JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ CACHERO
Liras entre lanzas Historia de la Literatura «Nacional» en la Guerra Civil
Este libro se une a la abundantísima bibliografía sobre la Guerra Civil Española y trata de un asunto poco insistido hasta ahora: la literatura escrita y publicada durante los años 1936 a 1939 en la zona llamada «nacional», olvidada o menos preciada por algunos tratadistas como si no hubiera existido. Son diez los capítulos que integran el libro, de diferente extensión impuesta por la cantidad y relevancia del material reunido para cada uno de ellos. El primero es a modo de introducción en el que se abordan cuestiones no siempre de índole literaria y que por ello no tenían encaje preciso en los posteriores; éstos se repar ten los diferentes géneros y especies literarias: Teatro, Novela, Poesía, Prensa, Crónicas de guerra, Memorias, Biografías y Ensayos. De semejante distribución quedaron excluidos, en virtud de su obra multigenérica, tres autores: el conde de Foxá, Jacinto Miquelarena y José María Pemán, protagonistas de otros tantos capítulos exentos. En todo momento me animó el propósito de guardar la mayor objetividad e inde pendencia ideológica posible, condiciones ciertamente necesarias si tratamos de hacer historia verdadera y no panfletaria. Del Prólogo de José María Martínez Cachero
LITERATURA W v ? Y SOCIEDAD
JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ CACHERO, nacido en 1924, es catedrático Emérito de la Universidad de Oviedo, adscrito a la Facultad de Filología. Miembro del Real Instituto de Estudios Asturianos, es Correspondiente en Asturias de la Academia de la Lengua y ha sido Visiting Professor en varias universidades norteamericanas. Los siglos xix y XX de nuestra literatura son el principal asunto de su labor investigadora y crítica como lo prueban los cursos, artículos y libros sobre, por ejemplo, Leopoldo Alas («Clarín»), Azorín o la novela y la poesía españolas posteriores a la Guerra Civil, entre los que destaca La novela española entre 1936 y el fin de siglo (Literatura y Sociedad n°. 59).
JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ CACHERO
Liras entre lanzas Historia de la literatura «nacional» en la Guerra Civil
EDITORIAL
CASTALIA
C opyright © José Maria Martínez Cachero, 2009 Copyright © Editorial Castalia, S.A., 2009 Zurbano, 39 — 28oro Madrid — Tel. 91 319 58 57 — Fax 91 310 24 42 Im preso en España — Printed in Spain I.S.B.N.: 978 -84-9740-267-5 D ep ósito Legal: M. 1 .892-2009
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M in is t e r io d e C u l t u r a ,
para s u p r é st a m o p ú b l ic o e n
B i b l io t e c a s P ú b l ic a s ,
d e a c u e r d o c o n l o p r e v is t o e n e l a r t íc u l o
3 7 .2 d e l a
L e y d e P r o p ie d a d I n t e l e c t u a l
Queda prohibida la reproducción totai o parcial de este libro, su inclusión en un siste ma informático, su transmisión en cualquierforma o por cualquier medio, ya sea elec trónico, mecánico, porfotocopia, registro u otros métodos, sin permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.
A la m emoria de R i t a C a c h e r o que cum plió esforzadam ente en la Guerra Civil desde su puesto en la Central de Teléfonos de Oviedo.
SUMARIO
P r ó l o g o ................................................................................................................ I.
II.
S o c ie d a d
13
El compromiso de los intelectuales .........................................................
36
Mirada sobre la Universidad .....................................................................
40
La intelectualidad sosechosa o enemiga ................................................
45
Guerra de manifiestos ...............................................................................
52
Franceses en la España Nacional .............................................................
55
Conversos o tránsfugas ..............................................................................
56
U na
h o je a d a a la pren sa : d iario s y r e v is t a s ............................
A g u stín
IV.
Ja c in t o M iq u elar en a ,
V I. V II. V III.
ix
Noticia de las provincias nacionales y de varias capitales liberadas .
III.
V.
........................................................................
y literatura
9
E spaña » ....................................
87
u n escritor «en » la guerra c i v i l ......
97
De 1936 a 1939 ........................................................................................... Dos libros de «El Fugitivo» y un diálogo premiado ..............................
98 99
de
F o x á , «Un
59
lujo para
Un libro de cuentos «distraído» .................................................................
104
Final ...............................................................................................................
106
J osé M aría P em án , C r ó n ic a s
un escritor c o m p r o m e t id o ..........................
109
................................
121
Memorias ......................................................................................................
138
d e guerra y libros d e m em orias
B ió g r a f o s T a lía
y ensayistas
......................................................................
151
.....................................................................
195
Los últimos estrenos de preguerra ..........................................................
196
en la guerra civil
Ideas sobre el teatro y medidas oficiales ................................................
198
Compañías oficiales de teatro ..................................................................
201
Compañías profesionales y privadas ......................................................
203
7
8
SUMARIO
Más autores y estrenos ..............................................................................
208
Balance final .................................................................................................
225
IX. L a
........................................................................
229
Tres antologías de la poesía nacional .....................................................
230
Otros dos libros colectivos .......................................................................
233
corte de los poetas
Algo de preceptiva poética ........................................................................
235
Mayores, medianos y menoresen el Parnaso Nacional ........................
241
X . N ovelistas y
...........................................................................
275
A MODO DE APÉNDICE: 30 SEMBLAZAS ...........................................................
343
E p í l o g o ...................................................................................................................
359
Í nd ice
363
n o ve la s
o n o m á s t ic o y d e títu lo s
.................................................................
PRÓLOGO
No cantes nada, No exaltes nada, No m ezcles nada: Define, Cuenta, Mide. EUGENIO D O R S
E s t e l i b r o se une a la abundantísima bibliografía sobre la Guerra Civil es pañola, una inmensa biblioteca con centenares de publicaciones, y trata de un asunto poco insistido hasta ahora: la literatura escrita y publicada du rante esos años en la zona llamada «nacional», olvidada o menospreciada por algunos tratadistas com o si no hubiera existido. El espacio temporal acotado es el com prendido entre el 18 de julio de 1936 y el 31 de diciembre de 1939 pties si bien los últimos nueve meses de este último año no fueron de conflicto bélico, en ellos se escribieron y pu blicaron algunas obras que deben ser tenidas en cuenta; respecto de las aparecidas en Barcelona y Madrid, ciudades incorporadas muy tardíamen te a la zona nacional — caso de la primera— o que nunca fueron naciona les — caso de la segunda— , se hace somera referencia de la actividad cul tural desarrollada en ambas en ese tiempo. N o está en mi ánimo establecer comparaciones entre las zonas belige rantes para, por ejemplo, conceder la primacía a una de ellas en algún ex tremo concreto y reduzco al mínimo las alusiones a la zona republicana a la que siempre denom ino así — y no zona «roja»— , com o nacional — y no
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«fascista»— a su oponente y lo mismo a sus partidarios — republicanos y nacionales, respectivamente— , evitando de este m odo denom inaciones que pudieran entenderse denigratorias. En todo m om ento me animó el propósito de guardar la m ayor objetividad e independencia ideológica posibles, condiciones ciertamente necesarias si tratamos de hacer historia verdadera y no panfletaria, objetivo desde luego no fácil de conseguir. Me pregunto si me habré com portado debidamente en todas sus páginas. Repárese en que una y otra vez y muchas veces insisto, quizá hasta el cansancio, en el evidente y desmesurado maniqueísmo o juego de malos y buenos que presidió la confección de gran parte de esa literatura, ten dencia que no apruebo pero que, en cierto m odo, trato de com prender habida cuenta de las circunstancias españolas entonces reinantes. Aparte semejante rasgo, practicado de manera m uy extendida, su lector o espec tador se encuentra con demasiada frecuencia ante unos productos litera rios de ínfima, escasa o m ediocre calidad estética, obra de aficionados que irrumpieron en la república de la letras con m ucho más entusiasmo que cualidades para ejercer el oficio de escritores y que no tardando m ucho pasarían a engrosar el censo de los justamente olvidados; pero de las tor pezas, incorrecciones y graves limitaciones tam poco se vieron libres auto res no principiantes y más experim entados. Confieso que en cualquiera de tales casos mi opinión sobre esas creaciones presuntamente literarias está form ulada con respeto, sí, pero con la oportuna y m erecida dureza crítica. He procurado documentarme debidamente, utilizando diversas fuen tes de información y dispensando a ese material un tratamiento sereno y desapasionado. No busco polém ica con nadie porque mi propósito queda bien lejos de la contradicción o confrontación sistemática. Son diez los capítulos que integran mi libro, de diferente extensión, im puesta por la cantidad y relevancia del material reunido para cada uno de ellos. El primero — Sociedad y literatura— es a m odo de introducción en el que se abordan cuestiones no siempre de índole literaria y que por ello no tenían encaje preciso en los posteriores; éstos se reparten los diferentes géneros y especies literarios — Teatro, Novela, Poesía, Prensa, Crónicas de guerra, Memorias, Biografías y Ensayos— donde la contienda acusó una presencia m ayor o menor; de semejante distribución quedaron excluidos, en virtud de su obra multigenérica, tres autores: José María Pemán, Jacinto Miquelarena y el conde de Foxá.
Capítulo I SOCIEDAD Y LITERATURA
El f r a c a s o del golp e de estado que com enzó el 17 de julio de 1936 en el protectorado español de Marruecos daría paso a una empeñada guerra ci vil que ocupó cerca de tres años de la historia de España, acentuando la di visión del país, convertidas las dos Españas política y socialmente enfren tadas en otros tantos estados beligerantes pues entre ellos iba a resultar im posible cualquier intento de m ediación pacificadora. Mientras el g o bierno republicano con sede en Madrid y el presidente de la nación, Ma nuel Azaña, trataban de encauzar la nueva situación producida, en el terri torio que se configuraría com o «zona nacional» algunos importantes jefes militares — entre ellos figuraba Emilio Mola, autodenominado «El Director» del levantamiento— se hicieron cargo del poder constituyendo inmedia tamente una llamada Junta de Defensa, sustituida tiempo después por la Junta Técnica del Estado, luego de la cual, establecida la dirección militar y política en manos del Caudillo Francisco Franco, fue cediendo en su ta rea hasta que se formó, presidido por éste, un primer gobierno nacional, presentado solemnemente en Burgos — enero de 1938— , sede principal de un estado qLie alguien llamó «campamental» pues, entre otras característi cas que así lo abonaban, tenía sus servicios oficiales mayores y menores repartidos por varias capitales de provincia dentro del territorio liberado;1 1 Antes ya de dicha constitución existió reparto de servicios entre Salamanca y Burgos y, consiguientem ente, una curiosa celotipia entre ciudades, organism os y personas al respec to, increm entada si cabe más tarde pues, co m o señala Serrano Súñer (p. 68 de EntreHenclaya y Gibraltar, Madrid, Epesa, 1947) 4 a estrechez de Burgos im puso una cierta disper sió n ge o g rá fica d el G o b iern o . D os m inisterios fijaron su sed e e n Vitoria, otros dos en
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si se quiere, otro rasgo de oposición o diferenciación de ambas Españas en contienda pues frente a Madrid, Valencia y Barcelona que, sucesiva mente, harían de capital republicana, su enem iga carecía de capitalidad declarada y consistente si bien Burgos parecía im ponerse en semejante pugilato.2 Pemán reparó en este hecho diferencial que entendía com o un triunfo de las provincias, exaltadas ahora en sus valores de diverso orden frente a la rigidez centralista que suponía la capital Madrid; éstas son sus palabras sobre el particular: «Ahora el Estado español anda p or Castilla — por Burgos, por Valladolid, por Salamanca— en estrechas e improvisa das oficinas, con aire de celdas. A mí se me antoja que anda haciendo ejer cicios espirituales antes de em prender la nueva vida», com placidam ente ratificadas en diversas ocasiones (com o al paso, en la autocrítica de su pie za dramática Almoneda}. Una de las posturas revolucionarias de esta España nueva ha de ser ésta de devolver la fe, la consideración intelectual, a los núcleos provinciales, ilus trados, en España, por tan finas tradiciones. En nuestro gran siglo, la cultura no era m ercancía estancada en unos cuantos cenáculos cortesanos [...]. Fue luego cuando una estrecha cooperativa de escritorcillos y pedantes se arrogó en la Corte el m onopolio crítico y la infalibilidad pontifical. H ay que retornar a aquello otro).
No fue Pemán el único exaltador de la provincia española ya que en tal propósito le acom pañaron entonces otros colegas, caso de Foxá que en el artículo «Las grandes ciudades» (ABC, Madrid, 27-IV-1939) va más allá que Pemán en sus afirmaciones y negaciones ciudadanas al contraponer la fe, el entusiasmo y la pureza de las pequeñas en población con las grandes, antaño caracterizadas por «su escepticismo, su bohem ia y su anarquía». En algunos concretos aspectos, pongam os como ejemplo lo ocurrido en el tea tro (véase en este libro el capítulo Taita en la Guerra Civil) y en el m ovi miento editorial, merced a lo cual varias capitales salieron por algún tiem p o del marasmo provinciano en que venían viviendo para desem peñar circunstancialm ente p ap el más alto, convertidas en núcleos de alguna Santander, un o en Bilbao, en Valladolid otro. Los dem ás en Burgos, y aún quedaba el he cho casi virreinal de Q u eip o en A ndalucía, que sólo lentam ente fue cedien do al gobiern o las fun ciones de su competencia». 2 A nton io Tovar, a quien p u ed e considerarse testigo de e xcep ción , recordaría qu e «la llegada a Burgos de las gentes que iban a form ar en los distintos escalones administrativos del prim er gobiern o con cierto aire regular d el bando llam ado nacional tuvo, en febrero de 1938, algo de alud. D e otras partes de la España que llam ábam os liberada, co m o tam bién de entre los qu e habían escap ad o d e la España revolucionaria, acudían gentes m ovidas d el d eseo de servir y de ser útiles, com o del bien hum ano de m edrar y auparse sobre el confu so m ontón de los pretendientes y ambiciosos».
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importancia: además de Burgos, lo fueron San Sebastián, Valladolid y Se villa. Se insistía mucho por periodistas y literatos en la relativa normalidad de la vida en esas y otras localidades de la zona nacional, superadas las di ficultades iniciales y de ello se hacen eco, por ejemplo, personajes de al gunas novelas que, com o los evadidos de la zona republicana en Las Ves tales (de Juan A. Collantes), tienen ocasión de contrastar la realidad de una y otra zona o, más en la realidad cotidiana, testimonios com o el de Luis Moure Mariño 3 cuando declara que en toda la llamada zona nacional reinaba un ambiente de alegría. Creo que n a die dudaba de que los nacionales ganarían la guerra. En la España franquista había de todo. En Salamanca y Burgos los precios eran m uy asequibles y por pocas pesetas podía com erse opíparam ente en cualquier figón o restaurante. Esta situación de abundancia creó un clima de seguridad que en gran medida contribuyó a que los nacionales ganasen la guerra.
N o t ic ia
d e la s p r o v in c ia s n a c io n a l e s y d e v a r ia s c a p it a l e s l ib e r a d a s
Un recuento de las ciudades de provincia que, salvo San Sebastián, quedaron desde el com ienzo de la contienda en la zona nacional es el que ofrece Rafael García Serrano (p. 213 de La gran esperanza, Barcelona, Pla neta, 1983), fruto de su propia experiencia: Pam plona no conoció el bullicio de las tertulias político-sociales que hi cieron fam osos los vestíbulos del hotel Condestable, en Burgos, o del Gran Hotel de Salamanca, o de los acreditados hoteles de San Sebastián. Los gran des refugiados preferían buscar un eco de Madrid o Barcelona en las capitales provincianas de la España nacional, con preferencia Burgos, Salamanca, San Sebastián y Sevilla; Zaragoza olía dem asiado a guerra
La in com pletez del recuento se rem edia con la incorporación para nuestro objetivo de otras localidades donde hubo cierta actividad de al gún interés: es el caso de, mencionadas por orden alfabético, Ávila, Bilbao — liberada en junio de 1937— , Cádiz, Córdoba, Granada, Santander — libe rada en agosto de 1937— , Valladolid y Zaragoza, a las cuales me permito añadir Barcelona — liberada en enero de 1939, que no tardando daría se ñales de franca incorporación cultural— y Madrid, cuya conquista señala el término de la contienda y que, antes de producirse este hecho, fue m o tivo de execración y llanto pero también de afectuosa nostalgia del bien perdido, todo ello a cargo de bastantes y diversos escritores. 3
La generación del 36. Memorias de Salamanca y Burgos (Ediciós do Castro, La C oru
ña, 1989), pp. 96 y 98.
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Á vila contó con una de las más movidas academias para la formación de alféreces provisionales y fue ciudad en la que se fijaría el cuartel gene ral de la Jefatura Nacional de Milicias que, com o segundo jefe y por encar go de Franco, mandó el general Monasterio; ambos hechos militares su pusieron abundante trasiego de tropas que sin duda alteraba la tranquila rutina cotidiana y, también, por la instalación de un aeródrom o más de una vez bom bardeado por la aviación republicana. No extrañará que, dada su proxim idad a la capital de la nación, Ávila se convirtiera en un lugar para refugiados que huían de Madrid y a ello se re feriría tiempo después (abril de 1937) el corresponsal de ABC, J. Mayoral Fernández (artículo «Víctimas de la Casa del Pueblo»): Todos llegaron a Ávila con el traje puesto y con él continúan. Q uien lo lle va bajo un gabán prestado, quien bajo la pelliza de un amigo. Los obreros tie nen asiento en el Com edor de Caridad. Los patronos se han cobijado en las ca sas de amigos y conocidos.
(El periodista declara seguidam ente que el día antes había saludado en el Hotel Inglés a Juan Ignacio Luca de Tena, que llegó hace unos días acom pañando al general Varela). Uno de esos refugiados, com placida mente instalado en la ciudad durante algún tiempo, donde escribió y p u blicó sus libros de tema bélico-político, era Joaquín Pérez Madrigal, que en las páginas 219-220 del titLilado Augurios, estallido y episodios de la guerra civil (1936; acaso el primero de esa especie que vio la luz) hacía cons tar que Ávila se ha rejuvenecido. Venas potentes de rica sangre juvenil la [sic] infun den bríos, m ovilidad y alientos para una acción decisiva... ¡Madrid está cerca! El M ercado Grande es el salón de recibir. Todos los días, a todas horas, Ávila recibe miles y miles de visitas... Se charla, se ríe, sé pasea, se o ye música, se es pera, se espera...;
lo que se esperaba para cualquier día muy próxim o era nada menos que la conquista de Madrid pero mientras ésta llegaba los industriales abulenses del gremio impresor y librero sacaban a luz folletos y libros, en prosa y en verso, relativos a la contienda, obra de escribidores aficionados deseosos de contar su caso en aquellos días y circunstancias, con más entusiasmo y apasionam iento que bu en estilo literario. Sigirano Díaz y Senén Martín eran los impresores, editores y libreros, coadyuvantes diligentes a sem e jante inflación publicística, d escon ocida en Ávila y, por lo mismo, sor prendente. En ese conjunto traído por las circunstancias se diferenciaban temáticamente los manuales de Lengua y Literatura para bachillerato del catedrático del instituto m adrileño de San Isidro José Rogerio Sánchez,
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textos m uy aceptados entonces, junto a un libro de Antonio Veredas Ro dríguez, cronista de la provincia, sobre el hijo de los Reyes Católicos, El príncipe Juan de las Españas, 14/8-1497, publicado en 1938 y presentado com o un «Bosquejo histórico del malogrado heredero de los Reyes Católi cos, cuya prematura muerte por amor desvió bruscamente el rumbo de nuestra Madre Patria y destrozó la vida de la gran reina Isabel de Castilla». Varios libros de versos, cortados por el mismo patrón patriótico de exalta ción nacional y repudio republicano — com o Melodías de guerra. (Impre siones líricas de un artista), del cantante Luis Sagi Vela, que «describe m a ravillosamente sus impresiones líricas de los distintos frentes donde prestó servicios com o voluntario» (1937) y Romances azules, de J. G óm ez Málaga (1938)— completan el abundante y m ediocre catálogo abLilense. B u r g o s . Pese a lo apuntado respecto a un estado «campamental» que parece no tener una ciudad que ostente de manera definida su capitali dad, lo cierto es que Burgos terminó im poniéndose a las restantes p osi bles candidatas e incluso aparece com o tal en el título de algún libro re ciente^ acaso tenga razón el huido de la zona nacional Antonio Ruiz Vilaplana cuando sostiene que «la razón de la elección de BLirgos como ca pital de la España nacionalista es de orden interno y de matiz político» aunque no profundice en una demostración convincente . 5 ¿Qué motivos habría para que esta ciudad se convirtiera en residencia desde días antes del 18 de julio de dirigentes derechistas com o Pedro Sainz Rodríguez, A n tonio G oicoechea, los condes de Rodezno y Vallellano o el intem aciona lista José Yanguas Messía? Aunque la dispersión ministerial y de altos or ganism os oficiales fuera grande después de constituido el primer G obierno nacional, Burgos retuvo buena parte de ellos com o el Cuartel General que se estableció en una quinta de la familia Muguiro, situada en las afueras de la ciudad en el paseo llamado de la Isla, reservada exclusi vamente para la Jefatura del Estado y el Estado Mayor. Reinaba en Burgos una apreciable norm alidad si atendem os el testim onio de Francisco de Cossío (artículo «Burgos, capital de España», Diario de Burgos, 4-VIII-1936): «Corren los niños por los jardines, los transeúntes invaden las vías, lentos, perezosos, sin prisa; en las terrazas de los cafés se departe sosegadam en te», más acrecentada con el paso del tiempo; el mencionado Ruiz Vilapla na recuerda desde su refugio de huido en el extranjero, como nota singu lar de la ciudad, el frecuente y potente cam paneo (pp. 52-53 de Doy f e ...) :
4 Pienso en el de Luis Castro titulado Capital de la Cruzada. Burgos durante la Guerra Civil (Barcelona, Crítica, 2006). s A ntonio Ruiz Vilaplana Doyfe... Un año de actuación en la España nacionalista (P a rís, 1938).
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Es una sinfonía gigante, u n bramar continuo de hierro y bronce, qu e ab sorbe por com pleto toda la vida en la ciudad: cuando suenan las cam panas en Burgos, toda la población es un inm enso diapasón, una caja amplia de reso nancia donde el aire es ruido y la catedral es eco y todo queda supeditado a aquel vibrar litúrgico.
La Junta de Defensa, primero, y la Junta Técnica del Estado, después, sucediéndose la una a la otra, dieron paso a un gabinete menos dependiente del ámbito militar y ello ocurría en buena parte merced a la preeminencia lograda por Ramón Serrano Súñer, cuñado de Franco, ahora y durante algún tiempo algo así com o su brazo derecho o a manera de jefe de un es tado mayor civil tal com o el entonces coronel Juan Vigón lo era del militar. Después de dolorosas vicisitudes sufridas en el Madrid republicano consi guió escapar del mismo y «el día 20 de febrero de 1937 crucé el puente in ternacional de Hendaya para entrar en la tierra española liberada por las fuerzas nacionales»;6Maximiano García Venero, testigo muy directo de sus avatares salmantinos y burgaleses, escribiría años más tarde 7 que su presencia en la zona franquista representó una elevación del nivel intelec tual de la política. [...] Serrano traía rigor y propósitos de ensanchar la base ·— hasta entonces puram ente militar— de los poderes de Franco. Con él se podía dialogar acerca de Hegel, Kant, Sombart, Marx, Lenin, Sturzo ... Estaba, com o acontecía en el caso de José Antonio, sobre el bajo horizonte gris de las dere chas españolas.
Volvamos al ambiente de la capital burgalesa, donde los hoteles Norte y Londres, primero, y el Condestable, inaugurado a marchas forzadas, des pués, alojaban a los forasteros más importantes. Mientras las fondas, las pensiones y casas particulares en gran número, que alquilaban habitacio nes, hospedaban a los restantes, numerosa población flotante; funciona ba en su ayuda una llamada Oficina de Alojamiento. Foxá, forastero desta cado, recordaría años más tarde (artículo «Burgos en la nostalgia»T-J?/ Español, Madrid, 30-X-1943) lo que era la ciudad castellana entonces y lo que hacían sus habitantes: Burgos ha sido durante cerca de dos años alegre y vigorosa capital de las victorias. Dom ingos de la guerra con su sol frío y su cielo azul sobre las arbo ledas de la Isla. En el Espolón pasean las m uchachas de Burgos con los alfére ces provisionales. Colgaduras en los miradores, los protocolarios días de pre sentación de credenciales. Burgos ha sustituido a Madrid. La vieja Diputación 6 Ram ón Serrano Súñer, ob.cit., p. 17. 7 M axim iano G arcía Venero, Historia de la Unificación (Falangey Requeté en 1937) (Ma drid, 1970), p. 177.
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reemplaza al lejano Ministerio de Gobernación y el Ministerio de la Guerra se ha instalado sobre el teatro. Tudanca, con sus tés y empanadillas, remeda al Bakanik de la calle de Olózaga; y en el Oro del Rhin, con sus terciopelos ro jos, sus gatos, sus cornucopias y su leche merengada, Antonio Tovar intenta resucitar las viejas tertulias literarias de la Granja el Henar. Puede hablarse de una fuerte presencia cultural en la ciudad represen tada relevantemente por el grupo en torno a Serrano Súñer y a Ridruejo, su hombre de confianza, y del que formaban parte periodistas — Carlos Sen tís, Juan Ramón Masoliver, Pedro Salvador, Luis Moure Mariño, Agustín del Río Cisneros, José Antonio Gim énez Arnau— , escritores — Luis Felipe V i vanco— , profesores universitarios — Lain Entralgo, Antonio Tovar, Xavier de Salas— , artistas— los pintores Juan Cabanas, que dirigía un servicio ofi cial de plástica ayudado por el catalán Pedro Pruna, José Ramón Escassi, José Caballero, el escultor Emilio Aladrén— , cinéfilos com o Manuel A u gusto García Viñolas, directores de teatro com o Luis Escobar, y de la radio, com o Cipriano Torre Enciso y el famoso locutor Fernández de Córdoba; y otros m uchos, em pleados por ejem plo en la Editora Nacional — caso de Rogelio Pérez Olivares y de Antonio Macipe, experto conocedor éste de los problemas del libro en España— ; todos cumplían tareas diversas de impor tancia desigual, trasplantados algunos desde Pamplona. Del núcleo burgalés partirían iniciativas colectivas com o la com posición del libro Los versos del combatiente (1938) o la fundación del semanario Destino por obra y gra cia de un grupo de falangistas catalanes. En una entrevista a Serrano Súñer en 1976, bien distante en el tiempo de los hechos referidos, recordaba el ya apartado político8que todos los intelectuales que en Burgos colaboraron conmigo han recordado siempre la ilusión, la esperanza y el rigor que pusimos entre todos en aquellas horas que creíamos definitivas para España. Sólo una visión sectaria puede confundir nuestro empeño de entonces con un servicio más a lo meramente re accionario y dictatorial. Aparte de semejante actividad hubo otras en el Burgos de la guerra ci vil a cargo de varias editoriales y revistas, m erecedoras de alguna aten ción. Es el caso de Razón y Fe, una de las revistas culturales alentadas por la Compañía de Jesús, reanudada su publicación en septiembre de 1937 y donde, por ejemplo, hacía crítica de libros recientes el padre Fernández Almuzara; la dirigía el jesuíta Joaquín Aspiazu, autor m uy conocido por sus numerosas publicaciones, que viajaba cada mes de Bilbao a Salamanca 8 Firma la entrevista Fernando G o n zález en el n a n d e la revista Historia Internacional, Madrid, febrero r976, p. 20.
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para pasar sus originales por la censura de la que consiguió, v. g,, perm i so para la inserción de la encíclica de Pío XI contra el nazism o hitleriano; más o m enos declarada cabe referirse a una actitud antifalangista en los editoriales de la revista que, con el sello editorial RAyFE, patrocinó la edi ción de libros com o Vidas ilustres ( 1938), del periodista Juan H ernández Petit, un conjunto de breves biografías de militares y políticos nacionales destinadas a la lectura de los niños, trasmitidas antes por Radio Nacional de España, donde trabajaba el autor, o los del padre Aspiazu — Orientaciones cristianas del Fuero del Trabajo (1938) y El estado católico (1939)— : en el primero se aplaudía la concordancia existente entre la doctrina social de la Iglesia y las leyes promulgadas en la España nacional y en el otro se indi caban las directrices de obligado cumplimiento a juicio del autor para que el nuevo estado que trataba de configurarse resultara efectivamente un es tado católico. Funcionaba también una denominada Editorial Requeté con marcada atención para los autores y libros de ideología tradicionalista, caso del prolífico Antonio Pérez de Olaguer, que cultivó diversos géneros y espe cies literarios com o el reportaje — lo son sus libros acerca del «Terror rojo» en Cataluña (1937) y Andalucía (1938)— , la novela — Lágrimas y sonrisas (1938)— y la historia — Los de siempre. H echos y anécdotas del Requeté (1937)— ) todos ellos muestra evidente de una decidida actitud beligerante. Con prólogo del periodista Juan Pujol y dentro de una colección llamada «Libros de la Guerra» apareció en 1937 un libro reivindicativo del jefe carlis ta M anuel Fal Conde, expulsado de la España nacional por sus desave nencias con Franco; su preparador Fernando Miguel Noriega traduce una serie de textos periodísticos extranjeros de los cuales se desprende opi nión favorable para el político protagonista. Dos volúm enes publicados en 1937, impresos en Burgos por Aldecoa, imprenta familiar que andando el tiempo — 1942— sacaría la primera edi ción de La fa m ilia de Pascual Duarte, alcanzarían en seguida buen éxito: se trata de la biografía de Franco debida al periodista Joaquín Arrarás, de la cual llegaron a tirarse nueve copiosas ediciones entre abril de 1937 y di ciem bre de 1939, y de la dura arremetida a cargo de Enrique Súñer, cate drático de Medicina en la Universidad de Madrid, contra algunos colegas suyos e intelectuales en general, Los intelectuales y la tragedia española, a quienes culpa de ésta. La persecución a la Masonería, que contaba en España con buen nú mero de miembros em pezando por algunos destacados políticos republi canos y siguiendo por militares, profesores, médicos, etc., fue una de las acciones represivas más características de las efectuadas en la zona nacio nal pese a excepciones tan sorprendentes com o la de Miguel Cabanellas, capitán general de la región militar de Zaragoza, que fue nombrado presi
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dente de la Junta de Defensa nacional a los m uy pocos días de com enzada la guerra, pero en la mayoría de los casos la afiliación masónica constituía grave peligro para sus fieles; la Masonería, junto con el Comunismo y el Judaismo, era una de las bestias negras del nuevo régimen y en la prensa, la radio y los discursos políticos se la m encionaba con frecuencia y dura mente. El escritor baleárico Francisco Ferrari Billoch, por ejemplo, mostró su conocim iento de la secta en varios apasionados libros denunciándola, pero quien batió todas las marcas de agresividad al respecto fue el jesLiita padre J. Tusquets que, residente en Burgos, animaba unas llamadas Edi ciones Antisectarias donde él y otros colaboradores, identificados con su intención debeladora, publicaron una serie de libros (folletos más bien) que revelaban la extrema peligrosidad masónica: son nueve títulos, p u blicados en 1937 y 1938, debidos al mismo jesuíta director o a gentes com o J. M. Ojeda — que informa sobre la Vida política de un grado 33 (1937)— , el barón de Santa Clara — El ju da ism o (1938)— , Benjamín Bentura — P or quien f u e asesinado Calvo Sotelo (1938)— , Francisco de V élez — Rasgos inéditos de don Fernando de los Ríos (1938)— o Carlos Domi — La quiebra fraudulenta de la República (1937)— ; sus pocas páginas y su baratura ayu daban a una amplia difusión. CÁDIZ, Córdoba y Granada son, junto con Sevilla, ciudades andaluzas donde se registró en los años de la contienda alguna actividad editorial. Los gaditanos establecimientos Cerón y Librería Cervantes trabajan en di cho tiempo y ofrecen al final del período nutrido y variado catálogo de p u blicaciones entre las cuales cuenta destacadam ente la Antología poética del Alzam iento 1936-1939, preparada por Jorge Villén, secretario de Pemán y quizá asesorado por éste. Figuran en él periodistas y escritores como A n tonio Olm edo, entre los primeros o, entre los segundos, José Andrés V áz quez y José M uñoz San Román, más dedicados ahora a la novela que sue le ser narración no m uy valiosa de sucesos bélicos; junto a ellas, algún relato del cautiverio com o M adrid rojo. Últimos días de la Cárcel Modelo (1937), presentado com o «emocionantes episodios de la vida en la Cárcel Modelo desde la iniciación del glorioso Movimiento Nacional», obra de El preso número 831, seudónimo tras el que se oculta el marino J lü ío Guillén, futuro almirante y num erario de la Academ ia de la Lengua. La relación mantenida entonces entre la España nacional y Portugal llevó a algunos periodistas de este país a visitarla y a escribir sobre ella y la guerra qu e mantenía, artículos recogidos después en volum en y traducidos en segui da a nuestra lengua: Cerón publicó los debidos a Arthur Pórtela (En las trincheras de España), Leopoldo Nunes (M adrid trágico) y Mauricio de Oliveira (La tragedia española en el mar, Las dos Españas en el mary M a rinos de España en guerra), qLie tradujo José Andrés Vázquez.
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C ó r d o b a . En Córdoba destaca la existencia de la editorial Nueva Espa ña, especializada por lo qu e conocem os en novela rosa que en las cir cunstancia de aquel momento solía conjugar los valores patrióticos y béli cos con lo sentimental privativo de esa especie, cultivada por escritoras com o Concha Linares Becerra, la más conocida de todas ellas, o María Sepúlveda. Una excepción a esta regla en su temática sería Retaguardia, en cuyas páginas ofrece Concha Espina una desgarradora im agen del Santan der republicano. Algunos de los volúm enes que recogen las crónicas de guerra escritas por «El Tebib Arrumi» (seudónimo de Víctor Ruiz Albéniz) llevan también el sello editorial de Nueva España. G r a n a d a . La librería Prieto, de gran tradición en Granada desde tiem p o atrás, casi acapara ahora las publicaciones que vieron la luz en esta ciu dad, mayoritariamente de asunto relativo a la guerra civil com o es el caso de A za ñ a y ellos. Cincuenta estampas rojas {1938), de Francisco Casares, sucintas semblanzas desfavorables de otros tantos jefes y jefecillos repu blicanos que se juntan, por su condición genérica, al libro de Y n o Bernard sobre Mola, Mártir de España. La vida. La muerte. Posteridad(1938), bio grafía apologética o hagiografía del general ya fallecido. Biografía tam bién m uy elogiosa del protagonista es la dedicada por Ángel Cruz Rueda a Palacio Valdés, refundida ahora y ampliada en una segunda edición (la primera data de 1925). El resto del catálogo son más libros de guerra y p o lítica — crónicas, narraciones, ensayos— com o los del cronista oficial de Granada Cándido Ortiz de Villajos, o La tragedia espiritual de Vizcaya (1938), obra del presbítero Rafael García y García de Castro, una conside ración acerca de la postura adoptada por una parte del clero y de los fieles vascos adictos al Partido Nacionalista ante la división que supuso nuestra guerra, postura que el autor no comparte. P a m p lo n a . Me pregunto si tiene razón Sánchez Ostiz cuando en su pró logo a una selección de los trabajos periodísticos de Ángel María Pascual, Silva curiosa de historias (Pam plona, Pamela, 1987), afirmaba que «en aquellos años de la guerra civil Pamplona fue una pequeña Atenas milita rizada y contó con la presencia de D O r s — aquí, en el ¡Arriba España!, es cribiría su n u evo glosario qu e lu ego reuniría bajo el título de La Tradi ción— , Lain Entralgo, Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales, G onzalo Torrente Ballester», nombres a los cuales García Serrano, defensor asimismo de se mejante esplendor, añade los de Á n gel B. Sanz, Alvaro Cruzat, Conrado Blanco, Manuel Iribarren y Martín Almagro. La redacción de ese diario, las tertulias dirigidas por D 'O rs, la ambiciosa empresa de Jerarquía (revista y ediciones de libros), la figura singular del canónigo Yzurdiaga; acaso en tonces o después, otras presencias com o la de los redactores de la revista
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Fe, subtitulada «Doctrina del Estado Nacional-Sindicalista», qLie en 1938 lle vaban Alfonso García Valdecasas (com o director) y Pedro Lain Entralgo (secretario), o el asentamiento ese año del Ministerio de Educación Nacio nal con Pedro Sainz Rodríguez com o titular; para algunos círculos, la resi dencia del cardenal Goma en la ciudad, donde escribe y publica varias car tas pastorales — com o El caso de España (1936) y El sentido cristiano de la guerra española (1937), más su intervención en la Carta colectiva de los obispos españoles a los de todo el m undo con motivo de la guerra de Espa ña (1937)— , todos estos eran, en diversa medida, factores o componentes de semejante situación, bastante modificada cuando se operó el traslado de algunos servicios oficiales y personas a Burgos. Incom parablem ente menor que el de otras ciudades ya examinadas o que examinaremos en es te capítulo fue el movimiento editorial pamplónica pues, aparte lo señala do, poco falta por decir: destaca entre ello la existencia de Lina Editorial Na varra que había publicado la novela de Jesús Evaristo Casariego, Flor de hidalgos (1938), prologada más política que literariamente por el conde de Rodezno, correligionario del autor que anunciaba su segunda novela, La ciudad sitiada (1939), relativa a la guerra en Oviedo; publicado también es taba por entonces El estado corporativo, del jesuíta JoaqLiín Aspiazu, que se anuncia en la propaganda com o «un com pleto estLidio de las doctrinas cor porativas», debido a quien era llamado «eminente sociólogo católico». S a la m a n c a . Importa utilizar el testim onio de Ramón Serrano Súñer, testigo de excepción, que en su libro memorialístico Entre Hendaya y G i braltar (publicado en 1947) recvierda la situación del Cuartel General del Generalísimo en Salamanca a su entrada en la España nacional: El Cuartel General estaba instalado en el Palacio Episcopal, en una plaza solitaria y tranquila frente a la m ole dorada de la Catedral. En la escalinata de acceso m ontaban la guardia unos Requetés con grandes boinas rojas y borlas amarillas. Dentro había moros, soldados y guardias civiles. El ambiente del lu gar era rom ántico y com o de otra época. D esd e el punto de vista político se atendía a lo más indispensable — relaciones con el exterior, econom ía de g u e rra, orden público— desde una llamada Secretaría General con escaso orden y multiplicidad de funciones. La regentaba Nicolás Franco, herm ano del G e neralísimo. En otra pequeña secretaría, más o m enos dependiente de aquélla, un funcionario diplom ático se ocupaba en la política exterior. Todo era provi sional y de urgencia;
y más o menos así continuaron las cosas hasta que en enero de 1938 se for m ó el primer gobierno nacional que estableció su sede en Burgos. Aparentemente reinaba en Salamanca un ánimo entusiasta y bien ave nido en todas las personas mayores y menores en importancia a quienes
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unía la adhesión incondicional a una misma causa y a un mismo jefe indis cutible tal com o acredita el m encionado Serrano Súñer para quien resulta ba impresionante el espíritu de m ovilización espontánea, de desentendimiento de los intereses privados, de alegría por aquella vida vivida sin exigencias materiales, de cual quier manera, en la estrechez, en la ausencia de todo confort [...] El ambiente era enorm em ente animado, alegre y entusiasta; un ambiente de guerra espon táneamente sentida, de guerra necesaria y aun de guerra santa.
Pero por debajo de ese espíritu existían desavenencias personales — com o la que hubo entre García Sanchiz y Luca de Tena con Pemán por que éste (lo apunta Ridruejo en Sombras y bultos) se había apropiado de «ocurrencias curiosísimas que no eran suyas»— y, más graves, rivalidades políticas — com o la señalada por Areilza (p. 76 de A lo largo del siglo, Bar celona, Planeta, 1992): «Había una fuerte rivalidad entre ese núcleo monarquizante [el de Vegas Latapíe o sea, A cción Españolad y los mandos de la Milicia falangista que lideraba Manuel Hedilla»— ; debe añadirse que riva lidades de ese tenor las había también en la militancia falangista y la Unifi cación, hábil maniobra forzada por la prisa y la necesidad, las pondría no tardando de manifiesto. A Salamanca habían ido acudiendo muchos huidos de la zona enemiga que, provisional e incóm odam ente establecidos, «trataban de incrustarse en la naciente organización del Estado» (recuerda Moure Mariño, metido en ella), mientras había otras gentes que pretendían continuar en el ejerci cio de su profesión — buen número de periodistas, por ejemplo— . Había igualmente quienes «vivían sin un ochavo del crédito, esperando el final de la guerra para saldar sus deudas». Entre los m uchos colegas y amigos que en una u otra situación estaban en Salamanca encontró Moure Mariño — y su relación es incompleta— a individuos com o Juan Aparicio — dirigía el periódico La Gaceta Regionalγ Vegas Latapíe estima que «su labor aquí fue realmente ejemplar pues siempre se hallaba dispuesto a servir de por tavoz a los más nobles ideales»— , Ismael Herráiz — para el mismo Vegas, «uno de los más altos ejemplos de nobleza y desinteresado altruismo que pudo ofrecer nuestra guerra»— , Mariano Tomás — cuya estadía salmantina le dio tiempo y conocim iento para escribir la novela La niña de plata y oro (19 3 9 )— ;Joaquín Arrarás — a vueltas con su biografía de Franco— , cronis tas de guerra com o Víctor Ruiz Iriarte y Pedro G óm ez Aparicio; Joaquín Pérez Madrigal, em pleado en la emisora de Radio Nacional e incontinente escritor; Víctor de la Serna, que actuaba com o secretario de Hedilla y le ayudaba a preparar sus discursos; Felipe Ximénez de Sandoval, encargado de misiones diplomáticas con el extranjero; Antonio de Obregón que se ga naba la vida con sus artículos periodísticos; Ernesto G im énez Caballero,
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haciéndose el indispensable con su pluma y su palabra para jefes com o Millán Astray e incluso Franco; y, ya para cerrar, el conde de Foxá, qtie acariciaba la idea de llevar a la novela, com o segunda entrega de sus p ro yectados episodios nacionales, ese bullente mundo. La plaza mayor, «donde todo el mundo podía encontrarse»; las tertulias de los cafés en ella situados; el palacio de Anaya, sede de la oficina de Pro paganda, donde estaba también Radio Nacional de España; el Gran Hotel, mentidero político sin igual (su vestíbulo, especialmente), con algunas h a bitaciones reservadas para imprevistos del Cuartel General; el hotel Pasa je, que se habilitó en ocasión de recibir a unos aviadores alemanes que lle garon a Salam anca con m otivo de la batalla de Brúñete; el palacio de Monterrey, residencia de algunos altos mandos, contaban entonces entre los lugares salmantinos más frecuentados e importantes. Con una actividad militar y política tan intensa y urgente parece no quedaría sosiego para empeñarse en una creación literaria de envergadu ra y faltaba además la organización editora que la ayudara haciéndola p ú blica. De entre los libros aparecidos entonces, ninguno de especial inte rés, podrían mencionarse el debido a Ramón Ruiz Alonso, Corporativismo (1937), prologado por José María Gil Robles, jefe político de quien pasaba por culpable directo de la detención en Granada de García Lorca; los del canónigo salmantino Aniceto de Castro Albarrán, fiel a su violento anti republicanism o, autor de Este es el conejo. Héroes y m ánires de la C ru za d a española (1938), un conjunto de breves biografías que, com o com batientes en las trincheras nacionales o com o cautivos del enemigo, sus protagonistas resultan m erecedores del homenaje que el autor les rinde; la polém ica entablada por el dom inico Ignacio M enéndez Reigada contra el filóso fo francés y sedicente católico Jacques Maritain, A cerca de la Guerra Santa. Respuesta a J. M aritain (1937). Dentro de los libros de asunto salmantino, los debidos a Am alio Huarte y Echenique, Guía de Salam anca (1938) y Antonio García Boiza, Inventario de los castillos, m u rallas, puentes, monasterios, ermitas, lugares pintorescos, etc., de la p r o vincia de Salam anca (1937), m uy eruditamente documentados. Bartolo m é Aragón G óm ez, el último visitante de Unamuno en la tarde del 31 de diciem bre de 1936, sacó, fechada en Salamanca dieciséis días más tarde, prologada por el catedrático José María Ramos Loscertales, una Síntesis de Econom ía Corporativa. S e v illa . Sevilla descolló por su actividad cultural durante estos años, así en el teatro — abundancia de representaciones y de compañías— co m o en el periodism o — diarios A B C y Fe— y en la edición de libros de v a rio asunto y de revistas. Poetas de nom bre con ocido com o Adriano del Valle o Joaquín Romero Murube hubieron de juntarse con meros versifica
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dores sin m ayor interés com o Barrios Masero y Alconchel; periodistas y narradores con obra publicada en la preguerra la continuaron ahora — ca so de Manuel Siurot y Manuel Sánchez del Arco, José Andrés V ázquez y Jo sé M uñoz San Román— ; eruditos investigadores de literatura o de historia del arte — dígase Santiago M ontoto con Sevilla en el Imperio (Siglo xvi) (1938) o José Hernández Díaz y Antonio Sancho Corbacho, autores de Los Reyes Católicos y la capilla de San Gregorio, de Alcalá del Río (1939); cer támenes literarios; reuniones académicas en la de Buenas Letras y confe rencias en el Ateneo eran clara señal de vida; surgieron también, a favor de las circunstancias, tratadistas y ensayistas com o Francisco Elias de Tejada Spínola, Carlos García O viedo y José Pemartín. Y com pletando la lista, pu blicados fuera y lejos de Sevilla hubo algunos libros com o los escritos por Edmundo Barbero — El Infierno A zul. (Seis meses en el fe u d o de Queipo). Madrid, 1937-— , Francisco González Ruiz— Yo he creído en Franco. Proceso de una gran desilusión. Dos meses en la cárcel de Sevilla. (París, 1938)— y Antonio Baham onde y Sánchez de Castro — Un año con Queipo. M em o rias de un nacionalista (Barcelona, 1938)— ·, cuyos autores trataban de in formar del envés de la realidad que se originó en Sevilla luego del triunfo obtenido por Q ueipo de Llano cuando la tarea encom endada a los ven ce dores era para algunas autoridades la de «limpiar a fondo España de marxistas». La Sevilla nacional presenció el relativo pugilato de dos periódicos dia rios: de alguna antigüedad, el primero — A B C — , y de recientísima apari ción su com pañero — Fe— , divergentes en su tendencia política dentro de la com ún ideología del bando nacional: monárquica y falangista, respecti vamente. El A B C sevillano fue a manera de tributo rendido por don Torcuato Luca de Tena a su ciudad natal y se desenvolvió siempre a la sombra de su hom ónim o madrileño pero sobrevenidas las anormales circunstan cias de la contienda que determinaron, por ejemplo, la incautación por los republicanos del rotativo madrileño, el de Sevilla hubo de suplir su forza da ausencia en la zona nacional y atender de ahora en adelante mayor es pacio que el territorio andaluz. Conservando sus características formales, añadiría sustanciales novedades informativas y literarias com o periódico pensado y hecho para buen número de lectores esparcidos por la España nacional. Los colaboradores habituales que habían quedado en ella conti nuaron la relación con la empresa y a éstos se irían juntando aquellos que eran liberados de su ingrato cautiverio, caso, v. g., de Concha Espina y de W enceslao Fernández Flórez; tendría cronistas de guerra exclusivos y sus premios periodísticos, tan prestigiosos, continuaron convocándose. Tiem po después de su fundación dirigiría Fe, enviado por Serrano Súñer, el p o lifacético escritor y avezado periodista Tomás Borrás, quien com enzó su mandato tomando en Sevilla una extraña medida: la supresión de los artícu
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los de asunto taurino, lo que h izo tem er por la aceptación del público, riesgo finalmente conjurado; otra medida acaso menos arriesgada sería la incorporación al cuadro de colaboradores de algunos escritores sevilla nos, jóvenes y tenidos por raros dada su filiación vanguardista, poetas so bre todo — caso de Adriano del Valle, Romero Murube, Laffón o Llosént y Marañón— ; artistas com o E scassiy jo sé Caballero ilustraron con sus dibu jos las páginas del diario. Pese a todos los pesares pesimistas, las noveda des en cuestión aumentaron las ventas y la publicidad pagada y, según Dámaso Santos, a l l e g ó a hacerse tan familiar entre los lectores sevillanos «como el pescaíllo frito, los picos y el vino». Ediciones Españolas se llamaba una editorial nacida en Sevilla cuando el final de la guerra civil se vislumbraba próximo y el triunfo del bando nacio nal resultaba indudable. La que fue durante algún tiempo su más divulgada y popular publicación, La Novela del Sábado, sacó su primer número, D ia rio de una bandera, reedición de un libro de Francisco Franco, coincidien do casi con el com ienzo de 1939 — exactamente, el día 28 de enero— pero algunos de los volúm enes que iniciaron su fondo bibliográfico datan de tiempo atrás; Joaquín Pérez Madrigal tomó parte muy activa en la aparición de dicha serie de novela corta, transformada pronto en revista literaria de más amplio y diverso contenido; en el artículo de presentación, sin firma pero obra quizá de Pérez Madrigal, se apuntan algunos rasgos distintivos de ella entre los que destaca el siguiente, perfectamente aplicable a los origi nales que Ediciones Españolas iría ofreciendo, ahora en Sevilla y, más ade lante en Madrid, a donde se trasladarían — n2 40 de la calle Almagro— , c o mo sociedad anónima, una vez acabada la contienda, teniendo a Joaquín Arrarás com o principal editor responsable; el párrafo en cuestión decía así: Famas personales, obras literarias que en otro tiempo alcanzaron notorie dad malsana y estimación injusta, han sido, com o otras tantas cosas, despeña das y disueltas. Es evidente que aquellos hom bres y su funesta influencia en la conciencia nacional han sido ya sustituidos con ventaja por el quehacer fecun do de otros entendimientos preclaros. Y es menester que sus figuras y sus nom bres, que el rico fruto de su esfuerzo providencialm ente recién llegado se di vulgue en el conocim iento y en la estimación populares.
No se dan nombres de escritores a quienes conviene semejante repro bación pero creo que no resultará difícil adivinarlos y en cuanto a los aludi dos «entendimientos preclaros» bastaría el catálogo de Ediciones Españolas para identificarlos: libros com o Una isla en el mar rojo (de Wenceslao Fer nández Flórez), Poema de la Bestia y el Ángel (Pemán), Tres horas en el Museo del Prado (D O rs), Memorias de un soldado locutor (Fernando Fer nández de Córdoba) o el escandaloso Memorias íntimas de A za ñ a (prepa rado por Arrarás) pertenecen a ese fondo.
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VA LLAD O LID . Valladolid o, para precisar más exactam ente, las gentes ideológicam ente afectas al Alzam iento en la capital y su provincia tuvie ron muy pronto de com enzada la guerra civil una gesta y un héroe que ce lebrar: me refiero, respectivamente, a la conquista y defensa del Alto del León (rebautizado entonces com o Alto de los Leones de Castilla) en la ca rretera Valladolid-Madrid y a Onésim o Redondo, jefe de la Falange caste llana, libertado de la cárcel de Ávila el 19 de julio y muerto en circunstan cias no aclaradas días más tarde en la localidad de Labajos en un choque con la tropa republicana y convertido en casi un mito. En un artículo h o menaje a su memoria revelaría Antonio Tovar («La sombra de Onésimo», Libertad, Valladolid, 22-X-1936) el contraste que se establecía en su ánimo considerando cóm o era en el tiempo de preguerra su personal estilo, «po co heroico y escéptico», y el de Onésim o, «por demás violento, por demás fanático», «no pude [entonces] comprenderle». Ambos rasgos de su talante — violencia y fanatismo— logró Redondo inculcarlos en sus fieles, extre mados a favor de las circunstancias españolas; el editor Afrodisio Aguado publicó en 1938 un libro del jefe falangista, El Estado nacional y una bio grafía titulada Onésimo Redondo, caudillo de Castilla, que ayudarían a mantener vivo su recuerdo. Fueron tres los editores de Valladolid más laboriosos entre 1936 y 1939: A frodisio A guado, José Ruiz Castillo y la Librería Santarén. El prim ero procedía de Palencia, heredero de un Señor Ibáñez, que fue en los años 20 primer gerente de la casa Aguado; tiempo antes de la contienda se había trasladado a Valladolid, donde com enzó ocupándose en la edición de las novelas de Carmen de Icaza y fue encargado de imprimir los diversos o b jetos anunciadores del Auxilio de Invierno (después, Auxilio Social) fun dado en la ciudad por Mercedes Sanz Bachiller, la viuda de Onésim o, en cargo que le supuso una ampliación de su maquinaria disponible. Libros que tratan de la guerra — com o el debido al militar Óscar Pérez Solís, Sitio y defensa de Oviedo (1938), crónica m uy personal y directa de los tres m e ses de asedio a la ciudad por los republicanos— ; libros de doctrina e his toria política — com o los de Javier Martínez de Bedoya, un joven falangis ta cuyo talento mereció el aplauso de Ridruejo, autor de ¡Antes que nada: P olítica! (1939), orientaciones dirigidas a la juventud española para que acertara a afrontar las dificultades que se avecinaban, y Siete años de lu cha. Una trayectoria política (1939), que es la de Falange Española histo riada por un «camisa vieja»— ; piezas dramáticas com o la de Sotero Otero del Pozo, España, inm ortal(1937), cuentan entre los editados por Aguado que, llegada la paz, se trasladaría a Madrid donde, com o librero y editor, conoció años de gran fama. José Ruiz Castillo, propietario de la editorial Biblioteca Nueva, pasó la guerra en Valladolid donde abrió Ediciones Reconquista, que tuvo una co
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lección de libros de poesía en la cual vieron la luz Horas de oro. Devocio nario poético (1938), recopilación de Manuel Machado, y Flor de romance (1939), del prolífico vate local Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña; y otra de biografías, «La España Imperial» que, de acuerdo con la mentalidad históri ca del momento, se ocuparía de «las principales figuras del Imperio», reales, eclesiásticas y literarias — díganse Felipe II, Cisneros o Lope de Vega— , presentadas en buena parte por catedráticos universitarios. Pero el caso de mayor repercusión fue una antología de textos barojianos prologada por G im énez Caballero y titulada Comunistas, ju d ío s y demás ralea (1938), acerca de cuya gestación informa Julio Caro Baroja en su libro Los Baroja·. Un día se presentó en casa [en Itzea] el editor m adrileño Ruiz Castillo, que a la sazón estaba en Valladolid. Era éste am igo de Ortega, conocido de mi tío, y vivía en la capital castellana, com o otros madrileños, más o m enos cam ufla do. Montó, com o pudo, un pequeñ o negocio editorial, en circunstancias p ési mas porque se pasaba por mom entos en los que todo era censurable y censu rado. En esta coyuntura, p o n erse a editar en V alladolid era tener un valor considerable. Pero Ruiz Castillo bu scó algún ap oyo y de este ap oyo salió la idea de que podía publicar un libro con textos tom ados de las obras de mi tío con cierto significado doctrinal y político. 9
La Librería Santarén era com o tal y com o casa editora una entrañada institución vallisoletana con un fondo bibliográfico considerable cuyo ca tálogo se estimaba en los años de que tratamos superior a «cuatro mil títu los en existencia». Sacaría ahora buen número de libros de poesía obra de valisoletanos com o Sanz y Ruiz de la Peña o Lina Tagore y de autores con m ayor nombradla com o Cristóbal de Castro (Joyel de enamoradas, 1939) o Pemán (de cuya antología poética, que fue un éxito de venta, se hicieron varias ediciones); a ello debe añadirse Lira bélica (1939), la antología que José Sanz y Díaz hizo, con acierto más bien escaso, de la poesía de guerra nacional. Claro está que predominan los libros que tienen com o asunto la contienda, testimonio de cautivos — com o la hermana de Q ueipo de Lla no, Rosario: D e la cheka de Atadell a la prisión de A lacuas... (1939)— o de combatientes, cuyos autores se com placen en rendir cuenta ya de las tri bulaciones sufridas en poder del enem igo ya de su personal contribución a la victoria. Figuran en el catálogo de Santarén libros de tema político — Falange y Requeté orgánicamente solidarios (1937), del catedrático sal mantino W enceslao González Oliveros a manera de introducción a la p o lítica del régimen, que apoya la unificación de ambas fuerzas políticas— , histórico — com o la biografía de Lsabel la Católica, fundadora de España 9 D e este agotado y buscadísim o libro, no incluido en las Obras Completas de Baroja, se hizo en 1993 (Barcelona, Ediciones B.R.L.) una edición facsimilar en tirada de 500 ejemplares.
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(1938) por César Silió, una aportación más al auge experimentado en aque llos días por el personaje y su época— o universitario — com o los debidos al catedrático de la Facultad de Medicina Misael Bañuelos: M entalidad y progreso hum ano o Principios fundam entales del arte clínico, y a Julián María Rubio, de Filosofía y Letras, Los grandes ideales de la España Impe rial en el siglo xw (1937)— . Acaso haya sucedido también a otras editoria les de la zona nacional lo que alguna vez pasó con libros publicados por Santarén, impresos deficientemente a causa de la escasez de papel y la fal ta de ciertos recursos técnicos, con lo que hubieron de sacarse, rectifican do la edición príncipe, nuevas ediciones de, por ejem plo, Rom ances de amor, de Sanz y Ruiz de la Peña y Poesía (1923-193/), de Pemán, «remonta dos los obstáculos que se oponían aparece esta nueva impresión con ma yor rango editorial». Francisco de Cossío pudiera ser estimado com o el escritor vallisoleta no más relevante y uno de los más activos en este momento, apoyada di cha nombradla por su condición de director del diario El Norte de Castilla, con una larga y prestigiada trayectoria, incrementada su plantilla de re dactores con periodistas com o Rogelio Pérez Olivares y Joaquín Romero Marchent que, desplazados de su habitual residencia madrileña, encontra rían acom odo propicio en El Norte. Más recientes en fecha de fundación y competidores suyos con acogida desigual de los lectores eran Diario Re g io n a liz e , bajo el lem a «Religión, Patria, Orden, Trabajo», cumplía en 1936 su veintinueve año de existencia y proclamaba su alegría por el Alzamiento en el número del dom ingo 19 de julio con los siguientes titulares en prime ra página, bien destacados tipográficamente: Ya no es delito gritar/,·v iv a españa.'/EI Frente Popular se ha derrum bado b a jo el p eso de sus propias iniquidades./La sangre de Calvo Sotelo, mártir de Es paña, ha liberado de sus enem igos a la patria./Las fuerzas gubernativas [sic] y del Ejército, entusiásticam ente com penetradas con el p u e b lo . /¡v iv a España, a r r i b a esp añ a, España sobre todas las cosas, y sobre España, Dios!
Y Libertad, que en su año sexto entraba en una tercera época, pasando de Semanario Nacional Sindicalista a Diario de la misma filiación y dirigi do ahora por el camisa vieja Narciso García Sánchez. Z a r a g o z a . Zaragoza, capital de la V División Orgánica cuya subleva ción fue dirigida por el general Miguel Cabanellas, reconocido miembro de la Masonería, que, sin embargo, no sufrió la persecución desatada con tra sus fieles, se vería en algún momento de la contienda amenazada peli grosamente porque quedaba relativamente cerca de las trincheras enem i gas, no obstante lo cual fue — com o escribe García Serrano (D iccionario para un macuto, vo z «Permiso»)— una alegre ciudad de retaguardia en la
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que desem bocaban los combatientes con ocasión de algún permiso y en tretenían su ocio, parece que mayoritariamente, en «batallas de amor, cam po de plumas», lo que terminó convirtiéndola en populosa urbe de la pros titución. Pero tam bién h ubo en ella una actividad editorial meritoria y abundante, servida por una red de imprentas entre las cuales destacaban las de los periódicos Heraldo de Aragón y El Noticiero que trabajaban p a ra Librería General, establecida en el Paseo de la Independencia, que lo gró un apreciable catálogo de libros nuevos y de reediciones com o la de varias novelas de W enceslao Fernández Flórez (caso de El hom bre que compró un autom óvily El malvado Carabel), aparecidas en 1938. Com o en otros lugares de la zona nacional hubo en Zaragoza algunos versificadores — no cabe llamarlos poetas— que pusieron su entusiasmo, no pequeño, al servicio de la causa nacional para celebrar a sus héroes y mártires y cantar las victorias de su ejército en com posiciones en la pren sa, recogidas después en volumen: es el caso de los eclesiásticos J. San Ni colás Francia (Alm a nacional. Canciones de guerra y de paz, 1937) y de L. Portolés Piquer (La del alba. Canciones y poemas, 1939), quienes, prac ticantes del maniqueísmo tan a la orden del día, enaltecen y fustigan con ardimiento a los que reputan buenos y malos en la historia española pre sente, que es el argumento más a propósito para buena parte de tantos li bros circunstanciales que en unos casos — com o el de José García Merca dal: Frente y retaguardia. (Impresiones de guerra), 1937 y Aire, tierra y mar. (Los más gloriosos episodios de la gesta española), 1939— ofrecen una visión triunfal de la contienda y en otros — com o sucede con Adelardo Fernández Arias en M adrid bajo el terror... (1937) y La agonía de M a drid. .. (1938)— echan mano de la memoria para recordar las vicisitudes de un ingrato cautiverio. Pero en el conjunto quedó sitio para volúm enes de índole académ ica y tema literario entre los cuales m erecen mencionarse los debidos a M iguel Artigas — La vida y la obra de M en én d ez Pelayo (1939) que viene a apoyar la antología dispuesta por él mismo, La España, de M enéndez Pelayo... (1938), cuya figura y obra com enzaba a ser objeto de preferente e intencionada atención— , a José María Castro Calvo — que documenta las Justas poéticas aragonesas del siglo xva (1937)— y a Jaime O liver Asín — que com pone para uso de los alumnos de 6° curso de b a chillerato una excelente por lo sistemática, clara y docta Iniciación al es tudio de la historia de la lengua española (1938)— . Añadiré com o última nota la publicación en Zaragoza de dos revistas harto diferentes: Aragón, vinculada por sus colaboradores a la Universidad zaragozana, divulgado ra para lectores no especialistas de m uy diversos asuntos de la realidad re gional pasada y presente; y letras, parecida en su contenido mensual a La Novela del. Sábado, que ofrecía en sus páginas relatos, versos y artículos de asunto histórico y literario.
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S a n S e b a s tiá n . Téngase presente que con la marcha de la guerra, favo rable a los nacionales, hubo algunas otras ciudades que, liberadas por sus tropas, se incorporarían antes o después a su territorio; en ellas se dio una actividad cultural que importa conocer: es el caso de, por cronología de su incorporación, San Sebastián, Bilbao y Santander. La capital de G uipúzcoa fue conquistada por la colum na del coronel Beorlegui el día 13 de septiembre de 1936 poniendo fin a su posesión por los republicanos tras un fallido intento de golpe militar que costó la vida a bastantes de los sublevados y a presos com o el político de A cción Española Víctor Pradera y el com ediógrafo Honorio Maura. A partir de entonces y dada su proximidad a la frontera francesa, San Sebastián se convirtió en al bergue de muchas gentes desplazadas de su residencia habitual y unidas por su ideología aunque desiguales en importancia económ ica y social; había allí compatriotas de todas partes y poseem os testimonios escritos sobre alguna porción de ellos: el periodista Teodoro Llórente Falcó, con el seudónim o de «Víctor Sánchez», publicó en 1942 el libro Los valencianos en San Sebastián que com prende desde marzo de 1937 hasta el final de la contienda y aunque en él sean muchos y variados los asuntos que toca hay una clara primacía de lo enunciado en el título. «San se está bien» llamaría alguna v e z García Serrano a la ciudad, considerada por Ridruejo10 com o «La gran capital de la Kermesse de retaguardia durante la guerra, con sus miles de refugiados ricos: burgueses, aristócratas de Madrid y Barcelona, con su cuerpo diplomático y con el relativo acortamiento de la distancia de clases que daba la modestia de los alojamientos de fortuna de las señoras distinguidas y el alargamiento de importancia que confería una estrella en la bocam anga o en el pecho a los muchachitos de la clase media baja, sali dos de las poblaciones más oscuras» y bendecida más de una vez por Foxá en las cartas a su familia pues «aquí [hay] muchas fiestas en el Golf, el Ten nis y grandes cenas en el Náutico, que de noche está agradabilísimo» (2VIII-1938) y además (18-X) «aquí la vida es interesante porque están las Em bajadas y los actores, toreros y literatos de Madrid. En realidad, es Madrid al borde del mar». Cosa por el estilo se desprende de las apuntaciones de bidas al general Jorge V igón (en Cuadernos de guerra y notas de p a z, Oviedo, i d e a , 1970) para quien «la gente conocida que se encuentra en San Sebastián llenaría una crónica de sociedad de La Época» y él, por ejemplo, se encuentra con Juan Ignacio Luca de Tena y hace tertulia en el Biarritz con José Félix de Lequerica, el periodista Mariano Daranas y el torero D o mingo Ortega; García Sanchiz, Agustín de Figueroa, Antonio de Lara («To no») o Zunzunegui también pasean, tertuliean, escriben y publican en es ta ciudad cuyos hoteles, fondas, pensiones y casas particulares se disputan 10 Sombras y bultos (Barcelona, Destino, 1997), p. 107.
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los integrantes de una población flotante cada vez más crecida y aunque sea párrafo contenido en una novela (p. 11 de Palom a en Madrid, de A l fonso de Ascanio) importa su testimonio por ajustado a la realidad: El hotel estaba lleno de gente, de la cual la m ayor parte se renovaba cada día; eran extranjeros de paso para Salamanca, Burgos y Sevilla que hacían en San Sebastián un p equ eñ o descanso; familias huidas o evacuadas de la zon a roja que se detenían un par de días antes de proseguir su viaje a la ciudad o rin cón provincial donde les esperaban parientes o amigos; españoles de tránsito para Europa; militares, funcionarios, hom bres de negocios y gente, en fin, cu yos rostros revelaban la desorientación de la gran tragedia que vivía España.
D e la actividad teatral easonense, que fue considerable, me ocupo en el capítulo Talía en la guerra civil y junto a ella, importante también, d e be figurar la relativa a publicaciones periódicas pues en San Sebastián ven la luz en 1937 los semanarios Potos, Dom ingo^ La Ametralladora (véase el capítulo Una hojeada a la prensa) y la revista mensual Vértice; por lo que atañe a la prensa diaria, San Sebastián contará con El Diario Vasco, del que es propietaria una sociedad anónima con mayoría de la familia Luca de T e na, lo que le comunica una orientación monárquica, en competencia con Unidad, falangista: Al m uy p o co de la liberación de la ciudad se pusieron las gentes de la D e legación de Prensa y propaganda, venidas con las tropas para ese objeto, a tra bajar en su preparación y el primer núm ero salía el 14 de septiem bre a las cu a tro de la tarde.
Manuel Fernández Cuesta y José Antonio G im énez Arnau estuvieron en su fundación y a ellos deben añadirse Vicente Cadenas y el arqueólogo Martín Almagro. Editorial Española y Librería Internacional acapara la impresión y dis tribución de los libros nuevos que no son pocos y que genéricamente se reparten entre libros de versos ·— com o el Cancionero carlista, de Ignacio Romero Raizábal (1938) y el Cancionero de la Guerra, de Casimiro Cienfuegos (1939)— , memorialísticos — com o el de Jaime del Burgo, Veteranos de la causa. Relatos y memorias (1939)— , los dedicados por García Sanchiz al recuerdo de su hijo Luis Felipe: Más vale volando (1938) y Sacrificio y triunfo del halcón (1939). Al lado de tamaña seriedad cuenta com o in tencionado contraste de ingenio y burlería gráfica y escrita Cien tonerías de Tono (1938), prologado por Manuel Halcón. B ilb a o . El País Vasco consiguió com enzada la guerra civil la aproba
ción por el gobierno de Madrid del estatuto de autonomía en que se venía
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pensando y trabajando desde tiempo atrás, hecho que motivó su adhesión a la causa republicana, sólo efectiva en las provincias de V izcaya y G ui púzcoa pero no así en la de Álava donde la sublevación triunfaría. José An tonio Aguirre, del Partido Nacionalista Vasco, fue nombrado jefe del go bierno y se atribuyó adem ás la dirección de las fuerzas y operaciones militares. La peculiaridad más singular de esa situación era el conflicto que se establecía entre el derechism o y catolicism o practicante del PNV y la ideología izquierdista y anticlerical de los republicanos del resto de Espa ña donde, por ejemplo, no estaba permitida la práctica del culto y sus sa cerdotes eran perseguidos a muerte. Conquistado San Sebastián en sep tiembre de 1936, la liberación de Bilbao se retrasó hasta el 19 de junio de 1937 cuando el general Mola, director de las acciones de guerra a ella diri gidas, había perecido en accidente de aviación; de nada sirvió para su de fensa el supuestam ente inexpugnable cinturón de hierro que protegía a Bilbao tras cuya toma por los nacionales la resistencia vasca duró cosa de un mes y dio fin con más vergüenza que gloria, m erced al llamado Pacto de Santoña entre los gudaris y las tropas del CTV (Corpo di Truppe Volontarie). Una cierta normalidad no tardó en producirse en Vizcaya y, por ejem plo, los magníficos talleres tipográficos con que contaba Bilbao se utiliza ron com o cobertura para los servicios nacionales de propaganda. En cuanto a la prensa diaria El Pueblo Vasco, periódico monárquico y españolista, se convertiría en El Correo Español/El Pueblo Vasco resucitán dose así una cabecera carlista desaparecida en 1919; no sufrió m odifica ción La Gaceta del Norte, tan prestigiosa y difundida, y para que la Falan ge tuviera portavoz El Liberal, periódico tan ligado a Indalecio Prieto, se transformó en Hierro, para cuya dirección fue designado José Antonio Gi m énez Arnau. Vio de nuevo la luz en una segunda etapa de su existencia, Haz, revista nacional y m ensual del SEU, distinguida por el ímpetu anti burgués y antiderechista de algunas colaboraciones, en su m ayoría sin firma; también vino a las imprentas bilbaínas la com posición total o par cial de Vértice, revista de ambiciosas pretensiones no siempre posibles en otros lugares. Con Bilbao tuvieron m ucho que ver las Ediciones Fe, desde los números de la revista de ese título, «al servicio del Estado nacional-sindicalista» cuya doctrina se exponía en sus páginas, dirigidas por Antonio García Valdecasas, hasta publicaciones en volum en com o (a la altura de 1938) Palabras del Caudillo y los Siete discursos de Ramón Serrano Súñer, junto a reediciones de Ramiro Ledesma Ramos — el Discurso a las ju v e n tudes de España— , Onésim o Redondo — El Estado Nacional— y José A n tonio Primo de Rivera — un primer intento de Obras Com pletas— ; añá danse los facsím iles de Arriba y Fe anteriores a la guerra civil y los volúm enes iniciales de la serie «Breviarios del Pensamiento Español» que fueron un Donoso Cortés, a cargo de Antonio Tovar, y un Juan de Mariana,
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preparado por Manuel Ballesteros Gaibrois. Ediciones Jerarquía también sacaría en Bilbao El viaje del joven Tobías (1938), pieza dramática de G on zalo Torrente Ballester con ilustraciones de Juan Cabanas. S a n ta n d e r . La indecisión, estimada com o pasividad culpable por las au toridades republicanas santanderinas, del coronel José Pérez García una vez iniciado el Alzamiento trajo como consecuencia su encarcelamiento, juicio, condena a muerte y posterior absolución, pero Santander y su provincia co nocieron en la guerra civil un periodo republicano hasta su conquista por el ejército nacional el 26 de agosto de 1937 y, desde ese día, un período de sig no contrario, dolorosos ambos com o testifica la novela postuma de Manuel Llano, Dolor de tierra verde. A finales de agosto del 36 tuvo lugar el acto de clausura del cuarto curso de la Universidad Internacional, presidido por su rector, el científico Blas Cabrera; alumnos y profesores de ella corrieron ya en estas fechas suerte bien distinta: cárcel, asesinatos, improvisados refu gios, huidas a otras tierras pero a la vuelta de dos años las actividades inte lectuales santanderinas del verano se reanudarían con un nuevo derrotero com o acredita el folleto anunciador de los Cursos para Extranjeros corres pondientes a 1938 en cuya portada se hacía constar: «Curso para Extranjeros que se celebrará en Santander, bajo el patronato de la Sociedad Menéndez y Pelayo, del 1 de julio al 25 de agosto de 1938, II Año Triunfal/Director Excmo. Sr. D. Miguel Artigas, Director de la Biblioteca Nacional. D e la Real Acade mia Española. Secretario limo. Sr. D. Joaquín de Entrambasaguas, Catedráti co de Universidad, Delegado Provincial de Educación de FETy de las jo n s . Con la colaboración de los más altos valores de la Cultura española y del Movimiento Nacional». Por lo que atañe a la sección de Literatura Española esos «valores» eran: Joaquín de Entrambasaguas, Guillermo Guastavino Gallént (del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos), Pemán (que hablaría sobre el Romancero), José Rogerio Sánchez (sobre la Mística espa ñola), Luis Rosales (anunciado com o Director de las Ediciones Jerarquía, del Ministerio de Interior), Francisco Maldonado de Guevara (sobre la Pica resca), Artigas (dos lecciones sobre el Quijote y tres sobre «Menéndez Pela yo y la cultura española»), mas Antonio de Obregón (Secretario del Departa mento Nacional de Cinematografía del Ministerio de Interior), acerca de «Lo que ha sido y lo que puede ser la Literatura en el Movimiento Nacional». El Ateneo inauguró su actividad el 20 de octubre de 1937 con una con ferencia a cargo de un señor López de Letona, comandante del ejército y, a la sazón, D elegado de Orden Público, que disertó acerca de «Los intelec tuales en el N uevo Estado», asunto m uy traído y llevado en aquellos y en posteriores momentos; cinco días más tarde intervino Eugenio Vegas Latapíe, ensayista y miembro destacado de A cción Española, que ahondó en «Las raíces espirituales del Movimiento Nacional».
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En la prensa santanderina se mantuvo El Diario Montañés, de signifi cación inequívocam ente derechista que dirigía Manuel G onzález Hoyos, con larga experiencia com o periodista y autor del libro Esto pasó en Astu rias (impreso en Burgos por RayFE), donde utilizaba el testimonio de al gunos religiosos cautivos de los republicanos; a este rotativo se añadiría, de nueva creación, Alerta, falangista, cuyo primer director fue Patricio G onzález de Canales, que enseguida dejó com o sustituto a Manuel Balles teros Gaibrois, joven profesor de historia y combatiente en la guerra civil, que lo fue hasta fines de 1938; la natural competencia entre ambos diarios parecía decidirse a favor del más joven que, por su pertenencia a una ca dena extendida por la España Nacional, podía ofrecer com o colaborado res mayor número de prestigiosas firmas. Contaba Santander entonces con los talleres tipográficos Aldus, donde se imprimieron bastantes y m uy diversos libros, encargados por sus auto res o por algunas editoriales com o Cultura Española que ya antes de 1936 respondía de las publicaciones en volum en de -Acción Española» y que ahora las continuaría con títulos com o los de índole ensayística debidos a Juan José López Ibor — Discurso a los universitarios españoles (1938)— , Eu genio Vegas Latapíe — Romanticismo y democracia (1938)— y José Pemartín — ¿Qué es lo nuevo? Consideraciones sobre el momento españolpresen te (1938)— , exponentes, cada cual a su manera, de un pensam iento tradicionalista y reaccionario en una línea marcadamente maurrasiana se guida en su país de origen por intelectuales como el historiador Pierre Gaxotte, cuyo estudio sobre la Revolución Francesa fue traducido al español y publicado por Cultura Española en 1938, año en que también lo fue la bio grafía Isabel de España (la Reina Católica) por William Thomas Walsh. Es pasa-Calpe imprimiría igualmente en Aldus varios libros: una segunda edi ción de Cheste o todo un siglo, por Antonio Urbina (1939) y Aurelio Joaniquet, Calvo Sotelo, Una vida fecu n d a . Un ideario político. Una doc trina económ ica (1939), tributo de reconocimiento a quien era llamado en tonces «Protomártir de la Cruzada»; de mano de Espasa salió ese mismo año un libro del Conde de Romanones, Los cuatro presidentes de la primera Re pública Española, por el estilo de las rememoraciones históricas suyas apa recidas tiempo antes.11 Algunas mediocres novelas y algún libro de versos completan el catálogo santanderino de publicaciones en estos años. 11 D esd e las páginas d el diario pam plónica ¡Arriba España/un editorial denunciaba gra vem ente el día 23 de abril de 1938, Fiesta del Libro a la editorial Espasa-Calpe co n estas p a labras: «Hoy en los escaparates de todas las librerías se e xp o n e la co lección «Austral» de la Espasa-Calpe. T ien e m ucho qu e purgar y qu e rectificar esta Editora. Pues bien·, ahora, sin enterarse p o r lo visto del n uevo espíritu de España, nos presenta títulos co m o éstos: D es cartes, Discurso del Método, co n den ad o p o r la iglesia, en el índice. El Matrimonio de Com pañía de Lindsey y Evan. D e O rtega y G asset -¡cóm o no!— su Rebelión... y El tema de núes-
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B a r c e l o n a . Puede incluirse com o remate de esta recapitulación capita lina Barcelona que fue liberada por las tropas nacionales el 26 de enero de 1939 y que vivió dos meses la condición de zona nacional; durante ellos re anudó su actividad literaria y editorial pero antes de tratar este asunto he de informar sobre una iniciativa de Dionisio Ridruejo relativa a Cataluña que destaca por su importancia y mala fortuna. Atañe a su lengua y cultu ra, tan hostilmente vistas por algunas poderosas gentes del bando nacio nal a causa, sobre todo, de la historia reciente; en desacuerdo con esa p o s tura, Ridruejo y su equip o burgalés, en el que había varios catalanes, dispusieron una bien intencionada y patriótica campaña de unidad que terminó, casi sin haber com enzado, de manera tristísima. Era preciso eli minar en unos y otros, catalanes y no-catalanes, cualquier recelo separa dor; explica Ridruejo que «para entraren Barcelona habíamos preparado, a cargo de catalanes siempre, camiones de propaganda, y hasta ediciones literarias de sus obras más respetables, en el lenguaje vernáculo» y el mis mo día de la conquista de la ciudad, acom pañando a las tropas mandadas por los generales Solchaga y Yagiie, llegaba Ridruejo a la sede de la Comi saría de Propaganda y se instalaba en el que sería su despacho dispuesto a actuar sin perder tiempo, pero las nuevas autoridades capitalinas — que lo eran Elíseo Álvarez Arenas, general nombrado gobernador militar, y Wen ceslao G onzález Oliveros, catedrático universitario de Salamanca y gober nador civil— anduvieron más diligentes y frustraron el reparto del mate rial acopiado, que sería finalm ente destruido; sem ejante torpísim o anticatalanismo fue apoyado desde las páginas de La Vanguardia (rebau tizada ahora com o «'Española») por Luis de Galinsoga («Siul»), sustituto al p oco de la conquista de Manuel Aznar com o director del diario. Ridruejo y los suyos habían preparado, con la ayuda del ministro Serrano Súñer, un «manifiesto» dirigido a los catalanes, abierto y com prensivo para sus pro blemas e inquietudes com o tales, en versión castellana y catalana (debida ésta a Ignacio Agustí y Juan Ramón Masoliver) y dispuesta para ser lanza da públicam ente, que «apenas p udo circular». Confesaría Ridruejo años más tarde que «las primeras medidas de ocupación — m ezcla de hosque dad represiva y beatería empalagosa— me pusieron al borde de la náusea. Regresé a Burgos descorazonado y enfermo [...]».12 Quienes se comportaron de ese m odo no pudieron impedir que en se guida se reanudara la actividad editorial barcelonesa com o acreditan los li bros publicados en el mismo 1939 por Yunque — como la biografía Retablo
tro tiempo. El e stú p id o p ay a so R am ón G ó m ez de la Serna, R usell y Tom ás M ann, c u y o m ensaje de adhesión a Negrín gritaban antes de ayer todas las radios rojas. Esto es insulto y sacrificio para los caídos y para los combatientes». 12 Casi unas memorias (_Barcelona, Planeta, 1977), p. 18.
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de Reina Isabel, de Luys Santamarina— y Apolo — com o los tomos de la colección de poesía «Azor», debidos a Félix Ros y Luys Santamarina, y Pri mer libro de amor, de Ridruejo— . La acción humana y cultural de Santa marina deponiendo a favor de sus colegas encausados por sospechosos de izquierdismo y separatismo, o com o director de la anarquista Solidari dad Obrera (ahora «Nacional») y presidente del Ateneo fue (según el perio dista que firmaba «Sempronio») «un cable salvador [pues] evitó que fuera ocupado o incautado y arrancó de Madrid sustanciosas e imprescindibles ayudas económicas»; en contraste con la actitud hostil de Galinsoga y com pañía se deben a este cántabro falangista palabras de elogio a la lengua ca talana por el estilo de las siguientes (artículo en Solidaridad,,., 9-VII-1939): Vuestra vieja cultura, catalanes, cuajada en vuestra lengua, la len gu a de Ramón Llull y de Muntaner, la lengua de los marinos de Roger de Lauria y de los voluntarios de Prim ha dejado de ser un peligro para nosotros, para la gran España, y no sólo ha dejado de ser un peligro, sino que es un adorno, una pre sea más en el tocado de la Patria.
Madrid. Tam bién Madrid, a un tiempo execrado, por enem igo desde julio del 36, y añorado desde la zona nacional por gentes com o Edgar Ne ville, José Vicente Puente, «El Tebib Arrumi» o Agustín de Foxá — «y en Salduba, de Zaragoza; en Tudanca, de Burgos; en Novelty, de Salamanca; en Xauen, de San Sebastián, ante el cognac con sifón que servía de w h isky español, el alférez provisional afirmaba en m edio de la admiración de to dos: Desde mi puesto del Clínico se ve cambiar el trole a los tranvías» («An helo de Madrid», ABC, Madrid, 26-V-1939)— , se incorporó prestamente a la normalidad en sus teatros, en sus periódicos^ y en sus editoriales: Biblio teca Nueva (Roto casi el navio..., versos del agustino Félix García, 1939), Silverio Aguirre (que imprimió en noviem bre del mismo año La mejor rei na de España, pieza dramática de Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco), Espasa-Calpe (que sacó una antología del Balmes político preparada y pro logada por Juan Bautista Solervicens, 1939), a las cuales, trasladadas a la capital, se unirían m uy pronto Ediciones Españolas y Afrodisio Aguado. El
c o m p r o m is o d e l o s in t e l e c t u a l e s
Lamentable la suerte de nuestros intelectuales a causa de la guerra civil pues con ella se acentuaron la desconfianza y el descrédito que padecían entre alguna paite de sus compatriotas, inmisericordes con ellos a quienes '3 Caso de A B C que el mismo día is d e abril de 1939 estrenaba una redacción que tenía co m o director a Juan Ignacio Luca d e Tena, ayudado por redactores com o José Cuartera, Juan Bautista A cevedo y Manuel Reverte y colaboradores com o Azorín, G onzález Ruano, Concha Espina, Fernández Flórez, Eugenio Montes o Salaverría que retom aban a la que fuera su casa.
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CLilpaban de bastantes calamidades patrias; el fracaso de la convocatoria formulada por la Asociación al servicio de la República — fueron sus funda dores Marañón, Ortega y Pérez de Ayala— avivó en bastantes españoles el m enosprecio para el gremio intelectual y rotas las hostilidades proliferaron las posturas banderizas y el «conmigo o contra mí» se hizo ley inexcusable lo que produjo, además de militandas apasionadas, exilios salvadores — en París e Hispanoamérica— desde bien pronto y el nacimiento de la llamada Tercera España — ni rojos, ni azules— , mal vista de ordinario en los días de la contienda por unos y otros beligerantes y motejados sus miembros como partidarios de «una nación ginebrina, afrancesada y masónica», según la n o menclatura de Giménez Caballero, quien extrema su repulsa pidiendo para ellos «¡que se queden sin patria!» (artículo en ABC, Sevilla, 6-X-1937). Para los fieles de uno y otro bando solamente valía el compromiso como actitud dig na, exigida desde la España nacional por fray Justo Pérez de Urbel en un desatentado ensayo («El arte y el Imperio», na 3 de Jerarquía, Pamplona, marzo de 1938, pp. 71-92), solicitador de un gesto de los intelectuales consis tente en su ofrecimiento sin condiciones, manifiesto en palabras como: «Aquí estamos dispuestos al servicio generoso de nuestro rango. Nuestra pluma será espada, bastón, salterio, mástil, antorcha, bandera...; todo lo que quiera la Patria». Academias, universidades, otras instituciones — la Iglesia, entre ellas— , com o conjuntos, y sus integrantes, como personas, quedarán obligados a esa actitud en los tremendos días que corren. La guerra civil supuso serio trastorno en la vida de las A c a d e m ia s , a las cua les había despojado el régimen republicano del adjetivo «Reales» y, ya en ple na contienda, remataría su hostilidad hacia ellas disolviéndolas. Por lo que hace a la de la L e n g u a y a sus cargos directivos sabemos que en enero de 1936 falleció su secretario, Emilio Cotarelo Morí, cuya familia y espléndida biblio teca hubieron de abandonar el edificio académico (calle de Felipe IV) donde residían; le sustituiría Julio Casares que, debido a la guerra y a dicha disolu ción, no lo fue efectivamente hasta tres años después; quedó asimismo la corporación sin director porque Ramón M enéndez Pidal, que ocupaba el puesto, decidiría exiliarse en París. No p oco anómalamente continuaría fun cionando la Academia en la zona nacional al margen incluso de sus estatutos — como lo acredita, por ejemplo, la elección y recepción de Manuel Macha do— : presidiría Pemán, que era sólo académico electo y celebraría los actos públicos en San Sebastián, como un refugiado más en esta ciudad, con esca sa asistencia de miembros pues entre fallecidos — como Manuel Linares Ri vas en la zona nacional y Serafín Alvarez Quintero y Armando Palacio Valdés en la republicana— , exiliados — además de Menéndez Pidal, estaban en Pa rís Azorín, Baroja y Pérez de Ayala— o residentes en la zona republicana — Benavente, Tomás Navarro Tomás o Blas Cabrera— era difícil conseguir
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buen número de asistentes. Al p oco de concluida la contienda retom ó la Academia a su casa madrileña y, por ejemplo, en noviembre de 1939, recibe una petición formulada «por el gobernador civil de Barcelona que desea ro bustecer, con la autoridad de la corporación, su propósito de sustituir con pa labras castizas ciertos vocablos exóticos que pretenden introducirse en el uso corriente: en lugar de m enú dígase ‘minuta’, brasserie debe traducirse por «cervecería», water-closet se sustituirá por ‘retrete’ y hall por ‘recibidor’» (.La Novela del Sábado, Madrid, n2 28,25-XII-1939, p. 89V4 Respecto del I n s t i t u t o d e E s p a ñ a , reunión de todas las Academ ias en tonces existentes (seis en total) — «Si las Academ ias representan los varios saberes, el Instituto de España encarna la unidad del saber»— , tom o de la revista Vértice (na 17) la noticia siguiente: Restauradas las Reales Academ ias, por D ecreto que se dio el 8 de diciem bre anterior [1938], para rem ozo de nuestra antigua costum bre de ligar el vivir doctoral al dogm a de la Inmaculada; tom ados corporativam ente los oportu nos acuerdos por los representantes de aquéllas, que se reunieron en Burgos el 29; convocado, el 2 de enero [1939], el Instituto, a la v e z que se elegía a Ma nuel de Falla su Presidente, y a Eugenio d O r s su Secretario Perpetuo, la pri mera sesión se celebró con gran solem nidad en Salamanca, el día 6 de enero, festividad de los Santos Reyes, prestando todos los académ icos el juramento de fidelidad estatuido.
Falla, residente en su carmen granadino hasta que decidiera exiliarse en Argentina, renunciaría alegando motivos de salud; D O r s fue el todo poderoso organizador y redactó la fórmula para el juramento académ ico en la que no faltaba una alusión a los Ángeles Custodios;1?en la directiva le acom pañaban Pedro M uguruza (de Bellas Artes) com o canciller, Miguel Artigas (de la Lengua) com o bibliotecario y Agustín González de Am ezúa (de la Lengua) com o tesorero. La iniciativa contó desde el principio con el beneplácito de Pedro Sainz Rodríguez, ministro de Educación Nacional, que encargó al Instituto la redacción de los textos obligatorios «para todas las escuelas de España» y concedió a la Librería Internacional, de San Se bastián, su distribución. Venía a sustituir a la Junta para Am pliación de Es tudios e Investigaciones Científicas y sus miembros apenas dispusieron de tiem po para realizar las tareas encom endadas ya que se lo impediría la *4 A lon so Zam ora V icente inform a en las p áginas 459-465 d e su docum entado libro sobre la A cadem ia de la Lengua de las vicisitudes corridas por la institución y p o r sus m iem bros en la zon a nacional durante los años d e la guerra civil :5 Se p regu n tab a a lo s q u e h a b ían de jurar: «Señor A cad é m ico Ju rá is p o r D io s y p o r vuestro Á n gel Custodio servir perpetua y lealm ente a España, bajo im perio y norm a de su Tradición viva: en su Catolicidad, que encarna el Pontífice de Roma; en su continuidad, re presentada p o r el Caudillo, Salvador de nuestro pueblo?», y éste contestaba: «Sí, juro».
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creación no mucho después (noviembre de 1939) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas que absorbería, aunque nominalmente, al Ins tituto de España que continuó — y continúa— existiendo. Fueron de gran solem nidad los actos que celebró y de entre ellos destacarían el de consti tución en Salamanca y el académ ico de Sevilla para dar posesión a d O r s y a Muguruza; uno de los últimos sería celebrado en Madrid (diciembre 1939) com o homenaje a la memoria de los académ icos fallecidos, ocasión en la cual Eugenio D ’Ors afirmó su compromiso con estas palabras: Las Academ ias han hablado de sus muertos y asesinados, pero es preciso h a blar de otras víctim as de la barbarie: las propias A cadem ias que fueron vil m ente asesinadas el 13 de septiem bre de 1936, en que villanam ente, de una plumada, sin experiencia alguna, se las disolvió, para constituir un comité con sus despojos. En un m om ento q u ed ó destruido lo que había costado tantos años y hasta siglos construir.
Pedro Sainz Rodríguez (1897-7986), miembro del primer gobierno na cional presidido por el Generalísimo, fue ministro de Educación Nacional, nombre que sustituyó al de Instrucción Pública y Bellas Artes; com o tal, en el tiempo que estuvo desem peñándolo — de enero de 1938 a 1939, cuando su afición conspiratoria y su adhesión a la monarquía borbónica fueron causa de su cese— hizo una buena labor creando, por ejemplo, la Orden de Alfonso X el Sabio, dedicada específicam ente al m undo de la cultura; dividiendo en dos secciones — Bibliotecas y Museos— lo que era la Direc ción General de Bellas Artes, con Javier Lasso de la Vega y Eugenio d O rs, respectivamente, com o jefes; y proyectando un plan de Bachillerato cícli co con siete cursos y una prueba final de los conocim ientos adquiridos en su transcurso — «Examen de estado» era su nombre— que daba acceso a la Universidad. Se había metido en política cuando la Dictadura de Primo de Rivera y contribuido a fundar «Acción Española» (revista y grupo); había si do diputado en el parlamento republicano y com o consecuencia de seme jante actividad su trabajo de investigador y crítico literario parecía haber sido pospuesto. La bibliología era la materia de su cátedra en la Universi dad Central y la figura y la obra de Menéndez Pelayo, una de sus máximas devociones. Pese a su situación de persona m uy ocupada y urgida encon tró tiempo en estos años bélicos para dar a la imprenta varios trabajos de carácter político-cultural com o La escuela y el estado nuevo (Burgos, 1938), La fu n c ió n de la Universidad en la form ación de una conciencia nacio n a l española (La Coruña, 1938), M enén dez Pelayo y la educación nacio na l (Santander, 1938) y N acionalización de la Cultura (La Coruña, 1938). Soltero y bon vivant hay constancia cierta de sus escapadas del ministerio para comer o cenar, o distraerse. Bastantes años más tarde, regresado del exilio en Portugal, pediría para su labor en el Ministerio la m ayor com-
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prensión posible habida cuenta de las circunstancias españolas que se le imponían: Todos los m uchachos jóvenes en edad universitaria estaban en el frente. La autoridad del gobiern o no alcanzaba más que a las provincias ocupadas por la España nacional: es decir, había más de media España fuera de mi juris dicción. D e todo esto resultaba que mi actuación fu ese más bien teórica o doctrinal que efectiva.
Tuvo com o subsecretario a Alfonso García Yaldecasas, uno de los tres oradores del mitin fundacional de Falange Española en el teatro de la C o media (Madrid, octubre de 1933). Pemán, su amigo y correligionario, celebraba en Sainz Rodríguez la con dición de unificador de la grey estudiantil pues, sin grandes poderes para ello, p o co más que el de un delegado de Educación, había conseguido, mediado 1937, «la difícil tarea básica de la unificación de las organizaciones escolares universitarias» que eran, junto al SEU, los estudiantes católicos y los carlistas, valido para ello de «una mente rigurosa y una voluntad acce sible» (artículo en ABC, Sevilla, 1-IX-1937); Serrano Súñer, com pañero de gabinete, lo moteja de legislador «vaticanista» que, al frente de su departa mento, «se defendía ingeniosam ente no tomando dem asiado en serio su función y mientras... intrigaba».
M ir a d a
so b r e la
U n iv e r s id a d
Fue en una velada necrológica sin m ayor importancia, organizada por el SEU de Sevilla en homenaje a su afiliado Antonio García de la Torre, en alguno de los discursos pronunciados donde se revelaba la existencia de un ánimo hostil hacia la Universidad considerándola culpable de algunas malhadadas circunstancias españolas coetáneas: Patricio G onzález de Ca nales, com bativo periodista, recordó «cómo la cátedra fue manchada por la negativa labor de los pedantes» y José Cañadas, estudiante universitario, dijo «que la causa de todos los males de España había sido la Universidad, poseída por una pseudo-intelectualidad embustera», exageraciones reco gidas por un anónim o cronista del acto (ABC, Sevilla, 13-XI-1937) pero, desdichadam ente, cosa no m uy distinta dirían otras personas de la zona nacional y con directos y resentidos porm enores puede encontrarse a ma nos llenas en el libro Los intelectuales y la tragedia española (1937), obra de E n r i q u e S ú ñ e r O r d ó ñ e z (1878-1941), catedrático de Pediatría en la Fa cultad de Medicina madrileña desde 1921, nombrado posteriormente Con sejero de Instrucción Pública, que lo com puso durante 1936-1937 y lo con clu yó en Burgos el 28 de febrero de ese últim o año. Es a m anera de
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memorias, significativo desahogo contra unas circunstancias y unas gen tes a las cuales se responsabiliza de la tragedia aludida en el títLilo al tiem p o que el autor declara su adhesión a la ideología defendida por Franco, «nuestra esperanza en estos momentos [pues] de su vida depende senci llamente el porvenir de España». Declara también el deseo que le anima, a saber: descorrer una parte del velo encubridor de los autores trágicos que nos han llevado al caos en que vive una gran parte de España; bu sco el señalarlos con el dedo, delatando con todo valor, duramente, sin eufem ism os ni atenuacio nes, sus turbias actividades y los planes de que se valieron
y a fe que lo hace cuando propugna, por ejem plo, «radicales y enérgicas medidas defensivas» y, más concretamente, practicar una extirpación a fondo de nuestros enem igos, de esos intelectua les, en primera línea, productores de la catástrofe,
tarea a la que sabemos se aplicó com o miembro de la Comisión de Cultu ra y Enseñanza, según Ridruejo «inquisidor implacable». Los enem igos aludidos no son otros que los directores de la Institución Libre de Enseñanza fundada por Francisco Giner de los Ríos y, en tiempos más recientes, secretariada por el catedrático universitario José Castillejo Duarte cuya «gran inteligencia» se dirige «al daño moral y material de nues tra raza y de nuestro país»; a manera de ramas de semejante «secta», que se extendió enseguida, considera el autor la Junta para Am pliación de Estu dios y la Residencia de Estudiantes, organismos muy a propósito para el eficaz despliegue de la «catequesis atea y revolucionaria de la Institución», presente además en la tribuna del Ateneo de Madrid, «centro cultural» con vertido en los años veinte «en un club de agitación política de la peor es pecie»; más o menos por entonces, la ILE decidió «lanzarse a la conquista de las cátedras universitarias, com enzando por las de Madrid y Barcelona», objeto de manipuladas oposiciones, sistema de acceso tachado de incom patible «con la civilización europea» y entre los valedores del cambio figu raba Marañón, una de las personas más combatidas por su colega, quien se com place en recordar recientes palabras suyas (febrero 1937) en las que confesaba: «He sido engañado, me he equivocado». Las vicisitudes acadé micas y políticas ocurridas aproximadamente entre 1920 y el estallido de la guerra civil, vividas de cerca por Súñer, constituyen el asunto de su reme moración o alegato. Súñer p resid ió adem ás el Tribunal N acional de R esponsabilidades Políticas y fue nom brado en 1937 director de la Real Academ ia de Medici na; cuando en este mismo año hace balance (entrevistado por «Juan de
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Córdoba» en A B C , Sevilla, 27-XI) del trabajo de la Com isión de Cultura y Enseñanza recuerda que hem os establecido la enseñanza de la Religión y hem os repuesto el Crucifijo en las escuelas», «la Com isión ha creado Juntas de Arte en todas las poblaciones liberadas, y ha creado el Servicio Artístico de Vanguardia», «hemos creado Jun tas de Expurgo que apartarán inexorablem ente cuantos libros atenten a la Pa tria y el O rden y difundan ideas disolventes y demoledoras.
El expurgo iba dirigido no sólo contra cierta clase de libros,16 sino tam bién contra las personas, esto es: aquellos docentes que por su pertenencia a la Institución Libre de Enseñanza, a la Masonería, a los partidos y organi zaciones frentepopulistas, o por sus hechos y dichos en alguna ocasión re sultaran desafectas al Alzamiento y merecedoras por ello de castigo: el más frecuente y benigno, el cese en su condición de catedrático; hubo entonces en todas las universidades españolas de una y otra zona casos de sanción y, también, de cárcel y hasta de muerte — así sucedió con el rector (que lo era desde abril del 36) de Granada, Salvador Vila, catedrático de árabe, preso en Salamanca (había sido alumno de Unamuno) y conducido a Granada, don de fue fusilado; y en Oviedo, con el rector Leopoldo Alas Argüelles, hijo de Clarín, catedrático de D erecho Civil, juzgado por un tribunal militar en la ciudad cercada desde hacía meses por el bando republicano, condenado a muerte y ejecutado el 20 de febrero de 1937— . A veces, com o en el caso de la cátedra madrileña de Américo Castro y el rectorado salmantino de Una muno ocurriría que su cese fue doble, decretado por ambos gobiernos b e ligerantes. La depuración se extendió asimismo a las Escuelas del Magiste rio y a los Institutos de Enseñanza Media. En ambas zonas fue suspendida la enseñanza en la Universidad pues sus estudiantes se habían convertido en soldados voluntarios o forzosos pese a lo cual se celebraría en la zona nacional el acto de apertura de cur 16 Tom o del núm ero 9.303 del vallisoletano Diario Regional los párrafos más significati vos sobre el caso de la circular que co n fecha 2i-X-r93
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so, con una particular insistencia en los componentes religiosos y patrióti cos del mismo, asistido ahora con la presencia de toda clase de autoridades y jerarquías. Es noticia bien conocida aunque no siempre rectamente c o mentada el incidente que se produjo en el paraninfo salmantino — día 12 de octubre, fiesta de la Raza o de la Hispanidad— por la intervención del rec tor Unamuno y la interrupción del general Millán Astray y por ello no en traré en su relato; ambos gobiernos beligerantes le destituirían com o Rec tor de la Universidad y, tras su muerte, el periódico madrileño El Liberal (3-I-1937) titulaba la correspondiente necrología «Ha muerto un traidor». Se rrano Súñer (p. 159B de su libro Entre el silencio y la propaganda..., Barce lona, Planeta, 1977) exculpaba en cierto m odo a Millán con estas palabras: Creo que h ay que atribuir — más que a otra cosa— al constante deseo de presencia y espectacularidad del General su participación en el incidente [...]
Pero más sorprenden las escritas por Eugenio Vegas Latapíe en los ca pítulos 24 («La última lección de Unamuno») y 25 («Antes de cantar el gallo») de su libro memorialístico Los caminos..., donde (pp. 112-113) afirma que m e encontraba m uy cerca de Millán Astray; p u ed o por ello negar, rotunda mente, que lanzara después [de su interrupción del discurso de Unamuno gri tando «¡Muera la intelectualidad traidora!»] ningún otro grito similar, ni m ucho m enos el fam oso ¡Viva la muerte!, que es el grito de la Legión;
informa de que (p. 114): lo más desagradable para nuestra Com isión de Cultura y Enseñanza, que n o quiso intervenir en nada, según instrucciones recibidas del cuartel general, fue la noticia de que el claustro universitario, reunido el día 13 a petición de Ra mos Loscertales, había acordado solicitar la destitución de Unamuno y p rop o ner a Esteban Madruga com o rector. Estoy plenam ente convencido que todo ello fue una maniobra, hábilm ente recatada, del profesor G onzález Oliveros, con el designio secreto de que el nom bram iento recayera en él
(Madruga, catedrático de la Facultad de Derecho, sería nom brado el día 22); y niega la forzosa reclusión de don Miguel (p. 115): D espués de haber llegado Unamuno a su casa aquella tarde del día 12, no es cierto qu e perm aneciera en ella definitivam ente recluido. Sé de algunas personas que le vieron más de una v e z por la calle de la Compañía.
Pero la cobardía de algunos com pañeros de don Miguel y de algunos vecinos de Salamanca le condujeron a una m uy dolorosa situación que amargó sus últimas semanas.
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Caso distinto fue el de la apertura del curso en la Universidad de Sevilla donde el discurso inaugural fue pronunciado por Jorge Guillén, su catedrá tico de Literatura Española, cuya frialdad marcó de entrada notoria diferen cia con el apasionamiento unamuniano; el poeta había sufrido ya unos días de prisión en Pamplona, sabía que no era persona bienquista por algunas gentes del bando nacional y pretendía abandonar España. En carta al hispa nista J. Lechner (desde Río Piedras, 10-IV-1964) confesaba que «me vi obliga do a poner en español un poem a de Claudel [la «Oda a los mártires españo les»] [...] La sangre había llegado, en efecto, al río durante aquella guerra, y a un nivel de circunstancias que produjeron aquel acto de pluma sometida»; en Sevilla, 1937, a cargo de la Secretaría de Ediciones de la Falange, se publi có esa traducción. Pero antes fue el acto académico y en él, celebrado como el de Salamanca el día 12 de octubre, fiesta de la Raza, el breve discurso guilleniano sin la más mínima salida de tono: comenzaba con una respetuosa bienvenida al Gran Visir, visitante entonces de la ciudad, continuaba con la oportuna exaltación de la efem éride y se cerraba aludiendo al Alcázar de Toledo, liberado días atrás, «en ruinas pero eterno», «el acontecimiento más reciente que mejor patentiza la inextinguible fortaleza de una raza inextin guible»; sin dar nombres de ellos, califica de «muy gloriosos y ya fabulosos» a los defensores del edificio, con quienes «se sienten unidos en la más hon da, más grave, más decisiva unanimidad todos los defensores y ganadores de la España que no quiere perecer». El grito de ¡Viva España! remataba las circunstanciales y medidas palabras del autor de Cántico }7 Sin alumnos regulares varias Universidades de la zona nacional organi zaron esporádicamente cursos destinados a otras personas sobre m uy di versos asuntos, dando cumplimiento así a una disposición de la Junta T éc nica del Estado (septiembre 1937) que las instaba a que celebraran estos cursillos, más de uno y en diferentes épocas del curso, a cargo de p rofe sores de toda garantía, así científica com o ideológica, para tratar tem as m uy diversos siem pre con un carácter y tono divulgativo com o dirigidos a un pú blico variado y, desde luego, no estrictamente universitario; se pondrán bajo el nom bre (o la advocación) de M enéndez Pelayo.
La de O viedo, p ese a las circunstancias extremas por que atravesaba, se adelantó a todas sus congéneres y establecida en la villa de Luarca, a donde se había trasladado, organizó un ciclo de conferencias con temas jurídicos, científicos, filosóficos e históricos.
17 El texto del discurso gu illen ian o p u ed e leerse en las páginas 365-369 del libro Jorge Guillén, Cienfuegos... y otros inéditos (1925-1939), preparado por G uillerm o Carnero (Uni versidad de Valladolid, Cátedra Jorge Guillén, 2005).
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El 23 de octubre de 1939, ya en la paz, se celebro solemnísimamente en Madrid, edificio de la calle de San Bernardo, la inauguración, ahora con alumnos regulares, del curso académ ico 1939-40, acto en el que intervino José Ibáñez Martín, ministro de Educación Nacional, cuyas palabras fu e ron una decidida reafirm ación del ideario nacional com o lo acredita el siguiente párrafo: Esta no es una de tantas inauguraciones rituales del curso académ ico. Es tamos en presencia de una coyuntura excepcional. Yo em piezo por condenar, en nom bre de los universitarios que han conservado intacta su fe, a los hom bres de intelectualismo frío y loco que renegaron del Magisterio imperial y ca tólico y fueron con sus fariseos científicos [sic] los m áxim os responsables d e la decadencia espiritual de nuestro pueblo. España ha vuelto a iniciar una etapa universitaria en su Historia. Tenem os otra v e z la voluntad de Im perio en la cultura hispánica [...] Em pezó la decadencia de España precisam ente cuando dejó extinguir en su recuerdo el estilo, el ritmo y la m edida de lo clásico. En el siglo XIX, ya la Universidad olvidó lo religioso y reviste caracteres de m ayor dramatismo porque se busca en ella el instrumento fácil para la turbia política oscilante [...] H ay que hacer una Universidad qu e responda a la contextura y al estilo de la N ueva España.
LA INTELECTUALIDAD SOSPECHOSA O ENEMIGA
Cuando el ministro Ibáñez Martín condena «a los hombres de intelec tualismo frío y loco» debe entenderse que dirige un ataque a buen número de compatriotas que antes de y en la guerra civil adoptaron, con palabras y hechos, una actitud contra la esencia espiritual de España m erecedora de repulsa; de semejante deslealtad participaron algunas gentes del m un do de la cultura que, dentro del siglo xx, iban desde los integrantes de la generación del 98 hasta otras más jóvenes, pasando por la generación novecentista o del 14 — Ortega y Gasset, encabezándola— y la del 27; htibo en todas ellas quienes se mantuvieron al margen o incluso en contra de se mejante deslealtad; próxima o llegada la hecatom be hubo quienes, tráns fugas o conversos, enderezarían su rumbo. Com o antecedente en el tiem p o de la apuntada deslealtad trabajó, poderosam ente influyente, la Institución Libre de Enseñanza creada en 1876 por el catedrático de la Uni versidad de Madrid Francisco Giner de los Ríos, víctim a de num erosas arremetidas durante la contienda y en la inmediata posguerra:18 se la hacía 18 Un libro colectivo, Una poderosa fuerza secreta, p ub licado en 1940 en San Sebastián reco ge los más arrebatados juicios contra la Institución y sus hom bres, disuelta la primera y persegu idos los segun dos que perm anecieron en España.
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responsable de las tropelías com etidas por los republicanos en cuanto que «forjaron generaciones incrédulas y anárquicas». En m ayo de 1940 se decidió desde el ministerio de Educación Nacional la incautación de sus bienes al tiempo que José Pemartín, alto cargo del mismo, afirmaba que si en la última mitad del estúpido siglo xix hubiese existido la Inquisición y da do su m erecido al puñado de cursis y am pulosos krausistas y a la Institución Libre de Enseñanza, cuajada de arribistas y heréticos..., hubiéram os evitado seguram ente esta atroz guerra civil española, verdadera guerra de R eligión que nos llega con un retraso de tres siglos.
Y puestos a tratar de siglos de la historia de España importa saber que des pués de su época imperial, tan gloriosa y merecedora de total reconocimien to, vinieron el siglo xvni — enciclopedista y afrancesado— ■ y el xix — liberal y antipatriota, «mentecato» al decir de José Carlos de Luna (ABC, 2-IX-1937): El ochocentism o sorbía el perfum ado rapé y estornudaba con dengues ul trapirenaicos, congestionado entre el corbatín de raso y el som brero peludo de copa gigantesca, im puesto por la m oda británica. Se hipaba con Musset, se suspiraba con lord Byron y se tronaba con Víctor Hugo.
La receta que debía aplicarse sin tardanza entre nosotros para salir de se mejante largo atasco era de fácil formulación y realización, nada menos que «volver a impregnarnos del espíritu del siglo xvi, imperial, heroico, sobrio, castellano, espiritual, legendario y caballeresco», según Federico de Urrutia. La posible lista de inculpados se abriría con la generación del 98 cuyo pesimismo sobre España y los españoles fue uno de los caracteres de su obra más impugnados aunque no faltarían sobre el particular posturas un tanto comprensivas com o la manifestada por un anónimo colaborador, jo ven sin duda, de la revista del SEU H a ziv r 8 segunda época, Bilbao, 31-XII1938, p. 30) para quien Críticos y crítica: es el resum en del 98. Era su momento. Era la ocasión de la critica y ésta fue constructiva, puesto que hizo hombres de los españoles que venían siendo botarates. Y al crear esa idea de la responsabilidad en ellos, la g en eración del 98 daba tam bién un atisbo de nueva vida, de recu p eració n aunque éste resulte más bien llanto por lo perdido. Su obra es de n egació n constante, de negación que trilla un cam ino para el futuro constructivo. R a m ir o d e M a e z t u fue el único miembro de ella que escapó al maltrato sufrido por la generación, habida cuenta de su conversión, tras los días ra dicalizados nietzscheanos de finales y principios de siglo, a una ideología conservadora y la posterior militancia política así com o de su libro D efen sa de la H ispanidady del relevante cometido en la empresa de «Acción Es
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pañola»; por último, su asesinato a m anos de los gubernam entales (Ma drid, octubre de 1936). Todo esto explica los frecuentes y fervorosos re cuerdos que le fueron tributados en forma de edición de sus obras o de monografías individuales y colectivas dedicadas a su figura. Distinto fue el caso de B a r o j a y de A z o r í n , únicos supervivientes de la generación, regre sados a España tras un tiempo de exilio en París. ¿Qué fue lo que escribie ron y les aconteció entonces? El com ienzo de la guerra civil cogió a Baroja veraneando en Vera, acom pañado en la casona de Itzea por buena parte de su familia, y a los muy p o cos días del 18 de julio fue detenido por una patrulla de requetés: «nos pusieron [sus captores] delante de una pared. Yo supuse que allí terminába mos [Baroja y sus dos acompañantes en el automóvil interceptado]» ,pero la intervención de «un oficial del ejército español m uy elegante, que era Mar tínez Cam pos [quien] dio una orden de libertad» salvó a los prisioneros; después de este incidente, lo más sensato era aprovechar la proximidad de la frontera francesa para escapar del peligro y así lo hizo don Pío estable ciéndose en San Juan de Luz, donde vivió algún tiem po en condiciones más bien precarias hasta que aceptó la hospitalidad que le ofrecía el direc tor del Colegio español en la Ciudad Universitaria de París. Empezaba así un ingrato exilio de soledad y apretura económ ica, atenuada por su cola boración en el diario bonaerense La Nación, que terminaría con el regreso a España en septiembre de 1939. Dicho exilio fue interrumpido breve tiem p o cuando el escritor decidió acudir en Salamanca a la constitución del Ins tituto de España y hacer el obligado juramento: Allí encontré [declaraba a Marino G óm ez Santos, Españoles sin fronteras, Bar celona, Planeta, 1983, p. 234] a miembros de las Academ ias que habían llegado casi todos de San Sebastián. Algunos evitaban el saludarm e porque pensaban, seguram ente, que les com prom etía. Y o m e limité a cum plir con aquel co m promiso. Cuando la persona que tom aba juramento a los académ icos me p re guntó que si juraba o prometía, le respondí: «Lo que sea costumbre». Me volví en seguida a Vera y a los pocos días el dibujante Baldrich, hijo del general Mar tínez Anido, m e facilitó la docum entación para que pudiera volver a Francia.
(Marañón, el escultor Sebastián Miranda y Azorín, también exiliados en Pa rís, fueron sus compañeros más habituales en esos días). Corría septiembre de 1936 cuando A z o r í n , al que acom pañaba su espo sa, emprende la salida de España que culminará días más tarde con la lle gada a la capital francesa donde permanecerían hasta agosto de 1^9:^ viaje En más d e una ocasión han sido reproducidas algunas fotografías parisinas de A z o rín, en las que se le v e acom pañado por P ío Baroja, o conversando con M enéndez Pidal y Marañón, o en los puestos de libros viejos del Sena.
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en ferrocarril desde Madrid a París, con recaladas intermedias en Valencia y Barcelona, tres ciudades españolas situadas entonces en la zona republica na; era la cuarta estancia francesa del escritor pero esta vez «de un m odo p e noso» pues «no puedo menos de pensar en la cuestión económica», ya que no tardando podrían acabarse los dineros traídos de España; semejante in seguridad acecha a buena parte de los personajes que com parecen en las páginas de Españoles en París. Al creador de esos personajes lo sacará de apuros una invitación de los Paz, directores del periódico bonaerense La Prensa, para que colabore en el mismo y así le hicieron «vividero» París y, consecuencia de ello, tenemos las piezas reunidas en dicho libro y en los dos que siguieron inmediatamente — Pensando en España (1940) y Sintien do a España (1942)— , formándose una trilogía cuyos integrantes se conti núan y complementan ya que no son pocas las semejanzas que ofrecen. Ayer y hoy. Memorias (Santiago de Chile, 1939), A q u í París (Madrid, 1955) y La guerra civil en la frontera (Madrid, 2005) son los libros que recogen la producción periodística del exiliado Baroja que, tal com o se reitera en sus páginas, no toma partido por ninguno de los bandos beligerantes pues uno y otro han cometido gruesos errores y han actuado criminalmente. La Re pública y sus partidarios (sobre todo si se trata de comunistas) son objeto de rotundo rechazo pues «no com prendió desde el primer momento que [...] debía a su enem igo tradicional, al conservador, al católico, al reaccio nario, tratarle con cierta consideración, com o a vencido [en abril de 1931]» y, ya en la guerra, «la desintegración del país se va consumando [y] el gobier no de Valencia es un fantasma y no representa nada» pero allá se andan los nacionales que, pese a sus proclamas de catolicismo y de sus invocaciones a la religión casi com o patrimonio exclusivo suyo, son crueles e injustos, torturan y fusilan com o sucedió, sin ir más lejos, en el pueblo de Vera, y en «unas proporciones horribles». Baroja tiene motivos sobrados para acrecen tar su pesimismo sobre el ser humano en general y el español en particular que vive ahora «en una actitud violenta, en un sueño de sangre y de ven ganza». ¿Cómo inclinarse ante semejante panorama por unos o por otros cuyas ideologías le parecen «igualmente pobres, míseras y mediocres»? Contenido revelador el de esos tres libros pero se trata de libros estructu ralmente desordenados y mediocres, escritos sin mayor orden ni concierto, a salga lo que saliere; de ahí, las repeticiones, la falta de un hilo conductor, hasta casos de incorrección expresiva; Baroja ha entrado en la decadencia aunque conserve animación y gracia en los pasajes narrativos.20 20 O tro tanto cabe decir de la n ovela Las miserias de la guetra, relativa a la contienda es p añ ola que, »escrita, o cuan do m enos com puesta, entre 1949 y 1951», cae fuera del tiem po acotado para nuestro libro; ha sido publicada (Madrid, Caro Raggio) en 2006.
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Dos libros barojianos más caen dentro del período acotado, a saber: la novela Susana — de la que se habla en el capítulo Novelistas y novelas— y una antología de textos ligados por particular intención temática qu e produjo expectación no pequeña a su salida, Comunistas, ju d íos y demás ralea, enigmático libro que publicó el editor Ruiz Castillo en Valladolid. Son casi trescientas páginas, que se abren co n un prólogo, «Pío Baroja, precursor español del Fascismo», debido a Ernesto G im énez Caballero, personaje importante dentro del bando nacional a quien algunos com en taristas consideran responsable de su contenido; vien en seguidam ente dos partes: «El comunismo, los judíos y otros temas de h oy y de ayer», la primera y «Páginas para una antología de actualidad», su compañera; se trata de textos publicados ya en la prensa, los unos y los restantes, fragmen tos de libros barojianos desde El tablado de Arlequín (1903) hasta Rapso dias (1936). En los prim eros artículos — cuatro anteriores a 1936 y los otros siete, com puestos en 1936 y 1937— queda patente una postura ideológica marca da más que por la adscripción a determ inada política por el rechazo de fuerzas enemigas, caso del comunismo y del judaismo así com o de sus m i litantes, culpables de tropelías y maldades sin cuento pues del primero re cordará Baroja las «consignas de odio y de exterminio» que difunde ince santemente y por doquier al tiempo que «tiene el cuidado de pintar com o próxim o un paraíso que p u ed e ilusionar al obrero europeo», engañosa utopía que suele encontrar adeptos y, en cuanto al judaismo, «tiene desde hace siglos el deseo de imponerse al m undo m ovido por un fondo de ren cor contra Europa». Por lo que a España se refiere el autor, que se define com o «un hombre de buen sentido» y respetuoso con la realidad, franco ti rador e independiente por naturaleza, m enciona la revolución asturiana de 1934 com o «el movimiento más fuerte, feroz y brutal que ha habido en España» y alude al paso a los crímenes cometidos más recientemente por «el jefe o jefecillo socialista o comunista» que, entre nosotros, «ha ido segu ramente donde no pensaba ir». Más alusiones a nuestra patria hay en el artículo «Expectación», conver sación mantenida en Vera con un grupo de jóvenes falangistas en la cual sale a relucir el dicho prólogo de Gecé, conocido por don Pío, que afirma: «Yo no me creo un precursor del fascismo», una ocurrencia cu yo funda mento le parece escasamente convincente; declara haber conocido a Le desma Ramos y sus planes políticos que, a su aparición, no le parecieron «viables» y más adelante confiesa que «no creí nunca en la República», ni en sus políticos más conocidos «Divos o aspirantes a divos»— ; tam poco «creí en Azaña», que «no tiene nada de genio y es, sí, un enamorado de la pom pa y de la grandiosidad». De la República de 1931 pasa el escritor a la guerra civil, aún viva en los frentes de combate, y anticipa la suerte final de
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ella: «el final de la guerra, con el triunfo de Franco, se dibuja m uy clara mente», advirtiendo a continuación del esfuerzo que será necesario para salir con bien de trance tan dificultoso. Todo esto lo sostiene fundado en su experiencia de viejo que no elucubra pretenciosamente ni luce erudi ción histórica o política. El calificativo «enigmático» va por algunas cuestiones de preparación y autoría acerca de las cuales contamos con opiniones contradictorias: de es te modo, el catedrático Manuel García Blanco afirmaba que la segunda par te del libro había sido «espigada» por el mismo Baroja, mientras que otros comentaristas la adjudican ya al editor Ruiz Castillo, ya al prologuista del volumen. No fue, desde luego J u lio Caro Baroja, el sobrino favorito, quien ha declarado sobre el particular: «no sé a ciencia cierta quién fue». El título sí fue idea del editor si atendemos a la declaración del propio Baroja:21 «Fue cosa del editor. Desde que tuve conocim iento de él me pareció exagerado y así se lo dije; pero insistió diciendo que sería de gran éxito, que le gusta ba mucho y que se lo aprobase. Castillo pensaba de buena fe que, desde el punto de vísta editorial, el título resultaba un éxito». Y acertaría porque el li bro tuvo en seguida segunda edición y agradó y disgustó a tirios y troyanos. El regreso a España de Baroja y su instalación en Madrid (calle Ruiz de Alarcón, donde pasaría vida m uy retirada hasta su muerte, 1956) fue des igualmente acogida por sus compatriotas, afectos y hostiles; patriarca de nuestra novela, continuó escribiendo y publicando — sus memorias Desde la última vuelta del camino, siete tomos, cuentan destacadamente en ese conjunto último— : le ayudaba eficazmente su sobrino Julio y le hacía ter tulia un grupo de fieles amigos. D e nuevo con Azorín añadiré que la guerra civil no es directamente el asunto de Españoles en París, si bien constituye una realidad terrible que (en más o en m enos) afectó a los personajes. Éstos son huidos de Espa ña y refugiados en París y ello les concede, de entrada, una característica com ún pero lo mismo que su vida presente en París aunque m uy pareci da no es idéntica, su inmediata pre-historia española — que pasó en Ma drid o en otros lugares innom inados y rurales— , p oco más que aludida, difiere en lo individual dentro del general dolor de España. N atividad (persona en el recuerdo de Rodrigo de Carvajal, su marido) «había sido asesinada» (cuento «No está la Venus de Milo»); para el innom inado p o e ta de «San Sebastián, en París» las cosas no habían sido mejores, salvo la supervivencia, ya que «todo en España había acabado para él. T odo lo 21 M anuel García B lanco en La Novela del Sábado, n2 3 ,ri-II-1939, p. 5. Julio Caro Baroja, Los Baroja (Madrid, Taurus, 1972), p. 306. Marino G óm ez-Santos, Españoles sin fronteras (Barcelona, Planeta, 1983), p. 232.
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había visto derrumbarse. El ambiente que había respirado durante cu a renta años se había disipado violentamente» y, a cam bio de sem ejante vacío, en su p ech o tenía clavada la saeta del odio; don Santiago Villar («Job está en París»), hacendado rural de «cuantiosa» fortuna, se ha q u e dado pobre y «sin nadie en el mundo»; la preocupación actual de Emilio Cantos («Hay loto en París») son las consecuencias del cerco de Madrid por las tropas nacionales, que «se iba estrechando» (puede pensarse en los primeros días de noviem bre de 1936), y la suerte reservada a los seres queridos que tenía en esa ciudad; el anónim o protagonista de «El pobre pescador» sin duda fue perseguido para asesinarlo y «ha podido escapar a la muerte»; más explícito hasta cierto punto («Rebeca, en París») es el caso de Rebeca de Guzm án, condesa de Fuencisla, qu e «ha pasado en España por el m ayor de los espantos: de sus brazos le han arrancado a su hijo Enrique para matarle»; mal debió de pasarlo en su parroquia el sa cerdote Prudencio García («Un loco en la Sorbona») que ahora, en París, «siente un probando espanto» cuando recuerda su pasado inmediato; la voluntad de sor Anunciación en «No rom pen su voluntad» ha sido más poderosa qu e quienes, asaltantes d el co n ven to de clausura, «han roto hierros de rejas y mármoles de altares», finalmente, el innom inado visi tante de la iglesia de la Magdalena («Misa m ayor en la Magdalena») com para los edificios d edicados al c l ü í o en Francia y en España y remata contem plación y cotejo preguntándose: «me acuerdo de las iglesias de España. ¿Qué ha sido de muchas de esas iglesias?», pregunta que, tras el caso del cura Prudencio y de la monja Anunciación, resulta mera interro gación retórica. Frente a cada uno de los casos aducidos el lector del libro azoriniano puede echar de menos indicaciones concretas de, v. g ., dónde pasó la des gracia o tropelía que, a m edias palabras (o m enos), se apunta; quién o quiénes actuaron violentam ente y cuáles eran los m otivos de su actua ción, así com o cuál podía ser el pecado (o pecados) de las víctimas; por úl timo, ¿a cuál de los bandos beligerantes pertenecían en cada cuento unos y otros, verdugos y víctimas? Escasa ayuda presta Azorín sobre el particu lar: se trata, en suma, de la discreción elusiva azoriniana, característica de su talante una v e z extinguido el ardor expresivo del anarquista im prope rante y del noventayochista comprometido que fuera Martínez Rliíz en la mocedad. He aquí otro porm enor que le aparta de los escritores sobre la guerra de España pues, si son nativos, difícilmente p ued en evitar algún apasionam iento banderizo que, en los años de lucha y p o co después — tanto en España com o en el exilio— , se manifestaba significativamente así en el aplauso del bando propio com o en la condena del bando enemi go. ¿Con qué bando estaba más de acuerdo Azorín? No, desde luego, con el gobierno de la República a la que, después de un período de entusiasmo
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y beneplácito, atacaría;22 cabe preguntarse entonces si no pertenecía, al igual que otros ilustres compatriotas exiliados entonces, a lo que algunos han llamado la Tercera España. Regresado a España en agosto de 1939 y establecido en Madrid conti núa Azorín su labor literaria con unos cuantos libros más — seis novelas entre ellos— y una frecuente colaboración periodística hasta p o co antes de su muerte en 1967. A p o co del regreso, el padre jesuíta Quintín Pérez arremetía contra él en una revista de la Compañía porque se permitió en un artículo («Un N ietzsche español», La Voz de España, San Sebastián) mencionar sin insulto al filósofo alemán y establecer un paralelo con Gracián y M aeztu, mientras que Serrano Súñer h ubo de m antener a raya a quienes dentro de la Junta Política de FET y de las JONS deseaban prohi birle que escribiera, castigo que, según sus detractores, Azorín tenía bien merecido por su condición de tránsfuga político.
G
u e r r a d e m a n if ie s t o s
Muy divididas anduvieron la llamada intelectualidad y la república li teraria española en los años anteriores a julio de 1936, división que venía ya desde el cam bio de régim en — 1931— cuando, por ejemplo, se produ ce una abundante desbandada en las filas de La Gaceta Literaria que de ja solo, en situación de «Robinson», a Ernesto Gim énez Caballero, su di rector, acusado de fascista; es m om ento en qu e el com prom iso de intelectuales y creadores literarios se im pone ineluctablem ente y la «pu reza» es desplazada por la «revolución», según la terminología em pleada por Cano Ballesta. Com enzada la guerra, el deslinde ideológico se extre ma, las relaciones amistosas se rom pen en más de un caso y de una a otra trinchera se prodigan los ataques más encendidos entre sus defensores; recordaré aquí la arremetida global de Agustín de Foxá contra algunos, sin dar nombres, de nuestros míseros intelectuales de antes de la guerra, enredadores y chismosos. ¡Ah, sórdida cacharrería del Ateneo! ¡café de madrugada de don Ramón en la La Granja el Henar!; ¡tertulias de brasero, gato y julepe de Manuel Aznar [...] Por qu e no creían en la fuerza, ni en el heroísmo, ni en la Patria. Porque eran rece
22 D e ello h ay muestra en el repertorio de textos periodísticos azorinianos reunidos p or Víctor O uim ette en el vo lu m en La hora de la pluma. Periodismo de la Dictadura y de la República (Valencia, Pre-textos, 1987) cuando, refiriéndose al prim er bien io republicano, escribe p or ejem plo que «esos dos años son un ingente m ontón de lo qu e L ope de Vega lla m aba la olorosa transformación amarilla·'.
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losos, antideportivos, adiposos, hom bres de frase retorcida y de agudeza amar gada. 23
Pero también se produjeron arremetidas individualizadas de las que re cordaré dos de Eugenio Montes (artículo «Ejemplos al revés», ABC, Sevilla, 22-I-1937) contra Bergamín — «el mosquito que com enzó por hacer diablu ras para terminar por ser demoníaco partidario del mal por el mal, poseído hasta las entrañas (hasta sus malas entrañas) por el Maligno»— y contra A l berti que, luego de una etapa de poesía no ideologizada (poesía que «era bonita»), consiguió en otra posterior que «de sus versos se alejara la gracia fugitiva, embarullándose en charanga arrabalera la armonía inicial». La bibliografía que trata.de nuestros intelectuales durante la contienda, su relación con uno y otro bando beligerante, atacados o defendidos, es numerosa y por ello sólo ofreceré algunas noticias em pezando por el ma nifiesto de los intelectuales residentes en Madrid — son ellos: Ramón M e néndez Pidal, Antonio Machado, Marañón, Teófilo Hernando, Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez, Gustavo Pittaluga, «Juan de la Encina», G on zalo Lafora, Antonio Marichalar, Pío del Río Ortega, Ortega y Gasset, Igna cio Bolívar— que, con fecha 30 de julio del 36, aparecen como los abajo firmantes [que] declaramos que en el conflicto que ha determ inado la guerra civil en España, nos ponem os del lado del Gobierno, de la Repúbli ca y del P ueblo que con tan ejem plar heroísm o está com batiendo por sus li bertades»
pero cuando algunos consiguieron más adelante salir de la España repu blicana no dudarían en declarar públicam ente la coacción a que se vieron sometidos para firmar, com o fue el caso, entre otros, de Ortega y Gasset en la revista londinense The Nineteenth Century, primero y com o apéndice en las nuevas ediciones de La rebelión de las masas, quien decía: Mientras en Madrid los com unistas y sus afines obligaban, bajo las m ás graves am enazas, a escritores y profesores a firmar manifiestos, a hablar por radio, etc., cóm odam ente sentados en sus despachos o en sus clubs, exentos de toda presión, algunos de los principales escritores ingleses firmaban otro m anifiesto donde se garantizaba que esos comunistas y sus afines eran los d e fensores de la libertad. Evitemos los aspavientos y las frases, pero déjesem e invitar al lector inglés a que im agine cuál p u ed e ser mi primer m ovim iento, que oscila entre lo grotesco y lo trágico. Porque no es fácil encontrarse con m ayor incongruencia... 23 Arrem ete Foxá en el artículo «Gabriel cTAnnunzio» (ElDiario Vasco, San Sebastián, 3111-1938), n ecrología del poeta italiano reciente su fallecim iento y, para él, ejem plo de m u chas buenas cualidades.
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Todo ello — manifiesto madrileño y aclaración de los interesados, ya en el exilio— dio lugar a más réplicas y contrarréplicas entre las cuales destaco la nota producida en Salamanca (octubre de 1936) y emanada de los servicios de Prensa que dirigía Millán Astray, cuyos contenido y expre sión delatan la autoría de G im énez Caballero, entonces adscrito a ellos, quien increpaba así a los firmantes: Equivocada filosofía, equivocada co m ente la de estos hom bres a los que una exacta denom inación llam ó (durante estos últimos tiem pos) intelectua les. H om bres que andaban co n el intelecto; los qu e veían las cosas ca b eza abajo, con opiniones al revés (enrevesadas) y cuya esp ecie o casta era m uy antigua, sin embargo, en la historia espiritual del mundo. Pues ya en griego se les denom inó Los de parecer contrario (heterodoxos). Y tam bién sofistas: los que ponían la verdad a su gusto. Místicos ansia España que, frente a los in t e l e c t u a l e s : rebeldes, insum isos y locos por una absurda libertad, m uestren a los dem ás españ oles que no hay l i b e r t a d v e r d a d e r a , com o dijo un m ístico contem poráneo nuestro, m ás q u e e n l a su m isió n .
