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u mu.
LA SIGEA. NOVFXA ORIGINAL
DONA CAROLINA CORONADO n\
TOH®
I.
Anselmo Santa Coloma: EDITOR. 1834.
Í3IÍRE.MA DE ,SÜhDÜ-I^JUÍ>Oí
/
ADVERTENCIA
La primera parte de
La segunda
cribirla en 18i9.
En
el
,
el
mundo grandes y
,
se
,
han levantado
se
han puesto en comunicación
bres.
Y si los pueblos
siglos
para
,
que necesitan casi siempre
verificar sus revoluciones,
¿qué no sufrirán
estos cambios,
las
por medio de unos cdam-
gentes de los dos polos
para
cosas: fian caído tro-
han pasado repútdicas
imperios
do
en 1853.
la concluyo
transcurso de estos cuatro años han suce-
dido en nos
empecé á es-
esfa novela
han sufri-
los individuos
quienes un nuevo dia trae siempre una idea
nueva? Cuatro años no son mucho vivir , cuando esos cuatro años se viven en la infancia; cuatro años
no son mucho tampoco
forman
la
,
cuando esos cuatro años
primera estación de
la
juventud; pero
cuando nos acercamos al otoño de vida es de
Yo he
muger
leido
mi novela
,
,
la vida
un
esos cuatro años son
,
y
la
siglo.
con sorpresa la primera parte de
sin
poder reconocer á
la
autora de
ella]
y juzgándola como
si el
yo de entonces fuese
enteramente distinto del yo de ahora. {lo confieso)
hubiera sido destruir
no darle conclusión
me
lo
Mi
empezado y
porque antes para
;
inspiraba audacia
el
deseo
saber que solo
el
escribir
público
indiferente habia de leer mis escritos ; pero ahora
me acobarda la idea de que mas tarde haya de leerlos mi hija. No es mi deseo el que cumplo conservando las obras empezadas, y dándoles conclusión para que se publiquen
:
es
un deber que me hube impuesto
de antemano, y del cual no puede eximirme otra
razón alguna. Pero
esta advertencia
hará cono-
cer al lector las dificultades con que he tenido que
luchar en la novela ,
para dar unidad á
sus dos
mitades construidas en distintas épocas.
San
Ildefonso.
— 1855.
Carolina Coronado de Perry,
\
A Li SEÑORITA DOSi NATillA FALCON.
?
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car^cua, áaaod 9?¿¿d Aendccr^uen -
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aí^^ Á)^9<^man nuedáj^ad
aunad.
LA SIGEA. Ip4^51^:a
IP!I1IÍ1ÍÍÍ231Ü
CAPITILO
I
El asuaute de Sa eslátiaát.
Fermitiome que vuelva mis
ojos
á Portugal, siquiera porque en 1 .^
de
mayo de 1530 una
él
amorosamonle se halla
hoy
española célebre.
Dos meses hace que pasó desde Toledo á Lisboa acompañada de su anciano padre Luisa Sigea
,
la escriloiva
y uno que por segunda vez después
de cinco años de ausencia
la recibió á
su servicio
iO
Doña María,
la princesa
Todavía
hija del rey D. Manuel.
nuevos cortesanos no conocen á
los
antigua dama, y esperan impacientes
ceremonia para ver la
fama que
Muy
si
fea será preciso
rata Toleníina
si
dia de
su belleza corresponde á
ha dado su
la
el
la
pais.
que se presente
ha de parecerlo á
la
la lite-
juventud
portuguesa, para quien la sola prenda de ser española constituye la primera belleza de una
muger. Infinitas
la luz
;
damas hay en
como
pero todas tienen un defecto capital para
los galanes
cesa
palacio, hermosas
de Lisboa; son portuguesas. La prin-
misma no puede
que sus encantos
evitar
aparezcan nublados á la vista de los nobles
mas que
los
por
,
rayos de sus brillantes ojos den es-
plendor á su juvenil fisonomía. Ninguno halla espresion en la dulzura de sus ojos negriazules gracia en la sonrisa de su preciosa boca.
ma reír
española debe de mirar con
con mas amor. La
dama
mas
,
ni
La da-
fuego y son-
española es la que
desean ver.
Generosos con nosotras solamente ticos lusitanos
,
nada hallan en
el
los patrió-
estrangero su-
perior á las cosas de su reino, ni cfima, ni ejércitos, ni bajeles,
sino las
damas
españolas. Por
11
(jiio
su sol los parece
alumbra
la (ierra
cuenlan por cabezas
;
yera caballería, y sulte la
mas esplendoroso que
el
la
la eslran-
suya por pies para que re-
misma cuenta
y llaman á sus barqui-
,
chuelos terror (Vos mares.
Pero ante nosotros se despeja fíullo
el
ceño de su or-
nacional; su lengua enfática se hace hu-
milde, y
enemigos de
los
como
tran á nuestras plantas
pos-
los caslellanos se
ado-
los indios í|ue
raban á Colon. Si ha de acontecer por dicha
deros siglos se una á
la
que en
grande España
los
el
pequeño
Portugal, no creáis que esto se veriíi(|ue
contienda de las armas
,
sino por
los
veni-
i)or la
lazos
del
amor. La fuerza de atracción que tiene España para absorver acero, es
la
al lin
,
de
,
á su vecino
la belleza.
,
no es
la del
Dios ha puesto en
el
corazón de los portugueses una irresistible simpatía
que
los
impulsa á buscar en España su
felicidad.
En un triotismo',
principio
no querrán ceder en su pa-
y robarán á
ficarlas á su pais
;
las españolas
para identi-
luego se conformarán con vivir
en España siguiendo las costumbres de su pue-
y mas tarde adoptarán nuestras costumbres y se confundirán las españolas que van con los
blo
,
12
portugueses que vienen. Lo que no alcanzaron las batallas
de tan denodados guerreros
,
lo al-
canzarán las sonrisas de las tímidas mugeres
y España y Portugal no Pero estamos formarán sino una sola familia
antes de
muchos
,
siglos
en 1550 y todavía no es tiempo de discurrir de este
modo,
sino de continuar sencillamente la re-
lación de unos hechos
que nada tienen que ver
con la unión de España y Portugal.
Hoy
es el
cumpleaños de
María, y hay ceremonia á nos de concurrir la
dama
la
la
princesa
Doña
que no puede me-
española.
Los jóvenes de quince á veinte años estiran sus bigotes cuanto puede consentirlo el flexible bozo
que apenas sombrea
y á
treinta recortan el
densa sombra de
las
Los de veinte y cinco mostacho para suavizar la
el labio.
ásperas cerdas. Los hombres
de cuarenta á cincuenta se empolvan
Uno tivo en
solo entre los cortesanos
medio de
la
la peluca.
permanece inac-
vanidosa faena.
piensa en asistir á la ceremonia.
Y
Ni siquiera es joven
,
ga-
enamorado y presumido; y sabe por tradición que es hermosa la Sigea. Pero con una pa-
llardo,
labra se esplica su indiferencia, su apatía: este caballero es español y no puede ofrecerle nove-
dad
la vista
de una española.
\3
No he
les
sé
si
h'íhrois leído oirás novelas en las
(lesi^rilo los
las leisleis,
cua-
janlines de Portugal, pero
ahorradme
el
trabajo de
descripción, recordando aquella, y
si
si
una nueva no
las
ha-
béis leido, lomaos la molestia de buscar el capílulo 5.°
de 3íiisina
donde agolé mi vena poética
,
haciendo bi'olar con profusión toda clase de ár-
y de llores, de cascadas y de fuentes. Aada vuelvo yo á escribir tan fresco y tan florido como aquel ca¡)ituIo de pura vejelacion en el bol(^s
cual cada i)alai)ra es
una rama de sauce ó de na-
y cada letra una hoja de nardo ó de jazmín. Es un capítulo aquel (pie co})iaria de buena ranjo,
gana introduciéndolo en esta novela, sino fuese porque es ya propiedad del editor portugués, que perseguirá ante
la
le¡j
al que lo reimprima.
Digo todo esto porque llón el
que habita
las
ventanas del pabe-
de Toledo, dan sobre
la escritora
y mis lectores naturalmente quersaber cómo es este jardín. Esto es muy jus-
jardín real,
i'án to.
Desde que
el
primer escritor dio a su lector
el
ha sido curioso siempre y seguirá siéndolo mientras haya escritores. Yo com-
adjetivo de curioso
,
l)rendo bien la curiosidad
ber cómo era
el real
que tendrá ahora por sa-
jardin
vuelvo á escribir como
,
pero repito que nada
el capítulo 5.°
de Musina.
14
Basta para dar una idea del jardín real con silbido
de
portugueses
los
magnificencia
como
ficiente espresivas
Todas
las
si las
que ponderan
,
su
asi
palabras no fueran su-
para hacer su elogio.
mañanas pasean entre
multitud de jóvenes que espian
los
árboles
momento de
el
Sigea asomada á sus ventanas, pero
ver á la
inútilmente el
el
,
porque
permanece oculta en
ella
fondo de su habitación todo
la dejan libre sus tareas
en
el
el
tiempo que
cuarto de la prin-
cesa.
La sombra de en
el
suelo
,
la
arboleda empieza a dibujarse
cuando
el
caballero de Castilla
con objeto de ver a la española
que no ha querido decirme preguntar
Carrara
,
,
,
ni
no
,
sino con otro
,
yo
me
se ha detenido cerca de
atreveré a
una Venus de
que por un capricho de su escultor ar-
roja dos caños de purísima
agua por cada uno
de sus hermosos pechos. Parece aquella Venus
la
nodriza de todas las flores que se alimentan en
el
jardín con su abundante jugo.
de brazos con-
El caballero español cruzado
templaba estático
la escultura,
cuando uno de
los
cortesanos portugueses que hablaba nuestro idio-
ma
,
se acercó y le dijo dándole
espalda.
un golpe en
la
— ¡Ya estamos!
¡
Deas, Ui
enamora-
le hallas
do de esa piedra! Rióse
el
y conlesló volviendo
español,
la
ca-
beza, pero sin apartar los ojos de la estatua:
— ¡Mira que —Pero de
es hermosa!
piedra.
ñola la
La he
!
¡
Hermosa
la
menina espa-
visto ayer por la espalda al pasar á
sala de guardia, y...
—No como — mais. —¿Qué sabes no espalda? —Pero soy un será
esta.
Aincla
si
la
lince
:
has visto mas ([ue por
se
me
la
traslucen las ca-
bezas bellas; aunque las vea por
el
revés.
¿Ven-
drás á la ceremonia?
—No, respondió español de — \Dcus\ vas perder el
frente
sentándose en-
la estatua.
á
esa regadera
dos
el juicio,
jardines.
Retiróse el portugués
compañeros
,
Mariano, con
y
se unió á los otros
que se alejaron riendo de
la estra-
vagancia del castecao. Un minuto después de haber desaparecido ellos asomó á una de las ventanas que daba sobre la fuente la linda cabeza de la Tolentina.
Los
reflejos todavía pálidos del sol
de prima-
i6
vera csuialtaban haciéndola lucir
la
blanca frente del español,
como
Su
fuese de plata.
si
lige-
rísimo bigote castaño, ensortijado graciosamente, se imia
por las estremidades á los grupos de
que avanzaban hasta
sus cabellos,
envolviendo
como
la
el
óvalo de su rostro en una sombra
que dan á sus cuadros
escuela de Rivera. Tenia
cabeza en la
las mejillas,
mano
de una columna, y
los pies
de
la
caballero apoyada la
el
izquierda
los pintores
,
codo en
el
el relieve
indolentemente cruza-
dos. El trage de terciopelo negro con los vistosos
greguescos y lucidos oropeles de nuel,
el reflejo
del sol
y su
la gallardía del caballero
la corte
actitud
de D.
Ma-
aumentaban
con una triple ventaja.
La mirada de la escritora se detuvo en el primero con indiferencia, después con curiosidad y ,
por último con interés. guntó para
misma.
—Un
si.
—Es
ocioso,
gesto de desden;
—¿Qué
la
contempla? pre-
estatua, respondió á
sí
pensó después haciendo un
—¿por qué no
llevará
un
libro
al jardín?
Separóse de la ventana, y se sentó cerca de
una mesa donde se veía un gran pliego con párrafos escritos en distintos idiomas. El primero en latin, el
segundo en griego y
á continuarlo en hebreo.
el
tercero se puso
Escribió tranquilaraenle algimas líneas, y se levantó vainas veces para hojear pergaminos
y
registrar diccionarios.
Una hora
ventana para respirar se
ya
del caballero
se acercó á la
el aire fresco
que estaba en
todavía en la
al verle
y sofocada
trabajaria,
sin
,
acordar-
la fuente.
misma postura
Pero
se sorpren-
y volvió de nuevo á examinarlo.
dió
—
¡Es
mucha
I
hombre Continuemos mi
esclamó. Este
indudablemente.
español
es
ociosidad
carta.
El cuarto párrafo de esta carta habia de crito en siriaco
que
iria
,
y aun
ir
es-
faltaba el párrafo quinto
en arábigo.
La Sigea
escribió con ardor
Concluyó, cerró su carta y
Al Pontífice Paulo III
la
dos horas mas.
puso
la dirección.
(i).
Vistióse luego de ceremonia,
y
se dirigió al sa-
lón de la princesa.
Los cortesanos formados en hileras aguarda-
ban
la
hora de
la
ceremonia. El
mas impaciente
era aquel portugués que habló en la fuente con el
amante de
le estatua.
Presentóse por
María seguida de sus damas entre ,
(d)
TOMO
las
fin
que se vio
Alfonso d^ Lamadrid. I.
Doña
2
Í8
aparecer á la escritora tolentina; pero las risue-
ñas esperanzas de los jóvenes quedaron defrau-
dadas con su presencia. En vez de una andaluza salada, vivaracha, incitadora, hallaron la figura
de una imagen.
La Sigea mosos
tenia la frente noble
y suave
,
her-
de virgen redondas y puras, y una boca de espresion inocente. El talle de la ojos, mejillas
,
Sigea era delicado y magestuoso...
—Ahí
que
la
esclamó en voz baja aquel portugués
aguardaba ansioso
,
que á menina es-
creí
pañola seria mais sandunguera. Dirigió la Sigea
torno de
sí
,
y
una mirada investigadora en
volvió á bajar los ojos sin haber
visto al español.
Otros españoles concurrieron al palacio tan gallardos acaso
pero
la
dama no
como fijó
el
amante de
su atención en
la
estatua,
ellos.
Concluida la ceremonia quiso la princesa bajar á los jardines, la
y
eligió
para que
Duquesa de Alencastre
,
á
la
la
acompañasen á
Condesa de Al-
meida y á la escritora de Toledo. Tímida la Sigea para aceptar un honor que no creía merecer todavía en palacio, dejó
delante á las ilustres
damas y ,
las
marchar
acompañó á
una distancia respetuosa. Atravesaron gran par-
:
i9
y Doña María se detuvo junto donde se elevaba la Venus.
le del
jardin
fuente
,
La Sigea Pero
,
I
artístico,
estatua,
át
,
la
se detuvo también.
cosa estraña
en
!
en vez de sentir un placer
contemplación de la hermosa
la
un secreto disgusto que no se
sintió
Su primer impulso fué cubrir
supo esplicar.
con su velo aquellas desnudas formas. El agua cristalina
que emanaban sus pechos
le
producía
rumor de su caída una angustia dolorosa, y no pudo marcar la perfección de aquella torcon
el
neada pierna
,
sin
esperimentar un sacudimiento
en todas sus fibras.
La Duquesa de Alencastre vino
mas energía á
á dar
esta sensación diciendo en
inglés
— ¿Cómo no estará por aquí
ese tonto de
Ma-
riano?
—El no — añadió — Tonto no á loco
el tonto
,
Tonti-loco; ;
volvió
;
repuso la
la
Princesa.
Condesa de Almeida.
corregir
Doña María
;
y
luego esclamó en voz baja. Será preciso hacer
pedazos
la estatua!
La Princesa no quiso ya pasear y se
retiró del
jardin silenciosamente.
La Sigea volvió á su habiíacion melancólica y disaistada.
20
Despojóse del Irage de ceremonia, y se puso á escribir sobre la influencia de la escultura en los sentidos.
Buscó en sus
mejores escultores
Un
y
libros las noticias
de los
se ensañó con Praxiteles.
trozo de este libro debe existir entre los
manuscritos de traducido del
«La
la autora,
que dice
lo siguiente,
latin:
influencia de la escultura es
muchas veces
perniciosa al desarrollo de las buenas pasiones.
La juventud
se fija
mas en
las
formas de una es-
tatua, que en el estudio del arte;
gran manera
ga á ,
el
relajamiento de la sociedad grie-
la profusión
de hermosas estatuas que ador-
naban sus plazas y sus paseos. Es arte puede servir en beneficio de ,
la religión
,
y atribuyo en
cierto
que este
la filosofía
y de
inspirando á la escultura la fisonomía
de personages históricos
,
ó de imágenes piado-
sas; pero los mejores pintores se
han dedicado
principalmente á copiar
¡Esas Venus,
esas
Venus son
el
teles la perdición
no tengan
las
belleza!
Siempre
cebo del sensualismo de
la
juventud
!
,
la
Detúvose
y Praxi-
¿Por qué no dar
severa espresion de la virtud
al arte la
¡la
la belleza.
,
aunque
formas esa perfecta armonía? ¡Ah!
¡siempre la belleza de las formas. forma, nunca
la esencia...!»
la escritora al
llegar aquí, agitada
21
por una austera indignación beza
por
con
,
la
pluma en
la
la
,
y levantando
mano
,
la
ca-
se vio retratada
pequeña cornucopia que lenia enfrente.
[Original, por cierto, era el contraste que ofrecía lo
que acababa de escribir, y la
el cristal.
que nunca por
y por
el
imagen que se
Cuando estaba tronanhermosura se veia ella mas hermosa
reproducía en
do contra
la
el
carmín que cubria su rostro
noble fuego que animaba sus ojos.
sectaria de la escuela espiritualista se
de
sí
misma y combatia su
La
ohidaba
propio mérito por
sacar ventaja en su doctrina. Se hallaba tan superior alas pasiones,
que proscribía toda emo-
ción de los sentidos con una severidad digna del lilósofo
mas
austero.
Pero en aquel instante llo
resonaron en
hace
los golpes
el jardin.
al saltar la piedra
Oyóse
y luego
de un marti-
el estallido
el ruido,
una roca que se desploma, estremeció
Asomóse
la
las
que
como de paredes.
Sigea y vio rodar la estatua de
Venus partida en dos pedazos.
— ¡Ah! esclamó —Mal vados
con alegría, han destruido
la
estatua.
1
llero español
gritó al
mismo tiempo
apareciendo al
¿qué hacéis?,..
fin
de
el
caba-
la arboleda,
22
Y
tiró
de
la espada.
Adelantóse te
el
jardinero
mayor hacia
el
aman-
de la estatua y respondió: Cumplir las ordenes de S. A.
—
Guardó
la
espada Enriquez y se acercó á
estatua; cruzó los brazos
y
la
la
miró dolorosa-
mente.
La Sigea creyó que rodaron por
distinguir dos gruesas lágrimas
la mejilla del caballero
y
se con-
sumieron en su mostacho,
— ¡Es muy
estraño
!
Es muy
estraflo esto
que
sucede, repitió la Sigea; ese joven llora por una estatua él!!!
y yo
lloro...
y yo
lloro...
porque llora
CAPITILO
II
La aoadeniiade la infanta Doña Alaría.
iio
hallo
medio de empezar este capítulo
interrumpir la lectura de un
yendo Luisa Sigea en
el
poema que
la
única
prestaba atención á los literatos en
siglo décimosesto,
y por eso en
el
torno de ella se
agrupaban todas las celebridades ,
como
está le-
gabinete de la infanta
Doña María. La Infanta Doña María era en Lisboa
dama que
sin
asi
del reino
estrangeras.
Doña María en lo mas hermoso de su juventud, y en lo mas brillante Se hallaba
de su
talento.
la Infanta
24
Dice una apreciable escritora inglesa,
nada hay mas
que no sea que niz
/(?a
las letras
de
difícil
de hallar que una
ni vieja.
dan á
la fealdad
que
literata
Efectivamente, parece
bar-
los rostros femeniles el
y de
la vejez;
parece que la na-
turaleza se complace en castigar la ambición de las
mugeres
eruditas, marchitando en flor sus en-
y haciéndolas ridiculas desde que se hacen sabias. La mayor parte de las celebridades
cantos
,
inglesas
peluca
llevaron
y
anteojos
desde los
Una francesa hubo que a
veinticinco años.
los
veinte años se quedó sin dientes y sin pestañas.
Algunas, como Jorge Sand, se salvan por la transformación del sexo pareciendo lindos muchachos.
Muy pocas
son las que pueden conservar
el
ad-
jetivo de lindas mugeres.
Este privilegio siglo
XVI
lo
tuvieron
no obstante
,
dos ilustres literatas
:
en
,
el
Doña
la Infanta
María y Luisa Sigea. Lirio é rosa de caridura llamaban á la Infanta precisamente cuando se hallaba estudiando latin,
de damas
hemos
la única
y presidiendo con su
academia
literaria que,
corte
como
dicho, habia por entonces en la corte de
Portugal.
jOhl era preciso ser
y muy
sencilla
muy
bella,
para presidir como
muy graciosa la Infanta
á un
CiMiámen de doctores
de sabios
,
pedantes, sin escilar
,
la risa.
Suarez,
Discípula del docto Afjustino
venerable obispo de Coinibra
muy y de
entendida en la
el
de poetas y de
,
era
y
del
Doña María
conocimiento de
la filosofía
sagrada escritura; pero ambicionaba
poseer una vasta erudición
,
y para dedicarse
al
estudio de las lenguas doctas liabia hecho venir
á su corte á
la literata
Dos veces á
la
Luisa Sigea.
semana
achuitia en sus salones
y precisamente esta noche se hallaban mas que nunca concurridos. Asistían,
á las gentes de letras
entre otros doctores,
jador de España,
,
el
obispo de Agdas,
emba-
dos prelados portugueses de
reconocida sabiduría,
el
célebre Juan de Barros,
D. Francisco Saa de Miranda, Jorge Montemayor,
D. Hernando de Acuña, Luisa Sigea y un gran
número de nobles caballeros y damas. Habíanse discutido arte,
y
los
puntos mas
difíciles del
se había puesto en tortura el Ingenio
pa-
ra que confesase cada cual sus pecados de poesía
,
y
llegó
do. Leia esta,
su turno á
la
escritora de Tole-
como decíamos,
el
primer canto
de su poema describiendo a Cintra (1), cuando
(1)
Obras de Luisa Sigea.
hemos empezado versos.
este capítulo interrumpiendo sus
El lector ha debido oir claramente los
versos del poema, y doy por supuesto que aplau-
de y
á continuar. Pero la Sigea se ha
la invita
turbado , y todos los ruegos de los poetas no pue-
den conseguir que prosiga blo
I
la lectura.
¿Quién habia de evitar que
¡Qué dia-
el capítulo
gundo viniese á interrumpir un poema? ditos
¡Es
[Mal-
que no dejan lugar ala prosal
versos
mucha
se-
impertinencia
esta de
los
conso-
nantes!
Al mismo tiempo que nosotros ha entrado en el
Mariano Enriquez,
salón de la Princesa D.
caballero español,
esplicarnos de
el
amante de
la estatua,
ligera inclinación
tarse el sitio
Miranda
para
una vez.
Saluda profundamente á S. A., hace á
mas una
el
mas
,
las
da-
y escoge para sen-
apartado.
insistia
en que la española habia de
continuar la lectura del
poema, pero oida su ne-
gativa dijo:
A. me señora no prosigue y — mi égloga dá permiso, á un buen —Y yo unos versos que he S.
Si la ilustre
leeré
castellana. escrito
caballero
y mal poeta, añadió D. Hernando de
Acuña con una graciosa
sonrisa.
:
:
27
Leyó so
el clásico
Nemoro-
Lusitano su égloga á
que duró cinco cuartos de hora y cuya con-
,
clusión fue
PELAYO (1).
Suso, Suso, á cantar sin mas escusa,
SALICIO.
Taña Bras
yo diré de Laso nuestro
,
Con buena ayuda suya y de las musas Con grande perdón suyo y grande nuestro. Enjugó ría
el clásico
por su frente
,
Lusitano
el
sudor que cor-
el auditorio fatigado
y
,
se en-
tregó al reposo que tanto habia menester.
semblantes de
los caballeros
revelaban
el
Los
disgus-
damas el tedio. Pero levantóse D. Hernando de Acuña y desdoblando un papel leyó lo siguiente
to
y
la
impaciencia
:
los
de
las
,
(1)
Poesías de D. Francisco Saa de Miranda. Biblio-
teca de Lisboa,
28
A
un buen caballero y mal poeta
De
(1).
vuestra torpe lira
ofende tanto
mueve
el
son
que en un momento
,
á ira
al discreto
y á descontentamiento: á vos solo, señor, os dais contento.
Yo en ásperas montañas, no dudo que
tal
canto endureciese
alimañas
las fieras
ó á risa las moviese, si
natura
Y
el reir las
concediese.
cuanto habéis cantado
es para echar las aves de su nido
y
Marte airado,
el fiero
mirándoos
de veros
,
se
tras
|Ay de
ha reido Apolo andar perdido.
los capitanes,
en las sublimes ruedas colocados,
aunque sean aiomanes, si
para ser loa ios
fueran á vueslra
(i)
pañol.
Poesías
de H
musa encomendados!
nando de Acuña. Parnaso
es-
29
¡Mas ay, señor, de aquella,
cuya beldad de vos fuera cantada!
que vos daréis con
ella
do verse sepultada tuviera por mejor que ser loada.
Que vuestra musa sola basta á secar del campo la verdura, y
al lirio
y
la viola
do hay tanta hermosura, estragar la color y la frescura. ¡Triste de aquel cautivo
que á escucharos, señor, es condenado!
que está muriendo vivo, de versos enfadado,
y á decir que son buenos es forzado. ¿Pues qué podrá decirse de quien de versos llenos de aspereza no quiere arrepentirse,
y para tal dureza anda sacando fuerzas de flaqueza? Señor, unos dejaron
fama en
el
mundo por
lo
que escribieron,
y de otros se burlaron, que en obras que hicieron ageno parecer nunca admitieron. Palabras aplicadas
30
podrían ser estas á vuestra escritura;
pero no señaladas,
porque es en piedra dura,
y ya vuestro Las bocas de
escribir no tiene cura.
los concurrentes estallaron
nimes en una esplosion de
risa.
uná-
Solo Miranda
conservó su gravedad no habiendo entendido la alusión,
y preocupado en juzgar
la
si
obra se
hallaba arreglada á los preceptos clásicos. Hizo
Acuña que en
notar á D. Hernando de
do verso de
cial
la
admiración; pausa
á los versos que seguían.
marse con que
se pusiese
so de la octava estrofa
,
segun-
hacia una pausa
la quinta estrofa se
por medio de
el
muy
No pudo
coma en
el
perjudi-
confor-
quinto ver-
debiendo á su parecer
haber dos puntos; y empeñó últimamente una cuestión gramatical sobre cada una de las voces, mientras que los demás caballeros poesía
,
,
cansados de
entablaban con las damas pláticas
mas
amenas. Uno de estos fué D. Mariano Enriquez
que acercó su asiento
—¿Habéis paseado guntó
al
de
la Sigea.
esta tarde en el jardín? pre-
la Sigea.
Enriquez dirigió á rada, y tartamudeó
la escritora
la
una inquieta mi-
respuesta:
3i
—
Sí... es decir,
¿por qué
me
no...
llegué á la fuente...
hacéis esa pregunta? dijo esforzán-
dose á sonreír.
—Perdonad — |Ah, no,
si
soy indiscreta.
jamás
seréis indiscreta! pero...
¿habéis ido á la fuente?
—No. Respiró D. Mariano, y quiso mudar de conversación pero la Sigea repuso: ;
bajar para ver fuen—No porque mis ventanas dan sobre —¿Cómo? esclamó Enriquez sobresaltado donde estaba — sobre —Dónde habéis dicho, luego sa—Que ya no —¿Y qué mas preguntó con ansiedad —¿Qué mas hay? con de —Nada... nada mas. —Creed que he tomado mucha parte en vuesal jardin
necesito
te,
la
ella.
otra
vez.
la fuente
Sí,
la
esta-
tua...
estaba...
béis?...
está...
sabéis?
el
joven.
dijo la escritora
curiosidad.
tro dolor.
~¿Mi
dolor, señora? esplicaos...
tono
n
—
-Era
—¡Oh
una hermosa estatua. Dios mió, os
lo
han dicho lodo y os
burláis de mi!...
—De ninguna manera. Hallo vuestro mo muy justo; Callaron
cabilaciones
—
y
,
un verdadero
sois el
entusias-
artista.
español pareció absorto en sus
al fin dijo:
;
¿Nada mas
sabéis?... ¿no es verdad?...
ha-
bladme ingenuamente. Luisa hizo un movimiento negativo.
—En
esta corte todo llama la atención
dió Enriquez
;
asi
,
aña-
que casi celebro que hayan
quitado la estatua.
—
Doña María?
S. A.
—
á bien esta disposición de
¿Sí?... ¿Lleváis
iQué! ¿Sabéis que ha sido Doña María?
—Ciertamente. —¿Luego
sabréis el motivo?...
Mientras hablaba dirigía Enriquez á la escritora miradas oblicuas para ver g^sto
;
pero
el
semblante de
si
la
sorprendía algún Sigea permaneció
impasible, y D. Mariano acabó de tranquilizarse
con estas palabras.
—
Señor, creo que
la disposición
de S. A. no
tenga relación con vuestras visitas á Cualquiera que sea
la
la
fuente.
singularidad de estas visi-
.
33 tas, S. A. no manifeslaria su desagrado destru-
yendo
la estatua, sino fuese
porque
ha dado
le
la
idea de colocar su busto en el jardín. Podéis estar tranquilo acerca de vuestro secreto.
—¿Qué — El de
secreto, señora?
vuestro entusiasmo por la estatua,
contestó la Sigea impacientada por la suspicacia
y reserva del joven.
— ¡Ah,
sí!
Todavía siguieron hablando riquez
la escritora
y En-
pero los gritos de Miranda confundían su
,
conversación.
Que no hay
Hernardo,
señor D.
cacofonía,
que no hay cacofonía en mirándoos.
.
.
o.
o. .os?.
.
.
Pues qué llamáis á estas dos oo, señor D. Hernando?
—Pero señor D. Francisco,
¿es posible
que os
llame la atención la cacofonía, y que no os la llame la oportunidad de los versos?
—Es que no conozco han
al
poeta contra quien se
escrito.
— ¡Señor D. Francisco! —Por mi honor que no
le conozco.
.
Ah! pro-
.
i
siguió bajando la voz, ¡ya caigo! ¡Qué diablura!
Es un inocente
este
Montemayor.
Jorge Montemayor no era hombre á quien se TOMO
I.
3
le
muy
esca¡)aba palabra alguna por
baja que se
pronunciase cuando aludia á su persona y habiendo adivinado por el eco y por el gesio de Mi,
randa
lo
que
liabia dicho, se volvió
bruscamente
al escritor diciendo:
—Esa no — Ciertamente, sátira
es contra mí, señor D. Fran-
cisco, sino contra vos.
repuso con
la
miayor calma
D. Hernando de Acuña.
Hinchóse
que
portugués como
el
al soplo
la vela
de un bu-
de levante, y dijo á D. Hernando de
Acuña reven lando de
ira
y acudiendo
al
portu-
gués para espresar con m.as rapidez y soltura su ierrible indignación.
— ¡De me matar
fecera
muy
mellor... ¡fíeus!
¡Deus!
— Señor D. Francisco, ¿no leísteis los
rió
—
mucho de mi
eii
lo
dije delante
la
de S. A.
el
otro, á
esta coita
vi par.
— Señor D.Francisco, con
me
oposición.
continuaba
¡Huní!...
nunca
cuando
primeros versos que iba á satirizar
égloga k Nemoroso? os
que
os dije
mas calma
la
dijo
Montemayor, tomad
poesía y no os pongáis asi.
¡üíí Deus!!
Enteróse
la
Princesa de aquella cuestión y lia-
mó mó
á Miranda queriendo serenarlo. Pero él escla-
—
mirándola como un insensato: ¿Q^i(^
/¡r/r^'í*
en?.
.
.
¡Por Deus que mi ó digades!
La presencia de un caballero que en aquel punió entró, hizo callar a todos. Yestia luto des-
de
el
cabello hasta la planta.
Andaba gravemente
y parecía absorto en sus meditaciones. Era tan joven que todavía en su rostro pálido no se dibujaba mas sombra de vello que
la
que proyec-
taban sus cejas. Pero estas eran tan fuertes que
daban á
los
grandes ojos del enlutado una energía
Un
amargo entreabría sus labios gruesos y descoloridos. Su trage, su andar, su tristeza esparcían el silencio. Su fimaravillosa.
sonomía atraía
gesto irónico y
la curiosidad.
¿Quién era aquel hombre casi niño que pro(kicia en los
ánimos tan repentina sensación?
Llegóse a
la
Princesa y besó su
muy
ciando en voz solo la Princesa las
damas con
los poetas dijo
pudo
la
mano pronun-
baja algunas palabras que oír.
Después saludando á
cabeza y tendiendo
la
mano
á
con una voz que, naturalmente
solemne, vibraba en aquel instante con un sonido
de honda conmoción.
— dia.
¡Adiós, amigos míos
!
mañana
Acordaos de Luis de Camoens.
parto á
la
In-
CAPITULO
IaSíh
III
bodais de la Infanta
Doña María.
üiL personage mas importante que habia en Lisboa, no era seguramente
el
Rey D. Juan
sino el Infante cardenal D. Enrique,
de
la santa
III,
comendador
Cruz de Coimbra arzobispo de Evora, ,
de Braga, inquisidor general y gobernador de aquellos reinos.
Pocos ilustres príncipes han obtenido en Portugal la veneración de los pueblos con cia
que
el infante
mas
justi-
cardenal D. Enrique. Inteligen-
38
magnánimo, piadoso,
le, enérgico,
damas los
,
tolerante con los caballeros
desgraciados
hizo
cortés con las
amar de
fué
,
los
,
afable con
único inquisidor que se
el
verdaderos católicos.
No ha ha-
bido otro príncipe que á los treinta y cinco años
de edad pudiera reunir en su persona tan graves
y desempeñarlos con una prudencia mas consumada. No recordaban los portugueses ha-
cargos
,
ber visto bajo
y
les
la
mitra rostro mas joven y bello,
causaba pasmo
la presidencia del
Príncipe
en los graves actos inquisitoriales. PáUdo, con cabello rubio
azul bello
y ensortijado, con
y dulce, con
los labios
por una perenne sonrisa
,
encargado de condenar á el
los ojos
mas
de un
entreabiertos
bien que
hombres
los
el
,
el
juez
parecía
ángel que redimía á los condenados.
Precisamente
el
Infante cardenal era inquisidor
cuando empezaba en España
la
secución contra los hereges
secundada en Por-
,
encarnizada per-
tugal con todo el exagerado celo que inspiraba el
fanatismo á los prelados de aquel reino.
Ese poder de
la iglesia
años después á Felipe
ña
el
correctivo del
11
,
que hizo temblar pocos tenía todavía en
Emperador Carlos V, que
vantando su cetro por cima de
cuando Paulo
III
Espale-
la silla pontifical,
no quería acceder á sus peticio-
30
nes
,
recurría á los teólogos y les hacia
un ínterin
componer
(1).
Pero en Portugal era débil D. Juan resistir
á ese poder formidable (jue aparece en
los siglos
pasados á
inquisición
en
tos
para
III
las
la luz
como imaginó
,
de
la
hoguera de
á la bruja de los cuen-
noches oscuras en torno de
donde quema á
la
los niños
llama
la
vivos entre conjuros
misteriosos.
Portugal estaba espantado con
el
miedo de
los
hereges, y empezaban á fulminarse terribles coíi-
denas contra en
el
los
que se juzgaban solamente
cumplimiento de
las
tibios
prácticas del catoli-
cismo.
En vano
el
justo corazón del Infante cardenal,
procuraba suavizar siásticos
cia
para
el
las
los ecle-
que no habia oido con reveren-
un largo sermón
tido la
penas que pedian
,
ó para el que habia
come-
imprudencia de confesar que tenia amigos
protestantes. El clero se enfurecía, el vulgo bra-
maba, y los inquisidores tenian que decretar cuando menos una prisión perpetua.
Ya empezaba
(1)
la
Apuntes de
autores del ínterin.
la
gota de agua á refrescar
mu-
vida de Fulgió Heldirig y Agrícola,
40
chas cabezas sos la
,
,
y
llama á calentar muchos hue-
la
cuando se supo en Portugal
Suavia de todos
los predicantes
la espulsion
y maestros que
se creían inficionados de la doctrina herética. política
gua de
portuguesa
,
imitadora desde
española
la política
,
de
muy
La
anti-
se propuso adoptar
también una medida análoga á
de Carlos V, y en su consecuencia resolvió D. Juan III, de acuer-
do con
los inquisidores
clarar idólatras a
la
espulsar también á todos
que fuesen sospechosos
los
no
,
,
la
,
empezando por de-
Cosme Séneri
,
escultor italia-
por haber dicho que las Venus romanas eran
mayor riqueza de Portugal, y á Bernardo Ruiz,
pintor andaluz, por haber copiado el rostro de
una
Virgen para colocarlo en un cuadro de composición mitológica.
En
tal
estado se hallaba la suspicacia del clero
portugués cuando empezó á circular por Lisboa el
rumor de que
la Infanta
Doña María
tenia en
su jardín una Venus que adoraba un castellano.
Este rumor llegó á oídos de derribar la estatua satisfechos los
;
Doña María y mandó
pero no debieron de quedar
ánimos piadosos, cuando elevaron
una formal queja
al
Infante cardenal solicitando
la prisión del castellano.
Terminada
la
academia después de
la despedí-
41
da de Luis de Canioens
pidió el Infante cardenal
,
permiso para hablar á Doña María
y fué recibi-
,
do en su cámara.
—Venid
con Dios, hermano mió, dijo
fanta besando respetuosamente la
mano
la
In-
del in-
quisidor.
—Hermana mia
,
ósculo con el
viéndole
el
bendiga
traigo para vos
tante
,
,
Enrique devol-
contestó D.
y quisiera saber
mismo
si
respeto
:
Dios os
una embajada imporestáis
en disposición de
oiría.
—Siendo vos embajador, hermano á escuchar. siempre — Obispo de Agdas que no ha con do embajadores. — Aludo el
mió,
estoy dispuesta
¿Aludís al
halla-
vos?
gracia
á todos los
¿Y por qué esa prevención contra
los
embaja-
dores?
—Voy á
recordároslo, D. Enrique. Apenas te-
nia yo cuatro años
,
huérfana del
con mi augusta madre en Yellas,
cuando
vi al
el
Rey y retimda ,
monasterio de Odi-
primer embajador. Llamába-
Duque de Alba y era un gentil caballero, como yo habia imaginado al Rey mi padre, con
se el tal
un semblante llante.
lleno
de magestad y un vestido bri-
La impresión que me causó
el
Duque de
49
Alba fué tan eslraña, que cuando entró en
el
vento corrí hacia m¡ madre diciéndola:
—
con¡Se-
ñora, un rey!!
El
Duque venia comisionado por mi
perador Carlos
V
para tratar
em-
tio el
bodas de mi
las
madre con Francisco I y conducirla á España. Yo nada pude comprender basta que mi madre
me
abrazó llorando, y
hija
de mi corazón:
me
me
dijo:
<(
separo de
Adiós, María,
tí.
Dios te ha-
ga dichosa!» Salí del convento para
tenia siete años cuando
venir á palacio
me
presentó
el
y no
,
Rey á
otro
embajador. Era un viejo cuyo rostro no se veia debajo de
Me
la
peluca sino por
hizo saber
la
puntiaguda nariz.
que era emljajador de Francia
que venia á pedir mi mano para
me
esplicó,
ya habia dado
yo estaba casada
el Delfín.
Rey su
el
y Según ,
palabra, y
sin sospecharlo.
Cuatro meses después vino un nuevo embajador vestido de negro á darnos la
muerte del
la
nueve años
y
recibí el
fui
pésame de la
nueva de
Por consecuencia, á
hallé viuda.
despojada de
la corte
;
pero
muy
pronto
negra vestidura para despodifunto esposo
Duque de Orleans á quien
perdí á los seis
el
los
Vistiéronme de luto
hermano de mi
sarme con el
me
Delfín.
triste
,
,
con
me-
43 ses
,
quedando por segunda vez viuda antes de
los diez años.
se habia relirado el embnjador que
Aun no
vino á dar la noticia de la muerte del Duque,
cuando
me
anunciaron
al
embajador de llimgría,
Mr. Lordes...
Al llegar aquí Doña María no pudo
el
Infante
cardenal reprimir la risa que le causaba la do-
nosa relación de aquellas bodas, y dijo:
—Veo
,
hermana mia
un príncipe en
la tierra
,
que será
con
el
difícil
hallar
cual no os hayáis
desposado.
—Aguardad, hermano mío, continuó
la
Infan-
mucho á la historia. Vino Mr. de Lordes y me pidió en nombre del Hoy de Hungría ta,
que
falta
para su hijo Maximiano. Desposáronme de palabra por tercera vez, y
la corte se
apresuró á
feli-
citarme. Trajéronse costosas galas, y ya se disponía mi viaje, cuando llegó otro embajador de
mi augusto
tio el
Emperador Carlos Y que con
protesto no se de qué guerras
me
dispuso divorciar-
de Maximiano para casarme con
que Fernando. Ya
me
mudó de
parecer
el
el
Archidu-
consideraba esposa del
heredero del Rey de romanos tivo
,
;
pero con otro
mo-
Emperador y todo que,
dó deshecho; proponiéndoseme en seguida por
u medio de Mr. Honorio de Cais
la
mano de mí
primo D. Felipe. Ignoro los motivos que impidieron la realización de este enlace. Solo sé, que D. Felipe otra esposa
,
y que ya
me creia libre de embajame advierte el Rey la lle-
Mas ¡ayl ayer gada del Obispo de Agdas dores.
tomó
y un triste presentimiento me dice, D. Enrique, que este embajador viene, como todos, atraerme alguna pesadumbre. Si no es á llevarse á
,
mi madre porque no
tengo la dicha de que esté conmigo
,
,
á anun-
ni es
ciarme un duelo ó á declarar una guerra
,
vendrá
á proponerme algún casamiento.
Terminó
la
hermosa Princesa con un gesto de
desden estas graciosas palabras, y D. Enrique se sonrió bondadosamente.
—Hermana mia,
replicó: al oir vuestra relación
cualquiera tiene derecho para anatematizar á
la
raza de embajadores que tanto os ha mortificado,
y yo do
me
título,
apresuro á abandonar tan desgracia-
temeroso de escitar vuestro desagrado.
—No temáis, D. Enrique, vos impunemente. á de bodas? —¿Y —¿Con que no me he engañado? Obispo de
podéis serlo
si
viniera
hablaros
el
Agdas...
45
—Viene á pedir vuestra mano para Prínviudo de Doña María. D. Felipe que aterrada; y —Dios miol esclamó Rey? ¿qué ha contestado car—Doña María oidme añadió el
cipe
se halla
,
la Infanta
el
,
el Infante
,
denal revistiéndose de una gravedad solemne.
El Emperador Carlos
V
es
el
dueño del mundo.
Sus águilas se ciernen sobre
Italia
,
entre sus garras la corona de Francia
con su vuelo
al
Rey de Méjico hacen ,
en los campos africanos las torres
tienen
,
suspenden ,
espantan
sus presas
y van á reposar sobre
de Flandes. El nido mas pequeño que águilas
las
Emperador no cabe en
del
nuestra tierra, porque ese nido es España. Nadie
como Carlos V puede decir ayo doy la vuelta al mundo sin salir de mis dominios yo tengo lecho ;
propio en los antípodas...))
—Y —^Ninguno desde Alejandro ha conseguido que...
tos triunfos
;
tan-
ninguno ha dado muestras de tan
grande poder...
—Acabad, —El Emperador I).
Enrique... es el arbitro de la paz
guerra de las naciones
do son sus ahijados.
—Pero
señor...
:
y de
los reyes todos del
la
mun-
— Ei Emperador no
manda. Sus mas
solicita;
ligeras insinuaciones son leyes...
—Luego
ha dispuesto...
él
— De vueslra mano
,
Doña María y ,
es
impo-
sible rehusar.
Doña María guardó y luego, escondiendo rompió en llanto.
—
¡Hija
,
por unos instantes,
el rostro
entre sus manos,
esclamó D. Enrique tomando en-
!
pahuas aquella linda cabeza
tre sus
me
mía
silencio
por Dios
justo.
No hablaré
del
dama
ilustre
enlazarse con
el
honor que seria para una
trono de Castilla, con
hablaré de la vanidad sencillo carácter
;
escuchad-
os entreguéis á un dolor in-
y no
,
:
el hijo ,
el
heredero del
de un héroe: no os
porque conozco vuestro
pero permitidme que os haga
las virtudes
de D. Felipe. ¿Quién no en-
vidiarla la dicha de
tener por suyo al príncipe
conocer
mas piadoso de España si
la
cristiandad? ¿Sabéis que en
es respetado de todos los pueblos
ciñese ya la corona
ría, y
,
,
como
por su temprana sabidu-
por sus innatas virtudes?
— Todo
lo sé
llorar; pero
,
replicó la Infanta
sin
dejar de
no quiero ser reina.
—Nuestros deseos poco cuando Dios nos
,
hija elije
mia
,
significan bien
para que desempeñe-
47
mos graves llevéis
cargos. Si Dios ha delerminado que
una corona, en vano procurareis
resistir
su voluntad.
— Ah! ¡
¡la
tenezca á los
voluntad de Dios es que yo no per-
hombres
D. Enrique
,
Harto
!
me lo
revelan los misteriosos acontecimientos que han evitado siempre la realización de todos los lazos
que se han formado para unirme aun esposo. í
creedme, esta boda no se reahzaní, aunque yo la admitiera.
Tal vez
el
Príncipe moriría de re-
pente, ó se encenderla una guerra entre España
y Portugal.
—Vuestra imaginación
lla
hermana mia
,
,
se ha-
preocupada por siniestras ideas. Espero que
se disipen. Estáis agitada
necesitáis reposar.
y
Mañana volveré y hablaremos mas despacio de la felicidad
que os aguarda. Pero antes tengo una
gracia que pediros.
—Decid. á un —¿Tenéis á vuestro pañol llamado D. Mariano Enriquez? — Una dama española que servicio
caballero es-
sirvió á
Sí.
dre en Estremadura
me
lo
envió con cartas do
mucho encarecimiento por su
—El — ¿Cómo?
tribunal tiene
mi ma-
persona.
que entender en su vida.
48
— Se
'
le
—Ese — —Y —
acusa de idolatría.
un buen
caballero es
cristiano.
Tal vez... está bajo
mi
protección.
¿Sabéis que para el tribunal no hay inmu-
nidades?
—¿Y qué —Que que reclame. —Entregar yo misma á un — nada debe temer. — ¿Pero con qué entrego á uno que no — Ha adorado á Venus que en vues—Esa no —Pero su —Su entusiasmo no era una adoración. condenan entusiasmo; y —Los queréis?
lo entreguéis antes
se os
inocente!
Si está inocente,
pretesto
es culpable?
estaba
la
tro jardin.
estatua existe
existe ya.
delito.
ese
católicos
es
imprudente, hermana
mia, que os
de patrocinar á un herege,
guéis
encar-
¡vos, tan
santa!
— ¿Y qué debo hacer hermano mió?. —Enviadme mañana con una car.
