DOS MIL AÑOS DE HISTORIA DEL PUEBLO JUDÍO Entre la Tierra de Israel y la Diáspora CONTENIDO: PRESENTACIÓN INTRODUCCION. 1. Diáspora-Galut 2. “Los deportados de Jerusalén que están en Sefarad” (Abdías, 20). 3. ¿Una esperanza dos veces milenaria? Capítulo 1. GALUT. EL JUDAÍSMO TRADICIONAL. 1. “Galitzia es un país lleno de judíos y piojos”. - Vivir en mundos divididos. - Espíritu pionero, aventurero e innovador. - Constante inseguridad. 2. Dormir con las maletas hechas. - Oficios de frontera. - Renegados y fugitivos. - Las nuevas fronteras. 3. Los gases nobles. - Los altos muros del gueto: refugio y cárcel. - “El que nos dispersó nos recogerá”. - “A noble spirit embiggens the smallest man”. 4. Tres mil ducados. Capítulo 2. DIÁSPORA. EL JUDAÍSMO MODERNO. 1. Modernidad judía. 2. ¿Nostalgia de Mitteleuropa? 3. Las otras diásporas. - Los judíos errantes del Este de Europa. - Los Solal de Cefalonia. - El gato del rabino. - Bajo el Sacro Imperio Protestante. 4. ¿Dónde estaba Dios en Auschwitz? Capítulo 3. SIONISMO: UNA SOLUCIÓN MODERNA PARA UN VIEJO PROBLEMA. 1. Nos acomodamos al mundo. 1
- Ojalá fuera neozelandés. - Binpol oyebeja. - Herodes, mon amour. 2. La ciudad blanca cumple cien años. - Un Estado que todos soñaron diferente. - Canción triste de Jaffa Street. 3. Quo vadis Israel? - El violinista de Nablus. - Esperando al Mesías. Capítulo 4. LA HISTORIA CONTINÚA. 1. Declaración de independencia, ¿acta de defunción de la 2. Volver a Berlín. 3. La historia continúa. - Bienvenidos al mundo de las migraciones. - Malsín. APÉNDICE: Declaración de independencia del Estado de Israel. BIBLIOGRAFIA.
Capítulo 1. GALUT. EL JUDAÍSMO TRADICIONAL Deportación, exilio, desarraigo se imponen en la memoria colectiva del pueblo judío. Mirar hacia atrás era un ejercicio peligroso, el que osara hacerlo podría quedar convertido en estatua de sal como la mujer de Lot. Los judíos transitaron con el peso de los horrores del pasado y de los males presentes con la ayuda de una esperanza inquebrantable en la justicia de Dios y en la futura redención. Las denominadas crónicas de la Expulsión (s. XVI), un grupo de obras escritas en el exilio por judíos expulsados de la península Ibérica o por sus descendientes, ilustran muy bien esa visión de la historia. Algún autor, creo recordar que era Haim Zafrani, las ha calificado de "historiografía lacrimógena". Son obras con una estructura muy simple: vienen a ser una relación, a veces desordenada y confusa, de persecuciones, matanzas, expulsiones, etc.; en suma, un catálogo de días de duelo, un tipo de obras que tiene una larga tradición en el judaísmo. Junto a las fiestas principales del calendario judío, las diferentes comunidades han recogido también los días de duelo que les afectaban más directamente, así como los días de júbilo en los que se recordaban salvaciones 2
milagrosas (son los purim especiales). Purim es el nombre de la fiesta en el que se celebra la salvación de los judíos de Persia por la decidida intervención de la reina Ester y su tío Mardoqueo. Albert Cohen, en Comeclavos (Ed. Anagrama, Traducción de Javier Albiñana), ironiza sobre esta tendencia a marcar días fastos y nefastos en el calendario. El protagonista, Pinhas Solal, apodado "Comeclavos", uno de los Esforzados de Francia, era un hombre de recursos: degollador sinagogal de gallinas, consejero jurídico, falso testigo de accidentes, falso acreedor de comerciantes en quiebras, pisaúvas (en tiempo de vendimia), pero su oficio más lucrativo era el de no calumniador de notables. Cohen cuenta cómo Comeclavos ideó un ómnibus antileonino para que los judíos de Cefalonia pudieran desplazarse sin miedo de ser atacados por una joven leona que se había escapado de su jaula. Aquellos días de turbación pasaron a llamarse en adelante “los Días Negros de la Leona”. Una de esas crónicas de la Expulsión es el Valle del Llanto, cuyo título lo dice todo. El Valle del Llanto fue escrito en Génova por Yosef ha-Kohen, quien comienza esta obra con el siguiente preámbulo: “Palabras de Yosef ben Yehoshua ben Meir ben Yehudá ben Yehoshua ben Yehudá ben Moshé de la familia de los Kohen, originario de Huete, tierra de España: puesto que las calamidades que nos han sobrevenido desde el día de la expulsión de Judá de su tierra hasta hoy, están desparramadas aquí y allá, me he propuesto reunirlas en una obrita que contenga lo que he encontrado en los cuadernos de autores que escribieron antes que yo en lengua hebrea, y en los libros de ellos [los cristianos]. Le he puesto el nombre de «Valle del Llanto» porque tal como dice su título así es; pues todo el que la lea tendrá la respiración jadeante y sus párpados derramarán lágrimas y pondrá la mano sobre sus riñones diciendo: ¿hasta cuándo, oh Yahveh?; a mi Dios suplico terminen los días de nuestra aflicción y envíe al Mesías nuestro Salvador y nos libre sin tardanza a causa de su misericordia. Amén, amén”.Yosef ha-Kohen, Emeq ha-Bakha [Valle del Llanto] § 1. (Crónica hebrea del siglo XVI, traducida y anotada por Pilar Leon Tello, Ed. Instituto Arias Montano, C.S.I.C.). Otra es la Vara de Judá (Sefer Shebet Yehudah), compuesta en el Imperio Otomano. El tono de la obra es similar al anterior. Su inicio, igualmente dramático: “Dice Shelomoh ben Verga, de bendita memoria: Al final del libro que compuso mi señor, el gran sabio Don Yehudá ben Verga, de bendita memoria, encontré anotadas algunas de las violencias y persecuciones que padeció Israel en tierra extranjera, y que yo he traducido para que las lean y escuchen los hijos de Israel, y se conviertan e imploren al Señor de 3
las misericordias. Él perdone los pecados que cometieron y los libere de sus angustias, diciendo: «¡Basta!»” ( Traducción de María José Cano). *** No les faltan razones a los judíos para expresar esos sentimientos y tener una relación conflictiva con su pasado. Ahora bien, como historiador tengo la tendencia y obligación de introducir matices en tales afirmaciones. La vida, escribía Félix Ovejero, es siempre más compleja de lo que nos imaginamos: “Está instalada en el matiz”. Toda memoria colectiva es una construcción: no se forma tras un proceso natural en el que se han ido aglutinando las memorias individuales (la memoria siempre es personal y, en su mayor parte, intransferible), sino que es producto de una selección y meditada edición por parte de aquellos que tienen la autoridad para decidir la conveniencia de recordar un acontecimiento u otro. No hay duda de que la vida de los judíos en la Edad Media se desarrolló en unas condiciones muy duras ya que estuvo sometida a una violencia estructural de baja intensidad, lo que ha marcado la mentalidad judía tanto o más que los estallidos de violencia sísmica (pogrom, matanza, asalto, robo, etc.) que recogen las fuentes. Es evidente, sin embargo, que los editores de la memoria reforzaron la imagen negativa de la sociedad mayoritaria no judía, insistiendo de manera recurrente en los aspectos más negros y en las experiencias más negativas de su vida como minoría tolerada. Matizar el contenido de esa memoria no supone negarla. El pasado es para el judío un valle de lágrimas, y debemos aceptarlo y respetarlo. Otros pueblos miran al pasado y sienten nostalgia por un tiempo de gloria y justicia, una especie de paraíso perdido. Las visiones idílicas de alAndalus o la España de las Tres Culturas tienen mucho de esto último. Hace unos años intervine en una pequeña polémica acerca del pasado de los judíos en Marruecos. Hubo un cruce de artículos de opinión en el diario El País entre Esther Bendahán, escritora judía española de origen marroquí, y el novelista y ensayista marroquí Edmond Amran el Maleh. La primera insistía en los aspectos dolorosos, el segundo en los luminosos. Ambos recurrían a los tópicos acostumbrados. Yo me limité a puntualizar que ambas memorias no se negaban, sino que se complementaban. Escribí un artículo en el que proponía, como mejor antídoto contra una memoria fundamentalista, bien autocomplaciente, bien victimista, que absolutiza lo que es parcial o relativo, una memoria que es capaz de aprender de otras memorias, que se reescribe y se actualiza constantemente.
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Todos debemos ampliar nuestras visiones y no instalarnos en la comodidad del pensamiento simple, en blanco y negro, en el que es fácil saber quién es el bueno y quién el malo, quiénes somos nosotros y quiénes ellos, los malos, los que “se comen a los niños crudos”. Volviendo a Félix Ovejero, “simplificar no es pensar claro, sino evitarse la fatiga de pensar”. En este sentido se ha avanzado mucho en los últimos años, pero todavía queda mucho por hacer. Y la solución es siempre la misma. En caso de duda, pidan una segunda opinión. Antes de escribir sobre el pasado hispano, con sus glorias y fastos, ¡pregunten a los judíos! o a los moriscos, mozárabes, etc. Tenemos tendencia a decir muchas tonterías, a repetir muchos lugares comunes. Es una lástima no tener cerca a un Woody Allen para sacarnos del error. Como en Annie Hall (1977) cuando hace salir de detrás de un cartel al mismísimo Marshall McLuhan, para callar a un pedante profesor de Columbia que no paraba de hablar en la cola del cine. “Amigos, si la vida fuera así” termina diciendo el cómico Alvy Singer (Woody Allen) al final de esa surrealista escena. *** Esta memoria, en la que el miedo ha sido utilizado como instrumento de control social (¡Ojo, al otro lado de los muros del gueto no hay más que odio y maldad!), sin duda contribuyó, junto a otros factores, a que el judaísmo tradicional mantuviese durante siglos una extraordinaria homogeneidad a pesar de la dispersión, de las dificultades de comunicación y de no tener un centro de poder y autoridad, como fue en su momento el Templo y, ahora, lo es el Estado de Israel. M. Night Shyamalan, director y guionista especializado en cine fantástico, dirigió en 2004 The Village (el título en España fue El Bosque). No entro en los valores cinematográficos del film, que no fue muy bien recibido por la crítica. Me ha venido a la memoria porque la película nos presenta la vida de un grupo de gente que decidió aislarse del mundo y formó una comunidad rural lejos de la civilización moderna. No lo sabemos hasta el final que es un grupo de ricos estadounidenses de hoy en día marcados por la tragedia, la violencia y el crimen que se refugian en una comunidad en la que viven como en el siglo XIX, como los Amish, también una comunidad muy cinematográfica, y mantienen a sus hijos alejados del mundo exterior, inoculándoles el miedo a unos seres monstruosos que, supuestamente, habitan en el bosque más allá de la cerca que protege a la aldea. 1. “Galitzia es un país lleno de judíos y piojos”.
