Annotation
En la selvática jungla de las Sunderbunds, en la desembocadura del Ganges, vive un intrépito cazador de serpientes, llamado Tremal-Naik, con unos pocos siervos fieles, un tigre y un perro. Un dia la paz de su vida se ve turbada por la aparición de una bellísima y misteriosa muchacha, a la que vuelve a encontrar más veces en la jungla, siempre en el mismo lugar y a la caída del sol. Ella le mira sin hablarle, como suplicando tácitamente su ayuda, y luego desaparece.
EMILIO SALGARI
Los misterios mister ios de la jungla jungl a negra
Los piratas de Malasia Mala sia Nº1
Traducción de Elena Clavaguera
Ediciones Gaviota, S.L.
Sinopsis En la selvática jungla de las Sunderbunds, en la desembocadura del Ganges, vive un intrépito cazador de serpientes, llamado Tremal-Naik, con unos pocos siervos fieles, un tigre y un perro. Un dia la paz de su vida se ve turbada por la aparición de una bellísima y misteriosa muchacha, a la que vuelve a encontrar más veces en la jungla, siempre en el mismo lugar y a la caída del sol. Ella le mira sin hablarle, como suplicando tácitamente su ayuda, y luego desaparece.
Título Título Original: Original: Il Il misteri mister i della del la jungla j ungla nera ner a Traductor: Traductor: Clavaguera, Clavaguera, Elena Autor: Autor: Salgari, Sal gari, Emil Emilio io ©2001, Ediciones Edici ones Gaviota, S.L. Colección: Biblioteca universal de clásicos juveniles ISBN: ISBN: 9788439209324 9 788439209324 Generado con: QualityEbook v0.60
Prologo La novela de aventuras, aventur as, con fondo de un espíritu espír itu románti romántico, co, con protagonistas protagonist as que pugnan movidos or causas nobles, tiene su apogeo a mediados del siglo XIX. Constituye el renacimiento de los valores que nunca perecen, enalteciendo la valentía, el sacrificio sin límites de desaliento, encarnado or unos héroes que han de triunfar ante maravillosas peripecias que conmueven al lector. En estas novelas los autores entran rápidamente en la acción, y nadie podrá adivinar lo que podrá ocurrir al final de cada capitulo, pues la sorpresa, la traición o el fracaso de proyectos impiden paulatinamente, paulatinamente, sagazmente, el que logre sus objetivos el protagonista. No se escatima el reconocimiento del valor en el adversario, ni su fortaleza e inteligencia, pero las excepcionales cualidades humanas del rotagonista, su intrepidez y el apoyo que le proporciona la causa por la que lucha, le convertirá en el triunfador que se merece su triunfo, hundiendo al enemigo traicionero y en algunas ocasiones también cobarde. Es una acción trepidante, con descripción de lugares recónditos e inaccesibles, ancestrales costumbres, costumbres, odios y veneraciones arraigados en los indígenas, i ndígenas, naturaleza exuberante ante la que el protagonista prot agonista se encuentra sobrecogido, pero que precisa dominar y superar. Las novelas nove las de aventuras ave nturas de Emilio Emil io Salgari en Ital I talia ia se podrían considerar conside rar equivalentes equival entes a las l as de Julio Verne en Francia, o a la de Karl May en Alemania, con su novela de indios «Winnetou» y con la mundialmente famosa del norteamericano Fenimore Cooper «El último mohicano». Un pueblecito de Ver Verona ona acogerá la niñez de Emilio Salgari, y siendo joven j oven logra colaborar en el eriódico infantil «II Giornalino delta domenica», en el que escriben los mejores autores, como Ida Baccini o Luigi Bertelli. En esta época los escritores eran unos asalariados de los editores, y Emilio Salgari entró a trabajar a sueldo con un editor de Turín, comprometiéndose comprometiéndose a entregarle tres novelas de aventuras por año. Salgari era un escritor con dotes literarias inagotables, cumplidor de sus obligaciones y empeñado en mantener un brillante nivel literario y descriptivo en sus novelas, por lo que un esfuerzo tan agotador terminó socavando su salud mental. De gigantesco éxito editorial se uede calificar el conjunto de las novelas de Salgari, traducidas a muchos idiomas, traspasando fronteras de países y de edades, pues entusiasmaban a jóvenes y adultos. Amplia fue también la roducción literaria de Salgari, clasificándose por ciclos según su temática las novelas publicadas. Citando únicamente una parte mínima, «Los misterios de la jungla negra» pertenece al ciclo de iratas junto con «Los piratas de Malasia» y «Sandokan»; al de corsarios, la famosa del «Corsario negro» y «La reina de los Caribes»; al de las Bermudas, «Los últimos filibusteros», al de África y Oriente, «Las panteras de Argelia» o «El león de Damasco»; al ciclo de Rusia, América y Far West ertenecen «La capitana del Yucatán», «Los horrores de Siberia» y «Las selvas ardientes». Salgari entra con su vivaz acción repleta de peligros, acechanzas y situaciones desesperadas en «Los misterios de la jungla negra». El héroe ha de rescatar a la bellísima y joven Ada, secuestrada por la tenebrosa secta de fanáticos salvajes. Emilio Salgari se preocupa de situar la acción en la India, en los arenales y pantanos de Ganges, describiendo en los momentos adecuados a la tensión emocional de la trama las costumbres, los paisajes exuberantes, los voraces animales y los instintos sanguinarios que hierven en sus enemigos, a los que en ocasiones no quiere torturar para obtener sus confesiones y les perdona la vida cuando no es imprescindible destruirlos. También el héroe cuenta con buenos y leales amigos, hombres y fieras salvajes, que le son fieles hasta la muerte. El lector también termina haciéndose amigo del héroe. Emilio Salgari, Salgari , a lo largo de esta novela, nos describe descri be el Ganges y la India Indi a dominada por los ingleses, con un ejército anglo-indio dominando la mayoría del inmenso territorio. Este dominio se veía dificultado por el menosprecio con que miraban los indígenas las reformas progresistas y por la referencia de la gran masa de la población en estar dirigidos por dueños o señores que participaran
de sus creencias y costumbres. Era general la antipatía contra la civilización extraña inglesa, que imponía una serie de prescripciones soportadas con dificultad, mediante la construcción de canales, caminos y mejoras materiales. La administración inglesa no conseguía dominar las plagas, como la este bubónica, ni el hambre. Para combatir la peste bubónica y evitar su propagación se dictaban medidas que, llevadas a cabo con gran rigor, se tenían que oponer a las prácticas y creencias del ueblo más supersticioso de la tierra. Los soldados tenían que entrar en los zenanas o harenes para hacer salir a las mujeres y examinarlas en centros públicos; tenían que desinfectar los templos, lo cual suponía para los indígenas un desprecio de sus ritos; rit os; era necesario destruir destr uir casas contaminadas, emplear productos farmacéuticos, lo cual era visto con gran recelo. El indianismo buscaba como aliado natural al islamismo, contra los dominadores. También había pueblos nómadas que hacían la guerra con entusiasmo y por oficio, maestros de la emboscada y de la sorpresa, que combaten de noche empleándose en cacerías de soldados o se lanzan en grandes masas sobre los campamentos de soldados para impedirles el descanso durante días y noches. Un país de valles tortuosos, mesetas escarpadas y espesos desfiladeros, en que las armas inglesas poco podían frente al fanatismo de los que entregaban su vida a cambio de matar un buen número de cristianos, cuya matanza les aseguraba el paraíso de Mahoma. Los «cipayos», soldados a sueldo de los ingleses, son odiados por la oblación, aunque cuando han de contar con ellos apelan a sus sentimientos nacionalistas para obtener su ayuda encubierta. Una región en la que todo era grandioso, y las estadísticas nos narran que en la India, sin contar Bengala, llegaron a tener sesenta y dos millones de vacas, animales sagrados, once millones de búfalos y más de trescientos mil camellos, sin incluir cerdos y elefantes, haciendo un total incompleto de animales de ciento seis millones, todo ell o para unos ciento cincuenta millones de habitantes solamente. Las exportaciones se realizaban principalmente por mar, siendo el trigo, el arroz, el algodón, la quina, añil, tabaco y el opio su mayor riqueza, aunque el hambre atenazaba a millones de indígenas, divididos en múltiples castas. Describe las aventuras dentro de un contexto real. El Ganges, el gran río del Indostán, cuyas primeras corrientes que lo forman nacen en el Himalaya occidental, siendo sus principales afluentes el Baguirati, Ianavi y el más caudaloso, el laknanda. Desde esta confluencia, el río toma ya el nombre de Ganga o Ganges, cruzando por zonas montañosas hasta la llanura de Haridvar, donde empieza a la derecha el Gran Canal del Ganges, que sirve para el riego y la navegación, con quinientos kilómetros de longitud. Después pasa por Benares confluye con el gran río Gogra, ensanchándose y formando numerosas islas, pasando por Raymahal, unos sesenta kilómetros más abajo empieza el delta, uniéndose el Yellingui, formando el Hugly, que asa por Calcuta y desemboca en el extremo occidental del delta. Continúa el Ganges con el nombre de Padma, Padma, y desde su orilla ori lla derecha arrancan multit multitud ud de corrientes que cruzan todo Bengala inferior van a desembocar en el golfo golf o por numerosas numerosas bocas. Después de la confluencia confl uencia con el Bramaputra, Bramaputra, se llega al delta, que es dos veces mayor que el del Nilo, variando su anchura y profundidad según las épocas. En el mes de julio, en su crecida periódica, el Ganges inferior llega a tener de 10 a 15 metros de profundidad y hay puntos del delta en el que su anchura llega a ciento cincuenta kilómetros. La cuenca del Ganges ocupa una superficie superior a un millón de kilómetros cuadrados. La región del de l Ganges es la India Indi a propiamente propiament e dicha, el país paí s por excelencia de la raza aria, y el Ganges inferior es el país del cólera. En el delta todo es agua y fango, sobre todo en el centro y en el sur. En la región de Sunderban el terreno es una mezcla de agua fango con vegetales podridos, que bajo la acción del sol exhalan terribles miasmas, las miasmas del cólera morbo asiático. Allí puede decirse que el único producto es el arroz. En las proximidades del mar el suelo aparece cubierto de juncales, formado de sundaras, a las que el país debe su nombre. En el Sauderban o Sundarband se abren las innumerables bocas del delta, todas ellas útiles para la navegación. El fango que estas bocas llevan al mar es tanto que a 100 km de la costa, las aguas del mar tienen otro color. Como en la boca del amazonas, luchan la marea que sube y la corriente que
baja produciendo el fenóm f enómeno eno que llaman «bore». Gran parte del río es navegable. Para los indios indi os el Ganges es el río sagrado: servía serví a de sepultura sepult ura y en sus orillas oril las se hallaban hall aban los santuarios más venerados, y sus aguas se reservan para las más apacibles y complicadas ceremonias dedicadas en honor de Brahma. Ganga, diosa de la pureza, que personifica el Ganges, se representa or una hermosa mujer, vestida de blanco y coronada, que se halla reclinada sobre un pescado. En la India la diosa Ganga es objeto objet o de un culto cult o especial especi al en unión de Giumara y Sarenasati, formando la trinidad conocida con el nombre de Tribeni.
PRIMERA PARTE LOS MISTERIOS DE LOS LOS «SUNDERBUNDS» «SUN DERBUNDS»
I. EL ASESINATO El Ganges, este famoso río celebrado por los indios antiguos y modernos, cuyas aguas consideran sagradas aquellos pueblos, después de surcar las nevadas montañas del Himalaya y las ricas provincias de Sirinagar, de Delhi, de Odhe, de Bahar y de Bengala, a doscientas noventa millas del mar se divide en dos brazos, formando un delta gigantesco, intrincado, maravilloso y quizá único del mundo en su género. La imponente masa de las aguas se divide y subdivide en una multitud de riachuelos, de canales y de canalitos que recortan de todos los modos posibles la inmensa extensión de tierras comprendidas entre el Hugli, el verdadero Ganges y el golfo de Bengala. A partir de aquí una infinidad de islas, islotes, bancos se extienden hacia el mar y toman el nombre de Sunderbunds. No hay nada más desolador, más extraño ni más espantoso que la visión de este Sunderbunds. No hay ciudades, ni pueblos, ni cabañas, ni cualquier posible refugio; desde el sur hasta el norte y desde el este al oeste no se divisan más que inmensas plantaciones de bambús espinosos, apretados unos contra otros, con sus cimas moviéndose con el soplo del viento, apestadas por las exhalaciones insoportables de miles de cuerpos humanos que se pudren en las aguas aguas envenenadas envenenadas de los canales. c anales. Es raro descubrir a una banián despuntando por encima de aquellas cañas gigantescas: aún más raro ver a un grupo grupo de mangu mangueros, eros, pescadores pescador es con c on esperavel1 o de que os llegue al olfato el suave perfume de azmín o del mussenda, que afloran tímidamente en aquel caos de vegetales. Durante el día, un silencio inmenso, fúnebre, que infunde terror a los más osados, reina como soberano; por la noche, en cambio, hay un terrible estruendo de gritos, rugidos, silbidos y chillidos que hiela la sangre. Decid al bengalés que ponga sus pies en Sunderbunds y se negará; prometedle cien, doscientas, quinientas rupias, y nunca haréis variar su firme decisión. Decid al molango2 que vive en Sunderbunds, desafiando al cólera y a la peste, a las fiebres y al veneno de aquel aire emponzoñado, que entre en aquellas junglas, y al igual que el bengalés no lo hará. El bengalés y el molango no se equivocan: adentrars adentrarsee en aquellas junglas junglas es ir al encuent encuentro ro de la muerte3. En efecto, allí, entre aquellos amasijos de espinos y de bambúes, entre aquellos pantanos y aquellas aguas amarillas, se esconden los tigres espiando el paso de las canoas y hasta de los veleros, para echarse sobre el puente y agredir al barquero o al marinero que osara mostrarse; allí nadan y espían a la presa horribles y gigantescos cocodrilos, siempre ávidos de carne humana; allí vaga el formidable rinoceronte al que todo le molesta y le irrita hasta enloquecer; allí viven y mueren las numerosas variedades de serpientes indias, como la rubdira mandali, cuya mordedura hace sudar sangre, y la pitón, que tritura a un buey entre sus anillos; y allí a veces se esconde el thug indio, esperando ansiosamente la llegada de algún hombre para estrangularlo y ofrecer su vida inmolada a su terrible divinidad. No obstante, en la noche del 16 de mayo de 1855, un fuego gigantesco ardía en los Sunderbunds meridionales, precisamente a unos trescientos o cuatrocientos pasos de las tres bocas del Mangal, río fangoso que se separa del Ganges y desemboca en el golfo de Bengala. Aquel resplandor, que destacaba vivamente sobre el fondo oscuro del cielo, produciendo un efecto fantástico, iluminaba una vasta y sólida cabaña de bambú, en cuyo suelo dormía, envuelto en un gran «dooté» de «chites» estampado, un indio de estatura atlética, cuyos miembros, muy desarrollados y musculosos, denotaban una fuerza poco común y una agilidad animalesca. Era un buen ejemplar de bengalés, de unos treinta años, piel cobriza y muy brillante, recién untada de aceite acei te de coco; tenía unos unos hermosos hermosos rasgos, r asgos, labios labi os carnosos car nosos pero no grandes, grandes, que dejaban deja ban entrever entrever una dentadura admirable, nariz torneada, frente alta, jaspeada con líneas de ceniza, señal propio de los de la secta de Siva.
El conjunto mostraba una rara energía y un valor extraordinario, cualidades de las que carecen casi siempre sus compatriotas. Como se ha dicho, dormía, pero su sueño no era tranquilo. Gruesas gotas de sudor regaban su frente, que a veces se encogía, se ofuscaba; su ancho pecho se alzaba entonces con ímpetu, descomponiendo el «dooté» que le envolvía; sus manos, pequeñas como las de una mujer, se cerraban convulsamente y corrían hacia la cabeza, quitándose el turbante y dejando al descubierto el cráneo cuidadosamente afeitado. De vez en cuando cuando salían salía n de sus labios labi os unas unas palabras pal abras truncadas, truncadas, frases raras, r aras, pronunciadas pronunciadas en un tono tono de voz dulce, apasionado. «Mírala —decía sonriendo—. El sol se pone... cae por detrás de los bambúes... el pavo real calla, el marabú se levanta, el chacal ruge... ¿Por qué no se me muestra?... ¿Qué he hecho yo? ¿No es éste el lugar? ¿No es aquél el «mussenda» de las hojas ensangrentadas?... Ven, ven, oh dulce aparición... sufro, sabes, sufro sufro y anhelo anhelo el e l inst i nstant antee de volverte vol verte a ver.» ve r.» «¡Ah!... Aquí está, aquí está... sus ojos negros me miran, sus labios sonríen... ¡Oh, qué divina es su sonrisa! Mi visión celeste, ¿por qué permaneces muda delante mío? ¿Por qué me miras así?... No tengas miedo de mí; soy Tremal-Naik, el cazador de serpientes de la jungla negra... Habla, habla, deja que yo oiga tu dulce voz... El sol se pone, las tinieblas caen como cuervos encima de los bambúes... no desaparezcas, no quiero, ¡no!, ¡no!, ¡no!» El indio lanzó un grito agudo, y en su cara se dibujó una gran angustia. Con el grito, un segundo indio salió corriendo de la cabaña. Era de estatura más baja y de cuerpo muy ágil, con las piernas y los brazos semejantes a bastones nudosos recubiertos de cuero. Su actitud era ferocísima, su mirada hosca, un corto languti le cubría las caderas, unos pendientes colgaban de sus orejas, todo en suma mostraba a primera vista que era un maharato, miembro de la población belicosa de la India occidental. —Pobre amo —murm —murmuró uró mirando mirando al dorm dor mido—. ¿Quién ¿Quién sabe qué terrible terribl e sueño sueño turba turba su descanso? Atizó el fuego y luego se sentó junto a su amo, agitando suavemente un abanico de preciosas plumas de pavo real. —¡Qué —¡Qué misteri misterio! o! —susurró —susurró el hombre hombre que dormía dormía con voz entrecor entrecortada—. tada—. ¡Me parece par ece estar viendo manchas de sangre!... Huye, dulce visión... te ensangrentarás. ¿Por qué todo aquello rojo? ¿Por qué aquellas ataduras? ataduras? Así pues, ¿se quiere estrangular estrangular a alguien?, alguien?, ¿qué ¿qué misterio? —¿Qué —¿Qué dice? —se pregunt preguntóó el maharato, sorprendido—. sorpr endido—. Sangre, Sangre, visiones, visi ones, ataduras... ataduras... ¡Qué ¡Qué sueño sueño tan extraño! De pronto, el hombre que dormía se estremeció; abrió de par en par los ojos chispeantes como dos diamantes negros y se sentó. —¡No!... —¡No!... ¡No...! ¡No...! —exclamó —exclamó con voz ronca—. ¡No ¡No quiero!... El maharato maharato le l e miró con ojos compasivos. —Amo —Amo —murm —murmuuró—. ¿Qué ¿Qué te sucede? El indio pareció volver en sí. Cerró los ojos, luego los abrió de nuevo, mirando fijamente el rostro del maharato. —¡Ah, —¡Ah, eres tú, tú, Kamm Kammamuri! amuri! —exclamó. —exclamó. —Sí, amo. —¿Qué —¿Qué haces haces tú aquí? aquí? —Te estoy velando velando y alejo a los l os mosquitos. mosquitos. Tremal-Naik aspiró con fuerza el aire, pasándose varias veces las manos por la frente. —¿Dónde —¿Dónde están Hurti Hurti y Aghu Aghur? r? —pregu —pr egunt ntó, ó, tras unos unos instantes instantes de silencio. si lencio. —En la jungla. jungla. Ayer Ayer por la noche noche descubrieron descubrier on las huell huellas as de un gran gran tigre y esta mañana mañana han ido a cazarlo.
—¡Ah! —¡Ah! —dijo —dij o TremalTremal-Naik Naik por lo bajo. baj o. Arrugó la frente y un suspiro profundo, que parecía un rugido so focado, fue a morir en sus áridos labios. —¿Qué —¿Qué te te sucede, amo? amo? —pregunt —preguntóó Kamm Kammamu amuri—. Tú estás mal. mal. —No es verdad. —Y no no obstante, obstante, al dormir te lamentabas. lamentabas. —¿Yo? —¿Yo? —Sí, amo, tú hablabas de extrañas extrañas visiones. vi siones. Una sonrisa amarga afloró en los labios del cazador de serpientes. —Sufro, —Sufro, Kamm Kammamu amuri —el dijo di jo con rabia—. rabia —. Oh, Oh, sufro sufro mucho. mucho. —Ya lo sé, am a mo. —Tú, —Tú, ¿cómo ¿cómo lo sabes? sa bes? —Desde hace quince quince días yo te observo y veo en tu frente frente unas unas arrugas arrugas profundas. profundas. Estás melancólico, taciturno. Antes tú no estabas tan triste. —Es verdad, Kammam Kammamuri. uri. —¿Qué —¿Qué dolor puede afligir a mi amo? amo? ¿Es que que quizá quizá te has cansado cansado de vivir vi vir en e n la jung jungla? —No lo digas, di gas, Kamm Kammamuri. amuri. Aquí, Aquí, entre entre estos e stos desiertos desi ertos de espinos, entre estos pantanos, pantanos, en la tierra tier ra de los l os tigres y de las la s serpientes, ser pientes, yo he he nacido y he he crecido cre cido y aquí, en mi mi querida jung jungla moriré. orir é. —¿Ent —¿Entonces? onces? —¡Es una una mujer, mujer, una una visión, vis ión, un un fant fantasm asma! a! —¡Un —¡Una mujer! mujer! —exclamó —exclamó Kamm Kammamuri, amuri, sorprendido—. sorpr endido—. ¿Una ¿Una mu mujer has dicho? di cho? Tremal-Naik bajó la cabeza en señal afirmativa y apretó la frente entre sus manos, como si quisiera ahuyentar aquel tétrico pensamiento. Durante unos minutos entre ambos reinó un silencio fúnebre, apenas roto por el murmullo del río que se rompía contra las orillas y por los gemidos del viento que acariciaba a la inmensa jungla. —Pero ¿dónde ¿dónde has visto vis to a esta mujer mujer?? —pregu —p regunt ntóó por fin Kamm Kammamuri—. amuri—. ¿Por dónde?, la jung jungla no tiene más que a tigres como habitantes. —La —La he visto en la jungla, jungla, Kamm Kammamuri amuri —dijo —dij o Tremal-Naik con voz grave—. Era por la tarde; oh, ¡nunca olvidaré aquella tarde, Kammamuri! Yo buscaba a las serpientes en la orilla de un riachuelo, allá abajo, justo en la parte donde los bambúes son más espesos, cuando a unos veinte pasos de mí, en el medio de una espesura de mussenda de hojas sangrientas, se me apareció una visión: una mujer bella, radiant radi ante, e, soberbi s oberbia. a. Nunca Nunca pensé, pe nsé, Kamm Kammamu amuri, que pudier pudieraa existir sobre la tierra una una criatura cr iatura tan hermosa, hermosa, ni que los dioses del cielo fueran capaces de crearla. Tenía los ojos negros y vivos. Los dientes blancos, la piel oscura, y desde sus cabellos de un color castaño oscuro, que ondeaban sobre sus hombros, llegaba un dulce perfume que embriagaba los sentidos. Ella me miró, lanzó un gemido largo, estremecedor, luego desapareció de mi vista. Me sentí incapaz de moverme y permanecí allí, con los brazos extendidos, como soñando. Cuando volví en mí y me puse a buscarla, la noche había caído sobre la jungla y no vi ni oí nada más. ¿Quién ¿Quién era aquella aparic a parición? ión? ¿Un ¿Una mujer mujer o un espíritu celeste? celes te? Todavía lo ignoro. ignoro. Tremal-Naik calló. Kammamuri notó que temblaba tan fuerte que temió que tuviera fiebre. —Aquell —Aquellaa visión vi sión fue fue fatal para mí —dijo —dij o TremalTremal-Naik Naik con rabia—. Desde aquella aquell a tarde noté en mí mí un extraño cambio; me parecía como si fuera otro hombre y que, en mi corazón, se hubiera encendido una llama terrible. Es como si aquella aparición me hubiera embrujado. Si estoy en la jungla la veo ante mis ojos; si estoy en el río, la veo nadar frente a la proa de mi barca; pienso y mi pensamiento vuela hacia ella; ell a; duermo duermo y en el sueño sueño siem si empre pre se s e me aparece ella e lla.. Me parece que me me he vuelto vuelto loco. lo co. —Tú me asustas, amo amo —dijo —dij o Kamm Kammamuri, amuri, lanzando lanzando a su alrededor alre dedor una una mirada ira da llena ll ena de miedo—. ¿Quién era aquella bella criatura? —Lo —Lo ignoro, ignoro, Kamm Kammamuri. amuri. Pero era bella, bell a, ¡oh, ¡oh, sí! ¡Muy ¡Muy bella! — exclamó exclamó Tremal-Naik con acento acento
apasionado. —¿Quiz —¿Quizáá un espíritu? espír itu? —Quizá. —Quizá. —¿Quiz —¿Quizáá una una divinidad? divi nidad? —¿Quién —¿Quién puede decirlo? decirl o? —¿Y no has has vuelto a verla? verl a? —Sí, la he visto muchas, uchas, muchas uchas veces. Al día siguiente, siguiente, a la misma hora, sin saber cómo, cómo, me encontré de nuevo en la orilla del riachuelo. Cuando la luna se alzó por detrás de los oscuros bosques del septentrión, aquella soberbia criatura apareció de nuevo entre la espesura de los mussenda. —¿Quién —¿Quién eres? er es? —le pregunt pregunté—. é—. Ada —me —me respondió. Y desapareci desa pareció, ó, lanzando lanzando el mismo gemido gemido —. Me pareció pareci ó como como si se introdujer introdujeraa en la tierra. tierr a. —¿Ada? —¿Ada? —exclamó Kam Kamm mamuri—. amuri—. ¿Qué ¿Qué nom nombre bre es éste? —Un —Un nom nombre bre que no es indio. —¿Y no dijo nada más? más? —Nada. —Es extraño; extraño; yo yo no hu hubiera bier a vuelto más más allí. al lí. —¡Y yo volví! volví ! Una fuerza fuerza irresis irr esistible, tible, poderosa, me empu empujaba jaba a pesar mío hacia aquel lugar; lugar; cuantas veces traté de huir me faltaron las fuerzas para hacerlo. Te he dicho que me parecía estar embrujado. —¿Y qué es lo que sentías sentías en su presen prese ncia? —No lo sé, pero per o el corazón c orazón me latía con fuerz fuerza. a. —¿Nun —¿Nunca ca habías experimentado experimentado antes antes esta sensación? s ensación? —Nunca —Nunca —dijo Tremal-Naik. —Y ahora, ahora, ¿todavía ves a aquella criatura? cr iatura? —No, Kammam Kammamuri. uri. La vi durante durante diez tardes seguidas; seguidas; a la misma hora aparecía aparec ía frente frente a mis ojos, me contemplaba muda, luego desaparecía sin hacer ruido. Una vez le hice una señal, pero no se movió; otra vez abrí los labios para hablar, y ella se puso un dedo delante de la boca, invitándome a callar. —¿Y tú no la seguiste seguiste nun nunca? —Nunca, —Nunca, Kamm Kammamuri, amuri, porque aquella aquell a mujer mujer me daba miedo. Hace unos unos quince días se me apareció aparec ió toda vestida de seda roja y me miró más rato que en otras ocasiones. Por la tarde siguiente la esperé en vano, en vano vano la llam ll amé: é: no la vi más. —Es una una aventura aventura extraña extraña —mu —murmuró rmuró Kamm Kammamuri. amuri. —Es terrible, terri ble, en cambio cambio —dijo —dij o Tremal-Naik con voz grave—. No encuent encuentro ro paz, ya no soy el hombre de antes; me siento la fiebre encima y una necesidad incontenible de volver a contemplar aquella visión que me embrujó. —Así pues, tú amas amas a aquella aquell a visión. vis ión. —¿Am —¿Amarla? arl a? No sé lo que que sign si gnifica ifica esta es ta palabra. palabr a. En aquel instante, muy lejos, hacia los inmensos pantanos del sur, se oyeron unos sonidos agudos. El maharato se levant l evantóó de un salto y palideció. palideci ó. —¡El ramsing ramsinga! a!4 —exclamó —exclamó con terror. terr or. —¿Por qué qué te asustas? —pregunt —preguntóó TremalTremal-Naik. Naik. —¿No —¿No oyes el ram ra msinga? singa? —Bueno, —Bueno, pero ¿qué ¿qué pasa? —Anun —Anuncia cia una desgraci desgracia, a, amo. amo. —Estupideces —Estupideces,, Kamm Kammamu amuri. —Nunca —Nunca he he oído oí do tocar el ramsinga ramsinga en la ju j ungla, ngla, a excepción de la noche noche en que asesinaron ases inaron al pobre Tamul.
Ante Ante aquel recuerdo r ecuerdo una una profu pr ofunda nda arruga arruga surcó la frente frente del Caz Cazador ador de serpi s erpient entes. es. —No te asustes —dijo —dij o él, esforzándose esforzándose por parecer parece r tranquil tranquilo—. o—. Todos los indios saben tocar el ramsinga y tú sabes que en ocasiones hay cazadores que se atreven a poner sus pies en la tierra de los tigres y de las serpientes. Había terminado de hablar, cuando se oyó el triste ulular de un perro y poco después un maullido que parecía como un auténtico rugido. Kammamuri tembló de pies a cabeza. —¡Ah, —¡Ah, amo! amo! —exclamo—. —exclamo—. También También el perro per ro y el tigre anun anuncian una una desgracia. desgracia . —«¡Darma! —«¡Darma!», », «¡Punt «¡Punthy hy!» !» —gritó —gritó Tremal-Naik. Un magnífico tigre real, de estatura alta, de formas vigorosas, con la piel anaranjada y jaspeada de negro, salió de la cabaña y miró fijamente al amo con dos ojos que lanzaban terribles destellos. Detrás suyo apareció poco después un perrazo negro, de larga cola, orejas puntiagudas, el cuello armado con un gran collar de hierro erizado de púas. —«¡Darma! —«¡Darma!», », «¡Punt «¡Punthy hy!» !» —repitió Trem Tre mal-Naik. al- Naik. El tigre se agazapó sobre sí mismo, lanzó un ruido bronco y de un salto de quince pies fue a caer unto a su amo. —¿Qué —¿Qué te pasa, «Darma»? «Darma»? —le pregunt preguntó, ó, pasando las manos sobre el robusto lom l omoo del animal—. animal—. Tú estás inquieta. El perro, en vez de correr hacia el amo, se quedó inmóvil, alargó su cabeza hacia el sur, husmeó un rato el aire y ladró tristemente tres veces. —¿Puede —¿Puede ser que les haya haya pasado alguna alguna desgracia a Hurti Hurti y a Aghu Aghur? r? —murm —murmuró uró el Cazador de serpientes, con inquietud. —Lo —Lo temo, temo, amo amo —dijo —dij o Kamm Kammamuri, amuri, lanzando lanzando miradas asustadas hacia la jungla—. jungla—. A esta hora ya deberían deberí an estar aquí y en cambio cambio no dan señales de vida. vi da. —¿Has —¿Has oído oí do alguna alguna detonación detonación durante durante el día? —Sí, una una hacia el mediodía, luego luego nada más. más. —¿De —¿De dónde venía? venía? —Del sur, amo. amo. —¿Has —¿Has visto vi sto a alguna alguna persona sospechosa merodeando merodeando por la l a jungla? jungla? —No, pero pe ro Hurti Hurti me dijo dij o que una una tarde vio unas unas sombras sombras que que se movían cerca de las orillas oril las de la isla Raimangal, y Aghur me contó que había oído unos extraños ruidos procedentes del banian sagrado. —¡Ah! —¡Ah!,, del banian! banian! —exclamó —exclamó TremalTremal-Naik—. Naik—. ¿Has ¿Has oído algo al go tam también bién tú? tú? —Quizá. —Quizá. ¿Qu ¿Qué hacemos, hacemos, amo? —Esperamos. —Pero pueden... pueden... —¡Calla! —dijo —dij o Tremal-Naik, apretándole un brazo con tal fuerza fuerza que le paró la sangre sangre de las venas. —¿Qué —¿Qué has has oído? oí do? —murm —murmuró uró el maharato, maharato, batiendo batiendo los dientes. —Mira allá... al lá... ¿No ¿No te parece que que se mueven mueven los bambúes bambúes de la l a jung jungla? —Es verdad, am a mo. «Punthy» dejó oír por tercera vez su triste aullido, que fue seguido por las notas agudas del misterioso isteri oso ram r amsing singa. a. Trem Tr emalal-Naik Naik extrajo extrajo del cinturón cinturón de piel pi el de tigre una una gran pistola con incrustaciones incrustaciones de plata pl ata y la armó. En aquel instante un indio de estatura alta, semidesnudo, armado sólo con un hacha, salió de entre los bambúes, corriendo a toda velocidad hacia la cabaña. —¡Agh —¡Aghur! ur! —exclamaron —exclamaron al uníson unísonoo TremalTremal-Naik Naik y el maharato. maharato. «Punth «Punthy» y» se lanz la nzóó hacia haci a él, é l, ululando lúg l úgubremen ubremente. te. —¡Am —¡Amo,... a... mo! —gritó —gritó el indio.
Llegó como un relámpago frente a la cabaña, se tambaleó como si fuera presa de un malestar repentino, desencajó los ojos, lanzó un grito como un jadeo y cayó sobre la hierba como si fuera un árbol arrancado por el viento. Tremal-Naik corrió hacia él. Una exclamación de sorpresa se escapó de sus labios. El indio parecía moribundo. Tenía en su boca una espuma sanguinolenta, todo su rostro magullado y sucio de sangre, los ojos desencajados y dilatados, y jadeaba emitiendo broncos suspiros. —¡Agh —¡Aghur! ur! —exclamó —exclamó TremalTremal-Naik—. Naik—. ¿Qu ¿Quéé te ha ha sucedido? ¿Dónde ¿Dónde está Hurti? Hurti? El rostro de Aghur, al oír aquel nombre, se contrajo de espanto y con las uñas levantó la tierra con rabia. —¡Am —¡Amo... a... mo! —balbuceó —balbuceó con profun profundo terror. terror . —Continú —Continúa. a. —Me... a... ho... go... go... ¡ah!, ¡ah!, amo. amo. —¿Se habrá habrá envenenado? envenenado? —murm —murmuró uró Kamm Kammamu amuri. —No —dijo —dij o Tremal-Naik—. El pobre diablo diabl o ha galopado como como un caball c aballoo y se ahoga; ahoga; en unos unos pocos minut minutos os se habrá recobrado. recobr ado. En efecto, efecto, Aghu Aghurr empezaba empezaba a volver en sí y a respi r espirar rar con más más liber l ibertad. tad. —Habla, Aghu Aghurr —dijo —dij o Tremal-Naik unos minutos inutos después—. ¿Por qué has regresado solo? ¿Por qué tanto terror? ¿Qué le ha sucedido a tu compañero? —¡Ah, —¡Ah, amo! amo! —balbuceó el indio estrem estre meciéndose—. ¡Qué ¡Qué desgracia! desgracia ! —El ramsinga ramsinga la había an a nunciado unciado —murmu —murmuró ró Kamm Kammamuri amuri suspirando. —Vam —Vamos, os, Aghu Aghurr —replic —re plicóó el Cazador de serpie se rpient ntes. es. —Si le hubiera hubierass visto, el pobre... estaba allí, all í, echado en el suelo, rígido, con los l os ojos fuera fuera de las órbitas... —¿Quién —¿Quién,, quién?... quién?... —¡Hurt —¡Hurti! i! —¿Hurti —¿Hurti está mu muerto?—exclamó erto?—exclamó TremalTremal-Naik. Naik. —Sí, le l e han asesinado asesi nado a los pies pie s del banian sagrado. sagrado. —Pero ¿quién ¿quién le ha asesinado? asesi nado? Dímelo, Dímelo, voy a veng vengarle. arl e. —No lo sé, amo. —Cuént —Cuéntalo alo todo. —Habíamos —Habíamos salido sali do a cazar un gran gran tigre. A seis millas il las de aquí levantamos levantamos la fiera, la cual, herida eri da por la carabina de Hurti, huyó hacia el sur. Seguimos su pista durante cuatro horas y la encontramos cerca de la orilla, frente a la isla Raimangal, pero no logramos darle muerte porque, en cuanto nos vio, se echó al agua, saliendo a los pies del gran banian. —Bien, ¿y ¿y después? después? —Yo —Yo quería regresar, pero Hurti Hurti se negó, diciendo di ciendo que el tigre estaba herido y era, er a, por tanto, tanto, una una presa fácil. Atravesamos el río a nado y llegamos a la isla Raimangal, donde nos separamos para explorar explorar los alrededores. El indio se detuvo, chirriando los dientes de terror, y palideció. —Caía la l a noche noche —volvió —vol vió a hablar con voz baja—. Bajo los l os bosques bos ques empezaba empezaba a haber oscuridad y reinaba un silencio fúnebre que daba miedo. De pronto resonó un sonido agudo, el del ramsinga. Miré en tomo a mí y mis ojos se encontraron con los de una sombra que estaba a veinte pasos, semiescondida en unos matorrales. —¿Una —¿Una sombra? sombra? —exclamó TremalTremal-Naik—. Naik—. ¿U ¿Una sombra, sombra, has dicho? —Sí, amo, una una sombra. sombra. —¿Quién —¿Quién era? ¡Dímelo, ¡Dímelo, Aghur, Aghur, dímelo! dímelo! —Me pareció una mujer. mujer.
—¡Un —¡Una mujer! mujer! —Sí, estoy seguro seguro de que era una una mujer. mujer. —¿Hermosa? —¿Hermosa? —Estaba demasiad demasiadoo oscuro como como para que pudiera verla ver la claramen cl aramente. te. Tremal-Naik se pasó una mano por la frente. —¡Un —¡Una sombra! —repitió varias var ias veces—. ve ces—. ¡Una ¡Una sombra sombra allí al lí!! ¿Si ¿Si fuera fuera mi visión?... visi ón?... Prosigue, Prosigue, Aghu Aghur. r. —Aquell —Aquellaa sombra sombra me miró durante durante unos instantes, instantes, luego luego extendió extendió un brazo hacia mí, indicándome indicándome que me alejara enseguida. Sorprendido y asustado obedecí, pero aún no había dado cien pasos cuando un grito desgarrador llegó ll egó hasta hasta mis oídos. Lo reconocí en e nseguida: seguida: ¡era la voz de Hurti! Hurti! —¿Y la som s ombra? bra? —pregu —pr egunt ntóó Tremal-Naik presa de una una gran excitación. —No me me di la l a vuelta para ver si todavía todaví a estaba o había desapareci des aparecido. do. Me lancé a través de la l a jungla jungla con la carabina en la mano y llegué bajo el gran banian, a cuyos pies, estirado, vi al pobre Hurti. Le llam ll amé, é, pero per o no me me respondió; r espondió; le toqué, toqué, aún estaba calient cali ente, e, pero per o ¡su corazón ya ya no latía! latía ! —¿Estás —¿Estás seguro? seguro? —Segurís —Segurísimo, imo, amo. amo. —¿Dónde —¿Dónde le habían heri herido? do? —No vi en su cuerpo ning ningun unaa herida. —¡Es imposibl imposible! e! ¿Y ¿Y no no viste a nadie? —A nadie, no oí ningún ningún ruido. Sentí miedo: miedo: me eché al río, lo atravesé atra vesé perdiendo per diendo la carabina carabi na y gané gané nuestra nuestra jun j ungla. gla. Me parece parec e que he hecho hecho seis millas il las sin respirar resp irar,, tan grande grande era mi espanto. ¡Pobre ¡Pobre Hurti! Hurti!
II. LA ISLA MISTERIOSA Un profundo silencio siguió a la triste narración del indio. Tremal-Naik, preocupado y nervioso, se puso a pasear delante del fuego, con la cabeza inclinada hacia el pecho, la frente arrugada y los brazos cruzados. Kammamuri, helado por el terror, meditaba, acurrucado sobre sí mismo. Hasta el perro había dejado de lanz l anzar ar su triste tris te alarido alar ido y se había echado e chado junto junto a «Darma». «Darma». De pronto, las notas agudas del misterioso ramsinga rompieron de nuevo el silencio, sacando al cazador de serpientes de sus meditaciones. El levantó la cabeza como un caballo de batalla que oye la señal de la carga, echó una profunda mirada a la desierta jungla, sobre la que flotaba entonces una niebla densa, preñada de efluvios venenosos, dio la vuelta sobre sí y acercándose bruscamente a Aghur le preguntó: —¿Has —¿Has oído oí do el ram r amsing singaa en otras ocasion ocasi ones? es? —Sí, amo —respondió el in i ndio—, pero per o una una sola vez. —¿Cuán —¿Cuándo? do? —La —La noche noche en que que desapareció desapar eció Tamul, Tamul, o sea, s ea, hace unos unos seis sei s meses. —¿De —¿De modo modo que tú tú tam también bién crees, como como Kamm Kammamu amuri, que anun anuncia cia una una desgracia? desgracia ? —Sí, amo. —¿Sabes quién quién lo toca? —Nunca —Nunca lo he podido saber. —¿Crees —¿Crees que el que lo toca tiene algun alguna relación rel ación con los misteri misteriosos osos habitantes habitantes de Raimangal? Raimangal? —Lo —Lo creo. —¿Quién —¿Quiénes es sospechas sospe chas que que pueden ser aquellos a quellos hombres? hombres? —No creo que sean espíritu espíri tuss de los l os muertos. muertos. —Enton —Entonces ces serán ser án piratas —dijo —di jo Aghur. Aghur. —¿Y qué interés interés pueden tener tener en asesinar a mis mis hombres? hombres? —Quién —Quién sabe, quizá quier quieren en asustam asustamos os y mant mantenern enernos os alejados. ale jados. —¿Dónde —¿Dónde piensas que que tienen sus cabañas? —Lo —Lo ignoro, ignoro, pero me atrevo a decir que cada ca da noche noche se congregan congregan bajo baj o la gran sombra del banian sagrado. —Está bien —dijo tremal-Naik—. Kamm Kammamuri, amuri, coge los rem re mos. —¿Qué —¿Qué quier quieres es hacer, amo? —pregunt —preguntóó el maharato. maharato. —Ir al banian. —¡Oh! —¡Oh! ¡No ¡No lo. hagas, amo! amo! —gritaron —gritaron al unísono unísono los dos indios. —¿Por qué? qué? —Te matarán matarán como como han matado al pobre pobr e Hurti. Hurti. TremalTremal-Naik Naik les miró con ojos llam ll ameant eantes. es. —El Caz Cazador ador de serpient serpi entes es nunca nunca ha temblado temblado en su vida, ni temblará esta noche. noche. ¡Kam ¡Kamm mamuri, amuri, al barco! —ordenó en un tono de voz que no admitía réplica. —Pero ¡amo...! ¡amo...! —¿Es —¿Es que tienes tienes miedo? —pregun —preguntó con desdén TremalTremal-Naik. Naik. —Soy maharato —dijo el indio con orgullo. orgullo. —Ves, —Ves, entonces. entonces. Esta noche noche yo sabré quiénes quiénes son los seres misteriosos isteri osos que me han declara dec larado do la guerra: y quién es la que me ha embrujado. Kammamuri cogió un par de remos y se dirigió hacia la orilla. Tremal-Naik entró en la cabaña, quitó de un clavo en que estaba colgada una larga carabina con el cañón adornado con arabescos, se
proveyó de un frasco de pólvora y metió en su cinturón un enorme cuchillo. —Aghu —Aghur, r, tú quédate quédate aquí —le dijo dij o al salir—. sali r—. Si dentro dentro de dos días no hemos emos regresado, ven a buscarnos a Raimangal con el tigre y con «Punthy». —¡Ah, —¡Ah, amo!... amo!... —¿No —¿No tendrás tendrás el e l valor val or necesario necesari o como como para ir i r a buscarnos? —Valor —Valor sí que tengo, tengo, amo. amo. Querí Queríaa decirte deci rte que haces haces mal yendo yendo a aquella isla isl a maldi maldita. ta. —Tremal-Nai —Tremal-Naikk no no se deja dej a asesinar ases inar impunem impunement ente, e, Aghu Aghur. r. —Llévate —Llévate a «Darma». Podría serte s erte útil útil.. —Traicionaría —Traici onaría mi mi presencia pr esencia y yo yo quiero desembarcar sin s in ser visto vi sto ni ni oído. oí do. Adiós, Aghur. Aghur. Se apoyó la carabina en el hombro y llegó hasta Kammamuri, que le esperaba junto a una pequeña gonga, embarcación sencilla y robusta excavada en el tronco de un árbol. —Vayám —Vayámonos onos —dijo. Saltaron a la barca y se adentraron en el agua, remando lentamente y en silencio. Una oscuridad profunda, que hacía más densa una niebla pestilente que flotaba por encima de los canales, las islas y los islotes, cubría los Sunderbunds y la corriente del Mangal. Por la izquierda y por la derecha se extendían enormes bosques de bambúes espinosos, de densos matorrales, bajo los cuales se oía rugir a los tigres y silbar a las serpientes, lleno de hierbas largas y punzantes, tan íntimamente entrecruzadas que impedían el paso. A lo lejos, sin embargo, sobre la oscura línea del horizonte, destacaban unos árboles, mangos llenos de frutas exquisitas, los palmicios tara, los latania y los cocoteros de aspecto majestuoso, con largas hojas dispuestas formando cúpula. Un silencio fúnebre, misterioso, reinaba en todas partes, roto apenas por el murmullo de las aguas amarillentas que rozaban las ramas curvadas de los paletuvieros y de las flores de loto, y por el rumor de los bambúes bambúes sacudidos por un soplo de aire ai re cali c alient ente, e, sofocan so focante, te, envenenado. envenenado. Tremal-Naik, echado en la popa del barco, con el fusil bajo su mano, callaba y tenía los ojos abiertos, fijando su mirada en una y otra orilla, de donde procedían chillidos roncos y silbidos inquietantes. Kammamuri, en cambio, sentado en el centro, hacía avanzar a golpes de remo la pequeña gonga, que dejaba tras de sí una estela de vivísima fosforescencia, capaz de hacer pensar que aquellas aguas pútridas estuvieran saturadas de fósforo. No obstante, de vez en cuando dejaba de remar, aguantaba la respiración y se quedaba escuchando unos minutos, preguntando después al Cazador de serpientes si había visto u oído algo. Hacía ya media hora que navegaban, cuando el silencio fue roto por el ramsinga, que resonó en la orilla derecha, tan cercano, que parecía como si quien lo tocaba estuviera a unos cien pasos de distancia. —¡Alto! —¡Alto! —murm —murmuró uró Tremal-Nai Tremal-Naik. k. Aún no se había detenido la embarcación, cuando un segundo ramsinga respondió al primero, pero a una distancia mayor, entonando una melancólica melodía, como brillante y vivaz fue la otra. La música india se basa en cuatro sistemas que tienen una íntima relación con las cuatro estaciones del año, y a cada una una de ellas ell as le l e corresponde corr esponde un tono tono particular. partic ular. Es una una música música melancóli melancólica ca en la estación fría, viva y alegre al despertar de la primavera, lánguida en los grandes calores del verano y brillante en otoño. ¿Por qué aquellos dos instrumentos tocaban unas melodías tan diferentes, incluso opuestas? ¿Era quizá una una señal? s eñal? Kamm Kammamuri amuri lo temía temía.. —Amo —Amo —le dijo—, di jo—, hemos hemos sido si do descubiertos. —Es probable probabl e —respondió —res pondió TremalTremal-Naik, Naik, que que escuchaba escuchaba atentam atentament ente. e. —¿Y si regresáramos? r egresáramos? Esta noche noche no no nos traerá suerte. —Tremal-Nai —Tremal-Naikk nun nunca ca vuelve atrás. Tú arranca y deja que los ram ra msinga singa toquen toquen a su gusto. gusto. El maharato tomó los remos, empujando la gonga hacia adelante, no tardando en llegar a un lugar en
el que el río se estrechaba como un cuello de botella. Un vaho de aire tibio, sofocante, cargado de efluvios pestilentes llegó a la nariz de los dos indios. Ante ellos, a trescientos o cuatrocientos pasos, aparecieron muchas llamitas que vagaban extrañamente sobre la negra superficie del río. Algunas, como impulsadas por una misteriosa fuerza, fue a danzar danzar delante de la l a proa pr oa de la gonga, gonga, alejándose alej ándose luego luego con fantástica fantástica rapidez. r apidez. —Ya —Ya estamos estamos en el cement cementeri erioo flotante flotante —dijo —dij o Tremal-Naik—. Dentro Dentro de diez minutos inutos llegarem ll egaremos os al banian. banian. —¿Pasaremos —¿Pasaremos con la gong gonga? —preg —pre guntó untó Kamm Kammamu amuri. —Con un poco de paciencia paci encia conseguirem conseguiremos os pasar. pasar . —Está mal, mal, amo, ofender ofender a los l os muertos. muertos. —Brahma —Brahma y Vismú Vismú nos perdonarán. perdonarán. Arranca, Kamm Kammamu amuri. La gonga, con unos cuantos golpes de remo, acabó de pasar por la parte estrecha del río y desembocó en una especie de lago, en el que se entrecruzaban ramas de colosales tamarindos, formando una densa arcada de verdor. Por allá al lá flotaban much muchos os cadáveres ca dáveres,, que los canales del Ganges Ganges habían arrastrado hasta hasta Mangal Mangal5. —¡Adelante! —¡Adelante! —dijo el Cazador de serpi s erpient entes. es. Kamm Kammamuri amuri iba a coger los l os rem r emos, os, cuando el arco ar co de verdor que cubría cubría aquel cementerio cementerio flotante flotante se abrió para dar paso a una bandada de extraños seres de alas negras, larguísimas patas, picos puntiagudos y desproporcionados. —¿Qué —¿Qué pasa ahora? —exclamó —exclamó Kamm Kammamuri amuri sorprendido. sorpr endido. —Los —Los marabús marabús —dijo —dij o TremalTremal-Naik. Naik. La gonga siguió hacia adelante, y pasada una media hora, dejando atrás el cementerio, se encontró en un lago más ancho, completamente despejado, que se dividía en dos brazos por medio de una isla de tierra alargada, en la que destacaba un enorme y solitario árbol. —¡El banian! banian! —dijo Tremal-Naik. Kammamuri tembló al oír aquel nombre. —¡Am —¡Amo! —murm —murmuró uró apretando los dientes. —No temas, temas, maharato. Deja los remos y espera a que la l a tonga tonga encalle e ncalle por sí sola en la isla. isl a. Quizás hay alguien por aquí. El maharato obedeció, estirándose en el fondo de la canoa, mientras Tremal-Naik, armando como única única precaución la carabina, ca rabina, hacía lo l o mismo. mismo. La gonga, transportada por la corriente que se dejaba apenas notar, se dirigió, girando sobre sí misma, hacia la punta septentrional de la isla Raimangal, sede de los seres misteriosos que habían asesinado al pobre Hurti. Un profundo silencio reinaba en aquel lugar. Ni siquiera se oía el ondear de los gigantescos bambúes, ya que había cesado el vientecillo nocturno. Las notas de los ramsinga se habían apagado. El mismo río parecía inmóvil. Tremal-Naik, no obstante, de vez en cuando levantaba la cabeza con precaución y escrutaba atentamente las orillas, nada tranquilizado por aquel silencio. La gonga gonga llegó a tierra, tierr a, deteniéndose con un un ligero roce, a unos unos cient ci entos os de pasos pa sos del banian, banian, pero los dos indios no se movieron. Pasaron diez minutos de angustiosa espera, luego Tremal-Naik se atrevió a levantarse. La primera cosa que llamó su atención fue una forma negra, confusa, estirada entre las hierbas, a unos veinte metros de la orilla. —Kamm —Kammamuri amuri —susurró—, —susurró—, levántate y carga tus tus pistolas. pis tolas. El maharato maharato no se lo l o hizo decir dos veces. —¿Qué —¿Qué es lo que ves, amo? —pregun —preguntó tó con un hilo de voz. —Mira allá al lá abajo. aba jo.
—¡Eh!... —¡Eh!... —dijo el e l maharato, maharato, abriendo abr iendo los ojos—. oj os—. ¡Un ¡Un hom hombre! bre! —¡Calla! Tremal-Naik alzó la carabina, tomando como punto de mira aquella masa negra que tenía la apariencia de un ser humano estirado, pero la bajó sin descargarla. —Vayam —Vayamos os a ver de qué se trata, Kamm Kammamuri amuri —dijo—. —dij o—. Aquel Aquel hombre hombre está vivo. vi vo. —¿Y si fingier fingieraa estar muerto? muerto? —Peor para par a él. Los dos indios desembarcaron, dirigiéndose cautelosamente hacia aquel individuo que no daba señales de vida. vi da. Habían Había n llegado a unos unos diez di ez pasos cuan c uando do un marabú marabú levant leva ntóó el vuelo ruidosamente ruidosamente desde el cuerpo estirado, volando hacia el río. —Es un hombre hombre muerto muerto —mu —murmuró rmuró Tremal-Naik—. Si fuera... fuera... No acabó la frase. Con cuatro saltos llegaron hasta el cadáver y una sorda exclamación salió de entre entre sus sus labios labi os retorcidos por la l a ira. —¡Hurt —¡Hurti! i! —exclamó. —exclamó. Efectivamente, era Hurti, el compañero del indio Aghur. El infeliz estaba echado sobre la espalda, con las piernas y los brazos encogidos por el espasmo, la cara terriblemente alterada y los ojos abiertos, saliéndole de las órbitas. Las rodillas las tenía rotas y ensangrentadas, al igual que los pies, señal evidente de que había sido arrastrado por el suelo, quizá cuando aún agonizaba; de su boca abierta salía un palmo de lengua. Tremal-Naik levantó el desventurado indio para ver en qué punto le habían dado, pero no encontró en su cuerpo ninguna herida. Pero al examinarlo mejor vio alrededor de su cuello un morado muy marcado y detrás de su cráneo una contusión, que parecía producida por una gran bola o una piedra redondeada. —Le —Le han aturdido aturdido antes antes y luego luego estrangulado estrangulado —dijo con c on voz sorda. —Pobre Hurti Hurti —murm —murmuró uró el maharato—. maharato—. Pero ¿por qué qué asesinarlo, ases inarlo, y de este modo? modo? —Lo —Lo sabrem sabre mos. Kamm Kammamuri, amuri, y te te juro que Tremal-Nai Tremal-Naikk no no dejará dejar á impune impune el delito. deli to. —Me temo, temo, amo, amo, que los asesinos ases inos sean muy muy poderosos. poderosos . —Tremal-Nai —Tremal-Naikk será más más poderoso poder oso que ellos. ellos . ¡Ea!, ¡Ea!, regresa a la l a canoa. —¿Y Hurti? Hurti? ¿Le ¿Le dejamos aquí? —Lo —Lo echaré en las aguas aguas sagradas del Ganges Ganges mañana mañana por la mañana. mañana. —Pero esta noche noche los tigres lo devorarán. devor arán. —Sobre el cadáver de Hurti Hurti vela vel a el Cazador de serpi s erpient entes. es. —¿Cóm —¿Cómo? o? ¿Tú no regresas regresas?? —No, Kamm Kammamuri, amuri, yo me quedo aquí. Me marcharé de esta isla isl a cuando cuando haya haya solucionado mis cosas. —¡Pero tú quieres que te asesinen asesi nen!! Una sonrisa de desdén apareció en los labios del indio. —¡Tremal —¡Tremal-Naik Naik es un un hij hijoo de la jungla! jungla! Regresa Regresa a la canoa, Kamm Kammamuri. amuri. —No, nun nunca, ca, amo. —¿Por que? que? —Si te sucede una una desgracia, des gracia, ¿quién ¿quién te ayudará? ayudará? Deja que te acom a compañe, pañe, y te juro que te seguiré allá al lá donde tú irás. irá s. —¿Inclu —¿Incluso so si fuera fuera a buscar la visión? vi sión? —Sí, amo. —Quédate —Quédate conmigo, conmigo, valeroso valeros o maharato, maharato, y verás cómo cómo nosotros nosotros dos valemos por diez. ¡Síguem ¡Sígueme! e! Tremal-Naik se dirigió hacia la orilla, cogió la gonga por estribor y con una sacudida violenta la volcó, mandándola andándola a pique. pi que.
—¿Qué —¿Qué es lo que haces? haces? —pregu —pr egunt ntóó Kamm Kammamuri amuri sorprendido. sorpr endido. —Nadie tiene que que saber que hem hemos os estado aquí. Y ahora, vayamos vayamos a desvelar desve lar el misterio. Cambiaron la pólvora a las carabinas y a las pistolas, para estar seguros de no fallar ningún golpe, y se encaminaron hacia el banian, cuya imponente masa destacaba arrogante entre las profundas tinieblas.
III. EL VENGADOR DE HURTI Los banian, llamados también moral o higuera de los pagodas, son los árboles más extraños y más gigantescos que se puede imaginar. Tienen la altura y el tronco de nuestros más grandes y gruesos robles, y de sus innumerables ramas, que se extienden hori horizon zontalm talment ente, e, salen s alen unas unas finísim finísi mas raíces raíc es aéreas, aéreas , las l as cuales, en cuanto cuanto llegan ll egan al suelo, penetran en el mismo y engordan rápidamente, infundiendo un nuevo aliento y una vida más vigorosa a la planta. Así, las ramas van alargándose cada vez más, generando nuevas raíces y, por tanto, nuevos troncos cada vez más separados, de modo que un solo árbol cubre una vastísima extensión de terreno. Puede decirse que cada árbol forma un bosque, sostenido por cientos y cientos de extrañas columnas, bajo las cuales los sacerdotes de Brahma colocan a sus ídolos. En la provincia de Guzerat existe un banian llamado «Cobir bor» muy venerado por los indios, al que se le atribuye una edad de tres mil años; tiene una circunferencia de dos mil pies y no menos de tres mil columnas, o raíces, como se las quiera llamar. Antiguamente era mucho más grande, pero parte del mismo fue fue destruido por las aguas aguas del Nerbuda, que que arrasaron arr asaron una una parte de la isla i sla en la que crece. El banian bajo el que los dos indios se disponían a pasar la noche era uno de los más gigantescos, provisto de seiscientas columnas, sosteniendo desmesuradas ramas cargadas de frutas encarnadas, y poseía un tronco gruesísimo, cortado no obstante a una determinada altura. Tremal-Naik y Kammamuri, después de haber examinado escrupulosamente cada una de las columnas para asegurarse de que detrás no se escondía nadie, se sentaron junto al tronco, el uno junto al otro, con la carabina cargada puesta sobre las rodillas. —Aquí —Aquí vendrá algu al guien ien —dijo —dij o el Caz Cazador ador de serpie se rpient ntes, es, en voz baja—. Desgraci Desgraciado ado el e l que primero se ponga bajo el tiro de mi carabina. —¿Así —¿Así crees que los seres misteriosos isteri osos que asesinaron asesi naron a Hurti Hurti van a venir aquí? —pregunt —preguntóó Kammamuri. —Estoy segurís segurísimo. imo. Ya Ya verás, verá s, maharato, maharato, cómo cómo antes antes de mañana mañana sabremos sabremos algo. al go. —Cogeremos —Cogeremos al prim pri mero que llegu lle guee y le daremos mu muerte. —Según —Según las circun cir cunstancias. stancias. ¡Ea, silencio sil encio ahora!, y los ojos oj os bien bie n abiertos. Extrajo de un bolsillo una hoja semejante a la de la hiedra, conocida en la India con el nombre de betel, de un sabor amargante y un poco picante, le puso un trocito de nuez de areche y un poco de cal y se puso a masticar dicha mezcla, de la que se dice que conforta al estómago, fortifica el cerebro, preserva los dientes y cuida el aliento. Pasaron dos largas horas, como dos siglos, durante las cuales ningún ruido turbó el silencio que reinaba bajo la espesa sombra del gigantesco árbol. Sería como la medianoche o un poco menos, cuando a Tremal-Naik, que tenía los oídos bien atentos, le pareció oír un ruido extraño. Parecía como un zumbido, como los que anteceden a veces a los terremotos, pero mucho más sordo. Tremal-Naik sintió cómo le invadía una extraña inquietud. —Kamm —Kammamuri amuri —susurró —susurró con c on un un hil hiloo de voz—. Ponte Ponte en guardia. guardia. —¿Qué —¿Qué es lo que has has visto? vis to? —pregunt —preguntóó el maharato, maharato, sobresal sobr esaltán tándose. dose. —Nada, pero he oído un ruido que me me resulta nuevo. nuevo. —¿Dónde? —¿Dónde? —Me pareció com c omoo si viniera de debajo de la tierra. tier ra. —Es imposible, amo.
—Tremal-Nai —Tremal-Naikk tiene tiene los oídos oí dos demasiado agudos agudos como para equivocarse. —¿Qué —¿Qué piensas que que puede ser? —Lo —Lo ignoro, ignoro, pero per o lo sabremos. s abremos. —Amo, —Amo, aquí hay algún algún terri terrible ble misterio. —¿Tienes —¿Tienes miedo? miedo? —No, soy un un maharato. maharato. —Enton —Entonces ces descubriremos desc ubriremos lo que sea. En aquel instante, bajo tierra, se oyó claramente el misterioso zumbido. Los dos indios se miraron a la cara con sorpresa. —Se diría dirí a que aquí debajo están tocando un enorme enorme tambor, tambor, el e l ahuk ahuk6, por ejemplo —dijo TremalNaik. —No puede ser de otro modo —respondió Kamm Kammamuri—. amuri—. ¿Pero cómo cómo es que el ruido viene de debajo de la tierra? ¿Es que tienen su morada debajo de la jungla estos seres misteriosos? —Así debe ser, se r, Kamm Kammamuri. amuri. —¿Qué —¿Qué hacemos, hacemos, amo? amo? —Quedarnos —Quedarnos aquí: alg al guien tiene que que salir sal ir por algu al guna na parte. —¡Tikora! —¡Tikora! —gritó una una voz. voz. Los dos indios se pusieron de pie al mismo tiempo. Algo extraño, increíble: aquella palabra la habían pronun pronunciado ciado tan cerca de ellos el los que que parecía par ecía que el que la había gritado estu e stuvier vieraa detrás suyo. suyo. —¡Tikora! —¡Tikora! —mu —murmuró rmuró Tremal-Naik—. ¿Qu ¿Quién ién ha ha pronunciado pronunciado este nombre? nombre? Miró a su alrededor, pero no vio nada; miró hacia arriba, pero no divisó más que las ramas del banian, banian, conf c onfun undiéndose diéndose con las tinieblas. —¿Habrá —¿Habrá algu a lguien ien escondido entre entre las l as ram ra mas? —No puede puede ser —dijo —dij o Kamm Kammamu amuri, temblando—. temblando—. La La voz ha ha hablado detrás nuestro. nuestro. —Es extraño. extraño. —¡Tikora! —¡Tikora! —exclamó —exclamó la misma misma voz misteri misteriosa. osa. Los dos indios volvieron a mirar a su alrededor. Ya no era posible engañarse; alguien estaba allí cerca, pero con su sorpresa y, digámoslo, también, terror, no era visible. —Amo —Amo —murm —murmuuró Kamm Kammamu amuri—, ri— , nos las vamos a ver con algún algún espíritu espíri tu.. —No creo en los espíritus espír itus —respondió Tremal-Naik—. Vamos amos a descubrir a este ser que se divierte divi erte asustándonos. asustándonos. —¡Oh...! —¡Oh...! —exclamó —exclamó el maharato, retrocedie r etrocediendo ndo tres o cuatro cuatro pasos, como como si estuvier estuvieraa borracho—. borrac ho—. Mira allá... amo... ¡Mira...! Tremal-Naik dirigió su mirada hacia el banian y vio cómo un haz luminoso salía del tronco cortado. No obstante su extraordinario valor, se sintió helar la sangre en las venas. —¡Un —¡Una luz! —tartamudeó —tartamudeó inquieto. inquieto. —¡Huy —¡Huyam amos, os, amo! —suplicó Kamm Kammamu amuri. Bajo tierra se oyó por tercera vez el misterioso estruendo, y del tronco del banian salió la aguda nota del ramsinga. A lo lejos se oyeron otras notas parecidas. —¡Vayám —¡Vayámonos, onos, amo! amo! —repitió Kamm Kammamu amuri, loco de miedo. —¡Nun —¡Nunca! ca! —exclamó —exclamó TremalTremal-Naik Naik resuelto. Se había puesto el puñal entre los dientes y sujetaba la carabina por el cañón, para utilizarla como un mazo. De pronto cambió de idea. —Ven, —Ven, Kamm Kammamuri amuri —dijo—. —di jo—. Antes Antes de empezar empezar la l a luch l uchaa será s erá mejor que veamos veamos con c on quién quién tenemos tenemos que luchar. Condujo al maharato hasta doscientos pasos del tronco del banian, y juntos se escondieron detrás de tres o cuat c uatro ro colu col umnas reun r eunidas, idas, que les perm per mitían ver sin s in ser vistos. vi stos.
—Ahora, —Ahora, ni una una palabra pala bra —dijo —di jo Tremal-Naik—. Actuaremos Actuaremos en el moment momentoo oportuno. oportuno. Del colosal tronco del banian salió una última nota agudísima, que despertó a todos los ecos de los Sunderbunds. El haz de luz que salía de la cima del árbol se apagó, y en su lugar apareció una cabeza humana, cubierta con una especie de turbante amarillo. Pasó la mirada en torno suyo, como asegurándose de que nadie se encontraba debajo del gigantesco árbol, luego se levantó, y un hombre, indio a juzgar por el color de su piel, salió agarrándose a una de las ramas. Detrás suyo salieron uno a uno otros cuarenta indios, los cuales se deslizaron por las columnas, hasta el suelo. Todos iban casi desnudos. Sólo un dubgah, una especie de faldita de un color amarillento sucio, cubría sus caderas; en sus pechos se notaban unos extraños tatuajes que debían ser letras del sacrifico7, alrededor alr ededor de un tatu tatuaje aje central central que represent repres entaba aba a una una serpiente ser piente con la cabeza de mujer. Un fino cordón de seda, que parecía un lazo, pero que tenía una bola de plomo en la extremidad, iba enrollado alrededor del dubgah, y en aquel extraño cinturón se sostenía un afilado puñal. Aquellos seres misteriosos se sentaron sobre el suelo silenciosamente, formando un círculo que rodeaba a un viejo viej o indio de largu lar guísi ísim mos brazos, bra zos, con la mirad miradaa brill bri llant antee como la de un gato. gato. —Hijos míos —dijo —dij o éste en voz baja—. Nuestra Nuestra poderosa pode rosa mano ha ha acabado acabad o con el desgraciado des graciado que osó pisar este suelo consagrado a los thugs y que es inviolable para los extranjeros. Es una víctima más a sumar a las otras caídas bajo el peso de nuestro puñal, pero la diosa aún no está satisfecha. —Lo —Lo sabemos —respondieron a coro los l os indios. —Sí, hijos libres libr es de la l a India, India, nuestra nuestra diosa di osa pide más sacrifici sac rificios. os. —Que —Que nuestro nuestro gran jefe ordene y todos nosotros nosotros obedeceremos. obede ceremos. —Lo —Lo sé, vosotros vos otros sois soi s hijos buenos —dijo el viejo viej o indio—. Pero el e l moment momentoo aún no ha ha llegado. ll egado. —¿Qué —¿Qué es lo que debemos debemos esperar, esper ar, pues? —Un —Un gran gran peligro nos amenaz amenaza, a, hijos míos. —¿Cuál? —¿Cuál? —Un —Un hom hombre bre ha dirig diri gido su mira mirada da hacia la virgen que que custodia la pagoda de la l a diosa. diosa . —¡Horror —¡Horror!! —exclamaron —exclamaron los indios. —Sí, hijos míos, un hombre hombre audaz osó mirar el rostro de la virgen, pero aquel hombre, hombre, si no cae bajo el fulgor de la diosa, perecerá en nuestro lazo infalible. —¿Quién —¿Quién es este hombre? hombre? —Lo —Lo sabréis sabré is cuando llegue llegue la hora. Traedme Traedme a la l a víctima. Dos indios se levantaron y se dirigieron hacia el lugar en el que yacía el cadáver del pobre Hurti. Tremal-Naik, que había asistido sin pestañear a aquella extraña escena, al ver a aquellos dos hombres que cogían al muerto por los brazos y lo arrastraban hacia el tronco del banian, se levantó de un salto con la carabina carabi na en la mano. mano. —¡Ah, —¡Ah, maldi malditos! tos! —exclamó —exclamó con voz bronca, bronca, apuntan apuntando do hacia ellos. ell os. —¿Qué —¿Qué haces, haces, am a mo? —musitó —musitó Kam Kamm mamuri, amuri, sujetándole sujetándole el arma y bajándosela. —Deja que les mate, Kamm Kammamuri amuri —dijo —dij o el Cazador de serpi s erpient entes—. es—. Ellos Ell os han dado muerte muerte a Hurti, Hurti, es justo que yo lo vengue. —¿Quieres —¿Quieres perdernos per dernos a los dos? Son cuarenta. cuarenta. —Tienes razón. razón. Los Los liquidarem li quidaremos os a todos a la l a vez. Volvió a bajar la carabina y se agazapó de nuevo, mordiéndose los labios para frenar su cólera. Los dos indios arrastraron a Hurti hasta el centro del círculo y lo dejaron caer a los pies del anciano. —¡Kalí —¡Kalí!! —él exclamó exclamó levantando levantando los ojos hacia el e l cielo. ci elo. Extrajo el puñal del cinturón y lo metió en el pecho del muerto.
—¡Miser —¡Miserable! able! —gritó Tremal-Nai Tremal-Naik—. k—. ¡Es ¡Es demasia demasiado! do! Se había precipitado fuera de su escondite. Un destello abrió las tinieblas, seguido de una estrepitosa detonación, y el viejo indio, alcanzado en el pecho por la bala del Cazador de serpientes, cayó sobre el cuerpo de Hurti.
IV. EN LA JUNGLA Al oír la súbita detonación, los indios se habían levantado, con el lazo en la mano derecha y el puñal en la izquierda. Al ver a su jefe extendido por el suelo cubierto de sangre, olvidaron por un instante al asesino para correr en su ayuda. En aquel momento Tremal-Naik y Kammamuri huyeron sin ser vistos. La jungla, cubierta de espesos matorrales y de bambúes enormes que aseguraban un refugio inalcanzable, estaba a pocos pasos. Los dos indios se precipitaron hacia ella, corriendo desesperadamente durante cinco o seis minutos, dejándose caer luego a los pies de un grupo muy tupido de bambúes, bambúes, cuya cuya altu al tura ra no era inferior a los dieci d ieciocho ocho metros. metros. —Si amas la vida —dijo —dij o TremalTremal-Naik Naik a Kamm Kammamuri— amuri— no te te muevas. muevas. —¡Oh, —¡Oh, amo! ¡Qué ¡Qué has hecho! —dijo —dij o el pobre maharato—. Todos se echarán encima encima de nosotros nosotros y nos estrangularán como al desgraciado Hurti. —He vengado vengado a mi mi compañero. compañero. Además, Además, no nos nos encontrarán. encontrarán. —Son espíritus, espí ritus, amo. amo. —Son hombres. hombres. Calla Cal la y vigila bien bi en todo todo lo que te rodea. A lo lejos se oían los gritos de los terribles habitantes del banian. —¡Veng —¡Venganz anza, a, venganz venganza! a! —gritaban. —gritaban. Tres notas agudas, las notas del ramsinga, resonaron en la jungla y debajo de la tierra se oyó el estruendo igual que un rato antes había sonado. Los dos cazadores se acurrucaron, acercándose mucho el uno al otro y casi sin atreverse a respirar. Sabían que, si. les descubrían, habrían sido estrangulados con certeza por los lazos ;de seda de aquellos monstruosos onstruosos individuos, i ndividuos, que habían ya ya sacri s acrificado ficado a tantas tantas víctim ví ctimas. as. No habían transcurrido ni tres minutos cuando se oyó abrir violentamente los bambúes, y entre las tinieblas descubrieron a uno de aque-líos hombres, con el lazo en la mano derecha y el puñal en la izquier izquierda, da, que pasaba como como una una flecha por entre entre los matorrales atorral es y desaparecí desapa recíaa en la intrincada jungla. jungla. —¿Lo —¿Lo has visto, Kamm Kammamuri? amuri? —pregunt —preguntóó en voz baja Trem Tr emalal-Naik. Naik. —Sí, amo —respondió el maharato. maharato. —Piensan que estamos estamos lejos lej os y corren corre n, confiando confiando en darnos alcance. Dentro Dentro de unos unos minutos inutos no tendremos a ningún ningún hombre hombre cerca. cer ca. —No nos nos confiemos, confiemos, amo. Aquellos Aquellos hombres hombres me dan miedo. miedo. —No temas, temas, yo estoy aquí contigo. contigo. Calla y sigue sigue atento. atento. Otro indio, armado como el primero, pasó corriendo unos instantes más tarde, y también él desapareció en la espesura de los bambúes. A lo lejos se oía todavía algún grito, unos silbidos que parecían y debían ser una señal, después todo fue fue silencio. si lencio. Pasó media hora. Todo hacía pensar que los indios, siguiendo una pista falsa, estaban muy lejos. El moment omentoo no podía ser se r más propicio propici o para ponerse en marcha marcha y hu huir en dirección direcci ón hacia hacia la oril or illa. la. —Kamm —Kammamuri amuri —dijo —dij o Tremal-Naik—, podemos podemos emprender emprender la marcha. Creo que los indios han llegado ll egado al medio de la jung jungla persig persi guiéndon uiéndonos. os. —¿Estás —¿Estás bien seguro, seguro, amo? —No oigo ning ningún ún ruido. —¿Y adonde iremos? ¿Qu ¿Quizá izá al banian? —Sí, maharato. maharato. —¿Quieres —¿Quieres meterte meterte allá al lá dentro? —Ahora —Ahora no; pero mañan mañanaa por la l a noche noche volverem volver emos os aquí y descubrir descubrirem emos os el misterio. isteri o.
—¿Quién —¿Quiénes es supones supones que son aquell aquellos os hombres? hombres? —No lo sé. Pero lo sabré, Kamm Kammamuri, amuri, com c omoo también sabré quién es aquella aquell a mujer mujer que custodia la la pagoda de su terrible diosa. ¿Has oído 1q que dijo aquel viejo? —Sí, amo. —No sé, pero me pareció que hablaba hablaba de mí mí y sospecho que que aquella virgen vi rgen sea... —¿Quién —¿Quién?? —La —La mujer que me ha embrujado, embrujado, Kamm Kammamuri. amuri. Cuando Cuando aquel viejo viej o habló de ella ell a sentí sentí que el corazón me latía con fuerza extraña y esto me sucede cada vez que... —¡Silencio, amo! —murm —murmuró uró Kamm Kammamuri amuri con voz tenue. tenue. —¿Qué —¿Qué has has oído? oí do? —Se ha movido movido un bambú bambú.. —¿Dónde? —¿Dónde? —Allí... —Allí ... a unos unos treint trei ntaa pasos de nosotros. ¡Calla! Tremal-Naik levantó la cabeza y se dio la vuelta, escrutando con atención la negra masa de los bambúes, pero no vio a nadie. Aguzó el oído, aguantándose la respiración, y se sobresaltó. Un imperceptible roce se oía en la dirección que indicó el maharato; era como si una mano separara con suma suma cautela las l as anchas hojas, duras y espesas espes as como el cuero, de las l as gigantescas gigantescas plant pl antas. as. —Alguien —Alguien se acerca acer ca —murm —murmuró—. uró—. No te te muevas, muevas, Kamm Kammamuri. amuri. El crujido aumentaba y se acercaba, pero muy lentamente. Al cabo de un momento vieron como dos bambúes se doblaban y aparecía un indio, el cual se curvó hacia el suelo, llevándose una mano a la oreja. Estuvo un minuto de este modo, luego volvió a levantarse y parecía como si husmeara el aire. —¡Gary! —¡Gary! —musitó. —musitó. Un segundo indio salió de aquellos bambúes, a seis pasos de distancia del primero. —¿Oyes —¿Oyes algo? —pregunt —preguntóó el recié r eciénn llegado. —Nada en absoluto. absoluto. —Y sin embargo embargo me me pareció parec ió como si alguien susurrar susurraraa algo. —Te —Te habrás equivocado. Hace cinco ci nco minu minutos tos que estoy aquí, con las orejas orej as bien bi en atentas. atentas. Estamos Estamos en una una pista pi sta falsa. —¿Dónde —¿Dónde están los dem de más? —Todos —Todos delante de nosotros, nosotros, Gary. Gary. Hay el temor temor de que los l os hombres hombres que que han osado desembarcar aquí intenten un golpe de mano en la pagoda. —¿Con —¿Con qué qué fin? —Hace quince quince días la virgen de la pagoda encontró encontró a un hombre. hombre. Uno de nuestros hombres hombres les descubrió en el momento en que se intercambiaban señales. —¿Y para qué? —Parece que el hombre hombre quiere liberar libe rar a la virgen vi rgen.. —¡Oh, —¡Oh, qué qué horrendo delito! —exclamó —exclamó el indio que se llam ll amaba aba Gary. —Esta noche noche un indio, compañero compañero del miserable misera ble qu q ue osó poner su mirad miradaa sobre sobr e la l a virgen vi rgen de nuestra nuestra venerable diosa, di osa, ha desembarcado en Raimang Raimanga. a. Sin duda venía venía para pa ra espiar es piar.. —Pero hemos hemos estrangulado estrangulado a aquel indio. —Sí, pero después de él han desembarcado otros hombres, hombres, uno uno de los cuales asesinó asesi nó a nuestro nuestro sacerdote. —¿Y quién es este hombre hombre que miró miró a la cara ca ra de la l a virgen vir gen?? —Es un hombre hombre formidabl formidable, e, Gary, y capaz de todo: es el Caz Cazador ador de serpi s erpient entes es de la l a jungla jungla negra. negra. —Tiene que que mori morir. r. —Morirá, Gary; por mucho que corra, corra , nosotros nosotros le daremos alcance y nuestros nuestros lazos le estrangularán. Ahora márchate y camina recto hasta que llegues a la orilla del río; yo me marcho a la
pagoda a vigilar a la virgen. Adiós, y que la diosa te proteja. Los indios i ndios se separaron, separ aron, tomando tomando dos cam ca minos diferent di ferentes. es. En cuant cuantoo cesó ce só el ruido, Tremal-Naik, que lo había oído todo, se levantó. —Kamm —Kammamuri amuri —dijo —dij o con viva vi va emoción— emoción— tenem tenemos os que separar s epararnos. nos. Tú mismo mismo les has oído: saben que he desembarcado y me buscan. —Lo —Lo he oído todo, amo. amo. —Tú seguirá seguiráss al indio que se dirige diri ge hacia el río y, en cuanto cuanto puedas, alcanza la l a orilla oril la opuesta. Yo Yo seguiré al otro. —Tú me escondes alg al go, amo. amo. ¿Por qué qué no vienes también también tú a la orilla? oril la? —Tengo —Tengo que que ir a la pagoda. pa goda. —¡Oh, —¡Oh, no no lo hagas, amo! amo! —Estoy decidido. decidi do. En la pagoda se esconde la mujer mujer que me me ha embrujado. embrujado. —¿Y si te asesinan? as esinan? —Me matarán matarán a su lado y moriré orir é feliz. Vete, Vete, Kamm Kammamuri, amuri, vete, empieza empieza a venirme venirme la fiebre. Kammamuri soltó un profundo suspiro similar a un gemido y se levantó. —Amo —Amo —dijo —dij o con voz conmovida—, conmovida—, ¿dónde nos nos encontram encontramos? os? —En la cabaña, caba ña, si me me libro li bro de la l a muerte; muerte; vete. El maharato se adentró en la jungla tras las huellas del indio, en dirección hacia la orilla. TremalNaik se quedó mirá miránndole, con los brazos bra zos cruzados cruzados sobre sobr e el pecho y la frente arrugada. arrugada. —Y ahora —dijo —dij o levantando levantando la cabeza con firm fir meza, cuando cuando Kamm Kammamuri amuri despareció despar eció de su vista— ¡desafiemos a la muerte!... Se colocó la carabina en el hombro, dio una última mirada a su alrededor y se alejó con pasos rápidos y silenciosos, siguiendo las huellas del segundo indio, que no podía estar muy lejos. El camino era difícil y muy intrincado. El terreno estaba cubierto, hasta donde podía llegar la mirada, por una red espesa de bambúes que se levantaban hasta alturas extraordinarias. Había los llamados bans tulda, cubiertos de hojas grandísimas, los cuales en menos de treinta días alcanzan una altura que supera los veinte metros y un diámetro de treinta centímetros; los behar bans, de un metro de alto, con el tronco vacío, pero fuerte y provisto de largas espinas, y una variedad sorprendente de otros bambúes, conocidos comúnmente en los Sunderbuns con el nombre genérico de bans, los cuales crecían tan espesos que era necesario utilizar el cuchill cuchilloo para abrirse abri rse paso. Un hombre que no estuviera acostumbrado a aquellos lugares, sin duda se habría perdido en medio de aquellos gigant gigantescos escos vegetales vegetales y se habría encontrado encontrado ante la im i mposibili posibi lidad dad de prosegu pr oseguir ir la marcha sin hacer ruido, pero Tremal-Naik, que había nacido y se había criado en la jungla, se movía por allí debajo con sorprenden sorpre ndente te rapidez rapi dez y segurida seguridad, d, sin si n producir el e l menor rumor. rumor. No andaba, ya que ello habría sido absolutamente imposible, sino que se arrastraba como un reptil, deslizándose entre las plantas, sin detenerse nunca ni dudar ante el camino que debía tomar. De vez en cuando apoyaba la oreja en el suelo y estaba seguro de no perder el rastro del indio que le precedía, ya que el terreno terr eno le transmitía transmitía el paso de aquél, por muy ligero que fuera. fuera. Ya había recorrido más de una milla, cuando notó que el indio se había detenido de pronto. Apoyó tres o cuatro veces la oreja en el suelo, pero el terreno no transmitía ningún ruido; se levantó escuchando con profunda atención, pero no llegó ningún rumor. Tremal-Naik empezó a inquietarse. —¿Qué —¿Qué pasa? —murm —murmuró, uró, mirando a su alrededor—. alre dedor—. ¿Es que se ha dado cuenta cuenta de que que le sigo? ¡Estemos en guardia! Recorrió aún tres o cuatro metros arrastrándose, luego levantó la cabeza, pero volvió a bajarla casi de inmediato. Había chocado contra un cuerpo blando que pendía de lo alto y que enseguida se había retirado. —¡Oh! —¡Oh! —dijo. —dij o.
Un terrible pensamiento cruzó por su cabeza. Se echó enseguida hacia un lado, desenvainando el cuchillo, y miró hacia arriba. No vio nada, o al menos le pareció no ver nada. Pero estaba seguro de que había chocado contra algo, que no era una hoja de bambú. Permaneció unos unos minutos inutos inmóvi inmóvill como una una estatua. e statua. —¡Un —¡Una pitón! —exclamó —exclamó de pronto, pero sin asustarse. Un ruido repentino se oyó en medio del bambú, luego un cuerpo oscuro, largo, flexible descendió ondulando por una de aquellas plantas. Era una monstruosa serpiente pitón, de unos veinticinco pies de longitud, la cual se dirigía hacia el Cazador de serpientes esperando poder enlazarlo entre sus viscosos anillos y machacarlo con uno de aquellos terribles apretones a los que nada se resiste. Tenía la boca abierta, con la mandíbula inferior dividida en dos tramos como los hierros de una tenaza, la bífida lengua tensa tensa y los ojos encendidos, encendidos, que que bril br illaban laban sin si niestram iestra mente ente en la profun profunda oscuridad. osc uridad. Tremal-Naik se había dejado caer al suelo para que el monstruo no lo alcanzara y lo convirtiera en un amasijo de huesos rotos y de carnes sanguinolentas. —Si me muevo estoy perdido perdi do —murm —murmuró uró con extraordi extraordinaria naria sangre sangre fría—. Si el indio que me precede no se da cuenta cuenta de nada, estoy salvado. El reptil había descendido tanto que con la cabeza tocaba el suelo. Se dirigió hacia el Cazador de serpientes, que conservaba la rigidez de un cadáver, onduló un rato sobre él lamiéndole con la fría lengua, luego trató de colocárselo debajo para envolverlo. Tres veces volvió a la carga silbando de rabia y tres veces se retiró enroscándose de mil maneras, subiendo y bajando por el bambú en torno al cual se había ceñido con fuerza. Tremal-Naik, enfurecido, horrorizado, seguía inmóvil, haciendo esfuerzos sobrehumanos para dominarse; pero en cuanto vio que el reptil se levantaba y se arrollaba a sí mismo, se dio prisa en arrastrarse cin ci nco o seis metros lejos. Ya se creía fuera de peligro y ya se había dado la vuelta para levantarse, cuando oyó una voz amenazante que gritó: —¿Qué —¿Qué haces haces aquí? Tremal-Naik se levantó con el cuchillo en la mano. A siete u ocho metros de distancia, muy cerca del lugar que ocupaba el reptil, había aparecido de pronto un indio de estatura alta, muy delgado, armado de un puñal y de una especie de lazo que acababa en una bola de plomo. En el pecho llevaba tatuada la misteriosa serpiente con la cabeza de mujer, rodeada de algunas letras en sánscrito. —¿Qué —¿Qué haces haces aquí? —repitió —r epitió aquel indio i ndio en tono tono amenaz amenazant ante. e. —¿Y tú qué haces? —replicó —repl icó Tremal-Naik, con calma glacial—. laci al—. ¿E ¿Eres res acaso uno uno de aquellos miserables que se divierten asesinando a las personas que desembarcan aquí? —Sí, y tienes tienes que saber que ahora haré lo mismo mismo contigo. contigo. Tremal-Naik se puso a reír, mirando al reptil, el cual empezaba a desenroscar los anillos, ondeando casi sobre la l a cabeza cabeza del indio. —Tú crees que me me matarás matarás —dijo —di jo el cazador—, y en cambio cambio la l a muerte muerte te te está tocando. —¡Pero antes antes morirás tú! —gritó el indio, haciendo silbar sil bar alrededor al rededor de la cabeza c abeza la cuerda de seda. se da. Un silbido aterrador que emitió el reptil le detuvo en el momento en que iba a lanzar la bola de plomo. —¡Oh! —¡Oh! —exclamó —exclamó con profundo profundo terror terror.. Había levantado la cabeza y se había encontrado delante al reptil. Quiso huir y dio un salto hacia atrás, pero tropezó con un un bambú bambú cortado y fue fue a parar entre entre las l as hierbas. hierba s. —¡Socorro, socorro! socor ro! —gritó —gritó desespera des esperado. do. El enorme reptil se dejó caer al suelo y en un instante aferró al indio entre sus anillos, estrechándolo de tal modo que le paró la respiración y le quebró todos los huesos del cuerpo.
—¡Socorro, socorro!... socor ro!... —repitió —repi tió el desgraciado, de sgraciado, abriendo abr iendo los ojos oj os con desespero. desesper o. Tremal-Naik, en un ademán espontáneo, se lanzó hacia el grupo. Con un terrible golpe de cuchillo cortó a la pitón por la mitad, mientras ésta silbaba rabiosamente, cubriendo de baba sanguinolenta a la víctima. Iba a reanudar su acción cuando oyó que el bambú se agitaba furiosamente en muchos lugares. —¡Aquí —¡Aquí está! —tronó —tronó una una voz. voz. Eran otros indios que corrían hacia allí, compañeros del infeliz al que el reptil, aunque partido por la mitad, machacaba haciéndole salir salpicando la sangre de la carne. Tremal-Naik comprendió el peligro que corría y, sin esperar más, emprendió una precipitada fuga a través de la jungla. —¡All —¡Allíí está, allí al lí está! —repitió la l a misma misma voz—, voz—, ¡Fuego ¡Fuego sobre él, fuego! fuego! Se oyó un tiro de arcabuz, despertando todos los ecos de la jungla, luego un segundo y un tercero. Tremal-Naik, que se salvó milagrosamente de los proyectiles, se dio la vuelta, rugiendo como las bestias que cazaba en la selva. —¡Ah, —¡Ah, miser miserables ables!! —gritó —gritó con voz enfu enfureci recida. da. Se sacó la carabina de encima y la apuntó contra los asaltantes, que iban hacia adelante con los puñales puñales entre entre los l os dient di entes es y los lazos en la mano, mano, listos li stos para estrangularlo. estrangularlo. De la caña salió una línea de fuego, seguida de una detonación. Un indio lanzó un grito terrible, se llevó las manos al rostro y rodó por las hierbas. Tremal-Naik reemprendió la carrera desenfrenada, saltando hacia la derecha y hacia la izquierda para impedir que los enemigos le pudieran acertar. Atravesó un grupo de bambúes que abatió con furia y se int i ntrodujo rodujo en la densa jun j unggla, haciendo perder el rastro a sus seguidore seguidores. s. Corrió así durante un cuarto de hora; se detuvo un momento para recobrar el aliento en el borde de una plantación, luego se metió como un loco en medio de las tierras pantanosas y descubiertas, surcadas por innumerables canalitos de aguas embalsadas. Tenía los ojos inyectados de sangre y espuma en los labios, pero corría siempre como si tuviera alas en los pies, saltando uno por uno todos los obstáculos que le cerraban el camino, mientras tenía sólo una idea: poner entre él y sus perseguidores el mayor espacio posible. No pudo saber lo que corrió. Cuando se detuvo, se encontraba a doscientos pasos de una soberbia pagoda, que se levantaba aislada en medio de un amplio prado rodeado de colosales ruinas.
V LA VIRGEN DE LA PAGODA Aquella pagoda, del más puro estilo indio, era la más bella que Tremal-Naik hubiera visto en las Sunderbunds. Construida toda en granito pardusco, medía más de sesenta pies de altura, sobre una base de cuarenta de anchura, y estaba rodeada de magníficas columnas, esculpidas con aquella valentía que distingue distingue a la l a raza in i ndia. A medida que la pagoda ascendía, poco a poco iba estrechándose hasta terminar en una especie de cúpula, coronada por una espléndida bola de metal con una punta muy aguda, que sostenía a la misteriosa serpient serpi entee con la cabeza ca beza de mujer. mujer. En las esquinas de la pagoda estaba esculpido el Trimurti indio, representado por tres cabezas sobre un solo cuerpo sostenido por tres piernas, y las paredes estaban recubiertas de una multitud de extrañas esculturas, raras, representando a numerosas figuras de la historia sagrada de los indios, Brahma, Siva, Visnú, Parvada, la siniestra diosa de la muerte sentada encima de un león, Darma-Ragia, el Plutón de los indios, y muchas divinidades más, así como un gran número de monstruos espantosos y de cabezas de elefante con las trompas extendidas. Tremal-Naik se había parado de golpe, sorprendido por encontrarse delante del templo, allí donde creía que se extendía la jungla salvaje. —¡Un —¡Una pagoda! —exclamó—. —exclamó—. ¡Estoy ¡Estoy perdido! perdi do! Dio una rápida mirada a su alrededor. Se encontraba en una especie de claro de una extensión de más de media milla, en el que no había ni matorrales ni bambúes. —¡Estoy —¡Estoy perdido! —repitió —re pitió con c on ira—. Si no encuent encuentro ro un escondite, dentro dentro de cinco minu minutos tos caerán caer án sobre mí aquellos terribles terri bles hombres hombres y me me estrang es trangularán. ularán. Por un momento tuvo la idea de volver atrás y de refugiarse de nuevo en la jungla para esconderse, pero tenía que recorrer más de ochocientos metros, es decir, el tiempo suficiente para que sus perseguidores le descubrieran. Pensó en las ruinas que rodeaban al prado, pero no presentaban escondites segu s eguros. ros. —¿Y si subiera s ubiera allá al lá arriba ar riba?? —murm —murmuuró, mirando la cúspide de la l a pagoda—. ¿Y ¿Y por qué no? no? Para un hombre como él, acostumbrado a cualquier tipo de ejercicio y dotado de una fuerza hercúlea, unida a una agilidad extraordinaria, capaz de provocar envidia a un simio Guenú, no era una empresa difícil la de subir hasta la cúpula, sujetándose a las columnas y a las esculturas que se unían entre sí formando una empinada y caprichosa escalinata. Después de haber desarmado la carabina y ponérsela sobre los hombros, se dirigió hacia la pagoda, quedándose unos instantes quieto escuchando y, al estar seguro del profundo silencio que allí reinaba, se dispuso a emprender la atrevida escalada. Con una rapidez sorprendente subió a una columna y desde allí llegó a la pared del templo, aferrándose a las piernas de las divinidades, trepando sobre sus cuerpos, apoyando los pies sobre sus cabezas, sujetándose en las trompas de los elefantes elefantes y en los cuernos del buey del dios Siva. Sucedía algo extraño, incomprensible, misterioso: a medida que ascendía, sentía que el corazón le latía precipitadamente y sus miembros adquirían un vigor extraordinario. Le parecía que una fuerza irresistible le conducía hacia la cima de la pagoda, y al contacto con aquellas frías piedras sentía sensaciones desconocidas, inexplicables. Sería como como las dos de la mañana cuando, después de haber realizado una veintena de acrobacias capaces de hacer helar la sangre a un gimnasta y de haber corrido las mismas veces el peligro de caer y romperse el cráneo, llegó a la punta de la cúpula. Con un último impulso se abrazó a la gigant gigantesca esca bola de metal, metal, rematada rematada con la serpient serpi entee de cabeza de mujer mujer..
Con gran sorpresa se encontró encima de una gran abertura, profunda y oscura como un pozo, atravesada por una barra de bronce en la que encontró el modo de apoyar los pies. —¿Dónde —¿Dónde estoy? estoy? —se pregu pr egunt ntó—. ó—. Este pozo, sin duda, duda, debe conducir conducir al int i nterior erior de la pagoda. Abandonó la gran bola y se sujetó a la barra mirando hacia abajo, pero no vio más que tinieblas; aguzó el oído, pero debajo suyo reinaba el más profundo de los silencios, señal evidente de que en aquel momento no había nadie en la pagoda. Algo que le llamó la atención fue una cuerda bastante gruesa, formada por un vegetal brillante y flexibilísimo, que estaba anudada a la barra y desaparecía hacia abajo en la abertura. La cogió y haciendo acopio de fuerzas la tiró hacia él; enseguida notó que en el extremo inferior debía de haber prendido un cuerpo cuerpo pesado, el cual, con la tracción, onduló onduló tin ti ntineando. tineando. —Puede —Puede que sea una una lámpara —dijo —dij o Tremal-Naik. De pronto se golpeó con la mano en la frente. —¡Oh, —¡Oh, ya recuerdo! —exclamó —exclamó con viva emoción—. emoción—. Sí... aquellos dos hombres ombres hablaban de una una pagoda... de una una virgen vir gen que vela..., sí, s í, Visnú, Visnú, podría podrí a ser... ser ... Se detuvo y se llevó la mano al corazón, que latía con una violencia extraordinaria. Sentía la misma emoción que había experimentado en aquellas noches en que se encontró ante la extraña visión. Fue como un relám rel ámpago. pago. Se cogió a aquella cuerda c uerda y empezó empezó a descender desc ender en las tinieblas, aunque aunque ignorara ignorara todavía a dónde iba a acabar y qué era lo que esperaba abajo. Unos minutos después, sus pies chocaban contra un objeto redondeado, que produjo un sonido metálico, el cual, los ecos del templo, repitieron varias veces. Iba a inclinarse para ver de qué se trataba, cuando un chirrido, similar al que produce una puerta que gira sobre las bisagras, llegó hasta sus oídos. Miró hacia abajo y le pareció descubrir, en las tinieblas, cómo una sombra que se movía, sin producir ningún ruido. —¿Quién —¿Quién podrá ser? se r? —se pregunt preguntóó Tremal-Naik, estremeciéndose. estremeciéndose. Con una mano sacó una pistola y la empuñó, decidido a vender cara su vida si le descubrían, y esperó inmóvil, como una estatua de granito. Un profundo suspiro llegó hasta él; aquel suspiro le impresionó de una manera nueva, misteriosa. Le pareció pareci ó como si algu a lguien ien le hubier hubieraa asestado as estado una una puñalada puñalada en el corazón cor azón.. —Estoy loco o embrujado —murm —murmuuró. La sombra se había parado delante de una mole negra, enorme, que se encontraba precisamente debajo de la cuerda. cuerda. —Aquí —Aquí estoy, estoy, ¡horrible divin divi nidad! —exclamó una una voz de mujer, mujer, que que hizo estremecer a Tremal-Naik hasta el fondo del alma. a lma. Como colmo de sorpresa, él oyó una materia líquida que caía por el suelo y se notó esparcirse por el aire un suave perfume. —¡Gent —¡Gentee monstruosa! onstruosa! —pensó—. Pero aquella sombra sombra tiene una voz dulce como como las notas del sanguy... ¡Es extraño! Tiemblo como si tuviera fiebre. ¿Por qué?... —¡Te —¡Te odio! —exclam —e xclamóó la l a misma voz, con c on profunda profunda amargu amargura—. ra—. Te odio, espantosa divinidad, di vinidad, que me has condenado a un martirio eterno, después de haberme destruido todo lo que tenía más querido para mí sobre la tierra. Asesino, ¡sed malditos en esta y en la otra vida! Un llanto siguió a la maldición lanzada por aquel ser misterioso hacia aquellos hombres a los que había llamado asesinos. Tremal-Naik sintió de nuevo cómo todos sus miembros se estremecían: él, hombre de ánimo inaccesible, él, el salvaje hijo de la jungla, él, el Cazador de serpientes, por primera vez en su vida se sintió conmovido. Por un momento tuvo la idea de dejarse caer en el vacío, pero le detuvo un cierto temor. Además, era ya demasiado tarde, ya que la sombra se había alejado, desapareciendo en las tinieblas, y poco después él oyó el chirriar de la puerta que se cerraba. —¿Cuán —¿Cuándo do lograré desvelar desvel ar este es te misteri misterio? o? —murmu —murmuró ró TremalTremal-Naik, Naik, casi con rabia—. rabi a—. ¿Quiénes ¿Quiénes son
estos monstruos que necesitan víctimas? ¿Quién es esta espantosa divinidad? ¿Quién es esta mujer que viene a hacer sus maldiciones en la medianoche, en la hora de los delitos, de los fantasmas, de las venganzas?... ¿Quién es este ser que, mientras los demás estrangulan, llora?, ¿que mientras los demás me producen asco, me conmueve?, ¿que mientras los demás tienen la voz cavernosa, la tiene suave, como una armonía celestial? Yo quiero ver a esta criatura, y le quiero hablar y ella me lo desvelará todo. No sé, pero una voz interior me dice que yo la he visto otras veces, que ha hecho palpitar mi corazón, que esta mujer es... Se detuvo anh anhelante, casi asustado. Una Una llamarada le l e invadió i nvadió el rostro y le inu i nundó ndó de sudor. —¿Si fuera fuera mi visión? visi ón? —exclamó, —exclamó, con voz trému trémula de emoción—. emoción—. Cuando Cuando me encaramaba encaramaba por el templo templo yo estaba emocionado, cuando cuando bajé baj é aquí, yo temblaba. temblaba. ¿Será verdad?... verda d?... Bajemos. Bajemos. Se dejó caer y puso sus pies encima de un objeto duro y escabroso, que en cuanto lo tocó dejó oír aquel sonido especial de los cuerpos metálicos y en especial de los bronces. Notó que estaba encima de la mole negra, frente a la cual la mujer había vertido aquel perfume, había maldecido y había llorado. —¿Qué —¿Qué puede puede ser esto? —murm —murmuró. uró. Se agachó, apoyó las manos sobre aquella mole de bronce y se dejó resbalar hacia abajo, hasta que llegó al suelo. Sus pies se deslizaron sobre una superficie lisa y húmeda. —Sí, aquí es donde ella ell a esparció esparc ió el perfume perfume —dijo—. —dij o—. El olor que me llega lle ga hasta hasta la nariz me lo indica. Mañana sabré dónde me encuentro y con quién tendré que vérmelas. Dio seis o siete pasos vagando entre las tinieblas, luego se acurrucó en el suelo, con las pistolas en la mano, esperando que un rayo de luz iluminara aquel templo misterioso. Pasó más de una hora sin que ningún sonido turbara el fúnebre silencio que reinaba en aquel lugar; allí arriba, hacia la abertura, el cielo empezaba a clarear y los astros a palidecer por los primeros albores. Tremal-Naik, inmóvil, con los ojos bien abiertos y los oídos tensos, esperaba siempre, con aquella aquella paciencia paciencia característica de las l as razas asiáticas. Hacia las cuatro el sol apareció de pronto sobre el horizonte, iluminando la gran bola de bronce que se erguía en la cima de la pagoda, y a través de la amplia abertura penetró un haz de luz. Tremal-Naik se levantó de un salto sorprendido, aturdido por el espectáculo que se ofrecía ante sus ojos. Se encontraba debajo de la inmensa cúpula, cuyas paredes estaban caprichosamente pintadas. Las primeras diez encarnaciones de Visnú8, el dios conservador de los indios, que tiene su residencia en el Vaicondi o mar de leche de la serpiente Adissescieu, estaban pintadas allí, y las imágenes del dios estaban rodeadas de los principales deverkeli o semidioses venerados por los indios, protectores de los ocho rincones del mundo, habitantes del sorgou, el paraíso de quienes no poseen tantos méritos como para ir al cailasson o paraíso de Siva. En el centro de aquella cúpula estaban esculpidos los cateros, gigantescos genios malvados, que divididos en cinco tribus van errando por el mundo, del cual no pueden salir y no pueden merecer la beatitud prometida a los hombres hasta que hayan reunido gran número de plegarias. En medio de la pagoda se elevaba una gran estatua de bronce, que representaba a una mujer con cuatro brazos, de entre los cuales uno blandía una larga daga y en otro una cabeza. Una gran hilera de calaveras formando un collar le llegaba hasta los tobillos y un cinturón de manos y brazos cortados le sujetaba la cintura. La cara de aquella horrible mujer estaba tatuada, sus orejas llevaban pendientes como adorno; la lengua, pintada de rojo oscuro, del color de la sangre, y le salía como un palmo por entre los labios que mostraban una actitud de sonrisa feroz; las muñecas estaban rodeadas de grandes pulseras y sus pies reposaban reposa ban sobre el cuerpo abatido de un gigant gigantee cubierto de heridas. eri das. Aquella divinidad, se comprendía a primera vista, extasiada por la embriaguez de la sangre, danzaba sobre el cuerpo de la víctima.