,
el
ta vuestra en
que diga:
mado para condenar ,
el
culpable
a El
enemigo habia to-
alma de ese
forma de una Venus de mármol.
católico
,
la
He mandado
»
49
destruir la estatua
que
le
,
y
pecador para
os envió al
purifique la penitencia.
—¿Y no condenarán? — Se juzgará según nuestra —Está —Mirad Doña María que le
le
conciencia.
l3ien. ,
,
es el único
de salvar vuestro nombre de católica en bocas del vulgo.
,
medio
que anda
—Descuidad, D. Enrique. —Adiós, hermana mia. — con Dios, hermano mió. Id
Asi que se retiró
el
Infante
cardenal
llamar Doña María á Luisa Sigea
,
que era á
vez su maestra, su consejera y su amiga.
TOMO,
mandó la
CAPITULO
IV.
La delaciou
Aun conservaba Doña María los ojos húmedos por el llanto
que acababa de verter, cuando se pre-
sentó á la
un esfuerzo para sonreír, y mandó aproximarse. La Sigea miró á S. A.
ledo. la
La
puerta del gabinete la poetisa de To-
Infanta hizo
con profunda atención
,
reflexionó rápidamente
acerca de los hechos que hubieran podido afligirla,
y esperó á que hablara.
—¿Adivinas, Luisa, la
la
preguntó Doña María.
causa de mi aflicción?
52
—Solo una puede haber, á
tal
estado
señora, que reduzca
ánimo de V. A.
el
—¿Cuál es? Una nueva boda.
— —¿Quién
ha dado
te
tomando por
Infanta
sentándola á su lado
la ,
la
ciencia
mano á
la
de adivinar
lo
esclamó
la
escritora
y
,
que pasa en
mi alma? Mi amor á V. A.
— nada? — ¿No —No, —El Obispo de Agdas sabias
señora.
mano para
el
ha venido á pedir mi
heredero del trono de Castilla.
¿Qué idea tienes de D. Felipe?
—Es
redará los
en
la
de un héroe y de la inquisición. Helaureles de su padre para quemarlos
hijo
hoguera de su madre.
—Es un —Tan piadoso que abrasará á — Todos aman. temen. —Y abdicar en —El Emperador para aquel — verme de España? —¿No de me —Señora para príncipe piadoso.
los reinos
,
con
su piedad.
le
todos le
piensa
¡Triste será
te place ,
dia
él.
los pueblos!
reina
serviros
rodillas
,
es lo
53
mismo que V. A.
sea reina de España ó infanta
de Portugal.
mas dichosa? que — ¿Pero cómo —No siendo — ¿Te pesa de mi grandeza? —Me pesa de que no haga nunca — yo no puedo un de princesa un co—Porque crees
seria
ni infanta ni reina.
os
ser
¡Feliz!
tenéis
razón de muger
un
feliz.
título
,
un ingenio de poeta y un alma porque habéis querido reunir en un pa-
de santa;
,
mas
cosas
las
lacio
feliz.
una academia y
opuestas:
claustro.
— ¡Ay, amo á y temo —Por habéis encerrado á Apolo en una — ¡Yo que poetas tuvieran ¡Yo que musas no fueran paganas! —Vuestra adelanta No hay tanto la gloria,
tanto
la iglesia!..
eso
celda.
quisiera
quisiera
otro Dios!
los
las
alteza se
al siglo.
todavía poeta que se atreva á dejar su mitología, ni el
mismo Luis de Camoens...
— de Camoens! — á —Dejemos Tenemos ¡Luis
^^lañana parte
la India.
eso.
observa
si
hay alguno en
ra bien la puerta»
mucho que
los corredores,
hablar;
y
cier-
54
Obedeció Luisa, y volvió á sentarse cerca de la Infanta.
—Ya que
el
te
he dicho, continuó esta en voz baja,
Obispo de Agdas ha venido á pedir mi
mano.
— —El Rey
Si, señora.
la
ha otorgado
,
y
tal
mañana
vez
mismo tendré que partir para España. Esto al menos parece lo probable; pero, Luisa, oigo yo en mi corazón una voz que me advierte la imposibilidad de
—Creo
que se realicen mis bodas.
mismo.
lo
—¿En qué funda esperanza? —¿En qué funda de V. A.? —En una —La mia también. —Quiero que me pero hay de —Señora se
tu
se
la
inspiración.
la espliques.
,
es difícil
esplicar;
res predestinados á llevar en el cielo la
,
se-
una aureo-
y ya desde la cuna esparce su cabeza un mis-
terioso
resplandor.
Aquellas
santas
mártires,
aquellas inmaculadas vírgenes que en el pueblo
romano caminaban escritores
al suplicio
que eran desde niñas
,
dicen los sabios
la codicia del
perador. Halagos, amenazas, dádivas
y
em-
castigos
se empleaban para corromper su virtud; pero to-
55
do era lian al
Los mismos enemigos se converacercarse á ellas. Los mismos verdugos inútil.
temblaban.
Hay una
ciudad en España
cerca de Por-
,
donde Eu-
tugal, llena de magníficas ruinas,
martirio del fuego.
lalia sufrió el
la ejecución
La víspera de
se emplearon liorribles
medios pa-
ra quitarla su castidad, y hacer que muriese im-
pura. ¿Quién la salvó, señora? ¿Quién evitó que fuera de un hombre? El ángel que desposa á las
vírgenes con Dios. Ese espíritu invisible cuyo <}scudo de fuego abrasa al
que se acerca á
¡Ah, Doña María!
que están bajo su custodia.
Esa
luz
que despiden vuestros ojos
inmaterial que embelesa á los
morarlos
do
,
,
esa inocen-
;
que deslumhra en vuestra frente
cia
las
;
esa belleza
hombres
sin
es el sello que habéis traído al
ena-
mun-
para que se os pueda decir ((nunca seréis de
un hombre.»
Yo
señora
,
iglesia
:
,
que aborrezco
yo que lamento
el
los
abusos de la
fatal error
que con-
duce á aquellas nacidas para madres de famíHa á encerrarse en un claustro, soy, no obstante, Justa para apreciar el principio de sabiduría que
guió á los fundadores de los conventos.
Hay, princesa, una raza de mugeres fecundas
m ele
alma, estériles de cuerpo, cuya producción es
un canto una oración ,
como
el
de aquellas
pidamos á
,
una poesía un perfume ,
que no dan semilla. No
flores
mugeres amor para un esposo,
estas
porque solo darán un suspiro, una lágrima, y huirán. No las pidamos un hijo, porque son madres de todos geres.
los niños
No
quehan dado á
luz las otras
mu-
pidamos posteridad de criaturas,
las
sino posteridad de ideas, posteridad de virtudes.
A
esa raza, señora,
mor que ros á un
os
pertenecéis vos. El te-
ha espantado siempre
hombre
,
enlaza-
al
es el instinto de conservación
que Dios ha dado á vuestra espiritualidad. Ser impalpable venido
al
mundo
solo para adorar á
Dios, y dar ejemplo de castidad sublime, vos.
Doña María cado á pies.
,
debéis volver al cielo sin haber to-
la tierra sino
con
Dejad, señora, que
punta de vuestros
la
los reyes se
disponer de vuestra suerte
:
afanen por
vos moriréis virgen
y santa en un monasterio y cuando ,
el
vulgo de
varones descreídos quiera disculpar sus desórdenes
,
calumniando nuestro sexo
la historia
;
si
,
amentís,
le dirá
habéis olvidado á las mugeres del
pueblo antiguo
,
bien podéis recordar á las de
nuestro pueblo
:
aquella es la
cesa santa: alU yace
tumba de una prin-
Doña María.»
57
y aun conservaba la mano levantada en actitud de señalar á una Cesó de hablar
la
Sigea
,
tumba.
Doña María estaba conmovida y absorta. ¡Gracias! esclamó, gracias, amiga mia; me
—
vuelves
el
valor
y
el
entusiasmo con tus pala-
bras. ¡Oh, pluguiese al cielo que
en
alli
el sitio
donde tu señalas se abriese para mi una tumba esta
misma noche!
—Debilidad,
señora,
energía, debihdad de
roína á quien alabo
,
replicó
Sigea con
la
muger, indigna de
es la
he-
que os conduce a de-
sear que se abra presto esa tumba. ¿Qué villa fuera subir al cielo
la
con
la
mara-
bendita palma á
los veinte
años de edad. Doña María? ¿Creéis que
ya están
sufridos todos los
combates
,
infortunios, todas las injusticias de los
¿Creéis que á los veinte años estáis
todos los
hombres? acrisolada
porque os han desposado con media docena de príncipes á quienes no habéis conocido siquiera?
¿Porque habéis presidido una academia de doctores?
¿Porque habéis pensado en fundar una
casa piadosa? ¡Dios mío! ¿habríais colocado en su
alma tanta ternura tanta pureza ,
ción
,
tanto saber
,
,
tanta resigna-
para que muriese á los veinte
años, inutilizando esas preciosas dotes? No, no:
58
OS faltan, señora, las pasiones y las calumnias.
Es preciso que améis á un hombre
hombre no pueda
ser vuestro
con vuestro deber tra salud
y vuestra
belleza ,
de dolorosos gemidos
,
,
misma y que después de ;
vayáis á cantar
que
;
vuestros deseos la
lucha vues-
tras largas
ho-
de lágrimas ardientriunféis al fin
este sacrificio
himno de
el
;
que perdáis en
;
ras de terribles insomnios tes
que luche vues-
;
tro espíritu con vuestro corazón
que esle
:
de vos
cuando
,
calum-
victoria, os
nien los hombres.
i
— ¡Ay! esclamó Doña María Yo nunca para — señora tendría fuerzas
Sí
,
,
estremeciéndose, sufrir tanto!
las tenéis hasta
para
marti-
el
rio...
—Luisa,
digo que necesitaba esta noche
te
hablarte... confiarte
mis secretos...
—Ya escucho, — que á nadie amo? empezado á amar á —Creo que — —Ya —Dime nombre. señora.
¿Crees tú
habéis
uno...
¡Silencio!
callo...
al oído
Acercóse
la
su
Sigea al oido de
nunció un nombre que
—¿Quién
te lo
la Infanta
,
y pro-
la hizo palidecer.
ha dicho? esclamó sobresaltada.
59
—Mi corazón, —Bien, Luisa, toma pluma y «AI señor general.» —Ya — enemigo habia tomado forma de una señora.
escribe.
la
inquisidor
está, señora.
la
((El
Venus de mármol para perder católico.
He mandado
el
alma de
destruir la Venus,
este
v en-
vio al tribunal...
denunciar mismo quien — Señora amáis? —Es un —Os engañáis señora vuestro deber no perder á un — esa —Y yo no —¿Te niegas á en nombre de InDoña María de Portugal? — ¡Me niego á á un porque soy porque española, amo! Doña María con —Basta, Yo ,
¿vais á
á
al
deber.
,
es
;
inocente...
el
¡Luisa!..
escribiré
delación.
escribir
la
fanta
delatar
y...
español,
le
replicó
misma
escribiré la carta. Retírate.
dignidad.
CAPITULO V
Caiuoens;.
Alguno habrá
leido la historia
de Luis de Ca-
moens: de ese poeta generoso y desgraciado, como Cervantes de ese valiente guerrero que ;
perdió un ojo en África
,
como Cervantes perdió
un brazo en Lepante, y á quien los portugueses, raza de ingratos tan ingratos casi omo noso,
tros,
dejaron morir en la miseria, para darle
después de muerto
el irónico título
deprincipel
Portugal, desheredado por Apolo, no tenia mas
poetas antiguos que los anónimos del romancero;
62 ni
mas poetas contemporáneos en
un español que
el siglo
y un por-
escribía en portugués,
tugués que escribía eñ español
,
XVI que
esto es
Jorge
:
Montemayor y D. Francisco Saa de Miranda. El primero gozaba de grande celebridad mas ,
por
el
ruido que hacían sus galantes aventuras,
que por
de sus lánguidos versos
el
do debia toda su reputación á églogas. Los portugueses
segun-
el
candidez de sus
aman con
locura la
y D. Francisco llamaba Zagalemisma Reina Doña Catalina la prince-
poesía pastoril
ja á
la
y
;
la
,
,
mas digna de la corte de Carlos V, y llamaba zagal al mismo Rey D. Juan III, el mas pusa
de todos
lido el
los
reyes portugueses
que habia llevado gorgneras mas
y también
,
altas
y en-
canutadas. 1
Cielo santo, convertirse en zagales
sobre
el
mullido césped cuando Carlos
ba crecer
la
yerba de los campos bajo
do casco de sus caballos de batalla con
el flébil
el
1
no deja-
el
caldea-
¡Deleitarse
sonido del rabel ^á^ la flauta, cuan-
do sus cañones atronaban cabe
V
y danzar
las
arroyiielo de blando
selvas
;
dormitar
murmullo cuando
estaba corriendo á torrentes la sangre europea,
y
recojerse en
cuando
fin al
pací¡ico hogar de
la inquisición estaba
la
choza
encendiendo sus
lio-
63
güeras con huesos humanos!
¡Justo Dios, es-
cribir
una égloga de Nemoroso donde Salido in-
vita á
Blas á que cante
ñada pastora
(1),
los
desdenes de una so-
que se habia de llamar Dafne-, el
mundo que
los
esforzados
cuando Hernán Cortés conquistaba habia descubierto Colon
;
cuando
portugueses estaban peleando en África y en la
y querer llamarse poeta, solo le aconá un clásico como D. Francisco Saa de
India,
tece
Miranda!
Por eso nació Camoens sitaba de
una epopeya
;
:
porque
porque
los
el siglo
nece-
grandes acon-
tecimientos y los grandes poetas se producen al
mismo tiempo porque de nada ;
roes
si
servirían los hé-
no hubiese quien cantase sus proezas. Ca-
moens habia nacido para cantar la Luisiada. Pero por lo mismo que era un poeta de primer orden no halló gracia con
Los cortesa-
los cortesanos.
nos no protegían sino á los que vallan
torpeza. Por lo
,
creia de
buena
poeta, y
Camoens un aprendiz suyo.
fé
que D. Francisco era un gran
Preciso es confesar que las
(i)
poco;
mucho hubiera sido que hace al Rey D. Juan III
proteger á los que vallan
una
muy
Égloga de Saa de Miranda.
damas
ilustradas
64
de entonces
,
de
al frente
las cuales se hallaba la
Doña María, adivinaron mejor que el Rey el mérito de Camoens y se apresuraron á distinguirlo de manera que escitó bien pronto la infanta
,
,
rivalidad de todos los caballeros
mente de aquellos que hablan Catalina de Attaide
la
,
y particular-
,
sido desairados por
venturosa
dama
á quien
Camoens amó como Dante á Francisca. Era Catalina de Attaide sobrina del gran conde de Castanheira, poderoso valido de D. Juan, y uno de los que persiguieron con mas encono á Ca-
moens. Por
él
estuvo desterrado en Rivalejo cuan-
do apenas tenia diez y
seis años;
por
él
se vio pre-
cisado á huir dos veces á la India, y á él alude
cuando se queja en aquellos
D'um
tristes versos:
inimigo crú, jurado, injusto,
que jamáis eo offendí jamáis ,
Su única ofensa
memoria sustentó
fué el el
después de muerta la
E
amar á su
! . .
sobrina, cuya
fuego de su ingenio hasta
dama á quien
decia:
vos, ó vida minha, pois curar-me
ja nao podéis, deixae-me junctamente,
porque lembrancas taés possam deixar-me! Fatigado Camoens de las intrigas y de las ca-
6o
lumnias que lodos él
dia siguiente de esta noche
resolvió partir al
,
en que
en
la
hemos
le
de
visto despedirse
los literatos
academia de Doña María,
Pero cuando
mar una de hay
se levantaban contra
los dias
salió
de palacio empezaba en
mas espantosas de que
las borrascas
noticia en
los fastos marítimos.
El viento
hacia retemblar los vidrios de las ventanas oia
como un terremoto
El profeta de las aves
el ,
el
y
,
se
sordo mugir de las olas.
el alción
,
pasaba dando
penetrantes alaridos, y á su voz multitud de águilas acudían desde la playa á guarecerse
torres.
hora,
Mas, no obstante
lo
lo
en
las
intempestivo de la
desapacible del viento, lo medroso de
sombras y el diluvio que amenazaba una joven permanecia bajo los árboles del jardin de las
,
palacio escuchando con ansiedad todos los ruidos
que venian de
la parte esterior
de
la verja.
— miol esclamó dama oyendo tropezar una espada contra —No temas vida mia respondió Camoens saltando por verja hacia — ¡Ayl Camoens, ¡qué noche! — vengo de El mar ha iDios
la
el hierro.
,
,
la
el jardin.
terrible
¡Magnífica!
la playa.
convertido en altas sierras
quina del TOMO
I.
mundo
;
se
parece que la
má-
se vá á deshacer en tempesla5
des.
Lucha
Bóreas con
el
Noto, y rompe
el
cóncavas velas de los buques imposible navegar.
Ambos
que
polos están estreme-
los vibre sobre nosotros
mañana no
de manera que es
,
que fabrica Vulcano
cidos con los rayos
el fiero
queha jurado mi
la India?
perdición! ¡porque es
enemigo
un po-
y yo soy pobre y no puedo luchar ¡Qué he de hacer á tu lado mientras
deroso valido 1
para
saldrá la flota. te
él...
,
Tonante...
— ¡Ah! ¿por qué vas á — ¡Por qué me voy! porque tengo un con
las
,
sea dueño de tus acciones ese que tu llamas deudo!
No puedo
me
horas
porque a todas
ni cruzar tu calle,
prepara sirvientes suyos que fingién-
dose mis rivales
me
estorban
che tengo una riña. Poco los sino fuera
cuchilladas
,
por
el
me
el
paso y cada no-
importa acuchillar-
escándalo que causan estas
cuyo origen averiguan
pueden esponer tu fama. ¡Que
me
los ociosos
y
llamen cobar-
murmuren de tí! ¡Y qué murmuran de mí! Pues si hubieran murmurado Calahna
de; pero que no
— —
,
drían ya
lengua?...
¿ten-
¡Estúpidos! prosiguió
el
poeta con una risa amarga: tienen riqueza y poder y me aborrecen porque no consagro mi ,
musa
á elogiar sus nombres
!
¿qué les he pedido
67
yo para que quieran hacerme
tributario de su
vanidad?
— ¡Ay, no — me
te irrites!
irrito
Sí,
justamente: porque no puedo
porque
busco y se esconden porque los desafío y me envian á sus esclavos; porque dicen que son nobles y son... castigar sus injurias
;
los
;
— — ¡Oh!
[Silencio,
Camoens,
silencio!
han amargado
ellos
pT.-a
juventud; ellos han hecho brotar
germinaba
la
amistad...
el
siempre mi odio
donde
¡Ay, cuánto he su-
frido!
Camoens apoyó
el
clinó la cabeza sobre
una de
las
brazo contra la verja el
pecho
,
y
,
in-
se entregó á
grandes preocupaciones que
le asalía-
ban siempre que estaba cerca de Catalina. Esta quiso consolarle
que
pero la rechazó.
;
Las heridas
cortesanos hablan hecho en su alma se
los
exasperaban en presencia de su amada. Por mas
que Catalina ternura,
lo
recibía siempre con la
Camoens
se revestia de
misma
un tono
altivo
y hasta duro, temiendo parecer humillado. Los epítetos de coplista y de pobrete estaban resonando continuamente en sus oidos y le de,
voraba
el
deseo de vengarse conquistando gloria
y riquezas.
68
— ¡No me amas! esclamó
Catalina rompiendo
en llanto.
A
Camoens
este acento, á estas lágrimas,
como
estremeció
si
hubieran sacudido todos sus
mano en
nervios á la vez. Puso su Catalina
para hacerla levantar
,
sus lágrimas
la
la
de
I
aunque sea
oirse en las
porque dos ó
,
per-
gritó: luz,
la del rayo!
Poco tardó en vocación
y
lo
mandadme
tormentas,
las
de
cabeza y ver
mitia, golpeó con su planta el suelo
— Dios
frente
pero como la oscuridad no
;
se
vinieron a iluminar
— ¡Oh! esclamó
tres
relámpagos seguidos
el rostro el
nubes su loca in-
de Catalina.
poeta, iqué hermosa eres!
mas, continuó exaltándose por grados; no llores, porque te arrebataré conmigo y te es-
No
llores
pondré á dia. el
de
No
los peligros del
llores,
mar y
te llevaré
porque tus lágrimas
á la In-
me queman
corazón y no puedo sufrirme á mí mismo!... Al decir esto se oyó en el jardin hacia el lado ia fuente
no parecia
donde estaba
el del
íjue rodase.
,
el tronco,
Venus un ruido que
viento sino el de una piedra
Catalina,
brazo del caballero
un árbol
la
,
y
espantada,
se
asió
del
este la llevó tras sí hasta
donde quedó escudada por un lado con
y por
el
otro con su persona.
El ruido cesó
moens
;
y
,
Catalina, se despidió
pero este no quiso dejarla que atravesa-
ra sola la calle de árboles
do hasta
allá, junto á
que cubria
me
la fué
y
acompañan-
no mas: detente aquí,
me
Gamoens. Aqui
to
,
la fuente.
—Un momento mas
de Ca-
dijiste
aquel sauce, besé yo
otro recuerdo! ¡permítime
La dama
me amabas, y
que
man-
el
mitad de tu rostro... ¡Ah
la
dijo
!
¡da-
que bese tu mano!
y Camoens se retiraba emcuando una luz vivísima ilu-
consintió,
briagado de dicha
minó de pronto
,
el jardín.
El Conde de Castanheira precedido de pages
que llevaban hachas encendidas poeta y
le
,
se
aproximó
al
intimó con voz terrible que huyese
del jardín; Catalina se echó á los pies del Conde,
quien la condujo silenciosamente á su departa-
mento donde empezó á reconvenirla con acri,
tud y violencia.
— ¡Señor!
esclamó Catalina
;
traspasadme
corazón con vuestra espada, pero no
el
me man-
déis olvidarle.
— ¿Qué esperas, desgraciada? de; qué esperas de pobreza —Señor, amo!
replicó el
él
¡
sino
Con-
é infortunio!
¡le
Cuando consideramos
la
abnegación de algu-^
70 lias
mugeres para amar á
Laura aceptando
el
amor
del Petrarca con
gua acaso de su claro honor trando
podas, como
ciertos
men-
á Eleonora arros-
;
enojo del de Ferrara por consolar al
el
Tasso, y á Catalina de Attaide sufriendo todos los rigores
mos do
de
la
mala suerte de Camoens, esta-
á j)unto de creer que estas mugeres han traí-
al
mundo
la
misión de amar á esos poetas
para sostener su aliento y hacerles mas suave áspero y
Pero
difícil
el
camino de
el
la gloria.
muy lejos
Conde de Castanheira estaba
de pensar como nosotros que su sobrina habia nacido para inspirar á
Camoens
,
y
lo
si
pensaba
daba tan poca importancia á sus inspiraciones^
que de buen grado hubiera quemado todos sus versos. Lejos de enternecerse con la última pa-
labra de Catalina,
señor,
¡le
con duras reconvenciones, y sí la
amo!
salió,
la
abrumó
cerrando tras
puerta.
Camoens entretanto
volvió á
saltar la verja
y se halló frente á frente con un bozado que acababa también de saltarla.
del jardin
— ¡Vive —
el cielo,
saltado la verja Si,
1q
replicó
mismo que
gritó
em-
Camoens, que habéis
I
indolentemente
vos.
el
desconocido,
71
—¿Qué motivo —¿Y
os
ha obligado á
ello?
á vos?
—¡Responded antes de preguntar.! No preguntéis lo que no quiero decir.
— — ¡Pues no responded con —La si
queréis responder con la lengua,
espada!
la
hubierais interrogado primero
ráramos
las palabras.
Desembozóse el
y ahor-
,
el
desconocido
suelo un objeto pesado
,
y dejó caer en
que no podía distin-
guirse con la oscuridad.
—Retirém.onos
algo
mas
lejos del jardin, dijo
Camoens.
— No puedo separarme de
este
sitio
replicó
,
su adversario, porque tengo aqui un objeto precioso.
— ¡Pues — ¡Defendeos
defendeos! vos!
Las espadas de
los
sombras á chocarse
dos comenzaron entre las
sin herir el cuerpo
de nin-
guno, hasta que Camoens, aprovechando de un relámpago,
la clavó
en
el
la luz
pecho del desco-
nocido, haciendo estallar la punta al retirarla.
Resonó un gemido y un golpe de cuerpo que se desploma y Camoens persuadido de que ,
lo
,
habia muerto y de que era un servidor del
72
Conde, que, como otros tantos, fné enviado á provocarle, guardó tranquilamente la espada rota, dio la vuelta alrededor de los jardines,
y
desapareció por las calles de Lisboa.
Los pages del Conde hablan seguido por orden de este
al atrevido
amante, cuando se disponia á
y oyendo
salir del jardin,
del lado de allá de
la
verja quejidos dolorosos la saltó uno de ellos,
mientras los otros alumbraban llero tendido junto
marmol
á
la
,
y
vio á un caba-
cabeza de una estatua de
salpicada con la sangre que brotaba de
su pecho. El caballero era
muy joven y
estaba vestido
de terciopelo negro. Mientras que en suceso ocurrido aposento al
,
el
,
el
y se trasladaba
el
herido á su
Conde de Castanheira hacia firmar
Rey una orden de
moens.
palacio se daba cuenta del
prisión contra Luis de
Ca-
capítulo n.
fja
Al
dama
siguiente dia,
do aun á
la
is^eé^niia
cuando
mitad del
cielo
el sol ,
no habia llega-
se presentó en
la
antecámara de Luisa Sigea una dama cubierta con un manto. Era de mediana estatura, delgada, airosa, y dejaba asomar bajo la tercera parte
el
trage negro
de un pie que no parecía de por-
tuguesa (aunque
lo era) sino
mensiones. Esta
dama
de española y del mediodía de España, á juzgar por sus cortas dilloraba mientras decía al
page que anunciase su
visita
á la maestra de
74 latin
tó
de S.
A.
y cuando
,
que á quien anunciarla
el
page
la
pregun-
se quedó pensativa
,
y
luego respondió vivamente.
—A una dama Luisa estaba
Meurcio
,
incógnita.
una carta á Juan
escribiendo
familiar del santo oficio
gaba que en nombre de
en que
,
le
ro-
antigua amistad que
la
le
unia a su familia, se dignase venir averia, por-
que
tenia
que hablarle. Disgustóse de
ción, pero no obstante recibió á la
la interrup-
dama.
Entró esta, y empezó sin descubrirse á pedirla disculpas
con una voz ahogada por
— Señora,
el llanto.
conmovida; sentaos y reponeos de vuestra agitación. Creo que sufrís dijo Luisa
mucho y me causa rubor
el
que aun sufriendo
tanto no os creáis dispensada conmigo de tanta
ceremonia.
—
¡Gracias! replicó la dama...
como yo habia presumido desde luego. Vos la Infanta
vor.
con
la
lo
y esto
me
buena
consuela
podéis todo. Vos tenéis con
Reina
,
Vos conseguiréis su
—¿La —El
,
sois tan
con
el
Rey un gran
fa-
libertad.
libertad de quién, señora?
le hirió
,
prosiguió la incógnita trastor-
nada, porque creyó que estaba apostado para sorprenderlo...
75
—¿De quién —Pero
habláis?
le advirtió
un
que se defendiera... ha sido
un duelo, como
duelo...
tiene todos los
los
dias, sin que por eso se le envié á la prisión.... 1
Ah!
ojalá hubiera
ya partido aunque yo no vol;
Aunque me
viese á verle jamás!...
olvidase en
Aunque...
la India...
—Pero, señora, ha tenidoun continuó —
¿quién ha sido aprisionado?
duelo?., ¿quién ha de parlir?..
¿quién
¿Creéis
davía
,
que
,
él
la
dama mas
exaltada to-
había de asesinar á un caballero?
El espejo del honor; él, que para vencer á iodos los
hombres uno por uno
ja, porque con
,
no necesita de venta-
armas iguales
al
primer choque
se rinden á sus pies, creéis...
—Yo no ciente
,
creo nada, interrumpió Luisa impa-
sino que estáis
habéis perdido la razón
delirando ,
,
señora
;
que
y que no podemos en-
tendernos,
A tó
estas palabras se repuso la incógnita; apar-
de su rostro
—¿Me — de Sigea —Y vos,
el
manto, y
dijo
con dignidad:
conocéis?
¡Luis
Camoens
está
preso
1
esclamó
la
al reconocerla.
sola VOS; señora, podéis conseguir
su libertad.
76
— en un —No señora que graRey concederá. —Yo hermosa no he pedido nunca Rey. —Por no puede negar primera que —Es que ignoro debo primera. — Señora, me respondéis Estáis
error.
sé
;
,
pedís al
si
esta
cia os la
Catalina
,
,
gracias al
eso
os
la
le pedís.
pedirle la
si
dijo
Catalina;
asi
porque no habéis comprendido todo beneficio que vais á hacer
tado mis desdichas...
;
valor del
el
porque no os he con-
Oidme, señora
oidme y tened lástima de mí. Vos no sabéis sino que amo; ,
i
modo amo y
pero no sabéis de qué
de enternecer!
.
.
.
,
La primera vez que
esto os
vi á Luis
ha de
Camoens...
—No
os molestéis,
la Sigea; todo lo sé,
que
le
la
interrumpió sonriendo
porque todo
lo adivino.
Sé
amáis hace muchos años como una verda-
dera heroína. Sé que
el
Conde ha combatido esa
pasión. Sé que habéis desdeñado ser duquesa
por no ser
—
infiel
Sí, pero
á estos amores...
no es eso todo; es, señora, que ya
no temo á mis deudos tá prisionero; es
del
ni á la
fama desde que es-
que voy á arrojarme á
Rey con escándalo de
la corte; es
los pies
que voy á
perderme
sin
que logre salvarlo, y es que des-
pués de todo voy á traspasarme
corazón...
el
Detúvose Catalina espantada de
mismo que
lo
acababa de decir, y bajó los ojos confusa la mirada severa de Luisa.
—Doncella, demasiado
,
y
la dijo
es
ver
al
con firmeza; habéis dicho
una fortuna para vos que sola
yo os haya oido. Una dama escándalo, y vos no
ilustre
no puede dar
Ante
las gradas del
le daréis.
trono ha de arrodillarse una
dama honrada,
[)ara
pedir gracia por su hermano, por su padre, por
su marido; pero no por su amante, aunque ese
amante sea un grande ingenio de Camoens. En cuanto á
la
traspasareis el corazón, no
siempre en que
la
,
aunque sea Luis
amenaza de que os
me
inquieta. Confio
vehemencia del dolor que des-
garra ese corazón noble y desgraciado bastará á
haceros morir en silencio
amante, (jue
sin
,
si
no se salva vuestro
que hayáis menester de puñales,
solo conviene
usar á las trágicas come-
dianías.
—¡Dios mió! esclamó Catalina desesperada y prorumpiendo en
sollozos,
¡Vos también
chazáis! ¡Ah, señora, vos no habéis
no sabéis cómo se puede olvidar ro por salvar la vida de aquel
el
me
re-
amado, vos
mundo
ente-
por quien vivi-
78 ^
me
mos! ¿Qué
importa
trono
el
está prisionero, cargado
él
de cadenas?.. ¡Oh, ca-
mano donde
denas en aquella
mismo cuando
la
pluma tomaba
vuelo que ha remontado su nombre! ¡Ca-
el alto
denas en aquella mano donde su acero vibraba rayos que
los
le
han hecho lemiblel...
—Sí, joven, vuestra pena
a par de vos este desgraciado suceso.
de Camoens como
la
Amo á Luis
hermana á su hermano...
esphcadme cómo ha sucedido
—El
yo siento
es justa;
eso.
habia ido á despedirse de mí...
señora... el
Conde nos sorprendió...
al jardín,
volvió á
él
y vio á otro que la saltaba al mismo tiempo... creyó que lo perseguían, ó que saltar la verja...
era un villano oculto en
él,
él hizo
der
el
Un
,
como siempre,
que
jardín con algún
que se defendiese riñeron,
siniestro, le obligó á
y
el
venció.
Ya
veis,
bien, porque era servir al
señora,
Rey defen-
jardín de palacio...
Sonrióse Luisa
,
y
Catalina se animó á conti-
nuar.
—Esponiendo señora,
vocará
Ya
como la
S.
al
Rey
M.
orden y
le
los
es tan
hechos de este modo,
bueno, tan justo, re-
dejará partir para la India.
veis que no es el egoísmo el que
á pedir por
él
,
me mueve
porque voy á perderle para siem-
79
pre
para siempre
;
,
señora
voy á ser
;
graciada, y solo quiero que
¡Ah, respondedme!
—No,
A
él
muy
sea libre y
des-
feliz...
¿lo conseguiréis?
joven, es imposible.
esta lilíima negativa, Catalina se
desalentada, que estuvo
muda
quedó lan
por algunos ins-
tantes.
— ¡Ayl dijo luego con amargura; ma
bien cruel. Yo.
si
sois
una da-
vos con lágrimas
me hu-
bierais pedido la gracia
con lágrimas se
la
que os pido, yo también
hubiera pedido al Rey;
pero
vos, señora, que habéis estudiado en los libros lodos los idiomas, no entendéis
una muger sabia
sois te,
;
el
del amor. Vos
pero no una
muger aman-
y no podéis comprenderme; porque
el
estu-
y Luisa
la si-
dio ha secado vuestras entrañas.
Dicho esto
,
se levantó Catalina
,
guió sin responder palabra. Al llegar á la puerta, volvió la cabeza la
amada de Camoens para
lanzar una mirada de postrera súplica á la doctora
;
pero esta
marchó
sin
la recibió
impávida
dama y
la pidió el
,
cuando Luisa llamó
manto.
Diez minutos después estaba en la
Reina
,
y Catalina
un rayo de consuelo.
Pero no bien habia salido á su
,
el
gabinete de
á quien hemos dicho que llamaba Za-
80
g aleja D. Francisco Saa de Miranda, con aplauso de lodos los sabios del reino.
No
mas
obstante, nada liabia
zagala que la nieta de Isabel
diferente de
la Católica.
una
Hermosa,
pero de una hermosura grave y digna, recordaba á la vez la íisonomia severa de la noble matrona cas-
y los rasgos altivos del Emperador Maximinianol. Verdad es que en este rostro soberbio
tellana
una ráfaga de suave
brillaba
luz
,
parecía producida por las miradas
por
la
que unas veces
y otras veces sonrisa. Porque, aunque juzguen atrevida ,
no dudamos en asegurar que
la idea,
la sonrisa
en aquella hermosa Reina tenia algo de luminosa. Pero
no inspiraba, en
fin,
por sus rasgos,
por su carácter y por su edad que avanzaba al medio siglo sino admiración y respeto á todos ,
,
los
portugueses
,
menos
D. Francisco, autor de
—¿Qué
la
al
buen poeta
clásico
égloga de Nemoroso.
quieres, hija mía? preguntó S.
M. ala
Sigea dándola á besar su mano.
—Necesito ver
al
Rey, señora, para pedirle
una gracia.
—¿Tú
pedirle
una gracia? ¿Y por qué,
mia, ha de ser D. Juan no
me
pides á
el
hija
preferido? ¿Por qué
mí alguna?
—Señora, porque V. M.
sin pedírselas
me
las
81
concede todos ra
,
está
los días.
En
este
derramando gracias
momento, señola preciosa
boca
de V. M. --¡Oh, qué aduladora! esclamó
mano de
tando su
entre las
toy por intrigar con el
ceda
la
Reina apar-
manos de
Luisa. Es-
Rey para que no
te
con-
gracia que vas á solicitar.
la
—En
este caso, señora, seria mártir
ber confesado la verdad, y no
—En
fin, te
me
perdono, prosiguió
por ha-
arrepentiria. la
Reina, por-
que eres una poetisa, y los poetas están obligados á mentir siempre. Verás al Rey hoy mismo.
lOMO
lo
CAPITULO
Isa
ML
l\cj D.
«I»aBft III.
Rey lenia vistas á la D. Juan gustaba mucho de ver entrar
gabinete parliciilar del
playa.
y
bondad deS
Vil.
salir los
— ¡Qué
buques
,
y esclamaba con
frecuencia:
lástima que yo sea rey; hubiera sido un
gran marino! Pero S.
como no, como
rey,
bia
M.
se engañaba.
S.
M.
lo
fué
lo
Era mas
era, que ser gran
Gama. Para
necesitado D. Juan
gran marino necesitó tante, los cortesanos
fácil
III
mari-
ser rey no ha-
sino nacer. Para ser
Gama le
ser
estudiar.
No obs-
aseguraban que S.
M.
84 íuibiera sido ían
gran marino como gran rey
,
y
esla siilileza lo conciliaba todo.
Estaba
I).
Juan contemplando
sarbolados que se alcanzaban
bahía
,
y
tan absorto se hallaba
los
á
buques de~ en
distinguir
que no oyó
,
la
Yoz que anunciaba á Luisa Sigea.
Entró
maestra de
la
latin
y
,
el
Rey continuó
de espaldas algunos instantes. Pero cuando volvió la cabeza se sorprendió
mucho de
su propia
distracción, y dijo riendo:
—No
te
he sentido entrar. Estaba mirando los
destrozos que la borrasca hizo anoche.
un
ra sido
—Que
—No
regular marino... ¿qué te parece?
es
le
Yo hubie-
mejor que V. M. sea rey.
agradezco esa respuesta. Siendo
rino pudiera hacer
muchas cosas
notables,
macomo
Balboa, como Vasco, como Colon, pero siendo rey... á
no ser que hiciera
lerme en
tierras
lo
que Carlos V, me-
agenas y dar batallas sin nece-
sidad... ¿vqué dices á esto?
—Señor, que
—Si
,
sí
;
la
Alemania es
tierra propia.
para vuestro Emperador todas son
tierras propias] también lo es Francia, también lo es Italia
y toda
la iimérica.
—El Emperador ha ííalia.
En cuanto
á...
respetado á Francia
y á
=
85
—Quitándole sobedeciendo cosas.
la
espada á Francisco
al Pontífice...
,
gusta la paz. diencia,
y de-
pero dejemos estas
Queremos mucho á nuestro
su inquietud
I
tio,
a pesar de
y si no le imitamos es porque nos La Reina ha pedido para tí esta au-
y presumimos que tendrás algún molí-
\o interesante
—Sí, señor; venia á pedir á Y. M. una gracia. -Habla.
—V. M.
ha firmado anoche una orden de pri-
sión.
—Hemos
firmado unas cuantas.
—Pero una
— ¿Luis de me
contra Luis de Camoens.
Camoens?.. ¿Luis
parece que
sí.
de Camoens?..
¿No es ese muchacho que ha-
ce versos?
—Sí, señor; que hace versos. —Pues sí; la hemos firmado. Es un pendenciero. Anoche le dio de estocadas á otro. —¿Han informado á V. M. del motivo? —No, no hemos preguntado. —Señor, Luis de Camoens vio sallar la verja del jardín de palacio á
un embozado. Quiso co-
nocerlo por respeto á SS.
MM.
El desconocido se
negó á revelar sus designios. Camoens
le obligó
á que se defendiese, riñeron, y Camoens
le hi-
Labora,
misterio y la obstinación
del
desconocido prueban que sus designios eran
ma-
rió.
el
y Camoens, al esponer su vida, ha hecho al trono un servicio que no merece ser castigado los,
,
con
la prisión.
—Es
verdad. No nos habían dicho nada de eso. -- V. M. puede informarse, y ver que es cierto lo
que
—No;
le
cuento.
te
creemos,
—Considere V. M. que castigando á defienden los jardines, se asegura
á los osados
y que
,
si
la
una vez consigue un malde
guardas
la vigilancia
gún caballero
se atreverá en adelante...
es indudable,
Esa verja se
que
impunidad
hechor burlar
—Eso
los
los
,
nin-
y no queremos semejante
salta fácilmente,
ción de la
y la habitaReina cae parael jardin... Ahora mis-
mo vamos
á dar una orden para que sean con-
cosa.
denados á pena de muerte
los
que se atrevan á
saltar la verja.
Inocentemente acababa de escitar Luisa Sigea la fibra
mas
delicada de D. Juan: los celos.
Des-
de aquellas calumnias que se levantaron contra Reina, y que a pesar de haberse desvanecido dejaron una impresión dolorosa en el corazón del la
Rey,
el
menor
incidente le sobresaltaba. Figuró-
87 se en estos instantes
galán rondador,
que acaso
como
tan grandes sospechas
el
y
,
el
herido era un
Príncipe de quien tuvo se ofuscó su
mente con
mil pensamientos sombríos.
—Señor, tar
en
el
yo no he venido á esci-
dijo Luisa,
alma de V. M.
el
enojo, sino a
mover
y dando una orden tan rigorosa se agravaría la pena del delincuente sin redimir la su piedad
,
del desgraciado. Dígnese V.
de Camoens flota
,
M. absolver á Luis
permitiéndole que marche en la
donde está ya agregado para
la espedicion
á la India.
—El
caso es, dijo
el
Rey reflexionando, que
le
han tomado manía á ese muchacho. Dicen todos que es un tontucio, presumido. sus versos no
me
A mí,
la
verdad,
parecen gran cosa... ¿qué opi-
nas tú que eres buena poetisa?... ¡eh!
—Señor dentro de tres siglos cuando mi nombre y el de todos los poetas que escriben ,
,
églogas en Portugal yazgan sepultados bajo
polvo de nuestros sepulcros
,
el
unos
se copiarán
versos en todos los idiomas para admiración de todas las naciones ,
y esos versos serán
los
de
Luis de Camoens. El rey miró atónito á la Sigea,
y luego
dijo
haciendo una mueca que indicab a haber ya com-
88
prendido
razón
la
aquellos elogios inau-
de
dilos.
—Vamos:
esíá bien.
Esa fraternidad no es
mala. Haremos poner en libertad á ese joven, sea lo que quiera
vuelva
,
y que se vaya á
rico. Si se porta bien,
la
India y
empeñamos nues-
tra palabra real de premiarle. Pero créeme, hija
mia
,
aconséjale que se dedique á las
abandone
las letras.
que escribe
no
:
lo
A
tí
puede parecer íe bien
estraño
pero Miranda
;
es imparcial, piensa de diferente
La Sigea decir al
se sonrió
Rey
,
,
armas y
,
lo
que
modo.
y no queriendo contra-
bajó la cabeza afectando hallarse
confusa.
D. Juan escribió luego dos líneas en un pliego,
y
lo
entregó á la Sigea.
—Señor, respondió
arrodillándose:
¡gracias,
mil gracias!
—Basta, basta, ternecido. ¡Dios te
hija
mia, repUcó D. Juan en-
haga dichosa!
Los azulados ojos del monarca se humedecieron brillando con una dulzura paternal. La
feliz
Lusitania no ha conocido jamás á los reyes tiranos. Los que no sabios ni sido, cuando
deü. Manuel
conquistadores, han
menos, reyes el
Grande,
benéficos.
El hijo
abuelo del vallen-
_89__
D. Sebastian
le
no fué
j
grande
ni
valiente;
ni
pero fué bueno.
Apenas habia
Rey
del
,
de
salido la Sigea
habitación
la
cuando entró su favorito
el
Conde de
como temen
Castanheira. D. Juan le temia
dos los hombres pacíficos aunque sean reyes los
y
to,
á
de carácter iracundo, aunque sean vasallos,
lo
muy
mismo
que
fué verlo entrar
fingió hallarse
disgustado.
—Buenos
Conde,
días,
le dijo sin
levantar la
y haciendo pedacitos un papel. —Téngalos muy feUces V, M.
cal)eza
me
-^-Acaba de pasar una escena que
tiene
conmovido.
íoclavia
--V. M. es demasiado sensible.
—No
lo
creas
;
á
tí
también
te
hubiera con-
movido.
—Si
place á V.
pondré perlático guro á V. M. desa,
sin
me conmueva, me
que
que
me la
que inclusa
la
cuente
;
pero ase-
muerte de
la Con--
nádame puede conmover.
—No —De .
,
Bl.
sé de
qué tienes
el
corazón.
carne, señor, y no de manteca.
—Se me
antoja que es de hueso.
—Mejor; á derretirse.
será
mas
fuerte
y no estará espuesid
90
—Vamos
á otra cosa. ¿Por qué
nía á ese pobre Luis de
—Yo,
le tienes
ma-
Camoens?
señor, no le tengo manía.
—Creí que
le
me
alegro de ha-
te contaré...
Pero siéntate,
querías mal
,
y
berme engañado.
—¿Se
alegra V.
M.?
—Sí, porque... ya siéntate.
Sentóse
Conde
el
,
y
el
Rey
le
alargó una caja
de Indias llena de tabaco. Merced que
el
Rey na
concedía sino á Castanheira.
—Iba
diciendo,
prosiguió, que á pesar de la
orden que firmé, quiero que ese pobrecillo se
vaya á
la India
y se
le
perdone
la riña
de ano-
che.
—V. M.
quiere cosas bien imposibles...
—¡Cómo! ¡Qué! esclamó el Rey con altivez. —Cosas bien imposibles, porque V. M. quiere y quiere perdonar a Camoens. que tú no sabes lo que pasó. Camoens
ser justo,
—Es
hirió al otro
santo! cia
por defender
jardín, y ¡por Dios
que también pienso tomar una providen-
con esto de
contra
el
el
que
los
jardines. ¡Pena de
muerte
salte la verja!
--Pues pena de muerte contra Luis de Ca-
moens que
la saltó.
!
9i
—¿Y
quién dice que
—Yo, que
— ¡iVh, que en
Camoens
la saltó?
eché del jardín.
le
ya! por eso su enamorada se oponía á
tan dura contra los que entraran
la ley fuera
el jardín...
—¿Su enamorada?
—Es
claro
;
ha venido aqui
muy afligida
á pe-
dirme su perdón...
—Señor, pensad en nido a solicitar
—¿Qué
— Calla
!
¡
¡
que
decís. ¿Ella
ha ve-
perdón de Camoens?
el
tiene eso de
—¡Señor,
lo
malo
,
Conde?
le costaría la vida!
calla
!
¿Pues qué tienes que ver con ella?
—Soy
su
—¡Su
tío! ¡su tutor!.,
tio
,
y su
tutor.
nada
me
había dicho
la
Reina de este parentesco, ni de esta tutoría.
—¡Es lo
posible que siendo
dama de
palacio no
supiera V. M.
—Sí yo ,
de palacio
sabía que tenías una sobrina
pero creía conocerla Ni
;
me
dama
figuraba
que tuviera un nombre tan famoso.
—Señor en mi ,
familia
no hay sino apellidos
famosos. Por eso miro tanto por la honra de
y
la
ella,
haré pagar su indiscreción...
—De
ninguna manera. Te prohibo castigar á
esa pobre jóvcxi.
9^
—¿Pero me permitirá V. M. que si la
ha concedido
—Por
la libertad
le pregiintc
de Camoens?
siiDuesto.
— ¡Cielo saoto!.. —Y
me
por poco
agradecimieriio
;
hace llorar
añadió
el
el
esceso de su
Rey volviendo
á en-
lernecerse.
Castanheira guardó silencio unos instantes co-
mo
ahogado por
el furor,
y luego
dijo
con tono
brusco y sombrío:
—-V. mis de
M. acepte
títulos
la corte
la
dimisión de mi empleo, de
y de mis honores
;
me
porque
alejo
para siempre.
—¡Jesús! esclamó ¡Conde, que es eso!
el
Rey
pálido
¡Estás loco!
y tembloroso. ¿No podemos
hacer una gracia con buena intención
,
y luego
conocer que es en perjuicio de oíro y anularla?..
—V. M.
es
—Pues ya
muy lo
dueño.
creo que puede suceder,
ha sucedido. Pero todas
las cosas tienen
como reme-
dio...