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Galitzia era el territorio más oriental del Imperio Austrohúngaro, la frontera, la última de las tierras del anciano emperador Francisco José. Había pasado a manos austríacas tras el reparto de Polonia en el siglo XVIII. La emperatriz María Teresa, sospechando que el rey de Prusia la quería engañar dándole la parte de menos valor de Polonia, envió a su director espiritual para que espiara el país. Cuando su hombre de confianza regresó informó a la emperatriz de la situación: “Galitzia es un país lleno de judíos y piojos”. La anécdota la cuenta Soma Morgenstern en el libro en el que recogió los recuerdos de su larga amistad con Joseph Roth (Huida y fin de Joseph Roth.Recuerdos, Valencia 2008, 2ª ed.). Morgenstern, Roth y otros intelectuales austríacos eran judíos galitzianos, un territorio poblado, aparte de por judíos, por polacos y ucranianos. Durante la vida de Morgenstern, el territorio de Galitzia cambió cinco veces de Estado. Algunos no sabían a ciencia cierta cómo se escribía su lugar de nacimiento, pues los topónimos variaban en alemán, polaco, ruso, ucraniano, etc. Salo W. Baron también fue un judío de Galitzia. Nació en Tarnow en 1895, entonces parte del Imperio Austrohúngaro y hoy Polonia, y falleció en los Estados Unidos en 1989. Baron fue profesor de Historia, Literatura e Instituciones Judías en la Universidad de Columbia, el último de los grandes historiadores judíos, continuador de la obra de Dubnow y Graetz. Un caso irrepetible por su vastísima formación (políglota, rabino, tres veces doctorado por la Universidad de Viena), lo que le permitió emprender un ambicioso proyecto: una monumental historia del pueblo judío en la que estuvo trabajando hasta su muerte. Llegó a publicar 18 volúmenes (hasta los inicios de la Edad Moderna) de su inacabada A Social and Religious History of the Jews. Existe en castellano una traducción de los ocho primeros volúmenes (Antigüedad y Alta Edad Media): Historia Social y Religiosa del Pueblo Judío (Ed. Paidós, Buenos Aires 1968). Con frecuencia menciono en clase un viejo artículo de Baron en el que describía los rasgos o constantes históricas que caracterizan, a su entender, la historia judía: “World Dimensions of Jewish History”, en A. Hertzberg y L.A. Feldman, comp., History and Jewish Historians. Essays and Addresses by Salo W. Baron. Philadelphia, 1964). Como judío galitziano, habitante de la frontera, Barón los conocía por propia experiencia y resumían sus constantes históricas de este modo: 1) vivir entre dos mundos; 2) ser un pueblo de pioneros y 3) estar una situación de constante inseguridad. Paso a desarrollar brevemente cada uno de estos puntos. Vivir mundos divididos.
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Las fronteras (políticas, religiosas o culturales) tienen sus peligros e inconvenientes, pero también sus evidentes ventajas. En la actualidad es común que se critiquen las fronteras, barreras que impiden la libre circulación de las personas y los productos, muros contra los que choca la marea formada por todos aquellos que huyen de la injusticia, opresión y pobreza, pero las fronteras han tenido un efecto positivo en la historia judía. En una obra rabínica (Seder Eliyahu Rabbah), las fronteras se ven como una bendición, parte de la acción salvífica de Dios, pues su propósito al dividir el mundo fue “preservar a Israel”, darle la oportunidad de encontrar refugio al otro lado en momentos de persecución. La otra cara de la moneda, el reverso negativo de las fronteras son las constantes acusaciones de deslealtad o traición. Los judíos son sospechosos porque son un pueblo transfronterizo y cosmopolita. El tema de la traición tuvo una amplia difusión en el medievo hispánico. Por ejemplo, la traición judía en la toma de Toledo, recogida por primera vez por Lucas de Tuy en su Chronicon Mundi (s. XIII). El texto del Tudense, en su versión romanceada, dice lo siguiente: "Y mientras los christianos el dia de Ramos veniesen juntos a la yglesia de Sancta Leocadia, fuera de la çibdad, por reucrençia de tanta solempnidad, para oyr las palabras del Señor, los judios, que auian dado señal de trayçion a los moros, çerraron las puertas a los christianos e abrieronlas a los sarraçines; y el pueblo toledano, fiel a Dios, fallado sin armas fuera de la çibdad, fue destruydo por cuchillo". (Lucas, obispo de Tuy, Crónica de España. Cap. LXVII. Texto romanceado editado por Julio Puyol, Madrid, 1926). Incluso se acusó a los judíos de haber entregado a los árabes ciudades que nunca estuvieron bajo dominio musulmán. La acusación de traición judía en la toma de Toledo debió difundirse y ser popular en el siglo XV, engrosando la lista de agravios y dando razones a los que, como Alonso de Espina, proponían medidas muy duras en contra de judíos y conversos. En la obra citada con anterioridad, el Valle del Llanto, encontramos la versión judía de los hechos: "Los árabes llevaban mucho tiempo guerreando contra Toledo. El primer día antes de la pascua fueron los hombres de la ciudad a pasear al campo, y los árabes, que les habían puesto emboscadas, entraron apresuradamente en la ciudad, la tomaron y pasaron a muchos a filo de espada; el resto de la población y los judíos que se encontraban allí, fueron llevados prisioneros por el enemigo en aquel tiempo". (Yosef haKohen, Valle del Llanto, § 18. Traducción de Pilar León Tello). 7
De acuerdo con esta segunda versión de los hechos, fueron los caballeros y los nobles Toledo, que se salvaron de caer prisioneros, los que, para evitar la cólera del rey, le dijeron que habían sido los judíos los que entregaron la ciudad en manos de los ismaelitas. La calumnia provocó la hostilidad de los cristianos del reino, que “rugieron como osos y como lobos del desierto para devorarlos vivos”. Finalmente, los judíos se salvaron de ser masacrados, según Yosef haKohen, porque Dios calmó la cólera del rey e hizo que se apiadara de ellos. El tema de la traición resurgió con fuerza en el siglo XIX europeo: ciertos judíos, como los banqueros Rothschild, se habían hecho demasiado poderosos, tanto que podían causar la ruina de los Estados si convenía a sus intereses. Vivir a caballo de dos mundos convirtió a los judíos en intermediarios y trasmisores de conocimientos. El médico granadino Yehuda ibn Tibbón (c. 1120-c.1190), tras huir de las persecuciones almohades, se instaló en Lunel (Sur de Francia), donde fue el fundador de una dinastía de traductores que, al traducir al hebreo las obras de los autores hispanohebreos, hizo accesible la ciencia y la filosofía judeo-andalusí, escrita en árabe, a los judíos del Languedoc y Provenza. La figura del sabio errante fue también muy importante. Un buen ejemplo de este tipo de judío errante es Abraham (Abu Yitzhaq) ibn Ezra, nacido en Tudela a finales del siglo XI. Poeta, exegeta, filólogo, astrónomo, astrólogo, etc., uno de los más importantes y conocidos de la cultura judeoandalusí, vivió en tiempos de la persecución almohade, de la que dejó testimonio en una célebre elegía en la que se dolía de la destrucción y ruina de las más importantes comunidades judías de al-Andalus y el Magreb. Desde 1140 recorrió Italia, Francia e Inglaterra, componiendo, para ganarse el sustento, pequeños tratados en hebreo de temática diferente, de acuerdo con las necesidades de las comunidades que visitaba. Espíritu pionero, aventurero e innovador. Vivir en minoría en una sociedad no judía obligó a los judíos a ocuparse de actividades socialmente poco consideradas, pero también a agudizar el ingenio y desarrollar nuevos campos de actividad. El pueblo judío constituye un ejemplo claro de adaptación al medio: los judíos se especializaron en unos oficios más por obligación, necesidad, que por vocación o predisposición. Su papel en el desarrollo del capitalismo moderno es incuestionable, lo que, a veces, se ha convertido en un motivo de desprecio antijudío o de odio antisemita.
