MARCOS PROVVIDENTI
LA VIDA QUE ME MEREZCO ¿Qué se necesita para viajar al exterior y tener éxito en el intento?
Editorial Dunken Buenos Aires 2012
Provvidenti, Marcos La vida que me merezco. ¿qué se necesita para viajar al exterior y tener éxito en el intento?. - 2a ed. - Buenos Aires : Dunken, 2012. 136 p. ; 16x23 cm. ISBN 978-987-02-5748-6 1. Relatos de Viaje. I. Título CDD 910.4
Primera edición: Septiembre de 2011 Segunda edición: Febrero de 2012
Impreso por Editorial Dunken Ayacucho 357 (C1025AAG) - Capital Federal Tel/fax: 4954-7700 / 4954-7300 E-mail:
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Hecho el depósito que prevé la ley 11.723 Impreso en la Argentina © 2012 Marcos Provvidenti e-mail:
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Agradecimientos A Ivana Batlle Casas, Carolina Olmos, Melina Carmele y Miguel Lomelino, quienes colaboraron activamente en la corrección de este libro y con sus capacidades me ayudaron a darle formato escrito a estas experiencias. A mi madre, por traerme a la vida y enseñarme a vivir en libertad.
Prólogo
En la vida se presentan cientos de caminos que uno debe transitar como quiere, como puede o como lo dejan. Vivir es la elección que uno hace de estas pistas por las que se transita. Vivir bien es la correcta elección de los caminos acorde con lo que uno pretende para sí. A través de estas páginas, el lector va a poder interpretar qué quiso para su vida Marcos, un hombre que se dedicó a apostar a su propio “vivir bien”, verá qué caminos eligió y por qué los eligió. Para ello encuentro apropiado que conozcamos a este personaje. Cuando uno analiza la personalidad de Marcos, encuentra que siempre se ha visto representada por la permanente sonrisa que refleja su rostro. Quienes lo conocen pueden apreciar su expresión de alegría constante. Su manera de afrontar la vida de relaciones personales siempre se encuentra cargada de optimismo, actitud positiva y mucho ímpetu. Su premisa básica, y así lo expresa en cada uno de sus actos, es cultivar la amistad y transmitir que él se siente bien y necesita de sus amigos. Su vida familiar se ha visto dividida en cuestiones diversas que le dieron momentos de alegría y algunos no tanto, pero siempre ha mantenido la capacidad de ser el elemento nucleante de todos sus afectos, a quienes contuvo sobre la base de oportunos consejos y presencia en los momentos necesarios. Su vida profesional gozaba de un creciente prestigio y ascenso. Esta circunstancia que vivía Marcos lleva a pensar: para qué cambiar, para qué modificar lo que funciona prolijo. Y es en ese momento cuando todo está bien, o al menos estable, que hace la elección del ca-
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mino que quiere para sí y comienza esta apasionante aventura de viajar por el mundo. Las ganas de crecer y la permanente búsqueda de desafíos y superación son los elementos que lo han marcado para la correcta opción del camino que lo conduzca a lo que él ha determinado como su manera de vivir. No pocas son las adversidades que se presentan, no pocos son los duros momentos en los que las fuerzas parecen desaparecer y todo derrumbarse, pero el tener los objetivos claros y la convicción de que el camino elegido es el que uno quiere para sí, permite seguir adelante hasta lograr, o no, el destino fijado. Esta obra, plena de subjetividad, cuenta la audacia y decisión que tiene el autor durante esa etapa de su vida para vivirla de la manera más intensa posible sin perder de vista los objetivos que fueron su norte al tomar la decisión de emprender o dar por finalizado su viaje. Cuando uno lee el título de la obra, se pregunta el porqué de ese título. Al finalizar la lectura, se comprende que la vida del autor ha sido una permanente elección de su camino conforme su convicción, y lo realmente trascendente es que Marcos elige su calidad de vida siempre de una manera absolutamente independiente, resolviendo según su propio análisis de lo que quería y haciendo algo que todos deberíamos aprender a hacer: escucharnos a nosotros mismos. En algún momento se dejó seducir por la estabilidad, por la comodidad, por el glamour, por el dinero, por las mujeres, por todas las tentaciones que a veces hacen que uno adopte actitudes condicionado por estos factores. Pero cuando consideró que su calidad de vida pasaba por otro lado, no dudó en cambiar su situación y ubicarse en el lugar del mundo que consideró lo mejor para sí en ese momento. Esta obra nos deja una enseñanza de vida que podría partir de la famosa frase: “Cada uno es artífice de su propio destino”. Marcos ha resuelto irse, volver, irse, mudarse, volver y cada uno de los acontecimientos que relata, partiendo de una frase que nació casi de casualidad, pero que él ha incorporado como propia para elegir la vida que se merece. Guillermo Eguiazu
A modo de introducción: una mirada personal al concepto de amistad
Mensaje enviado por Melina Carmele, vía e-mail, el martes 20 de julio de 2008 (fecha en que se celebra el Día del Amigo en la Argentina) desde Marbella (España), a sus amigos alrededor del mundo From:
[email protected] To:
[email protected] Subject: Re: Feliz Día del Amigo Date: Sun, 20 Jul 2008 19:147:21-0300 “Hoy me pregunté (aunque no es la primera ocasión en que lo hago) si alguna vez estuve enamorada. Traté de hacer memoria y encajar todas esas sensaciones estereotipadas sobre el enamoramiento en mi pasado, y saqué la conclusión de que mi único gran amor han sido siempre ‘mis amigos’. En eso no tengo duda. Siempre los quise desde adentro, de donde salen los sentimientos más fuertes. Nos peleamos, nos enojamos, nos distanciamos y siempre volvemos a estar juntos. No puedo borrarlos de mi cabeza por más que lo intente. Son los primeros que están presentes en los momentos difíciles, y en los más lindos también. Me dan celos cuando están con otros, me da miedo perderlos, me hace feliz su felicidad, me matan sus tristezas. ¿No es eso un verdadero amor? Muchas veces necesitamos alejarnos de ese gran amor para saber que por más que lleguen otros, el que puso raíces fue uno, el que marcó tu corazón para siempre fue uno. Y todo aquel que venga, no va a poder evitar ser comparado. Saludo en el Día del Amigo a los que sé que aunque me vaya al fin del mundo y decida nunca más volver, van a seguir estando a mi lado, más cerca que antes. Así es el amor de verdad…, para siempre”.
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Comencemos Con poco más de treinta años y habiendo vivido en tantos lugares diferentes, he podido tener a mi lado a muchísimas personas a quienes, con orgullo, puedo llamar amigos: el Tano, Chechu, Rolo, Lore, Caio, Nito, Lauti, Guille, Gastón y la lista continúa. Simples nombres para muchos, pero cada uno de ellos encierra momentos únicos e irrepetibles que me han ayudado a aprender el profundo significado de la palabra amistad. Si me detengo a pensar por unos segundos en este concepto, me conecto directamente con vibraciones afectivas de entre cinco y treinta personas con las cuales he compartido períodos emotivos lo suficientemente fuertes como para apodarlas de esa manera. A cuatro de esos personajes los conocí en la Facultad: Perro, Franco, Pani y Chino. Fue en 1998, año en que comencé a cursar la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Católica de Santa Fe. Cursábamos de tarde y, cuando estábamos de buen humor, seguíamos camino a casa y cerca de las 8 ya estábamos encendiendo el fuego para hacer alguna que otra achura.1 Chinchulines2 y riñones con repollo eran económicos y rendidores; cuando uno es estudiante, estas palabras se priorizan a diario. El mejor día era el viernes: luego de cursar Lingüística, la materia “cuco”,3 nos íbamos al bar de la esquina a saborear unas cervezas bien heladas. La profesora titular de esa cátedra era de origen español y utilizaba la lengua de manera perfecta en todos los aspectos, gramaticales y fonéticos. Evangelina era su nombre, aunque todos, incluso el decano de la Facultad, la nombraban de la misma manera: la Gallega. Apodo que hacía temblar los pasillos de la Facultad, sinónimo de tediosos meses de estudio, impotencia, múltiples bolas,4 deserción y respeto 1 Achuras: en la Argentina hace referencia a las menudencias del animal vacuno; es el conjunto de vísceras como riñones, chinchulines, tripa gorda y mollejas que generalmente se comen asadas a la parrilla. 2 Chinchulines: intestino delgado de vaca o cordero. 3 Cuco: personaje imaginario con el cual se asusta a los niños pequeños. 4 Bola: obtener un 0 o nota muy baja. No aprobar un examen.
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dominante. Nos causaba gracia a muchos de nosotros escucharla hablar, ya que como latinoamericanos no estamos acostumbrados a que alguien pronuncie la ce y la zeta como realmente deberían pronunciarse. Por lo cual una de sus oraciones podría sonar más o menos así: “¿Pueden hazer silenzio, por favor? ¡Grazias! Os propongo una idea: si prestáis atenzión al ejerzizio y lo termináis antes de las 2, podréis retiraros con cuarenta y zinco minutos de antelazión”. Lingüística era en efecto una pesadilla. Se rendía en primer año y consistía en cientos de libros sobre la historia del lenguaje, la semiótica e interminables procesos de comunicación. Recuerdo que comenzamos hablando del sánscrito, que es la lengua madre de la mayoría de las lenguas latinas y asiáticas. La idea, que nunca pude entender, era cómo el chino, el italiano, el alemán, el inglés y hasta el español estaban todos conectados por un mismo origen. Luego teníamos que estudiar a cada autor que alguna vez teorizó sobre el lenguaje. En ese momento me preguntaba para qué carajo debía estudiar todas esas irritantes evoluciones que parecerían no llevar a más que nuevas incógnitas sin resolución. Por suerte, con el tiempo pude sacarle el jugo a estos conocimientos y hasta fue posible aplicar alguno de ellos en mi vida diaria. Tuve que aprender una lista de autores aburridos e interminables como Jakobson, Bloomfield, Chomsky, Hjelmslev y el querido Ferdinand Saussure. Por la forma en que la Gallega hablaba de él, muchos de nosotros pensábamos que podrían haber sido amantes en algún momento; hasta que descubrimos que murió en 1913, por lo cual sólo debió haber sido un amor platónico. Si algo me quedó en claro de todo aquello, es que la palabra es un signo que está compuesto por un significado y un significante. Significante vendría a ser el envase vacío y el significado, lo que llena ese envase. Por ejemplo, si uso el significante árbol, que es el envase, puedo llenarlo con muchos significados y así este signo puede convertirse en un pino de Navidad, un arrayán, un bonsái o un palo borracho. Básicamente, lo que hacemos es utilizar denominadores comunes que expresamos e interpretamos a través de las palabras y así hacemos uso del lenguaje. Ahora, ¿qué pasa con la palabra “amigo”? Con el transcurrir de los viajes descubrí que su significado varía en todas partes del mundo y
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afortunadamente no pude encontrar otro lugar en el que tenga el valor, el peso y la carga afectiva que tiene en la Argentina y en Latinoamérica. Quiero dejar esto bien en claro: no es que en el resto del mundo no exista la amistad. Ésta es parte de las relaciones interpersonales de todos los seres humanos. Me siento honrado de tener amigos de todas las nacionalidades. Pero, para citar un ejemplo, los argentinos nunca podremos ver como héroe al policía de los filmes norteamericanos que se hace amigo del ladrón de autos para desbaratar una banda de delincuentes. Éste está más cerca de ser un traidor que un ídolo, ya que si bien ayuda a lograr un objetivo noble, lo hace traicionando la confianza de la amistad que, para nosotros, está por encima de todo. Para los argentinos la amistad es lo más grande que existe y prevalece por sobre todas las razones. Podés divorciarte, te pueden robar, podés fallar en un examen, te pueden echar del trabajo y hasta tu pareja te puede engañar… Pero si no tenés amigos, la cosa está realmente complicada. En cada uno de estos casos te sentís frustrado, perdido, solo, estropeado y, sin embargo, sabés que ese dolor punzante que te oprime el estómago, al menos por unos instantes, se alivia cuando la oreja de uno de ellos está cerca y lográs escupir lo que te ahoga. El amigo argentino entra a tu casa, abre la heladera y no pide permiso; es molesto y lo sentís. Te abraza, te reta, se queja, se enoja. Le hace cosquillas a la abuela, se putea con tu viejo porque es hincha de otro equipo y le toma el pelo a tu vieja porque se puso una blusa carioca que no combina con nada. El argentino respeta a tu hermana en tu casa, pero si la encuentra en el boliche es el primero en encararla;5 eso sí, al día siguiente se siente culpable, pide perdón y te echa la culpa porque fuiste vos el que lo invitó con los dos Fernet de más que le hicieron perder la cabeza. La amistad en la Argentina nos hace fuertes. No es casualidad que sea uno de los pocos países donde el Día del Amigo ha tenido tanta aceptación cultural y repercusión social. Y aunque no lo creas, en otros 5 Encarar: enfrentar una situación o persona buscando un resultado deseado. Generalmente, se realiza llamando la atención del sexo opuesto con frases seductoras.
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países como Inglaterra, Irlanda, Escocia, Alemania, España o Australia no se celebra. Amigos hay en todas partes del mundo, pero desde mi punto de vista, en la Argentina el envase es más grande. La amistad de alguna manera es como un árbol. Tengo amigos como Ariel, el Tano, Javier, Lucas que son para mí como los bonsáis, chiquitos y simpáticos, pero tenés que cuidarlos mucho para que no se lastimen. Luego está el Vita, el Seba, Manu, el Pipi y el Chamu que son como palos borrachos: grandotes, fuertes y, por supuesto, ebrios. Ricky, Lechón, Amalia, el Edu… son como el árbol de Navidad, aparecen una vez al año, pero rodeados de felicidad. El Gaby, el Colo, Sambu, Juan… son como los arrayanes, de raíces fuertes y profundas. A ellos dedico estas páginas.
Capítulo 1 Sin motivos ni razones
Cuando uno decide partir La idea de dejar a la Argentina empezó hace mucho tiempo, allá por 1999 cuando Haidé –mi abuela paterna– me dijo que tenía la nacionalidad italiana y, por ende, el pasaporte de la Comunidad Europea listo para cuando lo quisiera. En Santa Fe y con veintiséis años veía a Europa como algo alcanzable, pero lejos de mi vida diaria. Tengo que reconocer que mi vida en la Argentina me encantaba. Eran muchas las cosas que me ataban: estaba terminando la Licenciatura en Comunicación, tenía un buen trabajo, algún que otro emprendimiento propio, mi hogar, mi movilidad, muchos amigos y relaciones, mi familia, estabilidad económica. ¿Para qué ir a Europa? Creo que era un simple deseo que tenía más que ver con utopías que con realidades. Aunque siempre había viajado por la Argentina y países linderos, cruzar el océano era romper con límites internos más que con una barrera geográfica. Significaba alejarme de la gente que quería, de los amigos con los que crecí, de la familia, la lengua, la comida. Pensaba que un viaje así significaba alejarme de mí mismo, y algo que no podía explicar me decía que era el momento de probar. Luego de haber viajado, concluyo que algunos se van a vivir fuera de su país por progreso intelectual, para encontrar una vida mejor o para sacarse fotos en el monumento de moda. Otros viajamos sin las ideas muy claras, simplemente con energías y ganas de crecer. Cada uno vive su propia historia. Había escuchado a muchas personas decir: “Podría haberlo hecho, pero…”. Yo no quería ser una de ellas, yo no quería que me la contaran, yo quería vivirla y ésa era mi mayor motivación. Estoy convencido de que es más llevadera la culpa por algo que se hizo o se dijo, que el arrepentimiento de no haberlo hecho o dicho.
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El que sabe, sabe Hubo dos personas claves en mi decisión: Gustavo Ingaramo y Mariángeles Alomar. Gustavo es el vicedirector y uno de los principales accionistas del Frigorífico Recreo, empresa para la cual trabajaba yo en ese momento. Mariángeles es una chica magnífica que con diecisiete años, en ese entonces, me mostró que es posible concretar los sueños. Verla a ella, una adolescente que ni siquiera había terminado la secundaria, hacer su experiencia en Bélgica, llegar a Europa, aprender un idioma tan difícil como el neerlandés en sólo un año y viajar por diferentes países con la facilidad con la que lo hacía fue uno de los motores de mi decisión. Para ser sincero, su experiencia me producía un poco de celos: ella era una nena, diez años menor que yo, y transitaba por Europa con la facilidad con que yo me tomaba el 7 para ir al colegio. Cuando la conocí a Mariángeles supe que ella era especial. Fue una noche de verano a principios de 2004 en un bar que se llamaba Las Ramblas, ubicado en el barrio Guadalupe de la ciudad de Santa Fe. Para ese entonces ella estaba organizando su viaje y me llamaron la atención dos cosas: una: cómo bailaba haciendo muy raros movimientos hacia adentro con sus pies; y la otra: la seguridad y tranquilidad con la que se refería a lo que estaba por venir. Con diecisiete años, hablaba de irse a Bélgica por un año como si fuese a dar una vuelta a la manzana.6 Afortunadamente, nos acercamos. Verla proyectar y llevar a cabo su viaje me mostró que, de querer realizar mi sueño, sólo necesitaba de mí. Una de las trabas que encontraba para irme era el miedo a dejar mi trabajo. Hacía siete años que trabajaba para el Frigorífico como responsable de Marketing, me sentía a gusto y disfrutaba de lo que hacía. Trabajar para una de las empresas más importantes de Santa Fe me había abierto muchas puertas, me acercó a muchas personas y, por supuesto, me enseñó lo que significa ganarse la vida en serio. 6 Manzana: espacio cuadrado de terreno, con casas o sin ellas, pero circunscrito por calles por sus cuatro lados.
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En la Argentina tenemos eso de sentirnos en deuda todo el tiempo con quien nos emplea, y yo no era la excepción. Además renunciar a un buen puesto de trabajo no es parte de los planes de un tercermundista… A menos que ganes el Loto, tengas una propuesta de trabajo mejor o seas un loco perdido que renuncia a todo para irse a probar suerte a otro continente. A Gustavo lo conocí en el club El Quillá y enseguida hicimos una buena relación. Una tarde, mientras me dirigía a la Costanera en mi moto, un auto rojo descapotable me encerró y me hizo señas para que frenara. Era él. Me comentó que había un puesto vacante en su empresa, en el área de Marketing y Publicidad, y pensaba que yo podría ser la persona correcta para ocuparlo. Estaba terminando mi primer año de la Universidad, por lo cual tomar un trabajo de estas características me parecía casi imposible por la carga horaria que ello implicaba. Por otro lado, la propuesta era tentadora. Ya me había sacado Lingüística de encima y con veinte años me estaban ofreciendo un puesto que resultaba envidiable para cualquiera. Como otra de mis tantas locuras en la vida, acepté tener un trabajo full-time y ser estudiante de una carrera que me exigía treinta horas de cursado semanales. Por suerte las clases eran de tarde, por lo cual me dedicaba a trabajar para el Frigorífico de 9 a 15 y a la Facultad, el resto de la jornada. Recuerdo una noche en que Gustavo nos invitó a cenar a Chachi Telesco7 y a mí a un lujoso restaurante en un hotel de Paraná. El motivo del encuentro era festejar el éxito de un evento de la empresa en el que Chachi –entrenadora y amiga personal– había colaborado. Para ese entonces la idea de ir a Europa se me había hecho una constante, pero aún no había ninguna decisión tomada. La verdad, no quería defraudar a Gustavo. Siete años había estado trabajando para su compañía y me daba cierta cobardía enfrentarlo. Decirle que iba a dejar mi puesto para dar una vuelta por el mundo me sonaba a irresponsable, inapropiado y hasta desagradecido. Fuimos a Paraná y disfrutamos de una glamorosa velada. Mientras tomábamos una botella de vino tinto, comenzamos a dialogar sobre la 7
Chachi Telesco: María Fernanda Telesco, modelo y artista argentina.
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vida. Entre charla y charla, Gustavo nos habló de su viaje a Europa y algunas alegres anécdotas. Valiéndome de la confianza que me dio el Merlot, aproveché la oportunidad para comentarle mi deseo de viajar. Para mi sorpresa, se alegró y me insistió en que era algo que debía hacerse, que no podía dejar pasar la oportunidad. Le comenté que eso significaría dejar la empresa. Fue en ese momento cuando me dio una lección de vida al explicarme que el desarrollo personal y la experiencia que podía tener viajando nunca podrían cuantificarse. Me impulsó a que realizara el viaje y no me preocupara por lo que podía suceder. Esa misma noche, cuando llegué a mi casa y dialogué con la almohada, tomé la decisión: “¡Me voy a Europa!”. Primero, lo primero Comencé a organizar mi viaje, al principio con mucho cinismo alrededor y muchos “peros”: –¡¡Pero, nene!! Ya estás grande para una cosa así. –¿Vas a dejar tu trabajo? –¿Con qué dinero te vas a ir? –¿Te das cuenta de todo lo que vas a perder? –Vos no llegás a Ezeiza. –No te la vas a aguantar. –¿Para qué te vas si acá tenés todo? –Marcos, ¿qué vas a hacer? Y qué podía contestar: “Tengo un problema existencial y acá, con todos ustedes rompiéndome las pelotas, no lo voy a resolver…”. La verdad es que no había un porqué concreto, tangible y expresable, ni un a qué. Ni siquiera un adónde. Pero cada una de esas dudas me fortalecía. Comencé con lo básico, me compré un mapa como para informarme un poco más, porque en aquel momento no sabía la diferencia geográfica entre Alemania y Grecia, y no exagero.
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Atlas en mano, Internet y la experiencia vivida por allegados, el viaje comenzó a tomar forma. El contacto con Mariángeles y otras personas que estaban en Europa me daba energía y seguridad. El único impedimento real que encontraba era el de no haberme recibido. Sabía que ir con un título universitario sería más conveniente. Además, antes de partir quería cerrar lo iniciado, y mi madre esperaba desde hacía mucho tiempo a su primer hijo universitario. Si bien había terminado la cursada y había rendido casi todas las materias, todavía tenía pendiente la tesis. La apuré a más no poder, la presenté, la corregí, la defendí y la aprobé en los seis meses siguientes. Estaba motivadísimo, quería trabajar, aprender un idioma, viajar por todos lados, hacer un máster, vivir en diferentes lugares, ganar dinero, conocer mujeres de todos los países, hacer amigos; en fin, una tempestad de ideas sin dirección. Sabía que al llegar no tendría beca de estudio, trabajo ni alguien esperándome. Tampoco tenía mucho dinero. Pero no puedo negar que me gustaba aquella sensación de adrenalina que sentía. El capital con el que contaba era: mi pasaporte italiano, el título universitario, experiencia laboral, algunos euros conseguidos por la venta de mi coche y muchas energías. Para no tirarme tan de vago, planteé algunos objetivos que me sirvieron de pilares para comenzar a encontrarle un norte a mi aventura: • Conocer la mayor cantidad de lugares (al menos, cinco países). • Aprender un idioma. • Tener una experiencia laboral. • Ahorrar algo de dinero. Para eso el plan fue llegar a España, adaptarme al cambio de continente y luego de comprender un poco el movimiento cultural y turístico, decidir qué rumbo seguir. Con una gran fiesta de despedida en la que hubo más de cien personas, diploma en mano, vendí el auto y el 7 de marzo de 2005 con gran entusiasmo partí hacia Europa.
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Para animarse a pensar: No hay que tener un motivo o las ideas tan claras de por qué queremos viajar. Con el deseo basta y sobra. Podemos escuchar las anécdotas e historias de otros, pero siempre es necesario vivir nuestra propia experiencia. A veces quienes menos imaginamos pueden, sin querer, darnos la clave de muchas cosas que estamos buscando. Un consejo es sólo eso, un consejo. No debe ser el motivo fundamental de nuestras decisiones ni la razón para paralizarnos.
El desarrollo personal y la experiencia que puedas tener viajando nunca podrán cuantificarse.
Gustavo Ingaramo
Capítulo 2 En Europa
Barcelona Llegué a Madrid y de ahí, directo a Barcelona, alrededor de la 1 de la madrugada. Tomar varios aviones, despegar, aterrizar y repetir el proceso tres veces me dejó exhausto. Estaba agotado y con sesenta y dos kilos de equipaje a cuestas, campera en brazos, mochilón8 en la espalda y otra valija en mi mano izquierda; en la derecha, la cámara colgada y un mapa de Barcelona donde había marcado el hostel donde debía alojarme. Al llegar al aeropuerto tomé un tren hacia el centro. Tenía tantas cosas encima que, sumadas a mi torpeza, molestaban; y no sólo a mí, sino a todos los que me topaba en el camino. Habían pasado treinta y ocho horas de haber dejado Santa Fe. Era medianoche, me sentía sucio y la verdad es que tenía ganas de que me sucediera alguna experiencia mágica que me depositara limpio en una cama en la que pudiera dormir tranquilo. Pero en vez de eso, más escaleras y pasillos por recorrer. El hostel que reservé estaba cerca de plaza Cataluña. Tomé el metro; no veía nada, sólo sabía que tenía que descender en esa estación. Bajé del vagón, seguí los carteles de salida y pude ver una luz al final. Empecé a caminar un poco más rápido, como cuando uno se orina y quiere llegar al baño. Ya casi estaba ahí. Sin embargo, después de cruzar el molinete de salida, se me quedó atascada la mochila. No existía movimiento posible que lograra desengancharla, hasta que la bronca se apoderó de 8 Mochilón: mochila grande. La mochila consiste en un equipaje que puede llevarse en la espalda por medio de dos bandas que pasan por los hombros. A la persona que viaja y usa una mochila se la llama habitualmente mochilero, conocido internacionalmente en inglés como backpacker.