Otro objeto raro era un recipiente de mármol blanco, empotrado en las relucientes piedras del pavimento. Estaba llenó de agua limpísima y en la misma se veía nadar a un pequeño pez de un bonito color amarillo oro, que se parecía mucho a un mango del Ganges. TremalTremal-Naik Naik nun nunca ca había visto nada similar. Se había parado ante la monstruosa divinidad y la contemplaba con una mezcla de estupor y de miedo. ¿Quién era aquella figura rodeada de cráneos y adornada con manos y brazos cortados? ¿Qué significaba aquel pececillo que nadaba en aquella pila blanca? ¿Qué relación tenían aquellos dos extraños extraños sím sí mbolos con los hombres ombres feroces que perseguían perseguían y estrangulaban estrangulaban a sus sim si milares? il ares? —¿Sueño —¿Sueño o estoy despierto? despie rto? —mu —murmuró rmuró Tremal-Naik, frotándose frotándose repetidamente repetidamente los párpados—. párpados —. No comprendo nada. Aún no había acabado de hablar, cuando un ligero chirrido llegó hasta sus oídos. Se dio la vuelta con la carabina en la mano, pero, casi enseguida, retrocedió hasta la monstruosa divinidad, conteniendo con dificultad un grito de estupor y de gozo. Frente a él, en el quicio de una puerta dorada, estaba de pie una joven de maravillosa belleza, con el más angustioso angustioso terror dibujado en su rostro. Tendría como unos quinces años9. Era delgada como un junco y de formas soberbiamente elegantes. Los rasgos de su cara eran de una pureza antigua, animados por esplendor de la expresión de la mujer anglo-india. Tenía la piel rosada, de una suavidad incomparable; los ojos, grandes, negros y chispeantes como diamantes; una nariz recta que no tenía nada de indio, y los labios, finos, coralinos, entreabiertos por el estupor entre dos hileras de dientes blancos y resplandecientes. Su opulenta cabellera, de color negro intenso, como de hollín, separada en la frente por un nudo de grandes perlas, se recogía formando nudos y entrelazada con flores de ciambaga de suave perfume. Tremal-Naik, cuando entró la muchacha había retrocedido hasta la altura de la monstruosa estatua de bronce. —¡Ada!... —¡Ada!... ¡Ada!... ¡Ada!... ¡la aparición apari ción de la jun j ungla! gla! —exclamó —exclamó con voz apagada. apagada. No supo decir nada más y permaneció allí mudo, jadeante, desvariando, mirando aquella soberbia criatu cri atura, ra, que seguía seguía mirándole irá ndole con profundo profundo terror. terr or. De pronto la muchacha dio unos pasos hacia adelante, dejando caer en el suelo el amplio sari de seda adornado con una ancha franja azul, rematada de complicados dibujos, que la cubría como un manto. Un rayo de luz cegadora la envolvió, quitándola de la vista del Cazador de serpientes, que se vio forzado a cerrar los ojos. Aquella muchacha iba literalmente recubierta de oro y de piedras preciosas de inestimable valor. De su cuello pendían varios collares de perlas y de diamantes grandes como avellanas, y grandes pulseras centelleantes de piedras preciosas adornaban sus brazos desnudos: una coraza de oro llena de los más bellos diamantes del Golconda y del Cuzerat, decorada en el centro con la misteriosa serpiente con la cabeza de mujer, le protegía el pecho; un amplio chal de cachemir bordado en plata se anudaba en su cintura, y los pantalones anchos, de seda blanca, que le llegaban hasta los pies desnudos y pequeños, se sujetaban en los tobillos por bolas de coral de la más hermosa tonalidad roja. Un rayo de sol que penetraba por un agujero estrecho, iluminando a aquella profusión de oro y de joyas, había sumido de pronto a la joven en un mar de luz de un fulgor cegador. TremalTremal-Naik Naik había había abierto abier to otra vez los ojos oj os y la miraba fijam fij ament ente, e, fascinado. —¡La —¡La visión! visi ón!... ... ¡La ¡La visión! visi ón!... ... —repitió —repi tió turbado turbado la segun segunda vez, tendiendo tendiendo los brazos hacia ella—. ell a—. ¡Oh, qué hermosa es! La jovencita miró a su alrededor con asombro y se llevó un dedo a los labios, como invitándolo a callar; call ar; luego caminó caminó firme firme hacia él. —¡Desgraciado! —¡Desgraciado! —dijo —dij o ella ell a con miedo—. ¿Por qué has venido hasta aquí?... ¿Qué ¿Qué locura te ha
traído hasta este horrible lugar?... El Cazador de serpientes, sin quererlo, había caído de rodillas delante suyo, tendiéndole los brazos, pero ella retrocedió con más temor. —¡No —¡No me me toques! toques! —dijo —dij o con un un hil hiloo de voz. TremalTremal-Naik Naik suspiró. —¡Eres bella! bell a! —exclamó —exclamó con pasión. —¡Calla! —¡Eres bella!... bell a!... —repitió —repiti ó el salvaj s alvajee hijo de la l a jungla. jungla. Ella se puso un dedo sobre los labios. —Si no me quieres perder, no hagas ruido —dijo —dij o con dulce amonest amonestación—. ación—. Tú no sabes todavía los tremendos peligros que nos amenazan. —¡Yo —¡Yo soy Tremal-Naik! ¿Qu ¿Quién es este hombre hombre que te amenaz amenaza? a? Dímelo Dímelo y yo, el Cazador de serpient serpi entes, es, ¡te juro que mañan mañanaa este hombre hombre habrá desapareci des aparecido do de la l a tierra!... tierr a!... —No hables hables así, TremalTremal-Naik. Naik. —¿Por qué?... qué?... Oye, much muchacha: acha: yo nun nunca ca había visto vi sto un rostro de mujer en mi mi ju j ungla ngla poblada sólo de tigres. Cuando te vi por primera vez, con los últimos rayos del sol poniente, detrás de aquella planta de mussenda, me sentí vibrar hasta el fondo del corazón. Me pareció que eras una divinidad bajada del cielo y te te adoré. ador é. —¡Calla, calla! cal la! —repitió —repi tió con voz entrecor entrecortada tada la muchach muchacha, a, escondiéndose la cara c ara entre las manos. —No puedo callar, cal lar, ¡hermosa ¡hermosa flor de la jungla! jungla! —exclamó —exclamó TremalTremal-Naik, Naik, con más más pasión pasió n—. Cuando Cuando tú desapareciste, me creí que algo se desprendía de mi corazón. Estaba como embriagado; ante mis ojos danzaba tu visión, en mis venas corría más deprisa la sangre y lenguas de fuego llegaban hasta mi cerebro. cerebr o. ¡Se diría dir ía que me me habías embrujado! —¡Tremal —¡Tremal-Naik! Naik! —mu —murmuró rmuró la joven. —Aquell —Aquellaa noche no dormí dormí —prosigu —prosi guió ió el Caz Cazador ador de serpient serpi entes—. es—. Tenía fiebre fiebr e y un deseo furioso de volverte vol verte a ver. ve r. ¿Por qué? Lo Lo ignoraba, ignoraba, no podía comprender comprender qué era lo l o que me me sucedía. Era Er a la primera vez en mi vida que experimentaba tal emoción. Pasaron quince días. Todas las tardes, al ponerse el sol, yo te volvía a ver detrás de la mus-senda y me sentía feliz a tu lado; me parecía estar en otro mundo, me parecía que me habías convertido en otro hombre. Tú no me hablabas, pero me mirabas y para mí era incluso demasiado; aquellas miradas tuyas eran elocuentes y me decían que tú... Se paró jadeante, mira mirando ndo a la muchacha uchacha que que tenía el rostro escondido entre las manos. —¡Ah! —¡Ah! —exclamó —exclamó él con c on dolor—. ¿Tú no quier quieres, es, pues, que hable? hable? La muchacha se turbó y le miró con ojos húmedos. —¿Para qué hablar —balbuceó— cuando cuando entre entre nosotros hay sólo s ólo un abismo? ¿Por qué qué has venido aquí, desgraciado, a despertar en mi corazón una esperanza vana? ¿No sabes tú que este lugar es maldito, prohibido sobre s obre todo a aquel a quien amo? amo? —¿Que —¿Que amo? amo? —exclamó —exclamó Tremal-Naik con alegría—. Repite, repite repi te esta palabra, palabr a, ¡bella flor de la ungla! ¿Es verdad que tú me amas? ¿Es verdad que tú venías cada tarde detrás al mussenda porque me amabas? —¡No —¡No me me hagas hagas morir, Tremal-Naik!—exclamó Tremal-Naik!—exclamó la much muchacha acha con angust angustia. ia. —¡Morir —¡Morir!! ¿Por ¿Por qué? ¿Qu ¿Quéé peligro peli gro te amenaz amenaza? a? ¿No estoy yo aquí para defenderte? ¿Qué ¿Qué importa importa que este lugar sea maldito? ¿Qué importa si entre nosotros hay un abismo? Yo soy fuerte, tan fuerte que por ti haría caer ca er este e ste templo templo y derru derr uiría irí a aquel horrible horri ble monstruo, onstruo, ante ante el cual tú viertes perfu per fum mes. —¿Cóm —¿Cómoo sabes estas e stas cosas? cosas ? ¿Quién ¿Quién te lo ha dicho? —Te he he visto vis to esta noche. noche. —Así pues, ¿estabas aquí aquí esta es ta noche? noche? —Sí, estaba aqu a quí,í, mejor allá al lá arriba, ar riba, asido a la lám l ámpara, para, precisa pr ecisam mente ente encima encima de tu cabeza. cabeza.
—Pero ¿quién ¿quién te condujo condujo a este templo? templo? —La —La suerte, o mejor mejor,, el lazo l azo de los hombres hombres que habitan en esta tierra maldita. —Así pues, ¿te ¿te han visto?
—Me han han dado caza. —¡Ah, —¡Ah, desgraci desgraciado!, ado!, estás perdido perdi do —exclamó —exclamó la muchach muchachaa con desesperación. desespera ción. TremalTremal-Naik Naik fue fue hacia ella. ell a. —Pero dime, ¿qué ¿qué misterio isteri o es ése? —pregunt —preguntó, ó, frenando frenando con dificultad el furor furor que que le invadía—. ¿Por qué tanto terror? ¿Qué significa aquella monstruosa figura que necesita perfumes? ¿Qué es aquel pez dorado que nada en aquella pila? ¿Qué significa aquella serpiente con la cabeza de mujer que llevas t impresa en la coraza? ¿Quiénes son . estos hombres que estrangulan a sus semejantes y que viven bajo tierra? ¡Lo quiero saber, Ada, lo quiero saber! —No me me interrogues, interrogues, Tremal-Naik.
—¿Por qué? qué? —¡Ah, —¡Ah, si tú supieras qué terrible terri ble destino des tino pesa sobre mí! —Pero yo soy fu fuerte. —¿De —¿De qué vale la l a fuerza fuerza contra contra estos es tos hom hombres? bres? —Les —Les daré dar é una una guerr guerraa despiadada. despi adada. —Te —Te destrozarán com c omoo si fueras fueras un bambú bambú joven. j oven. ¿Es que no desafían a la potencia potencia de Inglaterra? Inglaterra? Son fuertes, ¡Tremal-Naik, y tremendos! Nada se les resiste: ni las flotas, ni los ejércitos. Todo cae ante ellos ell os con su alient ali entoo venenoso. venenoso. —Pero ¿quiénes ¿quiénes son estos hom hombres? bres? —No puedo puedo decirlo. deci rlo. —¿Y si yo te lo orden orde nara? —Me negaría. negaría. —Así tú... tú... ¡desconfías ¡desconfías de mí! —exclamó —exclamó TremalTremal-Naik Naik con rabia. rabi a. —¡Tremal —¡Tremal-Naik, Naik, TremalTremal-Naik! Naik! —murm —murmuró uró la infeliz jovencita, con acento acento desgarrador. El Cazador de serpientes se retorció los brazos. —Tremal-Naik —Tremal-Naik —prosigu —prosi guió ió la muchacha—, uchacha—, sobre mí pesa una una condena, condena, una una condena condena terrible, terribl e, espantosa, que cesará sólo s ólo con mi mi muerte. muerte. Yo te he amado, amado, gran hij hijoo de la l a selva, sel va, te amo siempre, siempre, pero... pe ro... —¡Ah! —¡Ah!,, ¡tú me amas! —exclamó —exclamó el Cazador de serpie se rpienntes. —Sí, te amo, TremalTremal-Naik. Naik. —Júralo sobre sobr e aquel monst monstruo ruo que que está ante nosotros. nosotros. —¡Lo —¡Lo juro! —dijo la l a jovencita, extendiendo extendiendo la mano mano hacia la estatua estatua de bronce. —¡Jura —¡Jura que tú serás mi esposa!... espos a!... Un espasmo espasmo contraj contrajoo los rasgos de la l a joven. jove n. —Tremal-Nai —Tremal-Naikk —murm —murmuró uró en voz baja—, ¡querrí ¡querríaa ser tu esposa, si fuera posible! posibl e! —¡Ah! —¡Ah!,, ¿es que teng tengoo un rival? riva l? —No, no no habrá nadie nadie tan audaz audaz que que ponga ponga su mira mirada da sobre mí. Perten Per tenezco ezco a la muerte. muerte. TremalTremal-Naik Naik retrocedió unos unos pasos, pas os, estrechan es trechando do la l a cabeza entre las la s manos. manos. —¡A la muerte! muerte! —exclamó. —exclamó. —Sí, Tremal-Naik, pertenezco pertenezco a la muerte. El día dí a en que un hom hombre bre ponga ponga las l as manos manos encim e ncimaa de mí, el lazo del vengador truncará mi vida. —¿Pero es que estoy soñando? soñando? —No, estás despierto, despi erto, y quien quien te habla habla es e s la mujer que te ama. ama. —¡Ah! —¡Ah!,, ¡tremendo ¡tremendo misteri misterio! o! —Sí, tremendo tremendo misterio, isteri o, Tremal-Naik. Entre Entre nosotros hay un abismo que que nadie será capaz de colmar..., ¡Fatalidad! ¿Pero qué he hecho yo para ser tan desgraciada? ¿Qué delito he cometido para ser maldita? El llanto apagó su voz, y su rostro se cubrió de lágrimas. Tremal-Naik lanzó un rugido sordo y apretó los puños con tanta fuerza que sus huesos crujieron. —¿Qué —¿Qué puedo hacer por ti? —pregunt —preguntó, ó, conmovido conmovido hasta lo más profundo profundo de su alma—. Estas lágrimas tuyas me hacen daño, hermosa flor de la jungla. Dime lo que tengo que hacer, ordena y yo te obedeceré obedecer é mejor que un esclavo. ¿Quier ¿Quieres es que te saque s aque de aquí? Lo haré, aunque aunque tenga tenga que que perder per der la l a vida vi da en el intento. —¡Oh! —¡Oh!,, ¡no, ¡no, no! —exclamó —exclamó la jovencita j ovencita con espanto—. espanto—. Sería la muerte muerte para los dos. dos . —¿Quieres —¿Quieres que me me marche de aquí? Escucha, yo te am a mo mucho, mucho, pero si tu existencia existencia dependiera de nuestra eterna separación, yo apartaré el amor que ha nacido en mi corazón. Seré un condenado, será un continu continuoo martiri martirioo para mí, pero pe ro lo l o haré. Habla, ¿qué ¿qué quieres? La jovencita callaba y sollozaba. Tremal-Naik la acercó hacia él con dulzura e iba a abrir los
labios, labi os, cuando fuera fuera resonó el agudo agudo sonido del ramsinga. ramsinga. —¡Huy —¡Huye!, e!, ¡huye, ¡huye, Tremal-Naik! Tremal-Naik! —exclamó —exclamó la jovencita trastornada tra stornada por el terror—. ¡Hu ¡Huye o estam e stamos os perdidos! —¡Ah, —¡Ah, maldi maldita ta trompeta! trompeta! —gritó —gritó Tremal-Naik chirr chirriando iando de dientes. —Ellos llegan ll egan —continu —continuóó la jovencita con voz entrecor entrecortada—. tada—. Si nos encuent encuentran, ran, nos inm i nmolar olarán án a su espantosa divinidad. ¡Huye, huye! —¡Oh, —¡Oh, nun nunca! ca! —¿Quieres —¿Quieres hacerme morir morir?? —¡Yo —¡Yo te defenderé! defenderé! —¡Pero, huy huye, desgraciado!, desgraci ado!, ¡huy ¡huye! e! Tremal-Naik como toda respuesta recogió la carabina del suelo y la armó. La jovencita comprendió que aquel hombre hombre era obstinado. —¡Ten piedad de mí! —dijo —dij o con angu angustia—. stia—. Ellos Ell os están llegando. —Pues —Pues bien, yo les esperaré esper aré —respondió Tremal-Naik—. Al primero que se atreva a ponerte ponerte las manos encima, juro por mi dios que le mataré como un tigre. —Pues —Pues quédate, ya ya que eres obstinado, valiente val iente hij hijoo de la jung jungla: yo te te salvaré. sal varé. Ella recogió su sari y se encaminó hacia la puerta por la que había entrado. Tremal-Naik fue hacia ella para detenerla. detenerla. —¿Adonde —¿Adonde vas? —le pregu pr egunt ntó. ó. —A recibi re cibirr al hombre hombre que está llegan ll egando do y a impedirle que entre entre aquí. Esta noche, a medianoche, volveré a ti. Entonces se cumplirá la voluntad de los numes, y quizá... huiremos. —¿Cóm —¿Cómoo te llamas? —Ada Corisant. —¡Ada —¡Ada Corisant Coris ant!! ¡Ah ¡Ah!, !, ¡qué ¡qué bello bell o es este es te nom nombre!, bre!, vete, noble criatu cri atura, ra, te espero espe ro a medianoche! medianoche! La jovencita se envolvió en el sari, miró por última vez con los ojos húmedos a Tremal-Naik, y salió conteniendo un sollozo.
VI. LA CONDENA A MUERTE Ada salió de la pagoda, todavía conmovida, con el rostro mojado por las lágrimas, pero los ojos chispeantes de firmeza, y entró en un pequeño salón cubierto con dos esteras pintadas y decoradas con monstruosas divinidades, poco diferentes a las ya descritas. La serpiente de la cabeza de mujer, la estatua de bronce de rostro terrible y la pila de mármol blanco con el pececillo dorado no faltaban en aquella habitación. Un hombre ya había entrado y paseaba arriba y abajo con visible impaciencia. Era un indio de alta estatura, estatura, delgado d elgado como como un bastón, de rostro enérg e nérgico, ico, la mirada ira da llam ll ameant eantee y feroz, la barbill barbi llaa cubierta con una pequeña barba negra y enmarañada. Llevaba envuelto alrededor del cuerpo un rico dooté, especie de manto de seda amarilla, bordada en oro, decorado en el centro con el misterioso emblema. Los brazos, desnudos, estaban cubiertos de cicatrices blancas y de extraños signos, que un indio se habría roto la cabeza int i ntent entando ando descifrar. desci frar. Al ver a Ada, el hombre se paró de golpe, posando sobre ella una mirada que tenía extraños destellos, destell os, y sus labios labi os dibujaron di bujaron una una mueca mueca que producía espanto. —Salve a la l a virg vir gen de la pagoda —él dijo, di jo, arrodil ar rodillándose lándose ante ante la jovencita. —Salve al gran jefe predilecto predi lecto de la l a divin divi nidad —respondió —r espondió Ada con voz trémula. trémula. Ambos callaron, mirándose fijamente. Parecía como si ambos trataran recíprocamente de leerse el pensamiento que atravesaba por su mente. —Virgen —Virgen de la pagoda sagrada —dijo al cabo de un rato el indio—, tú corres corre s un gran pelig peli gro. Ada se estrem estre meció. El acent ace ntoo del indio era grave y amenaz amenazador. ador. —¿Dónde —¿Dónde has has estado esta es ta noche? noche? Me Me dijeron dij eron que que habías entrado en la pagoda. —Es verdad. Tú me me mandaste mandaste perfum perfumes y yo yo los esparcí esparc í a los l os pies pie s de tu divinidad. —¡De —¡De nuestra nuestra divinidad, di vinidad, quieres decir! decir ! —Sí, de la l a nuestra nuestra —dijo —di jo la l a jovencita, apretan apre tando do los dientes. —¿Qué —¿Qué es lo que has has visto vis to en la pagoda? —Nada. —Virgen —Virgen de la pagoda, tú corres corre s un gran gran peligro peli gro —repitió —repi tió el indio con voz aún aún más más suave—. s uave—. ¡Lo ¡Lo he descubierto todo! Ada dio un salto hacia atrás, lanzando lanzando un un grito grito de horror. —Sí —prosigu —pr osiguió ió el indio con rabia concentrada—. concentrada—. ¡Lo ¡Lo he descubierto todo! Tu Tu corazón, corazón, condenado condenado a no latir nunca en esta tierra, ha palpitado de amor por un hombre que viste en la jungla negra. Este hombre desembarcó la otra noche en la isla de Raimangal y después de levantar la mano contra nosotros, después de haber cometido un horrendo delito, desapareció, pero yo lo he vuelto a encontrar. Este hombre ha entrado en la pagoda. —¡Tú mientes, tú mientes! —exclamó —exclamó la desventurada desventurada jovencita. j ovencita. —Virgen —Virgen de la pagoda, al amar a aqu a quel el hombre hombre has faltado a tus tus deberes. deber es. Es mejor para ti que que aquel hombre no haya osado ponerte las manos encima. —¡Tú mientes, tú mientes! —repitió la jovencita, desesperada. deses perada. —Pero aquel hombre hombre no saldrá saldr á de aquí con vida —contestó —contestó el indio con gozo feroz—. Loco, él quería desafiar a nosotros los poderosos, a nosotros que hacemos temblar a Inglaterra. La serpiente entró en la guarida del león y el león la despedazará. —¡No —¡No lo hagas! hagas! El indio se puso a reír sarcásticamente. —¿Quién —¿Quién se opone a la volu vol untad ntad de nuestra nuestra divinidad? di vinidad?
—Yo. —¿Tú? —¿Tú? —Sí, yo, miser miserable; able; ¡mira ¡mira!! Ada, con un movimiento rápido, echó al suelo su sari, se armó con un puñal de filo ondulante, impregnado impregnado con un un sutil sutil veneno, veneno, y se lo l o apoyó en el cuello. cuell o. El indio, cuya cuya piel pi el era morena, se volvió volvi ó gris. —¿Qué —¿Qué vas a hacer? —dijo —dij o asustado. —¡Sudodhan —¡Sudodhana! a! —dijo —dij o la jovencita, con un tono tono de voz que que no dejaba lugar lugar a dudas—. Si tú tocas un cabello de aquel hombre, te juro que tu diosa perderá a su sacerdotisa. —¡Tira el puñal! puñal! —¡Suy —¡Suyodhana!, odhana!, jura sobre tu diosa que TremalTremal-Naik Naik saldrá vivo vi vo de aquí. —Es imposible. Aquel hombre hombre está es tá condenado: condenado: su sangre sangre ya ya está destinada a la l a diosa.; diosa .; —¡Júral —¡Júralo! o! —dijo Ada con acento acento amenaz amenazador. ador. Suyodhana se encogió sobre sí mismo como para lanzarse sobre ella, pero el miedo de llegar demasi demasiado ado tarde le l e detuvo. —Escucha, —Escucha, virgen de la pagoda —dijo, —dij o, ostentan ostentando do una una calma que no tenía—. tenía—. Aquel Aquel hombre hombre se salvará, pero tú me tienes que jurar que nunca le amarás. ¿Lo juras? Ada lanzó un grito desgarrador y se estrujó las manos desesperadamente. —¡Tú me matas! matas! —exclamó, —exclamó, sollozando. —Eres la l a elegida ele gida de nuestra nuestra diosa. di osa. —¿Por qué, monstruosa onstruosa criatu cri atura, ra, quieres truncar truncar tan pronto pronto una una felicidad felici dad que que acaba de nacer? ¿Por ¿Por qué quieres apagar tan pronto el rayo de sol que inundaba a este pobre corazón cerrado a cualquier felicidad? felici dad? No, no es posible posibl e que yo destruya destruya esta pasión, que ahora ya es in i nmensa. —Júralo y aquel aquel hombre hombre se salvará. salva rá. —Así pues, ¿eres inexorabl inexorable? e? ¿No ¿No queda ya ningu ninguna na esperanz espera nza? a? Pues Pues yo reniego de tu espantosa diosa, que me causa horror, que mal-decí desde el primer día, cuando la fatalidad me echó en vuestros brazos. —Somos —Somos inexorables —repli —r eplicó có el indio. —¿Pero es que tú no has amado? amado? —pregunt —preguntóó la muchacha, uchacha, llorando ll orando de rabia—. rabi a—. ¿No ¿No sabes qué es es una pasión inquebrantable? —No, no sé lo que es el amor amor —dijo —dij o inflexibl inflexiblee el indio—. Jura, virgen de la pagoda, o aquel hombre morirá. —¡Ah! —¡Ah! ¡Maldi ¡Malditos!... tos!... —¡Jura! —¡Jura! —¡Pues —¡Pues bien!... —exclamó —exclamó la infeli infelizz con voz apagada—. Yo... yo juro... que no amaré... amaré... más... a aquel hombre... Emitió un grito desesperado, desgarrador, se llevó las manos al corazón y cayó sin sentido sobre las esteras. El indio rompió a reír. —Tú has jurado que no le amarás amarás —dijo —dij o con satánico gozo, recogiendo el puñal puñal que la jovencita había dejado caer—. Pero yo no he jurado que aquel hombre saldrá vivo de aquí. Sonríe, excelsa divinidad, y complácete: esta noche ¡te ofreceremos una nueva víctima! Se acercó a los labios un silbato de oro y dio un agudo pitido. Un indio, con el lazo anudado alrededor alr ededor de la l a cin ci ntura tura y el puñal puñal en la mano, mano, entró y se arrodil ar rodilló ló ant a ntee Suyodhan Suyodhana. a. —Hijo de las l as sagradas ag a guas del Ganges, Ganges, aquí estoy —dijo. —Kama —Kama —dijo —dij o Suyodhan Suyodhana—, a—, llévate ll évate a la virgen de la pagoda y vigílala. vigílal a. —Cuent —Cuentaa conmigo, conmigo, hij hijoo de las sagradas aguas aguas del Ganges. Ganges. —La —La muchacha uchacha quizá quizá intentará intentará suicidarse, suicidar se, pero tú se lo impedirás, ya que nuestra divinidad divi nidad por
ahora no tiene más que a ella. Si muere, tú también morirás. —Lo —Lo impediré. —Reunirás —Reunirás a unos unos cincuent cincuentaa hombres hombres de entre entre los más fanáticos fanáticos y los colocarás colocar ás alrededor alr ededor de la pagoda. El hombre hombre no debe escapar. es capar. —¿Hay —¿Hay un un hom hombre bre en la pagoda? —Sí, Tremal-Naik, el Cazador de serpientes ser pientes de la jun j unggla negra. Vete Vete y a medianoche medianoche vigil vigilarás arás aquí. a quí. El indio cogió a la pobre Ada entre sus brazos y salió. Suyodhana, o mejor el Hijo de las sagradas aguas del Ganges, esperó a que cesara el ruido de los pasos, luego se arrodilló ante la pila de mármol, en la cual nadaba nadaba el pececillo dorado. —Padre mío —dijo. El pececillo, que nadaba en el fondo de la pila, con aquella voz salió a la superficie. —Padre mío —prosigu —prosi guió ió el indio—. Un Un hom hombre, bre, un miser miserable, able, ha puesto puesto sus ojos sobre s obre la l a virg vir gen de la pagoda. Este hombre está en vuestras manos; ¿quieres que viva o que muera? El pececillo se hundió nadando con vivacidad. Suyodhana se levantó rápido: un destello siniestro brilló en su mirada. —La —La diosa dios a le ha condenado condenado —dijo —dij o con voz grave—. ¡Aquel ¡Aquel hombre hombre morirá! Tremal-Naik, al quedarse solo, se dejó caer a los pies de la estatua, apretándose fuertemente el corazón, que le latía con furia, como si le quisiera salir del pecho. Nunca jamás había experimentado una emoción similar; nunca él había sentido .tanta felicidad, en s vida solitaria y salvaje entre las cañas y los tigres. —¡Bella! ¡bella! —exclamaba, —exclamaba, sin darse cuenta cuenta de que que se encontraba encontraba en la pagoda maldita aldi ta y que quizá cien orejas le escuchaban—. ¡Oh!, serás mi esposa, sí, hermosa flor de la jungla, aunque tuviera que destruir a esta isla, aunque tuviera que vérmelas yo solo con los monstruos que te han condenado. Saldré de aquí, encontraré a mis valientes compañeros y entonces te raptaré, te salvaré. Aquellos hombres son fuertes, has dicho tú, son terribles, pero yo seré más fuerte y más terrible y les haré pagar caro las lágrimas que tú, infeliz, has derramado ante mí. El amor me dará la fuerza de realizar tal empresa. Se levantó y se puso a pasear, agitadísimo, con los puños cerrados y las facciones turbadas por una rabia concentrada. —¡Pobre Ada! —mu —murmuró, rmuró, con profun profunda ternura—. ternura—. ¿Qué ¿Qué destino pesa sobre ti? ¿Por ¿Por qué tú no puedes amarme? La muerte truncará tu vida, has dicho, el día en que te convirtieras en mi esposa; pero yo detendré detendré a esta es ta muerte, muerte, la venceré con mis mis propias propia s manos. manos. ¡Oh!, ¡Oh!, lo descubriré, descubriré , sí, sí , este es te tremendo tremendo misteri misterio, o, y aquel día temblarán los malvados que te condenaron. Se detuvo detuvo al oír las agudas agudas notas del ram r amsing singa. a. —¡Maldi —¡Maldito to instrum instrumento! ento! —exclamó—. —exclamó—. ¡Siempre ¡Siempre suena! suena! Se estremeció con el pensamiento pensamiento que que le l e pasó pas ó por la mente. ente. —Esta trompeta trompeta anun anuncia una una desgracia —mu —murmuró—. rmuró—. ¿E ¿Ess que me han descubierto o han matado matado a Kammamuri? Contuvo la respiración, aguzando el oído. Su agudo sentido detectó un rumor de voces que parecían llegar desde afuera. —¿Qué —¿Qué sucede? sucede? Fuera hay gente. ente. ¿Serán los indios, los l os habitantes habitantes de estos lú l úgubres gubres paraje pa rajes? s? Miró a su alrededor con supersticioso terror, pero estaba completamente solo; miró hacia la abertura de la pagoda, que estaba libre. —Presient —Presi entoo que va a suceder algo —dijo —dij o en voz baja—; pero demostraré demostraré quién es Tremal-Naik cuando cuando pelea. pel ea. Examinó las cargas de las pistolas y de la carabina, temiendo que tal vez una mano misteriosa las hubiera quitado; controló incluso el filo de su fiel puñal, que cien veces se había teñido con la sangre de
las serpientes y de los tigres, y se agazapó detrás de la monstruosa estatua, empequeñeciéndose todo lo que pudo. El día pasó con una lentitud espantosa para el indio, condenado a una inmovilidad casi absoluta y a un ayuno forzado. Las sombras de la noche poco a poco invadieron los más oscuros rincones de la pagoda, luego se levantaron gradualmente hacia la cúpula. A las nueve la oscuridad era tan profunda que no se podía ver a un paso de distancia, aunque la luna brillara en el cielo, reflejándose en la gran bola de bronce dorado y en la serpi s erpient entee con cabeza de mujer. El ramsinga no había dejado oír más sus fúnebres notas y el rumor hacía rato que había cesado. Un misterioso silencio reinaba en todas partes. Sin embargo, Tremal-Naik no se atrevía a moverse. El único movimiento que hacía era el de apoyar la oreja o reja contra contra las l as frías frí as piedras pi edras de la pagoda, escuchando escuchando con profunda profunda atención. atención. Una voz secreta le decía que tenía que velar y recelar, y bien pronto supo que aquella voz no mentía, ya que hacia las once, cuando más espesas eran las tinieblas, un ruido extraño, aún no definible, llegó hasta él. Parecía como si algo bajara desde lo alto, siguiendo la cuerda que sostenía la lámpara. Tremal-Naik, aunque esforzó su mirada, no fue capaz de distinguir de qué se trataba. Por precaución empuñ empuñóó las pistolas pistola s y silenciosam sil enciosament entee se levantó, poniéndose poniéndose de rodil r odillas. las. —¿Quién —¿Quién podrá ser? —se pregun preguntó—. Ada no, porque la medianoche aún está lejos. lej os. ¿Serán aquellos hombres terribles? Una llamarada de ira subió a su rostro. —¡Desgraciado —¡Desgraciado del de l que entre! entre! Un tintin tintineo eo metáli metálico co resonó re sonó en las tinieblas. tiniebl as. Lo producía la l a lám l ámpara para que se agitaba, movida sin si n duda duda por quien bajaba desde lo alto. Tremal-Naik no dudó más. —¿Quién —¿Quién va? —gritó. Nadie respondió r espondió a la pregun pregunta y el tintineo cesó. —¿Me —¿Me habré confun confundido? dido? —se —s e pregunt preguntó. ó. Se levantó y miró hacia arriba. Allá, en la cúpula, la luna seguía reflejándose en la bola dorada, y se veía una parte de la cuerda que sujetaba la lámpara, pero no había nadie colgado. —Es extraño extraño —dijo Trem Tr emalal-Naik, Naik, inquieto. inquieto. Se agazapó de nuevo, y siguió mirando a su alrededor. Pasaron otros veinte ve inte minu minutos, tos, luego la lám l ámpara para volvió volvi ó a tintinear. tintinear. —¿Quién —¿Quién va? —repitió —repi tió él con voz potente—. potente—. Si hay algu al guien, ien, que venga venga hacia adelante: ¡Tremal¡TremalNaik le espera! Nuevo silencio. Entonces se agarró a los pies de la gigantesca estatua, subió por los brazos de la misma, se en e ncaramó hasta hasta poner los l os pies pi es en la cabeza y aferró la l a lám l ámpara, para, sacudiéndola furios furiosam ament ente. e. Una explosión explosi ón de risa ri sa resonó r esonó en la pagoda. —¡Ah! —¡Ah! —exclamó —exclamó Tremal-Naik, que que se sent s entía ía embargar por la cólera c ólera—. —. Hay alguien alguien allá. all á. ¡Espera! Hizo acopio de sus fuerzas hercúleas, luego con un tirón irresistible cortó la cuerda. La lámpara se precipitó contra el suelo con un estruendo indescriptible, que repitieron los ecos del templo. Se oyó otra explosión de risa. Tremal-Naik bajó enseguida de la estatua, escondiéndose detrás de ella. Había llegado el momento. Una puerta se abrió y un indio alto y delgado, ricamente vestido, con un puñal en la mano y una antorcha resinosa en la otra, apareció en el umbral. Aquel hombre era el feroz Suyodhana. Una alegría infernal irradiaba en su rostro color de bronce, y en sus sus ojos oj os centelleaba un rayo rayo siniestro. si niestro.
Se detuvo un momento contemplando a la monstruosa divinidad, detrás de la cual estaba TremalNaik con el cuchillo entre los dientes y empuñando las pistolas; dio unos pasos hacia adelante. Detrás suyo avanzaron veinticuatro indios, colocándose doce a su izquierda y doce a su derecha. Todos iban armados de puñal puñal y con el cordón cor dón de seda con la bola de plomo. —Hijos míos —dijo —dij o Suyodhan Suyodhanaa con voz ansiosa—, ¡es medianoche! medianoche! Los indios desataron las cuerdas, blandieron los puñales y plantaron las antorchas en algunos agujeros excavados en las piedras. —¡Estam —¡Estamos os dispuest dis puestos os para la venganz venganza! a! —respondieron a coro. —Un —Un im i mpío —prosigu —prosi guió ió Suyodh Suyodhana— ana— ha profan pr ofanado ado la pagoda de nuestra nuestra diosa. ¿Qué ¿Qué merece este hombre? —La —La mu muerte —respondieron —res pondieron los indios. —Un —Un impío impío oso hablar de amor a la virgen vi rgen de la pagoda. ¿Qu ¿Quéé merece merece este hombre? hombre? —La —La mu muerte —repitieron —repi tieron los indios. i ndios. —¡Tremal —¡Tremal-Naik! Naik! —gritó Suyodh Suyodhana ana con terrible terribl e acento—. ¡Mu ¡Muéstrate! éstrate! Le respondió un estallido de risa; luego el Cazador de serpientes, que lo había oído todo, apareció, colocán colocá ndose de un solo salto sal to delante de la monstruosa monstruosa divinidad. divi nidad. No era ya el mismo hombre; parecía un verdadero tigre salido de la jungla. Una sonrisa feroz se dibujaba en sus labios; su cara era feroz, alterada por una cólera furiosa: los ojos lanzaban siniestros rayos. El salvaje hijo de la jungla se despertaba, listo para rugir y morder. —¡Ah! —¡Ah!,, ¡ah! ¡ah! —exclamó, —exclamó, rien rie ndo—. ¿Queréis ¿Queréis matar a Tremal-Naik? Se nota nota que aún a ún no no conocéis al Cazador de serpientes. Mirad, asesinos, cuánto os desprecio. Levantó hacia arriba las dos pistolas y las descargó, echándolas lejos de sí. Descargó luego la carabina y la empuñó por el cañón, para utilizarla como si fuera una maza. —Ahora —Ahora —dijo—, —dij o—, quien quien sea tan atrevido de atacar a Tremal-Naik, que que venga venga hacia adelante. ¡Me ¡Me bato por la l a mujer mujer que que vosotros, vosotros , maldi malditos, tos, habéis condenado! Dio un salto hacia atrás y se puso a la defensiva, defensiva, emitiendo emitiendo su grito de guerra guerra.. —¡Adelante! —¡Adelante!,, ¡adelante! —tronó—. —tronó—. ¡Me bato bato por la l a virgen vir gen de la pagoda! pa goda! Un indio, sin duda el más fanático, se dirigió hacia él, haciendo silbar el lazo en el aire. Ya fuera porque tomó demasiado empuje o bien porque resbaló, fue a caer a los pies de Tremal-Naik. La terrible maza se alzó y descendió con rapidez fulminante, golpeando su cráneo. La muerte fue instantánea. —¡Adelante! —¡Adelante! ¡adelante! ¡adelante! —repitió Tremal-Naik—. ¡Me ¡Me bato por mi Ada! Entonces los veintitrés indios se echaron como un solo hombre sobre el Cazador de serpientes, que hacía girar la carabina como un demente. Otro cayó, pero la carabina no resistió a aquel segundo golpe y se partió en las manos de quien la utilizaba. —¡Muerte! —¡Muerte! ¡muerte! ¡muerte! —vociferaron —vociferar on los indios, espu es pum meando llenos de ira. ir a. Un lazo cayó sobre Tremal-Naik apretándole el cuello, pero él se lo arrancó de la mano del estrangulador, luego empuñó el cuchillo y se abalanzó contra la estatua de bronce, encaramándose rápidam rápi dament entee hasta la l a cabeza. ca beza. —¡Fuera! —¡Fuera! ¡fuera! ¡fuera! —gritó, —gritó, lanz l anzando ando mira miradas das feroces. Se encogió sobre sí mismo como un tigre y, saltando por encima de las cabezas de los indios, trató de dirigirse hacia la puerta; pero no tuvo tiempo. Dos lazos le atraparon los brazos, golpeándole dolorosamente con las bolas de plomo, y cayó al suelo. El lanzó un grito terrible. Los indios cayeron de golpe encima suyo como una jauría de perros encima del jabalí. No obstante su fuerte resistencia, Tremal-Naik fue atado fuertemente y reducido a la impotencia. —¡Ayu —¡Ayuda! da! ¡Ay ¡Ayuda! —jadeó.
—¡A la muerte! muerte! ¡A la muerte! muerte! —gritar —gritaron on los indios. Con un esfuerzo hercúleo él rompió las dos cuerdas, pero no pudo hacer nada más. Otros lazos le estrecharon con tanta fuerza que sus carnes se volvieron negras. Suyodhana, que había asistido impasible a aquella desesperada lucha de un hombre solo contra veintidós, se le acercó y lo contempló unos instantes con gozo satánico. TremalTremal-Naik, Naik, no no pudiendo hacer hacer nada, le escupió es cupió en el rostro. ros tro. —¡Im —¡Impío! —exclamó —exclamó el Hijo Hij o de las la s sagradas aguas del Ganges. Ganges. Asió con mano mano sólida el puñal y lo levantó encima encima del prisi pr isionero, onero, que le mira miraba ba con desdén. —Hijos míos —dijo—, —dij o—, ¿qué ¿qué pena merece merece este hombre? hombre? —¡La —¡La mu muerte! —respondieron los indios. i ndios. —Y morir morirá. á. Tremal-Naik emitió un último grito: —¡Ada! —¡Ada! ¡Pobre ¡Pobre Ada! El filo del vengador que le penetraba en el pecho le apagó la voz en la garganta. El abrió desmesuradamente los ojos y los cerró enseguida; un espasmo violento agitó sus miembros y los entumeció. Un hilo de sangre caliente se deslizó por sus vestidos, esparciéndose sobre las piedras. —Kalí —dijo —dij o Suyodh Suyodhana, ana, volviéndose volvi éndose hacia la estatua estatua de bronce—. Escribe Escrib e en tu libro l ibro negro negro el nombre de esta nueva víctima. Obedeciendo una una señal, dos in i ndios levantaron al inf i nfeli elizz TremalTremal-Naik. Naik. —Echadlo —Echadlo en la jun j ungla gla para comida comida de los l os tigres —concluyó —concluyó el terribl terr iblee hombre—. hombre—. ¡Así perecen perec en los impíos!
VII. KAMMAMURI Kammamuri, al separarse de su amo, tomó el camino que conducía al río, intentando seguir las huellas del indio que le precedía. Pero, se tiene que reconocer, el valiente maharato se alejaba de su amo de mala gana y casi con remordimiento. Sabiendo que Tremal-Naik quería volver a ver a la misteriosa visión, temía que cometiera alguna locura: por ello a cada diez pasos se paraba titubeante, más dispuesto a retroceder, a pesar de la prohibición, prohibici ón, que que a segu s eguir ir hacia adelant adel ante. e. ¿Cómo regresar a la cabaña, sabiendo que el amo se encontraba en la jungla maldita en la que los enemigos pupulaban como los bambúes? Le parecía una barbaridad, algo absolutamente imposible, casi como un delito. Aún no había recorrido media milla, cuando decidió volver sobre sus pasos, aunque Tremal-Naik reaccionara reacc ionara como una una bestia. —A fin de cuentas cuentas —dijo —dij o el valient vali entee maharato—, un compañero compañero le podrá servir servi r de ayuda. ayuda. Animo, Animo, Kammamuri; valor y ojos bien abiertos. Hizo una pirueta sobre los talones y se dirigió nuevamente hacia el oeste, sin preocuparse más del indio que hasta entonces le iba delante. No había recorrido aún ni veinte pasos, cuando oyó una voz desesperada que gritaba: —¡Socorro! ¡Socorro! Kammamuri dio un salto hacia atrás. —¿Socorro? —mu —murmuró—. rmuró—. ¿Quién ¿Quién pide ayuda? ayuda? Se puso a escuchar, con una mano en la oreja; el vientecillo nocturno que soplaba desde el oeste le llevó ll evó un silbido sil bido agudo. agudo. —Algo pasa allí a llí —masculló —masculló el maharato, inquieto—. inquieto—. El que ha ha gritado debe estar e star a media milla il la de aquí, en la dirección que tomó mi amo. ¿Estarán asesinando a alguien? El miedo a caer en las manos de los indios era grande, pero la curiosidad le venció. Se colocó la carabina bajo el brazo y se dirigió hacia el oeste, separando los bambúes con precaución. Precisamente en aquel instante resonó una detonación. Al oírla, el maharato sintió que se le helaba la sangre en las venas. ¡Era la carabina de Tremal-Naik, que tantas tantas veces había oído oí do tronar en la l a jun j ungla gla negra! negra! La conocía demasiado bien para confun confundirs dirse. e. —¡Gran —¡Gran Siva —murm —murmuró uró con los dient di entes es apretados—, apre tados—, el am a mo se defiende! La idea de que Tremal-Naik corriera peligro le infundió un valor extraordinario. Despreciando toda precaución, olvidando que tal vez los indios estaban espiándole, se puso a correr hacia el lugar de donde había partido la detonación. Un cuarto de hora después llegó a un pequeño claro, en el que se retorcía un objeto largo, cubierto de manchas. Aquel cuerpo emitía silbidos agudos, típicos de las serpientes cuando están irritadas. —¡Vaya, —¡Vaya, una pitón pi tón!! —exclam —e xclamóó Kamm Kammamuri, amuri, el cual, acostumbrado acostumbrado a ver dichos reptiles, reptil es, no sent se ntía ía ningún ningún miedo. miedo . Iba a alejarse, para evitar el peligro de ser asaltado y destrozado, cuando se dio cuenta de que el reptil no estaba entero y que a su lado yacía un cuerpo humano. Notó que se le encrespaba el mechón de cabellos que le crecía en la nuca. —¿Será el amo? —mu —murmuró. rmuró. Cogió la carabina por el cañón, afrontó al reptil, que se revolvía furiosamente, perdiendo sangre, y le chafó la cabeza. Una vez libre del monstruo, corrió hacia aquel cuerpo humano que ya no daba señales de vida.
—¡Bendito —¡Bendito sea Visnú! Visnú! —exclamó, —exclamó, soltando un un suspir suspiroo de alivio— al ivio—.. No es el am a mo. En efecto, era un indio, el mismo que para echarse contra Tremal-Naik había caído entre los anillos de la pitón. El pobre diablo no era reconocible después de haber sufrido el terrible abrazo del reptil. Era un amasij amasijoo de carne destrozada, despedazada des pedazada e in i nundada undada de sangre. sangre. Tenía Tenía la boca desm des mesuradament esuradamentee abierta abi erta y llena de una espuma sanguinolenta, con los ojos fuera de las órbitas; de su pecho horrendamente maltrecho salían sal ían pedazos de huesos y sus miembros miembros estaban cortados en diez sitios diferentes. Kammamuri se agacho sobre él para oír si aún respiraba, pero aquellas carnes ya estaban frías. —El pobre hombre hombre no ha podido resistir resi stir al potente potente apretón —dijo— — dijo—.. Peor para él: este indio sin duda es uno de los que nos daban caza, ya que veo en su pecho el misterioso tatuaje. Bueno, aquí no tengo nada que que hacer, y corro el riesgo ries go de que me me descubran des cubran.. Un ligero crujido de bambúes movidos le clavó en el suelo. Se inclinó enseguida y se estiró entre las hierbas, permaneciendo inmóvil como el cadáver que tenía cerca. Si aún no no le habían visto, vis to, podía huir de la vista de quien o de quienes habían movido movido los bambús, bambús, ya ya que las cañas eran altas. El crujido cesó pronto, pero no tenía que confiar. Los indios son pacientes como los pieles rojas de América y espían a la presa durante horas, incluso durante días enteros, y Kammamuri, también él indio, no lo ign i gnoraba. oraba. Se quedó de aquel modo modo much muchoo rato, lueg l uegoo se atrevió a levant leva ntar ar la l a cabeza y a mira mirarr a su alrededor. alrededor . Inmediatamente un silbido amenazador cruzó el aire y él se sintió estrangular por un lazo, que una mano hábil hábil le había echado en torno torno al cuello. Contuvo el grito que le iba a salir de los labios y aferró con mano firme la cuerda, impidiendo así que lo estrangulara. Luego cayó entre las hierbas, debatiéndose como un agonizante. La astucia tuvo éxito. El estrangulador, que se había emboscado detrás de un grupo de cañas de azúcar silvestres, creyendo que la víctima iba a morir, salió afuera para rematarle con el puñal. Kammamuri, en cambio, había cogido una una de las l as pistolas pi stolas y la había armado, apunt apuntándola ándola sobre él. —¡Eres hombre hombre muerto! muerto! —gritó. —gritó. Un destello rompió las tinieblas, seguido de una detonación. El estrangulador se tambaleó, llevándose ll evándose las manos al pecho, y cayó desplomado desplomado entre las hierbas. ier bas. Kammamuri le apuntó con la segunda pistola. —¿Dónde —¿Dónde está Tremal-Nai Tremal-Naik? k? —le pregunt preguntó. ó. El estrangulador trató de incorporarse, pero volvió a caer. Un chorro de sangre le salió de la boca. Puso los ojos en blanco, emitió un gemido y quedó rígido. Estaba muerto. —Largu —Larguém émon onos os —murm —murmuró uró el maharato—. maharato—. Dentro Dentro de poco tendré encima encima a sus compañeros. compañeros. Saltó de pie pi e y emprendió emprendió una una precipi pre cipitada tada fuga fuga por el mismo sitio de donde había venido, persuadido per suadido de que el muerto muerto era el indio i ndio que que le había precedido, precedi do, y que que Tremal-Naik hubiera hubiera conseguido conseguido salvar s alvarse. se. Atravesó corriendo más de una milla, adentrándose cada vez más en la jungla, procurando mantener una dirección recta para llegar a la orilla del río y esperar allí el regreso del amo al que no quería abandonar. Era medianoche, cuando se encontró en el límite de un bosque de palmeras de coco, soberbias plantas que superan en belleza a las palmeras de dátiles, y de las cuales basta con una para proporcionar a toda una familia la comida, la bebida e incluso los vestidos. El maharato no se atrevió a ir más lejos; se encaramó a una de aquellas plantas y estableció allí encima su domicilio, seguro de que no le asaltarían ni los indios ni mucho menos los tigres, que debía haber en gran número en aquella isla. Se acomodó entre las ramas, se ató con la cuerda que cogió al estrangulador y, confiado por el profundo silencio reinante, cerró los ojos. No durmió más que unas pocas horas, ya que un griterío infernal le despertó. Una gran jauría de
chacales, procedentes de quién sabe dónde, había rodeado el árbol y le complacía con el honor de una espantosa serenata. Aquellos animales poco diferentes de los lobos, que pululan como las hormigas en casi toda la India, y cuyos mordiscos se piensa que son venenosos, eran más de cien, y daban saltos desesperados contra el árbol, desahogando su rabia con alaridos espeluznantes, casi desgarradores, capaces de provocar terror incluso a quien esté acostumbrado a oírlos desde hace tiempo. Kammamuri habría querido ahuyentarlos con algunos tiros de escopeta, pero el temor de llamar la atención de los indios, mucho más terribles que aquellas bestias, lo detuvo; y se resignó a escuchar s concierto, que duró duró hasta el alba. Entonces pudo disfrutar finalmente del sueño, que se prolongó más de lo que hubiera querido, ya que cuando volvió a abrir los ojos, el sol había cumplido casi todo su recorrido y declinaba rápidamente hacia occident occi dente. e. Kammamuri partió un coco bien maduro, grande como la cabeza de un hombre, cuya pulpa endureci endurecida da recuerda r ecuerda el sabor de las l as almen a lmendras, dras, engulló engulló una una buena parte y emprendió emprendió de nuevo nuevo la l a marcha, ahora ya no no con la int i ntención ención de alcanzar alcanzar la l a orill ori lla, a, sino si no de encont encontrar rar a Tremal-Naik. Atravesó el bosque de cocoteros perdiendo algunas horas, y cuando la noche estaba ya avanzada, entró de nuevo en la jungla encaminándose hacia el sur. Siguió la marcha así hasta la medianoche, parándose de vez en cuando para examinar el terreno, con la esperanza de encontrar un rastro del amo. Desesperando ya de encontrar algún indicio, iba a buscar un árbol en el que pasar el resto de la noche, cuando dos disparos sordos, tirados a poca distancia el uno del otro, le hicieron sobresaltar. —¡Vaya! —¡Vaya! —exclamó —exclamó sorprendido. sorpr endido. Un tercer tercer disparo dispar o resonó, res onó, más más fuerte que que los otros dos. —¡El amo! amo! —gritó—. —gritó—. ¡Esta vez no no se me escapará más! Acabó sus pesquisas y corrió hacia el sur con la celeridad de un ca-bailo. Media hora más tarde llegaba a un gran claro, iluminado por un espléndido claro de luna, en cuyo centro se erguía una grandiosa grandiosa pagoda. Kammamuri dio unos pasos hacia adelante, luego volvió rápidamente hacia atrás, refugiándose entre los bambúes. bambúes. Dos hombres hombres habían salido de la pagoda y se dirigían di rigían hacia hacia la ju j ungla, ngla, llevando l levando a una una tercera tercer a persona per sona que parecía parecí a muerta. muerta. —¿Qué —¿Qué significa? significa? —gruñó —gruñó el maharato, que iba de sorpresa sorpre sa en sorpresa—. sorpr esa—. ¿E ¿Ess que quizá quizá van a enterrar a aquel cadáver en la jungla? Se alejó aún más, escondiéndose detrás de un espeso matorral, desde donde podía ver sin ser descubierto. Los dos portadores, que identificó como dos indios, atravesaron rápidamente el claro, dirigiéndose hacia él, y se pararon cerca de los bambúes. —Animo, —Animo, Sonephur Sonephur —dijo —dij o uno de los dos—. Hagám Hagámoslo oslo oscilar oscil ar y echémoslo echémoslo allá all á mismo. Estoy seguro de que mañana por la mañana no encontraremos más que los huesos, si los tigres se dignan dejarlos. —¿Tú —¿Tú crees? —preguntó —preguntó el otro. —Sí, nuestra nuestra amada amada diosa di osa se encargará encargará de mandarl mandarlee una una media docena de bestias hambrie ambrient ntas. as. Este indio es un buen trozo de carne, y bastante joven. Los dos miserables iser ables ante ante aquella broma broma soltaron sol taron una una carcajada. carcaj ada. —Cógelo —Cógelo bien, bi en, Sonephu Sonephur. r. —Vam —Vamos, os, uno, uno, dos... ¡tres! Los dos indios hicieron hicie ron oscilar oscil ar el cuerpo y lo echaron en medio de la jung jungla. —¡Buena —¡Buena suerte! suerte! —gritó —gritó uno. uno. —¡Buenas —¡Buenas noches! noches! —dijo el otro—. Mañana Mañana por la mañana mañana vendremos vendremos a hacerte hacerte una una visita. vis ita.
Los dos indios se alejaron riendo. Kammamuri había asistido a aquella escena. Esperó a que los dos estuvieran muy lejos, luego salió del escondite y, movido por una gran curiosidad, se acercó al cadáver. Un grito grito entrecortado salió sal ió de sus labios. labi os. —¡El amo! amo! —exclamó —exclamó con voz desgarra desgarrada—. da—. ¡Oh, ¡Oh, maldi malditos! tos! En efecto, aquel hombre era Tremal-Naik. Tenía los ojos cerrados, la cara horriblemente alterada y en el pecho, clavado hasta la empuñadura, un puñal. Sus vestidos estaban sucios de la sangre que todavía salía de la profunda herida. —¡Am —¡Amo! ¡Mi ¡Mi pobre amo! —sollozó —soll ozó el maharato. maharato. Apoyó ambas manos sobre su cuerpo y la retiró como si hubiera tocado una pieza eléctrica. Le parecía que había sentido latir el corazón. Acercó la oreja y escuchó, conteniendo la respiración. No tenía que engañarse: Tremal-Naik aún no estaba muerto, ya que su corazón latía débilmente. —Quizá —Quizá no está herido de muerte —murm —murmuuró el siervo sier vo fiel, temblando temblando de emoción—. emoción—. Calma, Calma, Kammamuri; actúa sin pérdida de tiempo. Con precaución le quitó á Tremal-Naik el kurly, dejando el ancho pecho desnudo. El puñal le había penetrado entre la sexta y la séptima costilla, en dirección al corazón, pero no lo había tocado. La herida era terrible, pero quizá no era mortal, y Kammamuri, que sabía de estas cosas más que un médico, confió confió en salvar sal var al infeli infeliz. z. Cogió el arma con cuidado y lentamente, sin sacudidas, la extrajo de la herida: un chorro de sangre caliente y roja salió. Era un buen síntoma. —Se curará —dijo, —dij o, el maharato. maharato. Rasgó un trozo de kurly y contuvo la hemorragia, que podía ser fatal para, el herido. Ahora se tenía que buscar un poco de agua y unas cuantas hojas de youma para exprimirlas sobre la llaga para acelerar la cicatrización. —A cualquier cualquier costo nos tenem tenemos os que que alejar alej ar de aquí para encontrar encontrar algún algún lago —murm —murmuró uró el maharato—. Tremal-Naik es fuerte, un verdadero hombre de acero, y soportará el transporte sin que la herida herid a em e mpeore. peor e. Animo, Animo, Kammamu Kammamuri ri.. Hizo acopio de fuerzas, lo levantó en sus brazos con toda la delicadeza que pudo, y se alejó tambaleándose, dirigiéndose hacia el este, es decir, hacia el río. Descansando a cada cien pasos para tomar aliento y para ver si el amo daba señales de vida, chorreando sudor, aguantándose con dificultad sobre las piernas, Kammamuri recorrió más de una milla y se paró en la orilla de una laguna de aguas limpísimas, rodeada de una triple hilera de pequeños plataneros y de cocoteros. Colocó al herido encima de una gruesa capa de hierbas y aplicó sobre la llaga sangrante unas compresas mojadas. Al contacto con las mismas un débil suspiro, que parecía un gemido contenido, salió de los labios de Tremal-Naik. —¡Am —¡Amo, amo! amo! —llamó el maharato. maharato. El herido agitó las manos y abrió los ojos que giraban en un círculo de sangre, mirando a Kammamuri. Un rayo de alegría iluminó su cara morena. —¿Me —¿Me reconoces, amo? —pregunt —preguntóó el maharato. maharato. El herido hizo un signo afirmativo con la cabeza y movió los labios, pero articuló sólo un sonido confuso, incomprensible. —Aún —Aún no no puedes hablar —dijo —di jo Kamm Kammamu amuri—, pero me lo contarás todo luego. Puedes Puedes estar es tar seguro, seguro, amo, de que nos vengaremos de aquellos miserables que te han hecho tanto daño. La mirada de Tremal-Naik brilló con un extraño destello, y él apretó los dedos, arrancando las hierbas. Sin duda lo había ent e ntendido. endido.
—Calma, —Calma, calma, amo. Ahora Ahora yo encontraré encontraré unas unas hierbas que te irán irá n muy muy bien, y dentro de cuatro cuatro o cinco días día s abandonaremos abandonaremos este es te lugar lugar y te conduciré conduciré a la cabaña para terminar terminar tu curaci curación. ón. De nuevo le recomendó silencio y completa inmovilidad, pisó las hierbas en un radio de treinta o cuarenta pasos para asegurarse de que no hubiera escondida alguna de aquellas terribles serpientes llam ll amadas adas rubdira r ubdira mandali, mandali, cuyo mordis mordisco co hace, como se dice, sudar sangre, sangre, y se alej a lejóó arrastrándose. arr astrándose. Al cabo de no mucho rato encontró algunas plantitas de youma, vulgarmente llamadas lengua de serpient serpi ente, e, cuyo cuyo jugo jugo es un bálsamo bálsamo precioso prec ioso para las l as heridas. heridas . Recogió una buena cantidad y se disponía a regresar, pero, en cuanto hubo dado unos pasos, se paró con las manos sujetando sujetando las la s empuñadu empuñaduras ras de las l as pistolas. pi stolas. Le había parecido ver una masa negra que se desplazaba silenciosamente entre los bambúes; tenía más la forma de un animal que de un ser humano. Olfateó varias veces el aire y notó un olor bien definido de algo salvaje. —¡Aten —¡Atento, to, Kamm Kammamuri amuri —murm —murmuró uró con inquietud—. inquietud—. Tenem Tenemos os un tigre cerca. Se puso entre los dientes el cuchillo y avanzó intrépidamente hacia la laguna, mirando con atención a su alrededor. Esperaba encontrarse de un momento a otro frente al feroz carnívoro, pero no fue así y llegó hasta los árboles sin haberle siquiera visto. Tremal-Naik estaba en el mismo lugar que antes y parecía dormido, de lo que se alegró el buen maharato. Se puso cerca la carabina y las pistolas para tenerlas preparadas si las necesitaba, masticó las hierbas no obstante su insoportable sabor amargo, y las aplicó encima de la llaga. —Bien, así va bien —dijo, —dij o, frotándose frotándose las manos con alegría—. Mañana Mañana el amo amo estará mejor y podremos irnos de este lugar, que no me parece muy seguro. Dentro de pocas horas los indios irán a la ungla y, al no encontrar el cadáver, se pondrán sin duda en movimiento. No nos dejemos sorprender... Un maullido formidable, característico de los tigres, similar a un rugido, le interrumpió la frase en la boca. Giró rápidamente la cabeza, llevando instintivamente las manos hacia las armas. Allá, a quince pasos de distancia, encogido sobre sí mismo como en el acto de saltar, había un enorme tigre real, que le miraba con dos ojos estrellados de reflejos de acero.
VIII. VIII. UNA NOCHE TERRIB TERRIB LE Tremal-Naik, al oír el rugido de guerra del felino, se despertó enseguida e hizo un movimiento brusco, como buscando su fiel cuchillo. El moribundo se había reanimado, como el soldado cuando oye el toque de la l a trompeta trompeta que da la l a señal de entrar en combate. combate. —¡Kam —¡Kamm mamuri! amuri! —articuló en un un esfuerz esfuerzoo supremo. supremo. —¡No —¡No te muevas, amo! —dijo el maharato, que miraba miraba a los l os ojos de la l a fiera, fie ra, aún encogida encogida sobre sí misma. —El ti... gre ¡el ti...! —repitió —re pitió el herido. —Yo me me ocupo. Vuelve Vuelve a recostarte recos tarte y no no te preocupes por mi vida. El maharato había empuñado una pistola y había dirigido el cañón hacia el tigre, pero no quería disparar, temiendo que quizá no muriera al primer golpe y en cambio llamara la atención de los enemigos. El tigre, era evidente, dudaba en saltar, por el respeto que le infundía el brillante cañón de la pistola, del que con seguridad conocía los mortales efectos. Se frotó tres o cuatro veces el lomo con la cola, como hacen los gatos coléricos, emitió un segundo maullido más fuerte que el primero, luego comenzó a retroceder, levantando la tierra con sus poderosas zarpas, sin separar los ojos del maharato, que fijaba impertérrito la vista. —Kamm —Kamma..., muri... ¡el ti... gre! —balbuceó otra vez Tremal-Naik, esforzándose esforzándose en incorporarse incorporar se sobre los brazos. brazos. —Se marcha, amo. amo. No se atreve a atacar a tacar al Cazador de serpient serpi entes es y a su s u maharato. maharato. Quédate Quédate quieto, y todo todo irá ir á bien. bie n. De pronto el tigre se levantó, puso sus orejas tiesas como si quisiera recoger algún ruido, dio un rápido giro emitiendo un maullido más bajo y desapareció en la jungla, dejando tras de sí el característico olor de un salvaje. Kammamuri también se había levantado, presa de una fuerte inquietud. —¿Quién —¿Quién puede haber espantado al tigre? —se pregunt preguntóó con ansiedad—. Seguram Segurament entee alguien alguien se acerca. Corrió hacia los árboles y examinó la jungla que estaba a unos cien pasos, pero no vio a nadie. Pronto Pronto reg re gresó al lado de Tremal-Naik, que de nu nuevo evo se había tum tumbado en su lecho de hojas. —¿El —¿El ti... gre? —pregunt —preguntóó el herido con voz débil. débil . —Ha desaparecido, desapar ecido, amo amo —respondió —r espondió el maharato, disim disi mulando ulando su inqu i nquietud—. ietud—. Ha tenido tenido miedo de mi pistola. Duerme y no pienses más en ello. El herido lanzó un gemido sordo. —¡Ada! —¡Ada! —balbuceó. —¿Qué —¿Qué quier quieres, es, amo? —¡Ah! —¡Ah! ¡Que... ¡Que... be... lla ll a era, be... lla! l la! —¿Qué —¿Qué quier quieres es decir? deci r? ¿Quién ¿Quién era bella? bel la? —Mal... ditos la han... han... secuestrado... pero... —estrechó los l os dientes con rabia r abia y clavó las uñas uñas en la tierra—. ¡Ada!... ¡Ad... a! —repitió. —Delira —Delir a —pensó el maharato. maharato. —Sí, la l a han se... cuestrado —continuó —continuó el heri herido—. do—. Pero... la encont... encont... traré, ¡oh, ¡oh, sí, la encontraré encontraré!! —No hables hables,, amo, amo, porque correm corre mos un grave pelig peli gro. —¿Peligro —tartamu —tartamudeó Tremal-Nai Tremal-Naik, k, sin comprenderlo—. comprenderlo—. ¿Qu ¿Quién habla de pe... ligro? l igro? ¡Regresar ¡Regresaréé aquí... sí, volveré, malditos... con mi «Darma»... y haré... que les devore... a to... dos!
Agitó los brazos con ímpetu furioso, hizo girar los ojos, los cerró y permaneció inmóvil como si estuviera muerto. —Duerme —Duerme —dijo —dij o Kamm Kammamuri—. amuri—. Mucho Mucho mejor mejor:: por lo menos sus gritos no llamarán l lamarán la atención. atención. Y ahora, estemos estemos de guardia, porqu por quee quizás el tigre nos espía. espí a. Se sentó cruzando las piernas como hacen los turcos, se puso la carabina sobre las rodillas, se metió en la boca una bola de betel para combatir el sueño que le invadía y esperó al alba pacientemente, con los ojos bien abiertos y los oídos bien tensos. Pasaron una, dos horas sin que sucediera nada. Ningún rugido de tigre, ningún silbido de serpiente, ningún alarido de chacal rompía el silencio que reinaba en la misteriosa jungla. Sólo de vez en cuando un soplo de aire cargado de pestilentes exhalaciones pasaba sobre las cañas y las curvaba con dulce rumor. rumor. Debían haber pasado las tres, cuando un específico chillido, potente y raro, rompió el silencio. Aquel misterioso «nif nif» se repitió y muy cerca. —¡Esto —¡Esto no es el tigre! —murm —murmuró uró Kamm Kammamuri—. amuri—. ¿Qué ¿Qué nuevo nuevo peligro nos amenaz amenaza? a? Armó la carabina y se arrastró sin hacer ruido hacia los árboles para mirar. A treinta pasos de él se movía un gran animal, de una longitud no inferior a los doce pies, de formas pesadas y amenazadoras. Tenía la piel erizada de protuberancias, la cabeza grande y triangular, las orejas grandes, y en la masa ósea de la nariz se levantaba un cuerno agudo y muy largo. Kammamuri reconoció enseguida con qué clase de enemigo se tenía que enfrentar, y sintió como su corazón se le em e mpequeñecía pequeñecía por el miedo. —¡Un —¡Un rinoceronte! rinoceronte! —exclamó, —exclamó, con un hilo de voz— ¡Estam ¡Estamos os perdidos! perdi dos! No levantó siquiera la carabina, ya que sabía bien que la bala se habría aplastado contra aquella piel gruesís gruesísima, ima, que que es más resis r esisten tente te que una una coraza de acero. ace ro. Podía Podí a no obstante obstante alcanz al canzar ar al a l monstruo onstruo en un ojo, el único punto vulnerable, pero el miedo a fallar el tiro y de acabar destripado por el terrible cuerno, o aplastado bajo las monstruosas patas, le hizo pensar que era mejor estarse quieto en la esperanza de no ser descubierto. El rinoceronte parecía presa de una viva irritación, lo que le sucede a menudo a este irascible animal, animal, bruto, torpe y de corta cor ta inteligencia. inteligencia. Se balanceaba bal anceaba como como si hubiera enloquecido, con una una agil agilidad idad verdaderamente sorprendente en un ser de su estructura, y se divertía rompiendo, machacando, desperdigando los bambúes, haciendo anchas brechas en la jungla. De vez en cuando se paraba, respirando con fuerza, se revolcaba por el suelo como un jabalí, agitando locamente sus robustas patas y metiendo su cuerno entre las hierbas, para levantarse luego y reemprender reemprender de nuevo nuevo sus s us asaltos asal tos contra los bambúes. bambúes. Kammamuri ni respiraba para no llamar la atención del animal; sudaba como si estuviera encima de la tapadera de una caldera en ebullición, y apretaba con mano convulsa la carabina, que era tan inútil como un bastón de hierro. El tenía miedo de que el animal arremetiera contra los árboles y se acercara al lago, descubriendo a TremalTremal-Naik. Naik. Se quedó allí un rato, después volvió al lecho de su amo. Su primera precaución fue la de arrancar toda la hierba que pudo y esconder totalmente al herido; luego se marchó corriendo junto a un banian bastante bastante grande, llevándose lle vándose consigo las armas. —No puedo puedo hacer nada más más —dijo—. —di jo—. De todos modos, recibi r ecibiré ré al a l animal con una una descarga general general de mis armas. El rinoceronte seguía saltando en el límite de la jungla. Se oía el terreno temblar bajo su peso, los bambúes quebrarse con ruido y su formidable respiración jadear, como si fuera el sonido de una grave trompeta. De pronto Kammamuri oyó el maullido del tigre. Corrió rápidamente hacia la laguna, mirando a s alrededor con espanto. Descubrió al tigre en el árbol del que se acababa de separar, aferrado a una de sus ramas; sus ojos
brillaban bril laban como como los de un gato gato y sus sus garras arrancaban la cortez cor tezaa de la l a plant pla nta. a. Apuntó rápidamente el fusil hacia la fiera, la cual, desorientada, se marchó refugiándose en la ungla; pero se encontró ante el rinoceronte. Los dos formidables animales se miraron recíprocamente unos instantes. El tigre, que sabía que no tenía nada a ganar en una lucha con el brutal coloso, intentó huir, pero no tuvo tiempo. El rinoceronte dejó oír su grito. Bajó la cabeza, mostrando el afilado cuerno, y se echó furiosamente sobre la fiera, agitando con rabia la corta cola. No pudo cogerla. El tigre dio un salto inmenso, cayendo sobre la grupa del coloso. Este, tras treinta o cuarenta pasos, se echó al suelo, obligándolo a dejarle. —¡Vali —¡Valient entee rinoceron ri noceronte! te! —mu —murmuró rmuró Kamm Kammamuri. amuri. Los dos enemigos enemigos se levantaron a la vez, con gran gran rapidez, rapi dez, precipitándose preci pitándose el uno encima encima del otro. El segundo asalto no fue afortunado para el tigre. El cuerno del rinoceronte le atravesó el pecho, levantándole levantándole por el e l aire más de treinta metros. metros. Volvi Volvióó a caer, intentó intentó levantarse bram br amando ando de dolor dol or y de rabia, y volvió a volar más alto, perdiendo ríos de sangre. El rinoceronte no esperó a que volviera a caer. Con un tercer golpe de su terrible arma le desgarró el vientre, después revoleándole por el suelo le aplastó con sus anchas patas, reduciéndole a un amasijo sanguinolento de huesos rotos. Todo había sucedido en unos pocos segundos. El coloso, satisfecho, emitió dos o tres veces su sordo soplido y volvió a la jungla devastando los bambúes, pero sin alejarse de la laguna. Su retirada llegó en un buen momento, ya que Tremal-Naik, presa del delirio y de una violentísima fiebre, se había despertado llamando a Kammamuri. La situación de los dos indios era muy peligrosa, porque el intratable animal podía oír sus voces y aparecer de pronto entre los árboles. El maharato sabía bien que no se podía hacer ilusiones acerca de la posibilidad de salvar la vida ni siquiera con la fuga, puesto que todas las especies de rinocerontes superan en la carrer c arreraa al hombre hombre más ágil. Se dio prisa en llegar hasta su amo y en sacarlo de las hierbas que le cubrían. —Silen —Sile ncio —le dijo, dij o, poniéndole poniéndole un dedo sobre los labios—. labi os—. Si nos oye estamos estamos perdidos perdi dos irremisiblemente. Pero Tremal-Naik, presa del delirio, agitaba los brazos, y de su boca salían palabras sin sentido. —¡Ada...! —¡Ada...! ¡Ada!... ¡Ada!... —gritaba, abriendo abri endo los ojos con espanto—. espanto—. ¿Dónde ¿Dónde estás, virgen de la pagoda?... ¡Ah! ¡Ah! recuerdo... Sí, ¡medianoche!, ¡medianoche!... Y ellos han venido, todos armados, todos contra uno, pero no tengo miedo, no, yo no tiemblo, sabes Ada, soy el Cazador de serpientes... fuerte ¡muy fuerte! ¿Sabes?, he visto a aquel hombre que te ha condenado. Era feo y quería estrangularme. ¿Por qué también también aquellos hombres hombres llevan ll evan la serpient serpi entee en el pecho? ¡Cuánt ¡Cuántas as serpie s erpient ntes, es, cuántas cuántas cabezas cabe zas de mujer mujer!! Pero no me dan miedo. ¿Cómo? ¿Tener yo miedo de ellos? ¿Yo, Tremal-Naik?... ¡Ah!!Ah!... Tremal-Naik soltó una carcajada que hizo estremecer al maharato hasta el fondo de su alma. —Amo, —Amo, ¡cállate! ¡cálla te! —supli —suplicó, có, oyendo oyendo al maldito animal animal saltar sa ltar con furia furia en el lím lí mite de la l a jungla. jungla. El, delira del irannte, le miró con ojos entreabiertos y siguió siguió en voz más más alta: al ta: —Era de noche, noche, una una noche noche muy oscura; oscura; yo descendía desce ndía de lo alto y debajo debaj o mió vagaba la l a visión. visi ón. He oído cómo el perfume caía sobre las piedras. ¿Por qué, cruel, quieres adorar a aquella divinidad? ¿Así pues, tú no me amas?... Tú sonríes, pero yo tiemblo. Tú sabes cuánto te ama el Cazador de serpientes. ¿Es que tengo un rival? ¡Pobre de él!... Mira que se acercan los malditos... ríen, se carcajean y me amenazan... Fuera de aquí, asesinos... ¡fuera, fuera!... Llevan los lazos, los lanzan... Esperad a que yo venga... La vengaré, ase asesi sinos, nos, ¡aquí ¡aq uí estoy! es toy!... ... ¡Kamm ¡Kammamuri amuri!! ¡Kamm ¡Kammamuri amuri!! ¡me ¡me estrang estr angulan! ulan! El delirante se sentó con los ojos perdidos y la espuma en los labios, y tendiendo el puño cerrado hacia el maharato gritó: —¿Eres —¿Eres tú que que quieres estrang e strangularm ularme? e? Kamm Kammamu amuri, dame dame las pistolas para que pueda matarle. matarle.
—Amo, —Amo, amo —balbuceó —balbuceó el maharato. —Ah, —Ah, tú... tú... ¿no ¿no sabes quién soy? Kamm Kammamuri, amuri, ¡me ¡me estrangulan estrangulan!... !... ¡Socorro, soco...! El maharato le sofocó los gritos, poniéndole rápidamente una mano en la boca y echándole al suelo. El herido se debatía deba tía con furia furia,, rugiendo rugiendo como una una fiera. —¡Socorro!... —volvió —volvi ó a gritar. Desde la parte de los árboles se oyó un potente gruñido. El maharato, temblando de miedo, vio el morro triangular del rinoceronte aparecer entre las frondas. Se sintió perdido. —¡Gran —¡Gran Siva! —exclamó, —exclamó, recogiendo a toda toda prisa pri sa la carabina. carabi na. El rinoceronte miró hacia el grupo con sus ojitos pequeños y brillantes, pero más con sorpresa que con cólera. No había tiempo que perder. La sorpresa no iba a durar mucho a aquel brutal coloso, que tan fácilmente se irrita. El maharato, maharato, con c onscie scient ntee de la inminen inminencia cia del peligro, peli gro, apuntó apuntó fríamente fríamente la carabina, carabi na, miró miró a uno uno de los ojos y soltó la carga; pero la bala, mal dirigida, chocó en la frente del rinoceronte, el cual colocó el cuerno cuerno en posición posici ón horizont horizontal, al, preparándose prepar ándose para atacar. atacar . El fin de los dos indios era casi seguro. Unos minutos más y habrían tenido la misma suerte que el tigre. Por fortuna Kammamuri no había perdido su sangre fía. Al ver al animal todavía de pie, soltó el arma que ya no servía para nada, se precipitó sobre Tremal-Naik, lo levantó en sus brazos, corrió a la laguna y se metió dentro, hundiéndose hasta los hombros. El rinoceronte cargaba entonces con furia irresistible. En cuatro saltos superó la distancia y cayó pesadamente en el agua, levantando una gran ola de barro y espuma. Kammamuri, aterido, intentó huir, pero no lo consiguió. Su piernas se habían metido en una espesa arena y de un modo que hacía inútil cualquier esfuerzo. El pobrecito, pobre cito, medio asfixiado, tembloros tembloroso, o, pálido, pál ido, lanz l anzóó un grito desg des garrador: arr ador: —¡Socorro! ¡Me ¡Me muero!... muero!... Al oír detrás suyo unos chillidos, se giró y vio al rinoceronte que se debatía con furia y movía a izquierda y derecha su terrible cuerno. El coloso, arrastrado por el enorme peso, se habían hundido hasta el vientre y seguía hundiéndose en las arenas movedizas. —¡Socorro! —repitió el e l maharato, maharato, esforzándose en mantener antener a su amo amo fuera fuera del agua. agua. Un lejano ladrido respondió a la llamada desesperada. Kammamuri se sobresaltó: antes ya había oído aquel ladrido, y no una, sino mil veces. Una loca esperanza cruzó por su mente. —«¡Punt —«¡Punthy hy!» !» —gritó. —gritó. Un perro negro, vigoroso, grande, llegó procedente de la espesa masa de bambú y corrió hacia el estanque, ladrando con furor. Aquel perro que llegaba en tan buen momento era precisamente el fiel «Punthy», el cual se echó contra el rinoceronte, intentando morderle en una oreja. Casi al mismo tiempo se oyó la voz de Aghur. —¡Espera, Kamm Kammamuri! amuri! —gritaba —gritaba el e l valiente val iente joven—. ¡Ya ¡Ya llego!... El bengalés saltó un espeso matorral de un salto, desapareció entre los bambúes y reapareció en la orilla de la laguna. Rápidamente armó el fusil, dobló una rodilla apoyándola en el suelo y disparó contra el rinoceronte, el cual, herido en el cerebro, cayó de lado desapareciendo más de la mitad de su cuerpo bajo el agua. —No te muevas, Kamm Kammamuri amuri —ordenó el despierto despie rto cazador—. Ahora Ahora vamos vamos a salvaros. salva ros. Pero... ¿qué ¿qué le pasa al amo?... amo?... ¿Es que está herido? —Calla y date prisa pris a Aghu Aghurr —dijo el maharato, que aún temblaba—. Los enemigos enemigos vagan por la ungla. El bengalés desató deprisa la cuerda que le sujetaba el dubgah y echó una punta de la misma a
Kamm Kammamuri amuri,, que la l a cogió c ogió con c on fuerza. fuerza. —Sujétate —Sujétate bien —dijo Aghu Aghur. r. Hizo acopio de todas sus fuerzas y empezó a tirar. Kammamuri poco a poco notó que se liberaba de aquellas arenas y que su cuerpo era arrastrado hacia la orilla, a la que se encaramó con prisa. —¿Y bien? —pregunt —preguntóó Aghu Aghurr con ansiedad, mirando ira ndo con ojos oj os de miedo al amo amo que yacía exánime exánime entre entre los brazos del maharato—. ¿Qué ¿Qué le ha sucedido? —Le —Le han apuñalado. apuñalado. —¡Ah! —¡Ah!... ... ¿Quiénes ¿Quiénes han sido? —Los —Los mismos mismos que que asesinaron ases inaron a Hurti. Hurti. —¿Cuán —¿Cuándo?... do?... ¿Cómo? ¿Cómo? —Te lo diré di ré más tarde. Date prisa, construy construye una una camilla y marchém marchémonos; onos; nos persiguen. persiguen. Aghur no quiso saber más. Desenfundó el cuchillo, cortó seis o siete ramas, las ató con sólidas cuerdas y encima de aquella ruda camilla amontonó unos cuantos montones de hojas. Kammamuri levantó lentamente al amo, que aún no había vuelto en sí, y lo recostó allí encima. —Vayám —Vayámonos, onos, y silencio sil encio —ordenó—. ¿Tienes ¿Tienes la canoa? ca noa? —Sí, está encallada encall ada en la aren are na —respondió —res pondió Agh Aghur. —¿Llevas —¿Llevas las pistolas cargadas? —Las —Las dos. —Adelante, —Adelante, pues, y ten ten los ojos bien bi en abiertos. —¿Es —¿Es que nos nos espían? espí an? —Quizá —Quizá sí. Los dos indios levantaron la camilla y se pusieron en marcha, precedidos por el perro, siguiendo un estrecho sendero abierto en medio de la jungla. En quince minutos llegaron al río, en el cual se encontraba encontraba la l a canoa. ca noa. En el momento en que iban a embarcarse, «Punthy» ladró. —Silen —Sile ncio, «Punth «Punthy» y» —dijo Kamm Kammamuri, amuri, cogiendo los remos. El perro, en vez de obedecer, puso las patas en el borde de la canoa y redobló sus ladridos. Parecía presa de una gran excitación. Los dos indios miraron hacia la jungla, jungla, pero no vieron vier on a nadie. nadie. Pero sin duda «Punthy» debía haber oído algún ruido. Pusieron las pistolas en los asientos, aferraron los remos y fueron hacia el medio del río, remontando la corriente. Aún no habían recorrido trescientas brazas cuando el perro volvió a ladrar rabiosamente. —¡Alto! —¡Alto! —gritó —gritó una una voz imperi imperiosa. osa. Kammamuri se dio la vuelta, estrechando en su mano derecha una de las dos pistolas. En la orilla que acababan de dejar estaba de pie un indio colosal, con el lazo en la mano derecha y un puñal en la izquierda. —¡Alto! —¡Alto! —repitió con voz autoritari autoritaria. a. Kammamuri en vez de obedecer disparó. El indio se encogió sobre sí mismo agitando los brazos, luego desapareció entre los matorrales. —¡Arranca! —¡Arranca! ¡Arranca, ¡Arranca, Aghu Aghur! r! —gritó —gritó el maharato. Y la canoa empezó a hendir rápidamente las aguas, dirigiéndose hacia el cementerio flotante, mientras una una voz poderosa, preñada de amenazas, amenazas, gritaba desde la l a costa de la isla i sla maldita: aldi ta: —¡Nos —¡Nos volveremos volve remos a ver!...
IX. MANCIADI En oriente oriente empezaba empezaba a amanecer, amanecer, cuando cuando la canoa llegó ll egó a la orilla oril la de la l a ju j ungla ngla negra. negra. Parecía como si no hubiera pasado nada nuevo. La cabaña se levantaba aún entre las cañas, coronada por una docena de gigantescos arghilah10 inmóviles sobre sus largas patas amarillentas, y el tigre, el fiel «Darma», rodeaba por su alrededor, sin alejarse nunca. —Bien —murm —murmuró uró Kamm Kammamuri—. amuri—. Los maldi malditos tos no no han visitado visi tado estos lugares. lugares. ¡«Darma»! ¡«Darma»! Ante la llamada, el tigre se paró, levantó la cabeza, posó sus ojos verdosos en la canoa y corrió hacia la orilla, emitiendo un sordo aullido. Kammamuri y Aghur se dieron prisa en desembarcar y llevaron al amo a la cabaña, recostándolo en una cómoda hamaca. El tigre y el perro permanecieron afuera vigilando. —Exam —Examina ina la herida, Agh Aghur —dijo Kammam Kammamuri. uri. El bengalés quitó la venda y miró atentamente el pecho del pobre Tremal-Naik. Una arruga se dibujó en su frente. —Es grave —dijo—. —dijo— . El puñal puñal ha penetrado penetrado bastan bas tante, te, posiblem posibl ement entee hasta la empuñ empuñadura. adura. —¿Se curará curará?? —Así lo espero. e spero. Pero ¿por qué le han apuñalado? apuñalado? —Es difícil difíci l saberlo. sabe rlo. Ya sabes que el amo querí queríaa volver a ver a la visión. vi sión. —Por lo menos menos así lo dijo. di jo. —El, al llegar ll egar a la isla, isl a, se s e metió en la cabeza descu desc ubrir a aquella a quella criatu cri atura. ra. Parecía Parecí a como como si s i supiera dónde se escondía, ya que me ordenó regresar a la cabaña y se marchó solo. Veinticuatro horas después lo encontré en la jungla, encharcado en un baño de sangre. Le habían apuñalado. —¿Pero quién? quién? —Los —Los hombres hombres que habitan la isla i sla y que que quizá quizá velan vela n a aquell aquellaa mujer. mujer. —¿Pero con qué objeto? —Sin duda duda para matarle. —¿Has —¿Has visto vi sto tú a aquellos seres? s eres? —Con mis propios pr opios ojos. o jos. —¿Son hombres hombres o espíritus? espír itus? —Creo que son hombres. hombres. Es más, me echaron un lazo al cuello para estrangularm estrangularmee y maté maté a dos o tres. Si fueran espíritus, no habrían muerto. —Es extraño extraño —murm —murmuró uró Aghu Aghur, r, pensativo—. ¿Y qué qué es lo que hacen aqu a quell ellos os hombres? hombres? ¿Por ¿Por qué matan a las personas que desembarcan en su isla? —Lo —Lo ignoro, ignoro, Aghur Aghur.. Sé que son hombres hombres terribles, terribl es, y que adoran a doran a una una divinidad divi nidad que exige muchas muchas víctimas. —¿Tienes —¿Tienes miedo, miedo, Kammam Kammamuri? uri? —Tengo —Tengo mis mis buenas razones razones para tenerlo tenerlo.. —¿Crees —¿Crees tú que que vendrán a nu nuestra jun j ungla? gla? —Lo —Lo temo, temo, Aghu Aghur. r. Aquel hom hombre bre ha chillado: «¡Nos volveremos a ver!» —Peor para par a ellos. ell os. El tigre no les dejará dej ará acercar ac ercar.. —Lo —Lo sé, pero per o velemos atentam atentament ente. e. Hay en el aire ai re nubes nubes que amenaz amenazan an tem tempestad. pestad. —Déjame —Déjame hacer, Kamm Kammamuri. amuri. Tú piensa piensa en curar curar al amo y yo me me encargo de ellos. Kammamuri regresó al lugar donde estaba Tremal-Naik para aplicar a la herida otra cataplasma de hierbas, y Aghur se sentó delante de la cabaña, con el tigre y el perro acostados a su lado. El día transcurrió sin incidentes. Tremal-Naik tuvo aún algún ataque de delirio, durante el cual salió varias
veces de su boca el nombre de Ada. La imagen de la desventurada joven, a la que había dejado sin defensa defensa en las manos de aquellos terribles terri bles fanáticos, fanáticos, debía de bía de atorment atormentarl arlee como una una pesadilla. pesadil la. Cayó de nuevo en una especie de sopor, que se prolongó hasta la puesta de sol. Los dos indios, a pesar de que ardían en el deseo de interrogarle para saber la causa por la que le habían apuñalado, creyeron que era mejor abstenerse de ello para no fatigarle. Cuando las tinieblas cubrieron con su velo negro la silenciosa jungla, Aghur montó la guardia en primer lugar, fuera de la cabaña, armado hasta los dientes. El perro se había echado a sus pies, con los ojos fijos hacia el sur. A medianoche no había aparecido ningún indio, ni en el río ni en la jungla. Pero el perro se había levantado varias veces husmeando el aire, mostrando señales evidentes de inquietud. Quizá presentía algo insólito; quién sabe, tal vez la cercanía de algún ser humano y quizá también de algún animal salvaje. Aghur iba a despertar a Kammamuri, que tenía que sustituirlo, cuando «Punthy» se levantó ladrando. —¡Eh! —¡Eh! —exclamó —exclamó el indio, sorprendido— sor prendido— ¿Qué ¿Qué significa? significa? El perro ladraba con la cabeza vuelta hacia el río, señal evidente de que allí sucedía algo. Al mismo tiempo, el tigre apareció en el umbral de la cabaña dejando oír un sordo maullido. —¡Kam —¡Kamm mamuri! amuri! —llamó Agh Aghuur, preparando pr eparando las armas. a rmas. El maharato, que dormía con un solo ojo, llegó hasta él. —¿Qué —¿Qué sucede? sucede? —pregu —pr egunt ntó. ó. —Nuestros —Nuestros animales animales han oído algo y están inquietos. inquietos. —¿Has —¿Has oído oí do algún algún ruido? ruido? —Nada en absoluto. absoluto. —Sujeta —Sujeta al perro perr o y escuchem escuchemos. os. Aghur obedeció enseguida. De pronto hacia el río se oyó gritar: —¡Socorro! ¡Socorro!... El perro se puso a ladrar furiosamente. —¡Socorro!... —repito —repi to la misma misma voz. —¡Kam —¡Kamm mamuri! amuri! —exclamó —exclamó Aghu Aghur—. r—. Alguien Alguien se ahoga. ahoga. —Seguro. —Seguro. —No podemos podemos dejarlo dej arlo ahogar. ahogar. —No sabemos sabemos de quién se trata. —No importa: importa: ¡a la orilla! oril la! —Pero preparem prepar emos os las armas y vayamos vayamos con cuidado. Nun Nunca se sabe lo que puede suceder. Tú, Tú, «Darma», quédate aquí y despedaza sin piedad a quienes lleguen. El tigre ciertamente entendió la orden, puesto que se encogió sobre sí mismo con los ojos encendidos, listo para echarse encima del que llegara. Los dos indios corrieron hacia la orilla, precedidos de «Punthy» que seguía ladrando furiosamente, y mira miraron ron al río, r ío, que parecía parecí a negro negro com c omoo si fuera fuera de tinta. —¿Ves —¿Ves alg al go? —pregunt —preguntóó Kamm Kammamuri amuri a Aghu Aghur, r, que se había curvado hacia la corri c orrient ente. e. —Sí, me parece ver algo que que va a la l a deriva. deri va. —¿Quiz —¿Quizáá un hombre? hombre? —Parece más el tronco de un árbol. árbol . —¡Oh! —¡Oh! —gritó Kamm Kammamu amuri—. ri— . ¿Quién ¿Quién llam ll ama? a? —¡Salvadme! —¡Salvadme! —respondió una una voz débil. —Es un náufrag náufragoo —dijo —dij o el maharato. maharato. —¿Puede —¿Puede llegar ll egar a la orill or illa? a? —preguntó —preguntó Aghu Aghur. r. La única respuesta fue un gemido. No había duda; aquel náufrago se encontraba en el límite y podía de un mom moment entoo a otro ahogarse. ahogarse. Los dos indios saltaron s altaron a la l a canoa y se dirigier di rigieron on rápidamente rápidamente hacia él. él .
Pronto descubrieron que el objeto negro que iba a la deriva era el tronco de un árbol, al que se sujetaba un hombre. En unos instantes llegaron hasta él, extendiendo las manos hacia el náufrago, que las aferró con la fuerza de la desesperación. —¡Salvadme!... —¡Salvadme!... —balbuceó una una vez más, más, dejándose dej ándose izar y colocar en el fondo de la barca. barca . Los dos indios se agacharon sobre él, observándole con curiosidad. Era un hombre de su raza, bengalés, de estatura inferior a la media, de tonalidad bastante oscura, muy delgado, pero con los músculos bien marcados, indicio seguro de una fuerza poco común. Tenía el rostro golpeado en algunas partes y la túnica túnica amari amarilla lla,, bien bi en cerrada, cerrada , manchada manchada de san sa ngre. —¿Estás —¿Estás herido? —le —l e pregunt preguntóó Kamm Kammamuri. amuri. Aquel hombre le miró fijamente con dos ojos que tenían extraños reflejos. —Creo que sí —murmu —murmuró. ró. —Tienes los vestidos ves tidos ensangrentados. ensangrentados. Déjame Déjame ver. —No es nada —dijo —dij o aquél, poniéndose poniéndose las manos encima encima del pecho como como si tuvier tuvieraa miedo de dejarlo dejar lo al descubierto—, me golpeé golpeé la cabeza c abeza contra contra aquel tronco de árbol ár bol y me me sangró sangró la l a nariz. —¿De —¿De dónde vienes? —De Calcuta. Calcuta. —¿Cóm —¿Cómoo te llamas? —Manciadi —Manciadi.. —Pero ¿cómo ¿cómo estás aquí? El bengalés bengalés tembló, tembló, batiendo los dientes. —¿Quién —¿Quién habita en estos lugares? —pregun —preguntó con terror terror.. —Tremal-Nai —Tremal-Naik, k, el Cazador Cazador de serpi s erpient entes es —respondió —res pondió Kamm Kammamuri. amuri. Manciadi volvió a temblar. Hombre feroz —balbuceó. Aghur y el maharato se miraron uno a otro con sorpresa. —Estás loco —dijo —di jo Aghu Aghur. —¡Loco!... —¡Loco!... ¿No ¿No sabes tú que que sus hom hombres bres me dieron caza, como como si fuera un tigre? —¡Sus —¡Sus hombres!... hombres!... ¡Pero si somos somos nosotros sus compañeros! compañeros! El bengalés se s e enderezó, mirándoles con espant es panto. o. —¡Vosotros!... —¡Vosotros!... ¡Vosotros!... ¡Vosotros!... —repitió—. —repi tió—. ¡Estoy perdido! perdi do! Se agarró al borde de la canoa, con la evidente intención de echarse al río, pero Kammamuri le cogió por el cuerpo, obligándole a sentarse. —Explí —Explícam camee la causa de este miedo —le dijo con acento acento amenaz amenazador—. ador—. Nosotros no hacemos hacemos daño a nadie, pero te advierto que si no hablas claro, te rompo la cabeza con la carabina. —¿Queréis —¿Queréis asesinarme? as esinarme? —lloriqueó —llori queó Manciadi. Manciadi. —Sí, si no te te explicas. ¿Qué ¿Qué has has venido a hacer aquí? —Soy un pobre hombre hombre y me paso la vida cazando. cazando. Un capitán de los cipai me prometió prometió cien rupias11 por una piel de tigre, y llegu ll eguéé hasta aquí, confiando confiando en satisfacerle. satisfacer le. —Sigue. —Sigue. —Ayer —Ayer por la noche llegu ll eguéé a la orilla oril la opuesta del Mangal, Mangal, y me interné interné en la jungla; jungla; dos horas después se me echaron encima unos hombres y me sentí el cuello apresado por un lazo... —¡Ah! —¡Ah! —exclamaron —exclamaron los dos indios!—. ¿Por ¿Por un lazo has dicho? —Sí —confirmó —confirmó el beng be ngalés alés.. —¿Les —¿Les has visto a aquellos aquell os hombres? hombres? —pregunt —preguntóó Aghu Aghur. r. —Sí, como os veo a vosotros. —¿Qué —¿Qué tenían tenían en su pecho? —Me parece haber notado notado un tatuaje. tatuaje.