El II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, celebrado en Valencia, Barcelona y Madrid en 1937, elaboró otro manifiesto dirigido «a la España sometida al fascismo» y firmado, entre otros asistentes, por Benavente, Antonio M achado, Jacinto Grau, Caries Riba, Jorge Rubio, A n tonio Zozaya, «Corpus Barga», Bergamín, el doctor Lafora, el pintor José Gutiérrez Solana, Ramón María Tenreiro y José María Sacristán; se pedía en él a los españoles de la zona nacional que dejen de ser víctimas y depongan las armas, ayudando así los buenos propósitos del gobierno republicano en bus ca de la armonía y de la reconstrucción de España.
Con llamadas así no ha de extrañar que en la zona nacional se calenta se el ánimo de algunas gentes mal dispuestas a recibir cuanto viniera del enem igo y que un grupo de catedráticos universitarios — com o A n gel G onzález Palencia (Madrid), Antonio de G regorio Rocasolano (Zarago za), Dom ingo Mirai y López (Zaragoza), Ricardo Royo-Villanova Morales (Zaragoza) y Miguel Sancho Izquierdo (Zaragoza)— redactaran un con tra-manifiesto en el que, v. g., se insiste en «la diferencia entre la anarquía reinante en la zona republicana y la normalidad existente en la zona na cionalista». Cada cual por su cuenta y riesgo, ya inmediatamente de sem e jante disputa — 1937— , ya en los posteriores 1938 y 1939, se com placieron algunos escritores nacionales — caso de Pemán, Mariano Tomás, Francis co G uillén Salaya o García Sanchiz— en dejar constancia explícita de su postura al respecto con palabras ciertamente apasionadas. La requisitoria
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se extendía a veces más allá de nuestras fronteras com o hizo Manuel Iriba rren (artículo «Paradoja. M editaciones del momento», ¡Arriba España/, Pam plona, 29-XI-1936) respecto de los extranjeros llam ados hispanistas: «¡Cuidado con los hispanistas! Salvo rara excepción, el hispanista nos miró y consideró exclusivamente com o cuerpo muerto, com o objeto estético, digno de su curiosidad analítica».
F ranceses
en la
E sp a ñ a N a c io n a l
Ya que han salido a relucir los extranjeros debe decirse que su interés por nuestra guerra civil fue grande, inclinado por uno u otro bando beli gerante, com o sobradam ente lo acredita su intervención efectiva en la contienda no sólo con armas y soldados pues también las plumas se im plicaron en su desarrollo, creyéndose con derecho a opinar p ese a que más de una v e z «usufructuaban una ignorancia radical sobre lo que ha pasado en España ahora», com o dijo O rtega sobre Alberto Einstein. D e entre quienes se mostraron adictos a los nacionales Antony Beevor (au tor del libro La guerra civil española, Barcelona, Crítica, 2005) nombra a R oy C am pbell, Peter K em p, Jam es Norm an, W illiam Flerrick, Charles Maurras, Paul C laudel, Pierre Drieu de la R ochelle, Robert Brasillach, Henri Massis, Evelyn Waugh, Ezra Pound, Hillaire Belloc, Arnold Lunn. Hubo, por ejem plo, algunos intelectuales franceses que manifestaron su ad hesión visitando la zona nacional y escribiendo sobre ella artículos periodísticos y libros: es el caso de Pierre G axotte — director del sem a nario Je suis partout que, al cumplirse dos años del Alzam iento, le dedi có un núm ero extraordinario con colaboraciones especiales de españo les com o Lequerica, Pujol, Aznar, H alcón y V íctor de la Serna— , René Benjam ín — m iem bro de la Academ ia G oncourt, que estuvo en Bilbao p o co después de su conquista y en Salamanca; acom pañado por José Ig nacio Escobar visitaría algrinos frentes de com bate— , Pierre Hericourt — autor de P o u rq u oi Franco vaincra, con prefacio de Maurras, París, 1937— , Henri Massis y Robert Brasillach — adm iradores de la gesta del Alcázar toledano, de la que dejaron constancia en Les cadets de lA lc a zarÇParis, Pion, 1936); a Brasillach se le debe tam bién una Histoire de la guerre d'Espagne— . Todos ellos pertenecían o estaban ideológicam en te m uy próxim os al grupo de la «Action Française», presidido por Charles Maurras, que fue recibido en la España nacional por Franco con h ono res casi oficiales, hom enajeado en San Sebastián (donde conferenció), nom brado correspondiente de la Academ ia de la Lengua, encantado de su viaje a los frentes de Cataluña. H ubo asimismo periodistas que cum plieron el oficio de cronistas de guerra, militares com o el general Duval
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y políticos com o Jacques Doriot, jefe de un m ovim iento político presun tamente fascista.^
C o n ver so s
o tr á n sfu g as
El 18 de julio de 1936 cogió a bastantes españoles — las vacaciones de verano por medio— en lugares que no eran los de su residencia habitual y que podía no corresponderse con la que fuera su querida zona ideológica; de ahí los variados refugios para esconderse, las peripecias corridas para pasar de una zona a otra o para marcharse al extranjero, circunstancias de las cuales dieron fe en multitud de escritos memorialísticos. Ocurrido co m o consecuencia de la guerra u originado en años anteriores hubo perso nas que experimentaron un cam bio radical en su ideología política, tráns fugas o conversos que, p o r so sp ech oso s de interesada deslealtad, no siempre fueron bien acogidos en el puerto de llegada y que, com o es ha bitual en tales casos, extremaron el tono expresivo de sus afirmaciones y negaciones. ¿Podrían ser incluidos en esta especie quienes com o Antonio Tovar, Javier Conde o Martín Almagro tenían nota de izquierdistas — de la f u e , por ejemplo, el primero de ellos de quien escribe Ridruejo (p. 86A de Casi unas memorias) que «procedía de la FUE, y hasta su viaje a Alemania en el año 1935 había sido invariablem ente un liberal. La trágica partición española y un cierto deslumbramiento por la eficacia en la rápida recupe ración alemana relacionada con el auge del Nacional-Socialismo, habían hecho tambalear sus convicciones y le habían empujado hacia el falangis mo»— ; o Manuel Aznar, cuyos cambiantes antecedentes periodísticos se tradujeron en graves acusaciones en San Sebastián donde estuvo a punto de ser fusilado, interviniendo a su favor el general Mola, primero, y Ma nuel Hedilla, más tarde; o Arturo Campión (1854-1937), con fama de nacio nalista vasco, que el 14 de septiembre de 1936, a p oco de ser liberado San Sebastián hizo pública su adhesión al Alzamiento con el texto siguiente. Tengo el gusto de hacer constar que, liberada esta ciudad de la tiranía roja, quiero manifestar a la v e z qu e mi protesta más enérgica por el incalificable proceder del nacionalism o vasco, mi adhesión inquebrantable a la Junta Na cional de Burgos. *4 A la profesora Judith K een e se d e b e el libro Fighting fo r Franco, p ublicado en 2002 (B arcelona, Salvat Editores) con el título de Luchando por Franco. Voluntarios europeos al servicio de la Españafascista, 1936-1939, en el que se docum enta la participación en nuestra guerra civil de un variopinto grupo de voluntarios, entre 1.000 y 1.500 individuos — in gle ses, irlandeses, franceses, rusos blan cos y rum anos— ven idos a España para, de u n m odo u otro, «combatir junto al b an d o del gen eral Franco».
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El caso más conocido de «converso» fue el protagonizado por Joaquín Pérez Madrigal (1899-1988), autor de uno de los primeros libros de asunto bélico que vieron la luz en zona nacional, Augurio, estallido y episodios de la guerra civil (Ávila, 1936), fechado en septiembre el final de su com posi ción e impresión en los talleres de la Imprenta Católica de Sigirano Díaz, «un relato tan veraz com o directo y sencillo». El contenido del mismo se adecúa a lo indicado en su título y se orde na cronológicam ente pues «aLigurios» se refieren a los revueltos días inm e diatos en Madrid — Pérez Madrigal, diputado, piensa en marcharse de la peligrosa ciudad— ; se va a Navarra y en Pamplona asiste al «estallido» del Alzamiento; automovilizado y con estancias y contactos allí y, también, en Ávila y en Valladolid (en ambas reside algún tiempo) y en algunos frentes (com o cronista) sigue de cerca la marcha de los acontecimientos y conoce así algunos «episodios», material apto para com poner este libro (o conjun to de «notas») con cuya publicación «pretendo en escueto estilo periodísti co, recoger y fijar el recuerdo de cosas y em ociones que, en mi concepto, m erecen una anotación». Añádanse los documentos oficiales — bandos de Mola, de la Junta Suprema Militar, instrucciones reservadas del Director y órdenes del mismo, etc.— que constituyen valiosa aportación. Pérez Ma drigal explica y justifica su conversión, ahora claramente arrepentido: Y o he sido político. Diputado a Cortes en las tres legislaturas de la Repú blica. Sin duda, me corresponden responsabilidades m orales en la consum a ción de yerros y en la aceptación de n o pocas infamias. Y o no m e equivoqué sino en la época inicial [de la república] en la que España entera se equivocó unánime. D espués rectifiqué [...], de la pasión viré a la reflexión; del odio ciego, irrazonado, a la contem plación cordial y reposada; de la negación sistemática, dem agógica, iconoclasta, a las afirmaciones categóricas del derecho a la vida, al amor, a la fe.
Vinieron después otros libros, todos ellos con buen éxito de público com o lo prueban las repetidas ediciones. En Tipos y sombras de la trage dia. Mártires y héroes. Bestias y farsantes (1937) hace la apología del A lza miento y del 18 de julio, hecho y día que dejaron atrás años y recuerdos, afanes y penas, virtudes y pecados, esto es: «toda una vida de inútiles es fuerzos y de honrados errores [los suyos]»; Pérez Madrigal desea que se es time que todo lo que cuenta y opina en el libro «es verdad». A q u í es la em i sora de la flota republicana (1938), al igual que El m iliciano Remigio p a la guerra es un prodigio (1937), reúne una serie de «comentarios burlescos de actualidad» transmitidos por Radio Nacional, comentarios humorísticos (o tal pretende su autor), el cual declaraba en una especie de prólogo que en ellos «no hice burla por frivolidad», que no «cultivé en el horror de los com bates, la fácil eLitrapelia por com placencia de mi temperamento» sino,
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contrariamente, porque «los rojos, que los oían, se enfurecían al cauterio del sarcasmo y de la burla. Y ése era el fin que perseguía mi penoso es fuerzo». En ambos dom ina un humorism o burdo o de brocha gorda, sin mayor gracia y con una extraña forma esperpéntica que arranca del sema nario político antirepublicano Gracia y Justicia, dirigido antes de la guerra por Manuel Delgado Barreto, bien lejos de la finura y la ironía de Fernán dez Flórez o de Julio Camba. Disparos a cero (1939) obedece al mismo im perativo de actualidad y es libro de combate cuyo autor se permite no p o ca libertad para alcanzar su propósito denunciador. Cierra la enum eración de su obra el folleto Grandeza y símbolo de Teruel (1939), tres intervencio nes en Radio Nacional de España, emisora de la que Pérez Madrigal era colaborador: trata de las batallas libradas en esa ciudad y alrededores du rante el invierno de 1937.
Capítulo II UNA HOJEADA A LA PRENSA: DIARIOS Y REVISTAS
Más b ie n accidentada corrió la vida de los p eriódicos en los m eses vís pera de la guerra civil cuando el ánimo de muchos españoles se encontra ba exaltado de tal m odo que parecía irrem ediable sus estallido, tal v e z pensado por algunos com o solución de urgencia. Hubo en ese tiempo in cidentes com o el incendio de Ideal, diario derechista granadino propie dad de la Editorial Católica, que tuvo éxito en la segunda intentona (10 de marzo) y, consecuencia de sus informaciones del asesinato de Calvo Sote lo fue la suspensión de los madrileños Ya y La Época, decidida por el mi nistro de Gobernación, Juan Moles. Dígase también (noticia de bien dis tinto signo) que había salido a la calle el número i de Mundial, una lujosa revista de contenido general lanzada por el grupo periodístico de Luis Montiel y víctima en su cuna de las circunstancias que, extremadas p oco después, afectaron gravem ente a periódicos y periodistas en una y otra zona beligerante con incautaciones, suspensiones y duras medidas censo riales.1 1 A ello se refiere José A ltabella en el artículo «Los p eriód ico s liberales esp añoles q u e desaparecieron co n la guerra civil», en Heraldo de Madrid (edición conm em orativa, 27 de m arzo de 1987, p. n): «En las ciudades donde consolidaron su p o d er los sublevados, actuó inm ediatam ente el aparato castrense y los periód icos de id eolo gía contraria se convirtie ron, «manu militari», en botín d e guerra. Por otra parte, en las ciudades que perm anecieron fieles al g o biern o legal, las confiscaciones se proyectaron sobre los diarios de derechas, al gu n o s de los cuales fueron tem poralm ente susp en didos p o r su a p o y o m oral a la su b le v a ció n de Sanjurjo, en ago sto de 1932 [...] la censura estatal fun cio n aba — militar en la z o na n acio n al, gen eralm en te, y tam bién, gen eralm en te, civil, en la zon a rep u b lican a—
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El acto de incautación pacífica o, en algunos casos, violenta, se produjo de inmediato en la zona nacional aunque su reglamentación legal fuera bas tante posterior en fecha cuando una orden emanada del Servicio Nacional de Prensa, dependiente del ministerio de Interior, dispuso (10-VIII-1938) que el material de imprenta que apareciera en las poblaciones que se fueran libe rando sería requisado de m om ento, sin perjuicio del ulterior reconocim iento de los derechos de propiedad a quienes los ostentaran el 17 de julio de 1936 y acreditaran su adhesión a los principios del M ovim iento Nacional.
pero los materiales y empresas intervenidos con anterioridad ya habían sido adscritos al patrimonio de la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda de FET y de las JONS y, transformados en publicaciones periódicas de signo político harto distinto caso de, v. g., el diario socialista ovetense A vance — que dio lugar al falangista La Nueva España— , de La Voz de Navarra con vertida en ¡Arriba España!— también falangista— , de El Liberal (Sevilla) — en FE, falangista— , adjudicaciones contestadas a veces por la competen cia. Ni qué decir tiene que unos y otros diarios — llamémoslos «de siempre» o «recientes» en cuanto a su incorporación— rivalizaban empeñadamente en su adhesión al nuevo estado de cosas; los estimulaba también el recuerdo de los periodistas víctimas en la zona republicana que eran muchos — cincuen ta y siete en Madrid: a su frente, Alfonso Rodríguez Santamaría (de ABC) y Manuel Delgado Barreto (de La N acióny Gracia yJusticia)·, diecisiete en Ta rragona; doce en Jaén; etc., según recuento provisional— .2 La actividad periodística de la zona nacional estuvo controlada por una Ley de Prensa (Burgos, 22-IV-1938) cuya redacción encomendaría Ramón Serrano Súñer al escritor José Antonio Gim énez Arnau que, según propio testimonio, pensó «muchas horas» y trabajó «muchas noches» en el encar go; su vigencia duró hasta la llamada ley de Fraga (15-III-1966). El artículo primero ponía absolutamente en manos del Estado la actividad periodísti ca al sentar que corresponde al Estado la organización, vigilancia y control de la Institución Nacional de la Prensa Periódica. En este sentido, com pete al ministro encarga do del Servicio Nacional de Prensa la facultad ordenadora de la misma.
constantem ente, no sólo para vigilar las indiscreciones militares, sino para m antener en pie la autoridad, qu e m uchas veces era quebrantada p o r las subyacentes luchas intestinas, p ro vo cad as p or la actuación de las más radicales organizaciones políticas y sindicales». 1 «Juan de Córdoba» (seudónim o de José Losada d e la Torre), «Los periodistas qu e m u rieron en defensa de los eternos ideales de España» {ABC, Sevilla, 20VIII-1938). O tros más a p a recen in cluidos en el fo lleto d e José Sanz y D íaz, Escritores asesinados por los rojos na 47 d e la serie «Temas españoles» (Madrid, Publicaciones Españolas, 1958).
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él
Importa consignar dos noticias producidas en este año 1938, referida una a la necesaria reducción del núm ero de páginas habida cuenta de la escasez de papel existente — orden de 13 de enero, que viene de la Junta Técnica del Estado y que firmaba G óm ez Jordana— ; y a una subida en el precio del periódico, anuncia su compañera, los dom ingos y lunes para adquirir con ese dinero ejemplares destinados a los combatientes (orden de 9 de junio). Prestigio personal y algún dinero suponía la obtención de los premios periodísticos entonces convocados: junto a los que llamaré tradicionales en razón de su edad — el «Cavia» y el «Luca de Tena» (de Prensa Españo la)— , los de reciente fundación — caso del «Francisco Franco» y el «José Antonio Primo de Rivera», discernidos por la Dirección de Prensa y gene rosamente dotados— . Fermín Yzurdiaga Lorca, Jacinto Miquelarena, V íc tor de la Serna y Manuel Halcón consiguieron el «Cavia» en los años, res pectivam ente, 1936, 1937, 1938 y 1939; Eugenio Vegas Latapíe, Luis de Galinsoga, José Losada de la Torre y Alfredo Marqueríe fueron premio «Lu ca de Tena» en alguno de esos cuatro años .3 Aunque en las bases de ambos prem ios queda indicada la libertad de tema para los originales presenta dos, en los distinguidos en estas cuatro convocatorias se da evidente p re dominio — siete contra uno— de la política y la guerra. En octubre de 1938 la Dirección General de Prensa dependía del minis terio de Interior y su jefe era José Antonio Gim énez Arnau en cuyo man dato se crearon los premios «Franco» y «José Antonio» para artículos ya p u blicados que trataran acerca de, respectivamente, la guerra española y la política; hubo muchos e ilustres concursantes — entre ellos Felipe Ximénez de Sandoval o Víctor de la Serna, para el primero; Foxá, Halcón y Gar cía Serrano, para el segundo: éste quedó desierto porque el artículo elegi do, obra de Eugenio Montes sobre la Falange, estaba publicado hacía más de un año e incum plía así una base del certamen; M anuel Aznar, con la crónica de guerra «Carretera de Ejulve a Cantavieja. Evocación y retorno. La batalla de Franco prosigue y amplía su gran vuelo», ganaría el primero. D ebe hacerse constar que la Falange, sólo «Española» porque aún falta ba tiem po para que se produjera la U nificación de las fuerzas políticas nacionales, go zó en la creación de nuevos periódicos diarios — nuevos, efectivamente, o reconvertidos— de un trato harto generoso pues, tal como
3 Los artículos galardonados p u ed en leerse en el libro Los prem ios de ABC Mariano de Cavia y Luca de Tena... (Madrid, Prensa Española, 1955). C om o curiosidad al respecto del «Cavia·' 1937 recojo la noticia que da Pedro Lain Entralgo, concursante en esa convocatoria: «Presenté un artículo titulado Redención de lo castizo y subtitulado A la muelle del Alga beño en acto de servicio. Mi artículo, que al parecer iba p o r m u y buen cam ino, fue en defini tiva desp lazado p o r otro más oportuno de Jacinto Miquelarena».
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prueban algunos recuentos ,4 dispuso muy pronto de publicaciones periódi cas suyas acá y allá dentro de la zona nacional;? Vicente Cadenas, designa do por la Junta de Mandos falangista responsable de una particular jefatu ra de Prensa y P ropaganda establecida en San Sebastián lu eg o de su liberación, sería el dirigente fautor de esa actividad, aprobada en la reu nión salmantina celebrada en la Universidad del 25 al 27 de febrero de 1937. Luis Antonio Bolín, m uy conocido por la aventura del «Dragón Rapide» para trasladar a Franco desde Canarias al protectorado español de Ma rruecos, fue quien se ocupó de la propaganda oficial de los nacionales y en el Cuartel salmantino de Franco dispuso una oficina dedicada a esa mi sión y a él se debe la idea de un servicio de asesores españoles para aten der a los corresponsales extranjeros que trabajaban en la zona nacional, servicio que se oficializaría no tardando con la creación de un Gabinete de Prensa (llamado p oco después Oficina de Prensa y Propaganda) com o «el órgano encargado exclusivamente de todos los servicios relacionados con la información y la propaganda por m edio de la imprenta, la fotogra fía y similares de la radiofonía»; la dirigió el periodista Juan Pujol — inven tor del divulgadísim o lema: «Una Patria, un Estado, un Caudillo»— , que desem p eñó apenas tres m eses el cargo y tuvo por ayudante a Joaquín Arrarás. Y no fue ésta la única iniciativa habida, pues casi simultáneamen te ha de registrarse la de M anuel Hedilla, sustituto de José Antonio, mal visto por una parte de sus camaradas; fue en Salamanca y en noviem bre del 36 cuando se monta otra oficina de Prensa denominada «Agencia de in formación, control y colaboraciones» y en ella figuraban personas tan des tacadas com o Ximénez de Sandoval, Cunqueiro, Lain Entralgo, Foxá, Hal cón, Agustí, Ridruejo, Vivanco o Adriano del Valle, una elitista plana mayor llamada a dar m ucho juego intelectual y literario.6 4 Com o el debido a Eduardo G o n zález Calleja, Fredes Limón N evado y José Luis Rodrí g u e z Jim énez, «Catálogo de las publicacion es periódicas localizadas en la zon a franquista durante la guerra civil española», en Historia y memoria de la guerra civil [...] III Hemerografías y Bibliografías, pp. 9-225 (Valladolid, Junta de Castilla y León, 1988). 5 Según el m onárquico de Acción Española Eugenio Vegas Latapíe ese entusiasm o fun dador superaba con m ucho los m edios m ateriales de que se disponía y la cultura política de sus periodistas y colaborad ores era m u y deficiente; escribe ¿pie «no obstante esa apa rente vitalidad, resultaba lam entable la indigencia de casi todos los servicios de prensa del partido. Incluso los diarios falangistas de m ayor tirada se hallaban nutridos p o r periodistas profesionales sin la m enor form ación política, cuan do no inspirados p or quienes interpre taban a su libre albedrío la doctrina y, sobre todo, el estilo literario de Primo de Rivera». 6 Bastante m enos co n ocid o qu e los m encion ados era entonces Julió Zarraluqui Villalba que, desde su residencia viguesa, se ofreció para trabajos de propaganda en Salamanca, a los q u e se incorporaría en febrero d e 1937; sus am istades y recuerdos de entonces y de des p u és en B urgos los o freció en el interesante libro m em orialístico Cuatro redacciones y una guerra. (La vida y la época de un periodista) (Barcelona, 1968).
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La que puede considerarse primera (en el tiempo) sistematización ofi cial de la prensa y la propaganda nacionales com enzó en Salamanca, n o viem bre de 1936, con Franco proclam ado ya Caudillo; entonces se crea una llamada Oficina de Prensa y Propaganda para atender esa doble tarea, dirigida por el general José Millán Astray a quien ayudan personas com o el gallego Luis Moure Mariño, joven escritor que, presentado en el palacio de Anaya, sede de la Oficina, fue destinado a una sección de prensa e x tranjera que tenía encomendada la lectura tanto de los periódicos de otros países com o los españoles de una y otra zona: «había que leerlos meticu losam ente, subrayando las noticias qu e juzgaba más interesantes y c u briendo un ‘inform e’ sobre lo más destacado»/ pero el personaje más im portante del grupo, además de Millán, era Ernesto G im énez Caballero, activísimo, autor o colaborador principal de los escritos y discursos dados com o obra de Franco, predicador seglar en la Catedral Vieja de Salaman ca, animador inigualable de alguna reunión, con desm edido afán de so bresalir sobre los demás pero siempre — antes, ahora y después— tenido por «genial improcedente»; fueron sólo Linas semanas las suyas de perma nencia allí porque, entre varios motivos, no tardó en prodLicirse una rees tructuración del servicio creada desde Burgos, a 17 de enero de 1937, toda una D elegación de Prensa y Propaganda a la que se encargan mil y una ta reas: las publicaciones periódicas, la radio, el cine, los discursos y confe rencias, la revisión y censura de libros y folletos, las campañas dirigidas al extranjero y a Hispanoamérica, también la campaña antirrepublicana, etc. Se nombró Delegado, con atribuciones equivalentes a las de Gobernador Civil, a Vicente G ay Forner, catedrático de Economía Política en la Univer sidad de Valladolid, estudioso del nacional-socialismo alemán y del fascis mo mussoliniano (libro Madre Roma, 1935) y definidor del nuevo régimen español com o «nacionalista progresista», calificado por algunos com pañe ros de «pintoresco»; tuvo bajo su mando al diputado cedista por Granada Ramón Ruiz Alonso, culpable del encarcelamiento de Lorca, al que expul saría con toda urgencia Ridruejo durante su posterior mandato; a Juan Aparicio, a Antonio de Obregón, Víctor de la Serna, Lucas Oriol y G im é nez Caballero (estos dos últimos procedentes de la era Millán Astray). En el año de su nombramiento publicó G ay en Burgos Estampas rojas y ca balleros blancos, cuyas páginas rebosan odio contra un enem igo al que desea exterminar, que no es sólo el combatiente republicano sino también Unamuno, la generación del 98 o la Institución Libre de Enseñanza, culpa bles de tantas desgracias españolas; firmaba sus colaboraciones periodís ticas con el seudónim o «Luis de Valencia» y en los primeros tiempos de la 7 Luis M oure Mariño, La generación del36. Memorias de Salamanca y Burgos, p. 69 (La Coruña, Ediciós do Castro, 1989).
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guerra sería personaje revolvedor de alguna influencia — parece que pre tendió formar en Salamanca, contra los falangistas, un partido franquis ta— , caído después en el descrédito y el olvido,8 hubo que sustituirlo por un desconocido cu yo nombramiento causó enorm e sorpresa porque no había sonado hasta entonces en la política, Manuel Arias Paz (1898-1965), a la sazón comandante de Ingenieros, especialista en la mecánica del auto móvil y autor de un fam oso manual de esta materia; había montado Radio Nacional de España pero, ajeno totalmente a la tarea que se le encom en daba, sería una persona que no iba a causar dificultades a sus superiores. Su nombramiento era, según se corrió, interés de Franco, gallegos ambos, nacidos el mismo año, militares, católicos más que falangistas, cercanos también al grupo de A cción Española, circunstancias que abonaban sóli damente la designación. Tuvo cuatro colaboradores militares y entre los que no lo eran contó con los periodistas Ramón Garriga y Francisco de Luis, bien elegidos todos ellos lo que hizo su mandato m uy provechoso según piensa Pérez Madrigal (en la «explicación preliminar» que abre el li bro El m iliciano Remigio p a la guerra es un prodigio, 1937): Im primió a los diversos servicios a su cargo una orientación que rápida mente rindió frutos en la curiosidad y en la estimación públicas. T uvo el señor Arias Paz el acierto de elegir, para cada función, de las múltiples de que cons taba su com plejo com etido, al hom bre apto y responsable, cap az d e co m prender e interpretar un pensam iento y un sistema.
Antes de que se llegara a una situación estable o casi definitiva hubo un tiempo durante el cual desem peñó la jefatura de Prensa y Propaganda el sacerdote falangista Fermín Yzurdiaga Lorca, conocido ya por su trabajo al frente del diario pam plónica ¡Arriba España!y la dirección de Jerarquía, «la revista negra de la Falange», a quien le resultó m uy fácil formar equipo de colaboradores con personas traídas de la capital navarra y al que incor poraría otras com o Ridruejo, quien, andando el tiempo y aunque con cier tos reparos, celebraría sus «largos» discursos «para Dios y el César», su sin gular estilo literario y el esmero con que había atendido la factura externa de aquella revista así com o sus proyectos de p ublicación de libros; fue
8 V icente G ay fue protagonista en cierto m odo de un grave incidente ocurrido en plena guerra en la zon a nacional: el prim ero de abril de 1937 se cum plía un año del fam oso dis curso d e José A ntonio e n el cine Europa d e Madrid y co n tal m otivo José A ndin o N úñez, ca misa vieja y jefe provincial de Burgos, m andó p ublicarlo en edición de 25.000 ejem plares para qu e fuese co n ocid o am pliam ente; G a y p rohibió su difusión y la autoridad m ilitar p ro ced ió a la recogida. Andino, ante ello, con siguió qu e el discurso fuese transmitido a través de Radio Castilla de Burgos y p o r ello estuvo arrestado en el cuartel de Caballería de esta ciudad.
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breve el mandato de YzLirdiaga porque en marzo de 1938, dependiente de Serrano Súñer com o ministro qtie era de Interior, Prensa y Propaganda su frió nuevos cam bios dejando de ser un servicio que venía funcionando más bien por libre y adscrito a la Falange para convertirse en otro sistema tizado e integrado dentro de una administración más estricta, consecuen cia quizá de que la España Nacional contaba ya con un gobierno hecho y derecho. El Boletín del Estado del día 2 de marzo de 1938 publicaba el de creto de creación de un Servicio Nacional de Propaganda y nombraba a Dionisio Ridruejo su director, con sede en Burgos — del servicio de Prensa estaba encargado ya José Antonio G im énez Arnau y uno y otro servicio agrupaban secciones com o Turismo y Beneficencia (en el segundo); cine matografía, teatro (a cargo de Luis Escobar) y publicaciones (la Editora Na cional que dirigía Lain Entralgo), todas ellas pertenecientes a Propagan da— . Constituían unos y otros un selecto grupo de amigos bien avenidos y deseosos de realizar un buen trabajo; a m edida que avanzaba victoriosa mente la guerra se amplió su com etido y hubo incorporación de nuevos colaboradores. A la hora de hacer balance de su actuación al frente de la Prensa, G i m én ez Arnau confiesa en M emorias de m emoria (Barcelona, Destino, 1978) que se sintió siempre bien arropado por sus colaboradores — Jesús Pabón, Pedro G óm ez Aparicio, Ramón Garriga o José Vicente Puente en tre ellos— y que, de una parte, tuvo «conciencia exacta de mis limitacio nes» y, de otra, «estoy satisfecho de mi comportamiento»;? si su carrera p o lítica terminó por entonces aproximadamente la literaria, com o novelista y dramaturgo, continuaría brillantemente. Al entrar ya en un repertorio de la prensa publicada diariamente en la zona nacional encontramos que, aparte de una adhesión incondicional a la causa que defienden, van marcándose, a medida que el tiempo transcu rre y la guerra camina hacia su término, diferencias ideológicas de matiz que perm itirían separar bloques dentro del vasto conjunto unitario de acuerdo con la existencia real de monárquicos alfonsinos, carlistas, dere chistas sin m ayor especificación, católicos, falangistas, quizá algún otro marbete, agrupados en el Movimiento Nacional com o fruto de la Unifica ció n — Salamanca, abril de 1937— bajo la denominación de «Falange Espa ñola Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista» que, por su desm edida extensión m ereció la rechifla irónica de Foxá; cierta mente ningún lector atento de entonces confundiría com o idénticos en su 9 U no de lo s p o rm en o res de esa actividad fu e la e d ició n de un fo lle to so b re H edilla ( Con Manuel Hedilla a 120 Kms. por hora) cuan do éste ocu p aba provisionalm ente la jefa tura nacion al de Falange Española: lo redactó V íctor de la Serna, «lo lanzam os a millares por España» y fue «el prim er intento de acercar al espectador la figura de un jefe político».
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estilo el A B C sevillano y FE, el periódico de esta ciudad, construido física mente sobre el izquierdista El Liberal, suspendido algún tiempo y a partir de septiembre del 36 convertido en FE y adjudicado a la Falange, huérfana en ese momento de órgano propio cuando los restantes grupos políticos lo tenían; un testigo de la realidad sevillana coetánea10 precisaría así la fi liación de los tres diarios restantes: La Unión es el órgano del Requeté. El Correo de Andalucía, periódico ca tólico sin partido. El ABC, que resulta el m enos falto de formalidad por mentir con más m edida y m enos que los otros-, en él colaboran G onzález Ruano des de Roma, Daranas, desde París; com o cronista de guerra ha adquirido m ucho crédito Sánchez del Arco, adem ás de Pemán, García Sanchiz, etc. Colabora en él a diario [Manuel] Siurot, beneficiándose del prestigio literario de su homónimo madrileño, conver tido ahora en periódico republicano. Globalmente hablando podría afir marse que el reparto ideológico de la prensa nacional en Sevilla se repetía, más o m enos aproxim adam ente, en otras ciudades de ese territorio: así Valladolid, por ejemplo, tenía, junto a El Norte de Castilla, dirigido ahora por Francisco de Cossío, p eriódico el más prestigioso de gran parte de Castilla la Vieja, de prosapia conservadora, al católico D iario Regional, con las palabras «Religión, Patria, Orden, Trabajo» com o lema, y a Libertad, semanario primero y diario más tarde, fundado por Onésim o Redondo, fiel a su memoria e ideología avanzada. Zaragoza, otra importante ciudad de la España nacional, conservaría en posición destacada Heraldo de Ara gón y, más cercano a lo nuevo y joven, el falangista Am anecer que, según García Venero, era «el diario de más autoridad doctrinal en la zona nacio nal». Corto este recuento para dedicar alguna mayor atención a dos rotati vos que fueron combatientes efectivos pues en ambos se confundían a v e ces redactores y soldados: fue el caso de El A lcázar (Toledo) y La Nueva España (Oviedo). Los defensores del Alcázar, a las órdenes del coronel José Moscardó, com enzaron la publicación del diario El A lcá za rel día 26 de julio de 1936 y la mantuvieron diariamente (salvo el 6 de agosto) hasta el 27 de septiem bre, víspera de su liberación por las tropas que mandaba el general Varela. Su director fue el comandante Martínez Simancas, ayudado por otros mili tares, por el catedrático Andrés Marín, refugiado en el edificio, experto ta quígrafo que transcribía las noticias captadas en algunas emisiones radio fónicas, y p or Am adeo Roig Jim énez, tam bién refugiado, que h izo de dibujante, tipógrafo y confeccionador. Se com ponía en clichés de cera, 10 D ionisio Ridruejo, Escrito en España, p. 18 (B u en os Aires, Losada, 1962).
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usando una m áquina de escribir Royal; los titulares eran dibujados por Roig, valiéndose a modo de punzón de una bala puntiaguda de fusil. La ti rada com enzó siendo de 350 ejemplares, que se aumentó en seguida a 500, cantidad que bajó a 100 cuando el papel em pezaba a escasear y hubo tam bién que disminuir el núm ero de páginas y extremar la concisión de las noticias que, además de las radiadas, procedían de la vida interior del re ducto, especialm ente en lo militar — informes, bandos, notas explicati vas— ; no se olvidaba, p ese a todo, el buen humor y h ay en el periódico anuncios, conversaciones y relatos que lo prueban. Tal vez para no reba jar el ánimo optimista de los sitiados se ocultaría com o noticia la visita del com andante Vicente Rojo, que vino a negociar una hipotética rendición pero sí se habla de la presencia en el Alcázar del canónigo Vázquez Camarasa: de la misa que celebró, de la absolución colectiva, de la extremaun ción a los moribundos y, en contraste, del bautizo de dos recién nacidos en el edificio. Hacía p oco más de un mes que las columnas gallegas habían levanta do el cerco a que estaba sometida la capital de Asturias cuando en las pos trimerías de 1936 — el 19 de diciembre— muy cerca de la línea de fuego, co m enzó a publicarse La Nueva España, «Diario de Falange Española de las JONS», que ostentaba junto al título el yugo y las flechas; su segundo n ú mero vería la luz el día 2 de enero del año siguiente y daba cuenta en la úl tima página del fallecimiento de Unamuno. O cupaba el edificio del perió dico socialista Avance, dirigido por Javier Bueno, y sacaba cuatro o seis páginas, preparadas y tiradas venciendo grandes dificultades: los sitiado res habían cortado, por ejemplo, el agua y la luz a la ciudad y el periódico podía imprimirse m erced a «un enorm e motor de aceite pesado con una dinamo acoplada mediante una correa, al que llamaban «El Manilu», utili zado mientras duró la guerra en Asturias. Ofrecía sobre todo noticias de la guerra, algunas fotos, anuncios de comercios ovetenses y artículos de v a rios escritores; reinaba en la casa un grato compañerismo y según declara ban en 1986 (número del 19-XII, p. 34) algunos supervivientes de la prime ra redacción nunca en la misma se produjeron incidentes pese a que entre los trabajadores del taller había varios procedentes de A v a n c e j de ideolo gía izquierdista. El reducido grupo de fundadores lo formaban periodistas en ejercicio bajo la dirección de Francisco Arias de Velasco, que desde el principio dieron al periódico un carácter abierto y liberal compatible con su com prom iso falangista, mantenido hasta la desaparición de la cadena del Movimiento, conjunto en el que figuraba destacadamente por la aco gida que le brindaron sus numerosos lectores. La situación esbozada en líneas generales y en algunos casos concretos permite hacerse una imagen de cóm o se desenvolvió, entre mil dificulta des y obstáculos, la prensa de la zona nacional, numerosa, un tanto diversa
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pero vigilada siempre m uy de cerca por la autoridad competente. ¿Enten dem os hoy, pasado tanto tiem po y cambiadas radicalmente tantas cosas, unas palabras de entonces — 1939— sobre la información y la propaganda escritas por el intelectual falangista Javier Martínez de Bedoya en su libro ¡Antes que nada: Política!·. Cuando la prensa está som etida a la más absoluta disciplina política habrá alcanzado su libertad y decoro. D esde este m om ento n o tendrá por qué servir con humillación, intereses personales o de grupo ni podrá entregarse a las b a jas pasiones; su m isión inform adora, objetiva, serena, justiciera conseguirá, por fin, su plenitud (p. 112). [...] Entendemos por propaganda aquella activi dad que no tiene por qué descuidar el Estado, que tiende a divulgar todo cuan to conviene que el pu eblo conozca, ya por ser en sí valioso, ya por justificar un esfuerzo, una gestión (pp. 120-121).
El panorama revisteril español anterior a julio de 1936 era a lo que creo abundante y variado en publicaciones aunque sólo me refiera a las espe cíficamente culturales y literarias; cierto es que algunas de ellas vienen de tiempo atrás y continúan ahora: pensem os en la orteguiana Revista de Oc cidente, o en las de poesía animadas por los integrantes de la generación del 27 o por colegas más jóvenes. Las habrá igualmente de nueva planta. Un repaso a los números mensuales de ín d ice Literario aparecidos entre junio de 1932 y julio de 1936 revela sus títulos, colaboradores y tendencias más seguidas entonces com o la que llevaba de la «pureza» al «compromi so», palabras que constan en el título de un noticioso libro debido a Juan Cano Ballesta (Madrid, editorial Gredos, 1972). Gran parte de esa actividad se vería gravemente afectada por la guerra civil que, entre otras cosas, su puso desapariciones, división a muerte, exilios, un ambiente nada propi cio pero trajo asimismo continuaciones y nuevas incorporaciones. Hubo entre estas dos revistas que con motivo para ello se convirtieron en santo y seña de los respectivos bandos beligerantes, y fueron: Jerarquía (nacio nal) y Hora de España (republicana).11 Aunque pueda extrañar no todo fueron facilidades en la zona nacional para las publicaciones periódicas de esa ideología en el curso de la con tienda o al final de ella y en lo que a periódicos se refiere, algunos de in equívoca ortodoxia política com o La Época, del marqués de Valdeiglesias, El Siglo Futuro (de la Com unión Tradicionalista), La Nación (órgano de la Unión Patriótica) y El Debate (cedista) no reaparecieron tras la conquista 11 Las estudia María José Montes en las páginas 111-187 (“D os revistas en la guerra civil») del libro La guerra española en la creación literaria {Ensayo bibliográfico) (Madrid, Uni versidad d e Madrid, 1970; n2 2 de A nejos de «Cuadernos Bibliográficos de la G uerra de Es paña (1936-1939)»)
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de Madrid. Tam poco fue autorizada la continuación de A cción Española, órgano del grupo cultural conservador de ese nombre pese a que algunos de sus miembros — caso de Pedro Sainz Rodríguez y el general Jorge Vi gón— fueran personas relevantes entre los vencedores: se celebró un ac to de homenaje a la revista en Salamanca el 19 de m ayo de 1937, otro recor datorio de M enéndez Pelayo y prosperaron a instancias del grupo algunas gestiones favorables a la familia de Calvo Sotelo; sólo por último se autori zó la publicación de un número antológico de la revista, el 89, que se abre con unas líneas autógrafas de Franco, suscriptor suyo desde el primer nú mero, y reproduce textos con fuerte carga política de algunos colaborado res (Maeztu, Pradera, Calvo Sotelo, José Antonio, Pemán, Montes, Orazi Pedrazzi, Juan de la Cierva, Jorge Vigón, Sánchez Mazas, Vegas Latapíe, García Villada, Gim énez Caballero, Carlos Costamagna, general García de la Herrán, Pierre Gaxotte, P. A. Cuadra, Sainz Rodríguez, Carlos Miralles, Areilza y Marcial Solana), en los cuales podría decirse «se condensa la doc trina del M ovim iento Nacional en su fase preparatoria». No se realizó el propósito de continuar publicándola pero sí el de editar libros de vario asunto y género, de autores españoles y extranjeros, am parados por el nombre de «Cultura Española». La revista fue fundada por el marqués de Quintanar, que la dirigió hasta el número 27 (16-IV-1933), a quien sustituyó Ramiro de Maeztu. Veremos en el capítulo dedicado a la Poesía cóm o durante los años de la contienda hubo considerable inflación de sus cultivadores, aficionados llenos de entusiasmo patriótico y ayunos de dotes para hacerlo dignamen te que en periódicos y libros dejaban constancia de esa afición versificado ra antes de volver a la rutina cotidiana; no era costumbre que se insertaran sus poemas en las revistas existentes en el gremio que, para su fortuna, se libraron de semejante plaga. Si tratamos de publicaciones periódicas exclu sivamente poéticas debe decirse que el panorama es reducido y, a su vista, parece que el meridiano de nuestra poesía continúa pasando como tiempo atrás por Andalucía pues Sevilla y Cádiz son sus sedes. El número 2 de la re vista Cauces salió en Jerez de la Frontera fechado en julio de 1936 y era un homenaje a Garcilaso de la Vega en el cuarto centenario de su muerte pues, tal com o rezaba la dedicatoria del mismo, semejante efeméride nos brinda un nuevo m otivo de exaltación d e nuestros valores: en octubre ha ría cuatro siglos que murió, en las cercanías de Frejus, Garcilaso de la Vega. Cauces dedica este núm ero para buscar en su obra la semilla que nos sirva de alimento y estím ulo en esta tarea espiritual,
una muestra más en la operación que se llam ó de «retorno a la estrofa», marcada entonces por los poetas Luis Rosales y Germ án Bleiberg luego
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del auge superrealista y versolibrista. Poetas andaluces son en crecida cantidad los colaboradores de la revista y, entre ellos, amigos y harto dis tintos, figuran bajo la dirección de Francisco Montero Galvache, Lorca y Pemán; el m uy inmediato estallido de la guerra civil los separaría trágica mente. La revista continuó publicándose con regularidad hasta el número 28 (enero 1940) y en ese tiem po fue afianzándose en compañía de otras co legas andaluzas — Mediodía, de Sevilla, e Isla, de Cádiz— anteriores como ella a julio del 36; de algunas de las vicisitudes corridas informó Montero Galvache a los lectores de La Estafeta Literaria (na 12, Madrid, 1-IX-1944, p. 16) con noticias relativas a sus relaciones españolas e hispanoamericanas: El intercambio de periódicos llegados a mi casa lo prueba. Hicimos buenas am istades am ericanas, sobre todo co n El Siglo, de Bogotá, y La Prensa, de B uenos Aires, Intervenían en la confección de Cauces todos los com pañeros de m ovilización y, en general, cuantos viajaban desde los frentes de Córdoba y M álaga hasta Sevilla y alrededores.
Salieron varios núm eros de hom enaje dedicados a Rosalía de Castro, Unamuno y Francisco Franco y en bastantes de sus versos y prosas se ad vierte cóm o la fuerza de las circunstancias españolas pesa sobre la revista y que, por ejemplo, en la «Página de Honor» — sección en la que ya habían salido Gerardo D iego y Rosales— del número 22 sorprende a los lectores el texto del último parte de guerra hecho público por el Cuartel G eneral del Generalísimo. Menos había de sorprender la inserción de poem as de asunto bélico exaltadores de las bayonetas — «Canto a las bayonetas», de Montero Galvache (n2 23,1939): Y a vien en hacia el p u eb lo /co n su bravo cortejo de soldad os m arciales, /co n su andar de saetas en la n o ch e desn uda,/con su garbo de gesta, todo blanco y azul./[.. ,]/Son las cintas sagradas/que cercaron las sienes del camara da muerto,
versos con una resonancia harto deficiente de Rubén Darío en la Marcha triunfal— , el tributo rendido a los muertos en la lucha — «Voz desde la tie rra», por Rafael Manzano (ng 21,1939), trece versos sueltos, con mayusculización de palabras com o «Idea»— , o el significativo repaso a la Historia de España con el objeto de que los nombres y hechos mencionados sirvan de eficaz estímulo para el presente y el futuro — caso de «Hagamos una Espa ña», de Miguel Martínez del Cerro (n2 7,1937): «Una España yo quiero igual que aquella España/que hace doscientos años se nos quedó dormida»·— . Son poem as y poetas apoyados p or el m agisterio de José María Pem án que anticipa en la revista fragmentos de su Poema de la Bestia y el Ángel. Una entrevista al también colaborador Juan Ruiz Peña (ns 23,1939) sirve
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para que éste exprese su convicción de que los autores nuevos y jóvenes, lo que llama generación de 1939, «ha[n] de tener personalidad propia, acen to inconfundible, impulso original» y no quedarse detenidos en maneras literarias que suponen «casi siempre, retroceso»; puesto a señalar los más relevantes nombres de ese conjunto lo hace a favor de Miguel Hernández — un vencido, entonces en la cárcel— , a quien celebra com o «extraordina rio poeta de imaginación y aguda sensibilidad»— . H ubo una segunda época de la revista gaditana Isla,17· la cual corres ponde a los años y números 1937 (na 10), 1938 (11 a 14), 1939 (15 a 18-19) Y !9 4 ° (zo y último); entre ambas épocas hubo continuaciones y novedades: b a jas y altas en el cuadro de colaboradores; circunstancias derivadas de la guerra civil, bando nacional, que llevan al señalamiento en la portada de la cronología oficial — «Año Triunfal» (para 1937 y 1938), «Año de la Victoria» (para 1939)— ; la intercalación de algunos textos en prosa de carácter polí tico; la dirección de la revista, asumida ahora por Pedro Pérez Clotet, que vive en Jerez de la Frontera donde sale la revista (imprenta M. Martín), subtitulándose «Verso y prosa», a diferencia de «Hojas de arte y letras» (co mo antaño). Números de veinte páginas, sin ilustraciones. A las prosas y los versos — n ú cleo de su contenido— acom paña en las páginas finales una sección de noticias y comentarios: libros recientes, una breve y emo cionada necrología del poeta Francis Jammes o la feliz contranoticia («Tres resucitados») de que Emilio Carrere, Pedro Mourlane Michelena y Ramón Ledesma Miranda no «fueron víctimas de la vesania roja» (com o se dijo en el na 10) sino que han «resucitado» y continúan dando señales de actividad en las páginas de los diarios M adrid (el primero) y Arriba (los dos restan tes); tam bién la adhesión al hom enaje rendido en Sevilla a Eduardo Llosent y Marañón, que se traslada a la capital de España com o director del Museo de Arte Moderno. Como avanzada de una tendencia métrica, que m uy pronto se convertiría en moda casi unánime, abundan en Isla los so netos de variada temática y así lo acreditan los cinco insertos en el nB16 y los nueve del 17. Quizá ahora más fehacientemente que antes se da en el cuadro de co laboradores un predominio de poetas sevillanos: díganse Joaquín Romero Murube y Adriano del Valle, junto a ellos, Pérez Clotet, Porlán y Merlo, Juan Sierra y Rafael Laffón; más el delicado lirismo juanramoniano de Juan Ruiz Peña, que contrasta con el barroquismo grato a sus colegas, más da dos a los paisajes naturales y exteriores. Otros paisajes, aragoneses y bélicos 12 Sobre esta revista vé a se el libro de José A ntonio H ernández Guerrero, Cádiz y las ge neracionespoéticas del 27y del36. La revista «Isla». (Cádiz, Universidad de Cádiz, 1983). Hay edición facsim ílar de la revista, a cargo de José María Barrera López, publicada p o r Renaci m iento (Sevilla, 2003).
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— campaña de Teruel— , son los que evoca, combatiente en su territorio («soldado de la Fe» contra «el monstruo»), el poeta vallisoletano José María Luelmo, adscribiéndolos a una m uy detallada toponimia — Celia, el cruce de Santa Eulalia, B ueña— ; salvo la op osición m encionada (soldado/ monstruo) no hay en sus tres poem as más indicios político-beligerantes com o si un aire neutral presidiera el conjunto, a diferencia de lo acostum brado en la poesía de guerra en la guerra, y a esto acom paña una estima ble dignidad formal y expresiva en los versos sueltos o rimados (hexasílabos, endecasílabos, alejandrinos) de las silvas. Los números de la segunda época de Isla se abren a poetas de otras tie rras españolas, aparte la traducción de poetas extranjeros com o los italia nos Leopardi o D ’Annunzio; de sus libros en preparación se anticipan muestras de Gerardo D iego (Alondra de verdad), Joaquín de Entrambasaguas (Islas en m ar d e silenció) o D ionisio Ridruejo (P rim er libro de amor). D e las colaboraciones en prosa, m enos abundantes, destaco las «Notas sobre Ravel» en las qu e su am igo y colega M anuel de Falla pasa revista a algunas de las estimaciones que la música raveliana ha suscitado para cerrar con el aplauso de su actitud, contraria «a doblegar su arte» ante conveniencias circunstanciales y, también, el artículo «Claridad de Jorge Guillén», que firma Rafael Porlán y Merlo quien, a vueltas de alguna elucu bración sobre la palabra poética, recala brevem ente en la guilleniana para afirmar que «su verso tiene la exacta claridad resultante de la delgadez y la transparencia». Tuvo Isla por estas fechas una colección de libros de verso y prosa, presentados con esm ero y sencillez: fue el prim er cuaderno, Tiempo Literario ( 1 , 1939), un conjunto de glosas debidas a Pérez Clotet y deudoras de las dorsianas; le siguieron Canto de los dos, Juan Ruiz Peña y Primer cuaderno de sonetos, Guillermo Díaz-Plaja. Mediodía, que se subtitulaba primeramente «Revista de Sevilla» (19261929 y 1933), concluyó su publicación con una tercera época, 1939, M edio día, «Cuadernos de Poesía Española»;^ sacó entonces — febrero 1939— dos números más — 17 y 18— acom pañados — lo cual es novedad de ahora— del suplem ento A ren a l de Sevilla, con sendos homenajes a Jorge Guillén y Adriano del Valle. «Fe de vida» se titula el primero, que contiene diez p o emas guillenianos, los cuales dan «fe de claridad, de verdad, de eterni dad artística...», com o asimismo dan fe, en circunstancias difíciles para el
*5 H ay ed ició n facsim ilar, al cu id a d o de José María Barrera López: Mediodía, «Revista d e Sevilla», (Sevilla, R enacim iento, 1999), q u e o frece solam ente los núm eros 1 a 14, sali d o s entre 1926 y 1929, qu e es tam b ién la etapa estudiada p o r D an iéle M usachio en el li bro La revista Mediodía de Sevilla (Sevilla, Servicio de P u b licacio n es d e la U niversidad, 1980).
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hom enajeado ,*4 de la lealtad sin fisuras de un grupo de amigos. El hom e naje adrianesco, antología de su obra, ofrece fragmentariamente el auto sacramental La Divina Pastora y ocho sonetos a otras tantas ciudades ita lianas. Am bos cuadernos fueron preparados por Llosént y Marañón, que seguía figurando com o director de la revista, cuya continuación y amplia ción corroboran en el poco propicio tiempo presente lo que tiempo atrás se proclamara de Sevilla: que «por sus dones de belleza y finura espiritual debía ejercer la capitalidad poética de España». A renal de Sevilla se imprime en esta ciudad por M. Carmona: cuader nos de 48 y 44 páginas, respectivamente, tamaño cuarto, con ilustraciones; trabajos en prosa y exhum ación de poem as de Lope de Vega. El sumario muestra que continúa en sus páginas el sevillanismo advertido en las ép o cas anteriores pues, v. g., Llosént, Diez Crespo, Adriano, Laffón y Romero M urube figuran (repetidos algunos de ellos) entre los colaboradores, a quienes acom pañan — de fuera— D ’Ors y Gerardo Diego, por ejemplo. Había anunciadas más publicaciones de M ediodía que acaso no p u dieron realizarse porque el traslado a Madrid de Llosént y Marañón lo im pidió: se trataba de un Cuaderno 3, homenaje a Manuel Diez Crespo, con ilustraciones de Pablo Sebastián; y libros de versos debidos a Llosént y Ma rañón, Diez Crespo y Plegarias de Eugenio d ’Ors, con iconografía angéli ca de José Caballero, impresos com o los anteriores por M. Cardona. También contamos con edición facsímil de la revista vallisoletana Me seta, fundada por los poetas José María Luelmo y Francisco Pino, pero in completa porque no incluye un número salido en 1939 — Meseta de la Poe sía (Valladolid, Tipografía Cuesta, 1939)— , número que no he visto y, según parece, m uy politizado, una especie de tributo rendido a los vencedores en la guerra civil. D e lo particular-poético pasaré a ocuparm e de revistas de contenido m enos especializado que representan algunos semanarios donde la p o e sía no suele hacer acto de presencia (o lo h ace mínim am ente) porque *4 El estallido de la guerra civil le co gió de vacacion es en su Valladolid natal, estuvo pre so en Pam plona del 4 al 9 de septiem bre de 1936; vo lv ió a Sevilla, d on de fue exped ien tado e “inhabilitado para cargos directivos y de confianza·'; o cu p ó su cátedra, de form a más b ien precaria, hasta m arzo de 1938, cuando le fue posible abandonar España. En julio de 1937 le escribía a P ed ro Salinas: «Posición: n o com unista ni fascista, p o r supuesto. P ero en esta guerra, considerando com o m al m enor el triunfo nacionalista, el d eseo de que triunfe un régim en que yo , en cuanto a m i vid a personal, estim o inaceptable, y que habrá de elim i narme tarde o tem prano. O sea: anticom unism o resuelto y u n m ínimo de continuidad his tórica. Y todo ello, en el horror, co n la vergüenza de cuanto se ha h e ch o y se hace en los dos bandos españoles, qu e son iguales: nunca co m o en esta guerra d e veras ‘civil’, he sen tido tan nacionalm ente la h om ogen eidad de una sola España terriblem ente única — en una terrible decaden cia creciente».
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otros asuntos y géneros llaman la atención de sus lectores; de occidente a oriente, en la zona nacional, hubo tres de mayor importancia y difusión: Misión, Destino y Domingo, Con Pamplona tuvo que ver en algún momento Misión, nacida — 1937— en Orense, subtitulada «revista quincenal de la Parroquia y la Escuela», convertida en semanal a la altura del número 55 — septiembre de 1939— , trasladada, por motivos de imprenta, a Pamplona y encom endada al cui dado de Vicente Risco; y de aquí, en la que fue su etapa final — na 92, mar zo de 1941— a Madrid. El cam bio de quincenal a semanal, el traslado de lo calidad y el encargo de dirigirla a dicho ilustre intelectual gallego fueron cosa acordada por Ricardo Outeiriño y Manuel Cerezales, sus primeros responsables, a quienes pareció conveniente hacerlo para apoyar el ma yor desarrollo de la publicación. En ella, Risco, carente de una específica form ación editorial, atendía al trabajo de redacción, lectura y corrección de originales, confección y com probación de ajuste de planas en talleres que eran los del diario pam plonés El Pensamiento Navarro. La residencia de Risco fuera de su tierra natal podía entenderse com o una prevención to mada para ayudar a quien fue antes del 18 de julio de 1936 militante del ga lleguismo siquiera militase en la «Direita galeguista» y aunque colegas co m o E ugenio Montes le aseguraran que no tenía por qué sentir tem or alguno; en Pamplona llegó a encontrarse cóm odo y alternaba su ocupa ción periodística con excursiones por el País Vasco. Risco levantó considerablemente Misión que llegó a ser leída y estima da por buen número de personas y en sus páginas colaboraron Eugenio d O r s — encargado de la sección «El com ercio de las ideas»— , Salaverría, Ramón Otero Pedrayo, José Camón Aznar, Adolfo Prego, Cunqueiro y Ma nuel Machado cuyos artículos constituían una muy apreciable carga litera ria acom pañando la «información general» que rezaba en el nuevo subtítu lo; las circunstancias de España en guerra obligaban en ocasiones al em pleo de seudónim o y así firm aban en Misión D ’Ors («El diplom ático desconocido»), Otero Pedrayo («Santiago Amaral») o el presbítero y acadé m ico de la Lengua Lorenzo Riber («Roque Guinart»), Posteriormente, diga mos que a partir de 1953, cuando su novela en castellano La puerta de paja estuvo a punto de obtener el prem io «Nadal», Risco com enzó a salir de una cierta deplorable marginación y a vencer la situación de persona irresolu ta e inestable en que le habían sumido las circunstancias españolas. Destino fue una revista nacida en Burgos, bajo el patrocinio de la Fa lange Territorial Catalana, con el propósito de aglutinar en torno suyo a los falangistas catalanes refugiados en dicha ciudad tras haber escapado de la Barcelona republicana: un reducido grupo de jóvenes amigos universita rios a cuyo frente estaban José María Fontana y Xavier de Salas, ambos y
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algunos otros, implicados en los equipos culturales que dirigía Dionisio Ridruejo, eran (com o éste afirma) «sobre p oco más o menos, de origen e inclinación liberal» o (con otras palabras) «ninguno de ellos se inclinaba del lado fascista» dentro de su ideología. Andaban Fontana y Salas preocu pados con la revista, ya en galeradas en una imprenta vallisoletana, cuan do llegó a Burgos Ignacio Agustí, los encontró (antiguos amigos) y los sa có del apuro h aciéndose cargo del trabajo: «pusieron a mi disposición [cuenta Agustí en Ganas de hablañ un coche con un chófer-soldado, y a partir de entonces todas la semanas iba a Valladolid y volvía con el núme ro hecho». El número i vio la luz el 7 de marzo de 1937; más tarde, ya con imprenta en Burgos y su dirección por Agustí, Destino saldría en esta ciu dad hasta el número 100 (28-I-1939), dos días después de liberada Barcelo na, y volvería a dar señales de vida aquí con el núm ero 101 (24-VI-1939), concluida ya la contienda. Para entonces se había independizado bastan te de su falangism o inicial aunque mantenía el subtítulo de «Política de unidad»; en 1949 (fuera del espacio tem poral acotado para este libro) se produjo la incorporación al cuadro de colaboradores de José Plá, uno de sus pilares. Fue relativamente nutrida la lista de quienes publicaron en el Destino de Burgos, formada por nombres relevantes o en camino de serlo: Cecilio Benítez de Castro — autor de Se ha ocupado el Km. 6, comentada novela de guerra presentada com o «contestación a Remarque»— , Lain Entralgo, d ’Ors, Torrente Ballester, Cunqueiro, Juan Ramón Masoliver, Juan Beneyto o Martín de Riquer, quienes tratan una temática cultural muy variada y lo hacen de ordinario con altura de miras y espíritu conciliador. Otro tanto sucedía en las secciones fijas com o la de inform ación internacional, de mano del anglofilo José Vergés, o las noticias y reseñas de libros pero el peso de la guerra que estaba librándose entre nosotros se acusaría en dos secciones enfrentadas com o los bandos beligerantes: el resum en de la prensa enem iga, elaborado con marcada intención denigratoria al igual que los chistes sobre la Barcelona republicana firmados por Valentín Castanys1* y, contrariamente, la titulada «Banderas victoriosas», donde se co mentaban las efemérides bélicas favorables a los nacionales. Varió alguna vez el número de páginas y de las ocho del principio se pasaría a cuatro, recuperándose después las ocho y llegándose a doce; h ubo asimismo va riación en el precio: 30 céntimos inicialmente; 25, desde julio de 1938 y 60, desde junio del 39, cuando la tirada subió a los 15.000 ejemplares, extendi da el área de venta a toda España y a núcleos de catalanes residentes en En la misma línea está la brevísim a n ecrología del fam oso editor M aucci (17-VI-1937): «Ha m uerto el editor M aucci en Barcelona. En castellano, para desgracia nuestra, editó li bros de basura, toda la basura intelectual del mundo».
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Francia. Con vicisitudes diversas, portavoz de la editorial Destino, nacida a su sombra, la revista continuó publicándose hasta 1980, «hasta que las turbulencias internas y la marea de la transición política acabaron con ella» (Xavier Pericay dixit).16 El 21 de febrero de 193717 com enzó a publicarse Domingo, «Semanario Nacional», fundado y dirigido por Juan Pujol (1883-1967), periodista con lar ga experiencia en el oficio pues había sido director de El Debate, La Na ción e Informaciones·, poeta modernista a principios de siglo, selecciona do com o tal en La Corte de los Poetas. Florilegio de rimas m odernas (Madrid, 1906) y narrador que había vuelto al cultivo del género en plena guerra civil, com o lo prueba su colaboración en las series «Los Novelistas» y «La Novela de Vértice>. Fueron agresivos sus artículos en el A B C de Sevi lla contra los judíos («Cuando Israel manda», 20-XII-1936) y contra los polí ticos republicanos («Psicoanálisis de Azaña», 29-XII-1936). Este semanario tuvo buena acogida desde el principio y pudo aumentar en seguida el nú mero de páginas — pasando de 12 a 16, de 6 columnas cada una— e, igual mente, el equipo de colaboradores; se vendía a cuarenta céntimos el ejem plar y la redacción, antes del traslado a Madrid, estuvo en la calle Fuenterrabía, de San Sebastián. Recuadrado en la primera página del núm ero 1 va un breve editorial donde se lee que En esta España que en el yun que del dolor se está forjando nueva [...] va m os a restaurar el encanto del dom ingo, llevando a todos los hogares un eco [sic] m oderno de narraciones y cuentos y trovas para la tarde después de la mi sa y del recuerdo a los m uertos inolvidables [...] Domingo será cada semana com o un carro de buhonero, en el que cada uno encontrará la bujería que ne cesite [...];
una amplia serie de escritores — articulistas y novelistas— se encargaría de semejante variedad; no hay fotografías pero sí ilustraciones de otro tipo y la última página está dedicada al humor. Tuvo corresponsales en varias 16 En 2003 (Barcelona, D estino) vio la luz La crónica de «Destino-. A ntología del sem a nario p ublicado entre 1937 y ip8o en cuyas mil trescientas páginas, repartidas en dos v o lú m enes, se cuenta la historia de la revista y se ofrece una extensa y significativa muestra de su contenido. Cinco días más tarde salía tam bién en San Sebastián Fotos, «Semanario G ráfico d e Re portajes», prim ero, y, entrados y a en 1938, «Semanario Gráfico N acional Sindicalista», inicia tiva de M anuel Fernández Cuesta, qu e tuvo co m o secretario a Á n g el A lcázar de Velasco, un o y otro partidarios de Hedilla; co n abundancia de ilustraciones gráficas para hacer h o n or al título, en sepia o en azul, textos de vario asunto — la guerra, sobre todo, p ero tam b ién deportes y espectáculos— y diversa autoría acom pañando.
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ciudades europeas (Londres, Roma, Berlín y París), cronistas de nuestra guerra (com o José Sanz y Díaz) y más de una vez alardearía de un espíritu abierto a la hora de admitir trabajos pues querem os que ningún escritor español nos sea ajeno; las únicas condiciones que se requieren para colaborar aquí son dos: la am enidad literaria, por una parte, y, por otra, la adhesión sincera al M ovim iento Nacional que acaudilla el general Franco,
y no debe temerse la ausencia de ciertos escritores debida a las circuns tancias actuales ya que «todavía en el solar de España quedan gentes que saben manejar la pluma con decoro». Pujol dio cobijo en las páginas del semanario a quienes fueron sus com pañeros de generación, promocionistas de «El Cuento Semanal» en buena parte, com o José Francés, Concha Es pina, Emilio Carrere, Cristóbal de Castro o Andrés Guilmain, representan tes de una literatura llamada a extinguirse m uy pronto, caídos en el olvido, ignorados por colegas y lectores más recientes. Llama la atención asimis mo, aunque resulte comprensible, la abundancia de colaboraciones que tienen com o asunto nuestra guerra, tratada con el apasionamiento enton ces imperante, tal vez más destacado en aquellas que se refieren a e x p e riencias vividas por autores perseguidos en la zona republicana, caso de Ana María Foronda o Agustín de Figueroa. A la pregunta de si Dom ingo hizo algo por la narrativa coetánea res ponderíam os que más bien poco, pues aunque dedicó alguna atención al cuento y a la novela corta ni los escritores invitados ni los asuntos ni las técnicas empleadas supusieron novedad apreciable. Junto a Pujol ocupa ban puestos directivos Francisco Melgar (subdirector) y Luis Antonio de Vega (redactor jefe). En la primera página, el lugar más destacado lo ocu paba un artículo que solía firmar Pujol o, en su defecto, algún colaborador destacado y en ella, siguiendo y concluyen do en la página 2, la sección anónima «Reflejos», que comenta noticias de actualidad, recuerda la políti ca y los políticos españoles del pasado o se refiere a la otra zona belige rante. Los corresponsales en Europa y otros colaboradores llenan la sec ción extranjera titulada «El m undo en D om in g o>; había una sección de «Deportes» y en la antepenúltima y penúltima páginas iba la sección de las lectoras — «Ellos y nosotras»— , que dirigía Maria Luisa Aramburu y en la que entraban modas, gastronomía, belleza. Añádase una breve y p o co o nada interesante sección de libros («El rincón de los libros»): brevísimas e incoloras gacetillas anónimas. Entre aquellas páginas iniciales y estas fina les quedaba amplio espacio para artículos de variado asunto — histórico, ar tístico, literario, por ejemplo— pero con predominio de la política y de la guerra; de tarde en tarde alguna minúscula «trova», obra por lo general de aficionados. Cierro el recordatorio con la mención de varias colaboraciones
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en virtud de su argumento y tono expresivo de insultante dureza para sus protagonistas que son gentes de la cultura, no afectas a la causa nacional: el marqués de Santa Clara, por ejemplo, que se confiesa «escritor tradicionalista», arremete contra los Institucionistas — «Los enem igos. La Institu ción Libre de Enseñanza» (na 26 ,15-VII-1937), artículo donde a vueltas con los tópicos habituales sobre el particular son puestos en la picota Enrique Díez-Canedo o Francisco Javier Sánchez Cantón com o notorios y peligro sos cofrades. «Hay que impedir (concluye el articulista) que se cumpla su intento de, supuestamente arrepentidos, entrar en la España nacional»— ; en la misma línea tem ática recae con análogo ardor expresivo el doctor Antonio Vallejo Nájera, autor del artículo «Intelectualidad revolucionaria» (15-VIII-1937) en el que descalifica a Ortega llamándole «el plagiario joven filó so fo>y arremete contra su colega Marañón «cuyo insustancial pensa miento, tejido de contradicciones y rectificaciones, no tiene otro valor que el de un juego de artificios papanatas», uno y otro con su tanto de culpa en la tragedia española presente. En m edio de tanto horror lo mismo en el frente que en la retaguardia era hasta casi necesario un desahogo que podía venir a la gente por m edio del humor, aunque a algunos españoles les pareciera punto m enos que herético aquel anuncio aparecido en algunos periódicos que les puso en guardia desfavorablemente, el cual decía así: ¡Español! Comprar LA am etralladora es un d e b e r de todo buen p a t r io t a . Por un ejem plar que tú compras, envías dos a nuestros s o l d a d o s y proporcio nas a l e g r í a en nuestros f r e n t e s d e c o m b a te . /¡Español! A dquiere siem pre LA am etralladora, el semanario de los soldados. En ello, además, encontrarás un gran deleite, porque las m ejores plum as y los mejores dibujantes nacionales colaboran en la am etralladora. a cuatro colores./Historietas./Teatro humorístico./Reportajes de guerra./Chistes y cuentos./Poesías festivas. /Cola boración de nuestros heroicos soldados./Parodias de periódicos rojos./Folle tín, etc, etc./16 páginas, 25 céntimos.
Estábamos en 1937, a p ocos m eses del estallido de la contienda cuya suerte final no podía adivinarse y entre muchos compatriotas el humor era una planta desacostumbrada sobre todo si superaba al chiste y formas si milares de hacer reír. A La Ametralladora había precedido La Trinchera — nada más que cuatro números— , dirigida por Rogelio Pérez Olivares en los primeros meses de 1937 (Salamanca, talleres de La Gaceta Regional), insatisfactorio anticipo de su heredera, heredada ya en la paz por La Co dorniz) entre quienes testimoniaron sobre el particular con el debido co nocimiento de causa existe unanimidad a propósito de la decisiva impor tancia que cupo a Miguel Mihura, recientemente incorporado a la España
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nacional, en la gestión de La Ametralladora; Juan Aparicio, por ejemplo, piensa18 que desde el 23 de febrero de 1937, que es la fecha de su tránsito por la frontera de Irún, M iguel Míhura y su im aginación están a punto de incrustarse en La Ame tralladora, que acaso adolecía entonces de su oriundez salamanquina, de ser indigesta y nutritiva com o los productos del cerdo. Mihura y los demás de su cuadrilla hicieron otra cosa, más de San Sebastián y sus alrededores: algo así com o unas pastillas o tabletas de chocolate Elgorriaga, que se enviaba a los frentes para solaz y sibaritismo de nuestros soldados.
Con él estuvo entonces lo que pudiera llam arse la plana m ayor de nuestro humorismo — díganse «Tono» (Antonio de Lara), Alvaro de Laiglesia, Jacinto Miquelarena, Edgar Neville— y, con otros colaboradores en tonces menos notorios, sacaron una revista que tiraba cien mil ejemplares, elevaba la m oral de los com batientes y alegraba m om entáneam ente a m uchos hogares con sus graciosos monigotes y las ocurrencias disonantes por encima de Muñoz Seca y de Fernández Flórez en los absurdos diálo gos que mantenían criaturas com o el D on Venerando mihuresco. La edita ba la D elegación estatal de Prensa y Propaganda, con sede en San Sebas tián, veinte páginas en ofset, repartida gratis en los frentes: ¿responderían a la realidad estas palabras de Joaquín Calvo Sotelo («Luto por Miguel Mihura», ABC, Madrid, 11-XII-1977, p. 15): «El no ver a Manolete ni leer La A m e tralladora fueron dos grandes privaciones impuestas al adversario y algu na deserción de sus filas se produjo sólo para saborear ambas cosas»? Más de una v e z inform aba la redacción de que se reciben muchas cartas de com batientes em ocionados y agradecidos «por los ratos de distracción que el semanario les procura en la vida agria de la trinchera», certidumbre no considerada por quienes com o el diario falangista ¡Arriba España! (Pamplona) o el escritor Eugenio Vegas Latapíe, adscrito en Salamanca al servicio de Prensa y Propaganda, estiman grave equivocación el patroci nio y lectura de La Ametralladora, pues (escribe el segundo en sus m e morias) el tipo de hum or que en él se cultivaba, superador del chiste tradicional y na cido de un ingenio imaginativo en la más absoluta libertad, siempre al borde de la incoherencia, propiciaba la actitud evasionista del lector, al llegar a plan tearle el absurdo del heroísmo de la lucha. Cierto es que en el combatiente no se infiltraba de una manera lógica y racional ese germ en d e escepticism o indi ferente que le llegaba, más bien, por la vía del surrealismo. 18 «Eme de Mihura, em e de Miguel», artículo en Españoles con clave (Barcelona, Luis de Caralt, 1945), p. 82.
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El final de La Ametralladora, 21 de m ayo de 1939, coincidiría casi con el de la guerra civil. La alusión al diario ¡Arriba España!que acabo de hacer a propósito de su reacción contra el humor de La Am etralladorayla estrecha vinculación de sus fundadores, Fermín Yzurdiaga Lorca y Ángel María Pascual, con la revista Jerarquía, también creación suya, también pam plonesa y simultá nea, lleva a ocuparm e de diario y revista. Pamplona, capital de una p ro vincia tierra de requetés, tuvo un reducido grupo de activos militantes fa langistas jóvenes presididos p or el canónigo magistral de su cabildo catedralicio y escritor, Fermín Yzurdiaga Lorca, capaces de poner en mar cha al p oco de com enzar la guerra civil sendas empresas político-literarias: el periódico ¡Arriba España!, que com enzó a publicarse el primero de agosto de 1936, y la revista Jerarquía, de aparición un tanto arbitraria, sólo cuatro números, dirigidas uno y otra por D on Fermín.^ Sus cuadros de co laboradores ofrecían bastantes nombres repetidos y de semejante conjun to destacaba Eugenio d ’Ors, circunstancialmente residente en Pamplona, refugiado allí entonces con algunos otros colegas — Lain, Vivanco, Rosa les o Torrente Ballester— en la que alguien llamaría «pequeña Atenas mili tarizada». Tenían la redacción en los locales del incautado órgano nacio nalista La Voz de Navarra y el sustituto cobró en seguida empuje no sólo en el ámbito provincial a lo que ayudó sin duda el nombramiento de Y zu r diaga com o delegado nacional de Prensa y Propaganda de FET. y de las JONS, persona ciertamente apasionada en su oratoria y literatura a quien Ridruejo veía com o «un orador civil que hablaba en sagrado com o ora dor sagrado que hablaba en civil — o en castrense— con una abundan cia de jardín tropical» y otro tanto cabría decir de su escritura barroca, tan com plicada y adornada. T uvo en aquellos años bélicos su m om ento de m áximo apogeo pese a los reparos de la autoridad eclesiástica representa da por el nuncio, el cardenal primado y el obispo de la diócesis, quienes protestaron por su elección com o Consejero nacional de Falange. O btuvo Y zurdiaga el prem io periodístico «Mariano de Cavia» 1936 con el artículo «Concilio de Santa María y dogm a de España», crónica del Rosario de Peni tencia celebrado en Pam plona m ediando agosto del 36, y para algunos cumplida muestra de un supuesto estilo «falangista» o «imperial». Murió en '9 Recuerda García Serrano, u n o de esos jóvenes falangistas (La gran esperanza, B arce lona, Planeta, 1983, p. 159), q u e «a do n Ferm ín siem pre le di el usted y jam ás dejó de ch i rriarme qu e D ion isio Ridruejo, E ugen io Montes, Ernesto G im én ez Caballero, por n o citar más qu e escritores, le tuteasen. M uy p o co s cam aradas de mi tierra le apeaban el tratamien to, algunos le hurtaban el don m anteniéndole el u sted y n o creo que pasasen d e m edia d o cen a los que, calculo qu e p o r m otivos generacionales, de amistad infantil o cosa sem ejan te, le tuteaban abiertamente».
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su Pamplona natal en 1981, a los setenta y nueve años, retirado de todo y de todos. Alguno de sus discursos en cam po abierto fue recogido en folleto y re cordaré, por lo significativo del contenido, el Discurso al silencio y voz de la Falange, pronunciado en Vigo, diciembre de 1937, ante la Falange galle ga, m uy levantado de tono y en el que se insiste en el homenaje al Caudi llo, en la naturaleza católica de la Falange y en su vo cación imperial; si atendem os a las acotaciones entre paréntesis el discurso debió de tener m ucho de espectáculo y sus oyentes aplaudieron con «enorme ovación» algunos pasajes, convirtiendo en »frenética» y largamente duradera la tri butada al final del mismo. Muchos y distintos escritores colaboraron en las páginas de ¡Arriba Es paña!, em pezando su repertorio con Eugenio d ’Ors que en ellas reanudó las Glosas; incluía también esa lista nombres desigualmente conocidos, al gunos revelados entonces, pertenecientes a diversas promociones, buena parte de ellos militantes falangistas de la primera hora y otros simplemen te adictos a la nueva situación política pero distinguidos todos tanto por su exaltación de la causa nacional com o por el repudio del bando contrario: caso revelador de hasta donde llegaba tal repudio podría ser el relativo a Pérez de Ayala cuando el anónimo editorialista (17-VI-1938) manifiesta sin paliativos que no le sirven, pues las juzga engañosas, las retractaciones y palinodias del novelista de A M D .G., a quien se carga «aquel puerco en gendro teatral, amasijo de mentiras, de blasfemias, de obscenidades suti les contra la gloriosa Compañía de Jesús». Él y otros por el estilo, motivan «nuestro grito de Cerradas herméticamente las Fronteras del Espíritu. ¡Ojo con toda esa tropa de intelectuales, nacidos y recreados en la izquierda, en el liberalismo, en el socialismo, en la Institución, en el Ateneo o en las re vistas de Occidente y Cruz y Raya*, im pugnación muy repetida entonces. A su lado, otros colaboradores dedican su atención, descomprometida, a temas literarios, históricos y artísticos. Q uien más eficazm ente ayudó a Yzurdiaga en su labor fue Ángel Ma ría Pascual, que cuenta entre los fundadores de ¡Arriba España!y de Je rarquía, un joven revelado en tales publicaciones periódicas con su tra bajo constante y entusiasta: G ecé le recordaría tiem po después de su muerte — 1947— com o m uy influido por d ’Ors ya que «todo el teoricismo de don Eugenio sobre lo sindicalista, las form as que vuelan, la categoría y la anécdota artesanal, Ángel María logró aplicarlo en la confección de su revista y en sus propios escritos». Fue persona de mucha y variada lec tura, poseedor de una notable capacidad de ironía, versátil en cuanto ca paz de enfrentarse con acierto a los más variados asuntos; novelista sin gular en Am adís, publicado en 1943, fuera ya del p eríodo acotado para este libro.
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Jerarquía, «la revista negra de la Falange» en razón del color de la cu bierta de sus números, sacó el primero en el invierno de 1936 y, espaciadamente, los tres restantes coincidiendo con el otoño de 1937 el segundo, en marzo de 1938 el tercero y posteriormente, pero dentro de este año, el último; anunció colaboradores y temas para un quinto que no llegó a ver la luz y se hablaba en un suplem ento al cuarto de una etapa nueva de la revista, ya «alcanzado galardón» en Europa y América y poseyen do «un ta ller propio, con la maquinaría adecuada y moderna» que permitiría publi car al año seis números ordinarios y dos extraordinarios. Aparte el interés de su contenido, llamaban la atención unos cuantos porm enores que se añadían al negro de la cubierta como: la impresión a tres tintas, la profu sión de bien destacados títulos y titulillos, el uso de la V mayúscula en vez de la U, la m ayusculización de la inicial de algunas palabras a las que se concedía relieve especial. El contenido se repartía en las siguientes sec ciones: «Para Dios y el César» — ensayos de vario asunto, no solam ente político— , «Poesía» — una de las más valiosas— , «Textos» — recuperación de inéditos, com o (en el núm ero 2) sendos discursos de José Antonio y Julio Ruiz de Alda— , «Notas» — artículos breves de diversa tem ática— , más alguna otra de aparición ocasional. Subtitulada «Guía nacional-sindi calista del Imperio, de la Sabiduría, de los Oficios» su edición estaba al cuidado de Á n gel María Pascual; la patrocinaba la Jefatura N acional de Prensa y Propaganda de FET y de las JONS. El llamado «Soneto Imperial» de Hernando de Acuña («Ya se acerca, Señor, o ya es llegada») abre el con tenido de cada número. Se imprimía en la editorial Aramburu, de Pam plona, y la librería Internacional, de San Sebastián, tenía la exclusiva de venta. Resulta bien perceptible en bastantes y variados detalles formales y de contenido la impronta de d’Ors, a quien los hacedores de Jerarquía reco nocen por maestro y de cuya compañía y conversación gozaron en su ter tulia del café Niza; creo que la parafernalia antes mencionada tiene m ucho que ver con el afán dorsiano de la Obra Bien Hecha, siquiera sea com o «un impaciente tanteo». Otras gentes más jóvenes y de menor prestigio enton ces, con sus prosas ensayísticas y con sus versos ocupaban las páginas de la revista en las cuales había lugar para eclesiásticos com o los agustinos Bruno Y beas y Augusto Andrés Ortega y el benedictino Justo Pérez de Urbel y para jóvenes que se presentaban com o esperanza segura — caso del mismo Pascual y de Rafael García Serrano— ; todos ellos animaron sus pá ginas cuya calidad, según Ridruejo años más tarde, despojado ya de su ideología falangista, «era indudable pero sus páginas a varios colores, con leyendas lapidarias, su papel suntuoso y sus lindezas de adorno la hacían p oco adecuada para un clima de guerra. Era m uy Imperial pero p oco com batiente».
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Iban transcurridos unos cuantos meses de la guerra civil cuando, con fecha i de abril de 1937, γ ί° Ia luz el primer número de Vértice, subtitulada «Revista nacional de Falange Española de las JONS», cuyos redactores in forman de las dificultades vencidas para salir a la luz, relativas a la calidad del papel em pleado, a la impresión (repartida entre los talleres de la Di putación de G uipúzcoa y algunas imprentas particulares), a los colabora dores, a la financiación m erced a una abundante y bien pagada publici dad; los lectores habían de disculpar las deficiencias que presentaba el intento y concederle su confianza para »pulir y pulir más esta magna obra». Sus entregas mostrarán cóm o en tan excepcionales circunstancias con nosotros se presenta lo más florido de la intelectualidad española; de esa intelectualidad cierta, sin esnobismos, que se forjó pacientemente en el traba jo, y que durante los últimos años sufrió la persecución y el desprecio de los peores. Así, los incrédulos verán dentro de nuestro territorio, y los malinten cionados en el extranjero, cómo del lado de acá, en la España Azul, todavía existen valores capaces de realizar trascendentales misiones de cultura. Aparece editada por la Jefatura Nacional de Prensa y Propaganda de Falange Española de las JONS, radicada en San Sebastián, y en cuanto a contenido, el primer número lleva en la cubierta un dibujo a toda plana — ilustración de las banderas victoriosas: la roja y gualda, la de Falange (no la del Requeté) y las de Alemania, Italia y Portugal, las naciones ami gas— y a continuación, lo mismo que al final, varias páginas de anuncios; entre ellas, tamaño folio, sin numerar, quedaba el contenido propiamente dicho. Constituyen la colaboración literaria de esta entrega poem as de Fe derico de Urrutia y D ionisio Ridruejo; tres artículos de Agustín de Foxá, Carmen de Icaza y Martín Almagro; la sección de hiimor titulada «¿Y poi qué no reír?»; seguidamente, com o cierre, la narración de Aldoux Huxley, El sombrero m ejicano, compuesta en 1924, con la que se iniciaba una sec ción de narrativa que, por m edio de traducciones o con originales espa ñoles, se mantendría número tras número hasta independizarse en forma de cuadernillo exento, desde el número de septiembre de 1938, titulado «La Novela de Vértice’. Felicitada sti redacción por Franco, quien «recibió dos ejemplares del primer número de esa revista exponente del esfuerzo reali zado por la España Nacional, quedando sum am ente com placido por la lectura, les envía afectuoso saludo»; supo encajar algunas opiniones desfa vorables com o que «su tono general pecaba de cierta frivolidad», a lo cual respondería diciendo: Conviene tener en cuenta que esta revista cumple una misión concreta y bien centrada en la órbita de la prensa y propaganda nacional-sindicalista; la de ser una publicación plácida y amena, que lleve a todos los hogares una
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im agen plástica y actual del m undo en torno y al mismo tiem po el recreo del ocio en secciones y colaboraciones breves y ligeras que sirvan de solaz y de leite al lector, así com o la de reflejar más allá de nuestras fronteras la normali dad con que se vive en la España de Franco.
En la nota editorial («La revista habla») del número 3 proclamaba Vérti ce su deseo de integración pues seguirá siendo exponente de todos los valores destacados de nuestras letras. Tam bién nos interesa hacer constar que nuestra revista, lejos de ser algo hermé tico y en régim en de clausura, está y estará siempre abierta a todos los escritores y artistas que m erezcan llamárselo, aunque sus nombres sean desconocidos, y que en nuestras normas entra el dar preferencia en la parte lírica a cuantos tra bajos glosen y exalten los temas nacionales tan entrañablemente unidos a la Fa lange, el heroísmo de la guerra y tantos otros motivos que la actualidad bélica de España eleva a primera categoría y confiere el más supremo rango.
Con ese talante prosiguió su camino en manos de Manuel Halcón, Sa muel Ros y José María Alfaro, sucesivos directores, en una existencia que duró 81 números, hasta 1946, y en la despedida se jactaba de que «jamás pu blicación española ha presentado un cuadro semejante de primeras figuras». Entre las novedades que se produjeron en el contenido de la revista cuenta, bajo el título «Nueva vida literaria», una sección dedicada a noticias y reseñas de libros recientes, que dirigieron sucesivam ente Alfredo Marqueríe, Federico de Urrutia y Juan Antonio de Zunzunegui: eran comenta rios breves y de ordinario elogiosos que, en algún caso, se convirtieron en reseñas más extensas a tenor de la importancia concedida a las obras en cuestión. Hubo en el amplio repertorio de los números publicados algu nos, total o parcialmente, monográficos, con más páginas de las acostum bradas, colaboraciones especiales, m ayor despliegue gráfico y precio su perior al ordinario de 4 pesetas: es el caso del número cuatro (julio-agosto x9 3 7), dedicado al Ejército; del quince (octubre 1938), donde la noticia del fusilam iento de José Antonio, ocultada hasta entonces, se extiende a lo largo de varias páginas; o del veintiséis (octubre 1939), homenaje rendido a Cataluña, «gran tierra española», al que se adhieren con sus colaboracio nes escritores catalanes (Agustí, Teixidor, Martín de Riquer) y no catalanes (Salaverría o Azorín, regresado del voluntario exilio parisino). C uando finaliza (co n el núm ero veintisiete, núm ero d o b le corres p ondiente a noviem bre-diciem bre) el año 1939, Vértice confiesa que ha procurado servir los m enesteres de la gran política de resurrección espa ñola y espera que el favor de sus lectores no decrecerá en el año 1940, y la re vista sabrá corresponder procurando constantes mejoras de todo orden;
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continúa Halcón com o director y ha cambiado de domicilio (ahora en Ma drid, avenida de José Antonio, 62) e imprenta (sucesores de Rivadeneyra). Salvado cuanto imponían las circunstancias españolas del tiempo que se corresponde con la vida de la revista, debe reconocerse el interés e im portancia de ésta y en ello insisten testim onios com o el del académ ico Alonso Zamora Vicente:20 «En los años de la Guerra Civil dirigió [Manuel Halcón] la revista Vértice, verdadero alarde editorial y, a pesar de las exi gencias de la situación, de noble y sereno contenido». Las vicisitudes de la contienda referidas p or cronistas com o M anuel Aznar, Luis de Armiñán, «El Tebib Arrumi» o «Juan Deportista» y com plem entadas con numerosos documentos gráficos; el despliegue informativo a propósito de las nacio nes amigas, espejo en que mirarse la Nueva España que esforzadamente arrancaba; los artículos, poem as y relatos en alabanza de la ideología na cional y de la gesta de sus tropas o, contrariamente, enderezados contra el enem igo constituían materia inexcusable en un primer momento — el de los números 1 al 27 (1937,1938 y 1939)— . Pero hubo bastantes más cosas y m uy diferentes en las páginas de Vértice, un lujoso magacín donde tuvie ron cabida historia, literatura, arte, viajes en colaboraciones de muy doctas plumas, junto a secciones dedicadas al cine y a la moda y, también, al h u mor, para cuyas burlerías eran asunto propicio gentes y hechos del bando republicano. En cuanto a la literatura de creación destaca la presencia de un nutrido y escogido grupo de escritores pertenecientes a todas las gen e raciones y tendencias vivas a la sazón en nuestra república de las letras; creo no proced e cansar con listas de nom bres pero, excepcionalm ente, me referiré a la atención de que gozaron en sus páginas los poetas anda luces segundones (dicho sea sin m enosprecio alguno) de la generación del 27 — caso de Manuel Diez Crespo, Joaquín Romero Murube o Adriano del Valle— y al concurso de novela corta fallado en febrero de 1939 que re veló a un desconocido Pedro Alvarez G óm ez, autor de Cada cien ratas, un permiso, retrato de las curiosas peripecias acontecidas en el frente a un grupo de cinco combatientes nacionales. No fueron las tratadas hasta aquí las únicas revistas publicadas en la Es paña Nacional durante los años de la guerra civil y al repertorio ofrecido añado la m ención de otras varias, literarias o no literarias, oficiales o inde pendientes, patrocinadas por órdenes religiosas o por grupos de animo sos particulares, de existencia y recepción harto diversas y localizadas acá y allá en ese territorio; cuentan así: Razón y Fe, que dirigía en Burgos el je suíta Joaquín Aspiazu, reaparecida en septiembre de 1937 y, también de la 20 A lon so Zam ora V icente, Historia de la Real Academia Española, p. 140 A (Madrid, Espasa, 1949).
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Compañía de Jesús, Reinaré en España que en julio de 1937 sacó su núm e ro 39, extraordinario, dedicado «A los Mártires y Héroes de la Patria. Al in victo e incontrastable [sic] Ejército Español», donde se recogía un pem aniano «Himno al Movimiento Nacional»; Mio Cid, Hoja de literatura y arte bajo el signo imperial, que em pezó a salir en Burgos el 1 de enero de 1937 y cuyo propósito «es ser com o un evangelio de la nueva poesía nacional y de la nueva mística española» — para llevar a cabo este objetivo hay que resucitar al Cid «identificados con su causa, con su espíritu y con su ejem plo». En 1941 sacó un número extra en el que se incluyen tres fragmentos de La España del Cid, de M enéndez Pidal, y un artículo del general Aran da sobre la táctica y estrategia del Campeador— ; las zaragozanas Letras y Aragón, principalmente literarias; la m alagueña Dardo, en cuyo número de abril de 1938 se publicó «Vía crucis», poem a dedicado a José Antonio cu y o autor establece un extraño y p oco ortodoxo símil entre el Calvario su frido por Cristo y el que sus enem igos políticos hicieron pasar al jefe de Fa lange Española con la prisión y el fusilamiento en Alicante; y dos de bien distinto ámbito temático: Metalurgia y Electricidad, que en 1938 se anun ciaba en el A B C de Sevilla com o «la gran revista técnica nacional que pasea por el m undo el prestigio científico, industrial y de trabajo de la insigne Es paña de Franco» y Nueva Econom ía Nacional, que salía en Sevilla. Cada una en su ámbito aportaban anim osam ente su esfuerzo a la reconstruc ción de España.
Capítulo III AGUSTÍN DE FOXÁ, «UN LUJO DE ESPAÑA-
la afirm ación de G onzalo Fernández de la Mora, editor de las Obras Completas del conde de Foxá, en la necrología publicada en el dia rio madrileño ABC. «no era com o decíamos inmodestos, en el Palacio de Santa Cruz, un lujo de la carrera diplomática, era, en verdad, un lujo de España-;1 más inmediato a su realidad física y moral, el interesado se p re sentaba así: E sta fu e
Gordo; con m ucha niñez aún palpitante en el recuerdo. Poético, pero g lo tón. Con el corazón en el pasado y la cabeza en el futuro. Bastante simpático, abúlico, viajero, desaliñado en el vestir, partidario del amor, taurófilo, madri leño con sangre catalana. Mi virtud, la im aginación. Mi defecto, la pereza,
para rematar la autosemblanza con las siguientes palabras: Soy conde. Soy gordo. Soy diplom ático. Soy académ ico ¿Cómo no v o y a ser reaccionario?.
La guerra civil le cogió en Madrid y después de unos meses bien ingra tos en la capital rep u blican a — la ch e ca en qu e se había co n vertid o Madrid— consiguió (com o José Félix, el personaje de su novela) evadirse a Francia2 para entrar, seguidamente, en la zona nacional, situándose en 1 G o n zalo F ernández de la Mora, «Escritor y diplomático...» (ABC, Madrid, 30-VI-1959, p. 38). A su cargo corrió la edición de las Obras Completas de F oxá (Madrid, Prensa Española, cuatro tom os: 1963,19 71,1972 y 1976), así co m o el del libro Misión en Budapest (Madrid, Prensa Española, 1965). 2 D e d e G uethary (12-IX-1936) escribía a su familia: «hace unos días atravesé la frontera, saliendo d el infierno de Madrid. No p odréis n unca im aginaros el horror de esos 48 días qu e
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Salamanca y adscribiéndose a la oficina de Prensa y Propaganda que diri gía entonces el general Millán Astray; de aquí pasó a Burgos: «Burgos está animadísimo. Es, desde luego, una ciudad m ucho más amable que Sala manca», inferiores en am biente a San Sebastián, donde se aposentará fi nalmente, pues «aquí, muchas fiestas en el Golf, el Tenis y grandes cenas en el Náutico, que de noche está agradabilísimo» (2-VIII-1938); «aquí la vida es interesante porque están las Embajadas y los actores, toreros y literatos de Madrid. En realidad, es Madrid al borde del mar» (18-X-1938); «aquí me tenéis en esta deliciosa ciudad. Me baño en la playa de Ondarreta, que es tá encantadora [...] Ayer hubo un gran baile en la Embajada alemana y ma ñana vam os a la de los Estados Unidos. Esto está com o en sus mejores dí as»: son noticias inform ando a sus familiares. En ellas encontram os asimismo recuerdos de la pesadilla pasada en Madrid que parecen antici p o sucinto de escenas vertidas no tardando en las páginas de Madrid, de corte a ch eka ï Sobre esta novela hay también alusiones a lo largo de 1938: «Ya tengo pruebas de imprenta de mi novela que saldrá a m ediados de abril» (20-II); «mi novela está casi toda tirada» (i-VI) y, a 18 de octubre: «Mi li bro, agotándose». En todo este tiempo y hasta el final de la guerra, cuando al p oco de liberado Madrid regresa al que fuera su hogar, nuestro escritor, desmintiendo la pereza de la que se acusaba o jactaba, desarrolla, al mar gen de sus ocupaciones oficiales, abundante y diversa actividad literaria: artículos de colaboración periodística, poesía, teatro y novela. Los artículos periodísticos eran considerados por Foxá, dentro de su variada obra, «lo que hago mejor» y pensaba que a ellos debía principal mente la elección para académ ico de la Lengua: sus trabajos de este géne ro ocupan dos tomos — el segundo y parte del tercero— de las Obras Com pletas. La guerra civil no interrumpió semejante dedicación, publicando h e p asado bajo el p o d er de los rojos [...] El día 21 [de julio] estuve a punto de ser fusilado [...] m e he m udado cin co ve ce s de dom icilio. [...] Durante 48 días he sentido las angustias del co n den ad o a muerte» 3 D e la carta a sus padres y herm anos, fechada en Burgos el 20-VII-1937, tom o las refe rencias siguientes: «En cam iones, arracim ados, co m o terrible estam pa de M oscú, los o b re ros co n fusiles, pistolas y banderas rojas. Se sigu en o y e n d o los ca ñ o n azo s [...] P asaban o breros co n correajes y cascos de so ld ad o encon trados en los desp ojos del cuartel de la Montaña. A qu ello era un m ontón de ruinas. D ecían q u e el patio estaba sem brado de cadá veres. A llí han m uerto más de quinientos hom bres [...] Nos m andaron abrir todos los bal cones. Hacia las cuatro paró un cam ión de la CNT en el portal de casa [invadieron] aquellos m ilicianos, vestidos co n m onos de m ecánicos, arm ados con fusiles y pistolas, el portal de nuestra casa diciendo que desde ella se había tirado. C om o arreciaban los disparos, los mi licianos, d esd e nuestro portal, hicieron fuertes descargas contra la casa de enfrente. D e pronto alguien opin ó que tiraban desde el tejado de la iglesia. Inm ediatam ente acordaron quem arla. Caían chispas en el patio y vo la b an leves p ap eles carbonizados. Pensé qu e al gu n o de ellos sería mi partida de bautismo[...]»
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ahora en A B C (de Sevilla), El Diario Vasco (San Sebastián), la revista Vérticey, una vez concluida la contienda, en La Vanguardia [Española](Bar celona) y en el A B C madrileño. En el artículo «Las viejas casas» hace una em ocionada y apasionada evocación de las casas burguesas madrileñas «donde se acumulaban recuerdos y papeles, antiguas joyas de plata y co ral» que el robo y la destrucción llevados a cabo por los milicianos hicieron desaparecer. Beligerancia no sólo contra tales ladrones y destructores sino tam bién contra sus dirigentes e inspiradores, los cuales serán objeto de fuertes arremetidas com o sucede respecto de políticos tan caracterizados com o Manuel Azaña a quien Foxá contempla harto mal acom pañado pues «le rodean locos generales nudistas, espiritistas, hombres que se dedican al esperanto, energúmenos, idiotas, incendiarios. Y él lo sabe, pero no le importa. Son sus ‘meninas’, sus bufones. Porque Azaña es com o un prínci p e cansado, enfermo de irremediable hastío, fláccido y decaído, que de ambula por las doradas cámaras de los reyes» (ABC, Sevilla, 21-XII-1937), o intelectuales tan renombrados com o Salvador de Madariaga — «ilustre don Quijote de la Manchuria, Crock sin violín, lacayo de Londres, funámbulo, bailarín en todas las cuerdas flojas» (Arriba España, Pam plona, 4-VIII1937)— , que mediando 1937, andaba afanado con la propuesta de una m e diación en la contienda española. Contrastando con esas gentes y sus tro pelías, Foxá guarda respeto y admiración por los combatientes nacionales mayores y m enores y llega a em ocionarse describiendo en su diario ínti mo (domingo 13-XI-1938) el entierro de un desconocido soldado: D esde el balcón v e o un entierro heroico. Flores en la caja. A ambos lados las blancas tocas de las enfermeras [...], boinas rojas, guardias civiles (verdes de aceituna extremeña), guardias de asalto (azul de verbena de Madrid). En el puente se cruzan con el entierro humilde de un civil. ¡Oh los caballos em p e nachados en la alegría de las gaviotas! El funcionario, ante la puerta de la eter nidad, deja pasar al héroe. En la sordera de la muerte, esas músicas creerá el muerto de enferm edad que son para él. Suena el himno de la Legión y los vi vas a España. Atardece.
El poeta Agustín de Foxá com enzó su actividad en el género rindiendo alguna pleitesía al Modernismo, un m ovim iento que en los años veinte, muerto ya Rubén Darío y en manos de sus epígonos, parecía haber consu mido sus posibilidades; con motivo para ello lo incluyó Pedro Gimferrer en su Antología de la poesía modernista (1969), representado por los p o e mas «El coche de caballos» y «Las seis m uchachas tras el mirador», evo ca ción el primero de un extinguido tiempo madrileño coincidente con la ni ñ ez del p oeta y no m enos transido de m elancolía que su com pañero, protagonizado por unas jóvenes provincianas víctimas del paso implaca ble de los años, pero el posmodernista Foxá queda más exactamente colo-
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cado e influido entre sus colegas de la generación de 1927. Su tercer libro, El almendro y la espada, que acabó de imprimirse en enero de 1940, reco ge en la tercera y última parte («Cantos de guerra») trece poem as que la tie nen com o asunto, seleccionados dentro de un repertorio más extenso p e ro temáticamente análogo. Me pregunto si a todos convendría el rechazo expresado por Dionisio Ridruejo cuando afirma 4 que «o son de un efectis m o fácil o repiten, con retórica más ingeniosa y llamativa, el esquem a maniqueo de La bestia y el ángel, de Pemán», es decir, la división de los beli gerantes en buenos y malos, sin pararse en mayores matizaciones, llevado hasta la extremosidad el com prom iso político asumido, pecado en el que Foxá, al igual que sus colegas de uno y otro bando, incurriría. La m ayor parte de los poem as son celebración de triunfos y gentes del bando nacional para lo cual utiliza el poeta palabras y expresiones fervo rosas y encom iásticas — caso de «Las brigadas que llegaron al mar»: en abril de 1938 alcanzarían el Mediterráneo a la altura de Vinaroz, partiendo en dos m itades la zona republicana catalano-levantina; caso de «Aquel barco con un nombre de isla»: el crucero nacional «Baleares», hundido en aguas del Mediterráneo en m arzo de 1938, para cuyos tripulantes imagina el poeta, en atrevida com binación de tiem po y espacio, extraña residen cia o cementerio desde donde el heroico marino, convertido en protago nista, «subirás una tarde desm ayado, del fondo/con tus ojos de ahogado, a mirar las banderas»— . También figuran en el libro poem as de signo ide ológico opuesto, con palabras y expresiones denostadoras, de fuerza in sultante no pequeña, cuyos protagonistas, entregados a Moscú, son por el estilo de los criminales de la «Brigada del Amanecer», unos milicianos que roban y asesinan a sus víctimas, terribles y temibles patibularios. Emoción más verdadera creo tiene «Trincheras del frente de Madrid», poem a que arranca de una situación bélica en virtud de la cual se encuentran enfren tadas, a escasos metros de separación entre ellas, las trincheras enemigas que defienden o atacan a la ciudad: tal es el presente actual pero antes del mismo hubo, tiempo pasado, otra bien distinta realidad llena de coinci dencias — «nuestra sangre», «las mismas frutas», «primaveras y labios pare cidos»— entre quienes h oy resultan ser «hermanos enemigos»; y sigue el recuerdo, en lista enumerativa, de esas y otras circunstanciales coinciden cias — «Tú, que estuviste un día al lado mío/ en el mismo colum pio de ver bena [,..]/Tú, hermano del taller y la tahona [...]»— , desplazando a la hos tilidad. La cercanía de «un alba intacta», bien diferente de la protagonizada por los integrantes de la «Brigada del Amanecer», motiva que el poeta pre gunte a los combatientes de la otra trinchera, ya en los versos finales, «¿por qué alzados, lucháis con odio contra mí y los míos?». Com o quiera que, y 4 Sombras y bultos (Barcelona, Destino, 1977), p. 115.
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de forma bastante reiterada, Foxá culpa al com unism o y a la Rusia so vié tica — denominados conjunta y abreviadamente «Moscú»— , encierra parti cular significado el «Poema de la antigüedad de España» donde se hallan en presencia, com o fuerzas opuestas, el tanque ruso — que sirve de em blem a a la ideología reputada com o nefasta— y Castilla — historia y na turaleza a p ech o descubierto— ; su lucha traerá com o consecuen cia el triunfo de esta última y, acaso sim bólicam ente, la conversión de aquél en lam entable montón de chatarra — «Venid, carros de Rusia, difícil m e canismo, / animales sin sangre, [...], / sobre los rectos surcos, os qu ed a réis inmóviles»— . Fuera de las fronteras españolas y de la temática guerracivilística se ha lla el «Canto a Roma», dedicado «al Duce» (Benito Mussolini), que se publi có inicialmente en Domingo {San Sebastián, 2-VI-1937) con el título «Canto a Roma en la fundación de su Imperio»: hacen acto de presencia en el mis mo el pasado glorioso y el presente actual: caudillos com o Escipión, tribu nos com o Cicerón y poetas com o Virgilio; la apología de la lengua latina y, en época más reciente, los versos de D ’Annunzio y la conquista de Abisinia. Añádase el hecho de ser Roma capital de la Catolicidad y, asimismo, el recuerdo de las aportaciones hispanas a su esplendor, obra de empera dores com o Adriano y Trajano. Existe una absoluta identificación entre el cantor y la realidad por él celebrada, advertible en el tono entusiasmado de sus endecasílabos, presente en ellos la m ención desfavorable a los e n e migos de Roma, a saber: «El Sanhedrín cobarde de Ginebra» (entiéndase, la Sociedad de Naciones que funcionaba en dicha ciudad). Dejando aparte unas y otras alusiones, el poem a en cuestión ha de inscribirse en una línea romanista que tiene en estos años españoles cultivadores com o Adriano del Valle, Enrique Llovet, en verso, y Rafael Sánchez Mazas y Eugenio Montes, entre los ensayistas, ratificada en el caso de Foxá p oco después, 1941, en sus Poemas a Italia. Si la variedad temática ofrecida por nuestro poeta en la tercera parte de El alm endro... es m uy limitada — nada más que la pareja de contrarios: Exaltación/Rechazo— , su métrica privilegia el uso del verso endecasílabo no siempre agrupado en unidades estróficas que son, mayoritariamente, cuartetos asonantados o libres, ajustados y correctos pero con alguna exa geración expresiva; junto a ellos, algún romance, más narrativo que lírico, y algún poem a de arte menor. Clara y sorprendente excepción a su literatura comprometida en no ve la, periodism o y poesía constituye la pieza teatral — drama poético en ver so, en tres actos, divididos en ocho cuadros— C ui-Ping-Sing, qiie se es trenó en el teatro Principal de San Sebastián, por la com pañía que encabezaba Rafael Rivelles, el 28 de diciembre de 1938.
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Fue un gran éxito [escribía F o x á a su s padres]; el teatro de bote en bote, con toda la gente importante. Y o salí a escena en los tres actos. Los trajes chi nos, maravillosos, y Rafael Rivelles hizo una creación genial. Estoy m uy con tento.
D e San Sebastián p asó la com pañía al teatro Argensola (Zaragoza), donde fue todavía m ayor el éxito de espectadores y de ingresos y, meses después, una vez concluida la contienda, tuvo idéntica acogida en Madrid, llam ando poderosam ente la atención los figurines y cuadros chinescos debidos al pintor José Caballero, «una maravilla» en opinión de Foxá; A n tonio de O bregón (en Arriba, 14-XII-1939) y Juan Antonio de Zunzunegui, improvisado crítico de estrenos teatrales (número 18 de Vértice), com enta rían con rendido elogio la obra del novel dramaturgo. La acción se sitúa en China (Pekín y otros lugares) — las acotaciones ata ñen lo mismo a salones y cámaras palaciegas que a las orillas del río por el cual navega el junco de los piratas; el resto de la localización es una serie de sim ples m enciones com o las contenidas en el recordatorio que Chang, acompañante de Hoang-Ti en el encargo viajero del Emperador, hace de su recorrido: «Hemos atravesado selvas hondas, juncos, lagunas, nieves y volcanes./Por cenizas y garras, mandíbulas de tigre/ y copas venenosas; m o nasterios de luces,/lunas por el desierto de gacela,/ los torrentes, los verdes arrozales, el leproso dormido entre las setas,/ el té de las colinas, las tapias de los Parques/ y el barco azul de los piratas»— y en época no precisada; la protagoniza un reducido número de personajes de variada condición, des de el Emperador a algunos de sus ministros y unos cuantos cortesanos has ta un grupo de piratas; Cui-Ping-Sing, cuyo padre tiene la extraña profesión de dom ador de peces, es la única mujer del conjunto y su deslumbradora belleza le otorga relevante papel pues se convertirá en emperatriz y antes ha sido esposa del alto personaje, escritor y sabio Hoang-Ti — de ella se ad vierte a su aparición que «es fina, delicada, frágil com o una porcelana»— . Añádanse para com pletar la nóm ina de dramatis personae el canciller Lang, enem igo declarado de Hoang-Ti y del Astrólogo imperial. Todo ello conforma una obra más lírica que dramática con estimable nivel de exce lencia dada, v. g., su brillante y exótica ambientación, y la riqueza imagi nística y expresiva, servida por una versificación que combina con libertad endecasílabos, octosílabos y heptasílabos. Muerto Foxá, su camarada en la Falange y colega com o novelista, Feli pe Xim énez de Sandoval, recordaría en ABC(«Actualidad de Foxá», Madrid, 13-XII-1962) la sobremesa de una comida en Salamanca (en plena guerra ci vil) donde le anticiparía, entre recuerdos dolorosos que le arrancaban lá grimas — «no sé si muchos de sus amigos, camaradas y admiradores de sus
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juegos verbales, de sus réplicas contundentes, de sus afiladas ironías, [...] le habrán visto llorar, como yo le vi, con una congoja patética»— , algunos de los episodios y personajes pensados ya para la novela que preparaba, a cu ya escritura daría fin en esa ciudad en septiembre de 1937.5 Su ación se dispone en tres partes de diversa extensión, cuyos títulos — «Flores de Lis», «Himno de Riego», «Hoz y martillo·’— aluden a períodos de la historia política española contem poránea lo cual subraya el carác ter de episodio nacional de la novela que, com o es obligado en tal espe cie narrativa, incluye también otras historias com o la individual de algu nos personajes. H echos p olíticos — la p roclam ación de la segunda República y la alegría popular subsiguiente; el acto fundacional de Fa lange Española en el madrileño teatro de la Com edia— y hechos litera rios — la ram oniana tertulia de Pom bo, el accidentado estreno del Fer m ín Galán, de Alberti— ; personas bien conocidas (políticos, militares, eclesiásticos, intelectuales, escritores) com o personajes más o m enos ocasionales, cuyos nombres son respetados, com parecen junto a otros cu yo nom bre es deform ado levem ente («El D uque de Afil, diplom ático españ ol y autor de sonoros sonetos en decasílabos, p o r el D u que de Amalfi, Antonio de Zayas o «Arnuda, un poeta descolorido, comunista y complicado», por Luis Cernuda), y, finalmente, los personajes de ficción que en algunos casos lo son nada más qLie en el nom bre puesto que se corresponden con personas de carne y hueso — com o José Félix Carrillo, trasunto bastante fiel de Foxá— ß La novela es, además, el relato de una conversión política, la del protagonista José Félix que pasa de su oposi ción a la llamada «dictablanda» y de su militancia com o universitario en la FUE a falangista seguidor de José Antonio Primo de Rivera. La acción de la tercera y última parte de la novela, que co in cid e cronológicam ente con la guerra civil, se refiere al tiem po que va desde el asalto al cuartel de la Montaña hasta la llegada a Madrid de las Brigadas Internacionales, o, lo que es igual, de julio a noviem bre de 1936; a la acción ocurrida en Madrid, que es casi toda la acción, ha de añadirse un par de salidas, muy
s La primera edición de Madrid de corte a cheka, sin lugar de im presión [San Sebastián], sin imprenta [Aldus], salió en abril de 1938 (según consta en la portada); hay otra edición del m ism o año, que fue corregida y aum entada p o r el autor; en 1940 y 1944 fue traducida, res pectivam ente, al alem án y al italiano. Reeditada en 1993 (Barcelona, Planeta), obtuvo m uy favorable acogida salvo los reparos, con un sectario trasfondo político, form ulados en un diario m adrileño p or quien desató su indignación ante el h e ch o con calificaciones tan p o co ajustadas al caso co m o llamar a la novela «baba repugnante» y “escrito demencial». 6 Repárese en que el autor de Madrid de corte a cheka aparece co m o personaje con el dicho nom bre d e José Félix Carrillo pero tam bién com o A gustín de F oxá y co n el nom bre de Agustín Arm endáriz, apellido éste qu e se refiere a su título de cuarto m arqués de Armendáriz.
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p oco relevantes, del espacio capitalino: al frente de la sierra de Guadarra ma y a la ciudad de Toledo, para presenciar la voladura de una mina en el A lcázar sitiado. A ñádase qu e tras la huida de Madrid, José Félix y sus acompañantes llegan a Valencia, atraviesan la frontera con Francia por Ca taluña, entran en la zona nacional por la aduana de Irún y el protagonista, finalmente, se asienta com o soldado en el frente de Madrid, ciudad queri da al alcance de los ojos y de las manos pero también «la ciudad más leja na del mundo»; todo esto se ofrece con brevedad y rapidez sumas en las diez o doce últimas páginas del libro. Aunque el tiempo monárquico (di gám oslo así) es el que menos espacio ocupa en la novela de Foxá, su pre sencia es clara y frecuente com o claro y mantenido fue el monarquismo del autor,7 a lo que se une un peculiar madrileñismo que tiene p o co que ver con el de Arniches, popular y barriobajero, y con el de un Répide y un Ramirez Ángel, más lírico y culto. El Madrid de Foxá es, históricamente, el de la Restauración canovista prolongada hasta A lfonso XIII y, espacial mente, el bario de Palacio y el parque del Retiro; ambos — historia y espa cio— , im pregnados de sentim entalidad: la de quien retiene co d icio sa mente sus recuerdos infantiles y adolescentes. El tiem po republicano (y no digamos el tiem po bélico) suponen cam bio indeseado y novedad no grata, por lo cual no debe sorprender que quien haya de soportarlos — ca so de Foxá— se considere víctima y, resueltamente, se pronuncie en con tra. «Era un pasado que se rompía», leem os cuando, en un registro de la ca sa de José Félix por las milicias del Frente Popular, cae al suelo y se parte la concha de nácar «donde bebió tantas veces [de niño] el agua de las Garabitas» y esta expresión, diríase que con virtualidad casi emblemática, im plícitamente se reitera ante otros rompimientos — «entre aquellas cenizas que volaban sobre el patio [quema de la iglesia de San Nicolás], sin duda estaba su partida de bautismo», «tiraban [con tales destrucciones] todo un pasado. Las leyendas, los recuerdos, las nostalgias». Concluida la gueri'a y regresado Foxá a Madrid, la contem plación del hogar saqueado y de tan tas cosas entrañables destruidas motivó el artículo «Las viejas casas» (ABC, Madrid, 14-IV-1939) que «estaban cargadas de recuerdos», «que tenían su historia y su pequeña anécdota» y a las que magnifica la nostalgia. Ese territorio sentimental y geográfico (Madrid, en una sola palabra) está presidido en la tercera parte de la novela por la hoz y el martillo y su 7 R especto del m onarquism o de F oxá cuenta su am igo Joaquín Calvo-Sotelo («Agustín de Foxá», ABC, Madrid, 23-III-1964) la anécdota siguiente: «Cuando cierto senador chileno le rep rochó qu e tasase las causas p or las que u n hom bre p ued e entregar su vida — la Patria y el Rey— diciéndole: «Y realm ente, Agustín, ¿por qu é n o he de p o d er morir tam bién p o r el presidente de la República?», a lo que le contestó: «Porque m orir p o r el p residente de la Re p ública es co m o morir p o r el sistema m étrico decimal». Siempre ingenioso y m ordaz Foxá fue protagonista de un pintoresco anecdotario.
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fre el terror propio de la lucha contra un enem igo al que no se concede tregua; tam poco se la concede el autor, verbalmente cuando menos, a los que tiene por enemigos suyos (quienes dominan y defienden la ciudad) y con epítetos, expresiones, comentarios, situaciones y escenas los descali fica implacable — abonan lo apuntado ejemplos como: «eran peor que sal vajes», «eran la autoridad los limpiabotas, los que arreglan las letrinas, los m ozos de estación y los carboneros», «llamaban al robo, requisa, y al cri men, limpieza de la retaguardia», «era el gran día de la revancha de los dé biles contra los fuertes, de los enferm os contra los sanos, de los brutos contra los listos. Porqiie odiaban toda superioridad. Pese a semejante exa cerbación personal es cierto que, y Foxá lo constata, «por encima de la Re volución y de la Guerra» eran posibles casos com o el del anónimo milicia no y la madre de Carlos Otaño, unidos por el arrepentimiento y el perdón. Asimismo, al lado de tanta mortandad, la vida ofrece, en claro contraste, señales de presencia gozosa y por eso «también florecían los idilios» (el de Celia y Joaquín, p or ejem plo) ya que «el peligro, la m uerte cercana au mentaba la sensibilidad amorosa de la ciudad». Si entramos en la ideología del autor hay en su novela algunos pasajes no desprovistos de interés: Foxá reconoce, aunque sea m uy de pasada, la existencia de actitudes sociales indefendibles qvie sin duda explican — aunque el novelista no entra en explicaciones— otras actitudes de odio y revancha: es el caso, tan repetido entre ciertas gentes acom odadas y bien pensantes, de doña Gertrudis y sus hijas que «habían concentrado toda la abom inación del pecado sobre el problema amoroso, olvidando los ínfi mos salarios de la siega y la esclavitud de sus criadas, presas en sus cuartos en plena primavera. Medían la moral por los centímetros de las faldas y dictaban m odelos para los trajes de playa». En el vasto retablo de la vida española contem poránea presentado en M adrid de corte a cheka, con resonancias inequívocas de Valle-Inclán — sus novelas de El ruedo ibérico— , sirviéndose también de una conside rable y acertada frecuencia dialogística, quiero destacar que Foxá cuida los finales de las secuencias narrativas (mejor que capítulos), intensifican do de diverso m odo las palabras y las situaciones de cierre: son, por ejem plo, las citas ajenas qLte se colocan oportunamente para subrayar con ellas el tono del pasaje, irónico o trágico según los casos. Anunció Foxá la continuación de estos sus episodios nacionales con un segundo, titulado Salam anca, cuartel general, que no llegó a ver la luz,8 consciente de los disgustos que hacerlo hubieran podido acarrearle. 8 Me llam a la atención que tan repetido título se cam bie en Salamanca, la tumba del fascismo, según José María de A reilza en un artículo p ublicado en ABC, «Un artista del diá logo» (30-VI-1984, p. 55).
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Sus destinos diplomáticos fuera de España, la colaboración frecuente en el diario ABC, sus poem as y los estrenos teatrales ocuparon su actividad pos terior y sólo m uy esporádicam ente cultivaría la narración corta.?
5 Com puestos hacia 1941 se publicaron p ostum am ente n ueve capítulos bajo el título Mi sión en Bucarest (Madrid, Prensa Española, 1965) de ese episodio de la tetralogía proyecta da p o r Foxá: su acción, qu e p rotagoniza el diplom ático español Julio, adscrito a la em baja da española, ocurre en Bucarest, argum entalm ente lejano el asunto de la España en guerra.
Capítulo IV JACINTO MIQUELARENA, UN ESCRITOR «EN» LA GUERRA CIVIL
Miquelarena Regueiro nació en Bilbao el xi de enero de 1891 y en su ciudad natal se inició com o periodista en El Pueblo Vasco y frecuentó las primeras tertulias literarias, teniendo com o com pañeros y amigos desde entonces a Pedro Mourlane M ichelena y a Rafael Sánchez Mazas. Hacia 1930, tras algunos viajes y estudios en el extranjero ·— Francia e Inglaterra, que desde entonces serían para él naciones m uy queridas— , se estableció en Madrid y sentó plaza en Prensa Española — redactor del diario A B C y director del semanario deportivo Campeón— . En 1929 y 1930 publicó sus dos primeros libros, de breve extensión y ambos dedicados a contar sus viajes a Holanda (Elgusto de Holanda) y ..P ero ellos no tienen bananas (a Nueva York). Consecuencia asimismo de estancias en el extranjero son los artículos que en número de 23 integran y dan título, Veintitrés, a su ter cer libro (publicado por Espasa-Calpe en 1931); así com o el que le sigue, Stadium (tam bién Espasa-Calpe, 1934), es fruto de su dedicación al co mentario deportivo (futbolístico primordialmente) día a día. Antes de la guerra civil era asiduo concurrente de la tertulia que en «La Ballena Alegre», café Lyon (calle Alcalá, frente a Correos), tenía desde 1931 un grupo de escritores:
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U n día — recuerda M iquelarena (capítulo XVIII de El otro mundo, pp. 124127)— se acercó un m ozo de frente despejada y ojos azules. Llegó con toda su vehem encia, con una claridad de m ediodía, con el amor a España, con el des precio a todo lo que corrompía en el país, con asco para la derecha y con asco para la izquierda: se llamaba José Antonio Primo de Rivera.
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y con su llegada «había entrado la Falange en ‘La Ballena Alegre’». Muestra clara de ello fue la com posición de su himno, el «Cara al sol», que, en lo que se refiere a la letra, es fruto de la colaboración de varios ingenios, Miquelarena entre ellos, quien se atribuye la paternidad de dos líneas del mismo: «Volverá a reír la primavera» y «que en España empieza a amanecer».1 Al igual que Agustín de Foxá en uno de sus frecuentes relámpagos de ingenio explicó el secreto de su adscripción política diciendo aquello de «soy conde, soy gordo, soy diplomático, soy académ ico ¿Cómo no v o y a ser reaccionario?», M iquelarena se refería así a la fatalidad de su destino personal: «uno de los que había que asesinar en cuanto estallara la revolu ción social» pues no otra suerte podía esperar en tal vicisitud quien era co mo él redactor de A B C y tertuliano de «La Ballena Alegre».
D
e
1936 a 1939
El lunes 20 de julio de 1936 Jacinto Miquelarena, reservado ya su billete de avión, debía viajar a Berlín donde iba a celebrarse la Olimpiada inter nacional en la que estaba acreditado com o periodista, pero los aconteci mientos españoles de los días anteriores le impidieron salir de Madrid y desde entonces hasta enero de 1937 corre su cautiverio en la zona republi cana, consum ada que había sido la división geográfica e id eoló gica a muerte de España. El saberse víctima buscada por quienes se habían h e cho con el mando en la ciudad le llevó a abandonar lo antes posible su do micilio conocido y a pasar horas y horas deam bulando por la calle — «yo circulaba por las calles de Madrid. La calle era más segura que la casa [...]» (página 21 de Cómo f u i ejecutado en Madrid)— , viajando en los tranvías, recalando en casa de buenos am igos para, finalmente, conseguir que le admitieran com o refugiado en la embajada argentina cuyo encargado de negocios (don Edgardo Pérez Quesada) se mostró generoso a la hora de recibir y albergar a personas cuya vida corría algún peligro. D e las peripe cias vividas día a día en el no siempre seguro refugio da cuenta Miquelare na en sendos libros publicados en 1937 y 1938: Cómo f u i ejecutado en M a drid y El otro m undo, respectivam ente, relato que se com pleta con el reportaje aparecido en el número 18 de la revista Vértice, «Aquel buque de guerra argentino»: un grupo de refugiados en la embajada (Miquelarena entre ellos) embarca en el «Tucumán», que les espera en el puerto de Ali cante y llega a los pocos días a Marsella, donde nuestro escritor prepararía la entrada en la España nacional, a la que se incorpora en los primeros días 1 Ha con tado este m ism o h e ch o — la co m p osición del «Cara al sol»— , A gustín de Foxá (que tam bién colaboró en la letra) en su n ovela Madrid de corte a cheka.
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de febrero de 1937. Instalado en Salamanca — con esporádicas salidas a otros lugares, com o Bilbao tras la conquista de esta ciudad— Miquelarena, además de sus colaboraciones periodísticas — en el A B C de Sevilla, en Vértice, por ejemplo— , trabajó en la recién fundada Radio Nacional de Es paña (que dirigía Antonio Tovar), donde tuvo a su cargo los espacios titu lados «Comentarios», «Plato del día» y «No lo decim os nosotros» qLie eran «notas breves, bien redactadas y con sentido del humor». Otro artículo en Vértice (número 21), aparecido al p oco de terminar la guerra, podría considerarse com o el último jalón de este ciclo bélico y b e ligerante: se titula Las prim eras horas y los prim eros días de Madrid-, el texto iba ilustrado con cinco curiosas fotografías de objetos abandonados en la vía pública a causa de la lucha y de los bom bardeos y Miquelarena, con el ingenio y la intención que le distinguían, repara por ejemplo en la venta de sombreros que se produce tras la conquista de Madrid, cuando «el señor Nemesio, el señor Higinio y sus secuaces» acuden a comprarlo ya que «habían decidido abandonar el mono y el descuido barberil y la mira da torva» para asegurarse así ante los vencedores, pues «se trataba de pasar por sombrero viejo o por sombrero de toda la vida>, aludiendo a las e x presiones y consiguientes realidades de «camisa vieja», en el primer caso, y «de derechas de toda la vida», en el segundo. Pero la actividad de nuestro escritor durante el año 1939 continúa cuan do menos con dos publicaciones en volumen: Cuentos de humor, libro sa lido en abril y del que más adelante se dirá, y la reedición de El gusto de H olanda, ahora con el subtítulo «viaje novelado» (mes de noviem bre),2 uno y otro título muy lejos de la actitud banderiza de sus inmediatos ante cesores.
Dos
LIBROS DE
«El FUGITIVO» Y
UN DIÁLOGO PREMIADO
La ingrata experiencia sufrida por Jacinto Miquelarena los meses de s li forzosa estancia en el Madrid repLiblicano es el asunto de sus dos libros de guerra, cuya redacción y publicación se produjo entre 1937 y 1938; los peli gros y temores padecidos por el autor y su inmediatez temporal imponen el tono beligerante, hostil y, más de una vez, panfletario que los caracteri za. Cómo f u i ejecutado en M adrid (impreso en Ávila por Sigirano Díaz) y El otro m undo (impreso por Aldecoa en Burgos) tuvieron en la zona na cional éxito de público, m uy sensibilizado entonces para esta clase de z Esta reedición vio la luz en La Novela del Sábado (Madrid, núm ero 28, 25-XI-1939) y lle va co m o ilustración al texto, que se m antiene sin m odificaciones, los dibujos que había h e cho A ntonio C u ezala para la primera edición: Madrid, Espasa-Calpe, 1929.
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historias, com o lo prueban las varias ediciones de uno y otro ;3 en las res pectivas portadas consta, al lado del nombre del autor, el seudónim o que m edio le encubrió durante algún tiempo, «El Fugitivo». El primero de ellos no es un libro unitario en cuanto que está constitui do por secciones relativamente distintas entre sí, siete en total — «Madrid», «Anecdotario», «Bilbao», «La alegre Inglaterra», «Periodismo», «Galería de monstruos», «¡Arriba España!»— , si no ordenadas en forma de capítulos ri gurosamente sucesivos, sí separadas tipográficamente y acom pañado cada uno de los titulillos m encionados del correspondiente pie explicativo — así en «Galería...»: «El Fugitivo descubre las bellezas del panfleto y las utili za para presentar al mundo una fama empapada en sangre y en ridículo»— . El título general responde a una noticia falsa que corrió por Madrid: la de que Miquelarena había sido fusilado en esta ciudad o en los primeros días de agosto de 1936 o en la que llama «la semana del periodista» (del 20 al 30 de septiembre). Pero com o quiera que tal suceso no se produjo, el interesado (o presunto cadáver) ocupa su tiempo y las primeras páginas del libro en presentar a los lectores un retrato de Madrid víctima de la guerra en las se manas iniciales de la misma, de acuerdo siempre con la visión de un perse guido — «los paseos», las cárceles y las checas, las incautaciones— que, fi nalmente, consigue ponerse a salvo; com ienza así una nueva etapa en la vida de este cautivo y su relato será el objeto de otro libro («yo prometo que se sabrá todo algún día», p. 8), «inédito por ahora»; será El otro mundo. Pero aunque Cómo f u i ejecutado... se sale tras su primera sección (p o co más de cincuenta páginas) de dicha circunstancia personal, nunca es capa a la más general de la guerra civil y por eso las anécdotas que se re fieren a manera de alivio están relacionadas con ella y las invocaciones a Bilbao, la patria chica, y a Inglaterra, país que el escritor «quiere» y a cuyo pueblo, que admira, califica de «noble», no suponen salida alguna fuera de la exclusiva y excluyente preocupación bélica, pues cualquier recuerdo — com o la distinción de Bilbao, su tradición musical, los «buenos escrito res» que fueron— o noticia — la coronación en Westminster del monarca Jorge VI— conduce, quiérase o no, al azaroso presente. Nada digam os cuando lo que se pretende es, de la cruz a la fecha, la denostación del ene m igo — esos «monstruos» que se llaman Azaña, Prieto, Bergantín,4 respec tivamente «el simulador», «el seductor» y «el excremental»— o la exaltación 3 D e los com entarios sobre estos libros sirva co m o ejem plo la reseña de El otro... firma da p o r Fed erico de Urrutia (núm ero 12 d e Vértice, julio de 1938), quien destaca que M ique larena «tiene la virtud, co m o gran hum orista que es, de encontrar siem pre la cara risueña del dolor» y valora el libro co m o «un relato interesante, que unas v eces hace sonreír y otras sacude el sistema nervioso». 4 Este escritor, ciertam ente p o co sim pático en el orden personal a algunos colegas, p a rece ser una de les bêtes noires de M iquelarena qu e le vap ulea cruelm ente cuan do escribe
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del combatiente nacional com o en el artículo de 1937, Unificación. Resul ta comprensible que, sobre todo en el caso de las valoraciones negativas, la expresión se desmesure o energumenice. En esta colección de artículos periodísticos — poco más de una treinte na de entre los «más de 500 [escritos] en pocos meses», algunos cablegra fiados al diario bonaerense La Nación— cabe destacar aparte de lo apun tado y con vivien do con ello, el l i s o de la ternura y del hum or com o adecuado aunque no m uy frecuente contrapunto a tanta exaltación. Pia dosa resulta la presentación hecha en «El prisionero» de un inocente mili ciano engañado por la propaganda marxista, hijo del sano pueblo madri leño «algo así com o Julián [el de La verbena de la Paloma\». Un hum or sacado de quicio, disparatado por la raíz inverosímil que lo sustenta pero no vencido hacia el desgarro esperpéntico, se echa de ver en piezas com o las tituladas «El oportunismo en la educación de las masas »5 — una extraña e hilarante Universidad de la Evasión creada en el Madrid republicano por quienes anhelan huir del mismo luego de adiestrarse convenientem ente en las varias enseñanzas al efecto— y «Una revolución en Londres» — in tencionada invención con la cual replica Miquelarena a una truculenta n o ticia aparecida en Daily Herald, demostración además de que «un perio dista español, si se le reta a inventar idioteces, es capaz de inventarlas tan maravillosamente com o un periodista inglés» (p. 117); en ninguno de am bos casos y pese a la apariencia humorística, que es sólo una manera de abordar el asunto, deja en olvido Miquelarena su beligerancia. D e cuando en v e z una im agen o una com paración sorprendentes por lo insólitas — refiriéndose a la desnudez en que quedaban las casas saqueadas por las turbas en el Madrid revolucionario: «[...] sin más señal de hogar que las es carpias, que parecían cerrar el puño, escuadrando el brazo, desde las p a redes vacías» (p. 28)— o la ingeniosa ocurrencia greguerizante — «la saeta es com o una palom a enlutada por la pena que se echa a volar desde un balcón» (p. 135)— animan el texto en el que se insertan, cuyo tono suele ser otro bien distinto al humor.
cosas co m o la siguiente: «el excrem ental enlutado, que aportó lu e go al Frente Popular la adhesión incondicional del cuerp o más rico en taras físicas y m orales y m ejor conductor de alcantarilla m ental que haya p roducido nunca la raza humana» (p. 176). 5 Precisam ente con este artículo se inició (núm ero 1, IV-1937) la colaboración de M ique larena en la revista Vénice, presentada anónim am ente co n las siguientes palabras: «inicia m os la sección d e HUMOR de nuestra revista con la publicación de un delicioso artículo fir m ado p o r UN [sic] FUGITIVO. Nuestros lectores encontrarán e n estas líneas toda la g rad a y el refinado in gen io de una plum a de renom bre nacional que, h o y por h oy, nos es im posible descubrir; tam bién será fácil apreciar en este trabajo una enorm e reserva de resignación y espíritu en el autor que vivió hasta h ace p o co tiem po la tragedia de los días rojos en Madrid escon dido en una Embajada».