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mí… Pegué semejante tirón que uno de los cierres se abrió y una de mis zapatillas voló hacia atrás. Yo estaba del otro lado del molinete y para colmo todavía me quedaba subir la bendita escalera de salida. Respiré, dejé el mochilón en el suelo, dejé las valijas, dejé mis camperas y recuperé mi zapatilla haciendo un movimiento de contorsionista chino por debajo del molinete de ingreso. El cuerpo me dolía y apestaba. Estaba debilitado, todavía faltaba subir la escalinata que parecía interminable y encontrar el hostel. Mientras volvía a cargar todo, podía escuchar algunos lejanos ruidos provenientes de las afueras de la estación que me daban esperanzas. Sólo pocos metros más… La escalera tendría unos setenta escalones. Comencé a subir y mi cuerpo ya casi no estaba conmigo. Seguía subiendo y subiendo, transpiraba sobre mi transpiración y no tenía idea de cuánto podría llevarme llegar al hospedaje. Faltaban tres escalones cuando tuve una de las sensaciones más gratificantes y reconfortantes de todos mis viajes. Fue en ese instante, después de subir el último peldaño hacia la plaza Cataluña, que sentí la brisa de Barcelona y las luces de los comercios de alrededor me abrazaron… Se me pasó el dolor, desapareció mi malhumor y me abrigó la alegría de la gente. Quedé hipnotizado y paralizado por unos segundos. Hasta recuerdo cierta música de fondo pegándose a mis oídos. En ese preciso instante tomé conciencia de lo que estaba pasando. Fue uno de esos momentos únicos e irrepetibles: luego de tanto trajinar, había llegado a Europa. Me llevó otra hora llegar hasta el hostel, porque el peso de mis mochilas no me permitía andar rápido y por el deslumbramiento por Barcelona. Pero no importaba. Estaba entusiasmado e hipnotizado por lo que sucedía a mi alrededor. El hostel quedaba casi en Las Ramblas, zona peatonal de unas diez cuadras a pocos metros de la plaza Cataluña donde me encontraba. A mi derecha se alzaban edificios góticos y antiguos, podía ver pequeños bares de tapas y muchas personas entraban y desaparecían por aquellas callecitas que aparentaban ser laberintos.
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Mientras seguía, pude ver gente disfrazada que desarmaba lo que parecían ser puestos de venta ambulantes. Al día siguiente supe que se trataba de gente que entretiene a los que pasean a cambio de algunas monedas. Estatuas vivientes, hombres botella, marionetas pianistas, hombres silla eléctrica, un Che Guevara y cantidad de otros personajes que rotaban semana a semana y vivían de presentar su show y pasar luego la gorra. Continué mi camino y algunas mujeres muy morenas con cara de enojadas me hablaron en inglés. No les entendí, pero estaba claro lo que ofrecían: sexo. De noche, Las Ramblas no sólo se convierte en un lugar bailable; además funciona como zona roja9 de la ciudad. Llegué al hostel y me dormí pleno de alegría en una habitación donde estaban alojadas también dos alemanas. Me estaba gustando y era mi primera noche en otro continente. Barcelona irradiaba energía: me quería comer el mundo, sentía cosas maravillosas por estar ahí, aparte de las seducciones que me brindaba la ciudad. Montaña, mar, arte, manifestaciones culturales de toda índole, gastronomía, industrias y… ¡fiesta! La adaptación me resultó muy fácil y pienso que fue porque me sentía realmente feliz, como en un estado de enamoramiento. En poco tiempo encontré personas “del palo”10 con quienes compartir. Comenzaron a presentarse oportunidades de trabajo y a esto se sumaba que la noche de Barcelona es de lo más divertida y variada del continente. Para ponerle la frutilla al postre, mi hermano Matías decidió hacerme una visita y se acomodó conmigo en el departamento que compartía para ese entonces con una mexicana (Paloma), una catalana (Montse) y dos argentinos (Jorge y Darsy). Fueron tres meses estupendos los que viví a puro glamour en España. Y cuando mejor me sentía, dije: “No es esto lo que vine buscar”.
9 Zona roja: barrio o distrito en donde se concentran la prostitución u otros negocios relacionados con la industria del sexo. 10 Ser del palo es una expresión coloquial que en la Argentina significa pertenecer al ambiente. Se utiliza para nombrar a alguien que mantiene códigos de vida similares.
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Debía seguir viaje. Por más feliz y contento que me encontrara allí, aún estaba lejos de alcanzar los objetivos planteados antes de partir. Italia: para conocer las raíces Tenía objetivos, pero no tenía rumbo. Y, ¿qué se me ocurrió? Recurrir nuevamente a mi mapa. Lo miré un poco y sin mucha vuelta dije: “Me voy a Italia”. En Europa hay aerolíneas11 que por unos pocos euros te llevan a cualquier parte. Si uno aprende a utilizar los beneficios de las reservas con antelación, viajar entre los países puede hacerse con un presupuesto muy económico. Roma, Florencia, Ancona, Breccia, Pisa, Porto Sant’Elpidio, la incomparable Venecia y Milán fueron las ciudades que recorrí en los veintiocho días que permanecí en ese país. El que no llora, no mama: Roma Los italianos son muy parecidos a los argentinos en los modales, formas de convivir y tradiciones; apasionados por el fútbol, la buena comida, el buen vestir. Cuando llegué a Roma me llamó la atención la cantidad de parejas discutiendo en las veredas. Chicas gritando a los cuatro vientos… Yo no entendía mucho lo que decían, pero de algo estaba seguro: se estaban quejando. En Roma tomé por primera vez uno de los buses turísticos12 que pueden verse en cualquier ciudad importante de Europa. Son colectivos,13 en su mayoría rojos de doble piso, con techo abierto que recorren los lugares más importantes de la ciudad. Al pagar el ticket de ingreso entregan unos auriculares que se conectan en el asiento y uno accede de este modo a una guía de audio disponible en seis idiomas distintos. Aerolíneas económicas: www.ryanair.com, www.easyjet.com Bus turístico por las principales ciudades de Europa: www.city-sightseeing.com 13 Colectivo: palabra utilizada en la Argentina para nombrar un vehículo de transporte de pasajeros. Su origen en la ciudad de Buenos Aires se remonta a 1928, en que un grupo de taxistas decidió realizar un recorrido fijo anunciándolo con un cartel en su parte delantera y permitiendo subir a más de un pasajero. 11
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Es un servicio que en su momento encontré muy conveniente, porque de otra manera no hubiese tenido idea de lo que estaba viendo. El tour incluía el Coliseo Romano, la Fontana di Trevi, ruinas por doquier y el Vaticano, entre otros sitios históricos. La verdad, aparentar de historiador no cuadra con mi perfil. Por más esfuerzos que ponía para interesarme en tanto patrimonio cultural e histórico, terminaba alienándome. El Vaticano desbordaba de gente. En la plaza San Pedro había miles de fieles y lo mismo sucedía en los cuatrocientos metros lindantes. Al viajar, uno se desconecta de las noticias, de la información. Para mi sorpresa, aquella multitud se había acercado hasta la ciudad para presenciar nada más y nada menos que la asunción de Benedicto XVI y yo, sin saberlo, estaba siendo testigo de un momento histórico. Pasé a dar mi pésame por la tumba de Juan Pablo II y al día siguiente me acerqué a la Fontana di Trevi. Según la leyenda urbana, para atraer la suerte hay que arrojar las monedas de espaldas y con la mano derecha sobre el hombro izquierdo. La primera moneda adentro asegura al turista que volverá a Roma; la segunda, que se enamorará de una romana (o romano); y la tercera, que se casará con ella (o con él) en Roma. Yo no tenía tantos datos, así que sólo tiré una moneda para adelante con la mano izquierda y no usé mis hombros para nada. Tal vez sea por eso que no volví a Roma, no me enamoré de una romana y, por ende, no me casé con ninguna. También di una vuelta por el Panteón, el Foro Romano y el templo de Rómulo. Lo que vi fueron restos de columnas y edificaciones antiguas que todo el mundo contempla asombrado mientras saca fotos. La diferencia es que yo no tenía idea de lo que se trataba. En pocas palabras, en ese lugar los hermanos Rómulo y Remo, dos chicos que fueron criados por una loba, fundaron Roma y después se mataron entre ellos. Por último, me fui al Estadio Olímpico de Roma, localizado en el complejo deportivo Foro Itálico. No me dejaron pasar bajo la excusa de una amenaza de atentado de bomba y el acceso quedó cerrado. En la entrada junto conmigo había un par de alemanes y algunos suecos, que también querían ingresar, pero el no fue tajante.
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Dejé pasar unos minutos para que el resto de los extranjeros se retirara y pensé: “Nunca más en mi vida tendré la chance de entrar a este lugar”. Allí también la Lazio juega de local y es el estadio donde la Argentina disputó la final de la Copa del Mundo del 90, y donde se jugó la final de la Champion League en 2009. Habiendo llegado hasta allí, no podía simplemente darme la vuelta e irme sin pelearla. Me quise hacer el que hablaba italiano y los tipos me miraron como diciendo: “Pobre pibe”.14 –¡¡Por favore, una sola fotusca!! ¡¡Déjeme pasare!!”. –¡No, ragazzo! ¡Vaffanculo!”15 Pasé a hablarles con los ojos. Rogaba e imploraba con mi mirada para que me dejaran entrar. Se dieron la vuelta, me tomaron del brazo y no sé bien qué dijeron, pero no era nada lindo. Me saqué el buzo16 y les mostré la camiseta de Boca Juniors que tenía debajo, y traté de explicar en una especie de español italianizado que había venido desde Sudamérica y que no me importaban el Vaticano, el Papa ni nada de lo que sucedía, que mi sueño era ver el estadio. En fin, un poco de chamullo.17 Y fue cuando pronuncié las palabras mágicas: “¡Soy argentino! ¡Vamos, por favor, una foto. Soy de Boca Juniors donde jugó Maradona!”. Entonces pude vivir en carne propia lo que significa Diego Maradona en el mundo. Los guardias cambiaron las caras de ogro y se transformaron en dos personas amenas y agradables. Apuntaron algo entre ellos y me señalaron con el pulgar hacia arriba: “Ok, sólo cinco minutos”. No hay persona en el mundo que no conozca a Maradona. Puede ser un inglés de dieciséis años o alguien de la India de sesenta y dos; un sudafricano gay o una china musulmana, un finlandés o un ruso. No 14 Pibe: niño, muchacho, jovencito o individuo de sexo masculino. Expresión del lunfardo muy utilizada en la Argentina para referirse a los más pequeños o a los compañeros aún en edad adolescente. 15 Vaffanculo: es una expresión cotidiana y grosera del italiano, nada amigable, que indica: “¡Mandate a mudar!”. 16 Buzo: equipo de vestimenta deportiva; en este caso, la parte de arriba. 17 Chamullar: impresionar con palabras engañosas.
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importa de qué remota parte del globo sean, a Maradona lo conocen todos. Desde que partí pude entender todo lo que la Argentina le debe. Si bien nunca fui de esos tipos fanáticos, guste o no, antes que el mate, el Che Guevara, la carne, el tango, el truco, la Patagonia o cualquier otra cosa que se nos ocurra…, a la Argentina se la conoce mundialmente por Maradona. Los guardias me acompañaron en lo que fue una resumida visita guiada y uno de ellos hasta me sacó la foto por la que tanto insistí. Estaba satisfecho, agradecido de la vida, y al ritmo de Cambalache18 internamente cantaba: “El que no llora, no mama”. La vida es bella De Roma me fui a Porto Sant’Elpidio, un pueblito cerca de Ancona, para visitar a Nati Vega y Martín Canga, una pareja de amigos santafesinos que me hospedaron por un par de noches y me dieron de comer a lo grande. Me divertí mucho escuchando sus interminables peleas. De ahí partí hacia Florencia, donde nuevamente recurrí a los servicios del colectivo turístico. La ciudad se identifica mundialmente por haber sido cuna del Renacimiento desde fines del siglo XIV: un gran despliegue artístico, literario y científico hacía pie cuando banqueros muy ricos patrocinaban a artistas como Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci, Rafael y Botticelli. Tengo que decir que, además de Barcelona, Florencia es de las ciudades más hermosas que he visto en Europa. Sin perder tiempo me encaminé hacia Pisa. No podía dejar Italia sin visitar la famosa torre inclinada, en la bellísima Piazza dei Miracoli. Allí miles de estudiantes y turistas se echaban a leer en sus jardines. Me resultó una ciudad muy interesante y llena de juventud, pero me quedé un día nada más. Luego partí rumbo a Milán, donde viví una de las aventuras más interesantes de mi viaje. 18 Cambalache: tango compuesto por Enrique Santos Discépolo en 1934 para la película El alma del bandoneón.
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Milán: los mejores amigos son a veces los desconocidos A Milán llegué muy tarde, cerca de las 2 de la mañana, y como de costumbre con mi cargamento de bolsos y accesorios a cuestas. Mi idea era alojarme en un hostel, así que partí para el centro histórico y llegué a la Piazza del Duomo donde, según me habían comentado, podía encontrar hospedaje. Caminé ida y vuelta por las distintas avenidas sin tener suerte. De repente vi un cartel a lo lejos; las letras amarillas de neón anunciaban un hotel. Ya eran las 4 de la mañana y suplicaba por una cama, así que entré optimista. El conserje nocturno me informó que la habitación me costaría unos 120 euros y que debía desalojarla para las 10 de la mañana. Pequeño detalle: ese monto equivalía a seis días de alojamiento en un hostel y, lógicamente, excedía mi presupuesto. Recurrí a la técnica “el que no llora no mama”, pero esta vez sin éxito. Desilusionado, perdido y sin la más mínima idea de dónde pasaría la noche, tuve que dejar el hotel. Respiré profundo; miré hacia un lado y hacia el otro… Estaba en Italia, sin lugar donde dormir. ¿Qué podía hacer? ¡Comer una pizza italiana! Encontré un localsucho19 que todavía estaba abierto y donde por unos cinco euros amasaron una pizza casera delante de mis ojos. Don Tito se llamaba la pizzería y también el cocinero que, además, era el dueño y revoleaba20 la masa para arriba y me cantaba en italiano. Pizza en mano, instalé campamento en el portón de una casa que parecía abandonada, saqué mi bolsa de dormir, dispuse mi mochilón como almohada y comencé a disfrutar de mi cena. En esos momentos de soledad uno comienza a pensar en muchas cosas y juega a ser filósofo. No puedo explicar la plenitud del momento. En ese instante no me importaba estar tirado en las veredas de Milán, porque estaba viajando solo por el mundo, conociendo, alimentándome Localsucho: diminutivo peyorativo de local comercial. Revolear: lanzar hacia arriba haciendo tornos o giros o ejecutando molinetes con cualquier objeto. 19 20
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de vida, de un lado a otro. Estaba viviendo lo que hacía poco tiempo atrás sólo era materia de sueños. Un grupo de chicos que caminaban por la avenida se acercaron y comenzaron a conversar conmigo. En qué idioma no puedo explicarlo, porque para esa altura yo no hablaba otra cosa que castellano. Entre mímicas, español, inglés e italiano iniciamos una agradable y entretenida comunicación. No sé si por la pinta de linyera21 que tenía –acostado en la vereda, tapado con la bolsa de dormir y comiendo mi pedazo de pizza– o porque se apiadaron de mi soledad, pero estos chicos me invitaron a pasar lo que quedaba de la noche en su casa. No tenía idea de quiénes eran, pero qué podía perder. Fue una sorpresa entrar a la casa de estos personajes: un loft con las paredes dibujadas con crayones, fibras y acuarelas. Resultó ser un grupo de chicos y chicas con una onda muy bohemia, todos estudiantes, que se ganaban la vida haciendo malabarismos, pintando, haciendo piruetas con bolas de cristal y todo tipo de arte callejero (mímica, canto, música, fotografía). Yo no entendía nada: hacía una hora estaba tirado en la calle y ahora convivía con los integrantes de un circo posmoderno. Al día siguiente preparé para todos una comida “a la Argentina”. Fueron días de jolgorio y estos chicos me mostraron la verdadera Milán. Muchos dicen que Milán no es una ciudad de las más atractivas en lo que a turismo se refiere, pero mis mejores recuerdos de Italia los tengo allí, donde pude compartir un poco de locura con estos desconocidos. Antes de dejar Milán pasé por la iglesia de Santa Maria delle Grazie, donde se conserva La última cena, la famosa pintura de Leonardo Da Vinci. Primer trabajo: Manerbio El próximo destino fue Manerbio, un pueblito en la provincia de Brescia, donde se alojaban otras dos santafesinas, Fabiana y Karina. 21
Linyera: vagabundo, alguien que no tiene ni casa ni trabajo.
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El novio de una de ellas era el dueño de un divertido bar jamaiquino. El día que llegué, uno de los empleados faltó a trabajar y me invitaron a que les diera una mano. El trabajo era muy fácil: recibir a los clientes, preguntar cuántos eran y ubicarlos en alguna mesa. Lo gracioso es que lo único que sabía decir era “¿quanti siete?” (¿cuántos son?). Podía entender la respuesta numérica, pero en cuanto trataban de establecer una conversación más o menos prolongada no me quedaba otra más que, con mucha onda, hacerme el tonto, sonreír y decir humildemente: “¡Soy argentino, non capisco!”. Si bien no tenía las habilidades lingüísticas para el caso, me sobraba actitud. No pasó más de una hora y ya conocía a todos los clientes del lugar. Los italianos, ya un poco borrachos, se acercaban y hacían el mismo esfuerzo que yo, pero para hablar en español. Definitivamente, eran conversaciones de locos. Fue una noche magnífica y pude ganarme unos euros haciendo lo que realmente me gusta: repartir alegría. Viví unos días maravillosos con estos personajes que me atendieron como a un duque. Verdaderamente, Italia me llenó de vida. Estaba disfrutando como nunca, y lo gracioso era que no sabía dónde estaría viviendo o viajando en los próximos quince días, lo que estaba directamente relacionado a la sensación de adrenalina que invadía ese presente. Si bien no tener planes futuros, en lo que a mi respecta, es una incomodidad, una irresponsabilidad y hasta una inmadurez, no sé qué parte del cerebro controla la satisfacción, pero en ese período estaba al máximo. Sin forzar nada, las cosas se daban de la mejor manera. Sin tener demasiada planificación, cada día que pasaba me enriquecía internamente. La más original: Venecia Me quedaba en Italia un solo lugar por recorrer, el de los suburbios más románticos del mundo, y estaba a unos pocos pasos. No podía dejar de ir a Venecia, la mítica ciudad sobre el agua.
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Venecia se compone de ciento veinte pequeñas islas unidas entre sí por unos cuatrocientos puentes, y el contraste visual es inmediato. Llegué a la ciudad desde tierra firme por el Puente de la Libertad, que accede al Piazzale Roma. Es totalmente diferente a todo lo que uno se puede imaginar: es soberbia, pintoresca, repleta de angostas calles, sinuosos canales y arquitectura intacta que se remonta a más de quinientos años. Es una ciudad única. Estaba sorprendido. Para ir a trabajar las personas no utilizan autos, sino barcos o botes. Hasta los transportes públicos circulan por el agua. Estas embarcaciones pasan cada quince minutos por las distintas paradas-muelles, y en ellas uno puede trasladarse hasta prácticamente todos los puntos claves de la ciudad. Apenas llegué conocí a dos rubias portuguesas muy bonitas que me acompañaron en el recorrido. Estábamos en uno de estos botes cuando una señora mayor se desvaneció. El chofer rápidamente llamó a enfermería y tres minutos más tarde ya había aparecido la ambulancia. Era una especie de embarcación con dos enfermeros que resolvieron la situación rápidamente, cargaron a la mujer en una camilla y la llevaron al hospital por el agua. Resulta difícil de asimilar, pero así es la vida de las personas que viven allí. También podían apreciarse las célebres góndolas que decoraban el paisaje y prestaban sus servicios de orientación turística, pero los precios no eran de los más económicos. Al finalizar la tarde invité a estas chicas a tomar unas cervezas en uno de los tradicionales bares boutique. Nuevamente el momento fue maravilloso. Estaba en una ciudad excepcional e inigualable, sentado con dos preciosas chicas, una a cada lado, simplemente viendo la vida pasar. Como diría mi amigo Leandro “el Tano” Achkar, pensaba: “Ésta es la vida que me merezco”. Llamada del Reino Unido La vida me sonreía. Y cuando uno se siente así, lo que sigue no puede ser más que una catarata de episodios fabulosos.
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No sabía por dónde seguiría mi viaje, hasta que fui a chequear el correo electrónico. En España me había inscripto, por algunos euros, en un sitio web de Work and Travel22 para buscar trabajo; y aunque mi prioridad había sido Inglaterra, estaban escogiéndome para ir a trabajar a Escocia. ¡¿A Escocia?! ¿Dónde queda? No estaba ni cerca de mis planes. Mi inglés era terrorífico, pero nuevamente la adrenalina corría por mis venas. Otra vez tenía que tomar una decisión: me iba a trabajar a Escocia, me quedaba a probar suerte en Italia o volvía a Barcelona. Se dice que al viajar uno crece. Yo sigo sintiendo que soy el mismo, pero tiempo atrás decidía adónde ir a comer el fin de semana y en ese momento estaba decidiendo en qué países del mundo pasaría los próximos meses. Luego de unas cuantas charlas conmigo mismo, partí para el país del whisky. La oferta laboral consistía en ser camarero del Quality Hotel en Glasgow, una de las ciudades más importantes de Escocia. Si bien no era la labor más anhelada, tenía que empezar a trabajar porque me quedaban muy pocas reservas en el bolsillo. Por otro lado, vivir en un país del Reino Unido me ofrecía la oportunidad de aprender inglés. O eso pensaba. Para llegar a Glasgow no había vuelos económicos directos, por lo que tuve que hacer escala en Londres y aproveché para quedarme un día y conocer la ciudad. Fue una visita relámpago: paseé de noche por el Picadilly Circus al mejor estilo Notting Hill, di una vuelta por el Big Ben y bordeé atónito el río Támesis. Al día siguiente me acerqué hasta el Trafalgar Square y, para terminar, me subí al Ojo de Londres: una especie de teleférico circular gigante –en el medio de la metrópoli– donde, desde la altura, uno accede a una imponente vista panorámica de la ciudad. Please: tuve que escucharlo unas doscientas veces en el día, ya que es la manera cordial que tienen los ingleses de terminar cada oración. 22 Work and Travel: servicios de búsqueda de trabajo para extranjeros que quieren viajar y trabajar. www.travel-work.com
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Y me puse las polleras: Escocia Llegué a Glasgow y desde el primer día pasé a ser explotado por el sistema capitalista del Reino Unido. Trabajaba entre nueve y doce horas diarias, seis días a la semana, y cobraba monedas para lo que es un buen salario europeo. Sin embargo, considerando que mi inglés era prácticamente nulo, era más que suficiente para empezar. Mi empleador era el Quality Hotel, ubicado en la terminal de trenes Glasgow Central Railway Station, en el centro de la ciudad. Era una posición estratégica, ya que estaba cerca de los lugares más populares y desde allí partían trenes hacia toda Escocia. Por unas pocas libras esterlinas vivía en una habitación del quinto y último piso del hotel. El contrato laboral también incluía desayuno, almuerzo y cena en el comedor local. El primer inconveniente apareció después de diez días: tanto desayuno escocés, mi cuerpo comenzó a sentirlo. El scottish breakfast está compuesto por dos tostadas, dos huevos fritos y dos tomates fritos, una salsa de porotos –también llamados frijoles–, cereales, jugo de frutas, té o café; y por si esto no alcanzara: morcilla, salchicha, banana y panceta frita. Una verdadera bomba para el sistema digestivo. Pero a caballo regalado no se le miran los dientes, y a desayuno regalado no se le mide el valor proteico. Por un buen tiempo me deleité con el servicio de tenedor libre y los tres kilos que aumenté estaban bien justificados. Mi inglés era deplorable, pero como buen argentino me las fui arreglando poco a poco. Trataba de complementar mis falencias lingüísticas con otras destrezas. Por ejemplo, cantándoles La Bamba a los cocineros para que no se aburrieran. “¡Vamos, vamos, Argentina!”, no faltaba nunca… O colocando el CD con cumbias de Leo Mattioli o Los Palmeras para que todos en la cocina bailaran al ritmo del Bombón asesino. De a poco me fui ganando la simpatía del personal y desde entonces el dígalo con mímica pasó a ser mi juego preferido. Dudo que alguien alguna vez pueda vencerme. A los dos meses de mi estadía ya había recorrido casi toda Escocia. Cada día libre que tenía, aprovechaba para ir a conocer algún pueblo. El
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castillo de Sterling y el monumento a Williams Wallace fueron lo más imponente. Y luego, Edimburgo. Tengo que reconocer que los paisajes escoceses, con praderas verdes que se pierden en el horizonte y castillos repartidos en los picos de mesetas o a orillas de lagos, son verdaderas postales. Hospedarme en un hotel escocés me permitió conocer gente de todo el mundo. Una de las experiencias extraordinarias que viví ocurrió en un cumpleaños que unas compañeras italianas organizaron en su casa. Había alrededor de cincuenta personas y el tumulto general no permitía oír algo específico. Sin embargo, en un momento de la noche, “flasheé”23 al observar que diez lenguas estaban siendo habladas por personas de más de veinte países: inglés, español, chino, italiano, francés, alemán, egipcio, polaco, ruso y estonio. Hasta ese momento no sabía que existía un país que se llamaba Estonia, donde viven estonios que, obviamente, hablan estonio. La mayoría de los eventos sociales en Glasgow se hacían en casas o en un bar llamado Frankenstein. Era un lugar muy divertido, ambientado originalmente con elementos que hacían referencia al monstruo. Cuando el gigantesco muñeco de Frankenstein –en el borde de las escaleras– comenzaba a moverse, ¡empezaba la fiesta! Varias pantallas de TV mostraban las distintas versiones cinematográficas; y hasta el personal estaba vestido y maquillado siguiendo la temática del lugar. Recuerdo muy bien el día en que, tomando una pinta de cerveza negra con Max –un simpático napolitano que trabajaba conmigo–, se nos apareció un grupo de hombres con polleras.24 Para los escoceses el kilt es el mejor traje de gala. Es una falda, pero tiene la peculiaridad de que la visten los hombres en eventos importantes como bodas, recepciones o fiestas tradicionales. El color del kilt diferencia a los distintos clanes de Escocia. En una oportunidad pasé por un casamiento y descubrí que desde los chicos de tres años hasta el nono de noventa… ¡tenían polleras escocesas! 23 24
Flasheé (spanglish): me sorprendí. Pollera: es el nombre con que se conoce en Centroamérica y Sudamérica a la falda.
