Bajo la dirección de Fernanda Gil Lozano, Valeria Silvina Pita y María Gabriela Ini
Historia de las mujeres
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en la Argentina Siglo XX
Historia de las mujeres en la Argentina
Historia de las mujeres en la Argentina Bajo la dirección de
Fernanda Gil Lozano, Valeria Silvina Pita y María Gabriela Ini
Coordinación editorial: Mercedes Sacchi
Tomo II Siglo XX
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UNA EDITORIAL DEL GRUPO SANTILLANAQUE EDITA EN: ESPAÑA ARGENTINA COLOMBIA
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© De esta edición: Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A., 2000 Beazley 3860 (1437) Buenos Aires www.alfaguara.com.ar Directoras: Fernanda Gil Lozano, Valeria Silvina Pita, María Gabriela Ini Autores: Donna J. Guy, Pablo Hernández, Sofía Brizuela, Victoria Álvarez, Mirta Zaida Lobato, Karin Grammático, Raúl Horacio Campodónico, Fernanda Gil Lozano, Karina Felitti, Alejandra Vassallo, Marcela María Alejandra Nari, Fernando Rocchi, Débora D’Antonio, Mabel Bellucci • Grupo Santillana de E diciones S.A. Torrelaguna 60 28043, Madrid, España • Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. de C.V. Avda. Universidad 767, Col. del Valle, 03100, México • Ediciones Santillana S.A. Calle 80, 1023, Bogotá, Colombia • Aguilar Chilena de E diciones Ltda. Dr. Aníbal Ariztía 1444, Providencia, Santiago de Chile, Chile • Ediciones Santillana S.A. Constitución 1889. 11800, Montevideo, Uruguay • Santillana de Ediciones S.A. Avenida Arce 2333, Barrio de Salinas, La Paz, Bolivia • Santillana S.A. Río de Janeiro 1218, Asunción, Paraguay • Santillana S.A. Avda. San Felipe 731 - Jesús María, Lima, Perú ISBN obra completa: 950-511-645-4 ISBN tomo II: 950-511-649-7 Hecho el depósito que indica la ley 11.723 Han colaborado: Valeria Satas (investigación y coordinación iconográfica) Florencia Verlatsky y Luz Freire (corrección) Ruff’s Graph (tratamiento de imágenes) Cubierta: Claudio A. Carrizo Ilustración de cubierta: Composición, 1938, óleo sobre arpillera de Antonio Berni, Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino, Rosario, Santa Fe Impreso en la Argentina. Printed in Argentina Primera edición: octubre de 2000 Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial. Edición digital
ISBN: 950-511-649-7 Hecho el depósito que indica la ley 11.723
Introducción Fernanda Gil Lozano Valeria Silvina Pita María Gabriela Ini Reconstruir históricamente el siglo XX es una tarea ardua y casi imposible de realizar de manera aislada. La variedad y complejidad de los procesos sociales, económicos y políticos que atraviesan este cercano y a la vez distante período impone a la escritura histórica una serie de desafíos que trascienden la propia mirada disciplinaria al cuestionar los marcos analíticos tradicionales. Las dificultades son mayores si intentamos recuperar las voces, presencias y acciones de las mujeres, quienes han sido y continúan siendo invisibilizadas por la Historia. Con este objetivo, los análisis y las interpretaciones acerca del pasado cobran un nuevo sentido, transformando el oficio de la Historia desafíotiempo, y obligándonos, también, a uno de los más interesantes y, en al mismo excitantes ejercicios de reflexión. ¿Cuales son las dificultades que debemos sortear para pensar el siglo XX desde una perspectiva histórica?; ¿cómo definir “objetiva y profesionalmente” aquello que nos es tan cercano?; ¿cómo incorporar al relato histórico las variadas experiencias femeninas en un siglo plagado de ambigüedades en torno a sus derechos y su autonomía?; ¿son las cronologías tradicionales, caracterizadas por su visión androcéntrica, permeables a la inscripción de las prácticas protagonizadas por mujeres? Los interrogantes podrían continuar en una larga lista, revelando las diferentes inquietudes profesionales y personales de quienes intentamos abordar desde el quehacer histórico este período.
Al aproximarnos al siglo XX descubrimos que pocos momentos históricos reunieron contrastes tan drásticos y violentos. Grandes tensiones lo atraviesan; dos guerras mundiales se entrecruzan y combinan con nu-
El siglo de las tensiones
6 INTRODUCCIÓN merosas revoluciones políticas y sociales. A las matanzas en masa, a las bombas atómicas arrojadas sobre poblaciones civiles, se opusieron reales voluntades individuales y colectivas en busca de la paz, que se convirtió en el ideal de varias generaciones. Sistemas políticos autoritarios y totalitarios confrontaron con otros de características pluralistas y democráticas. Los movimientos emancipatorios nacionales y civiles transformaron –tanto como la guerra y la muerte– las relaciones sociales y políticas entre las personas. Nos hallamos frente a un siglo atravesado por períodos efímeros de crecimiento seguidos de crisis económicas, que sin embargo logró consolidar el acceso de grandes mayorías a la educación y a los sistemas de salud pública, al tiempo que surgían Estados de Bienestar que después desaparecerían. El descubrimiento de los antibióticos y las vacunas convive, paradójicamente, con la tuberculosis, la fiebre amarilla y otros padecimientos que parecían cuestiones del pasado, mientras aparecen nuevas enfermedades como el SIDA. Las mujeres fueron partícipes de todos estos fenómenos, y atravesaron el siglo desplegando una multiplicidad de roles y prácticas jamás imaginados en las centurias precedentes. Sin embargo, las raíces de la opresión, la desigualdad y la discriminación persisten, reforzadas en algunos casos por la pobreza, las carencias formativas y los sistemas ideológicos y políticos imperantes. Avances y retrocesos parecen ser la síntesis de este siglo en que la humanidad pudo contemplar la llegada del hombre –de los hombres– a la Luna y, tres décadas después, fue impotente e incapaz de detener la guerra en Bosnia.1 Para Occidente, el siglo XX fue el período en que el desarrollo capitalista, contra todos los augurios de derrumbe, sobrevivió y reforzó las formas más brutales de desigualdad. La concentración del capital en manos de unos pocos grupos económicos atravesó las fronteras de los Estados nacionales para consolidar un modelo de acumulación que excluyó a las grandes mayorías de los bienes y servicios indispensables para su sobrevivencia.2 Complementariamente, los avances científicos y tecnológicos transformaron de manera radical el mundo y las formas de relación entre éste y millones de personas. La generación –a escala internacional– de grandes proyectos científicos logró que los obstáculos visibles y concretos de la ciencia en el siglo XIX no pudieran oponerse al ansia humana de investigación. La estructura más íntima de la materia, el funcionamiento y srcen de la vida o los viajes interplanetarios se presentan hoy como puntos de una agenda a cumplimentar más que como utopías o sueños inalcanzables. Pero esta centuria también podría ser recordada como la de las mayores catástrofes mundiales. Es incontable la cantidad de vidas humanas segadas por decisión de personas o grupos en el poder. Términos
