Mandalas del mundo - vol II © Rodolfo Román, 2006 Primera edición, primavera 2006.
Redacción y edición: Francesc Miralles, Mónica Campos, Teo Gómez, Esther Sanz. Ilustraciones mandalas: Carles Baró, Xavier Bou, archivo Rodolfo Román. Fotografías: Corbis, P&M, HiRes Photo, archivo Océano. Edición digital: José González.
© Editorial Océano, S.L., 2006 - Grupo Océano Milanesat, 21-23-08017 Barcelona (España) Tel.; 93 280 20 20* - Fax: 93 203 17 91
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¿Por qué pintar mandalas? TERAPIA PERSONAL, AVENTURA INTERIOR
¿Por que los mandalas tienen el don de fascinar a tantas personas? Se dice que por el don de acercarnos al Centro más intimo. Por ese lenguaje aparentemente tan sencillo con el que pueden susurrar sin palabras el misterio de la vida y el cosmos. O también por su invitación a interrogarnos y dialogar sobre el orden y el caos. Y, en general, por su poder para explicarnos mucho sobre nosotros mismos y sobre la forma en que nos relacionarnos. Los mandalas encierran una fuerza increíble para llevarnos de nuevo «de regreso a casa». Según la tradición del budismo tibetano, el mandala es un diagrama circular simbólico de todo el Universo. La morada de signos y símbolos para meditar. De lo divino entendido como la emanación de la sabiduría. Hace referencia a un universo puro, original, primigenio. Cada mandala rebosa señales que suelen ser un reflejo del estado de la mente de uno mismo. Recordemos que, en sánscrito, «mandala» significa circulo, pero también centro. Alrededor de un punto central se dibujan formas y estampados. Y bien sean espirales o pétalos, en conjunto abren puertas al palacio del conocimiento. Como vimos en el primer libro de esta serie, los mandalas existen, con diferentes nombres, desde la Antigüedad en todas las culturas del mundo, y no sólo en Oriente. Hacen referencia al sol, a la luna, a las flores... pero también expresan, de manera simbólica, toda una serie de reflexiones sobre tiempo y espacio, sobre el
Arriba: Fractal simétrico Sobre estas líneas- bordado sobre un tapiz tradicional de los amish.
Arriba:
dos Tatuajes actuales (Canadá) y el anagrama de la empresa
Universo o sobre toda una serie de símbolos y arquetipos, a menudo emparentados con los mismos límites del pensamiento. En todas las culturas el círculo tiene mucho que ver con el devenir de la vida. Este libro es la segunda parte de un trabajo continuado que comenzó de forma casi casual hace algo más de ocho años y que el paso del tiempo estimula a proseguir con creciente pasión e interés. Presentamos de nuevo mandalas de todas partes del mundo junto a nuevas visiones, por ejemplo las originadas por fractales: un pequeño reconocimiento de la importancia del universo cuántico tan de actualidad últimamente. No deja de ser también un reconocimiento de los nuevos caminos científicos y su relación con el misterio. Otra de las aportaciones está relacionada con la geometría secreta de la vida, un mágico enigma cuyas primeras explicaciones ocupan varios libros. Aquí presentamos algunas, poco conocidas hasta ahora en español. Finalmente, la selección de mandalas para colorear se rige una vez más por la Rueda tradicional. Se incluyen también algunos algo más heterodoxos, incluso alguno asimétrico, pero no por ello menos interesante y útil, por ejemplo, en algunas prácticas de psicoterapia. Este viaje global contiene además algunos mandalas profanos en sus múltiples formas: bien se trate de logotipos de empresa o de tatuajes, puesto que no dejan de ser un recordatorio de lo enraizado que está el círculo, o determinadas simetrías o representaciones, en el alma humana.
Petrolera BP.
VOLUNTAD DE PERFECCIÓN Página siguiente: dieciséis mandalas, dieciséis mundos (ver relación en pág. 96)
En la cultura budista e hinduista los mandalas se usaban para meditar, y aún hoy ésa es una de sus funciones: en una primera fase nos valemos de mandalas para relajar y aquietar la mente, preparándola para la meditación y la posibilidad de ir al encuentro de una experiencia realmente cósmica. Los mandalas tienen el don de preparar al espectador sensible. ¿Qué tienen los restos del conjunto monumental de Stonehenge para hechizarnos con su sola mirada? En la elección del círculo se aprecia la voluntad de perfección de ese homenaje astronómico a las estrellas.
Este mandala budista de una pared de un templo de Butan ilustra la creación del cosmos por el movimiento circular de las fuerzas primarias. Por esta acción los elementos dan vueltas en la existencia y los cuerpos celestiales son puestos en movimiento. Doce círculos astrológicos con los colores del arco iris más el negro y el blanco describen las órbitas del sol, la luna y las estrellas a través de las estaciones.
Se considera, por otra parte, que la cultura cristiana incorporó los primeros mandalas en la Edad Media. Dante Alighieri describió su visión de la divinidad: «un dios en el centro, y ángeles y santos en circulo a su alrededor». En el siglo pasado, Carl G. Jung, el estudioso de la influencia de los signos y símbolos en los humanos, consideraba que esta fascinación se originaria por la correspondencia entre las formas que sugieren los dibujos de un mandala y la energía de la psique. Jung redes-
Arriba: «Divino protector», diagrama sobre salud holística y el 5er (Hildegard von Bingen). Debajo: restos del círculo mágico de Stonehenge y mapa de la zona. Al lado: pintura tántrica sobre la experiencia de lo absoluto.
cubrió sus virtudes para el mundo contemporáneo, como comentamos en el volumen 1. En la pág. 87 pueden verse dos mandalas atribuidos a C.G. Jung. ¿Y lo divino? En todo el mundo existe la tendencia a representar la divinidad en términos de luz radial, aunque también pueda percibirse en cada brizna de hierba, en cada suspiro, en cada destello. En el infinito por grande y en el infinito por pequeño. En el macro y el microcosmos.
En palabras del estudioso taoísta, los mandalas son como «mosaicos bizantinos que cubren la superficie interna de una cúpula, pétalos radiantes de algunas flores, el diseño de los cristales de nieve, una corona, rosetones en las iglesias de Occidente. Los auténticos, los tibetanos: jardines paradisiacos de árboles y plantas enjoyados a punto de circundar un círculo interno de Dhyani Budas con sus sirvientes boddhisatvas». En este libro se presenta un mosaico lo más vivo posible de las obras de arte que sugieren una indagación de retorno a la unidad. Incluimos desde un dibujo de Hildegard von Bingen a imágenes de las catedrales cristianas, el calendario maya, el soporte que enmarca el símbolo sagrado taoísta, los hexagramas del I Ching e incluso el Eneagrama que nos llegó del Oriente más cercano. Es una mirada a vista de pájaro que incluye también diseño de joyas, de cerámicas... De las arenas coloreadas de los monjes tibetanos y sus mandalas sagrados a las arenas de los indios norteamericanos y el «Sol en los ojos» de las pupilas. Esta es una invitación al descubrimiento a través de la pintura que vale la pena aprovechar.
Arriba, «Purple splendor» y «Unfolding path», dos atrapasueños de los indios norteamericanos, recreados por Jay Mohler. Izquierda: pintura de Vincent Liebig, artista alemán cuya obra sigue esquemas visionarios de los mandalas tibetanos.
Página anterior, arriba: serie de fractales en forma de mandala, generados por ordenador. Abajo: grabado vikingo sobre piedra
La prueba del laberinto
EL HILO DEL LABERINTO
En tiempos remotos vivía en China un rey llamado Yin.Tuvo un hijo a los sesenta años, tras largo tiempo de espera. Un hijo prodigioso; al nacer tenia ya veintiocho dientes y los adivinos del reino profetizaron que sería un temible conquistador. El principe, al que llamaron Yang, fue educado por el arquitecto Lao, un hombre sabio de valiosas palabras. Cuando el rey murió, Yang tenia quince años; ante el cadáver de su padre, se despidió de la corte y marchó a la conquista del mundo. Caminando a través de pueblos y culturas, su imperio se extendió por todo el mundo conocido. Al cabo del tiempo, y sintiéndose fatigado, el arquitecto Lao construyó para su reposo una ciudadela tan espléndida como una montaña nevada. En este lugar perfecto, Yang acabó harto de los placeres de la vida mundana y descubrió la melancolía y el aburrimiento. Convocó a su ministro Lao y se quejó de su malestar y de sufrir por el hastío. Lao no respondió. Yang dio un puñetazo en la mesa y gritó: «¡Te ordeno construir el más formidable laberinto jamás imaginado! En siete años quiero verlo edificado en este llano, ante mí, y luego marcharé a conquistarlo. Si descubro el centro, serás decapitado. Si me pierdo en él, reinarás sobre mi imperio». Dijo Lao: "Construiré ese laberinto». Sin embargo, e! arquitecto reemprendió el curso de sus actividades habituales y pareció olvidar el encargo. El último día del séptimo año, el emperador Yang llamó al anciano y le preguntó dónde estaba aquel laberinto, el más formidable nunca soñado. Entonces Lao le
Laberinto gótico (Catedral de Chartres Abajo: el nudo de Leonardo da Vinci
tendió un libro, diciendo: «Hélo aquí. Es la historia de tu vida. Cuando hayas encontrado el centro, podrás descargar tu sable sobre mí cuello». Asi fue como Lao conquistó el imperio de Yang, pero, evidentemente, rehusó el cetro y el poder, pues poseía ya algo más preciado: la sabiduría. Por eso se dice que El Laberinto alberga en sí mismo un poder tan increíble como el de los mandalas.
