La antropología política constituye una especialización relativamente reciente dentro del marco de la antropología social. Limitada inicialmente al estudio de las formas y procedimientos de gobiernos de las llamadas sociedades primitivas. su ámbito ha ido ampliándose tanto en extensión COOlD en profundidad. Hoy día, el antropólogo se dirige también a lo más próximo para analizar 10 que nos rodea, pero intentando mantener la antigua mirada. distante y crítica. A esa aventura se invita desde estas páginas. Por ellas se hacen desfilar temas centrales y polémicos como la igualdad y el poder, el lenguaje. la temporalidad, la globalización y las organizaciones, el Estado lejano o los más remotos factores supranacio' nales y la inmediata comunidad aldeana. A través de ellos se entrecruzan Lambién realidades españolas y ajenas, en el tiempo y en el espacio. esquemas de análisis de hoy con reflexiones permanentes acerca de lo político. La perspectiva antropológica invita, además, a prestar especial atención a las relaciones simbólicas que articulan esOS fenómenos. Articulaciones que son siempre específicas. de contextos concretos, pero que sólo adquieren sentido cuando se estudian en marcos, de teoría y de realidad, más amplios. Como se apunta en la presentación del libro, es de ese modo como podemos entender mejor no sólo cómo la política condiciona o controla nuestras existencias, sino también cómo contribuye decisivamente a crear la realidad en que vivimos.
Ariel
Ariel
Diseno eubienll: Vicente Morales
1: edición: octubre 1996 (') 1996: Enrique Luque B3en3 Derechos exclusivos de edición en espallol reservados para lodo el mundo: O 1996: Editorial Arid, S, A. Córcega. 270·08008 Barcdon:. ISBN: 84-344·220S.()
Depósito leg:.l: B. 36.792· 1996
Impreso en Espal'ia Ninguna p¡me de e~ta p... b!k llCiÓll. incluido el diseno de la eubiena. p... tdc s.er reprod\IClda,lI.lltllICenadll. o tran~mi!ida en manera dlsuna ni por niMlun medio, ya sea eléctrico. qulmico. mee:lnieo, óptico. de ,rabación o de fotoo:opil, ~in permiso previo del editor.
A Yaiza, Blanca y Teresa
PRESENTACIÓN Los ensayos contenidos en este libro han sido escritos en circunstancias y tiempos variados. Algunos son fruto, directo o indirecto, de mi experiencia etnográfica en zonas también diferentes de España. Otros, en cambio, constituyen reflexiones sobre material empírico, de aquí o de fue-
ra de aquí, de otros autores, antropólogos o no. 0, también los hay, cavilaciones propias sobre cavilaciones de otros. Creo, con todo, que ni los primeros descuidan plantear -casi de pasada a veces- problemas generales o teóricos, ni los otros se alejan nunca ni por completo de las realidades que nos rodean. Al menos, siempre he tratado de que no lo haga nada de lo que escribo. Pero 10 que da unidad a esta colección, claro está, no es sólo eso. Versan todos los ensayos acerca de temas que tienen que ver con la política vista desde una óptica antropológica. En eso puede estribar su justificación, al menos en parte. Ocurre que contamos hoy, por suerte, con bastantes publicaciones en nuestro país que pueden ser etiquetadas con el rótulo de la antropología. Pero, a diferencia de lo que sucede en ciencias sociales próximas, escasean todavía las que adjetivan con el ténnino política el nombre genérico. A lo más, andan dispersas en revistas especializadas, lo cual no garantiza precisamente en estas tierras su difusión. Tal carencia contrasta, por otra parte, con el lugar destacado que esta disciplina de la antropología política tiene en los planes de estudio universitarios de estos lares. Esa carencia puede justificar una publicación como ésta. Pero tal vez no sea ahora mala ocasión para tratar de explicar esa escasez. A1 propio tiempo, intentaré aclarar
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PRESENTACiÓN
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por qué los antropólogos parecen hablar de cualquier otra cosa cuando en realidad están hablando de política. O de economía, pongo por caso. Entiendo que esos conceptos son, ante todo, algo así como lentes que nos pelmiten ver los mismos hechos de distintas maneras y que nuestro entendimiento de los mis· mos mejora cuando sabemos cambiar a tiempo de unas a otras. No hay, en principio, ah( fuera fenómenos diferen· ciados ya como religiosos o profanos, políticos o económi· cos, prestos a ser atrapados, si antes no los constnlimos como fenómenos mismos. Es más, es que ni los vemos, a no ser que previamente realicemos algún tipo de labor intelectual. Como dice Borges, siempre genial, «para ver una cosa hay que comprenderla»,' Las actividades y movimientos, aparentemente absurdos, de un demente adquieren sentido (y también, por qué no, una vía al tratamiento de su delirio) cuando se conciben como rituales plenos de finalidad. Del mismo modo, hechos concebidos como puramente biológicos (en gran medida, todo lo que se relacionaba con el parentesco para los pioneros de la antropología) se situaron en otra dimensión cuando entro en juego una perspectiva política de análisis de los mismos fe nómenos. Las consecuencias no son meramente teóricas, sino éticas también: integrar en un único universo de discurso a la humanidad toda. Algo no previsto, quizá, pero inevitable, como pongo de relieve en el primer ensayo incluido aquí (. Sobre antropología políticalt). A él también me remito por lo que respecta a la tardía aparición de la antropología política y al modo en que todo ello condicionó la naturaleza de esta especialización. Por otra parte, el carácter mismo de la antropología, en general, contribuye a una innegable difuminación de perfiles. No resulta fácil deslindar con absoluta nitidez, por ejemplo, una investigación antropológica de temas políticos de otra de temas religiosos . Tal vez cabria decir, parodiando al famoso burgués de Moliere, que muchas monografías tenidas por clásicos de la etnografía religiosa hablan una excelente prosa politica. O económica. Y, en ese
sentido, la aludida escasez de temática política en nuestra bibliografía podria ser más aparente que real Puede ser, pero hay más y conviene aclararlo en esta ocasión. Para bastantes antropólogos, entre quienes me cuento, esa especie de cajón de sastre o de retazos que parece ser siempre la disciplina, si alguna unidad tiene, la debe más a sus enfoques o perspectivas que a sus temas. Me explico. Los antropólogos, traten de cuestiones generales o teóricas o de minuciosos aspectos de la vida de un grupo humano, suelen moverse con soltura (con excesiva soltura, a decir verdad) de unas cuestiones a otras. Sean éstas religiosas o laborales, el derecho sucesorio o las actividades lúdicas. No acostumbra, en suma, quien anda por estos pagos de la antropología parar mientes en esos obstáculos a la hora de traspasar fronteras que oh·os especialistas suelen convertir eil'C'am pOsoTsciplinares bastante rígidos. Y, como todo, esto tiene ventajas e inconvenientes. Entre los segundos se cuentan no pocas veces la frivolidad, la su~ficialidad y el escaso rigor conceptual. Cualquier lector atento de temas antropológicos puede aetectar deficiencias como ésas. Quizá, en cambio, apreciar ventajas sea más dificil. Entre ellas está un mejor acercamiento a las realidades de que tratamos. Porque éstas tampoco tienen limites muy estrictos. Es el mismo hombre de carne y hueso -en esa precisa expresión tan del gusto unamuniano-- quien vota, va a ver un partido de fútbol O se divorcia. y, por supuesto, no tiene que preocuparse de si su conducta o sus actos van a ser anahzados por un politólogo, un sociólogo del ocio, un jurista o quien sea. Es a éstos a quienes toca buscar lineas que conecten parcelas de vida tan disímiles. Al fin y al cabo, los mejores &utos de las ciencias sociales no vienen a ser sino reconstnJcciones más inteligibles -o más plenas de significado- del fragmentario mundo de nuestros sentidos. Son los grandes aciertos de Marx, de Webel~ de Mauss o de Malinowski al sugerir relaciones no ,E.al!flaI~S entre economía y religión, política y comercio, magia y derecho ... Con mucha más modestia, el antropólogo viene a transgredir aquellas fronteras porque sus análisis suelen moverse en la esfera de lo local, de lo abarcable; por más que los
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1984. p. 44.
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límites y el significado mismo de qué sea lo local vayan estando cada vez más confusos. La más sencilla de las etnografías comporta -o deberla hacerlo- una deseable falta de respeto hacia esos compartimientos que denominamos política, economia, religión o de cualquier otra manera. No ya o nO sólo por lo que acabo de apuntar: la vida real de las gentes no se vive como a pedazos "i no se nos hace inteligible. más que cuando entrevemos la multiplicidad de conexiones entre esas esferas. Es que, además, la tradición antropológica obliga de otro modo. Esa tradición ha sido for,lQSamenle Iransgresora de las convencionales divisiones de lo social. Durante largo tiempo, los antropólogos se han enfrentado con realidades culturales -las de las denominadas sociedades primitivas o exótkas- que suponen articulaciones del mundo bien diferentes de las acostumbradas. Cuestión distinta es que las monografías clásicas trataran de forzarlas en los moldes familiares, consabidos. Sin embargo, la realidad otra se vengaba. Pienso, por ejemplo, en esa especie de lahoralOrio vivo de encuentros y desencuentros cultw-ales que son los movimientos milenaristas de Melanesia conocidos como cultos cargo. En ellos, las rutinas administrativas, los saludos militares o los hábitos de consumo alimenticios del mundo occidental aparecen desplazados de sus ámbitos habituales - los nuestros- y colocados en un lugar central del culto religioso. El fenómeno revela cómo nuestras experiencias, instituciones, imágenes de lo que nos rodea, etc., se pueden combinar de forma muy diferente a la acostumbrada. Lo que nos sorprende, o nos irrita incluso, es el mosaico que forman otros con esos trozos, no el que constituye el marco habitual de nuestra existencia. Como ante un cuadro de Magritte, 10 que choca --o espanta- no son los objetos o personajes que contemplamos. Éstos suelen ser bastante cotidianos, incluso initantemente vulgares. Lo que, de verdad, resulta sorprendente son sus dimensiones, su posición y, sobre todo, su combinación en el conjunto. Cabria decir, pues, que las divisiones de lo real pueden entenderse con más provecho si prestamos atención a esa especie de ars combinatoria que suponen las diversas culturas. Nuestro mundo cercano ofrece, también, organiza-
PRESENTACiÓN
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ciones o articulaciones de la realidad diferentes de unos SeclOres a otros. No creo que haya que recurrir aquí a la mayor o menor diferenciación de roles sociales (criterio de clasificación de sistemas políticos, de moda en la poli tología de los años cincuentaV Me refiero, por el contrario, a las variaciones culturales que entrañan los ámbitos urbano y rural, las clases sociales, las actJvidades laboraJes y profesionales, los géneros, las edades y tantas otras fuentes de diversidad. Convivimos en un mismo espacio -tan reducido a veces como el doméstico- con ópticas diferentes y enfrentadas con frecuencia. Nuestra identidad y nuestras lealtades están igualmente fragmentadas en esa infinidad de divisiones, y la comunicación entre subculturas se hace a veces tan difícil como la que revelan aquellos cultos cargo. Con pedantena estructura lista, habría que hablar aquL de distintCí'SCOnjuntos sintagmáticos. " En tal sentidO,lo político (como lo religioso, lo económico, lo demás) articula sectores de la realidad unidos entre sí por relaciones de contigüidad, de todo y parte, de causa y efecto ... Y lo complicado del asunto es que ni siquiera la sintaxis de cualquiera de esos conjuntos es idéntica para todas las subculturas. La expresión más real de lo ' polftico -la única, prácticamente- en muchas de nuestras zonas nrrales, el caciquismo, se conjuga menos y peor con las expresiones más convencionalmente políticas (elecciones, partidos) que con otras que solemos colocar en la esfera de la economía. Pero también la política local se nos ofrece a menudo con el ropaje de la asociación religiosa o del parentesco. De una y otra cosa doy cuenta en este libro (_Aislamiento y caciquismo: El mediador inevitable» y «Amigos y enemigos»). y esto último nos lleva a la otra cara de la moneda analítica. Nuestra vida cotidiana está llena de intentos -fallidos, las más de las veces- de trasladamos con éxito de unos de esos conjuntos a otros. De traducir visiones y experiencias válidas en un terreno a otro. Dicho en términos de análisis, pasamos del reino de lo sint~gmático al de lo 2.
David Easlon. 1959.
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paradigmático. J Acabo de aludir a ello. A escala local, lo remOto, ajen o y conflictivo -las cosas de la política- se trasladan o traducen al lenguaje de lo inmediato y conocido - familia , hermanos (<
El proceso político pone de manifiesto el uso de esas específicas sintaxis y lexicologías sociales. Hay quienes están en mejores condiciones estructurale s que otros, o son más hábiles que sus convecinos, para sacar mejor partido de unas y otras . La especificidad de los casos que aquí se presentan no deben hacemos olvidar, sin embargo, que roza~os....E9n sus elementos algunos temas centrales de lar eflexi.§n pOlítica, clásica o ac~ual. Uámense autoridad, igualdad o jerarquía (<
sebace-
sus
3. Juego con los conceptos sintagmJ.tico y paradigmático de una fonna bastante d ife,."nte a la utilización que de ellos hace J. W . Femán de~ (siguiendo a su vez el uso Iévi-estraussiano·j akob5iano en suma), en 1974. 4. Soh,." la de<:adencia de alguna.. metáforas políticas clásicas a partir de la modernidad, es m uy i n tcrcsanl~ lo que a ello dedica en su libro Da vid G. Hale.
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de una vez, a lo largo de estas páginas, intento poner de relieve en qué medida pesan en nuestras vidas, en nuestra percepción y valoración de lo que nos rodea condicionamientos políticos. La vieja dicotomía naturaleza/cultura se nos presenta, cada vez más, como artificiosa. Entre otras razones, porque induce a pensar en un diálogo imposible entre 10 prácticamente inerte y lo fundamentalmente mudable. Nuestra condición histórica -no tenemos otradebe hacemos indagar en sustratos o paradigmas igualmente movedizos. La colección concluye, precisamente, con un ensayo donde abordo las titubeantes relaciones de la antropología y con la temporalidad (<
Centro de Investigaciones Sociolológicas/Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1987, voL 1, pp. 37-63. «En tomo a la frontera», inédito; una primera versión se presentó en Olivenza, junio de 1994. «El reto de las organizaciones», inédito; básicamente, responde a una conferencia pronunciada en La Coruña el 5 de mayo de 1994. «Comunidad rural y Estado» , publicado en Fundamentos de Antropología, n." 2, 1993, pp. 15-23. «Jefes y lideres», inédito, redactado para el homenaje a Claudio Este\!"a-Fabregat: Ensayos de antropología cultural, J. Prat y A. Martínez (eds.), Ariel, Barcelona, 1996. «Aislamiento y caciquismo: El mediador inevitable », inédito. «Amigos y enemigos», publicado en J. Prat y otros (eds.), Antropología de los pueblos de España, Taurus, Madrid, 1991, pp. 571-586. «El poder del lenguaje», inédito; próxima publicación en Revista Internacional de Sociología. «Contra-tiempos antropológicos», publicado en Revista Española de Investigaciones Sociológicas, n .O 66, 1994, pp. 37-52; texto algo modificado en este volumen.
en
Nota sobre la procedencia de estos ensayos «Sobre antropología politica», publicado en Revista española de Investigaciones Sociológicas, n.O25, 1984, pp. 71-93. «Poder y dramaturgia política », publicado en Política y Sociedad. Estudios en homenaje a Francisco Murillo Ferro!,
SOBRE ANTROPOLOG1A POL!TICA IntroduccióQ Quiero aclarar que no pretendo ocuparme aquí de definir términos como politico O pO!flica. Si acaso, mi preocupaci6n se mueve en dirección opuesta. Por ell o, a lo largo
de estas páginas apuntaré a los problemas que entraña la empresa misma de definir una y OU'8 noc ión y a algunos no muy fructíferos intentos de delimitar sus ámbi tos. Desde mi punto de vista, lo gue hoy se !Jama antropolaua política constituye no tanto una d isciplina o una especialización cuanto algo diferente: una etapa (no diré que final) de un largo e intrincado proceso. Una etapa que, más que a refon.ar el discurso del fil6sofó o del científico de la polftica, viene a trastocar alguno de sus cimientos más férreos y más queridos:-Pero esa especie de labor traumática parece ineludible queremos dOlar de dimensión humana aquel discurso. He aquí el ñrimer problemª que plantea la antropologfa polít~: del espacio reducido (ffsico y humano) que alumbró el ténnino políticQ_hemos dado el increíble sa1 to ~ ~ nos sitúa horen un espacio si n fronteras. Porque no está de más recordar que el significado primero de la palabra p6lis no era - incluso en tiempos históricos- equivalente al de ciudad, sino al más arcaico de ciudadela, de {ortaleza. De akyópolis, en definitiva. ' Sólo los etólogos llevan camino de superarnos: ya vienen hablando hace algún tiempo del comportamiento polltico de nuestros parientes
si
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Benveniste. 1969. vol. 1, p. 367.
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Al\lTROPOLOGíA pOLlncA
SOBRE ANTROPOLOGíA paLmeA
simiescos. Y todo ello sin abandonar el nombre que engendró la fortaleza helénica. Pero ill-érminQ no ha pervivido, claro está, impunemente. Lo que.ha.ganado en exte!!?i6n lo_ha perdido en intensidad. El costo de la transfonnación ha sido elevado. Pero el precio lo han pagado gustosamente muchos filósofos y científicos de la política. Y, por supuesto, también un buen plantel de antropólogos contemporáneos. Sin embargo, otros se han mostrado más que reacios a abandonar algo fundamental que encerraba el significado pnstino de lo político. ~rMauss, por ejemplo, como espero hacer ver al final de este trabajo! Pero puedo adelantar ya que, en el caso de Mauss, el costo ha sido otro: la indelimitaci6n del ámbito político. Algo que, sin duda, puede llenar de enojo a los obsesionados por las definiciones preliminares. Porque Mauss, al ampliar.. como otros antropólogos, el universo""polítiCj) mucha más allá deJa pólis, se ha negado -como pone de relieve Marshall Sah1ins 1- a_ discutir la g~nesis estructural de la vida social en términos convencionalmente políttcos. y donde Hobbes pone el Estado como resuJtado necesario del pacto o contrato social, Mauss pone el inte ~ ambio.J~omo telón de fondo tenemos, en ambos casos, la guerra: Hobbes pretende suprimirla gracias al Leviatán (que, situándose por encima de los probables contendientes, da seguridad al atribulado burgués a cambio de una buena parcela de su libertad). Mauss, nos viene a decir Sahlins, lee hobbesianamente el discurso de la guerra primitiva, y, sin embargo, el tipo de contrato que de ella resulta tiene, en Mauss, mucho más de Rousseau que de Hobbes. La guerra de todos contra todos se convierte en el intercambio de todos con todos cuando de los pueblos primitivos o arcaicos se trata. Una gran parte de la humanidad nos enseña que la guerra no es la antítesis de la sociedad y que su supresión, siquiera sea temporal, no tiene que llevar aparejada la renuncia a la libertad de los pac-
tantes. Éste es el _mensaje..más_profundo.clel_"Ensayo....s..obre el don», el regalo del YJ!.galo . Aunque no el único, como luego veremos. El potlatch (del cual recalca Mauss su naturaleza agónica) no viene a ser sino una suerte de guerra sublimada. Leviatán, podriamos añadir, supone la suprema consagración de la heteronom{a . El intercambio (festivo, aparentemente inútil y muchas veces destructor) conlleva, por el contrario, el mayor grado de autonomía de las partes. Creo que con esto tenemos planteado el problema: la filosofía y la ciencia políticas han secciona<}o un~fet.:a de la vida. Se diria que la teoría política ha ido ganando en claridad a la par que los súbditosJ'erdían autonomía. Algunos antrqpólogQs - pero no todos, como luego veremos- parecen haber seguido el camino opuesto: queriendo comprender realidades otras (donae la absoluta heteronomía aún no se había enh-o"iJzado), se han visto obligados a prescindir de la nitidez conceptual. Lo cual, entre otras cosas, les ha valido el palmetazo aleccionador e indiscriminado de David"baston, quien hace ya años afirmaba que no existía ni existiría antropología política hasta que no se hubieran resuelto serios problemas conceptuales. Ante todo, cómo diferenciar lo político de lo no politico. 4 Sin embargo, hay" por así decirlo, un triángulo en el que coinciden antropólogos y no antropólogos. Sus vértices son la guerra, el pacto y el orden político. El desarrollo de la antropología viene a ser, a través de él, un diálogo continuo -a veces crispado y muchas veces clandestino-con la filosofía y la ciencia políticas. Dejémoslo, de momento, y volvamos a algo que tan sólo he sugerido.
2. Me ",fiero a su . Essai sur le don. Forme et raison de réchangc dans les sociétés archarques. , publicado originariamente en L'Amlie SQCi%gique (1923-1924) y compilado con otros trabajos de Mauss en 1976, pp. 143-279. 3. 1974.
Las dos grandes concepciones de la política Jürgen Hab~!.1lli!§ ha puesto de relieve cómo la vieja .f2..ncepción de la olitica la ue alumbró la p61is, se nos hace ajena:y extraña a partir de la revolución conc~tual 4.
1959. pp. 210-216.
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ANTROPOLOGIA poLtnCA
SOBRE ANTROPOLOGIA POLmeA
que inicia Maquiavelo y completa Hobbes.~ Veamos, de la forma más breve posible; en qué consiste- la gran [ransformación a la que se refiere Habermas. En la concepción clásica y aristotélica. la "'política se considera un arte (esto es, @a práctica y no una técnica), que..!l2- puede equipararse a una ciencia_ rigurosa. Y ello porque su objeto, lo Jl!sto Excelent~C;:jlrece de constancia ontológica y de necesidad lógica. Como parte de la fi· losafía más práctica que es, la politica ~~ basa en la phrolIesis, ~n.& e~ndim~nto'pnldente de la situación. Además. _no h-ªy. ni puede haber discontinuidad entre ética.Y política, _entre el ámbito privado y el ámbito público, porque áer humano_y ser ciudadano es unª y la misma cosa: ser un zoon polilik.on. En la concepción hobbesiana, por el contraIio, la política se ha convertido ya en una técnica, _científicamente fundamentada, cuyos postulados son v.!lidos_con independencia de todo cOlltexto ~spacial y temporaJ. Si se posee un conocimi~.nto del orden correcto del Estado y de la sociedad, ya no se requiere la acción prudente (práctica) de los seres- humanos en sus mutuas relaciones. Lo que sI se requiere.,. por el contrario, es la producción correctamente calculada de reglas, relaciones e instituciones. La conducta humana deviene, as[, mero material científico, como los objetos de la naturaleza, susceptible de ser moldeada por los ingenieros del orden social y al margen de toda consi· deración ética. No puedo detenerme a valorar aquí los contrastes que establece Habennas." Aceptemos que, en líneas generales, ,SQD válidos para marcar los rasgos antitéticos de dos grandes concepciones del p.e..n:>.amiento pol~tico occidental, surgidas de la reflexión a.cex:ca de Ja pólis_griega .y del Estadonación europe~o. Vistas asf las cosas, la revolución hobbesi ana representa la transformación que va a hacer posible,
a la larga, una ciencia política y una antropología política, en el sentido contemporáneo del término. Las muraBas de la fortaleza helénica se denumban definitivamente con la obra de Hobbes (cuyo propósito, como han recalcado sus estudiosos, es extender al campo de los fenómenos políticos la revolución que Galileo ha llevado a cabo años antes en el de los fenómenos físicos). Pero no hay gue olvidar gue Hobbes red~.Ice, pese a todo, I~lítico a lo estatal. Sin pretender en absoluto atribuir a los filóso os del siglo xvn lo que es fruto de una re· flexión muy posteIior (esto es, la noción de evolución sociocultural), cabría afirmar, no obstante, que para Hobbes la l:!.um-ªnid-ªd s~ divide ~ dos bIQques:_la 911~ vive en es.: tado de naturale~....YJ~eL m~diaQ.te el pact~t.§..9M..!1 canza la RepJí,hlica (la-ª0tas). Pero hay que advertir en seguida queF lliLs~ta ni de etapas evoLutivas ni de c!.!stribución geogn!fic~: Frente al conocido argumento aristotélico de la sociabilidad nalural (la que ejemplifican abejas y hormigas), Hobbes lanza toda una baterfa de contraargumentas para demostrar lo peculiar de la condición humana. Merece la pena mencionar el sexto y último:
5. 1973. pp. 41 )' ss. 6. Aunque si hab,.fa que lIpunt(ir que. según los estudiosos de la obra anSloLé. Ika, tales caracteres. pre$CnlCs sin duda en La política. corresponden, m:i< que al rea. lismo ari510léllco, a la concepción más tradicional y más antigua, la dd maestro)' ano tagonista Plalón. W~ la Introducción dc Carlos Garcfa Gual a la edición de Editora Nacional.
Por último, el acuerdo de esas criaturas es natural, y el de los hombres proviene sólo de pacto. lo cual implica arti{icio. En consecuencia, no debe asombrar que (además del pacto) deba existir algo capaz de hacer constante su acuerdo, esto es, un poder común que los mantenga en el temor y dirija sus naciones al beneficio común.
Desaparecido ese 'Q
1979. pp. 266 Y 406 (CIll"Siva, m(a).
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ANTROPOLOGÍA POÚTICA
SOBRE ANTROPOLOGfA POLmCA
so político que el haber apuntado a la siempre posible reversibilidad del proceso. ~ es precisamente -como ha insistido Sablins- lo que hace al nsarniento hobbesiano .!}'lucho ~r:..esaote para la .illUrOw:llogfa polftica contemporá~ de lo que muchos sospechan. y, sin embarg9J antropólogos y no a ntro"'pól ogo~ecen haber prestado mucha más atención a una magra.referencia e tnográfica (.. las gentes salvajes de muchos lugares de América.) ue aparece en el famoso capítulo XTIl de Leviatán , capítulo que trata, precisamente, .. De la condición natural del género humano, en lo que concierne a su felicidad y miseria_, Tal referencia es casi por com pleto marginal a la argumentación que allí desarrolla Hobbes. 3 Todo lo más,J:IDlela el más que explicable desconocimient~~ el intelectual europeo de la época lenía de- sociedades myy.diferente5- a la suya. Otras fo nnas de hmnanidad que, sin embargo, apenas vislumbradas, comenzaban ya a golpear con fuerza la conciencia civilizada y para las que habfa que buscar un lugar en el discurso. Aunque, como en este caso, fuera un maJ lugar.
libres tampoco aJgunos anlrOpólogos de nuestros días que parecen padecer de ces tatofobiall. Muchas veces se han preguntado los antropólogos RQr. ué no ha existido una antro 010 fa lítica daramente diferenCia a asta os años cuarenta de nuestro siglo (despuéSaClararé las razones de esta fecha), mientras gue, por el contrario, contarnos cOll...Y.a.liosí.§imas y vetustas aponaciones aJ campo de las creencias del ritual y del parentesco. De pasada, habria que decir que la pregunta está mal plan teada: precisamente lo que sí han hecho bastantes antropólogos antes, en y después de los años cuarenta es ne· garse (implícita o expIrcitamente) a seccionar las reaJida· des socioculturales de modo arbitario. El ejemplo más sobresaliente es, una vez más, Mauss y su noción de hecho social total. Pero sigamos. La respuesta, también convencional, a esa pregunta es que los grandes pioneros (y muy ~oncretament e....Lewis H. Morgan). dividieron la h~a del pro~humano~n ~ grandes etapas, significativamente caracterizadas por J!l presencia oJlt!s.enciaJiel.Estado. Mo~an, ciertamente, habló de gQbiemo en un sentido tan laxo como para q.ue pudiera aplicarse tant2-S-pueblo_s primitivos como a civi lizad~ Pero, ~~éLJQ fundamental es la distinción entre dos formas de gobieIDP...:~ocielas y civicas (asignando la primera a los primitivos, o a las etapas anteriores a la civilización, y la segy.naa a los civilizados). La primera se catacte..:, riza por las relaciones de consanguinidad entre los indiyiduos (lo que despuéS se Uamaria sistema de pare,ttesco); la segunda, por el surgimie~~de la eropiedad Erivada y por la presencia de un marcoJen1torial;..se trata de relaciones po.l!!icas. w Estamos~t~ aparición del EstadQ.. Dicho de otro modo, ,al equiparar lo político con lo estatal. Morgan
La problemática delimi ~ción del ámbito politico
Lugar más decente rue el que les procuraron, mucho m ás tarde, los antropólogos evolucionistas, primero, y después sus criticos. Concretamente, los funcionalistas. A riesgo de simplificar con esas dos etiquetas convencionales la riqueza de posiciones y enfoques que una y otra encierra n, podría decirse que os evolucionistas afrontaron el problema de la diversidad humru:a colocando sus pluriformes manifestaciones en una escala que era, ante todo, temporal. Los~i.oJJJl-lis tas--m:~i ndieron de la escala, pero no de algt!.TI9.§. supuestos fundamentales ~n que aquélla se cimentaba. Y uno de esos supues tos consistía, precisamente, en examinar la diversidad a través de la homogénea lente del EstadQ, qile es nuestra más poderosa, cotid iana y absorbente realidad. De eUo, como luego veremos, no se ven 3.
v~ase
Juan J. Ruiz·Rlco. 1974, l'Specialmeme p. 171.
9.
.La experiencia humana [ ... ] ha dMlllTOllado sólo dos planes de gobierno
.. ). La primera y más antigua fue una org~lIiZQción social. asentada sobre las gwtes , {ro/rias y tribus. La segunda y posterior en el tiempo fue una organiwción poli/ka,
afirmada $Obre territorio y propiedad. Bajo la primera se creaba una sociedad gentllicia, por medio de relaciones de gtns a tribu. üta¡; relaciones eran purolmenle per_ $Onal..5. Bajo la segunda se instilu/a una sociedad política, en la que el Gobierno aetuab.liJObre las personas a través de relaciones terriloriaies {...}., 1971, p. 126 (cursivu. del autor). Vtanse también pp. 257 Y ss.
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ANTROPOLOGÍA POLÍTICA
,Sonsideró a la sociedª-fLprimitiva como carente_de organiz~ción p..QIÚic.a. ~en tesco X política venían, pues, ~e¡;. en la perspectiva de Morgan, ténninos antitéticos, correspondientes a sociedades netamente dife~end;aaTen el pretélito y en el presente. De esa forma, el pensamiento evolucionista at~~ mundo no occidental y a Su pro.pJ..o easado c~r
n~st~r~.
Un 9iscípulo de Boas, Robe[l H. Lowie, .ruUili.ca en 1912 un libro importante (ErimitiPLqgg§!J!l que, a veces implícita, a veces muy explfci ta mente, conslituye un inten.!2.l!e refutar las tesis de MOl'g~, Las primeras frases de la conclusión pueden darnos una idea del contenido de esta obra de Lowie: La sociedad primiliva presenta L,,] en realidad un carácter completamente diferente del que la escuela de Mor-
ID.
Levialdr.. p. 226.
Como escribe M. G. Smllh n:firiéndose aMorgan: . Oado que esla teorfa evolutiva se fundamenta en su análisis de p¡tR:ntesco. el efeclO Inmediato de [a obra de Morgan fue el cenlrar la aleDción en el e>wdio del parente!CO Y del matrimonio. a upcnsa s de lo relativo al gobierno y a la pol!tka,. 1975. p. N. tI.
SOBRE M'TROPOLOGlA POLmCA
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gan ha popularizado. En lugar de una monótona unifonnidad, encontramos una diversidad matizada [ ... ).11 y, SID-lo CQu¡;;,e(nj~e~tudiQ de las «instituciones poIWca§_~a,;;..», Lowie de~ga~(como años n~ás tarde hará Radcliffe-Brown en la obra que comentaré des· pués) una notªble carencia te~. Es más, su propio acercamiento al problema no deja de ser tentativo y cau· teJoso:
Yo.no empleo de momento la palabra poUtica más que por comodidad, y a fin de designar el conjunto de funciones legislativas, ejecutivas y judiciales; pero su empleo no indica ninguna solución anticipada del problema que estudiaremos después de haber enumerado los hechos. u
Lo malo es que este punto de partida a la Montesquieu va a prejuzgar el análisis de esos hechos; por más que Lo..:.. \IIie apunte en seguida, no exento de candor, gue «Los tres pode:~ [h'] se confunden a menudoll. Pero lo que me importa resaltar es que el autor, al final de su análisis, subras..a cómo la sociedad primitiva no carece de...orgapÜ:ación polfticj.. ):a gue, junto al parentesco, existen asociaciones voluntarias (tales como los clubs masculinos, l!l~ses de edad o las organizacio~s secretas); asociaciones i.ndependienies_ del parentesco gut¡: pueden llegar a ¡;e\',&:stjr fucjlmente un carácter eolítico, si no 10 presentaban desde el principio. El propio Lowie iba a desarrollar estas ideas años después (en The Origin o{ the State, 1927), al analizar el proceso de la génesis del Estado como producto debido, en gran medida, a los factores de desigualdad interna que crean asociaciones como las mencionadas. Lowie, por tanto, no viene a c~stionar tanto la antíte§is parent§sgUpQ.lítica cQmo a ne@!:J ue la misma corresQQ.n9a con exactitud a I~ dicotQD1ía rimiti vo/~z Con ello introduce definitivamente en eJ Ul!iverso_clel di§.: curso políticf!...(;LnQ m~ra..!!lente social) a la humanidad en12.
lJ.
1936. p. 397. ¡bid., p. 3J4.
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ANTROPOLOGÍA POLíTICA
tera. 14 Pero -y hay que subrayar esto- .~ de ~ ~ljzar también la dicotomía entre dos esferas: la ública la~jacinn.esl~J.a_prjvada (parentesco). Lo cual se acamo..@. perfectamente estilo de vida a la concepción del ..mundo burgue::&s; pero, por 10 mismo, resulta m s que llLoblemática su universalización. Lowie traslada, además, la desigualdad en ciernes a la g~nesis misma deJQyolítico ~ por ende, cl.el Estado). IcD.ero.Qs~es, pacto (tímidamente oculto~n las «asociacione..s~ o~ni~ción política sin nes:esWad.de...t:e.~;¡lrrir al otro \éé:r:tice del tdángulo: la guerra. O, dicho de otro modo, Leviatán no crea la desigualdad; siplemente la consagra. El planteamiento de los estructural-funcionalistas, que lidera RadCliff~ÉIIDY!l, es difer~ en muchos aspectos al de Lowje. Entre otras cosas, creo, porque es más fiel a la interpretilciÓn convencional dejLC.Ons::epción hobbesiana de lapolítica. Aparece expuesto con nitidez en el libro que, para muchos,~omi~nzo de una nueva etapa en el tratamiento antropológico de lo político, si no' el nacimtefitb-delaais~ipllna misma. No vaya detenenne aquí a discutir las razones por las cuales 1940 es un año importante en este orden de cosas . Sobre los factores coyunturales que hacen que en ese año se publiquen varios libros sobre política nativa africana se ha escrito bastante y no de buena calidad, en ténninos generales. No cabe dudar de la influencia de tales factores (necesidad del indirect rule, necesidad de «encoI}trar el jefe», el interlocutor válido, en pueblos donde la-s-c1aves políticas no estaban en manos de líderes o instituciones reconocibles como politicas a ojos ]4. En lodo este trabajo e~toy utHi7.ando deliberndamente el término po/{tico con la suficiente amplitud para hacerlo equivalente nada menos que a lo humano. Creo que hay que pensar como .ilustrados_ (la EconolIÚa política _ no lo olvidemos. tu'·o pretensiones de universalidad que luego se encargaron de disolver y fragmentar las disciplinas sociológicas surgidas en el siglo XIX); pero evitemos también los planteamientos dicotómicos --del tipo cultura/naturaleza, bombreJresto de las especies animales- y =no=os nuestra deuda con el evolucionismo (que nos impide dar el tremendo .....!to -aristotélico y hobbesiano- de ["" insectos sociales al hombre). Como escribe Robin Fox, «las hormigas pueden tener sociedades, pero las honnigas no tienen polhica. La política se presenta cuando los miembros pueden cambiar de lugar en una jerarquía corno resultado de una competición. Por tanto. el bombre es más que social; es pol(tico, y e.~ político porque es esa especie de primate terrestre y gregario ., 1975, p. 256.
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SOBRE ANTROPOLOGíA POLmeA
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europeos) . Pero vayamos a lo que trasciende las circunstancias del momento. Pues bien, el libro más significativo en este orden de cosas es, sin lugar a dudas, African Political System... 1~ libro com iladoJ2QL~er-EoJj:es y E. F. Evans-Pritchard y prologado P2! Radcliffe-Brown. Si nos atenemos a la declaraciÓn expliCita de los compiladores, 19 que ellos llaman «las teorías de los filósofos políticos» no le? han aportado nada 'para comgrender las sociedadt;s estudiadª5;.Y.Jlor tanto, ~ consideran de escaso valor científico..;. La filosofía política se ha ocupado, principalmente, de cómo deberían vivir los hombres y de qué fonna de gobierno deberian tener, en lugar de ocuparse de cuáles son sus hábitos e instituciones políticas.'" Conviene apuntar que los compiladores de esta obra h.an recibido con posterioridad todo tipo de críticas...J!or ese olímpico ..desdén respecto a siglos d~lQQn acerca de lo polftico. 17 ~aI criticar esa suerte de adanismo, al que tan dados son muchos antropólogos, tal vez no se haya reparado (con la excepción de David Easton) que Jll!..Y.1llgo P~Q.L-'l.ue desdeñar la filosofía: hacer implicito uso de ella sin tan siQ!!kU!J!!encionarla. Eso es, precisamente, lo que ocurre en este caso . .f.orgue de la concepción hobbesiana no estánJ an alejados estos antroQólogqs políticos. De ella les separan... obviamente, detennina..Q..os ostulados deljuncionalis!lli>J:IDpirista (tales como la convicción de que eL origen de las instituciones no puede ser descubierto y que el estudio de las instituciones políticas .9-ebe ser inductivo). pero les acercan otros más importantes. : Me referiré a estosuItimos de lat onna más breve posible. Para em~ezar - y no es el más importante---, el ténnino ?obierno,ta diferencia del uso laxo 9..ue de él hacía 1\12!:.ga~ se restnnge a .aquellas sociedades que tienen un sistema_ políti~o _de_ tipo estatal (o, en la perífrasis de los 15.
1970.
16.
[bid. , p. 4 (cursivas , de los autores). La mM; certera es, probablemente, la de David Easlon, 1959. Véase también
17. Georges Balandier, 1967.
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ANTROPOLOGÍA POLÍTICA
SOBRE AA'TROPOLOGíA POLmCA
compiladores, una state-like-structure, una «estructura semejante a la del Estado»). Pero no es de la tipología de los sistemas políticos de lo que quiero ocuparme aquí. Me importa 1ª- concepción que subyac~ a la taxonomía. Concepción que se pone más de relieve aún en el prólogo de Radcliffe-Brown. Allí se dice que para estudiar la§jnstituciones polític~h.ay que asemrarse de 9!!S:.-" lo l2.olitico» d~fine «una cl~ de fenómenos»/8 aislable de,otros rasgos del,&stema~~UQ!ill;.. .
j ica. Lo quegse hace es diferencÜr la familia, en un sentido casi puramente biológico, del sistema de linajes unilineales y atribuie a estQS últimos funciones políticas en las d~inadas ;-ociedades segmentarlas. ¿Por qué políticas? Porgue los linajes son internamente solidarios y externamente hQstili!S. (al menos, en potencia) frente a otros grupos de su misma estructura. Minúsculos «estados», podríamos pensar. o la cosa ta.bastante más complicada, Porque, como estudiaría .Evans-Pdtchard en su primera monografía sobre los nuer. (publicada ese mismo año de 19AQ), 19..gu~ caracteriza a una sociedad segmentarla como ésa es su relatividad estructural. 21 En virtud de este principio,- íO,S_gtUPQS. (y, en definitiva, el territorio mismo que ocupan) Q.l!e a un determinado nivel o en unas determinadas c.i.!3:..unstanC¡aS.ªJlí!L~o frentagQsrt:n ot[Q§ niveles o en otras circunstancias son solidarios. Dicho de otro modo: los~pos sólo existen -en el plano del pensamiento y en el plano de la realidad- en z;e1ª-,ióll \;Qll atros grupO;;¡. ..&.ru... este magnífico hallazgo teórico de Evans-Pritchard queda casi oculto por el momento. Predomina en la época la idea .d.e..9.Y.e, por minúscula que sea, la~!,;;,.omu~ política se caracteriza por la supresión de la lucha interm!. (la «guerra civil» hobbesiana) y-p.m:Ja..b.ostilidad de.,. ÍIQnteras afuera. Sin embargo, el propio .l9-dcliffe-Brown se ve_en apuros cuando trata de distingJdr eutre gyerra y ~ (las interminables vendettas. que caracterizan a las .§Q: ~iedades segmentarlas a raíz de homi~, robos, adultedos, etc., y gue ponen de relieve, precisamente, la relatividad eStrUctural). LQ..gus< hace es remitir estas últimas.iÚ. te;;:eno de lo que puede ser resuelto mediante arbitra'e: en suma, ala decisión de alguna autoridad por encima de las .partes,22 E[ m:oblema es ruJ...e, como muestra Evans-Pritchard en su estudio de los nuer, un árbitro de este tipo (como es el «hombre de la piel de leopardo») ólo _1J.e.d~ resolver _aquellas disp'utaLqpeJl.~rtes conten~ U!.&resa...9l)e~s~suelvan!. Podríamos decir, por tanto, que ~n esas sociedades el acto con.trat9~socia1 , se está cele.:
Al estudiar la organización política, tenemos que ocuparnos del mantenimiento o establecimiento del orden social, dentro de un marco territorial, mediante el ejercicio organi-
zado de la autoridad coercitiva, a través del uso, o la posibilidad del uso, de la fuerza física.'·
0, más brevemente: La ()rganización política es aquel aspecto de la organiza.c!ón to~I .9tle se ocupa ael1Q.t.iko_LY rf!Eulac.Mtif uso.. de !!!:1ue~'·
Esto último,.á~gún Radcliffe-Bro\Y,.TI, proporciona la .defin ición m~~~e. espet:iaLddenóme11os y -posibilita un e~~.tivo. de las sociedadeLhlltp~al' <;pn arreglo a los métodos de las ciensia~atu~No olvidemos que g:plejante pretensión animaba también a la obra de Hob~¿Qué ha ocunido? Pues sencillamente que, ~ a la distinción que se hace en la introducción al libro mencionado el1tre sistemas pQl(tioos centralizadas. -estatales-L n_o ~tªtales acéfalos jy, más _collCretamente elsJLbtipo se~eEtad!}--, a flmbos se aplis an h!..s....característic_as defip.itopas de lo que se entiende por Estadº-: marco t~_nitori~e finiQQ. mono olio del uso legítimo de la violencia. Nada de extraño tiene, p antea as así las cosas, que.llQ. se establezca ya una neta.diferenciación (al modo de Morgan, e incluso de su critico Lowie) entreE~entesco y polí18. 19.
20.
1970. p , XII. [bid., p , XIV (cursivas , mlas). lbid. , p. XXIU (cursivas , mlas),
21.
1940.
22.
Op. cir. , p. XX.
30
ANTROPOl.OGÍA POúnCA
. brando tantas veces cuantas está siendo revoca~ .ciar de nuevo el procesa.... .El trasfondo del ordelLPolítico vuelve a ser de nuevo -y esta vez por obra de los esuuctural-funcionalistas- la guerra. No deja de ser interesante que los ªntroPÓlo~a ~n prestado tan a atención (hasta hace relativamente ..QQ@ tiempo) ~ estudio de los fenómenos bélicos. El pro. pio Raclcliffe-Brown lo ponIa de relieve en 1940. Y afirmaba. además. con una rotundidad que, más que a Hobbes, recuerda cierta frase del Manifiesto Comunista: al menos la mitad de la historia del desarrollo poUtico es, de una u Olra forma. una historia de guerras. l l robablem~nle, esa falta de interés por 10 bélico de tiempos atrás se debu1 correspondiente..Qoco-ln.l&rés""p-OL IQ...Q...olftico. Pero hay también otras razones. Un moderno estudioso de la antropología de la guerra, Keith Otterbein l da tres razones para explicar el porqué de ese de-
sinterés:l~
a) Una razón fáctica: Jos pueblos .9.!1e estudiaron los antrom.!.ow (incluso desde el siglo XIX) babían cesado de ~erre.ar. som~s como estaban ua pax briral1niea o a otras im~s...llOJencias G9loniales. b) Una razónj,ds:Jll.{!~ muchos de los primeros antrop6log9u~jdidQS enen:!igos de la guerra (Tylor era cuáquero, Boas era profundamente antibelicista). e) Una razón .metodQ16g!c~ lQLprimeros antropólogos no supieron apreciar el importante papeJ. que la guerra juega en las sociedades primitivas.. atento,S como estaban, sobre todo, a la. mitología.y aLfolldore.
Habria que aftadir que d~l poco o nulo interés por la guen-a en antropología, hace ya muchos años, se ha pasado a una auténtica obsesión or el tema. Pero hay m uchas 2l. ¡bid.• p . Xl)( 24. 1973. El ankulo orrece un n ceknte resumen de 1a5 dir",.ell1e¡ perspectivu amropológica$ sob"" los frnómen06 bélioos.; lo utili7.o en los párraros que , ll uen. iII1· YO que Indique Otra COA..
SOBRE ANTROPOLOGlA POLmeA
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y divergentes inteIJlretaciones antropológicas acerca de la guerra. Pocos antroPÓlo&Q!. estarian dispuestos a ver hoy en la guerra (fenómeno colectivo y no pelea entre dos individuos) una mera continuación de instintos agresivos. De las leorias de Lorenz al respecto se dice lo recalca el propio Otterbein- que han despertado auténticos instintos de agresividad en muchos antropólogos contemporáneos . .NQ. obstante. hay quienes. concibiendo la guerra como 110 fenómeno universal (propio de la especie humana, pero transcultural), ven en ella un mecanismo fundamenta la adaptaciórr del bombre a su medio ambiegte. arwinismo subyacente éste donde parecen coincidir nebeyolucjo)'listaLY-.Propugnadores del neofuncionalismo ecológico. u Otros antropólogos. en cambio, ven en la guerra, ante todo, el roducto d una invención humana relativamente tardía (cuando de la evolución e a especie se ll-ata). Los hallazgos más recientes de la oaleontología parece que vienen a cpnfirmar esta segunda temia: los CUlefaclos de piedra que se encuentran juma <\.Ios restos fósiles de nuestros probables antepasados homínidos, más que annas. parecen destinados a macerar y a hacer deglutible la carne a un animal escasamente dotado para ser carnfvoro.~ Por otra parte, revisando la bibliografía que al respecto existe sobre el Pleistoceno, Marilyn K. Roper afinna que, aunque parece que hay pruebas de muertes intrahumanas esporádicas. los datos conocidos no son suficientes para documentar la presencia de la guerra en tan prolongado periodo de tiempo.Z7 Probablemente, cabria agregar, nunca llegaremos a saber s i el trasfondQ de la política de nuestros antepasados -los auténticos primitivos- fue también la guern: pero los que por analogía, no exenta de elTOres, llamamos primitivos contemporáneos la conocen y la practican. Con todo, conviene tener en cuenta un par de cosas. En primer lºruu:, algo que ya. apuntara Boas hace más de ci~ cuenta años: que el CODce to de erra es eso, un concepto y no una unidad empírica~ y los fenómenos agrupados 2.5.
26. 27.
Pued~ leerse una acertada critica de este uh.imo en C. R. Hallpike, \973. vtase , por e.;c,mplo. Rabin Fo., \979. C,tadO por K. Ottel'bein, op. a l .
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ANTROPOlOG~
POLnnCA
~en
él pueden ser enormemente diversQs~ en significado y contenido. de una sociedad a otra.lB Y,~gundo lugar, que la ?ificultad de cQnceptualizar lo tie lJamamo~e~ en sociedades muy diferentes deja nuestra estriba, acle~ás, ~n que en ellas es francamente. difícil deslindar,.!Q....9k lico de otras esferas de_acci.ón.J:l2-..bé.li.~as.> Las fronteras entre la guerra "y la Rªz 521} en ellas fQ.u~ho I1!..ás lábil ~ flUk~ tuan1§ que en el llamado mundo civilizado. Ilustraré 10 que acabo de afirmar con la ayuda de la etnografía y de la filología. Para lo primero contamos con ese mundo (prácticamente desconocido hasta la segunda guerra mundial) que es el interior de Nueva Guinea, y en el que bastantes antropólogos han creído encontrar una perfecta muestra de lo que pudo haber sido la auténtica sociedad primitiva. Sea como fuere (no voy a valorar esta forma de ver las cosas 29 ), los grupos humanos de esa zona se caracterizan por una intensa belicosidad. Belicosidad contra la que intentó todo la administración fideicomismia australiana y apenas consiguió nada. Tampoco lo han conseguido las nuevas autoridades de Papúa-Nueva Guinea, independiente a todos los efectos a pru·tir de 1975.30 Pues bien, lo que caracteriza a esas poblaciones humanas es una continua oscilación entre la guerra y el intercambio matrimonial y comercial, entre el canibalismo o la mutilación vejatoria del enemigo mueno y la difícil alianza, entre la agresión y la fiesta. El territorio mismo que les silve de asen tamiento físico carece de fronteras permanentes y estables. J I y si preferimos movernos en el tiempo en lugar de en el espacio, la moderna fi lología nos proporciona algunas cla\les. Pensemos que hostilidad y hospitalidad tienen una y la misma raíz etimológica. Sin embargo, el término hosris, dice Émile Benveniste, no tiene en el latín más antiguo el significado de ellemistad que adquiere posteriormente. Es, 28. ! 966. 29. Se dispone ya hoy de pruebas históricas más que suficientes para refutar esa pc". ....~tiva de antropólogos y no antropólogos. De ello dan cuenta ob!'a$ como [a de Erle R. Wolr, [983. 30. Véase PauJa Brown. 1978. 31. Véa~ C. R. Hallpikc. op. Ci/ ,
SOBRE ANTROPOLOGÍA POLmCA
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por el contrario, el extranjero (el xénos homérico) con el que se mantiene una relación de reciprocidad: hosrire equivale a reciprocar. Pero añade Benveniste: Cuando la antigua sociedad deviene naci6n. las relaciones de hombre a hombre. de clan a clan. quedan abolidas; s61a subsiste la distinción de lo que es interior O exterior a la civitas. Por un cambio del que no conocemos las condiciones precisas. la palabra hostis toma una acepción .. hasti). yen adelante no se aplica más que al enemigo. JI
¿No podria invertirse. por tanto. el argumento hobbesiano y pensar que es el Estado (cualquier Estado, o, en este caso, el romano) el que crea la auténuca y fatídica guerra? Porque lo anterior --o 10 ajeno-- al Estado, por violento y destructor que sea, es, al propio tiempo, lúdico y unificador potlatch. No deja de ser interesan te que fu era el propio Radcliffe-Brown quien nos recordara que el pólemas pater pánton heraclitiano no Significaba sólo guerra, sino también asociación o integración de contrarios o de opuestos. JJ Aunque, tal vez, el problema no sea tanto de Hobbes como de aquellos a quienes Nicolás Ramiro Rico llamaba .. pseudohobbesianos mistificantes,..).O A esta no infrecuente especie pertenecen tanto adm iradores como denostadores del filósofo inglés. Me temo que Pierre Clastres ande, cuando menos, bastante cerca de la especie.""1:ñcü'fre, en todo caso, a mi modo de ver, en el error de la excesiva literalidad de la lectura hobbesiana. También Clastres -pese a que lo niegue- llega a ver la realidad otra a través de la reali.dad próxima, la estatal. Para él hay, fundamental yexclUSivamente, dos tipos de sociedades: la que ha caído ya en las garras de Leviatán y la que lucha con todas sus fuerzas para no ser presa de las fauces del monstruo. Esto es, la «sociedad contra el Estado. Ambas son, bien es verdad, sociedades políticas; pero mientras la primera se cimenta 32. Op. dI .. pp. 92 -96 (cita literal. p, 95). 33. 1975, P 140. . 34_ 1980, p_ 45. La expresión apanx:e en el eOOll'.110 de una reflexión más amplia sobre agresividad. violt'Ilcia y guerra. Sobre esta úhima, ...tase tambibl otro de 105 lrabajos lncluidos en el mismo libro.• Guemo y t&nlea •.
34
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ANTROPOLOGÍA POLfTICA
SOBRE ANTROPOLOGÍA POLíTICA
sobre la desigualdad, la segunda la niega y consagra el más puro y utópico de los igualitarismos. Sencillamente, porque el jefe en ellas carece de poder coactivo; o, dicho de otro modo, lo polItico y lo social se funden en el Uno ahsoluto ».J\ Lo malo es que la prosa de Clastres, con frecuencia fascinante, oculta algo elemental: que es realmente difícil rebatir afirmaciones tan rotundas como ésas. ¿A qué sociedades primitivas o contra el Estado se refiere? Sus ejemplos etnográficos (cuando no son meras generalizaciones transculturales) sirven más para ilustrar malabarismos verbales que para dar solidez empmca a la argumentación. Los pueblos de la Sudamérica indígena que él conoció carecen, sin duda, de un jefe equiparable a Cromwell, al Lord Protector; pero ¿puede uno darse por satisfecho si el elemento coactivo no aparece donde el hombre de la calle europeo esperarla encontrarlo? Para Clastres, el problema de la definición de lo político se resuelve fácilmente. Político es o bien lo que tiene que ver con el Estado (poder coactivo) o bien lo que niega al Estado (poder no coactivo: por ejemplo, el discurso -lanzado para no ser oído- del jefe del poblado guaraní). Pero ¿es que en el Estado sólo hay poder coactivo y sólo poder no coactivo ruera del Estado? ¿Es que lo político se reduce al poder o a la dominación?l6 Sin embargo, Clastres plantea el triángulo guerra, pacto y orden polItico con tal nitidez que merece que le prestemos atención. Lo plantea en el contexto de una discusión en torno a la guerra primitiva. l 7 En esa d iscusión, Clastres opone, fundamentalmente, el discurso hobbesiano (tela guerra de todos contra lodoslO) al discurso lévi-eS1I"aUssiano ("Jos intercambios económicos -dice Lévi-Straussrepresentan guerras potenciales resueltas pacíficamente, y las guerras son resultados de transacciones desafortunadas»). Pero esto último -ya lo he apuntado y volveré a ello después- no es sino un desarrollo fecundo, pero parcial,
del
35. Acen:a de todo CSIO, véase: 5U libro más popular. 1978. 36. Una critica a C$t05 plantumi~ntos de Clastres puede leersoe en Jean·William Lapierre, 1977. pp. 323 'J $S. 37. ~ArqueologCa de la violencia: la guerra en las sociedades primlti~'llS. , 1981 , pp. 181·216.
La distinciÓn especffica de lo político, en la cual pueden englobarse los actos y los móviles políticos, es la discriminación entre amigo y enemigo. JI
Distinción quién sabe si universal, como pretendía Schmidt, pero, en todo caso, de problemática especificidad. 38.
Citado por J .• W. Lapierre, op. cil ., p. 266.
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ANTROPOLOGíA POÚTlCA
SOBRE A...'ITROPOLOcfA POLlnCA
De las cosas a las representaciones
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Una y otra \'ez en la hi.!.toria del mundo las tribus sal· deben haber puesto ante sus mentes esta sencilla '! práctica alternativa: casarse cpn lru¡ dc..!uem 9 ser eXlemu· nadas por los de fuera,'"
vaj~
Creo que dos autores tan disímiles como RadcLj[feBrown y Claslres, al intentar prolongar la reflexión politica más allá del Estado, incurren en errores de perspectiva semejantes. Tal vez, porque ninguno de ellos ha sabido apreciar que l-'polftico constituye no tanto ---o no s610un orden d f nóm_enos (de COStlS, en un sentido estrechamente durkeimiano) cuanto un orden de rgJrese1l1Qciones (en un sentido ampITamente durkeimiano y, sobre todo, maussiano). El propi.Q..futa4.o hobbesiano se configura como repre~e~ci6J1., CQJDAJ:lfLWl1fl colecgy",ª, y eLco~to mismo
ck.
persona ya.J:a..dra.llJJlJ..YrgLcoJ como r~cordara Hobbes mismO,J9 Más aún, pensemos que los rituales de investidura .ill: las sociedades..Jr.ib.¡¡, le.i...X..Q,~ la.Lglcied
lo que nQ pudo saber IyIor es Que tal dilema no queda resueIto.-de una vez y PQr todas Hostilidad y alianza se fundTn en la repetida frase que han recogido los antropólogos de nuestra época: «nos casarnos con aquel~os con g~ne.s luchamos». lo que ocurre es que a SOCiedades s: egaavanzadas, industrializadas, son mucho m do el caso, extermman a os 1 • arse con ellos. No sólo eso, sino que, además, crean lo que C. Schmidt llamaba el «enemigo interior» (el ~dent e) y acaban 01" exterminarlo también. Pero no está de m S recor al" que ~I holocausto juJío kla Alcmwnia nazi te nfa tras de sí una larga historia_sJ..e.....wuesenlaciol/cs colectivas acerca_9e; .k'l perfidia sem~ Creo que es el moment..o de atar algunos~ que han ido quedando ~o~ de J>Qsguejar olros que pueden completar las líneas generales 4dintri ncado_desarr..9110 de la antrowlogía política. La antropología evolucionista ~specialmente con Morgan- cQncibió el desaITQllQ..de la humanidad como el paso de las,re.@c;iones geoonales -de parentesco- a las relaciones Htica. Los criticos del~ lucioni~ Rnmel"O os asianQs, ~ los uncionalis.!AS) nn.iyersalizaron el concepto_de oo)(tj,a, ~ tinción.e.ntre sistemas polít icos estatales YJlO e.stat~te aún el viejo esquema evolucionista, s?10 que wiyadQ duus.... dimensiones, te..w.porales o SeCUeJlClaJ.a. Se había dado, con todo, un paso decisivo y, pl"Obablemente, imprevislo- en la concepción antropológica de lo poIrtico, que superaba a la gjtica de Lowie:.....elruw:nJ.~se concibe, a pal'ÜI" deE:!!9nces.. 1.10.)'a_comoalS2-que e5td 1'1/1110 a la poIrlica, sino cOJ119 algo que puede ocu )aJ:...s\!.ÁJ.lga4.0.CUta.u:n .1Y nombre. En suma, represel1/ar/a, sil1lbolizad(1. l,Jadisci: pulas y colaboradores de Max Gluckman pr.Q.ÍYru!.izadw.
39. Op. d I. . pp. 255 Y $$. 40. V.!-asc. el magnifico trabajo de: Mcyer Fones al respeclO: . Rltual and OfnCf in Tribal &xiety., en Mu Gluckman, 1966. pp. 53-88. 41 1969. p. 101.
42. .On a Melhod oí lnvestigatin¡¡ the Dev~lopmen\ of Insmulions; Applied 10 Laws of Mamag<: and Deso.nl~ (1889). Reimprew ~n NelJOn Grabum, 1971, pp. 19· 30 (cita literal, p. 29).
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ANTROPOLOG1A POLíTICA
e-ª--esa" dirección. Unos, (como M. G. Man.vick) verí-ª11-.eJ conflictol.nherente a muchas sociedades de .tecnología.ek~nt~l, expresa o a travéssle las mutuas acusaciones de .hechicería entre las partes contendientes!} Otros 7como ..Iurnel~ ªnalizarían cómo (en una socied~ ·co~ un ~istema de filiaciónmat!i!ineal y un lipo- de residencia_pa~Ga.l -los ndembu de la actual Zambia-) loLtiill ale~~ vos, lejos de expresar o reflejar la unidads.Qcial.J¡t~ m'-sajeramente posible, luchando, de ese modo, contffi-d ~iempre Ercvisible c~ma que alientan las contradiccio~s mternas. Lgs nuevos enfQ9.Yf~sJ_all1evar la dimensión ~ lítica del conflicto a las esferas antes pacíficas del ritual.y .Qrl.parentesco\.- !2..ugmiban con las fronteras convencionales .@ntre lo político Y.. otros amkitos de acción. Fronteras tan queridas, por otra parte, por científicos de la polftica como David Easton. 45 Pero esos nuevos planteamientos ya estaban preanunciados en el análisis frazeriano de la monarquía divina, o en el atisbo de Malinowski (cuando vio en el mito una constitución no escrita), o en los estudios -hoy recuperados después de un largo tiempo de injustificable olvido- de Arthur M. Hocart. En este contexto hay que situar también una obra muy importante de Edmund R. Leach. 46 Leach se rebela contra eLpostulado estt:u.ct!!m!-funcip:Q.alista de .9.ue los sistemas Rolíticos so~alidades naturales, _sistemas en equilibriO ~~Jable _y, en definitiva, na clase reaL de fenó...menps. y al hacerlo .t:e_cul?era. significativamente, Ja dimensión perdida --:;:la temporaL-o Leach, en su estudio sobre os ~n de las colinas birmanas, pont de nuevo -ª..MorK.,an sobre el ta~ pero para eliminar de su esquema la ingeAMrotundidad ue lo caracterizaba. Los kachin no superan de una vez por todas el um ral del Estado, pero tampoco logran una victoria definitiva contra aquél. Antes al contrario, las 43. 1965_ 44. 1972_ 45. Fue probablemente Abner Coben el prime:.- antropólogo que supo dar una respucs~ ~ d.esafío que contenía el anfculo mencionado de D. Easton Y. Iambién quien más ha insIstIdo en estos últimos años en destacar la dimensión simbóHca en los aná. lisis antropológico--polftioos. Vl'anse sus artículos, 1979. 46. 1970.
