Giosuè Carducci
A Satanás
Por ti principio inmenso de la existencia, materia y espíritu razón y sentimiento: Mientras centelleo el vino de los cálices, como el alma asoma en los ojos , mientras sonríen la tierra y el sol y se cambian palabras de amor, y corre el espasmo de una boda misteriosa desde los montes, y fecundiza palpitante el llano; desenfrenado el atrevido verbo, te invoco, ¡Oh Satanás!, rey del convite. ¡Fuera tu hisopo, sacerdote! ¡Fuera! Satanás no retrocede. Mira: el orín roe la mística espada de Miguel, y el leal arcángel desplumado, cae en el vacío. Se le ha helado en la mano a Jehová
el
rayo.
Pálidos
meteoros,
planetas apagados, parecen los ángeles cayendo del firmamento. En la materia, que jamás duerme, rey de los fenómenos, rey de las formas sólo vive Satán. En el relámpago trémulo de su negra mirada tiene su imperio, atrayendo las que se desvían.
El brilla en la sangre de los racimos para que la fugaz alegría no languidezca, para restaurar la fugitiva vida que prorroga el dolor y el amor anima. Tú respiras, ¡Oh Satán!, en el verso mío, de donde sales desafiando al Dios de los malos pontífices, de los reyes crueles; y como un rayo conmueve los cráneos. Por ti viven Ahriman, Adonis y Astarté, y viven los mármoles , los cuadros las pinturas, y cuanto de las serenas auras de Jonia dio la Venus Anadiomene. Por ti se estremecen las palmeras del Líbano y el alma de Cipre ha vuelto a ser amante. Por ti bullen las danzas y los coros. Por ti las vírgenes desfallecen de amor, cabe las odíferas
palmas de
Idumea, donde blanquean las espumas cípricas. ¿Qué importa que el bárbaro nazareno, en el furor de los ágapes de obsceno rito, con la antorcha sagrada incendie los templos y avente
sobre
la
tierra
los
sueños
argolidas? A ti te acoge entre sus dioses lares la plebe, que te recuerdan en el hogar: y una mujer, palpitante el seno henchido y
encendido por el genio del amor, la pálida hechicera, con eterno cuidado, vuelve a remediar a la naturaleza enferma. Tú, al ojo inmóvil del alquimista, y al indócil del mago, en los claustros incultos, les revelas los fulgores de nuevos cielos. Mientras, en la Tebaida, el solitario eremita se esconde. Pero
cuando pasas
eres bendecido, Satán. He aquí a Eloísa. Te atormentan en vano bajo el áspero sayal: tú murmuras los versos de Horacio y de Virgilio entre los salmos davínicos y los cantos funerales; y la horrida compañía de las ménades Licórida y Glicera. De otras imágenes de más bella edad se pueblan las insomnes celdas, y por ti las páginas de Tito Livio despiertan ardientes tributos,
cónsules
y
agitadas
muchedumbres ; y lleno de italiano orgullo, te empujan ¡Oh fraile! al Capitolio. Nada destruye las voces fatídicas de Wicleff y Juan Huss; en el ambiente se oye tu vigilante grito, y se renueva el siglo y se llena de edad.
Tiemblan las mitras y las coronas; la rebelión se levanta en el claustro, y lucha y predica bajo los hábitos de fray Jerónimo Savonarola. Arroja su sayal Martín Lutero
y
pensamiento
rompe
sus
humano.
Y
cadenas
el
esplendida,
fulgurante, sobre las llamas, se yergue la materia. ¡Satán ha Vencido! Un
bello
y
horrido
monstruo,
desnudándose, corre los mares y corre la tierra, rojo y humeante como los volcanes; cae sobre los montes, devora los llanos, se cierne sobre los abismos, se esconde en profundos
antros y surge de nuevo.
Indómito, de extremo a extremo como una tempestad, lanza su grito mugidor. Es que pasa, ¡oh, pueblo!, Satán, el grande. Pasa benéfico por todas partes, sobre su insostenible carro de fuego. Salve, ¡oh Satán! ¡Oh, rebelión! ¡Oh fuerza vindicadora de la razón humana! ¡Elévense para ti, sagrados, el incienso y los votos! Has vencido al Jehová de los sacerdotes.