MEDITACIÓN EN EL LABERINTO
En el primer libro nos hicimos eco del mito del Minotauro Teseo supera una prueba innato y vence al monstruo del oscuro laberinto del palacio del rey Minos y escapa gracias al hilo que le presta su amada, Ariadna. Es el laberinto de Cnossos de Ia isla de Creta (Grecia), descubierto en 1902; uno de los más legendarios de entre los del mundo antiguo que se pueden visitar hoy en día. Este laberinto se llamaba «Absolum», que coincide con el nombre con que los alquimistas designaban a la piedra filosofal. La vivacidad y riqueza cultural de la civilización cretense precedió a la griega y en algún aspecto pareció incluso llegar más lejos. En ella, las cavernas, otro espacio profundamente simbólico, mantenían un cometido religioso desde tiempo inmemorial El laberinto toma, ampliada, esta misma función. Salir de la caverna equivale a renacer, tras una muerte ritual de tipo iniciático.
Si consideramos el laberinto como un mandala iniciático que se puede recorrer en la práctica, veremos que es posible también adentrarnos y meditar en él, dentro de un proceso personal de aprendizaje y autodescubrimiento. El laberinto suele ser una buena herramienta de conocimiento, sencilla y eficaz, para reflexionar y para meditar. Si nos adentramos a caminar por un laberinto comprobaremos la facilidad con que se puede lograr un estado de concentración interior. Tanto en los laberintos que se hallan en iglesias o en lugares cerrados, como en los que se han construido en un jardín, al aire libre, lo ideal es recorrerlos en silencio o, como mucho, con una música muy suave. Se medita al caminar. Sentir el frescor del aire, la respiración, los propios pasos... El riesgo es pequeño y, si uno se equivoca, sólo tardará un poco más en llegar al centro, o en salir de él... sin que el rey le corte el cuello,,.
Hay quien sigue el llamado «paso del peregrino» (dos pasos adelante y u n o airas), pero recordad que, además de reeducar la paciencia, se necesita bastante más tiempo para ello. En todo caso, caminando de una u otra forma, conviene estar atento a los mensajes de nuestro interior sin confundirlos o mezclarlos con los propios pensamientos. Durante el recorrido suele ser de utilidad tararear en silencio una canción, un aforismo, un mantra o un poema. Y, por descontado, se desaconseja la práctica de meditar recorriendo el laberinto en caso de que se estén atravesando momentos o sentimientos negativos. Lo ideal es que se realice este pequeño viaje en tres dimensiones, pero, puesto que no siempre es posible, también se puede meditar en casa o con un grupo de amigos que estén interesados en estos temas. Es muy fácil, sólo se necesita una hoja gruesa de papel o cartulina con un pequeño agujero para que pueda pasar por él un bolígrafo o un lápiz holgadamente. Es un pequeño juego, de algo más de una hora de duración, que suele hacerse en determinados talleres de psicología humanista. Colocaremos la cartulina agujereada sobre un laberinto-tipo, por ejemplo el de la catedral de Chartres (ver pág. 73), pero puede ser cualquier otro. Si se necesita más de uno, podéis hacer una fotocopia —incluso es mejor que sea un poco ampliada—. Las frases que aparecen detrás pueden ayudar al proceso de indagación interior. Dichas frases, junto a otros consejos, son lo que entre pausas y muy suavemente suele comentar el monitor o terapeuta mientras se resigue el camino sobre el papel. Así que colocaremos el agujero de forma que quede sobre la entrada del laberinto, que podemos dejar previamente marcada con un punto de color. Luego todo consiste en seguir con el lápiz un camino incierto, del que no se sabe a dónde conduce. Poco a poco, y mejor si es con seguridad y confianza, vamos avanzando con la ayuda del lápiz. Conviene recorrerlo por completo hasta llegar al centro: enton-
ces se separa la hoja agujereada para mirar el camino recorrido. Es curioso observar esa linea que a veces choca en los límites, como en aquella vieja prueba médica para el permiso de conducir. Una linea a veces vacilante o temblona, pero a veces también clara y segura.
LLEGAR AL CENTRO
O, como se suele decir: «centrarse». El laberinto de la vida nos acompaña siempre; vale la pena recordarlo a menudo y observar o descifrar sus claves y su mensaje. Aparecen recuerdos del pasado y aspectos del carácter que son menos habituales; hay quien visualiza la fábula de la liebre y la tortuga, por ejemplo. Otros pierden ligeramente la noción del tiempo o del recorrido. Y hay quien descubre que, como en el juego hindú del Lilah (o de las «Serpientes, espadas y escaleras», ver pág. 88), cuando más cerca creemos estar de la meta, rnás nos estamos alejando (para ir al encuentro de lo sagrado se necesita, ante todo, mucha humildad). Pero también hay quien siente empatia y unión con el centro, y luego está el descubrimiento de que el laberinto es también un gran juego colectivo. El laberinto es un mandala muy arraigado en nosotros mismos. Sus giros simbolizan el camino cambiante de nuestro periplo vital; aparecen errores e inseguridad, pero también la valentía y tenacidad necesarias para obtener el logro, junto a la alegría de conseguirlo. Y la esperanza de encontrar la salida permite el regreso a casa. El laberinto: un mandala que ayuda a entrenar la propia atención y capacidades, una aventura para llegar al centro y poder salir por el propio pie. Y una metáfora del juego del universo para redescubrir nuestra esencia más íntima.
Fractales: geometría del caos y quizá también una nueva alquimia
EL ORIGEN El término «fractal» fue introducido en 1964 por Benoït MandeIbrot, derivado del adjetivo latino fractus (interrumpido). Para poder adentrarse en este nuevo campo, el matemático francés de origen polaco separó la geometría fractal de las matemáticas tradicionales. El pintor alemán Fritz Hundertwasser ya había intuido una década antes la revolución que iba a suponer el descubrimiento de los fractales: «La línea recta es un trazo cobarde, dibujado con la ayuda de una regla, sin sentimiento y sin reflexión. La línea recta no existe en la naturaleza. (...) Cualquier diseño que comience con una línea recta esta muerto antes de nacer.» Mandelbrot creía que debía existir algún principio general en la naturaleza que explicara ciertas figuras geométricas anómalas muy recurrentes. Tras arduos años de estudio, en 1975 pudo esbozar una hipótesis en su obra Les objectes fractals.
¿QUÉ ES UN FRACTAL? Un fractal es una figura geométrica con una estructura compleja que se repite a cualquier escala. Esto sucede porque los íractales son «autosemejantes», es decir, una sección de un fractal —por pequeña que sea— puede ser una réplica a menor escala de todo el fractal.
El ejemplo clásico que se suele citar es el llamado «copo de nieve», la curva que se obtiene a partir de un triángulo equilátero a cuyos lados se colocan sucesivos triángulos, cada vez más pequeños, operación que se repite hasta el infinito. De este rnodo obtenernos una figura de superficie finita pero con un perímetro y un número de vértices infinito. Existen muchas otras de estas figuras repetitivas, a medio camino entre la geometría aparentemente caótica de la naturaleza y la geometría tradicional de Euclides.
LOS FRACTALES EN LA NATURALEZA
Por esta capacidad de repetirse infinitamente, el litoral de un fractal tiende hacia una longitud infinita y, por tanto, inconmensurable, como sucede con el «copo de nieve». Mandelbrot consideraba que las montañas, las rocas de agregación, las nubes y las galaxias son similares a los fractales por su autosimilitud: cada una de las partes —a mayor o menor escala— se parece al todo. Estudios posteriores han demostrado que en la naturaleza abundan los cuerpos que pueden representarse matemáticamente a través de los fractales, como la superficie rugosa de algunos materiales, las rocas porosas o las estructuras vitreas. A menudo se utiliza el ejemplo del árbol para explicar los fractales. Cuando cortamos una rama
y la plantamos en el sucio tenemos la impresión de estar ante un nuevo arbolito. Dicho de otro modo, la rama reproduce —a una escala menor— la forma del árbol original. La relación entre la rama y el árbol, entre las partes y el todo es lo que se conoce como «dimensión fractal».