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Hace poco, un día en que salí a comprar una shawarma en uno de los puestos de mi barrio, tuve ocasión de comprobar cómo persisten los viejos estereotipos. Entablamos una conversación dos clientes y el que atendía el negocio. La conversación surgió cuando éste comentó que toda la crisis que estamos viviendo se debía a la usura que inventaron los judíos o que han impuesto los judíos, no me acuerdo de sus palabras exactas. Me sorprendió que mis dos interlocutores, más jóvenes que yo y con aspecto de ser personas instruidas, utilizaran esos rancios argumentos para interpretar problemas actuales. Los judíos tienen un espíritu innovador, no cabe duda. En Huida y fin de Joseph Roth, S. Morgenstern recuerda una merienda a la que asistieron Roth y él en casa de un viejo caballero austríaco, al que califica como “una voz del siglo XVIII”. El caballero en cuestión era Josef Wilhelm Freiherr von Schenk, que había sido gobernador de Galitzia y el último ministro de Justicia de la monarquía de los Habsburgo. Los tres conversaron con nostalgia sobre la vieja Austria tal como la habían conocido todos ellos en Galitzia, hablaron del papel de los judíos en la revolución bolchevique, etc. En un momento de la conversación, el viejo caballero afirmó que lo que perjudicaba a los judíos era que sus intelectuales estuvieran siempre rerum novarum cupidi (exoresión latina que significa: ávidos de novedades). Para Roth, eso se debía a que los judíos no han tenido la vida nada fácil en la mayor parte de Europa. Morgenstern añadió que había un motivo atávico, religioso, aunque de él no fueran plenamente conscientes, que llevaba a los judíos a tener un ansia de liberación. Junto al espíritu innovador hay otra cuestión importante que no recuerdo que mencionase el profesor Baron: la del judío como colonizador. El espíritu pionero también se traduce en una constante migración, a veces forzada, a veces voluntaria, buscando mejores condiciones de vida como colonos en nuevos territorios. Durante la Edad Media hispana, los judíos participaron activamente en la repoblación y en el desarrollo de la vida económica de los territorios que fueron conquistando los reyes cristianos. Más tarde, en el siglo XVI, los judíos expulsados de Europa occidental y central encontraron refugio en el Este. Unos, en el Imperio Otomano; otros, en las grandes llanuras de Europa oriental, en el gran reino polaco-lituano. La emigración sefardí se asentó en las grandes ciudades del imperio turco, mientras que la colonización de los judíos askenazíes fue fundamentalmente rural. El Este de Europa se convirtió entonces en el gran centro del judaísmo askenazí y, hasta la devastación causada por la limpieza étnica puesta en marcha por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, fue la región donde vivía una mayor y más densa población judía. 9
*** La utilidad de los judíos se convirtió en uno de los argumentos principales de la apología judía en la era del Mercantilismo. Con el argumento del provecho que los judíos representaban para los Estados, el rabino sefardí Menasseh ben Israel, enviado por la comunidad de Amsterdam, logró que el lord protector Oliver Cromwell readmitiera a los judíos en Inglaterra, de la que habían sido expulsados a finales del siglo XIII. Su Humilde Petición (The Humble Adresses, 1655) es uno de los textos más característicos de la literatura apologética y de la acción diplomática de los judíos ante los Estados europeos. Empieza su discurso ante su alteza Lord Protector afirmando que tres cosas son los que hacen que una nación extranjera sea querida por los naturales de un país: los beneficios que obtienen de sus actividades, la fidelidad que muestran hacia sus príncipes, y la nobleza y pureza de su sangre. Y concluye que la nación de los judíos posee losa as tres condiciones. De todas ellas, la más poderosa es el provecho que proporcionan a los pueblos que les permiten instalarse en sus tierras. Es, por tanto, la que desarrolla en primer lugar. Los judíos expulsados de su tierra y dispersos por todo el orbe por sus pecados, aunque no han perdido el favor de Dios que los mantiene bajo su protección, han hecho del comercio su actividad principal, ya que no tienen un país propio. Tampoco hacen inversiones inmuebles, por lo general poco productivas, pues están a la espera de regresar a su tierra. Además, continúa Menasseh ben Israel, como tienen contacto con otros judíos, establecen una red de comercio marítimo que tiene efectos muy positivos para los Estados que los acogen: el aumento de los ingresos por aduanas, la importación de materias primas desde países lejanos y la exportación de manufacturas. Los judíos instalados en Holanda e Italia no sólo comercian con sus bienes, sino que también lo hacen con los de sus hermanos que viven en España, quienes se los confían para poder salvarlos en caso de que fueran perseguidos por la Inquisición. Por último, los judíos, ya que no tienen lugar al que ir, no pueden llevarse sus riquezas. En suma, los judíos son enormemente provechosos para los Estados en todos los aspectos, tanto por sus habilidades como por sus debilidades, lo que debe ser tenido en cuenta por cualquier buen gobernante. No nos debe extrañar que Menasseh ben Israel consiguiera la readmisión de los judíos, formándose una primera comunidad judía sefardí en Londres, de la que hoy en día queda la sinagoga, la más antigua de la ciudad.
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Los argumentos que desarrolla Menaseh ben Israel y que aparecen en otras obras apologéticas se volvieron más tarde en contra de los judíos. Van a formar parte de la batería de acusaciones antisemitas: sus contactos, su cosmopolitismo, sus actividades comerciales y financieras serán causa de ataques por los sectores más nacionalistas. Constante inseguridad. En la historia judía se alternan períodos de tranquila coexistencia con otros de intolerancia, persecuciones y violencias de diferente carácter. Los estallidos de violencia antijudía no responden a un mismo modelo. No hay, por tanto, una única causa que permita establecer una “ley histórica”. En principio, como también apunta Baron, los estados plurinacionales son más tolerantes que los étnicamente homogéneos. Al igual que una religión politeísta siempre es más tolerante que una que predica el más estricto monoteísmo. Fueron, precisamente, los judíos, los únicos que lloraron la desaparición del Imperio de los Habsburgo, estado al que he mencionado ya en estas páginas. Espero que no se convierta en una muletilla incómoda. El director de cine Luis García Berlanga cree que la palabra “austrohúngaro” le trae suerte, desde que la utilizara en su primera película, Bienvenido, Mister Marshall (1952): al inicio de la película una voz en off describe el pueblo y, cuando entra en la escuela, muestra los pocos medios con los que cuenta la maestra (Elvira Quintillá), fijándose en el viejo mapa de Europa que utiliza, tan viejo que todavía aparece el Imperio Austrohúngaro. Desde entonces, venga o no a colación, “austrohúngaro” siempre aparece en sus películas. Los judíos vivieron como un desastre la desaparición del viejo imperio de los Habsburgo. Jon Juaristi, en el Bucle Melancólico (Espasa Calpe, Madrid 1997) cita un artículo de Claudio Magris en el que comenta Dritter November 1918, un drama del escritor antifascista Franz Theodor Csokor, estrenado en 1935: «En él se narran los momentos finales de un regimiento austrohúngaro disuelto tras el armisticio: los oficiales, provenientes de diversas nacionalidades del imperio, que hasta aquel momento se habían sentido “austriacos”, se sienten de improviso pertenecientes a las nuevas patrias, que, además, se encuentran a menudo en una furibunda disensión recíproca. Con el fin del imperio termina también la fraterna solidaridad entre los oficiales, que se preparan para convertirse en enemigos o a dispararse entre sí. Cuando el coronel del regimiento muere y es sepultado, cada uno de estos oficiales echa un puñado de tierra en la tumba y, mientras la echa, dice en voz alta que echa ese puñado de tierra en nombre de su nueva patria, es decir, en nombre de Croacia, de 11
Italia, de Checoslovaquia, y así sucesivamente. Sólo el doctor Grün, el oficial médico que es judío, echa un puñado de tierra diciendo “tierra de Austria”. Los otros tienen una patria en la que pueden reconocerse; el oficial médico judío, en cambio, no la tiene, porque ha perdido su única patria posible, precisamente por ser supranacional. Isaac Jacob Blumenfeld, el protagonista de El Pentateuco de Isaac (Libros del Asteroide 2009) de Angel Wagenstein, muestra unos sentimientos similares en una carta que escribe a su amigo Samuel Bendavid, rabino de Kolodetz, cerca de Drogobich, hasta que perdió la fe, se volvió ateo y se hizo líder sindical: “¿Acaso puede haber lógica alguna en que todos los files ciudadanos austrohúngaros desearan con fervor que el Imperio de los Habsburgo se disgregara en varios Estados diminutos, en uniones étnicas dudosas y en federaciones tectónicas y alzaran las banderas nacionales, limpiándose los mocos y las lágrimas al son de la cancioncilla ¡Eh, eslavos! mientras que ahora gimotean viendo los platos rotos y recuerdan el Imperio Austrohúngaro como «los buenos tiempos de antaño»?”. Una vida de inseguridad e indefensión, sometidos a las veleidades caprichosas de los reyes y príncipes, que eran el único escudo que los protegía de la animadversión de la sociedad mayoritaria, ha tenido unas consecuencias muy profundas en el carácter judío. Tras siglos y siglos viviendo con miedo, han terminado por desarrollar un sexto sentido para detectar el peligro. El miedo llega a ser patológico. De ese miedo hablaba el escritor israelí David Grossman en uno de sus artículos de opinión, en el que pedía a los interlocutores palestinos que hicieran un esfuerzo similar al que realizan los pacifistas israelíes con los palestinos para comprender las razones de los israelíes a los que califica como unos vecinos muy complicados. *** En resumen, los judíos son un pueblo de emigrantes. Colonos, pioneros, intermediarios, trasmisores de conocimiento entre Oriente y Occidente; más tarde, agentes del progreso y de los valores occidentales en las sociedades arabo-musulmanas. Cosmopolitas, cuando lo cosmopolita era mal visto. Los primeros europeos, quizás los únicos que en realidad lo fueron. En un trabajo sobre Maimónides y la teoría política del sur de Europa, Javier Roiz habla de la importante labor de "transpolinización" de las culturas urbanas que han realizado los judíos en su continuo vagar.
