Apuntes filosóficos para una estética del habla
El arte de conversar Apuntes filosóficos para una estética del habla
Osvaldo Dallera
EdicionEs dE La iLustración 1
El arte de conversar
Índice 0. Presentación 1. Introducción 2. ¿Qué es la conversación? 3. Dimensiones de la conversación a. Dimen Dimensió sión n histó históri rica ca b. Dimen Dimensió sión n socia sociall c. Dimen Dimensió sión n lingü lingüíst ística ica d. Dimens Dimensión ión estéti estética ca..
4. El alcance pedagógico de la conversación. La conversación como recurso para favorecer la sociabilidad.
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Presentación El presente trabajo es la versión completa de la ponencia presentada en las Primeras Jornadas de Filosofía del Arte realizadas por la Universidad Nacional del Litoral en la provincia de Santa Fe, en mayo 2004. Este breve recorrido por los senderos de la conversación pretende acercarle al lector cuatro perspectivas diferentes desde las cuales puede abordarse este objeto de estudio. La primera es una perspectiva semiólógica que busca ofecer una definición y una descripción somera de los rasgos propios de este desprendimiento oral de la literatura. La segunda mirada se descompone en múltiples dimensiones desde las cuales, de manera sucinta, se abordan las complejidades de este arte hoy poco valorado. Una tercera perspectiva consiste en indagar sobre la posibilidad de incluir la conversación dentro de los contenidos procedimentales del currículum en la enseñanza media, evaluando su beneficios y sus riesgos. La última perspectiva focaliza el objeto buscando la utilidad social que puede tener la recuperación estética (pero también ética) de la conversación. 3
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1. Introducción ¿Se puede enseñar (aprender) a conversar? ¿La conversación es un género en vías de d e extinción? ¿Puede la conversación integrar el currículum escolar en la enseñanza media? ¿Cuál puede ser el beneficio social de cultivar el arte de la conversación, especialmente entre los jóvenes? A la crisis de sentido por la que atraviesan algunas formas de interacción hay que agregarle otra, un poco más encubierta, que llamaré la crisis de los interlocutores . Se percibe, en la vida social, una dificultad creciente para encontrar personas con las cuales conversar de una manera amena y, y, a la vez, edificante. En efecto, hoy en día pueden observarse distintas formas de encuentros entre personas en los que se usa el habla para decirse cosas unos a otros, pero no a todas esas formas se les puede llamar conversación. Pues como intentaremos mostrar, mostrar, la conversación hay que entenderla como una forma más alta del entretenimiento, de un arte de sociabilidad, s ociabilidad, que puede aprenderse y cultivarse como tal...1 ¿Cómo reconocer un interlocutor devaluado? Una primera señal es la pobreza temática que suele acompañar los intentos de conversación que se propone. Uno podría 4
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recordar aquí a Heidegger y repetir con él aquellos rasgos que caracterizan a la existencia inauténtica: la charla, el chisme y la curiosidad. Los temas del interlocutor devaluado son la autorreferencia, los demás, los asuntos de moda (el “se dice” heideggeriano), los escándalos mediáticos, los espacios comunes o compartidos y poco más. Todos sus temas están impregnados de trivialidad y simpleza. Pero, lo que más los deteriora, es la falta de “vuelo” que hay en ellos. Otro signo de la pobreza discursiva de algunos interlocutores es su insuficiencia retórica. En general exhiben una modestia estilística que es resultado de la falta de recursos para tornar atractivos los temas que se tocan. Mencionaremos solamente algunos: repetición de modos y giros; ausencia de metáforas, comparaciones u otras figuras que enriquecen lo que se dice; exceso de literalidad; falta de imaginación; dificultades para establecer nexos y lazos con otros discursos o fragmentos de discursos; pobreza interpretativa que pone límites a la deriva o al encadenamiento temático que dinamiza la conversación y la hace variada; humor liviano, vulgar o, directamente, escaso. 5
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Por último, un interlocutor devaluado se caracteriza también por su falta de estilo . El arte de la conversación es más una cuestión de forma que de contenidos y dentro de la crisis de interlocutores se aprecia de inmediato una gran carencia en el cuidado de las maneras. El tacto, el tono, el recato, la cortesía, el buen gusto, la galantería, los buenos modales han pasado a ser poco menos que piezas de museo. En el lugar de esas cualidades se han instalado la grosería, la ordinariez, la vulgaridad, la falta de ubicación, la desmesura y tantas otras formas que menosprecian cualquier posibilidad de establecer un intercambio placentero entre las personas que se encuentran para conversar. ¿Qué hacer ante la evidencia de lo raída que está esta práctica en vías de extinción? En verdad no creo que se pueda responder a la paulatina pero casi inexorable desaparición de las formas clásicas de este género apelando al recurso del voluntarismo. Acaso, en cambio, sea posible, para los que todavía seguimos apreciando sus bondades, refugiarse en los pocos momentos que disponemos para disfrutar la atmósfera que genera el encuentro con quienes valoran la convesación como nosotros. 6