INTRODUCCIÓN 7 como “guerra mundial”, “holocausto”, “genocidio”, “limpieza étnica”, se han ido acuñando desde las primeras décadas y nos acompañaron en forma constante a lo largo de casi todo el siglo. “Jamás en la historia se buscó con tanto ahínco combinar los ideales de la libertad con los de la igualdad y la justicia; jamás esa empresa sucumbió con tanto estrépito en manos del crimen político, de la tortura, de la organización del poder total y de las matanzas sin fin.” 3 Por primera vez, los avances científicos y tecnológicos condujeron a la posibilidad cierta de destrucción total del planeta. La agresión sistemática y permanente al ambiente, sobre todo en aquellas áreas geográficas empobrecidas, es una de las graves consecuencias del desarrollo del sistema capitalista. Esta situación profundiza aun más la brecha entre los países del Primer Mundo y los del tercero: para limpiar sus aguas y su biosistema, aquéllos reubican sus industrias contaminantes en lejanas geografías, en países pobres, dependientes del crédito extranjero y carentes de autonomía política. 4 En este siglo de grandes tensiones, sin embargo, la toma de decisiones se amplió a un gran número de personas. La centuria nos abandona dejándonos la democracia con sufragio universal (es decir, de varones y mujeres, independientemente de su clase social, etnia u ocupación) como un sistema prácticamente aceptado a escala mundial. No obstante, es innegable que en estas últimas décadas las decisiones parecen ser tomadas por un grupo cada vez más reducido de personas. El siglo XX abrió grandes ilusiones que él mismo se encargó de sepultar. Vimos la bandera del socialismo en alto en una parte importante del mundo, y la vimos arriada décadas más tarde. Heroicas luchas anticoloniales llevaron a un significativo número de países a conquistar su independencia nacional. Sin embargo, esos mismos países quedaron sometidos en el terreno económico a los poderes de los cuales se habían emancipado políticamente. Las paradojas también abarcan el campo de las ideas. El ideal del siglo XIX, centrado en el progreso material y científico y en la difusión de los productos de ese avance al mayor número de personas, se cumplió en gran medida, pero desde 1914 –guerra mundial mediante– cualquier idea de “progreso indefinido” fue abandonada. Más aún, hacia fines de siglo la idea de un mundo organizado en torno a una pretendida razón fue crecientemente observada con sospecha. Finalmente, se podría afirmar que, si en algún momento se pensó que la razón y las ciencias eliminarían los enfrentamientos violentos entre las personas, el siglo XX fue el contraejemplo: se mató en nombre de la razón y aplicando todos los avances de la ciencia. Como expresa Pierre Vilar: “Por encima del bien y del mal. Cualquier medio era justificado. Si las causalidades
8 INTRODUCCIÓN diabólicas podían engendrar Auschwitz, la conciencia del buen derecho
justificaría Hiroshima. La evolución de la humanidad no ha conllevado, de momento, una adecuación correcta de la ciencia a la moral”. 5
“Otra vez sopa”
Si hacia fines del siglo XIX las mujeres fueron ocupando con timidez espacios en los ámbitos públicos –antes designados exclusivamente para los varones–, el siglo XX representó una eclosión de las mujeres en la sociedad. Desde las primeras décadas, Occidente fue recorrido por movimientos feministas que lucharon por obtener sus derechos civiles y políticos. Intelectuales, militantes y luchadoras fueron delineando diferentes estrategias de acción y denuncia contra las estructuras de poder que las habían excluido o las consideraban ciudadanas de segunda categoría. Sin embargo, estos heterogéneos agrupamientos no pudieron escapar a los vaivenes de la sociedad en su conjunto. Las guerras mundiales, los conflictivos períodos de posguerra, las transformaciones políticas y económicas fueron incorporadas, sufridas y resignificadas por las mujeres. “La Gran Guerra” fue el primer punto de inflexión. La movilización de millones de ciudadanos dejó puestos de trabajo vacantes que no podían ser cubiertos por quienes quedaban sin alistarse. De este modo, las mujeres asumieron nuevos roles en bancos, oficinas y fábricas. Ámbitos estos que, para muchas, se transformaron casi en una liberación: por fin podían salir de los espacios privados y marginales que el orden burgués había establecido como afines a las mujeres. La irrupción de la Segunda Guerra Mundial repitió en versión ampliada lo vivido treinta años antes. Las mujeres estuvieron en las fábricas, integraron los movimientos de resistencia al terror nazi, acudieron al frente como enfermeras, fueron apresadas y enviadas a los campos de exterminio, padecieron el exilio y también fueron militantes activas de organizaciones dirigidas por los nazis. Pero la guerra y la posguerra significaron para ellas penurias y más violencia. No sólo tuvieron que hacerse cargo de la manutención familiar y de su soledad sino que, como prisioneras de guerra, fueron en muchos casos objeto de violaciones, mutilaciones y torturas, y, más de una vez, padecieron el repudio familiar y el abandono. El cuerpo de las mujeres durante la guerra se convirtió en un botín perfecto, donde enemigos o aliados de uno u otro bando sembraron su propia “pureza racial”, sus odios y sus venganzas. Frente a lo que Eric Hobsbawm definió como “los años dorados”6 de la posguerra, caracterizados por la recuperación económica y los avances sociales, debemos preguntarnos: ¿fueron realmente “dorados” esos
INTRODUCCIÓN 9 años para ellas? Otra vez, los cincuenta se iniciaron con una gran decepción. Las mujeres pagaron su parte de la cuota de “sangre, sudor y lágrimas” prometida a todos por Winston Churchill, pero no bebieron el dulce vino de la victoria. Con el retorno de los héroes de la guerra, las mujeres fueron compulsivamente “invitadas” a regresar al calor del hogar. Era hora de parir, de servir la mesa y de cuidar enfermos. Otra vez sopa, mucha sopa y en casa. La masificación de nuevas tecnologías irrumpió en los hogares urbanos y de sectores medios: lustradoras, batidoras y televisores se transformaron con rapidez en nuevas formas de sujeción femenina. Lo que a simple vista se presentaba como una forma de facilitar las “naturales” ocupaciones de las mujeres, acabaría por transformarse, en muchos casos, en una suerte de apéndice del cuerpo femenino, indispensable para sus quehaceres y único objeto de deseo. La maternidad y los electrodomésticos iniciaron un camino común que aún hoy sigue vigente, encarnando las inconsistencias y ambigüedades de una arbitraria condición de género. Con el correr de los años, la radio, la televisión y las publicaciones dirigidas específicamente al público femenino se han dedicado, en forma casi atemporal, a promover modernas prácticas de belleza, publicitar productos para el buen mantenimiento del hogar, recomendar recetas de cocina y enseñar el correcto cuidado de los hijos. Así, aún en la actualidad se ocupan de reproducir los valores más anquilosados del patriarcado. Hoy los mensajes combinan diferentes estereotipos para forjar una “mujer moderna”: la que apuesta a la familia sin perder de vista su “feminidad y coquetería”. Del trabajo a la casa o de la búsqueda de empleo al hogar, las mujeres son nuevamente invitadas a preparar sopa y más sopa. Escrbir una historia de las mujeres desde un país latinoamericano El sur del Sur implica desafiar una constelación de conceptos y prácticas. No hace tantos años Henry Kissinger afirmaba: “Usted nos habla de América latina. No es importante. Nada importante puede venir del Sur. No es el Sur el que hace la Historia, el eje de la Historia va de Moscú a Washington, pasando por Bonn. El Sur no tiene importancia”. 