—Autoríceme V. M. para que ahora mismo pueda llevar á mi sobrina al real monasterio de y la orden no se cumplirá. —¡Conde! ¡me parece eso un poco duro!., po-
Odivellas
,
bre muchacha!
93_
—-V.
M. puede
ambos.
elegir entre
—Tienes un genio endemoniado esclamó Rey con enojo, y, \'ne el cielo, que eso no ,
liemos de sufrir.
Vamos
el lo
á ceder ahora porque
estamos pensando que es mejor sacar á tu sobri-
na de
tus
garras
pero está cierto de que otra
;
vez sabremos hacer nuestra voluntad.
Mientras decia esto
el
Rey
con
,
la
arrogancia
de un niño que ha sido vencido por un hombre,
y que aun pretende disculpar su debilidad
Conde habia tomado torización
la
pluma
que debia firmar
Una vez firmada
,
,
y
Odivellas.
la
el
au-
el íiey.
salió del gabinete
gió á la habitación de su sobrina
plicaciones
escribía la
,
hizo conducir al
,
,
se
diri-
y sin darla esmonasterio de
CAPITILO Yin
Todavía laü bodas de la Infanta Doña Haría.
11
bien habia llegado Luisa Sigea á su habita-
ción llevando en sus
inoeos,
cuando
manos dieron
le
el
perdón de Ca-
orden de
pasar al
Doña María.
cuarto de la Infanta
Hallóla pálida y abatida. Su tono,
bien dife-
rente del que habia empleado la víspera para
despedir á la Sigea
,
tenia algo de doliente
y de
humilde. Hízola señal de que se sentara
beza sobre
la
mano como ,
si
,
y apoyó
la
ca-
quisiera reflexionar
96
alguna cosa que temia decir. Por dos veces se
movieron sus labios para articular una palay por dos veces quedaron inmóviles üllimo hizo im esfuerzo y dijo:
bra
,
—La
por
;
persona á quien yo he denunciado está
moribunda, ¿no
es verdad?
--¡Señora! esciamó Luisa espantada; ¿qué dice V. A.?
—Sí,
denuncié, Luisa. Anoche escri-
al fin le
bí al inquisidor; esía
mañana
envié el oficio...
eslaba inquieta sin saber por qué
remordimientos... bajé
al jardin
;
sentia
como
para respirar
el
aire fresco, y... ¡Virgen santa!.,
¡el
ba regado de sangre!., llamo á
los guardias...
suelo esta-
pregunto... era ia sangre de un noble caballero
asesinado tras de
—¿Pero
la verja.
ese caballero?.
.
.
—I). Mariano Eiiriquez;
—¡Dios mió!
— ¡Ay!
al
saber esto corrí desalentada á en-
y he estado como loca a llamarte. Es preciso,
cerrarme en mi gabinete hasta que
me
resolví
,
Luisa, vengar á ese desgraciado. Es preciso pedir al
Rey
el castigo del asesino.
Yo
q\ie
he
teni--
do valor para denunciar á un buen caballero que por un escrúpulo de
la
;
yo
conciencia exigen íe
97 lo
he espuesto á ser quemado vivo
tener piedad contra su asesino
y que
le castigue,
Rey:
cia al
justicia
tú
yo no debo
,
y quiero que se
,
misma vayas á
pedir justi-
para un compatriota; para un
español! --I Señora! respondió Luisa
Lo que ordena V. A. yo no puedo pedir
con voz sombría.
es imposible de conseguir:
el castigo del agresor...
—[Luisa!
—Porque
el
Camoens y
agresor es Luis de
,
acabo de alcanzar su perdón.
—¿Y amar
eres tú
al
,
muger
cruel
,
la
que
dijiste
español? preguntó la Infanta mirando
con sorpresa y con indignación á su maestra.
—Yo,
señora, la que
amo.
le
—Sí, continuó Doña María con una amarga sonrisa; el amor de la filósofa, de la sabia... está herido
del es
,
Rey á
moribundo
está
pedirle el
y corres á los pies perdón de su asesino porque ,
un poeta. ¡Mísera vanidad de
sobreponéis á la justicia
Rey
al asesino;
—Señora, quien fuese
yo apelo
me juzgáis
el
I
la
Está bien
:
gloria
que
perdone
el
al tribunal
de Dios.
sin oirme.
Yo ignoraba
herido por la
mano de Camoens,
y pedí al Rey su perdón porque me lo rogó una dama, y porque Luis de Camoens necesita la TOMO
I.
7
gg
Yida y la libertad para gloria
de vuestro rei-
no...
—Pero ya que
sabes que
—Iré también á
mano
,
él es culpable...
llevarle el perdón. Señora:
rebelde para escribir la denuncia de un
español
es dócil para trasmitir el perdón de
,
Yo no obedezco á
portugués.
No
me
Dichas estas palabras con ,
ha hecho daño. la
noble firmeza de
Luisa Sigea esperó á que
despidiese para
pero
amaba; pero
quise hacer daño al que
quiero hacer bien al que
la virtud
pero sir-
reyes cuando quieren salvar á un cul-
los
pado.
;
un
cuan-
los príncipes
do estos quieren perder a un inocente
vo á
mi
ir
á llevar
con
la Infanta,
el
perdón á Camoens;
y entregada á
los ojos bajos
una meditación profunda
,
la Infanta la
parecía haberse olvi-
dado de esta ceremonia.
Un largo espacio estuvo Luisa de pie hasta (¡ue Doña María pudo acordarse de que esperaba ,
sus órdenes
,
y entonces movió
la
cabeza para
despedirla, cuando se halló frente á frente con el Infante cardenal
,
que estaba detenido á
la
puerta
del gabinete. Salió Luisa,
mano con una
—El Obispo
y Doña María recibió á su hersonrisa glacial.
de Agdas, dijo
el
Infante carde-
99
media hora por vuestra
nal, vendrá antes de
respuesta.
—¿Para qué, D. Enrique? ¿No
es el Rey el
que
ha formado estas bodas? ó mejor dicho, ¿no es Emperador el que las ha ordenado?
—Pero
el si
el
hermana mia.
debéis darle vos,
El Embajador debe saber que vuestro enlace es voluntario.
—¡Hipócrita política, hermano mió! no solo se dispone de
la
mano de
los
príncipes,
sino
que
se les obliga á que mientan. ¡Preferible es la ho-
guera del Santo Oficio, porque
ma
puede morir diciendo
que vivir diciendo
la
al fin aüi la victi-
verdad
la
mentira
:
yo tengo
I
—¿Quién sabe hermana mia
,
si
amareis á Don
Felipe?
—Nunca; he
visto
su retrato.
Su
perfil
me
asusta.
—¡Es
posible!..
—Hay algo de siniestro en la mirada de mi primo. Aun en
la
copia aterra su fisonomía. ¿Qué
será el original?
—Espero, Doña María, que vuestra preocupación se desvanezca cuando
—Espero,
le
D. Enrique, de
Dios, que no ha de llegar
la
conozcáis. la
protección de
hora de conocerle.
00
i
—¿Osareis rehusar?..
—Yo cil;
no rehuso nada; seré como siempre, dó-
pero veréis como mis bodas se desbaratan,
—Hoy
mañana
aceptáis, y
partís.
—¡Mucho confiáis en mi desgracia! —Mucho teméis de la fortuna! —¡Fortuna será que quede
libre!
—Desgracia será que no os saluden reina!
—Corona de
martirio!
—¡Corona de
gloria!
—¿Sois ambicioso
—Me
,
hermano mió?
una hechicera que
predijo
liermana mia, y
mandé quemar á
seria
rey^
la hechicera.
—¿Porque no se habia cumplido su augurio? —Porque no se cumpliera. —¿Pues cómo queréis que sea yo Reina, temiéndolo vos?
—Porque y
seriáis
una buena reina en España,
yo un mal rey en Portugal. —Lisonjero
—Os
estáis á fé
mia!
hablo ingenuamente
sucesor de D. Manuel
el
;
es
muy
difícil
ser
Grande: su memoria
hace á D. Juan pequeño.
—Mas
difícil
es
aun llevar con magestad una
corona donde asombró
ña
Isal)el la Católica.
al
mundo con
la
suya Do-
iOi
—Si,
A
es verdad.
ella se
debe
Doña
Isabel fué
la institución
muy
grande,
de nuestro santo
tribunal.
-- ¡Ay! ¡Ojalá que entre tantos gloriosos he-
como tuvo su reinado no contáramos
chos esel..
— ¡Justo Dios!
¿qué oigo, Doña Maria? ¿vos
¿me engañan mis
pensáis así?
oidos?
—¡Horribles hogueras donde se abrasan
las
criaturas!..
—¡Silencio, silencio! ¿criaturas llamáis á los heregesi
—Yo
os he visto llorar
,
hermano mió cuan,
do se ha verificado un auto de fé en que se que-
maba á los hereges. —¡Oh! porque yo tampoco soy perfecto, hermana mia; porque yo también soy débil algunas veces.
—Porque
mo
sois
bueno
;
porque os horroriza co-
á mí aquel ruido que hacen las llamas
vorar las carnes de los infelices
pedaza
las
;
al
de-
porque os des-
entrañas ver sus gestos cuando
el
fue-
go quema sus tuétanos...
—Basta, basta: no
me
recordéis esas esce-
nas. Son precisas, son justas,
de Dios... pero no
las
son para gloria
recordemos...
i
preciso
--Sí, es
02
recordarlas;
porque puede
haber algún inocente á quien vos logréis salvar.
¿Qué ha sido contra
el
—El
,
hermano mió
,
de mi denuncia
español?
tribunal os
ha declarado,
buena ca-
tólica.
—Gracias, D. Enrique... ¿pero á
—Era ya
él?..
necesario una prueba de estas para
rehabilitaros
para que
;
el
embajador de España
quedase satisfecho del celo con que portugueses ayudan
al
los príncipes
Santo Tribunal. Cortesa-
nos imprudentes hablan comprometido vuestro
nombre haciéndoos aparecer protectora de un idólatra.
—¿Y
han
—De
un
absuelío?.. idólatra digno
del
mas severo cas-
tigo...
—¡Qué he las
hecho! escíamó la infanta cruzando
manos.
—Vuestro deber.
—¿Y
le
condenareis?
El Infante cardenal guardó silencio ta respuesta era el
;
pero har-
ceño que anubló su sem-
blante.
—¿Le
condenareis? repitió la Infanta con voz
trémula. ¡Ah,
si asi
fuese, D. Enrique, tendría
103
razón para execrar al Tribunal, porque
él es
ino-
cente!
Una sombra todavía mas oscura cubrió tro del Infante cardenal;
miró
fija
el
ros-
y severamente
á su hermana un largo espacio, y luego
la dijo
con una voz que por la primera vez no parecía
armoniosa y blanda como
lo
era
,
sino destem-
plada y dura.
—Vuestra razón estraviada
os está haciendo
proferir tan grandes desatinos
,
que
vos que
si
formáis la palabra sin acuerdo del oido
,
os pu-
misma oir, os morderíais la lengua. Reponeos, Doña María, y abandonad un dierais á vos
asunto estraño
ocuparos de
,
lo
que debe seros
indiferente,
que corresponde á una
princesa, recordad que sois hija de D.
grande. Acordados de vuestra
Doña Leonor cuya entereza nes. El embajador
madre
es ejemplo
para
ilustre
Manuel la
el
severa
de varo-
no puede ya tardar: que os
halle serena.
Los labios de lenta sonrisa,
la Infanta temblaron
y una
con una vio-
palidez siniestra cubrió sus
mejillas.
—D.
Enrique, no temáis que
contestó con dignidad tigo preparáis al reo?
;
falte
pero decidme
á mi deber, ,
¿qué cas-
iOI
—La
hoguera, señora,
—¡Gracias! respondió
la
hoguera.
la Infanta
haciendo to-
davía un esfuerzo para sonreír.
Oyóse en Entró
el
á tomar su
esto anunciar al
prelado
:
Obispo de Agdas.
Doña María
mano para
besarla
;
se levantó
pero
y fué
faltó tierra
á sus pies, luz á sus ojos, vida á su corazón, y
cayó exánime.
capítulo
IX'
Kl perdón de €iitt«oenf^.
EiL calabozo donde habían encerrado á Camoeas era tan estrecho
que
que apenas habia espacio para
,
diera tres pasos en
el prisionero
churoso fué ciertamente
el
palabras que dije
tulos anteriores
,
como
mos
,
tan ingratos
,
acusando á
ser tan ingratos
Mas an-
que dimos nosotros á
Cervantes, y esta consideración tificar las
él.
me obliga á
rec-
en uno de los capílos
portugueses de
nosotros. Nosotros no so-
porque
,
aunque encarcelamos
á Cervantes, no lo hicimos en un recinto de tres
pasos de longitud, sino de seis ú de ocho por
lo
menos donde su pensamiento podia espaciarse ,
imaginando y escribiendo noveliUas. Yo no recuerdo que á ningún ingenio ni á ningún héroe
hayamos dado jamás calabozo tan estrecho como los portugueses á Camoens. El de fray Luis de León era por cierto una bóveda de las
le
,
,
mas hermosas que habia en to Tribunal,
las cárceles del
no obstante que carecía de
estaba llena de sabandijas
;
Sanluz,
pero en la que
y no
si
se podia escribir, se podia pasear. Cristóbal Colon se quejaba de la pesadez de los hierros que le
pusimos
prisión, le
pero nunca de
,
y por
lo
estrechez de su
la
que hace á Hernán Cortés,
parecía su estancia reducida,
si
era porque es-
taba acostumbrado á los campos del Nuevo
Mun-
do, donde jugaba con los indios á los imperios
de Méjico...
Quede, pues, completamente probado, que nosotros
hemos
tenido siempre para los grandes
hombres calabozos mas grandes que
los
portu-
gueses.
Ya
dije
que era mezquino
vez, á los veinte años, los
poetas,
el
que por segunda
ocupaba
el
principe de
y no acabamos de entender cómo
se-
rian los que se destinaban á los poetas vasallos;
:
i07
porque claro está que el
príncipe habia de tener
el
mejor, ó no se llamada |>nm/;^.
A riño
Camoens le habia tomado caá aquella cueva húmeda donde pululaban las pesar de eso
arañas
que
el
,
y donde no resonaba jamás otro ruido que hacian las ratas sobre el pavimento
,
sembrado de papeles. Le habia tomado cariño, porque habia vivido en espacio de cinco meses sus enemigos
,
él ,
antes de ahora
merced á
y porque en
él
las intrigas
de
habia escrito
la
mayor parte de
sus canciones. Pequeño
aquel calabozo
contenia
,
,
por
,
no obstante
,
como era ademas
de las arañas y de las ratas cuatro ó seis hbros forrados en pergamino un tintero y un jarro de ,
,
agua. Sentábase Camoens en
yor honra de las musas cuatro ó seis libros
mosa
O
elegia
,
,
el
suelo para
ma-
colocaba delante los
y continuaba aquella her-
que comienza
sulmonense, Ovidio desterrado.,, (a)
á tiempo que se abrió
la
puerta de la cárcel
,
y
apareció una dama.
Levantóse Camoens
(a)
mudo de
Poesías de Camoens.
sorpresa,
y
dio,
Í08
para recibir á
la
dama
,
pasos que uní-
los tres
camenle podia dar.
—Señora,
con galantería; perdonad
la dijo
recibo en este aposento á la
Por
las poetisas.
mas
si
de todas
bella
primera vez recuerdo con
la
envidia los palacios en los cuales pudiera ofreceros estancias donde las sabandijas no
me
dispu-
taran el honor de recibir vuestra visita.
—Camoens, mas to
respondió la Sigea; para las al-
llenas de aflicción
que
la cárcel,
y
si
no es
palacio
el
mas gra-
en esta hay sabandijas, en
aquel hay alimañas.
—Pero
vos, señora, no debéis ser la afligida,
ni esas alimañas
han de volverse contra vos. Se-
ria harto injusto el destino.
—Poco importa mi bueno moens
;
vuestro
deber
el
el alivio
me
ó mal destino
mayor
—No don
Ca-
trae aqui para daros en el
que habéis menester.
—Gracias, señora, vuestra el
,
visita es
en efecto
alivio.
es
mi
el alivio
visita,
Camoens,
es vuestro per-
de que os hablo.
Camoens cruzó
los
brazos
y
se encogió de
hombros.
—¡Mi
perdón!
Yos, pero
me
bueno es porque
es indiferente
me
le
traéis
i
—¿No
09
estimáis la libertad?
—Cuando la pierdo
la
poseo
,
hago uso de
no pugno por recobrarla
ella; ;
cuando
necesitóla
ahora para dar unos cuantos reveses á unos cuan-
como de seguro
tos villanos; pero
los
he de dar,
y los que he dado estos dias me han quitado el tiempo de escribir aprovechaba los momentos ,
de mi prisión para hacer versos.
—Mala
ocasión es esta para mí, Camoens, de
alabar vuestro valor, y por eso no seré lisonjera; pero seré generosa y os perdonaré esos reveses,
—No
os comprendo, señora,
—Ni
os pese de ello. Básteos saber que estáis
en libertad.
—[Oh
necesito
no!
saber
el
sentido de vues-
tra queja.
—No
daré esplicaciones.
—¿En qué he podido
ofenderos? decid, decid, y
con mi propia vida...
—Seria
inútil.
á un caballero vuestra
dama
,
El mal está ya hecho. Heristeis
os metieron en esta prisión
os ha libertado...
—¡Mi dama! —Catalina de Attaide.
—¿Ha sido
ella?
—¿Pues quién podia
ser?
,
y
dio
—¡Oh!
¡ha sido ella!
—Recibid de su mano la Sigea entregándole el
para
donde
la India
este presente, coniiniió
perdón del Rey, y partid
el cielo
os proteja.
—Gracias, señora, pero os juro que no partiré antes de saber la pena que os aflije,
pa que he tenido en que saltaba
todos los que
do este le;
me
herí
de los jardines
la verja
no he podido ofenderos
como
Yo
ella.
,
y la culá un hombre
;
pero en esto
porque era un villano
me envia el Conde.
sorprendió en
el
jardin
,
Yo, cuan-
debí matar-
pero Catalina se habia postrado á su planta,
y aquel impío quedó convertido a mis pies en un altar. Necesito que esté lejos de Catalina para darle á él
mismo
las
cuchilladas que sus criados
han recibido en comisión.
—¿Es
ese el uso que pensáis hacer de la liber-
tad que os dá su sobrina?
—Tenéis razón
señora
,
,
tomad y devolved á
su sobrina este perdón.
—No
;
Camoens haceos superior ,
os domina,
y
—Decidme
—Ya
dije
partid
adonde os llama
al
odio que
la gloria.
antes en qué os ofendí.
que os habia perdonado.
—Rechazo esa co mi crimen.
misericordia, porque no conoz-
.
—Bien,
—Eso la
adiós.
no
:
voy á seguiros hasta que averigüe
razón de vuestra querella.
—Mañana
parte la ilota, y apenas tenéis tiempo
para hacer vuestros preparativos. No os descuidéis.
—La me me
flota
partirá sin
mí
porque
,
si
en
ello
fuese la fortuna la abandonaría para ocupar-
en
desagravio de una dama.
el
—Adiós, vuelvo a
—Y yo
repito
deciros.
que os seguiré.
y Gamoens tomó precipitadamente su sombrero de ala ancha,
La Sigea sahó
del calabozo
,
apuntado con una pluma negra tras ella
,
y echó á andar
sin cuidarse de recoger los papeles es-
,
parcidos por
el suelo.
Atravesó Luisa los estrechos callejones de
la
y Gamoens también. Al pasar por uno de ellos vieron á Juan Meurcio y la Sigea le saludó pero Gamoens no le hizo caso á pesar de
cárcel,
,
:
;
esto el fraile se llegó á él
,
y
le dijo
con una son-
risa pérfida, señalando á la Sigea.
—Sea enhorabuena!
—Qué
.
.
os importa á vos?
Gamoens
sin
el familiar
ha-
contestó
mirarle.
—Nada
absolutamente, replicó
ciendo un gesto de humilde resignación.
— Ay de VOS, añadió I
rándole de la capucha
crita
si
imprudente poeta
ti-
osáis interpretar las
dama honrada!
acciones de una
—Líbreme
,
el
repuso con una mueca hipó-
Dios!
Juan Meurcio.
—Es
que vos
sois
enemigo de esa dama
,
y no
es la vez primera que la habéis calumniado.
—Acusadme como
gustéis
joven
,
:
mas
hiél
tragó Jesucristo.
—¡Profanación es en vuestros labios ese santo
nombre! esclamó Camoens indignado.
—Hablad mas si
bajo, advirtió
el
fraile,
porque
os oyen...
—¡No temo
—Yamos, poeta,
á nadie! gritó Camoens.
un
concluyó Juan Meurcio, sois
y no hay que haceros caso. Seguid á
la
dama, no tope con algún villano. —Tenéis razón los hay en Lisboa hasta bajo ;
la cogulla.
Dejó Camoens á Juan Meurcio y aceleró
el
paso; pero la Sigea habia desaparecido.— ¡Vive Dios, iba diciendo entre
sí el
poeta, que he de te-
ner que arrancarle la capucha! tisa;
y
la
. . .
pero, ¿y la poe-
donde se ha escapado? y es preciso hallarla hallaré. me dirijo á pano hay remedio.
lacio,
.
.
.
y suceda
lo
que quiera...
.
lo
malo
es
que
iü pudiera toparme con
Conde y, como no
el
traigo
espada, desperdiciar la ocasión de provocarle... Así pensando llegó a palacio, subió resuelta-
mente
la escalera principal
partamento de
las
damas
,
se dirigió al de-
y
sin hacer
guardias que le querían estorbar
el
caso de los
paso.
Entretanto Juan Meurcio penetró hasta labozo donde habia estado to
de ver
si
,
como
el
cerlo en todas partes
,
Camoens con ,
el
el
ca-
obje-
poeta acostumbraba á hahabia dejado olvidado sus
papeles.
Halló en efecto un paquete y algunos pliegos
esparcidos por
d
suelo
,
algunos de los cuales
habian sido medio devorados por las ratas.
Echó sobre vio que la
En un valos
Juan Meurcio una ojeada y mayor parte eran canciones amorosas. ellos
papel lleno de roeduras se leia por inter-
:
o
acompanha
Nos
banha
.
A
.
figura
.......
vida
.
TOMO
.
.
I.
bem que
...
.
possuia
8
H4 Y
en otro pedazo de papel también roído con-
tinuaba:
D' aquí
me vou
.
.
.
erguido .
.
.
da rédea ó
.
Depois de farto ja
—¡Oh! esclamó
el
fraile
¡depois de farto jal
Estos versos eran de la elegía que había
em-
pezado á escribir durante su prisión y cuyo tro,
zo completo decía: (1) So sua doce
musa
o
accompanha
Nos soidosos Tersos que screvia
E
nos lamentos
Dest'arte
A
vida
me
com que
com que morro,
desterrado
passo carregado
outeiro erguido, e allim' assento.
Soltando toda rédea ó á
Depois de farto ja de
(1)
bantia
outro tempo possuia.
me vou com
A um
campo
figura á phantasía
Do bem que em D' aquí
o
meu
meu
cuidado.
tormento
Obras de CamoenS; elegía tercera.
1Í5
—¡Depois de con envidia
,
farto ja! repetía Juan Meurcio
bien ageno de creer que la fartura
aquella fuese de tormento, y no poco gozoso de hallar esta ocasión
para acusar al poeta inter-
pretando sus escritos y la visita de Luisa Sigea.
Porque hay en todas
las cortes
hombres que
viven de calumniar; calumniadores de
mo
verdugo, como
el
el
sepulturero, qne fría-
mente matan a una criatura y echan en
co-
oficio^
la
amortajan y
la
la fosa.
Confieso que con harto disgusto
me
he decidi-
do á hablar en mi novela de este personage histórico el torias
;
mas
odioso de cuantos contienen las his-
pero es imposible tratar de Luisa Sigea
que aparezca a su lado
sin
oscurece injustamente
el
la funesta
sombra que
clarísimo resplandor de
su fama.
Los hombres que entienden
hay
escrito
el latin
dicen que
en este dificilísimo idioma un libro
infame que fue atribuido a Luisa Sigea, y larde á su
mas
hermana Angela; pero luego aña-
den que este libro habia sido escrito por un fraile
llamado Juan Meurcio
,
con
el
intento
de
desacreditar a las poetisas. Busqué entonces en los
manuscritos antiguos noticias de este
supe que habia vivido en Lisboa.
fraile
y
il6
Registré los archivos portugueses lin los
y
,
hallé por
documentos que necesitaba para arrojar á de
la execración
nombre de
las escritoras el
est^
impostor.
Mi alma, destemplada por
indignación,
la
pierde esta vez su natural indulgencia para vindicar el honor de una
príncipes
,
dama
noble doncella
,
ilustre,
maestra de
esposa respetada y
madre amorosa. Ese abismo de perdición que han abierto algunos hombres egoístas y perversos para hundir las reputaciones de las damas que se adelantan á conquistar la gloria tierra
de
Meurcio es
sus el
cegarlo con la
es preciso
mismos cuerpos
,
y
primero que rueda hasta
didad llevándose consigo bros apócrifos.
la
el
la
de Juan profun-
ignominia de sus
li-
CAPITULO
Meurcio.
JítBau
L fin penetró
gea
,
Camoens en
que misteriosamente
ma
de
de
la Si-
le
,
,
había entregado una da-
la Infanta.
Decía
«Ha
la estancia
y que trémula con desencajado, estaba leyendo un papel
que acababa de llegar
el rostro
X.
el
papel.
sido condenado á
la
hoguera:
¡sálvalo
en nombre de Dios!»
— Perdonad,
dijo
Camoens, advirtiendo
el
gesto de enojo que hizo Luisa al verse interrum-
•ii8
pida dije
es
,
un atrevimiento seguiros
pero ya os
,
que necesito desagraviaros.
— ¡Ay
respondió Luisa con amargura; no os
!
puedo culpar, presa á
porque
la inquisición
tormento
vez disputándole su
tal
habéis evitado
le
al desgraciado...
Al
mayor
fin es preferible
morir á hierro que morir á fuego...
— ¡Lléveme si
Dios, señora, esclamó Camoens,
entiendo una palabra de lo que decís de presa,
de hierro y de
de desgraciado, de inquisición, fuego
1
¿A
maté yo que
quién
asi os interesa?
¿no fué á un villano?
noble Enri— ¡Ah, no, no un buenos! quez! ¡Es un de Dios! ¡Qué ¿Era D.Mariano — Enriquez? que no — ¡Pluguiese de mí, qué he hecho! Ca— por moens dando á un — Una mala acción Camoens culpa como joven cuya — Tenéis señora, descargad sobre mí villano
es
caballero
¡Justo
el
los
decís!
al cielo
lo fuera!
¡Insensato
gritó
vueltas
la sala.
,
;
acuchillar
vos.
fué saltar la verja,
sola
razón,
vuestro justo enojo
;
pero decid
,
¿
es
vivo
ó
muerto?
— Hoy podéis ñana entre
los
contarle entre los heridos
quemados.
,
ma-
119
—No pertenece — La poca vida que vos ya á ha cometido? —¿Pues qué —Le acusan de haber adorado a una — ¡Oh! esclamó vivamente Camoens; aqui OS entiendo.
le dejasteis
la inquisición.
delito
estatua.
veo
la
fraile
mano de Juan Meurcio
que predicó
el otro dia
de ese perverso
:
sobre
el
pecado de
mirar á las estatuas desnudas... ¿y creéis, señora, que sea imposible salvarle de las garras del Tribunal?
—Hablad mas quedo. —¿No
puede hacerse algo por ese infortunado
joven?
—Lo meditaré. —El en su cardenal me á —Antes quiero informarme bien de cuanto hay, y para aguardo Juan Meurcio. — veo quemado a nuestro amigo. mala —¿Por qué —¿Por qué vos buena? —Es amigo de mi padre — aqui vuestro padre? —Está en Torres-Novas donde ha hecho Infante
iré
tiene
gracia;
suplicarle.
á
esto
^Ya
tenéis tan
idea del familiar?
tan
la tenéis
¿Está
,
carmelita.
se
i20
—Pues creedme,
señora, no pidáis ningún
favor á Juan Meurcio.
—¿Que mal puede haber en —Juan Meurcio calumniado. —Os engañan, Camoens. Juan Meurcio esto?
os
ama como amase
,
él
lia
me hermana: y aunque no me
á una
no sabe calumniar.
— mas que —Conservo en mis amigos. —Contadme ya enemigos —¿Cómo? —Yo no puedo vuestro amigo Juan Meurcio. —¿Qué mal esplicádmelo. —La primera vez que estuve preso, me mis manuscritos, y me — — y ahora que me acuerdo, Sois todavía
poetisa
cortesana.
la fé
entre los
ser
vuestros.
siéndolo
os hizo?
dejé
los hurtó.
olvidados
Seria otro.
á!.
.
.
^Fué él....
¡voto
prosiguió
Camoens dándose una palmada en
la frente;
por seguiros dejé también hoy mis pa-
peles en el calabozo
y ese gavilán estaba
allí...
vuelo á buscarlos... adiós, señora, volveré y sal-
varemos a nuestro amigo aunque sea entrando á cuchilladas con el Tribunal.
— —
1
Silencio!...
¡Adiós, adiós!
i2i
Camoens como un rayo
Partió
y se dirigió cárcel; precisamente cuando salia
otra vez á la
,
Juan Meurcio.
—Por vos he venido moens. — Ya que me enseñándole que — Tanto
tan
queréis
sé
os quiero,
no hallo mis papeles en
ñando como
si,
os he de
,
siempre ense-
estáis
el
que no os entregase esos
Tomad, añadió sacando un
papeles.
sois
un
loco
con
las
rollo
de
que donde quiera dejais per-
didos vuestros manuscritos
,
la otra vez,
contestó el fraile con severidad,
que merecíais bien
no sé
como
los lobos.
—En verdad,
rizáis
Ca-
replico el
,
calabozo
el
romper esos dientes que
;
mucho
dijo
los dientes.
familiar,
ellos
aprisa,
y luego os encolebuenas almas que los recogen. Yo
Camoens por qué ,
,
estáis
prevenido con-
tra mí.
—¿Por qué no me —Ya porque me mismo mi mesa que no me —¿Eso
devolvisteis
los otros
ma-
nuscritos?
os lo dije: el
dia
de
los recogí.
engañáis?...
es cierto...
Cuando un hombre con
moens pregunta que
los hurtaron
si
lo
la
buena
engañan
fé ,
de Ca-
ya desde
luego está engañado. Tienen los verdaderos poetas algo de infantil
y de candido
amaestrados en
desengaños del
en torno de lo
ellos
sublime y
se pierde
los
mas mundo. Hay
aun
los
una atmósfera donde se respira
y toda miasma corruptora entre los perfumes de la poesía.
lo bello
allí
,
,
En medio de la pompa con que Ferrara acogía el poema del Tasso los cortesanos se burla,
ban del autor porque á todos gos, y
mas
bien que los amores fueron las perfi-
dias la causa de su locura. Las
de Quevedo son hijas de su credulidad al príncipe cillez
hasta
sus ami-
los creia
amargas quejas
las decepciones
liabia sufrido
y por
que por
que hace
lo
de
los poetas Lusitanos llevó
el
estremo de dar crédito á
su senlas pala-
bras de Juan Meurcio.
—
Sí,
muy
decia este, sois
injusto
conmigo,
buen poeta pero yo os querré siempre á pesar de ;
vuestras injusticias.
— ¿Por qué calumniasteis á Jamás mi lengua —Otro agravio de su fama. —¿Pues y que —Rumores la
error.
lo
Sigea? se
movió en
se cuenta?...
del vulgo.
Camoens miró todavía á Juan Meurcio con gran
fijeza
para ver
si
podia penetrar en
lo ínti-
i
mo de
su pensamiento
,
23
y
el fraile
sostuvo su mi-
rada con sereno y blando rostro.
Entonces Camoens
le tendió la
mano, y escla-
mó con brusca alegría: Yive Dios que me
—
he equivocado y que os he ofendido diciéndole á la Sigea que sois un ¡
,
perverso y enemigo suyo!... pero ¡ah! otra cosa: ¿no habéis tenido parte en la delación de Enri-
quez?
—¿De Enriquez si le
quiero tanto
—
de ese buen muchacho? ¡pues
,
como á
Corriente, estoy satisfecho.
Mi espada (aña-
un golpe en
la cadera) es...
dió el poeta dándose
no
vos!
la traigo
cobrarla
ahora
,
pero no importa
,
voy á re-
está á vuestra disposición para cual-
,
quier lance.
— Gracias Camoens á nadie perdono á todos mis enemigos. —Por acaso quedad con —El ,
:
si
aborrezco
,
y
Dios,
;
os guie.
Tenia Juan Meurcio treinta años. pintores se han blos feos
;
pero
empeñado en
el retratista
Todos
los
pintar á los dia-
de Juan Meurcio no
hubiera podido menos de pintar un diablo bonito
,
si
La
se hubiese decidido á hacer su retrato. tez
de Juan Meurcio era blanca y trasparen-
i24
grandes, aunque un poco saltones;
te, los ojos
boca pequeña y en estremo graciosa presenta-
la
ba continuamente dos
como
los
hileras de huesos, blancos
de un perro aunque á Camoens
le
,
ha-
blan parecido de lobo.
En
su rostro no se leia nada de lo que pasaba
en su alma. Sereno, perficie
frió,
inmutable como
de una laguna helada
ñal de estar animado
,
,
que por
la
su-
no daba mas seel
movimiento de
su boca cuando hablaba. Después que guardaba silencio, volvia á
parecer una cabeza de piedra
con ojos de vidrio. Hasta en frente se advertía algo
la
blancura de su
de cadavérico
y en
,
lo
azulado de sus sienes un no sé qué de infernal.
No
parecía una cabeza llena de sangre
aire
un
y de
azufre.
A
pesar de ser,
,
como
rostro bonito, los niños huian de
sino de
dijimos,
él.
Por su parte, Juan Meurcio era insensible á los afectos
pasión,
,
y
solo había
quemas
tenido en su vida
tarde se convirtió en odio. Esta
fué por Luisa Sigea cuando vivia en Toledo, la cual pidió
y
seis años.
de
él,
sentía
una
por esposa apenas cumplió
y á
los diez
Pero ya dijimos que los niños huian
y Luisa era una niña. Sin aborrecerle, un secreto disgusto con su presencia y ,
se negó obstinadamente á satisfacer el deseo de
i§5
SU padre,
que pretendia desposarla con Juan
Ya
Meurcio.
había estado la Sigea en Lisboa,
adonde fué colocada en palacio con su hermana Angela, y manifestó de nuevo
ría
go Sigeo ello
,
la
voluntad con que entra-
al servicio
su padre
,
de
la Infanta
;
pero Die-
no accedió por entonces á
para castigarla de su rebeldía.
En
tres años
que permaneció Juan Meurcio en Toledo
,
apuró
todos los recursos de su carácter para lograr el
amor de
pero todo fué en vano, y lleno de despecho exaltado por la bilis ciego de la poetisa;
,
soberbia
,
tomó
el
partido de hacerse fraile
y
,
marchó a Lisboa. Diez años pasaron hasta que Luisa Sigea volvió al servicio de la Infanta las cosas
y que sucedieron
,
que vamos narrando.
Si analizamos el sentimiento
que impulsaba á
Juan Meurcio á tomar por esposa á descubriremos
tal
vez
el del
amor
,
la Sigea,
no
sino el de
un
empeño inteligencia reconocía superior á la suya, y á de muger que la de muchos hombres estimados por poetas y tiránico por
esclavizar
una
,
respetados por doctos.
Fuerza es confesarlo
;
la envidia es
defectos que, entre otros los
uno de
los
muchos, han atribuido
hombres esclusivamente
al bello
sexo para
126
aliviarse de los
que
que abruman su condición
les es tan peculiar
como
la
soberbia
pero
,
como
,
ambición y como el egoísmo. De la envidia procede esa guerra sorda que las medianías han
la
hecho en todos tiempos a
las escritoras
y de
,
la
envidia procede esa resistencia tenaz a concederles la
mos
palma que su
Ya
he-
mugehan armado
que con su odio colectivo á todas
res ilustres, antiguas la sátira, del
A esta
y modernas
,
se
las
desprecio y de la calumnia.
secta pertenecía Juan Meurcio. Para que
Juan Meurcio perdonase á Luisa Sigea de haber nacido con mas talento que ciso
lo
dicho, hay una secta de hombres implaca-
bles,
de
talento conquista.
que
le
aceptase por dueño
él
la osadía ,
era pre-
y mentor. El hu-
biera detenido el vuelo de su inteligencia, hubiera
destruido las flores de su poesía, hubiera llenado
su conciencia de preocupaciones para hacerla tí-
mida, humilde y medrosa, y garantizar su obediencia hasta que la convirtiera en una beata estúpida del siglo diez y seis.
En uno de
aquellos
monstruos que asistían á los autos de fé; que se recreaban con el espectáculo de las víctimas, y
que después de todo se llamaban cristianas.
No había
nacido
el
generoso corazón de Luisa
Sigea para gozar con la barbarie de semejantes
y una de las primeras obras que escriy que fué hurtada y reducida á cenizas por
fiestas,
bió
,
Juan Meurcio
,
la
consagró su tierna autora
<
consuelo de los infelices que gimen en la inquisición.
Tales eran, pues, los antecedentes que habia
amistad de Luisa Sigea y Juan Meurcio, y es en verdad incomprensible cómo la maestra de
en
la
latin se hacia la ilusión
to
que
de
la
de creer en
fingía profesarla el fraile, si
el
buen afec-
no fuese que,
misma manera que Luis de Camoens,
engañaba su buena
fé
le
y candidez de poeta.
Pero volviendo á los hechos y dejando para otro rato las digresiones asi que el familiar se ,
separó de Camoens tomó
el
camino de palacio y
se dirigió al departamento de la Infanta
murando
,
mur-
entre dientes unas palabras latinas que
acostumbraba
él
á decir siempre que iba á co-
meter alguna acción inicua.
CAPITULO
Fil
XI.
Azor.
1 AN pronto como Luis de Camoens pudo recobrar su espada, volvió á ver á Luisa Sigea.
—¿Ha venido Juan Meurcio? preguntó. en estremo —No, Camoens, y — Sabed señora que tengo que le
estoy
,
que os
dije
inquieta.
rectificar lo
;
esta
mañana acerca de
ese pobre
Me ha dado los papeles que me dejé en el calabozo me ha asegurado que los otros no me
fraile.
,
los devolvió
porque se
los hurtaron, y, en fin, se
ha sorprendido cuando TOMO
I.
le
dije
que os habia ca9
i
lumniado.
En
30
sus palabras, en su tono,
éspresion he conocido que está ¡nocente
mo
que no ha tenido parte en
Enriquez. Le he tendido
en su asi
co-
la delación
de
,
mi mano y hemos que,
dado amigos.
—-Me alegro mucho, Camoens. —Pero lo que no entiendo es que da servir mucho para
el
nos pue-
asunto de
nuestro
hidalgo.
—Yo no
quiero sino saber
el
estado que ocu-
pa. Sé que ha sido condenado á la hoguera, pe-
ro ignoro cuándo se ha de cumplir la sentencia.
—Pues de yo me informaré. que — ¿Y — Tanto peor para sospechadores que drán que seguirme —Temo mucho, Camoens, que armen una —No temáis nada, has— como eso
si
sospechar?.
dais
.
los
ten-
,
las huellas.
os
celada.
señora.
creo, se retarda la ejecución
Si,
puedo
ta
que
el
pensamiento que he concebido para salvarle.
el
herido se restablezca,
— Supongo que —Vos
—No, —Mal
realizar
contareis conmigo.
partís á la India.
señora, ya os he dicho que no parto. dicho
:
debéis partir.
i31
— ¡Por Dios que grande empeño en zarme en brazos de Neptuno! —El Rey ha concedido perdón en de que marchareis —Yo he de tenéis
lan-
los
os
la inte-
el
ligencia
al instante.
salido
la prisión sin condiciones,
y antes que aceptar una volveré á entrar en día.
—Mal correspondéis Gamoens vuestra dama. — no puede desear que — teme que ,
,
Catalina
Catalina
—Sea como
desvelo de
al
parla.
os quedéis,
quiera, señora, yo no parto hasta
que salvemos á nuestro amigo,
— ¡Avl
—Esplicadme vuestros proyectos y
fiad á
,
el
mí
cuidado de cumplirlos.
—Oid, Camoens...
pero antes ved
si
nos es-
cuchan, y cerrad bien esa puerta. Levantóse Camoens, haciendo como siempre
pavimento con su firme planta, y abrió y cerró la puerta con tan recio empuje, que retumbaron las bóvedas. Hecho esto ocupó un resonar
el
,
asiento cerca de la poetisa, y prestó atención á sus palabras, que fueron las siguientes:
—La
sola idea de
es condenado, á
salvar del fuego
un reo de
,
la inquisición
adonde ,
es de
suyo lan atrevida, que se necesita, Camoens,
una muger... que ama, para darle
aliento de
acogida en su mente. Cuál es nal
,
el
dígalo Portugal
,
el
poder del tribu-
dígalo España. Paulo
líí
no
ha sido poderoso á salvar á un italiano condenado por hereje en los dominios de España, y el inquisidor general de estos reinos, el Infante cardenal D. Enrique ha presenciado
de uno de
los
el
suplicio
amigos mas queridos de su cora-
¿Quién osa acercarse á ese volcan que no
zón.
caiga envuelto por su ardiente lava? Los reinos,
espantados por
el siniestro
reflejo
de sus llamas
perpetuas, están siempre aguardando la erupción
que ha de reducirlos á cenizas... rosos sienten
el
los reyes
teme-
calor del incendio que llega has-
ta sus coronas.
Pero hay un gigante entre estos reyes, á cuya frente no
de
puede alcanzar chispa alguna que salga
la tierra,
porque como
á la región del
mismo Vulcano baja fuego y empuña los rayos que viel
bra después á los mortales...
—¡Carlos V!
—
Carlos V,
sí, él
solo, él solo es
so que la inquisición.
Si él
hoguera encendida para un sino
derramar sobre
ella el
mas podero-
quiere apagar una a¿^/o (f^
/(?',
no tiene
agua de su regia co-
i33
pa. Si quiere salvar á
un
sobra con que
reo,
le
manto imperial. Para que mundo huyan despavoridos,
tienda la punía de su
todos los frailes del
basta un grito del Emperador. Todas las coronas están bajo su corona, todos los cetros están ba-
están bajo su
jo su cetro, todas las voluntades
voluntad.
Quince años há
vi
torres del alcázar de Toledo. brillaba al sol
V
yo á Carlos
como de
Su
plata.
en una de
frente
las
desnuda
Tenia los brazos
cruzados, y estaba inmóvil mirando al Tajo. Yo,
me entretenía un azor muy joven
en una azotea inmediata,
en hacer
ensayar
que cojió
el
vuelo á
mi padre en remontó zos,
el
el nido,
vuelo,
cuando de repente
el
pájaro
y en vez de volver á mis bra-
como acostumbraba,
Mis gemidos distrajeron
en los aires.
se perdió al
Emperador: yo
llora-
ba, levantaba los brazos al cielo y llamaba al pájaro fugitivo. Poco tardé en verle
y ya
me
iba consolando,
tuerce su giro
que
descendía,
cuando advierto que
y que vá á caer en
el
alcázar.
En
cayó en uno de sus patios, y yo, sin decir nada á mi madre, me dirigí al alcázar. efecto,
Los guardias no querían dejarme entrar; pero tanto insistí, patio.
Busqué
que pude penetrar hasta al azor,
y no
le
hallé.
el
primer
Entré en
el
segundo patio con menos estaba
el azor.
donde
me
dificultad,
Entonces subi
y tampoco
gran escalera,
la
opusieron una resistencia débil, cre-
yéndome,
sin
duda, hija de algún servidor de
y por último atravesé las galerías y me coloqué en el fondo de una sala cuadrada, cuyo
palacio,
pavimento era de mosaico. AUi estuve un gran hasta que vi pasar á una
espacio de tiempo,
multitud de cortesanos que trañeza y
murmuraban
me
entre
miraban con es-
sí,
y
los cuales se
fueron colocando en dos hileras. Iba á esconder-
me
detrás de uno de ellos, pero
cogió por lerías.
azor
el
Yo
brazo, y
que habia caido en
me
y
zar,
me
vi
fuera del
otra criatura
mas pru-
al fin
menos obstinada que yo; pero en lugar
me
senté en
una de
y á cada uno de
ba por
pero sin
casa?
os volvisteis
de eso
alcázar;
sin el azor.
á —¿Y —Eso tmbiera hecho dente y
el
mi
hicieron retroceder todo
camino adelantado, y
alcázar
me
hizo salir hasta las ga-
entonces rompí á llorar pidiendo
atender á mi llanto el
me
un caballero
los
las
gradas del alcá-
que sallan
le
demanda-
el azor.
Una hora estuve molestando
la atención
de los
cortesanos, hasta que resonaron cajas y trompe-^
135
puso en movimiento y salió el Emperador. Yo le conocía de verle pasar por
tas, la guardia se
nuestra calle todos los dias, y lejos de imponer-
me temor
su imponente magestad, le profesaba
un cariño
instintivo.
delante
y
pedí
le
Asi
mi
como
azor.
Al
me puse principio no me
le divisé,
comprendía; pero cuando repetí que queria mi azor que habia caido en
el alcázar,
— ya he como pero no he —Cayó en en —Pues llamas? mos. ¿Cómo —Luisa —¿Has venido á buscar —Yo —¿Me conoces? —El —¿Te han dicho ahora, ó —Lo desde que He
gritabas desde tu
oido
Sí, sí,
me respondió:
visto al azor sino
azotea,
en
los aires.
el patio del alcázar, repliqué.
si
está
el
alcázar, te lo devolvere-
te
Sigea.
tú sola
el
azor?
sola.
César.
lo sabias antes?
lo
sé
nací.
escrito ese
nom-
bre muchas veces.
—¡Tú!
—Yo.
— ¿Pues por qué —Porque — Qué sabes
lo escribes?
escribo en latin la historia del César.
i
latin 1...
i36
—Sí.
— ¡Que mi —Sí. —¿Qué maestros —Mi padre. — yo pongo que hablarás bien de mí. —Bien y mal. — ¡Cómo! —Defiendo á comuneros... — Vive —Y culpo César de abusos de — años — — Tráeme mañana mismo. —¿Me dejarán —Diciendo nombre. escribes
liistoria!
tienes?
quiero leer esa historia. Su-
¡Bravo!...
los
i
Dios! al
la inqui-
los
sición.
Criatura, ¿cuántos
tienes?
Diez.
esa historia entrar?
tu
Asi empezaron mis relaciones con
Es
inútil deciros
Y
que recobré
el
azor,
el
César.
que pre-
y que empecé á merecer su gracia. Dio á mi padre un empleo en el alcázar, y á mi hermana Angela y á mí nos en-
senté á Carlos
su historia
vió á Lisboa al servicio de la Infanta, donde es-
tuvimos cinco años, hasta que una grave enfer-
medad de nuestro padre nos
obligó á volver á
i37
Toledo. La
memoria
del César siempre
fiel
para
recordar á aquellos á quienes da palabra de pro--
ha cesado de darme
teger, no
tras de favor.
A
él
he debido
lisonjeras
el ser
segunda vez en esta corte, y de
él
mues-
admitida por
espero la sal-
vación del desgraciado reo.
Tomó
aliento Luisa Sigea para continuar,
Camoens rumpirla,
,
y
que no se había atrevido á interaprovechó de esta pausa para es-
se
clamar:
— ¡Oh
divina poetisa! ¡cómo desde la infancia
se reveló en vos la grandeza de vuestro
talento!
[Cuánto hubiera dado por veros frente á frente del César pidiéndole el azor
y entablando con
que merecía pasar á
la donosa plática
la
él
poste-
ridad!...
