en el que se desliza el soñador como el hueso se desliza en su alvé al véo olo lo. . Fre rec cue uent ntem eme ent nte, e, al sa sali lir r de un una a de esa sas s se sesi sion ones es supe su per rse sens nsib ibl les y al in int ten ent tar re recu cup per erar ar el hil ilo o cor ort tad ado, o, me remontaba penosamente hasta un detalle insignificante, pero entre este brillante punto de mira y la tierra firme había siempre un infranqueable vacío, una especie de tierra de nadie que la magia del artista había sembrado de embudos de obuses, de hondonadas y de alambradas de espino.
En el caso de Katsimbalis había una cualidad que, como escritor, encuentro de máxima importancia desde el punto de vista del arte narrativo: el desprecio absoluto del elemento tiempo. Katsimbalis no empeza empezaba ba nunca nunca como como los profes profesion ionale ales, s, comenz comenzaba aba a tienta tientas, s, como el boxeador que busca su apertura, por decirlo así. Por regla general, la historia empezaba cuando el narrador había llegado a un punto muerto y para lanzarse tenía que dar un formidable salto atrá at rás, s, fi figu gura rado do na natu tura ralm lmen ente te, , mi mien entr tras as de decí cía a pe pell lliz izcá cánd ndos ose e la nariz: «A propósito, ¿ha observado alguna vez...?» o «Escuche, ¿no le ha su suce cedi dido do nu nunc nca. a... ..?» ?»; ; lu lueg ego, o, si sin n es espe pera rar r un una a re resp spue uest sta a afirmativa o negativa, con los ojos como cristales brillando de luz lu z in inte teri rior or, , da daba ba ma marc rcha ha at atrá rás s ha hast sta a in intr trodu oduci cirs rse e en el po pozo zo profundo donde tenía la fuente de sus historias, y agarrándose con las manos y los pies al resbaladizo muro de su narración, trepaba lentamente a la superficie, soplando, jadeando, sacudiéndose como un perro mojado para desembarazarse de las últimas partículas de lodo, limo y polvo de estrella. A veces, al zambullirse tocaba el fondo con tanta fuerza que se encontraba con la palabra cortada: mirando entonces en la pupila de sus ojos se le veía quieto allá abajo, abajo, perdid perdido o como como una estrel estrella la de mar, mar, pareci pareciend endo o una enorme enorme masa ma sa de ca carn rne e ex exte tend ndid ida, a, co con n la ca cara ra vu vuel elta ta ha haci cia a el ci ciel elo o y contando las estrellas, contándolas y nombrándolas en una especie de pe pesa sado do e in inin inte terr rrum umpi pido do es estu tupo por, r, co como mo si de él na naci cier era a la colosal e inconcebible trama sobre la que tejer la historia que brotaría de sus labios en cuanto recobrara la respiración. La gran estrella de mar dormía, como digo, a placer mucho antes de qu que e ll lleg egár áram amos os a Na Naup upli lia. a. Es Esta taba ba te tend ndid ido o so sobr bre e el ba banc nco, o, mientr mientras as yo daba daba vuelta vueltas s por el Parque Parque Monceau Monceau en el taxi taxi en que él me había metido. Estaba aturdido. Subí a cubierta, comencé a dar vueltas arriba y abajo, murmurando, riendo de vez en cuando, gesticulando, imitando los gestos de Katsimbalis; en una palabra, preparándome para el día en que, a mi regreso a Atenas, contase a mi amigo Durrell o a Seferiades los pasajes más suculentos de la historia de Katsimbalis. Varias veces me deslicé hasta el salón para pa ra mi mira rarl rle, e, pa para ra co cont ntem empl plar ar su mi minú núsc scul ula a bo boca ca qu que e se ab abrí ría a ahora, en un jadeo mudo y prolongado, como la boca de un pez que se asfixia al aire libre. En un momento dado me incliné muy cerca de él y como el ojo de la cámara exploré la cavidad silenciosa. ¡Qué ¡Q ué co cosa sa ta tan n as asom ombr bros osa a es la vo voz! z! ¿P ¿Por or qu qué é mi mila lagr gro o el ma magm gma a hirviente de la Tierra se transforma en lo que llamamos lenguaje? Si se pudiera extraer y moldear de la arcilla un instrumento tan abst ab stra ract cto o co como mo so son n la las s pa pala labr bras as, , ¿q ¿qué ué no nos s im impe pedi dirí ría a en ento tonc nces es aban ab ando dona nar r nu nues estr tro o cu cuer erpo po a vo volu lunt ntad ad y do domi mici cili liar arno nos s en ot otro ros s planet planetas as o en los espaci espacios os interp interplan laneta etario rios? s? ¿Qué ¿Qué nos impedi impediría ría reorganizar toda la vida: la atómica, molecular, corporal, estelar y divina? ¿Y por qué detenernos en las palabras, en los planetas, en la di divi vini nid dad ad? ? ¿Q ¿Qui uién én o qué cos osa a pu pued eden en ser lo ba bast stan ant te podero poderosos sos para para extirp extirpar ar esta esta milagro milagrosa sa levadu levadura ra que llevam llevamos os en nosotros como una simiente y que, después de abrazar con nuestra ment me nte e to todo do el un univ iver erso so, , no es má más s qu que e si simi mien ente te, , ya qu que e de deci cir r
universo es tan fácil como decir simiente, y aún nos quedan por decir cosas mucho más grandes, cosas que sobrepasan la expresión misma, misma, cosas cosas ilimitad ilimitadas as e inconcebi inconcebibles, bles, cosas que ningún ningún truco truco del lenguaje podría abarcar? Tú, que yaces allí, me decía; tú que está es tás s an ante te mí mí, , ¿a ¿ado dond nde e ha es esca capa pado do tu ma mara ravi vill llos osa a vo voz? z? ¿E ¿En n el fondo de qué tenebrosos recovecos te arrastras con tus ganglios extendidos como antenas? ¿Quién eres tú, qué eres tú ahora en este silencio soporífero? ¿Eres un pez? ¿Eres una raíz esponjosa? ¿Eres tú mismo? Dentro de unos minutos estaremos en Nauplia. Dentro de algunos minuto minutos s se desper despertar tará á sobres sobresalt altado ado y dirá: dirá: «¡Huy, «¡Huy, me he debido debido quedar adormecido!». Siempre se despierta como si le acabara de toca to car r un una a cor orri rie ent nte e el eléc éctr tric ica a, com omo o si lo hub ubi ier eran an co cog gid ido o cometiendo un crimen. Tiene vergüenza de dormirse de esa manera. Sólo a medianoche comienza a sentirse completamente despierto. A median medianoch oche e ronda ronda barrio barrios s extrañ extraños os en busca busca de interl interlocu ocutor tor. . La gente se cae de fatiga, pero él la galvaniza y la convierte en atenta oyente. Cuando acaba, arranca el enchufe y se va, con su aparato vocal cuidadosamente recogido en su diafragma. Se sienta en la oscuridad, ante una mesa, y se hincha de pan y aceitunas, de huev hu evos os du duro ros, s, de ar aren enqu que, e, de to toda da cl clas ase e de qu ques eso o y de desp spué ués s de moja mo jar rse bie ien n el ga gazn znat ate e se ha habl bla a a sí mis ism mo en la so sole led dad ad, , contándose historias, golpeándose el pecho, acordándose de que no debe de berá rá ol olvi vida dar r el re recu cuer erdo do de ta tal l co cosa sa la pr próx óxim ima a ve vez; z; ll lleg ega a incluso a cantar una pequeña tonada en la oscuridad o, si tiene gana, se levanta, da algunos pasos de oso o se pone a orinar a través de los pantalones. ¿Por qué no ha de hacerlo? Está solo, es feliz, está triste, él lo es todo, al menos para sí, ¿y qué otra persona hay aparte de él? ¿Lo ve el lector ahora? Yo lo veo con toda claridad. claridad. Hace calor en Atenas en ese momento; momento; ha pasado pasado una subl su bli ime noc oche he con sus com ompa pañe ñer ros os. . El últ ltim imo o de del l qu que e se ha despedido ha entrado ya en su casa, y se dispone a transcribir en su Diario todo lo que ha escuchado, no teniendo otra existencia que ese nudo nudo auricular, auricular, ese apéndice de una vida en el vientre vientre de la ba ball llen ena. a. La ba ball llen ena a se ap apoy oya a va vaci cila lant nte e en la pa pare red, d, ba bajo jo la glorieta con parra cerca del lugar donde Sócrates pasó sus últimas horas. Después la ballena se marcha en busca de comida y bebida intentando obtenerlas de un hombre que lleva un sombrero de paja del de l añ año o 19 1905 05, , so somb mbre rero ro qu que e co con n to toda da se segu guri rida dad d vi vino no de Am Amér éric ica a junto con un cargamento de fina ropa de cama, hamacas, escupideras y un gr gram amóf ófon ono. o. El gr gram amóf ófon ono o es está tá co colo loca cado do so sobr bre e un una a si sill lla a en medio de la calzada y en seguida una latosa voz empieza a chillar una salvaje melopea del tiempo de la ocupación turca... Dent De ntro ro de un unos os mi minu nuto tos s es esta tare remo mos s en Na Naup upli lia. a. La co corr rrie ient nte e eléc el éct tri rica ca pa pas sa aho hora ra a tr trav avés és de la bal alle len na, y su me memo mori ria, a, refr re fre esc scad ada a si sin n du duda da por el pe pequ queñ eño o su sueñ eño o, tra rab baj aja a co con n un una a precisión diabólica, elaborando cada uno de los menores detalles que su pereza le había impedido cuidar antes. Los pasajeros salen, y nos vemos cogidos y llevados como corchos, cubierta adelante. Cerc Ce rca a de la pa pasa sar rel ela, a, los pri rime mero ros s en des ese emb mbar arca car r so son n do dos s pris pr isio ione nero ros, s, es esco colt ltad ados os po por r gu guar ardi dias as ar arma mado dos s co con n ri rifl fles es. . Va Van n
unidos por esposas. Se me oc ocu urr rre e pe pens nsar ar que tam ambi bién én Kat atsi simb mba ali lis s y yo es esta tamo mos s encadenados uno al otro, él como narrador y yo como oyente, y que así seguiremos hasta el fin del mundo, no como prisioneros sino como voluntarios esclavos. Nauplia es un lugar lúgubre y desierto por la noche. Es una ciudad que ha perdido categoría, como Arles o Avignon. La verdad es qu que, e, en mu much chos os as aspe pect ctos os, , Na Naupl uplia ia re recu cuer erda da a un una a ci ciud udad ad de provincia francesa, principalmente por la noche. Hay una guarnición militar, una fortaleza, un palacio, una catedral y unos cuan cu anto tos s mo monu nume ment ntos os fe feos os y ch chil illo lone nes. s. Ha Hay y ta tamb mbié ién n un una a me mezq zqui uita ta convertida en «cine». Durante el día se ven abogados y jueces por todas partes, con el cortejo de desesperación y futilidad que lleva consigo esta raza de parásitos y de vampiros. La fortaleza y la prisión dominan la ciud ci udad ad. . So Sold ldad ado, o, ca carc rcel eler ero, o, sa sace cerd rdot ote: e: la et eter erna na tr trin inid idad ad qu que e simb si mbol oliz iza a nu nues estr tro o te temo mor r a la vi vida da. . No me gu gust sta a Na Naup upli lia. a. No me gustan las ciudades de provincias. No me gustan las cárceles, ni las iglesias, ni las fortalezas, ni los palacios, ni las librerías, ni los museos, ni las estatuas callejeras dedicadas a los muertos. El hotel tenía algo de manicomio. El vestíbulo estaba lleno de grabados de famosas ruinas griegas y de indios del Amazonas y del Orin Or inoc oco. o. El co come medo dor r es esta taba ba co como mo em empl plas asta tado do co con n la las s ca cart rtas as de turistas americanos e ingleses alabando las comodidades del hotel en los más extravagantes estilos. Las cartas más estúpidas venían firm fi rmad adas as po por r pr prof ofes esor ores es de nu nues estr tras as cé céle lebr bres es un univ iver ersi sida dade des. s. Kats Ka tsim imba bali lis s te tení nía a do dos s ca cama mas s en su ha habi bitac tació ión; n; en la mí mía a ha habí bía a tres. Como éramos los únicos huéspedes, la calefacción estaba sin encender. Nos No s de desp sper erta tamo mos s te temp mpra rano no, , y al alqu quil ilam amos os un co coch che e pa para ra ir a Epidauro. El día comenzaba en una paz sublime. Era la primera vez que veía verdad verdadera eramen mente te el Pelopo Pelopones neso. o. Más que un vistaz vistazo o era una ancha ancha perspectiva que se abría sobre un mundo de silencio y quietud, un mundo parecido al que un día heredará el hombre cuando cese de entregarse al asesinato y a la rapiña. Me pregunto por qué ningún pintor no nos ha dado nunca la magia de este idílico paisaje. ¿Es que no se encuentra en él bastante drama y demasiado idilio? ¿Es la luz demasiado etérea para que la pueda captar el pincel? Lo que quiero decir —y quizás esto desanimará al artista muy entusiasta— es que no hay aquí ningún atisbo de fealdad, ya sea en la línea, en el color, en la forma, en el rasgo o en el sentimiento. Es la pura perfección, como la música de Mozart. Me atrevería incluso a decir que hay aquí mucho más Mozart que en ninguna otra parte del mundo. Ir a pie hasta Epidauro es como caminar hacia la creación. No se busca nada más, no se pide nada más. Se calla, reducido uno al si sile lenc ncio io po por r es esta ta ca calm lma a de lo los s co comi mien enzo zos s mi mist ster erio ioso sos. s. La Las s palabras, si se pudieran pronunciar, se convertirían en melodía. No hay nad ada a aq aquí uí que se pu pued eda a co coge ger r, ate tes sor orar ar o acu cumu mula lar r; sola so lam men ente te exi xist ste e el soc oca avó vón n de lo los s mu mur ros que apr pris isio ion na el
espíritu. El paisaje no huye ante uno; se instala en los lugares abiertos del corazón; afluye en masa, se acumula, desaloja lo que hay. No es un paseo a través de algo —digamos la naturaleza, si se quiere—, sino que se participa en una derrota, en una derrota de las la s fu fuer erza zas s de la co conc ncup upis isce cenc ncia ia, , de la ma male levo vole lenc ncia ia, , de la envidia, del egoísmo, del odio, de la intolerancia, del orgullo, de la arrogancia, de la astucia, de la duplicidad y del resto. Es la mañana del primer día de la gran paz; la del corazón, que vien vi ene e co con n la ab abdi dica caci ció ón y el re renu nun nci ciam amie ient nto. o. Tu Tuv ve que ir a Epidauro para conocer el verdadero sentido de la paz. Como todo el mundo, usaba esta palabra sin que ni una sola vez me diera cuenta de que usaba una impostura. La paz no es lo contrario de la guerra y de la muerte; es lo contrario de la vida. La pobreza de la lengua, es decir, la pobreza de nuestra imaginación o de nuestra vida vi da in inte teri rior or ha cr crea eado do un una a am ambi biva vale lenc ncia ia ab abso solu luta tame ment nte e fa fals lsa. a. Hablo aquí, naturalmente, de la paz que sobrepasa todo entendimiento. No hay otra. La paz que conocemos la mayoría de nosotros no es más que el cese de las hostilidades, una tregua, un interregno, un momento de calma, una pausa, todo cosas negativas. La paz del corazón es positiva e invencible, no exige condiciones, no requiere salvaguardias. Es, simplemente. Si es victoriosa, es una un a vi vict ctor oria ia mu muy y pe pecu culi liar ar, , ya qu que e de desc scan ansa sa po por r en ente tero ro en la abdicación y en el renunciamiento voluntarios. No hay para mí ningún misterio en la naturaleza de las curas que antiguamente se operaban en este gran centro terapéutico del mundo. Aquí el curado encu en cuen entr tra a él mi mism smo o la cu cura raci ción ón, , pa paso so pr prim imer ero o y es esen enci cial al en el desa de sar rro roll llo o de un ar arte te que no es mé méd dic ico, o, si sin no rel elig igi ios oso. o. El paciente se curaba antes de empezar la cura. Los grandes médicos han dicho siempre que la naturaleza era la gran curadora. Es solamente una verdad parcial. La naturaleza sola no puede hacer nada. La naturaleza puede únicamente curar cuando el hombre ha sabido reconocer el lugar que ocupa en el mundo, lugar que no está en la naturaleza, como en el caso del animal, sino en el reino humano, eslabón que une lo natural y lo divino. Para las especies infrahumanas de nuestra edad de ciencia y de tinieblas, el ritual y el culto asociados del arte de curar, tal como como se practi practicab caba a en Epidau Epidauro, ro, es pura pura palabr palabrerí ería. a. En nuestr nuestro o mundo el ciego guía al ciego, y el enfermo pide al enfermo que lo cure. Estamos en constante progreso, pero es un progreso que nos lleva a la mesa de operaciones, al hospicio, al manicomio, a las trinchera trincheras. s. No tenemos tenemos curadores curadores; ; tenemos tenemos solament solamente e carnicero carniceros, s, cuyo cu yos s co cono noci cimi mien ento tos s an anat atóm ómic icos os le les s fa facu cult ltan an pa para ra ob obte tene ner r un título, el cual, a su vez, les concede el derecho de trinchar o amputa amputar r en nuestr nuestros os males, males, para para que, que, mutila mutilados dos, , podamo podamos s seguir seguir vivi vi vien endo do ha hast sta a qu que e no nos s en encu cuen entr tren en ap apto tos s pa para ra en envi viar arno nos s al matadero. Voce Vo ceam amos os el de desc scub ubri rimi mien ento to de un pr prod oduc ucto to co cont ntra ra un una a u ot otra ra enfermedad, pero nos guardamos muy bien de mencionar las enfermedades nuevas que hemos ido creando. La Medicina actúa como el Minis Ministe teri rio o de la Guerr Guerra; a; sus su s comuni comunica cado dos s de vict victor oria ia son huesos que nos echan para ocultar la muerte y el desastre. Los mé-
dicos, como las autoridades militares, son impotentes; dirigen un combate sin que en ningún momento tengan esperanza en el triunfo. Lo que el hombre quiere es paz para poder vivir. La derrota del vecino no da la paz, como la curación del cáncer no trae la salud. La vi vida da pa para ra el ho homb mbre re no co comi mien enza za co con n la vi vict ctor oria ia so sobr bre e el enem en emig igo, o, co como mo ta tamp mpoc oco o un una a in inte term rmin inab able le se seri rie e de cu cura ras s es el comienzo de la salud. La alegría de vivir la da la paz, que no es está es táti tica ca, , si sino no di diná námi mica ca. . Na Nadi die e pu pued ede e va vana nagl glor oria iars rse e de sa sabe ber r realmente lo que es la alegría hasta que no haya experimentado la paz. Y sin alegría no hay vida, aunque se tengan doce automóviles, seis mayordomos, un castillo, una capilla privada y un refugio a prueba prueba de bombas bombas. . Las enferm enfermeda edades des nos ligan ligan a las costum costumbre bres, s, ideolo ideología gías, s, ideale ideales, s, princi principio pios, s, bienes bienes de este este mundo, mundo, fobias fobias, , dioses, cultos, religiones, a todo lo que se quiera. Los buenos salarios pueden ser una enfermedad, como también pueden serlo los malos. El ocio puede ser un mal tan grave como el trabajo. Las cosas a las que nos agarramos aunque sea la esperanza o la fe, pueden también ser el mal que se nos llevará. El renunciamiento ha de ser absoluto: la más insignificante migaja a la que intentemos asirnos puede contener el germen que nos devorará. Y respecto a asir as irse se a Di Dios os, , Di Dios os ha hace ce ya mu much cho o qu que e no nos s ab aban ando donó nó pa para ra qu que e pudiéramos darnos cuenta de la felicidad que da conseguir lo que se de dese sea a po por r el pr prop opio io es esfu fuer erzo zo. . ¿D ¿Dón ónde de encon encontr trar ar to todo dos s es esos os inte in term rmin inab able les s ge gemi mido dos s la lanz nzad ados os en la os oscu curi rida dad, d, es esa a pi piad ados osa a e insistente plegaria por la paz que no cesa de agrandarse con el sufr su frim imie ient nto o y la miser miseria ia? ? ¿Se ¿S e cree la gent gente e que la paz puede puede acapararse como el maíz o el trigo? ¿Se imagina que es algo sobre lo que uno se puede lanzar y devorarlo como una res muerta que se disputan los lobos? Oigo a la gente hablar de paz con el rostro enro en roje jeci cido do de có cóle lera ra, , de od odio io, , de de desp spre reci cio o y de de desd sdén én, , de orgullo y de arrogancia. Hay gente que desearía luchar para que rein re inas ase e la pa paz; z; és ésto tos s so son n lo los s má más s ci cieg egos os to toda daví vía. a. La pa paz z só sólo lo reinará cuando se haya extirpado definitivamente del corazón y de la me ment nte e el as ases esin inat ato. o. El as ases esin inat ato o es la ci cima ma de es esta ta gr gran an pirá pi rámi mide de qu que e ti tien ene e po por r ba base se el yo yo. . Lo qu que e se ma mant ntie iene ne en pi pie e tendrá que caer. El hombre, antes de comenzar a vivir como tal, tendrá que renegar de todas aquellas cosas por las que ha luchado. Hasta el presente el hombre se ha parecido a una bestia enferma, y hasta su divinidad hiede. Es dueño de muchos mundos, pero en el suyo su yo es esc scla lav vo. Lo qu que e rig ige e al mu mund ndo o es el co cor raz azón ón, , no el cerebro. En todo terreno nuestras conquistas no llevan más que la muerte. Hemos vuelto la espalda al único reino donde se encierra la libertad. En Epidauro, en el silencio, en la gran paz que me envuelve, oigo latir el corazón del mundo. Sé cuál es la salv sa lvac ació ión: n: ab aban ando dona nar, r, re renu nunc ncia iar, r, re rend ndir irse se, , pa para ra qu que e nu nues estr tro o corazón pueda latir al unísono con el gran corazón del mundo. A mi entender, las inmensas muchedumbres que acudían a Epidauro en in inte term rmin inab able les s mi migr grac acio ione nes s de desd sde e to toda das s la las s pa part rtes es de del l mu mund ndo o antiguo estaban ya curadas antes de llegar. Sentado en las gradas del anfiteatro, en medio de un extraño silencio, pensé en el largo y tortuoso camino que he recorrido hasta llegar finalmente a este
centro de paz y curación. Nadie habría podido elegir itinerario más largo que el mío. Durante treinta años caminé extraviado como si estuviera en un laberinto. Había probado todas las alegrías, todas las desesperaciones, sin conocer nunca el significado exacto de la paz. Caminando había vencido uno tras otro a todos mis enemigos; pero habí ha bía a pa pasa sado do ju junt nto o al ma mayo yor r de to todo dos s si sin n re reco cono noce cerl rlo: o: er era a yo mism mi smo. o. En el mi mism smo o in inst stan ante te en qu que e pe pene netr tré é en es este te mu mund ndo o de sile si lenc ncio io, , ba baña ñado do ah ahor ora a po por r un una a lu luz z de má márm rmol ol, , pi pisé sé al fi fin n es ese e lugar, ese centro muerto, donde el más ligero murmullo asciende como un alegre pájaro y va a perderse más allá de la baja colina, como la luz de un claro día huye ante el negro terciopelo de la noche. Balboa, de pie sobre la cumbre del Darién, no debió conocer maravilla más grande que la que yo sentía en ese momento. Acabadas las conquistas, un océano de paz se extendía ante mí. Ser libre, como supe entonces que lo era, es reconocer la vanidad de toda conquista, incluso la del yo, que es el último acto de egoísmo. Ser Se r fe feli liz z es ll llev evar ar el yo a su má más s el elev evad ada a ci cima ma y en entr treg egar arlo lo triunfalmente. Conocer la paz es el todo: es el momento que sigue a és ése e en qu que e el re renu nunc nciam iamie ient nto o y la ab abdi dica caci ción ón so son n co comp mple leto tos, s, cuando ni siquiera se tiene conciencia de renunciar y de abdicar. La paz está en el centro y cuando se la toca, la voz brota en alabanzas y bendiciones. Y la voz, entonces, va lejos, muy lejos, hasta los confines confines del universo universo. . Y la voz, entonces, entonces, cura, porque porque lleva consigo la luz y el calor de la compasión. Epid Ep idau auro ro no es má más s qu que e un sí símb mbol olo o en el es espa paci cio; o; el lu luga gar r verdadero está en el corazón, en el corazón del hombre, si quiere detenerse y buscarlo. Todo descubrimiento es misterioso en cuanto reve re vela la un in ines espe pera rado do in inme medi diat ato, o, un co cono noci cimi mien ento to in infi fini nita tame ment nte e próximo, ancho e íntimo. El sabio no tiene necesidad de salir de él; es el tonto el que busca el cofre de oro en el fin del arco iris. Pero tanto uno como otro acabarán siempre, inexorablemente, por encontrarse y unirse. Se encontrarán en el corazón del mundo, donde donde comien comienza za y acaba acaba el camino camino. . Se encont encontrar rarán án cuando cuando logren logren realizarse y su unión será tanto más fuerte según la importancia de su papel en la vida. El mundo es al mismo tiempo joven y viejo, como el individuo, se renueva con la muerte y envejece con la inf nfi inidad de los nacimientos. En cada etapa existe la posibilidad de poder llegar a la plenitud del ser. Y la paz jalona todos los puntos del recorrido. Ese recorrido es continuo y tan indemostrable en sus límites como lo es la línea en su continuidad de puntos hasta el infinito. Hacer una línea exige la totalidad del ser, de la voluntad, de la imaginación. Lo que constituye la línea es un ejercicio de metafí metafísic sica, a, y es materi materia a de especu especulac lación ión para para la eterni eternidad dad. . Nada impide que el más tonto pueda trazar una línea, y en cuanto lo ha hace ce se ig igua uala la el pr prof ofes esor or, , pa para ra qu quie ien n la na natu tura rale leza za de la línea es un misterio superior a toda comprensión. La maestría en las grandes cosas se logra haciendo pequeñas cosas; para el alma tímida, el pequeño viaje es tan formidable como la gran exploración lo es para el alma grande. Los viajes se completan
interiorm interiormente, ente, y los más atrevidos, atrevidos, no hace falta decirlo, decirlo, se hace ha cen n si sin n mo move vers rse e de del l si siti tio. o. Pe Pero ro el se sent ntid ido o de del l vi viaj aje e pu pued ede e marchitar marchitarse se y perecer. perecer. Hay aventure aventureros ros que se internan en las más alej al ejad adas as re regi gion ones es de del l gl glob obo o y qu que e va van n ar arra rast stra rand ndo, o, ha haci cia a un objetivo estéril, un cadáver inanimado. En la Tierra pululan espíritus aventureros que la pueblan de muerte. Son las almas que, encarn encarnizá izándo ndose se en conqui conquista star, r, llenan llenan de luchas luchas y querel querellas las los corredores exteriores del espacio. Lo que da a la vida este matiz de fa fant ntas asma ma es el pi piad ados oso o ju jueg ego o de so somb mbra ras s en entr tre e co corp rpor oral ales es y fantasmales. El pánico y la confusión que se apoderan del alma del hombre errante, es el eco de la baraúnda infernal creada por las almas perdidas y condenadas. Mien Mi entr tras as to tom mab aba a el so sol l com omo o un la laga gart rto o en la las s gra rad das de del l anfiteatro se me ocurrió la idea de enviar unas palabras de saludo a mis amigos. Pensé principalmente en mis amigos psicoanalistas. Escribí tres cartas: una para Francia, otra para Inglaterra, y la tercera para América. Invitaba en ellas, amable y encarecidamente a esos charlatanes que se intitulan curadores a dejar su trabajo y venir a curarse a Epidauro. Los tres tenían cruel necesidad de los recu re curs rsos os de del l ar arte te mé médi dico co, , ya qu que e er eran an sa salv lvad ador ores es in inca capa pace ces s de salvarse a sí mismos. Uno de ellos se suicidó antes de que le lleg ll egas ase e mi sa salu ludo do. . El ot otro ro mu muri rió ó de un at ataq aque ue al co cora razó zón n po poco co después de recibir mi carta. El tercero me respondió brevemente diciéndome que me envidiaba y que deseaba tener el valor necesario para dejar su trabajo. El combate que el analista sostiene es un combate desesperado. Por cada individuo que se restituye a la corriente de la vida, que «se adapta» como se dice, hay una docena de incapacitados. Nunca habrá bastantes analistas para hacer frente a tanto tarado. Una corta guerra basta para destruir el trabajo de siglos. La cirugía hará, naturalmente, nuevos progresos, aunque la utilidad de esos prog pr ogr res esos os est sté é le lejo jos s de ser cla lara ra. . Lo que hay que cam ambi bia ar profundamente es nuestra forma de vivir. No tenemos que fabricar mejore mejores s instru instrumen mentos tos quirúr quirúrgic gicos. os. Lo que nos hace hace falta falta es una vida vi da me mejo jor. r. Si se pu pudi dier era a di dist stra raer er de su tr trab abaj ajo o a to todo dos s lo los s ciru ci ruja jano nos, s, a to todo dos s lo los s ps psic icoa oana nali list stas as, , a to todo dos s lo los s mé médi dico cos, s, y reun re unir irlo los s po por r al algú gún n ti tiem empo po en el gr gran an ce cent ntro ro de Ep Epid idau auro ro pa para ra debatir, en la paz y en el silencio, las necesidades inmediatas y urge ur gen nte tes s de la hum uma ani nida dad d, la re resp spu ues esta ta uná nán nim ime e no se ha harí ría a esperar: REVOLUCIÓN. Revolu Revolució ción n mundia mundial, l, de arriba arriba abajo, abajo, en todos todos los lo s pa paí íse ses, s, en to tod das las cla las ses es, , en tod odo os lo los s ca camp mpo os de la conciencia. El enemigo no es la enfermedad; la enfermedad no es más má s qu que e un su subp bpro rodu duct cto. o. El en enem emig igo o de del l ho homb mbre re no so son n lo los s microb cr obio ios; s; es el ho homb mbre re mi mism smo, o, el or orgu gull llo, o, lo los s pr prej ejui uici cios os, , la estupidez, la arrogancia. Contra eso no hay ninguna clase social inmu in mun niz izad ada, a, ni sis iste tema ma al alg gun uno o que of ofr rez ezca ca un una a pan ana ace cea. a. Es necesa necesario rio que todos, todos, indivi individua dualme lmente nte, , nos rebele rebelemos mos contra contra una forma de vivir que no es la nuestra. La revolución para ser eficaz ha de ser continua e implacable. Mil millones de seres humanos lanz la nzad ados os en bu busc sca a de la pa paz z no se re redu duce cen n as así í co como mo as así í a la esclavitud. Somos nosotros los que con nuestra concepción mezquina
y es estr trec echa ha de la vi vida da no nos s he hemo mos s he hech cho o es escl clav avos os. . Es gl glor orio ioso so dedicar la vida a una causa, pero los muertos no llevan a cabo nada. La vida exige que se le dedique algo más: espíritu, alma, inteligencia, buena voluntad. La naturaleza está siempre dispuesta a reparar las brechas abiertas por la muerte, pero la naturaleza no puede suministrar la inteligencia, la voluntad y la imaginación necesarias para vencer a las fuerzas de la muerte. La naturaleza restaura y repara; eso es todo. Y la tarea del hombre es extirpar el in inst stin into to ho homi mici cida da, , in infi fini nito to en su sus s ra rami mifi fica caci cion ones es y en su sus s manifestaciones. Es inútil llamar a Dios, como es vano oponer la fuerza a la fuerza. Toda batalla es un matrimonio concebido en la sang sa ngre re y la an angu gust stia ia; ; to toda da gu guer erra ra es un una a de derr rrot ota a de del l es espír pírit itu u humano. La guerra no es más que una inmensa manifestación en el género dramático de esta comedia burlesca y vacía que nos ofrecen a di diar ario io y po por r to toda das s pa part rtes es lo los s co conf nfli lict ctos os mu mund ndia iale les, s, in incl clus uso o durante los llamados años de paz. Cada uno de nosotros aporta su grano de arena a la continuación de la matanza, comprendidos los que qu e pa pare rece cen n ma mant nten ener erse se ap apar arte te. . To Todo dos s es esta tamo mos s en envu vuel elto tos, s, to todo dos s part pa rtic icip ipam amos os de bu buen en o ma mal l gr grad ado. o. La Ti Tier erra ra la he hemo mos s cr crea eado do nosotros y debemos aceptar el fruto de nuestra creación. Mientras que no rehusemos a pensar en términos de bien universal y de bienes universal universales, es, continua continuaremos remos matándono matándonos s y traicionán traicionándono donos. s. Eso puede continuar así hasta el estallido del juicio final. Nada más que nuestro deseo de cambiarlo puede producir un mundo mejor y nuevo. El hombre mata por miedo, y el miedo es una hidra de cien cabezas. Una vez que se ha iniciado la carnicería, no tiene fin. No ba bast star aría ía un una a et eter erni nida dad d pa para ra ve venc ncer er a lo los s de demo moni nios os qu que e no nos s torturan. ¿Pero quién ha traído los demonios? Esto es lo que cada uno debe preguntarse. Que cada hombre busque su propio corazón. Ni Dios ni el Diablo son los responsables, ni tampoco lo son monstruo tr uos s co como mo Hi Hitl tler er, , Mu Muss ssol olin ini, i, St Stal alin in y co comp mpañ añía ía. . Ni siqui siquier era a fant fa ntoc oche hes s co como mo Ca Cato toli lici cism smo, o, Ca Capi pita tali lism smo, o, Co Comu muni nism smo. o. ¿Q ¿Qui uién én ha puesto puesto los demoni demonios os en nuestr nuestro o corazó corazón n para para atorme atormenta ntarno rnos? s? Buen Buen tema para plantearlo. Y el único medio de encontrar la respuesta es ir a Epidauro; por eso os encarezco que dejéis todo y vayáis allí en seguida. En Grecia se tiene la convicción de que el genio, no la mediocridad, es la norma. Ningún país ha producido en comparación con su población, tantos genios como Grecia. En un solo siglo esta minú mi núsc scul ula a na naci ción ón ha da dado do al mu mund ndo o ce cerc rca a de qu quin inie ient ntos os ho homb mbre res s geniales. El arte griego, que se remonta a cincuenta siglos, es eterno e incomparable. El paisaje griego es el más satisfactorio, el más maravilloso que pueda ofrecernos la Tierra. Los habitantes de este pequeño universo vivían en armonía con su marc ma rco o na natu tura ral l, pob oblá lánd ndo olo de di dios ose es que er eran an ot otra ras s ta tant ntas as real re alid idad ades es y co con n lo los s qu que e vi viví vían an en ín ínti tima ma co comu muni nión ón. . El co cosm smos os griego es el ejemplo más elocuente de la unidad del pensamiento y de la acción. Persiste todavía en nuestros días, aunque haga mucho tiempo que sus elementos se han dispersado. La imagen de Grecia, por descolorida que esté, continúa siendo un arquetipo del milagro forjado por el espíritu humano. Todo un pueblo, como testimonian
los vestigios de sus realizaciones, se elevó a un grado tal que no ha sido igualado ni en el pasado ni en el presente. Fue milagroso. Lo sigue siendo. La tarea del genio, y el hombre no es otra cosa, es im impe pedi dir r qu que e mu muer era a el mi mila lagr gro, o, vi vivi vir r co cons nsta tant ntem emen ente te en el mila mi lagr gro, o, ha hace cer r el mi mila lagr gro o ca cada da ve vez z má más s mi mila lagr gros oso, o, no re rend ndir ir homenaje a nada, sino vivir milagrosamente, no pensar, no morir más má s qu que e mi mila lagr gros osam amen ente te. . Po Poco co im impo port rta a lo qu que e se de destr struy uya a si se salva y nutre el germen del milagro. En Epidauro os encontráis impregnados por el intangible residuo de esta erupción milagrosa del espíritu humano. Os inunda como el embate de una poderosa ola que se rompe en la orilla cercana. En nuestros días, la atención se co conc ncen entr tra a en la las s ri riqu quez ezas as in inag agot otab able les s de del l un univ ivers erso o fí físi sico co. . Debemo Debemos s fijar fijar nuestr nuestro o pensam pensamien iento to en este este sólido sólido hecho, hecho, ya que nunc nu nca a ha habí bía a ex exte tend ndid ido o el ho homb mbre re a es este te pu punt nto o el ca camp mpo o de su sus s rapiñas y devastaciones. Y por eso olvidamos con frecuencia que el reino del espíritu es también una fuente inagotable de riqueza, y que no se pierde nada de lo ganado en él. En Epidauro este hecho se co conv nvie iert rte e en ce cert rtez eza. a. A fu fuer erza za de ma mali lici cia a y de ma mald ldad ad es posible que un día el mundo se resquebraje, pero aquí, aunque un giga gi gant ntes esco co hu hura racá cán n dese de senc ncad aden ene e nues nu estr tras as ma mala las s pasi pa sion ones es, , se extiende una zona de paz y de calma, pura herencia destilada de un pasado que no se ha perdido completamente. completamente. Si Epidauro es un apacible encanto, Micenas, que goza exteriormente del mismo silencio y sosiego despierta un mundo de pensamientos y de emociones totalmente distintos. En Tirinto, el día anterior, me adentré en el mundo de los cíclopes. Habíamos penetrado en las ruinas de esta ciudadela, antiguamente inexpugnable, por un orificio en forma de matriz hecho, si no por superhombres, por gigantes con toda seguridad. Las paredes de la matriz eran lisas como el alabastro, pulidas por el frotamiento de gruesas zamarras, ya que durante el largo período de tinieblas que se extendió por la región los pastores cobijaban allí sus rebaños. Tirinto tiene un carácter prehistórico. Queda poca cosa de esta formidabl formidable e colonia colonia de explorado exploradores, res, exceptua exceptuando ndo algunas algunas murallas murallas colosales. No sabría decir el motivo, pero este lugar me parece más antiguo, al menos en espíritu, que los refugios troglodíticos de la Do Dord rdoñ oña. a. Se ad advi vier erte te qu que e el su suel elo o ha su sufr frid ido o pr prof ofun unda das s alteraciones. Se supone que Tirinto se separó de Creta durante el período minoico; en ese caso, el espíritu experimentó al igual que la ti tier erra ra gr gran ande des s tran tr ansf sfor orma maci cion ones es. . Tiri Ti rint nto o repr re pres esen enta ta un una a relajación, del mismo modo que América representa los aspectos más dege de gene nera rado dos s de Eu Euro ropa pa. . La Cr Cret eta a de la ép époc oca a mi mino noic ica a ti tien ene e un una a cult cu ltur ura a ba basa sada da en la pa paz; z; Ti Tiri rint nto o hu huel ele e en ca camb mbio io a cr crue ueld ldad ad, , barbar barbarie, ie, sospec sospecha, ha, aislam aislamien iento. to. Es como como un escena escenario rio de H. G. Wells para un drama prehistórico, para una guerra de los cien años entre gigantes y dinosaurios. Con Micenas, que cronológicamente viene después de Tirinto, la deco de cora raci ción ón ca camb mbia ia po por r co comp mple leto to. . La ca calm lma a qu que e re rein ina a ho hoy y dí día a en esto es tos s lu lug gar ares es hac ace e pe pens nsa ar en el ago got tam ami ien ento to de un cr cru uel e inteligente monstruo que hubiera muerto desangrado. Micenas, y una vez más refiero solamente mi s impresiones e intuiciones
personales, ha debido conocer un gran ciclo de progreso y ocaso. Tiene el aspecto de estar situada fuera del tiempo, en el sentido histórico de la palabra. No sé por qué misterio esta misma raza egea eg ea qu que e de Cr Cret eta a ll llev evó ó la si simi mien ente te de la cu cult ltur ura a a Ti Tiri rint nto o alca al canz nzó ó aq aquí uí un una a gr gran ande deza za ca casi si divin divina, a, da dand ndo o un una a pr prof ofus usió ión n de héro hé roes es, , de ti tita tane nes, s, de se semi midi dios oses es, , y lu lueg ego, o, co como mo si hu hubi bier era a quedado exhausta y deslumbrada por esta floración divina que no tenía precedentes, cayó en una oscura y sangrienta lucha intestina que duró siglos y terminó en una época tan lejana que, para los que vinier vinieron on despué después, s, adquir adquirió ió un carácte carácter r mitoló mitológic gico. o. No cabe cabe duda de que en Micenas los dioses caminaron por la tierra. Y en Micenas la descendencia de estos mismos dioses produjo un tipo de hombre de gran capacidad artística, pero al mismo tiempo monstr monstruos uoso o en sus pasion pasiones. es. La arquit arquitect ectura ura era ciclóp ciclópea ea y los ornamentos de una delicadeza, de una gracia que no ha igualado el arte ar te de ni ning ngu una ép épo oca ca. . El oro abu bund nda aba y se ut util iliz izab aba a co con n profusión. Todo es contradicción en estos lugares. Es uno de los ombligos del espíritu humano, el lugar de unión con el pasado y también de completa separación. El sitio tiene un aspecto impenetrab tr able le: : es ho horr rrib ible le, , ad ador orab able le, , se sedu duct ctor or y re repe pele lent nte. e. Lo qu que e ocurrió aquí está más allá de toda conjetura. Los historiadores y los arqueólogos han tejido un sutil e insatisfactorio velo para cubr cu brir ir el mi mist ster erio io. . Ha Han n co cogi gido do fr frag agme ment ntos os di disp sper erso sos s y lo los s ha han n unido a su manera para hacerlos concordar con su pobre lógica. Nadie ha penetrado todavía en el misterio de este lugar blanquecino. Desafía los débiles procesos de la mente. Una mañana de domingo, Katsimbalis y yo abandonamos Nauplia en dirección a Micenas. Apenas eran las ocho cuando llegamos a la pequ pe queñ eña a es esta taci ción ón qu que e ti tien ene e es ese e no nomb mbre re de le leye yend nda. a. At Atra rave vesa sand ndo o Argos, la magia de ese mundo penetró de repente en mis entrañas. Cosas olvidadas desde hacía largo tiempo se me presentaron con una claridad aterradora. No sabría decir si se trataba de recuerdos de lecturas de mi infancia o si despertaba en mí la memoria universal de la raza. El hecho de que esos lugares siguieran existiendo y llevaran el mismo nombre que en la antigüedad me par are ecía incr in creí eíbl ble. e. Er Era a co como mo un una a re resu surr rrec ecci ción ón, , y el dí día a qu que e ha habí bíam amos os elegido para nuestra excursión se parecía más al de Pascua que al de ac acci ción ón de gr grac acia ias. s. De Desd sde e la es esta taci ción ón ha hast sta a la las s ru ruin inas as ha hay y varios kilómetros de marcha. Como en Epidauro, reinaba por todas partes partes un sublim sublime e silenc silencio. io. Caminá Caminábam bamos os sin apresu apresurar rarnos nos en dirección a las colinas circundantes que se levantan de la respla resplande ndecie ciente nte llanur llanura a argiva argiva. . Por encima encima de nosotr nosotros os alguno algunos s pájaros daban vueltas en la bóveda azulada e intacta. De repente, nos encontramos con un muchacho que lloraba a lágrima viva. Estaba en el cam ampo po, , a un la lado do de la ca carr rret ete era ra. . Su llo lor ro es esta tab ba en completa disonancia con el tranquilo y silencioso mundo que le rodeab de aba a. Par arec ecí ía hab aber er sid ido o dej eja ado en es ese e ca camp mpo o ver erd de por un espíritu venido del mundo exterior. ¿Por qué lloraba ese niño a esa hora y en ese mundo de milagro? Katsimbalis fue a hablarle. Llor Ll orab aba a po porq rque ue su he herm rman ano o le ha habí bía a qu quit itad ado o su di dine nero ro. . ¿C ¿Cuá uánt nto o
dinero? Tres dracmas. El dinero, el dinero... Hasta aquí llegaba el dinero. Nunca me pareció tan absurda esa palabra. ¿Cómo pensar en semejante palabra en un mundo de terror, de belleza y de magia? Si le hu hubi bier eran an ro roba bado do un bo borr rriq iqui uill llo o o un lo loro ro po podí día a ha habe berl rlo o comprendido, pero tres dracmas... Era incapaz de ver la impo im por rta tanc ncia ia que ten ení ían tre res s dr drac acma mas s. Lle leg gué a cr cre eer que no llor ll orab aba, a, qu que e er era a un una a al aluc ucin inac ació ión. n. De Dejé jémo mosl sle e al allí lí ll llor oran ando do; ; el espí es píri ritu tu vo volv lver ería ía a bu busc scar arlo lo. . No er era a de es este te mu mund ndo; o; er era a un una a anomalía. Pasada la pequeña hostelería, regentada por Agamenón y su mujer, situada frente a un campo de un verde irlandés, se da uno cuenta inmediatamente que la tierra está sembrada de cuerpos y reliquias de person personaje ajes s legend legendari arios. os. Antes Antes de que Katsim Katsimbal balis is abrier abriera a la boca, ya sabía que nos rodeaban esas figuras del pasado. La tierra lo dec ecía ía. . La Las s ce cerc rca aní nías as de es ese e lu luga gar r de hor orro ror r ej ejer erc cen un fantás fantástic tico o encant encanto. o. Por todas todas partes partes se ven suaves suaves monton montones es de tierra verde, colinas, lomas, túmulos, y bajo ellos, casi a ras del de l sue uel lo, ya yace cen n lo los s gue uerr rrer ero os, lo los s hér éro oes es, , los fa fab bul ulos osos os innovadores que sin el recurso de la máquina han levantado las más formid formidabl ables es fortif fortifica icacio ciones nes que se puede puede imagin imaginar. ar. El sueño sueño de esos muertos es tan profundo que la tierra y todos los que caminan por ella están sumidos en él; hasta los grandes pájaros de presa que dan vueltas en el cielo parecen estar bajo el influjo de la drog dr oga a o la hi hipn pnos osis is. . A me medi dida da qu que e se as asci cien ende de le lent ntam amen ente te, , la sang sa ngre re se es espe pesa sa, , el co cora razó zón n am amin inor ora a la ma marc rcha ha, , la me ment nte e se detiene detiene obsesiona obsesionada da por la imagen imagen espantos espantosa a de una intermin interminable able cadena de asesinatos. Dos mundos distintos se enfrentan aquí: el heroico de la luz y el claustral del puñal y del veneno. Micenas, como Epidauro, se baña en la luz. Pero Epidauro se extiende, se abre y se expone, irrevocablemente dedicado al espíritu. Micenas se repliega sobre sí misma como el cordón umbilical que se acaba de cortar, arrastrando su gloria a lo más profundo de las entrañas de la tierra, donde los murciélagos y los lagartos la devoran con avidez. Epidauro es una escudilla donde se bebe el espíritu puro; en el ella la se re ref fle leja ja el azu zul l de del l ci cie elo y las est str rel ella las s y las criaturas aladas que vuelan en los espacios, desparramando himnos y mel elo odí días as. . En cu cuan anto to se dob obla la la últ ltim ima a cu curv rva, a, Mi Mic cen enas as se repl re pli ieg ega a de pro ron nto to, , enco en cogi gié énd ndos ose e ame am ena naza zado dor ra, sin inie ies str tra, a, desafi desafiant ante, e, impene impenetra trable ble. . Micena Micenas s está está encerr encerrada ada, , arrebu arrebujad jada, a, reto re torc rcié iénd ndos ose e en co cont ntor orsi sion ones es mu musc scul ular ares es de lu luch chad ador or. . La lu luz z mism mi sma a, qu que e ca cae e con cla lar rid idad ad ine nexo xor rab able le, , es asp spir ira ada por el pais pa isaj aje, e, re refl flej ejad ada, a, tr tran ansf sfor orma mada da en un una a to tona nali lida dad d gr gris isác ácea ea, , dividida en cintas de colores. Nunca hubo dos mundos tan íntimamente yuxtapuestos y, sin embargo, tan antagonistas. Es el Gree Gr eenw nwic ich h de to todo do lo qu que e co conci ncier erne ne al al alma ma de del l ho homb mbre re. . Mo Move ved d solamente el espesor de un cabello tanto en un sentido como en otro, y os encontraréis encontraréis en un mundo mundo totalmen totalmente te diferente. diferente. Es ésta la gr gran an pr prot otub uber eran anci cia a br bril illa lant nte e de del l ho horr rror or, , la ve vert rtie ient nte e al alta ta donde el hombre, habiendo alcanzado su cénit, se ha deslizado para caer en el abismo sin fondo. Era todavía mañana temprana cuando nos colamos por la puerta de
los leones. Ni la sombra de un guardián. Ni un alma viviente. El Sol asciende lento y seguro; todo se desvela a la vista. Y sin embargo embargo avanzamos avanzamos tímidamen tímidamente, te, prudente prudentemente mente, , temiendo temiendo un no sé qué. qu é. Aq Aquí uí y al allá lá se ve ven n ho hoyo yos s ab abie iert rtos os, , li liso sos s y vi visc scos osos os, , qu que e parecen llamarte. Caminamos entre las enormes losas de piedra que form fo rman an el re reci cint nto o ci circ rcul ular ar. . Mi co cono noci cimi mien ento to li libr bres esco co es nu nulo lo. . Contemplo esta masa de escombros con los ojos de un salvaje. Me quedo quedo asombr asombrado ado ante ante las diminu diminutas tas propor proporcio ciones nes de las cámara cámaras s palatinas y de las viviendas de encima. ¡Y estos muros colosales para proteger solamente un puñado de gente! ¿Era un gigante cada uno de esos seres? ¿Qué espantosa noche se abatió sobre ellos para obligarles a meterse bajo tierra, sustraer sus tesoros de la luz y asesinar incestuosamente en el fondo de las entrañas de la tierra? Noso No sot tro ros, s, ge gen nte de del l Nue uevo vo Mu Mun ndo do, , con nu nue est stro ros s mil ill lon ones es de hectáreas baldías, nuestros millones de muertos de hambre, de mal lavados, de sin refugio, nosotros que cavamos la tierra, trabajamo trabajamos, s, comemos, comemos, dormimos dormimos, , amamos, amamos, nos paseamos, paseamos, montamos a caballo, luchamos, compramos, vendemos y asesinamos bajo tierra, ¿seguiremos la misma suerte? Yo, natural de Nueva York, la más gran gr andi dios osa a y la má más s va vací cía a de la las s ci ciud udad ades es de del l mu mundo ndo, , es esto toy y en Micenas, intentando comprender lo que pasó aquí hace siglos. Me sien si ento to co como mo un una a cu cuca cara rach cha a de desl sliz izán ándo dose se en entr tre e lo los s es espl plen endo dore res s desmantelados. Apenas puedo creer que en alguna parte, ascendiendo en las hojas y ramas del gran árbol genealógico de la vida, los que me han engendrado engendrado han podido podido conocer conocer este lugar, plantear plantear las mismas preguntas, caer inanimados en el vacío para desaparecer sin dejar otro rastro de sus pensamientos que esas ruinas, un mundo de reliquias esparcidas en los museos, una espada, un eje de rueda, un escudo, una máscara mortuoria batida en oro, una tumba en forma de col olme men na, un leó eón n he her rál áldi dico co esc scu ulp lpid ido o en la pi pied edra ra o un exqu ex quis isit ito o va vaso so pa para ra be bebe ber. r. De pi pie e en la ci cima ma de la am amur ural alla lada da ciudadela y en esta hora matinal, siento cómo se acerca el soplo glacial que baja de la montaña gris e hirsuta. Abajo, en la gran llanura de Argos, la bruma se levanta. Eso podría ser Pueblo, en el Co Colo lora rado do, , ya qu que e el lu luga gar r es está tá fu fuer era a de del l ti tiem empo po y de lo los s límites del espacio. Allá abajo, en esta llanura humeante, por la que el tractor se arrastra como una oruga, ¿es imposible que se hayan levantado en otros tiempos tiendas de pieles rojas? ¿Puedo tener la seguridad de que no hubo aquí nunca indios? Todo lo que se relaciona con Argos, que brilla ahora débilmente en la lejanía como como en esas esas ilustr ilustraci acione ones s románt romántica icas s para para manual manuales es escola escolares res, , tiene el sabor del indio americano. Debo estar loco para pensar de esta forma, pero al menos soy lo bastante honesto para admitir ese pensamiento. Argos brilla resplandeciente como un punto luminoso disparando flechas de oro sobre el azul. Argos pertenece al mito y a la fábula; sus héroes no han vivido nunca en carne y hueso. Pero tanto Micenas como Tirinto están pobladas por los espectros de los hombres hombres antediluvi antediluvianos anos, , monstruos monstruos ciclópeos ciclópeos arrastrado arrastrados s por las olas producidas al hundirse las cimas de la Atlántida. Micenas se movi mo vió ó al pr prin inci cipi pio o co con n pa paso so le lent nto, o, pe pesa sado do, , in indo dole lent nte, e, gr grav ave, e, pens pe nsam amie ient nto o en enca carn rnad ado o en el es esqu quel elet eto o de del l di dino nosa saur urio io, , gu guer erra ra
llevada con un lujo antropófago, reptil, imperturbable, ensordecedor y aturdido. Micenas dio la vuelta completa, de limbo en li limb mbo, o, vo volv lvie iend ndo o a su pu punt nto o de pa part rtid ida. a. Lo Los s mo mons nstr truo uos s se devo de vora raba ban n en entr tre e el ello los s co como mo co coco codr dril ilos os. . El ho homb mbre re ri rino noce cero ront nte e destrozó al hombre hipopótamo. Los muros cayeron sobre ellos, los aplastaron, los hicieron entrar en el limo de las primeras edades. Breve Breve noche. noche. Fantás Fantástic ticos os respla resplando ndores res de relámp relámpago ago, , cañone cañoneo o del true tr ueno no en entr tre e la las s fe fero roce ces s es espa pald ldas as de la las s co coli lina nas. s. La Las s ág águi uila las s vuel vu ela an, la ll llan anur ura a es está tá lim impi pia a, la hi hie erb rba a br brot ota. a. (Ha Hab bla un much mu chac acho ho de Br Broo ookl klyn yn. . No ha hay y na nada da de ve verd rdad ad en es esta ta hi hist stor oria ia, , mientras los dioses no lo atestigüen.) Águilas, halcones, buitres llenos de mucosidades, grisáceos de codicia como los flancos secos y áridos de la montaña. Todo el aire vibra con estos purificadores alados. Silencio, siglo tras siglo de silencio, durante los cuales la ti tier erra ra se vi vist ste e co con n un ma mant nto o de su suav ave e ve vege geta taci ción ón. . Un Una a ra raza za mist mi ster erio iosa sa, , su surg rgid ida a co como mo po por r en enca cant nto, o, ca cae e so sobr bre e el pa país ís de la Argóli Argólida. da. Mister Misterios iosa a únicam únicament ente e porque porque el hombre hombre ha olvida olvidado do el rostro de los dioses. Los dioses vuelven en completa panoplia, en forma de hombre; conocen el uso del caballo, del escudo, de la jabali jabalina, na, saben saben cincel cincelar ar precio preciosas sas joyas, joyas, funden funden los minera minerales les, , imprimen frescas y vivas imágenes de guerra y de amor sobre la brilla brillante nte hoja de los puñales. puñales. Recorr Recorren en a paso paso largo largo el césped césped bañado de sol, gigantescos, impávidos, con la mirada aterradora de la candidez y de la franqueza. Acaba de nacer un mundo de luz. El homb ho mbre re mi mira ra al ho homb mbre re co con n oj ojos os nu nuev evos os. . Es Está tá ll llen eno o de te terr rror or religioso, abrumado por su propia imagen que se refleja brillante, por todos lados. Y sigue así durante siglos y siglos, tragados uno tras otro como pastillas para la tos; un poema, un poema heráldico, como diría mi amigo Durrell. Mientras la magia se apodera dera de los hombre hombres s inferi inferiore ores, s, los inicia iniciados dos, , los druida druidas s del Peloponeso, preparan las tumbas de los dioses y los hacen huir a las suaves laderas de las lomas y colinas. Los dioses se irán un día dí a ta tan n mi mist ster erio iosa same ment nte e co como mo ll lleg egar aron on, , de deja jand ndo o tr tras as el ello los s el esqueleto de forma humana que engaña al no creyente, al pobre de espíritu, a las tímidas almas que han transformado la tierra en alto horno y en fábrica. Katsimbalis y yo acabamos de salir de la resbaladiza escalera. No hemos descendido, nos hemos contentado con asomarnos al fondo, encend encendien iendo do alguna algunas s cerill cerillas. as. El fuerte fuerte techo techo se curva curva bajo bajo el peso del tiempo. Bastaría con respirar un poco fuerte para que el mundo cayera sobre nuestras cabezas. Katsimbalis era partidario de desc de scen ende der r a cu cuat atro ro pa pata tas, s, ar arra rast stra rand ndo o el vi vien entr tre e mi mism smo o si er era a necesario. Había estado en otros lugares tan difíciles como éste; se ha jugado la piel en el frente de los Balcanes, se ha arrastrado como un gusano por el fango y la sangre, ha bailado como un loco frenético de terror, ha matado todo lo que tenía ante la vista, comprendidos sus propios hombres, se ha visto proyectado hacia el cielo teniendo que agarrarse a un árbol, ha tenido una conmoción cerebral, ha recibido un trabucazo en las nalgas, le han hecho trizas sus brazos, le han ennegrecido la cara con pólvora y
le han arrancado los huesos y músculos. Me suelta de una vez toda su historia mientras estamos allí, a medio camino entre la tierra y el ci ciel elo, o, ba bajo jo el di din nte tel l qu que e se cu curv rva a cad ada a ve vez z más y co con n nuestras cerillas que se apagan. «No podemos perdernos esto», ruega. Pero me niego a descender a ese es e po pozo zo vi visc scos oso o de del l ho horr rror or. . Po Por r na nada da de del l mu mund ndo o de desc scen ende derí ría, a, aunque fuera para coger un cofre de oro. Deseo ver el cielo, los gran gr ande des s pá pája jaro ros, s, la hi hier erba ba ra rasa sa, , la las s ol olas as de lu luz z ce cega gado dora ra, , la bruma que se levanta de los pantanos y se extiende por la llanura. Asce As cend ndem emo os al fla lanc nco o de la le leja jana na co coli lin na, di disf sfr rut utan ando do un panorama de claridad cegadora. En el horizonte, en la pendiente de una montaña, se mueve un pastor con su rebaño. Es más grande que la naturaleza; sus corderos están cubiertos de rizos dorados. Se muev mu eve e de desp spac acio io, , en el in inme mens nso o es espa paci cio o de del l ti tiem empo po ol olvi vida dado do. . Se mueve entre los cuerpos tranquilos de los muertos, cuyos dedos se enredan en la hierba rasa. Se detiene para charlar con ellos y acariciarles la barba. De esta forma se movía ya en tiempos de Home Ho mer ro cua uand ndo o la le leye yen nda se bo bor rda daba ba en ent tre rela laza zad da con he heb bra ras s cobrizas. Agregaba una mentira aquí y otra allá, señalaba la dirección falsa, cambiaba de itinerario. Para el pastor, el poeta es un ser fácil que se contenta con muy poco. Donde el poeta diría: «Había..., estaban...», el pastor dice: «Vive, es, hace». El poeta lleva siempre mil años de retraso, y es ciego por añadidura. El pastor es eterno, un espíritu ligado a la tierra, un renunciador. Sobre el flanco de las colinas siempre estará el pastor con su rebaño; sobrevivirá a todo, incluso a la tradición de todo lo que ha sido. Ahora Ahora pasamo pasamos s el pequeñ pequeño o puente puente situad situado o encima encima de la hundid hundida a bóveda donde está el lugar de reposo de Clitemnestra. Las llamas del de l es espí píri ritu tu co corr rren en so sobr bre e la ti tier erra ra, , co como mo si pi piso sote teár áram amos os un una a brújula invisible, en la que sólo la vibrante aguja se ilumina al tocarle una clara radiación solar. Nos dirigimos ahora a la tumba de Agamenón, cuya bóveda está hoy día cubierta de una delgada capa de tierra, como si fuera una colcha de fina lana. La desnudez de este lugar donde se oculta un dios es magnífica. Hay que detenerse antes de que el corazón se os inflame. Hay que inclinarse y coger una flor. Por todas partes se ven trozos de alfar are ería y excrementos de cordero. El reloj se ha parado. La tierra oscila dura du rant nte e un una a fr frac acci ción ón de se segu gund ndo, o, an ante tes s de re rean anud udar ar su et eter erno no latido. Toda To daví vía a no he cru ruza zad do el um umbr bral al. . Es Esto toy y af afue uera ra, , en entr tre e lo los s ciclópeos bloques que flanquean la entrada de la galería. Soy el homb ho mbr re que pu pud die iera ra ha hab ber ll lleg ega ado a se ser, r, y ace cep pto to todo dos s lo los s bene be nef fic icio ios s que la ci civi vil liz iza aci ción ón qu quie iera ra co con nce cede derm rme e con re real al magnanimidad. Recojo este potencial de civilizado fiemo y hago con él un apreta apretado do y diminu diminuto to nudo nudo de compre comprensi nsión. ón. Estoy Estoy hinchad hinchado, o, distendid distendido o al máximo máximo como una bola de vidrio vidrio en fusión fusión suspendid suspendida a del de l tu tubo bo de un vid idri rier ero o. Qu Que e me mo mold ldee ee en cua ualq lqu uie ier r fo form rma a fant fa ntás ásti tica ca, , qu que e us use e to todo do su ar arte te, , qu que e se ag agot oten en so sopl plan ando do su sus s pulmones hasta dejarme en una cosa fabricada, todo lo más en una hermosa alma cultivada.