7 Esta idea, tan claramente expresada en 1983 por el ex secretario de Estado de los Estados Unidos, es una opinión respaldada por muchos políticos y cientistas sociales del Norte y también del Sur. Incluso el concepto de una región llamada América latina es cuestionado, aduciendo que se pretende integrar una identidad regional y específica que en realidad no existe. Sin embargo, los pueblos europeos llaman “sudaca” a cual-
10 INTRODUCCIÓN quier integrante del Sur y los ciudadanos estadounidenses reconocen como “latinos” a los diferentes grupos hispanoparlantes. Si consideramos las inversiones que empresas como las petroleras o las de servicios realizan en Latinoamérica, también resulta poco creíble la intrascendencia y negación regional que muchos atribuyen a esta porción del globo. En estos vastos y cuestionados territorios, las mujeres no ocupamos siquiera el centro de la escena: doble exclusión, doble periferia, doble experiencia, ¿doble conocimiento?... En la Argentina, las mujeres vivieron la experiencia de ser la periferia de la periferia. Todo les llegó con retraso, y deteriorado. El siglo XX en nuestro país también vio la eclosión de la mujer como colectivo, pero en el marco de un proceso particular, que, aunque influido por los sucesos europeos, se emparentaba también con lo que ocurría en otras regiones de Latinoamérica. La visibilización de las mujeres por parte de la sociedad patriarcal se dio en la Argentina de manera casi accidental. En efecto, la última parte del siglo XIX estuvo orientada por el positivismo, que jerarquizó los hechos sobre las ideas, las ciencias experimentales sobre las teóricas y las leyes de la física y la biología sobre las construcciones filosóficas. Estas ideas llevaron el germen de lo que después conoceríamos como estadísticas. El positivismo sembró una verdadera manía de “contar” y “medir”. Se contaba y se medía “todo”, incluso mujeres. Así aparecieron, por ejemplo, la Encuesta Feminista y el Informe Bialet Massé, que demostraron que la idea de mujeres viviendo en su casa y con su familia era, más que una realidad concreta, una expresión de deseos.8 En estos registros se encuentra a las mujeres en espacios públicos no convencionales: frigoríficos, curtiembres, calles, prostíbulos y talleres. Más aún, investigadoras e investigadores de la Historia nos advierten desde hace tiempo que los sectores subalternos de principios de siglo deben ser revisados a la luz de otras fuentes, ya que las cantidades expresadas en los porcentajes de algunos estudios sobre fuentes primarias no contemplaban, por ejemplo, la integración del trabajo de las mujeres en talleres domiciliarios, como las obreras que confeccionaban tocados de novia o las camiseras que terminaban detalles de prendas finas.9 Las luchas y resistencias sociales de principios de siglo, como la huelga de inquilinos de 1907, tuvieron a las mujeres del campo popular a su frente. Fueron ellas quienes, con sus cuerpos, armadas con palos y escobas o arrojando agua, detuvieron a la policía y a quienes intentaban romper la huelga. Durante ese conflicto también tomaron la palabra, y sus voces quedaron inscriptas en las consignas: “A raíz de la huelga contra los altos alquileres, todos los habitantes de esta casa nos plegamos al movimiento”; “Muy bien, salud y ¡viva la huelga!”. 10 Estas si-
INTRODUCCIÓN 11 tuaciones, más allá de éxitos o fracasos, constituyeron la fuente de una rica experiencia y fueron la base de una conciencia incipiente de género y de clase, clave para entender el desarrollo conflictivo de las décadas siguientes. Las mujeres de la elite tuvieron experiencias diferentes a las de sus congéneres pobres. Por caso, pudieron acceder a altos niveles de educación. A pesar de esto debían permanecer solteras si deseaban administrar sus bienes; aquellas que se casaban tenían que renunciar a sus apellidos patricios para adoptar el apellido, también patricio, del marido. No obstante, algunas de estas mujeres supieron apropiarse de ciertos espacios extrahogareños, como las entidades de bien público, y enfrentaron las burlas, los reproches y el rechazo masculino en cada oportunidad. Al negociar con los representantes del Estado el financiamiento público para sus obras de caridad, demostraron que también ellas eran artífices de la nación.11 Por esos años, algunas mujeres pudieron acceder a la universidad. Antes de la Primera Guerra, Elvira López obtuvo su diploma de doctora en Filosofía, Cecilia Grierson y Alicia Moreau fueron médicas reconocidas y, en el otro extremo, socialistas sin instrucción formal como Carolina Muzzilli ganaban premios internacionales.12 Las anarquistas y socialistas, inmigrantes o hijas de inmigrantes, empezaron a luchar desde sus diferentes perspectivas ideológicas por los derechos civiles, políticos y sociales de las mujeres argentinas. 13 También desde otros espacios sociales e ideológicos comenzaron a alzarse voces que denunciaban el sometimiento de las mujeres. Esas primeras feministas mantuvieron una idea de identidad que homogeneizó el campo discursivo: la maternidad. Esta idea, también traída en los barcos y organizada por nuestros intelectuales, partía de la reflexión unívoca de una diferencia biológica como destino e identidad entre varones y mujeres.14 Dentro de esta concepción, para la cual ser mujer es ser madre, se unificaron expresiones tan opuestas como las voces de la Iglesia y las de las socialistas, anarquistas y sufragistas, entre otras. Todas las mujeres “naturalizaron la maternidad” y, a partir de esa concepción, emprendieron sus luchas. Los sectores dirigentes, para quienes la maternidad asumió una importancia vital, desarrollaron diferentes intervenciones políticas e ideológicas. Por un lado, asociaron el paternalismo con la medicina: las mujeres debían ser protegidas para poder ser madres. Médicos higienistas y políticos comenzaron a impulsar y dictar leyes “protectoras” fundamentadas en esa posición. Por el otro, dieron fundamento a la represión: las mujeres debían recluirse en el hogar, pues sus funciones específicas eran la maternidad y el cuidado de los hijos. En estas intervenciones, conceptos de clase, raza y género se entrecruzaron con otros menos evi-