SOBRE ANTROPOLOGÍA paLmeA
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tribus kachin oscilan, a través del tiempo, entre dos polos. sin caer por completo en ninguno de los dos: el extremo anárquico (gumlao) y el extremo proclive a la tiranía (gumsal. Bien entendido que gumsa y gumlao son -tanto desde la perspectiva del antropólogo como de la gente que él estudia- tipos ideales, categorias mentales expresadas verbalmente, imposibilidades fácticas, negadas siempre cuando están a punto de realizarse plenamente. Va de suyo que gumsa y gumIao carecen de entidad objetiva absoluta; existen. sí, pero más que nada en la representación simbólica que de ellos se hacen los kachin, y sólo puede concebirse uno en relación con su opuesto . El análisis de Leach ha sido2QIDetido a fuertes criticas . Pero es interesante resaltar queJa~rbas (provenientes de antropólogos marxistas:L más que rebatir totalmente las conclusiones de Leach, lo que hacen es relativizarlas. 01 Con lo cual la critica al realismo o esencialismo radcliffe::br:o~i.a.ll9.-queda aún más patente. Parece que hay que buscar, Qo.uan¡o_otr~allces Dara la antropología política Que los que se marcarQn ,;:n 1940.
Ese gotar el análisis de dimensión simbólica presta, sin duda, una mayor universalidad al discurso político. Lo hace inexorablemente humanQ. Pero , no lo aleja demasiado deJas...grandes .~.e.tu.sias reflexiones acerca de lo polític_oa No, ~pre..-que... además, añadamOS otras dos cosas: una lectura menos mitificantli., y menos literal de Hobbes y. !.:!..na vuelta a os clásicos .. Pues bien. ~ olvidado -por los antropólogos de la política- «Ensayo sobre el don» de Maus.§...parece que se ~ una y a aua. Pero también del famoso «Ensay:~n hecho los antropólogos lecturas diversas. Vaya sintetizarlas en las trss-siguientes. ? l.J.na primera es la lectura economicista.; No vaya detenerme mucho en ella. Es Ja más frecuente y la más nersis47.
Véanse, por ejemplo. ]onatham F,iedman, 1977 y E. R. Wolf. op. cit .. pági-
nas 344-346.
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SOBRE ANTROPOlQGfA POLíTICA
A/'I.'TROPOlQGÍA POLtnCA
t.e.Ilk. Aparece en libros introductorios a antropología y, claro está, en publicaciones más especializadas sobre antropología económica. Silp-Oue colocar e l .!-EJlsaYQ» e.nJ!l ¡picio de las reacupaciones de los antropólogos po~ formas de interca mbi o de los pu_eblQ:i no occidentales. No obstante, con ser la lectura aparentemente más obvia (recordemos que el subtítulo del . Ensayo» reza asf: . Fonna y razón del intercambio en las sociedades arcaicas .), no es la menos problemática. Entre OLras muchas razones, porque lodo el trabajo constituye, de modo deliberado. un intento por situar el intercambio fuera o más aUá de la esfera puramente económica. Al margen, en todo caso, de lo que la economía liberal o el pensamiento marxista emie nden por ecol16mico (o, para se,· más exactos, de lo que los durkeimianos concibieron PO]' marxismo) . !lna segunda lectura, mucho más fecunda, es la gue_ Lcaliza Lévi-SU:auss, e sirve 'para fundameruax:.. nada menos que toda la arquÜectura de Las estmcturas elememale~ del parenJesco. Conviene tener en cuenta que, ~ n el «Ensa..)'.2l.. Mauss recalcaba el carácter total d~ las ptestaciones. deJQs intercambips, en las soci~d_es arcaicas y primitivas ~ insistía en Que. en ellas, no sól~ objetos, sj no los.individuos misllJ,llS -y concretamente las mujerd - circulaball-entr:e.JQs grupos sociales. Eran, pues, IQLWQPs los que se daban unos a otros a.J.1~ de sus propios miem.b.ros. Tal observación no pasó inadvertida wa.w;!.. todo un grupo de antropólogos holandeses (pertenecientes a '"ª- denominada E scuela de. Leiden), quienes en los a nos treinta estudiaron, en algunas sociedades indonesias, un s istema de intercambio matrimonial que suponía, precisamente, la circulación de mujeres a través de grupos de filiación unilineal (al que denominaron «connubio circular.). Pero lo que para la Escuela de Leiden había sido nada menos - pero, tambi én, nada más- que un valioso instrumento heurístico, Lévi-Su·j¡\uss. lQ eleyó a.Jldnci.Qjo e~licativo -J.!n i~almenle válido- de la _~esls eS l ructura~s s.is.te.ma.s-de_~ntes.f.Q..4I Más aún, lo que Lévi-StIa.J,Js_U e.Q..roc..h! a tan colosal fu e nte de inspiración como es el «En48.
Véase Rodnq N«dham. ]969. p. 7.
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sayo .. es Que Mauss , . habiendo vislumbrado las inmensas pOsibilidades aoalfticas del interca,??io ~omo ¡ene~~or , sub..)!.acente ~s o~ raciones empmcas de. dar, reClb]r y dev_olver. se g~edará tan sólo e . 1 fenómeno. Peor aún; 9!l~ auss tratara da dar el .paso de la descripción e tnográfica a la explicación sociológic'!.. r~ menda a la racionaHzac~6:n inQIgWi\- (neozelandesa, en este caso) del fenómeno: la fuer/-a mística, el hau de las cosas que obliga a los dones a circular, a ser emregados y a ser devueltos ..l'J Fuera espiritual que Mauss cree adivinar, si bien en grados muy diversos..! tras realidades sociales tan dislintru.,. distantes c mo el potlaatch de la Norteamérica ind!genª-, eL e1anesio, los sistemas jmidicos de nuestro pasado indoeuro ea incluso firoo~.aspectos de lrJ.leg!§lación e las sociedades modernas (conw-1a..;::eguJ.asaó.o de la ru:oruedad intelectual). Pues bien, es la lectura léyi-estraussiana (el intercambio corno gozne entre la naturaleza Ua c.u.l.tw:¡¡) la que puede darnos la c1aye de una tercera lectura que es la que aquí me interesa: la lectura política. Pero debo advertir inmediatamente que no es el tipo de lectura que hace U.vi -S~Lévi-Strauss (diré utüizando casi sus propias palabras contra Mauss) la vislumbra, pero decide quedarse en el umbral. Porque, para Lévi-Strauss, los inte rcambios (el contrato social maussia no, como bien ha visto Sahlins) se apoyan en algo tan alejado de la consciencia como es el principio de reciprocidad. ta l como él lo entiende, enraizado. a su vez, en el discutido y discutible esprit humain. Sin duda, a cada gran concepción de la política y de la sociedad subyace, cuando menos, una concepción de la naturaleza -término polisémico si los hay- oPero la de LéviStrauss (que reduce en último extremo el polémico esprit hwnain a los componentes físico-químicos del cerebro) poco liene que ver tanto con la noción de physis de los gliegos como con las leyes de la naturaleza hobbesianas. Se sitúa mucho más allá de la p6/is y, por supuesto, a astronómica distancia del contrato social. Otras alusiones esporádicas de Lévi-Strauss a la polftica de las sociedades pri49.
pp. XXXVW·XXXIX.
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ANlllOPQLOGfA POLfnCA
mitivas (como la absolula unidad, la resistencia al cambio o la inexistencia de conflicLOs internos) constituyen, probablemente, la fuente de inspiración de Clastres. y sus supuestos han sido ampliamente cuestionados por antropólogos como Balandier. $O Sahlins sí hace_una lectura-polftica del texto maussia..no. como he apuntado más de una vez. Lectura 9.u~ no e~ clu~ -no puede exclulr- J~teriores (la económica y la del parentesco), sino ue Jas-l!!!s~ ya que cuest.!2m!. una vez más, ~ artificiosidad de esas fronteras. La originalidad de _Sahlins estriba en ~ \!!la doble-y ~la lec~ura delLeviaJáuS del «.Ensayo», que viene a poner de rehe~mo ambos son complementarios. ,Analizada por Sah1in..§:, la obra de Hobbes se nos muestra sorprendentemente actual. Es más, argumenta Sah1ins, la cuarta de las .. leyes º-Ua naturaleza/l, según Hobbes (la Gratitud) ~ue depende de una..d12naOOl previa-<-no es sino el precedente remoto~l. don...lJlaussiano.l de la reciprocidad, en suma." Mauss lo que hace es am"plio/ el espacio humano que media entre naturaleza civilas al tratar de comprender aqueI1as otras sociedade~!!, sin necesidad de Leviatán. han sabickl: «oponerse sin masacrarse-y darse sin sacrificarse los unos aJos otrqS! .'IJ Y, poco antes, citando a MalinowS: ki, Mauss escribe: Los hombres de Dobu ---dice un isleno de las Trobriand- no son buenos con nosotros; son crueles; son caníbales; cuando llegamos a Dobu los tememos. Podrian matarnos. Pero he aquI que yo escupo la ralz de jengibre y su espíritu cambia. Deponen sus lanzas y nos reciben bien. D
. Nada expresa mejor --comenta Mauss- esta inestabiüdad entre la fiesta y la guerra./I Esto tiene, quizá, un remoto parecido con la inversión que Michel Foucault hace de la célebre fórmula de Clausewitz, cuando afirma que «la 5 1. 52.
1974. pp. ISO Y u. Op. cit .. p . 178. Op. cit., p. 278.
53.
lbiJ.
50.
SOBRE ANTROPOLOOlA POLmCA
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pOlflica es la guerra continuada con otros mecHos ... SO Pero el espíritu es diferente. porque son otra guerra y otra polItica las de Mauss. No obstante, es de lamentar ...Q.ue Sahlins....po se haya pe"catado totalmente de cómo Mauss amplía, de modo revoluci~o el universo del disr;.urso político. Porque Mauss, a ;Gtender, no sólo recupera el ayténtico discurso hobbesian9 ~_~o es tanto .1a guerra de todos cont:r'a todos .. , sino --ca nos ~ace ver saIíliílS= .la ¡ue.aa contra la gue..c:ai).... s.i.n.Q...que va más allá. Atribuye a otras formas de humanidad (las. que él engloba en ese término un tanto vago de spciedades segmentarlas) ~misn:.~_ lcndimiento prudente de la situación/l, la misma p1lronesIs que 10W áskos limitaron al redu.cto de la pólis. Porql~e nos e nsef\a, también, que podemos VIslumbrar la phrol1eSlS que se ocu lta tras el insospechado ropaje simbólico del salivazo, de las lanzas depuestas y de la fiesta. . ~ndido así ~Ianteamiento de Mauss, nada oen!';, 4~ extrai\o el que _haya trat(ld~. de buscar en una n9C:ión_mística -pero consciente- como la de hau el fundamentQ.JkL intercambio. del cOgl[i!l.CL~. Mauss se~ivocó.l....l2.~ blemente .(como han sei\alado otros antropólogos. en contra de lo que opina Lévi-Strauss" ), en la interpretación religiQsa.. que dio de aquella noción indfgena. Nada tiene de extraño que así fuera, QQrQu~ no tenía un copocimiento direc to de los temas de 9,ue trataba en sus...9~s . Sin embargo .. no a~ duvo desacertado al ~.itl.W:. el fundamento de la ccmVl.venQ<.L. polítiCa en el reino de la cc;msciencia.;.. Y pienso que se adecua melor al talaQle de Mauss Ja..,!:DQl]lla de reciprocidad.. , tal como la formuló Alvin W. Gouldner, que el""!princi io de reciprocidad .. lévi-estraussiano. Para Gouldner, la ~jproci: dad es, ante todo, una norma moral que sine. . ruu61o..rut.@ estabilizar los sistemas sociales (al modo como la entendió el funcionalismg), sino ID:le fQnst~ truñbién, un importante «mecanismo iniciador/l de sistema~ocia~, sea a e-L cala interindividual 9 a escala internacional. ~
mi
54
1978. p. 135.
.5.5. Vbse Sahlins. 01'. ell" pP.. 153-157• .56. ~La """"" de reciprocidad: fonnutadón~. en 1979, pp. 21 .....244.
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, I
ANTROPOLOGlA POLITICA
SOBRE ANTROPOLOGfA POLtrlCA
AJ fino olfato de Sahlins parece habérseJe escapado estas reveladoras palabras con las que Mauss concluye el «Ensayo sobre el don ,.:
el estud io de las sociedades primitivas. 'b. Más aún, escrien . bia unas (rases que no me resisto a transcn Ir porql.le son muy semejantes al talante de Mauss y p<:>r~ue constituyen IOdo 1m aviso a los estudiosos superespec,ah7..ado.s de nues· tras sociedade.s.. Y, además, porque me parecen Impregna· das de un profundo espíritu lúdico:
Estudios de este género permiten [... ] entrever, medir, sopesar los diversos móviles estéticos, morales, rcBgiosos, económicos, los diversos factores materiales y demográficos cuyo conjun to fundamenta la sociedad y constituye la vida común, y cuya dirección consciente es el arte supremo de la Política en el sentido socrático del término."
No creo que sea necesario resaltar en exceso tres palabras de es te párrafo: consciente, ane y socrático. Conclusión En el libro Plimero de ÚJ. Po[{tica, Aristóteles niega-.-9!:,. r~cte.r....humanp. al en~mi~ ds la ~~iedad ciudadana,.; tal tipo~
o bien un ser inferior o más oc un hombre [ .. ,J. Al mismo tiempo, semejante individuo es, por naturaleza. un apasiO-
n,!do deJa.&UCo:a L.. ).51
El logoL de..Occident.e..(el de Mistóteles, el de Hobbes) parece oponer siempre la Q!l@nizaciQn política (cullura) a.. la guerra (naturale~ o mera anima,üdadJ. La antropología --
Es un hecho -escribfa Hocart en 1935--- que en nuescomunidad existen gentes que han reducido su búsque· da del bienestar a la compra y venta de acc~ones, m.ien~ras otros han reducido su interes al ceremomal eclesll~StICO. Esto abre la posibilidad de que unos teóricos se dediquen a eSludiar especialmente la economfa mientrd5 OlroS se especializan en el ritual. Aun así, a uno le queda la duda. de que esto sea acertado, y seguramente nuesu'os eeonor~lIs~s se habrían visto menos embrollados por los aconteclnucntos que se han producido desde 1914 si no hubieran separado la economía de la vida en general tan completamcntc como lo han hecho.'" Ira
Porque ensanchar el universo del discurso ~o l.ic?~ por ~é llevar aparejado ya lo he apuntado al pl1nClplG- el aTimentar esas ficticias seguridades definitorias en las que suelen iw rse los académic Por suerte o por desgra· cia, lo po - . rada arece estar dotado de !.lna inherente ambigüedad. Proba blemenle, como o m~.s noble y eStrictam ente humano. Quién s~h<: ~i a eso se refc· ría Mauss cuando recalcaba el doble slgmficado de la pa· labra don en alemán (gift): regalo y veneno.""
59.
51.
58.
Op. cil., p. 219. Op. cil.• p. 49.
45
60.
1915. p. 212. 68 F Op. cil., p. 255. Vtase tamblf ... E.. 8cm
e
.
B n a ey
ha.c.:: uso de: la obsen;u:i6n dc: Maulo>' para tltular, dc: forma un tanto Irónica, un hbro compilado por <'l, 1971.
PODER Y DRAMATURGIA POLÍTICA' La legitimación implica, pues, enmasca~ ramiento [... ]. El enmascaramiento es el simple resultado de que el sistema valorativo del grupo, para legitimar. simplifica, descarta factores, estereotipa e incluso mitifica. Al cabo, la rcalidad hace aquf más o menos lo que han venido haciendo los tratadistas con~ vencionales del poder. Por supuesto. cuando hablamos aquf de la legitimidad como enmascaramiento despojamos al ténnino de todo sentido peyorativo; no pretendemos valorar. sino sólo sei'talar una realidad.
•
FRANClSCO MURlLLO FERROL '
Los disfraces d el poder ¿Es imaginable un estudio realista de los fenómenos políticos que deje de lado la realidad del poder? A este propósito -_el poder como la clave de la poUtica __ escribfa un sociólogo de la polItica hace ya algunos años lo siguiente: Hay (se dice) tribus como la de los indios zuni cuya cullura extirpa la ambición y difunde el poder de modo tal que éste es invisible. Pero la ambición de poder (cualesquiera •
Ouiero agradec,.,r a ~m6n Palmer, que leyó un primn- esbow de elle traba-
.lo, tanto Su lectura atenta como sus o,,"nrac!c)lJC$. Esprro que, rn pane al menos, enCUentre rellejada.s estas últimas rn la nueva n:
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ANTROPOLOGíA POÚTICA
sean sus orlgencs sociales o psicológicos) constituye un hecho imponante en todos los sistemas polfLicos principales. tanto ágrafos como modeInos:
Paradójicamente, esa clave, el poder (como apuntaba el propio Mulilla) no es concepto «menos abstracto que el utili7...ado en la ffsica y ocasiona, además, una mayor difi. cullad para medir s us efectos,.,l 0, como nos advierte Louis Dumont, se trata de una noción .. que juega un papel tan considerable y tan oscuro en la teoría política de nuestro tiempo. " Pero ni la abstracción ni la oscuridad del concepto parecen arredrar a los estudiosos de realidades políticas, que se sienten seguros y confiados asentando sus construcciones en un terreno que estiman firme y sin fisuras. Un terreno en el que se instala tanto el radicalismo de un C. Wright Milis , cuando considera que «toda política es una lucha por el poder; la naluraleza úJtima del poder es la violencia»,' como la serenidad orteguiana de que «mandar no es gesto de arrebatar el poder, sino tranquilo ejercicio de él [... ] Contra lo que una óptica inocente y folletinesca supone, el mandar no es tanto cuestión de puños como de posaderas».' A esa instalación confortable en tan incierto basamenlO no son ajenos tampoco quienes se han ocupado de realidades lejanas al mundo moderno y/u occidental. Baste un par de ejemplos. En su artículo sobre los cambios políticos en la zona montanosa de Papúa-Nueva Guinea, la antropóloga Mane Ray aclara de entrada: eVoy a definir "políuca" como configuración de los asuntos públicos en ténninos de relaciones de poder•. 7 Con un carácter mucho más general, el también antropólogo Abner Coben afinna lo siguiente: «A lo largo de esle libro se entiende que el "poder" es un aspecto de todas las relaciones sociales y que "política" se refiere a los procesos implicados en la distribución , man2. 3. 4. 5.
6. 7.
W. J. M. Mackenzle. 1969. p. 215. op. dI .. p. 211 (cursivas, mlas).
Mut1110, 1983, p. 1956. p. 1969. p.
1964.
13 (cul'$lvu. mlas). 171.
117.
PODER Y DRAMATURGIA POLmeA
49
tenimiento, ejercicio y lu~ha por .e~ poder•.' Y no otra cosa
es lo que, en sustancia, VIenen diCiéndonos muchos antropólogos al menos desde que Radcliffe-Brown intentara delimitar el campo de lo político:' . Parece, pues, que la apelaCIón al poder conflere al ~ná lisis de lo político no sólo seguridad, sino también u.ruver'Nos acercamos a 10 humano? Con la excepción de aI 'dad S I. , . ) los zuni (como sugiere irónicamente Mackenzle uno estaría tentado a pensar que sr. Nada de eso, asegura por el contrario Pierre Clastres, ya que Uno se encuentra [ ... ] confrontado con un e norme con· junto de sociedades donde los depositarios de lo que en otra parte se llamaría poder, de hecho carecen de poder. donde lo político se determina como campo fuera de toda coerción, fuera de toda subordinaciÓn jerárquica, donde,. en ~n~ palabra, no se da ninguna relación de orden-obediencia.
Clastres tiene, además, la osadía de arremeter contra las convenciones habituales y de convertir la regla en excepción: El poder politico como coerción (o como relación .orden-obediencia) no es el modelo del poder verdadero, Sino simplemente un caso particular. una realización c~ncreta del poder político en ciertas c ulturas, co~~ la occlde~tal por ejemplo (que naturalmente no es la umca): No eXiste pues razón científica para privilegiar esta mo:cJahdad de ~ der, para constituirla en el punto de referenCia y en el pnn· cipio de explicación de OLras modalidades direrentes."
Desde ahora tengo que manifestar mi casi total ~cuer do con Clastres y su valiente inversión del planteamiento. Acuerdo casi total porque inmediatamente vaya hacer a.lgunas salvedades que, al propio tiempo, me van a servir . Iu· "E n pnmer para adelantar el desarrollo de este tra b aJo. 8. 9.
10. 11. 12.
1974. p. 11. . Vid. mi articulo .Sob~ anlropologSlI poIrlicu. incluido en esle libro. 1978. p. 11. ¡bid.. p. 21 (cunj,...., del aUlor). Vid. mi anfculo cil.
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PODER Y DRAMATURGIA POÚTICA
ANn.OPOLOGtA POLÍllCA
gar, que ni siquiera nuestra propia cultura ha sido -sobre lodo- y en parte sigue siendo ajena a una deliberada exclusión del poder del escenario polftico. En segundo lugar, que cuando y donde los fenómenos de poder no aparecen como tales en escena no cabe infetir de ello su inexistencia. Por último, que, desde mi pumo de vista, el conlraste más importante entre sistemas políticos -primitivos y occidentales, antiguos y modernos- no estriba en que algunos nieguen o desconozcan el poder político coercitivo y gocen de esa s ituación paradisíaca que es el reino del «poder no coercitivo_o Esto es lo que afirma Clastres. siguiendo, probablemente, la moda estructuralisla en voga afias atrás de las imágenes especulares (esto es, la sociedad primitiva viene a ser, en último extremo, como la nuestra, sólo que al revés) . Pero incluso en esos paraísos añorados hay mecanis· mas coercitivos que establecen relaciones de supra y su· bordinación, de mando y obediencia, tales como las que se expresan a través de las diferencias de sexo y edad. Como apunta Lapierre en su critica a Clastres y en relación con el pueblo amazónico estudiado por éste: . Comprendemos ahora que el poder de su jefe no sea coercitivo, porque la fuerza de la coerción está en Oira parte, en la colectividad de los varones adultos, de los cazadores guerreros .• n El problema, por tanto, no radica a mi entender en la presencia o ausencia de relaciones de poder. Admitamos con la inmensa mayoria de quienes se han ocupado de es· tos temas que esas relaciones están presentes en cualquier organización social, a escala hmnana al menos. Ni que de· cir tiene, por otra parte, que el contenido de esas relaciones y sus basamentos ideológicos difieren de un grupo humano a otro o de una a otra época histórica en el devenir de un mismo grupo. Pe1"O, al propio tiempo, insistamos (frente al habitual menosprecio hacia estas cuestiones por parte de lo que sin duda es tendencia mayoritaria en teoría, ciencia e, incluso antropología políticas) en que la diferente ubicación --ese estar en olra parte al que alude Lapierre- de las relaciones
cruciales de poder es significativa e imp0l1ante. En. un do· ble sentido. Significativa e importante porque hay Sistemas políticos que dramatizan o ritualizan el poder y las confrontaciones políticas; son los más próximos a nosotros en el tiempo y en el espacio. Pero también hay otros sistemas que ocultan uno y otras (esa .difusividad. y esa . invisibi· lidad. a que se refiere Mackenzie) para presentar en esce· na la annonía del conjunto social. Tal vez estribe en esto el contraste cultural más llamativo entre la tradición y la modernidad, pero también entre las llamadas sociedades pri· mitivas y el .mundo occidental moderno. Además, la diferente ubicación social del poder es tam· bién importante y significativa porque su entronización o su puesta en escena (su «visibilidad ,. ) corre pareja con su imparable crecimiento. Como bien dice Jouvenel casi al inicio de su famo so estudio sobre este preocupante y des· mesurado desanullo, ICe! poder es menos un objeto de ccr nocimiento lógico que de conocimiento hislÓdco,.." Más aún: es este mismo autor quien alude como de pasada a la correlación que acabo de mencionar. Lo hace cuando se re· fiere a situaciones -no tan excepcionales- donde . el poder encuenLra un máximo de resistencias que le impiden, no solamente el crecimiento nonnal, sino hasta mantener· se como cuerpo visible en la sociedad •. ls Corolario proviSional: A la mayor difusividad y ocultación del poder corresponde su más enteco crecimiento, del mismo modo que su más desaforado desarroUo va unido al desenmascaramiento puro y simple de la prepotencia (de los soviets, del partido, del Führer). Cuestión, por tanto, de grados, de puntos en una escala o continuwtl. Con todo, creo que es distorsionador y empobrecedor violentar la rica y compleja diversidad humana estableciendo como modelo o rasero de toda vida política aqueUas fonnas que más se aproximan a la hipertrofia del poder. Entre otras cosas, porque cada vez resulta más cuestiona· ble la hipótesis de leyes de desalTollo inexorable de la evolución humana. En este sentido es en el que estoy muy de 14.
13.
1977. p. 346 (cu,..ins. mlu).
51
1974. p. 26.
15. tbul., pp. 197.198 (cunivas, mSas).
52
ANTRO POLOCíA POUTICA
acuerdo con Claslres cuando hace del mundo occidental la excepción y no la regla. Lo chocante (o la triste gracia. de· pende de como se mire) es que lo que pudo ser anomalía siglos atrás vaya camino de convertirse -si no lo es yaen pauta universal. . No obstante. me parece también poco riguroso. cientf· ficamente hablando. todo cuesLionamiento en lomo a esencias (del tipo poder coercitivo poder no coercitivo)máxime si admitimos que, como en este caso, el susta nti~ va es noción abstracta y oscura. A lo más que podemos acercamos es a Jos fenómenos, a las manifestaciones del poder. O. dicho en ténninos wittgensteini anos, a los cómos y no a los qués (ya que lo segundo es místico e inefable). I' Porque, además, Jo que parece específico del poder como fenómeno social (y con ello vuelvo a la cita de Muri· 110 que encabeza este capítulo) es su enmascara miento. En s ituaciones habituales, no excepcionales; e n aquellas ~i tia Onega- donde lo que cuenta son las posaderas y no los pu fios. Pues bien, de lo que quiero ocuparme aquí es precisamente de formas muy sutiles de enm ascaramie nto e incluso de invisibilidad del poder. Se trata de formas que subyacen a nuestro propio pasado y que aún perviven en sectores del mundo rural. Que tienen, o han tenido en lodo caso, plena vigencia en esas sociedades exóticas que nos han descrito muchos antropólogos (cuyas aportaciones en este campo me parece más valiosas que las simples definiciones de política por referencia al poder o que la cabriolesca negación de su naturaleza). Pero de lo que esas formas fueron y, sobre lodo, de cómo dejaron de serlo nos da cuenta el propio desarrollo histórico de la filosofía, teoda y sociología políticas de nuestro viejo mundo eu ropeo. Prestémosle, por ello, atención antes de dirigir la mirada a mundos más desconocidos, ya que éstos representa n los otros tonos del contrapunto. .6.44 No ello m(;;tico cómo sea el mund<>, sino qtlt Ka el mundo. (cuI"$¡w~. del ~utor): .10 místico» es.1o ine."qlI"eSabl.,. (6.552) y .7. Oc: lo que no se puede hablar. mejor es callal"$e" 197.3, pp. 201 Y 20.3. 16.
PODER Y DRAMATURGIA POLtrlCA
53
De la opacidad a la diafanidad del poder
En la Politeia platónica, el sofista Trasfmaco contesta desafiante a la pregunta de Sócrates acerca de la justicia: Pues bien, escucha. Digo que la justicia no es otra cosa que lo que es provechoso al más fuene."
y la réplica del Sócrates platónico tras el juego dialéctico acostumbrado:
Por consiguiente. Trasfmaco. todo hombre que gobiery cualquier.1 que sea la naturale-
na, considerado como tal.
za de su autoridad, jamás se propone en lo que ordena, su interés personal, sino el de sus súbditos.'o
Poco después se nos desvela por qué la inju sticia es éticamente reprobable: Es tal. pues, la naturaleza de la injusticia [ ... ) que, en primer lugar. la hace absolutamente impotente para emprender nada a causa de las querellas y sediciones que provoca.'·
En el escenario poUtico que dibujan los grandes pensadores clásicos no se admiten. no ya las representaciones descamadas del poder, sino ni siquiera la lucha por obtenerlo. Su lugar lo ocupa la justicia. Téngase en cuenta que en esas grandes construcciones teóricas pesaba la tradición de los estados aristocráticos que, como nos dice Rodríguez Adrados. ponían - siguiendo el modelo espartano-- la justicia bajo el nombre de eUllomía, buen gobierno. Y ello significaba "'encerrar en los estrechos límites de su concepción clasista» el ideal de jusLici a, conjugado una jerarquizaci6n de clases con la supresión dentro de cada una de ellas de «los instintos competitivos y agonales»,20 17. 1979. p. 54. 18. ¡bid., p. 58. 19. Ibid., p . 65. 20. 1975, p. 55.
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ANTROPOLOGÍA POLíTICA
El pensamiento socrático - nos sigue diciendo Adra~ dos- supone el intento de fundamentar racionalmente los va lores de la tradición. Pero en una época en que el nomos ideal y el real de la ciudad no marchan ya al unisono; una época de «divorcio cada vez mayor entre indlviduo y sociedad», de «conflicto constante entre la justicia O nomos y los procedimientos indispensables para triunfan. JI Un confliclo que culmina con la muerte del propio Sócrates y que supone en definitiva la quiebra de la tradición: ... Sócrates. buscando salvar y perfeccionar los valores tradicionales, ha roto con ellos. Ha escindido en interno y externo lo que antes era unitario. Dicho de otro modo, se ha quedado con los valores restrictivos eliminando los agonales.»ll Con menos dramatismo que su maestro, en Platón «continúan identificándose moral y política y rechazándose todas las posiciones agonales y competitivas». Con mucho mayor pesim ismo que S6crates, el discípulo se opone a la desintegración del orden tradicional propugnando la creación de un «régimen hecho todo de una pieza, perfecto, no sometido a evolución ni cambio». Un régimen que se oponga al derecho del más fuerte que pregona Calicles y que (frente a la praxis política que ya se afirma como realidad cotidiana) eümine de la escena politica «todos los factores de autoafirmación del individuo causantes del egoísmo y de la desintegración de la sociedad ateniense; también, en una fase anterior, de su progreso». En suma, se trata -a la desesperada, s in duda- de t:eliminar todo aqueUo que es privado del individuo, incluso hacer común aqueUo que es privado por naturaleza: los ojos, oídos y manos deben ocuparse en empresas comunes y todos deben aprobar y censurar las mismas cosas, alegran;e y afligirse por 10 mismo».ZJ Más aún, la finalidad del Estado platónico no tiene nada que ver con las apetencias de seres individuales (que son los responsables de la fragmentación, del contucto y, 21.
22. 23.
Ibid., p. 399. ¡bid .. pp. 34G-341. lbid., cap. 2, J.' pane (ci lal; Iiw-ales. pp . .¡ 10. 415. 426 Y 428).
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en definitiva, de la descamada presencia del poder), La finalidad, por el contrario, es la felicidad del conjunto: Al fonnar un Estado, no nos hemos propuesto como fin la felicidad de un cieno orden de ciudadanos, sino la del Estado entero [ ... ] un Estado en el que la felicidad no sea patrimonio de un pequeño número de particulares sino comÚD a toda la sociedad,"
Fue Werner Jaeger quien recalcó el gran contraste entre el concep.to, técnico y estatal, de «política» en el mundo moderno con respecto al que inspira la misma palabra pólis. Es ésta, dice Jaeger, «palabra de sentido concreto que expresa plásticamente el conjunto plet.6lico de vida de la existencia humana colectiva y la existencia individual enmarcada dentro de aquélla, en su estructura orgánica».2s Y refiriéndose a Sócrates -pero ampliando la misma concepción a Platón y Aristóteles- afirma también: «Las "cosas humanas" a que dirigía su atención culminaban siempre, para los griegos, en el bien del conjunto, del que dependía la vida del individuo. ,.26 El bolismo (<
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los valores halistas mediante la deliberada y pareja exclusión, marginación o sumisión de lo individual y del poder!S Como también habria que insistir en que tal dramaturgia no logra evitar lo uno ni lo otro. Es lo que nos viene a decir Jaeger a propósito de la obra de Isócrates: éste trata de demostrar que el poder conduce a los hombres al desenfreno, pero es buen sabedor de que la ambición de poder es el verdadero forjador de las almas humanas!9 Porque el drama no representable es muy otro. También subraya Jaeger que el Estado de los tiempos clásicos conoció la tensión entre los polos de la educación (para la justicia) y el poder; que los sofistas , y los hombres de estado que fueron sus discípulos, introdujeron la concepción de la lucha por el poder como consustancial al estado moderno; y que, por últi.m?, el intento platónico de conjugar de nuevo paideia y poI/tera surge frente a 10 que se concibe como degeneración de la vida política de su tiempo.){J Los Trasímacos y los Calides -pensaría uno--- quedan mal en escena, pero sus argumentos acaban por triunfar en la vida cotidiana. Muy oportuna me parece, a este respecto, la distinción que Dumont establece entre dos diferentes sentidos de la palabra «individuo». Nos conduce ya al progresivo desenmascaramiento del poder. De un lado, individuo es «el sujeto empírico de la palabra, del pensamiento, de la vol untad, espécim en indivisible de la especie humana tal como lo encuentra el observador en todas las sociedades)); de otro, <{el ser moral, independiente, autónomo y de ese modo (esencialmente) no social, tal como se lo encuentra ante todo en nuestra ideología moderna del hombre y de la sociedad».'! El tránsito de una concepción donde el valor supremo lo constituye la sociedad como un todo (holismo) a otra 28. El contraste , en ese sentido. entre sociedad jerárquica y sociedad igualit aria (India y Occidente, en ese caso). lo recalcaba Durnont en 1970. pp. 296 Y ss. 29. W. Jaeger. op. ell .. p. 920. 30. /bid., pp. 293 Y SS., Y 59 1. 31. 1983, p. 69; tam bién en 1970, pp. 12 Y ss. Creo que un precedente impor. tante de estos desalTOllos de Dumont puede encontrarse en otros de Ma reel Mauss ; muy concretamente en su ensayo .U ne cat"8orie de I'esprit huma in: la nOlion de personne. celle de ·moi-~. inclui do en 1978. pp. 333-362.
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donde el individuo pasa a ocupar ese lugar (individualismo) es un proceso largo y compl ejo. Dumont analiza una de las primeras y fundamentales etapas de ese proceso en los plimeros siglos de cristianismo. l1 Pero también recalca que la sociedad medieval está más próxima a una concepción holista y tradicional que a otra individualista y moderna. El umbral de la modernidad está en el conflictivo y apasionante siglo XN, donde se entrecruzan las polémicas teologicofilosóficas del realismo y del nominalismo, o las de la razón y la revelación, con las luchas del papado y del imperio." Distintas interpretaciones del aristotelismo llevan a diametralmente opuestas concepciones del orden sodopolítico. De una parte, el aristotelism o tomista, que hace compatibles razón y revelación , que concibe la naturaleza a modo de universo jerárquico donde la vida social y política forma parte del plan de la naturaleza como conjunto; universo donde la ley hum ana no es sino parte del sistema de gobierno divino y donde el poder tan sólo contribuye a dar fuer za a 10 razonable y a lo justo.}4 De la otra parte, y frente a lo anterior, las teorías de Marsilio de Padua y Guillermo de Occam. En Marsilio, la separación entre la razón y fe le permite insistir en que, desde el punto de vista de la primera, las sociedades humanas son autárquicas; ello conlleva, también, la tajante distinción entre ley divina y ley humana: la sanción terrenal s6lo compete a la segunda y su fuerza deriva directamente del legislador, Un legislador que no puede ser otro que -dice en Defensor pacis- «el pueblo o la totalidad de ciudadanos o la parte de más valor de aqué]", Despunta el principio de la mayona, pero (insiste Sabine) todavía en un contexto a la vez medieval y aristotélico: no mayoria numérica aún, '~ En Occam, el nominalismo fre nte al realismo tomista. En su virtud, no podemos deducir conclusiones noonativas de Jos términos generales que utilizamos, ni hay ley natural que pueda deducirse de un orden ideal de 32. 198 3.• De l"individu-hors-du·monde ¡, l'individudans-le monde" • . pp. 33 Y ss. 33. Sigo ahorn también la exposición de G.,orge H . Sa bine, 1965. pp. 2 17 y ss. 34. ¡bid., pp. 188-195. 35. lbid .. pp. 219 y ss. (ci ta genernl, p. 223 ).
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las cosas. Por el contrario, aquella concepción de la ley como expresión del orden que la razón descubre en la naturaleza, se convierte en expresión del poder o voluntad del legisladol: De considerar el derecho como relación justa entre seres sociales, se transforma aquél en reconocimiento social del poder del individuo. Y concluye Dumont este punto: «Un corolario inmediato de la transformación es el acento puesto en la noción de "poder" (po/estas), que aparece así como equivalente funcional moderno de la idea tradicional del orden y de la jerarquía. Hay que subrayar cómo esta noción de poder [... ] aparece de ese modo desde los primeros inicios de la era inrlividualista .• Jjo Los pasos que sigue el proceso nos interesan menos aquí. Revelan pura y simplemente la creciente impudicia del poder. Pero sr quiero refel;nne brevemente a dos conocidos desenmascaradores. Primero Maquiavelo; luego, Hobbes. El primero aconseja al gobernante el doble uso de la ley y de la fuel7..a con estas palabras:
nudeces si quieren obtener clamorosos éxitos. Probablemente, también, al sagaz Florentino no se le e5Qpa que en la esce.na lásica la máscara de la justicia no cubrla más que a medias fas vergüenzas de los hombres públicos. O, sencillamente, que aquélla no puede entenderse ya de otro modo. . porque rota ya la unidad clásica entre moral y polfu~, el estadista se sitúa por encima de su grupo y de la moralidad. La moral sólo rige ahora para lo privado; al gobernante se le mide por sus éxitos en la consecución, ampliación y perpetuación de su poder. La política se convierte, en suma , en una lI técnjca amoral cuyo sistematizador será Hobbes. Es precisamente Hobbes quien a lude con claridad y con cierta insistencia a la visibilidad del poder. Así, cuando al comienzo del capítulo xvn del Leviatál1 define la meta que persiguen los hombres al const ituirse en repúblicas:
Es menester, pues, que sepáis que hay dos modos de defenderse: el uno con las leyes y el otro con ]a fuena. El primero es el que conviene: a los hombres; d segundo pertenece esencialmente a los animales; pero, como a menudo no basta con aquél. es preciso recurrir al segundo. Le es, pues, indispensable a un pnncipe el saber hacer buen uso de uno y otro enteramente juntos. Esto es lo que con palabras encubienas enseñaron los antiguos autores a los principes, cuando escribieron que muchos de la antigüedad, y particularmente Aquiles, fueron confiados en su niflez al centauro Chirón, para que los criara y educara bajo su disciplina. Esta a1egona no significa otra cosa sino que eUos tuvieron por preceptor a un maestro que era mitad bestia y mitad hombre: es decir, que un principe tiene necesidad de saber usar a un mismo tiempo de una y otra naturaleza, y que la una no podria durar si no la acompahara la 00"3. JI"
Pero también antes, al hacer equiparables lo religioso y el poder invisible:
Dirlase que la nueva situación requiere una puesta en escena diferente: que los actores no oculten totalmente sus des1983, pp. 7J.74. Cfr. con el carkter .especializado, $I.lbordinado. Unú,.tIo. de la potUlas (oon re6pt:C1o al ,mpuiurn y a l. lIuclorilas) en el mundo romano. loeJÚII MUlilla. op. cit .• p. 227. 37. Nloolú MaqulawJo, 1979. pp. 85·86. 36.
Arrancarse de esa miserable situación de guerra [ ...1cuando no hay poder visible que los mantenga en el temor."
El temor primero es en todo hombre su propia religión, que tiene su lugar en la naturaleza del hombre ant~ que la sociedad (... ] porque en la condición natural la desigualdad de poder no se discierne más que en el curso de la batalla ( .. .1 antes del tiempo de la sociedad civill... ] no hay nada salvo el temor que cada uno de ellos venera como Dios.· Parece como si el largo proceso se hubiera consumado Con Hobbes. El poder se presenta casi sin tapujos. Como señala Sabine, la teoría hobbesiana equivale a ident ificar el gobierno con la fuert.a. El poder absoluto del soberano es complemento necesario del individualismo de Hobbes.: s~ el primero no hay m ás que individuos y guerra entre individuos: «Hobbes se equivocaba al c reerse capaz de dar un 38. En este Ultimo pámlfo me he limitado ca51 • paral"nuear. Sabine. op. cit .• pp. 256 Y 259. Vid. t.ambitn Mwillo: op. cit .• pp. 224 Y ss. Y l (U¡en H.bermas. 1973, pp. 41 Y ss. 39. n.omu Hobbc:s. 1979, p. 263. 40 . ¡bid.. pp. 238-239.
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refuerzo efectivo a la monarquía absoluta, pero no al creer que el s igno distintivo principal de los estados modernos es la autoridad centralizada de alguna manera. »41 A lo que creo que habria que añadir una cons ideración similar, pero ésta desde la perspectiva de la antropología política contemporánea. El fallo de Hobbes estriba, también, en ese tremendo salto desde el «estado de naturaleza » al Estado sin más; algo así como -expresado en ténninos más afines a nosotros- de la mera animalidad al europeo de la Edad Moderna. Contando, además, con unos seres humanos totalmente inmutables. Fallo más que excusable en un hombre de su época!: Pero su atisbo no es menos colosal: en condiciones ajenas a las de los estados modernos, el poder se hace opaco, invisible. De esto último vuelvo a OCuparme en el resto de mi trabajo. Pero no sin antes establecer más nítidamente el contraste con lo que ha venido a ser nuestro mundo político contemporáneo. POI'que aquel proceso que parecía cul minar en Hobbes no hace sino proseguir cuando se dan las condiciones «para que la política, que era un sustantivo y aun la ciencia más comprensiva de todas para Aristóteles, haya pasado a ser un adjetivo tras una ciencia (la sociología) mucho más modema»:u La definición del fenómeno del poder más influyente en las ciencias sociales de nuestra época es, sin lugar a dudas, la de Max Weber. Los elementos de la misma son bien conocidos. Pero no está de más recordar que Weber concibe el poder como atributo -al decir de Bendix- . de la mayoría, si no todas, las relaciones sociales»; o, lo que es lo mismo, el poder deja de verse como mera característica de individuos: las relaciones de poder son ya ubicuas, permean todo el cuerpo social. Sin embargo, al delimitar el ámbito específico de lo político, el poder, bajo la forma de dominación, ocupa allí necesariamente un lugar central Como recalca el propio Bendix, el télmino alemán emplea-
do por Weber «Herrschafl» tiene difícil traducción a los ingleses domination y authority (ni que decir tiene: también a sus equivalentes castellanos) porque es una síntesis de ambos: consentimiento del subordinado, pero también, en último extremo, poder como amenaza de fuer.la por parte del dorninante. 404 Porque, además, entre los caracteres definidores del Estado, según Weber, cuenta de modo decisivo el «monopolio legítimo de la violencia,.,,~ La diferencia entre la leona política de Hobbes y la teoría sociológica de Weber no viene sino a quitar más velos al poder que en aquélla parecía ya tan desnudo, Con lo cual la reflexión teórica hace sin más de réplica de ese desaforado crecimiento del minotauro en los té1minos estudiados por Jouvenel. Con evidente extremismo no exento de razón, Michel Foucault presenta así las cosas cuando se refiere a dos grandes sistemas de análisis del poder: Uno es el viejo sistema que concibe éste como derecho originado que se cede y que constituye la soberanía en virtud del contrato; alJi la opresión aparece como desviación del contrato, como abuso de la soberania. El otro concibe la polftica como «la continuación de la guen'a por otros medios»; es to es, no como contrato sino, como guerra-represión. En esle segundo caso, la represión no supone -a diferencia de lo que la opresión frente al contrato- la desviación, sino «el simple efecto y la simple continuación de una relación de dominación [ ... ] la puesta en práctica, en el seno de esta pseudopa:l, de una relación perpetua de fuerza».~ La referencia a Clausewitz que hace Foucault no nos aleja de Weber: hay quien ve en la definición que este último da de poder algo «muy similar a la definición de guerra de Clau-
41. &tbine.op. cit" pp. 346. 351 Y 359. 42. Vid" a e5"~ n:sprcto Marshall D. Sahlins. 1974 Y E. Luqu.... Sobre anlropalogCa polf!ica .. ,~ También. mi exposición sobre el cambiante concepto de cultura en antropología. en 1990. cap. 3. 43. Murillo. qp. cil., p. 231.
sewitZYl. 41
Por Otra parte, los esquemas de análisis sociológico más próximos a nosotros no han cambiado sustancialmen44. 1969, pp. 290.291 Y 481-482. 45, Bendi:c, QP. cit .• p. 418, emplea aquí el ttrmino("trl<1; en cambio E. V. Wa.lter -Frente a tnulucci
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te el panorama. En todo caso -cabría esperarlo- continúan la labor de hacer más visibles los entresijos de las relaciones de poder. Steven Lukes, que ha intentado sintetizarlos y contrastarlos, resalta cómo en ellos sigue siendo predominante la influencia weberiana. 48 El propio análisis de Lukes (que se presenta como «radical», pero también como prolongación o profundización crítica de tales enfoques) contribuye a sacar a la luz aspectos del poder que aún quedaban a oscuras: lo que éste impide que llegue siquiera al proceso de toma de decisiones, su eficacia para evitar que los auténticos conflictos ocupen el primer plano. Se trata, en suma, de introducir en el ámbito --escenariopolítico aquellos factores «sistémicos» (el moldeamiento de deseos, pensamientos, intereses) que todavía deja fuera de escena el talante liberal e individualista. 49 Sea como fuere, lo que desvela la sociología del poder, antes y ahora, es una red de relaciones que entrañan --en virtud de su ineludible componente coactivo- alguna suerte de conflicto, sea manifiesto o latente. Pero, además, la dramaturgia política permite e incluso exalta la lucha por el poder. Weber vio en cada tipo de dominación una forma diferente de afrontar problemas por medio de la lucha por el poder. Y, concretamente, el que caracteriza al estado moderno, la «dominación legal», como competición entre políticos, sea para obtener votos del electorado, ya en el seno de los partidos o bien en el proceso de elaboración y ejecución de las leyes.50 Más aún, cabría añadir: el consenso entre fuerzas políticas que se presentan a su electorado como rivales debe disfrazarse con tintes polémicos para que no parezca pura componenda (nuestro país está ofreciendo en este sentido ejemplos luminosos en temas de política económica e internacional). Por eso es por lo que creo que el ámbito político contemporáneo lo constituye el escenario donde se representan aquellas luchas por el po48. 1974, pp. 10 Y 22-23. 49. !bid., pp. 21-25. Lukes llega a identificar planteantientos respecto al poder tan antagónicos como el de Talcott Parsons y Hanna Arendt en tanto que ambos abocan a una exclusión del aspecto conflictivo del poder y a una paralela exaltación de sus elementos consensuales. Vid ., pp. 27-3!. SO. Bendix, op. cit., pp. 438-439.
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der que el poder permite. Una representación donde se rinde ante todo culto al principio de la mayoría, a la vez que se dirige una mirada compasiva al debido respeto a las minorías. Lo representable -o lo ritualizable- se ha convertido, casi, en la antítesis de lo que permitía la escena clásica. Pero la representación teatral requiere siempre disfraces y actores, luces pero también sombras. Y, a veces, un calculado exceso de luz en una zona deja completamente a oscuras el resto. 0, como lo expresa Jouvenel, el minotauro, antes visible .en forma de rey, se enmascara ahora con el disfraz del anonimato y de esa guisa, aparentemente al alcance de todos, nadie se opone ya a su expansión. sl Bien es verdad que aquello es más nota distintiva de las democracias de raigambre liberal, aquellas en las que predominan a fin de cuentas los políticos sobre los estadistas, con arreglo a la distinción de Sir Winston Churchill: «El estadista piensa en la siguiente generación; el político en las elecciones siguientes.» Con más brutalidad, también la dictadura proletaria (el triunfo de la clase) o la nazi (el de la raza o el del partido) exaltan el dogma de la mayoría; y, al fin y al cabo, pronto comienzan a surgir en su propio seno los disidentes. Como también otras dictaduras hacen uso de elecciones y referenda donde, tras las oportunas manipulaciones, los resultados se presentan siempre como el triunfo de una mayoría absoluta y aplastante (como ese pintoresco 99,98 por 100 del último referéndum constitucional del no menos pintoresco Haití de Duvalier), no de la totalidad. Pero trasladémonos ya al reino donde impera un dogma bien diferente: el de la unanimidad.
El fabuloso mundo de armonía P. Recientemente usted se ha referido a la democracia melanesia como opuesta a la democracia occidental. ¿Qué entiende usted por democracia melanesia? 51.
B. de Jouvenel, op. cit., pp. 11-12.
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R. La democracia melanesia consiste en decidir básicamente por consenso, después de una discusión larga, sabiendo que la decisión no sólo es aceptada por la mayoría sino por toda la sociedad. Nuestro concepto de democracia es que una decisión no debe adoptarse únicamente basándose en una posición política, sino con el conocimiento de cada persona y grupo de la sociedad y en las distintas islas. Creemos que la democracia occidental está basada en la existencia de un gran número de personas en la sociedad. Un político occidental tomará una decisión asumiendo lo que otros piensan y quieren. La democracia occidental se basa en unos pocos representantes. Creemos que debemos continuar alentando la democracia melanesia, la unidad de cada pueblo y clan, para trabajar a través de estas estructuras, a fin de conocer los puntos de vista y deseos de todos, y no sólo de las personas electas. 52
En este apartado voy a presentar varias ilustraciones etnográficas que, espero, nos permitan captar un panorama radicalmente diferente del que he tratado de esquematizar bajo el epígrafe anterior. Los ejemplos que he escogido no lo son al azar, tan sólo he procurado que su procedencia geográfica sea muy diversa. Valgan como muestra (ni que decir tiene: no en sentido estadístico) de un universo enormemente heterogéneo cual es el de las sociedades tribales. 53 Lo que las hace semejantes entre sí son las grandes diferencias que cualquiera de ellas ofrece respecto al mundo occidental. 0, más exactamente, respecto a lo que éste ha venido a ser a partir del surgimiento del Estado moderno. Y para lo que aquí me interesa destacar, lo peculiar, como ya he apuntado, corresponde a este último. La llamada «democracia melanesia» no constituye una ex52. De la entrevista a Walter Lini, primer ministro de Vanuatu, El País, 10/1/1986, p. 6. 53. El mismo concepto de tribu (utilizado, por ejemplo, por Max Gluckman en un sentido muy laxo para referirse a todo tipo de sociedad no moderna y/o no occidental) ha experimentado revisiones críticas en las últimas décadas. Aquí lo utilizaré de modo bastante convencional, como sinónimo de sociedad segmentaria (eso es, de mayor amplitud y complejidad que la banda -la «horda. de los evolucionistas- pero carente también de centralización de funciones políticas). Vid., en todo caso, trabajos como los siguientes: M. D. Sahlins, 1961, Morton H. Fried, 1967, pp. 154-170, y un resumen del estado actual de la cuestión terminológica en Roger M. Keesing, 1981, pp. 118-120.
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cepción y, en cualquier caso, sólo parece exótica desde una óptica occidental y moderna. Hace más de cien años, en 1877 exactamente, Lewis H. Margan dejó constancia de un hecho interesante en su obra Ancient Society.54 Como se sabe, analiza allí Margan el desarrollo de la idea de gobierno atendiendo a dos etapas fundamentales: la «sociedad gentilicia» y la «sociedad política» o estatal. La primera es lo que luego ha venido a denominarse sociedad tribal o, con más rigor, sociedad segmentaria. La sociedad gentilicia constituye para Margan el paso, la etapa 'necesaria y universal que conduce evolutivamente al Estado. Su organización consiste en un conjunto de grupos (segmentos, en la terminología contemporánea) de menor y mayor amplitud, de tal modo que las unidades menores quedan englobadas en las mayores (los tres importantes al respecto para Margan son la «gens», la «tribu» y la «confederación»). Margan utilizó como modelo o arquetipo de sociedad gentilicia la de los iroqueses de la Norteamérica indígena. Aunque convivió algún tiempo con ellos, lo que dice Margan de ellos en lo relativo a sus formas de «gobierno» se refiere necesariamente al pasado, ya que sus instituciones tradicionales habían desaparecido ya o estaban en trance de desaparecer. Pues bien, cuando Margan enuncia los caracteres generales de la «confederación» iroquesa (integrada por cinco «tribus»), destaca entre ellos la existencia de lo que se denomina un «Consejo Genera!» , integrado por los sachems o líderes de las tribus, consejo en el cual toda decisión debía adoptarse por unanimidad. Así, escribe Margan: La unanimidad entre los sachems era exigida para toda cuestión de orden público, y era esencial para todo acto de esa naturaleza. Era ley fundamental de la confederación. Adoptaron un sistema para indagar las opiniones de los miembros del consejo que hacía innecesaria la votación. . 54. Lewis H. Morgan, 1971. Para una valoración de esta obra y de su influen~Ia e~ el marxismo y en la antropología, en general, vid., mi articulo «El origen de la ~milia, la propiedad privada y el Estado y la antropologia social contemporánea», en v o~ge~ ... Cien años después (1884-1984). (Varios autores.) Madrid, Fundación de Inestigaclones Marxistas, 1985, pp. 32-48.
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Por otra parte, ignoraban por completo el principio de las mayorías y minorías en las actividades de los consejos. En el consejo votaban por tribus y los sachems de cada tribu debían estar de acuerdo para llegar a una decisión [ ... ] Si no lograban ponerse de acuerdo, la propuesta era rechazada y el consejo levantaba su sesión [ ._.] Mediante este sistema de llegar al acuerdo, se reconocía y mantenía la igualdad e independencia de las diversas tribus. Si algún sachem era terco o poco razonable, se trataba de convencerlo sentimentalmente, lográndose su adhesión de una forma que pocas veces le resultaba un inconveniente o una molestia el haberse sometido. Cuando hubiese fracasado todo intento de llegar a la unanimidad, se dejaba de lado el asunto, pues era imposible toda otra solución. ss
Podríamos pensar que o bien Morgan o bien sus informantes indígenas idealizaban una situación que era o comenzaba a ser irremisiblemente pasado. ¿Se tomaba como realidad cotidiana lo que era ante todo su recubrimiento ideológico? Volveré a esto un poco más adelante. Veamos qué nos dice de otras realidades la antropología contemporánea. Comenzaré por un antropólogo que ha dado a este fenómeno un mayor carácter de generalidad o universalidad y luego analizaré algunos casos concretos. Me refiero, en primer lugar, a Claude Lévi-Strauss. Lévi-Strauss metaforizaba veinte años atrás la gran diferencia entre primitivos comparando a las sociedades constituidas por los primeros con máquinas mecánicas y a las de los segundos con máquinas termodinámicas. Relojes frente a máquinas de vapor. Productoras de escaso desorden, de poca entropía, las sociedades primitivas están situadas al margen de la historia y del progreso. Sociedades que, consciente o inconscientemente, evitan que en ellas se produzca todo tipo de desigualdad y escisión entre sus rrlÍembros (que es lo que ha permitido o favorecido el desarrollo de la civilización occidental). Sociedades, en una palabra, donde todas las decisiones deben adoptarse por unanimidad;56 sociedades 55. 56.
Morgan. op. cit. , pp. 193-194. Lévi-Strauss. 1968. pp. 27 Y ss.
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que nos ofrecen «una vida política basada en el consenso, sin que admitan otras decisiones que aquellas tomadas por unanimidad».57 Argumenta también Lévi-Strauss que el carácter no competitivo de algunas de estas sociedades suele utilizarse como explicación de su resistencia al desarrollo industrial; podría pensarse igualmente -sigue diciendo Lévi-Strauss- que la pasividad e indiferencia de algunos pueblos primitivos, que tanto han sorprendido a sus observadores, pueden ser consecuencia del traumatismo consecuente al contacto y colonización y no algo previamente existente. Sin embargo, continúa, muy a menudo la ausencia de espíritu de competencia de aquéllos es reflejo de toda una concepción del mundo. A tal respecto, LéviStrauss alude a un trabajo de Read (al que luego me referiré con cierto detalle) para hacer ver cuán diferentes son las actitudes de los primitivos en comparación con las que prevalecen en nuestra cultura: en las montañas orientales de Nueva Guinea, los nativos han aprendido ya hace años a jugar al fútbol y lo practican; pero en lugar de buscar la victoria de uno de los equipos, los partidos se suceden hasta que el número de victorias y derrotas esté exactamente equilibrado. Es decir, el juego termina no cuando hay un vencedor, sino cuando se consigue que no haya un perdedor. En suma, viene a concluir Lévi-Strauss, en tales sociedades la idea de un voto tomado por mayoría resulta inconcebible: prima la cohesión social y la buena entente. «No se toman, en consecuencia, otras decisiones que las unánimes. A veces, y esto se verifica en varias regiones del mundo, las deliberaciones van precedidas por combates simulados, en el curso de los cuales se dirimen las viejas querellas. El voto tiene lugar únicamente después de que el grupo, renovado y rejuvenecido, ha establecido en su seno las condiciones de una indispensable unanimidad.» 58 El escenario político primitivo queda bastante bien dibujado con estos grandes trazos lévi-estraussianos. Con todo, tras el apunte de Morgan y la generalización de LéviStrauss, a uno le queda la duda de hasta qué punto no se 57. C. Lévi-Strauss. 1973. 58. !bid.• pp. 272-273.
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toma -en uno y otro caso- por realidad factual lo que es ante todo su recubrimiento ideológico. O, en los términos que aquí estoy empleando, la puesta en escena de la unanimidad y el consenso, que ocultan tensiones, conflictos y fenómenos de poder. Porque no hay mera simulación del combate como catarsis de problemas grupales, al modo que señala Lévi-Strauss. La realidad parece menos confortadora. De otra zona de Melanesia (las Islas Salomón, vecinas de las nuevas Hébridas -la actual Vanuatu-) un buen conocedor de la misma resaltaba en 1939 cómo, efectivamente, los grupos locales tratan de mantenerse unidos tanto para hacer frente a los ataques de grupos vecinos como porque se cree que, divididos, son presa fácil de los hechiceros. Pero añadía: «Sin embargo, aunque en la superficie todo puede parecer colmado de paz, los agravios se soslayan, no se olvidan.» 59 Lévi-Strauss se refiere de pasada, como he indicado antes, a un trabajo de Read sobre los gahuku-gama de las montañas orientales de Nueva Guinea. Una lectura más atenta del mismo nos revela otras cosas de más enjundia que el divertido ejemplo de fútbol sin perdedores. 6o Read afirma que las características generales de estas tribus son igualmente predicables a otras zonas de Melanesia. Entre aquéllas cabe destacar las siguientes: 1) los agrupamientos humanos son poco numerosos y relativamente igualitarios; 2) no existe más que una escasa especialización de tareas o puestos y, raramente, algo que pueda identificarse con lo que se denomina «gobierno», y 3) por regla general, la autoridad es algo que se adquiere, no se hereda. En el caso concreto que Read nos presenta en su trabajo, los segmentos tribales son los siguientes: el clan, que comprende varios subclanes, que a su vez están integrados por dos o más linajes. Estos últimos constituyen un grupo de hombres y mujeres de no más de 10 individuos, descendientes por vía patrilineal de un abuelo o bisabuelo común. Pues bien, sólo dentro del linaje la autoridad es hereditaria (la ostenta el individuo de mayor edad y varón). 59. 60.