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Me prometí que no dejaría Escocia sin probarme una, y así fue. Me la probé. Tampoco es que me fui de shopping y a dar vueltas por la ciudad en pollera. Simplemente fui a una fábrica de ropa escocesa. Quería ver qué se sentía. Es muy extraño, porque se usa sin calzoncillo y… como que te entra aire por debajo. Luego de tres arduos meses de trabajo en Escocia, castillos, whiskies y cerveza negra, decidí partir. La verdad es que estaba muy bien. Tenía trabajo, una linda habitación en un hotel, muchas personas conocidas, ganaba en libras esterlinas que –en ese momento– tenían un valor de cambio muy fuerte, mi inglés estaba mejorando, partidos de fútbol los domingos, entrada VIP a discotecas… Sencillamente, mucho glamour. Pero los planes eran los planes. Había que seguir con los objetivos y quedarme ahí no era uno de ellos. Me costó dejar Glasgow porque pude hacerme de unos cuantos buenos amigos. Me alegré mucho cuando un tiempo después Max, el napolitano amigo, me envió este poema de Hamlet Lima Quintana diciendo que le hacía acordar a nuestros momentos juntos. De: max archidiacono (
[email protected]) Para:
[email protected] Marcos: ¡Gracias de todo corazón por ser esta gente! Enviado: domingo, 31 de diciembre de 2006, 13:30 p.m. Hay gente que con sólo sonreír entre nosotros nos invita a viajar por otras zonas, nos hace renacer toda la magia. Hay gente que con sólo dar la mano rompe la soledad, pone la mesa, hace puchero, coloca guirnaldas. Hay gente que con sólo abrir la boca nos lleva hasta todos los límites del alma, alimenta una flor, inventa sueños y hace cantar el vino en las tinajas
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y luego se va así, como si nada, y uno se queda de novio con la vida, desterrando una muerte solitaria para saber que a la vuelta de la esquina hay gente así, tan necesaria. Como tú, Marcos wish you a fuckin’ wonderful 2007. Un abrazón, M.
Para animarse a pensar: Al viajar hay que dejarse deslumbrar y disfrutar. Esto no significa que perdamos el camino de lo que estamos buscando. Podemos conjugar ambas cosas. El trayecto que recorremos debe convertirse en lo más fascinante. Todo el tiempo nos encontramos frente a elecciones. Elegir es parte de la ruta de viaje. Lograr transformar la incertidumbre que generan esas elecciones en una fuerte adrenalina nos puede ayudar a seguir adelante. Cada lugar encierra más que un paisaje. Participar de las costumbres, dejarnos atravesar por las personas, los olores, las comidas forma parte de lo más excitante de todo viaje. Sólo de esta manera “los recuerdos” dejan de ser simples “fotos” para pasar a convertirse en vivencias únicas e irrepetibles.
Capítulo 3 Todo el glamour
Big Brother: Francia Volví a Barcelona, que era –en ese entonces– una especie de base de apoyo. Me reencontré con mi hermano Matías ya instalado en Barcelona y decidimos hacer un viaje juntos. Queríamos ir a algún lugar nuevo que pudiéramos recordar por siempre y no nos costó mucho decidir. París era el lugar ideal. Un rafaelino amigo de mi prima María Elena (Mario Fernández) y un catalán (Miky) vinieron con nosotros. Sin mucho preparativo y con bastante improvisación comenzó nuestra odisea hacia la ciudad más glamorosa del mundo. Viajábamos en auto y la pasamos muy bien haciendo vida de mochileros modernos. Luego de dos días llegamos a la capital francesa para disfrutar, con mayúsculas, nuestra aventura. La primera parada fue Montpellier, donde pasamos la noche en la playa. No sé cómo terminamos en una fiesta VIP, en uno de los paradores de la costa. Lo más curioso de este tipo de momentos es que uno los vive, pero cuando pasa un tiempo y los recuerda, el instante se magnifica porque es difícil de creer lo que ha vivido. Me encontraba en una fiesta en las playas de Francia, sentado en la arena, escuchando una relajante música electrónica que se mezclaba con el compás de las olas que rompían en la costa, rumbo a París y con mi hermano. Un grupo de artistas comenzó a hacer una danza con sogas y fuego, dibujando figuras en el aire. La magia de aquel momento se potenciaba con el olor del océano, el querosén quemado de las antorchas y el ruido de cada lata de cerveza helada que se abría. Nuestro destino era Auvers-sur-Oise, un pequeño y pintoresco pueblo a unos treinta kilómetros al sur de París, donde Van Gogh pasó sus últimos días. Ahí vivía, además, Marc Join Lambert, que aceptó alojarnos. Era un francés conocido de un amigo de Santa Fe, Ricardo González.
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Marc, el amigo de Ricky, nos abrió las puertas de su casa y nos trató como si nos conociéramos de toda la vida. Se dio la casualidad de que además de tener el mismo nombre que yo, pero en francés, nació el mismo día del mismo año, 16 de septiembre de 1977. La casa de Marc era amplia, con varias habitaciones y un inmenso patio en la parte trasera, donde colgaba una hamaca paraguaya de un tupido jacarandá. Su hermana tenía un novio ruso y la familia de él también estaba alojada allí. Al día siguiente, como muestra de gratitud, organizamos un asado a la Argentina. Matías se las ingenió para armar una parrilla con un par de chapas y entrecruzando algunos alambres que tomó de un galpón con cachivaches25 del fondo del patio. Recogimos madera del bosque, que quedaba a unos doce pasos al oeste, y el fuego ardió. Franceses, rusos, catalanes y argentinos hacíamos una linda mezcla cultural. Recostado en la hamaca paraguaya con una copa de vino, me relamía de alegría observando cómo cada uno ponía su cuota de esfuerzo para lograr comunicarse. Por la tarde, Matías y yo nos fuimos a recorrer París. Había infinidad de cosas para hacer, pero lamentablemente en todas debíamos pagar y nuestro presupuesto era reducido. Sobre todo porque, minutos antes de dejar Barcelona, nos robaron. Ocurrió en la parada Verdaguer del metro de la línea amarilla, camino a Terrassa, donde debíamos encontrarnos con los dueños del coche en el que nos iríamos a Francia. Los cuatrocientos euros que llevaba en el bolsillo de adelante de mi mochila –que era parte del salario de mi hermano y que me había entregado para que cuidara– fueron sustraídos en un santiamén y con una agilidad admirable. Cuando nos dimos cuenta, la máquina ya estaba en marcha y los ladrones se habían bajado. Para desquitarnos de la mala pasada, en París hicimos algunas picardías. Recurrimos nuevamente a los buses turísticos, los sin techo, pero esta vez no pagamos. En una de las paradas subimos haciéndonos los tontos y nadie nos pidió el ticket. Para sellar lo caradura que éramos, mi hermano se acercó a hablar con el chofer y le dijo que habíamos perdido los auriculares, que éste no dudó en reponer. 25
Cachivaches: elementos viejos que se arrinconan por inútiles.
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Tengo la imagen grabada de Matías reposando en los asientos del doble piso, con sus anteojos de sol, hablando por teléfono con su novia Lucy, sonriendo de oreja a oreja mientras circulábamos por las calles parisinas. Concretamos el improvisado proyecto de pasear por París sin poner un centavo, bronceándonos en el open-topped bus que nos llevaba de monumento a monumento. El recorrido duró unas tres horas: la Torre Eiffel, la Catedral de Notre Dame, los Campos Elíseos, el Louvre, el Moulin Rouge y algunos lugares más. Como broche de oro, subimos al Arco del Triunfo cuando ya estaba oscureciendo, y pudimos ver –desde lo alto– un maravilloso espectáculo de luces que provenía de la Torre Eiffel. Antes de volver, decidimos hacer una última visita a la torre de hierro más importante del mundo. Estar allí abajo, tocarla, tener el soberbio monstruo metálico a sólo unos metros nos dejó boquiabiertos y atónitos por estar ante la presencia del símbolo turístico más visitado del planeta. Trescientos veinticinco metros de historia y emblema de glamour. Y si de glamour se trataba, ahí estábamos los hermanos Provvidenti, perdidamente enamorados del mundo. Cansado de tanto trajinar, me senté unos minutos en el parque para observar la majestuosa torre iluminada. Mi hermano fue al baño y desapareció por veinte minutos. Cuando ya me empezaba a incomodar su ausencia, lo vi volver caminando a paso acelerado y sosteniendo un paquete. No sé de dónde ni cómo, pero lo que traía era una botella de champagne con dos copas. Pasamos otros treinta minutos recostados en la base de la Torre Eiffel, saboreando las burbujas y charlando de la vida. Eso sí que era vivir un sueño. Luego de la segunda copa, nos pusimos melancólicos y el tema se centró en la Argentina y los nuestros. Yo estaba todavía muy optimista acerca de mi viaje y de lo que vendría. Quería devorarme el mundo, y sabía que lo podía hacer. Las opciones e incertidumbres eran muchas, pero yo quería seguir, quería probar hasta dónde podía llegar. Por otro lado, Matías ya se había
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dado por vencido, o así lo sentí al principio. Su mensaje fue claro: su novia y amigos estaban en la Argentina, y por más que había conseguido un excelente trabajo en Barcelona, se sentía solo. Para él hubo un antes y un después de esa charla. Cuando regresamos a Barcelona, tardó sólo unos días en tomar la decisión de volverse. Aunque en ese momento me parecía que él estaba perdido y yo tenía las cosas claras, con el tiempo me di cuenta de que era al revés. Mientras yo ponía objetivos para justificar la búsqueda de mí mismo, él sabía perfectamente lo que estaba haciendo en Europa: pasear un poco y encontrar a su hermano mayor a quien por distintas razones –y no precisamente geográficas– la vida lo había puesto lejos. Y lo logró. Él fue a Europa, me siguió, me encontró y se volvió contento a donde pertenece. Para mí era recién el comienzo y no tenía la más pálida idea de cómo seguir. De París bajamos a Anessy, una hermosísima ciudad que se encuentra sobre los ejes transversales entre Italia, Suiza y Francia. Aprovechamos la oportunidad de viajar en bote por el inmenso y cristalino lago que lleva el mismo nombre. No teníamos dinero, así que acampamos en la plaza central, de donde fuimos desalojados bien temprano por la seguridad. Así que partimos para Avignon. Allí estuvimos, en el famoso puente de la canción, aunque nadie bailaba ni cantaba. Esto recién empieza: siete países en quince días Regresé a Barcelona, donde Gaby –otro de mis mejores amigos– me esperaba para comenzar otra travesía. Gaby es el más cheto26 de todos mis amigos; no sólo por su buena posición económica, sino también por su actitud ante la vida. Es caprichoso, meticuloso, un poco maniático y extraordinariamente independiente. Sabe cómo vestirse y su ropa siempre estará impecable; está al tanto y discute de todo. Un poco soberbio, pero siempre con altura. Creo que por la excelente crianza que le dieron Griselda y Rubén Puccini, sus 26 Cheto: apodo que se les da en los países de Sudamérica, como la Argentina y el Uruguay, a los jóvenes que manifiestan gustos de una clase social adinerada.
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padres, él tiene una visión de la vida totalmente diferente. Es el único de mis amigos cercanos que terminó sus estudios en Buenos Aires, y sigue viviendo allí, “en la Capi”. Trabaja para Deloitte, una de las multinacionales contables más grandes del mundo. Sin embargo, aunque a simple vista denote un poco de dureza, desparrama solidaridad y optimismo para quienes los merezcan. Yo venía de vivir con gente de circo y de acampar en plazas para ahorrar veinticinco euros diarios, mientras que él esperaba disfrutar de unas vacaciones un poco más “normales”. Como Gaby sólo estaría por quince días, intentamos armar un itinerario que abarcara la mayor cantidad de lugares posibles. Decidimos alquilar un auto y comenzamos con la Costa Azul, en Francia. Él estaba empeñado en pasar por el Festival de Cannes y sacar fotos a los yates en Mónaco. De ahí nos fuimos a Génova, en Italia, donde paseamos por el acuario más grande de Europa. O así, por lo menos, nos lo vendieron. Sin perder tiempo partimos para Suiza; tuvimos un lindo paseo por los Alpes y llegamos a la capital –Berna y no Zurich como pensábamos–, donde jugamos ajedrez en un tablero gigante de la plaza central. Al día siguiente condujimos hasta Colonia, la ciudad alemana en la que nació el actual papa, Benedicto XVI. Si bien eran visitas relámpago, la cantidad de información que atesorábamos superaba nuestras expectativas. Pasamos por Ámsterdam, en Holanda, donde disfrutamos –de casualidad– de un festival de rock en la plaza central. Dimos una vuelta por el Red Light District, conocido también como la Zona Roja, y comprobamos que realmente existía. Luego hicimos pie en Brujas, Bélgica, una de las ciudades más encantadoras del centro de Europa. El mayor atractivo de ese lugar es su centro histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2000. Brujas mantiene intactas las estructuras arquitectónicas medievales, lo que hace que parezca el escenario de un cuento de hadas, con sus pintorescas casas góticas entre tantos puentes y canales. Para descansar un poco, visitamos nuevamente a Marc en el sur de París, le dimos unos besos a la Gioconda en el Louvre y volvimos a Barcelona.
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Una de las grandes ventajas que tiene Europa es la cercanía entre país y país, similar a la que puede haber en la Argentina entre una provincia y otra. Esto nos permitió visitar siete países en quince días, que era un poco más de los cinco que me había propuesto al principio de la travesía. Sin embargo, lo mejor de estos últimos viajes no fueron los perfectos paisajes, ver monumentos que sólo conocía por libros o la cantidad de ciudades que recorrí en tiempo récord. Lo mejor fue poder hacerlos con Mati, mi hermano, y Gaby, mi amigo, lo cual le dio el verdadero valor a cada sitio. Para animarse a pensar: Viajando uno no sólo se dedica a absorber todo lo que los lugares y personas nuevas nos están ofreciendo; es una sinergia continua, donde entregamos parte de nuestra cultura y costumbres también. Seguimos siendo extranjeros y continuamos teniendo también mucho que dar y que contar. Es lo que se dice un “intercambio cultural continuo”, que se desprende sin querer cuando hacemos un asado, cuando hablamos con nuestro propio acento y así como también cuando intentamos enseñar orgullosos nuestras costumbres a otros. La confianza en uno mismo es lo que se nos pone a prueba constantemente. Algunos podrían pensar que estando lejos ésta podría aminorarse o incluso perderse. Pero con las mismas experiencias que vamos viviendo y los obstáculos que vamos superando, nuestra confianza es, sin embargo, la que nos mantiene firmes para seguir adelante y cumplir nuestros objetivos. Cada uno tiene su viaje. Cada uno tiene sus expectativas. Algunos tienen razones, otros no. No es necesario tener siempre en claro qué es lo que estamos buscando, pero sí saber para qué lado seguir. Podemos estar acompañados, disfrutar el doble de cada experiencia por tener con quien compartirla…, pero nuestro viaje sigue siendo “sólo nuestro”.
Capítulo 4 Amigo de mí mismo
Nunca desviarse de los objetivos Y llegamos a fines de agosto. A seis meses de mi llegada a Europa tenía que tomar una decisión sobre el futuro, de modo que volví a darle una mirada a los objetivos planteados al principio del viaje: • Conocer la mayor cantidad de lugares (al menos, cinco países). • Aprender un idioma. • Tener una experiencia laboral. • Ahorrar algo de dinero. Para entonces había recorrido más de lo esperado, diez países, y eso me llenaba de satisfacción. Me quedaba algo de dinero, había participado de una experiencia laboral y había aprendido un poco de inglés (o eso creía). Consideraba entonces que, aunque no en su totalidad, venía rumbeando hacia el logro de los objetivos. Me gustaba mucho la idea de quedarme en España, donde la calidad de vida es realmente admirable y el afecto de las personas se nota más que en el Reino Unido, donde todos parecen de hielo más que de carne y hueso. Pero, si realmente quería ser fiel al plan trazado, debía moverme buscando el norte. Había tenido bastante fiesta, viajes y vida social. De seguir así, prefería hacerlo en la Argentina con las personas que quería. El panorama estaba abierto, y nuevamente me encontraba en esa adrenalínica, pero agotadora, situación de tener que decidir cuál sería el próximo país a conocer. Por algunos contactos hechos en Escocia, decidí instalarme en Inglaterra y vivir en Bristol, con una familia inglesa que me invitó a pasar unos meses.
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Tiempo de hacer una pausa Inglaterra es el país más importante del Reino Unido, Estado unitario que abarca además a Escocia, a Irlanda del Norte y a Gales. Está gobernado por un sistema parlamentario con sede de gobierno en Londres, la capital; pero con tres administraciones nacionales descentralizadas que funcionan en Belfast, Cardiff y Edimburgo: las capitales de Irlanda del Norte, Gales y Escocia, respectivamente. Se trata, como muchos ya saben, de una monarquía parlamentaria, con la reina Isabel II a la cabeza. Bristol está a treinta minutos en tren al sudoeste de Cardiff; es la octava ciudad de Inglaterra y la undécima del Reino Unido en población. Durante medio siglo fue la segunda ciudad en población después de Londres, posición que perdió por el rápido ascenso de Liverpool, Manchester y Birmingham. La moneda que se utiliza es la libra esterlina, cuyo valor al momento duplicaba el dólar estadounidense y quintuplicaba el peso argentino. Allí, en Inglaterra, se me transformó el panorama. Hasta ese momento todo iba viento en popa, pero luego las cosas se pusieron difíciles y la amargura comenzó a contaminarme. Mi pasaje de regreso era para diciembre –me quedaban casi tres meses antes de volver–, aunque podía cambiarlo si lo deseaba. La realidad pega dos veces Una cosa es viajar y conocer, sin presiones de ningún tipo, y otra es ya pensar en instalarse para vivir una vida normal. Traté de conseguir trabajo, pero se me hacía imposible. Llegué pensando que sabía inglés, pero al convivir con ingleses y no con extranjeros, me choqué con un murallón. Comprendí que mi nivel de inglés era deplorable, y no ayudaba que mis últimos viajes los hubiera hecho con hispanohablantes, porque allí había perdido lo poco que consideraba aprendido. La comunicación comenzó a dificultarse. Obtener un trabajo aceptable en un país donde uno es extranjero es difícil, pero al no dominar la lengua nativa esto se potencia.
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Tuve que salir a la calle. Compré un libro para hacer un currículum en inglés; armé uno y comencé a golpear puertas. Más me entrevistaban, más áspero era el golpe que recibía. Y llegué a la conclusión de que no tenía nada que hacer en ese lugar. Mi inglés era terrorífico, no conocía a nadie, me sentía fatigado… Había consumido todas las energías para empezar de nuevo. Ahora ya estaba despertando y me encontraba en medio de una pesadilla. Iba consumiendo los ahorros que me quedaban para vivir y estaba solo, perdido en el medio de una isla británica. Comencé a tener ataques de nostalgia. Extrañaba mucho a mis amigos y a mi familia. Estaba lejos geográficamente, pero me sentía muy cerca de muchas personas a las que, tal vez en su momento –por la sola razón de saber que estaban ahí– les había prestado poca atención. Me invadían unas ganas locas de decirles a muchas personas cuánto las quería y necesitaba, pero mirándolas a la cara y dándoles un abrazo. Necesitaba sentir el calor argentino, eso que me faltaba. Realmente, necesitaba de los míos y sabía que nada, nada de Europa podía asemejarse a eso. Pasé el peor cumpleaños de mi vida: lejos de todo, sin trabajo, sin amigos, sin un abrazo, sin un beso y cada vez con menos dinero. Miles de e-mails llegaban para saludarme y darme fuerzas, pero había perdido el entusiasmo. Las glándulas ya no generaban adrenalina y mi corazón estaba en la Argentina. Ya no vivía un sueño, sino una realidad. Como en un noviazgo, los primeros meses de enamoramiento de Europa habían terminado. Era tiempo de comenzar a vivir la rutina y aceptar las cosas como eran, y no como uno las imaginaba. Con el poco resto que me quedaba se tornaba duro afrontarlo. De repente, todo resultaba raro, difícil y triste. Lo único que tenía que hacer era cambiar mi vuelo y pegar la vuelta, pero no quería hacerlo así; sentía que me estaba fallando a mí mismo. Me rebelé contra mis sentimientos, me encapriché y decidí soportar un poco más. Los últimos meses en la Argentina no había hecho otra cosa que pensar en Europa. En ese momento no hacía otra cosa que pensar en el
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regreso a Santa Fe, en comer con mi madre o hacer un asado con los chicos, salir el fin de semana y saludar a gente conocida. Sentirme un poco contenido. La verdad es que ya no podía seguir solo. Quería una mano, unas palabras de aliento; pero no podía comunicarme ni con los perros. Sin embargo, repito: huir de esa situación no me parecía la mejor respuesta. Ir a las entrevistas de trabajo era un parto: me ponía nervioso, transpiraba, no entendía. Sumado a esto, la pedantería de los ingleses no ayudaba para nada y el gesto despectivo se hacía notar. Luego de unas quince entrevistas conseguí un trabajo: “limpiador de botellas”. ¡Cómo son las cosas de la vida! Veinte días atrás tomaba champagne en la Torre Eiffel. Siete meses antes, en Santa Fe, era responsable de Marketing de un frigorífico, tenía personas a cargo, emprendimientos, sueños, amigos. Ahora limpiaba botellas, juntaba vasos y cada vez que quería hablar, sólo recibía indiferencia y rechazo. Ahora sabía lo que significaba estar deprimido. Encuentro con uno mismo Volver en ese estado a la Argentina hubiera sido peor que no haberme ido nunca. No podía comunicarme, y los rechazos a mis intentos de establecer conversaciones me llevaron a convertirme en una especie de autista. De mi dormitorio al trabajo, del trabajo a mi dormitorio. Comencé a conocer a los ingleses, su estructura de vida, el sistema casi perfecto en el que se mueven, su gran capacidad de negocios y el respeto y apoyo a su fuerza militar. Cargados de historia, con muchas más guerras ganadas que perdidas, dueños de un imperio. Y, especialmente, con una capacidad de respeto adaptada a su conciencia colectiva. Sin duda, el país más potente de Europa, debido tanto a su economía como a su fuerza bélica. Tanto desarrollo capitalista lo transformó en uno de los países con menos pobreza, pero también con menos alegría.