12 INTRODUCCIÓN dentes como el de nación. Las mujeres debían ser custodiadas y protegidas, porque ellas portaban la clave del destino del país: los futuros ciudadanos. Los intelectuales argentinos supieron apropiarse de ideas europeas como las escritas por el filósofo francés Gustavo Le Bon, quien insistía sobre los peligros de instruir a las mujeres, pues si éstas se agotaban en el acto de pensar y reflexionar perderían la fuerza para procrear seres fuertes y sanos, con el riesgo de ir degenerando la raza. 15 No obstante, el concepto de maternidad fue materia de resignificación permanente por parte de las mujeres, que se apropiaron de él y, en cierta medida, lo politizaron. Así, la maternidad resultaría la clave para acceder a la ciudadanía y “maternizar” la política.16 Insertas en el mercado laboral, debieron negociar y cambiar sus posiciones, apropiándose de los ideales de igualdad frente a la ley y, por supuesto, adquiriendo una conciencia cada vez más definida de la opresión. La crisis económica y social de los años treinta golpeó doblemente a las mujeres. En lo económico, la “década infame” las dejaría fuera del mercado laboral “oficial”, y muchas se verían obligadas a reemplazar el “trabajo honesto” por el ejercicio de la prostitución como forma de ganarse la vida. Son varios los relatos literarios y los estudios históricos que acreditan este triste aspecto de nuestra historia.17 En el terreno social, la crisis trajo luchas obreras, y en muchas de ellas las mujeres jugaron un papel importante. Sin embargo, su participación fue secundarizada. La categoría de clase, usada de manera inconveniente para analizar la experiencia y participación de las mujeres, simplemente las sumió en el anonimato. Recién con la aparición de un movimiento tan complejo como el peronismo, los trabajadores y las trabajadoras accedieron a sustanciales mejoras a través de las leyes de protección del trabajo, el aguinaldo, las vacaciones, los servicios sociales, la extensión y modernización de las prestaciones de salud, etcétera. Las mujeres obtuvieron el derecho al voto y el reconocimiento de la ciudadanía. La contradictoria Eva forjó una nueva “biblia” para las mujeres argentinas. Si bien muchas asumieron la militancia política dentro del peronismo, su participación no modificó sustancialmente las relaciones de género y de subalternidad vigentes. La maternidad continuó siendo la función primordial de las mujeres hacia la patria.18 A mediados de la década del cincuenta, a partir de la caída del gobierno de Juan Domingo Perón, las mujeres peronistas, obreras en su mayoría, participaron activamente del movimiento de resistencia. Muchos de los sabotajes realizados en las fábricas, la circulación de mensajes, el sostén y contención de los compañeros, fueron tareas realizadas por esas mujeres.
INTRODUCCIÓN 13 En aquellos años, las presiones de las empresas multinacionales para radicarse en los países periféricos hicieron que los sucesivos gobiernos comenzaran a suprimir las medidas tomadas en favor de la clase trabajadora durante la gestión peronista. Los sindicatos fueron acallados, y aquellos que se manifestaron intransigentes a la negociación con el gobierno fueron directamente intervenidos; las comisiones internas de las fábricas fueron disueltas. La sucesión de gobiernos autoritarios, sólo interrumpidos por prácticas democráticas débiles y condicionadas, hizo que los años sesenta presentaran tardíamente la rebelión juvenil que sacudía por entonces a los países centrales. Si bien llegaron la música, las ropas, los peinados y las nuevas costumbres promovidas por la juventud norteamericana, un oscuro manto hizo que la palabra “revolución” en la Argentina asumiera la forma de una dictadura militar: la Revolución Argentina proclamada por el general Juan Carlos Onganía. Los cabellos largos, las flores, los intentos vanguardistas y el proyecto de capital cultural fueron vistos como formas de una penetración “subversiva” que alejaba al país de su tradición “occidental y cristiana”. Algunas mujeres, con mayor grado de conciencia, comenzaron a formular un replanteo de sus libertades y su autonomía, pero fueron las menos. Sólo un centenar de ellas, reunidas mayoritariamente en la Unión Feminista Argentina, entre otras organizaciones –como Nueva Mujer y el Movimiento de Liberación Femenina–, trajeron los aires de la “segunda ola del feminismo” a estas tierras. 19 Los setenta encuentran a las mujeres luchando por el cambio radical. Insertas en los grupos revolucionarios y en los partidos políticos, levantaron la consigna “¡Socialismo o Muerte!”. El cambio social parecía tan cercano que ellas aceptaron el desafío, sin cuestionar los mandatos patriarcales –como el de la maternidad–, a los que sumaron sus tareas de militantes. Las características patriarcales de los diferentes grupos de izquierda y derecha hicieron que las reivindicaciones específicas de las mujeres quedaran relegadas. Para la izquierda, los reclamos feministas fueron modalidades burguesas: las mujeres dejarían de ser un grupo oprimido una vez que la revolución triunfase. Para la derecha, las cosas eran más “simples”: reclamos y reclamantes, todos eran subversivos. En el mundo, los años setenta marcaron el inicio de una crisis económica generalizada que reformularía estructuralmente todas las relaciones sociales, económicas y políticas. En la Argentina, de la mano de la dictadura instaurada en 1976, se llevaron a cabo las primeras medidas neoliberales que desindustrializarían y descapitalizarían al país. La intolerancia y el terror polarizaron nuestra sociedad. Nuevamente, la opre-
14 INTRODUCCIÓN sión produjo su propio enemigo: la resistencia adoptó múltiples formas y las mujeres formaron e integraron casi todas ellas. Años después, muchas de las sobrevivientes de las cárceles y centros de tortura del Proceso llevaron a cabo reflexiones críticas de la experiencia vivida. Concluyeron que sus organizaciones políticas, por estar impregnadas de los mandatos naturalizados del patriarcado, no las habían preparado para enfrentar su rostro más cruel y siniestro. La Triple A primero, y los grupos de tareas después, secuestraron y torturaron a centenares de mujeres embarazadas, sus hijos padecieron tormentos prenatales y muchos de ellos quedaron como “botín de guerra” de sus captores. El gobierno militar se dedicó a propagandizar a través de los medios masivos que las madres debían permanecer atentas al cuidado de sus hijos. Los dictadores lograron su objetivo, aunque no como ellos lo esperaban. Un grupo de mujeres comenzó a reunirse, primero secretamente y luego a la vista de todos, en plena Plaza de Mayo, para practicar aquello que las juntas militares propugnaban: cuidar a sus hijos. La resistencia de las madres de Plaza de Mayo puede ser considerada una de las luchas más importantes de nuestra historia. Con la apertura democrática se sumó la organización Abuelas de Plaza de Mayo, única en el mundo, que buscaba y busca a sus nietos desaparecidos. La historia se trastocó: esta vez, los hijos parieron a sus madres.