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El segundo libro, prometido ya en el anterior y preparados ambos tal vez simultáneamente, se titula El otro mundo y (tal como anunciaba el autor) en sus páginas se ha conseguido «no hablar del personaje más importante de aquella historia — el miedo— o, en todo caso, hablar del miedo con elegan cia». La historia en cuestión es la de sus meses de estancia com o refugiado en una embajada, y verdad que a base de humor y de un cierto distanciamiento la conflictiva situación es ofrecida a veces hasta con «elegancia». Q uien llamaríamos atrapado en la ratonera de Madrid logra finalmente — día 27 de agosto de 1936— entrar en un albergue salvador y no otra es la materia argumentai de los dos primeros capítulos de este libro unitario; al término de los mismos com ienza la vuelta atrás en el tiempo y surgen en la memoria del protagonista el recuerdo del café Lyon y de la tertulia en «La Ballena Alegre» — capítulo III— , de su trabajo en el diario A B C — (capítu lo IV)— o de fechas y sucesos más recientes — días 13 de julio (V), 17 (VI) y 18 (VII)— para volver de nuevo — capítulo VIII— , tras una especie de so bresaltado despertar, al m om ento y a la situación de partida: asilo en la embajada. Sin más retrocesos temporales, con perfecta linealidad, lo que llamaremos acción avanza hacia su deseado término: la libertad. Escasas y reiteradas situaciones deparan el encierro y la inm ovilidad propia del reducido espacio utilizable com o lugar de la acción; ésta es na rrada por quien la vivió y contem pló en un pasado muy reciente: peripe cias suyas — com o la escalofriante, acaso mejor tremendista, que se relata en el capítulo X: fusilamiento en un callejón al lado de donde duerme Mi quelarena— o de otras personas pero que él contempla y considera desde m uy cerca — así la que ocupa algunas páginas del capítulo XXIII: la inven cible fuerza del amor hum ano— alternan y dan al conjunto una relativa variedad. Entonces aquello no era sino «prisión» (palabra que se repite más de una vez) o «cárcel» («la em bajada no era más que una cárcel; una cár cel pequeña dentro de la espantosa prisión de Madrid», p. 57) y, tam bién (p. 165), una «isla»; desde ahora, cuando la pesadilla es recordada, resulta algo dolorosam ente distinto y venturosam ente desaparecido: «el otro mundo». Las escenas que se traen del recuerdo al libro son ofrecidas com o meras im presiones, sin especial ahondam iento meditativo — el posible aleccionamiento de ellas derivable— o psicológico — la reacción de quie nes la sufren aunque se advierta, por ejemplo, que la anormalidad padeci da día tras día por los asilados produjo algo así com o la «mineralización» de sus sentimientos (p. 109) y, de otra parte, la aceptación complacida de al gunas maravillosas y mentirosas noticias bélicas llevaba consigo una infantilización (p. 136)— , ofrecidas con gran brevedad de extensión pues quien las escribió tal vez no se propuso más cosa que el personal testimonio de nunciador, en definitiva, una muestra de esa especie literaria a la sazón tan
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en boga ya que tantos la cultivaron, consistente en presentar por escrito el relato de su caso individual durante la contienda. Del mundo exterior lle gan a la embajada por m uy diversos conductos noticias de Madrid y del curso de la guerra: la entrada de un nuevo refugiado le sirve a Miquelare na para (pp. 145-147) recordar al poeta bohem io y modernista Pedro Luis de Gálvez, convertido por la fuerza de las circunstancias en temible y san guinario asesino, digno de ser colocado en esa «galería de monstruos» que con irritado apasionamiento fabricaba nuestro escritor. La «elegancia» que Miquelarena quiso presidiera este su relato testimo nial y que actúa com o eficaz ocultadora del m iedo y de otras debilidades no menos naturales, sentidas quizá por las gentes de El otro m undo y p o siblemente rebajadoras de su dignidad humana, se sirve haciendo uso del humor que distancia de los sucesos y atenúa la extremosidad casi límite de algunas situaciones: así la triste suerte corrida por los campesinos sacados forzosam ente de sus p ueblos y trasladados a Madrid ante el arrollador avance de los nacionales, su desordenada instalación en los pisos confis cados del barrio de Salamanca descargan alguna parte de su fuerza dolorosa cuando el narrador, serio y circunspecto hasta entonces, se permite la siguiente politizada ocurrencia: «no se p u ed e negar en absoluto que el marxismo conduzca al paraíso. Cuando menos, se sabe de algún cerdo y de algunas gallinas de carretera que han vivido durante algunos meses en una maravillosa sala isabelina rodeados de viejos grabados, de espejos y de cornucopias» (p. 86). A ello debe añadirse (también sucedía en Cómo f u i ejecutado en Madrid) lo que siempre fue proclividad de Miquelarena hacia el juego expresivo — com o cuando se refiere de este m odo a un ama necer (p. 28): «el frío de la m adrugada iba a dimitir ante un brote de sol, hasta la noche siguiente»— y la ingeniosidad nada tópica — «era una habi tación elegante. Se moría uno de frío entre cuadros al óleo, poteries de bastante mérito y un magnífico retrato de la embajadora. La luz indirecta corría por el techo com o una rata blanca. No creo que la carne congelada haya sido tratada nunca de una manera más distinguida» (p. 119)— . (Algu na v e z habló Miquelarena de que el final de la contienda «me sorprendió escribiendo mi tercer libro de la guerra» para el cual había pedido un pró logo a sus amigos «Tono» y Mihura pero del que desistió finalmente). Un jurado que formaban el canónigo Fermín Yzurdiaga, el publicista José Pemartín y el catedrático universitario Carlos García O viedo conce dió en Vitoria, a 21 de m ayo de 1938, el premio «Mariano de Cavia», convo cado por Prensa Española (diario A B O , al artículo «Por España, unidos en la guerra y en la muerte», obra de Jacinto M iquelarena, publicado en el A B C sevillano el día 25 de julio del año anterior. La actualidad e importan cia del acontecimiento tratado — la unificación de todas las fuerzas políti
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cas de la zona nacional en la organización denominada FET y de las JONS, decretada por Francisco Franco que pasaba a ser su jefe nacional, en abril de 1937— , junto con el acierto literario del tratamiento fueron quizá las ra zones que decidieron el galardón. Cabe añadir que este artículo, que m uy pronto cam bió su título prim igenio por el más breve y convincente de «Unificación», tuvo mucha difusión6 y tal ve z fuera representado, en virtud de la estructura dialogada, com o ejem plo de teatro de urgencia y belige rante, por el estilo del existente en la zona republicana. Un requeté, «barbudo y fuerte», y un falangista, «casi un niño», son los anónimos protagonistas de la breve e intensa escena en el cam po de bata lla que concluye con la muerte de ambos, alcanzados por las balas de un enem igo que ni siquiera com parece para alusiones directas; uno y otro han tenido el tiempo justo para presentarse a su ocasional com pañero de trinchera — el pasado o prehistoria del falangista, que tiene quince años, no existe; el requeté, casado y con hijos, pertenece a una familia de largo abolengo carlista: «soy hijo de carlista y nieto de carlista y bisnieto de car lista-— ». Uno y otro representan asimismo a las regiones españolas — Cas tilla y Navarra— , donde ha sido más entusiasta y masiva la contribución popular al Alzamiento. La militancia falangista de Miquelarena le permite emplear atinadamente la retórica (novias, flechas) propia del personaje de tal ideología; el diálogo mantenido es de un ritmo rápido y exultante que se apaga paulatinamente hacia el final, cuando ambos combatientes han sido heridos de muerte, y los puntos suspensivos aquí em pleados pueden ser señal tipográfica de dicho apagam iento, precursor del desenlace; la expresión resulta lacónica al extremo, salvo breves salidas com o la apre tada caracterización paisajística de las respectivas patrias chicas.
Un
l ib r o d e c u e n t o s
«d i s t r a í d o »
A los pocos días de acabada la guerra civil, exactamente el 29 de abril, concluía la impresión en «Aldus» (Santander) del libro de Jacinto Miquela rena, Cuentos de hum or; conjunto harto insólito en aquellos momentos por cuanto la preocupación bélica y política era lo que dominaba enton ces con exclusividad en la vida española y, también, en la literatura y lo cierto es que ni siquiera de refilón hace acto de presencia en sus páginas. Para entender semejante anom alía no m e parece necesario recurrir a la presunta condición, casi infamante, de «distraídos» que el crítico G onzalo Sobejano otorgó a los cultivadores del hum or en tiem pos españoles de m ayor gravedad, ni tam poco me cabe el explicarla com o un caso más de 6 Se h izo una edición d e 50.000 ejem plares am pliam ente repartidos e n los frentes y en la retaguardia; lleva este folleto el subtítulo d e «diálogo heroico».
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contradicción, propia del escritor burgués, entre su beligerancia activa y una imparable tendencia al escapismo; estimo, más sencillamente, que se trata de legítimo uso por nuestro autor de su veta humorística que en este libro (en todas y cada una de las piezas que lo constituyen) corre sin traba alguna. Lo cual se refuerza cuando sabemos que la com posición y prime ra salida a la luz pública de varias de ellas 7 coincide en el tiempo muy cer canamente con los artículos y libros de asunto bélico ya comentados. Si hubiéram os de situar este volum en dentro de la m odalidad a que pertenece y en relación con los cultivadores contem poráneos (entiéndase españoles) de la misma, echaríamos m ano de los nombres de W enceslao Fernández Flórez y de Ramón G óm ez de la Serna, quizá com o punto de arranque el primero y, el segundo, com o dilecto m odelo que en sus días de máximo auge (pongam os los años 20 y los primeros 30 del siglo xx) in fluyó considerablemente en sus colegas más jóvenes. Ciertamente lo inve rosímil y estrambótico, que producen sorpresa en el lector, son abundan tes en tales relatos y los caracterizan. Abre marcha el titulado El entierro de Carpóforo, que no es pieza es trictamente independiente, sino com o un capítulo (un episodio más, de colocación no precisada en el conjunto) de la novela D on Adolfo el Liber tino que Miquelarena traía ya entre manos y publicaría un año después; sin dependencia alguna ni entre sí (porque fuesen algo parecido a eslabo nes de la misma cadena narrativa), ni con respecto a otra narración ajena, sino enteramente autónomas (com enzando y concluyendo en sí mismas) se presentan las diecisiete narraciones restantes. Las impensadas manías, las extravagantes obsesiones más de una v e z rayanas con la chifladura — com o El agraciado platónico al que año tras año toca el gordo de una lotería (y sobre su buena suerte proyecta) a la que nunca juega— o con la dem encia — com o el protagonista de El diario de un millonario secues trado por quienes (los loqueros) «me han metido en esta habitación» (la celda del manicomio)— producen la extraña atmósfera en que se insertan personajes y sucedidos. Anónimos muchos de los lugares en que ocurre la leve y breve acción narrada, no concretados ni tam poco identificables por alguna referencia delatora; no existen de ordinario indicaciones a la épo ca en que pudo acaecer lo que se cuenta. Ambas imprecisiones (espacial y temporal) son corroboradas por la anonimía de buena parte de los personajes-protagonistas, presentados por el autor y conocidos del lector co mo, v. g., «el agraciado platónico» o «el millonario secuestrado» o «aquel 7 Tal su ced e al m enos con tres de estos cuentos de humor, p ublicados durante 1938 en Vértice, son los titulados: El entierro de Carpóforo (ilustrado con un dibujo de «Tono», na 10, V-1938), Memorias de un joven enérgico (con dibujos de «Lilo», na 11, VI-1938) y Una tarde en aquella casa de Sefton ParkCn3 14, IX-1938).
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hombre» (nada más), tertuliano de En el café no lo había sospechado na die com o si, en virtud de su talante estrambótico, carecieran de señas de identidad verificables. Tanto esos personajes sin nombre y casi sin rostro com o aquellos que — tam bién existentes en Cuentos de hum or— poseen una identidad de terminada, forman un conjunto humano hasta cierto punto variado, habi da cuenta de la edad, sexo, nación, clase social, econom ía y cultura que les son privativos y, también, de las preocupaciones — el dinero, el amor, por ejem plo— que los dominan. Miquelarena los apunta en muy extrañas sociedades — la de Esposos Martirizados (p. 107), la Unión Fraternal de Dom adores (p. 133)— , confraterniza con algunos de ellos — caso de M i f a mosa amistad con «Malagueñito de Córdoba> — , se convierte en sujeto de la peripecia que narra — así en La verdad sobre mi escuela de toreo p o r co rrespondencia— , parece identificarse sentimentalmente con las ilusiones de algunos — com o «el joven pálido» protagonista de Aquellos tiempos te rribles. ..— , pero el uso del humor, presente en los dieciocho cuentos del volum en, creo que, en general, le separa de ellos y le coloca com o con templador suyo, ajeno o por encima de sus vicisitudes que más de una vez son absurda nadería o irrelevante anécdota trabajada con habilidad por su inventor que se permite en ocasiones divagar — com o en las páginas 11-12 acerca del amor y el dinero en la literatura— , interrumpir la marcha de la acción para apelar en su ayuda a la musa de algunos célebres escritores — así en El entierro de Carpóforo— , usar, acá y allá, ciertas com paracio nes e im ágenes junto a rasgos expresivos que parecieron m uy de v a n guardia (ramonianos en suma) — v.g.: «[...] el día que se incorpora, sucio y desconchado, después de un mal sueño y se deja dominar por un sol cru do que alborota a los pájaros en los árboles y riza los primeros ruidos de las persianas que se levantan» (p. 48)— . D on Adolfo el libertino, subtitula da «novela de 1900», vendría inm ediatam ente— año 1940— a desarrollar los gérm enes y posibilidades hasta aquí insinuados.
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Lo que viene después en la vida y en la obra de Jacinto Miquelarena, fallecido en la estación parisina del metro de M ichel-Ange-M olitor el 10 de agosto de 1962, fue casi únicam ente colaboraciones periodísticas y co rresponsalías en el extranjero — Alem ania, durante la segunda guerra m undial y, después, Argentina (de la agen cia Efe) y Francia (del diario ABC)— . Nunca renunció a su condición de humorista y de ello quedan pruebas fehacientes tanto en su aportación a publicaciones de humor — com o la revista mensual Horizontes, 1940, en la sección «El m undo tonto»;
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el semanario Tajo, 1941, y, finalmente, La Codorniz— com o en artículos más serios. Ignoro si sería aventurado concluir que Miquelarena, periodista y hu morista m uchos años en activo, fue un francotirador de las letras o, con otras palabras, que iba por libre en la española república literaria tal com o lo manifiesta su no-adscripción a determ inados grupos y cenáculos que dan respaldo, m uy decisivo a veces, a quienes se m ueven dentro de su territorio. Establecido desde 1937 en Salamanca, Miquelarena ni está geográfica mente cerca de quienes sacan en Pamplona la revista Jerarquía (sus n ú meros 2 ,3 y 4 datan, respectivamente, de octubre de 1937, marzo 1938 y 1938 sin especificar mes), ni colabora en esta empresa (igualmente editora de libros) pese a su conocida militancia falangista; su aportación a La Novela del Sábado no es tam poco consecuencia de que esté ligado al grupo fun dador y director, de matices, así ideológicos com o literarios, distintos a los propios. Situado en los primeros años de la posguerra, Miquelarena no va a ser ni fundador ni colaborador de la revista Escorial — 1940— y, pese a colaboraciones más bien esporádicas en las publicaciones periódicas fun dadas y dirigidas por Juan Aparicio (artículos en El Español y en Fénix, p or ejem plo), no p uede considerársele com ponente de su grupo. D on Adolfo el libertino sale en Ediciones Españolas con obras a tenor del poli tizado clima imperante; la excepción era su novela — tiempos y persona jes pasados, humor— , harto lejana de la actualidad inmediata y del tre m endism o narrativo de los años 40 lo cual perjudicaba sin duda la inclusión de obra y autor en las nóminas de cultivadores del género que muy pronto com enzaron a hacerse. Por si todos los datos aducidos no bas taran, añádase qu e la condición errabunda del periodista M iquelarena — las corresponsalías en el extranjero— , que forzó su alejamiento físico del m undo literario madrileño, habría de afectar a su renombre.
Capítulo V JOSÉ MARÍA PEMÁN, UN ESCRITOR COMPROMETIDO
com enzó y cóm o el compromiso político del escritor Pemán, je rezano nacido en 1897? Fue en los años veinte, ante la situación que atra vesaba España antes del golpe de estado del general Miguel Primo de Ri vera a cuyo régimen ayudó com o militante de la Unión Patriótica, partido fundado por el dictador y cuya doctrina expuso, m uy favorablemente, en el libro El hecho y la idea de la Unión Patriótica (1929). Cambiado el signo de la política española con el cambio de régimen el 14 de abril de 1931, Pe mán, que siguió fiel a la monarquía derrocada, intervino activamente en política con la palabra y con la pluma: colaboraciones en los diarios ma drileños El Debate y ABC\ poem as com o el Salmo a los muertos del 10 de agosto (1933) — el levantam iento contra la República del general Sanjurjo— y Elegía a la tradición de España, compuesta en 1931 aunque publi cada en 1933, alegato contra el nuevo régimen español. En ese mismo año prueba fortuna y estrena (teatro Beatriz, 13 de septiembre) El divino impa ciente, biografía dramática de San Francisco Javier que fue un éxito reso nante en el que tuvo alguna parte la intención política que le asignaron bastantes espectadores — son los «elementos ambientales, extraños a mí y a la obra misma»— , que rechazaría el autor cuando años después declaraba que la obra «tuvo [entonces] un epílogo, una cola, un cuarto acto, digá moslo así, de pasión y dialéctica, que no lo escribí yo»1y sirvió para introdu cir su nombre en el panorama teatral del momento. A este momento co rresponde asimismo su adscripción al grupo intelectual y político «Acción ¿C uándo
1 D eclaración de Pem án en ABC (Madrid, 4-X-1950, pp. 27-28) con m otivo de la reposi ción de El divino impaciente en el teatro Calderón p o r la com pañía d e Alejandro Ulloa. 109
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Española», empresa en cuya actividad participaría con discursos, co n fe rencias y colaboraciones en la revista del mismo nombre, reafirmación de su anti-republicanismo bien declarado en el fandanguillo que se le atribu ye: «Te cantaré un fandanguillo/que te va a dejar pasmado:/¡Me revienta ese morado/que le han puesto al amarillo/debajo del encarnado!». Testimonios propios y ajenos dan noticia de sus pasos una vez com en zada la guerra civil: «¿Qué hizo usted el 18 de julio de 1936?», pregunta res pondida así por el interesado (La Novela del Sábado, n2. 3, Sevilla, 11-II1939, p. 125): Yo estaba en una finca de cam po m uy aislada de Jerez de la Frontera. No tenía radio, ni había en la casa una sola arma. El 18 de julio m e encontré con el teléfono cortado. D e este m odo negativo y silencioso tuve noticias del A lza miento, que ya esperaba. Aquella tarde, por caminos inseguros, m e fui a Jerez y m e presenté en el cuartel de Villaviciosa al com andante militar, el h eroico Marqués de Casa Arizón. Le dije a la orden de usted.
Y a la orden de sus respectivos mandos en los diversos casos presenta dos se mantuvo en los tres años de la contienda. Gentes com o Ridruejo, García Serrano o Vegas Latapíe dan fe de ello en sus testimonios2y las pa labras del interesado lo corroboran y extienden su actividad a la de prolo guista de libros ajenos (de versos, sobre todo) pues mientras dura la guerra m e he im puesto, com o deber, la prodigalidad y el des pilfarro de mi pluma com o el de mi palabra. Am bas cosas las considero com o requisadas y en servicio obligatorio. Sé lo que esto desgasta en todos los sen
2 D ion isio Ridruejo, Casi unas memorias (Planeta, Barcelona, 1976, p. 107 B): «Segura m ente el más unificado de los m onárquicos fue Pem án. Tam bién era el más ingenuo. Pem án se puso uniform e y siguió pronunciando sus bonitos discursos m emorizados, con gran pro fusión. D ébil y ganoso de fama, no tenía — esto es lo cierto— apetencia de poder. Consiguió la amistad — siempre relativa— d e Franco, que, más o menos, le admiraba».// Rafael García Serrano, La gran esperanza (Barcelona, Planeta, 1983, p. 31A): «El trance histórico era tan d es com unal que habríamos de contem plar durante treinta y tres m eses a don José María Pemán, poeta gaditano de indudable calidad, haciendo a un tiem po de Lope de Vega, Calderón, San Juan de la Cruz, un p o co de Santa Teresa, algo de San Juan apocalíptico, m ucho de M enén d ez P elayo en agudos digests periodísticos e incluso de ministro de E ducación y Cultura o equivalente en el belén burgalés, todo ello para nacionales y singularmente para los «de de rechas de toda la vida».// Eugenio Vegas Latapíe, Los caminos del desengaño (1987, p. 92 y p. 69): «Lo que a Pemán realmente le gustaba era recorrer los frentes y pronunciar discursos, vi sitar a los generales en sus puestos de m ando, pasearse de uniforme por las ciudades de la re taguardia, alternar en los hospitales con heridos y enfermeras. En una palabra, hacer turismo de guerra [...] En todas partes arengaba y enardecía con su palabra a las gentes. Solía hablar también, de manera regular, desde los m icrófonos de Radio Sevilla. Hasta cierto punto se ha bía convertido en el portavoz del clam or patriótico del Alzamiento».
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III
tidos. Pero cuando otros dan la vida, no es m ucho que uno dé un p o co de d es gaste literario. 3
Algunos de los prologados mostrarían su agradecimiento dedicándole poem as encom iásticos, caso de Leocadio López (Mis amores. Dios, P a tria, Franco, Pontevedra, 1938, p. 171) y de Carlos Antonio Areán González (H acia el Imperio, Vigo, 1939, p. 123); de bien contrario signo y de no mejor calidad poética es el soneto «¡Pemán!», obra del poeta republicano manchego que firmaba con el seudónimo «Roger de Flor».4 ¡p e m á n !
Poeta del engaño y la mentira, que conduces un burro por pegaso, tus versos atormentan el Parnaso y destrozan las cuerdas de la lira. Al pasado tu numen se retira y canta la barbarie y el atraso; la maldita epopeya del fracaso de una casta traidora que delira. Latabroso, poeta sin entraña, que al obispo acom paña con la vela; de la tierra sin luz, polichinela que pasas arrojando com o araña, com o viejo patriota de cazuela, tu veneno mortal a nuestra España. Muestra de su popularidad y com o agradecimiento a sus desvelos por la causa nacional sería nombrarle «Alferez Provisional Honorario»; Pemán, reconocido por este honor, llevaría en adelante en su camisa de campaña la estrella distintiva de esa graduación. Otra muestra de popularidad, ésta dentro del ámbito literario, fue el hecho revelado en 1938 por sus editores vallisoletanos de Librería Santarén, quienes sacaron en enero de ese año el volum en Poesía (1923-193/), en tirada de diez mil ejemplares, para «servir 3 Pem án, p ró lo g o a La guerra a través de las tocas, de Carm en Martel (C ádiz, Cerón, 1938, p. 5). 4 Fue p ublicado este soneto en Batallón, órgano del 2s Batallón de la 29 Brigada Mixta, ns 6 (12-V-1937J); su n o identificado autor escribió m uchos versos durante la contienda y a su final fue fusilado p o r los nacionales en C iudad Real.
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el deseo del público que reclama diariamente las obras del Poeta que por estar agotadas en su m ayor parte y hallarse las restantes depositadas en Madrid, apenas se encuentran en las librerías de España». Los jefes militares más relevantes dispusieron al poco de em pezada la contienda para la zona que dom inaban la creación de un organism o de gobierno: la llamada Junta Técnica del Estado, presidida por el general Mi guel Cabanellas en razón de su edad y constituida por varias Comisiones, en cierto m odo equivalentes a Ministerios, una de las cuales fue la de Cul tura y Enseñanza a la que, entre otras misiones, se le encom endaba la de asegurar la continuidad de la vida escolar, la reorganización de los centros de enseñanza en sus niveles de primaria, media y superior así com o el es tudio de las normas necesarias para adaptarlos a las orientaciones del Nue v o Estado, cuyos funcionarios habían de ser cuidadosam ente elegidos; Pemán fue nombrado presidente de la misma, cargo que apenas cumplió dada su constante y variada actividad fuera de Burgos, residencia de la C o misión, en la que fue personaje destacado el catedrático universitario En rique Suñer, quien llevó la depuración del profesorado con suma rigurosi dad, lo que le valdría la denom inación de «gran inquisidor». En un dominio más cultural y literario em pezaré destacando, relacio nado también con el compromiso asumido por Pemán, su incorporación a la Real Academ ia com o miembro numerario elegido durante los años de la República y tomando posesión de su plaza acabada la guerra civil, el día 20 de diciembre de 1939, en solem ne acto de recepción* presidido por el Generalísimo; por entonces, y con carácter provisional, ocupaba la vacante de director de la docta corporación y sucedía a don Emilio Cotarelo Mori en el sillón i. El protocolario discurso de ingresó trató D el sentido civil y su ex p resión en la poesía española, qu e es trabajo riguroso y docum entado (Cádiz, Cerón, 1940); con las palabras que siguen justificó el interesado su peculiar situación en la Academia: Porque y o ven go aquí, a pronunciar este discurso, paradójicamente, cuan do no sólo he intervenido ya en las tareas de esta Casa sino que, por superior designio, la he dirigido en un m andato provisional que sería inexplicable si no
5 Una reseña anónima, publicada en el núm ero 33 de La Novela del Sábado (Madrid, pp. 109-111), da cuenta del mismo: »Día de gala el m iércoles 20 de los com entes en el severo p a lacio d e la calle de Felipe IV. José María Pem án, el gran p oeta d e la España contem poránea, iba a leer su discurso de recepción en presencia del propio Jefe del Estado, del G obierno en p len o, del C uerpo diplom ático y de una m uchedum bre de artistas, hom bres de letras, sol dados heroicos y otras elevadas personalidades. [...] El G eneral entró en el docto recinto p o r la puerta de honor, que se abría p o r primera v e z desde el año 1928. [..] Com o un n oble final del acto in olvidable el G eneral im puso a Pem án la m edalla de académ ico y le e strech ó la m ano. Sonó una salva de aplausos y se dieron los gritos de «¡Franco, Franco, Franco!»
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lo justificara el azar y trastrueque d e la Guerra donde, porque todos han de acudir a todo, en callada entrega de obediencia y sacrificio, un novicio puede bastar para dirigir una Academia.
La contestación estuvo a cargo de Lorenzo Riber, quien extremó el to no de sus palabras, consecuencia sin duda de las circunstancias que con currían, y así dijo, refiriéndose al compromiso del recipiendario en la g u e rra civil: D esde el primer instante, cuando aún el estupor del súbito chasquido te nía el ánimo de m uchos paralizado y atónito, José María Pem án fue militante anónim o. Se m ovilizó del lado del Á ngel: m ovilizó su palabra. A la palabra, con una exacta im agen militar, San Pablo la llama espada del espíritu. Pem án lu ch ó co n la espada del espíritu. Se h izo el juglar de la Cruzada. Sembró su oratoria caldeada de repentinas im ágenes de novedad y maravilla. Habló a las m uchedum bres anhelantes; arrebatada por el éter, su palabra cobró alcances no sospechados.
La adhesión de Pemán a la causa nacional fue inmediata y rotunda c o m o lo prueban unas palabras suyas a los pocos días del Alzamiento en un discurso pronunciado en la Academ ia gaditana de Santa Cecilia; en ellas queda afirmado el propósito de servicio por encima de la retórica exqui sita: Si supiérais, amigos, ¡qué em oción fuerte y viril esta d e olvidar u n p o co la literatura, para entregarse plenam ente a una im paciencia vital de eficacia! ¡Si supiérais qué placer ese de redactar una proclam a, sacándola [sic] punta c o mo a una flecha, hasta quedar com placido de su agresividad popular, hacien do voto de castidad y de pobreza literaria, ayunando a pan y agua de retórica, exorcizando con un libéramela im agen dem asiado bella o el concepto dem a siado sutil! ¡Y el placer de ver, luego, esas palabras impresas en la espalda de una de esas octavillas de colores vivos com o la verdad y alegres com o la ju ventud! [...] Yo he visto, al borde de un camino, junto a una cuneta, impresas en una octavilla de basto papel verde, unas palabras mías, enfangadas, pisote adas... Y yo, que he sido un enferm izo enam orado de los libros pulcros, he pensado con íntimo orgullo: he ahí la más conm ovedora de mis ediciones.
Desde su casa de Cádiz, en el número 14 de la Plaza de la Constitución, escribe a su gran amigo el músico Falla y se le presenta com o «peregrino» de la causa que, ilusionadamente, va de aquí para allá pues le llaman «pa ra arengar a tanto héroe com o se ha levantado por Dios y por España»; a fi nales de septiembre del 36 le hablaba a su corresponsal de que el rigor de los primeros tiempos com enzaba a ser sustituido por la clemencia, que él propiciaba ante algunas autoridades:
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que si al principio fue necesario el absoluto rigor, ya puede ser ocasión de que vaya dejando paso a una cierta clemencia que, acaso, atraiga a m uchos que, sólo por engaño, delinquieron o se extraviaron.
Hasta diez nuevos títulos constituyen la obra de Pem án durante los años de la contienda, dejadas aparte reediciones de libros anteriores en fe cha: se reparten entre crónicas de guerra — ¡Atención, atención! Arengas y crónicas de guerra (1937), Crónicas de antes y después del diluvio (1939), Historia de tres días (1939)— , que antes de tomar forma de libro fueron co laboraciones periodísticas; teatro — Almoneda (1938), D e ellos es el m undo (1938), Ha habido un robo en el teatro (1938) y La Santa Virreina (1939)— y poesía — son los titulados Poesía (1923-193·/) (1937) y Poema de la Bestia y el Ángel (1938)— . Añádase un abundante número de artículos que vieron la luz en diarios com o A B C (de Sevilla), semanarios com o Dom ingo (San Sebastián) y revistas com o Vértice (Bilbao) y Jerarquía (Pamplona), no re cogidos en volumen. Crónicas de antes y después del diluvio (Valladolid, Ediciones Recon quista, 1939) responde a una petición de libro hecha a Pemán por José Ruiz Castillo, el editor propietario de Biblioteca Nueva establecido a la sazón en la ciudad castellana; contesta el escritor enviándole una selección de trabajos periodísticos agrupados en tres secciones, a saber: «Crónicas de la hora inocente» — entre el final de la Dictadura y la proclam ación de la Re pública— , «Crónicas de la hora trágica» — la República hasta el estallido de la Guerra Civil— y «Crónicas de la hora gloriosa»— ya en la guerra y en la zona nacional. (No se dan fecha ni periódico donde fueron publicadas). Estas últimas son las que más nos interesan aunque resulta harto difícil o b tener de ellas referencias concretas que enriquezcan nuestro caudal noti cioso ya que Pem án elucubra de lo lindo, verborrea que es un prim or — no digo que lo haga mal, dada su habilidad— y en cuestiones tan inte resantes com o la del estilo de la Falange (VI, «Del estilo») no dice nada mí nimamente útil. Reparo en el artículo «España y Claudel» en el que, respec to al p oem a claudeliano A los mártires españoles, «traducido con viril mano segura por Jorge Guillén», afirma que ya «era hora de versos duros y de mártires arrebatados: hora de romper la ley, la lógica y la gramática». Pemán, que anduvo por tantos sitios y atendió a tantas cosas durante la guerra, ejerció también com o cronista y ello porque no pocas veces estu vo en los frentes y podía informar directa e inmediatamente de lo que p a saba en ellos; facilitando su labor al respecto, contó con la amistad de ge nerales com o Várela — en el frente de Madrid: Talavera de la Reina, v. g., octubre 1936— o Castejón — en el frente de Toledo: Illescas, ídem— , y si el primero le adelanta a veces alguna información, el segundo le invita a co
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mer en «la modesta casa que le sirve de cuartel», si bien es cierto que nues tro escritor nunca usa abusivamente de tales privilegios y se prohíbe «in vadir el terreno de la crónica bélica» del colega Manuel Sánchez del Arco, al que llama «maestro». Algunas de esas crónicas, fechadas entre agosto del 36 y febrero del 37, con la excepción de un sentido y personal tributo al fa llecido Mola y de la referente a la liberación de Bilbao, enviadas desde lu gares tan diversos com o los apuntados o com o Navalcarnero y La Maraño sa, son las reunidas en la segunda parte del libro Arengas y crónicas de guerra (Cádiz, Cerón, septiembre de 1937). Se trata de textos que, dentro de la especie cronística a que pertenecen, resultan de apariencia harto distinta a lo acostumbrado en ella: claro está que no falta la m ención de lo sucedido, soporte indispensable, pero es más bien limitado respecto de cóm o suelen hacerlo casi todos sus colegas, quizá más vivo y, desde luego, más cuidado o literario. Añádase que P e mán siempre encuentra a m ano un porm enor o varios que dan gracia al conjunto donde se integran com o sería el caso de la conversión, en la b a talla de La Marañosa, de los temerosos estruendos guerreros en bien con certada sinfonía que lo llenaba todo: esa fusión de sonidos varios que llegan a adquirir, oyéndola con el corazón en alto, una armonía musical: el bordoneo grave de las piezas gruesas, el vibrar de platillos de los cañoncitos de los carros, las palmas de tango de los antiaé reos y las ametralladoras y, por cima de todo, el silbido fino y atenorado de las balas, que fingen en el aire bandada de pájaros invisibles.
Menor acierto revelan las divagaciones de asunto político aunque sean suscitadas por un hecho narrado precedentemente. Pemán com puso también La Historia de España contada con sencillez (Cádiz, 1939), que durante algún tiempo fue texto oficial para las escuelas públicas, aprobado por el ministerio de Educación Nacional y el Instituto de España, dedicado a Franco («Al Generalísimo Franco, entregándole es ta historia sencilla y aniñada»), a quien se celebra además en un enfervori zado soneto.6 6 Este soneto p em aniano sigue a la dedicatoria de La Historia de España... y dice así: A ti, Francisco Franco, a ti el prim ero de los soldados de la España nueva, d o y este libro que en sus hojas lleva sabores de naranjo y lim onero. La España grande que labró el acero de tu arado y el pulso de tu esteva, deja que al darla, en com unión m e atreva, m olida en pan, al m undo venidero, (sigue en pág. siguiente)
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Pemán, tan abiertamente comprometido con el bando nacional al que ayudó con la actividad política, la oratoria, la colaboración periodística y la poesía lo h izo tam bién con el teatro, continuando así una trayectoria tiempo atrás iniciada: Almoneda, D e ellos es el mundo, Ha habido un ro bo en el teatro y La Santa Virreina son los títulos pertenecientes a este momento. El estreno de la primera, com edia dedicada «a todos los buenos españoles que pelearon heroicam ente en los campos de batalla por dete ner la alm oneda de un m undo y una civilización», corrió a cargo de Car m en Díaz (9-IV-1937) y se efectuó en el sevillano teatro San Fernando. Con un m arcado aire ben aven tin o — am biente burgués, diálogo ingenioso, aleccionam iento ético-político— , sus tres actos tienden a mostrar, inten cionadam ente presentada la peripecia, lo que el autor considera y deno mina alm oneda «de todos los valores europeos — orden, autoridad, jerar quía, b elleza— entregados a p recio de saldo a todo lo más selvático, bárbaro e inferior», a cargo de una sociedad que «no espera a que la derro ten, se entrega. Los blancos se entregan a los negros, los directores a la masa, los viejos a los jóvenes»; con personajes com o Tío Palafox, repre sentante de la sensatez, cuyas intervenciones recuerdan por el tono y el contenido párrafos de los artículos pemanianos, o M éndez Grau, el «poeta nuevo» autor de Poema del caballo sin sol, ridículo y cursi en cuya figura parece desahogar el dramaturgo alguna enem istad respecto de colegas más próximos.7 A juzgar por las reseñas consultadas, el estreno (también por Carmen Díaz) de D e ellos es el m undo fue, lo mismo en Zaragoza (15III-1938) que en Sevilla (16-IV), una apoteosis patriótica y de hom enaje al autor, presente en ambas ocasiones, requerido para saludar a los especta dores y dirigirles la palabra. El título de esta pieza de circunstancias, cuya reposición no autorizó Pemán una vez acabada la guerra, responde al de seo de exaltar a los jóvenes que habían sido (y seguían siéndolo) ejemplo de generosidad al darlo todo, su vida incluso, por la salvación de la patria am enazada y a la cabeza de ellos, su más calificado portavoz, al alférez provisional a quien se canta en unos versos (muy aplaudidos) del cuarto cuadro — «¡Yo aquí, ofreciéndote, España/veinte años igual que veinte/da Por ello tú has cubierto de alto brillo tu n oble frente a la am bición extraña; p o r ella m i decir se ha h ech o sencillo. Los dos hem os cum plido nuestra hazaña. T ú por am or a España, eres C audillo... ¡Yo m e h ice niño p o r am or d e España!
7 1939.
Almoneda, comedia en tres actos y un intermedio, fue publicada en Cádiz por Cerón,
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lias frescas/y la Muerte,/de jardinero, detrás!»— ; cinco cuadros se reparten la acción que com ienza presentando el ambiente universitario anterior a la guerra, y a este mismo tiempo corresponden los cuadros segundo y ter cero; los dos finales nos sitúan ya en la contienda, con la trinchera com o escenario del cuarto y con la presencia activa de un teléfono en el quinto. Para el periodista zaragozano Luis Torres, que recogía en su crónica las impresiones de los espectadores, «los dos cuadros más originales y de ma yor efecto teatral son el primero y el último, y el de más sincera em oción, el cuarto» (Dada la breve duración de esta pieza, Carmen Díaz le pidió a Pemán que escribiese un m onólogo «ajustado a las circunstancias bélicas españolas» para recitarlo antes de aquélla, petición atendida con Ha habi do un robo en el teatro, cuya acción tiene lugar en Sevilla: ocurre que a la actriz le falta una fotografía de Jesús del Gran Poder y sale a escena d e mandando la ayuda de los espectadores para encontrarla; tras un mom en to de oscuro, le es devuelto el marco plateado que la contenía pero sólo el marco, acom pañado de la carta de un combatiente que declara se ha lle vad o la imagen consigo al frente.8 Vuelve Pemán al teatro con La Santa Virreina siguiendo la orientación marcada por sus obras a partir de El divino impaciente (1933) y abandona el compromiso político inmediato, sacudido por los azares de la más reciente historia. En una entrevista realizada por Carlos Fernández Cuenca ( Correo literario, Madrid, na 51,1-VÏÏ-1952) declaraba Pemán respecto de la gestación de esta obra que había sido un farmacéutico madrileño quien le envió la tra ducción de un artículo en una revista extranjera sobre el descubrimiento de la quina por si se trataba de un asunto que pudiera interesarle; ocupado el escritor en otros asuntos más urgentes no contestó inmediatamente a la pro puesta pero fué dándole vueltas y vueltas hasta que cuando el tema ya to maba formas concretas en su mente pidió datos de época y ambiente al eru dito peruano Raúl Porras, quien le suministró m uy rica y abundante docum entación sobre el particular; con ella y con alguna otra noticia que reunió, en cosa de quince días compuso la obra, estrenada por la compañía Guerrero-Mendoza en el Teatro Lírico de Palma de Mallorca el 16 de junio de 1939 y, tiempo después, en el Español de Madrid; mereció en esta ocasión el más cumplido elogio de Luis Araujo-Costa, crítico de ABC, para el que La Vi rreina. .., «flor de rica savia, perfume confortador y bella corola no desmere ce en la prodigiosa antología [que integran] los autos sacramentales y la dra mática gloriosa de nuestro Siglo de Oro» (ABC, Madrid, 30-XII-1939). Dividida en siete cuadros, los dos primeros son a manera de prólogo y los cinco restantes, cuya acción sucede en tierras del Perú, desarrollan el 8 De ellos es el mundo... Película representable e n un acto y cinco cuadros. (Madrid, edi torial Castilla, 1939; ilustraciones de T eodoro D elgado)
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cuerpo de la leyenda que no es otra sino la que rodea el descubrimiento de la virtud medicinal de la quina, ocurrido en el siglo xvii, durante el rei nado de Felipe IV. La Condesa de Chinchón (doña Francisca Henriquez de Ribera), que acom paña a su marido, conde y virrey en aquellos territorios, realiza una denodada labor complementaria de la oficial, puesta de manifiesto con he chos a favor de la población indígena a la cual, a su m odo, terminará con quistando para España oponiéndose, por ejemplo, a la tiranía ejercida por el estanciero Juan de Hurtado y «anchando» (haciendo más ancho) nuestro imperio pues proclama que tales gentes: «mis hijos sois: el cuerpo os han curtido/los mismos vientos y los mismos soles/ y la misma oración y el mismo beso.../ Si vosotros no sois sino españoles [...]». Semejante interés lo individualiza la n oble señora en la joven india Zuma a quien lleva a su palacio limeño y convierte en su doncella de confianza; ambas constitu yen pareja dominante en la corte virreinal y su potencia m engua la de los restantes personajes, com prendido el virrey. Acertados resultan los por menores relativos al ambiente indígena que es un mundo presidido por la superstición, consecuencia acaso de su paganismo religioso y nunca esti mado com o enemigo. Tal es la intención patriótica o españolista que ani mó al dramaturgo, creador del personaje Zuma com o «punto de encuentro del vigor de la nueva América y la civilización de la vieja España». Este «poema dramático» se parece bastante a la trilogía que forman El divino impaciente, Cisneros y C uando las cortes de C á d iz en variedad métrica y brillantez de la escritura en la que ahora abundan com paracio nes e im ágenes donde se utilizan com o términos constitutivos elementos de la naturaleza. Ya ha sido mencionada la antología de la obra poética de Pemán publi cada en Valladolid, 1938, por Santarén, selección hecha por los editores siguiendo el criterio más objetivo posible, o sea guiándonos por las indicacio nes que el mismo público ha h echo de sus gustos y preferencias y procurando respetar siem pre esa selección espontánea que significa la m ayor popularidad de tales o cuales poem as.
En sus trece apartados se ofrecen cronológicam ente poem as de libros desde D e la vida sencilla (1923) hasta 1936; el último de esos apartados se titula «Poesías civiles (1936-1939)», con cinco composiciones, algunas de las cuales son fragmentos del Poem a de la Bestia y el Ángel. Esta extensa obra pasa por ser el más destacado espécim en p oético de la zona nacional. En la introducción con que se abre, el autor la sitúa en los antípodas de la llamada poesía «pura», denostada en ambas zonas
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beligerantes por ajena a la realidad cotidiana, pero se echa de ver en las negativas palabras pemanianas una deficiente información al respecto o, de otro m odo, falta de perspicacia para entender lo que había sido — en la poesía, en el arte contem poráneo en general— la marcha de las cosas; frente a esto, el señalamiento de que la poesía ha de ser civil y para todos. Este Poem a... es (o quiere ser) muestra inequívoca de ello y diríase que hasta en la métrica se advierte semejante postura pues «no descoyunté los ritmos poéticos, sino que estudié y ensayé todas las formas métricas, in cluso las más disciplinadas. He escrito octavas reales, hexámetros y sáficos». No se trata de un poem a épico a la antigua usanza, lo cual no tendría m ayor sentido en nuestros días; carece por ello de un hilo narrativo con tinuado y perm ite incursiones de lo lírico en lo épico y, también, frag mentos solamente líricos; tam poco es una «crónica rimada» que puntual mente informe de todo lo ocurrido, ya que Pemán ha hecho una selección en el material utilizable y semejante característica la refuerza el hecho de que no esperó a que la guerra hubiese terminado para com poner y publi car la obra. Por encim a de la lucha entre los dos bandos enem igos, fundam ento anecdótico, que dirimen violentamente sus diferencias en una conocida y concreta geografía, existe en el Poem a... una ulterior significación que convierte dicha peripecia en un nuevo episodio de la eterna lucha plane taria entre el Bien y el Mal; de ahí, los elementos bíblicos y teológicos que el poeta em plea junto a las referencias coetáneas — hechos y personajes de la guerra civil. Unos y otros elementos coexisten a lo largo de los tres cantos — «Desde el principio de los tiempos» (I), «En el centro de la histo ria» (II), «Hacia los tiempos nuevos» (III)— , que se corresponden con el p a sado, el presente español, doloroso y glorioso, y el futuro, también espa ñol, que se anuncia próspero. Estamos ante un p royecto poético am bicioso y difícil que tuvo insatisfactoria realización, afectada además por el maniqueísmo ambiente y con sólo algunos pasajes bien entonados dentro del conjunto com o «Romance de los muertos en el cam po »9 o «La ni ña de Talavera», anticipados algunos en la prensa. Es el resultado de un año de esfuerzo y un ejemplo — declara el autor— de poesía viva y direc ta com o «escrita muchas veces por caminos y trincheras [...] sin tener sobre su cabeza otra cosa que la luz del cielo y el ojo de Dios» y así pudo salir más que «un fragmento de Arte, un fragmento de Vida».
9 El rem ate de este p oem a desconcertaba m ucho respecto de los versos qu e lo p rece dían: «pero D ios sabe sus nom bres / y los separa en el viento» (a rojos y azules); así apare cía en la prim era edición, m odificada sobre este particular en la de 1954 (Cádiz, Escelicer): ¡Y có m o iguala la m uerte — los rojos y los azules! / ¡Qué am or de sol los acerca!— ¡qué p az de tierra los une!».
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Publicado por Ediciones Jerarquía (abril de 1938, con ilustraciones de Carlos Sainz de Tejada) tuvo en general buena acogida, con algún elogio desm edido y señalamiento de algunos defectos.10 Acabada la guerra civil, Pemán mantuvo sin desmayo, aunque con va riaciones impuestas por diversas circunstancias, lo mismo el compromiso id eoló gico — ahora inclinado hacia la m onarquía borbónica y su repre sentante D o n ju án , de cuyo Consejo fue miembro, que hacia Franco y su régimen— que su incesante actividad literaria, desparramada en el cultivo de diversos géneros y especies: sería siempre objeto de admiración y cau sa de discrepancias.
10 Fue el caso de José López Prudencio qu e se atrevió a com parar con la épica hom éri ca el p o em a p em an ian o (ABC, Sevilla, 24-VIII-1938). G o n zalo Torrente B allester ( Vértice, B ilbao, ne 13, agosto 1938), a vuelta de n o p o co s elogios, form ulaba dudas acerca de la p er tinencia de algunos recursos utilizados p o r Pemán. N icolás G on zález Ruiz (La Novela del Sábado, Madrid, n2 20, 30-IX-1939, pp. 114-118) destaca qu e el Poema... "tiene innum erables b ellezas, gran des aciertos p arciales y en to d o él un a dign idad literaria qu e jam ás se e n cuentra desmentida» pero tam bién hace reparos: los cantos I y III «requerían u n desarrollo m ucho m ás amplio» o «la variedad de m etros qu e Pem án em plea y la exigen cia narrativa perjudican en varios pasajes a la m usicalidad exterior».
Capítulo VI CRÓNICAS DE GUERRA Y LIBROS DE MEMORIAS
L a g u e r r a civil española se convirtió no tardando m ucho en asunto de in terés mundial y así se explica la venida a España de extranjeros de vario pelaje y con intereses m uy diferentes a quienes, andando el tiempo, en 1969, excom ulgaría Camilo José Cela en estas palabras de la dedicatoria de su Vísperas, festividad y octava de San Camilo del año 1936 en Madrid. «[...] los aventureros foráneos, fascistas y marxistas, que se hartaron de ma tar españoles com o conejos y a quienes nadie había dado vela en nuestro propio entierro». L o cierto es que para nuestra desgracia se la tomaron y, voluntarios o forzosos, no tardaron en traspasar nuestras fronteras y fue ron combatientes en tierra ajena, prepotentes, esforzados, cobardes, cri minales a veces. Entre ellos h u b o periodistas de oficio o aficionados que, en uno u otro band o beligerante, inform aban a sus periódicos y agencias de lo que presenciaban y oían en los frentes de com bate o en la retaguardia, mal avenidos con la censura nacional o republicana cuyas respectivas autoridades imponían con cierta frecuencia restricciones a su labor y algu nos de ellos, sospechosos de espionaje y desafección, serían castigados.1 Quizá predominaron los periodistas anglosajones encabezados, dada la fama literaria que consiguió posteriorm ente, por Ernest H em ingw ay quien, resultado de sus cuatro estancias en zona republicana, com puso la
1 Fue el caso del británico de origen húngaro Arthur Koestler, corresponsal d el londi nense Tíoe News Chronicle entre los nacionales, p reso en M álaga y Sevilla, acusado com o espía, con den ad o a m uerte y, finalmente, canjeado p or la m ujer del aviador Carlos Haya.
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famosa novela Por quién doblan las campanas;2 entre los británicos des tacaría Henry Bucley (Manchester, 1904-Sitges 1972), corresponsal de The Daily Telegraphy autor de Vida y muerte de la República española (1940), libro traducido y publicado por Espasa en 2004, referencia ineludible para el conocim iento de ese régimen y de la época. Independientemente de su adscripción a uno y otro bando suele haber en el testimonio que ofrecen algunas incomprensiones relativas a costumbres y hechos españoles, fru to de su extranjería pero nuestro objetivo es referirnos a la obra cronística llevada a cabo por los españoles del bando nacional .3 Posiblemente las dificultades encontradas para su trabajo sean las mis mas así com o el m odo de hacerles frente y, al paso, encontramos en algu nas crónicas indicaciones sobre el particular com o las que hace «El Tebib Arrumi» cuando escribe que, en posesión ya de las noticias necesarias, h ay qu e trasladarse, deprisa y corriendo, al prim er pu esto telegráfico y allí pergeñar m uchas veces dictando el texto a los mismos telegrafistas transmi sores cuanto en la labor señalada se ha p odid o captar. Con todo esto queda dicho que los despachos lanzados al hilo telegráfico de tal forma no pu ed en en m odo alguno interpretar en toda su amplitud la importancia de las aciones bélicas,
algo indispensable a quien podría ser llamado cronista de cam po (o al pie de los hechos), diferenciándolo de quienes actúan en muy otras condicio nes, «situados en la retaguardia, montan sus estilográficas al pie mismo de los aparatos receptores telegráficos y van poniendo en salsa nuestros bas tos pero sustanciosos caracoles informativos»; y también se necesita, com o receptor, la colaboración de ese «compañero taquígrafo» que esperaba en la redacción; en cualquier caso, la urgencia presidía su tarea. El proceso transmisor concluía a veces en las ondas radiofónicas y no en las páginas del periódico del día siguiente com o ocurrió con las crónicas del «Tebib» respecto de Radio Nacional de España, en Salamanca. Mal que les pese ad
2 A l hispanista G abriel Jackson se d e b e La Guerra Civil Española, interesante «antología d e los principales cronistas de guerra am ericanos e n España» cuyas inform aciones atien den lo m ism o a las vicisitudes bélicas que a la vida cotidiana en am bas retaguardias. 3 Cronistas de guerra h u b o asim ism o en la zon a republicana y aunque no p erten ecen al contenido de este libro recordaré al respecto que el p eriód ico El M ono A z u l repartió entre algunos de sus colaboradores el encargo de inform ar sobre lo sucedido en diversos frentes y así, p o r ejem plo, María Teresa León y Rafael Alberti lo hicieron del m adrileño d e la sierra de Guadarram a y a César A rconada le correspondió el frente Norte. Más recientem ente ha visto la luz M adrid en guerra. Crónica d e la batailla de Madrid, edición y notas introduc torias a cargo de Josep María Figueres (Barcelona, Destino, 2004), volu m en q u e reco ge ar tículos debidos a cronistas nacionales (tres) y republicanos (cuatro).
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miten los afectados semejante limitación y así «Juan Deportista», seLidónim o de Alberto Martín Fernández (artículo «Guerra y humor en la Ciudad Universitaria», ABC, 11-III-1937) decía que «es mejor prescindir de la prosa lírica y relataros sucintamente los hechos, tipo parte oficial». Por mucha que sea la confianza entre algunos cronistas privilegiados y ciertos jefes militares resulta más que obligada la discreción informativa por ambas partes y a ello alude el cronista antes m encionado explicando a sus lecto res: «entiendo que el papel de cronista de guerra no es el de adivino, ni m ucho menos el de destripamientos del Mando, [y por eso] me conform o con informaros de lo que veo y siento». Quien ha tenido ocasión de com probar los peligros que acechan a tales informadores se manifiesta así:4 Nosotros los hem os visto en días y noches de com bate, calado el casco y el K odak en bandolera, escribir en un bloc amarillento y arrugado, sucio de san gre y de tierra, entre el silbar de las balas, el estam pido de los obuses y el rigo d ón siniestro de las ametralladoras, las im presiones que más tarde llevarían el eco triunfal de nuestras conquistas a las hojas volanderas de los diarios.
Y García Serrano? recordaría con admiración a cronistas tan valerosos com o aquellos colegas de O viedo, que pasaban de la redacción al com bate sin tocar baranda; están a la cabeza de la lista junto con el diario El Alcázar, y ningún ejem plo m ejor que el de los m uchachos de Lucha, de Teruel cuyo director fue C lem ente Pam plona, com batiente y escritor, gravísim am ente herido, dado por muerto en la confusión que siguió al asalto de Teruel.
Habría alguna víctima — heridos, muertos, prisioneros del enemigo— entre ellos y debe recordarse a los tres corresponsales que perdieron la vi da en la durísima campaña de Teruel (invierno de 1937), a José María de Armiñán y a Martínez Morán (de La Voz de Galicia), «que cayeron en terreno enem igo y en poder de las hordas rojas». También se dio el caso de Manuel Casanova, cronista de Heraldo de Aragón en el frente madrileño, «prisio nero cerca de Pozuelo, en compañía de otros cuatro periodistas que viaja ban en el mismo coche y estuvo preso desde entonces hasta 1938», prime ro en Madrid y, después, trasladado a la cárcel M odelo de Valencia, juzgado y condenado a muerte, de todo lo cual habla en su libro Se pro rroga el estado de alarma. Memoria de un prisionero (Toledo, 1941), que 4 José Sanz y D íaz, Zig-zag literario. (De las armas y de las letras) (Vigo, editorial Car tel, 1938, p. 67). s Rafael G arcía Serrano, Diccionario para un macuto (Madrid, Editora N acional, 1966, P- 45)·
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ofrece «una gama de matices más variada y flexible que la habitual en esta clase de escritos», pues según Palacio Atard son «páginas escritas con buen estilo y garbo de periodista». Ni qu é decir tiene qu e tanto los m encionados hasta ahora com o los tratados más adelante se distinguirían por su adhesión a la causa n acio nal, manifestada en el tono entusiasta de sus crónicas: exaltación de los hechos y dichos nacionales y reprobación del enem igo, en am bos casos con exageración tal vez deliberada com o cuando insisten en una supues ta cobardía de las tropas republicanas cuyos integrantes solían huir a las primeras de cambio, «perniciosa propensión [la llamaba el periodista Del Arco] porque puede hacer creer que los rojos nos regalan las victorias». Con dedicación más y menos habitual y ámbito geográfico de amplitud limitada a territorio próxim o a la residencia estable de quien escribía — ca so, v. g. de Luis Torres para el frente aragonés, de Francisco Quesada para el andaluz oriental y de Luis Moreno Nieto, el benjamín, para el cercano a Madrid— fueron m uchos los periodistas que cumplieron función de cro nistas de guerra aunque no todos recogieran en forma de libro sus colabo raciones periodísticas. A lo que creo, la lectura de la prensa diaria era en tonces m edio de conocim iento más utilizado que las em isiones radiofónicas, con la excepción del éxito obtenido en sus charlas nocturnas de Radio Sevilla por el general Q ueipo de Llano.6 En virtud de su efectividad propagandística creo debería figurar a la ca beza del conjunto de cronistas V ÍC T O R RuiZ A l b é n i z (1885-1954), más cono cido por el seudónim o de «El Tebib Arrumi» («El m édico cristiano»), que ha bía ejercido com o tal en África donde co n oció a Franco, com batiente contra los marroquíes rebeldes del Protectorado español. Periodista m uy activo en el bando nacional, adscrito enseguida de com enzada la guerra al Cuartel General del Generalísimo, su debut com o cronista fue en noviem bre del 36 informando de la jornada victoriosa de Móstoles, Alcorcón y Villavíciosa de O dón en una crónica transmitida telegráficamente desde Navalcarnero; fundada después Radio Nacional de España, las que siguieron serían leídas en esta emisora por el locutor Fernando Fernández de Cór doba y contaban además con su inserción en cinco diarios de la España 6 D e su actuación ante el m icrófono, qu e tanto apo yaba el ánimo de los oyentes, escri biría tiem po desp ués Gerald Brenan (Memoria personal, 11)20-1975) (Madrid, 1979, pp. 418419), nada so sp ech o so de sim patizante del bando nacional, que Q u eip o «era un a estrella de la radio. Toda su p ersonalidad cruel, bufon esca y satírica, p ero m aravillosam ente viva y au téntica lleg ab a a través del m icrófon o. [...] Sus em isio n es estaban repletas de anécdotas groseras, chistes, insultos, cosas absurdas, todo era extraordinariam ente viv o y colorista p ero estremecedor». Por orden d e Serrano Súñer fueron suprimidas las charlas de Q u eip o el 1-II-1938
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nacional— La Gaceta Regional (Salamanca), Diario de Burgos, El Norte de Castilla (Valladolid), El Faro de Vigo y La Voz de Galicia (La Coruña)— , cuyo núm ero fue aumentando con el paso del tiempo. En vista del éxito obtenido entre oyentes y lectores se animó a reunirías en volum en, diez en total, desde E l cerco de M adrid (1937) hasta ¡C a taluña p o r España! (1939), bien acogidos por algunos críticos para quienes constituían valioso testimonio: G onzález Ruiz (Ια Novela del Sábado, na 33, 30-XII-1939) esti maba que «El Tebib es un cronista esencialmente objetivo y ha incorpora do a su manera de hacer ese criterio histórico que no debe abandonar nunca al periodista», mientras que Luis Moure Mariño (La generación del 36..., p. no) señala algunas deficiencias de tales crónicas al afirmar que en ellas se descuidaba — tal v e z en dem asía— la form a literaria, se contaban los h e chos de la guerra, casi siem pre exaltados con adjetivos altisonantes, donde las palabras «glorioso», «heroico», «patriótico», etc, se em pleaban a troche y m oche. Eran unas crónicas populacheras, flojas e improvisadas p ero que, seguram en te por ser así de vulgares, tocaban la tecla sentimental de la gente.
Elijo com o ejemplo representativo de ese conjunto cronístico su tomo V, ¡Asturiaspor España! (1938), que en el tiempo, tal com o se indica en la portada, abarca de septiembre a noviem bre de 1937: la crónica que abre marcha lleva la fecha del 2-IX y la que cierra del 4-XI, superando ligera mente (catorce días) el final de la lucha en Asturias que es, en cuanto a es pacio, el principal escenario de la acción; diversas son las localidades don de el autor fecha sus crónicas y quince las salidas momentáneas del frente para atender a varios actos patrióticos, alguno de ellos con la presencia del Caudillo. Las crónicas — unas setenta— rebosan patriotismo dada la eufo ria que producen las continuas victorias de los nacionales, lo cual otorga a la expresión un tono superlativo, advertible desde el mismo título: «Una jom ada gloriosa», «Briosos avances en toda Asturias» o «¡Gloria a los reali zadores del prodigio heroico!» y llega hasta el remate de algunas crónicas con varios ¡Vivas! y ¡Arribas! cerrándolas; superlativo igualmente pero de signo negativo, el em pleado para la denostación del enem igo, lo mismo cuando se refiere a crueldades, barbaries, cobardía qu e cuando salen a plaza algunos de sus jefes (ya en acción, ya en recuerdo nefasto) com o Prieto y Belarmino Tomás, el dirigente asturiano. El cronista escribe sobre la marcha y ni entonces -versión primera— ni después — recogida en li bro— se para a corregir lo escrito, donde encontramos incorrecciones de estilo, repeticiones evitables y no sé si erratas o errores en nom bres de pueblos citados; no es, por tanto, Ruiz A lbéniz un cronista de cierta bri llantez expresiva y cultural, lo que le aleja de colegas com o Manuel Aznar,
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Manuel Halcón o Francisco de Cossío, lo cual no afectaría a la popularidad lograda ni al hecho de que actuara com o cronista oficial. Sus fuentes in formativas son variadas y van desde lo propio y directo — «he presencia do»— a lo que le cuentan otros — «[...] referirse [el cronista] a m últiples acontecimientos m erced al aporte informativo de terceras personas» que a veces son los mismos com batientes— , más lo que p rocede del m ando, que tanto le distingue. Los periódicos republicanos que ocasionalmente le llegan, los combatientes pasados a las trincheras nacionales y los prisione ros le sirven también a este particular. Los dos meses de lucha en el Principado tuvieron, junto a las normales o habituales, características singulares, reflejadas en estas páginas, a sa ber: ante todo, que se trataba de un final de etapa para uno y otro bando y de ahí el ardor puesto por los soldados ya sean conscientes de que se ba ten en retirada — los republicanos— , ya animados — los nacionales— por la larga racha victoriosa com enzada en junio de 1937 con la conquista de Bilbao; sus enem igos son ahora los mineros asturianos tan mitologizados por una leyenda que incide en su arrojo, no pocas veces barbaram ente em pleado; el factor mal tiem po — «ha llovido durante todo el día de h oy [16-IX] por el sector de Asturias de una manera tan bárbara [...] se cubrió el cielo completamente y ha estado lloviendo toda la jornada hasta las cinco de la tarde de una forma verdaderam ente desconsoladora», «no se recuer da una otoñada más dura que la de este año»— ; por último, la dificultad que entraña la configuración montañosa del terreno, escenario propicio para heroicidades portentosas que pasman a contempladores extranjeros com o los corresponsales destacados al cam po de batalla: «los periodistas extranjeros [en el frente leonés] que estaban conmigo expresaban de una forma bien gráfica no sólo su entusiasmo sino también su asombro».7 La biografía del navarro M a n u e l A z n a r Z u b i g a r a y (1893-1975), p erio dista y diplomático, está llena de hechos importantes com enzando por que a los veinte años, tras una entrevista al empresario Nicolás María de Urgoiti, se convirtió en fundador y prim er director de El Sol, un diario 7 E dicio n es España, de M adrid, sacó d e sd e m ayo de 1939 — la Historia del Caudillo, na i— hasta m ediado T943 — Aquello de Belchitefue algo glorioso, n2 31— una serie titulada «La Reconquista de España» dirigida a los niños y m uchachos españoles para que tuvieran noticia de los acontecim ientos b élico s y p olíticos acaecid o s en nuestra patria durante la guerra civil y encom end ó su redacción al «Tebib Arrumi» en cuanto «testigo de la Cruzada portentosa, cronista inim itable y e sp ectad o r em ocion ad o y ardiente»; p o r ello, persona in dicada para record arlos y referirlos, añad id o un claro p ro p ó sito aleccion ador, transm i tien do «la im presión p ersonal que y o m ism o, co m o cronista y, p o r cronista, un p o c o testi g o y un p o co notario de la e p o p e y a de nuestra Cruzada hu be de recibir en los cam pos de batalla».
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madrileño independiente que aspiraba a convertirse en órgano de un de seado resurgimiento nacional y que contaría com o colaboradores con fi guras relevantes com o Ortega, M aeztu, Pérez de Ayala, G abriel Miró o Enrique D iez Cañedo; en una segunda etapa del periódico, en 1931, v o l vería a dirigirlo en un fracasado intento de salvar a la ya tan debilitada Monarquía; entonces le acompañaron, en una experiencia que duró dos años, Mourlane Michelena, Sánchez Mazas, Eugenio Montes, Víctor de la Serna o José María Alfaro, amigos de Bilbao m uchos de ellos y falangistas de afiliación o simpatizantes. El 18 de julio de 1936 le sorprendió en Ma drid, donde fue encarcelado en una checa y liberado p or un anarquista que lo camufló de miliciano con su m ono azul, su pistolón y un pañuelo rojo al cuello. Pasado a la zona nacional no le fueron bien las cosas en un principio y, otra vez en prisión, estuvo a punto de ser fusilado, salvándo le de ello el general Mola; una v e z en libertad, figuraría com o colabora dor en Heraldo de Aragón (Zaragoza) y en la revista Vértice, dirigiría E l Diario Vasco, primero, y entre enero y m ayo de 1939, conquistada ya Bar celona, La Vanguardia (con el añadido de «española»). Un artículo suyo de entonces, genéricam ente crónica de guerra, titulado «Carretera de Ejulv e a Cantavieja. Evocación y retorno. La batalla de Franco prosigue y am plía su gran vuelo» (vio la luz en Heraldo de Aragón, 26-IV-1938), obtuvo el prem io de periodism o «Francisco Franco» en su primera convocatoria, 1939. Al año siguiente publicó Historia militar de la Guerra de España cu y o interés reconocería Javier Malagón, exiliado republicano para quien este «hombre inteligente, de origen republicano y liberal, que pertenece al grupo de los conversos« es autor de una obra que «en cuanto se refiere a dar datos sobre fuentes, unidades militares, etc debe m erecer crédito, p e ro no a sí en todo lo demás [subrayo por mi cuenta]». Arranca Aznar, su ga nador, de unas pocas palabras contenidas en un parte de guerra m uy re ciente — «las tropas del C uerpo de Ejército de Castilla han cortado la carretera de Ejuive a Cantavieja»— y desde ahí com ienza, siguiendo el or den de cuestiones indicado en el título del artículo, a la vista de las tierras donde se ha com batido y combate, una excursión por la historia bélica de tiem pos pasados ya que ese territorio la tiene con largueza; salen así a plaza, destacadamente, el Cid, y sus guerreros, m erced sobre todo a unas cuantas citas del cantar de gesta medieval, y el carlista Cabrera y sus lea les. Todos ellos hicieron en su momento y circunstancias prodigios de va lentía y derroche de saber militar pero lo que Aznar ha visto y relata, do sificada y claram ente, lo supera y p or eso cierra su artículo con una in vo cación al lector: «Sin juram ento m e p u ed es creer, lector, q u e todo aquello con ser m uy fuerte se achica un p oco si lo comparamos con esto, que cum plen ahora los Cuerpos de Ejército de España bajo el mando de Franco».
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Com o cronista de guerra ejerció algún tiem po el sevillano M a n u e l H a l c ó n (1903-1989), corresponsal del diario Fe en el frente de Badajoz, una v e z que, convocados por el director sus redactores para esa actividad — «hacen falta dos voluntarios para hacer la crónica de dos frentes, el de Extremadura y el de Huelva. Los que estén dispuestos den un paso al fren te» y Halcón, com o mayor en edad, eligió— ; allí estuvo hasta que el ejérci to nacional consum ó la conquista de aquella tierra y quedó establecido el enlace con la provincia de Salamanca. En Unidad, diario falangista de San Sebastián dirigido por José Antonio G im énez Arnau, se convocó un con curso de crónicas de guerra que ganó un cuento, «Mi am igo enemigo», obra de Halcón, un joven escritor a quien aguardaba una brillante carrera literaria. A unque no siem pre resulte fácil deslindar ambas m odalidades genéricas, en el caso que nos ocupa la anécdota base — hallazgo casual del cadáver de un combatiente enem igo que antaño fuera amigo entraña ble-— , siendo hecho guerrero pero de escaso relieve informativo, resulta material propicio para la divagación de tono lírico privativa del cuento. Coinciden en una misma persona el protagonista del hallazgo, el narrador del suceso y el autor. Varios espacios para la acción narrada o evocada y, en consecuencia, varios tiempos; aquéllos son: el cam po de los muertos en la batalla del Alberche, la m esa del escritor, el colegio de los Jesuítas donde el muerto, su amigo, y otros compañeros estudiaron el bachillerato. En cuanto al tiempo, partimos del presente, indicado por la palabra hoy — «Hoy sobre mi mesa, al envolver tu documentación para enviársela a los tuyos [...]— para retroceder, primero, a un pasado no tan lejano — el de la batalla y el infausto hallazgo— y sumirse, después, en los años, más leja nos, de la adolescencia o del bachillerato. El cuento de Halcón es breve e intenso, con apariencia de diálogo imposible porque uno de los interlocu tores está muerto, y realidad de m onólogo evocador y lamentoso, transidas las palabras, con la reiterativa apelación al otro, de una bien dosificada emoción. F r a n c is c o d e C o s s ío r e c u e r d a 8 q u e su a p o r ta c ió n a la literatu ra d e la g u e rra c iv il fu e triple, re p re se n ta d a p o r libros que, en su m om ento, tuvieron gran difusión. En ellos, sinceram ente, aparece mi pensam iento tal com o discurría en aquel crítico período. En el ti tulado Hacia una Nueva España recogí una serie de artículos editoriales p u blicados en El Norte de Castilla. En otro, Guerra de salvación, las im presiones de guerra vividas, com o cronista [...1 y por último, Manolo, del que se hicieron 8 Francisco d e Cossío, Confesiones. M i fa m ilia , m is am igos y m i época (Madrid, EspasaCalpe, 1959), p. 345.
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entonces cuatro ediciones, y fue traducido al alem án y al francés, un libro en trañable, pues me lo inspiró la muerte heroica de mi hijo m enor en la ofensiva de Brúñete, defendiendo el reducto de Quijorna.
Por lo que atañe al segundo de ellos, sus crónicas se localizan com o es cenario en el frente de Madrid y en el de Vizcaya. En sus impresiones al respecto «lo visual [advierte Cossío] tiene más importancia que lo intelec tual» y sus valoraciones y concepciones ideológicas son las habituales en aquellos momentos pero el autor ha conseguido un libro ameno, casi líri co. Estimo buenas crónicas, muestra de contenida em oción, las tituladas «Pinto [el pueblo de Pinto] de noche» (7-II-1937), con motivo de una visita nocturna a la casa abandonada donde está instalado un grupo de enfer meras; «Con los falangistas de Quijorna» (4-VTI-1937): una visita al frente en el que está Quijorna, cuartel y trinchera de jóvenes falangistas de Burgos y Valladolid, a algunos de los cuales invita a com er Cossío, que sale ejem plarizado del contacto con su ánimo com batiente; y «Los falangistas de Quijorna, un día después» (20-VII-1937): unas horas después del encuentro feliz contado en el artículo anterior, llegó el movimiento de aquel frente tranquilo y, com o consecuencia de la avalancha enemiga, murieron todos aqLiellos jóvenes, incluido Manolo. Luis de Armiñán (1899-1987) contaba antes del estallido de la guerra ci vil con una abundante actividad com o redactor de los diarios madrileños Inform aciones y Heraldo de Madrid, que proseguiría durante los años de la contienda en Heraldo de Aragón (Zaragoza), El Norte de Castilla (Valla dolid) y El Diario Vasco (San Sebastián) y, Lina vez acabada, en ABC. Vie ne aquí com o cronista bélico de los más destacados en virtud de la calidad informativa y literaria de sus artículos que, después de su publicación pe riodística, fueron reunidos en volumen. Hallándose en San Sebastián, soli citó ir al frente com o voluntario y pudo asistir así a la campaña del Norte, marcada por la conquista de Bilbao, Santander y Gijón — a lo largo de ju nio-octubre de 1937— e, inmediatamente, com o integrante del Cuerpo de Ejército de Galicia, que mandaba el general Aranda, siguiendo slis avan ces, ya con el grado de teniente provisional. D e una y otra campaña ha blan sus crónicas, recogidas en sendos libros: P or los cam inos de guerra (De Navalcarnero a Gijón) (1939), que prologó Juan Pujol y era anunciado editorialmente com o páginas «escritas cerca de los guerreros, con la visión inmediata de los campos de batalla, tensos los nervios por el fragor de la lucha», y Bajo el cielo de Levante (1939), que prologó el general Aranda y se anunciaba así: «El cronista nos hace vivir una de las etapas decisivas de la guerra, a través de Linos relatos llenos de vigor y de nervio», pero vale más la caracterización del autor, qLiien estimaba el primero com o
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un libro de guerra en el que la guerra va dentro, entre el paisaje y las palabras que se pronunciaban, entre el desnudo de un árbol helado y las piedras del pueblo roto
y, respecto del segundo, decía que es un diario de cam paña en el que se tejen los dolores y las alegrías, la muerte y la risa, el m iedo de los m om entos suprem os y el alegre contento de la victo ria. Miraba aquellos paisajes, que todos los días variaban, y los reflejaba com o podía con las frases y hechos de los soldados, mis hermanos,
breves caracterizaciones por las cuales se echa de ver su distintividad res pecto de bastantes de sus colegas, pues el com ponente narrativo cede lu gar con cierta frecuencia a pasajes descriptivos y el estridente fragor de los encuentros bélicos no silencia pequeños pormenores de vario signo, aten didos hasta mimosamente, tal es la frase en boca de un prisionero o el co mentario de una anciana y, en cualquier circunstancia, destaca el estilo sobrio y certero de un excelente periodista que guarda entre sus admira ciones una especie de culto al general Antonio Aranda, valiente hasta ex tremos harto peligrosos pues «muchas veces, metido de lleno en el com bate, le bordan con plom o las líneas de su capote». «Juan de Córdoba« era seudónim o de J o s é L o s a d a d e l a T o r r e , redac tor de A B C en Sevilla y su director, una vez concluida la guerra, en Madrid; Juan Pujol prologó elogiosam ente el libro Estampas y reportajes de reta guardia (1939), estimándolo m uy valioso testimonio. ¿Qué distinción cabe hacer entre «Estampas» y «Reportajes» cuando el autor no aventura explícitamente nada al respecto y cuando el contenido de am bos términos es el mismo — la contienda española— ; la misma, la intención — rechazo o elogio de los bandos beligerantes— y la ideología sustentadora; tales escritos fueron adelantados en la prensa y la extensión de unos y otros resulta pareja, p oco más de veinte páginas excepto el tra bajo que abre el volumen. Con el artículo titulado «Cómo se devoran entre sí los revolucionarios» (ABC, Sevilla, 27-V-1938), relativo a los sucesos ocu rridos en la Barcelona republicana y rematados con la prisión y asesinato de Andrés Nin, dirigente del POUM, obtuvo el premio «Luca de Tena» de 1938: estaba entonces en Sevilla, recién llegado a la zona nacional. ¿Dónde incluiríam os Estampas... genéricam ente hablando? No es la obra de un cronista de guerra corresponsal en el frente o en la retaguardia, aunque tenga algo de la especie cronística, y tam poco es un libro político, histórico-doctrinario a la manera de tantos otros de aquel momento. P o dría decirse que se trata de una miscelánea de la actualidad española más inm ediata, narrada y glosada en form a periodística y presidida por un
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sectarismo radical que divide a los españoles — sus protagonistas indivi dual o colectivam ente— en malos y buenos: para los primeros, suma de las miserias humanas, desde la cobardía hasta la crueldad, guarda el autor su capacidad denostadora mientras que para sus adversarios, dechado de virtudes, em plea un rico y elogioso repertorio léxico. «Juan de Córdoba» no fue cronista propiam ente dicho, esto es: testigo presencial de los hechos referidos sino que, donde quiera esté y escriba, se sirve de «lo que oím os de labios autorizados», los mismos actores, y cuando se persona en el escenario afectado, suele llegar días después de ocurridos los hechos. En otras ocasiones cede el protagonismo a la perso na que le confía, en forma de entrevista, su dolorosa peripecia en (ponga mos por ejemplo) el Madrid republicano. El prologuista del libro repara en su estilo, «sin énfasis, engolamientos ni hermetismos retóricos», lo cual es cierto pero más difícil se nos hace ad mitir que haya procedido con «cuidado del matiz y mesura en el tono y el vocabulario» empleados. En una de sus divulgadas crónicas distinguía «El Tebib Arrumi» entre los cronistas que trabajaban con no escasos riesgos y dificultades, al pie de las trincheras y cuyo objetivo era aportar datos de primera mano sobre lo su cedido en el combate, los cuales no tenían ni tiempo ni sosiego para hacer literatura, y aquéllos que «situados en la retaguardia, montan sus estilográ ficas al pie mismo de los aparatos receptores telegráficos y van poniendo en salsa nuestros bastos, pero sustanciosos caracoles informativos». Creo que no son muchos los pertenecientes a esta especie y entre ellos figura A n t o n i o O lm e d o , redactor del A B C sevillano, que desde bien pronto de com enzadas las hostilidades — exactamente a partir de la conquista de Ba dajoz por los nacionales — daría cuenta de su marcha en crónicas perio dísticas «compuestas en plan vibración emocional» y recogidas más tarde en libro. Repasando las páginas de La flecha en el blanco (Diario de la guerra) (1937) advertimos la ordenación de aquéllas no día tras día sino en perío dos temporales que comprenden varios días — del 19 de agosto al 2 de sep tiembre de 1936 corre, por ejemplo, el primero— y esto porque en los que llamaremos capítulos, con su título general y sus titulillos particulares, lo que hace O lm edo es la recapitulación, sistemática y bastante completa, de los acontecimientos a lo largo de esas dos semanas en los diversos frentes y sectores de combate, arrancando de aquel estimado «hecho sobresalien te» (com o la toma de Irún en la página 49) en torno al que se agrupan al gunos otros de menor jerarquía y todos ellos de signo victorioso. La expe riencia directa de los mismos queda sustituida por el conocim iento y tratamiento propio de las noticias que le llegan por la prensa y la radio.
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El maniqueísmo que preside el conjunto es notorio y se reitera página a página pues contrastando con la bondad y heroicidad del ejército nacio nal, con «los diversos elem entos, perfectam ente articulados [y dirigidos] por jefes de máximo prestigio», en el enem igo — «hordas rojas, a la orden de los tenebrosos designios del Moscú ateo»— imperan «la indisciplina, la anarquía, el desacato al mando, el desorden». A la narración de los h ech o s bélicos estrictos acom pañan «disquisi ciones» (térm ino utilizado por el autor) de otra naturaleza a las qu e se co n ce d e particular relevan cia, rom p ien d o así la m onotonía del tema ú n ico o p rivilegiad o casi en exclusiva: m uestra de sem ejante rom pi miento son la muerte del príncipe don Carlos de Borbón (1936) o la char la sevillana de Federico García Sanchiz en la Fiesta de la Raza (1936), n o ticias que hace que «pierdan relieve los episodios de la guerra cruenta». La conquista de Málaga, contem plada desde la lejanía por nuestro cro nista, cierra el libro y es pretexto para que estalle el entusiasmo patrióti co de Antonio Olm edo. Limitado a V izcaya actuaría com o cronista P e d r o G ó m e z A p a r i c i o (1903), diligente investigador de nuestra prensa en los cuatro gruesos to mos de Historia del periodismo español que llega hasta las vísperas de la guerra civil. En Salamanca, primero, y en Burgos, después, ocupó puestos importantes en la prensa de la zona nacional y fue, por ejemplo, el primer subdirector de la agencia EFE. Sus artículos sobre la campaña de Vizcaya los recogió en el libro ¡A Bilbao! Estampas de la guerra en Vizcaya (1937), donde vive de cerca las horas febriles del ataque y del contraataque y las inciertas del parapeto, en contacto m uy directo con los soldados y con los mandos, algunos de éstos, sus amigos. El tiempo bélico al que se refiere fue desde el 31 de marzo al 19 de junio de 1937 — toma de Bilbao— y en su transcurso ocurrieron sucesos com o el accidente aéreo que costó la vida al general Mola; la información aportada es precisa y directa, servida en un correcto estilo periodístico. D e 1905 a 1965 transcurrió la vida de T e ó f i l o O r t e g a , nacido y fallecido en Palencia, ciudad de la que apenas saldría; plena la identificación entre obra y vida, pues los hechos de ésta casi no fueron otros que la prepara ción y aparición de sus escritos, salvo alguna vicisitud de signo político co mo la prisión a que se vio condenado por su desacato a la dictadura primorriverista. Tuvo bastantes leales amigos entre los compañeros de oficio, algunos de los cuales fueron invitados a prologar o epilogar sus libros; la lista incluye nombres com o los de Federico Santander, Francisco de Cossío, Ramiro de Maeztu, Rafael Marquina, José María Salaverría, José López Prudencio y Rosa Arciniega; otros le hom enajearon — com o en 1928 los
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burgaleses de la revista Parábola, presididos por Eduardo de Ontañón— , o reseñaron favorablemente sus obras — caso de los redactores de ín dice literario— , o le invitaron a colaborar en sus publicaciones periódicas — así La Gaceta Literaria— . Desde su rincón provinciano consiguió eco en la capital de España. C om enzada la guerra civil debió de convertirse m uy pronto en una cierta potencia literaria en la zona nacional y así lo indican, de una parte, testimonios ofrecidos en las páginas finales del libro Romances en prosa de nuestra guerra (1938) («Juicios críticos sobre Teófilo Ortega»), tomados de cartas escritas por Franco — que «mucho le agradece la labor patriótica que viene desarrollando en pro de la Causa Nacional española»— , el car denal Gom á — «mi felicitación y mi bendición más sincera con el vivo d e seo de que una y otra le sirvan de estímulo»— , Serrano Súñer — «leo siem pre con gran atención las cosas de usted»— , Raimundo Fernández Cuesta — quien le agradece el artículo «El camarada que llega de otro mundo»— , Fermín Yzurdiaga — en el número 1 de Jerarquía·. «A Teófilo Ortega, de la Falange cordial de la Sabiduría: en signo eterno de hermandad; para que nunca nos deje de guiar con la luz y el amor de su pluma»— y, de otra par te, sus abundantes colaboraciones periodísticas desde m uy pronto, envia das por el Servicio de Prensa de la Junta Nacional de Prensa y Propaganda de Falange Española; bastantes de ellas se integraron en Rom ances... Añá dase que, según García Serrano, se le debe la invención de «Era Azul » .9 Sabido es que en ambas zonas beligerantes se puso de moda entre los poetas profesionales y los múltiples aficionados el cultivo del romance en sus diversas modalidades pero la anunciada en el título del libro, «Roman ces en prosa», creo se debe a invención de Ortega quien nada explica al respecto. Podrían señalarse en el conjunto piezas narrativas, con alguna presencia descriptiva; piezas líricas, elegiacas especialm ente — caso de «La última tarde», a la memoria de «El Algabeño» o «Yo tenía un camarada», recordatoria del camarada, am igo y p oeta José Villagrá— ; políticas, de m arcado com prom iso ideológico; bélicas, relativas a personas y hechos ejemplares del bando nacional — caso de los Moscardó, padre e hijo, en el Alcázar toledano— , e, incluso, fantásticas. El entusiasmo patriótico del au tor no siempre se refrena en las narraciones, descripciones y aclaraciones debid o a lo cual encontrará el lector distorsiones com o la de «El pinar» — la contem plación de los pinos con «su costado abierto» ofreciendo el
9 «Contraseña cron ológica inventada por Teófilo Ortega, que todos sus artículos los fe chaba así «año I (o II o III) de la Era Azul». La Era A zul co m en zó el 18 de julio, y si bien se m i ra terminó antes del fin d e la guerra. Fuimos m uchos los qu e seguim os a Teófilo Ortega en esta costum bre qu e admitía variantes dentro de la ortodoxia», Rafael García Serrano, Dic cionario para un macuto, Madrid, 1966, p. 766.
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«oro de su resina» le conduce a imaginarse a España com o un pinar: pinar de España es la m ocedad española [...] que vio su honor en cautividad y no n egó el tesoro de su sangre para el rescate. El pinar de España es ese cua dro de m ocedad que lleva la pierna quebrada, o el brazo en cabestrillo o la cabeza vendada [...]»— . Sus fuentes de inspiración habituales son noticias de prensa, testimonios de gente conocida o impresiones personales com o las obtenidas en su recorrido ferroviario por diversas comarcas de la zona nacional. La guerra sorprende al periodista R o g e lio Pérez O livares (1879-1963) en Valladolid, separado de los suyos (mujer e hijos) que se han quedado en Madrid; tras los primeros días del estallido y fracaso del golpe, decide volver al periodism o — «ofrecerme com o cronista de guerra a un periódico de la localidad, unirme a una colum na y afrontando los riesgos que fue ran, entrar con ella en la capital [Madrid]», y tal com o lo pensó lo hizo mer ced a la ayuda que le prestara Francisco de Cossío, a la sazón director de El Norte de Castilla. Se incorporará al Cuartel General de Mola y estará pre sente en los combates del Guadarrama (Alto del León, San Rafael, El Espi nar), desde donde da cuenta puntualmente — día a día: a partir del 6-LXX936— de cuanto suceda, vea, oiga, lea, le cuenten y elucubre. Y así hasta el 23-XI, dando cara al sitiado y anhelado Madrid, m uy cerca de él («a trein ta céntim os en tranvía de la Plaza Mayor»); con salidas a otros lugares y frentes com o Toledo y proxim idades, com o Ávila y proximidades: en To ledo, al p oco de su liberación, entrevistaría a Moscardó, «héroe y mártir» (7-X), a doña María del Carmen Aragonés, «heroína y capitana de las muje res acogidas al Alcázar (8-X) y al capitán Emilio Alamán, «valor frío y p a triotismo ardiente» (9-X) y; habla también con unos y otros toledanos m e nos destacados que le cuentan sus peripecias. Uniformado com o «un soldado más», el cronista se dispone a cumplir su misión y para ello echa mano de cuantas posibilidades temáticas se le ofre cen, digam os: «minúsculas anécdotas», nunca despreciables sobre todo cuando la quietud del frente no da más de sí, o hechos de mayor enverga dura, presenciados a veces, episodios pasados que alguien le cuenta com o los que integran el capítulo «¡Héroes de España!». Ante semejante material ha de «adobarlo» con mayor o menor arte o interés, «comprobar los hechos, contrastar las realidades, beber la noticia en su propia fuente», manera de conseguir la confianza de sus lectores. Todas las horas, todos los mom en tos — «en la madrugada, a pleno sol, las inciertas horas crepusculares, las medrosas de las sombras densas»— m erecen la atención vigilante del cro nista. El cual diríase que vu elve a su capacidad periodística de narrador puntual y correcto al servicio de los destinatarios de las crónicas que, de v e z en cuando, presentan, junto al com ponente informativo-narrativo,
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principal y mayoritario, pasajes descriptivos, ni muy extensos ni muy car gados de pormenores: a la presencia de la naturaleza se junta la meditación-«alucinación» del contemplador que, solitario y apacible, corre hacia atrás y h ad a el futuro inmediato, diríase que prisionero de su sentimiento; la expresión parece magnificarse gracias al em pleo de com paraciones e imágenes más bien embellecedoras que explicativas, o se echa mano de bimembraciones y trimembraciones enaltecedoras de realidades com o la vi da de los labradores, distinguida por la «paz de arado, oro de espigas, hon do silencio de pastores» contrastando — de cerca— con la realidad bélica y — menos inmediata— con el tráfago de la vida ciudadana. Otro pormenor estilístico parece ser el intento de terminar buena parte de las crónicas por m edio de un suceso capaz de servir adecuadamente com o remate: el moro muerto en el combate o el joven combatiente republicano que, prisionero, sólo piensa en sus hijos; en este trance que contempla y oye un tanto im presionado Pérez Olivares no se ensaña verbalm ente contra el enem igo pero sí lo hará, con frecuencia y violencia, al referirse a su conjunto — «ban da de forajidos», los llama en la página 141— y a sus dirigentes, extremán dola cuando, ante la muerte de dos combatientes por la explosión de una granada, profetiza muy distinta suerte para el alma de uno y otro. La situación en que se encuentra el cronista le permite ofrecer Lina re lativa variedad dentro del obligado com ún denominador bélico, a mi ver debidamente aprovechada: tal es el caso de la misa oficiada no m uy lejos del cam po de batalla, en la carretera de La Coruña (en un lugar que por discreción no se indica), misa rezada cuya importancia «radicó en la con currencia, en el fervor, en los elementos espontáneos que se sumaron pa ra darle un relieve de grandiosidad», o del frío y la lluvia que, a finales de septiembre del 36, han aparecido en la sierra com o nuevos enemigos de los combatientes con temible empuje»; o de la exhortación a las jóvenes españolas para que se conviertan en solícitas madrinas de guerra y exhor tación a los españoles de buena voluntad para que se apresten a la ingen te tarea de reconstrucción patria. A la altura del día 25 de noviembre de 1936, cuando para Pérez Olivares se aviva más fuertemente la nostalgia y el deseo de Madrid — tan cerca/tan lejos— , da fin esta su experiencia de cronista, recogida en el libro España en la cru z(jy }j), para dejar paso a la de burócrata de la cultura y la propa ganda en Burgos. M a n u e l G ó m e z D o m ín g u e z , que firmaba con el seudónim o «Rienzi», era un periodista deportivo del semanario madrileño As y con Lina obra li teraria anterior a 1936 que integraban seis títulos — tres de verso, una no vela, un libro de ensayos y otro de «relatos deportivos»— . La guerra civil le co ge en Valladolid, donde brisca el apoyo de E l Norte de Castilla según
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consta, y agradece, en la presentación de Los Bárbaros (1938); ¡Guerra!, aparecido el año anterior, está dedicado «al gran maestro don Francisco de Cossío». Fue cronista de guerra y estuvo en el frente de Vizcaya y en el de Madrid com o acreditan algunas crónicas y entrevistas («reportajes» las lla maría) recogidas en el segundo de los títulos mencionados; con la salida a las trincheras alternará estancias en la capital castellana. Respecto de su cam paña en V izcaya ofrece de vez en cuando alguna localización concreta — «decidimos marchar a Las Arenas, que había sido conquistada la víspera» (p. 65, Bárbaros)·, «salimos de Vitoria a las dos de la tarde» y su recorrido termina en la peña de Udala (90 Bárbaros}, «nos diri gimos a la playa de Algorta» (97 Bárbaros}, «acabo de recorrer casi todo el frente de Vizcaya» (160 Bárbaros)— . Todos son ya lugares de la retaguar dia nacional y asunto propicio para las que llamaré crónicas «retrospecti vas» aunque los hechos referidos resulten recientes. Sus crónicas bélicas resultan argumentai y formalmente correctas y no ceñidas con exclusivi dad a los hechos ocurridos sino dotadas de un cierto regusto literario ayu dado por una pluma diestra en la narración. Diríase que le gusta lucir, de tarde en tarde, algún culturalismo en forma de alusiones y referencias a li bros leídos, caso de «un libro de John Bojer» o las Ciudades tentaculares de Verhaeren, relacionando uno con otro para concluir que las ciudades «mueren con la misma huella que tuvieron en vida» y por eso, amañando con demasía la realidad, en la España de hoy localidades como Toledo, Ba dajoz o Sigüenza, «en poder de las hordas marxistas» algún tiempo, hacen buena esa opinión. Otros escritores son aprovechados, sorprendentem en te, para el caso ideologizado que se pretende demostrar y así ocurre con Jules Remon, el com ediógrafo Bernstein o el recuerdo de Marcel Proust, celebrador de la oportunidad com o virtud conveniente, a propósito de una advertencia del mando militar levantino dirigida a los comerciantes e industriales de la zona (263 Bárbaros). G óm ez Dom ínguez se acoge nue vamente al recurso del culturalismo (o de la literaturización) en trance de otro seudónim o com o firma para las entregas de sus «Episodios de la G ue rra Civil» — títulos com o Asalto y defensa heroica del Cuartel de la M onta ña (IV), Cómo conquistó Sevilla el General Queipo de Llano (V), Tortura y salvación de Málaga (VI)— , salidos en Valladolid, de mano de Librería Santarén, obra de «Luis Montán», lo que constituye un débito a Francis Jammes, creador del personaje así llamado. En otro orden de cosas importa destacar los modos que presiden la tarea cronística del autor, atento en un primer momento a la recogida de los datos más relevantes, ofrecidos al lector con «una concisión telegráfica, veraz, se ca y recortada» (262 Guerra), resumidos apretadamente el dolor y el horror que los envuelve, con olvido forzoso de otras circunstancias; en un segundo momento, el cronista, frente a la página en blanco, irá poniendo en lo que
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escriba «la em oción de los sentimientos» (263 Guerra) cumpliendo así lo que constiaiye «la exigencia del clásico de poner sobre las arideces de la verdad el manto polícromo de la fantasía» (262 Guerra)·, de ello son ejemplo algunas glosas o meditaciones a lo Azorín contenidas en Los Bárbaros. El gaditano M anuel Sánchez d e l A r c o (1896-1957), o «Justo Sevillano», colaborador de ABC, publicó en ^39 Horas y figuras de la guerra de Es paña, crónicas periodísticas recogidas más tarde en libro de contenido cuidadosamente organizado por ríos, llevando al lector del Guadalquivir al Tajo y luego al Manzanares, al Jarama, al Ebro, al Guadalaviar, al Mijares, al Segre, al Llobregat, ordenación comprensible si nos atenemos a una re alidad militar; otro libro suyo, El Sur de España en la reconquista de M a drid. (Diario de operaciones glosado p o r u n testigo) (1936) agrupa tam bién crónicas aparecidas en AB Cy, después, «debidamente sistematizadas y constituyendo capítulos», lo que permite «cubrir errores y deficiencias de la inform ación telegráfica»; vivió el autor directamente las peripecias de «los primeros días de la sublevación en Sevilla», p oco menos que testigo presencial de ella y en Sevilla com enzó el recorrido bélico con los solda dos de Castejón y Varela que, meses más tarde (noviem bre 1936) le dejó a las puertas de Madrid, la ciudad enemiga pero tan querida, contemplada a la mano: «¡Madrid!, ¡Madrid! Se nos iban los ojos y las manos, que quisieran acariciar piedras, que aún son esclavas del terror rojo» La campaña de Ex tremadura·— con Yagüe a la cabeza del ejército nacional— , culminada con la conquista de Badajoz y la toledana, también de resultado victorioso (li beración del Alcázar), son los acontecimientos principales y a los mismos se dedica atención preferente, subrayada en el segundo caso con la entre vista a Varela, su libertador. Antes y después de ambos acontecimientos, Sánchez del Arco cumple su cometido con la narración puntual y apasio nada de cuanto ve o, por otro medio, llega a su conocim iento, alternada en ocasiones con sucesos de naturaleza no-bélica com o ocurre, de cami no hacia Talavera de la Reina, con la «Evocación de Joselito», el fam oso diestro cogido mortalmente en su plaza años atrás. Digo narración apasio nada porque tanto en la exaltación magnificadora de las hazañas y gentes del bando nacional com o en la denostación del enem igo diríase que, obli gado por la fuerza de las circunstancias, al cronista se le va la pluma: no faltan a este propósito la invectiva contra los que llama «señoritos intelec tuales, [...] criminales de corbata y gafas de carey», personificados en dos poetas — el «canallita revoltoso de Puerto de Santa María [Alberti] y el equí vo co doncel afrodita del Darro [García Lorca]». Cumplieron esforzadamente su misión estos cronistas de la guerra da do que fueron bastantes y algunos de no pequeña envergadura los obs
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táculos encontrados al pie de los hechos o desde la retaguardia. Informa ron a los lectores y oyentes día tras día, al tiempo que los aleccionaban acerca del sentido de la empresa bélica acometida. El c o m p o n e n te princi pal de su obra considerada dentro del espacio literario es de naturaleza narrativa — contar lo visto directamente o lo sabido por otros m edios— , pero no todo es relato porque ya los escenarios en que ocurren los hechos — paisajes naturales o urbanos— , ya algunos de los protagonistas piden la pertinente descripción; a una y otra — narración y descripción— ha de su marse com o tercer com ponente la digresión doctrinal o aleccionadora, de signo negativo o positivo según lo requieran las circunstancias. El cronista bien dotado ha de tener en cuenta esa tríada y combinar con destreza sus m iem bros para un más satisfactorio resultado; según el predom inio de uno de ellos puede acercarse la crónica al reportaje o al artículo-ensayo. En algunos de los cronistas, llegados primero o más tarde a las trincheras del cerco de Madrid, he subrayado una curiosa especie de nostalgia de es ta ciudad, patria chica de algunos o residencia habitual que fue para otros y ahora, la guerra por medio, tan cerca / tan lejos...
M e m o r ia s
Estamos ante uno de los subgéneros que, dentro de la literatura produ cida durante la guerra civil, cuenta con más bibliografía específica pues buena parte de quienes la sufrieron de algún m odo se lanzarían sin más ni más, carentes com o solían estar de las condiciones mínimas para hacerlo, a contar su experiencia, editores por sí mismos o acogiéndose a la toleran cia com placiente de algunos impresores y libreros hacia sus engendros. Los aficionados fueron legión y quienes ni antes ni después de la contien da habían dado señales de actividad literaria, lo harían ahora en versos, en relatos cortos o extensos, en piezas teatrales, en libros memorialísticos de variada factura llenando de momento los escaparates de las librerías y las páginas de los periódicos con testimonios de combatiente nacional o de cautivo del enem igo republicano para dejar constancia de qué suerte les había tocado en esos tan dolorosos años. La inflación al respecto sería tan grande com o el cansancio de los lectores, por lo que entonces se acuño la expresión, dirigida a un am enazante e im provisado escribidor, «no me cuente usted su caso» con la que, ya en la posguerra (1955), Javier Martín Artajo titularía un libro novelesco incurso en esa plaga. Combatientes na cionales o cautivos de los republicanos, dije antes, y con ello m arco un claro deslinde no ideológico puesto que unos y otros eran correligionarios pero sí situacional, colocados al com enzar la contienda en una u otra zona beligerante: heroísmo el suyo digno de elogio sin duda y distinto el m odo
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de practicarlo pero prom ovedor de un exaltado tono expresivo que, sobre todo en el caso del cautiverio, se manifiesta com o rechazo de sus carcele ros. Algo así com o pedir peras al olmo sería reclamar a los autores de esos testimonio ecuanimidad o ponderación y por eso, en el amplio repertorio memorialístico ofrecido en los Cuadernos bibliográficos de la Guerra de España (1936-1939)— nada menos que tres volúm enes de 222, 236 y 224 p á ginas— , resultan escasísimos los títulos que son (com o El cautiverio vas co, de César Jalón) «modelo de serenidad». A b r e el rep e rto rio u n lib ro q u e tal v e z n o se a v ie n e c o n a lg u n a s c a r a c terísticas d istin tivas d e la e s p e c ie M em o rias p u e s si b ie n se trata d e u n te s tim o n io , éste n o es o b ra d e Lin c o m b a tie n te n i d e u n ca u tiv o sin o d e u n a u to r c o n otras se ñ a s id en tificato rias, c o in c id e n te c o n a m b o s e n id e o lo g ía , y lo q u e cu e n ta e n su s p á g in a s n o es su p r o p io c a s o sin o u n a se rie d e c a s o s a je n o s o fr e c id o s e n fo rm a d e b io g ra fía s in d iv id u a le s d e n tro d e u n c o n ju n to m ás a m p lio y e n e lla s el to n o e x p r e s iv o e x a lta d o d e s ig n o p o sitiv o o n e g a tiv o — q u ie ro decir: e lo g io s o o d en ig ra to rio — ex iste c a si a lte rn a d a m e n te. El a u to r d e Éste es el cortejo... Héroes y mártires de la Cruzada española e s A n i c e t o d e C a s t r o A lb a r r á n , q u e a la altu ra d e 1933, c a n ó n ig o m a g is tral d e S alam a n ca , in ició su o p o s ic ió n al ré g im e n r e p u b lic a n o c o n el lib ro
El derecho a la rebeldía. 470 páginas vibrantes y luminosas [definía él mismo], en las cuales, a la luz de los grandes autores y de las enseñanzas de la Iglesia, se resuelve el p roble ma de las resistencias ciudadanas frente a los poderes políticos;
por este camino seguiría en años y libros posteriores com o Los Católicos y la República y Guerra Santa, referido éste a nuestra guerra civil, «Santa» o «Cruzada» dados el contenido ideológico y las orientaciones doctrinales característicos del Alzamiento Nacional. Semejante labor la alternaba con el cultivo de la biografía: Serafinillo (historia de un alma femenina), Polvo de sus sandalias (que sigue puntual y fervorosamente los pasos de la San ta de Ávila) y Este es el cortejo..., una treintena de breves semblanzas de otras tantas personas, sus protagonistas, cuya pertenencia a una u otro grupo — «Héroes o Mártires»— depende sólo de la zona beligerante donde haya ocurrido su muerte de glorioso combatiente o de víctima de la vesa nia enemiga; en cualquiera de tales casos se trata de historias verdaderas y no fantaseadas y para conseguirlo se ha valido el autor de contrastadas in form aciones periodísticas o de las noticias proporcionadas por sus fami liares. Frente a héroes y mártires, ejemplares siempre en su condición, estu v o un enem igo caracterizado por una actitud radicalmente contraria y a
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cuyos integrantes se refiere el biógrafo, practicante del maniqueísmo, con palabras y expresiones de dura descalificación pues se trata de «los seres más degenerados y criminales», «golfos y truhanes», «chusma encanallada». Personas de variada posición social y económ ica, hombres en su mayoría, militares, eclesiásticos y paisanos, ocupan estas páginas que parecen es critas a vuela pluma y que van apoyadas por elocuentes textos debidos a Claudel, Pío XI, Pemán o Eugenio Montes. Los nombres que siguen corresponden a personas de diferente edad y condición, situadas en lugares distintos y cuya historia durante los años de la guerra civil conoció vicisitudes harto diversas; todas ellas (salvo el abo gado Huidobro) continuaban una biografía literaria anterior a 1936 y nin gún caso más destacado que el de C o n ch a Espina (1877-1955), autora de Es clavitud y libertad. D iario de un a prisionera (1938), h oy libro difícil de encontrar ya que, por decidido deseo de la autora, no se reeditaría. Los meses de cautiverio en Luzmela (o Mazcuerras), desde julio de 1936 a agos to de 1937, no fueron, a pesar de los pesares, literariamente inactivos para Concha Espina que durante ellos escribió algunos libros: tres novelas ex tensas — Retaguardia, Las alas invencibles, Princesas del martirio— , las cuatro novelas cortas reunidas en el volum en titulado Luna roja, un p oe ma a Santa Casilda de Toledo «que no me disgusta [porque] creo que me ha quedado bien y muy expresivo» y Esclavitud y libertad..., mientras sufría varias tropelías — una detención en Santander y la denegación de permiso para salir de España— y esperaba confiadamente la llegada de las tropas nacionales, con sus hijos Víctor y Luis entre ellas. Ese diario fue para la au tora a manera de «soliloquio» o, más explícitamente, «una especie de rezo, un murmullo hondo y rápido de mi propia conciencia, sin asomos de lite ratura» ·— lo publicó en Valladolid José Ruiz Castillo en sus provisionales Ediciones Reconquista, 1938— . Lo forman dos partes: los catorce meses de «esclavitud», entre 1936 y 1937 (páginas 11 a 244) y, a continuación (páginas 247 a 265), «la Providencia», unos cuantos días que se cierran el 31 de agos to del último año; el escenario de la acción es Luzmela con alguna breve salida fuera de su recinto, a Cabezón de la Sal y a la capital de la provincia; otras escapadas lejos de la casi exclu sivid ad bélica son las referentes a gente de letras com o Unamuno, José del Río Sainz, Consuelo Berges y el agustino Félix García o los pasajes descriptivos y las noticias relativas al tiem po m eteorológico — «sombrío aunque hace sol [11-VIII-1936]. H oy el ábrego tem pla el am biente y despeja los horizontes [...]»— , o el cariño puesto en las m enciones a la gliccinia, de racimos azules y aroma inefable que adorna los muros de su casa. No pueden ser más limitadas las fuentes informativas a su disposición en el encierro que vive, increm entado por el h echo de que m uy pronto
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desde el 18 de julio se quedan — la escritora y los familiares que la acom pañan— sin el aparato de radio, requisado com o el de los demás vecinos sospechosos de fascismo; quedan así reducidas a los rumores que traen al gunas gentes de confianza y a los periódicos republicanos santanderinos CLa Voz de Cantabria, Región), tan mentirosas sus noticias para nuestra escritora. Claro está que no faltan las arremetidas contra el enem igo desde los jefecillos locales — «cojos, mancos y contrahechos que andan por estos andurriales m uy diligentes y ordenancistas»— hasta el m uy prepotente Manuel Azaña. Próximo en la geografía que el azar le deparó estaba el periodista as turiano Joaqu ín A lon so B o n e t (1889-1975), escondido y preso en sli Gijón natal entre julio del 36 y octubre del 37 — cuenta uno de sus biógrafos que «Lina vez, entre los presos sacados de la iglesiona (templo de los Jesuítas) convertida en prisión para ser paseados pLido librar milagrosamente la vi da por la intervención, a última hora, de un oficial rojo amigo suyo que lo sacó del grupo destinado al sacrificio»— , autor de Reconquista (1938), cla sificado genéricamente por él com o «reportaje» pero que más bien consi dero libro memorialístico pLies en sus páginas se hace recuento y recuer do de la experiencia bélica vivida por Lin protagonista-narrador, ordenada desde los primeros días de la contienda hasta el final de ella en Asturias, localizada casi totalmente en diversos lugares gijoneses a lo cual ha de añadirse alguna salida hiera de su recinto, así la noticia de la brigada penal de San Esteban de las Cruces, trasladada después a Santa Ana de Abuli, en las cercanías de Oviedo. Contra los carceleros de aquí y de allá desata B o net sLis palabras condenatorias, sobradamente merecidas si nos atenemos al mal trato que, com o a víctimas propiciatorias, dispensan a los detenidos — insultos, vejaciones, miradas de odio, castigos físicos— ; esas palabras condenatorias las extiende asimismo al enem igo en general, desde los di rigentes — caso Belarmino de Tomás, que presidía el denominado Conse jo Soberano de Asturias y León— hasta «aquella horda de mujerzuelas des greñadas, sin honor y sin asom o de sentim ientos, qu e reproducían el motín ante la cárcel pidiendo la muerte de los presos». Sólo una v e z se sus pende la infravaloración del enem igo pues en la página 215, de boca del general Solchaga, se reconoce que esas masas, engañadas y fanatizadas por el sectarism o de sus dirigentes [...] cuando luchaban lo hacían con el valor racial de que no podían abdicar, por que no hay que olvidar, que, aunque servidores de una causa indigna, su na turaleza auténtica es la de españoles.
La materia argumentai del libro se presenta repartida en capítulos que si guen hasta cierto punto el orden en que se produjeron los hechos referidos
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llegándose de tal m odo hasta el avance liberador de las tropas nacionales por la zona oriental de Asturias rumbo a Gijón, donde entraron el 21 de oc tubre de 1937; la marcha narrativa se interrumpe en ocasiones para dejar paso a otros asuntos de índole bélica, sí, pero matizada por la política, la econom ía, la cultura o la vida cotidiana. «Cuaderno Lírico» es una de esas interrupciones, espacio dedicado a recoger las «meditaciones» del autor sobre algo de lo que daba de sí «según pasaba ante nuestros ojos la vida angustiada de la prisión»; variedad de estrofas y de versos y predom inio del sentimiento en los asuntos, p oco más que insinuados, relativos a los seres queridos, a gratos recuerdos, a sucesos naturales (com o la llegada de la primavera) pero también está presente la realidad carcelaria. Ya en la paz, Bonet prosiguió en Gijón su actividad literaria — versos, estrenos teatrales, investigaciones jovellanistas, un libro sobre la epopeya del cuartel gijonés de Simancas (1939)— y periodística — primer director del diario Voluntad, adscrito a la Prensa del Movimiento— . La ciudad de Valencia fue durante los tres años de guerra territorio re publicano, «Levante feliz» según el testimonio de Esteban Salazar Chapela y lugar no tan codiciadero para quienes en ese tiempo sufrirían allí persecu ción y prisión, caso de S. F e r r a n d is L un a, contado en su libro Valencia ro ja (1938): el autor era un «notable financiero» que estuvo preso algún tiempo en la Cárcel Modelo de Valencia y que cuenta en una serie de «estampas» al gunas anécdotas de la cárcel y presenta algunos tipos tan desagradables com o el llamado «Cabeza de Plata» y lo hace sin mayor gracia ni arte pero sí con las palabras y expresiones insultantes y descalificadoras propias de es ta clase de libros. Liberado Ferrandis e instalado en San Sebastián recuerda a su «idolatrada Valencia» y proyecta planes para su futuro en la paz, sir viéndose de la radio (Radio Nacional, marzo 1937) o de la prensa (semana rio Valencia, San Sebastián, m ayo 1937) com o medios de propaganda. Vienen ahora en este recuento cuatro autores cuyos libros se centran en Madrid com o escenario de sus respectivas peripecias de víctimas del dominio republicano: «El preso 831», que encubre al futuro almirante y aca dém ico de la Lengua Julio Guillén; el periodista Adelardo Fernández Arias, conocido también por el seudónim o «El Duende de la Colegiata», autor de dos libros que se complementan; Agustín de Figueroa, hijo del conde de Romanones y él, marqués de Santo Floro, y Leopoldo Huidobro que ejer cía com o fiscal en la Audiencia madrileña. Para todos ellos, la experiencia arrostrada en zona republicana sería pretexto para comenzar o continuar otra de carácter literario. J u lio G u ille n , autor de «Elpreso 831». D el M adrid rojo. Últimos días de la Cárcel Modelo (1937), «tiene familiares suyos en poder de los marxistas,
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y publicar este libro con el nombre del autor sería equivalente a dictar una sentencia de muerte contra los seres queridos». El libro fue escrito a base de «el cajón de sastre que fueron mis notas y signos», escritos en la misma prisión luego de pasar una primera noche en la Dirección General de Se guridad; se trata de un testimonio distinguido por el realismo en las anota ciones, ridículo a trozos, a veces quizá humorístico, triste, desde luego. La prisión del autor y su relato en forma de diario van desde el domingo 27IX-1936 hasta el domingo 15-XI-1936, día en que le conceden la libertad: es cenas m uy diversas, con predominio de las dolorosas — terror y muerte— ; diferencia clara en cuanto al tratamiento expresivo dispensado a los cauti vos o amigos y a los carceleros para los cuales — y para su bando— el au tor prodiga violentas invectivas. M adrid bajo el terror, 1936-1937. Impresiones de un evadido que estuvo a pun to de ser fusilado (1937) y La agonía de Madrid, 1936-1937. (Diario de un superviviente) (1938) son dos libros complementarios donde su autor, A d e la rd o Fernández Arias, cuenta una experiencia personal bien p oco grata sufrida en el Madrid republicano; a su nombre acom paña el seudó nimo harto conocido de «El Duende de la Colegiata» con una larga biblio grafía literaria que comprende narrativa, teatro, biografías, libros de viaje, reportajes y estudios político-sociales. Los dos volúm enes publicados en tonces deben considerarse com o «reportajes» y, en cualquier caso, «libros objetivos». Luego del prólogo con que se abre el primero hay una parte ti tulado «Génesis del Movimiento», panorama de la situación política y so cial española en los años de la República cuyos episodios ayudan a enten der lo que sucedió después y que constituye el asunto de la segunda parte, «El pueblo en armas» que, en forma diarística, recorre jornada a jornada el lapso de tiempo comprendido entre el 18 de julio y el 23 de octubre de 1936 para, sin solución de continuidad, enlazar con La agonía...·, los capítulos de esta parte ofrecen el relato de las peripecias de Fernández Arias en la capital, perseguido con la intención de asesinarle: estuvo primero en la cárcel de San Antón y, después, consiguió ser admitido com o «asilado» en la embajada argentina, atendido siempre por Edgardo Pérez Quesada, «mi nistro plenipotenciario» a quien dedica el otro libro. El día 10-II-1937 logró salir de Madrid en un coche patrocinado por dicha embajada y luego de al gunas peripecias, llegó a Valencia y embarcó en el «Tucumán», que zarpa, rumbo a Marsella, en la madrugada del 13, al 14 de febrero, donde desem barca para, sin tardanza, regresar a España, a la zona nacional. También La agonía... se abre con un prólogo que contiene precisiones relativas a: 1) las noticias que le llegan de la España liberada bien por las radios nacionales o por lo que circula «en los ambientes de la Diplomacia»; 2) según Fernández Arias, lo que cuenta de la zona republicana «es riguro-
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sámente auténtico, exacto, real» pues «mi información es absoluta, perfec ta, controlada»; 3) «En todo el libro, mi yo se inhibe y únicamente el escri tor relata». La primera fecha diarizada es el 23-X-1936, enlazando con el fi nal del libro compañero, y ese día marca el com ienzo del asedio de Madrid por el ejército nacional. En lo que atañe a la estructura, el diario está for m ado p or unidades de extensión desigual que se corresponden exacta mente, sin dejar un solo día en blanco, con todos y cada uno de los que van desde el 23-X-36 hasta el 9-II-37, cuando el autor se dispone a abando nar la embajada argentina. Esas unidades se parecen com o una gota de agua a otra en cuanto al contenido — la guerra y sus derivaciones— , el es cenario — Madrid-— y la ubicación del diarista asilado, más las fuentes in formativas de que se vale. El estilo se distingue por su extrema cortadez ya que el diarista va a consignar y no se pierde o entretiene en digresiones o en lujos retóricos: véanse en la p. 151 las líneas con que em pieza y sigue la noticia del día 28-XII; hay abundancia de comillas que, lo mismo que el em pleo de la cursiva, subrayan significativamente (o lo pretenden) des afueros, disparates o crueldades del enem igo; se muestra de ordinario m uy detallista, en especial con el tiempo que hace -— el tiempo abre y cie rra la unidad y entre apertura y cierre se engloba el contenido bélico— ; un breve sumario argumentai p recede a la unidad en cuestión. Los pasajes descriptivos y las divagaciones o digresiones suponen una interrupción en la marcha del noticioso conjunto. Cuando a A g u s t ín d e F ig u e r o a , madrileño nacido en 1902, le pregunta ron qué había hecho el 18 de julio de 1936 contestó (La Novela del Sábado, na 9 ): Confieso humildemente mi inaudita inconsciencia en aquella ocasión. Pa sé el día docum entándom e acerca de la guerra de Cuba. Lo cual no m e impi dió perm anecer varios m eses en la cárcel, y vivir m uy intensamente la revolu ción marxista», y añadía: «El 2 de agosto fui detenido y encarcelado en Madrid. Perm anecí cuatro m eses en la prisión de Ventas. A punto de ser fusilado en va rias ocasiones. Después pude escabullirme. Me refugié en alguna embajada. Me evadí de la zona roja.
La cárcel en que estuvo primeramente fue la de mujeres y en ella le acompañaron, por ejemplo, Ramiro de Maeztu, Federico Santander y Rami ro Ledesma Ramos, junto a un num eroso grupo de jóvenes m enores de veinticinco años; todos estaban a disposición del Director General de Se guridad lo que no les libró de ser fusilados; después de la matanza de la Cár cel Modelo en el mes de agosto del 36 temió más por su suerte y fue trasla dado a la cárcel de San Antón, de donde saldría al «Madrid m anchado de rojo» para asilarse en una embajada, escapar a Valencia, embarcarse en el
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«Tucumán», atracar en Marsella y entrar en la España nacional por la fronte ra de Irún, andanzas de las cuales informa circunstanciadamente en Memo rias del recluso Figueroa C1939), valorado com o «un libro interesante, docu mento humano con un arranque emotivo y fácil, una obra digna [aportada] a la producción literaria de estos años» (reseña en Vértice, n° 23, junio 1939). Sigue una segunda parte integrada por dieciséis narraciones breves que, con mayor o menor exclusividad, se relacionan temáticamente — persona jes, situaciones, lugares— - con la guerra civil y en las cuales se descubre una pluma avezada que en ocasiones echa mano de la descripción y el humor. Según declara L eop o ld o H uidob ro, Memorias de un finlandés (1939) «es un libro más, uno de tantos libros com o se han escrito y han de escri birse relatando las torturas en la zona roja de un pobre ciudadano español, católico y monárquico, que no se había metido con nadie», relato veraz de una realidad «vulgar y prosaica» del cual pudiera sacar el lector «provecho sas enseñanzas»; reconoce H uidobro que su estilo no es brillante y hace responsable a un grupo de sus amigos de la publicación; el Finlandés del título se debe a que durante algún tiempo el autor estuvo asilado en la em bajada de Finlandia (calle Velázquez, 55); asaltada ésta por los milicianos hubo de trasladarse a la legación de Noruega. Las circunstancias de una y otra situación, preferible la segunda, constituyen el argumento del libro, contado minuciosa y ordenadamente por quien diríase estaba m uy atento lo mismo a sus m ovim ientos que a los de sus ocasionales com pañeros. O cupa todo ello los primeros veintinueve capítulos (o primera parte) con una fecha para la conclusión — el día 8 de octubre de 1937— , tras los cua les com ienza la segunda — otros siete capítulos— que da fin con el regre so de H uidobro a España y su establecimiento en Santander com o fiscal de la Audiencia hasta el traslado a Madrid, ya en la paz, el 15 de agosto de 1939, cierre de la acción y, también, del libro que se remata con una prédi ca político-patriótica dentro de la ideología de los vencedores. La conde nación del enem igo republicano a lo largo de los treinta y seis capítulos — se exceptúa el reconocimiento de la tarea humanitaria cumplida por el anarquista M elchor Rodríguez, delegado especial de prisiones— es una constante y, contrastando con ella, cabe aludir a los pasajes descriptivos dedicados, en su viaje de entrada en la zona nacional, a las provincias de Vizcaya y Santander y, aunque se trate en alguna medida de información no presencial, importan las noticias, teñidas por un singular costumbris mo, relativas a Madrid en la guerra cuando, por ejemplo, quedó prohibido en la práctica el uso del sombrero para los varones, las cartas jeroglíficas usadas por culpa de la censura vigente, los nada recom endables porteros o los cadáveres por las calles de los paseados-, presentado con estilo c o rrecto y serio, quizá el más propio para un magistrado.
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La realidad bélica de Barcelona, salvo en su condición de ciudad aleja da de los frentes de combate, no difería grandemente de la madrileña y las gentes de derechas fueron en ella objeto de un maltrato idéntico; de entre los testimonios memorialísticos existentes elijo el debido a F é lix Ros, Pre ventorio D publicado por editorial Yunque en septiembre de 1939 (cinco mil ejemplares, nQx de la colección «Documentos»), El motivo de la perse cución que sufrió el autor no era otro que la labor subversiva en que parti cipaba — Barcelona, zona republicana, últimos veinte m eses de la gu e rra— com o espía y m iem bro de la Quinta Colum na, al lado de «unos cuantos españoles [que] aportaban sus esfuerzos al triunfo del caudillo Franco» y a los cuales vigilaba el SIM (Servicio de Investigación Militar); Ros era camisa vieja, Luys Santamarina era su jefe y en la página 13 se es pecifican los cinco «trabajos usuales» a que se dedicaban los conjurados. El objetivo perseguido era «mantener Barcelona en estado caótico durante un máximo de cincuenta y dos horas», lo que no podría lograrse una vez que en enero de 1938 fue desarticulado el grupo y detenida la plana mayor del mismo; Ros se ve libre porque no asistió a esa reunión pero le apresa ron el dom ingo 26-VI-1938 y hasta el 26-I-1939 no se produjo — al ritmo de la marcha de la guerra civil en Cataluña— su liberación: las vicisitudes que corrió en ese lapso de tie m p o constituyen el asunto de Preventorio D. En el momento de la detención -— 8 de la mañana, en su casa·— «apro vechaba y o el no tener que acudir al cuartel [estaba cumpliendo el servicio militar en Barcelona] para poner en orden mis ficheros de opositor a cáte dra, abandonados lam entablem ente los últimos tiempos». Lo llevan a la calle de Vallmajor — checa tristemente famosa— , edificio descrito com o doloroso albergue que fue de entre trescientos cincuenta a quinientos pre sos y lo meten en la celda 36 bis, una de tantas víctimas propiciatorias que, si resisten algún tiempo, terminan rindiéndose ante la crueldad empleada con ellas e incluso, en algún caso, perdiendo tristemente su dignidad de persona pues procedimientos com o las llamadas n evera j verbena no eran ninguna broma y hubo quien (com o un tal Moreras) se ahorcó. Ros, que sufrió la aplicación de semejantes torturas, habla de ellas y de otros aspec tos del maltrato recibido: hambre, suciedad, hacinamiento, etc. De él y de sus com pañeros de cautiverio (amigos algunos de tiempo atrás) habla Ros que, v.g., describe sucintamente el espectáculo que ofrecían a los ojos de su contemplador. Respecto de cóm o era la rutinaria vida — «teníamos re petidos todos los días»— a la que se veían forzados hace alguna indica ción: en esa rutina digamos que participaban desde fuera los carceleros a quienes el autor dedica alguna atención con diversas m enciones en las páginas 34-37 y resulta curiosa la relativa abundancia entre ellos de astu rianos.
Madrid
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Varias fechas, de m uy distinta índole, ya personal, ya externa (política en este caso), ordenan la marcha del relato de una vida encerrada entre cuatro paredes en la cual es una excepción liberadora la presencia — en el recuerdo— de otros tiempos y de otras gentes, caso de algunas del gremio literario com o el editor José Janés y el escritor Corpus Barga, reclamados por Ros para que testificaran a su favor en el juicio que se le estaba prepa rando, celebrado y concluido con su absolución pero, tal como el intere sado preveía, volverían a encarcelarle. Estamos en los últimos días de Ca taluña zona republicana y Ros, llevad o con bu en núm ero de reclusos peregrinando de acá para allá en busca de la frontera francesa y huyendo de las tropas nacionales que avanzan arrolladoramente, estaría con los de Santa María del Collell (colegio y seminario) pero se escapa a tiempo del nutrido grupo fusilado después y en el que iba Sánchez Mazas. El día 11-II1939 llegaba libre ya, extrañamente salvado, a su casa barcelonesa. D e una persona partidaria del bando nacional y escritor en esa zona es el testimonio debido a F e r n a n d o F e r n á n d e z d e C ó r d o b a , Memorias de un soldado locutor (1939), dividido en dos partes: «la guerra que y o he vi vido» (los dieciocho primeros capítulos) y «la guerra que y o he cantado» (los diez capítulos últimos). Salen a plaza sus trabajos com o cineasta — ro dando en Córdoba, para Cifesa, El genio alegre, de los Quintero— ; su alis tamiento voluntario en el ejército nacional, donde llegó a ser sargento de ingeniero, su labor periodística com o redactor y colaborador de diversas publicaciones; finalmente, el asentamiento en Salamanca y su entrada en Radio Nacional de España, donde tuvo a su cargo diversas funciones. Su li bro se cierra con la lectura ante los micrófonos de esa emisora del último parte de guerra del Cuartel General del Generalísimo: «En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. Burgos, is de abril de 1939, Año de la Victoria.» Quien com o Nicolás G onzález Ruiz le escu chaba todas las noches en su casa de la zona republicana recuerda agra decido (La Novela del Sábado, n2 32,16-XII-1939): Aquella dicción perfecta, aquella entonación m agnifica y adecuada, aque lla depurada técnica puestas al servicio de la causa más noble, sentida por un corazón de patriota, daban un resultado tan com pleto que el soldado-locutor Fernández de Córdoba será inolvidable para cuantos le oímos.
Consciente del prestigio así obtenido, Fernández de Córdoba aparece no p oco engreído en las páginas de su libro atribuyéndose protagonismo acaso desmesurado y sintiéndose hombre útil. Ciertamente conoció e in cluso fue amigo de personas importantes — díganse Luis Antonio Bolín, el
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fautor de la aventura del «Dragón Rapide», Queipo de Llano, compañeros de la radio como Jacinto Miquelarena o el coronel Cascajo, sublevado en Cór doba y su máximo defensor— lo cual le permitió saber determinados entre sijos de algunos sucesos y negar afirmaciones que corrían com o moneda de buena ley — la afición de Q ueipo a la bebida— . Cuenta desde el presente pero, otras veces, se vuelve hacia el pasado — la preguerra— en páginas y capítulos retrospectivos; lo personal, casi íntimo a veces, alterna con lo aje no y lo colectivo y, asimismo, con los comentarios doctrinales, de claro sig no aleccionador; está en lo cierto al reconocer que no posee «una pluma bri llante» e insiste convencidamente en su adhesión a la causa nacional. Si atendemos a la clasificación genérica de su obra que hace el escritor peruano F elipe Sa s s o n e (1884-1959), el libro Madre España {publicado en Madrid, 1939) que figura en el renglón de «Historia y Política», podría esti marse com o ensayo pero una parte del mismo, la que cuenta las vicisitu des corridas para salir del Madrid republicano y exiliarse durante algún tiempo en Chile, son páginas memorialísticas, muestra clara de su amor a España y declaración paladina de su ideología política favorable al bando nacional. Sassone, refugiado en la Legación de Perú en Madrid, salió de aquí en los últimos días de agosto del 36: la madrileña estación de Atocha, Alicante, Valencia, Barcelona, Marsella y París fueron los hitos de su pere grinaje antes de embarcar para Hispanoam érica donde eligió com o resi dencia Chile y no su Perú natal; buena parte de esos años chilenos la em p leó en escribir y conferenciar sobre la situación española del momento, defensor acérrimo de la España nacional y apologista convencido de su Caudillo. D e sus poem as político-patrióticos de entonces queda constan cia en las antologías debidas a Jorge Villén y a José Montero Alonso quie nes ofrecen en Antología poética del Alzam iento (1939) y en Cancionero de la guerra (1939), respectivamente, hasta cinco poem as diferentes en la forma pero todos ellos presididos por análogo entusiasmo partidario. Sas sone se reintegró a España al p oco de acabada la contienda, colaboró en A B C y en La Vanguardia de Barcelona, y acom pañó a Benavente, su maestro y amigo entrañable, en los últimos años de don Jacinto. Ediciones Españolas sacó entonces Madre España, que supone más que un recuer do «metódico» de sucesos y gentes, el «espontáneo desbordamiento de una anterioridad cálida» a lo largo de casi trescientas páginas en las cuales en contrará el lector observaciones agudas, retratos personales, siluetas per didas en la distancia, paisajes, impresiones, evocaciones de arte y otras co sas, en un estilo rápido y más bien p oco cuidado. Con anotaciones de J o a q u í n A rr a r á s e ilustraciones de Kin (Madrid, Ediciones Españolas, 1939), anunciado por la propagandá editorial com o
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sensacional y a la par docum ento de extraordinario valor para la historia de la II República Española. En él se ofrecen, ordenadas y con notas explicativas y aclaratorias, que a veces se transforman en amenísimos comentarios, las M e morias intimas y secretas que escribía Azaña y que fueron halladas de m odo m uy ingenioso, según en el libro se cuenta.
Fue en los años de la guerra civil uno de los títulos de más éxito y es cándalo y según González Ruiz (La Novela del Sábado, na 18,16-IX-1939) es digno de elogio por el trabajo antológico y anotador, muestra de un garbo singular de estilo y una fina agudeza de comentario. Las mejores dotes de Arrarás com o periodista político reviven aquí plenamente». Su publicación se propuso el objetivo de desacreditar la figura del en tonces presidente de la República, sirviéndose de sus propias palabras, y Arrarás afirma que «ni una palabra hemos tenido que añadir ni una frase que alterar», lo cual parece ser cierto pero debe añadirse que el editor sólo ofre ce algunos fragmentos de lo escrito por Azaña cuyos textos han sido cuida dosamente seleccionados y ordenados al fin propuesto que es también el descrédito de los políticos que en más o en menos le ayudaron en su tarea de gobierno. Los comentarios del editor se distinguen por su extrem oso apasionam iento y creo tiene alguna razón Hugh Thomas cuando afirma que «alcanzaron los más bajos niveles de la invectiva personal», dirigida no sólo contra Manuel Azaña — que es llamado más de una vez «el monstruo»— sino igualmente contra políticos izquierdistas mayores y menores que des empeñaron algún papel durante el primer bienio del régimen republicano. Salen a plaza entonces personas com o Alcalá Zamora, Prieto, Casares Qui roga, Alvaro de Albornoz, Marcelino D om ingo o Fernando de los Ríos, quien más quien menos vapuleados y reducidos al ridículo de mano de su presidente, amigo y correligionario, fundadamente implacable. El atareado Azaña encontraba tiempo para referir al término de la jornada lo que, más o menos directamente, le había sucedido durante ella y semejante conforma ción hace pensar más en un diario que en unas memorias propiamente di chas. Ninguno de quienes aparecen en sus páginas llega a la maldad psico lógica y moral que Arrarás se com place en conceder a Azaña com o a «pervertido, cruel, infame, bolsa de odios y de fracasos, vejiga de hiel, alma de déspota [...]», si bien es cierto que determinadas afirmaciones y negacio nes del interesado — acerca de su idiosincrasia, unas veces y, otras, respec to de la religión católica y de sus ministros, de la obra de España en Améri ca, del Ejército y de sus integrantes, de la decidida hostilidad contra Madrid, la fiesta nacional o las tertulias— constituyen una oportunidad propicia p a ra que haga acto de presencia «la soberbia de ser, a mi modo, ardientemen te sectario». Es en el libro autobiográfico El jardín de losfrailes (1927) donde Arrarás encuentra buena parte de semejante radicalismo.
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Se trata de tres cuadernos de las Memorias que Manuel Azaña escribía, confiados para su custodia a su cuñado Cipriano Rivas Cherif, cónsul de España en Ginebra, donde le fueron sustraídos por un funcionario infiel que los entregó a las autoridades nacionales y éstas a Arrarás quien, antes de su publicación en volum en, fue anticipándolos en el A B C de Sevilla.10
10 D e la utilización parcial e interesada políticam ente q ue se efectuó en 1939 p or Joaquín Arrarás ha de pasarse a la versión com pleta y no sectaria ofrecida en Man uel Azaña, Dia rios, 1932-1933. «Los cuadernos robados>·(Barcelona, Crítica, 1977), introducidos p o r Santos Juliá.