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2. ¿Qué es la conversación? La conversación es una forma de entretenimiento que facilita el desarrollo de la sociabilidad entre quienes participan en ella. Quienes saben conversar son personas sociables que disfrutan de la compañía de los otros y aprovechan esa circunstancia para cultivar su personalidad poniendo en práctica y desplegando las cualidades necesarias para pasar un momento agradable. Desde otro punto de vista, hay un relativo consenso entre los autores que se ocupan del tema en reconocer a la conversación como una rama oral de la literatura. En este sentido puede concebirse como un subgénero, con todos los atributos y especificidades que le caben a los géneros mayores. Esto significa que también en la conversación es posible dar cuenta de rasgos temáticos, retóricos y estilísticos que le son propios. Dicho en otras palabras, la conversación presenta un qué se dice , acompañado de un cómo está dicho que la distingue de otras formas de interacción oral (por ejemplo, la negociación, la discusión o el debate). Sobre todo en el cómo, hay un alto componente estético con significativas derivaciones éticas 7
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(por ejemplo, cuando se es cordial con el otro o cuando se pone en práctica el hábito de la cortesía). Esa pluralidad de rasgos en cada uno de los tres órdenes mencionados se pueden desgranar o percibir a través del estudio de las distintas dimensiones desde las que puede estudiarse la conversación tomada como objeto. Empecemos por decir que toda conversación ofrece o presenta un texto. En el texto de la conversación, en lo que dice cada uno de los que hablan, no sólo se expresa un contenido, sino que también se ponen de manifiesto las formas en que esos contenidos son dichos y las maneras que tiene cada uno de los interlocutores de decir las cosas. Pero además de presentar un texto, la conversación exige un contexto que presente o que esté provisto de requisitos bien precisos. Sólo a título ilustrativo mencionaremos algunos de los principales requisitos que exige el contexto de una conversación: un lugar apropiado, un tiempo laxo y distendido, un tipo de relación específica entre los interlocutores, un estado de disponibilidad de todos los que participan en la conversación y ausencia de objetivos, metas o finalidades que vayan más allá del mismo deseo de conversar. 8
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Si volvemos la mirada hacia atrás veremos que el lugar propicio para cultivar el arte de la conversación fue el salón y el “ir de visitas”. El momento era el de la tertulia o la sobremesa El vértigo de nuestra época hizo que esos momentos y esos espacios se fueran perdiendo como ocasiones para reunirse y conversar. Si nos fijamos en el vínculo existente entre los conversadores advertiremos que el más adecuado es el de la amistad. Aún cuando se iba (o se va) de visitas a lo de un pariente, no se va a lo de cualquier familiar, sino a la casa de aquellos con los que se tiene más empatía o afinidad. ¿Y cuál puede ser el pretexto de la conversación? Podríamos decir rápidamente, “tener ganas de conversar”. En efecto, entre el lugar (que se trata de hacerlo acogedor y receptivo), el tiempo disponible (que debe ser sin urgencias) y la relación afín entre quienes conversan (en la que debe predominar la amistad) nos damos cuenta que la única meta de la conversación es construir un momento agradable para todos los participantes. Esa es su única finalidad; ahí radica su estética: en hacer del lugar, del tiempo y de la relación, algo placentero.
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En cuanto a los participantes en la conversación, es decir los conversadores , deben cumplir con dos requisitos. Por un lado, evidenciar la posesión de determinados atributos . Entre los más importantes sobresalen el ingenio para que lo que dicen resulte agradable, sorprendente o novedoso; el tacto, tanto para medir la profundidad de lo que dicen como para saber detenerse allí donde lo dicho puede resultar hiriente, imprudente o fuera de lugar; la ubicuidad para reconocer la conformación de cada grupo de conversadores y adaptarse a ellos y para alternar entre la seriedad y la ligereza que deben impregnar la conversación; el buen humor para introducir, en los momentos adecuados, dosis de amenidad y diversión y la inteligencia (sobre todo práctica) para hacer atractivo e interesante los contenidos. Por otro lado, el conversador que posee esas cualidades se deja guiar por las reglas que gobiernan el uso de ellas. Esas normas regulan aspectos tanto de forma como de contenido. En cuanto a las formas, por ejemplo, una regla es la mesura que prescribe “hasta que punto puede sostenerse con insistencia una opinión y cuándo debe cambiarse de tema”2 o hasta dónde se puede llegar 10
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con las bromas para que el buen humor no se convierta en agresión, grosería u ordinariez. Respecto del contenido, la pauta indica lo que cada participante puede decir, o lo que conviene que omita dadas las circunstancias. En resumen, entre los requisitos que hacen posible una verdadera conversación se destacan la elección de un lugar propicio, la necesidad de contar con tiempo disponible (el ocio), la amistad, la búsqueda de construir un momento agradable y, sobre todo, contar con buenos conversadores. En todo caso, el buen conversador no debe perder de vista que aquello que gobierna la conversación es la búsqueda del placer de hablar con los otros. Por eso, todas sus cualidades deben estar regidas por ese principio, para que la ausencia o algún exceso de ellas no perturbe el objetivo estético.