En 1984 Mandelbrot escribía sobre este particular: «La naturaleza no es únicamente un nivel superior de complejidad, sino un nivel distinto. La existencia de estas estructuras nos anima a estudiar las formas que Euclides pasó por alto, y a investigar la morfología de lo amorfo. Pero los matemáticos han huido de la naturaleza ideando teorías que no están relacionadas con nada de lo que vemos o sentimos.»
LA DIMENSIÓN FRACTAL
Por sus especiales características, al medir el tamaño de un fractal hablamos de dimensión fractal. Esto es: en lugar de determinar si un cuerpo tiene una, dos o tres dimensiones—como sucede con los cuerpos geométricos tradicionales—, los fractales deben manejarse matemáticamente como si tuvieran una dimensión fraccionaria. Por ejemplo, la curva del «copo de nieve» tiene una dimensión fractal de 1,2618. Lo más fascinante es que la dimensión fractal es independiente de la escala de observación. La medición de los fractales ha obligado a introducir conceptos nuevos que superan los conceptos de la geometría clásica. Puesto que un fractal se compone de elementos cada vez más pequeños, el concepto de longitud no resulta operativo, ya que siempre habrá cuerpos más pequeños que escaparán a la medición, Además, a medida que aumenta la sensibilidad del instrumento, aumenta la longitud de la línea o perímetro.
APLICACIONES
La enigmática belleza de los fractales ha hecho que sean un recurso constante en los gráficos generados por ordenador. Asimismo, la informática los utiliza actualmente para reducir el tamaño de fotografías e imágenes de vídeo. Esto ha sido posible gracias al matemático inglés Michael F. Barnsley, que en 1987 descubrió la denominada «transformación fractal», un proceso útil para detectar fractales en fotografías digitalizadas. Esta nueva técnica ha supuesto un avance muy importante en todas las aplicaciones basadas en la imagen. La geometría fractal, junto con la teoría del caos, han permitido comprender sistemas que antes se consideraban caóticos y aleatorios. Los fractales permiten hacer aflorar patrones predecibles en procesos naturales como los fenómenos atmosféricos, las formaciones geológicas, las nubes o el mundo vegetal. Asimismo, el descubrimiento de los fractales ha influido en mayor o menor medida en campos como la lingüística, la psicología o la superconductividad.
Phi: el número más bello del Universo Kepler dijo: «La Geometría tiene dos grandes tesoros: uno de ellos es el teorema de Pitágoras; el otro, la división de un segmento en media y extrema razón. El primero lo podemos comparar a una medida de oro; el segundo lo podríamos considerar como una preciosa joya.» Me limitaré a decir que «división en media y extrema razón» es el nombre con el que se conocía desde la antigüedad a la sección áurea. CARI. B. BOYER, HISTORIA DE LA M A T E M Á ' I I C A
LA PROPORCIÓN AÚREA:TERAPIA PERSONAL, AVENTURA INTERIOR El número Phi —no confundir con Pi— fue definido así por Euclides hace más de dos mil años por su papel crucial en la construcción del pentáculo, al que se atribuían propiedades mágicas. Al trazar la estrella de cinco puntas, que simboliza la belleza y la perfección divina, las lincas se dividen en segmentos que se corresponden con la «divina proporción»: 1,6180339887 exactamente. Esta cifra parece ordenar la naturaleza y el universo con una frecuencia asombrosa, y la encontramos desde en el caparazón de los moluscos hasta en la forma de galaxias con millones de estrellas, pasando por cristales como el cuarzo. Está presente también en construcciones tan antiguas como las pirámides de Egipto o el Partenón, donde fue utilizado para corregir un leve defecto de la visión humana y lograr una simetría más armoniosa. También Leonardo da Vinci amaba
la «divina proporción» —ejemplificada en su Hombre de Vitrubio, enmarcado en el pentáculo—, y se cree que llegó a exhumar cadáveres para demostrar que el cuerpo humano está formado de bloques constructivos regidos por Phi.
En la época moderna, el también llamado «número áureo» ha sido utilizado por músicos —está muy presente en la Quinta Sinfonía de Beethoven—, poetas y pintores, como Dalí en El sacramento de la última cena. Stradivarius lo utilizaba para ubicar con precisión las llamadas efes, u oídos, de sus célebres víolines. En el campo del diseño industrial, por poner sólo un ejemplo, las latas de refrescos suelen fabricarse según esta misma proporción: la altura por el diámetro lateral da 1,618. Algunos analistas económicos incluso han sugerido que Phi está relacionado con el comportamiento de los periodos y ciclos dala bolsa, y que por lo tanto ayuda a prevenir las fluctuaciones.
PHI EN LA NATURALEZA Y EL CUERPO HUMANO
A lo largo de los últimos dos milenios, numerosos científicos han buscado el 1, 618 en el mundo natural y en la anatomía humana con resultados sorprendentes. Recordemos algunos de ellos: • En el caparazón de moluscos como el nautilo, la razón entre el diámetro de cada tramo de espiral y el siguiente es 1,618. Las pipas de girasol crecen en espirales opuestos que se rigen por esta misma cifra. • Si contamos el número de espirales de una piña, veremos que siempre es un múltiplo del número de oro, o lo que es lo mismo, un número de la serie de Fibonacci, que conoceremos enseguida. • Las segmentaciones de la mayoría de insectos siguen la proporción áurea. • En una persona bien proporcionada, la altura dividida por la distancia entre el ombligo y el suelo da Phi. • Igual resultado se obtiene al medir la distancia entre el hombro y la punta de los dedos, dividido por la distancia entre el codo y la punta de los dedos.
• La distancia entre la cadera y el suelo dividida entre la existente entre la rodilla y el suelo da también 1,618. Puede efectuarse la misma operación con las articulaciones de las manos y pies o con las divisiones vertebrales. • Incluso las tarjetas de crédito están diseñadas según la proporción áurea, porque de ese modo son más agradables a la vista.
¿UN CÓDIGO DIVINO?
Cuando en la antigüedad se descubrió la desconcertante presencia de Phi en la botánica, la biología, la física y las matemáticas, llegaron a pensar que habían dado con la fórmula que Dios usó para crear el Universo. De alguna manera era la demostración de que bajo el aparente caos del mundo subyace un orden y una intención. Pitágoras y sus seguidores estaban convencidos de que tras la proporción áurea estaba la mano de Dios, y por lo tanto merecía que se le rindiera culto. Por su parte, el astrónomo Johannes Kepler consideraba Phi como uno de los tesoros más preciados de la geometría. El matemático Leonardo Fibonacci, que vivió en Pisa en el siglo XIII, encontró esta misma cifra en su célebre sucesión numérica. La secuencia es: 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 84, 144, y asi hasta el infinito, donde cada número sucesivo es la suma de los dos números anteriores. Comenzando la serie por 1, se obtiene: 0+1=1; 1+1=2; 1+2=3; 2+3 = 5; 3+5=8; 5+8= 13... Lo más curioso de esta sucesión es que si dividimos dos números consecutivos entre sí, el resultado tiende a la proporción áurea; por ejemplo 5/3 = 1,666; 13/8=1,625; 233/144=1,618056; 377/233=1,618025. Cuanto más nos adentramos en la sucesión de Fibonacci, más cerca estaremos del número de oro. Esto quiere decir que si multiplicamos cualquier número de la serie por 1,618 obtendremos el siguiente, que es por tanto 1 , 6 l 8 veces mayor. También hay relaciones maravillosas entre la suma de los números impares o de los cuadrados y además, los números de Fibonacci son primos entre sí. En resumen, cuanto más sabemos del universo, más omnipresente y enigmática se hace la influencia del número Phi, tal vez la prueba más patente de que —corno afirmaba Einstein— «Dios no juega a los dados».
Mandalas en la naturaleza y en la vida LA FLOR DE LA VIDA: EL OJO DE LA CREACIÓN
El mandala ancestral conocido corno «La Flor de la Vida» es un símbolo sagrado para muchas tradiciones. Esta composición geométrica se ha encontrado en puntos muy diferentes del planeta —dibujada, en mosaicos o tallada en piedra— y está presente en culturas que en su época no tenían ninguna conexión entre sí. La Flor de la Vida más antigua se descubrió en el templo medio de Osirión, en Egipto. También se han encontrado diseños de gran antigüedad en Israel, China, Japón e India. Simboliza la conexión de toda la vida y del espíritu dentro del Universo. Para los egipcios La Flor de la Vida era una forma sagrada y desempeñaba un papel fundamental en las enseñanzas de la escuela de Misterio del Ojo Derecho de Horus, iniciación que duraba 12 años. Está formado por 19 círculos superpuestos que forman lentes o pétalos, y en los que se pueden encontrar todos los sólidos platónicos: el tetraedro, el cubo, el octaedro, el dodecaedro y el icosaedro. En su libro The Ancient Secret of the Flower of Life, Drunvalo Melchizedek habla así de este mandala sagrado: «Contiene todas las fórmulas matemáticas, toda ley física, toda armonía musical, todas las formas de vida biológicas que van desde la mas baja hasta específicamente vuestro cuerpo. Contiene cada átomo, cada nivel dimensional, todo lo que se encuentra dentro de las frecuencias vibratorias del universo.» Aunque existen versiones tridimensionales, en este caso el mandala se denomina "El Fruto de la Vida» y su representación plana replica el circulo 19 veces, quedan-
do todos ellos encerrados por dos círculos externos. De no ser así, se trataría de una matriz de crecimiento ilimitado.