Lo sé, y no con onci cib bo má más s qu que e de desp spre rec cio po por r ell lla. a. Me qu qued edo o plantado allí fuera, moldeado por completo; el alma más bella, la más cultivada, el producto fabricado más extraordinario del mundo. Voy a poner el pie en este umbral, voy a franquearlo... ahora. Hago este gesto. No oigo nada. Ni siquiera estoy allí para oír cómo estallo y me disemino en mil partículas. Únicamente Agamenón está solo allí. El cuerpo se ha deshecho cuando le quitaron la másc má scar ara. a. Pe Pero ro él es está tá al allí lí, , ll llen ena a la si sile lenc ncio iosa sa co colm lmen ena, a, se desparrama en el aire libre, inunda los campos, levanta un poco más alto el cielo. El pastor se pasea con él y le habla noche y día. Los pastores son gente chiflada. Yo también. No quiero saber nada más de la civilización y de sus productos de almas cultivadas. Renuncié a mí mismo al entrar en esta tumba. De ahora en adel ad elan ante te so soy y un nó nóma mada da, , un do don n na nadi die e es espi pirit ritua ual. l. Po Podé déis is co coge ger r vues vu estr tro o mu mund ndo o fa fabr bric icad ado o y or orde dena narl rlo o en lo los s mu muse seos os; ; yo no lo quiero, de nada me sirve. No creo que ningún ser civilizado sepa ni ha haya ya sa sabi bido do nu nunc nca a lo qu que e ha te teni nido do lu luga gar r en es este te re reci cint nto o sagrado. Eso está más allá del conocimiento y la comprensión del hombre civilizado; él está al otro lado de esa pendiente cuya cima fue escalada mucho antes que él o sus antepasados estuvieran en el mund mu ndo. o. A es eso o ll llam aman an la tu tumb mba a de Ag Agam amen enón ón. . Bi Bien en; ; ta tal l ve vez z un uno o llamado Agamenón descansaba aquí. ¿Y qué? ¿Voy por eso a quedarme parado, abriendo la boca como un idiota? No lo haré. Me niego a detenerme en ese hecho, demasiado sólido. Aquí me elevo, no como poeta, poeta, narrador narrador, , cuentist cuentista a o mitólogo, mitólogo, sino como espíritu espíritu puro. puro. Digo que el mund ndo o entero, abriéndose en abanico en todas direcciones desde este lugar, vivía antiguamente de un modo que nadie es capaz de imaginar. Digo que los dioses erraban por todos los lugares, que eran hombres como nosotros en forma y esencia, pero estaban libres, eléctricamente libres. Al desaparecer de esta tier ti err ra se ll lle eva varo ron n co cons nsi igo el úni nic co se secr cret eto o qu que e ja jamá más s le les s arrancaremos mientras no seamos libres de nuevo. Un día sabremos qué es la vida eterna: el día en que dejemos de asesinar. Aquí, en este es te lu luga gar r de dedi dica cado do ah ahor ora a a la me memo mori ria a de Ag Agam amen enón ón, , un cr crim imen en horrible y secreto ha marchitado la esperanza humana. Dos mundos yacen yuxtapuestos: el de antes y el de después del crimen. El crimen contiene un misterio tan profundo como la salvación. Palas y az azad adas as no de desc scub ubri rirá rán n na nada da im impo port rtan ante te. . Lo Los s ca cava vado dore res s es está tán n ciegos, van a tientas hacia algo que jamás verán. Todo lo que se dese de senm nmas asca cara ra se de desm smor oron ona a al to toca carl rlo. o. Y de la mi mism sma a fo form rma a se desmoronan los mundos. Podemos cavar eternamente como topos, pero el miedo miedo estará estará siempr siempre e con nosotr nosotros, os, claván clavándon donos os sus garras garras y violándonos. Casi no puedo creer hoy día que lo que aquí cuento haya podido ser la obra encantada de una breve mañana. A mediodía estábamos ya en la sinuosa carretera que lleva al pequeño parador. En el camino nos no s en enco cont ntra ramo mos s al gu guar ardi dián án, , qu quie ien, n, au aunq nque ue ll lleg egab aba a de dema masi siad ado o tarde, insistió en llenarme la cabeza con hechos y fechas que no sign si gnif ific ican an ab abso solu luta tame ment nte e na nada da. . Co Come menz nzó ó ha habl blan ando do en gr grie iego go y desp de spué ués, s, al da dars rse e cu cuen enta ta de qu que e yo er era a am amer eric ican ano, o, lo hi hizo zo en inglés. Cuando acabó de recitar su lección comenzó a hablarme de
Coney Island, donde había trabajado en una azucarera, pesando la melaza. Lo mismo podía haberme dicho que había sido una avispa pega pe gada da al te tech cho o de un ca cast stil illo lo ab aban ando dona nado do, , ya qu que e no le hi hice ce ning ni ngún ún ca caso so. . ¿P ¿Por or qu qué é ha habí bía a vu vuel elto to a Gr Grec ecia ia? ? La ve verd rdad ad es qu que e nunca había vuelto. No vuelve nadie que haya hecho una vez la gran travesía del océano hacia el Oeste. Sigue todavía pesando melaza. Volvió para encarnarse en un loro y hablar, en su lenguaje carente de sentido, a otros loros que pagaban por escucharle. Se dice que en esta misma lengua los antiguos griegos expresaban su fe en los dioses, y esta misma palabra, dios, a pesar de no tener ningún sign si gnif ific icad ado o se la us usa a ex exac acta tame ment nte e lo mi mism smo, o, ar arro roja jada da co como mo un una a falsa moneda. Los hombres que no creen en nada escriben eruditos volúmenes sobre dioses que nunca han existido. Eso forma parte del came ca melo lo de la cu cult ltur ura. a. Si se sa saca ca pa part rtid ido o de es esta ta si situ tuac ació ión n se acab ac aba a ob obte teni nien endo do un si sill llón ón en la ac acad adem emia ia, , do dond nde e se de dege gene nera ra lentamente hasta convertirse en un velludo chimpancé. Aquí están Agamenón y su esposa. ¿Qué prefiere usted? ¿Servicio a la carta o verdadero festín, una comilona de rey como se dice? ¿Dónde está la lista de vinos? Un buen vino fresco sería de rigor en la espera. Katsimbalis chasquea los labios; tiene el paladar seco. Nos dejamos caer en el césped y Agamenón nos trae un libro, en edición de lujo, escrito po r un arqueólogo inglés. Aparentemente es el entremés para el turista británico. Se habla en él de es est tra rato tos s su supe per rio iore res s e in infe feri rio ore res, s, de co cora raza zas s, de enterramientos y de otras mil tonterías. Lo tiro a un lado, ya que Agamenón ha vuelto la espalda. Este Agamenón es tierno, tiene un corazón sensible, y es casi un diplomático por la fuerza de la cost co stum umbr bre. e. Su mu muje jer r ti tien ene e as aspe pect cto o de se ser r un una a bu buen ena a co cocin ciner era. a. Katsimbalis se adormece bajo un árbol corpulento. Un pequeño grupo de alemanes, alemanes, comedores comedores de sauer-kra sauer-krauts uts y disfraza disfrazados dos como seres huma hu man nos os, , se sie ient ntan an ant nte e un una a me mesa sa baj ajo o ot otr ro árb rbo ol. Par arec ecen en espantosamente eruditos y repugnantes: están hinchados como sapos. Me quedo contemplando el campo de un color verde irlandés. Es el campo como le gusta a Lawrence Durrell, heráldico en todos los sent se nti ido dos s del té térm rmin ino. o. Mi Mirá rán ndo dolo lo, , com omp pre rend ndo o lo que Du Durr rrel ell l intentaba contarme en sus largos poemas llenos de divagaciones que llamaba cartas. Cuando me llegaron esos mensajes heráldicos a Via Seurat, un frío día de verano parisino, pensé que había olido un poco de cocaína antes de engrasar su pluma. En cierta ocasión, un apreta apretado do fajo fajo de hojas hojas que que parec parecían ían pros prosa a cayó cayó del sobre sobre; ; se llamaba «Cero» y venia dedicado a mí por el mismo Lawrence Durrell que qu e me de decí cía a vi vivi vir r en Co Corf rfú. ú. Ha Habí bía a oí oído do ha habl blar ar de hu huell ellas as de poll po llos os y de he hepa pato toma manc ncia ia, , e in incl clus uso o un dí día a es estu tuve ve a pu punt nto o de atrapar la idea del cero absoluto, aunque no se haya fabricado todavía el termómetro para registrarlo. Pero hasta el día en que me encontraba sentado contemplando el campo de un color verde irland la ndés és, , fr fren ente te al Al Albe berg rgue ue de Ag Agam amen enón ón, , no at atra rapé pé la id idea ea de del l cero, en el sentido heráldico de la palabra. Nunca había visto campo de un verde tan campestre como ése. Cuando se repara en algo auténtico y claro se está en el cero. El cero es griego para la
visión visi ón pu pura ra. . Ex Exac acta tame ment nte e lo qu que e La Lawr wren ence ce Du Durr rrel ell l qu quie iere re de deci cir r cuando escribe «jonio». Significa, y ahora os lo puedo decir con mayor precisión puesto que lo que describo está ocurriendo ante mis ojos... Dos hombres y una mujer están de pie en el campo. Uno tiene una cinta de medir en la mano. Va a medir el pedazo de tierra que ha recibido como regalo de boda. Su mujer está allí para asegurarse de que no se calculará mal ni un solo milímetro de tierra. Están a cuatro patas. Discuten sobre una ínfima parcela de tier ti erra ra, , si situ tuad ada a en el án ángu gulo lo su sudo does este te. . Ta Tal l ve vez z un una a ra rami mita ta ha desviado la cinta una fracción de milímetro. Nunca se es demasiado cuidadoso. A caballo regalado nunca se le miran los dientes. Están midiendo algo que hasta entonces sólo era para mí una palabra: tierra. Los héroes muertos, las copas de oro, los escudos, las joya jo yas s y lo los s pu puña ñale les s ci cinc ncel elad ados os.. ... . na nada da te tení nían an qu que e ve ver r co con n el asunto que se llevaba entre manos. Lo que aquí es vital es la tierra, nada más que la tierra. Una y otra vez hago vibrar la lengua con esta palabra: tierra, tierra, tierra. Sí, tierra, eso es. es . Ca Casi si ha habí bía a ol olvi vida dado do qu que e es esa a pa pala labr bra a si sign gnif ific icab aba a al algo go ta tan n simple, tan eterno. Uno se contorsiona, se despista, y se instruye gritando «Tierra de libertad» etc. La tierra es algo sobre lo que germinan las cosechas, se construye una casa, se crían vacas y cord co rder eros os. . La ti tier erra ra es la ti tier erra ra, , ¡q ¡qué ué se senc ncil illa la y gr gran andi dios osa a palabra! De acuerdo, Lawrence Durrell, el cero es lo que tú haces: se coge un trozo de tierra húmeda y aplastándola entre los dedos se obtienen dos hombres y una mujer en un campo de verde irlandés que están midiendo un trozo de tierra. Aquí está el vino. Levanto mi vaso. «¡Salud Larry, amigo mío, y conserva la aguja en cero! » En unas cuantas páginas más, haremos juntos otra visita a Micenas, y Nancy se pondrá a la cabeza de la columna para descender los esca es calo lone nes s re resb sbal alad adiz izos os y en ensu suci ciad ados os po por r lo los s mu murc rcié iéla lago gos, s, qu que e conducen al pozo sin fondo.
SEGUNDA PARTE
Nuestro gran viaje a través del Peloponeso se vio interrumpido en Micenas. Katsimbalis recibió una urgente llamada notificándole que qu e re regr gres esar ara a a At Aten enas as de debi bido do a qu que e su sus s pr proc ocur urad ador ores es ha habí bían an enco en cont ntra rado do un tr troz ozo o de ti tier erra ra cu cuya ya ex exis iste tenc ncia ia ig igno nora raba ban. n. La noticia no pareció emocionarle; por el contrario, le deprimió. Más propiedades significaban más impuestos, má s deudas y más queb qu ebra rade dero ros s de ca cabe beza za. . Po Podí día a ha habe ber r co cont ntin inua uado do mi mis s ex excu curs rsio ione nes s solo, pero preferí volver a Atenas con él, y digerir todo lo que había visto y sentido. Tomamos el automotor en Micenas. Cinco o seis horas de trayecto, si no me falla la memoria, por el precio absurdo de dos o tres cocktails en el Ritz. Entre el momento de mi regreso y el de mi salida hacia Creta, sobrevinieron dos o tres pequeños incidentes, a los que me veo obligado a referirme brevemente. El primer suceso fue «Juárez» la película americana que estuvo durante varias semanas en uno de los principales cines. A pesar de que Grecia esté bajo una dictadura esta película, que sólo fue ligeramente modificada tras las primeras sesiones, fue proyectada noche y día ante grupos de espectadores cada vez más numerosos. La atmó at mósf sfer era a er era a te tens nsa, a, el ap apla laus uso, o, cl clar aram amen ente te re repu publ blic ican ano. o. Po Por r much mu chas as ra razo zone nes s el fi film lm te tení nía a un pr prof ofun undo do si sign gnif ific icad ado o pa para ra el pueblo griego. Se sentía que el espíritu de Venizelos seguía vivo. En es ese e di disc scur urso so in incu cult lto o y ma magn gníf ífic ico o qu que e di dice ce Ju Juár árez ez an ante te la asamblea de plenipotenciarios de los países extranjeros, se siente que qu e el tr trág ágic ico o mo mome ment nto o de la hi hist stor oria ia de Mé Méji jico co en ti tiem empo pos s de Maximi Maximilia liano, no, tiene tiene curios curiosas as y emotiv emotivas as corres correspond pondenc encias ias con la peligrosa situación actual de Grecia. El único amigo auténtico que Grecia tiene en este momento, el único relativamente desinteresado, es Estados Unidos. Podré decir más de esto cuando llegue a Creta, el sitio donde nacieron Venizelos y El Greco. Pero ser testigo del pase de un film en el que se denuncian trágicamente todas las formas de dictadura, verlo rodeado de un público que tiene atadas las manos para todo, excepto para aplaudir, es un acontecim acontecimiento iento impresionant impresionante. e. Fue uno de esos pocos momentos momentos en que sentí que, en un mundo que está casi completamente amordazado, encadenado y esposado, ser americano es casi un lujo. El segundo suceso fue una visita al observatorio astronómico de Aten At enas as, , vi visi sita ta ar arre regl glad ada a pa para ra Du Durr rrel ell l y pa para ra mí po por r Th Theo eodo dore re Stefan Stefanide ides s quien, quien, aun siendo siendo un simple simple aficio aficionad nado, o, había había hecho hecho según según todos todos admití admitían an import important antes es descub descubrim rimien ientos tos astron astronómi ómicos cos. . Todo el personal nos recibió muy cordialmente, recordando la generosa ayuda que les habían concedido sus colegas americanos. Nunca había mirado a través del telescopio de un verdadero observatorio. Y creo que Durrell tampoco. La experiencia fue sensacional, aunque probab probablem lement ente e en un sentid sentido o difere diferente nte al que espera esperaban ban nuestr nuestros os anfitriones. Las observaciones que hacíamos, pueriles y extáticas, pareci pareciero eron n asombr asombrarl arles. es. Con toda toda seguri seguridad dad nuestr nuestras as reacci reaccione ones s
ante la ante las s ma mara ravi vill llas as qu que e se no nos s de desv svel elab aban an no te tení nían an na nada da de ortodoxas. Nunca olvidaré el estupor de esa gente cuando Durrell, que miraba las Pléyades, exclamó de pronto: «Rosacruz» ¿qué quería decir con eso?, le preguntaron. Subí a la escalerilla y miré a mi vez. Dudo que me sea posible describir el efecto que me produjo esta primera visión, que os corta la respiración, de un universo astr as tral al qu que e ha ex expl plot otad ado. o. Si Siem empr pre e co cons nser erva varé ré la im imag agen en de es esa a Chartres, de un rosado radiado, hecha pedazos por el estallido de una granada. Esta imagen tiene para mí un doble o triple sentido, de bellez belleza a espant espantosa osa, , indest indestruc ructib tible, le, de violac violación ión cósmic cósmica, a, de mundo en ruinas suspendido en el cielo como un fatal presagio, de carácter eterno de la belleza, aun cuando sea arrasada y profanada. «Lo mismo arriba que abajo», dice la famosa frase de Hermes Trismegisto. Ver las Pléyades en un potente telescopio es sentir la sublime y terrible verdad de estas palabras. En sus más altos vuelos, musicales y arquitecturales por encima de todo, ya que no son más que uno, el hombre produce la ilusión de rivalizar con el orden, la majestad y el esplendor de los cielos; el mal y la desolación que siembra en sus accesos de destrucción parecen inco in comp mpar arab able les s ha hast sta a qu que e no se ha re refl flex exio iona nado do en lo los s gr gran ande des s trasto trastorno rnos s estela estelares res, , frutos frutos de la aberra aberració ción n mental mental del Brujo Brujo descon desconoci ocido. do. Nuestr Nuestros os anfitr anfitrion iones es parecí parecían an imperm impermeab eables les a esta esta clase de reflexiones. Hablaban con conocimiento de causa de pesos, dist di stan anci cias as, , sust su stan anci cias as, , etcé et céte tera ra. . Perm Pe rman anec ecía ían n ajen aj enos os a las la s acti ac tiv vid idad ades es nor orma male les s de su sus s se seme meja jant nte es, pe pero ro de una ma man ner era a comple completam tament ente e distin distinta ta a la nuestr nuestra. a. Para Para ellos ellos la bellez belleza a era incidental; para nosotros lo es todo. El mundo físico, matemático, que palpaban, calibraban, pesaban y transmitían con sus instrumentos era la única realidad para ellos, y las estrellas y planetas no eran más que la prueba de la perfección e infa in fali libi bili lida dad d de su ra razo zona nami mien ento to. . Pa Para ra Du Durr rrel ell l y pa para ra mí la realidad estaba fuera del alcance de sus mezquinos instrumentos, que por sí mismos eran tan sólo torpes reflejos de su estrecha imaginación, encerrada para siempre en la hipotética cárcel de la lógica. Sus cifras y cálculos astronómicos, que tenían por finalidad impresionarnos y sobrecogernos de pavor, no nos causaban más que sonrisas sonrisas indulgen indulgentes tes o descortese descorteses s risotada risotadas. s. Personalm Personalmente, ente, los hechos y las cifras nunca me han impresionado. Un año de luz no me impresiona más que un segundo o una fracción de segundo. Es un juego para mentes débiles que pueden avanzar y retroceder ad nauseam sin que eso les conduzca a ninguna parte. Similarmente, el ver una estrella en el telescopio no me convence de su realidad. Tal vez sea más brillante, más maravillosa, un millón de veces más grande que cuando se la mira a simple vista, pero no es un ápice más real. Decir que una cosa es realmente por la sola razón de que parece más ancha y más grande me parece el colmo de la vanidad y de la pr pret eten ensi sión ón. . Pa Para ra mí si sigu gue e si sien endo do re real al au aunq nque ue no la ve vea, a, bastándome con imaginar que está allí. Y, finalmente, aunque a mis ojos oj os y a lo los s de del l as astr trón ónom omo o ti tien ene e la las s mi mism smas as di dime mens nsio ione nes s y el brillo brillo, , nuestr nuestra a forma forma de verla verla es difere diferente nte. . La exclam exclamaci ación ón de Durrell lo confirma suficientemente. suficientemente.
Pero pasemos. Pasemos a Saturno. Saturno al igual que nuestra Luna Lu na, , cu cuan ando do se le les s mi mira ra a tr trav avés és de la las s le lent ntes es de au aume ment nto, o, impr im pre esi sion onan an al pr prof ofa ano de una for orm ma qu que e el ci cien ent tíf ífic ico o de debe be instintivamente deplorar y rechazar. Ningún hecho, ninguna cifra, ning ni ngún ún au aume ment nto, o, pu pued eden en ex expl plic icar ar la ir irra razo zona nabl ble e se sens nsac ació ión n de inquietud que produce la vista de este planeta en el espíritu del obse ob ser rva vado dor. r. Sat atur urno no es un viv ivi ien ente te sí sím mbo bolo lo de tri rist stez eza a, de morbidez, de desastre, de fatalidad. Su tinte lechoso hace pensar inevitablemente en las tripas, en la gris materia muerta de los órganos vulnerables y secretos, en las enfermedades repugnantes, en lo los s tu tubo bos s de en ensa sayo yo, , en la las s es espe peci cies es de la labo bora rato tori rio, o, en el cata ca tarr rro, o, en la las s mu muco cosi sida dade des, s, en el ec ecto topl plas asma ma, , en la las s so somb mbra ras s melancólicas, en los fenómenos mórbidos, en la guerra entre los íncubos y súcubos, en la esterilidad, la anemia, la indecisión, el derrot derrotism ismo, o, el estreñ estreñimi imient ento, o, en las antito antitoxin xinas, as, en las malas malas nove no vela las, s, en la he hern rnia ia, , en la me meni ning ngit itis is, , en la las s le leye yes s qu que e so son n letra muerta, en la burocracia, en las condiciones de vida de la clase obrera, en el trabajo en serie, en los Y.M.C.A., reuniones de Apostolado Cristiano, en las sesiones de espiritismo, en los poetas como T. S. Eliot, en los fanáticos como Alexandre Dowie, en las la s cu cura rand nder eras as co como mo Ma Mary ry Ba Bake ker r Ed Eddy dy, , en lo los s es esta tadi dist stas as co como mo Chamberlain, en triviales fatalidades como la de resbalar en una piel de plátano y romperse el cráneo, la de soñar en días mejores y dejarse aplastar por dos camiones, la de ahogarse en una bañera, la de matar por accidente al mejor amigo, la de morir de hipo en lugar de perecer en el campo de batalla, y así hasta el infinito. Saturno es maléfico a fuerza de inercia. Su anillo, que es tan delg de lgad ado o qu que e ap apen enas as pe pesa sa, , se segú gún n lo los s sa sabi bios os, , es un una a al alia ianz nza a qu que e significa muerte o desgracia libre de todo significado. Saturno, sea se a lo qu que e se sea a pa para ra el as astr trón ónom omo, o, es el si sign gno o de un una a ab absu surd rda a fatalidad a los ojos del hombre de la calle. Éste lo lleva en su corazón porque su vida entera, desprovista como está de significado, se refugia en este último símbolo, capaz de darle el golp go lpe e de gr grac acia ia, , en el ca caso so de qu que e to todo do lo de demá más s no pu pudi dier era a hacerlo. Saturno es la vida en suspenso, no la verdadera muerte sino si no la au ause senc ncia ia de la mu muer erte te, , o se sea a la in inca capa paci cida dad d de mo mori rir. r. Saturno es como un hueso muerto en la oreja, doble mastoide del alma. Saturno es como un cartel mural pegado al revés y embadurna embadurnado do con esa pasta pasta catarral catarral que los tapicero tapiceros s consider consideran an indispensable en su oficio. Saturno es una enorme aglomeración de esas flemas de apariencia siniestra que se expulsan por la mañana desp de spué ués s de ha habe ber r fu fuma mado do la ví vísp sper era a va vari rios os pa paqu quet etes es de ta taba baco co refrescante, tostado, que no da tos y se puede aspirar. Saturno es postergación, que se manifiesta como una realización de sí mismo. Satu Sa turn rno o es du duda da, , pe perp rple leji jida dad, d, el he hech cho o po por r am amor or al he hech cho, o, el escepticismo y principalmente la falta de misticismo. Saturno es la exudación diabólica del saber por el saber, la congelada niebla de esa incesante búsqueda que se apodera del monomaniático porque no conoce ni acepta otra cosa que la melancolía; nada en su propia salsa. Saturno es el símbolo de todos los agüeros y supe su pers rsti tici cion ones es, , la co cons nsol olad ador ora a pr prue ueba ba de la di divi vina na entro entropí pía, a,
consoladora porque si fuese cierto que el universo camina hacia su destrucción, Saturno se hubiera derretido hace ya tiempo. Saturno es tan eterno como el temor y la irresolución, más lechoso, más nebuloso en cada compromiso, en cada capitulación. Las almas tímidas reclaman a Saturno, como los niños piden aceite de ricino que tenga buen sabor. Saturno nos da únicamente lo que le pedimos, ni una onza más. Saturno es la blanca esperanza de la raza blanca; esta raza de interminables charlatanes que no cesan de alabar las maravillas de la naturaleza y dedica su tiempo a destruir la más grande maravilla de todas: el HOMBRE. Saturno es el impostor estelar que se erige en el gran cosmócrata del destino, Monsieur de París, verd ve rdug ugo o au auto tomá máti tico co de un mu mund ndo o de dest stru ruid ido o po por r la in indi dife fere renc ncia ia. . Dejemos a los cielos cantar su gloria, este globo linfático de duda du da y de ab abur urri rimi mie ent nto o nu nunc nca a de deja jar rá de pr pro oye yect ctar ar sus ray ayos os lechosos de inanimada tristeza. Ésta És ta es la fo foto togr graf afía ía em emot otiv iva a de un pl plan anet eta a cu cuya ya influ influen enci cia a heterodoxa pesa aún con fuerza en la conciencia casi extinguida del hombre. Es el espectáculo más descorazonador de los cielos. Corres Correspon ponde de a todas todas las imágen imágenes es de cobard cobardía ía conceb concebida idas s por el corazón humano; es el único depósito de todas las desesperanzas y derr de rrot otas as en la las s qu que e ha su sucu cumb mbid ido o la ra raza za hu huma mana na de desd sde e ti tiem empo po inmemorial. Únicamente se hará invisible el día en que el hombre lo haya sacado de su conciencia. El te terc rcer er su suce ceso so fu fue e de or orde den n co comp mple leta tame ment nte e difer diferen ente te : un una a sesión de jazz en el austero piso de soltero de Seferiades, en la calle Kydathenaio Kydathenaion, n, una de las que atrajero atrajeron n instinti instintivamen vamente te mi atención desde que visité Atenas por primera vez. Seferiades, que por naturaleza es un cruce de toro y pantera, tiene de manera muy acusada acusada las caracterí característic sticas as de Virgo, Virgo, hablando hablando astronómic astronómicamen amente. te. Es decir, tiene la pasión del coleccionismo, al igual que Goethe que qu e te tení nía a lo los s ra rasg sgos os de es este te ti tipo po en un gr grad ado o ve verd rdad ader eram amen ente te extr ex trao aord rdin inar ario io. . Lo pr prim imer ero o qu que e me ch choc ocó ó es esa a ta tard rde e en cu cuan anto to fran fr anqu queé eé el um umbr bral al de su ca casa sa fu fue e mi en encu cuen entr tro o co con n Je Jean anne ne, , la graciosa y exquisita hermana de Seferiades. Inmediatamente tuve la impresión de que era una criatura de ascendencia real, tal vez por líne lí nea a eg egip ipci cia, a, en cu cual alqu quie ier r ca caso so cl clar aram amen ente te tr tran ansp spon onti tina na. . La contemplaba extasiado cuando me sobresaltó el sonido de la voz de Cab Collaway. Seferiades me miró con esa cálida sonrisa asiática que tiene siempre en los labios como néctar y ambrosía. —«...¿Conoce este disco? —preguntó radiante de placer—. Tengo otros que están a su disposición si quiere escucharlos —y señaló una un a hi hile lera ra de ál álbu bume mes s de un me metr tro o de la larg rga— a—. . ¿L ¿Le e gu gust sta a Lo Loui uis s Annstrong? —continuó—. Aquí tengo un disco de Fats Waller. Espere un mo mome ment nto, o, ¿h ¿ha a es escu cuch chad ado o al algu guna na ve vez z a Co Coun unt t Ba Basi sie e o a Pe Peew ewee ee Russell?» Conocía todos los virtuosos de calidad, estaba abonado a Le jazz, hot, según me di cuenta en seguida. Pocos minutos después nos no s pu pusi simo mos s a ch char arla lar r de del l Ca Café fé Ba Baud udon on de Mo Mont ntma mart rtre re, , do dond nde e lo los s ejec ej ecu uta tant ntes es neg egro ros s de lo los s cl club ubs s no noct ctur urn nos se reú eúne nen n an ante tes s y después de su trabajo. Quiso que le hablase del negro americano, de su vida entre bastidores. ¿Qué influencia tenía el negro en la
vida am vida amer eric ican ana? a? ¿Q ¿Qué ué pe pens nsab aban an lo los s am amer eric ican anos os de la li lite tera ratu tura ra negr ne gra? a? ¿E ¿Era ra ve verd rdad ad qu que e ex exis istí tía a un una a ar aris isto tocr crac acia ia ne negr gra, a, un una a aristocracia cultivada, superior al grupo cultural de los blancos americanos? ¿Podía un hombre como Duke Ellington ir al Savoy Plaza sin impedimento alguno? ¿Qué podía decirle de Caldwell y Faulkner? ¿Era verdadera la descripción que hacían del Sur? Etcétera. Como ya he dic icho ho an ant tes es, , Sef efe eri riad ades es no se can ansa sab ba nun unca ca de hac acer er pregun preguntas tas. . No deja deja pasar pasar ningún ningún detall detalle e por insign insignifi ifican cante te que sea. sea. Su curios curiosida idad d es insaci insaciabl able e y sus conoci conocimie miento ntos s amplio amplios s y variad variados. os. Despué Después s de hacerm hacerme e escuch escuchar ar una selecc selección ión de los más modernos discos de jazz, quiso saber si me gustaría oír un poco de música exótica, de la que también poseía una interesante colección. Mientras buscaba tal o cual disco, me lanzaba preguntas sobr so bre e al algú gún n os oscu curo ro po poet eta a in ingl glés és, , so sobr bre e la las s ci circ rcun unst stan anci cias as qu que e rodearon la desesperación de Ambrose Bierce, o sobre lo que yo sabía de los manuscritos de Greenberg, de los que se servía Hart Cran Cr ane. e. O bi bien en, , un una a ve vez z qu que e ha habí bía a en enco cont ntra rado do el di disc sco o bu busc scad ado, o, pasaba de pronto a contarme una pequeña anécdota de su vida en Albania, Albania, que, de manera manera curiosa curiosa e inesperad inesperada, a, guardaba guardaba relación relación con un determinado poema de T. S. Eliot o de Saint John Perse. Refiero estas divagaciones porque eran un refrescante antídoto a esa especie de obsesionante conversación de tema único y espa es pant ntos osam amen ente te tr tris iste te, , en la qu que e se co compl mplac acen en lo los s il ilus ustr trad ados os ingleses de Atenas. Una tarde pasada con esta banda de cretinos mantecosos me dejaba siempre de un humor de perros. El griego es vivo hasta la punta de las uñas, respira vitalidad, es efervesce efervescente, nte, de espíritu espíritu omnipres omnipresente. ente. El inglés inglés es linfático linfático, , hecho para acomodarse en un sillón, sentarse junto al fuego o en una taberna sucia, la jaula de la ardilla didáctica. Durrell tenía un perverso placer en observar mi desconcierto en presencia de sus comp co mpat atri riot otas as. . To Todo dos, s, fu fuer eran an lo los s qu que e fu fues esen en, , se pa pare recí cían an a lo los s dibujos animados de su Libro Negro, esa devastadora crónica de la muerte inglesa. En presencia de un inglés, Katsimbalis no daba pie con co n bo bola la. . Na Nadi die e lo los s od odia iaba ba ve verd rdad ader eram amen ente te, , er eran an si simp mple leme ment nte e imposibles. Esa misma tarde, un poco más tarde, tuve el privilegio de que me pres pr esen enta tara ran n a al algu guna nas s mu muje jere res s gr grie iega gas s am amig igas as de la he herm rman ana a de Seferiades. Una vez más me sorprendió la ausencia en ellas de esos defectos que hacen parecer perfectamente fea a la más bella de las americanas o inglesas. Una griega, aunque sea culta, es primero y ante todo una mujer. Exhala un perfume distinto, os reconforta y os ha hace ce vi vibr brar ar. . Gr Grac acia ias s a la as asim imil ilac ació ión n de del l el elem emen ento to gr grie iego go venido del Asia Menor, la nueva generación de mujeres atenienses ha ganado en belleza y vigor. La joven griega corriente que se ve en la ca call lle e es su supe peri rior or en to todo dos s lo los s asp spec ecto tos s a su col oleg ega a americana. Sobre todo tiene carácter y raza, conjunto de cosas que está es tá en lug ugar ar de la be bell llez eza a in inm mor orta tal l y qu que e dis ist tin ingu gue e a los descendientes de los pueblos antiguos de los retoños bastardos del Nuevo Mundo. ¿Cómo podría olvidar a la joven que nos encontramos un día al pie de la Acrópolis? Tal vez tenía diez años, tal vez cato ca torc rce. e. Su ca cabe bell llo o er era a de or oro o ro roji jizo zo; ; su sus s ra rasg sgos os ta tan n no nobl bles es, ,
graves y austeros como las cariátides del Erecteion. Jugaba con sus su s co comp mpañ añer eros os en un pe pequ queñ eño o so sola lar, r, an ante te un gr grup upo o de ch choz ozas as desvencijadas que habían escapado de la demolición Dios sabe cómo. Cualqu Cualquier iera a que haya haya leído leído La mu muer erte te en Ve Vene neci cia a ju juzg zgar ará á de mi sinceridad si digo que ninguna mujer, ni aun la más exquisita que haya visto, es o fue capaz de despertar en mí un sentimiento de admiración comparable al que hizo nacer esta joven. Si el destino la pusiera en mi camino, no sé qué locura sería capaz de cometer. Era niña, niña, virgen, virgen, angélica, angélica, seductora seductora, , sacerdot sacerdotisa, isa, prostitu prostituta, ta, prof pr ofet etis isa, a, to todo do en un una a pi piez eza. a. En el ella la es esta taba ban n la an anti tigu gua a y la mode mo dern rna a Gr Grec ecia ia; ; no te tení nía a ni ning ngun una a ra raza za, , ni ning ngun una a ép époc oca, a, ni ning ngun una a cast ca sta. a. Er Era a ún únic ica, a, fa fabu bulo losa same ment nte e ún únic ica. a. En la so sonr nris isa, a, le lent nta a y sostenida, que nos dirigió durante el momento que nos detuvimos a mira mi rarl rla a ha habí bía a es esa a en enig igmá máti tica ca cu cual alid idad ad qu que e ha in inmo mort rtal aliz izad ado o Leonardo de Vinci, que se encuentra en todo el arte búdico, en las grandes cavernas de la India y en las fachadas de sus templos, en las la s ba bail ilar arin inas as de Ja Java va o de Ba Bali li, , y en la las s ra raza zas s pr prim imit itiv ivas as, , principalmente en África, y que parece ser la expresión más alta de las realizaciones espirituales de la raza humana, pero que hoy día está totalmente ausente del rostro de la mujer occidental. Y permitidm permitidme e ahora ahora una extraña extraña reflexión: reflexión: la mayor mayor aproximaci aproximación ón a esta es ta cu cual alid idad ad en enig igmá máti tica ca la he ob obse serv rvad ado o en la so sonr nris isa a de un una a campesina de Corfú, una mujer que tenía seis dedos en el pie, que era verdaderamente fea y a quien todo el mundo consideraba como un monstruo. Como todas las campesinas, iba a la fuente a llenar su cánt cá ntar aro, o, a la lava var r su ro ropa pa, , y a ch chis ismo morr rrea ear. r. La fu fuen ente te es esta taba ba situada al pie de un abrupto declive, alrededor del cual corría un sendero de cabras. Por todas partes se veían espesos bosques de umbrosos olivos, cortados aquí y allá por barrancos que servían de cauce a los torrentes montañosos que estaban completamente secos en verano. Esta fuente ejercía sobre mí una fascinación extraordinaria. Era un lugar reservado a la hembra de carga, a la virgen fuerte y alegre que podía llevar con gracia o soltura su cántaro de agua atado a la espalda, a la vieja bruja desdentada cuya encorvada espalda era todavía capaz de aguantar una pesada carga de leña, a la viuda con su disperso rebaño de hijos, a las sirvientas de risa fácil, a las esposas que hacían el trabajo del holgazán marido; en una palabra, a toda clase de mujer, exceptuando la gran señorona, o a la inglesa ociosa de la vecindad. La primera vez que observé a esas mujeres, subiendo penosamente la escarpada pendiente, como antiguamente lo hacían las mujeres de la Biblia, sentí un angustioso pesar. La manera misma de sujetar con corr co rre eas el pe pesa sado do cán ánta tar ro sob obr re su es esp pal alda da, , me pro rodu duj jo un sentimiento de humillación. Y mucho más al pensar que los hombres capaces de realizar esta humilde tarea estaban con toda prob pr oba abi bili lida dad d se sen nta tado dos s en la fr fres esca ca som ombr bra a de una tab abe ern rna a o tumb tu mbad ados os ba bajo jo un ol oliv ivo. o. Mi pr prim imer er pe pens nsam amie ient nto o fu fue e al aliv ivia iar r a nuestr nuestra a joven joven sirvie sirvienta nta de esta esta inferi inferior or tarea. tarea. Tenía Tenía deseo deseo de sentir sobre mi espalda, el peso del cántaro, de conocer en mis músculos el sentido de este repetido viaje a la fuente. Cuando comuniqué este deseo a Durrell, levantó horrorizado los brazos al
cielo. Eso no podía hacerse, gritó, riéndose de mi ignorancia. Le dije que me era igual que se pudiera o no hacerse y que no me privas privase e de un placer placer que nunca nunca había había experi experimen mentad tado. o. Me suplic suplicó ó "que "q ue no lo hic ici ier era a en con ons sid ider erac aci ión a él. Aña ñadi dió ó qu que e ser ería ía desconsiderado y que los griegos se burlarían de nosotros. En una palabra, armó tanto ruido que me vi obligado a desechar mi idea. Pero en el curso de mis paseos por la colina, solía detenerme en la fuente para apagar la sed. Y un día observé al monstruo de seis dedos. La mujer estaba de pie, descalza en el barro que le llegaba hasta los tobillos, lavando un paquete de ropa. Innegablemente era fea, pero hay muchas clases de fealdad y la suya era de las que en vez ve z de re repe pele ler r at atra raen en. . En pr prim imer er lu luga gar r er era a fu fuer erte te, , mu musc scul ulos osa, a, llena de vida, un animal dotado de alma humana y de un indiscutible atractivo sexual. Cuando se inclinaba para escurrir un par de pantalon pantalones, es, la vitalidad vitalidad de sus miembros miembros se silueteaba silueteaba y lucía lucía a través de la falda rota y manchada que se adhería a su carne morena. Sus ojos lucían como brasas, como si fueran los de una bedu be duín ína. a. Su Sus s la labi bios os er eran an ro rojo jo sa sang ngre re; ; su sus s di dien ente tes, s, só sóli lido dos s y regula regulares res, , blanco blancos s como como el yeso. yeso. Sus negros negros y espeso espesos s cabell cabellos os caían sobre su espalda en mechones ricos, untuosos, como saturados de aceite de oliva. Renoir la hubiera encontrado muy bella; no se hubiera fijado en sus seis dedos ni en lo grosero de sus rasgos. Hubi Hu bier era a se segu guid ido o la on ondu dula laci ción ón de la ca carn rne, e, la pl plen enit itud ud de lo los s senos, el suave balanceo de su paso, la superabundante fuerza de sus brazos, piernas y torso. Le hubiera encantado la línea plena y generosa de la boca, la mirada negra y brillante, la forma de la cabeza y las vagas y lucientes sombras que caían en cascada sobre la ro robu bust sta a co colu lumn mna a de su cu cuel ello lo. . Hu Hubi bier era a ad adve vert rtid ido o la lu luju juri ria a anim an imal al, , el in inex exti ting ngui uibl ble e ar ardo dor, r, el fu fueg ego o en la las s en entr trañ añas as, , la tenacidad del tigre hembra, la rapacidad, el hambre devoradora, el furioso apetito de la hembra que no es solicitada porque tiene un dedo extra. Sea como fuese, y dejando aparte a Renoir, esta mujer tenía un algo en su sonrisa que reavivó en mí la joven que vi al pie de la Acró Ac róp pol olis is. . Ya he di dich cho o qu que e era la may ayor or ap apr rox oxim imac aci ión a esa cual cu alid idad ad en enig igmá máti tica ca qu que e me pa pare reci ció ó gr grab abad ada a en el ro rost stro ro de la joven de los cabellos de oro rojizo. Por eso, y por paradójico que pued pu eda a pa pare rece cer, r, cr creo eo qu que e am amba bas s er eran an to tota talm lmen ente te op opue uest stas as. . El mons mo nstr truo uo po podr dría ía ha habe ber r al alum umbr brad ado o a es esta ta de desl slumb umbra rant nte e be bell llez eza, a, porque en su inflamado sueño de amor, su abrazo hubiera franqueado un abismo, sobrepasando todo lo que puede imaginar la mujer más desesperadamente desechada por el amor. Todo su poder de seducción se hubiera situado en el ataúd del sexo, donde, en las tinieblas de sus lomos, la pasión y el deseo se quemaban lanzando una espesa humareda. Renunciando a toda esperanza de seducir al hombre, las violencias de su carne se volverían hacia los objetos de deseo prohib prohibido idos, s, hacia hacia los animal animales es del campo, campo, las cosas cosas inanima inanimadas das, , los lo s ob obje jeto tos s de ve vene nera raci ción ón y la las s de deid idad ades es mi mito toló lógi gica cas. s. En su sonrisa sonrisa había había algo de la embriaguez embriaguez de la tierra tierra agostada agostada después del de l pa paso so de un una a re repe pent ntin ina a y fu furi rios osa a to torm rmen enta ta. . So Sonr nris isa a de lo insa in sac cia iabl ble e en la qu que e mi mil l be beso sos s ar ardi dien ent tes no hac ace en má más s qu que e
estimu esti mula lar r el ap apet etit ito o de re reno nova vado dos s as asal alto tos. s. No sé có cómo mo, , de un una a manera curiosa e inexplicable, se ha quedado grabado en mi memoria como el símbolo de este apasionado deseo de amor ilimitado que he sentido en menor grado en todas las mujeres griegas. Casi diría que este apetito insaciable de belleza, de pasión y de amor es el símbolo mismo de Grecia. Durant Dura nte e ve vein inte te añ años os so soñé ñé co con n vi visi sita tar r Cn Cnos osso sos. s. Nu Nunc nca a po podí día a imaginarme lo fácil que sería hacer este viaje. En Grecia basta con decir a alguien que se tiene la intención de visitar un cierto lugar y ¡ya está!, en unos instantes hay un coche esperándote en la puerta. Esta vez el coche se convirtió en avión. Seferiades quiso hacerme viajar a toda pompa. Fue un gesto poético que acepté como poeta. Era la primera vez que subía en avión, y probablemente será la última. Me sentía como un idiota, sentado en el cielo y con los brazos cruzados. Mi vecino leía un periódico, ajeno aparentemente a las nubes que rozaban las ventanas. Debíamos ir a unos ciento cincuenta kilómetros por hora, pero como no hacíamos más que pasar entre nubes, tenía la impresión de que no nos movíamos. En una palabra, era algo uniformemente aburrido y carecía por completo de sentido. Lamenté no haber tomado el barco Acrópolis que hacía una breve escala en Creta. El hombre está hecho para caminar por la tier ti erra ra y na nave vega gar r po por r lo los s ma mare res; s; la co conq nqui uist sta a de del l es espa paci cio o es está tá rese re serv rvad ada a pa para ra un una a et etap apa a po post ster erio ior r de su ev evol oluc ució ión, n, cu cuan ando do le broten auténticas alas y adquiera la forma del ángel que es por esen es enci cia. a. Lo Los s tr truc ucos os me mecá cáni nico cos s no ti tien enen en na nada da qu que e ve ver r co con n la verdadera naturaleza del hombre; no son más que trampas que pone la muerte para atraparlo. El avión se posó en Herakleion, que es un puerto de mar y una de las la s pr prin inci cipa pale les s ci ciud udad ades es de Cr Cret eta. a. La ca call lle e pr prin inci cipa pal l es un una a imagen casi perfecta de un decorado de película de cow-boys de tercera categoría. Encontré en seguida una habitación en uno de los dos hoteles de la ciudad, y me fui en busca de un restaurante. El gu gua ard rdia ia al qu que e pre regu gun nté té, , me cog ogió ió de del l bra raz zo y me ll llev evó ó amab am able leme ment nte e a un mo mode dest sto o lu luga gar r ce cerc rca a de la fu fuen ente te públi pública ca. . La comida era mala, pero me encontraba muy cerca de Cnossos y estaba demasiado emocionado para pensar en esas menudencias. Después de comer, pasé a un bar de enfrente, y tomé una taza de café turco. Dos alemanes, que habían llegado en el mismo avión que yo, estaban charlando de la conferencia sobre Wagner que iban a dar esa tarde. En su fatuidad no parecían darse cuenta de que se encontraban, con su em empo ponz nzoñ oñad ada a mú músi sica ca, , en el lu luga gar r do dond nde e na naci ció ó Ve Veni nize zelo los. s. Me levanté para dar un rápido recorrido por la ciudad. Unas puertas más má s al allá lá de del l ba bar, r, en un una a me mezq zqui uita ta tr tran ansf sfor orma mada da en «c «cin ine» e», , se anun an unc cia iaba ba un una a pe pelí lícu cul la de Lau aur rel y Har ardy dy. . Lo Los s niñ iño os que se apiñaban alrededor de la cartelera, manifestaban un entusiasmo tan grande como los niños de Dubuque o Kenosha, por ejemplo. Creo que el «cine» se llamaba «El Minoano». Me pregunté si también habría un «c «cin ine» e» en Cn Cnos osso sos, s, an anun unci cian ando do ta tal l ve vez z un una a pelíc películ ula a de lo los s hermanos Marx.