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La sociedad inglesa está educada para no mostrar sentimientos, y esto significa no exhibir alegrías ni desconsuelos. Superficialmente, es una sociedad casi perfecta, en la que los servicios públicos funcionan de manera mecánica y sin fallas. Aunque, internamente, creo que los ingleses están vacíos y ávidos del afecto que no se les permite materializar. Está casi prohibido hablar de uno, y el hacerlo está directamente relacionado con la debilidad: hablar de la vida privada o preguntar por ella, en ciertos momentos, se torna una ofensa. Cualquier tipo de contacto físico se vincula más a una agresión que a un gesto afectivo. A medida que comencé a conocer a los ingleses, empecé a entender también algunas cosas de mí mismo. Me di cuenta de lo alejado que estaba de las personas que quería, de mi cultura, de mi forma diaria de vivir… Me había distanciado de todo lo que me acompañó durante veintisiete años. Y ya no tenía un espacio ni para expresar mi idioma. Pensaba en todo. Especialmente en las personas con las que crecí: mis primos de Mendoza y Rosario, mis amigos de Rafaela, mis amigos de Santa Fe, mis cinco hermanos y mi madre, mi padre fallecido; e incluso en la mujer de mi vida, también fallecida: mi abuela Beba. Extrañaba viejos amores, y la sensación que tenía era la de un caminante sin brújula. Así las cosas, un día me compré una botella de vino argentino, me preparé un bife con ensalada y me fui a dormir convencido de que era tiempo de empezar de nuevo. Había que encontrar la salida y aunque mi corazón me pidiera a gritos regresar, tenía claro que no era lo mejor. Cuando cuento esto, muchos creen que estaba paranoico o que exagero. Pero a partir de aquella botella de vino, tan lejos de mi lenguaje y viviendo en un contexto con tan pocos denominadores comunes a aquéllos con los que me crié, encontré con quién hablar todas las noches, con quién compartir mis penas y mi dolor. Desde el abismo, logré en esos días hacerme tan amigo de mí mismo como nunca antes en toda mi vida. Dediqué noches enteras a conocerme, a retarme, a preguntarme, a hablarme, a responderme y aceptarme. Y eso era, en definitiva, lo que estaba buscando, lo que me había hecho partir.
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Concluí que no podía seguir viviendo en soledad, pero el entorno tampoco me daba oportunidades. Me hice socio de la Librería Central de Bristol. Era tal la ansiedad de comunicación que tenía que leí el noventa por ciento de los libros que había en las estanterías de la sección de textos en español. Consumí la biblioteca entera, pasando por Borges, García Márquez, Sabato, José Hernández y hasta encontré un libro llamado Testigo escrito por Fernando Niembro.27 Traducciones de libros ingleses, obras de Freud, novelas, ensayos, poesías, filosofía. Todo lo que estaba en español, lo devoraba. Comencé a disfrutar de pequeñas cosas que tenía olvidadas, como la lectura. Mientras tanto, seguía colectando botellas. El lugar se llamaba Bar III, un complejo con cinco habitaciones conectadas: restaurante, pub, boliche bailable y dos habitaciones VIP muy posh (con glamour), como dicen los ingleses. A diferencia de la Argentina, el comercio gastronómico y de entretenimiento es tomado con la misma responsabilidad que se le presta a cualquier tipo de empresa, con un sistema administrativo vertical y un control absoluto de todos los movimientos. Yo estaba posicionado en el último escalón de la pirámide organizacional. Estaban los managers, los supervisores, los recepcionistas, los encargados de seguridad, el plantel de marketing, el personal de limpieza, los barman, los mozos y yo, el excremento colectavasos, limpiador de botellas, más conocido como glass collector. Pero se me pagaba bien por mis horas y como mi mente estaba en la Argentina, cada libra esterlina generada se multiplicaba por cinco. No veía la hora de volver. Luego de unas tres semanas me pude soltar, comencé a coordinar mejor las palabras y hacía bien mi trabajo: era prolijo, ordenado y puntual. Cierto día, uno de los empleados no asistió a trabajar. Me sentaron y me dijeron que me había ganado el lugar: ahora podía ser mozo. Al no 27 Fernando Niembro: periodista deportivo argentino con larga trayectoria como conductor y comentarista de fútbol. Actualmente tiene un programa de televisión en el canal Fox Sports.
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tener vida social –y no hacer otra cosa que leer, estudiar inglés e ir al gimnasio– disponía de mucho tiempo, así que me dieron unas cuantas horas por semana para trabajar. En menos de un mes tenía el restaurante bajo control. No era sólo mozo, sino que hacía pedidos de mercadería y reservas, coordinaba al resto de los mozos, manejaba los tiempos de la cocina y cada vez que surgía un problema, el resto del personal lo consultaba conmigo. Adquirí, sin darme cuenta, el control total del sector. Mi inglés mejoró y con él mi eficiencia laboral. Ya no me sentía tan deprimido y cada vez quedaba menos para la vuelta. En un mes estaría en la Argentina. Opinaba acerca del funcionamiento del resto de los espacios y hasta me dejaron organizar un par de eventos donde tocaron bandas y hubo desfiles. Entonces, comencé a derrochar glamour, mi especialidad. Me iba acomodando y acostumbrando a la vida inglesa, justo cuando se acercaba la hora del regreso. La ansiedad me mantenía vivo y, al pensar en la vuelta, ya no sufría tanto. Había creado nuevamente un sueño: el reencuentro. El vuelo estaba pactado para el 10 de diciembre de 2005. Una semana antes avisé a mis jefes que me iba; les agradecí por la oportunidad y el tiempo compartido. Se enojaron mucho por avisarles con tan poca anticipación y, para mi sorpresa, al día siguiente me citaron a una reunión. De mendigo a príncipe Como en otras oportunidades, supuse, “reunión” es la manera cordial que tienen de decirte “seguí tu camino, no te necesitamos”. Pero esta vez poco me importaba: en diez días ya estaría en la Argentina, aunque quería despedirme de manera correcta. La gran sorpresa fue que el manager general me dijo que estaban muy conformes con mi trabajo y que querían aumentarme el sueldo si me quedaba. Ni siquiera pregunté cuánto; mi no fue tajante, pero por supuesto que con respeto.
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Me resultó muy extraño, porque los ingleses no son de hacer estas cosas: su política es la de la distancia entre el personal y el staff, y pedirle a alguien que se quede es faltar un poco al esquema. Me dio una gran satisfacción ver que estaban rompiendo sus reglas y ofreciendo que me quedara. Después de tanto rechazo fue la primera muestra importante de interés que alguien me daba en Inglaterra. Les expliqué acerca de mi realidad, de mi situación personal, de la necesidad de ver a mi familia, y que me dolía mucho decir que no, que fue muy duro el comienzo para mí, pero estaba primero compartir este momento con mi gente y no había dinero que pudiera comprar una Navidad con las personas que quería. Agradecí enormemente y mostré mi satisfacción por la propuesta. Dos días antes de irme saludé a las pocas personas que había conocido y me despedí de quienes trabajaban conmigo. Fui al complejo y recuerdo que, nuevamente, comenzó esa sensación de nostalgia por dejar aquello de lo que había formado parte. Al llegar, el manager general me apartó y me dijo: “Marcos, tenemos que hablar seriamente. Entendemos que tenés que volver a tu país de origen y visitar a los tuyos, pero las oportunidades se presentan una sola vez en la vida. Valoramos tu interés por la familia y las personas; necesitamos gente como vos en esta compañía. Sylvian (manager en ese momento) se está yendo y nos gustaría que ocupes su lugar”. ¡¡Paf!! No podía creer lo que me estaban proponiendo. Sentí un tremendo sacudón. Tres meses atrás estaba limpiando botellas. De las setenta personas que trabajábamos yo era la número setenta, no podía hablar ni con los perros, me habían rechazado en cada lugar donde había ido y ahora me ofrecían… ser manager. Nuevamente la alegría me invadió. Al salir de esa reunión, las lágrimas me brotaban a baldazos. La oferta consistía nada más y nada menos que en ser una de las tres cabezas de la empresa. Y dije que sí, pero después de visitar la Argentina.
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¿Dónde están? Tenía las mismas expectativas a mi regreso que puede tener un chico de once años el día de su cumpleaños esperando por las visitas. Si bien estaba contento, trataba de mantener la calma. Sabía que no podía desesperarme porque tenía por delante casi treinta y seis horas. Dejaría Bristol en bus hasta Londres, donde tomaría un vuelo a Madrid, para por fin hacer la conexión a Buenos Aires y ahí tomar una Trafic a Santa Fe. El termómetro de la ansiedad multiplicaba su marca con cada cambio de transporte que hacía. Igual, me esforzaba enormemente por relajarme. Respiraba, trataba de pensar en otras situaciones, leía, escribía, dormía, cualquier cosa por hacer que mi corazón palpitara más despacio. Cada vez faltaba menos y por momentos el esfuerzo era en vano. La ansiedad me inundaba y esto no era bueno, sabiendo que todavía faltaban doce horas de vuelo. Con ella aparecía la incertidumbre de qué sucedería cuando llegase. Las preguntas no dejaban de zumbarme en la cabeza: “¿Me estarán esperando? ¿Se habrán olvidado de mí? ¿Me seguirán queriendo como antes? ¿Entenderán que no los dejé, sino que estoy experimentando lo que hay más allá? ¿Qué estoy diciendo?, no es cierto. Yo hui, los abandoné, ¿me perdonarán? ¿Qué habrá cambiado? ¿Qué nuevo emprendimiento estará en marcha? ¿Habrán arreglado los baches de la avenida Alem…?”. Quería saber todo, hablar con cada uno y que me contaran hasta el más mínimo detalle. Sentía que podría estar horas hablando sin dormir y estaba desesperado por enterarme qué era de la vida de cada uno de mis hermanos y amigos. No veía la hora de prender el fuego para el asado, descorchar la botella y arrancar con las charlas. Cuánto extrañaba las charlas con mis amigos. Y ahora las volvería a tener. Mi cabeza era una mezcla de pensamientos que me traían nostalgia y alegría; me sentía emocionado y me reía internamente con sólo pensar en el reencuentro. Por dentro sabía que ese espacio vacío que había tenido por un tiempo volvería a llenarse.
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Con amigos los problemas se borran, las heridas se curan y los malos recuerdos se desvanecen. Y así estaba yo, impaciente, ansioso, pero lleno de júbilo por volver a encontrarme con los míos después de nueve meses en Europa. Marcelo (el Chamu) y Fernando (el Colo) dijeron que si podían irían a buscarme al Aeropuerto, pero no era algo seguro. Marcelo es el más veterano de mis amigos. Lo conocí cuando jugaba rugby en San Carlos, una ciudad a unos treinta kilómetros de la capital santafesina. Los jueves, después de entrenar, era tradición ir al kiosco de Manuel, que quedaba pegado a mi casa, a tomar unas cervezas. Días después de integrarse al equipo, uno de esos jueves, vino con nosotros a tomar algo. Cuando uno es nuevo dentro de un grupo de personas, es casi parte de la naturaleza humana tratar con tacto al resto y tratar de demostrar de a poco las cualidades que uno tiene para gradualmente incorporarse y lograr aceptación. Para nuestra sorpresa, Marcelo hizo todo lo contrario. Recuerdo que nos preguntábamos qué hacía este señor ahí con nosotros. Se emborrachó después del tercer vaso de cerveza y con un acento raro comenzó a contar historias fantásticas. No fue difícil bautizarlo; desde aquel día lo llamamos Chamuyo, lo que en la jerga argentina significa: “Persona que engrupe con sus palabras; te halaga, te ablanda los sentidos y te hace el verso”. Resultó ser una persona maravillosa con un corazón enorme; por suerte la vida nos regala en el camino a personas como él, tan fantástico como sus historias. A Fernando lo conocí allá por mis dieciocho. Todos lo conocen como el Colorado y, por supuesto, es en honor al color de su cabellera. Tiene una personalidad graciosa y ocurrente; es una especie de payaso en el grupo y siempre reparte alegría por donde circula. Teníamos algunos amigos en común y, luego de un par de partidos de fútbol, decidimos ir al gimnasio juntos. Ya éramos muy compinches en aquella época, pero cuando falleció mi padre él se solidarizó mucho conmigo por mi situación y desde entonces no se despegó de mi lado. Siempre presente en cada buena y mala circunstancia de mi vida. Él admiraba la facilidad con la que yo me relacionaba y mi manera de encarar la vida, cuando ciertas condiciones de mi pasado no habían sido de lo más agradables. Vivimos juntos lo que puedo decir fue el mejor año de mi vida, allá por
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1998, viajando, entrenando, divirtiéndonos, estudiando y viviendo cada instante a pleno. Colo fue una de las personas que más sufrieron cuando me fui, y de las pocas que me maldicen por haberme alejado tanto tiempo. Con él tuve los mejores mano a mano de mi vida: litros de vino, Fernet y cerveza han sido consumidos durante largas noches en medio de discusiones, charlas y peleas. Sin duda, con Fernando tomé los mejores vinos de mi vida, y no porque fueran de buena cosecha ni por haber pasado meses en barriles de roble, sino porque como dijo una vez el Alemán Pelosso: “El mejor vino es el que se toma con los amigos”. Y ahí estaba yo; faltaban unas cuatro horas para arribar a Buenos Aires y ya no había manera de calmarme. Sentía como si hubiese tomado cuatro latas de energizante y tres cafés negros mezclados con un blíster de aspirinas. Movía las piernas, miraba por la ventanilla, corría los bolsos, le hacía cara a mis dos compañeros de asiento y le sonreía a la azafata, que me respondía con una sonrisa superficial y una mirada de: “¿Y a este pibe qué bicho lo picó?”. En las pantallas del avión podía observarse el mapa con el trayecto que estábamos realizando y la Argentina hacía rato que ya aparecía allí, cada vez más cerca. La alegría y los nervios se batían a duelo para lograr el control de mi estado de ánimo. Finalmente aterrizamos y puedo asegurar que reviví la sensación de cuando –con seis años– recibí mi primer juego de Rasti para armar. Para quienes no lo saben, el Rasti es un juego de chicos compuesto por pequeños ladrillitos y diversas piezas de plástico que se ensamblan y permiten que uno “construya”, según su imaginación. Fue el mejor regalo que recibí en mi vida. Como de costumbre, me llevé a algunas personas por delante y, caminando con pasos cortos pero ligeros, llegué al lugar donde uno recoge su equipaje. Los veinte minutos de espera por mis valijas fueron claustrofóbicos. Cuando al fin pude hacerme de ellas, estaba a sólo unos metros de la salida y al otro lado de la puerta podía observar a alrededor de cien personas que con carteles y gritos trataban de identificar a quienes esperaban.
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Estaba en el último control y, si bien desde allí no podía distinguir adecuadamente a quienes aguardaban del otro lado, se me hizo un nudo en el estómago al no ver a nadie esperando por mí. Salir de Ezeiza luego de un vuelo es una sensación un poco embarazosa, ya que varios de los que aguardan con los carteles detrás de las barras de seguridad –taxistas, empleados de empresas de transporte o de turismo que van a recoger gente–, observan e incluso algunos hacen señas para ver si uno es el pasajero que están esperando. Me encontraba en el pasillo de salida contento por haber llegado, pero angustiado porque el deseo de ver a mis amigos tendría que esperar otras seis horas hasta llegar a Santa Fe. Di un último pantallazo para ver si conocía a alguien, pero ninguna cara familiar apareció. Agaché la cabeza un poco avergonzado, y ya sintiéndome resignado, cuando de repente escuché voces entreveradas que decían: “¡Ahí está!, ¡ahí está! ¡¡Marcooos!!”. Y ahí estaban ellos, entre la multitud, Chamuyo con sus movimientos agorilados y el Colo con los ojos brillosos y una sonrisa de oreja a oreja. Hicieron algunos movimientos atolondrados y comenzaron a empujar a la gente que se interponía en su camino para saltar la barra de seguridad y abalanzarse para recibirme con uno de los abrazos más significativos de mis veintiocho años. La vergüenza volvió a recorrerme el cuerpo, pero ya no por sentirme olvidado en el aeropuerto, sino por el papelón que estaban haciendo mis amigos. Una vergüenza gratificante y llena de orgullo; sólo faltaba que la multitud que nos rodeaba se pusiera a aplaudir y que de fondo se escuchase Friends Will Be Friends.28 Entre las lágrimas, una incomparable satisfacción me invadía. Eran las 7 de la mañana. Cargamos las valijas y emprendimos el regreso a Santa Fe, donde el resto de la banda esperaba en la quinta29 de Sebastián Maidana.
28 Friends Will Be Friends (Los amigos serán los amigos) es una canción escrita por Freddie Mercury y John Deacon y realizada en 1986 por la banda de rock inglesa Queen como parte de su disco A Kind of Magic. 29 Quinta: casa de campo en las afueras de la ciudad.
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Las cinco horas que duró el viaje fueron una alborotadora conversación, donde los tres tratábamos de ponernos al día lo más rápido posible. Cerca de las 12:30 llegamos a Santa Fe y alrededor de veinticinco amigos, amigas y familiares estaban reunidos esperando volver a verme. Luego de otra nueva ola de abrazos, me relajé al lado del barril de cerveza y disfruté de esa hermosa bienvenida que era tal cual me la había imaginado, con el fuego ardiendo y todos poniéndonos al día. Pasé una Navidad espectacular, recargando energías y deleitándome con la compañía de quienes de alguna manera me hacen ser quien soy: mis amigos y mi familia. Mientras tanto, me preparaba para la segunda etapa de mi viaje a Europa, y me sentía tan animado como con la primera. Estuve cerca de un mes y medio en la Argentina, disfrutando del verano y preparándome mentalmente para una nueva aventura. El proceso interno comenzaba a repetirse. Aparecían nuevos miedos y nuevas ansiedades, como también nuevas decisiones que tomar.
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Para animarse a pensar: Cuando emprendemos un viaje, vamos dando pasos. Las sensaciones van cambiando. Debemos darnos cuenta cuándo un simple sueño se convierte en un importante proyecto. Pero sobre todo tenemos que estar preparados para reconocer cuándo un proyecto se convierte en una realidad. Una nueva realidad. Es importante saber de antemano cuáles son las barreras que uno deberá enfrentar. Si no hay barreras por superar, no hay aprendizaje. Hay viajes de placer en los que nuestro mayor problema es no olvidarnos de nada y hacer nuestro equipaje. Pero hay otros viajes que implican un mayor esfuerzo. Para empezar, tenemos que ser conscientes de lo que resignamos y animarnos a encontrarnos a nosotros mismos. La satisfacción de lograr los objetivos y superarse a uno mismo es lo más cercano a entender lo que la felicidad significa.
El mejor vino es el que se toma con los amigos.
Alemán Pelosso
Capítulo 5 ¡Un señorito inglés!
Dispuesto a empezar de nuevo Llegué a Bristol y los cambios se vieron rápidamente. Pasé de disfrutar del sol y la piscina a vivir bajo la crónica lluvia del Reino Unido. Mis planes eran: consolidarme en el trabajo, seguir mejorando el nivel de inglés y ahorrar, si fuera posible. A los pocos días de llegar, me informaron que había adquirido mi beca europea para hacer el MBA (Master in Business Administration). También quería tener un poco de vida social que, por los problemas lingüísticos y por la frialdad inglesa, había sido un poco difícil de concretar. Igual sabía que eso no era algo que uno pudiera planear; llegaría cuando fuera el momento. Comencé a buscar una habitación donde vivir. En Europa es muy común compartir habitación con desconocidos, gente de cualquier nacionalidad y sexo; algo que en la Argentina, por cuestiones de seguridad y tradición, es difícil de concretar, excepto que sea con conocidos. Mi idea era clara: vivir en un lugar que me costara no más del 30% de mi salario y que quedara a no más de diez minutos caminando desde el complejo donde trabajaría. Así no derrocharía ni tiempo ni dinero en transporte. Recorrí todo el centro de Bristol y algunos lugares de los alrededores buscando algún sitio donde habitar. Las dos áreas más pintorescas de esta ciudad son Clifton Village y White Ladys Road. Zonas muy paquetas30 situadas a pocos minutos del centro y de las dos universidades. Los preciosos parques y arboledas le dan vida al frecuente clima gris de 30
Paquetas: prolijas, cuidadas con excelencia, de clase social elevada.
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la región. Quienes viven cerca del Clifton Suspension Bridge (Puente Colgante de Clifton) pueden disfrutar de una hermosa vista del río Avon. Fueron alrededor de seis días de intensa búsqueda en inmobiliarias y distintas páginas de Internet. Como no conseguía nada, decidí ir a relajarme a un pub ubicado en el famoso Triángulo de Bristol. Mbargo era el nombre del bar, una mezcla de tradicional bar inglés con algunas adaptaciones modernas. Estaba pensado para un público universitario y de jóvenes profesionales, ambientado con la mayoría de sus decoraciones en negro, dos barras y una pequeña pista de baile. Eran alrededor de las 7 de la tarde, sólo algunas personas estaban en el lugar, y pedí una cerveza Guinness. Dicen que no hay que esforzarse tanto, que las mejores cosas suceden cuando uno menos las espera. Dicho y hecho, esa cerveza fue el punto que desencadenó una nueva realidad en mis tres próximos años de vida y –en consecuencia– de los siguientes. Cuando el barman me acercó el trago, me preguntó de dónde venía. Resultó ser David, un simpático español con el cual nos pusimos al día y me informó que arriba, en ese edificio, había algunas habitaciones en alquiler. Se trataba de ocho habitaciones donde residían algunos empleados de este complejo, y otros tantos personajes de todo el mundo. Italianos, lituanos, ingleses, polacos y ahora un argentino se unía a la colección. Mbargo estaba conectado por una escalera a las habitaciones, por lo cual pasó a ser el living de mi hogar. Era el punto de encuentro de toda actividad social, y comencé a gozar de las ventajas que esto me daba. Al mismo tiempo, me estaba afianzando laboralmente. Era el gerente del complejo de entretenimiento más glamoroso de la ciudad. Estaba familiarizándome con los quehaceres diarios del negocio y siendo instruido por un inglés y un hindú, quienes eran mis jefes. Trabajaba muchísimas horas, cerca de sesenta por semana, que eran más de las cuarenta acordadas. Por supuesto, no cobraba horas extra; pero estaba concentrado y aprendiendo. Realmente quería sacarle el jugo a la situación y no era sólo el dinero lo que me mantenía con energías, sino la posibilidad de poder tomar decisiones y organizar una empresa en un país
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donde apenas podía hablar la lengua. Si bien mi inglés había mejorado mucho, todavía quedaba un largo trecho para llegar a hablarlo correctamente. Por lo tanto, el esfuerzo era doble. Realmente quería hacer las cosas bien, entender todo sobre el negocio y el sistema utilizado para poder controlarlo; además de incorporar el nuevo vocabulario técnico necesario para mi trabajo. Yo sé que estas personas me explotaban. Ellos veían la insistencia, persistencia y energía que ponía para entender cada detalle de la empresa, así que explotaban hasta el último milímetro cúbico de mis energías intelectuales y físicas. Al principio pensé que era correcto trabajar tanto, ya que era nuevo en mi posición, me sentía inseguro porque no hablaba correctamente la lengua y estaba en etapa de entrenamiento. Al mismo tiempo, quería mostrar que la decisión que tomaron al contratarme había sido acertada y no dejar ninguna duda al respecto. Si tenía que quedarme hasta las 3 o 4 de la mañana y comenzar a las 8, ahí estaba. Tenía prohibidas las relaciones interpersonales con el resto de los trabajadores, porque consideraban que así se hacía más difícil controlar al personal. Me sentía una especie de robot, con poca o nula vida social y vivía para trabajar. No pensaba, no extrañaba, no proyectaba. Todavía tenía algunas secuelas de placer por haber llegado a la cima y consideraba que el gran esfuerzo que estaba realizando sería pasajero; confiaba en que todo se acomodaría cuando asimilara la información que estaba recibiendo. Ambientándome David, el chico que trabajaba en la barra y que me había dado la información sobre las habitaciones, me invitó a su fiesta de cumpleaños en una disco alejada de la zona centro. El lugar se encontraba en un oscuro barrio, colmado de paredes con graffiti y pintadas con dibujos retro en varios colores. No conocía a nadie, pero como no tenía mucho que hacer me acerqué a la fiesta. Había muchos españoles, lo que suponía podría facilitarme la interacción. Sin embargo, no pude establecer conexión con nadie.
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La música estaba muy fuerte, el lugar era oscuro y todavía me sentía desorientado mentalmente. Parado, desde un rincón, recuerdo que veía a todos saltar, divertirse, saludarse, abrazarse; y yo estaba totalmente fuera de sintonía. Me preguntaba si algún día formaría parte de un grupo como éste o estaría condenado a seguir en la soledad de la fría Inglaterra. Entre todas las personas había una rubia muy atractiva que conocía a todos. Iba y venía en la fiesta como si fuese la anfitriona; se notaba que era muy amiga de David y muy querida por todos los ahí presentes. Irradiaba seguridad y cada dos minutos alguna nueva persona se acercaba a saludarla, a lo cual ella respondía con afectuosos abrazos e inocentes sonrisas. Era de altura considerable y su cabello dorado en movimiento contrastaba con lo opaco del lugar. Me entretuve un buen tiempo mirándola y disfrutando de su presencia. Desde ya que ella no me registraba, y yo la observaba de la misma manera que uno mira lo que sabe que es inalcanzable. Con respeto, con deseo, con admiración, con fantasía, pero con la certeza y convicción de saber que es sólo un sueño inaccesible. Por alguna de esas razones que uno en la vida no puede explicar, unos segundos antes de irme nos cruzamos en la pista de baile. Su mirada se centró en mí y por un instante quedé anonadado con la belleza de sus ojos color mar. Me saludó con un “hola” que hizo elevar las revoluciones de mi corazón y contraer mi estómago, y al que yo respondí con una sonrisa incómoda y dudosa, porque no estaba seguro de si era a mí a quien esta chica le había hecho la reverencia. La conquista inglesa Mi corazón –para ese entonces– todavía latía por amores en la Argentina. Sin embargo, no pude dejar de pensar en el “hola”. Mientras caminaba de regreso a casa, mi diálogo interior estaba desorientado: “¿Me saludó a mí? ¿Y con un ‘hola’ “? La verdad, no lo entendía; definitivamente esta chica era muy blanca para ser latina, y muy simpática para ser inglesa. Sin embargo, hablaba español. Y…, ¿cómo sabía que yo también?