Este límite exterior se creó de buen principio intencionadamente, ya que al cerrar la proliferación de círculos, las antiguas escuelas de misterio —en especial la pitagórica y la hermética— creían que se mantendrían bien guardados los secretos del origen de la vida. Para ellos, este mandala encarnaba la matriz geométrica de la que surgen todas las formas vivas, incluyendo nuestro planeta y las galaxias.
UNA AYUDA VALIOSA
En la época moderna, y en nuestra cultura occidental, los mandalas estudiados por C.G. Jung le sugirieron que éstos, como expresión de la psique, ayudan en el desbloqueo de situaciones de caos psíquico. Se dice que el mandala es un signo de los tiempos, revelador de momentos de crisis y cambio: el esplendor de los rosetones de una catedral gótica construido en momentos de zozobra social, por ejemplo. El interés creciente hacia los mandalas hoy en día pone de manifiesto su valiosa ayuda como herramienta para profundizar en uno mismo. Permiten el establecimiento de analogías constantemente y a menudo ayudan a reflejar asuntos personales y ternas generales comunes a muchas personas. No pocas veces parece que quieren «hablarnos». Basta con probarlo: a medida que alguien elige unos elementos gráficos, los coloca sobre el papel y procura que reflejen alguna de sus vivencias comprobará que está abriendo un camino sin límites para viajar a su propia alma, al interior de si mismo. Colorearlos es sin duda el mejor modo de iniciar ese camino. Podéis comenzar con algunos mandalas sencillos, como por ejemplo los mandalas 26, 30, 3 1 o 48 (o bien los mandalas número 5, 13, 58 y 60 del tomo I) y luego seguir con mandalas tradicionales. Recordad que se trata de un camino de regreso a casa (a ese «centro perdido en el mundo de los 10.000 objetos materiales»), pero también de una oportunidad para reflexionar sobre el espacio y los límites, o sobre uno mismo y los demás, o sobre todo lo que pueda contener el círculo: un puente, un espacio vacío, una relación, un jardín, un mundo.
DE LO PEQUEÑO A LO GRANDE
Podemos ver mandalas en las formas del átomo y de una galaxia, de nuestras pupilas al sol, de lo más grande a lo más pequeño. También podemos percibirlos en plena naturaleza, entre flores y frutos, o en casa, al conectar una simple lamparita y notar el halo de luz que proyecta. Un mandala también puede ser la imagen de una
persona en un determinado contexto de tiempo y espacio, que, a la vez, nos habla de los porqués de ese espacio-tiempo sobre la persona. Y también permite relacionar, y hasta vincular —de ahí su fuerza reparadora— lo personal con lo transpersona), espíritu y materia, lo finito con lo infinito. Al colorear mandalas podernos comprobar tam-
bién tanto la fuerza de una geometría casi desconocida, entre sagrada y secreta, como las asombrosas coincidencias de la numerologia, que ayudan a establecer unas curiosas analogías; bien sea entre los 64 hexagramas del I Ching y los 64 caracteres del código genético, ambos moviéndose en un sistema ternario, o bien comparando el principio dual del Yin y el Yang con el mismo código o principio binario en el que se basan los ordenadores. Los seres humanos disponemos de una percepción intuitiva que conoce algunas misteriosas analogías entre macrocosmos y microcosmos, entre materia y energía, entre procesos corporales y espirituales. En círculos esotéricos o de filosofía hermética se recuerda el aforismo: «Como es arriba, es abajo».
TRES ELEMENTOS, MUCHOS MENSAJES En cada mandala tradicional se puede distinguir un punto central, la influencia —o lo que sucede— hacia y desde el centro y la propia delimitación del circulo. El punto central sería el núcleo de energía, de donde nace tiempo y espacio. La influencia que procede de ese centro o núcleo tiene que ver con un diá-
logo hasta los límites. Con el enlace entre lo interno y lo externo, con u n a irradiación que viaja para regresar de nuevo al centro más íntimo. A veces se os aparecerán sugerentes mensajes, como que «la esencia del centro está en todas partes». O bien la celebre reflexión sobre lo divino; «Dios es un círculo cuyo centro está en todas panes y la circunferencia en ninguna». Todo mandala se concentra en el núcleo, del que parte todo movimiento y al que todo conduce. Ese centro aparece como principio y fin de todos los caminos posibles. Casi todos los mandalas conservan una simetría y se construyen con los símbolos más sencillos y a la vez más potentes. Detrás del mundo fenoménico y sus imágenes externas pueden descubrirse unas relaciones más profundas y espirituales, ya que, como se sabe, no comprenderemos la totalidad del hecho vital si no dirigimos nuestra conciencia hacia ámbitos más trascendentales de la vida.
EL ENTORNO Como se sabe, los mandalas ayudan a armonizar o ecualizar los hemisferios cerebrales, lo cual es otra de sus valiosas aportaciones. Junto a la satisfacción de hacerlos o colorearlos podemos disponer de su poder terapéutico, que puede ampliarse con otros aspectos que lo estimulan, como la meditación. También la música, y su conocido don favorecedor del hemisferio cerebral derecho, ayudará a equilibrar el predominio del hemisferio izquierdo de los mandalas. Se
Yantras: ventanas al universo energético En la India a los mandalas se les suele llamar «yantras». Un yantra es un diagrama cósmico de origen hindú —se utiliza en la tradición sadhana o tántrica— que puede estar compuesto de una o varias figuras geométricas. Generalmente los encontramos dibujados sobre papel, madera, metal o incluso sobre tierra o arena. También existen versiones tridimensionales. Las primeras civilizaciones del valle del Indo —hace cinco milenios— ya los utilizaban con fines mágicos. Les otorgaban el poder de devolver la salud, vencer los peligros, provocar la lluvia, aumentar la fertilidad de la tierra o asegurar el éxito en la caza. Muchos orientales los siguen utilizando corno amuleto o talismán, ya que popularmente se cree que ofrecen protección contra las malas energías y favorecen la fortuna. Asimismo, los astrólogos védicos los emplean para llevar a cabo sus adivinaciones. Más allá de estas aplicaciones —y de su belleza y armonía formal—, el yantra es una llave que nos permite sintonizar con las energías sutiles del macrocosmos. Los hindúes consideran que estas figuras geométricas tienen la capacidad de ponernos en contacto con energías y entidades superiores, por lo que les confieren gran importancia en el desarrollo espiritual. La contemplación de un yantra favorece la calma y la concentración, por lo que promueve el bienestar físico, psicológico y espiritual. Por eso existen especialistas que los consideran precursores de una nueva terapia vibracional, emparentada con la medicina de tipo «cuántico» que promueve, entre otros, Deepak Chopra
LOS COMPONENTES DEL YANTRA
La palabra «yantra» proviene de la raíz sánscrita yam que, significa, entre otras cosas, «dirigir». Cada yantra es un campo espiritual autónomo, un reino completo y cerrado, protegido contra las interferencias externas. Está delimitado por una línea —o grupo de lineas— exterior que tiene la función de retener y conservar la energía que emana del núcleo de la composición. Este punto energético central consta de una o varias figuras, como círculos, triángulos o lincas. Cada una de ellas representa un tipo de energía diferente: El punto (bindú), que podemos ver también en la frente de muchos hindúes, significa la concentración de la energía. La tradición tántrica relaciona el punto con Shiva, señor de la creación. El círculo (chacra) representa la rotación, el cambio y la renovación. A su vez, esta figura geométrica expresa la perfección en la senda espiritual. Se relaciona con el elemento aire. El cuadrado (bhupura) suele ser el límite exterior del yantra y simboliza la tierra, elemento con el que está relacionado. El triángulo (trikona) simboliza el poder femenino y se asocia a Shakti, la energía femenina de la creación. Cuando apunta hacia arriba, encarna la aspiración espiritual y se relaciona con el elemento fuego. Cuando apunta hacia abajo, encarna la fuente creadora del Universo y se relaciona con el elemento agua. La estrella de seis puntas (shatkona) —la intersección de dos triángulos— es una combinación clásica, ya que aúna la energía espiritual y creativa. El loto (padma), aunque no es una figura geométrica simple, es muy utilizada en los yantras. Simboliza la pureza y la variedad —los diferentes pétalos del loto, la libertad de interaccionar con el exterior Al combinarse diferentes figuras se produce una interacción energética altamente poderosa. Asimismo, los espacios que quedan vacíos pueden generar nuevas formas con energía propia, Además de figuras geométricas simples, en los yantras encontramos otros elementos simbólicos como flechas, picos o tridentes, que suelen indicar el sentido en el que fluyen las energías del yantra.