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Un reflejo de esta "transpolinización" lo tenemos en la gastronomía, producto de las diferentes oleadas migratorias con las que se han formado las comunidades judías. En el Libro de la cocina judía (Ed. Zendrera Zaraquiey, Barcelona), Claudia Roden recuerda su infancia en El Cairo en tiempos del rey Faruk, ciudad en la que había una comunidad judía rica, cosmopolita y políglota. En la cocina de su casa se hacían recetas de variada procedencia: pasteles de Estambul, ensaladas de trigo sarraceno de Alepo, pasteles de almendra y naranja de Castilla, y flanes de huevo de Fez. La "transpolinización" puede observarse también en otros aspectos de la cultura o culturas judías. Cuando se estudia un cementerio, las diferentes tipologías de tumbas pueden deberse a la evolución de las prácticas locales o bien a la llegada de grupos judíos desde otros lugares, que siguen conservando las prácticas de su lugar de origen. En los responsa de Barfat, afirma Eleazar Gutwirth, se nota el apego a las costumbres locales relacionadas con la muerte entre los judíos que huyeron de la Península en 1391 y se instalaron en el Norte de África. Lo mismo se puede aplicar a la formación de la cultura sefardí tras las expulsiones de los reinos hispánicos y las sucesivas oleadas migratorias, incluida la de los anusim o marranos portugueses. 2. Dormir con las maletas hechas. Hace unos años participé en unas jornadas sobre historia de los judíos en Lorca (Murcia). Como había judíos ortodoxos entre los participantes, se contrató un servicio de comida kosher. El encargado del catering, con el que hablé en un par de ocasiones, era un judío argentino de origen askenazi que había emigrado a Israel y, después de algunos años allí, se había instalado en Valencia. Quizás en este momento se halle en otro punto del planeta, quién sabe. Hablábamos del futuro y de historia judía. Era pesimista acerca del futuro de Israel: advertía en la expresión de los rostros de los obreros palestinos que trabajaban en la construcción de las viviendas de su barrio en Jerusalén que tenían confianza en el futuro y sabían que esas casas que estaban construyendo serían, más tarde o más temprano, las suyas. También me confesó que su padre, en Argentina, a miles de kilómetros del fantasma del antisemitismo de la Vieja Europa, "les había enseñado a él y a todos sus hermanos a dormir con las maletas hechas". He pensado desde entonces en esa curiosa costumbre familiar que ejemplifica perfectamente el peculiar modo de vida del Judío Errante. Junto a los libros, memorias, objetos y otras pertenencias, los judíos llevan consigo la sabiduría que da la práctica, toda una serie de recursos, trucos y consejos para la vida nómada en un medio hostil. Se han adaptado durante siglos a vivir con miedo y han establecido mecanismos de defensa. "Dormir con las maletas hechas" es parte de esa cultura del judío errante y de su experiencia de siglos. 13
Esta costumbre es especialmente útil cuando se vive en la frontera. Voy a recoger aquí, sin ánimo de ser exhaustivo, algunas informaciones de la vida en la frontera en la España medieval. Y cuando se utiliza el término "frontera" (del latín frons-frontis, “lo que está enfrente”) se está haciendo referencia al espacio colindante con la tierra de moros. Un estudio reciente Philippe Sénac demuestra que sólo se puede hablar de frontera frente a los musulmanes y que el término no se utilizó nunca para definir, por ejemplo, los límites del reino de Aragón respecto a otras entidades cristianas vecinas. *** A pesar de que los años de treguas predominaron en los dos siglos en los que se mantuvo estable la Frontera con el reino de Granada, la vida de las gentes que la habitaban a un lado y a otro no fue fácil, pues lo que sí dominaba era una constante inseguridad. La guerra de frontera tomó el aspecto de una guerra de baja intensidad, una “guerra chica”: más que grandes operaciones o cercos, la forma de hacer la guerra se plasma fundamentalmente en las cabalgadas. Los objetivos de las cabalgadas eran múltiples: preparar una conquista, obtener un beneficio económico inmediato (robo, depredación, pillaje...), operación de represalia, maniobra de distracción, etc. Los conflictos bélicos tuvieron el perfil de una guerra de desgaste paulatino, pero constante, de los soportes económicos, políticos y psicológicos de las poblaciones de la frontera, una guerra de baja intensidad, pero que generaba una sensación de desasosiego permanente, de violencia habitual, de inseguridad obsesionante, de frontera caliente, como afirma F. García Fitz. Tradicionalmente se ha pensado que el papel de los judíos en la Frontera fue poco importante. En primer lugar, porque los judíos, una minoría esencialmente urbana, no solían vivir cerca de la Frontera. Así se manifiesta M.A. Ladero Quesada cuando, al hablar de la población judía del reino de Granada, supone que en el interior del reino apenas había judíos, ya que carecía de interés para sus actividades económicas como intermediarios del comercio entre granadinos y genoveses y, además, influían negativamente las dificultades y peligros que suponía la cercanía de la frontera. Además, se da por supuesto que la participación de los judíos en el esfuerzo militar de los concejos y villas de la frontera fue nula. Su no contribución a la milicia se traducía en los impuestos especiales que las aljamas y juderías satisfacían al rey. Para Yizhak Baer, “los judíos se contentaron con defender sus casas y barrios, y no se adhirieron a ninguno de los dos bandos,
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sino que fueron la comunidad paciente y acosada por todas partes y en todas las circunstancias”. Los datos, aunque dispersos, nos permiten matizar estas afirmaciones y apreciar una realidad más compleja. Los judíos participaron en algunas batallas, defendieron castillos y contribuyeron, de una manera u otra, a los esfuerzos de las milicias concejiles, quisieran o no. El status de los judíos dentro de las ciudades y villas no estaba perfectamente definido. Aunque dependían teóricamente del rey, y estaban libres de las obligaciones del común porque pagaban tributos especiales, las autoridades concejiles presionaban a las aljamas, se inmiscuían en sus asuntos y obligaban a sus miembros a contribuir en todo aquello que el rey exigía a los concejos. A cambio, los judíos se acogían al fuero y se beneficiaban de la protección del concejo, más directa y eficiente que la protección real. En cuanto a la participación de los judíos en los hechos de guerra y en las milicias, tenemos documentación murciana. En 1436, Vélez Blanco fue conquistada por Alfonso Yáñez Fajardo y se mantuvo en manos cristianas hasta 1445, en que los granadinos la recuperaron. Doña María de Quesada, viuda de Yáñez Fajardo, dejó como defensa de la fortaleza a nueve escuderos, veinte hombres de pie y cuatro judíos. En noviembre de 1445, el concejo de Murcia pidió que Mayr Abenbahio fuese a Murcia a informar de la toma de la plaza por los musulmanes. Es posible que este personaje fuera uno de los judíos defensores de la plaza. Por esas fechas, a mediados del siglo XV, cuando la ciudad de Lorca cayó bajo el control de Alonso Fajardo “el Bravo”, éste puso como alcaide del castillo al judío José Rufo. Oficios de frontera. Los judíos, como pueblo transfronterizo, están especialmente preparados para ejercer algunos oficios. En primer lugar, el comercio por los puertos abiertos en períodos de treguas. De Granada se traían seda y productos de lujo, y se llevaban ganados. Junto a los productos permitidos, los comerciantes cristianos, musulmanes y judíos solían hacer contrabando de cosas vedadas. Otros productos son más raros: el converso Juan de Lucena, que fundó una imprenta hebrea en la Puebla de Montalbán y Toledo hacia 1477, iba a Granada a vender sus libros, como recoge Carlos del Valle en su catálogo de la Biblioteca Nacional.
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Otro oficio importante es el de traductor o trujamán. En este oficio siempre abundaron los judíos y conversos, quienes trabajaron para el rey, los nobles y adelantados, y los concejos. También lo hicieron para el reino nazarí: Isaque Perdoniel, el intérprete del rey Boabdil, recibió de los Reyes Católicos un seguro especial que le permitía llevarse sus riquezas. Por último, un negocio muy lucrativo para las gentes que vivían en la frontera era el rescate de cautivos. De acuerdo con las actas de Jaén de 1479, estudiadas por Juan de Mata Carriazo, existían dos procedimientos para liberar a los cautivos. Uno era la negociación pública de Concejo a Concejo mediante oficiales debidamente apoderados, que exponían las quejas y pactaban las oportunas compensaciones. El segundo era mediante una negociación particular llevada a cabo por los alfaqueques. El alfaqueque (árabe al-fakkāk) o redentor de cautivos es una persona reconocida oficialmente como intermediario y que, como tal, gozaba de inmunidad y seguro en sus gestiones. Los alfaqueques entraban en el reino vecino buscando cautivos y ponían en relación a los poseedores del cautivo con sus familiares para llegar a un acuerdo en el rescate. En la documentación que maneja Carriazo aparecen dos alfaqueques, uno cristiano, Martín de Lara, alfaqueque de Jaén; el otro musulmán, Hamete el Majo, alfaqueque de Granada, al que los regidores de Jaén consideran informal y al que tienen que recordarle el cumplimiento de sus obligaciones. Alfonso X, en las Partidas, recoge disposiciones sobre los alfaqueques, su importancia, condiciones que deben reunir, funciones y nombramiento (Partida II, título XXX, leyes 1-3). Los alfaqueques deben reunir ciertas condiciones: “Alfaqueque tanto quiere dezir en aráuigo como omes de buena verdad, que son puestos para sacar los cautiuos. E éstos, según los antiguos mostraron, deuen auer en sí seys cosas. La vna, que sean verdaderos, onde lleuan el nome. La segunda, sin cobdicia. La tercera, que sean sabidores también del lenguaje de aquella tierra a que van como del de la suya. La quarta, que no sean malquerientes. La quinta, que sean esforçados. La sexta, que ayan algo de lo suyo...” La facilidad de movimientos hacía a los judíos muy aptos para ejercer de alfaqueques y de espías. Para Juan Torres Fontes, los judíos eran los adecuados para la misión de alfaqueque, pues eran “hombres prácticos para los tratos, capaces de sufrir las intemperancias y humillaciones a que les sometían algunos caudillos fronterizos, conocedores del árabe, y de una habilidad 16