—El
César, prosiguió la Sigea sin darse por
entendida de los elogios de Camoens, África,
y ya
le
está en
tengo escrito para que interpon-
ga su poder omnímodo con
la corle portuguesa,
reclamando á D. Mariano Enriquez como vasallo suyo...
—De esa yo —¿Vos á —¿No hay guerra en —Dragut aparece en carta
iréis
seré el portador.
África
Camoens?
,
África? la costa.
—Basta suspendo mi ,
viage á la India y par-
to á África.
— ¡Oh, Camoens, no! Es muy arriesgado acercarse ahora —Por no me duele abandonar proyecto al estrecho.
eso
de
ir
á la India.
el
Hoy me
alisto
de soldado en las
tropas portuguesas que se embarcan para Cádiz Si
no
me
ahogo ó
me matan
,
antes de un
mes
estoy de vuelta.
— ¡Un mes! —Es verdad; pueden haberlo quemado. — ¡Ah! —Pero como herida que yo en abrí
la
su
cuerpo debió ser honda, y no se puede ejecutar la sentencia
en
fin,
ta
y
de un reo mientras está enfermo...
haremos
lo
Dadme
que podamos.
la
car-
adiós.
—No debo — señora, Los — ¡Tomad, Camoens, y Dios — guarde, sé
si
Presto,
acceder... presto.
instantes son
preciosos.
os guie!
]E1 os
señora!
CAPITULO XI
I^a
earidad de los
Ijín efecto, ia herida
que
iuc|iBÍsidore$i
el
poeta portugués ha-
bía abierto en el pecho del caballero español era
de
tal
profundidad
para restablecerse
,
,
que bien necesitaba un mes si
antes no sucumbía al es-
ceso de sus dolores. El dia que siguió á la parti-
da de Camoens para África, se agravó tanto que los inquisidores estaban afligidos
temiendo que
se les muriese sin poder quemarle.
Al anochecer de este dia entró Juan Meur-
140 cío en el cuarto del
enfermo acompañado de al-
gunos individuos del santo Tribunal
,
que venian
dispuestos á leerle una copia del auto para que se fuera preparando
y
fortaleciendo
;
pero aca-
baban de curar sus heridas y estaba
sin
do, la cabeza fuera del
brazos
lecho,
y
los
senti-
en
cruz.
Sentáronse tranquilamente y esperaron á que
desmayo.
se recobrase del
Yo aprovecho portugués
esté intervalo para traducir del
español
al
dispone á leer
el
auto que Juan Meurcio se
al reo.
Y
una vez traducido, y vuelto en sí D. Mariano, puedo repetir lo que dijo el familiar.
Su voz
y
,
siempre suave
,
llegó á hacerse tierna
meliflua para derramar el consuelo en el
alma
del paciente.
— ¡Pobre
hijo
deben de ser
mió! esclamó. ¡Cuím acerbos
los dolores
que os aquejan, cuando
os roban la facultad de conocerme
me
conocéis...
no
me
la
mano
Porque no
tendéis la mano...
Juan Meurcio se inclinó
y estrechó
1
mas
del doliente
sobre
el
lecho,
que estaba árida
y abrasadora.
— ¿Cómo
tais
os halláis? prosiguió el familiar; ¿es-
acobardado? ¿pensáis morir, hijo mió? ¡Oh!
por
la
Virgen santísima que recobréis
ánimo
el
perdido.
D. Mariano Enriquez entreabrió con pesadez los ojos,
movió débilmente
la
cabeza, y sin des-
prender los labios articuló algunas palabras que
no llegaron a
oírse.
Pena causaba ver
el
estado de aquel joven ca-
ballero tan agraciado y gentil luchando
con la
muerte y próximo á ser vencido. ¡Pobre hijo mió repitió el familiar; ¿será
—
I
posible que abandonéis la tierra sin ser purifica-
do por
la penitencia? ¿será posible
santo fuego puede daros
el
que cuando
glorioso martirio
el
que
necesita el idólatra para purgar sus culpas y ele-
var su alma
al
Criador
,
os falte el espíritu
muráis como un impenitente? venia á leeros auto, pero
Hizo
el
me temo
y el
que no podáis oirme.
herido señal de que
sí
podia oir
,
y
Juan Meurcio desdobló un papel y leyó:
«Acuerdan
los inquisidores ordinarios
tados de la santa Inquisición tos
,
llero
culpas
,
,
que vistos
y dipulos
ac-
declaraciones y respuestas del caba-
D. Mariano Enriquez, que siendo cristiano
bautizado está obligado á creer la
fé católica
pre-
dicada por los santos Apóstoles y por nuestro señor Jesuci'isto y enseñada por la santa madre ,
iglesia católica
romana
y que no obstante ha
,
nomacusado D. Ma-
adorado una estatua de Venus, en bre de Jesús invocado declaran riano Enriquez
y
le
al
el
santo
convicto del crimen de heregía
condenan á ser conducido con
cuello á la plaza del Rosto,
quemado y reducido á
la
cuerda
,
al
donde su cuerpo sea
cenizas,
y gastos pa-
gados.»
Aqui seguían
los
nombres de
los inquisidores,
que por ser apellidos que hoy llevan portuguesas ilustres
no queremos hacer odiosos á nuestros no podemos ocul-
lectores, pero entre los cuales
tar
que leimos con dolor
nombre los
el
de Ga7na. ¡Gama,
del gran marino! ¡Por
qué
los
verdugos han de llevar á veces
el
héroes y
mismo
el
nombre! D. Mariano Enriquez oyó con indiferencia auto,
y aun dejó
el
traslucir
una imperceptible
por
bajo uno de aque-
sonrisa.
-—El demonio, llos señores,
no
le
dijo
ha abandonado todavía.
—Me parece, repuso tir
lo
otro,
que no podrá asis-
al auto.
—
Seria una desgracia, añadió Juan Meurcio.
—Que mas
lo asista,
autoridad,
el
concluyó
el
que parecía de
mejor doctor, Que se
le
pro-
143
toda clase de cuidados para conservar
(liguen
su vida.
— lOh! por
él
esclamó Juan Meurcio; yo he velado
desde que cayó herido, y
una asistencia como de
la
le
he procurado
madre mas
solícita.
doctor Caldeira Silva Freirá Brito de Noller
El
y Ba-
rata ha desplegado para socorrerlo todos los prodigios de su profunda ciencia.
pasamos que
el
mundo
Noches hay que
las
doctor y yo espiando su sueño, pordoctor es un buen católico, y por nada del el
quisiera quitarle un muerto al santo Tri-
bunal.
—Pocos doctores hay como
él,
repuso
el
per-
sonage mas grave de aqueüos hombres piadosos, pues se cuidan tan poco de Tribunal, que asi
la
gloria del
como enferma un
santo
reo luego
matan a medicinas, y nada dejan que hacer
le
al
fuego.
Al resonar estas palabras en de un rincón de
mana con
ella
la estancia, salió
una especie de figura hu-
cabeza, con brazos y con pies,
y
se in-
clinó ante los señores.
Era les el
el
generoso doctor, que lejos de disputar-
moribundo trataba de sostener su vida pa-
ra que pudiera sufrir el tormento de las llamas.
Era
el
médico, que por esta vez rompia su pacto
con
el
sepulturero,
y entregaba
el
enfermo á sus
rivales los inquisidores.
Dijo en latin aquel fantasma algunas palabras
á los señores, que
le
respondieron tombien en la-
no menos sabias sin dudas, y luego se acercó al enfermo, le pulsó, y aproximando una
tin otras
y quitando el vendaje a las heridas, examinar á los señores el perfecto estado
yela al lecho, hizo
en que se hallaban.
— ¡Oh!
dijo
Juan Meurcio, va
—No tan bien,
muy bien.
respondió otro; siempre se ha-
brá de tardar en verle restablecido quince dias.
menos, en —Menos doy por ¿podrá por su —Pero con dogal hasta — ce—Un desmayo... un gemido remonia... —Ha de quedar conveniente por que —Me parece, señor,
replicó Caldeira;
salvo.
diez le
¿estará fuerte?...
la plaza,
el
ir
pie
al cuello?
Si señor, sí señor.
deslucirla la
fuerte.
doctor,
lo
tanto darle
mas
será
alimento... sustancias que lo
nutran...
—No cesa de tomar... para que —Y mucho silencio,
duerme?
repose. ¿Qué tal
\a:
—Poco. —Eso
mucho.
es malo. El sueño le repondría
Algunos calmantes...
—Le he suministrado los nar
y
suficientes para
He-
la indicación.
—Bien,
bien, Caldeira, no olvidéis el interés
el celo
del santo Tribunal para procurar su
Esmeraos mucho,
alivio...
personage en voz baja, y
el
añadió
mismo
el
Tribunal no será in-
grato. Inclinóse el doctor
y
salieron todos.
Al anochecer de aquel mismo dia se presentó á
la
cuarto del enfermo una
puerta del
que pedia permiso para
verle.
tapada
Concediéronselo
y entró silenciosa, y se sentó á la cabecera sin retirar de su rostro el manto. El herido la ovó solloti
zar y preguntó débilmente.
—¿Quién
llora?
La dama no respondió, antes por reprimir su
— Señora, ni esposa,
ni
dijo Caldeira,
hermana
Gracias, replicó la
da tengo que
que
existia,
TOMO
I.
lo posible
llanto.
decirle:
y ya
sino
sois ni
madre,
del paciente, saldremos
para que os descubráis á
—
hizo
él solo.
dama con
dignidad, na-
queria únicamente saber
lo sé.
10
i4€
Dicho esto volvió á
salir del
aposento y se diri-
gió al interior de palacio.
Pero antes de llegar á su departamento: oyó pronunciar su nombre y volvió la cabeza.
—Era
Juan Meurcio que
dama
so á paso. Vaciló la
pero
guir;
el familiar la
la liabia
seguido j)a-
entre detenerse y se-
detuvo por
el
manto
repitiendo:
-— Sigea. Amigo mío,
— — Venís Meurcio. —
de
contestó la dama.
cuándo se verificará si
añadió Juan
y deseaba veros para preguntaros
Si señor,
--¿Pues
heridos,
visitar
el
auto,
deseabais verm.e, por qué huíais de
mí?
— ¿Yo —
huia?
¡Sil...
pero yo perdono esta esquivez, pro-
siguió el fraile sonriéndose.
—No era
esquivez, Meurcio.
—O desden. —Tampoco. Ya
—
sabéis cuánto os estimo.
Seríais ingrata
—Porque terés íar,,.
que
me
si
no
me
estimarais.
os estimo quiero confiaros el ininspira el reo que
vengo de
visi-
•i'47
—Ya... ya presumía...
—Y saber cuándo lOh! cuidado. Pasarán aun dos — no meses. —¿De veras? —O mas. — —Y vez no Pero vuestro ó — de ningún modo. —Yo no he dichos. A. —Pero á — Aprensión —Aun no he hoy. quisiera
es el auto.
tengáis
ó
fres
¡Gracias! tal
se verifique.
¿es solo
ese interés
es de?...
¿S. A?...
ibais
decirlo...
vuestra.
la
—¿Ni
visto
vais á verla?
—Sí, ahora voy á
darla lección:
—Os serviré hasta la puerta. —Sois muy
caballero, Meurcio.
—¡Quién, aunque sea
fraile,
ballero para servir á tan gentil
Sacudió
no ha de ser ca-
dama!
cabeza tirando atrás la capucha, y siguió á la Sigea hasta la antecámara de la Infanta. Despidióle la Sigea, se el
fraile
la
y
á entrar,
como
tenía de
disponía
costumbre sin anunciarpero una de las damas que estaban de servilció, la dijo secamente:
se;
148
—
S. A.
ha prohibido
la
entrada en su cámara
á Luisa Sigea. volvió hacia el Atónita la maestra de latin, escena con los brafamiliar que aguardaba esta zos cruzados
y
le
manifestó su sorpresa con. un
gesto.
—Azares de
mo
la corte,
respondiendo á
dijo
Juan Meurcio co-
él.
—Está bien, replicó la Sigea volviéndose á la su ordama de servicio. Decid á S. A. que acato en su cámaden y que no volveré á presentarme ra hasta que se digne llamarme.
y marchó confusa á su aposento. —Permitidme, la dijo Juan Meurcio con
Inclinóse
misma
galantería
desgracia
como
lo
de antes, que os sirva en
he hecho en
la
la
el favor.
—Gracias, replicó la Sigea distraída. —Os acompañaré hasta vuestro departamento. un caLlegaban cuando atravesó junto á ellos se ballero que iba tan de prisa que ni
tomó tiem-
po de mirarlos.
—Id
con dios, Camoens,
le dijo
Juan Meurcio.
á —Adiós, amigo no puedo detenerme. Voy antes tengo que partir mañana al amanecer, y otro reñir con dos, uno á quien yo provoqué, y ,
que
me
ha provocado.
Rióse
el fraile
y
se rcliró dejando á la Sigea
en su aposento.
de Camoens en una Al dia siguiente salia Luis África. que se daba á la vela para
nave
FIN DE
I.A
PRIMERA PARTE,
PARTE SEGIIVDA.
Süiíi^s siíBitiriDii
CAPITULO
Cu azar de "cHO
dias hacia
partido para África
í.
la corte.
que Luis de Camoens había
y que
la
Sigea se hallaba
retirada en su aposento á causa del estraño desaire
do
que recibió en
al fin
la
antecámara de S. A. cuan,
de maduras reflexiones se determinó á
pedir una audiencia á la Reina
Doña
Catalina.
i54
Es en todas que á el
las cortes
los príncipes,
fácil
ver á los reyes
porque hay entre
rey y
el
subdito lazos estrechos que no existen entre el
individuo y
el
príncipe particular. Cuanto
yor es la persona y clase y la de su
m
ma ta
mas
y
facilidad
Lo que hace es su
que media entre
la diferencia
inferior, tanto
mas magnáni-
cordial es en su trato para con este,
mas
al
ma-
y tan-
hay de conseguir su protección. vanidoso retraído, altivo y duro,
temor de parecer menos
alto
porque sea mas
accesible con los de baja condición
.
Asi se ob-
serva siempre en los palacios esa graciosa escala
de cómica seriedad, que empieza en
la
porte-
y concluye en el trono. El portero es mucho mas altivo que el paje, el paje mas altivo que el
ría
mas altivo que el en fin, mas altivo que
ujier, el ujier
ministro,
ministro, el rey.
y el Cuando
entra en palacio debe irse prevenido para no
se
ver
mas que una
sonrisa benévola: la de S.
M.
Luisa Sigea pidió y obtuvo una audiencia para ver á la Reina Doña Catalina; pero su tránsito
por rie
las galerías
de palacio dio motivo á una se-
de humillaciones que
la
dejaron sorprendida,
aunque no desconcertada. Los primeros cortesanos con quienes se encontró ©nhiío., sin saludarla,
la
miraron de hito
con esa media sonrisa que
f55
antigua aristocracia, y que lograba todo su efecto en el hinchado rostro portusolo
ha poseído
la
gués.
La
escritora sostuvo sus
miradas y percibió
sus sonrisas con impasible dignidad,
acostumbrado saludo, como tido
nada. Pero
mas
y
les hizo
su
no hubiese adver-
si
adelante se vio imposibilita-
da de marchar, por un grupo de nobles que interceptaban
el
paso, y se detuvo un
momento:
eníonces ellos se separaron lentamente volviendo
y conversando entre sí con un sordo rumor, semejante al que hace el vulgo en la pla-
las espaldas
za pública á la vista de
La
un ahorcado.
escritora siguió no obstante con paso firme
atravesando las galerías, y llegó á
de
la
antecámara
Reina.
Había en aquel
sitio
hasta media docena de
damas á quienes conocía para saludarlas, pero viles,
la
las
la Sigea,
y se acercó
damas restaron inmó-
los ojos fijos, los labios
cerrados
como
si
no viesen objeto alguno ni tuviesen ninguna voz
que
articular,
y
la
Sigea hubo de retroceder
asombrada y ftia, pero serena. Fueron entrando sucesivamente anunciadas de antemano en .na,
y por
la
el
las
aposento de
primera voz Luisa entró
damas la
Rei-
la última.
La Reina Doña Catalina bordaba á tapiz
para
manejo de
la
pañola que era, y de las
aguja,
mundo
antiguo y des-
moderno llevando alternativameníe
en su pulida
mano
Representaba
el cetro, la
pluma y
dedal.
el
una marina portuguesa, y elección del dibujo que la Rei-
el lápiz
claro se veía en la
na habia comprendido tal
es-
mas bien enseñadas en
princesas lian gobernado el
que
como dama
corte de Madrid, donde las ilustres
la laboriosa
el
sazón un
gabinete del Rey. Era S. M. dies-
el
trisima en el
cubierto
la
la
manía de D. Juan
llí,
y
vez participaba de su error, suponiéndole
inteligente en
la náutica. Si asi era, preciso
confesar que ya habia una persona en el
que creyera en
el talento del
es
mundo
Rey: su muger.
Luisa entró con ese mesurado paso que se usa delante de los soberanos, y que no es precisamente andar, aunque tampoco es estarse quieto, sino
moverse
sin adelantar
camino. Especie de
columpio suave lleno de graciosa galantería, que
no lodos entienden, y que dá mucho que reir á las camaristas viejas cuando no se ejecuta con el
aplomo necesario para no parecer un payaso. Al entrar
la
Sigea levantaron su cabeza las da-
mas que bordaban en na,
y en
la
rápida
el tapiz al
lado de la Rei-
mueca que
todas hicieron,
i57
abriendo y cerrando los ojos con notable espanto
en las fisonomías, pudo advertir la escritora to-
da
la
inmensidad de su desgracia en
La Reina no levantó de contar
la cabeza,
y
la corle.
dijo sin dejar
puntos del bordado.
los
—Acércate. Luisa se acercó.
—Me han
dicho, prosiguió la Reina, que de-
seas hablarnos, y en verdad nos pareció estraño
semejante deseo; pero como es cia
la
última audien-
que estamos en ánimo de concederte, hemos
querido saber
si
abusarlas de nuestra bondad tra-
tando de justificarte.
La Sigea guardó
—Es
horrible lo que pasa,
siempre con pito,
silencio.
la vista fija
en
el
continuó la Reina
bordado, y
nos sorprende que te atrevas
á...
lo
no
re-
sé...
¿qué quieres?
Doña Catalina ja,
enredó
la
También
tiró
con impaciencia de
la
agu-
seda y guardó silencio.
la Sigea.
Asi pasaron unos instantes, hasta que la Rei-
na admirada levantó
la
cabeza y
fijó
sus
hermo-
sos ojos en los de su antigua protegida. Pero que-
dó atónita
al
observar la calma de su semblante.
Luisa, con la frente erguida y los brazos cruzados
m escuchaba aquel apostrofe sin poder comprenderlo, esperaba una nueva y frase que le diese un rayo de luz.
—Oh!
esciamó
Reina entre indignada y confusa; no te dá rubor de... pero se detuvo la
y añadió después de una pausa; parece imposible!
y que haya sido española v católica teme-
...
rosa de Dios!...
—Señora,
por fin la Sigea; creo, aunque Ignoro, que yo debo de haber cometido alguna
lo
dijo
grave culpa.
—¡Oh! muy do
los ojos
grave; contestó
la
Reina cerran-
con dolor.
—Solamente me parece cstraño, continuóla escritora con la misma calma, que todos la hayan sabido antes que la culpable. —¿Crees, preguntó Doña Catalina, no sabe
queelRev
latin?
—Creo,
señora, que S. M.
que muchos doctores; pero
lo
su sabiduría tenga relación con
—Luisa,
dijo la
sabe latin mejor
que dudo es que
mi
ignorancia.
Reina con severidad, basta; '
puedes
La lió
'
retirarte.
escritora se inclinó
del aposento de S.
mas por
su
respetuosamente y saM. llena de pesadumbre,
amor á Doña
Catalina que por
el
de-
i
59
damas. Escitaba
saire que habia sufrido ante sus
su
cavilosidad
acerca de
si
el
pregunta de Doña Catalina
la
Rey
sabia latin, y se esforzaba
por hallarle significado, cuando con
lería se vio frente a frente
al fin
de una ga-
Conde de Cas-
el
tanheira.
El Conde no huyó su encuentro, antes por
el
contrario se detuvo á saludarla: cosa estraña que
acontece rara vez,
la
esta en gracia ante
de no huir
el
cortesano que
cortesano caido. Pero la
el
razón de esto se halla en
mismo poder de
el
la
gracia que disfrutan algunos.
Cada ser
tiene en la tierra su tirano.
La muger el
hombre
tiene al
rey á su valido.
de D. Juan, y como
:
el
hombre
Caslanheira era
tal,
en
la corte
al
el
rey:
tirano
su paso era
firme y su conducta independiente, porque vivia
de su dominio y no de su adulación. Cortesanos de esta especie son los mas nobles que habitan los palacios;
Subyugan
rosos.
no
le
no son al
falsos ni rastreros, ni
monarca por su energía, pero
engañan por su astucia, y
ni
envidian á los
cortesanos favorecidos, ni desprecian á los llados.
De
esta raza fué en
Luna, y Castanheira era tugal.
menti-
humi-
España D. Alvaro de el
D.
Alvaro de Por-
i
— Conde,
60
dijo la Sigea
con decidida franque-
dignaos seguirme á mi aposento: tengo que
za;
hablaros.
Conde
Siguióla el
sin replicar
palabra,
vez en la estancia de la Sigea, entablaron
y una el si-
guiente diálogo:
—¿Qué me —Estoy en —Ya — —Es muy —¿Lo —No. — Rey —Hay
queréis, señora?
desgracia.
lo sé.
^Y
quiero saber
el
motivo.
justo.
sabéis tos?
El
lo sabe.
cosas que sabe el
—Y
otras que ignora el
Rey y que yo ignoro. Rey y que sabéis \ os.
—Cierto.
— —Estoy —No
Necesito saber esta. á vuestras órdenes.
quiero que os toméis la molestia de ave-
misma, y para ello es preRey. S. M. me ha estimado siem-
riguarlo vos, sino yo ciso
que vea
al
pre; la última vez que le vi fué para pedirle una
gracia para uno de quien sois enemigo, y concedió.
—¿Para
Luis de Camoens?
me
la
J61
—Sí.
— — Yo. ¿Qué, —¿No mi
¿Fuisteis vos?
fue
os sorprende?
sobrina?
—¡Cielos! ¿será verdad
lo
que
me han
dicho,
que habéis castigado á vuestra sobrina encerrándola en Odivellas?
— —Conde, pues habéis á ver —¿No Si, señora.
sido injusto.
fué Catalina
—No, Conde; —Pues Rey me —Es
al
Rey?
fui yo.
el
imposible. El
—¿Queréis
oirlo
lo
ha dicho.
Rey no miente.
de su propia boca?
—Quiero que de vuestro ahora mismo. —Vamos Rey me —No —Yo me adelanto para —Yed que estoy en desgracia, y que salgáis
si
sé
error.
gustáis
si el
recibirá.
recibiros.
interesa-
do en un asunto personal vais á servirme de protector.
—Me
es indiferente el motivo
por
el
cual os
proporciono la audiencia, y no temo tampoco
que vuestra desgracia perjudique á mi fortuna.
—Vamos, —
pues.
Adiós, señora.
TOMO
I.
11
162
--Hasta después, Conde. Salió Castanheira apresuradamente,
y Luisa marchó algunos pasos detrás, quedándose en la antecámara mientras
el
k
la
real
cámara con
Conde abria
misma
fuese la de su propio aposento.
la
puerta de
confianza que
A
los
si
pocos mi-
nutos salió y dijo á la Sigea:
— A
S.
M.
os recibe.
pesar de esta prueba de agrado que
mo-
el
narca daba ala Sigea, preciso es confesar que
en su semblante estaban impresas todas ñales del disgusto. Parecía que el
las se-
Rey obedecía
á un influjo enteramente contrario á su voluntad,
y parecía
lo
que
que entraba
la
cosa nueva que
era.
lijó los
le
Por eso en vez de mirar á ojos
en sus pies como en
sorprendía,
y empezó
mis-
al
mo
tiempo á sobar su gorgnera para entretener-
se.
Pero
el
Conde estaba de
prisa,
y
le dijo
de
mal humor y con una entonación enérgica. V. M. tiene delante de sí á la célebre musa
—
del Tajo; á la doctísima maestra delatin de S. A.,
á la
A
muy amada protegida
del
Emperador, su
estas palabras despertó Juan III
como
biesen sido un golpe que el maestro dá al
chacho para hacerle poner cuidado en
—Acércate,
dijo, Luisa,
y
di
qué
si
tio.
hu-
mu-
la cartilla.
te se ofrece.
163
—Señor, cebido
el
replicó la poetisa, el
Conde ha con-
y no yo fue la de Camoens, y
error de que su sobrina
que pidió a V. M.
la
libertad
vengo á suplicar á V. M. que se digne aclarar
la
verdad del hecho.
—A
ver,
Conde, ¿qué es eso que
te
he di-
cho yo?
—Señor, que mi sobrina vino á la libertad
—
pedir a V. M.
de Camoens.
Cierto; esta sobrina.
—¿Qué
sobrina? yo no tengo
mas que
una.
—Luisa. —¿Luisa?
~¿No
—Mi
es tu sobrina?
sobrina se llama Catalina.
—Pero Luisa
¿no
Sigea...
me
has dicho tú
que era tu sobrina?
—Señor, perdóneme V. M., pero yo no podia decirle semejante patraña.
— ¡Ah,
ya! ¿con que no es tu sobrina?
tendí mal. ¿Pues por qué
hoy
solicitas
empeño una audiencia para ella? Por la misma razón de que no
—
na. Yo, señor, los
mios.
ágenos.
es
Yo en-
con tanto
mi sobri-
no pido gracias para mí ni para
Cuando pido
es
siempre
para los
161
— Vaya, que Conde —No, —¿Pues qué mas —Que M. á Luisa
eso es otra cosa. Luisa, puedes reli-
rarte, puesto
está satisfecho.
el
señor.
quieres?
oiga V.
lumniado.
de
La han ca-
Ha
perdido la gracia de sus Reyes y Infanta, y necesita saber la causa de ello
la
para
Sigea.
justificarse.
—Eso no un poco de
es posible. Conde, porque latin...
sabemos
ha sido mucho, mucho
y...
arrojo...
—¿Pero — qué
cuál?
¡Por
nió el
has hecho eso, muchacha! escla-
Rey con una mezcla de indignación y de
piedad que conmovió á
la Sigea.
— ¿Qué, señor? — ¿No
sabias, criatura,
prosiguió el
acento paternal, que entendemos la corte í()
hay muchos que
lo
Rey con
el latin,
entienden,
qne en
y que es-
debía saberse al instante?
— Señor, ({ue
la
Reina
Y. M. sabe
me ha
latin,
hablado también de
pero no he podido com-
prender por qué esto ha de hacerme á mí delincuente.
— lo
¿Niegas que eres tú? clamó
de cólera.
el
Rey con aeen-
La Sigea se encogió de hombros, y
el
Conde
impaciente hecho á rodar la caja de tabaco que
D. Juan tenia sobre la mesa.
—No por
lo
ga, en
El
sé nada, señor, dijo después la Sigea;
que mas ame fin,
cuál es
V. M.,
mi
le suplico
con
el
me
y
di~
delito.
Rey miró atentamente á
dijo señalando
que
la Sigea,
dedo á un
libro
y luego
que había
sobre su mesa:
—Allí
está tu libro.
—Mi —¿Qué has — libro.
Señor, ¿qué libro? escrito?
Varias cosas.
—Veamos.
—En primer
lugar, cartas en latin, en griego,
en hebreo, en siriaco, en arábigo, en español y en portugués. He compuesto un libro filosófico, esplicando la diferencia que existe entre la vida
cortesana y la del campo, sacando consecuencias
no
muy
lisonjeras para los reyes
y
los cortesa-
nos. Para dar alguna doctrina á este libro,
he
copiado sentencias de Platón, de Aristóteles, de Jenofonte tas,
y de Plutarco, y he
trasladando al latín
(a)
lencia.
citado á los profe-
el testo
hebreo
Alfonso de Madrid, historia de
la
(a).
ciudad de Fa-
J66
—No es eso; —He escrito
continúa.
una obra para consuelo de desgraciados que gimen en la inquisición...
— Tampoco —¿Sobre —No. —¿Verdad que puede haber en de magia, —Nada de
los
es eso.
escultura? ...
la oculta cien-
adivinanza, hechicería?...
cia
eso.
--Lo
último que he escrito es el
poema des-
cribiendo a Cintra (1).
—No, Y
el
nó: eso lo sé yo de
Rey comenzó á
((Est locus,
recitar en
buen
latin
occiduas ubi sol aestivus ad oras
ínclinat radios, nocte
Occeanumque
Jam
memoria.
petit,
premente diem
cumque
invellus eburno
cursu lassos aequore tingit equos.»
— — ¡Oh
¡Gracias, señor!
Rey entusiasmado, es lo mejor que tú has compuesto. Yo no creo que haya en el mundo otra cosa mas bella
esto es magnífico; esclamó el
que Cintra
(i)
ni otro
poeta que pudiera descri-
Este libro existe manuscrito de letra de
la
au-
tora en la biblioteca del palacio arzobispal de Toledo y consta de 125 páginas.
i
bir su belleza tan bien el
67
como
tií.
Rey, tornándose tristemente
Por eso continuó
al libro
que antes
habia señalado, he sentido doblemente que te esíraviases...
— —Acaba de
Pero, señor...
—He historia.
mer
decir cuánto has escrito.
empezado también una tragedia y una De la tragedia no tengo mas que el prila historia
acto;
la
empezó cuando tenia
diez años y la continuo ahora, pero nadie la
ha
visto sino el Cesar...
— ¿Qué mas? —Absolutamente nada mas, — Rey con
señor.
Castanheira, dijo
dame ese libro. Tomó Costanheira Rey, quien
gó
al
lo
mostró á
la
lo
el
el libro
impaciencia,
indicado y lo entre-
abrió por la primera página
y
Sigea, diciendo:
—Hele aqui... Y bien, señor...
— —
Lee.
Leyó
primera página y retrocedió sorprendida y avergonzada; su rostro se puso de color de grana y sus ojos chispearon de indignala Sigea la
ción.
El
Rey
cerró el libro.
--Señor,
dijo la Sigea
con un tono de hondo
resentimiento que remedaba á la amenaza,
si
yo
pudiese proponer un reto, aun cuando Y. M. tie-
ne una corona, yo que acabo de
cuenta del sonrojo
le pedirla
recibir.
No puedo
retaros; añadió
con desaliento; soy muger. Pero esta bilidad, señor, nos
clamar
misma de-
ha dado un derecho,
el
de re-
amparo de los caballeros. Yo elijo á V. M. por campean. ¡Firme V. M. el
con su real mano el
la sentencia
autor de ese libro infame,
de muerte contra
y que abrasen su
cuerpo y su alma las llamas pasageras de tierra
Un
y
las
la
llamas perdurables del infierno!
largo silencio siguió á la imprecación de la
poetisa que hizo estremecer al Rey,
—
una sentencia de muerte;
¡Sí,
repitió la Si-
gea, una sentencia de muerte contra los asesinos
de
la
fama, contra
los
impostores que usan del
nombre de una dama honrada para
escribir ver-
gonzosas frases que nunca hasta ahora han
man-
chado mis ojos puros! ¡Una sentencia de muerte, señor, para el que
Portugal,
después
el
hecho
el ludibrio
de
de España y ludibrio del mundo! ¡Una sentencia de
y
muerte para ria de
me ha
tal
el
vez ya
el ludibrio
que mata con una calumnia
mi sexo que he querido hacer
la glo-
brillar
á
i
69
fuerza de penosas tareas
,
de fatigosos insom-
nios,
destruyendo mis fuerzas, aniquilando mi
vida!
Porque
mi ignorancia ligencia
señor he sido sola para disipar
,
,
sola
,
sola
para esclarecer mi inte-
para elevar mi espíritu.
Diez
años hace que cuando en Toledo todas las lu-
mi
ces se apagaban, una luz ardia perenne en
Era
aposento.
AUi en
la
la
que alumbraba mis
luz
libros.
ciudad medrosa, envuelta entre las nie-
blas del Tajo, rodeada de ruinas, he sostenido
prapio aliento con mi propia
fé
y he iluminado
razón agena con mi propio pensamiento.
maestra de los
los
que no sabían nada
,
que sabian algo, perseguidora de
He
mi la
sido
amiga de los
que no
querían saber. Yine á Portugal y estuve cinco
años consagrada á la enseñanza de una ilustre Princesa, y reuní en torno á la vez un centenar de discípulos.
Mi alma
está rendida por el esceso
de su actividad y de suabnegacion, y aun he vuel^ lo
á prestar mis últimos servicios. ¿Y pensáis,
Rey D. Juan, que por
la
malicia de un villano
enemigo voy a permitir que se hunda en el
el
fango
nombre que heredé noble de mis nobles pa-
y que he ensalzado yo misma á espensas de mi ser? ¿Pensáis, Rey D. Juan, que he acortado los años de mi vida reduciéndolos á la midres,
no lad,
acaso, para alcanzar
la gloria
de
el
oprobio en vez de
¡Ah, no! vos sois jus-
la posteridad?
y vos me daréis firmada una sentencia de muerte para el autor de ese libro!
to,
El
Rey estaba
estupefacto oyendo á la Sigea,
y el Conde maravillado de tan osado apostrofe. Nunca sino cuando él mismo hablaba habia oido hablar con tanta osadía.
—
Luisa, dijo el
Rey con manso
mi corazón me
nate;
eres inocente,
y que
de una impostura.
acento, seré-
que
dice que eres buena,
todos
Pero
hemos
sido juguetes
prosiguió
¡vive Dios!
levantándose, que es preciso saber quién ha sido el
impostor.
— ayudarme —
Señor, yo necesito
el libro... la letra
puede
á descubrirlo.
Bien; llévalo, y haz tus indagaciones.
La Sigea tomó
el libro,
aunque con
pugnancia, y saludó al Rey, que
le
visible re-
concedió una
de sus mas bondadosas sonrisas.
—Ahora, tad a
dijo el
mi pobre
Conde, voy á poner en liber-
sobrina, á quien tengo encerrada
por...
— Por viveza tuya; interrumpió
—No,
el
Rey.
sino por falta de viveza de Y.
plicó Castanheira.
M.
;
re-
.
ni
— ¡Es
verdad! ¡siempre tengo yo la culpa de
lodo! esclamó el Rey.
—¿Pues
quién podia figurarse que V. M. no
conociese aun á las
—
Sí,
eso
sí,
damas de
respondió
el
la corte?
Rey acercándose á
un gran mapa que tenia estendido sobre
la
mesa;
conozco que asi sucede, pero es. Conde, porque el
estudio
me
tiene absorvido.
nací para Rey, sino para.
—Para marino; diéndose —Justamente;
Yo ciertamente no
.
concluyó Castanheira mor^
los labios.
¡para marino!
CAPITULO H
Un
Hemos
anillo
ílei
dicho varias veces que
candido como
el
nada hay
laii
corazón de! poeta, y hemos te-
nido ocasión de repetirlo m. la primera parte de esta novela, con relación á creia en la
buena
niendo presente se
I
liis
íe del fi^aü-
la
de Camoens, que
Juan Meurcio. Te-
verdad de esta observación,
podrá solamente compreo 1er
inefable confianza
el
espíritu
de
y de sana amistad que anima-
ba á Luisa Sigea, cuando
al
entrar en su apo-
sento, de vuelta de haber visitado
al
Rey, dejó
i/4
sobre la
mesa
escribió á
lomó
el libro apócrifo,
la
pluma y
Juan Meurcio.
«Mi buen hermano: estoy atribulada con una gran desgracia que, sin saber cómo, se ha entrado por
de mi vida, tan apacible siem-
las puertas
pre. Necesito de vuestros consejos para conjurarla,
y os espero
al instante.
Vuestra hermana y humilde servidora. Luisa.»
Poco se hizo esperar Juan Meurcio después del recibo de esta car! a.
Venia,
con aquella impasibilidad en cia parecer
como siempre, que
el rostro
un cadáver magnetizado.
A
le
ha-
mí me
espanta esta especie de hombres que creo ver le-
vantados del sepulcro, y cuyos movimientos y sonido de voz me sorprenden cada vez que se
mueven y cada
vez que hablan,
como me sor-
prenderían los movimientos y la voz de un difunto.
Luisa Sigea habia esperimentado en un principio
impresiones
semejantes;
como
pero
los
años, el estudio y el contacto de la sociedad no
hacen sino embotar nuestros delicados sucedió que, temiendo ser injusta
si
instintos,
cedia al
mo-
vimiento irreflexivo de su alma, fué poco á poco venciendo su aversión, y dio en
el
estremo en
175
que dan ordinariamente
los seres
que sienten con
vehemencia: por ser generosos, son imprudentes.
con suavísima voz á su
El familiar bendijo
buena hermana, haciendo sobre su frente
la
se-
ñal de la cruz, y tomó asiento á su lado con misteriosa gravedad.
La
escritora habló en estos términos:
—Nadie mejor que
vos,
hermano, conocéis mi
y sabéis cuan modestamente he sido educada, y de qué honesla manera he escrito lo que vida,
mi entendimiento ha
creido provechoso para las
almas. Vos que habéis tenido la paciencia de leer
mis manuscritos, sabéis que nunca mi pluma se deslizó con frase ni siquiera
alguna indecorosa ni atrevida,
de equivoca significación. Pues bien,
hermano, háse
escrito
un
libro
mi nombre, y remedando mi en
el decir,
que es
el
poniendo al frente
letra
y mi manera
escándalo del pensamiento.
Este libro ha llegado hasta la real cámara,
y
S.
M.
se
ha servido entregármelo para que
descubra
al vil autor. Vedlo,
leed algo
si
examinad su
leíra,
podéis, para observar su estilo,
y
después ayudadme.
Tomó
el libro
Juan Meurcio,
lo
colocó sobre
sus rodillas, sacó lentamente sus anteojos, y
su vista en el manuscrilo.
fijó
Í76
Leyó algunas páginas, hojeó
otras, se
detuvo
de tiempo en tiempo para meditar, y después dijo
con melancólico desden:
~1 Válgame
Dios, hija mía! \Y es posible que
semejante aborto de cabeza enfermiza haya podido atribuirse á vuestro claro y firme y razonable entendimiento! Este libro no es únicamente
malo porque dice malas palabras,
es
malo tam-
bién porque esas malas palabras están mal dichas.
No
es solo
malo porque
es malo:
porque es necio. Nadie sino quien no
lo lea (y eso
no os perjudica) puede creer que vos escrito.
La
corte de Portugal es
es malo,
lo
habéis
docta; se co-
nocen vuestras obras tanto como en España, y ni aqui ni alli osará la calumnia deslustrar vuestra
fama con una fábula vergonzosa. Tranquilizaos. Vuestro pudor se alarma sin motivo; combatís á
un fantasma tratando de descubrir á un enemigo.
Ese pobre enemigo no os ha hecho daño. Se
ha hecho á
sí
propio. El Señor tenga misericor-
y orad por él que cristianamente puedo aconseja-
dia de su perversidad. Perdonadle,
Esto es lo
lo
ros. Esto es lo
I
que cristianamente os ordeno.
Calló Juan Meurcio, y la Sigea enjugó dos lá-
grimas que acudieron á sus ojos á tan edificante a-m 01) estación.
—Es
verdad, dijo con dignidad y entereza; te-
hermano; yo debo despreciar
néis razón,
lumnia y compadecer ble mas de ello.
Y tomando
—Ahora,
el libro lo
dijo el
calumniador.
al
No
la
ca-
se ha-
arrojó bajo su estante.
hablemos un poco de
fraile,
ese pobre Luis de Camoens. ¿Dónde ha ido? ¿Qué noticias tenéis
de
él?
no— para y aun no he alguna. —Lo Es un joven digno de buena suerPartió
tenido
África,
ticia
sienío.
Rico ingenio, bravo corazón, bella crianza.
te.
A
veces su natural viveza
le
hace estraviar
como cuando pensó que yo
juicio,
le
el
habia hur-
tado sus papeles... pero al instante que volvió
me
pidió dis-
ofreció
su amis-
de su error, ¡con qué grandeza culpas
! ¡
me
qué lealmeníe
¿Y no sabéis absolutamente cuándo será
tad!...
8u vuelta?
— no ha sucedido desgracia de —Me mucho. ¿Tenéis mandarme? — ¡Oh, hermano! un desgraciado quien —Ha condenado quemado Si
le
veinte dias estará aqui.
tro
alegraré
.
.
gracias,
de.
alguna, den-
.
á ser
T©MO
I.
mas que
quisiera saber de...
herido á
.
algo
el
tribunal.
vivo. i2
..
178
— lAh! —Pero
sosegaos un tanto.
cumplirá tan pronto, porque
La condena no la
se
imposibilita su
estado de agonía. ¿Queréis algo mas?
— Gracias —Dios guarde. —Que acompañe. otra vez!
os
él
Desde
os
de la Sigea se dirige Juan
la habitación
Meurcio á casa de otro familiar amigo suyo.
—Hermano, santa iglesia,
le
como
dijo:
si
queréis ser
útil
á
la
católico celoso, ocasión tenéis
ahora.
—Sabéis, hermano, que estoy siempre dispuesto á servir á Dios.
—Ya
lo sé,
y por eso vengo á proporcionaros
una buena coyuntura. Gracias, hermano.
—
~Id
á palacio. Preguntad por la habitación de
Luisa Sigea, maestra de la Infanta, penetrad en su gabinete de estudio, y en nombre del Santo Oficio apoderaos
de todos
los libros,
manuscritos
inmediatamente y papeles que encierre, dando cuenta al Tribunal.
—Es
decir, á vos,
hermano,
que
sor y visitador de las librerías por
LunaL
el
sois
revi-
Santo Tri-
179
-~Éso ter
si
es, á mí.
Haremos nuestro examen para
hay alguna obra que desdiga de
de nuestra santa ficación, decoro tólicos,
si
y
fé,
la
pureza
ó del respeto, decencia, edi-
y piedad que conviene á
asi fuese,
los
ca-
castigaremos como es de-
bido á la persona ó personas que resulten culpables.
—Está
bien,
hermano; por mí no se perderá
coyuntura de hacer algún nuevo auto de fé que sea grato á las gentes piadosas. Los portu-
la
gueses no ceden á los españoles en esto que dijo Genebrardo... Expugnere infideles
—Asi
lo creo,
béis sido
uno de
miento de
—Dios cia
que
los
paganos.
hermano; constantemente halos
mas
exactos en
el
cumpli-
sagrados deberes.
os pague,
tenéis
et
hermano,
la
piadosa creen-
de mí, y que procuraré conservar
con mi celo.
—Ea marchad, hermano, y que — Fideimurwn. pues,
el
Señor
os guie. Fidet miiriim. Sí;
Separáronse los dos familiares. Juan Meurcio
marchó á su casa á esperar
el
aviso de fray Par-
diño, que asi se llamaba el otro,
y fray Pardiño
á la habitación de la Sigea, que se hallaba ausente en aquel instante.
180
Llamó á
la
puerta
dos soldados de la
—En nombre queadme
el familiar,
fé,
acompañado de
y salió im paje.
del Santo Tribunal, dijo, fran-
todos los aposentos.
Obedeció
el
paje aterrado, y
el familiar
empe-
zó su rigoroso escrutinio.
Apoderóse de todos contenia
el
los
libros
y papeles que
gabinete de estudio de Luisa Sigea,
descerrajando los estantes y haciendo pedazos las gabetas; y después hizo un registro en todos los
aposentos de la casa, concluyendo por la alcoba,
donde en un velador halló un
libro
de devocio-
nes y algunos papeles escritos con lápiz.
Abrió
armario, y no encontró sino los vestidos de
el
Luisa; en los cajones del tocador, peines y agujas:
ver
no contento con si
esto, trastornó el lecho
para
entre los colchones se escondía algún
bro; pero convencido de que nada
li-
mas podia
descubrir, salió, después de haber entregado
li-
bros y papeles á los soldados de la fé, dejando á los sirvientes de Luisa Sigea descoloridos y tem-
blando de pavura.
Algunas horas después de esta escena entraba Juan Meurcio en nal ü.
el
palacio del Infante carde-
Enrique, inquisidor general del reino.
Hallóle escribiendo para
el tribunal,
ymaspáli-
i8i
é hizo al ver al do y abatido que de ordinario, gesto de dolor, como si fraile un imperceptible clavasen una de las espinas que el fraile
fuese
sensible. diariamente en su corazón blando y —¿Qué hay, hermano? preguntó.
—Nada
bueno, señor:
—¡Siempre malas nuevas!
— Otra denuncia. —¿Contra quién? ^-Contra una dama de
la corte.
—¿El denunciador?
—Yo mismo. „¡ Triste
— Muy
^
1
misión!
triste!
D. Enrique dejó to,
la
pluma con
y apoyó su espalda contra
aire de desalien-
el sillón
de baque-
la negra.
somSus diáfanos ojos azules se cubrieron de bra, y su tersa frente se plegó, ciítis hubiera discurrido luego.
como
si
bajo el
interiorEl fraile advirtió su emoción, y gozó mente del tormento que iba á dar á aquella alma
noble y generosa.
—Yamos, hermano,
dijoD. Enrique; cumplid
vuestro deber.
—El
cumplimiento de este deber, replicó
el
i82 fraile
con aire compungido, es hoy bien duro pa-
ra nuestro flaco y endeble corazón; pero todo
que es causa para servir á exaltación de la
fé,
magestad divina,
la
blasón de
lo
la iglesia, lleva
en
y heroísmo que nos eleva por cima de nuestra humana condición. Asi yo tengo aliento sí
fuerza
para denunciar á una á quien quise como á her-
mana, enseñé como á
discípula,
y bendije como
á sierva de Dios antes que su espíiitu se pervir-
por instigación de Satanás. Esta es, señor,
tiese
Luisa Sigea, que ha manchado sus manos escri-
biendo un infame
La
libro.
iglesia eslá escandalizada
vio hecho á la honestidad,
con tamaño agra-
y reclama un pronto
castigo.
El libro está escrito en te el
nombre do
—He
lalin,
y lleva
at fren-
la autora.
oído, replicó D. Enrique, hablar de ese
libro;
pero
de la
dama
la austeridad, la virtud,
la sabiduría
á quien se atribuye ha puesto canda-
dos á mi credulidad. Traíase de una doctora,
maestra de
la Infanta,
recomendada de
el
Empe-
rador, protegida de la Reina, y el Tribunal, her-
mano, ha menester de un decidirse á herir la
delito auténtico
para
fama de persona tan respe-
table. Esta es la razón
por
lo cual,
sabiendo
la
ha osa-
exisíencia de ese libro, ninguna persona
do denunciarle, y
ha guardado
la corte
silencio.
El corazón de todos se rebela contra la idea de
y honesta dama autora de cínicos escritos. Todos hemos cerrado nuestros ojos y nuestros oidos á la voz que suena como voz de creer á la célebre
calumnia, y todos la hemos absuelto en
lo
intimo
de nuestras conciencias. Ni estas palabras, ni rique las pronunció,
con venia á desgracia
el le
el
tono con que D.
eran seguramente
lo
Enque
cargo de inquisidor general, que íiabia
conferido;
asi es
la
que Juan
Meurcio replicó con audacia.
—Hizo Trajano
un decreto en que mandaba
que en adelante se castigasen
los cristianos
acu-
sados de serlo, pero que no se hiciese pesquisa
de
los
que
lo eran,
y esclamó Tertuliano. ¡Osen-
ientiam necesítate con fussaro negat inquirendos nt inocentes,
Tü
mo
et
manda puniendos
(¡oh. Santísimo
nt
nocentes!