Herakleion es una ciudad desaseada que conserva todos los rasgos de la domina dominació ción n turca. turca. Las calles calles princip principale ales s están están llenas llenas de tiendas abiertas, en las que se puede encontrar, como en la Edad Medi Me dia, a, to todo do lo qu que e se qu quie iera ra. . Lo Los s cr cret eten ense ses s ll lleg egan an de del l ca camp mpo o empe em peri rifo foll llad ados os co con n un bi bien en co cort rtad ado o tr traj aje e ne negr gro, o, re real alza zand ndo o su elegancia con botas altas, la mayoría de las veces de cuero blanco o rojo. Después de los hindúes y bereberes, son los hombres más apue ap uest stos os, , má más s no nobl bles es y di dign gnos os de todos todos lo los s qu que e he vi vist sto. o. So Son n infi in fini nita tame ment nte e de me mejo jor r pa pare rece cer r qu que e la las s mu muje jere res; s; so son n un una a ra raza za aparte. Caminé hasta el límite de la ciudad donde, al igual que ocurre siempre en los Balcanes, todo tiene un brusco final, como si el monarca que hubiera trazado los planos de esta extraña construcción se hubiera vuelto loco de repente, dejando la gran puer pu ert ta ba bala lanc nceá eán ndo dose se en un una a bi bisa sagr gra a. Es el lug ugar ar don ond de se concentra concentran n los autobuse autobuses s como desarticul desarticulados ados gusanos, gusanos, esperando esperando que el polvo de la llanura los ahogue y los hunda en el olvido. Volv Vo lví í so sobr bre e mis pa pas sos y me me metí tí en un lab aber erin int to de cal alle les s estrechas y tortuosas que forman el barrio residencial y que, aun siendo perfectamente griego, tiene el sabor y el ambiente de un puesto de vanguardia inglés en las Antillas. Durante mucho tiempo intenté imaginarme a qué se podía parecer la llegada a Creta. En mi ignorancia había supuesto que la isla estaba poco densamente poblada, y que sólo contaba con el agua que le llevaban de la tier ti erra ra fi firm rme; e; cr creí eía a en enco cont ntra rar r un una a co cost sta a de as aspe pect cto o de desé sért rtic ico, o, dotada de unas cuantas ruinas centelleantes que serían Cnossos, y más allá de Cnossos un desierto semejante a esas vastas exte ex tens nsio ione nes s au aust stra rali lian anas as do dond nde e el do dodo do, , ev evit itad ado o po por r la las s ot otra ras s especi especies es emplum emplumada adas s del matorr matorral, al, entier entierra ra melanc melancóli ólicam cament ente e su cabeza en la arena y silba por el otro extremo. Me acordé de que uno de mis amigos, escritor francés, había cogido la disentería en esta es ta is isla la y le ha habí bía an ca carg rgad ado o en un mul ulo o ha has sta una peq equ ueñ eña a embarcación, donde, por Dios sabe qué milagro, le transbordaron a un bu buqu que e de ca carg rga a y re reg gre resó só a tie ier rra fir irme me en un es esta tad do de deli de liri rio. o. Va Vaga gaba ba en la ni nieb ebla la, , pa pará ránd ndom ome e de ve vez z en cu cuan ando do pa para ra escuchar un disco cascado que tocaba un gramófono colocado sobre una silla en medio de la calle. Los carniceros llevaban delantales manchados de sangre; estaban de pie ante mostradores primitivos, en pequeñas barracas, como aún puede verse en Pompeya. Casi a cada paso, las calles daban a una plaza pública flanqueada de inmensos edificios dedicados a la ley, la administración, la religión, la educación, la enfermedad y la locura. La arquitectura tenía ese sorprendente realismo que caracteriza las obras de los primitivos populares tales como Bombois, Peyronnet, Kane, Sullivan y Vivin. Bajo el sol deslumbrador, este o el otro detalle —una verja, un inofensivo bastión— se destacan con asombrosa precisión, tal como sólo se encuentra en las pinturas de los muy grandes o de los locos. No hay un centímetro de Herakleion que no ofrezca materia para el lienzo; esta ciudad es un caos, una anomalía completa, un monumento de heterogeneidad, un lugar de sueño suspendido en el vacío entre Europa y África, exhalando un fuerte olor de cuero
bruto, de carvi y de frutos tropicales. El turco la ha brutalizado, está infectada con los vapores inofensivos de agua de rosas, como el que se despide del fondo de las páginas de Dickens. No tiene nada en común con Cnossos o Faestos, pero es minoana a la manera en que son americanas las creaciones de Walt Disney; es un forúnculo en la cara del tiempo, una llaga que obliga al enfermo a rest re stre rega gars rse, e, co como mo ha hace ce un ca caba ball llo o qu que e du duer erme me de pi pie e so sobr bre e la las s cuatro patas. Tenía en mi bolsillo una carta de presentación para el personaje literario más importante de Creta, amigo de Katsimbalis. Al caer la tarde lo encontré en el mismo café en que los alemanes habían fraguado su maquinación wagneriana. Lo llamaré señor Tsoutsou, ya que qu e de desg sgra raci ciad adam amen ente te he ol olvi vida dado do su no nomb mbre re. . El se seño ñor r Ts Tsou outs tsou ou habl ha bla aba fran fr ancé cés, s, ingl in glés és, , ale lem mán án, , esp es pañ añol ol, , ita tali lia ano no, , rus ru so, portugués, griego, turco, árabe, griego demótico, griego periodístico y griego antiguo. Era compositor, poeta, erudito, y amig am igo o de co come mer r y be bebe ber r bi bien en. . Co Come menz nzó ó a pr preg egun unta tarm rme e po por r Ja Jame mes s Joyce, Joyce, T. S. Eliot, Eliot, Walt Walt Whitma Whitman, n, André André Gide, Gide, Bretón Bretón, , Rimbau Rimbaud, d, Lautreamont, Levis Carroll, Monk Lewis, Heinrich Georg, y Rainer Mari Ma ria a Ri Rilk lke. e. Me pre reg gun unta tab ba por el ello los s co como mo si se tra rat tas ase e de pari pa rie ent ntes es o de co comu mune nes s am amig igos os. . Me ha habl blab aba a de el ello los s co como mo si vivi vi vier eran an, , lo qu que e gr grac acia ias s a Di Dios os es ve verd rdad ad. . Yo me ra rasc scab aba a la cabeza. Inició la serie de preguntas con Aragón. ¿Había leído El campesino de París? ¿Me acordaba del pasaje Jouffroy de París? ¿Qué pensaba de Saint John Perse? ¿Y de Nadja, de Bretón? ¿Había ido ya a Cnossos? Era necesario que al menos me quedase algunas semanas. Me haría conocer la isla de cabo a rabo. Era un muchacho lleno de salud y de cordialidad, y cuando le di a entender que me gustaba come co mer r y beb eber er bie ien, n, su ro ros str tro o se il ilum umin inó ó co con n una ex exp pre resi sión ón aprobatoria. Lamentaba sinceramente no estar libre esa tarde pero espera esperaba ba verme verme al día siguie siguiente nte. . Quería Quería present presentarm arme e al pequeñ pequeño o círculo de escritores de Herakleion. Se emocionó mucho al saber que venía de América, y me suplicó que le hablase un poco de Nueva York Yo rk, , lo cu cual al me re resu sult ltó ó po poco co me meno nos s qu que e im impo posi sibl ble, e, po por r cu cuan anto to desde hacía tiempo había dejado de identificarme con esa odiosa ciudad. Volví al hotel y dormí una pequeña siesta. Había tres camas en mi habitación habitación, , todas todas muy cómodas. Leí cuidadosam cuidadosamente ente el anuncio anuncio que qu e re reco come mend ndab aba a a lo los s cl clie ient ntes es ab abst sten ener erse se de da dar r pr prop opin ina a al personal. La habitación costaba diecisiete centavos por noche, y de pronto me vi, quieras o no, envuelto en vanos cálculos, pensando cu cuán ánt tas dr drac acm mas de debe berí ría an dar arse se de pr pro opi pina na si es est tuv uvie iera ra permitido. No había más que tres o cuatro clientes en el hotel. Yendo de pasillo en pasillo en busca del W.C., me encontré con la criada, una solterona de aire angelical, con cabello de paja y ojos oj os az azul ules es la lacr crim imos osos os, , qu que e me re reco cord rdó ó as asom ombr bros osam amen ente te a la sweden swedenbor borgia giana na conser conservad vadora ora de la Casa Casa de Balzac Balzac, , en Passy. Passy. Me trajo un vaso de agua en una bandeja de plomo, zinc y estaño. Luego, al bajar la persiana para desnudarme, observé a dos hombres y a una taquígrafa que me miraban desde la ventana de una casa comercial extranjera, situada al otro lado de la calle. Parecía
invero inve rosí sími mil l qu que e se pu pudi dier eran an tr trat atar ar as asun unto tos s en ab abst stra ract cto o en un lugar como Herakleion. La taquígrafa tenía un aire surrealista y los lo s ho homb mbre res, s, co con n la las s ma mang ngas as re rema mang ngad adas as co como mo en cu cual alqu quie ier r ca casa sa come co merc rcia ial l de del l mu mund ndo, o, ha hací cían an pe pens nsar ar fa fant ntás ásti tica came ment nte e en es esos os monstruos de nuestro mundo occidental que mueven el grano, el maíz y el tr trig igo o po por r ca carg rgam amen ento tos s en ente tero ros, s, po por r me medi dio o de del l te telé léfo fono no, , telégrafo y de las cotizaciones de Bolsa. Imaginad lo que sería encontrarse con dos hombres de negocios y una taquígrafa en una isla del Pacífico. Me dejé caer en la cama, y quedé sumido en el más profundo sueño. No se permiten las propinas; tal fue mi último pensamien pensamiento. to. ¡Y en verdad que es un magnífic magnífico o pensamie pensamiento nto para un viajero fatigado! Cuando me desperté era de noche. Levanté las persianas y miré la gran calle abandonada, desierta ahora. Un telégrafo repiqueteaba. Me vestí y me fui al restaurant restaurante e que estaba estaba al lado de la fuente. fuente. El camare camarero ro parecí parecía a estar estar esperá esperándo ndome, me, dispue dispuesto sto a servir servirme me de inté in tér rpr pret ete e co con n es ese e in ingl glé és ira raq qué ués s qu que e el gri rieg ego o er erra ran nte ha aprendido en el curso de sus vagabundeos. Pedí pescado frito y una bote bo tel lla de vi vin no tin into to de Cre reta ta. . Mi Mien entr tras as esp sper erab aba a a qu que e me sirvieran, me fijé en un hombre que miraba a través de la gran vidriera. Se marchó y volvió al cabo de unos minutos. Finalmente, se de deci cidi dió ó a en entr trar ar. . Vi Vino no di dire rect ctam amen ente te ha haci cia a mí y co come menz nzó ó a hablarme en inglés. ¿No era yo el señor Miller llegado en avión unas horas antes? Sí, yo era. Me pidió permiso para presentarse. Era el señor señor fulano fulano, , vicecó vicecónsu nsul l britán británico ico en Herakl Herakleio eion. n. Había Había adve ad ver rti tido do que yo er era a am amer eric ican ano o. Se de det tuv uvo o un mo mom men ento to, , co como mo embarazado, y después continuó diciendo que la sola razón que le había llevado a presentarse era para hacerme saber que, durante el tiempo tiempo que permaneciese permaneciese en Creta, Creta, debía debía consider considerar ar sus humildes humildes serv se rvic icio ios s a mi en ente tera ra di disp spos osic ició ión. n. Me di dijo jo qu que e er era a or oriu iund ndo o de Esmirn Esmirna, a, y agregó agregó que que todos todos los griego griegos s de Esmirna Esmirna estab estaban an en eterna deuda con el pueblo americano. Me dijo que podía solicitarle cualquier favor por grande que fuera. Como Co mo es na natu tura ral l mi re resp spue uest sta a no po podí día a se ser r ot otra ra qu que e ro roga garl rle e tomara asiento y compartiese mi cena. Y eso hice. Me explicó que le era imposible aceptar ese honor; estaba obligado a cenar en su casa, pero... ¿no le concedería el honor de ir a su casa después de cenar a tomar café con su esposa y con él? Como representante del gran pueblo americano (aunque no muy seguro del papel heroico que qu e ha habí bía amo mos s te teni nido do en el des esas astr tre e de Esm smi irn rna) a), , ac acep ept té muy complacido, me levanté, me incliné, le tendí la mano y le acompañé hasta la puerta puerta donde donde tuvo lugar un nuevo nuevo intercambi intercambio o de gracias, gracias, de amabilidades y de felicitaciones. Volví a la mesa, quité la piel pi el de del l pe pesc scad ado o fr frit ito, o, y co come menc ncé é a hu hume mede dece cer r el ga gazn znat ate. e. La comida era más infecta aún que la del mediodía, pero el servicio era extraordinario. Todo el restaurante estaba al corriente de la llegada de un visitante de categoría, que compartía en ese momento con co n el ello los s la hu humi mild lde e co cola laci ción ón. . El se seño ñor r Ts Tsou outs tson on y su mu muje jer r hicieron una breve aparición para ver cómo iba. comentar alegre alegremen mente te el aspect aspecto o delici delicioso oso y apetit apetitoso oso de mi pescad pescado o sin piel, y desaparecieron con reverencias y zalemas que comunicaban
un es estr tre eme meci cim mie ient nto o elé léc ctr tric ico o a la las s es espa pald ldas as de la reu euni nida da client clientela ela del más select selecto o restau restauran rante te de Herakl Herakleio eion. n. Comenc Comencé é a sentirme como alguien a quien va a sucederle un acontecimiento de considerable importancia. Pedí al camarero que enviara al chasseur a buscar un café y un coñac. Nunca en mi vida, un vicecónsul o cualquier otro funcionario, exceptuando un guardia o policía; se había ocupado de mí en un lugar público. El avión había sido la causa. Surtió el mismo efecto que una carta de recomendación. La vivienda del vicecónsul era bastante imponente para Herakleion. La verdad es que se parecía más a un museo que a una casa ca sa. . Me se sent ntía ía un po poco co ne nerv rvio ioso so, , un po poco co de desc scon once cert rtad ado. o. El vicecó vicecónsu nsul l era un hombre hombre bueno, bueno, de gran gran corazó corazón, n, pero pero vanido vanidoso so como un pavo. Tamborileaba nerviosamente el brazo de su sillón, esperando con impaciencia que su mujer acabara de hablar de París, Berlín, Praga, Budapest, etc., para confiarme que era autor de un libro sobre Creta. No cesaba de repetir a su esposa que yo era periodista, insulto que normalmente encuentro difícil de tragar, pero en este caso no me consideré ofendido ya que el vicecónsul cons co nsid ider erab aba a a to todo dos s lo los s es escr crit itor ores es co como mo pe peri riod odis ista tas. s. To Tocó có el timb ti mbre re y or orde denó nó mu muy y se sent nten enci cios osam amen ente te a la cr cria iada da qu que e fu fuer era a a buscar en la biblioteca un ejemplar de su libro sobre Creta. Me confesó que era su primer libro, pero que dada la ignorancia y confusión que tenían los turistas sobre Creta, había juzgado como un deber escribir lo que sabía de su país de adopción, dando a este es te es escr crit ito o un una a fo form rma a má más s o me meno nos s et eter erna na. . Re Reco cono nocí cía a qu que e si sir r Arthur Evans había dicho todo lo que se podía decir en un estilo impecable, pero que había pequeñas cosas, nimiedades naturalmente, que qu e un una a ob obra ra de es esa a ex exte tens nsi ión y gr gra and ndez eza a no pod odía ía esp sper era ar cont co nten ener er. . Me ha habl bló ó de su ob obra ra ma maes estr tra a en es este te to tono no po pomp mpos oso, o, florido y perfectamente fatuo. Me dijo que un periodista como yo, sería una de las escasas personas capaces de apreciar en su justo valor lo que él había hecho por la causa de Creta, etcétera. Me tendió tendió el libro libro para que le echara un vistazo. vistazo. Me lo pasó como si se tratase de la Biblia de Gutenberg. Lo hojeé y me di cuenta de que me las había con un «maestro popular del realismo», hermano consanguíneo del hombre que había descrito Una cita con el alma. Me pregun preguntó tó en un tono tono falsam falsament ente e modesto modesto si estaba estaba escrit escrito o en buen inglés, ya que el inglés no era su lengua materna. Quería decir con eso que si hubiera escrito el libro en griego, estaría por encima de toda crítica. Le pregunté amablemente dónde podía procurarme un ejemplar de esa obra manifiestamente extraordinaria, y en ento ton nce ces s me inf nfo orm rmó ó qu que e si pa pasa saba ba por su des espa pach cho o al dí día a siguiente por la mañana me lo regalaría, en recuerdo de esa feliz casualidad que había culminado en el encuentro de dos espíritus en perfecta armonía con las glorias del pasado. Simple prólogo a una catarata de retórica que tuve que soportar hasta que pude batirme en retirada y desearle buenas noches. Vino en seguida el desastre de Es Esmi mirn rna, a, ac acom ompa paña ñado do de del l re rela lato to tr trem emen endo do y de deta tall llad ado o de lo los s horrores cometidos por los turcos con los indefensos griegos, y la genero generosa sa interv intervenc ención ión del pueblo pueblo americ americano ano que nadie nadie en Grecia Grecia olvida olvidaría ría hasta hasta el día de su muerte muerte. . Intent Intenté é desesp desespera eradame damente nte, ,
mientras él daba vueltas a las atrocidades y horrores, acordarme de qué hacía yo en este trágico momento de la historia de Grecia. Por lo que recordaba, el suceso debió acontecer el año que buscaba trabajo sin la menor intención de encontrarlo. Lo que me recordó que, por desesperada que me pareciera entonces mi situación, ni siqu si quie iera ra me pr preo eocu cupé pé de ec echa har r un una a oj ojea eada da a lo los s an anun unci cios os qu que e ofrecían trabajo. Al día siguiente por la mañana cogí el autobús para Cnossos. Desde el lugar de parada del autobús hasta las ruinas había a pie su buen kilómetro y medio. Estaba en una exaltación tan grande que tenía la sensación de caminar en el aire. Al fin se iba a realizar mi sueño. El cielo estaba cubierto y caían algunas gotas, mientras cami ca mina naba ba al aleg egre reme ment nte. e. Un Una a ve vez z má más, s, co como mo en Mi Mice cena nas, s, el lu luga gar r ejercía sobre mí una violenta atracción. Finalmente, al dar una vuelta, me detuve en seco. Tenía la sensación de haber llegado. Busq Bu squé ué se seña ñale les s de la las s ru ruin inas as a mi al alre rede dedo dor. r. No ve veía ía na nada da. . Me qued qu edé é qu quie ieto to du dura rant nte e un unos os mi minu nuto tos, s, mi mira rand ndo o in inte tens nsam amen ente te lo los s alrededores de las suaves y lisas colinas, que apenas rozaban el eléctrico azul del cielo. Deben estar allí, me decía; no puedo equivocarme. Volví sobre mis pasos, y caminando a campo través, descendí al fondo de una quebrada. De repente, a mi izquierda, vi un pab abel ell lón con las co col lum umna nas s pi pint nta ada das s en col olor ores es cru rud dos y atrevidos atrevidos: : el palacio palacio del rey Minos. Minos. Estaba Estaba delante de la entrada entrada posterior de las ruinas, en medio de un bloque de edificaciones que tenían aspecto de haber sido arrasadas por el fuego. Di la vuelta a la colina para llegar a la entrada principal, y seguí a un pe pequ queñ eño o gr grup upo o de gr grie iego gos s di diri rigi gido dos s po por r un gu guía ía qu que e ha habl blab aba a chino para mí. Se ha discutido mucho la estética de los trabajos de restauración de sir Arthur Evans. Me consideraba incapaz de llegar a una conclusión definitiva sobre ese tema. Aceptaba la cosa como un hecho consumado. Cualquiera que fuera el aspecto de Cnossos en el pa pasa sado do y cu cual alqu quie iera ra qu que e se sea a en el po porv rven enir ir, , el qu que e le ha conferido Evans es el único que conoceré. Le estoy agradecido por lo que ha hecho, reconocido por haberme permitido bajar la gran escale escalera ra y sentar sentarme me en ese trono trono maravi maravillos lloso, o, cuya cuya réplic réplica a del Tribunal de la Paz, en La Haya, es hoy día una reliquia del pasado casi tanto como el original. Cnosso Cnossos s sugier sugiere e en todas todas sus manife manifesta stacio ciones nes el esplen esplendor dor, , el equi eq uili libr brio io es espi piri ritu tual al y la op opul ulen enci cia a de un pu pueb eblo lo po pode dero roso so y pacífico. Cnossos es alegre, lleno de salud, saludable y salubre. Con toda evidencia, la gente baja debió desempeñar un importante papel. Se ha dicho que, a lo largo de su dilatada historia, se expe ex peri rime ment ntar aron on to toda das s la las s fo form rmas as de go gobi bier erno no co cono noci cida das s po por r el homb ho mbre re; ; en mu much chos os as aspe pect ctos os, , Cn Cnos osso sos s es está tá mu much cho o má más s pr próx óxim imo o al espíritu de los tiempos modernos, diría al del siglo veinte, que ciertas otras épocas más cercanas del mundo helénico. Se nota la influencia de Egipto, la presencia directa, familiar, humana del mundo etrusco, la sabiduría, el genio de organización comunitaria de lo los s in inca cas. s. Si Sin n pre ret ten ende der r ap apoy oyar arme me en ni nin ngu guna na se seg gur urid idad ad científica, he sentido, como raramente me había ocurrido ante las
ruinas del pasado, que durante largos siglos la paz debió reinar en estos lugares. Cnossos tiene algo muy enraizado a la tierra: esa es a es espe peci cie e de at atmó mósf sfer era a qu que e se su sugi gier ere e cu cuand ando o se pr pron onun unci cian an palabras como chino o francés. El aspecto religioso parece estar delicadamente atenuado. Las mujeres han desempeñado un importante papel en los asuntos de este pueblo. El genio del juego es también muy observable. En resumen, la nota dominante es la alegría. Se advi ad vier erte te qu que e el ho homb mbre re de Cn Cnos osso sos s vi viví vía a go goza zand ndo o de vi vivi vir, r, si sin n torturarse con el pensamiento del más allá, sin dejarse ahogar ni constreñir por ese respeto hindú hacia los manes de los antepasados; era religioso en el único modo conveniente para el hombre: sacando el máximo partido de todo lo que cae en su mano, extr ex tray ayen endo do de ca cada da in inst stan ante te qu que e pa pasa sa la es esen enci cia a de la vi vida da. . Cnossos era de este mundo, dando a esta palabra el mejor sentido. .La civilización de la que era el compendio, se desarr desarroll olló ó quince quince siglos siglos antes antes de Jesucri Jesucristo sto, , legand legando o al mundo mundo occi oc cide dent ntal al un una a he here renc ncia ia ún únic ica, a, la má más s gr gran andi dios osa a qu que e ha hast sta a el presente haya conocido el hombre: el alfabeto. En otra parte de la isla is la, , en Go Gort rtyn yna, a, es este te de desc scub ubri rimi mien ento to se ha in inmo mort rtal aliz izad ado o en enormes bloques de piedra, que corren a través del campo como una muralla china en miniatura. Hoy día la magia ha desaparecido del alfabeto, forma muerta que sólo expresa pensamientos muertos. Volviendo en busca del autobús, me detuve en un pueblecito para echa ec har r un va vaso so. . El co cont ntra rast ste e en entr tre e el pasad pasado o y el pr pres esen ente te er era a formidable, como si se hubiera perdido el secreto de la vida. Los homb ho mbre res s qu que e se ag agru rupa paba ban n a mi al alre rede dedo dor r te tení nían an an ante te mi mis s oj ojos os aspe as pect cto o de br brut utos os sa salv lvaj ajes es. . Er Eran an si simp mpát átic icos os, , ho hosp spit ital alar ario ios s en grado grado sumo, sumo, pero pero compar comparado ados s con los minoic minoicos os parecí parecían an animale animales s domésticos abandonados. No me refiero a su falta de comodidades, ya que en esa materia no veo gran diferencia entre la vida del campesino griego y la del «colíe» chino o la del bracero ambulante americano sin oficio. Me refiero a la ausencia de esos elementos esenciales de la vida, que hacen posible la verdadera existencia de una sociedad de seres humanos. La gran carencia fundamental que se observa por todas partes en nuestro mundo civilizado, es la total ausencia de aquello que facilita una forma de existencia en común. Nos hemos convertido en nómadas del espíritu. Todo lo que se relaciona con el alma se hunde como un barco en alta mar, y sus desp de spoj ojos os so son n ar arro roja jado dos s a la or oril illa la po por r la las s ol olas as. . El pu pueb eblo lo de Hagia Triada, mirado desde cualquier época, se destaca como una joya jo ya de co cohe here renc ncia ia, , de in inte tegr grid idad ad y de si sign gnif ific icad ado. o. Cu Cuan ando do un miserable pueblo griego como el que me refiero, y del que América nos ofrece análogas semejanzas, embellece su pequeña y embrutecida vida adoptando el teléfono, la radio, el automóvil, el tractor, etc. et c., , el sen ent tid ido o de la pal ala abr bra a «c «com omun una al» se en encu cuen entr tra a ta tan n fant fa ntás ásti tica came ment nte e fa fals lsea eado do, , qu que e se ll lleg ega a un uno o a pr preg egun unta tar r qu qué é se entiende por las palabras «sociedad humana». No hay nada humano en esas aglomeraciones esporádicas de seres humanos; están más bajas que qu e cu cual alqu quie ier r ni nive vel l de vi vida da qu que e ha haya ya co cono noci cido do el gl glob obo. o. So Son n inferiores en todo a los pigmeos, verdaderos nómadas que se mueven en completa libertad, en una deliciosa sensación de seguridad.
Mientras bebía mi vaso de agua, que tenía un raro sabor, escuché a uno de esos tipos envanecidos contar sus recuerdos de los días de esplen esplendor dor que había había conoci conocido do en Herkim Herkimer, er, Nueva Nueva York. York. Había Había tenido allí una confitería, y parecía estar agradecido a América por haberle permitido ahorrar los miles de dólares que necesitaba para regresar a su país natal, y reemprender la degradante tarea a la que estaba acostumbrado. Corrió a su casa para buscar un libro que había traído de América, en recuerdo de aquella maravillosa época en que ganaba dinero. Era un almanaque agrícola, lleno de huellas de sus grasosos dedos, salpicado de excrementos de moscas, pioj pi ojos os.. ... . En la cu cuna na mi mism sma a de nu nues estr tra a ci civi vili liza zaci ción ón, , un ti tipo po asqueroso y lleno de roña me brindaba nada menos que este precioso monstruo de literatura: el almanaque. El dueño del almanaque y yo estábamos sentados ante una mesa, al lado la do de la car arre rete ter ra, en el cen ent tro de un gr grup upo o de ro rost stro ros s visiblemente impresionados. Pedí una ronda de coñac y me entregué a la las s pr preg egun unta tas s de mi in inte terl rloc ocut utor or. . Av Avan anzó zó un ti tipo po, , y pu puso so su grue gr ues so y vel ellu ludo do ded edo o so sobr bre e un una a fo foto togr gra afí fía a de una má máq qui uina na agrícola. El interlocutor dijo: «Buena máquina, a él le gusta». Otro cogió el libro y lo hojeó humedeciéndose el pulgar, gruñendo de vez en cuando cuando para para manife manifesta star r su placer. placer. «Libro «Libro intere interesan sante te mucho —dijo el interlocutor—, él gusta libros americanos.» Y de repente, al ver a un amigo detrás suyo: «Ven aquí», le gritó. Me lo presentó: «Nick. Él trabajó Michigan. Gran Granja. Él también gust gu star ar Am Amér éric ica» a». . No Nos s di dimo mos s la ma mano no co con n Ni Nick ck. . Y Ni Nick ck me di dijo jo: : «¿Usted de Nueva York? Yo fui Nueva York una vez». Hizo un gesto con co n la las s ma mano nos s pa para ra in indi dica car r lo los s ra rasc scac acie ielo los. s. De Desp spué ués s se pu puso so a char ch arl lar an anim ima ada dam men ente te co con n lo los s otr tro os. Br Brus usc cam amen ente te se hiz izo o el silencio, y el interlocutor me declaró: «Querrían saber cuánto le gusta a usted Grecia». —Es un país extraordinario extraordinario —respondí. Se echó a reír: «Grecia muy pobre, ¿no? No dinero. América rica. Todo el mundo tener dinero, ¿no?». Le dije que sí, para complacerle. Se volvió hacia los otros y les explicó que estaba de acuerdo; América era un país muy rico, todo el mundo era rico, había montones de dinero. —¿Cuánto tiempo tiempo quedarse usted usted en Grecia? —me preguntó. —Quizás un año, año, tal vez dos —dije. Se echó a reír de nuevo, como si yo fuera un idiota. —¿Usted qué comercia? comercia? Le contesté que no tenía ocupaciones mercantiles. —¿Usted millonario? millonario? Le respondí que era muy pobre. Volvió a reírse con más ganas que antes. Los demás escuchaban atentamente. Les dijo algunas palabras muy de prisa. Y luego: «¿Usted qué toma? —me preguntó—. Cretenses amar mucho americanos. Cretenses muy amables. ¿Le gusta el coñac?» Afirmé con la cabeza. En ese preciso momento llegó el autobús. Hice ademán de levantarme para marcharme. «No prisa —dijo el interlocutor—. No sale aún. Tomar agua aquí.» Los Lo s de demá más s me so sonr nreí eían an. . ¿Q ¿Qué ué podía podían n pe pens nsar ar de mí mí? ? ¿Q ¿Que ue er era a un pájaro raro por venir a un lugar como Creta? Me preguntaron de
nuevo en qué me ocupaba. Hice el gesto de escribir con la pluma. —¡Ah! —gritó el interlocutor—. interlocutor—. ¿Periódico? Golpeó vigorosamente con las palmas y tuvo un animado discurso con el dueño de la fonda. Me trajeron un periódico griego. Me lo pusieron en las manos. «¿Usted leído esto?» Negué con la cabeza. Me quitó el periódico de las manos, y leyó en griego el titular en voz alta mientras los demás escuchaban gravemente. Mientras leía me fijé en la fecha. El periódico era de un mes atrás. El interlocutor me lo tradujo: «Aquí, decir presidente Roosevelt no quer qu erer er gu guer erra ra. . Hi Hitl tler er ma malo lo». ». Lu Luego ego se le leva vant ntó ó y, ag agar arra rand ndo o el bastón de uno de los presentes, lo puso en juego imitando a un hombre que dispara a bocajarro. «¡Pam! ¡Pam!» —hacía, moviéndose y encañonando a todos los presentes uno tras orto—. «¡ Pam! ¡ Pam! » Todo el mundo se reía de buena gana. «Yo —dijo, señalando su pecho con el pulgar—, yo buen soldado. Yo matar turcos... muchos. Yo matar, matar, matar. matar.» » E hizo hizo una mueca mueca feroz, feroz, sangui sanguinar naria. ia. «Crete «Cretenses nses buenos soldados. Italianos malos.» Se acercó a uno de los tipos, y cogiéndole por el cuello hizo el gesto de cortarle la garganta. «Italianos, ¡puah!» Escupió. «Yo matar Mussolini así... Mussolini malo. Griegos no amar Mussolini. Nosotros matar italianos, todos.» Se sentó, haciendo muecas y cloqueando. «Presidente Roosevelt ayudar griegos, ¿no?» Afirmé con la cabeza. «Griego, buen soldado. Él matar todo el mundo. Él temer nadie. ¡Fíjese! Yo solo...» Señaló a los lo s ot otro ros. s. «Y «Yo o gr grie iego go so solo lo.» .» In Indi dicó có a lo los s ot otro ros, s, em empu puña ñand ndo o de nuevo el bastón y blandiéndolo como una porra. «Yo matar todo el mundo... alemán, italiano, ruso, turco, francés. Griego no miedo.» Los demás se reían y hacían gestos de aprobación con la cabeza. Lo menos que puedo decir es que era convincente. El autobú autobús s se dispus dispuso o a partir partir. . Parecí Parecía a que se había había reunid reunido o todo el pueblo para decirme adiós. Subí al autobús, y con la mano les hice un gesto de despedida. Una niña se adelantó y me tendió un ramo de flores. El interlocutor gritó: «¡Hurra!» Un muchacho desgarbado gritó: «All rightt, y se echaron todos a reír. Esa noche, después de cenar, di un paseo por los arrabales de la ciudad. Tuve la sensación de caminar por el país de Ur. Anduve en dirección de un café brillantemente iluminado en la lejanía. Desde donde yo estaba —a una distancia de un kilómetro y medio aproximadamente— oía vociferar a un altavoz las últimas noticias de la guerra, primero en griego, después en francés, luego en inglés. Parecía esparcir las noticias a través del desierto. ¡Aquí Europa! Pare Pa rec cía est star ar muy lej ejos os, , en otr tro o co cont nti ine nent nte. e. El ru ruid ido o er era a ensordecedor. De pronto otro altavoz comenzó a gritar en dirección contraria. Retrocedí hasta llegar a una pequeña plaza, frente a un «cine» en el que se anunciaba una película del Oeste. Pasé ante algo al go qu que e pa pare recí cía a un una a en enor orme me fo fort rtal alez eza a ro rode dead ada a po por r un fo foso so si sin n agua. El cielo parecía estar muy bajo, lleno de nubes desgarradas, a través de las cuales la Luna navegaba vacilante. Me sentía fuera del mundo, mundo, aislad aislado o de todo, todo, perfec perfectam tament ente e extrañ extraño o en todas todas las acepciones de la palabra. Los altavoces acentuaban más aún esta sensación de aislamiento. Parecían estar de acuerdo para vociferar en un insensato estruendo con el fin de llevar las palabras mucho
más al más allá lá de mí mí, , ha hast sta a Ab Abis isin inia ia, , Ar Arab abia ia, , Pe Pers rsia ia, , Be Belu luch chis istá tán, n, China, Tibet. Las ondas sonoras pasaban por encima de mi cabeza; no iban destinadas a Creta; era simple casualidad si las había captado. Me lancé por las estrechas y sinuosas calles que llevaban a la plaza mayor. Me uní a una muchedumbre que estaba frente a una tienda de campaña donde se exhibían monstruos. Un tipo, agachado a un lado de la tienda tocaba con una flauta una extraña melodía. Apuntaba su flauta hacia la Luna que, en ese intervalo, se había agra ag rand ndad ado o y br bril illa laba ba má más. s. De la ti tien enda da sa sali lió ó un una a ba bail ilar arin ina, a, arrastrada de la mano por un cretino. La gente se reía burlonamente. En ese momento, al volver la cabeza, vi asombrado a una mujer descalza, con un cántaro sobre la espalda, que descendía una un a cu cues esta ta pr pron onun unci ciad ada. a. Te Tení nía a el eq equi uili libr brio io y la gr grac acia ia de un personaje de friso antiguo. Detrás de ella iba un borrico cargado de cá cánt ntar aros os. . El so soni nido do de la fl flau auta ta se hi hizo zo má más s ex extr trañ año, o, má más s insistente. Hombres con turbante, grandes botas blancas y levita negra, se apretujaban para entrar en la tienda abierta. Mi vecino sostenía por las patas a una pareja de pollos. Estaba en actitud está es táti tica ca, , co como mo hi hipn pnot otiz izad ado. o. A mi de dere rech cha a se ve veía ía un cu cuar arte tel, l, guar gu arda dado do po por r un una a ga gari rita ta an ante te la qu que e un so sold ldad ado o co con n fa fald ldel ellí lín n blanco iba y venía a paso de marcha. No había en esta escena otra cosa que lo que acabo de contar, pero para mí tenía la magia de un mundo que me faltaba conocer. Mucho antes de embarcarme para Creta, había pensado en Persia y Arab Ar abi ia; pa país íse es más le lej jan anos os to tod dav avía ía. . Cr Cret eta a es un tr tram ampo pol lín ín. . Anti An tigu guam amen ente te er era a un ce cent ntro ro in inmó móvi vil, l, vi vita tal l y fe fecu cund ndo; o; co cord rdón ón umbilical del mundo, parece hoy día un cráter apagado. El avión lleg ll ega a, os aga gar rra po por r lo los s pan anta talo lon nes y os es escu cupe pe en Bag agda dad, d, Sama Sa mark rkan anda da, , Be Belu luch chis istá tán, n, Fe Fez, z, Ti Timb mbuc uctú tú, , ta tan n le lejo jos s co como mo os lo permita vuestro dinero. Todos estos lug uga ares antiguamente extraordinarios, son en nuestros días pequeños islotes flotando en el te temp mpes estu tuos oso o ma mar r de la ci civi vili liza zaci ción ón. . Su Sus s no nomb mbre res s su sugi gier eren en mate ma teri rias as pr prim imas as: : ca cauc ucho ho, , es esta taño ño, , pi pimi mien enta ta, , ca café fé, , pi pied edra ra de esmerilar, etc. Los indígenas son pobres desperdicios, explotados por po r el pul ulp po de la civ ivi ili liza zaci ció ón cu cuyo yos s te tent ntác ácu ulo los s pa part rten en de Londre Londres, s, París, París, Berlín Berlín, , Tokio, Tokio, Nueva Nueva York, York, Chicag Chicago, o, para para extenextenderse hasta los confines helados de Islandia, hasta las extensiones salvajes de la Patagonia. Las pruebas de esto que se llam ll ama a ci civi vili liza zaci ción ón se am amon onto tona nan n co como mo es esti tiér érco col l en to todo dos s lo los s luga lu gare res s do dond nde e ll lleg egan an su sus s la larg rgos os te tent ntác ácul ulos os vi visc scos osos os. . Na Nadi die e se encuentra civilizado, nada se encuentra profundamente cambiado en el se sent ntid ido o ve verd rdad ader ero o de la pa pala labr bra. a. La ge gent nte e qu que e an anti tigu guam amen ente te comí co mía a co con n lo los s de dedo dos, s, lo ha hace ce ah ahor ora a co con n cu cuch chil illo los s y te tene nedo dore res; s; algunos tienen luz eléctrica en sus chozas, en lugar de la lámpara de pe petr tról óleo eo o la ll llam ama a de la ve vela la; ; ot otro ros s ti tiene enen n ca catá tálo logo gos s de Sear Se arss-Ro Roeb ebuc uck k y la Sa Sant nta a Bi Bibl blia ia en su sus s es esta tant ntes es, , do dond nde e an ante tes s tení te nía an la car ara abi bina na o el mo mosq sque uete te; ; ot otro ros s ti tien enen en re rel luc ucie ient nte es revólveres, en vez de garrotes; los hay que emplean monedas en sus transa transacci ccione ones, s, en lugar lugar de concha conchas s marina marinas; s; otros otros llevan llevan inneinnecesarios sombreros de paja. Pero todos están inquietos, insa in sati tisf sfec echo hos, s, en envi vidi dios osos os y su co cora razó zón n su sufr fre. e. To Todo dos s ti tiene enen n el
cáncer y la lepra en el alma. A los más ignorantes y a los más degenerados se les ordenará echarse al hombro un fusil, y luchar por una civilización que sólo les ha traído miseria y degradación. En un una a le leng ngua ua qu que e no pu pued eden en co comp mpre rend nder er, , el al alta tavo voz z aú aúll lla a lo los s comunicados desastrosos de victoria y derrota. Es un mundo loco, que qu e pa pare rece ce aú aún n má más s lo loco co qu que e de co cost stum umbr bre e cu cuan ando do un uno o se si sien ente te despegado de él. El avión trae la muerte; la radio trae la muerte, la ametralladora, las latas de conserva, el tractor, las escuelas, las la s le leye yes, s, la el elec ectr tric icid idad ad, , la las s in inst stal alac acio ione nes s sa sani nita tari rias as, , el fonógrafo, los cuchillos y tenedores, los libros e incluso nuestro alie al ient nto o tr trae aen n la mu muer erte te; ; nu nues estr tro o id idio ioma ma, , nu nues estr tro o pe pens nsam amie ient nto, o, nuestro amor, nuestra caridad, nuestra higiene, nuestra alegría... No importa que sean amigos o enemigos, como importa poco que les demo de mos s el nom omb bre de jap apo oné nés, s, tur urco co, , ru rus so, ing nglé lés, s, ale lem mán o americ americano ano, , por cualqu cualquier ier parte parte que vayamo vayamos, s, proyec proyectem temos os nuestr nuestra a somb so mbra ra o re resp spir irem emos os, , ll llev evam amos os el ve vene neno no y la de dest stru rucc cció ión. n... .. ¡Hurra!, gritaba el griego. Yo también chillo: ¡Hurra! ¡Hurra por la civili civilizac zación ión! ! ¡Hurra ¡Hurra! ! ¡No dejare dejaremos mos a títere títere con cabeza cabeza, , mataremos a todos, se encuentren donde se encuentren! ¡ Hurra por la muerte! ¡ Hurra! ¡ Hurra! A la ma maña ñan na si sigu guie ien nte fu fui i a vi visi sit tar el mu muse seo o y, con gra ran n sorpresa sorpresa mía, me encontré encontré con el señor Tsoutsou Tsoutsou acompañado acompañado de los gangsters ni nibe belu lung ngos os. . Pa Pare recí cía a es esta tar r mu muy y em emba bara raza zado do al ve vers rse e descubierto en tal compañía, pero, como explicó más tarde, Grecia era todavía un país neutral y sus acompañantes habían llegado con cart ca rtas as de in intr trod oduc ucci ción ón de pe pers rson onas as qu que e él co cons nsid ider erab aba a de desd sde e antiguo como amigos. Fingí absorberme en la contemplación de un ajed aj edre rez z mi mino noic ico. o. Me in inst stó ó a qu que e lo encon encontr trar ara a en el ca café fé, , al atardecer. Al salir del museo me dio un tal retortijón de tripas que me ensucié en los pantalones. Afortunadamente en mi libreta tenía la indicación de un remedio contra tales males, que me había dado un viajero inglés a quien encontré una noche en un bar de Niza. Volví al hotel, hotel, me cambié de pantalones, pantalones, envolví los viejos viejos con la idea de tirarlos en una barranca, y armado con la prescripción del trotamundos inglés, corrí hacia la farmacia. Tuve que andar un buen rato antes de poder tirar el paquete sin ser visto. Sin embargo, el cólico se reproducía. Me di prisa en descender al fondo de un foso, al lado de un caballo muerto lleno de moscas de gran tamaño. El farmacéutico sólo hablaba griego. La palabra «diarrea» es uno de los términos que jamás figuran en los breviarios prácticos de conv co nver ersa saci ción ón co corr rrie ient nte; e; y la las s re rece ceta tas s bu buen enas as su suel elen en es esta tar r en latín, lengua que deberían conocer todos los farmacéuticos, pero que los farmacéuti farmacéuticos cos griegos griegos a veces veces ignoran. ignoran. Afortunad Afortunadamen amente, te, entró un hombre que hablaba un poco de francés. Me preguntó en segu se guid ida a si er era a in ingl glés és, , y al co cont ntes esta tarl rle e af afir irma mati tiva vame ment nte, e, se precipitó afuera y unos minutos después volvía con un griego de aire jovial, que resultó ser el propietario de un café vecino. Le expliqué rápidamente la situación al recién llegado y, después de un breve coloquio con el farmacéutico, me informó que no se podía
satisf sati sfac acer er mi pe peti tici ción ón, , pe pero ro qu que e el fa farm rmac acéu éuti tico co su suge gerí ría a un remedio mejor. Era abstenerme de comer y beber, y tenerme a base de ar arro roz z mo moja jado do co con n un po poco co de ju jugo go de li limó món. n. El fa farm rmac acéu éuti tico co opinaba que no era nada de particular, que pasaría en unos días. A todo el mundo le ocurre eso los primeros días. Volví al café con el tipo gordo que se llamaba Jim, y escuché una larga historia sobre su vida en Montreal, donde había amasado una enorme fortuna como dueño de un restaurante, para perderla en juga ju gada das s de Bo Bols lsa. a. Es Esta taba ba en enca cant ntad ado o de po pode der r ha habl blar ar in ingl glés és de nuevo. «No beba el agua de aquí —me dijo—. El agua mía viene de un mana ma nant ntia ial l qu que e es está tá a tr trei eint nta a ki kiló lóme metr tros os de di dista stanc ncia ia. . Po Por r es eso o tengo una gran clientela.» Nos No s sen ent tam amos os y no nos s pu pusi simo mos s a cha har rla lar r de lo los s ma mara rav vil illo los sos inviernos en Montreal. Jim me hizo preparar una bebida especial que, según dijo, me iría bien. Me pregunté dónde podría encontrar una buena taza de arroz mojado. Al lado de mí había un hombre que parecía como petrificado, en actitud de trance. Y de pronto me veo en París escuchando a mi amigo ocultista Urbanski, quien fue una noch no che e de in invi vier erno no a un bu burd rdel el de Mo Mont ntre real al y cu cuan ando do sa sali lió ó er era a primavera. Me imagino en su lugar; espero un tranvía en un sector apartado de la ciudad. Llega una mujer bastante elegante, envuelta en pieles. Ella también espera el tranvía. ¿Cómo surge el nombre de Krishnamurti? Y luego ella habla de Topeka, en Kansas, y me parece que he vivido allí toda mi vida. El ponche caliente llega también con toda naturalidad. Estamos ante la puerta de una gran casa que tiene el aspecto de un castillo abandonado. Una mujer de color abre la puerta. Es la casa de la desconocida del tranvía, tal como ella la describió. Hace calor, se está bien. De vez en cuando suena el timbre de la puerta. Se oyen risas ahogadas, vasos que chocan, pies calzados con zapatillas que se deslizan por el vestíbulo... Habí Ha bía a es escu cuch chad ado o el re rela lato to de Ur Urba bans nski ki ta tan n in inte tens nsam amen ente te, , qu que e había llegado a formar parte integrante de mi vida. Sentía las dulces cadenas con las que me había enlazado la mujer, la cama demasiado confortable, la deliciosa e indolente voluptuosidad del pacha que se ha retirado del mundo durante una estación de hielo y nieve. En la primavera se había escapado, pero yo me quedé y, a veces, como en el momento a que me refiero, cuando me olvido de mí, me encuentro en casa de esa mujer, en un caliente lecho de rosas, intentando aclararle el misterio de la decisión de Arjuna. Hacia el atardecer me di una vuelta por el café para encontrar al señor Tsoutsou. Insistió en que le acompañara a su estudio, donde me presentaría a su pequeño círculo de amigos literatos. Yo seguía pensando en el arroz y en la manera de conseguirlo. El señor Tsoutsou vivía retirado y escondido en la buhardilla de un edificio deteriorado, y su retiro me hizo pensar forzosamente en el lugar del nacimiento bíblico de Giono, en Manosque. Era esa clase de madriguera que San Jerónimo se hubiera podido construir durante su destierro en país extranjero. Afuera, en el hinterland volc vo lcán ánic ico o de He Hera rakl klei eion on, , re rein inab aba a Sa San n Ag Agus ustí tín. n. Aq Aquí uí, , en entr tre e lo los s
libros enmohecidos, los cuadros y la música, estaba el mundo de San Jerónimo. Más allá, donde se extendía la Europa propiamente dicha, otro mundo corría hacia su perdición. Pronto habría que ir a lu luga gare res s co com mo Cre ret ta pa para ra enc ncon ontr tra ar lo los s te test stim imon oni ios de una civilización desaparecida. La pequeña madriguera de Tsoutson era como co mo un co cort rte e tr tran ansv sver ersa sal l de to todo dos s lo los s el elem emen ento tos s qu que e ha habí bían an form fo rmad ado o pa part rte e en la ed edif ific icac ació ión n de la cu cult ltur ura a eu euro rope pea. a. Es Esta ta habi ha bita taci ción ón co cont ntin inua uarí ría a vi vivi vien endo do, , co como mo pe perd rdur urar aron on lo los s mo monj njes es durante las tinieblas de la Edad Media. Los amigos llegaron de uno en uno: la mayoría eran poetas. Todo el mundo hablaba francés. De nuevo surgieron los nombres de Eliot, Bret Br etón ón, , Ri Rimb mbau aud. d. Es Esa a ge gent nte e ha habl blab aba a de Jo Joyc yce e co como mo si fu fuer era a un surrealista. Creían que América estaba a punto de vivir un renacimiento cultural. Nuestro desacuerdo se hizo patente. Esa idea de que América es la esperanza del mundo, que está arraigada en el espí es píri ritu tu de lo los s pu pueb eblo los s pe pequ queñ eños os, , me re resu sult lta a in into tole lera rabl ble. e. Le Les s nomb no mbré ré a su sus s pr prop opio ios s es escr crit itor ores es, , po poet etas as, , no nove veli list stas as gr grie iego gos s cont co ntem empo porá ráne neos os. . Ha Habí bía a di divi visi sión ón de op opin inio ione nes s en cu cuan anto to a lo los s méritos de X y de Y. No tenían seguridad en sus artistas, y yo lo deploraba. Sirvieron la comida, vino y uvas magníficas, cosas todas ellas que me vi obligado a rechazar. —Creía que le gustaba comer y beber bien —me —me dijo Tsoutsou. Tsoutsou. Contesté que me encontraba indispuesto. — ¡Oh!, vamos, coma al menos un poco de pescado frito —insistió— y este vino es preciso que lo pruebe. Lo he traído especialmente para usted. La ley de la hospitalidad me obligó a aceptar. Levanté mi vaso por el porvenir de Grecia. Alguien insistió en que probara las olivas —extraordinarias— y el famoso queso de cabra. No se veía ni un solo grano de arroz. Me veía bajando a toda prisa al foso, al lado del caballo muerto cubierto de grandes moscas verdes. —¿Y Sinclair Lewis? ¿No era un gran escritor escritor americano? Cuan Cu ando do le les s di dije je qu que e no no, , pa pare reci cier eron on du duda dar r de mi mis s fa facu cult ltad ades es crít cr ític icas as. . ¿Q ¿Qui uién én er era a en ento tonc nces es un gr gran an es escr crit itor or am amer eric ican ano? o?, , me preg pr egun unta taro ron. n. Re Resp spon ondí dí: : «W «Wal alt t Wh Whit itma mann nn. . Es el ún únic ico o qu que e he hemo mos s tenido». ; —¿Y Mark Twain? Twain? —Bueno para adolescentes adolescentes —contesté. —contesté. Se echaron a reír, como la otra mañana se habían burlado de mí los trogloditas. —¿Entonces cree usted que Rimbaud es más grande que todos los poetas americanos juntos? —dijo un hombre joven con aire desafiante. —Desde luego. Creo que también es más grande que todos los poetas franceses reunidos. Si les hubiera tirado una bomba no les hubiera hecho más efecto. Como Co mo si siem empr pre e oc ocur urre re, , lo los s ma mayo yore res s de defe fens nsor ores es de la tr trad adic ició ión n francesa se encuentran fuera de Francia. Tsoutsou era partidario de qu que e me es escu cuch chas asen en ha hast sta a el fi fin; n; ju juzg zgab aba a qu que e mi ac acti titu tud d er era a típicamen típicamente te represen representativ tativa a del espíritu espíritu americano americano. . Aplaudía Aplaudía como
se aplaudiría a una foca amaestrada después de haber realizado un número acompañada con los platillos. Estaba un poco deprimido por este ambiente de inútil discusión. Lancé un largo discurso en mal francés en el que admití que no tenía nada de crítico, que era un indivi individuo duo apasio apasionad nado o y lleno lleno de prejui prejuicio cios, s, y que no respet respetaba aba nada, a excepción de lo que me agradaba. Les dije que era un asno, lo que intentaro intentaron n negar negar enérgica enérgicamente mente. . Y que prefería prefería contarles contarles hist hi sto ori rias as. . Co Come men ncé hab abla land ndo o de un men endi digo go que hab abí ía qu quer eri ido sacarme seis centavos una tarde que caminaba hacia el puente de Brooklyn. Y expliqué cómo había dicho que no al hombre, y cómo después de dar algunos pasos comprendí comprendí al instante instante que me había pedido pedido algo, algo, y volví corriendo para hablarle. Pero en lugar de darle diez o quince centavos, cosa que podía haber hecho fácilmente, le conté que estaba sin cinco y que sólo quería decirle eso. Y el hombre me dijo: «¿Es verdad lo que me dices, amigo? Pues bien, si es así tendré mucho gusto en darte diez centavos», y permití que me los diera, se lo agradecí afectuosamente y continué mi camino. Mi histor historia ia la encont encontrar raron on muy intere interesan sante. te. ¿Enton ¿Entonces ces así era América? Extraño país... en el que todo podía ocurrir. —Sí, un país muy extraño —dije, y pensé que era estupendo no estar allí y, Dios mediante, no volver más a él. —¿Y qué tiene Grecia para gustarle gustarle tanto? —preguntó uno. Sonreí. «Luz y pobreza», dije. —Usted es un romántico —contestó —contestó el que había había hecho la pregunta. pregunta. —Sí. Soy lo bastante loco para creer que el hombre más feliz de la Tierra es el que tiene menos necesidades. Y creo también que una luz como la que ustedes disfrutan borra toda fealdad. Desde que estoy en su país sé que la luz es sagrada; Grecia es para mí una tierra sagrada. -¿Pero ha visto usted qué pobre es la gente y la miseria en que vive? —He visto peor miseria en América —contesté—. La pobreza sola no hace a la gente miserable. —Usted dice eso eso porque tiene tiene suficiente... —Puedo decirlo porque toda mi vida he sido pobre —respondí, y agregué—: Y soy pobre ahora. Tengo el dinero justo para volver a Atenas. Cuando esté allí tendré que pensar en obtener más. No es el dinero lo que me mantiene. Es la fe que tengo en mí y en mis propias fuerzas. En espíritu soy millonario; tal vez la fe en el resurgimiento personal es lo mejor que tenga América. —Sí, sí —dijo Tsoutsou batiendo palmas—. Eso es lo maravilloso de América: ustedes no saben lo que es la derrota. Llen Ll enó ó de nue uev vo los va vas sos y se lev eva ant ntó ó par ara a br brin inda dar r. «Po Por r América. ¡Viva América! », dijo. —Por Henry Miller, Miller, que cree en sí mismo —dijo —dijo otro. Volví al hotel a tiempo. Mañana, con toda seguridad, comenzaría mi ré régi gime men n a ba base se de ar arro roz. z. Tu Tumb mbad ado o en la ca cama ma, , mi mira raba ba a lo los s hombres en mangas de camisa que estaban al otro lado de la calle. La escena escena me record recordaba aba otras otras simila similares res en oscuro oscuros s almace almacenes nes de Broadw Broadway, ay, Centra Central l Hotel, Hotel, Nueva Nueva York, York, Greene Greene Street Street o Bleeck Bleeckeer eer
Street por ejemplo. Zona intermedia entre la alta finanza y el envile envilecim cimien iento to en las entrañ entrañas as de la tierra tierra. . Repres Represent entant antes es de cajas cajas de cartón cartón... ... cuello cuellos s de celulo celuloide ide... ... braman bramante. te... .. trampa trampas s para pa ra ra rata tas. s... .. La Lu Luna na co corr rría ía a tr trav avés és de la las s nu nube bes. s. Áf Áfri rica ca no estaba muy distante. En la otra punta de la isla había un rincón que se llamaba Faestos. Me estaba adormeciendo, cuando la señorita Swedenborg llamó a la puerta para decirme que me había telefoneado el prefecto de policía. «¿Qué quiere?», pregunté. Ella no sabía nada. Estaba inquieto. La palabra policía me causa siempre pánico. Me levanté automáticamente para buscar en mi cartera el permis de séjour. Lo examiné, asegurándome de que estaba en regla. ¿Para qué me llamaría ese bestia? ¿Iba a preguntarme cuánto dinero llevaba enci en cima ma? ? En es esto tos s pe pequ queñ eños os lu luga gare res s no sa sabe ben n qu qué é in inve vent ntar ar pa para ra hostig hostigar ar a uno. uno. «¡Vive «¡Vive la France France! !», murmuré murmuré distraíd distraídament amente. e. Me enfundé en mi albornoz, y comencé a deambular de piso en piso para tener la seguridad de poder encontrar el W.C. en caso de necesidad. Tenía sed. Llamé para pedir agua mineral. La doncella no comprendía lo que yo quería. «Agua, agua», repetía, buscando inútil inútilmen mente te a mi alrede alrededor dor una botell botella a para para hacérse hacérselo lo entend entender. er. Desa De sapa pare reci ció ó y vo volv lvió ió co con n un una a ja jarr rra a de ag agua ua he hela lada da. . Le di la las s gracias y apagué la luz. Tenía la lengua reseca. Me levanté para humedecerme los labios, teniendo cuidado de que no se deslizase una gota y se colase en mi quemada garganta. Al día siguiente por la mañana me acordé de que no había ido al desp de spac acho ho de del l vi vice cecó cóns nsul ul, , pa para ra pe pedi dirl rle e el li libr bro o qu que e me ha habí bía a prom pr omet etid ido. o. Fu Fui i y es espe peré ré a qu que e ap apar arec ecie iera ra. . Ha Habí bía a es escr crit ito o ya la dedi de dica cato tori ria; a; qu quis iso o qu que e le pr prom omet etie iera ra qu que, e, en cu cuan anto to le leye yera ra el libr li bro, o, le da darí ría a mi op opin inió ión. n. Su Susc scit ité é el te tema ma de del l ar arro roz z lo má más s delica delicadam dament ente e que pude, pude, despué después s que intent intentó ó conven convencer cerme me de que fuera a visitar la colonia de leprosos, situada en alguna parte de la isla. ¿Arroz hervido? Nada más fácil. Su esposa me lo haría gustosamente todos los días. No sé por qué me sentí emocionado por tanta diligencia en atenderme. Intenté imaginarme a un funcionario francés hablando de esa manera, y me fue completamente imposible. Por el contrario, la imagen que recordé fue la de una francesa que tenía un estanco en un cierto barrio donde yo había vivido varios años... La imagen de esa mujer y el recuerdo de cómo un día que me falt fa ltab aban an un unos os cé cént ntim imos os me ar arra ranc ncó ó el pa paqu quet ete e de ci ciga garr rrill illos os, , chillando con una voz de pánico que no se podía dar crédito a nadie, que se arruinaría su comercio, etcétera. Vi una escena, en otra ot ra ta tabe bern rna a do dond nde e er era a un bu buen en cl clie ient nte, e, y la fo form rma a en qu que e se negaron a prestarme dos francos que me faltaban para ir al «cine». Me acordaba de mi rabia cuando la mujer me dijo que no era la propietaria, y que sólo era cajera, y cómo había sacado todo mi dinero del bolsillo para probarle que tenía un poco y después lo había tirado en la calle, diciendo: «¡Tenez, «¡ Tenez, eso es lo que pienso de vuestr vuestros os cochin cochinos os franco francos!» s!». . Y el camare camarero ro se había había lanzad lanzado o precipitadamente precipitadamente afuera, y había recogido una por una las monedas. Poco después, dando un paseo por la ciudad, entré en una tienda situada al lado del museo, donde se vendían recuerdos y tarjetas postal postales. es. Miré Miré tranqu tranquila ilamen mente te las tarjet tarjetas: as: las que eran eran de mi
agrado estaban sucias y arrugadas. El hombre, que hablaba francés corr co rrec ecta tame ment nte, e, se of ofre reci ció ó a re repa pasa sar r la las s ta tarj rjet etas as. . Me ro rogó gó qu que e esperara unos minutos, el tiempo necesario para ir a su casa y limp li mpia iarl rlas as. . Me di dijo jo qu que e qu qued edar aría ían n co como mo nu nuev evas as. . Me qu qued edé é ta tan n cort co rta ado que ue, , an ante tes s de pod oder erle le dec eci ir un una a pa pala labr bra, a, hab abí ía ya, desaparecido, dejándome solo en la tienda. Al poco rato entró su muje mu jer. r. Pa Para ra se ser r gr grie iega ga, , te tení nía a un as aspe pect cto o ra raro ro. . Ca Camb mbia iamo mos s un unas as palabras y me di cuenta de que era francesa. Y cuando supo que venía de París estuvo encantada de charlar conmigo. Todo iba a pedir de boca hasta el momento en que se puso a hablar de Grecia. Me dij ijo o qu que e de dete test sta aba Cre reta ta. . Al Allí lí tod odo o er era a de dema mas sia iado do sec eco, o, dema de masi siad ado o po polv lvor orie ient nto, o, de dema masi siad ado o ca calu luro roso so, , de dema masi siad ado o de desn snud udo. o. Nece Ne cesi sita taba ba lo los s gr gran ande des s y he herm rmos osos os ár árbo bole les s de No Norm rman andí día, a, lo los s jardines rodeados de vallas, los huertos, etc. ¿No era yo de su misma opinión? Respondí que no. — Monsieur! Monsieur! — — dijo levantándose, herida en su dignidad y orgullo como si la hubiera abofeteado. —Yo no echo en falta nada de eso —dije insistiendo con pesadez—. Este país me parece extraordinario. No me gustan gustan sus jardin jardines es rodead rodeados os de vallas vallas, , ni sus bonito bonitos s huertos, ni sus campos cultivados. Lo que me gusta es esto... —y con la mano le mostré la polvorienta carretera en la que un burro, penosamente cargado, caminaba con pasos lentos y melancólicos. —Pero eso no tiene nada en común con la civilización —gritó con una voz chillona que me hizo recordar a la miserable estanquera de la calle de Tombe Issoire. — Je rríen fous, de la civilisation européenne! —dije bruscamente. — Monsieur! —repitió Monsieur! —repitió encolerizada. encolerizada. Felizmente, en ese momento apareció su marido con las tarjetas postales, que había limpiado en seco. Le di las gracias afectuosamente y le compré otro paquete de tarjetas que elegí al azar. Me quedé un momento mirando a mi alrededor, y preguntándome qué podía comprar más para manifestar mi agradecimiento. La mujer olvidaba mis observaciones en su ferviente deseo de venderme su artículo. Me enseñó una chalina tejida a mano, y la acariciaba tiernamente. «Gracias —le dije—. Nunca llevo estas cosas.» —Pero sería un magnífico regalo —dijo sonriendo—. Un recuerdo de esta Creta que le ha enamorado. A esas palabras, el marido aguzó el oído. —¿Le gusta este este país? —preguntó, —preguntó, y su mirada mirada aprobaba. —Es un país asombroso —respondí—. El más hermoso que he visto. Me gustaría pasar aquí el resto de mis días. La mujer dejó caer la chalina con un ademán de desagrado. «Venga a verme —me rogó el hombre—. Beberemos un vaso juntos, ¿quiere?» Le estreché la mano, pero me limité a saludar a su mujer con un frío movimiento de cabeza. ¡Esa ciruela seca!, me decía. ¿Cómo puede vivir con semejante criatura un griego de pura sangre? Probablemente, ella estaba ya riñé ri ñénd ndol ole e y re repr proc ochá hánd ndol ole e su in inter terés és en co comp mpla lace cer r a un bu burr rro o extranjero. Le oí decir con su voz chillona: ti Les Americains,
ils sont tous les mémes; ils ne savent pas ce que c'est la vie. Des barbares, quoi. quoi . Y yo fuera, fuera, en la quemada quemada y polvorie polvorienta nta carre carretera tera, , donde donde las moscas pican sin piedad, donde el sol quema las verrugas de mi barb ba rba, a, do dond nde e el pa país ís de Ur pa pare rece ce es esta tar r bo borr rrac acho ho de su pr prop opia ia sequedad, sequedad, les respondo respondo alegremen alegremente: te: «OH/, tu as raison, salope que qu e tu es es. . Ma Mais is mo moi, i, je rí ríai aime me pa pas s le les s ja jard rdin ins, s, le les s po pots ts de fleurs, la petite vie adoucie. Je ríaime pas la Nonnandie. J'aime le so-leil, la nudité, la lumiére...». lumiére.. .». Y aliv al ivia iado do con con estas estas pala palabr bras as, , dejé dejé salir salir de mi corazó corazón n un canto alabando a Dios por haber permitido que la gran raza negra, la única que impide la destrucción de América, no haya conocido jamás la economía. Dejo salir de mi corazón un canto de alabanza a Duke Elling Ellington, ton, suave suave y superciv superciviliz ilizada ada cobra, cobra, hombre hombre-serp -serpiente iente con puños blindados de acero, y a Count Basie («se te envió a buscar ayer y vienes hoy»), hermano desde hace tiempo perdido de Isidore Ducasse, y último descendiente directo del gran y único Rimbaud... Seño Se ñora ra, , ya qu que e ha habl bla a us uste ted d de ja jar rdi dine nes, s, per ermí mít tam ame e que le expl ex pliq ique ue de un una a ve vez z pa para ra si siem empr pre e el fu func ncio iona nami mient ento o de del l Di Dips psy y Doodle. Aquí tiene un ritmo para bordar esta noche cuando haga el punto hacia atrás. Como dice Joe Dudley de Des Moines, el tambor da la sensación de algo presente. Comenzaré con un one o'clock jump, una machicha a la Huysmans. Señora, es así... Había una vez un país... Y no había en él ni vallas ni huertos. Había un tipo Boog Bo ogie ie Wo Woog ogie ie, , cu cuyo yo no nomb mbre re er era a Ag Agam amen enón ón. . Al ca cabo bo de un ti tiem empo po engend engendró ró dos hijos. hijos. Epamin Epaminond ondas as y Louis Louis Armstr Armstrong ong. . Epamin Epaminond ondas as estaba hecho para la guerra y la civilización, y a su traicionero modo mo do (q (que ue hi hizo zo ll llor orar ar ha hast sta a a lo los s mi mism smos os án ánge gele les) s) re reali alizó zó su sus s sueños llevando la peste blanca que terminó en los sótanos del pala pa laci cio o de Cl Clit item emne nest stra ra, , do dond nde e es está tá ho hoy y dí día a la le letr trin ina. a. Lo Loui uis s estaba hecho para la paz y la alegría. «La paz es maravillosa», cantaba durante todo el día. Agamenón, viendo que uno de sus hijos era inteligente, le compró una trompeta de oro y le dijo: «Ve ahora por el mundo a trompetear paz y alegría». No dijo ni una palabra sobre vallas, jardines o huertos. Sólo dijo: «Ve, hijo mío, y lleva tu mensaje por la Tierra». Y Louis se fue por el mundo, que había ya caído en un estado de tristeza, llevando solamente la trompeta de oro. Louis se dio cuenta en seguida de que el mundo se dividía en blanco y negro, con sus facetas vivas y crueles. Louis quiso transformar todo en oro, no como las monedas o los iconos, sino como espigas de trigo maduro, dorado como el cetro, de un oro que todos pudieran mirar, palpar y revolcarse en él. Llegó hasta Monemvasia, que está en la extremidad meridional del Pelo Pe lopo pone neso so. . Al Allí lí su subi bió ó al di dire rect cto o de Me Memp mphi his. s. El tr tren en es esta taba ba abar ab arro rota tado do de bl blan anco cos, s, a lo los s qu que e su he herm rman ano o Ep Epam amin inon onda das s ha habí bía a enloquecido de miseria. Louis tenía un gran deseo de bajar del tren y atravesar con sus pies dolientes el Jordán. Quería darse una vuelta por el azul, hacer saltar la tapadera que lo oprimía. Ocurrió que el tren se detuvo en el empalme de Tuxedo, no lejos de
la esquina de Munson Street. Ya era hora de que llegase, porque Louis estaba a punto de desplomarse. Y entonces se acordó de lo que su padre, el ilustre Agamenón, le había dicho un día: «Primero embo em borr rrác ácha hate te tr tran anqu quil ilam amen ente te, , ¡y lu lueg ego, o, so sopl pla! a!» » Lo Loui uis s ll llev evó ó la trom tr ompe peta ta a su sus s gr grue ueso sos s la labi bios os y so sopl pló. ó. So Sopl pló ó un una a so sola la no nota ta, , gran gr and de, eno norm rme e y agr gria ia, , co com mo un una a ra rata ta qu que e ex expl plot ota a, y se le inundaron los ojos de lágrimas y el sudor le corrió por la nuca. Louis sentía que llevaba paz y alegría al mundo. Llenó de nuevo sus pulmones y sopló una nota fundida, que subió tan alto en el azul az ul qu que e se he heló ló y pe perm rman anec eció ió su susp spen endi dida da en el ci ciel elo o co como mo un diamante astral. Louis se levantó y retorció la trompeta hasta que se quedó convertida en un brillante pandeo de éxtasis. El sudor rega re gaba ba su cu cuer erpo po. . Lo Loui uis s er era a ta tan n fe feli liz, z, qu que e in incl clus uso o su sus s oj ojos os comenzaron a sudar y formaron dos alegres estanques de oro, a uno de los cuales bautizó con el nombre de rey de Tebas, en honor de Edipo, su pariente más próximo, que había vivido para encontrar la Esfinge. Y un día llegó, el cuatro de julio, que es el día de DipsyDoodle en Walla Walla. Louis había hecho por ese tiempo algunos amigos, mientras proseguía su camino a través del mundo. Uno de ello el los s er era a un co cond nde e y ot otro ro un du duqu que. e. Ll Llev evab aban an pe pequ queñ eñas as ra rata tas s blancas en la punta de sus dedos, y cuando no podían permanecer por más tiempo en ese triste cubo de porquería que es el mundo de los blancos, mordían con la punta de sus dedos, y el sitio donde mordían se parecía a esos laboratorios llenos de conejos de Indias enloquecidos por los experimentos. El conde era un especialista de dos dedos, de pequeña estatura, redondo como una rotonda y con un pequeñ pequeño o bigote bigote. . Él siempr siempre e comenz comenzaba aba de esta esta manera manera: : bink-bink. Bink pa para ra el ve vene neno no y bink para para el incend incendio io premed premedita itado. do. Era tran tr anqu quil ilo o y ju juic icio ioso so, , un una a espec especie ie de go gori rila la in intr trov over erti tido do qu que, e, cuan cu ando do se su sume merg rgía ía en la las s pr prof ofun undi dida dade des s de del l ge geru rund ndio io, , ha habl blab aba a francés como un marqués o chapurreaba el polaco o el lituano. Nunca comenzaba dos veces de la misma manera. Y cuando llegaba al fina fi nal, l, a di dife fere renc ncia ia de ot otro ros s en enve vene nena nado dore res s e in ince cend ndia iari rios os, , se detenía. Se detenía de repente y el piano se hundía con él, y también las pequeñas ratas blancas. Hasta la próxima vez... El duque, por su parte, se dejaba caer de lo alto del cielo en un albornoz forrado de plata. El duque había sido educado en el Paraíso, donde desde muy temprana edad había aprendido a tocar el arpa arpa y otros otros instru instrumen mentos tos vibrát vibrátile iles s del reino reino celest celeste. e. Era de moda mo dale les s su suav aves es y si siem empr pre e du dueñ eño o de sí mi mism smo. o. Cu Cuan ando do so sonr nreí eía a se form fo rmab aban an en su sus s la labi bios os gu guir irna nald ldas as de ec ecto topl plas asma ma. . Su ca capr pric icho ho favorito era el añil, que es el de los ángeles cuando el universo está hundido en el sueño. Naturalmente, no eran ésos sus dos únicos amigos; estaba también Joe, el querubín de chocolate; Chick, a quien le nacían ya las alas; Big Sid, Fats y Ella; Ella; y a veces Lionel, un muchacho muchacho de oro, que lo llevaba todo en su sombrero. Y Louis estaba siempre, Louis tal como es, con su gran sonrisa de un millón de dólares, como la mism mi sma a ll llan anur ura a de Ar Argo gos, s, co con n la las s ve vent ntan anas as de su na nari riz z li lisa sas, s, pulidas, brillantes como las hojas de la magnolia.