extraordinaria para informarse de cuantas noticias podían ser de utilidad para los jefes cristianos de la frontera”. El conocimiento del árabe y la facilidad de hacerse con informaciones los capacitaba como espías al servicio de los concejos de la frontera, en especial de Lorca. En ese sector de la frontera, era Vera el lugar donde mejor podrían enterarse de los movimientos de los granadinos. El 24 de marzo de 1419 llegaba a Cehegín, procedente de Vera, “Maymon, fijo de Abraym Adendino, vecino de Lorca” con la noticia de que había sido depuesto Muhammad VI “el pequeño”, con el que Juan II tenía firmadas treguas. Las noticias son, pues, alarmantes para los concejos de Murcia, que se preparan para la reanudación de las hostilidades . Renegados y fugitivos. Algunos viven de la frontera (comerciantes, contrabandistas, espías, alfaqueques, etc.), otros pueden emprender una nueva vida gracias a la frontera. En los siglos XIV y XV hay un constante goteo de cristianos nuevos que vuelven al judaísmo en el reino de Granada, tras cruzar la frontera o al llegar a alguno de sus puertos, como el de Almería. Estos judíos debieron huir al norte de África antes de la rendición de Granada, ya que sabían que eran reos como cristianos renegados. La frontera era una tierra en la que criminales y fugitivos podían redimir penas y castigos. Los lugares fronterizos se convirtieron en cotos de homicianos. Desde comienzos del siglo XIV fue frecuente que diversas fortalezas de la frontera tuvieran derecho de asilo, en virtud del cual todo delincuente –excluidos los delitos que eran “caso de Corte”– que se refugiara en ellas y prestara servicio de armas de nueve a dieciocho meses, en general quedaba libre de su responsabilidad criminal. En un documento de Juan I de 1379 se mencionan los delitos que se pueden redimir, incluida la muerte peleada, excluyéndose la traición y el asesinato con alevosía. En el reino de Jaén las fortalezas con derecho de asilo eran Alcalá la Real, Alcaudete, Jódar y La Guardia. A Alcalá la Real llega en 1390 el zapatero judío Juçef Bono para acogerse al derecho de frontera, ya que estaba acusado de haber asesinado en Andújar a otro judío, el alfayate Yuçef Franco, como aparece en un documento del archivo de Alcalá la Real. No sabemos cómo se resolvió el caso. En el reino de Murcia, la fortaleza de Xiquena, uno de los bastiones sobre los que descansaba el sistema defensivo-ofensivo de Lorca, también 17
tenía el privilegio de asilo desde 1470. A finales del siglo XV llegó a Xiquena el judío Abraham Cohen de Santa Olalla, vecino de Santa Olalla, quien, con la ayuda de su amo, el también judío Abraham Truchas, vecino de Talavera, mató a un tal Juan Belasques. En Xiquena estuvo un año y un día, obtuvo el perdón y salió libre. De poco le valió servir en esa inhóspita fortaleza: el indulto fue anulado a instancias del hermano del difunto y los reyes ordenaron ejecutar la sentencia de muerte a la que Cohen había sido condenado. Esta documentación ha sido estudiada por J.F. Jiménez Alcázar. Me pregunto si hubiera pasado lo mismo si el acusado hubiera sido un cristiano. Por último, la frontera permitía que gentes pudieran hacer negocios irregulares y escapar de la justicia sin dejar rastro. Raquel Sanz, en una comunicación al VII Coloquio de Historia Medieval Andaluza, reconstruye las andanzas de Gabriel Israel por Murcia, Llerena, Ronda y Málaga. Éste estuvo preso en Murcia por deudas. Escapó a Llerena donde aparece como Israel, vecino de Llerena. Más tarde, Yrrael trujamán de arábigo de los Reyes Católicos fue el único judío al que se le permitió morar en Ronda tras la conquista cristiana. Posteriormente se ocupó de ciertos arrendamientos en los nuevos obispados de Málaga y Almería. Al fin, salió expulsado, pero regresó, como Hernando de Sosa, para recuperar sus negocios, sin ocultar su oscuro pasado. En la documentación de Lorca se menciona a un Gabriel de Jerez que tuvo pleitos con un miembro de la familia Aben Yahon. Muy probablemente se trate del mismo individuo. El pendenciero Gabriel Israel siempre se metía en problemas allí donde iba. Las nuevas fronteras. Los judíos siguieron desarrollando los mismos oficios de frontera cuando ésta era el Estrecho. La experiencia de siglos de Reconquista fue fundamental al instalarse en el Magreb tras la Expulsión. Éste fue el caso de Samuel Pallache (Palacio), cuya biografía ha sido estudiada por Mercedes García Arenal y Gerard Wiegers (Un hombre en tres mundos. Madrid 2006). Su vida es un ejemplo de la de muchos otros seres anónimos que tuvieron que hacer frente a un cúmulo de circunstancias condicionadas por hechos políticos y económicos que se escapaban a su control directo. Pallache intentó instalarse en España a principios del siglo XVII, para lo que estaba dispuesto a convertirse al catolicismo. Comerciante de armas, contrabandista, agente doble y espía, su vida trascurrió entre Marruecos, España, Portugal, los Países Bajos e Inglaterra. A todos sirvió y con todos fue 18
desleal. En suma, una vida poco o nada “ejemplar”: un personaje complejo, ambiguo, que se mueve en los márgenes y que muestra una identidad fluctuante. Para ambos investigadores, personas como Pallache, “anticiparon en varias generaciones los cambios mentales, las actitudes y las señas de identidad del hombre moderno occidental que, generalmente, se asocia con la Ilustración”. * * * En los siglos XVI y XVII se van a formar dos grandes núcleos de población judía en el Este de Europa. Uno de ellos fue el reino polaco-lituano. Polonia pasó de una población de unos 30.000 judíos a principios del siglo XVI a tener entre 100.000 y 150.000 judíos hacia 1575, cuya población siguió creciendo. Los judíos se fueron asentando en las grandes llanuras en el Este del reino, las menos pobladas y desarrolladas. Los nobles terratenientes adoptaron una política projudía para estimular el crecimiento económico de esas amplias regiones. La población, por tanto, no se concentró en grandes ciudades, sino que proliferaron los pequeños asentamientos en las tierras de los señores. El típico asentamiento judío es el shtetl (diminutivo de shtot, forma yiddish del alemán Stadt). Es el mundo de los cuentos jasídicos reunidos por Martin Buber o recreados por Isaac Bashevis Singer, de los relatos de Shalom Aleijem, de la música klezmer y de los violinistas y campesinos de Marc Chagall, el pintor que mejor ha plasmado la vida del shtetl. El otro núcleo va a ser el imperio otomano, donde el sultán Bayaceto abrió las puertas a los judíos procedentes de la península Ibérica, pues se dio cuenta de las enormes ventajas que tendría para su imperio el asentamiento de una población económicamente activa y con grandes conocimientos científicos y técnicos que aplicar en sus nacientes factorías. Hubo judíos que entraron inmediatamente en los círculos cortesanos, como el granadino Yosef Hamón, que desde 1493 fue médico del sultán. La emigración judía se fue asentando por las principales ciudades del imperio: Estambul, Salónica, Adrianópolis, Esmirna, etc. Tras la conquista de Palestina, el imperio tuvo un interés adicional, convirtiéndose en un imán para los conversos (anusim, marranos) que querían retornar a su religión anterior. En Palestina, la comunidad de Safed va a ser especialmente importante, convirtiéndose en un gran centro de cábala. El mundo sefardí del imperio otomano se formó tras un largo proceso, en el que no faltaron las tensiones. En el imperio había comunidades judías 19
romaniotas (de tradición bizantina) y arabizadas, junto con comunidades de judíos de procedencia centroeuropea. Los expulsados tampoco tenían una cultura homogénea y se iban organizando de manera independiente según su procedencia (Aragón, Castilla, etc.). Al final del proceso, se formó una cultura común en la que lo “sefardí” actuó como aglutinante. Ambas diásporas (polaca-lituana e imperio otomano) tuvieron un florecimiento desconocido hasta entonces. Como instrumento de cohesión desarrollaron una potente judeolengua, el judeoalemán (yiddish) y el judeoespañol (sefardí, ladino), lenguas del gueto que los judíos ilustrados querrán hacer desaparecer. Según Jonathan I. Israel, el proceso de crecimiento y emancipación económica que vivieron los judíos en el Este condujo, paradójicamente, a un encierro, psicológica y culturalmente, de los judíos en sí mismos, a un mayor alejamiento del resto de la sociedad. “Jamás en la Europa occidental fueron tan extranjeros como lo eran ahora en Polonia y Turquía. En lugar de la antigua fragmentación cultural, de la adopción incluso de las lenguas occidentales, las emigraciones crearon una cultura más unida e integrada, cada vez más alejada de los pueblos del entorno”. Para Jacob Barnai, la razón del aislamiento de los judíos se debió al mayor desarrollo cultural de éstos con respecto a la cultura del entorno, lo que explicaría que mantuvieran su propia lengua y sus usos antiguos. 3. Los Gases Nobles El escritor Primo Levi, que fue químico de profesión, describió a sus antepasados en el primer capítulo de El sistema periódico. No he encontrado un texto que ilustre mejor que éste lo que era y sigue siendo la vida de las comunidades judías tradicionales. El capítulo se titula “argón”. Primo Levi nos explica la razón. La traducción es de Carmen Martín Gaite: "En el aire que respiramos existen los llamados gases inertes. Llevan extraños nombres griegos, de raíz culta, que significan “el Nuevo”, “el Oculto”, “el Inactivo”, “el Extranjero”. Tan inertes son, efectivamente, y tan pagados están de sí mismos que no interfieren en reacción química alguna, ni se combinan con ningún otro elemento y, precisamente, por eso han pasado inadvertidos durante siglos. Hay que llegar a 1962 para que, tras largos e ingeniosos esfuerzos, un químico de buena voluntad lograse obligar al Extranjero (el xenón) a combinarse fugazmente con el avidísimo y no menos vivaz flúor, y su hazaña se consideró tan extraordinaria que le valió el Premio Nobel. También se llaman gases nobles, aunque aquí se podría discutir si todos los nobles son inertes y si 20
todos los inertes son nobles; se les denomina también, por último, gases raros, a despecho de que uno de ellos, el Inactivo, esté presente en el aire en la respetable proporción de un uno por ciento, lo cual quiere decir que es veinte o treinta veces más abundante que el anhídrido carbónico, sin el cual no existirían rastros de vida sobre nuestro planeta". Lo poco que sé de mis antepasados me los hace afines a estos gases... Sus antepasados, que hablaban un curioso dialecto piamontés, eran seres extraños, inertes, raros, que vivían o pretendían vivir desconectados del tiempo y del espacio que les rodeaba. Dentro del gueto no corre el tiempo. El tiempo sólo empezará a correr de nuevo cuando venga el Mesías. El tiempo es cíclico. Lo expresa muy bien el estribillo de una canción de un grupo musical israelí, los Tea-Packs: Be-bet abba, kol shabúa yatsanu mimistsrayim le-derej jadashá (En la casa del padre todas las semanas salíamos de Egipto hacia un nuevo destino). Andrés Bernáldez, cura de los Palacios, vio pasar a los judíos expulsados camino de Cádiz y El Puerto de Santa María. Iban por los caminos, chicos, niños, grandes y viejos, con mucho trabajo y diferente fortuna: unos cayendo, otros levantando, unos muriendo, otros naciendo, otros enfermando.... En todos los sitios por los que pasaban se les invitaba al bautismo, pero muy pocos se bautizaban. Los rabinos los animaban y hacían cantar y tocar a mujeres y mancebos para animar a la comitiva. Cuando llegaron al mar todos, hombres y mujeres, niños y grandes, elevaron sus plegarias a Dios pidiendo misericordia y esperando que Dios obrara maravillas, como abrir el camino por medio del mar (Andrés Bernáldez, Memorias del reinado de los Reyes Católicos, Real Academia de la Historia, Madrid 1962, cap. 112). Esperaban que se repitieran las maravillas del Éxodo de Egipto. De nuevo iban a ser liberados de la Tierra de la Esclavitud, como en la canción de los Tea-Packs. Los altos muros del gueto: refugio y cárcel. Los judíos viven en comunidades que gozan de una considerable autonomía en el gobierno de sus asuntos internos y en sus relaciones con las otras comunidades. Las relaciones con la sociedad circundante se establecen desde una posición de inferioridad: cuando las crisis se producen, son los judíos la parte más débil y los que deben ceder, incluso en los casos en los que en teoría les amparan las costumbres del lugar o los privilegios otorgados por los reyes y señores. La autonomía judía, impecable sobre el papel, está muy limitada en la práctica.