Tribunal!) y tus jueces
inquisidores buscan
los
co-
enemigos de Dios,
y como jueces castigan á los reos, siendo mas admirable y sin duda especialisima providencia divina, que tan escondidos y acautelados los halles,
y que á
los
ta misericordia
que una vez has hallado con tan-
y vigor
los castigues.
Nada
mas repugnante y
piie^e ser
doloroso
para un alma verdaderamente cristiana como ,
ora
la
de D. Enrique, que
dades en nombre de
el
lo
ver cometer iniqui-
Aquel lenguaje
la religión.
hipócrita que oia en los actos de crueldad le estre-
mecia mas que
las blasfemias,
y
así
entregado constantemente á todos
mismo
del remordimiento en el
hallaba
se
los martirios
instante en que
cumplía con su imprescindible deber.
Cuando echo una mirada á
pasados
los siglos
y veo en Portugal al Infante cardenal D. Enrique convertido en verdugo un sentimiento de ,
me
piedad
lleva á
compadecer á
los
malaventu-
rados inquisidores de todos los reinos. Nobles
guras que aparecen en
la
ellos
me causa
pena y
infunde lástima.
Seme-
dían resistir, su tremendo poder
me
como instrumismos no po-
historia
mentos de un fanatismo que su siniestra magestad
fi-
jantes á los magnetizados, ellos sentían discurrir
por sus venas
el
irrechazable fuego que los hacia
Los autos de fé, el mismo brillo y cade las hogueras establecían una corriente^
fanáticos. lor
eléctrica
que dominaba á
las
gentes y las condu-
cía á presenciar el horrible espectáculo
sero,
donde estaba reservado á
vilegio
,
no envidiable
,
los
de enviar
del
Reyes el
el
brapri-
primer haz
de leña que había de quemar á las criaturas vivas.
Estos espectáculos habian sido causa del esta-
do en que se hallaba
brantada
la
salud,
nerviosa y con
el
Infante cardenal.
convulso por
el
escitacion
que tenia en
el infortunio
retratado siempre en
la
semblante,
Que-
si
el
alma
hablaba
parecía por su espresion que iba á esclamar un ¡ay!
si
mostraba una sonrisa parecía que entre-
abría los labios para recibir una gota de hiél.
Esta vez al oir al
fraile
se sonrió
como para tragar no una gota
sino
también
una copa de
hiél.
—Sí, á Dios
gracias, prosiguió el familiar, lo-
dos los que pertenecen al Santo Tribunal son celosos defensores de su honra.
Pardiño noticioso de
El reverendo Fray
la existencia
ido á sorprender el secreto
que
lo
de ese libro ha
guardaba en
k
misma habitación de su-autora y ha venido á mí como revisor y visitador que soy de las librerías por
el
Santo Tribunal. El libro ha sido examinadí^
y obra en mi poder.
—Bien, contestó zo.
En
ese caso
el Infante,
haciendo un esfuer-
y resultando sospechas de culpa-
bilidad contra Luisa Sigea, obrad según la justicia del Santo Tribunal. Pero (añadió casi temeroso
de
i
86
liaber dicho demasiado) os recomiendo la
hermano
tolerancia, la indulgencia, la caridad.
¡Tened
presente que todos somos pecadores!
El
fraile
bajó la cabeza humildemenle y salió
del aposento.
,*'^
rNDICE DEL
TOMO PRIMERO.
Adyeríencia
pág.
5
9
PARTE PRIMERA. Cap.
i.
El amante de la estatua.
...
Cap.
II.
La academia de
Doña
la Infanta
María (l4P. III.
23
Las bodas de la Infanta Doña
María
37
Cap. IV.
La delación
51
Cap. y.
Camoens La dama incógnita La bondad del Rey D. Juan
61
Cap. VI.
Cap. Vil.
Ck?. VíIL Todavía las bodas de
Doña María
73 líí.
83
la Infanta
93
4 \
AP. IX.
i
117
lív.
X.
Juan Meurcio.
AI
XI.
El Azor
Cai". XIÍ.
05
El perdón de ('amoens .
.
.
129
La Caridad de
inquisidores
los
i
39
PARTE SEGUNDA. Cap.
i.
Cap. M.
Un azar de la corte, Un amigo fiel. .
.
,
153
¡73
LA SIGEA.
LA SIGEA. NOVFXA ORIGINAL
DOÑA CAROLINA COROIVADO
<:;;^
TOM0
ifl.
fe>-—
Anselmo Santa Coloma: EDITOR, 1854.
IMPRENTA DE SORDO-WüPOS.
r
CAPITULO
lias liruja,«
III
de Portugal
Ijada nación ha tenido sus brujas, mas ó menos viejas, teras,
mas
ó
menos
másemenos
feas,
mas
ó
menos embus-
sabias; pero ningunas brujas
han sido tan brujas como
las brujas
de Portugal.
En aquel pedazo de tierra colocado entre el mar y entre España han obrado los pasados siglos las mas estrañas hechicerías de que están llenas las consejas.
Dotado
el
pueblo portugués de un gran fondo
de esplritualismo y de poesía, ha sido siempre
inclinado á lo maravilloso
y ha admitido
la
ma-
mas amor que pueblo alguno de Europa, esceptuar á su misma vecina la supersticiosa
gia con sin
España.
Algunos han creido reconocer en esta cua-
un síntoma de su ignorancia, como si la Alemania que es después de Portugal el pais de los fantasmas y de los duendes, no fuese, á
lidad
,
,
despecho de sus rivales
mundo. Como güedad
la culta
to las huellas si
,
Grecia
amaman-
,
,
guiéramos sobre
Como
sabio del
como si mirando por las tiempo mas lejos todavía no distin-
tando á las sibilas y llanuras del
mas
volviendo los ojos á la anti-
si,
no viéramos a
,
el pais
,
las
arenas de
la científica
Egip-
profundas de los primeros magos.
limitándonos á los individuos
vásemos que todos
,
no obser-
grandes genios poetas ó
los
héroes son grandes supersticiosos
:
Que
Safo cree
en la virtud de las aguas del Léucades, que Ossian cree en los espíritus de los muertos que
vagan entre
la niebla
los oráculos antes
león cree seguro al sol brillante
Como
si
,
que Alejandro consulta á
y que Napotriunfo de aquel dia porque ve
de dar
el
como
la batalla,
el sol
de Austerlitz.
dejando todavía á los genios y á los
héroes para examinar otras inteligencias menos
menos estraviadas por el entusiasmo altas pasiones, pero mas razonables, mas
sublimes,
de
las
analizadoras
haciendo
,
no viésemos á Catalina de Médicis magnéticos
esperimentos
cuándo moriría
para saber
Rey, y á D. Enrique de Villena consultando á los astros y preparando redoel
mas para hallar la virtud de eternizar su vida. Una cosa hay que no saben los que dicen que los
pueblos y los individuos son suspersticiosos
porque son ignorantes
y
,
esta es
tición es producto del talento
producto de
la llama. Allí
que
como
supers-
la
el
humo
es
donde ha habido magos,
sibilas, oráculos ó brujas, allí
ha existido un gran
foco de talento que después de haber apurado las ciencias hasta el fondo
y hallado que
las cosas
y ordinarias no bastan á esplicar todos fenómenos de la vida, han acudido á lo invi-
visibles los
sible
La
y á
lo estraordinario
historia del
para hallar
mundo empieza por
la
verdad.
lo estraordi-
nario, porque empieza por la Bibha, escrita por profetas. Allí están todas las maravillas las visiones. Allí se
vé que
que ha pertenecido á se hallaban
mas cerca
la adivinación era
los
la profecía
y todas es un don
hombres cuando
estos
del estado primitivo;
una facultad que Dios
les
que con-
cedía á veces, y que la inspiración de los sue-
de
ños y
presentimientos era para
los
que para nosotros
lo
memoria y
la
los
ellos
re-
cuerdos.
Tan
que
cierto es
to de la ignorancia,
la superstición
no es produc-
que bastará esta observación
para comprenderlo. Ningún necio es supersticioso.
Ningún ser que
siente pasiones pequeñas, es
tampoco susceptible de superstición. El sabio cuyo
fin está
cercano.
La madre que
da
el
último á Dios á su hijo próximo á perecer
en
el
combate
la doncella
,
amante para no volver á
que se separa de su
verle, son los
que sien-
ten presentimientos. Seres de órganos delicados,
de fibras
sutiles
,
de esquisita sensibilidad, que no
pertenecen al vulgo, son los que sienten esas impresiones á que los ignorantes llaman superstición.
Una de
estas impresiones
dominaba á Catalina
de Attaide cuando se cumplió un mes de sencia de su
amado
sin
la
au-
haber tenido nuevas de
su arribo á las costas africanas. Si debía sufrir
la
desdichada con semejante silencio, vosotras ena-
moradas lectores
lectoras
nunca
lo
debéis imaginarlo, porque los
imaginarán.
Hay
nunca podré hacer entender á los rán por otra parte (no
lo
cosas que yo
lectores,
que se-
dudo) susceptibles de
aprender todas las ciencias (empezando por las matemáticas), pero no estas cosas sencillas, hijas del corazón.
Catalina de Attaide vivia con su lio
el
Conde
de Castanheira antes y después de haber sido encerrada en el monasterio , en una clara y hermosa habitación de palacio; pero aquel bía transcurrido desde que su
no fué para el sol sale
ella
mes que ha-
amante se embarcó,
un espacio de
treinta dias
en que
una noche larga
treinta veces, sino
de treinta noches.
Las ventanas de su aposento daban sobre Tajo y era en verdad preciso ser
para no hallar placer en
la
el
muy desgraciada
contemplación de
la
enamorada portu-
bahía. Pálida, fría, inmóvil la
guesa pasaba las horas y los dias con los brazos
pecho y apoyada contra la ventana mirando constantemente al ondulante y recruzados sobre
luciente
el
camino por donde atravesó
el
buque de
Luis de Camoens. Cada día veia cruzar multitud
de buques semejantes á aquel
;
y á
los
que par-
mar despedía con lágrimas, y á los que venían del mar al Tajo recibía con suspiros. Ya muchas tardes el sol se había ocultado tían del Tajo al
y
la
oscuridad de la niebla envolvía las embar-
caciones y ella aun fijaba su mirada tenaz en el
\0
punto casi imperceptible que se dibujaba en
remota llanura de
las
aguas, y en
el
la
cuatera
imposible distinguir la forma de un navio de la
de una gaviota. Muchas veces, entre
confuso de la niebla y de sus lágrimas
que
las gaviotas
vapor
el ,
pensó
eran buques y se despechaba
cuando acercándose veia disipada su
ilusión;
y
otras veces los verdaderos buques le parecian las
errantes aves engañadoras.
Sucediendo en esto como en todas las cosas de
la
vida, que cuando las mentiras nos
han
burlado se niega nuestro irritado juicio á creer
en las verdades. Esta tarde se hallaba Catalina mas preocupada
que nunca con sus meditaciones. El
mado
al
sol
habia to-
ponerse un aspecto sangriento retiñendo
de un fuerte color rojo
que se retrataban en
las
los pabellones
aguas también
la luna parecía salir del fondo
de nubes rojizas,
y
de estas como un
escudo de fuego rodeado de un cerco blanquecino.
Las aves lacio,
,
que cruzaban de un lado á otro de pa-
cantaban siniestramente, y entrando una
desorientada en la habitación de Catalina aleteó pared, que hi-
con tanta fuerza
al bajar contra la
zo desprenderse
una cornucopia y se rompió
espejo.
el
Agüero funestísimo en tes los
el
sentir
de
gen^
las
de aquellos tiempos y del cual ni aun en presentes me atrevo yo á burlarme, no sé si
por debilidad de mi propia organización ó por respeto
hádalas cosas antiguas.
Catalina miró aterrada los pedazos del espejo, volvió a mirar el aspecto del sol poniente faz
temerosa de
lodo
el
lló
la
luna y se puso á rezar con
fervor de su alma.
Las oraciones cilio el
la
y
la
sosegaron y se acostó y con-
sueño, pero en la mitad de la noche se ha-
acometida de una pesadilla terrible. Yió á su
amante con
la flota
en medio de
los
mares sos-
teniendo una encarnizada lucha con los moros
enemigos. Centenares de alfanges brillaban sobre su cabeza. Su casco estaba hecho pedazos con el
choque de
las
armas y
la
botones de su frente... él
con
el
sangre brotaba á bor-
Un
alárabe saltaba sobre
alfange desnudo y descargaba
un
furio-
so golpe en su rostro.
Catalina dio un espantoso grito y se dispertó.
El corazón queria escaparse de su pecho con los fuertes latidos
que se repellan en sus sienes
sadas. Saltó del lecho y el
abra-^
empezó á dar vueltas por
como demente. Tenia por dueña Catalina á Doña Graciana de
aposento. Estaba
i2
Macedo, novilisima dama de
la corte, tan acredi-
tada en los principios honestos, que iba á cumplir
y nueve años sin haber dado ocasión á hombres la requebrasen. Es verdad que
los setenta
que
los
era alta leto
como una fantasma,
y calva desde que
como un esquey que tenia ademas
flaca
nació,
otras prendas en su persona que le habían
ayu-
dado á conservarse casta á través del medio
siglo
y un tercio: pero como estas se ven por las cortes que á pesar de todo no llegan á alcanzar las difíciles
hojas de la palmera,
crónicas de Portugal)
y
si
(creyendo en las
Doña Graciana
las alcanzó,
no hay para qué detenerse á contemplar
las cir-
cunstancias de la virgen. El hecho es que asi co-
mo
ella
no tuvo amores, era acérrima enemiga
amoroso Cupido y por consiguiente de Luis de Camoens que habia tenido la audacia de decir
del
un dia que «si
él
hubiera
el
poder del Dios rapaz
habia de suprimir á las doncellas setagenarias,
por ser este un abuso de
la virtud.»
Tan pronto como oyó que
Catalina se levanta-
ba del lecho, acudió presurosa á ver
la
causa de
su desvelo é inquietud, ágenos del estado de cal-
ma
que con venia á una doncella.
—¿Qué
tenéis?
tras se envolvía en
empezó á preguntarla, mienun guardapies que tomaba en
i3 el
instante de ceñirse á su cuerpo el aspecto de
una mortaja.
—Nada,
como para
lanzar de
frente
y
aque-
si
dolorosos pensamientos.
—Mala cosa ciendo ni
manos por su
Catalina pasaba las
sacudía la cabeza llos
un sueño... no os incomo-
no es nada.
déis...
Y
señora...
hocico
el
es ,
aun durmiendo
repuso Doña Graciana tor-
para una doncella recogida que la
dejen sosegar los malos es-
que llaman amores. Yo (gracias sean
píritus, á
dadas á
,
los
reverendos padres que dirigen mi
conciencia) nunca he sufrido por tales borrascas
que traen á
las niñas
de ahora como á las bar-
quichuelas cuando se alborota el Tajo. Es verdad
que nunca nes
me
ha dado
manía por
la
oir cancio-
ni...
— Señora,
interrumpió
Catalina,
por
el
dia
estoy siempre dispuesta á oir vuestras amones-
porque este es
taciones,
quien jamás desobedezco
noche se han hecho para nester de
el
tre tio,
,
tio
á
pero las horas de la el
reposo y yo he
me-
él... retiraos.
—Os he cando
precepto de mi
el
oido gritar, continuó la dueña, invo-
nombre de un enemigo de vuestro
y ved por qué acudí con
ilus-
tal presteza...
i4
—Gracias, señora; ya he despertado y no gritaré mas.
como —Oí que —Es de —De Luis de Camoens... —Basta señora que y que —Bien, pero
os decia, el
claro,
nombre yo
lo pronunciéis,
inútil
me
de...
acuerdo
todo...
,
,
repito
deseo estar sola
podéis retiraros. os dejo,
gunta, según
la
si
vuestro
tio
me
pre-
costumbre, cómo habéis pasado
la noche...
—Le que —Yo no debo —Pues que mal. —Para no soñar con un amante. —Le que —Le contaré que ha pasado decís
bien.
mentir...
le diréis
ciertas
doncellas
lo
cabo de
la
;
que desper-
noche toda sobresaltada
mando...
—¿Y por qué queréis mortificarme? — Yo no quiero cumplir mi deber. —¿No podéis que — me — ruego! sino
callar?
Si
mal
os plazca.
diréis lo
tasteis al
es pasarlo
rogáis
calle...
¡Sí, os lo
—Callaré, pero sedme agradecida.
lla-
i5
~lOh,
sí!
— ¡No me —¿No me siempre humilde? —No miréis con malos á mis amigos. —¿A seáis soberbia.
veis
ojos
los frailes?
—
^A esos benditos
que no se cansan de en-
nunca queréis apro-
viaros indulgencias que
vechar.
— aprovecho. — ¡Mucho! amando mas y mas —¿Y por qué no he de amarle? — ¡Ah, mal Sí señora, las
al poeta.
pecado!...
Retiróse
Doña Graciana y recogióse
otra vez
Catalina.
A oia
mañana siguiente mientras que la dueña su misa como de ordinario; se confesaba, cola
mulgaba y
tenia sus pláticas piadosas con los re-
verendos, Catalina llamó á una de sus damas,
y depositarla de lodos sus pensamienordenó que le acompañase á casa de las
confidente tos
y
la
brujas.
— ¡De brujas, señora! esclamó espantada. — de brujas ¿habéis estado veces? —Y porque he estado me asombro que las
Sí
,
las
,
otras
la ilus-
trísima señora quiera ir á verlas.
16
¿Por qué? -Viven en un zaquizamí...
-No importa. -¡Son tan viejas, tan feas!...
-Vamos. -¡Hacen tantos gestos, tantas visiones! -Yo no soy medrosa. -Y dicen cosas tan horribles
-Digo que quiero
ir.
-Vamos, pues, señora.
y
tristes..
CAPITULO
^ig'ucn
i^oMO en
lass Rirtijas
de
anterior
el capítulo
IV
Poa^iiigai.
empecé tiablando
de brujas y no presenté en escena otra que
lo
Doña Graciana, habrá habido lector que, tal vez, imagine que Doña Graciana era bruja; pero tan ageno ha estado mi ánimo de calumniar á la noble dama que me pareciese sino la dueña
,
apresuro á hacer esta ligera rectificación antes de
empezar á hablar de ña Graciana no TOMO
II.
las
lo era
verdaderas brujas.
aunque
lo
parecia 2
,
Docomo
J8
muchas que hay semejantes que
lo
parecen y no
lo son.
Las brujas de Portugal vivían en un barrio estraviado al norte de Lisboa y habitaban una es-
mas baja que el por nombre rúa das
pecie de cueva seis ú ocho pies nivel de la calle,
que tenia
Ursas.
Bajábase á este subterráneo por una estrechí-
sima y oscura escalera, como la quisiera el demonio para hacernos bajar á su casa, y se entra-
ba en una bóveda
mina
muy
semejante á la de una
porque sus paredes estaban en bruto for-
,
mando ásperas sinuosidades. Aunque era la mitad del día cuando Catalina y su dama bajaron á este estraiio aposento, no se veía nada por la claridad del sol sino por la de
una mortecina lámpara colocada en uno de agujeros de la bóveda.
duras de seda, pero
sí
No había
tapices y colga-
de telas de araña bordadas
de moscas que se agitaban entre sectos. Al entrar
ratas
y
sintió
los
Catahna vio
bajo sus pies
el
los
patudos in-
saltar multilud de
crugido de los as-
querosos escarabajos que se rebullían por todo
el
pavimento.
Entonces retrocedió para se había cerrado tras ella.
salir ,
pero la puerta
i9
— mió, esclamó, adonde he venido! —A una casa donde no sucederá mal nin¡Dios
te
guno, respondió desde un rincón una especie de
momia. Era una muger de estatura gigantesca. Vestia una escasísima saya negra sujeta a la cintura y todo lo demás de su cuerpo se hallaba completamente desnudo; pero su cuerpo no parecía de carne sino de leña seca. El escaso cabello que tenia estaba tirantemente recqjido hacia arriba
y
trenzado de manera que las puntas quedaban col-
gando como dos
látigos
y larguísimo pescuezo.
que caían por su
flaco
La forma de su cara
no habría sido ciertamente fea en su juventud,
porque en
el
abril
de
la
muger, cuando
tiene
mas irregulares son á veces las mas graciosas, como en el abril del campo las coUnas mas escabrosas son las mas pinto-
frescura, las facciones
rescas, asi
cuando están cubiertas de verde. Pero
que ha llegado
el
invierno
se descubren los
derrumbaderos y las descarnadas peñas. A la belleza no hay que estudiarla en la juventud sino en se que
la
edad madura. No puede asegurar-
una muger de veinte años es hermosa
si-
no porque tiene veinte años.
No hay que
confundir la pasagera hermosura
20
de
la
te
aun después que aquella ha fenecido. Pero no
juventud, con la verdadera belleza que exis-
obstante, á los cien años ninguna ser hermosa,
y
la bruja,
que
tal
muger puede
vez no fué sino
graciosa á los quince, debia ser y era horrible á los ciento.
Sus mejillas estaban salientes en su
mismo modo que lo están las lenia la nariz roma y levanta-
parte superior, del
de una calavera
da y el labio que hacia de naria
;
inferior grueso y caldo:
esta
figura
empero
lo
una figura eslraordi-
no eran sus formas sino dos relámpagos
continuos
que tenia en ambos huecos de
los
ojos.
—Señora,
dijo
Catalina,
con acento balbu-
ciente, quisiera salir.
—Después;
replicó la bruja asiendo su
mano
y conduciéndola hacia un banco de tabla, cuando hayas sabido lo que deseas saber.
—Ya no deseo saber nada. —Es tarde para
arrepentirte de tu curiosidad;
que entra aqui no sale sino satisfecha.
la
Entonces
la vieja dio
un
otras cinco brujas vestidas
chillido
como
y aparecieron
ella
y
casi con
mismas condiciones de gracia personal, solamente que no eran tan viejas y menos altas. Hermanas, dijo la primera bruja, esta me-
las
—
21
nina quiere leer en nuestro libro mágico. Ea pues, comenzad.
Asiéronse las cinco brujas por las manos de-
jando á
la
mas
vueltas por la
en medio y empezaron á dar cueva pronunciando palabras inalta
inteligibles.
Quince minutos estarían
medio
—
así
cuando
la
de en-
gritó.
Basta.
Entonces se detuvieron sin desasirse de
manos y esperaron todavía
las
otros quince minutos
hasta que dio señales de hallarse desvanecida. Cogiéronla y la colocaron sentada contra la pared del aquelarre é hicieron señas á Catalina para
que
se acercase á escuchar lo que iba á decir.
La bruja
tenia los ojos cerrados, pero su
blante conservaba la
misma
espresion que
semsi
es-
tuviese despierta.
—Vamos, una de ¿Quién aqui? de — —¿A qué —A saber de su amante. —¿Quién —Luis de Camoens. —¿Donde la dijo
está
Catalina
Attaide.
viene?
es?
está?
las cinco, responde.
22
— África —¿Y qué sucede? su miedo. —Una gran desgracia. — ¡Yírgen María! —Una desgracia que separa de —¿Ha muerto? —No. —¿Vendrá? —Sí. —¿Cuándo? —Con luna nueva. —¿Y veré? —Como á una sombra, — ¡Ah, —Y huirá de — ¡Imposible! —Para siempre. ^En
gritó Catalina olvidando
le
lo
tí.
la
le
no!
tí.
En
este instante llamaron á la puerta del
aque-
larre.
—Abrid, —Abrid
dijo la bruja, y al santo
nada temáis.
Tribunal gritó una voz des-
de afuera. Abrieron y á la indecisa luz de resplandeció
el
nal D. Enrique.
la
lámpara
pálido rostro del Infante Carde-
23
—Acércate, nos porque
te
maga, vienes á prender-
dijo la
han dicho que somos brujas y que
he^predicho tu destino.
—Desgraciadas /replicó D. Enrique, ¿por qué os ocultáis en esta cueva? ¿Qué artes infernales ejercitáis aquí? ¿Sabéis cuál será vuestro
fin
si
no abjuráis de vuestros errores?
—La hoguera. — hoguera! —Ya y Pero oye mi D. Enrique. — no — Oye mi —Nada — Oye mi —Yo de — que —Mis para hechiceno yo palabra de — ¿Sabes —Dios sabe —Eso has respondido hace una hora Juan Meurcio que nos ha — ¿Cómo, que yo he — ha de nuestra ¡Sí, la
te esperaba.
lo sé
antes
predicción,
¡Silencio,
blasfemes!
predicción.
escucho.
predicción.
reniego
Tienes
tu saber.
oiría.
oidos están cerrados
ría:
toda
atiendo sino á la
Dios.
tu destino?
tínicamente.
lo
al fraile
delatado al Tribunal.
ttí
El fraile te
sabes
dicho?
lo
llevado la noticia
predicción. El fraile te ha dicho
:
((Las
brujas
24
han celebrado sábado y han predicho que
Rey»
(i)
año que cho
tú
y
la
eso.))
has respondido:
hechicera fué
—No,
seréis
— aHa mas de un
quemada por haber
di-
ha replicado Juan Meurcio,
la
hechicera vive y yo os conduciré á su aquelarre.)) ¡Poder de Satanás! esclamó D. Enrique,
—
¡no
E
me
intimidas; yo sabré destruirle!
hizo la señal de la cruz.
— Es verdad, me
Tribunal
que
que
continuó la bruja,
tú
y
el
condenasteis al brasero, pero ya ves
las llamas fueron
mas
piadosas que vosotros.
no — — Soy misma; mis huesos de amianqueman arden y no pero no — Te pareces hermana. que emplumada. Me acuer— Soy ¡Impostura! tú
eres aquella hechicera, tú
eres otra.
son
la
se
to;
já... ja... já.
á la otra,
tal
eres ella; eres
vez su
aquella
do de cuando
me
iba
colocaron sobre
el
haz de leña
y empezaron á rechinar mis pies conforme se tostaban. Me acuerdo de como se retorcían mis brazos en medio de las llamas...
— —Me acuerdo de
¡Mientes! ¡Mientes!
(1)
todos los dolores que pasé
Tradición de Portugal.
.
en
antes de que mis carnes se volvie-
el suplicio
sen cenizas... ¡Oh, te,
mucho
sufrí,
pero inútilmen-
porque vivo para predecirte otra vez tu des-
Tu
tino.
infalible destino.
— — Serás Rey! bruja con —Yo haré que vez consuma bien hoguera. — Rey cuando ya haya ¡Silencio!
recia voz.
gritó la
¡
esta
te
¡Serás
el
parcido hasta cenizas de
viento
la
es-
último invisible átomo de las
el
mi cuerpo tostado en vuestro piado-
so brasero...
— ¡Vuelve á y aun acordarás de mí! — Rey y — ¡Piensa en insensata — Serás Rey Serás Rey — Tú maldita! — Tú Rey! tus ojos
¡Serás
te salvarás!
la fé
te
el !
¡
.
Cruciíicado,
. .
¡
! .
criatura!
.
serás
serás
Un gemido
penetrante que se repitió por
el
eco
de la bóveda interrumpió este diálogo. Era que Catalina de Alfaide sobrecogida por la emoción
que
le
habían causado
las palabras
de
la
bruja
se hallaba hacia unos instantes sin sentido en los
brazos de su dama, y al volver en síprorumpia
en ayes.
—¿Quién
se queja? preguntó el Inquisidor di-
26
rigiéndose hacia
el
rincón donde estaba Catalina.
¿Quién es víctima de esta infernal cohorte?
—Señor, cadme de
Y
respondió Catalina, por piedad sa-
aqui, yo
me
perdió otra vez
D. Enrique la
dama y
su
litera,
para que
la
la
muero.
el sentido.
tomó en sus brazos ayudado de
sacó del aquelarre.
y dando orden condujesen á su palacio, marchó á
que esperaba á la
Depositóla en
la
puerta,
pie detrás deelia.
Poco tiempo después llegaron
los esbirros del
Tribunal y se llevaron presas a las seis brujas
haciendo tapiar por albañiles
la
puerta del aque-
larre.
No
obstante, el que lea la historia de Portugal
verá que
la predicción
de
la
bruja se cumplió
años mas adelante. El Infante Cardenal D. Enrique fué Rey.
CAPITULO
liO q«se
sucede
£&S
que
í.
siaee prétscipe j
Bio lo eis.
I
O
he creido siempre que hay una raza de prín-
cipes,
como hay una
raza de héroes y de sabios
que trae su origen desde
mundo y que no el siglo
los
primeros siglos del
se habia estinguido
todavía en
XVI. Pero sucede que esta raza de prín-
cipes tiene su
árbol genealógico dividido y sub-
ramas y brotes y retoños, que no parecen en el bosque enmarañado de la sociedad vastagos de su verdadividido en tan diversas y apartadas
28
dero tronco.
A
veces la semilla
llevada por el viento á
muy
cíe
este árbol es
larga distancia de su
tronco y á veces en una de sus ramas se injerta
una
distinta especie. Asi
ha habido tantas guer-
ras por los prhicipes bastardos
del vulgo príncipes que
Yo no que
sé, si
la raza
y
asi
han nacido
han ocupado tronos.
como algunos
dicen, será verdad
de príncipes ha degenerado,
que
es incontestable es
la
lo
que
raza de príncipes se ha
confundido.
De
esta confusión
han resulíado muchas des-
gracias para los pueblos que tienen por prínci-
han nacido; y muchos inforindividuos que nacen príncipes y
pes á los que no tunios para los
no
lo
lo son.
A
estos pertenecía Luis de
Camoens. Gallardo,
altivo, generoso, espléndido,
elevado en sus pen-
samientos, inquebrantable en sus nobles instintos, enérgico
en su carácter independiente, habia
nacido para dominar y para proteger. Hasta sus defectos eran soberanos. Colérico
con
los
miserables
,
impaciente con los tontos,
no tenia pena en aplastar bajo su planta á
que
le
los
hacían leves picaduras de insecto ni de
anonadar con su ironía á
los
que no entendían
sus versos. Gustaba del lujo y de la ostentación
y empleaba en sus vestidos y en su casa cuanto hallaba de
mas
el
adorno de pero
elegante,
estaba pobre y se veia después reducido á la
ma-
yor estrechez, teniendo algunos dias que acudir á la mesa de sus amigos, que
lo recibían
siempre
con avidez y á quienes confesaba francamente que
no se hallaba en aquel momento con recursos propios para alimentarse.
Una vez
le aconteció
sahr de su casa con dos
cruzados (1), que era todo su capital aquel dia, y hallando á un mendigo se los dio diciendo:
— Toma, amigo, puesto que mas pobre que
al
parecer eres
yo.
Pero nadie hubiera adivinado que se hallaba á veces reducido al punto de la mendicidad
si
re-
paraba en su vistoso porte. Su gorgnera siempre limpia y primorosamente rizada del mejor terciopelo y la capilla le
daban
el
y
la rica
espada
tono de un verdadero príncipe
su gallardía y soberbio
que
sus greguescos
,
lo pareciese,
si
ya
ademan no bastaran para
aun vestido de harapos.
Para contraste de
los
que nacen como era Luis
de Camoens pródigos, ireílexivos, descuidados, generosos,
(1)
imprudentes, nacen otros á quienes
Moneda portuguesa.
30
se apellida en general sensatos, precavidos
y
cal-
pero que no son sino egoístas, frios y ruines. Hay niños que guardan su dinero y no lo
culadores,
en dulces ni en juguetes, y hay otros
gastan
que los
De
entre las chinas del arroyo.
lo tiran
primeros son
los futuros
estos
avaros, los segundos
\q^ pródigos.
El tipo de los primeros
me ha
inspirado siem-
pre una profunda aversión. Bien sé que los segundos terminan siempre
como
Luis de
cia en tanto
Camoens por morir en
que
les sobreviven,
los
la
indigen-
primeros dejan tesoros que
pero, \ov^\)\lo,\di prodigalidad
nace de instintos nobles por mas que nuestra
manera de
vivir en el
defecto. Defecto
mundo
en un
la constituya
de negligencia
infantil hacia
el
peso, valor y uso de las monedas. Defecto producido por la frescura innata
antes de hacerse el
en
fin
que tiene
hombre
corazón
el
aritmético. Defecto
de
candorosa confianza en
sus
alto
grado tenia este defecto
el
seme-
jantes.
En
príncipe
de los poetas.
Habia reunido para
el viaje
de África cuanto
dinero pudo, y este seguramente hubiera bastado
á otro para dar
la
vuelta á Lisboa; pero se
com-
31
prometió á pagar
viage de dos pobres soldados
el
que marcharon con
suma en
él
é invirtió otra razonable
,
socorrer á todos los infelices que se le
presentaban en África. Así se comprenderá
cómo
Lisboa un buque portugués
es
que
al
abordar á
Ca-
se halló Luis de
,
moens detenido sobre cubierta por no poder pagar
el
pasage.
— [Vive
Cristo, decia el Capitán,
linda flema; os embarcáis en
caballero, no os pido ni
que tenéis
mi buque como un
un cruzado hasta
la lle-
gada y ahora os negáis á pagar. Por esto sin duda hal3eis conservado la visera calada durante la travesía.
—En
lo
de caballero
replicó el príncipe de
,
poetas con melancólica calma
los
engañado, y esa es
mi desgracia;
ballero seguramente
mas
me hallarla en
no os habéis
,
si
no fuese ca-
este
momento
rico.
—Asi
será, pero debéis
lastre la caballería
traer
pitán
,
es
poco
para que mi buque os pueda
y llevar sin otro Lo comprendo.
— —Por —Yo
comprender que
ausilio.
eso espero que
me
quisiera tener la
paguéis.
misma esperanza ca-
pero todo mi caudal son trescientos
,
reís.
32
— á vuestra — Tal como — —Y perdono ademas que me ^^¡Braya fortuna!
es está
disposición.
¡Gracias! os
dado mi pobreza.
Si
no
dineros no sabria que
realmente á mí no los
que
me dan
me
me me
hayáis recor-
hubieseis hablado de
hacian
hacen
falta.
falta sino
Aunque
á tos y á
de vestir y de comer.
—Pues qué ¡demonio! vive de mundo harto —No por
pensasteis que en
el
balde?
se
cierto
;
convencido estoy de
que hay que pagar con monedas, pero decid, amigo, ¿y cuando no se tienen esas monedas?... Se ganan trabajando.
— —Pues yo —¿En qué? —En hacer —Pues dá que —Yo pudiera pagaros en bien,
trabajo.
versos.
os echéis á dormir.
tanto
versos, que al fin, al
otro dia cuando se conozca
fin,
mi nombre pu-
dieran serviros de algo.
— mo
¡Sí, vuestro
si
dijéramos
—¿Os —No
creo
nombre, Luis de Camoensl co-
el
Preste Juan!
parezco un tonío... he? digo precisamente que seáis un tonto,
muy
y
bien que sois capaz de escribir versos;
33
pero hay muchos que puedan hacer versos como vos.
~¿SÍ?
—El mejor
poeta que tiene Portugal es primo
mió, y ha compuesto esas coplas que yo canto. -¡Hola!
—Ya
veis
—No,
—Lo
que á mi no
me
sorprende
el talento.
ciertamente.
me
que necesito es que
—Sin embargo, no por
eso es
paguéis.
menos imposible.
—Posible ó imposible no saldréis de aqui sin pairarme.
—Pues
tenéis prisionero
para algún tiempo.
-Sea.
—Y un
prisionero gravoso, porque habéis de
sustentarme.
-¿Yo? —Para
evitaros el
crimen de matarme de
hambre.
—Eso
no, porque os echarla al agua.
—Justamente
es esa la única resolución
que no
podéis tomar.
—¿Por qué? —Porque si
osáis poner
mano
sobre mí sois
vos quien bajará al mar.
Aquí llegaban de su altercado cuando TOMO
II.
3
sintió
34
Camoens que rodeaban su cuerpo brazos al parecer amigos
que eran
los del fraile
detrás dos
volvióse y se halló con
;
Juan Meurcio.
—Bien venido, padre, -^¿No
j)or
dijo
alegremente.
de Camoens? preguntó
sois Luis
temiendo engañarse como
el
el fraile
guerrero tenia calada
la visera.
—Para —Tres
serviros.
dias hace
que vengo á bahía para re-
y doy gracias á Dios porque
cibiros,
al fin habéis
llegado. ¿Pero por qué no os descubrís?
—Es
un
—Sí,
es
secreto.
un secreto, añadió el capitán del buque,
que yo solo conozco. No se ha querido descubrir porque no pensaba pagarme
—¿Es
posible,
el
pasage.
Camoens?
Camoens en vez de
replicar dejó caer fuerte-
mente su guantelete sobre
la
espada, á cuyo cho-
que se retiraron algunos pasos
el
fraile
y
el
ca-
pitán,
—No
creo, dijo el primero con acento concilia-
dor, que
un caballero como mi amigo haya tenido
intención de faltaros; pero la cantidad debida
para
salir
si
por no tener á mano
no os ha satisfecho, aquí estoy
por fiador.
—Gracias
,
padre
^
contestó brusca y áspera-
35
mente
el
de
príncipe
los poetas
;
yo no he me-
nester de fiador, porque aqui no hay deuda.
debia pasar
el
Yo
brazo de agua que corre entre
Ceuta y Lisboa; para
ello
hay
estas
máquinas de
y me vine como pudiera venir una gaviota sobre un palo del buque. El capitán sabe que he
velas
pasado sobre cubierta
y
los dias
las
noches reci-
biendo sobre mi armadura la lluvia y
el sol,
como
sabe también que es un miserable en exijirme
pago de esta travesía. Yo no tengo dineros
mi
tendré probablemente en toda ofrezco en
cambio de
vida. Así
el
ni los
nada
este pasage sino los tres-
cientos reisque traigo conmigo, único resto de lo
que
llevé á África.
Diciendo esto sacó las monedas del bolsillo y las arrojó á los pies del capitán.
—Recojed
vuestras monedas, dijo
el
capitán
amor propio, é id con Dios. Pero Luis de Camoens salió sin hacer caso de
picado en su
ellas,
y se dirigió á la lancha donde estaban de-
sembarcando
—Ahora, cio
,
los pasageros.
advirtió oportunamente
Juan Meur-
os serian de provecho para pagar el bote las
monedas que habéis dejado en
—Es gerlas.
verdad
,
hacedme
el
el suelo.
favor de
ir
á reco-
36
—Iré, porque bien sabéis que Jesús se bajó por menos.
—Sí, y compró aquellas cerezas que Pedro tragaba con tanto gusto. Yo me parezco algo á Pedro
;
si
me
dan
cerezas las
las
verdad no os hallo
como pero á
muy parecido
;
la
á Jesús aunque
os bajéis por el dinero.
—1 Sois siempre
el
mismo, Camoensl
Poco después atravesó príncipe y al fraile
correspondía cientos reis
quero.
al
,
la
barca conduciendo al
pero la parte de pago que
príncipe importó
mas de
y tuvo otra pendencia con
los tresel bar-«
CAPITIJLO VI
IBI
iseereio
de
Casnoeíais.
Li UEGO que desembarcaron dijo Camoens miliar que tenia que
ir
al
fa-
á ver á Luisa Sigea.
—Dudo mucho que podáis
verla
,
replicó Juan
Meurcio, porque está presa.
—¿Presa? ¿en dónde?
—En una "^¿Y por qué? —Básele deshonesto. — ¡A
cárcel del santo Oficio.
atribuido la escritura de un libro
la Sigea!...
38
—De un — ¡Oh, una calumnia! Calumnia, — por supuesto. —Que bien pronto —Sí. —Es —Eso —Vos podéis mucho. —Os engañáis, no puedo nada. —Podéis por de pronto conducirme á su —Eso menos que nada. — ¿No — pero no basta Dios! —Para ó no que—Ya razón —Paréceme que que me conlibro infame...
eso es
será
destruida.
preciso salvarla. quisiera yo.
3^0
pri«
sion.
sois familiar?
para...
eso
Sí,
ó queréis
todo, ¡vive
réis.
os alborotáis...
tenian
los
taron...
"¿Qué?
—Yo
no sé qué historia de amores.
.
— ¡Camoensl
—¿Y quién sabe
si
en efecto
sois
poetisa?
™¿Yo?
—¿Y quién sabe
si
ese libro?.
.
enemigo de
la
3§
—¿Cómo...
—
osareis?...
Juan Meurcio!
¡Sois fraile,
El familiar no se puso amarillo porque
lo
es-
taba siempre, pero su amarillez tomó un tinte
verde como
—
el
de
los lagartos.
Serenaos, buen poeta, dijo afectando un aire
amable y
ligero
no vivís sino tenéis veinte pen-
;
dencias al dia; pero conmigo no os ha de valer vuestra viveza; veremos...
—Es mo
que hablo
serio
;
replicó
Camoens co-
herido repentinamente por una idea lumi-
nosa creí
primero he desconfiado de vos
;
,
luego
haberme engañado y ahora vuelvo á sospe-
char...
— Os —No sin él
de
lo
lo
perdono.
se trata de
eso
con vuestro perdón ó
;
yo quiero ver á Luisa Sigea y enterarme que hay respecto al libro.
Juan Meurcio conoció que
mando un malísimo
giro
la
cuestión iba to-
y quiso variarla á todo
trance.
—Pues de que
bien,
estáis
con arrojo, os convenceré
engañado llevándoos á presencia de
la ilustre poetisa
buen amigo;
dijo
:
ella
misma os dirá será mi defensora. ella
si
soy ó no
JJna hora después de esto se halló en efecto
46 Luis de
Camoens en
la cárcel secreta
donde ha-
bían encerrado á !a Sigea.
No
era una mala cárcel, tenia asientos y luz.
La Sigea
se hallaba estudiando en
un
libro
griego y en su rostro descolorido pero sereno se reflejaban á la vez los sufrimientos de su espirihi
y
la
seguridad de
la inocencia.
Abrió Juan Meurcio
mero; Camoens
la
siguió
le
puerta y entró
el pri-
levantar nunca
sin
la
visera.
—Hermana, dijo Juan que será muy grata
visita
— Sois
Meurcio; os traigo una á vuestro corazón.
Gracias, hermano, respondió con dulzura.
muy bueno
con esta pobre prisionera y es-
pero que Dios os lo premie.
Pero reconociendo á Camoens, añadió \ ivamente.
—Diosmio, moens? —Yo —Descubrios y
¿no
me engaño?
Sois vos
Ca-
soy.
—Hablaré íís,
sin
hablad.
descubrirme
,
si
me
lo
permi-
señora.
—Yo me
retiro,
que habléis con
repuso Juan Meurcio, para
libertad.
Era tan grato para
los dos
imprudentes poetas
:
u hablar á solas de sus respectivos asuntos, que nin-
guna objeción pusieron á que marchase Salió este
—Las
y Caraoens habló
que
las
el
así
galeras del principe Doria costeaban las
plazas de Berbei-ía cuando
Pero
el fraile.
llegué al estrecho.
nuevas que hablan venido á Portugal da
Emperador se hallaba en persona haciendo
la guerra
á Dragut eran
falsas.
El Emperador se halla en Alemania, donde ha
convocado
la dieta,
y vuestra carta no podia tener efecto sino enviándosela. Comuniqué al principe Doria el objeto de mi viaje ofreciéndole a! propio tiempo mis servicios, y el Príncipe se encargó con ui-gencia de remitir la carta
al
Empe-
rador.
Entonces
la natural
impaciencia que rae causaba ver malogrados nuestros intentos se convirtió en corage contra los turcos, y ayudé á la
toma
de Susa.
Acordeme do de acometer
al
contemplando
lo
un momento antes Mahometano, porque habia estado el
encendidas por
de que
vos, señora,
paisage que ofrecían las nubes
el sol
de África y
lo describieseis vos.
parece
fría
que abrasa
la
Toda
lo
hallé digno
luz
de otro cie-
cuando se compara á aquella tierra de los moros.
luz
42 lo
que yo os
describiese el magnifico espectáculo
de aquella
Yos no podríais imaginar por naturaleza irritada y chispeante,
madre de
esa
donde raza de hombres que lanzados de España ocho hablan fabricado sus casas en el espacio de siglos, se
vuelven todavía como tigres á buscar á
que dejaron en ellas, Ah, que España patria, no está aun segura de sus garras! Vuestra toda Euseñora (1) (da noble España, cabeza de ha dado »ropa en cuyo señorío y estraña gloria quien la »tantas vueltas la rueda fatal; pero á fortuna no podrá ni con maña ni con
los hijos
i
«inquieta
«fuerza darle yugo que no
rompan
el esfuerzo
osadía de los belicosos pechos que
))la
y
alienta.»
Camoens, bendito el labio que se mueve en alabanza de mi patria! —Bendecid á Dios que os hizo nacer en Espa-
—¡Oh
La gloria corona todas sus empresas. Tenéis por capipor Rey á un héroe tenéis un héroe
ña.
:
de estos tán en el ejército de Méjico, y el influjo engrandecer á dos héroes basta á dar ánimo y á Carlos
V
y batallas á que
lodo el que nace en vuestra tierra.
Hernán Cortés ganan también las no asisten porque los soldados ven
(i)
Luisiada,
t. I,
pág. 86.
al
combatir
4a
SUS sombras. Asi Andrea Doria vence á Dragut
Doria tomó á Menester y á Susa y se dispone á tomar la ciudad de África. Cansóme pena, os lo confieso, no poder acompañarle al asalto, pero en Lisboa debo esperar la respuesta del
Emperador en Lisboa
al pliego
me
que Doria
le
ha enviado, y
tenéis para cumplir vuestras órde-
nes. Espero
que salvemos á nuestro amigo. —[Gracias otra vez, Camoensl
—No creia seguramente hallaros —Yo misma ignoro mi culpa. —Parece que
prisionera.
os atribuyen la escritura de un
libro deshonesto.
—¿Ah,
es por el libro?
—Eso me dijo Juan Meurcio. —Pues me maravilla que no me
lo
dijese á
mí...
—¿Cómo, no
os lo ha dicho?... es eslraño. no sé, pero... este familiar...
Yo
Quedáronse ambos pensativos un instante, y
luego dijo
la Sigea:
—Si
no os parezco indiscreto, quisiera sabei-, Camoens, por qué os obstináis en permanecer coa la visera calada.
—I Oh,
replicó con
amarga
dar un secreto á los turcos.
ironía, es
por guar-
u —-¿Un
—Un •
secreto?
secreto que no quiero que sepa Catalina.
—Yo no sov Catalina. ti
•—Es verdad... ¿y vos Os lo prometo.
— —Habia
determinado
seréis
en guardarlo?
fiel
permanecer
cubierto
mi próxima partida para la India, pero voy á descubrirme á vos. Vedme, prosiguió levantando la visera. Los moros me ante las gentes hasta
han quitado uno de
los
dos ojos que
1
—¡Cómo, han dejado
esclamt) Juan Meurcio entrando, o^
tuerto!
—¿Y qué os importa? replicó
'
el
poeta coléri-
co, dejando caer con recio golpe la visera
casco. Pudiérase lamentar que
brazo
un
si
me
mi amada.
dio para contemplar la belleza de
—¡ Cielos
el cielo
este fuese el
que maneja
me la
de su
faltara
un
espada; pero
un ojo teniendo dos y pudiendo otro, es un adorno superfino de la na-
ojo, padre,
ver con
el
turaleza.
—^Ciertamente,
añadió
el
familiar,
mas los suyos. —Adiós, señora, ¿cuándo podré ros?-
—Preguntadlo
al familiar.
abriendo
volver á ve-^
45
—Cuando —Gracias, Juan Meurcio.
gustéis, replicó este,
—Mañana, — mañana.
pues.
Bien,
Salió
Camoens acompañado de Juan Meurcio
y advirtió ta
al salir
el
el
instintivo
puso mano á su espada
momento mismo en que dos
sobre
puer-
frailes
un movimiento en
la
y esbirros. Advirtió también familiar habló en voz baja con ellos y por
algunos
que
que vagaban cerca de
esbirros caian
él.
apresuradamente, y Camoens desasiéndose de los que le oprimían,
Juan Meurcio se
retiró
descargó con su espada tan fuerte golpe sobre la cabeza de uno de
ellos,
que
lo dejó
sin
movi-
miento.