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3. Dimensiones de la conversación La conversación como objeto de estudio presenta múltiples dimensiones desde las cuales puede ser abordada. De esa multiplicidad nosotros hemos seleccionado para la elaboración de este informe las que a nuestro juicio sugieren mejores elementos para el análisis y la reflexión. Esas dimensiones son: la dimensión histórica, la dimensión social, la dimensión lingüística y la dimensión estética.
a. Dimensión histórica
Suele decirse que la conversación es un invento de la nobleza francesa de los siglos XVI y XVII. Sin embargo, las preocupaciones sobre este divertimento encuentra antecedentes en la Italia renacentista y proyecciones en Inglaterra en el siglo XVIII. Según Peter Burke (1996)3, la preocupación por la manera de hablar en diversos tipos de ocasiones, públicas y privadas, coincide con la época en que aparece la imprenta. A partir del siglo XVI comienzan a aparecer en Italia, y más tarde, entre los siglos XVII y XVIII, en Francia, y Gran Bretaña, manuales que tratan sobre la 12
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manera en que se deben cultivar los buenos modales. En ellos se trataban cuestiones tales como la buena conducta, buenas maneras, cortesía, urbanidad o civilidad. También se interesaban por la interacción del modo de comunicación oral y del modo de comunicación escrita. Entre los tópicos que se destacaban en esos manuales corresponde mencionar la cortesía, el lugar de las bromas, la jactancia, el cambio de registro, la acomodación (la sensibilidad a la situación), navegar entre la afabilidad y la gravedad, entre la necesidad de divertir y la igual necesidad de no ofender, adaptarse a los contertulios presentes, comportarse de manera diferente según las personas, usar eufemismos para disminuir el riesgo de las disputas, etc. Los ingleses pusieron el acento en la esfera de las ceremonias y el cumplido y también hubo controversias entre la necesidad de ser formal o más informal en la conversación. En cuanto a las ocasiones en que parecen pensar los autores de los tratados eran situaciones semiformales, entre la intimidad de la familia y el escenario público. Entre esas ocasiones sobresalen los banquetes y las reuniones semipúblicas como las veladas entre amigos, reuniones académicas, y encuentros en salones y clubes. 13
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A partir de fines del siglo XVI se fundó en Francia una serie de academias o círculos literarios, siguiendo el modelo italiano y también interesadas en el lenguaje correcto. El siglo XVII fue la edad de oro de los salones en París. Como los franceses en ese momento no tenían ni un sistema representativo ni un espacio institucional donde la sociedad civil pudiese manifestar sus opiniones, la conversación en esos lugares se convirtió en el mejor recurso de la sociedad civil para desplegar el debate intelectual y político. Durante ese período se destacó en Francia la presencia y la influencia de las mujeres en las pautas que guiaban la conversación. En ese contexto la conversación se practicaba como un entretenimiento, como un juego que disponía de reglas que garantizaban “la armonía en un plano de perfecta igualdad” y cuya única finalidad era distraer a sus participantes y brindarles placer. Sus temas procedían de la curiosidad mundana, pero también de la literatura, la historia, la filosofía, la ciencia o de la evaluación de las ideas. Según Benedetta Craveri, esa amplitud temática era regulada por normas de claridad, de mesura, de elegancia y de respeto por el amor propio ajeno. El talento para escuchar era más apreciado que el 14
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talento para hablar, y una exquisita cortesía frenaba la vehemencia e impedía el enfrentamiento verbal. El avance de la ilustración y el gusto por la novedad no alejaron a los franceses de la observación y el respeto por la formalidad, los buenos modales y el regodeo estético que debía imperar en toda conversación.4 En el siglo XVIII se acentuó la informalidad en Inglaterra y la conversación como arte empezó a practicarse en nuevas instituciones sociales como el café, la asamblea y el club. Los ingleses del siglo XVIII pugnaron por un estilo de conversación más libre y desenvuelto que el que cultivaron los franceses del siglo XVII. Según Burke, mientras que en Francia la conversación olía a corte, en Inglaterra olía a campiña. Esta diferencia obedecía, en general a una reacción contra la formalidad que alcanzaba también a otros campos de la vida social. Según Burke el primer café londinense data de 1651 y los recintos de asambleas públicas se difundieron en las ciudades del interior de Inglaterra alrededor de 1700. Allí la lectura de los periódicos alternaba con discusiones o con conversaciones inconexas. Esos eran lugares en los que la conversación se fue constituyendo en práctica frecuente. Los clubes ofrecían a 15
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los hombres una forma cada vez más importante de sociabilidad. El mismo autor especula acerca de los posibles efectos que tuvieron los clubes en el arte de la conversación y se pregunta si influyeron en el reemplazo del modelo francés más femenino de buena conversación por un modelo más masculino. Para Habermas los salones en Francia y los cafés en Inglaterra se constituyen en los lugares de encuentro de la aristocracia con la intelectualidad. De ese encuentro surgió, se potenció y tomó forma la idea de lo público, dando lugar a los orígenes de lo que hoy se conoce como opinión pública. Con diferencia de matices, imperaban en esos lugares un clima de raciocinio y de respeto por la orientación temática brindando una tendencia hacia la conversación entre personas privadas.5 Sobre todo en Francia, la práctica de la conversación también tuvo sus detractores. Ya Pascal señalaba que, según fueran buenas o malas, las conversaciones podían formar el intelecto y el sentimiento o los podían destruir. Para Rousseau, detrás del brillo, la elegancia, el chiste y la seducción que se exhibían en la conversación se escondían
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la vanidad, la impostura y el conjunto de males que constituían el origen de la corrupción humana, propia del proceso de civilización de la vida social. Otra crítica es la de quienes sostienen que al ser pura ilusión se termina por no conocer a nadie e incluso no saber quién es uno mismo. Como antídoto, estos autores recomendaban la búsqueda de la soledad.