—Eran los de Raimangal Raimangal —dijo Kamm Kammamuri—. amuri—. Continú Continúa. a. —Empuñ —Empuñéé el cuchill cuchilloo —prosigu —pros iguió ió Manciadi, que aún aún temblaba temblaba de miedo—, y corté la cuerda. Corrí mucho, ellos me perseguían, y al llegar al río me eché en el mismo de cabeza. —Ya sabemos sabemos el resto —dijo —dij o el maharato—. maharato—. Así pues, ¿tú eres cazador? c azador? —Sí, y valien valie nte. —¿Quieres —¿Quieres venir con c on nosotros? nosotros? —Es lo mejor que me me puede pasar —se apresuró a decir—. deci r—. Estoy solo en el mun mundo. do. —Está bien, nosotros nosotros te adoptamos. adoptamos. Mañana Mañana por la mañana mañana te te present pres entaré aré al amo. amo. Los dos indios volvieron a introducir los remos en el río y llevaron la canoa hacia la pequeña cala. En cuanto desembocaron, «Punthy» corrió hacia el bengalés, ladrando rabiosamente y mostrándole los dientes. —Galla, «Punth «Punthyy» —dijo —dij o Kamm Kammamuri, amuri, sujetándolo—. sujetándolo—. Es uno uno de los nuestros. nuestros. El perro, en vez de obedecer, empezó a gruñir amenazador. —Este animal animal no no me me parece parec e demasia demasiado do cortés —dijo —di jo el maharato. Después de atar la canoa, llegaron a la cabaña, frente a la cual vigilaba el tigre. Fue extraño: también también éste se puso puso a gruñ gruñir de un modo modo nada amigable, amigable, mirando de reojo reoj o al recién reci én llegado. —¡Oh! —¡Oh! —exclamó —exclamó él espant e spantado—. ado—. ¡Un ¡Un tigre! tigre! —Está domesticado. domesticado. Quédate aquí: aquí: voy a ver al amo. —¡Al —¡Al amo! ¿E ¿Está stá aquí? —pregunt —preguntóó el bengalés atónito. atónito. —Seguro. —Seguro. —¿Aún —¿Aún vivo?... —¡Vaya! —¡Vaya! —dijo —dij o el maharato, maharato, sorprendido—. sor prendido—. ¿Por qué qué dicha pregunt pregunta? a? El bengalés se s e turbó y pareció pareci ó confun confundido. —¿Cóm —¿Cómoo sabes que está herido para par a hacerme hacerme dicha pregun pregunta? — insistió Kammam Kammamuuri. —¿No —¿No me me has dicho tú que estaba heri herido? do? —¿Yo?... —¿Yo?... —Me parece que me me lo has dicho. di cho. —No lo recuerdo. —Pues —Pues no puedo puedo haberlo oído oí do más más que a ti o a tu compañero. compañero. —Así será. ser á. Kammamuri y Aghur volvieron a entrar en la cabaña. Tremal-Naik dormía profundamente y soñaba, ya que que de su s u boca salían salí an palabras inconexas. inconexas. —No vale la pena despertarle —refunfu —refunfuñó ñó Kam Kamm mamuri, amuri, girándose hacia hacia Aghu Aghur. r. —Se lo presentarem pr esentaremos os mañana. mañana. ¿Qu ¿Quéé te parece Manciadi Manciadi?? —Tiene el aspecto aspec to de un un buen buen hom hombre, bre, y me me parece parec e que nos nos será ser á de gran ayu ayuda. —Yo también también lo creo cr eo —dijo —dij o Aghu Aghur. r. —Le —Le encargaremos encargaremos que esté de guardi guardiaa hasta mañan mañana. a. Aghur cogió una terrina de cangi, densa sopa de arroz, y la llevó a Manciadi, el cual se puso a comer con una voracidad de lobo. Después de aconsejarle que montara guardia y diera la alarma si presentía algún peligro, Aghur entró enseguida en la cabaña, cerrando la puerta con precaución. Acababa de marcharse cuando Manciadi se levantó con una celeridad sorprendente. Sus ojos se habían iluminado de pronto y en sus labios había una sonrisa satánica. —¡Ah! —¡Ah! ¡ah! ¡ah! —exclamó —exclamó sonrie sonrienndo sarcásticamen sarc ásticamente. te. Se acercó a la cabaña y apoyó la oreja, escuchando con profunda atención. Estuvo así durante un cuarto de hora, luego se marchó con la rapidez de una flecha, parándose tan sólo cuando llegó a media milla lejos. Acercó los dedos a sus labios y soltó un agudo silbido. Vislumbró hacia el sur un punto rojizo que
se levantó cruzando las tinieblas y explotó esparciendo una luz viva, que pronto se apagó con una sorda detonación. Otras Otras dos veces vece s más resonó el sil s ilbido, bido, lueg l uegoo en la ju j ungla ngla todo fue de nuevo nuevo silencio si lencio y misteri misterio. o.
X. EL ESTRANGULADOR Habían transcurrido transcurrido veinte días. Tremal-Naik, graci gracias as a su robusta constitu constitución ción y los asiduos as iduos cuidados de sus compañeros, compañeros, se curaba c uraba rápidam rápi dament ente. e. La heri herida da ya se había cerrado ce rrado y él podía levantarse. Pero, mientras recuperaba las fuerzas, el indio iba volviéndose cada vez más hosco e inquieto. Sus compañeros a veces le sorprendían con la cara escondida entre las manos y las mejillas húmedas, como si hubiera llorado. Hablaba poco, no confesaba a nadie el terrible dolor que le destruía, y a veces le acometían repentinos ataques de furor, durante los cuales se hería las carnes con las uñas y trataba de tirarse desde la hamaca, gritando. —¡Ada!... —¡Ada!... ¡Ada!... ¡Ada!... Kammamuri y Aghur se esforzaban en vano en que hablara; en vano trataban de descubrir la causa de aquellos excesos, que amenazaban con abrir otra vez la herida aún no cicatrizada; y se preguntaban quién sería aquella Ada a la que él invocaba en sus delirios y en sus sueños, aquella criatura misteriosa que era su s u pesadilla, pesadil la, su torment tormento. o. Manciadi, el bengalés, a veces asistía a los intentos de que el amo hablara, pero en pocas ocasiones. Este hom hombre bre parecía par ecía como como si rehuyera rehuyera la presencia pr esencia del herido, como si temiera temiera algo. Sólo entraba en su habitación cuando le veía dormir, pero casi con repugnancia. Prefería recorrer la ungla en busca de caza, recoger leña y sacar agua. Algo extraño: cada vez que oía a su amo invocar a Ada, le asaltaba un temblor extraordinario y su cara, normalmente tranquila, enseguida se alteraba, cambiando cambiando incluso de color. color . Otra cosa misteriosa: a medida que Tremal-Naik mejoraba, Manciadi en vez de alegrarse se volvía hosco y de humor negro. Se diría que a aquel hombre le disgustaba que el amo se curara. ¿Por qué? Por la l a mañana mañana del vig vi gésimo día, en la cabaña ca baña sucedió algo que iba a tener consecuencias consecuencias fun funestas. Kammamuri se había levantado con el primer rayo de sol. Viendo que Tremal-Naik dormía tranquilamente, se dirigió hacia la puerta para despertar a Manciadi, que reposaba afuera, debajo de un tejadillo de cañas de bambú. Quitó la tranca y empujó la puerta, pero con gran sorpresa ésta no se abrió. Por la parte de afuera había algo que la obstruía. —¡Manciadi! —¡Manciadi! —gritó el maharato. maharato. Nadie respondió a la llamada. Por la mente del maharato cruzó la idea de que el pobrecillo le huera ocurrido alguna desgracia, que los enemigos le hubieran estrangulado, o que los tigres de la jungla le hubier hubieran an despedazado. des pedazado. Acercó un ojo a la rendija de la puerta y se dio cuenta de que lo que la impedía abrirse era un cuerpo humano. Mirando con más atención, reconoció al bengalés Manciadi. —¡Oh! —¡Oh!... ... —exclamó con horror—. orror —. ¡Aghu ¡Aghur! r! El in i ndio corri c orrióó enseguida enseguida a la llam ll amada ada de su s u compañero. compañero. —Aghu —Aghurr —pregu —pre gunntó el maharato maharato con espanto—. espanto—. ¿Has ¿Has oído algo esta noche? noche? —Absolutam —Absolutament entee nada. —¿Ni —¿Ni siquiera si quiera un gemido? gemido? —No, ¿por ¿por qué? —¡Han —¡Han matado matado a Manciadi Manciadi!! —¡Es imposibl imposible! e! —exclamó —exclamó Aghu Aghur. r. —Está aquí aquí delant del antee de la l a puerta estirado. —«Darma» —«Darma» no da señales y tampoco tampoco «Punth «Punthy». y». —Tenem —Tenemos os que salir: sali r: empu empuja ja fuerte. El maharato apoyó un hombro contra la puerta y empujó, apartando a Manciadi. Al abrirse un poco,
los dos indios corrieron hacia afuera. El pobre bengalés estaba estirado boca abajo y parecía muerto, aunque no se notara en su cuerpo ninguna herida. Kammamuri le acercó una mano al pecho y notó que su corazón aún latía. —Está desmayado desmayado —dijo. Arrancó una pluma a un punya12 que se encontraba allí cerca, lo encendió y lo acercó a la nariz del desmayado. Entonces un suspiro le levantó el pecho, luego los brazos y las piernas se movieron y al fin se le abrieron los ojos, que miraron con turbación a los dos indios. —¿Qué —¿Qué te te ha pasado? —le pregun preguntó solícito solí cito Kamm Kammamuri. amuri. —¡Sois vosotros! —exclamó afanosam afanosament entee el bengalés bengalés—. —. ¡Ah!... ¡Ah!... ¡qué ¡qué miedo!... ¡Creí ¡Creíaa que me me había matado! —Pero ¿qué ¿qué has visto? ¿Quién ¿Quién quiso quiso matarte? ¿Qu ¿Quizá izá unos unos hom hombres?. bres?. —Dime, —Dime, va. —No eran hom hombres bres —dijo —di jo el bengalés— bengalés—.. Sí, sí, sí , no me me equivoco, era un elefante. elefante. —¡Un —¡Un elefante! elefante! —exclamaron —exclamaron los dos indios—. ¡Un ¡Un elefante elefante aquí! aquí! —Sí, era er a un elefante enorme, enorme, con una una trompa trompa monst monstruosa ruosa y dos colmil colmillos los largu l arguísi ísim mos. —¿Y se te ha acercado? —pregu —pr egunntó Agh Aghur. —Sí, y por poco no me abrió abri ó la cabeza. Yo dormía plácidam pláci dament ente, e, cuando cuando un potente potente soplo me despertó; desper tó; abrí los ojos y vi encima mío mío la gigantesca igantesca cabeza cab eza del monstruo. onstruo. Traté Traté de levantarme levantarme para par a huir, huir, pero su trompa trompa me cayó sobre el cráneo, clavándom cl avándomee en el suelo. —¿Y luego? luego? —pregunt —preguntóó Kamm Kammamu amuri con ansiedad ansiedad.. —Lueg —Luegoo ya no no recuerda nada. El golpe fue fue tan fuerte fuerte que que me me desmayé. desmayé. —¿Qué —¿Qué hora hora era? er a? —No lo sé, porqu por quee me me había dormido. —Es extraño extraño —dijo el e l maharato—. maharato—. ¡Y «Punt «Punthy hy»» no se ha ha dado cuenta cuenta de nada! nada! —¿Qué —¿Qué hacemos? hacemos? —pregunt —preguntóó Aghu Aghur, r, lanz l anzando ando un una mira mirada da ardient ardi entee a la jungla. jungla. —Dejemos —Dejemos al coloso en paz —respondió Kamm Kammamuri. amuri. —Volver —Volveráá —se apresuró apr esuró a decir Manciadi Manciadi—, —, y destruirá destruirá la cabaña. ca baña. —Es verdad —dijo —di jo Aghur—. Aghur—. ¿Y ¿Y si le siguiér siguiéram amos? os? ¿Y por qué qué no? Tenem Tenemos os dos buenas carabinas. —Yo estoy listo lis to para ayudaros ayudaros —respondió —r espondió Manciadi Manciadi.. —Pero no podemos podemos dejar solo al amo amo hasta que esté es té del todo curado —observó —obs ervó Kamm Kammamuri—. amuri—. Ya Ya sabes que siempre nos amenaza un peligro. —Tú te te quedas y nosotros saldr s aldrem emos os de caza —respondió Aghu Aghur—. r—. Con un un vecino tan peligroso no se puede vivir tranquilo. —Si tenéis sufici suficient entee valor —dijo —dij o Kamm Kammamu amuri—, podéis iros. iros . —¡Así —¡Así me gusta! usta! —exclamó Agh Aghur— ur— Déjanos hacer y ya verás verá s cómo cómo antes antes del mediodía ediodí a el coloso será nuestro. nuestro. Fue a la cabaña a coger dos pesadas carabinas de gran calibre y le tendió una al bengalés, que la cargó con mucha atención con una varilla de plomo. Armados de pistolas y un enorme cuchillo, así como de abundantes municiones, los dos indios entraron resueltamente en la jungla, recorriendo un largo sendero trazado entre los bambúes. Aghur estaba alegre y caminaba ligero; el bengalí en cambio se mostraba taciturno, y con frecuencia se detenía a mirar al compañero que le precedía unos pasos. A veces se curvaba hacia el suelo y escuchaba, escuchaba, fingiendo fingiendo que buscaba las l as huellas del elefante. elefante. Aquel brusco cambio, aquellas miradas y aquella actuación no pasó inadvertida a Aghur, quien pensó que el bengalés bengalés tenía tenía miedo. —Animo, —Animo, Manciadi —dijo —dij o alegrement alegremente—. e—. No creas que sea s ea tan difícil difíc il abatir a un animal, animal, aunque aunque vaya provisto de trompa. Una bala en un ojo, y todo habrá terminado.
—Yo —Yo no teng tengo miedo —respondió bruscament bruscamentee el bengalés bengalés,, esforzándose esforzándose inútilmen inútilmente te en que una una sonrisa sonrisa aflorara en sus labios. —Me pareces inqu i nquieto. ieto. —En efecto, lo estoy, pero no es el elefan el efante te lo que me me preocupa. —Enton —Entonces, ces, ¿qué ¿qué te sucede? —Aghu —Aghurr —dijo —di jo Manciadi con acento acento extraño—. extraño—. ¿Tienes ¿Tienes miedo miedo de la l a muerte? muerte? —¿Que —¿Que si tengo tengo miedo de la l a muerte?... muerte?... ¿Por qué qué me haces haces esta preg pre gunta? unta? ¡Yo ¡Yo nunca nunca he he tenido miedo miedo de nada! —Mejor para ti. —No te entiendo. entiendo. —Lo —Lo comprenderás comprenderás dentro de unas unas horas. Silencio, Sil encio, y adelante. adelante. —Estás loco —pensó Aghu Aghur—, r—, o mejor, medio mu muerto de miedo. Está bien, yo yo abatiré al coloso. col oso. Los dos indios apretaron el paso, a pesar del sol que les asaba y de los obstáculos que impedían el camino, y una hora después llegaban a un bosquecillo de jacintos, árboles cuyos frutos, de un bonito color amarillo, de una fragancia extraordinaria y del peso de más de treinta libras que, en vez de colgar en las extremidades extremidades de las la s ram ra mas, salen s alen directam dire ctament entee del tronco. tronco. Al llegar allí, Manciadi, con gran sorpresa de su compañero, se puso a silbar una tonadilla melancólica, nunca oída en la jungla negra. —¿Qué —¿Qué haces? haces? —le —l e pregunt preguntóó Aghu Aghur. r. —Silbo —respondió — respondió Manciadi Manciadi tranquil tranquilam ament ente. e. —Harás que hu huya el elefante. —Al contrari contrario, o, lo llamo. l lamo. A los elefantes elefantes les le s gusta gusta la música música y acuden acuden cuando cuando la oyen. oyen. —¡Vaya! —¡Vaya! no lo sabía. —Camina, —Camina, Aghu Aghur, r, y mira mira bien a tu alrededor. alr ededor. ¿Sabes dónde hay hay una una lagun laguna? a? —Aquí —Aquí cerca. cer ca. —Vayam —Vayamos. os. Aghur, aunque todo aquello le parecía muy extraño, obedeció. Tomó un pequeño sendero que casi no se notaba y condujo a su compañero a la orilla de un pequeño estanque, rodeado de piedras rudamente esculpidas, ruinas de una antigua pagoda. —Tú te quedarás aquí —le dijo dij o el bengalés bengalés—. —. Yo Yo recorro recor ro el bosque y localizo local izo al a l elefante, ya que debe estar escondido por aquí. Se puso la carabina bajo el brazo y se alejó sin añadir ni una palabra. En cuanto estuvo seguro de que no le veían ni le oían, se puso a correr rápidamente y se paró a los pies de una palmera, sobre cuyo tronco se notaba inciso el emblema emblema de los indios de Raimang Raimangal. al. —Esta es la mía —dijo—. —di jo—. Este bosque será tu tum tumba. Se puso tenso y emitió un silbido. Le respondió una señal igual, y unos minutos después entre dos matorrales atorral es aparecía apar ecía la siniestra s iniestra figura figura de Suyodh Suyodhana. ana. El cruzó los brazos sobre el pecho, en el que llevaba dibujada la serpiente con^cabeza de mujer, y miró a Manciadi con una expresión aguda como la punta de un alfiler. —Hijo de las sagradas aguas del Ganges, Ganges, sé s é bienven bi envenido ido —dijo —di jo el e l beng be ngalés alés,, tocando el polvo pol vo con la frente. —¿Y bien? —pregunt —preguntóó escuetament escuetamentee Suyodh Suyodhana. ana. —Estamos —Estamos perdidos. perd idos. —¿Qué —¿Qué quier quieres es decir? deci r? —Tremal-Nai —Tremal-Naikk está vivo. Suyodhana se volvió todavía más feroz, y metió sus uñas en la piel. —¿Fallé el golpe? —gruñó—. —gruñó—. No No obstante obstante el puñal puñal vengador vengador ¡penetró ¡penetró en su pecho! pecho!
Bajó la l a cabeza y se abandonó abandonó a siniestros pensamientos. pensamientos. —Manciadi —Manciadi —dijo —dij o al cabo c abo de un rato—, aquel hombre hombre tiene que morir morir.. —Ordena, Hij Hijoo de las sagradas aguas aguas del Ganges. Ganges. —La —La virgen vi rgen de la sagrada pag pa goda está e stá hondam hondament entee herida por la venenosa venenosa mirada ira da de aquel hombre. hombre. La infeliz todavía le l e ama y no dejará de d e amarle mientras mientras él viva. —¿Creer —¿Creeráá en su muerte? —Sí, porque yo le daré pruebas. pr uebas. —¿Qué —¿Qué teng tengoo que hacer?, hacer?, ¿envenen ¿envenenarl arlo? o? —No, el veneno veneno no siempre siempre mata: mata: hay antídotos. antídotos. —¿Teng —¿Tengoo que estrangu estrangular larle? le? Tengo Tengo mi mi lazo. l azo. —Vayam —Vayamos os despacio. despac io. ¿Has hecho hecho todo lo que que te ordené? —Sí, Hijo Hij o de las la s sagradas aguas aguas del Ganges. Ganges. Aghu Aghurr me espera en el estanque. estanque. —Bien, tú le matarás. —¿Y luego? luego? —pregunt —preguntóó el fanático con terri terrible ble calm cal ma. —Lueg —Luegoo regresarás a la cabaña y explicarás a Kamm Kammamu amuri que Aghu Aghurr fue fue asesinado. asesi nado. Te creerá creer á y correrá a buscarlo; el resto ya te lo imaginas. —¿Tienes —¿Tienes que decirme algo más? más? —No. —Y cuando cuando haya haya estrangu estrangulado lado a Trem Tr emalal-Naik, Naik, ¿qué ¿qué teng tengoo que hacer? hacer? —Venir —Venir a buscarme buscarme a Raimangal. Raimangal. ¡Vete! ¡Vete! Manciadi Manciadi tocó por segun segunda vez el polvo con c on la frente y se alejó alej ó rápidamen rá pidamente. te. —Desde luego luego —dijo —dij o el beng be ngalés alés—, —, ¡el Hijo de las sagradas aguas aguas del Ganges Ganges es un gran hombre! hombre! El fanático ni siquiera pensó en el doble asesinato que iba a cometer. Suyodhana así lo había ordenado, y Suyodhana hablaba en nombre de la monstruosa divinidad, a la cual todos habían consagrado el brazo y la vida. Atravesó el bosque lentamente y llegó hasta el estanque, cerca del cual estaba estirada, con la carabina sobre las rodillas, la futura víctima. —¿Has —¿Has visto vi sto al elefan el efante? te? —le pregu pr egunt ntóó Aghu Aghur. r. —Todavía —Todavía no, pero he descubierto sus huell huellas as —dijo —dij o el asesin asesi no, mirándole con dos ojos que lanzaban siniestros destellos. —¿Por qué qué me me mira mirass de este es te modo? modo? —pregunt —preguntóó Aghu Aghur. r. El bengalés no respondió re spondió y siguió mirá mirándole. ndole. —¿Has —¿Has descubierto des cubierto algo raro? —Sí —respondió —re spondió Manciadi Manciadi—. —. Agh Aghur, ¿recuerdas ¿recuerdas lo l o que te te he dicho hace hace una una hora? El indio pareció sorprendido e inquieto. Quizá presentía la catástrofe. —¿Cuan —¿Cuando do me me hablaste de la muerte? —Sí. —Lo —Lo recuerdo —respondió —re spondió Agh Aghur. —¿No —¿No te parece cruel morir a los veinte años, cuando cuando el futu futuro ro empieza empieza a sonreír? ¿No ¿No te parece atroz abandonar esta tierra dorada por el sol y perfumada por la fragancia de mil flores, para bajar a la tumba, a la oscuridad, al misterio? —¿Estás —¿Estás loco? —pregunt —preguntóó Aghu Aghur. r. —No, Aghu Aghur, r, no estoy loco —dijo —di jo el asesin asesi no acercándosele acerc ándosele hasta tocarlo. ¡Mira! Abrió la túnica que le cubría y puso al descubierto su pecho, tatuado con la serpiente con la cabeza de mujer. —¿Qué —¿Qué es? —pregun —preguntó Agh Aghur. —El emblema emblema de la muerte.
—No comprendo. comprendo. —Peor para par a ti. El bengalés desató el lazo que llevaba escondido debajo de la túnica y lo hizo silbar alrededor de s cabeza. —¡Agh —¡Aghur! ur! —gritó— —gritó— ¡Suyodh ¡Suyodhana ana te ha ha condenado, condenado, y tienes tienes que morir morir!! El indio entonces lo comprendió todo. Se puso de pie con la carabina en la mano, pero no tuvo tiempo de apuntar al traidor. Un silbido cortó el aire y el pobrecito, con la garganta apretada por el lazo, cuya cuya bola bol a de plomo le golpeó la l a nuca nuca con fuerza, fuerza, se desplomó en el suelo. s uelo. —¡Asesi —¡Asesino! no!... ... —gritó con voz quebrada. —¡Agh —¡Aghur! ur! —dijo el estrangulador estrangulador con acento fún fúnebre—. Saluda por última última vez al sol que te acaricia, respira por última vez este viento que corre en los Sunderbunds, manda un último saludo a tus compañeros y desciende a la tumba. —¡Kam —¡Kamm mamuri!... amuri!... ¡Am ¡Amo!... —balbuceó Aghu Aghur, r, debatiéndose. debatié ndose. El fanático aferró con fuerza el lazo y apagó la voz de la víctima con un violento tirón, luego se le abalan abala nzó encima encima con el puñal puñal y lo atravesó. atra vesó. —Muere: —Muere: ¡la diosa lo quiere! —le —l e gritó por última última vez. Aghur, con el rostro ceniciento, los ojos fuera de las órbitas, emitió un ronco gemido y trató de levantarse, pero cayó al suelo. —Y uno uno —dijo el fanático, fanático, lanz l anzando ando una una mira mirada da feroz al asesinado—. asesi nado—. Ahora Ahora pensemos pensemos en el otro. Y se alejó con pasos rápidos, mientras una bandada de marabús caía encima del cadáver aún caliente del infeliz Aghur.
XI. XI. EL SEGUNDO GOLPE GOLP E DEL ESTR ES TRANGULA ANGULADOR DOR Kammamuri empezaba a estar inquieto. El sol se ponía rápidamente por el horizonte y los dos cazadores aún no habían regresado, no habiéndose oído tronar en la jungla ningún golpe de fusil. El no llegaba a comprender la causa de aquella prolongada ausencia y de aquel absoluto silencio. Entraba y salía de la cabaña, escrutaba el horizonte, esperando verles aparecer por la inmensa plantación de bambúes, y obligaba obli gaba a «Punth «Punthyy» a ladrar l adrar,, pero sin resultado. Varias veces se marchó, junto con el tigre, hasta los primeros bambúes y puso la oreja atenta para escuchar los rumores lejanos; varias veces hizo resonar el hulok13 que estaba colgado en la puerta de la cabaña; varias veces disparó una carga de pólvora. El silencio que reinaba en la llanura del sur no fue interrumpido por ninguna respuesta. Desanimado, se sentó junto a la cabaña, esperando con ansiedad el regreso de los dos compañeros. Hacía unos minutos que estaba allí cuando el tigre se puso de pie, soltando un sordo maullido, al cual respondieron los alegres ladridos l adridos de «Punth «Punthy». y». Kammamuri se levantó, creyendo que llegaban los cazadores, pero no vio a nadie. Se giró y vio a Tremal-Naik, firme, apoyado en la puerta. —¡Tú, —¡Tú, amo! amo! —exclamó —exclamó con estupor. estupor. ¡Tú!... ¡Tú!... —Sí, Kamm Kammamu amuri —respondió Tremal-Naik, con una una amarga amarga sonrisa. —¡Qué —¡Qué impruden imprudencia!... cia!... Aún estás convalecient convaleci entee y... —Calla, soy fuerte, fuerte, más fuerte fuerte de lo que crees —añadió el Caz Cazador ador de serpi s erpient entes es casi con rabia—. rabia —. He sufrido sufrido demasia demasiado do en aquell aquellaa hamaca, hamaca, ya es hora de que se acabe. Dio unos unos pasos pas os hacia adelante sin titubear, sin si n demostrar demostrar cansancio cansancio y se sentó sobre las hierbas, sujetándose la cabeza entre las manos y mirando fijamente al sol que se ponía por occidente. —Amo —Amo —dijo —dij o Kamm Kammamuri, amuri, tras unos unos instantes instantes de silencio. si lencio. —¿Qué —¿Qué quier quieres? es? —Los —Los cazadores aú a ún no no han regresado. Temo que que les haya haya sucedido algu al guna na desgraci desgracia. a. —¿Quién —¿Quién te lo dice? dic e? —Nadie, pero lo sospecho. En la l a jungla jungla quizá quizá estén aquellos a quellos hombres hombres que asesi a sesinnaron a Hurti Hurti y te apuñalaron a ti. El rostro de Tremal-Naik se oscureció. —¿Crees —¿Crees que han han llegado hasta hasta aquí? —pregun —preguntó. —Es posible. posibl e. —Pronto, —Pronto, Kamm Kammamuri, amuri, estaré curado. Enton Entonces ces regresarem regresare mos a aquella isla isl a maldita aldi ta y les exterminaremos a todos, ¡a todos! —¿Cóm —¿Cómo? o? —exclamó —exclamó Kamm Kammamuri amuri con espanto—. ¿Volver nosotros nosotros a aquella isla?... isl a?... Amo Amo ¿qué ¿qué dices? —¿Tienes —¿Tienes miedo? miedo? —No, pero volver volve r allá, al lá, a aquellos lu l ugares, es un locura. —¡Locura!... —¡Locura!... ¿L ¿Locura ocura dices?... dices ?... ¿No ¿No sabes, pues, a quién he dejado allá, all á, en poder de aquellos hombres? —¿A quién? quién? —A la virgen vir gen de la pagoda. pa goda. —¿Quién —¿Quién es esta mujer mujer?? —Un —Una cria c riatu tura ra tan bella, Kamm Kammamuri, amuri, que la l a am a mo hasta la l a locura, l ocura, y por la que que pondría a la l a India en
llamas. —¿Has —¿Has dejado dej ado a una una mu mujer allá? all á? —Sí, Kamm Kammamuri, amuri, a la misma a quien yo miraba ira ba cuando cuando el sol se ponía en la l a jungla. jungla. ¡Ada! ¡Ada! ¡Ada! ¡Ada! ¡Cuánto me has hecho sufrir! —Así pues, ¿es la visión? vis ión? —Sí, la l a visión. vis ión. —Pero ¿cómo ¿cómo es que está en Raimang Raimangal? al? —Un —Una condena condena pesa sobre la desgraciada muchacha, chacha, Kamm Kammamuri. amuri. Aquellos monstruos onstruos la l a tienen en sus manos, no sé cómo, ni por qué. Yo la he visto en la pagoda esparcir los perfumes a los pies de un monstruo de bronce. —¡De —¡De un monstruo! onstruo!... ... Quizá Quizá aquella mujer mujer sea como los demás. —No repitas repi tas este insulto, insulto, Kamm Kammamuri amuri —exclamó —exclamó Tremal-Naik, con acento acento amenaz amenazador—. ador—. ¡Son aquellos hombres quien la han condenado, quienes le hacen adorar a aquel monstruo de bronce! ¡Ella feroz!... ¡Ella!... ¡Pobre muchacha!... —Perdón, amo amo —balbuceó el maharato. maharato. —No sabías nada y te te perdono. per dono. Pero aquellos hombres hombres que la han condenado, condenado, que que la hacen morir de llanto, aquellos hombres que le destrozan el corazón y me impiden salvarla de sus zarpas, a aquellos hombres les exterminaré, ¡a todos, Kammamuri! Tengo todavía aquí en el pecho las huellas de su puñal, que me hace recordar continuamente la venganza. No te quedarás, no, en sus manos, infeliz Ada, porque Tremal-Naik, aunque tuviera que pagar con su vida tu libertad, te sacará de aquellos horribles lugares, aunque estén bien guardados y llenos de obstáculos. Que tiemblen quienes te han atormentado, quienes han envenenado tu joven existencia. «Darma» y yo nos encargaremos de matarles a todos, ¡en sus espantosas cavernas! —Me das miedo, miedo, am a mo. ¿Y si te matan matan?? —¡Morir —¡Moriréé por aquella aquell a a quien amo! amo! —exclamó —exclamó Tremal-Nai Tremal-Naikk con vehemencia vehemencia y pasión. —¿Y cuándo cuándo irem ir emos? os? —En cuando cuando tenga tenga fuerzas fuerzas para levantar la carabina. carabi na. Ya Ya me siento fuerte, pero pe ro no tanto tanto como como para luchar contra todos ellos. En aquel instante, por el sur, resonó un golpe de fusil, seguido después de otras dos detonaciones. «Darma» dio un gran salto, maullando. El maharato y Tremal-Naik se levantaron enseguida, sujetando a «Punthy», que ladraba furiosamente. —¿Qué —¿Qué sucede? sucede? —pregu —pr egunt ntóó el maharato, maharato, sacándose sacá ndose el cuchill cuchilloo del cintu c inturón. rón. —¡Kam —¡Kamm mamuri!... amuri!... ¡Kam ¡Kamm mamu amuri!... —gritó una una voz. —¿Quién —¿Quién llam ll ama? a? —preguntó —preguntó TremalTremal-Naik. Naik. —¡Gran —¡Gran Brahm Brahma!... Manciadi Manciadi —exclamó —exclamó el maharato. maharato. En efecto, a gran velocidad el bengalés atravesaba la jungla abriendo la densa cortina de bambúes y agitando la carabina como un loco. Parecía presa de un vivo terror. —¡Kam —¡Kamm mamuri!... amuri!... ¡Kam ¡Kamm mamu amuri! —repitió —re pitió con voz rota. —¡Corre, Manciadi Manciadi,, corre! corr e! —gritó —gritó el maharato—. ¿Es ¿Es que le persigu persi guen? en? ¡Aten ¡Atento, to, «Darma»! «Darma»! El tigre se encogió sobre sí mismo con las garras contraídas, y abrió las fauces mostrando una doble hilera de dientes afilados. El bengalés, que corría muy rápidamente, en pocos minutos llegó a la cabaña. El miserable tenía la cara ensangrentada por una herida que se había hecho en la frente para fingir mejor la traición, y también su túnica estaba manchada de sangre. —¡Am —¡Amo!... ¡Kam ¡Kamm mamu amuri! —exclamó, llorando desesperadamen desespe radamente. te. —¿Qué —¿Qué te te ha sucedido? sucedido? —pregu — pregunt ntóó Tremal-Naik con angust angustia. ia. —¡Han —¡Han herido de muerte a Aghu Aghur!... r!... Pobre de mí... no tengo tengo culpa, amo... amo... nos han caído encima... encima...
¡Aghur!, pobre Aghur. —¡Le —¡Le han herido! —exclamó —exclamó TremalTremal-Naik Naik con furor—. furor—. ¿Quién ¿Quién?? ¿Quién ¿Quién?? —Los —Los enemigos... enemigos... los indios de los l os lazos... —¡Maldi —¡Maldición!... ción!... Habla, explícate, ¡quier ¡quieroo saberlo saber lo todo! —Estábamos —Estábamos sentados sentados en el bosque —dijo —dij o el miserable iser able mientras sollozaba—. soll ozaba—. Se nos han echado encima antes de que pudiéramos coger las armas, y Aghur ha caído. Yo he tenido miedo y he huido. —¿Cuán —¿Cuántos tos eran? —Diez o doce, no lo recuerdo bien. Me he he escapado esca pado de milagro. —¿Ha —¿Ha muerto muerto Agh Aghuur? —No, amo, amo, no puede haber muerto. Le han apuñalado, apuñalado, luego luego han desaparecido. desapar ecido. Al huir he oído gritar al herido, pero no he tenido el valor de volver hasta él. —¡Eres un cobarde, Manciadi Manciadi!! —Amo, —Amo, si hubier hubieraa vuelto me me habrían dado muerte muerte —sollozó el bengalés. —¿Cuán —¿Cuándo do van a terminar? terminar? —gritó —gritó Tremal-Naik—. Kamm Kammamuri, amuri, puede que que Aghur Aghur no esté muerto; tenem tenemos os que ir a buscarlo buscarl o y traerlo traerl o hasta aquí. —¿Y si me asaltan? —pregunt —preguntóó Kamm Kammamuri amuri aterrado. —Llévate —Llévate a «Darma» y a «Punth «Punthy». y». Con Con estos animales animales puedes hacer frente frente a cien hombres. hombres. —¿Quién —¿Quién me guiar guiará? á? —Manciadi —Manciadi.. —¿Y tú quieres quedarte solo en e n la cabaña? —Yo —Yo sólo me basto para defenderme. defenderme. Ve, y no pierdas pier das tiempo, tiempo, si quieres salvar salva r al pobre Aghu Aghur. r. Manciadi Manciadi,, guía guía a este es te hombre hombre al a l bosque. bos que. —Amo, —Amo, tengo tengo miedo. miedo. —Guía —Guía a este e ste hombre hombre al bosque; si dudas, haré haré que el tigre te despedace. despeda ce. Tremal-Naik había pronunciado aquellas palabras en un tono tan firme, que Manciadi comprendió que no se trataba de una broma. Fingiendo un gran terror, el bengalés se unió al maharato, que se había armado con la carabin carabi na y un un par de pistolas. pi stolas. —Amo —Amo —dijo —dij o Kamm Kammamu amuri—, ri— , si dentro dentro de dos o tres horas no regresamos, significar significaráá que hemos hemos sido asesinados. La canoa está fondeada en la orilla; piénsa en ponerte a salvo. —¡Nun —¡Nunca! ca! —exclamó —exclamó TremalTremal-Naik—, Naik—, me me vengaré vengaré en Raimang Raimangal. al. Calla Cal la y vete. El maharato maharato y Manciadi Manciadi,, precedidos prece didos por el perro y el tigre, se encam e ncaminaron inaron deprisa en la jungla. jungla. El sol ya se había ocultado en el horizonte, pero la luna surgía, esparciendo una luz azulada, de una dulzura dulzura infinita, infinita, sufici suficient entee como para guiar guiar a los dos in i ndios a través de la selva selv a de bambúes. bambúes.
—Caminem —Caminemos os con precaución y en silencio sil encio —dijo Kamm Kammamu amuri a Manciadi Manciadi—. —. No llam ll amem emos os la atención atención de los l os enemigos, enemigos, que quizá quizá se esconden a poca distan di stancia cia de nosotros. —¿Tienes —¿Tienes miedo, miedo, Kammam Kammamuri? uri? —pregunt —preguntóó el bengalés, que ya ya no tem temblaba. blaba. —Creo que que sí. Por suerte nos acompaña acompaña «Darma», «Darma», un valient vali entee animal animal que no teme teme a cincuent cincuentaa hombres armados. —Te advierto, advier to, Kamm Kammamu amuri, de que yo yo no entraré entraré en el bosque. bos que. —Espérame donde mejor te parezca, y si quier quieres es te dejo a «Punt «Punthhy», un perro perr o estupendo estupendo que sabe degollar a media docena de personas. Adelante y silencio. Manciadi, que ya había trazado su plan, condujo al maharato hacia el sendero que había recorrido por la l a mañana mañana y lo sigu s iguió ió durante tres cuartos de hora. Se detuvo en el borde del de l bosque bos que de jacin jaci ntos. —¿Es —¿Es aquí? —pregunt —preguntóó Kamm Kammamuri, amuri, mira miranndo con ansieda ansiedadd debajo de los árboles ár boles.. —Sí, aquí —respondió —r espondió Manciadi Manciadi con acento misterioso—. Sigue Sigue este sendero que se adentra adentra en el bosque y llegarás al estanque, en cuya orilla ha caído Aghur. Yo te espero aquí, escondido entre aquellos
espesos matorrales. —¿Quieres —¿Quieres el perro? —Prefiero estar e star solo. sol o. Los Los indios no me me descubrirán, descubrir án, estoy seguro. seguro. —Dentro —Dentro de media hora estaré de regreso. «Darma» «Darma» está atenta atenta y preparada prepar ada a caer encima encima del primer hombre que se nos ponga delante, y tú, «Punthy», prepárate también para degollar a alguno de ellos. El tigre dejó escapar un rugido y se puso delante del maharato, con sus cortas orejas levantadas. El can se le puso detrás, mostrando mostrando los dient di entes. es. —Muy —Muy bien —dijo Kamm Kammamu amuri, cuando cuando vio al bengalés bengalés escondido entre la espesura—. e spesura—. Nadie osará acercársenos sin el permiso de estos queridos animales. Entraron en el bosque, en el cual reinaba una profunda oscuridad y un fúnebre silencio, y siguieron el sendero sin hacer ruido. Kammamuri se detuvo varias veces, esperando oír algún lamento o alguna llamada que indicara la presencia de Aghur, pero nada llegó a sus oídos. —Es extraño extraño —mu —murmuraba rmuraba secándose el sudor que le l e caía abundant abundantem ement entee por la frente—. frente—. Si aún estuviera vivo, vi vo, se oiría oirí a alg al gún lamento, lamento, pero aquí reina rei na un un silencio perfecto. ¿Estará muerto? muerto? Había recorrido trescientos o cuatrocientos pasos, cuando oyó que alguien entonaba una tonadilla melancólica. elancólic a. Era la misma misma melodía que Manciadi Manciadi había silbado sil bado antes de asesinar ases inar a Aghur. Aghur. El tigre se puso a refunfuñar, girando la cabeza hacia atrás, y el perro dio señales de inquietud, gruñendo. —Atentos, —Atentos, pequeños pequeños —dijo —dij o Kamm Kammamu amuri, que sent s entía ía que se le helaba la sangre—. sangre—. Quedaros Quedaros cerca de mí y dejad que aquel aquel hombre ombre silbe s ilbe cuanto cuanto le plazca. Me parece par ece que para par a Aghur Aghur todo se ha acabado. acaba do. Una nube oscureció la luna, y las tinieblas se hicieron más densas debajo de las hojas de los árboles. Kamm Kammamuri amuri se paró, pa ró, no sabiendo sabi endo si avanzar o retroceder; retrocede r; luego luego prosigu prosi guió ió con las pistolas cargadas. —iKamm —iKammamuri! amuri! —gritó —gritó una una voz. —¡Kam —¡Kamm mamuri! amuri! —repitió una una segunda segunda voz. voz. —¡Kam —¡Kamm mamuri! amuri! —repitió una una tercera voz. El tigre se puso a rugir, frotándose el lomo con la cola y saltando como si estuviera encima de un brasero. Dos o tres veces trató de ir hacia la derecha del sendero, pero cada vez el maharato le llamó con un silbido. —Calma, —Calma, pequeños, pequeños, calma —dijo—. —di jo—. Dejad que que nos llamen l lamen.. No son s on espíritus, espí ritus, sino hombres hombres que se divierten divi erten asustándonos. asustándonos. Si vuelvo a la cabaña puedo dar gracias gracia s a Visnú por haberme haberme proteg pr otegido. ido. Aceleró el paso, apuntando una pistola hacia la derecha del camino y la otra hacia la izquierda, y poco después llegó a divisar el estanque. Un rayo de luna se abrió paso entre las nubes, iluminando el terreno como si fuera de día. Con inenarrable espanto Kammamuri descubrió en el suelo un cuerpo humano encima del cual se agitaba una bandada de marabús. «Punt «Punthy hy»» corrió cor rió hacia el cadáver, cadáver , ululando ululando tristem tri stement entee y poniendo en fuga fuga a los l os voraces vor aces pájaros. pájar os. —¡Agh —¡Aghur! ur! —exclamó —exclamó Kamm Kammamuri, amuri, sollozan soll ozando. do. Corrió como enloquecido hasta el estanque y se echó sobre el cuerpo del infeliz compañero. Aún tenía el lazo alrededor del cuello y sus carnes habían sido destrozadas por los marabús. —¡Agh —¡Aghur! ur! ¡Mi ¡Mi pobre Aghu Aghur! —repitió —repi tió Kamm Kammamuri, amuri, abrazando al cadáver. cadáver . ¡Ah! ¡Ah! ¡Miserabl ¡Miserables! es! De pronto lanzó un grito terrible y sus ojos se posaron sobre una piedra, contra la que se apoyaba la cabeza de Aghur. En los pálidos rayos de la luna leyó temblando las siguientes palabras, escritas con letras de sangre: «Kammamuri, Manciadi me ha ases...» El maharato se puso de pie. Comprendió toda la traición del bengalés y el peligro que corría s
amo. —¡«Darma»! —¡«Darma»! ¡«Punt ¡«Punthhy»! —gritó con voz rota—. ¡A la l a cabaña!... cabaña!... ¡A la l a cabaña!... cabaña!... Van a matar al amo. Y se precipitó hacia el bosque, precedido por el tigre y seguido por el perro, que ladraba furioso... Mientras Kammamuri corría como una gacela bajo los frondosos arcos de verdor, el bengalés no había perdido el tiempo. Al quedarse solo emprendió una veloz carrera saliendo de los matorrales y corriendo precipitadam preci pitadament entee hacia la cabaña, resuelto a estrangular estrangular a la segun segunda víctim ví ctima. a. Sabía que tenía una ventaja de un buen cuarto de hora sobre el maharato, pero devoraba el camino con la velocidad de una bala de cañón, temiendo que el tigre y el perro le descubrieran, y en verdad que los temía temía seriam seri ament ente. e. Atravesó la jungla en menos de media hora y, después de haber preparado un segundo lazo, se detuvo al borde de la plantación. —Sin duda el amo amo está en guardia guardia —murm —murmuró—. uró—. Si me ve volver solo, pensará que he abandonado abandonado a Kammamuri y me meterá en la cabeza una bala de su carabina. Aquel hombre no bromea. Abrió poco a poco los bambúes y miró hacia el norte. A cuatrocientos metros de distancia vio la cabaña y jun junto a ella ell a a Trem Tr emal-Nai al-Naikk de pie, con co n la carabina carabi na en la mano. —iAh! —exclamó —exclamó el miserable—. iser able—. Matarl Matarlee no me resultará tan fácil, fácil , pero Manciadi Manciadi es más astuto astuto que un un cazador de serpient serpi entes. es. —Corrió hacia el este, trotando trotando furios furiosam ament entee durante durante seis o siete minutos, inutos, después corrió corri ó hacia la llanura. La cabaña quedaba a su derecha y Tremal-Naik se presentaba de lado. Con un poco de astucia podía acercarse y coger a la víctima por sorpresa, desde atrás. Pronto tomó la resolución. Empezó a arrastrarse por entre las hierbas como si fuera una serpiente, alargán alar gándose dose todo lo l o que podía para par a que TremalTremal-Naik Naik no no le descubriera, descubrier a, y procurando procurando no hacer hacer ruido. El vientecillo que acariciaba la plantación, curvando dulcemente los altos tallos de bambú, producía un ligero rumor, suficiente como para encubrir el rozamiento de un hombre. Avanzando de este modo y parándose para aguzar los oídos y mirar a Tremal-Naik, quien parecía no darse cuenta cuenta de nada, consiguió consiguió llegar lle gar hasta la cabaña. ca baña. Se puso de pie con un un salto de animal. animal. Una sonrisa se dibujaba di bujaba en los labios. l abios. —Es mío mío —murmu —murmuró ró con un un hil hiloo de voz—. Kalí me protege. protege. Caminó sobre las puntas de los pies a lo largo de las paredes de la cabaña y se detuvo a unos diez pasos de Tremal-Naik. Dio una última mirada a la jungla y no vio a nadie. Una segunda segunda sonrisa, sonris a, más cruel que la primera, pr imera, se dibujó en sus labios, labi os, y sus ojos centell centellearon earon como como los de un gato. Un instante más y la víctima habría caído para no levantarse. Hizo girar girar rápidam rápi dament entee el lazo a su alrededor alr ededor y lo lanzó, lanzó, dando un un salto hacia adelant adel ante. e. Tremal-Naik cayó al suelo como un árbol arrancado por el viento, pero, de modo fortuito, una mano se le quedo presa en el lazo. —¡Kam —¡Kamm mamuri! amuri! —gritó el desgraciado, aferrando con la otra mano la cuerda y tirándola hacia sí con desesperada energía. —¡Muere! —¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! —gritó el asesino, asesi no, arrastrándolo arra strándolo por el suelo. Tremal-Naik lanzó lanzó un segu s egundo ndo grito. —¡Aquí —¡Aquí estoy! estoy! —tronó —tronó una una voz. Manciadi rechinó los dientes con furor. En el límite de la plantación había aparecido súbitamente el maharato: delante suyo corría, con saltos gigantescos, el tigre acompañado de «Punty». Un rayo rompió la noche, seguido de una fragorosa detonación. Manciadi dio un salto de diez pasos y se precipito enloquecido hacia la orilla vecina.
Resonó un un segun segundo do disparo dis paro y Manciadi Manciadi cayó en el río, rí o, desapareci des apareciendo endo entre entre los l os rem r emoli olinos. nos.
XII. LA EMBOSCADA Tremal-Naik, a pesar de estar medio estrangulado y aturdido, en cuanto notó que se aflojaba el lazo se levantó y, recogiendo la carabina, corrió hacia el río, confiando en partir la cabeza al traidor. Pero cuando llegó a la orilla, Manciadi había desaparecido. Se adentró en el agua, pero sobre el río no aparecía ninguna cabeza. Quizá la corriente había arrastrado consigo al asesino, que sin duda recibió un certero tiro de carabina o de la pistola del maharato. —¡Ah! —¡Ah! ¡miser ¡miserable! able! —exclamó —exclamó Tremal-Naik, furioso. furioso. —¡Am —¡Amo! —gritó Kamm Kammamu amuri, corriendo corri endo en compañía compañía del tigre y del perro—. perr o—. ¿Dónde ¿Dónde está el bandolero? —Ha desaparecido, desaparec ido, Kamm Kammamu amuri, pero le l e encontraremos. encontraremos. —¿Estás —¿Estás herido? —Tremal-Nai —Tremal-Naikk no no se deja dej a estrangular estrangular por aquellos aquell os hombres. hombres. —Ya —Ya no me corre corr e la l a sang s angre re por las venas, amo. Tem Temía ía no poder llegar ll egar a tiempo tiempo para par a salvar s alvarte. te. ¡Ah! ¡Ah! ¡Qué canalla! ¡Era un estrangulador! ¡Matar a mi padre! ¡Traidor! Si me cae entre las manos no le dejo entero ni un trocito del tamaño de una rupia. ¡1 Engañarnos de este modo, a nosotros, los cazadores de serpient serpi entes! es! ¿Sabes, amo, que que te has salvado sa lvado de milagro? —Lo —Lo sé, Kamm Kammamu amuri. ¿Y Aghu Aghur?... r?... ¿Qué ¿Qué le ha pasado a Aghu Aghur? r? El maharato maharato enmudeció, enmudeció, dejando dej ando caer los l os brazos. br azos. —Habla —dijo —dij o TremalTremal-Naik, Naik, que que lo había adivinado adi vinado todo. —Ha mu muerto, amo —balbuceó —balbuceó Kamm Kammamuri. amuri. Tremal-Naik se llevó las manos a la cabeza con gesto desesperado. —¡Muerto! —¡Muerto!... ... ¡Mu ¡Muerto!... —sollozó. —soll ozó. ¿E ¿Ess que todos los que están a mi alrededor alr ededor mueren? ueren? Pero yo ¿qué he hecho, Siva, para que tenga que perder a todos los que amo? ¿Es que estoy maldito por los dioses? Dobló la cabeza sobre el pecho y una lágrima rodó por sus mejillas bronceadas. Kamm Kammamuri, amuri, al ver llora l lorarr a aquel hombre, hombre, sintió s intió que se le rompía rompía el alma. a lma. —Amo —Amo —murm —murmuuró. Tremal-Naik no le oyó. Con la cabeza entre las manos se había sentado junto al río y contemplaba con los ojos húmedos la jungla, por la que corría un ligero soplo de viento, rezumando perfume de azmines y de musenda. Su pecho de atleta se levantaba de vez en cuando, movido por los sollozos. —¡Am —¡Amo, oh mi mi pobre pobr e amo! amo! —exclamó —exclamó Kamm Kammamuri—. amuri—. No llores, llor es, sé fuerte; fuerte; tienes que que serlo. ser lo. —Sí, fuerte fuerte para combatir combatir la fatalidad que pesa sobre nosotros nosotros —dijo —dij o Tremal-Naik con rabia—. rabi a—. ¡Pobre Aghur, tan joven y tan intrépido! ¿Está seguro de que está muerto? —Sí, amo, amo, lo he visto vi sto con mis propios propi os ojos y tocado con mis propias propia s manos. Estaba allá, all á, estirado estira do unto a un estanque, con el lazo en el cuello y un puñal en el pecho. El miserable Manciadi, después de haberle derribado, le ha rematado con aquella arma. —Así pues, ¿fue ¿fue Manciadi Manciadi quien le mató? mató? —¡Sí, amo, amo, él! —¡Ah! —¡Ah! ¡desgraci ¡desgraciado! ado! —Pero ya no asesinará asesi nará a nadie más, te lo digo yo. Mi bala tiene que que haberle alcanzado; quizá los peces estén haciendo un banquete con sus carnes. —¿Así —¿Así pues, aquel monstruo monstruo había había tram tra mado un plan infernal? infernal? —Sí, amo. amo. Había Habí a asesin asesi nado a Aghu Aghurr para que yo me me alejara alej ara y poder caer luego luego sobre s obre ti. Por suerte
me he dado cuenta a tiempo y he llegado aquí en buena hora. —Pero ¿no ¿no habías sospechado sospec hado nada nada antes? —No, amo, amo, no me di cuenta, cuenta, ni siquiera dudé. El supo engañarn engañarnos os muy bien. ¿Qu ¿Qué motivos podía tener para asesinarnos? —Me temo temo que le hayan hayan mandado mandado aquí aquí los l os indios de Raimang Raimangal. al. —¿Lo —¿Lo crees, crees , amo? amo? —Estoy seguro. seguro. ¿Has visto su pecho? —No: siem sie mpre lo l o tenía tenía cubierto, no sé por qué. —Para esconder es conder el misterioso tatuaje. —Ahora —Ahora comprendo: comprendo: debe ser así. as í. Pero Per o ¿por qué qué tanto tanto ensañam ensañamiento iento contigo? contigo? —Porque amo amo a Ada. —¿O sea, que aquellos hombres hombres no quieren que que tú la ames? —No, y tratan de asesinarm ases inarme. e. —¿Pero por qué? —Porque sobre aquella mujer pesa una una terrible terri ble condena. —¿Cuál? —¿Cuál? —No lo sé, pero per o un día desvelar des velaréé el misterio. —¿Y tú eres qu q ue aquellos miserables iser ables volverán volver án a la carga? —Creo que sí, Kamm Kammamuri. amuri. —Yo teng tengo miedo, miedo, am a mo, ¿y tú? tú? Tremal-Naik no respondió. Había dirigido su mirada hacia el sur. —¿Has —¿Has visto vi sto algo? —pregunt —preguntóó el maharato maharato con ansieda ansiedad. d. —Sí, Kamm Kammamu amuri. Me parece haber visto un extraño extraño resplandor respl andor brillar bril lar en el fondo fondo de la jungla jungla y luego luego apagarse. a pagarse. —Vayam —Vayamos os a la l a cabaña, amo. amo. Aquí Aquí no estamos estamos seguros. seguros. Tremal-Naik miró por última vez a la jungla y al río y se encaminó a pasos lentos hacia la cabaña, en cuya entrada se paró. —Mira, Kamm Kammamuri amuri —dijo —dij o con tristeza—. Esta cabaña antes antes tan alegre, tan risueñ ris ueña, a, ahora me parece fúnebre como un sepulcro. ¡Pobre Aghur! Sofocó un sollozo y se tumbó en la hamaca, escondiendo el rostro entre las manos. Kammamuri se apoyó en el quicio de la puerta, con los ojos fijos en la jungla, murmurando sin cesar: —¡Pobre amo! amo! Pasaron tres largas l argas horas sin si n que que el maharato se movier moviera. a. El sonido agu a gudo do del ramsinga ramsinga le quitó de su s u inmovil inmovilidad. idad. —¡Fún —¡Fúnebre trompeta! trompeta! —mu —murmuró rmuró con rabia—. rabia —. ¿Otra ¿Otra nueva nueva desgracia, entonces? entonces? Haces bien advirtiéndome. Dio varias vueltas en torno a la cabaña, mirando atentamente entre las hierbas, pero no vio nada nuevo. Penetró llevándose consigo a «Darma» y «Punthy», atrancó la puerta y se tumbó detrás, de manera que se despertara desper tara al menor golpe. golpe. Pasaron varias horas sin que sucediera nada. Kammamuri, cada vez más inquieto, no cerraba los ojos y se levantaba con frecuen frecuencia cia para mirar, con gran gran precaución, por las l as ventanitas. ventanitas. Hacia medianoche la luna se escondió, dejando a la jungla en la más perfecta oscuridad. Fue entonces cuando «Punthy» ladró tres veces. —Alguien —Alguien se acerca acer ca —murm —murmuró uró Kamm Kammamuri—, amuri—, «Punth «Punthyy» le ha oído. Entró en la habitación de Tremal-Naik. Este dormía profundamente y en sueños hablaba de la infeliz Ada.
«Punthy» dio por tres veces un sordo aullido y corrió hacia la puerta mostrando los dientes. También el tigre había oído algo, ya que emitió un sordo rugido. Kammamuri, cogiendo un par de pistolas, fue a espiar por todas las ventanas, pero no logró ver ni oír nada. Por un instante tuvo la idea de disparar un pistoletazo para espantar a quien o quienes osaban acercarse a la cabaña, pero no queriendo despertar a Tremal-Naik, y por miedo a que el amo quisiera salir sali r afuera, se contuvo. contuvo. Un rato después, mientras pasaba delante de un ventanuco, le pareció ver, en el sur, una cinta de fuego y oír un ligero silbido, seguido de una sorda detonación. —¡Qué —¡Qué misterio! —murm —murmuuró, temblando temblando de horror—. Si esta noche noche no suceden s uceden más desgracias es señal de que Siva y Nrahma nos protegen. Permaneció Permaneció mucho mucho rato despierto; despi erto; luego, luego, cediendo cedi endo al cansan c ansancio cio y al sueño, se durmió. durmió. Ni el perro ni el tigre dieron dier on ning ningun unaa otra señal durante durante el resto de la noche. Por la mañana, ansioso por saber algo, Kammamuri se apresuró a salir. Lo que enseguida atrajo su mirada fue fue un puñal puñal clavado c lavado en el suelo, a pocos pasos pas os de la l a cabaña, que sujetaba un papel azulado. azulado. —¡Oh! —¡Oh! —exclamó, —exclamó, retrocediendo—. retroce diendo—. ¿Así ¿Así pues, alg al guien ha osado llegar hasta aquí?... Se acercó con precaución y casi con repugnancia hacia aquellos objetos y los recogió temblando. El puñal era de acero bruñido, de un metal que dejaba ver las vetas, de una forma especial y con unas extrañas extrañas in i ncisiones cisi ones en la hoja. Abrió el papel: había dibujada una serpiente con la cabeza de mujer, el emblema misterioso de los indios de Raimang Raimangal, al, y debajo unas unas cuantas cuantas líneas l íneas de una una escritura esc ritura roja. roj a. —¿Qué —¿Qué es lo l o que sign si gnifican ifican estas líneas? lí neas? —se pregunt preguntóó el maharato—. Aquí Aquí se encierra un misterio isteri o que el amo desvelará. Hizo sentar a «Darma» y «Punthy» y corrió hacia Tremal-Naik. Lo encontró sentado delante de una de las l as ventanas, ventanas, con la cabeza entre entre las l as manos, manos, la l a mira mirada da fija hacia los neblinosos ebli nosos horizont horizontes es del sur. —Amo —Amo —dijo —dij o el maharato. maharato. —¿Qué —¿Qué quier quieres? es? —pregu —pr egunt ntóó el indio i ndio con voz apagada. apagada. —Deja los tristes pensamientos pensamientos y mira estos objetos. Hay un misterio isteri o a descifrar. desci frar. Tremal-Naik se giró con cansancio. Cuando vio el puñal que Kammamuri le enseñaba, una contracción nerviosa alteró los rasgos de su cara. —¿Qué —¿Qué es? —pregun —preguntó, estremeciéndose—. estremeciéndose—. ¿Quién ¿Quién te ha ha dado aquella arma? —La —La he encont encontrado rado delant del antee de la l a cabaña. Lee Lee la carta, amo. Tremal-Naik se la arrancó con fuerza de las manos, echándole una ávida mirada. Esto es lo que leyó: «Tremal-Naik, La misteriosa divinidad, que impera tremenda en toda la India te manda el puñal de la muerte. Basta con un roce de su punta envenenada para que tú desciendas a la tumba. Tremal-Naik, tú tienes que desaparecer de la superficie de la tierra; la divinidad lo quiere. Sólo a este costo puedes detener el fulgor que va a caer sobre la cabeza de aquella que fue condenada. Esta tarde, al ponerse el sol, Manciadi espera tu cadáver. Suyodhana.» Tremal-Naik, Tremal-Naik, al leer la carta, se volvió pálido. —¿Qué?... —¿Qué?... —exclamó —exclamó él—. ¡Mi ¡Mi vida vi da para detener detener el fulgor fulgor que va a caer sobre la l a cabeza de aquella aquell a que fue condenada!... ¿Qué es lo que significa esta amenaza? ¿Morir? ¿Yo? —Amo —Amo —murm —murmuró uró Kamm Kammamuri, amuri, que temblaba temblaba como como una una hoja—, corremos un gran peligro. peli gro. Lo siento. —No tengas tengas miedo, miedo, Kamm Kammamuri amuri —dijo —dij o TremalTremal-Naik—. Naik—. Los Los miserables miserabl es int i ntent entan an asustam asustamos, os, pero per o yo desafío a la misteriosa divinidad que impera por terror sobre toda la India. ¡Ah! ¿Ellos quieren mi vida?
¿Su divinidad me manda que baje a la tumba y me envía el puñal? Pero Tremal-Naik no será tan estúpido como para usarlo, ni... Se paró par ó de pront pro nto. o. Un Un terribl terr iblee pensamiento le había cruz cr uzado ado por la mente. mente. Volv Volvió ió a leer l eer la carta. c arta. Un estupor doloroso se dibujó en su cara. —¡Gran —¡Gran Siva! —exclamó —exclamó con voz sofocada— ¡Un ¡Un fulgor fulgor va a caer sobre aquella que fue fue condenada!... ¡Kammamuri! —¿Am —¿Amo? —Un —Una mujer mujer fue fue condenada... condenada... Si fuera... fuera... —¿Quién —¿Quién?? ¿Am ¿Amo, quién?... quién?... —La —La tienen en sus sus manos... manos... —¿Pero quién? quién? —¡Ada! —¡Ada! —exclamó —exclamó con acento acento desgarrador el indio—, ¡oh, ¡oh, mi pobre Ada!... ¡Kam ¡Kamm mamuri!... amuri!... ¡Kammamuri!... —Amo, —Amo, es im i mposible posibl e que la maten maten —dijo Kamm Kammamuri. amuri. —¿Y si fuera fuera verdad? ¿Y si aquellos monstruos onstruos la l a mataran? ¡Horror, horroroso!... ¡Siva, dios mío, sálvala! ¡Salva a mi pobre Ada! Un gem gemido ido atravesó a travesó el e l pecho pe cho del Cazador de serpient serpi entes. es. —¿Qué —¿Qué hacer? —balbuceó, fuera fuera de sí—. Sí, yo lo siento, los monstruos onstruos la han conden c ondenado... ado... no quieren que ella ame a ningún mortal... Es preciso que uno de nosotros muera. ¡Pero no, no quiero que ella muera, tan joven, tan bella!... ¿Deberé morir yo entonces? Nunca, nunca, es imposible, la amo demasiado para bajar a la tumba sin haberla antes visto por última vez, sin decirle que muero por ella. Tremal-Naik se contorsionó como una serpiente, cogiéndose la cabeza entre las manos. De pronto se puso de pie como un tigre que va a echarse sobre la presa. Un siniestro destello brillaba en sus ojos. —¡La —¡La hora de la venganz venganzaa ha sonado! —dijo —dij o con acento acento feroz—. ¡Ada, yo vengo!... vengo!... ¡A mí,«Darma»!... El tigre se plantó en la puerta de un salto, dejando oír su formidable maullido. Tremal-Naik, quitando la carabina de un gancho, iba a salir, cuando Kammamuri le detuvo. —¿A dónde vas, amo? amo? —le pregu pr egunt ntó, ó, abrazándole por la l a cintura. cintura. —A Raimang Raimangal, al, para par a salvarl sal varla, a, antes antes de que me me la maten. maten. —¿Pero no sabes que allí al lí está la l a muerte? muerte? ¿No sabes que en Raimang Raimangal al quizá quizá haya haya miles de aquellos hombres que anhelan tu sangre? Tú te pierdes, amo, y quizás matas a aquella a quien amas, creyendo que la salvas. —¡Yo!... —¡Yo!... —Seguro, —Seguro, amo, tú la matas. matas. En tu prim pri mera aparici apa rición ón el fulgor fulgor estallará estall ará y abatirá a aquella mujer mujer.. —¡Gran —¡Gran Dios! —¡Cálmate, —¡Cálmate, amo, escúcham escúchame! e! Déjame hacer hacer y verás cómo cómo lo l o sabremos sa bremos todo. Quién Quién sabe, puede que aquellos hombres tan sólo hayan querido asustarnos. Tremal-Naik le miró como si soñara. Quizá Kammamuri tuviera razón. —Aún —Aún no ha llegado ll egado la hora de ir a la isla isl a maldita, aldi ta, ni tú tampoco tampoco estás tan fuerte fuerte como como para pa ra luchar luchar contra ellos —continuó el maharato—. Ellos quieren tu cadáver, han escrito: pues bien, lo tendrán, pero será un cadáver que aún respirará y que saltará al cuello del asesino del pobre Aghur. Deja que yo te guíe, guíe, amo; amo; los maharatos son listos, lis tos, ya lo sabes. s abes. —¿Qué —¿Qué quier quieres es decir? deci r? —pregu —pr egunt ntoo TremalTremal-Naik, Naik, que que poco a poco iba cediendo. ce diendo. —Quier —Quieroo decir que que a nosotros nosotros nos hace falta un hombre hombre que lo confiese confiese todo, para saber lo que tenemos que hacer. Si es necesario, mañana mismo partimos hacia Raimangal. —¿Necesi —¿Necesitam tamos os a un hombre? hombre? —Sí, amo, amo, y este e ste hombre hombre será Manciadi Manciadi.. Escúcham Escúchamee con atención. atención. Esta tarde, cuando cuando se ponga ponga el
sol, yo te llevaré a la jungla y tú fingirás estar muerto. Yo y «Darma» nos emboscaremos a pocos pasos de ti, para vigilar que no te ocurra ninguna desgracia. Llega el bandido que asesinó a Aghur; nosotros nos echamos encima suyo y le hacemos prisionero. Yo me encargo de hacerle confesar el lugar donde esconden a la mujer que tú amas y le obligo a revelar el número de nuestros enemigos y los medios de los que disponen. Tremal-Naik cogió las manos del maharato y las estrechó con afecto. —¿Te —¿Te quedarás? —pregu —pr egunt ntóó Kamm Kammamuri, amuri, con alegría. —Sí, me quedaré quedaré —dijo Tremal-Naik, lanzando lanzando un profundo profundo suspiro—. Pero mañana, añana, aunque aunque sea solo, iré a Raimangal, siento que un peligro amenaza a Ada. —No irás i rás solo —dijo —dij o Kamm Kammamuri—. amuri—. Yo Yo y «Darma» «Darma» te acom ac ompañarem pañaremos. os. Ahora, calma ca lma y ojos oj os bien abiertos: esta noche tendremos a Manciadi en nuestras manos. Kammamuri dejó a su amo, que se había sentado en el dintel preso de mil angustias y tétricos pensamientos, y se marchó al río para preparar la canoa. Durante el día no sucedió nada nuevo. Kammamuri fue varias veces a la jungla, armado hasta los dientes, esperando poder descubrir a alguien, quizá al mismo Manciadi, pero no vio a nadie, ni oyó ninguna señal o rumor. A las siete el sol caía en el horizonte por el oeste. Era el momento de actuar. —Amo —Amo —dijo —dij o el maharato, maharato, que se frotaba alegremente alegremente las manos—, manos—, no perdamos perdamos tiempo. Precisamente en aquel momento, por el sur resonó el ramsinga. —Los —Los malvados se acercan acerca n —dijo —dij o Kamm Kammamuri—. amuri—. Animo, Animo, amo, amo, yo te llevo lle vo a la jungla. jungla. Ni una una palabra, ni el más mínimo gesto, si no quieres que la emboscada nos salga mal, En cuanto aparezca el asesino, el tigre tigre lo derribará. Cogió a su amo, se lo cargó sobre los hombros, después de haberle clavado debajo de la ancha faja un par de pistolas, y se encaminó tambaleando hacia la jungla. El sol desaparecía por detrás de las gigantescas plantaciones de occidente cuando llegó a los primeros bambúes. Dejó a Tremal-Naik sobre la hierba y aquél conservaba la inmovilidad de un cadáver; luego se curvó sobre él. —Amo, —Amo, ni un movimien movimiento to —le dijo—. dij o—. En cuanto cuanto el tigre se eche encima encima de Manciadi Manciadi,, apártate y tapa la boca al miserable. Puede que haya más indios por estos alrededores. —Déjame —Déjame hacer —musitó —musitó TremalTremal-Naik—. Naik—. Todo irá bien. bie n. Kammamuri se alejó con la cabeza inclinada sobre el pecho, con la actitud de un hombre grandemente apesadumbrado. Cuando llegó a la cabaña, un segundo sonido de trompeta resonó entre los bambúes bambúes espinosos espi nosos de la jungla. jungla. —Manciadi —Manciadi aún está lejos lej os —dijo—. —dij o—. Todo va bien. bie n. Entró en la cabaña, se armó de pistolas y un cuchillo, luego salió, mirando con atención hacia el río y hacia la jungla. —«Darma», —«Darma», sígu sí guem emee —dijo. —dij o. El tigre le alcanzó de un salto, y corrieron a toda velocidad hacia el sur, tapados por una pequeña plantación de musenda e índigo. En menos de cinco minutos llegaron hasta los bambúes y se emboscaron a siete u ocho pasos de Tremal-Naik. Un tercer sonido de trompeta, más cercano, rompió el profundo silencio sil encio que reinaba rei naba en los sunderbun sunderbunds. —Bien —murm —murmuró uró Kamm Kammamuri, amuri, empuñ empuñando ando una de las dos pistolas—. pistola s—. El miserable iser able se nos aproxima. Miró al amo. Parecía un auténtico cadáver: estaba recostado sobre un lado, con la cabeza escondida debajo de un brazo. Habría engañado incluso a un marabú, hasta a un chacal. De pronto, un magnífico pavo real se alzó de entre los bambúes, volando rápidamente. Kammamuri pasó una mano mano sobre el e l tigre, que hu husmeaba smeaba el e l aire a ire y agitaba agitaba la l a cola col a como los gatos. gatos.
—No te mueva, mueva, «Darma» «Darma» —le susu s usurró. rró. Un segundo pavo real alzó el vuelo soltando un grito de miedo. Manciadi se acercaba arrastrándose como una serpiente, sin producir el menor ruido. Quizá temía caer en una emboscada y avanzaba con gran cautela. Kammamuri se puso de rodillas, teniendo la mano armada de pistola. Allí, muy cerca, notó que los bambúes se movían ligeramente, después salieron dos manos, y por fin una cabeza de color amarillo orillante. Kammamuri notó que la frente se le perlaba de sudor frío. Era la cabeza de Manciadi, el asesino del pobre pobr e Aghur. Aghur. —«Darma» —«Darma» —murm —murmuró. uró. El tigre se había levantado, encogiéndose sobre sí mismo; esperaba tan sólo la orden para saltar. Manciadi miró a Tremal-Naik con dos ojos que mandaban destellos, y dio una terrible carcajada. El Cazador de serpientes ser pientes no no se movió. Entonces el indio salió de entre los bambúes con el lazo en la mano y dio unos cuantos pasos hacia el falso cadáver. —¡«Darma», —¡«Darma», cógelo! cógelo! —exclamó —exclamó Kamm Kammamuri, amuri, poniéndose poniéndose de pie. pi e. El tigre dio un salto de quince pasos y cayó como un rayo sobre el asesino, que cayó al suelo con violencia. TremalTremal-Naik, Naik, levantándose, levantándose, se s e avalanz aval anzóó sobre él y de un terri terrible ble puñetazo puñetazo le hizo perder el sentido. sentido. —¡Sujeta —¡Sujeta fuerte, fuerte, amo! amo! —gritó el maharato, corriendo—. corr iendo—. Rómpele Rómpele una una pierna pier na para impedir que se mueva. —Es inútil, inútil, Kamm Kammamu amuri —dijo —dij o TremalTremal-Naik, Naik, sujetando sujetando al tigre—. Casi le l e he matado. matado. En efecto, el indio, tocado en la frente por el puño de oro del Cazador de serpientes, no daba ya señales señales de vida. —Vaya, —Vaya, así va bien —dijo —dij o Kamm Kammamuri—. amuri—. Ahora Ahora le haremos haremos hablar. No saldrá saldr á vivo de nuestras nuestras manos, te lo juro, amo, y Aghur será vengado. —No hables tan fuerte, fuerte, Kamm Kammamuri amuri —murm —murmuró uró TremalTremal-Naik, Naik, alejando alej ando otra vez ve z al tigre, que quería devorar al prisionero. pri sionero. —¿Crees —¿Crees que hay hay otros otros indios i ndios por aquí? —Podría ser. Mira, el cielo ciel o se oscurece rápidam rápi dament entee y amenaz amenazaa un huracán. huracán. Llevémoslo a la cabaña. Kammamuri cogió a Manciadi por las piernas, Tremal-Naik lo aferró por las muñecas y salieron corriendo, mientras unas gigantescas nubes negras se levantaban con rapidez vertiginosa hacia el sur. Unos minutos después entraban en la cabaña, atrancando la puerta a sus espaldas.
XIII. LA TORTURA Lo más importante importante ya estaba hecho. Ah Ahora no faltaba más más que hacer hacer hablar al prisionero, pris ionero, cosa cos a nada fácil, fácil , ya que los indios son más testarudos que los pieles rojas americanos. Pero los dos Cazadores de serpient serpi entes es poseían pos eían medios medios poderosos para hacer soltar la lengua lengua hasta hasta a un mudo. Una vez tendido el prisionero en medio de la cabaña, encendieron a poca distancia de sus pies un gran fuego y esperaron pacientemente que volviera en sí, para empezar la prueba. Al cabo de un rato el indio dio señales de estar aún con vida. El pecho se le levantó con fuerza, dilatándosele; él agitó los miembros, se movió y finalmente abrió los ojos, mirando al Cazador de serpientes, que estaba inclinado sobre él. Un profundo asombro se dibujó en el rostro de Manciadi y al momento sus rasgos se alteraron, expresando desprecio, terror y rabia. Sus dedos se agarrotaron, clavando las uñas en el suelo, y una mueca feroz se marcó en su boca, mostrando dos hileras de dientes puntiagudos como los de un tigre. —¿Dónde —¿Dónde estoy? estoy? —pregunt —preguntóó con voz sorda. Tremal-Naik acercó su cara a la suya. —¿Me —¿Me reconoces? —le pregunt preguntó, ó, frenando frenando con dificultad la ira que que le hervía en el pecho—. ¿M ¿Mee reconoces? —Si no me equivoco, tú eres el hombre hombre a quien tenía tenía que estrangu estrangular —dijo —dij o Manciadi Manciadi—. —. Qué Qué estúpido he sido dejándome dejándome coger. —¿No —¿No te parece que la emboscada emboscada ha sido un éxito? éxito? —No lo niego. niego. Debía de figurármelo. figurármelo. —¿Tiemblas —¿Tiemblas frente frente a mí? —¡Temblar —¡Temblar yo! —exclamó —exclamó el estrangulador, estrangulador, sonriendo—. Manciadi Manciadi no tiene tiene miedo miedo más que que a Kalí. Kalí . —¡Kalí —¡Kalí!! ¿Qu ¿Quién ién es esta Kalí? Kalí ? Yo ya ya he oído este nombre. nombre. —Sí, lo has oído la noche noche en que caíste caí ste bajo b ajo el puñal puñal de Suyodh Suyodhana. ana. ¡Ah!... ¡Ah!... ¡ah!..., ¡ah!..., ¡qué ¡qué buen buen golpe que fue aquél!... —Tan bueno bueno que aún aún estoy vivo. —Es una una desgracia que tú tú estés vivo. —Es verdad —dijo —dij o Tremal-Naik con c on iron ir onía—. ía—. Si hubiera hubiera acabado bajo tierra, tierra , no podría podr ía volver a Raimang Raimangal al a exterminar exterminar a los asesin asesi nos. Una sonrisa sarcástica torció los labios del estrangulador. —Tú no conoces a Suyodhan Suyodhanaa —dijo. —dij o. Lo conoceré, Manciadi, te lo prometo, y tal vez antes de mañana por la noche. —¿Teng —¿Tengoo que creerte? —Tienes que que creerme; cree rme; TremalTremal-Naik Naik es un un hom hombre bre de palabr pa labra. a. —¡Ah! —¡Ah!,, ¡ah! ¡ah! —dijo —dij o Manciadi Manciadi—. —. No darás ni un paso hacia las costas de Raimang Raimangal, al, y ya tendrás tendrás cien lazos lazos alrededor al rededor del cuello. cuello. —Dejemos —Dejemos a Suyodhan Suyodhanaa y a los lazos, l azos, ahora, ahora, y hablemos hablemos de cosas más importantes. importantes. —Como —Como quieras. —Pero mira, Manciadi Manciadi,, que si no dices la l a verdad te hago hago sufrir sufrir mil torturas. —Manciadi —Manciadi es fuerte. —Lo —Lo dirás dirá s más tarde. Escúcham Escúchamee y responde: y tú, tú, Kamm Kammamuri, amuri, atiza el fuego, fuego, porque quizá quizá lo necesitaremos. Un estremecimiento recorrió el rostro amarillento de Manciadi; miró con angustia las llamas que se levantaban y descendían iluminando caprichosamente las ahumadas paredes de la cabaña.
—Manciadi —Manciadi —prosig —prosi guió Tremal-Naik—, ¿quién ¿quién es esta divin divi nidad que tú llam lla mas Kalí y que que exige exige tantas víctimas? —No hablar hablaré. é. —Empiezas —Empiezas mal, mal, Manciadi. Me obligarás obli garás a torturarte. torturarte. —Manciadi —Manciadi es fuerte. —Vam —Vamos os a otra cosa. cos a. Necesito Necesi to saber cuántos cuántos hombres hombres hay en Raimang Raimangal. al. —Yo mismo mismo lo ignoro. ignoro. Sé que son much muchos os y que que todos obedecen a Suyodhan Suyodhana, a, nuestro nuestro jefe. je fe. —Manciadi —Manciadi,, ¿tú ¿tú conoces conoces a la l a virg vir gen de la pagoda sagrada? —¿Y quién no la conoce? c onoce? —Bien, háblame háblame de Ada Corisant. Un rayo rayo de gozo gozo feroz brilló bril ló en los ojos de Manciadi. —¡Hablar —¡Hablarte te de Ada Corisant! —exclamó, —exclamó, riendo ri endo a carcajadas—. carcaja das—. ¡Nunca! ¡Nunca! —Manciadi —Manciadi —dijo —dij o Tremal-Naik, furioso—. Mira que te haré padecer pa decer mil torturas torturas si te obstinas obs tinas en callar. call ar. ¿Dónde ¿Dónde se encu e ncuent entra ra Ada Corisant Coris ant??
—¡Quién —¡Quién sabe! Quizá Quizá en Raim Rai mangal, angal, quizá quizá en el norte de Bengala, Bengala, quizá quizá en el e l mar. Puede Puede que aún a ún esté viva o puede que esté agonizando. TremalTremal-Naik Naik lanzó lanzó un chillido chilli do de rabia. r abia. —¡Quiz —¡Quizáá agonizan agonizante! te! —exclamó, —exclamó, mordiéndose ordié ndose las manos—. Tú sabes s abes algo. ¡Oh! ¡Oh!,, hablarás ablar ás aunque aunque tenga que quemarte las piernas. —Quém —Quémam amee también también los brazos br azos hasta hasta los hombros; hombros; Manciadi Manciadi no hablar hablará. á. Lo juro juro sobre sobr e mi mi diosa. di osa. —Pero miserable, miserabl e, ¿tú no has has amado? ¿No ¿No sabes lo l o que significa significa estar es tar ansioso por la mujer mujer adorada? —No he he amado más más que a mi mi diosa di osa y a mi mi fiel lazo. —¡Escúcham —¡Escúchame, e, Manciadi Manciadi!! —gritó Tremal-Naik fuera fuera de sí—. Yo te liberar li beraré, é, yo te daré hasta hasta la última rupia que poseo, te daré todas mis armas, seré tu esclavo, pero dime dónde se encuentra la pobre Ada, si está viva o muerta, dime si hay esperanzas de salvarla. He sufrido atrozmente, Manciadi, ¡no me hagas sufrir más, no me mates! ¡Habla o te destrozo con mis propios dientes! Manciadi se quedó mudo, mirándole oscuramente. —¡Pero habla, habla, monstruosa onstruosa criatu cria tura, ra, habla! —gritó Tremal-Nai Tremal-Naik. k. —¡No!... —¡No!... —exclamó —exclamó el indio i ndio con increíble increíbl e firmeza—. firmeza—. Nunca Nunca saldrá una palabra de mi boca. —¿Es —¿Es que tienes tienes un corazón de hierro? —Sí, de hierro, hierr o, repleto repl eto de odio. —¡Por última última vez, vez, habla, Manciadi Manciadi!! —¡Jamás, —¡Jamás, jam j amás! ás! TremalTremal-Naik Naik le retorció retorc ió las l as muñecas. muñecas. —¡Miser —¡Miserable! able! —le gritó en los oídos—. oí dos—. Te mato. mato. —Mátam —Mátame, e, pero no hablaré. —¡Kam —¡Kamm mamuri, amuri, ven aquí! aquí! Cogió al prisionero por los brazos y lo tiró al suelo con violencia. El maharato le cogió los pies y les acercó la llama. La dura piel de las plantas se oscureció al contacto con los carbones ardientes y estalló. Un nauseabundo olor a quemado se esparció por la cabaña. Manciadi se retorció rugiendo como un tigre, y sus ojos se inyectaron de sangre. —Sujeta —Sujeta fuerte, fuerte, Kamm Kammamuri amuri —dijo —dij o TremalTremal-Naik. Naik. Un grito grito desgarrador de sgarrador surgió surgió del de l pecho pe cho del torturado. —Basta... basta —repitió —repi tió con voz entrecor entrecortada. tada. —¿Hablar —¿Hablarás? ás? —le —l e pregunt preguntóó TremalTremal-Naik. Naik. Manciadi rechinó los dientes, luego se mordió los labios con furia y con la cabeza hizo el gesto de negar, negar, a pesar pesa r de que el fuego fuego continu continuara mordiéndole ordié ndole y calcinán calci nándole dole las carnes. Pasaron dos o tres segundos segundos más. más. Un segun segundo do chillido, chill ido, aún más desgarrador de sgarrador que el primero, pr imero, salió sal ió de sus labios. —¡Basta!... —¡Basta!... —jadeó—. ¡Es demasi demasiado!... ado!... —¿Hablar —¿Hablarás ás ahora? —Sí... hablaré... hablaré ... basta... ¡Socorro! ¡Socorr o! Tremal-Naik, con un violento tirón le alejó del brasero. —¡Habla, —¡Habla, miserable! misera ble! —le gritó. Manciadi le miró en el rostro con dos ojos que daban miedo. Con un esfuerzo desesperado intentó sentarse, pero volvió a caer dando un ronco gemido y permaneció inmóvil, con la cara horriblemente desencajada por el espasmo y la boca torcida. —¿Ha —¿Ha muerto? muerto? —pregun —preguntó tó Kamm Kammamuri amuri asustado. —No, sólo se ha desmayado, desmayado, —respondió Tremal-Naik. —Tenem —Tenemos os que ir con cuidado, amo. amo. Si muere muere antes de confesar confesar será una enorm enormee desgracia. desgracia .
—No morir moriráá tan pronto, pronto, te lo aseguro. aseguro. —¿Hablar —¿Hablará? á? —Tiene —Tiene que hablar. ¿Has ¿Has oído tú que Ada está es tá quizá quizá agonizan agonizando? do? Tengo engo que que saberlo saberl o todo, aunque aunque tenga tenga que que sacarl sa carlee toda la l a sang sa ngre re de las l as ven ve nas gota a gota. —No le creas, crea s, amo. El miser miserable able puede que haya haya ment mentido. ido. —Quier —Quieraa Siva que así sea. Si mi Ada muere, siento que no podré sobrevivir. sobrevi vir. ¡Mira ¡Mira qué destino cruel! Amarla, ser correspondido y no poder hacerla mía. ¡Oh!, pero lo será, lo juro sobre todas las divinidades de la India. —Calma, —Calma, amo. amo. Nuestro Nuestro hombre hombre ya empieza empieza a dar señales s eñales de vida. vi da. El estrangulador volvía en sí. Un escalofrío sacudió sus miembros que parecían rígidos; levantó lentamente la cabeza coronada de grandes gotas de sudor, y sus rasgos, poco antes horriblemente alterados, se recobraron, y finalmente abrió los ojos, que se posaron sobre el Cazador de serpientes. Abrió la boca como si quisiera hablar, pero su lengua no emitió ningún sonido; solamente un sordo lamento, una especie de gemido ahogado le resonó en el fondo de la garganta. —¡Manciadi, —¡Manciadi, habla! —dijo —dij o Tremal-Naik. El torturado no respondió. —¿Ves —¿Ves aquel fuego? fuego? Si no sueltas sueltas la l a lengua, lengua, reanu rea nudaré daré las l as torturas. —¿Hablar —¿Hablar?? —rugió —rugió Manciadi Manciadi—. —. Me has destrozado... no podré volver a andar... andar... Mátame Mátame si quieres... pero ¡no hablaré! Te odio... pero tu Ada... la mujer que tú amas... ¡morirá!... ¡Qué alegría, al pensar..., que sufrirá mis mismos tormentos... Me parece oír sus gritos... mírala allá... atada en la hoguera llameante... Suyodhana suelta carcajadas... los thugs danzan a su alrededor... Kalí sonríe... Mira las llamas que la envuelven.. ¡Ah!, ¡ah!, ¡ah!... El miserable prorrumpió en una satánica carcajada, a la cual hizo eco el primer trueno del fulgor, que sacudió a la cabaña hasta hasta los cimientos. cimientos. Tremal-Naik se avalanzó sobre el indio como un demente. —Tú mientes —gritó—. —gritó—. ¡No es posible!, posibl e!, ¡no ¡no es posible! posi ble! —Es verdad... tu Ada será quemada... quemada... —¡Dímelo —¡Dímelo todo! Lo quiero, ¡te lo ordeno! —¡Nun —¡Nunca! ca! Tremal-Naik, loco de ira y de desesperación, lo cogió otra vez para arrastrarlo junto al fuego. Kammamuri intervino. —Amo —Amo —le —l e dijo di jo deteniéndole—, deteniéndole—, este e ste hombre hombre no puede puede padecer pa decer una una segu se gunda nda tortura tortura porque morir morirá. á. El fuego fuego no es sufici suficient entee para hacerle hablar; hablar ; probemos probemos con el hierro. ier ro. —¿Qué —¿Qué quier quieres es decir? deci r? —Déjame —Déjame a mí; hablar hablará, á, ya lo verás. verás . El maharato pasó a la estancia contigua y poco después reapareció, llevando una especie de taladro en cuyas cuyas extremidades extremidades había aplicado apli cado dos espirales espir ales opuestas, opuestas, de acero ace ro templado, con una una punta punta cada uno, separadas separ adas entre entre sí un centímet centímetro. ro. —¿Qué —¿Qué es aquel instrum instrumento? ento? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik. —Un —Un sacaestopas sacae stopas —respondió el maharato—. Ahora Ahora me verás usarlo sarl o y te juro que que ningú ningúnn hombre, hombre, por fuerte y tozudo que sea, puede resistir a una prueba como ésta. Los maharatos lo sabemos bien. Aferró el pie derecho del prisionero y aplicó en el pulgar las dos puntas de los espirales. —Atento, —Atento, Manciadi Manciadi,, que empiezo. empiezo. Los dos espirales penetraron en la carne. El maharato miró al rostro del torturado, todo cubierto de helado sudor. —¿Teng —¿Tengoo que continu continuar? ar? —le —l e pregunt preguntó. ó. Manciadi se sobresaltó.
Kamm Kammamuri amuri reanu rea nudó dó la l a tortura. El torturado, agitado por una una terribl terr iblee convulsi convulsión, ón, lanzó lanzó un grito desesperado. desesper ado. —Confiesa —Confiesa o continúo continúo —dijo el maharato. —No... no no prosigas... prosi gas... Lo Lo confesaré confesaré todo... —Ya —Ya sabía yo que hablarías. hablar ías. Date prisa, pr isa, si no quieres que empiece en el e l otro pie. ¿Dón ¿Dónde de está la virgen de la pag pa goda sagrada? —En los subt s ubterrá erráneos neos —murm —murmuró uró con voz semiapagada semiapagada Manciadi Manciadi.. —Júrame —Júrame sobre tu divinidad divi nidad que que no nos nos engañas. engañas. —Lo... —Lo... juro... sobre... s obre... Kalí. Kal í. —Ahora, —Ahora, adelant adel ante. e. ¿Qué ¿Qué peligro peli gro corre? Habla. Habl a. —Me habían habían ordenado... ¡Ah!, ¡Ah!, perros... perros. .. —Adelante. —Adelante. —Un —Una condena condena pesa... sobre Ada... Kalí la ha destinado a morir... Tu amo amo la ama... ama... ella ell a le corresponde... Pues bien, uno de los dos... tiene que morir... Me habían... mandado aquí... para asesinarle... He fallado el golpe... —¡Adelante! —¡Adelante! ¡Adelant ¡Adelante! e! —exclamó —exclamó TremalTremal-Naik, Naik, que que no perdía ni una una sílaba. sí laba. —No me me verán ver án regresar... adivinarán adivi narán la suerte s uerte que... me me ha tocado... sabrán que tú, aún estás vivo... vivo.. . Pues bien, uno de los dos... tiene que morir... Ada está en sus... manos... morirá... quemada viva... Kalí la ha condenado. —¡Horror —¡Horror!! Pero yo la salvaré. salva ré. Una sonrisa irónica torció los labios del torturado. —Los —Los thug thugss son... potentes potentes —balbuceó. —Pero Tremal-Naik será más potente potente que ellos. ell os. Óyem Óyeme, e, Manciadi Manciadi.. Yo sé que que el banian sagrado conduce a los subterráneos; es necesario que sepa el secreto para bajar. —He hablado... demasia demasiado. do. Puedes matarme, atarme, ya que... estoy agonizan agonizando... do... pero no... diré dir é nada más. más. Déjame Déjame morir... orir ... —¿Teng —¿Tengoo que empezar empezar otra vez? —pregunt —preguntóó Kamm Kammamuri. amuri. —Sé lo que me me hacía falta —dijo —dij o Tremal-Naik—. ¡Parto! ¡Parto! —¿Esta —¿Esta misma misma noche? noche? —¿No —¿No lo has oído?... oído? ... Mañana Mañana podría ser demasia demasiado do tarde. —La —La noche noche es oscura osc ura y torment tormentosa. osa. —Mucho —Mucho mejor mejor;; desembarcar desembarcaréé sin si n ser visto. —Amo, —Amo, ir a Raimang Raimangal es como como ir al encuentro encuentro de la muerte. —En una una noche como como ésta, Kamm Kammamuri, amuri, no me detendrán detendrán ni siquiera los relám rel ámpagos pagos del cielo. ciel o. ¡«Darma»! El tigre, que estaba estirado en la habitación contigua, se levantó rugiendo y fue a colocarse cerca de su amo. —Vayam —Vayamos os a la l a canoa, mi mi querido an a nimal, y prepara tus garra garras. s. —Y yo, yo, amo, ¿qué ¿qué teng tengoo que hacer? hacer? —pregunt —preguntóó Kamm Kammamuri. amuri. Tremal-Naik pensó unos instantes, luego dijo: —Aquel —Aquel hombre hombre todavía está vivo y posiblem posibl ement entee no morirá; orir á; le vigilarás. vigilar ás. Quién Quién sabe, puede que aún nos sea útil. —¿Y quieres partir par tir sin si n mí? mí? —Ya lo ves, no puedes seguirme. seguirme. Si dejam deja mos a aquel hombre, hombre, mañana mañana habrá habrá muerto. muerto. Voy Voy a la canoa. Tremal-Naik se armó con la carabina, las pistolas y el cuchillo, cogió una buena provisión de pólvora y de balas y salió dando rápidos pasos. El tigre se situó detrás, saltando a derecha e izquierda, mezclando sus sus rugidos rugidos con los silbid si lbidos os del viento y el estruen e struendo do de los l os truenos. truenos.
—La —La noche noche no es buena buena —dijo —dij o Tremal-Naik, mirando hacia las nubes nubes tempestu tempestuosas—, osas—, pero nada me detendrá. ¡Ah!, ¡Ah!, isi pudiera llegar l legar a tiem ti empo po para salvarla! salvar la! ¡Pobre Ada! De pronto una seca detonación llegó hasta sus oídos, seguida por el lúgubre ladrido de «Punthy». —¿Qué —¿Qué sucede? sucede? —se pregunt preguntóó Tremal-Naik, sorprendido. Miró hacia la l a cabaña caba ña y vio que Kamm Kammamuri amuri corría corr ía hacia él. él . Iba arm ar mado hasta los dientes y sobre sus s us hombros llevaba los remos de la canoa. —¿Qué —¿Qué ha ha pasado? —pregun —preguntó el Cazador de serpientes. ser pientes. —Kamm —Kammamuri amuri ha vengado vengado a Aghu Aghurr —respondió —re spondió el maharato. maharato. —¿Es —¿Es que has has matado matado a Manciadi? —Sí, amo, de un un pistoletazo. Aquel Aquel hom hombre bre era er a un estorbo; ahora, por lo l o menos, menos, podré seguirte. seguirte. —Kamm —Kammamuri, amuri, ¿sabes que quizá quizá nun nunca ca más más reg re gresarem resar emos os a la l a jungla? jungla? —Lo —Lo sé, amo. —¿Sabes que que en Raimang Raimangal al nos espera esper a la muerte? muerte? —Lo —Lo sé, am a mo. Tú vas a desafiarla desafia rla para salvar s alvar a la mujer a quien amas, amas, y yo yo te sig si go. Mejor morir a t lado que quedarme solo en la jungla. —Pues —Pues bien, bi en, mi mi valiente val iente Kamm Kammamuri, amuri, ¡síguem ¡sígueme! e! «Punt «Punthy hy»» vigilará vigilar á nuestra nuestra cabaña.
XIV. EN RAIMANGAL Tal como había dicho el maharato, la noche era tempestuosa. Enormes nubes se habían levantado por el sur y corrían en desorden por el cielo, -sobreponiéndose como las olas del mar. Frecuentes rachas de viento se sucedían a través de las desiertas Sunderbunds, curvando con mil gemidos las inmensas plantaciones de bambú, arrancando débiles cañas y haciéndolas volar por el aire, unto unto con bandadas bandadas de marabús y de pavos reales real es que lanz l anzaban aban gritos gritos desesperados. desespe rados. De vez en cuando, un relámpago intenso, deslumbrante, rompía las tinieblas, mostrando por un momento aquel caos de vegetales entremezclados y derribados, seguido poco después de un formidable estruendo estruendo de truenos truenos que que retu r etum mbaba hasta las la s oril or illas las del golfo de Bengala. Bengala. No llovía, pero las cataratas del cielo no tardarían en abrirse. Los dos indios y el tigre en pocos minutos alcanzaron la orilla del Mangal, cuyas aguas, aumentadas por algún chubasco, discurrían con más rapidez, arrastrando amasijos de bambúes arrancados probablemente en las Sunderbunds del septentrión y gran número de troncos de árbol. Permanecieron unos minutos escondidos entre las cañas, esperando que un rayo iluminara la orilla opuesta; luego, seguros de que no eran espiados, se apresuraron a bajar hacia la orilla y a empujar la canoa al agua. —Amo —Amo —dijo —dij o Kamm Kammamuri, amuri, mientras Tremal-Naik se metía dentro—, dentro—, ¿crees que encontraremos encontraremos indios en el río o en los alrededores de Raimangal? —No estoy seguro, seguro, pero per o ¿qué ¿qué importa? Esta noche noche me me sient si entoo tan fu fuerte que soy capaz de enfren enfrentarm tarmee contra un ejército de mil hombres. La pasión me quema en el pecho y me dará la fuerza necesaria para vencer y superar cualquier obstáculo. —Lo —Lo sé, amo, amo, pero tenem tenemos os que actuar actuar con prudencia. prudencia. Si nos descubren darán la alarm alar ma y nos impedirán desembarcar. —¿Y qué dices que hagam hagamos? os? —Engañ —Engañarl arles. es. —¿Cóm —¿Cómo? o? —Déjame —Déjame hacer; pasaremos sin ser vistos. vi stos. El maharato volvió a la orilla, cortó un buen número de bambúes de largura superior a los quince metros y con los mismos cubrió con cuidado la canoa, de modo que pareciera como un montón de cañas a merced de la corriente. —La —La noche noche es oscura —dijo, —dij o, escondiéndose debajo de bajo con TremalTremal-Naik Naik y «Darma»—. Los indios no sospecharán que debajo de las l as cañas c añas haya haya una una canoa y que la canoa ca noa lleva a dos hombres hombres y una una fiera. —Rápido, Kamm Kammamu amuri, vayamos vayamos hacia el medio del rio —dijo —dij o Tremal-Naik, que bramaba de impaciencia—. Cada minuto que pasa es para mí una puñalada en el corazón, y tiembla todo mi cuerpo pensando pensando en el gran peligro que corre Ada. ¿Crees tú, maharato, maharato, que llegaremos a tiempo de salvarl sal varla? a? —Creo que sí, amo amo —respondió —res pondió Kamm Kammamuri, amuri, empujando empujando la canoa hacia hacia el cent c entro ro de la corri c orrient ente—. e—. Quizá Quizá aquellos hombres hombres esperan espera n que que el miserable iser able haya haya cumpli cumplido do el delito. deli to. —¿Y si llegáram ll egáramos os demasia demasiado do tarde? Gran Siva, Si va, ¡qué ¡qué terrible terrib le golpe sería! serí a! Yo Yo no sobrevi s obrevivirí viría, a, lo sé, a la catástrofe. —Calma, —Calma, amo. amo. Quién Quién sabe, quizá Manciadi Manciadi ha exagerado. exagerado. —¡Si fuera fuera verdad! ver dad! Mi pobre Ada, ¡si pudiera volver vol ver a verte! ve rte! —Silen —Sile ncio, am a mo; es imprudent imprudentee hablar. —Es verdad, Kammam Kammamuri; uri; silen sile ncio. Tremal-Naik se recostó en la proa, junto al tigre, y Kammamuri en la popa, con el remo en la mano,
tratando de dirigir la canoa. El huracán había doblado su violencia y a la noche oscura le siguió una noche de fuego. El viento rugía con fuerza en la jungla, curvando con mil gemidos y mil crujidos los gigantescos vegetales y torciendo de mil maneras los cien troncos de banian, las ramas de las palmeras tara, los latania, los pipal14 y los jacintos; y por entre las nubes relampagueaba incesantemente el fulgor, describie descr ibiendo ndo cegadores cegadores zig-zag zig-zag.. La canoa, arrastrada por el viento y por la corriente extraordinariamente hinchada, corría como una flecha, balanceándose entre los remolinos, chocando y volviendo a chocar contra las numerosas islitas y contra contra la gran cantidad cantidad de troncos que iban desordenadament desordenadamentee a la deriva. deriva . Kammamuri se esforzaba, pero en vano, en mantenerlo en el camino justo, y Tremal-Naik trataba de calmar al tigre, el cual, asustado por todos aquellos fragores y por aquel cegador resplandor, rugía con fiereza, lan la nzándose zándose de un lado a otro de d e la embarcaci embarcación, ón, con gran pelig peli gro de volcarla. volcar la. A las diez de la noche Kammamuri indicó un gran fuego que ardía en la orilla del río a menos de trescientos pasos de la proa de la canoa. Aún no había acabado de hablar, cuando se oyó el ramsinga sonar tres veces vec es y en tres tonos tonos diferent di ferentes. es. —¡Aler —¡Alerta, ta, amo! amo! —gritó —gritó el maharato, dominan dominando do con la voz a todos aquell aquellos os formidabl formidables es fragores. —¿Ves —¿Ves a alguien? alguien? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik, sujetando sujetando por el cuello al tigre con la izquier izquierda da y empuñando con la derecha una pistola. —No, amo, pero el fuego fuego sin duda lo han encendido encendido para ver quién viene y va. Estemos en guardia guardia;; el ramsinga ha señalado alguna cosa. —Coge —Coge la carabi c arabina. na. Quiz Quizáá present pres entaremos aremos batalla. La canoa se acercaba rápidamente al fuego; era un montón de bambúes secos lo que se quemaba, iluminando como en pleno día las dos orillas del río. —Amo, —Amo, ¡mira! ¡mira! —dijo —di jo de pront pr ontoo Kamm Kammamuri. amuri. —¡Calla!, susurró susurró Trem Tr emalal-Naik, Naik, tapando tapando la boca al tigre. Dos indios habían salido de improviso de un matorral de musenda. Llevaban el lazo alrededor del cuerpo y tenían una carabina en la mano. En su pecho se distinguía claramente la serpiente azul con la cabeza de mujer. —¡Mira —¡Mira allá! all á! —gritó —gritó uno uno de ellos—. el los—. ¿Ves? ¿Ves? —Sí —respondió —re spondió el otro—. Es un mon montón tón de cañas que va a la deriva. der iva. —¿Lo —¿Lo crees? crees ? —¿Y por qué no? no? —Me temo temo que esconda esconda algo. —No veo nada nada debajo. debaj o. —Calla... —Calla.. . ¡Vaya! ¡Vaya! Me ha ha parecido parec ido oír... oí r... —¿Un —¿Un rugido? rugido? —Precisam —Preci sament ente. e. ¿Es que que habrá un tigre allá? allá ? —Buen —Buen viaje. —Despacio, Huka. Huka. El hombre hombre que Manciadi Manciadi tiene que que estrangular estrangular tiene un un tigre. tigre. —Esto no no lo sabía. sa bía. ¿Y te parece que los dos estén allá debajo? debaj o? —Es posible; posibl e; aquel aquel hombre hombre es astuto astuto y audaz. audaz. —¿Qué —¿Qué vas a hacer? —Hacerle salir sali r con un un tiro tiro de d e carabina. carabi na. Apun Apunta ta mu muy bajo. Kammamuri y Tremal-Naik habían oído perfectamente el diálogo. Cuando vieron a los dos indios levantar las carabinas, se estiraron enseguida en el fondo de la canoa. —No respondas, amo amo —dijo —dij o el maharato—, maharato—, o estam es tamos os perdidos. perdi dos.