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Algunos días después, cuando todavía buscaba adaptación, entré a Mbargo, el bar debajo de mi casa, para ir a mi habitación. Para mi sorpresa, volví a ver a la rubia. Esta vez, trabajando detrás de la barra. El cosquilleo en la barriga se presentó de nuevo; sabía que, de querer hablar, tartamudearía de los nervios, sobre todo al enterarme de que la rubia de los ojos color mar era la gerente del pub. Fui a mi habitación y me daba la cabeza contra las paredes. Estaba acelerado, necesitaba pensar en algo rápido, debía hacer contacto con ella. Luego de unos segundos, no me costó decidirme: volví a la realidad y me fui a dormir. ¿Qué pasó por mi cabeza al pensar que podría haber alguna remota posibilidad de que a esta chica le interesara tener algún tipo de relación o contacto con un argentino tercermundista que apenas hablaba inglés? Recuerdo que esa noche, antes de dormirme, miré la película El padrino. Estaba ya adormecido cuando una música, proveniente de la sala de estar, me despertó. Eran alrededor de las 3 de la mañana y algunas voces se mezclaban con el R&B31 y el ruido de los hielos cayendo en vasos de vidrio. Me puse unos pantalones cortos y fui a ver qué estaba pasando. Alrededor de quince personas estaban sentadas charlando y bebiendo. Reconocí algunas caras; casi todos trabajaban o eran habitués del bar. La fiesta parecía haber sido organizada por uno de los DJ que vivía conmigo y pinchaba32 en el bar. Todavía un poco dormido, pero haciendo el esfuerzo de sonreír, miré de reojo para terminar de identificar a los presentes y, nuevamente, como por arte de magia, en el propio living de mi hogar, vi a la rubia en uno de los sillones.
31 R&B: el Rhythm and Blues (abreviado por sus siglas R&B) o Jumping Music es un género musical derivado del jazz, el gospel y el blues. 32 Pinchar: acción realizada por el DJ. Pasar música; proviene de la acción que se produce al pinchar con la púa los discos de vinilo.
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Fui rápidamente al baño, más despierto que nunca. Estuve unos dos minutos adentro maquinando33 sobre qué pasos debía seguir. Tomé valentía; al fin y al cabo la reunión era en mi departamento. Me acerqué al grupo y nadie lo notó o tuvo muestras de molestia por mi presencia; tampoco de alegría. Me sentí muy ridículo, rogando internamente por un poco de atención. Nadie me hablaba y nuevamente sufría la frialdad de la sociedad inglesa. Todos ahí parecían ser locales; incluso la rubia, que ahora hablaba inglés. Luego de un eterno minuto y medio de incomodidad, cuando la ignorancia recibida parecía ser la ganadora de la noche, me di cuenta de que una de las chicas presentes era española cuando sonó su móvil y atendió con un “hola”. Estaba muy entretenida dialogando con sus pares, por lo que esperé otro minuto más. Caminaba de un lado a otro y la incomodidad ya me había inundado. Ni siquiera tenía un vaso en la mano para simular estar haciendo algo, y rezaba sin éxito para que alguien me ofreciera una bebida de bienvenida. Estaba a la deriva y, cuando ya me retiraba, la española se acercó para servirse un trago, situación que aproveché para tirar una punta: 34 “¡¡Hola!!, ¿son todos ingleses acá? ¿Cuál es el motivo de la fiesta? Yo soy Marcos, argentino; vivo acá”. Su nombre era Mariajo. Fue muy simpática; me presentó a un par de los integrantes y, finalmente…, a la rubia. Cuando uno está nervioso y trata de hablar otra lengua, las palabras parecen no venir nunca. Por más esfuerzos que hacía para interactuar, la lentitud para enunciar hacía que mi diálogo se tornase aburrido. Y yo era consciente de eso. También sabía que el miedo al rechazo, por no manejar el inglés, nunca se terminaría si no salía de la madriguera de mi habitación y comenzaba a sociabilizarme. Entre la vergüenza dominante del momento y los nervios por la presencia de la rubia, tenía un terrible surtido de pensamientos y emociones. Si bien me considero una persona con habilidades sociales, éste era un mundo nuevo, un mundo donde por 33 Maquinando: pensar de manera excesiva en una situación, momento o comportamiento. 34 Tirar una punta: presentar un elemento o situación a alguien en una determinada circunstancia sabiendo que hay altas probabilidades de rechazo.
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no manejar la lengua me encontraba en desventaja. Éste era el mundo inglés y a la fuerza necesitaba abrir las puertas. Fui a todo o nada y apunté mi diálogo directo a la rubia. Por otro de esos milagros del universo, ella hablaba español perfectamente, lo que facilitó la comunicación. Victoria Newing era su nombre. Más la conocía y más atractiva la encontraba. Una chica dulce, agradable, con los pies en las nubes para ese entonces y con algunas heridas en el corazón que sanaba con todo el afecto social que generaba. Rápidamente se apiadó de mi situación y me dio su confianza. Me enseñaba las palabras en inglés que no figuran en los diccionarios y me consolaba cuando los rechazos sajones se hacían frecuentes. El día en que conocí a los Pumas Dentro de mi rutina diaria, tenía una hora y media libre a la siesta que usaba para ir al gimnasio. Los domingos, aunque estaba exhausto, aprovechaba para hacer un poco de sociales en Mbargo, donde solía tocar alguna banda. En este pub había un grupo de trabajo muy amable, muy diferente a Bar III donde yo trabajaba. Un día, cerca de las 9 de la noche, el bar estaba colmado y yo me encontraba en la barra hablando con un español y un par de ingleses que había conocido la noche de la fiesta. Disfrutaba mi pint (pinta) de Guinness cuando –de repente– las puertas del bar se abrieron y aparecieron tres tipos corpulentos. Los vimos entrar y toda la muchedumbre se dio vuelta para observarlos. Eran sujetos realmente enormes. Parecía que se arrimaban a la barra en cámara lenta y con caras muy serias, mientras todos los seguían de reojo con la mirada. El más chico de ellos caminaba adelante y los otros dos más grandotes iban atrás, como si fueran guardaespaldas. Una especie de silencio general se hizo en el lugar; hasta pareció como si la música de fondo se hubiera apagado y las luces se encendieran para abrir paso a estos individuos. Yo permanecía en lo último de la barra, y ellos estaban cada vez más cerca. Miraba para
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todos lados haciéndome el distraído y pensé: “Acá se la agarran conmigo y pierdo como loco”. Seguí bebiendo y mirándolos de reojo, rezando para que no se acercaran más; sin embargo, ellos seguían aproximándose. Se pararon a mi izquierda y pidieron un par de tragos; y si bien hablaron en inglés, por el acento pude notar que eran extranjeros. Luego de un par de minutos todo estaba más tranquilo. Seguimos nuestras conversaciones normalmente y estos personajes se instalaron a unos metros de nosotros. Entre la música, las voces y los ruidos de copas, me sorprendí cuando uno de estos protagonistas le gritó a su compañero: “Pero, ¡no seas boludo!”.35 Me quedé tildado por unos instantes tratando de escuchar su conversación, hasta que pude confirmar que –efectivamente– estos tres gorilas eran argentinos. Ahí se vinieron las presentaciones. Yo seguía nervioso y ahora se sumaba la alegría enorme de encontrar argentinos, así que al principio ni escuché los nombres. Nos pusimos a hablar de la vida, de acá, de allá, y seguimos de fiesta en otro lugar llamado Lizard Lounge que quedaba en la esquina. Los simios resultaron ser jugadores del Bristol Rugby Club. Como yo no tenía mucha idea de quiénes eran, pero tampoco quería dar muestras de mi ignorancia, preferí desviar la conversación hacia otros temas que no fueran justamente el rugby. Terminamos la noche, nos pasamos los números de teléfono y quedamos en encontrarnos durante la semana en el complejo donde yo trabajaba. Sus nombres eran Manuel Contepomi, Bernardo Stortoni y Mariano Sambucetti. Con el tiempo supe que todos eran integrantes del seleccionado argentino de rugby, los Pumas. Durante la semana se acercaron a Bar III, donde los recibí con vasos muy grandes de Fernet. Era el único lugar de Bristol que vendía esta bebida. 35 Boludo: lunfardo argentino-uruguayo. Puede ser un insulto, si es dicho con esa intención; o una especie de muletilla, típica del diálogo: “Boludo, ¿adónde vamos?”. También se utiliza para indicar una acción fácil de realizar: “Esta apuesta es una boludez”.
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Para ser sincero, siempre estuve contento de haberlos conocido, ya que Bristol no era una ciudad con muchos argentinos y estar con compatriotas alegra el alma. Manuel estuvo sólo unos meses y luego se fue a Italia. Bere estaba casado con Trini y con dos hijos; por eso sus salidas no eran muy frecuentes, aunque tuvimos muchos encuentros sociales en su glamoroso hogar en Clifton Village. Con quien más relación tenía era con Mariano, el Sambu. Por un buen tiempo nos tratamos con distancia y respeto; lo cual me agradaba, ya que había tenido algunas malas experiencias al conocer argentinos que pensaban que por el solo hecho de haber nacido en el mismo país, uno les debía la vida. Nos dimos el tiempo para conocernos y construir una verdadera amistad. En el transcurso de los casi tres años vividos en Bristol, compartimos muchos momentos, de los buenos y de los malos. A mediados de 2007, Sambu sufrió una lesión muy fuerte. Todos los ligamentos se le cortaron y el aductor se le desprendió del hueso. Recuerdo que tenía que vaciarle la pelela36 porque estaba postrado en el sofá, prácticamente inmovilizado por la operación y me decía: “Aunque estoy triste, esto me ayuda a darme cuenta de todas las otras cosas que todavía tengo. En abril de 2008 estoy jugando de nuevo”. Eso era cinco meses antes de lo que los doctores le habían pronosticado. Con una muestra de optimismo inigualable, me hablaba de cómo se iba a recuperar y jugar el próximo torneo de titular. Y así fue, con mucho esfuerzo y paso a paso, siete meses después de una ruptura de ligamentos con desprendimiento de los músculos de su pierna estaba nuevamente jugando entre los quince. Con la convicción, firmeza y valentía que encaraba los infortunios, no era casualidad que estuviera jugando rugby en el más alto nivel mundial. Recuerdo las largas charlas que teníamos, en las que jugábamos a ser empresarios y soñábamos en dónde invertiríamos todas las chirolas37 que generaríamos en el futuro. 36 Pelela: vasija de plástico que se utiliza para poder orinar desde la cama cuando se está con poca capacidad motriz. 37 Chirolas: monedas de poco valor.
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Sambu y su mujer, Sole Camacho, me abrieron las puertas de su casa y me dieron un poco de calor humano cuando más lo necesitaba. Por los valores de familia, trabajo y solidaridad forman una pareja modelo que hace que uno se sienta orgulloso de ser argentino. No todo es color de rosa Ya habían pasado tres meses de esta vuelta, y no había muchos cambios; seguía trabajando largas jornadas y cobrando el salario mínimo. Por otro lado, la relación con mis superiores se estaba volviendo un poco ruidosa. Algunos malos tratos comenzaron a aparecer. Mi etapa de prueba estaba superada, yo me sentía confiado y mi inglés –si bien distaba de ser perfecto– había ascendido un par de escalones. De a poco comencé a conocer más personas. Vivía arriba del bar más popular y trabajaba en el más glamoroso. Algunos argentinos me visitaron, lo que hacía la estancia un poco más agradable. Mariano Carmelé, el hermano de una de mis mejores amigas, fue el primero. Poco tiempo después llegó Lucas Molfino, otro de mis amigos del alma. Lucas, si bien tenía mi edad, siempre fue una especie de hermano mayor que me aconsejaba y marcaba los límites en mis tiempos de adolescencia rebelde. Luego de terminar la secundaria en el Colegio Nacional de Rafaela, nos perdimos un poco el rastro. Diez años después nos reencontramos en Europa, ya lejos de nuestra adolescencia; aunque el diálogo seguía intacto. Cuando él se fue de Bristol, yo estaba muy contento con mi situación en general y la adaptación que había conseguido al mundo británico. Aunque mis jefes no parecían pensar de la misma manera, yo me sentía satisfecho conmigo mismo y con lo logrado hasta ese momento. De a poco comenzaron las presiones, y podía percibir que la situación laboral se ponía más tensa; a lo que yo respondía con más trabajo y, por supuesto, preocupación. En Latinoamérica, uno está acostumbrado a que muchas veces los supervisores, o superiores, no tengan el mejor
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trato para con sus empleados y –como tantas otras cuestiones inaceptables– uno lo deja pasar como algo natural. Mis conocidos europeos, que veían cómo me esforzaba –cumplía y producía–, me decían que lo que estaba sucediendo era totalmente fuera de orden. Intenté dialogar un par de veces, pero fue en vano. Comenzaron a menospreciarme y justificar su enojo con la vida social que yo llevaba. La que –argumentaban– me distraía y no dejaba que me concentrara y produjera lo suficiente. Cabe recordar que mi vida social era escuchar una banda de música, los domingos a la noche, en el living de mi casa. Estaba muy asustado, advertía el final de mi trabajo y la presión había también afectado mi autoestima, por lo que no veía cómo esto podría terminar bien. Nuevamente, me encontraba atrapado. Por momentos me sentía ahogado y culpable. Estaba fracasando, y yo había dado lo mejor de mí. Me preguntaba si sería por ser extranjero, pero uno de mis jefes lo era, por lo que no creía que ésta fuese la razón. En este tiempo, Victoria, la rubia, que estaba por irse a vivir a Mallorca, estuvo muy cerca de mí y me apoyó de manera incondicional. Yo creo que me veía indefenso, y nunca supe si me tenía cariño o lástima, pero estábamos cada vez más cerca. Ella fue quien me dio coraje para encarar a mis jefes, y siempre recalcaba el esfuerzo que yo hacía y cómo debía defender mi lugar, ya que lo que sucedía era una explotación y en Inglaterra –entre otras cosas maravillosas– los derechos humanos y del trabajador se respetan. Luego de otra disputa, que terminó de hundirme psicológicamente, intenté estoicamente llegar a un acuerdo. Al final, fue una especie de renuncia forzada. Lo más difícil de asimilar fue que había dado lo mejor de mí, y esto terminaba en un vacío. Las groseras palabras de mi ex jefe, antes de que me retirase, fueron una especie de punzada en la autoestima: “You are nothing without us, you are a nobody!”. Forget you’ll find a job again in this town”. (¡Sin nosotros no sos nada!, ¡sos un don nadie! ¡Olvidate de que encontrarás un trabajo nuevamente en esta ciudad!). Por momentos les creí. Otra vez la depresión se hacía cargo de mí y a eso debería sumarle la incertidumbre de no tener trabajo. En Latinoamérica ser un desocupado puede ser mortífero. En Europa es sólo
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cuestión de tiempo, pero yo seguía pensando como latinoamericano. Por lo que el miedo al futuro era una perturbación constante. Thank you Si hasta el momento me creía en la cima por haber logrado la posición de “manager”, habiendo comenzado de colectavasos, ahora me sentía otra vez, y de repente, a los pies de la montaña. Además, tenía un profundo miedo a subir y –la verdad– no tenía ni idea de cómo volver a empezar. Lo primero que se me vino a la mente fue pegar la vuelta. Yo no sé si a todos los que viajan les pasa lo mismo, pero para mí la Argentina era un permanente cable a tierra. Cada vez que me sentía mal o tenía algún problema grave, pensaba en la posibilidad de volver y sabía que, al menos, contención afectiva no me faltaría. Para mí esto siempre fue un arma de doble filo; porque cuando uno está muy feliz o contento, también desea compartirlo con quienes más quiere, y por más tecnología, e-mails, o llamados telefónicos que existan, la distancia se siente. Me encontraba una vez más sin rumbo y sin destino, cargado de inseguridades y desocupado, en un país extranjero con una lengua diferente a la mía. Me di a mí mismo tres semanas para conseguir trabajo o pegaría la vuelta. Si bien me sentía capacitado para encarar diferentes tipos de tareas, sabía que no manejar el idioma en profundidad era una barrera. Comencé la búsqueda en Internet, traté de ir a algunas entrevistas, mandé mi CV a Londres y el resto de Europa, pero todos respondían que debía esperar. Pasó una semana y el panorama era negro. Por más que ponía esfuerzo, me levantaba temprano y visitaba todas las agencias de búsqueda de empleo, internamente me sentía frustrado, y supongo que eso transmitía porque no prosperaba. Era jueves y luego de una recorrida por las agencias de trabajo temporal, entré a mi casa y encontré a Wayne Keyle, uno de los managers de Mbargo que vivía conmigo, preparando el almuerzo.
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Al comentarle sobre mi presente –no muy alentador–, me aconsejó hablar con Nick Pratt, el gerente general de Mbargo. Pedí una entrevista el mismo jueves a la tarde y le comenté mi situación. A Nick lo conocía de vista, ya que trabajaba en el bar y, desde ya, era la persona más popular del lugar. Estaba permanentemente bien vestido, con ropa de marca y a la última moda. Si su bar era el más exitoso de la ciudad, el único responsable era él y nadie más, y lo sabía. Nick era una de esas personas únicas e irrepetibles, un líder natural cuya presencia siempre entusiasmaba al público. Usaba camisas sueltas o un sobretodo largo, color marrón, que lo ayudaban a disimular el sobrepeso. Emanaba respeto sin levantar la voz y constantemente hacía reír a todos. Era fácil ubicarlo, ya que siempre estaba rodeado de algún grupo de gente que, muy animado, escuchaba sus chistes e historias extravagantes. Sin duda, uno de los personajes más reconocidos de la noche de Bristol; y yo estaba a punto de saber por qué era tan respetado. La entrevista terminó a las 4 de la tarde. A las 8 me llamó y me dijo: “Uno de los managers se va de la empresa en una semana. Empezás mañana a la mañana; sos el nuevo manager de Mbargo”. A la mañana siguiente me dio las llaves y agregó: –Estoy cansado, me voy a dormir. El bar es tuyo. Me quedé sin palabras, lo único que me salió del alma fue un sincero agradecimiento: –Thank you! Thank you so much, Nick, you won’t regret. (Gracias, muchas gracias Nick, no te arrepentirás). Y la verdad, todavía le estoy agradecido. No solamente por haberme dado una oportunidad cuando otros me la negaron, sino porque me abrió las puertas a una nueva etapa en Inglaterra. En cuanto a Bar III, reconozco que tres meses después, cuando me enteré de que a los dos que habían sido mis jefes los habían despedido y el lugar había cerrado, sentí una pizca de regocijo.
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Para animarse a pensar: Es importante seguir con los planes, pero también hay que saber esperar. Los tiempos que nos proponemos pueden ir variando por numerosos factores. Todo llega a su debido momento; si todavía no ocurrió es simplemente porque quedan algunas experiencias más que vivir u obstáculos que superar. Debemos aprender a absorber todo lo posible y más. Saber aprovechar las oportunidades que se presentan, aunque éstas conlleven algún sacrificio. Cuando estás fuera de tu país todo esfuerzo tiene su recompensa, y se disfruta el doble. Necesitamos abrir las puertas a un mundo nuevo. Enriquecernos con las personas que conocemos. Dejar entrar lo raro, lo extraño, lo diferente. Eso es lo que nos va a permitir formar parte de un lugar, sin darnos cuenta. Todo es cíclico. No hay eternos momentos de gloria. Hay que saber disfrutar lo bueno y aguantar lo malo. Pronto la rueda gira. Sólo es cuestión de resistir y esperar nuestro nuevo momento en la cima.
Capítulo 6 Con amigos es más fácil
Casi, casi una vida normal Así fue como pasé los tres años siguientes consolidándome en Inglaterra y trabajando en Mbargo como mano derecha de Nick. No tenía bien en claro de qué se trataba mi vida y qué estaba haciendo, así que decidí centrarme en el objetivo económico. Ahorrar y ver mi cuenta del banco crecer era mi motivación de vida. Vivía una relación muy pasional con Victoria, que luego de tres meses había vuelto de Mallorca. En ese entonces nos acercamos más que nunca, al punto que terminamos conviviendo en la misma habitación. Casi sin darme cuenta, ya estaba insertado en el sistema europeo; y aunque no era inglés, tampoco me sentía un bicho tan extraño, sino uno más de los miles de extranjeros que vivían en ese país. El hecho de tener la nacionalidad italiana me daba la tranquilidad de poder disfrutar de todos los derechos y beneficios de cualquier otra persona de la Unión Europea. Tenía mi cuenta de banco, una habitación en un lugar privilegiado de la ciudad, estaba trabajando legalmente, jugaba al fútbol los sábados, seguía estudiando mi máster a distancia en España, iba al gimnasio, aprendía inglés y convivía con mi novia, en una relación que parecía tener un futuro próspero. Las cosas funcionaban a la perfección, aunque cuando uno se siente tan consolidado, la adrenalina deja de correr por el cuerpo y todo se vuelve demasiado natural. Los domingos hacíamos las compras y por lo menos una vez por semana salíamos a cenar. Era común que concurriera a los partidos de rugby de Sambu y Bernardo cuando jugaban en Bristol. Para ser honesto, disfrutaba de haberme insertado en el sistema inglés, cosa que tiempo atrás observaba desde la Argentina como algo imposible y que sólo algunos privilegiados podían lograr.
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Vuelta a los orígenes En octubre me di una vuelta por la Argentina para visitar a los míos, ya más tranquilo y sin tanto alboroto. Entonces aproveché para cerrar algunas cuentas pendientes. En esta ocasión, como cada vez que volvía a la Argentina, traté de aprovechar al máximo mi corta estadía y visitar a los más lejanos. Después de comer muchos asados con mis amigos y mi familia, me fui unos días a Mendoza al casamiento de mi prima Celeste y me escapé a visitar a Juan Pautasso, uno de mis amigos de toda la vida que estaba trabajando en Bariloche. Navidad a la inglesa Una vez más dejé a la Argentina, mis amigos y todo lo que ellos significaban para mí. Ahora mi lugar estaba en Inglaterra; mi nueva vida y mi rutina me esperaban. Para cerrar el año de maravillas, Vicky me invitó a pasar las Navidades de 2006 con su familia, en una granja en las afueras de Londres. Eran mis primeras Navidades fuera de la Argentina y, si bien extrañaba muchísimo, me llenaba de emoción tener una experiencia cultural tan diferente, como era pasar las Fiestas bajo la nieve y con una familia inglesa. En Inglaterra, a diferencia de la Argentina, la Navidad se festeja el 25 de diciembre durante el día, y no el 24 a la noche. Es invierno y hace muchísimo frío, por lo cual predomina el blanco en los paisajes. Viajamos a la casa de los padres de Vicky el 24 a la tarde y a la mañana siguiente comenzó el show. La casa estaba totalmente decorada con adornos navideños; hasta en el baño había tarjetas alusivas. Primero nos juntamos todos los miembros de la familia íntima: Vicky, sus padres, su hermana Jo, su hermano mellizo, Olli, la novia de él, Becks, y yo. Era notable lo bien organizado que estaba todo. Desayunamos y empezamos a abrir los denominados stocking, que son presentes pequeños que se entregan dentro de un gran escarpín, que cada uno tiene previamente asignado. Luego seguimos con los obsequios
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más significativos, que se van abriendo de a uno por vez, y cada quien muestra al resto lo que recibió, mientras todos lo celebran. Los regalos están envueltos con papeles y moños brillantes de color rojo, verde y dorado que, junto al resto de las decoraciones del hogar y la alegría de la familia, crean un novelesco ambiente navideño, in-des-crip-ti-ble. Vicky, entre otros presentes, me dio un álbum con fotos de mi familia y amigos que me permitieron canalizar la “extrañitis aguda” del momento. Alrededor de las 10 de la mañana, comenzamos a beber. Al principio, sólo algunos vermús, porque había que conducir. Después del aperitivo, nos trasladamos a una especie de casa de campo. Era una cabaña hecha de madera rústica, con un hogar de leña que mantenía el ambiente a una perfecta y templada temperatura contrastando con el frío de la vista exterior. A la derecha de la chimenea había un enorme árbol de Navidad cargado de adornos coloridos. En esta cabaña nos encontramos con el resto de la familia, y tuvimos un glamoroso almuerzo con exquisiteces que iban desde fondue de quesos hasta pavo asado con vegetales, y un sinnúmero de salsas. Antes de comenzar el almuerzo abrimos los crackers, que son unos tubitos en forma de moño cuyos extremos deben ser tirados hacia afuera entre dos, para ver quién se queda con el regalo que hay adentro. Ilimitados vinos, vodka, gin y champagne se disfrutaban en el festín. Luego de la sobremesa, nos trasladamos al living donde comenzó la parte más linda de la Navidad británica. Allí, además de dialogar y estar todos juntos y tranquilos, se hace una gran variedad de juegos. Primero, una especie de karaoke, donde todos muestran sus habilidades para el canto. Quedé sorprendido por la calidad con la que lo hacían. En cada cultura hay destrezas que en sociedad se valoran más o menos; en esta reunión pude ver que el saber cantar y bailar, y el tener conocimiento del mundo en general, son habilidades muy apreciadas en Inglaterra, a las que la familia brinda reconocimiento hasta con aplausos. Una especie de sana competencia familiar se llevó a cabo y las mujeres demostraron todo su talento, aunque los hombres no se quedaron atrás. Luego comenzamos con los juegos de preguntas y respuestas.