b. Dimensión social
En el análisis de la conversación es posible identificar algunos factores en los que la incidencia de lo social permite explicarnos la relevancia que esta práctica tiene en el desarrollo de la sociabilidad de las personas y, consecuentemente, el valor que esa incidencia adquiere en la ubicación de los sujetos dentro de la estructura social. Algunos de esos factores son la competencia lingüística, la construcción social de los discursos, el hábitus lingüístico, el uso de la lengua legítima y la apropiación del estilo. La capacidad de hablar en tanto que capacidad biológica es un patrimonio de todos los seres humanos. Pero una cosa es la posibilidad biológica de poder hablar y 17
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otra cosa es la capacidad social de poder hacerlo. Para hablar es necesario contar con alguna competencia lingüística. La competencia se adquiere por la práctica y como hablar es un hecho eminentemente social, la competencia lingüística es una competencia social. El hablante competente, además de dominar el uso práctico de la lengua debe dominar las situaciones en las que ese uso es socialmente aceptable .
Por otra parte, y
contrariamente a lo que se cree, la mayor o menor competencia lingüística es una capacidad social que suele venir acompañada de una capacidad técnica, y no al revés.6 Dicho de otra forma, esa competencia social depende del patrimonio social y cultural del hablante. Por lo tanto hay un uso de la lengua que, antes de mostrarse comunicativo, es social. Los productos derivados del uso de nuestras competencias lingüísticas adquieren la forma de discursos . La forma y el contenido de los discursos dependen de la relación entre un hábitus y un determinado espacio social . Por un lado, los discursos son siempre (o intentan ser) adecuados al espacio social dentro del cual tienen cabida. Ahora bien, como cualquier espacio, los espacios sociales 18
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están demarcados por límites que separan a unos de otros. En el caso del uso del lenguaje los límites del espacio social son las sanciones o los señalamientos que indican la “corrección” y la “formalización” necesaria para comportarse y hablar “como es debido” dentro de ese espacio7. Pero, además del espacio social, también el hábitus juega un papel decisivo en la producción de los discursos. Para Bourdieu el hábitus es lo que hay de social en nosotros y que se expresa en cada una de las cosas que hacemos, funcionando como una guía práctica para la acción social. De acuerdo con esta idea, el hábitus está formado por esquemas de percepción y esquemas de evaluación adquiridos en los procesos educativos de los cuales ha formado parte el sujeto (principalmente dentro de la familia y en la escuela). En el caso que estamos analizando, es una guía que nos indica cuál es, para cada uno de nosotros, la manera correcta de hablar en el espacio social en el que nos desenvolvemos. Por lo tanto, lo que se expresa a través del hábitus lingüístico es la posición que se ocupa en la estructura social.8
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Dicho esto, advertimos que el análisis de la dimensión social de la conversación nos permite observar que el uso de la lengua se organiza en sistemas de diferencias que reproducen en el orden simbólico el sistema de las diferencias sociales. Por eso, hablar es expresar y poner de manifiesto en los discursos, las distinciones sociales. En los usos de la lengua, como en los estilos de vida, sólo hay definición relacional. Esto significa que las diferencias se reconocen por oposición. En el caso del habla como hecho social, la excelencia (o la decadencia) lingüística se expresa, según Bourdieu, en estas oposiciones: “distinguido”-”vulgar”; “raro”-”común”; “riguroso” (o “noble”)- “descuidado” o “libre”. La conversación entendida como un género “alto” es una forma de interacción lingüística que, tal como la venimos considerando, exhibe lo que Bourdieu denomina un uso práctico de la lengua legítima. La lengua legítima es una lengua semiartificial que se construye sobre la base de un trabajo permanente de corrección de las formas realizado, sobre todo, por las instituciones especialmente preparadas para este fin y que introduce en el dominio de ese “artificio” a los locutores singulares.9 En este sentido, 20
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la lengua legítima viene dotada de un estilo que es provisto a quienes la usan en sus prácticas habituales. Cuando hablamos no hacemos circular “la lengua” entendida como una capacidad técnica y neutra sino que lo que circula son discursos estilísticamente diferenciados.10 Si conversar supone una manera de hablar, entonces esa manera le exige al conversador apropiarse de uno u otro de los estilos expresivos ya constituidos por el uso y objetivamente caracterizados por su posición en una jerarquía de estilos que expresa la jerarquía de los correspondientes grupos sociales que los utilizan. Ya hemos dicho que conversar no es simplemente “hablar” y que la conversación exige el dominio de ciertos recursos y el conocimiento de ciertas restricciones que la ubican en un lugar diferente del resto de los tipos de intercambio lingüístico. El estilo, por lo tanto, sólo existe en relación a agentes dotados de esquemas de percepción y de apreciación que permiten constituirlo como conjunto de diferencias sistemáticas que se aprehenden con el uso y se aprenden en los lugares en los que se la frecuenta. Estos estilos dejan su huella en quienes se los apropian y la
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estilística espontánea expresa clases sociales a través de las clases de índices estilísticos.11 Para resumir: la conversación como práctica social exige el respeto y el cultivo de un estilo emparentado con el uso de la lengua legítima, lo cual implica el respeto por determinadas reglas y formas que regulan su desarrollo, la ubican dentro del espacio de lo distinguido y la separan de otras prácticas vulgares u ordinarias. En este sentido, la práctica social de la conversación es un aporte o una contribución a la estilización de la vida entendida como la formalización de prácticas que privilegian en todos los ámbitos y en todos los espacios sociales, la manera, el estilo, y la forma en detrimento de la función12. Lo importante dentro de esta relación entre conversación y sociedad es que nuestras formas de conversar indican nuestra posición en la estructura social. Dime cómo conversas y te diré a que sector social perteneces.