H. Jan Hogbin, 1969, p. 76. K. E. Read, 1959.
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Fuera de estos segmentos mínimos todo tipo de autoridad, prestigio o influen~ia e~ de. tipo adquisitivo. Al ,tra~arse de una sociedad muy 19ualltana (como lo son, en termmos generales, todas las de Melanesia), al no existir allí jefaturas permanentes y al valorarse la riqueza como algo que sirve ante todo para ser gastado o distribuido, prolifera en tales circunstancias un tipo de liderazgo que se conoce en la li61 teratura etnográfica con el nombre de big man. El nombre nativo que reciben estos líderes en el caso de los gahuku-gama es el que Read traduce al inglés como men with a name (<
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da por la riqueza (la abundancia de cerdos, fundamentalmente, que es lo que se utiliza en los pagos matrimoniales y lo que se consume y derrocha en fiestas y funerales).63 De otro lado, la equivalencia o reciprocidad. Es, dice Read, el precepto ético fundamental y se expresa mediante preceptos tales como «no dañar a otros miembros del clan», «reparar el daño que uno pueda causar» o «tratar a los demás de manera educada y con suavidad». Supone todo ello, en suma, que uno debe estar dispuesto a dejarse convencer por los demás. Y ahí estriba lo más importante: nadie debe obstinarse en seguir una determinada línea de acción en contra del parecer de los miembros de su grupo; cualquier asunto que concierna a la tribu o a sus segmentos debe resolverse tratando de llegar a un acuerdo, al consenso. Ante cualquier asunto que concierna a un determinado nivelo segmento tribal, se celebran reuniones o asambleas. A ellas pueden concurrir todos los integrantes del segmento de que se trate y cualquier varón adulto tiene derecho a expresar allí su opinión. Sin embargo, sólo algunos ejercen ese derecho y siempre se trata de los hombres fuertes. Precisamente, la fama de tal se propaga en esos debates. Allí el mejor orador difiere bastante de nuestros cada vez más asépticos parlamentarios: es un individuo que, en ocasiones, trata de apabullar a otros o que adopta actitudes agresivas, mientras que, en otras, llora o gimotea. Pero el orador que tiene más éxito es aquel que divaga e invierte más tiempo en manifestar una postura clara y definida. En esto está, precisamente, la clave. El ideal consiste en que las decisiones sean el resultado del consenso unánime de la asamblea, por más horas e incluso días que se tarde en conseguirlo. Por eso, los más experimentados no hablan nunca primero; son los más jóvenes e impulsivos los que lo hacen, a la búsqueda de notoriedad o fama. Los auténticos «hombres de fama» esperan y, si hablan, lo hacen siempre de forma ambigua; sólo después de largos debates, están aquéllos en condiciones de saber cuál es la decisión que
responde al sentimiento colectivo y ésa es la que uno de ellos propone. Observemos que con lo anterior estamos en el extremo opuesto al de la ideología de la mayoría: con arreglo a aquélla -señalaba páginas atrás- las decisiones consensuadas entre fuerzas políticas rivales resultan casi siempre sospechosas y el acuerdo de fondo se reviste con frecuencia de discrepancia; con arreglo a la ideología del consenso, las decisiones mayoritarias terminan presentándose como unánimes. En las sociedades neoguineanas (o melanesias, en general), además, el poder de individuos sólo consigue sus propósitos si se disfraza convenientemente de respeto e incluso sumisión a los demás. El «hombre fuerte» sin más nunca llegará a ser un «hombre de fama» si no demuestra a sus potenciales seguidores que son sus iguales, ya que el uso de la fuerza queda proscrito en virtud del ideal del consenso del grupo. Habría que añadir que en tales sociedades la fama suprema sólo la adquiere un hombre tras su muerte, siempre que en sus funerales se consuma, se distribuya o se destruya su riqueza: a mayor destrucción, mayor fama. Con lo cual, y de rechazo, se evita que sus herederos gocen de una posición de privilegio y tengan, por el contrario, que adquirirla empezando prácticamente desde cero. 64 De ese modo, lo que constituye el sustrato material del poder se elimina de raíz generación tras generación. Dejemos ya a los melanesios y trasladémonos a una realidad mucho más cercana a nosotros, geográficamente al menos. Se trata de las tribus nómadas bereberes del Gran Atlas marroquí. En lo que sigue, me baso en el estudio que realizó sobre ellas Ernest Gellner. 65 Tales tribus representan lo que este autor denomina «tribalismo marginal»;66 esto es, existen en los márgenes de otras sociedades que no son tribales. Su cultura combina caracteres antitéticos: de una parte, integración en el mundo islámico (si bien con importantes rasgos peculiares); de otra, rechazo u
63. Vid .• la interesante monograffa de R. M. Glasse y M. J. Meggit (eds.): Pigs. Pearshells. and Women. Marriage in New Guinea Highlands. Prentice Hall. Nueva Jersey. 1969.
64. 65. 66.
H. l. Hogbin, op. cil .• p. 73. E. Gellner. 1969. !bid .• p. 2.
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oposición constante al vecino reino de Marruecos, que s610 en teoría ha considerado como súbdito a estas gentes. De hecho, hasta 1933, bajo el régimen de protectorado y gracias a los franceses no se Uegó a controlar completamente estos territorios. La organización sociopolítica de estas tribus responde a lo que Margan hubiera denominado «sociedad gentilicia» y, en nuestros días. se llama sociedad segmentaria. Por definición, en una sociedad de este tipo cada segmento, desde el linaje mínimo hasta lo que convencionalmente se suele denominar clan, se opone a otros del mismo nivel al propio tiempo que se engloba en otro superior hasta llegar a la ttibu. Esto hace que sociedades internamente divididas por rivalidades sin cuento ofrezcan de cara al exterior un aspecto unitario y un considerable potencial bélico .67 En el caso estudiado por Gellner; a excepción de los segmentos mínimos (grupos familiares donde la autoridad la ostenta el varón cabeza de familia), cada segmento está representado por un individuo elegido entre su grupo. Por tanto, lo que diré a continuación, aunque relativo a la tribu como conjunto, puede aplicarse en ténninos generales a sus divisiones y subdivisiones. ~ En términos esquemáticos, una tribu que comprenda tres grandes segmentos ("clanes,» elige un jefe con carácter anual. Conviene tener en cuenta que en ese nivel tan amplio (tribu) la elección de un jefe parece obedecer a fases criticas; fases de especial antagonismo con otras tribus semejantes o épocas cuando el mundo exterior (1os propios marroquíes, tradicionalmente, o los franceses durante el Protectorado) ha intentado someter a los tribeños. Pues bien, cuando sí había elecciones de jefe tribal y teniendo en cuenta el esquema de los tres segmentos, aquéllas se regían por tres procedimientos: 1) elección anual (sólo era posible la reelección con el consentimiento de las partes); 2) roración (si la jefatura correspondía al clan A, al año siguieme le tocaba al B y al posterior al C); y 3) complementariedad (si la jefatura co67. 68.
Vid .• articulo de M. D. Sahlins cit., en nota 53. Gellner. op. cit. , pp. 81 Y ss.
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rrespondia a A, elegían solamente B y C; esto es, se podia ser candidato o elector, pero no ambas cosas). La consecuencia del procedimiento resulta bastante obvia: se evita la concentración permanente de poder en manoS de un individuo o de un grupo. Al ser elegido el jefe por quienes son sus rivales en potencia, cabría pensar que a éstos interesara elegir al más débil entre sus enemigos. Pero un jefe tiene que tomar decisiones importantes, como dónde emplazar los campamentos para un mejor aprovechamiento de los pastos o intervenir para que las disputas por el ganado no se conviertan en lucha abierta. Como recalca Gellner, conviene elegir a quien venga a representar un tétmino medio enh"e la más absoluta incapacidad o ineficacia y la más desmedida ambición; y, añade, en último extremo nadie consigue convertirse en dictador o tirano en tan corto lapso temporal. De todas formas, esta descripción plLdiera hacernos pensar en realidades como las nuestras. donde también se conocen controles del poder. Pero el panorama cambia por completo si tenemos en cuenta que el jefe bereber tiene que ser elegido por unanimidad y debe gobernar siempre por consenso. Todos los medios que puede tener a su alcance -fuerza física, influencia o prestigio- de nada le valen si intenta emplearlos contra un individuo sin contar con el resto. Volvemos, pues, a encontrarnos con algo que no hubiera sorprendido ni a los indigenas americanos ni a los melanesios. Pero como bien señala Gellner; más que de unanimidad real habría que hablar de «apariencia externa de unanimidad". Porque, a veces, no se logra el acuerdo respecto a un determinado candidato; entonces se produce una fisión dentro de la tribu (o del segmento de que se trate) y cada parte campa por sus respetos. No obstante, la fisión es infrecuente y constituye más una amenaza que una realidad. Amenaza que se usa para imponer un determinado candidato. Creo, con todo, que el gran contraste entre el procedimiento electoral de esta sociedad hibal y los habituales en Sociedades democráticas de nuestro mundo se pone de relieve de otra manera. En nuestro caso, las campañas electorales son manifiestamente públicas, estentóreas incluso;
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el voto, secreto y en fecha fija, y la investidura o la toma de posesión de los elegidos, si reviste alguna solemnidad, no viene a ser más que un apéndice de las luchas políticas. Una ocasión donde -ritualmente, cablia decir- tanto ganadores como perdedores. en regímenes parlamentarios, tienen que escenificar de nuevo sus antagonismos. En las elecciones bereberes, por el contrario, según nos cuenta Gellner; las confrontaciones previas se producen, por supuesto; pero de lo que se trala es de alcanzar el consenso. Aunque se celebren en una época más o menos fija del afio, no finalizan hasta que el acuerdo se alcanza (a veces, se tarda más de una semana). Una vez logrado (tras presiones, amenazas, negociaciones, etc., que tienen poco de públicas) se produce la elección propiamente dicha que reviste, al propio tiempo, carácter de investidura. Los elec~ tores (reunidos en lugar diferente de los elegibles) conse~ guida la decisión, que se presenta como unánime, avanzan hacia el círculo que forman, sentados, los candidatos; dan tres vueltas alrededor del mismo y, por (Lltimo, alguien de la procesión coloca un penacho de yerba [resca en el tur~ bante del elegido (lo cual simboliza que se espera del jefe que el año de su jefatura sea «verde,., esto es, próspero). Hay que añadir a lo antel;or que la organización tribal de los bereberes cuenta con otro importante elemento (que es lo que constituye propiamente el objeto del estudio de Gellner). Se u-ata de unos individuos que tienen un papel formalmente religioso, pero que de hecho tienen influencia decisiva en la organización política tribal. Son los santos (en bereber: sing, agurram, pI. igtlrramen.). Tales individuos (en parte curanderos, en parte jueces o árbitros de dispu~ tas, siempre considerados como descendientes del Profeta) vienen a ser el reverso de los jefes laicos: sus cargos son vi~ talicios y hereditarios, y no deben siquiera aparentar que tratan de imponer su voluntad, sino que se presentan siem~ pre corno seres pacíficos que buscan la armonia entre los segmentos o individuos enfrentados. Los igurramen son el faclOr que da cohesión a toda la organización tribal y que pennile mantener la continuidad frente a los jefes transi~ torios . Su reputación o autoridad moral contrasta, tam~ bién, con la débil posición en que en definitiva se encuen~
tra un jefe laico. Su s ituación aparentemente marginal (fí~ sicamente marginal, ya que sus santuarios se encuentran en los márgenes de las tribus), proporciona, sin embargo, a los igurramen. la posibilidad de presionar o persuadir a las partes en las fases preelectorales. El poder no es, por tanto, algo desconocido en estas so~ ciedades, sino que queda confinado a un lugar periférico. En ellas el escenalio está colmado por los valores que representan a la colectividad: los símbolos lotémicos (como destacó Durkheim en las Fonnas elementales de la vida reli~ giosa), el consenso que triunfa en las asambleas neogui~ neanas o el penacho de yerba que simboliza la prosperidad del conjunto de los pastores nómadas bereberes, por enci~ ma o a pesar de las rivalidades y enfrentamiento de los seg~ mentos. En cualquier caso, el poder actúa, pero queda a ocultas, como entre bambalinas. O aparentemente excluido del ámbito de la ritualiza~ ción política: En los minúsculos «estados .. mandari del Su~ dán, el soberano goza (empleo un «presente etnográfico») de autoridad en muy amplio sentido. pero el poder no está en sus manos.6'1 El mar -tal es el nombre que recibe su cargo en lengua nativa- debe peltenecer a uno de los cla~ nes propietarios (esto es, supuestos descendientes de los fundadores celestes y míticos de la tribu). De él se espera la prosperidad, en sentido muy lato, y la victoria en las operaciones bélicas contra otros estados mandarlo Pero tal fin debe realizar determinados ritos propiciatorios que sólo puede llevar a cabo si ha sido investido como mar. Su cargo es hereditario -de padres a hijos, por regla gene~ ral- y una vez investido no puede ser depuesto. Pero pue~ de verse debilitada su función si por cualquier razón los cabezas de los otros linajes propietarios deciden retirarle su apoyo. Es más, los movimientos de población han he~ cho que esos linajes sean minoritarios en muchos territo~ nos y hayan quedado, en la práclica, sometidos a los fo~ raSleros. Sin embargo, los ritos de investidura siguen cele~ brándose, porque sin mar no se concibe la mera viabilidad
69. Me baso en el trnbajo de lean Bwaon, . The Mandari of the Sou!hem Sudan •. en J . Middleton & D. Tait (eds.). 1970, pp. 67-96.
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del grupo y sin tales ntos -dicen los mandari- el sobera. no no se distinguirla de cualquier individuo poderoso. Creo que sobran los comentarios. Arthur M. Hocart, que tanto insistió en la génesis ritual de la monarquía y del estado. escribía en uno de sus libros dedicados a este tema (publicado en 1927) lo siguiente: "Hemos visto que hay razones para pensar que el rey· sacerdote original no era una persona de gran majestad [, .. ] No era, probablemente, mucho más augusto que los reyes divinos de la isla de Futura (Polinesia), quienes, a pesar de que de ellos depende la prosperidad de su pueblo, están continuamente expuestos a ser destituidos si expresan opiniones que desagraden a sus ingobernables súbditos .• 1O Hasta aquí he tenido en cuenta datos procedentes de sociedades muy o bastante igualitarias y relativamente homogéneas desde un punto de vista cultural. Vaya referirme brevemente a una institución de una sociedad tradicional que no es lo uno ni lo otro. Me selvirá para enlazar con lo que expongo en la última parte de este trabajo. Se trata de la lndia y de un órgano que dirime controversias en el seno de las castas y en los núcleos aldeanos. Tanto en un caso como en otro, tal órgano recibe el mismo nombre: panchayat o pancayal (palabra que procede del sánscrito O indo-ario panc = cinco)." Según Dumont, la palabra designa -tradicionalmente cualquier reunión con fines de justicia O arbitraje cualquiera que sea su amplitud; en definitiva, es un tribunal ordinario en un sentido muy lato y también, en el caso de la asamblea de casta, un órgano ejecutivo y aun legislativo_,n En realidad, el número de cinco no hace referencia más que a un pequeño consejo o comité (por oposición a una asamblea numerosa); pancayal significa, pues, autoridad plural, guardiana de la costumbre y de la concordia, a la que se acude para solucionar conflictos, bien arbitrándolos, bien condenando lo que se estime contrario a la tradición. 7J El ideal del panca-
ya/ es la consecución de un veredicto undllime y, en todo caso, la justicia tradicional de la India tiende, ante todo, a
70. 71.
A. M. Hocan. 1969. Du monl. 1970, p. 213. 72. ¡bul .• p. 217. 7l. ¡bUl.. pp. 220-221.
lograr el compromiso y la reconciliación. 7• Sin embargo, Dumont no incurre en la ingenuidad de confundir la ideología con la cruda realidad que muchas veces recubre. Por eso recalca que estamos, más que nada, ante el intento de que no se manifieste claramente la discrepancia, la divergencia, porque ello impide el culto en comú n y paraliza el pallcayal en sí mismo. A este respecto, cita Dumont a otro antropólogo, especialista en la lndia de nuestros días, y recalca el disgusto que produce allí, con motivo de unas elecciones locales, el voto a mano alzada, ya que expresa divis ión de pareceres. y escribe Dumonl: .entre bambalinas tuvieron lugar todos los tipos de tratos y compromisos, pero la elección será ap(lrelltemel1le ullánime •. 7~
Relativización y telón a m edias Pero ¿a qué preocupamos tanto por el enmascaramiento del poder, si tras disfraces y farándulas del más variado plumaje nos encontramos siempre con algo parecido? Que no parece ociosa esa indagación ya lo he adelantado al principio. Sin embargo, no quiero terminar sin que oigamos una voz discrepante. Me refiero a la de F. G. Bailey. Buen conocedor antropológico de la India contemporánea, Baileyes también autor de un interesante artículo sobre el lema que me ha ocupado aquf." Bailey parte allí del pancayar aldeano, pero, sobre todo, como punto de partida para debatir en términos generales el problema del proceso de toma de decisiones. Aunque este autor no menciona siqu iera a Lévi-Strauss en el mencionado trabajo, su planteamiento lo sitúa en las antfpodas del antropólogo francés. Recordemos que, desde la perspectiva lévi-estraussiana, unanimidad y consenso se opo74. 75. 76.
¡bUl•• pp. 227 Y 223. ¡bid•• p. 227 (cursi~'U, mi"). F. G. aaUt'yen Baruon, 1969. pp. 1·22.
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nen a mayoría, división y. en definitiva, lucha por el poder, de la misma manera que la sociedad primitiva se opone a la sociedad moderna y clasista. Vistas así las cosas, podría afirmarse que unanimidad y mayoría son, respectivamente, los principios que inspiran o reflejan dos concepciones del mundo y de la sociedad diametralmente opuestas. Clastres, con menos sutilezas, toma al pie de la letra esa dicotomía con las consecuencias que ya conocemos. Pues bien, desde la óptica de Bailey esos recubrimientos ideológicos (lo cultural, en definitiva) carecen de importancia en comparación con lo que recubren: lo que ocurre realmente, cómo y por qué se toman d ecisiones. buscando y consiguiendo la unanimidad en unos casos y recurriendo a la votación que establezca una mayoría. Pero, insisto en ello, para Bailey una y otra cosa no son procedimientos o principios caracteristicos de culturas o sociedades diferentes, sino procedimientos resultantes de situaciones o problemas diferentes. Situaciones o problemas que se plantean en c ualquier época o lugar, con bastante o absoluta independencia de la variedad cultura1. Para empezar, viene a decir Bailey, hay que dejar bien claro que la unanimidad s610 puede conseguirse realmente cuando un órgano deliberante está integrado por pocos individuos: unos 15 como máximo. Si un órgano de, pongamos por caso, unos 100 miembros llega a una decisión unánime, podemos estar seguros de que la decisión real se ha tomado al margen del mismo. De pasada: Bailey no explica las razones de por qué ese casi mágico tope de 15. Pero admitamos que los números tienen algo que ver con todo esto. Sigo insistiendo en que lo que importa a BaiJey son hechos reales, no disfraces ni apariencias. Tam bién en el pancayat aldeano de la india (recordemos: como en las asambleas neoguineanas) las diferencias de opinión se expresan de manera oblicua o ambigua . ¿Búsqueda del consenso o de la unanimidad? No, responde Bailey. Eso no significa más que el que habla conoce el modo apropiado de dirigirse a una audiencia. Carece de tanta importancia como el término honorable que se ve obligado a usar un miembro del parlamento en la Cámara de los Comunes (aunque lo
que diga a continuación revele que lo considera cualquier cosa menos honorable). Lo que sí importa (ya que para nuestro autor ésas son poco más que fónnulas de cortesía) son los factores estructurales que inclinan a un órgano deliberante a la unanimidad o a la decisión mayoritaria. Bailey (con ánimo de presentar tan sólo un esquema útil de cara a futuras investigaciones) sintetiza esos factores en tres. En primer lugar, el tipo de tareas o cometidos que tiene entre manos un órgano deliberante y, sobre todo, si carece a) o, por el contrario, tiene b) fuerza para imponer sus decisiones al resto del grupo o sociedad en que tal órgano existe. En segundo lugar, el tipo de relaciones que sus miembros mantienen con el citado grupo o sociedad. Brevemente: bien se trate a) de relaciones jerárquicas (basadas en el sexo y/o la edad -piénsese en el Consejo General de los sachems- o en cualquier otro factor -consejo de directores de departamentos de una facultad universitaria. que es el ejemplo que pone Bailey-), bien b) de relaciones igualitarias (como podóa ser el caso de un par· lamento moderno, con sus diversos grupos polIticos, representantes de fuerzas diferentes y/o rivales, o un comité de empresa, integrado por representantes de diversos si ndicatos). A los primeros Bailey los denomina de elite y a los segundos de base (arena, en el original). Por último, los problemas que afronta el órgano en cuestión: ya se trate a) de problemas que conciernan a) a las relaciones del grupo con su entorno o b) o asuntos internos de tal grupo o sociedad. Pues bien, lo que sostiene Bailey es que un órgano deliberante se inclinará con mayor probabilidad por una decisión unánime si se dan conjuntamente los factores a); a sensu cOl1lrario, cabrá esperar que el órgano se incline por la decisión mayoritaria cuando se den conjuntamente los factores b). No es, ciertamente, difícil mantener que si un órgano carece de fuerLa para imponer sus decisiones (vuelven a ¡lustarnos los iroqueses), si sus miembros tienen intereses comunes entre sí (y, probablemente, diferentes o incluso contrarios a los de sus representados) y si lo que se debate supone potencialmente algún tipo de peligro será más fácil conseguir la unanimidad que en todos los su-
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puestos b). Pero Bailey también insiste en que tales combinaciones no tienen por qué darse nítidamente en la realidad (caben, por ejemplo, combinaciones b-a-b o cualquier otra y, consecuentemente, contaremos con una menor probabilidad de decisión unánime o mayoritaria). Por otra parte, Bailey recalca igualmente que lo que él denomina base o elite se refiere a tipos ideales de órganos y que, por tanto, en la práctica no importará tanto clasificar a un órgano en un tipo u otro cuanto determinar en qué ocasiones actúa como una o la otra cosa y hasta qué punto su dinámica no se traduce en una oscilación de uno a otro tipo. Creo que la aportación de Bailey es importante en varios sentidos. Ante todo, porque nos obliga a dirigir la atención al proceso real de toma de decisiones en cualquier grupo humano (primitivo o civilizado, antiguo o moderno), más allá de apariencias y disfraces. En este sentido, Bailey habla de la «mística del consenso» y de cómo la unanimidad muchas veces no es más que indicio de que los discrepantes, por diversas razones, temen entrar en debate o han sido derrotados previamente por medios nada correctos. Como dice el propio Bailey -citando a un autor que escribe sobre la India actual- «el consenso es un nombre hermoso para lo que puede ser una sucia realidad».77 Por otra parte, me parece también importante la aportación de Bailey porque nos pone de relieve que los fenómenos de poder son enormemente complejos y, en su análisis, hay que tomar en consideración múltiples variables (la reducción a tres, como él mismo aclara y he indicado antes, no es sino fruto del intento de ofrecer un modelo inicial). También es interesante que Bailey recalque cómo los órganos asamblearios no son entidades inmutables, sino que cambian sus estructuras y cometidos con arreglo a las circunstancias. Este dinamismo del análisis da, evidentemente, una imagen más adecuada de las cambiantes realidades humanas. Sin embargo, esos logros no pueden hacernos dejar de lado los inconvenientes o los fallos. Ante todo, el menosprecio por lo cultural. La diversidad humana casa mal con
esa reducción (de Lévi-Strauss y de otros) a una simple dicotomía. Pero más simplificador, si cabe, es el intento de Bailey de suprimir o soslayar la diversidad cultural e idear una especie de Hamo politicus universal que se comporta prácticamente de la misma manera en todo tiempo y lugar. 78 Porque lo diferente no son sólo, como pretende Bailey, las situaciones o cometidos de un determinado órgano, sino también las sociedades en las que esos órganos operan. Es por ello interesante que si bien los análisis antropológicos posteriores al de Bailey no han podido por menos que reconócer la importancia del de aquél, lo han hecho resaltando igualmente sus puntos flacos. 79 Como muestra Maurice Bloch, no ya a escala universal, sino en una sociedad concreta, la historia y la cultura (<
80
77.
[bid., p. 19.
78. Como he puesto de relieve en Luque, 1990, pp. 235 Y ss. 79. Tal es el caso del libro de Audrey Richards & Adam Kuper (eds.), 1971. 80. M. Bloch, «Decision-making in Counclls among the Merina of Madagascar», ibid., pp. 29-62 (citas literales, pp. 59 Y 60).
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sentan realmente posiciones enfrentadas de cara a la futura cosecha de votoS. 81 Pero ese mundo que nos parece tan lejano (las sociedades tribales, la India de las castas) no nos es completamente ajeno. Ya he tenido ocasión de apuntarlo en la introducción. Voy a terminar ahora con una referencia a mi propia experiencia antropológica. Sirva de brevísima ilustración sobre nuestro mundo rural. Hace años, refiriéndome al organismo gestor de los bienes comunales de un pueblo granadino y al procedimiento para nombrar a sus miembros, señalaba que más que de elecciones, aunque estuvieran previstas en sus estatutos, lo que se producía eran aclamaciones tumultuarias, donde las discrepancias, si las había, quedaban sofocadas por lo que, en definitiva, no era más que apariencia de unanimidad. y, tras el análisis de varias situaciones conflictivas, venía a concluir: «la estrategia de los actores [ ... ] consiste en presentar sus movimientos en la escena de tal manera que sus peculiares intereses en cada caso aparezcan revestidos del ropaje aceptable para los espectadores. De éstos, como en el living theater, se espera que coadyuven al mejor desarrollo del drama por medio de una participación controlada [ ... ]. Las continuas apelaciones de registros valorativos que los intérpretes de estas representaciones tratan de pulsar para conseguir éxito en sus empresas».82 Me refería entonces a los años sesenta. Probablemente hoy haya adquirido ya la escena cierta coloración británica.
EN TORNO A LA FRONTERA' A poco más de cien años de una contribución tan decisiva como fue la de Frederic J. Turner, The significance of the frontier in American history, puede resultar interesante reflexionar sobre la frontera desde un punto de vista antropológico. Porque Turner define la frontera, en tanto que borde externo del avance hacia el oeste, como «el punto de encuentro entre salvajismo y civilización». Esta segunda se equipara, metafóricamente, al crecimiento equilibrado de «un sistema nervioso complejo en un continente originariamente simple, inerte». Crecimiento que «ha seguido las arterias hechas por la geología, vertiendo en ellas un contenido aún más rico, hasta que, al final, los estrechos vericuetos de la comunicación aborigen han sido ensanchados y conectados por los mazos complejos de las modernas líneas comerciales» . La misma ocupación de ese mundo, virgen -natural y, por ello, res nullius- para Turner, parece haber seguido las grandes etapas que conducen de los inicios a la plenitud de la humanidad. Así, citando a un tal Peck, autor de una Guía del Oeste, publicada unos sesenta años antes de la conferencia de Turner, los asentamientos en las tierras ocupadas se nos presentan en tres grandes y sucesivas oleadas: -
81. 82.
A. Kuper, . Councils Structure and Decision-making. , ibid., pp. 13-28. En «Amigos y enemigos., incluido en este libro.
los pioneros, cazadores y recolectores o rudimentarios agricultores, simples ocupantes más que propietarios de las tierras;
l . Este ensayo fue en su primera versión una conferencia pronunciada en el Seminario Internacional sobre Antropolog{a de las Fronteras, patrocinado por la Junta de Extremadura, Consejería de Cultura y Patrimonio, y celebrado en Olivenza del 13 al 17 de junio de 1994.
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aquellos que compran esas tierras '1 se convierten en los primeros agricultores propiamente. pero continúan llevando una vida sencilla y hugal; por Ultimo. se produce la transfonnación de las aldeas en pueblos o ciudades de la mano de capitalis_ tas y empre5(lrios y. con ellos, llegan los lujos. las elegancias y las modas.'
Pero dejando a un lado los innegables méritos del enfoque de 1Umer, trato aquI de resaltar otros aspeCtos. Me refiero a cómo de todos los temas y tópicos, teóricos e ideológicos que constituyeron el sustrato de la primera antropología parlicipa este historiador, por otra parte tan innovador en otros terrenos. En breve síntesis tenemos reuni· dos aquí evolucionismo lineal, etnocentrismo, reproducción e n el espacio de las grandes etapas del proceso evolulivo y, en suma, neta. separación espacio-temporal de dos formas de humanidad: nosotras (civilizados)l/os airas (salvajes).J Como es bien sabido, la antropología se constituyó inicialmente aceptando esa dicotomía y optando por el estudio de los otros; nosotros, en cambio, vendría a ser el objeto de otras ciencias sociales, como la sociología, la economía o la ciencia polftica. Opción que, además, ha hipotecado el futuro de la disciplina y cuyas huellas son bien visibles en nuestro presente .~ Una especialización que no ha sido sólo relativa a tipos de sociedad, sino también a fenómenos que se suponían distintivos de esos tipos. De ese modo, la polftica y la economía se concebían como características de la modernidad o de la con temporaneidad. mientras que el parentesco y la religión se equiparaban con lo primiti\·o o lo anLiguo.~ Concretamente, para lo que aquí nos interesa, la dico2. Annual Repon of Ihe A"",rkan Hislorical Associalion for lhe Year 189J Wuhin¡lon: GoYennenl Prinlin. Officc. 1894. Ann Arbor Unh~rs¡ty MlcrofilfTUi, ink. 1966, pp. 189·227 (esp. pp. 200, 210 Y 214) (cun.h'aS. OOa5). . 3. Dicotomía cuyas impHcacio~s Ideológicas y oom:epluales aparecen am~ha. meme docurnentadru; en dos Influ)'<'ntes obras: primero. la de George W. Slocking, 1968 y más tArde, la de Johane55 Fablan, 1983 4: A las eon5CeUencial que ello tiene p;u:iI la anlropologf•. me he I"l'rerido con derta :unptitud en mi ensayo .Contna·tlempos antropológicos., incluido en t'Ste libro. 5. Olna cosa.on los rdinad<:l& y bien eonocldos análisill de Louis Dumonl sobre el sl5lcma de castas hindú o »Obre el ~urglmlento de lo poIftko y de 10 económico en el mundo IXdd~ntal.
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tomía se traducía en la distinción morganiana entre relaciones de consanguinidad (esto es, propias de las sociedades primitivas o antiguas) y relaciones territoriales o políl~ cas (peculiares de las sociedades modernas, estatales o CIvilizadas). Como he mostrado en otro lugar, lo que se ha denominado antropología política fue no sólo producto de razones coyunturales, sino resultado de un intento de romper esa gran fron~era enlr: a~~eUas ~~s. form~s de humanidad, las denormnadas pnmltlva y clvlhzada. Sin embargo, ese intento se realizó a costa de proyectar a realidades exóticas, distintas y distantes, nuestras imágenes y conceptos de lo político. Es decir, los que corresponden a la consolidación de los estados modernos europeos. y muy especialmente el territorio, el mante/limiellto del arde.n, y el liSO o posibilidad de uso de fa fuerza, 0, lo qu: es lo mismo las tres notas weberianas del estado, aplicadas por Radcliffe-Brown a toda organización política. l Ni que decir tiene que la comradicción entre los principios teóricos y las real idades empíricas terminaron por hacerse patentes. Pero no de forma inmediata. Ahí queda como prueba el magnífico ejemplo de los nuer de Evans-Pritchard, donde la búsqueda casi obsesiva de bases territoriales como sustrato de lo político contrasta con el hallazgo del principio de relatividad estructural, que afecta tanto a la organización social como a su asentamiento. Predominó, en todo caso, y por mucho tiempo la idea de que la comunidad polftica, por minúscula que sea -digamos, la aldea o el segmento mínimo de un linaje- se caracteriza por la supresión de la lucha interna y la hostilidad de fronteras afuera. De nuevo, las notas distintivas de las comunidades políticas aJumbradas tras el Renacimiento europeo y consolidadas, sobre todo, con los nacionalismos de los siglos XIX y xx!
6. Vid. mi anículo .Sobre Intropologla polldca., Incluido en eSle vohulltn. En lo que sigue inmediatam~nte resumo pane del conlenldo de ese trabajo y UtUilO sus ref.:rendll$ bibliogrificas; a ~Ila$ me n::mho. . • 7. (bid. Tambim. mi .Comunidad !'\Inal y Estado_, l¡ualmente mcluldo en ffie YOIumen.
8. Adenuu de ten"" ya famosos como los de Gelln.:r y Hobsbawn (l988 y 1991). e. interesante el artículo sobre el t'Sudo de la ClIetllón de Tony Judl, 1994.
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Pese a correcciones ulLeriores en la ingente literatura antropológico-política (británica, principalmente), esa idea ha penneado otros ámbitos ajenos a los específicamente políticos. Pero también ha habido desviaciones de esa tónica general. Baste, tan s610, aludir a Max Gluckman y el conflicto de lealtades, a Edmund Leach y su famoso estudio de los sistemas políticos de las tierras altas de Birrnania o a Marshall Sahlins y a su relectura de Mauss en lo concerniente al espíritu del don. No obstante, la persistente idea de lo político como algo necesariamente vinculado con un territorio de nítidas fronteras, que excluye el conflicto ¡memo a costa de proyectarlo fuera y contra otras unidades externas ha llegado a encon trar eco, paradójicamente, en enfoques muy críticos de las claves ideológicas de la llamada Escuela Británica. Tal fue el caso del malogrado Pierre Clastres. Contradicción, por otra parte, que tiene su paralelo en la normativa constitucional de la sociedad internacional. Así, la Carta de Naciones Unidas proclama en su artículo primero el principio de «autodetenninaci6n de los pueblos», mientras que en el segundo defiende la «integridad tenitonal o independencia política de cualquier estado» contra la fuerza o amenaza de fuerza. 9 El caso de lo que fue Yugoslavia en Europa y el de tantos paises africanos ofrecen muestras pavorosas de esta trágica dialéctica de nuestro tiempo. Además, como ya he insinuado, el problema no afecta exclusivamente a temas de índole política. Pienso que muchos -y buenos- análisis antropológicos sobre límites simbólicos de lo cultural están igualmente influidos por esa imagen de las fronteras tenitoriales y políticas . Un caso particulannente destacado es el de algunos brillantes análisis de Mary Douglas. 1O Imagen que adolece, como mostraré después, tanto de etnocentrismo como de cronocentrismo. Por supuesto, el problema no se reduce al ámbito de las ciencias sociales. Téngase en cuenta, por ejemplo, en la proyección que Lorenz y toda una cohorte de etólogos hace 9. Com" =erda T. ludl. op. cil. , p. 51. 10. Me refiero a sus obra.s más divu.lgadas: 1910 y 19i3. De muy dislinto cariz son las obras de Fredrik Barth (comp.). 1976, y Erie R. Wolf, 1983.
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de nuestras realidades políticas, bien circunscritas en términos espaciales y potencial o realmente hostiles entre sí, al ámbito animal, presentando allí los fenómenos de tenitorialidad de modo sospechosamente antropocéntrico. Esto es, como si el territorio de talo cual especie (algo que tiene que ver con cuestiones de apareamiento y reproducción) fuera la exacta réplica natural de los estados-nación y de su soberanía. Y ello con W1a suerte de efecto boomerang, querido o no: que, de rechazo, las propias realidades humanas se sitúen en la misma naturaleza, es decir, fuera de la historia. Creo que es responsabilidad nuestra (del antropólogo, del historiador, del intelectual en suma) mantener una aclitud crítica cuando los acontecimientos desbordan la mínima capacidad de reflexión . Y cuando los ideólogos y los politicos buscan en nuestras disciplinas justificaciones para las prácticas más diversas e injustificables, incluso. Teniendo en cuenta, además, que el espectro de la irracionalidad puede ser tan amplio como para abarcar desde el intento, no poco ingenuo y relativamente inocuo, de remontar a tiempos inmemoriales la identidad inalterada de alguna de nuestras regiones autonómicas hasta la legitimación de la limpieza étnica en las afirmaciones virulentas de los nacionalismos de nuestros días por la vía de la distorsión histórica, cuando no de la mera fabulación . Tal vez como pocos otros, el tema de la frontera requiere una actitud especialmente alerta en este sentido. No cabe duda de que los límites, físicos y simbólicos, constituyen uno de los atributos definitorios de cualquier grupo humano. Pero lo que estoy tratando de recalcar aqui no es la presencia o ausencia de ese atributo sino su enonne variabilidad. La famosa proxémica de Edward T. Hall recalca adecuadamente tanto la omnipresencia de límites y fronteras -en el ámbito humano y en el animal- como esa diversidad, sea entre especies o entre culturas. Esto es, no se experimenta de idéntico modo la proximidad del otro en esta o aquella cultura, y ello incide tanto en las relaciones cotidianas como en la configuración de las viviendas. La efusividad mediterránea contrasta con la sobriedad anglo-
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sajona como el biombo oriental con las gruesas paredes de las casas norteamcanas. Ahora bien, la insistencia de muchos antropólogos en exagerar diversidades y discontinuidades acatTea no pocos riesgos. Entre ellos. el de la incomprensión de no pocos fe· nómenos de fluidez y de permeabilidad de Jos límites. No se resaltará, por tanto, lo suficiente que lo que denominamos cultura, en singular o plural, es, ante todo y sobre todo, un l'ótu1o o etiqueta que está cargado de los contenidos y valoraciones que imponen nuestras propias realidades sociopolfticas. Y éstas -ya he insistido en ello- conllevan una delimitación de ámbitos espaciales bastante férrea, sin apenas fisuras ni intersticios. Como se ha resaltado recientemente, esa proyección de nuestros problemas y vivencias empaña en buena medida la comprensión de la conrhulidad humana y, con ello, las más ambiciosas pre· tensiones de los antrop6logos. 1l La posibilidad misma de la empresa antropológica ---dice en un muy sugeridor ensayo TIrn Ingold-, esto es, el mutuo entendimiento, el arte de lraducir, liene como precondición la continuidad, que no implica homogeneidad. Es, más bien, la «retólica de la cul· tura » y la insistencia en las etnicidades (reacción, pero se· cuela paradójica, tanto de la modernidad como de la cul· tura occidental) la que hace difícil la traducción, Habiendo dividido el mundo en piezas -----cuJturas-, ahora nos queda la tarea de reconstJuirlo. ' 1 ¿Cómo contrapesar esos sesgos que introduce nuestra específica y condicionada óptica? Creo que podemos ha· cerio por aquellas dos vías a las que aludía antes: luchando no sólo contra el etnocencrismo, sino también contra el cronocentn·smo. Sin duda, los antropólogos están bastante más habituados a enfrentarse con el primero que con el se· gundo. No siempre con buena fortuna, bien es verdad. De hecho, muchos de los problemas que he mencionado casi de pasada tienen que ver con UD insospechado, aunque comprensible, etnocentrismo de los antropólogos. Sin embargo, mucho más imperceptibles parecen ser los proble·
mas que plantea la comprensión de realidades semejantes, pero situadas remotamente no en el espacio sino en el tiempo. Pienso que la consideración de algunos hechos históricos y emográficos, por somera que sea, puede contribuir a que veamos como relativas -esto es, circunscritas en el tiempo y en el espacio- estas otras realidades que constituyen nuestra circunstancia. Por férrea y universalizable que nos parezca. Detengámonos, pues, en algunas consideraciones fácticas. En primer lugar, dirigiendo la mirada a Jugares muy diferentes de lo~ nuestros; luego, teniendo en cuenta nuestro propio pasado. Sin pretender embarcarnos en un recorrido por la etnografía del planeta, sí que puede ilustrar el dirigir un vistazo, al menos, a realidades diversas y distantes, tanto entre sí como respecto a nuestras propias realidades. Pensemos, por ejemplo, en ese mundo neoguineano en el que se ha creído encontrar una perfecta muestra de lo que pudo haber sido la au téntica sociedad primigenia, Il En el interior de Nueva Guinea existen -o existían, hasta no hace mucho- grupos humanos caracterizados por una intensa belicosidad. Contra ésta 10 intentó lodo la antigua administración fideicomisaria australiana; también lo han intentado Juego las autoridades de la ya independiente Papúa-Nueva Guinea. Sin resultados positivos. Pues bien, lo que caracteriza a esos grupos es la oscilación continua entre guerras e intercambios matrimoniales, entre canibalismo o mutilación de enemigos y alianzas de toda suerte, En definitiva, entre belicosidad y actitudes o fenómenos pacíficos, Ni que decir tiene que el territorio mismo es diffci.!mente delimitable: carece de frontel'3S pelmanentes y estables. En el alfa extremo (del espacio y de la complejidad) nos sorprende el caso azteca, no tanto o no sólo por el rápido y amplio crecimiento de un imperio, como por sus caracteres en lo que respecta a organización, delimitación y control, en suma, del territorio. Según el interesante y polémico estudio de Conrad y Demarest sobre el expansio-
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11. PlUl\fraseo y sigo, .,n parte, a Tim Ingold.,n . 1ñe an of lr'al\Slation in a continou5 world». en Gls!i PilSQn (rd.), 1993, pp. 21().2)O.
12.
¡bid.
13. R.,pI'OdUlOO en las \Jneu que s iguen (:Iui líteralment., o resumo párrafos de 011 en~llyo .Sob,.., nntropologia poUtlca. ; vid. aur ,..,f.,,..,nc!a.; bibliográficas.
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nisma azteca e inca, el objetivo de la Triple Alianza de los primeros fue la obtención de alimentos para los dioses y tributo para el estado. Pero, una vez conseguidas tales finalidades, los rnexicas se mostraron impotentes para gobernar y controlar a los pueblos sometidos. A medida que el imperio creció hasta abarcar buena parte de Mesoamérica, su Iamano se hizo cada vez. más incompatible con esos limitados objetivos. De ese modo. los autores resaltan que más que de impedo cabe hablar de una hegemonía un tamo laxa constituida por ciudades-estados que rendían obediencia y tributos a las capitales de la Triple Alianza. De hecho, esa peculiar -para nuestros ojos- estructura imperial tuvo como resultado la existencia de numerosos y extensos enclaves independientes denlro del denominado imperio azteca que terminaron por representar un auténtico problema para su continuidad misma. lO Pero vayamos ya a realidades culturales más próximas a la nuestra, si no en el tiempo, sr al menos en el espacio. Las nociones mismas de límites y fronteras son en el mundo occidentaJ antes, mucho antes, religiosas que políticas. Ni que decir tiene que la distinción entre uno y otro ámbito es, también en este caso, producto de un largufsimo proceso de racionalización o secularización que se inicia a partir del Renacimiento. 0, vale más decir, que a partir de entonces se acelera con el redescubrimiento de la antigüedad. Veamos. Refuiéndose al mundo helénico, Jean Picrre Vernant nos muestra cómo los límites del mundo sensible (el aire, el océano, la lierra en sus rafees) no pueden estar limitados por nada: son dpeiron. Como tales, están asociados con nociones igualmente cósmico-religiosas, alejadas de los hombres (kalaros, kralOS, nous, autocratés). Por el contrario, lecada punto, cada elemento del universo sean cualesquiera su lugar y su poder, es necesariamente limitado y particular. Sólo el ápeiroll, al que nada limita ni domina, no está tampoco particularizado». Pero es en el mundo griego mismo donde se produce la gran transformación que conduce de un espacio religioso a otro netamente político. Destaca
Vernant que las denominadas reformas clisténicas marcan el tránsito de una sociedad gentilicia a otra basada en principios territoriales; o de la concreción de los grupos familiares, territoriales, religiosos diferenciados y tradicionales a la abstracción de los ciudadanos iguales con idénticos derechos a participar en los asuntos públicos. De Solón a Clistenes la transformación es evidente: en la época del primero, la crisis de las ciudades se solventa con la apelación a un árbitro, a menudo legislador extranjero; por el contrario, el nuevo ideal de la isollom{a lleva consigo que los ciudadanos resuelvan por sí solos, respetando sus instituciones, sus problemas. 13 lncident.almente, puede ser interesante evocar aqui el audaz recorrido que Marshall Sahlins realiza por Las obras de Dumézil, Frazer, Hocart y otros. Y, a través de ellas, por las apasionantes semejanzas entre la realeza indoeuropea y polinesia. En uno y alTO caso, el de la realeza arcaica, ésta se concibe como algo surgido desde fuera de la sociedad , con arreglo a lo que denomina Sahlins leuna leoria naturalista de la dominación»: lePar su propio origen ajeno a la cultura nativa de la sociedad, el rey aparece dentro de ella como una fuerza de la naturaleza. Surge en medio de una escena pastoral de pacífica administración familiar y relativa igualdad que la nostalgia de una época posterior bien puede evocar como una edad de oro. Es característico, entonces, que estos gobernantes no surjan siquiera del mismo barro que los aborigenes: provienen del cielo o lo que es muy frecuente son de diferente origen étnico. En cualquier caso, lo regio es el extranjero. "l. Volviendo ahora al análisis de Vemant, cabria añadir que, de modo significativo, frente a la fluidez que permitian antes los únicos límites auténticos -los cósmicos- se instauran ahora fronteras que hacen claramente diferentes unas unidades políticas de otras. Pero las reformas no se limitan a esa transformación del espacio cívico, sino que afectan también a otros ámbitos: organización del tiempo y sistemas de numeración marchan al unísono con el es-
14.
Ceo[(n,y
w. Connad 'J Anhur A. DeIllllnSI.
1988, p . H .
15. 16.
1983. pp. 206 'J ss. (cita 1l1~raI. p. 218). 1988, pp. 80 Y ss. (cllalit"mI. p. 64).
,
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pacio. Racionalismo, abstracción son las marcas de la nue· va visión del mundo: . A la elaboración de un espacio abstracto, vinculado a la organización política, responde la creación de un tiempo cívico, construido confonne a las mismas exigencias [ ...]. Como todavía el espacio, este tiempo cívico (contrariamente al tiempo religioso, ritmado por fiestas que COrtan el ciclo del aí'Jo en trozos cualitativamente diversos, a veces netamente opuestos) se caracteriza por su homogeneidad. Polfticamente. todos los períodos del tiempo cívico son equivalentes, intercambiables. Lo que define a una prilania [esto es , la décima parte de un año de trescientos sesema dfas], no es una cualidad temporal particular; sino una homologfa en relación al conjunto. Se pasa de un sislema temporal a otro, que es, en muchos aspectos, el contrario ..,.J7 En el mundo romano, ha sido el filólogo ~mile Benveruste quien ha relacionado lrmites y fronteras con comerudos netamente mágico-religiosos antes que con contenidos estrictamente políticos (entiéndase bien y una vez más, en el sentido que nosotros solemos dar a esta última locución). Tal ocu n ·c en el caso de los vocablos rex y regere: t:regere fines significa literalmente "trazar en líneas rectas las fronteras". Es la operación a la cual procede el gran sacerdote para la construcción de un templo o de una ciudad y que consiste en detenninar sobre el espacio el terreno consagrado. Operación cuyo carácter mágico es visible: se trata de delimitar el interior y el exterior, el reino de 10 sagrado del reino de lo profano, el tenitorio nacional y el territorio extranjero •.l • En el plano más propiamenle político, el de los enfrentamientos y las alianzas, el filólogo nos muestra, en cambio, un terreno de indefinición, de ambigüedad. Las nociones mismas de guelTa y paz están relacionadas en la antigiiedad entrc sí de manera inversa a 10 que OCUlTe en el mundo modemo. Mientras para nosotros, dice Benveniste, la paz se ve como el estado nonnal que rompe la guerra, 11.
18.
Vem.nl, op. CIt., pp. 223·224. 1969, \'01 2. p. 14.
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t:para los antiguos, el estado nonnal es el estado de guerra, al que viene a poner fin una paz. No se comprende nada de la noción de paz y del vocabulario que la designa en la sociedad antigua a no ser que nos representemos que la paz interviene como la solución accidental, con frecuencia temporal. de conflictos pennanentes entre ciudades y Estados • ." De modo congruente. amistad y enemistad, hospitalidad y hostilidad se nos muestran como sentidos contradictorios de unas mismas nociones primigenias indoeuropeas que revelan esa fluidez de los bordes y de las fronteras. Así interpreta Benveruste un ténnino lan controvertido como arya/l (en la raíz o emparentado con vocablos igualmente polémicos y evocadores -aparte, obviamente. del caso mismo de ario- como la denominación étni ca iranio, la categorfa aristós o la divinidad védica Arimdll), Discute el filólogo interpretaciones como la del alemán P. Thieme. quien interpreta el término entendiendo que el radical arlequivale a t:extranjero, amigo o enemigo.; su derivado a,,'Q sena quien tiene relación con el extranjero, su anfitrión. Benvenisle. por el contrario. concibe que tal combinación de hostilidad y amistad se encuentra instaJada en el seno de un mismo grupo social: a través de los mecanismos de los intercambios matrimoniales que caracterizan a una sociedad de mitades exogámicas.No cabe: hoy duda de que ha sido toda una óptica decimonónica -nacionalista y belicosamente reividicativa de espacios soberanos netamente delimitados- la responsable de una importante defonnación del pasado. Es decir, la que supone la conceptuación de la &-antera como un (rente militar fijo y como una clara delimitación territorial. Así se argumenta de modo convincente y siguiendo al historiador Lucien Febre en un estudio sobre fronteras en el imperio romano. Resulta significativo constatar que Estrabón no menciona nunca frontera en toda su descripción del imperio. Tennilli y fines tienen un sentido religioso de delij
'
19. lbid., vol. l . p. 3611. 20. Ibid., pp. 370-373. 21.
c. R. Whinuer, 1994. pp. 1 Y 71.
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müación entre el ámbito doméstico y el militar: hacen referencia, por tanto, a los lImites del orden intenlO, no del poder imperial. n La ideología imperial romana conlleva, por el conUllrio, la noción de ilimitado. sin límites. Una ideología respaldada por la promesa de Júpiter, en la Eneida de Virgilio, de que Roma tendría un imperiunl sine fine. Idea a la que sustentaron realidades en la época de expansión del imperio, mientras éste fue fuerte y sus vecinos claramente inferiores. Pero, una vez que la situación se invirtió, la ficción llegó al extremo de proclamar al invasor, el godo Teodorica el Grande, propaga/or romani Hominis, domitor gentium. y esa ideología de un imperio ilimitado impidió, a juicio de Whittaker, que los romanos admitieran que alguna vez habfa existido una frontera; es más, contribuyó a que quienes tenían con anterioridad un conocimi ento de primera mano de los movimientos de población propusieran, sin embargo, que Roma absorbiera pacíficamente a los godos y expandiera así sus fronteras. u En cuanto a las murallas de las que aún quedan vestigios - las de Adriano y Antonino e n el actual Reino Unido, las clausurae en el norte de África- reflejan probablemente el fracaso de la politica expansionista romana. Pero expresan sobre todo, según el autor mencionado, el control de movimientos --de comercio , de pastoreo; mucho más que barreras militares, aunque sin excluir por supuesto esa utilización, constituyeron delimitaciones de zonas caracterizadas por sus rasgos ecológicos.2< No obstante, las fronteras que realmente importaron fueron zonales más que lineales, necesariamente imprecisas. Y, a la larga, cuando el imperio entró en su ocaso, se hizo prácticamente imposible determinar si existían o no rronteras en su parte occidental. Ambigüedad que explica -afirma Whittaker- la transformación del imperio en los reinos .. bárbaroslt que le sucedieron. Frente a la vieja imagen de un mundo civilizado invadido por intrusos incivilizados, la realidad parece «más compli-
cada y más interesante: se trató de un proceso de asimilación gradual de gentes de los bordes en una cultura que estaba cambiando ella misma al adaptarse a las presiones. De tal modo que, al final, resultaba poco claro saber quiénes eran los bárbaros y quiénes los romanos • .15 Ese juego de zona (área) fronteriza y Ifmite lineal tiene, en todo caso, una larga y compleja historia. Se pone así de relieve en un estudio relaLivamente reciente sobre un pedazo de nuestra frontera, la que divide la antigua Cerdai'ia entre España y Francia. 16 Previamente, hace su autor unas interesantes matizaciones. Para empezar, señala que la distinción entre división lineal -con evocaciones restringidas al ámbito politico- y zona --con connotaciones más amplias, sociales-, si bien extendida en las lenguas europeas modernas, presenta coloraciones diferentes debidas a experiencias históricas diferentes. De todos modos, ese dualismo ha equivocado a los teóricos de la fromera desde el pasado siglo al hacerles percibir un proceso evolutivo, irreversible y necesario, que comienza con una zona mal delimitada y finaliza en una línea matemáticamente trazada. Tal perspectiva, dice Peter Sahlins, aparte de no apoyarse en pruebas históricas, ignora dos dimensiones importantes de las fronteras polfticas: que el carácter zonal persiste después del trazado de una línea y que la idea de delimitación lineal es muy antigua. Claro está, habría que añadir, que con ese carácter mágico-religioso al que me he referido ya varias veces. Además, la delimitación (a veces claramente visible, sea mediante signos naturales -piedras, ríos, árboles- o, incluso, artificiales) recubre dos conceptos diferentes de soberanía: jurisdiccional y territorial. El primero es evidentemente de origen feudal (señorío sobre personas) y se prolonga hasta la monarquía absoluta. Como es bien sabido, el concepto de jurisdicción no lleva aparejado el de una clara demarcación territorial; de hecho. las jurisdicciones se solapan o superponen. En cuanto al segundo, el territorial, apunta a finales de la Edad Media, pero sólo alcanza plenitud a panir del contenido naciona] que la Re-
22. ¡bid.. pp. 24-25. 26. 23. /bid .. pp. 29. 36, 66 Y 198. 24. 1bUJ., passim y, especialmente, cap. 3.
25. 26.
lUid., pp. 8, 62. 71 y, dla lileral. pp. 132-133. fe!er Sahlins. 1989.
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vo!ución francesa da al territorio y la consagración que los estados del siglo XIX hacen de la línea fromeriza como expresión de la soberanía nacional. Pero la historia de la concreta frontera que separo a la Cerdafia no puede verse como un simple proceso lineal, s ino como: «el juego complejo de dos nociones de límite -zonal y lineaJ- y dos ideas de soberanía -jurisdiccional y territorial-. Las dos polaridades pueden encontrarse en cualquier momento de la historia de la frontera. si bien la tendencia dominante, pero no uniJineal, fue el colapso de las fronteras jurisdiccionales en beneficio de una única linea fronteriza de tipo territorial .,n
Evoca Sahlins, precisamente, la aportación de Benveruste respecto al carácter reHgioso del trazado regio de fronteras cuando analiza el Tratado de los Pirineos de 1659, que consagró la división e ntre los dos estados en la zona de la Cerdalla. y resalta cóm o la negociación, desa· 1T01lada en la lsla de los Faisanes, en el Bidasoa. formaba parte todavía de una representación de la soberanía arcai· ca y persistente y marca el contraste con lo que vendrla más tarde: . En 1659. el Cardenal Mazarino y Don Luis de Haco, como plenipotenciarios de sus reyes respectivos, no respetaban simplemente una delimitación respectiva. Más bien, mediante su presencia, creaban la división territorial de los dos reinos de España y Francia. Porque, en su au· sencia, no había nada que definiera los límites territoriales precisos -ni piedras delimitadoras, ni linea de soldados, ni guardias de aduanas. La Hnea fronteriza, como expre· sión permanente de soberanía territorial, sólo hizo su apa· rición en el siglo xrx. El estado del xvm no era, estricta· mente hablando, un estado territorial: se estructuraba, en cambio, en lorno a "jurisdicciones", .. 1e Y, sin embargo, esa línea divisoria, que parecerla que hubiera emergido sólo para dividir y enfrentar, puede con· vertirse en lo contrario. Del otro extremo de nuestras fron· teras se nos recalca lo que acabo de indicar. La Raya, es de· cir, la línea de la frontera luso-española en la denomina-
ción popular de los extremeños _se convierte en la columna venebral que articula el Área Rayana cuyos pobladores intemalizan. comparten y difunden una peculiar "cultura de frontera" basada en la complementariedad de dos (pueblos, naciones), que sin dejar de ser dos, necesitan formar uno ...lt En el Área Rayana se desarrollan procesos donde ni la nacionalidad ni la territorialidad quedan i.nafectados; unos y otros son negociados y manipulados por los rayanos. cuya cultura fronteriza .. manipula y redefine constante y contextualmente la lealtad nacionalista (columpiándose entre xenofobia y xenofilia) y manipula la nitidez de la frontera geopolítica (oscilando entre la precisión punlualllineal del marco-hito n.O695 y la bolTosa zona del Área Rayana) ...JO _ Tal vez sea esa ambigiledad que loda frontera entrana la que ha llevado a valoraciones muy diferentes de su papel en la historia del mundo moderno y, ~ás concr.etamente, del mundo europeO y occidental. QUlero terminar -<:asi- mis reflexiones sobre este tema con la exposición, brevísima, de dos planteamientos antitéticos al respecto. Mientras el primero destaca con optimismo las ventajas del sistema de fronteras en la construcción europea, el segundo pone al descubierto las complejas fuerzas que subyacen tras la apariencia de las divisiones polftico-territoriales. Veamos. Estamos ante una srntesis histórica sobre la emergencia y construcción de Europa que rezuma auto~ Lisfacción y etnocentrismo. Se trata de E. L. Jones y su nlllagro europeo. ampliamente difundido en la pasada década;'! Jones recapitula, de modo casi panglosiano. todas las maravillas _medioambientales, demográficas, de recursos .. _ hasta tecnológicas y, claro está, el papel humano a través de las oportunas decisiones- para tratar de descifrar en qué han consistido las claves del desarrollo y del éxito europeos frente al resto del mundo. Y una de esas claves cree encontrarla en ellrazado de sus fronteras. primero estatales. luego también nacionales. Europa, según Jones, triunfó. en este sentiLuis M. unane. 1994. p. 276. 30. Ibid.
29.
Ibid., pp. 4-7 (duo Uten.l, p. 7). 28. Ibid .• pp. 27.28.
27.
97
31.
E. 1.. Jone5. 1990, especialmente. pp. 149·172.
• 98
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do, por haber optado por un sistema de estados, tras desechar otras formas de organización, como las federativas o las imperiales. Sistema bien articulado en «el que el cambio de una célula afectaba a las otras» .ll Favorecido. además, por la geografía, tal régimen, que propiciaba zonas nucleares de desarrollo, se vio alentado por toda una multiplicidad de factores humanos: alianzas matrimoniales regias, batallas, personalidades, etcétera. El resultado trajo todo tipo de bendiciones, desde económicas a políticas, que se plasmaron en un excepcional sistema de equilibrio. Lo cual llevaba aparejadas no menos excepcionales ventajas: se favorecía el intercambio, se evitaba el estancamiento económico y tecnológico, se garantizaba la libertad (ya que si uno era perseguido por defender sus convicciones, podía atravesar la frontera y huir a otro estado) y, en suma, se conjuraba el pe_ ligro de los imperios monolíticos ... En las antípodas de Jones, las conocidas posturas de un autor tan influyente como Immanuel Wallerstein. 3J En sus planteamientos, la nitidez de las demarcaciones políticas territoriales no son sino envolturas aparentes de complejos procesos económicos. Así, la clave de 10 que aquel denomina milagro, estriba básicamente para Wallerstein en un intercambio desigual entre un centro (siempre ganador) y una periferia (perdedora). Vistas así las cosas, las fronteras y la misma soberanía de los estados no son más que artilugios para que pueda realizarse ese intercambio desigual. La permeabilidad o la impenetrabilidad de esos artificios que son las netas demarcaciones tenitoriales constituyen, desde esta perspectiva, meros objetos de transacciones y manipulaciones de las oligarquías financieras. Para concluir ya, cabe que nos preguntemos por esas zonas de ambigüedad que quedan fuera de muchos y buenos análisis sobre el fenómeno de las fronteras. Las fronteras del mundo europeo nos muestran en algunas ocasiones -pocas y no demasiado duraderas, bien es verdad- el 32 . 33.
Ibid. , p. 149. Sigo y reSumo - y si mplifico mucho-Ias lfneas generales de su famoso El modemo sisremn mundial, Madrid, Siglo XXI. IOm"" J y II. 1984 Y 1989. Tamb¡é n, la compilación de a"fcul"" del mismo Wa!lerstein y Étienne Balibar, 1991.
