Abril 2006 Gabriela Onetto
Y si la sal no sala…
LA SAL DE LA VIDA (Politiki kouzina), dirigida por Tassos Boulmetis, con Georges Corraface Corraface y Tassos Bandis. Grecia/Turquía, Grecia/Turquía, 2003
Las gestas gastronómicas en el cine no han sido lo que se dice pocas en las últim últimas as décad décadas: as: a la mente mente acud acude e enseg enseguid uida a La fiesta de Babette, Babette, del danés Gabriel Axel (1987), con su despliegue de la mejor cocina francesa en un pueblito grave y protestante; Comer, beber y amar , de Ang Lee (1994), donde el chef ha perdido el sentido del gusto pero sigue cocinando delicias de la gastronomía china; Como agua para chocolate, chocolate, de Alfonso Arau (1992), una comedia romántica en la que la comida mexicana es la causante misma de los flechazos, o incluso Chocolat , con Julie Juliette tte Binoc Binoche, he, para para aquell aquellos os amant amantes es del del oscuro remedio del alma. A veces ir al cine con el estómago vacío puede resultar una tortura; en La sal de la vida también vemos desfilar apetitosos platillos, esta vez de la cocina griega con toques mágicos turc turcos os.. Algu Alguno nos s envu envuel elto tos s en hoja hojas s de parr parra; a; otro otros, s, sucu sucule lent ntos os guisa guisado dos s de beren berenjen jena a como como la moussaka, moussaka , especialidades según la justa justa combina combinación ción secreta secreta de especias especias,, alquimia alquimias s varias varias del fogón, fogón, sublaki, spanakopitas, satsiki y demás manjares. La verdad es que se nos hace agua la boca, pero a estas alturas esa no es razón suficiente para valorar una película con tantos antecedentes en la materia; al menos pierde de entrada la carta de lo novedoso y original, y nos deja frente a un nutrido muestrario de especias (en inglés el título es A touch of spice): spice): “La pimienta… es picante y quema, igual que el sol”, “La sal… se usa a gusto para condimentar la vida”, “La canela… es amarga y dulce, igual que una mujer”. Con estas y otras máximas que
entrecruzan gastronomía y existencia, el abuelo Vassilis va formando el paladar, la sensibilidad, los intereses de su nieto Fanis (alter ego del director Tassos Boulmetis, en cuya vida está inspirada la historia). Ese es uno de los recursos que la película emplea con recurrencia para ir entretejiendo su trama: nombrar desde la palabra la situación simbólica en juego, convertir lo que se vive en una especie de parábola didáctica, de acorde ambiental que nos advierte cada vez que estamos frente a uno de los misterios del universo. “Hay dos tipos de viajeros en la vida: aquellos que parten y aquellos que retornan. Los primeros miran el mapa, los segundos miran el espejo”. Es precisamente el tema del viaje uno de los fuertes argumentales de La sal de la vida, aunque a primera vista llame más la atención el universo gastronómico y su riqueza vincular. La familia de Fanis Iakovides, de origen griego, reside en Turquía; más concretamente en Estambul, la bellísima Constantinopla del Imperio Bizantino, una ciudad que presta todo su misterio y aromas de Oriente a la escenografía de la película. Pero en la década de los 60 las relaciones entre ambos países se tensionan al punto de que los ciudadanos griegos residentes en el país turco son deportados a su tierra de origen (caso del padre de Fanis). Ahí empieza el drama cultural que, en el fondo, todo exiliado y desexiliado conoce: ser tratado de “griego” en Turquía pero también de “turco” en Grecia. Y son a menudo los niños quienes sufren en mayor medida estos desgarros: en Estambul quedará su abuelo, seguramente la referencia más importante de su vida, y también su amor de infancia, la pequeña Saime. Con ambos se reencontrará 35 años después cuando un Fanis cuarentón y muy reconocido en Atenas por
su
labor
como
astrónomo
(su
abuelo
hacía
notar
que
“gastronomía” contiene dentro la palabra “astronomía”, ciencia que le enseñaba utilizando especias) decide regresar a su Estambul natal como un Odiseo a Itaca, soñado y temido lugar de origen en el que se
han depositado tantas cosas. El guión parece seguir la estructura habitual de los mitos heróicos señalada por Joseph Campbell: primero la partida, con su llamado a la aventura y el alejamiento del mundo conocido; luego la iniciación, con un camino de pruebas en el nuevo lugar que habitamos; y por último el regreso, la síntesis, la posiblidad de poseer ambos mundos y ser libre para vivir. Esta temática del reencuentro con las raíces hubiera alcanzado en sí misma para moldear el alma del filme, para darle más identidad y profundidad a la propuesta, pero Tassos Boulmetis aletea apenas en la superficie. El efecto “light” es acentuado por la infaltable historia de amor a destiempo –con marido obstáculo y dama idealizada hasta la fidelidad eterna-, más propia de un trovador del siglo XII que de un científico contemporáneo. Platillo más “diet” de lo que uno espera y no tan bien sazonado como promete su título, La sal de la vida parece seguir alguna secreta receta a voces de la Hollywoodiki couzina o de Cocinando con Cinema Paradiso: tantos gramos de comedia, tantos gramos de historia de amor, un cuarta taza de drama, cinco cucharadas rebosantes de nostalgia, nueve o diez gotitas de misterio (ensalzadas, si es posible, con un poco de crema de etnias pintorescas) y la clave del asunto, una pizca de canela “para que los comensales se miren a los ojos”. Hay que concederle, eso sí, el atractivo de sus locaciones y de ciertos climas conseguidos; sin duda, el equipo de Grecia y Turquía logra un acercamiento mucho más serio a su propia imagen que otros ejemplos foráneos, como Mi gran boda griega (2002) o La mandolina del Capitán Corelli (2001).