c. Dimensión lingüística
Desde el punto de vista lingüístico la conversación es una forma especial de interacción cuyo producto es una 22
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unidad textual que se forma con una serie ordenada de enunciados. Según van Dijk, la conversación puede estudiarse desde un punto de vista global (o macroestructura) y desde una perspectiva microestructural. 13
La macroestructura de la conversación está compuesta por lo que podríamos denominar “grandes bloques” que se presentan regularmente cada vez que tiene lugar una conversación. Los grandes bloques que componen la conversación y que se identifican con mayor frecuencia son: a. apertura (en general los componentes de este bloque son el saludo, y los factores que inciden en el tipo de apertura: grado de formalidad, mayor o menor intimidad, tiempo transcurrido entre un encuentro y otro, etc.); b. orientación (preparación del tema o los temas de conversación); c. objeto de la conversación (es el contenido de la conversación, que incluye lo que efectivamente se dice y la función o el para qué se dice); d. conclusión (apunta a la terminación del tema) y e. terminación (se refiere a la finalización de la conversación). Por otro lado, la estructura global de la conversación exhibe distintos tipos de funciones: funciones psicológicas 23
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(manifestación de anhelos, deseos, sentimientos, planes, etc.), funciones sociales (exposición de roles, jerarquías, estatus, de los hablantes, etc.), funciones sociopsicológicas (extensión y distribución de conocimientos sociales intuitivos, rumores, opiniones, posturas, estereotipos, prejuicios, etc.) y funciones pragmáticas (la principal de estas funciones está relacionada con el principio de cooperación. Las personas, cuando hablan entre ellas, buscan ser eficaces en sus comunicaciones: si uno habla, quiere que el otro lo atienda, que lo entienda, que no lo interrumpa, etc. Además, la cooperación no es o no debe ser solamente de la persona que habla sino también debe estar presente en el que interpreta la emisión: cooperan mutuamente, tanto el que dice como el que recepciona. Aún cuando en las conversaciones están presentes el uso de ironías, de metáforas o de usos retóricos en general, esto no significa que los participantes están buscando la producción de ciertos efectos que los alejan de la cooperación. Más bien, si el efecto se produce, quiere decir que el principio de cooperación sigue funcionando. Con el análisis de la microestructura de la conversación se pretende dar cuenta de la coherencia lineal 24
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de este tipo de intercambio lingüístico, a través del análisis de los enunciados individuales y sus relaciones. Incluye aspectos tales como las propiedades paratextuales de la conversación (gestos, miradas, mímicas, distancias, cercanías (tocar al otro, abrazarlo, etc.), los factores cognitivos (la capacidad de comprensión de los enunciados proferidos por los demás, las suposiciones, implicaturas conversacionales, etc.), los factores sociales de la interacción (el rol de cada participante, el status, las jerarquías, etc.) y las estrategias de los hablantes (estas estrategias suponen el conocimiento de las características de los interlocutores, para poder anticipar o prevenir posibles reacciones o futuras intervenciones de los otros en la conversasción). Otro aspecto sustantivo de la conversación, es el que está relacionado con los turnos para hablar. Según van Dijk, el concepto de turno o la secuencia de turnos es una categoría estructural-funcional que implica que las unidades de conversación están marcadas para diferentes hablantes, lo cual supone la noción de cambio de turno . Las marcas que identifican el comienzo o el final de un turno en la conversación pueden adquirir la forma de 25
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reglas sintácticas, reglas morfológicas, reglas semánticas y reglas pragmáticas. Estas reglas determinan lo que podría denominarse una gramática de la conversación compuesta por un conjunto de formas entre las que se destacan: a. La organización lineal . En general habla uno por vez y de manera alternada. b. La limitación temporal (aún cuando los turnos no tienen una extensión establecida, si son demasiado largos pueden interrumpirse o sancionarse). La interrupción viene indicada por unidades sintácticas y semánticas o marcadas por rasgos de entonación. Por ejemplo, un turno puede interrumpirse mediante el comienzo de otro enunciado por parte de otro hablante, a través de la realización de un gesto (levantar la mano) o pronunciando alguna expresión específica (si; de acuerdo, pero; escuchá...; etc.). c. La cesión del turno . los turnos se ceden a otros hablantes. Dos maneras frecuentes de hacer esta cesión es mediante la formulación de una pregunta o indicando la finalización de la propia secuencia. En general para ceder un turno en la conversación se acude al uso de “pares lingüísticos” del tipo pregunta/respuesta, saludo/devolución, felicitación/ agradecimiento, oferta/rechazo-aceptación, etc. 26
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d. La Triple coherencia. Los turnos deben cumplir con exigencias de una triple coherencia: estilística (hablar de la misma manera), semántica (hablar del mismo tema, o, si se cambia de tema, evidenciar alguna relación con el tema anterior mediante el uso de recursos tales como “a propósito...” o “justamente”) y pragmática (mantener el objeto o la finalidad de la conversación).