CENTROS DE PODER El yantra se utiliza en la India como instrumento para la meditación, ya que opera como punto focal hacia lo absoluto. Está diseñado para elevar la conciencia y acercar al contempladora un grado superior de espiritualidad. Esto se consigue gracias a su capacidad de atraer el ojo hacia el centro de la composición, que suele ser perfectamente simétrica.
Cuando la atención del practicante se deposita en el yantra, el ruido mental cesa progresivamente y la mente puede fluir sin esfuerzo abrazando el vacío, un estado no condicionado de conciencia. Al ser una representación microcósmica del universo, estos diseños son al mismo tiempo una puerta interior —hacia el fondo de uno mismo—y exterior—hacia la inmensidad del cosmos. Los hindúes tienen yantras específicos para diferentes deidades. Estas figuras geométricas les permiten, por tanto, sintonizar con la divinidad elegida y su fuerza característica. Entre todos ellos el más apreciado es el Tripura Sundari, que simboliza el universo y recuerda al practicante que no hay diferencia entre el sujeto y el objeto, entre el observador y lo observado. Sólo los maestros yántricos de mayor jerarquía pueden aportar un nuevo yantra al mundo. La confección de estos mandalas se inicia por el centro —a menudo un punto— y suele terminar con un cuadrado exterior. Estos poderosos diagramas trabajan a partir de la idea de que cada forma emite una frecuencia y energía concreta. Esto no es exclusivo de las tradiciones hindús, ya que la cruz de los cristianos, la estrella de David o incluso las pirámides egipcias se basan en este mismo principio: formas geométricas a la que se atribuye una energía determinada para promover el desarrollo espiritual. Cuando el practicante conecta con la energía del yantra se produce lo que los maestros llaman «resonancia»: la mente sintoniza con la naturaleza de la forma; fluye con ella y recibe la energía sutil y transformadora del Universo. Por eso podemos compararlo con un mantra, ya que armoniza la energía del practicante con la del yantra, que a su vez vibra con la energía infinita del Universo. La diferencia es que el primero utiliza símbolos verbales, y el segundo se sirve de dibujos geométricos. En meditación a menudo se utilizan ambos instrumentos simultáneamente.
DIOSES EN LOS YANTRAS TÁNTRICOS Para la unidad completa con Shiva no hay amanecer, ni ¡una nueva, ni mediodía, ni equinoccios, ni crepúsculos, ni lunas llenas...
(DEVARA DASIMAYYA) El mandala o yantra más importante y universal del hinduismo es el Sri-yantra, una compleja disposición de triángulos y hojas de loto que expresan toda la energía motriz del universo y el delicado equilibrio de los principios masculino y femenino. Los bellos triángulos que señalan hacia abajo simbolizan Shakti, el principio femenino, que representa todo lo que es activo y creativo en el cosmos; los cuatro que señalan hacia arriba simbolizan a Shiva, el principio masculino y la conciencia suprema. Cómo se intersectan los triángulos está claramente abierto a la interpretación, y el iniciado puede leerlos de varías maneras distintas. Sin embargo, el dualismo es más aparente que real: lo que expresa este yantra es la unidad de la conciencia cósmica con la que la persona puede identificarse. Veamos ahora algunos mandalas o yantras dedicados a otras deidades relevantes del panteón hindú: Como gran dios del amor de la India, la figura de Krishna representa un papel central en la literatura y arte autóctonos hindúes. Sus apareamientos con Gopis eran legendarios y se consagraban frecuentemente en representaciones de tipo mandala de la danza circular de la primavera, la ras-lila, en la que las Gopis se unían sexualmente con el todopoderoso dios, reflejo terres-
tre de la unión cósmica de los principios masculino y femenino. Se dice que la diosa Kali nació de la frente de otra gran diosa, Durga, durante una batalla entre dioses y demonios. De entre las divinidades del panteón tántrico, Kali es una de las más veneradas, aunque aparentemente parezca cruel y terrorífica. Se la suele representar con aspecto terrorífico y engalanada con cabezas seccionadas, con una espada en una mano y una calavera en la otra. Pero aunque esa imaginería sugiera muerte y destrucción, también implica lo contrario; creación y vida. En el centro del yantra, Kali es la fuerza creativa del mundo, la encarnación de los ciclos incesantes de destrucción y renovación que trascienden el mundo cotidiano de apariencia frivola o superficial. Mediante la meditación y con la ayuda del mandala-yantra de Kali, el neófito penetrará en una realidad más verdadera. Vishnu, una de las grandes divinidades superiores del hinduísmo, aparece en distintas encarnaciones, incluidas las de Krishna, Rama y el Buda. Es una deidad a la que rinde culto una de las mayores tendencias tántricas, los vaishnavas -las otras son los Shaivas (adoradores de Shiva) y los Shaktas (los de Shakti, el principio femenino). Según la leyenda, los lugares sagrados del culto tántrico se establecieron en los emplazamientos donde cayeron al suelo las partes de Shakti después de que Vishnu la descuartizara. Más al norte, en el Nepal, cada mes se celebra un importante ritual budista: el culto de la diosa Vasundhara (Tierra), responsable del bienestar y la prevención de la pobreza.
Shiva Nataraja, señor de la Creación y de la Destrucción (ver imagen), baila una danza cósmica para simbolizar el eterno movimiento del universo en transformación continua. En los Upanishad, textos sagrados tradicionales, aparecen consideraciones sobre tiempo y espacio que aún hoy asombran a los estudiosos: por ejemplo, nociones sobre el No- Tiempo, que explican una época «anterior al sol», o la presencia de Atman, el «océano del aliento puro». Aparece una segunda etapa, la del Tiempo y lo Divisible, que produce el océano sonoro (ondas sonoras] y se convierte en «cuna y residencia del sol y los planetas». De ese conjunto astral nace finalmente nuestro mundo, apenas una emanación sonora (Nada Brahma). Determinadas prácticas, como el canto de mantras, los mudras o el yoga, acompañan el mundo de los yantras.
mandalas en Oriente y Occidente Deja atrás el pasado, deja atrás el futuro, deja atrás el presente. Entonces estarás preparado para ir a la otra orilla. Nunca más volverás a una vida que acaba en la muerte.
DHAMMAPADA Busco un centro de gravedad permanente, que no varíe lo que ahora pienso de las cosas, de la gente, yo necesito un centro di gravita permanente che non mi faccia mai cambiare idea sulle cose, sulla gente. Over and over again.
FRANCO BATTIATO, Ecos de danzas sufi (Emi, 1985)
EL CÍRCULO Y EL CENTRO Los yantras y el mandala —como dijimos: «circulo» en sánscrito—, se relacionan con la vida interior y el ceremonial sagrado de la India y el Tíbet, pero son uno de los símbolos más potentes de la humanidad. Su forma circular y su estructura concéntrica reflejan la forma del universo por fuera y el sentido de perfección por dentro. La concentración en su forma y contenido es una ayuda a la interiorización y la meditación, en el sendero para recomponer la unidad original. Por eso se dice que son tanto un símbolo universal como un símbolo del universo.
Su uso, tanto si es sagrado, en rituales, como si es una herramienta para el mundo profano en psicología, responde a algo más trascendente: el plan esencial de todo el universo, que equilibra las fuerzas centrifugas y centrípetas, que combina principio y fin. Es el símbolo definitivo de la totalidad; su centro es unidad, equidistante de todos los puntos de la curva externa del círculo. Al captar toda la trascendencia de este símbolo, la persona —cualquiera que sea
su cultura— experimenta la sensación de liberación que proviene de la realización de la unidad de todos los fenómenos y experiencias. Como afirma Giuseppe Tucci, un gran estudioso de los mandalas: «Asi, el mandala ya no es un cosmograma, sino un psicocosmograma, el esquema de la desintegración desde el Uno hasta el Muchos y de la reintegración desde el Muchos hasta el Uno, hasta esa Concienda Absoluta, entera y luminosa...»
CARTOGRAFÍA CÓSMICA Como vemos en bastantes imágenes a lo largo de este libro, la representación del universo como una serie de anillos concéntricos es un elemento común a muchas culturas, dándose una y otra vez en el arte y los rituales. Así, el mandala puede verse como una evocación de! universo, de galaxias que se mueven en torno a un centro, de planetas que giran alrededor del Sol. Al mismo tiempo, es un modelo del viaje que el alma emprende desde la periferia al centro de todo entendimiento. Es un viaje común a los iniciados en rituales o cultos tántricos, a los aborígenes de Australia, a personas que siguen algún tipo de terapia en psicología e incluso a determinadas personas que buscan la totalidad en un mundo fragmentado. La imagen del cosmos como un punto quieto alrededor del cual giran varios grados de creación se puede aplicar a otros contextos. En la cultura tibetana, por ejemplo, puede convertirse en algo extremada e infinitamente complejo, ya que el centro está ocupado por una potente imagen religiosa: Buda, un templo u otro elemento sagrado, con otros santos e iconos en los puntos cardinales.