Resonaron dos tiros de carabina, que atravesaron los bambúes. El tigre dio un salto, soltando un furios furiosoo rugido. rugido. —¡Quieta, —¡Quieta, «Darma»! «Darma»! —dijo tremal-Naik, tum tumbándola. —¡Que —¡Que la diosa me fulmin fulmine! e! —gritó —gritó uno uno de los dos indios—. Es él. —¡Da —¡Da la señal, s eñal, Huka! Huka! —ordenó el otro. Un relámpago cegador brilló por encima de la canoa, seguido de un estruendo formidable que ahogó la aguda nota del ramsinga. Tremal-Naik y Kammamuri, que se habían levantado, fueron derribados con violencia, mientras el tigre lanzaba un segundo alarido aún más furioso que el primero. —¡Am —¡Amo! —exclamó —exclamó Kamm Kammamuri—. amuri—. ¡El fulgor! fulgor! Tremal-Naik, aún estupefacto por la influencia de la descarga eléctrica, se puso de rodillas. Se le escapó un grito de rabia. —¡Maldi —¡Maldición!... ción!... ¡Quem ¡Quemam amos! os! En efecto, efecto, los l os bam ba mbúes, tocados por el fulgor, fulgor, se s e habían incendiado y ardían ardí an rápidamente. rápidamente. —¡Estam —¡Estamos os perdidos! perdi dos! —exclamó —exclamó Kamm Kammamuri—. amuri—. ¡Al río!, ¡al río! rí o! —No te muevas muevas si aprecias apr ecias la vida. vi da. TremalTremal-Naik Naik cogió cogió con c on sus sus brazos br azos el montón ontón de cañas y con un un esfuerzo esfuerzo desesperado desesp erado las tiró al río. —¡Es él! —gritó —gritó una una voz. —¡Fuego, —¡Fuego, Hu Huka!... ka!... Resonaron dos detonaciones más. Tremal-Naik oyó otros dos tiros silbar sobre sus orejas. —¡Da —¡Da la señal, s eñal, Huka! Huka! —¡Estam —¡Estamos os perdidos, perdi dos, amo! —gritó Kamm Kammamuri. amuri. —No te muevas muevas —dijo Trem Tre mal-Naik—. al- Naik—. Coge Coge al tig ti gre. Se lanzó hacia la popa y miró al indio Huka que acercaba los labios al ramsinga. El disparo de la carabin carabi na fue seguido seguido de un ruido ruido de caída caí da y de un grito. grito. Huka, Huka, tocado en la frente por la l a in i nfalible falibl e bala bal a del Cazador de serpientes, había caído en el río. Su compañero dudó un momento, luego huyó a toda velocidad veloci dad a través travé s de la l a jungla, jungla, tocando furiosamen furiosamente te el ram r amsing singaa que había había recogido del suelo. Tremal-Naik le disparó un pistoletazo por detrás, pero sin llegar a darle. —¡He —¡He fallado! —gritó tirando el arm ar ma con cólera—. ¡Nos ¡Nos han descubierto! —¿Qué —¿Qué hacemos, hacemos, amo? amo? —pregunto —pregunto Kamm Kammamuri—. amuri—. Me parece que hem hemos os perdido per dido toda esperanz es peranzaa de desembarcar en e n Raimang Raimangal; al; el ramsinga ramsinga pondrá pondrá sobre aviso a todos los l os indios. i ndios. ¡Maldito fulgor!... fulgor!... —Sigamos —Sigamos adelante igualmen igualmente, te, Kamm Kammamuri. amuri. Esta noche noche no nos detendrán detendrán todos los indios del Sunderbungs. Pon las manos en los remos y arranca con toda la fuerza que tengas; quizá llegaremos antes de que los miserables se hayan preparado para recibirnos. Yo vigilaré las dos orillas del río y derribaré a todos los l os que se pongan pongan al alcance al cance de mi mi carabina. car abina. ¡Adelante! ¡Adelante! Kammamuri quería añadir algo, quizá algún consejo, pero Tremal-Naik no le dio tiempo. —Si tienes miedo, miedo, desembarca de sembarca —le dijo—. di jo—. Yo y el tigre seguire seguirem mos adelant adel ante. e. —Te sigo, amo, amo, y que que Siva nos proteja. proteja . Cogió los remos, se sentó en el centro de la barca y se puso a bogar con todas sus fuerzas. Con aquella potente fuerza la canoa se deslizó por la corriente con una rapidez vertiginosa, saltando sobre las olas. Tremal-Naik, con la carabina cargada, se había situado en la popa, con los ojos fijos en las dos orillas; oril las; el tigre estaba tumbado tumbado a su s us pies pi es y rugía rugía sordamen s ordamente te a cada relám relá mpago. Pasaron diez minutos. Las riberas, que corrían rápidamente frente a los ojos de los dos indios, estaban cubiertas de bambúes que se metían en la corriente y de rotas palmeras tara, en su mayoría abatidas o despedazadas por la furia del huracán. De pronto Tremal-Naik, que seguía con atención el curso del río, divisó en el sur un rayo que se elevaba a gran altura. Aunque el viento continuaba rugiendo y el trueno retumbaba, oyó claramente el
estallido. —¿Será un una señal? —murm —murmuró—. uró—. ¡Arranca, ¡Arranca, Kamm Kammamuri! amuri! Un segun segundo do rayo se elevó e levó en e n la ribera ri bera opuesta, opuesta, describi desc ribiendo endo una una larga parábola. parábol a. —¿Am —¿Amo? —interrogó Kam Kamm mamu amuri. —Adelante, —Adelante, mi mi valiente val iente maharato. maharato. —Hemos —Hemos sido si do descubiertos. —Mi Ada corre peligro: pel igro: ¡adelante! ¡aten ¡atento, to, «Darma»! «Darma»! Se acerca la l a hora de la lu l ucha. El río en aquel punto corría más rápido, estrechándose como el cuello de una botella. Tremal-Naik se dio cuenta de que estaban próximos al cementerio flotante. Sin saber la causa, notó un estremecimiento. —Despacio, Kammam Kammamuri. uri. Siento que que correm corr emos os peligro. pel igro. El maharato aminoró los golpes de remo. La canoa siguió deslizándose y penetró en un remanso, cubierto por la espesa cúpula de tamarindos y de mangos. La oscuridad se hizo profunda, tanto que los dos indios no veían más allá de cinco pasos. La canoa chocó contra la masa de cadáveres y un ruido, como el de un cuerpo que se hunde, respondió al primer golpe. —Amo, —Amo, ¿has ¿has oído? —pregunt —preguntóó Kamm Kammamuri. amuri. —Sí, alg al guien se ha echado al agua. agua. Tremal-Naik se curvó sobre el río para ver si alguien se acercaba a la canoa, pero no descubrió nada. La canoa chocó por segunda vez. —Pasa algu al guien ien —dijo una voz que llegó hasta hasta los dos indios. —¿Serán ellos? ell os? —¿O puede puede que los nuestros? nuestros? La cita es para medianoche. Tremal-Naik, ante ante aquellas palabras palabr as sintió un pinchazo en su corazón. —¡Medianoche! —¡Medianoche! —murm —murmuró, uró, con voz tem tembloros blorosa—. a—. ¡La ¡La cita es para la l a medianoche! medianoche! ¡Qué ¡Qué sospecha! —¡Eh! —¡Eh! —gritó —gritó una una de aquellas voces—. ¿Quién ¿Quién pasa? —No respondas, amo amo —se apresuró apr esuró a decir Kamm Kammamu amuri. —Al contrari contrario, o, responderé. res ponderé. Tengo Tengo que que saberlo saber lo todo. —Te pierdes. pier des. —¿Quién —¿Quién habla? —pregunt —preguntoo TremalTremal-Naik. Naik. —¿Quién —¿Quién va? —preguntó, —preguntó, en cambio, cambio, la l a voz. —Indios —Indios de Raimang Raimangal. al. —Apresuraros, la l a medianoche medianoche está cerca. —¿Qué —¿Qué pasará a medianoche? medianoche? —La —La virgen vir gen de la sagrada pagoda sube sube a la l a hogu hoguera. Tremal-Naik ahogó un grito que iba a salirle de los labios. —Siva, Siva, Si va, ¡ten piedad de d e ella! ell a! —murm —murmuró. uró. Luego, dominando su conmoción, preguntó: —Así pues, ¿no ¿no ha muerto muerto TremalTremal-Naik? Naik? —No, herman hermano, o, ya que que Manciadi Manciadi aún no ha ha regresado. —¿Y la virgen vi rgen será quem quemada? ada? —Sí, a medianoche. medianoche. La hog hoguera uera está preparada prepar ada y la much muchacha acha subirá subirá al paraíso par aíso de Kalí. —Gracias, —Gracias , hermano hermano —respondió con c on voz conten contenida ida Tremal-Naik. —Una —Una palabra palabr a más. ¿Has oído el ramsinga? —No. —¿Has —¿Has visto vi sto a Huka? Huka?
—Sí, jun j unto to a la hogu hoguera. —¿Sabes dónde dónde quemarán quemarán a la virgen vi rgen?? —En los subt s ubterrá erráneos, neos, me me parece. parece . —Sí, en la pagoda subterrá subterránea. nea. Date prisa, pris a, porque la medianoche no puede estar lejos. lej os. Adiós, hermano. —¡Arranca, —¡Arranca, Kamm Kammamuri, amuri, arranca! arr anca! —rugió —rugió Tremal-Naik—. ¡Ada!, ¡Ada!, mi mi pobre pobr e Ada. Un sollozo le cortó c ortó la voz. Kammamuri cogió los remos y se puso a remar con desesperada energía. energía. La canoa hundió hundió con fuerza fuerza la masa de cadáveres cadá veres y salió por la l a parte par te opuesta. —¡Pronto! —¡Pronto!... ... ¡Pronto! ¡Pronto!... ... —dijo —dij o Tremal-Naik, fuera fuera de sí—. A medianoche subirá a la hogu hoguera... ¡Rema, Kammamu Kammamuri ri!! El maharato no necesitaba que le animaran. Remaba con tanta furia, que sus músculos amenazaban con hacerle estallar la piel. La canoa cruzó el remanso y entró rápida como un dardo en el río. Pronto apareció la punta extrema de Raimangal con su gigantesco banian, cuyas desmesuradas ramas se retorcían de mil modos bajo el poderoso viento de la borrasca. Un relámpago relámpago rompió las l as tinieblas, tiniebl as, mostrando mostrando la l a orill ori llaa completament completamentee desierta. desi erta. —¡Siva nos proteja! —exclamó —exclamó Kamm Kammamuri. amuri. —Adelante, —Adelante, maharato, maharato, ¡adelante! ¡adelante! —dijo Tremal-Naik, que que se había colocado col ocado en la proa. proa . La canoa, empujada hacia adelante a toda velocidad, se introdujo en la vereda, saliendo una buena tercera parte del agua. Tremal-Naik, cargándose con energía de municiones, Kammamuri y el tigre, saltaron a tierra, alcanzando el tronco principal del banian sagrado. —¿Oyes —¿Oyes algo? —pregunt —preguntóó el Cazador de serpie se rpienntes. —Nada —dijo Kamm Kammamuri—. amuri—. Los indios indios están e stán todos todos en el subterráneo. —¿Tienes —¿Tienes miedo miedo de seguirme? seguirme? —No, amo amo —respondió con voz firme firme el maharato. maharato. —Si es así, a sí, bajemos ba jemos también también nosotros. nosotros. ¡Mi Ada o la muerte! muerte! Se encaramaron a las columnas y llegaron hasta las ramas superiores, acercándose a la truncada cima del tronco. El tigre llegó hasta ellos de un solo salto. Tremal-Naik miró hacia la cavidad. Con la luz de los rayos distinguió unas hendiduras, que permitían descender. —Vayam —Vayamos, os, mi valient valie ntee maharato. maharato. Yo voy delante. Y se dejó caer por el tronco, bajando silenciosamente. El maharato y «Darma» le siguieron de cerca. Cinco minutos después los dos indios y el tigre se encontraban en el subterráneo, en una especie de pozo semicircular, excavado en la roca viva, seis metros por debajo del nivel de los Sunderbunds.
XV. EN LA PAGODA P AGODA SUBTERRANEA SUBTERRANEA Al haber bajado en los subterráneos sin haber provocado la alarma no tenían ya más que buscar el gran templo de la diosa Kalí, caer sobre la horda y raptar a la víctima, aprovechando la confusión y el desconcierto que habría provocado la aparición del tigre. Pero no era fácil orientarse en aquella profunda oscuridad entre los pasillos del inmenso subterráneo. Ni Tremal-Naik ni el maharato conocían el camino, ni sabían en qué lugar estaba excavado el templo. Pero no eran hombres que se echaran atrás ni titubearan un solo instante, aunque miles y miles de peligros les acecharan. Apoyando las manos en las paredes, empezaron a avanzar el uno detrás del otro, palpando con los pies el terreno para no caer en algún piso falso y moviéndose en el más profundo silencio, ya que no sabían sabía n si estaban solos o se encontraba encontraba cerca cer ca algú al gúnn centinela. centinela. Al cabo de un rato encontraron una amplia abertura, una especie de puerta, en cuyo umbral se detuvieron para escuchar con atención. —¿Oyes —¿Oyes algún algún ruido? ruido? —pregu —pr egunt ntóó con un un hil hiloo de voz Tremal-Nai Tremal-Naik. k. —Nada, amo, amo, aparte de los l os truenos. truenos. —Es señal de que el suplicio suplic io no ha ha empezado. empezado. —Es así, amo. amo. Los Los indios practican pr actican el onugon onugonum um15 con gran estrepito. —Sin embargo, embargo, mi mi corazón cor azón late com como si quisiera quisiera romperse. romperse. —Es la emoción, amo. amo. —¿Crees —¿Crees que llegaremos llegaremos a la l a pagoda? —¿Y por qué no? no? —Me da miedo perderme per derme en estos pasillos pasi llos.. ¡Vaya! ¡Vaya!,, parece par ece com c omoo si en este instante instante supremo supremo tuviera miedo. —Es imposible, ¿miedo ¿miedo tú? —Pues —Pues sí. sí . No sé si se debe a la fiebre fiebr e o a la l a profunda profunda emoción que se ha ha apoderado apoder ado de mí. —¡Anim —¡Animo, o, amo!, amo!, y vayamos vayamos despacio. despaci o. Si alguien alguien nos oye podría podrí a dar la alarm alar ma y hacer que cayeran sobre nosotros los misteriosos habitantes de estos tenebrosos subterráneos. —Lo —Lo sé, Kamm Kammamu amuri; toma toma el tigre. Tremal-Naik puso puso los l os pies pi es sobre sobr e un escalón escal ón resbaladizo resbala dizo y empezó empezó a descender delant del antee suyo, suyo, para par a no chocar contra algún obstáculo y con los ojos bien abiertos. Al cabo de diez escalones encontró el suelo de un túnel, que descendía suavemente. —¿Ves —¿Ves alg al go? —pregunt —preguntóó a Kamm Kammamuri. amuri. —Nada; me me parece parec e como como si me hubier hubieraa vuelto ciego. ¿Será ¿Será éste és te el camino camino que condu conduce ce a la l a pagoda? —No lo sé, Kamm Kammamu amuri. Daría la mitad de mi sangre sangre para encender encender un poco de fuego. fuego. ¡Qué ¡Qué situación espan espa ntosa! —¡Adelante, —¡Adelante, amo! amo! Temo Temo que esté cerca la l a medianoch medianoche. e. Tremal-Naik sintió un estremecimiento de horror y el corazón le latió con una vehemencia furiosa. —¡Horror —¡Horror!! —exclamó —exclamó con voz sofocada—. sofocada—. ¡La ¡La medianoch medianoche! e! —Silen —Sile ncio, am a mo, podrían podrí an oírnos. Tremal-Naik enmudeció, conteniendo un gemido, y se lanzó resueltamente hacia adelante, tambaleándose como un borracho, tanteando con las manos las paredes. A medida que avanzaba, notaba que le invadía un raro aturdimiento. La sangre le silbaba en los oídos, el corazón le latía cada vez más deprisa, las llamas le subían al rostro. Había momentos en los que parecía como si oyera en la lejanía unas voces desgarradoras, como de personas torturadas, y entrever
unas unas llamitas l lamitas e in i ncluso unas unas som s ombras bras que se movían a su alrededor y vagaban vagaban entre entre las l as tinieblas. tiniebl as. Había olvidado cualquier prudencia y caminaba rápidamente y a grandes zancadas, con los puños cerrados, los ojos desorbitados, presa de una especie de delirio. Ni siquiera oía la voz de Kammamuri, que le suplicaba que refrenara su exaltación. Por suerte, el estruendo de los truenos repercutía siempre bajo los estrechos arcos, disimulando el ruido de los pasos. De pronto, el Cazador de serpientes chocó contra un objeto punzante que le atravesó los vestidos tocándole la carne. Se paró en seco, retrocediendo. —¿Quién —¿Quién va? —preguntó —preguntó con voz resuelta, empuñ empuñando ando el cuchil cuchillo lo y levantándolo. levantándolo. —¿Qué —¿Qué has has encontrado? encontrado? —preguntó —preguntó Kamm Kammamuri, amuri, que se disponía a soltar s oltar a «Darma». —Alguien —Alguien está cerca de nosotros, Kamm Kammamu amuri. Ponte Ponte en guardia. guardia. —¿Has —¿Has visto vi sto alguna alguna sombra? sombra? —No, pero he chocado chocado contra una una lanza. lanza. La La punta punta me me tocó el pecho pec ho y por poco no me me ha herido. herido. —No obstante, obstante, «Darma» «Darma» no da señales de inqu i nquietud. ietud. —¿Me —¿Me habré confun confundido? dido? No es posibl pos ible. e. —¿Regresam —¿Regresamos? os? —Jamás. —Jamás. Va a dar la medianoche. Adelante, Adelante, Kamm Kammamuri. amuri. Iba a correr hacia adelante cuando sintió la misma punta aguda que le penetró, esta vez, en la carne. Dio un sordo chillido y alargó la mano derecha, aferrando una especie de lanza situada en posición horizontal a la altura de su pecho. Probó a tirarla hacia él, pero resistió; trató de doblarla, pero no pudo. Tremal-Naik dejó escapar una exclamación de sorpresa. —¿Qué —¿Qué significa significa esto? e sto? —murm —murmuuró. —Dime, —Dime, amo —pregu —preguntó ntó Kamm Kammamuri— amuri— ¿Qué ¿Qué obstáculo obstáculo es? es ? —Un —Una lanza que que no se puede puede sacar, saca r, quizá clavada en el muro: muro: desviém desvié monos. Giró hacia la derecha y unos pasos después encontró una segunda lanza, también clavada. S sorpresa llegó al colmo. —Puede —Puede que que se trate de una una obra de defensa defensa —pensó—, y tal vez sea un in i nstrument strumentoo de tortura. tortura. Giremos hacia hacia la izqu i zquier ierda. da. Encontraré Encontraré algu a lguna na vía para proseguir. proseguir. Caminó un trecho, luego chocó con su cabeza contra una arcada muy baja, y puso los pies encima de un peldaño. Bajó con precaución otros cuatro o cinco más, luego se paró. Su mano encontró la de Kammamuri y se la estrechó con fuerza. —¿Oyes, —¿Oyes, amo? amo? —pregun —preguntó el maharato. maharato. —Sí, oigo oi go —respondió TremalTremal-Naik Naik con voz apagada. apagada. —¿Qué —¿Qué es este mu murmullo? rmullo? —No lo sé; calla cal la y escucha. escucha. Aguzaron el oído, aguantando la respiración. En verdad se trataba de algo extraño; sobre sus cabezas se oía una especie de borboteo, que repetía el eco del túnel. Un momento después, bajo el arco, apareció un disco ligeramente iluminado, que se apagó casi enseguida. Le siguió un misterioso trueno. —¿Ent —¿Entiendes iendes algo? —pregun —preguntó el maharato. maharato. —Creo que sí —respondió —r espondió Tremal-Naik—. Tremal-Naik—. Este goteo goteo y este borboteo hacen hacen sospechar la presencia del agua. agua. Quizá Quizá sobre sobr e nuestras nuestras cabezas discurre di scurre un río. —¿Y aquel disco qu q ue aparece apare ce y desaparece? desaparece ? —Puede —Puede que sea una una lente de cristal cri stal o de cuarzo. cuarzo. El resplandor respl andor provien provie ne de los relám relá mpagos y el estruendo estruendo es el trueno trueno que que arreci ar reciaa fuera. —¿Lo —¿Lo crees, crees , amo? amo? —Aunqu —Aunquee sea verdad ve rdad o no, no dar ni ni un paso hacia atrás. atrás . La La medianoche medianoche se acerca. —Estamos —Estamos en un lugar lugar horrible, horri ble, amo. amo. Yo Yo tiemblo como como si tuvier tuvieraa frío. Este silencio sil encio y estas tinieblas me dan da n mie miedo. do.
—¿Está —¿Está inquieto inquieto «Darma»? «Darma»? —No, amo, amo, está tranquil tranquilo. o. —Es señal de que el enemigo enemigo aún aún no no está cerca. cer ca. Vayam Vayamos os adelant adel ante. e. Reemprendieron la marcha entre las frías y húmedas tinieblas, bajando y subiendo, golpeando con frecuencia la cabeza contra el techo, caminando sin rumbo, siempre seguidos por el tigre, que no daba todavía señales s eñales de inquietud. inquietud. Pasaron así otros diez minutos, largos como diez horas. Los dos indios ya creían que habían cogido un camino falso y se disponían a volver hacia atrás, cuando súbitamente Tremal-Naik vio una gran llama ardiente en el medio del pasadizo. Junto a la misma descubrió a un indio semidesnudo, apoyado en una especie de azagaya rematada con la misteriosa serpiente. Un suspiro de alivio salió de sus labios. —¡Por fin! fin! —murm —murmuuró—. Empezaba Empezaba a pensar que habíamos habíamos entrado entrado en una una caverna deshabitada. ¡Atento, Kammamu Kammamuri ri!! —¿Hay —¿Hay algún algún enem enemigo igo a la vista? vi sta? —Sí, hay un indio. —¡Oh! —¡Oh!,, exclamó exclamó el maharato, maharato, estremeciéndose. —Aquel —Aquel hombre hombre nos corta el camino; camino; le mataremos. mataremos. —¿No —¿No podemos podemos evitarlo? evi tarlo? —Sí, volviendo vol viendo atrás; pero Tremal-Naik no no retrocede. retrocede . —Harás ruido, él gritará y se nos nos echarán todos encima. encima. —Aquel —Aquel hombre hombre nos da la espalda espal da y «Darma» «Darma» tiene tiene el paso pas o silencioso. sil encioso. —Ve —Ve con cuidado, cuidado, amo. —Estoy decidido decidi do a todo, incluso a luchar luchar contra mil mil hombres. hombres. Se inclinó hacia el tigre, que miraba al indio ferozmente, mostrando sus agudos colmillos y sus largas garras. —Mira aquel hombre, hombre, «Darma» —dijo Trem Tre mal-Naik. al- Naik. El tigre emitió un sordo gruñido. —Ve, —Ve, y despedázalo, amigo. amigo. «Darma» miró al amo, luego al indio. Sus ojos se dilataron y parecía como si se le incendiaran. Había comprendido lo que deseaba el Cazador de serpientes. Se agachó hasta tocar el suelo con el vientre, miró por última vez a Tremal-Naik que le indicaba al indio y se alej a lejóó con paso sile s ilencioso, ncioso, agitando suavem suavement entee la l a cola, col a, como un gato gato encolerizado. encoleri zado. El indio no había visto ni oído nada, ya que estaba de espaldas al fuego. Parecía como si estuviera dormido, apoyado en la lanza. lanza. Tremal-Naik y el maharato, con las carabinas en la mano, seguían ansiosamente los movimientos de «Darma», el cual miraba con ojos encendidos a la víctima, avanzando con precaución. Sus corazones latían fuertemente por el miedo. Bastaba con un grito del indio para que la alarma cundiera en los subterrá subterráneos neos y la audaz empresa empresa se derrum de rrumbara bara como como un castillo de naipes. —¿Lo —¿Lo consegu conseguirá? irá ? —musitó —musitó el maharato maharato en la oreja or eja de TremalTremal-Naik. Naik. —«Darma» —«Darma» es int i nteli eligen gente te —respondió el Caz Cazador ador de serpie s erpient ntes. es. —¿Y si fallara? fall ara? Tremal-Naik notó un gran estremecimiento. —Presentaremos —Presentaremos batalla batall a —dijo —dij o después con voz firme—. firme—. ¡Calla y mira mira!! El indio aún no había oído nada, ya que el paso del feroz animal era silencioso. De pronto «Darma» se detuvo, encogiéndose. Estaba a diez pasos del indio. Tremal-Naik apretó con fuerza la mano de Kammamuri. Pasaron dos segundos, luego el tigre dio un salto espantoso. El hombre y el animal cayeron ambos por el suelo y se oyó un sordo crujir, como de huesos que se rompen.
Tremal-Naik y Kammamuri corrieron hacia el fuego, apuntando las carabinas en dirección al pasillo. —Bien, «Darma» «Darma» —dijo —dij o TremalTremal-Naik, Naik, pasándole un una mano mano por encima encima de la robusta espalda. espal da. Se acercó al indio y le levantó. El pobrecillo no daba señales de vida y estaba lleno de sangre. El tigre le había aplastado la cabeza entre los dientes. —Está bien muerto muerto —dijo Tremal-Naik, dejándolo caer—. cae r—. «Darma» no podía haber actu ac tuado ado mejor. Ya verás, Kammamuri, cómo con este valiente animal haremos grandes cosas. Me parece que la salvación de aquella a quien amo ahora será una cosa fácil. —Yo —Yo también también lo creo, amo. amo. Será un buen buen golpe cuando cuando «Darma» «Darma» se enfrente enfrente contra toda la horda: les pondremos a todos en fuga. —Y nos nos aprovecharem aprove charemos os para raptar a Ada. —¿A dónde la transportaremos? transportaremos? —Ante —Ante todo a la cabaña; después veremos veremos si será mejor conducirl conducirlaa a Calcuta o más más lejos. le jos. —¡Silencio, amo! —¿Qué —¿Qué pasa? —¡Escucha! —¡Escucha! A lo lejos l ejos se oyó una una aguda aguda nota. Los Los dos indios la l a reconocieron r econocieron enseguida. enseguida. —¡El ramsing ramsinga! a! —exclamaron. —exclamaron. Un golpe sordo y formidable resonó en los pasadizos y retumbó muchas veces. Era un estruendo similar al que oyeron la noche que llegaron a Raimangal buscando a Hurti, y que les había sorprendido tanto. Tremal-Naik vibró de pies a cabeza y le pareció que sus fuerzas se multiplicaban por cien.^Dio un salto de tigre, levantando la carabina. —¡Medianoche! —¡Medianoche! —exclamó, —exclamó, con un tono tono de voz que no tenía nada de hum humano—. ¡Ada!... ¡Oh! ¡Oh!,, ¡mi ¡mi prometida!... No supo decir nada más. Dio un grito ahogado y se lanzó furiosamente por el túnel, dispuesto a afrontar cualquier obstáculo. No tenía miedo de nadie. Ni mil indios le habrían detenido en su loca carrera. El hauk seguía redoblando, despertando todos los ecos de las cavernas y de los túneles, llamando a reunión a los secretarios de la misteriosa diosa; y a lo lejos se oían las agudas notas del ramsinga y un confuso murmullo de voces. El momento terrible se aproximaba; iba a empezar la medianoche. TremalTremal-Naik Naik mu multiplicaba ltipl icaba su velocidad, velocida d, importándole importándole poco poc o que se pudieran oír sus pasos firm fir mes. —¡Ada!... —¡Ada!... ¡Ada!... —jadeaba, —jadea ba, lanzándose lanzándose con la furia furia de un toro a lo largo lar go de los l os subterráneos, subterráneos, que se sucedían sin tregua. De pronto, en el fondo del pasillo apareció un inmenso resplandor y se oyó tronar un tumulto de gritos. —¡Aquí —¡Aquí están! están! —gritó —gritó Tremal-Naik con voz ahogada. ahogada. Kammamuri se le tiró encima, y haciendo acopio de todas sus fuerzas lo detuvo. —¡No —¡No des un paso más! —le dijo. Tremal-Naik se volvió hacia él, chirriando de dientes. —¿Qué —¿Qué quier quieres es decir? deci r? —le —l e pregunt preguntóó con acento acento feroz. feroz. —Si amas amas la vida de tu Ada, no des ni un paso más —le repitió repi tió Kamm Kammamuri, amuri, abrazándole con fuerza. —¡Déjame, —¡Déjame, déjame! ¡Tengo ¡Tengo fiebr fiebre... e... me asalta el deli d elirio! rio! —Precisam —Preci sament entee porque estás alterado no quiero que sigas s igas adelante. Si entras entras en aquella aquell a caverna a destiempo, estamos estamos perdidos pe rdidos.. Frénat Fré nate, e, am a mo, y nosotros la l a salvar s alvarem emos os igu i gualmen almente. te. —¿Lo —¿Lo crees? crees ? —dijo —dij o TremalTremal-Naik—. Naik—. El corazón me me late la te con furia furia en el pecho y la sangre sangre me hier hierve. ve.
Me siento capaz de sacudir estos muros y enterrar entre sus ruinas a todos aquellos monstruos. ¡Escucha!... ¿no has oído aquel grito espantoso? —No he he oído nada; te has has equivocado. —Me había había pareci pa recido do oír su voz. voz. —Es el deliri del irio. o. Cálmate, Cálmate, amo, si quieres salvar s alvarla. la. —Me calmaré, calmaré, pero per o no nos nos detengam detengamos os aquí, Kamm Kammamuri. amuri. —No, no no nos detendremos. detendremos. Ven Ven conm conmigo, pero si cometes cometes una una imprudencia imprudencia yo te abandono. abandono. Dame Dame la mano. Kammamuri cogió la mano izquierda de Tremal-Naik y se adentraron en la caverna. Poco después se paraban detrás de una enorme columna, desde donde podían ver sin ser descubiertos. Un extraño espectáculo apareció ante sus ojos. Delante suyo se abría una vastísima caverna, excavada en el granito rojo como en los famosos tiempos de Ellora, sostenida por veinticuatro columnas adornadas con extrañas esculturas, de cabezas de elefantes, leones, divinidades. A los pies de cada columna estaba Parvadi, diosa de la muerte, sentada sobre un león, y la diosa Ganesa con sus ocho brazos, sentada entre dos elefantes que entrelazaban sus trompas encima de su cabeza. En las cuatro esquinas había una estatua de Siva y en el centro se erguía el simulacro de una diosa monstruosa, con la lengua roja que le salía de la boca, un cinturón y un collar de cráneos, una diosa similar a la que Tremal-Naik había visto en la pagoda. De la bóveda, cubierta de relieves que representaban los combates de Roma con el tirano Ravana, raptor de la bella Sita, y las guerras de los kurú y los pandú por la posesión de Babrata Varea, colgaban numerosas lámparas de bronce, las cuales esparcían a su alrededor una luz azulada, lívida, cadavérica. Cuarenta indios semidesnudos, con la serpiente tatuada en el pecho, el lazo de seda enrollado en torno a las caderas y el puñal en la mano, estaban sentados por allí a la manera de los musulmanes, es decir, con las piernas cruzadas, y miraban a la monstruosa divinidad de bronce. Uno de ellos tenía a su lado un enorme tambor, un hauk, adornado con plumas y crines, y de vez en cuando lo hacía sonar, haciendo retumbar las bóvedas de la caverna. Tremal-Naik, al llegar a la entrada de aquella sala, se había agazapado detrás de la colosal columna, sorprendido y aterrado al mismo tiempo, pero apretando las manos con fuerza. —¡Ada!... —¡Ada!... —susurró, —susurró, recorriendo recor riendo de una una sola mirada ira da toda la caverna—. ca verna—. ¿Dónde ¿Dónde está mi mi Ada?... Un rayo de alegría brilló en los ojos del pobre indio. —¡El sacrificio sacri ficio aún no ha ha empezado! empezado! —exclamó—. —exclamó—. Siva sea alabado. a labado. —No hablas tan fuerte, fuerte, amo amo —dijo —di jo Kamm Kammamuri, amuri, sujetando el cuello del tigre—. Si todos los indios que habitan habitan en el subterráneo están aquí, raptar a tu mujer mujer no será algo imposible. —¡Sí, sí, la salvaremos, salva remos, Kamm Kammamuri! amuri! —exclamó —exclamó Tremal-Naik con exaltación—. Haremos Haremos una una terrible matanza. —Calla... —Calla.. . El hauk redobló doce veces y los cuarenta indios se levantaron como un solo hombre. Tremal-Naik sintió que se le l e encogía encogía el corazón y se sujetó a la l a colum col umna na como como si temier temieraa no poderse poders e refrenar. —¡Medianoche! —¡Medianoche! —murm —murmuró uró con voz ahog ahogada. ada. —Calma, —Calma, amo amo —dijo —dij o por. última última vez Kamm Kammamuri, amuri, agarrándole por el cinturón. cinturón. Una puerta se abrió con gran estrépito y un indio de alta estatura, delgadísimo, con el rostro adornado de una barba negra, los ojos centelleantes y el cuerpo envuelto en un rico dooté de seda amarilla, entró en la caverna. —¡Salve a Suyodh Suyodhana, ana, Hijo de las sagradas aguas aguas del Ganges! Ganges! — exclamaron exclamaron a coro los cuarenta cuarenta indios. —Salve a Kalí Kal í y a sus hij hijos os —respondió —res pondió con voz grave.
Al ver a aquel hombre, Tremal-Naik emitió una sorda imprecación e hizo ademán de entrar en la caverna. Kammamuri lo sujetó por detrás. —No te muevas, muevas, amo amo —le susu s usurró. rró. —¡Mira —¡Mira aquel hombre! hombre! —exclamó —exclamó TremalTremal-Naik Naik apretando apretando los dient di entes. es. —Sí, lo l o sé, es el jefe j efe de estos fanáticos. fanáticos. —Es el mismo mismo que me me apuñaló. apuñaló. —¡Ah! —¡Ah!,, ¡miser ¡miserable! able! Suyodhana atravesó rápidamente el templo, se inclinó ante la monstruosa divinidad de bronce y, girándose hacia hacia los indios, gritó con voz atronadora: atronadora: —La —La última última hora de la virgen vi rgen de la pagoda pa goda ha ha sonado, herman hermanos. os. Manciadi Manciadi ha muerto. muerto. Un murm murmullo ullo amenazador amenazador recorri re corrióó la l a hilera hile ra de indios. i ndios. —Que —Que suenen suenen los taré —orden —orde nó el terribl ter riblee jefe de los l os estranguladoestranguladores. Dos indios cogieron dos largas trompetas y de las mismas surgieron unas notas tristes, lúgubres. Cien indios cargados de maderas irrumpieron en la caverna y formaron frente a la diosa, a los pies de una columna, una gigantesca hoguera, en la que vertieron torrentes de aceite perfumado. Un grupo de devadasí apareció en la sala dando saltos, haciendo tintinear campanillas y piececitas de plata, y rodeó a la diosa Kalí. Las vestiduras de aquellas danzarinas eran abigarradas, exóticas y ponían de relieve la belleza y gracia de sus movimientos. Unas corazas finísimas de oro, cubiertas de diamantes de los más bellos reflejos, brillaban en sus pechos, llevando la cintura envuelta por una amplia faja de cachemira y cortas falditas de seda roja destacaban encima de los pantalones blancos que les llegaban hasta los tobillos. Llevaban en los brazos y en las piernas anillos y campanitas de plata, y ligeros velos, de vivísimos colores, cubrían sus cabezas. Al sonido del hauk y de los fúnebres taré ellas comenzaron alrededor de la diosa Kalí una danza frenética, frenética, haciendo girar en el aire ai re su s us velos vel os de seda azu a zull y roja roj a y formando formando un un trenz trenzado ado de efecto mágico, mágico, sorprendente. De pronto la danza acabó. Las devadasí desfilaron ante la diosa, tocando el suelo con la frente, y se retiraron a un lado, formando un grupo espléndido, pintoresco. Los indios, que se habían vuelto a sentar, se levantaron a una señal de Suyodhana. Tremal-Naik comprendió comprendió que iba a empezar empezar el suplicio. suplici o. —Kamm —Kammamuri amuri —balbuceó el infeli infelizz apoyándose apoyándose en la columna—. columna—. ¡Kam ¡Kamm mamu amuri!... —Calma —Calma y valor, amo —dijo el maharato, que que chirriaba chirri aba de dient di entes. es. —La —La cabeza me me da vueltas, el corazón me estalla... estall a... ¡Ada!... ¡Ada!... ¡Ada!... A lo lejos resonó un redoble de tambores. Tremal-Naik se enderezó, con los ojos inflamados y los puños cerrados junto a las pistolas. —¡Aquí —¡Aquí llegan! —rugió, —rugió, con indefinibl indefiniblee acento de odio. Los tambores se acercaban y su redoble resonaba indefinidamente bajo las negras arcadas de la caverna y en el interior de los lúgubres pasillos. Bien pronto se oyeron unas voces desafinadas y salvajes, salva jes, acompañadas acompañadas del sonido de los l os tam-tam tam-tam.. —¡Aquí —¡Aquí llegan! —exclamó —exclamó por segu se gunnda vez TremalTremal-Naik. Naik. El tigre soltó s oltó un sordo gruñido gruñido y agitó agitó la l a cola. col a. Una ancha puerta puerta se abrió abri ó y entraron entraron diez die z estranguladores estranguladores con un unos grandes jarrones jar rones de barro ba rro cocido cubiertos de pieles, a los que los indios llaman mirdengs. Luego detrás de aquellos diez entraron otros veinte, con unos grandes gautha, especie de campanillas de bronce, y luego otros doce llevando los ramsinga, taré tar é y tam-tam. Finalmente detrás de aquellos hombres, que hacían sonar los mirdengs y los tam-tam, agitando las
gautha y soplando en los ransinga y en los taré, formando un estruendo espantoso, apareció la infeliz Ada con su coraza de oro bordada de diamantes, los pantalones de seda banca y los cabellos sueltos por encima de los hombros. La víctim ví ctima, a, que aquellos hombres hombres desalm desal mados iban i ban a sacrificar sacri ficar en la hoguera, hoguera, estaba páli pá lida da como un un cadáver, agotada por los largos ayunos y amodorrada por las bebidas de opio que le habían hecho ingerir. Dos estranguladores cubiertos de una larga túnica de seda amarilla la sujetaban, y otros diez la seguían, seguían, cantando cantando las l as alabanz al abanzas as a su heroí heroísm smoo y prometiéndole prometiéndole inf i nfinitas initas felicidades felic idades en el paraíso par aíso de Kalí, Kalí , en recompensa recompensa a sus virtudes. vi rtudes. El momento terrible era inminente. Suyodhana ya había prendido el fuego en la hoguera y las llamas se alzaban, como inmensas serpientes, hacia la bóveda de la caverna; los estranguladores, ensordeciéndola con mil gritos, ya la arrastraban hacia el fuego; los tambores y los taré ya entonaban el himno de la muerte. De pronto la víctima volvió en sí. Vio la hoguera que ardía delante suyo y el peligro que corría. Superando la embriaguez del opio, recordó la condena pronunciada por el malvado Suyodhana. Un grito desgarrador le hirió el pecho. —¡Tremal —¡Tremal-Naik! Naik!... ... —gritó. En el fondo del negro pasadizo retumbó un grito feroz: —¡Destroza, —¡Destroza, «Darma»!... «Darma»!... ¡Destroza! ¡Destroza! El gran tigre tigre de Bengala Bengala no esperaba más que aquella orden. Salió de su escondite con las fauces abiertas y las garras extendidas, se alargó, se encogió, emitió un rugido ronco, luego dio un salto gigantesco, cayendo en el centro del grupo de los estranguladores. Un grito de terror salió de todos los pechos al ver aquel feroz carnívoro que ya había derribado, con dos poderosos zarpazos, a dos hombres. —¡Destroza, —¡Destroza, «Darma»!... «Darma»!... ¡Destroza!... ¡Destroza!... —repitió la l a misma misma voz de antes. antes. Luego uego resonaron r esonaron cuatro cuatro detonaciones que pusieron en fuga fuga a cuatro indios i ndios e hicieron caer de rodil r odillas las a todos los demás, y en medio de la nube de humo apareció el Cazador de serpientes de la jungla negra, con el rostro ros tro desencajado y el cuchill cuchilloo en la mano. mano. Atravesar con irresistible ímpetu las hileras de los indios desplomados, coger a la jovencita que había caído en el suelo sin sentido, estrecharla entre sus brazos y desaparecer por el túnel con Kammamuri y el tigre siguiéndoles, fue cosa de un instante.
XVI. EL TRIUNFO DE LOS ESTRANGULADORES Los subterráneos de Raimangal, habitados por los sectarios de Kalí, eran vastísimos, quizá mucho más que los famosos famosos subt s ubterráneos erráneos de Mavalipuran y de Ellora. Ell ora. Infinitas galerías surcaban el subsuelo en mil direcciones, algunas tan bajas que un hombre no podía estar de pie, otras altísimas y amplias, algunas rectas, otras tortuosas, algunas que subían hasta tocar la superficie pantanosa de la isla, otras que bajaban hasta las vísceras de la tierra. Aquí antros horribles, húmedos, fríos, oscurísimos, deshabitados desde hacía siglos; allí cavernas, cuevas, pagodas adornadas de extrañas figuras de la mitología india y repletas de columnatas, y más allá pozos que acababan en subterráneos aún más tenebrosos y quizá ignorados por los estranguladores. Tremal-Naik, después de disparar, se había precipitado por los negros pasadizos de la primera galería que encontró, seguido de Kammamuri y el tigre. No sabía dónde terminaba aquella galería, pero no le importaba. No veía, pero este hecho, por el momento, no le preocupaba. A él le bastaba con huir, poner entre él y los estranguladores el mayor espacio posible, antes de que reaccionaran por la sorpresa y el temor causado por la imprevista aparición del tigre y que organizaran la caza al hombre. Había tirado una parte de sus municiones para estar más ligero y corría a toda velocidad, sin desviarse. Entre sus brazos sujetaba a la jovencita desmayada y, procurando salvaguardarla de todos los golpes, repetía r epetía de vez en cuando: cuando: —¡Salva!... ¡Salva!... ¡Yo ¡Yo estoy enloqueciendo!... enloqueciendo!... En su excitación encontraba cada vez más fuerzas; aquel peso cada vez le parecía más ligero, y él continuaba la veloz carrera, temiendo que sus enemigos le dieran alcance. Kammamuri le seguía muy fatigado, dando tumbos en la oscuridad, acompañado del fiel «Darma», que cruzaba el espacio con saltos inmensos, emitiendo de vez en cuando un sordo maullido. —Frena, amo amo —repetía el pobre pobr e maharato—. maharato—. Yo me me pierdo. pier do. TremalTremal-Naik, Naik, en cambio, cambio, aument aumentaba aba cada vez más más la l a carrera car rera y respondía siem si empre: pre: —¡Adelante! —¡Adelante!... ... ¡Adelante!... ¡Adelante!... ¡Salvada!... ¡Salvada!... ¡yo ¡yo me me vuelvo loco!... Hacía diez minutos que corría, cuando chocó con fuerza contra una pared que le cerraba el paso. El golpe fue tan fuerte, que cayó pesadamente al suelo, arrastrando consigo a Ada. Se levantó enseguida, teniendo siempre a la jovencita bien sujeta en sus brazos, y se dio un golpe contra contra Kamm Kammamu amuri, el cual, movido movido por el ímpetu, ímpetu, iba a romperse la cabeza contra contra la l a pared. par ed. —¡Am —¡Amo! —exclamó —exclamó el maharato, maharato, aterrorizado—. aterrori zado—. ¿Qu ¿Quéé sucede? —¡El camino camino está cortado! —anun —anunció ció Tremal-Naik, dando a su alrededor alr ededor una una mirada mirada feroz. —Detengám —Detengámon onos, os, amo. Tremal-Naik iba a responder, cuando a lo lejos se oyeron unos gritos espantosos. Dio un salto hacia atrás, soltando s oltando una una exclamación exclamación de rabia rabi a y de desesperaci desesp eración. ón. —¡Los —¡Los thug thugs! s! —¡Am —¡Amo!... —¡Corre, Kamm Kammamuri, amuri, corre!... corr e!... Giró hacia la derecha y reanudó la carrera, pero diez pasos después volvió a chocar contra la pared. Se le pusieron los pelos de punta. —¡Maldi —¡Maldición! ción! —tronó—. —tronó—. ¿Es ¿Es que estamos estamos encerrados? encerrados ?
Se precipitó hacia la izquierda y chocó contra una tercera pared. El tigre, que también había chocado contra las rocas, dejó oír un rugido que bien pronto se transformó en un formidable rugido. Tremal-Naik se giró hacia detrás. Por un instante tuvo la idea de volver sobre sus pasos para buscar otra galería, pero el temor de encontrarse de pronto ante los sectarios le detuvo. Si hubiera estado solo no habría dudado en enfrentarse a la horda que iba a encerrarlo en el antro, aunque tuviera la seguridad de salir malherido de la lucha desigual. Pero exponerse a aquel riesgo, ahora que había arrancado de la muerte a aquella a quien amaba, amaba, ahora qu q ue había logrado l ogrado su objetivo, le asustaba. Y no obstante era preciso salir a cualquier costo de aquella caverna ciega, que podía convertirse, en pocos segundos, segundos, en una una tumba. tumba. —¿Es —¿Es que los dioses me han maldeci maldecido? do? —exclamó —exclamó Tremal-Naik, furioso—. ¿E ¿Ess que voy a morir, ahora que estrecho contra mis brazos a aquella que me tiene que hacer feliz? ¡Ah, no, no! Ada, no te tendrán aquellos hombres, aunque tenga que perder la vida en dicha lucha. Volvió hacia atrás con pasos lentos dirigiéndose dir igiéndose hacia hacia el cent c entro ro de la caverna, c averna, con la mirada fija fij a delante suyo suyo y los oídos oí dos atentos, luego luego se inclinó y dejó dulcement dulcementee a la jovencita en el suelo. Se sacó s acó las l as pistolas con gesto rápido de la cintura y las armó. —¡«Darma»! —¡«Darma»! —dijo. —dij o. —El tigre se acercó. acer có. —Quédate —Quédate jun j unto to a esta e sta mujer mujer —ordenó TremalTremal-Naik—. Naik—. No te muevas muevas hasta que te llam ll ame. e. Si alguien alguien se acerca, destrózalo destrózalo sin si n piedad. —¿Qué —¿Qué vas a hacer, amo? amo? —pregunt —preguntóó Kamm Kammamu amuri. —Tenem —Tenemos os que salir sali r de aquí —dijo —dij o Tremal-Naik—. Iremos Iremos a buscar buscar una una galería que nos permita guarecernos en lugar seguro. Ven Kammamuri. El maharato, después de haber vagado unos minutos por entre las tinieblas, lo alcanzó. Se oyó el ruido de las pistolas que se estaba armando. —Estoy listo, lis to, amo amo —dijo. —dij o. —Vayam —Vayamos, os, mi valient valie ntee amigo. amigo. —¿Y si en e ncontramos contramos a los thugs? thugs? —Nos dispondremos dispondremos a present pre sentar ar batalla. batal la. Los dos indios salieron de la caverna y recorrieron la galería en sentido inverso. Tremal-Naik volvió la cabeza cabeza y vio los ojos oj os verdes del tigre. tigre. —Puedo —Puedo fiarme —murm —murmuró—. uró—. No tem temas, as, Ada; nosotros nosotros te salvaremos. sal varemos. Sofocó un suspiro y prosiguió, caminando encurvado y sobre las puntas de los pies, palpando con la mano la pared pare d izquier izquierda. da. Kamm Kammamu amuri, cinco pasos detrás, palpaba pal paba la l a pared pare d derecha. derec ha. Avanzaron unos minutos, luego ambos se pararon, conteniendo la respiración. En el fondo del pasillo se oía un ligero rumor, como un murmullo. Parecía como si una o dos personas fueran hacia ellos, arrastrándose como serpientes. TremalTremal-Naik Naik atravesó el pasillo pasil lo y fue fue a chocar contra Kamm Kammamu amuri, el cual reaccionó rea ccionó vivamente. vivamente. —¿Quién —¿Quién eres? —pregunt —preguntóó el maharato maharato en voz baja, apun a puntán tándole dole al pecho con una una pistola. pistol a. —¿Has —¿Has oído? oí do? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik. —¡Ah! —¡Ah!,, ¿eres tú, amo? amo? Sí, he oído un leve rum r umor. or. Alguien Alguien viene arrastrándose. arras trándose. —¿Quiz —¿Quizáá los estranguladores? estranguladores? —Me parece que sí, amo. Tremal-Naik tembló de pies a cabeza y se volvió hacia la gruta. No se veía ya el brillo de los ojos del tigre. Un Una vaga inquietud inquietud se apoderó de él. él . —¿Qué —¿Qué pasará? —murm —murmuró. uró. Dio unos pasos hacia atrás, como para retroceder, pero se detuvo enseguida, al oír a poca distancia una ligera respiración.
Cogió la mano de Kammamuri y la estrechó con fuerza. —¿Nada? —¿Nada? —murm —murmuró uró una una voz. voz. —Nada —respondió otra voz casi imperceptible. —¿Hem —¿Hemos os equivocado el camino? camino? —Me temo temo que sí. —¿Sabes a dónde dónde vamos? —Me parece que sí. —¿Hay —¿Hay pasos? —No me me lo parece. par ece. —¿Y lugares lugares para esconderse? es conderse? —Un —Un pozo, pozo, si no recuerdo mal. —¿Estarán —¿Estarán allí? allí ? —Es imposible saberl s aberlo. o. —¿Quieres —¿Quieres continuar? continuar? —Prefiero regresar. r egresar. —¿Quién —¿Quién nos sigue? sigue? —Nadie, pero a trescient tresci entos os pasos, pasos , firmes en las esquin e squinas, as, están nuest nuestros ros hermanos. hermanos. —Así pues, no podrán salir sali r de aquí. —No, porque nuestros nuestros herman hermanos os vigilan. vigil an. —Regresemos —Regresemos y después después ya revisaremos revis aremos la caverna. caver na. Se oyó un un ligero frote que poco a poco fue debilitán debili tándose, dose, hasta que cesó del todo. Tremal-Naik volvió a coger la mano de Kammamuri. —¿Has —¿Has oído? oí do? —Todo, amo amo —respondió el maharato. —Todas las salidas sali das están cerradas. cerrada s. —Nos conviene conviene volver a la caverna, c averna, amo. amo. —Pero más tarde volverán volverá n allí y quizá quizá nos descubrirán. —No sé lo que decir. decir . —¿Y si forzásemos la salida? sal ida? Trescie Tr escient ntos os pasos se pueden recorrer recor rer sin ser oídos. oí dos. —¿Y Ada? —Yo la llevaré ll evaré y nadie se atreverá atrever á a tocarla. tocarl a. —Pero al primer golpe de arcabuz ar cabuz se nos echarán encima encima todos los sectarios s ectarios.. El eco e co se propaga con rapidez en estas galerías. TremalTremal-Naik Naik se hirió el e l pecho pec ho con las uñas. uñas. —¿Es —¿Es que voy a perderla? perder la? —murm —murmuró uró con acento acento desesperado. desespe rado. —¿Y si bajára ba járam mos al pozo? —Sí, ¿no ¿no has oído oí do que hablaban de un pozo? pozo? Quizá Quizá comun comunica con algún algún pasadizo que nos conducir conduciráá afuera. —¡Si fuera fuera cierto! ci erto! —Regresemos, —Regresemos, amo. amo. Tremal-Naik no se lo hizo repetir dos veces. Llegó hasta el muro y lo siguió hasta que se encontró otra vez en el antro. El tigre dejó dej ó oír su sordo gruñido. gruñido. —Calla, «Darma» «Darma» —dijo —dij o él. Se le acercó y se estiró en el suelo. —¡Ada! —¡Ada! ¡Ada! ¡Ada! —susurró —susurró con c on viva ansiedad. Nadie respondió a la llamada, pero él sintió bajo su mano el cuerpo gélido de la jovencita. Puso la mano sobre el corazón y lo sintió s intió latir. De sus labios labi os salió sal ió un gran gran suspiro.
—No es nada —dijo—. Volverá en sí. —¿Tu —¿Tu crees, amo? —pregun —preguntó tó Kamm Kammamu amuri. —Sí, volverá volver á en sí, y dentro dentro de pocos minutos. inutos. La emoción emoción que ha sentido tiene que haber sido intensa. Vamos, busquemos el pozo. —Déjame —Déjame actuar, amo. amo. Tú piensa piensa en tu Ada, e impide que alguien alguien entre entre en la caverna. cave rna. Se puso a buscar, yendo un poco hacia la izquierda y otro poco hacia la derecha, a tientas, adelantando, retrocediendo y agachándose con frecuencia. Cuatro veces chocó contra las paredes sin haber encontrado nada y otras tantas regresó hasta donde estaba su amo. Ya desesperaba en poder encontrarlo, cuando apareció ante sí un gran parapeto, el cual, según sus cálculos, se levantaba en medio de la caverna. —Esto debe ser el e l pozo —murm —murmuró. uró. Se levantó haciendo pasar la mano por el muro, y notó que al cabo de un metro se interrumpía. Giró a su alrededor, luego se inclinó sobre el parapeto y miró hacia abajo. No vio nada más que tinieblas. —Bien, el pozo no no tiene agu agua y no no es muy muy profun profundo. do. ¡Amo! ¡Amo! — llamó. Tremal-Naik alzó con precaución a la joven y fue hasta él. —¿Y bien? —pregunt —preguntó. ó. —La —La suerte nos nos acompaña. acompaña. Podemos Podemos bajar. baj ar. —¿Hay —¿Hay algún algún peldaño? peldaño? —No me me lo parece. par ece. Yo bajaré bajar é prim pri mero. Se ató a la cintura una cuerda que llevaba consigo, puso un extremo en las manos de Tremal-Naik y se dejó caer intrépidamente en el pozo, agitando las piernas en el vacío. El descenso duró un cuarto de minuto, y al final de dicho tiempo Kamm Kammamuri amuri puso los pies en un un terreno bien liso, lis o, que reson reso nó como si estu e stuvier vieraa vacío. vací o. —Alto, amo amo —dijo —dij o él. —¿Oyes —¿Oyes algo? —pregunt —preguntóó TremalTremal-Naik, Naik, incli inclinnándose sobre el parapeto. —No veo ni ni oigo oi go nada. nada. Bájame a la jovencita, j ovencita, luego luego déjate caer cae r tú. No No hay más que ocho ocho pies. pies . Ada, atada por debajo de las axilas, llegó hasta los brazos de Kammamuri, luego Tremal-Naik se dejó caer hacia abajo llevando la cuerda. —¿Crees —¿Crees que nos nos encontrarán encontrarán aquí? aquí? —pregu —pr egunt ntóó el maharato. maharato. —Es posible, posibl e, pero considero c onsidero que la defensa será fácil. fáci l. —¿Habrá —¿Habrá algú a lgúnn paso? —No creo; de todos modos lo sabremos después. Tu quédate quédate aquí con el tigre; yo encenderé encenderé una una antorcha antorcha que he he traído traí do y trataré de que Ada reaccione. reacci one. Cogió a la joven y la llevó unos pasos más allá, mientras el tigre con un gran salto se metía en el pozo, estirándose junto al maharato. Tremal-Naik se quitó la gran faja de cachemira, la puso sobre el suelo y colocó encima a la muchacha, arrodillándose a su lado; luego encendió una pequeña antorcha. Pronto una luz azulada iluminó el subterráneo. La nueva caverna a la que habían bajado a través de la abertura era bastante grande, con las paredes de piedra que en algunos puntos estaba esculpida de modo caprichoso. La bóveda también estaba adornad de esculturas, que representaban cabezas de elefantes y divinidades indias, y se alzaba en el centro, allí donde se abría la boca del pozo, formando una una especie es pecie de gigantesco gigantesco embudo embudo al revés. Tremal-Naik, en extremo emocionado, pálido, tembloroso, se inclinó sobre la jovencita y la desabrochó desabr ochó la coraza cora za de oro, cuyos cuyos diam di amant antes es lanz l anzaban aban destellos de luz viva. Aquella bella criatura estaba fría como el mármol y blanca como el alabastro. Tenía los ojos cerrados y rodeados de un círculo azul, los rasgos alterados y los labios semiabiertos que dejaban al desnudo sus blanquísmos dientes: parecía como muerta.
Tremal-Naik la levantó con delicadeza los largos y negros cabellos que le caían sobre la nívea frente y la contempló un momento, aguantándose incluso la respiración. Luego uego le l e tocó la l a frente, y aquel aquel contacto contacto arrancó arr ancó a la jovencita un ligero suspiro. —¡Ada!... —¡Ada!... ¡Ada!... ¡Ada!... —exclamó —exclamó el indio. i ndio. La cabeza de la muchacha, reclinada sobre un hombro, se alzó lentamente, luego sus párpados se abrieron y su mirada se posó sobre el rostro de Tremal-Naik. Un grito le salió de los labios. —¿Me —¿Me reconoces, Ada? —pregu —pr egunt ntóó el indio. i ndio. —¡Tú... —¡Tú... tú aquí, TremalTremal-Naik! Naik! —exclamó —exclamó ella ell a con voz débil—. débi l—. No... no es posible... posibl e... ¡Dios, ¡Dios, haz que que no sea un sueño!... Apoyó la cabeza sobre el pecho y rompió a llorar. —¡Ada! —¡Ada! —murm —murmuuró Tremal-Naik, aterrado—. ¿Por qué lloras?... llor as?... ¿Es que no no me me amas?... amas?... —¿Pero eres tú, eres tú, TremalTremal-Naik? Naik? —Sí, Ada. He llegado ll egado a tiempo tiempo para salvar s alvarte. te. Ella volvió a levantar la cara mojada por las lágrimas. Sus manitas estrecharon con afecto las del valiente indio. —¡No, —¡No, no es un sueño! sueño! —exclamó, —exclamó, riendo rie ndo y llorando ll orando al mismo tiempo—. tiempo—. ¡Sí, eres tú, tú, tú!... tú!... ¿Pero dónde estoy? ¿Por qué estas paredes húmedas?... ¿Por qué aquella antorcha?... Tengo miedo, TremalNaik... —Eres mi prisionera, pris ionera, Ada, y estás protegida de los ataques ataques de los enemigos. enemigos. No temas: temas: yo te defiendo. Ella le miró de un modo extraño, luego palideció como un muerto y todos sus miembros temblaron. —¿He —¿He soñado? —mu —murmuró. rmuró. —No has has soñado —dijo —dij o Tremal-Naik, Tremal-Naik, adivinando sus sus pensamientos—. pensamientos—. Ellos iban a sacrificar sacr ificarte te a su espantosa divinidad. —¡Sacrificarm —¡Sacrificar me! Sí, sí, lo recuerdo todo. Me habían ofuscado ofuscado la razón, razón, me habían prometido prometido la felicidad en el paraíso de Kalí... sí, sí, recuerdo, me arrastraban por las galerías... me aturdían con sus gritos... el fuego fuego ardía delante mío. mío. Iban a echarme echarme a las llam ll amas... as... ¡Horror! ¡Teng ¡Tengo miedo, Trem Tre mal-Naik! al- Naik! El indio respondió con voz conmovida: —No temas, temas, hermosa hermosa virgen de la pagoda, estás junto junto a mí, junto junto al Caz Cazador ador de serpient serpi entes, es, que amás tuvo miedo, defendida por el fuerte brazo de Kammamuri y por las garras de mi fiel «Darma». —No, no tendré tendré miedo a tu lado, valeroso valer oso Tremal-Naik. Pero Per o ¿cómo ¿cómo estás aquí? ¿C ¿Cóm ómoo llegaste ll egaste a tiempo de salvarme? ¿Qué ha sucedido después de aquella noche horrible, cuando me sacaron de la pagoda? ¡Cuánto he sufrido, Tremal-Naik, desde entonces! ¡Cuántas lágrimas, cuántos sufrimientos, cuántos tormentos! Creía que los miserables te habían asesinado y ya había perdido toda esperanza de volver a ver a aquel que me me había prometido salvarme. salv arme. —Y yo, ¿crees que no he padecido pade cido en mi jungla, jungla, lejos lej os de ti?, ¿C ¿Crees rees que que no he experimentado experimentado los peores tormentos cuando, herido en el pecho por el puñal de los asesinos, languidecía impotente en el fondo de una hamaca? —¿Qué?... —¿Qué?... ¿Fu ¿Fuiste iste apuñalado? apuñalado? —Sí, pero per o ahora llevo lle vo sólo la cicatriz. ci catriz. —¿Y has vuelto vuelto otra vez a esta isla is la maldita? —Sí, Ada, y habría habrí a vuelto incluso sabiendo sabie ndo que nunca nunca más habría regresado vivo a mi jungla. jungla. Un miserable me había confesado que tú corrías el peligro de ser sacrificada a su divinidad. ¿Podía permanecer en la jungla negra? Partí, volé hacía estas cavernas y caí encima de la horda. En cuanto te hube arrancado de sus garras huí, y me escondí aquí con mis compañeros. —Así pues, ¿no ¿no estamos estamos solos? sol os? —No, estamos estamos con el valiente val iente Kam Kamm mamuri amuri y con «Darma». «Darma».
—¡Oh! —¡Oh!,, yo quiero quiero ver a estos e stos compañeros compañeros tuy tuyos. —¡Kam —¡Kamm mamuri! amuri! ¡«Darm ¡«Darma»! a»! El maharato y el tigre se acercaron a su amo. —¡Este —¡Este es Kammam Kammamuri! uri! —dijo Tremal-Naik—, un valient vali ente. e. El maharato cayó a los pies de la jovencita, besándole la mano que ella le tendía. —Gracias, —Gracias , mi mi buen amigo amigo —dijo ell e lla. a. —Mi ama ama —respondió Kamm Kammamuri—, amuri—, mi buena buena ama, ama, yo soy tu esclavo. es clavo. Haz de mí lo que desees. dese es. Seré feliz perdiendo mi vida por tu libertad, y... Se paró en seco, levantándose. Tremal-Naik, a pesar de su extraordinario valor, se estremeció. De pronto se había oído un ruido ruido lejano l ejano que se iba acercan acerca ndo rápidam rápi dament ente. e. —¿Llegan —¿Llegan?? —se pregunt preguntóó Tremal-Naik, estrechando estrechando con su izquier izquierda da la mano de la muchacha uchacha y cogiendo la pistola con la derecha. El tigre lanzó un sordo gruñido. El ruido iba acercándose. Pasó por encima de sus cabezas haciendo vibrar la bóveda de la gruta, luego todo calló. —Amo —Amo —murm —murmuuró Kamm Kammamu amuri—, ri— , apaga la antorcha. antorcha. Tremal-Naik obedeció, y los cuatro se sumergieron en las tinieblas. El mismo estruendo se repitió, volvió volvi ó a pasar pas ar sobre s obre sus s us cabezas y al igual igual que que antes cesó jun j unto to al pozo. Ada tembló tan fuerte que el indio lo notó. —Yo estoy aquí para defenderte —le dijo—. dij o—. Nadie bajará baj ará hasta aquí. —¿Pero qué qué es? —pregu —pr egunt ntóó Kamm Kammamuri. amuri. —¿Sabes algo, Ada? —Este ruido ya ya lo he oído otras veces —respondió —r espondió con un un hil hiloo de voz la jovencita—. Nunca Nunca supe lo que significa significa ni quién lo produce. pr oduce. El tigre lanzó un segundo gruñido y miró fijamente hacia el cuello del pozo. —Kamm —Kammamuri amuri —dijo —dij o TremalTremal-Naik—, Naik—, alguien alguien se acerca. acer ca. —Sí, el tigre lo ha oído. —Quédate —Quédate junto junto a Ada. Yo voy a ver si s i bajan. baj an. La joven se sujetó a él, temblando con mucho miedo y... Tremal-Naik murmuró con voz casi imperceptible. —No temas, temas, Ada —respondió el indio, que en aquel instante instante se sentía sentía capaz de luchar luchar contra contra mil hombres. Se separó de los brazos de su amada y se acercó a la boca del pozo, con el cuchillo entre los dientes y la carabina cara bina armada. El tigre le seguía, seguía, rugiendo. rugiendo. No había dado ni diez pasos, cuando oyó arriba un ligero crujido. Pasó la mano sobre la cabeza de «Darma» como recomendándole silencio, y se acercó, con mayor precaución, deteniéndose debajo de la entrada entrada del pozo. Miró hacia arriba, pero la oscuridad era demasiado espesa como para poder distinguir algo. Aguzando el oído notó un susurro. Parecía que alguién hablara cerca del muro. —Son ellos ell os —murm —murmuuró—. A nosotros, Suyodh Suyodhana. ana. Aún no había terminado, cuando un resplandor iluminó la superficie de la gruta. Enseguida TremalNaik descubrió, inclinados sobre el pozo, a seis o siete indios. Apuntó rápidamente la carabina y orientó el cañón hacia el parapeto. —Estoy aquí abajo —dijo —di jo una una voz. —He visto a nuestro nuestro hombre hombre —dijo —di jo otra. Tremal-Naik apretó el gatillo. La detonación fue seguida de un clamor espantoso. Un ruido ruido de algo que se desploma des ploma resonó en el pozo y de pronto cesaron cesar on las voces. voc es.
Tremal-Naik descargó una de las pistolas. Se le escapó una exclamación de rabia. —¡Ah, —¡Ah, miser miserables ables!! —gritó. —gritó. Kammamuri y Ada corrieron hacia él. —¡Tremal —¡Tremal-Naik! Naik! —exclamó —exclamó la jovencita, j ovencita, cogiéndole cogiéndole una una mano—. mano—. ¿Estás ¿Estás herido? —No, Ada —respondió el in i ndio, esforz es forzándose ándose en parecer tranquilo. tranquilo. —¿Y aquel ruido? —Han cerrado cerr ado el pozo. p ozo. Pero saldrem saldr emos os de aquí, Ada, te lo prom pr ometo. eto. Encendió Encendió la antorcha antorcha y alejó de allí all í a su amada, amada, haciéndola sent se ntar ar en e ncima del cachem cac hemira ira.. —Estás cansada —le dijo dij o dulcement dulcemente—. e—. Trata de descansar, mientras nosotros nosotros buscamos buscamos un pasadizo. pasadi zo. Mientras Mientras estemos estemos nosotros no correrás correr ás ningú ningúnn peligro. La jovencita, embargada por tantas emociones, no obstante la inminencia del peligro, le obedeció y se reclinó sobre el chal. Tremal-Naik y el maharato se dirigieron hacia las paredes y se pusieron a tocarias con mucha atención, en la esperanza de encontrar algún paso que les permitiera la fuga. Sucedía algo extraño e incomprensible: al otro lado de la pared se oía de vez en cuando un rumor sordo, igual al que oyeron poco antes y que hacía gruñir el tigre. Hacía ya media hora que buscaban, golpeando las rocas con el cuchillo y haciéndolas caer rotas, cuando notaron que la temperatura del antro estaba cambiando, volviéndose muy caliente. Tremal-Naik y el maharato sudaban como si estuvieran en una estufa. —¿Qué —¿Qué significa significa esto? e sto? —se pregu pre gunt ntóó el Cazador de serpie se rpienntes, muy muy inquieto. inquieto. Transcurrió otra media hora, durante la cual la temperatura siguió elevándose. Parecía como si las rocas soltaran llamaradas. Al poco tiempo aquel calor se hizo insoportable. —¿Quieren —¿Quieren asamos? asamos? —pregu —pre gunntó el maharato. maharato. —No entiendo entiendo nada nada —respondió —re spondió TremalTremal-Naik, Naik, quitándose quitándose el dub-gah. dub-gah. —Pero ¿de dónde dónde viene este calor? cal or? Si sigue sigue así nos cocerem cocer emos. os. —Apresurémonos. —Apresurémonos. Volvier olv ieron on a indagar, indagar, pero diero di eronn la vuelta vuel ta a la caver ca verna na sin encontrar encontrar pasad pa sadizos. izos. No obstant obsta nte, e, en una una esquina la roca resonaba como si estuviera vacía. Se podía cortar con los cuchillos y excavar una galería. Los dos indios regresaron hasta donde esperaba la jovencita, pero ella dormía. Se consultaron brevemente brevemente sobre lo que tenían y decidieron proceder proce der inm i nmediatamen ediatamente te a su libera l iberación. ción. Empuñando los cuchillos, abordaron con ánimo la roca, pero bien pronto tuvieron que detenerse. La temperatura se había vuelto ardiente y morían de sed. Buscaron algún charco de agua, pero no encontraron ni una sola gota. Sintieron miedo. —¿Morir —¿Morirem emos os en esta gruta? gruta? —se pregunt preguntóó Tremal-Naik, echando echando una una mirada ira da desesperada desespe rada a las rocas, que poco a poco se calcinaban. En aquel instante un misterioso murmullo se oyó encima de sus cabezas y un gran trozo de roca cayó desde la bóveda, produciendo un gran ruido cuando llegó al suelo. Casi enseguida desde aquella grieta llegó con intensidad un gran chorro de agua. —¡Estam —¡Estamos os salvados! sal vados! —gritó Kamm Kammamuri. amuri. —Tremal-Nai —Tremal-Naikk —murm —murmuró uró la joven jove n, que se despertó cuando se precipitó precipi tó la cascada. casc ada. El indio se lanzó hacia ella. —¿Qué —¿Qué quier quieres? es? —le —l e pregunt preguntó. ó. —Me ahogo..., ahogo..., me falta el aire. air e. ¿Qué ¿Qué es este intenso intenso calor que me abrasa? abrasa ? Un sorbo de agua, agua, Tremal-Naik, dame un sorbo de agua. El Cazador de serpientes la tomó entre sus robustos brazos y la condujo hasta la cascada, donde el maharato y el tigre bebían con avidez. Con las manos formó formó una una cavidad cavi dad que llen lle nó de agua y la acercó a cercó a los labios labi os de la l a joven, jove n, diciéndole.
—Bebe, Ada; hay hay para todos. La acercó ace rcó agu a guaa varias var ias veces y luego luego también también él calmó su sed. La cascada casc ada se redujo a un chorro chorro fijo hasta que cesó. De pronto el tigre lanzó un gruñido y cayó pesadamente al suelo, debatiéndose furiosamente. Kammamuri asustado, corrió hacia el animal, pero de pronto le faltaron las fuerzas y cayó al suelo, con los ojos desorbitados, las manos contraídas y los labios cubiertos de una baba sanguinolenta. —¡A... —¡A... mo!... mo!... —balbuceó con voz apagada. —¡Kam —¡Kamm mamuri! amuri! —gritó —gritó Tremal-Naik—. ¡Gran ¡Gran Siva!... ¡Ada!... ¡Ada!... ¡Oh, ¡Oh, mi mi Ada!... La jovencita, al igual que el tigre y que Kammamuri, tenía los ojos desorbitados, la espuma en los labios y la cara terriblemente alterada. Agitó las manos tratando de cogerse al cuello del indio, abrió la boca como si quisiera hablar, luego cerró los ojos y se volvió rígida. Tremal-Naik la sostuvo y lanzó un grito desgarrador. —¡Ada!... —¡Ada!... ¡Socorro!... ¡Ayu ¡Ayuda!... da!... Fue su último grito. La vista se le ofuscó, los músculos se le tensaron, una violenta conmoción le sacudió de pies a cabeza; vaciló, se incorporó, luego cayó como fulminado sobre las ardientes piedras de la caverna, arrastrando consigo a su amada. Casi al mismo instante se oyó un fragor, y una turba de indios entró en la gruta, echándose encima de los cuatro fulminados.
SEGUNDA PARTE LA REVANCHA DE TREMAL-NAIK
I. EL CAPITAN MACPERSON Era una magnífica noche de agosto, una verdadera noche tropical. El aire era tibio, dulce, elástico, impregnado del suave perfume de los jazmines, de las latanias, de los musenda y de los nagatampo. En lo alto, en un cielo purísimo, de un azul índigo, punteado de millones de estrellas relucientes, el astro de las noches serenas seguía su curso, iluminando de modo fantástico las corrientes del Hugli, que corría corrí a como una una inmensa inmensa cinta de plata a través de las interminables interminables llanu l lanuras ras del delta de lta del Gang Ganges. Bandadas de marabús volaban encima de la corriente, posándose en las orillas, a los pies de los cocoteros, de los artocapos, de los plataneros y de los tamarindos, que curvaban con gracia sus ramas sobre las olas. Un silencio fúnebre, misterioso, reinaba en todas partes, roto de vez en cuando por un soplo del aire que hacía mover las frondas de los árboles, por el aullido agudísimo, melancólico, del chacal que vagaba por las riberas del río, y por el graznar de los cuervos y de los marabús. Aunque era ya muy tarde y aunque mil peligros acecharan entre las sombras de la noche, un hombre estaba estirado esti rado a los pies de un gran tamari tamarindo. ndo. Tenía como treinta y cinco o cuarenta años y llevaba el uniforme de capitán de los cipai16, lleno de adornos de oro y de plata. Era de estatura alta, de cuerpo robusto, de carne morena, pero mucho menos oscura que la de los indios. Se adivinaban en él los rasgos del europeo, expuesto desde hacía muchos años años a los calores del sol tropical. Su rostro era firme, rodeado de una barba larga negra, pero su frente estaba surcada por precoces arrugas. Sus ojos eran grandes, melancólicos, pero a veces brillaban atrevidos. No hablaba, pero de vez en cuando levantaba la cabeza, miraba fijamente la fuerte corriente y hacía un gesto de impaciencia. Había transcurrido ya media hora, cuando en la lejanía resonó una detonación. El capitán capi tán acercó acerc ó su mano mano derecha a una una hermosa hermosa carabina car abina arabesca, arabe sca, in i ncrustada de plata pla ta y de madreper madreperla, la, se puso rápidamente de pie y fue hacia la orilla, aferrándose a las raíces del tamarindo que salía de la tierra como serpientes. Por el norte había aparecido un punto negro que iba acercándose poco a poco; a su alrededor el agua brillaba, herida por los remos. —¡Aquí —¡Aquí están! están! —murm —murmuró uró el capitán capi tán.. Alzó la carabina sobre su cabeza y disparó. Un rayo destacó en el punto negro y se oyó el eco de una tercera detonación. detonación. —Todo va bien —agregó —agregó el capitán—. ca pitán—. Espero que esta vez sabré algo. Una dolorosa conmoción alteró sus rasgos, pero fue breve como un relámpago. Volvió a mirar hacia el punto negro. Ya se había hecho grande y había tomado el aspecto de una barca, que descendía deprisa, bajo el empuje de media docena de remos. A bordo se veían siete u ocho hombres armados. Al cabo de diez minutos la barca, una rápida y bellísima mur-punky, conducida por un sargento de los cipai, llegó a pocas brazadas de la ribera. Con unos pocos golpes de remo se encalló profundamente entre las hierbas. El sargen sar gento to saltó rápido r ápido a tierra, tierr a, salu sal udando mil militarmen itarmente. te. —Llevad —Llevad el mur-punk ur-punkyy hasta la pequeña pequeña ensenada ensenada —dijo el capitán a los indios—. Y tú, tú, Bharata, Bharata, ven conmigo. El mur-pun mur-punkky desapareció. desapareci ó. El capitán condujo condujo al a l indio i ndio bajo el tamari tamarindo, ndo, y ambos ambos se s e estiraron esti raron sobre sobr e la hierba. —¿Estam —¿Estamos os solos, sol os, capitán capi tán Macperson? —pregunt —preguntóó el sargen s argento. to. —Absolutam —Absolutament entee solos —respondió el capitán—. Puedes Puedes explicármelo todo, sin temor temor a que
alguien alguien pueda oírnos. —Dentro —Dentro de una una hora Negapatn Negapatnan an estará aquí. Un flujo flujo de sang s angre re enrojeció enroje ció el e l rostro r ostro del capitán. —Así pues, ¿le han han cogido? cogido? —exclamó con viva emoción—. Creía que me me habían engañ engañado. ado. —Es cierto, ci erto, capitán. ca pitán. El miserable miserabl e estaba es taba encerrado desde hacía una una sem s emana ana en los subterráneos subterráneos del fuerte William. —¿Están —¿Están seguros seguros de que es un un estrang estrangulador? —Segurís —Segurísimos, imos, es uno uno de los jefes más important importantes. es. —¿Ha —¿Ha confesado confesado algo? al go? —Nada, capitán; a pesar de que le hicieron hicie ron padecer hambre hambre y sed. —¿Cóm —¿Cómoo le cogieron cogier on?? —El bribón se había escondido e scondido cerca del fuerte fuerte Willia il liam m, y allí all í esperaba esperab a a su presa. pres a. Seis soldados habían caído ya bajo su lazo infalible, y sus cadáveres habían sido encontrados desnudos y con el misterioso isteri oso tatuaje tatuaje en el pecho. El capitán Hall, hace unos unos siete días, dí as, se s e puso en marcha marcha con algunos algunos cipai, cipai , resuelto a encontrar al asesino. Después de dos horas de búsqueda infructuosa se detuvo bajo la fresca sombra de un boraso para reposar un poco. De pronto sintió que un lazo le caía en la cabeza apretándole el cuello. Se puso de pie, cogiendo con fuerza la cuerda, y se lanzó contra el estrangulador, pidiendo ayuda. ayuda. Los cipai estaban cerca. Cayeron Cayeron sobre el indio que se debatía de batía con furia furia,, rugiendo rugiendo como como un león, y lo derribaron derri baron.. —¿Y aquel hom hombre bre estará es tará aquí dentro dentro de una una hora? —Sí, capitán capi tán —respondió Bharata. —¡Por fin! fin! —¿Queréis —¿Queréis saber sa ber algo al go de él? —Sí —exclamó el capitán, volviéndose muy muy tris triste. te. —Usted —Usted tiene algún algún gran gran dolor que trata de esconderme, esconderme, capitán capi tán Macperson —dijo el sargento. sargento. —Es verdad, Bharata —respondió Macperson Macpers on con voz apagada. apagada. —¿Por qué qué no me me lo cu c uenta enta todo? Quizá Quizá yo yo pudiera ayudarl ayudarle. e. El capitán no respondió. Estaba sombrío y sus ojos se habían humedecido con el llanto. Se notaba que un dolor atroz, en aquel momento, abatía su ánimo fuerte. —Capitán —dijo —dij o el sargento, sargento, conmovido conmovido por aquel cambio cambio repentino—. repentino—. ¿E ¿Ess que que he despertado des pertado en su ment mentee recuerdos re cuerdos dolorosos? dolor osos? Perdonadme, Perdonadme, no lo sabía. sa bía. —No tengo tengo nada que perdonarte, mi buen Bharata —dijo —dij o Macperson, estrechándole estrechándole la mano con fuerza—. fuerza—. Es just j ustoo que lo sepas todo. Se levantó, dio tres o cuatro pasos con la cabeza inclinada, sobre el pecho y los brazos cruzados estrechamente, después volvió a sentarse junto al sargento. Una lágrima le rodó silenciosamente por las oscuras oscuras mejillas. ejill as. —Era el año 1851 —dijo, —di jo, con una una voz que en vano se esforzaba en parecer pare cer firme—. firme—. Hacía muchos uchos años que mi mujer había muerto, víctima del cólera, y me había dejado una hija, bella como un capullo de rosa, con los cabellos oscuros, los ojos grandes, dulces y resplandecientes como diamantes. Recuerdo aún cuando correteaba por los sombreados senderos del parque, persiguiendo a las mariposas; recuerdo aún aquellas tardes cuando, sentada a mi lado a la sombra de un gran tamarindo, tocaba el sitar y me cantaba cantaba las l as cancion c anciones es de mi lejana l ejana Escocia. Escoci a. ¡Oh!, ¡Oh!, qué feliz era yo entonces... entonces... ¡Ada... ¡Ada... mi pobre Ada...! El llanto apagó su voz. Se escondió la cabeza entre las manos, y durante unos minutos Bharata le oyó sollozar como un niño. —Capitán, —Capitán, valor —dijo —dij o el sargen s argento. to. —Sí, valor —murm —murmuuró el capitán, secándose las lágrimas casi con rabia—. rabia —. Hace tiempo tiempo que no lloraba. A veces es buen buenoo llorar. llor ar.
—Seguid, —Seguid, si s i no os molesta. molesta. —Tienes razón —dijo —dij o Macperson con voz rota. Permaneció Permaneció unos unos inst i nstant antes es en silencio, si lencio, com c omoo si le costara superar la l a emoción, luego luego añadió: —Un —Una mañana añana la población poblaci ón de Calcuta fue fue presa de un gran temor. temor. Los thug thugs, s, o estranguladores, estranguladores, como se les quiera llamar, habían pegado en las paredes y en los troncos de los árboles unos carteles, con los cuales avisaban a la gente que su diosa pedía una muchacha para su pagoda.Sin saber la razón me asaltó un gran temor: presagio de una desgracia inminente. Aquella misma tarde hice que mi hija se embarcara y la encerré entre los muros del fuerte William, seguro de que los Thugs no habrían llegado hasta ella. Tres días después, no lo creerás, mi hija se despertaba con el tatuaje de los estranguladores en los brazos. —¡Ah! —¡Ah! —exclamó —exclamó Bharata, Bharata, palideci pal ideciendo—. endo—. ¿Y ¿Y quién quién la tatuó? tatuó? —Nunca —Nunca lo supe. —¿Así —¿Así pues, un thug thug había penetrado penetrado en el fuerte? —Así debió debi ó de haber sido. —¿Es —¿Es que quizá quizá tienen afiliados afili ados entre nuestros nuestros cipai? ci pai? —Su secta es inm i nmensa, ensa, Bharata, Bharata, y tienen afiliados afili ados en toda la India, India, en e n Malas Malasia ia y hasta hasta en China. China. —Adelante, —Adelante, capitán capi tán.. —Yo, —Yo, que nunca nunca había conocido el miedo, aquel día lo experiment experimentéé por primera vez. Comprendí Comprendí que mi mi hija hij a había sido s ido elegida por la monstruosa onstruosa diosa dios a y doblé la vigilancia. Comíamos Comíamos juntos, juntos, yo dormía dormía en la habitación contigua, tenía centinelas que hacían guardia día y noche ante su puerta. Todo fue inútil; una una noche mi mi hija desapare de sapareció. ció. —¡Su hija desapareci desapa reció! ó! ¿Pero ¿Pero cómo? —Habían roto una una ventana, ventana, los estranguladores estranguladores habían entrado entrado y la habían raptado. Los afiliados afili ados habían vertido un poderoso narcótico en nuestro vino y nadie oyó nada, ni se dio cuenta de nada. El capitán capi tán,, presa pres a de una una terrible terri ble emoción, se detuvo. —La —La busqué busqué durante durante muchos muchos años años —prosigu —pros iguió ió tras unos minu minutos tos de dolorosa dolor osa pausa—, pero per o no logré encontrar su rastro. Los estranguladores la habían llevado a su guarida inaccesible. Cambié de nombre asumiendo el de Macperson, para actuar mejor, y emprendí una despiadada campaña contra ellos. Centenares de aquellos hombres cayeron en mis manos y les di muerte entre los más atroces tormentos, esperando esper ando poder arrancarles arr ancarles una una confesió confesiónn que que me me pusiera tras la l a pista pis ta de mi mi pobre pobr e Ada, pero todo fue fue en vano. Han pasado cuat c uatro ro largos l argos años y mi mi hija está todavía en poder de aquellos aquell os hombres.. hombres.... El capitán no pudo contenerse más y estalló de nuevo en llanto. A lo lejos se oyó el sonido de una trompeta. trompeta. Los dos se levant l evantaron aron precipitadam precipi tadament ente, e, corriendo cor riendo hacia el río. —¡Aquí —¡Aquí llegan! —gritó Bharata. Bharata. De los labios del capitán salió como un sordo rugido y en sus ojos brilló un rayo de feroz alegría. Se precipitó hacia la orilla: a quinientos o seiscientos metros de distancia vio una gran canoa que bajaba rápida por el río. A bordo se divisaban algunos cipai con las bayonetas caladas en las carabinas. —¿Lo —¿Lo ves? —gritó Macperson. —Sí, capitán capi tán —respondió Bharata—. Está sentado sentado en la popa, entre dos cipai, ci pai, bien bi en encadenado. encadenado. —¡Pronto! —¡Pronto!,, ¡pronto! ¡pronto! —gritó —gritó el capitán. La gran canoa aumentó la velocidad y fue a encallarse frente a él. Desembarcaron seis cipai, con los rostros oscuros, con el casco, el collar y los puños bordados de oro y plata. Detrás suyo bajaron otros dos cipai, sujetando con fuerza por los brazos al estrangulador Negapatnan. Este era un indio alto como de seis pies, delgado y ágil. Su cara era adusta, barbuda, color cobre, y sus ojos pequeños pequeños brilla bri llaban ban como como los de una una serpiente ser piente encoler encolerizada. izada.
En medio del pecho llevaba tatuada, en azul, una serpiente con la cabeza de mujer, rodeada de muchos signos indescifrables. Un pequeño dubgah de seda amarilla, coronado por un diamante grande como como una una avellana, avel lana, le cubría la l a cabeza cabe za perfectament perfectamentee calva cal va y untada untada de aceite a ceite de coco. Al descubrir al capitán Macperson, el thug se conmovió, y una profunda arruga se dibujó en s frente. —¿Me —¿Me conoces? —pregunt —preguntóó el capitán, que había notado notado aquella turbaci turbación, ón, aunque aunque hubiera hubiera sido momentánea. —Tú eres el e l padre padr e de la virgen de la pagoda sagrada —respondió el indio. Un golpe golpe de sangre sangre subió s ubió al rostro r ostro del capitán. —¡Ah! —¡Ah!,, tú lo sabes sa bes —exclamó. —Sí, yo sé que tú eres el capitán capi tán Harry Corisant. —No, el capitán capi tán Harry Macpers Macperson. on. —Sí, ya sé que has has cambiado de nombre. nombre. —¿Sabes por qué te he he hecho hecho traer hasta aquí? —Supong —Supongoo que será para hacerme hacerme hablar, pero per o será un inten intento to inútil. inútil. —Esta es una una cuestión mía. mía. A casa, casa , mis mis valientes, val ientes, y estad estad vigilant vigila ntes. es. Los thug thugss pueden estar cerca. cer ca. El capitán Macperson recogió la carabina, la armó y se puso a la cabeza de la pequeña columna, tomando tomando un un sendero sendero abierto abier to a través de un bosque bosque de nagatam nagatampis, pis, árboles árbol es bell b ellísi ísim mos cu c uyas flores adornan a las muchachas elegantes de Bengala, y cuya madera es tan dura que le ha valido el nombre de «madera de hierro». Ya había recorrido un cuarto de milla sin encontrar a nadie, cuando en medio del bosque se oyó el aullido lúgubre de un chacal. Ante aquel grito el estrangulador Negapatnan levantó la cabeza violentamente y lanzó una rápida mirada debajo de los árboles. árbol es. Los cipai que caminaban caminaban a su lado soltaron sol taron una una sorda exclamación. —En guardia, capitán capi tán —dijo —dij o Bhanara—, Bhanara—, el thug thug ha ha advertido algo. —¿Quiz —¿Quizáá la presencia pr esencia de amigos? —Puede —Puede ser. ser . El mismo grito se dejó oír, más fuerte que antes. El capitán Macperson fue hacia la derecha del sendero. —Rayos —Rayos y truenos truenos —exclamó—. —exclamó—. Esto no no es un chacal. —Permaneced —Permaneced en gu guardia ardi a —repitió —repi tió el sargen s argento—. to—. Es un un aviso. —Démonos —Démonos prisa. El destacamento destacamento reanudó reanudó la marcha, con las carabi c arabinas nas apunt apuntando ando hacia hacia los dos lados l ados del sendero. Diez minu minutos tos después llegaba, l legaba, sin si n más más alar a larm ma, ante la factoría del capitán Macperson.
II. II. NEGAPATNA NEGAP ATNAN N La villa vil la del de l capitán c apitán Harry Macpers Macperson on estaba situada en la orill ori llaa izquierda del Hugli, Hugli, frente a una una pequeña pequeña bahía en la que flotaban flotaba n varios vari os gonga gonga y algunos algunos mur-punky ur-punky.. Era uno de aquellos edificios que en India se llaman bungalows, elegante, comodísimo, de una sola planta, construida sobre una base de ladrillos y coronada de un tejado piramidal. Un terrado, sobre el que había una amplia terraza, la rodeaba, resguardado del sol por medio de espesas esteras de fibra de coco. A izquierda y derecha se extendían bajas construcciones destinadas a las cocinas, cuadras, escuderías y alojamientos de los cipai, bajo las sombras de los tara, latania y no pocos pipal y nim, árboles de enorme follaje espeso y abundante, que en la actualidad han desaparecido casi todos de las grandes llanuras del delta del de l Ganges. Ganges. El capitán Macperson entró en la casa, dejando a los cipai en la puerta, recorrió una larga hilera de habitaciones, amuebladas amuebladas sencillamen s encillamente, te, pero con elegancia, elegancia, con sillones sill ones inmensos inmensos y mesas mesas y mesil mesillas las de acagiú, y subió a la terraza. Bharata no tardó en llegar, llevando por la fuerza al estrangulador Negapatnan. —Siéntate —Siéntate y hablemos hablemos —dijo —dij o el capitán, indicando al estrangulador estrangulador una una silla sil la de finos bambú bambúes es trenzados. Negapatnan obedeció, haciendo chirriar las cadenas que le aprisionaban las muñecas. Bharata se colocó a su lado, poniéndole delante un par de pistolas. —Así pues, tú has dicho que me conoces, —dijo el capitán Macperson, lanzando lanzando al indio una una mirada aguda como la punta de un alfiler. —Te —Te he dicho que tú eres el capitán Harry Corisant Cori sant —respondió el estrangulador—, estrangulador—, el padre de la virgen de la pag pa goda sagrada. —¿Cóm —¿Cómoo es que me me conoces? —Te —Te vi varias vari as veces en Calcuta. Calcuta. Es más, una una noche noche te seguí, seguí, esperando espera ndo estrangularte, estrangularte, pero per o me falló el golpe. —¡Miser —¡Miserable! able! —exclamó —exclamó el capitán, c apitán, pálido de ira. ira . —No te irrites irri tes por tan poca cosa —dijo —di jo el estrangu estrangulador, lador , sonriendo. —¿Recuerdas —¿Recuerdas tú la noche noche en que mi mi hija fue raptada? —Como —Como si fuera fuera ayer. ayer. Era la noche del 24 de agosto agosto de 1851. Negapatn Negapatnan an estuvo estuvo siempre a la cabeza de todas las empresas de los thugs —dijo el indio con orgullo—. Fui yo quien rompió la ventana y raptó a tu hija. —¿Pero tú no tiemblas, tiemblas, narrando estas cosas al a l padre padr e de aquella infeli infeliz? z? —Negapatn —Negapatnan an nun nunca ca ha temblado. temblado. —Pues —Pues yo te despedazaré como como si fueras fueras una caña. caña. —Y los thug thugs te despedazarán a ti como si fueras fueras un tier tiernno bambú. bambú. —Veremos —Veremos si lo consegu conseguirán. irá n. —Capitán Corisan Corisa nt —dijo —dij o gravemente ravemente el estrangu estrangulador—, lador —, por encima encima de los dominadores dominadores de la India hay una potencia oculta y terrible que a nada teme. Las cabezas coronadas se inclinan bajo el álito de la diosa Kalí, nuestra señora. ¡Tiembla! —Si Negapatnan Negapatnan nunca nunca ha ha temblado, temblado, el e l capitán capi tán Macperson nun nunca ca ha tenido tenido miedo. —Me lo dirás dir ás el día en que el lazo de seda te estrechará es trechará el cuello. cuell o. —Y tú me lo dirás di rás el e l día dí a en el que el hierro canden c andente te quem quemará ará tus carnes. —¿Me —¿Me has hecho hecho traer traer hasta aquí para hacerme morir morir entre entre tormentos? tormentos? —Sí, si no revelas el secreto secre to de los thugs. thugs. Sólo con esta condici condición ón puedes puedes salvar sal var la l a vida.
—¡Ah! —¡Ah!,, ¿quier ¿quieres es que hable? hable? ¿Y de qué? —Soy el padre padr e de Ada Corisant Corisa nt.. —¿Y bien? —No he he perdido perdi do la esperanz es peranzaa de volverla volve rla a tener entre entre mis mis brazos. br azos. —Prosig —Prosi gue. —Negapatn —Negapatnan an —dijo —dij o el capitán con voz vivamente vivamente conmovida—. conmovida—. ¿Has ¿Has tenido tenido tú algun alguna vez una una hija? —¡Oh! —¡Oh! ¡Nun ¡Nunca! ca! —exclamó —exclamó el estrangulador. estrangulador. —¿Has —¿Has amado alguna alguna vez a alguien, alguien, por lo menos? —A nadie, nadie, aparte de a mi diosa. diosa . —Yo —Yo amo amo a aquella pobre hija mía, hasta el punto punto de que que daría darí a toda mi sangre sangre por su libertad. libe rtad. Nagapatnan, dime dónde está, dime dónde puedo encontrarla. El indio permaneció impasible como una estatua de bronce. —Yo te daré la vida, vi da, Negapatn Negapatnan. an. El indio siguió callando. —Yo —Yo te daré todo el oro que quieras, y te llevaré ll evaré a Europa Europa para alejarte alej arte de la venganz venganzaa de tus tus compañeros. Te daré un grado en el ejército inglés, te abriré el camino para que subas bien alto, pero dime donde está mi Ada. —Capitán Macperson —dijo —dij o el e l estrangulador, estrangulador, con el rostro turbado—. turbado—. ¿T ¿Tuu regimiento regimiento no tiene una una bandera? —Sí, pero per o ¿por qué qué tal preg pre gunta? unta? —¿No —¿No has jurado fidelidad fideli dad a aquella bandera? —Sí. —¿Serías tú capaz de traicionarla? traic ionarla? —¡Oh, —¡Oh, nun nunca! ca! —Pues —Pues bien, yo he jurado j urado fidelidad fidel idad a mi diosa, di osa, que es mi bandera. Ni la libertad li bertad que me me prometes, prometes, ni tu oro, ni los honores quebrantarán mi fe. ¡Yo no hablaré! El capitán Macperson se puso de pie, recogiendo del suelo un látigo. Se había vuelto rojo como las brasas, y sus ojos destelleaban de rabia. —¡Monst —¡Monstruoso ruoso reptil! —exclamó —exclamó furios furioso. o. —No me toques toques con aquel látigo, porque ¡desciendo de un rajah! raja h! —gritó —gritó el estrangulador, estrangulador, retorciendo las cadenas. Por toda respuesta el capitán Macperson alzó el látigo y trazó en el rostro del prisionero un surco de sangre. Un rugido rugido de animal animal sali s alióó de los l os labios l abios del estrangulador. estrangulador. —Mátam —Mátamee —dijo —dij o con un un tono tono de voz que que no tenía tenía nada de hum humano—. Mátam Mátame, e, porque si no lo haces te arrancaré la carne de los huesos a pedazos. —Sí, monstruo, onstruo, te mataré, no tengas tengas miedo, pero lentament lentamente, e, gota a gota. Bharata, Bharata, llévalo ll évalo al subterráneo. —¿Teng —¿Tengoo que torturarlo? torturarlo? —pregu —pr egunt ntóó el sargen s argento. to. El capitán ca pitán Macperson dudó. —Aún —Aún no no —dijo —dij o después—. Lo dejarás veinticu ve inticuatro atro horas sin agua agua y sin comida, comida, esto es to para empezar. empezar. Bharata asió al estrangulador por el cuerpo y lo sacó de allí, sin que éste opusiera resistencia. El capitán Macperson, echando a un lado el látigo, se puso a pasear por la terraza a pasos lentos, cabizbajo, meditabundo. —Paciencia —dijo —dij o apretando los l os dientes—. Aquel Aquel hombre hombre me lo confesará confesará todo, aunque aunque tenga tenga que sacarle cada palabra a golpe de hierro candente.
De pronto se paró, alzando la cabeza con atención. De una de las dependencias había salido un formidable bramido, el del elefante cuando oye que se acerca un enemigo. —¡Oh! —¡Oh! —exclamó —exclamó el capitán—, c apitán—, ¡el bramido bramido de «Bhagavadi»! «Bhagavadi»! Se inclinó sobre la barandilla de la terraza. Los perros del bungalow empezaron a ladrar, y por encima de un recinto apareció la gigantesca trompa de un elefante, que lanzó un segundo bramido aún más fuerte fuerte que el primero. Casi al mismo tiempo, a trescientos metros del bungalow apareció en el aire una masa negra, dotada de extraordinaria agilidad, que enseguida volvió a caer escondiéndose entre las hierbas. El capitán no logró, con la incierta claridad nocturna, distinguir lo que era. —¡Eh! —¡Eh! —gritó. —gritó. El cipai que montaba la guardia bajo la terraza salió con la carabina bajo el brazo. —¿Capitán! —¿Capitán! —dijo —dij o él, volvie vo lviendo ndo la cara hacia arri a rriba. ba. —¿Has —¿Has visto vi sto algo? —Sí, capitán capi tán.. —¿Era —¿Era un hombre hombre o un animal? animal? —Me pareció un animal. animal. Se levantó a un unos trescient tresci entos os metros metros de aquí. La masa negra negra de antes volvió a dar un salto. El cipai lanzó lanzó un grito de terror: terror : —¡El tigre!... tigre!... El capitán corrió hacia la carabina, la armó y disparó al animal, que huía a saltos gigantescos hacia la jungla. —¡Maldi —¡Maldición! ción! —exclamó —exclamó con rabia. rabi a. El felino se detuvo ante la detonación, dejando escapar un sordo rugido, luego se alejó entre los bambúes con más rapidez. —¿Qué —¿Qué sucede? sucede? —pregu —pr egunt ntóó Bharata, Bharata, precipi pre cipitán tándose dose en la terraza. terr aza. —Hay un tigre por estos alrededor al rededores es —respondió —re spondió el capitán capi tán.. —¡Un —¡Un tigre! tigre! ¡Es ¡Es imposible, capitán! —Lo —Lo he visto con mis mis propios pr opios ojos. oj os. —¡Pero si los l os hemos hemos aniquilado a todos! —Parece que uno uno ha huido huido a nuestras nuestras carabinas. carabi nas. —¿Por lo menos menos le habéis dado? —No lo creo. —Aquel —Aquel animal nos nos causará molestias, capitán. ca pitán. —Por poco tiempo, te lo prometo. prometo. No me me gustan gustan este tipo tipo de vecinos. ve cinos. —¿Le —¿Le daremos caza, enton entonces? ces? El capitán miró el reloj. —Son las l as tres. Dentro Dentro de una hora pienso salir sali r con «Bhagavadi» «Bhagavadi» y dentro de dos tener tener la piel del tigre.