d. Dimensión estética.
Como quedó dicho, la cultura de la conversación se plasmó en un conjunto de manuales producidos en Europa, sobre todo en Francia, en las postrimerías del antiguo régimen. De esos escritos y de las recomendaciones que allí abundan pueden extraerse los principales rasgos que contribuyeron a configurar una estética de la conversación y que aún hoy pueden resultar adecuados para reflotar la existencia de este arte y devolverle su estatuto en la necesidad de reconstituir los lazos sociales a partir del cultivo de una nueva “sociabilidad”. Para esto, lo primero que hay que advertir es que se puede intentar una educación para el mundo a través del 27
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cuidado de las formas estimulando las aptitudes y capacidades de las personas con vistas a “pulir” sus hábitos en las prácticas de interacción. Desde este punto de vista, entonces, la conversación adquiere la función de un instrumento puesto al servicio de la obtención de un doble objetivo: Por una parte, un objetivo estético: procurar placer y diversión a través del uso de la palabra concebida como un instrumento musical del que se pueden obtener composiciones bellas y armoniosas. Por otra parte un objetivo ético: mejorar la interacción, mejorando o haciendo sentir bien recíprocamente, a cada uno de los participantes. En este sentido y tal como fue concebida la conversación en las cortes y los salones del antiguo régimen es posible todavía extraer de aquellas prácticas numerosas “formas de actuar” que pueden resultar aplicables para hacer más atractivos los encuentros interpersonales y, todavía más, para utilizarlos como recursos pedagógicos en la tarea de enseñar y estimular el uso de este arte. Para esto Craveri nos recuerda que ya en Francia, la necesidad de conversar es común a todas las clases sociales y que en 1634 Guez de Balzac, un escritor de la época, le asigna a la conversación un estatuto literario y la sitúa en 28
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el gran ámbito de la retórica antigua.14 Dentro de ese marco, dominar el arte de la conversación supone no sólo capacidad para improvisar sino también disponer de un conjunto de saberes (contenidos) y competencias (formas). Pero ¿conocer qué?, ¿sólo temas y contenidos? Más que eso. Como de lo que se trata es de resultar agradable, hace falta, entre otras cosas, “intuir la personalidad de aquel con quien uno desea departir, lo que implica, de algún modo, disponer de alguna ciencia psicológica”, para que cada cual reciba lo que espera encontrar cuando conversa. De este modo, el buen conversador es capaz de dejar brillar a los otros, gratificando el amor propio de las personas con las que habla. Además el conversador avezado despliega su talento animando a los otros a conversar. En ningún caso está ávido por disponer del monopolio de la palabra. Este saber “psicológico” se complementa con la exhibición de otras capacidades tales como la prudencia, el tacto y el recato. En el ámbito de la conversación estos tres ingredientes operan como virtudes que le agregan a la estética de este arte un condimento ético que no deja de tener en cuenta al otro en sus cualidades y en sus posibilidades. Como dice Craveri, se trata de edulcorar la 29
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realidad acudiendo a la mentira a través de la seducción, la cortesía y la galantería. Con la conversación o en la conversación se puede (y se debe) hacer sentir bien al otro.15 El uso de las bromas y el buen humor también tienen un doble valor ético y estilístico. En la conversación se puede bromear sin que la broma llegue a herir o mortificar a los interlocutores. Cuando esto sucede, la armonía del grupo que conversa se resquebraja y sobreviene el conflicto y la tensión. Ser ingenioso (tener esprit) es otra condición que va de la mano con la condición ociosa de la conversación, lo cual supone un alejamiento de la afectación tanto como del deseo de aparentar ser culto o de tener intenciones de persuadir al otro. Se considera mejor el ingenio que el uso de citas, proverbios o ejemplos. También el silencio juega un papel importante. Se trata del silencio cargado de expresividad y significados. Con el uso del silencio en una conversación, el buen conversador puede cumplir varias funciones: puede aprobar, pero también puede condenar; puede ser burlón, pero también puede ser respetuoso. La técnica de la supresión y de las pausas forma parte de la enseñanza retórica. En otro sentido, “un arte de callar que consiste 30
