EXPERIENCIA CURRICULAR DE PSICOLOGIA SOCIAL
LA ACEPTACIÓN PERSONAL Aceptación es una palabra frecuente, a veces inútil porque, lo acepte o no, lo que es, es. Solemos escuchar: no me acepto, no acepto mi cuerpo, mi carácter, mi edad, mi trabajo… Aceptación con mayúscula es establecer una relación positiva
con lo real. Ver lo que es y convivir y crecer con ello. La aceptación es sensatez amorosa que distingue lo que me gustaría, apetecería, ilusionaría, de lo que, por ser mío, por ser yo y mi circunstancia, es realidad que me integra y acepta. La aceptación supone haber erradicado culpabilidades insanas que me impedirían esa palabra maduramente, al no poderme relacionar conmigo mismo y con mi pasado. La aceptación es la capacidad de ver lo que considero “limitación” sin que
me oculte mis posibilidades reales.
Carl Rogers subraya la aceptación incondicional como una de las tres co ndiciones necesarias y suficientes para la relación de ayuda. En esta línea, la aceptación genera empatía y seguridad hacia parcelas de uno mismo y hacia la persona de los demás. Aceptar no es aprobar a probar o dar da r carta de inmovilista ciudadanía ciudad anía a una dimensión de la realidad. Es establecer una justa relación que, entre otras opciones, puede elegir la cercanía o la distancia como mal menor. Aceptar es construir sobre la realidad que conozco, que tengo. La sabidurí a popular nos dirá: “Hay que arar con los bueyes que tenemos”.
Aceptarse supone conocerse, saberse interrogar y amarse. Aceptarse no conlleva complacencia narcisista en un narcisismo secundario. secundar io. El niño experimenta y tiende naturalmente a un narcisismo primario. La aceptación busca caminos de crecimiento auténticos, sin evadirse de la realidad, nos guste o no nos guste. Aceptar que la lluvia moja, las rocas son duras o en el campo suele haber sonas hormigas…no son más que unos jocosos ejemplos que para muchas per sonas suelen ser motivos de amargura y no aceptación. “El que no acepta pasa la vida peleándose con lo real, sin dar el primer paso del cambio: la aceptación”.
Hay dos maneras de relacionarse con un problema personal: Primera, disminuir, en la medida de lo posible, el problema utilizando nuestros recursos humanos o ayudas psicoterapéuticas. Segunda, mantener el problema en una dimensión originaria y convivir y crecer junto a él, con lo que el problema se hace
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relativamente más pequeño en referencia a nuestra estatura aumentada. La aceptación es la base de los dos caminos terapéuticos. Aceptarse necesita autoestimarse. Sin autoestima es casi imposible aceptarse. La autoestima, de la cual tanto se ha escrito en estos últimos años en el ámbito psicológico, es la autovaloración amorosa de nuestro propio concepto. Con otras palabras, es la aceptación positiva incondicional de lo que somos, sintiéndonos personas buenas y valiosas. La aceptación que genera la autoestima va creciendo con ella. Si no nos aceptamos es que no nos autoestimamos. Y si no nos queremos, buscaremos, compulsivamente, el aprecio o el afecto de los demás en conductas más que serviciales, servilistas. “Aceptar el cuerpo, la edad, el tiempo en que vivimos sin evasiones, nostalgias o fugas hacia adelante es sabiduría y sensatez. Es la posibilidad de vivir de una manera personal y aceptada, constructiva y existencialmente valiosa”.
Aceptar es ver el dato que rechina en una perspectiva más amplia. Redimensionar. Considerar ángulos de visión de la realidad inéditos, para armonizar ese dato en un conjunto que lo integra y dinamiza.
Para aceptarme he necesitado ser aceptado. Con esta premisa podemos justificar tantas veces la no aceptación en biografías traumatizadas o rotas por la marginación de los demás. Y sin embargo, a pesar de todo, la aceptación es posible. Un aprendizaje que recupere la autoevaluación integrará esas parcelas no aceptadas, pero sí existentes, en nuestra unidad personal. Aceptarse presupone eliminar la idea que Albert Ellis, considera, justamente, irracional de que todo el mundo tiene que aceptarme. Aceptarse es una opción personal, individual, reforzada por la aceptación de otros que siempre será bienvenida y tal vez muy necesitada. No somos dueños del dato, del azar, del acontecimiento, pero sí de su interpretación personal. En un proceso de crecimiento y maduración, protegeremos nuestra interpretación sana de los miedos que la zarandean, rechazos, expectativas frustradas. Aceptarse es decirse y decir: “éste soy, nada más y nada menos yo”. Es el principio de un proceso de intercambio con el medio y de cambio personal en crecimiento humano. Aceptar es rechazar y renunciar a la omnipotencia infantil. Es sabernos a nosotros mismos y a los demás limitados, históricos, procesuales,
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concretos y, a la vez, abiertos al cambio y al estreno de nuevas posibilidades humanas. Aceptarse es la posibilidad de dialogar de verdad con uno mismo, sin engaños ni pactos con la mediocridad, sino estimulando en ese diálogo un crecimiento y apertura personal. Aceptar a otros es respetar lo que son y cómo son ofreciéndoles el feedback que, desde la huella que sus conductas dejan en nuestra experiencia, les puede ayudar a mejorar cambiando.
Aceptar es percibir y la sana y objetiva percepción de la realidad siempre ha estado presente en cualquier proceso de maduración. Pero no sólo percibir fotografiando la realidad sino asumiéndola e integrándola en una unidad superior, a la que la creatividad del ser humano tiene acceso a través de su mente, corazón, espíritu y cuerpo.
JOSÉ ANTONIO GARCÍA MONGE. Treinta palabras para la madurez. Desclée de Brouwer.
ELABORE UN COMENTARIO SOBRE LA IMPORTANCIA PERSONAL DE LA ACEPTACION Y SU REPERCUSION SOCIAL.
Compiled by Mg°. Wilson E. Montoya Tejada