Entonces como por encanto acudieron multitud de aquellos que llamaban la milicia de Cristo
dando
gritos de «¡al impío, al asesino!»
Camoens
blandió la espada en todas direcciones procuran-
do tomar
la salida,
pero apareció Juan Meurcio
acompañado de soldados de
la fé cerrándole
paso y se vio estrechado por todas partes.
el
CAPITIIO
Mas sobre
las
m
bodas de la Infanta Do-
ña María.
JjiMPEZABA á susurrarse entre las beatas de Lis-
boa que iba á verificarse un gran auto de fé en el cual serian quemados mas de ochenta hereges y que habia entre ellos un caballero español muy bizarro y un poeta portugués y además una' da-
ma
célebre que estuvo cinco años en la corte de Lisboa sirviendo de maestra á la Iniánta
y que que
se volvió á Toledo, su patria, por amoríos
lenia con el
de
al fin te
Emperador Carlos V quien cansado
ella la liabia
de D. Juan
enviado otra vez á la cor-
III.
Las viejas chismosas, y las mugeres feas y vulgares recargaban esta crónica con mil circunstancias escandalosas, porque la
;
tres
perdonan nunca entre
que
quien
porque era bella y porcircunstancias que no se
se calumniaba era joven
que era célebre
dama á
,
las del sexo
femenino á
la
tiene la suerte de poseerlas.
Referíanse las culpas de los reos de una
lera horrible, dando por supuesto que todos recían
el
mame-
castigo del brmero. Decíase que la da-
ma, después de haber
escrito
un
libro
lleno de
infames palabras y habiendo sido presa en
la
cárcel del santo Oficio, llamó para que la protegiese al poeta portugués,
y que
este había asesi-
nado á un esbirro y dado de cuchilladas á un familiar. Cada cual declamaba contra la deshonestidad
ansia el
y el
vileza de la
dama
reo y esperaban con
instante de verla salir por las calles con
sambenito y la coroza,
Pero cuando estos rumores que empezaron á difundirse,
como hemos
dicho, entre las beatas se
estendieron por todos los ángulos del pueblo y se
supieron fijamente los nombres de la
dama y
del
49
poeta, la juventud portuguesa los acogió de
muy
manera.
distinta
Hay una
cosa que la mayoría del pueblo pre-
y esta es la gloria de ingenio que aun no se ha dado á co-
siente en todas la naciones,
un
brillante
nocer sino por un ligerísimo
como
reflejo,
se pre-
siente la venida del sol por el resplandor del al-
ba. El genio no es adivinado ni reconocido por los sabios ni
por los reyes de cada pais hasta
que ha adquirido un renombre, pero
lo
es por
pueblo cuando apenas ha comenzado su car-
el
rera. Este es
un fenómeno moral cuya esplica-
cion no sé, pero que se verificaba en la corte sitana,
como
Lu-
se habrá verificado en otras cortes
donde haya sabios que cierren sus oidos á
los
acentos del poeta naciente, y reyes que entiendan tanto de poesía
como
el
de D. Manuel
hijo
el
grande.
Aunque lar, se
una
Luis de
Camoens no
pareciese popu-
habia ya establecido entre
secreta inteligencia
que
le
el
pueblo y
hacia ser mirado
con respeto y cariño donde quiera que planta,
un
como
si el
influjo eléctrico
La verdad
Camoens TOMO
II.
es
fijase
su
genio tuviese desde la cuna
en
que
iba a ser
él
la
los
demás
seres.
noticia de
quemado
que Luis de
entre los hereges 4
50
produjo en las gentes, que aun no
le
habían dado
pruebas ostensibles de su aprecio, una honda sensación.
Era como
bra en
la
que
sensibilidad.
de repente hiriesen una
si
fi-
pueblo no habia creido tener
el
Era como
si
se sintiese celoso de
un
objeto para el cual ignorase que tuviese amor.
Los marinos,
los guerreros, aquella noble raza
de donde salieron Gama, Balboa y los que lleva-
ron
la
fama
del portugués hasta el confín del
nuevo mundo y hasta alborotaron
las entrañas
de África, se
y fueron á elevar sus
suplicas al
Rey.
La corte se ocupaba en bodas de
la Infanta
estos
momentos de las
Doña María. El Cardenal
tra-
bajaba con ardiente celo por encaminar su voluntad hacia
el
cumplimiento de
la
orden del
Em-
perador, pero había hallado tan enérgica é incontrastable resistencia en
Doña María, que em-
pezó á creer que en su firmeza se encerraba una inspiración sobrehumana.
Asi era en efecto; tinto
la Infanta aborrecía
por ins-
cuanto pudiese conducirla hacia una carre-
ra esplendorosa,
porque
la
vanidad no tenia
asiento en su alma. Angélica Princesa nacida pa-
ra la vida sofitaria donde no
la afligiesen la
am-
bición ni la tiranía, donde su caridad fuese ejer-
cida oscuramente; donde sus oraciones se exhala-
sen entre
mas
el misterio,
donde su amor no tuviese
confidente que Dios
,
ser reina al lado de Felipe
santa lejos de
Reveló
Doña María rehusaba II
porque queria ser
él.
al Infante
Cardenal sus aspiraciones,
sus sueños, sus inefables deseos hacia la vida con-
templativa y casta de las religiosas y concluyó
una mañana asegurándole con heroica autoridad que cualesquiera que fuesen
los resultados
de su
repulsa había decidido contestar al Obispo de
Agdas embajador de España, que no daría su
mano al príncipe. Hermano mío, concluyó echándose
—
pies del Inquisidor
á los
y regando sus manos de
lá-
grimas, perdonad mi atrevimiento, tened lásti-
ma
de mí y salvadme
la esposa
;
yo moriré antes que ser
de D. Felipe.
El Cardenal se espantó temiendo las consecuencias de semejante desaire, y creyó mejor to-
mar
á su cargo la resolución de este asunto ha-
ciéndose
él
mismo
intérprete de la negativa para
ocultar sus rasgos con el velo de la diplomacia, el
mas tupido de
tiernamente y
que tan odioso
la
todos los velos.
La consoló
prometió librarla de aquel lazo
la era.
52*
Fuese á ver con
el
Rey y
al
lo
halló
ocupadísimo
arreglo de una nayegacion para la India
oriental.
— Aqui
estoy, dijo el Rey,
hermano mió,
tra-
bajando dia y noche, como D. Manuel el grande, para llevar la marina al grado de prosperidad
donde
él la
hubiese llevado
si
no dejara en mí tan
mal sucesor. Pero suple mi voluntad á la escasez de mi ciencia y creo que en el dia entiendo algo de náutica.
— por demás modesto, hermano mió, D. Enrique. —No tengo de Sois
re-
plicó
lo
la conciencia
penséis;
insuficiente para
ser
Rey, pero reconozco en mí
la
vocación de marino.
Juan ni
al
hablar asi no se equivocaba
mente que su vocación
la calificaba
;
sola-
con un nombre
que no le correspondía. Su vocación no era propia-
mente
la del
marino sino
raciones á vivir en lo
el
la del pato.
Jenia aspi-
agua y no eran nave y aguja
que su persona necesitaba para cumplir con su
destino, sino las alas
y
los
remos del ave acuática.
El Cardenal lo conocía asi y se sonrió lastima-
damente.
—Dios
os ha colocado en el trono
debéis conformaros, D. Juan.
,
repuso
,
y
53
—Y
estoy conforme, D. Enrique: pero cada
vez que dispongo una nueva navegación siento
impulsos irresistibles de hacerme almirante y dirigir
—
mis naves por todo
el
mundo.
Peligrosos impulsos que debéis reprimir por
bien de vuestro reino.
D. Juan suspiró apartando tristemente sus ojos
mapa que no cesaba de mirar y mano del Inquisidor.
estrechó la
del
—Vengo á veros continuó bien —Ya — ¿Cómo? —Sobre —¿Qué —Los dos poetas. —¿Sabéis ya eso?
este para
un asunto
delicado,
lo sé.
los reos.
reos?
—Los Luis de
marinos están alborotados. Dicen que
Camoens
en vez de
de
ello
la Infanta
iba á partir en esta flota
va á ser quemado con
y con
la
los hereges, ¿sabéis
y que
maestra
que eso
es grave?...
— de Camoens — en defensa — ¿En defensa Luis
ha quitado
la vida
á un
esbirro.
Sí,
propia.
propia; pues quien le atacaba?
54
—Los
frailes.
— Juan! —Como ¡D.
os lo digo.
Esa pobre mucliaclia Luisa
Sigea estaba presa por habérsele atribuido la escritura de
un mal
libro,
y su amante fué á
—¿Su amante? de Camoens — Sí
vale
,
Luis
como
la India y, lo
la
que por supuesto no
poeta, pero que tiene grande afición á
viajar por los
en
;
verla.
mares y que estaba decidido á ir á que es mas, apuntado por mi mano
de
lista
los
que hablan de partir en esta
flota.
¡Desgracia igual!... Es preciso que veamos
cómo
se le
puede salvar.
habiendo muerto á un — ¡Qué Hay un fami—Repito que en desorienY. M. no —Cuidado, por calumnias. que hay un famiseñor —Os llama Juan que de —Ruego á M. que esbirro!
decís!
su defensa.
fué
liar que...
se deje
señor,
tar
Inquisidor,
digo,
liar
Meurcio...
se
V.
reflexione bien antes
juzgar á ninguno de los que sirven al santo Tribunal.
Celoso por el honor del Tribunal D. Enrique lo defendía
siempre contra
los
que sentía también en su cueflo
ataques del el
Rey
yugo de aque-
!
55 lia institución
como
lo sintieron
hasta los reyes
mas poderosos que éL
—Juan Meurcio,
prosiguió con despecho, es el
que ha calumniado á era
ella
la
—V.
la
poetisa suponiendo que
autora del libro latino...
M. medite...
—Estoy perfectamente ha sido víctima de una porque
el
mismo
informado.
intriga
confesor,
;
el
la
La poetisa
Reina
lo
sabe
reverendo Fray
Juan Suarez, ha descubierto todo. La Reina ha venido á reclamar mi protección para la Españo-
y yo hubiera ido ya á veros
la,
si
estos trabajos
importantes sobre la navegación no
me
lo
hu-
biesen impedido. Calló el do.
De
Rey y
el
Inquisidor quedó meditabun-
repente sus ojos resplandecieron con una
espresion de bondad infmita.
— ¡Ah,
si
esclamó levantando su vista
al cielo,
fuese cierto que son inocentes esos desgracia-
dos de qué grave peso se aliviaría mi corazón
Tuércemelo y desgárramelo la idea de que tengo que condenarlos. ¡Oh, Dios mió; Dios mió! ¡Cuan duro es de cumplir
el
deber del Juez cuando so-
mos humanos!...
y
luego volviéndose con viveza á D. Juan
añadió:
56
—Dirigios
al
Tribunal exortándole a que pida
nuevas aclaraciones sobre los reos.
Yo llamaré
al
los delitos
imputados a
reverendo Fray Juan Sua-
rez de cuyo labio severo no
ha salido nunca una
Yo
palabra que no sea verdadera, justa y sabia.
no descansaré hasta descubrirlo todo.
— —Pero
¡Eso está bien; eso está bien, D. Enrique!
to
de mi
permitid que pase á hablaros del obje-
visita
,
blar de los reos,
que no era seguramente para ha-
aunque
me doy
el
parabién de
que hayáis tratado de ese asunto... un momento de atención, añadió, viendo que D. Juan volvia á
tomar
mapa.
el
—Ya — La mano... —Es
os atiendo.
Infanta no se halla inclinada á dar su
inútil,
D. Enrique, interrumpió
que hablemos de eso; 1).
la Infanta
dará su
el
Rey,
mano
á
Felipe.
Pocas veces D. Juan daba muestras de tan
grande decisión para
los
negocios
,
pero
la
que
mostraba en este caso revelaba mas que otra cosa la
estremada debilidad de su carácter. Lasóla
idea de resistir á la voluntad del
asustaba. entereza.
No
Emperador
le
obstante, D. Enrique contestó con
S7
—La
Infanta no dará su
—¿Quién podra
mano
á D. Felipe.
estorbarlo, preguntó D. Juan
asombrado?
—Yo,
replicó el Inquisidor, levantándose gra-
vemente.
—¿Vos, de qué manera?
— —Eso
Escribiendo hoy es otra cosa
nuestro augusto
mismo si
;
sin
tio
al
vos
Emperador. lo
arregláis con
comprometer mi nom-
bre...
—Nada —Yo me alegraré mucho. — pido de vos que una tregua á respuesta que aguarda Obispo de Agdas. — ¡Oh, que mis graves temáis.
Solo
deis
la
el
eso es
cuidados sobre
la
fácil,
navegación no
solverlo al instante... ilota...
diciéndole
me permiten
re-
pero que en partiendo la
¿Qué os parece, es buena disculpa?
—Escelente. —El Emperador
conoce ya
el
profundo amor
que absorve mi vida, y no estrañará mi lentitud en resolver los demás ne-
que tengo á
la ciencia
gocios. Apuesto,
añadió Juan
III,
sonriéndosc
con delicia, queD. Carlos esclama al saber esto: iqué sobrino, qué sobrino; debia llamarse
Gamal
el
rey
CAPITULO
ÍIII.
£1 revercudo aguisiino.
RES dias después de esta escena el inquisidor
mandó llamar
Cardenal D. Enrique á Frai Juan
Suarez.
Era
la
hora del mediodia.
quebrantaba contra
La
fuerte luz del
las celosías
y el cortinage de las ventanas del Tribunal y no alumbraba el gran salón sino con una claridad melancósol se
lica.
Las paredes vestidas de tapices oscuros don-
de se representaban algunos dolorosos pasages
60
de
muerte de Jesús
la
un
los sillones forrados
de
la
pesada mesa de ébano que
crucifijo
de tamaño natural, apare-
baqueta negra y sostenía
,
cían á esta medía luz con una magestad imponente.
La
estancia estaba en
gimiento igual
al
de
las
un
y recotumbas. Un ciego no silencio
hubiera podido percibir con su oido ejercitado
menor ruido que le advirtiese la presencia de un ser humano. No obstante, había aUi un ser el
humano
,
el
mas humano de
todos los seres
,
el
Infante Cardenal.
Sentado en uno de
mesa con
los
ojos
los sillones
en frente de la
elevados al crucifijo parecía
consultar con ansiedad profunda y tierna falible sabiduría del redentor
fé la in-
de los hombres.
Parecía que entre la persona y
el crucifijo se
había entablado una misteriosa plática de preguntas y respuestas que no se oían pero que se adivinaban. Parecía que
el espíritu
penetraba por un instante en
del mortal
las regiones divinas
para esclarecerse.
—¡Oh Jesús! la
esclamaba en su corazón, amigo de
humanidad, cuyo amor no tiene límites
,
cuya
gracia no se agota, escúchame, atiéndeme, guía-
me. Yo quiero ser justo, quiero ser bueno, pero no sé
si lo
soy
,
porque esta carga que llevo so-
61
bre mis hombros es demasiado grave para mi flaqueza. ¿Quién sabe
doy mi
fallo
si
te ofendo
para castigar a
tremendos suplicios que
los
los
cada vez que
hombres con
los
hombres mismos han
inventado? ¡Ah, tú te dejabas crucificar por los
malos y los perdonabas! Tú, que eres todo perfección, eres todo piedad, todo mansedumbre, nosotros que somos todo imperfección,
somos todo
¿Quién nos ha dado
donde se encierra
qué
la
.
venganza.
las
sagradas páginas
celestial doctrina
lu
que ordene
de e^tos autos? ..
todo
derecho de quemar a nues-
¿En cuál de
tros semejantes?
sola palabra
el
fiereza,
hay una
ni exorte la celebración
¿Por qué los suplicios? ¿Por
hoguera?
Deteníase y aguardaba por respuesta la inspiración de un pensamiento.
Sus ojos inmóviles, su boca entreabierta, sus
manos cruzadas tir,
le
daban
el
aspecto de un
de un santo.
—Pero yo cumplo mi deber, proseguía Yo
már-
no hice estas leyes
respeto.
Yo no he
colocaron en
el
,
las encontré
hechas y las
solicitado ser inquisidor,
Tribunal y cumplo... ¿No es
Jesús? ¿No cumplo?...
Y aguardaba
luego.
otro instante.
me asi,
— Pero lay!
proseguía después
¿cómo ha de
^
ser justo y bueno dar tormento á nuestros her-
manos, aunque sean malos, aunque sean hereges?
¿Cómo ha de no no
yo
,
ser justo abrasar á los \ivos... ¡Oh,
los
desgarrada
.
.
.
veo
,
yo
oigo
los
desgarrada
! . .
.
,
mi alma
desgarrada
está
I
El rostro del Inquisidor tomó una espresion tan dolorida que por un
momento
se asemejó al
mismo de Jesús crucificado. Dos lágrimas, pesadas como las gotas que caen de las nubes
rostro
tan
y
se
consumen en
mitad del
estío,
las piedras abrasadas,
en
la
rodaron de sus ojos y se consu-
mieron en sus mejillas descarnadas y ardientes. Tal vez fué en uno de estos días de meditación
cuando
el
pintor
italiano
trasladó al lienzo las
facciones del Infante dejando á Portugal uno de los retratos
que mas simpatías inspiran
al estran-
gero.
A
mí, á quien
el
nombre de
inquisidor aterra-
ba, recuerdo cuan hondamente
me conmovióla
serena y benévola fisonomía del Infante Cardenal
donde antes imaginé ver una espantable figura. Solo examinando aquel tipo donde brillaban la inteligencia
hasta
y
la sensibilidad,
qué punto llegaría
el
hombres condenados por su
pude comprender infortunio de
siglo al
los
abominable
63 oficio
de inquisidores. No eran ellos, no,
crueles.
Era
la
época, era
el
los
pueblo, era la ge-
neración.
Cuando pidamos cuenta á
la
historia de los
crímenes que se han cometido, no nos ensañemos con
los
nombres de
indignémonos
los individuos,
contra la humanidad entera que en algunos periodos de la vida del lecerse hasta
el
mundo ha
llegado á encrude-
estremo de no consentir que ideas
generosas y cristianas alienten en ningún pecho
de mortal. Si habia inquisidores que decretasen los suplicios del brasero, era
que
asistiese
porque
á los autos de
fé.
\\dh\di pueblo
¿Qué digo? El
pueblo era la fiera que pedia las presas para saciar su ferocidad
novelistas
de entonces. El antojo de
los
puede personificar en un rey ó en un
inquisidoi la barbarie de todos aquellos hombres,
porque la
asi se
hace menos odiosa
verdad es que no eran
la especie;
los reyes
pero
ni los inqui-
sidores, sino la nación, esa tirana, esa cruel, contra quien se lanzan tantas imprecaciones.
Largo tiempo permaneció D. Enrique en aquella actitud
abriese la
y mas hubiera permanecido puerta del salón dando paso
si
no se
al
reve-
rendo Frai Juan Suarez.
Con mucha
dificultad
podré dar idea á mis
64 lectores de lo tipo
de
que históricamente fué este bello
orden religiosa de
la
los agustinos
en
el
siglo XYII.
Prevenido siniestramente contra
el
de
los
ánimo
sencillo
hábito frailesco y llena España de in-
dignación por
de
el
la
el
estado á que la redujo la tiranía
orden, son estos unos dias de reac-
ciones violentas en que (insisto en ello) se juzga
y no es apenas dado tributar un justo elogio á los varones que del individuo por la institución
se distinguieron por su virtud en aquella relaja-
da
milicia.
Conozco que Juan Meurcio es viene presentar en
la
mayor parte de
que gustan naturalmente de ver
papel de traidor desempeñado por un ro este conocimiento no al
que ha entrado en
do con
la
dera que El
que con-
novela contemporánea pa-
ra concillarse la simpatía de la los lectores,
el tipo
el
me
fraile;
el
pe-
escusa de presentar
salón del Infante rodea-
aureola de una gloria no menos verdala
ignominia de Juan Meurcio.
reverendo Agustino tenia setenta años.
Examinándose concienzudamente declaró un dia que se acordaba de haber mentido dos veces en toda su vida. Una cuando
muchacho negando
el
haber lirado unas piedras á cierto perro que se
65
decia rabioso y otra asegurando que se habia
comido unas cerezas que su hermano comió y á quien querian castigar por ello. De sus costumbres se sabia en Lisboa por tradición que eran
tan puras
como
las
de un niño. Habia entonces,
como ha habido siempre, muchos tos
que no buscaban
religiosos cas-
las tentaciones
geres, pero solo se sabia de
de
uno que no
Amaba
yera y este era Frai Suarez.
mu-
las
las
á las
hu-
mu-
geres porque eran sus semejantes, pero no las te-
mía. La humanidad no tenia sexo para turbable corazón del Agustino. sión le causaban el
hombre,
la
el
imper-
La misma impremuger y el niño.
Para todos tenia igual caridad, igual amor.
La pureza de ñada por
estos sentimientos,
la niebla
nunca empa-
de las pasiones mundanas, se
A
revelaba en su rostro.
pesar de su ancianidad
su frente apenas tenia arrugas y conservaba la
blancura innata de
la
primera juventud. El ca-
y la blanca barba envolvian el rostro sereno y grave del religioso donde brillaban dos grandes ojos pardos con una luz pálida dulbello blanco
,
ce y melancólica las
como
el sol
de invierno sobre
montañas cubiertas de nieve. Era de elevada
estatura y lo parecía
mas por
el
hábito que ar-
rastraba magestuosamente. TOMO
II.
5
66
El Inquisidor se levantó y
—Perdonad, hermano,
le dijo:
me he
si
atrevido á
causaros la molestia de que vengáis hasta
bunal
,
y estad
de que no
cierto
el
Tri-
lo hiciera si
no
se interesase en ello la gloria de Dios.
—Es para mí, Señor, grandísima honra sar los umbrales de esta santa casa,
provecho á mi alma
el
el
pi-
y daria gran
poder serviros en algún
punto de piedad, yo que soy
el
mas
inútil
de to-
dos los siervos de Dios.
—Vos, hermano,
sois el único
que puede ser-
virnos en este confuso laberinto de dudas en que se pierde nuestra conciencia después de algunos dias.
Vuestra palabra verdadera puede guiarnos.
Pero antes, hermano, dirijamos una oración crucificado para que despierte vuestra
al
memoria
y afirme vuestras razones. Arrodilláronse y rezaron fervorosamente.
—Estoy hubo terminado su —Decid, hermano, cuanto dispuesto,
dijo
el
agustino cuando
oración.
en
latin corre
sepáis del libro que
manuscrito, contenedor de tantas
obscenidades.
El religioso respondió asi con una voz firme y solemne que resonaba por las bóvedas del salón,
como
las notas
sonoras de un órgano.
67
—Era
la
víspera de una fiesta consagrada á
Nuestra Señora de los Dolores. La Reina había manifestado su buena voluntad de que yo predicase
sermón y tuve necesidad de pedir á
el
Meurcio algunos libros de poco provisto de
ellos
fijo.
por hallarme yo
á causa de mis continuas
peregrinaciones que no
gar
testo,
frai
me
permiten tener ho-
Equivocóse Frai Meurcio en las obras
me
envió y para ahorrarle nueva molestia yo mismo tomé los libros y pasé á devolvérselos
que
rogándole que
me
permitiese escribir
el
sermón
en su propia biblioteca.
Concediómelo y escribí mi sermón, haciendo copia y dejando el borrador en la mesa de Frai Meurcio, por haberme pedido que asi
Al dia siguiente prediqué to
lo
ayudado de mi cristiana
lo hiciese.
que habia compues-
y caritativo deseo. Algún tiempo después hice un viaje á Torres fé
novas y perdí el manuscrito del sermón que llevaba para predicarlo entre aquellos fieles. Esto era la
el
año pasado. Liego
Reina
que
mo
me
manifestó
repitiese el lo
el
de este año y agrado que tendría en
la fiesta
mismo sermón. Yo
la referí
co-
habia perdido, pero acordándome después
del borrador
y queriendo complacer á
la
Reina
pasé á ver á Frai Meurcio pidiéndole la merced
de que buscase
borrador. Estaba ocupadísimo
el
en sus tareas de escritura, pero lleno siempre de cortesía hacia
mi humilde persona
se levantó y
comenzó á registrar sus numerosas gavetas. Por entre
fin
me
muchos
rollos
de papeles halló uno que
entregó apresuradamente diciendo: ((Creo que
es este...
Yo
sí,
este es... estoy
le di las gracias
muy
y marché
de prisa.»
sin
examinar
papeles temeroso de interrumpir por
los
mas tiempo
sus tareas.
Así que llegué á mi casa deshago
comienzo
¡Qué horrible letra de
latín
era
el
que leian mis
Juan Meurcio estaban escritas
deshonestas palabras que nunciar. Aquello era
rollo
y
¡Purísima Virgen María!
lectura.
la
el
el
el
De mas
ojos!
las
pecador puede pro-
borrador de un libro no
terminado.
Lleno de espanto y de dolor guardo crito y
me pongo
el
manus-
á orar pidiendo á Dios miseri-
hermano á quien yo creia tan espiritual y tan casto como mi propio pensamiento. Encomendé á otro padre la predicación del dia cordia para
siguiente te
el
y guardé
silencio acerca
de aquel
tris-
descubrimiento.
Pero pocos días después comienza á divulgarse en la corte la escandalosa
fama de un
libro
69 latino
S.
que se decia compuesto por
A. Mi conciencia
en esta acusación
la
me
la
maestra de
advierte que se encierra
mas
inicua de todas las ca-
lumnias y busco ávidamente
el
de mano en mano entre
nobles.
los
libro
que corre Poco tardé
en descubrirlo. La Reina indignada y afligida
me
llamó para comunicarme que habia resuello despedir de la corte á la ingrata española que abu-
sando de su protección se habia atrevido á escribir
un
libro latino
que acababa de mostrarle
el
Rey.
Suplico á la Reina que suspenda toda determinación hasta que examine por mis ojos aquel funesto libro
y
ella
misma me proporciona
Detúvose un instante
el
su lectura.
Agustino y
el
infante
preguntó con ansiedad.
—¿Era —En
el
igual ai borrador?...
nombre de Jesús declaro que era co-
pia del borrador que escribió Juan Meurcio, aun-
que
la letra queria
remedar á
la letra
de muger.
Siguió á esta declaración un largo silencio que fué interrumpido por la entrada de
—El
Tribunal, dijo
el
Juan Meurcio.
Inquisidor gravemente,
vá á reunirse dentro de una hora. Frai Suarez por
manuscrito y presentadlo al Tribunal. Frai Meurcio, venid al Tribunal á oir la acusaid
el
ción de vuestra culpa.
CAPITULO
Fiu de
las»
IX.
Doña
Itodas de la infanta
María.
110 sabe
la
autora de esla novela, porque no
esta en los misterios de la diplomacia, lo
que
el
Obispo de Agdas, Embajador de España, escribiría
al príncipe
le liabia
hecho
debió ser cosa
D. Felipe del recibimiento que
la Infanta
Doña María
muy lisonjera para
el
;
pero no
futuro funda-
dor del Escorial cuando persuadió á su augusto padre,
el
Emperador Carlos V, á que mudase
el
intento de desposarle con la Infanta de Portugal
Pudo confribüir, i).
sin duela, á esta
Felipe en renunciar
Princesa ,
trato
y
el
la
conformidad de
ala mano de
poca impresión que
le
estraño desasosiego que
la
hizo
casia
su re-
causó
le
retrato de otra Princesa que no dio en
el
adelante
muestras de ser tan casta como Doña María. Pero obsérvase que los hombres,
ya sean reyes
ó subditos, (como den en beatos) gustan las caras risueñas é insinuantes, aunque
mas de
sean feas,
que de
las
melancólicas y dignas,
aunque sean
bonitas. Para conjurar tiranos
como D. Felipe no enviarla yo seguramente ejérciíos de soldados con lanzas, sino turbas de bailarinas con castañuelas. Esos hombres sombrios y ferozmente fanáticos en cuyo rostro taciturno jamás brilla una sonrisa, son, por la ley de los contrastes
ce desear al los
mas
hombre
la
que ha-
cualidad de que carece,
sensibles á las gracias de las
mugeres
festivas.
Asi se comprende como es que
mo íle
tan
y
austero
Felipe
11
el
rigidísi-
gustó algunas veces
damas cuya alegre desenvoltura cuadraba malamente con su monástico recogimiento.
Pero dejando en paz
al
gran Rey, cuya sola
memoria me infunde miedo, y volviendo á la novela que me propongo terminar lo mas presto
73
que
posible, digo
ordinario pocos
llegó á Lisboa
momentos
un correo estra-
antes de empezar yo
este capítulo.
Era del Emperador Carlos
V
y traia pliegos para el Inquisidor general y para el Rey. Y lié aqui que por razones de ignorancia propia que no quiero confesar
al lector,
para darle cuenla do
me
hallo detenida
que cooienian
lo
los
plie-
gos. Fácil
seria
le
seguramente a aquel docto
Español (a) que ha aprendido de memoria tilla
de todos
para saber hablar
los siglos,
la
car-
el len-
guaje de todas las generaciones, improvisar un
documento
escrito á
Garlos Y: y
fácil le seria
han aprendido hablar ni
manera
la
cartilla
como
del tiempo
íanibien á los
de
que no
ninguna, para no saber
la generación
una caria queriendo remedar
presente, el
Pero yo que no soy ni sabia como
estilo el
escribir
antiguo.
primero
ni
como los segundos, me siento confusa como yo misma para dar a mis lectores una coatrevida
pia de los pliegos que contienen el desenlace de la novela.
En
tan apurada situación nada discur-
ro sino que el lector vaya á leer estos
(a)
El Sr. D. Agustín Duran.
documen-
74
de Lisboa, y yo seguiré sucesos que fueron consecuencia
los al archivo Episcopal
refiriendo los
de estas comunicaciones, suprimiendo te oficial
que
es
para mí
la
mas
asi la
fastidiosa
par-
de to-
das las partes. Hallábase reunido
do enviaron sación
los
el
pliegos,
Santo Tribunal cuan-
y fué notable
que produjo su lectura en
el
la
sen-
Inquisidor
general.
Mayor fué aun la que esperimentaron los demas inquisidores cuando el Cardenal les comunicó la voluntad del Emperador Carlos Y, que reclamaba
español D. Mariano Enriquez, preso
al
en la cárcel del tribunal por
el
pecado de idola-
tría.
Movióse un sordo murmullo y todos dieron señales de desagrado é indignación, aunque nin-
guno de
los concienzuelos portugueses fué osado
á exhalar
la
menor queja contra
aquella nueva
exigencia del poderoso Monarca, á cuya voz tem-
blaban las Naciones. ¿Qué causa podia mover
el
Emperador para tomar ardientemente bajo su protección á un reo declarado herege y ánimo
del
condenado
al
brasero? Espliquemos esto.
D. Mariano Enriquez era un joven que habia sido
encomendado á D. Luis Quijada, señor de
7o Villagarcia del
para que
le
Campo por orden de
Carlos
V
(a)
No
educase en una vida sencilla.
pudiendo reprimir su impetuoso deseo de
salir
Villagarcia para ver la corte de Lisboa,
de
habia
tenido la debilidad de condescender á sus ruegos
exigiéndole la promesa de que regresaría en bre-
mancebo medio de introducirse en palacio por medio de cartas de una dama de Doña Leonor, madre de la Princesa, y ya era conocido en él por el supuesto nombre de ve. Pronto halló el
D. Mariano Enriquez. D. Luis Quijada vio con dolor que se prolongaba su estancia en la corte é intentó por todos los le
á su retiro; pero hallando que sus esfuerzos
eran inútiles escribió ta
medios imaginables atraer-
de
lo
al
Emperador dándole cuen-
que acontecía. Por este mismo tiempo
se verificó la prisión de D.
Mariano y escribió
Luisa Sigea la carta que Camoens debió entre-
Emperador y que
gar
al
nia
por
el
fué
príncipe Doria,
enviada á Alema-
y consecuencia
del
aviso de Quijada y de la carta de la Sigea fué el
pliego que el
reclamando
al
familia.
(a)
Ferrcras.
Emperador
dirijió al
tribunal
que nombraba príncipe de su
76
.
El Tribunal se separó para meditar, en riencia, sobre
un caso tan
diíicil
como entregar
á un reo que ha sido condenado á
pero en realidad
la
apa-
meditación era
debia dar por consecuencia sino
hoguera,
la
y no
inútil
entregarlo.
el
El rubor de ver arrollado su poder era
el
que
obligaba á los inquisidores á afectar que sometian al
examen una
cuestión que estaba dominada por
la fuerza.
Asi es que sin otra deliberación
los individuos
fueron dando secreta y separadamente su voto
para que
el
inquisidor general entregase al reo,
evitando
el
escándalo de hacer esta concesión
públicamente. Serian las once de la noche cuando
el
Infante
calabozo donde hablan traslada-
Cardenal bajo
al
do
pronto como se halló aliviado de
al reo, tan
sus heridas. El calabozo era ancho, pero no obstante faltaba completamente el aire por
de ventana ni otro agujero sino
de
las
carecer
hendiduras
la puerta.
Era esta una de para disecar á
las
los reos
maneras que se usaban y no
la
que
el
lido
y estenuado, á pesar de
menos
caballero Español estaba
de sus heridas, que cuando
eficaz,
por-
mucho mas pá-
hallarse recobrado lo
representamos
moi'ibuodo rodeado de enemigos, los médicos y los familiares.
Al entrar le
el
Infante precedido de
alumbraba vaciló
la luz
por
im page que
la falta
de aire y
en algunos minutos no pudieron verse el
el
reo y
juez.
Pero yo, que con poca luz tengo bastante para ver las cosas, vi uno de los cuadros cólicos
mas melan-
que se han dibujado jamás en
la
imagi-
nación del novelista.
El reo se hallaba de pie con ambas manos
amarradas á dos argollas
manera con que le
daba
en la pared; la
se hallaba recostado contra ella
la actitud
los brazos
fijas
de un hombre que medita con
cruzados por detras y las piernas des-
cansando una sobre otra. Seguramente cuando Sigea vio esta
misma
figura en el jardin
estatua adivinó algo de notable en
el
de
la la
noble con-
torno de aquella cabeza cuya frente parecía des-
pedir claridad; pero en estos momentos se halla-
ba
muy
realzada por
el reflejo del espíritu
engrandece donde quiera que mortifican al ser
Es na á
la
los
que se
sufrimientos
humano.
carne lozana una máscara bella que ador-
la criatura,
pero que no d(^a traslucir los
rayos del espíritu sino cuando el dolor ha adel-
78
gazado ese aderezo recen mitir
físico
de lozanía. Los ojos pa-
mas grandes y su mirada basta para trasá los demás el habla de los sentimientos.
La boca entreabierta es elocuente hasta con el silencio y hay en toda la espresion del rostro decaído alguna cosa que aproxima la criatura á lo divino.
En
bosquejado se veia
del preso el
el
piadoso semblante del in-
empezaba á
quisidor que
que
imagen que ligeramente he
frente de esta
conforme
distinguir los rasgos
se rehabilitaba. Hizo
la luz
paje colocase la luz en tierra y
lo
despi-
dió quedándose solo con el reo.
—¿Cómo —Bien
;
cabeza de
estáis? le
preguntó dulcemente.
respondió este la
,
separando un poco
la
pared, os agradezco, señor, esa
bondad.
—Vengo,
prosiguió D. Enrique, á poner fin á
vuestros tormentos. Vais á ser libre porque asi io
ha resuelto
el
Tribunal.
—El Tribunal me hace gran merced, aunque nunca he Campo —Vais á marchar á aguarda vuestro padre donde —¿Y quién ha dado derecho á D. Luis Quijada, delinquido.
Villagarcia del
adoptivo.
os
preguntó
el
caballero haciendo un fuerte movi-
79
miento con las manos
,
para descubrir mi se-
creto?
—El Emperador. — Emperador ¡El
face
I
me
Por Dios que no
satis-
disculpa del bueno de D. Luis, ¿qué le
la
importa
al
Emperador de mi vida
ni
de mi muer-
¿No es harto que por orden suya haya vivido
te?
en
la
aldea
como simple labrador? Pretende
Quijada que he de cumplir sus modestos propósitos
como cuando era
niño? ¡Oh, se engaña!
Yo
no quiero la libertad para vivir como hasta ahora.
Primero que perder en
vitas los años
el retiro
,
tiempo que abria con llave
raba
los
ceno-
de mi juventud, tomaré una lanza
y marcharé a Flandes. dijo el Inquisidor Sosegaos
—
de
las argollas
el
,
al
mismo
candado que cer-
de sus manos
,
no lastiméis
el
brazo que ha de blandir algún dia tal vez la es-
pada del héroe. Sosegaos, príncipe D. Juan.
A
estas palabras el reo
fijó
los ojos
en
el
In-
una mezcla de curiosidad y gozo que revelaba sus dudas y sus presentimientos.
fante con
—¿Será verdad? esclamó sacudiendo
zos el
que
el
Inquisidor acababa de dejar libres;
Emperador
—
sus bra-
es...
Silencio, D.
Juan, una sola palabra puede
80
perderos. Este secreto es un secreto de conciencia para los inquisidores.
Sed prudente y marchad
á Viilagarcia á esperar las órdenes de vuestro augusto.
.
.
la
;
pero no reveléis á nadie quién
que os ha sucedido. Sobre todo guar-
sois ni lo
dad
dueño
mayor reserva por
que hace á
lo
sericordia del Tribunal. Callad al
la
mi-
mismo Quijada
misterio con que habéis salido de esta cárcel, y ([ue Dios os proteja. Estáis sin duda guardado el
para grandes liazañas, y yo siento en mi alma un consuelo suavísimo viéndoos partir salvo á vuestra patria.
Diciendo esto desdobló (]ue tenia sobre su
brazo y
cuyas manos inermes por
Infante
el
el
lo
un hábito D. Juan
vistió á
tiempo que hablan
estado sujetas se movian en vano para ceñirse la vestidura.
Hecho
esto salieron del calabozo
las calles
,
atravesaron
y tomaron silenciosamente
el
camino
del palacio.
Cuando
el
Infante
hubo dejado á D. Juan re-
posando en su caritativo lecho, pasó á taciones de la Infanta
las habi-
Doña María que aun
se
hallaba levantada entretenida en sus piadosas oraciones de la noche. Porque las mugeres y no los
hombres son
los
que mantienen en
las nació-
81 lies la fé
ardiente de su religión,
y
las
que á tra-
vés de las miserias humanas levantan
el
himno
piadoso para rogar por sus semejantes. [Desgraciado el pais donde las mugeres abandonan el culto! Si sus cabezas iglesia, esas
den en
la
nave de
la
son las últimas cabezas que se hun-
el naufragio...
—Que Dios buen
desaparecen en
piloto
de
os guarde,
dijo el
nave católica de Portugal, be-
la
mano de
sando la
hermana mia,
la Infanta.
—Venid con Dios, hermano mió, devolviéndole —Dadme Doña María. —¿Qué Don Enrique? —Que para consagraros — ¡Cómo! —El Emperador á mis
replicó esta
el ósculo.
albricias.
decís,
estáis
libre
al claus-
tro.
¿es cierto?
se anticipa
revocando su determinación
de
ruegos
casaros
con
D. Felipe.
— ¡Que premie —Ya no habéis temor de — sea el cielo le
¡Bendita
—El
tal
merced!
ser reina.
la misericordia divinal
peso de la corona no ha de fatigar vues-
tro frente.
La TOMO
graciosa Princesa sacudió ligeramente su H.
6
cabeza como
en efecto
si
la
hubiese aliviado de
un peso, y añadió con una santa alegría: Desposándome con Jesús no volverán
—
reyes á solicitar mi mano, libre
y para siempre
los
estoy
de ser reina.
— Dichosa yo no nada de mi —La hechicera La hechicera quemada y su — ¡Oh, quemada también. hermana va á —¿Su hermana? que ha predicho mismo. Den—Olra vosl
1
sé
deslino.
os predijo...
fué
callad!
ser
bruja
tro
lo
de tres dias consumirá
el
brasero á ella y á
sus indignas compañeras.
cuánto me — ¡Ay, Dios mió, no —Pero en cambio, Doña María, tengo sabéis
afligen
esos castigos!..
nueva que daros
muy
otra
grata á vuestra piedad. El
español delatado por idolatría ha sido absuelto y puesto en libertad.
— —Dentro
¡Será posible... Virgen nuestra, gracias por
tantas dichas!
paña adonde venir...
—Sí,
le
espera
tal
vez un glorioso por-
Mas, qué veo?... ¿Lloráis?
— Oh 1
de algunas horas saldrá para Es-
,
hermano mió perdón
lo
,
sé
,
lo
! . .
vos no sabéis
.
.
he adivinado todo y no hay
83
nada que deba 'causaros sonrojo. Guardad un afecto de fraternal interés para ese caballero,
porque no es enteramente
estraiio á vuestra fa-
milia.
—¿Cómo? no
—Ese
os comprendo...
caballero á quien llamaban D. Mariano
Enriquez, es hijo del Emperador vuestro se llama D. Juan de Austria.
Os
lo
tio
y
digo porque
debéis saberlo antes de consagraros para siem-
pre á Dios.
mano de
Si basta
ahora habéis rehusado
ha
todos los príncipes,
ninguno amabais; pero
—Permitid que mañana mismo de he de pasar
si
sido
la
porque á
hubiese uno...
os interrumpa,
hermano mió;
quiero partir al monasterio don-
de mis dias. Esta resolu-
el resto
ción es irrevocable.
—Sea en buen hora
hermana mia
respeto y aplaudo vuestra decisión, y ruego á Dios que os ,
;
bendiga como yo os bendigo.
—Quédame una amarguísima pena en —Decid, hermana mia. —Mi buena y Sigea,
todavía, dijo tristemente la Infan-
ta,
leal
el
la
corazón.
maestra y amiga
de mi juventud fué también encarcelada por suponerla injustamente
lAy! yo
misma tuve la
autora del
libro
latino.
debilidad de creer aquella
84
calumnia y
Hanme
la
rechacé duramente de mi estancia.
dicho que no ha sido absuelta todavía.
Una de mis damas ha
han de castigarse á dos poetas
del auto donde
y estoy, D. Enrique,
—Os
oido hablar siniestramente
dije al entrar
llena de inquietud.
que venia á pediros albri-
cias por este dia de clemencia.
—¡Ahí
¿con que también
—Quedará
No os lo habia dicho porque ella misma os trajese la fe-
libre.
que esperaba á liz
mi maestra...
nueva.
—Gracias
otra vez, gracias. Dios
dré á mi lado en
el
acto solemne de
mió Asi tenI
mi
profesión
á la que tanto ha hecho por esclarecer mi oscuro
entendimiento con las luces de su sabiduría. olvidéis, señor,
—Voy
que quiero profesar
No
al instante.
á disponerlo todo para que sean
cum-
plidos vuestros deseos.
—Y encomendadme que me haga buena monja. —Oraré hasta
esta noche á Dios para
el alba.
CAPITULO X
¿Cómo
JjiSTA falla de
(se
siempre
la
ú
iiu calido?
maña que tengo para devanar no-
velas hace que hilos hasta
eaistiga
el
me
halle
enmarañada con sus
punto de tener que cortar casi
madeja por no hallar
la
punta corres-
pondiente. Tal es el castigo de las mugeres que
presumen encontrar nejo de la
la
misma
pluma que en
el
facilidad en el
manejo de
la
devana-
dera, figurándose que escribir un libro es
formar un
No
ma-
como
ovillo.
obstante
;
como
el
lector
no es
escritor,
86
porque en España escribe no lee, difícil el
que
no escribe y el que puedo contar con que hallando muy
arte de
el
lee
acumular patrañas se dará por
satisfecho de verse entretenido con el
muy malo
ageno, por
que
al fin el lector
que sea
trabajo
este trabajo.
no pone de su parte sino
pereza para estarse reposado con los ojos las letras
y ha de
,
Por-
ó el oido atento
si
fijos
la
en
tiene quien le lea,
ser sobradamente egoista
á pesar de
si
eso se enfada porque el escritor no tenga
mas
ingenio... [El ingenio! ¿quién sabe si el ingenio es
un pecado?... Alentada mi timidez con
estas reflexiones,
tengo inconveniente en decir que se
me
no
olvidó
hablar cuando debia de la acusación contra Juan
Meurcio dilatando ver castigado algún el
fraile
asi el placer
al fraile
traidor
:
de los lectores en
aunque
estoy segura de que
me
si
me
lee
perdonará
haber dilatado este suceso.
Juan Meurcio fué acusado de haber escrito libro latino
atribuido á la Sigea,
bada esta acusación por
el
el
siendo pro-
manuscrito que pre-
sentó el reverendo fray Suarez. Por consecuencia
quedó preso en Allí estaba
por
la
el
calabozo del santo Oficio.
también
muerte dada
al
el
infortunado
esbirro,
Camoens
pero una vez
87
probado que Juan Meurcio era el calumniador de Luisa Sigea y que Camoens no habia venido á visitarla
alguno siniestro
con designio
mismo
bien conducido por el
,
antes
que atentó
fraile
contra su libertad, y atendiendo á la fuerte recomendación del Rey y al clamor de los guerreros
y de
los
marinos que
al dia
siguiente de-
bian partir en la flota para la India, sidor general, haciendo uso
quedando responsable de
Inqui-
desús facultades es-
tomó á su cargo
traordinarias,
el
el
dejarle libre
este acto para
cuando
se reuniese el tribunal. Notable rasgo de piadosa valentía que la posteridad no admira segura-
mente por
el
motivo de haber sido virtud de un
inquisidor.
Disponíase
el Infante
visita á las prisiones
Cardenal para hacer su
cuando, velada completa-
mente con negros tafetanes que indicaban el mas rigoroso duelo, una dama penetró hasta el mismo salón del Tribunal Infante repitiendo
da; perdón
. . .
y se arrodilló á los pies del muchas veces con voz ahoga-
piedad
. . .
misericordia
1
1
—Levantaos, hermana, replicó el Inquisidor. No, nunca hasta que me digáis que no será
—
quemado...
—¿Quién?
88
—Porque
—¿De
no es herege... quién habíais, iiermana? él
—Ninguno mas cristiano... —¿Por quién intercedéis? —Caballero piadoso... vos misma, ¿quién
—Y
—El
sois?
entre las brujas!...
—Hermana
,
esplicad
vuestra pena clara-
mente.
—En
la
hoguera, en la hoguera ¡ay!...
—Desgraciada, qué
delirio os perturba?
—Señor no puede ser... eso seria horrible... Me arrancaría el corazón con mis manos! —Hermana, volved en vos! ,
—Perdón... Piedad... Misericordia! Faltó el aliento á la encubierta
dama y cayó dando con su frente en el suelo. Temblaba todo su cuerpo y chocaban sus dientes. Pero el eco del último gemido recordó á D. Enrique el gemido del Aquelarre.
—Hermana, del suelo; tros
por levantarla vez primera que escucho vuestened confianza en mí.
no es
gemidos
:
—Señor! —Serenaos. — Salvadle!
dijo esforzándose
la
89
—Sentaos y descansad. —Yo que vos amáis como os —Yo amo á todos mis semejantes. — ¡Ah, tan bueno! hablad. — Ya oigo en —En auto de que ha de Dios mió Dios mió —^Animo, hermana. —Dicen que —¿Quién? —Con —¿Quién? —Con —¿De qué reo — [Oh, —¿De qué reo hermana de qué —Del que acometieron —Los no acometen á nadie, hermana. —Del que defendió contra no son agresores, hermana, —Los —De... —¿De Luis de Camoens? sé
respeta.