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en hacer hablar al silencio”, sirve para dar muestras del placer que sentimos con la conversación del otro. Como último (pero no menos significativo) recurso retórico en la configuración estética de la conversación juega un papel importante la elocuencia del cuerpo . En algunas ocasiones, y como conviene recordar, el uso de la mirada, los gestos y la expresión del rostro, dicen más que las palabras. Del mismo modo, el tono, la modulación y el volumen de la voz contribuyen a modelar, en un sentido o en otro, la estética de la conversación. Si estos son los recursos y dispositivos retóricos y estilísticos que hacen a la buena conversación, también es necesario saber cuáles deben ser los componentes temáticos de este arte. Aunque no hay ningún tema que no pueda ser tratado dentro de una conversación, el anfitrión valora las aptitudes de sus invitados y los incita a hablar de lo que más les gusta. Por eso, en general, los temas más convenientes resultan ser los asuntos cotidianos y las cuestiones galantes. En este contexto una cuestión galante puede ser cualquier excusa para adular al otro siempre y cuando la adulación no conlleve ninguna finalidad oculta para obtener un beneficio ulterior. El 31
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objetivo es que el otro se sienta genuinamente bien con el elogio y la galantería. Allí termina o debe terminar la retórica de la adulación. En cuanto a los grandes temas, aunque no deben excluirse, tampoco son indispensables para que una buena conversación cumpla con sus objetivos. Para decirlo con palabras de Craveri: “el gran secreto reside en hablar noblemente de las cosas bajas, más bien sencillamente de las cosas elevadas y muy galantemente de las cosas galantes, sin excesos de fervor y sin afectación.” Un buen resumen del aporte estético que hace la conversación al cultivo de la sociabilidad está contenido en esta cita que Craveri reproduce del manual de Madame de Staël: “La clase de bienestar que ofrece una conversación animada no consiste precisamente en el argumento sobre el que se habla, ni las ideas, ni los conocimientos que se pueden desplegar constituyen el principio de interés, sino cierto modo de actuar uno sobre otros, de agradarse recíprocamente y con celeridad, de hablar en el acto mismo de pensar, de gozar al instante uno mismo, de ser aplaudidos sin esfuerzo, de exhibir el ingenio con todos sus matices por medio del acento, los gestos, la mirada. De producir, en suma por tu propia 32
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voluntad, una especie de electricidad que irradia y alivia a unos por el mismo exceso de su vivacidad, despertando a otros de una penosa apatía” 16
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4. El alcance pedagógico de la conversación. La conversación como recurso para favorecer la sociabilidad. Socializar es una cosa, sociabilizar es otra. Se puede socializar de diversas maneras. La socialización puede ser violenta o apacible, rústica o delicada, por confrontación o por acercamiento, etc.. Pero hay una sola forma de sociabilizar. Para Simmel “la sociabilidad es la forma lúdica de la socialización” y se caracteriza por las cualidades que, quien la practica, pone en juego en cada encuentro con el otro: cultura, amabilidad, cordialidad, cortesía, “buenos modales”, etc.
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Se comprende, entonces, que la
conversación pueda constituirse en un vehículo inmejorable para sociabilizar a las personas desde los años de la adolescencia. Pero el asunto es saber cómo y dónde se adquieren esas formas y esas competencias. Aunque todos los espacios en los que circula ese “saber hacer y saber comportarse” son sociales, podemos pensar que quienes lo reciben dentro del ámbito familiar se impregnan de esas costumbres casi naturalmente, porque así viven y conviven todos los días. Los jóvenes más favorecidos heredan saberes y un saber34
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hacer, gustos y un “buen gusto” cuya rentabilidad académica y social, aun siendo indirecta, sigue siendo evidente.18 Más difícil es para aquellos cuya vida cotidiana no está precisamente inmersa en ambientes en los que el cultivo de la sociabilidad es una práctica habitual. Para los individuos provenientes de sectores más desfavorecidos, la educación sigue siendo el único camino de acceso a la cultura y esto en todos los niveles de enseñanza. En estos casos enseñar a conversar en la escuela podría convertirse en uno de los tantos buenos caminos para democratizar la cultura haciendo llegar al mayor número no sólo conocimientos, sino también hábitos que de otro modo quedan reservados como patrimonio exclusivo de las clases altas. Dicho de otra forma, sólo la escuela puede hacer algo por disminuir las desigualdades iniciales ante la cultura, siempre y cuando no caiga en las trampas que le tienden los que le reprochan que el trabajo académico es demasiado académico y los que desvalorizan la cultura escolar favoreciendo a los que por sus condiciones aventajadas heredaron el buen gusto, la “gracia”.19