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interesante y esperanzador fenómeno del sincretismo, de]a superación fáctica de la división. De la hoy atormentada Bosnia se nos comenta en una muy reciente revisión bibliográfica cÓmo en lugar de tratarse de «una frontera fatal entre las dos civilizaciones antitéticas -cristiandad e islam- Bosnia fue el lugar donde las dos habían aprendido, a lo largo de cinco siglos. a entenderse y a coexistir»." El sincretismo había florecido ampliamente: «Todavía en el siglo xx, los campesinos cristianos acudían a menudo a la mezquita local y los musulmanes besaban iconos cristianos venerados, así como los cristianos convocaban a veces a los denriches musulmanes para que leyeran el Corán a fin de curarles enfennedades.»35 Allí mismo se nos informa también de cómo en una situación donde la afiliación religiosa perdía fuerza a principios de este siglo (ser musulmán o cristiano -católico u ortodoxo-- era apenas seguir fonnalmente algunos ritos de transición), la ideología nacionalista operó sobre esas diferencias culturales ya tan difuminadas Hedefiniéndolas como signos de identidad esenciales, puros e indisolubles». La realidad de los últimos tiempos no hace sino reflejar la consumación de ese proceso. Los ataques brutales a la identidad musulmana por parte de las otras minorías están acarreando ya la radicalización del gobierno de Bosnia. Según informa un corresponsal francés desde Sarajevo, las autoridades bosnias toman medidas que favorecen claramente una anhelada -y hasta ahora desconcida alli- pureza islámica. Con anteIioridad a la presente guerra, el 45 por 100 de los matrimonios de familias que vivían en la capital eran mixtos (esto es, de musulmanes con católicos u ortodoxos); la cifra se reduce hayal quince por ciento. Además, desde la prensa financiada por el partido de Acción Democrática (es deci..t~ el del presidente Alija Izetbegovic) se recomienda que tales uniones mixtas acaben de una vez por todas para «construir una sociedad libre de traumas». Por otra parte, el árabe empieza a reemplazar al inglés como primera lengua extranjera que se enseña en las escuelas. También es en ára34. 35 .
Mkha"] Ignatieff, 1994. [bid.
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be como se realiza el saludo en las noticias vespertinas de la televisión de Sarajevo, para continuar luego en serbo-croata. y hasta este idioma, en boca de los dirigentes, parece estar cambiando al ai\adirle un deliberado acento árabe. Como concluye un joven periodista bosnio, rebelde ante este estado de cosas: «Mis amigos no musulmanes que luchan en el ejército gubemamental bosnio son enviados de forma ruti. naria a primera línea del frente. En diez años, si este país no ha desaparecido , será islámico.,," Resulta interesante considerar cómo en una situación análoga, aunque en circunstancias históricas muy diferentes, se dieron fenómenos semejantes. Al otro extremo de Europa yen vísperas de la Edad Moderna, otra fromera , la andaluza conocía también de alguna forma el sincretismo. En la Sevilla de la segunda mitad del siglo XlV, nos cuenta Joseph Pérez . la situación resultaba inquietante para las au toridades religiosas:
Rérny Ouroan. para LI. MO'lIk 28 de septiembre de ]99~. Apareeido en The e19 de octubre de ]994. p. 19, con pj titulo .The busni.n dnam oí • muhi~thnlc future is dyln¡o. )7. 1988. P. 323. 36.
GrUl1IJi1l1l lVukly.
EL RETO DE LAS ORGANIZACIONES En estos Males de sig10 parece a veces como si las ciencias sociales hubiesen olvidado su razón de ser, lo que ha justificado su existencia. Ésta no fue aIra.. en su génesis de la primera mitad del s iglo XIX,. que el mIento ~e dar cuenta de la complejidad y profundidad de los cambiOS socioculturales que trajeron consigo la primera industrialización las revoluciones burguesas y los pujantes y belicosos nue~os nacionalismos europeos. Las postrimerfas del s iglo xx, con unas ciencias sociales más que maduras, no.s sorprenden con problemas (Otros nacionalismos, otras cnsis económicas y políticas) cuyas dimensiones . sin embargo, diríase que rebasan nuestros paradigmas descrip~iv~s y explicativos. Vamos como a remolque de los acontecl.~~fl.Jen tos, que son tantos y tan variados, además, que ~u. ~ Im pl e presentación en los media narcoliz~ nuestra sens l b~ hdad y embota nuestra capacidad de reacción. Como ha dicho un escritor a propósito del estilo de algunos de nue~r.:0s reporteros y presentadores televisivos, las peores nouctas, las que literalmente revuelven las lripas del telees~tador, .se nos dan no sólo como ya acontecidas (esto es, ]rremed]abIes), sino también como ya conmiseradas. 1 De la vieja divisa comtiana, orden y progreso, o lo que es lo mismo, estática y dinámica sociales, hace ya mucho que las ciencias sociales consolidadas dejaron de creer en lo que significaba el progreso; en cuanto al orden. quedan ya muy atrás y no po~o en entn~dicho tanto I ~ sacrali zación parsoniana del sistema SOCial co~o .Ia busqueda de órdenes más profundos a cargo de los distintos estructural.
SMcIla Ferlosio. 1992.
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lismos. La caída del muro de Berlín, la guerra del Golfo y los horrores de la antigua Yugoslavia, por último, nos han enfrentado a todos con la vaciedad y fragilidad de estructuras que imaginábamos férreas y duraderas o con la palética inanidad de aquello tan pomposamente Uamado, a principios de nuestra década, nuevo orden que entusiasmaba a unos y atemorizaba a otros.
Ante todo querría insistir en un aspecto epistemológico al que sólo he aludido. ¿Están preparadas las ciencias sociales en general para abordar con rigor estos fenómenos? Porque lo desconcertante -o lo fascinante, según se mire- es que estamos ante fenómenos cuyos aparentes carácter duradero y solidez desmienten los acontecimientos de un día para otro. Pensemos, por ejemplo, en el llamado milagro japonés, esto es la sorprendente recuperación económica de un país derrotado y humillado en la segunda guerra mundial. Durante los años setenta y ochenta , el modelo ;aponés de producción, las huelgas a la japonesa, el himno canLado al comienzo de la jornada laboral y tantas otras cosas exóticas constituyeron la envidia y el anhelo de muchos empresarios europeos y norteamericanos as! como la desesperación de no menos sindicalistas del viejo y nu e~ va mundo. Se buscaron las claves del mi/agro en la ra!ces históricas de la sociedad japonesa -luego me refetiré a esto- tal vez sin aventurarse demasiado a averiguar lo que había tras la fachada de los himnos y las voluntarias aUlOlimitaciones salariales. Tener socios o patrones japoneses debió representar para empresarios y trabajadores occidentales una garantía respaldada por milenios. Por supuesto, también para gobiernos. Sin embargo, a principios de J 994, las cifras del desempleo, aunque ridículas todavía para estándares europeos, ofrecían una preocupante tasa de crecimiento. Además, desánimo aparte, vuelve a hablarse de una vuelta a un alannante nacionalismo cerril. Por último, la falla de imaginación de quienes aquí creíamos sagaces y llenos de ideas acompaña a la profundidad de la recesión. En palabras muy gráficas de un comentarista .. hace ya tiempo que las luces se apagaron, pero los dirigentes del Banco del Japón andan lodavfa estudiando qué ocurrió la última vez que se fue la luz, los burócratas del ministerio de comercio e industria internacionales llevan a cabo un estudio para restablecer la corriente mediante la paralización de todo el sistema e1éctlico, mientras que el ministerio de hacienda se aferra a su ciega idea de que la oscuridad es un hecho normal de la vidalO .l
El peso del tiempo y la globalización De lo que quiero ocupanne aquí es de realidades que desafían esa persistente obsesión de los científicos sociales por encontrar elementos o estructuras persistentes más allá de sus cambiantes apariencias y que, al propio tiempo, ex igen una conceptuación y un lenguaje que hagan posible expresar el cambio como algo más que mera articulación o engranaje entre fases estables. No descubro ningún secreto si afirmo que, cada vez más, nuestra vida está regida por esos entes completamente artificiales que se Uaman organizaciones --estatales o no, laborales, financieras, etc.- y que nos condicionan mucho más que lo que nos parece inmediato y natural -nuestra familia, nuestros amigos o nuestras creencias-. Como tipificadoras que son tanto de la era industrial como de la mptura de vínculos del aneie'l régime. las organizaciones, públicas o privadas. han sido objeto de estudio importante para la sociologfa prácticamente desde sus inicios. El nombre de los más importantes sociólogos está unido de forma ¡ndisociable con el e~1:udio de aJgún tipo de organización, sea la burocracia estatal, la empresa privada o los partidos políticos. En cambio, los antropólogos. como secuela duradera de una división del trabajo académico que se perfiló en el siglo pasado, han permanecido casi por completo al margen del interés por estos fenómenos hasta fechas relativamen te recientes. Es más, habría que decir que más que los antropólogos se hayan ocupado de estudiar las organizaciones, han sido otros especialistas en ciencias sociales los que Uevan tiempo ya utilizando. con mejor o peor fortuna , instrumentos conceptuales e ideas del bagaje antropológico al abordar estos temas.
2.
Raffeny. 1994.
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ANTROPOLOGlA POLmCA
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Señalaba antes que los antropólogos habían permanecido durame mucho tiempo al margen de la corriente de interés de las ciencias sociales por las organizaciones. Algo paradójico. si tenemos en cuenta que la vida del antropólogo. como la de c ualquiera, se desenvuelve en, y también por y para, organizaciones. lo cual. en el menor de los casos, debería habemos llevado a interrogamos sobre eUas. Pero, también aludía a esto, la antropología sigue mostrando las huellas de un pasado de dedicación a lo exótico, a lo foráneo, a lo singular que casa mal con lo cotidiano y anodino de las rutinas burocráticas, con la despersonalización de una cadena de montaje o con la aridez de la memoria anual de un ejercicio bancario. Parece como si estas y otras cosas semejantes tuvieran poco que ver con los intereses convenci onales de los antropólogos. Al menos, con los que dieron un sello distintivo a la disciplina durante muchas décadas. Porque lo cierto es que aun cuando hace ya mucho tiempo que la amropología empezó a dirigir su mirada a nuestros lares, no ha abandonado del todo los temas y tópicos que la hicieron famosa en las islas del Pacífico o en las tribus africanas. Tampoco parecen haber renunciado por completo los antropólogos a la pretensión de que sus objetos de investigación ofrezcan una suerte de redondel.. Es decir, la vieja y cada vez más desacreditada idea de que las realidades culturales tienen que presentar perfiles delimitados que nos permitan estudiarlas en toda su amplitud gracias a las técnicas del trabajo de campo in silll. Eso constituye, evidentemente, una vana pretensión en sociedades como la nuestra, donde nuestras vidas y nuestras relaciones con los demás están como segmentadas en muy diversas y alejadas parcelas (profesionales, familiares, esparcimientos, etc.), donde nuestras economías domésticas tienen sus resortes últimos en las oscilaciones de los tipos de interés del Bundesbank y donde la mera supervivencia de pueblos e nleros queda al albur de la crisis del milagro japonés o de la coyuntural baralura de la mano de obra del sudeste asiático. Ni que decir liene que aquellas sociedades primitivas que en su día se tomaron como paradigma de redondez. (tal
isla del Pacífico, tal pueblo africano), si es que no fueron idealizadas en su mismo aislamiento autosuficiencia, dejaron de serlo hace mucho tiempo. Lo que queda de ese mundo representa, en palabras de un antropólogo, el borde o el extremo del nuestro, del que llamamos civilizado. Así las caracteriza Geertz: se trata, dice, «de una amplia variedad de sociedades que viven en la periferia pero no son en modo aJguno inmóviles -gentes de las colinas, del desierto, de la jungla, isleñOS, urbanos en algunos casos, campesinos en otros- tratando todos de mantener aJgún tipo de equilibrio, integridad y contacto con su pasado en medio de cambios a gran escala que ni ellos han iniciado ni tampoco les afectan demasiado _. Marginales a los que se les fabrica desde fuera -a veces, a enorme distancia- una pobreza y se les impone un retraso al que a duras penas se resisten.'
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El papel de las organizaciones Pero volvamos a nuestro mundo, menos trágico que ése pero donde lo condicionado e incompleto de nuestras existencias se hace mucho más evidente. Vaya permitirme, para adentrarme en el tema de mi exposición, marcar, primero, ese gran contraste entre lo tradicional -cuyo polo extremo representó en su día ese universo primitivo que hoy agoniza en la periferia- y lo mollento, contraste que sirvió para articular los primeros y más famosos esquemas de las ciencias sociales. En ese contraste se fundamenta, precisamente, la necesidad, racionalidad y superiOridad de las modernas organizaciones. Es la aportación señera de la sociología al estudio de estos fenómenos. En segundo lugar, y como complemento más antropológico a ese estudio, me detendré en la especifiCidad cultural del fenómeno. Por último, apuntaré a la pOSibilidad y conveniencia de concebir estos fenómenos desde esquemas y enfoques más afines con el moderno pensamiento científico. El término organización es excesivamente amplio. Ya J
Ci«Tu, 1994.
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ANTROPOLOGIA POÚTfCA
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no nos sirve, tan siquiera, para caracterizar uoas determinadas manifestaciones de la materia, la orgánica. Como dice Mono, «todo lo que la antigua fisica concebía como elemento simple es organización. El átomo es organización; la molécula es organización; el astro es organización: la vida es organización; la sociedad es organización ».· Tal vez la ubicuidad del concepto no revele más que el peso mismo de las organizaciones en nuestras vidas y en nuestras mentes. Ni que decir tiene que aquf me refiero tan sólo a aquellas form acio nes sociales cuyos fines son conscientes y específicos y están constituidas racionalmente (esto es, para obtener los fines que se proponen). ~ Carnetenstica de nuestras sociedades desarrolladas es tanto la abundancia y variedad de organizaciones que en ellas existen (públicas, privadas, económicas, políticas, deportivas ... ) como la intensidad con la que marcan la vida de los individuos. Se es, más que cualquier otra cosa, funcio nario de taJ cuerpo, obrero de tal empresa o ejecutivo de tal otra -«soy hombre de X., como dicen estos últimos, para mostrar tanto su fidelidad a la organi zación X como su identidad primordial. En ello parece que estriba el gran contraste entre sociedades modernas y tradicionales. Estas últimas se caracterizaban por grupos e instituciones aparentemente espontáneas: familia, linaje, localidad, gremio. La gran transformación que trajo la primera industrialización no fue tanto las de unas herramienlas distintas cuanto una nueva organización del trabajo. Sin embargo, el fenómeno de las organi zaciones, como todo fenómeno complejo, es reacio a la enconsertación en ngidos esquemas, temporales o de cualquier otra índole. Elementos tenidos por tradicionales se entremezclan con otros conceptuados como signos de la modernidad. Como pone de relieve un estudio antropológico sobre las fortunas de ciertas dinastías familiares norleamericanas, el linaje, el grupo de descendencia viene a ser la fonna socialmente
aceptable que adoptan algunas corporaciones empresariales. Lejos de presentarse como antitéticos, linajes y organizaciones formales se manifiestan, así, como complementarios. Bien es verdad que los primeros no tienen la profundidad genealógica que caracteriza a los grupos de descendencia en las sociedades primitivas: el dicho popular americano, shirtsleeves lo shirtsleeves in three generations (algo así como el volver de la nada a la más absoluta miseria ---que diria Groucho Marx- de abuelos a nietos) refleja la relativamente corta historia de la implicación de un linaje concreto en la dirección y administración de un negocio. Pero no evoquemos romántkas imágenes de empresas iniciadas épicamente por descamisados a los que, a la larga, terminan sucediendo familiares reducidos a idéntico estado. Se trala de otra cosa: «el dicho da cuerpo a dos temas de la cultura americana. Admite la pOSibilidad de acum ulación ilimitada de riqueza como &uto del individualismo, pero resalta el valor equHibrador de la igualdad al predecir la fragmentación generacional de la riqueza acumulada».' El linaje, la dinasúa, actúa así como un mecanismo legitimador o de .domesticaciÓn moral de la ri queza».7 Pese a esos interesantes solapami entos y ropajes c ulturales específicos, no cabe duda de que nuestras reaUdades se alejan del pasado, el de los gremios o el de los linajes. Nuestras vidas dependen cada vez más de organizaciones que se nos antojan ajenas y lejanas. De papeles, certificados, pólizas, créditos ... Pero tampoco esas organizaciones son aULOsuficientes. Dependen, ante todo de sus entornos. Porque no pueden crear o producir por sí solas todo lo que necesitan (fundamentalmente, el material humano que las sirve), y porque su finalidad está dirigida, por definición, al exterior: cu.rar, educar, reprimir, producir bienes y servicios.8 Las organizaciones, pues, nos constriñen y limitan, pero están también constreñidas por sus entornos. Mintz-
4. Morin. 198] . p. 11 5. 5. Con a=-gln a la caracterización gcnbica que: de: ellas hace Maynt1_ 1980. I la que sigo en esle: párrafo 'l. en sus lineas generales. mientras no Indique Qtra ~osa..
6. 1. 8.
GeoI1C E. Mam.Ill y PelCr Dobkin Ha.lI. 1992. p . 20. ¡bid" p. 353. Maynl2 . ]980. pp. 59 Y $S.
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berg se refiere, en ese sentido, a tres círculos concéntricos que las rodean , de más difusos y constantes a más específicos y pasajeros:~
más justa, sino. y sobre todo, más eficaz. Más aún, la posi· bilidad de acceder a los puestos más altos de la administración gracias a los méritos, consagra la igualdad de oportunidades, tiene efectos niveladores y hace de nuestras so· dedarles el remo de la meritocracia. No menos conocidos son los reparos a ese estado de cosas. Al propio Weber no escapó lo que se denomina buracratización de la sociedad. Esto es, el desbordamiento de los fines que hace que el talante burocrático pennee toda la sociedad y que el funcionario (civil servan! en la expresión inglesa) se convierta en el fustigador inmisericorde de aquellos a los que tendlÍa que servir. Una viñeta de El Roca --ese surrealista del humor gráfico--- expresa con enorme brevedad lo mismo que muchos tratados de historia y so· ciologfa de la bW'ocracia: un funcionario, corpulento, sobria y correctamente trajeado, levanta por las solapas al pobre ciudadano, peor vestido y asustado, mientras le espeta: ¿eH qué le puedo servir? 11 Los criticas de Weber han ido más allá. Recordemos, por ejemplo, las disfunciones de burocracia que estudió Merton. Con mayor radicalidad, Adorno resalta cómo «el ejemplo de las SS muestra hasta qué punto el concepto de racionalidad weberiano, restringido a la relación mediosfines impide el juicio sobre la racionalidad de los medios».'l En definitiva, que un campo de exterminio nazi podria ser la suprema plasmación de la racionalidad y de la eficacia. Las últimas cnticas apuntan, e ntre otras cosas, a que los valores estimados en nuestra época (imaginación, intuición, satisfacción a corto plazo, etc.) tienen poco que ver con los del siglo pasado que inspiraron a Weber. u
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ante todo, la cullUra de la sociedad de la que fOlman parte, que impone un estilo alliempo que marca posibilidades y límites a las organizaciones (tal puede ser, tópicamente, la agresividad de frontera de los ejecutivos americanos o la armonía y cooperación de s us colegas japoneses); pero esos límites difusos son muchas veces insuficientes y se hace necesario que esas normas y valores se concreten en preceptos más formales de tipo legal; tampoco éstos bastan para establecer un control de las actividades de una organización y son entonces sectores externos potentes (social y/o económicamente) los que, como grupos de presión latentes o como campañas organizadas, tratan de condicionar las decisiones de una organización.
Como es bien sabido, el intento de explicación más ambicioso del avance arrollador de las organizaciones en el mundo contemporáneo fue el de Max Weber. La conocida equiparación weberiana de modernidad, racionalidad y organización burocrática, atribuye el éxito de esta última a su superioridad técnica sobre cualquier otro tipo de organización. lo Baste recordar en este punto que e l tipo ideal weberiano de organización burocrática resal ta las características que marcan el contraste entre el Estado moderno y otras formas de dominación. Es decir, la impersonalidad (que garantiza la objetividad), la jerarqufa (que amortigua las fricciones), el registro escrito (que garantiza la publicidad), el acceso a los puestos mediante estrictas regulaciones, etc. Todo ello hace de la burocracia no sólo una organización 9. Minlzberg. 1992. pp. 57 y S$. 10. Aparte de la caracleri¿¡lci6n del propio Max Webe~, 1964, son ,"speciaJmen· te Inleresanles al respe<;IO 10$ a.nálisis de Rei nhart Bendlx, 1969. pp. 423 Y s.~ .. Y TheodorAdomo.I991.pp.9J.1]3.
Organizaciones y cultura Aludía antes al papel de la cultura. Los fen ómenos de parentesco, señalaba al mencionar el caso americano, pueden actuar como presemaciones aceptables de la cruda ]]. Diario/ó.6demayode1992. ]2. Adorno. 1991, p. 95. ]3. V~. por ejemplo. Jesós de Miguel. 1990. pp. 72 Y ss.
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realidad económica empresarial. Pero esa relativa diferenciación de esferas - parentesco y finanzas- puede ser mucho más tenue en otros ámbitos culturales. Así parece desprenderse, por ejemplo. de un estudio sobre la alta burguesía empresarial catalana. La peculiaridad del fenómeno puede resaltarse con las palabras de su autor: _Los catalanes siguieron, en relación al Estado, una trayectoria hasta cierto punto independjente. El resultado fue la creación de una industria familiar que subsu mía los valores tradicionaJes catalanes y basaba la cohesión de la elite en los lazos del parentesco [... ] De igual modo que la familia. la organización del capi tal también ha formado parte de la identidad ideológica de Cataluña.»H Pero esto pertenece ya a otra época: nuevas coyunturas de la economía mundial --el proceso general de globalización, la entrada de España en el Mercado Común en la pasada década- han trastocado el panorama y han contribuido a la disociación actual de empresas y familias y al debilitamiento de estas úl· timas en las esferas económica y política. La breve ilustración, creo, pone de relieve el papel de culturas específicas en la configuración de las organizaciones empresariales; también, el carácter temporal de estos fenómenos. Una síntesis útil sobre uno y otro aspectos es la que nos ofrece G. Morgan. ls Destaca este autor cuatro vertientes o facetas del conjunto en el que aparecen imbricadas cultura y organización: 1) impacto en la cultura de los fenómenos organizativos; 2) incidencia de la diversidad cultural en los modelos de organización; 3) la organización misma como forma de c ultura y 4) equiparación entre uno y otro fenómeno en tanto que ambos son configuradores de realidades sociales. Utilizaré en lo que sigue bastante de cerca el esquema de Margan. 1. Siguiendo la idea de Renan al definir la nación como plebiscito cotidiano y su creación como fruto del olvido , Gellner ha subrayado cómo, en la era contemporá1_. McDollOih. 1989, p 108 15. G. Mor¡ao. 19116. pp. 11 1· 140. lu alusiones que .., ha=n a que sigut se reflt:kn a est .. libro y a _ pliginas..
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ORGANIZACIONES
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nea , los lazos de los individuos con sus leaJtades primarias se cortan en beneficio de la nueva colectividad en la que se sumergen aquéllos. La nueva cultura -la de la naciónse hace visible y objeto de culto.·· Pero la necesidad de activar, simbólicamente y casi dfa a dfa, la solidaridad del conjunto pone de manifiesto la fragilidad de la misma. Ya la división del trabajo --como vio Durkheim y recuerda Morgan- conlleva un proceso de desintegración o parcelación sociaJ que requiere otro de reconstrucción. Paralelo y complementario, pues, al plebiscito COTidiano que la nación emraña, las' organizaciones crean nuevas solldaridades, como antes se resaltaba. Ahora bien, lo peculiar de estas últimas -y 10 novedoso del fenómeno- es que sus perfile s traspasan las fronteras nacionales y crea n subculturas cuyos asentamientos territoriales carecen de contigüidad. Los ejecutivos de las multinacionales procedentes de países distintos comparten, probablemente, valores y formas de vida en mucha mayor medida que lo hace n con los obreros de las mis mas firmas. También se podría decir a lgo pareci· do de los profesores universitarios de diversa procedencia, de los deportistas profesionales, de los divos ... Los contactos, regulares o periódicos, parecen ser requisito de esta suerte de subculturas transnacionales. El fenómeno, pues, afecta de manera completamente diferente a los diferentes sectores de una misma organización empresarial: en un ex· tremo, los altos ejecutivos y en el otro los trabajadores manuales. La facilidad con la que una multinacionaJ desmantela sus fábricas en un país y se instala en otro a miles de kilómetros, donde las organizaciones s indicales son débiles o inexistentes, los sistemas de segu,r idad social poco o nada gravosos y la represión politica eficaz, muestra cómo la gestión de capitales saca buen provecho de la existe ncia o inexistencia de tales SUbcUltLU'3S. 2. A la otra cara de la moneda - la incidencia de la variedad cultural en los modelos de organi zación- se ha aludido varias veces. Las altas burguesfa s empresariales de las sociedades más desarrolladas se asemejan entre ellas en muchos aspectos. Pero no menos importantes o significa ti·
autor tn lo 16,
GcUner. 1989, pp. 17 Y ss..
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vas son las diferencias en el modo en que sus miembros utilizan los recursos que sus respectivas culturas ofrecen para establecer o consolidar barreras de clase.!l ¿En qué medida pueden explicar las especificidades culturales el desarrollo capitalista de unas sociedades, el
borales: la diferencia estriba en que los japoneses parecen te ner una mayor capacidad de aguante en esos terrenos. Pero el modelo japonés encubre en realidad otras cosas. Entre otras , una menor seguridad en el empleo de lo que se supone (con una gran flexibilidad debida al empleo eventual, a la baja edad de jubilación y, sobre todo, a la notable precariedad del empleo femenino) y fuertes restricciones a la acción sindical. En suma, los tópicos conocidos sólo se aplican a un sector de la empresa (personal muy estable e integrado y, por tanto, satisfecho) y sirven para sublimar el trabajo en cadena. l9 En contraste, el Reino Unido, como resalta Margan, parece como si hubiera perpetuado en sus relaciones laborales los antiguos antagonismos de una sociedad profundamente dividida en la era preindustrial. Del mismo modo, y en el terreno de la organización burocrática, se han buscado raíces en el pasado francés de monarquía absoluta para explicar que la larga tradición de administración centralizada y autoritaria «ofrece a la sociedad francesa el único modelo eficaz capaz de responder a dos exigencias contradictorias: garantizar la independencia de los individuos y asegurar la racionalidad y el éxito de la acción colectiva».2u Sin embargo, en cada caso hay que desconfiar de consideraciones atemporales . Recordemos que la proverbial combatividad de los sindicatos británicos quedó seriamente en entredicho tras sus confrontaciones con la dama de hierro; por su parte, el fenómeno burocrático francés comenzó a experimentar una profunda crisis y transformación a partir de los años sesenta. l 1 Por lo que respecta a nuestro país, la aparente rigidez billocrática ha ido acompañada (por fortuna , muchas veces) de una estructura paralela de amistad, sobre la que Julian Pitt-Rivers escribió algunas páginas realmente agudas .22 Hay, no cabe duda, continuidades. Una de ellas especialmente significativa es el hecho de que los funcionarios
estancamiento económico de otras o el auge de la racionalidad burocrática en el ámbito europeo y contemporáneo? El simple enunciado de cualquiera de estos temas evoca de nuevo el nombre de Weber y el de sus criticos. En nuestro contexto temporal más próximo, recuerda Margan, el «milagro japonés», de una parte, y el auge de los productores árabes de petróleo a raíz de la crisis energética de princi-
pios de los setenta han puesto el problema sobre el tapete. Lo segundo, de manera práctica, porque ha llevado a los empresarios europeos y americanos a enfrentarse con usos, horarios y de todo tipo, desconcertantes en el mundo convencional de los negocios. Lo primero, desde un punto de vista más teórico, porque ha venido a trastocar las ideas vigentes sobre desarrollo económico. A diferencia del capitalismo occidental -británico, concretamente- el modelo japonés se estima basado en la cooperación y no en el conflicto de capital y trabajo. Con arreglo a la hipótesis del especialista en temas japoneses, el australiano Murray Sayle, l S tal modelo hunde sus raíces en el pasado nipón. La solidaridad de los distintos sectores de las industrias japonesas combina, según este autor, los valores culturales tradicionales de los cultivadores de arroz y del espíritu de servicio de los samillai. En el antiguo Japón, en un marco ecológico de recursos escasos y resultados azarosos, los campesinos se veían forzados a trabajar en equipo; en cuanto a los samurai, dependian de aquéllos para su propia existencia y, como contrapartida, actuaban como sus protectores y defensores . En suma, la relación campesinos-samurai encuentra su correlato y su continuidad en la actual relación entre obreros y patronos. Ello no obsta para que existan otros aspectos más detestables o menos annoniosos en las relaciones la17. Véase, por ejemplo . el estudio compara lÍvo de Lamom. 1992, especialmen· te pp. 129 Y ss. 18. Apud Ma rgan , ibid.
19. Gannend..ia, 1990, pp . 54-58. 20. Crozier, 1963 , pp . 288-289. 21. Crozier . pp. 367 Y ss. 22. En el senl ido que la interpret .. MuriUo. 1963. cn el capItulo dedicado a la burocracia; vid . el propio Pill·Rivers, 1971, cspcdalmcnte pp. 154 Y ss.
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se hayan considerado, ante todo. miembros de un cuerpo -y, de aM, seguros en sus puestos como en pocos paIsesantes que servidores del Estado. Tradición esta que desconoce cambios de régimen polflico e incluso cambio de siglo. u En otros terrenos, el de la empresa pdvada, contrasta, en cambio, la falta de tradición de instituciones financieras a lo largo de nuestra historia con el absoluto predominio de las mismas en la actualidad. De lo primero da cuenta el clásico y magnífico estudio de earande. l ' earande resalta. pese a tratarse de época de flujo de riquezas americanas hacia España, oc ia mala suerte de los bancos, pues, aunque retoñaran, vivían poco_.u Aparte de las razones coyunturales y estructurales que el historiador tiene en cuenta, apunta a otras de signo claramente cultural que marcan el contraste con lo que ocunia en otros lugares: tela racionalización del comportamiento, el cálculo fria, el espíritu de lucro, que se agudizan ya ames de rayar la Edad Moderna, no lograron aquí frutos tan generalizados como en otros pueblos ... Bien emendido que no se trata de que el español, contra estereotipos al uso, rehusara el trabajo; más bien que el «concepto del mismo no se atenía a cálculos económicos».16 De la situación actual, por el contrario, se nos asegura que en las instituciones financieras está, junto con el papel del Estado y el de la inversión extranjera, . el origen y desarrollo de la trama empresarial espafiola., con poquísimas excepciones. 27 Rasgo específico de nuestra banca no ha sido, en cualquier caso, tanto su potencia económica respecto a las de otros países cuanto la ostentación de que han hecho gala sus sedes centrales. Ya en nuestro siglo, un observador irónico, Trotski, las equiparó con te templos de una suntuosidad aplastante .. , y resaltó el contraste con la austeridad del edificio que albergaba el parlamento.la 3. El tercer aspecto de los mencionados más atrás es 23. Beltrán. 1994. 24. ClU'llnde. 1987. 25. lbid. , vol. 1. p. JOS. 26. lbid., pp. 160 Y 161 . 27. Gonz4l« Urbanejil, 1993, p.131 . 28. Trorski , 1975, pp. 22, 23 Y 60.
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de especial interés desde un punto de vista antropológico. Se refiere al modo en que las distintas corporaciones empresariales representan d istintos estilos, sistemas de valores, ideoJogfas ... Algo que recuerda sin duda la caracterización en culturas y subculturas que los antropólogos hicieron tiempo ha de los distintos pueblos a lo largo y ancho del mundo. Una organización se basa en una ideología, es decir, un sistema de creencias compartidas por sus miembros y que la distinguen de otras organizaciones. Fenómenos familiares a los antropólogos como la fOlja de tradiciones diferenciadas o la identificación de los miembros con sus respectivas organizaciones acompañan a esos sustratos ideológicos. n Eso de cara fundamentalmente hacia el exterior; hacia su interiOl~ la organización acalla individualidades, ensalza lealtades y hace difícilmente imaginable o penosa a sus miembros la opción de la salida o abandono de la corporación. Dicho de otro modo. la ideología genera una suerte de naturalidad en los miembros de la organización, análoga al modo en que uno se siente andaluz, gallego, francés o español frente a quienes son o se sienten cualquier otra cosa equivalente. De manera semejante, esa cultura se sustenta en mitos de origen, se desarrolla mediante tradiciones y se refuerza cuando logra que los nuevos miembros se identifiquen con la organización, sus valores y sus creencias. Ni que decir tiene que esos estilos y esas creencias, esa cultura, tratan de presentarse como peculiares o diferentes (esto es, mejores) en un mundo que hipervalora la competencia y el triunfo de los más aptos. La bibliografía americana sobre culturas empresariales -y sobre estilos de organización, en general- va siendo abrumadora. Se nos ofrecen en ella ejemplos para todos los gustos: compañías en las que impera la camaradería frente a otras donde el parecido con un reinado del terror no resulta excesivo. También conocemos tradiciones y rituales diferenciados. Se analizan, asimismo, las subculturas que la organización alumbra: distintos sectores de la producción o de la gestión, diferentes ópticas que articulan, a su vez, nivele ..di--;:-.. .. ~'t;';-"'" 29. Mintzbcorg, 1992, pp. 181 Y55.
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ANTROPOLOGíA POLmeA
EL RETO DE. LAS ORGANIZACIONES
ferentes de integración y participación. Por contraste, es muy parca la literatura espafiola sobre estos lemas. El auge de los bancos y de los banqueros (unido a algunos escándalos sonados) está permitiendo que algunas publicaciones -entre el periodismo de urgencia y la reflexión socioeconómica- nos permitan vislumbrar fenómenos semejantes en nuestro país: estilos empresariales, sagas de banqueros, historias ejemplares de vidas y liturgias de los consejos de administración o de las juntas de accionistas. Todo esto puede resultar muy atractivo para el antropólogo. Pero se con-e el riesgo en el que suelen caer con frecuencia ciertas ópticas antropológicas dadas a deslumbrarse con lo aparentemente peculiar o lo llamativamente exótico de nuestro entorno. No está de más olvidar, sin embargo, que las planas mayores de las corporaciones empresariales pueden estar muy interesadas en que los elementos secundarios de la organización o las audiencias de accionistas centren su atención en tales elementos. Y un exceso de luces y farándulas sin'e no pocas veces para ensombrecer algo mucho más importante a 10 que deberiamos preslar atención. 4. Esto nos lleva a la última de las facetas antes enunciadas. Menos llamativas que lo anterior son las reglas tácitas, todo lo implícito que se origina en el proceso de interacción que una organización conlleva. Lo que llamamos cultura, sabemos hoy, no es un mero producto que se manifiesta en estilos, rituales, tradiciones o genealogías, sino que es -y de modo fundamental- algo que produce realidad social. lO Es ese proceso no langible de dar sentido a lo que hacemos, juzgamos o percibimos. Fenómeno este que no se limita , claro está, a los miembros de una determinada organización , sino que nos afectan a todos. A través de los media, nuestros deseos y nuestras posibilidades mismas se moldean en centros de gestión de los que, probablemente, no tenemos noticia siquiera. Sin duda, también nuestros gustos, las nociones de 10 bello y de lo bueno y la percepción de la realidad que nos rodea. Cuando acordamos, nos damos cuenta de que esa configuración de nues-
tros usos (en el vestir, en el beber, en el viajar o en 10 que sea) no se limita a cuestiones más o menos intrascendentes. La tan trafda y llevada globalización afecta a niveles mucho más prorundos de nuestra existencia.
30.
Como pone de ",lleve Sackman. 1991. pp. 33 y
Para seguir Me parece que en una colección de ensayos de antropología política no podia faltar el esbozo, al menos, de un tema de tanta enjundia como el del rol de las organizaciones en nuestros días. Su fuer za o su poder, como en el caso de otros fenómenos , específicamente políticos o no, est.dba no ya ---o no sólo- en cómo condicionan nuestras vidas, sino en cómo crean o transforman nuestra propia percepción del mundo que nos rodea. Lo que nos plantean estos fenómenos es, ante todo y sobre todo, un desafío intelectual. ¿Cómo abordar estas nuevas realidades, configuradoras de la cultura de nuestro tiempo? Señalaba al principio que las ciencias sociales nacientes, enfrentadas con una situación igualmente retadora, articularon esquemas válidos en su momento pero que hoy serian insuficientes. JI Como nos recuerda Dana Zohal', la física newtoniana inspiró corrientes y filosofías tan diversas como las de Hobbes y Stuan Mill , Locke y los disti ntos reduccionismos (ma rxista, dan\.. inista o freudiano), la {(sica social de Comte O la teoría del libre mercado de Adam Smith. ll Y, a la búsqueda de un nuevo pensamiento y lenguaje sobre el cambio, Zohar propone la revolución científica de nuestro siglo. incluye ésta elementos de variada procedencia: leoría de la relatividad, mecánica cuántica y teoría del caos y de la complejidad. Por diferentes, e incluso contrarias, que sean. todas comparten un paradigma común. Paradigma que resal ta la importancia creativa de lo indeterminado y de lo impredictible. La incertidumbre que propugna, permite que quepa esperar la apadción constante de formas nuevas 31. Entre otraS muchas T1IWn<$. porque 105 esquemas temporales de la ciencia clásica. a los que aqutll05 se aJusulban pugnan con 105 de la ciencia actual: vid. Prl· gogine. 1992 y 1993.
32. 1m.
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ANTROPOLOGÍA POlmeA
que se autoorganizan. Tanto la física cuántica como la noción de complejidad hacen hincapié en la multiplicidad y recalcan la posibilidad -y la necesidad- de un pensamiento que admita la conlradicción aparente. En la leona imperante de la luz -frenle a la clásica- ésta es lanto ondas como partículas. Del mismo modo, las cosas pueden estar aquÍ y allí, o desarrollarse ahora y entonCes. La vieja dicotomía objeto/sujeto (cartesiana y racionalista) debe reemplazarse por otra querida -al menos, programáticamente- por los antropólogos, la observaciór¡ participame. La vieja objetividad va viéndose reemplazada por la verdad siruacional o comprometida. La rotundidad de la distinción hecho/valor se borra o se difumina. Palabras apasionantes y marcos conceptuales prometedores, pero, sin duda, difíciles de llevar a la práctica. En todo caso, arrojan alguna luz; bastante más que la obse· s ión de cierto posmodemismo por la pura y simple vuella a la premodemjdad. Nos pueden servir, cuando menos, para emender cómo nueslro mundo, regido por organiza· ciones que nos hacen simples piezas de un enorme rompe· cabezas, pennite e incluso aüenta la individualidad. Tal vez, al igual que la luz, podamos ser ondas pero también particulas.
COMUNIDAD RURAL Y ESTADO Voy a enfrentarme aquí a lo que parece ser una idea persistente en nuestra cultura. idea gratificante o consoladora él veces; inquietante otras muchas. La tal idea, o quién sabe si creencia ya, es que tras o debajo de nuestras artifi· ciosas convenciones sociales hay un telón o un sustrato que a todos los humanos nos concierne y nos unifi ca. Telón o sustrato humano o animal , según los gustos. Como lo uno o lo otro puede confortarnos si consideramos que, despojados de nuestros artificios, somos tan libres como los pájaros o los samoanos. Pero también lo contrario cuando cavilamos que, tras la tenue capa de la civilización, lo único que hay es pura agresividad reptiliana o de cual· quier otro antepasado filogenéti co. Ni que decir tiene que a esa idea responde y a ella ha contribuido la antropológica oposición entre naturaleza y cultura, distingo artificioso por demás. Pero, optimista o pesimista, también se vislumbra en concepciones más vetustas y tan disímiles entre sí como la temida condición natural hobbesiana, el buen salvaje de los ilustrados, las uropfas sociales del siglo XIX, el inconsciente freudiano o la agresividad tan resaltada por Konrad Lorenz y los etó· lagos. Nada tiene, pues, de extraño, que la investigación de los antropólogos, la práctica etnográfica, se guíe por esquemas mentales como ésos. Aqui y fuera de aquí. Así, en las sociedades exóticas se ha creído encomrar una casi perfecta simbios is -material y simbólica- de los modos de vida y de las instituciones con el medio ambiente, tomado como con trapunto natural. O, desde arras perspectivas, se ha re-
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saltado cómo en esos mundos primitivos la cultura moldea la personalidad de los individuos violentando menos que aquí, entre nosotros, la naturaleza humana. Además, esa simbiosis y ese equilibrio armónico s610 parece alterarse por el dominio y explotación colonial o, simplemente, por el influjo de usos y modos occidentales. En nuestras propias sociedades, los equivalentes de primitivos y exóticos han sido durante mucho tiempo -tal vez lo sigan siendo para no pocos antrop61ogos- las comunidades rurales y campesinas. Cuando menos, las segundas se han venido a considerar la prolongación de los primeros. Y también en eUas se han buscado los mjsmos tipos de equilibrios y simbiosis. Equilibrios y simbiosis igualmente alterados por la injerencia de aquello que se presume ajeno o extra.ño: el estado, en este caso. La iden· tificación es aún mayor si pensamos que en ambos casos, en el de los primjtivos como en el de los campesinos, las cosas se presentan como si naturaleza y cultura fueran piezas de un juego atemporal que s610 la historia perturba. Nuestra época, por contra, ha conocido un importante giro conceptual en este orden de cosas. De tal calibre, que lo que antes se entendía como externo o distorsionador ha venido a considerarse como configurador de las realidades que hoy conocemos, sean primitivas o campesinas. A exponer algunas de las lineas generales de ese proceso intelectual quiero dedicar lo que sigue. Para ello, me ocuparé, en primer lugar, de las razones que nos llevaron a bastantes a estudiar nuestros ámbitos ruraJes. Después, del cambio de perspectivas a que acabo de hacer referencia. Por último, de cómo hay que cuestionar seriamente esa idea --entrañable. romántica o pavorosa, según se mire--- a que aludía al principio. Dicho de otro modo, tenemos que empezar a creernos eso que tanto decimos, esto es, que nuestras rea.lidades están social y políticamente construidas. No cabe, pues, un salto en el vacío a ese estado de naturaleza que, como ya sospechaba el propio Rousseau, probablemente no ha exislido, ni existe ya, ni tal vez llegue nunca a existir. Y detrás de nuestros usos y convenciones 10 que sí se detecta son humanas realidades, cultural e históricamente circunscritas.
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El mundo rural y las comunidades campesinas ¿Cuántas veces oímos hace veintitantos años que habfa que estudiar la vida de nuestros pueblos antes de que desaparecieran? Si no físicamente. sr sus inmemoriales costumbres, artesarua, tradiciones festivas y tantas y tantas cosas entrañables. Qué duda cabe que esa búsqueda de lo que parecfa ya evanescente respondía a una comprensible preocupación, alimentada por la específica coyuntura de aqueUos sesenta. En muy pocos años. los movimientos migratorios habían despoblado casi el agro, al tiempo que, gracias sobre todo a la cada vez más omnipresente televisión, campo y ciudad se homogeneizaban a ritmo vertiginoso. Del antropólogo se esperaba, probablemente, que recogiera W1 legado que nadie en tonces -al menos, no sus legítimos legatarios- parecía tener el menor interés en conservar. Por otra parte, el campo, el mundo campesino, se ofrecía ante no pocos como eslabón entre lo primitivo o espontáneo y lo urbano o sofisticado. Si uno no poella (por las razones que fuesen y que aquí eran claramente de financiación) acercarse al primero, intentaba cuando menos alejarse del segundo sumergiéndose en lo rural. Que, dicho sea de paso, para ser antropológicamente interesante, debfa ser lo más aislado y peculiar posible. Había razones de peso para que se produjera esa equiparación entre primitivos y campesinos. De W1 lado, ya en el siglo XIX, cuando se gesta lo que luego será antropología cultural o social, los intereses de los investigadores se habían volcado por igual hacia lo rural inmediato y lo primitivo alejado; más, sin duda, en el mundo germánico que en el anglosajón. 1 Campesinos y primitivos ocuparlan. además, un lugar importante en la elaboración de los esquemas de los evolucionistas: los primeros como muestra viviente de un pasado cercano; los segundos, como vivo ejemplo de un remoto pretérito.: l. Vid. Alvin W. Gouldnt'r, 1973. pp. 330-331. 2. Carlos Gimbtez Rornt't'O. 1990.
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COMUl\'lDAD RURAL V ESTADO
ANTR.oPOLOGIA poLlnCA.
Por otra parte, en la división del trabajo académico que conJle...-ó la especialización en las ciencias sociaJes. tanto las sociedades exóticas como el mundo rural venIan a su· poner el reverso del mundo civilizado. Para lo bueno como para lo malo. Se daba asf cuerpo a viejas antítesis caras al pensamiento occidental, revitalizadas gracias a los esque· mas sociológicos y antropológicos de la época contemporánea_ Esto es, Jo ágrafo o analfabeto frente a lo escrito; lo religioso o ritualista frente a lo artificioso ... Ni que decir tiene quién ocupaba cada extremo de la antítesis. No obstante, la antropología se consolidó en los ámbi. lOS universitarios de Europa y de Norteamérica, ya en este siglo. con evidente alejamiento de los temas campesinos. Institucionalizada como práctica investigadora el trabajo de campo sobre el terreno, éste se pediló desde el pri ncipio como inevitable salida de las propias &unteras y como alejamiento muy acentuado del propio mundo cultural. Sólo donde el exotismo se haUaba al alcance de la mano. la primera de esas exigencias dejaba a veces de serlo. Entiéndase. en Estados Unidos y. bajo su inspiración, en la antropolog(a latinoamericana. En este último caso, además, las distinciones entre campesinado y primitivismo resultaban más que sutiles. Fue sobre todo a partir de la segunda guerra mundial cuando se reanudó el interés antropológico por el campesinado. Pero el paradjgma primitivista o exótico se habra enseftoreado ya de la anlropología. Y eUo con tres consecuencias. Primera. se privilegiaban unos detenninados campos de estudio especialmente féniles en sociedades otras. tales como el parentesco y la religión. y conviene recordar que éstos eran precisamente los temas preferidos desde la gestación misma de la antropología para marcar el contraste, el negativo, que el mundo primitivo suponía respecto al civilizado. Segunda, las unidades de estudio se conceptuaban como illstllares. cercenadas de contactos con el mundo exterior o estimando los mismos como irrelevantes. Sin lugar a dudas, la máxima responsable en este sentido fue la antropología funcionalista británica de entreguerras. Tercera, ausencia de dimensiones temporales e, incluso. una especie de entronización del espacio en delri-
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mento del tiempo. Problema este que entronca claramente con los prejuicios antihistoricistas de los variados fundonalismos. pero al que no fueron ajenos tampoco los ataques boasianos al e\'olucionismo. Las primeras conceptuaciones antropológicas acerca del campesinado en esta segunda época muestran las huellas de su ambigua posición. Entiéndase: no tanto la de los propios campesinos cuanto la de sus estudiosos. Así, por poner un ejemplo temprano y raro en la primera mitad de nuestro siglo, la postura de Alfred L. Kroeber en su AntJrrop%gy.J AllI aparece el campesinado como esa especie de eslabón perdido entre lo primitivo y lo actual a que )'0. he aludjdo. Kroeber establece una dicotomía muy del gusla de la época entre lo {o/k (IUraJ o tribal) y lo urbano, situando a los campesinos en un lugar intermedio. Como las sociedades tribales, venia a decir este autor, los campesinos conservan un gran sentimiento de identidad, de integración y de vinculación a la tierra y a sus rituales; pero, a diferencia de aquéllas, las comunidades campesinas constituyen segmentos de sociedades más amplias, a las cuales se vinculan fundamentalmente a través de los mercados. No son, por tanto, ni totalmente autosuficientes, ni están aisladas por completo, ni gozan de plena autonom(a. Son, precisaba Kroeber, sociedades parciales con culturas parciales (parr-socielies with part-cultures). Podrla afirmarse, en general. que los primeros estudios sobre campesinado optaron por destacar lo que las comunidades campesinas teo(an presuntamente de tribales. Tal fue el caso de Roben Reclfield. RedAeld concibió lo campesino de forma muy parecida a la de Kroeber (sobre todo en The Folk Culture o{Yuko.tan -1941- pero también en obras posteriores). La sociedad campesina venía a ser, en su planteamiento, un tipo intennedio entre la tribu aislada y la ciudad; pero, a la larga, en su caracterización general pesa bastante más el estereotipo tribal que las relaciones que los campesinos mantienen con el exterior: Según Redfield, las cuatro características básicas de toda comunidad
ce.
AnlhrllflOloc.o' 11: Cu1tun. l'4Unru: CNII"rocusa. Nueva yon, HU'IXIUM. Bn!. wllrid. t941. pP. S8 Yu.
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campesina son: autosu6ciencia en el abastecimiento, tamaño reducido, homogeneidad y especificidad,' Lo malo es que ninguna de esas caracteristicas pueden generalizarse: todas lo son en lénnlnos puramente relativos, de mayor o menor grado de en una escala o cmilinuum. Esa casi tOLal identificación campesinado-Lribus refleja un problema de mayor envergadura. De hecho, lo que estaba sucediendo es que la 3nlrOpología ---como puso de relieve Godelicr s_ se confinaba a sí misma a dos conjuntos de matcliales desechados por los historiadores; esto es, zonas colonizadas y zonas rurales del mundo occidental. De nuevo nos lopamos con esa identificación en el plano de la atemporalidad o, como mucho, en el del acontecer cíclico y repetitivo (el tiempo tribal por excelencia, el oecological time del soberbio análisis de Evans-Pritchard acerca de la famosa tribu nilótica de los nuer). Pero historia había y, en muchos casos, [uenlcs documentales también. Lo demos. tro, a principios de los cincuenla. Leach en su no menos famoso estudio de los tribeños kachin de las altiplanicies de Binnania. Curiosamente, por la misma época en que otros anuupólogos iniciaban el estudio de zonas rurales europeas si n apenas hacer uso de la rica documentación que, a no dudarlo, tenlan a su aJcance. y el requerimiento de la dimensión histórica en el análisis de las comunidades campesinas no es mero pnuiro de erudición. Muchas de las actividades, muchos de los componamientos, vaJores. etcétera, que Uegaron a ocupar un lugar destacado en una pretendida cuhura campesina -universaJ o regional- son resultado de relaciones con el mundo exterior que cuentan con una historia más o menos corta o larga. El amoral fa. milism que estudió Banfield en el Messogiomo italiano, O la friendship stmclUre que anaJizó Pitt·Rivers en Andalucía, o la imagen del bien [imitado que atribuyó Foster en gene. ral a los campesinos de aquf y de alJá no son estigmas in. delebles de lo campesino. Si a algo. probablemente responden a rafees detectables en la historia de concretas ca". 1M ~rlk Comnm ..,(\,. Crucago. AldJl'lC!. 1955, p. 4 S, hltmpoklpl Y «otlomLt, &rcelona. Anagrama. 1976. p. 392.
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munidades; tal \'ez, de sus desafortunadas experiencias al relacionarse con y ser explotados por su enlomo. Qu.ién sabe si esas generalizaciones o, más bien, extrapolaciones de los antropólogos DO obedecían a inconfesa· das o inconfesables tentativas de dotar de fijeza atemporal lo que a ojos vistas se desvanecía. Esto es, el mundo campesino o tradicional. De mí mismo puedo decir que lo que me hizo enfrentarme pronto con estas o parecidas ideas fueron dos órdenes de consideraciones. De una parte, mi propia experiencia; de otra, el re[or.tamiento de ciertos rechazos pel"Sonales a aceptar aquelJas ideas que a muchos nos proporcionó lo que ya se cocía en antropología. He aludido a mi experiencia en el terreno etnográfico. Me refiero a la que ha tenido que ver con el mundo cam· pesino y no a otras vías en las que ando metido en estos últimos tiempos. A realidades campesinas me he acercado, primero, en la provincia de Granada: más tarde, en las comarcas de Las Hurdes y de La Cabrera o Las Cabreras, cacereña la una y leonesa la otra. De lo que para mí supuso el pueblo granadino de Güéjar-Sierra me gustarla resaltar algo que probablemente s610 los afias le hacen a uno ver con más claridad. Los finales sesenta --que [ue cuando entré en contacto con el pueblo serrano-- fueron, como es bien sabido, años de expansión económica en Espafia en los que el agro, y muy concretamente el agro andaluz, no se nevó la mejor parte que diga· mas. Lo que se ofrecía ante los ojos de c ualquiera de no. souus invitaba a arrinconar de una vez por todas las hipó· tesis eufuncionalistas que ya rechazábamos de boquilla. pero que seguían impregnando las monograf1as que admirábamos como modelos de buen hacer etnográfico. Desde la perspectiva de la gente que me tocó estudiar, más que época de cambio parecía aquélla un tiempo de saldo y liquidación. Día a día se abandonaban labrantíos o se supo· mían fiestas tradicionales sin que apenas nadie pareciera lamentarse de una u otra cosa. Una gran parte de la población tenia puestas sus miras en Cataluña. Suiza o Ale. mania. El presente allf, en el pueblo, era irrelevante y su lugar estaba ocupado por un impreciso. ne buloso pasado y
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por un futuro casi inevitable en cualesquiera de esas Lierras, tan idealizadas como el pasado remoto. Lo interesante del caso es que ese pasado, que uno imaginaria atemporalizado por así decirlo, tenía fechas. Y, más aún, las causas remOlas de los conflictos del hoy se situaban también fuera de l pueblo. Me explico muy brevemente. En la época de mi trabajo de campo (e, igualmente, desde hada ya algunos años y. por Jo que he podido saber, bastantes años después de mi expedencia etnográfica) había un tema que presidía la vida pública del pueblo: la titularidad de unos bienes comunales. No entro aquI en el detalle de estos aspectos.' Tan s610 diré que pocas personas en el pueblo carecían de una opinión, más o menos beligerante, sobre quién o quiénes deberian administrar y cómo esos bienes; si bien -lo he subrayado en esas pubHcaciones-- el número de los implicados habitualmente en los conflictos que de ahí se generaban era más bien limitado. Pero, directa o indirectamente, la vida y los intereses de la gente se veían afectados en muy amplia medida por las po. lémicas que tenían como centros visibles de las disputas el Ayuntamiento y una Junta que se atribula la titularidad de los comunales. Pues bien, aunque no pocos al calor de los enfrenta. mientas prolongaban esa dualidad a los tiempos ¡nmedia. tos a la repoblación cristiana del lugar (esto es, al último tercio del siglo XV)). las cosas parecen haber ocunido de forma bastante diferente. Fue, muy probablemente, esa di. cOlOmía una solución bastante ingeniosa -pero no insóli· ta o única- para p3Üar, en el siglo pasado, las consecuencias de la desamortización civil. Los conflictos y problemas internos eran, en definitiva, resultado de decisiones tomadas en centros de poder muy alejados del pueblo, pero en momentos rusló¡icos muy concrelOS. El propio ciclo agrícola, en su configuración casi atemporal -recordemos: el oecologicallillle- estaba a buen seguro perfilado por idénticos factores. SenciUamente, porque la peculiar fonna ju-
rídica que esos bienes habían adquirido (como respuesta a los peligros de la desamortización y temida venta de los mismos) hizo posible una ampliación de la roturación en terrenos a lejados de los núcleos de hábitat permanente. Más recientemente, la norteamericana Ruth Sehar ha descrito consecuencias semejantes de idéntica coyuntura histórica. En su estudio sobre un pueblo de la provincia de León, escribe a este respecto: «En una época en que (los pueblos) necesitaban desesperadamente de sus reservas de tierras comunales, éstas les fueron arrebatadas repentinamente y sometidas a nuevos constrerumientos legales. Forzados a escoger entre e l hambre y la proletarización o la desobecüencia a la ley, los pueblos optaron por el último camino, roturando y desbrozando en sus caminos subrepticiamente y esperando escapar al conocimiento de esos cuadros de funcionarios estatales preparados para un Lipo moderno de supervisión.1I7 Pero volvamos ahora al pueblo granadino. La polémica a que he aludido entre Ayuntamiento y Junta no era tan vieja como otros vecinos pretendían. Se había generado por varias razones, igualmente ajenas a subterráneos me· canismos naturales. De una parte, la emigración crecientej de otra, la revalOlización de los terrenos de uso agricola o ganadero a causa del turismo de montaña y de nieve. Factores, qué duda cabe, directamente ligados a procesos económicos de épocas concretas. También la coloración, el eslilo que adoptaban los confljctos mismos tuvo mucho que ver con la situación polHica española de la época; es decir, la de la última etapa de la dictadura franquista. Pero, insisto, a todo ello me he referido con cierto pormenor en otro lugar. También es el entorno, próximo o remoto, elemento configurador de realidades sociales en otras zonas campesinas que he tenido ocas ión de conocer directamente. Me refiero a Las Hurdes cacereiias y a La Cabrera o Las Cabreras de León. Tal vez, precisamente, haya sido el olvido o menosprecio de esas relaciones con el exterior lo que haya conducido a todo tipo de malimerpretaciones sobre
6. Al interesado, remito a mi libro Estud,o Il1IlropoJógico social tk 1011 plItblo tkI s"r. Madrid. To:cnO!i. 1974.".1 ensayo .Amlgos y eocml«o:so. Incluido en el pmlCnte libro.
7.
Ruth 8char. 1986. pp. 281-282.
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una y otra comarca. En ambos casos --el primero ha actuado como modelo del segundo!- se ha solido insistir tradicionalmente en el papel del aislamiento, unido a un medio natural exageradamente presentado como hostil o inhóspito, como factores causantes de las características peculiares de una y otra zona. Pobreza. marginación, replegamiento sobre sí mismos, etc., son algunas de las pinceladas de los muchos cuadros tétricos que se han pintado de estas comarcas. Nada de todo eso es ajeno -no lo ha sido en un pasado no demasiado remoto- a la realidad de esas zonas. Tampoco, bien es verdad, a la de muchas otras comarcas y parajes de este país tiempo atrás o incluso hoy. Pero lo que me interesa resaltar es cómo la acentuación de determinadas caracterísl il'
tiempo a que antes me referia. En pocas palabras, parece que los gustos personales de más de illlO iban por la geografía en lugar de por la historia. Pequeños cabildeos de capillitas académicas, renciUas personales, intentos de sin¡"'l.¡}arizarse o sabe Dios qué: todo eso ha contado en la microhistoria, nacional o foránea, de nuestra disciplina. Pero no es el momento de entrar en episodios que tienen poco o nada de gloriosos y sí mucho de mezquinos. Volvamos por un momento a nuestras comarcas extremeña y leonesa. En uno y otro caso, habría que dar la razón a Paul Bois cuando, al referirse a ta región, afinna que lo que configura a ésta -la comarca, en nuestro casa-- no es el espacio, sino el tiempo, la historia. 'o Por ejemplo, en el caso de La Cabrera, un fenómeno importante y al parecer endémico ha sido el del caciquismo, problema, qué duda cabe, conectado directamente con la escasez de recursos y con la desigual distribución de los mismos. ¿Hay que recun-ir a cuestionables y cuestionadas hipótesis como la imagen del bien limitado? Pienso que no. Ese fenómeno como otros no es fruto de lUla perenne e inmodificada visión del mundo. Es fruto, ante todo, de una experiencia y de una historia de vivencias que afectan a la mayoria de los cabreireses y con las que se identifican más que con su comarca como mero espacio físico. Porque la identidad cabreiresa -la de la comarca toda- no se expresa en manifestaciones colectivas. Ni sentimientos, ni consciencia ni rituales la avalan o la ponen de manifiesto. Los símbolos de identidad de naturaleza tal quedan circilllscritos al pequeño lugar, al concejo, al pueblo. Sin embargo, sí que pueden entreverse en la representación. que los cabreireses se hacen de sí mismos como individuos emprendedores y superadores de los obstáculos que su medio les crea. ¿Responden al estereotipo que recogió Madoz el siglo pasado en su Diccionario al de~ cir, sin matizaciones, que la configuración física de La Cabrera hace a sus habitantes de carácter despejado e indus-
8. He subrayado contrru¡tes y semejam..a-S humanas y cabrelresas en otros lrobajos: . M.~ination. rdation. with th e exterior. and caciquismo in LWo spanish regions., en A. Blok y H. Dri"ssen (eds) .• Cultural Dorninance in ¡he Medite,nmean Ana , Nlmega. 1984. pp. 210·224. y . En tomo a u.s Hurdes • . en AHlropologfa Culturo! en Extremadum, Asamblea de Extremadura. Mérida. 1989. pp. 793-802. 9. Pierre Boun.lieu, 1980.
lf"ioSO?11
Diríase que hoy, en nuestra época, la gente de La Ca10. !!.
Apud P. Bourdi~u . op. cit. , p. 66. Pascual Madoz, 1850, p. 56.