Fragmentos para un balance
Pareciera que el siglo XX se aleja dejándonos varias cuentas pendientes. La disolución de identidades sociales y políticas, la permanencia de formas de violencia, las guerras y las desigualdades, nos hacen tomar conciencia de las batallas que debemos encarar. Sin embargo, en nuestro país la participación pública y política femenina durante el siglo XX significó un hecho positivo. El ejercicio de una ciudadanía plena hizo que, en los últimos cincuenta años, las mujeres alcanzaran puestos en lugares impensables: directorios de empresas multinacionales, jefaturas de bancos, puestos en el ejército y hasta una presidencia. No obstante, cuando medimos estos avances a escala mundial, o cuando segmentamos localmente por clases sociales, también percibimos la mezquindad cuantitativa de los logros. La mayor parte de las mujeres argentinas son víctimas de discriminación, violencia, abusos y malos tratos tanto en el ámbito público como en el privado. La tensión vuelve a presentarse, como al inicio de esta introducción: sería tan injusto desconocer los avances como minimizar los conflictos persistentes. Esta ambivalencia de la lectura nos obliga a reflexionar y focalizar
INTRODUCCIÓN 15 la mirada en las herramientas que las mujeres mismas implementaron. La presencia femenina en los partidos políticos no garantizó sensibilidad hacia las demandas de diferentes sectores del “colectivo” mujer. Muchas legisladoras y cuadros políticos ocupan diferentes puestos gubernamentales gracias a la ley del “cupo”,20 pero actúan acatando la autoridad partidaria y no responden a su conciencia como mujeres. Plantearse estos problemas y buscarles una solución es el desafío de las actuales y futuras generaciones de mujeres. Finalmente, nos guía la premisa de que la historia de las mujeres es un relato en crisis y también una batalla a ganar: a la propia Historia, a la realidad y al peor de todos nuestros enemigos: la resignación. * * * Hay en este volumen ausencias importantes: las nuevas tecnologías reproductivas, las prácticas de aborto, la contracepción, las madres adolescentes, los vínculos lésbicos, los sujetos nómades (travestis y transexuales, entre otros), las enfermedades cuyas marcas de género no pueden evadirse (anorexia, bulimia), etcétera. Estos temas están siendo analizados por especialistas de las disciplinas respectivas; queda pendiente el trabajo de historizar la producción resultante de estos análisis para publicar los resultados de esas síntesis disciplinarias.
16 INTRODUCCIÓN Notas
1
Vilar, Pierre, Pensar históricamente. Reflexiones y recuerdos, Crítica, Barcelona, 1997.
2
Harman, Chris, “Globalisation: a cri tique of a new or thodoxy”, en International Socialism, nº 73, Londres, 1996, págs. 3-33.
3
Botana, Natalio, El siglo de la libertad y el miedo, Sudamericana, Buenos Aires, 1998, pág. 10.
4
Existen muchos estudios nacionales e internacionales que advierten sobre el peligro de los desechos nucleares, las industrias contaminantes y los riesgos que significan tanto para las poblaciones cercanas como para los trabajadores y trabajadoras que se desempeñan en esas plantas.
5
Vilar, Pierre, ob. cit, pág. 153.
6
Hobsbawm, Eric, Age of Extremes. The Short Twentieth Century. 1914-1991, Abacus, Londres, 1994.
7
Citado en Rouquié, Alain, Extremo Occidente. Introducción a América latina, Emecé, Buenos Aires, 1990, pág. 353.
8
Para un análisis de la encuesta feminista véase Nari, Marcela, “Feminismo y diferencia sexual. Análisis de la Encuenta Feminista Argentina de 1919”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, 3ª serie, nº 12, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras - Fondo de Cultura Económica, 1995.
9
Para conocer una perspectiva historiográfica cuestionadora, véanse Wainerman, Catalina y Recchini de Lattes, Zulma, El trabajo femenino en el banquillo de los acusados. La medición censal en América latina, Terranova, México, 1981; Nari, Marcela, “De la maldición al Derecho. Notas sobre las mujeres en el mercado de trabajo, Buenos Aires, 1890-1940”, en Temas de Mujeres. Perspectivas de Género, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, 1998. Para abordar en términos generales la cuestión del trabajo femenino puede verse Recalde, Héctor, Mujer, condiciones de vida, de trabajo y salud/1, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1988; Falcón, Ricardo, El mundo del trabajo urbano (1890-1914), Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1986.
10 Suriano, Juan, La huelga de inquilinos de 1907, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1983, págs. 61-67. 11 En este aspecto nos distanciamos de las visiones historiográficas tradicionales, que analizan la participación de las mujeres de la elite desde los enfoques del disciplinamiento y el control social, porque esos enfoques no permiten señalar la autonomía y el activismo de estas mujeres en la consolidación de un modelo de país y las muestran como simples ejecutoras de las decisiones tomadas por los varones. 12 Carolina Muzzilli se hizo acreedora al reconocimiento internacional en 1912, a raíz de un trabajo sobre la niñez, el alcoholismo y la familia obrera. Cfr. Cosentino, José Amagno, Carolina Muzzilli, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1984. 13 Cfr. Barrancos, Dora, “Anarquismo y sexualidad” en Armus, Diego (comp.), Mundo urbano y cultura popular, Sudamericana, Buenos Aires, 1990; “Mujeres de Nuestra Tribuna: el difícil oficio de la diferencia”, Mora, n° 2, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1996; Anarquismo, educación y costum-
INTRODUCCIÓN 17 bres en la Argentina a principios de siglo, Contrapunto, Buenos Aires, 1990; Be-
llucci, Mabel, “Anarquismo, sexualidad y emancipación femenina. Argentina alrededor del 900”, Nueva Sociedad, 109, Caracas, 1990.
14 Existen diversos estudios que han abordado el feminismo de este período. Algunos de ellos son, Carlson, Marifran, Feminismo. The Woman’s Movement in Argentina from Its Beginnings to Eva Perón, Academy of Chicago Publishers, 1988; Feijoo, María del Carmen, “Las luchas feministas”, en Todo es Historia,nº 128, Buenos Aires, 1978; Sosa de Newton, Lily, Las argentinas de ayer a hoy, Zanetti, Buenos Aires, 1967. Sobre las construcciones de la maternidad en el período abordado, cfr., por ejemplo, Nari, Marcela, “Las prácticas anticonceptivas, la disminución de la natalidad y el debate médico, 1890-1940”, en Lobato, Mirta (comp.), Política, médicos y enfermedades. Lecturas de historia de la salud en la Argentina , Biblos, Buenos Aires, 1996; Guy, Donna, “Madres vivas y muertas. Los múltiples conceptos de la maternidad en Buenos Aires”, en Balderston, Daniel y Guy, Donna (comps.), Sexo y sexualidades en América latina, Paidós, Buenos Aires, 1998; Nari, Marcela, “¡Libertad, igualdad y maternidad! Argentina en la entreguerra”, en Mujeres en escena, Universidad Nacional de la Pampa, Instituto Interdisciplinario de Estudios de la Mujer, julio de 2000. 15 Gustavo Le Bon, Piscología de las masas y Psicología de la educación, Ruiz Hermanos Sucesores, Madrid, 1912. 16 Véase en este volumen el trabajo de Marcela Nari, “Maternidad, política y feminismo”. 17 Véanse, por ejemplo, Stanchina, Lorenzo, Tanka Charowa, Eudeba, Buenos Aires, 1999; Guy, Donna, El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires 18751955, Sudamericana, Buenos Aires, 1994, con un excelente estudio preliminar de María Gabriela Mizraje. 18 Al respecto, Daniel James rescata la voz de María Roldán, delegada de un frigorífico de la zona de Berisso, en uno de sus discursos pronunciados en el Partido Laborista: “El hogar es el sitio donde se nutren los grandes principios nacionales... el hogar es lacantan imagen misma la Patria, de la fortaleza la Nación las madres a sus hijos de la esperanza un mundodemejor. En él misma, la fuerzadonde invencible es la mujer, es la mujer que en su sacrificio silencioso entrega la sangre de su sangre, sus hijos, para la defensa de la soberanía nacional. Ella es pueblo frente a cualquier Estado que persigue, aterroriza y mata [...]”, en James, Daniel, “Historias contadas en los márgenes. La vida de Doña María: historia oral y problemática de géneros”, en Entrepasados. Revista de Historia, Buenos Aires, año II, nº 3, 1992, pág. 11. 19 Cfr. Calvera, Leonor, Mujeres y feminismo en la Argentina, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1990. 20 Esta ley obliga a que las listas partidarias cuenten con 30 por ciento de mujeres. Aunque en la práctica no se cumple, esta disposición brinda la base legal necesaria para legitimar eventuales reclamos.