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Entre todos los integrantes se armaron cuatro grupos; y el organizador, que en este caso era Malcom –el padre de Vicky– comenzó con las cuatro tandas del Quiz. La atmósfera generada no tenía desperdicio. Todos en familia, jugando y compitiendo; y al mismo tiempo, demostrando sus conocimientos mientras seguíamos bebiendo y comiendo. Los más chicos se dispersaban por la casa, entretenidos con los nuevos juguetes. Fue una velada inolvidable, en la que en todo momento la familia entera me hizo sentir parte de ella. Por ejemplo, cuando cantaron se esforzaron por conseguir un CD de karaoke con letras en español; cuando hicieron las preguntas y respuestas, se aseguraron de incluir unas cuantas sobre geografía argentina. Y no todo terminó ahí, ya que los festejos siguieron. Al día siguiente celebramos el denominado Boxing Day, que es una continuación del día de Navidad, donde uno se encuentra con el resto de la familia que no tuvo oportunidad de ver el 25. Fue una Navidad muy diferente y me sentí realmente cómodo y contento de vivir una verdadera experiencia británica entre abrigos y muy distinta a pasarla en shorts y entre mosquitos como hubiese sido en Santa Fe. Con amigos es más fácil Así comencé mi tercer año en Europa, asentado con mi vida inglesa. Lo único que de vez en cuando me desestabilizaba, como de costumbre, era la ausencia de mis amigos y mis hermanos. Pero de a poco, como si el universo escuchara mis peticiones, algunos de ellos empezaron a llegar. Lorena, el Tano y Meli fueron los tres valientes que se animaron a seguir mis pasos y tener una experiencia europea a mi lado. Los tres, miembros de mi íntimo grupo de amigos y parte de lo que denomino mi gran familia. Con cada uno de ellos cuando nos vemos, no importa el tiempo y la distancia que nos hayan separado, se genera una conexión
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especial y en cuestión de minutos podemos saber en qué estado emocional nos encontramos. La posición en la que me encontraba, me permitía brindarles trabajo a todos ellos. Lorena, alias Peco –como todos la conocemos en alusión a sus pecas– fue la más valiente, ya que fue la primera en decidir que no había nada que perder. Un día, hablando por chat, Peco me comentó que no estaba muy a gusto en Santa Fe, que se encontraba un poco perdida, y entendí perfectamente de qué me hablaba. La animé a que viajara con la seguridad de que tendría trabajo. Eso la ayudó a tomar la decisión. Peco habla muy bien inglés y aunque era de esperar que se adaptara, costaba creer la rapidez con que lo hizo. Luego de una semana de arribar, estaba totalmente interiorizada de su trabajo de bar-women y adaptada de una manera asombrosa. Peco se encontró a sí misma en Inglaterra y veo muy difícil que vuelva a la Argentina. Leandro “el Tano” Achkar fue quien siguió sus pasos. Luego de terminar sus estudios y con el empujón de su pujante madre, Mabel, tomó la decisión de ir a visitarme. El Tano estuvo tres meses en Inglaterra. No hablaba inglés en absoluto, aunque lo bueno era que él creía que sí y yo me revolcaba de la risa viendo la confianza con la que intentaba hablar, aunque no se le entendiera una palabra. Como el Tano no hablaba inglés, sólo pude conseguirle un trabajo de colectavasos, como yo había empezado hacía dos años. Recuerdo cómo aparecía en el bar con su camisita negra y su cara de no entiendo nada, aunque muy concentrado, dando vueltas entre los clientes y tratando de alcanzar los vasos que nunca terminaban de juntarse. Entre tanta gente, música y glamour, aparecía él, haciendo equilibrismo con las botellas y los vasos vacíos. En Inglaterra las personas son de contextura grande, por lo que el Tano –con su figura de miniatura– se asemejaba a una bola de flipper en la pista de baile. Con el Tano en Bristol, mi situación cambió; sobre todo por el diálogo constante, que me daba energías para poder seguir día a día.
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El Tano es uno de mis mejores amigos. Es chiquitito, flaquito, aunque con un vozarrón digno de respeto, que impone presencia. Puede parecer que está de mal humor, aunque no lo esté, sólo por no reírse de cualquier tontería. Aunque justamente siempre sea él quien más pavadas38 hace. Con el Tano comenzamos a reforzar nuestra amistad cuando viajamos de campamento a Colón, Entre Ríos, allá por el año 97, y de tantas macanas39 que se mandaba lo bautizamos “el Tano del 8” (haciendo alusión al personaje televisivo mexicano: El Chavo del 8). Luego disfrutamos de unas divertidas vacaciones en Carlos Paz, Córdoba, y después en Ferrugem, Brasil, donde él mismo creó una de las frases que nuestro grupo de amigos todavía repite incesantemente y que da el título a este libro. Fue cuando estábamos en la playa con mi hermano Matías, Gaby y Leo Chana, rodeados de chicas en bikini. Disfrutábamos de unas caipirinhas y en un momento de silencio, cuando lo único que se escuchaba era el sonido de los sorbetes y nuestras sonrisas dibujadas bajo el sol hacían una postal contra el mar, el Tano lo dijo desde adentro: “Ésta es la vida que nos merecemos”. Frase célebre que marcó ése y muchos otros momentos. En ese momento, Europa era nuestro destino y, por suerte, él estaba a mi lado. El Tano me hacía sentir cerca de nuestro país. Primero, porque recién llegaba y traía toda la información sobre la Argentina, y segundo, porque en tres meses regresaría, con lo cual se convirtió en una especie de ojos y portavoz de mi realidad inglesa para el resto que esperaba por su vuelta. El Tano me dio por un tiempo el sentido de seguridad que sólo la amistad puede lograr. Con el Tano podía dialogar sobre el día a día, el pasado y el futuro. Me daba fuerzas para seguir y me reafirmaba lo lejos que había llegado por mí mismo, cosas que uno a veces olvida. El Tano me decía: “Si vos no estuvieras acá, yo no hubiera venido”. Y él no entendía que su presencia ahí, y la posibilidad de ayudarlo a concretar su sueño, era lo que por primera vez –desde mi partida– me daba la
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Pavadas: cosas tontas, sonsas, ridiculeses.. Macanas: metidas de pata, equivocaciones.
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calma y la sensación de plenitud total que nunca había tenido. Yo estaba agradecido de que él estuviera ahí. No puedo negar lo orgulloso que me sentía de verlo progresar y hacerse un lugar. Creo que, en parte, porque notaba el esfuerzo desmedido que ponía para hablar y lograr sociabilizarse, y de alguna manera me veía identificado con él por haber vivido la misma situación un par de años antes. Fuerzas desde la angustia El Tano se fue feliz y me quedó un vacío. Ése que nunca se vuelve a llenar, como dice la canción, con la llegada de otro amigo. Fue la mejor época de mi estadía en Inglaterra y es porque fueron los únicos tres meses que no extrañé. No por haberme olvidado del resto, sino porque de alguna manera Leandro me ayudaba a canalizar las ausencias. Con su partida tuve mi primer gran clic interno acerca del valor de lo que estaba haciendo. Con su ausencia comenzaron las dudas sobre lo que estaba creando en Inglaterra. Si bien progresaba económicamente, afianzaba otro idioma y la relación con mi pareja se consolidaba, comencé a entender en carne propia que uno puede tener muchas cosas, pero sin la compañía constante de sus amigos y de los seres queridos, no importa cuántos éxitos uno pueda alcanzar o cuántos miles de objetivos uno se plantee y persiga. Nunca es suficiente para sentirse a gusto, pleno y completo con uno mismo. Me justificaba con que uno siempre quiere lo que no tiene, y en parte era verdad. Estaba viviendo en permanente búsqueda de lo que no tenía y eran pocas las veces que me detenía a disfrutar de lo construido o del período de construcción en sí. Pero… reconozco que el recorrido era hermoso; aunque complejo, engorroso y lleno de vacilaciones. Con una guerra emocional interna en la que no había perdedores y –aunque muchas veces el sufrimiento me liquidara– levantarme de cada batalla perdida me acercaba más a mí mismo y me hacía más fuerte que nunca. Así, con la frente alta y afrontando el vacío de la derrota interna, me alzaba de cada bajón, observando la cantidad de amigos y compañeros
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sembrados en los tres años desde mi llegada a Europa. Warren, un canadiense de película; Larry, mi amigo lituano; Tony, el disc jockey sueco; Chris, Sheldon y Gabe, el trío más fashion de Bristol; Max, el italiano, y los casi veinte jugadores de fútbol que integraban Lawes Junior, liderados por Marcus, Paul y Patrick, con quienes ganamos la Copa Downs en 2007. También estuvieron muy cerca de mí los hermanos británicos Charlie y Alice Howel; Yolanda y Damaris, las sexies españolitas que descontrolaban la segunda barra de Mbargo; Marcos, el chévere venezolano, y todo el elenco de Mbargo, liderado por Nick: Simon, Wayne, James, Mitch y un sinnúmero de personajes de todo el mundo que sacaron miles de carcajadas de mis entrañas. Todos formaron parte de mi vida a la inglesa. Pero, no sé por qué, pensar en mi familia y amigos en Santa Fe y Rafaela, generaba en mí un llamado a la conciencia que me gritaba desconsoladamente que volviera. De elecciones se trata Sin embargo, de elecciones se trata todo esto. Y si bien afectivamente ya no lo tenía al Tano en Inglaterra, ni a mis amigos de la vida, ni a mi familia, otras tantas cosas lindas seguían apareciendo. Un tiempo después de que el Tano regresara a la Argentina, fue el turno de pasar por Bristol de Melina Carmelé. Meli es una de las mujeres más inteligentes que conozco, hija de Griselda y Mario, dos de los más reconocidos psicólogos de Santa Fe. Siguiendo la característica del resto –y con esto me refiero a: sin ideas claras, sin saber adónde iba, qué quería y adónde terminaría– cayó en Inglaterra, de visita. A Meli le costó mucho más la adaptación, por lo que –a diferencia del Tano o Peco– necesitaba un poco más de atención. La estancia de Meli fue corta, pero en ese tiempo llevó a Inglaterra la frescura y la alegría que siempre la caracterizaron y, desde ya, sus histerias y locuras.
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Para animarse a pensar: La mirada de los otros muchas veces nos paraliza, pero otras veces nos permite darnos cuenta de muchas cosas positivas de nosotros mismos que solos no podemos ver. Nos ayuda a apreciar esos avances que nos han costado tanto sacrificio y que vivimos día a día como algo ya natural. A la distancia, los afectos en ocasiones son un arma de doble filo. Nos dan la fuerza para resistir, pero muchas veces son los que nos hacen tambalear a la hora de tomar decisiones. La fortaleza la encontramos en convivir con la falta de ellos y saber encontrar nuevas formas de llenar nuestros vacíos. Llegar a la estabilidad no significa de ningún modo ganar la guerra emocional que vivimos constantemente. Preguntarnos diariamente la razón de nuestras elecciones y reafirmarlas día a día es el trabajo más duro al cual debemos enfrentarnos.
Capítulo 7 La rutina lejos de casa
Un regreso diferente A fines de 2007 decidí volver a la Argentina con Vicky. Con mi madre alquilamos una quinta en la tranquilidad de Rincón, en las afueras de Santa Fe. Tenía todos los lujos: piscina, cancha de fútbol, de básquet y, por supuesto, un quincho con asador que usamos prácticamente a diario. Aproveché el mes para reencontrarme con todos: el Tano, por supuesto, el Colo y Chamu, con los que pasé Nochebuena. El resto de la banda, así como también mis cinco hermanos, se instalaron en la quinta día y noche, donde pasamos un verano inolvidable. Unas verdaderas vacaciones, en las que estaban involucrados todos los que me hacían feliz. Y, de alguna manera, al venir con Vicky traía un pedazo de Inglaterra conmigo. Por su facilidad para hablar español, ella no tardó en integrarse. Nuevamente cerraba el año de una manera fenomenal. Aguantarse la distancia traía la posibilidad de disfrutar de momentos de alegría como éste. Pasé las Fiestas con mi madre y festejé su cumpleaños número cuarenta y nueve. Cuando el contexto no ayuda Volví a Inglaterra, pero esta vez era distinto. El retorno a Europa en ese momento traía consigo una gran melancolía, muy diferente a la adrenalina que solía experimentar cada vez que partía de la Argentina. La convivencia arriba del bar se tornó poco agradable y con Vicky decidimos trasladarnos e irnos a vivir solos. Si bien esto significaba tener menos capacidad de ahorro, nos daría privacidad y espacio, difícil de conseguir cuando uno convive con doce personas más. Conseguimos una hermosa casa en una de las mejores zonas de Bristol, a sólo veinte metros de Queen Square. Era un departamento a
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estrenar, equipado con todo lo necesario para tener una vida de primer nivel. Meli se mudó con nosotros por un tiempo pero, por los infortunios de la vida, tuvo que regresar a la Argentina antes de lo esperado. Otra vez una nueva amiga se alejaba y con ello mis dudas sobre quedarme para siempre en Inglaterra crecían. El comienzos de 2008 ya se veía diferente. En la última visita a la Argentina, como comenté, me había costado demasiado dejar el país. Ya no aparecía ese cosquilleo de adrenalina; al contrario, sentí un fuerte pellizco de tristeza cuando tuve que volver a Bristol y dejar nuevamente la Argentina. A veces uno no sabe cuándo una relación de pareja ha llegado a su fin y la mía, si bien no estaba terminada, comenzó de repente a estar en crisis. No discutíamos acerca del amor –porque no cabían dudas de que nos queríamos–, pero discutíamos por todo lo demás. Y aunque uno está dispuesto a tener diferencias con su pareja, mi situación personal no ayudaba. No estaba contento con mi realidad, con mi trabajo ni con estar en Inglaterra; todo lo lindo comenzó a verse feo y de repente me encontraba frente a la mitad del vaso vacío. El clima gris y frío no ayudaba para nada, y ya había comenzado a sentir un fuerte rechazo a ciertas costumbres inglesas. Pensaba que si ése fuera el momento de decidir instalarme en Bristol para siempre, nunca llegaría a estar del todo contento. Por otro lado, estaba con la mujer que quería. Sin embargo, las diferencias culturales se hacían notar cada vez más. Si bien yo era parte del medio, había muchas cuestiones que no aceptaba y la mayoría tenía que ver con el sistema de entretenimiento en el que los ingleses se desenvolvían. La realidad de la droga en Inglaterra Cada cual puede tener diferentes visiones de los lugares que visita o en los cuales vive. A mí Inglaterra me apasionó por la velocidad con que se mueve, por la poca burocracia con la que se maneja, la facilidad y simpleza con las que se resuelven problemas de cualquier índole. Me
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deslumbró el sistema mecánico, casi perfecto, en el que todo funciona bajo absoluto control; así como la limpieza, la amabilidad y la cordialidad de la gente, y la infinidad de opciones que ofrece para el turismo y el entretenimiento, entre tantos otros puntos que podría enumerar. Por momentos me sentía viviendo en un mundo de fantasía. Cuando una vez caminando por la calle me dijeron “éste es un barrio pobre”, y vi a un anciano yendo a hacer las compras al supermercado en un tractor eléctrico, y que en cada una de las esquinas y entradas a los comercios había rampas de acceso para gente con discapacidad motriz, terminé de entender cuán distintos son los parámetros y conceptos que tenemos sobre el dinero, la pobreza y otros tantos aspectos de la vida. Música, arte, historia, negocios, todo se genera en este país y se exporta al mundo. Es fácil imaginarse así un país prácticamente perfecto; sin embargo, lejos de serlo, es increíble ver cómo a pesar de tanto potencial cultural y financiero, hay tanta carencia de alegría en la gente. Los sajones beben mucho. Y cuando digo “mucho”, está lejos de ser lo que cualquier persona en la Argentina entendería por “mucho”. Los ingleses beben alcohol a toda hora, en todo tipo de acontecimiento y en cualquier estación del año. Por otro lado, el consumo de drogas es natural y hasta valorado. Si bien no es legal, su uso está socialmente aceptado. Tal vez por el rubro en el que yo me desempeñaba, siempre estuve más expuesto a situaciones de este tipo. En el ambiente donde yo me movía, puedo asegurar que el promedio de personas que consumían estupefacientes era de aproximadamente el 70%; y cerca del 30% lo hacían habitualmente. Desde mi punto de vista, este comportamiento está totalmente vinculado a la falta de momentos de alegría espontánea y natural. Los sajones están cargados de inseguridades sociales y miedo al ridículo, que procuran no manifestar. Así, la alegría en Inglaterra –en gran parte– es generada a través de agentes externos, casi siempre relacionados al consumo de alcohol y drogas. El éxtasis y la cocaína, que son las drogas de consumo más frecuentes, provocan a quienes las toman un estado de seguridad y euforia que
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muchos de los jóvenes de Gran Bretaña consideran no poder alcanzar de otra manera. El concepto de consumo de drogas es muy diferente en el Reino Unido al que tenemos en la Argentina. En la Argentina el que se droga tiene problemas, es considerado una persona débil, sin personalidad y hasta es excluido. En Inglaterra, por el contrario, es plenamente aceptado. La mayoría de los pubs y bares de Inglaterra tienen asignado un dealer, que es quien suministra las drogas. La realidad es fuerte, es chocante, es triste. Que un imperio tan desarrollado como el de Gran Bretaña necesite constantemente recurrir a las drogas para generar un poco de adrenalina en su gente y tener un momento de felicidad, opaca todos los demás aspectos positivos del país. Sumado a esta realidad, muchos de los que no se drogan, no es porque no quieran, sino porque es costoso. Un gramo de cocaína se puede conseguir por cincuenta libras y generalmente una persona que consume con frecuencia necesita dos gramos en una noche. Cien libras por semana es lo que –a ojo– podría decir que consume el veinticinco por ciento de los jóvenes británicos de entre veintiuno y treinta y cinco años. Muchos otros no compran, pero consumen de vez en cuando. He tenido enorme cantidad de discusiones con los más allegados acerca del porqué del consumo recurrente de sustancias tóxicas, pero la mayoría de las veces terminé siendo tratado como el bicho raro que desentonaba. En Inglaterra justifican el consumo en que saben cuándo parar. Si bien es verdad que he conocido a muchas personas que han probado y dejado, también he conocido otras tantas que no han podido salir. Las drogas se consumen para generar emociones y estados mentales de éxtasis, tranquilidad, superación, autoestima, etcétera; pero uno sabe que esto no es real, y sin embargo son varios los que ni siquiera se lo cuestionan. Está ahí, es parte del día a día, y si ellos quieren divertirse y tienen el dinero, la droga es su ingrediente fundamental.
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La naturalidad con que se consume droga es una tristeza y una de las razones por las que nunca pude sentirme del todo cómodo en Gran Bretaña. Yo me considero una persona abierta a distintas formas de pensar y de ser. Vivo y dejo vivir; pero, ¿cómo uno puede sentirse a gusto en un ambiente en donde al momento de disfrutar, todo pasa por el consumo de estupefacientes? ¿Dónde está lo real de todo esto? Lo que pienso acerca de la droga es una de las pocas diferencias por las que jamás pude llegar a un acuerdo. Lamentablemente, me tuve que acostumbrar. Es tan fuerte como suena, pero las líneas de cocaína van y vienen de manera permanente y en cantidad. Me ha pasado incontables veces estar en grupo en una casa, en una fiesta o en algún bar, y conocer gente agradable con la que me sentía a gusto y que en la mitad de la fiesta, y ya en confianza, me invitaban a consumir cocaína como muestra de acercamiento y simpatía. Convivir con esto fue lo más difícil, y si bien intentaba hacer oídos sordos, cada vez que esta realidad aparecía, sentía lástima y tristeza. Y aunque no me aislé, las reuniones y las salidas sociales dejaron de ser de mi agrado. ¿Amor con ruido o nuevas aventuras? Desde ya que Vicky no tenía la culpa de que yo me sintiera como sapo de otro pozo y que de repente no supiera si estar ahí era realmente lo que quería. Ella fue ascendida a gerente de eventos internacionales, por lo que comenzaba a viajar a EE.UU., Dubai, el Brasil y Francia, entre otros lugares. Yo creo que la distancia nos sirvió también para darnos cuenta de que los tiempos que teníamos cada uno eran distintos y que las maneras de divertirnos y ver el futuro no coincidían. En algún momento nos sentimos unidos por fantasías comunes; pero después, conviviendo con la realidad y al estar los dos integrados en el
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sistema, visualizar a futuro una vida juntos en Inglaterra comenzaba a hacer ruido. Como persona a quien le gusta llevar a cabo los objetivos planteados, veía como inadecuado hacerme a un lado. Momentos muy fuertes nos unían, ¿cómo podía abandonar el barco por un par de peleas? Pero la crisis interna me desbordaba. La relación sólo me generaba dolores de cabeza y la decepción afectaba mi estado de ánimo. Es asombroso cómo somos las personas, cómo tantas veces insistimos en permanecer en algo que ya no funciona. En esos momentos es cuando más extrañaba cada milésima parte de mi país. Nuevamente me sentía acabado y el círculo parecía nunca terminar. El problema es que cuando uno cae en ese estado, no puede saber qué sigue; al contrario, los miedos te inundan y el malestar parece no tener fin. La lucha entre mi mente y mi corazón reinaba en ese momento. Me costaba horrores poder tomar la decisión de alejarme. En parte, por capricho y en parte, por falta de fuerza interior. Recordaba cuando llegué y apenas si podía comunicarme. Cuando golpeaba puertas para poder conseguir cualquier tipo de trabajo y sólo recibía rechazos. Me llenaba de orgullo todo lo que había podido construir en tres años y el haber conocido a Vicky, haberme acercado, convivido y viajado con ella, y el sinnúmero de momentos gratificantes que pasamos juntos. Pero todo aquello era parte del pasado y me costaba mucho aceptar que ya no tenía nada que ver con mi presente. No se puede vivir del amor Hablaba mucho con Sambu, que trataba de animarme y siempre ponía sobre la mesa el valor de lo conseguido, remarcando los progresos económicos, sociales y culturales que yo había logrado. La adaptación conseguida y cómo me había convertido en parte de la vida de Bristol. “The Argentinean” era una marca registrada, por la que todos me conocían. En mi trabajo, después de dos años de manejar el lugar de taquito, me ascendieron a director de compañía, pero sin embargo sentía que no estaba utilizando todo mi potencial y veía que no podría progre-
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sar allí. Mi inglés ya había mejorado lo suficiente como para cambiar y dar un paso adelante. No obstante, no tenía para nada claro qué era lo que debía hacer, dónde podría poner todas mis habilidades en acción. Lo más difícil sería renunciar a mi salario. Mi cabeza explotaba; por esos tiempos estaba realmente perdido. Me sentía atontado, y ahora que lo miro de lejos, me doy cuenta de que también me sentía muy triste. Supongo que en aquel momento mis caprichos no me permitían verlo, pero la realidad era que mi etapa en Bristol ya estaba terminada hacía rato, y la única razón que me empujaba a quedarme –mi pareja– estaba prácticamente acabada. No por eso dejaba de hacer cosas, leía mucho y comencé a estudiar sobre inversión en el Mercado Internacional de Divisas, o Foreign Exchange Market en inglés, más conocido por su acrónimo Forex. Pude ir a Barcelona a realizar un curso de inversiones internacionales y aproveché la ocasión para visitar a Nico Bechi, otro viajero. Como siempre, luego de tanta lucha, entre tantos pensamientos de mi cabeza apareció una solución. Eran las 9 de la mañana del 20 de junio de 2008, Día de la Bandera en la Argentina. Estaba todavía medio dormido cuando Matt, el hermano de Joe y dueño de la compañía para la que trabajaba, me llamó y me dijo que tenía una oferta para hacerme. Necesitaban una persona de mis características como gerente del hotel que habían abierto en Surfers Paradise, Australia. Además, buscaban abrir restaurantes y bares, así que les gustaba la idea de poder contar con mi asesoramiento. Dudas, dudas y más dudas Mi autoestima estaba disminuida. Me motivaba la posibilidad de conocer otro país e ir con una posición laboral de esas características. Sentía que esa chance me ayudaría a desarrollarme como persona. Toda mi vida había sido fiel a mis ideales, y si bien emocionalmente todavía no estaba óptimo, sabía que ésa era la salida, era lo que tenía que hacer, y el cambio –sin haberlo planeado– se dibujaba ante mis ojos. No
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sabía qué me depararía, pero seis meses en Australia indudablemente me abrirían una puerta que no esperaba. El conflicto acerca de la decisión era similar a tantos otros que ya había tenido, pero la diferencia estaba en que esta vez involucraba a otra persona. Me refiero a que la decisión de ir a Europa o vivir en otro país, cuando se está solo depende de uno y casi de nadie más; pero tomar una decisión en esas circunstancias, cuando uno está involucrado afectivamente, se hace más difícil. Seguir rompiendo barreras Sin tener las cosas muy claras, llamé a Matt y le dije: “Confirmado, me voy para Australia”. En esos tres meses, de alguna manera, la adrenalina volvía. Aquella ya conocida sensación en el estómago comenzó a anticipar que algo bueno vendría. En inglés se llama gut feelings a esos sentimientos en las tripas medio difíciles de describir; pero como no era la primera vez que se hacían sentir, mi yo interno enseguida supo de qué se trataba y comencé a reír nuevamente. Tres meses que coincidieron con mi cumpleaños y una lluvia de despedidas pusieron a mi cuerpo en sobrepeso. Tuve la oportunidad de asistir a mi primer casamiento europeo, el de Nick con Dena, y de disfrutar de una semana completa de despedidas, con mucho “Sambuca for everyone!”, una frase que impuse en Mbargo, con la cual todos los presentes tomaban un shot de una bebida muy popular, que se asemeja al anís, y al ritmo de “Sambuca para todos”, dando un fuerte grito, todos bebían al mismo tiempo. Tres largos años de incontables experiencias se terminaban y, si bien disfrutaba de esa adrenalina que reaparecía, el desprenderme de estos años de vida ya comenzaba a traerme melancolía. Una mezcla de alegría, tristeza, cosas ganadas, otras perdidas y otras tantas por ganar y perder. Una nueva aventura se presentaba; cuando todo parecía ya no tener rumbo, hacia Australia, el país de los canguros, partía con ilusión.