Capítulo VII BIÓGRAFOS Y ENSAYISTAS
En 1936, en los meses inmediatos al estallido de la guerra civil, coincidió la
aparición de unas cuantas biografías. Junto a la debida a Gregorio Marañón, El conde-duque de Olivares. (La pasión de mandar), a todas luces magistral, dos consagradas a otros tantos políticos españoles coetáneos, más apología que biografía estricta — Letroux, el caballero de la libertad, por Francisco Camba, y Gil Robles, la esperanza de España, por Adelardo Fernández Arias— y hasta cuatro (números 53, 54, 55 y 56) pertenecientes a la colección ya entonces titulada «Vidas españolas e hispanoam ericanas del siglo XIX» (Editorial Espasa-Calpe), relativas, respectivamente, a Bécquer (Benjam ín Jarnés), D onoso Cortés (Edmund Schramm), Gabriel y Galán (Fernando íscar Peyra) y «Clarín» (Juan Antonio Cabezas), atractivas semblanzas de tales personajes. Era aquél un momento de auge del géne ro biográfico, bien atendido por editores y lectores, a favor del prestigio alcanzado en el cultivo del mismo por escritores foráneos, reputados tam bién entre nosotros, com o el francés André Maurois, el británico Lytton Strachey y el austríaco Stefan Zweig, felices innovadores en el m odo de hacer sus reconstrucciones históricas conjugando la intuición no fantasio sa y la información documental. En la colección mencionada había, compatibles, muestras de biografismo tradicional, ejercitado por respetables académicos de la Historia — el conde de Romanones y el Marqués de Villa-Urrutia, v. g.— y, a cargo de gentes más jóvenes, el que llamaríamos más nuevo o m oderno — -Jarnés, Espina, Marichalar, por ejemplo— ; precisamente uno de ellos (Benjamín Jarnés) teorizaba acerca de su em peño com o biógrafo partiendo del prin 151
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cipio de que si «novela es el arte de crear un hombre, biografía es el arte de resucitarlo» para lo cual no basta solamente el manejo de «una masa amor fa de materiales» y recuerda, con Sidney Lee, que el objeto de la biografía es «la transmisión verídica de una personalidad».1 Ya en la paz no decayó el gusto por el género biográfico suscitándose encuestas y polémicas al respecto y artículos com o el del profesor Bermejo de la Rica (1944) que se dolía del daño causado a la severa y verídica historia por tanta improvisada biografía, pasto de lectores poco exigentes, las cuales tienen más de novela — libérrimo fantasear sobre unos cuantos datos feha cientes— que de historia — realidad verificable; el lector sale por unas ho ras del mundo actual y, cómodam ente, se adentra en otros cercanos o re motos, cronológica y geográficam ente, poblados por gentes exóticas respecto de las de hoy, con virtudes y vicios, costumbres y usos de pintores co atractivo no pocas veces. Espasa com pensó la pérdida de las «Vidas» de cimonónicas con la novedad de «Vidas memorables» y Biblioteca Nueva se añadiría con la creación de «La España Imperial» y «Vidas de Santos Españo les»; algunas editoriales barcelonesas pusieron también su grano de arena. Quizá debiera comenzarse nuestro recorrido tratando de un libro, M a nolo (1938), cuya adscripción producía algunas dudas al autor, F r a n c i s c o d e Cossío (1887-1975), entre ellas si podía ser objeto de biografía un m u ch acho de d iecinueve años — los que tenía su hijo cuando murió en la guerra civil— ; también, si una vez escrito procedería, dado su contenido, tan personal e íntimo, publicarlo: «pensé no dar publicidad a estas cuarti llas, que me habían salido del corazón [pero] me instaron a lo contrario los que las leyeron». Tuvo el libro buena acogida, se repitieron las ediciones y las reseñas fueron muy favorables, un proceso rematado con la concesión en 1940 del prem io «Fastenrath», discernido por la Academ ia de la Lengua.2 1 La co lección «Vidas ...», cu y o prim er vo lu m en fue E l general Serrano, d u q u e de la To rre, p o r el m arqués de Villa-Urrutia, p ublicó cincuenta y o ch o más hasta 1942. Durante los años de la guerra tuvo alguna actividad m uy reducida en am bas zonas beligerantes: el nú m ero 57, «Frascuelo ·· o el toreador, de Eduardo de O ntañón, salió en Madrid, 1937, aunque entregado su original antes del 18 de julio d e 1936 y la segun da e dición del núm ero 50, Cheste o todo u n siglo ( i 8op-ipo6)..., de A ntonio Urbina, se im prim ió en Santander, 1939, con un «estudio preliminar» d e Joaquín de Entram basaguas y u n «preámbulo» del autor, am bos de subido fervor patriótico. 2 Entre las reseñas de M anolo destaco la firmada p o r F ederico de Urrutia ( Vértice , na 9, abril 1938) para quien es «un libro en prosa ardiente de ternura familiar y patriótica, estudian do al m ism o tiem po los problem as palpitantes de España y de la guerra a través del alma y de la gesta de su hijo q ue muere e n el frente. Sus páginas impregnadas de sentimiento nacional, huelen a cam pam ento, a hogar, a juventud heroica y a historia fresca». Con m otivo de la con cesión del «Fastenrath» un anónim o redactor escribía en A B C que el libro «tiene em oción y un ción patrióticas. Está escrito con el corazón y el sentimiento del sacrificio realizado altiva mente p or la Patria inunda sus páginas dándoles calidad de breviario para la juventud».
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El joven Manuel Cossío, cabo ametrallador de la quinta Bandera de Cas tilla, milicia falangista, cayó en Quijorna en el curso de la batalla de Brúñete (julio 1937); unos días antes había recibido la visita de su padre y el recuerdo de este encuentro y de la última despedida llena de ternura y tristeza a su evocador, colocado (en las páginas iniciales del libro) frente a la postrer fotografía de Manolo junto a la iglesia de aquel pueblo. El autor uti liza serenamente el sentimiento que le embarga cuando, acá y allá, se acusa vivamente la presencia del hijo, diluida o relegada otras veces en aquellos pasajes donde su protagonismo cede ante realidades com o la historia fami liar asentada en lugares — Sepúlveda, Tudanca— , en casas o en personas — la tía Lola, la tía Carlota (que le destinaba a ser su heredero) y la tía Marichu, la más joven del trío, enfermera en un hospital de vanguardia— . Dentro de ese núcleo, constituido por miembros de tres generaciones, «que no quie ren perder la continuidad en la tradición», destaca la figura del padre, su acompañante habitual y educador de m uy liberal manera; en esos años de infancia y adolescencia del hijo, Francisco de Cossío hacía compatible el ejer cicio del periodismo con la dirección del museo de Valladolid. Con episodios de varia naturaleza — la visita al m useo del artista Cristobal Hall, por ejem plo— complementa el narrador las vicisitudes de Manolo que, a la altura de los primeros años 30, se ve asaltado, como tantos otros españoles de enton ces, por las circunstancias políticas, momento en el que intimidad personal y familia pierden relevancia y dejan paso en la pluma del biógrafo a su preo cupación por España, asunto de agrias y entristecidas páginas — desde la 97 («Llegaron para nosotros días de prueba») y 98 («Valladolid era un típico cen tro socialista») hasta casi el cierre del libro— ·. Es ahora cuando se recupera la figura del protagonista, invocadas segunda vez visita y despedida en Quijor na: «lo último [que vio entonces el padre] su mano abierta, agitándose...». Caso análogo al ocurrido y contado por Cossío fue el de FEDERICO G A R (1886-1964) respecto de su hijo Luis Felipe, voluntario en el crucero «Baleares» que pereció en el hundimiento del mismo y protagonis ta del libro Más vale volando, elegía al «Doncel» com o le llamaba el autor; vio la luz en 1938, continuado al año siguiente por Sacrificio y triunfo del halcón, un libro de carácter ensayístico (del que me ocupo en el apartado correspondiente de este mismo capítulo) sobre la historia de España, den tro del conjunto «Los libros del Doncel». Aprovecharé para decir que García Sanchiz, famoso antes del 36 por sus «charlas», se comprometió activamen te con el bando nacional y fue su propagandista entre nosotros y en Hispa noamérica^ visitó los frentes de combate — «he convivido en la guerra con CÍA SA N CH IZ
3 A su llegada a B uenos Aires en un viaje de propaganda, el poeta Eduardo Marquina le recibió con estos versos: «Por el cam ino de los navegantes/ y los visionarios,/ una v e z m ás
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los soldados, en O viedo com o en Teruel, para no citar más que las posi ciones desesperadas»— , «charlaba» con fines benéficos o patrióticos — en el teatro sevillano de San Fernando lo hizo el 27-II-1937 sobre «La custodia perdida y recobrada» (la de la catedral de Toledo) en solemne velada pre sidida por el general Q ueipo de Llano. Por lo que hace a la elegía Más vale volando advertimos en su estructu ra la presencia de materiales de índole bien diversa, así: las cartas del hijo a sus padres desde el «Galatea», primero, y desde el «Baleares», después; ar tículos ajenos que hablan de lo ocurrido y convierten al «Doncel» y a su pa dre en figuras principales del conjunto heroico; cartas, telegramas, lista de gentes que expresaron su condolencia más lo escrito por García Sanchiz, que es una divagación sin m ayor interés salvo algún concreto pormenor: hay páginas de interesada pero no interesante recreación e interpretación de la Historia de España. El libro está escrito en Burgos, en casa de un buen am igo, y fue co m enzado m uy pocos días después de la tragedia y de su certeza irreme diable, a la vuelta de la charla en un teatro de San Sebastián sobre la ep o p eya de Teruel, el día 14 de marzo; escrito sin duda de un tirón o p oco menos, con los añadidos del hijo y ajenos, y acabada su escritura el 31 de marzo de 1938. En varios pasajes del libro queda clara constancia de que no fue com puesto con ningún propósito literario porque «no escribo para la crítica» y sí para satisfacer las exigencias del sentimiento paternal y del amor por la patria, en trance doloroso y difícil cuando «quemada ha sido mi partida de nacimiento, saqueada mi casa, usurpados fueron mis bienes y los restos de mi hijo, en el mar». Tuvo excelente acogida dada la personalidad de su protagonista, tan reconocido y aclamado ya com o Caudillo, la biografía de Francisco Fran co escrita por J o a q u í n A r r a r á s (1899-1975), quien fue presentado así en A B C de Sevilla (28-V-1938): D irector actualmente de Ediciones Españolas y escritor insigne cuya firma se cotiza com o la de una alta autoridad entre los intelectuales al servicio de la Cruzada; su obra Franco, biografía original e inspiradísima del Caudillo, ha si do traducida y editada en casi todos los países;
trece ediciones iban ya aparecidas, unos doscientos mil ejemplares en to tal. Miembro del grupo «Acción Española» y colaborador de la revista así ti tulada, Arrarás, cronista de la vida política española contemporánea, pu ñ os llegas de España,/ pastor de sueños varios,/ m aestro albañil entre n ubes azules/ de in decibles p alacios,/padre de ríos tersos,/ señ or de p rofun dos lagos/ Federico Garcia San chiz,/ cam arada y hermano.»
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blicaría tiempo después una documentada y extensa (cuatro gruesos v o lúmenes) Historia de la Segunda República española y dirigió el equipo preparador de Historia de la Cruzada Española, versión nacional y oficial de los sucesos de la guerra civil. Estamos ante una biografía incompleta, incom pletez que deriva no só lo del tope cronológico señalado por la fecha de impresión del libro, d e clarada en el colofón (IV del 37); cierto que hubo mucha e importantísima historia después pero también la hubo relativa al Alzam iento en sus pri meros meses y de ella apenas se dice algo en este libro que sale así m uy descom pensado si tenem os en cuenta además los capítulos dedicados, por ejemplo, a las campañas africanas del protagonista. Repasando el ín dice encontraremos que, luego del capítulo I, ferrolano y familiar, con al guna breve apelación a la geografía e historia de El Ferrol, su patria chica, y las noticias sobre sus ascendientes maternos y paternos — cabe señalar que el padre, Nicolás Franco, profesionalmente contador de Marina, ocu pa sólo unas pocas líneas en la página 12 (y no volverá a aparecer), confir m ándose su condición de maldito dentro del clan familiar— y hasta el XIII inclusive, todo el espacio disponible, salvo alguna escapada a la p e nínsula, lo cubre su experiencia africana: son doce capítulos (133 páginas), docum entados a base del testimonio de militares protagonistas en la larga e incierta campaña de Marruecos y sirven de apoyo libros com o Campa ñas en el R iff y en Yebala, de Dámaso Berenguer y del propio Franco, su Diario de una Bandera (1922), utilizado más de una vez y en extenso.4 Media docena de capítulos más — del XIV al XIX— forman un nuevo bloque dedicado argumentalmente al tiempo prerrepublicano y republi cano, desde el nombramiento a favor de Francisco Franco com o director de la Academ ia General Militar de Zaragoza hasta el estallido de la guerra civil, período ciertamente agitado y repleto de hechos importantes en la historia española; echa mano el biógrafo de algunos textos debidos a su biografiado com o el discurso que dirigió a los alumnos cadetes de dicha Academ ia (pp. 154-158); la orden extraordinaria para cumplimiento de los mismos destinatarios con motivo del fallecimiento de la Reina Madre, d o ña María Cristina de Habsburgo y Lorena (pp. 160-163); la breve y discipli nada exhortación a sus subordinados dando cuenta de la proclamación de la República, circunstancia en la que «el Ejército necesita, sereno y unido, sacrificar todo pensamiento e ideología al bien de la nación y a la tranqui
4 Arrarás lo valora así (pp. ^7-148): «Es el dietario de u n jefe que sigue co n exactitud y puntualidad los incidentes de la Bandera [i®de la Legión], p ero es vitrina d o n d e el autor guarda con un ción y cariño las pruebas de heroísm o de las fuerzas qu e manda [...]» Tiem po después, n o acabada la guerra, inicia su p ublicación en Sevilla, enero de 1939, La Novela del Sábado cuya entrega inicial sería la reedición de este libro de Franco
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lidad de la Patria» (pp. 167-168); finalmente, la carta fechada el 23 de junio de 1936 que Franco envía a Santiago Casares Q uiroga advirtiéndole del «grave estado de inquietud» producido «en el ánimo de la oficialidad» por sucesos y medidas recientes, carta (pp. 240-244) a la que el destinatario da ría la callada por respuesta. Con la inserción de semejantes textos se anima y documenta el relato biográfico al tiempo que se matizan algunos rasgos caracterológicos de su protagonista. Cierran los capítulos XX a XXV, en los cuales será la guerra civil único y grave asunto y en donde Franco, erigido en jefe supremo de una de las zo nas beligerantes, se adelanta hasta un único primer plano. Es precisamente ahora cuando el trabajo de Arrarás se resiente de algunas carencias, pues su lector esperaría (o desearía) más circunstanciada relación de lo ocurrido entre el 18 de julio de 1936 y, por ejemplo, el ia de octubre del mismo año, cuando los miembros de la Junta de Defensa le nombran Caudillo que «asu mirá todos los poderes del N uevo Estado» — en el orden civil— y en el mi litar y bélico, «general de las fuerzas nacionales de tierra, mar y aire». Unas cuantas páginas más (304 a 314, capítulo XXIV) constituyen el desenlace y en ellas se informa respecto a un Francisco Franco carente de cualquier «ambición personal», «alma sana en un cuerpo sano», «aficionado a la lectura», «persona equilibrada y sencilla», «cerebro frío y lógico» y un et cétera no menos positivo: tal es la impresión de su biografiado que Arrarás tenía a la altura de 1936-1937, m om ento en que su ánimo acaso no se en contraba en las mejores condiciones para contemplar y valorar sin prejui cios; Arrrarás, periodista avezado, acertó a componer, dentro de su ideo logía militante, un libro más hagiografía que biografía cu yo estilo se adorna acá y allá con im ágenes no siempre bélicas. A b r ió ca m in o A rrarás c o n su tan e x ito s o lib ro , co n v e rtid o m u y p ro n to e n u n b e s t se lle r (e n to n c e s n o se d e c ía así) y tras él v in ie ro n s e n d o s lib ro s a c e r c a d e F ra n co , o b ra d e Luis M o u r e M a r iñ o — Perfil hum ano de Fran co (V a lla d o lid , E d ic io n e s L ibertad, 1938) q u e es c o m o «una silu eta o rá p id o diseño» d e l b io g r a fia d o — y d e l g e n e r a l JOSÉ M illá n A s t r a y ·— Franco, el Caudillo (S a la m a n ca , Q u e r o y S im ó n , 1939)— , m ás lo s ca p ítu lo s d e d ic a d o s a su fig u ra e n lib ro s q u e se o c u p a n d e o tro s m ilitares o d e p e r so n a li d a d e s r e le v a n te s d e la E sp añ a n a c io n a l, te x to s c o lm a d o s d e e n tu sia sm o y a d h e s ió n , c o m o e s el c a s o d e R a f a e l F e r n á n d e z d e C a s t r o y P e d r e r a e n Franco, Mola, Varela. Vidas de soldados ilustres de la Nueva España (M elilla, 1938) o A c i s c l o M u ñ iz V i g o , El Generalísimo Franco en la escuela es pañola... ( O v ie d o , 1939).
Para qué entrar en comparaciones casi siempre odiosas pero lo cierto es que durante los años de la contienda, en la España nacional, la popula
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ridad de que g ozó el fundador de Falange Española creo fue comparable a la de Franco pese a que su condición de prisionero del enemigo, prime ro, y su fusilamiento, después, no jugaban a favor suyo; la mitificación del «Ausente», que podría volver algún día, m antuvo viva su presencia hasta que el día 20 de noviembre de 1938, desde el Cuartel General de Burgos, se hizo pública la noticia de la muerte: Los funerales — recuerda Ridruejo en Casi unas memorias— se celebra ron en la catedral de Burgos [...] Previamente se había inciso su nom bre en las piedras exteriores del tem plo, junto a la puerta de la Sacramental. Otro tanto se hizo en todas las iglesias de España [...] no omitiré el dato de que la orden para que aquella m edida se cum pliese fue firmada por mí.
Acabada la contienda, sus restos mortales fueron trasladados desde el cementerio de Alicante a la iglesia de El Escorial, a hombros de sus camaradas falangistas, en un recorrido funerario por parte de España y de él ha ce crónica puntual el libro Dolor y memoria de España en el segundo a n i versario de la muerte de José A n ton io (Barcelona, Ediciones Jerarquía, 1939). Com enzaba así una bibliografía postuma nutridísima en la cual se registraron los e x ceso s de mal estilo retórico por parte de los segundones de la propa ganda falangista [que] llegaron a todos los extrem os del mal gusto en torno a la noble figura del jefe desaparecido al que se dedicaron altares sim bólicos y torpes adaptaciones del Padre Nuestro
aludidos por Ricardo de la Cierva. F r a n c is c o B r a v o , funcionario del Ayuntamiento de Salamanca, jefe te rritorial de la Falange salmantina, periodista m uy activo sacó la primera biografía de José Antonio Primo de Rivera (José Antonio. El Hombre, elJe fe, el Camarada, Madrid, Ediciones Españolas, 1939) que, según la propa ganda editorial, ofrecía »la verdadera fisonomía del fundador de Falange Española; un libro documentado, de extraordinario interés y actualidad», libro reeditado no tardando m ucho. Importan algunas cosas acerca del mismo que Bravo advierte en la nota previa «Al lector» (pp. 5-6): que «no es el que él [José Antonio] y su obra merecen» — no digamos, por tanto, que es una biografía suya hecha y derecha y sí una aportación de datos, recuerdos y documentos que pueden ayudar a escribirla— ; «se trata más bien de un reportaje» y el autor del mismo se disculpa aludiendo a «su endeblez inte lectual»; confiesa su «admiración» por quien llama «aquel César joven» y se despide diciendo que su libro no es otra cosa que «un tributo postrero de camaradería»; bastante m enos, desde luego, que lo h echo después por
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Xim énez de Sandoval y por otros autores pero trabajo no menos «apasio nado» que el de éstos. Consta de tres partes: con veintinueve capítulos, la primera — sin duda, la más propiamente biográfica— ; doce, la segunda, ti tulada «Recuerdos de un "camisa vieja"» y solamente dos, la última. Com o fuentes, aparte de sus recuerdos personales que hacen acto de presencia acá y allá, se utiliza, por ejemplo, el libro del disidente Ledesma Ramos, ¿Fascismo en España?, aunque Bravo se resiste a aceptar algunas de sus explicaciones. Cabe añadir docum entos y textos, de varia p ro ce dencia unos y otros, com o los que contienen los llamados «Puntos inicia les» de los cuales arranca la Falange; la «Carta a un estudiante que se queja de que FE no es duro», artículo de José Antonio publicado en el número n de F E (19-IV-1934); la entrevista, dada fragmentariamente, del periodista in glés Jay Alien a José Antonio en la cárcel de Alicante; y un buen puñado de cartas com o el epistolario de José Antonio a una no identificada mujer (enero, marzo, abril y junio, todas escritas en 1936). Con semejante mate rial se anima un tanto la narración de los sucesos hecha en prosa sencilla, sin ningún rasgo estilístico destacable. La figura de José Antonio aparece en todos los momentos magnificada, excediendo con bastante a casi todos sus acompañantes habituales o cir cunstanciales — salvo Unamuno, a quien conoció, prom ovido su encuen tro por Bravo en Salamanca, 10 de febrero de 1935 (capítulo «José Antonio y Unamuno»)— . El autor hace hincapié en algunos aspectos humanos d e jo sé Antonio que tuvo ocasión de comprobar bien de cerca y de los cuales anoto aquí: su condición, digam os que nativa, de intelectual metido un tanto forzadamente en política; su fidelidad, relativa, a Ortega, de quien se consideraba discípulo; su generosidad, su talante aristocrático en cuanto finura o delicadeza de espíritu; carácter irónico y no propenso a la confi dencia; y, en suma, alguien «limpio, noble, egregio de condición y de m en te» (p. 9). Destaca asimismo Bravo una simpatía o atracción irresistible del biografiado com o si de su persona emanara «un fluido especial, misterio so» (p. no), a cuyo efecto sobre la gente ayudaba su voz, «cautivadora, fría mente varonil» (p. 106). Declarada Falange Española partido político ilegal por el gobierno re publicano sus dirigentes más destacados fueron a la cárcel y sólo Onésim o Redondo (1905-1936), jefe territorial de Valladolid, quedó, una vez liberta do de la prisión de Ávila, en zona nacional donde murió a los pocos días en combate con las tropas del teniente coronel Mangada. «Caudillo de Cas tilla» se le apodó enseguida y los homenajes rendidos a su memoria en la prensa, en forma de libro o el monum ento erigido en el cerro vallisoletano de San Cristóbal, enfervorizados y num erosos, no se hicieron esperar; cuenta entre ellos el libro colectivo Onésimo Redondo, Caudillo de Casti-
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lia (Valladolid, Ediciones Libertad, 1937), cuyos autores serían sus camara das de tem prana militancia, los que (según leem os en la página 25) le acom pañaron en «aquellas primeras reuniones de Fuente el Sol, el alto de la Maruquesa y las cuevas de El Tomillo», lugares todos de la capital caste llana; entre esos autores debió de figurar destacadamente Javier Martínez de Bedoya, autor del libro Antes que nada, política y segundo esposo de Mercedes Sanz Bachiller, que (según Ridruejo) «era el joven más inteligen te e influyente del jonsismo castellano». Piensan sus autores que, si bien este libro «es el índice indispensable de las consignas que su muerte [la de Onésimo] ha hecho órdenes [...], no es el libro de su vida ni el de su exal tación» (pp. 224-225) aunque exaltado, superlativamente exaltado, resulta el tono de sus capítulos en los que, m uy ordenadamente, se pasa revista a su vida y labor política luego de unas cuantas líneas de presentación, com pletadas con otras en las cuales se informa de que era (p. 8) «más bien alto, enjuto, moreno, de mirar brillante, rápido en el obrar, [...] tiene un pulso firme y un pensam iento claro», rasgos a los cuales se añade que también era «fácil de pluma, con una palabra tersa y limpia, rígido de costumbres, firme en el mandar, [...], valiente y decidido», en suma: una especie de hombre ideal para dirigir una arriesgada aventura salvadora de España. El orden antes aludido se pone de manifiesto cuando capítulo a capítulo ve mos que, junto al título, se apunta la cronología que le corresponde y así el primero de ellos, «Fundación de l i b e r t a d », se completa con «1931, junio» y el décimo, «La Revolución Nacional. Caudillo y Mártir», lleva la indicación «21 de febrero a 24 de julio 1936»; de análogo m odo sucede en los interme dios y así el lector se encuentra oportunamente situado en el recorrido de las vicisitudes personales y partidarias del biografiado. El circunstanciado relato deja paso con relativa frecuencia a la inser ción de textos documentales de diversa procedencia y género: discursos políticos, proclam as electorales, artículos y otros recortes de prensa que persiguen tanto la propaganda de las ideas propias com o la denuncia de las enemigas, etc., textos todos ellos consecuencia de la marcha de la po lítica española, en la que figuran, v. g., el cambio de régimen — de la Mo narquía a la República— , dos intentonas violentas de volver a cambiarlo — junto a la «sanjurjada», 10 de agosto de 1931, la revolución de octubre de 1934— , otras tantas convocatorias electorales, con resultado harto diferen te — noviembre de 1933 y febrero de 1936— , acontecimientos ante los cua les Onésim o y sus correligionarios, más otros grupos afines, mantuvieron una actitud de la cual hay constancia expresa en los capítulos que se ocu pan de las peripecias corridas en la práctica por la ideología de Onésimo desde la Junta Castellana de Actuación Hispánica (Valladolid, 9-VIII-1931) hasta las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS), en diciembre del mismo año, y, posteriormente, la fusión con Falange Española, culmi
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nada en el mitin celebrado el 4 de marzo de 1934 en Valladolid, teatro Cal derón. Un camino harto difícil, signado por la violencia propia y ajena, re correrán sus militantes, mal vistos y hasta abandonados a veces por las lla madas derechas, combatidos por las izquierdas y, en más de una ocasión, perseguidos por fiscales y autoridades; el relato de tales peripecias supo ne una contribución, partidista sin duda, al conocim iento de ép o ca tan m ovida y controvertida que, en el caso que nos ocupa, termina con la m uerte en acción de guerra — Labajos, localidad vallisoletana, 24-VII1936— del biografiado. El asesinato de José Calvo Sotelo, jefe parlamentario del derechista Blo que Nacional, cuya carrera política había com enzado en los años veinte com o ministro de Hacienda en un gabinete del dictador Miguel Primo de Rivera, cuyas circunstancias precisas no se investigaron por el gobierno republicano, sería el desencadenante último de la sublevación militar; una aureola de víctima propiciatoria rodeó desde entonces su figura de Protomártir de España: ni falangista ni requeté, las fuerzas políticas actuantes reunidas por la Unificación (abril de 1937), diríase quedó Calvo Sotelo un tanto descolocado en la política de la zona nacional aunque m uy presente en la m em oria y actividad de quienes habían sido militantes del grupo ideológico «Ación española», que tanto peso tendrían en comisiones y mi nisterios de la era de Franco; artículos periodísticos, recordatorios en ver so y el libro de A u r e l i o J o a n i q u e t , publicado por Espasa en 1939, fueron los homenajes literarios que se le rindieron. Joaniquet desea que «los trabajos y los días» de Calvo Sotelo, asunto del libro, sirvan «como m odelo a la juventud española» y advierte a los lectores que «sólo pretendo dibujar una figura y destacarla en una época y un am biente», si bien reconoce que «no es ni puede ser historia [pues] le falta la perspectiva [debida]». El autor, que conoció personalmente a Calvo Sotelo, era un abogado con bufete abierto en Barcelona, orgulloso de su ascen dencia catalana, «consagrado a su profesión y al estudio», libre de cargos y compromisos políticos y adicto a «un alto ideal nacional». Parece que apro vechara la redacción del libro para lucir alguna erudición manifestada en las relativamente frecuentes alusiones y citaciones de autores y obras muy diversos y así salen a relucir en el mismo nombres com o los de Berdiaeff, Munthe, Erasmo, Carducci, Saavedra Fajardo, el cardenal N ew m an o el ideólogo francés Charles Maurras, breve y significativa lista de devociones así intelectuales com o políticas. Acaso más que el relato ofrecido de los trabajos que ocuparon año tras año la actividad del biografiado puede importar la semblanza relativa a las cualidades que le distinguieron, algo así com o el «dentro» de Calvo Sotelo a partir de su naturaleza gallega y, socialmente, de su pertenencia a una
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clase media acomodada; son esas cualidades, por ejemplo, un «tempera mento aristotélico» que Joaniquet hace equivalente a decidido analizador de gentes y cosas; conservó hasta su muerte «un sentido poético de la vi da», claro para el biógrafo frente a textos suyos com o el elogio de la ciu dad, estimada com o «un drama en el tiempo, un punto en el espacio, ins trumento m ágico que ruge, ora, trabaja, ríe, bulle, llora, exalta y arrastra [...] la ciudad que no es sólo urbe sino también campo»; a ello hay que aña dir su capacidad de polemista, ayudada por una «palabra veloz com o un torbellino», su valentía y noble arrogancia, una «recia formación cristiana», cualidades cuya posesión le convierten en envidiable modelo. Joaniquet se muestra bien docum entado en el relato biográfico, atento lo mismo a su protagonista que a la circunstancia española que le tocó en suerte, dos aspectos oportunamente conjuntados en la marcha expositiva aunque a veces haya de «hacer un alto en el camino» de ella que va desde el nacimiento de Calvo Sotelo en Tuy (1892) hasta los días anteriores a su muerte. Curándose en salud, Joaniquet advertía acerca de la falta de perspecti va histórica para su libro, lo cual es m uy cierto, pero recurre a la que le brinda la realidad española del momento en que escribe, no otra que nues tra guerra civil, la cual comparece en sus páginas merced a buen número de encendidas apelaciones que lo mismo reivindican la necesidad y justi cia del Alzamiento que denuncian a «nuestros revolucionarios destructo res, anarquistas, separatistas y masones, siempre instrumento de los revo lucionarios del mundo». Dos generales sublevados, Manuel G oded Llopis (1882-1936) y Emilio Mola Vidal (1887-1937), uno y otro ocupando importantes cargos militares en julio de 1936, con fortuna muy desigual en las vicisitudes de la guerra ci vil: fracasado el primero en Barcelona y mal visto entre sus colegas por ha berse rendido a m uy poco de la intentona, cuando el honor exigía pelear hasta morir, y victorioso el segundo en Pamplona y en el país Vasco hasta su muerte en accidente de aviación; ellos son protagonistas de los dos li bros que siguen, alegato el primero escrito con intención reivindicatoría por un familiar bien allegado — un hijo— que se documentó debidamen te al respecto y obra el otro de quien fuera estrecho amigo, a manera de secretario del biografiado, además de escritor de larga trayectoria. Su testi m onio tal vez resulte mediatizado a veces por el peso de la relación exis tente entre autor y biografiado. «Facciosos» m uy marcados lo fueron el padre y el hijo, ambos con el mismo nombre y apellidos y también protagonistas de la historia contada en el libro Un fa ccio so cien p o r cien (1938), un total de cinco jornadas — primera y segunda, para el padre, a quien el hijo acompaña; las tres res-
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tantes, fusilado ya el general, para su hijo y cronista— . El tiempo de com po sición se indica al final: Zaragoza, y septiembre de 1938, III Año Triunfal. El autor resulta escritor p oco avezado literariamente, metido en la tarea por la fuerza de las circunstancias: devoción paterna e imperativo patriótico, exi gentes obligaciones una y otra. Sólo importa ahora la biografía del general Goded, centrada casi exclusivamente en su actuación com o sublevado en julio de 1936 contra el gobierno republicano; advierte m uy pronto el biógra fo que «no vo y a pretender narrar el Movimiento Nacional [...] y me he de li mitar a narrar lo vivido y lo sufrido» (p. 33). Pero la historia comienza antes de la guerra civil y aunque no se ofrezca en su totalidad (o de principio a fin) conoceremos algunas de las actividades profesionales desarrolladas por el protagonista cuando, por ejem plo, ocupaba la jefatura del Estado Mayor Central del Ejército a las órdenes del ministro de la Guerra, Manuel Azaña, o, bien contrariamente, colaboraba en la conjura antirrepublicana del 10 de agosto de 1932 («la sanjurjada») y, si bien sospechoso a los gobiernos de tur no dado su ánimo subversivo, nombrado, para alejarle lo más posible del epicentro madrileño, gobernador militar de Baleares, desde donde conti núa e incrementa su participación en los trabajos conspiratorios. De su ma no correrá la sublevación en aquel archipiélago y, casi al tiempo, en Barce lona, capitanía carente de jefe de prestigio y garantía para encabezar la intentona rebelde. El cronista, siempre al lado de su padre como fiel colabo rador suyo, que conoce hasta los menores detalles de ella, puede ofrecer al lector extremos com o el texto del telegrama que los conjurados baleáricos recibieron com o última y concreta citación: «El pasado día 15 dio a luz Elena un hermoso niño, a las cuatro de la madrugada», cuya clave explica segui damente. Diríase que semejante minuciosidad unida a la devoción que sien te por la figura del padre son los rasgos distintivos de su recordación de los hechos acaecidos, recordación que no olvida algunos de los más difíciles por expuestos a torcidas interpretaciones, caso más señalado al respecto el del final de la lucha en Barcelona cuyo remate fue la intervención del gene ral G oded en la radio: «La suerte me ha sido adversa y he caído prisionero, por tanto desligo de su compromiso conmigo a aquellos que me seguían», palabras medidas y muy pensadas que el biógrafo matiza pertinentemente: «Prisionero, no rendido; comprometido conmigo, no comprometido con la Patria, o sea de la obligación de obedecerle a ciegas» (p. 59). El que llamaríamos enem igo no m erece consideración alguna por par te de G oded hijo, tanto «un puñado de politicastros republicanos y m aso nes [...]» com o la «turba» que se apoderó del edificio donde el general y los suyos resistían: cuarenta o cincuenta hienas entraron aullando, armadas hasta los dientes, en mangas de camisa o con m ono, con rojos pañuelos en sus cuellos sudorosos y
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sucios com o su alma y con un afán exterm inador que se apreciaba en todo su aspecto: en sus caras de ham pones, en sus bo cas abiertas y vociferantes, en sus m anazas crispadas sobre las armas se adivinaba su afán asesino. La hez de Barcelona, la escoria de la sociedad [...].
Otra clase de escoria resultan ser para el cronista los militares que se mantuvieron hostiles a la sublevación y leales al gobierno pero peor para dos salen de su pluma los miembros del 19 Tercio de la Guardia Civil des tinados en Barcelona, «conglomerado de cobardes y traidores». El libro de J o s é M a r ía Irib a rr e n sobre Mola tuvo varios títulos y más de una edición: primeramente fue Con el general Mola. (Escenas y aspectos de la guerra civil) (Zaragoza, Librería General, 1937), que encontró dificul tades para la reimpresión pues ciertos pasajes del mismo produjeron dis gusto en altas esferas militares y políticas; suprim idos o atenuados que fueron saldría con el título Mola. (Datos para una biografía y para la his toria del Alzam iento Nacional) (Zaragoza, 1938) — que es el libro maneja do por mí— y, finalmente (Madrid, 1945), con m uy escasas m odificacio nes, El general Mola? Importa reparar en el título pues el libro más que el relato de una vida ya concluida — diríamos que una biografía hecha y derecha— es un orde nado y copioso conjunto de «datos» para componerla. Importa añadir que entre biógrafo y biografiado hubo una relación com enzada casualmente el 20 de julio del 36 en la Capitanía de Pamplona y mantenida desde en tonces día tras día, tanto en Pamplona com o en Burgos, Valladolid, Ávila y otros lugares hasta poco antes del accidente de Alcocero (cerca de Castil de Peones), rumbo el avión estrellado a Burgos; una relación m uy pronto amistosa y estrecha que hizo posible un conocim iento nada convencional entre ambos que, en el caso de Iribarren, se tradujo en considerable admi ración hacia el general com o se echa de ver en el tono expresivo y, muy s El prim er libro era una crónica de la sublevación vista en torno al personaje de Mola, bastante fiel a los h ech o s y, aunque elogiosa hacia la figura del militar, escrita co n verism o y sin excesivo p rop ósito enaltecedor de la causa insurgente. Iribarren pretendió ofrecer, co m o indicaba el subtítulo, un conjunto de «escenas y aspectos inéditos de la guerra civil» de los que había sido testigo privilegiado, siguiendo un fluido hilo narrativo en las sucesi vas estam pas que lo com ponían, en la doble creencia de estar aportando una buena infor m ación para la historia y de construir un relato atrayente tanto por lo contado com o por la form a de contarlo. El segun do libro, aunque carece de la v iv eza del anterior, se suele citar entre las más afortunadas y fidedignas fuentes para el conocim iento de la contienda esp a ñola. A petición de su am igo el bibliófilo navarro José María A zcon a, y p o co más que para uso de éste, Iribarren redactó unas «Notas sobre la gestación y peripecias desdichadas de m i libro Con el general Mola» (treinta cuartillas fechadas en Pam plona el 15-V-1944) don de cuenta las p eripecias que pasaron autor y libro.
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significativamente, en buen núm ero de pasajes. Iribarren pudo así hablar con indudable dominio de lo que deparaba el momento presente com o de cuanto aprendía por b oca del interesado respecto de tiem pos pretéritos — v. g., su estancia y campaña en África: capítulos XXIII («Mola en África») y XXIV («Dar-Akoba»)-. El relato de la ación externa se acom paña a veces de digresiones de tema político y doctrinal a propósito de la España con temporánea, ni excesivas ni farragosas, e, igualmente, de referencias rela tivas al biografiado que com prenden desde su apariencia física — dígase «su elevada estatura y su delgadez» (p. 9)— hasta extremos caracterológicos — así: «una memoria prodigiosa» o «una excelente penetración psicoló gica »(p. 150)— . Sabe el biografiádo lo que su secretario trae entre manos, y esto no tuerce ni coacciona la tarea, realizada (según se hace constar) con entera libertad y con la ayuda explícita del protagonista: En días sucesivos acudí a verle por las noches, cuando él volvía de sus via jes al frente. Me añadía detalles y fechas o m e rectificaba las inexactitudes: — Com o v e o que procura usted ajustarse a la verdad, le he puesto notas. Y de pa labra me explicaba el porqué de sus apostillas (p. 277).
Acá y allá encontrará el lector muestra clara del interés de su amigo sin que por ello se trasluzca afán alguno de megalomanía. A la vista de lo se ñalado cabe concluir que si bien es semblanza en simpatía, animada ade más por la pasión beligerante de su autor, el libro de José María Iribarren no incurre en la exageración y deformación en que cayeron por entonces tantas circunstanciales biografías de personajes relevantes.6 Corresponde el turno ahora a unos libros biográficos cuyos protago nistas son escritores que, salvo el caso de Muñoz Seca, quedan lejanos en el tiempo de las circunstancias bélicas españolas. El jesuíta F é lix G o n z á l e z O lm e d o escribió un ensayo decididamente beligerante a favor de la causa nacional titulado El sentido de la guerra es p a ñ o la (1938), en cuyas páginas explica los motivos justificadores de la guerra civil, entendida com o nueva cruzada contra los enemigos de Dios y de España, profundam ente rusificados y responsables de tropelías sin cuento; su posición doctrinal va apoyada con citas de teólogos españoles de la época imperial oportunamente aderezadas. Lo que ahora importa de 6 D e 1937 data la p u b licación (Bilbao, Editora N acional), a cargo de la D ip utación y el Ayuntam iento salm antinos, d el folleto M ola. D o ctrin a l d e u n héroe y hom bre de Estado — ofrece el texto del último discurso del general en Radio N acional de España— y de Em i lio M ola Vidal (Ávila, Sigirano D íaz, 48 p p.), breve y apologética biografía sin datos de es p ecial interés para el historiador. En 1938 salía en G ranada (Librería Prieto) el libro de Ino B ernard, M ola, m ártir d e E spañ a, m ás d e trescientas p ágin as q u e tratan de «la vida, la muerte, la gloria y la posteridad» del biografiado.
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su labor es el libro dedicado a Juan Bonifacio (1538-1606) y la Cultura del Siglo de Oro (Santander, Sociedad M enéndez Pelayo, 1939, biblioteca de «Humanistas y pedagogos españoles») que pasa documentada revista a su obra ped agógica de asunto literario, escrita en latín y dirigida a jóvenes alumnos, Christiani pueri institutio (Salamanca, 1965) o a sus profesores, D e sapiente fructuoso (Burgos, 1589), en forma epistolar; es además repre sentante distinguido del teatro jesuítico escolar, aspectos todos ellos de una actividad que su biógrafo analiza elogiosamente. D el m enendezpelayista aragonés M i g u e l A r t i g a s (1887-1947), acadé m ico de la Lengua, sabemos que dirigió algún tiempo la biblioteca santanderina de M enéndez Pelayo y restableció en plena guerra los cursos de v e rano universitarios que venían celebrán dose en dicha ciudad; en ese tiem po asimismo denunciaría en las páginas del periódico zaragozano Heraldo de Aragón ante los hispanistas mundiales el despojo de bibliote cas y archivos particulares efectuado en la zona republicana. Su dedica ción a la figura de don Marcelino quedó patente en una bien elegida anto logía, La España de M en én d ez Pelayo. A ntología de sus obras..., co n prólogo y notas (1938), y en el libro biográfico aparecido al año siguiente, La vida y la obra de M enéndez Pelayo, que aporta varias novedades d o cumentales fruto de sus trabajos eruditos com o es el caso del borrador de las tres primeras escenas de la juvenil tragedia Séneca, únicas conserva das; del Programa de sus oposiciones a la cátedra madrileña de Literatura Española; del discurso zaragozano de 1891; del programa-presentación de la Nueva Biblioteca de Autores Españoles dirigida por don Marcelino. Pa ra su reconstrucción biográfica, Artigas reparte la existencia de Menéndez Pelayo en varias significativas etapas, a saber: «niñez prodigiosa», «juven tud triunfante», «madurez fecunda» y «vejez prematura iluminada», división tal v e z arbitraria (piensa el autor) pero no carente de justificación. Son aceptables sus puntos de vista acerca de cuestiones com o la influencia ejercida por Laverde Ruiz sobre M enéndez Pelayo, al que «le adelantó la hora»; o la importancia de las Ldeas estéticas, «la obra fundamental y cardi nal del Maestro»; o las fuerzas de atracción de su obra: el valor estético de ella y «el espíritu profundamente español que informa [sus escritos]». ¿Poli tiza Artigas su entusiasmo cuando afirma que «en estas horas críticas de la Patria, en el amanecer de nuevos tiempos, [...] los libros de M enéndez Pelayo, sus enseñanzas, deben ser pauta y guía, doctrina y nervio de las nue vas generaciones»? Una completa reseña cronológica de la producción de Menéndez Pelayo cierra este interesante volum en .7 7 El fo lleto Estudios sobre Menéndez Pelayo, d eb id o al in vestigador José Sim ón D íaz (Madrid, Instituto d e Estudios M adrileños, 1954) in cluye un total de 564 entradas (libros y
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Aunque pasó los años de la guerra civil más o menos escondido en el Madrid republicano, José M ontero A lo n so , periodista renombrado, de dicó estimable atención a lo ocurrido durante ese tiempo en la zona na cional com o lo acredita su antología de la poesía escrita en ella, Cancio nero de la guerra... (Madrid, 1939). Creo que podría hablarse de la hábil plum a de biógrafo poseída por Montero Alonso y apoyarían semejante ca lificación las varias biografías compuestas por él; conozco las dedicadas a Eduardo Marquina, Ventura de la Vega o Pedro Muñoz Seca, todas ellas de agradable lectura, informativas del protagonista externamente y, también, de su contexto; un tanto novelizadas en la forma — supuestos diálogos en tre algunos personajes, por ejem plo— , correctamente ordenadas en la na rración de la marcha de los acontecimientos, muestra de clara simpatía ha cia el personaje en cuestión, aumentada respecto de algunos coetáneos suyos si hubo entre autor y protagonista alguna relación y si entre ambos se produjo (com o es el caso de M uñoz Seca o Marquina) alguna aproxi m ación política. Tal vez no sean dichos libros fruto de una meticulosa in vestigación sobre el biografiado y su época pero el lector encontrará siem pre las referencias precisas; atañente a la obra, no ahondará M ontero Alonso en el análisis crítico de ella; lo pintoresco y externo, sino por más importante sí por más llamativo, centrará su atención. Es evidente además que la profesión periodística, ejercida a lo largo de bastante tiem po, le ayuda eficazmente para el caso. Concluiré diciendo que no militó en las fi las de los «nuevos» biógrafos españoles contem poráneos suyos — caso de Benjam ín Jarnés y Antonio Espina entre otros— pues parece mostrarse desentendido del avance en el género biográfico que por entonces supu sieron un Maurois o un Zw eig, distinto a unos y otros com o practicante
artículos relativos a la vida y obra de do n M arcelino, publicados en España y en el extran jero a lo largo de varias décadas y hasta el 1 de agosto de 1954; en semejante repertorio des taca el h ech o de que los años de la guerra civil y algunos posteriores fueron m om ento p ro picio para la exaltación de M enéndez P elayo, cuya ideología religiosa y patriótica coincidía m uy exactam ente con la defendida p or el bando nacional y de semejante apropiación re sultan p rueba fehaciente entre otras, la redición (de m ano de Cultura Española) de la anto logía dispuesta por Jorge V igón, Historia de Espa ña, seleccionada en la obra del Maestro Menéndez Pelayo-, los cursos universitarios en su hom enajes, celebrados en Sevilla (1937) y O v ie d o (1939); el discurso de apertura d el curso acad ém ico 1937-38 en la U niversidad de G ranada — Menéndez Pelayo, primer defensor de la Hispan idad, p o r el catedrático Pedro Tom ás H ernández R edondo— ; y el hom enaje harto politizado, que le rindió en el Paranin fo de la Universidad salmantina, el grupo de “A cció n Española». A ñádase el elo gio tributa d o p o r E ugen io d 'O rs (artículo en Arriba España, Pam plona, 29-VIII-1937), estim ándole “tradicionalista auténtico» para quien «ningún tema de España y de las Españas, ninguna di visa de Rom a y del m un do fue extranjero a la sensibilidad, a la m ente, al saber de aqu el hombre».
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que fue de una arraigada tendencia tradicional. Su libro biográfico Pedro M u ñ o z Seca: vida, ingenio y asesinato de un comediógrafo español (Ma drid, 1939) suma a todo ello un com ponente político insoslayable al tratar se de una persona víctima de la guerra civil en la zona republicana. Las biografías que en alguna ocasión llamé «imperiales» sustituyen en cuanto época preferentem ente tratada a las que se ocupaban de figuras del siglo XIX, y esto sucede en virtud de un cam bio derivado de las cir cunstancias políticas inmediatas que propicia la exaltación de unos siglos — el XVI y el xvii— durante los cuales España se constituyó en gran potencia dominadora — final-de la Reconquista y descubrimiento de las Indias— , con los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II com o soberanos tenidos por m odelos y dejará paso, andando el tiempo, y por el natural desgaste sufri do, a una situación de decadencia que, en un proceso irreparable, com prendía los siglos XVIII y XIX y los años que iban del xx cuando España ha bía perdido su pulso. Tal com o contaban la historia Antonio Tovar (E l imperio de España, 1936) o Gim énez Caballero (Triunfo del 2 de mayo, 1939) ésta se reducía a un panorama m aniqueo de buenos y malos en el cual nuestros «afrancesados» dieciochescos y románticos más los liberales que dieron origen la Institución Libre de Enseñanza y la Generación del 98 asumían principalmente las culpas de semejante desastre y así, en prensa, libros y discursos de gentes de m uy variada jerarquía, se les atacaba im placablemente: si para G ecé el xix era «el siglo laico, el siglo maldito», el je suíta G onzález O lm edo declaraba alegre y confiado que es increíble la semejanza que h ay entre el com ienzo del reinado de los Reyes Católicos y el m om ento actual. El mismo sentimiento religioso, la misma idea de justicia social cristiana a la española, el mismo sentido providencialista de la guerra, el mismo amor a España y a todo lo genuinam ente español, la mis ma conciencia de nuestro valer, la misma fe en nuestros destinos históricos y en nuestra m isión civilizadora; hasta el mismo lenguaje y los mismos signos y em blem as de entonces: la España imperial, el yugo, las flechas, las águilas, to do lo mismo (El sentido de la guerra española, p. 8, Bilbao, 1938).
Acorde con semejante mentalidad comenzaría a publicarse en 1939, de mano de Biblioteca Nueva, la colección «La España Imperial» que se ocu paba de «antepasados que alcanzaron categoría de inmortales, y cuyos h e chos, a la vez que motivo de orgullo, son un estímulo para la generación presente». Historiadores, catedráticos universitarios y publicistas de diver sa procedencia pusieron manos a la obra y de su pluma saldrían biografia das figuras com o Felipe II (Mariano Tomás), el cardenal M endoza (el mar qués de La Cadena), Cisneros (José García Mercadal), Hernán Cortés (Luis Torres), Alejandro Farnesio (Julián María Rubio) o D o n ju á n de Austria
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(Manuel Ferrandis). La acogida de esta serie fue favorable y en algunas de las reseñas aparecidas se hacía hincapié en que ya era hora de que «nues tras grandes figuras históricas tengan biógrafos españoles que estudien su psicología a través de nuestra psicología y no a través de la ajena» (en in tencionada alusión a los hispanistas). Estímulo asimismo supondría otra co lecció n nacida tam bién por entonces en Biblioteca Nueva, «Vidas de Santos españoles», presentada editorialmente así: Los Santos españoles son la más bella floración del espíritu de la raza y, sin em bargo, era un hecho harto sensible que no existiera una colección de libros en los que se narrase al público sus vidas, tan llenas de dramático interés y de trascendencia nacional. Biblioteca Nueva ha llenado semejante laguna en esta hora del resurgir glorioso d e nuestra Patria ponien do a la venta la presente colección, obra reparadora de patriotismo y cultura, a la que se han sum ado nuestros mejores autores, seglares y religiosos.
En ese nutrido conjunto de biografías, destacadas algunas porque se fundam entaban en una investigación original de la figura protagonista, llama la atención por su singularidad una breve semblanza de Isabel la Ca tólica debida a L u y s S a n t a m a r i n a , Retablo de Reina Isabel que, según Gordillo Courciéres8«está urdido con una serie de semblanzas alrededor de la Reina Católica y había quedado pergeñado el 19 de abril de 1937, cuando su prisión en el castillo de Montjuich», una de las varias cárceles recorridas por él durante los años de la guerra civil, tiempo en el que por tres veces (22-XII-1936,14-IV-1937 y 31-V-1938) sería condenado a muerte en la zona re publicana, salvado siempre del pelotón de fusilamiento gracias a la inter cesión de buenos colegas y amigos com o el poeta Riba y el editor Janés; si posteriormente pudo ordenar y ampliar el material reunido para el caso re nunció ya a la com posición de una biografía hecha y derecha y se redujo a un libro de menor extensión e incompleto — un retablo o retablillo— , dis tante entre el propósito inicial y la realidad ofrecida que el autor advierte a quien lo leyere: «las páginas siguientes son sólo un propósito, un indicio». Santamarina había publicado antes de 1936 una biografía del cardenal Cis neros,? que tuvo buena acogida, y en los años cuarenta volvió al cultivo del género con las dedicadas al Gran Capitán y a Alonso de Monroy. D el mismo m odo que en un retablo catedralicio suele haber una hor nacina principal ocupada por la imagen de quien centra la devoción de los fieles, en el levantado por nuestro autor destaca la mayor relevancia de la Reina, protagonista de los episodios más importantes — la encontramos, v. g., En monasterios com o G uadalupe, lugar al que Isabel llam aba «mi 8 Luis Santamarina (Notas de vida y obra), Madrid, 2002, p. 58. 9 Cisneros (Madrid, Espasa-Calpe, 1933) reeditada en B arcelona p o r Yunque, 1939.
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paraíso» y de cuya virgen era devotísimas y en Poblet, visitado en días del veranillo de San Martín cuando aquella naturaleza «se supera a sí misma», oportunidad que aprovecha Santamarina para introducir un feliz com po nente paisajístico-. Situados en las hornacinas laterales van personajes del entorno familiar, caso de su yerno Felipe el Hermoso a su llegada a Casti lla y de su hija doña Juana, en visita a Toledo; o vasallos com o los caballe ros d o n ju án de Padilla, que «cayó en la Vega de Granada frisando los vein te», y don Martín V ázqu ez de Arce, el fam oso D oncel de la catedral de Sigüenza, herido mortalm ente junto a la acequia Gorda, tam bién en la guerra granadina; junto a hechos com o la actuación de la Santa Herman dad o un auto de fe celebrado en Toledo. Con la presencia de unos y otros se configura un retablo relativamente nutrido y variado; el autor gusta de mostrar erudición literaria e histórica salpicando de menciones y citas aje nas los capítulos, complementadas con breves notas a pie de página pero gusta, igualmente, de m ezclar de cuando en cuando el relato verdadero con la fantasía, tal com o hace con la dolorida Ana de Chaves, figura saca da de un romance acaso para que contraste con los personajes reales Pa dilla y V ázquez de Arce. Añádase que la respetable seriedad de la Historia es perfectam ente compatible en Santamarina con los fragmentos titulados «Marginalia», a manera de desvíos del núcleo argumentai para com placer se autor y lector en divagaciones a propósito de, por ejemplo, los jardines del tiempo isabelino que «eran más bien huertos amenos, abundantes en frutas» y que ahora sirven de grato pretexto descriptivo.10 Impreso en Bilbao (ediciones Fe, 1938) vio laluz el que puede ser pri mer volum en (o, desde luego, uno de los primeros) de la serie «Breviarios del Pensamiento Español» — que forma pareja con los de la «Vida Españo la», levem ente posteriores y de la misma editorial— . Se ocupa de Juan de Mariana y se subtitula «Cantor de España»; selección y estudio de Manuel Ballesteros Gaibrois. El yugo y las flechas, en la cubierta y su precio, tres pesetas; se completará con un segundo tomo titulado «Mariana, pensador
10 D entro del qu e pudiera llam arse ciclo biográfico de los Reyes Católicos correspon diente al p eríod o de la guerra civil en la zon a nacional d e b en m encionarse la traducción po r A lberto de M estas del libro de W illiam Thom as Walsh, Isabel de España (Santander, Cultura Española, 1939); Eí príncipe Juan de las Españas (1478-149/) (Ávila, Sigirano D íaz, 1938), de A ntonio Verdas Rodríguez; Isabel de Castilla, p o r Juan D om ín gu ez Berueta (Sala m anca, 1939): sim ple relato biográfico no fruto de una m inuciosa y personal investigación p uesto qu e la obra v a dedicada al lector com ún con el d eseo de enterarse de quien fue y q u é h izo la biografiada; y lo s orígenes del Imperto. La España de Isabel y Fernando, del M arqués de Lozoya (Valladolid, 1939), libro que cae de llen o dentro de esa labor formativa asignada al historiador respecto de la juventud, sin n oved ades investigadoras p ero con in form ación solvente co m o ap o y o y un estilo lim pio y sencillo.
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y político». El estudio es extenso y bien documentado; lo integran cinco apartados o capítulos, a saber: «Mariana ante la ciencia», «curriculo vitae» — destaca la capacidad descriptiva de Mariana, lo cual indica que «no es un escritor frío»— , «ópera omnia», «valor científico de la obra», «Mariana y Es paña», subdivididos a su vez en buen número de apartados menores, cada uno con su titulillo de acuerdo con la naturaleza del contenido, escritos «en el estilo cálido y m ovido de este nuevo Herodoto». Am bas series de «Breviarios», incorporadas en Madrid al fond o de la Editora N acional una v e z term inada la guerra, tendrían larga vida y d e dicarían atención tam bién a escritores y obras de más siglos que el xvi y el XVII. Pensando en la conveniencia o ncesidad de que los alumnos de las es cuelas tuvieran a su alcance para la debida formación patriótica instructi vas semblanzas de las más relevantes figuras del bando nacional se publi carían a partir de 1937, en Ávila (im presos por Sigirano D íaz), unos cuadernos biográficos de 48 páginas en octavo y al precio de una peseta; según sus directores «la mejor colección de obras de actualidad en las que sus autores, personas todas de gran prestigio literario, describen los h e chos más salientes de la vida de cada uno de esos jefes: los seis primeros tratan de Franco, Mola, Q ueipo de Llano, Saliquet, Serrador y Aranda y sus autores son «El Tebid Arrumi», Rogelio Pérez Olivares y Luis de Armiñán. Al año siguiente, de m ano de Rayfe (revista R azón y Fe, de la Compañía de Jesús), veía la luz en Burgos un volum en de 78 páginas, Biografías infan tiles, debidas al periodista Juan H ernández P etit . Leídas antes en Radio Nacional de España y definidas com o «Glosas apologéticas» sobre Franco, José Antonio, Q ueipo de Llano, Calvo-Sotelo, Moscardó, Aranda, el Capi tán Cortés, el capitán Haya, el general G oded, cuyos méritos personales y hazañas bélicas eran celebrados com o ejem plo digno para los jóvenes lectores. Una curiosa especie dentro del género biográfico servirá com o cierre de este apartado: se trata de semblanzas escritas por gentes de filiación de rechista sobre personajes republicanos. Dos muestras de tal especie son: A z a ñ a y ellos. C in cuenta sem blanzas rojas (Granada, Librería Prieto, 1938), por Francisco Casares — el autor, periodista de alguna nombradla que presidió una vez acabada la guerra la Asociación de la Prensa madri leña, ofrece en sus 268 páginas, diríamos que a la sombra de Azaña, perso naje principal, la biografía de urgencia de conmilitones suyos mayores y m enores, reparando en sus rasgos m enos valiosos. El crítico José López Prudencio (ABC, Sevilla, 19-X-1938) discutía la «viveza del lenguaje para los calificativos» y estimaba que «una actitud fría e impasible» en el autor, aun
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que difícil, convendría más a «la labor higiénica y beneficiosa» propu es ta— . En Burgos (1938) se publicó Rasgos inéditos de Fernando de los Ríos, por F r a n c is c o d e V é le z , libro de unas 200 páginas reseñado en el A B C se villano (11-X-1938) por un anónim o que celera el fino humor que preside sus páginas y aplaude el procedimiento utilizado por el autor frente a un político enem igo al no incurrir en «la m enor violencia, en vocablo alguno que denote plebeyo origen». Com enzaré el recorrido ensayístico ocupándom e de autores muy liga dos al género bien com o tratadistas del mismo, ya com o sus cultivadores dentro del específico universo de la Literatura: Guillermo Díaz-Plaja y Joa quín de Entrambasaguas, colegas profesionalmente en la cátedra, ejempli fican de m odo destacado tal dirección. Recuerdo un artículo sobre G u ille r m o D ía z - P la ja (1909-1984) que fir maba Eugenio Montes en el semanario barcelonés Destino, a p oco de ver la luz el libro Tiempo fugitivo, objeto de elogio extendido a la actitud de serio e incesante trabajador en unos revueltos días españoles — finales de la Monarquía y proclam ación de la República— p oco propicios a la tarea callada de investigador y crítico literario; entonces, atravesando, intactos, los grupos de la cacharrería [Ateneo Madrileño], subía a la biblioteca, prefiriendo las vo ces ilustres y armoniosas de los siglos a aqu e lla vocinglería revolucionaria y circunstancial; así, con su actitud, contradecía en silencio los torpes gritos de los demás.
A lgo por el estilo haría tiem po más tarde, durante la guerra civil que pasó en la Barcelona republicana ajeno al desorden reinante tal com o de clararía en las palabras que sirven de apertura a La ventana de p a p á (1939) : En la reclusión de unas horas m uy duras, apenas lum inosa la rendija de la esperanza, el Escritor se sentía consolado porque veía el m undo a través del rectángulo de su cuartilla, a través de la rejilla de la página impresa. Por allí entraba aire fresco y música antigua y alegría de futuro. No hay ventana a tan vastos horizontes ni tan subyugadora com o ésta — cuartilla, libro— , ni que pueda darnos más absoluta fe en la perm anencia del espíritu;
de que así fue da cumplido testimonio la elaboración del libro La poesía lí rica española (Barcelona, editorial Labor, 1937). Liberada La capital catala na e incorporado a su cátedra del Instituto «Balmes», la actividad de aquel joven y galardonado escritor, ventajosamente conocido en los círculos li terarios nacionales, continuará: inauguró la serie de sus manuales para la enseñanza de la lengua y la literatura españolas en el Bachillerato, tan ori ginales y atractivos, con una Síntesis de Literatura Española (1939) y con el
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primer volum en de la «Colección de Ensayistas Españoles» por él fundada y dirigida con el patrocinio de editorial Apolo; tal colección se proponía «ser un índice de la inquietud cultural de las figuras más prestigiosas de nuestra literatura. Igualmente alejada de la erudición indigesta y de la lige ra frivolidad, intentará dar fe de todas aquellas manifestaciones de la inte ligencia que, basándose en la solidez de unos conocim ientos indubita bles, se aventura en el cam po de la especulación intelectual para señalar caminos, subrayar actitudes o dibujar fronteras». Varios fueron los géneros literarios cultivados por Díaz Plaja y acaso su predilecto haya sido el ensayo, pues incluso libros suyos de considerable extensión y densidad de contenido poseen un claro tono ensayístico; ade más de cultivador reiterado del mismo, su defensor a ultranza cuando, por ejemplo, era atacado por su naturaleza de sólo apuntar o sugerir los temas pero eludiendo desarrollarlos y llevarlos a término. En los que integran La ventana... se echan de ver, según acostumbraba, su excelente inform a ción del asunto tratado, su perspicacia e ingenio y la brillantez de la e x presión. Una desenfadada «Lección de primero de octubre» destaca la im portancia del estudio de lo contem poráneo en la enseñanza de la Literatura negando validez a los inconvenientes que solían aducirse con tra esta práctica, gustosamente em pleada por él que la entiende com o una de las modernas conquistas irrenunciables. A Jo a q u ín de Entram basaguas (1904-1995), catedrático de Literatura Española en la Universidad de Madrid, le cogió la guerra civil en zona re publicana donde fue perseguido — según hace constar en el colofón de su libro El hombre a l teléfono (Vitoria, 1938): este libro, literariamente superficial y despreocupado lo em pezó a escribir el autor en sus refugios de la zona roja para engañar algo la natural y honda pre ocu p ación de su muerte, reiteradam ente cercana, de perseguido sin tregua. Algunas de sus cuartillas sufrieron la afrenta de los registros y se salvaron por su mala letra y su incoherencia, difíciles para los milicianos rojos. Con ellas se escapó por milagro divino y acabó el libro al venir a la España nacional com o recuerdo grato de aquella época que no lo fue para él y se ha im preso por Iturbe en la m uy noble y m uy leal ciudad de Vitoria durante el verano de 1938 (ter cer A ñ o Triunfal) la u s d e o .
Ya en la zona nacional encuentro referencias a Entrambasaguas en, por ejemplo: Vitoria — integrado en el Ministerio de Educación Nacional con sede en dicha ciudad— , Valladolid— , edición de El alma sorprendida, a cargo de Santarén, 1939 y Santander— figura com o secretario del Curso pa ra extranjeros celebrado bajo el patronato de la Sociedad M enéndez y Pelayo, del i de julio al 25 de agosto de 1938 en el que también conferenció
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sobre temas de literatura española; en el folleto anunciador del mismo fi gura com o Delegado Provincial de Educación de FET— . Creo que en San tander escribiría las reseñas de libros que figuran, v. g., en su libro La de term inación del Romanticismo español. Su colaboración consta asimismo en la revista Vértice donde (sección «La novela de v é r tic e » ) vería la luz, abril 1941, Los gemelos a l revés, prosa creativa en la misma línea de sus li bros anteriores de 1938 y 1939. Entrambasaguas, conocido ya com o lopista, calificaba El hombre a l teléfono com o «literariamente superficial y despreocupado» lo que no ha de entenderse peyorativam ente. Sem ejante caracterización la com p le menta en una «llamada al lector» advirtiendo que el libro es un conjunto de «ensayos» donde «he intentado la valoración romántica del teléfono en sí» y respecto al tono o acento em pleado no puede extrañar que la varie dad existente en el mismo requiera expresión literaria diferente, pues no cabe tratar de igual m odo «lo trágico, lo cóm ico, lo irónico, lo sentimen tal, lo intrascendente», m odalidades que hacen acto de presencia en sus páginas. Diríase que más o m enos ostensiblem ente ellas van presididas por la literatura de Ramón G óm ez de la Serna, uno de los máximos entu siasmos de Entrambasaguas, su estudioso crítico, y así lo acreditan varias situaciones y expresiones y al término del libro la serie de «Meditaciones de un hom bre al teléfono» que vienen a ser las greguerías de Joaquín de Entrambasaguas, demasiado hinchadas de palabras en com paración con las habituales del m odelo. Se trata de situaciones originadas en la rela ción hom bre-teléfono, ingeniosas en su mayoría, fruto de una atenta o b servación a la cual sirve una oportuna capacidad expresiva; dentro de tal conjunto pueden señalarse ciertos esbozos narrativos menos o más des arrollados. El titulado «Un hilo de vida» supera en este orden de cosas a sus com pañeros porque de principio a fin es un relato que, externam en te, adopta apariencia de m onólogo teatral. El autor acierta a revelar un curioso mundo, más recatado que externo, del que son protagonistas el Hombre — ni un solo nombre de varón ni, tam poco, señalamientos identificativos— y el T eléfono, veh ícu lo de g o zo y de infelicidad; en cu al quier caso constituye este libro distracción lectora ofrecida a quienes en tonces eran traídos y llevados por las vicisitudes de una guerra sin cuartel. El alm a sorprendida muestra una m ayor variedad de asuntos que su compañero porque los veinte microrrelatos que lo integran no están some tidos a la rigidez temática que en el anterior suponía la atención exclusiva prestada al objeto «teléfono»; así en la expresión com o en las situaciones tratadas se advierte menor proximidad ramoniana con la excepción de «El abrazo y su fantasma». El título del libro viene explicitado en un párrafo del prólogo, donde se lee:
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vivimos, vivimos, y en el diario quehacer nos interrumpe la propia vida nuestro ordenado camino con insospechadas actitudes que sorprenden a nuestra alma y la hacen reaccionar con sus sentidos y su fantasía.
Entre esas actitudes o sorpresas figuran algunas que se convierten en asunto de los breves relatos — con extensión de 3 a 5 páginas en octavo co m o es el caso del águila contemplada muerta sobre las piedras de un arro yo, contemplación que sugiere al autor, más de una vez complacido interviniente en el relato, una moraleja o alegato contra los hum anos «miserables» que se alegran en la pérdida de lo excelso— . Intención moralizadora por el estilo preside «El hom bre que se arrastra», arremetida contra quienes a fuerza de arrastrarse en la vida «no sienten la belleza de la altura y han ido dejando una huella viscosa y nauseabunda com o la de los cara coles ». Junto a semejantes moralidades abundan los casos narrativos toca dos por el humor, la ternura, la cotidianidad, la evocación sentimental o el misterio, componentes utilizados con destreza. Como en El hombre a l telé fo n o tam poco hay aquí referencias a propósito de la guerra civil. Pero la actividad desarrollada por Entrambasaguas una v e z instalado en la zona nacional no fue sólo el despliegue de ingenio que muestran es tos dos libros pues de 1938, en Bilbao, data la publicación de Pérdida de la Universidad, duro alegato contra la Institución Libre de Enseñanza y la Universidad de la época de la República, emparejable por su contenido y por el tono em pleado con el libro de Enrique Súñer Los intelectuales y la tragedia española (1937) y con el volum en colectivo Una poderosa fu erza secreta: la Institución Libre de Enseñanza (1940). D e asunto más literario y ostentando en la portada el subtítulo de «En sayos» es La determ inación del Romanticismo español y otras cosas (Bar celona, editorial Apolo, 1939), número 2 de la «Colección de Ensayistas Es pañoles», conjunto en el cual creo importan más esas «Otras cosas» aludidas en el título que la fijación del perfil de nuestro Romanticismo o, igualmen te, que las siete breves elucubraciones que intentan determinar el tan com plejo de Lope de Vega, una de las devociones más arraigadas del docto ca tedrático universitario que, en el apartado «Tenderete de libros», presta atención a varios de publicación reciente, reseñados con elogio com o es el caso de El otro m undo (1938), de Jacinto Miquelarena — que cuenta la ex periencia del autor, refugiado en una embajada madrileña cuyo ambiente refleja acertadamente— , Cien tonerías de Tono, seudónim o de Antonio de Lara (1938) — muestra de «la cumbre a que ha llegado hoy nuestra gra cia»— , M adrid de corte a checa (1938), de Agustín de Foxá — una novela maestra,« sin duda la mejor de cuantas han aparecido desde hace bastan tes años»— , o Los orígenes del Imperio. La España de Lsabel y Fernando (1939), del Marqués de Lozoya — «original síntesis [del tema], de am eno y
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acucioso leer»-. No falta en estas páginas una referencia enaltecedora a la obra de M enéndez Pelayo cuyos discípulos «deberán seguir las normas del Maestro pero afinando y detallando sus líneas, com pletando los datos, rectificando lo que al primer golpe de vista pudo hacer engañoso [...]». Titulares también de cátedras de literatura, destacados por su actividad com o tales no interrumpida por las anormales circunstancias españolas, fueron Narciso Alonso Cortés, Jaime Oliver Asín y José Rogerio Sánchez, a cuyos nom bres añado una elogiosa m ención de la serie «Clásicos Ebro». Nacido en Valladolid y catedrático de «Lengua y Literatura españolas» en el instituto «Núñez de Arce» de esa ciudad donde transcurrió su larga existen cia N arciso A lo n s o C o rté s (1875-1972), que fue además minucioso inves tigador en el Archivo de su Real Chancillería y especialista máximo en la vida y obra de Zorrilla, tiene en su haber una abundante bibliografía de erudición y crítica literarias, buena parte de la cual sería dedicada a asun tos vallisoletanos y a la literatura del siglo xix. Autor de libros de texto p a ra la enseñanza de su cátedra, sacó en 1937 una renovada edición del titu lado Historia de la literatura española que, com o todos los suyos, se distingue por la seriedad informativa y la claridad y orden expositivos. Otra muestra de su actividad en los años de la guerra civil fue la publi cación (Valladolid, Santarén, 1939) de Sum andos biográficos, libro en el que recoge aportaciones biográficas sobre escritores de diferentes é p o cas, desde el siglo xv con G óm ez Manrique hasta el romántico Larra d e jando entremedias al padre Las Casas, el casi desconocido poeta sevillano Hernando de Cangas, el autor de Fray Gerundio de Campazas, García de la Huerta y el antologo López de Sedaño, trabajos a los que conviene la ad vertencia que abre el volum en porque «su destino es agregarse a otros de la misma especie para formar juntos la total suma biográfica de cada uno de los personajes a que hacen referencia». Semejante suma es el fruto de la paciente búsqueda de docum entos administrativos — testamentos, p lei tos, expedientes de nobleza— en archivos com o Simancas o el de la Real Chancillería de Valladolid, transcritos total o parcialmente por Alonso Cor tés y comentados con el sobrio estilo que le caracterizaba. Al catedrático de «Lengua y Literatura españolas» en Institutos de Ense ñanza Media, destacado arabista y relevante investigador sobre temas filo lógicos españoles, académ ico de la Historia y miembro del Instituto de Es tudios Madrileños, Jaime O li v e r Asín (fallecido en 1980) se debe el libro de texto para Bachillerato titulado Iniciación al estudio de la historia de la lengua española (Zaragoza, editorial H eraldo de Aragón», 1938); corres pondía dicha asignatura al sexto curso del llamado Plan Sainz Rodríguez, ministro de E ducación N acional en el prim er gob iern o de Burgos, y su
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programa comprendía tanto la historia de nuestra lengua com o unas no ciones relativas a la fonética y la m orfología históricas de ella, cuestiones las tres no abordadas con sem ejante extensión e independencia en los planes anteriores; ellas integran el contenido del excelente libro que nos ocupa cuyo autor, si en las dos últimas cuestiones sigue el Manual de gra mática histórica debido a M enéndez Pidal, ofrece en la primera un com pendio original de la historia de nuestra lengua preocupándom e sobre todo de encuadrar los fenóm enos lingüísticos dentro de la historia política y cultural y valioso anticipo del libro de Rafael Lapesa, Historia de la lengua española que vio la luz en 1942. A los temas o lecciones — veinte en total— , distribuida la materia en parágrafos num erados, de e x p o sición sencilla, acom paña u n útil e ilustrador apéndice de veintidós textos lite rarios — desde el Cantar de Mio Cid a M enéndez Pelayo— , correspondientes a las varias etapas de la vida de nuestra lengua.
En el abundante repertorio de libros de texto para la enseñanza de la legua y la literatura españolas en el Bachillerato, participado por buen nú mero de profesores de la asignatura, se producen naturalmente la convi vencia y el elevo de personas pertenecientes a generaciones distintas sin que su edad haya de suponer m odernidad mayor o menor; si en nuestro recuento atendiéramos a la edad, sería hacedero agrupar a Narciso Alonso Cortés con José Rogerio Sánchez en tanto que José Manuel Blecua y Gui llermo Díaz-Plaja formarían otra pareja distinta: ¿más tradicionales los pri meros frente a más innovadores sus compañeros? J o s é R o g e r i o S á n c h e z (1876-1949) fue persona destacada en el ámbito de la enseñanza media durante la época que tratamos: catedrático de «len gua y literatura españolas» en el Instituto madrileño de «San Isidro», enton ces quizá el centro de m ayor nom bradla en ese nivel; fue m iem bro del Consejo Nacional de Educación, académ ico de Ciencias Morales y Políti cas, narrador con varias novelas publicadas. Refugiado durante la guerra civil en Ávila, donde editó sus textos para Bachillerato, adaptados a los nuevos planes oficiales vigentes. De uno de ellos, Síntesis de Historia de la Literatura Española (1938) destacaré el capítulo XXII y último de la se gunda parte, dedicado a «el N uevo Estilo Español» en una de cuyas pági nas (la 563), encarado con dicho estilo, se permite las dos siguientes ad vertencias a los cultivadores del mismo que deben extremar su cuidado con los epítetos: se prodigan ciertos epítetos que se juzgan nuevos y llenos de valor actual. Sin embargo, el epíteto es ornato de difícil em pleo. Cuando es innecesario, inade cuado o m anido em pobrece la expresión y ello es mala señal. Expresión pobre
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es, generalm en te, in d igen cia d e pen sam iento. A nch o, profundo, vertical, ecum énico, integral, católico, vertebral, etc., etc. son bellas palabras: pero lo son cuando se em plean con propiedad, no a diestro y siniestro, com o ripios para un relleno o una ornam entación
y huir del conceptismo que los acecha. Otro peligro que se vislumbra es el conceptism o, que puede tener su m é rito cuando las circunstancias, generalm ente apuntando a madurez, lo im po nen: pero que no es lo más propio en días de afirmación, de creación, de Im perio. A quel estilo de claro lenguaje, justo y clásico, no pu ed e convertirse, sin pérdida de m uchas esencias sustanciales en gárrula pedantería de palabras cam panudas o de metáforas de m anicomio. J o s é M a n u e l B le c u a , muy joven catedrático de lengua y literatura y ya asentado en su natal tierra aragonesa (docente en el Instituto zaragozano «Goya»), tuvo la feliz idea de prom over una colección de textos literarios clásicos españoles para su lectura y comentario en las clases, que resulta rían así más animadas y eficaces; respaldó la idea Librería General de Za ragoza y en 1938, impresos en la tipografía de «Heraldo de Aragón», vieron la luz los primeros tomos — en octavo, entre 128 y 150 páginas, con ilustra ciones y encuadernados con cubierta de cartulina en colores— ; abrió mar cha El cond enado p o r desconfiado (edición, estudio y notas de Á n gel G onzález Palencia) y llegó al centenar de números. Blecua y su colega A l da Tesán se responsabilizaron de la dirección científica encargando a ca tedráticos universitarios y de instituto y a otras personas de capacidad re conocida los tomos de la colección, mayoritariamente dedicada a obras y autores m edievales y clásicos y en cantidad bastante m enor a los siglos XVIII y XIX, sin que hubiera llegado a los contem poráneos del xx la hora de la inclusión. El contenido de los volúm enes se disponía de acuerdo co n unas normas en las que se concede atención a los apartados siguientes: «Resumen cro n ológico de la vida [del autor en cuestión]», «Principales acontecimientos en la época», «Obras [del autor estudiado]», «Bibliografía [de y sobre]», «texto», -Juicios sobre» y «Temas de trabajo escolar», apartados que sufren alguna m odificación cuando se trata de obras anónimas o de antologías. El alumnado es el principal destinatario y el fomento de la lec tura entre los estudiantes el objetivo perseguido con estos volúm enes di vulgadores que vienen a ocupar el espacio vacío de la desaparecida «Bi blioteca literaria del Estudiante». El éxito de «Clásicos Ebro» que se vendían al precio de 3,50 pesetas tomo fue considerable y merecido.
Un caso flagrante de utilización politizada de las obras literarias ha ciéndolas cobrar un sentido bien ajeno a la intención del autor y acorde
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con determinadas circunstancias extraliterarias es el de un ensayo de Es t e b a n C a l l e I t u r r i n o a propósito de Fuenteovejuna, la com edia lopesca que, dada la índole de su argumento, se presta a especulaciones de diver so tipo y signo. Calle Iturrino, nacido en 1892, doctor en Derecho, miembro de varias academ ias, periodista m uy prem iado, desarrolló durante la guerra civil, una v e z liberado de la zona republicana en octubre de 1936, una conside rable actividad literaria en forma de colaboraciones periodísticas, libros de poem as — com o los titulados Cantos de guerra y de Imperio (1937) y Ro m ancero de guerra (1938), ambos publicados en su Bilbao natal — y la no vela Fango, sangre y lágrimas (1940), donde cuenta su vida en una y otra zona beligerante. Con análoga actitud combativa escribiría el ensayo Lope de Vega y clave de Fuenteovejuna (1938), en su opinión páginas com pues tas «más con tono polém ico que crítico». El m otivo para ellas se lo p ro p o rcion ó una «maniobra perversa» c o m enzada con el estreno de la versión rusa de Fuenteovejuna debida a A le jandro Lunacharsky, que suprime pasajes del original e insiste panfletariamente en la revuelta popular — el pueblo de Fuenteovejuna oponiéndose a la tiranía del com endador G óm ez de Guzm án, de la orden de Calatrava— sin mayor interés por la intervención real en el caso. Entre nosotros, dentro del tricentenario de la muerte de Lope celebrado con diversos ac tos y publicaciones en 1935, se dio a conocer esa pieza que fue coreada con los aplausos de los «supersabios y supercríticos marxistas» a los cuales irónicamene estima Calle com o «los últimos amigos de Lope». Otros seis capítulos — «Lope de Vega, perdido y recuperado», «Lope de Vega, pecador y revolucionario», «Lope de Vega, creador», «Fuenteovejuna y El mejor m ozo de España», «Clave de Fuenteovejuna» y «El poeta nacional»— reivindican el buen nombre del dramaturgo que «era monárquico, católico, apasionado y caballeroso, com o un arquetipo de español de 1600. Belicoso en su juventud, casi místico en su ancianidad». En el penúltimo de ellos el crítico explica extensamente el punto de vista sostenido a propósito de la obra lopesca: su clave no es otra que «la realización de la justicia social li berando al estado llano del injusto y bárbaro régimen feudal, misión que habrían de realizar en la Historia las monarquías absolutas», en el caso de España, los Reyes Católicos; una abundante citación de versos lo prueba. Bastante m enos inform ado y convincente resulta el último capítulo, «El poeta nacional» que fue Lope en su tiempo y que, a juicio del también p oe ta Calle Iturrino, no ha encontrado digno sucesor entre los colegas moder nos, una lista de nombres que va desde Salvador Rueda y José María G a briel y Galán hasta Marquina y Pemán, con olvido de, por ejem plo, Unamuno, Antonio M achado y Juan Ramón Jiménez, invalidado Rubén que, en virtud de la influencia francesa que tuvo, «jamás podrá ser seguido,
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ni imitado, ni em ulado y [...] no han servido sus m oldes para formar un poeta nacional». Segunda vez com parecen en este capítulo, ahora en el apartado ensayístico, dos escritores bien conocidos, Francisco de Cossío y Federico Gar cía Sanchiz con sendos libros adscribibles en virtud del asunto que tratan y de su tratamiento al ensayismo. Están dedicados a nuestra historia y no extraña que sus autores, afectados por las circunstancias inmediatas y co rreligionarios ideológicos, coincidan más de una vez en sus afirmaciones y negaciones. En septiembre de 1937 la Junta Técnica del Estado (que pre sidía el general G óm ez Jordana) convoca un concurso para premiar un li bro ·— «El libro de España»— , asunto que se encom ienda a la Comisión de Cultura y Enseñanza de la misma; en dicha convocatoria se especifican los requisitos de obligado cumplimiento que atañen primordialmente al con tenido patriótico de los trabajos presentados. Q ué pasó después es cosa que ignoro y, siem pre en el terreno de la hipótesis, pienso que uno de esos originales podría ser lo que, en forma de libro publicado al año si guiente, llamó F r a n c is c o d e Cossío, su autor, M editaciones españolas, y a pensarlo me inclinan dos cosas: 1) la alusión en la reseña anónima de H a z («revista nacional del SEU», segunda época, número 7, Bilbao, 15-XII-1938, p. 30) a que «da la sensación» de que estamos ante un libro «presentado al concurso de lecturas para los colegios» y no premiado; el reseñista tal vez se hace eco de un rumor que corriera por los medios interesados; 2) el pro pio Cossío alude en sendas ocasiones (p. 210 y 212) a «los niños» com o posi bles destinatarios de su trabajo: «los niños de hoy, que no han participado en la gran epopeya» o «los niños de h oy pueden partir de lo que somos». Cabe preguntarse si el libro presenta el estilo expresivo oportuno para esos lectores o si no lo sobrepasa «por excesivo» com o apunta el anónimo reseñista. Se vivían días de apasionada exaltación patriótica, «horas decisivas» ca lifica el autor quien tiene, además, m otivos personales m uy destacados — es padre de un joven y heroico combatiente nacional, su hijo Manolo, protagonista del libro titulado con su nombre— para semejante exaltación , evidente página tras página. Sus meditaciones — ciertamente ni m uy pro fundas ni muy novedosas— se abren con la constatación de que «el espa ñol puede sentirse orgulloso de su historia», com o pretende mostrar el re paso que sigue desde Roma (y antes) hasta épocas más recientes, espacio cronológico ocupado por acontecimientos y personajes de gran enverga dura. Salen así a nuestro encuentro algunos de ellos que la situación im perante en zona nacional exalta y glorifica: los Reyes Católicos — es p a tente el esfuerzo de Isabel p or la restauración de la Justicia en sus dom inios— ; el descubrim iento de Am érica — un n u evo designio de la
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Providencia» a favor de España— ; el auge de nuestra lengua, ahora bas tante más que castellana, literariamente beneficiada por un sobresaliente cultivo del teatro — pues España tiene a partir del siglo xvi «quizá el mejor teatro que se ha producido en el mundo» (página 127), y en Lope y Calde rón sus máximos exponentes— . Contemporáneo es Cervantes, cuyo D on Quijote, se pregunta Cossío, «si es una creación del género humano o más bien un milagro». También España es fecunda en santidad y tres nombres excepcionales llamán a este respecto la atención del autor, a saber: san Isi doro o «el punto inicial de la ciencia española», san Ignacio — «un santo in jerto en militar que eleva la disciplina castrense a una categoría religiosa— y santa Teresa — quien «traduce aquellos estados más íntimos que a los es pañoles les han distinguido de los demás hombres del mundo»— . No son los únicos personajes ni los únicos hechos en los que Cossío repara com placidamente. ¿Cómo se manifiesta el autor ante otros siglos, particularmente frente a aquellos que a causa de las circunstancias quedan fuera del canon privile giado en su zona beligerante, díganse los siglos xviii y xix más el xx anterior al Alzamiento? La sorpresa del lector de Meditaciones... sobre el particular puede ser considerable, pues cuando esperaba los habituales se encuentra con un hábil tratamiento de tales períodos consistente en prestar atención sólo a nombres y sucesos m erecedores de alabanza: la estimación del xviii oscila entre el sí y el no dado que si «nunca [como en este siglo] se ha escri to tan bien el castellano», el neoclasicism o que lo caracteriza resulta «frío, árido, escueto» y, ya en sus prostrimerías, la influencia francesa de la Enci clopedia conduce a la creación del afrancesado, «un tipo de buen tono, que pone cátedra en las Academias, en las tertulias aristocráticas y aun en las mismas antesalas de Palacio», pero el indeseable derrotero que se adivina cambia por completo al producirse la reacción favorable a la independen cia patria seriamente amenazada por los soldados napoleónicos — Daoiz y Velarde, o las pinturas de Goya dan fe de esa actitud— . También encuentra Cossío manera de salvar el período decimonónico, salvación encom enda da a «los cruzados carlistas» (y, a su frente, Zumalacárregui), respectiva mente, el gran revulsivo nacional para que el país «no pereciese de súbito en la dem agogia y la anarquía» y «una figura romántica» ante cuya presencia «los soldados se sentían asistidos de una fuerza y de una fe inconcebibles». Equivalente en cierto m odo al general carlista y representante del pensa miento tradicional español com parece en páginas posteriores Donoso Cor tés, nada menos que «el hombre que más perspicazmente ahondó en nues tra historia y el que vio proféticamente el porvenir». Con él forma adecuada pareja Zorrilla en cuanto poeta de nuestra tradición que llevó a sus versos «la historia y la leyenda, los hombres y las cosas, los paisajes y las ciudades». No sólo el decidido elogio de gentes y hechos ocupa la pluma de Cossío
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sino que éste atiende a la refutación de las tesis negativas y antiespañolas, invenciones por lo común de procedencia foránea y todas englobables en la llamada leyenda negra; a sus fautores y sostenedores recuerda Cossío, previamente al desmontaje de alguno de sus mitos, el principio de «que lo que no puede hacerse es juzgar con un criterio de hoy actos realizados en los siglos pretéritos» ni, menos, dejarse llevar en sus estimaciones «por la envidia y el resentimiento» Cum pliendo uno de los requisitos exigidos en la convocatoria del con curso el último capítulo, la «Historia en marcha», consecuencia de cuanto antecede en el libro, es una exhortación patriótica con la mirada puesta en el futuro más inmediato. Sacrificio y triunfo del halcón (1939), de F ederico G a rcía Sánchiz, es el segundo volum en de la serie «Los libros del Doncel» y lleva el subtítulo «Intento de una nueva explicación de la Historia de España y continuación de Más vale volando y, frente a la portada, la conocida fotografía de «el doncel Luis Felipe García Sanchiz y Ferragud. Requeté voluntario de la marina, desaparecido en el Baleares». Seguiré la pista de ese intento, con referencia a ciertos pasajes del libro que me parecen significativos dentro de la ideología político-españolista del autor que es carlista, exaltada si cabe por las circunstancias bélicas. Admite la existencia de las dos Españas, por él denominadas «la oficial y la disidente», representada ésta por los «europeizantes» entre los cuales mili ta Azaña, «pobre diablo», «sucesor de los Satanes disconformes de la tradi ción nacional»; aunque parezca algo extraño tam poco está conform e el autor con la otra España, con su apariencia en lo que se refiere a «la retóri ca florida y sonora [con la cual] se embriaga en los aniversarios con ban dera en los edificios públicos» y de la que p uede ser muestra la titulada «Fiesta de la Raza», inexactitud ya sustituida por «Fiesta de la Hispanidad», Adelantándose al repaso y valoración de nuestra historia que va a seguir, García Sanchiz se com place en la denostación del siglo xvin pues ninguna época com o la de «las pelucas y los casacones [...] se distanció tanto del es píritu tradicional», distanciamiento proseguido en el ochocientos, pese al esfuerzo no victorioso de los carlistas, y en la República ahora, a la que dan cara «nuestros soldados». Unas m uy citadas y también muy controver tidas palabras de Menéndez Pelayo — «España, evangelizadora de la mitad del orbe, España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cu na de san Ignacio [...]; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad»— consti tuyen, por encima del paso del tiempo, «nuestra ley» y a ella habrá que ate nerse en lo sucesivo. Por este camino, con abundantes y a veces largas divagaciones marginales y personales, va la presunta «nueva explicación» anunciada por el autor del libro.
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Cuando en el número 6 de La Novela del Sábado (4-III-1949) le pregun taron a A n t o n i o T o v a r (1911-1985) qué había hecho el 18 de julio de 1936 respondió: el Alzam iento me sorprendió fuera de España. A media tarde (serían las seis) vi los primeros periódicos con noticias contradictorias. Los grandes titulares de todos los periódicos de Berlín decían más o m enos «España. Cortada del mundo» y «¿Qué pasa en España?». Durante dos o tres días no hice otra cosa que com prar periódicos.
Llegado en seguida a la zona nacional11 y convertido de lleno al falan gismo, desplegó una importante actividad intelectual y política en Burgos, y en octubre de 1936 vio laluz, publicado en Valladolid por el Servicio de Prensa y Propaganda de Falange Española de las JONS, un folleto de 80 páginas en octavo titulado El imperio en España: se trata de una disquisi ción m uy personal y m uy discutible en algunos extremos, claramente en la línea ideológica de G im énez Caballero a quien se cita en la página 63. Cree Tovar que llegó a haber un claro enfrentamiento entre Europa, envi diosa de la España Imperial, y nuestra patria, enfrentam iento que entre nosotros causó muy grave daño pues abandonamos lo nuestro más esen cial y genuino y com enzam os a transitar por caminos harto ajenos, tal co m o lo prueba el rumbo seguido en los siglos xviii, xix y xx (hasta el Alza m iento), para los cuales se predica com o postura convincente la más radical repulsa, injusta además de ignorante porque silencia gentes y he chos que no m erecen semejante actitud — pienso, por ejemplo, enJovellanos— ; en definitiva: «el Imperio Universal sostenido por los hombres de España se viene abajo» y de ello se ocupa el capítulo sexto y último, «Sue ño y despertar», donde cam pean afirmaciones y negaciones (pp. 68-72) di fícilmente aceptables aunque tengan apoyo en M enéndez Pelayo. Es en esta última página la siguiente donde se apunta la posibilidad de que aho ra las cosas cambien para bien, para un despertar que debe cuidarse y mi marse y (palabras finales) «la Falange se encargará de ello». (Escritas sem e jantes aseveraciones «en Castilla», al com ienzo del otoño de 1936, había de pasar largo tiempo para que su autor iniciara nueva y distinta conversión). Fue importante en sus días de Burgos, establecido en esta ciudad b u e na parte del aparato militar y administrativo del bando nacional, el grupo catalán fundador del sem anario Destino que postulaba «una política de 11 Tovar con tó sus peripecias al respecto en el artículo «De Berlín a Valladolid» (El País, Madrid, i8-VH-r986, pp. 16-17)
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unidad» relativa a Cataluña m uy cercana a las aspiraciones mantenidas a este propósito por Dionisio Ridruejo. IGNACIO AGUSTÍ (1913-1974) era, den tro de este grupo de paisanos y correligionarios, la voz literaria relevante y de su actitud entonces ofrece testimonio Un siglo en Cataluña, libro que recoge colaboraciones periodísticas suyas que, si bien no fechadas, c o rresponden mayoritariamente a los días burgaleses de la guerra. En el ca pítulo dieciséis de sus Ganas de hablar (Barcelona, Planeta, 1964; apareci do postumamente) encontrará el lector noticia de la llegada de Agustí, su autor, a la España nacional: Salamanca, primero, y Burgos, más tarde; el frente de combate, posteriormente, y, siempre, la nostalgia de Barcelona. Ya en la retaguardia, ya en el frente se distinguiría por una decidida actitud militante y de ella queda constancia en el libro mencionado «que publiqué en 1940 para poder comprar a mi novia el anillo de prometida»: se trata de un «conjunto deshilvanado de anotaciones», compuestas «a ras de [la] actua lidad y con ánimo invariable». Es cierto que la actualidad, más o menos os tensible, sii-ve de punto de partida o arranque inspirador de casi todas estas prosas y, también, que las preside, cualquiera sea su especie — artículo p e riodístico, crónica de guerra, evocación lírica o histórica, relato breve— un mismo y único sentido. Los amigos — hay, por ejem plo una m ención especial para Juan Ramón Masoliver, fiel servidor del Estado Nuevo, cuan do se marcha a Roma com o corresponsal— ; la guerra en diversas situacio nes y circunstancias — las crónicas a ella relativas se distinguen muy ven tajosamente dentro del considerable número de cronistas existentes y ello por la originalidad de los aspectos abordados y el cuidado estilístico— . La literatura — sus inteligentes comentarios a obras ajenas entonces apareci das com o Tierras del Ebro (Arbó) o El Chiplíchandle (Zunzunegui)— es uno de los temas predilectos suyos. Como personas adictas a la política del bando nacional y cultivadores del ensayo comparecen en este recorrido tres autores que fueron figuras de algún relieve en el mismo y, en el caso de Pemartín y Vegas Latapíe, no só lo por su obra escrita. El m édico Juan José López Ibor (nacido en 1908) fecha treinta años des pués en Salamanca (por cuyas calles «vagaba» entonces) su Discurso a los universitarios españoles (1938) publicado ese mismo año por la editorial Cultura Española; aún era guerra civil y por eso «vivíamos en un clima estre mecido» lo que sin duda afectó a sus páginas, de «estilo patético» algunas y de «veta grandilocuente» otras (al decir de su autor); podría añadirse que utópicas com o caracterización,de buena parte del conjunto. Antes de Sala manca, López Ibor había residido en Pamplona, donde hizo amistad con el grupo fundador del diario Arriba Españay «su fama de joven eminencia lle naba aquella ciudad pequeñita y movilizada, m uy amigo de Pedro Lain, con
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quien solía acercarse al periódico y que colaboraba bajo el seudónimo de «Juan Pablo Marco» (recuerda García Serrano). Acabada la contienda su fa ma aumentaría con el ejercicio de su profesión de psiquiatra, la cátedra uni versitaria, los variados honores académicos y una actividad incesante com o autor de libros no siempre sobre temas médicos. De la amplitud de sus co nocimientos era testimonio fehaciente dicho Discurso... donde, a propósito de la Universidad, salen a relucir otras bastantes cuestiones y donde, asi mismo, se ofrece ocasión para lucir abundantes lecturas; un estilo ágil y una sistemática exposición de la materia abordada son otros rasgos distintivos. El conocido ensayo orteguiano Misión de la Universidad pesa en el áni mo de su colega universitario que lo mismo lo acepta que se aparta de él cuando la fuerza de las circunstancias españolas actuales lleva a, por ejem plo, invocar el Imperio, compañero que fue antaño de nuestras universida des — Alcalá y Salamanca, a la cabeza— y (se pregunta López Ibor) «si éstas fueron grandes porque lo fue nuestro imperio o viceversa», y desde ellas no hemos vuelto a tener Universidad grande y auténtica», pero en ese espacio de tiempo pasaron entre nosotros y fuera de nuestras fronteras algunos he chos relevantes como — en España— el nacimiento de la Institución Libre de Enseñanza, tan maltratada a la sazón, que nuestro autor mira con harta desconfianza, dado que «atacaba de soslayo a la Universidad y se dedicaba a fomentar una torva proliferación de instituciones universitarias»; tampoco Giner de los Ríos, su fundador, queda libre de reparos siquiera sea en nota a pie de página, pues su Pedagogía universitaria es libro de «gran erudición, sin una sola idea propia y sin un solo perfil de visión de español». Enfrentado con el futuro universitario español que, en virtud de las cir cunstancias imperantes, se adivina propicio al cambio — ¿continuarán las oposiciones com o único medio de acceso a la cátedra? (capítulo «Selección de profesorado»)— , piensa López Ibor que pudiera estar próximo el alum bramiento de un «Nuevo hombre» que se encargaría «de elaborar la doctri na y el estilo de un humanismo español», esto es: «un tercer humanismo que no sea com o el del Renacimiento, ni una mezcla impura de paganismo y cristianismo», gigantesca y utópica empresa que pone en manos de los universitarios invocados en el título del trabajo y respecto de la cual ade lanta algunas concreciones, a saber: cultivar y asimilar la técnica, liberán dose del com plejo de inferioridad que ante ella parece sentir el español, y no quedarse «en la posición del intelectual com o espectador, tan inane, si no perniciosa, com o la de los que sostienen el arte por el arte»; Erasmo «po dría m uy bien servir de símbolo» pero, con los respetos que se le deben, el autor no juzga conveniente ni ahora ni después semejante posibilidad. El jerezano José P emartín fue personaje importante en la España na cional durante la guerra civil y, también, una vez acabada ésta lo mismo
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con la pluma — sus artículos y libros— que por su acción en el gobierno. Militó en las filas de Acción Española y com o tal escribió el ensayo España com o pensam iento, epílogo del núm ero antológico de la revista de ese nombre publicado en Burgos, 1937; y podría decirse que fue la mano dere cha de dos ministros de Educación Nacional: Pedro Sainz Rodríguez (19381939) y José Ibáñez Martín (1939-1951), ocupando las direcciones de Ense ñanza M edia y Superior. Intelectual del n u evo régim en, su valoración com o filósofo corrió para algunos pareja a la de Eugenio d ’Ors. Q ué es lo «nuevo», subtitulado «Consideraciones aclaratorias sobre el momento es pañol presente» (Sevilla, Cultura Española, 1937) es su obra maestra que le dio fama de hombre docto, acaso p oco brillante com o expositor y muy in fluido por el pensam iento contrarrevolucionario de autoridades com o Maurras y Spengler; en el libro se ofrece una meditación a propósito de las bases ideológicas que sustentan el nuevo régimen español, pretexto para que salgan a relucir el pasado y el porvenir de España además de otras in teresantes cuestiones sociales, políticas, humanísticas en una especie de torrencial desbordamiento; de todo ello se desprende la necesidad insos layable de contar con la tradición pues «lo antiguo en tanto que esencial es lo verdaderam ente nuevo por ser eterno; revestido, eso sí, con el ropaje de la temporalidad actual». E ugenio V egas Latapíe (1907-1985) fue miembro destacado del grupo «Acción Española» y fundador-colaborador de la revista del mismo nom bre aunque m antuvo una situación públicam ente secundaria dentro de sus filas; sabido es que dicho grupo no fue incluido en el decreto de Unifi cación de abril de 1937 sino después de esta fecha y Vegas pasó entonces a formar parte del Consejo Nacional de FET y de las JONS, organismo en el que apenas tuvo intervención. En 1983 publicó unas memorias políticas en las que rendía cuentas de su larga y azarosa actividad en España y en el exilio, siempre al servicio de la monarquía tradicional y antiparlamentaria. Viene aquí com o autor del ensayo Romanticismo y democracia, libro apa recido (Santander, 1938) de mano de la editorial Cultura Española, celebra do por su propósito de «combatir el influjo preponderante del sentimiento en todos los órdenes de la vida, entronizado p or la invasión romántica» (Vázquez Dodero dixit). Se trata de un duro alegato contra el Romanticismo, partiendo de la im pugnación de Juan Jacobo Rousseau por M enéndez Pelayo — «misántropo incorregible y grosero, cuya vida fue un tejido de aspiraciones ideales y de bajezas innobles», se ensaña don Marcelino— y apoyado nuestro autor en otras impugnaciones por el estilo debidas a ideólogos contrarrevoluciona rios más recientes para concluir que en la obra de Rousseau radica «el ori gen y fuente de todas las más antisociales, disolventes y anárquicas ideo-
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logias», fruto de la influencia por él ejercida sobre casi todos los fieles se guidores del movimiento romántico, que en boca de Víctor Hugo, no «es el socialismo» (com o recoge Vegas en la página 166) sino «el liberalismo en li teratura». Puesto en este cam ino se olvida Vegas de otro rom anticism o donde la creación literaria, distinguida por la práctica de principios estéti cos nuevos y originales, se adueña del territorio antes señoreado por el clasicismo; así, el Romanticismo que páginas atrás llamó «verdadero Ro manticismo», cuyos representantes pudieran ser entre otros Chateau briand, Lamartine o Madame de Staël, brillará por su ausencia. Olvida Vegas a este respecto la definición de Romanticismo dada por la Academ ia de la Lengua en su diccionario (aunque la cite en las páginas 10n) y diríase que no le consta la existencia dentro de ese m ovim iento de dos direcciones, a saber: la revolucionaria — cuyos adalides podrían ser Hugo, en Europa, y más limitadamente, Espronceda entre nosotros— y la tradicional — ensalzadora de la Edad Media y del Cristianismo, a cuyo fren te pudiera figurar Lamartine o, en España, Zorrilla— , ambas señaladas en 1880 por Francisco María Turbino que distinguía com o dos bandos: «cre yente, aristocrático, arcaico y restaurador», el uno y «descreído, democráti co, radical en las innovaciones y osado en los sentimientos», su com pañe ro. Pienso que las circunstancias españolas, bélicas y politizadas, no permitían entonces visiones más abiertas que la brindada por Vegas Latapíe, ensayista de ordinario docto e inteligente. Mayor renom bre que los hasta aquí exam inados alcanzaron Eugenio Montes y Ernesto G im énez Caballero, uno y otro ejem plo de escritores comprometidos con la causa nacional en la guerra civil y, también, de es critores con valiosa obra en su haber, incluidos entre los cortesanos litera rios de José Antonio (véase el libro de los hermanos Carbajosa La corte li teraria de José Antonio, 2004) y, cronológicam ente al menos, integrantes de la generación de 1927. El com prom iso mantenido por E u g e n io M o n te s (1897-1982) confirma la fidelidad a unos principios políticos que venían de tiempo atrás y que ahora se manifiestan claramente proclives a la ideología de Falange Espa ñola; amigo m uy próxim o a José Antonio Primo de Rivera y, tal com o de claraba al periodista Pedro Rodríguez en 1971 (entrevista en Arriba, Ma drid, 18-IV), «veinticinco mil veces que hubiese un 18 de julio, volvería a tener la misma posición que tuve y tengo». Escritor de algún relieve antes de 1936 pese a que su obra entonces era más bien corta e integrada por un puñado de poem as — militó en las filas del Ultraísmo— y una mayor cantidad de artículos de prensa, bullía en las tertulias literarias donde se le apreciaba com o lo acredita entre otros testi monios el del hispanoamericano Carlos Moría, que le contó entre los asi-
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duos de las veladas en su domicilio y escribió de él (Carlos Moría Lynch, En España con Federico García Lorca, Madrid, Aguilar, 1957, pp. 60-61) que era hom bre joven, erudito y prestigioso, escritor necesariam ente m oderno co n form e a los principios de la juventud actual. Me refiero a su estilo. Dentro de su tendencia de renovación se m antiene incólum e en él un espíritu religioso a toda prueba, profundam ente arraigado e inconm ovible [...] Es am igo de V i cente Huidobro, de todos los poetas y m uy especialm ente de Federico, y c o m o los dos son inteligentes se entienden y se escuchan mutuamente.
Concluye que (a la altura de m ayo de 1931) se mostraba respetuoso de naturaleza. Su manera de apreciar los grandes eventos de la ac tualidad — el advenim iento de la República, el com unism o ruso, el fascism o italiano— es expresada por él en forma sobria, sin em bestir ni ofender a na die; pero siem pre sobre la base inalterable y definitiva de su propia fe. Man tiene sus convicciones sin atacar las ajenas,
actitud que se vería afectada negativamente por la creciente politización operada entre nosotros en los años de la República y posteriores. Corresponsal de A B C en Berlín, al estallar la guerra civil se incorporó sin tardanza a la España Nacional, ocupándose en Salamanca en labores de propaganda y convertido ocasionalmente en acompañante del último U nam uno, com o recordaría tiem po después («El otro Unamuno», ABC, Madrid, 24~IX,i964): Solíamos Víctor de la Serna, Antonio de O bregón y y o acompañarle en su cotidiano paseo. Una tarde m e lleva a un taller de marmolista, a la orilla del Tormes, y sacando del bolsillo un papel me lee estos versos: Méteme, Padre
eterno, en tu seno/misterioso hogar/dormiré allí, pues vengo deshecho/ del duro bregar. — Es mi epitafio. En la Salamanca — que era cuartel general de la zona— saludaría Mon tes a su amigo Francisco Franco, aupado ya a su condición de Generalísi mo, y con él trataría en la primavera del 37 sobre la conveniente unifica ción de las fuerzas políticas leales («el propio general me hizo el honor de plantearme el tema») y Montes respondió afirmativamente al proyecto uni ficado!' de Falange y Requeté invocando para ello episodios de nuestra historia. Precisamente sería éste uno de los asuntos abordados en sus co laboraciones destinadas al diario bonaerense La Nación (artículo «La hora de la unidad», X5-V-1947, integrado más tarde en el folleto La hora de la unidad. Tanto monta, monta tanto Requeté como Falange, quince páginas impresas por Aldecoa, en Burgos, ese mismo año).
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En buena parte de las publicaciones que salían en la zona nacional co laboró Montes, siempre preocupado por las cuestiones de más candente actualidad en aquella España en guerra a cuyos habitantes y com batien tes, así com o a gentes de Hispanoam érica y extranjeras, importaba m uy m ucho adoctrinar y de ahí las exaltaciones y las diatribas, expresadas siempre con apasionamiento rayano bien en la desmesura apologética o en la violencia contra el enem igo, artículos que presentan a un escritor harto com prom etido y bien distante de la ecuanim idad y equilibrio que estimara Moría — caso de la arrem etida contra Bergam ín y Alberti en «Ejemplos al revés» (ABC, Sevilla, 22-I-1937)— . Lo mismo podría decirse en cuanto asuntos y tonos respecto de sus numerosas conferencias propa gandísticas en naciones hispanoamericanas com o Chile, Argentina, Uru guay, Cuba, Panamá, Perú, donde el éxito fue grande y Montes lo recuer da em ocionado en carta a Eduardo Marquina: Era el cuento de nunca acabar: de cada conferencia nacía otra; de cada dis curso un nuevo discurso; y de cada hom enaje un nuevo homenaje. Llevo cen tenares de pergaminos, arquetas de plata que me regalaron, y, lo que es más importante, cheques de donaciones para España que la em oción de mi pala bra y mi presencia arrancó a la bolsa de los peruleros.11 BIS
madrileño nacido en 1899, sin ninguna tradición intelectual en la familia, sus primeros escritos publicados salie ron en la revista universitaria madrileña Filosofía y Letras y datan de 1918: artículos con nuestra literatura clásica com o asunto y formalmente un esti lo de resonancias azorinianas, probaturas en suma pues el escritor que lle vaba dentro el joven estudiante no dio señales de tal hasta 1923 con Notas marruecas de un soldado, consecuencias de su participación com o com batiente en la guerra de África, un libro que (com o le advirtiera Am érico Castro) le creó problemas: un proceso ante la jurisdicción militar en el que fue absuelto y que resultó, por el escándalo provocado, medio eficaz para la penetración en el mundo de la literatura donde se mantuvo con inclina ciones harto distintas, encumbramientos y caídas, hasta su muerte. El servicio militar prestado en Marruecos interrumpió la estancia com o lector de español en Estrasburgo, primera salida a Europa, que había co m enzado en el curso 1920-21 y que concluyó en 1923-24; trajo consigo esta salida algunas importantes consecuencias: el matrimonio con una dama italiana, las excursiones por Alemania, Suiza, Francia, Holanda y Bélgica y el retrato de sus impresiones en forma de crónicas de prensa (en El Sol y La Libertad, Madrid), iniciándose ahora una intensa dedicación al p e riodismo y quizá el abandono de una inclinación hacia la docencia y la E rn esto G
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Caballero,
11BIS Andrés Amorós, Cartas a Eduardo Marquina, p. 430 , Madrid, editorial Castalia, 2005.
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investigación literarias que, sólo bastantes años más tarde, volvería a dar se ñales de vida conv. g. Lengua y Literatura de España y su Lmperio, seis volú menes que vieron la luz entre 1940 y 1949 y merecieron elogios de Menéndez Pidal y de Am érico Castro. Añádase a las consecuencias mencionadas, el descubrimiento de Roma y del fascismo que tanto juego iban a dar no tar dando en su persona y personalidad. Marinetti, militante fascista y adalid del Futurismo, cronológicamente el primer movimiento de vanguardia europeo, juntó política y arte convirtiéndose en ejemplo y referencia para buen núme ro de jóvenes escritores que pretendían otro tanto; el poeta italiano vino a Es paña en 1928 y Giménez Caballero, contrastando con la prevención de algu nas gentes del gremio, lo saludó clamorosamente en las páginas de La Gaceta Literaria. El italiano influirá en el español pero de sus dos facetas — la del compromiso político y la de la revolución artística— será esta última la que deje mayor huella y, ya por el camino de las influencias, debe añadirse la de Curzio Malaparte que le guió («mi Virgilio») en su visita de 1928 a Italia. Por entonces había cumplido un año de existencia La Gaceta Literaria, una publicación periódica más volcada en la vanguardia que en la tradi ción y acaso la más representativa de las revistas de la generación del 27. El título com pleto era La Gaceta Literaria, Lbérica-Americana-Lnternacional. Letras-Artes-Ciencia·, contó con numerosos colaboradores, así es pañoles com o extranjeros — los escritores hispanoamericanos, a la cabe za— sobre m uy diversos temas; estuvo presente en acontecim ientos traídos por la actualidad al primer plano — com o el centenario gongorino de 1927— y prom ovió algunas interesantes encuestas a propósito de cues tiones com o «Política y Literatura» (en 1927) y, tres años más tarde, «¿Qué es la Vanguardia?». Desde antes de La Gaceta... pero también después, compatible con su dedicación a la revista, desplegaba Gim énez Caballero una incesante ac tividad en forma de colaboraciones periodísticas y de libros; El genio de España (1932) fue acaso el más comprometido e influyente. Puede situarse hacia 1932 el cumplimiento de aquella severa admonición de Ortega: «A us ted [G. C.] hay que dejarle ya solo», tal com o en efecto había sucedido y se guirá sucediendo al consumarse el abandono de algunos colegas y ami gos, sus com pañeros de antaño en el esfuerzo de La Gaceta Literaria, ahora enfrentados a él desde las páginas de otras publicaciones periódicas e incluso polem izando con quien es visto com o «una cosa m uy rara». Le han dejado com pletam ente solo, convertidos revista y director en El Ro binson literario de España-, una carta suya fechada en Madrid a finales de ese año y dirigida a don José Castillejo, resulta una patética confesión de alguien que se ve huérfano de comprensión y ayuda, pero que, soberbio, se considera una «fuerza natural» o «energía» que pide ser atendida, no de jada «estrellarse» com o «el agua en la peña». Cuando busque nuevas posi
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bilidades de acción — dígase el fascismo de Ramiro Ledesma Ramos y de su revista La conquista del Estado·, Dígase, tras la ruptura con el jonsismo, el acercamiento a José Antonio Primo de Rivera, igualmente fracasado; dí gase su esperanza en Azaña; dígase la creación (1935), que Gim énez Caba llero animó, del PEPE (Partido Económ ico Patronal Español), alianza de los patronos frente al peligro proletario— , todas serán intentos políticos, rematados por el fracaso. Los hom bres de la República del 14 de abril no le recom pensaron por los méritos que creía haber contraído con ella y tam p o co el franquism o le p ag ó com o deseaba los servicios prestados en la guerra y en la posguerra (com o exaltador del Régim en y del Caudillo) pues la embajada en Paraguay ni m ucho menos colmaba sus aspiraciones; quizá pesara cierto temor al «genial improcedente», com o lo definió Fran cisco Franco. Él mismo resumía de este m odo sus vicisitudes durante la guerra civil CLa Novela del Sábado, número 7, 25-III-1939): El 18 de julio y o estaba en Madrid. Podrá usted imaginarse la saña con que m e persiguieron. Me refugié en la embajada alemana y m e escapé de Madrid a los tres meses. [...] Fui a abrazar a mi mujer y a mis hijas que salieron tres días antes del 18 de julio, a su casa familiar de O ggiono, en Italia. Me recibió en se guida el D uce con el que tenía una vieja amistad. [...] D espués de [estar con Millán Astray en el servicio de Propaganda nacional] tuve el gran honor de ser re querido por el Generalísim o para participar en la Unificación desde la primera Junta Política de la Falange. Recorrí en esta cam paña unificadora toda España, a través de las Academ ias Militares. Me hice alférez en Pam plona. He estado en el frente y en algunas acciones.
Habría que añadir la obtención del premio italiano «San Remo» por el libro Roma risorta nel mondo, acabado de escribir tres días antes del 18 de julio. Una de tantas contradicciones suyas que aquí nos interesa especial mente es su actitud teórica negativa ante el Ensayo por la vinculación que le adjudicaba con el pensam iento burgués, liberal y laico y, también, por lo que tenía de inconveniente m ariposeo intelectual y, junto con ella, el cultivo del mismo en cualquier ocasión y lugar, concebido y realizado y hasta nombrado de manera peculiar, «exaltación», que se parece a sermo nes o admoniciones a los lectores com o (según recordaba Luis Moure Ma riño, La generación d el36... (1989, p. 86), hizo una vez «subido al púlpito de la catedral vieja de Salamanca, perorando salmísticamente»; su expresión resulta arrebatada, lo que se traduce formalmente en el uso frecuente de signos de admiración y de interrogación: de ello queda impreso testimo nio probatorio en el folleto Exaltaciones sobre M adrid (ediciones Jerar quía, 1937), un total de cuatro «hechas» no sólo para los madrileños sino
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también «para los pueblos de España y los pueblos del mundo». Vuelve en este último tramo de su andadura política y literaria al libro El genio de Es p a ñ a y en su cuarta edición (1939) añade nuevas notas especiales que com pletan el que fuera texto original. Com o redactor único prepara los núme ros — tres en total— de unos cuadernos «Fe y Acción» (ediciones «Los Combatientes») que imprime en Cegam a, p u eblo de G uipú zcoa donde murió Zumalacárregui; destaco el número 1 (1938) que, con el título Espa ña y Francia, reúne ocho breves capítulos que constituyen uno tras otro entusiasta exaltación de Franco cuando aún coleaba la guerra; en el VI («La sonrisa de Franco) leemos que «Franco es la sonrisa. Su más profundo se creto. No estamos conform es con los retratos que pintan a Franco serio, cejijunto, grave, doctoral» (p. 22); «La sonrisa de Franco ha conquistado a España» (p. 23); «La sonrisa de Franco tiene algo de manto de la Virgen ten dido sobre los pecadores. Tiene ternura paternal y maternal a la vez» (p. 24), sin duda en un intento de hacer más simpática la figura del Caudillo; y el número 3 (Primavera de 1939, ya en la paz): alude a un artículo suyo «La traición al 2 de mayo», publicado y republicado cuando ahora no cabe una infidelidad al espíritu de ese día español glorioso; ahora cabe, contraria mente, hablar de «Triunfo», asunto del folleto que entre las páginas 25 y 44 ofrece lo que creo una considerable deformación de nuestra historia, privi legiando hasta la desmesura la época imperial de Isabel y Femando, Carlos V y Felipe II y m enospreciando o despreciando de m odo injusto y delibe radamente ignorante los siglos xviii, xix y xx (salvo el período de la Dicta dura de Primo de Rivera), deformación entonces m uy en boga y participa da por otros colegas ensayistas. Un libro posterior (Barcelona, Yunque, 1939) fue el engañosamente ti tulado Los secretos de la Falange, «cuajado a lo largo de los tres años de guerra» y definido por G ecé com o «el Breviario doctrinal y delirante de la Falange»; subrayo esta palabra porque se aviene perfectamente con el ta lento y talante de nuestro escritor, con frecuentes ramalazos de genialidad que solían marcarse externamente por un tono exaltador que incurre en la desmesura verbal y, si el caso lo permite, gestual; insistir reiteradamente en esto, con exclusión de otros aspectos de la personalidad del interesa do, resulta m uy peligroso porque podríamos quedarnos sólo con la cari catura de un fantoche. Cuando com enzó la guerra civil Eugenio d ’O rs (1882-1954) se encontra ba com o conferenciante en Bélgica desde donde viajó a la España Nacio nal, estableciéndose en Pamplona y siendo muy bien recibido; aquí le co noció Ridruejo que en su libro Sombras y bultos (Barcelona, destino, 1967) le recordaría com o director de una tertulia de intelectuales: «disponía de un par de acólitos — el fino Á ngel María Pascual, el retórico Yzurdiaga—
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y sería colaborador entusiasta de sus empresas periodísticas. Lo más lla mativo suyo entonces fue, junto a su indumentaria — «usaba unas polai nas atadas con cintas y corchetes hasta la rodilla, pantalón de montar azul y camisa del mismo color» (así lo veía Ignacio Agustí, Ganas de hablar, p. 41, Barcelona, Planeta, 1944)— , la ceremonia, a petición propia, de ser ar mado caballero, efectuada en una iglesia de la ciudad, «quedándose a v e lar con la espada sin funda y un pastel con velas en el altar». Llevaba para lectura un devocionario francés, oficiaba el padre Yzurdiga, «pero es cla ro que él no necesitaba aquellas zarandajas» para destacarse. Se llevaba bien con Sainz Rodríguez que, ya ministro de Educación Nacional en el primer gobierno de Burgos, le nom bró — con la op osición del general Martínez Anido, que le tenía por un «separatista catalán»— director de B e llas Artes y hubo de trasladarse a Vitoria.12 Se mostró m uy activo en esa misión preocupándose, por ejemplo, de la recuperación y conservación de las obras artísticas perjudicadas por las circunstancias bélicas y organi zando una exposición de Arte Sacro cuya convocatoria (octubre de 1938) se anunciaba así: la jefatura de Bellas Artes, por iniciativa del Ministerio de Educación N acio nal, convoca h o y a una E xposición donde se reúnan a título — bien de m od e lo, bien de ejem plo— unos cuantos entre los m ejores productos y entre los más bien orientados intentos ofrecidos por los artistas del día y por los arte sanos, que se reco gen en tarea d e cotidianidad y hum ildad, al servicio del culto católico. La exposición ha de abrirse en Vitoria, ciudadela de lealtad y tradición de la España cántabra y se ha previsto para su apertura el Tiem po de A dviento del presente Tercer A ño Triunfal.
Trabajó asimismo con entusiasmo y eficacia la participación española en la XXI Bienal de Venecia (1938), ayudado por las autoridades italianas, y el éxito de ésta sim ó de contrapunto al que lograría en la de París el p ab e llón de la República española. D ’Ors se procuró antes o después de ello la adscripción al bando nacional de artistas com o Ignacio Zuloaga, que ha bía estado en un principio vacilante para convertirse después en el pintor franquista por excelencia. Estos y otros hechos despejaron las dudas que algunas gentes pudieron sentir acerca la ideología de d ’Ors convertido en «la primera cabeza [es denom inación debida a Ridruejo] del m edio ruedo ibérico que le acogía», bendecido por el general Jorge Vigón:^ IZ «En una de sus ascensiones gastronóm icas hasta Pam plona, el ministro Sainz Rodrí gu ez se llevó co n él a Vitoria a don Eugenio (alguien habló del rapto de Europo)» aunque sus G losas p erm anecieron en Aniba España p o r la duración de la campaña», com enta G ar cía Serrano en La gran esperanza (p. 246). '3 Jorge V igón, Cuadernos degueiray notas depa z( O viedo, Instituto de Estudios A stu rianos, p. 119, apuntación fech ada el día 2-IV-1937).
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Bien es verdad que, en cierto m odo, deben inclinarle de nuestro lado, la defensa que siem pre ha h ech o del principio de autoridad, su antiseparatis mo, su maurrasianismo y aun su p o co de sorelianismo.
Hay también noticias relativas a algunas actuaciones de d ’Ors en círcu los intelectuales extranjeros que corroboran esa postura beligerante y en tre ellas destaca la invitación aceptada para conferenciar en un breve ciclo homenaje al emperador Augusto en su bimilenario en compañía de Char les Maurar y G onzague de Reynol, organizado por la Societá N azionale «Dante Alighieri» en su Comité de Ginebra: d ’Ors habló de un tema que le era particularmente grato «Roma, constante histórica» (2-XII-1937); en la in vitación cursada por ese Comité se hacía constar que le iba formulada por tratarse de una de «las primeras figuras de toda la latinidad». En el ámbito de las Academias, d O r s desarrolló considerable actividad que tuvo su culminación en el Instituto de España, centro aglutinador de las seis existentes entonces que volvían a ostentar el título de «Reales», su primido por el régimen republicano; d ’Ors fue designado secretario y del interés que puso en su logro hay pruebas fehacientes com o la carta que, fechada en París el 14-XII-1937, escribe a Sainz Rodríguez cuando todavía está en verem os la iniciativa que patrocina; destaco estas líneas urgiendo sobre ella pues la estima de enorme importancia para la cultura española: «A usted com o a él [Pemán] vuelvo a pedir el servicio de toda atención y presencia en un asunto que, si bien se mira, del acierto y eficacia con que lo llevem os depende todo el porvenir de la cultura española» (En el capí tulo I de este libro se ofrece más amplia referencia sobre el Instituto de España). El mencionado Instituto que, sin residencia fija, reunió a sus miembros en ciudades com o San Sebastián, Salamanca y Sevilla celebró en esta última una sesión solemne (Museo Provincial, 29-IV-1938) para dar posesión a los académicos electos Pedro Muguruza Otaño (de la de Bellas Artes) y d O rs (de la Lengua); a éste le contestó Pemán y sus discursos, al margen de las normas estatutarias, p oco o nada tenidas en cuenta en las excepcionales circunstancias de la guerra, serían publicados años más tarde — 1944— 74 D O r s había sido elegido «década y pico» antes y ahora, sólo en unas sema nas «ante la angustia de la patria», como al margen de los «usuales compases de la ceremonia», escribió este discurso, más bien breve donde no falta el recuerdo a su antecesor en el sillón académico — que lo había sido Unamu no. El asunto elegido por don Eugenio fue una m uy general digresión a propósito de las Humanidades, con particular mención a M enéndez Pelayo J4 Eugenio d 'O rs / José María Pem án Humanidades I. Humanidades y literatura com parada. II. De un humanista (editorial Escélicer).
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— sus Ideas estéticas— , Arturo Farinelli — su ensayo crítico sobre La vida es sueño— y Paul Hazard — el libro La crisis de la conciencia europea en los siglos XVIIy XVIII— y su autor concluye renovando el juramento prestado tiempo atrás con las palabras que él mismo había juntado para el caso. Pemán escribió com o discurso de recepción tantas páginas — 43— com o las del discurso dorsiano y en ellas se complace gustoso en el elogio de su co lega y amigo cuya figura «nos recuerda la figura ingente de Goethe» (p. 93) y cuya obra está marcada por el signo de la unidad mantenida de principio a fin pese a la existencia en la misma de etapas y modalidades distintas. Co mo al paso no falta en el discurso pemaniano una arremetida contra los si glos XVIII y XIX de nuestra historia por estimarlos infieles o desleales a la esencia de la españolidad, un sambenito con el que en esos años de tanta exaltación imperial hubieron de cargar una y otra centuria. Mayoritariamente la obra dorsiana escrita en estos años son colabora ciones insertas en las páginas del pam plónica Arriba España y del A B C se villano, pertenecientes las primeras a un nuevo G losario que, reunidas con el título de La tradición, se publicó por Editoriales Reunidas (Buenos Aires, 1939): digam os que ofrecen la variedad temática distintiva de sus glosas con las alusiones inevitables del momento, si bien atenuadas más de una vez por la realidad dimanada de su aforismo «ni secar fuentes, ni doblarse a torrentes». ¿Podría anotarse com o rasgo dorsiano propio de este tiem po una afi ción a versificar humorísticamente? Me lo hacen pensar el «Romance del Príncipe que abdicó» — dedicado a Eduardo VIH de Inglaterra que cambió la corona real por el matrimonio con la señora Simpson, una divorciada— : unos cuantos octosílabos que son m uy intencionada burlería (Arriba Es paña, Pamplona 13-VIII-1937). Y relativos a la guerra civil otros tres roman ces que recoge Jorge Villén en la Antología poética del Alzam iento 19361939 (1939): «Romance del impaciente ante un mapa mural en color de las operaciones de guerra» — diatriba contra quienes, víctimas de su im pa ciencia por lo que estiman lentitud en el victorioso avance de las tropas nacionales, no se dan cuenta de que, por ejemplo, «mas tardaba el Reden tor/ y fue m uy puntual tardanza»— , «Romance del convaleciente convale cido» — protagonizado por un combatiente nacional que a larga la hora de su reincorporación al frente para seguir disfrutando las delicias que le ofrece Pamplona— y «Romancillo apacible al autor del parte cotidiano de guerra» — agradecimiento del poeta al militar don Francisco Martín More no, encargado en el Cuartel general del Generalísimo de lo que atañe al diario parte oficial de guerra que emite Radio Nacional y merecedor, por su trabajo, de un monum ento— . Correcta versificación, sencillez expresi va, detalles de bienhum orado humor son las características de estas tres com posiciones.
Capítulo VIII TALÍA EN LA GUERRA CIVIL
habido p oca o m ucha actividad literaria durante la guerra civil en la zona nacional y cualquiera sea la calidad y el prestigio de obras y auto res, suele m erecer de ordinario escasa atención y desfavorable estimación a los historiadores de nuestras letras, máxime si la consideran con respec to a la habida en la zona republicana. Para la poesía es ya costumbre aco gerse a un dicho de Ricardo de la Cierva, según el cual «Franco perdió en casi toda la línea la guerra de los versos»; en lo relativo al teatro no sé si acabará im poniéndose la opinión de quien sostiene1 que el correspon diente al bando republicano «fue, sin duda, más abundante y de mayor v a lor literario, por encontrarse en él autores de la categoría de Rafael Alber ti, Federico García Lorca [sic] y Ramón J. Sender», aunque falten pruebas comparativas de semejante abundancia2y, además, no siempre la fama de algunos nom bres, ni específica ni principalm ente autores dramáticos, puede servir com o seguro reclamo de calidad superior. Ignorancia cuan do no m alevolencia es lo que determina — según creo— ciertas m encio nes, ya incompletas, ya descalificadoras dentro de la bibliografía existen te. Aún resultan más graves hechos com o la publicación por un organismo H aya
1 Ignacio Elizalde, «La guerra civil en la n ovela y el teatro» ( Letras de Deusto, Bilbao n2 35, 1986, pp. 33-52. Las palabras citadas están en la p. 46). 2 Tal supuesta abundancia no se deduce, por ejem plo, d el recuento efectuado por Ma ría José M ontes en las páginas dedicadas a TEATRO (63-68) en su en sa yo bibliográfico La guerra española en la creación literaria^Madrid, 1970, núm ero 2 de Anejos de «Cuadernos Bibliográficos de la G uerra de España (1936-1939)»), don de adem ás advierto la falta de títu los com o Cui-Ping-Sing, d e Foxá, o La vida inmóvil, de Joaquín C alvo Sotelo.
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oficial — el Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música, Minis terio de Cultura— de un cuaderno — el número 15 de la revista E l P ú b li co— que, con el engañoso título de El teatro durante la gueira civil espa ñola sólo presta atención al de la zona republicana, elogiosam ente considerado, en tanto se guarda com pleto silencio para con el de la otra zona, cuyos autores, obras, compañías y otras actividades se repasan noti ciosamente en este capítulo.
Los ÚLTIMOS ESTRENOS DE PREGUERRA La temporada teatral madrileña 1935-36, que dio fin p oco antes de que com enzase la guerra civil, había ofrecido entre diciem bre del 35 y m ayo del 36 estrenos de Sánchez Neira y X im énez de Sandoval (en colabora ción) — El pájaro pinto, comedia, teatro Victoria, 13-XII-35— , Jardiel Pon cela — con dos títulos: Las cinco adveñencias de Satanás, comedia, teatro de la Com edia, 20-XII-35 y Cuatro corazones con fren o y marcha atrás, farsa, teatro Infanta Isabel, 2-V-36— , Paulino Masip — El báculo y el p a ra guas, comedia, teatro de la Zarzuela, 7-I-36— , Azorín — La guerrilla, co media, teatro Victoria, 6-II-36— y Bartolomé Soler — Batalla de rufianes, comedia, teatro Lara, 13-III-36— . Advierto que no se trata de lista com pleta de estrenos habidos durante ese tiem po y que por entonces, además de los mencionados, existían otros dramaturgos vivos y activos dentro de un panorama que parecía presidido por nuestro Nobel de 1922 y que seguían, estreno a estreno, críticos diversos de entre los cuales cabe destacar a En rique D iez Cañedo (desde 1934 incorporado al diario La Voz, procedente de El Sol) y a M elchor Fernández Alm agro (que se había iniciado en La Época para pasar después a Ya, donde al presente ejercía). Para el próxi mo otoño había preparativos y proyectos, casi todos truncados por la gue rra, com o fue el caso de García Lorca con La casa de Bernarda Alba, ter minada su com posición el 19 de m ayo de 1936 y leída cinco días más tarde en casa de los condes de Yebes cuando ya «hay acuerdo [según su autor]? para estrenar la obra en el otoño venidero, quizá en octubre». Nutrida sí pero no m uy brillante dicha oferta dramática, salvo e xce p ciones com o las de Lorca (nacido en 1898), Jardiel (nacido en 1901) y A le jandro Casona (nacido en 1903), pertenecientes por cronología a la gene ración del 27 e incorporados públicam ente al teatro desde hacía unos años; los espectadores más com unes eran burgueses de no demasiadas ni rigurosas exigencias estéticas, avenidos gustosamente con el m odo bena3 A sí consta en la página 484 del libro de Carlos Moría Lynch, En España con Federico García Lorca... (Madrid, Aguilar, 1957).
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ventino com o nivel máximo, lo que, apoyado por empresarios y com pa ñías, por algún crítico también, hizo casi imposible el éxito de otros m o dos y autores, condenados así — Unamuno, Valle-Inclán, el superrealista h eterod o xo Azorín— a una situación de «teatro al margen». No extraña pues que Tres sombreros de copa, la com edia de Miguel Mihura escrita en 1932 «no le interesaba a nadie para su estreno y m e la habían rechazado [...] todos los actores, actrices y empresarios » .4 Tam poco algunos estrenos de Jardiel habían tenido éxito pese a que el nuevo humor (o humor de van guardia), con el respaldo de Ramón G óm ez de la Serna y el apoyo de al gunas revistas y colecciones, iba abriéndose camino salvo en el teatro, g é nero donde el hum or aceptado por el p ú b lico era harto distinto: de carcajada y fácil equívoco con situaciones hilarantes y consabidas, astracanesco en suma. Fueron estos primeros años 30 de compromiso y politi zación en ciertos casos y de ello puede ser muestra la vuelta al teatro en verso de tema histórico con patente intención ideológica (religiosa y polí tica) en la elección del asunto y en el m odo de tratarlo — ejemplo notorio es el de Pemán con El divino impaciente, estrenado en 1933, reciente la e x pulsión de los jesuítas por el gobierno republicano. Vendrá después la guerra civil y con ella desapariciones y exilios, junto con alguna incorporación y determ inadas modas, claramente efímeras, pero el panoram a no variaría dem asiado. En 1936 m urieron Valle-Inclán (m es de enero) y Unamuno (el último día del año) y fueron asesinados García Lorca (en la zona nacional), Honorio Maura y M uñoz Seca (ambos en la zona republicana). De los autores antes invocados com o estrenistas en 1935-36, Casona y Masip se exiliaron (el segundo murió fuera de España y Casona pasó muchos años en Buenos Aires); en París, ausente de Espa ña mientras duró la contienda, vivió Azorín; Jardiel no volvería a estrenar hasta junio de 1939, X im énez de Sandoval y Soler, un o y otro afectos al bando nacional, continuarían su carrera en el cultivo de otros géneros literarios. Incorporación llam o a la actividad teatral de Agustín de Foxá — desde el estreno de Cui-Ping-Sing, 1938— , quien hasta entonces era co nocido com o poeta lírico, y la de G onzalo Torrente Ballester, autor de un teatro de signo intelectual (a partir de El viaje del joven Tobías, publicado en 1938) que no llegó a representarse, victorioso en un concurso de Autos Sacramentales m odernos, especie dramática que resurge m om entánea mente a favor de una moda que privilegia de forma casi exclusiva la épo ca áurea de nuestra literatura.
