LA MUERTA ENAMORADA (RELATOS FANTASTICOS) DE THEOPHIILE GAUTIER
SINOPSIS es un delicioso relato al más puro estilo romántico donde la realidad y el sueño se confunden, y donde la vida y la muerte se entrelazan, diluyéndose la delgada frontera que, en ocasiones, las separa. En ella el día y la noche, lo real y la ilusión, lo grotesco y lo sutil, la seducción y la repugnancia se funden de manera imperceptible para engendrar lo sublime: la belleza. Ésta es, pues, una novela corta en la que un anciano sacerdote relata su única experiencia con el amor, que vivió en su juventud y que le fue ofrecida por un espectro de la noche, por un «ángel o demonio», dotado delas más perfectas exhalaciones de sensualidad, ternura y belleza. Romuald, que hasta entonces había sido un casto y correcto entusiasta servidor del Dios, se encuentra, de repente, sumido en una fascinación inexplicable por una pasión siniestra. Y Clarimonde, la vampira de este relato, y la más sensual, inofensiva y atrayente mujer que pueda existir tiene, como la inelegancia de su creador, una magia perfecta; es la encargada de arrastrar al sacerdote hasta los más profundos y oscuros abismos, en los que la belleza resplandece de forma extraña y fascinante. A lo largo de las páginas de Muertas Enamoradas, Gautier desarrolla uno de los temas más recurrentes de su obra: el sueño; lo que sucede en la vigilia y en el sueño del perturbado sacerdote son siempre acontecimientos absolutamente distintos y contradictorios. La confusión de la existencia del protagonista entre lo real y lo soñado lo arrastran prácticamente a la locura, hasta el punto de no saber si es un generoso sacerdote que cada noche sueña con ser un galán presumido, un joven mujeriego, señor de la más hermosa y sensual mujer o si, por el contrario, es el joven que se entrega a los placeres y que sueña que es un mortificado sacerdote.
Muertas Enamoradas
A punto de ser nombrado sacerdote, sus ojos perciben una luz inusual y ve, por primera vez en su vida (excluyendo a su anciana madre) a una mujer. Mujer de belleza subyugante, infinita, blanca, y cuyos ojos, miradas y peticiones silenciosas se dirigen a él, parecen querer decirle ¡No lo hagas!. Pero Romualdo, a pesar de haberse enamorado perdidamente en esos segundos, deja pasar la ceremonia y termina siendo sacerdote A partir de ahí y durante los tres siguientes años le ocurrirá algo rarísimo: por el día es sacerdote, por la noche, cuando duerme, vive otra vida v ida con la mujer de la que está enamorado, Clarimonda, una mujer de la que, dicen, se sospecha que ya había muerto. Llegará un punto en que Romualdo no sabrá cuál es la verdad de su vida, si la que vive durante el día, o la que empieza por las noches al cerrar los ojos y dormir, y, angustiado, decidirá investigar y descubrir la gran verdad de Clarimonda.