El día de Dipsy-Doodle se reunían todos alrededor de la trompeta de oro, oro, y hacían hacían mermel mermelada ada, , mermel mermelada ada de mision misionero eros. s. Dicho Dicho con otra ot ras s pa pala labr bras as, , Ch Chic ick, k, qu que e er era a co como mo un re relá lámp mpag ago o pi pigm gmen enta tado do, , luciendo siempre sus dientes y escupiendo globos y dados, tejía su tela de araña hasta la jungla ida y vuelta en menos que canta un gallo. ¿Para qué hacía eso?, se preguntará usted. Pues para traer un misionero gordo y grasiento, y hacerlo hervir en aceite. Joe, que qu e te tení nía a po por r of ofic icio io da dar r es esa a tr tran anqu quil iliz izad ador ora a se sens nsac ació ión n qu que e conf co nfie iere re la pr pres esen enci cia a de al algu guie ien, n, qu qued edab aba a al fo fond ndo, o, co como mo un una a pelvis de caucho. Herv He rvid idos os vi vivo vos, s, co con n pl plum umas as y to todo do, , as así í es co como mo fu func ncio iona na el Dipsy-Doodle. Es bárbaro, señora, pero es así. No hay más huertos, no hay más vallas. El rey Agamenón dice a su hijo: «Tráeme ese país, muchacho». Y el muchacho tiene que traerle el país entero. Tiene que traerlo a toques de trompeta. Tiene que traer cetros dorados y amarillos sasafrás, tiene que traer gallipollos y perros de agua, sanguíneos como tigres. No más misioneros con su cultura, no más Pammy Pamondas. Podría ser Aníbal en el Missouri, podría ser Cartago, Illinois. Podría ser la Luna que está baja, podría ser una especie de funeralización. Podría no ser nada, porque no he encontrado todavía nombre para darle. Seño Se ñora ra, , vo voy y a so sopl plar ar en to tono no ba bajo jo, , ta tan n ba bajo jo qu que e va us uste ted d a estremecerse como una serpiente. Voy a dar una nota a la manera de esas ratas que explotan, y a enviarle a usted al reino del futuro. ¿Oye ese barullo? ¿Oye ese gemir y ese deshincharse? Es Boogie Woogie que toma aliento. Es el señor misionero que echa espuma en la olla. ¿Oye esos gritos agudos? Es Meemy la Meemer. Es pequeña, como hecha a ras de tierra. Mermelada para hoy, mermelada para mañana. Nadie tiene pesar, nadie se preocupa por nada. Ya nadie muere triste. Porque el viejo país de la alegría está lleno de trompetas. ¡Sopla, viento! ¡Sopla en el ojo, polvo! ¡Sopla, quema y seca, seca, sopla, sopla, bronce broncea, a, desnud desnuda! a! ¡Sópla ¡Sóplame me bajo bajo esos huert huertos, os, sóplame bajo esas vallas! Boogie Woogie ha vuelto. Boogie Woogie hace bink-b bink-bink ink. . Bink Bink pa para ra el ve vene neno no, , bink pa para ra el in ince cend ndio io premed premedita itado. do. Boogie Boogie Woogie Woogie no puede puede tener tener pies, pies, no puede puede tener tener manos. Boogie Woogie da latigazos arriba y abajo. Boogie Woogie grita. Boogie Woogie vuelve a gritar. Boogie Woogie, una y otra vez, grita, grita de nuevo. Ya no hay vallas, ya no hay árboles, ya no hay absolutamente nada. Tich y pich y pich y tich. Ratas que se mueven. Tres ratas, cuatro ratas, diez ratas. Un gallipollo, una un a ra rata ta. . Lo Loco como moto tora ra qu que e ha hace ce ch chou ou-c -cho hou. u. El so sol l br bril illa la y la carret carretera era está está quemad quemada a y polvor polvorien ienta. ta. Árbole Árboles s que se derrit derriten, en, hoja ho jas s qu que e se de desv svai aina nan. n. No ha hay y ro rodi dill llas as, , no ha hay y ma mano nos, s, no ha hay y dedo de dos s de lo los s pi pies es, , no ha hay y de dedo dos s de la las s ma mano nos. s. Só Sólo lo ha hay y ma maíz íz molido, y eso es todo. Boogie Woogie camina por la carretera con un banjo en las rodillas. Hay un tap-tap y un clac-clac. Hay un tap-tap Tappa-hanna y un clac-clac Claccahanna. Hay sangre en los dedos, y hay sangre en los cabellos. Hay un flap-flap, y hay un flapí, hato y violín, sangre en las rodillas. Louis ha vuelto al país, con una herradura alrededor del cuello. Está preparado para soplar una de esas notas semejantes a la rata
que explota, nota que golpeará el azul y el gris hasta dejarlos en torcida torquemada. ¿Por qué tiene que hacer eso? Sólo para demostrar que está contento. ¿Qué han traído de bueno a nadie todas las guerras, todas las civilizaciones? Nada más que sangre por todas partes, y gente que ruega por la paz. En la tumba en que lo enterraron vivo, gime su padre Agamenón. Agamenón era un hombre deslumbrante como un dios; era, en efecto, un dios. Engendró dos hijos, que se fueron lejos, cada uno por su lado. Uno sembró por el mundo la miseria, el otro la alegría. Señora, pienso en usted en este momento. Pienso en ese dulce y féti fé tido do he hedo dor r de del l pa pasa sado do qu que e us uste ted d ex exha hala la. . Us Uste ted d es la se seño ñora ra Nostalgia, pudriéndose en el cementerio de los sueños invertidos. Usted es el fantasma en raso negro de todo lo que rehúsa morir de muerte natural. Usted es el clavel de papel de la débil y vana feminidad. La repudio a usted, a su país, a sus vallas, a sus huertos, a su clima templado y a su cielo blanqueado a mano. Llamo a los malévolos espíritus de la selva, para que os asesinen en vuestro sueño. Vuelvo contra usted la trompeta de oro, para que le acos ac ose e en su sus s últim últimos os mo mome ment ntos os. . Us Uste ted d es lo bl blan anco co de un hu huev evo o podrido. Usted hiede. Señora, hay que elegir siempre entre dos caminos a tomar; uno llev ll eva a a la se segu guri rida dad d y a la co como modi dida dad d de la mu muer erte te, , el ot otro ro cond co nduc uce e no se sa sabe be dó dónd nde, e, pe pero ro va re rect cto. o. A us uste ted d le gu gust star aría ía volver a sus curiosas tumbas de piedra y a sus vallas de ceme ce men nte teri rio o fa fami mil lia iar. r. Vay aya, a, pue ues s, ca caig iga a de nu nue evo en lo má más s profundo, en el fondo impenetrable del océano de la destrucción. Vuelva a caer en ese sangriento letargo que permite a los idiotas coronarse reyes. Vuelva a caer y retuérzase convulsionada con los gusanos de la evolución. Yo sigo adelante. Sigo adelante, pasados los últimos escaques blancos y negros. La partida ha terminado, las piezas han desaparecido, las líneas se han borrado, el ajedrez se ha enmohecido. Todo se ha vuelto bárbaro. ¿De ¿D e dó dónd nde e vi vien ene e ta tan n ex exqu quis isit ita a ba barb rbar arie ie? ? De Del l pe pens nsami amien ento to de destrucción. Boogie Woogie ha vuelto con las rodillas llenas de sangre. Ha hecho un one o'clock jump en el país de Josafat. Lo llevaron para dar una vuelta en calesa. Han vertido petróleo en su ensortijado cabello, y después lo han hecho freír boca abajo. A veces, cuando el conde hace bink-bink, cuando se dice, ¿qué clase de doliente tonada voy a tocar ahora?, se oye la carne encogerse y estirarse. Cuando aún era pequeño y humilde lo aplastaron contra el suelo, como si fuera patata prensada. Cuando se hizo mayor y más importante, lo engancharon de la tripa con una horquilla. Epaminondas hizo una buena tarea civilizando a todos a fuerza de ases as esi ina nato tos s y od odio io. . El mun undo do se ha con onv ver erti tido do en un eno norm rme e organismo muriéndose con veneníf de ptomaína. Se ha envenenado en el preciso momento en que todo estaba magníficamente organizado. Se ha convertido en un cubo de tripa, en la blanca y gusarapienta tripa de un huevo podrido y muerto en la cáscara. Ha traído ratas y piojos, ha traído pies mutilados en las trincheras y dientes cariados en las trincheras, ha traído declaraciones, preámbulos, prot pr otoc ocol olos os, , ha tr traí aído do ge geme melo los s es este teva vado dos s y ca calv lvos os eu eunu nuco cos, s, ha
traído la Christian Science, los gases venenosos, la ropa interior de plástico y zapatos de cristal y dientes de platino. Señora, tal como lo entiendo, usted quiere conservar este ersatz —tristeza, proximidad y statu statu quo, envuel envuelto to todo todo en una gruesa gruesa pelo pe lota ta de ca carn rne. e. Us Uste ted d qu quie iere re po pone nerl rlo o en la sa sart rtén én y fr freí eírl rlo o cuando tenga usted hambre, ¿no es así? Es reconfortante, aunque no sea nutritivo, llamarlo civilización ¿me equivoco? Señora, usted está horrible, miserable, lastimosa e irrefragablemente equivocada. Le han enseñado a deletrear una palabra que carece de sent se ntid ido. o. La ci civi vili liza zaci ción ón no ex exis iste te. . Lo qu que e ex exis iste te es un mu mund ndo o enor en orme me y bá bárb rbar aro, o, y el no nomb mbre re de del l ca caza zado dor r de ratas ratas es Bo Boog ogie ie Woogie. Éste tenía dos hijos, y uno de ellos se quedó atrapado en una un a re reto torc rced edo ora de ro rop pa y mu muri rió ó co comp mple let tam amen ente te des estr troz oza ado y cont co ntra raíd ído, o, go golp lpea eand ndo o co con n su ma mano no iz izqu quie ierd rda a co como mo si fu fuer era a un una a enloquecida uña de ancla. El otro está vivo y procrea como las huevas de la alosa. Vive en una bárbara alegría sin nada más que su tr tro omp mpet eta a de or oro. o. Un dí día a ad adqu quir iri ió la sin ing gul ula ar tab abe ern rna a de Monemvasia y, cuando llegó a Memphis, se levantó y sopló esa nota semejante a la rata gorda que explota, la cual percutiendo en la bola de carne la hizo saltar de la sartén. La vo voy y a de deja jar r ah ahor ora, a, se seño ñora ra, , a de deja jarl rla a se seca car r en su pr prop opia ia manteca ahumada. Voy a dejar que usted se disuelva hasta quedar en una mancha de grasa. La dejo para permitir que salga de mi corazón una canción. Me voy a Faestos, el último paraíso de la Tierra. Y es esto solamente un bárbaro ritmo para que usted tenga los dedos ocup oc upad ados os, , cu cuan ando do ha haga ga el pu punt nto o ha haci cia a at atrá rás. s. Si us uste ted d qu quis isie iera ra comprar una máquina de coser de segunda mano, póngase en contacto con Asesinato, Muerte, Estrago & Cía. de Oswego, Saskatchewan, ya que soy el único representante vivo y autorizado de esta firma en este lado del océano, y no tengo casa central permanente. A partir de este día, y en fe de lo cual, solemnemente sellado y registrado, firmemente renuncio, abdico, abrogo todos los poderes, firm fi rmas as, , se sell llos os y bu buen enos os of ofic icio ios s en fa favo vor r de la pa paz z y al aleg egrí ría, a, polvo y calor, mar y cielo, Dios y ángel, habiendo desempeñado con mi mayor habilidad todos los deberes de comerciante, asesino, violador, matachín, y traidor de la manchada y civilizada máquina de cose co ser, r, fa fabr bric icad ada a po por r As Ases esin inat ato, o, Mu Muer erte te, , Es Estr trag ago o & Cí Cía. a. de lo los s Domi Do mini nios os de Ca Cana nadá dá, , Au Aust stra rali lia, a, Te Terr rran anov ova, a, Pa Pata tago goni nia, a, Yu Yuca catá tán, n, Schl Sc hles eswi wigg-Ho Hols lste tein in, , Pome Po mera rani nia a y otra ot ras s prov pr ovin inci cias as al alia iada das s y saté sa téli lite tes, s, re regi gist stra rada das s en el ac acta ta de mu muer erte te y de dest stru rucc cció ión n de del l planeta Tierra durante la antigua hegemonía de la familia del Homo Sapiens en estos últimos veinticinco mil años. Y ah ahor ora, a, se seño ñora ra, , ya qu que e po por r lo los s té térm rmin inos os de es este te co cont ntra rato to tenemos solamente unos pocos miles de años para correr, digo binkbink y le deseo un buen día. Definitivamente, éste es el final. ¡Bink-bink! Antes de que el régimen de arroz surtiese los efectos deseados, come co menz nzó ó a ll llov over er, , no de un una a fo form rma a to torr rren enci cial al, , si sino no un una a ll lluv uvia ia inte in ter rmi mite tent nte e, una ll llov ovi izn zna a de med edi ia hor ora, a, un ch chap apa arr rrón ón de tormenta, una rociada, una ducha caliente, una ducha fría, un baño
de agujas eléctricas. Continuó así durante días. Los aviones no podí po día an to toma mar r ti tier erra ra, , ya que el ca camp mpo o de ate terr rri iza zaje je est stab aba a encharcad encharcado. o. Las carreteras carreteras se habían habían convertido convertido en una pegajosa pegajosa mucosidad amarilla, y las moscas se arremolinaban alrededor de la cabeza de uno en vertiginosas y ebrias constelaciones, mordiendo como demonios. En las casas hacía un frío húmedo, esponjoso; dormía vestido, con co n mi abr brig igo o ec echa had do so sobr bre e la las s ma mant ntas as y las ven enta tana nas s bi bie en cerradas. Cuando salió el Sol hacía calor, un calor africano que cocía el barro, daba dolor de cabeza y producía un desasosiego que se acrecentaba en cuanto comenzaba a caer la lluvia. Tenía gran deseo de ir a Faestos, pero aplazaba mi salida en espera de que camb ca mbi ias ase e el tie iem mpo po. . Vi a Tso sou uts tsou ou otr tra a vez ez; ; me dij ijo o que el comi co misa sari rio o ha habí bía a es esta tado do pr preg egun unta tand ndo o po por r mí mí. . «Q «Qui uier ere e ve verl rle» e», , me dijo. No me atrevía a preguntarle para qué; le contesté que iría en seguida a visitarle. Entre lloviznas y aguaceros, exploré la ciudad con más detenimiento. Los arrabales me fascinaban. Al sol hacía calor, y bajo la lluvia el frío le ponía a uno la carne de gallina. La ciudad ciudad terminab terminaba a abruptam abruptamente ente por todas partes, como un grabado grabado ahogado en una lámina de zinc ennegrecido. De vez en cuando pasaba ante un pavo atado con una cuerda al llamador de una puerta; la cabra y el asno estaban omnipresentes. Se veían también mara ma rav vil illo loso sos s cr cret etin ino os y en enan ano os que se pas asea eaba ban n en co comp mpl let eta a libertad y a sus anchas; entraban a formar parte del decorado, al igual que el cactus, el parque desierto, el caballo muerto en el foso fo so, , lo los s pa pavo vos s do dome mest stic icad ados os y at atad ados os a lo los s ll llam amad ador ores es de la las s puertas. A lo largo de la orilla del mar había una hilera de casas que parecí parecían an enseña enseñar r las uñas, uñas, situad situadas as detrás detrás de un espaci espacio o libre libre trazado de prisa y que de una manera extraña me recordaba ciertos barrios viejos de París, donde la municipalidad ha comenzado por crear espacios llenos de luz y aire con destino a los hijos de los pobres. En París se pasa de un barrio a otro con imperceptibles tran tr ans sic icio ione nes s, com omo o si se ca cami min nas ase e a tr trav avé és de una ser erie ie de invi in visi sibl bles es co cort rtin inaj ajes es de pe perl rlas as. . En Gr Grec ecia ia lo los s ca camb mbio ios s so son n bruscos, casi dolorosos. En algunos lugares se pasa en el tiempo de cinco cinco minuto minutos s por todas todas las mutaci mutacione ones s habida habidas s en cincue cincuenta nta sigl si glos os. . To Todo do es está tá de deli line nead ado, o, es escu culp lpid ido, o, gr grab abad ado. o. In Incl clus uso o la las s tierras baldías tienen un aire de eternidad. Cada cosa se presenta con co n su as aspe pect cto o ún únic ico o en su gé géne nero ro: : un ho homb mbre re se sent ntad ado o en un una a carretera bajo un árbol; un asno subiendo por un sendero cercano a una montaña; un barco en un puerto sobre un mar de azul turquesa; una mesa en una terraza bajo una nube. Etcétera. Cualquier cosa que se mire da la impresión de que se ve por vez primera; todo esto no desaparecerá, no será demolido durante la noche, no se desi de sint nteg egra rará rá, , ni se di diso solv lver erá, á, ni se re revo voluc lucio iona nará rá. . Ca Cada da co cosa sa individual que existe, sea hecha por Dios o por el hombre, de una manera fortuita o premeditada, se destaca como una nuez en una aureola de luz, de tiempo y espacio. El arbusto es igual al asno; una pared tiene el mismo valor que un campanario; el melón tiene
el mismo jugo que el hombre. Nada se continúa ni se perpetúa más allá de su tiempo natural. Ning Ni ngun una a vo volu lunt ntad ad de hi hier erro ro vi vien ene e a ab abri rir r aq aquí uí su ho horr rrib ible le sendero de poder. Al cabo de media hora de marcha se encuentra uno aliviado y exhausto por la variedad de lo anómalo y esporádico. En compar comparaci ación ón con esto, esto, Park Park Avenue Avenue parece parece algo algo insens insensato ato, , y sin ning ni ngu una dud uda a lo es es. . Lo Los s ed edi ifi fici cios os más vie iej jos de Her era akl klei eion on sobrevivirán a los más nuevos de América. Los organismos mueren; la célula continúa viviendo. La vida está en las raíces, empotrada en la simplicidad y afirmándose de manera única. Iba con regularidad a casa del vicecónsul a tomar mi ración de arroz. A veces tenía visitas. Una tarde se dejó caer por allí el director de una asociación de sastres. Había vivido en América y hablaba un curioso inglés pasado de moda. «¿Quiere usted un puro, caballero?», decía. Le dije que también yo había sido sastre en mis mi s ti tiem empo pos. s. «P «Per ero o ah ahor ora a es pe peri riod odis ista ta —a —agr greg egó ó co con n vi vive veza za el vice vi cecó cóns nsul ul—. —. Ac Acab aba a de le leer er mi li libr bro. o.» » Em Empec pecé é a ha habl blar ar de lo los s forr fo rros os en la las s ma mang ngas as de al alpa paca ca, , de hi hilv lvan anes es, , so sola lapa pas s li lisa sas, s, hermosas vicuñas, bolsillos de cartera, chalecos de seda y chaqués galoneados. Hablé de estas cosas ininterrumpidamente por miedo a que el vicecónsul desviase la conversación hacia su tema favorito. No sabía si el sastre había ido como amigo o como simple proveedor. Sea como fuere, me decidí a hacerme amigo suyo con el único fin de que me ayudara a mantener lejos de la conversación ese infernal libro que fingí haber leído, pero del que no pude pasar de la tercera página. —¿Dónde estaba estaba su tienda, caballero? caballero? —preguntó —preguntó el sastre. sastre. —En la Quinta Avenida —contesté—. —contesté—. Era la tienda tienda de mi padre. padre. —La Quinta Avenida..., ¿no es esa una calle muy rica? —dijo, mientras el vicecónsul aguzaba el oído. —Sí —dije—. Nuestros clientes eran los mejores: banqueros, agentes agentes de cambio, cambio, abogados, abogados, millonarios, millonarios, magnates magnates del hierro hierro y del acero, propietarios de hotel, etcétera. —¿Y aprendió usted a cortar y coser? —preguntó. —preguntó. —Sólo cortaba los pantalones -—contesté—. Las chaquetas eran demasiado complicadas. —¿Cuánto cobraba cobraba usted por un traje, caballero? caballero? — ¡Oh!, en aquella época pedíamos solamente de ciento a ciento veinticinco dólares... Se volvió hacia el vicecónsul para preguntarle que calculara esa cant ca ntid idad ad en dr drac acma mas. s. Hi Hici cier eron on la cu cuen enta ta. . El vi vice cecó cóns nsul ul es esta taba ba visi vi sibl blem emen ente te im impr pres esio iona nado do. . En di dine nero ro gr grie iego go er era a un una a ca cant ntid idad ad tremenda, suficiente para comprar un pequeño barco. Advertí que se quedaron algo escépticos. Me puse a hablar a todo trapo: sobre guía gu ías s te tele lefó fóni nica cas, s, ra rasc scac acie ielo los, s, la ci cint nta a au auto tomá máti tica ca de la las s coti co tiza zaci cion ones es de Bo Bols lsa, a, se serv rvil ille leta tas s de pa pape pel l y so sobr bre e to todo do lo los s adornos de la gran ciudad, que hacen asombrar al paleto como si viera abrirse ante sus ojos el Mar Rojo. La cinta automática de las la s co coti tiza zaci cion ones es de Bo Bols lsa a ll llam amó ó la at aten enci ción ón de del l sa sast stre re. . Ha Habí bía a estado una vez en Wall Street para visitar la Bolsa. Quería hablar sobre ella. Me preguntó tímidamente si había hombres que tenían en
la calle sus pequeños mercados privados. Comenzó a hacer signos de sord so rdo omu mudo do, , co como mo su suel ele e hac ace ers rse e en el mer erca cado do ca cal lle leje jero ro. . El vicecónsul le miró como considerándolo un poco chalado. Acudí en su au auxi xili lio. o. Af Afir irmé mé vi vigo goro rosa same ment nte e qu que e de desd sde e lu lueg ego o ha habí bía a ta tale les s homb ho mbre res, s, mi mile les s de el ello los, s, bi bien en en entr tren enad ados os en es ese e le leng ngua uaje je de sordomudos. Me levanté y para demostrar cómo se practicaba, hice unos un os cu cuan anto tos s si sign gnos os. . El vi vice cecó cóns nsul ul so sonr nrió ió. . Le Les s di dije je qu que e le les s llevaría al interior de la Bolsa. Describí minuciosamente esa casa de locos, encargando de paso algunas tajadas de cobre de Anaconda, de estaño amalgamado, de telégrafos y teléfonos, y de todo lo que me aco cord rda aba de esa chi hif fla lada da Wal all l St Stre ree et, ya fue uer ra vo volá láti til, l, comb co mbus usti tibl ble e o an anal algé gési sico co. . Co Corr rrí í de un una a es esqu quin ina a a la ot otra ra de del l cuarto, comprando y vendiendo como un loco, plantándome ante la cómo có moda da de del l vi vice cecó cóns nsul ul y or orde dena nand ndo o po por r te telé léfo fono no a mi ag agen ente te de cambio que inundase el mercado, llamando a mi banquero para que me hici hi cier era a in inme medi diat atam amen ente te un pr prés ésta tamo mo de ci cinc ncue uent nta a mi mil l dó dóla lare res, s, llamando a los pobres telegrafistas para que pasasen una serie de telegramas, llamando a los traficantes de maíz y trigo de Chicago para que volcaran una carga en el Mississipí, llamando al ministro del Interior para preguntarle si había hecho votar esa ley sobre los lo s in indi dios os, , ll llam aman ando do a mi ch chóf ófer er pa para ra de deci cirl rle e qu que e no ol olvi vida dara ra pone po ner r un ne neum umát átic ico o de re reca camb mbio io en la pa part rte e tr tras aser era a de del l co coch che, e, llam ll aman ando do a mi ca cami mise sero ro pa para ra ma mald ldec ecir irle le po por r ha hace cerm rme e de dema masi siad ado o estrecho el cuello de mi camisa blanca y rosa, y preguntarle qué había de mis iniciales. Salté por encima del butacón y me tragué un bocadillo en el bar de la Bolsa. Saludé a un amigo que subía a su oficina para saltarse la tapa de los sesos. Compré la edición de los periódicos en que venían las carreras de caballos y me puse un clavel en el ojal. Mientras contestaba telegramas y telefoneaba con la mano izquierda, me hice limpiar los zapatos. Negligentemente, compré unos miles de acciones de los ferrocarriles; después pasé al Consolidated Gas, pensando que este nuevo proyecto de ley sobr so bre e la las s co cons nser erva vas s de ca carn rne e de ce cerd rdo o me mejo jora rarí ría a la si situ tuac ació ión n económica de las amas de casa. Casi me olvidé de leer la info in form rmac ació ión n mete me teor orol ológ ógic ica; a; afor af ortu tuna nada dame ment nte, e, tuve tu ve que qu e volv vo lver er corriendo al estanco para llenar el bolsillo de mi chaqueta de un puña pu ñado do de Co Coro rona na-C -Cor oron onas as, , y es eso o me hi hizo zo re reco cord rdar ar de ec echa har r un vistazo vistazo al boletín meteorológi meteorológico co para ver si había había llovido llovido en la región de Ozark. El sastre me escuchaba con ojos de besugo. «Ésa es la verdad», dijo dijo con excitaci excitación ón a la mujer mujer del vicecóns vicecónsul ul que me acabab acababa a de preparar otra ración de arroz. Y luego, de repente, me acordé de que Lindbergh llegaba de Europa. Me lancé hacia el ascensor y tomé el expreso hasta el piso 109 de un rascacielos que no se había construido todavía. Corrí a la ventana y la abrí. La calle estaba abarro abarrotad tada a de gente gente que aplaud aplaudía ía frenét frenética icamen mente; te; había había hombre hombres, s, mujere mujeres, s, muchac muchachos hos, , muchac muchachas has, , guardi guardias as a caball caballo, o, guardi guardias as en motocicleta, guardias a pie, ladrones, hombres vulgares, demó de móc cra rata tas, s, repu re publ blic ica ano nos, s, gra ranj njer ero os, abo boga gad dos os, , acró ac róba bata tas s, empleados de Banco, taquígrafos, empleados de almacenes, todo lo que qu e ll llev eva a pa pan nta talo lone nes s o fa fald ldas as, , to tod do lo qu que e pu pued ede e ap apl lau audi dir, r,
berrear, silbar, patalear o asesinar. Las palomas revoloteaban en la calle. Era Broadway. Era un año indeterminado y nuestro héroe regr re gres esab aba a de su gr gran an vu vuel elo o tr tran ansc scon onti tine nent ntal al. . Me ac acod odé é en la ventana y grité hasta quedar ronco. No creo en la aviación, pero aplaudí con todas mis fuerzas. Para aclararme la garganta, me tomé un whisky. Agarré una guía telefónica, y la despedacé como hiena enloquecida. Agarré la cinta de las cotizaciones automáticas, y la arrojé sobre la multitud que hormigueaba abajo —Anaconda, Copper, Amalgamated Zinc, U. S. Steel— 57 1/2, 34, 138, menos 2, más 6 3/4, 51, en alza, siempre en alza, Atlantic Coast, Seabeard Air Line Li ne, , y aq aquí uí vi vien ene, e, es está tá ll lleg egan ando do, , es él él, , es Li Lind ndbe berg rgh, h, vi viva va, , viva, ese es todo un hombre, un águila de los cielos, un héroe, el héroe más grande de todos los tiempos... Tomé un bocado de arroz para calmarme. —¿Qué altura tiene el edificio más alto? —preguntó el vicecónsul. Miré al sastre. «Contéstelo usted», le dije. Calculó unos cincuenta y siete pisos. Dije: «Ciento cuarenta y dos pies, sin contar el mástil de la bandera». Me le leva vant nté é de nu nuev evo o pa para ra ha hacé cérs rsel elo o ve ver. r. El me mejo jor r mé méto todo do es contar contar las ventan ventanas. as. Por términ término o medio medio un rascac rascaciel ielos os tiene tiene en conjunto 92.546 ventanas delante y detrás. Me quité el cinturón y me lo volví a poner chapuceramente, como si fuera un limpiador de ventanas. Me dirigí a la ventana y me senté en el antepecho.. La limpié a fondo. Me desenganché y pasé a la ventana siguiente. Mi tarea duró cuatro horas y media, y poco más o menos limpié, raspé e impermeabilicé 953 ventanas. —¿No le produce produce eso vértigo? vértigo? —preguntó el sastre. —No, estoy acostumbrado —respondí—. Después de dejar el oficio de sastre trabajé en los tejados —miré al techo para ver si podía hacer una demostración con la araña. —Sería mejor que comiera su arroz —dijo la mujer del vicecónsul. vicecónsul. Por Po r co cort rtes esía ía to tomé mé ot otra ra cu cuch char arad ada a y di dist stra raíd ídam amen ente te co cogí gí la bote bo tell lla a de del l co coña ñac. c. To Toda daví vía a es esta taba ba ex exci cita tado do po por r el re regr gres eso o de Lindberg. Olvidaba que el día en que llegó a la Battery, yo estaba cavando una zanja para el Departamento de Parques en el Condado de Catawpa. El jefe del Departamento pronunciaba un discurso en un club de bolos, discurso que había escrito para él la víspera. El vicecónsul se encontraba ahora perfectamente a sus anchas en el Nuevo Mundo. Había olvidado su contribución a la vida de las letras. Me sirvió otro coñac. «¿Ha «¿ Habí bía a pr pres esen enci cia ado el cab abal all ler ero o sas ast tre al alg gún pa part rtid ido o de baseball?, pregunté. No lo había presenciado. «Pero seguramente había oído hablar de Christy Mattewson o de Walt Wa lter er Jo John hnso son. n.» » No No. . «¿ «¿Sa Sabí bía a lo qu que e er era a un una a pe pelo lota ta de devu vuel elta ta?» ?» Tampoco. «¿Y una carrera de bateador?» No. Coloqué los cojines del sofá en el suelo, alrededor de mi base primera, segunda, tercera y prin pr inci cipa pal. l. Ma Marq rqué ué es esta ta úl últi tima ma co con n la se serv rvil ille leta ta. . Me pu puse se la máscara. Atrapé una pelota rápida, exactamente encima de la base principal. ¡Pan! Dos más y él quedaba fuera de juego, expliqué.
Arrojé la máscara y empecé a correr. Levanté la vista y a través del techo vi llegar una pelota que caía del planeta Plutón. La agarré con una mano y la tiré detrás de mí. «Fuera de juego», dije di je, , er era a un una a vo vole lea. a. Tr Tres es tu turn rnos os má más s pa para ra el ba bate tead ador or. . «¿ «¿Le Le apetece un cucurucho de palomitas de maíz? ¿Una gaseosa entonces?» Saqué un paquete de pastillas de menta, y tragué unas cuantas. «Comprad siempre las de Wrigley —dije—, porque duran más. Además gast ga sta a 5. 5.00 000. 0.00 000. 0.96 963, 3,00 00 po por r añ año o en pr prop opag agan anda da. . Da tr trab abaj ajo o a la gente. Conserva el Metro limpio... Y la Biblioteca Carnegie, ¿qué? ¿Le gustar gustaría ía visita visitarla rla? ? Cuenta Cuenta con cinco cinco millon millones, es, seisci seiscient entos os noventa y ocho mil socios. Todos los libros están perfectamente encuadernados, catalogados, anotados, desinfectados y envueltos en celo ce lofá fán. n. An Andr drew ew Ca Carn rneg egie ie la le legó gó a la ci ciud udad ad de Nu Nuev eva a Yo York rk en memoria de las Homestead Riots. Era un niño pobre que trabajando llegó a la cumbre. Nunca conoció un día de alegría. Fue un gran millonario que demostró que puede ser provechoso trabajar mucho y ahorrar céntimo a céntimo. Estaba equivocado, pero eso no importa. Ahora está muerto y nos ha dejado una cadena de bibliotecas que permiten a los trabajadores hacerse más inteligentes, más cultos, en una palabra, más miserables y desgraciados que eran. Dios le bendiga. Y ahora vamos a visitar la tumba de Grant...» El sastre miró su reloj. Pensó que se estaba haciendo tarde. Me serv se rví í un úl últi timo mo va vaso so de co coña ñac, c, re reco cogí gí la pr prim imer era, a, se segu gund nda a y tercera bases, y miré al loro que seguía despierto todavía porque habían olvidado tapar su jaula. «Ha «H a si sido do un una a ve vela lada da ex exce cele lent nte» e», , di dije je es estr trec echa hand ndo o la ma mano no de todos, incluso la de la doncella por equivocación. «Deben ustedes venir a visitarme cuando regrese a Nueva York. Tengo una casa en la ci ciud udad ad y ot otra ra en el ca camp mpo. o. La te temp mper erat atur ura a es ma magn gníf ífic ica a en otoño, cuando el humo se ha disipado. Están construyendo una nueva dínamo dínamo cerca cerca de Spuyten Duyvil, accionada accionada por ondas de éter. éter. Esta noche el arroz estaba estupendo. Y el coñac también...» Mañana Maña na ir iré é a Fa Faes esto tos, s, me de decí cía a mi mien entr tras as bu busc scab aba a mi ca cami mino no a trav tr avés és de la las s ca call lles es se seme meja jant ntes es a di dien ente tes s de si sier erra ra, , co como mo si fuer fu eran an un una a se serp rpie ient nte e de ag agua ua. . Tu Tuve ve qu que e ha hace cer r un es esfu fuer erzo zo pa para ra recordar que estaba en Creta, en una Creta muy distinta a la que había imaginado en sueños. De nuevo experimenté esa sensación que dejan las páginas de Dickens, de un mundo extraño y paticojo ilumina mi nad do po por r un una a Lun una a ca can nsa sada da y des esva vaíd ída a: un una a Tie ier rra que ha sobrevivido a todas las catástrofes y que palpitaba como la sangre en las venas, una Tierra de búhos, héroes y extrañas reliquias como las que traen los marinos en sus largas andanzas. A la luz de la Lu Luna na, , na nave vega gand ndo o a tr trav avés és de la las s si sile lenc ncio iosa sas s ca call lles es co como mo un barco que zozobra, sentí como si la Tierra me transportara por una región totalmente desconocida para mí. Estaba un poco más cerca de las estrellas, y el éter estaba cargado con su proximidad. No era simplemente que fueran más brillantes o que la Luna, que había adquirido la tonalidad del ñame, se hubiera hinchado y ladeado, sino que la atmósfera había sufrido un cambio sutil y perfumado. Había como un residuo, un elixir podría decirse, que se adhería al
aura que exhala la Tierra, aumentada en su esencia cada vez que se hace un viaje a este lugar del zodíaco. Era algo nostálgico, algo que qu e ha hací cía a de des spe pert rta ar a esa sas s ho hor rda das s si sin n ed edad ad de lo los s ho homb mbre res s ancestrales que permanecen con los ojos cerrados, como los árboles después de una inundación, en el torrente siempre en movimiento de la sangre. La sangre misma cambiaba, espesándose con el recuerdo de las dinastías creadas por el hombre, de los animales criados para la adivinación, de los instrumentos ajustados a las exac ex acti titu tude des s mile mi lena nari rias as, , de la las s inun in unda daci cion ones es, , desp de spoj ojad adas as de secretos, descargadas de tesoros. La Tierra se convertía en esa extraña criatura paticoja que anda con muletas y se tambalea a través través de puntia puntiagud gudos os campos campos de diaman diamantes tes, , pasand pasando o fielme fielmente nte a través de todas las moradas de su creación solar; se convertía en lo que será al final, en lo que, en ese convertirse, transmografía el obsceno macho cabrío y le da la inmovilidad de lo que siempre ha sido, porque no hay nada más, ni siquiera la posibilidad de un simulacro. Grec Gr ecia ia es lo qu que e to todo do el mu mund ndo o co cono noce ce, , ha hast sta a in absentia absentia y aunque sea niño, idiota o no haya nacido. Es lo que se espera que sea la Tierra, con un poco de suerte. Es el umbral sublime de la inoc in ocen enci cia. a. Si Sigu gue, e, co como mo en el dí día a de su na naci cimi mien ento to, , de desn snud uda a y plen pl enam amen ente te re reve vela lada da. . No es mi mist ster erio iosa sa, , ni im impe pene netr trab able le, , ni horrib horrible, le, ni desafi desafiant ante, e, ni preten pretencio ciosa. sa. Está Está hecha hecha la tierra tierra, , aire, fuego y agua. Cambia en las estaciones con ritmos armoniosos y ondulantes. Respira, invita, responde. Cret Cr eta a es alg lgo o má más. s. Cr Cre eta es un una a cu cuna na, , un in inst stru rume ment nto o, un vibrante tubo de ensayo en el que se ha realizado un experimento volcánico. Creta puede aquietar la mente y calmar la ebullición del de l pe pens nsam amie ient nto. o. Du Dura rant nte e mucho mucho ti tiem empo po de dese seé é ar ardi dien ente teme ment nte e ve ver r Creta, tocar el suelo de Cnossos, contemplar un fresco marchito, caminar por donde «ellos» habían caminado. Había dejado mi pensamiento asentarse en Cnossos, sin preocuparme del resto del país. Más allá de Cnossos sólo imaginaba un gran desierto australiano. Desconocía lo que Homero había cantado de las cien ciudades de Creta, porque nunca me decidí a leer Homero. También ignoraba que se hubieran encontrado vestigios del período minoico en la tumba de Akhena Akhenaton ton. . Sabía Sabía únicam únicament ente, e, o más bien bien creía, creía, que Cnosso Cnossos, s, esta isla que actualmente casi nadie se decide a visitar, había visto nacer, nacer, unos veinticinc veinticinco o o treinta treinta siglos siglos antes antes de la aurora aurora del de l cr cris isti tian anis ismo mo, , un mo modo do de vi vida da qu que e de deja ja pá páli lido do, , en enfe ferm rmiz izo, o, sombrío y condenado a todo lo que ha ocurrido en el mundo occidental desde entonces. El mundo occidental, digo, no ha tenido en cuen cu enta ta ni un una a so sola la ve vez z es esas as ot otra ras s gi giga gant ntes esca cas s ex expe peri rien enci cias as soci so cia ale les s qu que e se hi hic cie iero ron n en Amé méri ric ca de del l Su Sur r y del Cen entr tro o, pasánd pasándola olas s siempr siempre e por alto alto en sus rápido rápidos s exámen exámenes es histór histórico icos, s, como si se tratase de accidentes, saltando de la Edad Media al descub descubrim rimien iento to de Améric América, a, como como si esta esta bastar bastarda da florac floración ión que germinó en el continente norteamericano señalase una continuación normal del verdadero desarrollo de la evolución humana. Sentado en el trono del rey Minos, me sentí más cerca de Moctezuma que de Homero, Praxiteles, César o Dante. Contemplando las inscripciones
minoicas, pensé en las leyendas mayas que un día vi en el Museo Brit Br itá áni nico co y que se gra rab bar aron on en mi mem emor oria ia com omo o la mue uest stra ra caligráfica más extraordinaria, más natural y más artística de la larga larga histor historia ia de las letras. letras. Cnosso Cnossos, s, o lo que aconteci aconteció ó allí allí hace casi cincuenta siglos, es como el eje de una rueda en el que se hubieran colocado muchos rayos para dejarlos pudrir. La rueda fue el gran descubrimiento. Desde entonces el hombre se ha perdido en un dé déda dalo lo de in insi sign gnif ific ican ante tes s in inve vent ntos os, , qu que e so son n me mera rame ment nte e acce ac ceso sori rios os co comp mpar arad ados os co con n la gr gran ande deza za de del l he hech cho o pr prim imer ero; o; la revolución que originó el descubrimiento de la rueda. La is isla la, , pu pues es, , es estu tuvo vo an anti tigu guam amen ente te ll llen ena a de ci ciud udad ades es, , ej eje e reluciente de una rueda cuyo esplendor proyectaba su sombra sobre todo to do el mu mund ndo o co cono noc cid ido. o. En Ch Chin ina a se des esar arro roll llab aba a ot otr ra gra ran n revolución, y lo mismo ocurría en la India, en Egipto y en Persia. Estas revoluciones tenían reflejos mutuos que intensificaban sus penetr penetrant antes es brillo brillos; s; tenían tenían tambié también n ecos ecos y reverb reverbera eracio ciones nes. . La vida del hombre estaba constantemente agitada por las revoluciones de est stas as gra ran nde des s ru rued edas as bri rill lla ant ntes es de lu luz. z. Aho hora ra rei ein na la oscuridad. En ninguna parte, a lo largo de este mundo infi in fini nita tame ment nte e má más s an anch cho, o, se ve el me meno nor r si sign gno o o ev evid iden enci cia a de del l girar de una rueda. La última rueda se ha despedazado, la vida vertical ha terminado; el hombre se propaga sobre la faz de la Tierra en todas direcciones, como una invasión de hongos, borrando los últimos fulgores, las últimas esperanzas. Volv Vo lví í a mi cu cuar arto to de deci cidi dido do a su sume merg rgir irme me en es ese e gr gran an es espa paci cio o desconocido que llamamos Creta, antiguamente reino de Minos, hijo de Zeus, cuyo lugar de nacimiento se localiza allí. Desde que la rueda se ha ido en pedazos, y sin ninguna duda antes también, cada palmo de esta tierra ha sido un campo de batalla conquistado y vuelto vuelto a conquistar conquistar, , vendido, vendido, permutado, permutado, hipotecad hipotecado, o, subastado subastado, , arrasado por el fuego y la espada, saqueado, tomado a viva fuerza, admini administr strado ado por tirano tiranos s y demoni demonios, os, convert convertido ido por fanáti fanáticos cos, , traici traiciona onado, do, redimi redimido, do, calumn calumniad iado o por las grande grandes s potenc potencias ias del día, dí a, de deso sol lad ado o tan anto to po por r hor orda das s civ ivi ili liza zada das s com omo o sal alv vaj ajes es, , profanado por todos, perseguido a muerte como un animal herido, reducido al terror y a la ignorancia, jadeando de rabia e impotenc te ncia ia, , ab aban ando dona nado do po por r to todo dos s co como mo si fu fuer era a un le lepr pros oso, o, de deja jado do mori mo rir r en entr tre e su pr prop opio io es esti tiér érco col l y ce ceni niza zas. s. As Así í er era a la cu cuna na de nues nu est tra ci civi vil liz izac ació ión n cu cuan ando do al fin se le leg gó a su sus s mí míse sero ros s y desamparados habitantes. Lo que había sido el lugar de nacimiento del de l má más s gr gran ande de de lo los s di dios oses es, , lo qu que e ha habí bía a si sido do cu cuna na, , ma madr dre, e, inspiración del mundo helénico, fue finalmente anexionado y desde no hace mucho tiempo forma parte de Grecia. ¡Qué cruel parodia! ¡Qué maléfico destino! Aquí el viajero tiene que bajar la cabeza de vergüenza. Éste es el arca que las aguas de la civilización, al reti re tira rars rse, e, ha han n de deja jado do en al alto to, , va vara rada da en la pl play aya. a. És Ésta ta es la necrópolis de la cultura, que señala la gran encrucijada de los caminos. Ésta es la tierra que al fin recuperó Grecia. Y algunos años añ os má más s ta tard rde e re reci cibi bió ó ot otro ro pr pres esen ente te má más s te terr rrib ible le to toda daví vía: a: la vuelta de un gran miembro mutilado que había sido arrojado al mar envuelto en fuego y sangre.