El centro del mandala hindú y budista es un principio divino (derata) que une objeto y sujeto alrededor del centro, un centro que puede ser cósmico, pero que igualmente puede ser el del cuerpo humano. En el Tantra, los yantras son una especie de cosmograma, una forma de organizar el conocimiento que se tenía del Universo. Suelen centrarse en un único punto, en este caso en el mítico monte Meru, a cuyo alrededor está la Tierra, con círculos concéntricos que representan campos cósmicos, esferas y zonas atmosféricas dentro de la esfera que separa el mundo visible del invisible. El monte Meru —el Centro— puede identificarse también con el punto central del cuerpo humano; de este modo, la persona llega a ser una con el Universo, que irradia luz como un círculo plano desde su tubo vertebrador, el Sushumna.
LA ENTRADA AL PALACIO DEL REY
La potencia de los círculos concéntricos agrupados alrededor de un punto central, expresión más intensa de lo divino, domina todas las culturas y religiones. Entre las tribus huicholes de California y México, una visión semejante de los circuios, el nierika, es una oración votiva, un reflejo de la faz del dios y un medio de llevar a cabo la experiencia más concentrada de lo sagrado, simbolizada por el punto central.
El mandala se convierte pues en un diagrama místico compacto que concentra energía espiritual en el camino hacia los dioses. Es un icono de experiencia religiosa y, a la vez, una manifestación visible de divinidad. Es el lugar en donde residen las grandes y pequeñas deidades. En los mandalas budistas, suele aparecer un Buda revestido como Rey Universal; en cambio, entre los cultos tántricos, la deidad puede representarse por un dibujo lineal, el yantra, más cercano al hinduísmo y que ya hemos visto anteriormente. En mandalas dedicados a deidades concretas, el dios reside en el centro, también
conocido como el «palacio». Se dice que esta forma la inspiró originalmente el zigurat mesopotámico, que en sí mismo era un cosmograma del universo.
Según sea la práctica de meditación, las ceremonias y ritos hindúes para invocar una esencia divina implican la colocación de un receptáculo redondo en el centro del mandala o yantra. Se llena de varias sustancias y es el receptáculo en el que la deidad se alojará primero antes de llegar a quien invoca. De todas formas, el camino es largo; una vez que se logra atravesar la primera puerta del Palacio del Rey, aparece ante el practicante la visión de una nueva y amplia panorámica; el Reino- Puede leerse una brevísima pincelada sobre el reino trascendente más adelante, en el despertar de la energía kundalini.
BINDU
El punto de vista tántrico encuentra el punto de mayor concentración del universo y la meta definitiva del individuo en el bindu. El bindu es el centro del círculo, el punto irreducible desde el que todo se mueve y al que todo se dirige; es una de las dos claves para acceder al mandala; la otra son las polaridades. El bindu no tiene ni principio ni fin, no es positivo ni negativo; encarna la totalidad psíquica y espiritual. También sugiere las ondas vibratorias del centro; cuanto más está la forma en el flujo, más llega a ser un todo. «Más allá de los elementos está el bindu. Corno centro, el punto controla todo lo que se proyecta a partir de él; tal centro se llama mahabindu o Gran Punto y significa
el punto de partida en el despliegue del espacio interno, así como el último punto de su integración definitiva».
BUDAS La correspondencia entre el macrocosmos y el microcosmos en los mandalas del budismo tántrico se expresa a menudo con representaciones figurativas. Al igual que la visión hindú del universo, el budismo veía tanto los fenómenos externos corno la experiencia interna de manera quíntuple: cinco elementos, cinco colores, cinco objetos de los sentidos, los cinco sentidos mismos. Una tendencia budista nos habla de la Vajrasattva, la conciencia suprema original, dividida en cinco budas: Vairocana, «Brillante», Absobhya, «Inquebrantable», Ratnasambhava, «Matriz de la Joya», Amitabha, «Luz Infinita» y Amoghasiddhi, «Realización Indefectible». Cada uno se asocia con un determinado color, un tipo de personalidad y una pasión o un defecto humano.
TRÁNSITOS Existe toda una serie de mandalas que representan divinidades del otro mundo y están destinados, en consecuencia, a instruir al fiel en las maneras de morir y ayudarlo a prepararse por su cuenta. Según el Libro tibetano de los muertos, el recién fallecido pasa por un periodo preliminar de examen durante el cual debe enfrentarse a las «Luces de los Seis Lugares de renacimiento», que finalmente determinarán su destino. Durante este periodo, el muerto afronta en primer lugar los Budas benignos durante siete días, y luego los iracundos.
Al iniciado se le invita a reflexionar sobre el juicio del decimocuarto día: «Ahora estás ante Yama, Rey de los Muertos. En vano tratarás de mentir y de negar u ocultar las acciones malvadas que has cometido. El Juez sostiene ante ti el espejo brillante de Karma, donde se reflejan todos tus actos. Sin embargo, nuevamente has de tratar con imágenes oníricas, que tú mismo has hecho y que proyectas al exterior sin reconocerlas como tu propia obra. El espejo en el que Yama parece leer tu pasado es tu propia memoria, y también su juicio es el tuyo propio. Eres tú mismo el que pronuncia tu propia sentencia, que, a su vez, determina tu próximo renacimiento» (Libro tibetano de los muertos).
En el Tantra y en otras prácticas, como el Zen, se reflexiona sobre la provisionalidad de esta vida representando formas efímeras, sobre arena o barro, por ejemplo. En parte, todo el complejo ceremonial y la laboriosísima realización de un gran mandala con arena de colores para su posterior destrucción al cabo de pocas horas explica con elocuencia este mensaje. En resumen, todo fenómeno o diagrama que suscite las oportunas formas de meditación puede resultar útil sí contribuye a lograr la totalidad en el centro de cada persona. Incluso en el tantra, los procesos creativos del culto pueden concentrarse a veces en formas diagramadas inicialmente concebidas con otro fin. Pero tanto si son permanentes o fugaces —para ser destruidas después de su uso inmediato como iconos de meditación—, se considera que un diagrama de poder que se usa por un largo periodo de tiempo acumula una potencia y trascendencia especiales por sí mismo.
DE LA OSCURIDAD A LA LUZ
Como venimos diciendo, el mandala es un apoyo externo para meditar; ayuda a provocar los sentimientos y visiones por los que puede llegarse a una sensación de unidad dentro de uno mismo y con el universo por fuera. Este impulso hacia una sensación de fusión con la totalidad de la naturaleza puede guiarlo favorablemente la disposición en forma sólida de rayos, flores, círculos, cuadrados —y, según cómo, las representaciones de dioses y diosas—. Así, el impulso original para encontrar un apoyo a los sentimientos espirituales más profundos puede llegar a ser por sí mismo un medio de conducir a la persona total hacia el descubrimiento de su realidad secreta e iluminación verdadera. Buda, hijo de un príncipe vecino del Nepal, fundador mientras vivía de una orden, se convirtió, después de su muerte, en el dios de una práctica religiosa. Más allá de doctrinas, aportó un método basado en una verdad inexcusable, el Dharma, que parte de la evidencia del mal y del dolor. «Sólo enseño una cosa —decía— el origen y el fin del dolor». Combate el dolor en su causa; la acción, que nace del deseo, que depende a su vez de la ignorancia. Los mandalas ayudan a descubrirlo.
MANDALAS PARA MEDITACIÓN
Leer el mandala suele ser una progresión, un proceso por etapas para iluminar zonas de la conciencia que corresponden a partes del diagrama del mundo. Paso a paso, el neófito se va moviendo a partir del círculo externo de su ser hasta estados interiores sucesivos, ayudado por el movimiento desde el perímetro del mandala hasta sectores más cercanos al punto central. No obstante, si bien la experiencia producida puede variar de mandala a mandala o de yantra a yantra, el punto central de catarsis no puede representarse de manera diferente a lo que es. El estudiante medita sobre una serie de mandalas y se va percatando de las verdades expresadas por modelos distintos, siempre moviéndose hacia un cumplimiento espiritual del centro.