Encierros y sujeciones Donna J. Guy Pablo Hernández - Sofía Brizuela Victoria Álvarez
Los grandes cambios políticos y sociales sobrevenidos a partir de las últimas décadas del siglo XIX no trajeron modificaciones significativas respecto de los roles adjudicados a las mujeres. Instalados sobre diferencias de clase e ideológicas, los poderes político y eclesiástico mantuvieron su tradicional acción destinada a asegurar la permanencia femenina en sus ámbitos y funciones “naturales”. El nacimiento del siglo nos pone frente a la realidad del desamparo infantil y la política estatal destinada a “resolver” una de las manifestaciones de esa situación: las “niñas de la calle”. Encarceladas en la Casa Correccional de Mujeres para ocultar esas “zonas tenebrosas en medio del paisaje urbano”, su educación se limitaba escasamente al aprendizaje de los trabajos domésticos. Junto con el objetivo proclamado de alejarlas del camino de la delincuencia y la prostitución se evidenciaba también una política destinada a mantener su srcen de clase a través de la servidumbre y consolidar el concepto de hogar como espacio “natural” de la mujer. La relación entre vida religiosa y condición social no siempre fue armónica, así lo demuestra el análisis de la vida interna en la congregación tucumana de las Hermanas Terciarias Dominicas del Santísimo Nombre de Jesús. Las religiosas de la orden, a la vez damas de la elite, reprodujeron en su vida cotidiana, tanto con sus pares como con mujeres de baja condición social, los comportamientos propios de su clase; desde su posición social privilegiada, también encararon sus relaciones con la jerarquía eclesiástica. Violencia política y violencia de género pasan a un doloroso primer plano a través de la represión ejercida en los campos de concentración
de la última dictadura militar argentina. El objetivo de la “pacificación nacional” proclamado por las juntas militares tuvo en las mujeres secuestradas expresiones particulares que no se limitaron a las formas específicas de tormento; también transitaron desde una “reeducación” que devolviera a las militantes sus atributos “occidentales y cristianos” de madres y esposas convencionales hasta la apropiación de los hijos nacidos en cautiverio como modo de perpetuar una de las formas más crueles del encierro.
Niñas en la cárcel La Casa Correccional de Mujeres como instituto de socorro infantil Donna J. Guy*
En 1910, el historiador legista argentino Roberto Levillier publicó un extenso ensayo sobre la criminalidad en Buenos Aires. Cuando abordó el tema de la criminalidad femenina, observó que las niñas y las jóvenes eran alojadas en la cárcel de mujeres, pero él centró su atención en las delincuentes adultas. Sostenía que los criminalistas habían ignorado a estas mujeres y que la delincuencia femenina no había despertado el menor interés en Buenos Aires. Los especialistas consideraban que el porcentaje de mujeres delincuentes era estadísticamente insignificantes, que las causas no eran importantes ni de larga duración y, en consecuencia, no estudiaron la evolución, la prevención ni el índice de reincidencia. Además, las religiosas que dirigían la cárcel de mujeres de Buenos Aires manejaban las instalaciones sin tener en cuenta principios científicos: la institución funcionaba como una escuela-taller y carecía de orientación.1 Levillier se preguntaba por el destino de estas mujeres y hacía varias sugerencias para reformar las cárceles. Aun cuando en la cárcel de mujeres había más niñas que adultas, Levillier y muchos de sus contemporáneos ignoraron este drama infantil. Sin embargo, sus críticas sobre el funcionamiento de la cárcel estaban directamente relacionadas con la presencia de esas jóvenes. La cárcel de mujeres no podía funcionar siguiendo principios científicos porque és-
Cuando carecían de familia que se ocupara de ellas, las niñas eran recluidas. Pobreza, abusos y abandono son las marcas de srcen de muchas de
* Esta investigación fue patrocinada por la Fundación Nacional de Humanidades, las internadas. Universidad de Arizona, el Profesorado de Investigaciones de Ciencias Sociales Niñas del Patronato de la Infancia, y del Comportamiento y una beca del SBSRI (Social and Behavioral Sciences 1923. Archivo General de la Nación, Research Institute) de la Universidad de Arizona de Investigaciones de Verano. Departamento Fotografía.
23 ENCIERROS Y SUJECIONES tos contaban con pocas normas sobre el encarcelamiento de mujeres menores de edad. Una detención, dice Michel Foucault, puede ser una simple privación de la libertad, pero el encarcelamiento que lleva a cabo esta función siempre involucra un proyecto técnico.2 El proyecto técnico estudiado por Foucault se refería a detenidos varones y a cárceles de hombres, pero no toda la población carcelaria de la Argentina entre 1890 y 1940 estaba acusada de crímenes, y había muchas niñas, algunas de tan sólo cinco años, en ella. ¿Cuál era el propósito de privar a estas menores de su libertad? Políticas de rehabilitación
Damas de la elite y religiosas de diversas órdenes fueron las encargadas de alojar y educar a niñas y niños abandonados.
Anuario de la Sociedad de Beneficencia donde se muestran las instalaciones de los distintos asilos y hospitales de la institución, 1910. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.