él
le
sois
confesión,
os
el
verificarse...
fé
I...
irá...
los hereges...
las brujas...
habláis?
reo!
,
'
reo?
,
los frailes.
frailes
se
el familiar...
familiares de..,
—Si! —Bien. Y qué
os importa? es vuestro deudo?
—Mi —¿Es piedad solamente de alma deudo... no!
caritativa?
90 ^=—Piedad solamente
—¿Qué
,
no.
vínculo os une á él?
— ¡Tened compasión de mi! — compadezco y
es grato á
Sí, os
der calmar vuestras inquietudes
el
:
mi alma poreo va á ser
puesto en libertad.
— —Orad para que nunca mas vuelva á ¡Dios bendito!
en la grave culpa que hoy
le
perdona
la
incurrir
miseri-
cordia de Dios.
— —Y
noche y dia. orad también por vos misma cuya razón
Sí, oraré
se
ofusca
hasta conduciros á visitar á hechi-
ceras.
—Ya nunca mas auto cuando sean quemadas, y — aprenderéis á conocer nunca. — ¡Ay! no, á — ¿Qué á —Solo — —Se quemaba á una hace un año? —¿A una emplumada y — rey!» «será —¿Lo volveré.
Asistid al
allí
su miseria.
los autos
decís?
asistí
uno...
^Y bien.
bruja.
bruja...
Sí señor: iba
rey! será
oísteis distintamente?
se reia diciendo
9i
—Subió
á la hoguera repitiendo las mismas
palabras.
consumió? —¿Y fuego que —Cuando empezó llama a ondear en me y consumiría? —Pero hoguera —No pero —¿Cómo? después. —La he —¿A —Sí. su hermana. — Os — ¡Oh, Los muertos no — visteis
la
el
sus
la
cabellos
faltó el
I sí
,
perdí
valor
el sentido.
la
la
vive.
sé,
visto
la hechicera?
engañasteis, es
era la del aquelarre!
resucitan.
Silencio.
La
palidez habitual del Inquisidor se
aumento
hasta hacerle semejante a una estatua de yeso.
El espíritu fanático de aquellos tiempos lucha-
con sus sanas doctrinas religiosas y sumergia en hondas cavilaciones. Largo fué
ba en
él
silencio
que siguió
al
le el
anterior diálogo.
La una siempre encubierta con
las
manos cru-
zadas estaba inmóvil en su asiento.
El otro de pié miraba con espanto Abrióse en esto
y
el
la
al crucifijo.
puerta y aparecieron
el
Rey
conde de Castanheira.
—Hermano
,
dijo
el
primero descubriéndose
92
respetuosamente y doblando crucifijo
faltase
;
mañana
la rodilla
ante el
parte la flota y no quisiera que
ninguno de aquellos á quienes he conce-
dido la gracia de atravesar los mares.
—Descuidad, He empeñado mi
hermano, replicó
el Inquisidor,
palabra para
y ya me
ello
dis-
ponía á cumpHrla.
—Gracias, hermano. Cuando entraron ambos personages se levantó la
dama
encubierta, pero de tal
modo
estaba
sobrecojida sin duda con la presencia de ellos,
que llas.
ni podia
andar
ni sostenerse sobre sus rodi-
El Conde la miraba
como
si la
fija
y obstinadamente
hubiese conocido ó intentase cono-
cerla.
—Hermana,
dijo el Inquisidor
ad virtiendo es-
en paz y que Dios os bendiga. se arrodilló, besó su mano y salió del
ta perplejidad; id
La dama Tribunal.
—Si
V. M. no ha menester de mis servicios,
dijo Castanheira
mirando con torbo ceño hacia
puerta por donde habia salido la dama,
me
la
dará
V. M. licencia para dejarle.
—Vé con
Dios, contestó el Rey; pero vuelve
pronto á mi cuarto porque es
que hay que hacer para
mucho
la salida
,
de la
mucho flota.
lo
93
—Antes de una hora V. M. —Escuchad, dijo
gravemente
al
el
estaré á las órdenes de
Inquisidor acercándose
Conde; con
poder de ministro
el
que Dios ha concedido á mi persona os prohibo seguir á la católica que ha salido del Tribunal.
—¿Luego
sabéis que yo la conozco?
—Adivino mala voluntad que anima. — ¿Sabéis señor mi derecho?... —No hay derecho hacia penitente que vieos
la
la
ne
al
Tribunal.
—Y
viniese arrastrada por...
si
dado penetrar en —No de á —Por deseo de —Los únicos jueces de conciencias somos yo debo abandonar á una don— cuya —En asuntos en que Tribunal obre como exento de cargo. — jAh, — —Pero Tribunal absorve todo os es
el
secreto
la
confesión.
el
salvar
su...
las
nosotros.
Asi, señor,
cella
tutela...
el
tutor estáis
ese
perol...
Basta.
señor, el
lo
Estas osadas palabras las pronunció entre los dientes apretados por la ira
I
el
y
valido
las
oyó
94 Inquisidor
el
como una de
las
muchas
injustas
quejas que se exalaban todos los dias conlra
el
poder tiránico del Tribunal.
Nada respondió, beza hacia
el
hizo girar lentamente su ca-
lado donde estaba
el
Rey con un
movimiento de paciente dignidad, y dijo á este: Cuidad de que adonde no alcanza la mano
—
del
Monarca no llegue
de que
las
respetadas
el
pié del vasallo; cuidad
cosas de Dios sean en estos reinos tan
como deben
serlo.
No
basta, D. Juan,
proteger la marina y armar flotas que atestigüen la bizarría del
da habéis de
soberano portugués; antes que navigilar
porque iodos vuestros sub-
ditos sean ciegos observadores de las
leyes de
nuestra iglesia católica y de las del Santo Tri-
bunal que para gloria de Dios instituyó sabia de todas las Reinas. espíritus revoltosos fico influjo
mas
Poned un freno á
que quieren sofocar
el
los
bené-
de una institución bienhechora, guar-
dia y salvación de las almas.
No
permitáis nun-
que juzguen
ca á lenguas profanas actos ni
la
murmuren de
nuestros
nuestra autoridad.
tendréis nuestra bendición para vos
Asi
y vuestros
reinos.
—
Así, replicó Castanheira con una audacia de
que no hay ejemplo en
las historias
de
los
mas
9a
audaces favoritos, es como
narca subyugado por en vano procura el
la
trono es
Magesíad del el
Mo-
esa fuerza inmensa
que
Asi es como, poco
Inquisidor.
V,
Magesíad del Rey
una sombra ante
llega á ser
los
la
á poco
mismo Carun fantasma. Asi es como los contrarestar
el
pueblos...
— sus
¡Dios justo, esclamó el Inquisidor cruzando
manos y cayendo de
rodillas ante el crucifijo,
ten misericordia de ese pecador
que en tu pre-
sencia se atreve á blasfemar!
—Conde, mos de
dijo el
Rey trémulo y
asustado, va-
aqui.
Los dos salieron y el Inquisidor quedó orando fervorosamente por el alma de Castanheira que creiaya presa de
—¿Qué
las llamas del infierno.
has dicho? iba preguntando
el
Rey
cuando salieron del Tribunal, ¿qué imprudencia has cometido? ¿Sabes que yo debo hacer alguna cosa para castigarte?
—Hágala
V. M.
—Y ¿Qué he de V. —¿También
hacer?
¿cuál?
quiere
M. que yo disponga
cómo ha de castigarme? Vaya, pues, destiérreme V. M.
—
Sí, si, eso es lo
que tu deseas para dejarme
96 solo con los negocios, y ahora precisamente, aho-
ra cuando tenemos tanto que trabajar!...
—Pues no
—Yo
lo
sé
cómo
arreglarlo.
pensaré después
;
en tanto
te advierto
que has incurrido altamente en mi desagrado y que exijo de tí muchísima circunspección.
—Está
bien.
CAPITULO
XI.
Visita á laü eárceieis del Trilitmai.
Ijüando Ilubo orado del
las cárceles
que
visitó fué
salió el Inquisidor
Tribunal.
á visitar
El primer calabozo
aquel en que se hallaban encerra-
das las brujas.
Detúvose á
la
entrada como indeciso y no pu-
do dominar un temor vago que sobrecojia siempre su ánimo cuando se acercaba á las hechiceras.
—Entra,
Aquelarre, con un tono de mandato supremo. No temas nada
TOMO
U.
dijo la bruja gefe del
7
98
de estas pobres viejas cuyo único crimen ha sido decirte la verdad.
—Vengo
aun
con
la
esperanza
,
contesl(')
D. Enrique esforzándose en parecer sereno,
que en
el
de
breve tiempo que os resta de vida ab-
juréis de vuestras falsedades
y os
reconciliéis con
la iglesia.
La bruja se
—No hay
sonrió.
ser
humano, prosiguió
el Infante, al
cual le sea dado penetrar en los arcanos del porvenir, ni adivinar el destino de los otros seres.
Limitado a comprender apenas los sucesos del presente nuestro juicio no basta para adivinar
que
solo Dios sabe,
y
es
un pecado mortal
marse adivinos Satanás por sus malas
lo
el lla-
artes
ha
logrado introducu'se en vuestros espíritus para haceros creer que sois hechiceras y que predecís los destinos
podrá libraros de
humanos. ¡Insensatas! ¿Quién las
llamas del infierno
mildes y contritas no imploráis
si
hu-
al instante la
mi-
sericordia divina?
~Y ¿por qué te obstinas en que nos salvemos? preguntó
la bruja
con irónica sonrisa; ¿qué
porta nuestra condenación á
ti
te
im-
que nos has arro-
jado sin compasión á la hoguera y que rabioso porque el fuego no nos ha consumido dispones
99
mueve
quemarnos otra vez? ¿Qué
es lo que te
pedirnos con tanto afán
que neguemos
el
dad de nuestras predicciones pe
si
,
— —
no es
el
,
la
á
ver-
pusilánime prínci-
miedo?
¡El miedo!
miedo. Vosotros buhos
Sí, el
teméis la verdad
como á
la luz.
,
Inquisidores,
Cuervos pestilen-
tes
que os nutrís de carne humana, vosotros
sois
los
que
mas
halláis hechizos hasta en
sencillas de la vida.
Y
las
sino acordaos,
de aquel Español que vino á saber tura.
Le dijimos que era
la
cosas
hermanas, buena ven-
muy amante
'de la
be-
y de las artes y que adoraba á las buenas estatuas. Pues la Infanta Doña María, fanática co-
lleza
mo
su hermano, teniendo una en su jardín que
Español mandó derribarla y por intimación del que está delante de vosotras de-
agradaba
al
nunció como idólatra
al
pobre caballero. En-
tonces los Inquisidores le condenaron á la ho-
guera cuando estaba herido por una estocada
que recibió cabeza de
al la
para salvar
saltar el jardín
pobre
estatua
la
mutilada, y esa
misma cabeza de mármol ¿lo creeréis? va á ser también quemada para quitarle todo hechizo. ¿Quiénes sino ellos son
los
que creen todo
linage de embustes? ¿Quiénes sino
ellos tienen
JOO miedo á
las hechicerías?
mísero Cardenal,
que
el
¿Qué es sino
el
miedo,
te obliga á asarnos
inicuo brasero! Niegas
la
nuestros hechizos. Débil y supersticioso, eres, cuando te predije queserías
en
tí
ambición suficiente para que
Rey
en
como
sintiendo
ella te arrastre
algún dia á cometer vilezas por sentarte en trono has querido destruir te
de
la tentación
liey! Tal vez tengas
ú los pueblos
;
tal
chispeaban en los
la la
para
inútil,
ello
el
para librar-
porque serás
que hacer traición
come-
vez tengas para ello que
ter crímenes, pero
Los ojos de
el vaticinio
pero es
;
el
temes
hechicería y
no importa, porque serás Rey! bruja clavados en
como
oscuridad
huesos humanos que por
la
las
el
Infante
ascuas de
noche después de
un auto de fé quedaban en la hoguera del supUcio. 1). Enrique hacia vanos esfuerzos por librarse del influjo que aquella
mirada ejercía en su áni-
mo. Apretaba contra su corazón
las santas reli-
quias que encerradas en medallones de plata lle-
vaba siempre en su pecho y repetía mentalmente las
mas farvorosas palabras del cristiano católico. Muger dijo por fin sé que en tí vive el de-
—
,
:
monio y pugno por hbrarte de ridad, pero no tengo miedo.
él
Yo
movido de
la
ca-
solo no soy po-
deroso á convertiros, pues tenéis contra mí
el
odio
y
menosprecio; pero yo os enviaré
el
os amonesten hasta
—
Já, já,
el
frailes
que
último instante.
prorumpieron todas
las brujas; frai-
les! frailes!
El Inquisidor salió del calabozo
aun que entró en
él.
mas turbado
Un presentimiento
estraño le
advertía que en efecto la predicción de la bruja
podia cumplirse y dudaba en castigar con la hor-
pena del brasero á aquellas
rible
res.
muge-
Dio algunos pasos para alejarse y retrocedió
de nuevo hasta
—¿Otra vez —Sí seáis
,
el
mismo
calabozo.
vienes? gritó la bruja
no ya á reconveniros
buenas
los secretos táis
infelices
como
:
,
á suplicaros que
que confeséis vuestra ignorancia en
de
la adivinación,
católicas de lo
y que
os arrepin-
que habéis predicho; con
lágrimas os conjura á ellos este humilde siervo del Señor.
Diciendo esto D. Enrique derramaba en efecto dolorosas lágrimas. Pero las brujas respondieron
con estrepitosas carcajadas y
abandonó á su frenética
La segunda
visita
— ¡Válgame Dios
el
Inquisidor las
alegría.
que hizo fué á Juan Meurcio. ,
hermano
,
dijo el Infante,
cuántas son las mañas de que se sirve
para condenar
las
el
y
enemigo
almas! ¿Es posible que os die-
i02
se la tentación de escribir aquel perverso libro
para calumniar
la
Muy arrepentido
fama de una doncella honesta?
debéis estar,
una humilde confesión y
el
y yo espero que con
rigoroso ejercicio de
alguna paz
la penitencia, lograreis
al
remordi-
miento.
— Así
seria,
hermano, replicó
el fraile, si
fuese
en efecto reo, pero, bendito sea Dios, mi conciencia se halla inocente
como
la del niño
que acaba
de nacer.
—Hermano!...
hermano!...
con la prueba
de Frai Suarez!...
—Frai Suarez puede tener dentro de monio
,
que como decís bien usa de
sí al
distintas
de-
ma-
ñas para perder á las criaturas,
—¿Y manuscrito? —Puede también obra — ¿El demonio habia de el
del demonio.
ser
escribir
aquel
lalin?
—El demonio, hermano, uñas para toda de —Lo dudo, hermano. No creo que haya aquí demonio que vos mismo. —Tal vez pero en caso harta pena tengo con —Y harta demás con que tiene
clase
fingir
letras.
otro
;
ese
serlo.
tienen los
lo seáis.
d03
me consuela —No mismo muchos como yo en — —Soldados, — Calumniáis —Eso mas en Dios que hará aparecer —
saber que hay
obstante;
Tribunal.
el
¿Familiares?
familiares é Inquisidores. al Tribunal!
1
tarde lo dirá la historia.
claros á
Confio
la posteridad todos los actos justos
y piadosos
del
santo Tribunal á quien servimos.
—Me temo que como verdugos de — ¡Qué — Me temo que
la
la
posteridad nos considere
generación pasada.
idea impía! el
nombre de
en adelante para espantar á jos to,
inquisición sirva
los niños
y á
los vie-
y para hacer reir a los mozos por el sambenila coro%a y todas estas galas con que adorna-
mos
á nuestros prójimos de ahora.
—Habláis como condenado. —Larga estaremos —Dios nos — Tal vez á —Sé que soy gran pecador, pero — que no para — de —Yo nunca he en nada. fila
el
dia del juicio.
libre!
os halle
la cabeza.
la fé
me sal-
vará.
El ejercicio ¿x\bjurais
traéis
es
ello.
vuestras antiguas creencias?
creido
404
—Pues qué —Porque —Por qué malo. —Como —Y que apenas para vuestros —Yo creo también con ¿por
erais hipócrita?
era familiar. erais
.
todos.
creo
el
castigo
suficiente lo
:
brasero
del
será
pecadOvS.
asar
el
cuerpo no
se purifica el alma.
—-¡Oh, hasta dónde llega vuestra impiedad! os compadezco y no cesaré de pedir por vos á la
misericordia divina.
El Inquisidor salió del calabozo de Juan Meurcío en
un estado de abatimiento y angustia cual
nunca se habia encontrado. Mil ideas opuestas
mente y hacian saltar chispase iluminaban por un instante hacién-
se chocaban en su
de luz que
le
dole ver algo del oscuro abismo á cuyo borde le tenia
encadenado su destino. Muchas veces
su generoso instinto se reveló contra sus propias convicciones
,
pero nunca como ahora triun-
faba la causa de la humanidad en aquel corazón cristiano.
Pasó
al
calabozo de Gamoens, y
le halló escri-
biendo penosamente á favor de los escasos rayos
de luz que vertia una claraboya. Recibióle poeta con la espresion del cariño y
el
el
respeto
\0^
que
siempre
le inspiró
el distinguido
rogó que aceptase por asiento
le
hecho de su
—
príncipe
el lio
y que habia
ropilla.
Solo un instante puedo detenerme, contestó
y es con
el
Infante rehusando el asiento,
to
de deciros que estáis en libertad para marchar
mañana en
que envia
la flota
el
Rey á
el
obje-
la India
y
en donde con gran merced os ha dado plaza.
Cuando
consideréis, joven, lo inquieta
y atrevida
que ha sido vuestra conducta en estos sentiréis
movido á
sitios
tierna gratitud por la
os
magna-
nimidad de mi augusto hermano á cuya intercesión debéis todo.
— Ah, 1
señor, á vos primero y después al
estaré obligado eternamente.
limosna y escondéis
mendigo no os tra cautela.
dita
A
la benéfica
la bese.
vos que dais la
mano para que
Pero ahora es
Yo reconozco y veo
y no podréis
evitar
que
Rey
esa
la lleve
inútil
el
vues-
mano bená mis la-
bios.
Diciendo esto besó Camoens la quisidor que dejó
hacer en otro las
el
mano
del In-
calabozo enternecido para
la cuarta visita
con que terminaba
de aquel dia dando libertad á Luisa Sigea.
CAPULLO XÍL
lia
cabeza negra
1 AMPOCO al dia siguiente pudo salir del puerto la memorable flota que tantos desvelos ocasionaba de
Rey. Neptuno, Eolo ó algún otro Dios
al
los
que todavía por aquel
danzaban en
los
siglo
parece que
mares, habia tomado sus
me-
didas para que los buques no pudiesen navegar y
para que lación.
el
Rey
se desesperase con la
En vano Castanheira
nueva di-
se esforzaba por
calmar su despecho y entretener su impaciencia. D, Juan parecía en este dia un verdadero Rey, y
m ni siquiera,
un polvo Pero
al
el
de su caja de Indias, habia ofrecido
mimado
favorito.
pueblo no se ocupaba de
la salida ó
de-
tención de la flota porque tenia en este dia otro
espectáculo
auto de
fé.
mas Con
curioso y divertido; tenia un
la
halagüeña idea de que iban á
quemar á media docena de brujas, el pueblo bullía y zumbaba como una colmena que van á castrar. La plaza del Rosío, donde habia de verificarse la fiesta, estaba
ocupada por multitud de
zánganos que iban y venian en todas direcciones.
Es verdad que además de reo
muy
las brujas
habia otro
singular destinado al suplicio de aquel
dia. Este reo era
una cabeza de mármol.
Cosa por demás estraña que solo en Portugal imagino que pudiera acontecer aunque yo quisiera
que se hubiese verificado en todos
nos durante ción
;
el
malhadado imperio de
los rei-
la inquisi-
porque esto de quemar cabezas de piedra
lo hallo
tan inocente que yo
misma aseguro que
tendría valor para asistir á un auto. ¡Ojalá que la inquisición, en vez de los vivientes, hubiera con-
denado en España á las estatuas
la
pena del brasero á todas
pecaminosas que adornan sus pala-
y sus plazas. El aparato lujosamente fúnebre y la poética Magestad del Rey;
cios, sus jardines
109 los inquisidores
y
el
pueblo asistiendo
al suplicio
de un canto de mármol acusado de hechicería, pudiera dar á las gentes bastante entretenimiento
de tostar á sus semejantes.
sin necesidad
Asi lo pensaban algunas almas piadosas que, a pesar de la Inquisición, habia en Portugal en
aquel siglo
,
y de contrario modo
lo
juzgaban
otras que no fueron ni serian piadosas habiendo
De
ó no habiendo Inquisición.
pareceres resultaba
estos contrarios
diálogo que yo creo escu-
el
char en la plaza del Rosto, como se pronunciase algún
efectivamente
si
diálogo en aquella
plaza
cuyas voces no hubieran podido desvanecer vientos que han soplado desde
hasta
decimonono
el
que
lectores lo
siglo.
d siglo
diez
los
y
seis
Pero ya saben
los
novelista tiene el privilegio de oir
el
que no suena y de ver lo que es invisible. Hermano, decia una muger, vos que tenéis
—
tan buena amistad con frai Antunez, debéis de
saber
es cierto lo que se susurra de que
si
quemar á una
estatua.
— por —Mejor; Sí
van á
,
cierto
,
hermana
,
contestó
el
beato.
replicó ella,
auto por ser ios otros.
el
mas me agrada
este
reo cosa que no sufre que todos
410
—¿Es
posible
vamos á
,
hermana
pues qué diversión
,
hallar en que calienten á
—Y ¿qué prójimo? — herege ya
una piedra?
diversión es el que abrasen a un
Si es
hermana, que causa
veis,
y retorcerse en
la
—A mí no me —Pues a mí me gusta mas un auto en que
se
regocijo verle hacer gestos
hoguera. regocija.
quemen
cien reos
que una caza con buen halcón,
y ya sabéis cuánto me gusta la caza. Siempre he creído, hermano, que
—
teníais
malas entrañas.
—
¡Jesús bendito lo (|ue estáis diciendo! ¿yo
malas entrafias porque
me
divierto con los au-
tos de fé?
Entonces, hermana, vos tenéis
monio en
el
cuerpo.
el
demonio en
—¿Yo
el
el
de-
cuerpo? hermano á
Dios gracias nunca he sentido
lo
que es ese
vicho.
—Pues muy que ahora que como hinchada. — Es —Pero muy hinchada... — Ya —Y puede demonio. es
posible
os reparo... estáis
que...
sabéis...
ese
ser el
le
tengáis y...
.
—Ya —
mi
sabéis
estado..,
Sois casada...
—Y por lo tanto... —Se el
habrá apoderado de vos mas fácilmente,
demonio...
—Hermano,
mi marido..,
piense mejor de
de exorcismos. —Creo que —¿Para qué? — Para que empeñado. —Con que no basta debéis desear —Y quemen. mi culpa, señor? —Pues —Esa cara de condenada... — ¡Ah! necesitáis
.
arrojéis al diablo.
¿estáis
.
esto
si
que os
¿cuál es es
—Y
reo á un esbirro y voy á decirle que os examine. ese cuerpo...
allí
— ¡Desdichada de mil no hagáis
tal,
hermano,
¿por qué queréis perderme?
—Ese
vientre es sospechoso...
—Pero reparad que — Y mi conciencia no
estoy...
me
permite callar mi
sospecha. Lo siento pero voy á dar cuenta.
—¡Ay!
gritó la
muger tornándose
pálida,
ya
siento los dolores!...
— ¿No
os lo decia que
estabais
condenada?
ii2
Esos son
que os causa
los dolores
—Hermano, hermano, clamó xima á desmayarse y
el
demonio.
muger pró-
la
sostenedme... yo muero...
,
siento morir... al hijo
que llevo en mis entra-
ñas!...
—-Ya,
dijo el beato, eso es otra cosa; estáis
quedad en paz y que Yo no puedo daros el apoyo de
embarazada. Siendo Dios os asista.
mi
brazo, porque veo
tablado y
me
mucho movimiento junto
al
parece que es hora de acercarse
para no perder
la fiesta.
El beato dejó á la gentío que la
el
así
muger tambaleándose
empujaba de un
sitio
entre
a otro y
corrió hacia el lugar del suplicio.
Dos horas pasaron todavía antes de que apareciesen en sus respectivos sitios el
Rey y
los in-
quisidores.
La
profesión de la Infanta que quisiera ella
que se verificase aquel dia había sido aplazada para las
el
siguiente por no dilatar
el
castigo de
escarmiento de
la
cabeza
brujas
y
el
de
mármol.
Eran
las tres
los reos.
de la tarde
,
cuando aparecieron
Venían en espantosas figuras con aquel
atavío que se usaba para dar fiesta
y
mas
colorido á la
se la§ oía cantar en voz baja
una canción
Ii3
que todavía se conserva en Portugal entre
las tra-
diciones del pueblo.
Ya la hoguera Con la llama Rechinando,
Chispeando
Nos espera, Nos reclama Esta vida Maldecida.
Y
los
cuervos con gran regocijo
Caminar
al suplicio
Porque á Enrique
Que
la suerte le
la
nos ven,
hermana
predijo
guarda ser Rey!
Ved su frente Que por miedo Se replega,
Aunque niega Que yo puedo Con mi tino Ver su Él será de
sino.
la fiesta testigo
Para vernos con júbilo arder, Pero luego tendrá su castigo
Pues TOMO
II.
la suerte le
guarda ser Rey! g
ii4
Fueron subiendo
tablado una por una las
al
brujas que acompañaban á la adivina y todas ardieron
como yesca quedando reducidas á ce-
nizas en poco tiempo. Entonces llegó el turno á la
enemiga de D. Enrique; pero esta subió de
diferente manera.
en
la
vez de permanecer de pié
tarima se sentó sobre
la
les
En
ella
amonestaban y cuando
la argolla gritó
mientras los fraiiban á echar
la
con espantosa voz. ((¡D. Enri-
que, D. Enrique.
Yo voy
á morir pero tu serás
Rey!»
Luego empezaron las llamas á lamer sus pies y se la vio reir como si jugase con ellas. Los que veian cuánto tardaba el fuego en quemar sus carnes imaginaban que era por los hechizos y decían que añadiesen leña.
sus pies á retorcerse. bió por su espalda
Ya por
empezaron
La llama tomó vigor y su-
y prendió en su
ojos de la bruja chispeaban el
fin
cabello.
mas que
el
fuego y
ruido que hacia con los dientes sonaba
que
el
En
Los
mas
chisporroteo de la hoguera. esto se oyeron los temibles truenos de la
tempestad que no habia permitido
la salida
de la
Al y empezaron á caer gotas de principio estas gotas aumentaron la fuerza de la lluvia.
flota,
hoguera é hicieron que
las
llamas comiesen en-
.
íeramente los pies y los brazos de la bruja, pero
cuando
el
agua cayó á torrentes
la
hoguera em-
pezó á amortiguarse y la bruja quedó libre de las llamas. Pero ya no era una bruja. Era media bruja.
Se veia que estaba viva, pero se comprendía
que no podia
Conservaba
mover
vivir. Ella sin los
los labios
embargo, no moria.
y no cesaba de
abiertos
ojos
como
si
rezara.
.
Los verdugos se apresuraron á encender otra vez la hoguera y luchaban contra la lluvia, pero
pasaron mas de dos horas sin poder conseguir
que
la
bruja ardiera.
Ya
se
aproximaba
la
noche
y aun faltaba otro reo. Por último tanto se esforzaron por mantener viva la funesta llama que á su calor se enjuga-
ron los miembros de
la
bruja y empezó otra vez
á arder...
Pero basta; yo no quiero describir un auto,
—
He suprimido cuanto puedo suprimir para no lastimar desapiadadamente la delicada fibra de estas generaciones. Solo he querido espresar que
murieron plicio al
y que hicieron subir último reo que era la cabeza de las brujas
al
su-
la
es-
tatua.
el
mayor
de
verdugos y mayor descontento del pueblo. El pueblo habia Allí fué la
dificultad
los
ii6
gozado tanto con
las contorsiones
mármol
la impasibilidad del
Ya apenas habia tan repetidos
de
la
bruja que
le aburría.
pero los relámpagos eran
luz;
que mas que
la del sol
alumbraba
su claridad, á merced de la cual se veia la cabeza de la estatua, negra por el
sobre un montón de cenizas
humo, suspendido humanas: cabeza ne-
gra que aun se conserva en Lisboa entre las
reli-
el
Nada mas siniestro que aspecto de aquella hoguera medio apagada por
la
tormenta y en torno de
quias déla inquisición.
mo
la cual se
fantasmas los verdugos, los
blo,
agitaban co-
frailes, el
pue-
y el Rey. sombras del crepúsculo an-
inquisidores
los
Todo, entre
las
ticipado por la oscuridad de los nublados, pa-
medroso y
recía doblemente
en
los
ánimos de
habían
sentido
los
en
sentir
cuando pagos
la
medad de
influjo
los
aufos anteriores. el
muy
ser
ánimo á
la
Las
pavuno
perverso para
de recogimiento y oración truenos retumban y los relám-
necesidad
los
se
un
portugueses que acaso no
tempestades predisponen ra y es preciso
ejercía
en
cruzan la lluvia
,
hasta
tierra, hasta el aire
gar, llenos de
vaga
el
frío
cielo. el
Hasta
hu-
gas que despide
nos empujan
tristeza
la
al
la
ho-
y de humilde dos-
\\1
consuelo,
como
si
fuésemos insectos que temen
ahogarse fuera del agujero donde habitan. Así los portugueses se dispersaron después del
auto para
bulliciosos fiesta
de
refugiarse
en sus casas menos
que hablan salido de
lo
ella.
La
no habia satisfecho sus esperanzas de di-
versión.
Al levantarse de sus asientos
los
solemnes
jueces para retirarse también, se vio que uno de ellos
permanecia inmóvil. Era
denal, á quien
y
sin brazos
,
el
el
Infante Car-
espectáculo de la bruja sin pies
viva todavía cuando se apagó
el
fuego, habia hecho perder el sentido. Administráronle socorros
no recobraron
y volvió en
el brillo ni
sí,
pero sus ojos
sus labios
el
acostum-
brado movimiento. Trasportáronle ásu palacio y allí pidió por señas que le administrasen los sacramentos.
En
silenciosamente sidor
como
tanto su corazón prometía á Dios el
apartarse del oficio de inqui-
lo verificó
después.
¡Desgraciado príncipe! Él habia nacido para ser bueno.
CAPITULO XIH.
1 OCAS horas
hacia que Luisa Sigea, recobrada
la libertad se hallaba
cibió
un
en su aposento, cuando re-
billete escrito del
mismo puño de
na Doña Catalina y concebido ((Mi ))te
amada Sigea:
si
Rei-
así:
olvidando
el
agravio que
hice no estás ya enojada conmigo, ven á ver-
))me al instante. La pena que ))tunio ))rá
la
que has sufrido tan
me
causó
sin culpa
completamente hasta que
te
el infor-
no se calma-
vea satisfecha y
m ))d¡chosa
contribuyendo por mi parte al logro
,
))de ello.»
Catalina.
Tres reverencias hizo la dama encargada de entregar este billete á la dama á quien era diriji-
do y si esto era afectación claro se comprendía recordando que la misma dama mensagera fué la que hizo á
la escritora el
primero y mayor de-
saire, de aquellos recibidos
cierto
dia,
cuando
estando en desgracia se presentó en la antecámara regia. Por eso la Sigea no contestó á ninguna
de
las tres reverencias ni dio
visto á
la
persona que
muestras de haber
entregaba
le
el
billete.
Escribió la respuesta de este sin pronunciar una frase, lo entregó á la portadora sin fijar la vista
en
ella
fué á ponerse el
manto para cumplir deseo de la Reina Doña Catalina.
y
el
Antes de llegar á la habitación donde la Reina habia de recibirla halló la Sigea multitud de caballeros
y de damas que
algunas frases de las
se apresuraron á dirigirla
mas
dulces que posee el
idioma portugués, pero que no hacian efecto en el ánimo de la escritora por una sola razón; por-
que eran mentira. Para estas mentiras que tanto molestan en la corte á las almas leales tiene el castellano
una frase
muy
cortés en su significa-
cion pero
muy
flexible
para acomodarla
con que se quiere modificar su sentido se es el gracias.
mas
se la
respeto
,
precio
mas
el
tono
esta fra-
Con un gracias puede espresar-
ardiente gratitud; el
mas profundo
mas amargo y el desUn gracias prolongado,
resentimiento insultante.
tierno, blando, suave, melancólico es
un gracias, breve, irónico es
;
al
un
seco,
una
caricia;
duro, severo, áspero,
latigazo.
El gracias de la Sigea para contestar á los cortesanos fué breve.
La Reina estaba tomando que
tal
lozanía
el
baño cotidiano
vez contribuía a conservar en su cutis la
y frescura de
la
juventud. El cuarto des-
tinado á él era una bóveda vestida de ricas selinas
de
de
la India
los temxplos
mu-
y cuyas ventanas iguales á
las
de aquella época estaban cerradas
con vidrios de colores.
La Reina estaba envuelta en
finísimas ropas de
blanco hilo guarnecidas de randas y reclinada en el
baño con
el cabello
espalda. Sus el
tendido sobre la desnuda
manos y sus
pies se traslucían bajo
agua con tan encantadoras formas que hacían
olvidar la edad de la Reina.
geramente á de
el
baño.
la
Cuando tocaron
li-
puerta grito Doña Catalina des-
—¿Es Luisa? Entra, la
Entró
la
mano
del
Sigea y
la
baño y
hija mia.
Reina sacó graciosamenie sacudió humedeciendo
la
como
suelo con un ligerísimo rocío,
cuando
el
las
el
azucenas
viento las sacude después de la lluvia.
La Sigea tomó aquella hermosa mano y
la acercó
á sus labios.
— Gracias á Dios que
veo buena y salva, esclamó Doña Catalina con una espresion de regocijo
te
que iluminó su semblante con aquella
que ya hemos advertido era la princesa Española.
el
luz
mayor encanto de
¡Ay cuánto he temblado
por tu vida, pobrecilla! Cuando supe que estabas en las cárceles del tribunal temí no volver á verte.
—Dichosa
yo,
señora, replicó enternecida la
Sigea, dichosa yo que he logrado con tan poca
pena como es estar prisionera algunos dias favores tan señalados.
—Has
sido calumniada, hija mia, prosiguió la
Reina con acento de pesar, y duele en
pero
si
el
al
Rey y á mí nos
alma haber creído esas calumnias;
puede haber una compensación á
lo
has sufrido en nuestra voluntad de hacerte
que
dama
de palacio, tú tendrás desde hoy tranquila mora-
da bajo nuestro mismo techo.
123
—Señora,
replicó
la
Sigea,para atreverme
á rehusar la merced señaladísima que V. M.
digna concederme necesitaria dar algunas
se
espli--
caciones.
— Te escucho. —Y. M. me
creería ingrata
sí
no justificara
con mis razones la increíble temeridad de no aceptar su favor.
—Graves deben de Gravísimas, tengo otro
título
ser en efecto.
señora.
que
el
Soy
estrangera y
no
de escritora...
— Yo también soy estrangera. —Vos Reina. sois
—Y
en cuanto
al título presto le
tendrías
esto fuese necesario para asegurar tu
si
permanen-
cia en la corte.
— lAh,
señora, bien se comprende que dotada
de instinto generoso y encumbrada en un alto asiento, no os ha sido dado observar las miserables luchas en que allá bajo
el
trono se agitan
vuestros nobles! La nobleza tiene, es verdad, de-
rechos justos al respeto del pueblo. Esos perfectos caballeros, bizarros paladines, almas de finísimo
temple que han conquistado palmas inmortales con sus gloriosos hechos, deben tener escudos que coííio
sagradas reliquias venere
el
vulgo.
Mas
i24 ciun; los
padres de los héroes, aunque nada val-
gan por
sí,
tienen derecho al recuerdo de la pos-
teridad. Pero los hijos de los héroes
cuando no
sean otra cosa qne seres insignificantes, desper-
una fecunda existencia, no pueden, se-
dicio de
ñora, levantarse por cima de los
demás
sino en
débiles zancos, que solo les sirve para andar
lentamente por
do
paso de
el
el
camino de
la vida,
mas
embarazan-
la multilud...
—Me sorprende, mientos y estoy
Sigea, tal forma de pensa-
muy
lejos
de hallarlos prudentes
y justos. Los hijos de los nobles son nobles también y son nobles los nietos y cuanto mas antigua es la nobleza, es nobleza mas rica, nobleza
mas poderosa, bleza,
de
la
— do
Sigea,
mas
nobleza
como
el
respetable.
Es la no-
vino generoso:
necesita
antigüedad y por eso se embotella. Ciertamente, señora; pero V. M. ha observa-
si la
nobleza embotellada se ha torcido y se
ha tornado vinagre?
— ¿Qué
te
han hecho mis damas? En qué
han ofendido mis cortesanos, Sigea? ¿Cuál es
le el
objeto de estas estravagantes reflexiones?
—Iba
áesplicarlo, señora; ni vuestras
ni vuestros cortesanos
me han
que rehuso ofender á
ellos.
damas
ofendido, soy yola
Hija de un modesto
i2^
hidalgo de Castilla, yo no puedo, señora, colo-
carme
al lado
de vuestras damas sin mortificar
su orgullo.
—
^¿Orgullo
mis damas? No
sé,
pero
recido siempre que tienes tú harto
que
me ha pa-
mas
orgullo
ellas.
—Tal
vez, señora,
en vuestro palacio es creerían
y por eso mi permanencia imposible. Vuestras damas
mi elevación cuando yo
injustificable
creo que no está justificada la suya, y de estos contrarios pareceres resultaría el precio.
Yo además
necesito
mas
común menosaire.
Las aves
nacidas dentro de palacio pueden acostumbrarse
á vivir en su atmósfera, pero yo he menester
de campos dilatados.
que —Es —Estoy pensando en —Y á separarte de —Me decir
estás resuelta á
abandonar
la
corte?
ello.
la Infanta?
será doloroso.
—Y de mí? —Con
— Rey
doble pena.
¡Ingrata!... después de
la gracia
—Esa
haber alcanzado del
para hacerte mi primera dama.
merced, señora, vivirá eternamente en
mi memoria.
i26
—-Pero no
aceptas?
la
—No puedo. — Di que no —Mi voluntad
quieres. es la vuestra, pero
mal vuestras bondades
si
me
yo pagaría
quedase á vuestro
servicio.
—Eres una muger incomprensible. —¡Oh! que —Y me muy desgraciada —No —Estás siempre melancólica. —La melancolía no —¿Pues qué alma. nube en — Una tormentas? — ¿No — Tormentas — ¿Y por qué? —¿Por qué vos? —Porque soy Reina. —Yo porque soy muger. —Estoy de mi no puedo volver á figura
se
eres
señora.
es la desgracia.
es?
ligera
el cielo del
sufres otras
sordas.
las sufrís
patria;
lejos
ella y,
añadió
la
todavía celoso, tú
que eres
En
este
Reina bajando
me
la
voz
,
el
mortifica... pero, tü,
Rey
es
Sigea,
libre...
momento llamaron
á la puerta. Era un
d27
page del Rey que venia á avisar á Doña Catalina para que recibiese á este.
—Adiós,
hija mia, dijo la Reina; sé dichosa
y
acuérdate de cuánto te quiero.
La Sigea besó lió
la
mano de Doña
Catalina
y sa-
del aposento.
Al pasar por
las galerías halló
á Luis de Ca-
moens. Saludáronse y el poeta la pidió permiso para ir sirviéndola hasta su departamento.
—Venid, Sigea, vuestra presencia en —He venido á dar dijo la
y
asi
me
esplicareis
estos sitios. las gracias al
se
ha dignado darme plaza en
Rey porque
la flota
que parte á
la India.
—Al —¿Y qué he de hacer — Tenéis razón pero y fin
os vais?
aquí, Sigea?
;
— Por
Catalina?
principalmente es por quien yo
me
embarco. ¡Alma infortunada! yo no soy para
ella
sino
ella
un manantial perpetuo de lágrimas.
—Pero
al fin vuestra
presencia es para ella
un consuelo.
—Ya
no puede verme.
— ¡Pobre — Ay,
niña!
Sigea! qué mezquina es la estrella qu^
me
alumbra!
— ¿Q^^én
sabe
Camoens
,
,
cuál será vuestra
fortuna?
maldita mi —Mi — — Estoy desesperado amáis? —¿Tanto — jAh, que amo? Mirad, sea
fortuna?...
fortuna!
Estáis abatido.
I
¡
la
amo
Sigea, la
si la
tanto que huyo de
ella
para no yol ver á verla
jamás.
—Sí Camoens ,
,
volvereis lleno de riqueza
y
de gloria.
—
Riqueza!... gloria!... ¿dé que
me
servirían
ya? Creo que riqueza no la poseeré nunca
;
tal
vez conquiste la gloria.
— [Oh!
si
vos no
la conquistáis
con vuestra
poesia , Portugal quedará divorciado de las
mu-
sas.
— Poco importará de —Mal —¿Mi dudo do en España. muy —No le
pensáis
pais?
vuestro pais.
si lo
lo digáis
la
el divorcio.
es.
Creo que he naci-
alto
porque os tomarán
palabra los españoles y os colocaremos entre
nuestros poetas.
—España no para que sea
necesita el ausilio de
la envidia
de todas
mi
ingenio
las naciones.
Í29
Así iban hablando los dos poetas cuando vie-
ron pasar á alguna distancia de ellos á una due-
ña cubierta toda con un negro manto.
—
I
Lucifer
que vas con
I
Camoens,
gritó
En
faldas.
te reconozco
tus innobles uñas
aun-
voy á
dejar al bello ángel de mis sueños.
—
¿Quién es, preguntó
—Es
una de
la Sigea?
las doncellas
que se conservan
para demonios. Virginidad de ochenta años; ra-
cimo seco en agraz sin flor
y
sin fruto;
;
árbol sin ramas, sin ojas,
Abispa rabiosa de
los tejados
que no fabrica miel; espina punzadora de
la
ju-
ventud; Doloroso clavo de la humanidad.
—¿Doña Graciana? —Doña Graciana; cerbero
el funesto alcaide
,
el
can-
hembra de mi adorada, cuántas horas de i
martirio nos ha hecho pasar!... Pero ¡vive Dios, prosiguió Camoens, deteniendo instantáneamente
su paso y dando un golpe con su planta en
pavimento de piedra
,
el
que esta noche á pesar de
su vigilancia he de verla
,
he de hablarla y he
de estrechar su mano!
— Cuidado, mente —La
Camoens, no espongais nueva-
vuestra vida. vida es lo que
TOMO
II.
menos
me
importa. 9
Yo
i
30
necesito verla otra vez aun. Necesito decirla, que la
amo.
— Para doblemente; para de amargura aquel pobre —Es verdad. —No piedad de —La —Pues no —Es Ya habia renunciado hacerla sufrir
llenar
corazón.
tenéis
ella?
adoro.
la veáis.
imposible, Sigea.
ello
á
por deber y ahora pienso con frenética ale-
gría en que
voy á
despedirme de
partir para tener el derecho de
ella.
de vengativo para
Hay alguna
los
cosa de cruel y
dos en la emoción que
me
causa esta postrera entrevista. Parece que yo deseo castigar su
amor y
el
mió con
el
dolor que
preparo esta noche para entrambos.
— Ay, Camoens, cómo reconozco en esas palai
bras la índole del poeta! Ávido de infortunio se
complace en todo
lo
que sea desgarrar sus entra-
ñas con sensaciones violentas.
Aun cuando
la fe-
licidad le buscase, él la rechazarla por parecerle
El estado de la sencilla dicha, es para
pálida.
poeta
el
vivir la
estado de la indiferencia. Necesita para
inmensidad de
la
desgracia
monstruo marino necesita de mares.
el
la
como
el
gran
inmensidad de
los
131
—\éd
alli
á un sapo que se contenta con una
laguna, replicó Camoens, señalando
sano que pasaba. ¿es
En
aun
corte-
todo tenéis razón, Sigea. Pero
verdad que soy tan poeta como pensáis?
— —No me creo un — — ¿Qué — —¿Y por qué no
Allá lo dirán los siglos. tan grande. niño.
Sois casi
escribiré, Sigea?
Escribid las glorias de Portugal.
—Unas ú
otras.
las
de España?
Pero en
fin;
Portugal es vues-
tra patria.
señora. Tal vez soy —Repito que no moro. — ¡Qué —Por qué que no me halagarla moro?... idea de —Cuidado no oiga algún de que me anima— yo lo
sé,
'
idea!
¿pensáis
la
ser
esbirro.
os
estarla orgulloso
Sí,
se la sangre generosa
délos africanos. Valiente
raza que admiro y estimo doblemente desde que
un un
alfanje
me
cercenó la mejilla arrancándome
ojo.
—Mejor que no
os hubiese herido.
—Os engañáis,
señora, una herida vale
que un
ojo.
mas
132
—¿Y — Oh,
Catalina?...
i
niugeres les trices.
No me acordaba de que á las agradan mas los ojos que las cica-
callad.
¿Por qué
me
lo recordáis?
¡Por qué sois
también muger!
—Vuestra exasperación hace hoy —No pero deseo con —Que no conmigo. —Designadme —Enfadaos con con arremeted con Neptuno. — — que me calmaré? — ¿Y —De —Voy á — y que Apolo os
injusto.
alguien.
reñir
lo sé;
sea
otra persona. los dioses:
reñid
¡Ojalá pudiera!
Escribid versos batalladores. creéis
seguro.
obedeceros.
Adiós, pues,
—Que
el cielo
os inspire.
os guarde, señora.
Eolo y
CAPITULO XIV.
Oueiía couquiísiada.
«¡Portugal!
¡Portugal!
Hermoso rincón
del
mundo; cuna de los reyes buenos, ¿cuándo volveré ya á visitar tus deliciosos jardines? ¿cuándo volveré a encantarme con la suavidad de tu cie-
¡Oh, plegué á Dios que la fortuna
lo?
que
la gloria
corone tus triunfos
que tu raza de nobles caballeros conquistas por
como
tu
el
mundo
te
I
¡
te asista
y
Plegué á Dios
al estender tus
haga tan poderoso
hermana España.»
Asi murmuraba la Sigea, sola en su aposento
i34
en tanto que empaquetaba sus libros y sus papeles. Amaba á Portugal como á su misma patria y sentia oprimido el corazón con la idea de
muchas se-
donarle. Tiene en efecto aquel pais
ducciones para
el
Su
poeta.
aban-
ilumina y vivifi-
sol
ca sin que deslumbre y abrase; su lluvia repetida
fecunda
la tierra sin
desarrolla con fuerza límite del
mar
inundarla
como
;
su vej elación se
estando cercano
si
quisiera aprovechar el
el
terreno
produciendo centuplicados sus frutos y sus flores.
Una dulce embriaguez sebrecoje
cuando á
los
hora del crepúsculo se cruza por sus
la
Las costumbres
y patriarcales portugueses se traslucen en la manera de
quintas.
de
los sentidos
cultivar los campos.
sencillas
Nada de
arte,
nada de afec-
tación en sus viviendas campestres.
madas de gruesos
Grutas for-
árboles colocados al rededor
simetría; fuentes que brotan entre peñas
sin
y se quebrantan por el natural desniproduciendo una cascada al rededor de la cual
irregulares vel,
entrelazan sus informes ramos higueras bravias,
almendros amargos y encinas gigantescas; lagunas cristalinas encerradas entre las raices de los fresnos
y
llenas de peces de colores
como
los
estanques; techos de box tendidos al acaso bajo la
sombra de
los tilos;
largos
y tortuosos cami-
i3S
embovedados con parrales y con yedras; todo lo que la naturaleza tiene de mas rico nacido á la ventura y esparcido y agrupado nos de limoneros,
sin orden por aquellos fértilísimos refleja el cielo
campos donde
su sonrosado celage, todo inspira
amor hacia Portugal. Luisa Sigea
le
creia
una
de España y decia «solo la mano del político pudiera haber querido dividir
continuación
con invisibles líneas dos países unidos por
yunda
Es como
del Tajo.
la
co-
se quisiera cortar
si
una cabeza dejando intactas sus venas y sus tendones»...