III. EL SALVADOR Por oriente or iente empezaba empezaba a amanecer, amanecer, cuando cuando el capitán Macperson y Bharata Bharata bajaron baj aron al patio del bung bungalow alow.. Ambos iban armados de carabinas de gran tamaño y grueso calibre, de pistolas y de cuchillos de hoja anchísima y doble filo. Un cipai les seguía, llevando dos carabinas más de recambio y algunas lanzas. En pocos minutos llegaron al recinto, en cuyo umbral bramaba con excitación «Bhagavadi», rodeado de una media docena de mahuts, o conductores de elefantes. «Bhagavadi» era uno de los coomareah más grandes y más bellos que se pudiera encontrar en las riberas del Ganges. Era menos alto que un elefante merghee, pero más vigoroso, dotado de una potencia extraordinaria, con un cuerpo macizo, piernas cortas y fuertes, una trompa muy desarrollada y dos magníficos agníficos colmillos puntiagu puntiagudos, dos, curvados hacia arriba. arri ba. En su lomo habían puesto el hauda, una especie de navecilla en la que se colocan los cazadores, sólidam sóli dament entee fijada fij ada mediante mediante cuerdas y cadenas. —¿Estam —¿Estamos os dispuestos? dis puestos? —pregunt —preguntóó el capitán ca pitán Macpers Macperson on.. —Sí: ya podemos ponernos ponernos en marcha marcha —respondió el jefe de los l os mahut mahuts. s. —¿Y los batidores? ba tidores? —Ya están en el lím lí mite de la l a jungla jungla con los perros. perros . Uno de los mahuts más hábil se colocó sobre el cuello de «Bhagavadi», armado con un enorme gancho y una larga lanza. El capitán Macperson, Bharata y el cipai, después de subir por la escalerilla, tomaron asiento en el hauda, hauda, llevándose ll evándose las armas consigo. consigo. Se dio la señal de partida en el momento en que el sol salía por detrás del bosque de borasis, ilum il uminan inando do de un solo golpe el río y sus sus ribera r iberas. s. El elefante caminaba con paso rápido, excitado por la voz del ma-hut, destrozando y machacando bajo sus patas enormes las raíces y los arbustos, y abatiendo con un vigoroso golpe de trompa los árboles o los bambúes bambúes que que le cerraban cerr aban el camino. camino. El capitán Macperson, sentado sobre el hauda con una carabina en la mano, espiaba atentamente los grupos de plantas y las altas hierbas, dentro de las cuales podía esconderse el tigre. Un cuarto de hora después, ellos ell os llegaron l legaron al borde de la l a jungla, jungla, llena ll ena de bambúes bambúes y de manch manchas as de matorrales atorral es espinosos. es pinosos. Seis cipai, provistos de largas pértigas y armados con hachas y cuchillos, les esperaban con una auría de perros pequeños, en apariencia inofensivos canes, pero muy aguerridos en realidad, indispensables para cazar al terrible felino. —¿Algu —¿Alguna na novedad? novedad? —pregu —pre gunt ntóó el capitán, ca pitán, asomándose asomándose por el hauda. hauda. —Hemos —Hemos descubierto descubier to las huell huellas as del tigre —respondió el jefe de los l os batidores. batidore s. —¿Frescas? —Fresquísimas; el tigre ha pasado por aquí hace media media hora. —Enton —Entonces ces entremos entremos en la jungla. jungla. Dejad Deja d a los perros libres. li bres. Los perros, libres sin la correa que les sujetaba, corrieron con ímpetu dentro de los bambúes, tras las huellas del tigre, ladrando con furor. «Bhagavadi», después de haber husmeado con la trompa tres o cuatro veces el aire a diferentes alturas, se internó en la jungla, hundiendo con su pecho la masa de vegetación. —Pon mucha ucha atención, atención, Bharata Bharata —dijo —di jo Macperson Macpers on.. —¿Ha —¿Ha descubierto algo, al go, capitán? capitán? —pregunt —preguntóó el sargen s argento. to. —No, pero el tigre puede que haya haya vuelto sobre sus pasos y se haya haya emboscado emboscado entre entre los bambúes. bambúes.
Ya sabes que aquell aquellos os animales son astutos astutos y que no no les l es da miedo asaltar asal tar a un elefante. —En tal caso se las l as verá con «Bhag «Bhagavadi». avadi». No es la primera pr imera vez que que nuestro nuestro coloso col oso va a la caza ca za del tigre, y éste no será el primero que chafe con sus patas y lance por el aire rompiéndose los miembros al estrellarse contra un árbol. ¿Ha visto usted al tigre? —Sí, y puedo decirte dec irte que era er a gigant gigantesco. esco. No recuerdo r ecuerdo haber visto nun nunca un ejemplar ejemplar tan grande grande ni tan ágil ágil;; daba saltos sal tos de diez di ez metros. metros. —¡Oh! —¡Oh! —exclamó —exclamó el indio—. i ndio—. De un un salto llegará al hauda. hauda. —Si dejam dej amos os que se acerqu acer que. e. —Callad, capitán. A lo lejos se habían oído de improviso los ladridos furiosos de los perros, mezclados con un lánguido ulular. Bharata sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo. —Los —Los perros perr os lo han descubierto —dijo. —dij o. —Y alguno alguno de ellos ell os ha sido destripado, destripa do, —añadió el cipai, cipai , que había cogido las carabinas, carabi nas, dispuesto dispuesto a pasárselas a los caz cazadores. adores. Una bandada de pavos reales se levantó a unos quinientos metros de distancia y voló rápida lanzando lanzando gritos gritos de terror. terr or. —¿Uszak —¿Uszaka? a? —gritó el capitán capi tán,, gesticulando gesticulando con las manos. manos. —¡Aten —¡Atención, ción, capitán! —respondió el jefe de los batidores—. batidores —. El tigre está enfrentán enfrentándose dose con los perros. —Haz sonar la retirada. r etirada. Uszaka acercó su nariz al bansy, una especie de flauta, y sopló con fuerza, emitiendo una nota aguda. Pronto se vio regresar a los cipai precipitadamente y corriendo a refugiarse detrás del elefante. —Animo —Animo —dijo —di jo el capitán al mahut—. ahut—. Conduce Conduce al elefante elefante donde están e stán los l os perros. perros . Y tú, tú, Bharata, Bharata, mira bien a tu izquierda, mientras yo vigilo a la derecha. Puede que tengamos que batirnos con más de un adversario. Los ladridos seguían cada vez más furiosos, señal infalible de que el tigre había sido descubierto. «Bhagavadi» apresuró el paso dirigiéndose intrépidamente hacia una gran espesura de bambúes, en cuyo interior se habían situado los perros. A cien pasos de distancia encontraron a uno de los ellos, terriblemente destripado por un poderoso zarpazo. El elefante empezó a mostrar signos de inquietud, agitando agitando rápidam rápi dament entee la l a trompa trompa de arrib ar ribaa abajo. abaj o. «Bhagavadi» lo percibe —dijo Macperson—. Está bien atento, mahut, y procura que el elefante no retroceda ni exponga demasiado su trompa. De lo contrario el tigre se la destrozará como hizo el año pasado. —Respondo de todo, todo, amo. De entre los bambúes se alzó uno de aquellos formidables rugidos, a los que no se le puede comparar ningún grito. «Bhagavadi» se detuvo mostrando nerviosismo y emitiendo sordos bramidos. —¡Adelante! —¡Adelante! —gritó —gritó el capitán Macpers Macperson, on, con los dedos de dos puestos en los gatill gatillos os de las l as carabinas. car abinas. El mahut dejó caer un golpe de gancho sobre el paquidermo, el cual se puso a resoplar de modo horrible, enrollando la trompa y presentando sus dos afilados colmillos. De nuevo dio diez o doce pasos, luego volvió a pararse. De entre los bambúes salió corriendo, como un rayo, un tigre gigantesco, que emitía un formidable rugido. El capitán capi tán Macpers Macperson on disparó una descarga. —¡Rayos —¡Rayos y truenos! truenos! —gritó irritado. irri tado. El tigre volvió a caer entre los bambúes antes de ser alcanzado. Dio otras dos vueltas en el aire, saltando unos unos doce metros de altura y luego luego desapareci desapa reció. ó. Bharata disparó hacia la espesura, pero la bala fue a estrellarse en la cabeza de un perro medio destrozado, que se arrastraba arr astraba con co n dificultad dificultad entre la maleza.
—¿Pero es que lleva ll eva el diablo diabl o en el cuerpo aquel tigre? —dijo —dij o el capitán, de bastan bas tante te mal mal hum humor—. Es la segunda segunda vez que que escapa esca pa a mis balas. bal as. ¿Cómo ¿Cómo se explica esto? es to? «Bhagavadi» reanudó la marcha, con mucha precaución, tanteando antes el terreno con la trompa, que no obstante retiraba enseguida. Caminó otros cien metros, precedido por los perros, que iban y venían buscando la pista del felino, luego se paró, quedándose muy quieto sobre sus patas. Nuevamente mostraba nerviosismo nervios ismo y resoplaba con c on insistencia. insistencia. Delante suyo, a menos de veinte metros, había un grupo de cañas de azúcar. Un soplo de aire impregnado impregnado de un fuerte fuerte olor ol or selvático se lvático llegó ll egó hasta hasta los cazadores. —¡Mira —¡Mira!! ¡Mira! ¡Mira! —gritó —gritó el capitán. El tigre se precipitó fuera del cañaveral, dirigiéndose con una rapidez fulminante hacia el paquidermo, el cual enseguida le mostró los colmillos. Casi llegó debajo suyo, evitando los disparos de las carabinas de los cazadores, se encogió sobre sí mismo y cayó en medio de la frente del elefante, tratando de aferrar al mahut con un zarpazo, mientras éste había retrocedido bramando de terror. Estaba a punto de alcanzarlo, cuando a lo lejos resonaron unas agudas notas procedentes de un ramsinga. Bien porque se asustó o por alguna otra razón, el tigre hizo un rápido movimiento dándole la espalda y se alejó, alej ó, intentan intentando do llegar ll egar hasta hasta la espesura. —¡Fuego! —¡Fuego! —gritó el capitán capi tán Macperson, descargando descargando la carabi c arabina. na. El felino dio un rugido tremendo, cayó, se levantó, alcanzó la maleza y cayó de nuevo del otro lado, permaneciendo inmóvil como si hubiera sido fulminado. —¡Hurra! —¡Hurra! ¡Hu ¡Hurra! rra! —gritó Bharata. Bharata. —¡Un —¡Un buen buen tiro! tiro! —exclamó el capitán, bajando el arma que que aún humeaba—. umeaba—. Echa la escaler es calera. a. El mahut mahut obedeció. obedeci ó. El capitán c apitán Macpers Macperson, on, empuñ empuñando ando el cuchil cuchillo, lo, bajó baj ó a tierra tier ra y se dirigió di rigió hacia los l os matorrales. El tigre yacía inerte junto a un arbusto. El capitán, con gran sorpresa por su parte, no descubrió ninguna herida en aquel cuerpo ni manchas de sangre por el suelo. Sabiendo bien que a veces los tigres fingen estar muertos para echarse por sorpresa sobre el cazador, iba i ba a marcharse, pero no tuvo tiempo. tiempo. Volvió a oírse oí rse el misterioso isteri oso sonido del ramsinga. ramsinga. Ante Ante aquella nota nota el tigre se levant l evantó, ó, se lanzó lanzó contra el capitán y lo derribó. Su enorme boca, repleta de dientes, se abrió sobre él, dispuesta a destrozarlo. El capitán Macperson, clavado en el suelo de modo que no podía moverse ni usar el cuchillo, soltó un grito de d e ang a ngustia. ustia. —¡Socorro!... Estoy perdido. perdi do. —¡Resistid, aquí llego! ll ego! —gritó una una voz fuerte. fuerte. Un indio salió de la espesura, aferró al tigre por la cola y con un violento tirón lo sacó de allí. Se oyó un rugido furioso. El animal, encolerizado, se volvió a levantar enseguida para echarse encima del nuevo enemigo; pero, lo nunca visto e inaudito, en cuanto lo vio dio un rápido giro y se alejó con fant fantástica ástica rapidez, rapi dez, desapareciendo desaparec iendo en el intrincado caos de la jun j ungla. gla. El capitán Macperson, sano y salvo, se puso enseguida de pie. Un profundo estupor se dibujó al instante en sus rasgos. A cinco pasos de él se encontraba un indio de formas musculosas y bien desarrolladas, con una cabeza soberbia, colocada sobre dos anchos y robustos hombros. Semidesnudo, no llevaba más que un pequeño turbante bordado de plata en la cabeza, y en sus costados una faldita de seda amarilla recogida por un bellísimo bellís imo chal chal de cachemira cachemira.. Aquel hombre, que de modo tan intrépido había desafiado al tigre, no llevaba armas. Con los brazos
cruzados, la mirada chispeante de osadía, le miraba al capitán con curiosidad, conservando la inmovilidad de una estatua de bronce. —Si no me me equivoco, te debo la vida —dijo —di jo el capitán. —Quizá, —Quizá, respondió el indio. —Sin tu valor a esta hora ya estaría muerto. muerto. —Así lo creo. c reo. —Dame —Dame la mano; tú eres un valient vali ente. e. El indio apretó, con un estremecimiento, la mano que Macperson le tendía. —¿Puede —¿Puede conocer tu nom nombre, bre, oh mi mi salvador? sa lvador? —Saranguy —Saranguy —respondió el indio. —Nunca —Nunca lo olvidaré. olvi daré. Hubo entre los dos un momento de silencio. —¿Qué —¿Qué puedo puedo hacer por ti? —agregó —agregó el capitán. c apitán. —Nada. Macperson extrajo extrajo una una bolsa bols a repleta repl eta de esterlinas esterl inas y se la ofreció. El indio la rechazó rechazó con un un gesto. gesto. —No sé qué hacer hacer con c on el oro —dijo. —dij o. —¿Eres —¿Eres rico? r ico? —Menos —Menos de lo l o que piensa. Soy un cazador de tigres de las l as Sunderbun Sunderbunds. ds. —¿Pero cómo cómo has llegado hasta aquí? aquí? —La —La jungla jungla negra negra ya ya no tiene tiene tigres. He venido hasta hasta el norte para encon e ncontrarl trarlos. os. —¿Y adonde vas ahora? —No lo sé. No tengo tengo patria, ni famil familia: ia: deambulo deambulo como como me me parece. parece . —¿Quieres —¿Quieres venir con c onm migo? Los ojos del indio centellearon. —Si necesita un hom hombre bre fuerte fuerte y valient vali ente, e, que no teme teme ni a las bestias ni a la ira de los dioses, dioses , soy s oy suyo. —Ven, —Ven, oh valient vali entee indio, y no no tendrás tendrás que quejarte de mí. El capitán capi tán giró giró sobre sus talones, pero se detuvo detuvo enseguida. enseguida. —¿Hacia —¿Hacia dónde crees que ha ha huido huido el tigre? —Muy —Muy lejos. —¿Será posible posibl e encontrarl encontrarlo? o? —No lo creo. Además, Además, yo me me encargo de matarle, matarle, y dentro dentro de poco tiempo. —Volvamos —Volvamos al bung bungalow. alow . Bharata, que había presenciado con estupor aquella escena, les esperaba junto al elefante. Corrió hacia el capitán. —¿Está —¿Está herido, amo? —le pregunt preguntóó con ansiedad. ansiedad. —No, mi buen sargento sargento —respondió Macperson—. Pero si no hubiera hubiera llegado lle gado este indio, ya no estaría con vida. —Eres un gran hombre hombre —respondió Bharata Bharata a Saranguy Saranguy—. —. Nunca Nunca he visto un golpe parecido; pareci do; t mantienes alta la fama de nuestra raza. Una sonrisa sonris a fue la única única respuesta del indio. Los tres hombres subieron al hauda y en menos de media hora llegaron al bungalow, ante el que les esperaban los cipai. cipai . Al ver a aquellos soldados, Saranguay arrugó el entrecejo. Parecía inquieto y asumió con gran dificultad un gesto altanero. Por fortuna nadie se dio cuenta de aquel movimiento, que fue, por otro lado, rápido como un rayo. —Saranguy —Saranguy —dijo el capitán, entrando entrando con Bharata—, si tienes hambre, hambre, te mostrarán la cocina; si
quieres dorm dor mir, elig eli ge la l a habitación que que más te agrade; agrade; si quieres cazar, ca zar, pide el e l arm ar ma que más más te convenga. convenga. —Gracias, —Gracias , amo amo —respondió el indio. El capitán entró en el bungalow. En cambio, cambio, Sarang Sar anguy uy se sent se ntóó al lado de la puerta. Su cara se s e había vuelto hosca y sus sus ojos oj os brill br illaban aban con una extraña inquietud. Se levantó tres o cuatro veces como queriendo entrar en el bungalow, pero siempre volvió a sentarse. Parecía como presa de una viva agitación. —Quién —Quién sabe qué suerte le espera a aqu a quel el hombre hombre —mu —murmuró rmuró con voz apagada—. Quizá Quizá la l a muerte. muerte. Es extraño, pero aquel hombre me interesa, me parece incluso que le amo. En cuanto le vi, noté que mi corazón se estremecía de un modo inexplicable; en cuanto oí su voz, me sentí como conmovido. No sé, pero aquel rostro se parece... No la nombremos... Calló, volviéndose aún más tétrico. —¿Estará —¿Estará él aquí? —se pregu pre gunt ntóó de pronto—. ¿Y ¿Y si no estuvier estuviera? a? Se levantó por quinta vez y se puso a pasear, con la cabeza inclinada sobre el pecho y la frente fruncida. Al pasar delante de una una estancia oyó unas unas voces voce s que procedían procedí an del in i nterior. terior . Se detuvo, levantando bruscamente la cabeza. Parecía indeciso; miró a su alrededor como queriéndose asegurar de que estaba solo, luego se dejó caer a los pies de la empalizada, aguzando el oído oíd o con c on much muchaa atención. a tención. —Te —Te lo digo yo —decía —de cía una voz—. El bribón ha hablado después de las amenaz amenazas as de muerte del capitán Macperson Macpers on.. —No es posible posibl e —decía —de cía otra voz—. Aquell Aquellos os perros thu thugs no se dejan int i ntimidar imidar con c on la muerte. He visto con mis propios ojos a decenas de thugs que se dejaban fusilar sin abrir la boca. —Pero el capitán Macpers Macperson on tiene tiene métodos métodos con los que ning ningun unaa criatu cri atura ra hum humana resiste. resis te. —Aquel —Aquel hombre hombre es muy fu fuerte. Se dejará dej ará arrancar ar rancar la piel antes antes de decir dec ir ni una una sola sol a palabra. palabr a. Saranguy escuchaba con atención y acercó aún más el oído a la empalizada. —¿Y dónde crees que lo han encerrado? —pregu —pr egunt ntóó la primera pr imera voz. —En el subterráneo —respondió la otra. —Aquel —Aquel hombre hombre es capaz de escapar. escapar . —Es imposible, dado que las paredes tienen un grosor enorme; enorme; además, además, uno uno de los nuestros le vigila. —No digo que que escape solo, sino con la ayuda ayuda de los thu thugs. —¿Crees —¿Crees que merodean merodean por estos alrededor al rededores? es? —La —La noche noche pasada hemos hemos oído unas unas señales, señales , y me me han dicho que que un cipai descubrió sombras. —Me haces haces temblar. —¿Tienes —¿Tienes miedo? miedo? —Puedes —Puedes creerl cr eerlo. o. Aquell Aquellos os maldi malditos tos lazos fallan pocas veces. vec es. —Te durará poco el miedo. —¿Por qué? qué? —Porque les darem dar emos os caza en su guarida guarida.. Nagapatn Nagapatnan an lo confesará confesará todo. Saranguy Saranguy,, al oír aquel nombre, nombre, se puso de pie, presa de una una gran excitación. Una Una sonrisa siniestra s iniestra se dibujó en sus labios y miró miró con aire feroz hacia hacia el bungalow bungalow.. —¡Ah! —¡Ah! —exclamó —exclamó con voz casi imperceptible—. ¡Negapat ¡Negapatnan nan está aquí! Los malditos aldi tos estarán contentos.
IV. MATAR PARA SER FELIZ Haba caído la tarde. El capitán Macperson durante el día no se dejó ver y ningún incidente había tenido lugar en el bungalow. Saranguy, después de deambular sin rumbo por allá, por los cobertizos y las empalizadas, prestando atención a las conversaciones de los cipai, se había recostado junto a un tupido matorral a unos cincuenta pasos de la casa, como si fuera a dormirse. Pero de vez en cuando levantaba prudentemente la cabeza y su mirada recorría rápidamente el territorio. Se diría que buscara algo, o que esperara a alguien. Pasó una larga hora. La luna se alzó en el horizonte, iluminando tenuemente los bosques y el curso del gran río, el cual discurría alegremente, chocando contra las riberas. Un grito agudo, el grito de un chacal, se oyó en la lejanía. Saranguy se levantó bruscamente, mirando a su entorno con recelo. —Por fin —murm —murmuró, uró, estremecié estremeciénndose—. Sabré Sabr é mi mi condena. condena. A doscientos pasos, en la sombra de un matorral, aparecieron dos puntos luminosos con reflejos verdosos. Saranguy se acercó los dedos a los labios y mandó un ligero silbido. Pronto los dos puntos luminosos se desplazaron hacia adelante. Eran los ojos de un gran tigre, el cual dejó oír un sordo rugido, típico de esta clase de animales. —¡«Darma»! —¡«Darma»! —llam —ll amóó el indio. i ndio. El tigre se agachó, estirándose en el suelo, y se puso a arrastrarse en silencio. Se paró justo delante de él, emitiendo un segundo rugido. —¿Estás —¿Estás herido? —pregu —pr egunt ntóó el indio, i ndio, con voz tembloros temblorosa. a. El tigre, por toda respuesta, abrió la boca y lamió las manos y la cara del indio. —Has desafiado un gran gran peligro, peli gro, pobre «Darma» «Darma» —agregó —agregó el indio con tono afectuoso—. afectuoso—. Será la última prueba. Pasó la mano por debajo del cuello de la bestia y allí encontró un pequeño papel rojo, enrollado y sujeto a un fino hilo de seda. Lo abrió con mano temblorosa, mirándolo emocionado. Había unos signos extraños hechos con tinta azul y una línea de sánscrito. —Ven, —Ven, ha ha llegado ll egado el mensajero mensajero —leyó. —l eyó. Un nuevo escalofrío agitó sus miembros y unas gotas de sudor brotaron de su frente. —Ven, —Ven, Darma Darma —dijo. Miró de reojo el bungalow, recorrió trescientos o cuatrocientos metros arrastrándose, seguido del tigre, luego luego penetró en el bosque de borasis. boras is. Caminó rápido unos veinte minutos, siguiendo un sendero apenas visible; luego se detuvo, llamando al tigre con un gesto. A veinte pasos de d e él, él , súbitament súbitamente, e, se había levant le vantado ado del suelo un hom hombre, bre, el cual le apuntó apuntó resuelto con el fusil fusil,, gritando: —¿Quién —¿Quién vive? —Kalí —respondió —r espondió Saranguy Saranguy.. —Acércate. Saranguy se acercó al indio, el cual lo examinó atentamente. —¿Eres —¿Eres quizás aquel a quien esperamos? esperamos? —le pregunt preguntó. ó. —Sí.
—¿Sabes quién quién te espera? —Kougli. —Kougli. —Sí que lo eres; ere s; síguem sígueme. e. El indio echó la carabina sobre el hombro y emprendió la marcha con paso silencioso. Saranguy y Darma Darma le l e sigu s iguier ieron. on. —¿Has —¿Has visto vi sto al capitán capi tán Macperson? —pregunt —preguntóó el guía guía al cabo de un moment omento. o. —Sí. —¿Qué —¿Qué hace? hace? —No sabría decirlo. decir lo. —¿Sabes algo de Negapatn Negapatnan? an? —Sí, sé que es prisionero prisi onero del capitán capi tán.. —¿Es —¿Es verdad verda d lo que dices? dices ? —Muy —Muy cierto. —¿Y sabes dónde le esconden e sconden?? —En los subt s ubterrá erráneos neos del bung bungalow. alow . —Se ve que son prudent prudentes es aquellos europeos. —Así parece. pare ce. —Pero tú lo pondrás pondrás en libertad. li bertad. —¿Yo? —¿Yo? —exclamó —exclamó Saranguy Saranguy.. —Creo que te van a dar este e ste encargo. encargo. —¿Quién —¿Quién te lo ha dicho? —No sé nada; calla y camina. camina. El indio i ndio enmudeció enmudeció y apretó el paso, pasando pas ando entre entre plan pla ntas de bam ba mbú y matorrales atorral es llenos l lenos de espinas. es pinas. De vez en cuando cuando se paraba par aba y examinaba examinaba el tronco de las palmeras tara, que encont encontraba raba a su paso. —¿Qué —¿Qué mira miras? s? —preguntó —preguntó Saranguy Saranguy sorprendido. sorpr endido. —Las —Las señales que indican indican el camino. —¿Ha —¿Ha cambiado Kouri Kouri de emplazam emplazamiento? iento? —Sí, porque los ingleses ingleses se han aproximado aproximado a su cabaña. —¿Ya? —¿Ya? —El capitán Macperson tiene a su servicio servi cio a unos buenos buenos sabuesos. Ten cuidado, Sarang Sar anguuy; podría ugarte una mala pasada cuando menos te lo esperes. Se paró, acercó las manos a la boca y emitió un grito similar al del chacal. Le respondió un segundo grito. —El camino camino está libre libr e —dijo —dij o el indio—. Sigue Sigue este sendero y llegarás ll egarás hasta la cabaña. Yo me quedo aquí vigilan vigila ndo. Saranguy obedeció. Al recorrer el sendero advirtió que detrás de cada árbol se agazapaba un indio, con un un carabina en la mano y el lazo la zo alrededor de la l a cint ci ntura. ura. —Nos vigilan bien —murm —murmuró—. uró—. Podremos Podremos pasar sin temor temor a que nos descubran los in i ngleses. Bien pronto llegó frente a una gran cabaña, construida con sólidos troncos de árbol, entre los que se abrían muchos huecos para que pudieran pasar las carabinas. El tejado estaba cubierto de hojas de latania y en lo alto al to había había una tosca estatua estatua de la l a diosa dios a Kalí. Kalí . —¿Quién —¿Quién vive? —pregu —pre gunt ntóó un indio, indio, sentado en el umbral umbral de la l a puerta, armado de carabi ca rabinna, puñal puñal y lazo. —Kalí —respondió —r espondió por segu se gunda nda vez Saranguy Saranguy.. —Pasa. Saranguy penetró en una pequeña habitación iluminada por un antorcha resinosa, que esparcía a s alrededor una luz tenue.
Estirado sobre una estera había un indio alto como el malvado Suyodhana, cubierto con aceite de coco, con el misterioso tatuaje sobre el pecho. Su cara, de color del bronce y adornada con una tupida barba negra, era dura y feroz. Los ojos, profundamente hundidos, brillaban con extraños destellos. —Salve, Kougli Kougli —dijo —dij o el indio, i ndio, levantándose levantándose enseguida—. enseguida—. Empezaba Empezaba a im i mpacientarme. pacientarme. —La —La culpa no es mía; mía; el cam c amino ino es largo. lar go. —Lo —Lo sé, amigo. Siéntate. Siéntate. ¿Cóm ¿Cómoo han ido las l as cosas? cosas ? —Muy —Muy bien; «Darma» «Darma» ha representado repre sentado su papel a la perfección. Si no hubier hubieraa estado preparado, prepar ado, habría destrozado la cabeza del capitán. —¿Lo —¿Lo había derribado? derri bado? —Sí. —Buen —Buen animal, animal, tu tigre. —No digo que que no. —Así que ¿estás ¿estás al servicio servi cio del capitán? —Sí. —¿En —¿En calidad de qué? —Como —Como cazador. —¿Sospecha —¿Sospecha algo? —¿Sabe que que te has has alejado al ejado del de l bung bungalow? alow ? —No lo sé. Pero Per o me me ha dado plena libertad liber tad de ir a los bosques bos ques o a cazar a la jungla. jungla. —No obstante, obstante, vigila. Aquel hombre hombre tiene cien ojos. —Lo —Lo sé. —Cuént —Cuéntam amee algo de Negapatn Negapatnan. an. —Ha llegado al bungalow bungalow ayer por la noche. noche. —Lo —Lo sé. Nada se escapa de mi control. ¿Dónde ¿Dónde le han escondido? escondido? —En el subterráneo. —¿Conoces —¿Conoces aquel aquel lug l ugar? ar? —Todavía —Todavía no, pero lo conoceré. Sé que sus paredes tienen un espesor enorme, enorme, y que un cipai armado monta guardia día y noche delante de su puerta. —Sabes más de lo que podía esperar. espe rar. Deja que te lo diga, eres un hombre hombre valiente. val iente. —El Caz Cazador ador de serpient serpi entes es de la jungla jungla negra negra es más fuerte fuerte y más astuto astuto de lo que tú crees — respondió Saranguy. —¿Sabes si Negapatnan Negapatnan ha ha hablado? —No lo sé. —Si aquel hombre hombre habla, nosotros estamos perdidos. —¿Desconfías —¿Desconfías de él? él ? —pregun —preguntó Saranguy Saranguy con un un ligero acento acento irónico. —No, puesto que Negapatn Negapatnan an es un gran jefe y es incapaz de traicionarn traici onarnos. os. Pero el capitán Macperson sabe atorment atormentar ar a sus prisi pr ision oneros. eros. Bueno, Bueno, vayamos vayamos al a l grano. grano. La frente de Saranguy se arrugó y un ligero temblor recorrió sus miembros. —Habla, —dijo —di jo con acento acento extraño. extraño. —¿Sabes por qué te he he llam ll amado? ado? —Lo —Lo adivino, adivi no, se trata... —De Ada Corisant. Al oír aquel nombre, la dura mirada de Saranguy se apagó, algo húmedo brilló entre sus pestañas y un profundo suspiro le salió de sus labios sin color. —¡Ada!... —¡Ada!... ¡Oh, ¡Oh, mi mi Ada!... —exclamó —exclamó con voz ahogada—. ahogada—. ¡Habla, Kougli, Kougli, habla, sufro demasia demasiado!... do!... Kougli miró al indio, que se había acurrucado y se apretaba la frente con las manos. Una sonrisa
satánica, una feroz carcajada salió enseguida de sus labios. —Tremal-Naik —Tremal-Naik —dijo —di jo con voz sepulcral—. sepulcral —. ¿R ¿Recuerdas ecuerdas aquella noche que te refugias refugiaste te en el pozo con tu Ada y el maharato? —Sí, la recuerdo —respondió con voz sorda Sarangu Saranguy, o mejor Tremal-Naik, el Caz Cazador ador de serpient serpi entes es de la jungla jungla negra. negra. —Tú estabas en nuestras nuestras manos. Bastaba con que Suyodh Suyodhana ana lo hubier hubieraa querido y vosotros tres, ahora, ahora, dormirías dormirías debajo de la tierra. —Lo —Lo sé. ¿Pero por qué me me recuerdas aquella a quella noche? noche? —Es necesario que te la recuerde. r ecuerde. —Date prisa, en e ntonces, tonces, no me me hagas hagas sufrir tanto. tanto. Me sangra sangra el corazón. corazón. —Seré breve. Los thug thugss habían pronunciado pronunciado vuestra sentencia sentencia de muerte, tú tenías tenías que que ser estrangulado, la virgen de la pagoda tenía que subir a la hoguera y Kammamuri morir entre las serpientes. —Pero Suyodh Suyodhana ana se opuso. —Negapatn —Negapatnan an había caído en poder de los ingleses ingleses y era preciso preci so salvarlo. salva rlo. Tú habías dado muchas uchas pruebas de ser un hombre audaz y lleno de recursos, él te indultó con la condición de que sirvieras a nuestras nuestras secta. _ —¡Prosigue! —¡Prosigue! —Pero tú amabas a aquella mujer que se s e llam ll amaa Ada. Era necesario cedértela para tener tener en ti a un fiel y dispuesto aliado. Nuestra diosa Kalí te la ofrece. —¡Ah! —¡Ah!... ... —exclamó Tremal-Naik, Tremal-Naik, poniéndose poniéndose de pie, pie , transfigurado—. transfigurado—. ¿Es ¿Es cierto ci erto lo que dices? dices ? —Sí, es verdad —dijo —di jo Kougli, Kougli, remarcando bien las palabras. palabr as. —¿Y será mi esposa? es posa? —Sí, será ser á tu esposa. Pero los l os Thugs Thugs exigen exigen algo de ti. —Acepto lo que sea. Por mi amada amada incendiaría toda la India. —Tendrás —Tendrás que matar. matar. —Mataré. —Mataré. —Tendrás —Tendrás que salvar sal var a hombres. hombres. —Los —Los salvaré, sal varé, aun a unque que tuviera tuviera que atacar una una ciudad llena ll ena de hom hombres bres arm ar mados. —Bien, escúcham escúchame. e. Se quitó un papel de la cintura, lo desplegó y lo miró unos instantes con profunda atención. —Los —Los thu thugs —dijo—, —dij o—, ya lo sabes, aman aman a Negapatn Negapatnan, an, que es valeroso, valer oso, emprendedor emprendedor y fuerte. fuerte. ¿Quieres tú a tu Ada? Libera a Negapatnan. Pero no basta. Suyodhana te ordena otra cosa. —Habla —dijo —dij o TremalTremal-Naik, Naik, estremeciéndose estremeciéndose involuntariamen involuntariamente—. te—. Te escucho. escucho. Kougli no abrió la boca. Miraba fijamente y de un modo extraño al Cazador de serpientes. —¿Y bien? —balbuceó TremalTremal-Naik. Naik. —Suyodh —Suyodhana ana te te cede a tu amada amada con la condición de que tú mates al capitán c apitán Macpers Macperson... on... —El capitán capi tán... ... —Macperson —repitió Kougli Kougli,, entreabr entreabriendo iendo los labios l abios con una una sonris sonrisaa cruel. —¿Y sólo por este precio preci o me me cederéis ceder éis a Ada? —Sólo a este es te precio. preci o. —¿Y si me negara? negara? —Es que ya ya no la amas. amas. —¿Yo? —¿Yo? ¿Qué ¿Qué te he dicho hace hace un moment omento? o? Por mi amada amada incendiaría la India. —Tienes —Tienes razón. razón. Pero en el caso que te negaras, la virg vir gen de la pagoda irá a la hoguera hoguera y Kammamuri morirá entre las serpientes. Ambos están en nuestro poder. ¿Qué dices? —Mi vida perten per tenece ece a Ada. Acepto. —¿Tienes —¿Tienes ya algún algún plan? plan?
—Ningun —Ninguno, o, pero lo l o encontraré. encontraré. —Hazm —Hazme caso, an a ntes libera li bera a Negapatn Negapatnan. an. —Lo —Lo liberar li beraré. é. —Nosotros te vigilarem vigilare mos. Si necesitas ayuda ayuda recurre a mí. —El Cazador de serpient serpi entes es puede actuar actuar sin si n los thug thugs. s. —Como —Como quieras, puedes marcharte. marcharte. Tremal-Naik no se movió. —¿Qué —¿Qué deseas? —pregu —pre gunntó Koug Kougli. li . —¿No —¿No puedo ver a aquella a quien amo?. amo?. —No. —¿Es —¿Es que sois de verdad inex i nexorabl orables? es? —Cum —Cumple la l a misi misión ón,, luego... aquell aquellaa mujer mujer será ser á tu esposa. Vete, TremalTremal-Naik, Naik, vete. El in i ndio se s e levant le vantoo embargado embargado por una una gran desesperación desesperac ión y se encam encaminó inó hacia hacia la sali s alida. da. —Tremal-Nai —Tremal-Naikk —dijo el estrangulador, estrangulador, en el moment momentoo en que que él atravesaba el e l umbral. umbral. —¿Qué —¿Qué quier quieres? es? —¡No —¡No olvides olvi des que nos nos urge urge la muerte muerte del capitán Macpers Macperson! on!... ...
V. LA FUGA F UGA DEL THUG Los astros empezaban a palidecer cuando Tremal-Naik, casi fuera de sí, aún conmocionado por la conversación manten mantenida ida con el estrangu estrangulador, lador , llegó l legó al bungalow bungalow del capitán Macperson. Un hombre estaba apoyado en la puerta y bostezaba, respirando con fruición el fresco aire de la mañana. Era el sargento Bharata. —¡Eh, —¡Eh, Sarangu Saranguy! —le gritó—. ¿De dónde dónde vienes? Aquella llamada sacó bruscamente a Tremal-Naik de sus pensamientos. Se giró, creyendo que el tigre le había seguido, pero el inteligente animal se había parado en el límite de la jungla. Bastó con un rápido gesto del amo para que desapareciese entre los bambúes. —¿De —¿De dónde vienes, mi mi valiente val iente cazador? cazador? —volvió —vol vió a pregu pr egunt ntar ar Bharata, yendo yendo hacia hacia su encuen encuentro. tro. —De la jungla jungla —respondió —r espondió TremalTremal-Naik, Naik, recomponien recomponiendo do los alterados rasgos de su cara. —¿Por la noche noche y solo? —¿Y por qué no? no? —Pero ¿y los tig ti gres? —No me me dan miedo. miedo. —¿Y las serpient serpi entes es y los rinoceron ri nocerontes? tes? —Los —Los desprecio. despr ecio. —¿Sabes, jovenzu jovenzuelo, que eres valient vali ente? e? —Así lo creo. c reo. —¿Has —¿Has encontrado encontrado a algu al guien? ien? —A unos unos tigres, tigres, pero no se me me han acercado. acerca do. —¿Y hombres? hombres? Tremal-Naik se sobresaltó. —¡Hom —¡Hombres! bres! —exclamó, —exclamó, fingiendo fingiendo sorpres s orpresa—. a—. ¿De ¿De dónde quieres que haya haya encontrado encontrado a hombres, ombres, por la l a noche, noche, en medio medio de la l a jun j ungla? gla? —Los —Los hay, hay, Saranguy Saranguy,, y más más de uno. uno. —No te creo. —¿Has —¿Has oído oí do hablar de los l os thug thugs? s? —¿Los —¿Los hombres hombres que estrangulan estrangulan?? —Sí, los l os que emplean emplean el lazo l azo de seda. —¿Y dices tú que están aquí? —pregun —preguntó TremalTremal-Naik, Naik, fing fingiendo iendo terror. —Sí, y si caes en sus sus manos manos te estrangu estrangular larán. án. —¿Pero por qué están aquí? —¿Sabes quién quién es el capitán Macpers Macperson? on? —Aún —Aún no no lo sé. sé . —Es el enemigo enemigo más más despiadado despi adado que tienen tienen los Thug Thugs. s. —Comprendo. —Comprendo. —Nosotros les hacemos hacemos la guerra guerra.. —También —También yo yo la haré. Odio a aquellos miserables. miserabl es. —Un —Un hombre hombre valient vali entee como como tú nos nos será útil útil.. Vendrás con nosotros cuando cuando batamos batamos la jungla. jungla. Mira, desde ahora te pongo como guardián de un estrangulador que ha caído en nuestras manos. —¡Ah! —¡Ah! —exclamó —exclamó Tremal-Naik, no pudiendo pudiendo contener contener un rayo de alegría que que le brilló bril ló en los l os ojos —. ¿Tenéis ¿Tenéis prisionero pris ionero a un thug thug?? —Sí, y es uno uno de los jefes.
—¿Cóm —¿Cómoo se llama? l lama? —Negapatn —Negapatnan. an. —¿Y yo lo vigilaré? vigilaré ? —Sí, le l e vigilarás. vigilar ás. Tú eres fuerte, valiente, y no escapará de ti. —Estoy seguro. seguro. Bastará con un un puñ puñetazo para reducirlo reducirl o a la impotencia impotencia —dijo —dij o Tremal-Naik. —Ven —Ven a la terraza. Dentro Dentro de poco verás a Negapatn Negapatnan an y puede que tengam tengamos os necesidad de tu coraje. —¿Para qué? qué? —pregunt —preguntóó TremalTremal-Naik Naik con inquietud. inquietud. —El capitán capi tán recurrirá recurrir á a alg al gún medio violento vi olento para que hable. hable. —Comprendo. —Comprendo. Seré carceler car celeroo y tortu torturador rador si es e s necesario. necesari o. —Eres muy muy perspicaz. Ven, Ven, mi mi valiente val iente Sarangu Saranguy. Entraron en el bungalow y subieron a la terraza. El capitán Macperson estaba allí y fumaba un cigarrillo, cigarri llo, tum tumbado con indolencia sobre s obre una pequeña pequeña ham hamaca aca de fibras de coco. —¿Me —¿Me traes algu a lguna na novedad, novedad, Bharata? —pregunt —preguntó. ó. —No, capitán. En cambio cambio os traigo a un acérrimo acérr imo enem enemigo igo de los thugs. thugs. —¿Eres —¿Eres tú, Sarangu Saranguy, este enem enemigo? igo? —Sí, capitán capi tán —respondió Tremal-Naik, con un un acento acento de odio natural naturalísi ísim mo. —Enton —Entonces, ces, bienven bi envenido ido seas. sea s. También También tú serás uno uno de los nuestros. —Lo —Lo espero. esper o. —Te advierto advier to que que se arrie ar riesga sga la piel. piel . —Si me la juego juego contra contra los l os tigres, puedo jugármela jugármela también también contra contra los l os hombres. hombres. —Eres un buen hombre, hombre, Sarang Sar anguy uy.. —Me enorgu enorgull llezco ezco de ello, ell o, capitán. —¿Cóm —¿Cómoo ha pasado la noche noche Negapatn Negapatnan? an? —pregunt —preguntóó Macperson, dirig diri giéndose al sargento. sargento. —Ha dormido dormido como uno uno que que tiene la conciencia tranquil tranquila. a. Aquel Aquel diablo di ablo es un hombre hombre de hierro. hierr o. —Pero se doblegará. dob legará. Ve a buscarl buscarlo: o: empezaremos empezaremos ensegu enseguida ida el interrogatorio. interrogatorio. El sargento dio media vuelta sobre sus talones y poco después regresó conduciendo a Negapatnan, sólidam sóli dament entee atado. El thug estaba tranquilísimo, incluso una sonrisa se dibujaba en sus labios. Su mirada se posó enseguida con curiosidad sobre Tremal-Naik, el cual se había situado detrás del capitán. —Y bien, queri querido do —dijo —dij o el capitán c apitán con acento sarcástico—, ¿cómo ¿cómo has pasado la noche? noche? —Creo que la he pasado mejor mejor que tú tú —respondió —respondió el estrangulador. estrangulador. —¿Y qué has has decidido? deci dido? —Que —Que no hablar hablaré. é. La mano mano del capitán corrió corri ó hacia la l a empuñadu empuñadura ra del sable. sable . —¿Son todos iguales iguales estos reptiles? reptil es? —gritó. —Me parece que sí —dijo —di jo el estrangulador. estrangulador. —Es demasiado demasiado pronto para afirmarl afirmarlo. o. Te dije dij e que poseo unos unos medios medios terribles. terribl es. —No lo bastante bastante terribles terri bles para pa ra los l os thug thugs. —Un —Unos medios que martiri martirizan zan a un hombre hombre hasta el punto punto de que anhelan anhelan la muerte. muerte. —Medios que no no sirven sir ven con nosotros. nosotros. —¿Ah, —¿Ah, sí? Lo veremos veremos cuando cuando te revuelques entre entre los espasmos más más tremendos. tremendos. —Puedes —Puedes empezar empezar enseguida. enseguida. El capitán capi tán palideció; palideci ó; luego luego un flujo de sangre sangre le l e subió hasta la cara. ca ra. —¿Así —¿Así pues, de verdad ve rdad no quier quieres es hablar? —le — le pregu pr egunt ntóó con voz ahogada ahogada por la l a ira. ir a. —No, no no hablaré. —¿Es —¿Es tu última última respuesta? Mira Mira... ...
—Es la última. —Está bien, ahora ahora actuaremos. actuaremos. ¿Bharata? ¿Bharata? El sargento se acercó. —¿Hay —¿Hay un un palo en el subterrá subterránneo? —Sí, capitán capi tán.. —Atarás fuertem fuertement entee a aquel hombre. hombre. —Bien, capitán. —Cuando —Cuando el sueño sueño lo venza, venza, lo mantendrás antendrás despierto despie rto a golpes de alfiler. alfil er. Si dentro dentro de tres días no habla, macerarás sus carnes a golpe de látigo. Si todavía se obstina, echarás aceite hirviendo, gota a gota, en sus heri heridas. das. —Confía —Confía en mí, mí, capitán capi tán.. Ayúdam Ayúdame, e, Saranguy. Saranguy. El sargen s argento to y Tremal-Naik Tremal-Naik se llevar l levaron on al estrang es trangulador, ulador, el cual c ual había escuch es cuchado ado la l a sent s entencia encia sin si n que que se alterar a lteraraa ni un múscu músculo lo de su rostro. Descendieron una escalera de caracol muy profunda y entraron en una especie de sótano muy amplio, sostenido por arcos e iluminado por un ventanuco abierto a ras del suelo, defendido por sólidas barras de hierro. En el medio se erguía un palo, en el que ataron al estrangulador. Bharata colocó a su lado tres o cuatro cuatro alfilere al fileress largos l argos y con la punta punta afiladísima. afiladí sima. —¿Quién —¿Quién vigilará? vigilar á? —preg —pre guntó untó TremalTremal-Naik. Naik. —Tú hasta esta noche, noche, luego te te sustituirá sustituirá un cipai. cipai . —Está bien. —Si nuestro nuestro hombre hombre cierra ci erra los ojos, oj os, pincha fuerte. fuerte. —Te obedeceré —respondió Tremal-Naik con calma calma glacial. glacial . El sargento subió la escalera. Tremal-Naik lo siguió con la mirada hasta que pudo; luego, cuando ya no se oyó nada, se sentó delante del estrangulador, que le miraba tranquilamente. —Escúcham —Escúchamee —dijo —dij o Tremal-Naik, bajando la voz. —¿Tam —¿También bién tú tienes algo que que decirm deci rme? e? —preguntó —preguntó Negapatn Negapatnan, an, con arrogancia. —¿Conoces —¿Conoces a Kougli? Kougli? El estrangulador se sobresaltó al oír aquel nombre. —¡Koug —¡Kougli li!! —exclamó—. —exclamó—. No sé quién quién es. —Eres pru pr udente, dente, está bien. bi en. ¿Con ¿Conoces oces a Suyodhan Suyodhana? a? —¿Tú —¿Tú quién quién eres? —pregu —pr egunt ntóó Negapatn Negapatnan, an, con manifiesto terror. —Un —Un estrangu estrangulador lador como como tú, tú, como Koug Kougli li,, como como Suyodhan Suyodhana. a. —Mientes. —Mientes. —Te —Te daré una una prueba de que que digo la l a verdad. Nuestra Nuestra sede no está en la jung jungla, ni en Calcut Calc uta, a, ni en las orillas del río sagrado, sino en los subterráneos de Raimangal. El prisionero contuvo con dificultad un grito de admiración. —¿Es —¿Es verdad verda d que tú tú eres uno uno de los nuestros? nuestros? —pregu —pr egunt ntó. ó. —Es verdad. —¿Pero por qué has has venido aquí? —Para salvarte. sa lvarte. —¿Salvarme? —¿Salvarme? —Sí. —¿Pero cómo? cómo? ¿Con qué medios? medios? —Déjame —Déjame actuar y antes antes de la l a medianoche medianoche estarás a salvo. sal vo. —¿Y huiremos huiremos juntos? juntos? —No, yo yo me me quedo aquí. aquí. Tengo Tengo otra misi misión ón que que cumpli cumplir. r.
—¿Una —¿Una vengan venganza? za? —Quizá —Quizá —dijo Tremal-Nai Tremal-Naikk con aire air e tétrico—. Ahora silencio, sil encio, y esperemos esperemos las la s tinieblas. tinieblas . Dejó al prisionero y se sentó a los pies de la escalera, esperando pacientemente la noche. El día pasó con lentitud. El sol desapareció por detrás del horizonte y la oscuridad se hizo profunda en el sótano. Era el momento oportuno para actuar. Dentro de una hora o quizá menos el cipai bajaría. —Manos —Manos a la obra —dijo —dij o Tremal-Naik, levantándose levantándose con brusqu br usquedad edad y sacando sa cando de su cint ci ntuura dos limas inglesas. —¿Qué —¿Qué teng tengoo que hacer? hacer? —pregunt —preguntóó Negapatn Negapatnan, an, con emoción. emoción. —Tienes que que ayudarme ayudarme —respondió TremalTremal-Naik—. Naik—. Cortaremos Cortaremos los barrotes barr otes del tragaluz. tragaluz. —¿No —¿No descubrirán descubrir án que que me me has ayudado ayudado a huir? huir? —No se darán cuenta cuenta de nada. Aflojó las ataduras que sujetaban el cuerpo, los brazos y los pies del prisionero, y ambos acometieron acometieron con vigor a los hierros, procurando no no hacer ruido. Ya habían serrado tres barrotes y sólo quedaba uno, cuando Tremal-Naik advirtió un crepitar de pasos en la escalera. —¡Deten —¡Detente! te! —dijo rápidam rápi dament ente—. e—. Alguien Alguien baja. —¿Será el cipai? ci pai? —Seguro, —Seguro, que es él. él . —Enton —Entonces ces estamos perdidos. —Todavía no. ¿Sabes ¿Sabes echar el lazo? —Nunca —Nunca he he fallado falla do el golpe. Tremal-Naik desató el lazo que llevaba alrededor de su cuerpo, escondido por el dubgah, y se lo dio. —Ponte —Ponte al lado l ado de la puerta puerta —le dijo, dij o, sacando el puñal—. puñal—. Mata al primero pr imero que que entre. entre. Negapatnan obedeció, cogiendo el lazo con la mano derecha. TremalTremal-Naik Naik se colocó coloc ó delan dela nte suyo, suyo, detrás del marco de la l a puerta, con el puñal puñal levant l evantado. ado. El ruido de pasos iba acercándose. De pronto una luz iluminó la escalera y apareció un cipai, desenvainando una cimitarra. —Atento, —Atento, Negapatn Negapatnan an —susurró —susurró Tremal-Naik. La cara del Thug se volvió terrible. Los ojos lanzaban siniestros destellos, los labios dejaban los dientes al desnudo, la nariz se le dilataba. Parecía una bestia sedienta de sangre. El cipai se detuvo en el último tram tra mo. —¡Sarangu —¡Saranguy! y! —llam —ll amó. ó. —Baja —dijo —di jo Tremal-Naik—. No se ve nada. —Está bien —respondió aquél, y atraves atravesóó el umbral umbral del sótano. Negapatnan no esperó más. El lazo silbó en el aire y se estrechó con tanta fuerza alrededor del cuello del cipai, cipai , que cayó al suelo sin si n soltar ni un lamento. lamento. —¿Teng —¿Tengoo que estrangu estrangular larlo? lo? —pregu —pr egunt ntóó el Thug Thug, poniendo un un pie sobre el pecho del caído. —Es necesario —dijo —di jo Tremal-Naik, fríamente. fríamente. Negapatnan tiró del lazo. La lengua del cipai salió un palmo de su boca, los ojos le salieron de las órbitas y la piel que era morena se volvió negra. Agitó los brazos unos instantes, luego se puso rígido. Estaba muerto. —Que —Que la diosa di osa Kalí reciba reci ba su sangre sangre —dijo —di jo el fanático, fanático, aflojando afloj ando el lazo. —Démonos —Démonos prisa, ant a ntes es de que baje alguien alguien más. más. Se dedicaron dedic aron otra vez al tragaluz y rompier rompieron on el cuarto barrote. —¿Pasarás? —pregu —pr egunt ntóó Tremal-Naik.
—Pasaría —Pasarí a por un hueco hueco much muchoo más más estrecho. estre cho. —Está bien. Ahora Ahora átame bien fuerte fuerte y amordázam amordázame. e. El thug le miró con sorpresa. —¿Que —¿Que te te ate? ¿Y por qué? qué? —pregunt —preguntó. ó. —Para que no no sospechen que que yo soy uno uno de los tuyos. tuyos. —Comprendo. —Comprendo. Eres más astuto astuto que que yo. TremalTremal-Naik Naik se echó en el suelo junto junto al cadáver del cipai, cipai , y Negapatn Negapatnan an lo ató y lo amordazó. amordazó. —Eres un buen hombre hombre —dijo —di jo el thug thug—. —. Si un día necesitas necesi tas a un amigo amigo fiel, acuérdate de mí. Adiós. Después de haberse armado con las pistolas del cipai, corrió hacia el ventanuco, penetró por el mismo y desapareció. desapareci ó. Aún no habían transcurrido ni diez segundos, cuando se oyó un golpe de fusil y una voz gritó: —¡Alar —¡Alarm ma! ¡Un ¡Un hom hombre bre huye! huye!
VI. LA LIMONADA QUE DESATA LA LENGUA Tremal-Naik al oír aquel grito se puso de rodillas, presa de una viva inquietud. Al golpe de fusil le siguió otra detonación, luego una tercera y por fin una cuarta. En el bungalow comenzó un gran griterío, que hizo estremecer al Cazador de serpientes. —¡Mira —¡Mira hacia la jun j ungla! gla! —gritaba —gritaba una una voz. —¡Alar —¡Alarm ma! —gritaba —gritaba otra. —¡Al —¡Al elefan el efante! te! ¡Al ¡Al elefante! —¡Todos fuera! fuera! Se oyeron relinchos de caballos, un precipitado galope y un bramido formidable que cubrió todos aquellos ruidos. TremalTremal-Naik, Naik, con la frente llena de grandes grandes gotas de su s udor, escuchaba escuchaba conteniendo conteniendo la respiraci respi ración ón.. —¡Corre, Negapatnan! Negapatnan! ¡Corre! ¡Corre! —murm —murmuró, uró, como como si el fug fugitivo estuviera tan cerca que que pudiera oírlo oírl o —. Si te cogen, cogen, todos estamos estamos perdidos. perdi dos. Haciendo un gran esfuerzo se puso de pie y empezó a dar saltos, todo lo que le permitían las cuerdas, hacia el tragaluz. Un ruido de pasos rápidos en la escalera le detuvo. —Bajan —mu —murmuró, rmuró, echándose echándose ensegu enseguida por el suelo—. Hace falta sangre sangre fría y audacia. Quién Quién sabe, quizá Negapatnan logrará llegar hasta Kougli. Empezó Empezó a debatirse, debatirse , fingiendo fingiendo que se quería liber l iberar ar de las ataduras ataduras y lanzando lanzando gritos gritos entrecortados. entrecortados. Ya estaba. Bharata bajaba los escalones de cuatro en cuatro, y se precipitó en el sótano dando un terrible grito. —¿Huido?... —¿Huido?... ¿Huido?... ¿Huido?... —gritó, hiri hiriéndose éndose el pecho con las uñas. uñas. Corrió como como un tigre hacia el tragaluz. tragaluz. Un Un segundo segundo gritó gritó sali s alióó de sus labios labi os ardientes. ar dientes. —¡Ah! —¡Ah! ¡Miser ¡Miserable! able! Dio una mirada por el interior. Vio a Tremal-Naik revolcándose por el suelo y lanzando sordas imprecaciones. Enseguida Enseguida se fue fue a su lado. —¡Vivo!... —¡Vivo!... —exclamó, —exclamó, arrancán arr ancándole dole la l a mordaza. mordaza. —¡Maldi —¡Malditos tos thug thugs! s! —gritó —gritó Tremal-Naik con voz quebrada—. quebrada—. ¿Dónde... ¿Dónde... está... aquel perro?... perro? ... ¡que ¡que le arranco el corazón! —¿Qué —¿Qué ha pasado?... ¿C ¿Cóm ómoo huyó?... huyó?... ¿C ¿Cóm ómoo es que estás atado?. Habla, Saranguy Saranguy,, habla —dijo —dij o Bharata, Bharata, fuera de sí. sí . —Nos ha ha burlado. ¡Poderoso Brahma! Brahma! ¡He ¡He caído caí do en la trampa trampa como como un estúpido! estúpido! —Pero explícate ya: no me queda sangre sangre en las venas. ¿Cómo ¿Cómo consiguió consiguió evadirse? evadir se? ¿Quién ¿Quién cortó los barrotes barro tes del tragaluz? tragaluz? —Fueron —Fueron ellos. ellos . —¿Quién —¿Quién ellos? ell os? —Los —Los thug thugs. s. —¿Los —¿Los thug thugs? s? —Sí, todo estaba preparado pre parado para par a que hu huyera. —No entiendo entiendo nada. nada. Es im i mposible posibl e que los thug thugs hayan hayan venido venido hasta aquí. —Pero han venido. Yo los he visto con mis propios propi os ojos, y por poco no me estrang e strangularon ularon como a aquel aquel pobre cipai. ci pai. —¿Han —¿Han estrangu estrangulado lado al cipai? cipai ? —Sí, al que tenía tenía que que sustituirme sustituirme en la guardia. guardia. —Cuent —Cuenta, a, explícate. Sarang Sar anguy uy.. ¿Cóm ¿Cómoo sucedió todo?
—El sol se había puesto puesto —dijo —dij o Tremal-Naik—; yo estaba sentado sentado frente frente al prisionero, pris ionero, el cual no separaba sus ojos de los míos. Pasaron tres horas, sin que hiciera ni un solo movimiento. De pronto sentí que mis párpados me pesaban, y un entumecimiento, una somnolencia inexplicable, se apoderaron de mí. Negapatnan sentía la misma somnolencia y bostezaba ostentosamente. Me resistí un rato; luego,sin saber cómo, caí hacia atrás y me dormí. Cuando volví a abrir los ojos estaba atado y amordazado y los barrotes del tragaluz se encontraban por el suelo. Dos thugs estaban estrangulando a un pobre cipai. Traté de defenderme, de gritar, pero me fue imposible. Los thugs, después de realizar su crimen, salieron por el tragaluz tragaluz y desaparecier desapare cieron. on. —¿Y Negapatn Negapatnan? an? —Había huido huido antes que que nadie. —¿Y no sabes la causa ca usa de aquell aquellaa irresi ir resistible stible somnolen somnolencia? cia? —No sé nada. —¿No —¿No introdujer introdujeron on nada nada en el sótano? —No vi nada. —Ellos te han han dormido dormido con unas unas flores flore s que desprenden un poderoso narcótico. —Así será. ser á. —Pero volveremos vol veremos a coger a Negapatn Negapatnan. an. He He puesto tras tras su s u pista a unos unos hombres hombres que valen. —También —También yo yo soy un un buen buen buscador buscador de huell huellas. as. —Lo —Lo sé, y harás muy bien poniéndote poniéndote enseguida enseguida en marcha. marcha. Tenemos enemos que prenderlo pre nderlo a toda costa o por lo menos traer a otro thug. —Yo me me encargo de ello. Bharata le soltó las ligaduras. Subieron la escalera y salieron del bungalow. —¿Qué —¿Qué camino camino ha ha tomado? tomado? —pregu —pre gunt ntóó TremalTremal-Naik, Naik, que que se había provisto pr ovisto de un fusil fusil de dos balas. bal as. —Ha penetrado penetrado en la l a jungla. jungla. Camina Camina recto por aquel sendero y encontrarás encontrarás sus huellas. Ve, corre, corre , ya que que el bribón debe estar es tar muy muy lejos. lej os. Tremal-Naik se puso el fusil fusil al hombro ombro y salió sal ió corriendo, corri endo, encam encaminán inándose dose hacia la jungla. jungla. Bharata le seguía con la mirada, con la frente arrugada, como presa de una profunda preocupación. —¿Y si fuera verdad? —se preg pre guntó untó de pronto. pronto. Una rápida contracción turbó su rostro, que asumió una actitud apesadumbrada. —¡Nysa! —¡Nysa! ¡Nysa! ¡Nysa! —gritó. —gritó. Un indio que estaba al lado del tragaluz, examinando las huellas con detenimiento, acudió. —Aquí —Aquí estoy, sargento sargento —le dijo. dij o. —¿Has —¿Has examinado examinado bien las huell huellas? as? —le —l e pregun preguntó Bharata. Bharata. —Sí, con much muchaa atención. atención. —Y bien, ¿cuán ¿cuántos tos hom hombres bres han salido del sótano? sótano? —Un —Uno solo. solo . Bharata hizo un gesto de sorpresa. —¿Estás —¿Estás seguro seguro de que no te te equivocas? —Segurís —Segurísimo, imo, sargento. sargento. Sólo ha salido Negapatn Negapatnan. an. —Está bien. ¿V ¿Ves a aquel hombre hombre que corre hacia la jun j ungla? gla? —Sí, es Saranguy Saranguy.. —Síguelo: —Síguelo: teng tengo que saber adonde va. —Confía —Confía en mí mí —respondió —r espondió el indio. i ndio. Esperó a que Tremal-Naik hubiera desaparecido por detrás de los. árboles y luego partió veloz como un corzo, intentando mantenerse escondido por detrás de los matorrales de bambú. Bharata, satisfecho, entró en el bungalow y fue hasta el capitán, quien caminaba por la terraza con paso agitado, desahog desa hogando ando su cólera con sordas imprecaciones.
—¿Y pues? —le preg pre guntó, untó, en cuant cuantoo vio al sargento. sargento. —Hemos —Hemos sido si do traicionados, traici onados, capitán. —¿Trai —¿Traicionados?... cionados?... ¿y por quién? —Por Saranguy Saranguy.. —¡Por Saranguy Saranguy!... !... ¡Por un un hom hombre bre que me me salvó sal vó la vida!... vi da!... ¡Es imposibl imposible!... e!... —Tengo —Tengo pruebas. pruebas. —¡Habla! —¡Habla! Bharata en pocas palabras le informó de lo que había sucedió y de lo que había visto. El capitán Macperson era el colmo de la sorpresa. —¡Sarangu —¡Saranguyy traid traidor! or! —exclamó—. —exclamó—. ¿Pero por qué enton entonces ces no ha ha huido huido con Negapatn Negapatnan? an? —No lo sé capitán capi tán,, pero lo l o sabrem sabre mos dentro de poco. Nysa Nysa seguirá al traidor. tra idor. —Si esto es verdad, ¡le hago fusilar! fusilar! —No haga haga nada, nada, capitán capi tán.. —¿Por qué? qué? —Porque tenem tenemos os que hacerl hacerlee hablar. Aquel hom hombre bre sabrá sa brá lo l o mismo mismo que que Negapatn Negapatnan. an. —Tienes razón. razón. El capitán volvió a mirar hacia la jungla. Bharata dirigió su mirada hacia el río, intentando escuchar los ruidos lejanos. l ejanos. Pasaron Pas aron tres largas lar gas horas, nadie regresó, r egresó, ni se s e oyó ningú ningúnn grito, grito, ningu ninguna na detonación. detonación. El capitán Macperson, impacientado, iba a dejar la terraza para marcharse a la jungla cuando Bharata dejó escapar un grito de alegría. —¿Qué —¿Qué pasa? —Mire allá al lá a lo l o lejos, lej os, capitán capi tán —dijo —dij o el sargen s argento. to. —¡Un —¡Uno de los nuestros nuestros que viene corriendo! corri endo! —Es Nysa. Nysa. —Pero viene vi ene solo. ¿Habrá hu huido Sarang Sar anguy uy?? —No lo creo. Nysa Nysa no regresaría. regresarí a. El indio llegaba con la velocidad de una flecha, girándose hacia atrás con c on frecuen frecuencia, cia, como como si temier temieraa que le siguier siguieran. an. —¡Sube, —¡Sube, Nysa! Nysa! —gritó —gritó Bharata. —¡Date —¡Date prisa!, pris a!, ¡date ¡date prisa! pri sa! —dijo —dij o el capitán, ca pitán, que que ya no no se podía podí a estar quieto de impaciencia. El indio subió la escalera sin dejar de correr y llegó jadeando, desencajado, a la terraza. Sus ojos brillaban brill aban de de alegría. —¿Y bien? —pregunt —preguntaron aron a una una sola voz el capitán capi tán y el sargento, sargento, corriendo hacia él. —Lo —Lo he descubierto todo. Saranguy Saranguy es un thug thug.. —¡Ah! —¡Ah! ¿No ¿No te equivocas? —preguntó —preguntó el capitán capi tán con voz aguda. aguda. —No, no no me me equivoco: tengo tengo pruebas. —Cuent —Cuenta, a, Nysa, Nysa, quiero saberl s aberloo todo. Aquel Aquel miserable miserabl e va a pagar caro car o lo sucedido s ucedido con Negapatn Negapatnan. an. —He seguido seguido sus huell huellas as hasta la jungla jungla —dijo —dij o Nysa—. Nysa—. Allí las perdí, perdí , pero no tardé en encontrarlas cien metros más adelante. Aceleré el paso y al cabo de poco le vi. Caminaba rápidamente, pero con precaución, girándose hacia atrás con frecuencia y apoyando de vez en cuando la oreja en el suelo. Veinte minutos después oí que mandaba un grito y vi que salía un indio de entre el follaje. Era un thug, un verdadero estrangulador, con el pecho tatuado y la cintura rodeada por un lazo. No pude oír su conversación, pero Saranguy, antes de separarse, dijo en voz alta a su compañero: «Avisa a Kougli de que yo regreso al bungalow y que dentro de pocos días tendrá la cabeza». Se separaron tomando dos caminos diferentes. Yo ya sabía bastante y he vuelto aquí. Saranguy no debe estar lejos. —¿Qué —¿Qué te te decía, decí a, capitán capi tán?? —pregunt —preguntóó Bharata. Bharata.
Macperson no respondió. Con los brazos apretados con fuerza alrededor del pecho, la mirada ardient ardi ente, e, estaba e staba in i nmerso en tétricos pensam pe nsamientos. ientos. —¿Quién —¿Quién es ese Koug Kougli? li ? —pregunt —preguntóó de pronto. —Lo —Lo ignoro ignoro —respondió —re spondió Nysa. Nysa. —Sin duda duda un jefe de los l os thug thugs —dijo —dij o Bharata. Bharata. —¿De —¿De qué cabeza hablaba hablaba el miserable? miserabl e? —No sabría decirlo, decir lo, capitán capi tán.. El no dijo nada más. más. —¿Podría aludir a una una de las la s nuestras? nuestras? —Es posible posibl e —dijo —dij o el sargen s argento. to. El capitán estaba preocupado. —Tengo —Tengo un un extraño extraño presentimien presentimiento, to, Bharata Bharata —murm —murmuró—. uró—. Creo que estaba hablando hablando de mi mi cabeza. cabe za. —En cambio cambio nosotros mandarem mandaremos os la suya suya al señor Kougli. Kougli. —Así lo espero. e spero. ¿Qué ¿Qué haremos haremos con Saranguy Saranguy?? —Tiene que que hablar. —¿Y hablará? —Con el fuego fuego se consigue consigue todo. —Ya sabes que son más más testarudos que que los mulos aquellos a quellos reptiles r eptiles.. —¿Se trata trata de hacerle hacerl e hablar, capitán capi tán?? —pregun —preguntó Nysa—. Nysa—. Yo me me encargo de ello. —¿Tú...? —¿Tú...? —Bastará con hacerl hacerlee beber una limonada. limonada. —¡Un —¡Una lim li monada!... onada!... Tú estás loco, Nysa. Nysa. —¡No, —¡No, capitán! —exclamó —exclamó Bharata—, Bharata—, Nysa Nysa no está loco. También ambién yo he oído hablar de una una limonada que desata la lengua. —Es verdad ver dad —dijo —di jo Nysa—. Nysa—. Con unas unas cuantas cuantas gotas de limón l imón mezcladas con el zum zumo de la youm youma y a una bolita de opio, se hace hablar a cualquiera. —Ve —Ve a preparar prepara r esa lim li monada —dijo —dij o el capitán—. Si tienes éxito en tu intento, intento, te regalo veinte rupias. El indio no se lo hizo decir dos veces. Unos instantes después volvía con tres grandes tazas de limonada, colocadas encima de un bellísimo plato de porcelana china. En una de ellas ya había hecho disolver disol ver la l a bolita boli ta de opio y el zum zumo de la l a youm youma. Tremal-Naik apareció entonces en el borde de la jungla, seguido de tres o cuatro buscadores de pistas. Por su aspecto, aspe cto, el capitán comprendió comprendió que Negapatn Negapatnan an no no había sido s ido locali l ocalizado. zado. —No importa importa —murm —murmuró—. uró—. Sarangu Saranguy hablar hablará. á. Estemos Estemos en guardi guardia, a, Bharata, para que el rastrero rastrer o no sospeche nada, y tú, Nysa, di que pongan inmediatamente los barrotes en el tragaluz del sótano. Dentro de poco lo vamos a necesitar. TremalTremal-Naik Naik llegaba ll egaba entonces entonces delante del bungalow. bungalow. —¡Eh! —¡Eh! ¡Saranguy ¡Saranguy!! —gritó Bharata, Bharata, avalanzándose avalanzándose sobre el parapeto—. ¿C ¿Cóm ómoo va? ¿Habéis ¿Habéis descubierto al bribón? TremalTremal-Naik Naik dejó caer ca er los brazos haciendo un un gesto gesto de desánimo. desánimo. —Nada, sargento sargento —respondió—. Hemos Hemos perdido perdi do las huellas. —Ven —Ven aquí; aquí; tenem tenemos os que saberlo saberl o todo. Tremal-Naik, que no sospechaba nada, no se hizo repetir la invitación y poco después se presentó unto al capitán Macperson, que se había sentado detrás de una mesita con la limonada enfrente. —Y bien, mi valient vali entee cazador —dijo —dij o el capitán, con una sonrisa benevolente—, benevolente—, ¿no ¿no habéis encontrado a aquel infame? —No, capitán. A pesar de que hem hemos os buscado por todas partes. par tes.
—¿Y ni tan sólo habéis localizado local izado sus huellas? huellas? —Sí, las l as hemos hemos descubierto des cubierto y seguido seguido durante durante un un buen buen trecho; trecho; luego luego no fue fue posible posi ble volver a dar con ellas. ell as. Parece Par ece que aquel maldi maldito to Negapatn Negapatnan an ha ha atravesado atraves ado el bosque pasando de un árbol al otro. —¿Y no se ha ha quedado nadie nadie en e n el bosque? —Sí, cuatro cipai. cipai . —¿Hasta —¿Hasta dónde has has ido tú? tú? —Hasta la parte extrema extrema del bosque. —Debes estar cansado. Bebe esta es ta limonada, limonada, que te sentará sentará bien. bi en. Al decir esto le ofreció la taza. Tremal-Naik se la bebió toda de un solo trago. —Dime, —Dime, Saranguy Saranguy —añadió —añadió el capitán—, ¿crees ¿crees tú que hay hay thu thugs gs en el bosqu bosq ue? —No lo creo. —¿No —¿No conoces a ningu ninguno no de aquell aquellos os hombres? hombres? —¿Conocer... —¿Conocer... yo... a aquellos hombres? hombres? —exclamó —exclamó Tremal-Naik, inquieto inquieto y nervi nervioso. oso. —¿Y por qué no? no? Tú has has vivido viv ido mucho mucho tiempo tiempo en el bosque. bos que. —No es verdad. —En cambio cambio me dijeron que te te han visto hablar con co n un un indio indio sospechoso. so spechoso. Tremal-Naik le miró sin responder. Poco a poco sus ojos se habían inflamado y brillaban como dos carbones ardientes. ar dientes. Su cara había tomado tomado un color más oscuro, osc uro, sus rasgos estaban alterados. —¿Qué —¿Qué tienes tienes que responder? —pregunt —preguntóó el capitán ca pitán Macpers Macperson on,, con acento acento ligeram li gerament entee burlón. —¡Thug —¡Thugs! s! —balbuceó —ba lbuceó el Caz Cazador ador de serpient serpi entes, es, agitando agitando locamente locamente los l os brazos y estallando estall ando en una una carcajada—. ¿Yo he hablado con un thug? —Atento —Atento —mu —murmuró rmuró Bharata al oído del de l capitán capi tán—, —, la limon l imonada ada ya le hace efecto. —¡Vam —¡Vamos, os, habla ya! —le instó Macpers Macperson. on. —Sí, recuerdo que he hablado con un thug thug cuando cuando estaba en el lím lí mite del bosque. ¡Ah! ¡Ah!... ... ¡Ah! ¡Ah! Y pensaban que yo buscaba a Negapatnan. ¡Qué estúpidos... ¡ah!... ¡ah!... ¿Seguir yo a Negapatnan? Yo que he trabajado tanto tanto para que pudier pudieraa escapar... es capar... ¡ah! ¡ah! ¡ah!... ¡ah!... Y Tremal-Naik, presa de una especie de alegría febril, irresistible, empezó a reír como un borracho, sin saber lo que decía. —Adelante, —Adelante, capitán capi tán —exclamó —exclamó Bharata—. Bharata—. Lo sabremos todo. todo. —El miser miserable able está e stá perdido perdi do —dijo —dij o Macperson. —Calma, —Calma, capitán capi tán.. Y puesto puesto que va a halar halar,, incitémosle. incitémosle. —Tienes razón. razón. Va, Va, Saranguy Saranguy... ... —¡Sarangu —¡Saranguy! y! —interrumpió —interrumpió el pobre embria embriagado, gado, riendo sin parar—. parar —. Yo no soy Sarangu Saranguy... Qué Qué estúpido eres, amigo mío, pensando que me llamo Saranguy. Yo soy Tremal-Naik... Tremal-Naik, de la ungla negra, el Cazador de serpientes. ¿No has estado nunca en la jungla negra? Peor para ti; no has visto lo bonita que es. ¡Oh, qué estúpido que eres!, ¡qué estúpido! —De verdad que soy un estúpido —dijo el capitán, c apitán, procurando refrenarse—. refrenarse—. ¡Ah! ¡Ah! ¿T ¿Túú eres TremalTremalNaik? ¿Y por qué has cambiado de nombre? —Para alejar al ejar posibles posibl es sospechas. sos pechas. ¿No ¿No sabes que yo yo quería entrar a tu servicio? servici o? —¿Y para qué? —Así lo querí querían an los thug thugs. s. Me han dado la vida y me darán también también a la virgen de la pagoda... ¿Conoces tú a la virgen de la pagoda? No, pues peor para ti. Es hermosa, ¿sabes?, muy hermosa. Haría enloquecer a Brahma, Siva y también a Visnú. —¿Y dónde está esta virgen de la pagoda? —Lejos —Lejos de aquí, muy muy lejos. lej os. , —¿Pero dónde? dónde? —No te lo digo. Podrías robármela.
—¿Y quién la tiene? —Los —Los thug thugs, s, pero me la l a darán d arán como esposa. Yo Yo soy s oy fuerte, fuerte, valient vali ente. e. Haré todo lo que ellos ell os quier quieran an para tenerla tenerla.. Mientras tanto Negapatn Negapatnan an está libre l ibre.. —¿Es —¿Es que tienes tienes que cum cumplir alguna alguna cosa?... —¿Cum —¿Cumpli plir?... r?... ¡Ah! ¡Ah!... ... ¡Ah! ¡Ah!... ... Debo... comprendes... llevar l levar una una cabeza... c abeza... ¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!... Me haces reír reí r como un tonto. —¿Por qué? qué? —preguntó —preguntó Macpers Macperson, on, que que iba de sorpresa sorpr esa en sorpresa sorpr esa al oír aquellas revelac r evelaciones. iones. —Porque la cabeza que teng tengoo que cortar... ¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah! ¡Ah!... ... Es la l a tuy tuya... —¡La —¡La mía! mía! —exclamó —exclamó el capitán, ca pitán, poniéndose poniéndose de pie—. pie —. ¿Mi ¿Mi cabeza? cabe za? —Pues... —Pues... sí... s í... sí.... s í.... —¿Y a quién tienes tienes que llevársela llevár sela?? —A Suy Suyodhana. odhana. —¿Suyodh —¿Suyodhana.? ana.? ¿Qu ¿Quién ién es? —¡Cómo! —¡Cómo! ¿No ¿No le conoces? Es el jefe de los lo s thug thugs. s. —¿Y sabes dónde está su guarida? guarida? —Sí que lo sé. —¿Dónde? —¿Dónde? —En... —En... en... —Habla, dímelo —gritó el capitán, ca pitán, echándosele echándosele encima encima y apretándole apretándole furiosamente furiosamente las muñecas. muñecas. —¿Tan —¿Tan curios curiosoo eres? eres ? —Sí, tengo tengo curiosidad curiosida d de saberlo. saber lo. —¿Y si no quisiera decirlo? decir lo? El capitán, movido por una terrible emoción, lo sujetó por el cuerpo y lo levantó hacia arriba. —Aquí —Aquí abajo abaj o está el río r ío —le —l e dijo—. dij o—. Si no me me lo dices, di ces, te tiro tir o dentro. dentro. —Tú quieres burlarte burlar te de mí. mí. ¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah! ¡Ah! —Sí, es verdad, quiero burlarme de ti. Dime Dime dónde está Suyodh Suyodhana. ana. —Qué —Qué estúpido que que eres. eres . ¿Dónde ¿Dónde quier quieres es que esté, si no es en Raimang Raimangal? al? —¡Ah! —¡Ah!... ... ¡Repítelo!... ¡Repítelo!... —En Raimang Raimangal, al, te he dicho. El capitán Macperson lanzó un grito, luego se desplomó en la silla, murmurando: —¡Ada!... —¡Ada!... ¡Oh, ¡Oh, Ada Ada mía! mía! ¡Por fin estás a salvo!... s alvo!...
VII. LAS FLORES QUE HACEN DORMIR Cuando Tremal-Naik volvió en sí, se encontró encerrado en un estrecho subterráneo, iluminado a través de un pequeño pequeño agujero agujero defendido por una doble hilera hil era de barrotes. bar rotes. Estaba Es taba fuertem fuertement entee atado a dos anillas anil las de hierro sujetas en un un palo. Al principio se imaginó que tenía una pesadilla, pero bien pronto se dio cuenta de que realmente era prisionero. Una vago miedo se apoderó entonces de aquel hombre, que no obstante había dado pruebas de un valor sobrehumano. Trató de ordenar sus ideas, pero en su cabeza reinaba una confusión que no lograba disipar. Recordaba vagament vagamentee a Negapatn Negapatnan, an, su fug fuga, a, preparada pr eparada por él, él , pero per o aquí acababan aca baban sus recuerdos. —¿Quién —¿Quién puede haberme haberme traicionado? traici onado? —se pregunt preguntó, ó, estremeciéndose—. estremeciéndose—. ¿Qu ¿Qué pasará ahora conmigo? ¿Qué es esta niebla que me ofusca las ideas? ¿Será que me han embriagado con alguna bebida que no conozco? Trató de levant l evantarse arse,, pero cayó ensegu enseguida; ida; había oído oí do que se abría abrí a una una puerta. —¿Quién —¿Quién es? —pregu —pr egunt ntó. ó. —Soy yo, Bharata Bharata —respondió el sargen s argento to adelantándose. adelantándose. —¡Por fin! —exclamó TremalTremal-Naik—. Naik—. Ahora Ahora me explicarás la causa por la que me me encuent encuentro ro aquí prisionero. —Porque ahora ahora sabem sa bemos os que tú eres un thu thugg. —¡Yo —¡Yo un thug thug!! —Sí, Sarang Sara nguuy. —¡Mientes!... —¡Mientes!... —No; has has hablado, lo l o has confesado confesado todo. —¿Cuán —¿Cuándo? do? —Hace un rato. —Estás loco, Bharata. —No, Sarangu Saranguy, te te hemos hemos dado a beber be ber la l a youm youma y lo has confesado confesado todo. TremalTremal-Naik Naik le miró con espanto. espanto. Se acordaba acor daba de la limon l imonada ada que el capitán c apitán le hizo beber. —¡Miser —¡Miserables ables!! —exclamó —exclamó con desesperaci desespe ración. ón. —¿Quieres —¿Quieres salvar sa lvarte? te? —dijo Bharata, Bharata, después de una una breve pausa. —¡Habla! —¡Habla! —dijo —dij o TremalTremal-Naik Naik con voz rota. —Confiésalo —Confiésalo todo y quizá quizá el capitán te perdone perdone la vida. —No puedo, puedo, matarán matarán a la mujer mujer que amo. amo. —¿Quién —¿Quién?? —Los —Los thug thugs. s. —¿Qué —¿Qué histori historiaa me me cuentas? cuentas? Habla. —Es imposible —exclamó TremalTremal-Naik Naik con acento salvaje—. ¡Maldi ¡Malditos tos seáis seái s todos! —Escúcham —Escúchame, e, Saranguy Saranguy.. Ahora Ahora ya sabemos que los thug thugss tienen su sede en Raimang Raimangal, al, pero ignoramos cuántos son y dónde viven. Quién sabe, si nos lo dices quizá no morirás. —¿Y que vais a hacer con todos aquell aquellos os thug thugs? s? —preguntó —preguntó Tremal-Nai Tremal-Naikk con voz ahogada. ahogada. —Los —Los fusil fusilaremos aremos a todos. —¿Tam —¿También bién si entre ellos ell os hay mujeres? —Las —Las mujer mujeres es prim pri mero de todo. —¿Por qué?... qué?... ¿Qué ¿Qué culpa tienen?... tienen?...
—Son más terribles terri bles que que los hombres. ombres. Representan Repr esentan a la diosa Kalí. —Te equivocas, Bharata. ¡Te ¡Te equivocas! —Da lo mismo. mismo. Tremal-Naik se cogió la frente con las manos, metiéndose las uñas en la carne. Sus ojos vagaban perdidos, perdi dos, su rostro estaba palidí pal idísimo, simo, casi ceniciento, y el pecho pe cho se levantaba impetuosam impetuosament ente. e. —Si concedierais concediera is la l a vida a una de aquell aquellas as mujere mujeres... s... quizá hablar hablaría. ía. —Es imposible; cogerles vivos costaría costarí a ríos de sangre. sangre. Los aplastarem aplas taremos os a todos como como animales animales feroces en sus sus subterráneos. —¡Pero teng tengo a una una mujer, una una prometida! prometida! —exclamó —exclamó Tremal-Naik, con co n acento desesperad des esperado—. o—. ¡Y tú, tigre, quieres que muera!... No, no, hablaré. Matadme, atormentadme, entregadme a las autoridades inglesas, haced de mí lo que queráis, pero no hablaré. Los thugs son numerosos y potentes, se defenderán y puede que salven a aquella a quien tanto he amado y a la que siempre amo. —Un —Una pregunt preguntaa más. más. ¿Quién ¿Quién es aquella mujer mujer?? —No puedo puedo decirlo. deci rlo. —Saranguy —Saranguy —dijo —dij o el sargen s argento to con voz alterada—. ¿Quier ¿Quieres es decirme deci rme quién quién es aquella mujer mujer?? —Nunca. —Nunca. —¿Es —¿Es blan bla nca o morena? morena? —No te lo diré. diré . —Será una una fanática fanática como las demás. TremalTremal-Naik Naik no respondió. —Está bien. Dentro Dentro de tres o cuatro días te conducirem conduciremos os a Calcu Calc uta. Una gran emoción alteró los rasgos del prisionero. Siguió con la mirada al sargento que salía, luego sus ojos se fijaron fij aron en el tragaluz. tragaluz. —Esta noche noche tengo tengo que que huir huir —murm —murmuuró—, o todo estará perdido. perdi do. El día transcurrió sin que pasara nada. Al mediodía y al atardecer le llevaron al prisionero un gran plato de curry 17 y una copa de tody 18. En cuanto el sol se puso por detrás del bosque y la oscuridad cubrió el sótano, Tremal-Naik respiró. Estuvo sin hacer nada durante tres largas horas, temiendo que alguien entrara de improviso, luego se puso decidido decidi do manos manos a la obra int i ntent entando ando la evasión. evas ión. Los indios son famosos por su modo de atar a las personas y se necesita una gran práctica para deshacer sus nudos complicádísimos. Tremal-Naik por suerte poseía una fuerza prodigiosa y buenos dientes. De un un tirón tirón aflojó una una cuerda que le impedía curvar la l a cabeza, lueg l uegoo con paciencia, sin importarle el dolor, acercó una de sus muñecas a la boca y se puso a trabajar con los dientes, cortando, serrando, deshilachando. Cuando consiguió romper la cuerda fue sólo cuestión de un momento el poder desembarazarse de las otras ataduras. Se levantó, desentumeciendo sus miembros doloridos, luego se acercó al tragaluz y miró hacia afuera. La luna aún no había salido, pero el cielo estaba espléndido, lleno de estrellas. A través del agujero entraban soplos de aire fresco, llevando el perfume de mil flores diferentes. No se oía ningún ruido en el exterior, ni se veía a nadie en la zona que abarcaba su visión. El prisionero aferró uno de los barrotes y lo sacudió furiosamente, lo curvó, pero no lo rompió. —La —La fuga fuga por aquí aquí es imposible —murm —murmuró. uró. Miró a su alrededor, buscando cualquier cosa que pudiera ayudarle a separar los barrotes, pero no encontró nada. —Estoy perdido —murm —murmuró uró con espanto—. espanto—. Pero no quier quieroo morir, no no quiero bajar a la l a tumba, tumba, ahora
que que la felicidad está cerca. Se acercó a la puerta, pero se paró de golpe. Le había llegado el rumor de un sordo maullido, que venía de afu a fuera. era. 17 Es el plato favorito de los indios, compuesto por arroz mezclado con carne o pescado cocido y aliñado ali ñado con especias muy picantes. 18 Especie Especi e de vino vi no que que se extrae extrae de un árbol. árbol . Giró la cabeza hacia el tragaluz y la vio ocupada por una masa oscura, en medio de la cual brillaban dos puntitos puntitos lum l uminosos, inosos, verdes. —¡«Darma»! —¡«Darma»!... ... ¡«Darma»!... ¡«Darma»!... —murm —murmuró uró con voz tem tembloros blorosaa de emoción. emoción. El tigre emitió emitió un segundo segundo gruñido, sacudiendo las barras de hierro. El prisionero se lanzó hacia el tragaluz y sujetó las patas de la fiel bestia. —¡Estoy —¡Estoy salvado! salva do! —exclamó—. —exclamó—. ¡Bien, ¡Bien, «Darma», «Darma», sabía que habrías venido a buscar a tu amo. amo. Ahora ya no temo al capitán ni a su sargento. Dejó el tragaluz y corrió hacia una esquina, en la que había visto un trozo de papel grueso. Lo limpió con cuidado, se mordió un dedo haciendo salir unas gotas de sangre, y con una astilla que arrancó del palo escribió rápidamente, todo lo que le permitían las tinieblas, las siguientes líneas: «He sido traicionado y encerrado en la prisión cercana a la de Negapatnan. Socorredme o estoy perdido. Tremal-Naik.» Enrolló el papel, volvió al tragaluz y lo ató con una cuerdecita en el cuello del tigre. —Vete, —Vete, «Darma», «Darma», vuelve con los thugs thugs —le dijo—. dij o—. Tu amo amo corre corr e un gran pelig peli gro. El animal animal movió la cabeza y partió a la l a velocidad vel ocidad de una una flecha. —Ve —Ve —dijo —dij o el indio, siguiéndole siguiéndole con la mirada—. ira da—. Ellos comprenderán comprenderán el peligro peli gro que me amenaza amenaza y vendrán a salvarme, o me procurarán algún medio para evadirme. Pasó una larga hora. Tremal-Naik, cogido fuertemente a los barrotes, esperaba con ansiedad el regreso de «Darma», embargado embargado por mil temores. temores. De pronto, pronto, en el fondo de la llanu l lanura ra divisó di visó al tig ti gre que se acercaba acerca ba dando unos unos enormes enormes saltos. —¿Y si le l e descubren? —murm —murmuró, uró, temblando. temblando. Por suerte «Darma» pudo llegar hasta el tragaluz sin ser visto por los centinelas. Llevaba en el cuello un gran gran envoltorio que Tremal-Naik, con much muchas as dificultades, di ficultades, logró hacer pasar entre entre los l os barrotes. bar rotes. Lo abrió. Contenía una carta, una pistola, un puñal, municiones, un lazo y dos ramilletes de flores cuidadosament cuidadosamentee guardados guardados en dos botes de cristal. cri stal. —¿Qué —¿Qué significan significan estas flores? flores ? —se pregu pr egunt ntó, ó, sorprendido. sorpr endido. Abrió la l a carta, car ta, la puso en un un rayo rayo de luna luna que penetraba por el ventanu ventanuco co y la leyó: «Estamos rodeados por algunas compañías de cipai, pero uno de los nuestros sigue a «Darma». Nos amenaz amenazan an graves graves peligros peli gros y es necesaria tu evasión. Incluyo con las armas dos ramos de flores. Las blancas hacen dormir y las rojas combaten los efectos de las blancas. Duerme al centinela y guarda bien las rojas. Una vez libre, sal del encierro, entra en la casa y corta la cabeza al capitán. Nagor indicará su presencia con el silbido que ya conoces y te prestará ayuda. Date prisa. Kougli.» Quizá otro hombre se habría asustado al leer aquella carta, pero Tremal-Naik, no. En aquel momento supremo se sentía capaz de entrar en la casa incluso sin la ayuda de Nagor. —El amor me me dará la l a fuerza fuerza y el valor para que se reali re alice ce el milagro ila gro —se dijo. dij o. Escondió las armas y las municiones debajo de un montón de tierra y volvió al tragaluz. —Vete, —Vete, «Darma» «Darma» —le dijo—. dij o—. Corres un gran pelig peli gro.
El tigre se alejó, alej ó, pero no había había dado ni veinte pasos cuan c uando do se oyó oyó gritar a un centinela: centinela: —¡El tigre!... tigre!... ¡El tigre!... Enseguida resonó un tiro de fusil. Siguió otra detonación, pero el valiente animal había aumentado la velocidad y en poco tiempo se perdió de vista. Se oyó un ruido de pasos precipitados y unos hombres se pararon frente al tragaluz. —¡Eh! —¡Eh! —exclamó —exclamó una una voz que TremalTremal-Naik Naik reconoció como como la de Bharata—. Bharata—. ¿Dónde ¿Dónde está el tigre? —Se ha escapado —respondió —res pondió el centinela centinela que estaba en la terraza. terr aza. —¿Dónde —¿Dónde estaba? —Junto —Junto al tragaluz. tragaluz. —Apostaría cien rupias contra contra una una que es un amigo amigo de Saranguy Saranguy.. Rápido, dos hombres hombres al sótano sótano o el bribón bri bón escapará. Tremal-Naik lo había oído todo. Cogió los dos frascos, los abrió, echó las flores blancas en el rincón más oscuro, escondió las rojas en su pecho y se tumbó cerca del palo, colocándose alrededor del cuerpo las cuerdas y apretándolas lo mejor que supo. supo. En aquel momento dos cipai entraron, llevando una antorcha resinosa. —¡Ah! —¡Ah! —exclamó —exclamó uno uno de ellos—. el los—. ¿T ¿Todavía odavía estás e stás aquí, Saranguy Saranguy?? —Cierra —Cierr a el pico, pi co, quiero dormir —dijo —di jo Tremal-Naik, fingien fingiendo do mal mal hum humor. —Puedes —Puedes dorm dor mir, amigo, amigo, y con toda toda la tranqu tra nquil ilidad, idad, porque por que nosotros nosotros velaremos vel aremos tu sueño. sueño. Tremal-Naik levantó los hombros, se apoyó en el palo y cerró los ojos. Los dos cipai, introduciendo la lanza en una grieta de la pared, se sentaron por el suelo con las carabinas entre las rodillas. Habían transcurrido unos cuantos minutos cuando Tremal-Naik notó un agudo perfume que le llegaba a la cabeza, aunque las flores rojas desprendieran un perfume muy diferente y no menos intenso. Miró a los dos cipai: bostezaban de tal manera que parecía como si se les desencajaran las mandíbulas. —¿Notas —¿Notas tú algo? —pregunt —preguntóó el soldado s oldado más joven al otro. —Sí —respondió —re spondió el compañero—. compañero—. Me parece pare ce que es... —Borracho, quier quieres es decir. deci r. —Exacto, —Exacto, y siento siento que me me invade un deseo irres i rresistibl istiblee de cerrar cer rar los ojos. oj os. —También —También yo. yo. ¿Quién ¿Quién sabe por qué? —No lo sé. —¿Habrá —¿Habrá algú a lgúnn manz manzanillo anillo por aquí cerca? —En el parque par que no no los he visto. vis to. La conversación acabó así. Tremal-Naik, que estaba atento, vio cómo cerraban poco a poco los ojos, los volvían a abrir tres o cuatro veces, luego los cerraron de nuevo para cerrarlos a continuación definitivamente. Lucharon durante unos pocos minutos contra el sueño, luego cayeron pesadamente al suelo, roncando ruidosamente. Era el momento de actuar. Tremal-Naik se quitó de encima las ataduras y se levantó silenciosamente. —¡La —¡La libertad! li bertad! —exclamó. —exclamó. Cogió las armas que había escondido, ató fuertemente a los dos hombres que dormían y corrió hacia la escalera.
VIII. LAS REVELACIONES DEL SARGENTO No había ningún centinela montando guardia en el piso superior. Tremal-Naik, temblando aún de la emoción, pero decidido a todo con tal de recuperar la libertad, subió en silencio los peldaños y llegó hasta un cuartucho oscuro y desierto. Se detuvo un momento, escuchando con gran atención, luego empuñó la pistola y poco a poco empujó empujó la puerta, sacando la cabeza con precaución. —Nadie —murm —murmuuró. Abrió una segunda puerta, recorrió un pasillo largo y oscurísimo y entró en una tercera habitación. Era grandísima. Una luz brillaba en el fondo, expandiendo una débil claridad por encima de una docena de camas, en las que roncaban sonoramente igual número de hombres. —¡Los —¡Los cipai! ci pai! —murm —murmuró uró Tremal-Nai Tremal-Naik, k, parándose. Iba a retroceder cuando oyó en el pasillo un paso lento y un tintinear que parecía como de espuelas. Se sobresaltó y levantó la pistola hacia la puerta. El hombre se acercaba; Tremal-Naik le oyó pararse un momento, omento, lueg l uegoo marcharse. arc harse. —¡Si fuera fuera el capitán! —exclamó. —exclamó. Salió de la habitación y volvió al pasillo. Al fondo descubrió una sombra poco reconocible que se movía en la oscuridad y oyó el tintineo tintineo de las la s espuelas. Volvió olvi ó a coger la pistola y se colocó detrás de trás de aquella sombra, dispuesto a alcanzarla. Subió unas escaleras y llegó a un segundo pasillo, caminando siempre de puntillas. El hombre que le precedía se detuvo; oyó como daba vueltas a una llave, abría una puerta y desaparecía. Aceleró el paso y se paró frente a la misma puerta, que no había sido cerrada. Miró adent ade ntro. ro. Una lám l ámpara para iluminaba iluminaba a duras penas la l a habitación. Sentado delante de una mesa, detrás de una columna, había un hombre al que no logró distinguir bien. Sospechó que podía ser el capitán Macperson. Ante aquella suposición, sin saber la razón, sintió que temblaba y le embargaba una vaga inquietud. Le pareció par eció como como si le hubieran asestado una una puñalada puñalada en el corazón cor azón.. —Es extraño extraño —pensó—. —pensó—. ¿Es que que tengo tengo miedo? miedo? Empujó ligeramente la puerta, que se abrió sin hacer ruido, y entró, acercándose a pasos de tigre hacia la l a mesa. Por muy muy silen sile ncioso que fuera fuera su paso, aquel hombre hombre lo l o advirtió, advi rtió, y se levantó bruscament bruscamente. e. —¡Bharata! —¡Bharata! —exclamó —exclamó TremalTremal-Naik—. Naik—. ¡Ah ¡Ah!... !... Apun Apuntó rápidam rápi dament entee la l a pistola pi stola hacia él. —Ni un grito ni ni un paso —le dijo—, dijo— , o eres hombre hombre muerto. muerto. El indio, al verse frente al prisionero que le apuntaba, trató de coger sus pistolas, que había colocado encima de una silla. Ante aquella brutal intimidación, hecha en un tono de voz que no dejaba lugar a dudas, se detuvo, rechinando los dientes como una pantera prisionera en un lazo. —¡Tú!... —¡Tú!... ¡Sarang ¡Saranguy! uy! —exclamó, —exclamó, frotando frotando las uñas uñas contra la mesa. —No Saranguy Saranguy,, sino si no Tremal-Naik, Tremal-Naik, el Caz Cazador ador de serpient serpi entes es de la jungla jungla negra negra —respondió el indio sin bajar el arma. Bharata Bharata le l e miró, con más más sorpres s orpresaa que espanto. —¿Cóm —¿Cómoo has podido llegar ll egar hasta hasta aquí —pregunt —preguntó. ó. —Es mi mi secreto. sec reto. A un un thu thugg no no se le l e hace prisionero. prisi onero. —Así pues, no me me había equivocado. —Parece que no. —¿Y qué vienes a hacer hacer aquí? a quí?
—¡A matarte! —¡Ah! —¡Ah! —exclamó —exclamó Bharata Bharata con los dient di entes es apretados—. apr etados—. ¿Tú vienes para asesinarm asesi narme? e? —Quizá. —Quizá. —¿Puedo —¿Puedo salvar sal var la l a vida? —Sí. —Habla. —Siéntate —Siéntate y hablemos. hablemos. Bharata obedeció. Tremal-Naik se adueñó de todas las armas, cerró la puerta con llave y se sentó delante del sargento, diciéndole: —Te —Te advierto advier to que al primer grito que lances pierdes pier des la vida. Tengo engo seis balas para que vayas al encuentro de Brahma y Visnú. —Habla —repitió —repi tió el sargen s argento, to, que que iba recobrando recobr ando su sangre sangre fría. frí a. —Tengo —Tengo que que realizar real izar una una misi misión ón terri terrible. ble. —No te comprendo. comprendo. —He jurado a los thug thugss que mataré mataré al capitán Macpers Macperson on.. Tremal-Naik miró a Bharata para comprobar la impresión que le hacían aquellas palabras, pero el rostro del indio permaneció impasible. —¿Lo —¿Lo has comprendido, comprendido, Bharata? Bharata? —le —l e pregunt preguntó. ó. —Perfectament —Perfectamente. e. —¿Y bien? —Adelante. —Adelante. —Es preciso preci so que tenga tenga en mis manos manos la cabeza del capitán capi tán Macperson. El sargento lanzó una carcajada. —Loco, —Loco, ¿no ¿no sabes que el capitán ya ya no está aquí? aquí? TremalTremal-Naik Naik se levant l evantó. ó. —¡El capitán ya ya no está aquí! aquí! —exclamó —exclamó con desesperación—. desesperac ión—. ¿Dón ¿Dónde de ha ido? —No te lo diré. diré . —¿Pero no no sabes qu q ue yo he he jurado a los l os thugs thugs que que les llevarí ll evaríaa su cabeza? —No podrán tenerla. tenerla. —¡No, —¡No, Bharata, Bharata, no...! Tengo engo que cumplir cumplir mi misión. isi ón. ¿Dónde ¿Dónde está el capitán?... Quiero Quiero saberlo, saberl o, aunque tenga que recorrer toda la India, del Himalaya al cabo Comorín. —Ciertament —Ciertamentee no seré yo quien quien te diga dónde dónde está. —¡Ah! —¡Ah!... ... —exclamó Tremal-Naik—. Tremal-Naik—. ¿Tú ¿Tú lo sabes? sa bes? —Lo —Lo sé. TremalTremal-Naik Naik levantó la pistola, pi stola, apun a puntan tando do al indio en la frente. frente. —Bharata —Bharata —le —l e dijo dij o con voz furios furiosa—. a—. ¡Habla! —Puedes —Puedes matarme, matarme, pero de mi mi boca no saldrá ni una una palabra. pala bra. ¡Soy un un cipai! —¡Cuidado, —¡Cuidado, Bharata, que no no se vuelve atrás una una vez que que se ha bajado a la tumba! tumba! —Mátam —Mátamee si quieres. —¿Es —¿Es tu última última palabra? —La —La última. última. Tremal-Naik extendió el brazo armado. El cañón ya estaba a poca distancia de la frente del sargento, ya iba a salir el disparo, cuando en el exterior resonó un silbido que se repitió por tres veces. —¡Nagor! —¡Nagor! —exclamó —exclamó Tremal-Nai Tremal-Naik, k, que que había reconocido la l a señal de los l os thugs. thugs. Volvió olv ió a poner po ner la pistol pi stolaa en el cint ci nturón, urón, aferró a Bharata tapándole tapá ndole la l a boca con c on una una mano, mano, y lo derribó al suelo. suelo. —No hagas hagas ni ni un gesto gesto —le dijo—, di jo—, o te mato mato de verdad. verda d.