Rehabilitación o redención eran ideales sociales y religiosos que asumían diferentes significados según se refirieran a hombres o a mujeres, a adultos o a niños. Sin embargo, los funcionarios públicos aplicaban a todos el mismo tratamiento inicial: el encarcelamiento. No todas las niñas que habitaban las prisiones eran consideradas delincuentes, pero aun así la policía abogaba por su encarcelamiento. Como el jefe de Policía de Buenos Aires hacía notar en su informe anual de 1913-1914: “La vagancia, la mendicidad, la pederastía, los menores abandonados, son plagas sociales que mis antecesores han hecho conocer en oportunas comunicaciones [...] y sin que todavía se manifieste la profilaxis de sanamiento social que requiere el adelanto de esta Capital tan evidenciado en las demás actividades de su desarrollo y movimiento general. La legislación sobre tutela oficial de los menores ha sido ya iniciada y correlativamente con las medidas adoptadas por el Superior Gobierno respecto de la habilitación y ampliación de locales para albergarlos, permite esperar que ese problema de los menores [...] encuentre en breve la solución que se pretende”.3 Sin embargo, al año siguiente habían sido detenidas 574 niñas, en su mayoría por huir de su hogar o de su trabajo. Entre ellas había 73 empleadas domésticas.4 El problema no se resolvía simplemente agrandando las cárceles. En el caso de los adultos varones, la rehabilitación suponía reformar sus hábitos laborales, para inducirlos a trabajar en lugar de cometer crímenes. Las mujeres adultas, en cambio, debían volver bajo la custodia de patriarcas masculinos. Para las menores, la rehabilitación implicaba educarlas por varios años y así mantenerlas fuera de las calles, con lo cual no tenían que trabajar. Entonces, o bien las cárceles se transformaban en instituciones educativas o bien las niñas eran transferidas a instalaciones de tipo. losde funcionarios no adoptaron ninguna dedeestas políti-y casese hasta la Pero década 1930. Los conceptos tradicionales reforma rehabilitación tenían poco sentido para la mayoría de las menores encarceladas.
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En Buenos Aires, las niñas eran generalmente enviadas a prisión por- En una ciudad en constante que no tenían familia que pudiera ocuparse de ellas. A la deriva por las transformación y crecimiento, como era calles de una ciudad en crecimiento, niños y niñas eran considerados pe- la Buenos Aires de entonces, los niños y niñas a la deriva en las calles eran ligrosos si permanecían en lugares públicos. Muchos no tenían hogares considerados peligrosos. a los cuales pudieran regresar. No todos los padres podían alimentar, Huérfanos y huérfanas en el Patronato alojar, educar y vestir a sus hijos biológicos; otros habían muerto o ha- de la Infancia. Archivo General de la bían abandonado a sus hijos. Algunas niñas eran encarceladas por ejer- Nación, Departamento Fotografía. cer la prostitución o cometer una amplia gama de delitos que iban desde el infanticidio hasta hurtos, pero la gran mayoría eran chicos de la calle: sin hogar, huérfanos o fugitivos de sus padres o de empleadores que los explotaban. En una sociedad que definía claramente los derechos de patria potestad para los padres o madres solteras, no existían medios legales de adoptar niños y había pocos establecimientos para mayores de seis años; las cárceles de mujeres –ya fuera en Buenos Aires o en las ciudades del interior– se usaban como refugios temporarios para las niñas cuyos padres no podían ocuparse de ellas. Este proceso, sin embargo, demandaba más que un mero lugar de depósito. Los bebés abandonados y los chicos de la calle no tenían la protección de sus familias. Como no se conocían sus verdaderos orígenes, se presumía que pertenecían a las clases bajas y se los destinada a las tareas más serviles. Cuando estos niños eran capturados en redadas, se los enviaba ante los Defensores de Menores, hombres de la alta sociedad encargados por el municipio del cuidado de los niños desamparados. Y era entonces cuandode sufamilias desprotección social se confirmaba, se los ubicaba en hogares extrañas a ellos, o en la cárcelpues de mujeres –o en la penitenciaría, si eran varones–. En resumen, su entrada en la cárcel confirmaba la desaprobación que su presencia en los espacios públicos
25 ENCIERROS Y SUJECIONES suscitaba en la sociedad. Del mismo modo, salir de la cárcel significaba ubicarlos en un hogar ajeno, en el que ingresaban como trabajadores, no como niños bajo custodia. En ese nuevo hogar no tenían padres, sólo empleadores. No tenían parientes y no recibían herencia alguna. Al parecer, el proyecto técnico subyacente al encarcelamiento de las niñas menesterosas consistía en crear un rito de pasaje que les asignaba una nueva identidad, la cual estigmatizaba los orígenes y confirmaba los limitados derechos de las niñas dentro de sus familias adoptivas. Hubo algunos proyectos tendientes a rehabilitarlas, pero sólo mancharon la reputación de las niñas inocentes al asociarlas con el mundo del crimen y el deshonor. Los niños y las niñas de la calle alteraban el sentido de orden social de Buenos Aires. Existían en un estado liminar, protegidos dentro del hogar y acusados de crímenes en los lugares públicos. Frecuentemente, esto se convertía en una profecía que se autocumplía. Era evidente que sus padres, si los tenían, los habían abandonado moral y materialmente. Los niños eran más temidos que las niñas, porque se los tomaba como potenciales criminales o anarquistas. Se presuponía que las niñas serían prostitutas. Algunos observadores de la época decían que esos niños eran zonas tenebrosas en medio del paisaje urbano. Para los políticos, los niños vagabundos eran delincuentes juveniles y había que encarcelarlos. En agosto de 1892, el presidente Carlos Pellegrini sostuvo que los pillos callejeros, especialmente los varones, eran criminales en potencia, y sugirió que se construyera una cárcel dedicada sólo a jóvenes delincuentes masculinos. Hacía notar que los edificios existentes estaban superpoblados de adultos y niños, y dado “el número creciente de niños culpables de pequeños delitos enviados allí a diario por los Defensores de Menores y los jueces”, serían siempre insuficientes. Lo que el Presidente no decía es que muchos de estos niños habían sido arrestados porque no tenían hogar.5 Los diputados autorizaron fondos especiales para construir un edificio especial para niños delincuentes: el reformatorio de Marcos Paz, que se inauguró en 1903, pero vacilaban en proveer instalaciones similares para niñas sin hogar o delincuentes. Tampoco desafiaron la autoridad de las órdenes de religiosas a cargo de las cárceles de mujeres.
La Casa Correccional de Mujeres
monjas deseaban rehabilitar a las Esto niñasrequería delincuentes pora medio de laLas educación y las labores domésticas. separar las niñas de las delincuentes adultas y mantenerlas fuera de las calles en un marco institucional donde pudieran ser educadas. Como no estaban en
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condiciones de brindarles esto, las monjas se limitaron a proveerlas de una educación elemental y organizarles talleres. Pero tanto las niñas como las adultas permanecían prisioneras por lapsos breves, por lo cual toda esperanza de rehabilitación era ilusoria. En sus informes anuales, las monjas sostenían la necesidad de transformar las cárceles en otro tipo de instituciones, donde niñas y adultas fueran alojadas en instalaciones separadas y pudieran quedarse durante períodos largos. Como lo señala Lila Caimari,6 la historia de los primeros años de la Casa Correccional de Buenos Aires o Asilo Correccional de Mujeres es difícil de reconstruir. Desde 1873 hasta 1888, las religiosas habían dirigido el Asilo del Buen Pastor, una cárcel controlada por la Sociedad de Beneficencia –formada por señoras de la alta sociedad, que, subsidiadas por el Estado, se encargaban de proveer hospitales, colegios y varios asilos para mujeres y niños– y la Casa de Ejercicios, un convento dedicado a la rehabilitación de mujeres delincuentes. Las niñas eran enviadas al Buen Pastor si se las consideraba incorregibles; en caso contrario, 7
ibanEn a la Casamomento de Ejercicios. algún durante la década de 1870, el Asilo del Buen Pastor se mudó a la vieja penitenciaría. Este edificio era un monasterio construido srcinalmente por los jesuitas en 1735; después los betlemi-
El estigma de la pobreza marcaba de manera perenne a los niños y niñas abandonados.