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La comunidad estaba muy organizada y proporcionaba a sus miembros todo lo necesario para el desarrollo de su vida de acuerdo con la halajá (ley judía). Sobre los hombres recaían las obligaciones religiosas, mientras que a las mujeres, que sólo dentro del hogar disfrutaban de cierta libertad y respeto, se les aplicaba de manera estricta las normas del recato y la pureza ritual. La comunidad ofrecía, asimismo, protección ante los peligros exteriores y ante los infortunios de la vida. Son típicas las instituciones y fundaciones pías dedicadas a la beneficencia (hospitales, sociedades para enterramiento de pobres, para dotar a huérfanas, etc.). Formaban una sociedad tradicional y cerrada, que dedicaba especial atención a la educación. Por lo general, el grado de instrucción de los varones judíos era superior al de la sociedad circundante. En 1432, Abraham Benveniste, rab de la corte de Juan II de Castilla, juez mayor y repartidor de los tributos de todas las aljamas del reino, reunió en Valladolid a los delegados de las aljamas, sus rabinos y otras personas importantes. El resultado de la reunión fueron las taqqanot de Valladolid, un ordenamiento que pretendía la reconstrucción de la vida judía tras el período de persecuciones y conversiones que se inició con las matanzas de 1391. Este ordenamiento se divide en cinco apartados: El primero está dedicado precisamente al estudio de la Torá. Los otros temas son la elección de los jueces y otros cargos de la aljama, los casos de malsindad, los impuestos y servicios y, por último, el lujo en el vestir. Esto último especialmente dirigido para atajar los excesos en el lujo que se observaban en ciertas comunidades en las que el comportamiento de las mujeres era considerado deshonesto y dañino. En cuanto a la educación, se establece la manera de financiar los estudios de la Torá en todas las comunidades dependiendo del número de sus miembros. Se ordena, por ejemplo, que en la yeshivá (escuela talmúdica) el profesor no tenga más de veinticinco niños, a menos que tenga un ayudante. En ese caso puede llegar a tener hasta cuarenta niños. Si la comunidad tuviera cincuenta niños, están obligados a tener dos maestros (Taqqanot de Valladolid, edición de Yolanda Moreno Koch. Salamanca 1987) *** En la España medieval la comunidad judía se denomina aljama (en hebreo, qahal). La aljama era el equivalente al municipio o concejo para los cristianos. No todas las comunidades judías tenían el rango de aljama. En la península Ibérica, como puntualiza el profesor Carlos Carrete, la terminología utilizada en la documentación (aljama, judería, los judíos de....) nos muestra la existencia de una jerarquización de los asentamientos judíos medievales, de manera que de una aljama dependía una red de pequeños núcleos judíos. Según José Luis Lacave, para tener el rango de aljama, una comunidad judía 22
tenía que contar con todas las instituciones públicas que el derecho rabínico requería (sinagoga, miqwé, carnicería, etc.) y, además, era necesario que el rey confiriese tal rango a los judíos de una población, siempre una ciudad o villa importante del reino, y sancionase su ordenamiento legal (taqqanot), que servía de código civil y penal para la vida interna del barrio judío. Por tanto, en las aljamas los judíos podían llevar una vida plena como tales ya que disponían de todas las instituciones y servicios necesarios: sinagoga principal o mayor, escuela religiosa (talmud torá), tribunal rabínico (betdin), el baño ritual (miqwé).Todos estos servicios solían estar en el entorno de la sinagoga mayor, formando una especie de complejo sinagogal junto con la vivienda del rabino. Podía haber otras sinagogas (privadas o de cofradías); existía siempre una carnicería para la carne kasher (lícita, según la ley judía), hornos y, como comentaba arriba, instituciones de beneficencia: era muy común que hubiera un hospital para atender a los pobres y a los transeúntes. El gobierno de la aljama no se ocupaba sólo de los vivos, tenía que ocuparse, cómo no, de los muertos, quienes esperarían la consumación de los Tiempos en un cementerio extramuros de la ciudad con la orientación adecuada (en ladera, mirando hacia el Este, etc.), aunque, obviamente, era muy difícil cumplir con todas las prescripciones. Por regla general, los cargos de la aljama eran elegidos por un año. El cargo principal era el de los adelantados [muqaddemim] o secretarios [neemanim]). En cada aljama solía haber dos o tres. Luego estaban los jueces [dayyanim] que se reunían en tribunal para juzgar los pleitos; los tesoreros, los tasadores de impuestos, los limosneros y escribanos que redactaban los documentos y custodiaban el libro de actas. La aljama vigilaba la vida económica en el barrio judío y en su mercado, ordenaba los precios y fijaba los impuestos indirectos, que gravaban la venta de carne y vino, lo que le permitía acometer una determinada política económica, impulsando o desalentando tales o cuales ramas del comercio y la artesanía o combatiendo a sus rivales cristianos. Con esos ingresos, la aljama también se ocupaba del mantenimiento de los rabinos y de los servidores de la sinagoga e instituciones comunales, así como de la educación de los niños y de la beneficencia pública. Por último, la aljama se encargaba de que sus súbditos cumplieran sus ordenanzas y llevaran una vida adecuada a la ley y costumbres judías. Para ello disponían de medios de coerción muy eficaces, que podían llegar hasta el anatema o jerem, lo que suponía el total aislamiento social del reo que se veía desvalido y aislado de la sociedad judía: ni sus propios familiares podían dirigirle la palabra.
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*** La vida real dentro de la comunidad distaba de ser tan idílica como normalmente se piensa. El mal no estaba siempre fuera. Los conflictos existían y, a veces, llegaron a ser muy agudos. Las comunidades se desarrollaron en direcciones que presentaban asombrosas semejanzas con las tendencias oligárquicas que se observan en los concejos cristianos. Los miembros de ciertas familias importantes, representantes de la “parte más grande y sabia” (maior et sanior pars), copaban el gobierno de la comunidad. Esta oligarquía, que, gracias a sus redes clientelares, fundamento de su prestigio, gobernaba con mano fuerte la comunidad, se encontró en algunos momentos con la oposición de parte importante de sus miembros, quienes criticaban sus privilegios y corruptelas. Hubo intentos para conseguir que las familias que, durante generaciones se repartían cargos y honores de la aljama, compartieran el poder con otras facciones y sectores de la población judía. También los hubo para librarse del control absoluto que las autoridades ejercían sobre saberes, costumbres, ideas, etc. A veces los privilegiados pretendían estar exentos de impuestos, recayendo en el pueblo llano, en el común, el mantenimiento económico de la comunidad y el pago de sus obligaciones tributarias. Incluso se llegaron a resentir las obras de beneficencia, que tanto se alaban cuando se habla de la comunidad judía. De ahí que surgieran cofradías por iniciativa particular o gremial que cubrían la insuficiente asistencia benéfica de las autoridades de la aljama, como ha estudiado el profesor Yom Tov Assis. *** En cuanto al espacio físico, los judíos se suelen instalar en barrios especiales, que reciben el nombre de judería o call en la España medieval, mellah en Marruecos y otros lugares del norte de África, etc. La tipología de estos barrios varía según la época, el ámbito cultural, las condiciones de establecimiento, el origen de su población, etc. Es difícil, pues, generalizar sobre la tipología de las juderías. La imagen más popular y difundida de los barrios judíos es la del gueto, un barrio especial en el que los judíos estaban obligados a vivir. El gueto es un espacio cerrado por muros y puertas, que no crece a pesar del aumento de población, por lo que suele tener una densidad de población mayor que el resto de la ciudad donde están instalados. El primer gueto propiamente dicho fue el de Venecia, que se estableció en 1516 en una zona de fundición y escorias (ghetto). Esa zona de la ciudad terminó por dar nombre al barrio judío, y, desde Venecia, el término se popularizó por el resto de Europa. 24