Lo ató fuertemente con una cuerda, lo amordazó, después corrió hacia una ventana, alzó la persiana y respondió a la señal con tres pitidos diferentes. Por detrás de un matorral, bajo la pálida luz del amanecer, se dibujó una forma humana, la cual se arrastró rápida en dirección al bungalow. Se paró precisamen preci samente te debajo de la l a ventana, ventana, levant l evantando ando la cabeza. —¡Nagor! —¡Nagor! —musito —musito TremalTremal-Naik. Naik. —¿Quién —¿Quién eres? —pregunt —preguntóó el thug, thug, después después de unos unos instantes instantes de titubeo. titubeo. —Tremal-Nai —Tremal-Naik. k. —¿Teng —¿Tengoo que subir? subir? Tremal-Naik miró a derecha e izquierda unos instantes y aguzó el oído. —Sube —Sube —dijo —dij o después. El thug tiró el lazo, que se paró en un gancho de la ventana, y en un momento llegó hasta el alféizar. Era un hombre bastante joven, tendría poco más de veinte años, alto, delgado, dotado de una agilidad extraordinaria y, por lo que parecía, de un valor a toda prueba. Iba casi desnudo, recién untado de aceite acei te de coco, tatuado tatuado como los demás sectarios sectari os y armado de puñal. puñal. —¿Estás —¿Estás libre? li bre? —pregu —pr egunt ntó. ó. —Ya lo ves —respondió —r espondió TremalTremal-Naik. Naik. —¿Y los cipai c ipai?? —Duermen —Duermen.. —¿El —¿El capitán capi tán?? —Aquel —Aquel indio i ndio me me ha dicho que que ya no no está aquí. —¿Habrá —¿Habrá sospechado s ospechado algo? —pregunt —preguntóó el thug thug apretando apretando los dientes. —Tenem —Tenemos os que que saber dónde ha ido. El Hijo de las sagradas aguas aguas del Ganges Ganges quiere su cabeza. Pero el e l sargen s argento to no habla. habla. —Hablará, ya verás. verás . —Ahora —Ahora que lo l o recuerdo, re cuerdo, estos hombres hombres me han hecho hecho engullir engullir una una bebida bebi da que me me emborrachó y me me hizo hablar. —Sin duda duda era alguna alguna limonada limonada —dijo el thu thug sonrie sonrienndo. —Sí, era er a una una lim li monada. —Se la haremos beber al sargento. sargento. El thug entró en la habitación, miró a Bharata, que esperaba tranquilamente su muerte, tomó un vaso lleno ll eno de agua agua y preparó prepar ó la l a misma misma limon l imonada ada que el capitán Macperson había hecho hecho beber a Tremal-Naik. —Engu —Engulle lle esta bebida —le dijo di jo al sargento, sargento, después de haberle quitado la mordaza. mordaza. —¡Nun —¡Nunca! ca! —respondió Bharata, que que ya había había adivinado a divinado de lo l o que se trataba. El thug thug le cogió la l a nariz entre los dedos y se la apretó con fuerza. fuerza. El sargento, para no morir asfixiado, se vio obligado a abrir los labios. Bastó aquel instante para que le vertiera la limonada en la boca. —Ahora —Ahora lo l o sabrás sabrá s todo —dijo —dij o Nagor Nagor a Trem Tre mal-Naik. al- Naik. —¿Tienes —¿Tienes miedo miedo de los cipai c ipai?? —le pregunt preguntóó el Cazador de serpi s erpient entes. es. —¡Yo! —¡Yo! —exclamó —exclamó el thu thug, riendo. —Ponte —Ponte delante de la puerta y dispara dispar a al primer hombre hombre que intente intente subir la escale e scalera. ra. —Cuent —Cuentaa conmigo, conmigo, TremalTremal-Naik. Naik. Nadie Nadie vendrá ve ndrá a interrum interrumpir tu interrogatorio. interrogatorio. El thug cogió un par de pistolas, miró si estaban cargadas y salió, poniéndose de centinela delante de la puerta. El sargento empezaba entonces a reír y a hablar sin pararse ni un momento. Tremal-Naik, sorprendido, escuchaba aquel torrente de palabras, y cogió al vuelo el nombre del capitán Macperson. —Muy —Muy bien, bien, sargen sar gento to —le dijo—. dij o—. ¿Dónde ¿Dónde está el capitán capi tán??
Bharata, Bharata, al oír su voz, voz, se paró. Miró Mir ó a Tremal-Naik con los oj ojos os encendidos y pregunt preguntó. ó. —¿Quién —¿Quién me me habla?... Me parece par ece que he oído la voz de un thu thug... g... ¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah! ¡Ah!... ... Dentro Dentro de poco ya no habrá más thugs. El capitán lo ha dicho... y el capitán es un hombre de palabra... un gran hombre que no conoce el miedo. Les encontrará en sus guaridas... les destruirá con las bombas... Será hermoso verlos escapar con el agua en los talones... ¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!... —¿Y también también tú irás irá s a verlos? ver los? —pregun —preguntó TremalTremal-Naik, Naik, que que no perdía ni una una sola sol a palabra. pala bra. —¡Sí que que iré, ir é, y también también tú vendrás!... ¡Ah! ¡Ah!... ... ¡Ah!... ¡Ah!... será un espectáculo bellísi bell ísim mo. —¿Y sabes dónde está su guarida? guarida? —Sí que lo sé. Lo ha ha dicho Saranguy Saranguy.. —¡Ah! —¡Ah!... ... ¡Miserables! ¡Miserabl es! —exclamó —exclamó Tremal-Naik—. Pero también también yo yo sabré algo de ti. —El ha bebido la lim li monada —agregó —agregó el sarg sar gento—, ento—, y narró narró todo lo l o que sabía. —¿Y estaba el capitán cuando cuando Sarang Saranguy habló? —pregun —preguntó Tremal-Nai Tremal-Naik, k, estremeciéndose. estremeciéndose. —Claro que sí, y ensegu enseguida ida se s e marchó marchó para sorprenderles sor prenderles en su escondite. —¿Se marchó marchó a Raimang Raimangal? al? —¡No, —¡No, no! —exclamó —exclamó vivamente vivamente el sargento—. sargento—. Los thug thugss son fuertes fuertes y se necesitan ecesi tan muchos uchos hombres para aplastarlos. —¿Ha —¿Ha ido a Calcuta? Calcuta? —Sí, a Calculta, al fuerte fuerte Willia il liam m... Y arm ar mará un destacamento... destacamento... y embarcar embarcaráá a mucha ucha gente... gente... y muchos uchos cañones... ¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!... ¡Qué ¡Qué hermoso espec e spectáculo! táculo! El sargento calló. Sus ojos se cerraban, se abrían, pero se cerraban otra vez a pesar de los esfuerzos que hacía para mantenerlos abiertos. Tremal-Naik comprendió que el opio poco a poco iba haciendo su efecto. —Sé todo lo que querí queríaa saber —murm —murmuró—. uró—. ¡Y ahora, a Raimang Raimangal!
IX. ASEDIADOS Aún no había acabado de hablar, cuando en el pasillo resonaron dos tiros de arma de fuego, seguidos enseguida por el grito de un hombre que muere. Sin temer al peligro al que se exponía, Tremal-Naik se precipitó fuera de la puerta, dando saltos de tigre y gritando: —¡Nagor! —¡Nagor! ¡Nag ¡Nagor! or! Nadie respondió a su llamada. El estrangulador, que unos minutos antes vigilaba delante de la puerta, ya ya no estaba allí al lí.. ¿A dónde dónde había ido? i do? ¿Qué ¿Qué había su s ucedido? Tremal-Naik, inquieto pero decidido a salvar a su compañero, se lanzó hacia la escalera. Un hombre, un cipai, yacía en medio del pasillo, cortorsionándose en sus últimos alientos. Un río de sangre le salía del pecho, formando en el terreno un charco que lentamente se ensanchaba. —¡Nagor! —¡Nagor! —repitió Tremal-Naik. Tres hombres aparecieron al final del pasillo: corrían hacia la puerta de la habitación. Casi al mismo instante se oyó la voz de Nagor que gritaba: —¡Socorro! ¡Hu ¡Hunden la puerta! Tremal-Naik bajó precipitadamente la escalera y descargó uno tras otro dos tiros de pistola. Los tres indios que avanzaban huyeron. —Nagor, —Nagor, ¿dónde ¿dónde estás? —pregu —pr egunt ntóó el Cazador de serpie se rpienntes. —Aquí, —Aquí, en la habitación —respondió el thug thug—. —. Derriba Derri ba la puerta: me han han encerra encerrado do dentro. dentro. Tremal-Naik, con un furioso golpe de hombro, derribó la puerta. El estrangulador, contusionado y ensangrentado, se precipitó fuera de la prisión. —¿Qué —¿Qué has has hecho? hecho? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik. —¡Huy —¡Huye, e, huy huye! —gritó —gritó Nagor—. Tenem Tenemos os a los l os cipai ci pai encima. Los dos indios subieron la escalera y corrieron a encerrarse en la habitación del sargento. En el pasillo resonaron tres o cuatro golpes de fusil. —Saltemos —Saltemos de la l a ventana ventana —gritó —gritó Nagor. —Es demasiado demasiado tarde —dijo —dij o TremalTremal-Naik, Naik, incli inclinnándose sobre el alféizar. Dos cipai se habían apostado a doscientos metros del bungalow. Al ver a los dos indios, apuntaron las carabinas e hicieron fuego, pero las balas sólo tocaron las esteras de coco. —Somos —Somos prisioneros pri sioneros —dijo —di jo Tremal-Naik a Nagor—. Nagor—. Dentro Dentro de poco nos asaltarán. asal tarán. —¿Lo —¿Lo crees? crees ? —Los —Los cipai ci pai saben sa ben que que solam sol ament entee somos dos. ¿Pero qué qué has hecho? hecho? ¿Por ¿Por qué toda aquell aquellaa confusión confusión?? —Yo —Yo he obedecido obe decido tus tus instrucciones instrucciones —dijo —dij o el estrangulador—. estrangulador—. Al ver a dos cipai avanzar avanzar por el pasillo, disparé y mandé a uno de ellos por los suelos; el otro huyó hacia la habitación y yo le seguí, pero caí y cuando cuando me me levant leva nté, é, encontré encontré las la s puertas cerradas. cer radas. Sin ti aún estaría estarí a prisionero. pri sionero. —Has hecho hecho mal mal disparando di sparando tan pronto. Ahora Ahora no no sé cómo acabará. —Nos quedaremos quedaremos aquí. aquí. —Y mientras mientras caerá Raimang Raimangal. al. —¿Qué —¿Qué has has dicho? di cho? —Que —Que Raimangal Raimangal está amenaz amenazada. ada. —¿Quién —¿Quién te lo ha dicho? —El sargen sar gento. to. —¿Dónde —¿Dónde está el sargen sar gento? to? —Mírale allí, all í, duerme. duerme.
—¡Y te ha ha dicho que Raiman Raimangal gal está amenaz amenazada! ada! Es un un broma, broma, seguro. seguro. —Te digo la verdad. verda d. Los Los ingleses han descubierto nuestra nuestra guari guarida. da. —¡Es imposibl imposible! e! —El capitán capi tán Macperson está en fuerte fuerte William Will iam y prepara prepar a una una expedición para atacar a Raimangal. Raimangal. —Pues —Pues entonces entonces corremos cor remos un un grave grave peligro. pel igro. —Ciertament —Ciertamente. e. —Tenem —Tenemos os que alcanzar alcanzar al maldito aldi to y matarle. —Lo —Lo sé. —Esta es una una cuestión tuy tuya. a. —También —También lo sé. —Si no le matas, matas, la virgen de la pagoda sagrada nun nunca ca será ser á tu esposa. —Calla, no la nom nombres bres —dijo —di jo Tremal-Naik con voz sorda. —¿Qué —¿Qué quier quieres es hacer? —Salir —Sali r de aquí y llegar al fuerte fuerte William. Will iam. —Estamos —Estamos asediados. ased iados. —Lo —Lo veo. —¿Y pues? —Huire —Huirem mos. —¿Cuán —¿Cuándo? do? —Esta noche. noche. —¿Cóm —¿Cómo? o? —Es asunto asunto mío. mío. —¿Cuán —¿Cuántos tos hombres hombres hay en el bung bungalow? alow ? —Había dieciséi die ciséiss o dieciocho. di eciocho. Pero... Cogió una mano del thug y la estrechó con fuerza. —¿Oyes? —¿Oyes? —pregunt —preguntó, ó, indicándole el umbral umbral.. —Sí —dijo —di jo el thug thug—. —. Alguien Alguien anda anda por el pasillo. pasi llo. —Son los cipai c ipai.. —¿Int —¿Intent entarán arán atacarnos? Las tablas del pasillo crujían, señal inequívoca de que alguien caminaba. Poco después llamaron a la puerta. —¿Quién —¿Quién vive? —pregu —pr egunt ntóó Tremal-Naik. —Un —Un th thug —respondió una una voz. —Quier —Quieren en engañ engañarnos arnos —mu —murmuró rmuró Tremal-Naik al oído oí do de Nagor. —Abre, me me sig si guen. uen. —¿Quién —¿Quién es tu jefe? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik. —Kalí. —Eres un cipai. cipai . Tenemos Tenemos cien ci en balas para disparar; dispa rar; si no te te alejas ale jas eres hombre hombre muerto. muerto. Las tablas tabla s del pasillo pasil lo crujieron cr ujieron más más fuerte que que antes. —Tienen miedo —dijo —di jo Tremal-Naik—. No intent intentarán arán nada nada en contra contra nuestra. nuestra. —Pero nos mant mantendrán endrán prisioneros pris ioneros —respondió —re spondió Nagor, Nagor, inqu i nquieto. ieto. —Esta noche noche nos nos escaparemos, esca paremos, te he he dicho. —¡Calla! Un tiro de carabina resonó fuera, seguido de un grito: —¡El tigre!... tigre!... ¡El tigre!... TremalTremal-Naik Naik corrió corri ó hacia la l a ventana ventana y miró. miró. Los dos cipai que estaban emboscados detrás de un matorral se habían puesto de pie con las carabinas en la mano y daban gritos de miedo. Delante, a doscientos pasos, rugía un tigre.
—¡«Darma»! —¡«Darma»! —gritó TremalTremal-Naik. Naik. El tigre dio un salto de muchos metros, amenazando con embestir a los dos cipai que le apuntaban. —¡Huy —¡Huye, e, «Darma»! «Darma»! —ordenó el Cazador de serpient serpi ente, e, al ver que otros cipai corrían corrí an en ayuda ayuda de sus compañeros. El inteligente animal dudó, como si comprendiera el peligro que corría su padre, y luego se alejó con rapidez. —Magnífico —Magnífico animal animal —dijo —di jo Nagor. —Sí, es valient vali entee y fiel fiel —añadió Tremal-Nai Tremal-Naik—. k—. Y esta noche noche nos ayudará ayudará a escapar. escapar . El día acababa de empezar. Ellos volvieron a la barricada y esperaron pacientemente que cayera la noche. Durante el día, en varias ocasiones, los cipai se acercaron a la puerta intentando forzarla, pero bastaba con un pistoletazo para que se marcharan. A las ocho el sol se puso. Le siguió un breve crepúsculo, después cayeron las tinieblas. La luna no iba a salir hasta pasada una hora. Hacia las once Tremal-Naik se asomó a la ventana y vislumbró confusamente a los dos cipai. Buscó al tigre, pero no lo vio. —¿Nos —¿Nos vamos? —pregunt —preguntóó Nagor. Nagor. —Sí. —¿Por dónde? dónde? —Por la ventana. ventana. Sólo está a cuatro metros metros de altu al tura ra y el suelo no es duro. —¿Y los cipai c ipai?? —dijo —dij o el thug—. thug—. En cuanto cuanto saltemos, saltemos, nos dispararán dispar arán sus carabinas. —Primero les haremos descargar las la s armas. —¿De —¿De qué modo? modo? —Verás. —Verás. Tremal-Naik cogió las alfombras, todos los vestidos que pudo encontrar, las almohadas de la cama y formó un fantoche del tamaño de un hombre. —¿Estás —¿Estás listo? li sto? —pregunt —preguntóó a Nagor. Nagor. —Cuando —Cuando quier quieras as salto sal to desde la ventana. ventana. ¿Y ¿Y el sargen sar gento? to? —Duerme —Duerme y le dejarem dejar emos os dormir. dormir. Pon atención atención ahora: los dos cipai están a cincuent cincuentaa pasos de nosotros. —Lo —Lo sé. —Yo —Yo tiro el fantoch fantoche. e. Los dos cipai sin duda lo confu confundirán con uno uno de los nuestros nuestros y descargarán descar garán sus carabinas. —Muy —Muy bien. bien. —Enton —Entonces ces aprovecharem apr ovecharemos os la ocasión ocasió n para saltar y escapar. escapar . ¿Lo ¿Lo entiendes entiendes ahora? —Eres valient vali entee y astuto astuto —dijo —di jo Nagor—. Nagor—. Con un un hom hombre bre como como tú se puede hacer todo. ¡Qué ¡Qué lástima l ástima que no seas un thug! —Prepárate —Prepára te para saltar. sal tar. Cogió el lazo e hizo bajar el fantoche de la ventana, haciéndole balancear. Los dos cipai dispararon, gritando: —¡Aler —¡Alerta!... ta!... Tremal-Naik y Nagor salieron corriendo por la ventana con las pistolas empuñadas. Cayeron, se volvieron a levantar y partieron rápidos como dos relámpagos. —¡Sígu —¡Sígueme! eme! —dijo Trem Tr emalal-Naik, Naik, aum aumentando entando su velocidad. veloci dad. Detrás suyo se oyó a los centinelas dando la alarma; dispararon unos cuantos tiros, pero no dieron en el blanco. Tremal-Naik entró como una exhalación en un recinto. Un caballo estaba estirado en el suelo. Con
un puñetazo le hizo levantar. —Sube —Sube detrás mío —gritó al thug. thug. Los dos fugitivos subieron a la grupa del caballo, apretaron las rodillas, se agarraron a las crines y lanzaron al cuadrúpedo a través de la llanura. —¿A dónde vamos? vamos? —pregu —pr egunt ntóó Nagor. Nagor. —Con Kougli Kougli —respondió Tremal-Naik, golpeando golpeando los costados del caballo cabal lo con la culata del revólver. —¡Caeremos —¡Caeremos en poder de los l os cipai! ci pai! —¿Es —¿Es que Kougli Kougli está asediado? asedi ado? —Cuando —Cuando le dejé, había cipai en el bosque. —Iremos —Iremos con cuidado. cuidado. Ten las armas preparadas. preparadas . El caballo, un espléndido animal de pelo negro, cruzaba el espacio saltando fosos y matorrales, no obstante llevar doble carga. El bungalow ya había desaparecido en las tinieblas y el bosque aparecía, cuando desde una mata de bambú gritó una voz: —¡Eh!... —¡Eh!... ¡Alto!... ¡Alto!... Los dos forajidos se giraron, levantando los brazos. La luna, que salía entonces, les mostró a una decena de hombres estirados por el suelo, los cuales apuntaban con sus carabinas al caballo. —¡Espolea! —gritó —gritó Nagor. Un gran rayó rasgó las tinieblas, seguido de varias detonaciones, a las que le siguieron aquellas secas de las pistolas. El caballo dio un salto hacia adelante, soltó un relincho ahogado y cayó al suelo, arrastrando consigo a quienes le montaban. Los cipai salieron de la maleza, prorrumpiendo en grandes gritos de alegría, que de pronto se cambiaron por chillidos de terror. Una sombra gigantesca había saltado de un grupo de bambúes, emitiendo un ronco rugido. El comandan comandante te de los l os cipai ci pai fue fue derriba der ribado do de un zarpazo. —¡«Darma»! —¡«Darma»! —gritó TremalTremal-Naik, Naik, incorpor incorporándose ándose ensegu enseguida. ida. —¡El tigre!... tigre!... ¡El tigre!... —gritar —gritaron on los cipai, cipai , huyen huyendo do en todas todas las l as direcci di recciones. ones. El inteligente animal llegó en unos pocos saltos hasta su amo. —Muy —Muy bien, bien, «Darma» —le dijo, dij o, acarici acar iciándole ándole con afecto—. Tú nunca nunca me me abandonas. abandonas. —Después se dirigió diri gió al thug thug—: Aquí no sopla buen aire para par a nosotros. Los cipai no tardar tardarán án en volver. volver . Los indios se precipitaron al bosque, apartando los matorrales y mirando a su alrededor por temor a caer en alguna trampa. Al cabo de una una hora de carrer ca rreraa desenfrenada llegaron a la cabaña habitada habitada por los thug thugs. s. Nagor Nagor se s e paró fuera fuera con c on el tigre y Tremal-Naik Tremal-Naik entró. entró. Kougli Kougli estaba estirado en el suelo, ocupado oc upado en descifrar unas cartas en sánscrito. En cuanto le vio se levantó, yendo a su encuentro. —¡Libre —¡Libre!! —exclamó, —exclamó, sin disimular disimular la sorpresa sor presa y la alegría. —¿Lo —¿Lo ves? —dijo —di jo Tremal-Naik. —¿Y Nagor? Nagor? —Se ha quedado quedado afuera. —Dame —Dame la cabeza. —¿Qué —¿Qué cabeza? cabeza? —La —La del capitán Macpers Macperson. on. —Hemos —Hemos sido si do golpeados, Kougli Kougli.. El indio dio tres pasos hacia atrás. —¡Golpeados —¡Golpeados!! ¡Nosotros ¡Nosotros golpeados! ¿Qu ¿Quéé quieres decir de cir?? —pregun —preguntó.
—Quier —Quieroo decir que el capitán Macperson todavía todavía está es tá vivo. —¡Vivo!... —¡Vivo!... —No he he podido matarle. —¡Habla! —¡Habla! —Se ha marchado marchado del bungalow bungalow sin si n que que yo lo supiera. —¿Y dónde ha ha ido? —A Calcuta. Calcuta. —¿Para qué? qué? TremalTremal-Naik Naik no respondió. —¡Habla! —¡Habla! —El capitán capi tán se prepara pre para para par a asaltar asal tar la guari guarida da de los l os thug thugs. s. El sabe s abe que Raimang Raimangal al es vuestra sede. Koug Kougli le miró con terror. terror . —¡Pero tú estás loco! l oco! —exclamó. —exclamó. —Tremal-Nai —Tremal-Naikk no no está loco. loc o. —¿Pero quién quién nos nos traicionó? traic ionó? —Yo. —¡Tú!... —¡Tú!... ¡Tú!... ¡Tú!... El estrangulador se echó encima de Tremal-Naik, apretando el puñal con la mano. El Cazador de serpientes, rápido como un relámpago, le cogió la mano y le torció la muñeca con tal violencia, que le crujieron los huesos. —No hagas hagas locuras, Kougli Kougli —dijo, —dijo , con rabia mal contenida. contenida. —¡Pero habla, habla, condenado condenado indio, habla! —gritó —gritó el estrangulador—. estrangulador—. ¿Por qué nos has traicionado? ¿No sabes que tu Ada sigue en nuestro poder? ¿No sabes que le esperan las llamas? —Lo —Lo sé —dijo —di jo Trem Tre mal-Naik al- Naik con ira. ira . ^¿Y pues? —Os he he traicionado traici onado involun involuntariamen tariamente. te. Me habían habían hecho hecho beber la youma. ouma. —¡La —¡La youm youma! —Sí. —¿Y tú has hablado? hablado? —¿Quién —¿Quién resiste resi ste a la youm youma? —Cuént —Cuéntam amee todo lo que ha ha pasado. Tremal-Naik en pocas palabras le explicó lo que había sucedido en el bungalow. —Has hecho hecho mu mucho —dijo Kougli Kougli—, —, pero tu misi misión ón aún aún no no ha termin terminado. ado. —Lo —Lo sé —dijo —di jo Trem Tre mal-Naik, al- Naik, suspir suspirando. ando. —¿Por qué qué suspiras? suspiras ? —¿Por qué?... qué?... ¿Y tú me lo pregunt preguntas?... as?... Yo Yo no he he venido al mundo undo para asesinar asesi nar vilm vil mente ente a la l a gente. gente. Es horrible, horribl e, sabes, sa bes, lo l o que tendré tendré que cometer: ¡es monstruoso! monstruoso! Kougli levantó los hombros. —Tú no sabes lo que es el odio —dijo. —di jo. —¡Lo —¡Lo sé, no temas, temas, Kougli! Kougli! —exclamó —exclamó TremalTremal-Naik Naik con acento acento salvaj sa lvaje—. e—. ¡Si tú supier supieras as cuán c uánto to os odio! —¡Cuidado, —¡Cuidado, Trem Tr emalal-Naik! Naik!... ... Tu amada amada sigu si guee en nuestro nuestro poder. El in i nfeliz inclinó la cabeza sobre el pecho pe cho y sofocó un sollozo. soll ozo. —Volvamos —Volvamos al capitán capi tán —dijo —dij o el estrang es tranguulador. lador . —Habla, ¿qué ¿qué tengo tengo que que hacer? —Ante —Ante todo tienes que impedir que el maldito aldi to vaya a Raimang Raimangal. al. Si llega lle ga hasta nuestra guari guarida, da, t
Ada está perdida. —¿Es —¿Es otra condena condena la qu q ue llega? ll ega? —dijo Trem Tre mal-Naik al- Naik con amargu amargura—. ra—. ¿Sois hum humanos o tigres? tigres? —No es una una condena. condena. Pobres de nosotros si aquel hombre hombre desem dese mbarca en Raimang Raimangal. al. —¿Qué —¿Qué teng tengoo que hacer? hacer? Koug Kougli no respondió. re spondió. Se había cogido la cabeza entre entre las manos y pensaba. pensaba. —¡Ya —¡Ya está! —dijo de pronto. —¿Has —¿Has encontrado encontrado el modo? —Creo que sí. —Habla. —Sin duda duda el capitán elegirá el camino camino del agua agua para llegar l legar a Raimangal. Raimangal. —Es probable probabl e —dijo —dij o TremalTremal-Naik. Naik. —En Calcuta y en el fuerte fuerte Willia il liam m tenem tenemos os afiliados afili ados en el ejército ejér cito y en los barcos de guerra guerra inglese ingleses. s. Algun Algunos ocupan posiciones relevant rel evantes. es. —¿Y bien? —Irás a fuerte fuerte William, Will iam, y con la ayuda ayuda de nuestros nuestros afiliados afil iados te embarcar embarcarás ás en su embarcaci embarcación. ón. —¿Yo? —¿Yo? —¿Tienes —¿Tienes miedo? miedo? —Tremal-Nai —Tremal-Naikk no no sabe todavía todaví a lo que es el miedo. ¿Pero crees cr ees que el capitán capi tán no me me reconocerá? Una sonrisa se dibujó di bujó en los labios la bios de Kougli Kougli.. —Un —Un indio indio puede transform transformarse arse en malas malasio io o en birmano. birmano. —Basta con esto. ¿Cu ¿Cuándo ándo teng tengoo que partir? —Ensegu —Enseguida, ida, o llegarás l legarás demasiado tarde. —¿Está —¿Está libre li bre el camino camino que que conduce conduce hasta el río? rí o? —Los —Los cipai ci pai que nos asediaban han han sido sacados del bosque. bos que. Koug Kougli acercó los dedos a los labios l abios y silbó. Acudió Acudió un th thug. ug. —Seis hombres, hombres, de buena buena voluntad voluntad y probado valor, val or, ¡que se preparen prepare n para partir! ¿Sigue ¿Sigue la barca ba rca en la orilla? —Sí —respondió —re spondió el thug thug. —Vete. —Vete. Kougli se quitó del dedo un anillo de oro, de forma especial, con un pequeño escudo en el cual iba grabada la misteriosa serpiente, y se lo dio a Tremal-Naik. —Basta con que tú lo muestres a uno uno de los afiliados afili ados —le dijo—, dij o—, y todos los thug thugss de Calcuta Calcuta se pondrán a tu disposici dispos ición. ón. Tremal-Naik se lo puso en un dedo de la mano derecha. —¿Tienes —¿Tienes algo que decirme? —le pregun preguntó. —Que —Que nosotros vigilamos a tu Ada. —¿Y qué más? más? —Que —Que si nos trai traicionas, cionas, la quemaremos quemaremos viva. TremalTremal-Naik Naik le miró con espanto. —¡Adiós! —¡Adiós! —le dijo dij o bruscament bruscamente. e. Salió y se acercó a «Darma», que le miraba con inquietud, como si ya adivinara que el amo volvía a abandonarle. —Pobre amigo amigo —dijo —dij o él con voz conmovida—. conmovida—. Nos volverem volver emos os a ver, no temas, temas, mi «Darma». «Darma». Nagor Nagor te cuidará. Giró la l a cabeza hacia otro lado l ado y llegó hasta los thug thugs. —Condu —Conducidme cidme a la embarcación —ordenó. Los siete hombres se dispusieron en fila india y penetraron en el bosque, llevando los fusiles debajo
del brazo para estar preparados a usarlos a la prim pri mera alarm alar ma. A las dos de la mañana llegaban a las orillas del río y en una pequeña ensenada, escondida debajo de un montón de bambúes, flotaba una veloz embarcación, una especie de ballenera. Los remos estaban en su sitio, la vela ya había sido izada al palo. No hacía falta nada más que embarcarse. —¿Veis —¿Veis a alguien? alguien? —pregunt —preguntóó TremalTremal-Naik. Naik. —A nadie nadie —respondieron —r espondieron los thugs. thugs. —Al barco. Los siete hombres subieron y emprendieron la navegación.
X. LA FRAGATA El Hugli es uno de los ríos más importantes de la gran península del Indostán. La población de la alta India considera sagradas sus aguas y emprenden con frecuencias largas peregrinaciones para echarles las cenizas de sus difuntos difuntos o para par a bañarse en el río. Su longitud no supera las cincuenta leguas y está formado por la confluencia del río Cossimbazar y el Djellinguey, los dos afluentes más occidentales del Ganges; pero la masa de las aguas es muy considerable, considerabl e, ya que por la derecha vierten vi erten en él su s us agu a guas as el Dorum Dorumoudah, oudah, el Roupnaram Roupnaram,, el Tingoril ingorilly ly y el Hidiely Hidiel y. En este brazo del Ganges reina un tráfico extraordinario, febril, que equivale al de los grandes ríos gigantes de América septentrional. Aprovechando la marea alta, que se deja sentir con fuerza, lo remontan barcos procedentes de todos los puertos del mundo, deteniéndose en Calcuta o Chandemagor o en Hugli, las tres ciudades más importantes situadas en sus riberas. Vapores, barcas, bricks, bergantines, goletas y sloops se entrecruzan a lo largo de su curso, sin olvidar a las pinnasas, las poular, los bangles los murpunky, los fuyt, gonga y todas las demás embarcaciones más o menos grandes, de construcción india, que por millares cruzan el río en todas las direcciones. No obstante, en el momento en que la ballenera se alejaba de la orilla dirigiéndose hacia el norte, pocas barcas surcaban la corriente, casi todas procedentes del sur, es decir, del mar. En cambio, desde el norte bajaban montones de cadáveres que iban caprichosamente a la deriva, destinados a embarrancar en las numerosas islas o en las orillas, donde caerían bajo los dientes de los tigres y de los chacales, siempre dispuestos a tomar parte en aquellos gigantescos banquetes que la superstición india les ofrece gratuitamente. —Animo —Animo —dijo Tremal-Naik—. Tenem Tenemos os que llegar al fuerte fuerte antes de que la expedición expedici ón se haga haga a la l a mar. mar. Si llegam ll egamos os demasiado tarde, Raimang Raimangal al está es tá perdida. perdi da. —Déjanos hacer hacer —respondió —r espondió el que parecía parec ía el jefe de los l os thug thugs—. s—. Llegaremos Llegaremos a tiempo. tiempo. —¿Qué —¿Qué distancia distancia tenemos tenemos que recorrer recorr er para par a llegar ll egar al fuerte? fuerte? —Menos —Menos de diez di ez leguas. leguas. —¿Cuán —¿Cuándo do crees cree s que partirá la l a expedición? —A la hora de la marea alta, sin duda. Dentro Dentro de media hora empezará empezará a subir y correre cor rerem mos más deprisa depri sa que un balandro. Los thugs, jóvenes fornidos, resistentes al cansancio y acostumbrados desde la infancia al remo, se acomodaron en los bancos y empezaron a remar con energía, dando golpes secos y resueltos. La ballenera, una hermosa y sólida embarcación, construida a propósito para la carrera, no tardó en discurrir con notable velocidad, tocando apenas el agua. La corriente del río amenazaba con pararse debido al próximo cambio de la marea, que sube con tanta furia que causa con frecuencia en Calculta un aument aumentoo del nivel del agua agua superior a los lo s cinco ci nco pies. La noche era limpísima, iluminada por una luna soberbia, y el aire, dulce, refrescado de vez en cuando por una libre brisa que procedía del norte. Las orillas, visibles como en pleno día, presentaban de vez en cuando unas bellas panorámicas, típicas de los ríos indios. Unas veces eran bosques magníficos de palmeras, de cocoteros de aspecto majestuoso, con largas hojas formando cúpula, y de mangos enlazados de mil modos por aquellas extrañas trepadoras que se llaman calami, que alcanzan con frecuencia una longitud de ciento cincuenta metros.
Otras veces eran campos inmensos de mostaza cuyas flores amarillas destacaban claramente bajo los plateados rayos del astro nocturno; o bien plantaciones de índigo, de azafrán, de sésamo, de jalapa; o inmensas extensiones de bambúes descomunales, en medio de los cuales iban y venían rebaños de búfalos salvajes, salva jes, animales animales verdaderam verdader ament entee formidables, más temidos que los tigres y que no no dudan en atacar atacar a un regimiento de gente armada. En ocasiones aparecían míseros pueblos, ahogados bajo una densa vegetación; o bien campos de arroz encerrados entre márgenes de varios pies de altura, destinados a contener las aguas; o más a menudo construidos en los bordes de pútridos estanques, sobre los que flotaba una niebla pestilente, preñada de fiebres y de cólera. No faltaban, no obstante, los elegantes bungalows, en cuyos tejados piramidales dormitaban bandadas de cigüeñas negras, de ibis pardos y de comedores de huesos, pájaros gigantescos, avidísimos y muy respetados por los indios, los cuales, según su extraña doctrina de la transmigración del alma, creen que en sus sus cuerpos se encuentran encuentran las almas de los l os sacerdotes s acerdotes de Brhama. Brhama. Ya había transcurrido media hora desde que la ballenera había dejado la pequeña ensenada, cuando en la orilla ori lla derecha se oyó una una voz que que gritaba: —¡Eh!... —¡Eh!... ¡Alto!... ¡Alto!... Ante aquella brusca intimidación, que nadie esperaba al estar el río desierto, Tremal-Naik se levanto enseguida. —¿Quién —¿Quién nos insta a que nos paremos? —pregunt —preguntóó en voz baja, mirando a su alrededor—. alr ededor—. ¿Será algún hermano? —¡Mira —¡Mira allí! all í! —dijo —dij o uno uno de los remadores, indicándole la orilla—. oril la—. Pasamos delant del antee del bung bungalow del capitán Macperson. —¿Nos —¿Nos habrán descubier descubierto? to? —Puede —Puede que sí. sí . Aquellos listos li stos habrán sospechado algo y vig vi gilan il an las l as embarcaci embarcacion ones es que rem re montan ontan el río. ¿No ves aquellos hombres en la terraza? Tremal-Naik dirigió la mirada hacia el bungalow. Sobre la terraza que dominaba el río divisó un grupo grupo de personas. per sonas. La La luna hacía hacía brillar bril lar los cañones cañones de sus fusil fusiles. es. —¡Eh!... —¡Eh!... ¡párate! —repitió la misma voz. voz. —Sigamos —Sigamos adelant adel antee —dijo —dij o Tremal-Naik—. Si quieren atacarnos, atacarnos, que nos nos persigan pers igan.. La ballenera, bal lenera, que había aminorado aminorado la l a velocidad, vel ocidad, reemprendió reemprendió la l a marcha. marcha. Un Un clamor clamor ensordecedor ensordece dor se levantó del suelo. —¡Truenos —¡Truenos y relám rel ámpagos! pagos! —gritó una una voz—. voz—. ¡Disparad! —¡Son ellos! ell os! —gritó —gritó otra voz. —¡Fuego, —¡Fuego, amigos! amigos! Resonaron tres o cuatro disparos. Los thugs, aunque ya estuvieran unas seis o siete brazas lejos, oyeron las balas silbando por encima de la embarcación. —¡Ah! —¡Ah!,, ¡bandidos! ¡bandidos! —exclamó —exclamó Tremal-Naik, recogiendo recogiendo la carabi ca rabina. na. —¡Mira —¡Mira!! —gritó —gritó uno uno de los thu thugs—. Se disponen a darnos caza. —Yo —Yo me ocupo de mantenerlos antenerlos alejados. alej ados. Dirigid la embarcaci embarcación ón hacia aquel grab, que baja baj a por el río; quizá viene de Calcuta y podrá darnos alguna alguna noticia acerca ace rca de la ex e xpedición pedici ón.. —¡Aten —¡Atento, to, TremalTremal-Naik! Naik! —gritó uno uno de los remeros. El indio volvió la mirada hacia la pequeña ensenada del bungalow y vio zarpar un mur-punky, en el que mont montaron aron cinco o seis s eis cipai y media media docena de rem re meros. —¡Adelante! —¡Adelante! —ordenó, —ordenó, cargando la carabina. carabi na. La ballenera corría cada vez a más velocidad aunque el mur-punky, guiado por hombres más hábiles y quizá más ligeros, iba ganando terreno. Habían colocado un parapeto en la proa y detrás del mismo se escondieron los cipai con las
carabinas preparadas. —¡Deten —¡Detente! te! —tronó —tronó una una voz. voz. —¡Sigu —¡Sigue adelant adel ante! e! —ordenó Tremal-Nai Tremal-Naik. k. Un cipai levantó la cabeza. Fue suficiente: Tremal-Naik apuntó rápidamente el arma y dejó partir el tiro. El cipai lanzó lanzó un grito, golpeó golpeó el aire a ire con las manos manos y cayó al fondo de la barca. bar ca. —¡Le —¡Le he dado! —gritó —gritó Tremal-Naik, cogiendo cogiendo otra carabina. cara bina. Le respondió una descarga general. Las balas chocaron contra los lados de la ballenera. Otro Otro cipai ci pai se s e levant l evantóó y cayó como como el primero. Aquella matemática precisión desorientó a los cipai, los cuales, después de consultarse, cambiaron de rumbo, dirigiéndose hacia la orilla opuesta. —En guardi guardia, a, Tremal-Naik —dijo —dij o uno uno de los thug thugs—. s—. Hay unos unos bung bungalows alow s ingleses ingleses en aquella orilla. —Que —Que les proporcionarán proporci onarán hombres ombres y barcas —añadió otro. —No les vamos a dar tiempo —respondió el indio—. i ndio—. Dirigid la proa hacia el grab. Aquella nave, que descendía hacia el mar, distaba de ellos sólo media milla. Era uno de aquellos bajeles que se construyen en Bombay, donde parece ser que desde épocas remotas la navegación ha hecho más progresos que en los demás lugares de la India y donde se encuentran los árboles del tek, famosos por la extraordinaria dureza de su madera, y de los salces, cuya leña resiste al agua durante siglos. La proa de aquel grab, de construcción claramente india, era muy esbelta y puntiaguda, adornada con divinidades y cabezas de elefante esculpidas con rara maestría. Sus tres mástiles llevaban todas las velas desplegadas y se hinchaban bajo la fresca brisa del septentrión. Quince minutos después la ballenera la abordó por la parte de babor. El capitán de dicha embarcación apareció por el costado, para saber qué deseaban. —¿De —¿De dónde venís? venís? —pregu —pr egunt ntóó Tremal-Naik. —De la Ciudad Blanca —respondió el lobo l obo de mar. mar. —¿Cuán —¿Cuántas tas horas hace que que habéis pasado frente frente al fuerte Wil Willi liam am?? —Hace cinco horas. horas. —¿Habéis —¿Habéis visto barcos barc os de guerra guerra?? —Sí, una una fragata: fragata: la l a «Cornwall». —¿Cargaba? —¿Cargaba? —No, embarcaba embarcaba soldados. soldados . —Son los que van a Raimang Raimangal al —dijer —di jeron on los thu thugs. —¿Sabéis cuál es el destino de la «Cornwall»? «Cornwall »? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik apretando apretando los dient di entes. es. —Lo —Lo ignoro ignoro —respondió —re spondió el capitán capi tán.. —¿Estaban —¿Estaban encendidas encendidas las la s máquin máquinas? as? —Sí. —Gracias, —Gracias , capitán. La ballenera se separó del grab. —¿Habéis —¿Habéis oído? —pregu —pr egunt ntóó Tremal-Naik, con rabia. rabi a. —Sí, respondieron re spondieron los thugs. thugs. curvándose curvándose sobre los rem r emos. os. —Tenem —Tenemos os que llegar ll egar antes antes de que la fragata fragata emprenda emprenda la navegación, navegación, o todo estará perdido. perdi do. ¡Remad! ¡Remad! En aquel instan i nstante te uno de los l os thug thugss lanz l anzóó un gri grito to triun tri unfal. fal. —¡Escuchad! —¡Escuchad! —exclamó. —exclamó. Todos prestaron pr estaron atención, atención, aguant aguantándose ándose la respiraci respi ración ón.. Por el sur se oía un sordo murmullo, urmullo, como si se acercara acer cara una una borrasca.
—¡La —¡La marea! marea! —gritaron los thug thugs. s. La corriente del Hugli de pronto se había parado. Procedente del sur apareció una ola espumeante, que adelantaba a la velocidad de un caballo lanzado al galope. Llegó produciendo un sordo estallido, levantó a la ballenera y pasó de largo, subiendo rápidamente hacia Calcuta, arrastrando arras trando mon monton tones es de detritos, de hierbas y no pocos troncos de árbol. árbol . —Hacia la orilla oril la derecha —ordenó el jefe de los remeros—. Dentro Dentro de tres o cuatro cuatro horas estaremos en el fuerte. fuerte. La ballenera alcanzó la orilla derecha, donde la marea se hacía cada vez más rápida que en la izquierda, y reanudó la navegación, eficazmente ayudada por los remos que los thugs maniobraban con habilidad y energía. energía. Empezaba entonces el alba. Por oriente se levantaba una luz pálida que gradualmente tomaba una tonalidad amarillenta, luego rojiza e invadía rápidamente al cielo. Los astros, que hacía poco brillaban, fueron palideciendo hasta desaparecer y los gritos de las fieras se volvieron más espaciados y más débiles. Las riberas del soberbio río, a medida que la ballenera se acercaba a Calcuta, perdían su aspecto salvaje. Los grandes bosques poblados por numerosas bandas de tigres, de búfalos salvajes, de chacales y de serpientes, y las inmensas plantaciones de bambúes iban desapareciendo para dejar paso a fertilísimos fertilí simos campos, cultivados con gran gran cuidado, a plantaciones de índigo, de algodón al godón y de cinam ci namom omo, o, a bellísimos árboles de fruta de todas las especies, a elegantes villas y a grandes poblados. Grupos de ungho, simios con el pecho saliente, el pelo negro, pardo o gris y la cara casi humana, aparecían por entre los árboles, columpiándose entre las ramas, dando saltos prodigiosos de diez e incluso quince metros; se veían familias de axis, elegantes animales similares a los ciervos, con el pelo manchado de blanco; tranquilos búfalos iban a beber al río. En el aire o posados en los tejados de las cabañas o sobre las curvadas ramas de los paletuvieros se divisaban pájaros de todos los tipos y tamaños: nibis, gyapetis, bosagros, ibis, pardos, marangones, folagas de plumas purpúreas y azules, fenades bramínicos y gigantescos arghilah, algunos de los cuales estaban ocupados en hacer desaparecer a un cuervo cuervo impertinent impertinentee que había osado osad o disput dis putarl arles es su s u presa. —Estamos —Estamos cerca de Calcut Cal cutaa —dijo —di jo uno uno de los remeros, después des pués de haber observado observa do las l as dos orillas oril las con atención. Tremal-Naik, que desde hacía unas horas estaba sumido en una febril impaciencia, al oír aquellas palabras palabr as se levantó de pronto, escrutando escrutando con su mirada mirada hacia el norte. —¿Dónde —¿Dónde es? —pregunt —preguntó—. ó—. ¿La ¿La ves tú? —Todavía no, pero la l a veremos dentro dentro de poco. —¡Rema!... —¡Rema!... ¡Rem ¡Rema!... a!... La ballenera aceleró la carrera. Los thugs., no menos impacientes que su jefe, remaban con verdadero furor, y las pagayas se doblaban bajo la fuerte tracción. Nadie hablaba para no perder ni un solo golpe. A las ocho, oc ho, un un cañonaz cañonazoo resonó res onó hacia hacia el curso c urso alto del río. —¿Qué —¿Qué significa? significa? —pregunt —preguntóó TremalTremal-Naik Naik con ansiedad. —Estamos —Estamos cerca cer ca de Kiddepur. Algún Algún navío navío de guerr guerraa parte y saluda. —¡Pronto! —¡Pronto!,, ¡pronto!... ¡pronto!... ¡Si pudiér pudiéram amos os llegar ll egar a tiempo!... tiempo!... El río empezaba a animarse con el tráfico cotidiano. Barcas, bricks, bergantines, goletas, vapores, subían y bajaban por la corriente en gran número. Unos grandes grab, grandes pariah de la costa del Coroman-del, cuyas barrocas estructuras no les permiten hacer más que un solo viaje al año, o sea, en la época del monzón favorable; ligeros poular de Dacca, rapidísimos, provistos de mástiles y de una gran vela cuadrada; bangles bangles cubiertas de techu techumbres de esparto es parto y con mástil mástiles es formados formados por grandes bambúes bambúes y magníficos fylt de un ancho de cincuenta pies e incluso más, ricamente dorados y conducidos por más
de treinta remeros, se cruzaban en todos los sentidos o estaban anclados a lo largo de las riberas, frente a los bungalows o en los poblados. Tremal-Naik tenía que poner en acción toda su habilidad de timonel para no chocar contra aquella cantidad de canoas y de barcos que aumentaba a cada paso, llegando a ocupar en algunos momentos el río entero. Los thugs remaban continuamente, con furia, tensando los músculos de tal modo que casi hacían estallar la piel. A las nueve la ballenera pasaba por delante de Kiddepur, un gran poblado que surge en la orilla izquierda del río, y pocos minutos después llegaba a Calcuta, la reina del Bengala, la capital de todas las posesiones inglesas de las Indias, con su línea imponente de palacios, sus pagodas, sus cúpulas y sus caprichosos campanarios, sus campanas y sus squares y el fuerte William17, la más grande y sólida fortaleza existente en la península india, y que para su defensa se necesitan por lo menos a diez mil hombres. Tremal-Naik se había puesto de pie, como empujado por un resorte, y miraba con aire estupefacto aquel extraordinario conglomerado de edificios, de jardines y de bajeles. —¡Qué —¡Qué esplendor! espl endor! —mu —murmuró—. rmuró—. Nun Nunca había pensado que a tan poca distancia del país de los tigres y de las serpientes pudiera surgir una ciudad tan inmensa. Se giró hacia uno de los thugs, el más anciano, y le preguntó: —¿Conoces —¿Conoces tú la ciudad? ci udad? —Sí, Tremal-Naik —respondió el indio. —¿Sabes cuál cuál es mi misión? —Kougli —Kougli me me lo dijo: di jo: matar al capitán para que no no vaya a RaimanRaimangal. —¿Dónde —¿Dónde estará aquel hombre? hombre? —Lo —Lo sabrem sabre mos; por lo menos así lo l o espero. esper o. —¿Habrá —¿Habrá partido? pa rtido? —No hemos hemos visto a ningú ningúnn barco de guerra guerra bajando por el Ganges Ganges —respondió el viejo—. viej o—. Así pues, podemos podemos estar seguros seguros de que la expedición todavía no ha partido. —¿Sabes si el capitán tiene tiene alguna alguna casa en Calcuta? Calcuta? —Tiene una una en las cercanías del de l fuerte Wil Willia liam m. —¿La —¿La conoces? —Perfectament —Perfectamente. e. —¿Se habrá habrá alojado al ojado allí a llí?? —Pronto —Pronto lo sabremos. sa bremos. —¿Por quién? quién? —Por uno uno de nuestros nuestros afiliados, afil iados, que es maestro maestro de jarci j arcias as a bordo bor do de la «Devonshire». «Devonshire». —¿Y qué es esta «Devonshire»? «Devonshire»? —pregu —pr egunt ntóó Tremal-Naik. —Allí, —Allí , mira mira aquella cañonera anclada anclada cerca del fuerte Will William. iam. Tremal-Naik miró en la dirección indicada y descubrió, a unas cincuenta brazadas de los macizos muros de la fortaleza, una pequeña nave a vapor, de un desplazamiento de alrededor de las trescientas o cuatrocientas toneladas, bastante baja de casco, y posiblemente corta de quilla para remontar con facilidad facili dad también los aflu a fluent entes es del Ganges. Ganges. Llevaba sólo un mástil, situado hacia proa, y en la popa tenía una gran pieza de artillería, colocada sobre una especie de plataforma. Debajo del balcón de popa se leía en una gran placa de metal, escrito con letras doradas, un nombre: «Devonshire». —¿Hay —¿Hay un un afil afiliado iado a bordo bo rdo de aquella aquell a nave? —pregunt —preguntóó TremalTremal-Naik. Naik.
—Te lo he dicho: es el maestro de jarci j arcias as Hider. Hider . —Vayam —Vayamos os a verle. ver le. —Despacio, Trem Tr emal-Nai al-Naik; k; es necesaria necesari a la mayor prudencia. prudencia. —Aquí —Aquí no nos nos conocen. conocen. —¿Quién —¿Quién puede asegurarl asegurarlo? o? Deja que te gu guíe, que soy uno uno de los thu thugs más más viejos. vie jos. —Me fío fío de ti. El thug abandonó un momento el remo y se levantó sobre el banco, mirando atentamente el puente de la cañonera. Había bastantes marineros en cubierta, ocupados en la limpieza y poniendo en orden las gúmenas y los diferentes objetos que por allí se encontraban. Entre ellos el viejo thug vio al maestro de jarcias, que estaba hablando con un joven cadete. —¿Y él? —dijo —di jo volviéndose vol viéndose hacia Tremal-Naik. —¿Quién —¿Quién es él? él ? —Hider. —¿Te —¿Te ha visto? —Espera un moment omento. o. Acercó las manos a los labios, y formando una especie de altavoz mandó tres notas estridentes, que parecían salidas de un instrumento de cobre en vez de una boca humana. Casi enseguida se vio al maestro de jarcias girarse hacia el río y luego inclinarse sobre la borda. La chalupa pasaba entonces casi por debajo del costado de la cañonera. La mirada del maestro de jarcias se cruzó con la del viejo thug, luego se volvió hacia otra parte, haciendo ver que observaba a un grab que descendía por la corriente con las velas desplegadas. —Dentro —Dentro de poco Hider estará en tierra —dijo —dij o el viejo, viej o, dirigién diri giéndose dose a Tremal-Naik—. El me ha entendido. —¿Dónde —¿Dónde le esperaremos? esper aremos? —En una taberna taberna propiedad propie dad de un afiliado afili ado nuestro. nuestro. —¿Sabe que que nosotros iremos allí? allí ? —Mis notas notas se lo han hecho hecho comprender. comprender. —Vayam —Vayamos. os. La ballenera reanudó la marcha, manteniéndose a poca distancia de la orilla y navegando hacia el centro de la capital. Las naves y las barcas aumentaban continuamente, ocupando todo el cauce del río. Bajeles pertenecientes a todas las naciones del globo, unos a vapor y otros a vela, y un número infinito de barcos indios, de grabs, de poulars, de bangles y de pinases ocupaban los rompeolas, mientras legiones de peones cargaban y descargaban descar gaban las mercancías, estibándolas debajo de bajo de inmensos inmensos cobertizos. En medio de aquel bosque de troncos flotantes, enjambres de barcas de todos los tipos se deslizaban sobre las limpias aguas del río gigante. En su mayoría eran blangles cargadas de arroz, equipadas con tejadillos tejadil los de esparto espa rto para guarecer guarecer las mercancías, o pequeños pequeños gong gongues excavados en un un simple simple tronco tronco de árbol, o chalupas pertenecientes a las naves ancladas; pero con frecuencia se veían pasar también, rápidos como relámpagos, resplandecientes fylt-charra, de cincuenta pies de largo, llenos de dorados y adornados en la proa con una cabeza de elefante, llevando a bordo alfombras y sillas de terciopelo, en los que iba algún rico indio. En cambio, en las orillas* especialmente en los ghát —grandes escalinatas de piedra que bajan hacia el río—, se veía amontonarse a hombres, mujeres y niños que venían a hacer sus abluciones en las sagradas aguas aguas del Ganges. Ganges. Cualquiera que sea la época del año, el indio no olvida el baño religioso, que para él se ha convertido en algo necesario. A él le parecería que empieza mal el día si no se sumergiera en las aguas
del Ganges. En todas las ciudades de la India que tienen la fortuna de estar bañadas por aquel inmenso río, cada mañana añana multitudes multitudes de habitantes, habitantes, hombres hombres y mujeres, mujeres, ricos y pobres, llevando lle vando cada cu c ual debajo del brazo unos vestidos blancos para poderse cambiar, se agolpan en las escalinatas, se desnudan al aire libre, bajo la mirada de todos, sin preocuparse de las miradas curiosas, y toman su baño con la cara vuelta hacia el sol, como prescribe su culto18. Su primera función es la de enjuagarse la boca, luego la de ofrecer un puñado de agua al astro diurno. A continuación se lavan las vestiduras, sin emplear el jabón, que ellos consideran una materia impura; después se visten, también al aire libre, hombres y mujeres juntos, y regresan a sus casas, llevándose también una jarra de agua que servirá para las abluciones del día. La ballenera, después de haber pasado por aquel caos de embarcaciones y de bañistas y delante de un número infinito de espléndidas construcciones, de pagodas y de jardines, fue a pararse delante de una amplia escalinata, que en aquel momento se encontraba sin gente. El viejo thug indicó a sus compañeros que se quedaran de guardia en la chalupa; luego dijo a Tremal-Naik. —¡Sígu —¡Sígueme! eme! Subieron las escaleras, pasando frente a algunos vendedores de hojas de betel, cuidadosamente cerradas y conteniendo una mezcla de nuez de areca, de cal, de resina y de otras drogas muy indicadas para conservar los dientes y para purificar la boca de espíritus impuros, que infestan por todas partes a la crédula y supersticiosa fantasía de los hindúes; y, una vez atravesada la calle, penetraron en las espléndidas espléndidas plaz pl azas as que embellecen embellecen las orillas ori llas del río. rí o. No obstante la hora matutina, una gran muchedumbre se movía por aquellos bosquecillos, dignos de las más bellas plazas de Londres, en los bordes de los laguitos, alrededor de las fuentes y de los bungalows bungalows que se veían surgir por todas partes con sus sus tejados teja dos altos al tos y punt puntiagu iagudos. dos. Bengaleses, malabares, bramines, europeos, chinos y birmanos se cruzaban en todos los sentidos, mientras por las amplias calles se veía transitar a cómodos palanquines destelleantes de oro y con las cortinas de muselina azul o amarilla, o elegantes ratt rematados por liberas cúpulas doradas y resguardadas por cortinas de seda, tirados por cuatro bueyes blanquísimos con los cuernos dorados. El viejo thug atravesó rápidamente las plazas y pasó frente a los espléndidos palacios con frontones similares a los de los templos griegos, que se alinean por detrás de los jardines y que limitan, sin transición, con sórdidos barrios de chozas de paja, habitadas por las ínfimas castas hindúes. Un cuarto de hora después el viejo entró en una callejuela embarrada y muy estrecha y se detuvo delante de una barraca de aspecto miserable, delante de la cual, encima de la puerta, colgaba un horrible pescado disecado, de piel negra y cabeza cuadrada como la de las ranas, provisto de dos membranas paralelas de una gran longitud. —Es aquí —dijo el thug—. thug—. Dent Dentro ro de poco vendrá Hider. Entraron en una habitación semioscura, en la que se veían algunas mesas y unos taburetes de bambú, y se sentaron en el rincón más iluminado. Un indio, delgado como un faquir y horriblemente marcado por las cicatrices de la viruela, les llevó un cuenco de arroz aliñado con curry, aquella atroz mezcla formada por pescados guisados con diversos tipos de hierbas y aceite de coco rancio, y un vaso de tody, una especie especi e de vino que se extrae de la l a palm pal ma vin vi nífera, muy claro clar o y ligeramente ligeramente embria embriagador. gador. Tremal-Naik y su compañero, a los que el aire matutino y aquel largo viaje les había abierto el apetito, iban a vaciar la tarrina, cuando vieron entrar a un mozo de jarcias de la real marina19. Aquel hombre era un indio vigoroso, de unos cuarenta años, de estatura bastante elevada, con miembros musculosos, una barba negrísima y ojos de penetrante mirada. Sujetaba entre sus labios una corta pipa y fumaba con intensidad. Cuando Cuando vio al viejo viej o thug, thug, se le l e acercó acer có tendiéndole la mano y diciendo:
—Estoy content contentoo de verte, Moh. Luego le miró fijamente, mientras con un rápido gesto señalaba a Tremal-Naik. —No temas, temas, Hider —respondió el viejo, viej o, que que le había comprendido—. comprendido—. Este es un devoto afilia a filiado, do, uno uno de los l os jefes. j efes. —Que —Que me me dé la l a prueba —dijo —dij o el maestro. Tremal-Naik le mostró el anillo que llevaba en el dedo. El marinero curvó la cabeza, diciéndole: —Estoy a tus tus órdenes, enviado de Kalí. Kal í. —Siéntate —Siéntate y escúcham escúchamee —dijo —dij o Tremal-Naik—. ¿Con ¿Conoces oces tú al capitán Macpers Macperson? on? —El padre de la... —empezó —empezó Hider, pero el viejo viej o thu thug enseguida enseguida le interrumpió interrumpió fruncien frunciendo do el entrecejo e indicando a Tremal-Naik. Hider le entendió enseguida—. ¿El capitán Macperson? —dijo con desenvoltura—. Le conozco quizá mejor que nadie. —¿Sabes dónde está?... —pregunt —preguntóó ansiosamente ansiosamente Tremal-Naik, que no se había dado cuenta cuenta de nada. —¿Es —¿Es que se ha ido de su bung bungalow alow?? —pregunt —preguntóó a su vez Hider Hider.. —Sí. —¿Cuán —¿Cuándo? do? —Desde hace dos o tres días. dí as. —Lo —Lo ignoraba. ignoraba. ¿Qué ¿Qué ha venido venido a hacer a Calcuta? —A preparar una una expedición contra contra Raimangal. Raimangal. El maestre de jarcias se puso de pie, arrancándose la pipa que sujetaba entre los dientes. —¿Cont —¿Contra ra Raimang Raimangal, al, habéis dicho? —pregunt —preguntóó apretando los l os dedos—. ¡Ah ¡Ah!... ¡Había ¡Había sospechado algo!... —¿Y por qué? —Desde hace unos unos días se está e stá armando armando la «Cornwall». «Cornwal l». —¿Una —¿Una nave? nave? —pregu —pre gunt ntóó TremalTremal-Naik. Naik. —Un —Una vieja viej a fragata fragata que ya ya había estado al mando del capitán Macperson. —¿Dónde —¿Dónde se encuent encuentra ra aquella nave?... —Aquí, —Aquí, en la dársena. Sé que se han embarcado embarcado muchas uchas municiones, víveres, víver es, y que que se están poniendo catres en los pasillos, como si tuvieran que servir de transporte a un gran número de soldados o de marineros. —¿Tenem —¿Tenemos os afiliados afil iados ent e ntre re la l a tripulación tripulaci ón de aquell aquellaa nave? — pregunt preguntóó el viejo vi ejo thug thug. —Sí, a dos: dos : Palavan Pal avan y Bindur. Bindur. —Les —Les conozco; conozco; es preciso preci so verles verl es e int i nterrogarl errogarles. es. —No saben s aben nada del destino de la «Comwal «Comwal». ». Ayer Ayer por la noche noche hablé con ellos, el los, pero parece ser que se guarda guarda rigu r igurosamen rosamente te el secreto s ecreto sobre sobr e la l a dirección dir ección que deberá tomar tomar la l a nave. —Enton —Entonces ces ya no hay ning ninguuna duda —dijo —di jo Tremal-Naik, como hablando para sí—. Aquella fragata fragata está destinada para embarcar a la expedición. —También —También yo yo empiezo empiezo a sospecharlo. sospecharl o. —¡Aquella —¡Aquella nave no no tiene que que partir!... partir !... —exclamó —exclamó el Cazador de serpie se rpienntes. —¿Y quién va a impedir que se marche? marche? —¡Yo! —¡Yo! —¿De —¿De qué modo?... modo?... —Matando —Matando al capitán antes antes de que se embarque. embarque. Kougli Kougli lo quiere y tam también bién Suy Suyodhana. odhana. —Pero no será empresa empresa fácil —dijo —dij o Hider, que se había vuelto taciturno—. taciturno—. El capitán estará en guardi guardia, a, especialmen especi almente te ahora. —Es necesario que le mate, te lo he dicho. He He sabido sabi do que tiene tiene una una casa en la ciudad.
—Es cierto. cier to. —Mandaremos —Mandaremos a alguien alguien a verificar veri ficar si vive allí. al lí. —¿De —¿De qué modo? modo? —Todavía no lo sé, pero encontraremos encontraremos el modo modo —dijo —dij o TremalTremal-Naik. Naik. En aquel instante el viejo thug levantó la cabeza, y haciendo un gesto con la mano derecha dijo lentamente: —Pronto —Pronto lo sabremos. sa bremos. —Explí —Explícate, cate, Moh —dijo —dij o Hider. —Irá el hombre. hombre. —¿Quién —¿Quién?? ¿Qu ¿Qué hombre?... hombre?... —Nimpor. —Nimpor. —¿El —¿El faquir?... —El. ¡Vayam ¡Vayamos! os!
XI. EL FAQUIR Después de echar una rupia encima de la mesa, los tres indios salieron de la miserable taberna, cruzando las plazas que en aquella hora empezaban a despoblarse a causa del excesivo calor, y bordearon la orilla del Ganges, cobijándose en la sombra de los grandes árboles que se alineaban en la ribera. Una vez atravesada la parte central y más poblada de Calcuta, la llamada Ciudad Blanca, penetraron en el norte de la ciudad india, más sucia y miserable, pero también más pintoresca, ya que allí se encuentran las hermosas pagodas dedicadas a Brahma, a Si va, a Visnú, a Krisna, a Parvadi y a otras muchas divinidades adoradas por los l os hindúes hindúes20. Ya no había espléndidos carruajes, ni carricoches con cortinajes de seda, ni palacios ni calles anchas y limpias: la ciudad india es un caos de barracas, casuchas, chozas cubiertas por tejadillos de plantas y de callejuelas embarradas, rotas, malolientes, en las que deambulan como animales inmundos centenares de niños desnudos y por las que pasean gravemente los grandes arghilah, aquellos enormes pájaros carroñeros, de pico gigantesco, que son los encargados de la limpieza callejera. El viejo thug, después de recorrer unas cuantas de aquellas calles, se detuvo en una plaza en la que se erguía soberbia, entre tanta miseria, una gran pagoda festoneada de cúpulas, de extrañas estatuas que representaban a todas las encarnaciones de Visnú, con cabezas de elefantes de monstruosas trompas extendidas, extendidas, de arcos magníficos agníficos adornados con guirnaldas guirnaldas y remates remates ligeros l igeros como como encajes. Moh subió la espaciosa escalinata que conducía a la entrada de la pagoda y se detuvo delante de un indio que estaba sent s entado ado en el último peldaño, diciendo dici endo a Tremal-Naik y a Hider: —Este es el faquir. faquir. Cuando le vio Tremal-Naik no supo contener un gesto de repugnancia. Aquel miserable indio, aquella víctima del fanatismo religioso y de la superstición, ciertamente inspiraba horror. Más que un hombre era un esqueleto. El rostro apergaminado, rodeado de una barba espesa, descuidada, que le llegaba hasta debajo de la cintura, iba cubierto de misteriosos tatuajes rojos y negros, que en su mayoría representaban a serpientes, mientras su frente estaba embadurnada de ceniza. Los larguísimos cabellos, que quizá nunca habían conocido el uso de los peines y de las tijeras, formaban formaban como como una una especie espe cie de crinera cr inera en la que, sin duda, pululaban pululaban los insectos. Su cuerpo, espantosamente delgado, estaba casi desnudo, sólo cubierto en los costados por un pequeño pequeño taparrabos, taparrabos , de unos unos cuatro dedos de largo. Lo que daba asco sobre todo era el brazo izquierdo. Aquel brazo, que era sólo piel y hueso, permanecía permanecía constant constantem ement entee levant l evantado, ado, y no podía bajarlo, bajar lo, puesto que que estaba es taba ya disecado dis ecado y anquil anquilosado. osado. En la mano, fuertemente atada con unas correas y cerrada formando como un recipiente, el fanático había puesto tierra y había plantado en ella un pequeño mirto sagrado, el cual poco a poco había crecido como si estuviera en una maceta. Las uñas, al no encontrar salida, primero se habían curvado, luego habían traspasado la palma y ahora le salían salí an por el dorso de la mano como como si fueran fueran garr garras as de una bestia feroz. Aquel desgraciado no era más que uno de tantos faquires comunes que se encuentran con tanta frecuencia en la India, como los saniassi, que son verdaderos bribones, más ladrones que santones; los dondy, que viven a costa de los ricos indios, saqueando sus jardines; los ma-nek-punthy, de índole tranquila, que como distintivo de su casta llevan un solo zapato y una sola patilla; o los biscnub, que pueden parangonarse, más o menos, con nuestros monjes. En cambio, era un porom-hungse, uno de aquellos hombres que según la superstición india son de origen celestial, que viven mil años sin tomar nunca el menor alimento y no mueren ni siquiera si se les
arroja al fuego o al agua: hombres, pues, a los que todos veneran y respetan como si fueran seres sobrenaturales21. —Nimpor —Nimpor —dijo el viejo viej o thug thug,, inclinándose hacia el faquir, faquir, que conservaba una inmovil inmovilidad idad absolu absol uta, como como si no hubiera hubiera notado la presencia pre sencia de aquellos a quellos tres hombres—, hombres—, Kalí te necesita. necesi ta. —Mi vida perten per tenece ece a la l a diosa —respondió el faquir faquir sin levantar los ojos—. oj os—. ¿Quién ¿Quién te manda?... manda?... —Suyodh —Suyodhana. ana. —¿El —¿El Hijo Hij o de las la s sagradas aguas del Ganges?... Ganges?... —Sí. —¿Qué —¿Qué quier quieres? es? —Que —Que nos ayudes. ayudes. —¿En —¿En qué? qué? —En descubrir a un hom hombre bre que es nuestro nuestro mortal enemigo enemigo y al que que tenem tenemos os que matar, matar, pues de lo contrario destruirá a nuestros hermanos de Raimangal. Un estremecimient estremecimientoo hizo vibrar el rostro impasible de Nimpor. —¿Quién —¿Quién osa ir i r a Raimangal? Raimangal? —El capitán capi tán Macperson. —¡El!... ¿Tan ¿Tanto to osa aquel hombre hombre fatal? —Sí, Nimpor. —¿Y tú quieres saber sabe r dónde se encuent encuentra ra el capitán? —Es preciso preci so que lo sepa. —¿Para cuándo? cuándo? —Para esta es ta noche. noche. —¿No —¿No se encuentra encuentra en su villa?... vil la?... —Nadie lo sabe s abe —dijo —dij o Moh. Moh. —¡Ah! —¡Ah!... ... Si está e stá allí, all í, lo l o sabremos. —¿De —¿De qué modo? modo? —Esta noche noche irás a la casa. ca sa. —¿Y después?... —El resto res to no no te incum incumbe: Nimpor manda manda sobre todos, hasta en los sapwal s apwallah. lah. —¿Qué —¿Qué tienen tienen que ver los encan e ncantadores tadores de serpi s erpient entes?... es?... —Lo —Lo sabrás sabrá s en su mom moment ento: o: vete. Visnú me llam ll amaa a la oración. oraci ón. El faquir se levantó haciendo un esfuerzo; después, sin mirar a nadie, entró en la pagoda, manteniendo siempre su brazo en alto. —¿Dónde —¿Dónde os encontraré? encontraré? —pregunt —preguntóó Hider, cuando el faquir faquir hubo hubo desaparecido—. desapar ecido—. Es preciso preci so que regrese a bordo. —Iremos —Iremos a pedir pedi r hospitalidad hospitali dad a Vindh Vindhya ya —dijo el viejo viej o thug thug—. —. Mientras Mientras estemos estemos en e n Calculta estaremos con él. ¿C ¿Cuán uándo do te volveremos vol veremos a ver?... ve r?... —Mañana, —Mañana, después del mediodía. ediodí a. Antes Antes será imposible, porque tengo tengo mucho ucho trabajo a bordo. ¿Sabes que dentro dentro de pocos días nosotros partiremos? pa rtiremos? —¿A dónde va el «Devonshire «Devonshire»?... »?... —A Ceylan. Ceylan. —Lam —Lament entoo no tenerte tenerte de compañero compañero en esta difícil empresa. empresa. —No partiremos tan pronto. pronto. Adiós: ¡hasta ¡hasta mañan mañana!... a!... Cuando Cuando se quedaron solos, solos , TremalTremal-Naik Naik y el viejo vie jo thug thug regresaron a la ciudad europea, sigu s iguiendo iendo de nuevo las riberas del Ganges, y fueron hasta donde permanecían sus compañeros que montaban guardia en la ballen ball enera. era. —Vayam —Vayamos os con Vindh Vindhya ya —dijo sim si mplemente plemente el thug. thug.
Se sentaron en la popa y la ligera embarcación se puso en movimiento, remontando la corriente del Ganges. El Cazador de serpientes, dejando el timón a su compañero, miraba con viva curiosidad las dos orillas del río sagrado que discurrían por la derecha y por la izquierda de la ballenera, con sus espléndidas escalinatas de piedra y sus árboles de hojas en forma de plumas. Ante los ojos maravillados del salvaje hijo de la jungla pasaban bellísimos bungalows, pagodas majestuosas llenas de adornos, de columnas, de cabezas de elefante, de monstruosas divinidades, esculpidas en mármoles variopintos; luego suntuosas mansiones de ricos hindúes, blancas como si fueran de azúcar y adornadas con columnitas esbeltas, que parecían como si tuvieran que quebrarse con la simple presión pres ión de la mano y que en cambio cambio habían desafiado el e l paso pas o de los l os sig si glos. Por detrás de aquella primera hilera de palacios y de templos se adivinaba un caos de cúpulas refulgentes de oro, de capiteles, de campanarios, de terrazas, de altos muros abiertos de vegetación, en los que dormitaban largas hileras de cigüeñas, de bozagres, de cuervos, de ni-bis y sobre todo de ardhilah, pájaros altos como hombres, con la cabeza roñosa hundida entre las alas y el pico monstruoso semiescondido entre entre las plumas plumas del de l pecho. pe cho. En la parte baja de las inmensas escalinatas y bajo los árboles que se curvaban sobre las aguas del río se veía arder grandes hogueras, de las que subían nubes de humo que el viento empujaba hacia la corriente, y se oían resonar de vez en cuando, las fúnebres taré, largas trompetas de latón usadas en los funerales. Las gigantescas hogueras crepitaban mandando al aire remolinos de chispas, y alrededor de las mismas danzaban y gritaban con estruendo ensordecedor enjambres de danzarines y de muchachos, mientras por arriba revoloteaban los ávidos bozagres, dispuestos a precipitarse sobre los restos de los pobres muertos que escapaban de las llamas. De vez en cuando, cajitas de madera perfumada, que contenían los restos de los cadáveres quemados, se alejaban de la orilla y marchaban por el río bajando por la sagrada corriente, el camino del paraíso según la superstición india, mientras,los brahmines recitaban versos de los Veda y los parientes plantaban un árbol o un asta con bandera, en recuerdo del muerto. Otras veces se veía a moribundos que, rodeados de los parientes, esperaban en las orillas del sagrado río la llegada de la muerte. Un indio que no muera de muerte repentina no dejará de hacerse transportar, en el momento de la agonía, hasta la orilla del Ganges, para estar de dicho modo más preparado para irse al kailasson de Brahma. Se hace recostar a la sombra de algún árbol, sobre la fresca hierba, y espera resignado y tranquilo que el alma se le escape del cuerpo, mientras los parientes le salpican la cara con el agua del río o lo cubren con barro, el brahmin le esparce por encima hojas de alba-haca y otros preparan la hoguera en la que será quemado. La ballenera, después de recorrer otras dos millas, pasando ante nuevos templos y nuevas villas de ricos ingleses y delante de un infinito número de casuchas de la ciudad india, se paró en una lengua de tierra baja, a la que daban sombra unos cocoteros y latanias, que en aquel momento se hallaba desierta. El viejo vi ejo thug thug ordenó a sus hombres hombres que ataran la ballenera; ball enera; luego luego bajó a tierra, tier ra, diciéndoles: di ciéndoles: —Os esperamos en casa de Vindh Vindhya. ya. Hizo un gesto a Tremal-Naik para que le siguiera y se encaminó hacia un grupo de casas, agrupadas en torno a una vieja pagoda de dimensiones gigantescas que estaban en ruina. Recorrió algunas callejuelas embarradas y sucias, flanqueadas de huertos, se paró delante de una pobre casa de arcilla y con el tejado de hojas de cocotero, que se levantaba aislada en el borde de un cenagal. Un indio viejo y arrugado estaba sentado delante de la puerta, teniendo en la mano un puñado de hojas secas cubiertas de ceniza, como hacen los faquires pertenecientes a la casta de los ramanandy, o sea, a los adoradores adorador es de Rama, Rama, la séptima encarnación encarnación de Visnú Visnú..
Al igual que aquellos faquires, llevaba los cabellos muy largos, embadurnados de barro rojizo y arrollados alrededor de la cabeza formando una masa enorme, pero por debajo de la barbilla se había dejado crecer un mechón de pelo fino, que de tan largo que se había hecho casi le llegaba al suelo. Más que una perilla, aquel largo apéndice de pelos enrollados parecía una cola de cerdo. Además llevaba tres señales en la frente, hechas con ceniza y estiércol de vaca, otras tres en medio del pecho y otras tantas tantas en los brazos; encima encima de las rodillas rodil las tenía tenía un paño paño mojado mojado para refrescar r efrescarse. se. El viejo vi ejo thug thug se acercó a aquel ser espantoso y le dijo di jo bruscam br uscament ente: e: —Te necesi necesitam tamos, os, Vindh Vindhyya. El ramanandy miró al indio, luego respondió: —El enviado de Kalí sea bienven bi envenido: ido: estoy preparado para par a obedecer. obedecer . —Necesito tu casa. —Es tuy tuya. —Tus —Tus consejos. —Estoy dispuesto a dártelos. dártelos . —Tenem —Tenemos os hambre. hambre. —Mis víveres víver es son los tuyos. tuyos. —Entrem —Entremos. os. —Te precedo. El ramanandy se levantó con ligereza que nunca se hubiera imaginado en un anciano de su edad, tiró el puñado de hojas y entró en la casucha. El thug y Tremal-Naik le siguieron hasta una pequeña habitación con las paredes cubiertas de hojas de platan pl atanero, ero, que mant mantenían enían una una deliciosa delici osa frescura, fres cura, y el pavimen pa vimento to tapizado con esteras de cocotero. No había muebles. No había más que grandes jarrones de tierra, que probablemente contenían los víveres del faquir, algunas kaskpa-nayas, o cajitas de paja en las que normalmente se conservan raíces olorosas, y unas esteras enrolladas que debían servir de camas por la noche y como asientos por el día. El Thug indicó con un gesto a Tremal-Naik que se acomodara, luego llevó al faquir a un rincón y habló con él largo la rgo rato, en voz baja. Cuando Cuando acabó, lo l o condujo condujo delante de lante de Tremal-Naik, diciendo: dici endo: —Este es el hombre ombre que Suyodh Suyodhana ana te te recomienda. —Yo estoy dispuesto a obedecerle obedecer le —respondió —r espondió el ram r amanan anandy. dy. —Vindh —Vindhya ya lo sabe todo —dijo —dij o el thu thug a Tremal-Naik—. Es hombre ombre prudente prudente y sabio, sabi o, astuto astuto y decidido, y nos dará preciosos consejos. —Está bien —dijo Trem Tre mal-Naik, al- Naik, con un suspir suspiroo contenido. contenido. El ramanandy fue a cerrar la puerta, luego sacó de una jarra tres tazas y una bonita botella dorada y ofreció a sus huéspedes el arak, exquisito licor que los indios obtienen con el azúcar y con la corteza aromática aromática de un árbol llam lla mado jagra. j agra. —Ahora —Ahora puedes hablar —dijo —di jo el faquir faquir al a l viejo vi ejo thug. thug. —Tú ya ya sabes s abes de lo l o que se trata: esperam espera mos tus tus consejos sobre el modo de lograr nuestro nuestro objetivo. ¿Crees ¿C rees tú que que Nimpor sabrá descubrir el lugar lugar en el que se encuent encuentra ra el e l capitán?... c apitán?... —Sí —dijo —dij o el ramanandy ramanandy—. —. Nimpor Nimpor tiene relaciones rel aciones en todas partes y puede puede poner poner en pie a un ejército de espías. —Descubrirlo no significa significa matarlo —intervino Tremal-Naik—. Yo necesito la vida de aquel hombre hombre para pa ra salvar s alvar a la joven a quien amo. amo. —Tú eres vali va lient entee y le matarás. matarás. —¿De —¿De qué modo?... El capitán Macperson habrá tomado tomado sus precauciones para no dejarse dejar se sorprender. —Le —Le tenderemos tenderemos una una trampa. trampa.
—Es demasiado demasiado prudente prudente para que caiga en ella. Una sonrisa afloró los l os labios l abios del ramanandy ramanandy.. —Veremos —Veremos —respondió—. Cuando Cuando se trata de revelaciones, revel aciones, los inglese inglesess no se hacen rogar para acudir. —¿Qué —¿Qué quier quieres es decir?... deci r?... —Estoy trazando trazando un plan. —Habla. —Ahora —Ahora no: esperem esper emos os a saber sabe r dónde se encuent encuentra ra el capitán. —Te he he entendido, entendido, tú esperas que caig cai ga en un una emboscada. —Es probable. probabl e. —No será tan impruden imprudente te de caer en ella. ell a. —Lo —Lo será s erá —respondió el ramanandy ramanandy con inquebran inquebrantable table seguridad seguridad—. —. Seguro Seguro que él no sabe s abe dónde se encuentra la entrada de los subterráneos de Raimangal y se atreverá a todo con tal de dar el golpe con la segurida seguridadd de triunfar. triunfar. —La —La entrada entrada no la conoce, es verdad —dijo —dij o TremalTremal-Naik—. Naik—. Sabe sólo que la guari guarida da de los thug thugss se encuentra en Raimangal, nada más. —Que —Que intente intente descubrir el escondite, si es capaz —dijo —dij o el viejo viej o thug thug con acento irónico—. i rónico—. Puede Puede recorrer recor rer la isla isl a durante durante un mes mes en e ntero sin si n encont encontrar rar nada. —Enton —Entonces ces vendrá aquí —afirmó el faquir. faquir. —¡Aquí! —¡Aquí!... ... —exclamó Tremal-Naik, Tremal-Naik, mirá mirándole ndole con estupor. estupor. —Sí, aquí. —¿Y quién le hará venir?... —Yo. —¿De —¿De qué modo?... modo?... —Prometiéndole —Prometiéndole revelaciones. revel aciones. —No vendrá vendrá solo. sol o. —¿Qué —¿Qué importa? importa? —Llevar —Llevaráá una una buena buena guardi guardiaa con él. —Que —Que traiga a dos regim r egimientos ientos de cipai si quieres; quiere s; a nosotros no no nos molestar molestarán. án. —No te comprendo; comprendo; si le mato, los cipai enseguida enseguida le vengarán. vengarán. —Si son capaces de encontrarnos encontrarnos —dijo el e l ram r amanan anandy dy con una una sonrisa misteriosa—. misterios a—. La pagoda pagoda está cerca y comunica con mi casa. Luego, uego, cruzando cruzando los brazos sobre el pecho, pe cho, declaró: —Kalí es grande y protege a sus fieles, fieles , y Vindhya indhya es uno uno de sus más fervientes adoradores. adorador es. El capitán Macperson nos ha hecho mucho daño; ahora quiere destruirnos; pero será él quien morirá, antes que el Hijo de las sagradas aguas del Ganges. —Sí —murm —murmuuró Tremal-Naik, cogiéndose cogiéndose la cabeza entre entre las manos y apretán apr etándosela dosela con un gesto desesperado—. desespe rado—. Le mataré, mataré, ya que que sólo sól o su muerte muerte me me devolverá devol verá a mi Ada.
XII.EL XII.EL ACECHO Cuando el viejo thug y Tremal-Naik abandonaron la choza del ramanandy, el sol ya se había puesto y las tinieblas tinieblas caían rápidas sobre las aguas aguas del sagrado sagrado río22. A poca distancia les seguían los seis hombres de la ballenera, armados de pistolas y de puñales para protegerles, en el caso de que fueran descubiertos por el capitán y por sus cipai cerca de su villa, donde tenían la cita con Nimpor. Al llegar a las orillas del Ganges, los ocho indios se embarcaron en la ballenera y descendieron por el río gigante. Era una noche espléndida y tranquila. En el cielo brillaban millones de estrellas, reflejándose en el río, mientras la luna empezaba a asomar por detrás de los árboles de los bosques y al levantarse poco a poco iluminaba la selva de campanarios, de capiteles y de cúpulas de las numerosas pagodas, haciendo destellar destell ar los l os dorados dora dos de aquellos a quellos majestuosos monu monum mentos entos del arte in i ndio. Bandadas de arghilah, de bozagres y de marabús, de cigüeñas negras y de ibis pardos, de ánides brahmínicos y de marangones surcaban el cielo con sus anchos vuelos, yendo a posarse sobre las cimas de las pagodas o sobre los tejados de las casas, o metiéndose en el río entre las grandes hojas de loto. Y sobre el agua del Ganges brillaban las lucecitas que las temerosas esposas de los marineros hindúes habían confiado a la sagrada corriente para conseguir felices auspicios. Aquellas llamitas, encendidas en cáscaras de cocos y echadas por centenares en la corriente, describían líneas caprichosas, ondulando sin rumbo por las aguas; y las mujeres indias, agrupadas en las orillas del río sagrado, las observaban con atención, ansiosamente. Cuando unas cuantas lucecitas llegaban felizmente hasta la orilla opuesta, señal de buen augurio y de un próximo regreso del marido que navegaba en el océano Indico, gritos de alegría se levantaban entre aquellos grupos expectantes, y la afortunada afortunada mujer mujer que les había visto vis to llegar a buen puerto podía volver vol ver tranquil tranquilaa a su s u morada, morada, segura segura de la protección de su divinidad. Hacia el curso bajo del río, una luz viva, proyectada hacia arriba como una niebla fluorescente de miríadas de fanales, indicaba la Ciudad Blanca, mientras más al sur dos interminables hileras de puntos luminosos, dispuestas paralelamente la una con la otra, señalaban las naves y las barcas ancladas a lo largo de las orillas del río. La ballenera, que bajaba por la cor corriente a la velocidad de una flecha bajo el poderoso empuje de los seis remos, se deslizó en medio de las primeras líneas de los grab, de los poular, de las bangles y de los bajeles europeos, luego viró bruscamente hacia la orilla izquierda, atracando en una pequeña escalinata escal inata rota, que finalizaba en una una vieja pagoda. —Seguidme —Seguidme —dijo el viejo viej o thug thug.. Ataron la ballenera y todos desembarcaron y subieron las escaleras. Delante de la pagoda, Tremal-Naik vislumbró al faquir del brazo anquilosado. Estaba sentado en el último peldaño y se había cubierto el delgado cuerpo con un ancho dubgah de color oscuro. —Buenas —Buenas noches, noches, Nimpor Nimpor —dijo —di jo el viejo viej o thu thug—. Estaba Estaba seguro seguro de encontrarte encontrarte aquí. —Y yo yo os esperaba espe raba —respondió —r espondió el porom por om-hu -hunngse sin siquiera levant l evantar ar los l os ojos. ojos . —¿Has —¿Has podido podi do saber algo?... —No, pero tengo tengo mis mis buenas razones razones para pensar que el capitán se encuent encuentre re en su villa. villa . —¿Le —¿Le has visto? —No. —¿Cóm —¿Cómoo estaremos seguros seguros de que se encuentra encuentra allí?... all í?... —¡Escucha! —¡Escucha!... ... A lo lejos se oían retumbar, con estruendo creciente, a unos khole y a unos hulok, especie de
tambores que emplean mucho los indios. Parecía como si aquellos músicos se acercaran con rapidez a la pagoda. —¿Una —¿Una orquesta? orquesta? —preguntó —preguntó el viejo vi ejo thug. thug. —Los —Los sapwall sapw allah ah —respondió el faquir, con una una sonris sonrisa. a. —¿Qué —¿Qué vienen a hacer?... —¡Lo —¡Lo sabrás sabrá s más más tarde!... El thug y Tremal-Naik habían subido hasta el último escalón para divisar mejor el horizonte. Vieron que por la orilla avanzaba un gran número de antorchas, que dejaban tras de sí grandes cantidades de chispas. Se acercaba acer caba una una procesión, proce sión, entre entre el e l tamborilear furios furiosoo de los l os hulok hulok y de los khole khole que que serpent ser penteando eando a lo largo del Ganges se dirigía hacia la pagoda. —Comprendo —Comprendo —dijo el e l thug. thug. —Id a esperarn esperar nos a la l a casa —su —s ugirió el faquir. faquir. —¿All —¿Allíí va a ser la l a fiesta?... —Sí. —Ven, —Ven, TremalTremal-Naik Naik —dijo el thug thug.. Bajaron la escalinata, pasando detrás de la pagoda, y después de atravesar una pequeña explanada, sombreada por algunos cocoteros y por plataneros de hojas gigantescas, se detuvieron delante de un gracioso bungalow de piedra blanca, coronado por un tejado piramidal de cinc y rodeado por una gran terraza, apoyada sobre un gran número de columnitas de madera pintadas de azul. Dos filas de borases, espléndidas palmeras que se alzan unos 12 ó 15 metros del suelo, de forma esbelta y elegante, coronadas por grandes hojas que miden a menudo hasta un metro y medio y están dispuestas en forma de abanico, parecían destinadas a protegerle durante el día de los tórridos rayos solares. Las ventanas de aquella graciosa vivienda estaban abiertas, pero no se veía ninguna luz brillar en el interior. Aquella villa sin duda alguna estaba habitada, porque delante de la puerta montaba guardia un cipai armado de fusil fusil y bayonet bayoneta. a. —¿El —¿El bungalow bungalow del capitán? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik con voz apagada. apagada. —Sí —respondió —re spondió el thug thug. —¿Estará —¿Estará aquí el hombre hombre al que teng tengoo que dar muerte? muerte? —Quizá. —Quizá. —¡Ah! —¡Ah!... ... ¡Si pudiera entrar! —Ensegu —Enseguida ida te harían prisionero. pri sionero. ¿C ¿Crees rees que sólo hay un cipai? cipai ? El capitán es un hombre hombre prudente prudente y estará rodeado de un buen buen núm número ero de soldados. s oldados. —¿Y bien? —pregunt —preguntóó TremalTremal-Naik Naik con ansiedad. —Deja hacer a los dos faquire faquires. s. Vayamos ayamos a sentarnos sentarnos debajo de aquel platan pl atanero, ero, que proyecta una una sombra espesa, y esperemos a los encantadores de serpientes. Mientras tanto la procesión, que parecía ser mucho más numerosa a juzgar por el estruendo que hacían los instrumentos musicales y los gritos, avanzaba con rapidez. Muy pronto las primeras luces aparecieron por la escalinata del templo, proyectando una luz vivísima sobre los monstruos que adornaban las altas y macizas columnas. No eran verdaderas lámparas, sino astas de hierro que acababan con jaulas, en cuyo interior ardían unos trozos de algodón empapados en aceite perfumado. El cortejo de sapwallah se detuvo unos instantes en la explanada del templo para rendir homenaje a la divinidad divi nidad a la l a que se habían consagrado, luego luego bajaron baj aron la escalinata, escal inata, aument aumentando ando el estruen es truendo. do. Se componía de más de doscientas personas. En primera línea, capitaneados por Nimpor, venían los sapwallah, es decir los encantadores de serpientes, vestidos con un simple languti que cubría apenas sus
costados y provistos de sus tomril, especie de flautas formadas con una caña de bambú. Detrás suyo iban los portadores de las serpientes, que sujetaban sobre sus cabezas unos cestos redondos cuidadosamente cerrados, llenos de serpientes de todo tipo; luego otros hombres que llevaban unos calderos, llenos de leche destinada a nutrir a aquellos peligrosos reptiles. Seguían veinte músicos, algunos provistos de khole, tambores sagrados de arcilla, cubiertos de pieles en ambas extremidades, una más grande que la otra para dar sonidos diferentes; otros llevaban hulik, tambores más pequeños que dan sonidos más agudos; y otros con los domps, mucho más grandes que los dos primeros, de forma octogonal y que se tocan con las manos. Pero no faltaban tampoco los instrumentos de soplo y de cuerda: había tocadores de tabri, instrumento que se parece un poco a las gaitas de nuestros pastores, de bansi, especie de flauta con pico, y también de sarinda, un violín que se toca con un arco formado de cuerdas de algodón. Por último, venían unos setenta faquires pertenecientes a castas diferentes, saniassi, nanek-punthy, dondy y nagú, llevando astas de hierro candente o jarros de arcilla llenos de materiales inflamables. La luz que proyectaban todos aquellos objetos era tan intensa que iluminaba como si fuera de día la fachada de la villa, de modo que era posible distinguir enseguida a cualquier persona que se hubiera mostrado en la terraza o en e n las ven ve ntanas. tanas. Los encantadores de serpientes esperaron que los músicos terminaran su melodía, luego se agruparon formando un círculo, colocando en el suelo los cestos que contenían a los reptiles. Todos eran hombres bellísimos, de estatura elevada, musculatura muy poderosa, con rostros muy barbudos que les daba un. un. aspecto aspec to salvaje salvaj e y feroz. feroz. Mientras se disponían a abrir los cestos, Nimpor se introdujo entre los faquires y, manteniendo siempre su brazo en alto, asqueroso, dio la vuelta a la casa, deteniéndose después debajo del platanero en el que se encontraban Tremal-Naik y el viejo thug. —No pierdas de vista vis ta las ventanas, ventanas, Moh —dijo—. Si el e l capitán capi tán está aquí, sin duda se mostrará. mostrará. —No dejaré de d e mira mirarr ni un solo in i nstante stante —respondió —res pondió el thug thug. —Tam —También bién yo —dijo —dij o el faquir—. faquir—. Soy viejo, viej o, pero la vista se me mantiene antiene buena. buena. Cuando Cuando se hayan ido los sapwallah, esperadme en la pagoda. Los encantadores de serpientes mientras tanto habían preparado sus instrumentos. Formando un pequeño círculo dentro del de los espectadores, se pusieron a tocar, sacando de las flautas unas melodías, dulces, melancólicas, llenas de extrañas modulaciones y de notas agudas que enseguida se extinguían. Gracias al efecto de aquellos sonidos, los cestos que contenían reptiles empezaron a agitarse, mientras poco a poco se levantaban las tapas. De pronto se vio aparecer a un reptil de escamas amarillopardas, con el cuello muy hinchado, el cuerpo grueso como un puño y de unos dos metros de longitud. Era una cobra-capelo o serpiente de las gafas, llamada así porque cuando monta en cólera, hundiendo la cabeza, forma dos extrañas convexidades que parecen las alas de un sombrero, y porque tiene en la cabeza dos manchas que recuerdan perfectamente la forma de un par de gafas. El reptil, uno de los más peligrosos de su especie, ya que no existe ningún antídoto contra s mordedura, se erigió agitando la lengua y mostrando los dientes agudos y curvados, quizá ya saturados de veneno; pero enseguida un encantador lo tomó por el medio del cuerpo y, mientras sus compañeros seguían tocando, lo echó por el aire. El reptil, furioso, cayó silbando y contorsionándose. El sapwallah, rápido como un relámpago, lo aferró por la cola antes de que tocara al suelo, luego, apretándole el cuello, se hizo dar una pinza, le arrancó los dientes conductores del veneno, luego lo echó al suelo, cerca de un caldero rebosante de leche. Mientras tanto otros dos reptiles, atraídos por aquella música que para ellos debía ser irresistible, había aparecido. Uno era una boa, una serpiente soberbia de unos cuatro metros de longitud, de piel verde-azu verde- azull con anil anillos los irregu irr egular lares; es; el otro en cambio cambio era e ra una serpient serpi entee del minuto, inuto, no más más larga l arga de quince
centímetros y fina, con la piel negra con manchas amarillas, el más peligroso de todos, porque en noventa y seis segundos mata al hombre más robusto. Dos encantadores se apresuraron a aferrados, a arrancarles los dientes y a echarlos al lado del cobra-capelo, el cual, olvidando su cólera, se había puesto a beber ávidamente la leche del recipiente. Otros reptiles seguían saliendo de las cestas: najas negras, pitones tigradas, serpientes gulabis de piel roja punteada punteada de manchas anchas coral c oralinas, inas, y much muchas as más de diferentes especies. especi es. Bien pronto las cuatro jarras estuvieron rodeadas de serpientes ávidas de leche. Entonces callaron las flautas; los tambores y los instrumentos de aire y de cuerda reanudaron s música ensordecedora; y los faquires se pusieron a danzar desordenamente, corriendo alrededor de los reptiles reptil es que entonces entonces ya eran inofensivos, inofensivos, uniendo uniendo sus gritos salvajes sal vajes con el estru es truendo endo de la orquesta. Tremal-Naik y el viejo Thug se levantaron. Se había iluminado una ventana de la casa y detrás de los cristales cri stales se dibujaba di bujaba el perfil de una una figura figura hum humana. —¡Mira —¡Mira!! —exclamó —exclamó el thug thug.. —No aparto los ojos —respondió TremalTremal-Naik Naik con voz silbant sil bante. e. Aquell Aquellaa sombra abrió abri ó la ventana ventana y se inclinó sobre el alféizar, exponiéndose a la luz de las antorchas. Tremal-Naik dejó escapar un grito ahogado: —¡Eh!... —¡Eh!... —¡El capitán!... capitán!... —exclamó —exclamó el thug. thug. —¡Un —¡Un fu fusil! sil ! ¡Dadm ¡Dadmee un fusil fusil!... !... —¡Estás —¡Estás loco!... l oco!... Y además, además, ¿dónde ¿dónde hay un fusil fusil?... ?... —Si se escapa e scapa perderá per derá a Ada. —Le —Le volverem volver emos os a encontrar. encontrar. —Sí, le l e encontraremos encontraremos de nuevo nuevo —repitió una una voz detrás suyo. suyo. TremalTremal-Naik Naik y el thug thug se giraron girar on.. Nimpor, el faquir faquir del brazo anquil anquilosado, osado, estaba e staba detrás suyo. suyo. —¿Le —¿Le habéis visto? vis to? —pregunt —preguntó. ó. —Sí —respondieron. —re spondieron. —Aquel —Aquel hombre hombre no se nos va a escapar, escapa r, ni dará un paso sin que que le espiemos. e spiemos. —¿Quién —¿Quién le espiar es piará? á? —preguntó —preguntó Tremal-Nai Tremal-Naik. k. —Dos faquires faquires de confianz confianza. a. —¿Y yo cuándo cuándo podrá matarle? matarle? En vez de responder, Nimpor preguntó: —¿Habéis —¿Habéis visto a Vindhy Vindhya? a? —Somos —Somos sus huéspedes huéspedes —dijo —dij o el thug. thug. —¿Tenéis —¿Tenéis una una canoa por aquí? —Un —Una rápida rápi da ballenera. ball enera. —Llevadme —Llevadme hasta hasta ella. ell a. Los sapwallah sapwal lah han han termin terminado; ado; por tanto, tanto, podemos podemos marcharnos. marcharnos. —¿Quieres —¿Quieres estu es tudiar diar algún algún plan para que el capitán ca pitán caiga en una una emboscada? —Sí —respondió —re spondió el faquir—. Venid. Venid. También los encantadores de serpientes estaban preparándose para regresar a sus barrios. Cogieron las serpientes y las introdujeron de nuevo en los cestos, a pesar de las contorsiones y silbidos con los que las mismas protestaban, ya que no habían terminado de beber la leche de los recipientes, luego se dispusieron en fila fila y se alejaron de los alrededores alr ededores de la casa, precedidos por la l a orquesta. orquesta. Mientras el cortejo que encaminaba hacia la ciudad india, atravesando los jardines, el faquir, Tremal-Naik y el viejo thug, seguidos de los seis remeros, volvieron hacia la pagoda, frente a la cual, por entre las columnas, había dos indios, dos dondy, una especie de faquires, los cuales como distintivo llevan un bastón de madera nudosa que nunca sueltan, ni siquiera cuando duermen, adornado con una pequeña pequeña pieza de tela roja roj a de forma cuadrada. cuadrada.
El porom-hungse se les acercó e, indicando la casa, dijo: —Vigilar —Vigilaréis éis atentam atentament entee y seguiré seguiréis is a todas partes al capitán; antes antes de la l a puesta de sol me daréis dar éis la información en la cabaña de Vindhya. —No le dejaremos deja remos ni ni un solo inst i nstant antee —respondieron —res pondieron los dos dondy. dy. El pequeño grupo de hombres bajó la escalinata y; cuando llegaron a la orilla del Ganges, se embarcó embarcó en la ballenera, bal lenera, que rem re montó ontó rápidamen rá pidamente te la corrient corri ente. e. El río estaba desierto, puesto que ya había llegado la medianoche. Solamente hacia el sur brillaban los fanales de las naves y de las barcas ancladas frente a la Ciudad Blanca. En menos de una hora la ballenera llegó al pequeño promontorio desierto, en cuyo extremo hacia la tierra se veía majestuosa, a la luz de la luna, la vieja pagoda. Tremal-Naik y sus compañeros iban a desembarcar, cuando vieron que de un matorral de mindi salía una forma humana. —¿Tú, —¿Tú, Vindh Vindhya? ya? —pregun —preguntó el viejo vie jo thug thug, armando armando rápidam rápi dament entee una una pistola. pistol a. —No temas, temas, soy yo —respondió el faquir—. faquir—. Coloca el arma en el cinto. ¿Ha ¿Ha terminado terminado la naga pautciami? —Sí —respondió —re spondió Nimpor Nimpor dando un unos pasos hacia adelante. —¿Tam —¿También bién tú aquí? —pregunt —preguntóó Vindh Vindhya ya con estupor. estupor. —Tengo —Tengo que que hablarte. —Estoy a tu disposici dispos ición. ón. —¿Quieres —¿Quieres que vayamos vayamos a tu cabaña? cabaña? —Este lugar lugar está es tá desierto desier to y hablaremos hablaremos mejor aquí —respondió Vindhy Vindhya. a. —Como —Como quieras. —¿Y el capitán? ca pitán? —Le —Le hemos hemos visto. vis to. —¡Ah! —¡Ah! ¿E ¿Está stá en su villa? vil la? —Sí. —Enton —Entonces ces es nuestro. nuestro. —Corres dem de masiado, asia do, Vindh Vindhya. ya. —No, Nimpor. Nimpor. —¿Tienes —¿Tienes un plan? —Sí, y me me parece infali infalible. ble. —Habla —dijo —dij o el porom por om-hu -hung ngse. se. —Se trata de hacer que venga venga hasta hasta aquí. —¡Uh —¡Uhm! ¿Y ¿Y vendrá? vendrá? —No estoy seguro. seguro. Si llega ll ega a entrar entrar en mi mi cabaña, caba ña, te te aseguro aseguro que ya ya no volverá a salir sali r con vida. —Yo estoy dispuesto a todo —dijo Trem Tr emalal-Naik. Naik. —Lo —Lo sabemos, Suy Suyodhana odhana sabe escoger a sus hombres. hombres. Esduchadm Esduchadmee —dijo —dij o Vindhya—. indhya—. El capitán es valiente, decidido, y con tal de tener una información que le pueda facilitar el ataque contra Raimangal, no dudaría ante ningún peligro. Yo le he conocido y sé de lo que es capaz. —Continú —Continúa, a, Vindh Vindhyya —ordenó el porom por om-hu -hunngse. —Mi proyecto es el de atraerlo atrae rlo con un una trampa. trampa. —¿De —¿De qué modo?... modo?... —Mandándole —Mandándole a uno uno de nuestros nuestros fíeles a decirle decir le que un traidor, al conocer la notici noticiaa de la expedición contra contra Raim Rai mangal, angal, está dispuesto dis puesto a venderl venderlee el secreto de la ent e ntrada rada en e n los subterráneos. —¿Y tú crees que caerá en la trampa?... —pregunt —preguntóó Nimpor Nimpor con acento acento de duda. —Te —Te digo que que vendrá. Por la traición traici ón pedirem pedir emos os un precio preci o enorme enorme y le daremos la cita aquí, a
medianoche. —Vendrá —Vendrá acompañado acompañado de sus sus hombres. hombres. —¿Qué —¿Qué importa?..., importa?..., Tremal-Naik estará escondido es condido con un una carabina cara bina y le dará dar á muerte. muerte. —Y los otros asaltarán as altarán la cabaña ca baña y nos matarán matarán a todos —observó el porom-hu porom-hungse. ngse. —¿Has —¿Has olvidado olvi dado los subterráneos subterráneos de la pagoda? —dijo —dij o Vindhya—. indhya—. ¿Quién ¿Quién podrá encontrarnos encontrarnos en las oscuras e interminables galerías?... —¿La —¿La conoces?... —Al dedillo. dedil lo. —Enton —Entonces ces apruebo tus tus proyect pr oyectos os —dijo —di jo el prom-hu prom-hungse, ngse, tras meditar unos instantes—. instantes—. Sí, Sí , quizá el capitán caerá en la trampa, porque le urge demasiado saber dónde está la entrada de los subterráneos de Raimangal. No vendrá solo, estoy seguro de ello, pero una bala puede siempre tocarle incluso si está entre entre cien hombres. hombres. Eres un hábil hábil tirador, TremalTremal-Naik. Naik. —Hábil e inf i nfali alible ble —dijo —di jo el viejo viej o thug thug.. —Yo me me marcho. marcho. —Un —Una pregunt preguntaa antes antes —dijo —dij o Tremal-Naik—. Una vez muerto el capitán, ¿creéis que la l a expedición ya no realizará?... —¿Cont —¿Contra ra Raimangal?... Raimangal?... —Sí. —No habrá ningún ningún otro hombre hombre tan audaz audaz y emprendedor emprendedor que sea se a capaz ca paz de guiar guiar a una una expedición expedici ón a través de las Sunderbunds. Cuando él muera, ningún peligro amenazará a Raimangal. —Adiós, amigos: amigos: mañana añana por la mañana añana uno uno de mis hombres hombres de confianz confianzaa irá a ver al capitán y mañana por la noche aquel hombre ya no estará con vida. —¿Quiéres —¿Quiéres la l a ballenera? ball enera? —pregunt —preguntóó el viejo vi ejo thug thug. —Es inútil inútil —respondió el porom-hun porom-hungse—. gse—. Nimpor Nimpor tiene los l os brazos inservibles, inservibl es, pero sus piern pier nas desafían a las de los mejores corredores. Una vez dicho esto se puso en camino, siguiendo las curvas de la ribera, y pronto desapareció bajo la cúpu c úpula la de los borases con hojas hojas en form formaa de abanico. a banico.