4 Lo declaraba Mihura en la introducción a su edición de Tres sombreros de copa y Maribel y la extraña familia en «Clásicos Castalia», p. 13 (Madrid, 1977).
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Id e a s
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s o b r e e l t e a t r o y m e d id a s o f ic ia l e s
El com prom iso id eoló gico m anifiesto por m edio de la literatura que claramente venía apuntando en España antes de la guerra civil alcanzó ca si absoluta vigencia tras su estallido, lo mismo en una que en otra zona b e ligerante; junto a los discursos y la prensa, la poesía, la narrativa y el teatro recorrieron ese camino desde 1936 a 1939 e incluso después. El teatro, por su condición de género más en contacto directo con el público destinata rio, fue especialm ente atendido así en la teoría com o en la práctica, repre sentado en los lugares habituales pero sacado también a las plazas públi cas — de las catedrales, por ejemplo— y acercado, asimismo, a los frentes de combate. Situados ya en la zona nacional, lo que he denominado ideas sobre el teatro atiende tanto a señalar accion es y tendencias oportunas com o a com batir otras tenidas por malsanas, m otivo por el cual arremetería en 1938 W enceslao Fernández Flórez contra el teatro «intestinal» qtte había do minado en buena parte la escena española del pasado más inmediato. De los testimonios que ahora pudieran aducirse, el primero (en fecha de pu blicación) se debe al novelista Manuel Iribarren , 5 quien destaca la impor tancia del teatro — «nuestra arma intelectual más poderosa»— , alude a una conveniente distinción y división entre un «teatro de masas nacionales» y otro «de minorías selectas» (sin que ejemplifique al respecto) y expresa su deseo de que Alejandro Casona, único autor m encionado, se incorpore — «convertido por íntima convicción a la Buena Nueva»— a la tarea que aguarda. Propuestas no más concretas para ese futuro son las formuladas por José María Pemán para quien resulta evidente que el nuevo tiem po que se avecina com o consecuencia de la guerra necesita un teatro peculiar y a tono, intento tal vez difícil porque no bastará con «lo meramente anec dótico y patriótico», sólo flor de un día, «sino que ha de buscarse la expre sión de aquello que, por ser lo más universal y duradero, es lo más dramá tico de este m ovim iento y de esta hora»;6 tiem po después sería Pemán7 algo más explícito así en la negación — «no nos bastará un teatro de seño ritas que buscan novio, o matrimonios que riñen», costumbrismo harto li mitado y repetido hasta la náusea— com o en la afirmación — «queremos ver detrás de los personajes a la Verdad y el Error, y la Virtud y la Patria, y el Diablo y Dios», mayúsculas y entidades que hacen pensar en el Auto Sas «Letras», artículo en el núm ero 1 de la revista Jerarquía (Pam plona, 1936). 6 Pem án, autocrítica de Almoneda (Cádiz, Cerón, 1939. 2ä edición, p. 8). 7 En la carta-prólogo a España bien maridada, d el jesuíta A ugu rio Salgado (Madrid, 1940).
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cramental. José Vicente Puente, que a sus veintidós años acababa de es trenar Mari-Dolor, reparaba en la conveniencia de atender al teatro infan til haciendo con el tema de nuestra guerra obras aleccionadoras — «ejem plo y pauta»— «para esas promesas de hombres que ahora mismo [estamos en 1937]8alzan al cielo la punta de sus falsos fusiles y saludan firmes y quie tos brazo en alto y la canción en los labios [...]». El seuísta Juan Tebar reco nocía en las páginas de la revista Haz? la necesidad de un teatro distinto al acostum brado, nuevo por los asuntos abordados y por la intención que había de presidirlo: hagam os teatro popular, en el más n oble sentido de la palabra, h o y tan prosti tuida. Hagam os teatro en que las tradiciones, el sentir, los matices del alma es pañola tengan su expresión total y acabada. Extraigamos del inagotable fo l klore hispánico los valores plásticos, literarios y líricos qu e encierra para plasmarlos en la obra dramática [...] Volvam os la vista a nuestra Historia, tan fe cunda en temas dramáticos. Hagam os teatro histórico, pero huyam os del tea tro arqueológico [...].
Tiene mayor extensión y posee más interés el ensayo Razón y ser de la dramática futura, firmado en 1937 por G onzalo Torrente Ballester10 quien especula acerca «del drama que se ha de elaborar en el mañana luminoso» y lo hace, un tanto bajo la égida del maestro d ’Ors, con orden y clasicismo — Aristóteles, su Poética, es el punto de partida·— , también con la retórica levantada y no p oco pedantesca tan al uso en aquellos días. Llama la aten ción que en manos de nuestro ensayista parece reducirse el teatro a la Tra gedia mientras queda escasísimo espacio para la Com edia — que es la otra variante dramática, la de descenso, a la que se prohíbe la alta noción m o ral y se la confina al ámbito de la risa, que le es necesaria al pueblo «pero sin humorismo — es decir— sin amargura»-. Junto a semejante descalifica ción (o casi) de la especie cómica, la Tragedia es caracterizada com o «ex presión del misterio supremo de la vida humana» y su acción encarnará en un hombre excepcional, Héroe o Protagonista», a quien le espera final «lamentable» en virtud del marcado desequilibrio entre aspiraciones y p o sibilidades o, con otras palabras, cimas que desea conseguir y medios que p osee para conseguirlas. En cierto pasaje del ensayo surge una compara ción (que se pretende ilustradora) sostenida, de una parte, por una criatu ra shakespiriana y, de otra, por una de los Quintero con clara y prevista 8 «Los niños en el teatro. Hacia u n teatro infantil de la guerra» ( Vértice, San Sebastián, núm ero 2, m ayo 1937). 9 «Necesidad d e un teatro nuevo», Haz (revista nacional del SEU), núm ero 15 (Madrid, agosto-septiem bre 1939) pp. 34-35. 10 Núm ero 2 de Jerarquía (1937), pp 61-80.
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ventaja para el autor inglés que utiliza como acompañamiento a lo sustan cial de su creación aquello que en el teatro de los autores andaluces consti tuye — ceceo, chiste andaluz, garbo y donaire, conflicto sentimental, trata dos co n el realism o más riguroso— su esencia. El rech azo o la m enor consideración de lo que se estima frívolo y tópico y, consiguientemente, la apología de lo trascendente (o que se quiere com o tal) privan en esta co yuntura cuando se afirma (vuelvo a las palabras de Torrente Ballester) que el teatro sirve a el Hombre, el Tiem po y la Cultura (palabras mayores que requieren la inicial mayúscula). Estas ideas presidirán la com posición de las piezas dramáticas torrentinas. M edidas oficiales encam inadas a conseguir algunos de los objetivos apuntados — en suma: la dignificación del teatro español o (con otras pala bras) un teatro para una Nueva España soñada— hubo en su día, por el es tilo de las que d oy seguidam ente a título de ejem plo. Sea la primera de ellas, la creación en diciembre de 1938 por el ministerio de Educación Na cional, que entonces ocupaba Pedro Sainz Rodríguez, de una llamada Jun ta Nacional de Teatros y Conciertos cuya presidencia se confió al escritor Eduardo Marquina y de la que formaron parte (entre otros) Pemán, Manuel Machado, Juan Ignacio Luca de Tena o Luis Escobar, que a la sazón dirigía el Teatro Nacional de la Falange; desconozco la finalidad, organización, competencias y recursos de tal organismo pero Fernández Flórez augura ba11 resultado satisfactorio para la acción ministerial habida cuenta de los recursos que la elegancia psíquica del gran dramaturgo [que iba a presidir la] y de sus com pañeros le sugiera para rem edio de la ordinariez de un Teatro que parecía [a la altura de 1936] un Circo y era la tienda de un ropavejero, sór dida, codiciosa y sin desinfectar.
Otra m edida fue la convocatoria en 1938, a cargo del Departam ento de Teatro del Servicio N acional de Propaganda del Ministerio de G ober nación, de un concurso de Autos Sacramentales m odernos, ganado por Torrente Ballester con E l casam iento engañoso, «una obra de circuns tancias» según su autor.12 Volvería a convocarse en 1939 — cinco mil p e 11 «Aquel teatro intestinal», artículo en ABC, Sevilla 3-XII-1938. 12 P u ede leerse en el tom o I del teatro de G o n zalo Torrente B allester p ublicado e n la se rie «Destinolibro», núm ero 145 (Barcelona, 1982). Ridruejo, con vocante del concurso en ra zó n de su cargo jerárquico de entonces, com entaría tiem po d espués (Casi unas memorias, p. 178. B arcelona, Planeta, 1976): »Yo había h e ch o publicar una orden m inisterial c o n v o can do un prem io nacion al para autos sacram entales m odernos, de los qu e só lo se salvó un o — que Torrente Ballester, su autor, quizá prefiera olvidar— , aunque era ingenioso, que lanzaba contra el m undo del esclavism o industrial anatem as que vu elven a oírse con fre cuencia en nuestros días.
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setas de prem io más el estreno coin cidiendo con la festividad del Cor pus; texto en prosa o en verso; p uede quedar desierto «si ninguno de los trabajos presentados responde a las excelencias de la tradición artística de los Autos Sacramentales»— . A favor de la convocatoria se com pusie ron por entonces otras piezas sacramentales com o las publicadas por el jesuíta padre A u g u r i o S a l g a d o , España bien m aridada (1940) y por el p oeta D i e g o N a v a r r o (en el m ism o año), H uésped d e la prim avera y vencedor de la m uerte.*3 M ucho más efectiva, al m enos com o brillante espectácu lo, d ebió de ser la serie de representaciones de autos sacra m entales clásicos com o El hospital de los locos, de José de Valdivielso, o La cena del rey Baltasar, de Calderón, que (tal com o se aconseja a los espectadores) no debían mirarse «como una cosa arcaica o com o una di versión erudita» sino, contrariamente, «a manera de condensación de to d o nuestro espíritu y por eso tan cerca de nosotros com o si se escribiera hoy».1^
C o m p a ñ ía s
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Junto a las compañías profesionales y privadas (de cuya actividad daré noticia en el apartado siguiente) hubo compañías a las que llamo oficiales — com o el Teatro Nacional de la Falange— o las creadas y sostenidas por el Sindicato Español Universitario en algunas provincias; con actores pro fesionales y dedicación estable, las primeras, frente a la ocasional y al ca rácter de aficionados propio de los estudiantes-actores. Ya en la paz ten dríamos, com o su continuación o resultado, los elencos que actuarán de asiento en los teatros nacionales Español y María Guerrero (de Madrid) y, de otra parte, los TEU (Teatro Español Universitario) de algunos distritos que tan generosamente ayudarían a nuestro teatro joven de, por ejemplo, los años 50. El TEU de Sevilla fue sin duda uno de los más activos com o lo prueban algunas noticias de 1938 cuando — mes de abril— representa el entremés cervantino, El j u e z de los divorcios, en ocasión de la Fiesta del Libro o cuando — julio y noviembre— ofrece, con buen éxito de público y «pese a las deficiencias e incom pleteces técnicas», La cena del rey Baltasar. Seme jante breve repertorio indica que este grupo cum ple la norma de privile giar lo clásico áureo aunque debe mencionarse el hecho de que, en el oto ño de ese mismo año, preparaba el estreno (que no sé si llegó a efectuarse) v Este subtitulado «auto religioso», en verso, v io la luz en el suplem ento literario de la re vista Vértice núm ero de octubre-noviem bre de 1940. h Reseña anónim a en Haz, Bilbao, núm ero 5 (2- época), i5-XI-r938.
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de una pieza de signo político, El falangista caído, debida a un anónimo seuísta madrileño. Teatro de la Falange de H uelva fue el grupo «La Tarumba» que, des bordando el estricto marco local y provincial, actuó tam bién en Sevilla: teatro de San Fernando, día 29 de abril de 1938, representando en honor de los académ icos del Instituto de España, presididos p or el ministro Sainz Rodríguez, otro entremés cervantino, Los dos habladores, y un auto sacramental anónimo del xvi, Las bodas de España. Algún eco de su labor se encuentra en la revista Vértice que reprodujo en otra ocasión (número 5, IX-X-1937) la sugerente escenografía de José Caballero para uno de los ro mances dramáticos del poeta Rafael Duyos — el romance de Luis Platero, en cuya sucinta acción, que termina con la muerte en el frente de Toledo de este falangista de la Bandera de Marruecos, toman parte, además, el Poeta, el Ángel y el Jefe de Presentes junto a personajes colectivos com o un Coro de Ángeles y otro de Camaradas Caídos, mero acompañamiento.1? Bastante im portancia tuvo la com pañía oficial que se con oció com o «Teatro Nacional de la Falange» o «Compañía Nacional», en cuya creación y puesta a punto participaron relevantemente Dionisio Ridruejo, en su con dición de D elegado Nacional de Propaganda, y Luis Escobar, com o direc tor de ella. El debut fue en Segovia, Corpus de 1938, con El hospital de los locos, de Valdivielso, representación para la cual el pintor Pedro Pruna di bujó decorados y figurines, el maestro Arámbarri com puso las ilustracio nes musicales, interpretaron jóvenes y bellas actrices hasta entonces des conocidas (Blanca de Silos y Carmencita Fernández) y, también, algunas gentes de iglesia (canónigos, beneficiados, pertigueros y m onaguillos), sirviéndose de objetos litúrgicos (indumentaria riquísima, cruces del teso ro catedralicio), con el beneplácito del obispo de la diócesis, a todo lo cual servía de telón de fondo la fachada oeste de la Catedral. Ridruejo recorda ría tiempo después16 que el público asistente era «más bien de clase media con algún veteado popular»; añadamos las autoridades religiosas, milita res y civiles, más un grupo de escritores com o Agustín de Foxá que regre saría encantado del insólito espectáculo y días más tarde (desde Burgos, su residencia habitual) escribirá a su familia (en San Sebastián) que «fue al g o maravilloso e inolvidable. La noche, estrellada. Los muros [de la Cate dral] morados, iluminados».^ Con la misma obra y luego de Segovia, actuó R a fa e l D u y o s G e o r g e t a reunió en el libro Romances de la Falange (prim ero y segun do p liegos) (Valencia, 1939, con p ró lo go de V icente G en o vés A m orós e ilustraciones de P e dro de Valencia y G enaro La Huerta) un total d e quince com posiciones recitables (en el re pertorio del rapsoda José G o n zález Marín) y representables. 16 Casi unas memorias, p. 178 (Barcelona, Planeta, 1976). Foxá hizo la crónica de este espectáculo en el artículo «Segovia y su A uto Sacramental El hospital de los locos> {Vértice núm ero 12, VII-1938).
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la com pañía en Com postela (plaza del Obradoiro y Pórtico de la Gloria) el 25 de julio, festividad de Santiago, y en el convento dominicano de San Es teban (Salamanca). La verdad sospechosa, La vida es sueño (con música de Joaquín Rodrigo) y otro auto sacramental, La cena del rey Baltasar, p a saron a integrarse en el repertorio de esta com pañía donde se iniciaron (aparte las m encionadas y Angelita Pía) los actores José María Seoane y Carlos M uñoz y donde colaboró Natividad Zaro. La representación del au to calderoniano (verano de 1939) en los jardines del Retiro fue para Samuel Ros18 «el espectáculo mejor del Teatro Nacional»: escenario y figurines de Víctor María Cortezo, ballet dirigido por la primera bailarina Nadine Lang y cuidada labor directora de Luis Escobar que supo armonizar los diversos elementos utilizados. Pese a elogios y beneplácitos y, también, a su naturaleza de compañía oficial sabemos por Ridruejo que el Teatro Nacional de la Falange tuvo di ficultades económ icas que su director y Manolo Morán, entonces adminis trador y representante, lograron salvar antes de disolverse para dejar paso, ya en Madrid y en la paz, a otros organismos teatrales.
C o m p a ñ ía s
p r o f e s io n a l e s y p r iv a d a s
¿Es verdad lo apuntado en plena guerra por Santiago Ontañón'y relati vo a que, entre los actores y actrices españoles del momento eran más nu merosos los partidarios del bando nacional? Resulta que salvo contadísimas excepciones [caso de Margarita Xirgu] los artistas españo les de categoría nos han resultado fascistas, cosa que tam poco es de extrañar, puesto que el teatro que ellos amaban y nos hacían padecer iba m uy en co n sonancia con la estulticia y el analfabetismo de los traidores. Necesitaban sus Pem anes, sus Torrados, sus G uillenes, y... claro, han ido en su busca. Es lo único inteligente que han hecho en su vida y se lo agradecem os en el alm a...
El 18 de julio cogió a algunas compañías fuera ya de su habitual asenta miento madrileño, en poblaciones del norte de España sobre todo — Car men Díaz, por ejemplo, actuaba en Vitoria y la compañía Gaseó-Granada en La Coruña— y allí continuaron su labor hasta que la parte norteña de la zona nacional se amplió tras la conquista de San Sebastián, ciudad llamada a ser núcleo importante de refugiados y centro de una actividad periodísti ca y editorial considerable, teatral también; m ayor ampliación supuso p a ra el trabajo de esas y otras compañías el enlace, a través de Extremadura, 18 «Un auto de Calderón en los jardines del Retiro y en el A ñ o de la Victoria» ( Vértice, n ú m ero 25, νΠΙ-ΙΧ-1939). V «Experiencia personal», artículo en El mono azul, Madrid, 14-X-1937.
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entre el sur y el centro de la zona nacional, lo que convirtió a Sevilla en nú cleo por el estilo de la capital guipuzcoana. En la compañía de la veterana Carmen Díaz figuraban actores com o Ri cardo Simó Raso, Vicente Soler y Rafael Bardén y actrices com o Matilde Muñoz Sampedro y Rafaela Satorres; entre sus actividades en este tiempo de guerra cuenta la temporada de primavera del año 1937 que hicieron en el teatro sevillano de San Fernando, cuya inauguración (27 de marzo) presi dió el general Queipo de Llano. D e Pemán, acaso autor predilecto, repuso Carmen Díaz en tal ocasión Cuando las cortes de Cádiz-, días más tarde (9 de abril) le estrenaría la com edia Alm oneda (llevada enseguida a Cádiz) con feliz éxito y Pemán agradecería en la autocrítica «el fervoroso entusias m o con que ha m ontado esta obra y la interpretación exacta y perfecta». Fuera del ámbito andaluz encontramos a esta compañía estrenando en Palencia (enero de 1937) el drama en dos actos y en verso Más leal que galan te, drama «carlista» com o lo subtitulan A n ton io Pérez de O laguer y ToRRALBA de D am as , sus autores.20 Por cierto que Carmen Díaz no llegó a representar, con extrañeza y descontento por parte del autor, Joaquín Pé rez Madrigal , «a pesar de habérmelo aceptado», el drama Los que no tienen razón, pieza de inequívoca intención política cuyo primer acto pasa el 17 de julio de 1936 y el segundo y último, «bajo la dominación marxista en 1937». Concha Catalá era, asimismo, actriz veterana y prestigiosa que con una com pañía en la que entraban Juan y Arm ando Calvo (entre otros) repuso (15-II-1937) en el San Fernando, de Sevilla — escenario casi siempre ocu pado durante los años de la contienda— , la obra en colaboración de Le an dro Navarro y A dolfo T o r r ad o , D u eñ a y señora. En marzo del mis m o año y en el mismo teatro repuso esta com pañía la com edia de José de Lucio , Pepa la Trueno, graciosa y sentimental, donde todo se desenlaza felizmente, dialogada con donaire y conducida la trama con habilidad. La compañía del teatro madrileño Infanta Isabel, cuyo empresario era Arturo Serrano, se recom puso en zona nacional al cabo de algún tiem po y tuvo a Rafael Rivelles com o primer actor. H ay constancia de su actuación en San Sebastián— donde a 22-I-1939, teatro Principal, estrenó Garcilaso de la Vega, de Mariano Tomás— y en Sevilla ·— a partir del 10 de marzo de ese mismo año, teatro San Fernando, con ¿Quién soy yo?, de Juan Ignacio Luca de Tena, una reposición. En La Coruña (en el teatro Rosalía de Castro) actuaba al com enzar la guerra, y sus bagajes sLifrieron alguna pérdida com o consecuencia de un 20 Este drama, cuya acción ocurre «en un p ueblecito de la m ontaña navarra, durante la última guerra carlista», data de antes de 1936, estrenado en B arcelona el 5-V-1935 p ero ahora, a favo r de los acontecim ientos, tuvo éxito m ás extenso; tam bién lo llevaba la com p añ ía Gaseó-Granada.
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cañoneo, la compañía de Tina Gaseó y Fernando Granada, Lina de las más activas durante los años de la guerra; de ella formaron parte, junto con los dos titulares, actrices com o Dolores Cortés, Laura Alcoriza y Joaquina Almarche y actores com o Julio Costa y Anselm o Fernández. Tiem po antes de que Rivelles y los suyos repusieran en Sevilla la mencionada pieza de Luca de Tena, Gaseó-Granada estuvieron representándola (agosto 1937) en el Arriaga, de Bilbao, con gran éxito de público y asistencia del autor, que hubo de salir a saludar (com o había sucedido meses antes en el teatro Principal, de Burgos). También pasó esta compañía por el San Fernando sevillano donde, finalizando ya 1938, representaría La venganza de D on Metido, que se anuncia en A B C (de Sevilla) com o «el más clamoroso triun fo de los aplaudidos actores Tina Gaseó y Fem ando Granada». Antes que en Bilbao, Burgos y Sevilla habían estado en San Sebastián y aquí estrena ron (18-II-1937) Mari-Dolor, una acción dramática en prosa con ilustracio nes musicales del maestro Francisco Cotarelo, fruto de la colaboración de dos m uy jóvenes e inéditos autores, José Vicente Puente (22 años) y Jesús María de Arozamena (19 años). Otra pareja teatral conocida era la formada por María Bassó y Nicolás Navarro que también sentó sus reales por algún tiempo en el tan citado co liseo sevillano donde, atendiendo una sugerencia de Marquina que se la mentaba del olvido de un ritual ·— la representación del Tenorio con moti vo del día de los difuntos— , ofrecieron, ya avanzado noviembre de 1938, la obra de Zorrilla. Para su función-beneficio María Bassó repuso (enero de 1939) La Pim pinela Escarlata, de la baronesa de O rzy y según el arreglo h echo (y estrenado años antes en Madrid) por Fernando Reparaz y Juan Ignacio Luca de Tena. Hubo sin duda en el tiempo y espacio a que se contrae nuestra investi gación más actividad teatral a cargo de las compañías referidas y de otras21 y, desde luego, extendida a más lugares de la zona nacional; sé que existió un llamado Teatro Ambulante de Campaña con María Paz Molinero y Mer cedes Vecino (entre las actrices) y Antonio Garisa (entre los actores). Con lo recogido hasta aquí creo tenemos imagen cabal de una actividad m ovi da y constante ya que la duración de la guerra supuso cambio notorio en el mundo del teatro profesional con evidente beneficio para algunas ciu dades de provincia que nunca habían disfrutado de tanto teatro.22 21 Com o la dirigida p o r Juan C alvo, que representaba en el Teatro San Fernando la oca , de M uñoz Seca. N o olvidem os las com pañías de teatro lírico (con reposiciones y algún es treno) de Eladio C uevas y el maestro M oreno Torroba. 22 A los nom bres señalados cabe añadir las com pañías de M ariano A squerino e Irene Ló p e z H eredia, Valeriano León y Aurora Redondo, y la de Lola M em brives que, desde B uenos Aires sobre todo, apoyaron la causa nacional participando en representaciones benéficas y de hom enaje.
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Junto a esas compañías profesionales hubo en la zona nacional num e rosas agrupaciones de aficionados que en su ciudad, p ueblo o comarca dieron a conocer, llevados de un entusiasmo quizá superior a su arte, pie zas debidas a autores tam bién aficionados y no m enos entusiastas, todo ello fruto de las circunstancias y condenado por lo mismo a olvidarse, em pezando por el hecho de que no siempre se publicaron tales piezas, adscribibles al llamado «teatro de urgencia». Disponem os de testimonios indubitables respecto de la m uy favorable acogida que obtuvieron en el m om ento de su estreno por parte de un pú blico enfervorizado y de unos gacetilleros p o co o nada instruidos en la labor crítica. Se trataba a lo que parece más que de hechos de naturaleza literaria de «fiestas» o «jornadas patrióticas», presididas o asistidas a veces por las autoridades, desde el general Q ueipo de Llano en Sevilla y el co mandante José Yaldés Guzm án, gobernador de Granada, hasta don Pedro Romero, el jefe superior de Policía de Palencia, que estuvo presente en el estreno de ¡España, inmortal! El asunto presentado, la parafernalia esce nográfica desbordada en música e himnos, los desfiles de soldados, cami sas azules y boinas rojas que ocupaban en algunos momentos — especial m ente com o remate o cierre— el escenario ocasionaban que los espectadores fueran «contagiados» por un «entusiasmo desbordante», una «patriótica exacerbación» o un «paroxismo». ¿Cómo darse cuenta entonces de los tópicos manejados ya en la exaltación del propio bando, ya en la denostación del enem igo o, en el aspecto formal, de los versos mal medi dos por falta o por sobra de sílabas, las expresiones desajustadas o pere grinas, las ocurrencias ridiculas o pasm osas, la negación en suma de los puros valores literarios? Eclesiásticos y seglares rom pieron a escribir ani mados por una situación que propiciaba su salida a las tablas; de las obras de algunos de ellos se habla seguidamente. Hubo una situación escénica grata según parece a varios de esos auto res puesto que, con mínimas variaciones, Filiberto D iez Pa r d o , canónigo de Burgo de Osma — Apoteosis de España, «cuadro plástico de intensa vi bración patriótica», Soria, 1937, con censura eclesiástica; obra no represen tada·— , José G ómez Sánchez R eina — La Nueva España, «reportaje patrió tico» estrenado el día 17 de diciem bre de 1936 en el teatro Cervantes de Granada, publicado al año siguiente, «con censura militar»— yJ.J. P érez O rm azábal , presbítero, profesor de literatura en el Seminario de Vitoria — «Dos de mayo», incluida en Evocaciones patrióticas, Vitoria, 1937— coin ciden en sus respectivas creaciones dramáticas presentando a España co mo un glorioso y arrinconado personaje a quien el Alzam iento nacional parece haber sacado de su injusta postración abriéndole nuevos días de esplendor, ayudada por la colaboración de sus hijas, las regiones españo las (en D iez Pardo) que le rinden hom enaje de pleitesía con sus más le-
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vantadas palabras y expresiones; se trata de personajes alegóricos a cargo de jóvenes y hermosas muchachas que lucen com o indumentaria sus res pectivos trajes regionales y, una vez concluido su desfile, España baja del trono que ocupaba y se une a ellas en tierno abrazo mientras música, him nos y juegos de luces exaltan superlativam ente el final del episodio; en Sánchez Reina cum plen semejante com etido respecto de la Patria, el Sol dado (todo el ejército nacional), el Trabajo («los que fuimos dejando nues tra vida/por convertir en prados tus montañas») y el Arte («los que velam os todas tus horas»); y en Ormazábal el homenaje corre a cargo de un Legio nario, un Falangista y un Requeté. J o s é d e S a n t u echa mano del teléfono en Por a q u í sin novedad, mi Ge neral («evocación-fantasía» en un acto y en prosa, estrenada en el teatro Medinés, de Medina de Pomar, el 10 de enero de 1937 e impresa ese mismo año en Burgos) que desde el sitiado Alcázar toledano utiliza el coronel Moscardó para hablar, por ejemplo, con su hijo Luis, su esposa o el gene ral Várela, libertador de la fortaleza; también, para recibir información o transmitir órdenes, recurso harto sencillo de acuerdo con el tono expresi vo y contenido de esta breve pieza. Propone el autor otra posibilidad de presentación escénica consistente en la com parecencia de algunas de las personas aludidas por Moscardó que hablaba con ellas en su m onólogo telefónico y así ocurre con Enrique y Roig (cuadro I) y con Valencia y el Teniente Ayudante (cuadro II). SOTERO O t e r o d e l P o z o , joven escritor vallisoletano, versifica con gran torpeza sirviéndose de m uy distintos metros combinados Ubérrima mente en los tres actos de ¡España, inmortal! — com edia dramática estre nada por la com pañía de Carmen D íaz en Palencia (12-XII-1936) y, p oco después, asimismo con enorme éxito de público, en el teatro Principal de Zamora— otros tantos episodios ocurridos en el Madrid republicano don de resisten esforzadamente algunos personajes (com o doña Concha) las arremetidas enemigas, culpan a Rusia del extravío ideológico de sus veci nos y terminan consiguiendo que, ante la fuerza incontestable de los h e chos, alguno de ellos entre en el buen camino. El desenlace tiene bastante de apoteósico a lo cual contribuyen los objetos sacados a relucir, nada m e nos que un «cuadro o figura« de la Virgen del Pilar, un «escudo de España» y una bandera española ante los cuales doña Concha recitará una salve ri mada en endecasílabos, alabanza de la España inmortal. El primero de los tres actos pasa en Madrid la noche del 14 de julio del 36 y recoge los ecos del asesinato y entierro de Calvo Sotelo cuyo enfervorizado elogio corre a cargo de esa señora que, en el segundo, también en Madrid (20 de octubre del mismo año), ataca a los dueños y señores actuales de la capital que «son com o las fieras» y en el tercero, ya en noviembre, se da com o hecha, su liberación.
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Muestra de cóm o estaban las cosas y los ánimos en aquellos días p ue de ser la gacetilla que un tal J.G.J. d edicó en el periódico sevillano La Unión al estilo de los cinco «retablos patrióticos» de C ruz y espada, obra de Sánchez Reina (20 de diciem bre de 1937, teatro Cervantes de Granada, publicados en volum en al año siguiente), dentro de la cual llaman la aten ción las líneas siguientes, com paración entre dos dramaturgos de la tierra: ¡Qué diferencia más radical y profunda entre el joven poeta granadino, au tor de Madre España y d e Cruz y espada, y su infeliz com provinciano Federi co Lorca, de valor enteram ente negativo, [que] hace de sus rimas ariete dem o ledor contra m uchas cosas augustas [...].
M ÁS AUTORES Y ESTRENOS
A los autores invocados en el párrafo final del apartado Los últimos es trenos de preguerra deben añadirse nombres com o los de Arniches, her manos Álvarez Quintero, o Manuel Linares Rivas para conocer tanto su ac titud política com o su actividad dramática durante los tres años de guerra civil. A lguien utilizó la palabra «ambigüedad» para definir la postura de Carlos Arniches, instalado en Buenos Aires y silencioso en espera del des enlace de la contienda, vuelto a España en enero de 1940 y todavía estrenista hasta su fallecimiento en 1943. La adhesión de los Quintero a la ideología de la España Nacional pare ce fuera de toda duda pero ambos hermanos pasaron la guerra en Madrid donde, 1938, murió Serafín, hom enajeado p oco después en su pueblo na tal de Utrera un lluvioso día de abril con la asistencia de Carmen Díaz, tan tas veces intérprete de sus personajes fem eninos. El 8 de agosto de ese mismo año fallecía en La Coruña Linares Rivas, autor famoso y discutido en tiempos pero que ya estaba apartado de la actividad teatral. Eduardo Marquina, a quien la guerra sorprende en Buenos Aires, realizó por tierras de Perú y Chile una campaña de propaganda a favor de los nacionales y en abril de 1937 (teatro Municipal de Santiago de Chile) estrenó La Santa Hermandad, su siguiente estreno fue ya en la paz y en Madrid. Lo mismo que el de El hombre que murió en la guerra, comedia en colaboración de Manuel y Antonio Machado (1941), muerto ya este último, y las piezas pos treras de los Quintero que Joaquín, el superviviente, hizo estrenar a nom bre de los dos hermanos. Ordenados alfabéticam ente va a continuación una serie de autores y obras cu yo estreno se realizó dentro del período " temporal acotado para este libro; ellos son los siguientes. Com o caso singular debe estimarse el de La venta de los gatos, obra de los Á lvarez Q uintero , con un acompañamiento musical debido al maestro Mostazo, estrenada en Sevilla (teatro San Fernando, compañía de Carmen
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Díaz) en junio de 1938. Es una pieza, basada en la leyenda becqueriana del mismo título, que sus autores escribieron para contribuir al hom enaje a Gustavo Adolfo Bécquer en el año del centenario — 1936— ; la guerra im pidió su estreno entonces y cuando se dispuso realizarlo, Serafín ya había muerto y Joaquín seguía retenido en el Madrid republicano. La crítica que he manejado elogia la versión quinteriana (tres actos y una loa), la fideli dad al texto de partida pero, claro está, con varios añadidos para conse guir la extensión debida, más lo que supone el paso de un género a otro. Llamado desde Buenos Aires por, de una parte, Aurora Redondo y Va leriano León y, de otra, por Lola Membrives accedería C a b io s A r n ic h e s a dejar España, en plena guerra civil a la sazón, y trasladarse a Argentina, a cuya capital llega el día 9 de enero de 1937; declaró inmediatamente su in dependencia respecto de los bandos beligerantes y el sentido deseo de que «acabe pronto la batalla para que España pueda proseguir su historia gloriosa». Puesto de nuevo al trabajo escribe y estrena — en el teatro C ó m ico bonaerense, compañía de Valeriano León, 9 de abril de ese año— la com edia en tres actos El padre Pitillo, bien acogida por público y crítica que no fue precisamente la que tuvo en Madrid — teatro Lara, por la mis ma com pañía, 6 de octubre de 1939, ausente el autor— , donde se retiró del cartel a los pocos días y hubo comentarios desfavorables y tan desati nados com o el de Luis Araujo-Costa en ABC: «Es m uy difícil sacar al teatro y llevar a la novela figuras de sacerdotes sin conocer previamente la teo logía, la filosofía, la moral, el derecho canónico, la disciplina eclesiástica», y concluía el crítico: «lamentamos el fracaso, no de público, pero sí desde el punto de vista religioso, moral y literario». Me pregunto frente a tales palabras a qué obra se refería y lo hago porque nada encuentro en ella, de tan sencilla intención, que requiera el a p o yo de sem ejante desp liegu e doctrinal. Se trata en la comedia de don Francisco, un párroco mral que, llevado de su espíritu caritativo, ofrece acogida en su casa a una joven, deshonrada por un señorito pueblerino, hijo de poderosa familia, y rechazada por su padre; la acción del cura causa escándalo entre algunos de sus «católicos» feligreses que trasladarán al obispado su disgusto. Las situaciones a que esto da ocasión, diestramente presentadas y resueltas por Arniches, con algunos toques de Immor y el correspondiente em pleo de un lenguaje que podría corresponder al hablado por individuos del campo castellano donde tiene lugar la acción, conducen, sin mayores com plicaciones y sus más y s L is m enos en el ánimo del protagonista y de sus partidarios, buena y modesta gente del innominado pueblo, a un desenlace feliz: los malos cesan en su condLicta por m edio de una com unicación a la jerarquía ecle siástica de retracto y arrepentimiento y los buenos perdonan en un gesto final que produce alegría a los presentes en la plaza del pueblo, escenario
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principal, mientras repican las campanas de la iglesia y don Francisco los bendice. V uelvo a preguntarm e qu é subidos saberes necesitaba el autor para crear cum plidam ente El p a d re Pitillo, com edia que Arniches dedica al marqués de Foronda haciendo constar en dedicatoria y acotaciones esce nográficas su devoción hacia Castilla, historia, paisajes y pobladores. Para el sábado 18 de julio de 1936 estaba anunciado el estreno en Barce lona de El alba sin luz, com edia de Joaqu ín C a lv o S o te lo , pero los acon tecimientos españoles lo impidieron; hasta entrado 1939, próxim o ya el fi nal de la contienda, no hubo otros estrenos suyos y, entremedias, nuestro autor, perseguido en el Madrid republicano, hubo de refugiarse en la em bajada de Turquía, primero, y en la de Chile, después, de la cual sería eva cuado para embarcar en el «Tucumán» rumbo a Chile; regresado a España, estrenó con buen éxito (en San Sebastián^ La vida inm óvil y la publicó, precedida de extenso y elocuente preámbulo, poco más tarde. Era la cuar ta obra que estrenaba el entonces joven y prometedor dramaturgo, a quien le estaba destinada una larga y brillante carrera en la escena. La vida inm óviles una com edia en tres actos, en prosa, y tuvo a su es treno una crítica satisfactoria y comprensiva, tal com o reconoció el autor: «la mayor satisfacción que la crítica me ha deparado ha sido la de recono cerme una objetiva dignidad y la de proclamar qué distante del latiguillo patriotero y de la sensiblería me he hallado siempre». Son dieciséis perso najes (cuatro mujeres y doce hombres), jóvenes todos ellos salvo Juana (50 años) y don Javier (55 años); hay unidad de acción — lo que les ocurre a los integrantes del grupo refugiado en la embajada, cada cual con su historia a cuestas— ·, unidad de lugar en el edificio de la embajada — «un salón am plio y lujoso» sirve para los tres actos, con alguna m odificación de uno a otro— , y en cuanto a la unidad de tiempo ha de tenerse en cuenta el paso del mismo a lo largo de algunos meses, lo cual trae novedades — se esca pa Alberto; nace una niña, Anita, y se muere su madre, Ana, etc.— ; agosto 1936 es la datación correspondiente al cuadro primero del acto I (com ien za la acción) y febrero 1937, la del segundo cuadro del mismo acto, marzo 1937 (acto II) y noviem bre 1937 (acto III). La acción está hecha de las p e queñas cosas que afectan al grupo de los dieciséis personajes, o a parte del grupo, o a sólo un personaje. La relación sentimental Alberto-Julia que venía de atrás, de la calle, parece que ahora no se mantiene con intensi dad, habida cuenta de la preocupación (obsesión casi) de él por salir del refugio y pasarse al frente nacional, donde estarán sin duda sus com pa ñeros de armas (es artillero); en la página 92 (acto II) Alberto llega a en frentarse con su novia y coloca antes de ella, primero que su amor, lo que las circunstancias españolas piden a los buenos patriotas. Otra relación
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sentimental nace durante el tiempo de reclusión: la de Alicia-Esteban; ella está casada con un militar que com bate con los repLiblicanos, pero en la embajada Alicia pasa com o su viuda. Avanza esta relación por sus pasos contados, hábilmente conducida por el autor: apasionamiento de Esteban y respuesta distanciada de ella, enamoramiento de Alicia, dispuesta a rom per con lo que sea y sensato consejo de don Javier quien, para resolver el conflicto producido, recom ienda a los interesados dar tiempo al tiempo hasta que la normalidad se restaure y las nuevas circunstancias les ayuden a decidir. Las diversas situaciones costumbristas y anímicas posibles en el caso colectivo presentado aparecen con la fuerza que les corresponde en dife rentes pasajes de la comedia: el optimismo, que no desfallece, de Juan, p a rejo del escepticismo de Antonio, quien, vencido por la espera y la inmo vilidad y casi el hambre, roba a Julia un bote de leche destinado para Anita; la em oción del parte de guerra nacional y la atención al mapa de España, tan mirado a lo largo del acto I por los personajes que salen de la escena, en el que Linas banderitas señalan la posición cambiante de cada bando. Pese a lo ingrato de la situación límite vivida no falta la presencia del hu mor, un htimor de nuevo cuño dada la edad de Calvo Sotelo y su condi ción de colaborador por entonces de Miguel MihLira: hay así ocLirrencias com o la del funerario Sebastián, o las cosas de don Javier. C oncluye la obra con la liberación de los personajes para ser evacuados; don Javier, que inició la acción con su llegada a la embajada y su extraña conversa ción con el embajador, la cierra con su negativa a marcharse: no tiene in quietudes e ilusiones por el estilo de las de sus compañeros, sino el deseo de estar en Madrid el día de su liberación y presenciar así el espectáculo de la llegada de los vencedores, los suyos (asomado discretamente al venta nal del salón piensa en «¡cuándo vea desde aquí mi bandera ! » ) . 23 Calvo Sotelo y M i g u e l M i h u r a escribieron en San Sebastián— verano de 1939, recién acabada la guerra civil— ¡Viva lo imposible! o el contable de estrellas, «vina estupendísima comedia», al decir de MihLira, que se estrenó en el madrileño Teatro Cóm ico (24-XI de ese mismo año) por la compañía de Gaspar Cam pos (con Carmen Carbonell, Irene Caba y Juan Espantaleón com o principales figuras): treinta representaciones, unas tres mil p e setas com o derechos de autor, crítica favorable pero público escaso y p o co co n ven cid o p or la naturaleza hLimorística de la obra cuando los espectadores no pasaban en esta especie más allá del chiste fácil y de la burlería astracanesca y así habían de extrañarse ante la historia qLie prota gonizaba un pobre funcionario, don Sabino, que huye de su burocracia 23 La vida inmóvil fue galardonada p o r la RAE. con el prem io «Piquer» correspondiente a 1938. La publicó en Valladolid, 1939, la librería Santarén.
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mediocre para, en com pañía de sus hijos Palmira y Eusebio, mecanógrafa ella y opositor a notarías él, enrolarse en uno de los circos que pasan por la pequeña ciudad donde la familia vive; descubren así un mundo aparen temente ilusionador pero llam ado m uy pronto al desengaño, cuando ya en el acto tercero y último, encontramos a los personajes regresados a su monótona vida anterior: casada Palmira y madre, recluido en un m anico mio su hermano, a quien volvieron loco las muchas y victoriosas oposi ciones en que se vio metido, y reconocida una vez más la capacidad gerencial del padre de ambos, el que fuera algún tiempo pésim o ilusionista »Nagasaki». Triste, desolado argumento cuando em pezaba el largo y oscu ro tiempo de la posguerra y el fracaso del trío protagonista constituía una dolorosa corroboración para los espectadores quienes podían advertir en la com edia insólitas paradojas, regocijantes sorpresas, certeras observa ciones sobre la vida y la gente. Cada uno de los colaboradores de ¡Viva lo imposible! siguió después del estreno su camino individual donde triunfa rían destacadamente. Caso singular es el de la Trilogía de Navidad, de M ig u e l H e r r e r o G a r cía , publicada en 1939 por Ediciones Españolas (Madrid), tan activas des de tiempo atrás, en plena guerra civil, y poseedoras así de un nutrido catá logo. Fue escrita y representada en circunstancias m uy peculiares según informa el propio autor: «Esta Trilogía fue escrita en la celda 288, galería VI de la Cárcel Modelo de Barcelona, en la Navidad de 1938, y fue representa da en diversas celdas por el autor y tres compañeros de prisión [...]« Son 64 páginas en octavo con ilustraciones de Carlos Sainz de Tejada, edición ti pográficam ente bien atendida. Herrero García era catedrático de Ense ñanza Media y erudito investigador de nuestra literatura clásica tal com o lo probaría en 1930 el libro Estimaciones literarias del siglo xvn [español] que recoge en sus capítulos testimonios críticos sobre La Celestina, Garcilaso, Lope, G óngora y Cervantes debidos a colegas contem poráneos suyos, y por ese camino continuaría tiempo después de la contienda. Cuando es cribe y estrena la trilogía navideña acaba de comenzar la ofensiva del ejér cito nacional en Cataluña que culminaría en enero de 1939 con la conquis ta de Barcelona, tal com o se presiente en los últimos versos de la Loa que abre el volumen: Ya asom an sobre los montes / de sus cascos los plumajes, / ya cruzan aguas del Segre / sus soberbios alazanes, / ya sus pájaros de acero / cubren del cíelo el semblante, / ya florece la victoria / en los cam pos catalanes;
en versos anteriores ha habido espacio para la execración del enem igo, considerados sus integrantes com o «los hijos de mala madre», «ladrones de
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todas layas», «manada de chacales», o «sicarios infames». Las tres partes que vienen a continuación — «Voz de pastores», «Ecos de reyes», «Hablas de g o bernantes»— tienen por asunto el nacimiento de Cristo en Belén, con los aditam entos consabidos, en cuanto a personajes, de ángeles, pastores, criados de los Magos y gentes de m ayor alcurnia relacionados con el Sa nedrín y con la corte de Herodes cuya amenaza de matar a todos los niños de Belén y contornos intranquiliza su ánimo y posee connotaciones indeseadas para los presos de la M odelo barcelonesa. En cada una de las tres partes la acción corre a cargo de sólo cuatro per sonajes que reaccionan de m uy parecida manera ante los acontecimientos que las conforman. La escenografía es sobria y sencilla, repetido el m edio pastoril en las dos primeras y sustituido en la última por «un lujoso saloncillo de un palacio oriental», contrastando asimismo la apuntada intranqui lidad de algunos personajes con la alegría que embarga el ánimo de los restantes, camino del portal de Belén. La alusión a la égloga cuarta de Vir gilio, en boca del esclavo romano de la segunda parte, constituye un in grediente culturalista e insólito en la dramaturgia navideña. Dentro del período 1936-1939 lo primero que ha de consignarse respec to a E n r iq u e J a r d i e l P o n c e l a (1901-1952) es su detención en Madrid el 16 de agosto del 36, acusado de esconder en su casa al político derechista Ra fael Salazar Alonso, detención que duró tres días y fue sustituida por la li bertad vigilada, lo cual le avisaría sobre posibles peligros en el futuro que logró evitar en febrero del año siguiente viajando, com o supuesto maestro de primaria, de Madrid a Barcelona, con una expedición de niños refugia dos y embarcando para Francia — Marsella, Monte Cario, París y B oulog ne— en septiembre y, de nuevo, en octubre, rumbo a Buenos Aires con un contrato de trabajo en la compañía de Lola Membrives; reunido final mente en Argentina con su familia hasta m ayo de 1938, cuando embarca para Lisboa y entra en la zona nacional por Sevilla, trasladándose después a San Sebastián y, acabada la contienda, a Madrid. Entre 1938 y 1939, rea nuda su actividad literaria: publica dos novelas cortas — El naufragio del Mistinguetty D ie z minutos antes de la m edianoche— en la serie «Los N o velistas», colabora en el semanario Dom ingo y saca en Zaragoza El libro del convaleciente·, rodó también, en un garaje de San Sebastián, con la ayuda técnica de Luis Marquina, fotografía de Cecilio Paniagua y música del maestro Guerrero Cuatro celuloides cómicos, nueva muestra de su afi ción cinematográfica iniciada en H ollyw ood tiempo atrás. La comedia Un marido de ida y vuelta fue estrenada en Barcelona (teatro Poliorama, 6-X1939), con acogida desfavorable de los espectadores y de críticos como el de El Correo Catalán que la rechaza aunque no por razones propiamente literarias:
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realm ente sería un dolor que en los m om entos actuales siguiese el teatro por los derroteros que le señala la obra de este escritor decadente. Creem os que por im perativos de d ecen cia y hasta de m oralidad patriótica, cuando no por razones de m ayor arraigo en nuestro espíritu, se hace necesaria una depura ción en nuestra escena.
Distinta fue la obtenida en Madrid (teatro Infanta Isabel, 21-X-1939) p e se a que el antecedente barcelonés hacía pensar en lo peor y (según cons tata el dramaturgo) Arturo Serrano, el empresario teatral madrileño, tenía ensayada la obra postuma de M uñoz Seca com o sustituía, pero las cosas sucedieron de otra forma: «fue una noch e triunfal, pespunteada de m u chas y clamorosas ovaciones. Tuve que salir a saludar en mitad de un acto, el segundo, y hubo frases y situaciones ovacionadas». La composición de Un marido... resultó relativamente fácil y rápida pues los dos primeros actos salieron de un tirón pero a la hora de afrontar el ter cero cambiaron las tornas pues se trataba de un caso de «Comedia de tercer acto difícil» (según la nomenclatura inventada por Jardiel), aquellas en las cuales la desmesurada acumulación de personajes y situaciones en los actos precedentes complicaba hasta casi lo imposible la resolución del conflicto planteado, causa en ocasiones del fracaso jardielesco — «un primer acto bueno todo el mundo puede hacerlo; un segundo acto mejor pueden ha cerlo muchos; un tercer acto que no desmerezca de los anteriores pueden hacerlo los verdaderos autores de teatro»— ■ ;preocupado por semejante difi cultad nuestro autor encontró impensadamente solución para el caso, más al alcance de la mano de lo que pudiera pensarse, a saber: sacar a escena un segundo espectro, valiéndose de un accidente de automóvil, nuevo ejem plo de «amor reconquistado por truco», de acuerdo con la clasificación for mulada por Marqueríe. (Cuatro años más tarde se estrenaba en Londres Un espíritu burlón, comedia de Noel Coward que se parece a la del español «co m o una gota de agua a otra», en opinión de Josefina Carabias). El atropello de Pepe, protagonista de Un marido. p o r un camión per mite a su esposa reunirse con el fantasma de su primer marido, indignado por las segundas nupcias de la viuda; en la comedia se combinan en difícil y turbadora mixtura fantasía y realidad y se supera y mejora la invención de Elfantasm a de Canterville, de Oscar Wilde, pues el espectro del prota gonista, vestido de torero, dice y hace cosas difíciles de suponer. D esde el baile de disfraces hasta la escena final, todo en la obra es de una prodigio sa fuerza hilarante combinada a veces con la ternura pero también la sen sibilidad que preside los sorprendentes hallazgos verbales, la finura de p ercepción psicológica, la acidez misógina y la habitual inquina médica de Jardiel cam pean en esta obra, valorada por la crítica com o una de las suyas magistrales.
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M uy activo se mostró durante los años de la contienda Juan Ig n a cio Luca de Tena, a quien su estallido le cogió en Biarritz, de donde se trasla dó inicialmente a Burgos y cLimplió en esta ciudad, en Pamplona y en el extranjero las misiones que le fueron encomendadas, a lo qLie debe aña dirse su grado de teniente com o enlace y ayudante del general Valera; to do ello no le impidió, sin embargo, reanudar svi dedicación al teatro. Cabe preguntarse si su A Madrid: 682, presentado com o guión para una pelícu la, con propósito exaltador del Alzamiento y de la epopeya del Alcázar de Toledo, no es, en definitiva, una pieza («escenas de guerra y amor», reza el sLibtítulo) con m uchos ingredientes de teatro . 24 Por estos días andaba a vueltas nuestro autor con otras dos obras dramáticas: Espuma de mar, que se estrenaría en Madrid, 1940, pero terminada tiempo antes,2s y La duque sa A z u l «donde [según el diario que lleva Agustín de Foxá, 25-X-1938, San Sebastián] quiere retratar a su mujer, que es falangista». Pero la aportación de Luca de Tena al conjunto que nos ocupa fue Yo soy Brandel, continua ción de ¿Quién soy yo?, la comedia de resonancias pirandelianas que data de 1935 y constituye Lino de los hitos de su producción. Preocupado por el problem a de la doble personalidad, com o sustitución o com o desdobla miento, el dramaturgo lo había planteado en forma de litigio entre los per sonajes Mario Colomer, político que ejerce com o tal en el imaginario país llam ado Saldaría, y Juan Brandel, una esp ecie de do ble suyo qu e le su planta y cuya capacidad de seducción gana la voluntad de muchas gentes, Claudina entre ellas; una situación política violenta trae com o consecuen cia la muerte de uno de los dos pero la obra concluye sin que el especta dor sepa a qué atenerse respecto a la identidad del superviviente, enigma que debe resolverse en la pieza segunda, que la continúa. Yo soy..., que para Luca de Tena (autocrítica de la obra) «tiene más calidad literaria y dra mática que su antecedente», fue estrenada en el Principal, de San Sebas tián, por Rafael Rivelles (enero 1939) y llevada con éxito por su compañía a diversas localidades españolas, Sevilla entre otras, donde la acogida fue m uy entusiasta. Brandel es el asesino de Colom er y adquiere nueva y des bordante personalidad basada en el parecido no sólo físico que guarda con su víctima —«parezco, luego soy»— , mixtura de uno y otro que se im pone en la gobernación de Saldaría y, también, en el corazón de Claudina, aunque el paso del tiempo y el peso de las circunstancias, manejados con 24 A Madrid: 682 se imprimió, 1938, en Santander y Santai'én, de Valladolid, ven día a diez pesetas el volum en , co n ilustraciones de Kem er y dedicatoria al G eneralísim o Franco. En julio del m ism o año se constituía en Sevilla una so cied ad cinem atográfica («Sevilla Film, S. A.») cuya primera producción iba a ser esta obra «que reivindicará ante el m un do los v a lores espirituales del M ovim iento Nacional». 25 U n fra gm e n to d e Espuma de mar se h ab ía p u b lic a d o en el n ú m ero 10 (m ayo de 1938) de Vértice.
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fina y rigurosa precisión conducirán al protagonista a su liberación de la fi gura postiza asumida en busca de su propia identidad. El crítico Fernán dez Almagro (que asistió a San Sebastián), tras reconocer que nos entretuvo y em ocionó [señala2-6] que en su com posición entran elementos variados: de fantasía, de humor, de observación, de sátira. [...] La com binación [de todos ellos] está certeramente conseguida y sólo se atraviesa, a nuestro jui cio, un cuerpo extraño, cuando en algunos momentos del primer acto y del pri mer cuadro del segundo, el factor cóm ico se deforma en términos de caricatura.
Durante su estancia en H ispanoam érica, años 1936 y 1937, E d u a r d o M a r q u in a escribió el poem a dramático La Santa Hermandad, estrenado en el Teatro Municipal de Santiago de Chile en 1937 por la com pañía de María Guerrero y Fernando D íaz de M endoza que la representó en Ma drid, una v e z terminada la guerra civil, a finales de 1939, con gran éxito se gún testifica Luis Araujo-Costa, crítico teatral de A B C «el público tributó al poeta, no ya al final de los cuadros sino también en m edio de la represen tación, aplausos m uy calurosos y entusiastas» y añade, refiriéndose al sen tido de la obra, que «la España nueva se hermanaba anoche en el teatro Es pañol con la otra España que los Reyes Católicos sacaban de la ruina y la podredumbre, señoras del país años atrás». Al p oco del estreno, Cerón sa caba un volum en con su texto, dedicado por el autor «al Excmo. Señor don Rafael Benjumea, conde de Guadalhorce» y figura importante en el nuevo régimen. La Santa H erm andad consta de dos jornadas divididas en cuadros (tres, la primera y cuatro, la segunda); con escasa variación en los escena rios, repetido alguno, sin m ayor com plicación ornamental; no son mu chos los personajes que protagonizan la acción, ya individuales o colecti vos (grupos de guerreros): tiranos y víctimas conviven con suerte alterna a lo largo de ella, que concluye con el castigo o el triunfo de unos y otros; el tiem po histórico se sitúa en el reinado de los Reyes Católicos, a su c o m ienzo, cuando en Castilla imperaban todavía el desorden y la injusticia pero son escasas y p oco relevantes las alusiones verbales o escenográficas al respecto por lo cual no cabe referirse a la existencia de una cumplida ambientación m edieval y el título dado a la pieza resulta más bien enga ñoso puesto que la institución llamada Santa Hermandad, creación de Isa bel y Fernando con el mandato de velar por el cumplimiento de la justicia en sus reinos, es apenas aludida y siempre al paso en algunas situaciones, de ordinario refiriéndose a sus caudillos — en cuanto liberadores de Blas, en peligro de morir quemado; presuntos arrasadores del castillo de Foces; 26 Crítica del estreno en El Diario Vasco(San Sebastián), reproducida en el número rB (Ir939) de Vértice.
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atravesando la escena o comportándose com o una milicia ajena a las gran jerias que pudiera proporcionarles su oficio— ; sucede lo mismo con los monarcas, sumos protagonistas de una época en la historia de España p e ro que, en el drama de Marquina, com parecen sólo en breves y lejanas alusiones — la guerra de Granada; la m ención de Isabel hecha por uno de sus fieles servidores; elogiados los soberanos por otro servidor com o cau sa de la pacificación de la patria pues con su gobierno «desaparecen ban dos, se establecen uniones;/ la cruz, único altar, iris celeste, calma/ la tem pestad de las p asiones/y en el cu erp o del Reino m anda una fuerza: el alma»— . D e lo indicado se deduce que no estamos ante un nuevo drama histórico, modalidad en la que gozaba Marquina de un acreditado presti gio, sino ante cosa diferente: una tumultuosa relación familiar — herm a nos Blas y Martín, enfrentados, su madre Bárbara y Catalina, acogida por ésta com o si fuera su hija— con la que se m ezclan los también enfrentados (a muerte, en su caso) Simón de Foces, ambicioso usurpador y cruel tira no, y su cautivo Tello Girón, por él desposeído de sus dominios. La acción sirve de pretexto para reafirmar el com prom iso ideológico grato al dramaturgo Marquina quien beneficia a favor d e l mismo, trayéndolas a la actualidad española, determinadas alusiones y situaciones: cabe pensar esto ante la arremetida contra el separatismo y la consiguiente in vocación a la unidad entre los hombres y las tierras de España que hace fray Jerónimo en el cuadro III de la primera jornada. Aldeas secas y entre ellas / ningún aire de hermandad; / las almas, atando vuelos / a la corteza del pan; cada cual atento a sí, / ninguno a lo comunal; / los p edazos de una España / que no acaban de encajar / ¡Y, oro de inútiles su e ños, / la miel en el roquedal!
A los jovencísimos J o sé V ic e n t e P u e n t e y Jesú s M a r ía d e A r o z a m e n a los proclamaba así Jorge Claramunt, prologuista de su o b r a ,27 al igual que su antiguo profesor de literatura en el bachillerato, el jesuíta Alberto Risco, una «revelación literaria» y a Mari-Dolor, una muestra clara y relevante de «literatura de auténtica vanguardia». No había ciertamente para tanto por que esta acción histórica en prosa (pese a los «siete romances» del subtítu lo) se limita a presentar, en torno a la mujer llamada Mari-Dolor, víctima propiciatoria de varias desgracias familiares, otros personajes y situacio nes localizadas en Navarra, desde 1835 a I^75, y motivadas por las guerras carlistas, y ni en la técnica ni en la expresión cabe apreciar señales ciertas de innovación o vanguardia. 27 Mari-Dolor se publicó en 1937 (San Sebastián, Editorial Española) y recoge además de este p ró lo go y de un a carta del Padre Risco, varios «juicios de la prensa», m eras gacetillas del estreno.
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A n t o n i o Q u i n t e r o , co m ed iógrafo de éxito un día y para p ú b licos p o co exigentes, colaborador de Pascual Guillén o de Rafael de León, a algunos de cuyos textos puso m úsica el maestro Quiroga, fue autor en solitario de M i herm ana Concha, estrenada en Sevilla, teatro San Fer nando el 3-IV-1937, por Carmen Díaz. Su tono y asunto recuerdan a Arni ches, en particular la regocijante serie de sus «frescos» ya que el protago nista de esta com ed ia es un in dividuo casado que se h ace pasar p or soltero, convirtiendo a la esposa en su herm ana y sus presuntas conquis tas, asunto de la obra, dan lu gar a situaciones divertidas y a diálogos ocurrentes.
Cabría situar La mejor reina de España (1939), debida a Luis R osales y Luis F e lip e V ivan co y subtitulada «figuración dramática en un p rólogo y tres actos en verso y en prosa», dentro del llamado teatro histórico — por el asunto— , poético — por la forma de expresión adoptada: el verso, aunque Rosales y Vivanco utilizan también la prosa con frecuente ritmo versal o similicadencia— y de intención política — a favor de circunstancias españo las actualísimas— , agrupable, por tanto, con Pemán, Marquina, Mariano Tomás e incluso (según Zamarreño) con Lorca, en su M ariana Pineda. ¿Podríamos acusar a los autores de oportunistas en cuanto aprovechan el fervor sentido entonces por los Reyes Católicos (Isabel, preferentemente) com o muestran artículos, conferencias y libros — caso, v.g., del marqués de Lozoya, Juan Dom ínguez Berrueta, Antonio Veredas Rodríguez (autor de un libro sobre el príncipe D on Juan) más la traducción por Alberto de Mestas de la obra de William Thomas Walsh sobre la Reina?— . Su obra es tá igualmente llena de fervor hacia la protagonista cuya apoteosis com ien za ya en el mismo título. Los autores han elegido unos cuantos hechos en la vida de Isabel co m o núcleos en torno a los cuales converge la acción que pasa en lugarçs m uy diversos y en distintos tiempos, a saber: una plaza de Segovia, rei nando todavía Juan II — prólogo— ; castillo de Madrigal, residencia provi sional de la Princesa, traída y llevada de sus partidarios y hostiles, a la ca b eza de estos últim os Enrique IV, ya rey, «que tiene decid id o su prendimiento — cuadro primero del acto I— ; casa de d o n ju á n de Vivero, en Valladolid, donde com parecen don Gutierre de Cárdenas y el arzobis po Carrillo, que rinden pleitesía a Isabel, y, finalmente, don Fernando, su prom etido — cuadro segundo de ídem — ; la catedral de Sevilla, donde el cardenal M endoza, su arzobispo, proclam a el triunfo de la unidad de los súbditos de la Reina puesto que olvidadas quedan las discordias de tiem po atrás, proclam ación a la que entusiásticamente asiste el Pueblo — cua dro primero del acto II— . D e él se salta en el espacio al campamento de
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los cristianos que cercan Granada y a 1491, en el tiempo — cuadro segun do de ídem — . En los dos cuadros del tercer acto y finales de la obra asis timos a una sustitución de la épica y la política por la intimidad de Isabel y los suyos: el castillo de Valencia de Alcántara sirve de escenario (cuadro primero) para la conversación entre la reina y su hija, la princesa Isabel, viuda reciente — «estoy sin nom bre yo, y hasta mis lágrimas han m uer to»— ; dolores no solamente físicos debilitan ahora y debilitarán hasta su muerte el ánimo de la soberana que ha de arrostrar penas com o la muer te (1497) del príncipe heredero, m encionado sólo al paso, y la desatenta da locura de amor de doña Juana que protagoniza con su madre la des garradora escena séptim a del cuadro segun do, uno de los m om entos culminantes y mejores de la obra, seguido por una brevísima escena (o c tava y última) de m uy escasas palabras pero de gran expresividad en las tres acotaciones que encierra. Lo que pudiera llamarse el caso Isabel, situado temporalmente desde años anteriores a su reinado hasta casi sus postrimerías, posee en ciertos m om entos relativo parecido con circunstancias españolas recientísimas, simultáneas incluso a la com posición de la obra, así por ejemplo: la exal tación de la Linidad de los españoles que llevará a la existencia (en pala bras de Isabel) de «un trono fuerte» cuando «antes, érais todos com o jauría sin atraillar» y cuya necesidad reconocían personajes tan com unes com o Esperanza, dama de la reina, o el joven soldado García. Pienso que seme jante intención aleccionadora no constituye lastre alguno para la dignidad literaria de la obra. Los autores muestran en ella su respeto a la historia tanto en el carácter y sucesión de los acontecimientos com o en lo que se refiere a los perso najes mayores y menores. Es frecuente la intercalación de textos tomados a préstamo: romances, canciones, coplas, ejem plo de culturalismo e intertextualidad, lo que proporciona al conjunto en el que se integran un tono más lírico que dramático en determinadas situaciones; los tiempos de des gobierno que atraviesa Castilla bajo Juan II y Enrique IV son pretexto para la aparición de un Juglar que «templa su instrumento y canta» una de las Coplas de M ingo Revulgo así com o, más adelante (asedio de Granada), cuya conquista se siente próxima, lleva al recuerdo de la de Alhama y a la recitación cantada del rom ance «¡Ay de mi Alhama!» Abundando en esta deuda literaria cabría referirse a las maldiciones proferidas por el Soldado primero (cuadro segundo acto I) al estilo de otras leídas en el Arcipreste de Talavera o en La Celestina. Así la prosa com o el verso — variedad de metros y de agrupaciones estróficas— , tratados más que correctamente por los autores, ofrecen frecuencia de comparaciones, em bellecedoras y nada tópicas pues los términos relacionados se distinguen tanto por su no vedad como por su justeza — de signo amoroso, quizá las más brillantes— ,
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alcanzando incluso a las acotaciones que no han de considerarse añadido irrelevante.28 El relativo renom bre de qu e gozab a el hellinense M a r i a n o T o m á s (1890-1957) viene de antes de la guerra civil: colaborador de ABC, su co rresponsal en Viena, prem io «Mariano de Cavia» 1933 y, también, novelista, poeta, dramaturgo y biógrafo. La guerra civil la pasó primeramente en Ma drid y fueron unos meses, hasta m ayo de 1937, llenos de peligro y de terror puesto que ningún espanto [entonces] por encim a del que nos despertaba el ruido de un m otor en la noche, de una portezuela que se cerraba con violencia bajo nues tros balcones, y el timbre de la puerta, a cualquier hora, era el más acerado cu chillo que se pudiera clavar en nuestro pecho,
tal com o recordaría el interesado al p oco de su liberación. Entró en la zo na nacional el 18 de m ayo y se estableció en Burgos, adscrito a la D elega ción de Prensa y Propaganda, primero, y al ministerio de Orden Público, después; con em pleos oficiales estuvo unos siete meses en Salamanca y fruto de esa estancia fue su novela La niña de plata y oro. Sanz y Díaz informa de que la compañía teatral Gaseó-Granada: ha escuchado en Valladolid la lectura de una com edia dramática en tres actos y en verso, de ese poeta exquisito y gran escritor que es Mariano Tomás, la co media, bella y oportunísim a será estrenada en Sevilla o Salamanca en breve, com o broche final de la actuación de aquellos artistas en las ciudades del G ua dalquivir o del Tormes;
lo fue en San Sebastián y por la compañía de Rafael Rivelles, teatro Princi pal, día 22 de enero de 1939, y la pieza (una comedia dramática), en tres ac tos y cuatro cuadros, en verso, se titula Garcilaso de la Vega. La elección del poeta toledano y soldado del Emperador com o protagonista neto creo se debe a que insiste con ella el autor en su dedicación al teatro histórico en verso, de la que es muestra su Santa Isabel de España, estrenada y bien acogida antes de 1936, compañera en cierto modo de las obras debidas coe táneamente a Eduardo Marquina ( Teresa de Jesús) y a José María Pemán {El divino im paciente y Cisneros), tendencia reforzada en y tras la con tienda por la exaltación entonces operada de la España Imperial. La ac ción de los actos primero y segundo, sentimental o amorosa, sucede en N ápoles y muestra a un protagonista cum plido cortesano, enam orado y 28 La mejor reina de España está dedicada «A Pilar Primo de Rivera, a quien debem os la creación d e esta obra», que no fue estrenada.
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galante; en el acto tercero se traslada a las cercanías de Niza donde, de acuerdo con la historia real y conocida, Garcilaso es mortalmente herido en combate y muere acom pañado por su amigo el marqués de Lombay y una misteriosa dama encubierta que llega a la estancia y resulta ser la ama da napolitana Violante de San Severino. Una versificación correcta, bri llante y variada — el autor utiliza redondillas, quintillas, romances, terce tos e, incluso, versos del poeta pLiestos en boca del protagonista — de reconocible prosapia modernista, sirve de envoltura a un asunto histórico — vicisitudes de un caballero español de la época de Carlos V— aprove chado a veces para exaltaciones y paralelismos respecto a la realidad es pañola de aquellos días. El com ediógrafo A d o l f o T o r r a d o (1904-1958), que tanto éxito obten dría durante los años 40, compitiendo con un Benavente ya en claro decli ve, se había iniciado antes de la guerra civil con obras en colaboración tan aplaudidas com o D ueña y señora y La Papirusa; durante los años de la contienda, instalado en la zona nacional, su actividad continuaría estre nando dos comedias: El beso de madrugada (Sevilla, teatro Cervantes, 21 de abril de 1938, por la compañía Gaseó-Granada) y Elfam oso Carballeira (Sevilla, teatro Cervantes, 5 de enero de 1939, por la compañía Bassó-Navarro), Lina y otra con «felicísima acogida». Los tres actos de El beso... pasan en una quinta situada en las afueras de Madrid y, más reducidamente, en un «salón m uy m oderno y elegante» de ella, protagonizada la acción por dieciocho personajes (diez femeninos y ocho masculinos), maduros y más jóvenes, pertenecientes a una burguesía acomodada entre quienes destaca por su condición nobiliaria Diego, conde de San Mauricio. La historia base tiene un marcado carácter sentimental, con desenlace feliz — triunfo de los que podríamos considerar «buenos», Ánge les a su frente— después de una trama complicadamente tópica y más bien irrelevante, con alguna alusión de circunstancias y toques de humor no muy originales ni graciosos, de ordinario a cargo de Aguilar, un charlatán incapaz de gLiardar los secretos que se le confían. Para secreto vale la relación que encubiertamente se traen Diego y Mercedes al margen de Ángeles, la espo sa de Diego, qvie, descubierta casualmente y más por sospechas que por pruebas fehacientes, deshace los proyectos a d ú lte ro s que ambos maneja b a n y d e v u e lv e al c o n d e a la n o rm a lid a d matrimonial. A b u n d a n te chismo rreo nutre los diálogos, interrumpido de cuando en vez por a lg ú n discre teo de corte benaventino — com o el parlam ento de Á n geles en el acto primero a propósito de los besos de las mujeres postergadas por sus viciosos maridos, que son los besos de «la mujer que ha sabido sufrir para vencer». Algún m ayor interés posee El fa m oso..., com edia en la qvie Torrado ha bía puesto no poca ilusión pues veía realizado su deseo de «arrancar de la
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entraña gallega un tipo popular, mariñeiro, en un ambiente elegante, aris tocrático, de pazo antiguo», com placiéndose en el contraste y oportuni dad, además, para una exaltación de la tierra natal. Entre secundarios y protagonistas son veinte (nueve mujeres y once hombres) los personajes, varios de ellos anticipadamente caracterizados por el autor en la poblada acotación introductora. D os actos (I y III) ocurren en el pazo de La Q uin tana y otro (el II) en las oficinas desde donde dirige su mucha actividad in dustrial José Carballeira, un hombre de origen modesto que se ha hecho a sí mismo y cuyo matrimonio con Beatriz, miembro de la familia noble del pazo (condes del Valle de Oro), tan venida a menos, supone una ruptura en el rutinario equilibrio de clases sociales. A semejante conflicto, que ha producido bien distintas reacciones entre las gentes del p azo y sus ami gos, vendrá a juntarse una historia sentimental entre Beatriz y su primo Jorge, novio antaño y h oy enriquecido emigrante que ha vuelto de Cuba, historia reverdecida ahora a espaldas de Carballeira. Com o en El beso de madrugada, después de com plicaciones tópicas en una trama irrelevante, llega el triunfo de los buenos, con la aceptación social y cuya felicidad cul mina con el anuncio de un futuro hijo del matrimonio. El castellano con resabios dialectales gallegos del protagonista y algunas ocurrencias pro pias de su rusticidad sin afinar constituyen el ingrediente cómico, que se junta a la risa producida por las hermanas Cuquita y Cachita, caracteriza das porque sistemáticamente cada una de ellas repite las palabras y accio nes de la otra: el personaje Encarnación ha dicho que «son dos cerebros sincronizados, el mismo postre, la misma ropa, el mismo perfume» a lo que Carballeira añade que «lo malo va a ser el día que les guste a las dos el mismo alférez provisional», única alusión existente a la guerra civil. A finales de 1936, G o n z a l o T o r r e n t e B a lle s t e r , que se encontraba en Francia al estallido de la guerra civil, embarca en Boulogne-sur-Mer rum b o a España, Vigo. En el verano del año siguiente lo encontramos en Pam plona donde hace amistad con los integrantes del grupo «Jerarquía», en cu ya revista colaborará. T iem po después se traslada a Burgos y entra a formar parte del entorno cultural y político de Dionisio Ridruejo, por en tonces encargado de los servicios nacionales de Propaganda, quien ejerce sobre él una gran influencia. G ana un prem io teatral convocado en 1938 para autos sacramentales m odernos con la obra titulada El casam iento engañoso, pieza más bien torpe e inexperta en la que se debaten, a la usanza de un auto sacramen tal, los pros y los contras de la Técnica tanto ayudadora com o esclavizadora del hombre. Un Argum entador abre marcha y presenta a los perso najes, tres en un principio: la Ciencia (que es «un cerebro pensante»), Leviathán (o el dinero, a manera de Demonio) y el Hombre, a quien aqueja
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el mal de la soledad del que desea ardientemente curarse; de este intento, conducido por Leviathán con la com plicidad de la Ciencia, nace el con flicto que, después de algunas vicisitudes negativas, concluye felizmente. Entre medias quedan·, la creación por la Ciencia de una muchacha de sin gular belleza — la Técnica— que, m ovida por Leviathán, terminará con el sosiego espiritual del Hombre, su desposado; y la sustitución de las virtu des teologales y de las llamadas «varoniles», más su inseparable la Libertad, com pañera y ayuda del Hombre, por entes deshum anizados y extraños que traen a su ánimo turbación y malestar. Con la venida del Profeta, y m erced a sus palabras, llegará el arrepentimiento del Hombre y la vuelta gozosa a lo perdido. La Iglesia avala con su presencia este retorno espiri tual y guía derechamente a los personajes ante el Sacramento para rendir tribtito de pleitesía, mientras se canta el Victimae paschali laudes. Por ese camino novedoso y arriesgado proseguirá Torrente Ballester a quien no parece importarle que la envergadura de su proyecto dramático supere su efectiva capacidad creadora; de insistencia en lo por él predica do (en el ensayo «Razón y ser de la dramática futura», número 2 de Jerar quía) puede considerarse la nueva pieza El viaje del joven Tobías (Bilbao, Ediciones Jerarquía, junio 1938) que no llegó a representarse.2? Atendien do a sus palabras de «introducción», estamos ante un «milagro representable» o una «comedia de milagros», los cuales (adelantémoslo) van a ser de cisivos en la m archa de la acción, com puesta p or «un escritor joven» y «novicio en artes de la dramática» y esto se traducirá en defectos com o ras gos de pedantería, ingenuidades e inverosim ilitudes; advierte Torrente que las «acciones vulgares» aparecen junto a los «sucesos peregrinos» y que los personajes normales se m ezclan con algunos «artificiosos», «puro sím bolo» a veces, produciéndose de este m odo situaciones de realidad y ale goría quizá no cum plidam ente resueltas: en definitiva, fruto «un p oco agraz, amargo e imperfecto», honrada y precisa estimación. Su asunto no es otro que, com o apuntan Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco, amigos del dramaturgo y loadores de su obra, «trascendida y humilde aquí se encie rra/sombra fugaz de la unidad del hombre». Más para alcanzar en Tobías el debate Alma/Cuerpo — lo cual sucede a la altura del quinto coloquio (la obra consta de siete)— se necesita convo car en la acción personajes m uy variados, de acuerdo con la diversa con dición existente entre ellos, cuyos nombres sitúan a veces al lector en pai sajes irreales o fuera de la realidad cotidiana y diríase que desde su mismo nom bre están particularm ente m arcados quienes entran en escena 11a 29 Torrente acabó de escribirla a principios de 1938 y h u b o una denuncia de la obra por herética al arzobispo de T oledo, conjurado su p osible efecto negativo gracias a la interven ción de Serrano Súñer.
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mándose, v. g., «el tímido guardián» o los integrantes de los tres coros: «de recuerdos obsesivos», «de recuerdos confusos» y «de deseos inconcretos»; hay además «el dem onio de las aguas» junto a «demonios vulgares» (un to tal de ocho) y uno y otros contribuyen eficazmente a mantener un ámbito m ágico en cuya creación ha tenido m ucho que ver la hechicería desarro llada por Sibila. A su lado se m ueven gentes de muy normal apariencia co m o los padres de Tobías y este mismo mientras no entra en relación con Azarías, disfraz del arcángel San Rafael, y su destino se desvía de lo pre visto y deseado: el cam bio operado en él, de tan radical y rápido resulta p oco convincente, inverosím il incluso. Los com ponentes m ágicos y las fuerzas de opuesto signo que traen y llevan a determinadas criaturas dan paso a un desenlace feliz para la fortuna de Tobías que vuelve con sus pa dres, tras la lejanía y la ausencia de ellos, unido en matrimonio a Sara, in cum plidos los m aleficios que se oponían y recobrada así la que diríase perdida unidad del protagonista. La expresión está a tono con la relevancia del problema abordado por el autor y en ella destacan pasajes trascendentes y otros líricos, y llama la aten ción una curiosa tendencia a los agrupamientos trimembres tanto en el diá logo dramático com o en las acotaciones. Torrente Ballester abandonaría p oco después el cultivo del teatro sustituyéndolo por la literatura narrativa. El periodista J o s é Si m ó n V a l d iv ie l s o que, establecido en San Sebas tián, colaboraba en varios periódicos de la zona nacional y fue fundador y director de «los Novelistas», una colección de novela corta, hizo ocasional mente teatro de lo cual es muestra La Chinorri, estrenada en el Cervantes de Sevilla por la compañía Bassó-Navarro, y que parece escrita para el lu cimiento de María Bassó. Com icidad y melodrama a partes iguales, pero más logrado el primer ingrediente que el segundo, en esta com edia madrileñista que hace pensar en títulos de Arniches aunque Valdivielso no pase de distraer a los espectadores. 3° 3° A lo relacionado hasta aquí podrían añadirse noticias com o la relativa a un drama en verso, «mezcla de Zorrilla, Espronceda y Walter Scott», sobre los am ores de un capitán y una monja, que M anuel de G óngora leyó a u n grupo de am igos y colegas en octubre de 1938 en San Sebastián, y nunca estrenado ni publicado, m ás algunas p iezas que n o figuran en las listas ofrecidas p o r María José Montes — La guerra española en la creación literaria {ensa yo bibliográfico), anejo núm ero 2 de «Cuadernos B ibliográficos de la G uerra de España» (U niversid ad de Madrid, 1970), pp. 63-68— e H ip ó lito E scobar — La cultura durante la guerra civil (Madrid, Alham bra, 1987)— co m o las tres siguientes: Como Dios manda, de Eusebio Q uesada García, sainete en tres actos p ublicado y estrenado en 1937; De la mesma cava (Sevilla, librería de E ulogio de las Heras, 1937), farsa de Eduardo U breva Luis qu e es una sim ple p ieza propagandística con secuencia del entusiasm o p roducido al autor p o r las charlas radiadas d el general Q u eip o d e Llano; ¡Vd qué sabe!, com edia d e José Simón Valdi vielso estrenada en el teatro Principal de San Sebastián el 29-XII-1937 p o r la com pañía de
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D e la obra dramática de Agustín de Foxá y José María Pemán se trata en los capítulos III y V, respectivamente.
B alance final Aunque se trate de un testimonio procedente de la zona republicana y formulado m uy tempranamente (data del 20 de octubre de 1936) creo que concuerda, al m enos en términos generales, con lo sucedido en la zona nacional: el grupo «Nueva Escena» declaraba en su manifiesto de presenta ción que no quiere ser el m arco de un teatro nuevo, si se le da a esta palabra el sentido frívolo, ya anacrónico que tenía en los últimos años. Nueva Escena muestra un teatro libre y hum ano, pero no de falsa especulación. La novedad de Nueva Escena surgirá precisam ente de la verdad, de la autenticidad palpitante de sus motivos.
La literatura de vanguardia (poesía, novela, teatro), en buena parte adscrita a la generación del 27, contaba con el rechazo (ya antes de julio de 1936 pero m ucho más en los años de la guerra civil) de los apasiona dos beligerantes, escritores incluidos, de uno y otro bando tal com o lo prueban fehacientem ente textos y actitudes; las novedades que pudie ran producirse no iban a ir desde lu ego por ese camino. No sucedió con el teatro de la zona nacional cosa m uy distinta pese al deseo (a mi pare cer nada más que utópico) expresado por gentes com o Pemán o Torren te Ballester; la vuelta a la tradición que suponía el m om entáneo auge, oficialm ente dirigido, del Auto Sacramental no significaba novedad sus tancial alguna. Las noticias aportadas acreditan una actividad abundante que, cual quiera sea su im portancia cualitativa, no m erece el olvido. Com pañías profesionales, que contaban entre las más conocidas antes de la contien da, pudieron ejercer libremente, com o negocio propio, su actividad pro fesional y así lo prueban sus recorridos por casi toda la zona nacional; de este m odo fue posible que en bastantes poblaciones de ella, teatralmente desasistidas de ordinario, hubiese durante los años de guerra representa ciones continuadas o m uy frecuentes lo cual era, según Pemán, conve niente y significativo de un tratamiento nuevo a las provincias:
Bassó-N avarro y que (según el anónim o cronista del sem anario Domingo, 31-ΧΠ-1937) es «un p ed a zo entrañable d e ese Madrid hum ilde y grande, sentim ental y eterno qu e en otro tiem po encarnaron la hon radez de Julián y la ternura de la señá Rita».
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Una de las posturas revolucionarias de esta España nueva ha de ser esta de devolver la fe, la consideración intelectual, a los núcleos provinciales, ilus trados, en España, por tan finas tradiciones. En nuestro gran siglo la cultura no era m ercancía estancada en unos cuantos cenáculos cortesanos. Salamanca, Sevilla, Córdoba expedían la gloria con tanto derecho com o Madrid.
Junto a estas compañías estaban las de fundación o patrocinio oficial, desde las agrupaciones universitarias hasta el Teatro Nacional de la Falan ge. Tanto unas com o otras y, claro está, los autores y sus obras de reciente com posición no solían sustraerse al clima ideológico-político-patriótico (valga esta trilogía cuyos com ponentes pueden parecer, por otra parte, uno y el mismo) lo que se advierte, v.g., en los temas tratados y en la ma nera de hacerlo, m uchas ve ce s con m arcada intención aleccionadora y proselitista; aunque resultan ser porm enores secundarios valen a este res pecto hechos com o la dedicatoria de algunas obras o la asistencia al tea tro, convertida en ocasión propicia para vítores y adhesiones, de autorida des com o Q ueipo de Llano. Caso insólito dentro de dicho clima, llamativo por la actitud evasiva que supone la elección del asunto y lugar geográfi co, es el Cui-Ping-Sing, de Foxá, autor de activa militancia, sin embargo, en su obra literaria de estos años. El repertorio reunido en apartados anteriores ilustra sobre las especies dramáticas cultivadas, tenem os así: un teatro de combate o abiertamente militante ·— también podríamos llamarlo de «urgencia», en razón de su efim ereidad y brevedad— , com o es el caso de los romances dialogados de Rafael Duyos, con su tono apologético, exaltador de hechos y de personas, y el de las piezas de Joaquín Pérez Madrigal, ejemplo — Miaja defiende la Villa y rinde culto a Zorrilla o el diálogo de la pareja Celipe-Paloma— 31 de humor de brocha gorda y burda politización; comedias diversas en asunto e intención, desde las madrileñistas con sabor a Arniches y las sentimenta les de feliz desenlace, unas y otras de acuerdo con lo más tópico de la es pecie, hasta la pieza que (com o Almoneda, de Pemán) alecciona a los es pectadores. Tam bién la Historia sirve de respaldo argumentai y a tal dirección pertenecen recreaciones com o la de las guerras carlistas en Mari-Dolor, de Puente y Arozamena, y la de Garcilaso — en Garcilaso de la Vega, de Mariano Tomás— o la de la Reina Católica por Rosales y Yivanco. Autores que ya eran conocidos com o dramaturgos — digam os Pem án o Luca de Tena— junto a los que em pezaban com o tales, caso de Agustín de Foxá, más aquellos que com enzaron por el teatro su carrera literaria — José Vicente Puente, G onzalo Torrente Ballester— , y de generaciones y
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Pueden leerse (pp. 278-286 y 293-300, respectivamente) en su libro El miliciano Remi
gio pa la guerra es un prodigio (Ávila, Sigirano Díaz, 1937).
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estéticas diferentes. Algunas obras serían publicadas a su estreno o p oco después, en volum en suelto o dentro de colección; la crítica de los estre nos estaba en manos de redactores de periódicos, no especialm ente d oc tos en el género, que firmaban sus gacetillas con iniciales o las dejaban anónimas, salvo casos com o el de Melchor Fernández Almagro en El D ia rio Vasco. Concluida la guerra diríase que las aguas del teatro vuelven a su cauce y la temporada 1939-40 se abre con las compañías instaladas en locales de Madrid, lo mismo que los autores, tanto los que habían vivido en la zona nacional com o los rescatados de la republicana: Joaquín Álvarez Quintero y Benavente, que trataría de congraciarse por sus declaraciones valencia nas, dictadas según él por miedo, con el estreno (1940) de la intencionada sátira («comedia aristofanesca», la subtitula el autor) Aves y pájaros, más los incorporados desde el extranjero — Arniches, Azorín— ,32
32 Y a en la p az y en Madrid, a la altura de agosto de 1939, Luis E scobar era jefe del D e partam ento N acional de Teatro y com o tal firma un breve texto en el núm ero 25 de Vértice que es una arremetida contra el realism o en el teatro y la p roclam ación de que éste p o see su p ropia realidad, co m o m un do aparte qu e es, en cuanto a tiem po y espacio.
Capítulo IX LA CORTE DE LOS POETAS
A la vista de lo sucedido en uno y otro bando beligerante creo que podría hablarse de una especie de multitudinaria m ovilización de la Poesía con motivo de la contienda: poetas profesionales y muchedumbre de improvi sados, con más entusiasmo que capacidad estos últimos, se aprestaron a la tarea creadora en libros, folletos, páginas y secciones de diarios y revistas, conjunto del que, a la hora de la verdad, puede salvarse bien poco. Su vo z poética — tal com o ocurrió en otros géneros literarios— clamaba indigna da y denostadora contra el enem igo y se convertía entonces en insLilto y panfleto o, contrariamente, resultaba exaltadora y apologética de hechos y gentes del cam po ideológico profesado por el poeta, no menos panfletario ahora; diríase, pues, que no hubo entonces poetas neutrales y sí, e x clusivam ente casi, poetas comprometidos: Antonio Machado, por ejem plo, celebraría a Lister com o «español indomable, puño fuerte», en tanto su herm ano Manuel, en otro soneto, invocó a Franco com o «caudillo de la nueva Reconquista,/Señor de España». M ovilización cuantitativamente exitosa com o si respondiera al decir joseantoniano de que «a los pueblos no los han m ovido minea más que los poetas» pero conviene advertir que hubo tam bién poem as con otro asunto que el bélico-político y algunos poetas que com o Carlos Rodríguez Spiteri (1911-2001) con el libro Los rei nos de la secreta esperanza (Málaga, 1938) o Á n gel Sevillano, autor de O amor, o mar, o vento e outrosgozos (Vigo, 1938) se mantuvieron al margen de las inmediatas circunstancias españolas.1 1 Trata de docum entar sem ejante excep cion alidad en poetas de u n o y otro bando beli gerante con ejem plos do n d e el lector no encontrará «apologías d e la m uerte, la destrucción
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a n t o l o g ía s d e la p o e s ía n a c io n a l
Interés documental no desdeñable más que excelencia poética tienen tres antologías aparecidas en 1939 que recogen buen número de poemas, bélicos casi todos, com puestos en la zona nacional: Lira Bélica. (Antolo gía de los poetas y la guerra), por José Sanz y Díaz; Cancionero de la G ue rra. .., debido a José Montero Alonso; y Antología poética del Alzamiento, 1936-1939. Poetas delLmperio, dispuesta por Jorge Villén. Un mismo propó sito anima a sus recopiladores: reunir un material que juzgan valioso testi m onio de un acontecimiento histórico y de un extendido entusiasmo p a triótico, y cLiya conservación puede importar para el futuro; entre treinta y cuarenta nombres hay en cada uno de tales florilegios, y la repetición de poetas y de poem as seleccionados diríase inevitable. Son conscientes los antólogos de que, dejando a un lado el renombre de algunos poetas — ca so de Manuel Machado, Marquina o Pemán— y el mérito de ciertos p o e mas, resulta prematuro ir más allá en las opiniones valoradoras pues para ello hace falta (según Sanz y Díaz) «que las aguas agitadas se aquieten» pa ra que aparezcan «los grandes cantores de esta magna Cruzada». Si bien al gunos de los poemas elegidos pertenecen a libros publicados o en curso de publicación, la mayoría de los mismos había visto la luz primeramente en diarios com o el A B C sevillano y revistas com o Vértice donde solían co laborar sus autores. El Cancionero de la Guerra... acopiado por Montero Alonso, conocido periodista madrileño, acabó de imprimiese en Madrid en octubre de 1939, «Año de la Victoria», a cargo de las m uy activas Ediciones Españolas; orde nados alfabéticamente figuran en el mismo 31 poetas con 79 com posicio nes y ofrece, sobre sus otras dos compañeras, la nota distintiva de que In cluye poem as debidos a gentes que pasaron la guerra en la capital de España — perseguidas, escondidas, asiladas en em bajadas— y durante ese tiempo o inmediatamente después de la liberación escribieron versos de asunto bélico, celebrando a sus libertadores o arremetiendo contra el enem igo que les había convertido en sus víctimas — es el caso de Fernán dez Ardavín, Carrere o Félix Cuquerella— , lo cual supone un cierto en sanchamiento temático. Exaltación y condena son los asuntos generales claramente dominantes: registro a este respecto las excepciones de Emi lio Carrere y Rafael Laínez Alcalá que en algún momento de algún poem a
o el odio; ni de la ven ganza, las cárceles o el exterminio; ni de la p ersecución im placable o de las violencias ciegas», G o n zalo Santonja en Todo en el aire. Versos sin enemigo. Antolo gía insólita de lapoesía durante la guerra incivil española (G alaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, Barcelona, 1997).
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invocan el perdón para los vencidos. Otra nota distintiva, relativa ésta a la forma, es la inclusión — a cargo de Tomás Borrás y Luis Antonio de Vega— de poem as en prosa: dos sonetos del primero y cuatro com posiciones del segundo («falsos poem as árabes» los llama), que se parecen m uy p oco o nada a la especie ambigua entre verso y prosa cultivada en su día por al gunos escritores modernistas; extraña dentro de un conjunto ajustado a la métrica tradicional en cuyo uso abundan los versos octosílabos y endeca sílabos, los rom ances y los sonetos. Apenas h ay revelación de nom bres nuevos y jóvenes y las presentaciones de los antologados parecen escritas a vuela pluma y resultan insuficientemente informativas y valoradoras.2 En el «prólogo-ensayo» con que se abre Lira bélica,.. Sanz y Díaz, su an tologo además de periodista y narrador, hace al paso algunas indicaciones que trasmiten más bien desconfianza acerca del rigor que pudo presidir su preparación, así cuando concede excesiva cantidad de páginas para la in serción de poem as debidos a un tropel de aficionados dispuestos a mani festarse com o tales — «espontáneos de todas las clases sociales, los jó ve nes y los viejos, los obreros y los universitarios, dando a las com posiciones de todos los géneros, buenas y malas, pero siempre hondamente sentidas y bien intencionadas»— , ben evolen cia que introduce confusión para el lector, reiterada en otros pasajes del mismo donde se revela que el antolo go ha trabajado con el material que «el azar de la lectura fue trayendo a nuestra mesa» y de este m odo permitió la entrada de «composiciones car gadas de fe y de intensidad dramática, algunas febles en cuanto a valor li terario», juego de preferencia a todas luces equivocado. Es de las tres la an tología más nutrida: 63 poetas, con un total de 90 poem as, la más desordenada — ni siquiera echa m ano Sanz y D íaz del recurso alfabéti co— , carente de referencias sobre los incluidos entre los cuales predom i nan los espontáneos desconocidos quienes, ni en los asuntos abordados, ni en su tratamiento m aniqueo ni formalmente brindan algún detalle que rompa su inanidad estética. El antologo, sabedor de ello, se disculpa ante los lectores ahidiendo (en la página 11 y última de dicho prólogo ) a que «ni el tiempo ni nuestros deberes militares nos dejaron revolver colecciones, hojear periódicos, solicitar envíos y tener una visión más amplia». A ccion es de guerra com o la batalla de Teruel con pérdida y recon quista de la ciudad por las tropas nacionales, figuras de este bando — co m o Franco y Onésim o Redondo— , invocaciones a la historia gloriosa de 2 D iscrepo de la favorable opinión que esta antología m ereció d el crítico Nicolás G o n zález Ruiz (La Novela del Sábado, Madrid, ns 31,16-XII-1939, p p . 114-115) para quien «la abun dancia de com p osicion es de calidad es tanta en este libro qu e bien p u ed e considerársele co m o un acontecim iento literario de no p eq u eñ o valor. M ontero ha h e ch o m uy bien en p u blicar esta antología [...] en ella se encuentran algunas joyas de los m aestros ya consagra dos y otras valiosísim as de la prom etedora gen eración joven».
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España, episodios de amor y de heroísm o son los argumentos más insisti dos; de acuerdo con ese argum entarlo v a la form a m étrica elegida: ro m ances y sonetos, preferentemente; heptasílabos, octosílabos y endeca sílabos junto a alguna muestra de versos alejandrinos, poem as en tercetos y hasta un ejem plo de cuaderna vía. Junto a los héroes y los mártires, en salzados siempre y siem pre nacionales, encontramos frecuentes y deni gradoras m enciones y alusiones al enem igo, respuesta a su odio y cruel dad: hordas, «turba cobarde y malvada», asesinos e insultos por el estilo; frente a este cúmulo, llama la atención el rom ance «Pasa una niña...», de Eduardo Marquina quien, por encim a de las banderías presentes y p en sando limpiamente en el futuro, se dirige a la niña para decirle (y decírse lo tam bién al lector): »No m e im porta de qué nube/te desprendiste al caer,/si fue blanca, si fue roja » .3 Jorge Villén, a quien se debe la Antología poética del Alzamiento, 19361939, publicada en Cádiz por Cerón, primavera de 1939, era (según Eusebio Ferrer) «un joven abogado con el que compartía [Pemán] inquietudes so ciales y culturales. Pemán y Villén pronto llegaron a un acuerdo y antes de que pudiera darse cuenta ya estaba escribiendo el borrador de dos cartas. Generalm ente el secretario perm anecía en Cádiz, solamente le acom pa ñaba si el viaje debía prolongarse, especialm ente cuando iba a Burgos pa ra tratar temas con la Junta [Técnica del Estado]». A Pemán, que sin duda le ayudó eficazm ente en la preparación, dedicó Villén su trabajo con estas palabras: «A José María Pemán, poeta alférez, que siente, canta y vive la nueva Epopeya Nacional»; trabajo el suyo bastante parecido al de sus otros dos colegas en género y tema, ofrece alguna nota diferenciadora com o la noticia, no siempre completa, acerca de la procedencia de bastantes com posiciones y la inclusión de algunas debidas a autores extranjeros: caso dp los franceses Camille Pitollet, conocido hispanista que se relacionó con M enéndez Pelayo, biógrafo de Blasco Ibáñez y autor ahora del rom ance «¡Salve, España!» (ne 32, julio 1938, de la revista parisina La Phalange), a ma nera de plegaria por nuestra patria para la que el autor solicita la ayuda de personajes históricos com o el Cid, santos y reyes españoles, más Santiago y la Virgen del Pilar, cerrando con siete versos de «envío» a Franco, y todo ello en un tono increíblemente exaltado; Paul Claudel, en traducción de Jor ge Guillén 4 y Armand Godoy, autor del soneto «¡Franco!, ¡Franco!, ¡Franco!», 3 Aparte las obligaciones militares, Sanz y D íaz escribió y p u blicó bastante durante estos años, repartidos editorialm ente entre V igo (editorial Cartel) y Valladolid (editorial Santarén, que sacó su Lira bélica). 4 Su entrada bibliográfica es la siguiente: Paul Claudel, A los mártires españoles. Versión esp añola de Jorge Guillen. Secretaría de Ediciones de la Falange, 1937, Sevilla, 14 páginas. C om o «acto de plum a sometida» consideraba G uillen en 1964 (carta al hispanista J. Lechner) su traducción del p oem a claudelíano: «antes de salir de la Península m e vi obligado a p o n er
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que se ofrece en francés y en español (folleto «Grasset», 1938, aparecido en Mayenne), menos exaltado que Pitollet. Junto a ello, dos hispanoamerica nos : Augusto Santamaría y Felipe Sassone y dos españoles residentes en países de Hispanoamérica desde donde proclaman su adhesión a la causa nacional — José María Souvirón, en Chile, y Ginés de Albareda, en Vene zuela— . Tales inclusiones suponen una n o ved ad digam os exótica qu e amplía el censo de antologados, 39 en total con 68 com posiciones más 11 anónimas; la ordenación va hecha de acuerdo con las pautas temáticas fi jadas por Villén, siete secciones o «Cantos» donde entran «los distintos m o tivos que inspiraron a nuestros poetas», a saber: «Cantos de España», «Can tos de los episodios gloriosos», «Cantos de dolor de España», «Cantos de los combatientes», «Cantos de los caídos», «Cantos de los héroes y mártires», «Héroes de romance» y «Cantos del Caudillo», agrupaciones muy subjetivas y, a menudo, confusas. Ni en cuanto a los asuntos abordados, de envergadura y extensión har to desigual y donde conviven lo colectivo y lo individual, con el maniqLieísmo consabido que favorece a los unos — el bando nacional— tanto com o escarnece a los otros — el bando republicano— ; ni en lo que atañe a aspectos form ales — «han predom inado las formas clásicas: rom ances y romancillos, con resonancias lorquianas (25), sonetos (7), décimas, otras estrofas (20)— registro novedades en relación con sus dos colegas antólogos. Quizá tam poco las haya, destacadamente al menos, en el capítulo de los poetas seleccionados pese a que Villén se refiere en el prólogo a que «ha surgido la juventud poética, que por las primicias que conocemos» da motivo para la esperanza; si acaso, y ello en virtud del asesoramiento de Pem án y de la residencia habitual del antologo, cabría destacar la abun dancia de nombres andaluces: 13 sobre 39, un tercio del conjunto.
O
t r o s d o s l ib r o s c o l e c t i v o s
Coetáneos de las tres antologías de 1939 son otros dos volúm enes c o lectivos m uy directamente vinculados a la inmediata circtinstancia político-bélica española y cuyos autores pertenecen de lleno al grem io de los poetas o figuran com o ocasionales integrantes del mismo: se trata de Los versos del combatiente, que firma José R. Camacho, sargento de morteros
en español un p oem a de Claudel. Son p áginas sin derecho a figurar en una posible co lec ción de mis textos, p o rqu e no es m ío y no reco n ozco co m o m ío más que lo firmado libre m ente p o r mí». ¿Cabe aceptar la insinuación de D ám aso Santos al respecto (p. 237 De la tur ba gentil... y de los nombres, B arcelo n a, Planeta, 1987): «seguram ente le serviría [esa traducción a Guillén] para abandonar su incóm oda situación antes de acabar la guerra»?
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según se consigna en la cubierta (Ediciones Arriba, 1938) y de la Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera (Barcelona, Ediciones Jerarquía, 1939). Se repiten varios colaboradores de uno y otro y, habida cuenta de su nómina completa, puede afirmarse que estamos ante la pla na mayor poética del Falangismo. El mencionado sargento de morteros respondía al nombre de José Ro sales Camacho, era un jefe de la Falange granadina y miembro de la fami lia de los Rosales; se prestó a colaborar con la cesión de su nombre en una iniciativa literaria proyectada por algunos camaradas y amigos de su her m ano Luís, el poeta de Abril. Con el patrocinio oficial se hizo una abun dante tirada para ser repartida en los frentes. Poesía de guerra, relativa a diversos momentos de la vida de trinchera, más los consabidos homenajes a Franco y a José Antonio, y la exaltación de algunos hechos bélicos — co m o la gesta del cuartel de Simancas (Gijón) o la llegada al Mediterráneo de las tropas nacionales— ; no hay en estos poemas, breves y sencillos, com o canciones neopopulares a veces, la acostumbrada execración del enemi go. El militar José Rosales com puso únicamente los seis versos del poem a «Presentes en nuestro afán» (na 8 del conjunto) y hoy sabemos que el libro (librito, mejor) era un encargo hecho en Burgos por Dionisio Ridruejo, en tonces jefe del Servicio de Propaganda, a los poetas residentes en la ciu dad o que pasaban por ella con alguna frecuencia, todos amigos suyos, para que llegase a los combatientes una muestra poética distinta a la p o e sía topiquera y mediocre al uso; el peso del encargo recayó, sobre todo, en Luis Rosales, Vivanco, Manuel M achado y Pemán y se tienen dudas acerca de la colaboración de Foxá, Leopoldo Panero y del mismo Ridruejo.? Mé tricamente hablando predomina el romance y el verso octosílabo; hay una décima y ningún soneto junto a casos de pie quebrado, cuartetas, seguidi llas, redondillas y soleares. Con menor variedad métrica — solamente sonetos— y ostensible engolam iento expresivo (han sido llam ados sonetos conceptistas) algunos de los colaboradores de Los versos del combatiente lo fueron también de otro volum en colectivo de patrocinio oficial, Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera, 32 páginas abiertas con una inscripción latina: «Hanc lavro viridi consertam svme coronam: marmor habebit, ehev, qvam tibi texit amor», debida a Antonio Tovar, que da paso a veinticinco 5 Entre el jesuíta Gabriel María Verd («Nuevas p oesías de Manuel M achado, Pemán, Ro sales, V iv a n co y Pan ero. Los versos del combatiente·', Letras de Deusto, U n iversidad de D eusto, vol. XVII, na 39, septiem bre-diciem bre 1987, pp. 5-42) y Félix G rande (La calumnia.
De cómo a Luis Rosales, por defender a Federico García Lorca, lo persiguieron hasta la muerte, Madrid, M ondadori, 1987) hicieron la identificación, no com pleta y n o siem pre d e finitiva, d e autores y poem as del libro, p ublicado p o r la D elegación N acional de Prensa y P ropaganda de FET y de las JONS y cu yo precio era una peseta.
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com posiciones obra de otros tantos poetas mayores y menores en edad y renombre, cuidadosos de la forma y difíciles en la expresión, distinguidos por su adhesión política a la persona homenajeada y esto cuando, hecha pública ya la noticia por fusilamiento en la cárcel de Alicante, el mito del Ausente tocaba a su fin; antes y después de ella se mantuvo viva la seduc ción de su figtira com o asunto literario y fue abundante el número de ver sos que se le d ed icaron — de ordinario, tópicos en la exaltación de José Antonio y, asimismo, en la condena de sus enemigos asesinos— ; con tales versos podrían formarse unas cuantas coronas más a cargo de menos ilus tres pero no menos fervorosos celebradores. Dispuestos en orden alfabético, desde Ignacio Agustí hasta Luis Felipe V ivan co — m odernistas y novecentistas (M anuel M achado, Marquina, D O r s ), miembros de la generación del 27 (Gerardo D iego y los andaluces com o Pemán, Pedro Pérez Clotet o Adriano del Valle), de la del 36 (Rosa les, Vivanco, Leopoldo Panero) y otros varios (díganse Alvaro Cunqueiro, Félix Ros o Alfonso Moreno)— , queda eliminada cualquier otra relación interna que pudiera establecerse entre ellos, bastante parecidos en este caso unos a otros. El unánime em pleo del soneto responde quizá a una in dicación directora animada por un deseo de hom ogeneidad y de breve dad en las colaboraciones adscribiéndose, por otra parte, a la tendencia que algún crítico denominara «el retorno a la estrofa». Impecables por fue ra tales sonetos y más bien vacíos y palabreros en el contenido donde con frecuencia la exaltación del protagonista se diluye o dificulta en un re vuelto mar de palabras y expresiones a m enudo p oco ajustadas; Herrera, Q uevedo, el Génesis son en manos de Vivanco, Lain y D O r s respectiva mente, referencias culturalistas esgrimidas junto a elementos de la natura leza com o el mar o las palmeras para realzar la figura de José Antonio, que fuera «doncel de España», «vida clara,/sublime entendimiento, ánimo fuer te» o «cisne esbelto».
A lgo
d e p r e c e p t iv a p o é t i c a
Fueron bastantes más de los recontados por Natalia Calamai los libros de verso aparecidos durante la contienda en la zona nacional, donde abundan igualmente las publicaciones periódicas de vario tipo que inser tan en sus páginas poem as anónimos y de autores desconocidos que can taban hechos y gentes de la guerra. Junto a esos aficionados figuran p o e tas com o Manuel Machado, Gerardo Diego, Manuel de Góngora, Foxá, o m uy recientemente incorporados — caso de Alvaro Cunqueiro y José Ma ría Castroviejo— ; la actitud de José María Pemán fue de completa y decidi da militancia pues desem peñó desde el com ienzo de la contienda puestos
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de responsabilidad, cum plió tareas académicas, escribió para los periódi cos, conferenció y mitineó en la retaguardia, arengó a los soldados en sus visitas al frente y com puso el Poem a de la bestia y el ángel. Estamos ante un proceso m ovilizador de la poesía en el cual participan poetas m oder nistas y epígonos del Modernismo, miembros de las generaciones del 27 y del 36, algunas gentes que considero com o independientes dada su difícil situación o adscripción. Pero téngase presente que cantidad y calidad no son la misma cosa y considero que el contraste que pudiera establecerse entre las setenta y cinco entradas de la bibliografía republicana que docu menta Salaün (La poesía de la guerra de España) y las casi doscientas que maneja Santonja6 nada dice a favor o en contra de méritos poéticos dentro de un reprobable juego comparativo pues p oco más hacen que confirmar la evidencia de estas palabras de Luis Cernuda :7 Durante los años de la guerra civil hubo excesivo acopio de versos, tanto de un lado como de otro; y aunque la consigna fuera ‘cantar al pueblo’ de un lado, y de otro ‘cantar la causa’, ni unos cantos ni otros, productos de ambas consignas (era inevitable), sobrevivieron al conflicto. Por lo que atañe a la zona nacional, la publicación de esos volúm enes se hace en imprentas y editoriales de provincias, p oco menos que im pro visadas algunas pues no era editar libros su trabajo habitual lo que arrastra deficiencias de tipo material; a ello debe añadirse la escasez de papel eíi ocasiones, la falta de un público lector abundante y con preparación por el estilo del existente en Madrid y Barcelona lo cual, consiguientemente, afecta a la cuantía de las tiradas que, salvo casos excepcionales, no solía pasar del millar de ejemplares; téngase presente además que los libros de versos no despertaban por lo general mucha atención en gacetilleros y crí ticos, ocupados preferentemente de los bélicos o políticos y su edición so lía realizarse a cargo del autor. A lgo pudieran ayudar a tan menguada di fusión los actos p úblicos y solem nes celebrados con m otivo de alguna efem éride patriótica o fiesta religiosa, asistidos por las autoridades locales — caso de Q ueipo de Llano en Sevilla— y en cuyo desarrollo figuraba, jun to a los discursos y a las obras teatrales, la lectura o el recitado de poem as más bien de circunstancias. El refrendo favorable que para un joven y p o co conocido versificador podía suponer el prólogo de un acreditado cole ga era una posibilidad anhelada y escritores com o Manuel Machado y Pe mán o, entre los eclesiásticos, el ben edictino fray Justo Pérez de Urbel padecían el asalto de los noveles a quienes acostumbraban a complacer. 6 Ob. Cit., p. 378: lista «todavía destinada a crecer». 7 Estudios sobre poesía española contemporánea (Madrid, Guadarrama, 1957), p. 230.
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Dentro de la actividad cultural contaban los certámenes literarios y los hu bo durante los tres años de la contienda para el Teatro, la Novela, el Perio dismo y, también, para la Poesía com o es el caso de Manuel de Góngora, galardonado en los Juegos Florales que convocó el Ayuntamiento de Vito ria (1938). Es precisamente en alguno de tales prólogos donde se apuntan signifi cativas opiniones acerca de la Poesía, de ámbito general unas veces y, en otras, limitadas a cuestiones más concretas com o las arremetidas contra la llamada poesía «pura» y la necesidad de que aparezca, estimulada por las circunstancias, una «nueva» poesía. De ambas se hace eco Pérez de Urbel, historiador medievalista y cultivador de la poesía en ocasiones, que deses tima la llamada «pura» cuando se escriben versos por puro deporte, versos puros, fríos, matemáticos, ajenos al palpitar de la vida colectiva, dirigidos a la inmensa minoría de los iniciados; poesía pura, en su sentir, pura jerigonza para la multitud [...] ellos han conse guido algo más todavía: la liberación de toda anécdota, la depuración de toda vulgaridad, la estilización soberana del arte.
En vez de esforzarse por entender y com prender esto com o una posi bilidad de avance e innovación, el articulista reacciona hostilmente y deri va sin porqué hacia la política: surge entonces el comunismo que «hacien do gestos de mecenas», con «sonrisas, prom esas y carantoñas» seduce a quienes Pérez de Urbel llama, un tanto despectivamente, «oficiantes de la plum a y el pincel». ¿Cómo salvarlos de semejante extravío? Advirtiéndoles, de una parte, que «han estado haciendo el ridículo y perdiendo un tiempo precioso» y, de otra, si tales «divos» o «saltimbanquis» (así los degrada el b e nedictino) quieren evitar la condenación evangélica de ser «arrojados a las tinieblas exteriores donde será el llanto y el cmjir de dientes» deben aco gerse a la unión de la verdad con la belleza de la manera que practicaron antaño sus colegas y compatriotas de la época imperial.8 Las circunstan cias españolas del momento parece que venían a dar la razón a la otra par te de su parecer, relativa a la necesidad de una «nueva» poesía, harto distin ta de la «pura» y su caracterización corre a cargo del mismo Pérez de Urbel, convertido ahora en entusiasmado prologuista del libro Rosas de Imperio (Segovia, 1939), obra del corazonista Máximo G onzález cuyas com posicio nes son testimonio de que
8 Las palabras entrecom illadas sobre la poesía «pura» están tom adas del artículo «El Arte y el Imperio», p o r fray Justo Pérez de Urbel, en la revista Jerarquía, n2 3,1938, pp. 71-92. Sin ánim o de establecer com paraciones diré que algo p o r el estilo respecto de la poesía «pura» y de sus cultivadores ocurriría en la zona republicana.
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ha florecido la poesía, la poesía auténtica, la que nace del espíritu y es porta dora del espíritu, la que no tiene otra gloria que la de ser esplendor de la ver dad y la vida. Es la poesía del Imperio que renace. ¡Qué lejos de aquel casca b e le o verbal, d e aqu ella pura refracción m etafórica, de aqu ellos fríos precipitados cerebrales que eran h ace u n lustro la ejecutoria para encaram ar se hasta las cimas del Parnaso.
(Es la misma arremetida de antes pero sin la implicación del comunis mo). Foxá, a quien cabría sup on er más inteligentem ente al tanto de la marcha de la poesía y en general del arte «nuevo», entra, sin embargo, en dicho juego opositivo y en su denostación de los poetas militantes en la zona republicana — los llama «los Homeros rojos» (artículo en ABC, 28-V!939)— aplaude una poesía surgida en la zona nacional distinguida por ser «jugosa, intuitiva, incluso con ripios y defectos, pero con piel y sangre y con misterio». Cerraré con el señalamiento hecho por Pemán, en primera línea ahora de la poesía épica — p ró lo go al libro de Antonio G utiérrez Martín, Algo más. Poesías de la cam paña (Cádiz, Cerón, 1939)— , de dos m odalidades o subgéneros producidos en la poesía nacional donde se contraponen la debida a combatientes, con más Vida que Arte, y la de re taguardia, con más Arte que Vida; en una y otra, descontada a lo que pare ce la pureza, sólo importaría el compromiso con la realidad asumido potlos versificadores. ¿Versos «imperiales» podrían ser llam ados algunos de ellos a la vista por ejemplo de libros com o el del soriano Víctor Serna, que lleva ese título? Tal piensan algunos tratadistas que, a mi juicio, exageran al calificar así com posiciones de asunto histórico donde personajes y he chos españoles pretéritos hacen acto de presencia a veces sólo en forma de alusiones al p aso .9 Testimonio de una actitud crítica respecto a la p o e sía y los poetas españoles de tiem po atrás puede ser el artículo anónim o «Gloria y reprobación de Bécquer», publicado en Haz, «revista nacional del S.[indicato] E.[spañol] Universitario]» (n213, m ayo 1939, p. 389), escrito qui zá por un estudiante de Filosofía y Letras, elogio y rechazo al mismo tiem po de la poesía del autor de las Rimas (no se hace referencia a su obra en prosa): de una parte queda «la forma poética», digna de «gloria» y, de otra, «el sentido» de sus versos, al que va dirigida la «reprobación» pues se trata de poem as presididos por la m elancolía — «una m elancolía débil p ero aplastante, y que impide la sola intención del menor esfuerzo», cosa que 9 Creo está en lo cierto D ám aso Santos cuan do afirma (p. 929 de su libro De la turba gentil...y de los nombres, Barcelona, Planeta, 1987) qu e «si se mira bien sólo en publicacio nes m enores y firm antes de ocasión o dom ingueros, o e n los espacios residuales de la exal tación política en los diarios — co m o el que m antiene terne San N icolás de Francia en He raldo de Aragón— , ap a recen eso s verso s d el Im perio d e qu e tanto hablan h o y algun os criticos».
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forzosamente desplacerá a quien com o el seuísta autor del artículo resul taría sin duda, por ideología y edad, un devoto de la acción que, sin em bargo, no lamenta (y es sorprendente que no lo haga) la falta de com pro miso del poeta con la realidad externa a él ni ataca la pureza lírica por éste practicada; algo vamos ganando respecto a los tres impugnadores teóricos que le preceden. Piénsese, igualmente, que el siglo x k y el Romanticismo, especie de bestias negras entonces m uy a propósito para descom edidas impugnaciones, no se ven afectados por ellas. Junto a semejante conside ración de la poesía becqueriana puede colocarse la estimación merecida en esos años — 1937, ahora— por la de Zorrilla, dúplice por cuanto resulta m odelo de españolismo y clasicidad y ejem plo que oponer frente a los lla m ados poetas puros o innovadores, «ininteligibles», «en busca de otras m é tricas sin belleza y sin música», que dieron finalmente en «poetas comunis tas» — así pensaba el Marqués de La Cadena, artículo «El centenario más oportuno», Heraldo de Aragón, Zaragoza, 7-III-1937. Las estimaciones críticas que acabo de ofrecer, elegidas entre otras m u chas por el estilo, resultan acordes con la com posición de una poesía que si temáticamente muestra casi unánime preferencia por la Guerra Civil co m o materia argumentai, no supone en el aspecto de la forma variedad y novedad apreciables. Tenem os así clara primacía de las formas estróficas bien definidas o cerradas com o el soneto — recuérdese de páginas atrás y com o ejem plo destacado la Corona hom enaje a José Antonio— y el ro m ance — pues no fue exclusiva republicana la avalancha de romancistas aficionados que llenó las páginas de El Mono A z u l y, mal que le pesara a Rafael Alberti, no es cierto que «el privilegio de haber enriquecido el Ro mancero corresponde íntegramente [el subrayado es mío] a la España re publicana» pues también en la España nacional hubo inflación romanceril y agentes de la misma com o Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña o Esteban Calle Iturrino se justificarían así: Siendo el rom ance la forma que más he cultivado [pues] esta clase de com posiciones, tan dentro del sentir íntimo español y tan arraigadas en la tradi ción popular, com o escape lírico de grandes acontecim ientos, de sentimien tos h on d os, o sim plem ente, co m o v e h ícu lo d e aventuras regocijantes [...] (Sanz y Ruiz de la Peña, Flor de romance, Valladolid, Ediciones Reconquista, 1 9 3 9 ,p . 10),
mientras que su colega extiende más allá de su caso personal la moda ro manceril cuando afirma (Calle Iturrino, Romancero de la guerra, Bilbao, 1938, p. 8) que expresé en el romance mis pensamientos y sentimientos espontáneamente; pa ra probar cuán hondamente calaba en las entrañas de la raza la gesta española,
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hubo en la Nacional un reverdecimiento de la forma literaria más castiza y p e culiar de nuestro pueblo.
El caso de éxito más destacado, y no precisamente por la excelencia de sus poemas, fue el de Federico de Urrutia con los Romances de la Falange eterna (1938) desde la abundante tirada (hubo una primera edición de 25.000 ejemplares, a la que siguieron varias otras más reducidas numérica mente) hasta las muchas reseñas elogiosas. El falangismo declarado ya en el mismo título con evidente exageración consiste en la sistemática y com placida adopción de unos tópicos temáticos (símbolos o mitos) — -José An tonio, el Ausente, o la novia que borda la camisa azul del combatiente— y de un léxico exaltado y no m enos convencional; la forma rom ance (para casi todos los poem as) y algunas imágenes hacen pensar en la influencia del Rom ancero gitano, tan frecuente y devastadora ya desde tiem po an tes, una plaga que alcanzó asimismo a los rom anceadores de la otra z o na.10 Primacía igualmente de los metros, octosílabos y endecasílabos a la cabeza, que son los propios de las estrofas atrás destacadas; el alejandrino le sigue, aunque a distancia, com o verso m uy apto para el tono celebratorio de los triunfos bélicos; el verso libre y el versículo (me pregunto si de impronta claudeliana en algunos casos) se integran en el repertorio versal. La m ayusculización frecuente, que es rasgo tom ado a préstamo del Mo dernismo, sirve para realzar tipográficamente determinadas palabras co mo, en el caso de Carlos García Rosales, Oviedo, heroico y mártir {1938), sucede con Cruzada, Honor, Imperio, Gloria o Triunfo. La dispersión geográfica existente en la zona nacional debida a cir cunstancias derivadas del curso de la contienda, afectó a la actividad lite raria y cultural cuyos fautores convertirían algunas capitales de provincia — digamos Burgos, Valladolid, San Sebastián, Zaragoza, Sevilla— en susti tuías de los grandes centros que fueron años antes Madrid y Barcelona. En lo que se refiere a la poesía conviene recordar los núcleos que se forma ron en Pamplona — sede de la revista Jerarquía— , Burgos — aquí nació el semanario Destino y se constituyó un importante grupo poético e intelec tual en torno a Ridruejo, delegado nacional de Propaganda— ; San Sebas tián y Zaragoza tuvieron actividad editorial apreciable y Sevilla fue capital de una Andalucía poética manifiesta en libros y revistas; sumada a ellas, Avila, con los establecim ientos editoriales y libreros de Sigiriano Díaz y Senén Martín, que no deja de causar sorpresa pese a su provisionalidad. 10 El libro d e Urrutia lleva un p ró lo go de M anuel H alcón quien se refiere a los dos án geles de la guarda que defien den al p oeta incluso de sí m ism o p u es «cuando un o de ellos se distrae, n o falta el leve g o lp e que le da el otro ángel, desvián dole el cañón del dispara te [subrayo]», fundada alusión a las desorbitadas exp resio n es en qu e el poeta gusta de in currir.
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Destacaré a Valladolid con la pareja Francisco Pino-José María Luelmo, impulsores de varias aventuras poéticas anteriores a 1936 y que continúan dando señales de vida, mientras el editor José Ruiz Castillo, de Biblioteca Nueva, instalado provisionalmente en la ciudad, proyecta una colección, «Poetas de España», de la que forman parte el libro antológico de Sanz y Ruiz de la Peña, Flor de romance (1939) y el de Manuel Machado, Horas de oro. Devocionario poético (1938). El regreso a Madrid tras el final de la contienda supuso volver a la inte rrumpida normalidad.
M ayo res,
m e d ia n o s y m e n o r e s e n el
Pa r n a s o N a c i o n a l
El que llamaré Parnaso Nacional, ciertamente numeroso si damos entra da en el mismo a la legión de aficionados, versificadores entusiastas de exis tencia efímera, está integrado por varios cientos de nombres y su recuento es tarea que creo no merece la pena; adelantaré que en sus filas figura abru madora mayoría masculina y no muchas mujeres — «Lina Tagore», Herminia Fariña, por ejemplo— , combatientes, algunos cautivos en la zona republi cana y gentes de la retaguardia, mayoría de seglares y unos cuantos ecle siásticos — los aragoneses Portolés Piquer y San Nicolás Francia, v. g.— que a su exaltado patriotismo bélico añaden el estrambote religioso. Pudieran reunirse en bloques generacionales o análogos desde el Modernismo de Manuel Machado hasta los miembros de la generación de 1936 o 1935 — Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco, por ejemplo— , dejando entre ellos un espa cio no p oco poblado pero la adscripción de cada cual resultaría a veces difí cil o confusa; abandono, pues, semejante posibilidad clasificadora y me in clino por la com parecencia de los poetas en un orden hasta cierto punto desordenado pero no arbitrario cuya razón de ser suelo indicar al paso. Si la generación del 27 la reducimos, com o es habitual, a un gm po en el que entran varios poetas que no llegan a la decena sólo quedaría G e rardo D iego com o afecto al bando nacional pero si, diferentem ente, se adopta un criterio m enos grupal y más abierto contaríamos con una serie de nombres a quienes injustamente se olvida a veces, caso del grupo an daluz o sevillano donde figuran Pérez Clotet, Manuel D iez Crespo, Adria no del Valle, Joaquín Romero Murube o Rafael Laffón, quienes continua ron escribiend o y p u blican d o durante los años de la guerra civil. La antología debida a Jorge Villén los tiene en cuenta así com o a otros cole gas de m enor fuste. La carrera literaria de P e d r o P é r e z C l o t e t (1902-1966) com ienza tem pranamente con la publicación (Madrid, 1928) de la tesis doctoral en Dere
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cho sobre La «Política de Dios», de Quevedo; a ella siguieron varios libros de poemas, com o Trasluz (1933) y A la sombra de mi vida (1935) en los que se advierte una resonancia de Jorge G uillén, el maestro más adm irado, pues tanto las imágenes com o la adjetivación de que se sirve y el gusto por la décima lo confirman. La guerra civil, que pasó en la zona nacional, no supuso interrupción de su actividad: previniéndose de lo que pudiera ocurrirle en Villaluenga del Rosario (provincia de H uelva), su p ueblo natal, h uyó a p o co de co m enzada a Jerez, donde residiría hasta 1940; a esos años corresponde el in greso com o numerario en la Academ ia Hispanoam ericana de Cádiz con un discurso sobre La sierra de C ádiz en la literatura (1937) y la dirección de la revista Isla en una segunda etapa que ahora se localiza en Jerez. Colabo rador también en Vértice, figura incluido con algunos poem as de circuns tancias (bélicos y patrióticos) en antologías com o Lira bélica, dispuesta por Sanz y Díaz; de circunstancias es igualmente su homenaje a José Antonio Primo de Rivera, «Víspera de la sangre», en tercetos endecasílabos no enca denados, sin m ención explícita alguna de su protagonista y sólo lejanas alusiones al hecho de su muerte: expresión que diríase conversacional, di rigida a sus presuntos lectores, conminados éstos por el em pleo del im pe rativo. Con Tiempo literario se inicia en 1939 la serie de cuadernos de la Co lecció n «Isla» que, en su prim era entrega, reúne unos cuantos ensayos críticos suyos de tema literario dedicados a poetas como Bécquer y Rosalía. Integrado en la última etapa de la revista M ediodía M a n u e l Diez C r e s (1911-1993) es, en term inología de Ruiz-Copete,11 uno de sus «domésti cos» los cuales, si no llegaron a configurar el carácter de aquélla, sí que ayudaron a la misma aunque en medida más modesta que los fundadores. Alumno de Letras y D erecho en la Universidad Hispalense, metido desde m uy joven en labores poéticas y periodísticas, admirador y amigo de Jorge Guillén, le acompañaría en días sevillanos difíciles para éste y así recorda rá Francisco Narbona12 que po
más de una vez les vim os paseando juntos p o r las gradas de la catedral, cuan do se reñían las más duras batallas de aquella contienda [la guerra civil], A don Jorge se le rindió en Sevilla u n hom enaje en 1937, prom ovido por Eduardo Llosent y Marañón y M anolo D iez Crespo
que, asimismo, se distinguiría en esos días de enfrentamiento por la ayuda prestada a personas sospechosas de izquierdismo. Transformado por la 11 Vid. Juan d e D ios Ruiz-Copete, Poetas de Sevilla. De la generación del «27»a los «taifas» 181. (Sevilla, 1971). 12 N ecrología de D iez Crespo en ABC, Madrid, 2-II-1993, P· 61.
del cincuenta y tantos, p.
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fuerza de las circunstancias el periódico sevillano El Liberal en el diario fa langista Fe dirigido por Patricio G on zález de Canales, contó ensegLiida (agosto de 1936) con la valiosa colaboración de D iez Crespo, marcados sus artículos y poem as por el em pleo de un lenguaje no agresivo para el en e m igo C L ia n d o se acostumbraba a lo contrario y, en ocasiones, por el trata miento de asuntos bien alejados del ardor bélico imperante; varios de esos poem as fueron recogidos por el autor en six libro de 1941, La voz a n u n cia da. Al año siguiente de ver la luz la versión gLiilleniana del poem a dedica do A los mártires españoles por el p oeta francés Paul Claudel (Sevilla, 1937), salió también en Sevilla, obra de D iez Crespo, la del Vía Crucis de dicho poeta. Su carrera literaria posterior le valió numerosos premios p e riodísticos, obtenido uno de ellos por su labor com o crítico de teatro en el diario madrileño Arriba. Sorprende la versalitidad del poeta A d r i a n o d e l V a l l e (1895-1957) que militó en las filas del Ultraísmo, com puso poesía religiosa, gListó de las vir guerías barroquizantes y otras veces fue m uy serio y clásico poeta, de lo cual hay muestras significativas en Arpa fie l (1941), libro ganador del pre mio estatal «José Antonio Primo de Rivera» en reñida com petencia con otro de Gerardo D iego , : 3 que despertó atención no peqLieña hacia s l i autor; re editado enseguida, distinguido con el académ ico «Fastenrath» y m erece dor de entLisiastas reseñas. Afecto a la situación política española en la z o na nacional, Adriano tuvo en los años de la guerra civil, residente en Sevilla, Lina destacada actividad y fue en cierto m odo guía de sus colegas quienes le rindieron en A renal de Sevilla (segundo cuaderno) entusiasta hom enaje. A lgunos de esos colegas — D iez Crespo, Llosent y Marañón, Pérez Clotet y jLian Sierra— le acom pañaron com o colaboradores en el volum en colectivo Corona de sonetos en honor de fosé Antonio Primo de Rivera (Barcelona, 1939), conjunto en el que destaca por su brillantez «Epi tafio a José Antonio», el soneto que firma nuestro poeta, ejemplo de lo que llamó s l i «fidelidad a España», primera parte de Arpa... constituida por tres poem as más, com puestos durante los años de la contienda: «Héroe», a la memoria de un amigo combatiente nacional caído en la lucha; «Loa a las alfayatas de los Reyes Católicos», extenso e ingenioso romance de evoca ción histórica escrito en hexasílabos, y «Romance del espantapájaros», in3 Fue D ám aso A lonso, a lo que parece, culpable del fallo del jurado q ue hizo caso de su elo gioso artículo sobre Aipa fiel inserto m uy oportunam ente en Santo y Seña, revista qu e dirigía A driano quien, adem ás, dem oró la p u b lica ció n de otro artículo dam asiano sobre Alondra de verdad, el libro presentado p o r G erardo D iego. D ich o artículo, do n d e D ám aso destacaba la facilidad del p oeta sevillano y aplaudía su capacidad para lucir ju ego e in ge nio en el m anejo del lenguaje, se convirtió en p ró lo go de Arpa... en las ediciones posterio res a la primera.
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genioso y juguetón paisaje m oguereño en cuyo penúltimo verso es m en cionado Juan Ramón Jiménez. D e entonces datan asimismo varios de los romances a la Inmaculada Concepción de María, galardonados en 1937 por la academia sevillana de Buenas Letras y recogidos en Lyra Sacra (1939), en los cuales con viven sevillanism o y d evo ción religiosa. Fue tam bién cuando ocurrió su encuentro en Roma con G onzález Ruano, recordado así por éste en sus Memorias·. V e n ia triu n fa l c o n u n m ono a rb itra rio , c o m o h é r o e d e l a ire , lle n o d e f l e c h a s y d e á g u ila s , s ó lo c o m p a r a b le , e n a p a r a to in e s p e r a d a m e n t e m a rc ia l, a l u n ifo r m e c o n q u e se p r e s e n tó E u g e n io d 'O r s e n la B ie n a le d e V e n e c ia d e 1938 [...] A d r ia n o , r e b o s a n te , b a r r o c o , in c a n s a b le , c o m o u n a e sta tu a d e e m p e r a d o r r o m a n o q u e s e h u b ie r a e s c a p a d o d e u n a s term as.
Era J o a q u í n R o m e r o M u r u b e (1904-T969) alcaide de los jardines de los Reales Alcázares de Sevilla cuando, con motivo de unas obras en su recinto, h ubo de escribir un discurso, incorporado al libro Sevilla en los labios (1938), cuyas primeras palabras aluden a la denominada «Era Triunfal, años de 1936 y de 1937, rigiendo los destinos de España el Generalísimo Francp, caudillo triunfal de la guerra contra el marxismo ruso», así com o las últimas lo hacen a unos días actuales: «los más sangrientos y dolorosos de España [pero] si nuestra sangre y nuestro dolor de h oy pueden servir de base a tu paz y a la de los tuyos [se refiere a España y a los españoles], lo damos to do por bien empleado», y concluyen con el grito ritual de ¡Arriba España!; entre unas y otras palabras va esta personalísima declaración: «he cumpli do ahora treinta y tres años [...] mi verdadera vocación es la de poeta [...] Soy andaluz y también de los callados, un p oco escéptico [ ...] » .* 4 El libro en cuestión es uno más pero importante entre los casos insóli tos — recordem os, v. g., el Cui-Ping-Sing, de Foxá— producidos en los años de guerra la cual no afecta nada a su contenido. Romero Murube pre tende com poner un libro sobre Sevilla que sea muestra de sevillanism o puro sin caer, sin rozarlo siquiera, en el tópico de exportación turística tan apegado al popularismo folclórico: no es que se prohíba a sí mismo en es tas páginas asuntos com o la Giralda, el barrio de Santa Cruz, las procesio nes de Semana Santa o, en otro aspecto, figuras com o el poeta de las Ri mas pero de unas y otras realidades se ocupará con la oportuna discreción y m edida pues, declara, «queremos una Sevilla universal». No era por ese tiempo la Andalucía nacional, gobernada por el general Q ueipo de Llano y amenazada desde diversos frentes, territorio de mucha libertad y en él vivía nuestro poeta que en 1937 (Sevilla, Imprenta AlemaCito p o r la segunda edición de Sevilla en los labios (Barcelona, Luis Miracle, 1943), pp. r34,141 y 136, respectivam ente.