EL YOGUI Y SUS SÍMBOLOS
El iniciado dispone de un conjunto verdaderamente amplio de ayudas que lo conducirán a la comprensión total del cosmos, desde mandalas o yantras de complejidad diversa hasta pentágonos, esvásticas tradicionales y diagramas caligráficos. Una vez que el neófito ha alcanzado la catarsis, unido a todo tipo de representación cósmica que esté utilizando, tiene acceso al conocimiento total, aunque sólo sea por un momento. Más allá y por encima del plano terrestre está el Vajradhara, el Absoluto, en cuyo punto el mandala puede transferirse al propio cuerpo del místico. El futuro yogui avanza en su camino. Tanto el budismo como el hinduísmo hacen gran hincapié en la unidad persona-cosmos, en el aspecto de autorrealización cuando el
mandala o yantra del mundo exterior conduce al mandala del individuo. Los símbolos del mandala original están dispuestos ahora de manera similar dentro del cuerpo. Lo ideal seria que el nuevo centro del mandala fuera la brahmarandhra, la «cavidad de Brahma» (que está encima de la cabeza), la terminación del canal medio que recorre la columna vertebral. Esta estructura de la columna es el equivalente de la montaña central del universo en torno a la cual están dispuestos los distintos planos celestes, equivalentes de los distintos centros o «chacras» del cuerpo humano.
CHACRAS Y CUERPO SUTIL
Según las enseñanzas budistas, somos «esencia de Buda»; para los hindúes, nos dirigimos directamente a Shiva, la «Conciencia Suprema». La fuerza que se mueve a través de nosotros, el principio del despertar, se ve como un punto luminoso que asciende, pasando por cinco etapas, desde el perineo a la brahmarandhra. Esta luz es equivalente a la Luz del Mundo, el origen imperecedero de todas las cosas. Se mueve en el centro del individuo, al igual que el centro del mandala externo simboliza el primer principio del cosmos. El objetivo del kundalini yoga es la fusión de cada persona con el universo, el despertar de todo el cuerpo como reflejo del mundo del tiempo y el espacio. Esta disciplina de meditación se concentra en el despertar de la energía kundalini enroscada en nuestro interior, la poderosa energía femenina que debe despertarse para unirse finalmente con Shiva, la Conciencia Pura de todo el cosmos. Cuando la kundalini está despierta, avanza como una serpiente por los siete chacras, los centros de conciencia del cuerpo que pueden funcionar como mandala-yantras internos hasta que alcanza el séptimo, el chacra Sahasrara, la sede del Absoluto. A medida que la fuerza de la energía Kundalini asciende por los siete chacras del cuerpo sutil, el fiel puede meditar sobre cada uno de los centros de poder, solo o con ayuda de un mandala o yantra. El sexto chacra, que se aloja entre las cejas,
se conoce como Ajña; su elemento asociado es la propia mente, representada como un circulo con dos pétalos y un triángulo invertido. De especial importancia es su mantra iniciador, la vibración primigenia OM, el más poderoso de todos los sonidos. Ni que decir tiene que, en las iconografías hindú y tántrica, la representación gráfica de esos centros o puntos de energía sutil llamados chacras no es otra cosa que mandalas muy visuales por derecho propio; desde esos centros o círculos de energía del cuerpo sutil se extiende una compleja y delicada red de canales y centros de energía.
MEDITACIÓN Y MANTRAS
A la vez que medita sobre el mandala, la persona practicante entona un sonido mántrico, silabas basadas en vibraciones sonoras que son análogas a las etapas de conocimiento del cosmos y al despertar de los chacras del cuerpo sutil. Como hemos recordado, el más potente de todos los mantras es el sonido OM, representación universal del conocimiento. Con dos silabas más, AH y HUM, asociadas respectivamente con la garganta y el corazón, forma las tres Semillas Diamantinas, que introducen la esencia divina en el cuerpo. Esta transferencia se realiza colocando la mano en la parte adecuada del cuerpo al entonar la sílaba. Pero bueno, ¿por qué meditar?, ¿por qué entonar esos cánticos de países tan remotos? Hemos elegido, a modo de respuesta, unos escritos de un filósofo de Baviera sobre la magia. Karl von Eckartshausen (Alemania, 1754-1803), escribió, en su libro «De las fuerzas mágicas de la Naturaleza»: "La Magia es una Fuerza de Atracción, una Obra interior en la que se pone en juego lo Natural y lo Sobrenatural, una Fuerza que tiene su efecto en el interior de los seres y que se exterioriza tanto en los Espíritus corno en los Cuerpos. (...) La magia se encuentra en la capacidad de unir Fuerzas separadas, y en la de separar Fuerzas unidas».
LOS INDIOS DE NORTEAMÉRICA
El desarrollo espiritual de los indios americanos se pone de manifiesto en una actitud de estrecha relación y respeto por la naturaleza y en su forma estricta de seguir muchos ritos y símbolos de origen sobrenatural, alguno de gran complejidad. A través de tales ritos llegan a comprender, conocer y buscar esos valores reflejados en el gran espejo de la naturaleza. Y algo de todo ello se puede observar en su hogar, el tipi —circular, por supuesto— en el Inipi, su rito de purificación de «la cabaña de sudar» o en sus pinturas sobre la arena.
En los ritos de los indios intervienen tierra, aire, fuego y agua; cada elemento contribuye ala purificación física y espiritual. Cada rincón posee un simbolismo propio y en relación al Gran Espíritu. Los indios tradicionales de Norteamérica poseen una percepción sofisticada de la realidad.
«MANDALAS» OCCIDENTALES
El círculo como imagen del pensamiento y sentimiento espirituales concentrados está omnipresente en la mística del cristianismo. Aparece en forma de rosetones y laberintos, y es una manera de conectar los puntos de la cruz, el símbolo básico. La propia cruz está fuertemente asociada con la idea de encrucijada en la que se concentra energía esencial. Es también el Árbol de la Vida, con sus connotaciones de decadencia, muerte y renacimiento (y todos los procesos y tránsitos correspondientes: fermentaciónaprendizaje / floración-expresión...). También la «Opus» de los alquimistas.
La experiencia de la unidad esencial del cosmos y, por tanto, de lo divino, es un concepto compartido por místicos de todas las grandes religiones del mundo. Sin embargo, en los rituales de Occidente esa experiencia ha tenido un papel menor, seguramente por el papel de interposición de la Iglesia entre la persona y la experiencia directa de la iluminación. Aún asi, se pueden encontrar símbolos y arquetipos similares o equivalentes a los mandalas entre los cabalistas, los alquimistas y los practicantes de la tradición hermética. A menudo esos gráficos muestran una voluntad de ir en pos de la Perfección, la Infinitud o lo Absoluto. O, como en Oriente: la Realidad última.
mandalas del Cercano Oriente LOS VOLADORES SUFÍES
En todas las épocas han aparecido personas que buscaban una mayor presencia o afirmación del espíritu, huyendo de las frivolidades de la vida cotidiana convencional. En Oriente Próximo, la vía de los ascetas y las personas con una actitud de especial sensibilidad espiritual constituye una corriente conocida en el mundo islámico como sufismo. La búsqueda mística de los sufíes determinó, dado su carácter libre y el ascendiente de grandes maestros, la aparición de un número considerable de congregaciones y pequeños grupos practicantes. Se cuentan hasta 124, de entre ellas seis de importantes y una muy popular en Occidente, la «Mawlawiyya» o Mevleva, una orden fundada por Jalal alDin Rumi, muy conocida en Occidente por el semá que bailan los «derviches giróvagos», que favorece una especie de comunión mística con lo divino a partir de un tipo de danza especial circular a través del propio eje, que participa simultáneamente de una forma superior de danza, en sintonía con el Universo. Rumi fue un místico persa del siglo XIII, uno de los grandes clásicos del sufismo y su mayor poeta. Nació en el Turquestán afgano y murió en Turquía, en donde había fundado la orden derviche. Rumi fue contemporáneo del maestro Eckhart, y en
cierta forma expresó ideas que no difieren de las del místico católico germano, aunque lo hizo de un modo mucho más audaz y menos trabado por el tradicionalismo. Por ejemplo, cuando manifiesta que el ser humano debe trascender la unión con lo divino mediante el logro de la unión con la vida misma. Según el sufismo, quienes permanecen atentos y enamorados no tienen descanso. Su exaltación les da energía para una mayor contemplación y les prepara para el encuentro con el verdadero ser. Así ocurrió con Rumi: «La razón es la cadena de los viajeros y amantes; rompe la cadena, en adelante el camino es claro y obvio, hijo mío». Corno camino espiritual, el sufismo —sufí significa «puro»— puede ser considerado como la esencia de la tradición islámica, en su vertiente más esotérica o interior. Su sentido último es la obtención de la Gran Paz: la presencia divina en el centro del Ser. Cosa que se encuentra siempre «más allá del espejo y más allá del dualismo del que no podemos escapar sobre la tierra». Los maestros sufíes ponen de manifiesto, en un tiempo y en un lugar determinados, una manera de expresar lo que se conoce como «verdad universal» a través de los senderos que aproximan al «conocimiento puro». En su arte, y en el arte islámico tradicional, aparecen impresionantes muestras de «embriaguez de lo divino». Parece que cada cenefa, fuga geométrica o derroche decorativo nos inviten a viajar directamente del centro al infinito y viceversa.