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brera tiende a identificarse, si con algo, con algunos cabreireses que han triunfado económicamente fuera de sus tierras. Por lo general, en el ámbito de la industria o el comercio. Pero no son tantos los cabreireses que triunfan fuera de sus tierras. Muchos de los que habían abandonado la comarca años atrás , llevaban a principios de los ochenta una vida no demasiado envidiable en zonas industriales de España y del extranjero. Sin embargo, los que contaban - ni que decir tiene: con ellos se identificaban con orgullo los que quedaban en la comarca- eran algunos prósperos comerciantes cahreireses de Madrid o el País Vasco. Uno pensaría incluso que son éstos los únicos que desde la perspectiva local merecen el título de cabreireses. Tampoco en el caso hurdano -tantas veces equiparado con el cabreirés, como he indicado antes- se expresa con nitidez la identidad en el interior de la comarca. En su seno la identidad se niega. Como observa un antropólogo a propósito de la comarca cacereña: «para los hurdanos las propias Hmdes no existen [... ] Cuando los hUrdanos hablan de su comarca dicen : "Las Hmdes están más allá o más acá." Así, Las Hurdes desaparecen». L2 Esto es, más allá o más acá, pero nunca en el lugar del hablante hurdano. Sin embargo, algunos hurdanos también supieron, tiempos atrás, explotar de cara al exterior el estereotipo de la extrema pobreza de la comarca, mendigando como hurdanos fuera de su tierra. 0, si se quiere, representando ante los demás el papel que de toda la comarca se había forjado. En definitiva, quema destacar para tenninar este punto que, por vías muy diferentes bien es verdad, la identidad global en una y otra comarca se configura como un proceso generado por la dialéctica de los constreñimientos internos y las presiones del entorno sociopolítico. No -insistiré una y otra vez- en virtud de misteriosos o remotos condicionantes naturales o medioambientales, sino por razones y en circunstancias históricamente registradas. En el caso de Las Hurdes, el vecino pueblo de La Alberca mantuvo con aquéllas una situación de tipo casi feudal que
marcó los modos de vida, los valores y, en suma, el modo de relacionarse los hurdanos con su mundo exterior. Y en cuanto a la industriosidad. cabreiresa es, ante todo, el ropaje y la expresión de todo un conjunto de relaciones de patronazgo y clientela que viene a conectar, económica y políticamente, el interior con el exterior de la comarca gracias a la labor de estratégicos middlemen (tradicionalmente, individuos dedicados a actividades mercantiles). Y es, en definitiva, ese entorno sociopolitico el que, al propio tiempo que condiciona, posibilita la representación de los signos de identidad. Sean éstos el tópico, el estereotipo - la industriosidad cabreiresa-, el estigma -la miseria y abandono de Las Hurdes-, hiperbolizados o incluso distorsionados en el famoso film de Buñuel. Emblemas, en suma, de colectividades que pueden hacer del insulto timbre de gloria. Recuérdese si no el famoso black is beauliful de los movimientos de color norteamericanos.
12.
Mllur'i7.io Clltani , 1981 .
El molde político
A principios de la pasada década, Erik WoU logró un buen impacto con su libro Europe and lhe People without History. La obra trata de muchos y variados temas, pero el leirmoti{ puede resumirse con relativa facilidad. Según Wolf, el grave error de la vieja y de la nueva antropología ha consistido en considerar los grupos y comunidades humanos de modo predominantemente aislado, desatendiendo la intrincada red de relaciones que conforma cualquier fenómeno cultural. No hay ya, por supuesto, pero tampoco ha habido desde hace cientos y cientos de años pueblos cuyos modos de vida no se hayan visto sensiblemente afectados, en mayor o menor medida, por la existencia de otros pueblos más o menos cercanos o remotos. Sin embargo, la noción de cultura, acuñada en la época de auge de los nacionalismos emopeos, se adecua a las premisas políticas de éstos: «La demostración de que cada nación beligerante poseía una sociedad diferenciada, animada por un espíritu o cultura específicos, sirvió para legitimar sus aspiraciones a constituir su Estado propio y separado. La noción de cul-
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turas separadas y completas respondía a este proyecto po-
en la tardía recepción del derecho romano (lo que permitió que el derecho germánico, más comunitario, se hubiera enseñoreado de la parte norte de la península en los siglos anteriores) , en las distintas fases del avance de los reinos cristianos (que configura distintas maneras de explotar la tierra y sus recursos: individual, concejil, señorial) o, por último, en la ya comentada desamortización. Fenómenos como éstos cuentan por lo menos tanto como -y, probablemente, mucho más que- las tantas veces exageradas diferencias climáticas peninsulares. Como hipótesis general y de modo un tanto brutal ( y, cómo no, bastante simplista) , vaya fonnular lo que quiero resaltar de la forma siguiente: muchos de los rasgos que solemos atribuir a las realidades culturales o, más exactamente, a éstas en tanto que grupales, derivan o proceden de nuestra propia configuración política. No son, en todo caso, propiedades que puedan atribuirse a toda realidad cultural descarnada, por así decirlo, de sustancia histórica. Lo que OCUlTe es que --casi inevitablemente- solemos analizar los fenómenos culturales desde nuestras propias circunstancias. Fijémonos en algunos fenómenos de nuestro mundo actual, especialmente asediado y preocupado por manifestaciones de tipo violento. Sean éstas guerras, conflictos étnicos, telTorismo, actuaciones de fanáticos seguidores de equipos deportivos en y fuera de los estadios, etcétera. Pues bien, para todas ellas se están dando explicaciones que podríamos agrupar en dos tipos a los que denominaré etologista y pnmitivista. Veámoslos por separado. En cuanto al primero, qué duda cabe que pueden establecerse paralelismos sugestivos entre nuestras realidades humanas y las del mundo animal. Sencillamente porque animales y hombres no estamos tan alejados unos de otros como los segundos solemos pretender. Tal vez, porque cómo justificar de otro modo que los utilicemos como carne, herramientas semovientes u objetos impotentes de experimentación. Por otra parte, cada vez parece más evidente que no existe prácticamente ninguna cualidad o característica humana (lenguaje, razón , sentido ético, aprendizaje y todo un largo etcétera) que de alguna forma no compartan otras es-
líUco.» tl
Pues bien, en esa línea 10 que hace Wolf es prolongar criticamenle las aportaciones de Inmanuel Wallerslein sobre el sistema mundial. En ese sentido, puede postularse que pueblos y culturas de todo el planeta constituyen hace siglos un único sistema mundial . Que la antropología sea hija del colonialismo es argumento muy cargado ideológicamente y no poco simplificador, cuando no inexacto. Porque sucede más bien que son los pueblos que encontraron los antropólogos los frutos de la expansión europea; del mismo modo que no hubiera sido posible la industrialización de Occidente sin el concurso forzado de esos pueblos, que aportaron a aquélla no sólo mano de obra prácticamente gratuita sino materias primas vitales. Cazadores indígenas norteamericanos, reinos africanos y traficantes de opio de Birmania simplemente no hubieran llegado a ser tal como fueron sin el mercantilismo, el tráfico de esclavos o la expansión británica en el subcontinente asiático. Lejos de tratarse de meros mecanismos de adaptación a medios ambientales específicos, tales organizaciones sociales son
sencillamente ininteligibles si no se toma en cuenta la historia de sus contactos con el exterior. De otra parte, en el propio mundo occidental son viejas ya las criticas a la pretendida pureza primigenia de determinadas instituciones social es. Tal es el caso del denominado en su momento comunismo primitivo. En el siglo XIX diferentes autores argumentaron cómo en Rusia, Inglaterra y Francia los fenómenos que habían hecho imaginar a algunos ancestrales edades de oro comunales no eran sino resultado de las actuaciones emanadas de la naturaleza de los sistemas políticos respectivos. J' Nuestras zonas rurales no son ni mucho menos una excepción en este orden de cosas. Muestran todavfa, a ojos no empañados por bobadas ahistoricistas o antihistoricistas, huellas configuradoras de importantes acontecimientos políticos más o menos remotos. Piénsese, por ejemplo, 13. 14.
1983. p. 387.
c. Girn~nez. QP.
cit •. p . 28.
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pecies animales. El mundo animal se nos muestra hoy tan tremendamente heterogéneo que puede afinnarse que hay probablemente más distancia, más diferencias interespecíficas entre animales que entre algunas especies animales y la especie humana misma. En cuanto a lo que he denominado la tentación primitivista, me refiero con ello al riesgo de ver tras toda manifestación cultural actual ese sustrato arcaico que parece hacemos semejantes, para bien o para mal, en determinados momentos a civilizados y primitivos. ¿Acaso no asoman tras el enfrentamiento de serbios y croatas, de annenios y azerbaiyanos ... o de equis y zeta las luchas tribales de África u Oceania? ¿No hay que ver rasgos totémicos en algunas imágenes religiosas aclamadas en las fiestas patronales de pueblos y ciudades hispanos? Sin duda, la humanidad es, ha sido desde que podemos hablar de su existencia como tal (¿varios cientos de miles de años o tal vez más?) una en su diversidad. La evolución ha generado detenrunadas características somáticas y extrasomáticas que han acentuado ese paradójico carácter de una y diversa al propio tiempo. Además, gran parte del desarrollo evolutivo supone unas condiciones de vida que asemejan la de nuestros antepasados bastante próximos -unos, pocos, miles de años- a la de nuestros contemporáneos primitivos. En este sentido, lo que llamamos civilización no representa sino una delgada película colocada sobre una inmensa montaña de «primitivismo» (la imagen la tomo de Jaspers, en su Origen y meta de la historia). ¿Qué representan, en definitiva, cinco, siete o, a lo más, doce mil años de la llamada civilización frente a los ciento de miles que la precedieron? Y, sin embargo, el hecho de que todos -animales y humanos, primitivos y modemos- formemos parte de un solo y mismo mundo no significa que puedan o deban soslayarse importantísimas diferencias. De no resaltar la discontinuidad, podemos incurrir en el grueso error de mistificar e incomprender a nuestros antepasados -animales y humanos- al proyectar sobre ellos nuestras propias realidades. Yeso es lo que ocurre, a mi modo de ver, en el caso de Lorenz y, ni que decir tiene, en el de sus epígonos. Por supuesto, también al aplicar conceptos de rea-
lidades históricas de nuestras sociedades - tribu, clan, linaje- a realidades exóticas; o, a la inversa, al utilizar las categonas exóticas ya cristalizadas por nuestras experiencias. (Tal es el caso del término tabú, empleado impropiamente por autores como Margaret Mead, como muestra la excelente obrita de Stanner que tiene ese mismo título.) Muy por el contrario, hay que marcar o resaltar discontinuidad o discontinuidades en este orden de cosas. En tres sentidos, fundamentalmente: con respecto al mundo animal, con respecto al denominado mundo primitivo, tribal, exótico o como queramos denominar a lo más ajeno a nuestra o nuestras culturas, y, por último, con respecto a nuestro propio pasado, inmediato o remoto. Curiosamente, entre antropólogos sociales y culturales sólo lo primero suele admitirse sin dificultad; tal vez, porque de ese modo se resalta más la continuidad en los otros dos aspectos. De+ herían, por el contrario, acentuarse las discontinuidades en los tres casos y en tres importantes aspectos: terrllOrio, naturaleza de la agresividad o de la violencia y en lo relativo a la identidad.
Territorio. En cada uno de los tres elementos de la teona clásica del estado (esto es, junto a este mismo, una población definida y un corpus juridico-administrativo igualmente definido) hay enormes contrastes entre las sociedades tribales o, en general, no-estatales y las estatales. Entiéndase bien esto: No se trata, por supuesto, de que población, sistema jurídico o alguna forma de ubicación del grupo en un espacio no jueguen un papel importante en cualquier grupo, comunidad o sociedad humanos. El quid estriba en cómo aparecen organizados esos elementos en unos y otros casos. Cuestión distinta es que la mera existencia del estado --esto es, vivir y pensar dentro de una organización estatal- nos haga difícil calibrar o entender otras realidades o nuestro remoto pasado preestatal. Probablemente es este del territorio el elemento donde la eficacia de ese constreñimiento sea mayor. Afecta a la intelección de realidades humanas y animales. Pensemos, por ejemplo, que un clásico ya como el antes aludido estudio de Evans-Pritchard sobre los nuer. Allí el territorio es
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idemificado sin más con Jo político, pese a tratarse de asentamientos esencialmente fltúdos e inestables. No otra cosa muy diferente se percibe en esa obsesión de muchos etólogos por resaltar la terriforialidad de determinadas especies animales. y, para tenninar, tengamos en cuenta que s610 en nuestros dfas se ha cuestionado seriamente el pretendido papel predominante del varón en la evolución de la especie, asociado precisamente a la importancia del territorio. Esa gloriosa y victoriana imagen del macho cazador e impulsor activo de la cullura, mientras la pasiva hembra aguarda con la prole en el territorio que aquél defiende contrasta patéticamente con lo que hoy parece que pudo haber sido la más verídica historia de los hechos. Es decir, con una larga etapa de carroñeo, sin grandes desigualdades de género y con una base territorial necesariamente cambiante, de continuas idas y venidas, para evitar el peligro de predadores que, éstos sr, eran propiamente cazadores carnívoros." En suma, la gran diferencia que es y supone el estado en este orden de cosas no cons iste en que en otras realidades el espacio, el ten·itorio, sea algo inerte o pasivo. Nunca lo es. Pero el espacio realmente significativo en la sociedad tradicional o primitiva es el que se acomoda y refleja la estructura social. la cultura de un grupo. En la moderna (y más a partir de la Revolución frnncesa) el espacio - temtorio--- es Eruto de una decisión consciente y racional que acota geográficamente espacios artificiales que vienen a seccionar OlfOS espacios, y otras lealtades, previamente existentes.
súbditos). Ahora bien, después de debates sin cuento, sigue abierta la gran cuestión: ¿Genera el estado. cualquier estado, la violencia, o, simplemente, la toma en sus manos para responder a la previa, difusa y --ditian los elólogosprehumana violencia que todo colectivo engendra? La respuesta (y, por supuesto, la pregunta misma) tiene innegables connotaciones a favor o conlra el estado. No caben asepsias en este sentido. Y, en cierto modo, toda la filosofía política del mundo clásico y moderno (de Platón a Hobbes) es una justificación del estado. Pero también lo es (pro/contra) la -teoría política contemporánea. 0, en un ámbito mucho más cercano y famüiar, las polémicas de los sesenta y setenta en el ámbito de la antropolgía francesa (por si mplificar: el «marxismo» de Godelier [rente al «anarquismo» de Clastres). Pero ¿qué cuestión realmente importante de las que nos ocupamos no lien e connotaciones valorativas? Sea como fuere, es interesante considerar algunos aSpectos. En primer lugar, 10 que podría denominarse di{usividad de la violencia. La guerra perrnea todo en la sociedad antigua -DOS resalta Émile Benveruste 10_ : es decir, no existe una frontera precisa y clara enu"e la guena y la paz. Tampoco en las sociedades plimitivas. (1 Pero, por eso mismo, la guerra no es en esas situaciones tan brutalmente destructiva como en nuestra época. _Un dia varios haigas (pueblo cazador-cultivador de las montañas Satfura, en la India Central), ansiosos por ayudar a los compatriotas de su amigo inglés, se llegaron a Elwin (el antropólogo que los estud iaba) con su montón de arcos y flechas, pretendiendo que los enviara al gobierno británico como ayuda para la guerra. Cuando Elwin les explicó que las bataJlas moder· nas ya no se libraban con esas armas se quedaron anonadados. Pero si usan armas de ruego -
Violencia. Recordemos la caracterización weberiana del estado como monopolio legítimo de la violencia. Los tres elementos son importantes, pero sobre todo el tercero, al que simplemente califican, definen o perfilan los otros dos (la exclusividad en el uso de la violencia y la pacífica -¿rcsignada?- aceptación del monopolio por parte de los 15. "-id. un buen resumen CTltioo de estos a>;¡>eCIO!i en Linda Marie Fedigan, • The changing role of "'omen In modeJ~ of human evoJuÜon •• Anml41 Rn'iew or An _ Ihropology, vol. 15, 1986, pp. 25·66.
16. 1969. p . 95 . 17. Vid. mi ensayo . $ob..., antropología polftica., incluido en este libro. 18. Ashley Montagu. 1988. p . 217.
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beranía, suprime la violencia social interna, intraestatal, sólo para potenciar la violencia bélica entre estados. Como se ha recalcado desde la filología, palabras antitéticas como hostilidad y hospitalidad, de raíz común, van quedando separadas en el tránsito de la sociedad antigua al estado," Sea cual sea el origen del estado (un tema que tanto interesó a la primera antropología, que fue tabú durante tanLOS anos de funcionalismo y que revivió a partir de los sesenta) parecen quedar hoy pocas dudas a los arqueólogos de que su consolidación requiere violencia contra los súbditos. Enterramientos masivos o sacrificios sangrientos en muy distantes zonas del planeta son muestras de lo que algunos gustarían denominar como terrorismo de estado. Por último, no deja de ser interesante tomar en consideración 10 que se pone de relieve en un estudio transcultural sobre la pena de muerte. Interesante porque se trata de una justificación apenas encubierta de la pena capital como inevitable respuesta estatal a la violencia social. Pues bien, allí se recalca de un lado que la violencia (expresada en el número de delitos que se sancionan con la última pena) no disminuye a medida que el estado se hace cada vez más presente, sino todo 10 contrario. Y, de otro lado, se advierte sin paliativos que la gran diferencia entre sistemas políticos centralizados y no centralizados estriba en la publicidad o no de las ejecuciones, para concluir que «la principal razón de la ejecución es mostrar el poder del rep.l1I
paradigmático: Nueva Guinea 11) de una sOl1Jrendente falla de límites estables. Por otra parte, las relaciones entre comunidades pueden ser, son belicosas, pero de una enorme inconstancia. Hacia adentro, además, las segmentaciones implican vinculaciones que hacen palidecer la siempre precaria unidad del conjunto tribal o social. Sólo a través del conflicto interno, de la «guerra de todos contra todos» (linajes contra linajes, clanes contra clanes, aldeas contra aldeas, dinastías contra dinastias, rebeliones periódicas y cíclicas donde existe algo que recuerda nuestro poder centralizado), se hace tangible esa siempre dudosa unidad. Simplificando mucho, la «sociedad antigua» (con ese término que empleaban los hombres del siglo XIX para referirse a cualquier realidad soc ial que no fuera la propia) resalta las diferencias internas y éstas, enfrentadas, conu·ibuyen al mantenimiento de una vaga consciencia de pertenencia a un todo (sea la tribu segmentaria, el reino africano o los sistemas feudalés del medievo europeo). Por el contrario, es en nuestro mundo occidental y moderno donde, primero el absolutismo, luego las revoluciones, han invertido la situación. Esto es, se anulan las diferencias internas -demasiadas y demasiado obvias- y se pone por encima de todo la unidad del conjunto. Estamos ante el fenómeno del nacionalismo y de los nacionalismos que es precisamente donde estoy convencido de que hay que insertar el fenómeno de la identidad y no en el de remotas y más que cues tionables realidades pan-humanas o tribales. Pero esto tiene la suficiente enjundia como para desbordar los límites de este trabajo.
Identidad. Territorio y violencia no son, por supuesto, definidores en exclusividad de una determinada forma de organización política. Uno y otro cuentan, han contado, de modo decisivo siempre -más la segunda que el primero--en las relaciones entre comunidades humanas. Pero de modo muy diferente a como cuentan cuando el estado anda de por medio: de manera fluida o flexible en las sociedades no estatales. Aparte de los asentamientos más o menos permanentes, si los hay, el resto del territotio es en algunas sociedades de las denominadas primitivas (un caso 19. 20.
Bcrl\'enis{~,
K~hh
op. cif •. p. 95. 1986.
r . Onerbein.
Para tenninar ¿Qué hay detrás o debajo de las manifestaciones o de los fenómenos culturales? Quién sabe si tan siquiera tiene sentido una pregunta como ésta. Pero a muchos, antropólogos y no antropólogos, nos va quedando clara una cosa al menos: que esa realidad del estado, tenida por algo me21.
Paula Brown, 1978.
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ramenle añadido a 10 básicamente humano, Liene mucho, demasiado, que ver con la construcción y configuración de semejanzas y diferencias culturales. Lo atestiguan los procesos de formación de estados en el denominado Tercer Mundo; lo pone de relieve la otra cara de la moneda: la desintegración del megaestado soviético. Nos queda la pequeña venganza de darle la vuelta al argumento al que aludi al principio y pensar como en aquel delicioso ensayo de Osear Wilde (tilulado La decadencia de la mentira) que es la naturaleza la que imita al arte. Aunque éste empiece a parecemos bastante más pavoroso que la insensible naturaleza.
JEFES Y LÍDERES Introducción
Ante hechos como el poder o la autoridad no caben posturas neutrales. Se está, sin rem edio, a favor o en con· tra de uno y otra. La simple descripción ~y mucho más el intento de explicación~ de los fenómenos sociales en Jos que intervienen lleva consigo, inevitablemente, algún tipo de justificación o de cuestionamiento. Probablemente, se deba ello a la contradi cción o paradoja que todo poder o autoridad entrañan. Los estudiosos de la política aluden al doble rostro, como el del dios Jano, cuando tratan de re· saltar la ambivalencia de esos fenómenos. Pensemos en un hecho simple y cotidiano: el mismo agente de la autoridad que nos garantiza seguridad puede tomarse en violador impune de los derechos más elementales. y no 5610 de manera sucesiva o alternativa. Simultáneamente, la protección de los derechos de unos no implica muchas veces más que la violación de las más básicas necesidades de otros. El problema ha preocupado a la filosofía política desde hace milenios. Pero tal vez nunca se ha planteado con tanta agudeza y profundidad como en el famoso ensayo rous· seauniano sobre la igualdad. Con radicalidad se plantea allí el espinoso tema de la autoridad política. Su única justificación o explicación, dice Rousseau, es la defensa con· tra la tiranía: «los pueblos se han dado jefes para defender su libertad, no para servirlos».' Los hombres, afirma poco después, pueden despojarse de la propiedad, que es una !.
Rousseau. 1783. p. 149
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institución o convención humana, pero no de la vida o la libertad. que son dones de la naturaleza. Rousseau resalta, también, esa paradoja atemporal de la bifacialiclad que la autoridad conlleva: tenemos unos jefes, en defirútiva, para evitar tener otros peores. Además, la reflexión del ginebrino viene a ser un preludio de la que han Uevado a cabo las ciencias sociales en este orden de cosas. La antropología, concretamente. Porque Rousseau diferencia continuamente lo que luego vendrla a oponerse como naturaleza y cultura (convención, institución, contrato, en sus términos). Rousseau, como otros antes que él y como muchos más después, relaciona el fenómeno de la jerarquía pol1tica con el fenómeno más amplio de la desigualdad elllre los hombres. Dos fuentes hay, dice, de desigualdad: una natural o física, otra moral o política. La plimera estriba en diferencias de edad o de salud, en las fuerzas del cuerpo o en las cualidades del alma.1 Por último, Rousseau resalta el enonne contraste entre la igualdad que reina en la naturaleza y en la vida salvaje y las diferencias propias de la civilización, y entiende que «1a desigualdad natural debe aumentar en la especie humana por la desigualdad de institución,..'
litarías y estratificadas o entre aquellas que conocen y las que desconocen las divisiones y jerarquizaciones políLicas. Ha habido, en este sentido, dos planteamientos antagónicos. El primero ve en todo tipo de desigualdad humana un reflejo y una prolongación de las desigualdades y jerarquías que se creen apreciar en la naturaleza. El segundo entiende, como Rousseau. que las diferencias sociales tienen b:as de sí una larga historia y que suponen un agudo contraste con lo que la naturaleza ofrece. Ambas perspectivas han conocido numerosas versiones. La primera incluye desde las viejas metáforas de los insectos sociales a las modernas teorías etológicas. Entraña siempre un evidente riesgo de antropomornzación y de proyección de nuestras realidades humanas a otros ámbitos. como la vida animal, muy o completamente diferentes. Pensemos que reinas u obreras de abejas u hormigas no son sino funciones diferenciadas de un modo de vida no afectado por cambios mientras la especie de que se trate sobreviva; es decir, millones o cien tos de millones de años. Las jerarquías politicas y las desigualdades sociales que se dan en el ámbito humano son, por el contrario, contingentes, históricas, y fruto de tensiones que Uevan en sí mismas el germen del cambio. Su desaparición o transformación no afecta en modo alguno a la supelvivencia de la especie. Sin duda, el planteamiento contrario se adecua mucho mejor a lo que la investigación empúica nos ha permitido conocer. Estriba en la premisa que sostiene que la evol ución social implica, en términos muy generales, tantO un incremento de la desigualdad como la aparición de líderes y la consolidación o perpetuación de sus funciones. Ahora bien, las explicaciones en lomo a cuáles sean los factores que dan razón de esa evolución divergen enormemente. Planteamientos como el evolucionista o el marxista, por ejemplo, conocen múltiples variantes; lo mismo ocurre en cuanto a las versiones antropológicas de esos planteamjentos.~ Pese a la diversidad de perspectivas teóricas a las que se acaba de aludir, conviene insistir en que todas ellas com-
Desigualdad y jerarquización política Tras dos siglos de desarrollo, las ciencias sociales han refinado considerablemente ese contraste que destaca Rousseau. Gracias a la investigación etnográfica, en particular, hemos llegado a conocer tanto la enorme diversidad de los sistemas de desigualdad como la gran variedad de tipos de sociedades. Arqueología e historiograffa han puesto igualmente de relieve esa gran complej idad en el plano temporal. y, sin embargo, los cientificos sociales han seguido utilizando dicotomías parecidas al tratar de la desigualdad social y de la jerarquización política. Es decir, la contraposición básica -y no poco simplista- entre sociedades igua2. 1Ind.• pp. 59·60. l.
[bid•• p. 113.
4. La bibliografía es amplísima . Una mJnima lista asequible en C&'lle\lano debe Incluir Clasfres (1978). MeilIassowt (1977). Bloeh (1977) Y Senice (¡ 984).
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parten la idea de que la desigualdad y su correlato, la jerarquización política (algunos mandan y muchos obedecen), son la contrapartida de la complejidad y del desarrollo sociocultural. Ello lleva, casi inevitablemente, a concebir el conjunto de sociedades conocidas en ténninos dicotómicos: sociedades igualitarias. de una pane, esrralificadas, de otra. Que los estratos o capas sociales sean tan tremendamente diferentes entre sf como estamentos, castas o clases importa menos que el hecho mismo de la desigualdad.' El problema fundamental de las dicoloTIÚas es que ahogan los matices de la diversidad c ultural. Esta dicotomfa, además, soslaya la existencia de desigualdades importantes en las denominadas sociedades igualitarias. E impide, de rechazo, el análisis de importantes fenómenos de liderazgo que en ellas se generan. Gracias tanto a un mejor conoci· miento de tales sociedades, como a una renovación crítica de ciertas ópticas convencionales, se experimentó un cambio importame en este sentido a partir de los años sesenta. Podría, en resumen, expresarse así: no hay sociedad conocida en la cual, al menos a ciertos niveles, no se produzca algún tipo de desigualdad y liderazgo.' Lo que se ha puesto de manifiesto en las últimas décadas es que factores decisivos en la producción y reproducción de des igualdades, que antaño se dejaron de lado por estimarlos naturales, se utilizan, canalizados por la cultura, como elementos tan decisivos cual puede ser la posesión de recursos económicos. Es el caso, ante todo, de la edad o del género, Pero son también cualidades personales, como la potencia física y sexual, las habilidades retóricas o la manipulación de conocimientos mágico-religiosos o de relaciones personales. Todo ello ha llevado a añadir al pIano del análisis la consideración de una micropolítica, que completa y complemenla la usual óptica macropolftica .
En esas sociedades el liderazgo parece muchas veces confinado a la esfera del ritual. La esfera de la política no está en eUas desgajada de la religiosa ni de la del parentesco. Quien asume la función de dirigir ocasionalmente e! ri· tual. coordina actividades que son provechosas al grupo: el éxito en la expedición de caza, la buena cosecha. Como creía Frazer, la función primera del jefe sagrado consiste en controlar la fecundidad y el equilibrio de los ritmos naturales. 7 Podrla decinie que la relación de esas actividades con la poUtica es, cuando más, tenue. Pero hay quien ha visto en esta relación entre liderazgo y ritual el remoto origen del estado, por cauces bien diferentes de los concebidos por marxistas y evolucionistas. Surgido de esa manera el gel'· men de una burocracia -.......el especialista ritual convertido en líder lemporal- se puede utilizar más tarde para la centra· lización de otras muchas funciones, ' Es imaginable que entre el orden del parentesco y el orden estatal, rompiendo el control interno que el primero supone y haciendo posible el control externo que conlleva e! segundo, haya sido necesaria esa jefatura mágico-religiosa.' Estaríamos. así, ante el pdmer puente tendido entre la sutil igualdad y la patente desigualdad y, laIl1bién, entre liderazgo y jefatura. Veamos ahora las diferencias entre una y otra. Las sociedades más igualitarias no desconocen, pues, alguna forma de liderazgo, por exótica que resulte o por transitoda que sea, Precisamente, de su estudio ha surgido un concepto que ha venido a tipificar una forma transitoria, personal. no oficial por así decirlo de liderazgo. Se trata del término big man (procedente del pidgin-english .bigfella manlt, que traduce, a su vez, una infinidad de nombres na· tivos de! ámbito cultural melanesio). El término se ha uliU· zado para contrastarlo con el de jefe, rorma de autoridad política permanente, jerarquizada y con carácter heredilruio. Con arreglo a la más conocida generalización antropológica al respecto,10 cada tipo con'esponde a un área cultu-
5. No deja de ser curioso que una ob .... que inauguro la anlropolog(a palrllell. dto es la de Fonel y Evans-Pritchllrd (1970) . y que se prcSC!ltaIY" ~:cicdadcs primiti,.... , ac $ubMlya, lleva. p;iI .... d6jica~nte, a algunos planteanuentos l"IIdic;oks, oomo el de Cla$lrtS. a rolncidlr con 01'1'01 claramente reacdonari05 (Birb;¡um, 1977).
De Hensch, 1993. p . 17. llaca", 1936. 9. De Hensch, 1993, p_ 26. 10, s..hillu, 1963. 7,
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ral, Melanesia y Polinesia, vecinas en el Pacífico silloriental. Una y otra región ofrecen tanto contrastes agudos como grandes semejanzas. Estas últimas radican en los casi idénticos recursos (cosechas de ñames, plátanos, cocos) y en las parecidas técnicas agrícolas. Los contrastes, en cambio, en los ámbitos de la religión, el parentesco y, sobre todo, la organización política. Con respecto a esto último, mientras las unidades políticas locales melanesias son autónomas, los grupos equivalentes polinesios -seg-
fuera de ellas. lI ¿Puede concebirse, por olra parte, la dualidad como un esquema mínimo de evolución política, desde la inexistencia de autoridad polítka al umbral de la organización estatal? Es más que dudoso. u Es posible, sí, que en la consolidación de los grandes imperios históricos (mesopotámicos, egipcio, azteca, inca) se hayan producido situaciones primigenias de transición de liderazgo temporal o excepcional a jefatura estable y hereditaria. Pero han debido jugar también un papel importante en esos procesos otros elementos asociados con la transformación del simple poder de un individuo en una situación excepcional y relativamente minoritaria en autoridad estable y aceptada por muchos. Esto es, lo que Max Weber denominaba rutinización del carisma: las cualidades atribuidas al líder terminan institucionalizándose en un cargo. No obstante, más que como tipos o realidades fenoménicas, liderazgo y jefatura cabe considerarlos como principios que inspiran fenómenos concretos de poder y autoridad. En definitiva, estos mismos conceptos no son sino abstracciones de un continuum de realidades, ya que no hay poder que no busque legitimarse y consolidarse ni autoridad estable que esté desprovista de algún grado de violencia. Veamos las características fundamentales de uno y otro principio:
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mentos de c1anes- se integran en una estructura piram.idal que los engloba. En el primer caso, estamos ante una sociedad fundamentalmente igualitaria donde el liderazgo se asocia con la figura del big mano En el segundo, cada nivel de la pirámide está articulado por un jefe subordinado, en último extremo, al jefe supremo, rey o soberano. Caracterislica fundamental del primer tipo es que se trata de un poder personal. No hay cargo de big man ni, por tanto, puede heredarse. El estatus se adquiere a través de la astuta utilización de los intercambios y la formación de un grupo de seguidores (el big mnn es, dice &ahlins, un «pescador de hombres»). El prestigio de tal líder se basa en su generosidad: dar más de lo que recibe. Pero una vez consolidada su posición como líder de un grupo o facción, tal generosidad se proyecta hacia tuera, hacia otros big men, con la finalidad de desbancarlos y colocarlos, a su vez, en posición de seguidores. El proceso entraña un riesgo evidente: la competición suele ser tan dura que los primeros seguidores dellider quedan reducidos a meros dadores de bienes o servicios, sin contrapartidas. Lo cual pone en peligro tanto el principio axiomático de reciprocidad como las bases mismas en que se apoya el poder del big mano El jefe polinesio, por el contrario, debe su poder al lugar que ocupa en la jerarquía. Los grupos, en este caso, son permanentes y las reglas de sucesión a los cargos relativamente precisas. Como resumen cabria decir que el jefe nace, en tanto que el líder se hace. Aun aceptando la polaridad (liderazgo/j efatura), lo que han puesto de relieve posteriores aportaciones es tanto la gran diversidad de situaciones en las áreas culturales que cubre como los problemas Que acarrea su aplicabilidad
Jefatura
Liderazgo Carácter adquisitivo Temporalidad Cualidades personales Inestabilidad de los apoyos
Carácter adscriptivo Permanencia Condiciones inherentes al cargo Estabilidad de las adhesiones
Bien entendido que sólo desde
tul
punto de vista lógico
1 L A este respecto, pueden consulta~ Allen (1934), Van Bakel el al. (1986). Lindstrom (l984) y Godelier y Strathcm (1991). 12. Como pone de relieve la investigaci6n arqueológica reciente, la desigualdad precedió en muchos caSOS a la acumulación de riqueza y 1"" jerarqui...aciones nO fue. ron ajenas 11 contextos igualitarios (Painter, 1989).
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ANTROPOLOGtA POLtnCA
JEFES Y LIDERES
o formal puede predican;e su naturaleza antitética. La realidad combina o entremezcla los principios para fonnar tipos específicos de autoridad política. Volvamos por un segundo a Polinesia. En likopia, por ejemplo, la jerarquía de jefes (arikei) se compagina con la de sus delegados (mam). Los primeros, considerados sagrados, no pueden hablar (seria violar un tabú), sino que dan instrucciones a sus mo.ru para que hablen en su nombre. El estatus de los ari.kei es claramente adscrito; el de mam, nombrado por aquéllos. supone alguna suerte de logro o adquisición. u Sin duda, la viabilidad del sistema radica e n hermanar la necesidad de comunicación e ntre la cúspide y la base con la protección de la estructura jerárquica. El jefe podrá ser un pésimo comunicador, pero ni ésa ni otras debilidades quedarán al descubierto. El ser sagrado, que lo es por nacimiento (adscripción), no puede ser sustituido en cada circunstancia; su voz (la que expresa su delegado, con su esta tus adquirido), sí. En diferentes tiempos, en diferentes sociedades, cabe encontrar combi naciones semejantes o muy diferentes de los mjsmos principios. Pensemos ahora en el factor tem· poralidad , que parece pugnar contra la cristalización delli· derazgo (contra la rutinización del carisma). Lowie resaltó, hace muchos años, cómo la mayorfa de los sistemas políti· cos americanos precolombinos se caracterizaron por la au· sencia de líderes o jefes permanentes; las excepciones son bien conocidas: Mesoamérica y el área andina. Fue en cambio muy frecuente la doble jefatura: el jefe del tiempo de paz y el del tiempo de guerra. Ninguno podia consolidar su poder más allá de sus atribuciones específicas: ni el jefe de paz podia encabezar una expedición bélica, ni el de gue· ITa aprovechar su éxi to en una campaña para enlrQnizarse una vez finalizada ésta. l. El inteligente sistema americano indígena conjugaba, así, la permanencia o estabilidad (está garantizada siempre la toma de decisiones) a nivel global, y la temporalidad a nivel de las ambiciones individuales. Es más que probab le que se dieran rupturas del equilibrio previsto; no sabemos si las excepciones que suponen los
grandes imperios americanos no fueron sino resultado de una violación semejante. Pero sí es bien conocida la historia del imperio romano como una desviación consolidada del principio de temporalidad del consulado. O la del imperio napoleónico, que siguió el mismo modelo. África ofrece otras combinaciones interesantes. La dualidad de funciones o principios se manifiesta tanto en las sociedades más igualitarias como en las jerarquizadas. u Las monarquías tradicionales subsaharianas presentaban toda una jerarquía de jefes coronadas por un rey. En muchos casos, tales figuras no eran sino pantallas de luchas por el poder de facciones rivales. El carácter divino de algunos de tales monarcas no les garantizaba una posición cómoda que digamos. Las expectativas que se concentraba n en tal es personajes eran de tal magnitud -cósmica y social- que muchos eran depuestos, si no físicamente eliminados, para salvaguardar la institución. El ocupante aparece, pues, como il1-elevante: el cargo, más que permanente, atemporal. Las reglas sucesorias eran lo suficientemente am biguas como para permitir que las distintas facciones trataran de instalar a su candidato en el trono tras el fallecimiento del monarca reinante. De nuevo aquí el principio de la jeralura (hereda el hijo del rey) queda matizado por el del liderazgo (un hijo hábil----o su madre- que sepa suscitar lealtades y desbancar a los hijos de otras madres).l. La monarquía del antiguo Egipto, extremadamente celosa de la sucesión con arreglo a normas esmctas de herencia que preservaban el carácter sagrado o divino de la institución, no desconoció en absoluto la existencia de faraones que hablan sido generales victoriosos o que procedían del campesinado. El África actual se mueve en el dilema de acomodar a las nuevas ci rcunstancias el cometido de los jefes tradicionales (que ,·espondían más a los rasgos adscriplivo y de continuidad) y las exigencias que imponen las modernas democracias. l? Tras la descoloni zación, los antiguos reyes y jefes (intennediruios o peones de las metrópolis) quedaron
13. Finh, I97S. 14. t.owle. 1967.
15. 16. 17. old "'I)'S"
De Hensch. 1993. pp. 11-14. Gluckman, 1967. pp. 123·168. 1.0 pone de manifiesto el inle~nle ~nl\.Je de Liz Sly: .Ne", ..... S¡)CCI Chicago Tribune. 3 de diciembre de I99S.
rOl'
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ANTROPOLOGiA POLmeA
JEFES Y LfDERES
en absoluto entredic ho ante sus pueblos y ante los líderes que encabe7.aron los movimientos independentistas. Desvanecida o suprimida su antigua autoridad, los nuevos líderes no han satisfecho las expectativas creadas con la independencia. Factores endógenos y exógenos han confluido en una corta pero sangrienta historia de golpes de estado. represión, corrupción, guerras, hambres, etc. Las masas campesinas ven con enorme desconfianza lo que supone, en definitiva, criterios adquisitivos de obtención del poder (elecciones 0, con más frecuencia, golpes de estado). No pocos intelectuales actualizan sus ideas políticas, sopesando las ventajas de los viejos sistemas de autoridad e intentando unir el papel de los viejos jefes -ritual e integrador- con el de los nuevos líderes -que obedecen a intereses partidistas y responden a necesidades coyunhtrales-. El modelo de las monarquías constitucionales europeas empie:t.a a resultar atractivo en tierras africanas. Regímenes formalmente republicanos han reconocido a ciertos efectos a sus monarquías tradicionales (Ghana, Uganda). En el caso de las monarquías europeas, por su parte, el equilibrio constitucional parece radicar en que los reyes encarnen los atdbutos del principio de jefatura; sus jefes de gobierno o primeros ministros, los del liderazgo. Pero es ésta una teorla continuamente desmentida por la prácuca. Conocidos son los casos de monarquías obsesionadas por la buena imagen de los miembros de la familia real, o los de otras que lamentan la pérdida del carácter hierático de sus ocupantes. La realeza parece, así, tener que revalidar a diario lo que antes se daba por incuestionable. Teoría conn·adicha, también, por el caso de líderes elegidos, tan aferrados a sus cargos, que parecen olvidar que sus mandatos son pro tempere; o por otros que, además, tratan de perpetuarse a través de lo que se parece demasiado a un delfinato. Los principios, pues, pugnan y se entrecruzan en instituciones que tratan de mantenerlos separados. Ejemplo especialmente significativo es el de la presidencia de Estados Unidos. En la misma institución se concentran y compiten expectativas y principios antagónicos. La historia constitucional reciente muestra los trazos de la lucha entre el au-
mento desaforado de competencias del ejecutivo y la limitación temporal (imposibilidad de un tercer mandato presidencial) de las ambiciones de los individuos que lo desempeñan. La fragilidad humana de éstos se hace cada vez más patente o pública, lal vez en un intento desesperado de contrapesar sus crecientes atribuciones. Pero en sentido contrario opera la teatralidad que rodea las apariciones e intervenciones del presidente. Su discurso, cada vez más a las claras, se revela como obra de sus asesores subordinados. Curiosamente, el liderazgo de la primera polencia mundial viene a invertir la relación de arikei y maru de Tikopia. Conclusión Para terminar, conviene resaltar que los principios de liderazgo y jefatura no operan exclusivamente a escala de SOCiedades globales. En espacios e inslituciones mucho más reducidos (pueblos, ciudades, universidades, hospitales, cárceles y un amplísimo etcétera), podemos encontrar fenómenos semejantes. Se trata de si tuaciones y contextos no considerados convencionalmente como políticos pero que obedecen a idénticos mecanismos y articulaciones que los que apreciamos en los grandes y conocidos escenarios estatales y mundiales de la política. El caso del caciquismo es bien conocido, operando al margen pero complemento necesario de la política oficial Es también el de otras muchas realidades cotidianas -desde el ámbito doméstico al lugar de trabajo- donde presendamos conUnuamente el surgimiento y consolidación de estructura de dominación y subordinación. En el mundo que nos rodea, en muchos casos, en demasiadas circunstancias, los postulados de igualdad quedan contradichos por emergentes y muchas veces consolidadas situaciones de patente desigualdad. En ellas, quienes terminarán siendo lfderes y jefes se nos ofrecen inicialmente como garantes de nuestra libertad y bienestar, pero suelen terminar pOi· convencernos además de que, aunque todos somos iguales, algunos son más iguales que otros. Como en Animal farm, de Orwell.
AISLAMIENTO Y CACIQUISMO: EL MEDIADOR INEVITABLE El caciquismo es una simple forma de la división del trabajo humano. JOSE P PU'
El marco medioambiental La comarca de La Cabrera es..upa..de las ,uatra regio· n~ue-sueleJii.vldirse,
geográficamente, la
provincia de León.' Ocupa el ángulo suroeste de esta provincia y limita al norte y al este, respectivamente , con otras dos comarcas leonesas (El Bierzo y La Meseta), al oeste con la provincia de Orense y al sur con la de Zamora. Su extensión aproximada es de unos ochocientos kilómetros cuadrados. Se diferencian en ella dos zonas: Alta y Baja (tal dualidad hace que, a veces, la comarca sea conocida en plural: Las Cabreras). Administrativamente. la primera comprende un municipio, Truchas, y la segunda tres: Benuza, Castrillo y Encinedo, lodos ellos divididos en varios núcleos de población o concejos. 1. 1986, p. 74. 2. M= baso para esta breve caracl=ri:r.ación de la 70na. anle todo, en Cabero Diégue'" [980, y tambi<'n en Carnicer. 1970, asf como en dos documentos mecanoIlraflad05 e in~dilos: lnfon"c de la Diputación I'rovi.tcial de l..«nz: U!s Cabrtras leOl1t;· sas, 1980. y en d trabajo, al parecer tesis de doctorado O de nce tlel alura , de I$mae1 Va· lladares Carela, Esmdio biodmwgráfico del aylll1l"",ltl1lo de E/II~¡'t~do (Cabrtra 00;<1), sin fecha. El presente que empleo en eSle en.sayu se rdkre a finales de la d
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ANTROPOLOGIA POLíTICA
El terreno, especialmente en La Cabrera Baja, es su mamente montañoso. Debido a la especial orograffa de la zona, tanto las comunicaciones con el exterior como las internas han sido escasas y muy deficientes. La entrada norle la constituye la carretera que e nlaza Ponferrada con el Puente de Domingo Flórez; por el sur, el municipio de Truchas queda comunicado con La Bañeza. Pero esta úllima can'etera sólo comunicó con La Cabrera baja a finales de los afios cincuenta (su trazado se terminó en la década siguiente y no fue asfaltada hasta mediados de los setenta). El resto de las vías entre los diferentes núcleos de población han sido ---conlinuaban siéndolo en no pocos casos en 1980- caminos de carro o de herradura. Actividades básicas de la comarca han sido, tradicionalmente, agricultura y ganadería. La superficie cultivable es escasa, pobre y, en su mayor parte, de secano. La ganaderfa -lanar, predominantemente- fue actividad subsidiaria de la agricultura; hoy, en cambio, se conoce una disminución progresiva del labrantío y un correlativo aumento de los prados. El subsuelo es nco en pizarra, pero sólo en las últimas décadas se ha iniciado su explotaci6n industrial, a cargo de compañías extranjeras. También se ha producido un crecimiento de actividades mercantiles de pequeña escala. La explotación agrícola se ha caracterizado por la enorme parcelación y el extremo minifundismo. El régimen de propiedad privada predomina, pero la emigración ha contdbuido al aumento del número de explotaciones en aniendo. Con todo, la mayor extensión siempre ha correspondido a la propiedad comunal, si bien la proporción respecto a la privada varía según los municipios. TaJ propiedad comunal constituye el marco del terrazgo temporal de quemada o bauza y ha servido para cubrir necesidades concejiles o familiares; la mayor a menor presión demográfica conuibuia a su cultivo o abandono periódicos.' Pocas dife3. Una descripeión de estOS aprm'eChamientos y de sus beneficios puede v.::rK en COSta. 1898. pp. 313-314 Y 396; en cuanlO a 10 azaroso y precario de los mismos. se recogen te$timonios. de 10$1U\os SQ;enta. en Cami~r. 1970. p. 59.
AISL4...\UENTO
y CACIQUISMO
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rencias económicas parece haber habido, por otra parte, entre las gentes de la comarca. Por último, lo referente a la población. Disminuye desde comienzos de este siglo, salvo en el intervalo de 1940 a 1950. A principios de siglo, la población superaba los nueve mil habitantes y a final es de los setenta no alcanzaba los seis mil La causa es, sin lugar a dudas. la emigración, acelerada a partir de los sesenta.~
Autarquía, mediación y caciquismo
Vaya examinar, en primer lugar, los resultados de una encuesta aplicada en la comarca en el otoño de 1980; luego, tendré en cuenta otros datos de tipo más cualitativo. ' Una de las pl'eguntas tenía el siguiente enunciado: «¿A gué persona acude usted cuando tiene una discusión o c1ID en_ frentamiento con otro vecino del ? ra ma ona (32 e un 83-res~5-@n*tidas, esto e~el 83 6 %) se decantaba por la o ión« o resolvemos entre los os»; mue os menos (21, 5..5 0(1) op,. tahan por acudir «a un am~o común de..aqu( del pueblo para que me~nos aú (12 . 3,~peF-8Gudi~' 8-nTl abogado!,; casi nadie (1t 0.3 ro); y nadi~al _ guien de fuera de la,J:.orna.rGa. En cuanto a la poSibilidad de respuesta abierta (29 entrevistados optaron por eUa), la mayoña coincidían en negar que se les hubiera presentado tal situación alguna vez (respecto a algún otro matiz sugerido en esas respuestas abiertas, vuelvo luego). 4. Baste un dato: de 1940 I 1960 la eoman::a perdió 230 habitantes, mieomu; que ent!'!' la segunda fecha Y 1970 la p!rdida fue de 2.669 habitantes. Hay, tambi6t en esto. algunas dife!'!'ocias intracomarc:ales. 5. la encuesta fue aplicada a una muestra de algo mi!¡ de cuatrocientas peBOnas ¡x>r un equipo de sociólogos. Con5tltula la misma pane Im¡x>Mante de un estudio financiado por Planes Provinciales y del que yo me encargaba de los aspectos antI'Qpol6gicos expuestos en un ampHo Infonne que pcnnanecc InéditO. Aunque los estu· dios sociológico y antropológico eran autónomos en su realliadón '1 conclw;iones, 'le me habia pennitido incluir en el euestiolklrio una serie de preguntas. algunas de las cuales llpaR'Cen ~íkjadas en esla$ piginas. Tomo estos datos merameme como indio cativos de actitudes y feDÓmenos que, por lo que indico despub, responden a realida· des pe~!entes en l. comarca.
157
ANTROPOLOGíA POLÍTICA
AISLAMIENTO Y CACIQUISMO
Denomino índi e de autar. uía (el conflicto se resuelve exc usivamente entre las artes 1m lca as a a opel n R.or ue o la la mayoría e os entrevistados; a la se~nda {excluidas as res uestas a le as a a o m'dIée~e dfac/6n. Pude examinar, también, un gran número de rrelaciones de éstas con otras variables. De la mayada no se observaban matizaciones significativas. La tónica predominante, sea cual sea la situación o condición del entrevistado, es la que ofrecen los datos mencionados. Resaltaré, no obstante, algunos matices. Ep_ ILnmer lugar, el género. Los hombres se muestran más partidarios de la autarquía que las mujeres (89,2 % de los ~primeros frente al 16,8 110 de las segundas y, correlativamente , más inclinadas éstas que aquéllos a la mediación (3,4 y 7,9 %, respectivamente). A.Qemás, es mujer también la única persona entrevistada que opta por la medjaciÓn de aJ¿ilieIL.a$no al pueblo. Pero es difícil generalizar a partir de esas diferencias; las respuestas abiertas a esta pregunta permiten sospechar que las mujeres;..que..piensan en lID me.diador tienen en mente al marido. Respec!Q a la ~ rece que el índice de autarquía se incrementa correlativament>: CO.ILeLau.rne.ntQ en la mIsma. 190 está tan claro, JiO embar~_queJQsJllás...Jó1.'enes;:::::acop-tar:..P-O.LlW media or imaginen otro que--ekpropi9"p~También en este caso las respuestas abiertas permüen este tipo de inferencia. De nuevo, pues, los porcentajes de mediación pueden no encubrir sino la autarquía: Quien resueh:e...nl definitiva, es el varón agulto .. en su paP!'1 de marido o de padre . PQ!""_~ltimo~ a una m3_or instrucción, parece co~onder. igJ.l~!lle.llte un aumentO'dérrndrceaemeaiaCión. En cuanto a correlacÍones con otras variables (estado civil, ocupación, etc.), los matices son aún más inapreciables. Dirlase, pues, que la actitud predominante entre los entrevistados pone de relieve una conciencia y una práctica autárquicas, en el sentido que le he dado al térnlino. Hay, sí, matices diferenciales, pero ni parecen ser demasiado
significativos ni apuntan, por 10 señalado, a modificaciones sensibles de ese panorama. Éste no refleja, sin embargo, una realidad utópica: inexistencia de conflictos internos en los pequeños núcleos de población como son en su mayoría los concejos cabreireses. Ésa es la imagen que pretenden dar bastantes de las respuestas abiertas a la pregunta que comento. Pero lo que sucede es, más bien, que a resolución de! conflicto uede, al menos, intentarse den-
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co-
6. Los restan(CS también suponen, claro está. otros tipos de mediación. pero (apane del relativo al abogado, al que hago mención después) sus porcenJajes no son significativos
tro-de-les-lugar.ej~por.que..ba.y..en...ellos
ti~ _!ld
d~intereses....com~lDes que....~stúan, ~: de me-
dIadores y aIJ!Oltlgy.ado.r.e.~tu:l.ª-S on:c reta-_ mente, bienes utilizados en común y.,.;::e..cks..de..pru;:entesco. 7 Ahora biTri~ ¿qué ~lüga;-~upa en este panorama el fenómeno del caciquismo y cuáles son sus fundamentos sociales? Antes de tratar de dar respuesta a estas cuestiones examinaré algunos otros resultados de la encuesta conectados con ellas . A otras preguntas del cuestionario en las que se planteaba al entrevistado que señalara a quién acudiría en primer y segundo lugar si tuviera algún asunto complicado que resolver, los porcentajes más altos eran, en ambos casos, para las opciones siguientes: «a una gestoría o a algún abogado» (37,2 y 31 %, respectivamente) y «lo resolvería yo directamente» (18,2 y 22 %). Otras opciones (parientes, amigos, secretario de ayuntamiento ... ) recibían porcentajes sensiblemente inferiores. Tal vez, el porcentaje de respuestas más elevado estuviera condicionado por el intento de dar una buena impresión ante el entrevistador (esto es, hacer ver que se conocen los modos urbanos de resolver problemas) . Aunque pudiera ocurrir, también , que estuviéramos ante un hecho significativo: lo complicado es lo que se plantea fuera -del concejo, fundamentalmente-y por tanto no hay otra forma de resolverlo con los mecanismos internos. En todo caso, el porcentaje que le sigue apunta, una vez más, a la más completa autarquía. Cuando a los entrevistados se les planteaba, en diferentes preguntas, por e! grado de influencia que en la comarca tenían y deberían tener diversos grupos e instituciones, 7. Aspectos que CJlarnlno con detenimiento en mi infonne mencionado, pero a los que sólo puedo aludir aquí.
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AlSU.MIEI'II"O y CACIQ UISMO
M'TROPOLOGfA PaLmeA
contrastaban con nitidez los porcentajes obtenidos por los caciques según que la opción fuera la influencia que tenían (el 76,8 % les asignaba la mayor lnOuencia) o que deberían tener (para un 94,6 %. ninguna). OlrOS resultados de la encuesta permilen entrever actitudes de desconfianza hacia la política oficial, por así decirlo; o, más bien, de su lejanía respecto a la comarca y de su ineficacia, en defin.itiva, para resolver los problemas de la gente. La política, en se ntido amplio, parece tener así dos caras: una remota y poco útil y otra (la de los caciques) cercana y enojosa. Pero sumamente eficaz y. e n cualquier caso, inevitable en tanto perduren otros factores. Porque podría decirse que la aU larquía es el anverso de una moneda que expresa tanto los condicionamjentos básicos, infraestruClurales, muchas veces resaltados al referirse a la comarca (malas comunicaciones, recursos escasos, economía de subs istencia) como esos mecanismos sociales internos que hacen posible la resolución de los confli ctos y problemas entre gentes constreñidas a la convivencia cotidiana en un reducido espacio físico y social -el pueblo, el concejo--. Su reverso es la necesidad de relac ionarse de alguna manera con e l exterior. unea han sido completamente autosuficientes .e sos lugru:§. Ca ero estaca, e onna a eeuada, los límites y las quiebras tradicionales de la autarquia cabreiresa.' Pueden resumirse e n los siguientes puntos: Primero, la existencia de relaciones entre diferentes concejoS(fundamentalmente, acuerdos mancomuna~ 'para la explotacióh de dis tintos recursos a través de determinad~s fOlmas de cultivo); a e llo habría que -áñá'aiLla...ampliaci6n de redes de pare.~ co a pueblos pr6ximos, pese a la predominante endogawj¡t local e .iñCIuso_CQOS.a.o.guinidad 9 Hay que mencionar, además,.la existencia, a parJir de este siglo, de mercados establecidos en al nos ueblos ue onfan en contacto periódicamente vados núcleos vecinos. -EILS o uga:í;Ja ruptura de IiislOOnteras...comarc.aks a.,.cargo. df!-los.an:ieFeS8.
qlle iban a CQmerciar a ~ zonas~ a..La_Cabrem. fQL
últ.imo, dadas las condiciones ~g:¡:i&J..I.)J.w:a..d~ubsis tew:iallargos periodos de ocio durante e l invierno y prácticamente nulos ingresos) ha existido un imD9rtantellujQ migratorio estacj,oow badaAndab.Jcia....a la recogida de la aceituna, o, más pennanentemente, a América. Las condiciones en las que se producía la emigración eslacional -que se prolongó hasta después de la guerra civil- revela la preocupaci6 n por obtener el máximo beneficio con el mínimo costo. A principios de los años sesenta, un viejo de La Baña, dejó un vívido relato de sus experiencias infantiles: pasaban seis meses en Andaluda, de noviembre a mayo; el viaje se hacía a pie, dunniendo al raso o en pajares; tampoco en comer se gastaba mucho: pan y tocino, que se llevaban de casa, y cardos que se cogían en el camino, lo Interesa destacar respecto de esa emigraci6 n estacionaJ que estuvo, en buena parte, condicionada por la necesidad de pagar las deudas contraídas con comerciantes y preslamistas, a los que se compraba al {lila y que constituye una realidad viva aún.1I Como des taca un buen conocedor de la comarca, «-el endeudamjento-d.e....@-'l.o~jml.s.empesina ~abreiresa hiUido IIDa cOJlS1ant~_hi ~tQdca;_ prim e(QJ:.on la rglesia-y-despné·Sl::on- los--comerciantes....yJa lfacienda .Púb.lica)t~l
De es ta manera, se nos va perfilando ya e l fenómeno del caciquismo, tan presente como temido, a juzgar por los resultados de la encuesta. El mundo exterior se ha conocido también a través de sus age ntes más temidos. Así lo expresaba, hacia los años treinta, alguien de fuera que habfa ejercido su profesión de maestro en uno de los pueblos de La Cabrera baja: «í\I escaso forastero que pisa ~.§tils...r~gj.9nes. se le....mlra X se leJecibe_ recelosas de,sconfiadamente; y es que, como con el Estado no tienen otra relaci6n que la connibutiva, ni tienen de él más conocimiento que el de sus agentes investigadores y cobradores, para ellos todo forastero supone uno del fisco, que jamás llega a darles algo,
Cabero Dit!guez. 1980. pp. I2·B.
9. En mi informe dedico una parte impon.me a resal l.:l.~ d peso de esos facton::s. pero también a deslaca~ la inevitable exog:unia... Un ""rumo delallado de una parle de la comarca es el de Valladares mencionado en la nota 2.
159
10. 11.
12.
Camicer, 1970, pp. 170 Y $$. Cabero Dit!¡uez. p. 66. Ibid., p. 65.
160
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ANTROPOLOGÍA POLÍTICA
AlSLAMIENTO y CACIQUISMO
siquiera el respiro de librarles de odiada visita .»'J ¿Con quiénes se endeudaban también los cabreireses? En una ya vieja novela sobre la comarca se alude al tema del caciquismo y se dibuja un panorama de gentes que trabajan como los siervos en la antigua Rusia. El novelista ofrece el retrato de un anciano pastor que está al
función. Retiene en los años de abundancia para los años de escasez; es la esclusa de la riqueza pública, el pantano del riego económico. Y tan así lo entienden los pueblos, que he podido obseJ\far que, como ejerza el usurero honradamente su oficio, sin engaños, estafas, ni malas artes, lejos de guardarle rencor, le guardan reconocimiento, por caro que sea el interés que les lleve.»16 El fenómeno en La Cabrera está estrechamente ligado a actividades de comercialización de los productos básicos. Así, en un informe realizado hace años se destacan tales hechos y repercusiones en relación, concretamente, con el ganado: «El problema [... ] procede de unas eSÍTIlctillas sociales basadas en un sistema eminentemente caciquil, ya que son los hombres fuertes quienes imponen unas condiciones de comercialización de los productos ganaderos realmente leoninas [... ] la economía es en su mayor parte de trueque simple con lo cual comerciantes y especuladores avispados, aprovechándose de las condiciones de miseria en que la gente vive, les impone trueques altamente desfavorables para los mismos.'> 17 Esto proviene, claramente, de una óptica crítica, pero vistas las cosas desde prisma muy diferente tampoco cambia mucho el panorama. Quienes por la misma época negaban que tales imputaciones tuvieran validez, recalcaban, de rechazo la ubicación socioeconómica del caciquismo. En otro infonne respaldado por organismos oficiales se lee: «se ataca a la minoría rectora, que pese a todos sus defectos sociales a los que en realidad son acreedores, no se consideran caciques, sino negociantes o comerciantes»Y Es curioso, además, que en ese mismo informe, al tratar del comercio se haga alusión al tnleque, diciendo que «está más extendido de lo que se suponía» , al tiempo que se afirma de él que es «el campo más propicio a toda acción del caciquismo». El Diccionario de Pascual Madoz, en el artículo que dedica a la comarca, nos proporciona dos pin-
servicio de «un robusto señor, que ni siquiera vive en el pueblo y que premia su labor con una sucia bazofia, un mísero traje y un puñado de monedas al afio de las que induso le descuenta si uno de los animales muere o es devorado por ellobo».I ' Es difícil calibrar qué componentes de pura ficción entran en el retrato y hasta qué punto no se han dado situaciones como ésa en la vida de los cabreireses. Parece, sí, que el novelista recarga las tintas sombrías y melodramáticas en ése y en otros muchos aspectos. Y uno está más que tentado a sospechar que se trata de una imagen estereotipada de cacique, más apropiada para otras comarcas o regiones españolas de grandes desigualdades económicas internas. La situación caciquil más frecuente e~ La Cabrera tiene que haberse equiparado, por el contrario, a la del prestamista usurario al que se refiere una de las personas que contestaron a la Memoria sobre Oligarquía y caciquismo de Costa, en 1902, y que describía el fenómeno en la vecina provincia de Zamora: «NOJ.eWendp a quié..n...ª"cudir el infelikJgbra.dm:_eQ.§l!L.fi~~J.lles apuros, por l~fuerfa ha ae entregarse al usur~(o del lugar, aceptando las condicioñes que quiera imponerle.»lS De modo realista, no exento de c1erto eITtismo,LJnamuno, en la misma obra, describe así la figura y la necesidad del usurero: «He dicho que hay pueblos que necesitan usureros y me conviene remacharlo. Entre gemes imprevisoras, sin instintos de ahorro ro gran amor al trabajo, donde se vive al día cumple el usurero una IJ. El p.hrafo p"rtenece a una cBreve memoria del estado general de las regioCabrera Alta y Calm:rn Baja (León). , mecanografiada , que aeompafulba a una caro la que un diputado por LeOn envió el 10 de noviembre de 1931 a otr
lbitL, p. 408. 17. CArilas de Astorga. 1963, .Infonne de la situación s.ocia-..conómica de la zona Cabrera ]"on"sa». mecanografiado. 18. dnforme Diputación·Gobierno Civil de uón: La Cabrera >, LWn. \966. m ecanogrnfiado. 16.