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¿Será posible entonces que la escuela pueda distribuir las reglas de la sociabilidad?20 Si acordamos con la idea según la cual la competencia lingüística es uno de los componentes del capital cultural y éste es el resultado del nivel de instrucción alcanzado y de la trayectoria social recorrida, entonces, de acuerdo con Bourdieu y a los efectos de lograr educar en y para la sociabilidad, uno de los objetivos pedagógicos debe ser que los jóvenes incorporen a sus hábitos, en situaciones de interacción, reglas cultas provenientes de la práctica de los profesionales de la expresión escrita mediante una labor de explicación y codificación. En este caso, que la escuela se proponga enseñar (tanto teórica como prácticamente) las reglas de la conversación puede resultar una buena forma de educar para la sociabilidad. Sin embargo, ese recorrido puede presentar algunos obstáculos. En primer lugar, ya hemos dicho que la aptitud para el diálogo o para la conversación requiere un cultivo específico y una adecuada disciplina, que en el estado actual de la cultura escolar puede que no resulte del todo fácil instrumentar. En segundo lugar, como señala Bollnow, “una conversación en su sentido estricto y elaboradamente 36
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definido está fuera de lugar en la enseñanza. Pues a ésta le falta la situación distendida del ocio que es conditio sine qua non para que pueda desarrollarse una conversación auténtica y, a la inversa, la enseñanza perdería su seriedad si entrara en la disolución de una mera conversación....Ni siquiera tenemos en cuenta el hecho de que la enseñanza no dispone del tiempo imprevisible que requiere el despliegue de una conversación despreocupada.” 21 ¿Se puede enseñar a conversar? Sí, si asumimos estas dificultades y si aceptamos que enseñar a conversar requiere una guía, una dirección y que entonces, desde el lugar de la escuela, sólo se puede aspirar a lograr una conversación conducida, orientada por la observación de determinado rumbo, contando con la presencia disciplinadora del docente. Tal vez no sea mucho, pero para los tiempos que corren intentar hacer ingresar a los jóvenes en la senda de la sociabilidad puede resultar un aporte significativo a la lucha por disminuir las desigualdades culturales y los altos niveles de agresión y vulgaridad que hoy por hoy se aprecian en las maneras de estar unos con otros. Como dice Craveri: 37
El arte de conversar
“Este ideal de conversación, que sabe conjugar la ligereza con la profundidad, la elegancia con el placer, la búsqueda de la verdad con la tolerancia y con el respeto de la opinión ajena, no ha dejado de atraernos nunca; y cuanto más nos aleja de la realidad, más sentimos su falta. Ha dejado de ser el ideal de una sociedad, se ha convertido en un “lugar de recuerdo”, y no hay rito propiciatorio que nos lo pueda devolver en condiciones favorables; lleva una vida clandestina y es prerrogativa de muy pocos. Aun así, no es imposible que un día vuelva a darnos la felicidad.” 22
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Notas Bollnow, Otto Friedrich, (1974). página 65 2 Bollnow, O. (1974), pág. 67 1
Burke, Peter (1996), pág. 123 4 Craveri, Benedetta (2004), pág. 15 5 Habermas, Jürgen (1997) Cfr. Pág. 69 a 73 3
Bourdieu, P.(1985). Pág. 43 6
idem. Pág. 53 8 idem. 7
Pág. 57 9 idem. Pág. 34-35 10 idem. Pag. 12-13 Bourdieu idem. Pág. 28 12 idem. Pág. 59 11
van Dijk, Teun A (1983): pág. 257 14 Craveri, B: op. cit pág. 406 13
Cfr. Craveri, B. idem., pág 414 16 Madame de Staël en De l´Allemagne.. Citado por 15
Craveri, B (2004), pág. 439 17 Simmel, Georg (2003) 18 Cfr. Bourdieu, Pierre y Passeron, Jean Claude (2004) idem. 20 Cfr. idem. Pág. 36 19
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Bollnow, Otto F. Op cit. pág 85
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Craveri, Benedetta: op. cit. pág. 18 39
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Bibliografía consultada Bollnow, Otto Friedrich (1974): Lenguaje y educación . Buenos Aires, Editorial Sur. Bourdieu, Pierre(1985): ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos . Madrid, Editorial Akal/ Universitaria. — (2004)Los herederos. Los estudiantes y la cultura. Buenos Aires, Editorial Siglo XXI. Burke, Meter (1996): Hablar y callar. Funciones sociales del lenguaje a través de la historia. Barcelona, Editorial Gedisa. Craveri, Benedetta (2004): La cultura de la conversación . Buenos Aires, Segunda edición en español. Fondo de Cultura Económica. Habermas, Jürgen (1997): Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública. España. 5ta. Edición, Ediciones Gustavo Gilli. Simmel, Georg (s/f): La sociabilidad. En: Cuestiones fundamentales de sociología. Capítulo 3. Apunte proporcionado por la cátedra del profesor Esteban Vernik para el dictado de la asignatura Georg Simmel. La cosificación de las sociedades modernas . Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales, carrera de Sociología. Buenos Aires, 2do. cuatrimestre de 2003. Van Dijk, Teun A.( 1983): La ciencia del texto . Barcelona, Editorial Paidós. 40