Algo similar ocurrió con mellah, que, en principio, era el nombre del sector de Fez la Nueva, donde el sultán de Marruecos instaló a los judíos a mediados del siglo XV. En 1437 se descubrió en la medina de Fez la tumba de Idris II, el santo fundador de la ciudad, un descendiente del Profeta, lo que hacía que el entorno de la tumba, en el centro de la medina, fuera terreno sagrado o haram. Los residentes no musulmanes fueron trasladados a otro lugar, al Mellah de la nueva ciudad palatina de Fes Yedid (Fez la Nueva). El mellah estaba cercado por una muralla y, debido al espacio reducido, las casas tenían varios pisos y las calles eran estrechas. Tenía una calle principal, donde estaban los comercios, que desembocaba en la puerta de la judería o Bab alMellah. Las casas de los judíos ricos lindaban con los jardines del palacio real. El mellah se convirtió asimismo en el lugar donde se instalaban todos los que no pertenecían a la sociedad musulmana: viajeros cristianos, embajadores, cautivos, agentes comerciales, etc. *** La sociedad judía tradicional tiene un comportamiento típico de una comunidad de emigrantes, rasgos que podemos apreciar en los grupos de emigrantes actuales; salvando las distancias, claro, pues los avances en los transportes y, sobre todo, en las comunicaciones hacen que los emigrantes de hoy puedan mantener un estrecho contacto con sus países de origen. El tendero chino del barrio está viendo todo el día programas televisivos de su país, y lo mismo podemos decir de los demás grupos. Veamos los rasgos de estas comunidades: ― Aunque no se les obligue, los judíos, como otras minorías, tienden a concentrarse en ciertos barrios, lo que facilita el mantenimiento de las formas de vida tradicionales, así como el establecimiento de sistemas de protección y ayuda mutua. Los emigrantes, además, se suelen concentrar según su origen, bien geográfico o familiar. Se puede hablar de redes migratorias establecidas según los vínculos familiares y clientelares, que son también los que se imponen en las actividades comerciales. ― La endogamia se impone en todo tipo de relaciones, en especial las matrimoniales, donde dominan los típicos tabúes sexuales. ― Existencia de mecanismos de endoculturación. La educación ha sido muy importante en el judaísmo y se ha procurado que los varones judíos tuvieran una instrucción suficiente en los saberes propios. Los judíos son el pueblo del Libro y de los libros, un tesoro que siempre viajaba con ellos. Recuerdo una foto donde aparecía un grupo de judíos yemeníes, dirigiéndose a Israel con 25
sus Escrituras al hombro. Por otro lado, la familia era igualmente importante, y en el hogar son las mujeres de la casa las que van a desarrollar el papel fundamental, las que se encargaban de instruir en los ritos y costumbres y quienes transmitían, así mismo, otros conocimientos no escritos: una cultura oral en la que están incluidos los saberes femeninos. Por último, es muy común recurrir al asesoramiento de rabinos de prestigio en caso de conflicto o duda, como se aprecia en las she’elot u-teshubot (los responsa rabínicos), o a la ayuda de una gran comunidad cuando se restablece una comunidad desaparecida o se funda una nueva. Por ejemplo, cuando nace la comunidad sefardí de Amsterdam, los judíos nuevos deciden recurrir a la comunidad de Venecia. Estas características que se aprecian en el común de los grupos de emigrantes, sean del origen que sean, se intensifican en el caso judío por tratarse de unos emigrantes especiales, muy especiales: pueblo santo, para unos; pueblo maldito para otros. Los primeros vigilan que no se contamine o impurifique; los segundos procuran que se mantengan segregados de la sociedad mayoritaria y ocupen el lugar que les corresponde por su impiedad. Las comunidades judías cuentan con unas armas muy eficaces para mantener su especificidad: ― Mitos fundacionales, comunales y/o familiares-aristocráticos, que insisten en la foraneidad, extranjería, desarraigo, trauma…, a la vez que refuerzan la identidad y el orgullo de linaje. ―. Barreras y muros de protección. No son precisamente las barreras físicas, las más infranqueables. Un pueblo santo debe mantener su santidad respetando unas estrictas leyes de pureza. Aquí entrarían las leyes de la Kashrut, de la pureza ritual, etc. Ciertamente, no hay una completa comunicación con los otros, si no se puede compartir la mesa. La reciprocidad que domina las leyes de la hospitalidad no se puede, en teoría, cumplir. En la práctica, la cuestión es diferente. ― Mecanismos de control social. Control de saberes (saberes judíos y no judíos), vigilancia de la moralidad y de las costumbres, ley de silencio (en contra de los malsines), etc. En el caso de las mujeres, el control es especialmente intenso. Lo hemos visto con las taqqanot de Valladolid. Y lo sigue siendo hoy en día. Tenemos ejemplos abundantes en la prensa que muestran el desfase entre los valores de las sociedades de acogida y los valores de las comunidades de emigrantes en el caso de la mujer. Mujer que puede sufrir castigos violentos por su forma de vestir, por su trabajo, etc. Una mujer fue agredida por otros dos padres hace poco en la puerta del colegio de su hijo porque no vestía como una mujer 26
musulmana respetable. En Tarragona se ha desmantelado un tribunal ilegal que se regía por la ley religiosa musulmana (sharía). En fin, hace unos días, se entrevistaba a Shabana Chodry, una paquistaní afincada en Cataluña que trabaja para la integración de las emigrantes. Viste con el shalwar kamiz, el típico vestido paquistaní. Ella se sentiría más orgullosa de llevarlo si no fuera una imposición: “Sí, aquí en Barcelona, a 6000 kilómetros de su Guirat natal, la comunidad sigue presionando a sus miembros para que se comporten según normas de probidad que, tras el largo viaje personal de esta mujer, resultan anacrónicas”, escribe la periodista de El País, Ángeles Espinosa. También lo es en el caso de los malsines. Malsín es un término del castellano medieval que significa calumniador, chismoso, cizañero, soplón. Así viene recogido en todos los diccionarios de la Real Academia desde el Diccionario de Autoridades de 1734. Hasta el año 1992 se le daba una incorrecta etimología latina (malsinar = male signare). Por fin, en la edición de ese año de tantas celebraciones y fastos, el DRAE reconoció su origen hebreo: malsín (de la misma raíz que lashón, lengua) era el término despectivo con el que los hispanojudíos se referían a todos aquellos judíos que acusaban falsamente a la comunidad ante las autoridades no judías. En la práctica, podía ser acusado de malsín todo aquel que, teniendo razón o no, recurriera a la justicia no judía y aireara los trapos sucios fuera del ámbito de la comunidad, poniéndola en peligro. Temían que las disensiones entre los judíos pudieran azuzar los odios y provocar ataques indiscriminados contra el conjunto de la comunidad. Las leyes contra los malsines supusieron, por tanto, una férrea ley del silencio que reforzaba a la comunidad, pero que dejaba desamparados a los individuos concretos ante los abusos de los poderosos. Lo fundamental era garantizar la supervivencia y, para garantizarla, la comunidad se imponía al individuo. Podemos decir que la extraordinaria supervivencia de las comunidades judías, sorprendente en condiciones a veces tan adversas, se ha logrado con el precio de innumerables dramas privados, del dolor de muchas víctimas anónimas que no recibieron justicia, porque ellos o ellas no eran importantes. Lo importante era el grupo. En cuanto a los instrumentos de control social uno de los más poderosos y eficaces fue el miedo, ya que el mayor castigo que se podía imponer a un miembro de la comunidad era el jerem, la excomunicación, la expulsión. En la España Medieval, la preocupación por atajar y castigar los casos de malsindad fue una constante. Las leyes y castigos contra ellos fueron bastante severos, llegándose a condenar a muerte al culpable, como sucedió en el oscuro caso de Vidalón de Porta, miembro de una ilustre familia judía 27
catalana, durante el reinado de Pedro III. Aunque Selomo ben Adret intentó llegar a un compromiso entre los representantes de las aljamas y la familia del acusado, personas influyentes consiguieron que el rey obligara a los rabinos a dictar su veredicto. El joven fue condenado a muerte y ejecutado públicamente delante del cementerio judío de Barcelona. Las leyes contra los malsines tuvieron efectos perversos. El muro defensivo levantado para proteger la autoridad de los tribunales rabínicos posibilitó que hombres violentos y poderosos aterrorizaran a sus correligionarios cuando los jueces judíos locales eran débiles o corruptos. Ilana Luria estudió un caso en la Valencia del siglo XIV. Joan Sibili, un verdadero mafioso que había creado un sindicato del crimen con sicarios cristianos, aterrorizaba a los oficiales de la aljama o los compraba para garantizarse la inmunidad, lo que le permitía paralizar cualquier proceso judicial contra él. Tampoco se podía recurrir a la justicia cristiana, por el miedo a ser acusado de malsín. Las leyes contra la malsindad, por tanto, ofrecían grandes posibilidades a un mafioso si se hacía un buen uso de ellas, lo que parece que hizo el tal Sibili. Los judíos que, en 1346, acusaron a Sibili, imputándole 26 cargos, entre ellos el de fornicar con mujeres cristianas, tampoco parece que fueran del todo inocentes. Luria piensa que, detrás del proceso de Sibili, se esconde un conflicto político dentro de la aljama. Los métodos mafiosos de Sibili ponían en peligro el control que los miembros de otras familias importantes ejercían en la aljama, como el arrogante Jahuda Alazar, quien sólo se distinguía de Sibili en que sus métodos criminales eran de guante blanco. Por otro lado, los bandos y facciones implicados en luchas por el control de la aljama encontraron en la malsindad un instrumento para eliminar al contrincante. Cuando hombres sin escrúpulos acusaban a un hombre de ser un malsín lo ponían a la defensiva, en especial cuando había jueces que negaban al acusado las mínimas garantías procesales. *** En suma, la comunidad es un refugio, una madre amantísima, acogedora y cálida, pero también una cárcel, una madrastra severa e implacable. No olvidemos tampoco, para finalizar, que el mal no está necesariamente fuera: la comunidad judía vive sacudida por tensiones y conflictos sociales y luchas de poder. “El que nos dispersó nos recogerá”.