Un sacerdote le pregunta al párroco Romualdo, ya con setenta y seis años de edad, ¿si ha amado? Romualdo narra al otro sacerdote una historia de su juventud, que el propio Romualdo califica de "singular y terrible", y de la que no está seguro de si fue un sueño o realidad. Incluye que él ha amado como nadie en el mundo, con un amor insensato y furioso, tan violento que aún le asombra que no haya hecho estallar su corazón. Retrotrayéndose a la víspera de su ordenación como sacerdote, Romualdo cuenta como fué su vida desde su más tierna infancia que había sentido la vocación por el estado sacerdotal de manera que todos sus estudios se orientaron en esa dirección, que nunca había salido al mundo; su mundo era el recinto del colegio y del seminario. El conocía vagamente que era una mujer y lo único que veía era a su madre anciana y enferma dos veces al año. Esas eran todas sus relaciones con el mundo exterior. Sin embargo, cuenta que al acudir a la ceremonia de ordenación, queda enamorado de una misteriosa y bella mujer la cual describe como una figura angelical, quien le lanza una mirada tan hipnótica que hace escuchar a Romualdo su súplica para que no lleve a cabo su ordenación y sea suyo. Romualdo desea rehusar el sacerdocio, pero se muestra incapaz, pese a todos sus esfuerzos, de realizar su propósito, y cumple mecánicamente con los pormenores del sacramento. Romualdo cree haberlo echado a perder ya que era sacerdote y sentía una angustia tan punzante que era como el poeta que ha dejado caer al fuego el único manuscrito de su obra mas bella ò Eva sentada en el umbral de la puerta del paraíso. Cuando se dispone a abandonar la iglesia, la misteriosa mujer lo aborda y le reprocha lo que ha hecho diciéndole ¡Desgraciado! ¡Desgraciado! ¿Qué has hecho? Y se fué. Al poco tiempo, un paje caprichosamente vestido se aproximó a el, le entrega al recién ordenado sacerdote una cartera que contiene únicamente dos hojas de papel con estas palabras: "Clarimonde, en el Palacio Concini". Obsesionado por volver a ver a Clarimonde, Romualdo muestra un extraño comportamiento que inquieta a su patrono, el abad Serapión, que le recita un discurso que tranquilizo un poco a Romualdo. El abad le conduciría, al día siguiente, a la parroquia asignada al nuevo sacerdote por el fallecimiento del pasado párroco de C. El sacerdote de pronto comenzó a orar pero le era difícil por el pavor que sentía de no poder ver mas a Clarimonde y menos cambiando de ubicación. Al día siguiente Serapión lo esperaba con dos mulas para salir, Romualdo se miraba todos los palacios buscando a Clarimonde pero no la encontraba, después vio un palacio que brillaba y le pregunto a Serapión que ¿qué era el palacio? Le contestó que había sido regalado por el príncipe Concini a la cortesana Clarimonde. Romualdo supo que Clarimonde había sido real. Una vez instalado como párroco, no gozaba de felicidad las palabras Clarimonde le venían a la mente con frecuencia, una noche Romualdo es
requerido para oficiar un servicio fúnebre para una gran dama que resulta ser Clarimonde. Durante el viaje llegaron en dos caballos negros que con sus herraduras hacían chispas con las piedras y de igual manera reconoció al pajo que le ayudo a desmontar. No podía soportar la atmosfera de aquella alcoba que lo embriagaba, creyéndola muerta, no resiste la tentación de besarla en los labios muertos de quien había poseído todo su amor. Pero, para su sorpresa, Clarimonde responde al beso, y anuncia a Romualdo que volverán a verse. Cuando volvió en él estaba acostado en su cama, en el pequeño dormitorio de la casa parroquial, y el viejo perro del antiguo cura lamia su mano. De pronto supo que había permanecido así tres días, sin dar otro signo de vida con una respiración casi insensible. El padre Serapión le hizo algunas preguntas acerca de si le gustaban las tareas, pero eso no tenía nada que ver con lo que realmente le quería decir como si se tratara de una noticia: “La celebre cortesana Clarimonde ha muerto hace poco, después de una orgia que duro ocho días y ocho noches.” Poco tiempo después, y durante los siguientes tres años, Romualdo recibe cada noche la visita de Clarimonde, quien se lo lleva con ella para que sea su amante. Así sucede, pero cada día, el sacerdote vuelve a despertarse en su parroquia, para volver por la noche al encuentro de Clarimonde. Romualdo no es capaz (ni llegará a serlo nunca) de saber si todo cuanto vive es realidad o ensoñación. El abad Serapión le previene contra Clarimonde, que resulta ser una vampira, pues se sirve de la sangre de Romualdo para mantenerse viva, tal como el sacerdote descubre una noche, al no beber un vino narcotizado que ella le había preparado. No obstante, Romualdo continúa amando a Clarimonde, por lo que el abad Serapión termina por obligarlo a contemplar a Clarimonde en su ataúd: Serapión abre la tumba de la vampira y rocía el cuerpo con agua bendita, reduciéndolo a polvo. Esto, sin embargo, no basta para destruir a Clarimonde, quien, furiosa, recrimina a Romualdo por escuchar al abad y le anuncia que rompe para siempre toda comunicación con él. El relato finaliza con el anciano Romualdo agradecido por haber salvado su vida y su alma, pero lamentando todavía su separación de Clarimond