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Una gorileada Antes de ir a Australia me fui de sorpresa para la Argentina. Mi viaje era justo el 21 de septiembre. Gaby, mi amigo con el que recorrí Europa en auto, fue la única persona a quien le conté que llegaría de visita, y él junto a sus padres y Maru, su novia, me ayudaron a organizar la bienvenida. La invitación se extendió a los chicos y a mi madre para comer un asado al mediodía en la quinta de Gaby, con la excusa de la siempre festejada, en la Argentina, llegada de la primavera. Todos fueron llegando, mientras yo permanecía escondido en una habitación en el primer piso de la casa, con un disfraz de mono. Los escuchaba desde arriba hablar a todos y respiraba hondo para poder contener las ansias de correr a abrazarlos. Hacía nueve meses que no veía a nadie y todos creían que no volvería por otros siete más. Los ojos se me aguaban de alegría al mismo tiempo que me reía al imaginar qué reacción tendrían al ver un gorila bajar del techo. Dicho y hecho, cuando todos ya estaban presentes y Gaby me dio la orden, comenzó el show. Los invitados estaban en el quincho del jardín, desde donde se podía observar perfectamente el techo de la casa a unos diez metros, que fue donde “el gorila” hizo su aparición. Las carcajadas venían de a montones. Tengo marcada a fuego la imagen de mis amigos y mis hermanos riéndose sin parar por aquel momento. Nadie sabía de quién se trataba, y para nada imaginaban que fuera yo. El día anterior había mandado un e-mail diciendo que ya había llegado a Australia y que todo estaba muy bien. Entre piruetas y mucho suspenso, me tomó unos tres minutos bajar. Minutos que me parecieron eternos; no podía contener las ganas de decirles que era yo quien los había ido a visitar. “¿Quién es?, ¿quién es?”, preguntaban todos entre las risas y el alboroto. A lo que se escuchaban como respuesta varios nombres; pero nadie siquiera sospechó que podía ser yo.
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Una vez abajo, todos miraban en ronda alrededor del gorila, y festejaban las monerías como si un verdadero simio hubiese aparecido en el patio. Luego de un par de minutos, cuando las ansias de todos y la incógnita de quién estaba dentro del bicho llegaron a su límite, todos se abalanzaron contra el animal para darle una golpiza, inmovilizarlo y poder así quitarle la máscara. El Tano, Manuel y Chamullo fueron los motivadores. Recuerdo la voz zumbante del Tano que decía: “¡¡A darle!! ¡¡A darle al gorila!!”. Al mismo tiempo que todos gritaban, se reían, se miraban y se preguntaban quién carajo estaría ahí adentro. El momento era majestuoso; todos mis amigos con sus novias y mi familia disfrutaban del show. A todo esto, cuando ya estaba debilitado por la golpiza, Marcelo “Chamullo” Villanueva no pudo aguantar más y me arrancó la máscara. Por suerte ese momento está filmado, para poder una y otra vez revivir lo que significó para todos. Al principio, por el silencio que se generó, parecía que algo malo estaba sucediendo. El Tano, el Colo y Chamu fueron los más sorprendidos. Las caras eran similares a las de los dibujos animados cuando se les cae el mentón y quedan medio atontados ante lo que está sucediendo. Todos se tiraron para atrás al coro de un: “Noooooooooo”, como si algo raro hubiese salido de ahí adentro. El Colo se agarraba la cabeza; Chamu, con los ojos muy abiertos, le preguntaba al resto: “¿Es él?”, al mismo tiempo que mi vieja explotaba en lágrimas y Manolo y Blas, dos de mis hermanos, se abalanzaban para darme uno de los abrazos más contenedores que había recibido en mucho tiempo. Luego de unos instantes, el murmullo apareció de nuevo y los abrazos y saludos se expandieron para con los veinte restantes. Griselda, la mamá de Gaby, estallaba de alegría y decía que nunca en su vida había visto una cosa tan linda, divertida y emocionante. Fue el momento soñado; el poder agrupar a casi todos mis amigos y familia en un único lugar para sorprenderlos y generar uno de esos días que quedarán para la historia. El Tano me tocaba para probar si era verdad que era yo, al mismo tiempo que el Colo –un poco celoso–, me puteaba por no haberle dicho
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nada. Seba, Manuel y Vita, los gordos del grupo, no sé si estaban contentos por verme llegar o por todo lo que Rubén, el papá de Gaby, estaba haciendo en la parrilla. Volví a reunirlos a todos y a darme una recarga de abrazos y charlas interminables, mientras ultimaba detalles para la próxima partida. ¿Cómo nos ven del otro lado? Este es el e-mail que recibí de mi hermano Manuel el día 20 de septiembre de ese año. Es un correo que escribió pensando en que había ido directamente para Australia. Si bien puede ser un simple e-mail para muchos, éste me movilizó muchísimo, ya que a veces uno no toma dimensión de cómo lo ven a uno desde la Argentina: De:
[email protected] Para:
[email protected] Enviado: 20 de Septiembre de 2000, 10:30 A.M. ¡Hola, Marcos! Me dijo mami que llegaste a Australia hoy (el día de la primavera), aunque dudo que allá sea el mismo día. Te escribo para que sepas que acá en Santa Fe tenés a tus hermanos (todos tus hermanos) que te extrañamos y creemos mucho en vos y en lo que nos decís y aconsejás. Y aunque estés lejos, este día o el día de tu cumpleaños o cualquier otro día, nosotros pensamos en vos, y a pesar de poder darte un abrazo recién una vez cada año, estamos muy contentos de lo que estás haciendo y es una gran muestra de valor, abstinencia, madurez y ganas de vivir lo que aprendemos del camino que tomaste, porque como muchos te dijeron: “No cualquiera deja una vida armada para aventurarse a lo desconocido”. Yo creo que buscaste esa aventura que todos soñamos tener o que nos imaginamos cuando vemos las películas, y en mayor o menor medida conseguiste grandes cosas y seguís consiguiéndolas. Espero que se entienda que abstinencia es por dejar a tus seres queridos
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para ir a encontrarte con nuevos seres queridos, y yo pienso que desde tu lugar capaz que dudaste respecto de esta decisión, pero estoy seguro de que no debe de haber sido por mucho tiempo y eso fue por tus ganas de vivir y conocer el mundo, algo que prácticamente todas las personas existentes quisieran hacer y muy pocas se animan. Con muy pocas me refiero a muy, muy, muy pocas. Bueno, eso, y decirte que acá te seguimos extrañando y necesitando como siempre y que sos una imagen de fuerza para no rendirme si no puedo hacer algo, porque me enseñaste que puedo hacer lo que quiera, lo que me imagine, sólo si trabajo duro y hago lo que se necesita y más. Te agradezco por eso. Espero que allá puedas seguir a gusto tu aventura en un nuevo lugar con nuevas personas y, seguramente, muchísimas nuevas experiencias. Gracias por estar siempre que te necesito y hablar conmigo siempre que algo no me deja dormir. Gracias y suerte en tu nuevo país. Abrazos, Marcos. Manuel Para animarse a pensar: Cuando estamos lejos nos sentimos libres. Pero es inevitable generar vínculos. Son los que nos ayudan a mantenernos, a subsistir en un mundo extraño. Al mismo tiempo esa hermosa ancla que nos permitió estabilizarnos puede comenzar a convertirse en algo que nos impida seguir adelante. Tomar una decisión, de por sí, no es fácil. Significa elegir, resignar. Pero si eso implica afectar a otros, es cuando la tarea deja de ser difícil para convertirse en algo completamente complicado. Cuando estamos confundidos acudimos a los otros para intentar entender lo que nos está pasando. Pero tarde o temprano es nuestra propia voz interior la que nos sacude a gritos hasta hacernos reaccionar. No sólo debemos saber escuchar. Debemos aprender a escucharnos.
El decidir libremente incrementa la autoestima y ayuda a pensar mejor.
Mario Carmelé
Capítulo 8 Y los sueños, sueños son, pero aquí se hacen realidad
Un nuevo paraíso: Australia Surfers Paradise es una ciudad turística, con muchos edificios altísimos y modernos, casas lujosas e imponentes. La cercanía del mar y la atractiva vida nocturna generan en el lugar una combinación que la hace casi perfecta. Es una de las ciudades de la llamada Gold Coast (Costa Dorada), una zona de cincuenta y siete kilómetros de playa ubicada en Queensland, en la costa este de Australia. Durante todo el día se puede ver gente caminando en malla40 y el setenta y cinco por ciento son rubios. El lugar está repleto de australianos, ingleses, alemanes, suecos, dinamarqueses y en un segundo lugar, pero más distante, algunos orientales. La ciudad es muy prolija, limpísima y con abundante verde. Hay un lago que la recorre prácticamente en su totalidad, a lo largo y a lo ancho, y se conecta al mar. Allí se practican muchos deportes acuáticos y las personas más adineradas pasean en sus yates lujosos. Hay infinidad de eventos y excursiones para hacer. Se practica todo tipo de actividad física y, desde ya, el surf encabeza la lista. Surfers Paradise es por lejos la ciudad más glamorosa de la Gold Coast. Y allí, en esa ciudad, iba a trabajar yo. Si bien necesité descansar tres días después de los cuatro aviones que tuve que tomar para llegar a Surfers Paradise (desde Buenos Aires a Santiago, Chile; de Santiago a Nueva Zelanda; de ahí a Sidney, y de Sidney a Brisbane), las primeras semanas en Australia fueron lo más similar a vivir en un mundo de fantasía, donde todo lo que uno pide se hace realidad. Matt, quien me había mandado a llamar para trabajar en Australia y hermano del dueño del imperio de entretenimientos para el que trabajaba 40
Malla: traje de baño.
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en Inglaterra, me abrió las puertas de su supercasa a ochenta metros del mar en un barrio llamado Broad Beach, muy conocido por los torneos de surf que allí se hacen regularmente. Mi habitación, entre otros lujos, tenía un baño privado con jacuzzi y en el living había una pantalla plana de cuarenta y dos pulgadas, alrededor de la cual nos juntábamos periódicamente a ver deportes. Como la compañía quería que me informara sobre Australia y los servicios que ellos prestaban, me enviaron a realizar las excursiones más destacadas para poder así comunicarlas y venderlas, en caso de que los residentes del complejo hotelero estuvieran interesados. Primero fui con Matt a Baron Bay, una ciudad mucho más tranquila que Surfers, donde después de almorzar una fuente de mariscos frescos fuimos a hacer sky diving, que básicamente es saltar en caída libre desde un avión a catorce mil pies, equivalentes a unos cuatro mil metros de altura. Lo más aterrador es cuando se abre la puerta del avión, ¡y hay que lanzarse al vacío! Recién después de setenta largos segundos en picada, se abre el paracaídas. Fue la experiencia que más adrenalina me produjo en la vida; no hay palabras para describir la satisfacción que produce transformarse en Superman por unos instantes. Luego de jugar a ser superhéroe por un rato, me fui de viaje por otros diez días a recorrer toda la costa este australiana, desde Brisbane hasta Cairns, al norte. Primero pasé por Harvey Bay, desde donde parte la excursión a la isla Fraser. Fraser Island es considerada la isla de arena más grande del mundo, con un largo de ciento veinte kilómetros. Dentro de ella se encuentran algunos de los lagos más limpios del globo. La excursión a la isla se hace en grupos de diez personas, que en mi caso fueron de diferentes partes del mundo y nadie se conocía entre sí. Nos subimos a una Land Rover 4x4 con un mapa, un par de indicaciones y el objetivo de recorrer los distintos spots turísticos. Para cruzar de tierra firme a la isla se utiliza un barco gigante. Al llegar, nadie quería conducir por miedo a perder el rumbo, así que me puse el equipo al hombro y tuve el gusto de conducir una 4x4 por arenas, montañas y lagos paradisíacos. Pasamos tres días en la isla, donde vi ballenas, delfines y paisajes inimaginables. Seguí subiendo rumbo al norte y realicé otra excursión que se llama Islas de Whitsunday, donde pasé otros tres días recorriendo un montón
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de islas en un barco llamado Avatar, que era muy parecido al que Kevin Costner tenía en la película Water World. Recorrimos con otro grupo de personas islas desiertas de arena virgen; también buceamos e hicimos snorkeling. Así como saltar del avión fue muy emocionante, el bucear me dio una sensación de tranquilidad y paz inigualables; todo lleno de colores y tal cual como en los videos de Discovery Channel, los peces se acercan y uno los puede tocar. Algunos son casi tan grandes como una persona y en medio de todos los corales y agujeros, también pude ver a Nemo. Recorrimos seis diferentes islas mientras disfrutábamos del amanecer y el atardecer que se percibían en el horizonte. Estos paisajes y el permanente contacto con la naturaleza me generaban una inmensa sensación de relax. Al despertar, podía saltar al medio del océano para refrescarme y nadar con exóticos peces. Había que tener cuidado de los tiburones, rayas y otros animales marinos peligrosos, pero el capitán del barco entendía bastante del tema, por lo que sabía indicarnos cuándo era posible zambullirnos y cuándo no. Para terminar, me fui a otra ciudad llamada Cairns y desde ahí me tomé un avión de vuelta a Surfers, para llegar a la final de la Indy 2008. Indy es una carrera internacional de autos que se corre en las calles de la ciudad. Durante todo un fin de semana, todas las arterias se cortan y se transforman en una verdadera pista de carrera. Asistieron medio millón de personas, y por algunos contactos pudimos acceder al VIP del evento, donde pasamos el día bailando y bebiendo con personas de todo el mundo disfrazadas, promotoras de nivel internacional y acompañados de gente que desde las ventanas de los edificios bailaba desnuda desde las 9 de la mañana hasta las 10 de la noche, hora en que termina la carrera. La verdad es que fue un mes superocupado, en el cual no tuve ni tiempo para preguntarme si me estaba adaptando o no. Vivía una vida soñada y además me pagaban. Me sentía muy agradecido para con Matt, que desde que llegué se había comportado de manera excelente conmigo. Me había abierto las
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puertas de su casa como a un hermano y permitió que todo aquello fuera posible. Se venían seis meses a puro glamour. Me sentía renovado, lleno de energías; con algunas dudas como siempre, pero más que nunca le hacía honor a la frase del Tano, definitivamente: “Esta es la vida que me merezco”. Mientras tanto, trataba de decidir qué rumbo seguiría después de aquel tiempo. Las opciones eran volver a Inglaterra, regresar a la Argentina o quedarme en Australia. Era el comienzo de la era Australia, y esto recién empezaba. ¿Volver? ¡¡No!! Por más que vivía a pleno, para no perder la costumbre, extrañaba mucho a todos. Sobre todo a mi vieja, amigos y hermanos, que eran quienes me motivaban desde la distancia a seguir adelante día a día, y quienes afortunadamente no me dejaban olvidar de dónde venía y a dónde pertenecía. Sin embargo, cuando uno vive fuera, volver es tan duro como irse. En la Argentina uno vive observando las cosas buenas que hay fuera, y es cierto que las hay. Es el conocer esa mística del otro mundo, el ver cómo todo marcha y el compararlo con lo poco que funcionan ciertas cuestiones en Latinoamérica lo que interfiere en la toma de una decisión tan importante como regresar a la tierra natal. Es difícil de explicar. Si tanto uno echa de menos su tierra, ¿por qué no volver? Creo que porque el estar afuera también hace que uno forme parte de ese reducido grupo de personas que son las que dejan el hogar para probar hacerse de una vida o experiencia en otro lugar, y eso por sí sólo reconforta. Ese especial grupo de “los que vivimos afuera”, que aunque estemos lejos nos desvivimos por hablar de nuestro país, de las costumbres, el programa de TV que está haciendo furor, y de cómo va en la tabla nuestro equipo preferido. Recordar con añoranza y orgullo a la Argentina, o a la tierra de donde cada quien era, se transformaba en el disparador común de las conversaciones.
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Si bien uno no deja de extrañar con toda su alma, la fortaleza por permanecer, por haberse animado, por luchar contra una lengua, una cultura y contra las emociones internas, te saca bien parado hasta de las más difíciles situaciones. Saber que uno está solo en el mundo y puede salir a flote sin ayuda, es una sensación de libertad absoluta. Entonces, en muchos casos por orgullo personal o por valoración propia, en otros por capricho o por no darse cuenta de que la experiencia ya está terminada, porque se siente como un retroceso, o por la razón que cada uno tenga, volver no es fácil. ¿Por qué nos duele tanto la distancia? Hacía cuatro años que había comenzado a viajar; tres años en Europa y tres meses en Australia. Quince países, más de cien ciudades y un sinnúmero de anécdotas y experiencias que sólo dibujaban sonrisas en la memoria. Es curioso, pero con la mayoría de las personas latinas que me he cruzado, por una u otra razón, siempre terminamos hablando de nuestro hogar, de los nuestros y de cuánto uno echa de menos a los suyos. Y cada vez que esto sucede, se siente un vacío por no poder compartir ciertas experiencias o por estar lejos en momentos importantes. No sé bien por qué es tan difícil cortar raíces. He visto personas de todo el mundo ir y venir, viajar, acostumbrarse, adaptarse y hablar del hogar como algo que sólo pasó. Que fue bueno, pero que parecía ya no existir en sus corazones, sino en los recuerdos de su mente. Y convivían felizmente con la realidad por la que habían optado. No sé si tenían razón, pero admiraba que pudieran sentirlo de esa manera, sin reproches, sin culpa, sin deseos de volver. En cuatro años, nunca pude pensar de aquella forma. Lo intenté, luché, me aferré a objetivos, me enamoré, me llené de logros y traté de hacer todo lo posible para borrar eso que en las entrañas molesta todos los días. Por momentos me hace sentir débil no haber podido superar de una vez por todas mis deseos de volver. Pero…, ¿es una debilidad querer a los nuestros? ¿Es una debilidad pensar que ni las cosas más bellas del
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mundo pueden ser disfrutadas en su totalidad si uno no las comparte con los que más quiere? Por más libre y feliz que me sintiera al viajar y al empapar mi mente, corazón y alma con paisajes y experiencias culturales, la sensación de estar en infracción por haberme alejado no desaparecía. Yo creo que estas son las incertidumbres que me llevaron a escribir, ese deseo constante de poder compartir mis emociones con los míos. Poder contar lo maravilloso que es afuera, pero lo extraordinario que es también estar en tu país. En la Argentina tal vez las calles y las casas se caigan a pedazos, uno no pueda recibir todos los regalos que quisiera y esa pilcha41 que tanto te gusta no la vas a poder comprar, porque preferís tirarle unos pesos a tus hermanos para que salgan con los pibes… Tal vez el sueldo que tenés no te alcanza más que para el alquiler y una salida con tu chica cada quince días… Pero el reconfortante y cotidiano diálogo con tus amigos, la llamada para organizar la Navidad que comienza un mes antes, la gastada,42 el abrazo, la carcajada… Como lo dice la tarjeta de crédito en la publicidad, es algo que el dinero no puede comprar. Y la duda existencial está ahí, día a día… ¿Cuándo volveré? Si todavía tengo tanto por delante, el mundo es inmenso, quiero verlo, necesito hacer esto… ¿Por qué entonces uno no podía simplemente disfrutarlo?, ¿por qué me dolía tanto la distancia?, ¿a dónde pertenecía? Ya no lo sabía. Por momentos sentía nostalgia de Inglaterra y de Vicky, aunque sabía que no del pasado vivido, sino de lo que no pudimos construir juntos. La falta de un futuro que me marcase un rumbo me llenaba de adrenalina al mismo tiempo que me ahogaba. La ausencia de mis amigos pesaba. Sin ellos, no le encontraba sentido a la vida. ¿Dónde estaba mi lugar? No tenía la más pálida idea de cómo seguir, qué hacer, y ya estaba agotado. Me encontraba rodeado de gente, que iba y venía, de los más variados puntos del globo, pero tan falto de contención emocional. 41 42
Pilcha: prenda de vestir, particularmente si es elegante y cara. Gastada: broma, hecha en confianza y por lo general bienintencionada.
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El paraíso de los surfers Pasaron un par de meses y no tenía idea de cómo seguiría mi vida. Por lo pronto, en cuatro o cinco meses estaría en la Argentina para el casamiento de mi amigo Edu y luego debería decidir hacia dónde seguiría mi rumbo. Australia me fascinaba. En Inglaterra tenía nueve meses de invierno; allí, nueve de verano. Porque hacía calor y la ciudad, la tradición y mi labor lo permitían: iba a trabajar de bermudas y ojotas.43 Por las noches, tenía que hacer un estudio de mercado para ver si era conveniente o no abrir una disco en la ciudad. Pasé tres semanas de bar en disco, conociendo gente, probando bebidas y analizando los precios y los targets del mercado del entretenimiento de Surfers. Por las tardes surfeaba, cuatro o cinco veces por semana. El surf es un deporte en el cual uno se tiene que hacer amigo de la naturaleza. La idea es crear sinergia entre la fuerza del mar y un pedazo de tabla con la cual uno debe en un segundo y medio nadar, saltar y entrar en equilibrio balanceando el cuerpo para que el peso se acople a la tabla, que entonces flota y se mueve sobre la ola. Los movimientos de los pies y la postura corporal permiten que uno pueda permanecer mayor o menor tiempo parado. Es un deporte muy técnico y cada error te deja nada más y nada menos que enredado entre las aguas, que en caso de ser muy fuertes pueden llevar de un lado a otro, mientras de manera desesperada tratás de encontrar la salida para volver a tomar una bocanada de aire. Lo lindo de este deporte es que se puede hacer solo. Un día, cerca de las 6 de la tarde, había terminado de trabajar y me fui a probar suerte con las últimas olas antes de que anocheciera. La playa estaba desierta y pude ver unos dos o tres surfers que hacían piruetas en el agua. Tardé unos veinte minutos para pasar las primeras olas. Estaba muy cansado por nadar tanto, pero llegué a las aguas calmas. Ahí uno se relaja y se queda sobre la tabla leyendo los movimientos del mar y buscando 43
Ojotas: chancletas (calzado de verano).
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la ola correcta para probar tomarla. Mientras esperaba recostado, entre el cielo azul y las nubes se percibía un arco iris perfecto con principio y fin en el horizonte del Pacífico. La calma del mar me balanceaba lentamente de un lado a otro y en aquel momento no existía ningún tipo de preocupación o inquietud. Éramos el mar, un pedazo de fibra de vidrio y yo, que navegaba sin buscarlo al ritmo de la naturaleza. Era como si la nada y el todo se hicieran presentes; un momento de bienestar y de vacío tan intenso que me daba la sensación de que nada ni nadie podrían volver a hacerme mal. De alguna manera me sentí fuerte, tranquilo, limpio, sin presiones, liviano, saludable, yo mismo. La vida me sonreía, practicaba deportes, estaba rodeado y al alcance de chicas de todas partes del mundo. Fiestas, viajes, lujos, un trabajo soñado y bien pago. Sabía que había logrado todo lo que hacía cuatro años atrás no podría siquiera haber fantaseado. Sentía una gran diferencia entre aquel semirrebelde, asustado y motivado joven que había dejado la Argentina para probar suerte en otro lugar y este yo, que después de conocer el mundo tenía todavía más dudas que en aquel entonces. Porque toda esa belleza y estímulos que absorbía no eran suficientes. Si bien reía permanentemente y disfrutaba de la vida a más no poder, muchas veces –como este día en que surfeaba–, miré al costado y nada esperaba más que ver en la playa a algunos de mis hermanos o de mis amigos; sólo así, la vida tendría sentido. Mientras tanto, me llenaba de logros personales. Conseguí tomar una ola y permanecí surfeando casi veinticinco segundos. La ola me llevó de regreso a la costa, donde me quedé un rato largo observando y disfrutando de la belleza de aquel atardecer, en soledad. Sin palabras: Indonesia Mi visa de estadía en Australia se me venció y tuve que salir del país para poder volver a entrar y que me la renovaran. Tenía pensado ir a Nueva Zelanda que queda cerca, pero por unos dólares extra conseguí pasaje a Indonesia.