El eneagrama como mandala de la personalidad
El término «eneagrama» deriva del griego ennea [nueve] y grammos (modelos). Se refiere a la estrella de nueve puntas, que puede utilizarse para cartografiar la personalidad. Este mandala formado por una circunferencia con nueve puntos de referencia tiene su origen en el misticismo sufí, que lo empleaba para analizar tanto la conciencia humana como los procesos cosmológicos. Este sutil instrumento que integra la psicología y la espiritualidad fue popularizado en Occidente por Georges Ivanovitch Gurdjieff y su discípulo Piotr D. Ouspensky, a partir, como decimos, de antiguas enseñanzas de los maestros sufíes: se considera que nació en zonas del actualAfganistán. El eneagrama nos permite descubrir nuestros puntos fuertes y débiles para llevar a cabo un trabajo interior consistente. De manera similar al psicoanálisis, permite al consultante conocer rasgos de su personalidad que suelen pasarle inadvertidos. En el eneagrama se distinguen nueve tipos de personalidad diferentes y su relación, lo cual resulta muy útil para comprendernos. Permite descubrir la forma de encarar los problemas y de entender mejor a los demás tanto si son compañeros de trabajo, pareja o amigos. También ayuda a valorar la predisposición de cada uno en determinadas cualidades humanas, como la empatia, el amor o aspectos más elevados de conciencia. El eneagrama parte de la existencia de tres centros de energía diferenciados: cabeza, corazón y entrañas.
Cada individuo se rige por una energía determinada. Las personalidades —o eneotipos— del tipo 1, 8 y 9 tienen energía de las entrañas. Las del tipo 7, 6 y 5, la de la cabeza. Las del 4, 3 y 2, la del corazón. Asimismo, además de poseer una energía propia, cada individuo recibe la influencia de las denominadas «alas» del eneagrama: nuestra personalidad colindante. Por ejemplo, una persona puede poseer los rasgos de la personalidad 9, pero tener características y energía de otras áreas.
LOS NUEVE ENEOTIPOS
• 1. El perfeccionista. Incluye a las personas de carácter tranquilo cuyo principal temor es perder la compostura. Su punto débil es la excesiva autoexigencia, • 2. El que da. Se trata de personas cariñosas, atentas y generosas. Su punto débil es que se preocupan demasiado por las necesidades básicas. • 3. El ejecutor. Engloba a los individuos orientados al éxito por encima de todo. Su principal defecto es que les cuesta admitir sus errores. • 4. El romántico. En este grupo entran aquellos que se sienten incomprendidos. Su punto débil es la envidia y el complejo de inferioridad. Creen que todo el mundo lo hace mejor que ellos. • 5. El observador. Comprende a las personas introvertidas e intelectuales. Su punto débil es que les cuesta comunicarse, aunque a menudo tienen cosas interesantes que decir. • 6. El que duda. Pertenecen a esta categoría las personas de naturaleza temerosa que buscan refugio en el seno de un grupo. • 7. El epicúreo. Las personas de este tipo suelen ser positivas y aparentemente idealistas. Entre sus virtudes está el que son capaces de encontrar el lado bueno de las cosas. • 8. El jefe. Son las personas justicieras que siempre defienden lo que piensan. Su punto fuerte es la valentía. • 9. El meditador. Agrupa a las personas pasivas que evitan enfrentarse al mundo y rehuyen cualquier tipo de conflicto. Su defecto es la pereza.
MANDALAS EN LA PANTALLA
La naturaleza de las imágenes realizadas por ordenador convierte la recreación electrónica del mandala en algo especial. Por una parte se pueden transmitir fácilmente a todo el mundo esos mensajes simbólicos sobre el yo y el cosmos. Por otra parte, aunque es cierto que pueden colorearse con gran rapidez y vivos colores virtuales, la inmediatez del resultado perturba el camino, por lo general más lento y complejo. De todas formas no debe desdeñarse, ya que si cada persona que colorea un mandala siente el impulso de profundizar más y más en las técnicas de concentración, de relajación y, sobre todo, de meditación, el resultado puede ser espléndido.
MANDALAS Y PSICOLOGÍA La flor dorada
Como medio de curación interna y autoorientación, la forma mandala ha pasado de Oriente a Occidente. Jung dijo que era uno de los símbolos arquetípicos que surgen del inconsciente colectivo; como representación de la necesidad de totalidad, de perfección, que experimenta la persona, podría usarse como instrumento terapéutico en la reintegración de personalidades desestructuradas. Los símbolos y las visiones individuales podrían adaptarse dentro de la forma para concentrar la meditación provechosa, conduciendo a una conciencia adecuada del yo en relación con el mundo que carece de ella. Hoy en día existen un buen número de artistas, sobre todo en Norteamérica, dedicados a pintar mandalas, tanto tradicionales como de nueva creación. Y además algunos psicólogos han desarrollado allí una terapia con mandalas que consiste en darle al paciente o estudioso una hoja en blanco con una circunferencia impresa para que dibuje allí lo que sienta en un momento determinado. Luego se interpreta y se estudia la evolución personal durante el proceso. La utilización del arte como recurso terapéutico sí es en general útil, contando con la habilidad, experiencia y cualidades de la persona que dirija el proceso. Pero es conveniente distinguir entre lo que podamos garabatear, con más o menos fortuna, dentro de una circunferencia, del hecho de colorear a mano, o incluso redibujar, los mandalas tradicionales. Del mismo modo, la valoración de la obra gráfica de cada uno de esos artistas no puede ser homogénea dado que se trata de resultados, efectos e incluso objetivos bastante dispares. En todo caso, si que está bien demostrado el poder regenerador, equilibrador y relajante de pintar o colorear mandalas tradicionales.
UN LARGO VIAJE
Repetiremos la pregunta inicial: «¿Por qué pintar mandalas?» ¿Por qué los mandalas poseen ese misterioso poder para captar nuestra atención? Seguramente tiene que ver por su proximidad con ciertas estructuras íntimas de los seres humanos: se trate de la Rueda, y hasta de la Espiral, que encadenan encarnaciones en nuestro transitar por este planeta y enmarcan nuestras vidas, o bien de la Esfera que brilla en las pupilas, o del anhelo de recuperar el Centro, de regresar a casa, lo cierto es que encontramos «mandalas» en casi todas las culturas, como veremos. En este libro hemos podido ampliar la información facilitada a Shia G. para el volumen primero de mandalas del Mundo de forma rnás exhaustiva y no menos sorprendente para nosotros mismos, a medida que avanzábamos en ese pequeño gran viaje de aprendizaje, descubrimiento y autodescubrirniento personal. Tanto
es así que en estos momentos estamos ya completando una próxima entrega de bellísimos mandalas recogidos de todas partes del mundo. Nos sentimos pues profundamente agradecidos y encantados ante los hallazgos de estos últimos cuatro años; casi cada día nos han ido asombrando las coincidencias que aparecían en «mandalas» procedentes de lugares geográficamente muy alejados entre sí. Y, aunque no todo lo encerrado en un círculo sea un mandala —en el sentido de que posea su propio poder de transformación personal— según sea la práctica individual los resultados son realmente sorprendentes. Como decimos, sólo en los últimos veinte meses, cuando nos planteamos el inicio de la ordenación del material para dar forma a este libro, hemos podido recorrer bastantes kilómetros (Egipto, Francia, Grecia, Guatemala, India, Inglaterra, Irlanda, Italia, México, Turquía...) Y en todas partes certificábamos la sugerente presencia del «circulo que habla», y que a la vez suele plantear sus interrogantes, en forma de pregunta abierta. Y su poder incuestionable para codificar fenómenos vitales. Sea como arte popular o suntuario, tradicional, profano o sagrado, esos diagramas mágicos suponen una mirada que unos artistas casi siempre anónimos nos suelen proponer —por lo general con la ayuda de símbolos muy sencillos, pero de gran fuerza— para influir favorablemente de piel adentro. Tomemos por ejemplo el símbolo sagrado taoísta. Quien no recuerde ahora mismo el símbolo del yin y del yang puede observarlo en la página 58: ¿un mandala, tal vez una alegoría sobre la plenitud sexual, o ambas cosas? Y en todo caso recordemos de nuevo que los mandalas son también un mapa. Un mapa que ayuda a encontrar el Camino del Tesoro al buscador espiritual. El mapa que susurra cuestiones secretas o esotéricas, la vía hacia una Alquimia de auto transformación personal. El desafio, como siempre, recae en nosotros mismos, al adentrarnos en ese misterioso Laberinto, al cruzar la entrada a lo divino, la puerta al Palacio Cerrado del Rey.
Nuestra es, pues, la tarea de descifrar y atravesar los caminos inextricables, los azares y misterios del periplo vital. El paso, desde cualquier punto de la circunferencia, al centro primordial, al principio, a través de la práctica (¿los radios de la circunferencia?). Como dicen los sufíes: «Romper el cascarón para llegar al fruto». Comprender la sonrisa divina. Regresar a casa. Llegar al Centro.