Tuve Tuve una pesadi pesadilla lla. . Me vi mecido mecido suave suave e indefi indefinid nidame amente nte por Zeus Ze us omn mnip ipot ote ent nte e en un una a cun una a en ll llam amas as. . Y cua uand ndo o es estu tuve ve lo bastante tostado, me lanzó suavemente a un mar de sangre. Nadé sin detenerme entre cuerpos desmembrados, marcados con la cruz y la medi me dia a lu luna na. . Al fi fina nal l ll lleg egué ué a un una a or oril illa la fl flan anqu quea eada da de ro roca cas. s. Estaba desnuda y completamente desierta. Mi vagabundeo me llevó a una un a cu cuev eva a si situ tuad ada a en la la lade dera ra de un una a mo mont ntañ aña. a. En su sus s he hela lada das s prof pr ofu und ndid idad ade es vi un gra ran n cor oraz azón ón, , bri rill lla ant nte e com omo o un ru rubí bí, , suspendido de la bóveda por una enorme tela de araña. Latía, y a cada latido caía al suelo una inmensa gota de sangre. Era un corazón demasi demasiado ado grande grande para para ser de alguna alguna criatu criatura ra vivient viviente. e. Era incluso más grande que el corazón de un dios. Es como el corazón de la agonía, dije en voz alta, y mientras habl ha blab aba a se de desv svan anec eció ió y ca cayó yó so sobr bre e mí un una a es espe pesa sa os oscu curi rida dad. d. Ento En tonc nces es, , ag agot otad ado, o, me fu fui i hu hund ndie iend ndo, o, y la lanc ncé é un so soll lloz ozo o qu que e repercutió por toda la cueva y acabó por ahogarme. Me desperté y, sin consultar el firmamento, pedí un coche para ese día. Al subir a mi lujosa limousine me acordé de que tenía que preguntar en Faestos por Kyrios Alexandros. Atravesamos como un bólido la derruida puerta de la ciudad en medi me dio o de un una a nu nube be de po polv lvo, o, ap apar arta tand ndo o a de dere rech cha a e iz izqu quie ierd rda a pollos, gatos, perros, pavos, niños desnudos y canosos vendedores de golosinas; nos lanzamos a toda velocidad por un terreno entre gris oscuro y pardusco como la gutapercha, que cerca la ciudad al igua ig ual l qu que e la ar arga gama masa sa ob obst stru ruye ye un una a en enor orme me gr grie ieta ta. . No se ve veía ían n lobos, lobos, ni buharr buharros, os, ni reptil reptiles es veneno venenosos sos. . El Sol, Sol, inunda inundado do de limón limón y naranj naranja, a, colgab colgaba a sobre sobre la tierra tierra quemad quemada, a, lanzan lanzando do esa radiación que embriagaba a Van Gogh. Pasamos imperceptiblemente de las ardientes y estériles tierras a una fértil región llena de campos de brillantes cosechas, que me hizo recordar esa sonrisa serena y quieta que tiene nuestro Sur cuando se atraviesa en coche el estado de Virginia. Me puse a soñar en la dulzura y docilidad que qu e po pose see e la ti tier erra ra cu cua and ndo o el hom omb bre la ac aca ari rici cia a co con n man anos os amoros amorosas. as. Y expres expresaba aba mi sueño sueño en idioma idioma americ americano ano. . Cruzab Cruzaba a de nuevo el continente continente. . Tierras Tierras de Oklahoma, Oklahoma, de Carolina Carolina del Norte y Sur, de Tennessee, de Texas y de Nuevo Méjico. Nunca un gran río, nunc nu nca a un una a ví vía a de fe ferr rroc ocar arri ril. l. So Sola lame ment nte e la il ilus usió ión n de gr gran ande des s espa es paci cios os, , la re real alid idad ad de in inme mens nsas as pe pers rspe pect ctiv ivas as, , el su subl blim ime e silencio, la revelación de la luz. En la cima de un despeñadero de vértigo, un diminuto santuario azul y blanco; en el fondo de la barran barranca, ca, un cement cementeri erio o de cantos cantos rodado rodados. s. Comenz Comenzamo amos s a subir, subir, bordeando bordeando los precipicio precipicios; s; al otro lado de la quebrada quebrada, , la tierra tierra se combaba como las rodillas de un gigante vestido de pana. Aquí y allí un hombre, una mujer, el sembrador, la segadora, se recortan sobre un fondo de nubes semejantes a la espuma del mar. Ascendemos a través través de campos campos cultiv cultivado ados, s, siguie siguiendo ndo un camino camino serpen serpentin tino, o, elevándonos a la cima de la contemplación, a la morada del sabio, del águila, de la nube tormentosa. La carretera está flanqueada por enormes peñascos, mutilados por el viento y el rayo, de un color grisáceo que recuerda el miedo, temblorosos, coronados por grandiosas moles, en un equilibrio de demonios macroscópicos. La
tierra tier ra em empa pali lide dece ce, , cobr co bra a un as aspe pect cto o sobr so bren enat atur ural al, , esté es téri ril, l, desh de shum uman aniz izad ado, o, no es pa pard rda, a, ni gr gris is, , ni be beig ige; e; ad adqu quie iere re es esa a cual cu ali ida dad d in inco col lor ora a de la mu mue ert rte e en la qu que e se re refl flej eja a la lu luz z esparciendo ésta con su vegetación difícil y agostad ada a, rechazándola con cegadores rayos que se clavan como púas en los más delicados tejidos del cerebro y hacen gemir como un loco. Éste es un lugar donde uno empieza a regocijarse. Un lugar que puede puede compar comparars arse e a las devast devastaci acione ones s hechas hechas por el hombre hombre, , que sobrepasa sus más sangrientos pillajes. Aquí está la naturaleza en un estado demencial, la naturaleza que ha perdido su capacidad de agarrar y retener, y se ha convertido en desesperanzada presa de sus propios elementos. Ésta es la tierra vencida, brutalizada y humi hu mill llad ada a po por r la vi viol olen enci cia a de su pr prop opia ia tr trai aici ción ón. . Es Esto to es un frag fr agme ment nto o de lo ab abso solu luto to, , pe pela lado do co como mo el pi pico co de un ág águi uila la, , horrible como la mirada de reojo de una hiena, imponente como un híbrid híbrido o granit granito. o. Aquí Aquí la natural naturaleza eza ha ido tambal tambaleán eándos dose e hasta hasta detenerse en un congelado vómito de odio. Llegamos a una inmensa llan ll anur ura, a, de desc scen endi dien endo do po por r el fl flan anco co fr frág ágil il y cr cruj ujie ient nte e de un una a montaña. montaña. Las tierras tierras altas altas están cubiertas cubiertas de tiesos tiesos matorral matorrales es como las púas de color de espliego y azuladas del puerco espín. Aquí Aq uí y al allí lí se ve ven n es espa paci cios os pe pela lado dos s de ar arci cill lla a ro roja ja, , fa faja jas s de pizarra, dunas de arena, un campo verde de guisantes, un ondeante lago de champaña. Atravesamos un pueblo que no pertenece a ningún tiempo ni lugar, que es un accidente, un súbito brote de actividad humana, surgido allí porque un buen día alguien volvió al lugar de la matanza para buscar una vieja fotografía entre el montón de esco es com mbr bros os, , qu qued edán ándo dos se all llí í por in ine erc rci ia y at atra raye yen ndo co con n su presencia moscas y otras formas de vida animada e inanimada. Y más allá... Una casa solitaria, rectangular, hundid ida a profundamente en la tierra. Un pueblo aislado en medio del vacío. Tiene una puerta y dos ventanas. Está construido como si fuera una caja. Es el refugio de algún ser humano. ¿Qué clase de ser? ¿Quién vive vi ve al allí lí? ? ¿P ¿Por or qu qué? é? El pa pais isaj aje e am amer eric ican ano o se ex exti tien ende de de detr trás ás. . Rodamo Rodamos s sobre sobre ciudad ciudades es muerta muertas, s, sobre sobre esquel esqueleto etos s de elefant elefantes, es, sobre fondos marinos cubiertos de hierba. Comienza a llover; es un repe re pent ntin ino o y rá rápi pido do ch chap apar arró rón n qu que e ha hace ce de desp spre rend nder er va vaho ho de la tierra. Bajo del coche y camino por un lago de barro para examinar las la s ru ruin inas as de Go Gort rtyn yna. a. Si Sigo go pa paso so a pa paso so la las s in insc scri ripc pcio ione nes s de del l muro. Hablan de leyes que ya nadie obedece. Las únicas leyes que perduran son las no escritas. El hombre es un animal transgresor de la ley. Pero un transgresor tímido. Es mediodía. Quiero comer en Faestos. Continuamos. Ha cesado de llover, las nubes se han dispersado. La bóveda celeste se abre como un abanico, el azul se descompone en esa última luz violeta que da a todo lo griego un aspecto sagrado, natural y familiar. En Grecia se tiene el deseo de bañarse en el firmamento. Desea uno quitarse la ropa, dar un salto y lanzarse al azul. Se desea flotar en el aire como un ángel o tumbarse rígido en la hierba y gozar de un éxtasis cataléptico. Aquí se esposan piedra y cielo. Aquí está la aurora eterna del despertar del hombre. El coc oche he se de desl sliz iza a po por r un cam amin ino o de cie ier rvo vo, , y lu lueg ego o no nos s
detenemos en el límite de un parque salvaje. «Allá arriba —dice el homb ho mbre re, , se seña ñala land ndo o un ri risc sco— o—, , Fa Faes esto tos. s.» » Ha Habí bía a pr pron onun unci ciad ado o la palabra. Fue algo mágico. Vacilé. Quería prepararme. «Es preferible que se lleve la comida —dijo el hombre—. Tal vez allá arriba no haya nada para comer.» Me puse la caja de cartón bajo el braz br azo o y le lent ntam amen ente te, , pe pens nsat ativ ivam amen ente te, , re reve vere rent ntem emen ente te in inic icié ié la peregrinación. Era una de las pocas veces en mi vida que tenía plena conciencia de encont encontrar rarme me ante ante una gran gran experi experienc encia. ia. Y no solame solamente nte tenía tenía plena plena concie concienci ncia a de ello, ello, sino sino que sentía sentía una enorme enorme gratit gratitud, ud, gratit gratitud ud por estar estar vivo, vivo, gratit gratitud ud por tener tener ojos, ojos, por tener tener en perfecto estado mis pulmones y miembros, por haber vivido en el arroyo arroyo, , por haber haber pasado pasado hambre hambre, , por haber haber sido sido humill humillado ado, , por haber hecho todo lo que hice, por llegar al fin a este momento culminante de felicidad. Crucé uno o dos puentes de madera situados en lo profundo de la cañada, y me detuve otra vez en el barro que cubría mis zapatos para pa ra ex exam amin inar ar la pe pequ queñ eña a fr fran anja ja qu que e ac acab abab aba a de at atra rave vesa sar. r. Al dobl do bla ar un re rec cod odo o de la car arr ret eter era a de debí bía a em emp pez ezar ar mí di difí fíci cil l ascensión. Tenía la sensación de encontrarme rodeado de ciervos. Tenía otra intuición, insistente y poderosa: la de que Faestos era la fo fort rtal alez eza a fe feme meni nina na de la fa fami mili lia a de Mi Mino nos. s. El hi hist stori oriad ador or sonr so nrei eirá rá; ; al allá lá él él. . Pe Pero ro en es ese e in inst stan ante te, , si sin n im impo porta rtarm rme e la las s prue pr ueba bas s ni la ló lógi gica ca, , Fa Faes esto tos s se me ap apar arec eció ió co como mo mo mora rada da de reinas. Cada paso que daba corroboraba esta sensación. Cuando llegué a la cima del risco, vi un estrecho sendero que llev ll evab aba a al pa pabe bell llón ón le leva vant ntad ado o en el lu luga gar r de la las s ru ruin inas as pa para ra comodidad del viajero. De repente me di cuenta de que había un homb ho mbre re en el ot otro ro ex extr trem emo o de del l se send nder ero. o. Mi Mien entr tras as me ac acer erca caba ba, , comenzó a hacerme rev eve erencias y saludos. Debe ser Kyrios Alexandros, pensé. «Dios «Dios le ha enviad enviado», o», me dijo dijo señala señalando ndo el cielo cielo y sonrie sonriendo ndo como en éxtasis. Cortésmente me cogió la americana y la caja que contenía la comida, habiéndome embelesado, mientras trotaba ante mí, de la alegría que sentía al ver de nuevo a un ser humano. «Esta guerra —dijo retorciendo las manos y elevando piadosamente los ojos en muda súplica—, esta guerra... Ya no viene nadie aquí. Alex Al exa and ndro ros s est stá á com ompl ple eta tame men nte so solo lo. . Fae aest stos os es está tá mu muer ert to y olvi ol vida dado do.» .» Se de detu tuvo vo pa para ra co coge ger r un una a fl flor or, , y me la di dio. o. Mi Miró ró tristemente la flor, como si se apiadara de su miserable destino que la hacía brotar en completa soledad. Me paré a mirar tras de mí las montañas circundantes. Alexandros estaba a mi lado. Esperaba en un reverente silencio a que yo hablara. No podía hablar. Puse mi mano en su hombro e intenté comunicarle mis sentimientos con co n oj ojos os hu hume mede deci cido dos. s. Al Alex exan andr dros os me la lanz nzó ó un una a mi mira rada da de pe perr rro o fiel; cogió la mano que había puesto en su hombro e inclinándose la besó. «Usted «Usted es bueno bueno —dijo— —dijo—. . Dios Dios le ha enviad enviado o para para compar compartir tir mi soledad. Alexandros es muy feliz, muy feliz. Venga.» Y tomándome de la mano me hizo dar un rodeo para llegar frente al pabellón. Hizo Hi zo es eso o co como mo si fu fuer era a a ha hace cerm rme e el re rega galo lo má más s gr gran ande de qu que e un
hombre puede hacer a otro. «Le entrego esta tierra y todas las maravillas que contiene», decía su muda y elocuente mirada. Miré, y ex excl clam amé: é: «¡ «¡Di Dios os mí mío, o, es in incr creí eíbl ble! e! » Ap Apar arté té lo los s oj ojos os. . Er Era a demasiado, demasiado para pretender abarcarlo todo de una vez. Alex Al exan andr dros os en entr tró ó un mo mome ment nto, o, y yo co come menc ncé é a pa pase sear ar po por r el pórtico del pabellón, contemplando la grandiosidad del escenario. Me sentí preso de una leve locura, como esos grandes monarcas del pasa pa sad do que co con nsa sagr grar aro on su vid ida a a enn nnob oble lec cer la las s ar arte tes s y la literatura Ya no sentía la necesidad de enriquecerme; había llegado a lo máximo, y sólo deseaba dar, dar con prodigalidad y sin distinción todo lo que poseía. Alexan Alexandro dros s aparec apareció ió con un trapo, trapo, un cepill cepillo o de calzado calzado y un gran cuchillo oxidado; se puso de rodillas y empezó a limpiarme los zapatos. No experimenté la menor turbación. Me dije que era preferible dejarle hacer lo que quisiera, ya que eso le agradaba. Me pregunté qué podría hacer para que los hombres se dieran cuenta de la inmensa reserva de felicidad almacenada para cada uno de noso no sotr tros os. . En Envi vié é mi be bend ndic ició ión n en to toda das s di dire recc ccion iones es: : a vi viej ejos os y jóvenes, a los salvajes olvidados en las regiones más remotas de la Ti Tier erra ra, , a lo los s an anim imal ales es sa salv lvaj ajes es y a lo los s do domé mést stic icos os, , a lo los s pájaros del aire, a los seres que se arrastran, a los árboles, plantas y flores, a las rocas, lagos y montañas. Éste es el primer día de mi vida, me decía, en que abarco en un solo pensamiento a cada ser y cosa de esta Tierra. Bendito sea el universo, bendita sea cada una de sus pulgadas y cada ser viviente; todo es vida, todo respira como yo, con plenitud de conocimiento. Alexandros sacó una mesa y puso el mantel. Me aconsejó que diera una un a vu vuel elta ta po por r el lu luga gar r y exa xami mina nas se las ru rui ina nas. s. Le esc scuc uché hé extasiado. Sí, debía dar un paseo y hacer entrar dentro de mí todo lo que me rodeaba. Eso es lo que se suele hacer. Descendí los anchos escalones del palacio, y miré como un autómata a derecha e izqu iz quie ierd rda. a. No te tení nía a el me meno nor r de dese seo o de ob obse serv rvar ar lo los s di dint ntele eles, s, urnas, piezas de alfarería, juguetes, celdas votivas y cosas por el es esti tilo lo. . A mi mis s pi pies es, , ex exte tend ndié iénd ndos ose e co como mo alfom alfombr bra a má mági gica ca, , se divisaba la llanura de Messara, ceñida por una cadena montañosa. Desde esta sublime y serena altura, la planicie tiene el aspecto del de l ja jard rdín ín de del l Ed Edén én. . En la las s mi mism smas as pu puer erta tas s de del l Pa Para raís íso, o, lo los s descendientes de Zeus hicieron aquí una parada, en su marcha hacia la eternidad, para lanzar una última mirada a la Tierra, y vieron con ojos inocentes que la Tierra es en verdad tal como ellos la habían soñado: un lugar de belleza, de alegría y de paz. En el fondo de su corazón el hombre es un ángel. En el fondo de su corazón el hombre permanece unido al mundo entero. Faestos contiene tiene todos todos los elemen elementos tos del corazó corazón. n. Faesto Faestos s es complet completame amente nte femenino. Todo lo que el hombre ha realizado se perdería si no fuera por esta etapa final de contrición, encarnada aquí en la morada de las reinas celestiales. Di una vuelta por el lugar, abarcando el panorama desde todos los ángulo ángulos. s. Descri Describí bí un círcul círculo o por las colinas colinas circun circundan dantes tes. . Enci En cim ma de mí, la gig igan ant tes esca ca bó bóve ved da, si sin n te tech cho, o, se abr bría ía al infinito. Aquí se está más cerca del cielo, pero también se está
más lejos de todo lo que se encuentra más allá. Alcanzar el cielo desde esta suprema mansión terrestre, no supone nada —un juego de niños—, pero es imposible alcanzar más allá, agarrar, aunque sólo sea por un instante, la radiación y el esplendor de este reino luminoso, donde la luz de los cielos no es más que un débil y enfermizo enfermizo fulgor. Aquí los pensamientos pensamientos más sublimes sublimes se anulan, anulan, dete de teni nido dos s en su vu vuel elo o po por r un pr prof ofun undo do ha halo lo, , cu cuya ya ir irra radi diac ació ión n detiene el proceso mismo del pensamiento. A lo sumo, el pensamiento no es sino especulación, pasatiempo parecido al de ver una máqu má quin ina a ec echa hand ndo o ch chis ispa pas. s. Di Dios os ha pe pens nsad ado o to todo do de an ante tema mano no. . No tene te nem mos qu que e re reso solv lver er nad ada; a; to tod do se nos ha dad ado o res esu uel elto to de antemano. No nos queda más que fundirnos, disolvernos, nadar en la solución. Somos peces solubles, y el mundo es un acuario. Alexandros me hacía señas. La comida estaba preparada. Vi que habí ha bía a pu pues esto to la me mesa sa pa para ra mí so solo lo. . Insis Insistí tí en qu que e pu pusi sier era a un cubierto cubierto para él. Me costó trabajo trabajo convencerl convencerle. e. Tuve que poner poner mi mano en su espalda, señalar el cielo, barrer el horizonte con un amplio gesto que lo abarcaba todo, antes de conseguir que aceptase comer en mi compañía. Abrió una botella de vino tinto, encabezado, espeso, que nos situó inmediatamente en el centro del universo; añadió olivas, jamón y queso. Alexandros me rogó que me quedase unos días. Fue a buscar un libro de registro para enseñarme la fecha de llegada del último visitante. Éste fue, al parecer, un borracho americano que creyó hacer una broma firmando «Duque de Windsor» en el registro, y añadiendo «¡ Oh, la, la, qué noche!». Eché un vistazo a las firmas, y con asombro descubrí entre ellas el nombre de un antiguo amigo. No daba crédito a mis ojos. Sentí deseos de tacharlo. Pregunté a Alexandros si venían muchos americanos a Faestos; me contestó afirmativamente, y por el brillo de sus ojos comprendí que daban generosas propinas. Saqué también la conclusión de que les gustaba el vino. Creo Cr eo qu que e el vi vino no se ll llam amab aba a mavrodaphne. Si no era ése su nomb no mbre re, , me mere recí cía a se serl rlo, o, po porq rque ue es un una a he herm rmos osa a pa pala labr bra a qu que e lo desc de scri ribe be pe perf rfec ecta tame ment nte. e. Es un vi vino no qu que e se de desl sliz iza a co como mo vi vidr drio io fundido, y que corre por las venas como fuego fluido, dilatando corazón y ánimo. Uno se siente pesado y ligero a la vez; ágil como el an antí tílo lope pe y, si sin n em emba barg rgo, o, in inca capa paz z de mo move vers rse. e. Se su suel elta ta la lengua, el paladar se espesa agradablemente, las manos describen amplios y desganados gestos, como ésos que se desearía trazar con un grueso y suave lapicero. Se desearía pintarlo todo en un rojo vivo con salpicaduras de carbón y negro de humo. Los objetos se alargan y se borran, los colores se hacen más auténticos y vivos, como lo son para el miope cuando se quita los lentes. Pero, sobre todo, es un vino que reconforta el corazón. Me quedé allí sentado, charlando con Alexandros en ese lenguaje sordomudo del corazón. Dentro de unos minutos tenía que irme. No me sen entí tía a de des sgr grac acia iad do po por r eso so, , ya que hay exp xper eri ien enci cia as tan mara ma ravi vill llos osas as, , ta tan n ún únic icas as, , qu que e el pe pens nsam amie ient nto o de pr prol olon onga garl rlas as parece ser la forma más vil de ingratitud. Si no me fuera ahora, tendría que quedarme para siempre, dar la espalda al mundo y renunciar a todo.
Di un último paseo por los alrededores. El Sol hab abí ía desaparecido, las nubes se amontonaban. La brillante alfombra de la llanura de Messara, bajo el cielo plomizo, aparecía listada por manc ma ncha has s so somb mbrí rías as y su sulf lfur uros osos os re resp spla land ndor ores es. . La Las s mo mont ntañ añas as se aproximaban, agrandadas y amenazantes al cambiarse sus profundidades azuladas. Hace un momento el mundo parecía etéreo, como una especie de sueño, un panorama huidizo y envanescente. De repente había había cobrad cobrado o sustan sustancia cia y peso; peso; los reverb reverbera erante ntes s contor contornos nos se agrupaban en formación orquestal, las águilas salían de sus nidos y volaban por el espacio como mensajeras de la tormenta de los dioses. Me despedí de Alexandros, que estaba ahora llorando. Me di la vuelta con rapidez, y comencé a caminar por el estrecho sendero que bordea el risco. Apenas había dado unos pasos, cuando me di cuenta de que Alexandros estaba detrás de mí; había hecho con toda rapidez un ramo de flores que me instó a aceptar. Nos despedimos otra vez. Alexandros se quedó allí, saludando con la mano cuando yo volvía la cabeza para mirarlo. Llegué al abrupto declive y al cami ca mino no to tort rtuo uoso so po por r el qu que e de debí bía a de desc scen ende der r pa para ra ll lleg egar ar a la cañada cañada. . Miré Miré hacia hacia atrás atrás por última última vez. vez. Alexan Alexandro dros s contin continuab uaba a allí, como un minúsculo punto, agitando todavía su brazo. El cielo estaba más amenazador; pronto todo sería inundado por un inmenso chaparrón. Mientras descendía me preguntaba cuándo volvería a ver esos lugares, suponiendo que los viera de nuevo. Me sentía triste al pe pen nsa sar r que nad adie ie ha hab bía co comp mpa art rtid ido o co conm nmig igo o ta tan n est stup upen endo do presente; en verdad, era demasiado regalo para recibirlo una sola persona. Tal vez por eso había dado a Alexandros una principesca gratificación, no por generosidad, como debió creer, sino por un sentimiento de culpabilidad. Aunque no hubiera encontrado a nadie, hubiera dejado algo. En el momento en que subía al coche, comenzó a llover, débilmente al principio, luego cada vez con mayor fuerza. Cuando llegamos a las tierras baldías, el campo era una extensión de agua arremolinada; lo que unas horas antes era arcilla endurecida por el sol, arena, aridez, desierto, se había convertido ahora en una serie de flotantes terrazas, entrecruzadas por cascadas parduzcas y turbulentas, por ríos corriendo en todas direcciones, lanzándose hacia hacia el enorme enorme y humean humeante te sumider sumidero, o, cargad cargados os de tierra tierra sucia, sucia, ramas tronchadas, guijarros, pizarras, minerales, flores salvajes, insect insectos os muerto muertos, s, lagart lagartos, os, carret carretill illas, as, jacas, jacas, perros perros, , gatos, gatos, cabañas, espigas amarillas de trigo, nidos de pájaros, todo lo que no tiene inteligencia, pies o raíces para resistir. Al otro lado de la mo mont ntañ aña, a, ba bajo jo el mi mism smo o ag agua uace cero ro to torr rren enci cial al, , pa pasam samos os a hombres y mujeres, con el paraguas abierto, a lomo de diminutas bestias de carga, marchando perezosamente en busca del camino que les condujera a la llanura. Graves y silenciosas figuras que se moví mo vían an a pa paso so de ca cara raco col, l, co como mo si fu fuer eran an pe pere regr grin inos os ca cami mina nand ndo o hacia un santuario sagrado. Los enormes centinelas de retorcidas rocas, apilados uno sobre otro como esos monumentos de vértigo de las la s ca caja jas s de ce ceri rill llas as qu que e Pi Pica cass sso o gu guar arda da en la re repi pisa sa de su chimenea, chimenea, se habían habían convertid convertido o en gigantes gigantescos cos y nudosos nudosos hongos, hongos,
chorre chorreand ando o negros negros pigmen pigmentos tos. . Bajo Bajo la furios furiosa a lluvia lluvia, , sus formas formas inclinada inclinadas, s, que parecían estar en equilibr equilibrio, io, tenían tenían un aspecto aspecto más amenazador que antes. De vez en cuando surgía una gran masa de rocas delicadamente veteada, que sostenía un minúsculo santuario blan bl anco co co con n te teja jado do az azul ul. . Si el lu luga gar r no hu hubi bier era a si sido do Cr Cret eta, a, me hubiera imaginado estar en alguna región demoníaca y maléfica de Mongol Mongolia, ia, en algún algún paso paso prohib prohibido ido, , guarda guardado do por malos malos espíri espíritus tus que estuvieran al acecho del confiado viajero para enloquecerlo de terror, con sus potros mesteños de tres patas y sus cadáveres de color de la alheña, que se levantan como helados semáforos en la noche rasa, iluminada por la Luna. Herakleion estaba casi seco cuando llegamos. En el vestíbulo del hotel encontré esperándome al señor Tsoutsou. Me dijo que era de la mayor urgencia visitar al comisario de policía, quien me había estado esperando durante los últimos días. Fuimos inmediatamente a su despacho. Ante la puerta había una mendiga y dos rapazuelos andrajosos; aparte de ellos, el edificio estaba vacío e inma in macu cula lado do. . No Nos s pa pasa saro ron n al de desp spac acho ho en se segu guida ida. . El co comi misa sari rio, o, sentado ante una enorme mesa, se levantó y avanzó hacia nosotros para pa ra sa salu luda darn rnos os. . He de re reco cono noce cer r qu que e no es esta taba ba pr prep epar arad ado o pa para ra encontrarme con un personaje como Stavros Tsoussis. Dudo que haya otro como él en toda Grecia; alguien tan vivo, celoso, afable, suave de modales, puntilloso y correcto. Parecía como si, durante los días y noches que me había estado esperando, hubiera ensayado gest ge stos os y mo moda dale les, s, co como mo si hu hubi bier era a re repe peti tido do un una a y ot otra ra ve vez z la las s opor op ort tun unas as fr fras ases es ha hast sta a al alca can nza zar r la pe per rfe fecc cció ión n, y pod oder erl las pron pr onun unci ciar ar co con n un una a in indi dife fere renc ncia ia ab abso solu luta ta y at ater erra rado dora ra. . Er Era a el perfecto empleado público, tal como uno se lo imagina según las caricaturas del funcionario alemán. Era un hombre de acero, y al mismo tiempo flexible, complaciente, agradable y nada oficioso. El edificio en el que estaba instalado su despacho era uno de esos modernos cuarteles de cemento donde los hombres, papeles y muebles son de igual monotonía. Stavros Tsoussis había logrado, con una indefinible destreza, transformar su despacho en un tabernáculo de la burocr burocraci acia, a, de alarma alarmante nte distin distinció ción. n. Cada Cada uno de sus gestos gestos tení te nía a un ai aire re de im impo port rtan anci cia. a. Er Era a co como mo si hu hubi bier era a qu quit itad ado o de del l cuarto todo lo que pudiera obstaculizar sus rápidos movimientos, sus perentori perentorias as órdenes, órdenes, su aterrador aterradora a atención atención sobre el asunto asunto que llevaba entre manos. ¿Para qué me había llamado? Se lo hizo saber inmediatamente a Tsoutsou, quien actuaba de intérprete. Había solicitado verme, en cuanto se enteró de mi llegada, para presentar lo primero de todo sus respetos a un autor americano que se había dignado visitar un lugar tan remoto como Creta, y en segundo lugar para informarme que qu e su limousine, qu que e ag agua uard rdab aba a af afue uera ra, , es esta taba ba a mi co comp mple leta ta disposici disposición ón si deseaba deseaba visitar visitar detenida detenidamente mente la isla. isla. En tercer tercer lugar, quería hacerme saber lo mucho que lamentó no haberme podido encontrar antes, ya que hacía uno o dos días había organizado un banquete en mi honor, al que desgraciadamente y con toda evidencia me fue imposible asistir. Deseaba decirme el honor y privilegio que para él suponía dar la bienvenida a un representante de la
nación americana, ese gran pueblo amante de la libertad. Grecia, dijo di jo, , es esta tará rá et eter erna name ment nte e ag agra rade deci cida da a Am Amér éric ica, a, no só sólo lo po por r la ayuda, generosa y desinteresada que tan espontáneamente ofreció a sus compatriotas en momentos difíciles, cuando todas las naciones civilizadas de Europa parecían abandonarles, sino también a causa de esos ideales de libertad, que eran los cimientos de su gloria y grandeza. Fue un magnífico homenaje y, por un momento, me sentí abrumado. Pero cuando añadió, casi sin detenerse, que le complacería conocer mis mi s im impr pres esio ione nes s so sobr bre e Gr Grec ecia ia, , y co conc ncre reta tame ment nte e so sobr bre e Cr Cret eta, a, reacci reaccioné oné rápida rápidamen mente te y volvié volviéndo ndome me hacia hacia Tsouts Tsoutsou, ou, que estaba estaba presto para ayudarme con su propia inventiva en el caso de que yo me quedase corto, me lancé a testimoniar en un estilo igualmente amplio y florido, mi amor y admiración por su país y compatriotas. Me expresé en francés, ya que ésta es la lengua por excelencia con la que se trenzan guirnaldas de flores y otros adornos. Creo que nunca había empleado la lengua francesa con tal gracia y facilidad aparentes; las palabras fluían de mi boca como si fueran perlas herm he rmo osa same ment nte e eng ngui uirn rna ald ldad adas as, , entr en tre ela laza zad das as, , ent en tre rete teji jid das y encadenadas por los verbos, cuyo correcto uso vuelve locos a la mayoría de los anglosajones. «Bien», parecía decir el comisario, lanzando una rápida mirada de aproba aprobació ción n primer primero o a mí, despué después s sobre sobre el intérp intérpret rete. e. Ahora Ahora podemos pasar a otros temas, continuando, ni que decir tiene, en la más estricta corrección, en el más estricto comme il faut. ¿En qué sitios ha estado durante su breve estancia? Se lo dije en dos palabras. ¡Oh, eso no es nada! Debe usted ir allí, allá, a todos los sitios. De usted depende visitarlo todo. Y como para demostrar lo fácil que era, retrocedió con viveza paso y medio y, sin mirar, apretó un botón de su mesa; inmediatamente apareció un empleado, recibió las perentorias instrucciones y se fue. Me moría de ganas de preguntarle dónde había recibido su intachable educación, pero me contuve y esperé a que llegara un momento más propicio. ¡Qué gran gr an je jefe fe hu hubi bier era a si sido do en un una a de es esas as so soci cied edad ades es tí típi pica came ment nte e americanas! ¡Qué director comercial! Y sin embargo estaba en un edificio aparentemente desierto, dispuesto a proseguir su trabajo, sin otro espectáculo que la vida rutinaria de una ciudad provinciana en un rincón del mundo. Nunca he visto talento tan mal colocado. Si hubiera querido —y sólo Dios sabe cuáles pueden ser las ambiciosas aspiraciones de un individuo así, preso en un vacío de futilidad—, nada le hubiera impedido asumir la dictadura de los Balcanes. En pocos días, le veía tomar la dirección de todos los países mediterráneos, regulando de un plumazo y para cientos de años el destino de esta gran charca de agua. Aunque era encantador, amable y hospitalario, me inspiraba casi terror. Por primera vez en mi vida me encontraba ante un «hombre fuerte», un hombre capaz de realizar cualquier decisión que hubiera tomado, un hombre, además, que no vacilaría ni retrocedería ante el precio que debiera pagar para realizar su sueño. Me parecía tener ante mí a un dé désp spot ota a em embr brio iona nari rio, o, dé désp spot ota a no ca care rent nte e de bo bond ndad ad, , mu muy y inteligente, pero sobre todo despiadado, un hombre con voluntad de
hierro y que sólo perseguía un objetivo: el de mandar, porque para él ha habí bía a na naci cido do. . A su la lado do, , Hi Hitl tler er pa pare recí cía a un una a ca cari rica catu tura ra y Muss Mu ssol olin ini i un có cómi mico co pa pasa sado do de mo moda da. . En cu cuan anto to a lo los s gr gran ande des s magnates de la industria americana, tal como se presentan en las pelí pe líc cul ulas as y dia iari rios os, , no son más que niñ iños os cre reci cid dos os, , ge geni nios os hidrocéfalos que juegan con dinamita en los beatos brazos de los santos baptistas. Stavros Tsoussis los hubiera retorcido como si se tratara de horquillas para el cabello. Una vez que el inte in ter rca camb mbio io de fr fras ase es am amab able les s ll lleg egó ó a su fin nat atur ural al, , no nos s retiramos en perfecto orden. La mendiga seguía aún en la puerta con sus dos harapientos rapazuelos. No podía imaginar cómo sería la entrevista que iban a celebrar con el comisario, suponiendo que tuvieran la suerte de poder franquear el umbral de ese temible santuario. Di a uno de los pilluelos algunas dracmas, que entregó en seguida a su madre. Tsoutsou me empujó suavemente al ver que la madre se disponía a pedir una ayuda más sustancial. Esa noche decidí partir al día siguiente. Tenía el pres pr esen enti timi mien ento to de qu que e en At Aten enas as se ha habí bía a re reci cibi bido do di diner nero o a mi nombre. Notifiqué a la Compañía de Aviación que no utilizaría mi billete de vuelta. De todas formas, el servicio de aviones estaba inte in ter rru rump mpid ido o, ya que el ca camp mpo o de at ater erri riz zaj aje e se enc nco ont ntra raba ba demasiado embarrado. Me embarqué la tarde siguiente. Al día siguiente por la mañana estábamos en Canea, donde permanecimos hasta el atardecer. Bajé a tier ti erra ra y pa pasé sé el ti tiem empo po comie comiend ndo, o, be bebi bien endo do y pa pase sean ando do po por r la ciudad. La parte vieja era muy interesante; tenía todo el aspecto de una fortaleza veneciana, lo que al parecer fue en otros tiempos. La parte griega era, como de costumbre, anómala, dispersa, perfectamente individualista y anárquica. Tuve esa sensación que tantas veces he experimentado en Grecia, aunque ahora de modo más agudo, de que tan pronto como el poder del invasor se detenía o suspendía, tan pronto como la mano de la autoridad se aflojaba, el grie gr iego go re reem empr pren endí día a su vi vida da ru ruti tina nari ria a de ca cada da dí día, a, si siem empr pre e mu muy y natural, muy humana e íntima, y muy comprensible. Lo que no es natural, y en lugares desérticos como éste se aprecia más, es el imponente poder del castillo, de la iglesia, de la guarnición, del comerc comercian iante. te. El poder poder se pierde pierde en una decrep decrepitu itud d sin bellez belleza, a, dejando aquí y allá como cráneos de buitres para testimoniar su voluntad, para indicar los estragos del orgullo, de la envidia, de la maldad, de la codicia, del rito y del dogma. Dejado con sus propios propios recursos recursos, , el hombre vuelve a comenzar comenzar siempre siempre a la manera manera griega: algunas cabras o carneros, una tosca choza, un campo de cereales, un puñado de olivos, un arroyo huidizo, una flauta. Por la noche pasamos ante una montaña cubierta de nieve. Creo que hicimos otra escala en Retimo. El viaje de regreso en barca fue fu e ba bast stan ante te la larg rgo o y le lent nto, o, pe pero ro natur natural al y se sens nsat ato. o. Un ba barc rco o griego es un arca en la que se ha reunido una pareja de cada especie. Ocurrió que tomé el mismo barco que me había llevado, tiem ti empo po at atrá rás, s, a Co Corf rfú; ú; el ca cama mare rero ro me re reco cono noci ció ó y me sa salu ludó dó afectuosamente. Estaba sorprendido de verme navegando todavía por aguas griegas. Cuando le pregunté el motivo de su sorpresa, me
nombró la guerra. La había olvidado por completo. La radio nos la reco re cord rdab aba a a la las s ho hora ras s de co come mer, r, ad adop opta tand ndo o si siem empr pre e el to tono no má más s apropiado apropiado para llenarle llenarle a uno la cabeza cabeza con nuevos horrores. horrores. Dejé el salón y subí a pasearme por cubierta. Soplaba el viento, y el barco cabeceaba. El mar es difícil en esta parte del Mediterráneo. Mar Ma r br brav avío ío, , he herm rmos oso o ti tiem empo po de desa sapa pacib cible le, , he hech cho o a la ta tall lla a de del l homb ho mbre re, , fo fort rtif ific ican ante te, , ap apet etit itos oso. o. Un pe pequ queñ eño o ba barc rco o en la ma mar r gruesa. De vez en cuando una isla. Un minúsculo puerto iluminado como un cuento de hadas japonés. Animales que embarcan, niños que gritan, olor a cocina, hombres y mujeres lavándose en la cala, en una pequeña artesa, como animales. Hermos oso o barco. Tiempo magnífico. Estrellas suaves como geranios, o duras y aceradas como asti as til lla las s de lan anz za. Ho Homb mbr res que se pa pase sean an fa fam mil ilia iar rme ment nte e en zapa za pat til illa las s de tel ela, a, ju juga gand ndo o co con n su sus s ros osa ari rios os, , esc scup upi ien endo do, , regold regoldand ando, o, hacien haciendo do muecas muecas amisto amistosas sas, , echand echando o la cabeza cabeza hacia hacia atrás y chasquean chasqueando do la lengua lengua para decir no cuando cuando deberían decir sí. En la parte posterior del barco, los pasajeros de cubierta, tendidos sin orden ni concierto, con los equipajes a su alrededor, dorm do rmit itan ando do, , to tosi sien endo do, , ca cant ntan ando do, , me medi dita tand ndo, o, di disc scut utie iend ndo, o, pe pero ro siempre mezclados sin distinción, ora despiertos ora dormidos, y dand da ndo o un una a im impr pres esió ión n de vi vida da. . No es esa a vi vida da es esté téri ril, l, ma mals lsan ana a y organizada del turismo de tercera clase, tal como la vemos en los grande grandes s transa transatlá tlánti nticos cos, , sino sino una vida vida de colmen colmena, a, contagi contagiosa osa, , infecc infeccios iosa, a, pulula pululante nte, , como como la que deberí deberían an compar compartir tir los seres seres humanos cuando hacen una peligrosa travesía por una gran extensión de agua. Volví al salón sobre las doce de la noche para escribir algunas líneas en el librito que le había prometido a Seferiades. Se me acercó un hombre y me preguntó si era americano. Me dijo que se había fijado en mí durante la cena. Otro griego de América, aunque esta vez era un tipo inteligente y divertido. Era ingeniero, y trabajaba para el Gobierno. Conocía Grecia palmo a palmo. Hablaba de canalización de agua, equipo eléctrico, desecación de marismas, canteras de mármol, depósitos de oro, industria hotelera, ayuda a los ferrocarr ferrocarriles iles, , construcc construcción ión de puentes, puentes, cruzadas cruzadas sanitarias sanitarias, , incend incendios ios de bosque bosques, s, leyend leyendas, as, mitos, mitos, supers superstic ticion iones, es, guerra guerras s antiguas antiguas y modernas, modernas, piratería, piratería, pesca, pesca, órdenes órdenes monástic monásticas, as, caza del pato, festividades de Semana Santa, y finalmente, después de habe ha ber r ha habl blad ado o so sobr bre e ca caño ñone nes s de la larg rgo o alcan alcance ce, , fl flot otas as ar arma mada das, s, bombarderos Hurricane de hélices gemelas y doble mando, se lanzó a rela re lata tar r la ma mata tanz nza a de Es Esmi mirn rna, a, de la qu que e ha habí bía a si sido do te test stig igo o ocul oc ular ar. . En la la larg rga a li list sta a de at atro roci cida dade des s im impu puta tabl bles es a la ra raza za humana, es difícil decir si tal «incidente» es más odioso que tal otro. Mencionar el nombre de Sherman ante un americano del sur es pone po ner r fu fueg ego o a su in indi dign gnac ació ión. n. Ha Hast sta a el má más s ig igno nora rant nte e de lo los s patanes, sabe que el nombre de Atila va asociado con horrores de un indecible vandalismo. Pero la cuestión de Esmirna, que supera las atrocidades cometidas en la Primera Guerra Mundial o incluso en la presente, ha sido puesta en sordina y casi borrada de la memo me mori ria a de del l ho homb mbre re. . El ho horr rror or pe pecu culi liar ar qu que e va li liga gado do a es esta ta catástrofe no es la crueldad y barbarismo de los turcos, sino la
vergonzosa y negligente aquiescencia de las grandes potencias. Fue una de las pocas conmociones que ha sufrido el mundo moderno: la de da dars rse e cu cuen enta ta de qu que e lo los s go gobi bier erno nos, s, en bu busc sca a de su sus s fi fine nes s egoí eg oíst stas as, , pu pued eden en al alen enta tar r la in indi dife fere renc ncia ia, , pu pued eden en re redu duci cir r a la impotencia el impulso natural y espontáneo de los seres humanos, frente a la injustificable y brutal carnicería. Esmirna, al igual que qu e la reb ebel eli ión de los boe oer rs y otr tro os inc nci ide dent nte es dem ema asi siad ado o numerosos para mencionarlos todos, fue un ejemplo preventivo del destino que esperaba a las naciones europeas, destino que preparaban lentamente con sus intrigas diplomáticas, sus chalanerías, su cult cu lto o de la in indi dife fer ren enci cia a y ne neut utra ral lid idad ad ant nte e lo los s ag agra rav vio ios s y patentes injusticias. Cada vez que oigo hablar de la catástrofe de Esmirna, del embotamiento de las cualidades viriles que sufrieron los lo s mi miem embr bros os de la las s fu fuer erza zas s ar arma mada das s de la las s gr gran ande des s po pote tenc ncia ias, s, acatando las órdenes tajantes de sus jefes, mientras miles de inocent ce ntes es ho homb mbre res, s, mu muje jere res s y ni niño ños s er eran an la lanz nzad ados os al ag agua ua co como mo si fueran fueran ganado, ganado, ametrall ametrallados, ados, mutilados mutilados, , quemados quemados vivos, vivos, cortadas cortadas sus manos cuando intentaban subir a bordo de un navío extranjero, pienso en esa advertencia preliminar que tantas veces he visto en los «cines» franceses y que se ha repetido sin duda en todos los idio id ioma mas s de la Ti Tier erra ra, , ex exce cept pto o en al alem emán án, , it ital alia iano no y ja japo poné nés, s, cuando un noticiario mostraba el bombardeo de una ciudad china 1. Recuerdo este detalle por la simple razón de que al exhibirse por primera vez la destrucción de Shangai, con sus calles llenas de cuerpos mutilados que se cargaban apresuradamente con palas en los carros, como si fueran basura, en ese «cine» francés hubo un alboroto tremendo. El público francés estaba indignado. Y sin embargo, embargo, de manera manera patética patética y bastante bastante humana, se sentía dividido en su indignación. La ira de los virtuosos superaba con sus su s gr gri ito tos s a la cól óle era de lo los s pu pur ros os. . A lo los s vi vir rtu tuos osos os, , cos osa a curiosa, les escandalizaba que estas bárbaras e inhumanas escenas se exhibieran ante gente bien educada, respetuosa de las leyes y amante de la paz, tal como se imaginaban ser. Hubieran querido que se les protegiera contra la angustia de sufrir esas escenas, aunque qu e fu fuer era a có cómo moda dame ment nte e y a la di dist stan anci cia a de tr tres es o cu cuat atro ro mi mil l mill mi lla as. Hab abía ían n pag agad ado o pa par ra ve ver r un dra ram ma de amo mor, r, y po por r un una a monstruosa e inexcusable falta de tacto les presentaban un sucio trozo de realidad, estropeando de este modo su apacible tarde de asueto. Así era Europa antes de la presente catástrofe. Así es América hoy día. Y así será será cuando el humo se haya disipado. Mientras los seres seres humanos puedan permanecer sentados y observar con brazos cruzados cómo cómo tortur torturan an a sus semeja semejante ntes, s, la civili civilizac zación ión será será una burla burla care ca ren nte de se sent nti ido do, , un fan anta tas sma ve verb rba al sus uspe pend ndi ido co como mo un espejismo encima de un embravecido mar de personas asesinadas.
En la advertencia se ruega encarecidamente al público que no manifieste una indebida emoción al presentarse esas horripilantes escenas. Podrían también haber añadido: recuerden que solamente se trata de chinos, no de ciudadanos franceses. 1
TERCERA PARTE
A mi regreso a Atenas encontré un montón de cartas remitidas desd de sde e Pa Parí rís, s, as así í co como mo va vari rios os av avis isos os de Corre Correos os en lo los s qu que e me invitaban a recoger, lo antes posible, el dinero recibido a mi nombre. La American Express tenía también dinero para mí, dinero que me habían enviado por cable unos amigos americanos. Golfo, la doncella, que venía de Loutraki donde Katsimbalis tuvo en tiempos una un a ca casa sa de ju jueg ego, o, y qu que e si siem empr pre e me ha habl blab aba a en al alem emán án, , es esta taba ba emocionada ante la perspectiva de las diferentes cantidades que yo iba a cobrar. Y lo mismo le ocurría a Sócrates, el vigilante de noche, y al cartero, quien siempre me dedicaba una ancha sonrisa cuando me contaba el dinero. En Grecia, como en otros lugares, cuando se recibe una suma de dinero procedente del extranjero, la gent ge nte e es esp per era a qu que e se ha hag gan peq eque ueño ños s di dis spe pend ndio ios s a di dies est tro y sini si nies estr tro. o. Al mi mism smo o ti tiem empo po me no noti tifi fica caro ron n in indi dire rect ctam amen ente te qu que e podría tener una excelente habitación con cuarto de baño, en uno de los mejores hoteles, por un precio igual al que pagaba en el Gran Gr and. d. Pr Pref efer erí í qu qued edar arme me en el Gr Gran and. d. Me er era a si simp mpát átic ico o to todo do el person personal: al: doncel doncellas las, , porter porteros, os, botone botones, s, e inclus incluso o el dueño. dueño. Me gustan los hoteles de segunda o tercera categoría que son limpios pero viejos, que han conocido tiempos mejores, pero que conservan el ar arom oma a de del l pa pasa sado do. . Me gu gust stab aban an la las s cu cuca cara rach chas as y lo los s en enorm ormes es escarabajos que tan a menudo encontraba en mi habitación cuando encendía la luz. Me gustaban los anchos pasillos y los retretes, uno junto al otro como cabinas de baños, al final del vestíbulo. Me gustaba el lúgubre patio y las voces del coro masculino que ensayaba en una sala cercana. Por unas cuantas dracmas enviaba al botones, antiguo parisino de catorce años, a entregar en mano mis cartas, lujo éste que nunca había disfrutado antes. Casi perdí la cabeza al recibir tanto dinero a la vez. Estuve a punto de hacerme un traje, cosa que no me hacía falta en absoluto, pero afortunadamente el tío del botones, que tenía una pequeña tienda cerca del barrio turco, no me lo podía hacer con la rapidez solicitada. Entonc Entonces es quise quise compra comprarle rle una bicicle bicicleta ta al botone botones s —le sería sería de gran utilidad, decía, para sus continuas correrías—, pero al no enco en cont ntra rar r in inme medi diat atam amen ente te un una a qu que e le gu gust stas ase, e, me co comp mpro rome metí tí a regalarle unos jerseys y un par de pantalones de franela. Un dí día, a, Ma Max, x, cu cuyo yo ún únic ico o tr trab abaj ajo o co cons nsis istí tía a en ll llev evar ar co con n su auto au tomó móvi vil l bo bole leti tine nes s in info form rmat ativ ivos os pa para ra la Of Ofic icin ina a Br Brit itán ánic ica a de Prensa, me dijo que era su cumpleaños y que iba a derrochar una pequeña fortuna invitando a todos sus amigos y conocidos a comer y beber con él. La fiesta que nos dio tenía algo desesperanzador. A pesa pe sar r de del l cha hamp mpa aña qu que e cor orrí ría a a dis iscr crec eci ión ón, , la abu bun nda danc ncia ia extravagante de los platos, las mujeres, la música y el baile, la fiesta no fu e un éxito. Los ingleses, naturalm lme ente, se emborracharon en seguida, y con esa especie de subacuático encanto que les caracteriza, se deslizaron en su coma habitual. La velada
me hizo pensar en una noche que pasé en un salón de baile londinense, en compañía de un hombre de Bagdad. Durante toda la noche me estuvo hablando de seguros, de trajes de etiqueta, y de la manera de llevarlos. Max, que no bebió a causa de su quebrantada salud, se dedicó a llenar los vasos y a brillar en mil facetas y reflejos, como si fuera un salón iluminado con tintinean tintineantes tes arañas arañas de cristal. cristal. Para terminar terminar agradable agradablement mente e la fiesta, sugirió ir en automóvil hasta cualquier olvidado lugar y destrozar los coches. Con ocasión de otra fiesta de este género, habí ha bía a su subi bido do co con n su au auto tomó móvi vil l lo los s es esca calo lone nes s de del l ho hote tel l «K «Kin ing g George», ante el asombro de todos los amigos. Dejé la fiesta a las tres tres de la mañana mañana aproxi aproximad madame amente nte, , borrac borracho, ho, pero pero sin sentir sentirme me alegre. Por Po r eso sos s dí día as rec ecib ibí í una ca cart rta a del Co Con nsu sula lado do am amer eri ica can no, pidiéndome que fuera a renovar o a anular mi pasaporte. Fui a las ofic of icin inas as pa para ra in info form rmar arme me. . De Debi bido do a mi co cond ndic ició ión n de am amer eric ican ano o nativo nativo, , no conced concedí í ningun ninguna a import importanc ancia ia al asunto asunto. . Pensé Pensé que se trataría de una simple formalidad administrativa. Me preguntaron inmediatamente si había traído una fotografía. No, no había pensado en eso. El conserje me acompañó hasta el final de la calle, a unas manzanas de distancia, en busca de un fotógrafo que solía estar en un determinado lugar. La máquina estaba allí, pero no se veía rastro del hombre. Como no tenía nada que hacer, me senté en la acera y esperé tranquilamente. Cuando regresé a la oficina del Consul Consulado ado, , encont encontré ré a varios varios griego griegos s nacion nacionali alizad zados os en Améric América a esperando solucionar ciertos trámites. Entre ellos había un viejo y pillo pillo campes campesino ino, , enriqu enriqueci ecido do eviden evidentem tement ente e en Améric América, a, que me divert divertía. ía. Hablab Hablaba a en griego griego con una de las secret secretari arias, as, griega griega tamb ta mbi ién én. . Al par arec ecer er no le gus usta taba ba el ai aire re de ef efic icie ien nci cia a y supe su peri rior orid idad ad qu que e el ella la ad adop opta taba ba. . Se pu puso so to tozu zudo do. . Se ne nega gaba ba a responder sí o no a las preguntas que le hacía. Olfateaba algo no muy claro, y se mantenía en guardia. La secretaria estaba casi fuer fu era a de sí sí. . Pe Pero ro cu cuan anto to má más s se en enfu fure recí cía a el ella la, , má más s tr tran anqu quil ilo o estaba él. La joven me miró con aspecto desesperado. Y yo pensaba: se te es está tá mu muy y bi bien en, , po porq rque ue ¿q ¿qui uién én te ma mand nda a at ator orme ment ntar ar a es esta ta gente gente con tus estúpi estúpidas das pregun preguntas tas? ? Finalm Finalment ente, e, llegó llegó mi turno. turno. ¿Qué hace usted en Grecia? ¿Dónde reside? ¿Cuántos empleados tiene a su cargo? ¿Para quién trabaja usted? Estaba tan satisfecho de pode po der r co cont ntes esta tar r si sin n va vaci cila lar; r; no te teng ngo o do domi mici cili lio o fi fijo jo, , na nadi die e depende de mí, no trabajo para nadie, no tengo ocupación concreta, etc. et c., , qu que e cu cuan ando do me di dijo jo: : «E «Ent nton once ces, s, ¿p ¿pue uede de us uste ted d es escr crib ibir ir en cualquier otra parte?», le respondí: «Naturalmente que puedo; soy un hombre hombre libre, libre, puedo puedo trabajar trabajar en cualquier cualquier sitio, nadie me paga por escribir». Entonces —muy vivo— me replicó: «En ese caso, debo entender que también puede usted escribir en América, ¿no es así?» Contesté: «Naturalmente, ¿por qué no? Únicamente que no tiene ningún interés para mí escribir en América. Ahora estoy escribiendo un libro sobre Grecia». Sin embargo, la jugada estaba hecha, según me di cuenta poco después. Un breve coloquio con un superior, y me devolv devolvier ieron on invali invalidad dado o mi pasapo pasaporte rte. . Eso signif significa icaba ba que debía debía regresar a América lo antes posible.