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na) se decidió a publicar una plaquette de 32 paginas en 8Qmenor, 237 ejemplares, edición no venal, titulada Siete romances a los que precedía la siguiente dedicatoria: «¡A ti, en Vízna, cerca de la fuente grande, hecho ya tierra y rumor de agua eterna y oculta!», donde Vízna es una transcripción incorrecta del lugar granadino en el que fue asesinado García Lorca la m a drugada del 19 de agosto de 1936 y «ti» encierra una invocación al poeta del Romancero gitano, a quien pudiera referirse el último poema, «Romance del crimen», escrito años atrás y publicado con el título «Las aleluyas del crimen» en el número XIV, febrero 1929, de la revista M ediodía; sin apenas variantes textuales significativas entre ambas versiones — 1929 y 1937— y con vocablos, expresiones y versos que ahora, luego del crimen, cobran, en la interpretación de sus recientes editores,1* un sentido para mí no tan convincente. Estimo más resolutivo al respecto y de mérito superior el so neto «A un amigo muerto», com puesto por Romero Murube después de un viaje a Granada, acom pañado por Alfonso García Valdecasas, persiguien do la huella de Federico en sli ciudad: He subido las calles de Granada para buscar tu vo z y tu gem ido y en fría soledad ya v o y perdido por muro blanco y tarde desolada. Mudo el rumor del monte y la llanada. Sin flores ni canción, sin luz, tu nido. Busco jardines altos que has vivido y sólo encuentro pena soterrada. ¿Y aquel caudal de vida, aquel potente ritmo de voz humana poderoso hecho yem a del m undo y luces bellas? Ya no te ve Granada ni te siente. Tu sangre es caño de agua silencioso. Tu luz y tu temblor, de las estrellas.16 Siguen unas líneas acerca de los dos Rafaeles, La f f o n — «apolítico» (se gún su biógrafo Cruz Giráldez), cantor de Sevilla y autor de unas «Coplas a la pura y limpia Concepción de María» (número 17 de la revista Vértice)— Joaquín Rom ero M urube, Siete romances. P rólogo y edición de A nselm o Martínez y M anuel García (Sevilla, Point d e Lunettes, 2004), pp. 20-23. 16 P u ede leerse en el libro de Rom ero Murube, Canción del amante andaluz(.Barcelo na. Luis Miracle, 1941), pp. 132-133.
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y P o r l á n — cordobés avecindado en Jaén, funcionario del Banco de Espa ña. Voluntariamente apartado durante los años de la contienda y hasta su
muerte en 1945, mantenedor en ese tiempo de una tertulia literaria. Cambio de geografía para referirme a tres escritores gallegos, poetas pero cultivadores tam bién de otros géneros literarios y nacidos en años del siglo XX m uy cercanos — en 1906, Ángel Sevillano; en 1909, José María Castroviejo; en 19η, Alvaro Cunqueiro— , a quienes liga además su cultivo de la lengua gallega y su galleguism o sin mayores derivaciones politiza das. Á n g e l Se v il l a n o , vigués, ejerció el periodismo en El Pueblo Gallego, de Vigo y en julio de 1938 sacaría el libro (más bien folleto, cuarenta pági nas) O amor, o mar, o vento e outros gozos (ilustrado con dibujos de Maside, Sesto, Torres y Virxilio Blanco). Se abre con la siguiente declaración, ¿obligada por las circunstancias esa alusión imperial?: «Iste libi'o foi nado baixo seña imperial. Com o un águia sobor d 'u n h a poula, un Im perio p od e asentar n'unha canzon. [...] E foi nado, tamén, en erara lingoa gale ga». Siguen trece poemas, más bien breves, de asunto amoroso con rele vante presencia de la amada y cumplidas referencias al mar y al paisaje gallego com o entorno de un amor que se advierte venturoso. Pura líricá y ni la más mínima alusión a otro entorno o a cualquier realidad circunstan cial. Tanto en el «Laus Deo» del com ienzo com o en el colofón, donde se in voca a Sant Yago, la religiosidad del poeta queda de manifiesto. Sevillano, com o Cunqueiro y Fermín Bouza Brey, está incluido en la tendencia neotrovadoresca o cancioneril, de cierta boga entonces. J o s é M a r ía C a s t r o v ie jo (1909-1983) sentó plaza com o voluntario en el
ejército nacional y conoció los frentes de combate, siendo herido en dos ocasiones. Colaborador de El Pueblo Gallego, donde trabajaba entonces su amigo Alvaro Cunqueiro. Un viaje a bordo de un bou para pescar baca lao en el mar de Irlanda le dio tema para su primer libro de versos, M ar del Sol (1933). Una modesta y activa editorial viguesa llamada Cartel sacó la pri mera edición de Altura (1938), que se agotó enseguida y tuvo varias reedi ciones (prologada la segunda por su camarada jonsista Juan Aparicio): se trata de un breve conjunto (no llega a la treintena de poemas) bastante sin gular porque métricamente se aparta de lo más usado entonces (el roman ce, el soneto) y lo sustituye por el verso libre o por un versículo solemne (¿claudeliano?) — com o en la «Oración a Nuestro Señor Santiago...»— , y porque su contenido, a m enudo elegiaco, está animado por una ideología falangista pura que lleva, por ejemplo, a mostrar rechazo de la burguesía y de cuanto ésta significa — «vamos huyendo de la burguesía/que nos resul ta insoportable»— , o a declarar la estimación del poeta, por encima de la lucha a muerte, hacia los «obreros rojos», hermanos futuros pues «los con-
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servadores nos odian» y, finalm ente, a dedicar el poem a «Paso firme» a Garcia Lorca, dedicatoria que sorprende por insólita, a la que acom pañan otras a Ramiro Ledesma Ramos, José Antonio y el rumano Cornelio Codreanu. Poesía épica y no lírica es la de Altura, reflexiva también, prosaica en la expresión que más de una vez parece la propia de un artículo editorial, lo cual no obsta para que en su día (y también hoy) fuera estimado com o un libro m uy valioso: «el más bello libro de poem as de la guerra de Espa ña» (según el anónimo reseñista de Vértice, na 24, julio 1939) y considerado por Cunqueiro com o «el primero de los nacidos en España en el transcur so de la guerra». El com ienzo de A l v a r o C u n q u e i r o (19x1-1981) fue com o autor de ver sos en gallego según acreditan libros com o Poem as de s í e non o Canti ga nova que se cham a riveira, am bos aparecidos en 1933; testimonio ade más de una m ilitancia galleguista m oderada o conservadora que, sin embargo, podía ocasionarle disgustos en los primeros meses de la guerra civil por lo que hubo de refugiarse en el monasterio de Samos, de donde le sacaría Jesús Suevos, jerarca falangista amigo suyo, que le llevó a Vigo, a la redacción de El Pueblo Gallego·, fue también profesor de francés en su instituto y colaborador de Vértice, revista nacional de la Falange; publica da en ella destacaré la novela corta La historia del caballero Rafael, extra ño relato calificado por Cunqueiro com o «novela bizantina» y temprana muestra de una singular manera narrativa. Pero Cunqueiro fue además combatiente nacional y así le recordaba años más tarde su colega y amigo, el asturiano Jesús Evaristo Casariego, coincidentes en el frente de Grado: «arrogante y bizarro oficial del Ejército, que lucía las más lustrosas y bien cortadas botas y las más sonoras espuelas de la Milicia española». Muestra del compromiso entonces asumido fue la serie de artículos (quince en to tal), de marcado contenido político y, en cuanto a la escritura, dentro del llamado estilo imperial o falangista, aparecidos en ABC, de cuya redacción formó parte una vez liberado Madrid y hasta julio de 1939. Brea y Folgar, sus estudiosos,1/ los clasifican en «no políticos» y «laudatorios» del nuevo régimen y de su jefe, más el dedicado a «El martirio de Madrid» en poder de los republicanos y la reseña de un libro de Martínez de Bedoya: priman en ellos un «dominio absoluto del lenguaje» y «el logro de las descripciones y adjetivaciones» aparte la tendencia cunqueiriana a la erudición de vario contenido, docum entada unas veces y, otras, inventada. En la Antología poética del Alzamiento·, 1936-1939 dispuesta por Jorge Vi llén llaman la atención (pp. 130-131 y 143) dos poemas debidos a Cunqueiro: J7 M ercedes Brea-José María Folgar, «Alvaro C unqueiro en ABC, en 1939», Homenaxe a Alvaro Cunqueiro (Santiago de Com postela, Universidad, ^82), pp. 349-369.
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«El César escucha cóm o cantas» y «He venido a hablaros», directamente re lacionados con la guerra civil. Son poem as de cierta extensión, en versícu los no obedientes a ninguna pauta métrica, afectos a la escritura surrealis ta practicada algún tiem po p or su autor que, poeta en gallego, fue militante del llamado neotrovadorism o lo que prueba su versatilidad crea dora. El César m encionado en el título del primero no es otro que el jefe fa langista José Antonio Primo de Rivera, quien escucha a sus actuales camaradas, esos «camisas azules» invocados por el poeta, que actúa com o de intermediario. El ritmo es lento, refrenada su marcha por las reiteraciones en que se com place el autor, la más señalada de las cuales consiste en que cuatro versos — «Es él, ¿sabéis?, es aquel hombre/que había de venir por que se manda soñar cuando se es m ozo/y las manos no pueden secarse eternam ente/con muros de lodo en el desierto»— colocados a p o co del com ienzo se convierten, exactamente, en el remate del poem a y entre una y otra comparecencia queda la invocación-excitación a los presuntos can tores, versos en los cuales parece se extrema la imaginación surrealista que preside el conjunto, político de principio a fin. H ubo en Valladolid, antes de la guerra civil, un grupo de poetas, tan animoso com o reducido en número, capaces de fundar y animar la exis tencia de nada menos que tres revistas poéticas: Meseta, A la nueva ven tura y DDOOSS, de corta e interesante existencia que h oy podem os cono cer en reciente edición facsimilar que las reúne; el título de la última alude al hecho de que fueron dos personas — -José María Luelmo y Francisco Pi no— , sus fautores, quienes, supervivientes de la guerra civil, continuaron su obra en años posteriores: de una parte estaba la aparición de un núm e ro 4 de Meseta, con el título de Meseta de la Poesía, y de otra, sus poem as com puestos y dados a conocer en esos años; debe decirse que ni aquélla ni éstos merecieron mucha atención de la crítica. El caso de F r a n c is c o P i n o (1910-2002) — su ideología y su poesía en y de la guerra— parece un tanto extraño porque el interesado trató de olvi darlas; sabem os que había celebrado en su día la proclam ación de la Re pública y que, cuando estudiante universitario, perteneció a la FUE, orga nización izquierdista, pero una estancia en Londres trajo consigo un radical cam bio id eológico pues al regreso de Inglaterra en 1935 era otro (según Antonio Piedra) dada «su conversión religiosa y su experiencia histórico-poética [que le] habían transhumanizado». El estallido de la guerra civil le cogió en Madrid donde fue encarcelado en la M odelo com o sospe choso de fascista y vivió el horror criminal del asalto a la prisión por los mi licianos republicanos, tal com o referiría en Asalto a la Cárcel M odelo (1939), al igual que Saludo y arco de triunfo, celebrando la victoria nació-
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nal. Logró salir de Madrid y pasó el resto de la guerra en Valladolid donde, por ejemplo, participó en la resurrección de Meseta (poem a «El Alzam ien to», en su número 4) y en 1941 figura com o miembro del consejo editorial de la revista literaria C a n cion eroj, no tardando, ocurre sli retiro del mun do literario y su residencia en Pinar de Antequera, sitio próxim o a Valladolid, el rechazo de los m encionados poem as bélicos18y la abjuración de la ideología política que presidió su com posición. D eseaba ahora y para ade lante empeñarse en la búsqueda de la Poesía (con inicial mayúscula) que «pertenece a lo indom able aún, a los fenóm enos naturales com o el viento» y de tal situación serían testimonio sus últimos y minoritarios libros. Esti m o excesiva la actitud de rech azo practicada por Pino respecto de sus poem as bélicos, carentes de las exaltaciones patrióticas y las denostaciones al enem igo entonces tan prodigadas y con alguna breve (com o al p a so) y sobria (en el tono expresivo) alusión, no politizada, a España; las com posiciones que conozco — «Voz o luz» y «Alma al balcón»— son otros tantos romances octosilábicos en los cuales se pone de manifiesto el buen hacer de un poeta avezado y cercano a la vanguardia. Com puestos en 1937 y 1938 están varios de los sonetos amorosos en homenaje a su mujer, reu nidos posteriormente en el libro Espesa rama. La obra poética de J o s é M a r í a L u e l m o (1907-1991), de claro influjo guilleniano en sus com ienzos, abundante a lo largo del tiempo, culmina de algún m odo en el libro Vergel habitado (Valladolid, 1946) donde — contra riamente a lo hecho por su colega y com pañero — no rechaza sus poemas bélicos y recoge dos de ellos — «Muerte del soldado» (julio 1937, frente de Vizcaya) y «Vida en las ruinas» (Belchite, frente de Aragón)— , en los cuales la situación y el escenario a que se refieren — muerte de un camarada y amigo y de unos edificios destruidos— se muestran carentes de cualquier connotación partidista y, sobriamente, recuerdan el sereno final del caído en combate o registran, emocionados, la contem plación de unas ruinas in cendiadas que, com o señal de vida, invade la hiedra; métrica (versos en decasílabos en ambos poemas) y expresión sirven eficazmente al conteni do. Estos y otros poem as suyos (com o el mencionado en el capítulo II de este libro, al hablar de la revista gaditana Isla) van acom pañados de la oportuna localización espacial y tem poral lo qu e perm ite reconstruir el mapa de combatiente nacional recorrido por el poeta. Vallisoletanos y coetáneos de los dos poetas precedentes pero de m e nor envergadura poética, com prom etidos decididam ente con el bando 18 El re ch a zo lleg ó al extrem o de n egarse a qu e fueran in cluidos en la ed ició n de sus O bras Com pletas (con el título Distinto y junto, Valladolid, Consejería de Cultura de la Jun ta de Castilla y León, 1990; tres volú m en es com pilados y p rologados p o r A ntonio Piedra).
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nacional y portavoces en sus versos de esta ideología, fueron N i c o m e d e s S a n z y R u iz d e l a P e ñ a (1905-1998) y F r a n c i s c o J a v i e r M a r t í n A b r i l (19081997), epígono del Modernismo, el primero, y más avanzado estéticamen te el segundo, frecuentes cultivadores del romance uno y otro, que publi caron abundantemente durante la guerra civil según queda constancia en su bibliografía. Ruiz de la Peña sacó en ese tiempo nada menos que cinco libros en tiradas de tres mil ejemplares a cargo de la vallisoletana Santarén; los forman en su mayoría romances y los hay de guerra, de amor, históri cos y de paisaje castellano y, aparte del postmodernismo indicado, hay en ellos buena dosis de lorquismo y un becquerianismo muy acusado cuan do se habla del amor. La contienda y Castilla, cada cual por su parte o en trelazadas, son los asuntos más utilizados en, por ejemplo, Romances de guerra y amor (1937) o Romancero de la Reconquista (1938). En Flor de ro m ance (1939) ofreció una antología de sus poem as desde 1928 a 1935, m ues tra, al igual que sus compañeros, de una desbordada, incontenible facili dad versificadora. ( Castellanismo también, vinculado particularmente a la ciudad de Valla dolid, y fervor patriótico son los dos más acusados pilares temáticos de los versos publicados por Martín Abril desde 1936 y en buena parte reunidos en Romancero de la guerra (1937) o Castilla y la guerra (del mismo año); ya al final de la contienda el libro Luna de septiembre, que contiene «poe mas del niño, de la novia y del hombre», supuso un notable ensancha miento de sus temas. Periodista de profesión, director un tiempo del D ia rio Regional, de Valladolid, y colaborador asiduo de A B C sus artículos, breves (una columna o p oco más), próxim os argumentai y estilísticamen te a Francisco de Cossío y a Azorín, benefician los aspectos a m enudo des atendidos de una realidad llena de encanto y misterio; diríase que el ruido y el espanto bélicos fueron en su poesía momento pasajero y que lo más propiamente suyo era el uso de la evocación, considerado com o «una de las mayores virtudes de la poesía y del arte en general» (según afirma en la página 38 de El ja rd ín entrevistó), a lo que deben añadirse los que serían asunto para sus poemas de más adelante, a saber: «los efluvios del paisaje, el ir y venir de las gentes, la gracia de la rosa, el secreto del mar, el rumor del viento» (ídem, p. 80). S e g u im o s e n C astilla la V ie ja y L e ó n p a ra o c u p a r m e a h o ra d e tres a u to res q u e e n su o b ra d e d ic a r o n a lg ú n e s p a c io a la p o e s ía y q u e c r o n o ló g ic a m e n te c o in c id e n c o n su s c o le g a s a n terio res; s o n ello s: M a r t ín A l o n s o P e d r a z (1903-1996), J o s é M a r ía A l f a r o (1906-1994) y V ic e n t e S e r n a . El p rim e ro , a lu m n o d e U n a m u n o e n Sa lam a n ca , d ire cto r d e la revista literaria Cancionero a p o c o d e a c a b a r la g u e rra civil, e m p le a d o e n la e d ito ria l A g u i lar q u e p u b lic ó lib ro s su y o s tan d iv u lg a d o s c o m o la p r e c e p tiv a literaria ti-
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tulada Ciencia del lenguaje y arte del estilo, pasó en Madrid los años de la contienda durante los cuales com puso buena parte de los poem as que for man el libro Piedras de romancero (Madrid, 1939): un total de veinticinco, distribuidos en dos partes («Remembranzas heroicas» y «La llanura dolien te»), en los que se ofrece una sentida y, en ocasiones, minuciosa evoca ción de lugares castellanos com o Peñafiel, Salamanca o Medina del Cam po, atendiendo a su historia y m onum entalidad (primera parte), o fijándose preferentem ente (segunda parte) en su vida cotidiana, con v a riedad de versos y estrofas correctamente empleada. Así los consideró el anónim o reseñista de La Novela del Sábado (na 25, 4-XI-1939) afirmando que eran «de buena cepa castellana, de garbo señoril y plenos de acierto en algunas ocasiones, sobre todo cLiando, de intento, adoptan un aire an tiguo», com o escritos por «un poeta excelente». Alfaro tuvo una variada dedicación literaria pues ejerció el periodismo tanto com o director de diarios (Arriba, Madrid) y revistas (alguna etapa de Vértice y Escorial) o asiduo colaborador; fue también poeta — con sendos libros en su haber, correspondientes a etapas distintas y distantes en el tiempo: 1941, Versos de un invierno, y 1978, El abismo— , o narrador en su única novela, Leoncio Pancorbo (1942), autobiográfica en cierta medida, que cuenta vivencias de un protagonista m uy activo políticam ente en la España de la preguerra y de la guerra civil, donde muere, tenido com o un héroe. Sabemos que el estallido de la contienda le cogió en Madrid y, des pués de varios m eses de cárcel, consiguió refugiarse en la embajada de Chile y llegar más tarde a la zona nacional; ya en Burgos, fue nombrado miembro de la llamada Junta Política de FET y de las JONS e inició su ca rrera política que, com binada con la diplomacia, le llevaría al puesto de embajador español en Buenos Aires. D e sus versos de y ewla guerra civil fueron m uy nombrados dos sonetos: homenaje uno de ellos a la memoria de José Antonio («doncel de España,/redentor, arquitecto y monte airado») y apoteosis el otro de Francisco Franco, a poco de concluida la guerra, dis tinguidos ambos por su desmesura retórica. Palentino, periodista y propagandista ambulante de la causa nacional — «andaba por los pueblos con Conrado Blanco, con Pío Muriedas, recita dores»’— era Vicente Serna, autor del libro Cantos imperiales (Soria, 1938, edición de 2.000 ejemplares a cargo del autor), cuyas páginas están ocu padas por la guerra y sus personajes nacionales com o Franco, el «Ausente» o Moscardó más un inicial «Canto a Castilla» que cabe situar en cuanto a to no y estilo en la línea exaltadora de poetas com o Emilio Ferrari y Gabriel y Galán, más algunos poem as de asunto am oroso, integrantes de un con junto que el autor dedica «a la mujer soñada». Torpe en la expresión, des enfocado en los asuntos elegidos que exagera hasta extremos más bien ri dículos que quitan intimidad y sentimiento a lo que debiera ser tratado
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más respetuosamente com o en «Canto a un héroe», elegía que celebra al fa langista caído en acción de guerra Mariano Herrero, su camarada y amigo. A Félix C uquerella , escritor prolífico y genéricam ente variado, lo da el D iccionario de Literatura española e hispanoamericana *9 com o naci do en Avilés (Asturias) en 1876 y «poeta cuya obra se inscribe en los pará metros del modernismo»;20 com o tal lo incluyó con tres poem as Emilio Carrere en la antología, La Corte de los Poetas (Madrid, 1906). D esde en tonces y hasta 1940, año en que se publicaron sus Romances y episodios de la Revolución «Roja», Cuquerella escribió m ucho y diverso com o acre dita la lista de sus obras que figura en la anteportada de este libro que, si bien impreso en 1940 (Zaragoza, Librería General), recoge poem as de v a rio tipo y extensión pero co n la guerra civil com o asunto, com puestos desde agosto de 1936 hasta julio de 1939, pasando por 1937 y 1938, todos ellos puntualmente fechados. Son obra de un cautivo de los republicanos en Madrid por el estilo de los debidos a otros colegas que padecieron cir cunstancias análogas y que fueron reunidos por M ontero A lon so en su antología Cancionero de la guerra-, una ingrata realidad, en suma, donde la penosa condición de las víctimas estalla, comprensiblemente, contra el maltrato recibido y en la que, só lo en contadísim as ocasiones, p u ed e alentar una débil esperanza. La avezada plum a de Cuquerella resuelve con habilidad las dificultades que entraña semejante argumento que llega a convertirse en obsesivo. Asturiano igualmente pero en situación harto distinta es Carlos G arcía Rosales (1894-1946), autor de un libro cerradamente unitario — Oviedo, he roico y mártir (1938)— en cuanto al tema de sus poemas: Oviedo, ciudad sitiada por el enem igo republicano desde julio de 1936 a octubre de 1937; precedido años antes por el titulado Rimas sencillas, cuyo argumento de cotidianidad y su expresión se avienen con dicho calificativo. M anteniéndonos en el norte de España corresponde ocuparse a conti nuación del vasco Esteban Calle Iturrino , nacido en 1892, doctor en D e recho, periodista, tertuliano y am igo de los miembros de la llamada «Es cuela del Pirineo» (a cu yo guía, Pedro Eguillor, asesinado por los republicanos en Bilbao, dedicaría tres sentidos sonetos); fue también culD irigido p o r Ricardo G ullón, Madrid, A lianza Editorial, tom o I, p. 418 B, noticia q u e fir m a Jtavier] BQasco], 20 Llama la atención que no figure Cuquerella en obras dedicadas al estudio de la litera tura asturiana co m o Escritores y artistas asturianos, de Constantino Suárez “Españolito» ni se le in clu ya en antologías de p o etas asturianos co m o la p reparada p o r Pedro G. Arias (O viedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1963, tom o II).
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tivador de la poesía y de la novela — en la titulada Fango, sangre y lágri mas contó las penalidades sufridas en la zona republicana hasta su libera ción en octubre del 36— . Es autor de dos libros de versos: Cantos de gue rra y de Imperio (1937) y Romancero de la guerra (1938), ambos publicados en Bilbao por la Delegación Provincial de Prensa y Propaganda de FET y de las JONS (destinado el importe de su venta a la obra de Frentes y Hos pitales). Muestra clara preferencia por el rom ance y el soneto, dedicados los primeros, narrativo-descriptivos, a referir hechos bélicos en buena par te de los cuales había sido actor o testigo si atendemos a su declaración: «muchos de ellos fueron concebidos cerca del enemigo, oyendo el soste nido paqueo, el zum bido de los proyectiles de cañón, el tableteo de las ametralladoras y hasta los lamentos de los heridos» (pp. 7-8 de Romancero de la guerra), mientras que Cantos... reúne preferentemente sonetos que tienen com o asunto personajes del bando nacional — Franco, Calvo Sote lo, Sanjurjo— o acontecimientos heroicos, de signo nacional asimismo — caso del Alcázar, la ciudad de O viedo o el santuario de Nuestra Señora de la C abeza— , exaltados unos y otros de m odo tópico y declam atorio, lo cual no impidió el reconocimiento que le dispensaron los antólogos Sanz y Díaz y Villén. El aragonés Ginés d e A l b a r e d a (1908-1970) había publicado en el mis m o 1936 (con prólogo de Pemán) Romeros a Roma, en cuyas páginas se alian historia y espíritu en razón de las sugerencias suscitadas a su con tem plador por la llamada ciudad eterna pero, referente a la guerra civil, es autor de Tres romances y tres discursos, publicados en Caracas (1938) por un «Comité Nacionalista en Venezuela», folleto que recoge los poem as «Pla za de la Iglesia Vieja» y «Aire vivo», ambos localizados, respectivamente, en un p ueblo de Aragón, zona republicana, 1936, y en Cataluña, febrero de 1937, dos estampas descriptivas en las que cuenta una clara intencionali dad política, y «Por mujer de militar...» ( Vértice, nQ4, VII-VIII-1937, con un dibujo de José Caballero), romance con alguna resonancia lorquiana que alude al asesinato de la protagonista, Teresa Gimeno, esposa de un inno minado militar nacional. El mismo Albareda informa de su huida de una a otra zona beligerante, de la republicana a «España, a la Nueva, a la Única, a la Eterna España», convertido después en su propagandista en países hispanoamericanos, cuyo conocim iento directo será el apoyo temático de Romancero del Caribe (Madrid, 1943), prem iado con el «Fastenrath», y de algunos estudios sobre su literatura. El valenciano Rafael D u yo s (1906-1983), cardiólogo de profesión, fue desde m uy pronto una persona comprometida con el ideario falangista a cuyo servicio puso su capacidad literaria.
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G enovés Amorós, prologuista en 1939 de sus Rom ances de la F a la n ge,2·1 escribe sobre el particular que se incorporó en Tánger a aquel grupo de jóvenes que con alma de poeta se lan zaban a la Política. Llegó el 18 de julio: voluntario desde siempre, con la Bande ra de Falange de Marruecos pasó a España, y luchó en los frentes de Andalucía. Con otros camaradas trabajó en Sevilla organizando la Bandera Valenciana de Falange y fue destinado a la propaganda en América. La eficacia de su labor ha ido ascendiendo en jerarquía: fundador y organizador de Falange, ediciones de libros, folletos, discos gram ofónicos, conferencias, recitales.
El rapsoda José G onzález Marín llevaba los romances de Duyos en su repertorio com o materia de recitado y representación y de este m odo al canzaron enorm e difusión lo mismo en España que en Hispanoamérica. El más tópico léxico falangista así com o lo que pudiera llamarse su mito logía de luceros, caídos, etc., tiene en ellos cumplida manifestación, sólo circunstancial porque el más apreciable poeta Duyos se revelaría poste riormente, cuando libre de tales ataduras y adentrado en su intimidad, es criba libros com o Penumbra, de inequívoca resonancia becqueriana. Aunque aparezca en 1937 nada hay en los poem as de Clarines del A l cázar, libro de F e d e r i c o d e M e n d i z á b a l (1901-1988), que diga relación di recta con las circunstancias españolas de ese momento pues, por ejemplo, el Alcázar aludido en el título no es (com o pudiera pensarse) el toledano sino el de Segovia y su ubicación en esta ciudad constituye el pretexto p a ra que los poem as integrantes tengan com o asunto leyendas — com o la de la judía Esther— , hechos históricos — com o los protagonizados por el co munero Juan Bravo— , paisajes monumentales o naturales de la capital y provincia, segovianos ilustres entonces aún vivos — el marqués de Lozoya, p or ejem plo— , asuntos desarrollados con cariñoso afecto y utiliza ción frecuente y diestra del rom ance octosilábico. Mendizábal, que se de claraba rendido admirador del poeta modernista Francisco Villaespesa, a qu ien edita e imita, contaba ya con extensa bibliografía propia y era miembro de unas cuantas academ ias provinciales, con buen núm ero de prem ios en su haber. El libro de A u relia Ra m o s Impresiones de guerra. (Versos de amor y de dolor) salió en Madrid, octubre de 1939, a cargo de su autora, en cuidada 21 Un prim er p liego d e estos rom ances salió en B u en o s Aires, 1938; al año siguiente, en Valencia, ediciones «Vuelo» (de la D eleg ació n Provincial de FET y de las JONS), en edición m u y cuidada, co n ilustraciones de Pedro de Valencia y G enaro Lahuerta, salieron los p lie gos prim ero y segundo.
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ed ición con ilustraciones de Calvo-Yuste, una para cada poem a de los veintiocho que lo com ponen. Fernández Ardavín, su prologuista, lo ca racteriza así: Una m ujer lo ha escrito... Sufrida, resignada./Con el alm a en los labios. D eshecha de dolor [...] Casi, casi, no son versos de guerra./Son dolor... Son el rastro que ella deja al pasar./De su tronar terrible sacudiendo la tierra,/ni un eco, ni un gemido.../Versos hechos con lágrimas, a cañonazos no.
Pero lo cierto es que la guerra española acusa su presencia junto con el amor — los dos temas señalados en el título, a veces estrechamente enla zados— ; entre sus poem as los hay con dedicatorias m uy significativas a muertos sacrificados en la zona republicana, los hay de exaltación patrió tica de signo nacional y, también, de denostación del enem igo (com o el que refiere la voladura del Cerro de los Ángeles). La devota religiosidad de Ramos, que quisiera morir «abrazada a Jesús Crucificado, impregna igual mente las páginas de su libro. El agustino F élix G a r c ía (1897-1983) fue persona m uy activa literaria mente desde antes de la guerra civil y hasta p oco antes de su muerte, cola borador en periódicos com o A B C y en revistas com o La Ciudad de Dios (de la orden agustiniana). Viene aquí com o poeta: en 1939 sacó en Madrid, de mano de Biblioteca Nueva y con censura eclesiástica, el libro Roto casi el navio..., que tendría continuación o segunda parte dos años más tarde en Bajo el dolor de la guerra los niños cantan y juegan. El primero de ellos agrupa poem as compuestos en el Madrid republicano donde pasó el autor los años de la contienda, fechados puntualm ente en 1936 (de sep tiembre a diciembre) y 1937 (enero a diciembre) y repartidos en tres sec ciones: «Noche oscura», «Presentes en nuestro afán» y «Al aire de su vuelo», en cuyos versos, correctos y com edidos, se juntan diversidad de asun tos— bélicos, cotidianos, religiosos o más personales— y, también, de metros y estrofas; la variada abundancia de dedicatorias a colegas y co rreligionarios com o Concha Espina, Víctor de la Serna, Pemán y José Ma ría Alfaro es muestra de sus muchas amistades en el gremio literario. En una de las solapas del libro Primavera en Chinchilla se advierte que «fue com puesto íntegramente en las cárceles en que le sumió [al autor] el Gobierno Rojo»: junto con el poem a «Adiós a las armas», incluido en la tercera parte, es la única connotación política existente en el mismo, con junto donde ni la guerra civil ni la ideología de exaltaciones y repudios cu bren sus páginas. Chinchilla es un lugar m anchego (provincia de Albace te), con un castillo dom inador del caserío a sus pies y en el que cobran
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especial relieve personajes com o el infante d on ju án Manuel, don Enrique de Villena y César Borgia; con el paso del tiempo, la edificación m edieval que fuera palacio de los Pacheco vino a convertirse en incóm odo albergue de condenados por la justicia. Nada de una y otra historia encontramos en los poem as de Luys Santamarina , que se llenan con lozanías de primave ra y encantos del paisaje, una y otro contem plados desde su celda de re cluso, cantados en versos a la usanza neopopularista: poem as breves, arte menor, sobriedad expresiva, relativa abundancia imaginística y compara tiva a lo largo de sus varias partes: «Paisaje y geografía», mayoritariamente descriptiva; «Rejas», volcada hacia dentro del recinto carcelario; «Interme dio de recuerdos», con motivos más íntimos y personales; «Primavera y la carne», donde luce la alegría de unas seguidillas primaverales; y «Varia», con animales (borricos y gatos) com o protagonistas. «Cabo de año», que cierra, uno de los poem as más extensos y em otivos — acaso fuera com puesto lejos de Chinchilla pero también cautivo el autor— es a manefa de recordatorio del tiempo vivido en Chinchilla, marcado por la sucesión de las estaciones: «El im perio de oro» del verano, «la penitencia del otoño y del invierno», y el alborozado despertar de la primavera. Concluyo este recorrido del Parnaso Nacional en Andalucía, donde lo he com enzado, refiriéndome a un granadino y a un malagueño que, en los años de la contienda y militando ambos en el bando nacional, desarrolla ron alguna actividad poética que debe ser atendida. La fama del primero, Manuel de G ó n g o r a (1889-1953), estriba principalmente en el cultivo del rom ance con una evolución marcada por el paso del tiem po y otras cir cunstancias tal com o se com enta en una anónima necrológica (en el se manario barcelonés Revista, número 49, semana del 19 al 25-III-1953): la gran fortuna del poeta Góngora fue su fidelidad al Romance. En el comien zo, el suyo era de linaje zorrillesco y romántico. Luego encontró — sin salirse de lo narrativo— la vena auténtica de lo popular. La gran regeneración que hi ciera García Lorca, no fue indiferente en la obra de Góngora que, guiado por la facilidad de su inspiración espontánea, desembocó en la posesión plena del secreto del romance tradicional: temporal y narrativo pero no anecdótico. Pero en el periodo de tiempo acotado para él en este libro Góngora era para m uchos el autor del poem a «Dolor y resplandor del 18 de julio», pre miado en unos Juegos Florales patrocinados por el ayuntamiento de Vito ria en 1938 y recogido en su libro Dolor y resplandor de España (Barcelo na, Ediciones Santa Fe, 1940 pero que reúne poem as escritos durante 1937, 1938 y 1939), dedicado a «A S. E. el Jefe del Estado, Generalísimo de los Ejér citos Nacionales, Caudillo y Salvador de España. Homenaje de admiración y fidelidad».
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Por andaluz — nacido en Málaga— , por el año del nacim iento — que fue 1904— y por algunas de sus primeras actividades poéticas — figura entre los integrantes del grupo Litoral, revista y colección donde publi caría algunos poem as y libros com o Gárgola (1923) y Conjunto (1928)— , J o s é M a r í a S o u v i r ó n , que también escribió novela y ensayo, está próxi m o a otros colegas ya atendidos pero hay en su biografía un dato que le diferencia no p o co de ellos: su estancia en Chile al frente de em presas editoriales. En este país le cogió el estallido de nuestra guerra que «me produjo una crisis profundísima. Crisis de ideas, de sentimientos y hasta de entrañas. Y por primera vez en mi vida sentí la necesidad de expre sarme en una forma poética vocada al heroísm o. Por eso en m uy pocos días, entregado a una verdadera fiebre de creación, «escribí El rom ance ro del Alcázar*, publicado en Santiago de Chile (1937), folleto más bien,22 dedicado a Iñigo y Fernando, herm anos del autor y com batientes nacio nales en el frente de Andalucía: celebra en esos rom ances el heroísm o de los defensores del Alcázar m andados por el coronel Moscardó. Souvi rón recordaba años después que estos versos sorprendieron con d es agrado a algunos de sus am igos, políticam en te repu blicanos, y hubo quien rom pió su relación con el autor, caso de Pablo Neruda que se per mitió acusarle de cantar la guerra a distancia lo cual m otivó su viaje a Es paña para conocer de primera m ano la realidad de los hechos pasados y presentes: en abril de 1938 llegó a Burgos y el recorrido por la zona na cional duró hasta agosto, cuando lo reclam aban desde Chile labores de propagandista de la causa nacional y su trabajo com o director de la edi torial Zigzag. Lo que v e y lo que le cuentan sus fam iliares y am igos le produjo gran im presión y de ello queda alguna huella en la novela La lu z no está lejos. (Murió en Málaga, de un ataque al corazón, el 2 3 de agosto de 1 9 7 3 ). Llegados a este punto en el recorrido por diversas tierras españolas queda abocetado un Parnaso Nacional que contó con bastantes más nom bres de cultivadores de la Poesía que los atendidos hasta aquí; mayores, m edianos y m enores fue la agrupación clasificadora qu e anuncié en el mismo título de este apartado. Como remate del mismo van seis nombres — Manuel Machado, Eduardo Marquina, G erardo D iego, Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales y Dionisio Ridruejo— que, junto a José María Pemán y Agustín de Foxá, en sus respectivos capítulos exentos, acaso sean, o pue dan parecerlo, los dii maiores del conjunto. 22 P u blicado p o r Editorial Ercilla, 62 páginas en cuarto, co n ilustraciones qu e reprodu cen grabados españoles antiguos.
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¿Fue M a n u e l M a c h a d o (1874-1947), hijo y nieto de personas afectas al liberalismo de izquierdas, que se mostró favorable en abril de 1931 a la Re pública y colaboró en el diario madrileño La LibertadhasVí que sus direc tores tuvieron a bien cesarlo com o persona de derechas, un converso en su ideología política antes de que comenzara la guerra civil o, lo que pare ce más claro, una vez com enzada ésta?: varían las opiniones entre los es pecialistas m achadianos . 23 Cuando tiempo después le preguntaron «¿qué hizo usted el 18 de julio de 1936?», contestaría (La Novela del Sábado, na 3, 11-II-1939, p. 125): «Pedir a Dios de todo corazón, el triunfo de nuestra Santa Causa. Y entregarme a ella en cuerpo y alma». Llegado a Burgos a m edianos de julio, en compañía de su esposa y en visita por motivos familiares, aposentado en una pensión de la calle A p a ricio Ruiz, permanecería en esa ciudad y sin com unicación con su familia durante los tres años de la contienda, quizá mal visto por algunos burgaleses y transeúntes, sobre todo después del incidente con el corresponsal de A B C en París, Mariano Daranas, que comentaría torcidamente — llamán dole de paso «colaborador y correligionario de Pedro Rico» (alcalde socia lista de Madrid), «funcionario y periodista del Frente Popular» y acusándo le de om isión, pues el Alzam iento N acional «no [le] ha suscitado entusiasmo, com placencia ni aprobación»— sus declaraciones a la perio dista francesa Blanche Messis . 24 Una vez conseguida por nuestro poeta la tranquilidad política, a lo que contribuyó el cese com o funcionario del Ayuntamiento de Madrid (desde la capital de España, diciembre de 1936), com ienza su actividad en Burgos con, por ejemplo, intervenciones en las emisoras de radio locales, publicación en la prensa de algunos artículos y poemas, participación en diversos actos, etc. Vegas Latapíe en sus memorias da la noticia de que colaboró alguna vez con el servicio nacional de propaganda que él llevaba y se refiere tam bién a una estancia de Machado en Santander trabajando en un proyecto oficial de índole literaria que no se finalizó. Importa destacar su colaboraA sí, p o r ejem p lo, María de G racia Ifach — Antología poética de Manuel Machado (Barcelona, Río N uevo, 1982)— sostiene qu e M achado no sufrió ninguna conversión p or que siem pre fue leal a sus sentim ientos e ideas, y qu e se afilió a Falange Española «sin p re sión alguna»; contradice José Luis Cano, reseñista d e la antología (en ínsula), diciendo que todos los testim onios que tenem os indican que se trató de u n cam bio forzado p o r las cir cunstancias. 24 El incidente prom ovid o p or Daranas desde París, en septiem bre de 1936, co n réplicas y contrarréplicas en la prensa p o r am bas partes, duró hasta el mes de octubre y está referi do, aducida la docum entación pertinente, p o r M iguel d 'O rs en el artículo “M anuel M acha do, otoño de 1936: una p olém ica a través de los textos y los contextos», en Studia litteraria atque lingüística N. Marín, J. Fernández-Sevilla et P. González Oblata (U niversidad d e Granada, 1988), pp. 33-43.
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ción en las páginas del A B C sevillano, donde vieron la luz algunos sonetos llamados a divulgarse ampliamente, todos ellos de asunto patriótico: es el caso de los titulados «Blasón de España» (13-X-1936), «Tradición» (10-XI1936) y «España» (6-I-1937), aproxim adam ente coetáneos de los artículos que, bajo el título general de «Intenciones», trataban asuntos tan diversos com o el encanto de la ciudad de Sevilla, el nuevo Estado español o el elo gio debido a Pemán, motivo tales colaboraciones para que desde Madrid se dijera (na del 7-III-1937) que «Manuel Machado está ofendiendo en ABC, de Sevilla, a la España republicana». Esos y otros poem as análogos en contenido y significación, más los de tema religioso, «inexhausta vena» que el poeta M achado «encuentra en el fondo de su corazón», más otros de m ayor antigüedad, dentro de ambas temáticas, integran el libro Horas de oro. Devocionario poético (1938) que el editor de Biblioteca Nueva, José Ruiz Castillo, instalado circunstancial mente en Valladolid, le había pedido a finales de 1937 para iniciar la serie «Poetas de España», libro éste que tal com o indica M iguel d ’Ors 25 puede entenderse de acuerdo con «un afán de dejar m uy clara públicam ente la identificación del poeta, en lo político y lo religioso, con los fundamentos del Alzamiento Nacional». En la misma dirección iría el discurso de ingreso en la Academ ia de la Lengua y quizá más que sus palabras, la contestación a cargo de Pemán. Fue elegido en plena guerra, residiendo en Burgos donde recibe la visita de Pem án y Eugenio d ’Ors para com unicarle que había sido nom brado académ ico por unanimidad y que urgía preparase, para su lectura cuanto antes, el protocolario discurso de ingreso. No sé si las excepcionales cir cunstancias españolas de entonces justifican — explicar, sí que la expli can— tanta irregularidad contra unas normas reglamentarias que estable cen al respecto de elección y recepción académicas cosa harto distinta a lo ocurrido con Manuel Machado, quien aceptó la situación y el día 9 de fe brero de 1938 leyó en San Sebastián, palacio de San Telmo, donde se per sonó la escasa porción académica existente en zona nacional; Semi-poesía y posibilidad fue el título del discurso m achadiano, preparado deprisa y corriendo, sin libros ni papeles a mano para apoyarlo debidamente y refu giado en un tema — su propia obra— más fácil que cualquier otro pero no por eso libre de los riesgos que comporta «hablaros de mi propia vida en relación con mi arte y de sus evoluciones y vicisitudes, a través de años»; lo hace bastante puntualmente, así en vida com o en obra, com enzando por la memoria que guarda de la casa sevillana de los abuelos y llegando hasta 25 Página 82 de Man uel Machado, Poesía singular de guerra y posguerra (Universidad de Granada, 1992), u n excelen te y com pletísim o estudio de ese m om ento de la poesía m achadiana.
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el momento actual, cuando «vemos a nuestra España en la cumbre de un nuevo sacrificio por la Civilización Occidental» (p. 103) y, en la obra, desde los cantares compuestos a usanza popular con Enrique Paradas com o ami go y colaborador hasta los poem as recientes, así patrióticos com o religio sos, respondiendo a dos convicciones arraigadas en él fuertemente y nun ca desatendidas; establece etapas y destaca poemas, cuya lectura debió de comunicar al acto una prestancia singular. Estimándolo conveniente aho ra com pleta la m ención de su etapa afrancesada con el añadido de que «nada, empero, o casi nada de mi vida parisina pasaba a mis versos» (p. 63). Los párrafos que cierran y los cinco poem as (tres patrióticos y dos religio sos) que le sirven de apoyo permiten ver claramente su postura actual. La contestación pem aniana se titula «La Poesía de Machado com o do cumento humano»; es una pieza de cierta extensión y en ella encontramos al más habilidoso Pemán dispuesto a corroborar la seguridad política de su colega y amigo echando mano, para espantar peligrosos fantasmas ace chantes, de recursos com o la apelación al sustrato andaluz y popular tan decisivo en Machado y, de paso, dedicando, com o era habitual en el p o e ta gaditano, encendida soflama contra la llamada poesía «pura».2·6 Entre las salidas fuera de Burgos efectuadas por nuestro poeta en estos años cuenta com o más importante y doloroso el viaje a Colliure una vez co nocida la muerte de su hermano Antonio, para lo que le fue facilitado un co che oficial y una escolta (según testimonia José María Zugazaga); en Colliu re se encontraron Machado y su esposa con que también la madre, Ana Ruiz, había fallecido. Por encima de conjeturas acerca de lo que Machado pudo sentir entonces y de intentos dirigidos a separar la memoria y la obra de Ma nuel y Antonio ·— para algunos «el malo» y «el bueno», respectivamente— queda com o realidad innegable el cariño que siempre se profesaron. Los poem as «españoles» y los poem as «religiosos», partes I y II del libro Horas de oro..., incluidos en el apartado «Hoy» de una y otra sección, qu e dan estéticamente por debajo de los méritos de sus compañeros de «Ayer» — para acreditarlo con ejemplos fehacientes compárense «Castilla» (El cie go sol se estrella [...]) con el soneto «Francisco Franco» ( Caudillo de la nueva Reconquista [...],) que no desm erece junto al dedicado a Lister por Anto nio (Si m i plum a valiera tu pistola [...]). E d u a r d o M a r q u i n a (1879-1946) pasó buena parte de la guerra civil en H ispanoam érica donde desp legó una considerable actividad propagan
26 C on secu en cia de la irregularidad del p ro ceso académ ico de M anuel M achado n o se h izo la norm al edición de los discursos de ingreso y contestación que se reparte a los invi tados al acto. Pasado algún tiem po del mismo, ya en 1940, con el título de Unos versos, un alma y una época, Ediciones Españolas los sacó en un volu m en de 168 páginas en octavo.
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dística — colaboraciones en la prensa, discursos y conferencias, represen taciones teatrales— a favor de la causa nacional; de ello da fe Eugenio Montes (carta fechada el 30-VII-1938, Santiago de Chile), cuando le recuer da: «Soy testigo de tu gran labor y el testigo debe ser leal pregonero. Una de las más bellas em ociones que retengo es la de aquella tarde en que, con la camisa azul, leiste el juramento de la Falange y yo glosé y canté pública mente el acontecimiento».2/ En julio de ese año parte para España y se des pide de sus amigos bonaerenses en unos versos de reconocimiento por la ayuda que le prestaron en días difíciles de exilio. Burgos y Sevilla son las ciudades a las que se acogió en un primer momento, antes de que reanu dara su vida en la capital de España, acabada la contienda. De ese tiempo son testimonio, v. g., el poem a «Primeras palabras en España» que remata con el ofrecim iento a Franco: «tuyas/la plum a de mi oficio, la v o z de mi garganta,/mi devoción, mi vida hasta la muerte:/uno más a tus órdenes, Caudillo de España»,28 o el fervoroso saludo a «Sevilla, puerta de América», a manera de «Letanía civil» cuyas invocaciones resultan más de una v e z desmedidas e improcedentes com o cuando se le escapa que «no teniendo a mano [Sevilla] la falda/de un monte donde trepes y te veas,/montaste el escabel de tu Giralda/para besar los labios de tus azoteas». 29 Colabora en A B C de Sevilla con artículos y versos, trabaja en la Sociedad de Autores, es m iem bro de la Junta Nacional de Teatro ·— actividades en la zona nacio nal— y el 3 de agosto de 1939 ingresa en la Academ ia de la Lengua leyendo un discurso sobre Lope de Vega, Lope en sus adentros. Entre sus últimas obras figuran Los tres libros de España (poesía) y el drama histórico La Santa Hermandad, estrenado en Madrid (1939) aunque escrito años atrás. Si bien el copyright por Cerón (Madrid-Cádiz) es de 1941, la com posi ción de Los tres libros... data de años anteriores, sobre todo 1936 a 1939; pienso que no surgió com o un vasto poem a unitario sino que más bien se formaría acum ulando piezas menores en extensión, escritas en buena m e dida a manera de com entario en verso de los acontecim ientos que iban produciéndose en el curso de la contienda: así lo corroboran las fechas in dicadas en algunas ocasiones. La unidad existente en el poem a responde al com ponente político-patriótico de m uy extremado signo beligerante a favor del bando nacional, que lo preside de principio a fin. El argumento referido por Marquina sigue la marcha de la situación p o lítica y bélica española desde los primeros años republicanos, cuando se ha producido, según su parecer, la deserción por parte de los españoles de los deberes que les incumbían com o tales — «Desertaste el redil que te 27 Andrés A m orós, Cartas a Eduardo Marquina (Madrid, Castalia, 2005), p. 431 28 Eduardo Marquina, Los tres libros de España (Madrid, Escelicer, 1941), p. 128. 29 ídem , ídem, p. 129.
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unía/y España está sola», «¿Dónde estás, pueblo?»— ; com o fatal co n se cuencia se produce el avance de «la Vidente loca»: España, que está «en ocaso o en derrota», conocerá así las «vísperas» trágicas de una catástrofe y el «Planto familiar» (1936), que cierra el primero de los tres libros, reduce a un ámbito más íntimo la acongojante desposesión sufrida pues, cúm ulo de desgracias, «nos han quitado la parra vieja», «nos han quitado el viejo le cho», «nos han quitado nuestros muertos» y «hoy som os agua en disper sión». Escaso poderío tiene en ese trance la apelación del autor a figuras y h echos de nuestra historia — -Juana la Loca, el Gran Capitán, Velázquez, por ejem plo— , recurso del que continuará sirviéndose pero con mejor fortuna en ocasiones posteriores que hacen acto de presencia en los libros segundo y tercero. Los cuales — «España militante» y «España en albas», respectivamente— corresponden a los años de la guerra civil, fuera y en la España nacional (de acuerdo con la biografía de Marquina) y a la inmediata posguerra, y en uno y otro se mantiene el com prom iso político-patriótico desde una pers pectiva de victoria sobre el enem igo. La unidad más extensa en II es la «crónica romanceada» Toledo que, a lo lago de veinte apartados, cuenta la gesta del Alcázar con exaltación de sus protagonistas nacionales y repudio del enem igo -—«la milicianada»-. «España en trance» es otra unidad y en ella hacen breve acto de presencia diversas regiones, provincias y ciudades de nuestra geografía atendiendo a su participación en la guerra m erced a se ñalamientos tópicos y vacíos de este tenor: «Galicia, piedra céltica, lustro sa/de lluvias, a la luz; humilde cosa/traspasada de astral resplandor:/¡bendita seas hoy, por la cuna gloriosa/en que le diste a España un Salvador!»; Madrid, todavía bajo dominio gubernamental, constituye una lamentable e x ce p c ió n en el conjunto y por eso m erece palabras de condenación: «¿qué blasfemas hoy, árido? ¿qué amenazas, adusto/descuartizado de al ma y harapiento de ropa?.../¿dónde has ido a caer?». Más breve que el anterior, «España en albas», tercer libro del volum en, reúne poem as dedicados a la victoria final en la guerra; a José Antonio («Vate y precursor del Movimiento», «Caído por España» y «En su sacra del Escorial»), tres sonetos que cuentan entre lo más salvable del conjunto; y «Romancero heroico», de los cuales el quinto y último romance insiste en la gratitud y admiración a Franco, una muestra más del absoluto y decidi do ofrecimiento del poeta. G ozaba Marquina de un estim able prestigio fundam entado especial mente en su obra dramática con éxitos com o los obtenidos por En Flandes se ha puesto el 50/(1910) y Teresa de Jesús (1932). Al mantenimiento del mis m o había de contribuir bien poco o nada Los tres libros de España que, va lorado críticamente, es un vasto y pretencioso poem a form ado por acu m ulación de p iezas nacidas independientes unas de otras, ordenadas
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caprichosam ente y, lo que es más grave, de expresión tópica y palabrera, con m uy escaso aliento poético y ritmo prosaico, torpe incluso la medida de alguno de sus versos. En 1936, G e r a r d o D i e g o tenía cuarenta años (falleció en 1987), era ca tedrático de «Lengua y Literatura españolas» de Instituto, había figurado m uy destacadamente en la actividad desarrollada por la Generación del 27 — en el hom enaje que ésta rindió a Góngora; con la fundación de las re vistas Carm en y su compañera Lola-, y, finalmente, con su conocida y con testada antología de la Poesía española contemporánea — ; te nía, además, en su haber, la publicación de varios y m uy diversos libros poéticos desde el sentimental Romancero de la novia (1920) hasta el creacionista M a n u a l de espumas (1924): poeta, en suma, tradicional y va n guardista sin que una y otra dirección se perjudicaran entre sí. La guerra ci vil le cogió de veraneo en Sentarraille, el pueblo natal de su esposa, y allí estuvo hasta después de agosto de 1937, liberado ya Santander aunque antes había enviado su adhesión a la causa nacional; declararía más tarde a Euge nio Mediano Flores (entrevista en Arriba, Madrid, 19-X-1958) que: «Yo estaba allí [en Francia] trastornado de angustia. Sentía que se me moría España, que algo se perdía que no debería perderse». Regresado a su cátedra «sufre un gran trauma [explica el entrevistador] al pasear las calles destrozadas, al comprobar las tropelías cometidas [...] y esto le tiene sin escribir apenas na da hasta el año 1941», afirmación que convendría matizar dado que Ridruejo coloca 3° «en el 38 o en el 39» la lectura — una noche, en un hotel de Zamora, con motivo de un congreso de la Sección Femenina de Falange— de los so netos que componían el libro Alondra de verdad, no publicado hasta 1943. Declara el poeta que en Sentarraille, julio del 36, estaba «sin noticias de lo que ocurría e iba a ocurrir en España», mientras traía entre manos la com posición de algún soneto de este libro, concretamente el titulado «Teide». D e su estancia santanderina antes de trasladarse a Madrid (Instituto «Beatriz Galindo», curso 1939-40) sabemos, por ejemplo, que el 26 de mar zo de 1938 pronunció en aquel Ateneo una conferencia sobre Rosalía de Castro y en ese mismo centro cultural — concierto del pianista José Cubi les y lectura por Gerardo de su soneto a Beethoven— conoce a los jovencísimos poetas José Hierro y José Luis Hidalgo, de 17 y 15 años, respectiva mente; en otro orden de cosas, sabem os p or carta de Juan Larrea (25-VI-1937) que la posición de nuestro autor a favor de los nacionales, e x plicada en carta suya que no poseem os, molestó m ucho a Larrea, que, par3° D ionisio Ridruejo, Sombras y bultos (B arcelona, D estino, 1947) p. 270: «Leía con v o z un p o co trémula, los agudos m uy pronunciados, los bajos algo confusos. Señalaba m ucho el ritmo. Casi cantaba».
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tidario de la República e incom prensivo con lo defendido por su amigo, rom pe con él: «[...] sigues viviendo en la más profunda de las aberraciones. Ya lo verás algún día», le dice. (O nce años más tarde se reanudaría la amis tad entre ambos). Com o muestra del compromiso político asumido por nuestro poeta te nemos: su colaboración en prosa inserta en el volum en colectivo Laurea dos de España (Madrid, Ediciones Fermina Bonilla, 1940); la «Elegía heroica del Alcázar», premiada por la Academ ia de la Lengua y recogida en el libro La luna en el desierto y otros poem as (Santander, 1949) — extenso poem a en sextetos, combinados endecasílabos y heptasílabos, al que presta argu mento una serie de recuerdos históricos toledanos (hechos y gentes), la amorosa contemplación de la ciudad y del Tajo pero, sobre todo, la em o cionada celebración de la gesta del Alcázar en los días de la guerra civil (ju lio-septiem bre 1936) para cuyos participantes desde M oscardó, llam ado «Guzmán el Nuevo», hasta las madres y esposas de los combatientes nacio nales, que invocan la protección de la Reina y Señora, tiene el poeta pala bras de homenaje— ; el poem a «Hallazgo en el aire», título convertido pos teriormente en «La Casa de Loreto» y algo modificados sus versos, que en esta nueva versión posee un carácter específicamente religioso pues narra la leyenda áurea de la casa de la Virgen ■ — sucinta narración, si se quiere ali gerada por el uso del verso heptasílabo, de un combate aéreo que se re suelve con victoria de «las felices, audaces» alas mientras «las alas torpes» huyen, sin que ningún señalamiento respecto a los combatientes (vence dores y vencidos) empañe políticamente el texto del poem a— ; y el poem a «Soy de O viedo (Torre de la Catedral)», homenaje a esta ciudad, victoriosa mente defendida contra el ataque de los sitiadores republicanos, en cuyos octosílabos (cinco estrofas rematadas por el título del poem a convertido en estribillo) la torre catedralicia, único personaje, cuenta y canta con voz pro pia y poderosa la misión cumplida en la vicisitud guerrera.31 La relación «Fechas de las com posiciones reunidas» en la Primera a n tología de sus versos (Espasa-Calpe Argentina, 1941) registra com o escritos en los años de la guerra civil cuatro poem as de Gerardo Diego, de los cua les sólo uno (el titulado «Soy de Oviedo») es de asunto bélico mientras que dos de los restantes son de asunto religioso y suponen una evasión de las circunstancias españolas inmediatas: se trata de los muy conocidos y cele brados «Canción al Niño Jesús» (Si la palm era pudiera [...]), de 1938, y «Le trilla de la Virgen María esperando la Navidad», de 1939. 31 Este p oem a, incluido en el libro Hasta siempre (1948), despertó la ira del periodista as turiano Fran cisco Ign acio T aibo qu e en la p. 84 de su n ovela-m em o rias Para parar las aguas del olvido (Madrid, Ediciones Júcar, 1982) lo considera «malo» y «rastrero» atendiendo sólo a su contenido y llama «cabrón» al autor.
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El día 16 de m ayo de 1936 se acabó de imprimir «en los talleres de Ma nuel Altolaguirre y Concha Méndez», dentro de sus Ediciones Héroe, el li bro Cantos de primavera de Luis F e l i p e V i v a n c o (1906-1975) que lleva una expresiva dedicatoria a Luis Rosales, su amigo y colega, de la cual destaco estas palabras: «Yo canto, y escribo mis versos, com o hombre, com o cris tiano, com o creyente y com o enamorado. Mi vo z no es más que eso: dolor verdadero, esperanza, pobreza convenida, humilde pertenencia al miste rio y fe m uy alta», que diríase le alejan tanto de la vanguardia com o del proceso recientem ente iniciado que llevó a ciertos poetas — a su obra— de la «pureza» a la «revolución»; y después de la poesía (continúa), «sólo es tá la conducta». Pasarán los años y Vivanco mantendrá su lealtad a dichos principios aunque en algún m om ento de su transcurso se registrara «un torpe intento fallido de adaptación (¡mea culpa!)» — prólogo «Al lector» en el libro Los cam inos (1974)— . A la altura de 1936, Vivanco ya había dado los primeros pasos de su carrera literaria (colaboraciones ensayísticas, v. g., en C ruz y Raya, la revista de su tío Bergamín— , principalmente con C an tos, .. — formado por cuatro im pecables sonetos y tres poem as extensos y gozosos, en versículos: «Canto de esperanza», «Canto de resurrección» y «Canto de la esposa»— . «La guerra [declaraba en una entrevista de 1975] me pilló en Madrid. El primer recuerdo está asociado a mi padre. Com o mi padre era de derechas [‘era presidente de un tribunal industrial’], el 18 de julio lo destituyeron. Un socialista que estaba con él en el tribunal le salvó la vida. El caso es que en cuanto pude pasé a la zona nacional. Me incorporé al grupo de propagan da que dirigían en Burgos Pedro Lain y Dionisio Ridruejo», y estando en Burgos, metido en las cosas culturales y literarias de la zona nacional, V i vanco, se firmaba ‘Luis de Castilla’»(Dámaso Santos, Generaciones juntas, p. 325). Su nombre aparece com o autor de trabajos de asunto diverso en revistas: Vértice (.na 9, abril 1938, «Égloga primera. Isabel») y Jerarquía; co labora en el libro colectivo Los versos del combatiente (1938), en la Coro na... homenaje a José Antonio (1939) y en el folleto El A l c á z a r tri buto rendido a la cmdad de Toledo por su heroísm o y sus ruinas recientes. Agréguese el drama histórico La mejor Reina de España (en colaboración con Luis Rosales, 1939), que tiene com o protagonista a Isabel la Católica, y la preparación (tam bién con Rosales) de una volum inosa y bien d o cu mentada antología, Poesía heroica del Imperio. Para Editora Nacional tra dujo entonces el Libro de Cristóbal Colón, de Paul Claudel, autor por quien sentía singular admiración com o prueba, desde m uy pronto en su obra, el 3* El Alcázar. Pórtico, romance y soneto (Bilbao, Editora N acional, abril 1939; 23 hojas, con fotos; al cuidado de D iego F ernández Collado).
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em pleo de un versículo semejante al del poeta francés,33 influjo o influen cia perceptible en Tiempo de dolor (Madrid, 1940 pero, tal com o se indica en la portada del mismo, integrado por poem as com puestos entre 1934 y 1937). A esta altura cronológica creo da fin el «intento de adaptación* atrás mencionado, que fue de corta duración y, en él, Vivanco guardó la discre ción y el comedimiento que siempre le distinguieron.34 Tiempo de dolores un conjunto de 34 poemas, más bien extensos, divi didos algunos en varios apartados y en cuya temática están presentes la in timidad del poeta, paisajes concretos com o el río Tajo («Claridad del Tajo») o Silos («Paz y primavera en Silos»), su acendrada religiosidad que canta a Cristo crucificado y celebra a la Virgen María. El dolor que siente Vivanco y que deja huella en sus versos es el producido por su radical im perfec ción y por el espectáculo más bien triste que constituye la humanidad en torno lo que no conduce, ni siquiera se aproxima, a una lamentación por la inmediata y dolorosa realidad española, ausente en referencias concre tas de estos versos. Ese amargo caudal no resulta incompatible con la ale gría que experimenta ante Dios — «Gracias te doy, Dios mío, por la luz y por el silencio,/y por todos los bienes espirituales que sustituyen en mí a las miradas que me enriquecían» (poem a «Acción de gracias»)— . Es un vas to m undo lo que el poeta maneja con singular destreza y grave expresión, carente más bien de artificios retóricos lo que a veces aproxima sus ver sículos a la prosa enunciativa. Alejamiento por el estilo aparece en las cinco odas que constituyen la entrega «Lira serena» ofrecida en el número 3 de Jerarquía (1938), poem as de contenido intemporal, com puestos en liras, en alguno de los cuales se delata una resonancia de fray Luis. Celebración del mar en el primero de ellos, donde son convocados otros elementos de la naturaleza en un m o mento — «tarde lisonjera»— que tiene, com o llenándolo, su propia música y sin que el más leve rastro de presencia humana la turbe; el tiempo es una realidad detenida que se suma a una situación casi paradisíaca, expresada en un lenguaje claro y delicado, rasgos que con no menor intensidad en contramos en los cuatro poem as restantes. En el segundo, más personal o individualizado, la presencia del hombre y su anhelo de alcanzar una rea lidad más alta — «visión del alto cielo»— sirve de argumento, realzado por 33 V ivan co se refiere a «una é p o ca más retórica y claudeliana» en su poesía y la reco n oce en sus Cantos de primavera^ su Tiempo de dolor (entrevista d e Ramón Pedros, ABC, 2-II-
1973, P- 74) 34 En el hom enaje postum o rendido a V ivan co en la Sociedad de Estudios y P ublicacio nes (Madrid, m ayo de 1976), Pedro Lain Entralgo alabaría esta actitud de su amigo: «Supiste decir y dijiste no cuan do España se partía en dos mitades. Supiste decir no a tres grandes peligros: derram am iento de sangre, lucro gratuito y o lvid o de la hum anidad y valía del ad versario».
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un clam or admirativo que externam ente se manifiesta m erced al uso de los correspondientes signos ortográficos. La oda tercera es una hermosa consideración del paso del tiempo — «El año presuroso»— sin ningún sa bor elegiaco pues, a través de las cuatro estaciones en que éste se reparte, de su equilibrado repaso, se desprende una grata sensación de armonía presidiendo el conjunto. Las odas penúltima y última van dedicadas al en altecim iento de presencias sobrenaturales com o, respectivamente, D ios — a quien se pide que remedie la pobreza de su criatura— y la Virgen, ce lebrada en el misterio de la Anunciación, a quien aclaman además de la vo z del poeta, realidades terrestres com o «el álamo frondoso», «la yerba hu milde» o «el vuelo rumoroso/de la rubia colmena». Feliz conjunto el de es ta entrega poética, extraña además en unas circunstancias escasam ente propicias para semejante serenidad. Durante m ucho tiem po Luis R o s a l e s C a m a c h o (1910-1992) fue consi derado culpable en buena m edida de la muerte de su amigo y paisano Fe derico García Lorca y hubo de soportar, traída y llevada por tirios y troyanos, lo qu e Félix G rande llam ó y describió en un m uy justo libro «la c a l u m n i a »35 que le convertía en traidor — el falangista que protege a un rojo— para los suyos y, para los otros, en cóm plice de los asesinos. Su an gustia por ello debió de ser grande viviendo unos cuantos meses más en una ciudad donde tuvo lugar una dura represión contra las gentes repu blicanas que supuso, por ejemplo, el fusilamiento de su jefe militar — el general M iguel Cam pins— , su alcalde — M anuel Fernández M ontesi nos— y el rector de la Universidad — Salvador Vila— . Cuando le fue p o sible y exponiéndose con un largo y com plicado viaje huyó Rosales de su ciudad y arribó a otras de la zona nacional para él m enos ingratas, com o Pamplona y Burgos; Lain Entralgo le recuerda un «refugiado interior» en la primera de ellas -J6 V in o a P a m p lo n a d e s d e G ra n a d a p r in c ip a lm e n te p a ra p o n e r d ista n cia g e o g rá fica e n tre é l y u n terrib le s u c e s o — e l a s e s in a to d e F e d e r ic o G a r c ía L orca— d e l c u a l h a b ía s a lid o é tic a m e n te lim p io y co rd ia lm e n te d o lo rid o . El a cto d e s u c o m p a r e c e n c ia f u e d e s lu m b ra d o r: u n a le c tu ra d e s u s ú ltim o s p o e m a s , in é d i to s to d a v ía , e n e l d e s p a c h o d e l d ir e c to r d e Arriba España.
35 Félix G rande, La calumnia. De cómo a Luis Rosales, por defender a Federico García Lorca, lo persiguieron hasta la muerte (Madrid, M ondadori, 1987). Una gacetilla anónim a inform aba e n el diario ABC: «el autor del libro defiende a Rosales d e todas las im putaciones [...] A la rem em oración d e los h echos sigue su enjuiciam iento co n el objetivo de absolver de toda so sp echa al creador d e La casa encendida·. Pedro Lain Entralgo, Descargo de conciencia (Barcelona, Seix Barrai, 1976), p. zzi.
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García Serrano, colaborador de ese diario pamplónica, habla37 del m o no caqui que el poeta vestía: «recuerdo, ya en el 37, a Luis Rosales luciendo el talle y su fresca y gran sonrisa por Pamplona, embutido en un m ono ca qui, clarito, colonial, con trinchas y pistola al cinto». En el número 2 de la revista Jerarquía (octubre 1938) queda constancia de su poesía escrita en tonces: el poem a titulado «La v o z de los muertos» que, andando el tiempo y com o otros poem as coetáneos, tendría una segunda versión. Sabemos por sus declaraciones a Carlos Fernández Cuenca 38 que vino a Pamplona «desde los frentes de guerra andaluces, reclamado por Patricio G onzález de Canales para formar con Pedro Lain Entralgo y con el pintor Cabanas el primer núcleo de propaganda de la Falange» y en Pamplona se dedicó, en tre otras ocupaciones, a escribir una segunda versión de Abril, su libro ini cial publicado en 1935: en ella, los temas eran los mismos de la primigenia, de la que conservará incluso algunos versos «pero el enfoque suele ser dis tinto porque era distinta la actitud creadora». En Burgos, después, se inte gra en el grupo de escritores e intelectuales en torno a Dionisio Ridruejo, a la sazón D elegado Nacional de Propaganda, y estrechará lazos de amistad con algunos de sus integrantes, Vivanco, por ejemplo, su colaborador en algunas obras; recibe de la Editora N acional el encargo de preparar una antología de la obra de Á n gel G anivet para la co lección «Breviarios del Pensamiento Español» que se retrasa hasta 1943. Rosales participa en volú m enes poéticos colectivos com o la Corona homenaje a José Antonio Pri mo de Rivera (1939) — con un soneto— y Los versos del combatiente (1938) — con varios poemillas seguros y otros sólo probables— ■ ; fue una iniciati va de Ridruejo que, una vez realizada en libro (folleto, más bien), se distri buiría entre los soldados nacionales, apareciendo com o su autor un sar gento de morteros llam ado José Rosales Cam acho, herm ano de nuestro poeta y que, según la idea que lo presidía, se abstiene de «hacer campaña de m enoscabo para el adversario» y se prohíbe «el odio y el insulto». Por es te camino van sus otros versos de aquel momento, superando Rosales el maniqueísmo beligerante de buenos y malos, tan socorrido entonces: así lo acreditan los aparecidos en Vértice (na 7-8, XII-1937, «Verano» y n2 13, VIII-1938, «Ofrecimiento. (Guardia en el parapeto)») o los que llamó «Poe mas de la muerte contigua», com puestos en 1937 y recogidos algunos de ellos en el libro Canciones; o el titulado «España» que salió en La Gaceta Regional, de Salamanca (25-VII-i937).39 Conviene a todos ellos la advertencia de Félix Grande cuando afirma que: «Escribir y publicar en 1938 versos co m o algunos que se contienen en los poem as del Rosales de aquella época 37 Rafael García Serrano, La gran esperanza (Barcelona, Planeta, 1983), p. 69 B. 38 En el n2 91 (1-III-1954, Madrid, p. 7) d e Correo Literario. 39 Lo exh u m ó G o n zalo Santonja en ABC Cultural (Madrid, n2 496, 28-VII-2001, p. 17).
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no revela únicamente piedad y bondad, sino también una buena dosis de coraje moral y de ingenuidad política— ». Sobre este particular recordaré la opinión de quienes com o Lechner, tan fiel al bando republicano com o hostil al nacional, enfrentados con el poem a «La voz de los muertos» lo elo gian abiertamente: las dos versiones existentes tienen casi la misma exten sión — 77 versos, la primera, y 72 la segunda— y poquísimas e insignifi cantes variaciones textuales; el metro es el alejandrino, agrupado en unidades (seis én cada versión) sin número fijo de versos, no rimados. Los lectores coetáneos del poem a sabían qué acontecim iento había causado la muerte de los anónimos personajes invocados mas un lector de nues tros días, sin ninguna información previa, lo recibiría com o un poem a in temporal que tiene a España com o espacio propio y a sus naturales — los muertos y los supervivientes— com o protagonistas pero falto de las con creciones precisas para que pueda situarlo debidamente; poem a además de intem poral, históricam ente desapasionado p orque la pasión que se trasluce en sus versos es de otro tipo: procede de la palabra del autor en su celebración y lamentación de España, invocada explícita y cordialmente en el verso que cierra y, antes de llegar ahí, el paisaje, la historia, el indeci so futuro constituyen el argumento poem ático que se ofrece entre afirma ciones y negaciones, admiraciones e interrogaciones, en un elegante esti lo cargado de imágenes. El com prom iso político e ideológico asum ido por D ionisio Ridruejo (19x2-1975) afectó no sólo a su obra poética sino también a la estimación de que go zó en vida y aun después, positiva y negativa, habida cuenta del proceso ocurrido «desde la Falange a la oposición» (tal com o reza el título de un volum en-homenaje a él consagrado); el desconcierto de quien con templa su caso puede ser grande si coteja testimonios de sus camaradas fa langistas de antaño — com o Eugenio Montes, que llegó a increparle con estas durísimas palabras: «Cuando com o tú se ha llevado a centenares de compatriotas a la muerte, y, luego, se llega a la conclusión de que aquella lucha fue un error, no cabe dedicarse a fundar un partido político [alude a la Unión Social Dem ócrata Española]: si se es creyente hay que hacerse cartujo y si es agnóstico hay que pegarse un tiro», corroboradas en cierto m odo por José María Fontana que le considera «uno de los personajes más tristes y d elezn ables de nuestra historia contem poránea»— co n los de quienes se com placen en celebrar sus cualidades y merecimientos — G on zález Ruano, que le conoció en Roma durante la guerra civil y recuerda que «me hizo una excelente impresión su ardiente juventud, su encendida y a la vez m edida palabra y sus poesías», o Antonio Tovar, también falan gista y, com o Ridruejo, desengañado con el tiempo, admirador de su ca pacidad oratoria: «¡Qué aciertos de expresión, qué seguridad en el tono,
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qué tensión poética que recordaba el estilo joseantoniano!»— . D el cóm o y el porqué de cambio tan radical escribiría el interesado más de una v e z — así en sus libros Escrito en España (1962) y Casi unas memorias (1976)— , quien, sorprendentemente, declaraba, por lo que atañe a su poesía, que «la guerra no afectó más seriamente mi discurso poético ni en la temática ni en la técnica. Es un caso de disociación que nunca sabré explicarle, que acaso exija el psicoanálisis»^0 Ridruejo fue alum no de Antonio M achado en el Instituto de Segovia para convertirse, andando el tiempo, en uno de sus más decididos admi radores — del hombre y del poeta, complacidamente influido por éste— e intentaría rescatarlo de un circunstancial e indeseable cautiverio político, a la altura de 1940, en un p o co afortunado prólogo para una edición de unas presuntas Poesías completas (salidas de m ano de Espasa-Calpe en Madrid, 1941), más valioso por la noble intención que lo animaba que por lo convincente de su argum entación. En 1935, con la aparición del libro Plural, «poemas que han ido naciendo — com o D ios ha querido— en años, en fronteras de adolescencia a juventud», se produjo el lanzamiento público de Ridruejo, estudiante en la escuela de periodismo creada por el diario madrileño El Debate, en el cual colaboraría al tiempo que com enzó a ser conocido en el mundillo literario, pero el estallido de la guerra civil le supuso rupturas y novedades considerables; su condición de joven y va lioso falangista iba a convertirle en un modesto jefe que escaló en seguida jerarquías más altas, proceso por él recordado así: «Durante los primeros m eses de la guerra pertenecí a la Falange de Sego via, en cuyos cuadros jerárquicos form aba sin ocupar un puesto ejecutivo. Mi m isión era, principalmente, de propaganda y de enlace con otras provincias. D e v e z en cuando pasaba algunos días o semanas en el frente. Y entre estan cia y estancia, viajaba, redactaba un semanario y pronunciaba discursos. Estos discursos — im provisados siem pre y al parecer eficaces— fueron los culpa bles de mi ascenso que ni imaginaba ni deseaba y que m e llegó por s o r p r e s a . 4 1
A partir del nombramiento com o jefe provincial de Valladolid fue la su ya una incesante actividad siempre en acto de servicio que le llevó, una vez constituido en Burgos el primer gobierno nacional, a ocuparse de los servi cios de propaganda del nuevo régimen com o Director Nacional de ellos, a formar un selecto grupo de colaboradores a quienes confiaba iniciativas com o el volum en Los versos del combatiente o encargaba trabajos para Edi tora Nacional, alentaba con su ayuda otros proyectos — como sucedió con 4° Dionisio Ridruejo, edición de Primer libro de amor. Poesía en armas. Sonetos, con in troducción y notas suyas. (Madrid, Clásicos Castalia, n2 73,1976), p. 16. 41 Dionisio Ridruejo, Escrito en España, (Buenos Aires, Losada, 1962), p. 15
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los fundadores del semanario Destino— o arriesgándose con alguno de ellos en misiones tan bien intencionadas com o el acercamiento afectivo y efectivo a Cataluña y a los catalanes em pezando por el trato dispensado a su lengua y cultura, fracasado lamentablemente por el negativismo de quie nes fueron autoridades máximas en el territorio liberado. Muestra de esa actividad, tan llena de iniciativas y ocurrencias entusiastas, fue el acto de Valladolid al cumplirse el segundo aniversario del Alzamiento: El r8 de julio del 38 organicé varios actos públicos de hom enaje a los com batientes, con todo el cerem onial d e las grandes ‘paradas’ fascistas. El más im portante se con vocó en Valladolid, con algunos miles de hom bres traídos de los frentes. Invité a Millán [Astray] a alternar, com o orador, con el Secretario General del Partido.4 2
D e sus numerosos discursos de esos años, elogiados cuando menos en su aspecto formal por quienes le oyeron y vieron, se conservan algunas r e l i q u i a s , 43 donde salen a relucir un entendimiento harto revolucionario de la tradición («no aceptamos más tradición que la que cabe en nuestras venas juveniles»), una ardorosa exaltación de la revolución («cuando la re volución es necesaria, la postura conservadora es nacionalm ente crimi nal»), un riguroso repudio del derechism o y otro por el estilo para el siglo XIX, considerado, a la usanza de entonces, «un siglo entero de mediocrida des y de disconformidad con el ser de España». Dentro ya de su poesía he de referirme primeramente a las colabora ciones en revistas com o Vértice, donde vieron la luz cuatro impecables so netos de frialdad no pequeña que celebran a otros tantos ríos españoles: Duero, Ebro, Guadiana (n2 21, abril 1939) y Tajo (semanario Tajo, Madrid, n2 8, 20-VII-1940), ensalzado éste en su relación con la reciente gesta del Alcázar y dedicado al general Moscardó. También en Vértice se insertó (n2 23, julio 1939) el soneto «A Benito Mussolini», eliminado posteriormente de su obra, de altisonante y bien construida retórica. Ejemplo de lo que Ma nuel Penella denomina «género heroico-propagandístico» son otros cuatro sonetos: «Al destino de España», «En guerra», «A Castilla» (dedicados, res pectivam ente, a sus am igos Xavier de Echarri, Agustín Aznar y Eugenio Montes) y «A Franco», escritos en 1936 y 1937, reflejo de los tópicos y modos acostumbrados a la sazón. Por cuanto acabo de recontar, que acaso con tradiga el h echo de la disociación que Ridruejo decía se produjo entre la guerra y su poesía, resulta evidente que su obra de esos años fue temáti camente afectada por la contienda. 4* Lo recuerda Ridruejo en la p. n i de Sombras y bultos (Barcelona, Destino, 1977). 43 Com o los pronunciados en Pam plona, 1938, y Bilbao, 1939 (O viedo , N uevo Cauce E di torial, 1987).
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«Oda a la Guerra» (na 2 de Jerarquía, octubre 1937) es un extenso poem a de 167 endecasílabos libres agrupados en unidades métricas irregulares de tres a nueve versos cada una; en él se ofrece com o escenario geográficohistórico del argum ento un paisaje rural en cuya presentación cuentan destacadamente elementos com o el árbol, el prado, el bosque, los ríos, la roca y el cielo: cada uno de ellos com parece a lo largo de unos pocos ver sos y en una imagen tranquila que, más adelante en el poema, se verá afec tada por el vendaval bélico. Luego de esos seis elementos viene la com pa recencia del hombre (con minúscula pese a su generalidad y anonimía), situado com o ser laborioso en el taller y en la fragua. Se vive una paz peli grosa pues los que corren son días en los cuales «España se rendía triste mente/ con clamor de murallas en el polvo/y suspiros de m iedo en las en trañas», situación m uy próxim a al mes de julio (con mayúscula inicial), a partir de cuya mención, tanto los seis elementos naturales invocados co m o los dos humanos experimentan radical transformación que se traduce en el estallido de la contienda; si hasta aquí Ridruejo parece haber guarda do las formas de la independencia ideológica entre dos beligerancias en frentadas, desde ahora pudiera advertirse transgresión de esa actitud pues la celebración de la peripecia bélica a que se entrega, donde salen vo ca blos com o «goce», «triunfo» y «triunfales», «esperanza», más la exhortación contenida en los seis versos últimos, tiene a mi ver inequívoca resonancia fascista en lo que concierne a la «vita pericolosa» aunque ni en este pasaje ni en los versos precedentes la repulsa al enem igo oscurezca denigratoriamente el conjunto, de m uy aseada escritura. El segundo libro poético de Dionisio Ridruejo, Primer libro de amor, salió en 1939 (acabada la impresión el día de Todos los Santos) pero, tal co m o se indica en la portada, reúne poem as compuestos entre 1935 y ese año — «más de su mitad [declaraba el autor a Carlos Fernández C uencaH esta ba escrita antes del 18 de julio de 1936»— . Lo integran seis partes a las que unifica el asunto amoroso que lo preside y el tono que lo sirve; mayoritariamente se com pone de sonetos y esto perm ite que incluyam os libro y poeta dentro de la tendencia llamada «retorno a la estrofa» que, com o re acción previsible tras las libertades practicadas por la vanguardia — «tras la inquietud, la norma», que sentenció Luis Rosales— se operó en la poesía española de los años 20 al 30; Garcilaso de la Vega fue a este respecto m o delo que Ridruejo y otros colegas coetáneos tuvieron muy en cuenta, Ger mán Bleiberg particularmente cuya amistad «me hizo meterme en la p o e sía renacentista, con entrada más formal que rigurosamente poética». El punto de partida que ayudó para la manifestación en verso de la historia sentimental núcleo fue un libro de Pedro Salinas, La voz a ti debida (1933), 44 Entrevista en Correo Literario (Madrid, ns 58, p. 12).
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si bien Ridruejo reconoce que entre ambos libros existe una triple ruptura — musical, de concepto y técnica— que los diferencia bastante. Por lo que se refiere al uso de la forma soneto admite la huella dejada en los suyos por Gerardo Diego: «el soneto [su soneto descriptivo, especialm ente el del ciprés de Silos] es la matriz de los míos. ¿No sería esto bastante para que y o m e considerase su discípulo?».45 Fidelidad grande la suya al soneto mante nida a lo largo del tiempo aunque se incline después por formas métricas más abiertas y acaso más aptas para el debido desarrollo de ciertos temas. La primera edición de este libro (Barcelona, Yunque, 1939, 1.500 ejem plares), al cuidado de Juan Ramón Masoliver, fue elogiada por Ridruejo dada su condición de volum en precioso pues se hizo utilizando tipografía especialm ente preparada, en p ap el de hilo, reproducción de ediciones italianas del siglo xvi; fue bien acogido y sufrió algunas modificaciones en el texto posteriormente. Com o características suyas más acusadas podrían señalarse la presencia del paisaje com o entrañable com pañía del senti miento amoroso, cierta proclividad a la abstracción, predominio de la ima gen sobre la metáfora y una retórica grave y robusta junto a una maestría artesana en sli utilización; dentro de su aura clásica, una afinidad, que no influencia, barroca y conceptista. Serenidad y sosiego y concertado equili brio quizá sea la sensación dominante en el ánimo de su lector.
45 Sombras y bultos, p. 270.
Capítulo X NOVELISTAS Y NOVELAS
Los a ñ o s 1937 y 1938, así com o los cinco últimos meses de 1936, son tiempo de preferente actividad bélica y política, m uy p oco propicio para la inte lectual y literaria que, con harta frecuencia, aparece teñida de ideología exasperada y combatiente. Por lo que a la novela atañe fue más bien p oco valioso lo habido en ambas zonas beligerantes. Sucedía, también, que los llamados genéricamente intelectuales {y, en tre ellos, los creadores literarios) eran, cuando no resueltamente com pro metidos con la causa, vistos con algún recelo y hasta considerados res ponsables de algunas desgracias españolas recientes — así, en el bando nacional— , o necesitados de enérgica llamada de atención para que aban donaran las torres de marfil en que, elitistamente, se com placían — zona republicana— . H abían de pasarlo mal durante la contienda aquellos a quienes Dolores Ibárruri llamó en cierta ocasión «cabeza de chorlito» y a quienes se obligó a firmar «bajo el terror» (Aldo Garosci lo dice)1 un mani fiesto de fidelidad a la República, que algunos de los firmantes repudiarí an tiempo después; Herrera Petere los anatematiza2 en cuanto fieles a «las 1 En la p ágina 208 de su libro Los intelectuales y la guerra de España (traducción e sp a ñola publicada p o r editorial Júcar, 1981) dice G arosci «que indudablem ente fue redactado bajo el terror». Según Madariaga, «al principio de la guerra [30 de julio] se o b ligó a los inte lectuales del país a firmar un m anifiesto a favor de la República, es decir de la revolución que por el extranjero circulaba con disfraz republicano. Los tres escritores que habían fun d a d o la A so cia ció n al Servicio d e la R epú blica e n 1931 [...] rep udiaron este m anifiesto en cuanto se vieron libres en el destierro [...]». O frece algunos reveladores datos a este resp ec to Marino G ó m ez Santos, Españoles sin fronteras (Barcelona, Planeta, 1983). z En el p rólogo de Acero de Madrid (Barcelona., Laia, 1979), pp. 7 y 8.
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nieblas soñolientas del formalismo, puras, hermosas y frías com o el ala bastro», soñadores de «los sueños indolentes» y cultivadores de un «precio sismo [que], con todos los respetos, está en trance de muerte, com o una pobre señora menopáusica, cruelmente abandonada». Lindezas por el esti lo se decían asimismo entonces por gentes que militaban en el que había de ser bando vencedor, obsesionadas m uy negativamente con la genera ción del 98 y con una mal precisada «fiebre modernista», que aquejó a «jóve nes pseudointelectuales y pseudoliteratos »,3 tanto como por los intelectua les de la Institución Libre de Enseñanza o afines, propagadores de malsanas ideas y, sin duda, los mayores culpables de la tragedia acaecida. Nadie nopartidario quedará, antes o después, libre de ataque y hasta (si llega el ca so) de muerte violenta — así sucedió con dos poetas del 27: José María de Hinojosa, asesinado por los republicanos (Málaga, agosto 1936) y Federico García Lorca, por los nacionales (Granada, agosto 1936)— ; aquellos que com o Ortega, Marañón, Pérez de Ayala o Madariaga representan la llama da Tercera España fueron denostados por unos y otros beligerantes en la que el propio Madariaga denominaría la guerra de los tres Franciscos. Los libros narrativos publicados en la zona nacional a lo largo de 1937 tienen más de reportaje o de memoria que de novela. Junto a escritores ocasionales que en seguida abandonarían sus aficiones literarias y cuyas obras ofrecen una curiosa m ezcolanza de lo sentimental-rosáceo y lo político-bélico, aparecen autores más conocidos o que habrían de serlo no tardando m ucho y, finalmente, los que contaban ya con una nombradla asentada: Jorge Claramunt ejem plifica el primer grupo, José M uñoz San Román el segundo y Francisco de Cossío representa a los escritores con un nom bre ya reconocido. El aumento cuantitativo registrado en 1938 re sulta m uy notorio en la zona nacional cuyo territorio, por estrictas razo nes bélicas, era cada v e z más extenso; la partición del país había prom o v id o el nacim iento, frente a los ya con sabidos n ú cleos intelectuales y editoriales de Madrid y Barcelona, de p equeños núcleos en capitales de provincias lo cual exp lica determ inados pies editoriales qu e ostentan volúm enes de m uy vario asunto, entre ellos algunas novelas, debidas a veces a com batientes com o Francisco Cavero y Cavero, alférez provisio nal muerto en com bate, que durante una enferm edad redactó Con la Se g u n d a Bandera en elfren te de Aragón, donde acaso no todo lo narrado sean «hechos rigurosam ente ciertos». No m enos ciertos habrán sido los utilizados con mejor arte y en un tono a la vez arrebatado y lírico por Ra fael García Serrano, también alférez provisional, a quien se debe el breve 3 Son exp resio n es qu e figuran en el p ró lo g o qu e Jorge Claramunt escribió para MariDolor, p ieza dramática de Jesús María de A rozam ena y José V icente Puente (Editorial Es pañola, 1937, pp. 12 y 11).
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libro Eugenio o proclam ación de la primavera, su primera tentativa n o veladora. El año 1939, concluida la contienda el ia de abril con la emisión del últi m o parte del Cuartel general del Generalísimo, supuso cambio no peque ño en muchos órdenes, entre otros y más específicamente el de la novela pues, cuando menos, se produce en la cantidad de títulos que ven la luz y en el número de narradores en activo aunque, a partir de ahora y durante bastante tiem po, la república literaria española estará escindida en dos porciones — el exilio y el interior— ·, con censo desigual una y otra. Con taremos entre los integrantes de la segunda autores pertenecientes a di versas generaciones desde Baroja y Azorín, sLipervivientes de la del 98, y tras ellos gentes com o Ricardo León, Concha Espina y W enceslao Fernán dez Flórez (entre los mayores en edad) y, asimismo, Tomás Borrás, Felipe Xim énez de Sandoval, Jacinto Miquelarena, Claudio de la Torre, Huberto Pérez de la Ossa, Ramón Ledesma Miranda, Bartolom é Soler, Sebastián Juan Arbó, César González Ruano, Juan Antonio de Zunzunegui o Samuel Ros; no pongam os en olvido a algunos promocionistas de El Cuento Se m anal (López de Haro y José Francés, por ejemplo). A estos nombres se juntarán otros completamente nuevos com o Rafael García Serrano, Pedro Álvarez G óm ez o Cecilio Benítez de Castro. Ordenados alfabéticamente sigue un abundante conjunto de narrado res de m uy diferente calidad e importancia que con desigual dedicación al género constituyen la cabal, aunque incom pleta, representación del mismo. Rosa DE Arámburu fue colaboradora del semanario Domingo durante su primera etapa en San Sebastián dentro del grupo dirigido por Juan Pujol y en el que figuraba Luis Antonio de Vega, destacado cultivador en artículos y re latos del llamado tema marroquí cuyo exotismo pudiera haberle transmitido tal com o se muestra en la novela Ojos largos, pLiblicada en m ayo de 1937 (Burgos, Editorial Española) como número 2 de la colección «La Novela Nue va»). Además de ofrecer al lector escenarios, personajes y modos de vida no habituales entre nosotros, presentación qvie Arámburu realiza con ajustado conocimiento de la materia, su novela no toca lo más mínimo el tema que por entonces ocupaba y preocupaba a sus colegas: nuestra guerra civil. Su acción ocurre en los años veinte, concretamente en 1927 (1344 de la Hégira), establecido el protectorado español en Marruecos y com o luga res destacados de la misma cuentan las ciudades de Larache y Alcazarquivir, harto significativas en la existencia de la protagonista femenina, Nejisa o «Ainin Toal» («Ojos Largos») com o la saluda su marido, el moro Sid Habdselam el Susi, apelativo «que sonó deliciosamente en los oídos» de la inte resada.
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Las varias etapas que cabe señalar en su existencia ordenan estrecha mente la materia argumentai que es más bien escasa en peripecias hacia fuera, algo m onótona en ocasiones, habida cuenta del m odo de vida ce rrado y limitado que se im pone a la mujer, cualquiera sea su condición so cial; la subida a las azoteas de las casas, a la caída de la tarde, y la conver sación que entablan unas mujeres con otras, cargada de chismorreo, era lo propio de semejantes reuniones. Tras los años de infancia en el aduar de Bem Aros, lugar de su nacimiento, la oscuridad e ignorancia en que había vivido com enzaron a rom perse cuando la heroína descubre por su cuenta o ayudada a veces por palabras y hechos de quienes la rodean (Fátima, es pecialm ente) realidades com o el fortuito descubrimiento en una casa de baños de que («revelación portentosa») era una bella criatura. Vendrá des pués la estancia en casa de Sidi Driss el Fassi, poderoso señor vecino de Larache, vacilante en su fe musulmana, no bien visto por muchos pero cu y o trato la ayudará eficazm ente en el ya iniciado proceso de descubri mientos; es aquí cuando la autora mostrará m uy particularmente su infor m ación sobre tradiciones y costum bres m usulm anas relativas tanto a mujeres com o a hombres que, por ejemplo, prohíben que ninguna de las esposas de un musulmán pueda ser presentada al huésped que le visita o, en otro caso, aconsejan que «las cosas no sean dichas con prisa ni se abor den los asuntos sin haber caracoleado antes a su alrededor». La siguiente y última etapa en la vida de Nejisa se cumple en Alcazarquivir, a donde se traslada una vez conveitida en la cuarta de las esposas de Sid Abdselam el Susi. El lector sabrá ahora la difícil convivencia de estas esposas entre sí y con su marido, el cual no debe, según la IV sura coránica, mostrar ostensiblemente preferencia por ninguna. El cambio que se produjo en la cotidianidad de la casa de Abdselam con la llegada de Nejisa — «una alegría y una confianza que dieron a las reuniones fem eninas un encanto hasta entonces desconocido»— y el aprecio que hacia ella manifestaba el espo so dieron pie a un odio de las otras tres mujeres — Haduxa, Yasmina y Uarda— ; conjuradas contra ella preparan su muerte por envenenam iento p e ro antes del desenlace hay espacio para — en la línea noticiosa apuntada— conocer pormenores de la brutal celebración de la Pascua del Mulud o de los ritos hechiceros practicados en el entierro de un anciano de la vecindad. Otros pormenores costumbristas de m uy diversa índole y buen núm e ro de personajes, femeninos sobre todo, que pasan breves momentos pol las páginas del libro, se integran en una narración correcta y, a menudo, llamativa. Hay en la novela Susana (1938), de Pío B a r o j a , un protagonista-narra dor, el m anchego y m ancebo de botica Miguel Salazar, que desde su labo ratorio en una ambulancia del frente nacional en la guerra civil escribe es
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tas cuartillas — las llama también «apuntes» y «relación»— destinadas a la lectura por una no identificada amiga de su hermana, atraída sin duda pol lo que ésta le dice de él, tan favorable sin merecerlo; lo más importante de aquéllas es lo relativo a la estancia de Miguel en París que duró «cerca de año y medio» y comprende desde su salida de Madrid p oco antes del 18 de julio del 36 hasta su regreso a España, entrando por Cádiz en la zona na cional, donde será combatiente — unas líneas en el capítulo XXIX y último informan de ello. No se trata de una novela de la guerra civil pues en sus páginas este h e cho queda reducido a unas cuantas brevísimas menciones: junto a la antes apuntada, las relativas a los varios andaluces huidos de la Málaga republi cana, la partida de milicianos que fueron a buscarle en su botica madrile ña acaso con no m uy buenas intenciones, la noticia de un amigo paseado por los republicanos en Madrid donde, según la institutriz Ern, lastimosa mente «ya no se puede vivir», o el m édico detenido y fusilado por los anar quistas y el escritor huido de la zona gubernamental— . Y es que Salazar no parece m uy interesado por conocer la marcha de la situación española, aludida más de una vez por sus amigos extranjeros com o tema de conver sación. Añádase que el título del libro, Susana, se refiere a una atractiva y docta archivera francesa de la cual se enamora (y es correspondido) el na rrador, fundam ento de una relación sentimental cuyos altibajos constitu yen el núcleo más importante y trabado de la acción pues lo restante re sulta ser un poblado y p oco estable acompañamiento, conjunto en el que entran y salen sin dejar huella apreciable muy variados personajes, ejem plo una v e z más de la facilidad con que Baroja se m ueve al respecto, así com o en el manejo de la amplia temática por ellos abordada en sus vario pintas conversaciones. Alternan algunos pasajes culturalistas — por ejem plo: las lecturas hechas por Salazar, punto menos que extasiado ante la se gunda parte d el Q uijote e incapaz de resistir a Proust: «las novelas de Proust no las pude terminar, no me interesaban»— , con pasajes descripti vos de lugares parisinos fuera del tráfago ciudadano. C ecilio B enítez de C astro , nacido en la localidad santanderina de Ra males (19x7) pero afincado en Barcelona e integrante del grupo que presi día Luys Santamarina, conoció un buen éxito m om entáneo con Se ha ocu pa do el kilómetro 0X1939), a la que siguió la novela corta El espantable caso de los «tomadores» de ciudades y varias otras, dada su considerable activi dad narrativa en los primeros años cuarenta. Lleva su novela la siguiente dedicatoria: «A tantos combatientes com o en el mundo han sido, unos que, hace años, cayeron por los campos de Europa con clarín y bandera y sin am bas cosas. Otros que, veintidós años más tarde, murieron en tierras de Es paña, a redoble de tambor histórico, por un m otivo determinado». Consta
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de diecinueve capítulos, con títulos m uy indicativos que contienen nom bres de lu g a r— III: El Ebro. El kilóm etro 6— , de hechos — XI: La defensa de Gandesa— , de com batientes — XII: Así murió mamá Valentín— , más un epílogo, rematando la acción narrada: fase final de la batalla del Ebro, en la que Julio A g u i l a r encontró la muerte. En su obra se sostiene una tesis (o contratesis) y de ahí el subtítulo, «Contestación a Remarque» (el Remar que de Sin novedad en el frente, la famosa novela de la guerra de 1914-18 desde el lado de los vencidos). Pero Benítez de Castro pertenece a los ven cedores y su guerra ha sido una guerra civil, una guerra, sin embargo, de independencia porque en el bando enem igo (según el combatiente Agui lar) se defendían actitudes extranjerizantes, gravemente atentatorias al ser de la patria. La guerra ha sido, pues, necesaria y, además, una empresa co ronada victoriosamente y, por tanto, una empresa de gloria. No sólo son ejemplares los combatientes, sino que también encontramos un edifican te tipo de mujer falangista, representado por la catalana Nuri, ocupada y preocupada, alegre siempre, varonil y femenina a un tiempo, que se hace respetar por el hombre, el cual no puede mirarla ya com o simple objeto puesto para su contem plación o para su goce. Contrasta esta mujer con Lucía, la novia vallisoletana de Aguilar, quien la ve (y casi abomina de ella) durante unos días de permiso en la ciudad de ambos; Lucía es frívola, no se ocupa de nada que valga la pena, es sensual y, también, egoísta. Agui lar piensa entonces que ha encontrado su mujer en Nuri, tal v e z más uto pía que ser humano posible y creíble. Se marca en esta novela una repulsa, odio incluso, contra lo intelectual frío y deshum ano, egoísta y d esp reocup ado ya que no es m om ento de contem placiones exquisitas, ni de elucubraciones sosegadas: hay m ucho que hacer y p oco tiempo por delante para tanta comprometida urgencia; por eso el intelectual Pérez es motejado de «embustero» por unos com pa ñeros falangistas, los cuales le dicen que «lo que debes hacer es coger un fusil, com o hem os hecho todos, y salir a tirar tiros». El lado malo de la guerra en esta novela son únicamente las dificulta des del com bate ya que la m uerte no importa; lo que sea suciedad, h e diondez, traición, aburrimiento, no saber por qué ni para qué se está com batiendo no encuentra lugar en sus páginas. Sí, por el contrario, la alegría que produce la hermandad forjada entre com pañeros en la trinchera, los ingenuos divertimientos, las cartas y paquetes de la retaguardia, las noti cias que indican esfuerzo y ánimo de lucha. 1939 es el año que da, entre interrogantes, Maryse Bertrand de Muñoz (.La guerra civil española en la novela..., tomo I, p. 136) com o de publica ción de la novela corta El espantable caso de los «tomadores»de ciudades, obra de Benítez de Castro, impresa en Barcelona. En la portada, bajo el tí tulo, consta su clasificación com o «novela humorística».
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La situación político-bélica contada se ambienta en Cataluña — Barce lona com o punto de partida de las expediciones militares republicanas— y en Aragón — pasan por su territorio camino de Zaragoza, cuya prometida y anunciada conquista se convierte en punto final nada glorioso de la aven tura— ; algunos nom bres de lugares com o Lérida, Fraga o Bujaraloz se constituyen en indicadores de la ruta seguida, alterada por im previstos avances y retrocesos. El objetivo principal de Benítez de Castro en este re lato, com puesto «un día que se encontraba de buen humor», no parece otro sino mostrar la organización — desorganización, mejor— que reina entre las gentes, mayores y menores, del bando republicano, anuncio seguro de su desastre, con sangrientos incidentes junto a situaciones más bien ridicu las; una trama de elemental espionaje, a cargo de una supuesta evadida de Zaragoza, combinada con una relación amorosa protagonizada por esa es pía, Mari Luz de nombre, y Juan Pérez, im provisado comandante, sirven de com plem ento. Añádase al objetivo apuntado lo qu e podría llamarse conversión de Juan Pérez a la buena causa com o fruto de su vuelta a la sen satez y al orden, una vez adquirido el firme convencim iento de que él co mo los compañeros de lucha e ideología son víctimas de un engaño. «Ha cer la R evolución para esto [...] Q u e haya en el frente hom bres qu e arriesguen su pellejo mientras aquí [en la retaguardia] los hay que cobran o roban dinero para la República. Q ue liquiden a tiros a cualquiera. Que no piensen más que en crearse en el extranjero una posición». Con semejante ánimo no extrañará que Pérez — que era «un poco marxista, pero un buen hombre»— , prisionero de sus vencedores y en libertad a los ocho días, se aliste com o voluntario y salga de inmediato para el frente nacional. Benítez de Castro confunde el «debe» obligación con el «debe de» posibilidad, incu rre más de una vez en laísmo, interviene explícitamente en la marcha de la acción y se dirige al lector; practica un humorismo lejos del chabacano b e neficiado por Joaquín Pérez Madrigal y, también, del innovador de Miguel Mihura y demás redactores del semanario La Ametralladora para quedarse bastante más próxim o a W enceslao Fernández Flórez, acaso su maestro. El alicantino Francisco B onmatí de C o d ecid o (1902-1965) fue periodis ta y escritor de variada y nutrida bibliografía que hizo novelas, biografías y estrenó comedias com o El rival de s í mismo (1953); su dedicación a los te mas madrileños, curioso investigador del pasado de la capital, le valió el nombramiento de cronista de ella. Durante los años de la guerra civil, resi dente en la zona nacional, publicó algunos libros entre los que cuenta, lle vado de su monarquismo, El príncipe D on Ju an de España (Valladolid, Santarén, 1938) que es una apasionada y fervorosa semblanza del hijo de Alfonso XIII y pretendiente sin éxito al trono español; muestra, al decir de su reseñista Juan Antonio de Zunzunegui ( Vértice, n2 16, noviem bre de
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1938), de su «estilo correcto y brillante». Al año siguiente aparecía Pilar, subtitulada novela de «guerra, espionaje y amor», una historia com plicada en situaciones y andanzas de algunos personajes, inverosímil, truculenta y rosácea más de una vez. La acción ocurre en diferentes escenarios extranjeros y españoles — Italia y las dos zonas beligerantes en la guerra civil— y en ellos se m ue ve bu en núm ero de personajes de m uy desigual interés aunque nunca grande o considerable, trabada la existencia de algunos por los hilos que sup on en las tres realidades antes invocadas: la guerra, el espionaje, el amor. Bonmatí establece una intencionada oposición entre ambas zonas y sus mantenedores, incurriendo com o otros colegas en el juego m aniqueo de buenos y malos. D el recorrido que algunos de los personajes hacen por España se desprende que mientras Sevilla, Salamanca o Burgos — entre las ciudades de la zona nacional— son ejemplo de vida normalísima, de tran quilidad y abundancia, Madrid, capital de la zona republicana, en nada se parece a lo que fuera antes, alegre y grata, ya que al presente es una ciu dad sucia y abandonada donde impera el terror, representado por la exis tencia de las checas y los masivos asesinatos de Paracuellos del Jarama; si a sus pobladores vam os, quienes ahora dom inan en ella son una horda dedicada a la comisión de todo género de tropelías. Desacertado anda el novelista cuando sustituye el relato de semejantes hechos por digresiones históricas y religiosas de gran superficialidad e incluso ignorancia, com o la que consagra (p. 195) al siglo xviii español. Falla asimismo en las peripe cias a cargo de personajes de uno y otro signo ideológico, españoles y ex tranjeros, metidos a espías pues sus viajes acá y allá, las sorprendentes ca sualidades que se producen, la inverosimilitud reinante a veces resultan m uy escasamente convincentes. Largo es el itinerario recorrido por un grupo de personajes que parten de Roma, embarcan en N ápoles y llegan tras un arriesgado periplo a G i braltar desde donde, libres ya de acompañamientos no deseables, entran en la España nacional y alguno de ellos (com o Pilar), una vez llegado has ta la frontera de Irún, penetra, en un intento peligrosísimo, en la zona ene miga, residiendo en Madrid hasta el final de la contienda; su aventura tie ne un desenlace feliz, que causa alguna extrañeza pues su protagonista se casa con su violador de tiempo atrás, Luis Velázquez, miliciano republica no convertido a la buena causa, olvidada su condición de «responsable marxista» y «extraviado» que había sido. Diríase que Bonmatí crea dem a siados personajes y escenarios, se com place en excesivas revueltas y com plicaciones y queda desbordado por semejante abundancia; un tono em~ parejable con lo rosa, unas descripciones paisajísticas y urbanas harto superficiales y tópicas y una serie de comparaciones nada novedosas dis tinguen formalmente su novela.
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Cuando a sus ochenta y cinco años moría en Madrid, su patria chica, T omás B orras (1891-1976) en las necrologías que conozco se destacaba la abundancia y variedad de su obra literaria — cuentos y novelas cortas y e x tensas, teatro, libros de tema madrileño, las biografías de Ramiro Ledesma Ramos y de José Antonio, además de una labor periodística que com enzó m uy pronto y atendió todas las especies de ella— ; ganador de prestigiosos premios, cargado de títulos com o el de Periodista de Honor o la presiden cia del Instituto de Estudios Madrileños, adscrito cronológicam ente a la generación del 27, cofrade de «Pombo» y sucesor de Ramón en los últimos años de esta tertulia, más un largo y significativo etcétera. La política figu ró asimismo entre sus dedicaciones y tenía a gala «haber vivido codo a co do con los hombres de la Falange y de las JONS en las horas más difíciles» de anteguerra y de la guerra civil. D e julio a diciembre de 1936 Borrás y su mujer anduvieron por Madrid expuestos a todos los peligros hasta que pu dieron refugiarse en la legación de Checoslovaquia y a fines de abril del año siguiente salieron rumbo a Valencia-Barcelona-Francia-Checoslovaquia y Alem ania para, finalmente, entrar en la España nacional, estable ciéndose en San Sebastián. De sus vicisitudes posteriores mientras duró la contienda recordaré el nombramiento com o delegado de Prensa en G ui púzcoa, fundador de La Ametralladora, director del diario sevillano Fe y colaborador en buen número de publicaciones periódicas. Fue en una de ellas, La Novela del Sábado, donde anticipó (Madrid, na 16, 2-IX-1939), con el título Oscuro heroísmo, las dos primeras «Acciones» de Chekas de M a drid, la novela que estaba escribiendo. El escenario de su acción es Madrid con algunas salidas fuera de su re cinto y en ello guarda cierto p arecido co n Madridgrado, de Francisco Camba; el tiempo son los tres años de nuestra guerra desde la sublevación y vencim iento del cuartel de la Montaña hasta la entrada en la ciudad del ejército nacional. Las mencionadas salidas de su recinto fueron, por ejem plo, la matanza en la estación de Getafe del grupo de ciudadanos jiennenses, pastoreados por su obispo, prisioneros en un tren que nunca llegó a su destino, suceso contado con estrem ecedor realism o, y el relato, con análogas características, de los crímenes com etidos por los republicanos en La Mancha. Pero el Madrid de Chekas..., aunque coincida físicamente con el Madrid real en los lugares señalados explícitamente — caso del b a rrio de Argüelles, el paisaje ferroviario, el depósito de cadáveres, determi nadas calles e, incluso, el entorno rural de la ciudad— resulta diferente de lo que fuera antaño porque las circunstancias históricas inmediatas habían alterado considerablem ente gentes y cosas hasta llegar a presentarse en algunas com o irreconocible: otras son la vestimenta de sus habitantes que, pese a tanta mortandad, han proscrito el em pleo del luto; la suciedad de
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las calles, abandonadas; el uso de los coches, tan distinto y anormal aho ra, sobre todo en la noche, para los paseos y, por algunos falangistas resis tentes en los llamados «coches fantasmas»; la inseguridad diurna y noctur na en las casas y en las calles y la desconfianza en la relación con los demás; el contraste que supone la acogida brindada a los evacuados de los pueblos cercanos y la tan repetida consigna gubernamental «Evacuad Madrid»; la tristeza y desesperanza ambiente de unas gentes reconocidas por su humor y alegría, si se quiere zarzueleros; y más y más pormenores. Semejante desequilibrio «hoy/ayer» conduce derechamente a la inverosimi litud que envuelve la postura de personajes políticamente ambiguos — los que hacen espionaje, los que juegan a dos barajas, los que se com placen en extraños pugilatos— , inverosimilitud que preside escenas com o el abiga rrado baile del capítulo XV o la misa clandestina posterior y que pueden encontrar disculpa en las circunstancias que se viven o padecen. El asunto ofrecido com o principal o superior responde a lo apuntado en el título de la novela en la que abundan las checas y, fuera estrictamen te de ellas, los pasajes chequísticos (permítaseme decirlo así) donde se ex trema pavorosam ente el enfrentamiento entre beligerantes, del que se ha rá cargo Borrás, com prom etido a favor y en contra de unos y otros maniqueam ente vistos, pues por eso los republicanos son todos malos y nada más fácil que encontrar individuos o grupos ejemplificadores de se mejante maldad com o los manifestantes presididos por la cabeza del ase sinado general López Ochoa, la miliciana requisazapatos, los proletarios víctimas del odio de clases que creen y propagan graves patrañas o la ma yoría de los porteros que se conducen com o denunciadores de los ve ci nos. D ueños de todo, «hablan a gritos» y piensan en la conveniencia de que desaparezcan los burgueses: «hay que liquidar ahora totalmente la lu cha de clases; así el proletariado queda libre de enem igos para siempre» (dice un responsable). Rusia está en el fondo y en la superficie de sem e jante odio. Una plum a experta com o la de Tomás Borrás a la altura de los años treinta había de mostrarse, abstracción hecha del sectarismo ideológico propio de las circunstancias, escritor estéticamente digno y así lo encon trará el lector de su novela en los capítulos propiamente narrativos y en los pasajes descriptivos; en la estructura general, distribuido el asunto en cua tro cuidadas y extensas «acciones» — dieciséis, catorce, catorce y diecinue ve capítulos, respectivam ente— ; en la segunda de ellas creo percibir al gún e co de Valle-Inclán en el Ruedo ibérico. Apunto cuatro casos de leísmo y trece de laísmo. Si el crítico Rafael V ázquez Zamora fue el primero que em pleó el vo ca blo «Tremendismo» en sus comentarios de novelas y si el poeta Antonio de Zubiaurre pasa por su inventor entre nosotros a la altura de 1945, estimán
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dolo «impresionante afán hacia lo trascendente y grande, hacia lo fuerte y violento», «demasía» y «desmedimiento» de procedencia romántica, me pre gunto si podríamos adjudicar a Borrás, pasando ya a la práctica novelísti ca, la primogenitura de la revalorización entonces de una corriente acriso ladam ente prestigiosa en nuestra literatura. P oco después de publicada Chekas de Madrid, en un artículo de 1944 Borrás se explicaba así sobre el particular: «Me preocupa el origen de tanta dureza y aflicción. [...] Y acude al recuerdo nuestra guerra, la revolución roja y esta otra guerra de los de más. Así se com prende una actitud primeriza, el asco de lo presenciado y sufrido produce este rebote. No puede ser almibarado quien sólo sabe de la miel que le untaron para que le devorasen las moscas. Se ha hablado, entre los mismos jóvenes, del estilo brutaly de sus justificaciones. Si Cela, García Serrano, García Suárez y tantos otros (yo mismo, en Chekas de M a drid) hem os hablado tajante y crudamente no se tome a delectación por lo morboso, sino a propósito revulsivo » .4 Adem ás de otros cultivadores españoles coetáneos de la corriente tremendista recordaré aquí al escritor británico Bruce Marshall cuya novela The Fair Bride (1953) trata de nuestra guerra civil de m odo realista y estrem ecedor en la pintura de torturas y sufrimientos, inspirado (según propia confesión) en pasajes de Chekas de Madrid. En el mismo año 1936, poco antes de que comenzara la guerra civil, pu blicó F r a n c i s c o C a m b a (1885-1948) Lerroux. E l caballero de la libertad,
4 N ingún terreno más abon ado para la práctica del T rem endism o literario qu e el ofreci do p o r el llam ado «Terror rojo» m adrileño del qu e n o sólo h izo uso Borrás; otros colegas le siguieron p o r el m ism o cam ino y entre ellos destaca n o precisam ente p o r sus méritos lite rarios José María Carretero N ovillo (1890-1951), m ás co n ocid o p or su seudónim o de «El Ca ballero Audaz», dispuesto siem pre a dar escán dalo. En los años 1939-1940 p u b licó en sus ediciones E.C.A. una nueva serie de «Al servicio del pueblo» co n el título general de «La re vo lu ción de los patibularios»: seis volúm enes entre el reportaje y la n ovela, el docum ento y la in ven ció n fantasiosa, extrem osam ente partidistas, form alm ente d esorden ados y p o co felices en la expresión; son los siguientes: Declaración de guerra (q u e ofrece «con do cu m entos y detalles d escon ocidos hasta el día, el m onstruoso crim en d e Estado co n que los rojos in iciaron su re vo lu ció n sanguinaria y su guerra d elin cu en te y cobarde») (1939); El cuartel de la Montaña (que trata d e «la excelsa tragedia de un p u ñ ad o de españoles que fueron inm olados brutalm ente p or las hordas marxistas») (1939); Nosotros los mártires (h o menaje a Madrid, «vivero de héroes, cem enterio de mártires, p o r su ingente sufrimiento b a jo la barbarie roja») (1940); La Quinta columna («un form idable ejército sin armas d e héroes cívicos [distinguidos p o r su] estoicism o incomparable»; de él fue m iem bro el autor que, d e tenido y p rocesado, p asó algún tiem po en la cárcel) (1940); La ciudad inmolada (de nue vo, «el martirio de Madrid, desventurada capital, bajo la tiranía roja») (1940); y ¡Arriba los es pectros/ («la esp ada d el C audillo se abre p aso entre la infam ia, la cobardía y el crim en y liberta al M adrid cautivo») (1:940).
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apología más que biografía del político radical, su jefe entonces, lo cual le sitúa ideológicam ente en aquellos turbulentos días españoles; ejercía el periodism o y, aunque no de primera fila, era un novelista con lectores y premios com o el académ ico Fastenrath, concedido por La revolución de Laíño, y el del círculo de Bellas Artes a El pecado de San Jesusito. Los años de la contienda los pasaría sin mayores peligros en Madrid aunque no fal taron ciertas incidencias p oco gratas com o la insistencia con que el diario Política reclamaba su ayuda a la causa republicana, tal com o refiere el in teresado: Por dos veces Política, en unos sueltos verdaderam ente enternecedores, m anifestó su asom bro porque tres escritores que citaba: Cristóbal de Castro, Emilio Carrere y yo, dispuestos, según parecía a no trabajar para el régimen, estuviesen todavía vivos. Me sentí escéptico, m e sentí heroico, no sé lo que m e sentí; pero no m olesté a Pichardo ni a ningún otro em bajador amigo.
Finalmente, luego de gastarle algunas bromas tan pesadas com o la de un fingido paseo, le dejaron en paz y Camba pudo dedicarse a sobrevivir y a observar a sus anchas cosas y gentes de aquella ciudad enfebrecida por las circunstancias: los paseos, los cadáveres abandonados en la calle, los temerosos ruidos nocturnos, las ventanas cerradas por mandato de la au toridad, las colas y un largo etcétera; de todo ello queda constancia en las páginas de Madridgrado (título tomado de Q ueipo de Llano en una de sus charlas), la novela que subtituló «Documental Film» porque lo es cierta mente dado su apego a la realidad cotidiana, en algún momento levem en te modificada merced a la imaginación. Madrid, escenario principal de la acción narrada, no es el único utilizado pues a la altura del capítulo VIH, con el traslado del gobierno republicano a Valencia, aparece esta ciudad a la que, de tan distinto aspecto a la villa y corte, también viajaría el protagonista-narrador. Si no autobiográfica propiam ente dicha porque en la novela Camba, innominado, convive con bastantes otras personas e inclu so desaparece temporalmente de escena, podríamos definir Madridgrado (tal com o hace el autor) «novela de lío e intriga» o «novela policíaca» pues contiene situaciones, ambientes y personajes que lo abonan. Acaso vayan más directamente a su fondo estas otras palabras suyas (La Novela del Sá bado, Madrid, na 32, 23-XII-1939): circunstancias especialísim as m e habían puesto m uy cerca de los sucesos, de los personajes y hasta de la intriga de la terrible tragicomedia. El libro, la no vela, con todo lo qu e la n ovela exige, allí estaba, casi hecha delante de mis ojos. No faltaba más que escribirla,
tarea que llega a considerar com o un verdadero deber.