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celadas interesantes sobre el entomo medioambiemal y el modo de ser de sus gentes. Tras describir la zona como «un verdadero nudo de montañas, circuido por otras mayores», tipifica a los cabreireses de esta manera: «la siL y consti-
minan, más o menos, con el mismo colofón que transcribe Camicer cuando le relatan esta última: «Mire si hay gente de empuje en La Cabrera,,,21 Dejando a un lado el problema de la estricta veracidad de estos relatos, ]0 interesante es que se destaquen o repitan tan escenográficamente algunos elementos claves. Casi como si se tratara de un cuento analizado por VIadimir Propp, podemos diseccionar sus partes componentes. En primer lugar, una situación de adversidad inicial que hiperboliza en casos individuales las precarias condiciones generales de la comarca. En segundo término, una serie de tribulaciones que ponen a prueba el temple de los futuros triunfadores una vez que se alejan dellenufio. Por último , la culminación de la empresa a través de actividades mercantiles de cualquier signo que cC2!m;.an-a-esta_especie..de héro~eirés,...no.~a..p.or_encirna del resto de..sus paisanos~ sino de la mayona de la g,ente gue vive .enJa ciudad . Por sup uesto, siempre_se trata deJ:elatQs s.obre_casos_individuales. La BlªY9(Ía dJ! los_eo:Ügrantes -nO--entra en esa ealegaría. - ¿Qué subyace a la narración de estas biografías? La narración, sin duda, homogeniza la imaginable variedad de casos concretos, eliminando las disparidades, por no considerarlas significativas, y forzando, por el contrario, sus semejanzas. Diriase que ese proceso de simplificación y esa estandarización de los relalos ponen de relieve una mentalidad que col.oca la clave del éxit.o en superar la mayor adversidad, la del propi.o entorno ----el más inmediato del concejo o el próximo de la comarca- para situarse completamente fuera, física y socialmente, en el ámbito de las grandes ciudades. Una vez allí, la fortuna deberia estar garantizada, Pero la mayoria no la alcanza, qué duda cabe. Sin embargo, hay algunos individuos que, sin abandonar sus pueblos, sí consiguen situarse, por así decirlo, a medias entre la inmensa generalidad de las gentes comentes y la exigua minoria de l.oS casos singulares idealizados en las bi.ografías. Se trata de esos comerciantes y negociantes locales a
tución física de este territorio hace de sus hab. de carácter
despejado e industrioSO». 19 Hahria que añadir: a unos con más fortuna que a otros. Esos hombres fuertes ---como los denomina aquel informe- han debido desempeñar un tipo de liderazgo informal basado, sí, en último extremo, en las relaciones igualitarias que el tnleque conlleva, pero sacando al tiempo buen provecho de esa redistribución a la que aludía Unamuno. Como nos muestran los conocedores de los mecanismos de intercambio primitivo, las fronteras, estructurales y temporales, entre sistemas recíprocos y redistributivos (y, por ende, entre igualdad y jerarquización políticas) son fluidas y responden a procesos temporales nada abruptos. lO Pero sigamos. Con frecuencia, en mis conversaciones con gentes de La Cabrera, al hablaL.df:...quienes..emigraron con caráJ;::terJkfin,itivo - al País Vasco o a Madrid, por ejemplo---- surgía_eLtgma..4djndOOd~ueJogró W!!arse illli con .éxito-Eor más diferentes que fueran las personas a las que se hiciera referencia y por muy diversos los lugares a los que hubiera emigrado e incluso las actividades a las que se hubiera dedicado, las historias eran sorprendentemente parecidas. Su_ esquema podria resumirse así: ui?a persona, que apenas tlene-.de...quL\O..'JlI:. en_su puebl0L-dáci.:.. de'emiru:fuiJJ-espJJ,és de sufrir todo tipo de pen~lida es -~ándose de las más elementales comodidades e; mida y habitación para poder ahorrar hasta el último cénLimo- comienza a cpsechar alguno§ éxitos,-- siempre en algo relacionado con el comercio, si bien en diferentes ramQ§..dd.tnism~Bi(;Wafias parecidas todas a la c~si ~ítica de aquel cabreirés que, de aprendiz de relojero en Inglaterra, logró amasar considerable fortuna y fama, y que ter-
co-
19. Diccionario geográ(i
21.
Carnicero 1970, pp. 29·30.
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AISLAMIENTO Y CACIQUISMO
los que se ha aludido varias veces. Son gentes que se encuentran en una posición intermedia en un doble sentido. De un lado, son quienes, ciertamente, no han logrado e l éxito de aqueUos emigrantes que triunfaron en otros lugares (y algunos de estos comerciantes locales parecen ser los más aficionados a relatar aquellas casi legendarias biografías); pero, sin embargo, gozan de una indudable mejor si· tuación socioecon6mica que el resto de sus convecinos. De otra parte, sus propias ocupaciones los ponen periódicamente en contacto con el exterior, bien personalmente, en sus desplazamientos para aprovisionarse de las mercancías que venden en sus establecimientos, bien a través de agentes comerciales que acuden a la comarca y se relacionan exclusivamente con ellos. Su nivel de información acerca de lo que ocurre en la provincia, la nación o el mundo es considerablemente supelior al de la mayoMa de sus clientes. En algún caso concreto, he podido constatar también su interés por mejorar las condiciones de la comarca, y no s6lo las del propio pueblo, no tiene parangón con el de otros muchos de sus paisanos. Uno me contaba cómo, años atrás y mediante entrevistas con autoridades provinciales y organismos competentes. había logrado. con otros comerciantes, hacer avanzar la canetera, casi palmo a palmo, hasta que llegó a su zona. Conviene, por todo ello, situar estos fenómenos en sus justos términos. Cabe afirmar que actividades como las comerciales constituyen un mecanismo de articulación entre esos lugares, aislados y replegados sobre sí mismos, y su mundo exteriOl: De ahí su funcionalidad. Pero al propio tiempo tales mecanismos favorecen y posibilitan - aunque no sólo ellos- el fenómeno del caciquismo en la comarca. Hay, sin duda, una clara correlación con el aislamiento que fue lradicional en la zona. Por tanto~may.or_ grad.u..de autarguía.-e jncomu.o.icaci611.Jllás.....reducidas cias de. enlace. con el exterior y máLventajas para_quienes las tengan en.... sus manos. ~Q.LCa.ldO-d.e...culti:V(Lpar:a _el caciquismo. Algunos documentos procedentes de un archivo particular al que pude tener acceso revelan cómo, tiempo atrás, muy diversos factores configuraban la vida de un cacique. Se trata del caso de un individuo de uno de los concejos
del municipio de Encínedo. que vivió a finales del siglo pasado y primeras décadas del actual. Fue comerciante, estanquem y agricultor; ostentó, Lambién, cargos municipales. Sus relaciones con las esferas políticas provinciales eran frecuentes e importantes. De la correspondencia que recibía entresaco algunos párrafos de algunas cartas en las que esas relaciones se ponen de manifiesto. Así, la primera, de 1899, se la dirige un diputado pmvincial que. entre otras cosas, le dice: «Me disgusta que Ustedes se ocupen y molesten en hacerme obsequios y me disgusta aún más que para ello molesten a los pueblos y pedáneos. De todos modos agradezco a Ustedes mucho el jamón de jabalí y mejor será que lo salen y venga bien curado.» La segunda, de 1901, pmcede de un abogado de Madrid que agradece a nuestro hombre su ofrecimiento en las elecciones a diputados y le ruega que «de acuerdo con los amigos de esa forme listas de personas que puedan ser interventoras en las mesas electorales». Es interesante destacar que, muchos años después, en 1929, ese mismo abogado escribe a un hijo del personaje en cuestión para comunicarle que la escuela de un pueblo cercano que aquel, maestro, soUcitaba. (testá dada)) pero que le diga «cuá.l es esa Olra que quieres y cuenta con ella •. Estas breves notas nos permiten entrever la compleja red de intereses que vinculaban la comarca con sus ámbitos circundantes. La política provincial y el régimen político nacional precisaban de gentes bien situadas dentro de la comarca que pudieran hacer funcionar un sistema como el de la Restauración, basado tanto en las corruptelas electorales como en la apatía política de las masas campesinas. Algunos individuos, como el vecino de Encinedo, podían ofrecer redes internas (<
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en un uso discriminante de la maquinaria administrativa, favorecfa al politico profesional .• l l Probablemente, la confluencia en el caso al que me he referido de posición económica pujante (son numerosos en el archivo los documentos de compraventa de casas y parcelas), comercio y cargo municipal, hacían de aquéUa la persona idónea para ocupar esa posición intermedia, clave, entre sus convecinos y los requerimientos del remoto sistema político del país. Una posición incomparablemente más enraizada en la estructura social local que la que pueda tener un funcionario municipal en nuestra época (recuérdese algún resultado de la encuesta, relativo al secretario municipal, al que aludí páginas atrás), y por tanto mucho más susceptible de articular las demandas de las esferas interna y externa.
tenimiento de los conflictos dentro de unos det'erminados límites.:' Detengámonos en estas características en relación con lo hasta aquí expuesto. Por lo que respecta a la primera. ya he señalado en qué medida result6 eficaz para UD determinado sistema la conjugaci6n en un mismo individuo de roles econ6micos, administrativos y específicamente politicoso No es preciso, por otra parte, remontar el fenómeno a fechas tan lejanas como principios de siglo. Todavía está viva en los relatos de la gente la imagen de un famoso cura (al que Camicer tuvo ocasi6n de conocer y dedicar unas divertidas páginas en su libro) que combinaba perfectamente su misión sacerdotal con actividades rentables y con otro tipo de articulación de peso en la posguelTa: la de los maquis con los vecinos de los pueblos. De una forma u otra, otl'OS clérigos preconciliares parece que respondían también a esa eficaz indiferenciación de roles. Más aún, tan diferentes como podían ser los curas que conocí a plincipios de los ochenta, deliberadamente ajenos a las redes de poder tradicionales, no dejaban de ser vistos por muchos de sus feligreses como eficaces mediadores ante organismos y personas de fuera. Probablemente, era ésa la contrapartida a sus afanes por atender a las gentes de sus parroquias más allá de sus necesidades puramente espirituales. En cuanto a las otras dos nolas que caracterizan a las comunidades encapsuladas. mi breve experiencia en la comarca DO fue obstáculo para que me Uegara información abundante de formas de cooperación institucionalizadas entre vecinos en lo que respecta a faenas agrícolas. Respondiera o no a la realidad, la gente alardeaba de Lrabajar ayudando a sus convecinos aunque no tuvieran labor aquel año y daban por supuesto que aquéllos harían 10 propio cuando Uegara el momento. Se trata de esa especie de capital no monetario, sino de servicios recíprocos, cuyos beneficios se actualizan de modo difelido. Por otra parte, ya señalaba antes c6mo a la pregunta de la encuesta relativa a la solución de los ~tlOflictos se subrayaba la fácil resolución de los mismos, su mediación posible, dentro de los Ii-
~uiSOl.o~,é.s_.rulf'~ce, pu~s", t~nóm,S!!.Q-Ínti
mamente. asociado con la incomunicacióu_,) 'da_autacquía. Pel~ al propio tiempo, ha sido uno.4e...1.oJi ..J.JQj;QS can~.les institucionali~dQs..con q.ue.nall..-contadJ.u .x:adidonal.mente los pueblos de-la..comarca_para-celacioruu:se.de.Joana..más que_espo;:ád.ica.G.on..su...mund.Q...exteQ.or. Este tipo de cacique responde bien a las características de lo que, en la literatura antropológico-po.lítica, se ha denominado un broker o un middleman , un tipo de rol que engendran determinadas esnucturas sociales y que 'liene a regular el flujo_de-recur.:, sos polftico,S.,eXtemos-- haei~1 ¡nterio,de aquéUas. n Se trata de comunidades a las que Bailey define como estructuras encapsuladas en otras estructuras sociales más amplias (las de la provincia o nación, en este caso), sin que entre ambas existan abundantes canales de comunicación, entendida ésta en un sentido más amplio que el puramente físico. Tales comunidades encapsuladas se caracterizan, entre otras notas, por una gran indiferenciaci6n de los roles sociales, por una explicita convicción de que la relaci6n con otros tiene que basarse en una especie de toma y daca --este segundo más diferido que inmediato-- y por el man22. 23.
Varela Orteaa. 1977. p. 437. Bailey. 1973. p. 166.
24.
!bid .• pp. 147 Y "".
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mites del pueblo. 0, de modo más utópico, su inexistencia misma. A ese middleman que es el cacique se le detesta tanto al menos cuanto se le necesita. Porque lo que caracteriza su rol y lo que lo hace necesario es que tiene UI1 pie en cada
campo, como se le ha definido gráficamente. l 5 Probablemente, en el caso de La Cabrera, mucho más finnemente asentado en el campo interno que en el externo. Sin duda, sus mayores logros se obtienen cuando la estructura social encapsulada se encuentra más replegada sobre sí misma, ya que puede monopolizar con mayor facilidad el flujo externo: infonnación, ciertos servicios, etc. Y para bastantes cabreireses ésa era todavía en buena medida la situación cuando conocí su comarca.
AMIGOS Y E NEMIGOS
Introducción El ámbito espacial de los hechos que se exponen en este trabajo \ está constituido por una zona que conozco directamente por haber realizado en ella trabajo de campo: un pueblo de la provincia de Granada. El marco temporal está integrado por un presente que he vivido y un pasado nada remoto del que he podido recabar la infonnación que expondré aquí. No podria decir cuál de estas dos coordenadas ---espado y tiempo- tiene más importancia para
entender los datos que presento en este trabajo. Sí, en cambio, me atrevo a afinnar que la segunda, como marco al menos, debe tenerse muy en cuenta. Y ello porque para comprender aspectos importantes de la dinámica conthctiva en el pueblo tendremos, cuando menos, que tomar en consideración un conlexlo socio-económico más amplio que ha experimentado modificaciones sensibles en los últimos diez o quince años. Sin embargo, tengo que dejar constancia de que no me ocupo aquí de un estudio del cambio social. Mis pretensiones son bastante más modestas: sucede simplemente que analizo realidades sociales en un contexto --el inmediato,
25.
Baile)', ]970, p , 167.
l. Se hacen bastantes ref.-reneias aquí a E . Luque Baena. 1974. Como allí se indJea. lanla el nombre dd pueblo como el de la eomWlidad de bienes y los de ,us órganos inlegrantes Son todos ficticio,. Igual <>C\lITe aquí por lo que respecla al nomb", de los personajes de los casos estudiados. Sólo sus hechos son reales. El preseme. mientras nO Se indique otra cosa. hace referencia a los primeros anos de la década de los setenta.
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el del pueblo y el más remoto- que de algún modo está cambiando. El factor tiempo . entendido en un sentido bastante diferente del que acaba de mencionarse, también cuenta de otra manera. Como veremos, los conflictos siguen determinadas secuencias (iniciación, técnicas de ataque y de contraataque, final aparente de las tensiones y rebrote de los
Jaral de la Sierra. Hay que señalar que entre esas dos etapas que acabo de resumir se produce en España el proceso de Desamortización, que llevó a la venta de bienes como éstos en muchos pueblos y ciudades de España, con lo que pasaron a ser propiedad particular. No seria extraño que se hubiera recurrido por aquella época a una ficción legal consistente en presentar estos bienes como si siempre (en los documentos se dice «desde tiempo inmemorial») hubieran estado desligados del ayuntamiento y administrados conjuntamente por lqs vecinos. Aunque no he encontrado constancia de que así haya ocurrido en .el caso de Jaral, sí existen documentos que pnteban que tal hecho ocurrió en otros pueblos españoles que se encontraban en similares circunstancias. 3 De cualquier manera, el cambio en la titularidad de la propiedad comunal tuvo dos consecuencias: una, inmediata, que fue que estos bienes no se vieron afectados en absoluto por la polítiCa desamortizadora del siglo XIX, y otra, más tardía, que consistió en que, e_n parte, los terrenos comunales fueron siendo cedidos a los vecinos del pueblo para que los cultivaran con carácter individual. Como he indicado antes, este último hecho parece estar directamente relacionado con el crecimiento demográfico que experimel)tó raral desde el último tercio del siglo pasado, ya que se halia necesario ampliar de fonna considerable la superficie cultivada en el término .municipal. . Pero el mayor aprovechamiento de los terrenos de la Comunidad de bienes ha consistido en los pastos. Y no han sido los ganaderos del pueblo los únicos beneficiarios de los pastos: periódicamente, hacia final de la primavera y comienzos del verano, acuden a la sierra de Jaral ganados de las comarcas limítrofes . Los propietarios de estos ganados, a diferencia de los ganaderos de Jaral, deben abonar un tanto por cabeza de ganado. Estos ingresos han sido, en otro tiempo, bastante importantes y es la Comunidad de bienes la que los administra. A tal efecto, y de ello hay constancia documental desde el último tercio del siglo pasado, existe lo que se llama la Comisión Administrativa, compuesta por cinco miembros: un presidente, un tesore-
antagonismos, a veces con los mismos protagonistas), secuencias a las que un estudio rígidamente estructural les vendria muy estrecho. Por eso mismo, al abordar aqui fenómenos conflictivos, presto más interés a procesos que a estructuras. Y, también por eso, me interesa analizar en estas páginas la incidencia de valores y símbolos en los acontecimientos y no llevar a cabo un análisis más o menos estructural de los mismos .
El marco de los conflictos Existe en Jaral de la Sierra, además de la palticular, otro tipo de propiedad de la tierra, de carácter comunal. Consiste, fundamen talmente en terrenos de monte y pastos que, desde el siglo pasado y paralelo al creciente aumento de la población, han sido, en palie, roturados y cultivados. En la actualidad, tales terrenos, por las razones que expondré más adelante, han dejado de ser cultivados y, en gran medida, van dejando de ser utilizados también por el ganado. En atTo lugar/ y gracias a los documentos que he podido utilizar, he descrito la trayectoria histórica que parece haber seguido la propiedad de esos terrenos .-En síntesis, me referiré aquí a dos grandes etapas: hasta los primeros años del siglo pasado, la propiedad comunal estuvo en manos del Concejo (el precedente ·de los actuales ayuntamientos, como és bien sabido); a partir de unos años después , la propiedad comunal, si bien con los mismos caracteres que ofrecía antes, pasa .a manos de un organismo distinto que se denomina, hasta hoy, Comunidad de bienes de 2.
Op. cit., cap. 11.
3.
ef. A1ej3ndro NielO, 1966, pp. 409 Y ss.
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ro, un secretario y dos vocales. Con arreglo a las previsiones de los estatutos de la Comunidad, todos estos cargos deben renovarse anualmente, en la asamblea de vecinos que se celebra el 6 de enero. No obstante, y aunque algunos estatutos hacen referencia a procedimientos de elección, más bien habría que hablar aquí de aclamación, ya que en la asamblea se renuevan los cargos 0, de ordinario, continúan los que los desempefiaban hasta entonces por el simple hecho de presentarse ante los partícipes asistentes,' quIenes, según las circunstancias: gritan que sigan l~s.inis mos que ya estaban en la Comisión o que ésta se renueve con los individuos que se ofrezcan para integrarla. Insisto en que, en la práctica, y salvo que surja durante el período anterior algún problema, los miembros que forman la Co~ misión un af\o pueden dar por seguro que se mantendrán en sus puestos al año siguiente. Pese a esto, la Comisión ha tenido en los últimos treinta anos un carncter democrático, al menos forma lmente. un agudo contraste con lo que su· cede por lo que respecta al ayuntamiento. ya que en la pli~ mera la designación de todos los cargos depende en última instancia de la voluntad de los vecinos, mientras que, como es sabido, el puesto principal en el segundo, el de alcalde, es nombrado por el gobernador civil. Con todo, las cosas son bastante más complicadas, como tendremos ocasión de ver a lo largo de estas páginas. Conviene destacar algunos factores que complican lo descrito hasta aquí. Los resumiré en tres puntos:
materias legales que tuvo la Comisión. Una y otra cosa pueden haber contribuido a suavizar tensiones entre dos entidades como éstas. potencialmente conflictivas, ya que mientras la Comunidad goza de poder económico y legitimidad popular. pero no tiene autoridad legal para hacer efectivos sus acuerdos, el ayuntamiento, por su parte. está desprovisto prácticamente de medios económicos, pero al recibir su legitimación fundamentalmente de instancias estatales, posee la única autoridad legal que ex iste en Jaral de la Sierra. Incidentalmente, se me ocurre que este tipo de contraposición, acentuado por la existencia de un determinado régimen político en nuestro país, ha favorecido el ac(Ual estado de cosas en el pueblo al provocar en los últimos años el paso de la potencia al acto, es decil~ del mero antagonismo formal al conflicto real. 2." La Comisión ha conseguido mantenerse en funciones más de un año, como señalaba antes, pese a las nor· mas estatuarias, en base a un s is tema de relaciones entre sus miembros y los electores que hace posible las aclamaciones en sucesivas asambleas anuales. 3.- Los factores que sirvieron de marco a lo que he descrito anteriormente han experimentado un sensible cambio en Jos últimos quince o veinte años. Por dos razones: primera, eJ acusado proceso migratorio a que se ha visto sometido Jaral en ese período, y segunda, las nuevas perspectivas de explotación que ofrecen en estos últimos tiempos las tierras de mayor altitud del término municipal, dado el interés de una oferta de tipo turístico en zonas donde el aprovechamiento tradicional ha sido de índole ganadera.
l." A pesar de la separación formal entre ayuntamiento y Comunidad, que aparece en los documentos de la Co· munidad y que reflejan también las actas del ayuntamiento en alguna ocasión,5 se ha procurado, en los úllimos tiempos al menos y hasta hace muy pocos años. que algún concejal sea al mismo tiempo vocal de la Comisión administrativa. Por otra parte, el secretario del ayuntamiento fue, hasta hace no demasiado tiempo, el único asesor en 4. La cualidad de panfcipe ha expcrimemado cambios a Jo lar¡o de la historia de la Comunidnd. Cf. Luque. op. cil .. pp. 67.71. S. /bid.
A1 primero de los puntos señalados dedico atención más adelante. Me centraré ahora en el segundo y tercero. Como he indicado antes, la Comunidad de bienes ha dispuesto trad icionalm ente de importantes ingresos económicos, en su mayoría provenientes de la venta de los pas· tos a los ganaderos forasteros. Un éapítulo menor en estos ingresos lo ha constituido la venta a comerciantes, también forasteros, de las plantas aromáticas silvestres, como el romero, el tomillo, la salvia y la alhucema, a cuya recogida se
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dedicaba buena parte de la gente del pueblo bastantes años atrás. Los acuerdos de la Comunidad establecen que tanto los pastos como las plantas aromáticas se vendan mediante subasta. pero mientras éste parece haber sido el procedimiento utilizado para las segundas. no ha ocunido así por )0 que respecta a los pastos. Hay que advertir que el único medio, hasta hace escasos años, de fertilizar la tierra de labor ha consistido en el «estercolos (es decir. el abonado de los campos por medio del excn!men to animal). En parte, el .estercolo» se realiza con los ganados del pueblo; pero cuando las labores agrícolas en la sierra eran de cuantfa considerable,· aquéllos resultaban notoriamente insuficientes. Existía entonces, y me refiero a los afios cuarenta y cincuenta de este siglo, un sistema que permitía solventar este problema: los labradores que teman tierras en la sierra (en terrenos pertenecientes de derecho aunque ya no de hecho a la Comunidad),· ... acordaban con ganaderos de fuera el .ceslercolo» de sus parcelas a cambio de algunas contraprestaciones. Así, mienLras que los forasteros abona· ban a los labradores la cantidad que estuviera fijada por cabeza de ganado (cabrío o lanar), o parte de la suma a que ascendiera el total de cabezas, más el estercolado de la finca, los labradores les proporcionaban refugio en el .ccor· LijiIJo» y la comida durante el Liempo que durara su per· manencia en el lugar: Los labradores quedaban obligados a declarar a la Comisión administrativa cuánto ganado había pastado e n sus parcelas y a entregarle el dinero recibido por tal concepto. Para controlar a los labradores, la Comisión sólo ha dispuesto de un guarda que debía recorrer todas las parcelas y dar cuenta de la veracidad o falsedad de las declaraciones de aquéllos. Pero la dispersión de estas labores entre sí y el dificil acceso a ellas, dadas la extensión del término municipal de Jaral y la complicada configuración orográfica del mismo, ha hecho que esta tarea fuera prácticamente irrealizable. Conscientes tanto los labradores 6. Ibid. 6 bis. La siluadón afectaba a Sflllet que no teman má$ que eslU como :1 0U'0l que ampliaban Ju su)'U con t~ de la Comunidad.
la~.
asf
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como la Comisión de este hecho, no es eXLraño que se adoptara un sistema que beneficiaba a los primeros y la segunda: la Comisión, en general, aceptaba lo que los labradores tuvieran a bien declarar, siempre que éstos estuvieran dispuestos a reelegir a sus miembros para el año siguiente. El guarda se limitaba, por su parte, a efectuar un reconido formulario por algunas fincas y, por otra, llevaba a cabo un control más minucioso de las parcelas de labradores de cuyas intenciones electorales no estuvieran muy seguros los miembros de la Comisión. Si se daba, como solfa ocurrir; falsedad en la declaración, se pasaba entonces a una fase de transacción entre la Comisión y el labrador du. doso. La transacción, nonnalmente, traia como resultado una promesa de apoyo poI' parte del labrador para el día de la asamblea. La Comisión podía obtener aún otro tipo de apoyo. Durante el invierno, cuando ya la gente había vuelto al pueblo tras sus ocupaciones agrfcolas en la sierra, el guarda de la Comunidad se dedicaba a vigilar la recogida de leña para usos domésticos en un monte cercano al pueblo, también propiedad de la Comunidad. Se permite que cada vecrno puede recoger allí sólo la lei'l.a caída, para su exclusivo uso y no más de una carga, a fin de evitar que otros vecinos se vean desprovistos de este combustible. Al existir hoy nuevos combustibles, la prohibición ha caído en desuso, pero años atrás los más pobres no encontraban en invierno cuando escasean las faenas agricolas, muchas posibilida: des de allegar unos recursos. Así que se dedkaban a recoger cuanta leña podían y a venderla a personas de mejor posición económica. Al individuo que era sorprendido en esta infracción por el guarda se le desposeía de toda la lei'l.a que tuviera consigo. Algunos, con previsión, ofrecían de antemano a la Comisión su presencia en la asamblea y recibían a cambio la promesa de una tolerame actitud por parte del guarda de la Comunidad. Si no se presentaban otras circunstancias (como una intenrención directa del ayuntamiento o, sencillamente, la dimisión de miembro destacado de la Comisión), el organismo gestor de la Comunidad podía mantenere fácilmen. te durante varios años sin necesidad de que se renovaran
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los individuos que la constituían. Los factores que acabo de exponer favorecían tal estado de cosas. Ahora bien, a partir de los últimos años de la década de los cincuenta se inicia en Jaral un proceso migratorio que alcanzaba unos diez años después proJX>rciones casi alar· mantes. 1 Esto supone, para los datos generales expuestos hasta aquí, varias consecuecias. En primer lugar. las tierras alejadas del núcleo urbano han dejado de ser cultivadas casi en su totalidad. Por otra parte. la mano de obra abun· dante que en otro tiempo se desplazaba a labores como la recogida de plantas aromáticas no existe hoy de ninguna manera en Jaral. Por último, y en relación también con lo que indicaba antes acerca del uso de nuevos combustibles para usos domésticos, pocos son los individuos que no encuentren trabajo fuera del pueblo y tengan que dedicarse a recoger leña en el monte. Todo esto supone, a su vez, que los ingresos de la Comunidad disminuyan de forma considerable. Los ganaderos de fuera no encuentran ya las facilidades que les permitían estacionarse una larga temporada en Jaral, ya que no queda en los cortijos de la sierra gente que los atienda. Tampoco puede disponer de ese capítulo menor, pero importante, de ingresos provenientes de la venta de plantas aromáticas. Puedo citar aJgunos datos cuantitativos de modo pw-amenle aproximativo. TaJ vez sirvan para dar una idea de los problemas económicos en que se debate la Comunidad. Parece que hace unos veinte años pastaban en el télmino de JaraJ más de 20.000 cabezas de ganado cabrío y lanar, en la época en que por cada una de ellas se pagaba 1,50 pesetas y tan sólo 2.500 pesetas de contribución terrilorial al Estado. En la última campaña, 1973-1974, aunque se cobraron 60 pesetas por cabeza de ganado, la contribución parece que asciende ya a unas 400.000 pesetas anuales. El ayuntamiento, por su parte, cuenta con recursos económicos más problemáticos, si cabe. Baste decir que en un pueblo que se caracteriza por la muy escasa mediana
propiedad y por la abundancia del minHundismo, pocos son los impuestos que pueden recabarse de los vecinos. Ahora bien, a partir de hace doce o catorce afias, se inicia en los aJrededores del término municipaJ, en Sierra Nevada, el desarrollo de las posibilidades luristicas de la zona. Esto lleva consigo, por lo que respecta a Jaral, el despertar de expectativas orientadas a la pOSible reconversión en instalaciones bateleras y deportivas de terrenos hasta entonces prácticamente inútiles, como son los de mayor allitud que posee la Comunidad de bienes. A diferencia de lo que ocurre en otros municipios limítrofes, en JaraJ la administración de estos terrenos cae fuera de la competencia del ayuntamiento, como queda indicado. Por tanto, no son posibles aquí las concesiones administrativas que hacen posible la explotación turística en la zona. Pero, por otra parte, no puede la Comunidad tampoco, al carecer de reconocimiento legal, acometer una empresa que rebasa ampliamente sus competencias tradicionaJes. Ha habido, no obstante, en los últimos años intentos por parte de los miembros de la Comisión, a veces a título personal, de resolver el problema a pesar de las trabas legales. Tentativas que, hasta el momento, no han conducido a ningún resultado práctico. Con todo esto, volvemos a lo que indicaba antes, relativo al conflicto potencial entre la Comisión y el ayuntamiento. Las modificaciones del contexto socio-económico en los últimos años han ido, de (onna paulatina, quebrando el difícil equilibli o entre una y otro. Cuenta todavía la Comunidad, a pesar de sus problemas, con una especie de apoyo tácito entre muchos de los vecinos de Jaral. No tanto porque estimen que la administración de los bienes comunaJes está siempre, necesariamente, en buenas manos, sino porque la imagen tradicional que la gente liene del ayuntamiento no favorece en absoluto que esa administración cambie de titulares. Vaya aclarar un poco esto. Hay que tener en cuenta que pese a los, relativamente, importantes ingresos que ha tenido la Comunidad, no hay apenas noticia, hasta hace bien poco, de que haya quedado dinero sobrante, una vez cubiertos los gastos, de un año para otro. He leído las relaciones de cuentas de tiempos atrás.
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Cf. Op. dI .. wp. l.
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redactadas con motivo de la asamblea anual, y no recuerdo que en ninguna de ellas los ingresos superaran a los gastos; normalmente, ambos capítulos suman lo mismo. El sistema de relaciones entre los miembros de la Comisión y los vecinos de Jaral explica que no haya existido en la Práctica cOnlrol alguno sobre la gestión de aquéllos. Sin embargo, en el ánimo de la gente está que el estado de cuentas no respondfa nunca a la realidad. He escuchado repetidas veces una anécdota referida a algo que ocurrió hace ya bastantes años: en una asamblea, posiblemente promovido por un grupo que quería renovar la Comisión, se produjo cierto alboroto; la gente gritó a los miembros de la Comisión que se habían .. comido» el dinero. Los otros contestaron que no era cierto, que lo que había ocun'ido es que el dinero se lo habían «bebido ». La anécdota tiene más de chiste que de suceso real, pero, más o menos cierta, revela, por un lado, que la gente es plenamente consciente del uso que se ha hecho de los bienes comunales, y por Otro, que tal estado de cosas se acepta, aunque no se esté nlUy de acuerdo con él. Hay en esto un evidente fatalismo,' aplicado aquí a la gestión pública. Fatalismo que no se limita a lo que ocun'e con respecto a la Comunidad de bienes: sea más o menos cielto o falso , esto es lo que se piensa también de la gestión municipal. Puede selvir de ejemplo lo que me deda un hombre, hablando de los alcaldes: «E l tío que entra ahf (el ayuntamiento) y no come ... Si come, sale murmurao y si no come, sale munnurao ... De manera q ue más tonto es el que le ponen la mesa y no coge.» No obstante, pese a ser prácticamente idénticas las imágenes que proyectaban sobre sus vecinos las Comisiones y los alcaldes, está todaVÍa el hecho de que sólo las p rimeras dependen de la voluntad popular. No así, por su-
puesto, el nombramiento de los alcaldes. De este modo, se enfrenta a la existencia de algún control sobre los bienes comunales, por muy mediatizado que sea, a l temor a la eventual ausencia total de control sobre eUos en el caso de que pasaran a ser administrados por el ayuntamiemo.
8. Es tópico, al hablar de Andalucía, referirse a esta nota de penonatidad 00l«!llla, y recubre en muchas ocasiones intereses muy concretos. de clase: imposibili· dad estructw-al en que se encuentran los sectort:$ no privilegiados de In sociedad ano daluUI para luchar contra una determinnda or¡¡ani7.adÓn soci~onómica. Oia~ del Moral. sin embaq¡o. poco $O!ópt'(:hoso de hacer el juego a esos intereses, resaltó el fa· talismo del cordo~, si bien mostró igualmente que . en ocasiones de crisis, la habi· tual resignación frente a ese orden social se t.-ans[onnaba rápidamente en car
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Situaciones conflictivas Dedico esta parte a la descripción de tensiones y enfrentamientos concretos que tjenen como marco el que he explicado en las páginas anteriores. Se trata de dos casos - sobre los cuales he podido recabar suficiente información- y de hechos cuya marcha he seguido directameme. Tengo que advertir que presento una selección de hechos que me parecen significativos y que mi descripción no pretende agotar la multiplicidad de matices que ofrece la realidad. l. Hace algunos años, la familia X, que no residía ya en Jaral, de las más pudientes del pueblo en su época, decidió vender unos terrenos de su propiedad en un lugar muy cercano del núcleo habitado. Dado que estos terrenos podían ser de utilidad para el pueblo, algunas personas destacadas pensaron que fuera la Comunidad de bienes la encargada de comprarlos, ya que, como he indicado antes, el ayuntamiento carece prácticamente de medios económicos. De acuerdo el segundo con la Comisión, se redactó un contrato de compraventa mediante documento privado. En él se establecía una cláusula e n virtud de la cual los vendedores se reservaban una parcela sin vender, por si querlan algún día edificar allf una vivienda. La cláusula también determinaba que si más adelante la famili a en cuestión decidía vender también esta parcela, la Comunidad tendría una opción de compra (es decir, sería la primera en ofrecer un precio por la parcela, si así le interesaba en ese momento). Curiosamente, en el documento que redacta el secretario del ayuntamiento, asesor en la práctica de la Comunidad, se hace constar q ue el comprador de los terrenos es el primero y no la segunda. Esto suporna colocar a la Comunidad en una posición muy desventajosa en el m~"';-:"""",., é
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mento en que la cláusula tuviera que ponerse en vigor: Pa· saclo algún tiempo, la familia X. sin prestar atención a lo estipulado en el contrato, vende a Bartolomé, un pr6spero comerciante, bien relacionado familiarmente y asociado con un primo del alcalde. Este último, a su vez, estaba emparentado en el mismo grado con una importante autoridad militar de la provincia. No pertenecían, sin embargo, ninguno de eUos, salvo BartoJamé, al estrato tradicionalmenle más pudiente. El asunto de la venta y quiénes han sido los beneficiados se conoce pronto en el pueblo. Luis, otro individuo, se encarga de canalizar lo que es, en un principio, un difuso sentimiento de extrañeza en la gente en algo mucho más concreto y perfilado: lo que deberla ser para provecho de todo el pueblo 10 han convertido en beneficio de unos pocos. Y todo ello gracias al respaldo que los beneficiados tienen en ese momento en el ayuntamiento. Hay que señalar que Luis o. mejor, su familia. penenece a un estrato que, tradicionalmente, ha tenido más peso que el del entonces alca1de. Creado el estado de opinión favorable, Luis se propone dar a Bartolomé una prueba de su fuerza. Entre las actividades comerciales del segundo estaba una que ha adquirido mucha imponancia en Jaral en los últimos tiempos: la compra de cosecha de verano a los labradores para venderla, mediante un procedimiento similar a la subasta, a compradores que acuden a diario al pueblo. Esta actividad se desarrollaba entonces en la plaza. el lugar nonnalmente más concurrido del pueblo y más aún en esas circunstancias, ya que los labradores siguen las incidencias de la subasta con atención porque no perciben dinero alguno hasta que la operación de la jornada ha sido realizada. Además. éste es el único medio que tienen para controlar las actividades de los intennediarios. Luis sabía que no pocHa atacar frontalmente a Bal1olomé aludiendo al asunto en el que había resultado beneficiado, ya que ello suponía un alaque a la autoridad del alcalde, para lo cual no tenía fuel-a suficiente. El alaque fue. por decirlo así, lateral: con sus seguidores más convencidos hizo correr el rumor de que los labradores estaban siendo engañados por Bartolomé, el cual se habra puesto de acuerdo con los comprado-
res para vender a un precio inferior al que en realidad percibirla él de aquéllos. Los ánimos se exaltaron y Banolomé estuvO a punto de ser linchado por la multitud aquel dfa. Las ventajas obtenidas por Luis no estribaban precisamente en la revocación del acto de compraventa de los terrenos: simplemente, se trataba de hacer patente al oponente cuál era su fuerza. El mensaje deberla recogerlo no sólo Bartolomé (a quien probablemente se tomaba más como medio que como objeto final del ataque), sino las personas que habían respaldado a éste. Y asf fue: como Luis había hecho circular días atrás un escrito en el que se ponía en entredicho la buena fe del ayuntamiento y había recogido finnas de quienes se mostraron de acuerdo con su contenido, fue Uamado al cuartel de la Guardia Civil y. al parecer, se le propinó una fuel1e paliza. Ataque y contraataque habían finalizado de momento. Sin embargo, algún tiempo después, Luis. una vez más, se ocupó de recoger nombres de algunas personas que habran recibido también, y por distintos motivos. malos tratos en el cuartel. Provisto de su nueva lista se dirigió a la capital y. avalado allí por viejos conocidos. hizo valer su condición de suboficial durante la guerra y expuso a las autoridades militares su Caso. Éstas ordenaron una investigación en el pueblo y. a pesar de que las personas que habían dado su nombre para la lista negaron los hechos, poco después llegó la orden de traslado para el comandante del puesto. Hay que tener en cuenta que, apane de las gestiones personales de Luis, sus relaciones famil iares en el pueblo habían cooperado en gran medida a que esto ocurriera. No obstante. el asunto no termina ahf: sus oponentes acudieron también a la capital y. usando el argumento del poSible debilitamiento de la autoridad si se efectuaba el traslado del guardia civil. consiguieron que la mencionada orden se anulara. Con esto, el fracaso de Luis y de la gente que de una forma u otra lo habían apoyado era palpable. Sin embargo, algo se había conseguido: que quedara de manifiesto cómo los responsables de la Comunidad, los miembros de la Comisión, habían demostrado, en el menor de los casos, poco celo en mantener deslindadas la respectiva esfera de competencia con relación al ayuntamiento. Lo
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cuaJ, en este caso concreto, beneficiaba directamente a algunos individuos bien relacionados con la otra esfera de poder. 2. En este segundo caso nos volvemos a encontrar con algunos de los actores que intervinieron en el anterior y, por descomado, con el mismo escenario del conflicto. Pero la mayoria de los actores se han renovado ya, aunque la procedencia social sea muy similar a la de los que participaban en el drama anterior. Por otra parte. es a partir de este momento cuando empiezan a definirse más claramente los frentes y comienza a hacerse más agudo el conflicto. La situación creada por los sucesos relatados antes llevó a la renovación de la Comisión poco después. También, algo más tarde, la alcaldía cambió de titular. En la nueva Comisión figuraba como vocal Luis, pero el personaje más importante (no siempre ocurre esto por lo que se refiere a la Comisión) era, sin duda, el presidente, un tal Pedro, de posición social muy similar a la de Luis y Bartolomé. Pe· dro llegó a la Comisión declarando que la maJa adminis· tración que ha caracterizado tradicionalmente a la Comu~ nidad de bienes iba a acabar gracias a él. En efecto, en los tres años que estuvo al frente de aquélla las cuentas que· daron bastante saneadas como resultado de su gestión. Esto acrecentó su prestigio entre la gente y aún hoy goza de buena reputación entre sus vecinos. Tal vez animado por este estado de opinión favorable, Pedro puso sus miras en un puesto de mayor importancia: la alcaldía. Si en nues· tro país hubiera elecciones para cubrir este puesto, muy probablemente Pedro hubiera sido elegido aJcalde en aque· lla época. Evidentemente, su caudaJ de prestigio había crecido de forma considerable. No obstante, surgió un problema que, a los ojos de sus vecinos, provocó la menna de ese capital. Pedro hahía renunciado a su puesto en la Comisión y había dejado de pertenecer a ésta para dedicarse a la consecución de sus aspiraciones, ya que no se puede ser al mismo tiempo presidente y alcalde (algo en lo que sí parecen haberse respetado siempre los estatutos de la Comunidad). Pero, consecuente con su teona de que la Comisión había usado siempre para su propio provecho los ingresos de la Comunidad y sospechando que las cosas iban a seguir siendo así, retuvo en su poder la cantidad que
constituía ese superávit a que me he referido ames. Tras mucha insistencia por parte del nuevo presidente de la Comisión y casi un año después de haber renunciado a su puesto, Pedro devolvió el dinero. Pero esta resistencia a entregarlo (que algunos supieron utilizar convenientemente) le restó algún prestigio, como he dicho. Sin embargo, se presentó una circunstancia que le haria recuperar en buena parte su crédito y, en definitiva, el logro de sus deseos. Por aquella época se produjo el primer intento de que yo tenga noticia de transferir la administración de los bienes comunaJes al ayuntamiento. Hay que tener presente que en ese momento se percibía ya claramente en Jaral la posibilidad de revalorización de los terrenos en virtud del desarrollo turístico de la zona. En la corporación local había un concejal, Alejandro, que al mismo tiempo era vocal de la Comisión; en cambio, el antiguo secretario había fallecido y había sido sustituido por uno nuevo, venido de fuera (el anterior era naturaJ de Jaral) y sin relación alguna con la Comunidad de bienes. Se consultó a este último sobre la posibilidad legal de que el ayuntamiento se hiciera cargo de los bienes comunales; el secretario dictaminó que debía enviarse un oficio a Madrid a tal respecto, contando con el consentimiento de la Comisión, para que las autoridades gubernativas decidieran sobre el asunto. Efectivamente, así se hizo, salvo que ni siquiera se dio conocimiento de la gestión a la Comisión. De algún modo el asunto trascendió a la gente. y en este momento entra en acción Pedro, que hace frente común con dos miembros de la Comisión que había sido sustituida por la que encabezaba éste. Comienza el ataque al ayuntamien to, atacando a Alejandro, a quien se hacía responsable por su doble condición de concejal y vocal de la Comisión. No se descartaba la influencia en la tentativa de transferencia de los bienes al ayuntamiento del anterior alcaIde, quien pese a su obligada retirada (no había convocado elecciones a concejales, posiblemente creyéndose más respaldado en su cargo de lo que en realidad estaba) seguía involucrado en la política local; se atribuía a él incluso el nombramiento del alcalde que lo sustituyó. Alejandro, un personaje de segunda fiJa, como Bartolomé, era, sin em-
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bargo, el blanco de sus ataques. Al crecer la tensión, aquél no encontró otra salida que la de acusar como responsable de todo el asunto al alcalde y al secretario, pero este último hizo público, mediante un bando municipal, que la iniciativa había partido de Alejandro y del alcalde. En este caso e l conflicto parece haberse resuello mediame una transacción: Pedro, al que respaldaban sus buenas re1aciones familiares en el pueblo. era nombrado alcalde poco después, mientras que Alejandro continuó de concejal y de miembro de la Comisión. El acuerdo entre el nuevo alcalde y el antiguo concejal se consolidó poco después: Pedro se enrrentó pronto con el secretario, que le impedía realizar alguna operación con fondos municipales sin recurnr a procedimientos legales, trámite que en este caso perjudicaba los intereses del primero. La difícil situación del funcionario, precio de la solución del confl icto, cuya integridad física llegó a peligrar en algún momento, se resolvió solamente cuando, debido a su edad, consiguió la jubilación, lo cual, para su suerte, ocurnó pronto. 3. En los últimos años ha habido continuados intentos por parte del ayuntamiento de conseguir la transferencia de los bienes comunales a su tutela y administración. Tales intentos y la consiguiente resistencia por parte de los miembros de la Comisión (a la que se le ha agregado en esa época una segunda, denominada Comisión asesora) han provocado el surgimiento de dos factores en Jaral de características bastante similares a los fenómenos descl'itos antes. Cuando llegué al pueblo me sentí como cobijado por algunas personas que me exponían las inmensas ventajas que para Jaral reportaría que el ayuntamiento asumiera el control de los bienes comunales. También me hablaron de la pésima administración que, desde siempre, había caracterizado a las sucesivas comisiones y de cómo unos cuantos de las comjsiones actuales manipulaban al resto de los de su camari lla y al resto de sus vecinos. Pocas ventajas podía encontrar uno, vistas las cosas de ese modo, en el mantenimiento del actual estado de cosas. Pese a que no es difícil e n un pueblo como Jaral conocer pronto a bastantes personas, debo confesar que me costÓ trabajo trabar contacto con algunos de los más caracterizados individuos
de la facción opuesta. Esto no debe hacer pensar que se tratara de grupos en lucha constante. Lo sorprendente para mí entonces fue constatar pronto algunos hechos:
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I) Salvo algunos de los más caracterizados oponentes (enfrentados no sólo en este asunto, sino en otros varios, como pude ir sabiendo luego), el resto de los que fuj catalogando más tarde como pertenecientes a una y otra facción mantenían, al menos aparentemente, relaciones bastante cordiales. 2) Estando yo presente, si había en la reunión gentes que mantenían por separado actitudes favorables o contrarias a la postura del ayuntamiento, ocurría una de estas tres cosas: a) bien manifestaban una postura conciliatoria; b) bien alguno de ellos se desdeda de lo que solía defender cuando estaban otros individuos presentes, manifestando a veces la postura opuesta a la que defendían en otra ocas ión, o e) bien ni siquiera se abordaba el tema, y s i yo lo traía a colación la conversación languidecía bien pronto. 3) El interés por el asunto, muy acusado e n ocasiones, que mostraban los partidarios de una u otra postura, no era apenas compartido por otra mucha gente.
He podido notar más tarde que apenas si tienen más que un vago interés en el asunto personas cuya posición en la escala de estratificación socio-económica distaba bastante de la de los individuos defensores de las posturas opuestas. Suelen tener, sí, una fuerte convicción de que los bienes comunales pertenecen «a todos los vecinos» y, en algunos casos, una vaga conciencia de que los que manejan el ayuntamiento y la Comunidad son, en definitiva, . Ios mismos». Entre los primeros, en cambio, ex isten pocas diferencias de estrato: casi todos se e ncuadran bien en ese eStrato que hoy se denomina clase media y que antes era conocido por el de «los riquillos » (para distinguirlos de las pocas familias que integran el de .los ricos», quienes, hay que senalar incidemalmente, tampoco muestran excesivo apasionamiento por el asunto) o bien en las capas más altas de
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un sector mucho más amplio de la JX.lblación que en el denominado allí de oc media fajia». Poco distingue. pues, a la mayoría de los individuos de una y otra facción, desde un punto de vista económico sobre (Odo. No podría decirse lo mismo por lo que respecta a otras variables. Voy a detenerme en una. En la época de mi trabajo de campo había desaparecido prácticamente en Jaral una especie de asociación de tipo religioso: la constjtuida años antes por los cursillistas de cristiandad. Gracias a la labor de algún párroco del pueblo y de algún otro cura de los comomos, empeñados en este tipo de proselitismo, los cursillistas habían conocido hacia 1965 su época de máximo apogeo. Más tarde, los cmas cambiaron de orientación pastoraJ y el fenómeno ha desaparecido totalmente hoy. La labor de captación en aquella época consiguió sus mayores éxitos entre gentes de los estratos acomodados del pueblo, aunque algunas personas de posición social bastante inferior integraron también el movimiento religioso; pero fueron, sin duda, la excepción en el mismo. Aparte de los fines netamente religiosos de la asociación, los cursillistas han afirmado siempre que uno de sus objetivos pdmordiales era la ayuda mutua entre los miembros; éste parece haber sido un factor muy importante en la captación de individuos provenientes de capas sociales menos desahogadas económicamente. El uso, y el abuso, del término oc hermano» para simbolizar esa unión espiritual y matel;al entre los cursiUistas prontO traspasó las fronteras del grupo y sirvió para designarlos desde fuera de la asociación. Cuando yo realizaba el trabajo de campo era ya éste de ochennanos» un término totalmente peyorativo. Los oc hermanos», por su parte, expresaban su propia identidad (y con ello los límites que separaban su cristianismo del de sus convecinos) a través de dos medios, pdvado uno y público el otro. El pl;mero consistía en las reuniones con el cura, en donde, además de las ceremonias estrictamente religiosas, se hacía examen de conciencia y se daban normas de comportamiento. En cuanto al segundo, lo más destacado parece haber sido el acudir en grupo a los bares del pueblo y hacer allí pública manifestación de sus principios. A tal efecto, los días especialmente señalados eran
los viernes de cuaresma, en los cuales es obligatoria la abstinencia de carne; como la bebida se suele acampanar de una tapa, generalmente de carne, ésta era enérgicamente rechazada, el tabernero increpado por servir carne en viernes y a continuación el grupo abandonaba el local para repetir la misma operación en otro bar. Puede fácilmente imaginarse que comportamientos como éste eran bastante mal recibidos por quienes no pertenecían al grupo. Sea como fuere, la actitud de los cursiUistas se ha visto, desde fuera y desde dentro del grupo, como renovadora en el contexto del pueblo. Por supuesto, valorada positiva o negativamente, según los casos. Porque la toma de posturas por parte de los cursillistas no se agota con el ejemplo citado; la renovación intentaba abarcar otros usos más tradicionales. Por ejemplo, los «hermanos» tomaron también como asunto propio el tema de las procesiones de la Semana Santa. Aunque sus puntos de vista no eran (ni son hoy, una vez que se han suprimido ya las procesiones) idénticos a tal respecto, ya que mientras algunos defendían el mantenimiento de la tradición, otros la atacaban. Pero, en cualquier caso, el hecho es que pretendían hacer suyo el asunto, sin contar con la opinión de otros sectores del pueblo. Pero volvamos de nuevo al tema de este trabajo. La gente que forma hoy (me refiero a la época de mi estancia en Jaral) en la facción del ayuntamiento son todos _her_ manos»; también hay algún antiguo cursillista en la facción opuesta, pero las criticas más despiadadas a la asociación religiosa provienen, sin duda, de este sector. Sin tratar de extremar la conexión de un fenómeno con el otro, sí en cambio parece conveniente senalar cómo el fenómeno del cursillismo ha servido para homogeneizar actitudes y para establecer líneas de demarcación previas a la agudización del conflicto. Por otra parte, la pretensión de renovar tradiciones y comportamientos (acompañada luego, al envolverse los mantenedores de tal actitud en el confli cto, de actitudes similares respecto a los bienes comunales) equivale a esa fase previa que presentan Jos casos descritos anteriormente: las tomas de postura de Luis y de Pedro. La dinámica del conf:licto en la actualidad ha seguido
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también pasos similares a los ya vistos con anterioridad, si bien en este caso las iniciativas en los ataques las ha tenido más bien la corporación municipal, y la Comisión se ha limitado a parar golpes. Por otro lado. las partes en conflicto han fijado ya un marco para desarrollar sus enfrentamientos, marco que se ha hecho. asimismo, conflictivo. (Recordemos que los ataques se producían antes desde posiciones exteriores al ayuntamiento y a la Comunidad.) Por último, hay que destacar que ha contribuido a consolidar esta situación el hecho de que no haya ahora ningún individuo que sea al mismo tiempo miembro de la Comisión y de la corporación. Voy a resumi r a continuación, a grandes rasgos, las fases del conflicto en los últimos años. La tensión últimamente ha estado centrada en las constantes tentativas por parte del ayuntamiento orientadas a conseguir la inscrip~ ción de los bienes comunales a su nombre. Se ha prescin~ dido en estas gestiones totalmente de la Comisión y se han llevado mediante peticiones y contac(Qs directos con las autoridades gubemativas. Los miembros de la Comisión no han prescindido, como conjunto, de gestiones de carácter oficial; pero. probablemente. el abrumador despliegue de fuen.as realizado por la corporación municipal (que se refleja en articulos aparecidos en periódicos de la capital redactados por especialislas y muy favorables al ayuntamiento de Jaral) ha obligado a la Comisión ha entrar en contacto con personas influyentes de Granada. Tales actividades no son nada nuevas en la vida de Jaral (como in ~ dican viejos documentos del siglo pasado), pero requieren contactos de tipo personal y esto, inevitablemente, se interpreta en el pueblo como indicio de persecución de provecho individual para quien realiza estas gestiones. Por supuesto que, sea esto más o menos cierto o falso en casos concretos, conocida la gestión en Jaral se utiliza pronla~ mente por la Facción opuesta. De dos maneras: a nivel general. haciendo circular la noticia entre la gente para desprestigiar al contrario (lo que, de forma indirecta, refuerza la propia poSición) y, a un nivel más concreto, se le hace ver a otros individuos de las filas enemigas (y con ello se pretende debilitar su cohesión intema). Tales ataques no
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han quedado, como cabría esperar, sin respuesta. Por lo que toca a la Comisión concretamente, en los últimos años ha incrementado su nonnal actividad en el pueblo: ha costeado el poste de TV que conecta con el distribuidor regional; también, la instalación de fluido eléctrico en el banio donde viven los más pobres de J aral y asimismo ha finan. ciado la conducción de aguas a ese banio. Estas y otras realizaciones suponen para la Comisión un fuerte respaldo porque afectan a todos los vecinos o a un amplio sector de la población, poco beneficiado hasta ahora. Resaltándolas una mujer, esposa de un miembro de la Comisión, le decía a otro individuo, beneficiado de algún modo por este despliegue de actividad y que públicamente aparecía como partidario de facción opuesta: le Yo no sé c6mo puedes estar todavía tan pegao al alcalde. » Si a esto se at1ade la tradicional imagen que tiene la gente de la utilidad puramente personal que reporta la gestión municipal, no es dificil pensar que la Comisión encuentre todavía partidarios a su postura. Pese a haber desaparecido los vrnculos que ligaban a las comisiones con los labradores, la actual lleva varios años al frente de la Comunidad y ha cOOlado con gen. te que asistiera a las asambleas para reelegir a sus miembros año tras año. Éstas se han venido celebrando hasta el pasado, cuando el ayuntamiento (en una de las fases del proceso conflictivo) consiguió de la autoridad gubemativa que se suspendiera por motivos de orden público. cEstas geOles -me decía un pro-ayuntamiento hace algunos años- son de izquierdas ... Se refería a eUos como si estuvieran tomando la revancha por su derrota en la guerra civil. Nada más lejano a la realidad: sólo supe de un caso individual, el de un miembro activo del centro obrero -so~ cialista- durante la República y que ahora era vocal de la Comisión. Por supuesto, no de Jos más importantes. Análisis Utilizaré a partir de ahora algunos de Jos conceptos que hoy se emplean en antropología política, tales como cam-
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po y arena. También. como resultará obvio de lo expuesto,
el término facci6n.' Comenzaré por este último. Como he apuntado antes, sólo en la si tuación que he expuesto en último lugar pueden perfilarse grupos de personas con intereses contrapuestos y con una cierta estabilidad en la pertenencia a los mismos. No podria asegurar que en los casos anteriores no ocurriera a lgo semejante; aunque, tal vez, la fijación del conflicto, a que me he referido antes, puede haber conmbuido a producir esta impresión . Téngase presente, en cualquier caso, que estamos ame lo que he venido denominando facciones, no ante grupos (aunque alguna vez, por comodidad, los haya denominado asO. y por tanto la fluidez de las fTonteras y la inconstancia en las afiliaciones son mayores que si de un grupo se tratara. Con todo, puede distinguirse una mínima organización en ellas, con una relativa diferenciación entre: 1) los que en cada caso capi~ tanean una facción (Luis, Pedro, los alcaldes, algunos miembros de la Comisión); 2) los que cooperan directa~ me nte con éstos y los siguen de form a más constante (Bartolomé, Alejandro, el reslo de los miembros de la Comisión, algunos concejales, y 3) aquellos que se muestran partidarios de una de las dos posturas enfrentadas (bastantes de los . he rmanoslt y algunos de sus oponentes más caracterizados). Sólo los dos primeros pueden co n s ide rar~ se miembros activos de las facciones. Los terceros, en momentos de tregua, son más bien el coro de los anteriores. A estas tres categorías de personas hay que añadir otras dos: una bastante reducida, que integran las personas que intervienen directamente, pero a quienes se supone que se puede recurrir cuando una facción los necesite; a ellos he aludido al mencionar las relaciones familiares de algunos 9. Con el ttrmlno facción h.a¡o n:'!f~ncia a ~pamien(o de personas. o. si ~ quien:'!. cuui¡roJlO' que no >c organiun ck forma permanente. Una dlscu$i60 teórica de CStOS ItnnlnOl puede ven>e en Ralph W. Nicholas, . Factian~: a Compal"3.¡i~ Analy. 51s., &nlon (ed.). 1969 y en Andoan C. Mayer, .The Significance or Ouasi·Group$ in ¡he Study af Cample~ Socie¡i'ls, (A.S.A. MOI/agrap/u n.o 4, . Thc Social Anthropology of Complex Societles., Londres, 1969). Ademú l'5 necesario ten<::r en euenta , para los conceptos de Cl/.mpo y /I~, el artículo introdlKtorio de Mar.: J. SWlIn:r. rn 1969; es in~resan~ uunbil':n, desde UN. pet'$pecth'B general. F. G. Bailey, 1913 Y 1971. Por úl· timo, como enfoque critico de alguno de lc& anteriores, eL Abn<::r Cohen, 1969.