Mi primera reacción fue de cólera; tenía la impresión de que me habían engañado. Pero después de dar unas cuantas vueltas por la manzana, pensé que probablemente así lo había decidido mi destino. Al menos tenía la libertad de irme. Max no era libre, tenía que qued qu edar arse se y ga gast star ar su sus s úl últi tima mas s dr drac acma mas. s. La gu guer erra ra se ex exte tendí ndía. a. Pronto los Balcanes estarían en llamas. Pronto no habría elección posible. Al dí día a si sigu guie ient nte e fu fui i a vi visi sita tar r al re repr pres esen enta tant nte e di dipl plom omát átic ico o americano para saber qué plazo de salida me concedían. Resultó ser el antigu antiguo o direct director or de The Dial, Dial, y me recibi recibió ó cordia cordialme lmente nte. . Me encantó conocer que también él sentía gran simpatía y afecto por los griegos. Todo fue a pedir de boca, «nada de prisas excesivas; simp si mple leme ment nte, e, si no le im impo port rta, a, pr prep epár áres ese e pa para ra sa sali lir r en cu cuan anto to pued pu eda. a.» » Co Comp mpre rend ndí í qu que e lo me mejo jor r er era a co conf nfor orma marse rse de bu buen ena a ga gana na. . Estreché cordialmente la mano de nuestro representante, el señor Lincoln Mac Veagh, y me fui. Al salir hice la señal de la cruz a la manera ortodoxa. El invierno se acercaba; los días eran cortos y soleados, las noches frías y largas. Las estrellas parecían más brillantes que nunc nu nca a. De Debi bido do a la esc sca ase sez z de car arbó bón, n, la ca cale lefa facc cci ión sól ólo o funcionaba durante una hora por la mañana y otra por la tarde. No tard ta rdé é en co coge ger r un una a ci ciát átic ica, a, lo qu que e me re reco cord rdó ó qu que e me es esta taba ba haci ha cien endo do vi viej ejo. o. Go Golf lfo, o, la do donc ncel ella la, , me at aten endí día a co con n so soli lici citu tud. d. Sócrates, el vigilante de noche, subía todas las tardes a friccionarme con un linimento griego para los caballos. El dueño del hotel me enviaba uvas y toda clase de aguas minerales. Niki, la de los ojos color verde-Nilo, me cogía la mano. El botones me traía cart ca rta as y tel ele egr gram amas as. . Po Por r to todo do ell llo o, mi en enf fer erme meda dad d fu fue e mu muy y agradable. Siem Si empr pre e re reco cord rdar aré é lo los s pa pase seos os no noct ctur urno nos s po por r At Aten enas as, , ba bajo jo la las s estrellas de otoño. Con frecuencia iba hasta un risco escarpado, al pie del Licabeto, y me quedaba allí durante una o dos horas contemplando el cielo. Lo maravilloso de este espectáculo era su caráct carácter er tan especí específic ficame amente nte griego griego. . No era solame solamente nte el cielo, cielo, sino también las casas y el color de ellas, las carreteras polvorientas, la desnudez, los ruidos que venían de las casas. En todo ello había algo inmaculado. En alg lgun una a pa part rte e má más s al allá lá de del l bar arr rio de la Ammonia, en un abandonado distrito cuyas calles llevan nombres de filósofos, me dejaba caer con regularidad en medio de un silencio tan intenso y ater at erci ciop opel elad ado o al mi mism smo o ti tiem empo po, , qu que e la at atmó mósf sfer era a pa pare recí cía a es esta tar r llena llena de polvo polvo de estrel estrellas las, , cuyo cuyo zumbid zumbido o lumino luminoso so escapa escapaba ba al oído oí do hu huma mano no. . At Aten enas as y Nu Nuev eva a Yo York rk so son n do dos s ci ciud udad ades es ca carga rgada das s de electr electrici icidad dad, , únicas únicas entre entre las que conozc conozco o de esta esta clase. clase. Pero Pero Atenas está impregnada de una realidad azulvioleta que os envuelve en su caricia; Nueva York tiene la vitalidad de un martillo de frag fr agu ua, vi vita tal lid idad ad qu que e ac acab aba a por su sum mir iros os en un de des sas asos osie ieg go deme de menc ncia ial l si no te tené néis is un es esta tabi bili liza zado dor r in inte tern rno. o. En la las s do dos s ciudad ciudades, es, el aire aire es como como el champa champaña, ña, tónico tónico, , vivific vivificant ante. e. En Aten At enas as di disf sfru ruté té el pl plac acer er de la so sole leda dad; d; en Nu Nuev eva a Yo York rk me he sentido siempre solo, con esa soledad del animal enjaulado, que
lleva al crimen, al sexo, al alcohol y a otras locuras. A medianoche, cuando regresaba al hotel, me par ara aba con frecuencia algún marrullero griego que sabía el suficiente inglés para sostener una conversación corriente. De ordinario me invitaba a to toma mar r ca café fé, , fi fing ngie iend ndo o un una a de desb sbor orda dant nte e al aleg egrí ría a po por r ha habe bers rse e encontrado con un americano como él (sic). Una tarde me tropecé con un cretense de Utica, Nueva York. Había regresado a Grecia para hacer el servicio militar, según me dijo. Tenía en Herakleion un he herm rman ano o qu que e go goza zaba ba de bu buen ena a po posi sici ción ón ec econ onóm ómic ica. a. De Desp spué ués s de muchos rodeos, interesándose por mi salud y cosas por el estilo, me confesó avergonzado que le faltaban setenta y tres dracmas para tomar el barco de Creta. Setenta y tres dracmas no son más que la mitad de un dólar, y un medio dólar es una exigua cantidad para dársela a un extranjero que vuelve expresamente a su país para hacer el servicio militar, sobre todo si, como en el caso presente, os ha pagado un café, un pastel y un helado, os ha ofrecido sus cigarrillos y os ha invitado a usar el automóvil de su hermano mientras permanezcáis en Creta. No le había dicho, naturalmente, que acababa de llegar de Creta. Le escuché con afectuoso silencio, actuando de esa manera candida e ignorante que se achaca a los amer am eric ican anos os. . La ve verd rdad ad es qu que e te tení nía a gr grand andes es de dese seos os de de deja jarm rme e engañar; de otra forma, me hubiera sentido defraudado, desilusio desilusionado nado del carácter carácter griego. griego. Aparte Aparte de la experien experiencia cia que tuve el primer día de mi llegada a Atenas, nadie en Grecia, o en todo caso ningún griego, había intentado timarme. Y tal vez éste lo hu hubi bier era a lo logr grad ado o de ha habe ber r si sido do un po poco co má más s há hábi bil. l. En pr prim imer er lugar, conocía bastante bien Utica, ya que pasé allí una de mis lunas de miel, y sabía que no existía la calle donde situaba su domicilio; en segundo lugar, había cometido el error de decirme que tomaba el Elsie, para ir a Herakleion, cuando yo sabía, porque acab ac abab aba a de re regr gres esar ar a bo bord rdo o de del l Elsie, que este este barco barco tardab tardaba a vari va rios os me mese ses s en vo volv lver er a Cr Cret eta; a; en te terc rcer er lu luga gar, r, ha habi bién éndo dole le preguntad preguntado o qué pensaba de Faestos, Faestos, cuyo nombre nombre se pronuncia pronuncia de la misma manera en todos los idiomas, incluido el chino, preguntó qué era eso, y cuando le dije que era un lugar, me dijo que jamás lo había oído nombrar, e incluso dudaba de su existencia; en cuarto lugar, no pudo recordar el nombre del hotel donde debía detenerme si iba a Herakleion, y para un nativo de una ciudad que cuenta solamente con dos hoteles, esa súbita pérdida de memoria se me antojaba demasiado fuerte; en quinto lugar, se parecía tanto a un cretense como a un hombre de Canarsie, y tenía mis grandes dudas de que hubiera visto la isla; en sexto lugar, usaba con excesiva libertad el automóvil de su hermano, y los automóviles no abundan en Creta, donde los bueyes arrastran todavía el arado. Ninguno de estos factores me hubiera disuadido de entregarle las setenta y tres dracmas, porque para algo es uno americano de nacimiento, y un medio dólar me ha parecido siempre tener el tamaño apropiado para pa ra ti tira rarl rlo o po por r un una a al alca cant ntar aril illa la, , su supo poni nien endo do qu que e no se pu pued eda a hacer mejor uso de él. Mi único deseo era hacerle ver que no me enga en gaña ñaba ba. . Y as así í se lo di dije je. . Fi Fing ngió ió ap apes esadu adumb mbra rars rse. e. Cu Cuan ando do le expliqué por qué creía que me había mentido, se levantó
solemnemente y me dijo que si alguna vez iba a Creta y me encontraba con su hermano, lamentaría lo que había dicho; se fue con paso majestuoso, adoptando un aire ofendido. Llamé al camarero y le pr preg egun unté té si co cono nocí cía a a es ese e in indi divi vidu duo. o. So Sonri nrió: ó: «S «Sí, í, es un inté in térp rpre rete te». ». Le pr preg egun unté té si es ese e ho homb mbre re ll llev evab aba a mu much cho o ti tiem empo po viviendo en Atenas. «Toda su vida», respondió. Había Había otro otro llamad llamado o Jorge, Jorge, Jorge Jorge de Chipre Chipre, , que aún era menos menos hábil. Jorge se decía amigo íntimo del diplomático americano señor Mac Ma c Ve Veag agh, h, na nad da men enos os. . En ci cier erta ta oca casi sión ón me vio le ley yen endo do un semanario alemán en un pequeño quiosco situado en el mismo barrio de Ammonia. Me sa salu ludó dó en al alem emán án, , y en al alem emán án le co cont ntes esté té. . Me preguntó cuánto tiempo llevaba en Atenas, y se lo dije. Me dijo que la noche era magnífica; le di la razón: en efecto, lo era. «¿Dónd «¿Dónde e piensa piensa ir cuando cuando abando abandone ne Grecia Grecia?», ?», me pregun preguntó, tó, y yo: «Tal vez a Persia». Todo esto en alemán. «¿De dónde viene usted?», pregun preguntó. tó. «De Nueva Nueva York», York», contes contesté. té. «¿Habl «¿Habla a solame solamente nte alemán alemán?» ?» «Tambi «También én hablo hablo inglés inglés», », dije. dije. «Enton «Entonces ces, , ¿por ¿por qué me ha estado estado hablando en alemán?», preguntó con una maliciosa sonrisa. «Porque en alemán se me dirigió usted», contesté. «¿Habla usted griego?», preguntó a continuación. «No, pero hablo chino y japonés... ¿Los habla usted?» Negó con la cabeza. «¿Habla usted turco?» Negué con la cabeza. «¿Árabe?» Volví a negar con la cabeza. «Hablo todos los idioma idiomas, s, except exceptuan uando do el chino chino y el japoné japonés», s», dijo dijo sonrie sonriendo ndo de nuevo con su extraña manera. «Es usted muy inteligente —dije—. ¿Es usted intérprete intérprete?» ?» No, no era intérprete. intérprete. Sonrió y bajó la vista. vista. «¿Quiere tomar algo conmigo?», dijo. Acepté. Sentados a la mesa, comenzó un largo y vago discurso con el fin de enterarse cuál era mi trabajo. Le dije que no tenía ninguno. «Es usted rico, ¿eh?» «No, soy muy pobre. No tengo dinero.» Se rió en mis narices, como si mi afirmación fuera la cosa más absurda del mundo. «¿Le gustan las mujeres?», preguntó de repente. Le dije que me gustaban mucho, sobre todo si eran hermosas. «Tengo una amiga que es muy hermosa — dijo di jo in inme medi diat atam amen ente te—. —. Ir Irem emos os a vi visi sita tarl rla a en cu cuan anto to te termi rmine ne de toma to mar rse su ca café fé.» .» Le co conf nfes esé é qu que e no ten enía ía nin ingú gún n de dese seo o de visitarla, porque deseaba irme pronto a dormir. Hizo como si no me entendiese, y me lanzó una larga rapsodia sobre los encantos de su amiga. «Debe de ser muy hermosa —dije—. ¿Está usted celoso?» Me miró como si yo estuviera ligeramente chiflado. «Usted es mi amigo —dijo—. Ella estará muy satisfecha de conocerle. Vamos ahora», y comenzó a levantarse de su asiento. Me quedé sentado como si fuera de plomo, y levantando los ojos hacia él, le pregunté inocentemente a qué día estábamos. Creía que era martes, pero no estaba seguro. «Pregúnteselo al camarero», dije. Así lo hizo. Era martes martes. . «Bien. «Bien... .. —dije —dije lentam lentament ente—, e—, yo estaré estaré ocupado ocupado hasta hasta el jueves de la próxima semana, pero si está usted libre el jueves por la noche, día 17, pasaré a recogerlo aquí a las diez aproximadamente y podremos ir a visitar a su amiga.» Se echó a reír. «Vamos ahora»; dijo, cogiéndome del brazo. Continué sentado, dejá de jánd ndol ole e mi br braz azo, o, qu que e es esta taba ba ta tan n in iner erte te co como mo el tu tubo bo de un una a estufa. «Me voy a dormir dentro de unos minutos —le repetí con tranquilidad—. Además, no tengo dinero. Ya le he dicho que soy
pobre pobr e, ¿n ¿no o se ac acu uer erda da?» ?» Se ri rió. ó. Lue uego go, , vo vol lvi vió ó a sen ent tar arse se, , arrastrando su silla junto a la mía. «Escuche —dijo, inclinándose con aire confidencial—. Jorge conoce a todo el mundo. Usted no necesita dinero, usted es mi invitado. Estaremos sólo unos minutos... Está muy cerca de aquí.» «Ya es tarde ahora —dije— tal vez ella esté durmiendo.» Nueva risa. «Además —proseguí—, ya le he dicho que estaba cansado. El jueves de la próxima semana me va muy bien... sobre las diez...» Entonces Jorge metió la mano en su bolsillo y sacó un paquete de cartas y un pasaporte sucio y arrugado. Abrió el pasaporte y me enseñó su fotografía, nombre, lugar de nacimiento, etc. Moví la cabeza. «Este Jorge es usted, ¿no?», dije inocen inocentem tement ente. e. Intent Intentó ó acerca acercar r más aún su silla. silla. «Soy «Soy ciudad ciudadano ano británico, ¿ve usted? Conozco a todos los cónsules, a todos los diplomáticos. Hablaré por usted al señor Mac Veagh. Le dará el dine di ner ro qu que e ne nece cesi site te par ara a re regr gre esa sar r a su pa paí ís. Es un ho homb mbr re exce ex cele lent nte. e.» » En Ento tonc nces es ba bajó jó la vo voz: z: «¿ «¿Le Le gu gust stan an lo los s ch chic icos os, , lo los s chicos jóvenes?». Le dije que sí, que a veces, si sabían comportarse. Se rió otra vez. Sabía un sitio donde había chicos guapísimos, muy jóvenes además. Pensé que era interesante y traté de saber si eran amigos de él. Ignoró la pregunta y me preguntó discretamente si tenía suficiente dinero para pagar el café y las pastas. Le dije que tenía bastante para pagar mi parte. «Pagará también la de Jorge, ¿verdad?», dijo, sonriendo maliciosamente. Le respondí con un rotundo no. Me miró sorprendido, no injuriado o afligido, sino sinceramente aturdido. Llamé al camarero y pagué mi gasto. Me levanté y comencé a salir. Bajé la escalera. Al cabo de un momento —había estado cuchicheando con el camarero— lo tenía sigu si gui ién éndo dome me por la ca call lle e. «Bi Bie en —d —dij ije— e—, , he pas asad ado o un rat ato o exce ex cele lent nte. e. Ah Ahor ora, a, bu buen enas as no noch ches es.» .» «N «No o se va vaya ya aú aún, n, es espe pere re do dos s minu mi nuto tos s má más. s. El Ella la vi vive ve al ot otro ro la lado do de la ca call lle. e.» » «¿ «¿Qu Quié ién? n?» » pregunté haciéndome el tonto. «Mi amiga.» «¡Oh, eso está muy bien! Entonces el jueves de la próxima semana, ¿eh?» Reanudé el paso. Se puso a mi lado, y me cogió el brazo de nuevo. «¡Por favor, déme cincuenta dracmas!» «No —dije—, no le daré nada. Di unos pasos, volvió a la carga: «¡Por favor, treinta dracmas! » «No —dije—, esta es ta no noch che e no ha hay y dr drac acma mas. s.» » «¡ «¡Qu Quin ince ce dr drac acma mas! s!» » «N «No» o», , re repe petí tí, , contin continuan uando do mi camino camino. . Logré Logré distan distancia ciarme rme una docena docena de pasos. pasos. Vociferó: «¡Cinco dracmas!» Grité a mi vez: «¡No! ¡Ni una sola! ¡Buenas noches! » Era la primera vez en mi vida que había rechazado tan inflexiblemente a alguien. La experiencia no me disgustó. Cuando estaba cerca del hotel, un hombre de aspecto avejentado, de largo cabell cabello o y gran gran sombre sombrero ro bohemi bohemio, o, salió salió precip precipita itadam dament ente e de una oscura calleja y, saludándome en perfecto inglés, tendió su mano para pa ra qu que e le di dier era a un una a li limo mosn sna. a. In Inst stin inti tiva vame ment nte e ec eché hé ma mano no al bols bo lsi ill llo o del cha hale leco co y sa saqu qué é un pu puña ñado do de mon oned edas as, , ta tal l vez cincuenta o sesenta dracmas. Lo cogió, se inclinó respetuosamente al tiempo que se quitaba su ondeante sombrero y, con un candor y una sinceridad asombrosos, me hizo saber con su impecable inglés que, qu e, si bi bien en es esta taba ba mu muy y ag agra rade deci cido do po por r mi ge gene nero rosi sida dad, d, no er era a suficiente para cubrir sus necesidades. Me preguntó si no me era
imposible darle doscientas dracmas más, que era lo que necesitaba para pagar el hotel. «Ya sé que es una cantidad excesiva para pedí pe dírs rsel ela a a un ex extr tran anje jero ro», », añ añad adió ió. . Sa Saqu qué é in inme medi diat atam amen ente te la cartera, y le di doscientas cincuenta dracmas. El asombro fue el suyo entonces. Había pedido esas dracmas, pero al parecer nunca se imaginó que se las diera. Se le saltaron las lágrimas. Comenzó un maravilloso discurso que corté rápidamente, diciéndole que debía alcanzar a unos amigos que iban delante. Le dejé en medio de la calle, con el sombrero en la mano, mirándome fijamente como si fuera un fantasma. El incidente me puso de buen humor. «Pedid —dijo Nuestro Señor y Salvador Jesucristo— y se os dará.» Pedid, fijaos bien. No exigir, ni me mend ndig igar ar, , ni ha hala laga gar r o ad adul ular ar. . Mu Muy y se senc ncil illo lo, , pe pens nsab aba. a. Ca Casi si demasiado sencillo. Sin embargo, ¿hay mejor método? Ahora que mi marcha era segura, Katsimbalis int nte entaba dese de sesp sper erad adam amen ente te or orga gani niza zar r un unas as cu cuan anta tas s ex excu curs rsio ione nes s de úl últi tima ma hora. Era imposible, con el escaso tiempo que me quedaba, pensar siquiera en hacer una visita al monte Atos, a Lesbos, Mikonos, o Santor Santorini ini. . A Delfos Delfos, , sí; inclus incluso o tal vez a Délos. Délos. Diaria Diariamen mente, te, hacia la hora de comer, Katsimbalis me esperaba en el hotel. La comida se prolongaba habitualmente hasta las cinco o las seis de la tarde, y después nos íbamos a una pequeña taberna para tomar algunos aperitivos que nos estimulasen el apetito para la cena. Kats Ka tsim imba bali lis s se ha hall llab aba a ah ahor ora a en me mejo jor r fo form rma a qu que e nu nunc nca, a, au aunq nque ue siguiera quejándose de artritis, jaqueca, hígado, amnesia, etc. En todas las excursiones que hacíamos nos acompañaba alguno de sus numerosos amigos. En un ambiente así, las discusiones alcanzaban proporciones fantásticas. Katsimbalis insertaba al recién llegado en el di dibu bujo jo ar arqu quit itec ectu tura ral l de su ch char arla la, , co con n la fa faci cili lida dad d y dest de stre reza za de un eb eban anis ista ta o al alba bañi ñil l de la Ed Edad ad Me Medi dia. a. Ha Hací cíam amos os viajes por mar y viajes tierra adentro; descendimos por el Nilo, nos arrastramos por las Pirámides, descansamos un rato en Constantinopla, recorrimos los cafés de Esmirna, jugamos en el casino de Loutraki, y luego en Montecarlo; revivimos la primera y segunda guer gu err ras ba balc lcá áni nica cas, s, re reg gre resa samo mos s co con n tie iemp mpo o a Pa Par rís pa para ra el armisticio, pasamos noches en vela con los monjes del monte Atos, frecuentamos el escenario del Folies Bergére, nos paseamos por los baza ba zar res de Fe Fez, z, no nos s ab abu urr rrim imos os com omo o os ost tra ras s en Sa Sal lón ónic ica a, nos detu de tuvi vimo mos s en To Toul ulou ouse se y Ca Carc rcas asso sonn nne, e, ex expl plor oram amos os el Or Orin inoc oco, o, descendimos tranquilamente por el Mississipi, cruzamos el desierto de Gobi, entramos en la Ópera Real de Sofía, cogimos el tifus en Tiflis, hicimos un número de levantamiento de peso en el circo Medrano, nos emborrachamos en Tebas, y regresamos en motocicleta para jugar una partida de dominó en frente de la estación del Metro en Ammonia. Finalmente se decidió ir a Delfos, el antiguo ombligo del mundo. Pericles Byzantis, amigo de Ghika, nos había invitado a pasar unos días dí as all llí, í, en un nue uevo vo pa pab bel ell lón qu que e el Go Gobi bier ern no aca caba bab ba de inau in augu gura rar r pa para ra lo los s es estu tudi dian ante tes s ex extr tran anje jero ros. s. En un es espl plén éndi dido do Pack Pa ckar ard, d, Gh Ghik ika, a, By Byza zant ntis is y yo no nos s de detu tuvi vimo mos s an ante te el mu muse seo o de Tebas. Katsimbalis, por una razón o por otra, decidió hacer el
viaje en autobús. No sé por qué inexplicable lógica, Tebas se me pres pr esen entó tó ta tal l co como mo la ha habí bía a im imag agin inad ado; o; in incl clus uso o su sus s ha habi bita tant ntes es correspondían a la idea que me había formado de ellos desde mis tiempos escolares. El guía del museo era un perfecto bruto que parecía desconfiar de cada uno de nuestros movimientos. Nos costó Dios y ayuda decidirle a que nos abriera la puerta. Sin embargo, Tebas me gustó. Era completamente distinta a las otras ciudades griegas que había visitado. Debían ser las diez de la mañana, y el aire ai re te tení nía a un al algo go qu que e se su subí bía a a la ca cabe beza za. . Pa Pare recí cía a co como mo si estuviéramos perdidos en medio de un gran espacio que danzaba en una luz violeta; estábamos orientados hacia otro mundo. Mientras rodábamos por el campo, ascendiendo en espiral por las bajas colinas, de vegetación compacta y ensortijada como la cabeza de un negro, Ghika, que iba sentado junto al conductor, se volvió haci ha cia a mí pa para ra co cont ntar arme me un ex extr trañ año o su sueñ eño o qu que e ha habí bía a te teni nido do es esa a noche. noche. Era un extrao extraordi rdinar nario io sueño sueño de muerte muerte y transf transfigu iguraci ración, ón, durante el cual había abandonado su propio cuerpo y salido de este mundo. mundo. Mientr Mientras as me descri describía bía los asombr asombroso osos s fantas fantasmas mas que había había enco en cont ntra rado do en el ot otro ro mu mund ndo, o, yo co cont ntem empl plab aba, a, má más s al allá lá de su mirada mirada, , el ondula ondulado do panora panorama ma que se extend extendía ía ante ante nosotr nosotros. os. De nuevo sentí esa impresión de un inmenso espacio que englobaba todo y nos cercaba, impresión ésta que ya había tenido en Tebas. Había una terroríf terrorífica ica sincroniz sincronización ación de sueño sueño y realidad realidad, , fundiénd fundiéndose ose los lo s do dos s mu mund ndo os en un una a bo bola la de lu luz, z, mie ient ntr ras que nos osot otro ros s, viajeros, estábamos como suspendidos sobre la vida terrestre. Todo pensamiento de destino se desvanecía; nos deslizábamos suavemente sobre el ondulado terreno, avanzando hacia el vacío de la pura sens se nsac ació ión, n, y el su sueñ eño, o, qu que e er era a al aluci ucina nant nte, e, se ha habí bía a he hech cho o de repente vivo e insoportablemente real. En el momento en que Ghika me de desc scri ribí bía a la ex extr trañ aña a se sens nsac ació ión n qu que e ha habí bía a ex expe peri rime ment ntad ado, o, al desc de scub ubri rir r de re repe pent nte e su cu cuer erpo po ex exte tend ndid ido o en la ca cama ma, , mi mien entr tras as plan pl ane eab aba a cui uid dad ados osam ame ent nte e sob obr re él y se dis ispo poní nía a a des esc cen end der lent le ntam amen ente te pa para ra en enca caja jars rse e de nu nuev evo o en su cu cuer erpo po si sin n pe perd rder er un brazo o el dedo de un pie, en ese momento capté por el rabillo del ojo, oj o, y en to toda da su pl plen enit itud ud, , la de deva vast stad ador ora a be bell llez eza a de la gr gran an llanura de Tebas a la que nos aproximábamos, y sin poder contenerme, me eché súbitamente a llorar. ¿Por qué no me había prevenido prevenido nadie ante ese espectácu espectáculo? lo? Supliqué Supliqué al conducto conductor r que parara un momento para devorar el paisaje con una amplia mirada. No nos encontrábamos todavía en plena llanura; estábamos en medio de montículos y colinas que habían sido fulminados y paralizados por po r lo los s rá rápi pido dos s me mens nsaj ajer eros os de la lu luz. z. Es Está tába bamo mos s en el ce cent ntro ro muerto de ese suave silencio que absorbe hasta la respiración de los dioses. El hombre no tiene nada que ver con esto; ni siquiera la na natu tura rale leza za. . En es este te re rein ino o na nada da se mu muev eve, e, ni se ag agit ita, a, ni resp re spir ira, a, sa salv lvo o el de dedo do de del l mi mist ster erio io. . Es el gr gran an si sile lenc ncio io qu que e desciende sobre el mundo, prelud udi iando la llegada de un acontecimiento milagroso. El acontecimiento mismo no está inscrito aquí, sino únicamente su paso, únicamente el brillo de su estela. Esto es un invisible invisible pasillo pasillo del tiempo, un enorme enorme paréntesis paréntesis que cort co rta a la res esp pir irac ació ión n, se seme meja jant nte e a un úte tero ro, , y qu que e ha habi bien endo do
vomitado su angustia, como un vientre sus tripas, no sigue ya más, como si fuera un reloj estropeado. Nos deslizamos por la larga llanura, primer oasis verdadero que veía en mi vida. ¿Cómo definir lo que distingue este oasis de los otros paraísos irrigados que conoce el hombre? ¿Era de vegetación más lujuriante, de suelo más fértil? ¿Gemía bajo el peso de una cosecha más abundante? ¿Bullía como una colmena en plena actividad? No apreciaba ninguno de esos factores. La llanura de Tebas estaba vacía de la presencia humana, vacía de visibles cosechas. En el vientre de este vacío palpitaba el latido generoso de la sangre que volcaba en el negro surco de las la s ve vena nas. s. A tr trav avés és de lo los s es espe peso sos s po poro ros s de es esta ta ti tierr erra, a, lo los s sueños de los hombres desaparecidos hace largo tiempo proseguían bull bu llen endo do y br brot otan ando do, , y ba band ndad adas as de as asus usta tado dos s pá pája jaro ros s ll llev evab aban an hacia el cielo su diáfano filamento. A nu nues estr tra a iz izqu quie ierd rda a co corr rría ía la ca cade dena na mo mont ntañ años osa a qu que e ll llev eva a al Parnaso, ceñudo, silencioso y lleno de leyendas. Resulta extraño pensar que, durante mi estancia en París, con toda esa alegría y miseria que se asocia a Montparnasse, ni una sola vez pensé en el lugar de donde viene ese nombre. Por otra parte, y aunque nadie me había aconsejado ir, Tebas estaba en mi mente desde el día que llegué llegué a Atenas Atenas. . Por algún algún inexpl inexplica icable ble caprich capricho, o, el nombre nombre de Tebas, como el de Menfis en Egipto, siempre suscitaba en mí un torbellino de fantásticos recuerdos y cuando, en el frío depósito de ca cadá dáve vere res s qu que e er era a el mu muse seo o te teba bano no, , de desc scub ubrí rí es ese e ex exqu quis isit ito o dibujo grabado en la piedra y tan parecido a una ilustración de Picasso, cuando vi los rígidos colosos de aspecto egipcio, tuve la impresión de volver a un pasado familiar, a un mundo que había cono co noci cido do en mi in infa fanc ncia ia. . La mi mism sma a Te Teba bas, s, de desp spué ués s de ha habe berl rla a visitado, queda en la memoria como esos sueños vagos y temblorosos que os acompañan durante una larga espera en la sala de visitas de un dentista. Mientras uno aguarda a que le extraigan la muela, se ve frecuentemente sumido en la estructuración de un nuevo libro, y en es ese e mo mome ment nto o la las s id idea eas s su surg rgen en co con n re rela lati tiva va fa faci cili lida dad. d. Lu Lueg ego o viene la tortura, el libro se borra de la conciencia; pasan días en los que lo único importante que se hace es pasar la lengua por la pequeña cavidad de la encía, que parece enorme. Finalmente se olvida también eso, se reanuda el trabajo y tal vez se inicia el nuev nu evo o li libr bro, o, pe pero ro si sin n es esa a fi fieb ebre re co con n qu que e fu fue e pl plan anea eado do en la caut ca uter eriz izad ada a sa sala la de vi visi sita tas. s. Y lu lueg ego, o, un una a no noch che e en qu que e se sent ntís ís inso in som mni nio o y os ve veis is ac aco osa sado dos s po por r enj njam ambr bre es de pen ensa sam mie ient ntos os desa de sati tina nado dos, s, de re repe pent nte e la co cons nste tela laci ción ón de la mu muel ela a pe perd rdid ida a atraviesa a nado el horizonte, y os volvéis a encontrar en Tebas, en la vieja Tebas de vuestra infancia, en esa ciudad que ha hecho nacer todas vuestras vuestras novelas, novelas, y ante vosotros vosotros se presenta presenta el plan de trabajo de la gran obra de vuestra vida, finamente grabado en una tablilla de piedra. Y éste es el libro que hubierais querido escribir, pero al llegar la mañana lo habéis olvidado, lo mismo que a Dios, al significado de la vida, a vuestra propia identidad y a las del pasado, y entonces adoráis a Picasso que ha estado despierto durante toda la noche y no se ha hecho arrancar su muela cari ca riad ada. a. Ta Tal l es la ce cert rtez eza a qu que e se ap apod oder era a de un uno o al at atra rave vesa sar r
Tebas, Tebas, «certe «certeza za molest molesta, a, pero pero tambié también n inspir inspirado adora. ra. Y cuando cuando se está es tá co comp mple leta tame ment nte e in insp spir irad ado, o, se cu cuel elga ga un uno o po por r lo los s to tobi bill llos os esperando a que los buitres os devoren vivo. Entonces comienza la verdadera vida de Montparnasse, con Diana cazadora al fondo y la Esfinge que os acecha en una curva de la carretera. Nos detuvimos a comer en Levadla, una especie de pueblo alpino anid an idad ado o en un una a ve vert rtie ient nte e de la ca cade dena na mo mont ntañ años osa. a. El ai aire re er era a saludable y estimulante, balsámico en el sol y helado como hoja de cuch cu chil illo lo en la so somb mbra ra. . La Las s pu puer erta tas s de del l re rest stau aura rant nte e es esta taba ban n abie ab iert rtas as de del l to todo do pa para ra so sorb rber er el ai aire re in inun unda dado do de so sol. l. Er Era a un refectorio colosal, revestido de hojalata como el interior de una caja de galletas. Los cuchillos, platos y vasos estaban helados. Comimos sin quitarnos los sombreros y abrigos. El viaje de Levadia a Arakova fue una especie de veloz carrera a través de una Islandia tropical. Apenas un ser humano, apenas un vehículo. Era un mundo que se enrarecía por momentos, haciéndose cada vez más milagroso. Bajo las amenazadoras nubes, el paisaje era siniestro y aterrador. Solamente un dios podría sobrevivir al asal as alto to fu furi rios oso o de lo los s el elem emen ento tos s en es este te un univ iver erso so pu pura rame ment nte e olímpico. En Arakova, Ghika bajó a vomitar. Me quedé en el borde de una profunda garganta y, mientras miraba su abismo, vi la sombra de una enorme águila que daba vueltas vueltas encima encima del vacío. Estábamos Estábamos en la cima de las montañas, en medio de una tierra convulsionada que parecía seguir luchando y debatiéndose. El pueblo mismo tenía ese aspecto yermo y frío de una comunidad separada del mundo exterior por un alud. Se oía el ruido sordo de una helada cascada que, aunq au nque ue in invi visi sibl ble, e, pa pare recí cía a om omni nipr pres esen ente te. . La pr prox oxim imid idad ad de la las s águila águilas s y sus sombra sombras s que oscure oscurecía cían n mister misterios iosame amente nte el suelo, suelo, intensificaban esa triste y fría sensación de desolación. Y sin embarg embargo, o, desde desde Arakov Arakova a a los recint recintos os exteri exteriore ores s de Delfos Delfos, , la tier ti erra ra pr pres esen enta ta un in inin inte terr rrum umpi pido do es espe pect ctác ácul ulo, o, dr dram amát átic ico o y sublime. Imaginad un hirviente caldero en el que se introduce un grupo grupo de hombre hombres s intrép intrépido idos s para para extend extender er una alfomb alfombra ra mágica mágica. . Imaginad esta alfombra formada por los dibujos más ingeniosos y los lo s má más s va vari riad ados os ma mati tice ces. s. Im Imag agin inad ad qu que e lo los s ho homb mbre res s ha han n es esta tado do trabajando en esta obra durante miles de años, y que descansar una temporada temporada significa significa destruir destruir el trabajo trabajo de siglos. siglos. Imaginad Imaginad que cada gemido, cada estornudo, cada hipo de la tierra, supone un desg de sgar arró rón, n, un do dolo loro roso so ji jiró rón n en la al alfo fomb mbra ra. . Im Imag agin inad ad qu que e la las s tintas y matices que componen esta danzante alfombra de la tierra, rivalizan en esplendor y sutilidad con las más hermosas vidrieras de la las s ca cate tedr dral ales es me medi diev eval ales es. . Im Imag agin inad ad to todo do es eso, o, y te tend ndré réis is solamente una pálida idea de un espectáculo que cambia de hora en hora ho ra, , de me mes s en me mes, s, de añ año o en añ año, o, de mil ilen enio io en mil ilen eni io. Finalmente, en un estado de embriagadora y deslumbrante estupefacción, os encontráis de repente en Delfos. Son las cuatro de la tarde, y la bruma que viene del mar ha puesto al mundo cabeza abajo. Estáis en Mongolia, y el débil tintineo que se oye al otr tro o lad ado o de la ba bar rra ranc nca a os in indi dica ca la pr pro oxi ximi mid dad de una cara ca rava vana na. . El ma mar r se ha co conv nver erti tido do en un la lago go de mo mont ntañ aña, a, en
equilibrio sobre la cima de los montes donde el sol borbotea como una un a to tort rtil illa la em empa papa pada da en ro ron. n. So Sobr bre e la to torv rva a y he hela lada da mu mura rall lla a donde la bruma se levanta por un momento, alguien ha trazado con la rapidez del rayo unos desconocidos signos caligráficos. Al otro lado la do, , co como mo ll llev evad ado o po por r un una a ca cata tara rata ta, , un to torr rren ente te de hi hier erba ba se desliza por la abrupta ladera de un acantilado. Tiene el esplendor de un equinoccio primaveral, de un verde interestelar que brota en un abrir y cerrar de ojos. Vista Vista con esta esta extrañ extraña a bruma bruma crepus crepuscul cular, ar, Delfos Delfos parecía parecía más subl su bli ime tod odav avía ía, , e in insp spi ira raba ba may ayor or ter erro ror r de del l qu que e me hab abía ía imag im agin inad ado. o. Se Sent ntí í un ve verd rdad ader ero o al aliv ivio io cu cuan ando do, , ca cami mina nand ndo o po por r un sendero sendero que llevaba a la cima del pequeño risco escarpado, escarpado, encima del pabellón donde dejamos el automóvil, encontramos un grupo de muchachos del pueblo que jugaban a los dados. Eso prestaba un leve toque humano a la escena. Desde las altas ventanas del pabellón, constr construid uido o según según las líneas líneas sólida sólidas s y amplia amplias s de una fortal fortaleza eza medieval, divisaba el otro lado de la garganta y, al levantarse la bruma, se hizo visible el trozo de mar que estaba más allá del oculto puerto de Itea. En cuanto dejamos los equipajes, nos fuimos en busca busca de Katsimba Katsimbalis, lis, a quien encontramo encontramos s en el hotel «Apolo»; «Apolo»; creo que era el único cliente que había tenido el hotel desde la marcha de H. G. Wells, bajo cuyo nombre firmé en el registro, a pesa pe sar r de qu que e no me in inst stal alé é al allí lí. . We Well lls s te tení nía a un una a ca cali ligr graf afía ía pequ pe queñ eña a y mu muy y fi fina na, , ca casi si fe feme meni nina na, , co como mo la de un una a pe pers rson ona a mu muy y modesta y discreta; pero eso no es nada extraordinario, ya que hay muchos ingleses con ese tipo de letra. Llovía a la hora de cenar, y decidimos ir a un peq equ ueño restau restauran rante te situad situado o junto junto a la carret carretera era. . El lugar lugar estaba estaba frío frío como la tumba. Nos sirvieron una cena ligera, que acompañamos con abundante abundantes s libacione libaciones s de vino y coñac. coñac. Disfruté Disfruté inmensamente inmensamente en esa cena, debido tal vez a que tenía ganas de hablar. Como sucede frecuentemente cuando se llega por fin a un sitio impresionante, la co conv nver ersa saci ción ón no te tení nía a na nada da qu que e ve ver r co con n el pa pais isaj aje e qu que e no nos s rodeaba. Recuerdo vagamente la expresión de asombro que pusieron Ghik Gh ika a y Ka Kats tsi imb mbal alis is cua uan ndo me lan anc cé a des esc cri ribi bir r el pai aisa saje je americano. Creo que la descripción versó sobre Kansas; de todos modos fue un vacío y monótono relato capaz de hacerles dormir de aburrimiento. Cuando regresamos al escarpado risco situado detrás del pabellón, desde donde teníamos que buscar nuestro camino en la oscuridad, soplaba un fuerte viento y la lluvia caía a cántaros. El trecho a recorrer era pequeño, pero peligroso. Estaba un poco bebido y tenía absoluta confianza en encontrar el camino sin ayuda de na nadi die. e. De ve vez z en cu cuan ando do un re relá lámp mpag ago o il ilum umin inab aba a el se send nder ero o inunda inundado do de barro. barro. En esos esos fantás fantástic ticos os segundo segundos, s, la decora decoració ción n parecía tan terriblemente desolada que tenía la impresión de estar interpretando una escena de «Macbeth». «¡Sopla, viento!», grité, alegre como la alondra y en ese momento resbalé, y hubiera rodado por po r el pr prec ecip ipic icio io si no me hu hubi bies ese e co cogi gido do Ka Kats tsim imbal balis is po por r el braz br azo. o. Cu Cuan ando do al dí día a si sigu guie ient nte e vi el lu luga gar, r, ca casi si me de desm smay ayo. o. Dormimos con las ventanas cerradas y un gran fuego chisporroteando en la enorme estufa. A la hora del desayuno nos reunimos alrededor
de un una a la larg rga a me mesa sa, , en un re refe fect ctor ori io dig igno no de un mon ona ast ster erio io domini dominico. co. El desayu desayuno no fue excele excelente nte y abunda abundante nte, , y soberb soberbia ia la vista que se disfrutaba disfrutaba desde desde los ventanales. ventanales. El edificio edificio era tan inme in men nso y el sue uelo lo tan inc nci ita tant nte, e, que no pu pude de res esis ist tir la tentación de hacer un poco de patinaje artístico. Me deslicé por los pasillos, comedor, salón y estudios, llevando un mensaje de felicidad del dueño de mi novena casa, el mismo Mercurio. Había llegado el momento de visitar las ruinas, de extraer los últi úl timo mos s ju jugo gos s pr prof ofét étic icos os de del l de desa sapa pare reci cido do om ombl blig igo o de del l mu mund ndo. o. Trep Tr epam amos os po por r la co coli lina na ha hast sta a ll lleg egar ar al te teat atro ro, , y de desd sde e al allí lí contemplamos los destrozados tesoros de los dioses, los templos en ruin ru inas as, , la las s de derr rrib ibad adas as co colu lumn mnas as, , in inte tent ntan ando do en va vano no re recr crea ear r el esplendor de este antiguo lugar. Especulamos largamente sobre la posición exacta de la ciudad, que hasta el presente sigue siendo desc de scon onoc ocid ida. a. De re repe pent nte, e, mi mien entr tras as pe perm rman anec ecía íamo mos s en re reve vere rent nte e silencio, Katsimbalis avanzó a grandes zancadas hasta el centro de la escena y, elevando los brazos hacia el cielo, pronunció las palabras finales del último oráculo. Fue un momento impresionante, y es lo menos que se puede decir. Durante un segundo pareció que el telón se alzaba sobre un mundo que no había perecido realmente, sino que había pasado como una nube por el cielo y que se conservaba intacto, inviolado, esperando el día en que, recobrando su significado, el hombre lo devolvería a la vida. Durante los segundos segundos que tardó tardó Katsimbali Katsimbalis s en pronunci pronunciar ar las palabras, palabras, tuve tiempo de contemplar en toda su amplitud la ancha avenida de la locura humana, y, no viendo fin a esta perspectiva, experimenté una aguda sensación de angustia y tristeza que no tenía nada que ver con mi propio destino, sino con el de la especie a la que, por mera casualid casualidad, ad, pertenecí pertenecía. a. Recordé Recordé otras fatídicas fatídicas expresione expresiones s que había escuchado en París, en las que la guerra actual, por horrible que fuera, era considerada como un simple artículo del interm intermina inable ble catálo catálogo go de trasto trastorno rnos s y desastr desastres, es, y recuer recuerdo do el escepticismo con que se acogieron estas palabras. El mundo que se extinguió con Delfos, pasó a mejor vida como en un sueño. Y lo mismo ocurre ocurre ahora. ahora. Victoria Victoria y derrota derrota no tienen tienen ningún ningún sentido a la luz de la rueda que gira implacablemente. Nos movemos en una nuev nu eva a la lati titu tud d del alm lma, a, y den entr tro o de mil añ años os el ho hom mbr bre e se asom as ombr brar ará á de nu nues estr tra a ce cegu guer era, a, de nu nues estr tra a to torp rpez eza, a, de nu nues estr tra a negligente aquiescencia ante un orden que estaba condenado. Bebimos agua en la fuente Castalia, lo que me hizo acordar de mi viejo amigo Nick, del Orpheum Dance Palace de Broadway, ya que era oriundo de un pequeño pueblo llamado Castalia, situado en el valle al otro lado de las montañas. En cierto sentido, mi amigo Nick era responsable de mi presencia aquí, porque gracias a sus instrumentaciones de bailables había conocido a mi esposa June, y sin este conocimiento probablemente nunca hubiera llegado a ser un escritor, nunca hubiera salido de América, nunca hubiera encontrado a Betty Ryan, Lawrence Durrell y finalmente a Stephanides, Katsimbalis y Ghika. Después de dar vueltas entre las rotas columnas, ascendimos por el tortuoso sendero que lleva al estadio. Katsimbalis se quitó el
abrigo, y con zancadas de gigante midió el estadio de cabo a rabo. La vista vista era espect espectacu acular lar. . El estadi estadio o está está situad situado o exacta exactamen mente te debajo del pico de la montaña; se tiene la impresión de que, una vez ve z ac acab abad ada a la ca carr rrer era, a, lo los s au auri riga gas s de debi bier eron on ha hace cer r sa salt ltar ar su sus s corc co rce ele les s sob obr re la cim ima a y lan anza zars rse e al az azul ul. . La at atmó mós sfe fera ra es sobrehumana, enervante hasta un grado de locura. Todo lo que hay de extraordinario y milagroso en Delfos, guarda aquí relación con el recuerdo de los juegos que se disputaban en las nubes. Al dar la vuelta para irme, vi a un pastor que llevaba su rebaño por la cima. Su silueta se destacaba tan claramente sobre el cielo, que parecía estar bañado en un aura violeta. Los corderos avanzaban lentament lentamente e sobre el suave espinazo espinazo de la montaña, montaña, dejando un fino polv po lvo o do dora rado do, , co como mo si em emer ergi gier eran an so somn mnol olie ient ntos os de la las s mu muer erta tas s páginas de un idilio olvidado. En el museo de Tebas volví a ver las colosales estatuas que no habían dejado de perseguirme y, finalmente, nos detuvimos ante la asombrosa estatua de Antinoco el último de los dioses. Inevitablemente, comparé el contraste que presenta esta mara ma ravi vill llos osa a id idea eali liza zaci ción ón en pi pied edra ra de la et eter erna na du dual alid idad ad de del l hombre, tan atrevida y sencilla, tan perfectamente griega en su mejor sentido, con esa creación literaria de Balzac, «Seraphita», que qu e es va vaga ga y mi mist ster erio iosa sa y, hu huma mana name ment nte e ha habl blan ando do, , po poco co co connvincente. Nada puede explicar mejor la transición de la concepción pagana de la vida a la cristiana, que esta enigmática figura del último dios que pisó la Tierra y se arrojó al Nilo. Acentuando las cual cu ali ida dade des s esp spir iri itu tual ale es del de l hom ombr bre e, el cris cr isti tia ani nism smo o log ogró ró solamente separarlo de su cuerpo; como ángel, la fusión de los sexos desembocó en el sublime y espiritual ser que en esencia es el hombre. Los griegos, por su parte, dieron corporeidad a todas las cosas y, de este modo, encarnaron y eternizaron el espíritu. En Grecia se tiene siempre una sensación de eternidad; en cuanto se reg egre res sa al mu mun ndo oc occ cid iden enta tal, l, sea Eur urop opa a o Am Amér éric ica a, es esa a sensación corporal, de eternidad, de espíritu encarnado, se reduce a la nada. Nos movemos en un tiempo mecanizado entre los restos de mund mu ndos os de desa sapa pare reci cido dos, s, in inve vent ntan ando do lo los s in inst stru rume ment ntos os de nu nues estr tra a propia destrucción, olvidadizos del sino o destino, sin conocer un momento de paz, sin tener una onza de fe, presos de las más negras supersticiones, no desempeñando funciones físicas ni espirituales, actuando no como individuos, sino como microbios en un organismo enfermo. Esa noche, ante la mesa del gran comedor y mientras escuchaba a Peri Pe ricl cles es By Byza zant ntis is, , de deci cidí dí re regr gres esar ar a At Aten enas as al dí día a si sigu guie ient nte. e. Byzantis acababa de presionarme para que me quedara, y la verdad es que no tenía ninguna razón para irme, pero presentía que algo me esperaba en Atenas, y sabía que partiría. A la mañana siguiente, durante el desayuno, y con gran asombro por su parte, le no noti tifi fiqu qué é la de deci cisi sión ón to toma mada da. . Le di dije je, , fr fran anca came ment nte, e, qu que e la única excusa válida era la mejor de todas: mi deseo imperioso de marchar. Había tenido el honor y el privilegio de ser el primer huésped extranjero del pabellón, y mi inesperada marcha era sin duda una pobre manera de expresar mi gratitud, pero así era. Ghika
y Katsimbalis decidieron regresar conmigo. Espero que cuando lea lo qu que e me oc ocur urr rió en At Aten ena as, el bu bue en Kyr yrio ios s By Byza zant nti is sab abrá rá perdonar mi descortesía y no la considerará típicamente americana. La vuelta, a toda velocidad, fue todavía más impresionante que la ida. Atravesamos Atravesamos Tebas Tebas al anochece anochecer, r, mientras mientras Katsimbalis Katsimbalis me regalaba con el relato de sus alocadas excursiones en motocicleta desde Tebas a Atenas, después de haber tenido una buena cena. Me parecía que acabábamos de pasar los alrededores del gran campo de batalla de Platea, y que debíamos encontrarnos enfrente del monte Citerón, cuando de repente observé una curiosa configuración del terreno, una especie de trampa por donde dábamos vueltas como un corc co rch ho bo borr rrac ach ho. Nos enc ncon ontr trá ába bamo mos s de nue uevo vo en un uno o de es eso os temibl temibles es desfil desfilade aderos ros en los que el enemig enemigo o ha sido sido destroz destrozado ado como co mo si fu fuer era a un re reba baño ño de ce cerd rdos os, , un lu luga gar r qu que e de debe be se ser r el consuelo y la alegría de cualquier general a la defensiva. No me sorprendería saber que en este sitio Edipo encontró la Esfinge. Esta Es taba ba pr prof ofun unda dame ment nte e in inqu quie ieto to, , es estr trem emec ecid ido o ha hast sta a mi mis s úl últi tima mas s raíces. ¿Por qué? ¿Por asociaciones de ideas nacidas de mi conocimiento de antiguos acontecimientos? Es poco probable, ya que mi cono co noci cimi mien ento to de la hi hist stor oria ia gr grie iega ga es su supe perf rfic icia ial l y, ad adem emás ás, , confuso, como en general el de toda la Historia. No, mi inquietud se debía a la visión de uno de esos lugares sagrados, escenarios de crueles asesinatos, donde el suelo nos señala el curso de los hech he chos os. . La ve verd rdad ader era a al aleg egrí ría a de del l hi hist stor oria iado dor r o ar arqu queó eólo logo go, , al enfrentarse con un descubrimiento, debe residir en la confirmación y co corr rrob obor orac ació ión, n, no en la so sorp rpre resa sa. . No ha oc ocur urri rido do na nada da en la Tier Ti erra ra qu que e pe perm rman anez ezca ca oc ocul ulto to al ho homb mbre re po por r mu muy y pr prof ofun unda dame ment nte e enterrado que se encuentre el hecho. Ciertos lugares se levantan como semáforos, revelando no sólo la pista, sino el acontecimiento mismo, a condición, claro está, de que se acerque uno con pureza de co cora razó zón. n. Es Esto toy y co conv nven enci cido do de qu que e la Hi Histo stori ria a ti tien ene e mu much chos os estratos, y que el último descubrimiento no será postergado hasta que nos sea devuelto el don de ver el pasado y el futuro como algo único. Cuando encontré en el hotel el dinero que me habían enviado para regr re gres esar ar a Am Amér éric ica, a, pe pens nsé é qu que e és ése e ha habí bía a si sido do el mo moti tivo vo de mi vuel vu elta ta a At Aten enas as, , pe pero ro al dí día a sigui siguien ente te Ka Kats tsim imba bali lis s me es esta taba ba esperando con una misteriosa sonrisa en los labios, y entonces me di cuenta de que existía otro motivo más importante. Hacía un frío día dí a de in invi vier erno no, , y el vi vien ento to so sopl plab aba a de desd sde e la las s co coli lina nas s ci cirrcundantes. Era domingo. De una u otra forma todo había sufrido un cambio radical. Dentro de diez días salía el barco, y la seguridad de que tomaría dicho barco señalaba para mí el fin del viaje. Katsimbalis me propuso visitar a un adivino armenio, a quien él y varios de sus amigos habían ya consultado. Acepté inmediatamente, ya que nunca había estado en casa de un adivino. Una Un a ve vez, z, en Pa Parí rís, s, es estu tuve ve a pu punt nto o de ha hace cerl rlo o al co comp mpro roba bar r lo los s alucin alucinant antes es efecto efectos s que tal experi experienc encia ia produj produjo o en dos íntimo íntimos s amigos míos. En mi opinión no podía esperarse nada más que una buena o mala lectura de mi mente. La casa de este adivino estaba en el barrio de los armenios refugiados en Atenas, sector de la
ciuda ciud ad qu que e de desc scon onoc ocí ía. Hab abía ía oíd ído o de deci cir r qu que e er era a só sórd rdi ido y pint pi ntor ores esco co, , pe pero ro na nada da de lo qu que e oí me ha habí bía a pr prep epar arad ado o pa para ra el espectáculo que se ofrecía ante mis ojos. No es, desde luego, su dualidad el rasgo menos curioso de este barrio. Alrededor de la yema podrida del huevo está la nueva e inmaculada cáscara de la comunidad comunidad que ha de venir. venir. Durante casi veinte veinte años, estos pobres refugiados han estado esperando el momento de trasladarse a los nuevos hogares que les han prometido. Esas nuevas viviendas que el Gobierno Gobierno ha construid construido, o, y que ya están listas listas para los inquilino inquilinos s (sin pago de alquiler, según creo), son modelos en la más amplia acep ac epci ción ón de la pa pala labr bra. a. Es fa fant ntás ásti tico co el co cont ntra rast ste e qu que e ex exis iste te entre estas nuevas casas y los tugurios en que los refugiados, de una manera o de otra, se las han arreglado para sobrevivir durante una genera generació ción. n. De la inmund inmundici icia a acumul acumulada ada, , toda toda una comunid comunidad ad habilitó albergue para sí misma, y para sus animales domésticos, sus roedores, sus piojos, sus chinches y sus microbios. Según va la ci civi vili liza zaci ción ón, , es esta tas s pu pust stul ulos osas as e in infe fect ctas as ag aglo lome mera raci cion ones es humanas no son desde luego un espectáculo inusitado. Cuanto más eleg el egan ante tes s y pr prop opor orci cion onad adas as se ha hace cen n la las s gr gran ande des s ci ciud udad ades es de del l mund mu ndo, o, cu cuan anto to má más s po pode dero rosa sas s e in infl fluy uyen ente tes s ll lleg egan an a se ser, r, má más s tremendos son los cataclismos, más grandes son los ejércitos de desarraigados, desheredados, de gentes sin hogar y sin un céntimo, quienes, a diferencia de los desgraciados armenios de Atenas, ni siquiera tienen el privilegio de escarbar en los montones de cieno para pa ra sa saca car r lo los s de dese sech chos os y ha hace cers rse e un re refu fugi gio, o, si sino no qu que e se ve ven n obligados a seguir su camino como fantasmas, siendo recibidos en sus su s pr prop opio ios s pa país íses es co con n fu fusi sile les, s, bo bomb mbas as de ma mano no y al alamb ambra rada das, s, evitados como si fueran leprosos y ahuyentados como la peste. La casa de Aram Hourabedian estaba empotrada en el corazón del laberinto callejero, y tuvimos que preguntar y dar muchas vueltas antes de encontrarla. Cuando al fin vimos la pequeña placa con su nombre, nos dimos cuenta de que habíamos llegado mucho antes de la hora acordada. Matamos una o dos horas deambulando por el barrio, asombrándonos no de su inmundicia, sino de los patéticos esfuerzos huma hu man nos que se hab abí ían hec echo ho par ara a ad ador orn nar y em embe bel lle lece cer r es esas as misera miserable bles s chozas chozas. . A pesar pesar de surgir surgir de los desper desperdic dicios ios, , este este pequeño pueblo tenía más encanto y carácter que una gran ciudad moderna. Evocaba libros, cuadros, sueños, leyendas. Evocaba nombres como Lewis Carroll, Jerónimo Bosch, Breughel, Max Ernst, Hans Reiche Reichel, l, Salvad Salvador or Dalí, Dalí, Goya, Goya, Giotto Giotto, , Paul Paul Klee, Klee, para para mencio mencionar nar sólo unos pocos. De esta terrible pobreza, de este sufrimiento, emanaba un calor sagrado ; la sorpresa de encontrar una vaca o carnero en el mismo cuarto en que vivían una madre con su hijo, producía producía instantá instantáneame neamente nte un sentimie sentimiento nto de respeto. respeto. Tampoco Tampoco se tenía el menor deseo de reír al ver en lo alto de aquella sórdida choz ch oza a un im impr prov ovis isad ado o so sola lari rio o he hech cho o co con n la lata tas s de co cons nser erva va. . El refu re fugi gio, o, va vali lier era a lo qu que e va vali lier era, a, er era a co comp mpar arti tido do ig igua ualm lmen ente te, , y prov pr oveí eía a al alim imen ento to pa para ra lo los s pá pája jaro ros s de del l ai aire re y lo los s an anim imal ales es de del l campo. Sólo en el dolor y sufrimiento se acerca el hombre a sus semejantes, y parece que sólo entonces su vida se hace hermosa. Caminando por una calle en la que las tablas habían sustituido al
pavimento hundido, me detuve un momento ante el escaparate de una libr li bre erí ría, a, ca caut utiv iva ado al ver es esa as es esp pel eluz uzna nan nte tes s rev evis ista tas s de aventu aventuras ras que nunca nunca se espera espera encont encontrar rar en un país país extran extranjer jero, o, pero que florecen en todos los países y en casi todos los idiomas. Entr En tre e el ella las s se de dest stac acab aba a un vo volu lume men, n, co con n su cu cubi bier erta ta de co colo lor r rojo, de Julio Verne, una edición griega de Veinte mil leguas de viaje submarino. Lo que me impresionó en ese momento fue el pensar que este relato fantástico yacía en un mundo mucho más fantástico que el imaginado por su autor. ¿Cómo podría nadie imaginar, cayendo del cielo desde otro planeta, en plena noche por ejemplo, y llegando a esta extraña comunidad, que existían seres en la Tierra vivi vi vien endo do en gi giga gant ntes esco cos s ra rasc scac acie ielo los, s, cu cuyo yos s si simp mple les s ma mate teri rial ales es desafían toda descripción y dejan atónita la mente? Y si puede haber ese abismo entre dos mundos tan próximos, ¿qué decir del abismo que separa el mundo actual del futuro? Prever lo que será dentro de cincuenta años o un siglo, es pedir demasiado a nuestra imaginación. Somos incapaces de ver más allá del repetido ciclo de guerra y paz, riqueza y pobreza, justicia e injusticia, bien y mal. ma l. Si pr proy oyec ecta tamo mos s un una a mi mira rada da ve vein inte te mi mil l añ años os ha haci cia a de dela lant nte, e, ¿vemos ¿vemos acoraz acorazado ados, s, rascac rascaciel ielos, os, iglesi iglesias, as, manico manicomio mios, s, barrio barrios s míseros, míseros, palacios, palacios, fronteras fronteras nacionales nacionales, , tractore tractores, s, máquinas máquinas de coser, sardinas en lata, píldoras para el hígado, etcétera? ¿Cóm ¿C ómo o se ex exti tirp rpar arán án es esta tas s co cosa sas s de del l mu mund ndo? o? ¿C ¿Cóm ómo o su surg rgir irá á el nuevo mundo, ya sea hermoso o miserable? Mirando el bello volumen de Ju Juli lio o Ve Vern rne, e, me pr preg egun unté té co con n la ma mayo yor r se seri ried edad ad: : ¿C ¿Cóm ómo o se orig or igi ina nará rá ese mun undo do? ? Me pre regu gun nté si ll lleg egam amos os a ima magi gin nar la desa de sapa pari rici ción ón de ta tale les s co cosa sas. s. Mi Mien entr tras as es esta taba ba al allí lí, , so soña ñand ndo o despierto, tuve la impresión de que todo estaba detenido, que yo no era un hombre viviente, sino un visitante que no pertenecía a ningún siglo, a quien se ofrecía ese espectáculo ya visto y que volvería a ver una y otra vez, y el pensamiento de esa posibilidad era muy deprimente. Nos abrió la puerta la mujer del adivino. Su aspecto digno y sere se reno no me im impr pres esio ionó nó fa favo vora rabl blem emen ente te. . No Nos s co condu ndujo jo a un cu cuar arto to próximo, donde su marido estaba sentado a la mesa, en mangas de camisa, con la cabeza entre las manos, y sumido al parecer en la lectura de una enorme Biblia. Cuando entramos, se levantó y nos estr es trec echó hó co cord rdia ialm lmen ente te la ma mano no. . No ha habí bía a en su sus s mo moda dale les s na nada da teatral ni ostentoso; la verdad es que tenía más bien el aire de un carpintero que proseguía sus estudios rabínicos, que el aspecto de un mé médi dium um. . Se ap apre resu suró ró a ex expl plic icar arno nos s qu que e no po pose seía ía po pode dere res s extrao extraordi rdinar narios ios, , sino sino que simple simplemen mente te había había estudi estudiado ado la Cabala Cabala dura du rant nte e mu much chos os añ años os, , y qu que e le ha habí bían an en ense seña ñado do el ar arte te de la astrologia árabe. Hablaba turco, griego, árabe, alemán, francés, chec ch eco o y ot otra ras s le len ngu guas as y ha has sta fec echa ha rec ecie ien nte hab abía ía est stad ado o trabajando en el Consulado checo. Los únicos datos que me pidió fueron la fecha, hora y lugar de nacimiento, mi nombre y el de mis padr pa dres es. . De Debo bo de deci cir r qu que e an ante tes s de ha hace cerm rme e es esas as pr preg egun unta tas, s, ha habí bía a hecho observar a Katsimbalis que yo era un tipo capricorniano o jupi ju pite teri rian ano. o. Co Cons nsul ultó tó su sus s li libr bros os, , hi hizo zo le lent nta a y me metó tódi dica came mente nte algunos cálculos y luego, levantando los ojos, comenzó a hablar.