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Veintiséis capítulos la integran y en ellos se sitúa al lector en un tiempo que coincide a partir del tercero con la guerra civil, reservados los dos ini ciales para sus antecedentes inmediatos — asesinato de Calvo Sotelo, por ejem plo— . Hacia la mitad del tercero llega la noticia del «primer chispazo de la sublevación» a la que siguen, en ordenado recuerdo, el reparto de ar mas que hace el gobierno de Madrid, el asalto al cuartel de la Montaña y, tras su rendición, comienzan los crímenes y los saqueos a cargo de las m a sas frente-populistas, enem igo que desde ahora será objeto de frecuentes m enciones recriminatorias («populacho harapiento» o «fabricantes del te rror»), de las que no se escapan sus dirigentes — díganse Casares Quiroga, Prieto o Azaña— , alternando hechos políticos — una próxima reunión de las Cortes republicanas, octubre de 1937— con los naturales — como, en 1938, la llegada de la primavera (p. 303) o del invierno (p. 364)·— hasta el fi nal de la contienda y un poco más, iniciada ya la posguerra, cuando ocu rren sucesos tan significativos de la m entalidad de algunos vencedores que, com o la superiora del convento al que había pertenecido Sor Angéli ca, se niegan a comprender y perdonar determinadas actitudes impuestas por las circunstancias. En ese largo tiempo y com o consecuencia del abun dante núm ero de personajes convocados, distintos en ideología y jerar quía protagonística, hay lugar para que prosperen las «intrigas» y «líos», siempre menores, aludidos (según se ha dicho) por el novelista — caso de la desconocida extranjera del Palace, que resultaría ser Margarita Nelken; caso de Lulú Guzmán, seductora y cara prostituta, metida en trabajos de espía. ¿Y qué decir de las misteriosas andanzas de algunos jefecillos del policíaco SIM (la «Santa Inquisición Marxista»)? En la zona republicana manda el embajador soviético Rosemberg y de ahí la «rusificación» cada día más evidente en su territorio, justificando el tí tulo del libro, y el que, entre unos y otros acontecimientos, Madrid ya no sea lo que fue y se convierta — lo mismo que para otros colegas de Cam ba enfrentados con ella: Neville, García Serrano, por ejemplo— en motivo de dolorosa lamentación por su perdido encanto. La vestimenta de la gen te es otra bien distinta, los refugiados de los pueblos próximos a la capital se albergan ahora en los palacios nobiliarios, perseguidos o asesinados frailes y sacerdotes no quedan en Madrid más curas vivos que los padres Lobo y Camarasa lo cual no impide que en el secreto de algunos hogares se oficien a veces misas clandestinas. Pero el peso de la acción o su protagonismo no recae en políticos, mi litares, funcionarios com o el benemérito oficial de Prisiones Melchor Ro dríguez, salvador de tantas vidas de gente derechista, o escritores como el poeta gallego Ramón Cabanillas, Emilio Carrere o «El Caballero Audaz» es condidos, o Pedro Luis de Gálvez, tan com placido en el crimen y la dela ción, sino que corresponde a la pareja de amigos formada por el narrador-
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protagonista y el llamado Pitipá cuyo rastro, sólo o en compañía de aquél, puede seguirse en bastantes páginas de la novela, menos afortunado que su com pañero porque cae en manos de unos chequistas y, casi milagrosa mente, salva la vida; después de tales peripecias y de obligadas separacio nes concluidas en grato reencuentro, ambos llegan juntos al final de la ac ción tal com o los había co n o cid o el lector al principio de ella, recién llegados a Madrid en viaje automovilístico desde su Galicia natal, especta dores de una com edia de M uñoz Seca representada a «teatro rebosante» en las vísperas del Alzamiento. Su amistad se robustece con el paso de los días y a favor de las circunstancias que hubieron de afrontar, si bien en esa su relación Pitipá se pliega a la dirección del compañero, voz dominante de la pareja. Camba refiere linealm ente los hechos, presenta con acierto a los per sonajes, es correcto descriptor de paisajes urbanos y rurales (com o en la salida fuera de la capital, en busca de víveres, de Sor Angélica y sus com pañeras); se com place en la com paración y en la trimembración; echa ma no en algunos pasajes de oportunos toques de humor y em plea un estilo periodístico suelto y sencillo. En el lapso tem poral a que me contraigo el militante y com batiente carlista Jesús Evaristo C asariego (1913-1990) probó fortuna en la novela y publicó las tituladas Flor de hidalgos. Ideas, hombres y escenas de la g ue rra (Pamplona, 1938) y La ciu d a d sitiada (San Sebastián, 1939), ambas tra ducidas al francés. La primera es producto m uy concreto de la experien cia política y bélica del autor que, según reza al final de la novela, la escribió «al mando de las Ametralladoras de Ceriñola, con la 6- Brigada de Navarra por las montañas del Norte, y en el Hospital Militar de Santan der, verano y otoño del II A ñ o Triunfal». En todo m om ento se perciben evidentísimos su militancia carlista y su apasionam iento a favor y en con tra de cada uno de los bandos beligerantes. Narración de suma ingenui dad en la presentación de personajes y situaciones, cargado el conjunto con largas y anodinas divagaciones de asunto doctrinal aunque la propa ganda editorial la presentara, con evidente exageración, com o «magnífica visión novelada de la participación del carlismo en la gesta colosal de la recuperación de España [...]». En esa propaganda se dice de Flor... que es «una magnífica visión novelada [...], escrita por un combatiente. La n ove la de la conspiración y del Alzam iento, de los pueblos en armas, de las posiciones y los avances», lo cual me parece decir m ucho y exagerado. La segunda, subtitulada «novela histórica», está dividida en dos partes, a saber: «El Madrid prerrevolucionario» (râparte) y «El asedio de Oviedo» (2a parte), once capítulos en total de los cuales el I y el II (pp. 7-81) constituyen la parte primera y los restantes (pp. 85-249), la segunda. Va dedicada «A to-
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dos los españoles que vivieron las inquietudes del Madrid prerrevolucionario y los horrores y las glorias del asedio de Oviedo». La acción comienza en «la primavera de 1936» y en Madrid; concluye en octubre de 1936 con el levantamiento del cerco de O viedo por las colum nas gallegas. Carlos y Martín, jóvenes, amigos y correligionarios carlistas llevan con Celia, una m uchacha de extracción humilde, hija de un viejo carlista y obrero, de la que Martín está enamorado, el peso de la acción in dividual. El traslado de ésta desde Madrid a O viedo se explica porque el primero trae a su familia a Asturias; Martín viene con él en seguimiento de Celia, que también se ha marchado a Oviedo; el resto de los personajes no importa gran cosa ya que, tanto los individuales com o los grupos de gen te, tienen sólo función de acompañamiento. La trama estrictamente novelesca resulta escasa — p oco más que la re lación sentimental Martín/Celia— y, lo mismo en Madrid que en Oviedo, prepondera el com ponente histórico-político, real o m uy verosímil pues, por ejemplo, Carlos es un fiel trasunto del autor y algunas de las cosas que le ocurrieron a Casariego están en la novela com o vicisitudes corridas por el personaje. En la parte ovetense esa preponderancia aumenta y llega ca si al extrem o del reportaje o de la crónica. Hay, pues, un evidente des equilibrio y no sería adecuado aludir a los Episodios galdosianos como re ferencia; existe, además, una clara y reiterada presencia de la política en forma de aleccionamiento proselitista com o (capítulo II) las explicaciones «carlistas» en boca de Carlos. Ningún porm enor descollante ni en la técnica narrativa, ni en la expre sión y sí apasionamiento banderizo, manifiesto sobre todo en el maltrato léxico dispensado a los enemigos de Carlos pero téngase en cuenta que es la novela primeriza de un joven de veintidós años y que los tiempos de su redacción casi prohibían el sosiego y la mesura. Seis notas explicativas acom pañan el texto narrativo e ilustran acerca de alusiones del mismo; ninguna de ellas posee interés estrictamente literario. En la segunda parte (u ovetense) se m encionan personas sobradam ente conocidas en la ciu dad — caso del catedrático universitario Traviesas— o lugares com o la re dacción del diario Región. La novela fue escrita (o acabada de escribir) es tando el autor «en la posición del Gurullés, sector de Grado, al mando de una sección de soldados». Un desconocido y circunstancial escritor aficionado, de explícitamente declarada ideología carlista, Jorge Claramunt , abrió en abril de 1937 la co lección «La N ovela Nueva» con la titulada El teniente A rizcu n (novela de am or y de guerra) a la que siguieron, entre otras: Ojos largos, de Rosa de Arámburu (n2 2, m ayo 1937), Viudas blancas (novelas y llanto de las m u chachas españolas), de José Vicente Puente (n2 3, junio 1937), Sierra de
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Avalar, de Juan Luis de Garay (n2 4, febrero 1938), Cinco flechas y un cora zón, de Joaquín Aguilar de Serra (1938), Como las algas muertas, de Luis Antonio de Vega (1938) y Elvira, Tomás Rúfalo y yo, de Antonio Pérez de Olaguer (1939), patrocinada por Editorial Española, de San Sebastián, e im presa en Burgos por Aldecoa. Fue una de las varias series narrativas apare cidas a los pocos meses de com enzada la guerra civil, que dieron acogida por lo general a autores desconocidos e irrelevantes que desaparecieron sin mayor pena ni gloria; extrañamente algunas de esas novelas nada tie nen que ver temáticamente con la guerra civil. No es éste el caso de El teniente A rizcu n dedicada en exclusiva a dicho tema, protagonizado por dos generaciones (padres e hijos) m uy bien ave nidas en su carlismo. La acción principia en un pueblo navarro, Uribarri, cuyos vecinos profesan, unánimes y entusiastas, dicha ideología y acogen con alborozo y esperanza la sublevación militar, destinada (según pien san) a «evitar la podredum bre ambiente»: mientras los jóvenes — un cente nar aproximadamente— se enrolan en una columna que avanza hacia Ma drid y com batirá en Somosierra, quienes perm anecen en el p u eb lo acudirán con frecuencia a la iglesia y rezarán fervorosamente por el triun fo de la causa. Javier, el héroe de la historia al que sus compañeros tienen, y cada vez más a m edida que la acción avanza, por m odelo en el que mirarse, se autodefine com o «español, navarro y carlista» y con sus hechos y dichos pro cura responder ejemplarmente a esa triple naturaleza; com o combatiente carlista cuenta con la p rotección de un «Detente bala» que su herm ana Blanca le ha impuesto antes de salir para el frente y, ya en éste, él y sus ca maradas rezan juntos en la trinchera el Rosario y contestan a la «satánica furia del enemigo» — «las hordas rojas», «los rusos madrileños»— entonan do ya «las estrofas solemnes del Himno Eucarístico», ya acom pañando con sus voces la interpretación del «Oriamendi», himno carlista y único entre esta tropa, por la banda del regimiento. El relato de las peripecias bélicas se interrumpe en varios momentos, por ejemplo: cuando en el capítulo VI se deja paso a la carta que el capitán G orgonio escribe al padre del solda do Tomás Arizcun, dándole cuenta de la valentía de éste, muerto en ac ción de guerra; otro tanto se hace en el capítulo VII al transcribir el texto de la reseña en El Pensamiento Navarro, diario pamplónica, del hom ena je que le ha rendido su pueblo natal. Pero es el otro Arizcun, Javier, quien a partir de aquí se convierte en personaje principal: su intrepidez combativa le sirve para ganar una Cruz Laureada individual y, consiguientem ente, dos ascensos consecutivos. Com ienza así la última parte de la novela, donde se acentúa dicho prota gonismo, compartido en tensas jornadas hospitalarias de lucha entre la vi da y la muerte con Pilar, su novia e improvisada enfermera; resuelto favo
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rablem ente el caso, siguen felices momentos de amor de la pareja y, tras ellos, la boda, abundante y cariñosamente acom pañados los contrayentes por jerarquías militares, camaradas de lucha, convecinos y, también, por las notas del «Oriamendi», porque «¡aun a despecho de la misma muerte, ha triunfado el amor!». El autor, que dice no actuar com o cronista de guerra pues su «misión» no es otra que seguir puntualmente los pasos de sus personajes com ba tientes, se entrom ete más de una v e z en el curso de la acción m erced a brevísimos y p oco pertinentes comentarios, una muestra más de su torpe za e inhabilidad narrativa ante una acción tópica y sin mayores compleji dades arguméntales y técnicas. En la novela de J u a n A. DE C ollantes, Las Vestales, dedicada «a todas las mujeres que sufren por España», éstas, bajo los nombres de Mercedes, Bea triz y Estrella, tienen un papel importante que las hace acreedoras al título de Vestales, esto es (según el autor): madres y redentoras de la patria en tan to que «depuradas por el sufrimiento [y] resignadas a los mayores dolores», militantes resueltas de la ideología del bando vencedor en la guerra civil, en tendida com o defensa de «las ideas tradicionales que hicieron en otros tiem pos grande a España, le dieron capacidad de poderío y categoría de Impe rio»; el lector queda advertido desde el principio que se trata de un relato fiel a la realidad pues recoge algo del «mucho horror y mucha grandeza que en semejante ocasión hubo de manifestarse». Dos partes y cuarenta y un capí tulos contienen una acción trepidante que comienza en la zona republicana — Barcelona— y concluye en la zona nacional, a donde escapan algunos personajes. El maniqueísmo u oposición entre buenos y malos aparece ya en las primeras páginas cuando fracasado en Barcelona el alzamiento mili tar y apresados sus partidarios, éstos son víctimas de la crueldad de sus ene migos, tal com o se muestra en el capítulo V («La matanza») contra los refu giados en el convento del Carmen y, también, contra la comunidad religiosa: «la chusm a era feroz, no sentía piedad por nada, se adelantaban [...] y se acercaban a los heridos para insultarles, para escupirles y a los últimos los martirizaban y les costó mucho a los sanitarios defenderlos». En capítulos posteriores la acción se reparte bien por el recinto de la capital o bien se concentra en las vicisitvides ocurridas a Juan Sengrán y familia, presididas unas y otras por el terror y el desorden, a cargo principalmente de los miem bros de la FAI que se han impuesto en la ciudad, donde «no sabían quien mandaba ni por qué: todo eran órdenes, entradas y salidas» y, asimismo, destrucción — «no quedaba en Barcelona ni una iglesia ni una capilla en que pudiera haber culto»— , paseos de fascistas y burgueses y, com o consecuen cia, había en los depósitos de los cementerios «largas mesas llenas de cadá veres [que] estaban allí com o reses degolladas»; comités — «de guerra, de
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abastos, de vivienda, de control [que] lo absorbían todo»— , registros d o miciliarios y allanamiento de morada, listas de presuntos desafectos, pre sos y checas, en suma: una situación aterradora, incrementada por las dela ciones de porteros y criados infieles; resultaba así imperioso el deseo de huir. Lo conseguirían, lu ego de algunas peripecias rocam bolescas, varios familiares de Sengrán, más afortunados que éste (que sería uno de tantos paseados), a quienes encontraremos, a la altura del capítulo XXIII, recién llegados a la zona nacional y gratamente sorprendidos ante la normalidad que reina en Sevilla: «Miraban absortos la floreciente exuberancia de la ciudad, el perfecto orden de todos los servicios, la abundancia de los co mercios, la animación de las calles y les parecía todo aquello un milagro» que chocaba crudam ente co n lo que habían dejado atrás. Para ellos el tiem po se marca desde ahora por el progreso victorioso del ejército na cional que, por ejem plo, conquista Málaga, B ilbao y Santander, éxitos acogidos con viva alegría por la población civil. El viaje por las provincias de Toledo y Madrid lleva a los personajes hasta los aledaños de la capital y es entonces cuando la joven Nita rom pe su callada contem plación con un breve improperio: «¡Madrid rojo!, por tus pecados te ves así, Madrid», que recuerda otras inculpaciones y excu lpacion es m adrileñas del m o mento más sustanciosas y cuidadas, debidas, v. g., a Gim énez Caballero o Neville. El relato se interrumpe a veces para dejar paso a páginas descriptivas que se refieren, por ejemplo, a la visión de la costa catalana y meridional francesa desde el aire (capítulo XX), en la que destaca el juego de los co lores de cielo, mar y tierra o, en otro orden de cosas, la atención prestada (capítulo XXIV) a monumentos (la Giralda) y lugares típicos sevillanos (el barrio de Santa Cruz); en uno y otro caso se echa mano de comparaciones, tal vez para marcar más y mejor el relieve de los objetos contem plados o entrevistos pero sin m ayores no ved ad y brillantez. Otro m odo de inte rrupción del relato es el empleo, a manera de prédica, casi nunca oportu na, de digresiones de vario asunto: la Com unión de los Santos (capítulo II), el rendido elogio a Franco (capítulo XXIV) o la m editación sobre la guerra y la muerte (capítulo XXXVI). Según Maryse Bertrand de M uñoz (La guerra española en la novela. Bibliografía comentada, tomo I, p. 182), «Cruzado X» es un seudónim o que usó Á ngel C ruz Rued a para ocultar la autoría de la novela Cara a l sol.. no hay referencia alguna sobre el caso. En la portada, antes del título, consta que se trata de «escenas vividas en la guerra civil española» y su conjunto m erece ser clasificado com o «novela histórica»; son doscientas dieciocho páginas más el añadido de un impreso con la letra y música al piano del himno de la Falange. Editada en Bilbao, 1939 (ocho pesetas), la
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integran tres partes, de pareja extensión: «La hiena del Volga», «Camisas azules» y «...empieza a amanecer»; la A cción de gracias, que «a m odo de prólogo» abre el libro, advierte a sus lectores del sentido y tono del mismo. Tales escenas ocurren en diferentes lugares de España — com o Madrid, Santiago de Compostela, Toledo, frente nacional de la sierra de Guadarra ma, Santander, San Sebastián, Málaga y Bilbao— , más algunas salidas al extranjero — Portugal y Francia— , dada la condición de huidos del domi nio republicano que posee buen número de los personajes masculinos y femeninos implicados en la acción que se desarrolla, con alguna disconti nuidad, desde la tarde del 18 de julio de 1936, cuando ya se advierte en la capital de España un considerable cam bio de vida y costumbres, denun ciado para mal al estilo de otros colegas del bando vencedor com o Tomás Borrás o Francisco Camba. La ideología política, inequívocam ente coincidente con la propia del bando nacional, resulta ser el más poderoso vínculo que une a los perso najes, no muchos en número y, por lo general, burgueses acomodados, jó venes universitarios o con carreras recién acabadas y militantes falangistas y, también, gentes mayores en edad y no m enos apasionadas en sus di chos y hechos; a su turno, les corresponderá combatir en la guerra o p a decer hasta su liberación las tropelías y crueldades de los enemigos políti cos. Si para aquéllos tiene el autor palabras de encendido encom io, descarga en los otros el mayor de los enconos, ya sean individuos famosos — es el caso de Casares Quiroga: «fatal engendro político», o de Azaña: «el maldito nacido, ¡el super Nerón!»— , tratamiento que contrasta con las rei teradas y encendidas invocaciones a Franco, «un hom bre ejemplar», ya sean los grupos anónim os de m ilicianos del Frente Popular: «inmunda Bestia marxista, seca y dura», o las mujeres que los acom pañan: «nuevas panteras, enfermas de rabia [...], envenenadas de voluptuosidades infer nales [en cuyos] ojos sanguinosos se veía la embriaguez de la fiera ante la sangre...». Ángel Cruz Rueda, jiennense de 1888 y fallecido en Madrid el año 1961, era catedrático de Filosofía de Instituto antes de la guerra civil y ya había dado muestra de su interés por Azorín a cuyo conocim iento realizó, com o investigador y crítico, una considerable aportación; era asimismo biógrafo de Palacio Valdés, com o autor de un libro cuya segunda edición, refundi da y ampliada, salió en Granada, 1938. D e entonces data Por España, una colección de «crónicas patrióticas» prologada por Federico García Sanchiz, que su autor com enzó a escribir en el verano del 36 cuando ejercía com o alcalde de Cabra (Córdoba), nombrado por el general Varela. Cara al sol... ha de considerarse com o obra de circunstancias, excesivam ente tópica en asunto y personajes, torpe e ingenua a partes iguales com o fruto de quien se muestra m uy p oco dotado para el cultivo del género pues, por ejemplo,
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falla en su minucioso detallismo descriptivo, en el em pleo de la com para ción e incluso en la corrección expresiva; los pasajes digresivos de carác ter patriótico y aleccionados constituyen a mi ver un lastre inconveniente. La Historia del caballero Rafael, subtitulada «novela bizantina incom pleta», obra de A lvaro C unqueiro (1911-1981), se publicó en el número de la revista Vértice correspondiente a noviem bre de 1939; creo que marca el com ienzo de la narrativa de su autor en castellano y muestra algunas de las características de su m undo y estilo, ciertamente m uy peculiares. Per sonajes femeninos com o Leonor, pasiva en la contem plación del mar des de los altos ventanales de su casa, dedicada a exquisitas labores — «con su dedal de plata empujaba la larga aguja, enhebrada de roja liña. En la ca marina del bastidor com enzaba a dibujarse un dragón, Leonor bordaba ahora, con labra finísima, la lengua de fuego de la bestia»— y entregada al amor de Rafael; él es un joven seductor, socialmente importante, nada m e nos que boyero real y piloto en las galeras del Comercio, hijo del alcaide de dos torres en la Ciudad Muerta. La relación sentimental entre ellos tiene un desenlace infeliz, señalado por la muerte de él que «no regresaría» de un viaje por lejanas y extrañas tierras, celebrado entonces por sus conve cinos y amigos ante quienes el maestro Rodolfo intenta desmitificarle pues «no era para tanto» la fama de que gozaba: «no era hijo de la ciudad [...], no era un guerrero propiamente dicho [...], ¿Era cristiano?, no murió de hierro ni de pelota de alquitrán, sino de fiebre del desierto». Otras gentes menos relevantes com o Mister Jones, que persigue «la forma de un vaso de los tiempos antiguos», y su sobrina Pamela, lectora de «esas largas novelas, en las que se trata de la evolución de la burguesía», acom pañan a la enamora da pareja a través de las cuatro breves partes y el final, con sus capitulillos numerados (diecisiete en total), que integran el relato, adornado con le mas tomados en préstamo de obras literarias com o un romancillo anóni mo del XV, unas líneas de D u côté de c h e z Swan (Proust) y otras de una prosa de Heine, no m uy ajustados al texto que encabezan. Personas, pai sajes, episodios están situados por Cunqueiro en una absoluta lejanía es pacial y temporal, distinta y distante de España en los días en que la histo ria del caballero Rafael fuera escrita. A la altura de 1936 C o n ch a Espina (1877-1955) contaba con una abun dante bibliografía narrativa y pasó el primer año de la guerra civil cautiva en la zona republicana de Santander, concretamente en el pueblo de Luzmela, escribiendo acerca de su experiencia com o tal; una vez liberado por las tropas nacionales ese territorio, continuaría haciéndolo y publicando lo entonces escrito, en condiciones dificultosas a veces y con la ceguera ya insinuándose. En los años a que se contrae el presente libro vieron la luz
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algunos títulos nuevos, a saber: Retaguardia, Esclavitud y libertad, Las alas invencibles, Luna roja y Princesas del martirio, además de narracio nes más breves y colaboraciones en diarios com o A B C de Sevilla y revistas com o Vértice-, añadiré un enfervorizado poem a a José Antonio, Como u n mártir primitivo, apenas conocido porque salió en una m uy lujosa colec ción «Huerto Cerrado», numerada y para bibliófilos. Josefina de la Maza, su hija, alude a otras obras escritas durante el cautiverio «cuyos originales fueron destruidos por los revolucionarios bolcheviques». Desde su libera ción (2,6 de agosto de 1937) hasta el final de la contienda vivió en San Se bastián con su familia; en 1938 fue elegida miembro de honor de la Acade mia de Artes y Letras neoyorkina. La novela Retaguardia (1937; Córdoba, colección «Nueva España») fue (según acreditan sus varias ediciones en p oco tiempo) uno de los mayores éxitos de aquel entonces. Las «imágenes de vivo s y de muertos» que la constituyen van distribuidas a lo largo de nueve jornadas que no se c o rresponden exactam ente con otros tantos días ni son, tam poco, tiem po sucesivo o sin lagunas en su continuidad; a dichas jornadas conviene, ha bida cuenta de su idiosincrasia, el apelativo «de riesgo y de pasión». La ac ción ofrecida es una historia de amor y de dolor: dos familias — la familia Quiroga y la familia Ortiz— , miembros de ambas, Alicia y Felipe Quiroga, Rafael y Rosa Ortiz— , la protagonizan y el caso de tales parejas (Alicia-Rafael, Felipe-Rosa), presidido por un signo amoroso, es cruelmente contur bado por la guerra que trae consigo la desaparición de Rafael y la huida, no exenta de peligros, de Felipe; se trata de relaciones sentimentales naci das o mantenidas dLirante la contienda y, quizá por ello, sacadas de sus habituales quicios. Ocurre la acción en Torremar que, sin dificultad, p ue de identificarse con Santander. Todo en la novela cede ante la desgarrada experiencia personal sufrida por la adhesión a una causa enfrentada a v i da o muerte con la que se estima com o enem iga, de ahí la más que evi dente animosidad partidista de su aLitora. No menos entusiasta que la de los lectores fue la acogida brindada por la crítica a esta novela que desta có, por ejemplo, la madurez estilística alcanzada por Concha Espina. En 1938 apareció Las alas invencibles, novela estructurada en tres Ca minos — El toro, El avión, La libertad— que tienen su razón de ser pero me parece más conveniente hablar de dos partes: antes de la guerra, en la guerra, separadas por el capitulillo «la traición», las cuales, en cierto modo, se corresponden con los dos lugares de la acción, a saber: la aldea — Cintul, p oco m enos que un paraíso al que, sin em bargo, llegarán las desdi chas de la guerra puesto que «también en Cintul han quem ado la iglesia y las capillas del contorno»— ; la ciudad — Santander, a la que se la denomi na «la ciudad pecadora»— . Pueden contraponerse también las gentes de uno y otro lugar y así ocurre que las víctimas — «Talín», que al fin se salva,
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y sus padres, Am brosio y Clotilde— pertenecen a la aldea y son rematadas — asesinato de Ambrosio y muerte de Clotilde en un hospital— en la ciu dad; a ésta pertenecen los victimarios. Com o personaje aparte está el sal vador o liberador, Felipe Enciso, que sólo posee características positivas: miembro de buena familia, notable prestancia física, objeto de amor y a través de éste aparece, ni escasa ni levemente, la cursilería. Ésta es una ca racterística de la expresión com o lo es el tono levantado — para el elo gio— o apocalíptico — para la repulsa— de no pocas páginas, lo cual re sulta una muestra al exterior del maniqueísmo claro y querido con que la autora trata personajes y situaciones: los buenos lo son en alto grado y es tán individualizados, con sus nombres y actos, al alcance del lector mien tras que los m alos son anónim os y actúan, com o am parándose unos a otros en su cobardía y dándose ánimos en su vesania, en colectividad o grupo. Luna roja. Novelas de la revolución (1939) es un volum en form ado por cinco novelas cortas que nada nuevo ni importante añaden a la fama de Concha Espina, la cual insiste en sus conocidos motivos de signo político — alabanza y repudio de los dos bandos españoles en lucha ya antes de la guerra civil— , que prohíbe concesiones en los personajes (en sus hechos) y tam poco permite matizaciones en el tono adoptado; registro, en cuanto a los personajes, dos excepciones positivas: la protección que Adolfo Lon goria brinda en trance peligroso para ellas en el ya m uy revuelto Madrid a dos desconocidas que resultan ser monjas (Estampa madrileña) y el d o ble favor con que un desconocido policía republicano paga a Elena Rosal (protagonista de La caipeta gris) las atenciones que ella dispensó tiempo atrás a su madre. El lugar de la acción es ciudadano en dos relatos — O vie do, octubre del 34, en El dios de los niños-, Madrid, en Estampa madrile ña— y cam pesino en los tres restantes — Tragedia rural, El hombre y el m astín (con la m uerte del republicano m alvado a manos del p oderoso «Risco») y La carpeta gris— . No hay ahondamiento en la psicología de los personajes y tam poco existe cierta densidad en la prédica ideológica a fa vor y en contra de, claramente tópica com o tópicos resultan los breves pa sajes descriptivos, campesinos sobre todo, que aparecen acá y allá, carga dos a veces de buscada significación. Princesas del martirio es un libro bastante peculiar denom inado por los críticos de m odo m uy diverso: docum ento narrativo o poem a hagiográfico, por ejemplo. Tuvo una primera edición, m uy lujosa y para biblió filos, en la colección 'Armiño», a cargo del editor barcelonés Gustavo Gili, que vio la luz en 1941, el mismo año en que aparecía otra de más modesta envoltura com o tomo XXXVIII de las Obras Completas de Concha Espina (Madrid, Afrodisio Aguado) en cuya página 167 y última se hace constar que la com posición de la novela se acabó en abril de 1938. Asunto de la
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misma es lo que la autora llama «el drama de Somiedo», suceso ocurrido en el límite entre León y Asturias del que frieron protagonistas y víctimas, jun to con unos combatientes falangistas que las acompañaban, tres enferme ras nacionales — Octavia Iglesias, Pilar Gullón y Olga Monteserín— que se negaron a ser evacuadas del puesto avanzado que ocupaban, mientras so bre el mismo se cernía la am enaza de un ataque enem igo qrie resultaría victorioso y que convirtió en prisioneras a las personas aludidas, víctimas de la crueldad de los vencedores y, finalmente, ejecutadas. Por sus pasos contados se ofrece en el libro tal historia y en el relato se dan sobradas ocasiones para celebrar la heroica valentía de los vencidos, especialmente de las m uchachas cuya sem blanza se escapa a veces del nivel hum ano normal para entrar en lo ultraterreno casi angélico, mientras que, contra riamente, sus captores y victimarios cargan con «el vocabulario grueso de los anatemas» (com o se reconoce en el capítulo «Rosas de pasión»): «sata nismo ruso», «terror asiático», «las garras del tigre», etc. Alguna hojarasca re tórica es advertible sobre todo en los pasajes descriptivos dedicados a pre sentar la aspereza geográfica de la com arca som edana escenario de los hechos. En A B C de Sevilla (19-IX-1937) se da la noticia de la liberación de WEN CESLAO F e r n á n d e z F l ó r e z (1885-1964) y se comenta:? No nos extraña la persecución de los rojos a nuestro com pañero, pues ha sido uno de los escritores españoles que con más saña y justicia ha com batido desde estas mismas páginas a los trágicos personajillos del Frente Popular, provocad o res de la tragedia española. Los atacó con un arma que no le perdonarán nunca: poniéndolos en ridículo.
El escritor reanudaría no tardando su actividad periodística y literaria: colaboraciones en la prensa diaria y semanal abren marcha y tiempo des pués vendrá el libro Una isla en el mar rojo,6 uno de los grandes éxitos de la posguerra ya que en el espacio de meses se agotaron varías ediciones (aunque el precio de diez pesetas era algo subido y p oco normal a la sa zón); abundaron entonces los com entarios elogiosos, congratulándose los firmantes de la vuelta de Fernández Flórez y, también, de su postura comprometida a favor del bando nacional: Nicolás G onzález Ruiz, crítico entonces m uy en el candelero, elo gió (La Novela d el Sábado, Madrid, y «Fernández Flórez, liberado», suelto anónim o en el q u e se anuncia adem ás la próxim a colaboración del escritor en las páginas del diario, lo qu e sucedió en el núm ero del 28-LX1937, artículo «Aquella prensa». 6 Publicada p o r Ediciones Españolas, Madrid; impresa en Santander, 1939 (la im presión se acabó el día 15 d e julio).
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núm., 16, 2-IX-1939) ésta que llama «novela de la angustia» en la que destaca una cierta renovación del estilo de su autor, que «ha ganado en elocuencia y en pasión», en tanto que en los diálogos el escritor «acaso desfallezca». El propio autor dudaba acerca del género al que pertenece su libro, a medias entre la historia — «es más bien hijo de mi memoria que [de] mi fan tasía»— y la novela (palabra que consta en la portada) — «pero hay un hilo irreal con que van unidos los sucesos, y una armadura artificiosa para so portarlos, una fábula, en fin»— , que se m ezclan a lo largo de trescientas páginas, diez capítulos en total; a la altura del capítulo IV entra el protago nista, Ricardo Garcés, en una embajada de la que sale en el capítulo VIII para, tras diversas peripecias, alcanzar la frontera francesa, y con ella, la libertad, lo que sucede a fines de agosto, coincidiendo en fecha con la li beración del escritor. Poco más de cien páginas constituyen, por tanto, el núcleo «Embajada», precedido en el libro por lo que podría llamarse V ís peras — tanto de la guerra civil (capítulo I), com o del refugio definitivo del protagonista, que anda perseguido por el Madrid republicano, dom inio del terror y del azar, circunstancia que el escritor reitera en sus párrafos de comentario (capítulos II, III y IV)— y seguido por un desenlace (últimas páginas del capítulo VIII y capítulos IX y X); estrictamente individual, que culmina con la escena del autobús, cam ino de la España nacional, entre Ricardo y un alto funcionario público. Tal escena es precisamente uno de los ejemplos más ilustradores acerca del tono que prepondera en Una is la,.., no pocas veces alejado de exaltaciones triunfalistas y atenido a la cru da y sucia realidad, lo que acaso se correspondiera con el pensam iento ín timo del autor aunque haya, com o para compensar, alegatos discursivos de sentido harto distinto — así la soflama que Erna, enamorada antaño de Ricardo, le endilga respecto a las virtudes y excelencias que ella ha visto de cerca en la España nacional— . Resulta conocido el pesimismo vital de Fernández Flórez, desengañado y sin ilusiones, a quien sólo parecen inte resar las maldades y cobardías del ser humano — y las circunstancias eran suministradoras abundantes de todo ello— , en tanto diríase no tiene ojos para otros m ovimientos del ánimo y otras acciones de sus congéneres y compatriotas. Así pues no hay sino execración, insulto, esquem atización fácil para vilipendiar una y otra v e z al enem igo, y no hay en las gentes del bando propio nada que pueda compensar. Y aunque dada la situación del protagonista, inmovilizado en su refugio, sobra el tiempo para pensar y re cordar, en ningún momento se dedica a estudiar las causas de tan terribles efectos, con lo que su relato resulta nada más que de superficie, si bien al guna vez escribe párrafos más o menos filosóficos acerca de condiciones del género humano y de los individuos en particular. El lugar físico embajada — su edificio— adquiere significación simbólica pues «estaba com o una isla perdida en un mar de sangre» — de ahí, el títu
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lo— ; los refugiados resultaban entonces equivalentes a náufragos bajo te cho y cautivos, ignorantes obligados de lo que estaba ocurriendo lejos de ellos (no tan lejos, a veces). A lo largo de estos días el ánimo del protagonis ta fluctúa (al igual que el de sus ocasionales compañeros): la inquietud ante casi todo, la tristeza, la soledad, las varias formas de evasión y, entre ellas, «recLierdos de viajes, reminiscencias de mi paso por lejanos países»; la espe ra esperanzada y, también, la desesperanza, la confianza en Dios, no p oco interesada, a la que acudían «hasta los que antes eran indiferentes, hasta los incrédulos»; con el paso de los días la forzosa convivencia entre extraños se cuartea, pese a la unanimidad política y a la situación de riesgo compartido, porque «iban brotando todos los defectos y se acentuaban todos los motivos que ocasionan en ambientes más amplios la separación de los hombres» en tanto que el abandono y la mina física van enseñoreándose de las cosas ma teriales: «todo perecía lentamente bajo nuestra indiferencia y nuestro des cuido y nuestra incapacidad para cuidar la casa»; hace su aparición el ham bre y, con ella, la lucha egoísta para conseguir algún com plem ento de la ración diaria; también la muerte por enfermedad acecha y, en el transcurso de jornadas tan dolorosas, muere una de las mujeres refugiadas. Junto al protagonista com parecen otras gentes, a las que el autor ha convertido en personajes, eligiéndolas y destacándolas entre ese conjunto de treinta y cinco refugiados que había a mediados de agosto de 1936 y que iría aumentando. Un optimista com o Federico, militar de profesión, que espera siempre la entrada de la Legión en las calles de Madrid, convive y contrasta con un pesimista com o Lloret, ingeniero, que no duda de la vic toria de Franco pero sí de que él alcance a verla hasta que el amor de Flo rencia, una refugiada fea y generosísima con el prójimo, conforta su áni mo; a Antequera, recaudador de impuestos, la celotipia le perturba su vida en la embajada no menos que la situación padecida por culpa de la guerra; el varón de Moliesca y el llamado «Patata» forman inseparable pareja en la que el último pone el buen humor, que nunca le falta, y su compañero se procura para ambos bebida, cigarros y alimentos. Afuera está el mundo, indiferente, representado por una calle próxim a que vigilan los m ilicia nos; dentro, unas habitaciones con aspecto de campamento, un obligado régim en de vida y, en él, jugar, leer, charlar, oír la radio que era «nuestra ventana sobre el mundo, la torre desde donde oteábamos los cuatro pun tos cardinales de la esperanza». Escasean las indicaciones históricas, a m a nera de señales indicadoras, — «el 2 de noviem bre [1936] llegó por primera vez a Madrid el eco de los cañones»— , com o consecuencia de la incomu nicación con el m undo exterior. (Manacor, 1903), periodista y escritor m uy activo en los años que nos ocupan, se distinguió com o especialista en el F r a n c is c o F er r a r i B il l o c h
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tema de la Masonería y de su postura al respecto son muestra tres libros aparecidos en 1937: La Masonería a l desnudoy su continuación Entre ma sones y marxistas, más A sí es la secta, que limita su atención a las logias baleáricas, m uy pronto agotado. Com o combatiente que fue en la guerra civil com puso a manera de un diario — «páginas vividas en sus momentos de más hondo dramatismo»— Mallorca contra los rojos y se interesó, en El archivo del «Baleares», por «la gesta del inolvidable crucero» nacional hun dido en 1938. El mismo ánimo beligerante encontraría el lector de La m on ja fugitiva, «novela de amor y heroísmo» (1939), escrita en Valldemosa du rante el verano del año anterior, estimada por Joaquín Pérez Madrigal (La Novela del Sábado, Madrid, nQ15, 20-V-1939, p. 8) com o un libro «en cuyas páginas palpita el heroísmo de una religiosa que vive entre milicianos ro jos las jornadas alucinantes de aquel Madrid de los sangrantes am anece res. Páginas, quizá, un p oco fuertes». El escenario en que trabaja y sufre Sor Victoria (en el siglo María Elena de Saro y, fuera del convento, Marichu, la valiente monja fugitiva) es el Madrid republicano, donde pasa por mil peripecias harto difíciles de las que milagrosamente — «milagro» es palabra utilizada más de una v e z por el novelista— sale indemne, en tanto prepara su huida de la España republi cana; Valencia y Marsella serán las últimas estadías y preceden a su retor no al convento o, com o dice Ferrari con su levantada retórica, «la reinte gración a las sendas plácidas de su vida monacal». Más que detenerse en las aludidas peripecias monjiles importa atender otros aspectos temáticos y formales de la novela: entre los primeros hay varios frecuentes en las novelas del llamado «terror rojo» madrileño cuyo ejem plo más relevante pudiera ser Chekas de Madrid, de Tomás Borrás. Preside la más extremada crueldad en la relación con los enemigos, com prendidos todos bajo la denom inación de fascistas, víctimas propiciato rias de prisiones, paseos y otras tropelías, explicables (si se quiere) por la catadura moral e intelectual de quienes son ahora dueños sin disputa de la situación, los cuales se hacen m erecedores de la más dura reprobación tanto por sus hechos y dichos com o, incluso, por su apariencia física y por su indumentaria: Madrid era la presa «en poder de la plebe soez y descreí da, embrutecida por todas las concupiscencias, por los más desenfrena dos libertinajes» y en ella abundaban gentes tan peligrosas com o aquel «militante tuerto, mal encarado, [que] mostraba sus dientes negros de nico tina, en una mueca que quería ser sonrisa» llamado Liberto, que detuvo a la protagonista y la llevó consigo a su cueva de prisioneros, lugar cuya vi sión resulta uno de los pasajes más desagradables. Con ese inhumano d o minio contrasta la actividad desarrollada por los integrantes de la «quinta columna» que se atrevían, por ejemplo, a celebrar concurridas y m uy fer vorosas misas clandestinas. Una peculiaridad de la nueva situación madri
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leña fue, en el orden político y a favor de la indisciplina reinante, la exis tencia de graves fricciones entre los frentepopulistas que, en una extraña especie de celotipia, rivalizaban en crueldad y llegaban al extremo de dis putarse palacios, riquezas y víctimas qu e juzgan encum bradas pues «se odiaban cordialmente» aunque «estaban unidos por la feble trabazón de la lucha antifascista». Estructuralmente la novela de Ferrari B illoch consta de dos partes y ocho capítulos, cuatro en cada una, y la acción avanza a lo largo de ellas pero no siempre linealm ente porque el autor se com place en marcadas manipulaciones con el tiempo, ejem plo de lo cual es el com ienzo in me dia res: el capítulo II ■ — asalto y destrucción por las turbas del convento en el que vive Sor Victoria— es su com ienzo cronológico real y, sin embargo, le precede en la ordenación del texto un capítulo que narra sucesos ocu rridos posteriorm ente. La narración se acom paña de páginas y pasajes descriptivos de Madrid y de pormenores geográfico-costumbristas de m e nor relevancia pero atendidos con cuidado com o el interior de la capilla monjil, «cuajada de luz» y en cuyo espacio «flotaba un fervor singular y un temor de almas acongojadas». La expresión deja a veces bastante que de sear y en varios casos se distingue por una pedantería que lleva a ejemplos com o el siguiente (en la página 84): «el pulpo monstruoso de la noche di fundía su más densa y negra tinta» o (en la 105) «estaban a merced [los per sonajes] de los trágicos azares del albur». Aunque compuesta y publicada en plena guerra civil (1938), dentro de la colección «La Novela Nueva», nada hay en las páginas de Sierra de Aralar, obra de Juan Luis de G aray , que se refiera a la contienda aunque sí sa len a relucir en ella vicisitudes bélicas acontecidas siglos atrás en Navarra, tierra diríase propicia para la guerra pues, com o se recuerda en un pasaje del libro, pueden ser «los reyes castellanos y los franceses, los aragoneses o los moros quienes rompan los períodos de paz y ensangrienten su tierra ya que pretextos para hacerlo no les faltarán nunca...» Garay, oriundo de la comarca de Aralar, realiza un viaje por su natura leza e historia hondamente em ocionado, y para describirla y evocarla se sirve de una abuela, antigua hilandera, y de dos muchachas, nietas suyas, que centran su atención, com o si de gentes contem poráneas se tratara, en el príncipe Carlos de Viana y su hermana Blanca, hijos del rey d o n ju án , perseguidos por éste y por doña Juana de H enríquez, su nueva esposa; padre e hijo tienen partidarios, impulsores y víctimas al mismo tiempo de cruel guerra civil, algunos de cuyos episodios — la batalla de Astiz y Goldaraz, por ejemplo— son presentados al lector. Con el ruido de ellos con trastan estampas com o la protagonizada por el príncipe, prisionero de sus enemigos agramonteses en una celda del castillo de Monroy, escribiendo
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«sentado junto a una ventana» desde la cual contempla, «extático y medita tivo» com o una criatura de Azorín, un herm oso paisaje crepuscular. El autor, en el saludo que brinda a la tierra natal, junta el recuerdo de al guna parte de su historia lejana con la celebración de «las cosas sencillas y hum ildes [como] el olor de la hierba, la piedra pequeña pisada por pies montaraces, la hoja nacida en lo sumo del tallo, la rama de nogal» y de su viaje regresa con em oción no m enor en su ánimo que al emprenderlo; los diversos momentos del mismo son referidos con sobriedad y corrección expresivas. A la altura de 1938, cuando Ediciones Jerarquía sacó en Bilbao Eugenio o proclam ación de la Primavera, su autor, R a f a e l G a r c í a S e r r a n o (19171988), nacido en Pamplona, acaso fuera el benjamín de nuestros escritores: estudiante de Letras en Madrid antes de 1936, camisa vieja, alférez provi sional en la guerra civil y combatiente no m enos ardoroso con la pluma; así la edad com o determinadas circunstancias personales (una grave le sión pulm onar) apenas le habían dejado tiem po y calm a para escribir cuanto hubiera deseado y su obra la constituían entonces algunos artícu los en la revista Haz, unos versos detonantemente falangistas, un trabajo que le habían prem iado en A cció n Española y el Eugenio. Una v e z re puesta su salud tenía que recuperar las horas perdidas y a conseguirlo se aplicó afanosamente hasta su muerte. D e esa primera novela, escrita un tanto a saltos — abril 1936, Madrid; agosto 1936, Somosierra; noviem bre 1936, víspera de la pensada toma de Madrid; agosto y noviembre de 1937, combatiente en la Bandera 26 de Na varra— , anticipó algunos capítulos y uno de ellos (el noveno y último), «Proclamación de la Primavera», que salió en Vértice {na 7-8), llevaba com o entradilla el texto siguiente: Exaltación del camarada antiguo, con mil y pico razones de profeta en la boca, en los puños y en las palmas, al aire de las manos. Eugenio ha de morir. D esde el primer capítulo se advierte. Por su condición y porque al héroe hay que matarlo en la vida para que viva en el rom ance [...]. Va consagrada la n o vela a José Antonio y a mis camaradas A lbincho Martínez de Goñi, muerto en V izcaya, a Eduardo Rodenas, a Eugenio Lostau, a José A ntonio P ezu elo y a Alejandro Salazar Salvador, de la vieja Falange de Madrid.
Una reseña anónima publicada en Haz., revista mensual del SEU. (Bil bao, n2 9 ,15-I-1939, p. 28), salía al paso de quienes habían reputado el Eu genio com o obra falta de madurez y de construcción todavía insegura, y reparaba el reseñista, com o com pensación, en «el pálpito juvenil» de sus páginas, no importa si excesivo, y, asimismo, en la escritura recia, bárbara a veces, espontánea en alto grado, que la distinguía.
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Su contenido argumentai lo constituyen hechos y actitudes protagoniza dos por Eugenio, «el bien engendrado», sin concretos apellidos que amen güen el arquetipo o héroe epónimo dado que representa a una porción de la juventLid española: rondando los veinte años, militante de una determi nada ideología (la falangista) y condicionada por la circunstancia social y política española; una muerte imprevista — «dos pistolas comunistas hirie ron su ímpetu madrugador»— cierra semejante actividad y significa para Ra fael, el narrador, camarada y entrañable amigo de Eugenio, nada menos que el com ienzo de una nueva etapa, algo así como «la proclamación de la Pri mavera», dentro de la singular mitología que se acompaña en las líneas fina les del libro con «unos disparos hacia la iglesia de San Luis», otro de los di versos lugares de Madrid m encionados; en esta citidad ocurre casi exclusivamente la acción, protagonizada por quien aparece muy ligado a ella debido a razones familiares y profesionales — alumno como lo fue el es critor en la facultad de Filosofía y Letras— ; miembro de una familia burgue sa y políticamente bien pensante, que no aplaude ciertas reacciones de su vástago, llega un momento (a la altura del capítulo VII) en que se produce la mptura con ella y Eugenio abraza otra hermandad, la de la Falange: «aban dona las aulas para trabajar y cambia las normas por las armas». Tal radicalización le conduciría al desastrado fin ya señalado tras la comisión de algu nos actos violentos, más bien bravuconadas, que, en el ámbito de la expresión, se corresponden con ideaciones harto apasionadas por la des mesura que las preside: es el caso de un «Discurso del Imperio» (capítulo VI), meditación ante El Escorial, que creo delata la huella de Giménez Caballero. D el mismo signo ideológico y no menos desmesurados resultan repudios o rechazos como, v. g., el dedicado a la lírica becqueriana, relacionada aquí con las novias ursulinas de los quince años, «grave apuntamiento de bur guesía» en el ánimo de Lin compañero que Eugenio cortaría en seguida. Pero antes de este episodio hay otro que corre a lo largo de dos capítu los (el segLindo y el tercero), «Fábula de Hero y Leandro», encabezado por unos versos de Garcilaso, que diríase puede llevarnos a un ámbito distin to del político: la acción, trasladada ahora a una capital de provincia nor teña, «apetecible y silenciosa», consiste en el descubrimiento fortuito por Eugenio de la muchacha llamada María Victoria, que cumplirá el papel de H ero en la recreación urdida en estas páginas donde Leandro-Eugenio «[que] ha atravesado un m odesto río y en el manzanal, esperándole sin sa berlo y sin antorcha porque es mediodía, estaba Hero-María Victoria, casi impaciente y casi amorosa» pero el episodio olvida m uy pronto su natura leza tópicamente sentimental porqLie Eugenio, fiel a su compromiso, mag nifica a la muchacha convirtiéndola (tal com o escribe a su amigo Rafael) en «símbolo y carne». Es María Victoria. Y Hero. Y la Falange. «Lo es todo [...]. Am o a María Victoria, por Falange, por Hero y por María Victoria», in-
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cipiente amor del que, regresado Eugenio a Madrid, nada más sabremos, perdiéndose de este m odo un relevante y distinto componente. García Serrano, fiel en todo m om ento de m odo ejem plar y más bien desusado a sus ideales políticos, crecería considerablemente com o escri tor en los libros narrativos posteriores al casi adolescente Eugenio. Cuando com ienza la guerra civil Manuel Iribarren (J902-1973) había publicado la novela Retorno y tenía La ciudad (1939) a falta de los dos úl timos capítulos — XII y XIII— y el «Epílogo en futuro». Cronológicam ente coincide con Zunzunegui, Cela y com pañía, más o m enos, pero si tales presuntos compañeros forman hasta cierto punto grupo unitario, él milita aparte, formulando a veces opiniones críticas que muestran evidente di sentim ientos Por su cuenta o al margen continuó después, autor de San hom bre y de E ncrucijadas, novela com entada con no dem asiado entu siasmo por Fernández Almagro, quien advierte trivialización en tipos y es cenas junto a lentitud detallista, rasgos o defectos que también se echaban de ver en La ciudad. Volviendo a dicho disentimiento añadiré que si bien en el núm ero 1 de la revista Jerarquía (Pamplona, 1936; artículo «Letras») preveía un mejor porvenir para el teatro, la novela y la poesía (por este or den) españoles futuros, su opinión más atendible la expresó en unas de claraciones a Pérez Madrigal (La Novela del Sábado, Madrid, n2 12, abril de 1939): «Puede asegurarse que en el presente momento histórico las letras no están, ni muchísimo menos, a la altura de las armas. Diariamente salen nombres nuevos, apuntan algunos valores en embrión. Pero estamos en la etapa transitoria de los meritorios. La literatura responsable para no dejar de serlo, necesita perspectiva. Vivimos un paréntesis. Se habla de un esti lo nuevo. H oy por h oy y o no creo en ese estilo. Debiera ser lacónico, du ro, sin adjetivación [...] Y es florido y conceptuoso com o un abate rubeniano. Se echa m uy en falta la verdadera crítica. .Se prodigan los adjetivos administrados. [...] Hay que emprender una ofensiva contra el tópico por que es el asidero de las medianías». Parto de unas palabras de Iribarren en las que éste apunta una sumaria caracterización de La ciudad al decir que su asunto «lo absorbe la ciudad misma» y, también, que tiene entre sus habitantes una protagonista indivi dual, la muchacha llamada Elena, «protagonista de carne y hueso». Ni pro tagonista colectivo ni individual pero sí com ponente de alguna relevancia resulta ser la política española de la inmediata preguerra, momento seña lado concretamente cuando en la página 250 leem os que «aquel mismo día 7 Ejem plo de ello se encuentra en las páginas 101 (sobre Zunzunegui), 136 (sobre el Pas cual Duarte) y 146 nota 223 (sobre El Chiplichandre) de m i libro La novela española entre 1936y elfin de siglo... (Madrid, Castalia, 1997).
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[es el 13 de julio de 1936] al amanecer, los esbirros del Gobierno habían ase sinado a un hombre prestigioso, caudillo de la caLisa nacional [José Calvo Sotelo]». Pero las referencias de signo político son más claras y más fre cuentes cuando la guerra ya está declarada y afecta de bien distinto m odo a algunos de los personajes: caso de Germán, por un lado, y, por otro, de Elena (que se refugia en una embajada) y Pablo, su enamorado, detenido primero y, después, voluntario en el ejército republicano con la intención de pasarse a la otra trinchera. Desem boca la ación de la novela en un lla mativo «Epílogo en futuro», de marcado carácter simbólico pues ahora «la ciudad será vencida, humillada» en s l i pugilato con el campo, esto es: con «la tierra fecunda, rica en raíces y frutos contra el subsuelo esterilizado por cables y alcantarillas»; en cuanto a los personajes varía su suerte de acuer do con la situación de triunfadores o derrotados que ostenten y así «Pablo gustará las m ieles del triunfo, y henchido de ilusión correrá en busca de Elena, símbolo perfecto de la mujer amable o amada. Elena será la com pa ñera deseada del varón «sincero, laborioso y sentimental», mientras que no les sucederán las cosas tan felizmente ni a Germán — que representa la p a sión malsana»— ni a Fernando — representante, a su vez, de «otra pasión, más peligrosa»— . A «la gran ciudad cosmopolita» (acaso Madrid, aunque falten en la novela indicaciones sobre el particular) llega Elena, huérfana, procedente de una provincia española norteña, com o en huida de «un m undo enervante de recuerdos, acibarados p or el dolor», y sem ejante cam bio geográfico supondrá asimismo un cam bio bastante radical en su vida, com plicada m uy pronto por la atracción amorosa, aparentem ente correspondida, que siente hacia Fernando, un guapo y engañador señori to capitalino, lo que da lugar a reacciones y escenas rosáceas y tópicas. Iribarren es un narrador afecto al realismo y propenso al tremendismo, apegado a un m inucioso detallismo más bien irrelevante, complacido en breves divagaciones de índole reflexiva más bien inanes por consabidas; así suelen ser también las imágenes y comparaciones utilizadas aunque a veces la expresión se anima extrañamente con rasgos que reputaríamos más propios de un militante vanguardista que señala cóm o «allá abajo los tranvías, lanzaderas incansables, tejen muchedumbres» (p. 55) o que Elena camine «precedida de una mariposa blanca que escribe mensajes de can dor en el aire» (p. 210). Todavía a fines de julio [1936] estaba el autor de la novela [Ri c a r d o l e ó n (1877-1943)] en su retiro de Torrelodones, ya a punto de acabarla con la plum a sobre las cuartillas y el corazón en un potro» y así continuó algún tiempo más, no mucho porque enseguida la amenaza marxista se hizo in mediata y apremiante y el escritor hubo de escaparse a Madrid, por donde anduvo sin rumbo fijo hasta que la casualidad lo puso frente a su colega y
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amigo Pedro Luis de Gálvez; el testimonio de Julio Casares8informa de lo sucedido: una m ano firmemente apoyada en su hom bro le hizo volverse para dar d e ca ra con un m iliciano arrogante, a quien tardó bien p o co en identificar. — ¿Estás lo co para andar así por las calles? ¿No com prendes que si, en vez de topar con m igo, das con otro com pañero te podías contar por muerto? A lgo hay que h a cer. ¿Qué docum entos llevas? [...] Entonces surgió en la mente del miliciano la idea de convertir a su antiguo protector en asesino: ¡el asesino d e Ricardo León! D e cuya docum entación se había incautado para qu e nadie dudase de su hazaña.
Duró la farsa hasta que el interesado consiguió refugiarse en el consu lado de Haití donde más de una v e z le visitaría Casares; liberado Madrid regresó Ricardo León a Torrelodones y dio fin a la interrumpida novela, tercera y última entrega de la serie «Jornadas de la Revolución Española, con el título Cristo en los infiernos-, salió, debido a tales circunstancias, «tan cruda, tan cargada de sombras y tizonazos», protagonizada su acción por «criaturas arrancadas todas a la realidad española de entonces». El co p y right indica 1940 y el año consignado en la portada de la primera edición (por Victoriano Suárez, en Madrid) es 1941 pero en su última página cons tan com o lugar y fecha de com posición «Quinta de Santa Teresa (Torrelo dones), 1936-1942»: ¿a qué carta quedarnos? Cuatro partes integran la novela — «Los Gelves», «La juventud de una Pasionaria», «Noche obscura de España» y -Juicios de Dios»— , cuya acción arranca en los primeros días de abril de 1931, cercano el cambio de régimen en España, y llega hasta el final de la guerra civil, cuando Pablo y Margari ta, tan distintos y enfrentados personajes, encuentran en la muerte la cul minación trágica de sus afanes; entre ambos extremos cronológicos discu rre un argumento bastante poblad o hum anam ente y lleno de episodios ocurridos, con alternancia mayor o menor, en una y otra zona beligerante. Com o es característica habitual de estas narraciones, el maniqueísmo en el tratamiento de sucesos e individuos preside sus páginas y por eso Ricardo León, comprometido idelológicamente, tiene palabras de execración para los combatientes republicanos — rojos o marxistas los llama— , que son «la canalla de los días siniestros: un mar de cabezas foscas y salvajes, puños crispados y vellosos, jetas cetrinas, ojos encendidos por el fuego de las pa siones cavernarias» mientras que resultan admirables las víctimas de la v e sania enemiga o, en cuanto soldados nacionales, se portan heroicamente, com o es el caso de quienes resisten en el madrileño cuartel de la Montaña:
8 «El asesino de sí mismo», ABC, Madrid, 19-XII-1943, p. 3.
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Sofocados por el humo y el polvo de las explosiones, batidos por todas partes, acudiendo todos con heroico desprecio de la muerte, hacían fuego so bre las masas de asalto, daban el pecho a las bombas, tapaban las brechas con sus cuerpos más firmes que aquellos muros rotos que amenazaban caer sobre sus cabezas. Pero también se ha hecho acreedor a la repulsa del novelista un tercer grupo de burgueses com patriotas com o el llam ado «Pulgarcito», Rafael M orquecho o don Valentín, representantes de un supuesto centro político «equidistante de la derecha y de la izquierda» y practicantes de la política del avestruz o del mal menor, nefastas a la postre ya que sus cobardes co n cesiones nada evitan y, a diferencia de los valientes jóvenes falangistas, dejan franco el paso al enemigo. A la vista de todo ello estima el autor que, a la altura de junio de 1936, «no quedaban otros recursos que los heroicos y tajantes de la cirugía militar». Al p oco de aparecida Adán, Eva y yo (1939) su autor, Rafael López de Haro (1876-1966), miembro de la llamada por Sainz de Robles «Promoción de El Cuento Semanal», declaraba respecto de la com posición de esta n o vela lo siguiente: «Por haberme negado a firmar los manifiestos y protestas de los escritores rojos, un amigo me trajo el aviso de que el SIM docum en taba mi ficha. Fallido todo intento de escapatoria, desde aquel momento cesé de contar con mi vida humana, y en un escondite com puse la novela que pensaba dejar escrita. Conforme producía sus capítulos los iba ente rrando [su com posición está fechada entre octubre de 1938 y abril de 1939]. Escrita con el designio de que fuera postuma, mi novela es sincera y, com o narración, me parece la más interesante de las mías» (La Novela del Sába do, Madrid, na 18,16-IX-1939, p. 125), opinión corroborada por la favorable acogida que le dispensaron críticos y lectores. La guerra civil, algunas vici situdes atañentes a Miguel Lobo de Carpió y por él referidas en cuanto na rrador-protagonista, ocupa buena parte de sus páginas com o asunto prin cipal, expreso también en otras obras suyas de aquel entonces.? Pertenece al grupo de «Novelas de las almas» que, junto a las «Novelas de la vida» y las «Novelas de la carne», constituyen la relativamente variada producción na rrativa de nuestro escritor, cambiante a lo largo de ella en aspiración e in tención bien con el mero retrato de la realidad, ya con una marcada aten
9 Es el caso de la n ovela corta Fuego en el bosque (Madrid, n2 24 d e La Novela del Sába do, 1939) y de la p ieza teatral El compañero Pérez, estrenada e n Barcelona (octubre de 1939) p o r la com pañía de María Fernanda Ladrón de G uevara, con siderada p or su autor co m o «una diatriba justa y, com o tal, llena de ardor com bativo contra los e xceso s y lo s crím enes qu e com etieron los rojos».
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ción al com ponente erótico y sentimental de la misma o, com o en el pre sente caso, con una pretensión más elevada; añádase que López de Haro, al igual que casi todos sus com pañeros de promoción, era hábil narrador capaz de interesar a un público no demasiado exigente. En la novela que tratamos quedan m uy evidentes rasgos formales com o el m inucioso detallismo advertible en los pasajes descriptivos — de interiores, sobre todo— y, a veces también, en los narrativos pues cumple en ellos con lo que lla ma «relato al por menor»; o el gusto por la comparación, apoyada la rela ción entre sus términos por el nexo como, mayoritario; gusto, igualmente, por el hipérbaton en pasajes a los cuales diríase quiere dotar de un cierto aliento poético; por último, insiste con reiteración en una tendencia léxica que propende, sin mayor fundamento, al em pleo de vocablos m uy p oco o nada sólitos. La vida y andanzas de Miguel abarca desde los años finales del siglo xix hasta nuestra guerra en la que, hom bre de derechas significado, muere, una de tantas v íctimas de la crueldad desatada en ella; am plio espacio temporal, pues, acom pañado por un escenario geográfico relativamente extenso recorrido por el protagonista-narrador en España y fuera de sus fronteras. Acontecimientos com o la guerra de 1914-18, que propició la divi sión de los españoles en germ anófilos y aliadófilos, curiosa muestra de partidismo estimada com o «clave [o] corriente subálvea» de la división que entre ellos habría de darse veinte años más tarde en un proceso que reco n o ce adem ás otras causas, expuestas al paso de la historia personal de M iguel cuando éste, por ejem plo, habla con su com pañero Barcala del dom inio ejercido en G alicia por los caciques y de sus m alsanas co n se cuencias; semejante proceso culminaría en hechos de tanta envergadura com o la revolución de octubre de 1934 y el alzamiento militar de junio de 1936. El relato de este tiempo español com ienza a la altura de la página 353 y da fin en la 468, ofrecido por López de Haro con Miguel com o persona interpuesta, más bien su doble: he aquí la presunta condición autobiográ fica del protagonista cuya narración, no p oco apasionada, se distribuye a lo largo de 17 extensos capítulos, cada cual con varios apartados estrecha mente unidos. La guerra civil atendida por López de Haro es una vicisitud cuyos acto res mayores y menores, enfrentados a muerte, se m ueven en la retaguar dia de la zona republicana, reducida a Madrid y a Barcelona, con escenas de crueldad y heroísmo e intervención del narrador-protagonista en la de nuncia del enemigo, m erecedor de duro tratamiento. G erardo D iego, que fue am igo entrañable de Manuel Llano (18981937), recuerda sus últimos encuentros con el escritor, cuando éste le con fió las cuartillas de su novela Dolor de tierra verde a la que faltaban «tres o
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cuatro capítulos» para concluir, convertida en obra postuma por la ines perada muerte del autor: «A Manuel Llano le mató la guerra. Y más que la guerra entre hermanos, el espectáculo horrendo del odio, fermentado de torpes envidias y rencores miserables»;10 en Dolor... queda constancia de semejante ingrata situación, sufrida por las gentes de la innominada aldea protagonista que el autor pretendía paliar a su término — continúa infor m ando el amigo— con «la estampa de la alegría de la paz, de la liberación de la pesadilla de tantos meses de estúpida y gratuita am enaza contra la naturaleza». Había com enzado su redacción en julio de 1936. La única concreción dada por Llano para precisar el tiempo de la acción consta en el capítulo o estampa Nudos en forma de alusión a unas cigüeñas que llegaron, ya próxima la «agonía del otoño»: fue entonces cuando c o m enzó a suceder una malaventurada serie de sucesos, insinuados o apun tados más que abiertamente declarados, com o solicitando la colaboración del lector para situarse debidamente en cuanto a, por ejemplo, víctimas y verdugos pues si éste puede sospechar con fundamento quién o quiénes arrojaron a orillas de la carretera el Cristo cubierto después por la nieve, más difícil ha de resultarle, dadas las vicisitudes de la contienda en la pro vincia de Santander, identificar el bando al que pertenecían los asesinos del muerto abandonado en el cam po (Llanto amarillo) o los que se llevaron una noche de su casa al padre de Ángel {Ángel) para darle el «paseo». D e cuando la llegada de las cigüeñas (y de más tarde) datan las dolorosas pér didas que el narrador recuerda en algunos capítulos, causa de la general tristeza que consume personas y cosas en la aldea mientras ya no cabe otra actitud que la de tía Mercedes, un «alma de Dios» que reza por todos. Dolor de la tierra, sí, dolor por ella de quien — com o el narrador y des criptor— ha seguido bien de cerca — «yo escucho y contemplo», «yo vengo [a la aldea] a que mi conciencia se encare conmigo»— sus vicisitudes, veci nos, casas, animales, paisaje con atención y ánimo com padeciente porque las circunstancias no permitían otra cosa. La expresión es de una brillante sencillez, ruralizada a veces por el em p leo de léxico cam pesino entrañado en la tierra cántabra; llama la aten ción la frecuencia comparativa e imaginística y la proclividad hacia la trimembración, lo mismo cuando se describen o se cuentan realidades im iy próximas. A la altu ra d e 1939, c u a n d o el d ía 24 d e d ic ie m b re se term in a e n u n a m o d e sta im p re n ta d e B a d a jo z la e d ic ió n d e su n o v e la M éndez, cronista de guerra, J o s é M o r a l e s Ló p e z , p erio d ista g ra n a d in o , era a u to r d e d o s lib ro s e n c o la b o r a c ió n c o n Á n g e l G o lle n e t M egía s: Rojo y a z u l en Granada y 10 G erado D iego, Epílogo a Dolor de tierra verde. (Prenovela.) (Santander, Proel, 1949).
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Sangre yfuego. Málaga, que dan noticia de las vicisitudes ocurridas en am bas ciudades andaluzas desde el estallido de la guerra civil. Este su tercer li bro se subtitula «Novela de la Gran Cruzada» y lo constituye el relato que Rafael Méndez, «convaleciente de sus heridas y de sus emociones», hace a su am igo el autor de «la gran aventura de su vida» durante los años de la contienda en una y otra zona beligerante; adelantaré que se trata de relato formalmente torpe y, en buen núm ero de capítulos, truculento a más no poder. En él cabe distinguir tres partes o secciones: i) días inmediatamente anteriores al estallido desde el asesinato de Calvo Sotelo; 2) M éndez en la zona nacional, haciendo su labor de periodista (capítulos X a XII); 3) Mén dez en la zona republicana, debidamente autorizado a la «deserción» por el mando nacional. De las tres podría señalarse com o más animada y verosí mil — recuerda bastante las andanzas del coronel Antonio Aranda y de los dirigentes frentepopulístas en O viedo— la primera; en la segunda se infor ma acerca de las ocupaciones de Méndez que, día tras día, «salía a los fren tes de combate [y] hacía la vida de un combatiente, regresaba al atardecer a la Redacción con un bloc lleno de notas [y] redactaba su crónica [...]»; Mén dez pretende encontrar en la zona enemiga a Isabel, su novia, y cumplir al mismo tiempo una misión de espionaje ciertamente difícil, causa de arries gadas peripecias en su recorrido por las provincias de Ciudad Real y Jaén y, más tarde, en la capital de España. Victorioso en todas ellas, con aureola de héroe, ensimismado en el recuerdo, convalece física y anímicamente cuan do nuestro autor, «que le creía muerto», da con él. Novela extremosamente maniquea, el enem igo de M éndez — atajo de criminales y ladrones, en cu yo deplorable aspecto físico se revela a las claras su malvada condición— sale m uy mal parado de sus manos. N acido en la localidad sevillana de Camas, 1876, JOSÉ MUÑOZ SAN RO MÁN tiene en su haber una abundante y variada bibliografía pues publicó libros de versos, narrativos, otros en alabanza de Sevilla, piezas teatrales y hasta escribió letras para algunas canciones; fue académ ico de la sevillana de Buenas Letras y colaborador habitual del diario ABC. La guerra civil se ría para él tema preferente y en razón de ello tenemos com posiciones p o éticas de apasionado contenido y escasísimo mérito artístico y cuatro n o velas aparecidas entre 1937 y 1939, m uy parecidas entre sí: Las fieras rojas (1937), subtitulada «novela episódica de la guerra»; D el ruedo a la trinche ra (1938), «novela de toreros y de guerra»; Señorita en la retaguardia (1938), «novela con episodios de guerra»; Torrentera (1939), también «novela epi sódica de la guerra». Reparemos en las semejanzas que guardan y tendre mos así, por ejemplo, que la ciudad de Sevilla resulta ser el casi exclusivo escenario de la ación, lo cual sirve de pretexto para que el autor eche ma no de sus conocim ientos históricos y artísticos en páginas e incluso capí
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tulos de exaltado sevillanism o con claro predom inio de la descripción que, a veces, es poco más que enum eración de templos y otros edificios, imágenes religiosas y otras esculturas, lugares harto diversos, tradiciones y costumbres: «Mentar Sevilla es com o mentar al Paraíso, que es decirlo to do. Pocas ciudades podrían, en nuestro país, sobrepujarla en antigüedad», informa uno de los personajes de Las fieras... a quienes le acom pañan en una visita a la misma. Las salidas fuera del ámbito ciudadano, ni muy fre cuentes ni muy demoradas, no poseen interés superior. Coincidencia asimismo en el tiempo histórico español utilizado que va desde la proclam ación de la República — abril de 1931— hasta las vicisitu des de la guerra civil, más o menos próxima a su término pero en ningún caso concluida; se pasa de este m odo por sucesos mayores y menores de marcado signo político y social producidos, de ordinario, por la alternan cia en el disfrute del poder de unos u otros partidos a lo largo de los casi seis años republicanos, distinguidos por el avance incontenible, desde la perspectiva del novelista, del desorden y la violencia, situación que culmi nará con el asesinato de Calvo Sotelo y el inmediato estallido de la con tienda, entendida ésta no com o una guerra civil «sino [como] una lucha p a ra defender los más sagrados intereses de la Humanidad, que son los del progreso, la familia, el orden y la justicia verdadera» (según sostiene el te niente Manuel Serrano en el capítulo XXII de Las fieras...). Coincidencia igualm ente en el trato dispensado al enem igo, ya se tra te de proletarios urbanos o de gentes del cam po andaluz cuyas tropelí as destructoras y criminales — quem a de iglesias, asesinato de burgueses indefensos, v. g.— son denunciadas dura y reiteradam ente com o obra de «muchedumbre de energúm enos, fieras sin el m enor sentimiento de hum anidad, escoria social sin otros ideales q u e los de la destrucción» ('Ruedo, p. 158); San Román habla aquí (com o en otras ocasiones) por b o ca de sus personajes preferidos que ahora son algunos socios del Casino Agrícola de Villa Cruces quienes motejan de traidor al anónim o conter tulio qu e se atreve a reco n o cer «alguna razón» en las protestas de los cam pesinos a jornal de los terratenientes. En cuanto a su estructura, si bien no h ay ninguna indicación al respecto, estas novelas constan clara m ente de dos partes o seccion es — antes de y en la guerra civil— des igualm ente repartidas en cuanto al núm ero de páginas y capítulos y aun que en los respectivos subtítulos se m encione la contienda es cierto que la atención a sem ejante acontecim iento com ienza bien avanzada ya la acción com o si al novelista le importaran más los antecedentes inmedia tos del mismo que el acontecim iento propiam ente dicho. En ambas par tes o seccion es qu ed a p uesto de relieve el apasionam iento m aniqueo que divide en buenos y malos, sin m atizaciones, el censo de los perso najes convocados.
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Finalmente, coincidencia en aspectos formales, apartado en el cual se advierte una generalizada torpeza expresiva que afecta incluso a la tan in correcta puntuación (en Las fieras..y, y una demasiada ingenuidad en de terminadas situaciones con las que se rematan algunos capítulos. Ni las des cripciones de interiores sagrados o de lugares de la naturaleza, ni las comparaciones — la gente acude a la plaza donde va a celebrarse una capea «como afluye al mar el agua del río», v. g.— son su fuerte y dos intermedios líricos, al margen de la acción narrada, en Lasfieras... (capítulo XVI) y en Se ñorita. .. (capítulo XI) dicen nada a favor de la capacidad poética del autor. En su discurso de ingreso en la Academ ia de la Lengua, José López Ru bio llamó «la otra generación del 27» a un grupo de cinco escritores (él mis m o es uno de ellos) que, coincidentes en algunos aspectos con lo más ca racterístico de tal generación, form an dentro de ella grupo exento, distinguido sobre todo por un peculiar tratamiento del humor; a este re ducido conjunto pertenece Ed g ar N eville (1899-1967), que a la altura de 1936 había sido ya diplomático en Washington y cineasta en H ollywood, a más de aplaudido com ediógrafo y autor de la novela D on Clorato de P o tasa. Pasó los años de la guerra civil en Salamanca donde (de acuerdo con el testimonio de Dionisio Ridruejo) «vivía en situación más insegura [que sus amigos] dados sus antecedentes casi clamorosamente republicanos»; algunos de estos amigos debieron de ayudarle a salvar la situación y el in teresado recordaría tiempo después que durante nuestra guerra Mihura fundó La Ametralladora, e inmediatamente nos llamó a Tono y a mí, porque López Rubio estaba en América y Jardiel sólo hada teatro. Y allí ensayamos todo ese humor desaforado, toda esa burla de todo, que se había de llamar ‘el humor de La Codorniz. Su firma aparece por entonces — años 1937,1938 y primeros meses de *939— al p ie de colaboraciones (relatos y artículos de varío asunto) en Vértice, «revista nacional de FET y de las JONS», que dirigía en San Sebas tián Manuel Halcón. Siquiera de visita N eville debió de estar (otoño-in vierno de 1937) en el frente de Madrid, com o lo acredita su narración de es te título y, más todavía, el artículo «Madrid» — a manera de carta enviada a la ciudad lejana por las circunstancias de la guerra, a quien se invoca y tu tea am orosam ente, recordando lugares y edificios de ella (la Plaza de Oriente, el Palacio Real), opon iend o intencionado y significativam ente «esas gentes de fuera» («rebaños, masas»), culpables de lo ocurrido y actua les detentadores de la capital, a «los simpáticos menestrales» de toda la vi da; la colocación física contemplador-Madrid («te veo frente a mí») es sólo circunstancial ya que «tú [ciudad] sabes que no lucham os contra ti, sino por ti».
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Creo que la actitud política militante de Neville no duró mucho, explí citam ente al m enos, y su carrera literaria continuó una vez concluida la contienda: más cine y más colaboraciones periodísticas (en ABC, en La Codorniz, v. g.); un serio incidente con la censura en 1942 que le supuso la prohibición de publicar durante dos años; algunos libros nuevos y la vu el ta al teatro con un éxito resonante en 1952, hecho que ha llevado a afirmar que «Neville no sería Neville sin El baile>. El volum en Frente de M adrid vio la luz en 1941 (de mano de EspasaCalpe), integrado por cinco novelas cortas, alguna de ellas (las tituladas F AI, D on Pedro Hambre y Las m uchachas de Brúñete) anticipadas en las páginas de Vértice; narraciones de asunto b élico o relacionadas con la guerra — com o es el caso de D on Pedro,..·, historia de unos españoles re fugiados en París que esperan anhelantes el salvoconducto para entrar en la España nacional, mientras alguno, com o el apodado Pedro Hambre, se las ingenia para supervivir— , tres de las cuales tienen su acción localizada en Madrid-ciudad o en los frentes más próxim os a ella. Si la acción de F A l sucede en casas y calles que se sitúan en el centro urbano, la de Frente de M adrid se reparte, merced a las idas y venidas del personaje Javier Nava rro, entre aquél y las trincheras del Hospital Clínico, donde se asienta el ejército nacional; Luz e Isabel, las dos muchachas de Brúñete, son enfer meras a las que sorprende en ese pueblo un ataque republicano y, hechas prisioneras, son conducidas a Madrid, y, finalmente, evacuadas desde Va lencia.11 La extensión propia de una novela corta no permite en ninguno de los tres casos desarrollo extenso y detallado de la peripecia, que se con trae a una anécdota núcleo más la presentación del personaje o persona jes que la viven, todo ello en un breve espacio de tiempo. F A l (siglas de una temida organización proletaria: la Federación Anar quista Ibérica) son las letras «fatídicas» que, pintadas con grandes caracte res en la portezuela de un coche y entrevistas en la oscuridad nocturna, avisan de un seguro desenlace asesino (tal com o le sucede a Antonio, pro tagonista del relato, y les ha sucedido, según se informa en él, a otras per sonas). Victimarios y víctimas, combatientes de uno y otro bando, prisio neras, quintacolum nistas que arriesgan su vida en la ciudad enem iga integran un variopinto conjunto humano menos monolítico, ideológica y socialmente hablando, que el ofrecido por el republicano Eduardo Zamacois en su novela El asedio de Madrid. Neville reserva para ser los personajes con m ayor p eso en la acción a gentes jóvenes (hombres o mujeres) y animosas cualesquiera sean las cir 11 Se trata de un episodio real; las enferm eras en cuestión eran herm anas y se llam aban María Luz y María Isabel Larios. Una v e z rescatadas, todavía en plena guerra, «por sus ab n egados servicios» se les im puso la cruz del Mérito Militar co n distintivo rojo.
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cunstancias que d eben arrostrar, plenam ente identificadas con sus ide as, requisitos éstos habituales en militantes falangistas; para uno de ellos — Javier Navarro (F rente..!)— la guerra p osee, entre otros rasgos más conocidos y m enos gratos, «la excitación de la prueba deportiva» y a v e ces ofrece el aspecto de «una gigantesca excursión campestre en la que to dos son jóvenes y alegres». Cierto es que se corre el tremendo riesgo de la muerte pero si ésta llegara, cabe la posibilidad (es el caso de nuestro per sonaje) de su aceptación hasta com placida por motivos religiosos y p a trióticos; algo por el estilo pasa con las dos enfermeras capturadas en Brú ñete, más atentas a los heridos que a su propia vida, salvada finalmente. A los requisitos indicados debe añadirse que la clase social de estos perso najes se corresponde con la pequeña burguesía acomodada, lo cual les ha permitido — a Javier y a Carmen, su novia, por ejemplo— seguir estudios universitarios y mostrar su cultura incluso en la trinchera, en los m om en tos de descanso, cuando Javier y sus com pañeros hablan de música y de músicos preferidos, o cuando el capitán Salmerón dejaba las ametrallado ras para leer libros de historia en tanto que un innominado alférez «recita ba el Romancero Gitano, que sabía de memoria». Considerar estas tres narraciones com o de aventuras no sería ningún desatino puesto que no son pocas las inquietas peripecias por las que pa san los protagonistas — Javier, Antonio, Luz e Isabel— y que mantiene en suspenso e í interés del lector hasta la resolución del caso, desfavorable a veces. Al primero de ellos le proponen (y ésta es su aventura) pasarse a Ma drid a través de las trincheras, establecer contacto con unos quintacolum nistas que aparentan ser republicanos adictos, transmitir y recoger infor maciones y, finalmente, regresar al punto de partida; el riesgo que diríamos ordinario o normal se ve acrecentado con otros imprevistos, lo que pone a prueba el buen ánimo y la serenidad del personaje. Antonio, fugitivo de su domicilio madrileño, donde sabe que peligraría, recorre calles y casas de Madrid en busca de un cobijo seguro pero, si no le bastara semejante arries gado vagabundeo, se mete en faenas tales com o la de ayudar a los com pa ñeros de una radio clandestina hasta que la delación de una criada le pone en manos de un piquete faísta. Desde su prendimiento en el campo de ba talla hasta la evacuación en Valencia, Luz e Isabel, las muchachas de Brú ñete, conocen gentes y lugares m uy diversos, pendiente sobre ellas, dada su condición de enemigas, la amenaza de tortura y de condena a muerte. El Madrid de Neville es una ciudad que ha dejado de ser lo que fue en gentes, costumbres e, incluso, en parajes y edificios a los cuales parece que la guerra ha afectado para mal — «En su charla [la de Carmen, la porte ra, personaje de F A Idesfilaban los perdidos perfiles de aquel Madrid plá cido, con albañiles de blusa blanca y bigote, soldados multicolores, som breros hongos y coch es de caballos»— . El Madrid que Luz e Isabel
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contem plan a su vuelta a la ciudad com o prisioneras es nuevo para ellas, distinto al que conocían, con las mismas gentes acaso pero diríase que son otras, más los brigadistas; despectivos com o «masa», «fauna», «hampa» y descalificaciones o actitudes («llamaban a gritos a los camareros») denun cian la sustancia del cambio. Semejante clima moral no salpica a todas las gentes populares que ayudan a veces a los perseguidos y todavía queda en estas narraciones más pueblo: se trata, por una parte, de aquellos sol dados republicanos que desesperaban a los comisarios políticos porque era m uy evidente que «no les interesaba la política, ni la guerra, ni la causa del pueblo, ni la dictadura del proletariado» y, por otra, de una pareja de mujeres que, ocasionalmente, entabla conversación con Luz e Isabel y las palabras de éstas traen com o resultado «una nueva luz» en las mentes sen cillas de aquellas mujeres [que no habían visto nunca «fascistas]» capaz de rom per el armazón de principios construido por la propaganda soviética. Aunque casi siempre la fuerza de los hechos y el m odo de presentarlos hablen por sí mismos, Neville gusta de ser explícitam ente didáctico por m edio de comentarios y digresiones en boca de sus personajes y, también, por propia cuenta, sirviéndose del estilo directo (diálogos) y del indirecto e indirecto libre. Las prédicas se refieren ya al pasado — los años de la se gunda República y aun los anteriores, evocados por Javier— , ya al presen te — cuando uno de los refugiados en casa de «la Cordobesa» considera la guerra civil com o un caso de justicias (las personas de derechas) y ladro nes (el Gobierno y quienes lo apoyan)— y, también, a un hipotético futu ro — la esperanza en la unidad entre los hombres y las tierras de España— , lo cual parece tanto un deseo del personaje Javier (que m onologa) como una ilusión del autor (que, indirectamente, transcribe). Por lo señalado y por otros pasajes de signo análogo que podrían aducirse resulta manifies ta la simpatía (adhesión, mejor) de Neville hacia los postulados falangistas y sus jóvenes practicantes. Com o «nacionales» y «rojos» son designados los bandos en lucha desde las primeras líneas del libro de N eville pero esta situación de enfrenta miento (que no conoce tregua en la caza del enem igo contada en FAl) se quiebra o atenúa en algunos momentos de Frente..., nada inverosímiles o inventados sino consecuencia de que «el tiempo había establecido una es pecie de amistad» que permitía hablar de trinchera a trinchera — la comi da, las corridas de toros, las bromas, los insultos a ve ce s com o materia conversable— . Javier, pasado provisionalm ente a la trinchera enemiga, lanza desde ella (mediante un altavoz) una perorata repleta de claves sólo comprensibles para unos cuantos y, días antes, dos anónimos combatien tes, labradores ambos y ocasionalmente adversarios, se habían hablado, entre el respetuoso silencio de sus respectivos camaradas, «de la tierra, de las faenas, de la cosecha».
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Siguiendo por este camino de paz en la guerra Frente..., que es la narra ción más extensa y completa del volum en a que da título, tiene un final sig nificativo: son unas quince páginas que van desde la herida que Javier reci be cuando se dispone a saltar dentro del parapeto enem igo hasta su muerte, pero las peripecias que le suceden se juntan con la presencia de otro herido, enemigo, que también sufre y muere en la tierra de nadie. Po dría hacerse una división de semejante conjunto en partes o unidades sig nificativas y tendríamos hasta cinco, a saber: la herida del protagonista (por disparo enem igo) y la imprevista compañía de otro hombre (herido tam bién), más la conversación surgida entre los dos — com o arranque situacional— ; la perorata ideológico-pólitica a cargo del falangista que continúa y desvía brevemente esa conversación; el paso del tiempo — de la oscuri dad de la noche a las primeras luces del amanecer, en un sentido inverso a la pareja vida-muerte que es la referente a los personajes— ■ ; muerte del mi liciano, que da paso a una larga rememoración de Javier — «su infancia, la madre, el amor, su novia Carmen, la guerra, el futuro de España— ; la muer te de Javier— «suave sopor», «como si tuviera sueño», «le complacía», etc.·— , finalmente. El análisis de las mismas revelaría la destreza literaria del autor, mas lo que ahora importa es señalar cóm o en ese desenlace prima, sobre ideologism os y utopías, si no el sentimiento de lo absurdo de la guerra y su crueldad, sí el de la hermandad de los seres humanos, máxime si éstos son compatriotas, residen en la misma ciudad e incluso (com o les ocurre a Ja vier y a su ocasional com pañero) son vecinos de la misma barriada; la muerte, que fatalmente les aguarda, corrobora dicha hermandad. En otra ocasión escribí respecto al estilo de Frente de M adrid que su autor parece narrar con la abundancia incontenible de Ramón G óm ez de la Serna, de cuyo madrileñismo participa en ocasiones; rasgos de la expre sión y determinadas situaciones, pintorescas y curiosas, son, asimismo, m uy ramonianos, lo que ratifica la adscripción generacional del grupo al que pertenece y resalta uno de sus rasgos distintivos que fue (en palabras de López Rubio) el influjo de G óm ez de la Serna, ese «fenómeno que [les] aturdió y los dejó com o si les hubiera dado un aire, llenando sus cabezas de violentos hálitos», y así lo prueban en nuestro autor las ocurrencias in geniosas que alivian la tensión em ocional producida por ciertos hechos, la novedad de algunas imágenes o las com paraciones cuyo segundo térmi no es una referencia culturalista. Narración, descripción y diálogo se reparten el espacio de estas novelas y, en algún caso, la presencia de comentarios y digresiones lastra el conjunto com o elemento si explicable, extraño. Neville guarda también la linealidad del relato, quebrada con una vuelta al pasado cuando el personaje (como Ja vier Navarro), a impulsos de la concreta situación que vive ■ — un momento de descanso en la trinchera, por ejemplo— se entrega a la evocación.
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El escritor Luis O c h a r á n A b u r t o era hijo del también novelista O cha rán Mazas, bilbaíno avecindado en Castro Urdíales (Cantabria), autor de li bros narrativos adscribibles al costumbrismo decim onónico, pero sus n o velas y versos van ya por caminos más m odernos aunque no resulten de calidad superior. Maleficio (Santander, 1938) es novela publicada todavía en la guerra civil, liberado ya Santander, pero no es novela de la guerra; terminó de escribirse el 20 de noviembre de 1937 y fue impresa por Aldus. En la contraportada figuran («Obras del autor») hasta nueve títulos que, g e néricam ente, se reparten entre versos, artículos y narraciones (hay una novela, Laura, prologada por Marañón). Consta de 20 capítulos precedidos por un «A guisa de prólogo» (pp. 717) y rematados por una «Nota complementaria» (pp. 245-262), dos espa cios que nada tienen que ver con la novela pero uno y otro le sirven al au tor para m anifestar sin am bages y con apasionam iento no p eq u eñ o su ideología política nacional y anticomunista. Tengo noticia de su relación amistosa con el falangista cántabro y excelente escritor Luys Santamarina, bajo cuya dirección estaba un grupo de quintacolumnistas barceloneses de hombres y mujeres m uy allegados a él y que, curiosamente, se deno minaba «Luis de Ocharán»; fue colaborador en el diario La Voz de Canta bria, tiempo atrás, y autor del libro Collar de sonetos de la Guerra Civil de España (Santander, 1938), donde se leen unos versos que aclaran su enten dimiento de ella: «No es esta guerra, no, guerra entre hermanos,/es guerra entre patriotas y secuaces/ de Rusia; de unos hombres que falaces/ en san gre criminal manchan sus manos». Miembro de familia con posibles, vícti ma de los marxistas apoderados de Santander, tanto en «Toki-Eder» (finca en Castro Urdíales) com o en «Quinta María» (en el Sardinero). Si bien el título y la situación personal nada fácil ni grata de Ocharán hacen pensar en caso, ambiente y personajes signados por la desgracia, el autor desea que su obra tenga aspecto distinto y m uy pronto (en la página 17) declara que «no quisiera hacer un libro triste» y hasta alude, com o posi ble com ponente, a «un delicado y fino humorismo» o a «una prudente iro nía» — otra cosa es que su propósito se logre. Ocharán le da no pocas vueltas a la palabra con que titula el libro y ya en el primer capítulo declara que «maleficio» lo es todo o casi todo en nuestra pobre vida si no supimos echar a tiem po hondas raíces con que clavarnos y sujetarnos al suelo, que es el caso del matrimonio protagonis ta, Fermín Somonte e Isabel Ulía, cuya felicidad pretende alterar su amiga Ana de Monasterio con sus malas artes; si esto puede considerarse com o un maleficio, los personajes buenos de la acción lo ven cen satisfactoria mente. Las excelentes prendas de vario orden con que están adornados ella (Isabel) y él (Fermín) y lo m ucho que se quieren; su posición social y económ ica y otros rasgos característicos los convierten en seres m uy aptos
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para llevar el peso de una novela rosa a la que, acá y allá, no le falta el in grediente de la cursilería. Tam poco resultan muy importantes las digresio nes de pretendida trascendencia y ¿qué decir de la com paración o cotejo entre Santander y San Sebastián establecido por don Fulgencio en pági nas. 198-199? Añádase para cerrar este pliego de cargos que la expresión es torpe, hinchada a veces y sin detalle alguno que la anime. Al considerar las características distintivas de la especie llamada «Nove la Rosa» sus analistas reparan que en ella se ofrece «una realidad desproblematizada, desconectada de todos los aspectos de la vida que no se re lacionan con el sentim iento amoroso».12 En este apartado vam os a encontrarnos con una excepción a esa regla cuando ocurre que algunos de los libros examinados en el mismo presentan un com ponente o núcleo sentimental marcado por una fuerte carga de compromiso político belige rante referido a la guerra civil y, también, a sus antecedentes políticos co m o se advierte en las novelas D e una España a otra, de Rafael Pérez y Pé rez, En la gloria de aquel amaneces, de María Sepúlveda, y ¡A sus órdenes, mi coronel!, de Concha Linares Becerra. La novela de R a f a e l P é r e z y P é r e z (1891-1984), a quien suele considerarse el patriarca de la especie, es la última pieza de una trilogía integrada por Elena y Juan Ignacio, persona jes relevantes de ella, a quienes espera, luego de mil intrincadas peripecias, un final feliz. Durante bastantes páginas y capítulos la existencia de ambos discurre paralelamente, sin noticias respectivas, hasta que a la altura del ca pítulo XIII tiene lugar en Alicante su reencuentro fortuito; desde aquí has ta el desenlace, juntos ya, defendiéndose contra los peligros que aún de ben vencer, la situación se hace m enos pesimista y el cam bio culminará dichosam ente cuando la pareja aterriza en Tablada, en el avión que Juan Ignacio, desertor, ha pilotado desde la zona republicana. En Sevilla cons tatan una realidad harto distinta: son las dos Españas aludidas en el título de la novela pues, contrastando con la criminalidad y el desbarajuste de la que perm anece leal al G obierno, «la vida es normal en esta ciudad de la España de Franco: no se eclipsaron ni sus gracias, ni sus encantos, ni sus hechizos, que sigue luciendo en espléndida diadema. [...] Ni una cola, ni un m ontón de basura, los com ercios repletos de todo, la gente transitan do con aire cabal por sus calles». El trato que se dispensa al enem igo es el acostum brado en los libros de autores nacionales y, significativamente, p uede condensarse en la palabra «hordas», pero en la novela que nos ocu 12 G.[loria] R.[ey] F.[araldos], colaboración sobre «la N ovela Rosa» en Diccionario de Lite ratura Española e Hispanoamericana, tom o II, p . 1.153 (Madrid, A lianza Editorial, 1993). Andrés A m orós en Sociología de una novela rosa (Cuadernos Taurus 77, Madrid, 1968) re co g e la op in ión de R oger Caillois de qu e esta m odalidad novelística «hace antisocial al in dividuo [porque] le distrae de la verdadera realidad».
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pa Pérez y Pérez presenta una excepción: la del camarada apodado «Mar tingala», un anarquista que odia a los opresores comunistas españoles y rusos y que «no tenía la cara patibularia de un criminal» sino «hasta cierta nobleza en su mirada y en sus rasgos»; también en sus actos, com o lo pro baría el noble comportamiento con la falangista Elena Calvo, protegién dola en su insegura situación de refugiada. Añádase que «Martingala» des confía abiertam ente de sus conm ilitones cu yo s h ech o s y dichos le disgustan porque adivina que «toda esta gente que habla de salvar a Es paña y a la República, lo que m enos le interesa son España y la República [pues] no son más que un hatajo de ladrones». Nada optim ista adem ás sobre la victoria republicana en la guerra, «Martingala» piensa ya en su propia suerte y se ve exiliado o, en el p eo r de los casos, suicidándose. Bien distinto sería el destino de la pareja Elena-Juan Ignacio, que afron tan en la España nacional circunstancias gratas y difíciles, juntos o sepa rados — él, com batiente; ella, enferm era— lo cual sirve para estrechar más la relación sentimental que los liga, rematada con el tópico final fe liz de la boda. Com o en otros m om entos de la historia hay a su término una afirm ación más de signo político cuando, ante la presencia de unos m uchachos de las Organizaciones Juveniles, comenta Juan Ignacio a Ele na que son «el orgullo y la esperanza del Caudillo».^ Una de las varias colecciones narrativas nacidas en la España nacional fue la «Colección Nueva España», cuyo título de m ayor éxito sería Reta guardia (1937), de Concha Espina; menor calidad literaria aunque no m e nor apasionam iento partidista muestran las novelas debidas a María Sep ú lved a — En la gloria de a qu el am anecer (1937)— y Concha Linares Becerra — ¡A sus órdenes, mi coronel! (¿1937?)— , dos autoras que por en tonces contaban ya con una abundante bibliografía «iOsa» .r4 El título de la novela de M a r í a S e p ú l v e d a alude explícitamente a unos cuantos momentos de su acción más y menos relevantes, colmados de o p timismo, relativo éste a sólo un personaje — caso de Agustín (final del ca pítulo XVI), que en la trinchera nacional del Guadarrama se sentía feliz «en la gloria de aquel amanecer [pensando en] España la grande, la descubri dora de m undos [que] se erigía en redentora de la civilización [...]»— , o a un acontecim iento bélico — com o la conquista de Bilbao por las tropas nacionales— . Nada gloriosos resultan ser algunos otros sucedidos en los ■3 In vocación p o r el estilo, en b o ca de la protagonista, cierra la n ovela ¡A sus órdenes, mi coronel!, de C on cha Linares Becerra, referida aquí a las m ujeres españolas. «Nueva España», radicada en Córdoba (Paseo de la Victoria, 43) fue fundada por José Ignacio Suárez de Urbina, person a m u y ligada a otra co lecció n — la «Biblioteca Patria»— existente antes de 1936, recon ocid o p o r un o de sus colaboradores co m o «dechado de virtu des, de discreción, de cortesía, prudente y afable».
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meses de 1936 anteriores al estallido de la guerra, los cuales sirven de pre sentación política de ciertos individuos, pero la guerra — y con ella propia mente la novela— comenzará algún tiempo después, a la altura de los capí tulos VII (en Madrid) y VIII (en San Rafael), lugares donde están repartidos los personajes y adonde llegan las primeras noticias intranquilizadoras. D e San Rafael, El Espinar, y la batalla por el Alto del León, la acción se desplaza a lugares com o Bilbao o San Sebastián y las vicisitudes guerreras alternan con las individuales de gentes separadas no sólo por la ideología sino, sobre todo, por la incom unicación entre las zonas beligerantes o por la que impone la perm anencia en el frente de lucha — caso de los herma nos Agustín, falangista, y Juan Antonio, carlista— o en la retaguardia — com o las herm anas Carm en y Matilde— ·. Héroes de la contienda son Juan Antonio, que m uere en ella, y su herm ano, un tiem po dado falsa mente por muerto y resucitado páginas más adelante, circunstancia ésta que lleva a Ginesa, la frívola muchacha que le perseguía, a una especie de particular y salvador «camino de Damasco», final feliz y aleccionam iento político-moral en esta más que m ediocre novela. En tres partes — de cinco, siete y cuatro capítulos, más bien de m edia na extensión— divide C o n c h a L i n a r e s B e c e r r a la materia argumentai de ¡A sus órdenes, mi coronel!·, preguerra y guerra civil la constituyen, prota gonizada por Daniel Castellar y Cristina Vielaver, periodistas enfrentados profesionalm ente en cuanto colaboradores de Reflector, importante se manario madrileño, y su relación, que conoce cambios a lo largo del tiem po, remata, com o es habitual en la m odalidad «rosa», con el matrimonio en plena guerra, un día de primavera «con aromas de monte y mar» en San Sebastián, desde donde él regresa al cam po de batalla. Madrid es el prin cipal escenario aunque no el único y en la capital ocurren los hechos de pre-guerra, m arcados por la violencia — atentados, encarcelam iento de los jóvenes falangistas, etc.— en un ambiente ingrato, fruto de una Repú blica que se anunciaba innovadora y que pronto degeneraría en algo «ordi nario, plebeyo, basto», de lo cual son culpables mayormente periódicos co m o el «vocinglero y repugnante» Heraldo de M adrid y gentes com o «los milicianos y milicianas del más repugnante y feroz aspecto», militantes del Frente Popular, saqueadores y criminales a quienes la novelista define, en el maltrato a que los somete, con la palabra «demonios» y, desde luego, los dirigentes gubernam entales que los han provisto de armas; de su férula odiosa logran escapar Daniel y Cristina que arriban finalmente a las trin cheras nacionales. Pesa más cuantitativamente la política y la guerra que el amor y una prueba es la transformación experimentada por la protagonista a quien las vicisitudes sufridas por ella misma y por los suyos la convertirí an de «indiferente y fría» en «vibrante y tensa» para sus recientes ideales.
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Enrique Herreros, que firma la necrología de José V i c e n t e P u e n t e (19151995) en A B C (i-VII), lo presentaba com o «un hombre todoterreno» en su actividad literaria, a saber: periodista sobre todo pero tam bién autor de versos y de piezas dramáticas, narrador, guionista cinematográfico, cro nista de m uy diversos asuntos, especialm ente de los relativos a Madrid y cabe destacar a este respecto el libro de guerra M adrid recobrado. Cróni cas de antes y después del 24 de marzo [de 1939, fecha de la liberación de la capital de España por las tropas nacionales] publicado en ese mismo año, que recoge treinta y dos artículos aparecidos en Arriba e Informaciones. Durante la guerra fue algún tiempo redactor-jefe del semanario Fotos y c o laboró con algunos relatos breves y poem as en la revista Vértice. En cola boración con otro entonces jovencísimo colega, Jesús María de Arozamena, estrenó y p ublicó en 1937 el drama Mari-Dolor, m uy celebrado p or algunos críticos que lo estimaron muestra relevante de «literatura de au téntica vanguardia». Fruto también de la guerra civil fue Viudas blancas, libro narrativo sub titulado «Novelas y llanto de las muchachas españolas», número 3 (extraor dinario) de la colección «La Novela Nueva», 1937, El propósito del libro era (en palabras de su autor) «recoger lágrimas de novias que han em papado la nueva bandera del Imperio de España», desm esurada expresión qu e alude al carácter acusadam ente sentim ental de los relatos integrantes, compuestos a base de «notas sueltas, de frases que he oído, de recuerdos»; semejante desmesura expresiva es rasgo estilístico muy insistido y así apa recerá de n u evo en la invocación form ulada para esas «viudas blancas» que dan título, esto es: las pacientes y resignadas heroínas, coprotagonistas de sus páginas, a quienes las vicisitudes bélicas han dejado sin la com pañía de sus novios. Quince son los relatos del libro, de extensión análoga todos ellos, idén tica a la más habitual de un cuento, parecidísimos unos a otros en asunto y estructura; cambia, sí, el escenario de la acción — frente de combate o re taguardia; ciudades com o Madrid, Sevilla y Burgos o localidades menores, anónimas a veces; relativa alternancia de las dos zonas beligerantes: once en la nacional y tres en la republicana, más la indeterminación a este res pecto de «Nocturno de Chopin»— . Cierra el conjunto una titulada «Oración imperial de la Victoria», poem a en versículos repartido en seis apartados más la coda dirigida a una posible y complaciente lectora amiga, ella y él tenidos en un próxim o y venturoso futuro com o «ruedas del engranaje que el cielo azul no [sic] hará graznar por los años de los años», líneas éstas al tisonantes com o tantas otras esparcidas acá y allá, lo mismo en pasajes na rrativos que descriptivos. Diríase que Puente quiere sorprender o seducir al lector con una retórica levantada y de apariencia vanguardista en com-
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paraciones e im ágenes que, más o m enos de lejos, pudieran recordar a G óm ez de la Serna: casos com o la antropomorfización de «la casa entera, en su parpadeo ciego de ventanas apagadas, se da golpes de pecho en la escalera — las pisadas sucias de los que suben— y reza [...]» (p. 28), o la va loración del sonido del timbre de la puerta en la noche republicana madri leña que suena com o equivalente a «una campanilla de Viático y una vi bración metálica de esquela mortuoria» (p. 29). Exaltación en unos casos y repudio en otros es lo que se encuentra res pecto a la materia argumentai y tono expresivo de Viudas..., cuyo autor reserva lo primero para los relatos ocurridos en zona nacional y para los militantes de su ideología mientras que em plea lo segundo para los suce sos y actores en la zona enemiga; ejemplares en todo momento y heroicos en los bélicos resultan aquellos personajes a quienes una bala perdida, ya en el frente de la Ciudad Universitaria, ya en las estribaciones de Somosierra, pone fin a su existencia y semejante aureola de heroicidad lleva la re signación al ánimo de la novia convertida así en «viuda blanca»; contraria mente, cuando se trata de militantes gubernamentales — caso por ejem plo de los faístas madrileños que pasean al estudiante protagonista de «Beso lívido»— , el narrador se com place en mostrarlos com o especím enes de maldad moral y hasta de fealdad física. El escritor carlista Ig n a cio Romero Raizábal, santanderino, nacido en 1901, posee nutrida y variada bibliografía repartida entre libros de versos — destaca Cancionero carlista (1938): se trata de la segunda edición, au mentada con una quinta parte que form an quince poem as relativos a lo que el autor llama la «resurrección» del carlismo que «no murió nunca» y que en la reciente contienda ha probado su vitalidad pues «jno murió nunca la Belleza, ni murió nunca la Verdad!» y así lo testimonian la joven generación de combatientes requetés y la reacción de Navarra ante el Alzamiento na cional, hechos com o la toma de Irún o la presencia de personajes com o don Francisco Javier de Borbón Parma, Principe Regente, o la de un redivi vo don Carlos, magnificados superlativamente unos y otras— , reportajes — com o Boinas rojas en Austria (1936), que recoge las impresiones de un viaje a Viena con m otivo de la muerte del pretendiente don Alfonso Car los— , libros misceláneos — caso del anecdotario Regalo de boda (1939)— y narrativos — v. g,, La prom esa del tulipán, novela de guerra (1938) com puesta entre París y Santander, junio y agosto del año anterior. Su título se debe a la anécdota ocurrida en el club de Tennis de Santan der entre Julio y su amiga Isabel, contada así por el novelista (al final del capítulo I): «Mañana mismo me marcho de excursión a Potes ¿qué quieres que te traiga? [pregunta él]. Un tulipán [responde ella], ¿Un tulipán de los Picos de Europa? No, hombre ¡qué disparate! Te vas a Holanda, que está
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un p oco más lejos y me lo traes en propia mano». Cumplió Julio esta que el autor califica de «promesa idiota» y entre su form ulación y su cum pli m iento (ya en el capítulo último) discurre la acción cu ya materia argu mentai responde al subtítulo del libro; la guerra civil acusa su presencia en diversas circunstancias, ligadas principalmente a Julio, su protagonista, a quien el com ienzo de la contienda cogió en el piso familiar de la santanderina calle de Atarazanas de donde, tras afortunadas peripecias, logra es capar para refugiarse en Francia y su capital, París, sería el lugar casi e x clusivo de residencia, salvada una excursión a Holanda, asunto para Linas páginas con carga descriptiva no siempre acertada. Dicha excursión fue entretenimiento gustoso e instructivo para el viajero com o lo fue su esta día parisina, de la que llama la atención una visita a la sala de pintura es pañola del Louvre, convertido ahora en un rincón patrio, «emocional em bajada» para el contem plador, y el fortuito encuentro con su am igo santanderino Manuel (o Lin), que le proporciona la posibilidad de cono cer al Príncipe Regente carlista, don Javier, com parecencia que creo más bien no justificada: visita y conversación asaltan su recuerdo de España en el momento actual y hacen nacer en su ánimo el sentimiento de que está en la imperiosa obligación de regresar y contribuir con su esfuerzo al triun fo de la causa nacional pero «el plan que tenía hecho» a este respecto no llega a realizarse. Formalmente considerada La prom esa,.. deja bastante que desear pues abundan porm enores que revelan ingenuidad y torpeza com o de princi piante aficionado, expresiones com o «la erupción de recuerdos, la urtica ria de las nostalgias, que le llenó [a Julio] de ronchas y picazones la mem o ria», o cuando la contem plación de un cartel turístico le lleva a convertir un «campo de tulipanes grana [en] una concentración de boinas rojas»; añáda se el em pleo, relativamente abundante, de com paraciones — «los recuer dos com o hilos venenosos», los estallidos de las bom bas de mano qvie eran com o carcajadas sardónicas de algún monstruo infernal», «es noche oscura y el tren se lanza en las tinieblas com o un cohete a ras del suelo, luminoso y sonoro», «su confianza recién nacida acababa de morir aplastada com o una flor que se pisa al descuido»— : cuatro ejemplos sacados de un reper torio que no se distingue ni por original ni por preciso. Más original p u diera ser pero incurre claramente en el ridículo la caracterización de las hermanas del protagonista com o «antiguos cascabeles floridos con ritmo de libélulas». El epílogo de su novela El hombre de los medios abrazos (1932), tan ani mado y divertido, muestra que a sus veintiocho años, cuando lo escribió, Samuel Ros (1904-1945) era un joven conocido en el gremio literario y, tam bién, conocedor de sus integrantes bullidores en Madrid — pues salen a
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plaza, por ejemplo, colegas com o Mourlane Michelena, Sánchez Mazas y Eugenio Montes, que representan en el conjunto «catolicidad e imperio», o G. C., «el genial tarambana», o Ramón, el maestro indiscutible; no hay la menor alusión de signo político pero podría haberlas no tardando mucho pues su biógrafo Medardo Fraile (Sam uel Ros. H acia una generación sin crítica, Madrid, Prensa Española, 1972) informa de su colaboración con la recién nacida Falange Española. A la pregunta de ¿qué había hecho el 18 de julio de 1936? contestaría diciendo (.La Novela del Sábado, nQ 6, 4-III1939): Me quité la corbata y tiré en una alcantarilla la llave de mi casa para com pro meterme conm igo a no volver. Tenía la calle, algún amigo y una gran fe en todo lo que iba a ocurrir. La victoria era segura. Sólo un p oco difícil salvar la vida.
P erseguido en el Madrid republicano, se refugió en la em bajada de Chile de la que salió, con un grupo de compañeros allí asilados, para em barcar en Valencia rum bo a Francia y establecerse finalm ente en Chile, donde fue diligente propagandista de la causa nacional — «ironizó al ene migo, fundó periódicos y llenó las páginas de los diarios chilenos de las ra zones que asistían al general Franco»— y donde vio la luz (Santiago de Chile, editorial N ascim ento, 1938) la primera edición de Los vivos y los muertos. En este año regresa a España y reside, «dicharachero, activo, ilu sionado», en San Sebastián: fue director de la revista Vértice y colaborador periodístico frecuente. En 1940, pero preparado desde antes, aparece en colaboración con Antonio Bouthelier, el libro A hombros de la Falange de A licante a El Escorial, crónica del traslado y sepultura de los restos d e jo sé Antonio Primo de Rivera en el monasterio. Todavía en la guerra, de en tre sus colaboraciones en Vértice destaco las novelas cortas tituladas En este momento (XI-1938) e Flistoria de las dos lechugas enamoradas (VIIIIX-1939) y la publicación en «La Novela del Sábado» ( na 23, 21-X-1939) de la también novela corta Meses de esperanza y de lentejas. En esta última se ad vierte que los dolorosos acontecimientos españoles no le hicieron abjurar de su condición de escritor humorista, que asoma acá y allá — ocurrencias com o la de unos tapices que «temblaban de miedo, com o todas las obras de arte que existían en Madrid, y por su revés se sonreían de la Sociedad de Naciones», o com paraciones com o la protagonizada por Juanito, un m uchacho que «era de constitución tan débil com o la republicana»— ; el autor ruega, al final de la narración, que se le «perdonen ciertas bromas» y confiesa: «no me ha animado al trazar estas páginas la menor cantidad de frivolidad». Ros escribe Meses... cuando no había terminado la guerra civil y en la embajada chilena, su refugio de antaño, quedaban todavía refugia dos; los otros dos sustantivos del título aluden a la actitud anímica si no
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más frecuente, sí más dilecta — la esperanza— del autor y de sus com pa ñeros, y al que fue alimento más habitual en el Madrid sitiado — las lente jas (llamadas «píldoras del doctor Negrín»), Lo que Ros ofrece son anécdotas e historias a cargo de algunos refugia dos, objeto de la atención y de la memoria de quien los contempla con só lo externa curiosidad puesto que no hay en la narración espacio para otra cosa, que por eso el autor prom ete vo lver sobre el asunto (prom esa in cumplida) y escribir «no desde fuera del refugiado [como ahora se ha h e cho] sino desde dentro del mismo refugiado». El breve relato, dedicado «al excelentísim o señor don Aurelio N úñez Morgado, embajador de Chile en Madrid, que me hizo recién nacido a los treinta y dos años de edad» tiene com o lugar de la acción el edificio de la embajada chilena y com o tiempo, el transcurrido entre octubre del 36 y abril del 37. Unas sesenta páginas a cuya mitad, aproxim adam ente, com ienza la última de las dos partes en que está dividida la novela, cuya estructura, suma de breves apartados ca da uno con su noticioso título, e índole del contenido perm anecen invaria bles. El amor de Marta y Gustavo, que se conocieron en la embajada, para quienes no importa que la forzosa reclusión dure, pues «la tragedia — dice Marta— la hemos de sufrir cuando salgamos de aquí», más la his toria de don Braulio, extraño filósofo que se congracia con la vida y con los seres humanos, luego de tanto absurdo y crueldad, cuando se le revela el amor de esa pareja com o un desquite de la felicidad (en la primera parte); el personaje llamado Eduardo, cLiya llegada supone por unos días nove dad y hasta alegría en el ambiente aburrido y triste del cautiverio, llena la segunda parte. La limitadísima actividad de estas personas encerradas con siste en que leen, juegan, rezan, oyen a sus horas la radio nacional de Sala manca, duermen y SLieñan hermosos y disparatados sueños con exquisitos manjares, con jardines soleados y abiertos, con la libertad; la conversación y el paseo por los pasillos y salones de la embajada, las comidas, de ordi nario exiguas y poco apetitosas, salvo el turno extraordinario del almuerzo con el embajador (cinco o seis refugiados cada día). Era la embajada «un estado provisional» en la vida del refugiado que no tardando daría fin y, mientras, la confianza en Franco, nombre reiterado fervorosamente, ani ma la espera de quien ha conocido lo que hay fuera de los muros protec tores — el terror generalizada en «una ciudad sin aliento, con extraños es tertores»— y sabe cuáles son las probables o indeseables salidas de tal situación— evacuar, morir de enfermedad, morir de miliciano. La m encionada edición que hizo Nascimento de Los vivos y los m uertos se agotó en seguida y fue reeditada por esa casa el mismo año 1938; la pri mera edición española corrió a cargo de la barcelonesa Ediciones Patria (1941), prologada por Eugenio Montes y bien recibida p or los críticos, de entre los cuales José María Alfaro puso en duda si estábamos frente a una
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novela propiamente dicha ya que en sus páginas se daban cita narración, más bien en corta m edida, teatro — hay diálogo abundante— y p oesía — poem as y poem as en prosa; precisamente Montes titula su prólogo, «Sa muel Ros, o el poeta en prosa»— ; parece iba a ser una elegía y lo es clara m ente por la dedicatoria — «¡Leonor...! tengo tantas cosas que contar te. ..»— is y, ya al final del libro, en «La carta que lee el viento», dirigida desde Venecia a su amada, lugar donde «vine [el enamorado] a pasar la luna de miel con tu muerte», con palabras transidas de amoroso recuerdo, prom o vedora en quienes, com o el autor del libro, quedan en la orilla de acá del misterio dolorosam ente amputados, de una actitud reverencial ante ella. Los vivos... consta de tres partes con títulos particulares: «Bajo el sol», «Entre el sol y la luna», «Bajo la luna», relativos a otros tantos m om entos diurnos y nocturnos en la marcha de la acción, presididos por la distinta presencia planetaria: sol, sol-luna, luna, marcha que ocurre a lo largo de unas horas del día de los Difuntos y en ella encontraremos: «panorámicas» (a cargo del autor), que son pasajes descriptivos y situacionales (en pri mera y tercera partes); diálogo de tono conversacional (com o el manteni do por doña Elvira y doña Filomensa, que constituye el «Primer diálogo del dolor», primera parte); breve presentación de personajes, cada cual con su caso o muerto, que volverán a salir más adelante, conducidos aho ra por don Eusebio, «el presidente de los enlutados»; y fragmentos de va ria naturaleza que sirven com o cierre o apertura de secuencia — caso de «Puesto de flores» (que cierra la primera parte). En la tercera com parecen algunos personajes nuevos, de menor envergadura, y algunos elementos — estrellas, flores, animales— de naturaleza no-humana. Dada la relativa variedad del conjunto ha de añadirse que, junto a pasajes con propia o exenta idiosincrasia — de los cuales importa máximamente «La carta que lee el viento», que no tiene diálogo ni paisaje ni personajes declarados, que tiene su tono peculiar elegíaco-poético y que, finalmente, es el punto culm inante o la m áxim a altura en este conjunto necrológico— , existen otros normalmente integrados. Personajes superiores y enfrentados hasta la «entrevista histórica» que mantienen el Director del Cementerio y don Eusebio (jefe de los enlutados) que salen de ella convertidos en buenos amigos; su contem plación desde lo alto de una colina del avance de los enlutados en m edio de «un clamor inmenso» constituye el punto final. A su lado hay en el cementerio y son un peligro que amenaza a los enlutados y difuntos una legión de personajes secundarios con nombre propio o sin él — una vieja, otra vieja, un joven, la madre del niño, etc.— pero todos pa recidísimos porque todos y cada uno — los «enlutados»'— están allí para lo v D e la relación sentimental Samuel Ros - Leonor Lapoulide, concluida infelizm ente en julio de 1935, informa Fraile en las páginas 27-28 d e su libro.
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mismo: atender a su muerto, uno por cabeza, que es lo que en cierto m o do los diferencia y los separa de los «hombres de color» y de los indiferen tes a los cuales nada se les ha perdido. El tono expresivo de Los vivos... resulta variado pues hay el necrológi co o fúnebre, el poético, el m editativo o reflexivo, el costumbrista, de acuerdo con quien tenga la palabra en cada momento. Las imágenes a que da lugar una tormenta (segunda parte) y algunas situaciones ciertamente extrañas pero cargadas de respeto y gravedad en su presentación y tono son rasgos que enlazan este último o penúltimo Samuel Ros con sus ante cedentes vanguardistas; a ellos debe sumarse el acertado juego a que se entrega el autor en el manejo del Tiem po y de la Muerte. Que no haya la menor referencia a la guerra civil aún no concluida, llama sin duda la aten ción en quien fuera escritor abiertam ente com prom etido en ese difícil momento español. Al p oco de liberado Madrid salía la novela de Jaim e d e Sa l a s (nacido en Jerusalén, 1895) E lfrente de los suspiros, escrita en Sevilla durante octubrenoviem bre de 1938; el autor declararía entonces (La Novela del Sábado, Madrid, n2 19, 23-IX-1939, p. n i) que al huir del Madrid soviético con un pasaporte falso, a fines del 1937, llevaba el propósito de escribir mis Memorias del tiempo rojo. Bendigo a la Providencia que me hizo recalar en Sevilla durante una etapa de mi peregrinaje com o ‘re fu giad o’ [...] Con tipos vistos allí, otros entrevistos y los dem ás inventados, ur dí una trama que dicen que interesa y la rellené con instantáneas captadas por mis ojos y hasta por mi olfato.
D e entre las reseñas elogiosas que tuvo destaca la debida a N icolás G onzález Ruiz (Idem, Madrid, na 24, 28-X-1939, p. 101) para quien Salas ha sabido interesam os con un argum ento francam ente no velesco (tiene sus gotas de misterio y todo) y con un diálogo m uy gracioso, fiel reproducción ar tística de las m odalidades peculiares del habla ingeniosa d e los andaluces que tienen ingenio. El conjunto da por resultado un libro de gran amenidad, que se lee con positivo agrado.
El fundamento del título, no muy convincente, es declarado en el capí tulo VII cuando al personaje Pablo Cañaveral se le ocurre decir que la gu e rra «tiene tres frentes: el de los soldados, que lucha; el de los civiles, que trabaja, y el de las mujeres, que suspira», y una de sus oyentes convierte la ocurrencia en «el frente de los suspiros» y se apunta al mismo com o si fu e ra su generalísima. Da bastante juego ese supuesto frente por la serie de historias sentimentales existentes en la novela aunque no sea el único ni
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siquiera el más importante núcleo de la acción com o tam poco lo es nues tra guerra, con presencia más bien indirecta y en la retaguardia m erced a referencias y alusiones a, v.g., la suerte corrida por algunos personajes, combatientes ingresados en hospitales, madrinas de guerra o invocacio nes a la Nueva España naciente, y apenas queda sitio para la mención ex plícita del enemigo. Sevilla es lugar casi exclusivo de la acción, al que se añade una finca ru ral bastante lejana, importante porque trabajando en ella experimenta Pa blo Cañaveral lo que llamaríamos su camino de Damasco — «se había re cobrado moral y físicam ente con aquella vida áspera y provechosa», «se había desasido de todo lo que no fuera aquel trabajo [...] ahora era m uy distinto»— ; importante asimismo porque «a la derecha [de esa finca], m uy lejos, se difum inaban las siluetas de Coria, Puebla del Río y G elves. En frente, el antiguo cauce del Guadalquivir, la Isla Mayor y la Isla Mínima» y ello es el asunto de diversos pasajes descriptivos correctos y ajustados. Así resultan también las páginas dedicadas a la Semana Santa sevillana, infor mativas y pintorescas, reflejo cabal de unas jornadas en las cuales «Sevilla latía enfebrecida» y los Hermanos de las Cofradías «rebullían incansables». A los núcleos arguméntales señalados debe sumarse la historia de la fa milia Cañaveral, cuyo presunto misterio irá desvelándose lenta y disconti nuam ente hasta concluir en un desenlace conciliador que colm a los d e seos de quienes están im plicados en ella, aunque quizá d ecep cion e al intrigado lector. Menos relevancia que la obtenida por tales núcleos p o seen otros que, com o el concentrado en el capítulo IX, traen cierta varie dad a un conjunto p oblad o con exceso de posibilidades argum éntales que, lejos de desarrollarse cum plidam ente, se entrechocan. Todas ellas conducen a desenlaces felices en grado desigual y la recolección significa tiva de semejante diseminación culmina en el capítulo XIII, titulado sanjuanísticamente «Entre las azucenas olvidado». Buena parte de quienes homenajearon en 1940 a José M aría Salaverría (fallecido en Madrid el mes de marzo de ese año) o le recordaron poste riormente insistían en su condición de francotirador de las letras que «no form ó nunca com o soldado del grupo del 98» (José María Alfaro) y se man tuvo siempre «personal, independiente, altivo» (Melchor Fernández Alma gro) y, asimismo, fiel a sus convicciones que por eso pudo ofrecer en 1938, com o si se tratara de obras nuevas, libros suyos de tiempo atrás: El m u chacho español— de 1917, texto válidamente exhortatorio: «¿has pensado bien, muchacho, en lo que significa tu Patria? ¿Conoces bastante a España? Cuanto más te dediques a estudiarla y comprenderla la amarás con cariño más profundo»— ·y Los conquistadores... — de 1918: a manera de réplica al padre Las Casas— . En plena guerra civil, Salaverría colaboraba asidua
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m ente en el A B C de Sevilla con artículos com bativos y patrióticos com o «Estar de vuelta» (10-III-1938) — aviso a los que en años recientes motejaban de «cavernícolas» a los españoles afectos a las ideas tradicionales y que ahora, una vez éstas triunfantes, muestran un arrepentimiento quién sabe si sospechoso de interesada conveniencia— ; «Clavar la geografía de Espa ña en el alma» (21-IV-1938) — explicación-justificación de nuestra guerra en tanto se haga obedeciendo a «la imperiosa intención de rectificar la vida pasada y em pezar a vivir com pletam ente de nuevo»— , «Movilización de sombras insignes» (22-X-1938) — invitación a hacer en el catálogo de nues tras glorias literarias operación depuradora « q L ie incorpore a nuestra Espa ña Nacional» sus nombres, en virtud de la cual ocurrencia gran número de ellas y, desde hiego, las más famosas (piensa Salaverría en Garcilaso, Cer vantes, Calderón, Q uevedo y M enéndez Pelayo) «brindarían su adhesión a nuestro Caudillo», si bien no faltaría quien (Espronceda, Moratín hijo) mi litase en «el lado de allá» y, finalmente, habría gentes dudosas (com o Quin tana) en su adscripción, ju ego de apropiaciones y exclu siones que, en cierto modo, continúa Salaverría al enfrentar «Dos tipos madrileños repre sentativos» (16-VI-1939) que son el Julián de La verbena de la Paloma y el Juan José de la obra de Joaquín Dicenta así titulada — junto al «cajista que pena de celos mal reprimidos y acaba por llevarse por las buenas a la m u jer que adora» figura el albañil hom icida que (según Salaverría) «hemos visto multiplicado por centenares cruzar las calles de Madrid con la mirada ávida de venganza y las manos sucias de sangre indefensa». Menos culturalista y acaso más sentido parece el elogio de «Las madres» (30-V-1939) que «celebran h oy el júbilo de la paz con una em oción que sólo ellas son capa ces de percibir». Dos novelas cortas, del mismo tiempo y significación, completan nues tra noticia acerca del escritor dLirante la contienda, son ellas: Cartas de un alférez a su madre («La Novela del Sábado», Madrid, n2 22,1939) y Entre el cielo y la tierra («La Novela de Vértice», Madrid, febrero 1939). El contenido de la primera responde exactam ente al título porque se trata de un co n junto de cartas enviadas por un alférez provisional, m uchacho valiente y entusiasta, desde el frente y desde el hospital, a su madre viuda, partici pándole las novedades de su vida en uno u otro lugar, magnificadas en cierto m odo por la pluma del remitente, primero, y escritas, después de su percance en el combate, por algún com pañero que le sustituye en la tarea pero sin descubrirse com o tal; entonces esas noticias van más atenidas a la realidad efectiva del protagonista. Com o elem ento que altera un tanto la norm alidad de la relación epistolar importa la presencia de una extraña mujer que encubre algún tiempo su condición de espía bajo el interés des m edido que muestra por el muchacho a quien se le hará increíble la reve lación de la trama urdida por ella, más bien ingenua en motivación y reali
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zación. La máxima novedad de esta novela corta puede constituirla el em pleo de la técnica epistolar, ajustada en la expresión com o cabía esperar de un narrador diestro en el manejo de su arte. La acción de Entre el cielo y la tierra sucede en el reducido espacio del comedor de la Pensión Moderna a la hora del mediodía cuando sus huéspe des (siete en total, más la patrona) están reunidos para el almuerzo, breve tiem po interrumpido bruscam ente por un ruido que procede de la calle — «¿es un disparo distante?, ¿es un clamor confuso que suena allá m uy le jos?— y que perturba su tranquilidad aunque sea un incidente más produci do en un tiempo — los meses anteriores a la guerra civil— cuando (com o se queja un personaje) «los unos y los otros [los bandos políticos ya enfrenta dos] están dándonos tem pranam ente [una vida] insufrible e im perdona ble»— . Consecuencia de tal incidente sería la escapada de los asustados co mensales y en la estancia quedan el Estudiante — socialista y delegado de Ffederación] U[niversitaria] E[scolar])— , p oco más de veinte años y la Monja — que lo ha sido un tiempo y ahora, exclaustrada de su convento debido a las circunstancias, es alumna de Filosofía y Letras— , en adelante únicos pro tagonistas del caso y a quienes enfrenta su explícita ideología pero, tal co mo la religiosa explicita, «yo no le tengo a usted por un enemigo, sino por un contrario en ideas»; en la obligada explicación-justificación de éstas consu m en una y otro su tiempo, en tanto «la calle ha ido llenándose de clamores y la fuerza motinesca de la multitud» va imponiéndose mientras adelanta la re lación sentimental, adelanto traducido en el uso del tuteo. Nuestros innomi nados personajes, complacidos a veces en disquisiciones poco congruentes con los hechos («Estás hablando el frío lenguaje de la razón...», interrumpe él), puede que se encaminen hacia un tópico desenlace feliz en el cual no penetra el narrador que solamente se sirve de palabras com o «incógnita» y «secreto»: «semejante a una trágica y sentimental incógnita que oculta el se creto de la solución de dos vidas». ¿Por qué no pensar más elevadam ente que el relato tiene su moraleja y que ésta apunta, en un momento dominado por el odio beligerante, a una conciliación de contrarios m ovidos por el amor? Pese a las palabras que pronuncia en la página 328, final de la novela D e anarquista a mártir (1938), obra de Miguel Salazar , el com andante na cional del sector donde se estrella el avión pilotado por el protagonista: «Sí; un anarquista y un pistolero... pero tam bién un mártir. Digam os una oración a su memoria», tanto éstas, referidas a León Sellés, el protagonis ta, com o el título me parecen no poco exagerados; más ajustado conside ro el subtítulo, «novela social y de guerra», porque hay en su peripecia un com ponente social importante — de ideología marxista: lucha de c l a s e s presente en buen número de capítulos — aquéllos que pasa León en Bar
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celona, París, Bruselas y, finalmente, en la Rusia soviética antes del regre so a España para ayudar en la guerra civil al bando republicano, capítulos — del XII al XIV— que constituyen lo que creo segunda parte de la novela. A Sellés le acom paña com o coprotagonista su amigo y correligionario Antonio Satorre, estrechamente unidos por su condición de proletarios y por su ideología revolucionaría si bien, dentro de ella, difieren en su acti tud práctica pues el radicalismo de Satorre, partidario decidido de la v io lencia, choca con el pensamiento de Sellés, partidario de una vía más m o derada en la cual desem peña papel relevante la cultura; todo esto pasa durante años barceloneses difíciles, con abundancia de huelgas y conflic tos e incluso pistolerismo y asesinatos, lo cual pesa en el ánimo del prota gonista que, sin quererlo de veras y arrollado por las circunstancias, va aproxim ándose a la línea dura postulada por su amigo según se presenta en capítulos que juntan a la vida de ambos prédicas políticas e información acerca del corrompido funcionamiento de la justicia entre nosotros y de las bajas maniobras de los sindicatos. El triunfo reciente de la Revolución rusa y la implantación del régimen soviético, más la leyenda del paraíso prole tario, encandilaron entonces a m uchas gentes cándidas que, primero o después, terminarían decepcionadas ante la realidad de los hechos com o hubo de sucederle a nuestro personaje, agravada su situación por la infi delidad de su esposa pues a una «primera derrota aparecida en el alma de León, al ver que la realidad conocida en el paraíso soviético se diferencia ba en mucho de lo que había imaginado» (capítulo VIII), se añade el «des moronamiento de la felicidad privada» (capítulo X). Una salida de ese d o ble conflicto fue el regreso a España, ya com enzada la guerra civil, com o comandante de una escuadrilla de cazas que ayudará al gobierno republi cano; tras su llegada a Valencia se producen algunos incidentes que acre cientan el malestar sentido por León, v. g.: el recibimiento dispensado a los expedicionarios rusos por una muchedumbre en la que «aparecía la rame ra de baja estofa junto al miliciano acabado de salir del presidio de San Mi guel de los Reyes [...], y el pilluelo m edio desnudo junto al semiburgués de izquierdas mal vestido», deplorable conjunto animado por «una charanga [que] tocaba sin cesar la Internacional, coreada con gran desafinación por aquellas gentes», verosímil espectáculo denigrante a más no poder. La negativa presentación del enemigo continúa y aumenta cuando Sa torre hace recuento de las tropelías de todo tipo cometidas por quienes fi guran com o sus conmilitones; ante tanto desafuero crece el desacuerdo de León y llegamos de este modo, en un proceso imparable, al desengañado desenlace de sus perplejidades y contradicciones ideológicas y morales. Añádase a semejante panorama que las prédicas de vario asunto que interrumpen la marcha de la acción tal vez resulten demasiadas, escasa mente originales y p oco densas; no siempre son convincentes las reaccio
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nes ideológicas del protagonista, conducido muy de cerca por el novelis ta, torpe a veces en la expresión y en detalles innecesarios e ingenuos co m o al referirse a algunos lugares de la acción. La más habitual ubicación de R afael Sánchez M azas (1894-1966), en la que conviven literatura y política, es la que lo junta a Eugenio Montes y a Ernesto Gim énez Caballero, tal com o hiciera Dámaso Santos ( Generacio nes juntas, 1962, p. 284) para quien constituyen el grupo «que más ha in fluido en el estilo y la temática de los primeros años político-culturales de la guerra y la posguera»; ampliando el número de sus integrantes, Mónica y Pablo Carbajosa {La corte literaria de José Antonio. La prim era genera ción cultural de la Falange, 2003) lo sitúan m uy destacadamente en la lla mada corte literaria de José Antonio Primo de Rivera, unidos los presuntos cortesanos por afinidades no sólo literarias a lo cual habría que añadir en algunos casos — el de Sánchez Mazas, desde luego— la coincidencia cro nológica con la generación del 27. José Antonio fue quien le encargó que escribiera una «Oración por los caídos de la Falange» celebrando a los ca maradas muertos com o consecuencia de la radical hostilidad de unos ad versarios políticos para los cuales el autor no postula el odio vengativo. Pero antes de que tales circunstancias españolas se produjeran, Sánchez Mazas, corresponsal de A B C en Italia, había presenciado en Roma («La re volución a paso gentil», crónica del 28-XI-1922) la marcha fascista sobre la ciudad, señal para el contem plador de que, al cabo de los siglos, el im pe rio volvía. Sánchez Mazas había publicado ya unas adolescentes M em o rias de Tarín (19x5) y los Q uince sonetos para quince esculturas de Moisés Huerta, (1917) cuyo cierre («Delante de la Cruz, los ojos míos») estaba dedi cado a Unamuno, a quien conm ovió hondamente; frecuentador asiduo de los m edios literarios (tertulias y redacciones) era ya escritor de algún pres tigio que en la posguerra se acrecentaría. Com enzada la guerra civil Sánchez Mazas, a quien le cogió en Madrid, estuvo primero en la cárcel M odelo y tuvo la fortuna de no perecer en su incendio y asalto (agosto de 1936). Refugiado posteriormente en la em ba jada de Chile, donde escribió la novela que va a ocuparnos, y apresado después, anduvo por varias cárceles; próxim a a concluir la conquista de Cataluña por los nacionales estaba encerrado en el castillo de Figueras y, más tarde, integrado en una columna de prisioneros a quienes las tropas republicanas, en huida, iban asesinando por el camino; extrañamente sa lió con vida de la matanza.16 Su aparición al p oco tiempo en la Barcelona liberada tuvo resonancia no p eq u eñ a en la prensa·, en A B C de Sevilla 16 A ello se refiere la n ovela de Javier Cercas, Soldados de Salamina (B arcelona, Tusquets, 2001).
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(na del 9-II-1939) pudo leerse que «esta tarde ha llegado a nuestra ciudad, procedente del cam po rojo, donde estuvo cautivo hasta ahora, el ilustre escritor don Rafael Sánchez Mazas que ha conservado su espíritu en las duras pruebas a que el destino hubo de someterle, primero en Madrid y luego en Cataluña. El día 30 de enero fue llevado ante el pelotón de ejecu ción pero tuvo la fortuna de salir indemne de la descarga» y en Vértice (n2 19, febrero 1939) la noticia fue contada así: N o s lle g a R a fa e l c o n v o z c a lie n te d e u n m u n d o s u p e r io r y e l a d e m á n r e s u e lto d e q u ie n p a s ó p o r to d a s la s p r u e b a s . A l té r m in o d e s u c a u tiv e rio h a r e c ib id o la g r a c ia d e l m ila g ro . N u n c a e s t u v o a u s e n te d e e n tre n o s o tro s . L lo v id o d e l c ie lo , c o m o a g u a e n p rim a v e ra , v ie n e a fe r tiliz a r la c o s e c h a q u e a y u d ó a s e m b r a r J o s é A n to n io .
Poco después (aún no había acabado la guerra), en el Boletín Oficial (Burgos, 3-III-1939) salía su nombramiento com o Consejero Nacional y en seguida Vicepresidente de la Junta Política donde, según Ramón Serrano Súñer, «fue siempre pieza meramente nominal, nulo e inoperante en el or ganismo ni tuvo una iniciativa, ni el valor de apoyar una postura» y minis tro sin cartera en agosto del mismo año distinguido (a lo que parece) por su falta de interés en el servicio del cargo. Sánchez Mazas logró refugiarse en la embajada chilena en Madrid y en ella tuvo com o compañeros a Samuel Ros y al conde de Montarco, quien nos ha dejado^ este testimonio respecto a la com posición de Rosa Krüger. E n e l p is o a lto d e l p a la c e t e h a b ía u n a g r a n h a b ita c ió n q u e se u tiliz a b a c o m o c o m e d o r ; a llí s o b r e u n a d e la s m e s a s , p o r las n o c h e s , c u a n d o t o d o s se ib a n a d o rm ir, s e in sta la b a R a fa e l c o n su b a n d e ja y e s c r ib ía h a s ta la m a d m g a d a . E s crib ía e m p le a n d o u n a in m e n s a b a n d e ja c o n la q u e s e p a s e a b a p o r to d o e l D e c a n a to y e n la q u e lle v a b a la s h o ja s d e p a p e l, u n tin te ro , p lu m a s y lá p ic e s , y a l g ú n q u e o tro lib ro .
. A la noche siguiente leería a un grupo de ocho amigos lo que había es crito de esta novela por entregas cuyo autor, por razones ignoradas, no lle gó a publicar; lo fue postumamente, en 1984, de mano de Andrés Trapiello y a cargo de editorial Triestre cuando, autorizada por Liliana Ferlosio, su viuda, vio la luz. Com puesta en semejante tiem po y circunstancia, Rosa Krüger no es una novela de la guerra civil sino una clara evasión de ese Madrid angus tiado y angustioso en el que Sánchez Mazas vivía y escribía, el cual en na da toca con el «mar de historias» contado por Teodoro Castells, su protago»Los cincuenta años de Rosa Krüger», ABC, Madrid, 27-V-1987, p. 52.
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nista, durante los cinco días de estancia forzosa a causa de la nieve caída en una posada de los Alpes; su ocasional com pañero y com placido oyen te — pensem os en quien firma el libro— «entresaca» de la conversación al gunas de las «cosas que él me dijo», las dispone atento a guardar «la unidad del relato» agrupándolas en capítulos por lo general breves y brevísimos, dándoles un número de colocación y un título singular: un total de 300, de los que deben descontarse doce que se han perdido. Es largo el recorrido temporal abarcado por Castells en el recordatorio biográfico desde los dieciocho años y es tam bién abundante el núm ero de personas y de lugares que en el mismo comparecen. Por lo que se re fiere a las personas llaman la atención en ese conjunto unas cuantas estre cha e importantemente relacionadas con su evocador, caso de sus dos pa trones y guías Pierre Brassac y H enry Girard, de cuyos consejos se vale satisfactoriamente. D e la misma o tal vez de superior jerarquía resulta ser la relación mantenida con tres mujeres. Angela, española de Castromayor (en Extremadura), su mujer — «Ella podía ser mi realidad de España», pa labras en la p. 135 con las que se apunta el proceso de sim bolización exis tente en la novela— y madre de sus hijos; Persefhoné (o Phoné), que le abandona cuando su relación amistosa parecía culminar; antes, en y des pués de ellas figura Rosa Krüger, entrevista fugazmente una mañana en la estación de Toulouse y, desde entonces, convertida en un difícil ideal, buscado anhelantemente y, por fin, hallado en Estrasburgo, en cuya cate dral contraerá (hace tiempo que Castells enviudó) matrimonio, final feliz de una historia llena de incertidum bres. Tres seductoras criaturas bien distintas entre sí pues, según pensaba su amador, «Phoné era quizá la úni ca mujer que podía hacerm e compañía. Rosa [en el pasaje contrastivo de la página 234] no es más que una ilusión. Ángela no es más que una des ilusión». Cuando el relato se aproxima a su fin, Castells sostiene que «mi vi da no fue más que com o una vida simbólica en peregrinación hasta este nombre: Rosa Krüger». Dicha peregrinación la em prende Castells, nacido en el alto Pirineo de A neo y Arán, en Francia, donde entra con papeles falsos amañados por un «agente de trabajo», negrero de pobres gentes desvalidas que buscan sólo un pedazo de pan, y el encuentro (ya m encionado) con Rosa en Toulouse es el primer hito relevante del peregrinaje que tiene marcados otros hitos en gentes y lugares m uy diversos. Los varios oficios, ocasionales unos y estables otros, van señalando igualmente el progresivo asentamiento del protagonista cuyo ánimo atraviesa momentos harto diferentes pues, por ejem plo, siente, lu ego del matrimonio con Ángela, que «se apaciguaron los desvíos» y «una gran paz» los sustituye o, viudo, le gana «una enorm e fa tiga moral y física», acaso porque los menesteres en que se ocupa no p ue den com pensar la falta de «una compañía de amor»: sombras y luces éstas,
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paladinam ente confesadas, que configuran su idiosincrasia, probada en mil diferentes vicisitudes y a través de un cúim ilo de tierras y lugares de Francia com o la Camarga o Extremadura, Bayona o Palermo, París o Mi lán. Castells es buen contador, preciso, detallista y animado; de mirada bien dispuesta para extasiarse en prudente medida ante el paisaje, atento a los colores que éste brinda o dejándose arrebatar por la belleza de un plantel de rosas. Con em pleos oficiales estuvo Mariano T om ás (1891-1957) unos siete meses en Salamanca y fruto de ello fue su novela La niña de plata y oro, novena en la bibliografía narrativa del autor, también biógrafo, dramatur go, poeta y colaborador periodístico asiduo. Con ella pretendía pagar Lina deuda contraída en su fuero interno con la ciudad del Tormes pues: «antes de la guerra y o no conocía Salamanca, y los siete meses que he vivido en ella no se borrarán ya nunca de mi memoria. Y o me enam oré así [reco rriéndola con intención y ojos muy especiales durante ese tiempo] violen tamente, con pasión bien sentida y sufrida, y se lo he querido dejar escri to, com o una declaración. He situado la acción de la novela lejos de los días de guerra» (decía en el n2 17, 9-IX-1939, de La Novela d el Sábado, p. 112). En SL1S veintitrés capítulos la presencia salmantina, en forma de refe rencias a calles, plazas — con marcada preferencia por la plaza Mayor— , monumentos y paisaje no resulta ni pormenorizada ni significativa ante lo cLial pensará el lector qvie semejante localización es indiferente para el dis curso de la acción narrada, de tono más bien rosáceo en algunas páginas, truculenta en determ inados momentos, innecesariam ente com plicada a veces — de «enredado ovillo» se la caracteriza en la página 151— , protago nizada por gentes de limitado interés: una novela, en suma, insípida. Pienso que el título de esta novela de José A ndrés VÁZQUEZ, Armas de Caín y Abel, cuenta entre lo más feliz de ella que, desde luego, no abLinda en felicidades ni en el asunto ni en el estilo. Su autor poseía ya cierto re nom bre en el grem io periodístico andaluz y había obten ido el prem io «Cavia» en la convocatoria de 1930 por el artículo «Frente a las llamas de las quem as del monte»; un año antes había pLiblicado una «biografía anecdótica de Bécquer» y había sido continuador de La Virgen del Rocío ya entró en Triana, novela de Alejandro Pérez Lujín que éste dejó inaca bada, continuación en la que se reveló com o buen conocedor de la ciu dad de Sevilla. Sólo o en colaboración había estrenado antes de 1936 algunas com e dias y sacado unas cuantas narraciones cortas y extensas distinguidas por su andalucismo en personajes y lugares de la acción, siguiendo la traza de sus colegas y amigos José Nogales y Francisco Muñoz y Pavón, realistas y
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costumbristas. Nacido en Aracena (Huelva), 1884, el com ienzo de la guerra civil le cogió en zona nacional y su actividad literaria de entonces estuvo repartida entre Cádiz — donde radicaba Establecimientos Cerón, que sería su editor— y Sevilla. Arm as... tiene un com ienzo in media res— Fernando, uno de sus per sonajes más destacados, contem pla desde la trinchera (que no es la suya ideológica) en la que las circunstancias le han colocado a Cumbreña, su pueblo, y recuerda algunos de los desgraciados sucesos vividos reciente mente en el mismo, a p oco de com enzada la contienda; tal recordación, que llena el capítulo primero, se interrumpe para dejar paso en el segundo y tercero a lo ocurrido por esos mismos días en Sevilla y también la ficción deja paso a la historia escueta contada m erced a la versión del general Q ueipo de Llano — lo que se advierte al lector en nota al pie de la página 37— . Luego de ese intermedio vuelven la ficción y Cumbreña en el capítu lo IV. En adelante, la acción es mantenida por las vicisitudes que corre la pareja Fernando/María Isabel, cada cual en sitio distinto y sin saber uno de otro pero residentes en Sevilla, en sitios muy cercanos. Por último, llegada la primavera sevillana — capítulo X, «Volvería a reír la primavera»— los jó venes, que se encuentran, protagonizarán un desenlace feliz sólo em pa ñado por el hecho de que él, libre ya de las sospechas que pesaban sobre su conducta política, se dispone a incorporarse al frente nacional, en tan to que «suspiraba María Isabel, por el temor de una nueva pena, y por el orgullo de aquel cruzado de su corazón, que iba a cooperar en la salvación de España». La guerra continúa cuando se remata la com posición de la no vela: Sevilla, diciembre de 1937, que es el II Año Triunfal. Extrañamente Arm as... lleva el «Nihil obstat» del censor eclesiástico de la diócesis, un requisito que no era obligatorio y que la corrección ortodo xa del texto hacía claramente innecesario pues, por ejemplo, el relato del incendio de la iglesia m ayor de Cumbreña y de la destrucción de sus obje tos sagrados, así com o el trato vejatorio dispensado al viejo párroco y a al gunos de sus feligreses, acom pañados de la más encendida denuncia de los perseguidores — presentados com o «energúmenos enloquecidos», «tur bas desenfrenadas», «bestia suelta», «malvados incendiarios y asesinos», «perturbados y resentidos» en enum eración abundante y degradadora— no dejaba lugar a dudas. Pero tam poco algunos derechistas de Cumbreña salen bien parados en las páginas del libro puesto que el novelista arre mete contra gentes com o el apodado D on Treinta o sus contertulios del Casino que eran «gente ociosa y maledicente, podrida de sordidez y avari cia, que por sus artes turbias, más que por ninguna otra razón, había lo grado sustraerse a los peligros de la violencia criminal cuyo recuerdo do loroso jamás se perdería», hostiles a Fem ando porque, entre otras cosas, «les advertía de la necesidad de mejorar la vida de los humildes a cuyo es
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fuerzo debían el disfrute de sus días holgados», una situación injusta que la llamada por Vázquez «nueva Cruzada», de signo espiritual pues se trata de una renovación de las viejas sendas por donde peregrinar en busca de la paz del alma, a cuestas con el patrimonio de nuestras virtudes y despoja dos de todo aquello que retarde la caminata o pueda producir dolor a nuestros semejantes, debería barrer. El odio reinó y parece continuará rei nando entre los vecin os de Cum breña pero, frente a sem ejante co n se cuencia de los SLicesos pasados, el nuevo párroco, el joven don Manuel, predica la necesidad ineludible del perdón, «superior a la venganza» y ca paz de sustituir «el dolor por el amor», única v o z la suya que se levanta re conviniendo. ¿Qué ocurrirá cuando la contienda española finalice: ten drán entonces ocasión propicia de manifestarse las llamadas «Armas de Abel?» Q ueda pendiente la suerte de Fernando y María Isabel y acaso para contarla el autor anuncia en el colofón la salida «en breve» de otra novela, Cinco flecha s y una cruz, que no llegó a ver la luz. Luis A ntonio de V ega (Bilbao, 1900) contaba a la altura de 1936 con v a rios premios y algunos libros narrativos publicados en la «Biblioteca Patria» de lecturas ejemplares y ya en la guerra civil colaboró en la revista Vértice·. reseñas de libros recientes, la novela corta Mademoiselle Caracas; fue uno de los fundadores del semanario Domingo (San Sebastián, primero, y des pués, Madrid), cuya dirección desem peñó durante bastante tiempo. Se especializó en una modalidad narrativa que tenía com o escenario de la ac ción lugares norteafricanos y com o contenido las vicisitudes corridas por gentes musulmanas y europeas de am bos sexos, protagonistas de histo rias presididas por el exotismo y el misterio, llevadas hábilmente, premia das en más de una ocasión y bien recibidas por los lectores. En junio del 36 Vega era corresponsal del diario madrileño Inform acio nes en Roma, ciudad que dejó al p oco de com enzada la contienda para presentarse en Burgos siendo adscrito al servicio de Prensa nacional que dirigía entonces Juan Pujol. Cuando las algas muertas (na 5 de «La Novela Nueva», marzo, 1938) no es propiamente una novela de guerra aunque al gunos de los personajes y diversas situaciones tengan cierta relación con ella. Falta en sus páginas la presencia real o aludida del enem igo y la trama novelesca, a cargo de un corto núm ero de personajes, participa m ucho más de lo sentimental, m uy próxim o a lo rosáceo, que de lo bélico y se desarrolla, salvo en las referencias a África de los capítulos V y X, en tierras castellanas (Segovia y Burgos); cabe resumir diciendo que trata del desti no amoroso de María Antonia entre su primo José Eduardo y su amigo En rique, pleito irresuelto finalmente por la muerte de éste y la marcha al fren te de combate del primero, en boca de quien pone el novelista una serie de divagaciones históricas y artísticas donde com parecen el Cid, Isabel la
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Católica y las maravillas de la catedral burgalesa o, en otro orden temático, aspectos de Castilla com o sus páramos que «padecen horribles fiebres de sol»; a tales divagaciones se suman breves pasajes descriptivos com o los párrafos dedicados (capítulo XII) al pueblo de Pancorbo. Pero ni en la descripción ni en el relato muestra Vega novedad y exi gencia estilística apreciable, más bien falta de ambas tanto en las com pa raciones, abundantes y escasamente felices — hay, por ejemplo, unos sue ños femeninos que «se tornaban mansos com o el agua de los aljibes» y «un trozo de luna [que] era com o una barca celeste sobre las aguas [de un río]»; por idéntico camino van los piropos a la belleza de María Antonia que le prodiga su prim o— . El m ism o título de la novela es una com paración, aclarada en la última página: «mi vida [escribe José Eduardo a su madre] que es como las algas muertas [subrayo] que el mar deja en las playas». Acá y allá encontrará el lector ocurrencias y expresiones que acaso le sor prendan y ciertamente no para bien. Si no un cambio de rumbo político, sí lo hubo en la práctica literaria de Felipe Ximénez de S an d o va l (1903-1978), advertible al cotejar sus novelas com o Tres mujeres más Equis, publicada en 1930 por Ediciones Ulises den tro de la «Colección Valores Actuales»— serían «todos aquellos escritores de esta generación de 1930 que tienen acento propio, que se han desliga do, desprendido de los credos estéticos que forman el gran tópico literario anterior»— y, pocos años después, 1939, la guerra civil por medio, Camisa azul, subtitulada «Retrato de un falangista»,18 muestra inequívoca del com prom iso político asumido por su autor dentro del ideario de Falange Es pañola a la que se rinde tributo desde la misma dedicatoria. A lo que pare ce la novela tuvo éxito:1? fue considerada entonces com o logrado ejem plo de literatura falangista y adscrita a una pretendida línea o dirección biográfico-novelesca formando grupo con Manolo, de Francisco de Cossío — que protagoniza el com batiente así llam ado, hijo del autor·— y con Más vale volando y Sacrificio y triunfo del halcón, libros que Federico García Sanchiz dedicó a la memoria de su hijo, también combatiente, fallecido en el hundimiento del crucero «Baleares». Víctor, protagonista de Cam isa... se corresponde con un hijo de Xim énez de Sandoval.