XIII. LA EMBOSCADA Al día siguiente por la noche, Tremal-Naik, Vindhya y el thug dejaron silenciosamente la cabaña, dirigiéndose hacia el pequeño promontorio. El primero iba armado con carabina y los otros dos con sus lazos y sus puñales. Al acercarse a la vieja pagoda subieron por la escalinata, desde cuya cúspide se podía dominar un inmenso tramo del río sagrado, y se sentaron entre las ruinas que habían caído desde lo alto de aquella enorme construcción. Un silencio casi cas i absoluto abs oluto reinaba en las orill or illas as del río gigantesco. igantesco. No se oía oí a más más que el murmullo rmullo de la corriente que pasaba junto a los tallos de loto y rozaba las raíces de los árboles acuáticos. Ninguna barca se divisaba en el espejo de agua entre las dos orillas, y en el mismo brillaba el reflejo de la luna; ningún grito de barquero o de pescador resonaba en el aire. En las cercanías del Ganges todos dormían23. Vindhya, encaramado en un trozo de columna, se había puesto en observación, tratando de discernir hacia el sur algún punto o línea oscura que indicara la presencia de una chalupa, mientras Tremal-Naik, que estaba nerviosísimo, paseaba por entre las ruinas, girando y volviendo a girar alrededor de una enorme estatua que representaba a la figura de Moyeni, hijo de Visnú, que se transformó en mujer para seducir a los gigantes que infestaban al mundo y poder arrebatarles el amurdon, el precioso licor que daba la inmortalidad. —Nada —dijo —di jo de pronto pronto el e l faquir, faquir, bajando ba jando de su observatorio—. obser vatorio—. Y sin embargo la medianoche edianoche no está lejos. —¿Y si aquel hombre hombre no viniera? —pregunt —preguntoo Tremal-Naik con sorda ira—. ira —. Siento, en este momento, un dese deseo incontenible de matar o de que me maten. —Vendrá —Vendrá —dijo —dij o el faquir faquir con voz tranquila—. tranquila—. El capitán no dejará escapar la ocasión ocasi ón de tener una una información información tan precios pr eciosa. a. —El porom-hun porom-hungse gse no se ha dejado ver y por esto temo que su proy pr oyecto ecto se s e haya haya esfum esfumado. ¿Dónde ¿Dónde están nuestros hombres?... —Apostados en el río —dijo —di jo el viejo viej o thug thug.. —¿Y tampoco tampoco ellos ell os han visto nada? —Te equivocas, Tremal-Naik —dijo el faquir—. faquir—. Veo a un hombre hombre que se acerca acer ca corriendo. corr iendo. —¿Uno —¿Uno de los nuestros?.. nuestros?.... —No lo sé. Tremal-Naik saltó a la columna que había servido de observatorio a Vindhya y dirigió su mirada hacia la orilla del río. Un hombre se aproximaba corriendo a toda velocidad, como si alguien le siguiera o tuviera una noticia urgente que comunicar. Debía ser un dondy, porque sujetaba en la mano un bastón adornado con una tela que ondeaba. Aquel indio, en vez de seguir las curvas de la orilla, pasó por entre las plantas que crecían a poca distancia del río, dio la vuelta en torno a la choza de Vindhya y después continuó la carrera dirigiéndose hacia el templo. templo. —Es un emisar emisario io de Nimpor —dijo —dij o el viejo vi ejo thug thug—. Sin duda duda nos trae alguna alguna buena buena noticia. noticia. El dondy, puesto que era verdaderamente un faquir perteneciente a aquella casta de santones y tramposos tan venerados en la India, en especial por los indios ricos, que les acogen en sus jardines permitiéndoles que se los saqueen, subió rápidamente la escalinata y se detuvo delante de Vindhya, diciéndole dici éndole con voz cansada. cansada. —¡Viene!... —¡Viene!...
—¿Quién —¿Quién?? —pregun —preguntaron todos todos a la l a vez. —El capitán capi tán.. —¡Por la muerte muerte de Siva!... Siva !... —gritó —gritó Tremal-Naik—. ¡Aqu ¡Aquel el hombre hombre es mío!... —¿Viene —¿Viene solo? —pregunt —preguntóó el faquir. —Aunqu —Aunquee estuviera rodeado de mil cipai, cipai , ¡yo ¡yo le mataré! —exclamó —exclamó el Caz Cazador ador de serpient serpi entes es con exaltación. —¿Van —¿Van armados armados los l os hombres hombres que le acompañan acompañan?? —pregunt —preguntóó el viejo vi ejo thug thug. —Así lo parece. pa rece. —¿Así —¿Así pues, se ha creído lo l o de la historia de la l a delación?... dela ción?... —Si viene vie ne es que que ha creído al hombre hombre que ha ha ido a verle. verl e. —Vayam —Vayamos os a la l a cabaña —dijo —dij o el faquir—. Allí All í le l e matarem mataremos. os. —Vosotros —Vosotros no, yo yo solo —dijo —di jo Tremal-Naik. —Esperemos a ver la barca —sugiri —sugirióó el viejo viej o thu thug—. La cabaña está cerca y tardarem tardar emos os poco en preparar la emboscada. —¡Mira —¡Mirad, d, viene!... —exclamó —exclamó el dondy. dondy. TremalTremal-Naik, Naik, el viejo vi ejo thug thug y Vindh Vindhya ya corrieron corri eron hacia la l a escali esc alinat nata, a, mirando hacia hacia el río. Bajo la pálida luz de la luna se veía destacar sobre la línea destellante del Ganges una fina línea negra. negra. Alrededor Alr ededor de la misma misma el agua agua espumeaba espumeaba bajo baj o el golpe de los lo s remos. Mirando con más atención, Tremal-Naik pudo distinguir a siete personas. Debían ir armadas con fusiles, porque se veían brillar unas finas astas que parecían de plata. —Vienen —Vienen —dijo con acento acento terrible—. terri ble—. Brahma, Brahma, Siva, Siva , Visnú Visnú,, dadme dadme la fuerza fuerza de cometer cometer este es te último último delito para salvar a la infeliz infeliz Ada. —A la cabaña —ordenó el viejo vi ejo thug. thug. —¿Y tus tus hombres? hombres? —pregunt —preguntóó el faquir. —En este mom moment entoo deben empezar empezar a retirarse retir arse.. Pronto llegarán. Los cuatro indios se marcharon de la escalinata de la pagoda y en pocos minutos llegaron a la cabaña del faquir. —Organiz —Organizaremos aremos nuestro nuestro plan —dijo —dij o Vindhya—. indhya—. Yo fingiré fingiré que doy al capitán las prometidas prometidas revelaciones. —¿Y después? —pregunt —preguntaron aron Tremal-Nai Tremal-Naikk y los otros dos. —Vosotros esconderos allí all í detrás, junto junto a las esteras, y tened tened los lazos preparados. prepar ados. Cuando Cuando me oigáis toser, salid fuera. En aquel aquel instante instante los seis thug thugss de la ballenera ball enera entraron diciendo: —Van —Van a bajar de la embarcación. —Muy —Muy bien —dijo —dij o Vindh Vindhya—. ya—. A vuestros puestos. puestos. Mientras Mientras Tremal-Nai Tremal-Naik, k, el viejo vi ejo thug thug y el dondy se escondían detrás de las l as esteras, es teras, el e l faquir ordenó or denó a los hombres de la ballenera: —Id a emboscaros emboscaros alrededor alr ededor de mi casa, entre entre las cañas del estanque, estanque, y no os mováis hasta que oigáis un disparo de pistola. Los seis thugs desaparecieron rápidamente, repartiéndose alrededor de la cabaña. —Ha llegado ll egado la hora, capitán —murm —murmuró uró el faquir, faquir, mientras un rayo r ayo feroz le animaba animaba la mirada ira da semiapagada—. Será en verdad extraordinario si esta vez logra escapar del lazo vengador de los sectarios de Kalí. Se dirigió hasta el umbral de la casa y miró con atención hacia la pagoda, en dirección hacia el lugar donde llegaría la víctima. Aguzando el oído notó unos golpes de remo, después unos ruidos sordos, producidos tal vez por el choque de la chalupa contra la escalinata de piedra del templo, y poco después adivinó una forma blanca
que se recortaba al fondo del camino de tamarindos. Parecía como si el capitán, para no ser reconocido, se hubiera puesto un vestido indio. En efecto, Vindhya vio que se había cubierto con un amplio dibgah de tela blanca y que en la cabeza llevaba un turbante de gran tamaño, que debía cubrirle gran parte de la cara. El capitán se detuvo a cincuenta pasos de la choza, mirando hacia derecha e izquierda, como si temiera ser espiado o que le tendieran una trampa; después, tranquilizado quizá por el silencio que reinaba en aquel lugar, se dirigió directamente hacia el faquir, que había salido y le esperaba delante de la casa. Se detuvo nuevamente después de dar diez pasos, luego, sacándose una pistola del cinto y apuntándola apuntándola hacia Vindhya, indhya, le l e pregun p reguntó tó con voz am a menazadora: —¿Quién —¿Quién eres?... eres? ... —El hombre hombre que tiene que que hablar al capitán Macpers Macperson. on. —¿Tu —¿Tu nom nombre? bre? —Vindh —Vindhya. ya. —Entra —Entra en la cabaña y piensa pi ensa que si has preparado prepar ado una una trampa, trampa, llevo ll evo dos pistolas en mi cinto; la la primera primera bala será para ti. —Yo no no soy un un trai traidor. dor. —De un un delator se puede esperar espera r todo. —¿Desconfías —¿Desconfías de mí?... mí?... —Puede. —Puede. —Enton —Entonces ces podéis podéi s regresar a vuestra chalupa, chalupa, capitán capi tán.. Yo soy un un hom hombre bre leal. l eal. —Veremos. —Veremos. —¿Habéis —¿Habéis traído el dinero? —Llevo —Llevo conmigo conmigo las cin ci nco mil mil rupias que tú pides por p or la delación. delac ión. —Entrad —Entrad sin si n tem temor. or. El capitán dio unos pasos hacia adelante, mirando de nuevo hacia los lados y detrás suyo; luego entró decidido en la cabaña. El faquir ya había entrado y había encendido una lámpara. En cuanto la llam ll amaa ilum il uminó inó la habitación, un grito de estupor estupor y de rabia ra bia le l e salió sal ió de la garganta. garganta. El hombre, que hasta aquel instante había creído que fuera el capitán, era un bengalés robusto, de recia figura, de rasgos pronunciados y mirada desafiante. Había dejado caer al suelo el nacho dubgah, mostrando el uniform uniformee blanco bla nco y rojo de los cipai indios. —Pareces asombrado —dijo el e l bengalés bengalés,, con sonris sonrisaa burlona. —¿Por qué?... qué?... —¿Y me lo pregunt preguntas?... as?... —respondió el faquir, faquir, frenando frenando con dificu dific ultad la rabia rabi a que le hervía erví a en el pecho—. Yo creía que estaba hablando con el capitán Macperson, mientras ahora me doy cuenta de que estoy delante delante de un sargento sargento de los cipai. cipai . —¿Es —¿Es que crees que mi mi capitán capi tán sería serí a tan ingen ingenuo uo como como para venir hasta aquí?... —¡Quiz —¡Quizáá ha tenido tenido miedo tu capitán! —No ha ha tenido miedo; miedo; es pruden pr udente. te. —Ha hecho hecho mal. mal. —¿Por qué? qué? —Porque ya ya no hablar hablaré. é. La delación se la l a quería hacer a él solo. —Yo —Yo soy Bharata, el hombre hombre de confianz confianzaa del capitán, un enemigo enemigo acérri acé rrim mo de los thu thugs; así pues, puedes decirme lo que querías que él supiera. Tú no vas a perder nada, ya que te pagaré y no diré a nadie, aparte apar te de a mi am a mo, lo que me me confiarás. El faquir dudó un instante; luego, indicando al sargento una silla que se hallaba a poca distancia de la esteras tras las que se escondían Tremal-Naik y sus compañeros, le dijo: —Siéntate —Siéntate y escúcham escúchame. e.
Dio la vuelta a la habitación, miró hacia afuera como si temiera que le espiaran, luego cerró la puerta, asegurándola con un barrote. —¿Qué —¿Qué haces? haces? —pregu —p regunt ntóó el sargen s argento, to, con un ligero li gero tono tono de inquietud. inquietud. —Tomo —Tomo mis mis precauciones pr ecauciones —respondió el faquir con voz tranqu tranquil ila. a. —Enton —Entonces ces yo tomaré tomaré las mías —dijo —dij o Bharata, Bharata, sacando las dos pistolas del cinto y poniéndosela poniéndoselass sobre las rodillas. —Yo no no llevo ll evo armas. —Tam —También bién un hombre hombre desarmado puede ser un traidor — respondió el sargento—. sargento—. Ahora Ahora puedes hablar. —Antes —Antes quiero hacerte una una pregun pregunta. ta. —Habla. —¿Es —¿Es verdad verda d que el capitán va a emprender emprender una una expedición contra contra Raimangal? Raimangal? —Lo —Lo es. —¿Con —¿Con una una nave? nave? —Ya —Ya se está arm a rmando ando la «Cornwall», una una buena fragata fragata que cuenta cuenta con num numerosos erosos cañones cañones y puede puede embarcar a media compañía de cipai. —¿Partirá pronto? —Lo —Lo antes antes posible posibl e —respondió Bharata—. Bharata—. El capitán está impaciente impaciente por destruir la guarida de aquellos malditos sectarios. —Pero él seguramen seguramente te ignora ignora dónde se encuent encuentra ra la l a entrada de los su s ubterráneos. —Si lo l o hubier hubieraa sabido sabi do yo no no habría venido aquí con cinco mil mil rupias. Sólo Sól o sabe que se encuent encuentra ra en la isla de Raimangal. —Yo —Yo le guiar guiaréé —dijo —dij o el faquir, faquir, fingiendo fingiendo una una sonrisa feroz—. Aquell Aquellos os malditos aldi tos me han hecho hecho daño, y yo yo me vengaré. vengaré. Pero hubier hubieraa deseado dese ado hablar con el capitán. ca pitán. —El no se encuent encuentra ra lejos l ejos de aquí, y si tus tus revelaci reve laciones ones son importantes importantes te llevaré llev aré hasta él. —¿Y por qué no no viene aquí? —Te he he dicho que es prudente. prudente. —¿Está —¿Está acompañado? acompañado? —Sí, y de una una buena buena guardia. guardia. El faquir hizo un gesto de rabia imperceptible, pero enseguida su frente se serenó, como si hubiera tomado tomado una rápida rápi da resolución resol ución.. —Escúcham —Escúchamee —dijo—. —dij o—. Tal como como te dije dij e yo odio a los thu thugs y especialmen especi almente te a su jefe, el despiadado Suyodhana. Hasta hace pocos días he formado parte de su secta; ahora estoy decidido a romper la pesada cadena que me me ataba a ellos, el los, para vengarme vengarme de todos los l os malos tratos que me me han hecho hecho padecer. —¿Qué —¿Qué te te han hecho? hecho? —Es inútil inútil que te lo diga, por el moment omento. o. He estado muchos años en Raimang Raimangal al y quizá quizá nadie conoce mejor que yo las Sunderbunds y las inmensas cavernas que sirven de refugio a los devotos de aquella monstruosa divinidad, que nada en la sangre humana. Ahora yo te diré lo que tiene que hacer el capitán para sorprenderles y... El faquir se interrumpió bruscamente, y una viva inquietud se dibujó de pronto en su rostro. A lo lejos, en dirección a las marismas, había oído el grito desgarrador y triste de un chacal. Sabía que aquellos animales no se acercaban nunca por aquellos parajes tan próximos a la ciudad india, por lo que el grito le causó sorpresa, pensando que pudiera ser una señal de los hombres de la ballenera. —Hay algún algún peligro pel igro en el aire air e —pensó—. Es mejor darse prisa pris a y por el moment omentoo content contentarse arse con este hombre. Parecía que el sargento no hiciera caso del aullido del chacal; quizá creía que se trataba de uno de
aquellos animales. —Continú —Continúaa —dijo, —dij o, al ver ve r que el faquir se había parado. par ado. —Sí, continu continuóó —dijo —dij o Vindhya—. indhya—. Si el capitán tiene la intención intención de sorprender sorpr ender a los thug thugss en su guarida, deberá actuar con la mayor precaución para que no le descubran y den la alarma. Si desembarcara en pleno día, ciertamente no encontraría ni a un hombre en los subterráneos. En aquel momento un segundo aullido, más largo y triste que el primero, se oyó afuera. Ya no era posible equivocarse: era una señal de peligro. Vindhya indhya fing fi ngió ió que no notaba nada y prosiguió: pros iguió: —Tú le dirás dirá s al capitán que no desembarque desembarque en Raimang Raimangal, al, sino que se esconda en el canal de Gona-Souba. Gona-Souba. Allí no faltan faltan las islas, isl as, y podría podrí a establecer establ ecer un cómodo cómodo campament campamento, o, para par a después... des pués... Se interrumpió por segunda vez, tosiendo con ímpetu. Casi enseguida, girando lentamente la cabeza, vio que las esteras se agitaban de modo imperceptible, abriéndose después. El sargento, que daba la espalda a aquel rincón de la habitación, no se dio cuenta de nada. Escuchaba Escuchaba atentam atentament entee la l a narración arra ción del delator. —Para despu des pués és caer sobre Raim Rai mangal angal —continuó —continuó el faquir. —¡Como —¡Como nosotros nosotros caem ca emos os encima encima tuyo! tuyo!... ... —gritó de pronto una una voz por detrás del sargen sa rgento. to. Este hizo un rápido gesto para empuñar las pistolas que tenía sobre las rodillas, pero seis robustas manos le aferraron, aferr aron, lo desarmaron des armaron y le echaron por el suelo junto junto con la silla. sil la. El desgraciado vio encima suyo tres puñales dispuestos a atravesarle de parte a parte. —¡Trai —¡Traidores!... dores!... —exclamó, —exclamó, intentan intentando do liber l iberarse arse de sus asaltan asal tantes, tes, pero per o sin s in lograrlo. lograrl o. Luego Luego soltó un grito de cólera y de estupor. —¡Tú!... —¡Tú!... ¡Tremal-Nai ¡Tremal-Naik! k!... ... —Yo, Bharata Bharata —respondió —res pondió el Cazador de serpientes. ser pientes. —¡Miser —¡Miserable!... able!... —Te había había dicho di cho que que mi mi misión no no se había terminado. terminado. —¡Vete —¡Vete al inf i nfierno!... ierno!... —¡Calla!... Ahora Ahora estás en nuestras manos, por tanto tanto es inútil inútil que te desahogues desahogues diciendo dici endo insolencias. —¿Pero qué qué quieres de mí?... Si necesitas mi vida, cóg có gela; el capitán me me vengará vengará y bastante bastante pronto. —No tan pronto como como crees —dijo —dij o Tremal-Naik—. En vez de amenaz amenazar, ar, responde a nuestras nuestras pregunt preguntas, as, si s i quieres quiere s seguir seguir vivo. —Ya —Ya no me me importa mi mi vida; he sido tan estúpido estúpido en dos ocasiones ocasi ones que he caído caí do en tus tus manos; por tanto puedes matarme. —En cambio quiero ahorrarte; eres un rehén demasiado precioso preci oso como como para ser sacrificado. sacri ficado. Pero quiero que me digas dónde se encuentra tu amo. —Para matarl matarle, e, ¿verdad?... —pregu —pr egunt ntóó Bharata Bharata con ironía. —Esto no no te concierne. Dime Dime dónde está. —¿Dónde?... —¿Dónde?... Abre aquella puerta y le verás. —¡El está aquí!... —exclamaron —exclamaron Tremal-Naik, Tremal-Naik, los dos faquires y el viejo vi ejo thug thug. —Sí, amigos amigos míos, y no espera^ espera ^otra cosa que una una señal mía para entrar entrar con sus cipai, cipai , cogeros y colgaros. —¡Por la muerte muerte de Siva!... Siva !... —gritó —gritó Tremal-Naik, palideciendo. pali deciendo. —¡Ah! —¡Ah!... ... ¡Ah!... ¡Ah!... —exclamó —exclamó el sargento, sargento, riendo—. rie ndo—. Vosotros os pensáis que es tan ingenu ingenuoo como para caer en una trampa!... No, canallas, es él quien os ha tendido una emboscada y quien dentro de pocos minutos os prenderá. —Mientes —Mientes —dijo —dij o Vindh Vindhya—. ya—. Lo. Lo. que quiere quieress es asustarn a sustarnos. os.
—¡Pues —¡Pues abre aquella puerta!... Tremal-Naik empuñó las dos pistolas del prisionero e hizo el movimiento de correr hacia la puerta; Vindhya indhya y el viejo vie jo thug thug le detuvieron detuvier on inmedi inmediatamen atamente. te. —¿Qué —¿Qué locura quier quieres es cometer? cometer? —le —l e dijo dij o el faquir. —Puede —Puede que allí esté el capitán c apitán —dijo Tremal-Naik. —¿Y cuántos cuántos hom hombres bres hay con él?... ¿L ¿Loo sabes tú?... tú?... —Bharata —Bharata puede haber ment mentido. ido. , —Pero puede que haya haya dicho la verdad. ¿No ¿No has oído por dos veces el aullido del chacal?... Nuestros hombres escondidos en las marismas nos han indicado un peligro. ¿Qué quieres, hacer entonces?... —Resignarnos —Resignarnos y esperar una una ocasión ocasi ón mejor mejor para volver vol ver a int i ntent entar ar el golpe. —¿Pero estamos estamos rodeados? rodea dos? El faquir levant l evantóó los l os hombros. hombros. —Aunqu —Aunquee fueran fueran mil mil huiremos uiremos igualment igualmente. e. Esperadme. Iba a pasar a la habitación contigua, cuando se oyó golpear sonoramente la puerta, mientras una voz amenazadora gritaba. —¡Abrid —¡Abrid o prenderemos prenderemos fuego fuego a la casa!... —¡Mis —¡Mis compañeros! compañeros! —exclamó —exclamó Bharata. Bharata. —Que —Que nadie responda —dijo —dij o el faquir—. Amordazad Amordazad al prisi pr ision onero ero y seguidme seguidme en silencio. sil encio. —¿A dónde vamos? vamos? -pregu -pr egunt ntóó Tremal-Naik. —Huimos. —Huimos. —¿Y el capitán?... ca pitán?... ¿L ¿Le perderé perder é otra vez?... —Si estimas en algo tu vida, vida , ven —respondió el faquir—. faquir—. Más tarde jugaremos jugaremos con él é l una una nueva partida, pero por ahora no podemos podemos hacer nada más más que marcharnos. marcharnos. En pocos instantes amordazaron y ataron a Bharata. El faquir hizo una señal y Tremal-Naik lo cogió por los brazos, pasando luego todos a la habitación contigua, mientras la voz de antes repetía con más fuerza: —¡Abrid! —¡Abrid! ¡Os asaremos a todos! El faquir levant le vantóó una una estera ester a de hojas de cocotero que cubría cubría el pavimento, pavimento, después una una piedra, pie dra, lueg l uegoo una una placa pla ca de metal. Por debajo deba jo de esta última última apareció apar eció una una escali esca linnata estrecha y oscura. —Coged —Coged las antorchas antorchas —dijo —dij o al viejo vi ejo thug thug y al dondy. dondy. Los indios se hicieron con dos ramas resinosas, gruesas como el brazo de un hombre, y las encendieron rápidamente. —Adelante —Adelante —ordenó Vindh Vindhya. ya. Bajó la angosta escalerilla y se detuvo en una especie de gruta pequeña y muy húmeda, ya que había sido excavada a poca distancia de la zona zona palúdica. pal údica. Dio una una rápida r ápida mirada ira da por aquel lugar lugar y luego luego dijo di jo al a l dondy: —Sube —Sube a aquel trozo de columna columna que que hay en aquell aquellaa esquina. El indio obedeció. —¿Hay —¿Hay una una lámina lámina de hierro metida metida en la pared?... pa red?... El dondy soltó un fuerte puñetazo y se oyó un sordo ruido metálico. —La —La lámina está aquí aquí —dijo. —di jo. —Hay un botón en medio, medio, ¿lo ves?... ves? ... —Sí, lo l o he encont encontrado. rado. —Aprieta fuerte. fuerte. El dondy lo accionó con fuerza y al momento la lámina saltó de golpe, mostrando ante sí un pasillo oscurísimo.
—¿Oyes —¿Oyes algo? —pregunt —preguntóó Vindh Vindhyya. —No, nada nada en absoluto. —Subid —Subid todos. —¿Y tú? tú? —pregunt —preguntóó el viejo vi ejo thug. thug. —Yo os alcanzaré ensegu enseguida. Tremal-Naik, el dondy y el thug penetraron en aquel pasadizo, llevando consigo a Bharata, el cual no trataba trataba de oponer resisten resi stencia, cia, ya que sabía que hubiera hubiera sido si do inútil. inútil. Vindhya esperó a que sus compañeros hubieran desaparecido, luego subió la escalerilla que conducía a su cabaña y se puso a escuchar. En el exterior se oía gritar a los cipai, amenazando con hacer saltar por los aires la choza. Cansados de esperar empezaron pronto a dar golpes con las culatas de los fusiles para derribar la puerta. —Nadie os mostrará el camino camino —murm —murmuró uró el faquir faquir con una una sonrisa irónica—. Veremos si seréis seréi s capaces de descubrimos en los oscuros subterráneos de la vieja pagoda. Cogió una tercera antorcha, se metió en el cinturón un largo y pesado cuchillo, luego bajó al sótano, parándose frente a la pared opuesta a la de la plancha de hierro. Levantó la antorcha, observando atentamente durante unos instantes; luego empuñó el cuchillo y descargó un golpe formidable. Una gran placa de hierro, ennegrecida por el tiempo, por el polvo y por la humedad, se rompió con la fuerza de aquel golpe, y luego un enorme chorro de agua irrumpió con estruendo en la gruta. —Puede —Puede que el pantano pantano se seque, ¿pero, qué importa? —murm —murmuró uró el faquir—. faquir—. Huy Huyamos amos antes antes de que el agua llegue al pasadizo y nos ahogue a todos. Mientras tanto en la pared de arriba tronaban los golpes que los cipai propinaban a la puerta, y el agua invadía rápidamente el subterráneo aumentando sin cesar; con gran celeridad, el viejo se encaramó en la columna y penetró en el corredor. Palpó unos momentos el marco de la abertura y, al encontrar un salient sali ente, e, presionó pre sionó con ambas ambas manos. manos. Ensegu Enseguida la gran plancha plancha se hierro ier ro se cerró con violencia. —Ahora, —Ahora, cogednos cogednos —dijo —di jo el e l indio i ndio riendo—. rie ndo—. Entre Entre nosotros y vosotros habrá una buena buena cantidad cantidad de agua. Y se precipi prec ipitó tó hacia hacia el pasil pa sillo lo para pa ra alcanz al canzar ar a sus compañeros, compañeros, quienes estaban ya ya muy muy lejos. lej os.
XIV. XIV. EN LOS SOTANOS SOTANOS DE LA PAGODA P AGODA Aquel pasadizo subterráneo, que ciertamente desconocían el capitán y sus cipai, era tortuoso, húmedo y tan estrecho que apenas podía pasar por el mismo un solo hombre. Descendía con una pendiente que variaba su inclinación en los diferentes tramos, describiendo numerosas curvas, como si girara alrededor del pantano o de la vieja pagoda, ambas tan cercanas a la cabaña del faquir. Unos insectos asquerosos, metidos en las fisuras del suelo, habían ocupado ya la galería, seguros de que iban a gozar de una tranquilidad absoluta. A la luz de las antorchas se veían huir, asustados por aquella imprevista e inesperada invasión, escorpiones de todas las dimensiones y todos los colores, escolopendras, ciempiés de mil puntas venenosas, arañas negras y aterciopeladas de extraordinario tamaño y también a algunas bis-cobra, especie de lagartijas horribles recubiertas de aguijones, con la lengua lengua dividida dividi da en dos dardos cómeos, cómeos, que destilan des tilan un veneno veneno peligrosís pel igrosísimo. imo. Tremal-Naik, llevando fuertemente sujeto a Bharata por un brazo, después de haber recorrido quinientos pasos se detuvo en una pequeña caverna, la cual parecía no tener ninguna salida. —No se puede continuar continuar —dijo —dij o al dondy y al viejo vi ejo thug thug,, que estaban a su lado—. Yo Yo no veo ningún ningún paso. —Esperemos a Vindh Vindhyya —respondió —res pondió el thug—. thug—. Sólo él conoce estos subterráneos. —He oído que hablaba hablaba de la vieja vi eja pag pa goda —dijo —dij o el dondy—. dondy—. No creo que la galería galerí a acabe aqu a quí.í. —Sí así fuera, fuera, sería serí a la muerte para nosotros nosotros —dijo —dij o Tremal-Naik—. Los cipai no tardarán en descubrir el camino. En aquel aquel moment omentoo divisar di visaron on a Vindh Vindhya, ya, el cual corría corr ía rápidam rápi dament entee para pa ra alcanzarlos. —Ya está —dijo el faquir, apagando apagando su antorcha—. antorcha—. Ahora Ahora estamos seguros seguros de que no nos nos sig si guen. uen. —¿Por qué? qué? —preguntó —preguntó Tremal-Nai Tremal-Naik. k. —El sótano está lleno de agua agua y nadie nadie podrá podr á descubrir ya la entrada. entrada. —¿A dónde vamos vamos ahora? —preguntó —preguntó el dondy—. dondy—. Aquí Aquí no hay hay ya ya más más pasillos pasi llos.. —Yo sé dónde está el paso —respondió —r espondió Vindh Vindhya. ya. Cogió una antorcha, y se disponía a examinar las paredes de la caverna, cuando una terrible detonación se oyó retumbar a lo lejos. La sacudida que produjo en el suelo fue de tal magnitud, que muchas rocas cayeron del techo estrellándose estrell ándose por tierra tie rra con gran gran fragor. fragor. Afortunadamente los cuatro indios, dándose cuenta a tiempo de la caída, se habían metido rápidamente en la galería, arrastrando consigo al prisionero. —¿Qué —¿Qué ha ha sucedido? —pregu —pr egunt ntóó TremalTremal-Naik—. Naik—. ¿Habrán ¿Habrán hecho hecho explotar explotar una una mina? mina? —Me parece que han hecho saltar por los aires aire s mi casa —dijo —dij o Vindhya, indhya, que se mostraba algo inquieto—. Este es un golpe con el que no contaba. —¿Se habrá habrá derrum der rumbado bado la galería? aler ía? —pregu —pr egunt ntóó el dondy. dondy. —No lo creo, pero... ¡Escuchad! ¡Escuchad! ¿V ¿Vosotros no oís nada? Tremal-Naik y sus dos compañeros aguantaron la respiración y se pusieron a escuchar. Desde la oscura galería que habían recorrido se oía avanzar un ruido sordo, que rápidamente se percibía con más claridad. Los cuatro indios se miraron entre sí con inquietud. —¿Qué —¿Qué es este ruido que se acerca? acerca ? —pregunt —preguntóó TremalTremal-Naik. Naik. —No lo sé —dijo —di jo Vindhy Vindhya. a. —Parece com c omoo si una corriente de agua agua irrum ir rumpiera piera por la galería. aler ía. —¡Agu —¡Agua! a! —exclamó Vindh Vindhya ya con terror—. terr or—. Enton Entonces ces es que han hecho hecho saltar sal tar también también la l a plancha plancha de
hierro que que nos protegía. —¡Huy —¡Huyam amos! os! —dijo el viejo vi ejo thug—. thug—. Rápido, Rápido, busca la l a salida... sal ida... Vindhya se precipitó hacia un rincón de la caverna en el que, como ya sabía, se encontraba una segunda losa que daba acceso a los subterráneos de la vieja pagoda. Ya había localizado al botón que tenía que hacer saltar el muelle, cuando desde la oscura galería entró una verdadera avalancha de agua turbulenta. El choque de aquella masa líquida fue tan violento, que los cuatro indios y el prisionero fueron empujados con violencia hacia la pared opuesta. Se apagaron dos antorchas, pero el viejo thug había levantado rápidam rápi dament entee la l a suya, suya, para par a que la oscuridad no fuera completa. completa. Durante unos minutos los desventurados se vieron arrastrados hacia adelante y hacia atrás por aquel furioso torrente que irrumpía con un estruendo espantoso en la caverna, amenazando con llenarla hasta la bóveda y ahogarles a todos. El agua, al no encontrar lugar por el que salir, chocaba contra las paredes formando verdaderas olas y aumentaba por momentos, haciendo extremadamente delicada la situación de aquellos cinco hombres. hombres. —¡Por la muerte de Siva! —exclamó —exclamó Tremal-Naik, que que había soltado a Bharata—. Bharata—. ¡Nos ¡Nos vamos vamos a ahogar!... ¿Qué es lo que ha pasado, pues?... —Han roto la plancha plancha metálica y el agua agua del sótano sótano y del pantano pantano ha invadido la galería —dijo —dij o Vindhya. —¿Nos —¿Nos ahogaremos?... ahogaremos?... —No lo sé —respondió —r espondió el faquir con angu angustia. stia. —Tenem —Tenemos os que abrir un aliviadero alivia dero a las l as aguas aguas —dijo —dij o el viejo vi ejo thug. thug. —Tratemos —Tratemos de abrirl abr irlo. o. —El subterráneo de este modo modo se secará se cará y los cipai c ipai nos darán caza. caza. —Mejor una una persecución pers ecución a la muerte muerte segura segura —dijo Trem Tre mal-Naik. al- Naik. —¿Podremos —¿Podremos pasar después? —¿Qué —¿Qué quier quieres es decir, deci r, Vindhy Vindhya?... a?... —Que —Que el agu a guaa irá ir á a parar para r a los l os sótanos del templo templo y cerrará cerra rá el paso. —¿Son grandes grandes aquellos subterrá subterráneos?... neos?... —Vastísi —Vastísim mos. —¿Dónde —¿Dónde termin terminan?... an?... —En el Ganges. Ganges. —Enton —Entonces ces el agua agua encontrará encontrará una una desembocadura. desembocadura. —Pero algu al gunnas galerías galerí as quedarán sum sumergidas. —Trataremos —Trataremos de atravesarlas atravesar las a nado. Rápido, Vindhya, indhya, encuent encuentra ra la plancha plancha o dentro dentro de pocos minutos nos ahogaremos. —Mantén —Mantén alta la antorcha antorcha —dijo el e l faquir al viejo vi ejo thug thug—. Si se s e apaga estamos estamos perdidos. perdi dos. Las aguas aguas segu s eguían ían entrando entrando en la caverna caver na con furia, furia, pero per o al estar ya toda la galería invadida, las l as olas ol as se habían calmado. A pesar de todo, el nivel iba creciendo y los cinco hombres se encontraban ya sumergidos sumergidos hasta el pecho. pe cho. Pasados unos unos minut minutos os el agua agua les llegaría ll egaría a la barbil ba rbilla. la. El faquir, después de haber inspeccionado las paredes de la caverna, se dirigió hacia un rincón; luego, tomando una buena reserva de aire, se sumergió resueltamente a hacer saltar el muelle de la plancha. Por tres veces tuvo que volver a la superficie a respirar; en la cuarta inmersión encontró finalmente el botón y lo apretó con toda la fuerza de sus dedos. Casi enseguida en aquel rincón se formó un pequeño remolino, luego luego se oyeron oyeron unos unos ruidos sordos que iban volviéndose más perceptibles. perceptibl es. El faquir, sujetándose a los salientes de las rocas, se alejó precipitadamente para no ser arrastrado por aquella corriente subterránea y acabar lanzado en las galerías de desagüe.
—¡Estam —¡Estamos os salvados!... salvad os!... —gritó, yendo yendo hasta donde se encontraban encontraban sus compañeros—. compañeros—. ¡El agua agua corre hacia las galerías de la pagoda! —Ya —Ya era hora —murm —murmuuró Tremal-Naik—. Nuestro Nuestro prisionero, pris ionero, que que es de estatura estatura inferi inferior or a la nuestra, nuestra, iba a ahogarse ahogarse.. El agua empezaba a disminuir, pero lentamente, ya que seguía entrando más por la galería que comun comunicaba icaba con la casa del faquir. Antes de que la caverna se secara, era necesario esperar a que el pantano agotara su reserva de agua, agua, no muy muy grande, grande, en realidad, real idad, pero de todos modos considerable c onsiderable.. —Deberemos —Deberemos esperar esper ar un par de horas —dijo —di jo Vindhy Vindhyaa a Tremal-Naik, quien quien le interrogaba. —Y después, ¿hu ¿huire irem mos?... —Por los subterráneos subterráneos de lá l á pagoda. —Nos perseguirá perseguiránn los cipai?... cipai ?... —Me temo temo que sí. Cuando Cuando vean que se seca el pantano, pantano, adivinarán adi vinarán el camino camino que ha ha seguido seguido el agua agua y buscarán la galería. —¿Crees —¿Crees que podremos podremos escapar esca par a su s u caza?... caza?... —Espero que sí. —¿Y llevaremos a Bharata Bharata con nosotros?... Me parece par ece que ahora significa significa más un estorbo que una una ayuda. —Es verdad —respondió Vindhya—. indhya—. Pero no podemos podemos abandonarle abandonarle.. ¿Quién ¿Quién sabe? Puede que todavía le necesitemos para conocer mejor^ los plantes del capitán. —Y puede puede ser un rehén rehén precioso preci oso —dijo —dij o el viejo viej o thug thug—. —. Si le dejamos aquí puede puede mostrarles ostrarl es a los cipai la vía ví a que hem hemos os seg se guido. —Podemos —Podemos matarl matarlee —dijo —dij o el faquir. —Sería un delito deli to inútil inútil —respondió —r espondió Tremal-Naik—. Bharata Bharata no es el capitán. c apitán. —Enton —Entonces ces le l e llevaremos ll evaremos con nosotros nosotros —concluyó —concluyó el viejo vi ejo thug thug. Mientras intercambiaban aquellas frases, el agua seguía disminuyendo, encontrando paso hacia los subterráneos de la vieja pagoda. Pasada media hora, los cinco indios tenían sus cuerpos sumergidos solamente hasta la cintura. El faquir, embargado por una gran inquietud, temiendo la repentina aparición de los cipai, quiso aprovechar el e l tiem ti empo po hciendo un una rápida r ápida exploración en la galería que comun comunicaba icaba con su sótano. sótano. Dio la antorcha a Tremal-Naik, invitó al dondy a que le siguiera y se adentró en el pasadizo que estaba ya medio medio vacío. va cío. La corriente se había vuelto menos impetuosa, señal evidente de que el caudal de agua del pequeño pantano iba a acabarse. Era por tanto probable que los cipai, asombrados por aquella fuga de agua, buscaran las causas y llegaran a descubrir la plancha metálica. Avanzando con lentitud, debido a la corriente que chocaba contra sus piernas amenazando con derribarles, y agarrándose a los salientes de las paredes para resistir mejor aquellos embates, los dos faquires consiguieron recorrer más de trescientos pasos, llegando casi a la mitad del camino. Se detuvieron un momento para tomar aliento, luego reanudaron la marcha, ayudándose mutuamente a mantener el equilibrio para vencer a la corriente que se hacía más fuerte, a causa de la mayor pendiente de la galería. Ya habían recorrido recorri do otros cincuent cincuentaa o sesenta metros, metros, cuan c uando do en el extremo extremo del pasil pas illo lo oy o yeron voces humanas. Ambos se detuvieron, apoyándose fuertemente con las manos en la pared. —¿Oyes? —¿Oyes? —pregunt —preguntóó Vindh Vindhyya. —Sí —respondió —re spondió el dondy. dondy. —Han descubierto la galería. —¿Tú —¿Tú crees?...
—¡Silencio: escuch es cucha! a! Una voz, que la galería transmitía claramente, gritó con acento triunfal: —¡Ahí —¡Ahí está el pasadizo!... pasa dizo!... —Nos han han descubier descubierto to —murm —murmuró uró el dondy. dondy. —Y dentro dentro de poco tendremos tendremos a los l os cipai cipa i detrás nuestro nuestro —concluyó —concluyó Vindh Vindhyya. —Huyam —Huyamos. os. —Espera un moment omento. o. Si ya han encontrado encontrado la en e ntrada, les l es verem vere mos las la s antorchas. antorchas. Reanudaron la marcha, procurando no hacer ruido, y al llegar a una curva del túnel divisaron a ciento cincuenta pasos un vivo resplandor. Unos hombres, cipai, iban a entrar en el pasadizo que habían descubierto. —Atrás, dijo dij o Vindhya indhya con voz baja. Si los subterrá subterráneos neos de la vieja viej a pagoda no están es tán vacíos, vacíos , dentro dentro de pocos minutos inutos serem sere mos prisi pr isioneros. oneros. Ambos corrieron por la galería, dejándose empujar por la corriente, y en unos instantes llegaron a la caverna, donde les esperaban Tre-mal-Naik y el viejo thug con el prisionero. —Huyam —Huyamos os —dijo —dij o Vindh Vindhyya. —¿Nos —¿Nos sigu si guen? en? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik. —Los —Los cipai ci pai han descubierto descubierto el pasadizo. pasadi zo. —¿Ya —¿Ya vienen? —Sí, y pronto pronto llegarán ll egarán hasta hasta aquí. Tremal-Naik extrajo el puñal y, haciéndolo brillar delante de los ojos de Bharata,. dijo: —Camina —Camina o te mato. mato. La galería galerí a de achiqu a chiquee que conducía conducía a los subterráneos subterráneos de la vieja viej a pagoda estaba medio vacía, vacía , ya que que el agua había descendido mucho. Los cinco indios penetraron en ella, cerraron la plancha a sus espaldas par retrasar un poco la marcha de los cipai y se encaminaron resueltamente hacia adelante, sujetando la antorcha. Aquel segundo túnel subterráneo era bastante más espacioso que el primero, permitiendo el paso de tres hombres, incluso cuatro bien juntos, y la bóveda era tan alta que la luz de la antorcha no llegaba a iluminarla. La irrupción del agua había cesado, al haber cerrado la plancha metálica, pero se oían más adelante unos unos sordos sor dos fragores que el eco e co de las l as galerías galerí as hacía resonar r esonar incesantement incesantemente. e. Parecía como si el torrente, siguiendo las pendientes de aquellos vastos subterráneos, siguiera avanzando, precediendo a los cuatro fugitivos. Se oían choques y caídas sordas como si el agua se precipitara por alguna altura, borboteos, luego rumores más alejados que se perdían en las negras cavernas y en las amplias galerías situadas debajo de la vieja pagoda. Vindhya, que conocía aquellos lúgubres caminos, indicaba el recorrido. Había cogido la antorcha y avanzaba sin titubear, subiendo y bajando. El agua ya había desaparecido y ellos pisaban sobre un suelo seco, ya que la roca porosa había absorbido absorbi do rápidam rápi dament entee las l as últimas gotas. gotas. Durante media hora, el faquir guió a sus compañeros a través de aquellas galerías que describían continuas curvas, luego llegó a un ancho subterráneo en el que se veían grandes cantidades de extraños túmulos, posiblemente tumbas de antiguos rajás. Las paredes de aquellas cavernas estaban cubiertas de esculturas gigantescas de carácter sagrado. Se veían las veintiuna encarnaciones de Visnú, el dios conservador, representado por cabezas colosales, por gigantes, por monstruos espantosos, por caballos con las pezuñas llenas de sables y de escudos, por cabezas de elefante con las trompas levantadas. En el centro de la caverna se elevaba una concha enorme de color negro, del tipo de los cuernos de Ammón, que representaba a la famosa piedra salagraman, un símbolo precioso adorado por los secuaces de dicho dios. Vindhya se paró, ya que el extremo opuesto de la caverna aún estaba inundado por una gran cantidad
de agua. —El camino camino está cerrado cerr ado —dijo —dij o con voz tembloros temblorosa—. a—. La galería que tiene que guiarnos guiarnos a la segunda caverna está sumergida. —¿Nos —¿Nos verem ver emos os obligados obli gados a regresar? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik. —Sería nuestra nuestra muerte; muerte; los cipai ci pai ya nos están siguiendo. siguiendo. —¿No —¿No hay ningú ningúnn otro otro paso? —Ningun —Ningunoo —respondió el faquir faquir con c on acento acento lúgubre. lúgubre. —¿Es —¿Es larg lar ga la galería que desemboca en el segun segundo subterráneo? —Tendrá —Tendrá unos unos sesent ses entaa pasos. —Yo soy un buen nadador. —También —También nosotros nosotros —dijeron —di jeron el viejo vi ejo thug thug y el dondy. dondy. —¿Qué —¿Qué es lo que sugier sugieres? es? —Que —Que intentem intentemos os pasar por debajo debaj o del agu a guaa —respondió —res pondió resueltament resueltamentee Tremal-Naik. —¿Y el prisi pr isionero?... onero?... —Nos seguirá seguirá,, si no quiere ahogarse. ahogarse. Quitó Quitó la mordaza que habían habían puesto sobre la boca de Bharata, y le dijo: di jo: —Si quieres vivir, vivi r, ven con nosotros. nosotros. ¿Sabes nadar? —Sí —respondió —re spondió el sargen sa rgento. to. —Enton —Entonces ces sígu sí guenos. enos. En aquel aquel moment momentoo se oyó a lo lejos l ejos una una detonación, que que repercutió re percutió largo lar go rato por las l as galerías galerí as y en la amplia caverna. —De nuevo nuevo han han hecho hecho estallar explosivos —dijo —di jo Vindhy Vindhya. a. —¿Los —¿Los cipai? cipa i? —pregu —pr egunt ntoo Tremal-Naik. —Sí. Habrán hecho hecho saltar la l a segunda segunda plancha plancha para poder cont c ontinu inuar ar la l a persecución pers ecución.. Apresurémonos. Apresurémonos. Se dirigió hacia el extremo de la caverna, volviendo a sumergirse. Puesto que el suelo era muy inclinado, el agua se había acumulado allí, obstruyendo enteramente la galería que debía comunicar con la segunda segunda caverna. —El pasadizo pasadi zo está delante delante de nosotros —dijo —dij o Vindh Vindhya. ya. —¿Es —¿Es ancho?... ancho?... —Y también también bastante bastante alto. Yo pasaré si primero. pr imero. —Vigilemos —Vigilemos a Bharata Bharata —dijo —di jo Tremal-Naik. Vindhya tiró la antorcha y la caverna se sumió en tinieblas. Los cinco hombres aspiraron una buena cantidad de aire, luego se zambulleron a la vez. Después de dar cuatro brazadas llegaron al pasadizo sumergido y penetraron por el mismo, nadando con vigor y rápidamente. Durante aquella inmersión, por dos veces Tremal-Naik trató de subir a la superficie, pensando que ya había recorrido toda la galería y que había llegado a la segunda caverna, pero cada, vez chocó contra contra la bóveda. Al tercer intento, intento, finalment finalmentee su cabeza cabe za emergió. emergió. En cuanto hubo llenado de aire sus pulmones, gritó: —Vindh —Vindhya, ya, ¿dónde ¿dónde estás?... —A tu lado —respondió —r espondió el faquir. —¿Y los dem de más?... —Aquí —Aquí estoy —respondió el viejo vi ejo thug thug. —Yo también también estoy —dijo —dij o el dondy. —¿Y Bharata?... Bharata?... Nadie respondió. —¿Bharata?... —¿Bharata?... Nadie respondió.
—¿Bharata?... —¿Bharata?... —repitió —repi tió Tremal-Naik. Tampoco aquella segunda llamada tuvo respuesta alguna. —¡Por la muerte muerte de Siva!... Siva !... —gritó —gritó el cazador—. Aquel Aquel bribón br ibón ha ha desaparecido. desapar ecido. —Quizá —Quizá se haya haya ahogado ahogado —respondió Vindhya—. indhya—. Dejemos a los muertos y pensemos pensemos en nosotros. Si queréis salvar el pellejo, ¡seguidme!...
XV. LA PERSECUCION Seguir al faquir no era nada fácil, debido a la profunda oscuridad que reinaba en la segunda caverna, ya que no tenía antorchas. Se encontraban en una situación extremadamente arriesgada, dado que no sabían hacia dónde dirigirse y además estaban obligados a nadar para mantenerse a flote, ya que no encontraban ningún punto de apoyo. El agua que había salido por la galería se había acumulado en aquella caverna debido a la pendiente del terreno y todavía su nivel era tan alto que no les dejaba a los cuatro indios tocar fondo. —¿A dónde vamos? vamos? —pregu —pr egunt ntóó Tremal-Naik, que que empezaba empezaba a inquietars inquietarse—. e—. Me encuent encuentro ro perdido. per dido. —Procura seguirme seguirme —dijo —dij o Vindhya—. indhya—. Sé por dónde se abre la galería que nos conducirá conducirá al Ganges. —¿Vas —¿Vas a encontrarl encontrarlaa en medio medio de esta oscuridad?... oscuridad?.. . —Confío —Confío que sí. —¿Tam —¿También bién aquéll aquéllaa estará inu i nundada? ndada? —No, porque debe ser mucho mucho más más alta al ta que que el suelo de la caverna. c averna. —¿Y si no pudiésemos pudiésemos descubrirla? descubrir la? El faquir no respondió. —Habla —insistió —insisti ó TremalTremal-Naik. Naik. —Enton —Entonces ces habría llegado l legado nuestro nuestro final final —dijo —dij o Vindh Vindhya ya con resign resi gnación. ación. —Los —Los cipai ci pai nos darían darí an alcance, ¿n ¿no es cierto?... ci erto?... —No me dan miedo los hombres hombres del capitán; la l a galería llena ll ena de agua agua que hemos hemos atravesado basta para protegernos. Lo que me asusta es que se agoten nuestras fuerzas. —Yo —Yo ya empiezo empiezo a estar cansado —dijo —dij o el dondy, dondy, que se notaba notaba fatigado—. fatigado—. Si tuvier tuvieraa que mantenerme a flote media hora más, me iría al fondo. —Ve —Ve en busca busca de la l a galería —dijo —dij o Tremal-Naik a Vindh Vindhya—. ya—. Nosotros Nosotros trataremos de seguirte. seguirte. El faquir nadó hasta que encontró la pared de la tenebrosa caverna, y empezó a recorrerla para descubrir el paso con más facilidad. Tremal-Naik y sus compañeros, guiados por el borboteo del agua que removían los brazos del nadador, le l e sigu s iguier ieron, on, procurando procurando manten mantenerse erse bien juntos juntos para pa ra no perderse. perders e. Por muy valientes e intrépidos que fueran todos ellos, el sordo chapoteo de las aguas movidas por sus miembros y aquella profundísima oscuridad inspiraban una gran impresión en sus espíritus. Incluso Tremal-Naik se iba sintiendo presa de un vago sentimiento de terror que cada vez iba aumentando. Por dos veces el faquir dio la vuelta a la caverna sin encontrar nada. La desesperación, aumentada por la oscuridad y por el miedo a un peligro inminente, iban a vencerle, cuando sus pies chocaron contra un obstáculo. Rápidamente alargó una pierna y le pareció que subía un peldaño. —¡Quiz —¡Quizáá estemos estemos salvados! sal vados! —exclamó —exclamó con acento acento triunfal. triunfal. —¿Has —¿Has encontrado encontrado la abertura? —le pregunt preguntóó el dondy con voz angu angustiada—. Yo no aguant aguantoo más; me faltan las fuerzas. —He encont encontrado rado un punt puntoo de apoyo —respondió Vindh Vindhya. ya. —¿Podemos —¿Podemos venir? —pregu —pr egunt ntóó el thug—. thug—. También También yo yo me me sient sie ntoo agotado. agotado. —Estamos —Estamos cerca cer ca de la l a galería; galerí a; hay hay un un escalón debajo mío. —Sigue —Sigue buscando buscando —dijo —dij o TremalTremal-Naik. Naik. El faquir extendió extendió la mano y notó notó que palpaba otros escalones. es calones. Se agarró a los mismos, gritando. gritando. —¡Venid: —¡Venid: estamos estamos salvados! sal vados!
Frente a él había otros escalones. Empezó a subir y al poco tiempo sus manos encontraron una abertura. Con un último esfuerzo se levantó y se encontró delante de una entrada. —Por fin —dijo—. Venid, Venid, vamos a llegar ll egar a las orill or illas as del Ganges. Ganges. —¿Ves —¿Ves la l a luz? luz? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik. —Todavía no; deberemos deberemos pasar por otras galerías galer ías y por nuevas nuevas cavernas. cave rnas. Sus tres compañeros, guiados por su voz, no tardaron en llegar cerca de la escalera. Vindhya había ya penetrado en la galería y avanzaba a tientas, sin saber con precisión dónde se encontraba. En aquel momento había recordado que en la caverna existían otros pasadizos que nunca había explorado; por tanto, ignoraba si el camino que había encontrado era el que conducía a las orillas del Ganges. —Ha sido una lástima que hayam hayamos os perdido per dido las l as an a ntorchas — murm murmuró—. uró—. No sé si s i en e n medio medio de esta oscuridad podrem podr emos os orient ori entarnos. arnos. De pronto chocó contra un obstáculo, el cual parecía que cerraba la galería. A pesar de los escalofríos que sentía debido al frío que reinaba en aquellos subterráneos y de la prolongada inmersión en el agua, sintió que su frente se mojaba de sudor. —¿Dónde —¿Dónde estamos? estamos? —se pregun preguntó con angu angustia—. ¿Nos ¿Nos habremos extravi extraviado ado en estos inmensos inmensos subterráneos de la pagoda? —¿Qué —¿Qué te sucede? —le pregunt preguntóó Tremal-Nai Tremal-Naik, k, quien se le l e había caído encima encima al no prever aquella inopinada detención del faquir. —El camino camino está cerrado cer rado —respondió —re spondió Vindh Vindhya. ya. —¿Ent —¿Entonces onces es que te has has equivocado? —Me parece que sí. Durante unos instantes un silencio cargado de miedo reinó entre aquellos cuatro hombres. Aquel inesperado obstáculo que les impedía proseguir y salir al aire libre les aterrorizaba. —Empiezo —Empiezo a pensar que nos hemos hemos perdido perdi do —dijo —dij o Tremal-Naik, con rabia rabi a contenida—. contenida—. ¿Qué ¿Qué quieres hacer ahora? Vindhya respondió con un suspiro. —Habla —dijo —dij o TremalTremal-Naik—. Naik—. Yo Yo no quier quieroo morir morir,, ¿me ¿me entiendes? entiendes? —No sé lo que hacer —dijo —dij o el faquir—. Sin una una antorcha antorcha no no sé a dónde dirigirme. dir igirme. —¿Cuál —¿Cuál es el obstáculo que que cierra cier ra la l a galería? galería ? —No sé si se s e trata de una una piedra piedr a o de una una puerta. Tremal-Naik se sacó del cinturón una pistola, dio unos pasos hacia adelante y con la empuñadura del arma golpeó varias veces al obstáculo. Un sonido metálico resonó en la tenebrosa galería. —Es una una puerta de hier hierro ro —dijo —dij o el Cazador de serpie s erpient ntes—. es—. Puede que haya haya algún algún modo modo de abrirl abr irla. a. Busquemos si hay algún botón. Palpó con sus manos aquella gran plancha metálica, hacia arriba, hacia abajo, hacia los lados, pero no encontró nada. La puerta era perfectamente lisa, sin la menor rugosidad. —Nada —mu —murmuró rmuró con voz ronca. ronca. Hizo acopio de todas sus fuerzas y trató de empujarla; fue un intento vano. Aquella puerta, que sin duda era maciza, no se movió. —Para derriba der ribarla rla se necesitaría necesitarí a una una mina mina —dijo. —¿Hace —¿Hace poco que se ha cerrado cerr ado este pasadizo? pasadi zo? —pregunt —preguntóó el viejo vi ejo thug thug. —No —respondió Vindhy indhya—. Es posible posibl e que en otros tiempos tiempos comun comunicar icaraa con la l a vieja viej a pagoda, y vosotros ya sabéis que los subterráneos de los templos tienen las puertas de hierro. —Así pues, ésta no es la galería galerí a que desemboca desemboca en el Ganges. Ganges. —No es ésta.
—Busquem —Busquemos os la otra. —¿De —¿De qué modo? modo? —Volvi —Volviendo endo a la cavern caver na. —Si antes no no la hemos hemos encontrado, encontrado, dudo de que que ahora podamos podamos descubrirla. descubrir la. —Veam —Veamos os —dijo —dij o Tremal-Naik—. ¿Estás ¿Estás seguro seguro de que aquel pasillo pasil lo no está inundado? inundado? —Si estuviera cubierto de ag a gua, aquí aquí no habrí habríaa ya aire respi r espirable rable.. —La —La observación obser vación es justa —dijo —dij o el dondy. —Pues —Pues vayamos vayamos a buscarlo buscarl o —aconsejó el viejo viej o thu thug. Volvieron lentamente hacia la caverna inundada. —¿Y si esperáram esperár amos os que baje el agua? agua? —sugiri —sugirióó el dondy—. dondy—. El suelo de estos subterrá subterráneos neos es poroso y no tardará en absorberla. —¿Y los cipai c ipai?... ?... —dijo —di jo el thug thug—. —. ¿Has ¿Has olvidado ol vidado que nos siguen? siguen? —La —La galería galerí a sumergida sumergida nos protege. protege. Como contradiciendo al dondy, en aquel momento se oyó a poca distancia un espantoso estallido, luego un rayo luminoso tembló en la caverna, iluminándola por entero. Las aguas, levantadas por la explosión de alguna poderosa mina, irrumpieron por encima de las paredes con un estruendo ensordecedor, dando la sensación de que toda la caverna iba a derrumbarse; en cambio Vindhya lanzó un grito de júbilo. Debido al rayo de luz había descubierto una segunda escalerilla que subía hacia la bóveda y enseguida enseguida la reconoció. r econoció. —¡El paso está descu desc ubierto! bier to! —gritó—. —gritó—. ¡Rápido! Luego, sin ver si le seguían o no sus compañeros, se precipitó en el agua todavía agitada, nadando con supremo vigor. —¡Vindh —¡Vindhya! ya! —gritó TremalTremal-Naik. Naik. —Venid —Venid —respondió el faquir faquir con voz autoritar autoritaria—. ia—. ¡Los ¡Los cipai están a punto punto de entrar entrar en la caverna!... Los tres indios, aterrados ante la idea de ser sorprendidos por los soldados del capitán Macperson, se echaron e charon al agua, agua, procuran pr ocurando do seguirle. —Por la l a parte de la galería galer ía que comunicaba comunicaba con la primera pr imera caverna se oían oí an unas unas voces hum humanas. De vez en cuando, cuando, fug fugaces aces respla r esplandores ndores ilu il uminaban las paredes parede s y se reflejaban re flejaban sobre las aguas. aguas. Los cipai, que habían ensanchado el pasadizo para que descendiera el nivel de la masa líquida que lo obstruía impidiéndoles avanzar, se preparaban para invadir la caverna. Mientras el faquir alcanzaba la escalera que conducía al pasillo que comunicaba con el río, se oyó una voz que gritaba: —¡Adelante! —¡Adelante!... ... Tremal-Naik lanzó un grito de rabia. —¡La —¡La voz de Bharata!... Bharata!... —Nos ha engañado engañado y ahora ahora nos va a dar caza —dijo —dij o el viejo viej o thug thug—. Si aquel bellaco bell aco vuelve a caer cae r en nuestras manos, no lo ahorraremos ya más. Ante la orden dada por el sargento, los cipai se habían precipitado en la galería con la furia de un torrente, chapoteando en el agua. Eran quince o veinte, armados con fusiles y llevando antorchas. Cuando Cuando llegaron a la caverna c averna se detu de tuvier vieron on,, ya que que el agua agua les le s llegaba l legaba hasta el cuello. —Aquí —Aquí están —gritó —gritó uno uno de ellos. ell os. Vindhya, Tremal-Naik y el viejo thug habían llegado ya a la galería y se habían refugiado en ella, pero el dondy, dondy, más viejo viej o que ellos ell os y ya agotado agotado por aquella huida y las continu continuas as in i nmersiones, ersi ones, todavía se se encontraba en el último peldaño. Al verle, verl e, unos unos cipai ci pai apuntaron apuntaron rápidamente rápidamente las armas y le saludaron sa ludaron con un una descarga. des carga.
El desgraciado faquir, acribillado de balas, cayó de la escalera y se precipitó en el agua sin lanzar ni un grito. Cuando Cuando oyó oyó el ruido producido por el cuerpo que se hundía, hundía, Tre-m Tre- mal-Naik al- Naik se giró. —El dondy ha muerto muerto —gritó. —gritó. —¡Adelante! —¡Adelante! —respondió —respondió Vindhy Vindhya—. a—. ¡No es el moment momentoo de ocuparse de los l os muertos! muertos! Los tres indios corrieron por la galería, ascendiendo, mientras los cipai avanzaban nadando para llegar hasta hasta la escalera. Después de recorrer doscientos metros, Vindhya se paró un momento, para dejar pasar a sus compañeros. compañeros. Una Una gran puerta puerta de hierro se encontraba encontraba en aquel aquel lugar, lugar, pero estaba abierta. abi erta. —Este obstáculo bastará ba stará para entretenerles entretenerles unos minu minutos tos —dijo. —di jo. Y cerró la puerta tras de sí s í con un un ruido sonoro. —¿A dónde vamos? vamos? —pregu —pr egunt ntóó Tremal-Naik. —Siempre hacia hacia adelante —respondió el faquir. faquir. —¿No —¿No hay más obstáculos? No veo nada. —El río rí o no está lejos. Los tres reanudaron la carrera, golpeándose, empujándose, temiendo ver detrás suyo a los cipai del capitán. Corrían de modo alocado, con las manos extendidas para no romperse la cabeza contra alguna pared o contra contra algú a lgúnn saliente, movidos movidos por el miedo. De pronto, al final de un largo pasillo, empezaron a vislumbrar un resplandor luminoso, mientras hasta sus sus oídos oí dos llegaba l legaba un sordo murm murmuullo, ll o, que parecía parec ía producido por un lejano lej ano curso curso de agua. agua. —¿Qué —¿Qué es este ruido? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik. —Es el Ganges Ganges —respondió —re spondió Vindh Vindhya. ya. Sin dejar de correr, llegaron poco después a una tercera y más amplia caverna, en la cual penetraba un poco de luz a través de una estrecha fisura existente existente en la altísi a ltísim ma bóveda. Su aparición en aquel último antro fue saludada por un chillido ensordecedor que venía desde arriba. Tremal-Naik y el thug, no sabiendo de dónde procedía, se detuvieron, mirando a su alrededor con ojos inquietos. Sólo entonces se dieron cuenta de que las paredes y la bóveda estaban recubiertas de grandes manchas negruzcas que se agitaban, mandando unos apagados chillidos, como si se tratara de personas que cuchichean entre sí. Eran mil miles es y miles de badules, una una especie es pecie de repug r epugnan nantes tes murci murciélagos élagos más largos lar gos que que la l a medida de un pie y con las alas muy anchas, ya que a menudo miden más de un metro, con la cabeza y el cuerpo cubiertos de un pelo oscuro atravesado atravesa do por una franja franja amarillent amarill enta. a. Al ver a aquellos tres hombres irrumpir en su caverna, los habitantes de las tinieblas empezaron a agitarse y a protestar contra la violación de su domicilio. Al principio se reunieron apretándose los unos contra los otros, formando una gran masa viviente y cuchicheante, después empezaron a volar por la caverna huyendo en todas las direcciones de manera alocada, chocando contra los tres hombres y golpeando golpeando contra sus caras cara s su s us frías frí as y gigantescas gigantescas alas. a las. Tremal-Naik y sus compañeros pasaron corriendo en medio de aquel caos de asustados animales voladores y llegaron hasta otra galería, en cuyo final se oía un zumbido continuo, que anunciaba la proximidad del río. —Venid —Venid —dijo Vindhy Vindhya—. ¡Ya estamos estamos a salvo!... sal vo!... Recorrieron el último tramo de la galería, cuyo suelo descendía rápidamente, y llegaron delante de una grieta, tras la cual se veía discurrir el agua. —¿Pasaremos? —¿Pasaremos? —preg —pre guntó untó TremalTremal-Naik. Naik. —Basta con que que nos sum sumerjam erj amos os —respondio —res pondio Vindh Vindhya. ya. Dio unos pasos hacia adelante y se encontró con el agua hasta los muslos. El suelo de la galería
bajaba rápidamente, siguiendo la inclinación del cauce, y terminaba a un metro por debajo del nivel del río. El faquir, que seguía sumergido, iba a zambullirse resueltamente en el Ganges, cuando vieron que retrocedía retrocedí a rápidamen r ápidamente te con un un gesto gesto de rabia. rabia . —¿Qué —¿Qué sucede? sucede? —pregu —pr egunt ntóó Tremal-Naik. —¡El río está es tá custodiado custodiado por los cipai c ipai!! —¡Maldi —¡Maldición!... ción!...
XVI. LA MUERTE DE VINDHYA El faquir no se había equivocado. Con las primeras luces del alba había visto a tres chalupas en las que se encontraban una docena de cipai, quietas en el medio del río, como si vigilaran la desembocadura de la galería. Posiblemente, los hombres que permanecían en ellas ignoraban el punto exacto en el que finalizaban los grandes subterráneos de la vieja pagoda, ya que de lo contrario no habrían dudado en entrar para coger a los fugitivos entre dos fuegos; pero sin duda estaban informados de que la galería iba a desembocar desembocar cerca de aquella orilla. oril la. Tremal-Naik, al ver aquellas chalupas, empalideció. Retrocedió lentamente hasta llegar junto al faquir, faquir, y mirá mirándole ndole fijamente fijamente con los ojos amenaz amenazados ados le l e dijo: di jo: —¡Así —¡Así pues, algu al guien ien nos nos ha traicionado!... —Parece que sí —respondió Vindhy Vindhya. a. —¿Quién —¿Quién puede ser este alg al guien?... uien?... —¿Y a mí mí me lo pregunt preguntas? as? —Tu me has asegurado asegurado que nadie conocía la existencia de estas es tas galerías. galerías . —Y te lo confirmo. confirmo. —Has ment mentido. ido. —No. —Si así fuera, fuera, aquellos aquell os hombres hombres no estarían estaría n allí. —¿Es —¿Es que te has has olvidado olvi dado de Bharata? —pregun —preguntó el faquir—. Es él que nos nos ha perdido. —¡Bharata!... —¡Bharata!... —¡Así, —¡Así, él! El ha oído nuestras conversaciones, me ha oído hablar de una una desembocadura desembocadura en el Ganges; Ganges; y en cuant cuantoo se ha visto vis to libre libr e ha dado órdenes para par a que vigilaran vigilar an el río. rí o. —Sí debe ser —confirmo —confirmo el viejo viej o thu thug—. El sargento sargento ha aprovechado nuestras nuestras confidencias confidencias para impedirnos la fuga. —¿Y ahora...?, ¿qué ¿qué vamos a hacer? hacer? —pregu — pregunt ntóó Tremal-Naik. —Inten —Intentarem taremos os un último último golpe —respondió — respondió Vindhya—. indhya—. Si nos quedamos quedamos aquí, prontos prontos nos caerán cae rán encima encima los cipai que se han metido a través travé s de los l os subterráneos. —¿Y la puerta de hierro? —Ya la habrán hecho hecho saltar con una una mina. mina. —¿Qué —¿Qué quier quieres es in i ntentar? tentar? —Todos —Todos somos somos buenos buenos nadadores; tan sólo el dondy no era demasia demasiado do fuerte, fuerte, pero aquel pobre diablo ya no está entre nosotros. Nos zambulliremos, y nadando por debajo del agua procuraremos llegar hasta la orilla opuesta. —Si nos descubren los hombres hombres de las chalu c halupas, pas, nos van a saludar a golpes de fusil. —Ya —Ya lo sé, pero tentaré tentaré igualmen igualmente te a la fortuna. fortuna. El río siempre arrastra arra stra consigo a los cadáveres, cadávere s, a los troncos de árbol, a las urnas funerarias; así pues, no será fácil descubrirnos. ¡Al agua! Ya oigo a los cipai que vienen hacia aquí. No era posible vacilar. Al cabo de pocos instantes los soldados que les seguían a través de las galerías, galerías , elimin el iminando ando todos los obstáculos por medio de las l as minas, minas, iban i ban a llegar ll egar hasta aquel aquel último último refugio refugio y les harían prisioneros. Aspiraron Aspirar on una una buena buena cantidad cantidad de aire, ai re, luego luego se zambulleron, zambulleron, abandonando abandonando la galería. Tremal-Naik, en vez de atravesar el río en línea recta, se dejó transportar por la corriente para no chocar contra las tres chalupas que estaban ancladas a trescientos pasos de la orilla, nadando con vigor
supremo y manteniéndose lo más sumergido que podía. Aguantando la respiración hasta el punto de sentirse la sangre silbarle en los oídos, recorrió doscientas brazas, luego volvió a la superfi-ce, dejando salir afuera tan sólo la punta de la nariz. Después de renovar su reserva de aire, volvió a meterse dentro, procurando cortar la corriente para ir a parar entre las plantas de la orilla opuesta. Ya había recorrido otras ciento cincuenta brazadas, cuando al volver a la superfice oyó un disparo, seguido de un grito. —Han herido a algu al guien ien —pensó. —pensó. Aunque se encontraba exhausto, siguió nadando por debajo del agua, hasta que notó que iba a perder el sentido. A pesar del riesgo de recibir un tiro en la cabeza, dio un golpe con el talón y volvió a la superficie. Iba a em e merger totalmente, totalmente, cuando cuando chocó contra un cuerpo cuerpo que era arrastrado arra strado por la corrient corri ente. e. —Algún —Algún cadáver c adáver o algún algún tronco de árbol —pensó. Lo cogió, luego luego se escondió detrás del mismo, sacó la cabeza cabeza y abrió los ojos. Soltó un grito ahogado. El cadáver contra el que había chocado era el de Vindhya. El desgraciado faquir había recibido un tiro en el cráneo y seguía al hilo de la corriente, enrojeciendo el agua que estaba a su alrededor. Tremal-Naik empujó hacia atrás, con asco, aquel cuerpo aún caliente, y volvió a meterse debajo del agua. Había visto que la orilla estaba a poca distancia, mientras que las chalupas se encontraban por lo menos a medio kilómetro de distancia. Recorrió aquel tramo en dos etapas, nadando desesperadamente por temor a ser descubierto y muerto como el pobre faquir, y llegó hasta un grupo de hojas flotantes, redondas y muy grandes, unos ghil, especie de loto que produce unas raíces grandes que se asemejan a los nabos, y que buscan ávidamente los habitantes del Ganges. Una bandada de pájaros acuáticos, ibis pardos, ánades brahmíni-cos, marangoni y espléndidas folagas de plumas de color índigo, levantó el vuelo y se marchó graznando por el aire a lo largo del río. Tremal-Naik, temiendo que los cipai de las chalupas sospecharan el verdadero motivo de aquella fuga precipitada de las aves, se quedó unos minutos escondido entre las hojas flotantes, luego se acercó lentamente a la orilla, que en aquel lugar tenía una suave inclinación, cubierta de matorrales y de altas hierbas, y con un último esfuerzo salió del agua. Arrastrándose entre las hierbas llegó felizmente hasta un grupo de mangos, bellísimas plantas que crecen en gran cantidad en las orillas del río sagrado y que producen una fruta excelente, de unas tres o cuatro pulgadas de longitud, cubierta de una piel verdosa y dura, la cual esconde una pulpa de una hermosa hermosa tonali tonalidad dad amarillo-dor amaril lo-dorada ada y de un sabor muy aromático. aromático. Desde el lugar más intrincado de la espesura, Tremal-Naik se levantó por detrás de una gran rama cubierta de gran cantidad cantidad de hojas y miró miró en dirección direcci ón al río. rí o. De las tres chalupas, dos se habían acercado a la desembocadura de la galería, por donde se veía salir a algunos cipai, posiblemente los que habían atravesado los subterráneos de la vieja pagoda; en cambio, la tercera bajaba hasta el Ganges, como si se tratara de coger algo que arrastraba la corriente. —Está buscando buscando el cadáver del faquir faquir —murm —murmuró uró Tremal-Naik—. ¿Y qué qué habrá sucedido con el viejo viej o thug thug? ¿Se habrá ahogado ahogado o habrá caído caíd o prisionero? pri sionero? Había pronunciado aquellas palabras cuando vio que las hojas de los ghil, que poco antes había atravesado, se agitaban como como si alguien alguien intentara intentara deslizarse des lizarse por entre los tallos que las su s ujetaban. Al principio pensó que se trataba de algún pez de grandes dimensiones; pero observando con más atención se dio cuenta de que de vez en cuando aparecía entre las hojas una cabeza humana, perfectament perfectamentee pelada, pel ada, com c omoo acostu acos tum mbraban a llevar l levar la mayor parte de los bengalí bengalíes. es. —El thug thug —mu —murmuró. rmuró. Se acercó una mano a los labios e emitió el ulular del chacal. El indio levantó la cabeza y miró
hacia la orilla. Había comprendido que estaba cerca de un amigo, pero dudaba todavía en dejar s escondite acuático. —Ven —Ven —grito —grito Tremal-Naik—. Ya no no tenem tenemos os nada que que temer. temer. El viejo fue hacia la orilla, se echó entre las hierbas y llegó hasta los matorrales. —¡Estam —¡Estamos os a salvo! sa lvo! —dijo—. —dij o—. Estoy content contentoo de que también también tú hayas hayas escapado esc apado de la l a persecución. pers ecución. —¿Sabes que que Vindh Vindhyya ha muerto? muerto? —Lo —Lo sé, s é, Tremal-Nai Tremal-Naikk —respondió el e l thug thug—. —. Cuando Cuando los l os cipai c ipai le han dado muerte, muerte, se encontraba encontraba a diez pasos de mí. —¿Y ahora, qué qué haremos haremos nosotros? —Huire —Huirem mos hacia el sur. —¿Y después? —Iremos —Iremos a buscar el porom-hu porom-hung ngse. se. —¿Y el capitán?... ca pitán?... —No es el moment momentoo de pensar en él. —¿Si hu hubiera bier a ya partido?... —No lo l o creo, Tremal-Naik. Démonos Démonos prisa pris a en alejar al ejarnnos antes antes de que que las chalupas chalupas se dirijan diri jan hacia esta parte; los cipai vendrán a explorar por aquí. —¿Conoces —¿Conoces el camino?... camino?... —Bastará con seguir seguir la l a ribera ri bera manten manteniéndon iéndonos os a una una prudencial prudencial distancia —respondió —res pondió el thug. thug. Iban a salir de la espesura, cuando vieron llegar procedente de un arrozal cercano a un sacerdote brahmin, un apuesto hombre, de estatura muy alta, con una imponente barba canosa, vestido con un manto blanco. Llevaba en la mano una una jarra jarr a de metal reluciente, r eluciente, capaz de contener contener tres tre s o cuatro cuatro litros l itros de agua. agua. —Ahí —Ahí llega l lega un un inoportun inoportunoo que viene a bañarse bañarse precisamen preci samente te aquí —dijo Trem Tre mal-Naik. al- Naik. —Quizá —Quizá será ser á una una suerte para pa ra nosotros nosotros —respondió el thug thug—. —. Aquel Aquel hombre hombre puede darnos refu re fugio gio y protegernos contra los cipai, quienes no osarían violar la casa de un sacerdote de Brahma. Dejemos que realice sus ritos, luego le abordaremos. El brahmin pasó junto a la espesura sin darse cuenta de la presencia de los dos fugitivos; bajó lentamente, hacia la orilla, con la mirada fija en el sol, que entonces se levantaba por el horizonte, se quitó el manto y se mojó los pies y las manos. Seguidamente recogió un poco de agua en la palma de su mano derecha, la levantó haciéndola deslizar hacia su muñeca, como señal de la achumunu después se tocó la nariz, la boca, las orejas, los labios, los ojos, el abdomen y los hombros, musitando las correspondientes oraciones. Una vez realizada aquella primera ceremonia, se sentó en la orilla y giró la cara hacia los cuatro puntos cardinales; se limpió los dientes usando un trocito de madera verde, operación que los brahmines tienen que cumplir cuando sale el sol para evitar que su alma, en el próximo nacimiento, pase al cuerpo de un insecto inmundo; luego, recogiendo un poco de barro, trazó varios signos sobre la frente. Aún no había terminado. Los brahmines tienen que efectuar durante el día tantas ceremonias especiales que ponen a prueba su paciencia. Después de aquella primera limpieza, los sacerdotes tienen que recoger flores y formar un manojo que llevarán a su casa; luego tienen que cubrirse todo el cuerpo de barro, bajar al río hasta que el agua les llegue al pecho y, manteniendo la cabeza siempre dirigida hacia oriente, entrecruzar los dedos de maneras diferentes, cubrirse la cara con los cabellos, obturarse un rato las orejas con los pulgares, a continuación meterse los meñiques en la nariz y los demás dedos en los ojos y sumergirse por tres veces debajo del agua sagrada. Una vez cumplidos aquellos gestos diferentes que causarían risa a un europeo, tienen que juntar las manos repitiendo repitie ndo tres tres invocaciones a su s u dios, echarse ec harse agua agua encima de la cabeza, recoger después des pués un un poco más en las manos y ofrecerla por tres veces al sol, y finalmente hacer una última inmersión, recitando
algunas algunas fórmulas fórmulas para par a asegu ase gurars rarsee la l a san sa ntificación tificació n en esta vida y en la otra. El brahmin que había bajado hacia el Ganges, al acabar su largo y aburridísimo aseo, volvió a subir hacia la ribera, sentándose a poca distancia de los matorrales, luego mezcló un poco de minio y de barro, trazó los signos especiales de su casta, una mancha en el medio de la frente, una en la punta de la nariz y otras muchas por el cuerpo, empleando dedos diferentes en cada operación, porque cada marca tiene que hacerse con un dedo diferente. Iba a levantarse para beber un sorbo de agua en el río sagrado, cuando el viejo thug se le acercó, dándole los buenos días. El brahmin miró al indio y, pensando que tal vez formaba parte de alguna casta inferior, hizo el gesto de tirar el ramillete, tal como les manda su religión en dicha circunstancia; pero el viejo thug le detuvo con un movimiento, diciéndole con orgullo: —Yo soy un adepto de Kalí y pertenezco pertenezco a la casta cas ta de los sotteri s otteri24. —¿Qué —¿Qué quier quieres es de mí? —pregunt —preguntóó el brahm br ahmin. in. —Pedirte asil as iloo hasta esta noche. noche. —¿No —¿No tienes casa?... —Sí, pero per o está lejos, lej os, y además además mi compañero compañero y yo yo estamos estamos expuestos expuestos a un grave peligro. peli gro. —¿Quién —¿Quién te amenaz amenaza?... a?... —Aquell —Aquellos os cipai ci pai que están rastreando el río. rí o. —¿Has —¿Has robado?... rob ado?... —¡No! —¡No! —¿Has —¿Has matado matado a hombres hombres que pertenecían a mi mi casta cas ta o a la tuya?... tuya?... —Tampoco. —Tampoco. —Enton —Entonces, ces, sígu sí guem emee —dijo —dij o el brahm br ahmin. in. —¿Estaré —¿Estaré seguro en tu casa?... casa?.. . —Un —Una pagoda es inviolable. inviola ble. —¡Mira —¡Mira!... !... —dijo en e n aquel aquel moment momentoo Tremal-Naik—. Vienen Vienen los cipai c ipai.. El viejo thug giró una rápida mirada hacia el río. Las dos chalupas que se habían parado cerca de la desembocadura de los subterráneos de la vieja pagoda, y en la que iban embarcados los cipai de Bharata, estaban atravesando el Ganges Ganges a gran velocidad. veloci dad. —¡Aquellos —¡Aquellos perros continú continúan an cazando!... cazando!... —exclamó —exclamó con ira contenida—. contenida—. Dentro Dentro de poco les tendremos encima de nosotros. —Y Bharata Bharata irá i rá prim pri mero —añadió Tremal-Naik. —Venid —Venid —dijo el e l brahm br ahmin. in. Mientras los cipai remaban con fuerza para llegar hasta la orilla opuesta y rastrearla, el brahmin y los dos fugitivos fugitivos atravesaron atravesar on rápidamente rápidamente la espesura de mangos mangos y se adentraron en un arrozal. Más allá, por encima del verde oscuro de los cocoteros y de los pi-pal, de los nim y de las palmas tara que formaban un pequeño bosque, se veían erguirse los campanarios estilizados de una pagoda, coronados con bolas de metal que el sol hacía brillar como si fueran de oro. El brahmin guió a sus huéspedes a través del arrozal y del bosque-cilio y se detuvo delante de una modesta pagoda, que estaba formada por una grande y altísima cúpula, rematada por cuatro capiteles y por una barra de hierro que sostenía a una gran serpiente de cobre, propa-blemente el Adissescieu, aquel gigantesco reptil que los gigantes de la antigüedad, por consejo de Visnú, sacaron del mar de leche para rodear la montaña Mandoraguire y procurarse el amurdon, es decir, el licor de la inmortalidad. El brahmin subió rápidamente la escalinata, empujó la gran puerta de la pagoda, cubierta de placas de bronce br once verdoso, y les int i ntrodujo rodujo en el interior, cerrando cerr ando luego luego la l a entrada con un enorme enorme candado. —Estáis en el templo templo dedicado a la cuarta encarnación encarnación de Visnú —dijo—. —dij o—. Ningún Ningún indio osará entrar entrar aquí sin mi permiso. —Los —Los cipai ci pai están es tán al servic se rvicio io del gobierno obier no inglés inglés —observó Tremal-Nai Tremal-Naik. k.
—Pero sigu si guen en siendo indios —respondió el sacerdote. sacerdo te. El templo casi no tenía adornos, pero en el centro del mismo se encontraba un monstruoso animal de metal dorado, medio hombre y medio león, que representaba a Visnú en su cuarta encarnación, es decir, cuando asumió aquella forma para combatir al gigante Creniano, que había obtenido de Brahma el privilegio de no poder ser matado ni por los dioses, ni por los hombres, ni por los animales. El brahmin se acercó a la estatua e hizo saltar un muelle escondido en el vientre del monstruoso animal, abriendo una portezuela en la que podía entrar un hombre. Empujó allí a los dos indios, diciéndoles: —Allí estaréis estaréi s seguros; seguros; nadie os descubrirá. des cubrirá. El interior de aquel león con cabeza humana estaba vacío, y era tan espacioso que podía alojar cómodamente a seis personas. A través de los ojos del monstruo, grandísimos y formados por un material transparente, transparente, se s e filtraba fil traba una una lu l uz sufici suficient entee para par a ilum i luminar inar al escondite. Los dos indios se acercaron a aquellos ojos y pudieron distinguir perfectamente no sólo las paredes de la pagoda, sino también la puerta que se abría en la escalinata. El viejo thug hizo un gesto de satisfacción. —Podremos —Podremos observar obser var lo l o que sucederá sucederá en el interior de la l a pagoda —dijo. —¿Es —¿Es que desconfías desconfías del de l brahm br ahmin? in? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik. —No —respondió el thug thug—. —. Los brahmines brahmines odian a los inglese inglesess porque son los opresores opresor es de la India, y odian igualmente a los cipai, que han aceptado el yugo vergonzoso, que se han transformado en aliados de la maldita raza blanca. El ha prometido que nos salvará, y aunque ignore los motivos de nuestra fuga, mantendrá escrupulosamente la palabra. —¿Y crees que los cipai cipa i nos dejarán dejar án tranqu tranquilos ilos?? —No confío confío en ello. ell o. Si han conseguido conseguido descubrir nuestro nuestro rastro, rodearán rodear án la pagoda y es posible posibl e que incluso incluso se atrevan a entrar entrar para buscarnos. buscarnos. —Corremos el peligro peli gro de caer prisi pr isioneros. oneros. —¡Uh —¡Uhm!... ¿Qu ¿Quién ién imagin imaginará ará que estamos estamos escondidos en e n el cuerpo de este animal? animal? —Pueden —Pueden sospechar algo y destripar a la encam e ncamación ación de Visnú Visnú.. —¡Hil —¡Hilos!... os!... ¡In ¡Indios!... ¡Oh!... ¡Oh!... Nunca Nunca cometerán cometerán tal sacrilegio. sacri legio. —Es posible, posibl e, pero si s i rodean rode an la pagoda no no nos dejarán salir sali r —dijo —di jo Tremal-Naik. —Acabarán cansándose. cansándose. —Y mientras mientras tanto tanto el capitán capi tán partirá hacia Raimang Raimangal. al. El thug thug reaccionó reacci onó ante ante aquella observación. observac ión. —Es verdad —murm —murmuró—. uró—. Y si llega ll ega a partir será s erá la l a ruina para todos los secuaces s ecuaces de Kalí. Kalí . —Y quizá la muerte de la joven a quien am a mo —dijo —dij o Tremal-Naik con un suspiro entrecor entrecortado—. tado—. No, aquel hombre no debe partir: es preciso que le mate, para arrancar de la muerte a la virgen de la pagoda. —Puede —Puede que retrase su s u partida hasta hasta el regreso de los l os cipai. ci pai. —¿Quién —¿Quién te lo asegura? —Nadie: lo l o supongo. supongo. —¿Y si por el contrario partier pa rtiera? a? El viejo thug permaneció en silencio, no sabiendo lo que responder. De pronto se dio un golpe en la frente, exclamando con voz triunfal: —¡Nos —¡Nos habíamos habíamos olvidado olvi dado del porom-hun porom-hungse! gse!... ... —¿El —¿El faquir del brazo br azo enquilosado? enquilosado? —Sí, Tremal-Naik. —¿Qué —¿Qué quier quieres es decir?... deci r?... —Que —Que tal vez aquel hom hombre bre pueda salvarnos. sal varnos.
—¿De —¿De qué modo? modo? —No lo l o sé, pero tengo tengo una una gran confianz confianzaa en el viejo viej o Nimpor. Nimpor. El es un faquir faquir temido temido y respetado, res petado, que sabe hacerse obedecer por las demás sectas de faquires y por los encantadores de serpientes, y que lo puede todo. Avisémosle de nuestra peligrosa situación y verás como él encontrará el modo de que salgamos de aquí y conducirnos a buen reparo. —¿Y quién se encargará de advertirle adver tirle?? —El brahmin. brahmin. —¡Ah! —¡Ah! En aquel aquel instante instante un tiro sonoro s onoro resonó en la pagoda, p agoda, despertando al eco de la gran cúpula. cúpula. —¡Los —¡Los cipai!... ci pai!... —exclamó el viejo viej o thu thug, con escalofrío. escal ofrío. —Silen —Sile ncio —dijo —di jo Tremal-Naik.
XVII. XVII. LA LIBERACION L IBERACION El brahmin debía esperar aquella visita, ya que el tiro acababa de resonar en la pagoda cuando los dos fugitivos le vieron salir de una especie de biombo, detrás del cual estaba rezando, y dirigirse con paso rápido hacia la puerta. Tremal-Naik y el viejo thug espiaban sus movimientos a través de los ojos transparentes del monstruo onstruo que que les le s servía ser vía de escondite. El sacerdote sacó el gran candado y abrió lentamente la puerta, pero manteniendo los brazos abiertos para impedir impedir el acceso a la l a pagoda. pagoda. Cuatro cipai armados de fusiles se presentaron, precedidos de un sargento, al cual Tremal-Naik y su compañero reconocieron enseguida como al Bharata. —¿Qué —¿Qué deseáis? —pregun —preguntó el brah bra hmin, fing fingiendo la máxima máxima sorpresa. sorpresa . Los cinco indios, al encontrarse delante de aquel sacerdote que pertenecía a una casta tan elevada, se quedaron un poco perplej per plejos; os; luego el sargen sa rgento, to, más más resuelto r esuelto que sus compañeros, compañeros, dijo: di jo: —Perdóname, —Perdóname, sacerdote sace rdote de Brahma, Brahma, si te he importu importunado. nado. Pensaba Pensaba que en vez de a ti iba a encontrar encontrar a aquellos aquell os dos hombres, hombres, a los l os cuales seguimos seguimos con empeño empeño desde ayer por la noche. noche. —¿Y venís a buscarlos en esta pagoda? pagoda? —preg —pre guntó untó el brahmin brahmin con estupor crecien crecie nte. —Tenem —Tenemos os la sospecha de que se han refugiado refugiado aquí —dijo —dij o Bharata—. Bharata—. Hemos Hemos seguido seguido sus huell huellas as y, si no nos hemos equivocado, los dos indios tienen que estar por los alrededores de la pagoda. —Aquí —Aquí no ha ha entrado nadie. nadie. —¿Estás —¿Estás seguro? seguro? —No he he visto vis to a nadie, nadie, por tanto tanto podéis iros iro s a buscar a aquellos aquell os hombres hombres por otra parte. Al decir esto, hizo un gesto de cerrar la puerta del templo. Bharata, que no estaba muy persuadido de lo que le había dicho, se lo impidió. El brahmin arrugó el entrecejo. —¿Es —¿Es que osas?... —dijo. —di jo. —Yo —Yo no oso nada —respondió el sargento, sargento, con acento acento decidido—. decidi do—. Busco Busco a aquellos hombres, hombres, y nada más. —¿Qué —¿Qué quier quieres? es? . —Visi —Visitar tar la pagoda. pa goda. —¿Hom —¿Hombres bres armados en un templo templo dedicado a Visnú, isnú, el dios conservador, al que todos los indios temen y adoran? —Depondremos —Depondremos las armas de fuego, fuego, si ello el lo te complace; pero entraremos. entraremos. —Como —Como queráis —respondió el brahmin, brahmin, temiendo temiendo que que una una resistencia resi stencia mayor agravara las sospechas del sargento. sargento. —Gracias —respondió sim si mplemente plemente Bharata. Bharata. Ordenó a sus hombres que depusieran las armas de fuego; luego, dirigiéndose a un segundo grupo de cipai, que se había situado en la base de la escalinata, dijo: —Vosotros, —Vosotros, rodead r odead la pagoda, y si veis ve is que alguien alguien huy huye, e, disparad. dis parad. Dicho esto, entró junto con otros cuatro, manteniendo la mano derecha junto a la empuñadura del sable para estar a punto de desenfundarlo en caso de peligro. La pagoda no ofrecía escondites para visitar, ya que no tenía aneja más que una sola habitación que servía de vivienda al brahmin. A pesar de todo, los cinco cipai exploraron cuidadosamente todos los rincones, golpearon las piedras del pavimento para asegurarse de que no existían pasadizos subterráneos, luego se pararon delante de la l a estatua monst monstruosa ruosa del dios.
Bharata en su fuero interno deseaba comprobar si estaba hueca, pero no se atrevió a cometer tal profanación. También él era un indio y, aunque se encontraba desde hacía muchos años al servicio del capitán, no había renu re nunciado nciado a su religión. rel igión. —¿Me —¿Me aseguras aseguras que ningún ingún hombre ombre se ha refugiado refugiado en esta pagoda? —pregun —preguntó nuevam nuevament entee al brahmin. —Ningun —Ningunaa person pers onaa ha entrado entrado —respondió —res pondió tranqu tranquil ilam ament entee el sacerdote. sacerdo te. —Y a pesar de todo, aquell aquellos os dos indios i ndios tienen que estar escondidos por aquí a quí cerca. —Búscal —Búscalos. os. —Lo —Lo haré, puedes estar seguro. seguro. ¡Adiós, sacerdote sace rdote de Brahma! Brahma! Los cinco ci nco cipai salieron sali eron lentament lentamentee del templo, templo, dando una una última última mira mirada da a su alrededor, alre dedor, y bajaron la la escalinata. El brahmin esperó a que se alejaran, luego cerró la puerta y, dando la vuelta al templo, se puso a observar por detrás de un agujero, semiescondido por una cabeza de elefante esculpida en un bloque de piedra negra. —¡Ah! —¡Ah! —mu —murmuró rmuró al cabo de unos unos instantes—. instantes—. ¡Se disponen dis ponen a rodear rode ar la pagoda! Como Como queráis; si vosotros tenéis paciencia, también nosotros vamos a tenerla, hombres malvados vendidos a la raza que oprime a nuestro país. Dejó el observatorio, se dirigió hacia la monstruosa divinidad e hizo saltar el muelle. Por la portezuela portezuela apareció apareci ó enseguida enseguida la cabeza c abeza de Tremal-Naik y la del viejo vi ejo thug. thug. —Por ahora no tenéis tenéis que temer temer —dijo —di jo el brahmin. brahmin. —¿Se han han marchado? marchado? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik, que que empezaba empezaba a respir re spirar ar tranquil tranquilo. o. —No, rodean la pagoda. —¿Todavía —¿Todavía sospechan s ospechan?? —Me lo temo. temo. —¿Crees —¿Crees que se marcharán marcharán pronto? pronto? —Lo —Lo dudo. —¿Y no tienes tienes ningú ningúnn motivo motivo para ayudam ayudamos os a escapar? es capar? —Ningun —Ninguno. o. —¿No —¿No hay ningú ningúnn subterráneo subterráneo que comun comunique ique con el bosque? — pregunt preguntóó el viejo vi ejo thug thug. —Esta pagoda pagoda no tiene. tiene. —Pero de todos modos tenem tenemos os que huir huir —dijo —dij o Tremal-Naik—. Nos esperan en otro lugar. lugar. —Si salís, sal ís, aqu a quell ellos os renegados os apresarán apresa rán —respondió el brahm br ahmin. in. —Oyem —Oyemee —dijo —dij o el thug—. thug—. ¿Tienes ¿Tienes a algún algún hom hombre bre de confianza? confianza? —Sí, un muchacho uchacho que que se encarga de traerme la comida. —¿Cuán —¿Cuándo do vendrá? —Dentro —Dentro de poco. —¿Conoce —¿Conoce la ciudad india? —Ha nacido nacido all a llí.í. —Es necesario que vaya a buscar a un porom-hun porom-hungse gse que se llam ll amaa Nimpor. Nimpor. Aquel faquir, faquir, que es nuestro nuestro amigo, amigo, nos salvar sa lvará. á. —¿Dónde —¿Dónde se encuent encuentra? ra? —En la l a pagoda dedicada a Krisna. Le llam ll aman an el faquir faquir de la flor, porque tiene una plantita en la mano izquierda. —Diré que lo busque busque —dijo —dij o el brahm br ahmin—. in—. ¿Qu ¿Quéé tendrá que que decirle? deci rle?... ... —Que —Que sus dos amigos, amigos, Tremal-Naik y Moh, Moh, están rodeados por los l os cipai ci pai en esta pagoda. —¿Nada —¿Nada más? —Añadir —Añadirás ás que los cipai ci pai están es tán al mando mando del sargen s argento to del capitán capi tán Macperson.