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Bali es el nombre de una de las diecisiete mil islas de este país, donde estuve nueve días. Vivir en Europa y Australia, que son lugares tan desarrollados y que funcionan tan bien, hace que uno a veces se olvide de la cantidad de problemas que hay en otros lugares del mundo. Y, de alguna manera, Indonesia me lo hizo recordar. Este país era totalmente diferente a lo que había visto hasta ese momento. Las cuestiones religiosas, económicas y culturales distan completamente de las de la cultura occidental, e incluso de Australia. La falta de similitud llama la atención; sobre todo considerando los pocos kilómetros de distancia que hay entre ambos países. Por cada auto debe de haber unas diez motos; es increíble los reflejos que hay que tener para poder convivir en el tráfico. Por el tiempo de estadía, renté una motito que me permitió recorrer bastante. Conocí algunas playas perdidas y visité varios monasterios. También pude realizar un recorrido por la Ubud Monkey Forest, una gran reserva natural con un templo en el medio del bosque, ubicada en Ubud, a unos cuarenta kilómetros al norte de la capital, donde tuve el gusto de reencontrarme con algunos de nuestros ancestros, los monos, que viven de a montones en este lugar y se abalanzan sobre los turistas que ofrecen bananas, frutas secas y todo tipo de alimentos. Aproveché para ir a probar mis habilidades en algunas de las tradicionales playas de surf de Bali. Me quise hacer el profesional, pero en algunos lugares las olas eran demasiado grandes para mí, así que me pegué unos buenos porrazos44 y un par de veces, de hecho, casi me ahogo. En el aeropuerto conocí a una chica y un chico brasileños y a una irlandesa, que me acompañaron la mayor parte del viaje. Comer, pasear e ir de compras es muy barato allí, así que aproveché para derrochar un poco de glamour en algunos muy buenos restaurantes. 44
Porrazos: golpes.
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El único inconveniente es la cantidad de gente tratando de venderte chucherías45 truchas46 en la calle u ofreciéndote servicios de todo tipo con insistencia. “¡Massage!, ¡transport!, ¡watches!, ¡sunglasses!”, se escucha literalmente cada cinco metros. No se puede caminar; cuando te ven cara de turista es un acoso desesperado por sacarte algunos dólares. Una de las más lindas experiencias la tuve en una playa llamada Nusa Dua. Allí llegué solo, tratando de encontrar algunas olas para poder surfear. Intenté en vano agarrar algunas batientes y me tiré a la sombra a disfrutar de cuarenta minutos de masajes que las mujeres locales realizan en la playa por menos de tres dólares. Cuando terminé con la sesión, vi un grupo de chicos correr atrás de una pelota. Me acerqué a patear con ellos y resultaron ser todos chicos de Indonesia, que de manera muy alegre disfrutaban de que un turista interactuase con ellos. Lo que sucedió fue mágico; por un rato, trece indonesios y un argentino estuvimos juntos tras una pelota desinflada, hablando el mismo lenguaje, ése que nos identifica tanto y que no tiene barreras culturales, de edades o religiones y se llama fútbol. Cuando convertí el último gol, el de la victoria cuatro a tres, corrí al agua gritando y todos los indonesios de entre once y diecinueve años corrieron atrás de mí riendo sin parar, al tiempo que algunos se me colgaban del cuello para tumbarme. Incluso los del equipo contrario nos siguieron y todos comenzamos a gritar: “¡Gol!, ¡gol!”, tirando agua hacia arriba y hacia los demás, generando una salpicada general en el mar. Todos a las carcajadas, disfrutando, cuando ni yo hablaba una palabra de indonés ni ellos una de español o inglés. No sé exactamente qué pasó ahí, pero fue la máxima expresión de comunicación que viví en mi vida con un grupo de personas de una clase sociocultural tan diferente. Para concluir mi paso por Indonesia y recordar lo vivido, ¡me hice un tattoo! Es un tribal y cada parte tiene significados diferentes. En él están mis hermanos, mi madre, mis amigos, el amor que está por venir 45 46
Chucherías: baratijas, cosas de poca importancia o valor. Trucha: adjetivo que se utiliza para referirse a una imitación o copia no original.
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y yo mismo conectado con todos y conviviendo con las idas y vueltas de la vida. Es extraño todo esto, porque en realidad lo que más contento me puso de este viaje fue la noticia de que uno de mis amigos, Edu Burlando, se casaba, y la idea de volver a la Argentina en abril para poder festejar una vez más junto a todos. En el paraíso hay tentaciones Fue el cumple de un escocés que trabajaba conmigo en el hotel. Como es costumbre en Australia, en todas las celebraciones se comienza a beber muy temprano. Digamos, a las 7 pm. Cerca de las 11 de la noche, un poco más entonados, decidimos ir al boliche,47 que a las 10 pm ya explotaba de gente y diversión. Al entrar al lugar pude confirmar lo que se rumoreaba, que en Australia hay 30% más de mujeres que de hombres. La proporción allí era mucho mayor. Sin exagerar, era de tres mujeres por cada hombre. Yo ya estaba un poco pasado de copas, y para colmo comenzaron las rondas de tequila. El hecho de trabajar en un hostel, me daba la oportunidad de conocer a muchas personas y bastantes mujeres, para ser sincero. Un grupo de chicas que se alojaban en el complejo, compuesto por dos canadienses, una sueca y tres inglesas de alrededor de veintiún años, se acercó y me pidieron sacarse una foto conmigo. Acepté. De a poco comencé a sentirme un tanto más confiado; me estaba emborrachando. El boliche reventaba. Eran cerca de las 12:30 y la pista estaba repleta. A todo esto, había una tarima con cadenas donde sólo se les permitía bailar a mujeres que estuvieran de siete puntos para arriba. Una mina48 que estaba de once puntos bailaba como un gato en celo. Mientras otras dos que estaban de diez, sin besarse, se rozaban los labios y se tocaban entre ellas. Mujeres de todas partes del mundo iban y venían; las chicas del hostel se empezaron a emborrachar y comenzaron a bailar tres juntas 47 48
Boliche: discoteca, espacio donde se aglomeran personas para bailar. Mina: mujer joven.
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apoyándome la cola, las lolas y otra me pasó los labios por el cuello, mientras una más tomaba fotos. Agradecí a Dios, o al diablo, por semejante momento. Traté de no perder la calma. No sé por qué, pero cuando uno está con mujeres, más mujeres se acercan. Una dinamarquesa me guiñó el ojo. Charlamos, mientras las otras seis me hacían escenas de celos. El del cumpleaños compró la cuarta ronda de tequila. De a poco iba perdiendo la coordinación y se me dificultaba hablar. Sumado a esto, la música parecía estar más fuerte que nunca. Estaba en el medio de una pista de baile donde todos reían, saltaban, celebraban, subían sus brazos y se tocaban al ritmo de la canción del momento, I’ll never see you again! Y yo que pensaba volverme.
Para animarse a pensar: Es importante descubrir la fortaleza de estar solo. Cuando llegamos al final, al fondo más oscuro, cuando nos vemos insignificantes, sin nada ni nadie…, es en ese momento cuando descubrimos que si aguantamos eso somos capaces de todo. Es entonces cuando nos damos cuenta de que no debemos escapar de la soledad, sino aprender a vivir con ella. La culpa es algo que llevamos con nosotros. La culpa de no estar en ese cumpleaños. De no ver crecer a los hijos de los amigos o hermanos. La culpa de no ayudar a aquellos que nos necesitan simplemente por estar lejos. Necesitamos darnos cuenta de que muchas veces “la culpa” es simplemente el modo en que se encuentran disfrazadas “nuestras ganas de volver”. Un viaje es un eterno sube y baja. En veinticuatro horas podemos sentir miles de sensaciones diferentes. Cuando logramos poner en la balanza todo eso que estamos sintiendo en el transcurso de cada día, es cuando ya somos capaces de tomar una decisión.
Último capítulo ¿Dónde están las respuestas?
Sólo entonces comprendí que morir es nunca más estar con los amigos Desperté un día como otros, en Australia, mi nuevo mundo glamoroso. Decidí abrir mi correo electrónico para conectarme con la Argentina. Y así fue como Surfers Paradise dejó de ser un paraíso. From:
[email protected] To:
[email protected] Subject: Importante Date: SAT, 8 Nov 2008 18:58:45 +0100 Marcos, es difícil de entender. Espero que estés enterado; si no, lamento que lo hagas ahora y por este medio. El viernes a la noche el Tano tuvo un infarto y murió. Fue muy duro para todos. Tengo un vacío enorme. Estoy destrozado, pero no dejo de pensar cómo debés estar vos a la distancia. No dejes de llamarme, por favor, para hablarlo. Creeme que no pude hacer otra cosa para avisarte antes. Me tocó vivir algo que jamás me imaginé. Esto es sin duda lo peor y más doloroso que me tocó vivir. Siento un dolor en el pecho y lo extraño tanto. No encuentro lugar en mi casa o afuera; estoy destrozado. El miércoles estuvimos tomando unas cervezas con él y el sábado a la tarde, junto con unos tíos y los hermanos, alzamos el cajón hasta el entierro. Te lo quiero contar con detalles porque necesito que vos
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también lo vivas, porque sé lo que sentís, los reproches que te hacés y lo confundido que estás. No sé cómo sigue esta historia; lo único que sé es que no tendría que haber pasado nada de esto. Lo extraño mucho, mucho… No tengo fuerzas para nada… No entiendo cómo pasan estas cosas. Verlo en el velatorio, frío y morado… Te juro, no me quería mover de su lado… Fueron horas de ver gente conocida y desconocida, amigos o no, dando vueltas alrededor de él… Qué dolor, por Dios, que siento… El Vita, Lucas, Chamu, Juan, Javi, hechos mierda… No sé… Murió de la misma forma que el viejo, un infarto. Jugando un rato al fútbol en unas canchitas de Santoto, cayó de rodillas y murió en el momento. Me conforma mucho saber que no sufrió… Bueno, Marcos, hacé el duelo como puedas. Te mando un abrazo grande. Colo Todo concluye al fin Recuerdo perfectamente allá por 2002, cuando tocaron el timbre de mi casa en 1° de Mayo al 2600 y al abrir la puerta lo encontré al Tano. “Vengo de la psicóloga –me dijo–. Ya no puedo más, necesito irme a algún lado, necesito terminar con este dolor y no puedo”. Eran las 6 de la tarde; a las 11 todavía estábamos charlando. Merendamos, cenamos y disfrutamos de estar juntos. Aunque el referente aquel día fue el alejamiento de un amor, quedaba bien claro que no importaba cuáles fueran los próximos dolores: había un timbre que tocar, donde una puerta se abriría, con un espacio dispuesto para ser escuchado y para poder hacer un análisis profundo de cualquier situación, o para quedarse callado, o para llorar sin vergüenza. Las excusas por las que el Tano pasaba por casa a quejarse eran varias; porque así era él, un quejoso. Podían ser los dos goles que erró el Bichi y que metieron a Colón en la tabla del des-
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censo, o que Mabel –su madre– le insistía para que estudiara, o porque con lo que ganaba vendiendo computadoras no le alcanzaba para irse a vivir solo. Nada se resolvía mientras charlaba conmigo y apenas él se alejaba de mi casa, la duda, la punzada en el estómago, la depresión, la presión, todo volvía a aparecer; pero, por lo menos, sé que cuando el Tano se iba de mi casa dejaba de tener miedo. Porque él sabía que estaba a un solo timbrazo de, por lo menos por un rato, poder volcar todas sus desilusiones en una oreja. “Ésta es la vida que nos merecemos”, decía el Tano cuando vivíamos algún buen momento. Yo no entiendo bien qué pasó, porque seguro que ésa no era la muerte que él se merecía; y si bien todos lo recordamos –como le dije a su madre– sin tabúes y con alegría, no hay explicación alguna para describir este tipo de sucesos. La adrenalina que recorría mi cuerpo por aquellos días en Australia se esfumó. Por más que apreté el acelerador, traté de olvidar y de seguir la vida, hubo un antes y un después de aquel e-mail que me envió el Colo. De algo estoy seguro: si el cielo existe, ahí es donde fue. El fallecimiento de Leandro a mí me sirvió para poner punto final a esos cuatro años de supervivencia y riquísima experiencia de vida. Por eso, si tuve un click49 cuando el Tano dejó Inglaterra, tuve un crack50 cuando dejó este mundo. Y así, de un momento a otro, todas mis dudas desaparecieron y sólo entonces entendí que estar muerto es nunca más estar con los amigos. Porque así me sentí por momentos. Todo comenzó a tomar forma de nuevo. De repente, luego de cuatro años, nuevamente sabía lo que quería. Disfrutar de mis amigos, de mis hermanos, de mi madre, de mi cultura, del Fernet, de las gastadas, del asado, de la queja, del sufrimiento del fútbol y las peleas que éste genera, de la fiesta y de las conversaciones argentinas. Click: en inglés. Haberse dado cuenta de algo, haber caído en la cuenta. Crack: en inglés. Sufrir una crisis nerviosa; venirse abajo debido a algún acontecimiento. 49 50
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Quería volver e ir a un casamiento hasta las 7 de la mañana y prender el fuego para desayunar achuras a las 9; porque así, así son mis amigos. Eso era lo que quería y eso era lo que volvería a buscar. Por algunos días sentí que tanto glamour, tantos viajes, tantos lugares, ¿para qué? Si a mí nada, nada en el mundo me hace más feliz que estar un rato con mis amigos, con mi familia, hacerlos reír y reír con ellos. Si bien tuve dos grandes pérdidas en mi vida, como fueron la de mi abuela Beba y la de mi padre, la muerte de un amigo, a esta edad, fue lo más doloroso que me ha sucedido. Es el encontrarse con esa sensación de impotencia que sólo se supera con la aceptación, asumiendo que algunas cosas están más allá de lo que uno pueda planear y querer. Leandro cerró sus ojos cuando yo no sabía a dónde pertenecía. Y de eso se trata esto, del sentido de pertenencia que recuperé cuando él se fue; y no soy egoísta ni macabro, pero yo le agradezco al Tano por su mensaje. Sólo me faltó decirle: “¡¡Pedazo de forro!! No necesitabas morirte para que yo me diera cuenta…”. El Tano fue feliz hasta su último segundo de vida. Como dijo su madre, él murió como quería, haciendo deportes y con sus amigos. Y yo lo admiro, porque así quiero vivir y así quiero morir. El Tano no sufrió, nosotros sufrimos por su ausencia. Porque ahora… de quién vamos a escuchar las quejas, a quién vamos a gastar cuando quiera pegarle a la pelota y su torpeza lo haga tropezar. Hay un hueco en nuestro grupo de amigos. En mi adolescencia tuve algunos momentos trágicos y conflictivos, pero que de una u otra manera superé, porque en cada uno de aquellos momentos, ellos, mis amigos, me prestaron una oreja, un hombro o simplemente su presencia y me abrazaron para levantarme una y otra vez. Pero… ¿a quién podía abrazar cuando era un amigo el que se me iba? ¿Cómo uno enfrenta esa situación? Y, ¿cómo uno la enfrenta cuando no hay ningún otro amigo al lado a quien abrazar? Es por eso que después de tantas alegrías vividas afuera, decidí volver a la Argentina. Para poder disfrutar de donde pertenezco y que mis
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hijos, el día de mañana, también puedan sentir lo que sentimos nosotros, los latinos: la necesidad de contar con alguien y de que alguien cuente con nosotros. El momento más feliz de mi estadía en Europa fue cuando mis amigos me visitaban. Porque así es la vida latina, con los nuestros, dándonos una palmada en la espalda, abrazándonos y tocándonos el timbre. Esta es la vida real; esto no es una novela y no hay personajes inventados en esta historia. Es el mundo con personas de carne y hueso, sentimientos y emociones y cada uno de estos nombres existen. Repentinamente, ya no me dio miedo volver, porque nada peor que esto podía pasarme. Yo estoy enamorado de mi país y de mis amigos, con todos sus defectos, porque la perfección del primer mundo está lejos de entender lo que el calor del afecto puede brindarnos. Y no me quiero poner cursi o cheesy, como dicen los ingleses para referirse a algo meloso y no creíble por repetitivo. Pero siento que ahora puedo vivir sin las ilusiones que yo tenía antes de partir, de tener dinero, una novia extranjera, una casa en el mar, un trabajo en el exterior y viajar cuatro veces por año a un país diferente. No puedo vivir sin el sentido de pertenencia que tan importante es para todos; y no puedo vivir si sé que en las malas de verdad no voy a estar con un amigo. En esta etapa de mi viaje sentí y aprendí que hay que dejar de correr, hay que dejar de huir y hay que dejar de buscar la felicidad afuera, porque –como dice la canción– “el paraíso está donde vos estés”. La vuelta final El duelo fue muy raro, porque la distancia física hacía tiempo que existía. Me las arreglé para que cada día la incomodidad de la ausencia, que me hacía dar vueltas entre las sábanas hasta altas horas de la madrugada, pasara de la manera más sincera posible. Avisé a mis amigos y compañeros de trabajo sobre la decisión de volver a la Argentina. Me temblaban las piernas al mismo tiempo que se me desataba el nudo en el estómago, porque sabía que esta vez era para quedarme.
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Los últimos meses en Australia, con la tranquilad de haber tomado una decisión, se tornaron más serenos; sobre todo, en la cabeza. Al regresar, una vez más, todos me esperaban felices. Los primeros meses fueron una tormenta de desconciertos que se tapaban con abrazos, reuniones, puestas al día y reencuentros. Enseguida se abrieron las puertas. Creo que la alegría de estar de vuelta era más fuerte que todo suceso negativo que pudiera pasar. Si bien volví muy seguro, no sabía con qué país me iba a encontrar. Sabía que luego de la ola emocional, las cuestiones laborales y sociales iban a pesar. Volví a Rafaela, donde la familia Eguiazu me abrió las puertas laborales y mis hermanos y amigos me dieron un poco de contención para empezar. Con algunos ahorros me instalé luego en Santa Fe. Inauguré mi propio negocio, una franquicia líder mundial en bienes raíces, RE/MAX FUTURO. Apenas puse pie en la Argentina conocí y me enamoré de Ivi, una chica con un pasado muy similar al mío. Sigo viajando y ahora mis amigos volvieron a estar tan sólo a unas cuadras. Los domingos almuerzo con mi madre, mis hermanos, mi novia y, por supuesto, alguno de mis amigos y, si bien la inseguridad y el gobierno te pegan unos cuantos golpes bajos, son menos dolorosos que la distancia. ¿Irse, quedarse o volver? Me preguntan muchas veces: “¿Me recomendarías irme?”. Y a todos, todos, les digo sin dudar que sí. Irse, viajar, partir… Para cualquiera que tenga dudas respecto de si debe o no hacerlo, es preferible realizarlo a quedarse con la duda eterna. “Hacele caso a tus tripas”. Otros me preguntan: “¿Me recomendarías volver a mi país de origen?”. Y a todos les digo sin dudar que sí. Lo que yo recomiendo es que no dejes que te la cuenten, como yo estoy haciendo ahora en este libro. Que cada uno aproveche y viva su
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propia historia porque está bien irse y está bien volver; está bien quedarse por amor, por trabajo, y está bien apostar a lo de uno e irse sin rumbo. Supongo que es algo que cada uno sabe, que es subjetivo y que cada quien sentirá como necesidad o priorizará según las distintas etapas de la vida. A mí volver a la Argentina me hizo feliz, porque yo soy muy familiero y me di cuenta de que sin ellos y mis amigos no podría encontrar la felicidad verdadera. O, por lo menos, no en ese entonces. Sin embargo, conozco a miles de personas que viven afuera y que no se les cruza por la cabeza volver a su país. Saben que su futuro está ahí y ser inmigrantes es su presente y su futuro. Las intenciones al escribir mi historia son las de impulsar a irse a quienes quieren irse y las de impulsar a volver a quienes quieren volver. Yo encontré felicidad ambas veces, porque en definitiva le fui fiel a lo que quería. Y eso es lo mas difícil hoy día, cuando las condiciones económicas y los miedos al fracaso son los que parecieran ponerse sobre los deseos internos. No quiero transformar esto en un libro de autoayuda y decirles: “Si creés que podés, lo vas a lograr”. Pero…, hay mucho de ello. Puedo asegurar que no es la posición económica lo que determina irse del país o quedarse. Y espero que cada persona que dude un poco sobre partir a otro país o sobre volver luego de haberse alejado, encuentre en esta experiencia un poco de consuelo y entendimiento y, por qué no, algunas respuestas. Escribí el libro que me hubiese gustado leer antes de irme de la Argentina o estando afuera. Al mismo tiempo, es el libro que me hubiese gustado que hubieran leído quienes me rodeaban para que entendieran un poco cómo me sentía antes de partir, al estar lejos y al llegar. Si me preguntan por el propósito de este libro, es el de algún día cruzarme con alguien que me diga: “Marcos, leí tu libro y me ayudó a tomar la decisión de irme”, o “leí tu libro y me ayudó a tomar la decisión de volver”, o “ahora entiendo lo que le pasa a mi sobrino (hijo o amigo…) que se fue”. ¿Qué tiene de diferente? Es real 100%, es la historia de un argentino común y como la de otros tantos miles de latinoamericanos que nos fuimos a probar suerte, pero plasmada en un escrito.
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Para animarse a pensar: No hay secretos y no hay recetas. Sólo nosotros mismos sabemos cuándo es el momento de irse y cuándo es el momento de volver. Animate a irte, animate a volver.
Índice
Prólogo...................................................................................................7 A modo de introducción: una mirada personal al concepto de amistad...9 Comencemos........................................................................................ 10 Capítulo 1 Sin motivos ni razones Cuando uno decide partir..................................................................... 17 El que sabe, sabe.................................................................................. 18 Primero, lo primero.............................................................................. 20 Para animarse a pensar:................................................................. 22 Capítulo 2 En Europa Barcelona............................................................................................. 25 Italia: para conocer las raíces............................................................... 28 El que no llora, no mama: Roma.......................................................... 28 La vida es bella.................................................................................... 31 Milán: los mejores amigos son a veces los desconocidos.................... 32 Primer trabajo: Manerbio..................................................................... 33 La más original: Venecia...................................................................... 34 Llamada del Reino Unido.................................................................... 35 Y me puse las polleras: Escocia........................................................... 37 Para animarse a pensar:.................................................................40 Capítulo 3 Todo el glamour Big Brother: Francia............................................................................. 43
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Esto recién empieza: siete países en quince días.................................. 46 Para animarse a pensar:................................................................. 48 Capítulo 4 Amigo de mí mismo Nunca desviarse de los objetivos......................................................... 51 Tiempo de hacer una pausa.................................................................. 52 La realidad pega dos veces................................................................... 52 Encuentro con uno mismo................................................................... 54 De mendigo a príncipe......................................................................... 57 ¿Dónde están?...................................................................................... 59 Para animarse a pensar:.................................................................64 Capítulo 5 ¡Un señorito inglés! Dispuesto a empezar de nuevo............................................................. 67 Ambientándome................................................................................... 69 La conquista inglesa............................................................................. 70 El día en que conocí a los Pumas......................................................... 73 No todo es color de rosa....................................................................... 76 Thank you............................................................................................ 78 Para animarse a pensar:................................................................. 80 Capítulo 6 Con amigos es más fácil Casi, casi una vida normal................................................................... 83 Vuelta a los orígenes............................................................................84 Navidad a la inglesa.............................................................................84 Con amigos es más fácil...................................................................... 86 Fuerzas desde la angustia..................................................................... 89 De elecciones se trata...........................................................................90 Para animarse a pensar:................................................................. 91
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Capítulo 7 La rutina lejos de casa Un regreso diferente............................................................................. 95 Cuando el contexto no ayuda............................................................... 95 La realidad de la droga en Inglaterra................................................... 96 ¿Amor con ruido o nuevas aventuras?................................................. 99 No se puede vivir del amor................................................................ 100 Dudas, dudas y más dudas................................................................. 101 Seguir rompiendo barreras................................................................. 102 Una gorileada..................................................................................... 103 ¿Cómo nos ven del otro lado?............................................................ 105 Para animarse a pensar:............................................................... 106 Capítulo 8 Y los sueños, sueños son, pero aquí se hacen realidad Un nuevo paraíso: Australia................................................................111 ¿Volver? ¡¡No!!.....................................................................................114 ¿Por qué nos duele tanto la distancia?................................................ 115 El paraíso de los surfers......................................................................117 Sin palabras: Indonesia.......................................................................118 En el paraíso hay tentaciones............................................................. 121 Para animarse a pensar:............................................................... 122 Último capítulo ¿Dónde están las respuestas? Sólo entonces comprendí que morir es nunca más estar con los amigos........................................................................................... 125 Todo concluye al fin........................................................................... 126 La vuelta final.................................................................................... 129 ¿Irse, quedarse o volver?.................................................................... 130 Para animarse a pensar:............................................................... 132
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