Me habló en francés, pero en ocasiones, cuando la explicación era demasiado complicada, se dirigía a Katsimbalis en griego para que me lo tradujera al inglés. Me sentía extraordinariamente tranquilo, imperturbable, seguro de mí mismo, consciente, mientras me ha habl blab aba a el ad adiv ivin ino, o, de to todo dos s lo los s ob obje jeto tos s de del l cu cuar arto to, , si sin n distraerme ni un solo instante. Nos encontrábamos en el cuarto de esta es tar r, y la ha hab bit itac ació ión n es esta taba ba ext xtre rema mad dam amen ente te lim impi pia a y bi bie en orde or dena nada da; ; el am ambi bien ente te me re reco cord rdaba aba ci cier erto tos s ho hoga gare res s de ra rabi bino nos s pobres a quienes había visitado en otras ciudades del mundo. Comenzó diciéndome que se aproximaba una nueva e importantísima fase de mi vida, que hasta el presente había estado dando vueltas en redondo, que me había creado muchos enemigos (por mis escritos) y causado mucho mal y sufrimiento a mi alrededor. Me dijo que no solamente había llevado una doble vida (creo que empleó la palabra esqu es quiz izof ofre reni nia) a), , si sino no un una a vi vida da mú múlt ltip iple le, , y qu que e na nadi die e me ha habí bía a comprendi comprendido do verdaderam verdaderamente ente, , ni siquiera siquiera mis amigos amigos más íntimos. íntimos. Pero pronto, añadió, acabará todo eso. A partir de cierta fecha que me fijó, encontraría ante mí el camino libre y sin trabas. Antes de morir traería una gran alegría al mundo, a cada ser del mund mu ndo, o, su subr bray ayó, ó, y mi ma mayo yor r en enem emig igo o se in incl clin inar aría ía an ante te mí y me pediría perdón. Dijo que antes de mi muerte disfrutaría los más gran gr ande des s ho hono nore res s y la las s má más s gr gran ande des s re reco comp mpen ensa sas s qu que e lo los s ho homb mbre res s pueden conceder a sus semejantes. Haría tres viajes a Oriente donde, entre otras cosas, encontraría a un hombre que me comprendería como nadie lo ha hecho hasta ahora, y ese encuentro era abso ab solu luta tame ment nte e ne nece cesa sari rio o pa para ra lo los s do dos. s. De mi úl últi tima ma vi visi sita ta a Oriente no volvería nunca, pero no moriría, sino que me desvanecería en la luz. Le interrumpí para preguntarle si quería deci de cir r que me ha harí ría a inm nmor orta tal l por mis obr bra as y ac acci cion one es, y me respondió solemne y muy significativamente que no, que esas palabras br as si sign gnif ific icab aban an si simp mple le y li lite tera ralm lmen ente te qu que e no mo mori rirí ría a ja jamá más. s. Confieso que en este momento me alarmé, y, sin decir una palabra, miré mi ré a Ka Kats tsim imb bal alis is pa par ra ase segu gur rar arme me de si hab abía ía co com mpr pren end did ido o correctamente. Continuó diciéndome que veía signos e indicios que ni él mismo podía entender, pero que me los describiría tal como los veía. Sin sentir la menor sorpresa, le rogué que lo hiciera así, añadiendo que no me sería difícil descifrarlos. Me daba la impresión de que estaba particularmente intrigado e impresionado al advertir que yo tenía todos los signos de la divinidad, y al mismo tiempo mis pies esta es taba ban n en enca cade dena nado dos s a la ti tier erra ra. . Hi Hizo zo un una a pa pausa usa pa para ra da dar r un una a explicación en griego a Katsimbalis, evidentemente muy emocionado y temeroso de dar una interpretación de la que no estaba seguro. Dirigiéndose de nuevo hacia mí, me hizo comprender, por el tono de su di disc scur urso so y po por r su sus s pa pala labr bras as, , qu que e co cons nsid ider erab aba a co como mo un ra raro ro privilegio hallarse en presencia de un hombre como yo. Me confesó que qu e ja jamá más s ha hab bía vi vis sto sig igno nos s qu que e in indi dic cas asen en una car arre rer ra tan espl es plén éndi dida da co como mo la qu que e se ab abrí ría a an ante te mí mí. . Me pr preg egun untó tó si ha habí bía a escapado de la muerte en varias ocasiones. «La verdad es que — añadió sin esperar mi respuesta— usted ha escapado milagrosamente cada vez que una situación se hacía desesperada o intolerable. Y
seguir seguirá á escapa escapando ndo siempr siempre. e. Usted Usted vive vive proteg protegido ido por un hechiz hechizo. o. Recuerde bien mis palabras cuando se encuentre de nuevo ante el peligro, por difícil que sea la situación, no se desespere nunca, porque se salvará. Usted es como un barco con dos timones: cuando uno falla, el otro funciona. Además usted tiene alas, posee la facu fa cult ltad ad de sa sali lir r vo vola land ndo o cu cuan ando do lo los s qu que e es está tán n a su al alre rede dedo dor r debe de ben n pe pere rece cer. r. Us Uste ted d es está tá pr prot oteg egid ido, o, y so solam lamen ente te ha te teni nido do un enemigo: usted mismo.» Y mismo.» Y diciendo estas palabras se levantó, cogió mi mano y se la llevó a los labios. Refier Refiero o únicam únicament ente e lo princi principal pal de su conver conversac sación ión, , omitie omitiendo ndo numerosos detalles relativos a mis relaciones con otras personas, que carecen de interés para el lector puesto que no las conoce. Todo lo que me dijo sobre el pasado era asombrosamente exacto, y en gran parte hacía referencias a cosas que nadie en Grecia, ni siquiera Durrell o Katsimbalis, podía saber ni siquiera por asomo. Estu Es tuvi vimo mos s ch char arla land ndo o un unos os mi minu nuto tos s má más s an ante tes s de de desp sped edir irno nos, s, y durante la conversación me rogó, al saber que volvía a América, que visitara en Detroit a su hermano, de quien esperaba recibir ayud ay uda. a. Ol Olvi vida daba ba un de deta tall lle e qu que e va vale le la pe pena na re rela lata tar r po porq rque ue me pareció típicamente armenio. Mientras me auguraba fama y gloria, honores y recompensas, observó con cierto asombro: «pero no veo dinero». Al oír eso, me eché a reír. El dinero ha sido una de las cosas que nunca he tenido, y sin embargo he llevado una vida rica y, en conjunto, feliz. ¿Por qué había de necesitar dinero hoy día o más adelante? Cada vez que he estado desesperadamente necesitado he encont encontrad rado o un amigo. amigo. Contin Continúo úo creyen creyendo do que tengo tengo amigos amigos por todas partes, y tendré cada vez más a medida que pase el tiempo. Si tuviera dinero correría el peligro de convertirme en un ser indolente, negligente, de creer en una seguridad que no existe y de co conc nced eder er im impo port rtan anci cia a a va valo lore res s qu que e no so son n má más s qu que e va vací cío o e ilusión. El futuro no me da miedo. En los sombríos tiempos que se acercan, el dinero será menos que nunca una garantía contra el mal y el sufrimiento. Naturalmente, la entrevista me impresionó profundamente. Más que nada me sentía purificado. Aparte de la enigmática referencia al hecho de que no moriría, nada de lo que auguró para mi futuro me había sorprendido en demasía. Siempre lo he esperado todo del mundo, y siempre he estado dispuesto a darlo todo. También tenía, incluso antes de abandonar París, la convicción de que acabaría por romper la cadena viciosa de los ciclos que, como había dicho el adivin adivino, o, duraba duraban n habitu habitualm alment ente e siete siete años años cada cada uno. uno. Salí Salí de París en vísperas de la guerra, sabiendo que mi vida en esa ciudad habí ha bía a lle lega gado do a su fin inal al. . Mi de deci cisi sión ón de tom omar arme me un año de vacaciones, de abstenerme de escribir durante ese tiempo, la misma elección de Grecia que, tal como lo veo ahora, era el único país capa ca paz z de sa sati tis sfa face cer r mi mis s ínt ntim imas as ne nec ces esid idad ade es, to todo do ell llo o era sign si gnif ific icat ativ ivo. o. Du Dura rant nte e lo los s do dos s úl últi timo mos s añ años os de mi es esta tanc ncia ia en París, había insinuado a mis amigos que un día dejaría voluntariamente de escribir, y eso en el momento en que me sintiera en plena posesión de mis medios de expresión, en plena maestría. El estudio sobre Balzac, que fue mi último trabajo en París, no había hecho
más que corroborar un pensamiento que comenzaba a cristalizar en mí, o sea que la vida del artista, su devoción por el arte, son la última y más alta fase del egoísmo humano. Hay amigos que me dicen que qu e no de deja jaré ré nu nunc nca a de es escr crib ibir ir, , qu que e no po podr dría ía ha hace cerl rlo. o. Si Sin n embargo dejé de escribir durante largo tiempo, cuando estuve en Grecia, y sé que podría repetirlo en el futuro, cuando quiera y para siempre. No me siento constreñido a ninguna actividad particular. Por el contrario, siento en mí una creciente liberación, a la que se añade el vehemente deseo de servir al mundo de la mejor forma que pueda. No sé todavía cuál será esa forma, pero me parece claro que pasaré del arte a la vida para ilustrar con mi manera de vivir la maestría lograda en el arte. He dicho que me sentía purificado. La verdad es que también sentía en mí una especi pe cie e de ex exal alta taci ción ón. . Pe Pero ro po por r en enci cima ma de to todo do ex expe peri rime menta ntaba ba un sentimiento de responsabilidad como nunca lo había conocido hasta entonces. Responsabilidad hacia mí mismo, me apresuraré a añadir. Sin saborear las recompensas de las que me habían hablado, las he disfru disfrutad tado o sin embarg embargo o por adelan adelantad tado, o, imagin imaginati ativam vament ente e quiero quiero decir. decir. Durante Durante todo todo el tiempo tiempo que he estado estado escribien escribiendo, do, me he atrincherado en la idea de que no sería realmente comprendido, al menos por mis compatriotas, hasta después de mi muerte. Muchas veces, al escribir, he mirado por encima del hombro, más allá de la tumba, más sensible a las reacciones de los hombres venideros que a las de mis contemporáneos. En cierto sentido he pasado una buena parte de mi vida viviendo en el futuro. Para todo lo qu que e me co conc ncie iern rne e de ma mane nera ra vi vita tal, l, so soy y re real alme ment nte e un ho homb mbre re muerto, y solamente vivo para unos pocos que, como yo, no pueden espe es pera rar r qu que e el mu mund ndo o lo los s at atra rape pe. . No di digo go es esto to po por r or orgu gull llo o o vanidad, sino con humildad no exenta de tristeza. Y tal vez la palabra tristeza no sea la más apropiada, porque no lamento el camino que he seguido, ni deseo que las cosas sean diferentes a como son. Ahora sé cómo es el mundo y, sabiéndolo, acepto de él lo bueno y lo malo. Me he dado cuenta de que vivir creando significa vivir vivir de manera manera cada cada vez más desint desintere eresad sada, a, vivir vivir adentr adentránd ándose ose cada vez más en el mundo, identificándose con él e impregnándolo hasta el corazón, por así decir, con nuestra influencia. Me parece ahora que el arte, como la religión, es solamente una preparación, una un a in inic icia iaci ción ón de la au auté tént ntic ica a ma mane nera ra de vi vivi vir. r. La me meta ta es la liberación, la libertad; dicho de otro modo, la atribución de una responsabilidad más grande. Continuar escribiendo una vez que se ha realizado uno mismo, me parece fútil y estéril. La maestría en cual cu alqu quie ier r fo form rma a de ex expr pres esió ión n de debe be ll llev evar ar in inev evit itab able leme ment nte e a la forma última de expresión: la maestría de la vida: En este terreno se encuentra uno absolutamente solo, cara a cara con los elementos mismos mismos de la creaci creación. ón. Es una experie experienci ncia a cuyo cuyo result resultado ado nadie nadie puede predecir. Si tiene éxito, el mundo entero queda influido en un grado no conocido hasta entonces. No deseo vanagloriarme, ni decir que estoy preparado para dar un paso tan importante, pero debo señalar que hacia ese objetivo se encamina mi espíritu. Ya antes de mi entrevista con el armenio estaba convencido, y lo sigo estando ahora, de que cuando se me confiriesen honores y
recompensas no estaría presente para recibirlas, que viviría solo y desconocido en alguna parte remota del mundo, prosiguiendo la aventura que comenzó para mí con el esfuerzo de realizarme con medios expresivos. Sé que los peligros mayores están por venir, el verdadero viaje no ha hecho más que comenzar. Cuando escribo estas líneas, hace casi un año que viví esas horas atenienses que acabo de descri describir bir. . Permit Permitidm idme e añadir añadir que desde desde mi regres regreso o a Améric América a todo to do lo que me ha suc uced edid ido o, log ogro ros s y rea eali liza zaci cion ones es, , se ha han n cumplido con una precisión casi mecánica. La verdad es que estoy casi aterrado, porque ahora, a diferencia de mi vida pasada, me basta con expresar un deseo para que se cumpla. Me encuentro en la deli de lica cada da si situ tuac ació ión n de un uno o qu que e de debe be ev evit itar ar cu cuid idad ados osam amen ente te el anhelar algo que no desee verdaderamente. Y debo decir que esta situación me ha hecho desear cada vez menos cosas. El único deseo que por momentos se acrecienta en mí es el de dar. La sensación de poder y riqueza que tal estado de ánimo lleva consigo, es también algo al go at ater erra rado dor, r, po porq rque ue la ló lógi gica ca qu que e im impl plic ica a pa pare rece ce de demas masia iado do sencilla. Cuando miro a mi alrededor y me doy cuenta de que la mayoría de los hombres se esfuerzan desesperadamente en retener lo que poseen o en aumentar sus bienes, comienzo a comprender que el criterio para dar no es tan sencillo como parece. Dar y recibir son en el fondo una misma cosa, y dependen de que la vida que se lleva sea abierta o cerrada. Una forma de vivir abierta hace del ser humano un médium, un transmisor; viviendo así, como un río, uno siente la vida en toda su plenitud, se desliza en la corriente de la vida y muere para vivir de nuevo con un océano. Las vacaciones se acercaban, y todos me instaban a que aplazara mi marcha hasta después de Navidad. El barco debía salir dentro de dos o tres días. Cuando había perdido toda esperanza, recibí la noticia de que el barco había sido detenido en Gibraltar, y que nuestra partida se retrasaba una semana al menos, y posiblemente diez di ez dí días as. . Du Durr rrel ell, l, qu que e ha habí bía a pe pedi dido do el co coch che e de Ma Max x pa para ra la las s vacaciones, decidió hacer una excursión al Peloponeso, e insistió en que les acompañara a él y Nancy. Si el barco salía en el plazo de un una a se sema mana na, , te tení nía a mu much chas as pr prob obab abil ilid idad ades es de pe perd rder erlo lo. . Na Nadi die e sabía con seguridad el día que se haría a la mar. Decidí arri ar ries esga garm rme e y pe pens nsar ar qu que e la sa sali lida da se re retr tras asar aría ía má más s de un una a semana. En ese intervalo volví de nuevo a Eleusis con Ghika. Un día al atardecer vino a buscarme en su automóvil. Cuando llegamos a Dafne el So Sol l se es esta taba ba po poni nien endo do en me medi dio o de un vi viol olen ento to es espl plen endo dor. r. Recuerdo que era un crepúsculo verde. Nunca había visto un cielo tan claro y tan dramático. Rodamos a toda velocidad con el fin de llegar a las ruinas antes de que oscureciera, pero fue en vano. Nos encontramos con las puertas cerradas. Sin embargo, el guarda, después de hacerse rogar un poco, nos permitió entrar. Encendiendo cerillas, Ghika me condujo de un lugar a otro. Era un fascinador espectáculo, que no olvidaré jamás. Cuando acabamos el recorrido, caminamos por sórdidas calles hasta llegar a la bahía, enfrente de Salamina. Este paisaje tiene un algo siniestro y opresivo durante la noche. Caminamos por el muelle arriba y abajo, zarandeados por
el fuente viento y charlando sobre el pasado. A nuestro alrededor reinaba un amenazador silencio, y el parpadeo de las luces de la nueva Eleusis daba al lugar un ambiente más sórdido aún que a la luz del día. Pero al regresar a Atenas nos vimos recompensados por una ostentación de electricidad que, para mí, no tiene paralelo en ninguna otra ciudad del mundo. El griego es un enamorado tan grande de la lu luz z el eléc éctr tric ica a co como mo de la lu luz z so sola lar. r. Na Nada da de su suav aves es penumbras, como en París o Nueva York, sino cada ventana ilum il umin inad ada, a, co como mo si lo los s ha habi bita tant ntes es ac acab abar aran an de de desc scub ubri rir r la las s mara ma ravi vill llas as de la el elec ectr tric icid idad ad. . At Aten enas as re relu luce ce co como mo un una a ar arañ aña a eléctrica colocada en un cuarto desnudo y decorado con azulejos. Pero lo que le confiere un carácter único, a pesar de su excesiva iluminación, es la suavidad que conserva en medio de ese resplandor. Es como si el firmamento, haciéndose más líquido, más tang ta ngib ible le, , se ab abaj ajas ase e pa para ra ll llen enar ar ca cada da ab abert ertur ura a co con n un fl flui uido do magn ma gnét étic ico. o. At Aten enas as se ba baña ña en un ef eflu luvi vio o el eléc éctr tric ico o qu que e vi vien ene e directamente del cielo y afecta no sólo a los nervios y órganos sensoriales del cuerpo, sino a la intimidad del ser. En cualquier eminencia que se sitúe uno, se encuentra en el corazón de Atenas y se puede sentir, en toda su realidad, la conexión que tiene el hombre con los otros mundos de luz. Al final de la calle Anag An agna nast stop opol olou ou, , do dond nde e vi viví vía a Du Durr rrel ell, l, ha hay y un ri risc sco o qu que e pe perm rmit ite e divisar una gran parte de la ciudad. Noche tras noche, al salir de su ca casa sa, , me de dete tení nía a al allí lí, , su sumi mido do en un pr prof ofun undo do ar arro roba bami mien ento to, , embr em bria iaga gado do po por r la las s lu luce ces s de At Aten enas as y po por r la las s lu luce ces s de del l ci ciel elo. o. Desd De sde e lo al alto to de del l Sa Sacr créé-Co Coeu eur, r, en Pa Parí rís, s, se ex expe peri rime ment nta a ot otra ra sens se nsac ació ión; n; co como mo di dist stin inta ta es ta tamb mbié ién n la qu que e se ti tien ene e de desde sde el Empi Em pir re Sta tate te Bui uild ldin ing g de Nu Nuev eva a Yo York rk. . He co cont nte emp mpla lado do Pra raga ga, , Buda Bu dap pes est, t, Vie iena na y el pu puer erto to de Mó Móna nac co, ciu iud dad ades es her ermo mos sas e impres impresion ionant antes es de noche, noche, pero pero no conozc conozco o ningun ninguna a ciudad ciudad que se pueda comparar a Atenas cuando están encendidas todas sus luces. Parece ridículo decirlo, pero tengo la sensación de que en Atenas el milagro de la luz diurna nunca se desvanece del todo. No sé por qué qu é mi mist ste eri rio o es esta ta dul ulce ce y apa paci cibl ble e ci ciud udad ad nun unca ca sue uelt lta a po por r completo los lazos que la unen al sol, nunca se cree del todo que el día se ha ido. Frecuentemente, cuando daba las buenas noches a Seferiades ante la puerta de su casa en la calle Kydathenaion, me daba un paseo hasta el Zapión, vagabundeando bajo el fulgor de las estrellas, y me repetía como si fuera un conjuro: «estás en otra parte del mundo, en otra latitud; estás en Grecia, ¿comprendes?». Era necesario repetir la palabra Grecia, porque tenía la extraña sens se nsac ació ión n de en enco cont ntra rarm rme e en mi ca casa sa, , de es esta tar r en un lu luga gar r ta tan n familiar, tan semejante a lo que debía ser el hogar de uno, que a fuerza de contemplarlo con una adoración tan intensa, le confería una calidad extrañamente nueva. Y también, por primera vez en mi vida vi da, , he enc nco ont ntra rado do hom omb bre res s qu que e er eran an com omo o de debe berí ría an se ser r los hombre hombres; s; es decir, decir, abiert abiertos, os, franco francos, s, natura naturales les, , espont espontáne áneos os y generosos. Ésta era la clase de hombres que esperaba encontrar en mi país mientras crecía y me hacía hombre a mi vez. Nunca les encontré. En Francia he visto otro tipo de ser humano, un tipo que admi ad miro ro y re resp spet eto, o, pe pero ro al qu que e nu nunc nca a me he se sent ntid ido o ín ínti tima mame ment nte e
ligado liga do. . Ba Bajo jo to todo dos s lo los s as aspe pect ctos os qu que e la he vi vist sto, o, Gr Grec ecia ia se me presenta como el centro mismo del universo, el lugar ideal de la reun re unió ión n de del l ho homb mbre re co con n el ho homb mbre re en pr pres esen enci cia a de Di Dios os. . Fu Fue e el primer viaje que me ha satisfecho enteramente, que no me ha dejado la menor desilusión, que me ha ofrecido más de lo que esperaba encontrar. Mis últimas noches en el Zapión, en completa soledad, lleno de maravillosos recuerdos, fueron como un hermoso Getsemaní. Pronto todo ello desaparecería y yo me encontraría una vez más paseando por las calles de mi ciudad natal. Esta perspectiva no me llenaba de terror. Lo que Grecia había hecho por mí, no podía ser destruido ni por Nueva York ni por la misma América. Grecia me habí ha bía a he hech cho o un se ser r li libr bre e y en ente tero ro. . Me se sent ntía ía pr prep epar arad ado o pa para ra enfrentarme al dragón y matarlo, porque en mi corazón lo había ya exte ex term rmin inad ado. o. Da Daba ba vu vuel elta tas s y vu vuel elta tas, s, co como mo si ca cami mina nara ra so sobr bre e terciopelo, rindiendo un silencioso homenaje de agradecimiento al pequeño grupo de amigos que había hecho en Grecia. Quiero a esos hombres, a todos y a cada uno en particular, por haberme revelado las verdad verdadera eras s dimens dimension iones es del ser humano humano. . Quiero Quiero la tierra tierra que los vio crecer, crecer, el árbol árbol del que han salido salido, , la luz bajo bajo la que han prosperado, la bondad, la integridad y la caridad que de ellos emanan. Ellos me han puesto frente a frente conmigo mismo, me han purificado del odio, la suspicacia y la envidia. Y lo que no es menos importante, me han demostrado con su propio ejemplo que la vida vi da se pue uede de viv ivir ir ma mag gní nífi fica cam men ente te en cua ualq lqui uie er esc scal ala a, en cualquier clima, bajo cualquier condición. A los que piensan que la Grecia actual carece de importancia, les digo que no pueden estar más equivocados. Hoy día, como antiguamente, Grecia es de la mayor mayor import importanc ancia ia para para todo todo hombre hombre que busque busque encont encontrar rarse se a sí mismo. Mi experiencia no es única. Y quizá debería añadir que no hay ningún pueblo en el mundo tan necesitado de lo que Grecia puede ofrecer como el pueblo americano. Grecia no es simplemente la antítesis de América; más todavía, es la solución a los males que qu e no nos s em empo ponz nzoñ oñan an. . Ec Econ onóm ómic icam amen ente te pu pued ede e pa pare rece cer r mínim mínima, a, pe pero ro espiritualmente sigue siendo la madre de las naciones, la fuente principal de la sabiduría e inspiración. Me qu qued edan an so sola lame ment nte e un unos os dí días as. . La ví vísp sper era a de Na Navi vida dad d es esto toy y sentado al sol en la terraza del hotel «King George», esperando a que qu e ap apar arez ezca can n Du Durr rrel ell l y Nan ancy cy co con n el co coch che e. El tie iem mpo es está tá inseguro; puede empezar a llover de un momento a otro. Teníamos que haber salido a las diez de la mañana; son ahora las dos de la tarde. Al fin llegan en el cochecito inglés de Max, que tiene el aspecto de una chinche que hubiera crecido demasiado de prisa. Él automóvil no funciona bien, concretamente los frenos. Durrell ríe, como de costumbre. Ríe y jura al mismo tiempo. Lleva el auto hasta la ca carr rret eter era. a. Co Conf nfía ía en qu que e pe perd rder eré é el ba barc rco. o. No Nos s ru rueg ega a qu que e espe es per rem emos os un mo mom men ento to, , el tie iem mpo ne nece ces sar ario io pa para ra co com mpr prar ar un periódico y un «sandwich». Le gusta seguir de cerca las noticias de la guerra, Yo no he leído un periódico desde que dejé París; no tengo intención de abrir ni uno solo hasta que esté en Nueva York, donde estoy seguro de leerlos.
Lo pr prim imer ero o de qu que e me do doy y cu cuen enta ta, , mi mien entr tras as co corr rrem emos os a to toda da velocidad, es de que el otoño se ha acabado. El coche es abierto, y al sol hace una temperatura agradable, pero de noche hará frío. Corremos a lo largo del flanco de una montaña que mira hacia el mar; Durrell me pregunta de repente en qué me hace pensar el nombre de Corinto cuando se pronuncia ante mí. Le cont nte esto inmediatamente: «En Menfis». «A mí me hace pensar en algo grueso, rojizo y sensual», dice. Nos detenemos en Corinto para pasar la noche, luego continuaremos a Esparta. Hacemos una breve parada en el canal. Primer toque rojo: algo claramente egipcio en el canal de Corinto. Entramos en la nueva ciudad de Corinto al atardecer. Es todo lo que se quiera, quiera, menos atractiva; atractiva; anchas avenidas, avenidas, casas bajas que tienen aspecto de cajas, parques vacíos, nuevos en el peor sentido de la palabra. Elegimos un hotel con calefacción central tr al, , ma mata tamo mos s el ti tiem empo po to toma mand ndo o un una a ta taza za de té té, , y salim salimos os en dirección a la ciudad vieja para dar un vistazo a sus ruinas antes de que se haga de noche. La vieja Corinto está situada a varias millas de distancia, construida en un promontorio que domina una extensión de tierra baldía. A la luz de una tarde de invierno, el lugar lugar adquie adquiere re un aspect aspecto o prehis prehistór tórico ico. . Encima Encima de las minas minas se levanta levanta el Acro-Cor Acro-Corinto, into, una especie especie de mesa azteca sobre la cual es fácil suponer que se celebraban los sacrificios más sangrientos. Una vez que se está en medio de las ruinas, la impresión cambia por po r co comp mple leto to. . El gr gran an pl plin into to de del l Ac Acro ro-C -Cor orin into to se di dibu buja ja ah ahor ora a suave y propiciatorio, como un gigantesco megalito sobre el que se hubiera extendido una capa de lana. Cada minuto que pasa presta un nuev nu evo o br bril illo lo, , un una a nu nuev eva a de deli lica cade deza za a la es esce cena na. . Du Durr rrel ell l te tení nía a razón: Corinto tiene algo rico, sensual y rosado. Es la muerte en plena floración, la muerte en medio de una voluptuosa e hirviente corr co rrup upci ción ón. . Lo Los s pi pila lare res s de del l te temp mplo lo ro roma mano no so son n gr grue ueso sos, s, ca casi si orientales en sus dimensiones, pesados, rechonchos, enraizados en la tierra como las patas de un elefante enfermo de amnesia. Por toda to das s pa part rtes es se ma mani nifi fies esta ta la mi mism sma a lu luju juri rian ante te, , de desb sbor orda dant nte e madurez, realzada por el brillo rosáceo de la luz que proviene de la pu pues esta ta de So Sol. l. De Desc scen ende demo mos s ha hast sta a la fu fuen ente te, , pr prof ofun unda dame ment nte e empo em pot tra rada da en la ti tie err rra a co como mo si fu fuer era a un tem empl plo o oc ocul ult to, un mister misterios ioso o lugar lugar que sugier sugiere e afinid afinidade ades s con la India India y Arabia Arabia. . Encima de nosotros corre la espesa muralla que rodea el antiguo reci re cint nto. o. En el fi firm rmam amen ento to se de desa sarr rrol olla la un ma mara ravi vill llos oso o dú dúo o atmosférico; al Sol que se ha convertido en una bola de fuego, viene a juntarse ahora la Luna, y bajo el diluvio de efímeras y cambiantes armonías que crea la unión de estas dos luminarias, las ruinas de Corinto relucen y vibran con una belleza sobrenatural. Solamente falta un efecto: una repentina lluvia de luz astral. El camino de regreso nos transporta a otro mundo, porque a la oscuridad se añade la bruma que asciende del mar. Una hilera de luces diminutas y centelleantes marca la línea de la costa, al otro lado del golfo, donde pacífica y soñolientamente se alzan las montañas. Corinto, la nueva Corinto, está engolfada en un sudor frío que penetra hasta los huesos.
Buscan Busc ando do un re rest stau aura rant nte, e, un po poco co má más s ta tard rde, e, de deci cidi dimo mos s da dar r primero una rápida vuelta por la ciudad. No hay otra solución que seguir una de las anchas avenidas que no llevan a ninguna parte. Es Nochebuena, pero nada indica que los habitantes se den cuenta de la festividad. Al acercarnos a una casa solitaria, iluminada por una humeante lámpara de petróleo, nos detienen de repente las extrañas notas de una flauta. Aceleramos el paso y nos paramos en medio de la ancha calle para no perdernos nada del espectáculo. La puer pu erta ta de la ca casa sa es está tá ab abie iert rta, a, y de deja ja ve ver r un cu cuar arto to ll llen eno o de homb ho mbr res que esc scuc ucha han n a un rar aro o fl flau auti tis sta ta. . El ho hom mbr bre e pa pare rece ce exal ex alta tado do po por r su pr prop opia ia mú músi sica ca, , un una a mú músi sica ca qu que e ja jamá más s ha habí bía a escuchado antes, y que probablemente no escucharé nunca más. Da la impresión de ser una pura improvisación, inacabable a menos que los pulmones del músico dejen de resistir. Es la música de las colinas, las notas salvajes del hombre solitario armado solamente con un instrumento. Es la música original cuya partitura no ha sido escrita ni tiene por qué serlo. Es feroz, triste, obsesiva, nostálgic nostálgica a y provocat provocativa. iva. No está hecha para el oído humano, humano, sino para el de los dioses. Es un dúo en el que está silencioso el otro instrumento. Durante la interpretación, un hombre montado en una bici bi cic cle leta ta se no nos s ac acer erc ca, des esmo mon nta ta, , se qui uita ta el so somb mbre rer ro y resp re spe etu tuos osam ame ent nte e nos pre regu gunt nta a si so somo mos s ex extr tran anj jer eros os y si po por r casualidad hemos llegado ese mismo día. Es un empleado de telégrafos y, según nos dice, lleva un telegrama para una americana. Durrell se echa a reír, y solicita ver el mens nsa aje. Es una feli fe lici cita taci ción ón na navi vide deña ña pa para ra la co cond ndes esa a Vo Von n Re Reve vent ntlo low w (B (Bár árba bara ra Hutton). Leemos el texto —está en inglés— y se lo devolvemos al homb ho mbre re. . Se al alej eja a es escu cudr driñ iñan ando do la os oscu curi rida dad d co como mo un ba bati tido dor, r, dispuesto a parar a cualquier mujer alta, con cabello de oro y vestida como un hombre. El incidente me hace acordar aquellos días en qu que e tr trab abaj ajab aba a en un una a of ofic icin ina a de te telé légr graf afos os. . Un Una a no noch che e de invi in vier erno no en enco cont ntré ré a un re repa part rtid idor or qu que e an anda daba ba va vaga gand ndo o po por r la las s calles de Nueva York, aturdido y con las manos llenas de tele te legr gram amas as qu que e no ha habí bía a en entr treg egad ado. o. Al ad adve vert rtir ir su ex extr trav avia iada da mirada lo reintegré a su oficina, donde me informaron que llevaba dos días y dos noches sin aparecer. El frío le había dado un color azulado, y su charla parecía la de un mono. Cuando le desabroché la chaqueta para ver si tenía algún telegrama en los bolsillos interiores, me di cuenta de que bajo el tosco traje no llevaba ning ni ngun una a ro ropa pa. . En un uno o de lo los s bo bols lsil illo los s en enco cont ntré ré un pr prog ogra rama ma de composiciones musicales, impresas evidentemente por él, ya que su nombre figuraba como el del autor de casi todas las piezas. El hombre fue llevado a una clínica de observación en Bellevue, donde consideraron que estaba loco. En el restaurante, que era espacioso y lleno de corrientes de aire, nos sirvieron sirvieron una deliciosa deliciosa comida, comida, llena de grasa, grasa, de ésas que revuelven el estómago a los anglosajones. Cuando tales platos se en enfr fría ían, n, ad admi mito to qu que e la co coci cina na gr grie iega ga pi pier erde de un po poco co de su enca en cant nto; o; pe pero ro lo los s in ingl gles eses es, , qu que e so son n lo los s pe peor ores es co coci cine nero ros s de del l mundo, deberían ser los últimos en quejarse. Con ayuda de unas bote bo tel lla las s de vin ino, o, sac acam amo os el má máxi xim mo pa part rtid ido o po posi sib ble de una
Nochebuena qu e se presentaba bastante triste. El momento culminante de la fiesta —los otros comensales se habían ido— fue la redacción laboriosa de varios quijotescos mensajes, escritos en tarjetas postales y dirigidos a celebridades mundiales. Volvimos al hotel, que estaba entonces con la calefacción a todo vapor, y nos fuimos en seguida a dormir. Por la mañana salimos hacia Micenas, ciudad que los Durrell no habían visitado todavía. El aire era fresco, la carretera libre y sin obstáculos, y nos encontrábamos de buen humor. Me imagino que el Peloponeso produce a todo el mundo la misma impresión. La mejor imag im agen en qu que e en encu cuen entr tro o pa para ra de defi fini nir r es esa a im impr pres esió ión n es la de un una a puñalada rápida y suave en el corazón. Durrell, que ha estado en la In Indi dia, a, ce cerc rca a de la fr fron onte tera ra ti tibe beta tana na, , es esta taba ba tr trem emen enda dame ment nte e excitado y nos confesó que a veces tenía la sensación de enco en con ntr trar arse se de nue uevo vo all llí, í, en la reg egió ión n de la las s col oli ina nas. s. Su exci ex cita taci ción ón se fu fue e ag agud udiz izan ando do a me medi dida da qu que e no nos s ac acer ercá cába bamo mos s a Micenas. Observaba complacido que Durrell, de ordinario tan voluble y parlanchín, estaba ahora silencioso. Esta Esta vez, vez, equipa equipados dos con una linter linterna, na, decidi decidimos mos descen descender der la resb re sbal alad adiz iza a es esca cale lera ra qu que e co cond nduc uce e al po pozo zo. . Du Durr rrel ell l in inic ició ió el descenso, le siguió Nancy y en último lugar iba yo. Aproximadamente a la mitad de la escalera nos detuvimos instintivamente y discutimos si debíamos seguir adelante. Sentía el mi mism smo o te terr rror or qu que e cu cuan ando do ha habí bía a es esta tado do po por r pr prim imer era a ve vez z co con n Katsim Katsimbal balis, is, o quizá quizá mayor mayor aún, aún, ya que habíam habíamos os descen descendid dido o más profundo en las entrañas de la tierra. Experimentaba dos temores bien bi en de defi fini nido dos; s; un uno, o, el de qu que e ce cedi dier era a el dé débi bil l so sost stén én de la esca es cale lera ra y no nos s hi hici cier era a mo mori rir r de as asfi fixi xia a en la os oscu curi rida dad d má más s completa; el otro de que un mal paso me llevara resbalando hasta el foso repleto de serpientes, lagartos y murciélagos. Me sentí tremendamente aliviado cuando Durrell, después de muchos razonamientos, consintió en abandonar el descenso. Y entonces di gracias a Dios por ser el primero del grupo, en lugar del último. Cuando llegamos a la superficie estaba bañado en un sudor frío y mentalmente continuaba dando patadas a los demonios que intentaban arrastrarme a aquel lodazal cubierto de horrores. Pensando ahora en ello, después que han transcurrido varios meses, creo sinceramente que preferiría ser fusilado a que me obligaran a bajar solo por aquella escalera. Estoy convencido de que moriría de un ataque cardíaco antes de haber llegado al fondo. Teníamos que atravesar Argos, ciudad que había visto de lejos, en otra ocasión, y franquear luego las montañas en dirección a Tríp Tr ípol olis is. . De Deja jar r la lu luju juri rian ante te ll llan anur ura a ar argi giva va pa para ra al alca canz nzar ar la primera primera hilera hilera de montañas de la cordiller cordillera a es una experiencia experiencia de otro ot ro or orde den. n. La ca carr rret eter era a es ba bast stan ante te es estr trec echa ha; ; la las s cu curv rvas as, , pron pr onu unc ncia iada das s y pel elig igro ros sas as; ; y la ba baja jad da muy pe pend ndie ien nte te. . Los autocares van lanzados por esta carretera, como si fueran conducidos por locos, porque los griegos son por naturaleza atrevidos y temerarios. Las nubes se agrupaban amenazando tormenta, y nosotros comenzábamos a cruzar la dentada orografía que se extendía ante nuestra vista. Lo que nos preocupaba era saber si nos resistirían
los frenos. Nuestra preocupación se agudizó cuando, a horcajadas sobre un extremo de la carretera cortado a pico, tuvimos que hacer un mil ilag agr ros oso o vi vira raje je par ara a qu que e un aut utob obú ús no ro roz zar ara a nu nues estr tro o guardabarros. Finalmente, y cuando rodábamos por el borde de una enorme sopera que Durrell me aseguró ser Arcadia, comenzó a llover torren torrencia cialme lmente nte, , levant levantand ando o un viento viento helado helado como como la muerte muerte que nos no s azo zota tab ba si sin n pie ied dad ad. . Mie ient ntr ras ta tant nto, o, Du Durr rrel ell l, ha hac cie iend ndo o verdad verdadera eras s maravi maravilla llas s con el volant volante e y mostra mostrando ndo una habili habilidad dad propia de un saltimbanqui, se despachaba a gusto hablando de los méritos de Dafnis y Cloe. La lluvia entraba por los lados y por detrás, el motor comenzó a resoplar, la escobilla limpiaparabrisas dejó de jó de fun unci cio ona nar, r, mi mis s ma mano nos s est sta aba ban n hel ela ada das, s, y el ag agua ua se escu es curr rría ía de mi so somb mbre rero ro co colá lánd ndos ose e po por r mi es espa pald lda. a. Yo no te tení nía a humor para oír hablar de Dafnis y Cloe; pensaba, en cambio, en lo cómo có modo do qu que e de debí bía a es esta tars rse e en aq aque uell lla a re resb sbal alad adiz iza a es esca cale lera ra de Micenas. En cuanto franqueamos la cima de la cadena montañosa, divisamos la amplia llanura donde se levanta Trípolis. De repente cesó la lluvia y apareció el arco iris, el más reconfortante, frívolo y saltarín arco iris que he visto en mi vida, seguido por uno nuevo, y am ambo bos s co como mo si es estu tuvi vier eran an al al alca canc nce e de nu nues estr tra a ma mano no, , at atororment me ntán ándo dono nos s co con n su in inas aseq equi uibl ble e ca capt ptur ura. a. Pa Para ra da darl rles es ca caza za no nos s precipita precipitamos mos a una velocidad velocidad de vértigo por las largas y sinuosas sinuosas gargantas que conducen a la llanura. Comimos en un hotel maravilloso, bebimos un poco más de vino, nos sacudimos como perros mojados, y proseguimos en dirección a Esparta. Comenzó a llover de nuevo, un aguacero torrencial que, con breves intervalos, iba a durar tres días seguidos. Si tuviera que repetir la excursión, no pediría otra cosa que hacerla bajo un chaparrón semejante. El campo se transformaba mágicamente bajo ese diluvio de color leonado, que creaba lagos y ríos de una espectacular belleza. El paisaje cobraba cada vez más un aspecto asiático, aumentando el valor del viaje y agudizando nuestra ya tensa expectación. Al divisar el valle del Eurotas, dejó de llover y el suave viento del sur trajo una brisa cálida y perfumada. A la dere de rech cha a de la la larg rga a ll llan anur ura a es espa part rtan ana a se ex exte tend ndía ía la ca cade dena na montañosa del Taigeto, que corre en línea recta hasta la extremida extremidad d de la penínsul península. a. La fraganci fragancia a de los naranjos naranjos se hacía hacía más intensa a medida que nos acercábamos a Esparta. Eran apro ap roxi xima mada dame ment nte e la las s cu cuat atro ro de la ta tard rde e cu cuan ando do en entr tram amos os en la ciudad. El hotel principal, que ocupa casi una manzana de casas, estaba abarrotado. Tuvimos que caminar cerca de una hora antes de encontrar habitaciones. La ciudad le pareció horrible a Durrell; mi opinión era completamente contraria a la suya. Es verdad que no hay nada muy antiguo en la apariencia que presenta Esparta; no es probablemente mejor que Corinto, y, sin embargo, quizá por ser una ciudad meridional, parecía más alegre, más animada y más seductora que qu e Co Cori rint nto. o. Tie iene ne un asp spec ecto to vul ulga gar, r, em emp pre rend nde edo dor, r, un po poc co agresi agresivo, vo, como como si hubier hubiera a sufrid sufrido o la influe influenci ncia a de los griego griegos s americanizados que regresan a su país. Como no podía ser menos, inmediatamente repararon en nosotros tomándonos por ingleses, y en
inglés nos saludaron a cada paso, costumbre ésta que los ingleses aborrecen, pero que yo como americano acepto con más calma. La verd ve rdad ad es qu que e di disf sfru ruto to co con n es esta ta cl clas ase e de sa salu ludo dos, s, de debi bido do a la ávid áv ida a cu curi rios osid idad ad qu que e si sien ento to po por r ex expl plor orar ar a mi mis s se seme meja jant ntes es, , y especialmente a los griegos, que tienen el genio de penetrar hasta los lugares más remotos y extraños. Lo que Durrell no podía comprender, porque no había vivido en América, es que la vulgaridad de las expresiones y modales de esos grie gr iego gos s es la co cosa sa má más s fa fami mili liar ar, , na natu tura ral l y ac acep epta tabl ble e pa para ra un americano, ya que su manera de manifestarse es consecuencia de su contacto con el americano de origen. El griego no es así por natura tu rale leza za, , se segú gún n lo qu que e he po podi dido do ob obse serv rvar ar; ; su te temp mper erame ament nto o le induce a hablar en tono bajo, y a ser amable y discreto. En los espartanos vi las huellas de las mismas cosas que deploro en mis comp co mpat atri riot otas as, , y se sent ntía ía de dese seos os de fe feli lici cita tarl rles es, , in indi divi vidu dual al y colectivamente, por el buen sentido de que habían dado muestra al volver a su país natal. Como Co mo di disp spon onía íamo mos s de un ra rato to an ante tes s de ce cena nar r no nos s fu fuim imos os ha hast sta a Mystras, pueblo bizantino cuyas ruinas son la principal atracción de los tur uris ist tas qu que e vi vis sit itan an Esp spar art ta. El le lech cho o de del l Eu Euro rota tas, s, sembrado de guijarros, no era todavía la tumultuosa catarata en que se iba a convertir al día siguiente. En ese momento era un torr to rre ent nte e rá rápi pido do y hel elad ado o, que se de desl sli iza zaba ba com omo o un una a ne negr gra a serpiente por un cauce poco profundo y reluciente. Por no sé qué razón no penetramos en las ruinas, contentándonos con mirar desde el au auto tomó móvi vil l la am ampl plia ia ll llan anur ura. a. Al vo volv lver er no nos s cr cruz uzam amos os co con n un amigo de Durrell, pero no nos detuv uvi imos. El saludo que intercambiaron me pareció de la mayor indiferencia. «¿Qué ocurre? —pregunté—. ¿Estas reñido con él?» A Durrell parecía sorprenderle mi observación. No, no estaba enfadado con aquel hombre, ¿qué me hacía suponer eso? «Bueno, no es muy frecuente encontrarse con un antiguo amigo en un apartado rincón del mundo como éste, ¿no es verdad?», dije. No recuerdo las palabras exactas de su respuesta, pero sustancialm sustancialmente ente eran éstas: éstas: «¿Qué íbamos íbamos a hacer hacer aquí con un inglés? Ya tenemos bastante con aguantarlos en Inglaterra. ¿Tienes ganas ganas de estrop estropear earme me las vacaci vacacione ones?» s?» Sus palabr palabras as me hicier hicieron on pensar. Recuerdo que en París no tenía el menor deseo de encontrarme con un americano. Pero eso se debía a que en París me consideraba como si estuviera en mi país, y en el país de uno, por desc de scab abel ella lada da qu que e pu pued eda a se ser r es esta ta id idea ea cr cree ee, , un uno o qu que e ti tien ene e el dere de rech cho o de se ser r gr gros oser ero, o, in into tole lera rant nte e e in insoc socia iabl ble. e. Pe Pero ro cu cuan ando do esto es toy y le lejo jos s de mi ho hoga gar, r, es espe peci cial alme ment nte e en un lu luga gar r to tota talm lmen ente te extr ex tran anje jero ro, , si siem empr pre e he se sent ntid ido o pl plac acer er al en enco cont ntra rarm rme e co con n un compatriota, aunque fuera el tipo más aburrido del mundo. Una vez traspuestas las fronteras que me son familiares, el fastidio, la hostilida hostilidad d y los prejuicios prejuicios desaparecen desaparecen de ordinario ordinario en mí. Si me encont encontras rase e a mi peor peor enemig enemigo o en Samark Samarkand anda, a, por ejempl ejemplo, o, estoy estoy seguro de que me dirigiría a él y le tendería la mano. Incluso me deja de jarí ría a in insu sult ltar ar y of ofen ende der r un po poco co, , co con n ta tal l de gr gran anje jear arme me su sus s simpatías. La única explicación que encuentro a este hecho es que cuan cu ando do se vi vive ve y se re resp spir ira a en cu cual alqu quie ier r ot otra ra pa part rte e de del l mu mund ndo o
distin dist inta ta al pa país ís de un uno, o, la in into tole lera ranc ncia ia y la ho host stil ilid idad ad se presentan como lo que verdaderamente son: un absurdo. Recuerdo un encuentro que tuve con un judío que en América me detestaba porque me creía antisemita. Nos encontramos en una estación ferroviaria en Polonia, después de haber pasado varios años sin vernos. En el instante en que me vio, su odio se desvaneció. Y yo no solamente me sentí feliz de volverlo a ver, sino que estaba impaciente por enmendar mi actitud que acertada o equivocadamente, consciente o incons inconscie ciente ntemen mente, te, había había sido sido la causa causa de su hostil hostilida idad. d. Si lo hubi hu bier era a en enco cont ntra rado do en Nu Nuev eva a Yo York rk, , do dond nde e no nos s ha habí bíam amos os co cono noci cido do anteriormente, es sumamente improbable que hubiéramos reaccionado de la mi mism sma a ma mane nera ra. . Co Conf nfie ieso so qu que e es esta ta refle reflexi xión ón es un tr tris iste te comentario sobre la s limitaciones humanas. Suscita otras refl re flex exio ione nes s to toda daví vía a pe peor ores es, , co como mo po por r ej ejem empl plo o la es estu tupi pide dez z qu que e perm pe rmit ite e a gr grup upos os ri riva vale les s co cont ntin inua uar r co comb mbat atié iénd ndos ose, e, cu cuan ando do se encuentran frente al enemigo común. De re regr gres eso o en la ci ciud udad ad y se sent ntad ados os en un so sofo foca cant nte e ca café fé de dimens dimension iones es tan amplia amplias s como como una estaci estación, ón, fuimos fuimos saluda saludados dos de nuevo por un amigo, griego esta vez, funcionario de no sé dónde, a quien Durrell había conocido en Patrás. Se zafó de él en seguida, de una manera cortés y amistosa, sin el menor ánimo de ofenderle ya que en este aspecto Durrell es bien distinto de los ingleses. Y, sin emb mbar arg go, tu tuv ve la im imp pre resi sión ón de qu que e le leva vant ntá ába bam mos ant nte e nosotros una verdadera muralla de hielo para aislarnos. En Londres o Nueva York la ruidosa alegría de la gente me hubiera molestado, pero en Esparta me interesaba enormemente aquel ambiente navideño. Si hub ubie ier ra es esta tado do sol olo o me hub ubie iera ra uni nid do a cua ual lqu quie ier r gr grup upo o simpát simpático ico, , partic participa ipando ndo en el regoci regocijo jo genera general l por estúpid estúpido o que fuese. Pero los ingleses no obran del mismo modo. Los ingleses miran y sufren debido a su incapacidad de contagio con el medio ambiente. Mis observaciones dan desgraciadamente una falsa idea de Durr Du rrel ell, l, qu quie ien n es po por r na natu tura rale leza za el ho homb mbre re má más s ad adap apta tabl ble, e, má más s jovi jo vial al, , má más s am amab able le y má más s si sinc ncer ero o qu que e se pu pued eda a im imag agina inar. r. Pe Pero ro Navidad es un mal día para los sensitivos anglosajones, y conducir un au auto tomó móvi vil l es estr trop opea eado do po por r carre carrete tera ras s pe peli ligr gros osas as no ay ayud uda a a calm ca lmar ar lo los s ne nerv rvio ios. s. Po Por r mi pa part rte, e, no sé lo qu que e es pa pasa sar r un unas as alegres Navidades. En Esparta, y por primera vez en mi vida estaba dispuesto a celebrar como se debe dicha festividad. Pero no iba a poder ser. Solamente había una solución: cenar e irse a la cama. Y rogar que no lloviera al día siguiente. Durrell, que estaba muerto de cansancio, se negó a ir en busca de un restaurante. Salimos del café y nos metimos en una especie de bodega, llena de humo, fría y húmeda. En el local, la radio funcionaba a todo volumen y había tres tr es al alta tavo voce ces, s, me megá gáfo fono nos, s, ce cenc ncer erro ros s y camp ca mpan anil illa lazo zos. s. Pa Para ra desasosegar más a Durrell, la radio retransmitía el programa de una un a est stac aci ión al alem eman ana a que no nos s bom omba bar rde deab aba a con me mela lanc ncó óli lico cos s vill vi llan anci cico cos, s, fals fa lsas as vict vi ctor oria ias s alem al eman anas as, , apol ap olil illa lado dos s vals va lses es vien vi ene ese ses, s, aria ar ias s wag agne neri ria ana nas s en ruin ru ina as, aloc al ocad adas as canc ca ncio ion nes tirolesas, votos por la salud de Hitler y de su lamentable banda de asesinos, etc. Y para colmo, la cena era abominable. Pero la iluminación era tan espléndida, que los platos tenían un aspecto
alucin alucinant anteme emente nte apetit apetitoso oso. . Para Para mí todo todo comenza comenzaba ba a adopta adoptar r un aire típicamente navideño; es decir, agrio, apolillado, bilioso, crapuloso, gusarapiento, mohoso, estúpido, pusilánime y comp co mple leta tame ment nte e ch choc ocho ho. . Si un gr grie iego go bo borr rrac acho ho hu hubi bier era a en entr trad ado o corriendo armado con una hacha y nos hubiera cortado las manos, le habría gritado: «¡Magnífico! ¡Felices Pascuas, alegre amigo!» Pero el único griego borracho que vi fue un tipo pequeño, situado en la mesa vecina a la nuestra, que de repente empalideció y, sin previo aviso, vomitó toda la cena; luego, dejó caer pesadamente la cabeza sobre lo que había arrojado, produciendo una pequeña salpicadura. La verdad es que no podía censurar a Durrell su enojo. En aquel mome mo men nto su sus s ne nerv rvio ios s es esta taba ban n a pu pun nto de sa sal lta tar. r. En lug ugar ar de marcha marcharno rnos s inmedi inmediata atamen mente, te, contin continuam uamos os una estúpi estúpida da discus discusión ión sobr so bre e lo los s mé méri rito tos s relat relativ ivos os de di dist stin into tos s pa país íses es. . Un po poco co má más s tarde, cuando cruzamos la plaza con sus extrañas arcadas, bajo una lluv ll uvia ia fi fina na, , Es Espa part rta a me pa pare reci ció ó to toda daví vía a má más s at atra ract ctiv iva a qu que e a primera vista. Pensaba que todo era muy espartano, frase ésta que carece de significado, pero que sin embargo expresa exactamente lo que qu e qu quie ier re de deci cir. r. Sie iemp mpr re qu que e ha habí bía a pe pens nsad ado o en Esp spa art rta, a, la imag im agi ina naba ba com omo o un una a al alde dea a mu muy y az azul ul y bla lanc nca a, con sus cas asa as apiñ ap iñad adas as, , co como mo un una a es espe peci cie e de pu pues esto to av avan anza zado do en me medi dio o de un una a fértil llanura. Si se piensa un poco, Esparta debe suscitar una imagen exactamente contraria a la de Atenas. Y en realidad todo el Pelopones Peloponeso o parece parece darnos darnos inevitabl inevitablement emente e una sensació sensación n negativa negativa. . Frente al Ática, brillante y puntiaguda como un diamante, se alza aquí una obstinada indolencia que se soporta no por ninguna buena razó ra zón n, si sino no por el per erv ver erso so pla lace cer r de sop opo ort rtar ar. . Ac Acer ert tad ada a o equivocadamente, Esparta se graba en la mente con los rasgos de una arisca rectitud bovina, de un repulsivo monstruo de virtud, que nada añade al mundo a pesar de sus avanzados ideales eugénicos. Esta imagen, hoy día, reposa en el barro, adormecida como una tortuga, satisfecha como una vaca, y tan inútil como una máqu má quin ina a de co cose ser r en pl plen eno o de desi sier erto to. . Si Sin n em emba barg rgo o Es Espa part rta a pu pued ede e gust gu star ar ac actu tual alme ment nte, e, po porq rque ue de desp spué ués s de ha habe ber r ca caíd ído o en de desu suso so durante varios siglos, ha dejado de ser una amenaza para el mundo. Ahora es exactamente esa aldea extraña, más bien fea, más bien desaseada y atractiva, que uno se había imaginado. No desilusiona ni desengaña y hay que aceptarla tal como es, contentos de saber que no es ni más ni menos que lo que parece. Nuestro Faulkner podr po dría ía po pone ners rse e a es escr crib ibir ir un en enor orme me li libr bro o so sobr bre e su sus s as aspe pect ctos os negativos, su falta de esto y su falta de aquello. Paseando por ella bajo la lluvia, bajo aquella especie de bizantino telón de trucado colorido, comprendí su único aspecto positivo, o sea que es, y que es Esparta, y por lo tanto es griega, lo cual basta para redi re dimi mirl rla a de to toda das s la las s an anom omal alía ías s an anti titét tétic icas as de del l Pe Pelo lopo pone neso so. . Confieso que en mi fuero interno sentía una perversa alegría por haber ido a Esparta ya que al fin me había revelado la faceta inglesa de Durrell, desde luego lo menos interesante de él, pero que no era un dato para despreciar. Al mismo tiempo me di cuenta de qu que e nu nunc nca a me ha habí bía a se sent ntid ido o ta tan n en ente tera rame ment nte e am amer erica icano no, , co cosa sa bastante curiosa y no exenta de significado. Y a fin de cuentas