—Antes —Antes de que que llegu ll eguee la noche noche tendréi tendréiss notici noticias as del porom-hu porom-hungse, ngse, os lo prometo prometo —dijo —dij o el brahmin. Les llevó un plato lleno de arroz con pescado, una botella de zumo de tody ligeramente fermentado y plátanos de aquel tipo pequeño y exquisito que siempre han sido la comida preferida de los sabios y de los sacerdotes de Brahma, y cuyo árbol que los produce lo denominan «musa sapientum» los modernos botánicos. Una vez hecho esto volvió a cerrar la portezuela, deseando a los prisioneros que comieran con buen apetito y que descansarán sin ningún temor. Tremal-Naik y el viejo thug, que estaban hambrientos, ya que no habían comido desde la noche del día anterior, se apresuraron a dar fin enseguida a los alimentos, luego se recostaron lo mejor que pudieron, colocándose los l os puñales puñales al alcance de la mano, y se durmier durmieron on plácidam plácida mente. ente. Hacía ya varias horas que dormían, cuando fueron despertados por el sonido del muelle. Temiendo siempre una una traición traic ión o el regreso de los cipai, cipai , se levantaron ensegu enseguida ida con c on los puñales puñales en la mano. mano. La oscuridad había invadido el interior del monstruoso animal, pero por la portezuela abierta entraba entraba un poco de luz l uz,, suficiente como como para que pudier pudieran an distingu distinguir la leal cara del sacerdote sacer dote brahmin. brahmin. —El much muchacho acho acaba de volver volve r —dijo. —di jo. —¿Ha —¿Ha encontrado encontrado al porom por om-hu -hung ngse? se? —pregu —pr egunt ntaron aron al unísono unísono los dos prisioneros. pris ioneros. —Sí —respondió —re spondió el sacerdote. sa cerdote. —¿Ha —¿Ha llevado ll evado el mensaje? ¿Qué ¿Qué le ha respondido res pondido el faquir? — preguntó preguntó TremalTremal-Naik. Naik. —Que —Que esta noche noche seréis ser éis liberados. libe rados. —¿De —¿De qué modo? modo? —Lo —Lo ig i gnoro; pero me ha ordenado que ilum i lumine ine el templo templo y que me me prepare a recibi r ecibirr una una procesi pr ocesión, ón, ya que se tiene que celebrar el mada-ce-pongol. Ayer por la noche en todas las casas de la ciudad india ya han celebrado el perum-pongol. —Así pues, ¿él vendrá aquí? aquí? —Sí, y me me parece adivinar adivi nar el plan pla n del porom-hu porom-hung ngse se —dijo —dij o el sacerdote. s acerdote. —¿Cuál —¿Cuál sería? serí a? —Transportaros fuera fuera de aquí a quí junto junto con el dios, di os, para par a bañar a la estatu e statuaa en las aguas aguas del Ganges. Ganges. —¿Sabe Nimpor Nimpor que que nosotros estamos estamos escondidos aqu a quíí dentro?... —He encargado encargado al muchach muchachoo que se lo dijera. dij era. —Ya debe de ser tarde —dijo —dij o el viejo vi ejo thug. thug. —El sol está a punto punto de ponerse. ponerse. —¿Y los cipai c ipai?? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik. —Siguen —Siguen vigil vigilando ando afu afuera —respondió —r espondió el sacerdote—. s acerdote—. Pero Per o les engañarem engañaremos. os. —¿No —¿No se opondrán a la fiesta? —Que —Que lo intenten intenten,, si se atreven. Nadie, ni siquiera las autorida autoridades des inglesas inglesas,, puede impedirnos la celebraci celeb ración ón de nuestras nuestras fiestas. Voy Voy a subir a la cúpula cúpula para espiar espia r la l a llegada l legada del porom-hu porom-hungse ngse y de sus secuaces. Volvió a cerrar cerr ar la l a trampill trampilla, a, fue fue a espiar espi ar a los l os cipai, ci pai, que habían acampado acampado a poca distan di stancia cia de la pagoda y habían dispuesto a centinelas en diferentes puntos para impedir cualquier evasión, y a través de una escalerilla que rodeaba a la cúpula subió hasta la cúspide de la misma. Desde aquel lugar la mirada podía abarcar una gran parte del poblado cercano. Con los últimos rayos del sol poniente, el brahmin podía observar las espléndidas riberas del río gigante, los campos de cocoteros, sus plantaciones de índigo y de algodón y los arrozales, y podía distinguir también en la lejanía la ciudad blanca y negra, suavemente dispuesta sobre la orilla izquierda del Ganges. El sol se ocultaba entre un mar de fuego, haciendo brillar con sus últimos rayos las aguas del río sagrado y las cúpulas de las innumerables pagodas que sobresalían por entre el verde intenso de las
palmeras, de los tamarindos, de los cocoteros, de los tara y de los banian. Por el aire, limpio como casi nunca está en nuestras latitudes, y destelleante por el reflejo de las aguas y del atardecer, volaban graznando bandadas de marabús, fúnebres pájaros del Ganges, los cuales se nutren de los cadáveres que los indios abandonan en la corriente sagrada para que vayan directamente al paraíso de sus divinidades, y revoloteaban también gran cantidad de cuervos, cigüeñas, bozagros y ánades. En cambio sobre el agua se deslizaban con gracia barcas de todas las formas, surgiendo de las mismas los monótomos cantos de los remeros. El brahmin, después de mirar largo rato hacia el río, fijó su mirada en los arrozales vecinos, que ya estaban cubier cubiertos tos de largos l argos tallos verdes que que contenían contenían a unos unos grandísimos granos granos de dicho di cho cereal. Una larga línea negra se movía por entre los arrozales y avanzaba lentamente. Parecía, vista desde aquella altura, una columna de hormigas, pero la mirada aguda del brahmin ya había adivinado que se trataba de una multitud de personas. —Son ellos ell os —murm —murmuuró. Hacía unos unos minu minutos que observaba la procesi pr ocesión, ón, cuando cuando por el aire air e tranquilo tranquilo se levant l evantóó de pront pr ontoo un clamor lejano. Se oían gritos humanos, confundidos por el sonido estridente y agudo de los tam-tam, el redoblar de los tambores, el retumbar de los hulok y el clamor de las trompetas. —Sí, vienen vi enen —murm —murmuró uró el brahmin. brahmin. Se inclinó sobre la barandilla de hierro que protegía la cima de la cúpula y miró a los cipai. Los soldados del capitán Macperson también habían oído aquellos clamores lejanos y, abandonando sus chozas improvisadas hechas con ramas y hojas, se habían armado rápidamente, como si temieran un asalto. —Preparem —Prepare mos el pongol pongol —dijo —di jo el brahmin. brahmin. Subió a lo alto de una de las torres y, cogiendo un mazo de madera cubierto de cuero, se puso a golpear con fuerza un disco gigantesco de metal, un tam-tam. La lámina, excesivamente sonora, produjo un sonido penetrante, agudísimo, rompiendo bruscamente el silencio que reinaba alrededor de la pagoda y resonando en los bosquecillos cercanos y por los arrozales. El brahmin continuó con aquella música ensordecedora durante unos dos minutos; luego, al ver que acudían muchos indios que habitaban en un poblado cercano medio escondido por las palmeras, bajó a la pagoda y fue fue a abrir abri r la l a puerta. Bharata, Bharata, acom ac ompañado pañado de dos cipai, ci pai, se encontraba encontraba ya en la escal e scalinata. inata. —¿Qué —¿Qué sucede? sucede? —pregu —pr egunt ntóó al brahm br ahmin. in. —Nos disponem di sponemos os a celebrar cele brar el madace-pong adace- pongol ol —respondió el sacerdote—. sacer dote—. ¿No oyes el mugir ugir de las vacas?... —¿Ent —¿Entrará rará mucha ucha gente gente en la pagoda?... pagoda?... —Ciertament —Ciertamente. e. —No lo consentiré. consentiré. El brahmin cruzó sus brazos sobre el pecho y, mirando al sargento con los ojos entornados, le dijo con voz tranquila: —¿Y desde cuándo los cipai ci pai a los que les paga el gobierno se permiten impedir la l a cerem cer emonia onia de los l os hindúes? —Hay dos hombres hombres escondidos en tu pagoda —respondió —r espondió Bharata—. Bharata—. Pueden huir huir confun confundidos didos con la multitud. —Búscal —Búscalos os antes de que que los fieles y los secuaces de Visnú Visnú lleguen lleguen aquí. aquí. —No sé en qué qué lugar lugar se encuent encuentran. ran. —Yo tampoco. tampoco.
Luego, uego, sin si n preocuparse por el e l sargen s argento, to, se dirigió di rigió a diez o doce cam c ampesinos, pesinos, que habían acudido acudido a la llamada del tam-tam. —Encended —Encended el fuego fuego del pongol pongol —les —l es dijo. di jo. —No voy a permitir que aquell aquellaa gente gente que que viene entre entre en la pagoda —dijo —dij o Bharata. Bharata. —Inten —Intenta ta hacerl hacerloo —le respondió r espondió el brahm br ahmin. in. Luego uego le l e dio di o la espalda, espal da, penetrando en el templo. templo. Los campesinos encendieron un fuego gigantesco en la base de la escalinata, luego volvieron a sus cabañas para coger las ollas del arroz y de la leche, para prepararlo todo para el madace-pongol. Esta ceremonia, que se celebra en el décimo mes de tai, correspondiente a nuestro enero, es una de las que los hindúes celebran con mayor devoción. La misma rememora el retorno del sol al hemisferio septentrional septentrional y dura dos días. dí as. La primera fiesta se llama perum-pongol y se hace en casa. Se ponen en el fuego unas ollas llenas de leche purísima y de arroz, y, según el modo en que hierve el líquido, se adivina el futuro. Pero antes la cocina tiene que purificarse con estiércol de vaca. El arroz cocido se sirve a los miembros de la familia y a todos los que han asistido a la ceremonia. En cambio, la segunda fiesta se llama madace-porom, es decir, fiesta de las vacas, animales sagrados sagrados para los in i ndios. Se seleccionan varios animales, se les dora los cuernos, se les adorna las colas con ramos de flores; luego se les conduce en procesión por el campo, precedidos y seguidos por una gran multitud de músicos, de faquires, de encantadores de serpientes, de bayaderas, de sacerdotes, y delante de la pagoda se les da de comer arroz hervido en la leche. Una vez se han alimentado las vacas, se mata a un animal reservado para la fiesta; tanto puede ser un caballo como un buey, un tigre o un ratón; pero antes se le deja en libertad para ver qué camino toma. Por la direc d irección ción de su breve fuga fuga se sacan buenos buenos o malos presagios. pr esagios. Durante esta ceremonia los sacerdotes también echan suertes para conocer los acontecimientos del año siguiente, mientras que quienes han tomado parte en la fiesta se hacen regalos mutuos y se intercambian buenos deseos de un buen pongol.
XVIII. ¡DEMASIADO TARDE! Ya empezaban a hervir los grandes jarrones llenos de leche, cuando la procesión, guiada por el astuto porom-hungse, llegó delante de la pagoda. Estaba formada por más de medio millar de personas entre músicos, danzarines, encantadores de serpientes, faquires dondy, saniassis, manek-punthy, biscnub y abd-hut, una especie de santones estos últimos, los cuales quieren dar un aspecto espantoso y se pintan en el cuerpo signos y manchas con todos los colores imaginarios. En primer lugar iba una banda de nartachis, es decir, danzarines de las pagodas, bellísimas muchachas llenas de collares y brazaletes de oro y de plata y adornadas con flores, sobre todo entrelazadas en los cabellos; seguían los músicos, los cuales soplaban desesperadamente en los bansi, una especie de flauta que termina en forma de pico, la cual los indios, en vez de tocarla con la boca, se la meten en los agujeros de la nariz, sacando igualmente de la misma unas notas agudísimas. No faltaban tampoco los tocadores de tambor, de igual modo que había también un monumental huak, tambor enorme adornado con crines y penachos penachos de plumas, plumas, que se toca solamen s olamente te en las ceremonias ceremonias religiosas. rel igiosas. Aquella muchedumbre vociferante se dirigió corriendo hacia la pagoda, empujando a las vacas, a las que se les dedicaba el arroz cocido en la leche; y al llegar frente a la escalinata formó un semicírculo, obligando obligando a los cipai de Bharata Bharata a apartarse de allí. all í. Los nartachi, a una señal del porom-hungse, invadieron aquel espacio y, mientras la orquesta doblaba la intensidad de sus sonidos, empezaron a trenzar danzas a la luz de las antorchas que los faquires habían encendido. Nimpor esperó a que acabaran; luego, mientras los faquires conducían a las vacas delante de las ollas para darles el arroz cocido en la leche, subió la escalinata del tempo y se acercó al sacerdote brahmín, brahmín, que estaba delante de la l a puerta. —Sacerdote de Brahma Brahma —le dijo, dij o, inclinándose—, inclinándose—, el hum humilde il de porom-hun porom-hungse gse se dirige diri ge a ti para recibir el permiso de conducir en procesión a la estatua de Visnú, a la que tú adoras en tu pagoda. Todos los faquires faquires me han seguido, seguido, deseando des eando bendecir bendecirla la en e n la corriente corr iente sagrada del Ganges. Ganges. —Los —Los faquires son hom hombres bres sant s antos os —dijo —dij o el brahm br ahmín—. ín—. Si éste es su deseo, que entren entren en la pagoda y lleven hasta hasta las orillas ori llas del río rí o a la l a estatua estatua del dios. —No —dijo una una voz próxima—. próxima—. Nadie Nadie ent e ntrar raráá en la pagoda a excepción del brahmín. brahmín. El porom-hungse se giró y se encontró a Bharata delante. —¿Tú —¿Tú quién quién eres? —le —l e pregunt preguntó. ó. —Ya lo ves, un sargent sargentoo de los cipai. cipai . —¡Ah! —¡Ah!... ... Sí, es verdad, un indio que ha vendido sus servicios servi cios a los opresores opresor es de la India India —dijo —dij o Nimpor, Nimpor, con c on ironía. —¡Cuidado, —¡Cuidado, porom por om-hu -hung ngse!... se!... Tu leng lengua es demasia demasiado do afilada. afilada . Nimpor Nimpor se s e dio di o la l a vuelta e, indicando al sargento sargento la muchedum uchedumbre bre que ocupaba ocupaba la l a plaza pl aza de la pagoda, dijo con acento amenazador: —¡Mira —¡Mira!... !... ¡Casi todos son faquire faquires, s, y tú sabes que ellos ell os no temen temen a la muerte!... uerte!... Impídel Impídeles es que entren en el templo y verás cómo se enfurecen igual que los tigres de las junglas. —Nadie tiene derecho a impedir nuestras nuestras ceremonias ceremonias religiosas, rel igiosas, ni siquiera los inglese ingleses, s, y no vamos a permitir impedimentos por parte de tus cipai. Y, además, mira, cuéntalos: ellos son quinientos y tú no tienes más que una docena de hombres. Bharata consideró oportuno no responder. Sabía que los faquires no se habrían amedentrado ante doce fusiles y que sus hombres no habrían podido detener mucho tiempo el asalto de tantos fanáticos.
Hizo un gesto de desprecio y dejó el campo libre, retirándose por el otro lado de la escalinata. El porom-hungse aprovechó rápidamente aquella retirada. Levantó el brazo que aún tenía útil y enseguida enseguida veinte faquire faquiress ascendieron as cendieron la escalera, escal era, entrando entrando en el templo. Todos iban provistos de barras de hierro, poderosos instrumentos que de un momento a otro podían convertirse en terribles armas de defensa y masacrar a los cipai del sargento si hubieran intentado oponerse a sus intenciones. intenciones. Levantaron la estatua del dios y la llevaron afuera. Los faquires que habían permanecido en la explanada saludaron la aparición de Visnú con gritos ensordecedores, mientras los músicos hacían sonar con fuerza creciente sus instrumentos o percutían con furia sus tambores, y las nartachi reanudaban sus danzas. —¡Adelante! —¡Adelante! —ordenó —ordenó el porom por om-hu -hunngse con voz atronadora. atronadora. Los veinte faquires, sosteniendo al enorme animal sobre sus barras de hierro, descendieron la escalinata y se encaminaron hacia la orilla del Ganges, precedidos por las nartachi y por los músicos y seguidos por los encantadores de serpientes y por todos los demás fanáticos, los cuales se apiñaban alrededor de las vacas. Bharata y los cipai. no pudiendo imaginar que en el vientre del animal se escondieran los dos thugs, no abandonaron abandonaron aquell aquellos os lug l ugares ares cercanos a la pagoda, ya ya que estaban convencidos convencidos de que el brahmín brahmín les había escondido en algún subterráneo. El porom-hungse, feliz ante el éxito de la estratagema, guió a aquella turba ruidosa hasta la orilla del Ganges, escogiendo un lugar que estaba cubierto de una tupida vegetación y en el que había gran cantidad de cañas. Con un gesto enérgico ordenó a las nartachi y a los músicos que se pararan a cincuenta pasos del río sagrado, para entretener a los encantadores y a los faquires de las diferentes castas; luego, con los veinte fieles que llevaban al enorme animal, penetró por entre las cañas y las anchas flores de loto. Colocaron al dios en un bajo fondo, de modo que la corriente sagrada le bañara solamente la base. Seguidamente Nimpor buscó apresuradamente el botón que tenía que abrir la plancha. Sus veinte hombres mientras tanto habían formado un ancho círculo alrededor del animal para esconder mejor el engaño, precaución por otro lado casi inútil, ya que la oscuridad era muy grande en aquel lugar lugar cu c ubierto bier to por altísimos al tísimos tamari tamarindos ndos y tupidos tupidos borasis. borasi s. Unos inst i nstant antes es después de spués el muelle saltó s altó y se abrió abri ó la plancha. plancha. —Rápido, salid sal id —dijo —di jo Nimpor. Tremal-Naik y el viejo thug, que empezaban a estar cansados de aquella incómoda prisión, rápidam rápi dament entee salieron sal ieron al exteri exterior or y se metier metieron on entre entre las cañas y las hojas de loto. —Volved a la pagoda —dijo —di jo el porom-hun porom-hungse gse a los faquires faquires—. —. El dios ya ha sido besado por las olas del río r ío sagrado. Los veinte hombres volvieron a coger las barras de hierro, levantaron al monstruoso animal y regresaron hacia los l os músicos músicos y las nartachi. nartachi. El numeroso cortejo se reorganizó enseguida y tomó el camino de la pagoda en medio de los más ensordecedores fragores. El porom-hungse se había quedado agazapado en el bajo fondo, como si se bañara. Cuando vio que se alejaba alej aba el cortejo, se levantó, levantó, diciendo: —¡Rápido, venid!... Tremal-Naik y el viejo thug le siguieron y los tres llegaron hasta una espesura formada por grandes matorrales. —Gracias por tu intervención intervención —le dijo Tremal-Naik—. Sin ti aún estaríam estarí amos os encerrados en el vientre de Visnú. —Dejad los agradecimientos agradecimientos y ocupém ocupémonos onos del capitán — respondió Nimpor. —¿Tienes —¿Tienes notici noticias as de él? él ? —pregunt —preguntóó el viejo vi ejo thug thug.
—Sí, malas para vosotros y para Suyodhan Suyodhana. a. —Habla —dijo —dij o TremalTremal-Naik. Naik. —Me temo temo que al amanecer amanecer partirá partir á hacia los Sunder-bun Sunder-bunds. ds. —¡Por la muerte muerte de Siva!... Siva !... —exclamó —exclamó Tremal-Naik, palideciendo—. palideci endo—. ¡Se ¡Se marcha!... marcha!... —Hoy mismo la «Cornwall», que tiene tiene que que conducir conducirlo lo a las l as Sunderbun Sunderbunds, ds, ya estaba equipada. —¿Quién —¿Quién te lo ha dicho? —Hider. —¡Enton —¡Entonces ces todo está perdido!... per dido!... —Todavía no lo sé. Es preciso preci so correr corr er a la l a Ciudad Blanca Blanca y asegurarnos asegurarnos de si partirá partir á o no. —No perdamos perdamos ni un solo moment momento. o. ¿Dónde ¿Dónde está anclado anclado aquel a quel barco?... —Cerca del fuerte fuerte William. Will iam. —Tenem —Tenemos os que ir enseguida. enseguida. —Está lejos —observó el e l viejo vi ejo thug. thug. —A poca distancia de aquí os espera es pera vuestra ballenera bal lenera —dijo —dij o el porom por om-hu -hung ngse. se. —¿Se han han salvado nuestros nuestros hombres? hombres? —Sí. —Vayam —Vayamos os —dijo —di jo Tremal-Naik—. Si la l a «Cornwall» «Cornwall » ha partido, yo pierdo a mi Ada, Ada, pero pe ro vosotros vos otros perderéis perder éis a Suyodhan Suyodhanaa y a todos los jefes de vuestra secta. Los tres hombres corrieron por la orilla del río, mientras, a lo lejos, se oían retumbar los tambores y resonaban las trompetas trompetas en medio medio del estruen e struendo do de la l a procesión. proce sión. Trescientos metros más adelante, Tremal-Naik y sus dos compañeros se encontraron a la ballenera escondida entre los cañaverales y custodiada por seis remeros. —¿Habéis —¿Habéis visto merodear a algu al guien ien por estos alrededor al rededores? es? — pregu pr egunt ntóó el viejo vi ejo thug. thug. —A nadie nadie —respondieron —r espondieron los rem re meros. —¿Pensáis —¿Pensáis que podremos podremos llegar ll egar al fuerte Wil Willi liam am antes antes del amanecer? amanecer? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik. —Es posible, posibl e, si forzamos forzamos la marcha —dijo —dij o uno uno de los seis indios. —Os doy cincuent cincuentaa rupias si s i lo l o lográis —prometió —prometió el porom-hun porom-hunggse. —Gracias: —Gracias : basta con tu bendición —respondieron los thugs. thugs. La ballenera se alejó rápidamente de la orilla y bajó por la corriente del río con la velocidad de un «steamer». El viejo thug se había puesto al timón, y a sus lados se habían colocado sentados Tremal-Naik y el porom-hungse. En aquella hora tardía el río estaba desierto y la ballenera podía correr libremente sin temer encuentros. Pero puesto que aquella parte del río estaba interrumpida por frecuentes bancos de arena, el timonel estaba obligado a vigilar atentamente y también a efectuar largas curvas. Mientras los seis thugs remaban con redoblado ímpetu, teniendo su musculatura de tal modo que parecía parecí a que les fuera fuera a revent r eventar ar la l a piel, pi el, TremalTremal-Naik Naik y el porom-hu porom-hungse ngse reanu r eanudaron daron su conversación. —¿Has —¿Has visto vi sto a Hider? —pregu — pregunt ntóó el Cazador de serpie s erpient ntes es de la l a jungla jungla negra. negra. —Sí, hoy mismo, antes antes de que recibiera recibi era al enviado de Brahmin. Brahmin. —¿Es —¿Es seguro seguro que el capitán capi tán partirá al amanecer? amanecer? —Tiene —Tiene todos los motivos para creerlo creer lo —respondió el porom-hun porom-hungse—. gse—. Ayer Ayer ha visto embarcar embarcar a dos compañías de infantería de Bengala, a dos piezas de artillería y a una considerable cantidad de municiones y de víveres. Además, al mediodía ya estaban en marcha las máquinas. —¿Estaba —¿Estaba el capitán c apitán a bordo? —No me me lo ha sabido sabi do decir. decir . —¿Están —¿Están todavía todavía los dos afiliados afili ados en la fragata? —Sí.
—Ellos me ayudarán ayudarán en la empresa empresa —dijo —dij o TremalTremal-Naik. Naik. —¿Qué —¿Qué planes tienes? tienes? —Me embarcar embarcaréé en la fragata. fragata. —¿Quieres —¿Quieres matarl matarlee en la nave?... —No encuen encuentro tro otra salida, sal ida, especia es pecialmen lmente te ahora. —Pero no va a ser fácil —dijo —di jo el porom-hu porom-hung ngse. se. —Estoy dispuesto a todo —respondió Tremal-Naik con firmeza firmeza inquebrantable. inquebrantable. —¡Basta! —¡Basta! Los Los inglese inglesess no bromean, bromean, especialm especial mente ente con nosotros nosotros los l os indios. —Ya lo sé. —¿Es —¿Es que crees que una una vez muerto muerto el capitán ya ya no se realizará real izará la expedición? —Sí, puesto que que él es e s el alma de la empresa. —¿Y si la l a nave hu hubiera bier a partido? —Visnú —Visnú me protegerá. —¿Qué —¿Qué quier quieres es decir? deci r? —Que —Que iré ir é a Raimangal Raimangal a esperar espera r al capitán. —Llegarías —Llegarías demasia demasiado do tarde... Pero... Per o... —Prosig —Prosi gue. —¿Sabes que que también también la cañonera cañonera en la que Hider está es tá enrolado va a zarpar? —¿Hacia —¿Hacia dónde? —Hacia Gelan. —¿Y bien? —Tiene que que partir mañana añana por la l a noche. noche. —Sigo sin comprenderte. comprenderte. —Digo que en el caso de que la «Cornwall» hubiera hubiera partido, tú podrías podría s embarcar embarcarte te en la «Devonshire» y desembarcar en la desembocadura del río. Aquella cañonera, sin duda, corre mucho más que la fragata. —¿Será posible posibl e el embarque? embarque? —Hider se ocupará de esto, en caso de que tuviera tuvierass que utili utilizar zar a la «Devonshire». «Devonshire». Mientras hablaban, la chalupa seguía discurriendo por el Ganges con gran rapidez. Ya había dejado atrás la Ciudad Negra y se deslizaba cerca de la ribera de la Ciudad Blanca, cuando el alba empezó a invadir bruscamente el cielo, haciendo palidecer rápidamente las luces de los astros. Las tripu tri pulaci laciones ones de las l as numerosas numerosas naves ancladas a lo l o largo l argo de los l os márgenes márgenes em e mpezaban enton entonces ces a despertarse. En aquella confusión de mástiles, de cuerdas y de velas, unos hombres aparecían desperezan desper ezando do los l os brazos br azos mientras mientras algu al gunna monóton monótonaa canción se perdía pe rdía por el aire tranquilo. tranquilo. Tremal-Naik se había levantado. Su mirada estaba fija en la imponente mole del fuerte William, que se vislumbraba en la semipenumbra. —¿Dónde —¿Dónde está la fragata? —pregunt —preguntóó con acento acento salvaje. salvaj e. El porom-hungse se había levantado también y escudriñaba ansiosamente la orilla con sus ojitos negros negros de aspecto as pecto fogoso. —¡All —¡Allí! í! ¡Mira ¡Mira!... !... ¡Delante ¡Delante de la segunda segunda compuerta compuerta del fuerte!... fuerte!... —gritó de pronto. Tremal-Naik, miró hacia la dirección indicada y vio a poca distancia de la compuerta, que comunicaba con los fosos del fuerte, a una fragata de formas esbeltas, pero muy empopada a causa de la carga. Un denso humo mezclado con escorias salía como un torbellino de la chimenea, formando en el aire una especie de paraguas de dimensiones gigantescas. Con las primeras luces del alba se veía en la cubierta a numerosos soldados y marineros ocupados en hacer rodar y estibar cajas y barriles y en retirar los parabordos que ya habían sacado de la orilla, mientras los demás giraban el abrestante de proa para
sacar el ancla ancla del fondo fondo del río. rí o. Se comprendía, a primera vista, que aquella nave se preparaba para partir. TremalTremal-Naik Naik lanzó lanzó un alarido alari do de animal animal herido. —¡Se me me escapa!... ¡Rápido!... ¡Rápido o todo estará perdido!... per dido!... El porom-hungse hizo un gesto de cólera, luego se dejó caer de nuevo en el banco, murmurando: —¡Dem —¡Demasia asiado do tarde!... ¡Suy ¡Suyodhana odhana está perdido!... perdi do!... Los seis thugs redoblaron sus esfuerzos y la ballenera, movida hacia adelante por aquellos robustos brazos, reanudó la marcha. Los costados gemían bajo el poderoso impulso de los remos y el agua chocaba con la proa salpicando a su alrededor. —¡Rápido!... ¡Rápido!... ¡Rápido!... —gritaba TremalTremal-Naik, Naik, completam completament entee fuera fuera de sí. —Es inútil inútil —dijo —di jo de pron pr onto to el viejo vi ejo thug, thug, abandonan abandonando do el tim ti món. En aquel momento la fragata había abandonado el muelle y se deslizaba majestuosamente por el río, vomitando torrentes de humo y lanzando agudos silbidos. También los remeros de la ballenera, completamente agotados por aquella dura carrera, abandonaron los remos y miraron con ojos feroces a la nave, que pasaba a dos metros de la ballenera. De improviso vieron que Tremal-Naik se precipitaba encima de un fusil que estaba apoyado en el asiento de popa, lo armaba a toda velocidad y lo apuntaba hacia la nave. Un hombre había aparecido en el puente de mando, y el Cazador de serpientes de la jungla negra lo había reconocido. —¡El!... ¡El ¡El capitán capi tán!... !... —gritó —gritó con voz entrecortada. entrecortada. Iba a disparar disp arar ya el tiro cuando cuando el porom-hu porom-hungse ngse le l e arrebató ar rebató el arma con brusquedad. brusquedad. —No cometas cometas tal estupidez —le dijo—. dij o—. ¿Qu ¿Quieres ier es que nos nos maten maten a todos? todos? Tremal-Naik se volvió hacia él, con los puños levantados y los ojos llameantes. —¿Es —¿Es que no no le has visto? vis to? —pregunt —preguntó. ó. —Sí —respondió —re spondió Nimpor Nimpor con voz tranqu tranquil ila. a. —Yo le habría matado. matado. —¿Y si hubier hubieras as fallado? fall ado? —preguntó —preguntó el porom-hu porom-hungse, ngse, cruz cr uzando ando los brazos. —Es cierto cier to —murm —murmuuró Tremal-Naik. —Todavía —Todavía no está es tá todo perdido, perdi do, y tú puedes salvarte salva rte a ti y a los hermanos hermanos de las Sunderbu Sunderbunds nds — prosiguió el viejo faquir—. ¿Has olvidado a Hider? El nos espera en la «Devonshire». TremalTremal-Naik Naik no no respondió; res pondió; parecía aniquil aniquilado. ado. —A la orilla ori lla —ordenó el porom-hun porom-hungse. gse. La ballenera viró de bordo y remontó lentamente la corriente, dirigiéndose hacia el muelle del Strand. Iba a atracar en un punto indicado por el porom-hungse, cuando un marinero, que parecía estar escondido detrás de un enorme amasijo de cajas y de toneles, salió corriendo de la orilla, diciendo: —¡Rápidos: desem dese mbarcad!... Aquel hombre era Hider, el mozo de jarcias de la «Devonshire». Al oír la voz, Tremal-Naik se levantó enseguida; luego, con un salto de tigre, se echó sobre la escalinata escalinata de la ribera. r ibera. —¡Ha —¡Ha partido! —gritó, acercándose acerc ándose al mozo mozo de jarcia ja rcias. s. —Lo —Lo sé —respondió —r espondió Hider. —Pero también también tiene que que partir tu cañonera, cañonera, ¿no es cierto? —Sí, a medianoche. medianoche. —Enton —Entonces ces no está todo perdido. —¿Qué —¿Qué quier quieres es decir? deci r? —pregu —pr egunt ntóó el mozo mozo de jarcia ja rciass con estupor. estupor. —Que —Que nosotros podemos podemos dar alcance a la l a «Cornwall». —¿De —¿De qué modo? modo?
—Con la Devonshire Devonshire,, —respondió —res pondió TremalTremal-Naik Naik con acento resuelto. resuelto. Hider le miró sin responder. Creía que el indio había perdido la razón. —¿Me —¿Me has entendido? entendido? —pregunt —preguntóó el Caz Cazador ador de serpient serpi entes es de la jung jungla negra negra con una una especie especi e de exaltación. —No, te lo juro. —¿No —¿No es tu cañonera cañonera más más rápida rá pida que la fragata? —Es verdad. —Enton —Entonces ces alcanz al canzaremos aremos a la nave del capitán c apitán y la mandaremos mandaremos a pique. —¿Mandar —¿Mandar a pique a la fragata?... ¿Estás loco? —¿Lo —¿Lo crees imposible? —Por lo menos difícilí difíci lísimo. simo. Y, además, además, yo no estoy al mando de la «Devonshire». «Devonshire». Si quisiera intentar algo, el comandante me ataría con hierros de pies y manos. —No sucederá: sucederá: teng tengo mi mi plan. pl an. ¿Cu ¿Cuánt ántos os afiliados afil iados hay a bordo de la cañonera? cañonera? —Somos —Somos seis. sei s. —¿Y toda la tripu tri pulaci lación ón a cuánt cuántos os asciende? asci ende? —A treinta treinta y dos hom hombres bres —respondió —r espondió Hider. —Es preciso preci so embarcar a dos afiliados afili ados más. —¡Es imposibl imposible! e! —Todo —Todo es posible posibl e cuando cuando se quiere hacer —dijo —dij o el porom-hun porom-hunggse, que había presen prese nciado la conversación—. Tremal-Naik es el e l enviado e nviado de Suyodh Suyodhana ana y tú tú harás harás lo que él quiera.
—Que —Que me diga lo l o que que tengo tengo que hacer para embarcar embarcarlos, los, y yo obedeceré obedecer é —dijo —dij o el e l mozo de jarcias jar cias —. Estoy dispuesto dispuesto a intentarlo intentarlo todo, con tal de salvar sal var a nuestros nuestros hermanos hermanos de las Sunderbun Sunderbunds. ds. —¿Qué —¿Qué es lo que ahora ahora está es tá embarcando embarcando la «Devonshire «Devonshire»? »? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik.
XIX. INGLESES Y ESTRANGULADORES En los relojes de la ciudad inglesa daban las doce de la noche, cuando la «Devonshire», que desde la mañana tenía sus calderas encendidas, abandonó a toda máquina el muelle del fuerte William, descendiendo por la l a negra negra corriente cor riente del Hugli Hugli.. La noche era muy oscura. No brillaban en el cielo ni las nubes ni las estrellas, puesto que estaba cubierto por una negra franja de vapores. Pocas luces, y en su mayoría inmóviles, estaban encendidas en el interior de las cabañas de Kiddepur o en las embarcaciones ancladas en la orilla. Solamente hacia el norte se divisaba un extraño resplandor, una especie de humareda blancuzca, debida a las antorchas que iluminaban la ciudad inglesa y la Ciudad Negra de Calcuta. El capitán, firme en el puente, dirigía las maniobras con voz metálica, dominando al fragor de los tambores de las palas del barco que mordían furiosamente las aguas y el formidable retumbar de las máquinas. En cubierta, mozos y marineros se ocupaban, en el vago resplandor de unas pocas linternas, en estibar los últimos últimos toneles y las últimas últimas cajas c ajas que aún aún llenaban el puente. puente. Kiddepur ya había quedado detrás de las densas tinieblas; las últimas luces de las barcas y de los navios ya habían sido engullidas por la oscuridad, cuando un hombre, que hasta entonces había dirigido la rueda del timón, atravesó con paso firme el puente, golpeando con fuerza con el codo a un indio que estaba cerrando la escotilla de la vela mayor. —¡Apresúrate! —¡Apresúrate! —le dijo dij o al pasar pas ar por su lado. —Listo, —Listo, Hider —respondió el otro. Pocos minutos después los dos indios bajaban la escalerilla que conducía a la habitación de los marineros, la cual en aquel moment momentoo se encontraba encontraba desier de sierta. ta. —¿Cóm —¿Cómoo ha ido? —pregunt —preguntóó brevemente brevemente Hider. —Nadie ha sospechado nada. nada. —¿Has —¿Has contado los barril bar riles es señalados? señalados ? —Sí, son diez. —¿Dónde —¿Dónde los has colocado? —En la popa. —¿Junt —¿Juntos? os? —Todos juntos juntos —dijo el afiliado. afil iado. —¿Has —¿Has avisado avi sado a los l os otros? —Todos están preparados. A la prim pri mera señal s eñal se echarán encima encima de los ing i ngleses leses.. —Tenem —Tenemos os que actuar actuar con prudencia. prudencia. Estos hombres hombres son s on capaces de prender pr ender fuego fuego a la pólvora pól vora y de hacer saltar por los aires a los amigos y a los enemigos. —¿Cuán —¿Cuándo do realizarem real izaremos os la acción? —Esta noche, noche, después de haber haber dado un buen buen narcótico narcótico al capitán capi tán.. —¿Qué —¿Qué tenem tenemos os que hacer hacer mientras mientras tanto? —Mandarás —Mandarás a dos hombres hombres a apoderarse apoderar se de la sala de armas, después esperarás esper arás junto junto a las máquinas con los otros dos fogoneros. Contamos con tu pericia. —No será la l a prim pri mera vez que trabaj trabajoo en las calderas. cal deras. —Está bien. Yo empiezo empiezo a actuar. Hider subió a cubierta y dirigió la mirada hacia la pasarela. El capitán paseaba arriba y abajo con los brazos cru cr uzados sobre el pecho, fum fumando un un cigarrillo. cigarril lo. —Pobre capitán —murmu —murmuró ró el estrangulador—, estrangulador—, no te mereces esta mala jugada. jugada. ¡Bah! ¡Bah! Otro, en mi lugar, en vez de inmovilizarte te mandaría al infierno con una buena dosis de veneno.
Se dirigió hacia popa sin que le vieran y llegó a la parte inferior de la cubierta, deteniéndose delante de la cabina del comandante. La puerta estaba entreabierta; la empujó y se encontró en una habitación de unos ocho pies cuadrados, tapizada de rojo y amueblada con elegancia. Se acercó a una mesita, en e n la que había había una una botella botell a de cristal cr istal llena ll ena de lim li monada. Una sonrisa diabólica se dibujó en sus labios. —Cada mañan mañanaa la botella aparece a parece vacía —musitó—. —musitó—. El capitán, antes antes de acostarse, acostars e, siem si empre pre bebe. bebe . Introdujo una mano en la abertura de su camisa y extrajo una ampolla microscópica que contenía un líquido rojizo. La olfateó varias veces, dejando luego caer tres gotas en la botella. La limon l imonada ada hirvió hirvi ó volviéndose volvi éndose roja, roj a, recobrando r ecobrando seguidamen seguidamente te su tonali tonalidad dad primitiva. pr imitiva. —Dormirás —Dormirás durante durante dos días —dijo —dij o el thug—. thug—. Vayam Vayamos os a buscar a los l os amigos. amigos. Salió y abrió una puertecita que comunicaba con la estiba. Debajo se oía un ligero ruido, seguido de un crujido, cruji do, como si montaran un arma de fuego. fuego. —¡Tremal —¡Tremal-Naik! Naik! —llam —ll amóó el thug. thug. —¿Eres —¿Eres tú, Hider? —preg —pre guntó untó una una voz apagada—. Abre: aquí dentro nos nos asfixiamos. El thug cogió una linterna que estaba en un rincón y que antes había escondido allí, la encendió y se acercó a los diez di ez barriles colocados los unos unos cerca de los otros. Quitó las tapas y de ellos salieron los diez estranguladores, medio asfixiados, magullados y bañados por el sudor, debido al excesivo calor que reinaba allí dentro. Tremal-Naik corrió hacia Hider. —¿Y la «Cornwall»? «Cornwall »? —le pregunt preguntó. ó. —Corre hacia el mar. —¿Hay —¿Hay esperanzas esperanzas de alcanz al canzárl árla? a? —Sí, si la «Devonshire «Devonshire»» acelera acel era la l a marcha. marcha. —Es preciso preci so abordarla aborda rla o perderé perder é a mi Ada. —Pero antes tenem tenemos os que hacernos hacernos con la cañonera. cañonera. —Ya lo sé. ¿Tienes algún algún plan? plan? —Sí. —¡Habla —¡Habla enseguida! enseguida! Me abrasa abras a la angust angustia. ia. Será un desastre si no llegam lle gamos os a alcanzar a la «Cornwall». —Cálmate, —Cálmate, Tremal-Nai Tremal-Naik. k. Aún Aún no están perdidas perdid as todas las l as esperanesper an —Dime —Dime cuál es tu plan. —Primero nos apoderaremos de las máquinas. áquinas. —¿Hay —¿Hay afil afiliados iados en la sala de máquin máquinas? as? —Tres, y son todos todos fogoneros. fogoneros. Entre Entre cuatro no no nos costará demasiado trabajo atar al ingeniero. ingeniero. —¿Y luego? luego? —Lueg —Luegoo iré a ver si el capitán ha bebido el narcótico que le he echado en la lim li monada. Enton Entonces ces vosotros entraréis en el cuarto de popa y al primer silbido subiréis al puente. Los ingleses, cogidos por sorpresa, se s e rendirán. rendirán. —¿Están —¿Están armados? armados? —No llevan más más que sus cuchillos cuchillos.. —Apresurémonos. —Apresurémonos. —Estoy dispuesto. Voy Voy a atar al ingenier ingeniero. o. Apagó la linterna, volvió al cuarto de popa y subió al puente, precisamente en el momento en que el capitán abandonaba la pasarela. —Todo va bien —murm —murmuró uró el thug thug,, cuando cuando vio que se dirigía di rigía hacia popa. Llenó la pipa y bajó a la sala de máquinas. Los tres afiliados estaban en sus puestos, delante de las calderas, hablando en voz baja.
El ingeniero fumaba, sentado en un taburete, y leía un librito. Hider con una mirada avisó a los afiliados que estuvieran a punto, luego se acercó a la linterna que pendía del techo techo justo encima encima de la l a cabeza del ingeniero. ingeniero. —Sir Kuthin Kuthinggon, permitidme permitidme que que encienda la pipa —dijo —dij o el mozo mozo de jarci ja rcias as al inglés—. inglés—. En cubierta sopla un viento que apaga la mecha. —Con mucho ucho gusto gusto —respondió el ingeniero. ingeniero. Se levantó para dejarle pasar. Casi en el mismo momento el estran-gulador lo sujetó por el cuello y con tanta fuerza que le impedía emitir el menor sonido; luego, con un fuerte empujón, lo echó sobre la mesa. —¡Miser —¡Misericor icordia! dia! —pudo sólo pronunciar pronunciar el pobre hombre, hombre, cuyo cuyo rostro se volvía volví a negro negro bajo el férreo puño puño del mozo de jarcias. jarc ias. —No digas nada nada y no no te haremos haremos daño daño —respondió Hider. Hider . Obedeciendo una señal suya, los afiliados le ataron y amordazaron, arrastrándole hasta un gran montón de carbón. car bón. —Que —Que nadie le toque —dijo Hider—. Hide r—. Y ahora vayamos vayamos a ver si el capitán ha ha bebido bebi do el narcótico. —¿Y nosotros? nosotros? —pregu —pr egunt ntaron aron los afiliados. afil iados. —No os moveréi moveréiss de aquí, bajo baj o pena de muerte. muerte. —Está bien. Hider encendió tranquila tranquilam mente ente la pipa y subió la escalera. escal era. La cañonera corría entonces entre dos orillas completamente desiertas y su espolón cortaba amasijos de vegetales flotantes. Los marineros estaban todos en cubierta y miraban distraídamente el cauce, hablando o fumando. El oficial de turno paseaba despreocupado, hablando con el maestro cañonero. Hider, contento, se frotó las manos con satisfacción y volviendo a popa bajó la escalerilla cautamente. Al llegar ll egar junto junto a la l a cabina cabi na del comandant comandantee acercó ace rcó la l a oreja or eja a la l a puerta y oyó oyó un fuerte fuerte ronqu r onquido. ido. Giró la manivela, abrió y entró, una vez que se hubo quitado un puñal del cinturón, para defenderse en caso necesario. El capitán capi tán se había había bebido casi toda la botella botel la de limonada limonada y dormía dormía profundam profundament ente. e. —No le despertará desper tará ni el cañ ca ñón —dijo el indio. Salió apresuradamente de la cabina y bajó a la estiba. Tremal-Naik y sus compañeros le esperaban con las pistolas pi stolas en la mano. mano. —¿Y bien? —pregunt —preguntóó el Cazador de serpie se rpienntes, poniéndose poniéndose de pie. pi e. —Las —Las máquinas máquinas ya son nuestras nuestras y el capitán ca pitán ha ha bebido el narcótico —respondió —r espondió Hider. —¿Y la tripu tri pulaci lación? ón? —Están todos en cubier cubierta ta y desarmados. —Subam —Subamos. os. —Despacio, compañeros. compañeros. Tenemos enemos que apresar apr esar a los marineros ari neros entre entre dos fuegos fuegos para pa ra impedir que se parapeten debajo del castillo de popa. Tú, Tremal-Naik, quédate ahí con cinco hombres, mientras yo con los dem de más llego l lego hasta el cu c uarto común. común. Al prim pri mer disparo, dispar o, subid al a l puente. puente. —De acuerdo. Hider empuñó una pistola con la mano derecha y una daga con la izquierda y atravesó la bodega repleta repl eta de cañones cañones desm des montados, ontados, de barril bar riles es y de cajas. caj as. Cinco thugs thugs le sig si guieron. Después de pasar por la bodega, el pelotón cruzó por la habitación de los marineros y subió la escalera. —Preparad —Prepara d las armas y fugo fugo a discreción discreci ón —ordenó —ordenó Hider. Los seis s eis hombres hombres irrum irr umpier pieron on en el puente puente lanz l anzando ando gritos gritos salvajes. salva jes.
La tripulación, sorprendida, corrió hacia proa, sin saber todavía qué es lo que estaba sucediendo. Se oyó un disparo y cayó el maestro cañonero. —¡Kalí —¡Kalí!... !... ¡Kalí ¡Kalí!... !... —vociferaron desde popa. TremalTremal-Naik Naik y sus sus hombres hombres se habían precipitado preci pitado en el puente, puente, con las pistolas pistola s en la mano derecha y los puñales en la izquierda. Resonaron algunos algunos disparos. dispa ros. Una terrible confusión reinaba ahora a bordo de la cañonera, la cual, sin timonel, iba por la corriente de través. Los ingleses, cogidos entre dos fuegos, empezaron a perder el control. Por suerte aún no había muerto el oficial de guardia. De un salto se colocó sobre el castillo de proa con el sable desenvainado. —¡A mí, marineros! —gritó. —gritó. Los ingleses en un momento se agruparon a su lado y se encaminaron hacia popa empuñando los cuchillos, las dagas, las manivelas. El choque fue terrible. Los thugs de Tremal-Naik fueron rechazados por aquella aquell a avalanch aval anchaa de hombres. hombres. El oficial de guardia se apoderó del cañón, pero la victoria fue efímera. Hider se había puesto a la cabeza de los l os suyos suyos y les atacaba por detrás, dispuesto di spuesto a ordenar que hici hicieran eran fuego. fuego. —¡Señor —¡Señor teniente! teniente! —gritó, —gritó, apuntán apuntándole dole con la pistola. pi stola. —¿Qué —¿Qué quier quieres, es, miserable? miserabl e? —gritó el oficial. ofici al. —Rendiros —Rendiros y os juro que que no os tocaremos tocaremos ni un solo cabell c abelloo ni a usted usted ni a sus mari marineros. neros. —¡No! —¡No! —Le —Le advierto advier to que cada uno uno de nosotros nosotros tiene cincuent cincuentaa balas listas li stas para disparar. dispa rar. Cualquier Cualquier resistencia será inútil. —¿Qué —¿Qué vas a hacer con nosotros? nosotros? —Os haremos haremos subir subir a las barcas y quedaréi quedaréiss libres li bres para pa ra dirigiros di rigiros a la orill or illaa del río que prefiráis. prefir áis. —¿Y la cañ ca ñonera? ¿Qué ¿Qué quier quieres es hacer? —No puedo puedo decirlo. deci rlo. Vamos amos ya, si no os rendís ordeno or deno que que hagan hagan fu fuego. —Rindámonos, —Rindámonos, teniente teniente —gritaron —gritaron los marin ari neros, que ya ya se veían veí an a disposición disposi ción de Hider. El teniente titubeó, luego rompió la espada y la echó en el río. Los estranguladores se abalanzaron sobre los marineros, les desarmaron y les hicieron bajar a las dos barcas de salvamento, metiendo también también al capitán, quien todavía dorm dor mía, y al ingeniero. ingeniero. —¡Buena —¡Buena suerte! suerte! —gritó —gritó el mozo de jarcias. jarci as. —Si te cojo te haré haré colgar col gar —respondió el teniente, teniente, mostrándole mostrándole el puño. —Como —Como guste. guste. Y la cañonera reanudó la marcha, mientras las barcas se dirigían hacia la orilla del río.
XX. A BORDO DE LA «CORNWALL» La empresa más difícil difíci l había sido un éxito. Ahora Ahora se trataba de persegu per seguir ir a toda máquina máquina a la l a fragata, que llevaba una ventaja de casi quince horas, de alcanzarla o en la desembocadura del río o en el mar y de poner en práctica el segundo plan urdido por el Cazador de serpientes. Cuando el puente estuvo libre de los cadáveres, de los enfermos y de los heridos, que por suerte no eran demasiados, Tremal-Naik se marchó al castillo de proa con Hider, mientras un vigía se instalaba en la cruceta c ruceta del mástil provisto provi sto de un potente potente catalejo. catalej o. Cuando oyó la voz del nuevo comandante, Udaipur, que había tomado el mando de las máquinas, se precipitó hacia el puente. —Tenem —Tenemos os que volar, Udaipur —le dijo dij o Tremal-Naik. —Las —Las calderas cal deras están llenas de carbón, capitán. Tenem Tenemos os la máxima áxima presión. presi ón. —No basta. Es preciso preci so alcanz alc anzar ar a la l a «Cornwall». «Cornwall ». —Carga las válvulas vál vulas a cinco atmósferas atmósferas —dijo —di jo Hider. Hider . —Corremos el riesgo ri esgo de saltar por los aires a ires,, maestro. maestro. —No importa: importa: vete. El maquinista bajó precipitadamente al cuarto de máquinas. La cañonera volaba como un pájaro. Torrentes de humo negro lleno de escorias salían con furia de la chimenea demasiado estrecha; el vapor silbaba, soplaba, rugía dentro de la coraza de hierro y la rueda giraba con tal fuerza que el casco crujía de proa a popa y el agua salpicaba espumeando hasta los bordes. —¡Dam —¡Damee la veloci ve locidad! dad! —gritó —gritó Hider. Hider . —Quince —Quince nudos nudos y cinco décimas —gritó, —gritó, unos unos segundos segundos después, después, un marin ari nero. —Corremos como como uno uno de los más rápidos rápi dos cazadores de mar —dijo —di jo el mozo de jarcias. jarci as. —¿Daremos —¿Daremos alcance a la fragata? fragata? —pregunt —preguntóó TremalTremal-Naik. Naik. —Espero que sí. —¿En —¿En el río? —En el mar. Hay tan sólo ciento c iento veintici veinticinnco kilómetros kilómetros entre Calcuta y el golfo. —¿A qué velocidad va la fragata? —A seis nudos nudos por hora, con mar mar tranquilo. tranquilo. Es demasia demasiado do vieja viej a y está demasia demasiado do empopada. empopada. —Pero no quier quieroo que llegue llegue a Raimangal. Raimangal. —En tal caso, ¿qué harí harías? as? —La —La abordaría abordar ía a golpes de espolón. espol ón. —Eres un hombre hombre decidido, dec idido, TremalTremal-Naik Naik —dijo el mozo de jarcias, jarci as, sonriendo. —Es necesario que yo sea valeroso. valer oso. Necesito Necesi to la cabeza del capitán. —¡Pero corres un gran peligro! peli gro! —Ya lo sé, Hider. Hide r. —El capitán capi tán podría descubrirte. —Antes —Antes le mataré. —¿Y si fallaras fall aras en el intento? intento? —No fall fallaré aré —dijo —di jo Tremal-Naik con firmez firmezaa inquebrantable. inquebrantable. —Aquel —Aquel hombre hombre es fuerte. fuerte. —Y yo seré más fuerte fuerte que él. é l. Aquí, Aquí, en mi corazón, corazón, llevó ll evó grabado un nom nombre: bre: ¡el de Ada!... Este nombre hace desaparecer cualquier temor; este nombre me hace ser como un tigre y como un gigante. Me sentiría capaz de aferrar a la «Cornwall» con mis brazos y destruirla con el capitán que la manda y los hombres hombres que viajan viaja n en ella.
—Así pues, ¿amas ¿amas todavía a la virgen vi rgen de la pagoda? —La —La amo amo de tal modo, que que si la perdiera per diera me mataría. mataría. —Te compadezco compadezco —dijo Hider Hide r con voz algo algo conmovida. conmovida. TremalTremal-Naik Naik le miró con ansiedad. —¿Me —¿Me compadeces?, mu murmuró. rmuró. ¿Por qué?... —No sabría decírtelo. decír telo. —¿Es —¿Es que acaso sabes algo que que yo ignoro? ignoro? —No sé nada —dijo el thug thug,, en cuya cuya voz vibraba vibr aba un acento acento de tristez tris teza. a. —¿Ent —¿Entonces onces es que me me he equivocado? equivocado? —Sí, amigo. amigo. Hider miró fijamente a Tremal-Naik, que se había vuelto meditabundo lanzó un profundo suspiro y abandonó el puente para trasladarse a proa. La cañonera seguía devorando la distancia, cortando las aguas del río con la irresistible potencia de un cetáceo. Las dos orillas pasaban a gran velocidad, mostrando confusamente bosques, pantanos interminables cubiertos de cañas y de hierbas amarillentas, arrozales fangosos, desapacibles poblados ahogados en medio de las pútridas aguas, hundidos entre lianas y palmeras de espeso follaje, en los que sería serí a fatal una una estancia, aunque aunque fuera fuera breve, para un europeo no aclim acli matado a dichos di chos lugares. lugares. A las cuatro de la noche la cañonera pasaba delante de Diamond Harbour, un pequeño puerto situado cerca de la desembocadura del Hugli, en el que las embarcaciones recibían los últimos despachos. Había allí tan sólo una casita blanca, rodeada de seis palmeras co-coteras. Delante de la misma se erguía erguía el mástil de señalización, se ñalización, en cuya cuya cima cima ondeaba la l a bandera ing i nglesa. lesa. Pronto las orillas del río se ensanchaban de modo considerable y empezaron a descender casi hasta el nivel del agua. A lo lejos se dibujaba la gran isla de Sangor, que marca el límite entre las aguas del río y las del mar. —¡El mar! mar! —gritó el marinero situado en la crucet cr ucetaa del palo pa lo mayor. mayor. Tremal-Naik, arrancado bruscam br uscament entee de sus meditaci meditaciones, ones, corrió corri ó hacia proa, pr oa, mientras mientras los marineros ari neros se encaramaban en los obenques y en los flechastes. Todas las miradas se dirigieron hacia las Sandheads (cabezas de arena), inmensos bancos peligrosísimos, proyectados por el Ganges en el golfo de Bengala. Ningún barco aparecía en la línea del horizonte ni por las cercanías de la isla de Sangor; ninguna luz brillaba bril laba en la sem s emipenu ipenum mbra. Un grito grito de rabia rabi a irrum ir rumpió pió en e n los labios lab ios de Tremal-Nai Tremal-Naik. k. —¡Vigía! —¡Vigía! —gritó —gritó al indio que se encontraba encontraba en la cruceta del mástil, con el catalejo catal ejo extendido. extendido. —¡Capitán! —¡Capitán! —¿Se divisa la l a fragata? fragata? —Todavía no. —Uidapur, —Uidapur, carga las calderas. calder as. —Tenem —Tenemos os la máxima áxima presión pres ión —observó el maquinista. aquinista. —¡A seis sei s atmósferas atmósferas —gritó Hider, que se mordía la barba—. Cuatro Cuatro hombres hombres de refuerzo refuerzo a las calderas. —Vam —Vamos os a saltar sal tar por los l os aires air es —refunfu —refunfuñó ñó Udaipur. Udaipur. Cuatro Cuatro indios bajaron bajar on a la sala sa la de máquinas. áquinas. Llenaron los quemadores quemadores de carbón. car bón. La cañonera ya no corría; saltaba sobre las olas azules del golfo, silbando y temblando. Un calor tórrido subía desde la bodega y un humo negrísimo salía con furia por el tubo de la chimenea. —¡Dire —¡Directo cto a la isla i sla Raim Rai matla! —gritó —gritó Hider al timonel. timonel. La distancia que les separaba de la isla desaparecía rápidamente. Todos los indios se habían subido a las embarcaciones suspendidas en la grúa, o en los refuerzos del mástil, y escrutaban el horizonte a las
primeras primeras lu l uces del alba. Un silencio profu pr ofundo ndo reinaba en el puente, puente, roto solamen s olamente te por las l as febriles febri les pulsa pulsaciones ciones de la máquina máquina y por por los silbidos s ilbidos del vapor que que salía de las válvulas. —¡Nave —¡Nave a proa! pro a! —gritó —gritó de pront pr ontoo el vigía. vi gía. Tremal-Naik sintió un escalofrío, como si le hubiera tocado una pila eléctrica. —¿La —¿La ves? —tronó. —Sí, respondió re spondió el vigía. vi gía. —¿Dónde?... —¿Dónde?... —Por el sur. —¿Y es?... El vigía no respondió. Se había puesto de pie en la cruceta para abarcar más cantidad de horizonte, y mira miraba ba fijam fij ament entee con el catalejo. catalej o. —¡Un —¡Un barco a vapor! —gritó luego. luego. —¡La —¡La fragata!... fragata!... ¡La ¡La fragata!... fragata!... —gritaron los indios. —¡Silencio! —tronó —tronó el mozo mozo de jarci ja rcias—. as—. ¡Eh, ¡Eh, vigía!, ¿hacia ¿hacia dón d ónde de se dirige di rige aquella nave? —Hacia el este, rozando la isla isl a Raimatla. Raimatla. —Mira su proa. —La —La veo. —¿Cóm —¿Cómoo es? —En ángulo ángulo recto. El mozo de jarcias corrió hacia Tremal-Naik, que estaba en el castillo de proa. —Es la fragata fragata —le dijo—. dij o—. En la India India solamente solamente existe la «Cornwall» que tenga tenga el espetón formando formando áng á ngulo ulo recto. r ecto. Tremal-Naik, presa de una inenarrable emoción, lanzó un grito de triunfo. —¿Hacia —¿Hacia dónde va? —pregunt —preguntóó con voz chillona—. Observa bien. bi en. —Se dirige diri ge hacia el este. Rodea la isla isl a por la parte más externa, externa, quizá quizá temiendo temiendo no encontrar encontrar bastante agua en el canal. —¿Estás —¿Estás seguro? seguro? —Segurís —Segurísimo. imo. —¿Así —¿Así pues, la l a encontraremos? encontraremos? —Más allá de la isla, isl a, si penetramos penetramos en el can ca nal. —Navegad —Navegad de modo que que podamos podamos abordarla abor darla.. —Pero... —dijo —di jo Hider. Hider . —Silen —Sile ncio, yo mando. mando. Tremal-Naik abandonó el puente, colocándose en la tarima de popa; Hider se situó frente a la rueda del timón. La cañonera, que corría tres veces más que la fragata, no empleó mucho tiempo en rodear la isla. A las diez de la mañana salía del canal que separa Raimatla de las tierras cercanas, reparándose detrás de la punta punta extrema extrema de un islote isl ote desierto desie rto que se alza al za frente frente a Jam J amera. era. Hider de una una sola sol a mirada se s e aseg ase guró de que la nave enemiga enemiga estaba todavía lejos. lej os. —¡Tremal —¡Tremal-Naik! Naik! —gritó. El Cazador de serpientes apareció en el puente, pero ya no era el mismo hombre de antes. La tonalidad morena de su piel se había vuelto parduzca como la de un malés: los ojos se le habían agrandado, mediante signos blancuzcos bien trazados; los dientes, poco antes blancos como el marfil, se habían vuelto negros como los del más empedernido masticador de betel. Desfigurado de aquel modo, con un sombrero de fibras de rotang en la cabeza, una túnica roja recogida en las caderas, dos largos kriss ondulados con la punta envenenada sujetos en su cintura, era totalmente irreconocible.
—¿Me —¿Me reconoces? —pregu —pr egunt ntóó al maestro de jarcia ja rcias, s, que le miraba con admirac admiración. ión. —Tan sólo porque po rque a bordo no he he visto vis to a malese maleses. s. —¿Crees —¿Crees que el capitán me me reconocerá? —No, no no es posible. posi ble. —Ahora —Ahora dim di me cómo se llaman los dos afiliados afili ados embarcados en la «Cornwall». «Cornwall ». —Palavan y Bindu Bindur. r. —Guardar —Guardaréé en la mem memori oriaa estos nombres. nombres. Orden Orde na que bajen una una embarcaci embarcación. ón. A un un aviso del mozo de jarcias jarc ias pusieron la yole en el mar. —¿Qué —¿Qué quier quieres es hacer? —pregu —pr egunt ntóó Hider a Tremal-Nai Tremal-Naik. k. —Esperar aquí a la fragata y después subir a bordo. —¿Y yo? —Tú irás a esconderte al canal de Raimang Raimangal. al. A la l a primera detonación detonación que oigas, saldrás sal drás al mar y me recogerás. re cogerás. Aferró una cuerda y bajó a la yole, la cual rolaba vivamente movida por las olas. La cañonera emitió un silbido sonoro y se alejó rápidamente. Una hora después era tan sólo un punto apenas perceptible perceptibl e en el horizonte. horizonte. Casi en el mismo instante, por el sur, aparecía otro punto, coronado por un penacho de humo. TremalTremal-Naik Naik lo miró. —¡La —¡La fragata! fragata! —exclamó—. —exclamó—. ¡Ada, ¡Ada, dame dame la fuerza fuerza de llevar ll evar a cabo mi última última empresa! empresa! Después Después serás mi esposa... y finalmente viviremos felices... Cogió los remos y se puso a remar furiosamente, alejándose de la isla, cuyas costas empezaban a confun confundirs dirsee con el azul del ciel c ielo. o. La fragata se acercaba forzando la marcha y aumentaba su tamaño continuamente. Tremal-Naik seguía remando, intentando darle alcance. Al mediodía tan sólo quinientos pasos separaban a la yole de la «Cornwall». Era el momento esperado por el Cazador de serpientes. Esperó que una ola inclinara a la yole, luego se echó violentamente contra el borde y la volcó, agarrándose a la quilla. —¡Socorro!... ¡Socorro!... —gritó con voz potente. potente. Algunos marineros acudieron a la proa de la fragata, después una embarcación ocupada por cuatro hombres hombres bajó hasta el mar y se dirigió diri gió hacia el náufrago. náufrago. —¡Socorro!... —repitió —repi tió Tremal-Naik. La embarcación volaba encima de las aguas, mientras la fragata aminoraba su marcha. En cinco minutos estuvo junto a la yole. El náufrago cogió las manos que un marinero le tendía y subió a bordo, diciendo: —¡Graci —¡Gracias, as, muchach muchachos! os! Los marineros cogieron de nuevo los remos y volvieron hasta la «Cornwall». Echaron una escalerilla y el falso malés, chorreando agua y con los ojos hábilmente desencajados, fue conducido a la presencia del capitán de guardia. —¿Quién —¿Quién eres? —le pregu pr egunt ntó. ó. —Paranga, —Paranga, de Sin Si ngapur gapur —respondió —re spondió TremalTremal-Naik, Naik, mira miranndo a su alrededor alre dedor con curiosidad. —¿Pertenecías —¿Pertenecías a algún algún barco? —Sí, al «Hannat «Hannati», i», de Bombay, Bombay, que se fue fue a pique hace unos unos cuatro cuatro días, días , a cien ci en mill millas as de la l a costa. —¿Con —¿Con el mar mar en calma? —Sí, se abrió abri ó una una brecha de agua agua por debajo deba jo de la l a popa. —¿Y la tripu tri pulaci lación? ón? —Se ha ahogado. ahogado. Las embarcac embarcaciones iones estaban averiadas averi adas y en cuanto cuanto las bajaron bajar on al agua agua se
hundieron. —¿Tienes —¿Tienes hambre? hambre? —Hace doce horas he comido comido la l a última última galleta. —Vam —Vamos, os, maestro Brown; conduce conduce a este pobre pobr e diablo diabl o a la cocina. El maestro, un viejo lobo de mar con una gran barba gris, se sacó de la boca su colilla de cigarro, poniéndosela delicadamente en el sombrero, y cogiendo por la mano al falso malés le acompañó bajo la proa. Pusieron delante de Tremal-Naik una olla llena de humeante sopa, y éste no tardó en darle fin. —Tienes un un buen buen apetito, jovenzuelo jovenzuelo —dijo el e l maestro, intentan intentando do sonreír. —Tengo —Tengo el estómago estómago vacío. A propósito, propósi to, ¿cóm ¿cómoo se llama l lama esta nave? nave? —Es la «Cornwall». «Cornwal l». Tremal-Naik miró con sorpresa al lobo de mar. —¡La —¡La «Cornwall»! —exclamó. —¿Es —¿Es que no no te gust gustaa el nombre, nombre, quizá? —Todo lo contrario. —¿Ent —¿Entonces? onces? —Recuerdo —Recuerdo que en una fragata fragata que que llevaba ll evaba un nombre nombre parecido pareci do se habían embarcado embarcado dos indios amigos míos. —¡Vaya! —¡Vaya!,, ¡qué ¡qué casualidad! casuali dad! ¿Y ¿Y cómo cómo se llaman l laman?? —El uno uno Palavan y el otro Bindur. Bindur. —Estos dos indios están es tán aquí, jovenzuelo. jovenzuelo. —¡Aquí, —¡Aquí, a bordo! —Sí, a bordo. bor do. —Tengo —Tengo que que verles. verl es. ¡Oh!, ¡Oh!, ¡qué ¡qué suerte! —Te los mando mando ensegu enseguida. El maestro subió la escalera y poco después dos indios se presentaban a Tremal-Naik. Uno era alto, delgado, dotado de una agilidad de simio; el otro era de mediana estatura, robusto, más parecido a un malés que a un indio. Tremal-Naik miró a su alrededor para comprobar si estaban solos, luego extendió la mano derecha, mostrándoles el anillo. Los dos indios se postraron a sus pies. —¿Quién —¿Quién eres? —pregunt —preguntaron aron con voz apagada. —Un —Un enviado enviado de Suyodh Suyodhana, ana, el Hijo Hij o de las l as sagradas sa gradas aguas aguas del Ganges Ganges —respondió TremalTremal-Naik Naik en voz baja. —Habla, orden orde na. Nuestra Nuestra vida vi da está en tus tus manos. manos. —¿Corremos —¿Corremos el riesgo r iesgo de que nos nos oigan? —Todos están en el puente puente —dijo —dij o Palavan. —¿Dónde —¿Dónde está el capitán capi tán Macperson? —En su cabina; todavía duerme. duerme. —¿Sabéis a dónde va la fragata? —Todos lo ign i gnoran. oran. El capitán capi tán Macperson ha ha dicho que lo dirá cuando cuando llegu ll eguem emos os a destino. des tino. —Así pues, ¿tam ¿tampoco poco los oficiales oficial es saben sabe n nada? nada? —Absolutam —Absolutament entee nada. —Por tanto, tanto, matan matando do al capitán ca pitán se apagará con él el secreto. s ecreto. —Sin duda; duda; pero nosotros temem tememos os que la fragata se dirija diri ja a Rai-mangal Rai-mangal para atacar a los hermanos. hermanos. —No os habéis habéis equivocado; pero la fragata fragata no desembarcar desembarcaráá a sus hombres. hombres. —¿Pero cómo?... cómo?... ¿Por qué?... —La —La haremos haremos saltar sal tar por el aire' air e' antes de que llegue llegue a la isla. isl a.
—Cuando —Cuando tú tú lo quier quieras as darem dare mos fuego fuego a la pólvora. pólvor a. —¿Cuán —¿Cuándo do llegarem ll egaremos os a Raimangal, Raimangal, según según vuestros vuestros cálculos? cá lculos? —Hacia medianoche. medianoche. —¿Cuán —¿Cuántos tos hombres hombres se s e encuent encuentran ran a bordo? —Un —Un centen centenar. ar. —Está bien. A las once daré muerte muerte al capitán, luego luego haremos haremos saltar sal tar la em e mbarcación. barcaci ón. Otra Otra cosa. —Habla. —Es preciso preci so que el capitán capi tán,, a las la s once, duerma duerma profundam profundament ente. e. —Echaré —Echaré un narcótico en su botella de té frío —dijo —dij o Palavan. —¿Se podrá llegar lle gar hasta hasta su cabina sin ser visto? vi sto? —La —La cabina cabi na comun comunica ica con la batería. bater ía. Esta noche noche la puerta estará abierta. abier ta. —Está bien. A las once venid venid a buscarme aquí. aquí. Tremal-Naik se puso a comer nuevamente. Devoró un bistec capaz de nutrir a tres personas, vació una tras de otra varias tazas de excelente gin, se hizo dar una pipa, luego se encaramó en una hamaca y se tumbó en la misma, murmurando: —No es prudente prudente subir al puente. puente. El capitán capi tán podría podrí a reconocerme. Trató de dormirse, pero estaba demasiado agitado. Miles de pensamientos se agolpaban tumultuosamente en su cerebro. Pensaba en las aventuras pasadas, pensaba en su adorada Ada y en el momento en que finalmente, después de tantos sufrimientos, después de tantos peligros, la habría vuelto a ver y la habría convertido en su esposa; pensaba en el último golpe que iba a dar. Pero sucedía algo extraño, incomprensible para él: cada vez que pensaba en el asesinato que iba a cometer, sentía que le invadía un sentim sentimiento iento nuevo nuevo para él. él . Se diría di ría que aquel aquel delito de lito le l e producía horror. horror . Las horas transcurrieron así, lentamente. Nadie bajó a la cabina ni él se atrevió a subir a cubierta; ni siquiera los dos afiliados se dejaron dej aron ver. ver. Tremal-Naik empezaba a sentir un poco de temor y se preguntaba si quizá les habría sucedido alguna desgracia a los thugs. A las ocho el sol se puso por el horizonte y la noche cayó rápidamente sobre las olas azules del golfo de Bengala. Tremal-Naik, presa de la más viva ansiedad, subió la escalera y sacó la cabeza en cubierta. Allí se encontraban soldados y marineros, algunos reunidos en la proa con la mirada fija en el oriente, otros encaramados en los flechastes, en las cofas, en las crucetas y en las vergas. Por la popa vio a unos hombres que estaban preparando algunas embarcaciones. Miró hacia el puente. Cuatro oficiales paseaban fumando y hablando con vivacidad. El capitán Macperson no estaba allí. Regresó a la hamaca y esperó. La sonería de abordo tocó las nueve, luego las diez y luego las once. Aún no se había apagado el último último toque, toque, cuando cuando dos som s ombras bras bajaron bajar on silenciosamente silenciosamente por la l a escaler esca lera. a. —Rápido —dijo —dij o una una voz firme—. firme—. No tenem tenemos os ni un un minu minuto to que que perder. perder . Raimangal Raimangal ya ya está a la l a vista. vis ta. Tremal-Naik reconoció a los dos afiliados. —¿El —¿El capitán capi tán?? —pregun —preguntó con un un hil hiloo de voz. —Duerme —Duerme —respondió Bindur—. Bindur—. Ha bebido el narcótico. —Vayam —Vayamos. os. Al pronunciar esta palabra, la voz de Tremal-Naik tembló. Sintió un estremecimiento tan intenso que quedó turbado. Palavan abrió una portezuela y ellos entraron en la batería, deteniéndose frente a una segunda puerta que comunicaba con la zona de popa. —¿Estáis —¿Estáis resueltos? r esueltos? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik. —Hemos —Hemos puesto nuestra nuestra vida en las manos manos de la l a diosa dios a Kalí.
—¿Tenéis —¿Tenéis miedo? miedo? —No sabemos sabemos lo qu q ue es el miedo. —Oídme. —Oídme. Los dos thugs se acercaron a él con los ojos ardientes. —Yo —Yo voy a matar al capitán —dijo él con voz triste—. Tú, Tú, Bindur, Bindur, bajarás bajar ás a la santabárbara y encenderás un buen fuego. —¿Y yo? —pregun —preguntó tó Palavan—. Yo tam también bién quier quieroo hacer algo. —Tú buscarás tres salvavi s alvavidas, das, lueg l uegoo vendrás hasta donde donde yo esté. Id, y que vuestra vuestra diosa di osa os proteja. pr oteja. Tremal-Naik cogió un hacha, traspasó el umbral y penetró en la cabina iluminada por una linterna de talco. La prim pri mera cosa que vio vi o fue un un espejo que reflejaba r eflejaba su imagen imagen.. Al mirarse mirar se sintió s intió miedo. miedo. Su cara estaba horriblemente descompuesta, mojada por gruesas gotas de sudor: tenía los ojos inflamados y llameantes como hojas de puñales. Dirigió la mirada hacia una cama cubierta por una tupida mosquitera. Hasta él llegó un ligero suspiro. —Es extraño extraño —murm —murmuró—. uró—. Nun Nunca he sentido sentido algo al go parecido. Dio tres pasos pa sos y con mano mano tem temblor blorosa osa levant l evantóó el velo. El capitán capi tán Macpers Macperson on estaba estirado estir ado en la cama cama y sonreía. Sin duda, duda, aquél hombre ombre estaba e staba soñando. —Los —Los thug thugss lo quieren quier en —murm —murmuuró el indio. Levantó con ímpetu su hacha, pero enseguida la bajó como si de pronto le fallaran las fuerzas. Se pasó una mano mano por la l a frente y la retiró retir ó mojada; mojada; ent e ntonces onces miró miró a su alrededor al rededor con profundo profundo terror. —¿Qué —¿Qué sucede? —se pregun preguntó sorprendido, sor prendido, maravilla aravi llado—. do—. ¿E ¿Ess que tengo tengo miedo?... iedo?.. . ¿Quién ¿Quién es este hombre?... ¿Qué es esta terrible emoción que me embarga?... Volvió olv ió a levantar l evantar el hacha por segunda segunda vez y de nuevo nuevo la bajó. ba jó. Nunca le había pasado pas ado nada igu i gual. al. Parecía como si una voz interior le murmurara que aquel hombre era sagrado para él, que aquella sangre que iba a derramar no fuera una sangre extraña. —¡Ada! —¡Ada! ¡Ada! ¡Ada! —exclamó —exclamó casi con rabia. rabi a. El capitán se había sentado y le miraba con los ojos desencajados. —¡Ada!... —¡Ada!... —exclamó —exclamó Macperson con viva emoción—. ¿Qu ¿Quién ién pronuncia pronuncia el nombre nombre de mi hija?... TremalTremal-Naik, Naik, petrificado por el su s usto, permaneció permaneció inmóvil inmóvil.. —¡Ada! —¡Ada! —repitió el e l capitán capi tán—. —. ¡El nom nombre bre de mi hija!... Luego uego se dio cuenta cuenta de la l a presencia pres encia del indio. —¿Qué —¿Qué haces haces tú aquí, aquí, en mi mi cabina? cabi na? —le pregun preguntó. Un relámpago relámpago atravesó atraves ó el cerebro cerebr o de Tremal-Nai Tremal-Naik, k, una una terrible terribl e sospecha sos pecha penetró penetró en su corazón. —¿Quién —¿Quién sois? sois ? —pregunt —preguntóó con voz entrecor entrecortada. tada. ¿De ¿De qué Ada estáis hablando? ¿Qu ¿Quizá izá de la mía? —¿De —¿De la tuya? tuya? —exclamó —exclamó el capitán—. ¡Hablo ¡Hablo de mi hija!... —¿Dónde —¿Dónde está? —¿Dónde —¿Dónde está?... ¡En manos de los thugs! thugs!... ... —¡Poderoso Brahma!... Brahma!... ¡Si fuera cierto!... ci erto!... Una Una palabra, palabr a, capitán; ca pitán; un un nom nombre, bre, os lo l o ruego... ¿Cóm ¿Cómoo se llama vuestra hija? —Ada Corisant. TremalTremal-Naik Naik escondió su rostro entre entre las manos, soltando un grito de horror. —¡Mi —¡Mi prometida!... ¡Y yo estaba a pun punto de matar matar a su padre!... ¡Ah! ¡Ah! ¡Qu ¡Quéé horrible horribl e trama!... trama!... Luego, cayendo a los pies de la cama, exclamó: —¡Perdón! —¡Perdón! ¡Perdón! ¡Perdón!... ... El capitán capi tán,, asombrado, mira miraba ba a Trem Tre mal-Naik, al-Nai k, pregunt preguntándose ándose si soñaba s oñaba o estaba despierto. despi erto. —¡Pero explícate de una una vez!... vez!... —exclamó.
Tremal-Naik, con la voz rota por los sollozos, en pocas palabras le desveló la trama infernal de Suyodhana. —¿Y tú sabes dónde está mi hija? —pregunt —preguntóó el capitán, que se había puesto de pie, pálido páli do de emoción. —Sí, y yo yo os conducir conduciréé hasta donde donde se encuentra encuentra —dijo —dij o Tremal-Naik. —Devuélvemela, —Devuélvemela, y te juro juro que si ella el la te ama, será tuya. tuya. —¡Ah! —¡Ah!,, ¡graci ¡gracias, as, capitán capi tán!! Mi Mi vida vi da es vuestra. —No perdamos perdamos tiempo; corramos corramos hacia Raimang Raimangal. Yo Yo estaba a punto punto de llegar ll egar hasta hasta allí al lí y asaltar a los thugs en su escondite. —Un —Un instante: instante: tengo tengo a dos cómplic cómplices es a bordo, y puede que estén e stén a punto punto de hacer saltar s altar la nave en pedazos. —Los —Los colgarem col garemos. os. Salieron Salie ron corriendo corri endo y subier subieron on al puente. puente. —Cuatro —Cuatro hombres hombres a la santabárbara —gritó el capitán—, y que arresten arres ten a los traidores traidore s que van v an a dar fuego a la pólvora. En lugar de cuatro, veinte hombres se precipitaron hacia los depósitos de las municiones. Poco después se oyeron dos golpes sordos, seguidos de algunos disparos. —Se han echado al mar mar —dijo —di jo un oficial, oficial , llegan ll egando do hasta el puente. puente. —Que —Que se ahoguen ahoguen —dijo —dij o el capitán—. ca pitán—. ¿Está ¿Está segura segura la l a pólvora? pólvor a? —A los traidores trai dores les l es ha faltado el tiempo para destrozar los barriles. barri les. —¡Que —¡Que Dios Dios nos proteja!... proteja !... ¡A toda máquin máquinaa al Mangali!... Mangali!...
XXI. LA VICTORIA DE TREMAL-NAIK La «Cornwall», puesta a salvo milagrosamente de la explosión de la santabárbara, se dirigía ahora a toda máquina hacia las Sunderbunds. Tremal-Naik lo había explicado ya todo, y el capitán Corisant quería echarse encima de la cañonera de Hider antes de que éste pudiera darse cuenta del cambio experimentado en Tremal-Naik y diera aviso al formidable Suyodhana. Los marineros y soldados de infantería de marina se habían armado para estar dispuestos a la primera señal, mientras los artilleros se habían situado detrás de las seis piezas de cañón, dispuestos a hundir a la «Devonshire» antes de dejarla escapar. El capitán, preso de una ansiedad inenarrable, firme en el castillo de proa, provisto de un potente catalejo, escrutaba ávidamente las tinieblas y señalaba la ruta al timonel timonel para pa ra evitar evi tar los innum innumerabl erables es bajos baj os fondos. TremalTremal-Naik, Naik, a su lado, aguzaba aguzaba su vista de águil águilaa para descubrir la bocana boc ana del Mangal. Mangal. —¡Rápido!... ¡rápi ¡rápido!... do!... —repetía—. Si los thugs thugs se dan cuent cuentaa del ataque, ataque, mi mi Ada está perdida... per dida... —Ahora —Ahora que sé dónde se encuent encuentra ra y que tú nos guías, guías, ya no sient si entoo ningú ningúnn temor, temor, mi vali va lient entee indio —respondía el capitán—. ¡Ah!... ¡Ah!... ¡Por fin podré verla, verl a, después de tantos tantos años!... ¡Qué ¡Qué alegría!... El cruel destino me debía esta venganza. —¡Y pensar pensar que iba a mataros y que vuestra cabeza tenía que ser mi regalo de bodas!... ¡Poderoso Siva!... ¡Qué tremendo drama!... —¿Y estabas de verdad ve rdad dispuesto di spuesto á matarm matarme? e? —Sí, capitán, porque tan sólo con aquel delito deli to habría habrí a podido tener tener como como esposa a aquella a quien amo intensamente. Si aquel narcótico hubiera sido más potente... —¿Qué —¿Qué narcótico? narcótico? —pregunt —preguntóó Corisant Coris ant,, asombrado. —El que Bindur Bindur y Palavan echaron en vuestro vuestro té frío. —¿Pero cuándo?... cuándo?... —Ayer —Ayer por la noche. —¡Pero es que yo yo no lo bebí!... ¡Ah!... ¡Ah!... —¿Qué —¿Qué os sucede? —Recuerdo —Recuerdo que probé el té, pero lo encontré encontré demasia demasiado do amargo amargo y lo eché por el suelo. Dios me inspiró para que no lo bebiera. —Y fue fue vuestra salvación, sal vación, capitán capi tán.. Si no os hubier hubierais ais despertado, yo no no habría dudado en mataros mataros y quizá... —¡El Mangal!... Mangal!... —gritó —gritó en aquel aquel inst i nstant antee el capitán de gu guardia. ardi a. —¿Dónde —¿Dónde está? —pregunt —preguntóó el capitán. c apitán. —Delante —Delante de nosotros, señor. —¿Estás —¿Estás seguro seguro de no equivocarte? —Sí, señor: mirad ira d allá all á a lo lejos lej os aquellos fanales fanales que brillan. brill an. El oficial no se había equivocado. Delante de la «Cornwall», a medio kilómetro de distancia, se veían brill bri llar ar en las tinieblas dos puntos puntos luminosos, luminosos, uno uno rojo roj o y uno uno verde. —¡La —¡La «Devonshire»!... «Devonshire»!... —exclamó —exclamó TremalTremal-Naik. Naik. —¡Máquin —¡Máquinas as atrás!... —ordenó —or denó el capitán. La nave, transportada por su propia inercia, prosiguió la marcha durante unos cincuenta o sesenta metros, luego se quedó inmóvil. —Tres —Tres chalupas chalupas al a l mar: y que que cuarenta hom hombres bres armados se embarquen embarquen con tres tres espin espi ngardas —dijo —di jo el capitán.
Después, Después, dirigiéndose di rigiéndose a Trem Tre mal-Naik, al- Naik, prosiguió: prosiguió: —Ahora —Ahora te toca a ti, si s i quieres la mano mano de mi mi hija. —Ordenad, mi mi vida vi da es vuestra —respondió —res pondió el indio. —Es preciso preci so que cojas prisi pr isioneros oneros a los tripulantes tripulantes de la l a cañonera. cañonera. —Lo —Lo haré. —Pero nadie tiene que que escapar. escapa r. —Nadie huirá. huirá. —Y que que se eviten evi ten tiros de fusil fusil para no alarm alar mar a los l os centinelas centinelas de los thug thugs. s. —No dispararemos dispara remos ni ni un tiro de fusil. Hider me espera: esper a: le l e sorprenderé sorpr enderé cuando cuando menos menos se lo espere. es pere. —Está bien, vete, mi mi valiente. val iente. Las tres chalupas estaban preparadas y los hombres en sus puestos. Tremal-Naik se metió en la más grande grande y dio orden de navegar en el más absolu absol uto silencio. sil encio. El capitán permaneció a bordo, apoyado en el parapeto de proa, preso de mil inquietudes. Durante unos momentos pudo vislumbrar a las tres chalupas que se aleiaban sin hacer ruido, luego las perdió de vista. Pasaron unos cuantos minutos de espera angustiada; luego se oyeron gritos, fragores; más tarde todo volvió a estar silen sil encioso. cioso. —¿Descubrís —¿Descubrís algo? a lgo? —pregun —preguntó el capitán capi tán,, con voz rota, a los l os oficiales oficia les que se encont encontraban raban a su lado. —¡Sí!... —gritó uno de ellos—. ell os—. ¡Los ¡Los fanales fanales viran de bordo!... ¡La ¡La cañonera cañonera se lanza lanza contra contra nosotros!... nosotros!... —gritaron otros. Un hu hurra de júbilo j úbilo resonó re sonó en la desem des embocadura bocadura del Mangal: Mangal: era er a un grito grito de victoria. victori a. Corisant dio un profundo suspiro. —¡Dios —¡Dios nos proteja! proteja ! —mu —murmuró—. rmuró—. ¡Ah!, ¡Ah!, ¡mi ¡mi pobre pobr e Ada, finalmen finalmente te podré verte y abrazarte!... Poco después la «Devonshire» llegó hasta la fragata y Tremal-Naik subía a bordo, diciendo al capitán: —Misión cum cumplida: pli da: Hider y los suyos suyos han sido hechos prisioneros. prisi oneros. —Gracias, —Gracias , mi valient vali entee —dijo —dij o Corisant, apretándole con fuerza fuerza la mano derecha—. ¿L ¿Les es has sorprendido? —Sí, capitán. Me esperaban espera ban con vuestra vuestra cabeza y pude llegar l legar hasta ellos ell os sin dificultad. Cuando Cuando se dieron cuenta de la estratagema que estaba empleando, ya estaban todos rodeados y entregaron las armas sin ofrecer resistencia. —Vayam —Vayamos os a Raimangal. Raimangal. —Pero la fragata fragata no podrá remont remontar ar el Mang Mangal. —Lo —Lo remontarem remontaremos os con la cañonera. cañonera. Que vengan vengan conmigo conmigo otros veinte hom hombres bres vali va lient entes. es. Abandonaron la fragata y se embarcaron en la «Devonshire», la cual reanudó la marcha a toda máquina, adentrándose en el Mangal. Tremal-Naik había asumido el mando y la hacía volar sobre las aguas aguas fangosas fangosas del río. Bien pronto su rapidez aumentó de manera considerable. Toneladas de carbón desaparecían dentro de los hornos, que estaban al rojo vivo; el vapor salía de las válvulas emitiendo agudos silbidos; un temblor formidable sacudía al barco por la quilla y sus vibraciones llegaban hasta la punta de los mástiles, desde el de proa al de popa. ¡En poco tiempo el manómetro indicó las seis atmósferas y media! Pero Tremal-Naik y el capitán Corisant, movidos por una impaciencia furiosa, por una especie de delirio, deli rio, todavía no estaban satisfech satis fechos. os. Su voz resonaba a cada moment omento, o, estim es timulan ulando do a los maquinistas aquinistas y a los fogoneros, que se asaban delante de las calderas. Transcurrieron tres horas, tres horas largas como tres siglos para el indio, que anhelaba el momento de volver a ver a aquella mujer que le había costado tantos sacrificios y tantas emociones. El canal, poco a poco, se iba estrechando y se llenaba de islas e islotes fangosos, en medio de los
cuales la cañonera se abría paso rompiendo masas compactas de vegetales pútridos. Todo indicaba que el viaje iba a tocar a su fin. De pronto, desde la cima de un mástil se oyó un grito. —¡El banian! banian! Por el norte apareció el gigantesco árbol con sus trescientos troncos. Tremal-Naik se sintió embargado por una violenta conmoción. —¡Ada!... —¡Ada!... —exclamó—. —exclamó—. ¡Ya ha ha llegado ll egado el final de mis mis amarguras! amarguras! De un salto abandon a bandonóó el puente puente y corrió corri ó hacia proa. pr oa. La orilla estaba desierta. Tan sólo unos cuantos marabús estaban posados en las ramas del banian, graznando lúgubremente. La visión de aquellos fúnebres pájaros le hizo Mentir un estremecimiento por todos los huesos del cuerpo. —¡Máquin —¡Máquinaa atrás! —gritó. Las palas dejaron de golpear. La cañonera, transportada por su propio impulso, fue a chocar con la proa en e n la costa de la isla, i sla, encallándose profundam profundament ente. e. El capitán se acercó a Tremal-Naik, que se había quedado quieto, apretando con la mano convulsa la amura. —¿Nadie? —¿Nadie? —le pregu pr egunt ntó. ó. —Nadie —respondió —res pondió Tremal-Nai Tremal-Naik. k. —Enton —Entonces ces les l es sorprenderem sor prenderemos os en su gu guarida. ari da. —Así lo espero. e spero. —¿Conoces —¿Conoces la entrada? —Sí, capitán capi tán.. —¿Será accesible? accesi ble? —Confío —Confío en que que sí. —¡Así —¡Así pues, a tierra! tier ra! —Un —Una palabra: palabr a: dejad que entre entre yo primero. Me conocen y os abriré abri ré el camino. camino. Cuando Cuando oigáis un silbido, sil bido, avanzad avanzad libremen l ibremente. te. Sin esperar nada más, Tremal-Naik empezó a correr como preso del delirio hacia el árbol; se encaramó en él, alcanzó la copa y se dejó caer por el tronco hacia su interior. A los pies de la escalera brillaba una antorcha, y junto a la misma estaba de guardia un thug, con una carabina en la mano. —Adelante —Adelante —dijo —dij o el cent ce ntinela, inela, reconociendo r econociendo al indio. —¿Qué —¿Qué sucede sucede en los subterráneos? —pregunt —preguntóó Tremal-Naik. —Nada. —¿Y mi Ada? —Espera en la pagoda tu regalo de bodas. bodas . El thug se acercó a un enorme tambor suspendido en la bóveda y dio tres golpes. A lo lejos se oyeron tres golpes iguales. —Te esperan espera n —dijo el thug thug acercándole acercá ndole la antorcha. antorcha. —¡Muere —¡Muere enton entonces!... ces!... Tremal-Naik, rápido como una centella, se había echado sobre el thug con el puñal en la mano. Cogerlo fuertemente por el cuello y meterle el arma en el pecho fue cuestión de un segundo. El estrangulador cayó sin dar ni un grito. Tremal-Naik empujó el cadáver hacia un lado, luego silbó. El capitán y sus hombres, que ya habían entrado, entrado, le alcanzaron. alcanzaron. —El camino camino está libre li bre —dijo —di jo el indio.
—¿Y mi hija? —pregunt —preguntóó Corisant Corisa nt con voz apagada. —Nos espera en la gran caverna. —¡Adelante! —¡Adelante!... ... ¡Armad ¡Armad los fusil fusiles!... es!... —No, dejad que yo yo vaya delante. delante. Les sorprenderemos más más fácilm fácil mente. ente. —Ve; —Ve; nosotros nosotros te seguire seguirem mos a poca distancia. Tremal-Naik se puso en camino, marchando rápidamente. Mil angustias le asaltaban en aquel momento supremo. Le parecía como si un tremendo peligro le amenaz amenazara, ara, ahora que estaba a punto punto de lograr l ograr la felicidad felici dad suprema. Su recorrido recorri do por aquel largo lar go sendero sendero lleno l leno de pasadizos pasadi zos duró duró diez di ez minu minutos. tos. Doce golpes sonoros retumbaron en aquellos espantosos subterráneos cuando él llegó a la pagoda, en medio de la cual se levantaba como un gigante la siniestra figura de Kalí, la monstruosa divinidad de los thugs indios. Un espectáculo extraño, nunca visto, se presentó entonces ante su mirada. Colgadas del techo brillaban ricas y caprichosas lámparas, las cuales irradiaban torrentes de luz azulada, lívida. En las paredes parede s pendían mile miless y mile miless de lazos l azos y mil miles es de puñales puñales.. Delante de un recipiente de mármol blanco lleno de agua, en la que nadaba un pececillo sagrado de las aguas del Ganges, sobre un cojín de seda carmesí se hallaba sentado Suyodhana, envuelto en un gran dubgah de seda amarilla, y a su alrededor, rígidos e inmóviles como estatuas, permanecían cien thugs, algunos de piel negra como la de los africanos, otra verdosa como los maleses y otros bronceada, rojiza o amarilla, amarill a, casi cas i todos desnu de snudos, dos, untados untados de aceite ac eite de coco c oco y con el pecho tatuado. tatuado. Tremal-Naik, anhelante, estupefacto, se detuvo en el centro de la pagoda, acribillado por aquellas cien miradas, agudas como puntas de puñales. —Bienvenido —Bienvenido seas sea s —dijo —dij o Suyodhan Suyodhanaa con una una extraña extraña sonris sonrisa—. a—. ¿Vuelves ¿Vuelves vencido o vencedor? —¿Dónde —¿Dónde está mi mi Ada? —pregu —pre gunt ntóó TremalTremal-Naik Naik con angust angustia. ia. Un murmullo apagado recorrió el grupo de los thugs. —Ten pacien pacie ncia —dijo —d ijo el gran jefe—. ¿Dónde ¿Dónde está la cabeza del capitán? ca pitán? —Hider me sigue sigue y dentro dentro de unos unos minu minutos tos te la present pres entará. ará. —Así pues, ¿le has has matado? matado? —Sí. —¡Herman —¡Hermanos, os, nuestro nuestro enemigo enemigo ha ha muerto! muerto! —gritó Suyodh Suyodhana. ana. Se levantó de golpe, como un tigre. En su rostro brilló un destello y permaneció inmóvil, mirando a Tremal-Naik. —Escúcham —Escúchamee —dijo —dij o unos unos minutos inutos después—. ¿Ves aquella mujer de bronce que que está delante de nosotros? —La —La veo —respondió —re spondió Tremal-Nai Tremal-Naik—. k—. Pero aquella mujer mujer no es la l a mía. mía. —Ya —Ya lo sé. Pero aquella mujer es poderosa, más poderosa que Brahma, Brahma, que Visnú Visnú,, que Siva y que todas las divinidades de los hindúes. Vive en el reino de las tinieblas, habla por medio de aquel pez al que tú ves nadar en aquel cuenco, es justa y terrible. Desprecia a los inciensos y a las plegarias, no quiere otra cosa más que víctimas. Aquella mujer representa la libertad india y la destrucción de nuestros opresores de piel blanca. blanca. Suyodhana se paró para ver qué efecto producían aquellas palabras en Tremal-Naik, pero éste permaneció frío, insensible al entusiasmo del sectario. El pensaba sólo en su Ada, que para él era su diosa, su vida. —Tremal-Naik —Tremal-Naik —agregó —agregó Suyodh Suyodhana—. ana—. Tú eres uno de aquellos hombres ombres que no abundan abundan en la India; tú eres fuerte, tú eres audaz, tú eres terrible, tú eres un indio que como nosotros languidece bajo el yugo yugo de los extranjeros de piel blanca. ¿Abrazaría ¿Abrazaríass nuestra nuestra reli r eligión gión??
—¿Yo? —¿Yo? —exclamó —exclamó Tremal-Naik—. ¿Yo ¿Yo convertir convertirm me en un un thu thug? g? —¿Te —¿Te causan horror los thug thugs? s? ¿Qu ¿Quizá porque estrangulam estrangulamos? os? Los europeos nos aplastaron aplas taron con c on el el hierro de sus cañones, cañones, nosotros los l os estrang es tranguulamos con el lazo, el arma de nuestra nuestra poderosa poder osa diosa. di osa. —¿Y mi Ada?... —Te quedarás con nosotros, nosotros, como se ha quedado quedado Kamm Kammamuri, amuri, que ahora ahora ya es un thug thug.. —¿Pero será mi esposa? —¡Jamás! —¡Jamás! Ella pertenece pe rtenece a nuestra nuestra diosa. —¡Y TremalTremal-Naik Naik no no tiene otra diosa más que que Ada Corisan Corisa nt! Por segunda vez un sordo murmullo recorrió el círculo de los thugs. Tremal-Naik miró en torno suyo con furor. —¡Suy —¡Suyodhana! odhana! —exclamó—. —exclamó—. ¿E ¿Ess que me has traicionado?... traici onado?... ¿M ¿Mee vas a negar negar a aquella mujer, después de todo lo l o que he he hecho hecho por vuestra vuestra diosa?... di osa?... ¿Serías un perjuro? —Aquell —Aquellaa mujer mujer te pertenece —dijo Suyodhan Suyodhana, a, con un un tono tono de voz que daba escalofríos. escalofrí os. Un indio dio doce golpes a un tam-tam. En la pagoda reinó durante unos instantes un profundo silencio, un silencio de muerte. Parecía como si los cien hombres no respiraran. De pronto se abrió una puerta y Ada salió por la misma, cubierta de velos blancos, con el pecho cubierto por una coraza de oro de la que se desprendían reflejos cegadores. Dos gritos retumbaron en la pagoda. —¡Ada!... —¡Ada!... —¡Tremal —¡Tremal-Naik! Naik!... ... Y el indio y la jovencita se echaron el uno en los brazos del otro. Casi enseguida se oyó una voz atronadora gritar: —¡Fuego! —¡Fuego!... ... Una descarga tremenda resonó en el subterráneo, levantando todos los ecos de las galerías; luego sesenta hombres irrumpieron desde el tenebroso pasadizo y penetraron en la pagoda con las bayonetas caladas. Los thugs, estupefactos, aterrados, se precipitaron desordenadamente hacia las galerías, dejando sobre el suelo a unos veinte hombres muertos. Suyodhana, con un salto de tigre, se introdujo en un estrecho pasadizo, pasadi zo, cerrando tras de sí una una pesada puerta de madera madera de tek. El capitán se precipitó hacia Ada, gritando: —¡Hij —¡Hijaa mía!... mía!... ¡Finalment ¡Finalmentee vuelvo a verte!... —¡Padre mío!... mío!... —gritó la jovencita, j ovencita, y cayó desmayada desmayada entre entre sus brazos. —¡Retira —¡Retirada!... da!... —tronó —tronó Tremal-Naik. Los soldados, que ya se disponían a perseguir a los thugs que huían, se reunieron en la pagoda por miedo a perderse en las oscuras galerías. —¡Salgam —¡Salgamos! os! —dijo —dij o el capitán—. ¡Ven, ¡Ven, mi mi valient vali entee TremalTremal-Naik! Naik! Mi Mi Ada es tu esposa ... Te la l a has merecido. Iban a salir de la gran pagoda subterránea, cuando detrás suyo oyeron la voz del terrible Suyodhana gritar con acento amenazador: —¡Podéis marcharos!... marcharos!... Nos volverem volver emos os a encontrar encontrar en la jungla. jungla. notes
Notas a pie de página 1 Es una una red r ed redonda re donda para pescar pe scar
que se lanz l anzaa con fuerza fuerza en ríos y lagos de poco fondo. fondo. 2 Molangos se llaman los habitantes de los Sunderbunds. Son hombres pequeños, ágiles, negros, roídos por las fiebres y el cólera, enfermedades causadas por las exhalaciones pestilentes de los vegetales podridos y por los cadáveres que los indios echan en el Ganges. 3 Sunderbu Sunderbunds: nds: delta del ta del Ganges, Ganges, cubierto de selvas selva s y pantanos. pantanos. 4 Trompeta larga formada por cuatro tubos finísimos de metal, cuyo sonido se oye a gran distancia. Es preciso que quien la toque tenga un pecho muy robusto. 5 Estos cementerios se encuentran con frecuencia en el Sunderbunds del Ganges. Los indios, que consideran al Ganges como un río sagrado, acostumbran a abandonar los cadáveres en la corriente, persuadidos de que irán derechos hacia el cielo. 6 Enorme tambor indio que no se puede tocar sin el permiso del semidar del distrito, que no lo concede más que en determinadas celebraciones, previo el pago de una determinada suma. 7 Lengua muerta, en la que están escritos la mayor parte de los libros de los indios y que se parece, tanto en los vocablos como en la forma, al zend. al persa, al griego, al latín, al teutónico e, incluso, al islandés. 8 Las encarnaciones de Visnú son veintiuna. Nueve ya se han cumplido: la décima, según los indios, tendrá lugar en el fin de la época presente, y en la misma el dios aparecerá bajo la figura de un caballo, con el sable en una pata y un escudo en la otra. En esta terrible forma destruirá a todos los malvados: el sol y la luna se oscurecerán, la tierra temblará, las estrellas caerán y la serpiente Adissescieu vomitará tanto fuego que quemará todo el globo y todas las criaturas. 9 En las mujeres nacidas en la India, el desarrollo es precocísimo. A diez años ya son muchachas casaderas: a los veinticinco o treinta, por lo general, ya son viejas. 10 Grandes pájaros similares a las cigüeñas, pero feos, semipelados y malolientes, ya que se nutren sólo de carroña. carroña. 11 Una rupia, unidad de moneda de la India inglesa, hoy valdría unas 1.000 pesetas. 12 Especie de abanico de plumas de pavo real. 13 Especie de tam-tam, o sea, un tambor hecho de dos pieles, de las que una es más pequeña, y emite sonidos muy agudos. 14 Arboles de enorme enorme tronco y foll follaje aje espeso y oscuro. oscuro. 15 La ceremonia de quemar a una mujer. 16 Cipai: soldados indios al servicio del gobierno inglés, mandados por oficiales ingleses. 17 El fuerte William es de forma octogonal, defendido por un foso que recibe el agua del río por medio de dos cataratas. Fue construido por lord Clive en 1757, cuando la Compañía de las Indias se estableció definitivamente en Bengala. 18 El Ganges atraviesa las provincias de Delhi, Agrá, Aounde, Allahabad, Bahar y Bengala, así como las ciudades de Calcuta y Candemagor. 19 Mozo Mozo para par a tensar los l os aparejos apar ejos y cabos de un buque. buque. 20 Calcuta fue fundada por los ingleses en 1686, construyendo en ella el Fuerte Williams en 1758. Está situada a orillas del Hugly, uno de los brazos del Ganges en su delta, siendo uno de los mayores puertos de Asia. 21 Estas creencias están muy arraigadas en el pueblo hindú. Se cree firmemente que estos faquires no comen nunca, porque en público nunca se les ha visto tocando la comida. Pero en sus casas ya es otra
cosa, claro está. 22 El río Baguirathi toma el nombre de Ganges después de haber recibido el afluente divino Devapraiga. El nombre de Ganges se adora bajo Ja forma de la diosa Ganga, que es idéntica a la diosa Bhavani. 23 El Ganges alcanza una anchura en su curso inferior de 4 a 5 kilómetros, y 10 metros de profundidad en sus 800 últimos kilómetros. Es navegable en una extensión de 2.000 kilómetros. 24 Guerreros. La primera casta es la de los brahmines, y es la más noble; la segunda es la de los guerreros; la tercera, la de los cultivadores, y la cuarta, la de los siervos y artesanos.