18 Publicada en Valladolid, p o r Librería Santarén. En cuanto a lugares y fechas de com p o sició n aparecen indicados «Salamanca, noviem bre de 1936 y T oledo, junio a septiem bre d e 1937». '9 Rafael García Serrano (p. 551 de su Diccionario para un macuto) informa de qu e fue «una n ovela que alcanzó enorm e popularidad a través, prim ero, de Ä>tos[un sem anario de variopinta tem ática que se publicaba en San Sebastián durante la guerra civil], y, luego, de varias ediciones».
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El lector de esta novela sabe de la vida de Víctor, joven falangista estu diante de Filosofía y Letras en Madrid, desde los meses inmediatamente an teriores al estallido de la guerra, luego del triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, hasta su muerte com o soldado nacional en las trincheras de la Ciudad Universitaria madrileña el día que cumple vein titrés años; «fue enterrado [allí mismo] con su camisa azul de falangista y su guerrera de legionario», fundidas así Falange y Legión en su amor a Espa ña que se manifiesta (una prueba entre otras) en el tono superlativamente exaltado que distingue las páginas y capítulos del libro en sus dos partes. En la primera se cuentan las peripecias políticas del protagonista junto a cuatro com pañeros y am igos, reunidos a p o co de com enzar la novela — capítulo V — en el Cuartel de la Montaña, supervivientes de su asedio y huérfanos después de cualquier protección, errabundos en un Madrid de aspecto bien distinto al habitual puesto que «ha perdido el gusto de la ri sa y la alegría». No hace al caso la infeliz suerte corrida por cada uno de ellos y sus diversos itinerarios madrileños dan ocasión para los dos extre mos siguientes, cuya frecuencia llama la atención: el mal trato dispensa do al enem igo individual y colectivam ente — «los sin alma y sin luz, los engendros negros de la tiniebla rusa [...] com o [a] bichos los aplastare mos» (piensa Víctor); las mujeres enem igas que com parecen acá y allá, sin excep ció n alguna, resultan ser «rameras inmundas» y ofrecen una fi gura de lo más desdichado: «sucias, desgreñadas, con los pechos flácci dos y las caderas abundantes, dibujadas neta y obscenam ente bajo las lí neas de los m onos de mecánico». El segundo extremo destacable consiste en que la marcha de la acción se ve interrumpida por pasajes digresivos de signo político falangista, e x tensas peroratas a veces, de ordinario en boca de Víctor, riguroso portavoz de una ideología por él magnificada que se acom paña del ritual que le es propio: bien se echa de ver en el caso de la mujer, por asesinato de unos pistoleros comunistas, de Enrique a quien sus camaradas velan en el depó sito del cementerio. «Cuadran los pies con duro taconazo, arquean el p e cho con gallardía y alzan el brazo derecho. Así perm anecen en plegaria muda unos instantes. Luego, Víctor, con vo z clara canta el nombre y los dos apellidos de Enrique. Los otros cuatro, con magnífico acorde de cua tro notas, varoniles y claras también dicen: ¡¡Presente!!», tras lo que, gana do el forcejeo dialéctico con su padre y con su tío, le visten la camisa azul; otros casos de perorata, con o sin el correspondiente ritual, encuentra el lector en capítLilos de ambas partes y tanto rígido protocolo, por un lado, y tanta utópica y convencida elucubración, por otro, causan sensación de ridículo que afecta asimismo a la expresión— Antonio, uno del grupo, se parado ahora de s l i s camaradas, termina siendo detenido por una patrulla de milicianos, ingrato encuentro que afronta con buen ánimo puesto que
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«como había cum plido su deber de camarada, llevaba en los labios esa música de sonrisas que es la canción del falangista, a la que — com o a to da poesía y a todo el dolor de la Falange— había puesto palabras mágicas de luz el Jefe [José Antonio]» que es, para estos seguidores suyos, ejemplo y recuerdo constantes. Así de utópico y elucubrador continuará Víctor, da da su condición de arquetipo de joven falangista, en la segunda parte de la novela, presentado en sus diecisiete capítulos com o valiente soldado que refuerza su marchamo falangista con el ingreso en una bandera de la Le gión: el frente de Guadalajara, el de Toledo y el de Madrid son los escena rios que conocerá entonces, con nuevos com pañeros pero fidelísim o siempre a sus principios. Correspondiendo cronológicam ente a la generación del 27, el bilbaíno Juan A n to n io de Zunzun egui (1901-1982) alcanzó sin em bargo su mayor grado de estima literaria en las décadas cuarenta y cincuenta del siglo p a sado si bien su com ienzo com o escritor se sitúa en los años de preguerra con libros com o el costumbrista Vida y paisaje de Bilbao (1926), Chiripi (1931), la novela de un futbolista, y Tres en una o la dichosa honra (1935), conjunto de novelas cortas con las cuales abría la serie «Cuentos y patrañas de mi ría», tan vinculada en paisaje y paisanaje a su ciudad natal; ya en la posguerra su actividad narrativa proseguiría y adelantaría en número y ar te. Mientras trajo entre manos la com posición de la novela extensa El chip lich a n d le— eran los años de la guerra civil— , Zunzunegui, escapado de Madrid, apareció en Valladolid (Dionisio Ridruejo recuerda que le recibió en su casa, a principios del 37) antes de trasladarse a San Sebastián donde entró en la redacción de Vértice, revista en la cual colaboraría frecuente mente con trabajos de m uy diverso género, desde los pies de las ilustra ciones hasta reseñas de libros recientes pasando por cuentos y novelas cortas com o las tituladas El am or del otro cuarto (enero 1939) y La voca ción (julio 1939). En ambas se advierten rasgos estilísticos comunes com o una irrefrenable propensión a la greguería, influencia ramoniana a la que ha de añadirse la creación de neologism os, ajustados, pintorescos o di fícilmente aceptables, manía que no tardando m ucho (1943, prem io «Fastenrath» a la novela ¡Ay estos hijos!') dio m otivo a una advertencia de la Academ ia de la Lengua recom endándole la refrenara; otro rasgo de estilo es la suma cortadez de la expresión: párrafos de punto y aparte frecuentí simo, constituidos por unas pocas líneas, con un único renglón a veces. Acá y allá encontramos comparaciones nada tópicas, debido a la novedad de los términos puestos en relación; porm enores culturalistas com o ver sos del Dante (en El amor...) o referencias a la pintura del Giotto (en La vocacióri)·, situaciones de algunos personajes — caso de Roque en El am or... cuando «en el desamparo de la noche se le deslíe el alma por los
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ojos», o realidades cotidianas destacadas ambas por la expresión que se les concede: «Por las tapias de la tarde se descolgaba el golfillo de la noche» {La vocación) — y animadoras de la superficie del relato. Las novelas cortas mencionadas son historias ejemplares con desenla ce feliz en el primer caso — después de peligrosas vicisitudes ocurridas en el seno del matrimonio protagonista Roque vuelve al hogar, a una existen cia de trabajo y cariño con su mujer y sus hijos, lo que se traduce en una prosperidad material compensadora de la mina traída por la guerra civil— . En el caso de La vocación, se ofrece com o una moraleja al seguir el lector las alternativas de la dedicación del protagonista Pedro y de su hijo, condena do el primero a encerrarse de por vida en la fábrica familiar, incapaz de re sistir la presión de los suyos, víctima desde joven de infidelidad a sí pro pio, mientras que Alfonso, el muchacho, insiste en su gusto por la pintura y contra viento y marea sale victorioso, hecho que subraya significativa mente Zunzunegui quien rompió en su día con la tradición familiar que le abocaba a una ocupación harto distinta de la literatura. Cuarenta autores y otras tantas obras durante tres años y en sólo una de las zonas beligerantes acaso parezca cuantitativamente hablando un re sultado no desesperanzador habida cuenta de las circunstancias ex ce p cionales en m edio de las que se produce; hubo, sí, más autores y se publi caron más libros aunque la importancia y calidad de unos y otros quede por debajo de lo aceptable. No estamos, desde luego, ante un periodo bri llante de la fraccionada narrativa española. Ordenados alfabéticamente van esos representantes, diversos en edad y en potencia creadora dentro de una estética marcadamente realista bien p oco propicia para el humor o para las probaturas vanguardistas; enveje cidos, y no sólo por el peso de los años, algunos de ellos junto a otros más jóvenes y aún p oco prometedores y, en m edio de ambos extremos, ciertos nom bres a quienes corresponde la paternidad de las obras más estima bles. Reiteradamente me he fijado en el maniqueísmo ideológico con que proceden estos narradores si lamentable, comprensible hasta cierto punto y harto extendido pues son bien escasas las excepciones ajenas al «guerracivilismo» com o asunto o las que, metidas en él, guardan una mirada más serena pero sépase que bastantes de esos libros soportan en sus páginas una carga autobiográfica considerable y quizá insoslayable.
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Llegados a este punto final y repasadas las páginas del libro echo de ver que falta en ellas noticia, si bien sucinta, de algunas personas m enciona das anteriormente sólo al paso aunque fueran de algún relieve en la é p o ca y circunstancias españolas de que trato: un total de treinta individuos más una alusión a quienes llamo descolocados geográficam ente. Todos ellos — periodistas, escritores, políticos, eclesiásticos, artistas, catedráti cos— militaron más o m enos destacadam ente en la zona nacional, resi dentes en distintos lugares de ella a la CLial se incorporaron desde el día 18 de julio o tiempo después, según s l i propio caso, españoles todos. Dos e x cepciones en cuanto a localización e ideología hay en este conjunto: se trata de S a lva d o r de M adariaga, representante cimero de la llamada «Ter cera España» y exiliado voluntario en distintos países, y P ed ro Luis de G álvez, cuya enloquecida actuación durante la Guerra Civil se produjo en el Madrid republicano. Si no he sido capaz de encontrarles una ubicación precisa en algún momento del libro deseo compensar su ausencia con es te apéndice, donde figuran ordenados alfabéticamente. A paricio , Juan— . Fue Juan Aparicio López — Guadix, 1906-Madrid, 1987— «un escritor de pluma prolífica, vertida en innumerables artículos cargados de intención política y de precisiones históricas, algunos de los cuales fueron recogidos en libros com o Españoles con clave e Historia de un perro hinchado>>(necrología anónima en ABC, 19-IV-1987). La política era una de sus mayores pasiones: estuvo en las JONS de Ledesma Ramos, primero, y en Falange Española, después, para convertirse, finalmente, en decidido partidario de Franco y del franquismo. En algunos recorda torios de su personalidad se ha destacado, con razón para ello, la gene 343
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rosidad con que procedió en la guerra civil y en la posguerra con algu nos colegas en el periodism o distinguidos por sus ideas izquierdistas. Los años de la contienda los pasó casi íntegramente en Salamanca, donde dirigió con buen éxito La Gaceta Regional. Ya en la posguerra fue nom brado director general de Prensa y com o tal promovió concursos perio dísticos, fundó la Escuela Oficial de Periodismo y creó varias importantes publicaciones periódicas com o El Español («'semanario de la política y del espíritu», 1942), el quincenario La Estafeta Literaria (1944) y Fantasía (semanario y, después, quincenario «de la invención literaria», 1945), m ovilizando con ellas a los escritores españoles, especialmente quienes hicieron aquí sus primeras armas pues, de acuerdo con su política cul tural, «en 1944 España estaba cabal y propicia para la unanimidad de sus poetas, de sus novelistas y de sus comediógrafos, quienes encontraron [en aquéllas] la propaganda para su trabajo y la plataforma para su labor». C aballero , José— . El caso del pintor y dibujante José Caballero (19161991) es representativo en alguna medida de mucho españoles descoloca dos en la guerra civil — entiéndase, situados territorialmente en una zona que no se correspondía con su ideología política: con otras palabras, iz quierdistas en zona nacional y derechistas en zona republicana— . Pudo ocurrirles a estos compatriotas, salvados del asesinato o de la prisión, que hubieron de resultar en algún m odo colaboracionistas mal de su grado co mo si sus convicciones políticas anteriores hubieran quedado arrumbadas. ¿Qué le sucedió en esa coyuntura a este amigo de Lorca y su colabora dor en «La Barraca»? Uno recuerda, v.g., las ilustraciones de Caballero para la segunda edición de M adrid de corte a cheka, novela de Agustín de Foxá, o su trabajo en el montaje de Cui-Ping-Sing, obra dramática del mismo autor. Nada mejor para la debida aclaración que reproducir las palabras explicativas del interesado (página 7 del núm ero 13 de la revista Rey La garto, Langreo, 1992): D espués d e unos m eses, pocos, en Peñarroya (frente de Peñarroya), so y reclam ado por D ionisio Ridruejo, que llevaba Prensa y Propaganda, y en la zona franquista no estaban m uy sobrados de artistas plásticos A lguien le h a bló de mí a Dionisio, que sabía perfectam ente tanto mi amistad con Lorca y mi p o c a adhesión o entusiasm o a las ideas d el M ovim iento. Sin em bargo, m e brindó generosam ente su am istad y m e d efen dió contra algunas denuncias anónimas que llegaban contra mí por mis ideas políticas, destruyéndolas cada ve z que llegaban. [...] Hice algunos dibujos y portadas para libros, tratando de evitar los que tenían un significado político. Tam bién hice algunas ilustracio nes para revistas y alguna portada para Vértice [...], en las que trataba d e en volver en el surrealismo cualquier intencionalidad en simbolismos más o m e nos convencionales. A lgu ien descubrió esta m anera de hacer mía, Ernesto Gim énez Caballero, y escribió contra los pintores rojos que hacían portadas y
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d ib u jo s p a r a re v is ta s c o m o Vértice y q u e e s to h a b ía q u e p r o h ib ir lo a b s o lu ta m e n te y a c a b a r c o n e s to s ro jo s e n c u b ie r t o s . [...] E n e s o s a ñ o s m e m a n d a n a S a n S e b a s t iá n p a r a h a c e r e l m o n ta je d e u n a o b r a d e A g u s t ín d e F o x á , Cui-
Ping-Sing, q u e n o m e in te re s a b a p e r o q u e m e p e r m itió p a s a r u n o s m e s e s e n S a n S e b a s tiá n c o n e l m o n ta je , lo s d e c o r a d o s y fig u r in e s q u e y o te n ía q u e h a cer, y n o m e c o m p r o m e tía n a n a d a .
Ejem plo de personas descolocadas geográficam ente fueron algunas que, sin antecedente literario, rindieron cuenta de la desagradable expe riencia corrida en zona enemiga hasta su liberación. No su escritura pero sí su testim onio, parcial y apasionado en extrem o, es lo que les otorga cierto interés. Cuatro relativos a la Sevilla y Andalucía dominada por Queipo de Llano (Antonio Bahamonde y Sánchez de Castro, Un año con Q uei po...; Julio de Ramón y Laca, Bajo la féru la de Queipo. Cómo fu e goberna da Andalucía-, Edm undo Barbero, «E l in fierno azul» (Seis meses en el fe u d o de Queipo)·, Francisco G onzález Ruiz, Yo he creído en Franco. Pro ceso de una gran desilusión. Dos meses en la cárcel de Sevilla) y uno so bre el Burgos nacional (Antonio Ruiz Vilaplana, Doy fe ... Un año de a c tuaciones en la España nacionalista)·, en contraposición tenem os uno sobre el Madrid republicano (Rem igio M oreno G on zález, Yo acuso... (ciento treinta y tres días a l servicio del gobierno de Madrid). A todos ellos cabe aplicarles la siguiente valoración de Vicente Palacio Atard: son escritores q u e c o m p o n e n u n a s e r ie c u r io s a d e n tro d e la litera tu ra d e n u e s tra g u e r ra , c u y o o b je tiv o p r in c ip a l p a r e c e s e r m u c h a s v e c e s e l d e h a c e r s e p e r d o n a r la s p r o p ia s a c tu a c io n e s e n e l c a m p o a l q u e p r im e r a m e n te s irv ie r o n y c o n g ra c ia rs e , a s e r p o s ib le , c o n e l b a n d o o p u e s t o . P o r l o g e n e r a l, e s to s te s tim o n io s c o n tie n e n u n a e s p e c i e d e a c ta d e a c u s a c ió n c o n tr a e l g o b ie r n o al q u e , d e g r a d o o p o r fu e r z a , s irv ie r o n s u s a u to re s. D a r a n a s , Mariano— . Durante bastante tiem po el periodista Mariano Daranas, adscrito a la redacción de ABC,íue su corresponsal en París y co m enzada ya la guerra civil se produjo su mentiroso ataque a Manuel Ma chado, entonces provisionalm ente en Burgos, que tanto alarmó al poeta — del mismo doy noticia en el capítulo IX de este libro— . Daranas tenía ya un asentado prestigio profesional y era conocido por su ideología dere chista. Pasó alguna parte de la contienda en San Sebastián, donde hacía tertulia en el Biarritz con amigos com o Foxá, Lequerica y Juan Ignacio Lu ca de Tena. Com enzó su actividad periodística en Canarias, de donde era natural, protegido por su paisano Manuel Troyano y estuvo primero en el diario madrileño La A cción j después en El Debate, para recalar finalmen te en ABC. G óm ez Aparicio en el tomo IV de su Historia del periodismo
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español. D e la Dictadura a la Guerra Civil (p. 1633) lo caracteriza com o «inteligente, intrépido, insolente en no pocas ocasiones, m osquetero de la información y de la pluma». E s c o b a r , Luis (Madrid, 1912-1991)— . Formaría parte del importante gru p o cultural y literario burgalés auspiciado por Dionisio Ridruejo, a la sazón destacado jerarca falangista; a cada uno de sus miembros — «casi ninguno de mis colaboradores [en la dirección general de Propaganda] era camisa vieja, algunos eran falangistas nuevos y con antecedentes liberales. Otros no lo eran en absoluto»— le fue encom endada una tarea en virtud de su capacidad y aficiones, y Escobar se inclinó por el teatro, fundador y direc tor del llam ado «Teatro Nacional de la Falange», cuya com pañía alcanzó justo renombre por sus excelentes espectáculos. El estallido de la contien da cogió a Escobar y familia veraneando en San Sebastián de donde huiría a Francia (Bayona) en una barca; tras la conquista de esa ciudad por los na cionales volvió a España y combatió en la campaña del Norte. Tam bién con la pluma com batió a favor del bando nacional y de entre sus colabo racio n es periodísticas han de recordarse las dos siguientes arremetidas: una m uy agresiva contra Azaña («Ese “gran” don Manuel»; ABC, Sevilla, 11-III-1937), donde salen a plaza verdades e infundios sobre el político republicano, y la «Carta a Charlie Chaplin» (Dom ingo, 29-VÏÏI1937, convertida después en folleto), que es una recriminación a Chariot, apoyada en el repaso de la historia española reciente, en cuanto organi zador y orador de un acto pro República española celebrado en H olly w ood. G a l i n s o g a , Luis de (Murcia, 1900)— . Años después de ocurridos los hechos de julio de 1936 recordaría Galinsoga, director entonces del A B C madrileño, cóm o fue su forzosa salida de la que desde 1922 había sido su casa periodística y en la que había crecido hasta alcanzar el puesto m á xim o de director del periódico: «el 20 de julio las turbas socialistas arma das asaltaron la casa por cuya puerta salíamos a las cuatro de la tarde, ca mino, unos del martirio; otros, de las vicisitudes y de la persecución en la terrible encrucijada revolucion aria [...]»; refu giado en el consulad o de Rumania, primero, y en la legación de Polonia, más tarde, hasta que el 24 de febrero del 37, en un expedición de liberados, pudo llegar a la zona nacional y, ya en Sevilla, fue repuesto en la dirección del periódico (que en este caso era el A B C sevillano). Una de sus colaboraciones en el mis m o — el artículo «¡Calvo Sotelo!», recordatorio del político asesinado un año antes— obtuvo el prem io «Luca de Tena»; liberada Barcelona, Galin soga pasó a ocupar algún tiem po la dirección de «La Vanguardia», com pletada ahora su cabecera con el añadido de «Española». D e ve z en cuan do em plearía el seudónim o de «Siul» (su nom bre «Luis», invertido) y una de esas veces fue el artículo «Piernas cruzadas en el hall» (número 13 de
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Vértice, agosto de 1938) que es a m anera de ap elació n m oralizante en p len a contienda contra la frivolidad de algunas gentes cóm odam ente instaladas en la retaguardia. G álvez , Pedro Luis de— . El novelista y, sobre todo, poeta afecto al Mo dernismo, nació en 1882 y fue ejecutado en Madrid al término de la guerra civil, pagando así las tropelías cometidas en el tiempo de dominio repu blicano en la capital, entre ellas la muerte de su amigo Muñoz Seca, de la que se le considera culpable. Malbarató su talento literario a causa de una vida desordenada de bohem io de la más baja y penosa estofa, de la cual se refieren anécdotas entre pintorescas y desdichadas. Este llamado «rey del sablazo», que fue por ejemplo un apreciable sonetista — el soneto dedica do a Don Quijote («Desdichado poeta, gentil aventurero») figura en varias antologías— , emprendió una desatentada carrera hacia el aniquilamiento personal que culminaría durante los días de la guerra cuando vestido de miliciano y bien armado sembraba el terror en las calles madrileñas y aun que se cuenta que protegió al novelista Ricardo León, otro colega, Emilio Carrere, le presenta menos favorablem ente en la novela corta La ciudad de los siete puñales. Juan Manuel de Prada lo tomó com o protagonista de su libro Las máscaras del héroe (1996). G arcía Mercadal , José— . Radicado en su Zaragoza natal y con la ayu da de Librería General, que en los años de la guerra civil se convirtió en uno de los principales establecimientos editoriales de la zona nacional, hi zo periodism o de combate, biografías — com o la de Cisneros (1939) para la colección de Biblioteca Nueva «La España Imperial»- y dedicó tiempo y es fuerzo a la realización de una vasta obra titulada Aire, tierra y m arque pretendía ser la historia total de la contienda: en su primera entrega se ocupa de los acontecimientos de 1936 desde el asesinato de Calvo Sotelo hasta la batalla de Brúñete, teniendo com o principal apoyo una abundan te información periodística pero el proyecto quedó inacabado. También com enzó con el folleto Ideario del Generalísimo una serie de «Cuadernos de la Nueva España». Trasladado a Madrid García Mercadal, convertido en investigador hemerográfico al servicio de algunas editoriales, pasaba las mañanas en la Hemeroteca Municipal buscando en sus fondos artículos de, v.g., Azorín o Pérez de Ayala hasta entonces no tenidos en cuenta con los cuales se com pletan sus obras, labor benemérita no exenta de algunas incorrecciones. Una biografía ilustrada de Azorín (Barcelona, Destino 1967) coronaría su trabajo de fervoroso azorinista. G arcía V aldecasas , Alfonso— . La imagen de García Valdecasas ofreci da por Ridruejo en Casi unas memorias tiene más rasgos negativos que fa vorables tal com o lo prueban su com paración con otros falangistas de la primera hora que claramente le superan, o la condición de «abúlico» y de
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«personaje tenue y penetrante» que le atribuye. Nacido en 1904 y fallecido en 1993, catedrático de D erecho Civil en las universidades de Granada y Madrid, desem peñó cargos importantes com o la dirección del Instituto de Estudios políticos y de la Academ ia de Legislación y Jurisprudencia. De 1938 a 1939 sería subsecretario de Educación Nacional con Sainz Rodríguez com o ministro en el primer gobierno franquista de Burgos. Intervino des de m uy joven en la política española siendo diputado en 1931, integrante de la Agrupación al Servicio de la República; fundador de Falange Espa ñola fue uno de los tres oradores que intervinieron en el mitin del teatro de la Com edia (octubre de 1933); incorporado a la zona nacional enseguida de producirse el Alzam iento, que le sorprendió en Alem ania donde era becario de la Junta para la Am pliación de Estudios. En 1938 se publicó en Granada el libro M anual del fascismo, entre divulgativo y apologético de esta ideología, a nombre de «Hernando de Alvual», seudónim o de García Valdecasas. G a r c í a V e n e r o , Maximiano— . A él, llam ándole «constante am igo en las bonanzas y en las procelas», le dedicaría «cariñosamente» Azorín en 1941 su libro de memorias Madrid. N acido en Santander (1907) y fallecido en Madrid (1974), sus primeros pasos com o periodista los dio en la prensa de su tierra natal para posteriormente trasladarse a Madrid y trabajar, v. g., en El S oly La Voz. Políticamente también variaría desde su pertenencia a la CNT hasta su afiliación a la Falange. Pasó la guerra civil en la zona nacio nal y siguió m uy de cerca los sucesos salmantinos de abril de 1937 que des embocaron, no sin graves obstáculos, en la Unificación de falangistas y requetés, asunto sobre el cual escribió el libro Historia de la U nificación (Falangey Requeté en 1937), publicado en 1970; García Venero pertenecía dentro de la Falange a la facción de Manuel Hedilla, con cuya guía com puso el Testimonio de M a nuel Hedilla, explicación y justificación de su comportamiento político. Ya en los primeros años de la posguerra com en zó a escribir la biografía de algunos políticos españoles contem poráneos juntando en la tarea docum entación y admiración hacia los protagonistas, caso de M elquíades Álvarez o Santiago Alba. Volvería al tema de nuestra guerra con un libro publicado (Editorial Tebas) poco antes de su muerte, Madrid, ju lio 1936. (En ocasiones utilizó su segundo apellido «Tresgallo de Souza» a m odo de seudónimo). G o n z á l e z O l i v e r o s , W enceslao— . Este catedrático de Filosofía del D erecho en la universidad salmantina, gobernador civil de Barcelona, tras la liberación de la ciudad, miembro de la asociación de juristas «Francisco de Vitoria» y designado oficialmente para formar parte de la «Comisión gu bernamental sobre la ilegitimidad de los poderes actuantes el 18 de julio de 1936» fue uno de los más duros reaccionarios habidos en la zona nacional, tanto en la gestión política com o en sus discursos y publicaciones entre las
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que cuentan el libro de actualidad Para no perder la p a z. Para no frustrar la Victoria. Falange y Requeté, orgánicam ente solidarios (Valladolid, 1937), que aborda la conveniencia de la unidad de esas fuerzas políticas de acuerdo con el espíritu que presidió su Unificación por decreto; y H um a nismo frente a Comunismo, exhumación, traducción y comentario de un texto de Luis Vives (D e com m unione rerum) escrito en 1535 contra los ana baptistas y metamorfoseado ahora para combatir a los comunistas. G o n z á le z Ruano, César (1902-1965)— . Llaman la atención dos hechos de naturaleza política relativos a Ruano anteriores a la guerra civil: la reu nión fundacional del semanario F e — Madrid, noviem bre de 1903, órgano de la recién aparecida Falange Española— , a la que asistió dentro del gru p o de escritores simpatizantes; y en 1935 la firma adhiriéndose al Bloque Nacional que presidía el político monárquico Antonio G oicoechea: uno y otro hecho nos colocan ante un escritor políticamente comprometido en unos difíciles días españoles; en cuanto al ejercicio periodístico era ya un frecuente colaborador del diario A B C y fiel a la empresa Prensa Española. Cuando se produjo el Alzamiento era corresponsal en Roma y según de clara en sus memorias (Mi medio siglo se confiesa a medias, 1951, p. 406) logré ponerme en relación con la Junta del Gobierno Nacional en Burgos y con ABC de Sevilla, ofreciéndome a la disposición y mejor parecer del Movi miento y pidiendo instrucciones de qué debía de hacer y dónde me conside raban más útil. Al mismo tiempo que recibí carta del general Cabanellas [fe chada en Burgos el 20-VIII-36] en la que me decía que permaneciera en Roma, llegó otra en idéntico sentido de ABC dándome instrucciones de cómo debía continuar mi servicio enviando crónicas para la edición del periódico en Sevi lla. Pronto me escribió ratificándome todo esto el marqués de Luca de Tena. Tiem po después, en Roma, 1938, vería la luz el libro titulado Misterio de la Poesía, veinte poem as elegidos entre los compuestos en 1936 y 1937 que suponen «en realidad, una supervivencia ultraísta o un surrealismo que pudiéramos llamar moderado». En noviembre de 1939 cerró su casa roma na para ocupar la corresponsalía berlinesa de ABC. G o n z á le z ru iz, Nicolás— . Procedía de la Escuela de Periodismo crea da por el diario madrileño El Debate (la primera que hubo en España), en la cual explicaría las clases de «Redacción»; antes había sido lector de es pañol en Inglaterra. Hizo crítica de libros y de teatro en el diario Ya y con tinuó con esa primera especialidad durante la guerra en las páginas sema nales de «La N ovela del Sábado» (Sevilla y Madrid), com entando con discreción y benevolencia los libros de reciente publicación, afectados en su mayoría por las circunstancias bélicas, caso del Poema de la Bestia y el Ángel, de Pemán, al que señalaría algunos posibles defectos en los cantos I y III y entiende que «la variedad de metros que Pemán em plea y la exi
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gencia narrativa perjudican en varios pasajes a la m usicalidad exterior». Resultado de dicha actividad crítica fue la publicación en 1943 (Madrid, Ediciones Pegaso) del libro La literatura española [siglo xx], panorama p oco recom endable por sus ignorancias y malevolencias. (En un posible repaso de la crítica literaria en los años 1936-1939 cabría recordar los nom bres de algunos de sus practicantes, de ordinario ocasionales, com o fue ron Luis Antonio de Vega, Federico de Urrutia, Joaquín de Entrambasaguas, Juan Antonio de Zunzunegui, Víctor de la Serna y Alfredo Marqueríe que se sucedieron en la sección «Libros» de la revista Vénice. (Una excep ción a este respecto fue el extrem eño José López Prudencio, reseñista de libros recientes en las páginas de A B C (Madrid y Sevilla), p oco afecto a la vanguardia literaria). G u i l l e n S a l a y a , Francisco— . El jonsista Guillén Salaya (1899-1965), ninguneado por Andrés Trapiello — que dijo de él: «No le bastó ganar la gue rra, sino que la contó en múltiples ocasiones», de ninguna de las cuales se da noticia al lector de su libro Las armas y las letras...— , pasó parte de la guerra encarcelado por los republicanos en Asturias y de ello dio cuenta en artículos periodísticos recogidos después en el volum en,Más allá del infierno. La vida en Asturias roja bajo el látigo del marxismo (1939), apa sionado recordatorio de sus malaventuradas vicisitudes en la prisión gijonesa. Incorporado a la España nacional tras su liberación en octubre de 1937 se ocupó en menesteres sindicales y editoriales convirtiéndose en his toriador— Historia y anecdotario de lasfO N S— y en didacta de las nuevas realidades sociales — Q ué son los sindicatos verticales. H A LC Ó N , Manuel— . Nació en Sevilla, 1901, y participó en la guerra civil com o su cronista en el frente extremeño, enviado del diario sevillano Fe — contaba el interesado que un día su director reunió a los redactores y les dijo: H a c e n fa lta d o s v o lu n ta r io s p a r a h a c e r la c r ó n ic a d e d o s fre n te s, e l d e E x tre m a d u ra y e l d e H u e lv a . L os q u e e s té n d is p u e s to s d e n u n p a s o a l frente». F u i m o s d o s lo s q u e a v a n z a m o s h a c ia é l. E l o tro e r a P a c o N a rb o n a . E l d ir e c to r m e d e jó e le g ir p o r s e r y o e l m a y o r y e le g í e l fre n te d e E x trem a d u ra .
Acabada esta campaña con la conquista de Badajoz, Halcón se reinte gró a Sevilla y a sus trabajos periodísticos: dirigió, v.g., Fe y la revista Vérti ce en una primera época. Colaboró asimismo en el A B C sevillano, a partir de octubre de 1938, siendo presentado a los lectores con estas palabras: «Es uno de los más destacados paladines de la plum a puesta al servicio del G lorioso Movimiento Nacional. La galanura y amenidad de su estilo per miten asegurar frutos provechosísimos». O btuvo el prem io «Mariano de Cavia» correspondiente a 1939 por un artículo titulado «¿Por qué?» donde,
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entre otros extremos, considera la apoteosis producida en España por el traslado de los restos de José Antonio, convertido ya en Símbolo, al m o nasterio de El Escorial. Otro galardón obtenido en plena contienda fue el de crónicas de guerra, convocado por el periódico Unidad, al relato «El amigo enemigo». LAÍN Entralgo , Pedro— . Al com enzar la guerra Lain (1908-2001) estaba en Santander y en seguida tuvo la oportunidad de escapar de la zona re publicana y llegar a Pamplona, zona nacional, donde amistó con los hace dores y colaboradores del diario falangista A rtiba España y de Jerarquía, «la revista negra de la Falange», presididos por el magisterio de Eugenio d'Ors; en la primera de esas publicaciones vio la luz a lo largo de 1937 una seiie de artículos titulados «Nacimiento y destino de tres generaciones [es pañolas]», donde salían a plaza la del 98 y la que llamaba «de anteguerra» con Ortega y Ángel Herrera, director de El Debate y futuro cardenal de la Iglesia católica, com o personalidades más destacadas. En la primavera de 1938 pasó a Burgos, reclamado por Serrano Súñer; adscrito al grupo inte lectual que dirigía Ridruejo — quien le consideraba com o la persona «de mayor peso y autoridad intelectual del equipo»— fue encargado de labo res editoriales que, andando el tiempo y dada su acogida, culminarían en la creación de Editora Nacional que, bajo su dirección, desarrolló una gran actividad perteneciendo a su fondo inicial colecciones com o los «'Brevia rios de la Vida española» — biografías— y «Breviarios del Pensamiento es pañol» — antologías de textos literarios, históricos y políticos de escritores españoles ya fallecidos— . Fue también activo conferenciante. La vida pos terior de Lain, residente en Madrid y catedrático en la Facultad de Medici na, estuvo llena hasta su muerte de trabajos, honores, responsabilidades y disgustos y de ese conjunto destacaría para mal una grave insatisfacción por la deriva de la vida y la política españolas, actitud explicitada en Des cargo de conciencia, libro aparecido en 1976, muerto ya Franco, recibido con suma expectación de tirios y troyanos, honrada y quizá excesiva pali nodia. LOZOYA, Marqués de:— . Juan de Contreras y López de Ayala nació en Segovia el año 1893 y estuvo muy vinculado a esta ciudad, colaborando en empresas culturales com o la Universidad Popular y la revista Manantial. El estallido de la contienda le cogió en ella e incorporado de lleno a la cau sa nacional desarrolló m uy importante labor en pro del tesoro artístico es pañol com o subcomisario de Defensa del Patrimonio Artístico; sucedió a Eugenio d O r s al frente de la Dirección General de Bellas Artes, cargo que ocuparía durante una década. D esde 1923 era catedrático de «Historia de España» en la Universidad de Valencia, primero y, desde la posguerra, en la Central. Junto a sus publicaciones de asunto histórico y artístico — destaca entre ellas la Historia del Arte Hispánico— debe consignarse su
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afición a la poesía, cantor de la tierra natal en el libro Poemas castellanos (1920), que le valió el prem io «Fastenrath» discernido por la Academ ia de la Lengua. M a d a r i a g a , Salvador de— . Cabal representante del grupo de personas que forman lo que ha dado en llamarse «Tercera España» y, dentro del mis mo, acaso el peor visto por unos y otros beligerantes; en su conocido libro España expone la tesis que considera nuestra guerra civil com o la batalla de los tres Franciscos: Franco, nacional; Largo Caballero, republicano, Giner de los Ríos, el de veras perdedor pues su mensaje de tolerancia y ar m onía entre com patriotas no fue entendido. D e Madrid, donde le sor prendió el Alzamiento, de la zona republicana, consiguió marcharse y se incorporó a su cátedra de Oxford para no regresar a España hasta 1976 en una breve visita para leer su discurso de ingreso com o numerario de la Academ ia de la Lengua. Su no adscripción política o neutralismo, opuesto a los totalitarismos en lucha, más determ inadas actuaciones públicas — manifiestos en los que aparece com o firmante, declaraciones, artículos de prensa— le concitaron en la España nacional una violenta hostilidad, de la que fue muestra notoria el ataque de que le hizo objeto Agustín de Foxá que en el artículo «Respuesta a Madariaga» ( Arriba España, Pam plo na, 4-VIII-1937) le censura agriamente porque equipara a los dos bandos beligerantes y pide un pacto o arreglo que permita acabar con la sangría bélica, lo cual llena de rabia a Foxá que concluye su perorata llamándole «pálido desertor de las dos Españas, híbrido com o las muías, infecundo y miserable». M a r q u e r i e , Alfredo— . El renom bre literario de M arqueríe (Mahón, 1907) procede en buena parte de su labor com o crítico teatral ya en la pos guerra, perspicaz y combativo, enfrentado a autores de éxito entre el pú blico com o lo fue en los años 40 Adolfo Torrado, pero su labor en el p e riodism o y en diversos géneros literarios venía ya de tiem po anterior a 1936. Colaborador del diario Informaciones, el mismo día 18 de julio publi có un artículo atacando al marxismo y anunciando «el nuevo amanecer de España» lo cual constituiría su sentencia de muerte: la s m ilic ia s ro ja s r e c ib ie r o n o r d e n d e d e te n e r al e sc r ito r fa scista ; s e in c a u ta ro n d e m i c a s a y m e b u s c a r o n p o r t o d o M a d rid y e n u n s u e lto a p a r e c id o e n M u n
do Obrero s e le s r e q u e r ir ía p a r a q u e lo b u s c a s e n d o n d e q u ie r a q u e s e h a lle o c u lt o y le e x te r m in e n y a p la s te n .
Logró refugiarse en una Legación extranjera y el 9 de mayo de 1937 sa lió evacuado para Valencia y terminó desembarcando en Marsella, desde donde viajaría hasta la España nacional. Escribió y publicó después versos — su poem a «Elegía a las ruinas de la Ciudad universitaria» figuró en algu-
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nas antologías— , novelas — en las colecciones «La N ovela del Sábado» y «La novela de Vértice·— , libros com o Inglaterra y los ingleses (1939) — con junto de ingeniosas observaciones sobre el particular— y colaboró asi duamente en diarios, semanarios y revistas com o Informaciones, D om in go y Vértice. Precisam ente el artículo «Oro mediterráneo», con base temática en la exportación a Europa de las naranjas valencianas, un asun to bien alejado de la peripecia bélica reciente, le valdría el premio «Luca de Tena» correspondiente a 1939. M o u r e M a r i Ñ O , Luis— . Nacido en Monforte de Lemos en 1910 Moure Mariño, novelista, biógrafo, tratadista de cuestiones jurídicas y, profesio nalmente, notario com enzó su carrera literaria ejerciendo el periodism o oral y escrito en la emisora de Radio Nacional en Burgos y en Libertad, p e riódico fundado por Onésimo Redondo. Trabajos suyos relacionados con la guerra civil son una breve y entusiasta biografía del Caudillo titulada Perfil hum ano de Franco y libros tan noticiosos com o G alicia en la gue rra, en cuyas páginas se documenta su contribución a la causa nacional, o l a generación d el36. Memorias de Salam anca y Burgos, donde com pare cen gentes y hechos del m om ento bélico que se vivía, conocidos más o menos directamente por el autor. D e entonces data asimismo la novela El hidalgo de Villamor, publicada en «La N ovela del Sábado», narración de ambiente gallego con marcada resonancia valleinclanesca. Concluida la contienda y vecino de Madrid entró a formar parte del equipo director del diario Inform aciones donde publicó, por ejemplo, el artículo «IV Centena rio de Vives»; galardonado con el prem io «Luca de Tena» correspondiente al año 1940. M o u r l a n e M i c h e l e n a , Pedro— .Ya en la posguerra y en Madrid recuer do que a Mourlane, colaborador periodístico frecuente en diarios y revistas — dirigió la segunda época de Escorial— , le llamaban sus amigos, colegas y discípulos «Don Pedro», y de la estimación en que le tenían, com o a un viejo e irrepetible patriarca, son muestra sentidos testimonios com o los de Ridruejo y Juan Aparicio: el primero le evoca aprisionado o prisionero, pe ro no en la cárcel o en la checa, en el Madrid republicano — «Ha llegado la guerra. Don Pedro no tiene trabajo y, quizá amparado por la mano lejana y no m uy poderosa de su antiguo amigo Indalecio Prieto, vive encerrado en su casa. Ha sido amigo de José Antonio. Corre peligro. Seguramente pase hambre»— , donde resiste hasta la liberación de la capital y en segui da se incorpora a la España victoriosa y a su trabajo habitual con encendi dos y barrocos artículos en el diario falangista Arriba. La alusión a Prieto se fundamenta en que uno y otro coincidieron, tertulianos y periodistas, en el Bilbao de las décadas iniciales del siglo xx y de allí pasó Mourlane a Madrid y participó de algún m odo en las vicisitudes corridas (años 20 y 30) por los periódicos de la marca Urgoiti. Dentro de ese período bilbaíno cae
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(1915) la publicación de libro tan original com o El discurso de las armas y las letras. El testimonio de Juan Aparicio se refiere a la influencia ejercida por el estilo de Mourlane en sus colegas madrileños a partir de 1931 aproxim ada mente pues «ha contagiado a la prosa de los editorialistas la altivez y la eru dición de su prosa de Embajador o Comodoro». O b r e g ó n , Antonio de— . Fueron varias las facetas de la actividad litera ria desarrollada por Antonio de O bregón (Madrid, 1910-1985), además de su dedicación al cine com o estudioso y crítico cinematográfico, guionista y director de noticiarios. Precisamente una de las tareas cumplidas en la zona nacional sería, encargada por Ridruejo en cuyo grupo burgalés se in tegró, la secretaría del Departamento Nacional de Cinematografía. En años anteriores a la guerra civil y en Madrid era persona de algún relieve en la república de las letras: colaborador en La Gaceta Literaria y en Revista de Occidente, secretario del Ateneo bajo la presidencia de Valle-Inclán, p oe ta y novelista de vanguardia con títulos com o Hermes en la vía p ú b lica (1934), «novela de aventuras actuales». En la Salamanca nacional fue uno de los cuatro falangistas que sacaron a hombros de su casa el cadáver de Una muno, de cuyos postreros días contó emocionadamente algunas anécdo tas en el artículo «Anecdotario de los últimos días de don Miguel de Una muno» ( D om ingo, San Sebastián, 13-II-1937), llam ándole «el místico, el enorm e español, el considerable cristiano que era» al tiempo que estima «no tuvo importancia» el incidente con Millán Astray en la universidad sal mantina. O t e r o P e d r a y o , Ramón— . Destacado intelectual gallego, director del Instituto de Estudios Gallegos hasta su disolución (por motivos extraculturales) en 1936, catedrático de Geografía e Historia en el Instituto de Oren se, primero, y de Geografía en la Universidad compostelana, ya en la pos guerra, es valorad o com o «uno de los m ejores prosistas gallegos, de palabra elocuente y sugestiva, [escritor de] una prosa rica en imágenes y expresiones poéticas» así en castellano com o en gallego. Poeta, novelista, investigador, dramaturgo, autor de obras didácticas de temática gallega. Durante la guerra civil, víctima algún tiem po por su condición de galleguista militante, Otero Pedrayo, retirado en su Orense natal, colaboró ba jo el seudónim o de «Santiago Amaral» en el semanario Misión, que dirigía en Pam plona su colega y am igo V icente Risco, con artículos-ensayo de m uy vario asunto. PÉREZ F e r r e r o , Miguel— . Nació, vivió y murió en Madrid (1905-1978) y en la necrológica anónima publicada en A B C era definido com o «vocero de glorias, biógrafo puntual, poeta, prosista hondo, periodista con acendrado sentido de la profesión, escritor de raza», rasgos a los cuales habría que aña dir su condición nunca desmentida de liberal neto. Antes de 1936 era ya un
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destacado actor en la república literaria debiendo mencionarse al respecto su colaboración en revistas com o La Gaceta Literaria y C ruz y Raya, la di rección de una página literaria semanal en Heraldo de M adrid o la elabora ción del A lm anaque literario de 1934 (ayudado por Guillermo de Torre y Esteban Salazar Chapela). Hubo de refugiarse en una embajada durante el Madrid republicano, de la que saldría rumbo a París, convirtiéndose en uno más de los españoles que allí perm anecieron algún tiempo exiliados. Marañón le prologó entonces (1938) sus Drapeaux de France y de la relación frecuente con Baroja, otro exiliado ilustre, saldría el libro Baroja en su rin cón, ricamente noticioso. D e vuelta a España, trabajador infatigable, Pérez Ferrero publica tal vez su mejor libro, Vida de Antonio M achado y M anuel (1947), en cuyas páginas, no solamente biográficas, se refuerza, frente a la mentables intentos separadores, la herm andad que presidió sus existen cias. Desde 1945, año en que entra en ABC, y hasta su fallecimiento la acti vidad de Pérez Ferrero estuvo estrechamente ligada a Prensa Española PÉREZ d e URBEL, fray Justo— . Este religioso benedictino de la abadía de Silos y, una vez concluida la contienda, abad mitrado de la Santa Cruz del Valle de los Caídos y catedrático de Historia de España en la Universidad de Madrid sería uno de los eclesiásticos más destacados en la defensa y propaganda de la España nacional com o lo atestiguan sus colaboraciones periodísticas, caracterizadas más de una v e z por el tono agresivo de su ex presión contra, v. g ., los judíos y los franceses que «son nuestros enemigos actuales y los eternos enemigos de España», o libros com o El A lcá za r de Toledo. (Santuario de Arte y de Historia) y Los mártires de la Iglesia. (Tes tigos de su fe ) — publicado a su nombre pero cuya autoría corresponde al periodista Carlos Luis Alvarez que inventó y exageró a su capricho algunas historias martiriales. P u j o l , Juan— . A la altura de 1936, Pujol (1883-1967) era un nombre des tacado en el periodism o español, director del diario madrileño Informa ciones desde que, llegada la República, lo adquirió el capitalista Juan March que le confió su dirección; a Pujol se debe el incremento experi mentado por el periódico pues, com o afirma G óm ez Aparicio, «su presti gio creció aceleradamente y sus tiradas se hicieron muy copiosas»; llegada la guerra civil fue incautado por gentes de izquierdas que lo convirtieron en órgano del partido socialista. El domicilio de Pujol fue saqueado por los milicianos pero su dueño pudo escaparse y terminó su peregrinación en Salamanca, donde tuvo diversos cometidos de prensa en el Cuartel G ene ral del Generalísimo. Fundo y dirigió desde principios de 1937, en San Se bastián, el semanario Domingo, en cuyas páginas colaboraría número tras número con artículos de apasionado partidismo: defensa de la causa na cional y de sus mantenedores y hostilidad hacia el enem igo desde los jefes mayores hasta el partidario anónimo.
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Destacaré ahora dos novelas cortas que vieron la luz en sendas colec ciones de narrativa, a saber: A q uel mocito barbero.,, (número i de «Los N o velistas», San Sebastián, 1937) — narra circunstanciadamente y con eviden te simpatía el ascenso en su estim ación y en la ajena del protagonista M anolo M oreno, un m uch acho del p ueblo, ayudante de peluquería, aprendiz de torero y, finalmente, heroico combatiente nacional que m ue re en acción de guerra— . Poem a incompleto («La novela de Vértice», octu bre de 1938) está protagonizada por el orífice Nicanor de Rojas, su hija Cla ra y el narrador, amigo suyo, víctimas padre e hija de la horda marxista y saqueada su casa, robado el joyero y asesinada ella; Nicanor decide en tonces ingresar en una orden religiosa. Riber , Lorenzo— . El apartamiento durante algún tiem po en la isla de Mallorca (había nacido, 1852, en la localidad de Campanet, donde falleció, 1958) y su cultivo del mallorquín (en prosa y verso) fueron circunstancias que no ayudaron a un m ayor conocim iento de su obra p ese a que en 1922 había obtenido el premio «Fastenrath» por un libro poético, Les corones, y a que en noviembre de 1926 fuera elegido numerario de la Academ ia de la Lengua en el grupo de académ icos regionales representando a la lengua mallorquína; posteriormente los así designados pasarían a ser numerarios normales. Su trabajo en la Academ ia se limitó durante la contienda a con testar al discurso de ingreso de José María Pemán, pero después Riber se mostraría más en público com o acreditan sus colaboraciones periodísticas — revistas M isión y Santo y Seña, p or ejem plo, firmadas a veces con el seudónim o «Roque Guinart»— , sus excelentes y m uy literarias traduccio nes de clásicos latinos — caso del Virgilio que sacó Aguilar en los años cuarenta— o diversos trabajos — artículos y ediciones con el sello acadé mico. Río Sainz, José del— . «A mí me hizo poeta un solo soneto [«Las tres hi jas del capitán]», declararía más de una v e z José del Río Sainz (1884-1964), autor de una abundante y variada obra poética y periodística, esta última en la prensa santanderina y madrileña, que le mereció el título de «Perio dista de Honor» en 1961. Vegas Latapíe, que sería después buen amigo su yo, le conoció en la m ovida Salamanca de la guerra civil y le recordará en sus memorias con admiración: «Siempre le había admirado y le tomé gran cariño cuando nos tratamos en Salamanca, después de haberse evadido él de la zona republicana. Su carta era un m odelo de hombría de bien y de honestidad: en ella se confesaba culpable de alguna veleidad política an terior» Trabajó entonces en la dirección estatal de Prensa y Propaganda que presidía el comandante Arias Paz y em pleaba com o firma para sus ar tículos políticos y bélicos los seudónimos «Juan del Mar» y «Brañosera»; al gunos de ellos fueron traducidos al francés y publicados por el semanario L 'Occident, partidario de los nacionales.
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S e r n a , Víctor de la— . Preguntado en la encuesta de «La Novela del Sá bado» ¿qué hizo usted el 18 de Julio?, contestó así: «Intentar dirigir aún In form aciones. Declinar el intento. Huir seguido de cerca por la policía. Es conderm e en el Hipódrom o. Establecer com unicación con los amigos. Tener fe inquebrantable en el triunfo. Rezar y esperar». Si no consiguió lo primero, la comunicación con los amigos le facilitó la salida de Madrid y la llegada a Salamanca, donde sentaría sus reales, dedicado a labores de pro paganda de la causa nacional. Eugenio Montes le recordó como acom pa ñante suyo en las visitas y paseos con Unamuno por la ciudad y él fue uno de los cuatro falangistas portadores del féretro de don Miguel a su salida de la casa fúnebre; llegados al cementerio y ante la tumba fue quien dio el gri to ritual de «Camarada Miguel de Unamuno, Presente». Soldado del ejército nacional en la cam paña de Santander liberó en Mazcuerras a su madre Concha Espina, cautiva en la zona republicana, a cuyo libro Retaguardia pondrá un sentido y patriótico prólogo. Con la crónica de guerra «Caminos del frente, sobre tierras de España», publicada en El Diario Vasco, contem plación paisajística más que relato de hechos bélicos, obtuvo el prem io «Mariano de Cavia» correspondiente a 1938. Entre los artículos publicados en Vértice llamó la atención su «Elogio de la alegre retaguardia» que ponía una nota costumbrista nada frecuente y hasta desenfadada en m edio de un ambiente generalizado de lágrimas y tristeza. ViLLALO N G A, Miguel— . Dejó su condición de militar, p oco a gusto en el Ejército, acogiéndose a la llamada Ley Azaña, para dedicarse a su obra li teraria de la que sería muestra relevante Miss Giacomini, novela publica da con m uy escaso éxito en el folletón (1934) de la revista Brisas, pero en octubre del 36, en poder de los nacionales la isla de Mallorca, se reinte gró al mismo. Antes había sido nom brado jefe de Prensa y Propaganda, Radio y Censura en la Com andancia General de Baleares y en su condi ción de tal y a la vista de las circunstancias y personas que le rodeaban se perm itió escribir:
Y o e s t o y h o r r o r iz a d o d e lo m a l q u e e s ta m o s h a c ie n d o n u e s tra p r o p a g a n d a e n M a llo rca . [...] S e d e b e n d e c ir c o s a s d e s a g r a d a b le s , p o r q u e s o n la s q u e m á s in te re sa n . S e p u e d e e m p le a r e l in su lto , c u a n d o e l in su lto s e a v e r d a d e r a m e n te in su lta n te . P e r o n o s e p u e d e a b u rrir a l r a d io -e s c u c h a c o n e l s o n s o n e te d e lo s e lo g io s o fic ia le s . Q u e n o s e a b r u m e y a m á s a n u e s tra s a u to r id a d e s d ic ie n d o q u e s o n c e lo s a s , n i a n u e s tro s m ilitares c a lific á n d o lo s d e b iz a r ro s o ilustres.
Esto fue el m otivo que le im pulsó a marchar voluntario al frente de operaciones en Villarcayo (Burgos), estancia de sólo dieciocho días du rante la cual, «sin el menor romanticismo, contraje la enferm edad que me tiene aherrojado en Buñola [inválido del aparato locom otor], situación
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que duró hasta su fallecimiento (1946), pese a lo cual escribió abundante mente, sobre todo colaboraciones en la prensa (la sección «Quotidie m o rior» en el semanario m adrileño El Español, por ejem plo). Podría ser in cluido, por claras razones ideológicas y de amistad en algunos casos — con G im énez Caballero y Luys Santamarina entre otros— , en lo que se ha lla m ado la «corte literaria de José Antonio. X i m é n e z d e S a n d o v a l , Felipe— . Camisa vieja de la Falange, intervino en la com posición del «Cara al sol», su himno, y también en las conversa ciones de Salamanca, donde se radicaría luego de su entrada en la zona nacional, para la unificación de Falange Española y Requeté en abril de 1937. Se encontraba en Alem ania al producirse el Alzam iento, viajó por barco a Lisboa en cuanto le fue posible; Ignacio Agustí, que coincidió con él en la salida a tierra, recuerda ( Ganas de hablar, p. 3x6) la extraña parafernalia de que venía adornado, según parece algo no infrecuente en él: «Salía de nuestro cam arote con toda clase de insignias de oro, flechas y otros símbolos». Cumplió diversas misiones en la retaguardia y concluida la guerra trabajó com o secretario en la embajada española en Bruselas, da da su condición de diplomático. Su actividad literaria durante la estancia salmantina fue abundante y, además de la preparación de su biografía de José Antonio y de la novela Camisa a z u l(1939), colaboró en la revista Vér tice con relatos com o «Dolorosa» que fecha en agosto del 38 en la Ciudad Universitaria madrileña.
EPÍLOGO
Llegados al término de este recorrido investigador y crítico cabe pregun tarse, tal com o he hecho para mí mismo a lo largo de sus varias etapas o capítulos, si merecía la pena semejante esfuerzo respecto a una actividad literaria más bien mediocre pero abundante en cantidad de textos. Lo que en el mismo se presenta es sólo algo así com o la mitad de un con junto cuya totalidad habría de com prender el trabajo desarrollado en las dos zonas beligerantes — republicana y nacional son para mí sus nom bres— en la guerra civil, incluyendo lo producido y publicado en el perío do que va desde 1936 — exactamente, a partir del día 18 de julio- hasta 1939 — con remate el ia de abril o meses después, diciembre del mismo año— . Período breve pero m uy intenso en la Historia de España, marcado por acontecimientos bélicos y políticos que interrumpieron una existencia normal que tardaría mucho tiempo en reanudarse: ciertas grandezas y demasiadas miserias humanas pasaron entonces a primer plano y de ellas se hizo eco la literatura coetánea. Por mucho qtie desagrade su examen no pueden dejarse en blanco esos años, cualquiera sea el valor estético que se les asigne; tam poco resulta conveniente establecer entre la p ro ducción de una y otra zona comparaciones de la respectiva calidad, dis tinguidas sin duda por la simpatía del comentarista hacia determinada facción, práctica lastrada por el maniqueísmo. De él he procurado huir y m e satisfaría m uy mucho haberlo conseguido plenamente. Tras un capítulo primero, «Sociedad y Literatura» a manera de introduc ción no sólo literaria a un panorama que sí lo es por completo, éste se des arrolla en los nueve siguientes cuyo específico argumento son los géneros y especies cultivados en dicho período temporal, a saber: la prensa (capí tulo II) — diarios, semanarios, revistas— ; el teatro (capítulo VIII); la poesía 359
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(c a p ítu lo IX) y la n o v e la (c a p ítu lo X ). T res d e sta c a d o s escrito res c u y a o b ra a p o y a q u e se le s c o n s id e r e m u ltig e n é r ic o s : A g u s tín d e F o x á , J a cin to M iq u e la r e n a y Jo sé M aría P e m á n se c o n v ie r te n p o r su e n tid a d e n p e rso n a je s ú n ic o s d e lo s ca p ítu lo s, re sp e c tiv a m e n te , III, IV y V. P e ro o tro s g é n e r o s y e s p e c ie s a ltern a ro n e n to n c e s su cu ltiv o c o n e l teatro, la p o e s ía y la n o v e la , a fa v o r a lg u n o d e e llo s d e o c a s io n a le s circu n stan cias: es el c a s o d e las b io g ra fía s q u e lla m o «imperiales» e n c u a n to q u e to m a n c o m o a su n to fig u ra s d e n u estra h isto ria d e sta c a d a s e n lo s sig lo s xv, x v i y x vii , e stim a d o s a la sa z ó n c o m o lo s m ás g lo r io s o s d e ella, a c o m p a ñ a d a d ic h a m o d a lid a d p o r las d e sa n to s e s p a ñ o le s , d o n d e se a ú n a n p a tria y e je m p la r id a d «a lo divino» (c a p ítu lo VII). Es ta m b ié n e l c a s o d e lo s cro n ista s d e g u e rra, tan n u m e r o so s e n to n c e s p o rq u e , d e p e n d ie n d o d e c a d e n a s p erio d ística s, e m p la z a d o s e n z o n a s g e o g r á fic a m e n te r e d u c id a s o s e g u id o r e s d e a c c io n e s g u e rre ra s d e m á s im p o rta n cia , m a n tu v ie ro n a su le c to r u o y e n te p u n tu a lm e n te in fo r m a d o — la o b je tiv id a d era a v e c e s otra c o s a — d e l cu rso d e la c o n tie n da; la fa m a m ay o rita ria d e q u e g o z ó «El T e b ib Arrumi» (V ícto r R u iz A lb é n iz ) t u v o p o c o q u e v e r c o n la c a lid a d lite ra ria d e su s c r ó n ic a s , o s te n s ib le m e n te su p e ra d a p o r c o le g a s c o m o M a n u e l A zn ar, M a n u e l H a l c ó n o Luis d e A rm iñ án . Es e l ca so , asim ism o , d e lo s lib ro s m em o rialístico s, tan to d e c o m b a tie n te s c o m o d e p r e s o s y p e r s e g u id o s p o r lo s r e p u b lic a n o s, e n p r o fu s ió n c o n s id e r a b le q u e d io lu g a r a la e x p r e s ió n «No m e c u e n te u ste d su caso», re v e la d o r a d e c a n s a n c io e n lo s p o s ib le s lecto re s. U n a v a ria d a n ó m in a d e e n sa y is ta s, a c u y a c a b e z a fig u r a n G im é n e z C a b a lle r o y E u g e n io d O r s , a m b o s ta n e n tu s ia s ta m e n te a d ic to s a l b a n d o n a c io n a l, c o m p a r e c e e n e l c a p ítu lo V II co n stitu id o — lo m ism o o cu rre e n e l se x to — p o r u n a p a re ja d e g é n e ro s. L os c a p ítu lo s d e d ic a d o s al teatro, la p o e s ía y la n o v e la m u estra n e n m ás d e u n p a sa je la o p in ió n q u e n o s m e r e c e e l c u ltiv o d e l g é n e r o e n cu estió n . A q u í y a llá sa le n a re lu cir a lg u n a s e x c e p c io n e s p r o d u c id a s e n u n c o n ju n to tan e x c lu s iv a m e n te b é lic o , si e sc a sa s p o r su n ú m e ro sin d u d a sig n i ficativas; d e e s a d ife re n te n a tu ra le z a resu lta n se r lo s p o e m a r io s d e C a rlo s R o d ríg u e z Spiteri, Los reinos de la secreta esperanza y Á n g e l S e v illa n o , O amor, o mar, o vento e outros gozos, o las c in c o o d a s d e Luis F e lip e V iv a n c o q u e fo r m a n la e n tr e g a «Lira serena» o fr e c id a e n e l n ú m e r o 3 d e Je rarquía (1938), p o e m a s d e c o n te n id o in te m p o ra l e n a lg u n o s d e lo s c u a le s se d e la ta u n a r e s o n a n c ia d e fr a y L u is d e L e ó n ; la s p ie z a s te a tr a le s Cuiping-sing d e l c o n d e d e F o x á y Un marido de ida y vuelta , d e J a rd iel P o n ce la ; o la n o v e la Rosa Krüger, d e R a fa e l S á n c h e z M azas. O tra e x c e p c ió n n o m e n o s lla m a tiv a se e n c u e n tra e n el c a p ítu lo IX c u a n d o al tratar d e A l tura, p o e m a r io d e J o sé M aría C a stro v ie jo , m u e stro q u e e s te e scrito r fa la n g ista su stitu y e e l h a b itu a l o d io al e n e m ig o b e lig e ra n te p o r la r e p u ls a a la b u rg u e sía .
E PÍLO G O
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C o m o ju icio d efin itiv o a c e r c a d e la p r o d u c c ió n literaria «nacional», a r g u m e n to d e e s te lib ro , c a b e s o s te n e r q u e e s ta m o s a n te u n a c r e a c ió n e n b u e n a m e d id a o c a sio n a l, u rg id a p o r las circu n sta n c ia s b é lic a s y p o lític a s q u e n o c o n c e d ía n tre g u a p a ra e l s o s ie g o d e l á n im o y la co n s ig u ie n te o b ra e n lib e rta d ; lle v a d a a c a b o , v e n c ie n d o d ific u lta d e s d e m u y v a r io o rd e n , p o r e scrito res c o n o c id o s an tes d e la c o n tie n d a y p o r o tro s a h o ra in c o r p o ra d o s p u e s fu e r o n varias las g e n e r a c io n e s e n to n c e s e n ju e g o . H u b o e x c e siv o n ú m e ro d e a fic io n a d o s d e s e o s o s d e co n ta r su c a s o y d e a d o ctrin a r a lo s le c to r e s y h u b o , a sim ism o , u n a p r o d u c c ió n c u a n tita tiv a m e n te a b u n d an tísim a, p r o v in c ia n a n o s ó lo p o r la o b lig a d a d is p e rsió n g e o g r á fic a e n la z o n a d o n d e r e sid ie ro n su s autores.
ÍNDICE ONOMÁSTICO Y DE TÍTULOS
¡A Bilbao! Estampas de la guerra en Vizcaya, 132 A hombros de la Falange de Alicante a El Escorial, 324 A la nueva ventura, 248 A la sombra de mi vida, 242 A lo largo del siglo, 21 A Madrid, 215 ¡A sus órdenes, mi coronel!, 319 ABC, 24, 34, 66, 76, 94,103,129, 205, 216, 255, 295, 332,343
abismo, El, 251 Abril, 234 Acción Española, 22, 64, 69, 302 Acerca de la Guerra Santa. Respuesta a J. Maritain, 23 Acero de Madrid, 275 A cevedo, Juan Bautista, 36 Acuña, H ernando de, 82 Adán, Eva y yo, 307
agonía de Madrid, 1936-1(137. (Diario de un superviviente), La, 29,143 Aguado, Afrodisio, 26 Aguilar de Serra, Joaquín, 290 Aguirre, José Antonio, 31 Aguirre, Silverio, 36 Agustí, Ignacio, 35, 62, 84,183,192, 235
Aire, tierra y mar. (Los más gloriosos episodios de la gesta española), 29 363
Aladrén, Emilio, 17 Alas Argüelles, Leopoldo, 42 alas invencibles, Las, 140 alba sin luz, El, 210 Albareda, Ginés de, 233, 253 Alberti, Rafael, 53, 93,137,195, 239 Albornoz, Alvaro de, 149 Alcalá Zamora, Niceto, 149 Alcázar d e Velasco, Ángel, 76 Alcázar, El, 66, 265 Alcoriza, Laura, 205 A ldecoa, Ignacio, 18 Aldus, talleres tipográficos, 34 Alerta, 34 Alfaro, José María, 84,127, 250, 255,325, 328 Algo más. Poesías de la campaña, 238
Alma nacional. Canciones de guerra y de paz, 29 alma sorprendida, El, 172 Almagro, Martín, 20,31,5 6, 83 Almarche, Joaquina, 205
almendro y la espada, El, 90 Almoneda, 12, 204, 226 Alondra de verdad, 72, 263 Alonso Bonet, Joaquín, 141 Alonso Cortés, Narciso, 175,176 Alonso Pedraz, Martín, 250 Altabella, José, 59
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ÍNDICE O N O M Á STIC O Y DE TÍTULOS
Altura, 246 Álvarez Arenas, Elíseo, 35 A lvarez G óm ez, Pedro, 85, 277 Á lvarez Quintero, Joaquín, 227 Á lvarez Quintero, Serafín, 37, 208 Allen, Jay, 158 Amadís, 81
Amanecer, 66 AMDG, 81 Ametralladora, La, 31, 78 amor del otro cuarto, El, 340 Am orós, Andrés, 188 A ndino Núñez, José, 64
¡Antes que nada: Política!, 68 Antisectarias, Ediciones, 19
Antología de la poesía modernista, 89 Antología poética del Alzamiento 19361939, 19,194, 230, 232 año con Queipo. Memorias de un nacionalista, Un, 24 año de actuación en la España nacio nalista, Un, 15 Aparicio López, Juan, 22, 63, 79 343 A p o lo (editorial), 36 Apoteosis de España, 206 Aquello de Belchite fu e algo glorioso, Aquí es la emisora de la flota republi cana, 57 Aquí París, 48 Aragón G óm ez, Bartolomé, 23 Aragón, 29 Arámbarri, Jesús, 202 Aramburu, Maria Luisa, 77 Arámburu, Rosa de, 277, 289 Aranda, Antonio, general, 86,129,130 Araujo-Costa, Luis, 117, 209, 216 Arbó, Sebastián Juan, r83, 277 Arciniega, Rosa, 132 archivo del «Baleares, El, 300 Areán, Carlos Antonio, n i Areilza, José María, 22 Arenal de Sevilla, 73 Arias de Velasco, Francisco, 67 Arias Paz, Manuel, 64 Aristóteles, 199 Armas de Caín y Abel, 335
Armiñán, José María de, 123 Armiñán, Luis de, 123,129,170 Arniches, Carlos, 85, 94, 208, 209, 226, 227 Arozam ena, Jesús María de, 205, 217 Arpa fiel, 243 Arrarás, Joaquín, 18, 25, 62,148,154 ¡Arriba España!, 20,34, 64,183 ¡Arriba los espectros!, 285 Arriba, 12, 71, 243 Arriba, Ediciones, 234 Artigas, Miguel, 29, 33,165 As, 135
Asalto y defensa heroica del cuartel de la Montaña, 136 Ascanio, Alfonso de, 31 asedio de Madrid, El, 313 Así es la secta, 300 Asociación al servicio de la República, 37 Aspiazu, Joaquín, 17,18, 21 Asquerino, Mariano, 205 ¡Asturias por España!, 125
¡Atención, atención! Arengas y cróni cas de guerra, 114 Augurios, estallido y episodios de la guerra civil, 14 Austral, colección, 34
Avance, 60 A ves y pájaros, 227 ¡Ay estos hijos!, 314 Ayer y hoy. Memorias, 48 Azaña y ellos. Cincuenta estampas rojas, 20 Azaña, Manuel, 11, 89,100,149,150,162, 181 Azcona, José María, 163 Aznar, Agustín, 271 Aznar Zubigaray, Manuel, 35, 61, 85,125, 126,127 Azor, co lección de poesía, 36 Azorín, 37, 47, 52, 84, 137, 196, 197, 227, 250, 277,347 B. Sanz, Ángel, 20
báculo y el paraguas, El, 19 6
ÍNDICE O N O M Á STIC O Y DE TÍTULOS
B ah am ond e y Sánchez de Castro, Antonio, 24, 345 baile, El, 313 Bajo el cielo de Levante, 129
Bajo el dolor de la guerra los niños cantan y juegan , 255 Baldrich, Ramiro, 47 Baimes, Jaime, 36 Ballesteros Gaibrois, Manuel, 34 Bañuelos, Misael, 28 Bárbaros, Los, 136 Barbero, Edmundo, 24,345 Bardén, Rafael, 204 Barga, Corpus, 54,147 Baroja, Los, 27,50 Baroja, Pío, 27,37, 47, 49 Barrera López, José María, 71 Barrios Masero, Manuel, 24 Bassó, María, 205 Batalla de rufianes, 196 Batallón, n i Bécquer, Gustavo Adolfo, 209, 242 Beevor, Antony, 55 Benavente, Jacinto, 37,54, 221, 227 Beneyto, Juan, 75 Benítez de Castro, Cecilio, 75, 277, 279 Bentura, Benjamín, 19 Berenguer, Dám aso, 155 Bergantín, José, 53,100 Berges, Consuelo, 140 Berm ejo de la Rica, Antonio, 152 Bernard, Y no, 20 Bertrand de M uñoz, Maryse, 280, 292 beso de madrugada, El, 221 Biblioteca Literaria del Estudiante, 177 Biblioteca Nueva, (editorial) 26, 114 Biblioteca Patria, 319 Biografías infantiles, 170 Blanco, Conrado, 20, 251 Blasco Ibáñez, Vicente, 232 Blecua, José Manuel, 176,177 Bleiberg, Germán, 69, 272 bodas de España, Las, 202 Boinas rojas en Austria, 322 Boletín Oficial, 333 Bolín, Luis Antonio, 62,147
365
Bolívar, Ignacio, 53 Bonm atí de Codecido, Francisco, 281 Borrás, Tomás, 24, 231, 277, 283, 293, 300 Bouthelier, Antonio, 324 B ouza Brey, Fermín, 246 Brasillach, Robert, 55 Bravo, Francisco, 157 Breviarios del pensam iento español, 169, 268 Bucley, Henry, 122 Bueno, Javier, 67 Burgo, Jaime del, 31 Caba, Irene, 211 Caballero Audaz, El, 285, 287 Caballero, José, 17, 25, 73, 92, 202, 253, 344 Cabanas, Juan, 17,33 Cabanellas, Miguel, 18, 28,112 Cabanillas, Ramón, 287 Cabezas, Juan Antonio, 151 Cabrera, Blas, 33,37
Cada cien ratas, un permiso, 85 Cadenas, Vicente, 31, 62
Cádiz y las generaciones poéticas del 27 y del 36. La revista “Isla, 71 Calamai, Natalia, 235 Calderón de la Barca, Pedro, 201 Calvo, Juan y Armando, 204 Calvo Sotelo, Joaquín, 79, 210, 211 Calvo Sotelo, José, 19,160
Calvo Sotelo. Una vida fecunda. Un ideario político. Una doctrina eco nómica, 34 Calvo-Yuste, 255 Calle Iturrino, Esteban, 178, 239, 252 Cam acho, José R., 233 Camba, Francisco, 151, 285, 293 Camba, Julio, 58
caminos del desengaño, Los, no caminos, Los, 43, no, 265 Cam ón Aznar, José, 74
Campañas en el Riffy en Yebala, 155 Campeón, 97 Cam pión, Arturo, 56 Cam pos, Gaspar, 211
366
ÍNDICE O N O M Á STIC O Y DE TÍTULOS
Cancionero carlista, 31,322 Cancionero de la Guerra, 31, 230 Canciones; 268 Cangas, H ernando de, 175 Cano Ballesta, Juan, 52, 68
Cantiga nova que se chama riveira, 247
Canto de los dos, 72 Cantos de guerra y de Imperio, 178 Cantos de primavera, 266 Cantos imperiales, 251 Cañadas, José, 40
Capital de la Cruzada. Burgos duran te la Guerra Civil, 15 Cara al sol..., 292 Carabias, Josefina, 214 Carbajosa, 186 Carbajosa, M ónica y Pablo, 186, 332 Carbonell, Carmen, 211 Carmen, 263 Carnero, Guillermo, 44 Caro Baroja, Julio, 27,50 Caro Raggio, Rafael, 48 Carrere, Emilio, 71, 77, 230, 252, 287,347 Carretero Novillo, José María, 285
Carta colectiva de los obispos españo les a los de todo el mundo con motivo de la gueira de España, 21 Cartas a Eduardo Marquina, 188 Cartas de un alférez a su madre, 329
Castro Albarrán, Aniceto de, 23,139 Castro Calvo, José María, 29 Castro, Am érico, 42,182 Castro, Cristóbal de, 27, 77 Castro, Luis, 15 Castro, Rosalía de, 70, 242 Castroviejo, José María, 235, 246 Catalá, Concha, 204 ¡Cataluña por España!, 125 Católica, Editorial, 59 Católicos y la República, Los, 139 Cauces, 69 cautiverio vasco, El, 139 Cavero y Cavero, Francisco, 276 Cela, Camilo José, 121, 285 Celestina, La, 212, 219 cena del rey Baltasar, La, 201, 203 Cercas, Javier, 332 cerco de Madrid, El, 125 Cerezales, Manuel, 74 Cernuda, Luis, 93, 236 Chekas de Madrid, 283 Cheste o todo un siglo (1809-1906), 152 Chinorri, La, 224 Chiplichandle, El, 183 Chiripi, 340 Cien tonerías de Tono, 31,174
Ciencia del lenguaje y arte del estilo, 251 Cienfuegos, Casimiro, 31
Cartel, Editorial, 232
Cienfuegos... y otros inéditos (1925-
casa de Bernarda Alba, La, 196 casamiento engañoso, El, 200
1939), 44 Cierva, Juan de la, 69 Cierva, Ricardo de la, 157,195
Casanova, Manuel, 123 Casares Q uiroga, Santiago, X49, 156, 287, 293 Casares, Francisco, 20,170 Casares, Julio, 20, 37 Casariego, Jesús Evaristo, 21, 247, 288 Casi unas memorias, 35,157, 270 caso de España, El, 21 Casona, Alejandro, 196,197,198 Castalia, Editorial, 188 Castanys, Valentín, 75 Castilla y la guerra, 250 Castillejo Duarte, José, 41,189
cinco advertencias de Satanás, Las, 196
Cinco flechas y un corazón, 290 Cinco flechas y una cruz, 337 Cisneros, 168, 220 Ciudad de Dios, La, 255 ciudad sitiada, La, 21, 288 ciudad, La, 304 Claramunt, Jorge, 217, 276, 289 Clarines del Alcázar, 254 Clásicos Ebro, 175 Claudel, Paul, 44,55,140, 232, 243, 265
ÍNDICE O N O M Á STIC O Y DE TÍTULOS
Codorniz, La, 78,107 C olección de ensayistas españoles, 172 C olección valores actuales, 338 Collantes, Juan A., 13, 291 Collar de sonetos de la Guerra Civil de España, 317 Combatientes, Ediciones Los, 191 Como Dios manda, 224 Cómo fu i ejecutado en Madrid, 98 Como las algas muertas, 290 Como un mártir primitivo, 295 compañero Pérez, El, 307
Comunistas, judíos y demás ralea, 27 Con el general Mola. (Escenas y aspec tos de la guerra civil), 169 Con la Segunda Bandera en el frente de Aragón, 276 Con Manuel Hedilla a 120 Kms. por hora, 65 Conde, Javier, 56
conde-duque de Olivares. (La pasión de mandar), El, 151 Conjunto, 257 conquista del Estado, La, 190 conquistadores, Los, 328 Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 39 Córdoba, Juan de, 41, 60
Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera, 234 Corporativismo, 23 correo catalán, El, 213 Correo de Andalucía, El, 66 Correo Español / El Pueblo Vasco, El,
367
Cotarelo Mori, Emilio, 37 Coward, Noel, 214
crisis de la conciencia europea en los siglos XVIIy xml, La, 194 Cristo en los infiernos, 306 crónica de «Destino». Antología del semanario publicado entre 1937 y 1980, La, 76
Crónicas de antes y después del dilu vio, 114 Cruz Rueda, Ángel, 20, 292 Cruz y espada, 208 Cruzat, Alvaro, 20
Cuadernos bibliográficos de la guerra de España (1936-1939), 68 Cuadernos de guerra y notas de paz, 30,192 Cuadernos Taurus, 318 Cuadra, P. A., 69
Cuando las algas muertas, 337 Cuando las cortes de Cádiz, 204 Cuartera, José, 36
Cuatro celuloides cómicos, 213 Cuatro corazones con freno y marcha atrás, 196 cuatro presidentes de la primera. República Española, Los, 34 Cuatro redacciones y una guerra. (La vida y la época de un periodista), 62 cuento semanal, El, 77, 277 Cuentos de humor, 99 C ui-Ping-Sing, 91,197, 226, 344 cultura durante la guerra civil, La,
Correo literario, 117 Corte de los Poetas. Florilegio de rimas modernas, La, 76 corte literaria de José Antonio, La, 186
224 Cultura Española, 33 Cunqueiro, Álvaro, 62, 235, 246, 247, 294 Cuquerella, Félix, 230, 252
Cortés, Dolores, 205 Cortezo, Víctor María, 203 Cossío, Francisco de, 15, 28, 66,126 , 128, 132,134,136,152,179, 250, 276,- 338 Costa, Julio, 209 Costamagna, Carlos, 69 Cotarelo, Francisco, 205
Daranas, Mariano, 30, 258, 345 Dardo, 86 Darío, Rubén, 70, 89 DDOOSS, 248 De anarquista a mártir, 330 De ellos es el mundo, 117
32
368
ÍNDICE O N O M Á STIC O Y DE TÍTULOS
De la cheka de Atadell a la prisión de Alacuas..., 27 De la mesma cava, 224 De la vida sencilla, 118 de siempre. Hechos y anécdotas del Requeté, Los, 18 De una España a otra, 318 Declaración de guerra, 285 Defensa de la Hispanidad, 46 Del ruedo a la trinchera, 310 Del sentido civil y su expresión en la poesía española, 112 D elgado Barreto, Manuel, 60 derecho a la rebeldía, El, 139
derterminación del Romanticismo español, La, 173 Desde la última vuelta del camino, 50 Destino, 17, 76,182 Diario de Burgos, 15, 125 Diario de una bandera, 25,155 Diario Montañés, El, 34 Diario Regional, 42, 66, 250 Diario Vasco, El, 89, 227 Díaz, Carmen, 116, 203, 204, 207 Díaz, Sigirano, 14, 57, 99,170, 240 Díaz-Plaja, Guillerm o, 72,171,172,176
Diccionario de Literatura española e Hispanoamericana, 252 Diccionario para un macuto, 28 D iego, Gerardo, 70,73, 233, 241, 243,257, 263, 273,308 D iez Crespo, Manuel, 73, 85, 241, 242
Diez minutos antes de la medianoche, 213 D íez-Canedo, Enrique, 78,127 D iez Pardo, Filiberto, 206
Discurso a las juventudes de España, 32
Discurso a los universitarios españo les, 34,183 Discurso al silencio y voz de la Falange, 81 Disparos a cero, 58 divino impaciente, El, 109,197, 220 Dolor de tierra verde, 33, 308 Dolor y memoria de España en el
segundo aniversario de la muerte de José Antonio, 157 Dolor y resplandor de España, 256 Domi, Carlos, 19 Domingo, 31, 76, 213 Dom ingo, Marcelino, 149 D om ínguez Bermeta, Juan, 218 Don Adolfo el Libertino, 105 Don Clorato de Potasa, 312 Don Juan Tenorio, 205 D onoso Cortes, Juan, 32,180 D ’Ors, Eugenio, 20, 39, 73, 81, 82, 185, 191, 259,351 D ’Ors, Miguel, 259 dos habladores, Los, 202
Doy fe ... Un año de actuación en la España nacionalista, 15 Duarte, José, 41, duende de la colegiata, El, 142 Dueña, y señora, 204, 221 duquesa Azul, La, 215 D uyos Georgeta, Rafael, 202, 226, 253 E.C.A, Ediciones, 285 Echarri, Xavier de, 271 Editoriales Reunidas, 194 Eguillor, Pedro, 252 “El T ebib Arrum i”, (Véase: Ruiz Albéniz,Víctor), 20, 36,124,170, 360 Elegía a la tradición de España, 109 Elena, 318 Elizalde, Ignacio, 195 Elvira, Tomás Rúfalo y yo, 290
En España con Federico García Lorca, 187 En este momento, 324 En Flandes se ha puesto el sol, 262 En la gloria de aquel amanecer, 319 En las trincheras de España, 19 Encina, Juan de la, 53 Encrucijadas, 304 Entrambasaguas, Joaquín de, 33, 72, 172,173, 350 Entre el cielo y la tierra, 329 Entre el silencio y la propaganda..., 43 Entre Hendaya y Gibraltar, 11
ÍNDICE O N O M Á STIC O Y DE TÍTULOS
369
Entre masones y marxistas, 300 Época, La, 30, 68,196
Estimaciones literarias del siglo
Escassi, José Ramón, 17, 25 Escelicer, Editorial, 261
Esto pasó en Asturias, 34 Estudios sobre Menéndez Pelayo, 165 Eugenio o proclamación de la prima vera, 277,302 Evocaciones patrióticas, 206 Exaltaciones sobre Madrid, 190
Esclavitud y libertad. Diario de una prisionera, 140 Escobar, Hipólito, 224 Escobar, José Ignacio, 55 Escobar, Luis, 17, 65, 202,346 Escorial (revista), X07 Escrito en España, 66, 270
Escritores asesinados por los rojos, 60 escuela y el estado nuevo, La, 39 espantable caso de los «tomadores» ¿fe ciudades El, 279
faccioso cien por cien, Un, 161 Fal Conde, Manuel, 18
Falange y Requeté orgánicamente solidarios, 27 falangista caído, El, 202
Espantaleón, Juan, 21X
Falla, Manuel de, 38, 72
España España España España
familia de Pascual Duarte, La, 18 famoso Carballeira, El, 221 ' Fango, sangre y lágrimas, 178 Fantasía, 344 fantasma de Canterville, El, 214
bien maridada, 198, 201 de Lsabel y Fernando, La, 174 de Menéndez Pelayo, La, 29 en la cruz, 135
España Imperial, La, 27 España y Francia, 191 ¡España, inmortal!, 26, 206, 207
Español, El, 16 Española, Editorial, 31 Españolas, Ediciones, 25,148 Españoles con clave, 79 Españoles en París, 48 Españoles sin fronteras, 50 Espasa-Calpe, Editorial, 3 4,15X Espesa rama, 249 Espina, Antonio, 166 Espina, Concha, 20,36,76,140, 255, 277, 294, 296 espíritu burlón, Un, 214 Espuma de mar, 215 Establecimientos Cerón, 19 estado católico, El, 18 estado corporativo, El, 21 Estado nacional, El, 26 Estafeta Literaria, La, 70, 344 Estampas rojas y caballeros blancos, 63
Estampas y reportajes de retaguardia, 130
Éste es el cortejo... Héroes y mártires de la Cruzada española, 139
x v ii,
212
Farinelli, Arturo, 194 Fariña, Herminia, 241 Faro de Vigo, El 125
¿Fascismo en España?, 158 Fastenrath, premio, 152 Fe y Acción, Cuadernos, 191 Fe, Ediciones, 32 Fe,(revista), 17, 23, 32, 66, 243 Fénix (revista), 107 Ferlosio, Liliana, 333 Fermín Galán, 93 Fermina Bonilla, Ediciones, 264 Fernández, Anselm o, 205 Fernández, Carmencita, 202 Fernández Almagro, Melchor, 196, 216, 227, 328 Fernández Almuzara, Eugenio, 17 Fernández Ardavín, Luis, 230 Fernández Arias, Adelardo, 29,142,143, I5I Fernández Fernández Fernández Fernández 156
Cuenca, Carlos, 117, 268 Cuesta, Manuel, 31, 76 Cuesta, Raimundo, 133 de Castro y Pedrera, Rafael,
370
ÍNDICE O N O M Á STIC O Y DE TÍTULOS
Fernández de Córdoba, Fem ando, 17, 124,147 Fernández de la Mora, G onzalo, 87 Fernández Flórez, W enceslao, 24, 29, 36 , 58, 79,105,198, 200, 277, 281, 297 Ferrandis, Manuel, 168 Ferrandis Luna, S., 142 Ferrari Billoch, Francisco, 19, 299 Ferrari, Emilio, 251 Ferrer, Eusebio, 232 fieras rojas, Las, 310 Fighting for Franco, 56 Figueroa, Agustín de, 30, 77,142,144 Filosofía y Letras (revista), 188
flecha en el blanco. (Diario de la gue rra), La, 131 Flor de hidalgos. Ideas, hombres y escenas de la guerra, 288 Flor de romance, 27 Fontana, José María, 74, 269 Foronda, Ana María, 77 Fotos (semanario), 31, 76 Foxá, Agustín de, 10, 12, 16, 23, 30, 36, 52, 65, 83, 87, 91, 98,197, 202, 215, 226, 138, 2·57, 352. Fraile, Medardo, 324 Francés, José, 77 Franco, el Caudillo, 156 Franco, Francisco, 11, 14, 16, 18, 25, 50, 62, 70, 83,104,187
Franco, Mola, Varela. Vidas de solda dos ilustres de la Nueva España, 156 Franco, Nicolás, 21
Frascuelo o el toreador, 152 Fray Gerundio de Campazas, 175 frente de los suspiros, El, 327 Frente de Madrid, 313,316 Frente y retaguardia. (Impresiones de guerra), 29 Fuego en el bosque, 307 Fugitivo, El, 99
función la Universidad en la forma ción de una conciencia nacional española, La, 39
Gabriel y Galán, José María, 158, 171, 178, 251 Gaceta del Norte, La, 32
Gaceta Literaria, Ibérica-AmericanaInternacional. Letras-Artes-Ciencia, La, 189 Gaceta Regional, La, 22, 344 Gadex, Dorio de, 282 Galinsoga, Luis de, 36, 61,346 Gálvez, Pedro Luis de, 103, 287, 306, 343» 347
Ganas de hablar, 75,183,192 Ganivet, Ángel, 268 Garay, Juan Luis de, 290,301 García, Félix, 36 , 140, 255 García Blanco, Manuel, 50 García Boiza, Antonio 23 García de la Herrán, general, 69 García de la Torre, Antonio, 40 Gai'cía Lorca, Federico, 23, 63, 70, 195, 197, 208, 218, 267, 276 García Mercadal, José, 29,167, 347 García O viedo, Carlos, 24,103 García Rosales, Carlos, 240, 252 García Sánchez, Narciso, 28 García Sanchiz, Federico, 22,30,54,132, 153,179,181, 338 García Serrano, Rafael, 13, 20, 28, 82, no, 123,133,184, 268, 277, 285, 302 García Valdecasas, Alfonso, 21, 32, 40, 245, 347 García Venero, Maximiano, 16, 66,348 García Villada, Zacarías, 69 García Viñolas, Manuel Augusto, 17 García y García de Castro, Rafael, 20 Garcilaso de ¡a Vega, 204, 220 Gárgola, 257 Garisa, Antonio, 205 Garosci, Aldo, 275 Garriga, Ramón, 65 Gaseó, Tina 205 Gaspar Campos, 211 Gaxotte, Pierre, 34, 69 G ay Forner, Vicente, 63 G ecé (Ernesto G im énez Caballero), 22, 49, 8i, 167
ÍNDICE O N O M Á STICO Y DE TÍTULOS
gemelos al revés, Los, 173 generación del 36. Memorias de Salamanca y Burgos, La, 63 general Serrano, duque de la Torre, El, 152 Generalísimo Franco en la escuela española, El, 156 genio de España, El, 189 G en ovés Am orós, Vicente, 202, 253 Gerrero-M endoza, Compañía, 117 Gil Robles, José María, 23
Gil Robles, la esperanza de España, 151 Gili, Gustavo, 296 Gim énez Arnau, José Antonio, 17, 31, 60, 65,128 Gim énez Caballero, Ernesto, 22, 37, 52, 63,167,182,18 6 , 188, 292, 303, 332 Gimferrer, Pedro, 89 Giner de los Ríos, Francisco, 41, 45,184 Giráldez, Cruz, 245 G od ed Llopis, Manuel, 161 Goded, hijo, 162 G oicoechea, Antonio, 15 G ollenet Megías, Ángel, 309 Gom á, cardenal, 21,133 G óm ez Aparicio, Pedro, 22, 65,132 G óm ez de la Serna, Ramón, 35,105,173, 197.3 16
G óm ez D om ínguez, Manuel, 135 G óm ez Jordana, general, 179 G óm ez Málaga, J., 15 G óm ez Sánchez Reina, José, 206 G óm ez Santos, Marino, 47, 275 Góngora, Manuel de, 224, 256 G onzáles de Echávarri y Vivanco, José María, 42 G onzález, Fernando, 17 G onzález, Máximo, 237 G onzález Calleja, Eduardo, 62 G onzález de Am ezúa, Agustín, 38 G onzález de Canales, Patricio, 34, 40, 243 G onzález H oyos, Manuel, 34 G onzález Marín, José, 254 G onzález Oliveros,W enceslao, 27, 35, 348
371
G onzález O lm edo, Félix, 164,167 G onzález Palencia, Ángel, 54 G onzález Ruano, César, 36, 66, 244, 269, 277,349 G onzález Ruiz, Francisco, 24,125,345 G onzález Ruiz, Nicolás, 120, 149, 297, 32.7.349 G ordón Ordás, Félix, 283 Gracia y Justicia, 58 gran esperanza, La, 13 Granada, Fernando, 205 Grande, Félix, 267, 268
grandes ideales de la España Imperial en el siglo xvi, Los, 28 Grandeza y símbolo de Teruel, 58 Grau, Jacinto, 54 Gregorio Rocasolano, Antonio de, 54 Guastavino Gallént, Guillermo, 33 ¡Guerra!, 136 guerra a través de las tocas, La, m guerra civil en la frontera, La, 48 guerra civil española, 55 La,
guerra civil española en la novela, La, 280
Guerra de salvación, 128 guerra española en la creación litera ria (Ensayo bibliográfico), La, 68 Guena Santa, 139 Guerrero, Jacinto, 213
guerrilla, La, 196 Guezala, Antonio, 99 Guía de Salamanca, 23 Guilmain, Andrés, 77 Guillén Salaya, Francisco, 54,350 Guillén, Jorge, 42, 44, 72, 232 Guillén, Julio, 19,142 Guillén, Pascual, 218 gusto de Holanda, El, 97 Gutiérrez Martín, Antonio, 238 Gutiérrez Solana, José, 54
Ha habido un robo en el teatro, 114 Hacia el Imperio, V igo, n i Hacia una Nueva España, 128 Halcón, Manuel, 31, 61, 83, 85, 126, 128, 350
372
ÍNDICE O N O M Á STIC O Y DE TÍTULOS
Haz (revista), 46,199,302 Hazard, Paul, X94
hecho y la idea Patriótica, El, 109
de
la
Unión
Hedilla, Manuel, 22,56, 62 H em ingway, Ernest, 121 Heraldo de Aragón, 29, 239 Heraldo de Madrid, 59,320 Hericourt, Pierre, 55 H ernández, Jesús, 282 H ernández, Miguel, 71 H ernández Díaz, José, 24 H ernández Guerrero, José Antonio, 71 H ernández Petit, Juan, 17, x8,170 H ernández Redondo, Pedro Tomás, 166 Hernando, Teófilo, 53 H éroe, Ediciones, 265 Herrera Petere, José, 275 Herrero García, Miguel, 212 Herreros, Enrique, 321 Hidalgo, José Luis, 263 Hierro, 32 Hierro, José, 263 Hinojosa, José María de, 276 Histoire de la guerre d'Espagne, 55
Historia de España contada con sen cillez, La, 1x5 Historia de España, seleccionada en la obra del Maestro Menéndez Pelayo, 166 Historia de la Cruzada Española, 155 Historia de la lengua española, 176 Historia de la literatura española, 175 Historia de la Real Academia Española, 85 Historia de la Segunda República española, 155 Historia de la Unificación. (Falangey Requeté en 1937), 16 Historia de las dos lechugas enamora das, 324 Historia de tres días, 114 historia del caballero Rafael, La, 247 Historia del periodismo español, 132 Historia Lnternacional (revista), 17
Historia militar de la Guerra de España, 127 Historia y memoria de la guerra civil [...] III Hemerografías y Bibliogra fías, 62 hombre al teléfono, El, 172 hombre de los medios abrazos, El, 323 hombre que compró un automóvil, El, 29
hombre que murió en la guerra, El, 208
Hora de España (revista), 68 hora de la pluma. Periodismo de la Dictadura y de la República, La, 52 hora de la unidad. Tanto monta, monta tanto Requeté como Falange, La, 187 Horas de oro. Devocionario poético, 27, 241
Horas y figuras de la guerra de España, X37 Horizontes (revista), 106 hospital de los locos, El, 201, 202 Huarte y Echenique, Amalio, 23
Huésped de la primavera y vencedor de la muerte, 201 Huidobro, Leopoldo, 142,145,187 H uidobro, Vicente, 187
Humanidades I. Humanidades y lite ratura comparada. II. De un humanista, 193 Huxley, Aldoux, 83 Ibáñez Martín, José, 45,185 Ibárruri, Dolores, 275 Icaza, Carm en de, 26, 83 Ideal, 59
imperio de España, El, 167,182 Impresiones de guerra. ( Versos de amor y de dolor), 254 índice Literario, 68 infierno azul (Seis meses en el bando de Queipo), El, 24 Lnformaciones, 76 Iniciación al estudio de la historia de la lengua española, 29,175
ÍNDICE O N O M Á STICO Y DE TÍTULOS
373
Institución Libre de Enseñanza, 41 Instituto de España, 38, 47,115
Junta para Am pliación de Estudios e Investigaciones Científicas, 38
intelectuales y la guerra de España, Los, 275 Inventario de los castillos, murallas, puentes, monasterios, ermitas, lugares pintorescos, etc, de la pro vincia de Salamanca, 23
Justas poéticas aragonesas del siglo
Iribarren, José María, 163 Iribarren, Manuel, 20,55,198,304 Isabel de Castilla, 15 Isabel de Castilla, 169 Isabel de España, 34
Isabel la Católica, fundadora de España, 27 íscar Peyra, Fernando, 151 Isla (revista), jo, 72, 249 isla en el mar rojo, Una, 25 Islas en mar de silencio, 72 Ismael, Herráiz, 22
Jalón, César, 139 Jamme, Francis, 71 Janés, José, 147 Jardiel Poncela, Enrique, 196,197, 213 jardín de los frailes, El, 149 jardín entrevisto, El, 250 Jarnés, Benjamín, 151,163,166 Jerarquía (revista), 20, 64, 223 Jerarquía, Ediciones, 33 Jiménez, Juan Ramón, 53,178, 244 Joaniquet, Aurelio, 34,160 José Antonio Primo de Rivera (premio de periodism o), 61
José Antonio. El Hombre, el Jefe, el Camarada, 157 Joyel de enamoradas, 27 Juan Bonifacio (1338-1606) y la Cultura del Siglo de Oro, 165 Juan de Mariana, 32 Juan Deportista, 85 Juan Ignacio, 318 judaismo, El, 19
ju ez de los divorcios, El, 201 Juliá, Santos, 149
XVII, 29 Justo Sevillano, 137
Keene, Judith, 56 Kin, 148 La Cadena, m arqués de, 167, 239
La del alba. Canciones y poemas, 29 La Huerta, Genaro, 202 Labor, Editorial, 171 Ladrón de Guevara, María Fernanda, 307 Laffón, Rafael, 25, 71, 241, 245 Lafora, G onzalo, 53 Lágrimas y sonrisas, 18 Laiglesia, Alvaro de, 79 Lain Entralgo, Pedro, 17, 20, 21, 62, 65, 183, 267, 351 Laínez Alcalá, Rafael, 230 Lang, Nadine, 203 Lapesa, Rafael, 176 Lara, Antonio de, («Tono»), 30, 79 Larrea, Juan, 263 Lasso de la Vega, Javier, 39 Laureados de España, 264 Laverde Ruiz, Gumersindo, 165 Lechner, J., 44 Ledesma Miranda, Ramón, 71, 277 Ledesma Ramos, Ramiro, 32, 49, 144, 158,190 Lengua y Literatura de España y su Imperio, 189 León, Rafael de, 218 León, Ricardo, 277,305, 347 León, Valeriano, 205, 209 leoncio Pancorbo, 251 Lequerica, José Félix de, 30
lerroux, el caballero de la libertad, 151 Les cadets de l'Alcazar, 55 Letras de Deusto, 195 Letras, 29, 86 Liberal, El, 32, 43, 60 Libertad, 26, 28, 66
374
ÍNDICE O N O M Á S T IC O Y DE TÍTULOS
Libertad, Ediciones, 156
Libro de Cristóbal Colón, 265
luna en el desierto y otros poemas, La, 264
libro de España, El, 179
Luna roja, 140, 296
libro del convaleciente, El, 213 libros del D oncel, Los, 153 Limón Nevado, Fredes, 62 Linares Becerra, Concha, 20,320 Linares Rivas, Manuel, 37, 208 Lira bélica, 27, 231 Lister, 229, 260 Litoral, 257 Llano, Manuel, 33, 308 Llórente Falcó, Teodoro, 30 Llosént y Marañón, Eduardo, 25, 71,
Luna, José Carlos de, 46 Lunacharsky, Alejandro, 178 luz no está lejos, La, 257 Lyra Sacra, 244
73 Llovet, Enrique, 91 Lola, 263
Lope de Vega y clave de Fuenteovejuna, 178 Lope en sus adentros, 261 López, Leocadio, m López de Haro, Rafael, 307 López de Letona, 33 López Heredia, Irene, 205 López Ibor, Juan José, 34,183,184 López Prudencio, José, 120,132,170 López Rubio, José, 312, 316 Los que no tienen razón, 204 Losada de la Torre, José, 61,130 Lozoya, m arqués de, 174, 218,351 Luca de Tena, Juan Ignacio, 14, 22, 30, 34, 36, 204, 205, 215 Luca de Tena, Torcuato, 24 Lucio, José de, 204 Lucha, 123
Luchando por Franco. Voluntarios europeos al servicio de la España fascista, 1936-1939, 56 Luelmo, José María, 72, 241, 248, 249 Luis de Castilla, 265 Luis de Valencia, 63 Luis Montán, 136
Luis Santamarina (Notas de vida y obra), 168 Luis, Francisco de, 64 Luna de septiembre, 250
M acipe, Antonio, 17 M achado, Antonio, 53,178, 208, 229 M achado, Manuel, 27, 37, 208, 229, 236, 241, 258 Madariaga, Salvador de, 89, 276, 343, 352 Mademoiselle Caracas, 337 Madre España, 148, 208
Madre Roma, 63 Madrid (periódico), 71, 80 Madrid bajo el terror, 1936-1937. Impresiones de un evadido que estuvo a punto de ser fusilado, 29, 143
Madrid recobrado. Crónicas de antes y después del 24 de marzo, 321 Madrid rojo. Últimos días de la Cárcel Modelo, 19 Madrid trágico, 19 Madrid, de corte a cheka, 88, 95, 174, 344
Madridgrado, 283 Madruga, Esteban, 43 M aeztu, Ramiro de, 46, 69, 127, 132, 144 Malagón, Javier, 127 Malaparte, Curzio, 189 M aldonado de Guevara, Francisco, 33 Maleficio, 317 malvado Carabel, El, 29 Mallorca contra los rojos, 300 Manolo, 128
Manual de espumas, 263 Manual de gramática histórica, 176 Manuel Azaña, Diarios, 1932-1933. «Los cuadernos robados», 149 M anzano, Rafael, 70
Mar del Sol, 246
ÍNDICE O N O M Á STICO Y DE TÍTULOS
Marañón, G regorio, 25, 37, 41, 47, 78, 151.2.76 Marco, Juan Pablo, 184 Marcha triunfal, 70 María Pascual, Ángel, 20 Mariaita Pineda, 218 Mariano de Cavia, Premio, 80
Maribel y la extraña familia, íyj Marichalar, Antonio, 151 Marichalar, Antonio, 53
marido de ida y vuelta, Un, 213 Mari-Dolor, 199, 205, 217 Marín, Andrés, 66 Marinetti, 189 Maritain, Jacques, 23 Marqueríe, Alfredo, 61, 84, 214,350,352 Marquina, Eduardo, 166, 178, r88, 205, 208, 216, 220, 260 Marquina, Luis, 213 Marquina, Rafael, 132 Marshall, Bruce, 285 Martel, Carmen, n i Martín, Senén, 14, 240 Martín Abril, Francisco Javier, 250 Martín Artajo, Javier, 138 Martín Fernández, Alberto, 123 Martín Moreno, Francisco, 194 Martín, Moreno, Francisco, 194 Martínez Cam pos, Arsenio, 47 Martínez de B edoya, Javier, 26, 68,159, 247 Martínez del Cerro, Miguel, 70 Martínez Morán, 123 Martínez Ruiz, José, 51 Más leal que galante, 204 Más vale volando, 3r, 338 Masip, Paulino, 196 Masoliver, Juan Ramón, 17, 75,183, 273 Masonería al desnudo, La, 300 Massis, Henri, 55 Maucci, Manuel, 75 Maura, Honorio, 30,197 Mayoral Fernández, J., 14 Maza, Josefina de la, 295 Mazas, Ocharán, 317 M ediano Flores, Eugenio, 263
375
Mediodía, 72 Meditaciones españolas, 179 mejor reina de España, La, 36, 218, 220 Melgar, Francisco, 77
Melodías de guerra. (Impresiones líri cas de un artista), 14 Membrives, Lola, 209
Memorias de memoria, 65 Memorias de Tarín, 232 Memorias de un finlandés, 145 Memorias de un soldado locutor, 25, 147
Memorias del recluso Figueroa, 145 Memorias íntimas de Azaña, 25,148 M éndez, Concha, 265
Méndez, cronista de guerra, 309 M endizábal, Federico de, 254 M enéndez Pelayo, Marcelino, 69,165, 175,181,182
Menéndez Pelayo, primer defensor de la Hispanidad, 166 Menéndez Pelayo y la educación nacional, 39 M enéndez Pidal, Ramón, 37, 56, 86,176, r89
M enéndez Reigada, Ignacio, 23
Mentalidad y progreso humano, 27 Meses de esperanza y de lentejas, 324 Meseta, 248, 249 Meseta de la Poesía, 73 Messis, Blanche, 258 Mestas, Alberto de, 169, 218
Metalurgia y Electricidad, 86 Mi hermana Concha, 218 Miaja defiende la Villa y rinde culto a Zorrilla, 226 Mihura, Miguel, 78,103,197, 211
miliciano Remigio pa la guerra es un prodigio, El, 57 Millán Astray, José, 23, 43,54, 63, 88,156
Mio Cid. Hoja de literatura y arie bajo el signo imperial, 86 Miquelarena, Jacinto, 10, 61, 79, 97, 99, 103,148,174, 277 Mirai y López, Dom ingo, 54 Miralles, Carlos, 69
376
ÍNDICE O N O M Á STIC O Y DE TÍTULOS
Miranda, Sebastián, 47 Miró, Gabriel, 127
Mis amores. Dios, Patria, Franco, n i miserias de la guerra, Las, 48 Misión, 74, 87 Misión de la Universidad, 184 Misión en Budapest, 87 Mola. (Datos para una biografía y para la historia del Alzamiento Nacional), 163 Mola. Doctrinal de un héroe y hombre de Estado, 164 Mola, Mártir de España. La vida. La muerte. Posteridad, 20 Mola Vidal, Emilio, general, 11, 32, 56, 132,161 Molés, José, 59 Molinero, María Paz, 205 Monasterio, José, general, 14 Mono Azul, El, 203 Montarco, conde de, 333 Montero Alonso, José, 148,166, 230, 252 Montero Galvache, Francisco, 70 Montes, Eugenio, 36, 61, 91, 127, 140, 171,186, 261, 269, 324, 332 Montes, María José, 68 Montiel, Luis, 59 Montoto, Santiago, 24 Morales López, José, 309 Morán, M anolo, 203 Moreno, Alfonso, 235 M oreno G onzález, Remigio, 345 M oreno Nieto, Luis, 124 Moría Lynch, Carlos, 186,187 Moscardó, José, 207 Moure Mariño, Luis, 13, 17, 22, 63, 125, 156 ,19 0 , 353
M ourlane M ichelena, Pedro, 71,97,127, 3¿ 4 > 353
muchacho español, El, 328 Muguiro, Familia, 15 Muguruza Otaño, Pedro, 38,193 Mundial, 59 Muñiz Vigo, Acislo, 156 M uñoz, Carlos, 203
M uñoz Sampedro, Matilde, 204 M uñoz San Román, José, 19, 276, 310 M uñoz Seca, Pedro, 79 ,16 4 ,1 66, 197, 288 M uñoz y Pavón, Francisco, 335 Musachio, Daniéle, 72 Mussolini, Benito, 91
Nación, La, 47, 60, 68, 76101 Nacionalización de la Cultura, 39 Narbona, Francisco, 242
naufragio del Mistinguett, El, 213 Navarra, Editorial, 21 Navarro, D iego, 201 Navarro, Javier, 314 Navarro, Leandro, 204 Navarro, Nicolás, 205 Navarro Tomás, Tomás, 37 Nelken, Margarita, 287 Neville, Edgar, 36, 79, 287, 292,312 Nin, Andrés, 130 niña de plata y oro, La, 22, 220 Nogales, José, 335 Noriega, Fernando Miguel, 18 Norte de Castilla, El, 28 Nosotros los mártires, 285 Notas marruecas de un soldado, 188 Noticiero, El, 29 novela de Vértice, La, 76, 82 Novela del Sábado, La, 25, 29,38,50, 99, 120,182, 251,335
novela española entre 1936 y el fin de siglo, La, 304 Novela Nueva, La, 277 Novelistas, Los, 76
Nueva Economía Nacional, 86 Nueva España, Editorial, 20
Nueva España, La, 66, 206 Nunes, Leopoldo, 19
O amor, o mar, o vento e outros gozos, 229 O bregón, Antonio de, 22,33, 63, 92, 354 oca, La, 205 Occidente, 68, 81 O charán Aburto, Luis, 317
ÍNDICE O N O M Á STICO Y DE TÍTULOS
Pedro Muñoz Seca: vida, ingenio y asesinato de un comediógrafo español, 167
Ojeda, J. M., 18 Ojos largos, 277 Oliveira, Mauricio de, 19 O liver Asín, Jaime, 29,175 O lm edo, Antonio, 19,131
Onésimo Redondo, Castilla, 25,158
caudillo
de
Ontañón, Eduardo de, 133 Ontañón, Santiago, 203
Orientaciones cristianas del Fuero del Trabajo, 18 orígenes del Imperio. La España de Isabel y Fernando, Los, 169 Oriol, Lucas, 63 O rtega y Gasset, José, 34, 37, 45,53, 78, 127,158, 276 Ortega, Augusto Andrés, 82 Ortega, Dom ingo, 30 Ortega, Teófilo, 132 Ortiz de Villajos, Cándido, 20 O rzy, baronesa de, 205 Oscuro heroísmo, 283 O tero del Pozo, Sotero, 26, 207 O tero Pedrayo, Ramón, 74, 354 otro mundo, El, 97,174 Ouimette, Víctor, 52 Outeiriño, Ricardo, 74 Oviedo, heroico y mártir, 240 Pabón, Jesús, 65
padre Pitillo, El, 210 País, El, 182 pájaro pinto, El, 196 Palabras del Caudillo, 32 Palacio Atard, Vicente, 124, 345 Palacio Valdés, Armando, 20, 73, 293 Paloma en Madrid, 31 Pam plona, Clem ente, 123 Panero, Leopoldo, 234 Paniagua, Cecilio, 213 Papirusa, La, 221 Parábola, 133 Pascual, Á ngel María, 80, 81,191 pecado de San Jesusito, El, 286 Pedagogía universitaria, 184 Pedrazzi, Orazi, 69
377
Pemán, José María, 19, 22, 28, 37, 70, 90,105,140,178,193, 198, 204, 218, 225, 235, 255, 257, 349 Pemartín, José, 24 Penella, Manuel, 271 Pensamiento Navarro, El, 290 Pensando en España, 48 Penumbra, 254 Pepa la Trueno, 204 Pérdida de la Universidad, 204 P érez Clotet, Pedro, 71, 235, 241 Pérez de Ayala, Ramón, 37, 127, 276, 347 Pérez de la Ossa, Huberto, 277 P érez de Olaguer, Antonio, 18 Pérez de Olaguer, Antonio, 204,209,290 Pérez de Urbel, fray Justo, 37, 82, 236, 355 Pérez Ferrero, Miguel, 354 P érez Lujín, Alejandro, 335 Pérez Madrigal, Joaquín, 14, 25, 57, 58, 64, 204,300 Pérez Olivares, Rogelio, 17, 28, 78,134, 135.170 Pérez Orm azábal, J.J., 206 Pérez Quesada, Edgardo, 98 Pérez Solís, Óscar, 26 Pérez y Pérez, Rafael, 318 Pérez, Quintín, 52 Perfil humano de Franco, 156 Pericay, Xavier, 76
...Pero ellos no tienen bananas, 97 Phalange, La, 232 Piedras de romancero, 251 Pilar, 282 Pimpinela escariarla, La, 205 Pino, Francisco, 73, 241, 248 Pío X, 18,140 Pitollet, Camille, 232 Pittaluga, Gustavo, 53 Pía, Angelita, 203 Plá, José, 75 Plural, 270
378
ÍNDICE O N O M Á STIC O Y DE TÍTULOS
poderosa fuerza secreta, Una, 45 Poema de la Bestia y el Ángel, 25, 70, 236, 349
Poemas a Italia, 91 Poemas de sí e non, 247 poesía de la guerra de España, La, 236 Poesía heroica del Imperio, 265 poesía lírica española, La, 171 Poetas del Imperio, 230 Política de Dios, La, 242 Política, 286 Polvo de sus sandalias, 139 Por aquí sin novedad, mi General, 207
Por España, 293 Por los caminos de guerra. (De Navalcarnero a Gijón, 129 Por quién doblan las campanas, 122 Por quienfu e asesinado Calvo Sotelo, 19 Porlán y Merlo, Rafael, 71, 72, 246 Porras, Raúl, 117 Pórtela, Arthur, 19 Portolés Piquer, L., 29 Pourquoi Franco vaincra, 55 Prada, Juan Manuel de, 347 Pradera, Víctor, 29, 69 Prego, Adolfo, 74
premios de ABC Mariano de Cavia y Luca de Tena, Los, 61 Prensa, La, 48, 70 preso 831. Del Madrid rojo. Últimos días de ¡a cárcel modelo, El, 142 Preventorio D., 146
Principios fundamentales del arte clí nico, 27 promesa del tulipán, La, 322 Pruna, Pedro, 17, 202 Público, El, 196 Pueblo Gallego, El, 246 Pueblo Vasco, El, 32, 97 Puente, José Vicente, 36, 6 5, 199, 205, 21J, 226, 289,321 puerta de paja, La, 74 Pujol, Juan, 18, 62, 76,130
¿Qué es lo nuevo? Consideraciones sobre el momento español presente, 34 Q ueipo de Llano, G onzalo, 24, r24,148, 154, 204, 206, 226, 236 Q ueipo de Llano, Rosario, 27 Q uesada, Francisco, r24 Q uesada García, Eusebio, 224
quiebra fraudulenta de la República, La, r9 ¿Quién soy yo?, 204 Quince sonetos para quince escultu ras de Moisés Huerta, 332 Quinta columna, La, 285 Quintanar, m arqués de, 69 Quintero, Antonio, 218
Prieto, Indalecio, 32,100
R.[ey] F.[araldos, G. [Loria], 318 Ramón Masoliver, José, 16 Ramos Loscertales, José María, 23 Ramos, Aurelia, 255 Rapsodias, 49
Primavera en Chinchilla, 255 Primer cuaderno de sonetos, (de
Rasgos inéditos de Fernando de los Ríos, 171
Guillerm o Díaz-Plaja), 72
Primer libro de amor, 36 Primera antología de sus versos (de Gerardo D iego), 264 Primo de Rivera, José Antonio, 16, 32, 62, 86, 93,190 Primo de Rivera, Pilar, 220 Princesas del martirio, 140, 296 príncipe Juan de las Españas, El, 15, r69
RAyFE, Editorial, 18
Razón y Fe, 17 Razón y ser de la dramática futura, 199 rebelión de las masas, La, 53 Reconquista, Ediciones, 26,114,140 Redondo, Aurora, 209 Redondo, Onésim o, 25,32, 66,158 Regalo de boda, 322 Región, 141, 289
ÍNDICE O N O M Á STICO Y DE TÍTULOS
Reinaré en España, 86 reinos de la secreta esperanza, Los, 229 Reparaz, Fem ando, 205 Répide, Pedro de, 94 Requeté, Editorial, 18 Residencia de Estudiantes, 41 Retablo de Reina Isabel, 35,36 Retaguardia, 19,140, 295 Retorno, 304 Reverte, Manuel, 36 Revista, 256 Revista de Occidente, 68
revista Mediodía de Sevilla, La, 72 revolución de Laíño, La, 286 revolución de los patibularios, La, 285 Rey Lagarto, 344
Reyes Católicos y la capilla de San Gregorio, de Alcalá del Río, Los, 23 Riba, Caries, 54 Riber, Lorenzo, 74 Ridruejo, Dionisio, 16,17, 22, 30, 35, 56, 63, 64, 75, 80, 90, no, 183, 202, 222, 234, 269, 340, 347 Rienzi, 135 Rimas sencillas, 252 Río Cisneros, Agustín del, 17 Río Ortega, Pío del, 53 Río Sainz, José del, 140, 356 Ríos Fernando de los, 149 Riquer, Martín de, 75 Risco, Alberto, 217 Risco, Vicente, 74 Rivas Cherif, Cipriano, 150 Rivelles, Rafael, 91, 204, 215, 220 Robinson literario de España, El, 189 Rodezno, conde de, 15, 21 Rodrigo, Joaquín, 203 Rodríguez, Pedro, 186 Rodríguez Jim énez, José Luis, 62 Rodríguez Santamaría, Alfonso, 60 Rodríguez Spiteri, Carlos, 229 Rodríguez, Melchor, 145 Roger de Flor, n i Rogerio Sánchez, José, 14, 33,175,176
379
Roig Jim énez, Am adeo, 66 Rojo y azul en Granada, 309 Rojo, Vicente, 67, Roma risorta nel mondo, 190 Romancero de guerra, 178, 239 Romancero de la novia, 263 romancero del Alcázar, El, 257 Romancero del Caribe, 253 Romancero gitano, 240, 245 Romances azules, 15 Romances de amor, 28
Romances de la Falange eterna, 240 Romances de la Falange, 202, 240, 254 Romances en prosa de nuestra gue rra, 133 Romances y episodios de la Revo lución «Roja», 252 Rom anones, conde de, 34
Romanticismo y democracia, 34,185 Romero Marchent, Joaquín, 28 Romero Murube, Joaquín, 23, 25, 71, 85, 241, 244, 245 Romero Raizábal, Ignacio, 31,322 Romero, Pedro, 206 Romeros a Roma, 253 Roque Guinart, 74 Ros, Félix, 36,146, 235, 324 Ros, Samuel, 84, 203, 277,323, 327,333 Rosa Kriiger, 333 Rosales Cam acho, José, 233, 234, 268 Rosales Cam acho, Luis, 20, 36, 69, 80, 218, 223, 234, 267 Rosas de Imperio, 237 Roto casi el navio, 36, 255 Rousseau, Juan Jacobo, 185 Royo-Villanova Morales, Ricardo, 54 Rubio, Jorge, 54 Rubio, Julián María, 28 Rueda, Salvador, 178 ruedo ibérico, El, 95 Ruiz Albéniz, Víctor, (Véase: El Tebib Arrumi), 20,124, 360 Ruiz Alonso, Ramón, 23, 63 Ruiz Castillo, José, 26, 50,114, 241 Ruiz-Copete, Juan d e Dios, 242 Ruiz de Alda, Julio, 82
380
ÍNDICE O N O M Á STIC O Y DE TÍTULOS
Ruiz Peña, Juan, 70, 71, 72 Ruiz Vilapiana, Antonio, 15, 345
Sacrificio y triunfo del halcón, 31, 153, 181,338 Sacristán, José María, 54 Sagi Vela, Luis, 15,19 Sainz de Tejada, Carlos, 120 Sainz Rodríguez, Pedro, 15, 21, 38, 39, 40, 69, 175, 185, I92, 200, 202 Salamanca, cuartel general, 95 Salamanca, la tumba del fascismo, 95 Salas, Jaime de, 327 Salas, Xavier de, 17, 74 Salaün, 234 Salaverría, José María, 36, 74, 84, 132, 328 Salazar, Miguel, 278, 330 Salazar Chapela, Esteban, 142 Salgado, Augurio, 201 Salinas, Pedro, 73, 272 Salvador, Pedro, 17 '
Samuel Ros, Hacia una generación sin crítica, 324 San hombre, 304 San Nicolás Francia, J., 29 Sánchez Cantón, Francisco Javier, 78 Sánchez del Arco, Manuel, 24, 66, 115, 137 Sánchez Mazas, Rafael, 69, 91, 97, 127, 147, 324, 332 Sánchez Neira, 196 Sánchez Ostiz, Miguel, 20 Sánchez Reina, 208 Sancho Corbacho, Antonio, 24 Sancho Izquierdo, Miguel, 54 Sangre y fuego. Málaga, 310 Santa Clara, barón de, 19, 78 Santa Hermandad, La, 208, 216, 261 Santa Lsabel de España, 220 Santa Virreina, La, 114 Santamaría, Augusto, 233 Santamarina, Luys, 3 6, 168, 256 Santander, Federico, 132,144 Santiago Amaral, 74 Santo Floro, m arqués de, 142
Santos, Dámaso, 25, 265,332 Santu, José de, 207 Sanz Bachiller, M ercedes, 26,159 Sanz y Díaz, José, 27, 77, 123, 230, 231, 253 Sanz y Ruiz de la Peña, Nicom edes, 27, 239, 241, 250 Sassone, Felipe, 148, 233 Satorres, Rafaela, 204 Schramm, Edmund, 151 Se ha ocupado el L
Se prorroga el estado de alarma. Memoria de un prisionero, 123 secretos de la Falange, Los, 191 Semi-poesía y posibilidad, 259 Sender, Ramón J., 195
sentido cristiano de la guerra españo la, El, 21 sentido de la guerra española, El, 164 Sentís, Carlos, 17
Señorita en la retaguardia, 310 Seoane, José María, 203 Sepúlveda, María, 20, 319 Serafinillo, 139 Serna, Vicente, 250, 251 Serna, Víctor de la, 22, 55, 61 65,127, 255, 350. 357 Serrano Súñer, Ramón, 11, 16, 17, 21, 32, 35, 40, 43,50, 60, 65 Serrano, Arturo, 204, 214 SEU, 32, 38 Sevilla en el Lmperio (siglo xvi), 24 Sevilla en los labios, 244 Sevillano, Ángel, 229, 246 Sierra de Aralar, 289, 301
sierra de Cádiz en la literatura, La, 242 Sierra, Juan, 69
Siete años de lucha. Una trayectoria política, 26 Siete discursos, 32 Siete romances, 245 siglo en Cataluña, Un, 183 Siglo Futuro, El, 68 Silió, César, 28 Silos, Blanca de, 202
ÍNDICE O N O M Á STICO Y DE TÍTULOS
Silva curiosa de historias, 20 Simó Raso, Ricardo, 204 Simón Díaz, José, 165
Sin novedad en el frente, 280 Síntesis de Historia de la Literatura Española, r76 Síntesis de Literatura Española, 171 Sintiendo a España, 46 Sitio y defensa de Oviedo, 26 Siurot, Manuel, 24 Sobejano, G onzalo, ro4
Sociología de una novela rosa, 318 Sol, El, 126 Solana, Marcial, 69 Solchaga, general, 35
Soldados de Salamina, 332 Soler, Bartolomé, 196, 277 Soler, Vicente, 204 Solervicens, Juan Bautista, 36 Solidaridad Obrera, 36 Sombras y bultos, 30,191 sombrero mejicano, El, 83 Souvirón, José María, 233, 257 Stadium, 97 Suárez, Victoriano, 306 Suárez de Urbina, José Ignacio, 319 Suevos, Jesús, 247 Sumandos biográficos, 175 Súfter O rdóñez, Enrique, 18, 40,112,174 Sur de España en la reconquista de Madrid. (Diario de operaciones glosado por un testigo), El, 137 Susana, 49, 279 tablado de Arlequín, El, 49 Tagore, Lina, 27, 24r Tajo, 107 tarumba, La, 202
teatro durante la guerra civil españo la, El, 196
381
Tenreiro, Ramón María, 54 Teresa de Jesús, 220 Tesán, Alda, 177 TEU, 201 The Fair Bride, 285 The Nineteenth Century, 53 Thom as, Hugh, 149 Tiempo de dolor, 266 Tiempo Literario, 72, 242 Tierras del Ebro, 183
Tipos y sombras de la tragedia. Mártires y héroes. Bestias y farsan tes, 57 Tomás, Mariano, 22, 54, r67, 204, 218, 220, 226,335 Torrado, Adolfo, 204, 221 Torralba de Damas, Benedicto, 204 Torre Enciso, Cipriano, 17 Torre, Claudio de la, 277 Torrente Ballester, Gonzalo, 20,33, 80, 199, 200, 222, 225, 226 Torrentera, 310 Torres, Luis, 117, r24, r67 Tovar, Antonio, 12,17, 26 , 32,56, 99,167, 182, 234 tradición, La, 194
tragedia española en el mar, Las dos Españas en el mar y Marinos de España en guerra, La, 19 tragedia espiritual de Vizcaya, La, 20 Trapiello, Andrés, 333 Trasluz, 242
Tres en una o la dichosa honra, 340 Tres horas en el Museo del Prado, 25 tres libros de España, Los, 261 , Tres mujeres más Equis, 338 Tres romances y tres discursos, 253 Tres sombreros de copa, 197 Trilogía de Navidad, 212 Trinchera, La, 78 Triunfo del 2 de mayo, 167
Teatro Nacional de la Falange, 200 Tebar, Juan, 199 Teixidor, 84 Tejada Spínola, Francisco Elias de, 24
Turbino, Francisco María, 186 Tusquets, J., 18
teniente Arizcun (novela de amor y de guerra), El, 289
Ubreva Luis, Eduardo, 224 Ulises, Ediciones, 338
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ÍNDICE O N O M Á STIC O Y DE TÍTULOS
Ulloa, Alejandro, 109 Unamuno, Miguel de, 23, 42, 66, 70, 140,158,178 Unidad, 31 Unificación, 101
versos del combatiente, Los, 17, 233 Vértice, 31, 38, 76, 83-85, 89, 92, 98, 101,
Unión, La, 66
Veteranos de la causa. Relatos y memorias, 31 viaje del joven Tobías, El, 33,197, 223 vida es sueño, La, 203 vida inmóvil, La, 195 Vida política de un grado 33, 18 vida y la obra de Menéndez Pelayo, La, 29 Vida y muerte de la República espa ñola, 122 Vida y paisaje de Bilbao, 340 Vidas ilustres, 17
Urbina, Antonio, 34,152 Urgoiti, Nicolás María de, 126 Urrutia, Federico de, 46, 83, 240,350 Valdés Guzm án, José, 206 Valdivielso, José de, 201, 202, 224 Valencia, 142 Valencia, Pedro de, 202 Valencia roja, 142
valencianos en San Sebastián, Los, 29 Valle, Adriano del, 23, 62, 71, 72, 85, 91, 235, 241, 243 Valle-Inclán, Ramón María del, 95,197, 284 Vallejo Nájera, Antonio, 78 Vallellano, Conde de, 15 Vanguardia, La, 35, 89 Varela Iglesias, José Enrique, general, 14,114, 207 V ázquez, José Andrés, 19, 24, 335 V ázq uez D odero, 185 V ázq uez Zamora, Rafael, 284 ¡Vd. qué sabe!, 224 Vecino, M ercedes, 205 Vega, Luis Antonio de, 77, 231, 277, 290, 337. 350 Vega, Ventura de la, 166 Vegas Latapíe, Eugenio, 22, 33, 43, 46, 61, 69, 79,110,183,185,186, 258 Veintitrés, 97 Vélez, Francisco de, 19,171 venganza de Don Mendo, La, 205 venta de los gatos, La, 208 ventana de papel, La, 171 verbena de la Paloma, La, 329 verdad sospechosa, La, 203 Veredas Rodríguez, Antonio, 15, 218 Vergel habitado, 249 Vergés, José, 75 Versos de un invierno, 251
114,120,127,145,152,173,199, 201, 202, 215, 216, 227, 230, 295,347 Vestales, Las, 13, 291
Vigón, Jorge, 30, 69,192 Vigón, Juan, coronel, 16 Vila, Salvador, 42 Víllaespesa, Francisco, 254 Villagrá, José, 133 Villalonga, Miguel, 357 Villa-Urrutia, m arqués de, 151 Villén, Jorge, 19, 148, 194, 230, 232, 241, 247, 253
Virgen del Rocío ya entró en Triaría, La, 335 Vísperas, festividad y octava de San Camilo del año 1936 en Madrid, 121 Viudas blancas, 321 ¡Viva lo imposible! o el contable de estrellas, 211 Vivanco, Luis Felipe, 17, 20, 36, 62, 80, 218, 223, 226, 234, 265 vivos y los muertos, Los, 324 vocación, La, 340 Voluntad, 142 Voz, La, 196 voz a ti debida, La, 272 voz anunciada, La, 243 Voz de Cantabria, La, 317 Voz de España, La, 52 Voz de Galicia, La, 123 Voz de Navarra, La, 60
ÍNDICE O N O M Á STIC O Y DE TÍTULOS
383
Walsh, W illiam Thomas, 34 Waugh, Evelyn, 55 W ilde, Óscar, 214
Yunque (editorial), 35 Yzurdiaga Lorca, Fermín, 20 61, 64, 80, 103,133,191
Xim énez de Sandoval, Felipe, 22, 61, 62, 92,158,196,197, 277,338, 358 Xirgu, Margarita, 203
Zam acois, Eduardo, 313 Zamora Vicente, Alonso, 38, 85 Zaro, Natividad, 203 Zarraluqui Villalba, Julio, 62 Zayas, Antonio de, 93 Zigzag, Editorial, 257 Zorrilla, José, 180, 205, 239 Zozaya, Antonio, 54 Zubiaurre, Antonio de, 284 Zugazaga, José María, 26.0 Zuloaga, Ignacio, 192 Zunzunegui, Juan Antonio de, 30, 84, 92,183, 277, 281,304, 340,350
Ya, 59,196, 349 Yagüe, general, 35 Yanguas Messia, José, 15 Y beas, Bruno, 82 Y ebes, condesa de, 196 Yo he creído en Franco. Proceso de una gran desilusión. Dos meses en la cárcel de Sevilla., 24 Yo soy Brandel, 215
ESTE LIBRO TERM INÓ DE IM PRIM IR EL DIA 22 DE ENERO DE
2OO 9