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de nuestros personajes. Por supuesto, esta categoría resul~ 1a más ampUa cuando uno piensa que no acaba en los lf. mites municipales del pueblo, sino que se extiende a la ca. pita! de la provincia. Y, por úJtimo. otro sector, s in lugar a dudas el más extenso, integrado por gran parte de los veci~ nos de Jaral. Son estas dos categorlas de personas, aunque bastante ajenas a la dinámica del conOicto normalmente. de enorme importancia en las fases de clímax, Se trata, por una parte, de los que puede n reforzar las posiciones de los contrincantes mediante el uso de sus influencias. y por otra, de los que se usan, como número, para atemorizar al oponente. e n el suceso de la plaza, por ejemplo, o para le. gitimar los intereses de la facción en cualquier caso. Simplificando un tanto la compleja realidad soc io-eco~ nómica de Jaral, puede afirmarse que los que he denomi ~ nado antes miembros activos de la facci ón pertenecen al estrato social de los vecinos acomodados, pero no a! más alto, que forma parte de esa porción reducida de personas influyentes, En los miembros pasivos pueden e ncontrarse tanto personas de sirniJar posición a la de los miembros ac~ tivos como otras de «media fajfa. y, excepcionalmente, al~ gún «pobre». Por últim o, son gentes mayorita riamente de .media fajfalD y pobres los integrantes de la últ ima catego. ría a la que me he referido. Ahora bien. con esto queda analizada la situación en muy ~a medida, ya que no deja de ser una simple abs~ tracción de estos fenómenos. Las facciones no se enfrentan como cuerpos de ejército, en la forma que esa organización descri ta, por mínima que sea, podría sugerir. En un ma. mento determinado la facción A (cualquiera de las descri~ tas en las situaciones anteriores) aparece (Ten te a la fac~ ción B como mucho más numerosa, mientras que en una fase siguie nte ocurre lo comrario. Volveré por un instante a los datos anteriores: Luis consiguió, gracias al alboroto en la plaza, dar la impresión de que buen número de personas estaba en contra de Bartolomé: los oponentes acusa. ron el golpe y actuaron contra é l en la forma que expuse. Cuando ésta consiguió que se realizara una investigación en el pueblo, todos negaron haber sido objeto de malos tratos. Por otra parte. ni siquiera las líneas de demarcación
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entre las dos categorías de miembros activos es demasiado rígida: pensemos que, en los casos descritos, personas que aparecen en uno de ellos capitaneando una facción se nos presentan en airo bien incluidos en la categoría de colaboradores, bien en la de personas influyentes. En definitiva, para entender mejor estas situaciones hay que recurrir al empleo de conceptos que expresen más fielmente la dinámica conflictiva. Me parecen útiles los empleados por Marc S. Swartz: campo y arena. Brevemente: el primero de estos conceplOS 10 hace referencia al sector delimitarlo por los actores directamente implicados en un proceso de conflicto; el segundo, al área social y cultural que puede ser cons iderada como inmediatamente adyacente al campo. En definitiva, la arena puede ser en cierto modo una forma diferente de referirse al contexto sociocultural. Por lo que respecta al material humano, la arena incluye el campo, pero también otros individuos que no están directamente implicados en el proceso. Con vistas a más datos, creo convenie nte e nsanchar este '!segundo concepto para incluir en él todas las categorias mencionadas al tratar de las facciones. Pero campo y arena no hacen referencia sólo al materiaJ humano. De una parte, el campo está inlegrado también por una serie de movimientos y fases que manifiestan una cierta ritualización del conflicto; de otra, la are"a incluye, además de individuos, categorías y grupos, otras cosas: valores y símbolos; en definitiva , aspectos culturales y, por supuesto, también acontecimientos. Los referentes empíricos del campo son, fundamentalmente, realidades dinámicas; bastante más estable es la realidad a la que me refiero con el nombre de arena. No obstante, e n ningún caso puede entenderse esta últ ima como algo puramente esrático: los movimientos de los actores (personas o facciones) en el campo modifican temporaltnente la arena aJ repercutir sobre ella. A veces no ocurre así -y ello pu ede Significar el fracaso de una táctica de ataque-o Por otra parte, lo que designa el término arena
eX"perimenta también cambios (debidos a lo que ocurre en el campo, pero también provenientes de modificaciones paulatinas del conteX"to), cambios que a su vez repercuten en el campo. Pero vayamos a los datos. El campo en las situaciones descritas está integrado, en primer lugar, por los actores que hemos visto aparecer en la escena del conflicto y por los movimientos que realizan en el escenario. No sólo por los más directamente implicados en una situación conflictiva: Luis refuerza su posición haciendo entrar en juego a los labradores, primero; a los afectados por los malos tratos de la Guarcfja Civil, después, y a sus buenas relaciones en el pueblo y en la capital, por último. Bartolomé y los suyos paran golpes y conlraatacan: hacen intervenir a la Guardia Civil, prim ero; lu ego, a sus buenas relaciones fuera del pueblo (equivalentes a las de Luis, pero de mayor peso) reducen , como resultado de esa intervención, los efectivos de Luis y hacen patente, con el mantenimiento del cabo en sU puesto, qui én controla la situación, Algo parecido encontraremos en el segundo caso expuesto: Pedro entra en juego como resultado de la pues(~ al descubierto de las maJlipulaciones antel;ores; acreCienta su prestigio mediante su buena administración de los bienes comunales (con lo que confirma. ante los ojos del pueblo que merece el calificativo de .hombre honrado.)," disminuido su prestigio, se recupera del golpe atacando en un punto importante: la colectividad de bienes que algunos parecen interesados en utilizar para provecho propio. con lo que con sigue llevar de nuevo a su facción a gentes en principio ajenas a sus fines particuJares. Por su ~arte. Alejandro se defiende de los ataques de su contrario l~tentando presentar, en la persona de un forastero (es de· CiT, alguien que, desde la perspectiva de la gente, podría actuar contra los intereses del pueblo), el verdadero responsable, para así llevar a su facción los apoyos que le resta Pedro. En términos similares compiten hoy la corporación local y los miembros de la Comisión: ambas partes ataca n
10. Huy qu~ re¡allur qu~ el concepto empleado aquí no es idéntico al de [u. nución de Kun Le",ln: . UI\II totalldpd de h«hOll coexistc:ntes. que se conciben ~omo muo tuamente [ntenkpendienlt'!l. (.Fldd Theory in Social ScieflCt'o. Londn:s, 10ó3, p..240). que Incluirla c:ampo y llrtnd.
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ll. En mi lrabajo citado escribo al respecto: .El hombre honrado ..., es. ame odo. el. que no roba. "Matar" <'Il casos excremos .... pueck ser. por el oonlrario. casi P~puvo. . Op. nI .. p. 151.
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al contrario apelando al mayor número de personas con los beneficios que reportaría la transferencia de la admi· nislTación de los bienes comunaJes al municipio , o desde la perspectiva opuesta, los perjuicios que ello acarrearía; una y otra facción tratan de diezmar las filas de la opuesta, bien acometiendo realizaciones que afectan a buena parte de los vecinos, bien anulando la expresión de apoyos mediante la supresión de la asamblea anual , al tiempo que tratan de recabar apoyos externos; por último, ambas partes procuran el desprestigio del contrario, sacando a la luz estas gestiones o tratando de arrebatar la máscara con que aparece en público (la supuesta falsedad de la religiosidad de los «hermanos!! o el provecho que algún miembro pueda obtener mediante el mantenimiento del statu qua). Creo que de lo expuesto puede quedar claro cómo la configuración del campo es esencialmente mudable. En ocasiones, después de un ataque con éxito, éste aparece como si estuviera constituido sólo por una perS'lna, enfrentada no sólo a una facción , sino a todo el pueblo; en el momento siguiente puede ocunir lo contrario. Sus dimensiones, en cambio, experimentan una menor variación, sobre todo en las fases más agudas del conflicto: lo que pierde la facción A lo puede ganar la facción B, con lo cual estas dimensiones se mantienen. Sin embargo, este equilibrio inestable que caracteriza el campo detennina la posibilidad de que en cualquier momento el conflicto, al menos temporalmente, desaparezca. Hay, no obstante, y pese a las peculialidades específicas de cada caso, una especie de ritualización del conflicto, mediante la cual, al verse envueltas en ella ambas partes. se logra de algún modo impedir el dominio total de una de eUas en muchas ocasiones. Se comienza siempre invocando valores como los intereses de la colectividad y la solidaridad entre los vecinos, ya que lo que fomenta la facción opuesta atenta a unos y otros; sigue un abandono táctico del campo para reaparecer con almas más contundentes, recurriendo en alguna ocasión a demostraciones de fuerla que sirvan para expresar el apoyo bien de individuos influyentes (dentro o fuera del pueblo) , bien de todos los veci-
nos o de buena parte de ellos, y por último, según interese en cada momento, se manifiesta la oposición acudiendo por separado a lugares públicos (los bares sobre todo) o se expresa el buen ánimo respecto al contrario por los mismos o parecidos medios. Paralelo a este ritual suele desarrollarse otro, menos conocido, que rebasa los limites del pueblo: también hay en él invocación de los mismos u otroS valores (como el desarroUo pacífico de la vida en el pueblo o las posibilidades turísticas de la zona), todo ello realizado ante diferentes esferas de influencia de la capital y acompañado de regulares tomas de contacto con esos sectores, a los que se acude mediante formas institucionalizadas de propiciar su influencia (obsequios periódicos, invitaciones para que acudan al pueblo, etc.). El mayor o menor éxito en la ejecución del ritual repercute, como insinuaba antes, en la configuración del campo. Es decir, que el ritual se ejecuta para rugo (conseguir posiciones ventajosas), para alguien y contando con determinados recursos. Pero esto supone también que las relaciones del campo con su entorno no son fijas , estáticas; sucede, más bien, que entre aquél y la arena se establecen relaciones dialécticas. Como el campo, la arena incluye no s610 personas, como he indicado antes. Incluye fundamenlalmente redes de influencia, valores, objetivos a los que se aspira y reglas de juego que permiten utilizar e incluso manipular unas y otros. Todo este conjunto liene existencia previa a la formación del campo y a la iniciación del conflicto. La actividad de los individuos que se ven envueltos en una situación de este tipo consiste en extraer de la arena, en diferentes ocasiones, y en trasladar al campo elementos de ese conjunto para emplearlos aquI como armas. Operación esta de los actores principales que tal vez pueda compararse a la del bricoleur de que habla Lévi-Strauss. Aunque aqui se trata- más 6ien-de continuos procesos de bricolage, porque dada la inestabilidad que caracteriza ru campo puede ser necesario iniciar la reconstrucción en cualquier momento. Es evidente, por otra parte, que la arena no consiste en una colección desordenada de elementos, sino que ofrece, por decirlo así, algunos de ellos dispuestos ya para ser uti-
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llzados en el campo. En otro lugar he estudiado Il cómo la familia, en JaraJ , pese a su carácter estrictamente nuclear (condicionarlo por factores socio-económicos), ofrece. sin embargo, un aspecto muy diferente ante la perspectiva de la gente. El fenómeno de Jos mOles, y no sólo ellos, confi· gura en el pueblo una especie de linajes ficticios que re· ducen la realidad social. constituida en la práctica por multitud de familias con intereses contrapuestos. Esas relaciones ideales entre familias nucleares se expresan, ritualmente, s610 en ocasiones excepcionales (en los duelos o en las fiestas anuales de la matanza del cerdo). Por tanto, con el rito, ineludible para lodos los individuos ligados por esos vínculos ideales. se trata de mantener o de reforzar relaciones que están en pe,li gro constante de ruptura en virtud de esos intereses contrapuestos: hasta tal extremo, que una fuerte discusión por desacuerdo sobre una herencia, por ejemplo, puede dar al traste con esa tentativa. Pero la ficción nos revela que la familia (en un sentido bastantes más amplio que el de la familia nuclear) o, si se prefiere, el parentesco, es un sfmbolo adecuado para expresar buenas relaciones sociales y antagonismo potencial &ente a su entorno. Fenómeno que también puede descubrirse en otras relaciones: me refiero a las que tradicionalmente se han expresado en el pueblo a través del compadrazgo. Mediante éste, personas de sim ilar posición social (por ejemplo, labradores que tienen parcelas de cultivo vecinas) o de diferente estrato (es el caso de un propietario y su medianero) consolidan sus, con frecuencia, difíciles pero necesarias relaciones. Pues bien, éste es parte del material que llevan al campo los bricolellrs políticos. Aunque no se limitan a tJllSladarlo sin más de una esfera (la estructura social) a la otra (la del conflicto). El auténtico bricoleur manipula hábilmente con el material. Pero, en cualquier caso, los actores lanzan mensajes que circu lan por el campo y tratan de re" percutir en la arena. Mensajes que no consisten s610 en expresiones verbales (como la invocación a valores aceptados), sino también en actos: como la manifestación de que 12.
Op. dI" pp. 155 Y ss.
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los apoyos familiares (en el semido de familja no nuclear a que me acabo de referir) han funcionado adecuadamente. La posibilidad de que el mensaje encuentre receptores y, en definitiva, el éxito o el fracaso momentáneo en el campo depende una vez más de las características especiales de la arena. Porque las reglas de la competición, condicionadas cuhuralmente, sólo admiten un uso limitado de los sfmbolos. Así. el fenómeno de los . hermanos:. supone una distorsión excesiva de lo que puede hacerse con el parentesco y. en consecuencia, como ya vimos, el recurso puede volverse contra quienes, voluntalia o involuntariameme, lo han llevado al campo. El bricolage no consiste únicamenle en la puesta en juego de símbolos. También en la utilización de valol"cs como ya he apuntado. A ellos acabo de aludir, además, al ;eferirme al parentesco: lo que debe hacer un individuo por sus familiares más cercanos (lo cual. en el con tex to del pueblo se expresa mediante un complejo semánt ico que se resume en las obligaciones de la «sangre») se lraslada a ámbitos de relaciones mucho más débiles, como son las de los parientes apenas se traspasa el umbral de la familia nuclear. De todas formas, los actores apelan a ellos cuando buscan apoyos familiares. La simple existencia de relaciones de parentesco con gente de influencia es importante por sí misma; pero lo que interesa des lacar aquí es que ese factor es valorado de una determinada manera, sea eficaz o no el apoyo que puede obtenerse en vi.rtud de tales relaciones. No obstame, el recurso entraña un riesgo: determinadas actuaciones en el campo, presentadas por un actor como beneficiosas para todo el pueblo y, por tanto, desinteresadas, las entiende la gente en muchas ocasiones sólo en la medida en que beneficia, pongo por caso, a un primo o a un cuñado de aquél. En definitiva, la estrategia de los actores (o el arte de estos bricoleurs) consiste en presenta!' sus movimientos en la escena del conflicto de tal manera que sus peculiares intereses en cada caso aparezcan revestidos del l'"Opaje aceptable para los espectadores. De éstos, como en el «living theaten~, se espera que coadyuven al mejor desarrollo del drama por medio de una participación controlada. Claro
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que s6lo pocos aClores conocen cómo alentar esa partici~ pación y cómo dirigirse a los espectadores (y potenciales actores). Las continuas apelaciones al bien de la colectividad. a la armonía entre los vecinos o incluso, a la mejor rentabilidad de los terrenos, son ejemplos de un proceso interminable de registros valorativos que los intérpretes de estas representaciones tratan de pulsar para conseguir éxito en sus empresas. Para concluir, quiero destacar algunas notas que han ido quedando dispersas. Ante toclo, que los faclores que entran en juego en los conflictos son de muy variada índole pero recursos, logros o ganancias (es decir, apoyos, prestigio, poder de cualquier tipo o inAuencia) y derrotas se ven como tales desde una perspectiva determinada. Esto es, desde un mundo de valores que presta una coloración determinada a los conflictos mismos: a veces violentos, pero sin llegar a rupturas irreparables nunca, ya que lo que un dIa provoca cierto entusiasmo y hace engrosar las mas de una facción, deja paso a una actitud de indiferecia por el mismo asunto al cabo del tiempo. Por otra parte, las tensiones concretas se apoyan en un trasfondo que es, asimismo, conflictivo: tendencias fuertemente individualistas frente a necesidades, no menos fuertes, de tipo colectivo; igualdad confesada, creída o imaginada, &ente a diferenciaciones reales de tipo vario. u Como hemos visto, los esfuerzos de los individuos directamente implicados en el conflicto para conseguir sus fines suponen, en la práctica, en muchos casos, logros individuales y consecución de posiciones privilegiadas, esto es, diferenciadas de algún modo de las del resto de sus seguidores, oponentes y, en general, de las del resto de sus convecinos. Pero para ello tienen que convencer a la gente de que actúan en provecho de la comunidad que es el pueblo. También , manifestar, al menos en momentos cruciales del proceso, actitudes que revelen que sus líderes actuales o potenciales seguidores son iguales. Ello supone, por otra parte, el uso de pautas estandarizadas que sirven para expresar que dos o más individuos son amigos: beber o co-
mer juntos, por ejemplo, ya que la comensalidad en su más estricto sentido revela buenas relaciones. Se traLa de comportamientos reglados, por tanto, que además aqui se convierten en símbolos polisém icos, es decir; en signos que tienen, a un tiempo, varios referentes empíricos: as', por ejemplo, que varios individuos beban o coman juntos en repetidas ocasiones puede ser interpretado -por quienes realicen tales acciones o por quienes los observencomo signos de amistad, igualdad, comunidad de intere· ses o preparación para un ataque a la facción opuesta. Claro está que la posición de la persona (dentro o fuera del campo, en una u otra facción) es lo que determina, en cada caso y en cada momento, cuál es el registro adecuado para interpretar conductas como ésas. Con todo, no puede decirse que haya una clave fija y la misma polisem ia del signo favorece a los más hábiles bricoleurs, a los que saben manipular hábilmente el símbolo de manera que uno de esos referentes resalte más que los otTOS. Para tenninar, conviene indicar una vez más que lo que he denominado arena rebasa los Umites físicos y sociales de Jaral. Por ejemplo, la estratificación social es un conlinuum que, desde la perspectiva de la gente, se prolonga en individuos y grupos inHuyentes y poderosos que viven en la capital. También las modificaciones de ese contexto afectan, como hemos visto, a la dinámica de las ten· siones en el pueblo. Además, ese entorno impone, asimismo, limitaciones a los poSibles conllictos internos. Quizá por eso pueda resultar algo sorprendente que habiendo abordado aquí realidades sociales andaluz.as y fenómenos conflictivos, aparezcan éstos limitados a un sector de la población bastante reducido y homogéneo. Las cosas hubieran resultado. sin duda, diferentes si la dimensión temo poral de este trabajo fuera más amplia: me refiero concrelamente a los afias de la Segunda República , a cuyo nada pacífico transcurrir en Jaral he dedicado alguna atención en otro lugar. Quiero destacar ahora dos series de fenómenos a los que tan sólo he aludido en lo que antecede. Por una parte. lo relativo a los cambios socio-económicos en Espana en los años en que se desarrollaban los conflictos que he es-
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Op. r:il_. ClIp. VII.
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ludiado aquí; por otra, los condicionantes polIticos de la época. Sólo puedo referirme brevemente a ambos. Comenzando en la década de los cincuenta y alcanzando sus COlaS más altas en los setenta, se produce en grandes áreas de Espa~a. y muy especialmente en Andalucra, un paulatino despoblamiento de las zonas rurales debido a la emigración. Las causas son muy variadas y complejas. y no puedo entrar aquf en ellas. Pero sí señalaré alguna especialmente destacada que afecta no sólo a la economía espallola sino también a la europea. Una época de auge económico, iniciada tras la segunda gue,r ra mundial, y que parece estar finalizando en estos últimos aftos, tuvo como una de sus consecuencias el crecimiento industrial y la necesidad crecie nte de mano de obra. Mucha gente del pueblo, como arras muchos españoles, italianos. griegos, cte., emigró en esos años a otros paises europeos, especialmente a Alemania Occidental; también a otras zonas indus trializadas de España (País Vasco y catalán). Paralelo a ese proceso migratorio, se produjo también un creciente interés de otros países occidentales hacia España como país turistico. El ejemplo - y el mayor auge de los ai'los sesenta- cundió también entre los españoles, quienes empezaron a descubrir las potencialidades turísticas de su propio país y su rentabilidad económica a corto plazo. Zonas hasta esos años apenas apreciadas, sal\'o como terrenos de pastos para el ganado, comenzaron a verse desde una nueva perspectiva. Tal es el caso de Sierra Nevada, que Uegó a convertirse en una de las más importantes estaciones invernales del país. El término municipal de Jaral dc la Sicrra ocupa una parte extensa de estas montañas. Pues bien. como he indicado, los terrenos más altos del ténnino municipal, fácilmente convertibles en pistas para esquiar, pel1.enecen a la Comunidad. Los aprovecham ie ntos tradicionales son cada día más problemáticos, debido entre otras razones a la emigración. Así pues, esos factores externos han influido poderosamente en el desalTollo del faccionalismo político local. Por otra parte, tampoco ha sido ajeno a este fenómeno el contexto polflico español. Es preciso tener en cuenta
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que durante los años en que se produjeron estos conOictos faccionales existía en España un régimen polftico autoritario. Entre sus principios programáticos figuraba la exclusión de las lucbas por el poder (encamado en una jerarquía en cuya cúspide estaba el dictador, y en cuya base se situaban los alcaldes, siendo todos los cargos importantes nombrados, no elegidos). Pero la exclusión programática de los partidos políticos no excluía, en la práctica, la existencia de grupos contrapuestos entre sí -denominados, incluso oficialmente, .fam ilias del Régimen »- que podían competir entre sí por los favores del general Franco, siempre que aceptaran como principio inviolable su jefatura vitalicia y las normas diman .. das de la misma. A escala muy reducida, los conflictos faccionales que he estudiado aquí reproducen en cierto modo ese esquema general vigente en la época. Más aún, yo diria que esa carac teJistica transitoriedad que suele atribulrse a las facciones en general se debe en gran medida en los casos que he descrito aquí a ese condicionamiento políti co ex terno; la imposibilidad legal de que se constituyeran grupos estables, partidos políticos, hizo que el faccionalismo se viera ampliamente favorecido. Además, la específica naturaleza del régimen político espaf'lol de aquella época se pone muy de manifiesto en algún momentO del conflicto; recordemos cómo los afectados por el traslado del cabo de la Guardia Civil logran que tal decisión se revoque y cómo los contrarios a la popularidad evidente de la Comunidad consiguen que se suprima la asamblea anual. El principio de autoridad -indiscutible- y la salvaguarda del orden público, ambos elementos esenciales del régimen, se manipulan como recurso de la arena más amplia en el campo de los enfrentamientos locales. El carácter mismo de los conflictos (tendentes al enfrentamiemo violento, pero sin llegar salvo en ocasiones excepcionales a ese extremo) parece esta,· también en relación con el marco palluca vigente, e igualmente su caráctel' interclas ista. Durante la Segunda República española, cuando los partidos políticos eran completamente legales , los enfrentamientos en el pueblo sí adquirieron una considerable violencia entre dos grupos politicos, uno de iz-
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quierdas y otro de derechas , vinculados ambos a partidos políticos nacionales. La pertenencia a uno u otro gruPO. sí estuvo determinada , salvo excepciones, por razones SOC1Qeconórnkas (los menos acomodados en el primero y los más acomodados en el segundo).
EL PODER DEL LENGUAJE We are suspended in a language in such a way that we canno! say whal up and what is down. NIELS BOIIR !
La parolc étant la premiere institution social De doil sa forme qu'A des causes naturelles. J. J. ROUSSEAU'
Introducción En otro lugar,) he tratado de mostrar cómo la comunicación política se sitúa en esa zona del lenguaje y la razón que suele enojar a bastantes filósofos ya na pocos lógicos. Se trata de aquellos ámbitos que señoreó la retórica clásica, obsesionada. a su vez por encarrilar pasiones y prestar vehículo, al tiempo racional y estético. a emociones y sentimientos. Lo cual supone, en definitiva, la domesticación J. Apud Sebcok. 1991 , p. 12. 2. l.
1782, p. 21 L Me refiero a un ensayo
\:00 el tflulo . De rozón, poder y palabras •. Tanto aqu
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o el intcnto de control de lo que los griegos denominaron el artesano o artífice de la persuasión. La ecos de la vieja retórica resuenan todavía en las modernas disciplinas de la lingüística, de la semiótica o semiologfa, de la teoría de la comunicación. Pero mientras que la añeja disputa en el seno del trivillm entre lógica y retórica sigue viva en las disputas filosóficas de nuestro siglo, esas otras disciplinas con revestimiento científico pretenden sustituir sin más a la segunda. Y, tal vez vengativa, la retórica se refugia. sin excesivos corsés lógicos ya, en un muy variado abanico de campos del conocimiento yexpres iones pláslicas y artísticas. También, ni que decir tiene, en 105 terrenos de la persuasión política, cada vez más difícil de distinguir de la propaganda opresiva o de la publicidad machacona. El giro que la filosofía del lenguaje dio hacia los cincuenta de nuestro siglo (por obra de J. L. Austin, sobre todo) puso de nuevo sobre el tapete la relevancia de los problemas retóricos. De una parte, la importancia del contexto y del c6mo de lo que se dice y no sólo del qu¿ se dice (en ténninos a ustinianos: de lo perfonnativo sobre lo cons¡olivo); de otra, la repercusión del mensaje en la audiencia, la eficacia o el poder de las palabras. El estudio del lenguaje polftico puede iluminarse desde una perspectiva tal, especialmente si se atiende a ciertos desarrollos crític?S, como los que encierra, por ejemplo, la teoría de la accrdll comunicativa , de Habermas. Sin embargo, la aparente libertad de poder hacer cosas con palabras, queda relativizada si tenemos en cuenta los constreñimientos, tanto externos como in ternos, del lenguaje. Esos límites son los que nos ponen de relieve, precisamente, las perspectivas O enfoques que prete ndo examinar aquí. Pero de fonna muy diferente o atendiendo a factores muy diversos. Ahí estriba, pienso, la conveniencia de tomarlas en cuenta en un terreno tan resbaladjzo y de tantas facetas como es el lenguaje. Pese a su diversidad, nos ponen de relieve cómo el auténtico poder del lenguaje no radica en esa superficie un tanto sin problemas 8 que atie nde la pragmática. La libertad de decir cosas, la cooperación en los intercambios lingOísticos , el contr ol individual sobre el habla, las manipulacio-
nes y estrategias de los hablantes, en de6nitiva, todos esos factores politicos del lenguaje --en un sentido muy amplio, claro- en que se centra la pragmática aparecen seriamente cuestionados desde esas otras perspectivas.
El poder en el lenguaje Examinaré, en primer lugar, el tratamiento del problema por parte de Pierre Bourdieu. Creo que central a su concepción del lenguaje es la consideración del mismo como un proceso, no meramente un objeto al modo durkheimiano que lo entiende la lingüística de Saussure. 4 Como tal, se desarrolla entre las reglas (la lal'lglle) y el mercado de los intercambios lingüísticos, El discurso - u na categoría a la que volveremos- es precisa mente la expresión de las fuerzas dominantes en los intercambios IingUís ticos. "Lo que circula en el mercado no es "la langue", s ino discursos estiJísticamente caracterizados, tanto desde el lado de la producción [...] como del lado de la recepción .• 5 He subrayado el plural de la paJabra porque, para mí, marca el contraste entre el análisis puramente formal del lenguaje y su ponderación sociológica. Bourdieu mismo resalta la paradoja de la comunicación: supone un medio común, pero s610 tiene éxito suscitando experiencias singulares, es decir, socialmente marcadas . .La existencia y el sentido de las palabras dependen de contextos sociales. Son los distintos "mercados_ los que permiten su existencia, en tanto que el significado se define por la tensión entre el núcleo invariante (la langue) y esos diferentes mercados. En realidad, a Bourdieu no interesa tanto la primera en un sentido estrictamente lingUistica como su expresión social, mecanismo y escenario de poder en suma: la lengua 6 leg(tima. Es más, lo que suele n tomar Jos lingüistas por langue, viene a decir, no es si no la lengua oficia l, la que devalúa dialectos e idiolectos y los sit(¡a en una jerarquía de 4. Sigo, mientras nO indiqu~ otra cosa. a Bounheu, 1982 . 5. Ibid .. p. 16. 6. Ibid., pp. 23-58.
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usos lingüfsticos. La lengua correcta se consagra como len· gua de la administración, aceptada en el mercado de trabajo y transmitida por el sistema educativo. El habitus lingüístico. en cambio, se construye y se transmite de manera mucho más informal: en las situaciones prácticas de la vida diaria. Modos de hablar, de mirar o de guardar silencio, aprobados o rechazados, que constituyen signos de clase y que, al tiempo, contribuyen a la existencia de las clases. Hablar, por tanto, supone apropiarse de un «estilo expresivo. ya constituido en y por el uso y colocado en una jerarquía de usos, «sistemas de diferencias de clase y clasantes, jerarquizados y jerarquizanteslt.1 De este modo, la distinción saussuriana langueJparole se nos presenta con un aspecto nuevo: dos escenarios de poder e incluso de violencia. La primera conlleva, por así decirlo, el respaldo oficial del sistema político, económico, administralivo, que se impone a todos los hablantes de un estado como reglas o código; la segunda, parece fruto de procesos más sutiles y espontáneos, pero impllca igualmente poder. En el mercado lingUistico, el homo lil1giUslico es tan formalmente libre de hablar como, en el otro, el hombre abstracto de los economistas; pero, aquí también, sólo puede intercambiar palabras si las dice apropiadamente. Esto es, si se ajusta a estilos socialmente predeterminados, al tiempo fruto de la desigual distribución del poder y configuradora de la misma. Creo que, tras la importante criba y critica sociológicas que Bourdieu hace de la lingUística, se adivina la previa y decisiva de un lingüista como Benvernste. A él me refiero con detenimiento después. Pero antes veremos olrO enfoque. Con una !fnea de argumentación muy diferente, J. J. Lecercle aboca, sin embargo, a conclusiones parecidas a las de Bourclleu. Según su propio resumen, «el intercambio lingüístico es un locus de relaciones de poder; que, lejos de producirse en un vacío cooperativo depende de coyuntura histórica y lingüística e implica a menudo estrategia y tácticas agonísticas».'
Lecercle niega también la autonomia del lenguaje, de modo mucho más vehemente. Desde su óptica no cabe ni la postura stalinista en pro de la misma, ni la abstracción saussuriana de la langue.' Contra ambas dirige sus aLaques, pero más si cabe contra la segunda, So capa, viene a decir, de pretender estudiar la (angue, lo que estudian en realidad los lingüistas es el estilo. Es decir, el depurado BBe English -<> cualquier aLTo, para el caso: pensemos en nuestras academias de la lengua-. Nada que tenga que ver con el habla real del minero de Durham , en el Reino Unido, o del granjero del Midwest, al otro lado del AtJántico. El excesivamente cuidado acento de Mrs. Thatcher, por ejemplo, revela el ascenso social desde menos elevados ongenes,IOSe me ocurre en este punto -sin que pueda entrar en este ensayo en su desarrollo--- que la m0l1ecina vida de la retórica durante este siglo o buena parte de él puede haber sido fruto de su lransitoria transformación en ciencia lingüística, Si bien, dedicada esta última sólo a un aspecto de aquélla, el estilo (o, más concretamente, a una destilada y purísima ronna del buen hablar, del viejo arte del bene dicendi). Pero sigamos. Sentado, pues, que el lenguaje no es entidad autónoma, sino ámbito de enfrentamiento y lucha de fuenas exógenas. TIene, sr, apariencia coherente, ritmo y vida propios. Pero eso no es más, diríase, que la punta de un iceberg, o la langlle de los lingüistas: «un cosmos parcial tratando incesantemente de emergel' de un caos fundamental.,1I La presentación completa del lenguaje debe incluir lo que Sus especialistas -lógicos, lingüistas- excluyen. A esto es a lo que Lecercle denomina el remainder (residuo, resto): -Este lado oscuro emerge en textos poéticos y '" nonsensical", en la iluminación de los místicos y en el delirio de los pacientes logóñlos mentales .• lz
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!bid., p, 41 . l.«erc:le, 1990, p. 267.
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9. ¡bid., p. 40. Un in[~=nte anilisis de las motlwc1ones polftl(:ll.5 tras la pos. de Stalin en pro de la autonomfa del lenguaje y de la phu'!Ilidad IingQf$tlc:a el! el dr era)', 1993, 10. I..ecerele, 1990, pp. 48)' ss. 11. [bid., p. 32. 12, Ibid., p. 6. Noción e$ta que Leoercle ""ladona con Otra. utilluda en un libro arHe riar (Pln/oscphy Ihrvugh mI< /ooking ¡km, 1985); .dili~ •. situación pott\co.Utenna {no cUnica} donde el rrmairukr se mc:uenU'a a RIS aoch.a$. tUI'1l
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ANTROPOLOGÍA POÚTICA
EL PODER DEL LENGUAJE
Ese remaillderconstituyeel reino de las excepciones, la inevitable infracción de las reglas gramaticales, de cual· quier gramática. Es, también, lo que hace ilusorias las esperanzas, chomskianas, por ejemplo, de hallar un número finito de reglas que abarquen los rasgos esenciales de todo lenguaje. El propio Chomski, nos recuerda Lecercle. si bien nunca ha abandonado tal pretensión, la ha limitado a los principios y constreñimientos de una hipotética gramática universal y a los parámetros que adaptan unos y otros a un lenguaje espeCífico. La gramática científica no ignora el remainder: s implemente, se niega a aceptarlo. Por eso Lecercle se distancia, también, de la pretendida facultad innata del lenguaje, en tanto que vernculadora ya de reglas sintácticas, y opta por la versión (más light, pensada uno) que aparece en el tratamiento freudiano de los chistes. Con arreglo a ella, el aprendizaje del lenguaje en los niños atra· viesa por una etapa placentera, en la que se experimenta o juega con palabras sin atender a su significado, para abocar a otra donde la [unción crítica y el pensamiento lógico tenninan imperando. El proceso conlleva una represión del absurdo y su confinamiento al chiste o a situaciones toleradas de cierto descontrol. u Bourdieu ha subrayado adecuadamente la estrecha relación e ntre códigos lingüísticos y códigos legales. En tal conjugación estriba, precisamente, uno de los canales prioritarios de dominación y de poder presentes en la dinámica sociopolftica. No desconoce esa óptica las infracciones de los cód igos, por supuesto; pero no recalca tanto como la de Lecercle la transgresión de las normas. Para el segundo, las reglas gramaticales no son equiparables a leyes físicas, sino a fronteras y, por tanto, susceptibles de ser traspasadas. Deseablemente transgredidas, desde la perspectiva del autor. Porque, para él, nos dice, el aprend.izaje de un idioma no supone una recuperación platónico-cartesiana de ideas innatas, sino, más bien, la exploración de un tenitono. Un ámbito éste en el que lucha el individuo cont.ra un agregado de palabras, reglas y costumbres. Pero no sólo el individuo: tambi én las variaciones dialectales. Así, el len-
guaje deja de concebirse como mera representació/l del mundo para transformarse en inte1VellciólI en el mundo, donde las palabras no meramente hacen cosas (Austin), sino que son cosas. l. Tal vez, debe s ubrayarse también cómo Lecercle insiste continuamente -para enojar a cier· tOS lógicos y lingüistas, supongo--- tanto en la historicidad y temporalidad de la lallgue como en el carácter poco referencial y pobremente comunicativo del lenguaje. En todo caso y en suma, la langue tiene siempre en su plantea· miento la contrapartida de un remainder subversivo, y el conjunto hac.e del lenguaje una estructura permanentemente inestable y cambiante. La langue misma no es, ya se ha apuntado, más que una abstracción, porque ante lo que nos enfrentamos es (coinciden Bourdieu y LecercJe), en realidad, un conlinuum de dialectos en perpetua pugna entre ellos por obtener la primacía. Esa especie de acratismo de Lecercle (que hace de sus libros probablemente más objeto de lec tura apasionante que de exposición serena y sistemática) pone de relieve, en cualquier caso, aquella faceta del lenguaje que suele desesperal' a quienes se ocupan de los aspectos estricta o apa· rentemente formales del lenguaje. Me refiero a esas zonas de ambivalencia, paradoja y metáfora por las que suele discunir la comunicación política. Antes de su domesticación retórica, el demiurgo de la persuasión parece ofrecer esas mismas características, subversivas y eruptivas, del remainder de Lecercle. En la épica homérica, el discurso se manifiesta como poder irracional que mueve audiencias, algo que irrumpe siempre como regalo o inspiración de los dioses. 1' Desde ángulos dispares a veces, coincidentes otras, Bourdieu y Lecercle nos resaltan los condicionamientos externos del lenguaje. De ese modo, éste se nos presenta como escenario de manifestaciones de poder social o Como campo de batalla entre fuerzas institucionales y rebeldías psíquicas, individuales, apenas contenidas, siempre desbordadas. Simplificando no poco, dirfase que am-
13. (bid., pp. 18·22.
14. 15.
(bid. pp. 25 Y ss. Y 47 Y ss. Como pone de manifieslO Kennedy. 1963, cap. 2.
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EL PODER DEL LENGUAJE
bas nos proporcionan excelentes enfoques acerca del poder en el le nguaje. Una tercera vía para abordar las complejas relaciones de lenguaje y poder es la que nos ofTece Émile Benveniste. Benveniste nos sitúa no en la mera cntica. sociológica o filosófica, de la lingüística , sino en su fructífero desarrollo. De la lingüística saussuriana, concretamente. De ese modo, estimo. sus planteamientos pueden servimos como complemento adecuado de los dos anteriores, ya que de lo que en est e caso se trata es del poder del lenguaje.
una relación necesaria.!7 Dicho de otro modo, no podemos concebir la cosa sin la palabra. 0, como lo plantea Marirain al concluir un excelente ensayo sobre signos y símbolos, las dos funciones primordiales del lenguaje (expresar el pensamiento y expresar la subjetividad -social, más que individual-) nunca aparecen completamente fundidas. Sólo podrlan estarlo en la lengua de los ángeles si éstos utilizaran palabras: "Mais les Allges /le se serven! pas de mOls. »" Nosotros, sí. Y, además, estamos atenazados por ellas. El ámbit9 de la arbitrariedad queda, pues, reducido a la relación entre cosa y significante, realidad y representación fónica. Ahora bien, afirmar que los signos son arbitrarios respecto a las cosas Significadas, si bien verdadero, no resulta demasiado instructivo. Sean lingüísticos (buey/ox) o no (luto blanco/lu to negro), los signos tienen otro tipo de detenninación que no me resisto a llamar cultural, si bien Benveruste no emplea explrcilamente este ténnino: «Arbitrario, sí, pero solamente bajo la mirada impasible de Sirio o para quien se limita a constatar desde fuera el nexo establecido entre una realidad objetiva y un comportamiento humano y se condena así a no ver más que contingencias [ ... ]. El verdadero problema es más profundo. Consiste en reencontrar la estructura íntima del fenómeno del cual no se percibe más que la apariencia exterior y en describir su relación con el fenómeno del que depende.• !9 Lo arbitrario. por tanto, es que tal signo o tal otro sea aplicado a este o aquel elemento de la realidad; pero para el hablante -si no para ellingOista- hay adecuación completa entre lengua y realidad. El signo recubre y exige o pide La realidad; o, mejor dicho, es la realidad. Ello hace que el dominio de lo arbitrario quede fuera de la comprensión del s igno lingüístico. De ese modo. la mutabilidad e inmutabilidad que Saussure atribuye al signo hay que entenderlas de otro modo. Para Saussure esa doble condición
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El poder del lenguaje Para abordar algunos aspectos que considero claves, me resulta inevitable extenderme mínimamente en ciertas facetas de la fecunda obra de Benveniste. Quiero destacar, en ese sentido, tres desarrollos respecto a Saussure. En primer lugar, el referente a la arbitrariedad del signo lingüístico; segundo, la superación de la dicotomía latlgueJparole; tercero, la ubicación del lenguaje en los sistemas de signos. 1. Como hemos visto, la expresión, el discurso, la parole aparecen condicionados no meramente por la langue, sino, además, por el «mercado de los intercambios lingillsticos» (Bourdieu) o por las presiones históricas -sociales- y psíquicas -remail1der- (Lecercle). De una forma u otra, la idea de la arbitrariedad pura del signo lingüístico queda seriamente afectada. Benveniste se enfrenta con ella, pero de otra forma. !6 En la tajante distinción saussuriana entre significante (signo fónico) y significado (concepto), nos dice, se omite un tercer ténnmo: la cosa misma a la que el concepto se refiere, la realidad. La arbitrariedad sólo puede predicarse de la relación existente entre aquélla, la cosa, y el término mediador, el significame, pero no de la que enlaza significante y significado; ésta constituye 16.
Me refiero en es!" apanado a
pp- 49 Y u.
$U .ND lun!
du sign"
lin¡u¡sliq~.
=
17.
Como bIen s.ei'lala 5<;hkif"r. 1990. pp. 4-6. el signo lin¡!ll.sLico en Bcn\'enis-
18. 19.
MariUlin. 1988. pp. 157_158. Belwm¡st". 1966. p. 51. cUl'$ivu. mlas.
!e "5. al propio tiempo. arbitrario y motivado. 1966.
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ANTROPOLOGÍA POLtneA
El. PODER DEL LENGUAJE
d.el signo estriba en que el signo, al ser arbitrario, puede s iempre alterarse; pero, por ser arbitrario también, no pue· de cuestionarse en virtud de una norma racional. Benveniste. en cambio, considera que lo que se modifica o mantiene estable no es la relación entre significante y significado. sino entre signo y objeto. Y ello porque, como queda indicado, la contingencia se aplica a la relación símbolo fónico-realidad, la necesadedad a la que vincula s ignificante con significado. Los problemas que pla ntea Benveniste desbordan la lingüística, tanto en éste como en otros casos. Detrás del debate con Saussure parece entreverse la viejfsima discusión filosófica en torno a la naturalidad o convencionalidad del lenguaje. Jonalhan Bames la remonta al siglo v a.C. ¿Significan los nombres por naturaleza (physei) o por ley (rhesei)? Lo que se dilucida -en Demócrito o en el Cralilo platónico-- es, entre otras muchas cosas, la distinción entre dos tipos de signos, señales y símbolos, y sus correspondientes significados (porque el griego _sémainei,, », como - significar» en nuestra lengua, se aplica tanto a la nube que anuncia lluvia como a la palabra "lluvia» que a ella se refiere). _La distinción entre significado "naturar y "no natural" [... ] no es trivial: muchas teorías clásicas se derrumban cuando no logran trazarla o porque presumen que la relación de una palabra con 10 que significa es semejante a la de la nube con la lluvia que anuncia .• to Uno diria que la semiótica de Peirce (arbitrariedad de unos signos -símbolos- frente a motivación de otros -índices e iconos) y la lingüística de Saussure (arbitrariedad de todos los signos) no constituyen si no una etapa más de ese añejo e interminable debate. A este punto me refiero un poco más adelante. Pero distanciémonos por un momento de los problemas de la lingilística para volver, a esa luz, a un tema centra) del lenguaje y de la comunicación polftica. ¿Es posible modificar la realidad actuando sobre las palabras que la designan? Las grandes transformaciones y crisis hi stóricas nos proporcionan ocas iones singulares para llevar la cues-
rión al terreno de la poUtica. Los prolegómenos de la Revolución francesa, por ejemplo. Se inventan pocas palabras trascendentales, pero las que se constituyen en palabras clave (narion, foi, société) cambian radicalmente de significado: _la elite francesa definió problemas, analizó acontecimientos, inten tó resoluciones --o resistió que se tomaran- o Todos esos actos pedían un vocabulario. y donde los acontecimientos precisaban lo que el lenguaje no había expresado todavía, su plasticidad como instrumento social se puso a prueba. ,!' Ya en marcha la revolución, el gran conservadO!- que fue Edmund Burke se enfrenta con la creencia de los revolucionarios franceses de que _el lenguaje humano es arbitrario y pasajero (lo cual) se re[Jeja en su creencia de que reyes, reinas, sociedades y leyes son arbitrarios y pasajeros, De ese modo, su esfuerzo en destruir viejos Significados y viejas sociedades implicaba una ideología que justificaba el cambio radical o cualquier tipo de cambio».ll Creencia que, en su forma extrema o utópica, expresa un miembro dirigente de! la asamblea: _challger fes hommes; changer les choses; changer les mOIS ... tout détruire; OU;, tout détruire; puisque tout est tl recréer».ll Uno pensaría, con Benveniste, que los significantes, las palabras se resisten a aparecer o a desaparecer (de la nada y en la nada) como pretende la utopía. Simplemente, establecen nuevas relaciones con la cambiante realidad. La utopfa perfecta sólo se realiza en la pesadilla de ficción del Newspeak, en el orwelliano Ni"etee,¡ eighly-{our, la mutación del lenguaje en instrumento de dominación totalitaria: _Los supuestos implrcitos son que los pensamientos son inseparables de las palabras que los expresan y que, controlando la palabra [ ...] uno controla o incluso elimina el pensamiento .•.u De la revolución cultural maoísta, por el contrario, se nos dice cómo la pública autocritica adoptó usos que se aplicaban en la época pl'CITevolucionaria con fines y per-
212
lO.
Bames. 1982, pp. 466-170.
21. 22
Qppenheimer, 1976. p. 3&. BLakemore, \988, p. 95.
23. ¡bid., p . 96, Cl.1T~i\lli5, mlu . 24. Younc. 1991. p . 4&.
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sonas muy diferentes. ContralTevolucionanos y propietarios tuvieron que someterse, verbal y gestua lmente, a detenni nadas humillaciones reservadas antes a trabajadores y jóvenes de tal modo que «el viejo mundo se reflejaba , en parte, todavía en determinados aspectos de usos y fórmulas. El mundo nuevo de la revolución, parece, no se construye, lingüísticamente ex nihilo»,¡' El signo se nos revela, pues, aferrado a su significado por más que la cosa cambie. Quién sabe si en una realidad cambiante el significante no tendrá que ser más realidad que nunca. Volvamos a Benveniste. 2. Operación semejante a la examinada en el apartado anteriOl~ pero de modo mucho menos explícito, es la que realiza Benveniste respecto a otra dicotomía saussuriana: langue/parole. Benveniste introduce entre ambas una tercera categoría que es la de discurso (discou rs). El uso y abuso de este término en las pasadas décadas ha venido a desvirtuar los contornos semánticos de un concepto lan neo como éste. Una especialista e n el tema afuma haber recogi do «sin ser exhaustivos, por otra pal1e, seis acepc iones diferentes de "discurso" en la literatura lingüistica».l6 A buen seguro habría que contarlas por decenas si se rebasa ese ámbito. La misma autora se refiere y utiliza la acepción foucaultiana de discurso, que desborda ampliamente la esfera lingüística: «Conjunto de reglas anónimas, históricas, siempl'e determinadas en el tiem po y en el espacio, que han definido para una época dada, así como para un área social, económica, geográfica o lingüística determinadas, las condiciones de ejercicio de la función enunciativa. »;t'1 Lo cual, a decir verdad, no parece sino una puesta al día, en época de supremacía lingtiística, de la noción de Wellanschauung de Mannheim. En todo caso, pienso que esas acepciones, mucho más socioculturales que estrictamente lingüísticas. son las que se adecuan a la noción de discurso de Benveniste. La noción, empero, es harto compleja, como resalta Loui s Ma-
rin. No es, dice, la parole, pero tampoco la langue, sino una especie de noción intermedia que pretende conectar esos dos niveles del lenguaje: la experiencia hablada, la práctica, más superficial, y el siste ma de la la ngue. l8 Nivel del que otra comentarista, Julia Krisleva, destaca su textura social, cultural, histórica. La versatilidad y riqueza de la obra de Benveniste (que le permite saltar con fortuna de la filología indoeuropea al surrealismo, o de la filosoEra a la semiótica de los códigos animales, musicales o pictóricos) se conjuga -señala Kristeva- con la insólita modestia que le impide alcan7..ar un metalenguaje, que, sin e mbargo, no descarta. El obstáculo estriba en que cada sistema de significación se topa con el límite que lo constituye (la langue), pero para apuntar siempre al dicurso que lo desborda y que «fluye hacia una práctica del sujeto y hacia los procesos sociales en diferentes condiciones históricas. Es un lingüista para quien le langage, un término vago, no existe; está e l sistema de la langue y, e mana ndo de él y con él. múltiples variaciones que dan lugar a le nguajes nacionales [oo.], discursos subjetivos (rilmos, milos, poesías) y a instituciones sociohistóricas reflejadas a partir de todo ello».19 Con todo, la terminología de Benveniste no parece diáfana ni constante por lo que a esos niveles del lenguaje se refiere. A veces, lenguaje se opone a discurso;lO otras, se difere ncia entre la langue y le langage. ' ) Estimo que, denominaciones aparte, lo importante radica e n que se diferencie netamente entre lo que hace posible la comunicación y la comunicación misma. Lo primero (llámesele lallgue, langage o aparato simbólico) es, tanto desde la perspectiva de Benveniste como de la moderna semiótica, naturaleza, por más que sea humana naturaleza, Lo segundo (discurso, pero también parole, habla específica, intercambios lingüísticos cotidianos) tiene mucho que ver, en cambio, con condiciones socioculturales, históricas, concretas. E l lenguaje no es un instrumento ni un medio de comunicación;
25. 26.
n.
Feo¡ Yuan t I al, 1990. pp. 77,78. Maln¡uencau, 1984. p. 4. /bid.
28. 29. 30. 31.
Mmn a al. , 1981, p. 212. !bid. p . 206. Ikm-enisle, 1%6, pp. 86 Y 258 Y ss. Ben~-eni$le. 1981, p. 7.
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la palabra y el discurso sí: «En realidad, la comparación del lenguaje con un instmmento, y es preciso que se trate de un instrumento material para que la comparación sea fácilmente inteligible. debe llenamos de desconfianza, como toda noción simplista respecto al lenguaje. Hablar de instrumento es oponer el hombre a la naturaleza. La aza~ da, la flecha, la rueda no se encuentran en la naturaleza. Son elaboraciones. El lenguaje está en la naturaleza del hombre, que no lo ha elaborado. Estamos inclinados siempre a imaginar ingenuamente un periodo original donde un hombre completo descubrirla un semejante, igualmente completo, y entre ellos, poco a poco, se elaborarla el lenguaje. Es pura ficción. Nunca alcanzaremos al hombre reducido a si mismo. ingeniándoselas para concebir la existencia de ou"Q. Es un hombre hablando lo que encontramos en el mundo, un hombre hablando a otl"O hombre, y es el lenguaje el que proporciona la definición misma de hombre.»ll La subjetividad, viene a decir casi a continuación el l autor, se constituye en el lenguaje, no a la inversa: La semejanza, avant la lene, con la gramática generativa de algunos aspectos de la obra de Benveniste se ha resaltado adecuadamente.J.O Tal vez en la larga cita que acabo de recoger puedan encontrarse también paralelos con determinadas premisas chomskianas. Pienso, sin embargo, que lo que nos aporta el li ngüista francés es más Eructífero para las ciencias soc iales. Los límites ú ltimos (la langue) sirven a modo de señales contra excesos sociológicos o antropológicos de confinar todo el lenguaje a una de sus zonas; como insuficientes son también las pretensiones de lógicos y filósofos a los que me he referido páginas atrás. Pero lada una zona, enorme, del lenguaje (discurso, palabra), aunque limitada por ese tope último, sí que está sometida a constreñimientos mudables y específicos, circunscri tos a espacios y tiempos concretos. La propia obra
filológica de Benveniste, sus magníficos análisis de las instituciones sociales indoeuropeas, avalan el buen hacer de un lingüista que, además, supera, con su finura de análisis, sociológico y anu'opológico, a muchos especialistas en estas materias. Es interesante, por otra parte, resaltar en este punto coincidencias del lingüista con CoUingv..'ood.. Desde su perspectiva, el lenguaje tampoco es una herramienta, sino «un modo de conducta, una actividad)). Ni se trata, tampoco, de una «invención)), equiparable a la del fuego u otra semejante. Por ello considera _un error pensar en él como si tuviera ciertas propiedades o poderes por sí mismo y aparte de su «uso»; porque, dado que es una actividad, no un instrumento, no existe a no ser que sea «usado»."" E inmediatamente Collingwood describe el significado como atributo de esa actividad, lo cual permite a su comentarista relacionarlo con Wittgenstein. Una y otra perspectivas, además, son congIUas con esa declaración de Benveniste que acabo de destacar: lo que encontramos no es lenguaje, es el hombre hablalldo con otros hombres. Y ese uso no parece ser ni tan instrumental ni tan libre como sugiere el enfoque austiniano. 3. ¿Por qué es el lenguaje, según Saussure, el .. más importante» entre los sistemas de signos homólogos (<
32. Benveniste. 1966, p. 259. cur;;vas. milis. 33. La dicotomía saussuriana de lengualhabla pn:supone otnl más discutible aún: soOroadlindh-iduo OUStamcnte .....ll$Urnda por Bdtr.l.n. 1991 , pp. 42 Y ss. Y 76)' ss.) que nada tiene qllC' "er con CMIo noción del hombre que 11" descubre ya habumdo con OlT05. 14. Krisleva, ~n Mann el al.. 1981. p. 206.
35. Según Boucher. 1989, ..1 trabajo de Collingwood (.ObstlVa¡ions on lan· 8ul.&e.) es Un manuscrito in&UIO (citas lit~nlles. p. 137). 36. Siro ahora, mientnoS no indique Olnl cosa. a Bcn""n¡$I~, 1981. 37. 1.&$ difercndas y semejanzas enlre la sonioliki. •doctriruu o .elencla. d~ los sIgnos. lógica, en definitiva, en Locke y Peirce. las pone de relieve K:!.linowdci, 1985. pp. 9 Y 5$. Vid.. Ulmbifn Decly, 1994, pp. 109 Y ss.
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El contraste entre ambos genios, Peirce y Saussure. por usar la expresión de Benveniste, puede resumirse con relativa brevedad usando los términos que este último emplea. Para Peirce, el lenguaje estaba cen todas partes y en ninguna parte.; apenas prestó atención a é1 y lo contempló siempre desde la perspectiva de sus elementos, las palabras. Habrfa que añadir, tal vez, que ese quedarse en las puertas del lenguaje ha contribuido a que Peirce sea consi· derado punto de arranque de la semiótica, en tanto que análisis de sistemas de significación: de señales, más que de símbolos.:J3 Saussure. en camb io. parte del lenguaje como lema de reflexión y lo adopta como objeto exclusivo. La lingüística se concibe como parte de la semiología, pero aparte de resaltar el nexo -señala Benveniste- poco más avanza en ese cam ino. El nexo consiste en considerar la «naturaleza arbitraria del signo .. com o principio gobernante de todos los sistemas de expresión. Peirce, por su parte, al establecer con respecto a los signos una división tripartita Ondices, iconos y símbolos), reserva la arbitrariedad para los símbolos y la motivación para índices e iconos, si bien apunta que _cada imagen material es ampliamente convencional en su fonna de representación •. " A la arbitrariedad ya me he referido con anterioridad; veamos ahora lo relativo a las relaciones entre lenguaje y sistema de signos. Benvcniste parte del punto en que Saussure dejó apenas esbozado su análisis. El desarrollo es minucioso y complejo, pero merece la pena resumir y destacar algunas de sus facetas. Objeto de la semiología, nos dice, no son sólo los sistemas de signos a los que alude Saussure, s ino -y muy fundamentalmente- las relaciorles entre ellos. Relaciones que se establecen de modo jerárquico; es decir, el sistema que necesita ser interpretado depende del que lo interpreta. Sea este último el _mito» que acompa3$. lA distinción arm.m.:a de la obt1ll de u.nger, 1978. cap. m, IiObre lodo. y. terminoló¡lcamcntt, de la rcvblón realizada por 111 misma autOra (l'rlflJr;e ro t/~ edirlo" of 1951 . Ibld .. p. X). Desde una perspecti\'11 muy difeRnte. es ambil!n muy inlereun'e a ""te respectO Tbom. 1973. 39. ApwJ Cu1lcr, 198\ . p. 24.
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ña al _rito», o el «protocolo .. que rige las reglas de etiqueta. Todos 105 signos que se dan en la sociedad pueden ser interpretados íntegramente por el lenguaje, pero no a la inversa; y la sociedad misma se interpreta a través del lenguaje. Tal jerarquía se fu ndamenta en esa no reversibiJidad. Aparte del lenguaje, ningún otro sistema dispone de un _lenguaje .. propio que le permita su propia categorización e interpretación. Piénsese en las expresiones artísticas, plásticas o sonoras: _Una cosa al menos es cierta: ninguna semiología de sonido, color o imagen puede formularse o expresarSe en sonidos, colores o imágenes. Cada semiología de un s istem a no lingüístico debe usar el lenguaje como un intermediario y, de ese modo, sólo puede existir a través de la semi ología del lenguaje .• oo El lengua+ je, en cambio, sí que puede categorizarse e interpretarse a sí mismo. Benveniste establece una sutil distinción entre relación semiológica y sociológica. Estamos, reconoce, ame el intemljnablemente debatido tema de lenguaje y sociedad y de su m utua dependencia. La solución podría parecer, sólo a primera vista, salomónica. En términos de dimensiones, apunta, es fácil concluir, con el SOCiólogo que el lenguaje funciona dentro de la sociedad y ésta lo engloba .• Sin embargo, la consideración desde una perspectiva semiológica inviene esta relación, ya que el lenguaje permite que la 50+ ciedad exista. El lenguaje forma lo que mantiene unidos a los bombres, la base de todas las relaciones, que, a su vez, constituyen la sociedad. Podrlamos decir, de ese modo, que es el lenguaje el que contiene a la sociedad. Así, la relación de ilJlerpreraciólI (interprerance), que es semiótica, se mueve en dirección opuesta a la de inclusión [ ... ], que es sociológica ...·' Sin duda, "Benveniste, al plantear las cosas de ese modo, se refiere a aquel constreñimiento último que es la ¡alIgue, no al discurso o a la palabra. Y aquf rozamos de nuevo la polémica cuestión de las funciones comunicati40. 41.
Ben\'ffIlste. 1981 . p. 16. {bid .• p. 18.
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vas del lenguaje. En este sentido, la coincidencia de Ben~ veniste es plena con otras perspectivas sobre lenguaje y simbolismo. Tal es el caso, por ejemplo, de las premisas de Van Uexküll que inspiran la moderna semiótica. El lenguaje, argumenta Sebeok, supone, en tanto que Umweltlere (esa suerte de burbujas específicas en las que vivimos), un aparato adaptador y específico en la evolución humana. Como tal, no deriva de ningún sistema de comunicación animal ni responde a exigencias de tipo comunicativo. El discurso, la palabra (speech), que derivan y se apoyan en el lenguaje, sí sirven a tales exigencias y complementan el repertorio de aparatos no verbales heredados de nuestros antepasados. Filogenéticamente, pueden haber transcunido cientos de miles o millones de años entre la aparición del lenguaje y su expresión sonora. Su tardía y, por así decirlo, marginal condición la resalta Sebeok con estas palabras: «Incluso hoy, los humanos no tienen órgano especial para el habla [sino] que está formado por un tracto originariamente diseñado para dos funciones biológicas completamente diferentes: la alimenticia y la respiratoria. El habla es recibida luego, como cualquier otro sonido, por el oído, que tiene también otro origen filogenético y es. más bien, un receptor sensorial adquiridO.~4¡ Esa marginalidad trae a las mientes el remainder de Lecercle. lo extemporáneo del discurso en la épica y la domesticación retórica . Parece, pues, que las funciones comunicativas del lenguaje están seria y variadamente cuestionadas. Y no sólo en los últimos años o con las últimas modas lingüísticas y semióticas. Ya he reseñado antes las ideas del propio Benveniste al respecto y su paralelismo con las de Collingwood. Tempranamente, Sapir se enfrentaba, al analizar las funciones del lenguaje, con esta de la comunicación. Resaltaba cómo, pese a considerarse habitualmente como la primera y principal, las cosas deben verse de otro modo . Hay, decía. por una parte, efectiva comunicación sin lenguaje y, por otra, situaciones que nada tienen que 42. s"bcok, 1991, pp. 55 Y s.~. (cita jjt~raI, p. 70). Puede ve~. como contraste. pero ron algunos puntos de contacto con este planteamiento. Armstrong el 11/. , 1994.