Una dama
se presentó en el aposento de Luisa
Sigea cuando esta se hallaba preocupada con las ideas de Portugal.
— Sed bien venida, dola un asiento.
de
dijo la escritora presentán-
¿A qué debo, señora,
la fortuna
esta visita?
—A mi — que á algún contratiempo de —Yeo por palabras que no me habéis infortunio
Posible es
ligero
llaméis infortunio la vida.
esas
re-
conocido.
Descubrióse la
— —Yo
dama y
esclamó, la Sigea.
¡Ahl.sí, vuestro infortunio es verdadero.
soy, señora, aquella
misma desgraciada
i36
doncella que vino un dia á pediros una merced: rehusasteis concedérsela
y á pesar de eso ahora
viene á pediros otra.
— pueda —¿Le habéis verdad? no he hablado. —Le he y que — ¡Con que — duda causaba pena podéis muy temprano —He permiso de ¡Ojalá
serviros!
es
visto,
visto
le
es cierto
se halla libre!
os
Si la
estar
tranquila.
salido
sin
dueña, impelida por
ba
libre.
He vagado
el
deseo de saber
si
la
se halla-
en torno del tribunal vaci-
y medrosa temiendo siempre el encuentro del Conde ó c[e Doña Graciana, y no atreviéndolante
me
después de tantas horas á volver sola á mi
morada donde me espera acaso un
triste
cierro he venido, señora, con la esperanza de
me
en-
que
concederéis la gracia de acompañarme. El
Conde os estima y venera sobre todo encarecimiento, y nada osará decir la dueña cuando me presente con vos. Ved, señora, que necesito de la libertad para ver á vuestro noble amigo.
Ved que
moriría...
— la
Basta, joven, dijo la Sigea interrumpiéndo-
vivamente:
lo
que pedís es demasiado razona-
ble y justo para que necesitéis enternecerme con
Í37
vuestras dolorosas suposiciones; voy á
ponerme
el
manto y á cumplir vuestra voluntad. ¡Oh! gracias, permitid que bese vuestra
—
mano.
—De
ninguna manera, os digo, joven, que en
serviros recibo yo grande honra.
Salieron las dos
damas
cubiertas con los
man-
y á poco trecho dieron con Doña Graciana que también encubierta parecía acechar la salida tos
de alguna persona.
temerosamente — Yedla Attayde estrechando brazo de — no dijo
,
la Sigea.
el
Silencio
sobresalto ni
,
Catalina de
deis muestras de
replicó esta;
mucho menos
que habéis reparado ne
hagáis sospechar
la
ella.
Siguieron con paso firme y la dueña tomó la ruta tras ellas con el seguro propósito, sin duda,
de observar sus movimientos. ¡Oh, celo infatigable de la dueña sin amores: tu virtud es la envidia lectoras
mias
ta fábula os
si
y
egoísmo!
el
tenéis dueñas!
la autora
¡Pobres
de es-
compadece y os envia para consuelo
todo género de imprecaciones contra ellas.
Llegaron por
fin
las tres
al
departamento de
Castanheira y entonces la dueña se adelantó sin
duda para prevenir
al
Conde de aquella
visita.
Í38
Breves serian pero enérgicas las palabras que le dijo
cuando de tan mal talante
momento de
recibir á su sobrina.
destemplada resonó en
mo el
los oidos
le
puso en
Su voz agria y
de
la
joven co-
y tuvo que afirmarse en
la sentencia del juez
brazo de
la
Pero
Sigea se adelantó y descubriendo
la
el
Sigea para no caer desvanecida. el
rostro dijo con dignidad.
—Os que
Conde, á vuestra bella sobrina
entrego,
me
he hecho
la
merced de venir á visitarme
penetrada de la viva satisfacción que esperimento
cada vez que se digna concederme esta honra.
Aunque tan breve
es el trecho
que separa nuestras
viviendas he querido acompañarla para
mayor
decoro de su persona, que siendo tan alta parece bien que tenga siempre quien la sirva.
—
el
Sois
aun
muy joven
Conde desarrugando
el
para dueña, respondió ceño y ofreciendo un
asiento á la escritora.
—Es
cierto, replicó la Sigea,
samente
la
edad
lo
pero no es preci-
que hace á Doña Graciana tan
respetable, sino su prudencia
Ademas que talina
si
no sirvo
y singular virtud. para dueña de Doña Ca-
puedo servirla para dama.
—Si
tal
tranquilo.
dama tuviese, yo
viviría, señora,
muy
Conde? — ¿Pues qué roba amoríos, interrumpió Doña Gra— Sus dado, repuso —No á todas la tranquilidad,
os
locos
ciana.
las doncellas les es
la
Sigea mirando á Doña Graciana con aire de
profundo respeto, conservar su corazón exento de las certeras flechas del
audaz y temerario Cupi-
do: tan grande prueba de discreción
no acierta
á darla sino alguna entre mil escojida y severa
maestra que á despecho de
hombres se conserva gra
al fin la
los
combates de
los
indiferente á la pasión y lo-
crecidísima palma que ahora admiro
en las manos de Doña señora, que con
Pronunció
la
Graciana.
tal fortaleza
¡Dichosa vos,
habéis nacido!
Sigea este irónico discurso con
y aplomo que Doña Graciana lo creyó verdadero y el Conde dudó si era finjido:
tanta serenidad
hasta Catalina de Attayde vaciló en tomarle por
graciosa burla.
—
Pero, señora, prosiguió la Sigea con voz in-
sinuante: puesto que tal es vuestro triunfo debéis
compadecer mas hondamente á no teniendo sobre
sí
el
las doncellas
que
mismo grande imperio
que tenéis vos sobre vos misma, luchan y se atribulan con los artificios de Cupido. La piedad, la indulgenciap la perseverancia en
el
consejo y la
i
blandura en
reprensión han de ser eficaces
la
para templar en
la
doncella
ra llama imprudente.
ra que
40
como madre
Yo
enamorada cualquie-
os conjuro, señora,
tierna procuréis
encaminar á
esta joven al templo adonde habéis llegado sin
que
feliz al
la cueste
lágrimas
ni
pavos
tormentos. Hacedla
par que virtuosa y habréis merecido la
gratitud del Conde.
— ¡Ay! esclamó
Doña Graciana, mal conocéis
señora, su obstinada rebeldía
mis amonesta-
á
ciones.
—Endulzad Graciana, y
vuestras
ella
amonestaciones. Doña
será obediente.
—Es una y no me — Sed bondadosa con y amará. rompiendo en —Yo amo, esclamó á pesar de cuanto —Y yo no quiero que Doña Graciaprimera vez de su na enternecida por —Perdonadla, Doña Graciana quiere bien!
ingrata
ella
os
Catalina
la
sufro!
llanto,
sufra, dijo
vida.
la
,
perdonadla, brazos.
dijo la Sigea,
os ha ofendido
y abridla vuestros Joven, abrazad á vuestra segunda madre si
y cesen cuantos pequeños agravios hayan dado lugar á culpables rencores. Catalina se arrojó sollozando en los brazos de la
dueña que
la
estrechó en ellos con verdadero
afecto
y
el
Conde conmovido por aquella escena
dio las gracias á la Sigea que se retiró para ir á
terminar
los
preparativos del viage.
Cuando entró en su aposento
halló sobre su
mesa una carta de Camoens: decia
así.
CAPITILO XV.
Dost cariáis.
1; alnúlilmente, Sigea, he probado á templar lira;
mis mías como
las del
mi
Demonio han produ-
cido sonidos discordes. ¡Ayl qué he de cantar en estos instantes? Estiendo mis ojos fatigados por los
espacios donde quiere fijarse
veo sino pedregosos montes y aquellos
el
pensamiento y no
sin gracia
campos que tan graciosos y
otras veces.
Veo
el
y
sin flor
floridos veia
purO; suave y rico Tajo con
cóncavas barcas, unas navegando con blan-
las
do viento y otras con leves remos apartando sosegadamente las cristalinas aguas y hasta la
que no
vista del agua,
mas de despecho, tas chispas
que
si
arranca lágri-
lágrimas debo llamar á es-
me queman
con espanto que he perdido bre sin adquirir
me
siente,
los ojos.
Advierto
la energía del hom--
la sensibilidad
de la muger.
a No obstante, yo tengo esperanzas de reanimar
mi
existencia cuando lanzado en brazos del bor-
rascoso Neptuno
me
halle frente á frente con la
tempestad flotando entre
Yo
espero todo
los naufragios
mi
aliento
y de
muerte no creo en
las
la
nubes y
de
los
agonía.
ella.
los
abismos.
huracanes, de
En cuanto á
La muerte
la
está desacre-
ditada para mi.
«Yo espero que aun podré cantar; cabeza
el
bulle en
mi
pensamiento de escribir un poema. Qui-
siera recordar á Portugal los hechos de aquellos
esforzados varones que desde la playa occidental
de Lusitania pasaron por mares nunca navegados hasta
el confin
remoto donde edificaron un nue-
vo reino. Quisiera loar
las gloriosas
de aquellos reyes que dilataron la fé
Asia.
el
memorias
imperio de
en las viciosas tierras del África y del
i45
calmaría mi ambición, Sigea, yo no ten-
((Esto
go otra. el
Y cómo
habia de tenerla cuando conozco
demás ambiciones humanas?
esqueleto de las
Creéis que pudiera arrastrarme á la India el afán
de otra gloria?
Olí, gloria del poder!
Oh, vana co-
bertera de la vanidad á que llaman fama fraudulento que se atiza con
el
!
humo
Oh
,
gusto
del aura
popular á que llaman honra; qué castigo tan
grande y tan justo produce al corazón que la desea! Inquietud dura de la vida y del alma, fuente
de desamparos, sagaz consumidora de hacien-
das, de reinos
y de imperios, llámanla
ilustre
y
sublime siendo digna de baldón; llámanla gloria siendo digua de infamia! ((No, Sigea,
poeta. cios
mo
No he podido
ser poeta en Lisboa; los ne-
cargan aqui sobre los
árbol. tos,
yo no aspiro á ser otra cosa que
el
talento de la poesia co-
rama mas
insectos sobre la
Mi planta
florida
del
está cansada de aplastar insec-
pero es imposible destruir la casta. Vóime
lejos,
muy lejos, donde
sus patas rastreras no
puedan hacerlos caminar y donde sus alas inmundas no puedan transportarlos cerca de mí. ((Bien sé
que
las
venenosas picaduras que han
hecho á mi corazón no cesarán de mortificarme durante muchos años TOMO
II.
:
tal
vez han destruido ya 10
i46 el
verdor lozano de mi juventud y
tal
vez no
me
una corteza seca y áspera que nunca ha de volver á brotar. Si es asi deseadme un
resta sino
pronto naufragio, ¿para qué la vida
una vida ((Pero
si
ha de ser
estéril?
no, no será
estéril:
yo pelearé. He
aprendido ya á pelear en las Africanas playas,
dura escuela de
la
juventud portuguesa, y he te-
nido en aquellos breves dias un gran maestro;
mi padre, ¡Oh, Sigea, acaso no os he dicho que entre los muros de la veneranda Ceuta he hallado
al ilustre
guerrero que
combatiendo por
él
me
y que herida que
dio el ser
á su lado recibí la
ha marcado mí rostro con indeleble marca... le veis
Si
en España decidle que parto contento á la
India. Si os habla tristemente de la vista
perdido respondedle que yo no ((Adiós, Sigea;
que he
me he quejado.
.
escribidme antes de marchar
algunas palabras de esperanza y de consuelo.
Ahora que voy á separarme de vos es cuando reconozco el influjo que ejercéis en mi genio. No lo
habia advertido hasta ahora como no se ad-
vierte la tristeza de la
á ocultarse
el sol.
noche sino cuando empieza
¡Miserables de nosotros!
poco alcanzamos que no conocemos la posesión: es preciso la carencia
Tan
los bienes
de
ellos.
en
'i
47
«Adiós, vuelvo á deciros, Sigea, sois de todas ias criaturas
ha hecho
que he conocido
la
única que no
me
sufrir.
Luis DE Camoens.
muy triste, Came ha entristecido.
«Vuestra carta es una carta
moens, y á pesar de eso no Por mas que vos creáis que la ha dictado
la
de-
sesperación no la ha inspirado sino la poesia. Por
mas que vos
digáis
que no podéis escribir sino
prosa, vuestra carta está llena de versos. alegria que las desgracias no
Veo con
han tocado
ni
quiera al esmalte de vuestro genio. Lloráis el
niño y blasfemáis
como
el poeta.
si-
como
Así debia de
Homero cuando tenia la edad vuestra. «No os admire sois cuando menos su hermano de leche. La misma musa que crió a Homero sentir
:
os está nutriendo á vos.
«No os
escribo, para infundiros esperanzas
consuelos. Vuestro espíritu los lleva en tanto que arde en el
alma
sí.
llama altísima de
la
y
En la
poesía, ella sola basta para sostener al mortal.
«Sé que
sois
desgraciado,
tiene el genio á la felicidad?
¿pero qué derecho
Unos pocos dias que
i48
se pasan sobre la mísera tierra donde no existen sino goces pasageros, ¿queréis que también sean
monopolio del hombre que ha de sobrevivir a sus contemporáneos? ¿Qué ha de inmortalizarse en los siglos?
«Al vulgo pertenecen
los placeres
de una vida
risueña y sin dolor, ¿por qué se los queréis escatimar? Si la presencia de un astro os sumerge
en abrumadora meditación,
si el
paso de una nu-
be os causa melancolía, si el gemido del mar os estremece es porque de esas emociones ha de brotar la chispa que os haga sobrevivir á los de-
mas. ((Hasta esos
mismos
seres indiferentes que con
su ignorante sonrisa os punzan y os atormentan son, sin saberlo, el instrumento de que se el
sirve
destino para exaltar vuestro genio. El espíritu
noble y generoso que se vé desconocido por la turba imbécil, se replega en la soledad y produce
entonces obras inmortales que sirven á la posteridad de tremenda lección. Vos, escribís, una lección que no
han de aprender
no después de bidla,
tres ó
los
portugueses si-
cuatro siglos;
pero escri-
porque cuanto mas generaciones pasen
entenderla
mayor
sin
será luego la gloria que la pos-
teridad os acuerde.
Ved cuan grande ha
sido
la
i
49
venganza del genio de Homero: hasta las ruinas
de
la
el
polvo de
soberbia Grecia se ha disipado ya
y todavía Homero viene á cantar sus triunfos á las demás naciones que pasarán también antes que su nombre y su gloria. ((Esto es, Camoens, lo único que tengo que deciros,
que cumpláis con
importa que
las gentes
el
deber del genio.
No
menospreciando vuestro
saber os quieran eximir de que
lo
cumpláis; vos
sabéis que Dios os ha encargado de cumplirlo
y
basta. Disipad con vuestro reflejo las tinieblas de
Portugal;
estended su fama por
cumbrad su los poetas
gloria
y
seréis
como
venideros á quienes
el el el
mundo; enredentor de
vulgo no se
atreverá á despreciar recordando la historia de
Luis de Camoens.
«Ha habido en Falta un poema, infortunio. ni
grandes héroes.
estos siglos
y olvidad vuestro Los poetas como vos no deben tener escribidlo
tiempo para ser inforturados.
en paz, noble joven, y que Dios bendiga todas vuestras empresas» ((Id.
Luisa Sigea.
CAPITULO
lia
XV!.
muerte en Tida
Ija noche siguiente en que quedó
Camoens, víspera de al jardin
la
de palacio una
marcha de
dama
libre Luis la flota,
de
bajó
encubierta á quien
hablan dado secreto aviso de esperar á su amante
y se colocó detrás de una estatua que la ocultaba á la luz de la luna. Entonces dio una palmada y en
el
propio instante un caballero cubierto con el
y con la visera calada salió de entre árboles y se arrojó á sus pies. casco
los
i
52
— ¡Camoensl — amante que viene á Sí
verte aun por la
tú
,
última vez para decirte que te amará hasta la
muerte.
—Dios mió, ¡qué por última — ya noche me manera. de —Y no me marché para siempre, pero ahora oigo!
hablaste
otra
No
sí!...
llores...
vez.
la
Sí,
tan triste
Ten valor para una separación
irremediable.
—
¡Cruel!
como no hé de
impulso de alegría
lo
mi primer ahogas con la amenaza llorar si
de dejarme?
— ¡Amenaza! —Cuando aun
no he
visto -tu rostro,
aun no sé como has venido de África rieron
,
si
has sufrido mucho
tus ojos tienen
mas
tristeza:
,
si
,
cuando
si te
hi-
estás pálido,
¡oh,
si
desciñe de tu
frente el casco.
—No.
—Álzala —Catalina
visera. ,
dijo
Camoens con acento sombrío
y retrocediendo dos pasos brirme á tí.
— — —
,
yo no puedo descu-
Cielos, gritó, Catalina, ¿no eres tú?...
Silencio, infortunada, yo soy. Sí, tú eres;
¿cómo había de equivocarse mi
Vd3
corazón que solo late con tu presencia? ven, di-
me, qué
¿No sabes cuánto
que
de tus ojos
la luz
Mira
luna
la
qué
tienes; esplícarme por
tu rostro.
,
me
Camoens
,
te
ocultas
amo? ¿No sabes
alienta la
me
me consuela?
y
luna á quien tú has
cantado en tus versos.
—
Sí
Camoens con amargura y des-
replicó
,
pecho; la veo al través de estas rehendijas y vis-
lumbro
tu
hermosura á su
do vislumbra
la
gloria
luz
como
el
condena-
que nunca ha de ser
suya.
—¿Y por qué no? Camoens te
por
fin
de
luchar contra
lo
,
yo quiero hablar-
que mi alma desea. Yo dejo
el
destino
y
me
de^
abandono a tu
amor. Yo quiero huir contigo y ser tu esposa. Ya no temo la cólera del Conde...
—Basta,
Catalina, no aumentes mi infortu-
nio con esa declaración tardía.
La
felicidad es
ya imposible para nosotros.
—Qué — ¡Ah, ó vive
escucho?... cielos!...
Tú
rehusas?...
por piedad no destroces mí corazón,
Dios, que
hundo en mi
pecho este
acero!
—Camoens, no
te
comprendo...
—No quieras comprenderme, Catalina, me
;
te
amo como
las
y crée-
almas de mi temple saben
154
amar, pero estoy desterrado de Ni una sola vez en
la
para siempre.
lí
vida volveré á estrecharte
contra mi desgraciado corazón
imprimiré en tu frente
ni
;
una sola vez
beso amante que yo
el
merezco darte, porque yo solo puedo sentir
solo
amor infinito hijo de la poesía é inmortal como ella. ¡Oh, no! Yo, yo voy á perderlo todo: este
hasta tu confianza, hasta tu amor, hasta tu recuerdo. del
Tú me
olvidarás y cediendo á la voluntad
Conde darás
tu
mano,
al fin,
auno de
esos no-
bles sin pasión, sin espuitu, sin entusiasmo, que
desposan á una doncella por la mísera vanidad de perpetuar su nombre.
A
do para ser eternizada
reducirán á la condición
te
tí,
á
tí,
que has naci-
de esas humildes portuguesas, pobres esclavas sujetas al ciego
be
si
egoísmo de sus dueños. ¿Quién sa-
estás destinada á
amar á un
ser presuntuo-
misma tervirginal amor y
so, altanero, frió, déspota, á quien tu
nura
irrite
y que profanando
tu
destruyendo tus santas ihisiones
te
arrastre al
oprobio y te desprecie luego? ¡Ay, yo entretanto
en playas remotas, separado de
tí
por todos los
mares, no veré correr tus lágrimas... pero, escu-
manos con vehemencia, á pesar de todo yo te amaré y á cualquiera hora en que invoques mi nombre mi cha, prosiguió
Camoens cojiendo
sus
i
espíritu le responderá. el
mundo nos
rá
fiel
hasta
de darte
la
5o
Yo soy tuyo por mas que
separe, y mi pensamiento guarda-
el
amor que no pue-
sepulcro este
dicha en la vida pero que te dará
la
gloria en la muerte. Sí, la gloria, lo juro! Por-
que yo
te eternizaré
en mis versos.
Hablaba Camoens
sin
que Catalina tuviese
fuerzas para responder á ninguna de sus
pala-
bras. Sus lágrimas corrían silenciosamente ha-
ciendo brillar sus mejillas á
mo
de
la luna,
co-
do esa planta cuajada de puntas de
las hojas
hielo cuyo
la luz
nombre
científico ignoro
España se llama simplemente Fortuna era para
pero que en
;}/aw/a de hielo.
ella este llanto: las
lágrimas
son sangría del corazón provechosa cuando se halla enfermo.
La desgracia que presentía era de esas que destruyen moralmente la vida de una muger inutilizándola
para todo sentimiento que no sea una
profunda desesperación. Aunque
el
amor de
la
doncella por su amante no sea superior al de la
madre por su
hijo, el dolor
ración del ser
amado no
tima como en el
amor de
la
la
que produce
es tan
la
sepa-
amargo en
la úl-
primera. Esto consiste
en que
doncella es eventual porque está
sujeto al influjo del tiempo
y á
la
pérdida de
la
juventud,
y
el
de
la
madre
sus esperanzas hasta la
amor para una doncella de su amante, cerse solo con
es infinito
y lleva muerte. La muerte del
es
una larga separación
su felicidad local puede desvane-
mudar de
pais
la
;
de una ma-
dre está asegurada en todos los climas.
Por eso no aconsejaría yo á ninguna de mis
que dejasen marchar á sus amantes, á no
lectoras
ser que tuviesen la lo cual
mala intención de tomar
no sucedía con facilidad en
seis, siglo
de
los héroes,
damas leales. Hubo un momento de
el siglo
otro,
diez
de los poetas, y de
y
las
y luego prosiguió Camoens con esa calma heroica de la pasión que
se concentra en lo
hallar
silencio
mas
íntimo del alma para
una remota esperanza en
la
última de las
ilusiones.
—Pero no importa que yo doncella rir
amada de mi
a Portugal; y
si
te
pierda en vida,
corazón, yo vendré á
yaces bajo
la tierra,
sos irán á reposar cerca de los tuyos, y
mis huesi
vives
vendrás á orar sobre mi tumba. La vida es breve, Catalina, la muerte es
remos juntos hasta
muy
mo-
larga.
muy Esta-
el juicio final.
Estas últimas palabras las pronunció Camoens
con una entonación semejante á
la
de
la
campa-
io7
na que dobla por un difunto: y
mo
al
sonar su
ulti-
eco se alejo lentamente sin que Catalina hi-
ciese el
menor movimiento para
Es-
estorbarlo.
Hay una
taba petrificada. Ni siquiera sufria.
es-
pecie de muerte que no alarma al prójimo por-
que
el difunto
miembros en
conserva los ojos abiertos, y sus acción,
y anda y habla y come y se
parece absolutamente á los vivos.
muertos viven mas que
han perdido
do
los
la sensibilidad
A
veces estos
vivos, porque,
como
no se gastan y cuan-
llega la hora de caer en la
tumba caen, como
aquellas estatuas que la intemperie no puede destruir pero que
hunde
pecie de muertos son
el
terremoto. Esta es-
muy
frecuentes en la vida
pero no se conocen, porque los médicos no los
han declarado difuntos. Tal quedó Catalina de Attayde después de separación de Camoens. Dice
la tradición
la
que se casó años después de
esta noche y que vivió aun algunos mas, separa-
da de su amante; pero
la tradiccion
no hace sino
corroborar mi idea; los portugueses no conocían, ni
conocen tampoco mas que esa clase de muerte
que nosotros conocemos,
é
insisten
por conse-
cuencia en llamar vivos á todos los que lo parecen.
CAPITULO
XVII.
Profeiiion de la Infanta
A
Dona Haría.
mañana siguiente despertaban los portugueses mas temprano que de ordinario inquietala
dos por
el
deseo de ver partir la
de gentes corrían hacia
la
flota.
Multitud
playa á despedir á
animosos marinos que iban
tal
los
vez á buscar su
sepulcro en los remotos mares y las pobres
mu-
geres hacian á la orilla un tristísimo duelo al dar sus últimos abrazos á los deudos que partían.
El
Rey
enternecido
y admirado de su propia
grandeza contemplaba estas escenas desde
las
ventanas de su palacio y esclamaba sin cesar volviéndose hacia la Reina á quien habia llama-
do para que fuese testigo de su gloria.
—Mira mira cuánta gente!... Mira qué gallardos son los buques ... Ya se embarcan los marinos ,
!
¡Bien, esforzados portugueses, hijos de Neptu-
no
,
padres de
cen á
la gloria!...
la vela...
,
mira ya se ha-
Vasco... Almeida...
Pereira... Macedo...
alli
Y
Vamos ahora
curará de
alli
Paria...
van, allivan, míralos
sobre cubierta... se
Mira
veo también á Camoens... la
manía de hacer
versos... Adiós, adiós, adiós, mis queridos
que
sallos,
En
va-
el cielo os guie!...
efecto, en aquel instante la flota salia del
puerto magestuosamente y era Luis de Camoens
uno de
los
que iban sobre cubierta entre
que
Rey pero lejos de curarse de manía de hacer versos, como S. M. predecía,
habia señalado la
los
el
;
se hallaba repentinamente inspirado con la idea
de escribir
el
inmortal
poema de
la Luisiada
ya comenzaba á imaginar esta descripción. Ja no largo océano navegabam
As inquietas ondas apartando; Os ventos brandamenterespirabam, Das naos as velas concavas inchando:
y
i6i
Da branca escuma Covertos
os
mares se mostraban
onde as proas váo cortando
,
As marítimas aguas consagradas, Que do gado de Prótheo sao cortadas.
¡
Ah, infortunado poeta! El tuvo
que todos
te
verdaderos genios
los
poema que
su patria con un
con orgullo
la
la
la
;
propia suerenriqueció á
permite ceñirse
corona de laurel que solo han ce-
ñido Grecia y
Roma y
no volvió á su país sino
para morir mendigando negro esclavo.
¡Negras
el
pan por mano de un
esclavas se tornen las
naciones que dejan asi perecer á los genios co-
mo
Luis de Camoens!...
Pero no es de Luis de Camoens sino de Luisa Sigea de quien tulo
me
propuse hablar en este capí-
para terminar la novela.
Heme
distraído con la salida de la ilota
puedo alcanzar sino al en
el
que lo
la
de esposa de Jesús, teniendo por compañera
que
la
exorte en su despedida al
maestra de
latín, la poetisa
Todavía por la
y no
de la ceremonia que
Luz se está verificando para Infanta Doña María tome el sagrado títu-
convento de
la
fin
las altas
Luz resonaban TOMO
n.
mundo
á su
de Toledo.
bóvedas del convento de
los cánticos
de
los sacerdotes il
y
Í62
La
religiosas.
(le las
capilla
consagrada á la San-
tísima Virgen María estaba resplandeciente con millares de pálidas velas entre las cuales habían
colocado las monjas preciosos vasos de cristal llenos
de
flores
de donde se exhalaba un rico per-
fume de azucenas y de
La
rosas.
Infanta había regalado á la virgen un
man-
de terciopelo verde bordado de perlas y una corona de oro en la que había hecho engastar to
todo
el
tesoro de los magníficos brillantes
y esLa hermosa imagen de
meraldas que poseía.
María estaba
([ue ella sola,
deslumbradora con
las
joyas de
y no nosotras humJldes
siervas,
así
debe engalanarse y las devotas portuguesas la adoraban á través de una nube de incienso que se elevaba delante del altar.
¡Oh, yo compadezco en
el
las ignorantes é insensibles
prenden
la
Magestad de
no sientan hacia
mantiene puras á á
la
ella
la
el
fondo de mi alma á
mugeres que no comVirgen María y que
entrañable
las doncellas
,
amor que
que hace castas
esposas y tiernísimas a las madres. Sí hay
para la muger una amistad verdadera que pue-
da consolarla de las innatas pesadumbres de su condición si hay una protección segura que la ,
libre
de las malas pasiones, esa es
la
amistad y
i63 la protección ele la
inmodestia,
egoismo,
el
no comprenden
fanta
ni
aman
el castigo
de
madre de
á la
meditaba
rodillas desde el coro
la
dureza del corazón,
la
alma son
la frialdad del
De
Virgen María. La vanidad,
Doña María y lágrimas
que
las
Jesús. asi la In-
dulces y serenas
corrían por su blanquísimo rostro.
El Infante Cardenal D. Enrique había consa-
grado su
sacrificio
colocando sobre sus delicadas Luisa
sienes el velo virginal.
acompañado durante Juan
líl
la
ceremonia á
no habia podido
asistir
la
debía partir la flota,
pero
de
la
hallaba
pero
,
mas
era rey
plata
,
el
que
la Infanta
un bondadosísimo
y por consecuencia
son reyes.
Todo
lo
ó piedras preciosas le era
y conveniente que lectores, por
se
le
que fuese
mas
seria á ninguno de
mucha que
;
grato
mis
fuese la urgencia en que
se hallasen; porque en las naciones sucede
en los mares
el
necesitado de las riquezas que lo
están los que no ,
según dijo
riquezas al convento
Luz. D. Juan KI tenia
corazón
oro
su
Don
en realidad por
disgusto que le producía
hubiese legado todas
,
la cual
misma hora en que
de antemano, por ser
sumo
Sigea la habia
como
un ballenato traga mas agua que
todos los otros pescados juntos.
i64
Pero desgraciadamente para
el
ballenato por-
tugués la Infanta habia pensado que era
mas
caritativo dar sus tesoros al convento de la Luz,
dotando su hospital, socorriendo sus pobres, y adornando sus imágenes, que aumentar el lujo de
va fastuosa corte de su hermano. En esto
la
•j
habian tenido gran parte los consejos de
la
Si-
gea cuyos sentimientos de piedad cristiana eran iguales
á los de su ilustre discípula.
Terminada amigas a
ceremonia se retiraron estas dos
la
la celda
Dona María y ha-
destinada á
bló así la Sigea:
—Yos
no pertenecéis ya
que os separa de
la
de
corte es
penetrable que ni la voz ni
mundo.
al
tal
El
muro
manera im-
mirada de un hom-
la
bre puede ya llegar hasta esta celda. El sacrificio
ha sido semejante
descendido á
al
de
tumba con
la
la
muerte. Habéis
los
ojos
abiertos
para ver únicamente las sombrías paredes que la
encierran y los míseros gusanos que bullen
en derredor.
Señora, en irresistible
En el
este
fondo del alma un sentimiento
que en vano vos queréis reprimir.
Este sentimiento es adiós al ser que
y
momento supremo hay,
mas
el
deseo de dar un último
habéis
del cual os separáis para
amado en
la tierra
una eternidad.
i63 «=^1 Madre
mia! esclamó la Infanfa deshecha en
lágrimas.
—Vuestra madre Señora
no os ha perdido:
vos no habéis perdido á vuestra madre; por
el
contrario, los lazos que habéis contraído apartán-
doos para siempre de un esposo terreno, os unen
mas al cariño filial. Aun podéis ver á vuestra madre y estrecharla contra vuestro afectuoso corazón.
—
Luisa,
¿qué quieres decir,
pues? esclamó
Doña María espantada.
—Mañana parto á España, respondió con calma la Sigea, y podéis tener. Señora, algún mensage que confiarme trasmitir...
como
el
,
alguna memoria que
moribundo á sus deudos... á
sus amigos.
—
Luisa, dijo la Infanta, con
estrechando
convulsivamente
muy la
bajo acento
mano de
su
maestra, ¿sabes que es... mi deudo?
— —¿Que —Lo —Pues
Si señora.
es D.
Juan de Austria?
sé todo.
para
los
bien
,
puesto que yo estoy ya muerta
hombres
,
que
me
hallo
para siempre
encerrada en una tumba y que ningún afecto terreno puede guiarme, yo quiero, sí, dar el adiós
i66
eterno á un deudo que do.
Yo
me
es.
.
que
.
me
fué
ama-
quiero enviarle una prenda sagrada de
mi amistad.
— Confiad en mí. — Toma,
prosiguió la Infanta quitándose una
cruz que tenia al cuello, dale esta insignia y que por ella combata contra los infieles y gane una gloria inmortal. Pero, escucha, añadió reflexio-
nando y tornándose pálida de i*epente, entregársela tii... has de verle?
La Sigea
vio reflejarse
m
el
¿lias
de
noble rostro de la
infanta aquella ráfaga de celos y se afligió pro-
fundamente.
—Señora,
replicó,
yo no veré á
haré que mi propio hermano
le
I).
Juan, pero
lleve
vuestra
memoria.
—¿Adonde vas —A Toledo, Señora. A mi humilde tií?
de ho vivido
los
años risueños de
casa don-
la infancia,
don-
de he escrito los primeros versos de mi juventud.
—Pero —¿Puede
alli
está el
palacio del
Emperador y
aUí...
idea.
ir
su hijo?... no os mortifique esa
Yo no veré
á los príncipes, porque
mi vida
será oscura y retirada, porque voy á consagrar-
me
á los cuidados de familia.
467
vez — Gomo, — —¿No amas ya amo mas que — ¡Oh, — ¡Ah, —Digo siempre verdad. con — ¿Y vas á — Con —¿Quién —No conozco —¿Es — — ¿Pero —Un — ¿Tienes esperanzas de amarle? —Ninguna. —¿Cómo, has de dichosa? —Yo no pretendo —¿Pues qué? — Ser á humanidad. No hay, Doña Macasarte?
¿piensas tal
Sí señora.
á... él?
antes!
sí, le
lo confiesas!
la
•
casarte
otro?
otro.
es?
todavía.
le
posible?
Sí señora.
será...
caballero.
ser
ser dichosa.
lílil
ría, sino
la
dos maneras de justificar
el
lionroso
nombre de muger que nos dá el mundo, ó consagrándose como vos á Dios sirviéndole con ora\
clones, con la pureza, con la penitencia, óconsa|
grándose á
muger
los
deberes de esposa y madre.
célibe fuera del claustro es
como
el
Una arro-
¡í
yo helado que
ni sirve
para fecundar
que atraviesa,
ni sirve
para calmar
pasagero. La aves huyen de
cen á su
los
campos
la
sed del
él, las flores
no na-
su murmullo no alegra la so-
orilla:
ledad.
—¿Pero
harás dichoso al hombre con quien
has de unirte?
porque no teniéndole amor
Si,
profundo respeto que es
el afecto
tendré un
le
mas
grato al
corazón del hombre.
— ¡Estraña cómo, amor? que hombre no — idea!
¿el
mas
el
feliz
Princesa, el
plo que Dios ha dado á la
abnegación. El
amor
es el
mejor ejem-
humanidad para ha-
cernos admirar las virtudes la
respeto le hará
de
la gratitud
y de
está lleno de sacrificios.
El amor, ademas, nivela los caracteres é iguala
de ambos sexos, y el hombre no se conforma con ese nivel ni está satisfecho mas
los derechos
que con en
el
dominio de
los siglos
conquistar tificarle
el
con
la
Ignoro
autoridad.
si
venideros llegarán las mugeres á espíritu el
del
suyo,
hombre hasta iden-
pero en
el
siglo
pre-
Doña María, es un que nosotras debemos elegir: y á ese
sente no es un compañero,
dueño
lo
dueño yo estoy
cierta de
hacerle
muy
feliz
con
i69
mi
con mi fidelidad, con mi paciencia
solicitud,
y con mi sumisión... Perdonad si os parece amarga esta doctrina que no he aprendido sino
muy acerbas... que me retire. Ya
con lágrimas venia para
y dadme vuestra he abusado harto
tiempo de vuestra bondad.
—
-Luisa
llo
,
esclamó
la infanta
echándola
al
cue-
me iluminasme abandonas!
entrambos hermosos brazos, tú
siempre con tu sabiduría y tú ¡Ah! Señora, bien poco sé y para nada habéis menester ya mis consejos habiendo tomado te
—
por maestro
al
redentor de los hombres... Ani-
mo, Doña María, y adiós por la última vez! Adiós, adiós! repilió Doña María estrechán-
—
dola contra su corazón y cayendo de rodillas al pié de
un
oratorio.
Luisa Sigea la contempló desde
una espresion
la
puerta con
y dolorosa y luego acercándose repentinamente, tomó su mano, la besó con triste
efusión y salió del convento (1). FIN DE LA SIGEA.
(a)
((Juan Merolo afirma
que Murió Luisa Sigea en
Burgos el 13 de octubre de 1560 dejando un matrimonio con D. Francisco Cuevas.» Alfonso de Madrid historia de
la
hijo de
su
ciudad de Falencia,
x^^
ÍNDICE DEL
Cap.
III.
TOMO SEGUNDO.
Las brujas
ele
Cap. IV.
Siguen
Cap. y.
Lo que sucede
pág.
3
de Portugal.
17
Portugal.
las brujas al
.
que nace Prín-
27
cipe y no lo es
Cap. vi.
El secreto de Camoens.
Cap. Vil.
Mas sobre las bodas de fanta Doña María
... la
37
In-
47
...
Cap. VIII.
El reverendo Agustino.
Cap. IX.
Fin de las bodas de la Infanta
Doña María Cap. X.
Cómo
Cap. XI.
Visita
59 71
se castiga á
un valido?
.
83
á las cárceles del Tri-
97
bunal Cap. XII.
La cabeza negra
107
Cap. XIII.
Los dos poetas
119
Cap. XIV. Dueña conquistada Cap.
XV.
133
Dos cartas
143
Cap. XVI. La muerte en vida Cap. XVII. Profesión de
María
la
Infanta
131
Doña 159
^
LISTA de
los
señores suscritores de
á
las
S.
M.
Madrid y provincias
obras de Doña CxVROlina Coronado.
la
Reina Doña Isabel
II
por 6 ejem-
plares, S. S.
M. el Rey id. A. R. la Serma. Señora Princesa de As-
turias id. S. A. R. El
Sermo.
Sr. Infante D.
Francisco
por dos.
Excmo. Excmo.
Barca id. Marqués de Turgot, embajador
Sr. Calderón de la Sr.
de Francia.
Excmo.
Sr. D. Mauricio Carlos Onís.
Excmo. Excmo. Excmo.
Sr. D. Nazario Carriquiri. Sr. D. Alejandro Llórente. Sr. D.
Pedro Egaña.
Mr. Garlos Monthereau. D. José Jove. D. D. D. D. D. D,
Pedro Raspan. Rafael Martínez Valladares. Mateo Velasco.
José Eustaquio Moreno. Francisco López Santander. Leandro López Garzón. Doña Camila Montólo. D, Juan Montero de Espinosa.
D. Francisco Salvador Coronado.
Doña Plácida de Escosnra. Excmo. Sr. D. Alvaro Gómez Becerra. Excmo. Sr. D. Manuel José Quintana. Excmo. Sr. D. Francisco Lujan. D. Gavino Gaseo. Excma. Señora viuda de Landero. Excma. Señora viuda del general Gurrea. D. Antonio María Rubio. Excmo. Sr. D. Pedro Maria Rubio. D. Gumersindo Laverde. D. Alejandro Esteller. Sr. Introductor de Embajadores. D. Baltasar Martínez Doña María Soledad Moreno. D. Juan Nepomuceno de España. D. Manuel Franco. D. José Moreno Peñarrubia. D. Antonio Hurtado. ü. Manuel Martinez Mazon. D. Eugenio Hartzenbusch. D. José Agustín Arguelles. D. Eugenio Pascual Hidalgo. D. Pedro D.
D. D. D. D. D.
Omaña.
Manuel Cañete. Juan Bautista Alonso. Eduardo Perrot. Eduardo Santisteban. Ensebio Donoso Cortés. Augusto de Burgos. Manuel Vela.
D. D. Adolfo Perainat.
D. José García Orea. D. Sebastian Ortega. Excmo. Sr. D. Mateo Seoane. Exorno. Sr. D. Leopoldo Augusto de Cueto, D. Juan Peña Ayuso. D. Alejandro Anguiano. D. Carlos Gutiérrez de la Latorre. D. Francisco de Paula Retortillo. D. Miguel Ruiz Malo. D, JuíLU Quiñones de León. D. Pedro Maria Fernandez Yillaverde. Excmo. Sr, D. Francisco Martinez de la Rosa. Excmo. Sr. Marqués de Miravel. Excma. Sra. Condesa de Fabraquer. D. José Santa Coloma. D. Yicente Urrabieta. D. Francisco Campello. D. Gabriel Estrella. Excmo. Sr. Conde deVelle, Excmo. Sr. Duque de Castroterreño. D. Cándido Nocedal. D. Bernardo Cabanas y Aulestia. D. Vicente Veguer. D. José Olañeta.
D. Joaquín Murga. Excmo. Sr. D. Juan Bravo Murillo. D. José Mora. D. Francisco de las Rivas. D. Alejo Vicente. D. Ramón Peñasco. D. Manuel Cabria.
Sr. de Cátala. Sr. de Cortázar.
Excmo. Sr. Marqués de Fuente Duero. Excma. Sra. Condesa de Yumuri. Excmo. Sr. D. Alejandro Olivan. Excmo. Sr. Duque de Rivas. Excmo. Sr. Conde de Sevilla la Nueva. D. José Ruiz de Arana. Sr. Conde de Casa-Yalencia. Sr. Agüero. D. Andrés Borrego. Excmo. Sr. D. Ventura déla Vega.
Excmo.
Excmo. Excmo. Excmo. Excma. Excmo. Excmo.
Sr. D.
Ramón
Sr. D.
Tomás
Calatrava. Corral.
Juan Martin Carramolino, Sra. Duquesa de Gor. Sr. D. Juan Francisco Pacheco. Sr. Conde de Alcolea. Sr. Marqués de San Felices. Excma. Sra. Doña Antonia Serrano. Excmo. Sr. Conde de San Antonio. D. Eduardo González Pedroso. Excmo. Sr. Duque de Osuna. Sr. de Ferrer. Excmo. Sr. D. José de Zaragoza. Sr. D.
D. Baltasar Anduaga y Espinosa. D. Emilio Bravo, Excmo. Sr. Conde de Casa-Bayona. Ü. Bartolomé Garcia de la Serrana. D. Agustin Duran. D. Manuel Bretón de los Herreros.
D. José Yustiz y del
Castillo.
D. Ramón Rodríguez. D. Francisco López. Doña Eulogia Riego de la Torre. D. Saturnino Alcocer. D. Manuel Tamayo y Baus.
Excmo.
Sr.
x^V^
General Moreno.
Sr. de Llanos.
Sras. de Alvarez.
D.
Ramón López
y Suarez.
D. Felipe Diaz.
D. Federico Madrazo. D. Alejandro Groizard. D. José Manso. Mr. EdmondLe Gevel. D. Fabián Gutiérrez Lasso de la Vega. D. Eduardo Soler. Sra. de Torres. D. Carlos Romero Paz. D. Ramón Miranda. D. José La Plana. D. Francisco Navarro Villoslada. Doña Angela Jiménez. D. Rufino García Carrasco. Excmo. Sr. Conde de Pinoflel. D. Francisco Maria de Egaña. D. José Subercase.
D. Antonio Cardona de Jovellar. Excmo. Sr. D. Buenaventura Vivó, Embajador de Méjico. D. Mariano Esteva. D. José Maria Pastor. D. Fernando Elias.
D. Joaquín Soler. Excmo. Sr. D. Adolfo KeÜ
,
Embajador de
Sajonia.
Excmo.
Sr. D. Juan Guillermo
Bergman,
Em-
bajador de Suecia. Sr. Conde de Quinto. del Pino. Joaquín D.
Excmo.
D. Bernabé Morcillo. Sr. D. Pedro Soulé, Embajador de
Excmo. los
Estados Unidos. Excmo. Sr. D. Francisco Adolfo de Varnha-
gen, Embajador del Brasil. D. José Maria Fernandez Espino. Sr. de Casares. D. Vicente Bertrán de Lis y Rivas. D. Antonio Udaeta. D. Joaquín Reinas.
Excmo.
Sr.
Lord Howden, Embajador de
In-
glaterra.
D. Carlos Otway. D. Roberto Middleton.
D. Lorenzo Milans. D. Ignacio Banwer. Doña Vicenta Bermudez. D. Antonio Escudero. D. Joaquín Marraci.
D. José Sel gas. Excmo. Sr. D. Ventura Diaz. D. Carlos Fonseca y Vinuesa. D. Horacio Perry. D. Felipe Picón. D. Juan Antonio Rascón.
I
D. Pedro Lahoz.
D.
Ramón
Excmo.
^V
Llopis.
Sr. D.
Ramón María
Narvaez, Du-
que de Yalencia. D. Dionisio Nuñez. Excmo. Sr. Conde de Azinhaga, Embajador de Portugal. D. Ramón Navarrete. D. Antonio de Lancastre y Salduha. D. Juan Martinez Lázaro. D. Elias Bianche. Monseñor Franchi Alejandro, Internuncio de
Su Santidad. D. Julián Casas. Sr. Marqués de Heredia Carrion. Excmo. Sr. General Ros de Olano.
Excmo.
Sr. D. Salustiano Olózaga.
D. Emilio Nuñez.
Excmo.
Sr. D. José de
Salamanca.
D. Manuel Osorio. D. Fernando Osorio.
Excma. Sra. Duquesa de Tamames. D. D. D. D. D.
Juan Crisóstomo Hurtado de Mendoza. Julián
Romea.
Rafael María Baralt. Florencio Romea. Francisco Salas.
Doña Adelaida Latorre. D. Manuel Diaz Valdés. D. José María Garelly. D. José Hernández Ariza. D. Salvador Llaurado.
D. D. D. D.
José Caballero.
Enrique Cisneros. Alejo Galilea. José María Gómez de Merodio. Sra. Marquesa Viuda de Povar. Exorno. Sr. Conde de Retamoso. Sr. Duque de Berwick y de Alba. Sra. Duquesa de Berwick y de Alba. D. Manuel Ovilo y Otero, D. Antonio Flores. D. Francisco Calvo. D. Victoriano Calvo. D. José Sánchez. D. Vicente Santa Coloma. D. Francisco F. Palou. D. Francisco Franco. Sra. Marquesa de Prado Alegre. D. José Velez. D. José Remon. Sra. de Argaiz. Doña Sofía de la Cruz Mourgeon. D. Emilio Márquez. D. Juan Montero de Espinosa. D. José Luis Nacarino. D. Benito Hernández. Sra. Viuda de Heredia.
Excmo. Excma.
D. Pedro López Rueda. Rafael Gutiérrez. Lorenzo Garcia Lamas. Mariano Moreno. Gonzalo Pives Dávila. Cristóbal Fernandez.
D. D. D. D. D.
D. José Guerrero Marlinez. D. Telesforo Alvarado. D. Juan Sánchez. D. Isidoro Pis. D. José Muñoz. D. Joaquín Lozano. D. José María Lasso de la Vega. D. Pedro María Ramírez. D. Clemente Rodríguez. D. Agustín Fios. D. Juan Sevilla de Ollanarí. D. Ambrosio de Hervías. D. Joaquín Cerer y Míramon. D. Martín Ochoa de Autenzana. D. Gerónimo Corrales. D. Antonio Albujar. D. Francisco Mora. D. José Segado y Medina. D. Mariano Alvarez. D. Antonio Vidolot y Sanuy. D. Narciso Yínardell y Martí. D. José Martí Casanova. D. Manuel Contrastin y Moyano. D. Severíano Rodríguez Pelaez. D. Manuel Marín.
D. Matías Serrano. Sres. Franco y Compañía.
Doña Angela
García.
D, Gumersindo García. D. Ramón Campomanes. D. Luís de Zaro. D. Ramón Puig de Lozano.
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