todo ello aparecía ante mi conciencia como la conclusión lógica, aunq au nque ue la larg rgo o ti tiem empo po ol olvi vida dada da, , de del l te teor orem ema a eu eucl clid idia iano no de la historia del mundo. Llovió toda la noche y, a la mañana siguiente, cuando bajamos a desayunarnos, seguía diluviando. Durrell, que aún se sentía algo inglés, pidió que le sirvieran dos huevos pasados por agua. Nos sentamos en un rincón desde el que se divisaba la plaza. Cuando lleg ll ega aro ron n el par de hue uevo vos, s, Na Nanc ncy y y yo est stá ába bamo mos s a pu pun nto de terminar con nuestro té y tostadas. Durrell dio la vuelta a la huevera y suavemente cascó el primer huevo. Se quejó en voz alta de que est stab aba a ma mal l co coci cid do y com omp ple leta tame men nte frí río; o; lla lamó mó a la camarera, camarera, que resultó resultó ser la mujer mujer del dueño. «Por favor, favor, déjelos déjelos cocer un poco más», dijo. Pasaron diez o quince minutos. La misma operación e idéntico resultado. Pero esta vez el huevo quedó tan cascad cascado o que se hacía hacía difíci difícil l devolv devolverl erlo. o. Sin embarg embargo, o, Durrel Durrell, l, deci de cidi dido do a co come mer r lo los s hu huev evos os a su gu gust sto, o, ll llam amó ó de nu nuev evo o a la camarera. Le explicó detalladamente, con rabia mal contenida, lo que deseaba. «No se preocupe por éste; haga lo que le he dicho con ese otro y, por favor, de prisa. No puedo quedarme aquí toda la mañana.» La mujer salió, prometiendo hacer lo que pudiera. Nueva espera, esta vez más larga que la anterior. Nancy y yo habíamos pedi pe dido do ot otra ra ta taza za de té y má más s to tost stad adas as. . No Nos s fu fuma mamo mos s un pa par r de cigarrillos. Finalmente, al escuchar un extraño ruido que provenía de abajo, me levanté para asomarme a la ventana; al mirar hacia afuera, vi a la mujer que cruzaba la plaza con el paraguas abierto y ll llev evan ando do el hu huev evo o en un una a ma mano no. . «A «Aqu quí í vi vien ene» e», , di dije je. . «¿ «¿Qu Quié ién n vien vi ene? e?», », pr preg egun untó tó Du Durr rrel ell. l. «E «El l hu huev evo. o. Lo tr trae ae la mu muje jer r en la mano.» «¿Qué significa todo esto?», preguntó Durrell, tomando el huevo frío y golpeando la cáscara. «No tenemos horno —dijo la mujer—; lo tuve que llevar al horno del panadero para cocerlo. ¿Está bastante duro ahora?» Durr Du rrel ell l ro rogó gó qu que e le di disc scul ulpa para ra. . «E «Est stá á ex exac acta tame ment nte e a pu punt nto» o», , dijo, golpeándolo con el dorso de la cuchara. Y dirigiendo a la camarera una sonrisa de agradecimiento, añadió en inglés. «¡La muy imbécil! Nos lo podía haber dicho al principio. Ahora está más duro que una piedra.» Iniciamos el regreso bajo la lluvia, deteniéndonos varias veces al bor orde de de un pre reci cipi pic cio par ara a to toma mar r fo foto tog gra raf fía ías s. El co coch che e marc ma rcha haba ba ma mal, l, ja jade dean ando do y re reso sopl plan ando do co como mo si es estu tuvi vier era a a la las s últi úl tima mas. s. A un unos os se seis is ki kiló lóme metr tros os de Tr Tríp ípol olis is, , en me medi dio o de un verdadero diluvio acompañado de granizo, truenos y relámpagos, y con la carretera inundada como un arrozal, el automóvil dio una brusca sacudida y se paró. Lo mismo daba estar a seis kilómetros de Trípol Trípolis is que a cincue cincuenta nta; ; no pasaba pasaba absolut absolutame amente nte nadie, nadie, no había manera de obtener ayuda. Bajar del coche era calarse de agua hasta las rodillas. Yo tenía que tomar en Trípolis el tren para Aten At enas as, , y so sola lame ment nte e ha habí bía a es ese e tr tren en. . Si no lo co cogí gía, a, pe perd rdía ía el barco que debía salir al día siguiente. Estaba tan claro que el auto au tomó móvi vil l ha habí bía a la lanz nzad ado o su úl últi timo mo su susp spir iro, o, qu que e no nos s qu qued edam amos os sentados, riéndonos y haciendo chistes sobre nuestra suerte, sin
intentar el menor esfuerzo para ponerlo en marcha. Al cabo de diez o quince minutos se nos pasaron las ganas de reír. Todo indicaba que estábamos condenados a pasar la tarde allí, y tal vez la noche también. «¿Por qué no intentáis hacer algo?», dijo Nancy. Durrell, como de costumbre costumbre en estos casos, casos, comenzab comenzaba a a replicar replicar: : «¿Por «¿Por qué no cierras la boca?», pero instintiv iva amente hizo algunos movi mo vimi mien ento tos, s, co como mo un au autó tóma mata ta. . An Ante te nu nues estr tro o as asom ombr bro, o, el co coch che e empezó a carraspear. «Este cacharro funciona», dijo Durrell y, en efecto, en cuanto apretó el acelerador, el auto dio un brinco como un canguro y se puso en marcha. Llegamos a toda velocidad a la puer pu ert ta de del l ho hote tel, l, don onde de nos rec ecib ibi ió un po por rte tero ro con eno norm rme e para pa ragu guas as. . El au auto tomó móvi vil l da daba ba la im impr pres esió ión n de qu que e hu hubi bier era a si sido do arra ar rast stra rado do po por r el di dilu luvi vio o y de depo posi sita tado do en la ci cima ma de del l mo mont nte e Ararat. Como el tren salía a las cuatro, teníamos tiempo de hacer juntos nues nu est tra últ ltim ima a co comi mid da. Dur urre rell ll hiz izo o to todo do lo qu que e pu pudo do par ara a convencerme de que me quedara hasta el día siguiente, creyendo que el barco no saldría a la hora anunciada. «Nada sale puntual en este es te en ende demo moni niad ado o pa país ís», », me as aseg egur uró. ó. En el fo fond ndo o de mi co cora razó zón n deseaba que cualquier incidente retrasara mi partida. Si perdía el barco, tal vez no tendría otro hasta dentro de un mes; en ese inte in ter rva valo lo It Ita ali lia a pod odí ía dec ecla lar rar la gu gue err rra a a Gr Grec eci ia y yo me encontraría imposibilitado de salir del Mediterráneo, lo cual era una perspe perspecti ctiva va estupe estupenda nda. . Aun así, así, seguí seguí con los prepar preparati ativos vos para pa ra mi ma marc rcha ha. . El de dest stin ino o es el qu que e ha de de deci cidi dir, r, pe pens nsab aba. a. Durrell y Nancy iban a Epidauro y luego a Olimpia. Yo regresaba a la cárcel. Ante An te la pu puer erta ta me es espe pera raba ba el co coch che e de ca caba ball llos os. . Du Durr rrel ell l y Nancy, de pie en los escalones, me hacían adiós con la mano. Los casc ca sca abe bele les s co come menz nzar aro on a so sona nar r, la cap apo ota me im imp pid idió ió se seg gui uir r viéndolos, y el coche se adentró en medio de una densa niebla, dond do nde e la las s lá lág gri rim mas se mez ezc cla laba ban n co con n la llu luvi via a. «¿ «¿Dó Dónd nde e no nos s volveremos a encontrar?», me pregunté. Ni en América, ni en Inglaterra, ni en Grecia, pensaba. Si hemos de volver a vernos, será en la India o en el Tibet. Y nos encontraremos por casualidad en la carretera, como Durrell y su amigo en el camino de Mistras. La guerra no solamente cambiará el mapa del mundo, sino que afectará al de dest stin ino o de to todo dos s lo los s qu que e me so son n qu quer erid idos os. . An Ante tes s ya de qu que e estallase la guerra, fuimos separados y diseminados a los cuatro vientos quienes habíamos vivido y trabajado juntos, y no teníamos otro pensamiento que hacer lo que estábamos haciendo. Mi amigo X, a qu quie ien n le at ater erro rori riza zaba ba el so solo lo no nomb mbre re de la gu guer erra ra, , se ha habí bía a alis al ista tado do en el Ej Ejér érci cito to br brit itán ánic ico; o; mi am amig igo o Y, qu que e er era a de un una a indiferencia absoluta y que solía decir que seguiría trabajando en la Biblioteca Nacional, hubiera o no guerra, se fue a la Legión; mi amigo Z, que era un pacifista a ultranza, se alistó en Sanidad militar, y nunca más he recibido noticias suyas. Algunos están en camp ca mpos os de co conc ncen entr trac ació ión n en Fr Fran anci cia a o en Al Alem eman ania ia, , ot otro ro se ha evaporado en Siberia, otro está en China, otro en Méjico, otro en Australia. Cuando nos encontremos de nuevo, unos estarán ciegos, a otros les habrán cortado las piernas, algunos habrán envejecido y
tendrá tend rán n lo los s ca cabe bell llos os bl blan anco cos, s, ot otro ros s ha habr brán án pe perd rdid ido o el ju juic icio io, , otros estarán amargados y no creerán ya en nada. Tal vez se viva mejor en el mundo, tal vez se viva igual, o quizá se viva peor. Quién sabe. Lo más extraño de todo es que en una crisis universal de es esta ta ma magn gnit itud ud, , se sa sabe be in inst stin inti tiva vame ment nte e qu que e un unos os es está tán n co conndenados y otros se salvarán. Algunos —los que de ordinario tienen un brillante aire de figuras heroicas— parecen llevar escrita la muerte en sus rostros; la conciencia de que van a morir los hace resp re spla land ndec ecer er. . Ot Otro ros, s, a lo los s qu que e no norm rmal alme ment nte e no se le les s co conc nced ede e valo va lor, r, en el se sent ntid ido o mi mili lita tar r de la pa pala labr bra, a, se co conv nver erti tirá rán n en curtidos veteranos, atravesarán la rociada de fuego sin un rasguño, y surgirán sonrientes para proseguir tal vez la vieja rutina que no lleva a nada. Vi los efectos que causó la última guerra en algunos de mis amigos americanos; veo más claramente todavía los que causará la presente. Lo que es seguro, pensaba, es que el caos y la confusión nacidos de esta guerra no se remediarán mientras vivamos. No volveremos a empezar donde nos quedamos. El mundo que cono co noc cim imos os est stá á mu muer ert to y ent nter err rad ado. o. La pr próx óxim ima a ve vez z qu que e no nos s encontremos, cualesquiera de nosotros, será sobre las cenizas de lo que en un tiempo quisimos. El es espe pect ctác ácul ulo o qu que e of ofre recí cía a la es esta taci ción ón er era a de un una a co confu nfusi sión ón máxima. Acababan de anunciar que el tren llevaba una o dos horas de retraso, debido a que la vía se había inundado en un lugar no especificado. La lluvia caía implacablemente y sin cesar, como si hubieran abierto todos los grifos de la cañería celeste y arrojado la única llave capaz de cerrarlos. Me senté afuera en un banco, y me preparé para una larga espera. Al cabo de unos minutos se me acercó un hombre, y me dijo: «Hola, ¿qué hace usted aquí? ¿Usted americano?». Afirmé con la cabeza y sonreí. «Mal país éste, ¿eh? —dijo—. Demasiado pobre, eso es lo que pasa. ¿De dónde viene usted... Chicago?» Se sentó a mi lado y comenzó a darme la lata sobre la extr ex trao aord rdin inar aria ia ef efic icie ienc ncia ia de lo los s fe ferr rroc ocar arri rile les s am amer eric ican anos os. . Se trataba, naturalmente, de un griego que había vivido en Detroit. «Por qué he vuelto vuelto a este país, no lo sé —continuó —continuó—. —. Aquí todo el mund mu ndo o po pobr bre; e; no se pu puede ede ha hace cer r di dine nero ro aq aquí uí. . Pr Pron onto to va vamo mos s a la guer gu erra ra. . Hi Hice ce un una a gr gran an lo locu cura ra al de deja jar r Am Amér éric ica. a. ¿Q ¿Qué ué pi pien ensa sa de Grec Gr ecia ia? ? ¿L ¿Le e gu gust sta? a? ¿C ¿Cuá uánt nto o ti tiem empo po ll llev eva a aq aquí uí? ? ¿C ¿Cre ree e us uste ted d qu que e América entrará en guerra?» Decidí zafarme de sus garras tan pronto como pudiera. «Procure averiguar cuándo llegará el tren», dije, indicándole la oficina de telégrafos. No se movió. «¿Para qué? Nadie sabe cuándo llegará el tren. Tal vez mañana por la mañana», contestó. Luego comenzó a char ch arla lar r de co coch ches es, , di dici cien endo do, , po por r ej ejem empl plo, o, qu que e el Fo Ford rd er era a un una a maravilla. «No entiendo nada de automóviles», dije. «Eso sí que es divertido —dijo—. ¿Y usted americano?» «No me gustan los coches.» «Pero de todas maneras, cuando le apetezca ir a algún sitio...» «No me apetece ir a ningún sitio.» «Eso sí que es divertido —dijo—. Le gusta el tren más que el
automóvil quizá, ¿eh?» «Prefiero el burro al tren. También me gusta caminar.» «A mi he herm rman ano o ig igua ual. l. Mi he herm rman ano o di dice ce: : "¿ "¿Pa Para ra qu qué é qu quie iere res s un automóvil?" Mi hermano no ha subido en automóvil en toda su vida. Se ha quedado en Grecia. Vive en la montaña, muy pobre. Pero dice que le da igual con tal que tenga para comer.» «Me parece que es un hombre inteligente.» «¿Quién, mi hermano? No, no sabe nada; ni leer, ni escribir. Ni siquiera sabe firmar.» «Magnífico —dije—. Debe ser un hombre feliz.» «¿Mi hermano? No, es muy triste. Ha perdido a su mujer y a tres hijos. Quiero que se venga conmigo a América, pero él dice: "¿Para qué voy yo a América?" Le digo que hará montones de dinero. Dice que no quiere hacer dinero. Le basta con comer todos los días, eso es to todo do. . Na Nadi die e ti tien ene e am ambi bici ción ón aq aquí uí. . En Am Amér éric ica a to todo do el mu mund ndo o quiere tener éxito. Tal vez un día su hijo será presidente de los Estados Unidos, ¿no?» «Tal vez», dije para complacerle. «En «E n Am Amér éric ica a to todo do el mu mund ndo o ti tien ene e su op opor ortu tuni nida dad, d, lo los s po pobr bres es también, ¿verdad?» «Seguro.» «Quizá vuelva allí y haga mucho dinero, ¿qué le parece a usted?» «No hay nada como probar», respondí. «Seguro, eso es lo que digo a mi hermano. Tienes que trabajar. En América trabajas como un hijo de puta, pero te pagan bien. Aquí trabajas, trabajas y trabajas, y ¿qué consigues? Nada. Tal vez un trozo de pan. ¿Qué clase de vida es ésa? Y usted, ¿cómo va a tener éxito?» Lancé una especie de gruñido. «Apuesto a que hace montones de dinero en Nueva York, ¿no?». «No —dije—. Nunca gané un céntimo.» «¿Qué quiere decir? ¿No ha encontrado empleo en Nueva York?» «He tenido montones de empleos.» «No los ha tenido durante mucho tiempo, ¿eh?» «Eso es», respondí. «Tal vez no encuentre usted el empleo adecuado. Hay que probar muchos hasta encontrar el bueno. Hay que ahorrar dinero. A veces se tiene una suerte perra; entonces se tiene algo para los malos días, ¿no es así?» «Así es.» «A veces se está enfermo, y se pierde todo el dinero. A veces un amig am igo o se te ll llev eva a el di dine nero ro, , pe pero ro nu nunc nca a es esta tar r ab abat atid ido, o, ¿n ¿no o es verdad? Se aguanta el golpe, y se empieza de nuevo.» «Exactamente», «Exactamente», gruñí. «¿Le espera buen empleo al llegar a Nueva York?» «No —dije—. No tengo ningún empleo.» «Aho «A hora ra no ta tant ntos os em empl pleo eos s co como mo an ante tes. s. En 19 1928 28, , ca cant ntid idad ades es de empleos. Ahora todo el mundo pobre. Yo he perdido diez mil dólares en la Bolsa. Los hay que perdieron más. Yo digo: "No importa; a empezar de nuevo". Luego vengo a este país a ver a mi hermano. Me he quedad quedado o mucho mucho tiempo tiempo. . Aquí Aquí no hay dinero dinero. . Sólo Sólo molest molestias ias... ...
¿Usted cree que Italia atacará pronto a Grecia?» «No lo sé.» «Usted cree que Alemania gana, o Francia?» «No sabría decirlo.» «Creo que Estados Unidos deberían entrar en la guerra. Estados Unidos barren a estos hijos de mala madre, ¿no? Si Estados Unidos hacen la guerra a Alemania, yo lucho con los Estados Unidos.» «Usted lo ha dicho.» «Seguro, ¿por qué no? Yo no gusto luchar, pero Estados Unidos buen país. Todo el mundo es igual allí, rico o pobre. Tío Sam no teme nadie. Nosotros ponemos en pie diez millones, veinte millones de soldados. ¡Así mismo! Y matamos como perros a esos hijos de puta, ¿no?. «Desde luego.» «Yo me digo: Tío Sam me da fusil, me envía luchar y lucho por él. Los griegos no gustar italianos. Los griegos gustan América. Todo el mundo gusta América.» «También usted me agrada —dije, levantándome y dándole la mano—. Pero ahora tengo que dejarle, porque voy a hacer pipí.» «Está bien; le esperaré», dijo. Vas Va s a es espe pera rar r bu buen en ra rato to, , pe pens nsé é pa para ra mi mis s ad aden entr tros os mi mien entr tras as entraba en la estación. Salí por otro lado, y empecé a pasear bajo la lluvia. Cuando volví me informaron que el tren llegaría a las ocho. Una fila de vagones esperaba la llegada del tren para unirse a él. Hacia las siete llegó un botones del hotel, y me entregó una nota. Era de Durrell, y me decía que volviera al hotel para cenar con co n el ello los s. Añ Añad adía ía que el tr tren en no ll lleg egar aría ía has asta ta la las s di diez ez. . Reflexioné y decidí no ir, más bien por no despedirme de nuevo que por cualquier otra razón. Subí a uno de los vagones y me senté en la oscuridad. Sobre las nuev nu eve e y med edia ia un tr tre en, que ven ení ía en dir irec ecc ció ión n op opue ues sta a la nuestra, entró en la estación con el consiguiente júbilo de todos. Pero cuando quisimos subir a él, nos dimos cuenta de que era un tren alquilado por un grupo excursionista. En la plataforma de ese tren especial me dijeron que al cabo de unos minutos iba a salir hacia Atenas. Estaba pensando si podría convencerles para que me llevaran, cuando se me acercó un hombre y me habló en griego. Le dije di je en fr fran ancé cés s qu que e no sa sabí bía a gr grie iego go, , qu que e er era a am amer eric ican ano, o, y qu que e dese de seab aba a vi viva vame ment nte e ll lleg egar ar a At Aten enas as cu cuan anto to an ante tes. s. Ll Llam amó ó a un una a señorita que hablaba inglés y que, al saber que era un turista americano, me rogó con gran excitación que esperara un momento, añad añ adie iend ndo o qu que e co conf nfia iaba ba en ar arre regl glar ar el as asun unto to. . Pe Perm rman anec ecí í un unos os minu mi nuto tos s fe feli lici citá tánd ndom ome e po por r mi bu buen ena a su suer erte te. . La se seño ñori rita ta vo volv lvió ió acompañad acompañada a de un hombre hombre de aspecto grave y melancóli melancólico. co. El hombre hombre me pre regu gun ntó ama mabl blem eme ent nte e po por r qu qué é er era a ta tan n im impo port rtan ant te pa para ra mí regresar rápidamente a Atenas, y por qué no podía esperar al otro tren que, con toda seguridad, iba a llegar dentro de un rato. Le contesté con la mayor amabilidad que mi único motivo para obrar así as í er era a el mi mied edo. o. Me as aseg egur uró ó qu que e no te tení nía a ni ning ngun una a ra razó zón n pa para ra preocuparme. El otro tren llegaría en seguida, y no le cabía la menor duda de que saldría puntual. Vaciló un momento y, luego,
prudentemente, como echándome un cable, me preguntó cortésmente y con extremado tacto, como si le repugnara arrancarme el secreto, sí no tenía un motivo más apremiante para desear salir antes de la hora. Había algo en sus modales que me aconsejó no inventar una mentira. Me daba la impresión de que el hombre sospechaba que yo era algo más que un simple turista. Bajo su apariencia suave y corr co rrec ecta ta, , ad adiv ivin inab aba a a un in insp spec ecto tor r de po poli licí cía. a. En mi bo bols lsil illo lo llevaba una carta de la Oficina de Turismo, carta que me había dado da do Se Sefe feri riad ades es cu cuan ando do fu fue e a Cr Cret eta, a, pe pero ro la ex expe peri rien enci cia a me ha enseñado que cuando le resultas sospechoso a un hombre, las cartas de recome recomenda ndació ción, n, cuanto cuanto mejore mejores s son, son, peores peores result resultado ados s dan. dan. De pie en el estribo, estribo, le di las gracias gracias por su deferencia deferencia y le rogué disculpara la molestia que le había ocasionado. «¿Y su equipaje?», preg pr egun untó tó, , al ti tiem empo po qu que e me ob obse serv rvab aba a co con n ci cier erto to br bril illo lo en lo los s ojos. «No llevo», dije, y rápidamente desaparecí entre la gente. En cua uant nto o sa sal lió el tr tre en, vol olv ví al and ndé én y me dir irig igí í a la cantina, donde me comí unas chuletas de cordero, acompañadas de varias copas de coñac. Tenía la impresión de haber escapado de la cárcel por los pelos Llegaron dos presos, esposados y custodiados por soldados. Más tarde me enteré de que habían matado al hombre que violó a una hermana de ellos. Eran hombres buenos, montañeses, y se habían entregado sin ofrecer resistencia. Salí al andén, y se me aguzó el apetito al ver un corderito que le daban vueltas en el asador. Bebí más coñac; luego subí a un vagón y empecé a charlar con un griego que había vivido en París. Era más aburrido todavía que el tipo de Detroit. Era un intelectual, entusiasmado por todo lo que no vale la pena. Me libré de él como mejor pude, y volví a dar vueltas bajo la lluvia. Cuando llegó el tren, a medianoche, apenas podía dar crédito a mis mi s oj ojos os. . Na Natu tura ralm lmen ente te no sa sali lió ó ha hast sta a ce cerc rca a de la las s do dos s de la madrugada, retraso que no me extrañó en absoluto. Había cambiado mi billete por otro de primera clase, con el fin de dormir un poco ante an tes s de qu que e ll lleg ega ara la ma maña ñan na. Sól ólo o ha hab bía un ho homb mbr re en mi compartimiento, y pronto se adormeció. Tenía a mi disposición un larg la rgo o as asie ient nto, o, co con n el re resp spal aldo do ta tapi piza zado do de bl blan anco co. . Me tu tumb mbé é y cerré los ojos. De pronto sentí que algo corría por mi cuello. Me incorporé, y sacudí una enorme cucaracha. Mientras estaba sentado, mirando estúpidamente frente a mí, vi una fila de cucarachas que subí su bían an po por r la ma made dera ra. . Lu Lueg ego o ec eché hé un una a mi mira rada da a mi co comp mpañ añer ero o de viaje. Lleno de repugnancia, vi cómo las cucarachas subían por la sola so lapa pa de su ch chaq aque ueta ta, , ll lleg egaba aban n ha hast sta a su co corb rbat ata a y se me metí tían an dent de ntro ro de su ca cami mise seta ta. . Me le leva vant nté, é, lo to toqu qué, é, y le se seña ñalé lé la las s cuca cu cara rach chas as. . Hi Hizo zo un una a mu muec eca, a, se la las s sa sacu cudi dió, ó, so sonr nrió ió y vo volv lvió ió a dormirse. Pero yo, no. Estaba tan despejado como si me hubiera tomado media docena de cafés. Me picaba todo el cuerpo. Salí al pasillo. El tren descendía una cuesta, no a la velocidad que van los trenes en tales casos, sino como co mo si el ma maqu quin inis ista ta se hubie hubiera ra do dorm rmid ido, o, de deja jand ndo o la vá válv lvul ula a abierta del todo. Estaba preocupado. Pensé si no sería prudente despertar a mi compañero, y decirle que algo no funcionaba bien. Finalmente me di cuenta de que no sabría explicárselo en griego, y
desech dese ché é la id idea ea. . Me ag agar arré ré co con n la las s do dos s ma mano nos s a la ve vent ntan anil illa la abierta, y rogué a Dios y a todos los ángeles que llegáramos al fin de la bajada sin descarrilar. Poco antes de llegar a Argos sentí que frenaban, y di un suspiro de alivio cuando comprendí que el maquinista estaba en su puesto. Al pararse el tren llegó una ráfa rá fag ga de ai air re tem emp pla lado do y per erfu fuma mad do. Alr lred eded edo or de del l tr tren en se agrupaban rapazuelos descalzos y con cestas de frutas en la mano. Debían tener ocho o diez años, y parecía que los acabaran de sacar de la cama. Únicamente se veían montañas por todas partes, y en el cielo la Luna que corría entre nubes. El aire templado parecía venir del mar, elevándose lenta y continuadamente como si fuera inci in cie ens nso. o. Un mon ontó tón n de tr trav avie ies sas vi viej eja as emp mpez ezab aba an a ard rder er, , proy pr oyec ecta tand ndo o un una a fa fant ntás ásti tica ca lu luz z so sobr bre e el fo fondo ndo de la las s mo mont ntañ añas as lejanas. *
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En el hotel de Atenas encontré una nota de la American Express, en la qu que e de decí cían an qu que e el ba barc rco o ha habí bía a re retr trasa asado do la sa sali lida da ot otra ras s veinticuatro horas. Golfo, la doncella, se alegró mucho al verme. Sobre la cama estaban mis calcetines y camisas, todo magníficamente repasado durante mi ausencia. Después de darme un baño baño y dormir dormir una siesta siesta, , telefo telefonee nee a Katsim Katsimbal balis is y Seferi Seferiade ades s para cenar con ellos por última vez. Desgraciadamente, el capitán Antoniou salía en su barco hacia Salónica; Ghika no podía venir, pero pe ro me pr prom omet etió ió ll llev evar arme me al dí día a si sigu guie ient nte e al ba barc rco. o. Te Teod odor oro o Stephanides estaba en Corfú instalando su laboratorio de rayos X. Durrell y Nancy, si no se habían quedado sitiados por la lluvia en el hot otel el de Tr Tríp ípol oli is, est stab aban an sen ent tad ados os en el an anf fit itea eat tro de Epidauro. Aún había otra persona cuya ausencia lamentaba: Spiro de Corfú. Por entonces no me di cuenta de ello, pero Spiro estaba próx pr óxim imo o a mo mori rir. r. Ha Hace ce un unos os dí días as re reci cibí bí un una a ca cart rta a de su hi hijo jo, , diciéndome que las últimas palabras de Spiro fueron éstas: «¡Nueva York! ¡Nueva York! ¡Quiero encontrar la casa de Henry Miller!». Su hijo Lillis escribía en su carta: «Mi pobre padre murió con el nombre de usted en sus labios que se han cerrado para siempre. El último día perdió la ilación de sus frases, y pronunciaba muchas palabras en inglés, tales como: "¡Nueva York! ¡Nueva York! ¿Dónde puedo encontrar la casa del señor Miller?" Murió tan pobre como había vivido. No pudo realizar su sueño de hacerse rico. Este año acabo mis estudios en la Escuela de Comercio de Corfú, pero estoy sin si n em empl pleo eo. . Y el ello lo es co cons nsec ecue uenc ncia ia de es esta ta mi mise sera rabl ble e gu guer erra ra. . ¡Quién sabe cuándo encontraré un trabajo que me permita mantener a mi familia! De todas formas, así es la vida y no podemos hacer nada ante esto...» Lillis tiene razón. ¡No podemos hacer nada! Y por eso vuelvo con tanto placer mis ojos hacia Grecia. En el momento en que puse los pies en el barco americano que había de llevarme a Nueva York, sentí como si estuviera en otro mundo. Estaba de nuevo entre almas inquietas que, no sabiendo vivir su propia vida, desean cambiar el mundo para todos. Ghika, que me había llevado al muelle, subió a
bordo bord o pa para ra ec echa har r un vi vist staz azo o a es ese e cu curi rios oso o ba barc rco o am amer eric ican ano o qu que e había anclado en El Pireo. El bar estaba abierto, y bebimos juntos un último vaso. Tenía la impr im pres esió ión n de es esta tar r ya en Nu Nuev eva a Yo York rk: : vo volv lvía ía a en enco cont ntra rar r es ese e ambiente limpio, vacío, anónimo que tan bien conocía y detestaba de to todo do co cora razó zón. n. A Gh Ghik ika a le im impr pres esio ionó nó el lu lujo joso so as aspe pect cto o de del l barco, que respondía a la idea que se había formado de antemano. Yo me sentía deprimido. Lamentaba no haber podido tomar un barco griego. Mi depresión aumentó cuando supe que en mi mesa se sentaba un ciruja cirujano no griego griego, , nacion nacionali alizad zado o americ americano ano, , que había había vivido vivido unos unos veinte veinte años años en Améric América. a. Nos fuimos fuimos antipá antipátic ticos os desde desde el primer primer momento. Estaba en desacuerdo con todo lo que decía, y detestaba todo lo que a él le gustaba. Nunca he despreciado a nadie como a ese es e gr grie iego go. . Al fi fina nali liza zar r el se segu gund ndo o dí día a de vi viaj aje, e, de despu spués és de llevarme aparte para terminar una discusión comenzada en la mesa, le dije francamente que a pesar de su edad y su experiencia de la vida, que era grande, a pesar de su posición, sus conocimientos y del hecho de haber nacido en Grecia, le consideraba un perfecto imbécil y no quería saber nada con él. Era un hombre que frisaba en los setenta años, un hombre manifiestamente respetado por los que le conocían, un hombre que había sido condecorado por su valor en el campo de batalla, y colmado de honores por su contribución al pr prog ogre reso so de la Me Medi dici cina na; ; er era a ta tamb mbié ién n un ho homb mbre re qu que e ha habí bía a visitado todos los rincones del mundo. Era alguien; lo sabía, y enve en veje jecí cía a co con n pl plen ena a co conc ncie ienc ncia ia de es este te he hech cho. o. Mi Mis s palab palabra ras s le sentaron como una bomba. Me dijo que nunca le habían hablado de aquella manera. Se sentía insultado y ultrajado. Le contesté que me alegraba de oírle decir eso, y que estaba seguro de que mis palabras le harían bien. Naturalmente, a partir de ese momento no volvimos a dirigirnos la palabra. Durante las comidas miraba a través de él, como si hubiera sido transparente. Era una situación embarazosa para los otros y más teniendo en cuenta que nos apreciaban a los dos; pero tenía tantas ganas de reconciliarme con esa peste, como de arrojarme al mar. Durante el viaje, el doctor exponía sus puntos de vista, escuchados por todos con atención y respeto; luego, exponía yo lo los s mí míos os, , te teni nien endo do un pe perv rver erso so pl plac acer er en de demo mole ler r lo qu que e él había dicho, sin contestarle directamente, sino hablando como si él no es estu tuvi vier era a ya en la me mesa sa. . Fu Fue e ve verd rdad ader ero o mi mila lagr gro o qu que e no cogiéramos los dos una dispepsia antes de terminar el viaje. Estoy satisfecho de poder decir que, desde mi regreso a América, no he vuelto a encontrar un tipo semejante. Por todos los sitios que qu e vo voy, y, en encu cuen entr tro o ca cara ras s gr grie iega gas, s, y mu much chas as ve vece ces s pa paro ro a al algú gún n hombre en la calle para preguntarle si es griego. Me reconforta echar una parrafada con un extranjero de Esparta, Corinto o Argos. Hace Ha ce un unos os dí días as, , en el la lava vabo bo de un gr gran an ho hote tel l de Nu Nuev eva a Yo York rk, , entablé entablé una amistosa amistosa conversación conversación con el empleado empleado del servicio, servicio, que era un griego del Peloponeso. Me habló extensa e instructivamente sobre la construcción del segundo Partenón. Los lavabos suelen estar en los sótanos, y su ambiente, como es fácil
imaginar, no incita a la charla, pero la conversación que tuve ese día dí a fu fue e ma mara ravi vill llos osa, a, y te teng ngo o la in inte tenc nció ión n de vo volv lver er de ve vez z en cuan cu ando do pa para ra se segu guir ir ca camb mbia iand ndo o im impr pres esio ione nes s co con n mi nu nuev evo o am amigo igo. . Conozco un ascensorista que presta servicio de noche en un hotel, con quien la conversación es también interesante. El hecho es que cuanto más humilde es el empleo que tienen, más interesantes me resultan los griegos que lo desempeñan. La impresión más importante que me ha producido Grecia, es la de ser un mundo mundo hecho a la medida del hombre. hombre. También También es verdad que Francia da esa impresión, y sin embargo hay una diferencia, una diferencia que es profunda. Grecia es el hogar de los dioses; pueden haber muerto, pero su presencia sigue dejándose sentir. Los dioses eran de dimensiones humanas, ya que los creó el espíritu huma hu man no. En Fr Fran anci cia, a, com omo o en cua ualq lqui uier er otr tra a pa part rte e de del l mu mund ndo o occidental, este nexo entre lo divino y lo humano se ha roto. El escepticismo y la parálisis que ha producido esa escisión en la misma naturaleza del hombre, nos dan la clave de la inevitable destrucción de nuestra civilización actual. Si los hombres dejan de creer que un día se convertirán en dioses, entonces con toda seguridad no pasarán de ser gusanos. Se ha hablado mucho de un nuevo modo de vida, destinad ado o a nacer en este continente americano. Debe, sin embargo, tenerse presente que nadie vaticina el nacimiento de esa nueva vida antes de los próximos mil años, por lo menos. El actual modo de vida americana está condenado a desaparecer, al igual que el seguido en Europa. Ninguna nación de la Tierra puede alumbrar un nuevo orden de vida si no establece antes un punto de vista sobre el universo. Amargas equivocaciones nos han enseñado que todos los pueblos de la Tierra están vinculados unos a otros de manera vital, pero no hemos sabido hacer un inteligente uso de este conocimiento. Hemos visto dos guerras mundiales, y sin duda alguna veremos una tercera, una cuarta, y posiblemente alguna más. No habrá esperanza de paz hasta que el viejo orden no sea destruido. El mundo debe hacerse pequeño de nuevo, como lo era el mundo griego; lo bastante pequeño para que quepamos todos nosotros. Hasta que no sea incluido el último de los hombres, no habrá una verdadera sociedad humana. Mi inteligencia me dice que tal modo de vida tardará mucho tiempo en llegar, pero me dice también que nada que no sea eso satisfará nunc nu nca a al ho homb mbre re. . Ha Hast sta a qu que e és éste te no se ha haga ga pl plen enam amen ente te human humano, o, hasta que no aprenda a conducirse como un miembro de esta Tierra, continuará creando dioses que lo destruirán. La tragedia de Grecia no reside en la destrucción de una gran cultura, sino en el aborto de un una a vi visi sión ón gr gran andi dios osa. a. De Deci cimo mos s er erró róne neam amen ente te qu que e lo los s gr grie iego gos s humanizaron a los dioses. Es exactamente lo contrario: los dioses humanizaron a los griegos. Hubo un momento en que parecía que se había atrapado el verdadero significado de la vida, un momento de anhelante expectación en que estuvo en juego el destino humano. Pero aquel momento se perdió en la llamarada de poder que se tragó a los griegos embriagados. Convirtieron en mitología una realidad que era demasiad demasiado o grande grande para su comprens comprensión ión humana. humana. Hechizad Hechizados os por el mito, mito, olvidamos olvidamos que éste ha nacido de la realidad realidad y que no
difiere fundamentalmente de ninguna otra forma de creación, salvo en lo qu que e se re rela laci cion ona a co con n la se sens nsib ibil ilid idad ad mi mism sma a de la vi vida da. . También nosotros creamos mitos, aunque tal vez no lo sepamos. Pero en nuestros mitos no hay lugar para los dioses. Construímos un mundo abstracto y deshumanizado con las cenizas de un materialismo ilus il usor orio io. . No Nos s pr prob obam amos os a no noso sotr tros os mi mism smos os qu que e el un univ iver erso so es está tá vacío, y con ello justificamos el vacío de nuestra propia lógica. Queremos a toda costa conquistar, y seremos conquistadores, pero nuestra conquista es la muerte. La gente se asombra cuando hablo del efecto que ha tenido sobre mí esta visita a Grecia. Dicen que me envidian, y que desean poder ir ellos algún día. ¿Por qué no van? Porque nadie puede gozar la expe ex peri rien enci cia a de dese sead ada a ha hast sta a qu que e no es está tá di disp spue uest sto o a so some mete ters rse e a ella. La gente raramente quiere decir lo que dice. Se engaña el que qu e as aseg egur ura a qu quer erer er ha hace cer r ot otra ra co cosa sa di dist stin inta ta de la qu que e ha hace ce, , o estar en otro sitio diferente al que está. Desear no es simplemente anhelar. Desear es convertirse en lo que uno es por esen es enci cia. a. Al Algu guna nas s pe pers rson onas as, , al le leer er es esta tas s lí líne neas as co comp mpre rend nder erán án inev in evit itab able leme ment nte e qu que e su ún únic ica a so soluc lució ión n es ac actu tuar ar si sin n te tene ner r en cuenta sus deseos. Una línea de Maeterlink sobre la verdad y la acción, transformó por completo mi concepción de la vida. Necesité veinticinco años para comprender perfectamente el significado de esa es a fr fras ase. e. Ot Otro ros s so son n ca capa pace ces s de co coor ordi dina nar r má más s rá rápi pidam damen ente te la visión y la acción. Pero el hecho es que en Grecia he realizado al fin esa coordinación. He perdido vanidad, me he reintegrado a mis justas dimensiones humanas, estoy dispuesto a aceptar mi suerte y preparado para dar todo lo que he recibido. De pie ante la tumba de Agamenón he sentido como si volviera a nacer. Me importa muy poco lo que piense o diga la gente que lea esta afirmación. No tengo el menor deseo de convertir a nadie a mi manera de pensar. Ahora sé que toda la influencia que pueda tener sobre el mundo será como consecuencia del ejemplo que haya dado, y no por mis pala pa labr bras as. . Pu Publ blic ico o es este te te test stim imon onio io so sobr bre e mi vi viaj aje e no co como mo un una a contribución al conocimiento humano, ya que éste es pequeño y de poca po ca im impo port rtan anci cia, a, si sino no co como mo un una a co cont ntri ribu buci ción ón a la ex expe peri rien enci cia a humana. Sin duda alguna hay en este libro errores de una u otra clase, pero la verdad es que algo me ha sucedido, y eso lo he narrado tan sinceramente como he sabido. Mi amigo Katsimbalis, para quien he escrito este libro, con el fin de testimoniarle mi gratitud a él y a sus compatriotas, espero que me perdonará por haber exagerado sus dimensiones, comp co mpar arán ándo dola las s a la las s de un co colo loso so. . Lo Los s qu que e co cono noce cen n Am Amar arou ouss ssio ion n saben muy bien que el lugar no tiene nada de grandioso. Tampoco hay nada grandioso en Katsimbalis. Ni, a fin de cuentas, lo hay en toda la historia de Grecia. Pero en cualquier figura humana hay algo colosal, cuando el individuo se hace verdadera y totalmente humano. Nunca he conocido a un individuo más humano que Katsimbalis. Paseando con él por las calles de Amaroussion, tenía la sensación de caminar por la Tierra de una manera absolutamente nueva. La Tierra se hacía más íntima, más viva, más prometedora. Es verdad que Katsimbalis hablaba frecuentemente del pasado, pero
no como algo muerto y olvidado, sino más bien como algo que llevamos mo s co con n no noso sotr tros os, , qu que e fe fecu cund nda a el pr pres esen ente te y ha hace ce at atra ract ctivo ivo el futuro. futuro. Hablaba Hablaba con la misma misma veneraci veneración ón de las cosas pequeñas que de las grandes. Siempre tenía tiempo, por ocupado que estuviese, para detenerse largamente en lo que le había emocionado. ¿Cómo he de olvidar esa última impresión que me llevé de él, cuando nos despedimos en la estación de autobuses, en el corazón de Atenas? Hay hombres de una riqueza y una plenitud tales, que siempre se entregan tan por entero, que cada vez que se despide uno de ellos se tiene la sensación de que poco importa que la despedida sea por un día o para siempre. Se os acercan rebosando, y os llenan hasta desb de sbor orda dar. r. Só Sólo lo os pi pide den n qu que e pa part rtic icip ipéi éis s en su su supe perab rabun unda dant nte e alegría vital. Nunca os preguntan a qué lado de la valla estáis, porque en su mundo no existen vallas. Se hacen invulnerables a fuer fu erza za de ex expo pone ners rse e a to todo do pe peli ligr gro. o. Ac Acre reci cien enta tan n su he hero roís ísmo mo a medida que revelan su debilidad. Es cierto que en esas historias interminables y de aspecto fabuloso que tenía por costumbre contar Katsimbalis, debía haber una buena dosis de fant nta asía y tergiversación; sin embargo, aunque a veces sacrificara la verdad a la re real alid idad ad, , el ho homb mbre re qu que e ha habí bía a tr tras as la hi hist stor oria ia so sola lame ment nte e lograba con eso revelar más fiel y enteramente su imagen humana. Cuando me di la vuelta para marcharme, dejándole sentado en el autobús, su alerta mirada ya se recreaba en otros espectáculos. Sefe Se fer ria iade des, s, que me ac aco omp mpañ añab aba a a cas asa, a, obs bser ervó vó con pr prof ofu und nda a convicción: «Es un gran tipo, Miller; de eso no hay ninguna duda. Es algo extraordinario..., es un fenómeno humano, diría yo». Lo dijo como si fuera él quien se despidiese, y no yo. Conocía a Katsimbalis todo lo bien que un hombre puede conocer a otro; a vece ve ces s se im impa paci cien enta taba ba co con n él él, , a ve vece ces s le ir irri rita taba ba, , a ve vece ces s le enco en col ler eriz izab aba a, pe pero ro aun unqu que e un día se co conv nvir irti tie era en su pe peor or enem en emig igo, o, no pu pued edo o im imag agin inar arme me a Se Sefe feri riad ades es di dici cien endo do un una a so sola la pala pa lab bra que ami mino nora ras se la es esta tat tur ura a o es esp ple lend ndor or de su ami migo go. . Sabiendo que yo acababa de dejar a Katsimbalis, era maravilloso oírle decir: «¿Le contó esa historia de las monedas que encontró?», o cualquier otra. Me lo preguntó con el entusiasmo de un af afic icio iona nado do a la mú músi sica ca qu que, e, sa sabi bien endo do qu que e su am amig igo o ac acab aba a de comprar un gramófono, desea recomendarle un disco con la seguridad de que le gustará gustará mucho. mucho. Frecuent Frecuentemen emente, te, cuando cuando estábamo estábamos s todos todos reunid reunidos os y Katsim Katsimbal balis is estaba estaba embarc embarcado ado en una larga larga histor historia, ia, sorp so rpr ren endí dí en la car ara a de Se Sef fer eria iade des s es esa a co cor rdi dial al son onri ris sa de reconocimiento, indicativa de que se va a escuchar algo que ha sido si do en ensa saya yado do, , pr prob obad ado o y co cons nsid ider erad ado o co como mo bu buen eno. o. Y a ve vece ces, s, cogiéndome del brazo y llevándome aparte, me decía: «Ha sido una lástima que no haya contado esta noche la historia completa; hay una parte asombrosa, que sólo la cuenta los días que está de muy buen humor. Es una pena que usted se la haya perdidos. Me parecía que todos los oyentes no sólo admitían el perfecto derecho que tenía Katsimbalis de improvisar, sino que esperaban que lo hiciese así. Lo considerab consideraban an como un virtuoso, virtuoso, un virtuoso virtuoso que solamente solamente interpretaba sus propias composiciones y que, por lo tanto, tenía derecho a modificarlas como quisiera.
Había Había en su notabl notable e don, don, otro otro intere interesan sante te aspect aspecto o que guarda guarda anal an alog ogía ía co con n el ta tale lent nto o de del l mú músi sico co. . Du Dura rante nte el ti tiem empo po qu que e le traté, la vida de Katsimbalis era relativamente tranquila y sin aventuras. Pero cualquier incidente que le ocurriera, por trivial que fuese, lo convertía en un gran acontecimiento. Tal vez sólo se trataba de que, volviendo a su casa, había cogido una flor en la cuneta de la carretera. Pero cuando terminaba de contar el hecho, la flor, por humilde que fuera, se convertía en la más maravillosa que un hombre hubiera cogido jamás. Se grababa en la memoria del oyente como la flor que había cogido Katsimbalis. Se convertía en algo único en su género, no porque fuera excepcional, sino porque Katsim Katsimbal balis is la había había inmort inmortali alizad zado o al advert advertirl irla, a, porque porque había había depo de posi sita tado do en es esa a fl flor or to todo do lo qu que e pe pensa nsaba ba y se sent ntía ía so sobr bre e la las s flores; es decir, un completo universo Elijo Elijo esta esta imagen imagen al azar, azar, pero, pero, ¡qué ¡qué apropi apropiada ada y exacta exacta es! Cuando pienso en Katsimbalis, inclinándose para coger una flor en el desnudo suelo de Ática, todo el mundo griego con su pasado, presente y porvenir, se levanta ante mis ojos. Veo de nuevo los suaves y bajos montículos en los que fueron enterrados los muertos ilustres; veo la luz violeta bajo la que se avispa la maleza ; veo las rocas desgastadas y los enormes guijarros de los lechos por dond do nde e co corr rren en lo los s rí ríos os se seco cos, s, br bril illa lant ntes es co como mo la mi mica ca; ; ve veo o la las s diminutas islas flotando en la superficie del mar, aureoladas de deslumbrantes franjas blancas; veo las águilas lanzarse desde los vert ve rtig igin inos osos os ri risc scos os de in inac acce cesi sibl bles es mo mont ntañ añas as, , empa em paña ñand ndo o la brillante alfombra de la tierra con la mancha lenta y sombría que proy pr oyec ecta ta su vu vuel elo; o; ve veo o la las s si silu luet etas as de ho homb mbre res s so soli lita tari rios os qu que e marchan tras las huellas de sus rebaños sobre el desnudo espinazo de las colinas, y veo desprenderse del vellón de los corderos una dora do rada da pe pelu lusi sill lla a co como mo en lo los s ti tiem empo pos s de la le leye yend nda; a; ve veo o la las s mujeres reunidas junto a los manantiales, entre los olivos, con sus vestidos, sus ademanes y su charla semejantes a como eran en los tiempos bíblicos; veo la gran figura patriarcal del sacerdote, mezcla perfecta de hombre y mujer, y la serenidad, franqueza, paz y dig ign nid idad ad de su ros ostr tro o; veo lo los s di dise seño ños s ge geom omét étri ric cos de la naturaleza, explicados por ella misma con un silencio ensordecedor. La tierra griega se abre ante mí como el Libro de la Revelación. No sabía que esa tierra encerrase tantas cosas. Había caminado con los ojos vendados, con pasos inseguros y vacilantes; era orgulloso y arrogante, y estaba satisfecho de vivir la falsa y limitada vida del hombre ciudadano. La luz de Grecia abrió mis ojos, penetró en mis poros, dilató todo mi ser. He vuelto a mi hogar que es el mundo, después de haber encontrado el verdadero cent ce ntro ro y el si sign gnif ific icado ado re real al de la pa pala labr bra a re revo volu luci ción ón. . Ni Ning ngún ún conflicto bélico entre las naciones puede turbar este equilibrio. Tal vez la misma Grecia se vea envuelta en este lío, como nosotros esta es tamo mos s a pu punt nto o de es esta tarl rlo, o, pe pero ro me ni nieg ego o ca cate tegó góri rica came ment nte e a convertirme en algo que sea inferior a esa condición de ciudadano del mundo que, de pie ante la tumba de Agamenón, me otorgué. Desde ese día mi vida está dedicada al restablecimiento de la divinidad del hombre. ¡Paz a todos los hombres, digo, y vida mejor!
APÉNDICE
Acababa de escribir la última línea cuando el cartero me entregó una característica carta de Durrell, fechada el 10 de agosto de 1940. La transcribo para completar el retrato de Katsimbalis. Los campesinos están tumbados sobre cubierta comiendo sandías; las canaleras chorrean jugo de sandía. Es una gran muchedumbre que va en pe pere regr grin inac ació ión n a la Vi Virg rgen en de Ti Tino nos. s. Ac Acab abam amos os de sa sali lir r precariamente del puerto, escrutando la línea del horizonte por si apar ap arec ecen en su subm bmar arin inos os it ital alia iano nos. s. Lo qu que e ve verd rdad ader eram amen ente te qu quie iero ro contarte es la historia de los gallos de Ática; servirá de marco a tu re retr trat ato o de Ka Kats tsim imba bali lis, s, qu que e to toda daví vía a no he le leíd ído, o, pe pero ro qu que e parece maravilloso según todo lo que me dicen. La historia es ésta és ta: : la ot otra ra ta tard rde e su subi bimo mos s a la Ac Acró rópo poli lis, s, mu muy y bo borr rrac acho hos s y exaltados por el vino y la poesía; hacía una noche oscura y muy calurosa, y el coñac rugía en nuestras venas. Estábamos sentados en los escalones, ante la puerta principal, pasándonos la botella, Katsimbalis recitando y G. lloriqueando, cuando de repente K. fue preso de una especie de arrebato. Dando saltos, gritó: «¿Queréis oír a los gallos de Ática, malditos modernos ». En su voz había un asomo de histeria. No le contestamos, pero él tampoco lo esperaba. Dio una carrerilla hasta el borde del precipicio, como una reina de cuento de hadas, una reina negra y pesada en su negra vestimenta, echó la cabeza hacia atrás, golpeó con la empuñadura de su ba bast stón ón en su br braz azo o he heri rido do, , y la lanz nzó ó el cl clar arin inet etaz azo o má más s terrible que he oído. ¡Quiquiriquí! El grito repercutió por toda la ci ciud udad ad — — una especie de bola sombría punteada de luces semejantes a cerezas. Retumbó de montículo a montículo, y subió como una rueda hasta debajo de los muros del Partenón... Estábamos tan asombrados que nos quedamos mudos. Y mientras nos mirábamos unos a otros en la oscuridad, allá en el horizonte, matizado en su oscuridad por una plateada claridad, un gallo contestó soñolientame ta men nte te; ; de des spu pués és ot otro ro, , lu lueg ego o otr tro o más ás. . Es Eso o enl nloq oque uec ció a K. Pavo Pa vone neán ándo dose se co como mo un pá pája jaro ro qu que e va a la lanz nzar arse se al es espa paci cio, o, y sacu sa cudi dien endo do la las s pu punt ntas as de la ch chaq aque ueta ta, , la lanz nzó ó un te terr rror oríf ífic ico o alarido, y los ecos se multiplicaron. Siguió vociferando hasta que las venas casi le saltaron de la piel, semejando de perfil a un gall ga llo o ca casc scad ado o y en enve veje jeci cido do, , ba bati tien endo do la las s al alas as so sobr bre e su pr prop opio io esterc estercole olero. ro. Aulló Aulló de una manera manera histér histérica ica, , y su audito auditorio rio del valle siguió creciendo hasta que de un extremo a otro de Atenas, gall ga llo o tr tras as ga gall llo o la lanz nzar aron on su ca cant nto o co cont ntes está tánd ndol ole. e. Fi Fina nalme lment nte, e, entre risa e histeria, tuvimos que pedirle que se detuviera. La noche estaba llena de cantos de gallos, y toda Atenas, toda el Ática, toda Grecia y hasta llegué a imaginar que te despertabas del sueño que habías echado en tu despacho neoyorkino al oír aquel aterrador clarinetazo argentino: el canto del gallo katsimbaliano
que resonaba en el Ática. Fue algo épico: un momento grandioso y del más puro Katsimbalis. ¡Si hubieras podido oír a esos gallos, el frenético salterio de los gallos de Ática! Soñé en ello durante dos noches seguidas. seguidas. Bien, nos dirigimos dirigimos a Mykonos, Mykonos, resignado resignados, s, ahora que hemos oído los gallos del Ática desde la Acrópolis. Me gustaría que escribieras esto; es parte del mosaico... LARRY