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Los judíos dispersos por el mundo mantienen la esperanza en que, tarde o temprano, se producirá la ansiada Redención, una redención de la carne y de la sangre, que justificará y dará sentido a todos los sufrimientos pasados, presentes y futuros. Es una esperanza a toda prueba, a contracorriente: la Historia, antes favorable o al menos explicable, se había convertido en un lugar hostil y oscuro, que parecía dar razón a sus enemigos. Pues los judíos viven aislados y marginados. El término hebreo que utilizan para expresar su situación, como nos recuerda Maurice Kriegel, es el de ebed, esclavo, siervo. Así lo viven. Así se les recuerda constantemente. Es el castigo por su maldad. La Redención no vendrá preparada o allanada por la Historia, sino que supondrá un cataclismo que quebrará en mil pedazos lo que hasta el momento se considere el ritmo natural de las cosas. Entre tanto, la comunidad de los “gases nobles” pretende vivir ajena al tiempo y al espacio. Mientras la redención no se produzca, ¿qué se puede hacer?. Las posturas son muy variadas: van desde la espera pasiva del Mesías a una decidida labor que prepare y acelere su venida, desde un rechazo a todo tipo de cálculos y especulaciones a una actitud vigilante para reconocer las señales o una preparación para acceder a los ocultos secretos de la Creación. Hace unos años descubrí un disco de música judeo-barroca italiana, con composiciones de Salomone de Rossi Ebreo o de otros músicos no judíos que recibían encargos de comunidades o familias adineradas. Uno de ellos fue Carlo Grossi, quien compuso una “Cantata ebraica in dialogo” (1681) para la cofradía de los Shomrim ba-boquer ("los vigilantes nocturnos") de Módena. Ellos, como cofradías similares en el mundo cristiano, hacían vigilias al alba de ciertas fiestas y rezaban por la venida del Mesías. El judaísmo rabínico, ritual, legalista, resulta insuficiente. De ahí que se desarrolle una corriente paralela, complementaria, que se sitúa en los márgenes. Toda una corriente mística, que arranca con la apocalíptica, se desarrolla con la Cábala y desemboca en el jasidismo. Gershom Scholem ha sido el gran estudioso de este mundo esotérico despreciado por la ilustración judía. Estas experiencias místicas han estado unidas a experiencias históricas dolorosas, numerosos fracasos protagonizados por falsos Mesías que no han hecho más que aumentar los dolores del pueblo. El judaísmo no ha definido su Mesías (como lo ha hecho el cristianismo en torno a la figura de Jesús de Nazaret), pero sí sabe mucho de falsos Mesías. No se sabe, pues, cómo va a ser el Mesías, qué prodigios lo anunciarán, si la Ley tendrá vigencia en el reino mesiánico, etc. En un único punto hay acuerdo unánime: “El que nos dispersó, nos recogerá”. 29
Como consecuencia de esas continuas decepciones, los judíos han ido desarrollando como mecanismo de defensa un escepticismo no exento de ironía. “El Mesías no vino, no telefoneó” era la letra de una popular canción israelí que se oía frecuentemente en la radio en Israel la primera vez que yo estuve allí, en los años ochenta. Amos Oz recordaba lo que decía su madre: cuando llegue finalmente el Mesías sabremos quién tiene razón. Si nos saluda y dice “Me alegro de conoceros”, tendremos razón los judíos. Si por el contrario dice “Me alegro de volver a veros”, tendrán razón los cristianos. No vale la pena, pues, que judíos y cristianos nos estemos peleando, concluía. “A noble spirit embiggens the smallest man”. Mucho se habla de al-Andalus, de la España de las Tres Culturas, de la convivencia en la España medieval, etc. Se ha convertido en un discurso hegemónico en todos los niveles, ejemplo de lo políticamente correcto. Si hay una ciudad que representa la pretendida convivencia, ésa es Toledo, la ciudad de Alfonso VI, de la Escuela de Traductores y de los grandes proyectos culturales del rey Sabio. El modelo toledano tuvo sus luces y sus sombras. Francisco Márquez Villanueva ensalza el mudejarismo hispano por su sensatez, ya que cristianos, musulmanes y judíos optaron por cooperar y hacer que el barco no se hundiera, rechazando modelos más ominosos y violentos. Por otro lado, Mikel de Epalza resalta las limitaciones de un modelo basado en un prejuicio insalvable, el religioso, que forzaba una relación completamente asimétrica entre las comunidades que sólo la conversión solucionaba. Más tarde, ni siquiera la conversión era suficiente, como muestra la persecución inquisitorial de los conversos. El concepto de tolerancia, hoy en día considerado insuficiente, ya que las minorías piden respeto y no tolerancia, es un producto de la Modernidad europea, y queda definida en el siglo XVII por pensadores como John Locke. La tolerancia medieval es una falsa tolerancia: asimétrica y paternalista por el prejuicio religioso, que establece una distinción radical entre creyentes y no creyentes; pragmática, arbitraria, caprichosa y voluble, revocable cuando la autoridad lo considere necesario (como se lee en el decreto de Expulsión de 1492), pues no se levanta sobre el imperativo ético del respeto a las personas, ni pone en duda las propias convicciones. Por último, no admite que el disenso se mantenga más allá de un tiempo prudencial en el que se espera que la Verdad con mayúsculas resplandezca y los infieles terminen por convertirse a la religión verdadera. Que los tolerados se mantengan en el error se explica por su mala naturaleza, lo que abre la posibilidad de acciones violentas. 30
*** Diferente cuestión es si se debe mantener el discurso actual sobre alAndalus, la España de las Tres Culturas y Toledo porque son mitos necesarios, lo que ya no es una cuestión histórica. “Lisa la iconoclasta” fue el título de un episodio de la serie de dibujos animados The Simpsons de Matt Groening, donde han trabajado guionistas realmente brillantes. En ese episodio, Lisa descubría la verdadera historia de Jebediah Springfield, el fundador de la ciudad. Éste no había sido el respetable personaje, cuya memoria se encargaba de mantener el museo local, sino un violento pirata sin escrúpulos que tenía una lengua de plata. Se acercaba la celebración de la fiesta de Jebediah y todo el pueblo se disponía a participar en el desfile. Lisa estaba dispuesta a revelar la verdad, pero, al final, reconocía que el mito de Jebediah, aunque históricamente falso, tenía consecuencias muy positivas en la gente, que asumía con el recuerdo de su héroe una serie de valores. Se hizo, por tanto, realidad el dicho atribuido al héroe: “A noble spirit embiggens the smallest man”. Embiggens es un verbo que no existe, que se ha traducido en español como “agrandecer” o “encrecentar”. La traducción española que trata de reproducir el juego de palabras original sería: un noble espíritu agrandece al hombre más pequeño. El modelo toledano nos agrandece también. 4. Tres mil ducados. Los estereotipos sobre los judíos tienen una amplia tradición: desde la antigüedad hasta nuestros días. La imagen del judío va cambiando según el momento, potenciándose uno u otro de los elementos, muchas veces contradictorios, que forman la batería de acusaciones del antijudaísmo antiguo y medieval. En la Edad Media se observa una progresiva demonización del judío, al que se termina por atribuir una mala naturaleza, lo que le impide darse cuenta de sus errores. El judío es un ser enfermo y contaminante, semejante al leproso, como ha estudiado Maurice Kriegel, animado por un deseo obsesivo de vengarse de los cristianos; a los judíos se les acusa de crímenes rituales, de envenenamiento de pozos, etc. Por todos sus crímenes, ese pueblo deicida está condenado a un eterno vagar. Son muy raros los casos de una mirada compasiva, que va más allá de los estereotipos, como la del gran Ibn Jaldún, quien, con acierto, explica ciertos 31
rasgos de los judíos por el envilecimiento en el que han caído tras siglos de servidumbre y desprecio. *** “Tres mil ducados”. Con esas tres palabras hace su aparición el judío Shylock en la tercera escena del primer acto del Mercader de Venecia de Shakespeare, como le recuerda Supposnik -un anticuario de Tel Aviv, especialista en libros antiguos y supuesto miembro del Shin Bet-, a Philip Roth en su novela Operación Shylock. Shylock, judío brutal, repelente y villano, retorcido por el odio y la venganza, es para Supposnik la encarnación del judío, como el Tío Sam lo es del espíritu de los Estados Unidos. Las tres palabras, las cinco sílabas que pronuncia representan todo lo que de odioso hay en los judíos y ha estigmatizado a los judíos durante dos milenios de cristianismo. “Hubo un actor inglés que se pasó cincuenta años haciendo el papel de Shylock, en el siglo XVIII. Se llamaba Charles Macklin. Sabemos, porque está en las crónicas, que el mencionado Macklin pronunciaba las dos th y las dos s de three thousand ducats de un modo tan empalagoso, que despertaba instantáneamente, sólo con esas tres palabras, todo el odio que el público sentía por la raza de Shylock. Z-z-zri záus-s-s-and ducats-s-s. Cuando el señor Macklin afilaba su cuchillo para trinchar las tres libras de carne del pecho de Antonio, el público de platea se desmayaba ―y todo esto en pleno cenit de la Edad de la Razón. ¡Admirable, el tal Macklin!” [Operación Shylock, pp. 316-317]. El mercader de Venecia no es una obra políticamente correcta. Se representa por ser obra del genio que la escribió, pero como pidiendo perdón, de manera vergonzante. El pasado verano se representó en Madrid, en el teatro Infanta Isabel. Algunos críticos teatrales reconocían que es una obra “profundamente racista, indecentemente antisemita”; otros hacían lecturas más amables: el amor engendra amor y el odio, odio. Esto se desprende del célebre monólogo que Shakespeare pone en boca de Shylock. No, Shylock no le va a perdonar a Antonio la libra de carne. Le alienta la venganza. El mercader cristiano no ha hecho más que causarle daño y burlarse de él. Y todo eso sólo porque es judío. En ese momento comienza la parte más conocida del monólogo: “¿No tiene ojos un judío? ¿No tiene manos un judío, ni órganos, proporciones, sentidos, pasiones, emociones? ¿No toma el mismo alimento, le hieren las mismas armas, le atacan las mismas enfermedades, se cura por los mismos métodos? ¿No le calienta el mismo estío que a un cristiano? ¿No le 32
enfría el mismo invierno? ¿Es que no sangramos si nos espolean? ¿No nos reímos si nos hacen cosquillas? ¿No nos morimos si nos envenenan? ¿No habremos de vengarnos, por fin, si nos ofenden? Si en todo lo demás somos iguales, también en eso habremos de parecernos” [El Mercader de Venecia, acto III, escena primera]. *** Los estereotipos se mantienen en la actualidad y siguen influyendo en las relaciones con los judíos. Decía Simón Peres que, a pesar de tantos años de entrevistarse y negociar con Arafat, siempre se iba con la sensación de que el líder palestino no confiaba en él, lo seguía viendo como un comerciante judío, mentiroso, farfullero, charlatán que lo quería engañar. Las calles Calderería Alta y Calderería Baja de Granada se han convertido en una especie de morería sólo con fines turísticos. Se han llenado de tiendas de regalos, donde se venden los típicos productos magrebíes y teterías. Quedan muy pocos negocios antiguos. En ese animado mundo lleno de turistas, colores chillones, perfumes intensos y olores de los cueros, pieles y alfombras, lo único que desentona es una destartalada relojería donde se compran, arreglan y venden relojes antiguos. Cercano a los vetustos inmuebles en donde hasta ahora se ha ido aprovisionando del género gracias a ancianos necesitados de dinero, parecía el negocio perfecto, por la cercanía de los abastecedores y por los mínimos gastos de mantenimiento. El relojero ha recibido muchas ofertas para traspasar el local, por el que paga una renta mínima, pero pide un traspaso astronómico, según me confiesa para alejar a los interesados. No se queja de las relaciones con sus vecinos, pero, al poco, le pusieron en la persiana de su negocio yudi, judío, un insulto que nos retrotrae a la Edad Media, a tiempos tan remotos que causa inquietud. El codicioso relojero se ha convertido en un extranjero, en el judío de la calle Calderería.
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