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ver con la comunicación donde el lenguaje es especialmente relevante. En suma, el aspecto puramente comunicativo del lenguaje se ha exagerado: es preferible admitir que el lenguaje es, ante LOdo, «a vocal actualization of the tendency to see the reality symbolically», y es esa cualidad la que lo hace instrumento adecuado para la comunicación, pero una vez que el toma y daca del intercambio social complica y refina el lenguaje en la forma en que podemos llegar a conocerlo en la actualidad:) Traduzcamos vocal actualization por speech, «habla» o «discurso» y la semejanza de i,d eas con aquellos otros enfoques se hará evidente. Volviendo ahora a Benveniste, la preeminencia del lenguaje como sistema interpretador de todo sistema de signos no obedece, viene a deciI~ a factores externos: su mayor uso, eficacia o amplitud. Responde, por el contrario, a un principio semiológico; esto es, al hecho de estar investido el lenguaje de doble significado, semiótico y semántico. Los demás sistemas poseen una sola dimensión de significado: bien semiótica sin semántica (gestos de cortesía), bien semántica sin semiótica (expresiones artísticas). E l ámbito de la semiótica es el de la identificación de unidades discretas (señales). A través de la semántica entramos en el ámbito de significado que genera el discurso, que deriva del lenguaje (langue). El mensaje no se reduce aquí a una serie de unidades identificables de modo aislado, sino que es su significado global lo que se divide en signos específicos (palabras): «La semiótica (el signo) debe ser reconocida; la semántica (el discurso) debe ser comprendida.»'" Pienso que seria difícil exagerar la trascendencia de una distinción como la anterior para el estudio de los diferentes sistemas de signos y, por ende, de comunicación. En el ámbito humano, que es el que menciona expresamente Benveniste, y con respecto a las cruciales diferencias entre se43. Sapir, 1935, p. 159. Vid. una postura l"mbi~ n similar en Langcr. 1978, pp. 126 Y ss. 44. Ben\'~niSle. 1981 , p. 20 , cursivas del autOr.
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EL PODER DEL LENGU..uE
ANTROPOLOGíA PQtJnCA
mios is humana y animal . tema éste al que no alude.~s Porque a esa luz se nos hace manifiesta, pienso, tanto la profunda unidad estructural de aquellos sistemas (la hipótesis de Gaia), como la pobreza de los reduccionismos biológico o semiótico."" Qué duda cabe que los n.tidos fannan parte 1 de los códigos de comunicación de muchos animales: En ese sentido, puede decirse que tales animales reconocen senales (ruidos, «voces_ , si queremos), pero no necesitan comprenderlas. Eso es problema nuestro y de nuestras palabras. La grandeza y la miseria de estos otros sonidos nuestros estriban es que su comprensión plena no se adquiere más que en el conjunto del que fonnan parte (la frase, el discurso). La persecución del significado por debajo de éste e incluso de la palabra, .. más allá de la especie lexical diferenciada, más allá del núcleo semántico de la palabra, hasLa el nivel de los semas,. de la semiótica estructuralista, tecnicismo depurado aparte, olvida entre otras muchas cosas que "el lenguaje neutro no existe jamás,. ..oa Semiótica, por otra parte, que, aplicada, por ejemplo, al análisis del discurso poHtico de la Quinta Re pública francesa, parece conducir a conclusiones que a uno le recuerdan sospechosamente la lógica binaria que Lévi-Strauss dice hallar tras los mitos de los pueblos primitivos.~ Conclusión Recapitulemos ahora los lres aspectos que desarrolla Benveniste para relacionarlos con otros aspectos relacio45. No ob$tant~, ~n Bcn,~st~, 1966. pp. 56-62, se incluye un im~rt'$OllIlf5lmo capftulo sobn! .Com~ón animal y lenguaje humano~. con un Onico inco'l"enlente: su temprana ~]:¡.boradón hace n;arse a su autor sólo en un fo'Studio clásico. COml'> el el de Von Fnsh iObre Iat .be;as. Apetece imaginar ~n qué medida l>Oi hubi~ra ~nriquecido l••¡x.nación d~ Ben~mste de tomar en cuenta ~tudio:. po&terio~ d~ I~ sem i(t!;ls animal. Pienso, por ejemplo, en el dcll'\!COlWCimiffltO de menSllp b,oqufml<:05, como las reromornos, en la comunicación entm hormigas (Wilson y Bos5et, 1963). 46. Vid. un buen anículo de mferenda a esle tema en mlación con 18 obra de Sebcok: Ponlio. 1993. 47. Puede verse, por ejemplo, el ptt<:ioso articulo de Nanll5, 1995. 48. Ricoeur, 1975, pp. 174. 175 Y 178 (se ¡¿¡cm, concretamente, • la tendcnclll. de G...,UnM Y Prieto). 49. Me refiero ~lflC8.mente al de una aUlOra que se confiesa mlemhrv de /'1.role sl.mlOlique de 1'I>..u, encabezad. por Greimas. sob..., un discurso de M. Deliré: • OlSODUfS poIilique el rantasi. actantidlc~. Hm.ult. 1983, pp. 96-103.
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nados con la comunicación política. Son los siguientes: relativización de la arbitrariedad del signo lingüístico (fundamentalmente, su constreñimiento cultural, por así llamarlo, pero también la persistencia de los significantes), categorización del discurso como esa ins tancia intermedia entre la palabra fugaz y la langue (1os limites naturales de nuestra especie) y, por último, la producción de Significado a Lravés de ese discurso. El conjunto, a mi entender, nos da otra dimensión de la relación poder y lenguaje. Menos obvia que las dos destacadas en páginas anteriores, más profunda o más radical tal vez. Las palabras con las que a ella se refiere Benveniste no son sólo certeras, sino francamente hermosas además. Las reproduzco: «el le nguaje es el simboli sm o más económico. A diferencia de otros sistemas representativos, no exige ningún esfuerzo mus c ul al~ no entraña desplazamiento corporal, no impone manipulaci ón laboriosa. Imaginemos lo que sena la tarea de representar ante los ojos una "creación del mundo" si fu era posible expresarla en imágenes pintadas, esculpidas u OlfaS al precio de una labor sin sentido; luego, veamos en qué queda la misma historia cuando se reali za en el relato: una secuencia de pequeños ruidos vocales que se desvanecen apenas percibidos, pero toda el alma se exalta y las generaciones la repiten y cada vez que la palabra despliega el acontecimiento, comienza el mundo. Ningún poder igualard jamás este que hace tanto con tan poco_. 50 . E~ ésta aquella capacidad , e n términos leibnizianos, de Imagmar un número de mundos prácticamente infinito que carac teriza a los humanos. Que cuando se une con el artífice de la persuasión puede convertirse en un arma de efectos incalculables. Y mucho más barata. Como dice Bertrand Russell, expresando u na idea muy parecida a la de Benveniste, pero con ironía que ronda el sarcasmo, la supremacía del lenguaje hablado respecto a otras formas de comunicación humana «posee un buen fundamento, ya que no hay otro modo de producir un número de movimientos corporales tan rápidamente y con tan poco esfuerzo muscular. La oratoria pública seria tediosa si los
.so
Bmvcnl$te, 1966, p. 29 (CW$iva$, mlas) .
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hombres de estado tuvieran que usar el lenguaje de los sordomudos, y muy agotadora si todas las palabras implicaran tanto esfuerzo muscular como el encogerse de hombros •. " La oratoria pública nos deja a las puertas de la comumcación polftica. Un terreno que sólo he podido esbozar aquf 5l y que se aJimenta precisamente de es,,: mundo imaginativo que la palabra produce y actualiza. Ambito donde s uelen circular los tropos y. muy concretamente, la metáfora, que tanto irrita a lógicos y a algunos filósofos.!) De modo nada casual, porque la metáfora supone ese «poder mediante el cual el lenguaje. incluso con un pequef¡o vocabulario. puede abarcar millones de cosas,..'" Además, la metáfora, desde la Retórica aristotélica, se ha visto como el recurso más adecuado para el que trata de persuadk a medio camino entre los conceptos enigmáticos y las palabras corrie ntes." Acorde, en definitiva, con esa peculiar racionalidad - humana, demasiado bumana- que entraña la política. ~ Porque ésta se mueve e n esa zona de la lógica que desborda los límites del razonamiento analítico y que pone de relieve _que existe un dominio enorme que escapa al cálcu lo y a la demostración. aquel donde se delibera y se discute, se clitica o se justifica y donde se usa toda suerte de argumentos para obtener la adhesión de un auditorio •. n Pero no era. mi intención abordar en este trabajo estos problemas. como tampoco el papel de la metáfora y de otros LrOpos en el campo de la comunicación y del lengua51 Aplld Lanaer. 1978. p. 75. 52. Conjunlamel11e 0011 mi aludido _De rIOlÓll . poo:k~ Y palabras •. S3. Vid. I..K'ercle. 1990. pp. 144 Y u . (donde llega a equiparar mel'fora <:011 re· m4i....) y Eco. 1986. p. 88. ~. ~. 1978. p_ 141. SS. Aristót"l~. 1953. p. 199. 5ó. Como hilO ver Grot!!! ,n su Inl¡ualado Arista/k la oprnskión platónica opinión (dau) y ciencia (eput{me) _ la retónc. tiene: qlH' ''el" mn la primera. la dia!k¡lca con la 5elluuda- se \r.ln)fonna por completo en la obm aristotélica: . en la fi10000rla de AristÓteles. l~ 01al&tka es olao diferemc. Es situada junlO con la Retórica en lo región de J¡. OpInIón. Tnnlo el rhelor eomu el dial&tico I",hln de todos los t~· mas, sin reconocer llmitCII; nlacan o defienden una o toda!; 1u cooclu$iones. em· pleando el proc:t:liO dc raciodnio que Arillólele5 ha lratndo con el ~bre de Sil~s mo. (1973 , p. 20$). Pc$e. todo. la potIidón que Aristót",1e5 asigna. la ~tórica es de clua IUbordinaclón (C~, 1867, pp. 11 Y ss. Y 11 y ......; Ricoeur. 1975. pp. 14 Y $5.). 57. Pe~lm.n. 1982, p. 280.
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je políticos. Trataba sólo de desbrozar un terreno desde el que poder abordar en otra ocasión la enorme variedad de una y otro. E, inevitablemen te, me he topado con las ma. rañas del lenguaje. Siempre tenninan enredándonos porque en ellas vivimos, pero mucho mds cuando tratamos de decir algo de ellas. Quisiera, al menos, haber dejado claro que las rulas aparentemente nitidas o Lorcidamente subtemnas nos sirven de muy poco s i queremos explorar con mínimo provecho ese mundo. Demasiado próximo, en cualquier caso, para que lo podamos conocer alguna vez bien. Tampoco me gustaría abandonar este intento con la solemnidad de la alusión a los problemas insolubles del lenguaje ni, menos, con la de la mera evocación de las cimas de la retórica clásica. La retórica se hizo fútil hace muchos siglos y la polflica se nos amoja cada día más sórdida. La comunicación con la que nos topamos se mueve por deITOleros nada nobles: enlodados, vocingleros y zafios. De ella me he propuesto no ocuparme aquí, pero sí quiero terminar lanzando un rápido vistazo a la de nueSll'O país, en otra época, en otras circunstancias. Tal vez no tan distantes ni ta n distintas; quizá menos crispadas. Me s ilvo de las cáusticas observaciones de un comen tarista de la escena política española del primer cuarto de siglo. La parodia es, una vez más, la venganza del voyeur de la política. Brillante y mordaz como pocos observadores, Fernández Flórez supo destacar los extremos penosos de la co~unicación política. Por exceso y por defecto. De un consPICUO político nos dice que su palabra «fl uye con la abundancia de una catarata, y en ella se van diluyendo los conceptos y aparecen perdidas las ideas • . La metáfora describe con certeza un discurso a buen seguro hinchado de eUas. La hipérbole, en cambio, es el perfecto veh1cuJo para describir el extremo opuesto, representado por otro político más del montón: es el gesto imposible y patético cuan. do el orador está, además, ayuno de otros recursos. Dice así: .. Cuando el señor Vitórica se pone en pie para defenderse, la curios idad de la Cámara se aviva. El señor VitóriCa suelta el hilo de una voz casi atiplada. Está en ese terrible momento en que el orador desea ser manco. Primero
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intenta dejar las manos sobre el pupitre; después las ~ar da en el bolsillo del pantalón; pero no tarda en prefen~ los de la americana, más anchos y profundos. D~rla -lo Juramas- unos cuantos miles de pesetas por deJM caer hasta el suelo los brazos y empu~rlos disimuladame.nte c?" el pie hasta debajo del djván.» La catarata y el hiJo. NI que decir tiene que estamos en las antlpodas de esa economía que, según Russell . enlrai'\a la expresión sonora del lenguaje.
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La guardia civil del Danubio. los legionarios de Bosnia; son expresiones contemporáneas que a algunos nos dejan alucina· dos por sus cruces semánticos EDUARDO HARO TECCLE.N '
Resulta innegable y al propio tiempo alentador el crecimiento que la antropología ha conocido en nuestro país en apenas poco más de dos décadas. DenlrO y fuera de los ámbitos universitarios. pero especialmente en estos úh-i· mos. Rara va siendo ya la universidad donde la disciplina no está presente en mayor o menor medida. La puesta en marcha de planes de estudio y licenciaturas contribuirá sin duda a incrementar un rilmo casi inimaginable a principios de los setenta. Algo que está encontrando eco también en el interés por la antropología por parte de los organis.mos autonómicos y otras entidades , hoy púbUcas y quién sabe si privadas o privatizadas mañana. Ante un panorama que sólo parece que puedan enturbiar los vaivenes de la actual crisis económica, tal vez suene a aguafiestas -y este ténnino, como veremos, tiene pleno sentido en algo a lo que luego me referiré-Io que quiero plantear aquL Ahora bien, de nuestro país y de nuestra antropolOgía quiero ocupalme más adelante. De momento intentaré plantear el problema en términos bastante más generaJes. O, 51.
F~nda
f'lOru, 1964. pp ~ J In _
El "'1$, 2J de mayu de 1993.
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si se quiere, de una manera un tanto simplificadora y brutal. ¿Está preparada la anlrOpología -epistemológica y heunsticamente- para abordar las realidades que nos circundan? ¿Nos hemos detenido siquiera a manifestar alguna zozobra al respecto? Me temo que para muchos el momento de las vacilaciones, si alguna vez lo hubo, ha quedado atrás y bien atrás. «Hablan en voz más alta [... ] con el aplomo de quienes ignoran la duda" ) dice sarcásticamente de nosotros los espaftoles Jorge Luis Borges.l y otra pregunt'a: ¿Entendemos qua antropólogos el mundo que nos ha tocado vivir? A veces tengo serias dudas. Lm aginemos una reunión de sabios, como antes se deda, en la Que junto a teólogos, biólogos, físicos y filósofos participa un antropólogo social. Tras cuatro días de debates sin ninguna intervención de este último, toma por fin la palabra para desvincularse de las pl'eocupaciones de los demás, pobres mortales, y asegurar que su papel allJ es el de observador objetivo de fenómenos de enfrentamientos y coaliciones. Los temas de fondo y la lógica de la argumentación parecen, pues, inelevantes; simples fOlmas de comportamiento verbal. Quien asegura que ese cuadro no es pura ficción es nada menos que Sir Karl R. Popper, que además tilda con justicia de marciano al antropólogo y duda con razón de que su pretendida objetividad tenga algo que ver con el quehacer científico:)
raleza y gozando de predicamento. Confieso que la obra y el pensamiento de Claude Lévi-Strauss me producen semimientos muy ambivalentes, Me imagino que como a cualquiera de mis colegas, aunque tal vez por motivos diferentes. Me seduce su prosa, me fascinan muchos de sus análisis, admiro y envidio la amplitud de sus gustos, intereses y conocimientos ... y me irritan profundamente sus argucias dialécticas. Detesto, además, que no sólo fuera de los ámbitos antropológicos, sino en buena medida también dentro, su antropología se haya considerado y se siga considerando la antropología. Máxime cuando, como cabría esperar, sus actitudes éticas y estéticas permean, mal que le pese, su entera producción, Una obra -se ha dicho y repelido- que ha conocido notables cambios temáticos, pero que, a mi modo de ver, conjuga esa versatilidad con una incomovible lealtad a ciertas profundas convicciones. Una de ellas parece ser, precisamente, su rechazo o incluso su repugnancia con respecto a la actualidad, a lo contemporáneo, Así se manifestaba hace poco ante el importuno periodista que le acuciaba para que se pronunciara acerca de la tragedia de la antigua Yugoslavia: . Puedo decirle que todas esas cosas ya han ocurrido en el pasado. ¿Y quiere que yo le hable de su importancia porque suceden durante mi corta existencia? . Usted también habla de nuestros días: adviella que son angustiosos sólo para nosotros. Todos los hombres han vivido períodos terribles a sus ojos [ ...J. Nuestras angustias actuales se fundirán con las pasadas y las futuras .• ¿De qué se ocupa, pues, el antropólogo por antonomasia? . Lo que me interesa de los hombres es el equivalente de las conchas (de los moluscos), es decir, las obras que ellos ~segregan" . Tienen una belleza y un sentido to talmente independientes de los organismos que las fabrican .• _Es necesario tener tiempo, es necesario consagrarse enteramente al hombre contemporáneo. Raymond Aron, amigo mro, lo hacía de manera espléndida. Yo hice una elección, la de interesarme por cosas muy lejanas en el espacio y en el tiempo .• '
La huida del presente y la negación teórica del tiempo Exagerada o más o menos real , la anécdota ilustra cuál puede ser nuestra situación vista desde fuera. No creo, con todo, que el común de mis colegas -aquí y fuera de aquísiga haciendo gala de ese dérachemenr ingenuamente objetivista o positivista que ridiculiza el filósofo. Alguno debe quedar por acá y por acuUá., Pero esos alardes en público hace aflos que dejaron de ser de buen tono. Otros, en cambio, sí que siguen teniendo carta de natu2. 3.
1981. p.37, Popper. 1972. pp, 106-109.
"
Emrevis!a col"l«dida a Ulderl",o Mun:¡oJ, Comen de /Q Sua/EI M¡mdo. 3 de
m¡¡yo Ikl 1993.
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De pasada: la referencia a Aron recupera sin tapujos desde la antropología la vetusta y al parecer no superada división del trabajo entre las ciencias sociales. El aquf y el ahora, frente al alU y el etltonces. Pero voy a detenerme en otro conU-aste íntimamente relacionado con éste. Lo ilustra muy bien Lévi-$lrauss con su metáfora del molusco. Subraya el antropólogo cómo su interés por las conchas que esas fonnas de vida segregan deriva de que encierran verdades malenwticas. Tal vez, más pitagórico en esta ocasión que kantiano en muchas otras, debe menospreciar en todo caso al sujeto segregante -el hombre de carne y hueso unamuniano--- y considerar cie ntíficamente inelevantes sus angustias y tribulaciones del momento. Las matemáticas podemos considerarlas sub specie aeternitatis; las segundas, en cambio, aunque reiterativas son pasajeras. Temporales en suma. Para mí, aquí está una de las claves del problema: el tiempo, la temporalidad. La renuncia a abordarlo con una mínima radicalidad y profundidad equivale a renunciar a entender qué terreno pisamos, por más que proclamemos que estudiamos e investigamos temas de actuaUdad. El ejemplo del estructuralismo lévi-estraussiano es, sin duda, un caso extremo. «Su estrategia -ba dicho uno de sus criticos~ consiste en eliminar el TIempo como una dimensión significativa, ya sea de la integración cultural o de la etnografía.»' Pero, al fin y al cabo, se trata de una estrategia coherente con ese intento del antropólogo Erancés de estudiar verdades matemdticas; esto es, entidades desprovistas de tiempo. No, curiosamente, de espacio. Recordemos su preocupación por situar la etnografía de mitos o de fenómenos relacionados con el parentesco en lugares, no en tiempos concretos. Por eso mismo considera LéviStrauss garantía de que un hecho social total corTesponda con la realidad el que sea abarcable «en una expeIiencia concreta»: tma sociedad o un individuo localizado en el espacio o en el tiempo. Por ejemplo, dice, Roma y Atenas (tiempo y espacio); pero también «el melanesio de lal o
cual isla»,6 No, por supuesto, el melanesio de tal O cual ¿poca. Una lástima para el desarrollo teórico de la antropología que quien podria haber comribuido al mismo como pocos baya optado por el escapismo a lugares lejanos o a tiempos que, más que remotos, parecen cristalizados o fosilizados. El planteamiento de Lévi-Strauss supone, se ha dicho ya, la eliminación del tiempo y, por ello mismo, la incapacidad radical para entender el mundo contemporáneo. Pero, extremismos aparte, no es caso insóUto. Ni dentro ni fuera de los lares antropológicos. En nuestros enfoques y esquemas, en los que están detrás de nuestras investigaciones por más inconsciente que se sea de ellos, sigue imperando el primado de la variable espacial. Por mucho que hagamos -va siendo ya costumbre- rituales proclamaciones en loor del tiempo, de la historia o del cambio social. Una vez pasada la moda de los estudios de comunidad, su Jugar lo han ocupado los de identidades regionales y/o nacionales, los de ciudades, fábricas, barrios, comarcas, etcétera. No dudo que en todos ellos -y algunos conozco bastante de cerca- está presente el factor tiempo, la dimens ión histórica o cualquier otra expresión de lo cambiante y perecedero. En todo caso, bastante más de lo que estaba en la mayoría de aquellos estudios de pueblos, aldeas y villorrios. Pero la balanza sigue inclinándose a favor del espacio. Va a ser realmente difícil que nos desembaracemos por completo de ciertas premisas del trabajo de campo congruas con las del funcionalismo, Premisas que suponfan, precisamente, una repulsa consciente y deliberada del tiempo y una hipervaloración de lo espaciaL De la isla melanesia o la tlibu aflicana (mucho más difícil ya de fijar espacialmente) a la ciudad provinciana, el barrio o el centro sani tario parece que continuamos buscando unidades de bordes delimitados por los que uno puede moverse. Mucbo más aislables, en todo caso, espacial que temporalmente.
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5.
Fabian, 1983. p. 52.
6.
Lévi.strau!lS. 1978, p. XXVI; cursiva. mfa.
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Lo paradójico del caso es que aquel rechazo casi programático del tiempo por parte del funcionalismo y de los primeros trabajos de campo sólidos estaba más que justificado en un cierto sentido. Se luchaba de ese modo contra una noción del tiempo -la evolucionista- que hoy nos parece impugnable también aunque por razones muy diferentes. El tiempo de los evolucionistas era el tiempo universal y homogéneo, nawral y, por ello. negación de la historia. Algo que Herbert Spencer dejó muy claro cuando afirmaba: «Hasta que no se tenga una verdadera teoría de la humanidad no podrá interpretarse la historia, y cuando se tenga [. .. ] ya no se necesitará la historia.»' La revolución en la física de este siglo vendría a trastocar los cimientos de esa artificiosa oposición al reivindicar un concepto del tiempo que tiene que ver más con el de los historiadores 8 que con el de Newton o Laplace. Nada tiene, por tanto, de extraño que el intento de eliminación del tiempo, funcionalista primero, estructuralista después, condujera a la paradoja que resaltó y trató de resolver con lucidez Sigrried F. Nadel. A saber, que la estmctura social. es decir, el concepto privilegiado por uno y otro enfoque, fundamentalmente sincrónicos, no podía definirse -como algunos intentaban- por su pennanencia, estabilidad o duración al margen del tiempo.9 Aunque, tal vez, otros fenómenos claramente espaciales no planteen esos problemas. Por ejemplo, el territorio, los límites y la extensión de nuestras unidades de observación. ¿O no es esto más que una ilusión? Por las mismas fechas en que aparecían aquellas declaraciones del autor de Mitológicas en la prensa, otro diario, The Washington Post, recogía un agudo comentario a propósito de un estudio histórico sobre la extinta Yugoslavb. Su autora decía lo siguiente: «Los Balcanes son un mundo invertido: la histOlia se mantiene mientras que la geografía cambia. Las invasiones vuelven a trazar el mapa de los Balcanes en pocas décadas, provocando nuevas invasiones. En 7. Citado por BUITOW . 1970. pp. 198_199. Se trata de una calla de Spencer que he adaptado al estilo impersona1. Véase tambi~n Fahian. 1983. pp. \ 1 y>;s. 8. Prigogine. 1992 )" 1993. 9. NadeI.1966. pp. 196-206.
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la guerra actual de Yugoslavia, como en las guerras del pasado, los agresores buscan recuperar el momento de su mayor gloria. "Cada nación -escribe Kaplan- exige que sus fronteras revie11an a donde estaban en el momento en el cual su imperio había alcanzado el cenil de la antigua expasión medieval."»'o Parafraseando la conocida frase de Lévi-Strauss a propósito del totemismo, cabria decir que la tragedia de los Balcanes no sólo es buena para sufrir, sino también para pensar. Aunque quizá el problema de muchos intelectuales estribe en que tratan de disociar artificiosamente sus funciones intelectivas del gozo o del sufrimiento. Operación cartesiana en la que uno corre el riesgo de no entender ni lo que le rodea ni las trascendentes cuestiones de las que dice ocuparse.
TIempo de la filosofía, tiempo de los hombres Hoy la física ha reencontrado una nueva coherencia centrada, no en la negación del tiempo, sino en el descubrimiento del tiempo en todos los niveles de la realidad física. ILYA PRlGOGlNE"
Ha sido Norbert Ellas quien se ha referido con especial brillantez a las dificultades que tienen las ciencias sociales a la hora de abordar el tema del tiempo .'2 por más que la bibliografía sociológica y antropológica sea abundante al respecto y goze de una respetable vetustez. lJ Aclaro, de entrada, que no me interesa aquí el tiempo como objeto de investigación (el tiempo nLler o el tiempo tiv, p;or así decirlo, 10. Tina Rosenberg; comentarlo al libro de Robert D. Kaplan . Ha/kan:; Ghosl: A luum")' Through lIiswry. en The Gu~rdu:m Weekly. 2 de mayo de 1993. p. 20. 11. 1992. p. 78. 12. Elias. 1989. 13. Como se pone de relieve. por ejemplo. en la reci~nte compilación, al aJeance del lector espaflol. de Ramos, 1992. Una revisión más especializada. en el ámbito de la antropologfa. pero con una selección bibliográfica muy amplia es la de Munn . 1992.
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el tiempo de otros), sino como una dimensión que nos afecta por igual a mí y a los otros. a Rico en ideas y sugerencias el libro de Elias, voy a destacar tan sólo algunas de ellas que se relacionan directamente con mi exposición. Ame todo, resaha Elias cómo la dificultad inicial y básica con la que nos enfrentamos es la consideración sustantivada que el tiempo tie ne en muchos idiomas -entre ellos el nuestro- y de la que se ven libres por ejemplo los angloparlantes con su envidiable (iming. Habrfa que añadir que no tenemos tampoco la suerte de los tiv de Nigeria, para los c uales «el tiempo está implícito en (su) pensamiento y habla. pero no constituye una categarla de uno u otra y no necesitan medirlo». 15 Nosotros, en cam bio, angloparlantes incluidos, sf. Y ello comporta que tomemos el tiempo como objeto, como algo determinable y medible. Sólo a partir de Einstein, el tiempo comienza a considerarse forma de relación y no flujo objetivo, al modo newtoniano. Pero ni el propio Einstein se ve libre del feti· chisma de las palabras y recrea el mito del tiempo objetivo como algo que se expande o que se encoge. ¡ . Se opone, además, Elias -como también Prigogine- a la dicotOlIÚa tiempo flsico/liempo social, que no ve sin o como fruto o resultado de las falsas oposiciones del tipo naturaleza/cultura o sociedad y otras semejantes: «Los "hombres" y la "naturaleza" no están en realidad tan separados existencialmente como parece insinuarlo nuestra manera actual de hablar y pensar. Separadas entre sí están las ciencias que tienen por objeto respectivamente la "naturaleza" y los "hombres". Cada representante de una especialidad ciemifica tiende a percibir su campo de estudio como un objeto aislado y adjudicarle una autonomía absoluta fren te a los objetos de investigación de otras ciencias .• 17
No sé si me alejo en exceso de las intenciones del autor al interpretar que esa dicotomía puede disolverse si consideramos que no hay tiempo (físico) sin consciencia y conciencia del tiempo (social y cultural). No creo que esto sea subjetivismo, sino pura desconfianza hacia cualquier dualismo por lo que tiene de artificioso. Como tampoco parecen ser muy diferentes las cosas cuando las contempla un físico como Stephen W. Hawking. Para Hawking, la concordancia entre las tres flechas del tiempo (psicológica --esto es, recordamos el pasado, no el futuro--, termodinámica - progresivo aumento del desorden- y cosmológica --estamos en la fase expansiva del universo-) es la única que hace posible la existencia de seres inteligentes. Las fuentes nutricias de estos últimos se basan en el proceso termodinámico de convertir una fuente ordenada de energía (alime nto) en otra desordenada (calor ); y ese proceso s6lo es posible en una fase expansiva. 11 Por otra parte, y vuelvo a Elias, no se debe cercenar el conlinuunl tiempo-espacio alegremente. Porque todo cambio en el espacio es un cambio en el tiempo y a la inversa. Ocurre, simplemente, que separamos o aislamos uno de otro ",diciendo: 10 que llamamos "espacio", se refiere a relaciones posicionales entre acontecimientos móviles que se busca deteJIDinar, prescindiendo de que se mueven y cambian; por el contrario, "tiempo" denota relaciones posicionales dentro de un continuum en devenir que se busca determinal~ sin prescindir de su transformación y movimientos constantes». 19 Antes de abandonar a tan atractivo pensador, resaltaré que apunta Ellas a una interesante explicación del porqué esas huidas de lo contingente que ya conocemos: .. Según mi opinión, la razón personal por la cual descubrir algo e terno y duradero tras toda transformación posee para los hombres tan alto valor es e l miedo a la propia caducidad: el miedo a la muerte. PIimero, los hombres intentaron superarlo recuniendo a la idea de los dioses etemos; luego pretendieron armarse contra ella con la idea de leyes natu-
14. Otra aclaración: eSloy jugando con ideas tomadas de Fabian, 1983, y de Gadamer, 1993, pp. 1]4 Y SI. Me parece muy oportuna la matización "rillea que sobre la supuesta, por Fabian, homogc~idad del ticmpo dc los informantes hace James W. Femánd.,.¿, 1990, p. ]26. 15. Bohannan. 1966, p. 328. 16. Elias. 1989, pp. 53 Y ss. 17. Ellas, 1989, p. 99.
18. 19.
Hawking. 1989, pp. 189 Y SS. Elias, 1989, pp. 113_114.
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rales eternas que representaban el orden imperecedero de la naturaleza .• Diffcilmente cabe expresar mejor y con menos palabras el dilema de nuestra brevedad -individual. social. biológi· ca incluso- y la ilusión majestuosa. cósmica. de la etemi· dad atemporal . Desde esta óptica, se DOS antojan sospechosos muchos sistemas filosóficos o científicos que se aferran a alguna forma de basamento inmutable o persistente. Elias menciona en este sentido el entusiasmo kantiano por las leyes elentas del cielo o por la ley moral elerna en n~ sotros; también, la obsesión por equiparar ciencias con leyes invariantes o el prestigio asignado por algunos filósofos a la lógica rormal y la matemática pmo. Y reproduce eJ sueño que Bel1rand Russell relató al matemático Godfrey Harold Hardy. En su sueño. el fi16sofo contempla cómo en el a,ñ o 2 100, en una biblioteca universitaria. un bibliotecado, cubo en mano, revisa libro tras libro de las estanterlas y arroja en aquél los que debe estimar inserdbles ya. Con horror de Russell, el bibliotecal;o termina por llegar al volumen que resulta ser el último ejemplar de sus Priucipia Mathematica: alH, el hombre, irritado al parecer por los ex· trai'!.os sfmbolos que ve en sus páginas, balancea indeciso el libro en sus manos ...JI A más de uno, estoy seguro. se nos viene a las mientes la concha del molusco y sus verdades matemáticas. Y, sin embargo, es dificil concebir nuestra chiliz.ación sin la fascinación por lo que permanece y el desdén o el horror hacia lo que cambia. Nuestras ciencias sociales tienen todavía demasiado cerca la filosofía, la metafísica incluso. Negar estas rafees o , )0 que es más frecuente, pre· tender que ya las hemos superado para traspasar comlia· namente el umbral de la ciencia es cuando menos ingenuo o, sencillamente. fruto de la ignorancia. Pues bien, es esa dependencia de nuestros basamentos la que explica muy probablemente esa fascinación por lo inmutable e imperecedero. Asf lo vefa Henri Bergson. Bergson hada responsable 20. El, .... 19119. p , 143 21 EIIM , 1989. p. 144
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de la incomprensión respecto al tiempo a esa largufsima saga que va de Zenón de Elea a Kam. Esto es, desde el nn. cimiento a la negación de la metafísica. u El primero, al Uamar la atención sobre el absurdo del cambio \' el mo\i. miento tal como él los concebia, Ueva a los filósOfos a bus. car la realidad \'erdadera en lo que no cambia; el último, situando el ejercicio de nuestros sentidos y de nuestra conciencia en un TIempo real, estima relath'os los dalos que de ello se derivan y busca una fundamentación en algo que está más allá de la percepción sensoriaJ. El pro. blema es, sigue Bergson, que unos y otros «han retenido del cambio lo que no cambia y del movimiento lo que no se mueve • .u Lo que ocurre es que, aJ razonar acerca del movimiento, lo hacemos «como si estuviese hecho de in· movilidades, y cuando lo miramos, lo reconstruimos con i~movilid3des. El movimiento es para nosotros ulla posi. clón, después otra nueva posición, y así sucesiva e indeR. nidamentell.l,j ¿Y qué sucede con los intervalos entre posiciones, con los pasos? ¿Oué ocurre, en dellnitiva, con el mo\;miento mismo? Pues que o bien volvemos a subcHvidirlo o le da. mas el nombre de paso o cuaJquier otro y eso nos basta. Pero tenemos miedo a pensar el mo\;miento en Jo que tiene de moviente: lógicamente, porque lo hemos llenado de inmovilidades. Ahora bien, «si el movimiento no es todo no es nada: y si por de prontO hemos afinnado que la inmo\·i. Udad puede ser una realidad, el movimiento resbalará de nuestros dedos cuando creamos tenerlo •. n Casi de pasada habrla que recordar que algunos de los más brillantes y famosos análisis antropológicos acerca del tiempo, recalcan precisamente lo inmóvil. Tal es el caso de los justamente célebres ensavos de Leach rel:ui\'os a la representación simbólica del tiempo, donde sostiene la - perspectiva estática durkheimiana de que las im:el'siones '·crea,., el tiempo" al crear los intervalos • .:' 22. 2J H
8erpon. 1976. Ibid .• p . 131. IbuJ." p. 134
25. 26
1b.J.. P. 135. Apud Munn. 1992. Po 102; cursiva del propio Lf:olCh
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El poder del tiempo Esa resistencia ante la temporalidad casa mal con lo que podrla denominarse la obsesión por el tiempo del hombre contemporáneo. Lo ha señalado hace poco Marc Augé al referirse a la más rabiosa acrualidad.17 Ésta, a la que denomina sumJOdemité. viene a ser la Olra cara de la posmodemidad y se caracteriza por el exceso. Ante todo, el exceso de tiempo, dada la superabundancia de aconteci· mientos con que nos bombardean los medios de comunicación. Pero también un exceso de espacio. Curiosamente. mientras el mundo se nos hace cada vez más pequeño, gracias a los viajes y a la perspectiva que dan los satélites artificiales. nuestros hogares se lJenan de muchos espacios de los más remOlOS lugares del planeta por la vfa de la televisión. Un mundo, como bien dice Augé. en el que vivimos pero que no hemos aprendido a rllrrar todavfa. y, añado yo, que será muy dificil que lo logremos si seguimos aCerrados a cienos cimiemos inconmovibles. En todo caso, pienso que ese exceso de tiempo, que como señala Augé, viene a desbordar el tiempo mismo, puede ser el final de un proceso que se inicia con lo que se suele denominar edad contemporánea. Un proceso aquel que ha supuesto el tribu to que esa época ha pagado por ser diferente de los hombres salvajes o primitivos o de su propio pasado. Como dice Hans-Georg Gadamer, . la conciencia histórica que caracteriza al hombre contemporáneo es un privilegio, quizá incluso una carga, que, como tal , no ha sido impuesta a ninguna de las generaciones anteliores_.!I Pero el mundo occidental ha conocido desde la Edad Moderna a la actualidad un imponante cambio cualitati\'O en relación con el tiempo.N Primero la ética protestante, con los controles horarios que. de los monasterios. pasan a regular la vida del cristiano laico. El derroche de 10 que se fragua ya como realidades intercambiables. esto es, del tiempo y del dinero. se convierte en moral y económ ica27. I99J. pp. 36 Y u. 211. 1993 , p ..'1 29 En ~ Irroeu que si&um me ..,.,. de rorma muy resumida, en el ~yo lIObnt t'S1e leITIa de 1¡IeAu de U...!. 19117.
attIr;n~
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mente reprobable. Pero es la Revolución Industrial la que consagra la nueva forma de producción y dominación: «el cronómetro entra en el taUer. y se conviene. en palabras de Coriat . en un instrumento poIrtico de dominación sobre e1 trabajo.Pero nuestro tiempo inmediato es ya muy alTO. La aceleración del ritmo del cambio social provoca la obsolescencia del pasado y hace del relOj digital «el sfmbolo más elocuente de la nueva era_o Servan Schreiver describe con agudeza nuestra situación actual: . EI reloj de esfera y aguo jas se parecía a todos los relojes de los siglos pasados. El tiempo gira en eUos como un caballo con correa alrededor de su domador. En esta circularidad de los minutos y las horas, la duración se enrosca sobre sr misma con eJ planela y la galaxia. Como inmutable. Con el reloj digital por el conlrario el tiempo, al cesar de girar, se pulveriza. Cada segundo empuja al anterior a la nada y pone fin a la ilusión de un tiempo circular y repetitivo._" La negacl6n prnctica del tiempo
Quiero bacer una pausa para confesar en este punto que he sido no sólo usuario, s ino también sien'o de esa aterradora máquina, el reloj digital, y que. desesperado, he vuelto de nuevo al dieciochesco reloj de esfera. Digo siervo porque nunca he abandonado del todo este ultimo. y la combinación de ambos, unida probablemente a mi torpeza y a la baratura del ingenio, hacía que fuera tarea muy penosa compaginar el segundero de uno con ese vértigo de los segundos de otro. Uno de los dos marchaba mal y. al fi· nal. hacía que me preguntara para qué diablos me interesaba a m! saber qué segundo era cuando ya no era. He optado en definitiva por liberar mi mente del problema colocando la vieja ficción en mi muñeca. Creo que algunos (que lal vez hayan superado con é1tila la prueba del digital) nevan. en cambio. algo parecido a 30. Jbul~ p 120. JI. IInd.. pp. III ." U2.
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la esfera repetitiva en sus cabezas. Pondré tres ejemplos. algunos con nombres y apellidos. Los dos primeros suponen, al parecer, un intento de insertar temática antropológica en marcos de palpitante actualidad. El tercero se me antoja pura inmersión en la atemporalidad so capa de análisis antropológico de realidades históricas. Los Lres repl-esentaD, qué duda cabe, novedosos intentos de llevar la investigadón fuera de campos más que trillados en la emografía hispana de los sesenta y setenta (esto es, comunidades rurales más o menos abarcables y homogéneas o el mundo rural, en términos generales). Sin embargo, traIltando de situarse en el tiempo, actual o pasado. se colocan -intencionadamente o no- fuera de él. Tal vez, porque en los tres casos se parta de una premisa cada vez más cuestionable y cuestionada: que lo inmanente, lo recurrente o lo incambiable es len'emo más sólidamente científico que lo fugaz. lo cambiante o la sorprendente conjunción de l~ conocido en diferentes épocas y contextos, pero en combl4 nación difícilmente repetible. El primero de esos ejemplos no es que sea anónimo precisamente. Lo que ocurre es que responde a una pers4 pecliva muy extendida entre muy diversos profesionales de la pluma o de la palabra: periodistas, políticos y, por su 4 puesto, cienúflcos sociales, antropólogos incluidos. ~~ refiero al auge de los nacionalismos en los años que ViVImos y a su presentación como un fenómeno cíclica o periódicamente recurrente. Ni que decir tiene que no puedo abordar aquí el lema en su enonne complejidad. Sí, en cambio, quiero hacer hincapié en algunas notas muy generales del fenómeno. Considero que éste es funda 4 mentalmente histórico. Esto es, que aparece en una etapa concreta; se genera gracias a una confluencia de factores específicos; se desarrolla de una determinada manera ... En suma, se trata de un fenómeno encuadrado en tiempo y espado delimitados. Por tantO, manifiesto mi acuerdo pleno con las líneas generales de planteamientos como los que en los últimos diez años han mantenido Emest Gellner y Ene Howsbawn. 1l Y, por lo mismo, expreso mi también pleno )2.
198& 'J 1991.
~vamenk.
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desacuerdo con quienes. antes y ahora, sostienen que el nacionalismo despierta suSlnHoS dormidos prestos a convertirse, cuando las circunstancias lo permiten, en naciones o incluso en estados. O, peor aún, quienes un tanto a vuela pluma, vislumbran una especie de reviva! tribal -algo asf como una realidad universaJ , transcuhuraJ, panhumanadetrás de los nacionalismos y sus confrontaciones. Ni que decir tiene que ese uso a la ligera de términos como el de tribu implica desconocer la mucha tinta que sobre ellos ha corrido. Término como éste cuyos referentes empíricos carecen de las connotaciones de clara delimüa4 ción territorial que muchos creen ver en él cuando se re4 Beren a enfrentamientos por razones tenitoriales. La fluidez de las fronteras, la dificil deHm.it'ación de los grupos étnicos, la fácil incorporación de elementos foráneos gracias a las manipulaciones de las genealogías hace prácticamen 4 te imposible equiparar esos fenómenos con los nacionalismos comemporáneos. Pensemos sin ir más lejos que el mapa tribal de África (no ya, por supuesto, el mapa de las modernas naciones africanas), dibujado en plena época colonial, responde a los intereses de las metrópolis y está concebido, en cualquier caso, desde mentes cuyo marco vivencial es el estado. No está de más recordar que, detrás de esa búsqueda de sustratos dormidos, hay toda una invendón o construcción romántica y decimonónica que proyecta al pasado las realidades del presente. Así, el historiador Jules Michelet, evocando nada menos que el BnaJ de los Liempos carolingios, se preguntaba retóricamente: _¿ Habíamos perecido sin remedio como nación? ¿No había en medio de Francia una fuerza centralizadora que permitiera creer que todos los miembros se volverlan a unir y fomarlan de nuevo un cuerpo? y otro historiador, también francés, Lavisse, rememora a Juana de Arco hablando con Carlos vm acerca de san Luis y de Carlomagno: _Esta hija del pueblo sabía que Francia existía desde hada mucho tiempo y que su pasado estaba lleno de grandes recuerdos .•JJ ¿Oué pensar de todo 3). Ambooi. 1IpUd Girardet, 1957. P. 151 , cumvu. mlas; pueden ~ CJC!mpac. ~nlai m un inleraanlc aludlo del fenómeno en Mu.nllo Fcmd. 196).
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CONTRA·TIEMPOS ANTROPOLÓOICOS
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esto cuando se sabe que nación. pa(s o palria eran, todavía a finales del siglo xvw, t~nninos locaJes -esto es, de aldea o, a lo más. de comarca o región? El mismo término patria apareda definido así, localmente, en fecha tan. ~fa como la de 1776. es decir. en vísperas de la Revolución . Mudables, además. parecen ser los contenidos de esos términos y los sentimientos que evocan en distintos grupos en el correr de los tiempos. Pensemos en nuestras peninsuJares tierras. De un reciente estudio histórico sobre los conflictos que generaba la administración de las colonias americanas enlre grupos nacionales de nuestro paIs durante el siglo xvn tomo las siguientes palabras: .Contrariamente a Jo que se pueda creer, el vasco intentaba mostrarse como el más español de los españoles [ ...] Se creía el vasco la fior y nata de la "nación española"; detentador de una fidelidad a su rey muy por encima de la de un andaluz, un castellano o un extremeño [... ] Dentro de la "nación espaf\ola" convivfan otras ~'naciones" que juntas componían aquélla. El hecho de aplicar la VOl. de "nación' a los miembros de una comunidad no implica, ni mucho menos, que esos individuos albergasen un senti· miento nacionaL. " Sin embargo. puede ser vano intento mostrar lo mo\'e· dizo y cambiable de estos fenómenos. Si las administraciones locales o autonómicas de estas tierras se empeñan en realizar esa proyección hacia el pasado que practicaron los románlicos. poco puede hacer el investigador que de· penda de subvenciones procedentes de esas .~entes: Com.o escribe un sociólogo estudioso de la AdrnIDlstraClón pu· blica, ésta realiza una definición de la realidad que supo. ne una neta demarcación entre . dos mundos diferentes: el mundo de lo que por ser existente es relevante para su consideración l. .. ] y el mundo de lo que por su ine.'tisten· cia es irrelevante para la Administración •. M Bien entendi· do que los criterios de existencia e inexistencia no ticncn 14 Uobt;....:IIwn. 1991. p. 99 15. !ktnno, 1991, pp. ]0.]1. Nación: _En e1.1'KYn n'Ju- fue un Ibmlno.-. p-ifico [... ] , . dmammlr .....1eI drI 17 dr)uUo dr 1789 no hubo runaün parWno que' ¡n&an~""''' 0ppr0brlmeT. 1976. P. 17. 16. ~Itrin. 1991 p. 166.
,..ricot •.
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por qué coincidir con los del ciudadano. Es la Adminis· tración la que decide lo que es rele\'ante y por tanto real o existente. Frente a esa realidad se estrella toda crítica. Amigos arqueólogos me cuentan las dificultades administralivas con las que se topan cuando un yacimiento desborda los Iímiles de una comunidad autónoma. A nosotros nos puede pasar lo mismo, si no nos está pasando ya. El estudio de las identidades aUlonómicas. con la a veces obsesiva búsqueda de lo especifico andaluz, vasco ... o lo que sea, ro7..a o cae sin más en el peligro al que vengo reCiriéndome. y entonces sirve de muy poco la sabia advertencia de lodo un teórico del fenómeno nacional, cuando aventuraba hace ciento once años, en 1882. la posibilidad de una con· federación europea, superadora de los nncionalismos belicosos. Decfa EmeSl Renan: _Las naciones no son algo cIerno. Han tenido un inicio y tendrán un final.. J ' Clru"O que es posible que lo que provocara las palabras de Renan fuera no tanto la deseada unidad europea como la temida nación gennana. Vayamos ahora al segundo ejemplo. Tiene que ver con lo que Michel Maffesoli ha denominado el reencamamien· 10 del mundo." Se trata, mucho más que en el caso anterior. de una tendencia o una actitud bastante extendida en la investigación antropológica, en nuestro pa(s y fuera de él. Se manifiesta a través de una yo dirla que obsesiva y casi exclusiva dedicación a las ocasiones festivas, muchas veces religiosas y algunas otras profanas. Frecuentemente. la lógica preocupación por situar esos hechos en un con· texto social hace que se busquen las conexiones que la fiesta. romería o procesión de que se trate tiene con fenómenos de identidad grupal: local. comarcal o de comunidad autonómica. Lo cual viene a jugar el papel de aval de que el antropólogo se ocupa de cuestiones actuales. pero sin abandonar en absoluto la temática más añejamente antro· pológica. Tradición -de anteayer, a veces- fundida tenitorial]7 l8
1917. p. 14 1990.
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mente con la demarcación de unidades administralivas. y con ello va rozamos esas definiciones de la realidad a que me referÍa hace un momento. He sido testigo ~nLre di· vertido y estupefacto- de cómo algunos responsables de la Administración (estatal, autonómica, pro\'incial) aceptan con naturalidad que el oficio de antropólogo tiene mucho que ver con fiestas, festejos y festh;dades. Tal vez, el riesgo que puede correrse es que algún geslar de caudales públicos piense algún dIa que, ya que las estudiamos. por qué no actuamos también de pregoneros de esas actividades lúdko-religiosas. Actitud. qué duda cabe, encomiable desde la óptica ahorrativa de un buen administrador. pero qUi7..á algo atentatoria contra la dignidad pl"Ofesional del antropólogo. Probablemente, por eso no venga nada mal que en muchos trabajos antropológicos que aborda.n estas cuestiones aparezcan con enorme fr-ecuencia los términos rito y ritual. TaJ vez, muchas veces no signifiquen nada o muy poca cosa, o es posible que contribuyan a que nuestros saberes y prácticas parezcan bastanle más crípticos de lo que ya se supone que son. Pero, en todo caso, pueden apol1ar algo así como un seUo de caBdad o denominación de origen y e\'ilar esas lamentables confusiones. De todos modos , estrategias como éstas son comprensibles. La bondad de los resultados cuando de ellas se derivan investigaciones emphicas es, obviamente, muy dispar. En otl'3 ocasión y a propósito de esto mismo escribe que me preocupaba que el dIa de mañana algún lector de la etnogrnrra hispana pensara que nuestro hoy era puramente festivo y aproblem<\tico." También me preocupa que muchas o bastantes im'cstigaciones de esa especie se apoyen en un sustrato tcólico e ideológico afin a ese supuesto rumcanlamietlto del mundo. Es decir, en ese discurso de Maffesoli que consiste en concebir la sociednd actual. o posmoderna, como simple imagen invertida o especular de la sociedad moderna. La misma expresión reellcantamiento no es sino la contraria 39
Luque. 1991
245 de la webetiana desencancamietilo." Como Jo son igualmente eslas otras: lo local frente a Jo global, el pueblo frente al proletariado, la magia frente a la r~6,. o la masa [rente al individuo'" Ni que decir tiene Que son los primeros términos de estos pares de oposiciones los que definen, según Maffesoli. nuestro momento histórico. Un momento, hay que apuntar, Que se parece demasiado a lo que antecedió a la modernidad, si bien los contenidos son diferentes: .Podemos imaginar que hoy en día nos hallamos ante una rorma de "comunión de los santos~. Las mensajelias informáticas, las redes sexuales, las distintas solidaridades y las convocatorias deporti\'as y musicales son sendos índices de un e/has en formación [ ...] nuevo Espíritu del TIempo .• f..! Pero lo de nuevo resulta gratuito si pensamos que en este mundo reeltcantado .se sacrifica a "dioses" locales [ ...] que pueden haber cambiado de nombre desde la antigOedad grecorromana pero cuya carga emblemática sigue siendo idéntica a sE misma 11 •.., En realidad, no sé qué imla más de u.n planteamiento como éste: si lo ficticio de las oposiciones binarias o la fascinación por el retorno de lo mismo. Lo primero suena a puro pulso dialéctico con un manual de modernización so-ciopolírica de los años sesenta. Supone, además, tomar c.omo dato de realidad lo que es ante todo categoña anaUlIca. Ahora bien, la complejidad, que muchos consideran con justicia la man:a de nuestra época (en el pensamiento yen la \'i?a) , casa mal con esos dualismos simplificadores. que reflejan tan pobremente las realidades sociales antiguas, ~odernas o posmodemas. En cuanto a lo segundo, no es SinO una muestra más de esa dificu.ltad para entender y aceptar la lrre\'ersibilidad del tiempo. Antes de abordar el tercer ejemplo, es conveniente una aclaración. Es posible que cierta antropolOgía hayn exage40 Em¡'If'eIiU probablememe desnnadlo al fnlCUC) OImo ....1\lI.Ia F.lKan. va Par_ Intentó• .5ln wto. 4punfYml Wd,~,."s bnlLrlllly rorukrlStd o""lwtc.J "","""';1$ flouI "1M COfUtnICts fror,t IlIar hUlont:aI, r~pDf'fII subsulltUo (f.bian. 1983. p . 23) 41 MafJ~i. 1990. pp. 66. 70. lB \ I~ 42. JbuI.• p . tJ.5. "l_ lbul , Po 92. CW'S,,",llI. mln. 50rIS
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rada la singularidad de las culruras y la consiguieDle difi· cultad para entenderlas desde (uera. sin imponerles las ca· legarías. ,,'alores. óptica. vivencias en suma, de la cultura de la que el investigador procede. Situación esta que, sin duda, responde, más que al presente. a la concepción de otra época en el desarrolJo de la disciplina. Al margen de que el antrOpólogo trabaje cada vez. más en su propia o se· mejante sociedad y los problemas sean mucho más sutiles, hay que tener en cuenta que el absoluto aislamiento de socied.ades y culturas nunca ha sido más que una premisa teOrica sin apenas apoyatura empírica. Además, el planteamiento mismo (fuera/cumro) revela a las claras el primado del espacio. En breve, que la comunicación entre mundos culturales distantes y distintos no sea en modo alguno fácil, no quiere decir que sea imposible. Algunos deben pensar que lo que no plantea, en cambio, ningún problema es el estudio antropológico de otra época de nuestra propia historia. Me refiero a una apona· ción reciente sobre la imagen del rey en la monarquía de los Austrias." Voy a detenenne muy poco en esta tercera y última ilustración. El texto aquí habla casi por sí solo. De ella me interesa destacar algunas notas finales de un largo y \-"CT. balmenle enrevesado discurso. Como se trata de materia propiamente histórica (una época bien delimitada en el tiempo), uno esperarla que el antropólogo no cayera en la seducción de lo inmóvil o pennanente. Por desgracia. no es el caso. Tras ad\'enir que no es lo mismo la realeza austriaca. babilónica, del Sali de hace poco o del Egipto de hace mucho, asiria o escandinava ... se dirla que nos enea· minamos ya a conocer la especificidad de la que se estudia. Pero no. De ahí se nos lleva, primero, a añejos conceptos espaCiales como son los de drea y subdreas culturales, para abocar. luego, a la más concreta del mundo indoeuropeo, lodo eUo combinando las «aportaciones históricas de Du· mézil. con eJ «análisis estructural del mismo fenómeno a lo Needham.:' 44 Uaón. 1992. 45. lhuL p. 178
CONTRA·TIEMPOS ANTROPOlÓGICOS
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Pero el autor no parece confonnarse con esa concre. ción espaciaJ y sigue avanzando: -Esta constatación de fi. liación y penenencia a una e.'ttensa y prorunda área cultu. mi, con ser imponante y verdadera. presenra un reto intrigante a I.a reO~'tió~ imaginativa del antropólogo: ¿quedan por esta lOcardinaclón cultural explicadas as! la monarquía y la realeza? En modo alguno; debe seguir inquiriendo y b~scando conexiones más primarias y ekmentales. princi. plOS toda\'fa más un;versales y engloban tes que incluyan en este cas~ concreto a la reaJe1.8 o más exactamente preparar el tránsllo de la reaJeza de los Austrias a lA Realeza esto es a una concepción meta{fsiCQ de mayor distribución '[...]. un ~~o p~mario y rundamental de clasificación, un comple. JO slrl tétrco melllal. un arquetipo [ ...] El que entiende la Realeza como adscrita sólo a un tiempo. forma política o persona concl'ela ha perdido su sigl1ificado potel/cial esen. cial. Mrs. Thatcher rezumaba realeza.... Lo único que de verdad comprendo, aunque no com. parto. de esta parrafada es el encendido entusiasmo ante la ennoblecida dama británica. Pero no tengo empacho en declarar que no me importa perderme el significado potencial esencial de nada. Tampoco creo mucho en lA Rea/~za ni en cosa alguna con mayúsculas. Dudo. además. kanll3namente. de muchas mela{ísicas, Desconfío profun. damenle de todo lo primario y elemental, algo que me recuerda la inútil búsqueda de átomos que terminan siendo divisibles ... Echo de menos, en cambio. un estudio antro. pológico de la génesis y Lransformaciones -rituaJes si se quiere-- del Estado moderno en la Espana de los' Aus. trias. De momento, me temo que haya que seguir confiando en el ~uen quehacer de historiadores y sociólogos. Pienso, por ejemplo, en ese magnífico estudio de Peter Burke sobre la {abn'cación de Luis XIV de Francia, donde se combi. nan magistralmente el estudio del ritual de la corte con el de las técnicas de propaganda que preanuncian nuestra época. Burke apela, precisamente. a la estrategia de los nn. lropólogos, especialistas en otras cuJturas. para hacer inte. "6.
lbiJ., pp. ISO Y 181
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CONTRA-TIEMPOS AATROPOLÓGICOS
Iigihles al bombre de hoy el ritual politico de la segunda mitad del siglo xvn, dada la dislaDcia cultural que separa una de otra época. u Cautela esta que no deberla resultar novedosa para quienes. desde cualquier óptica disciplinar. intenten acercarse a época tan próxima y distante a la vez como la de la sociedad conesana. Ni Que decir tiene que estay aludiendo a lo que representa el espíri~ y la ohra con· creta de Norbert Ellas," Historiadores y sociólogos han debido aprender la lección de los antropólogos; en nuestro caso basta que la recordemos.
mente de reliC\'"e las dificultades del antropólogo que no quiere huir a la galaxia de las verdades malemálicas. Nues· lro tiempo, cualquier tiempo, nos lanza retos nuevos y di· ferentes que no podemos ni siquiera afrontar, y mucho menos entender y explicar, si buscamos refugia en la repetición, en el sustrato dormido, en lo universaJ o en lo inmanente. El estudio de lo actual impone, como nunca tal vez, la necesidad de una perspectiva histórica , porque el presente -también como nunca- se hace pasado mucho antes de que podamos asimilarlo. Verdaderamente, nuestra época nos impone un rilmo tan vertiginoso que conviene en más que problemática la vieja y extendida afición de los antropólogos por lo duradero, por lo que viene del pasado, Augé resaJta que ese exceso de acomecimienlOs, unido al intento de comprender todo el presente, hace dificil otorgar senlido a la historia e incluso al pasado reciente.~ Con carácter más pesimista o más radical. Agustín García Calvo habla de nueSLrn circunstancia como cun tiempo \'ado y siempre futuro, donde nada pasa, puesto que todo lo que pase ya ha pasado: es Hisloria en el momento que sucede [ ... ] Y la imagen más perfecta de esa reducción de la vida a historia [... ] nos la presenta aquI mismo y cada día la Televisión: por el solo hecho de estar encuadrado en la pequei'\.a pantaUa, todo lo que sucede está ya sucedido, es en el mjsmo momento Historia •. " OlTO autor subraya, precisamente, la inautenticidad del mundo que nos rodea, caraclerizado por preferir el confort de lo desechable a lo que dura tiempo, o que opta por el cambio superficial en vez de una cierta estabilidad .donde se sedimentan la experiencias y el significado •. !l Por desgracia, no podemos elegir nuestro tiempo .• En realidad -dice Gadamer- la historia. no nos pertenece, sino que nosotros pertenecemos a ella .• !) Y ese inacabable nujo del tiempo se nos presenta hoy como un calidoscopio cuya enJoquecida combinación de piezas -como esa que
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Eppu r. si m u ove! A"d yet, alld yet ... Negar la sucesiÓn temporal. negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a dire· renda del infierno de Swed.enborg y del infierno de la mitologfa tibetana) no es es· pantoso por irrea1; es espantOSO porque es Irreversible v de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo ~ un río que me arrebata, pero yo so}' el río: es un tigre que me destroza, pero yo so\ el ti· gre; H un fuego que me consume, pero \"0 so,. el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borgcs.
.
Las ilustraciones que anleceden no agolaIl, por supues· lO, la panOrámica de la investigación antropológica actual de nuestro país. Mi propósito no era tan ambicioso. A1gu. nas desbordan nuestras realidades y nuestra disciplina; por otra parte, como sugería al principio, estoy convencido de que otros tipos de investigación que abordan asuntos de palpitante aClUalidad no se ven en absoluto libres de pro· blemas de fondo semejantes. En todo caso, espero que los ejemplos a que me he l-eferido hayan puestO suficiente· 47. .. 49
BlII'V, 1992. p. )6 1982. 8orJet. 1911. P 117.
1993, p. n .
50
A~,
.51_
Garda CalYO, 199), p. 291.
.5.2
FffTVOli, 1990, p. 91. En MulleT·VollnLT, 1990. p. 261
.5)
ANrROPOLOGfA poL1TICA
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alucina al periodista de mi cita inicial- no p~e anunciar ninguna tendencia ni permitir ningún pron6suco. Son, paradójicamente. las ciencias duras. ~uc.ho más que nuestras disciplinas humanIsticas. las que mSlslcn. hoy la.?lO en la irreversibilidad del Liempo cuanto en las stngulandades
de las configuraciones de cada tiempo,so Tal vez sea ése un~ de los pocos consuelos que nos quedan: que esta época ru
nosorros ni nadie va a volver a \'ivirla jamás.
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íNDICE Presenlación ..............................
7
Sobre anlropologfa política ................... Poder y dramaturgia política .. , ...•. , .. ,......
17
En lomo a la frontera ...........•..•..•..•.. El reto de las organizaciones ......•.•...•.... , Comunidad rural y Estado ... . . . . . . . . . . . . . . . . . Jefes y Ifderes ............................. Aislamiento y caciquismo: el medJador inevitable. . . Amigos y enemigos ......................... El poder del lenguaje _ ... _ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Contra-tiempos antropológicos .....•.... _ . . . . . .
Rererencias bibliográficas. . . . . . . . . . . . . . .. . . . . .
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47 83 10 J 119 141 153 169 203 227 251