El “día de los niños pobres” en los jardines del Palacio Miró, 1909. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.
27 ENCIERROS Y SUJECIONES tas tomaron a su cargo el edificio hasta que en 1822 fue expropiado y convertido en el Hospicio de Locos. Después del gobierno de Rosas, se usó como cuartel para los soldados y en 1860 se convirtió en cárcel de hombres.8 Cuando la Casa Correccional de Mujeres comenzó a funcionar con las religiosas de la orden del Buen Pastor –alrededor de 1890–, la mayoría de las niñas bajo su cuidado habían sido enviadas a los Defensores de Menores. Oficialmente, sus edades iban de los cinco a los veinte años, pero hay evidencias de que varios bebés acompañaron a sus madres (además, los investigadores ponían en duda los datos estadísticos sobre las edades). Las niñas permanecían allí solamente hasta que se las ubicara en hogares adoptivos y, de acuerdo con el Código Civil argentino, los niños recibían un salario acorde con su edad y obligaciones laborales.9 La Cárcel de Mujeres de Buenos Aires se inauguró oficialmente en 1892. Durante los primeros años, los arreglos elementales de pintura y remodelación hicieron habitable el edificio. Más tarde, se lo amplió. Para 1906, cuando se llevó a cabo el primer censo nacional carcelario, el edificio tenía capacidad para cien adultos y ciento cincuenta menores; se dictaban clases de primer y segundo grado de la escuela primaria para mujeres analfabetas y niños, y había talleres de lavado y costura.10 Después, en la cárcel se dictaron clases hasta cuarto grado. La cantidad de niñas que pasaban por la Casa Correccional variaba enormemente. En 1889, por ejemplo, hubo 466 detenciones y la mayor parte de las internadas salió ese mismo año. En 1892, 694 estuvieron detenidas allí, y en 1893 hubo 317. La gran mayoría eran enviadas por órdenes judiciales o por uno de los tres defensores. Esta tendencia continuó, ya que la cantidad de menores se elevó a 1138 en 1911 y tuvo su pico máximo en 1917, con 1874 admisiones. De ahí en más, hasta mediados de la década de 1920, la cantidad decreció, aunque sólo en 1922 fue inferior a 1400. En cambio, las prisioneras adultas raramente excedían las 400 hasta la década de 1930, y la tendencia era que se mantuviera una población media de entre 200 y 300. 11 A los defensores, al igual que a la policía, no les atraía la idea de enviar niñas de corta edad a la Casa Correccional de Mujeres. El 7 de mayo de 1901, el defensor José M. Terrero pidió al Ministro de Justicia que intercediera ante el Ministro de Relaciones Exteriores para obligar a la Sociedad de Beneficencia a aceptar niños desamparados de seis a ocho años. La Sociedad, raramente accedía a cumplir los pedidos estructurales desin losembargo, defensores, porque esas señoras manejaban sus instituciones de acuerdo con sus propias reglas. Además, otro grupo de Buenos Aires, el Patronato de la Infancia, no podía ayudar porque sólo
NIÑAS EN LA CÁRCEL 28 contaba con escuelas diurnas. Los defensores tenían pocas alternativas de solución frente al problema.12 La población de Buenos Aires creció mucho durante este período. A medida que la ciudad crecía, muchas familias pobres se encontraron con que no sabían cómo enfrentar las presiones de la vida urbana, a pesar de que Buenos Aires ofrecía nuevas oportunidades. Para muchos niños, esto significó ser abandonados, no tener hogar y caer en la tentación de participar en actividades delictivas. En 1895, la Madre Superiora de la Casa Correccional de Mujeres escribió al presidente Uriburu ofreciendo alojar un mayor número de ni¿Más que un mero lugar de depósito? ñas de la calle. Sostenía que muchas necesitaban un hogar; pedía permi- Los bebés abandonados y los chicos de so para admitirlas simplemente porque eran pobres y para brindarles la calle no tenían la protección de sus educación.13 Los tres Defensores de Menores opinaron que esta petición familias. Como no se conocían sus infringiría el derecho de los padres a la patria potestad y además afec- verdaderos orígenes, se presumía que taría los poderes que ellos mismos ejercían.14 Por esta razón los Defen- pertenecían a las clases bajas y se los destinada a las tareas más serviles. sores quedaron a cargo de los niños de la calle. Dormitorio de un asilo del Patronato. Como los Defensores de Menores carecían de refugios donde alojar- Archivo General de la Nación, las, la mayor parte de las niñas terminaban en la Casa Correccional. Los Departamento Fotografía.
29 ENCIERROS Y SUJECIONES
Las niñas debían ser educadas en los valores cristianos, el respeto a las jerarquías y a la religión.
Asilo de niñas de San Vicente de Paúl, en Devoto, 1925. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.
bebés abandonados podían ser enviados a la Casa de Expósitos de la Sociedad de Beneficencia. A veces, niñas de menos de seis años eran aceptadas por la Sociedad en su Asilo de Huérfanas, pero siempre había escasez de vacantes. El resto de los niños que recibían debían ser enviados a trabajar, eran devueltos a sus familias o bien languidecían transitoriamente en las cárceles.15 Los Defensores de Menores tenían una tarea inmensa por realizar. En 1898 estuvieron a cargo de 1878 niños y niñas, cuyo número, en adelante, disminuyó.16 Inicialmente, pudieron restituir a casi todos a sus familias biológicas, pero hacia 1888, cuando se cerró el Asilo del Buen Pastor, la situación se agravó, y los Defensores fueron enviando cada vez más niños y niñas a las cárceles. Sin embargo, algunos mostraban mayor habilidad que otros para mantener a los niños fuera de la cárcel. En 1897, por ejemplo, el defensor Pedro de Elizalde llegó a ubicar 342 niños y niñas con sus familias –biológicas o no–, mientras que envió sólo 31 niñas a la Casa Correccional, y tres a la Casa de Ejercicios. 17 Era un éxito en un sentido y un peligro en otro: los niños ingresaban en esas casas, pero como sirvientes, lo cual conllevaba el riesgo de que, en lugar de ser protegidos, se los explotara. El riesgo al que se exponían las menores empleadas se hizo evidente en 1899 cuando el médico de la Casa Correccional de Mujeres, Abraham Zenavilla, presentó su informe a la Madre Superiora poniéndola al tanto de la situación existente entre junio y diciembre de 1899. Hacía hincapié en el hecho de que las dos dolencias más frecuentes fueran las respiratorias y las ginecológicas. Como él decía, las últimas eran más frecuentes en las niñas mayores y las causas eran el abandono y el tratamiento desconsiderado de las personas que las empleaban. Es decir, sus empleadores abusaban sexualmente de ellas.18 Para los defensores, el problema era evidente. En 1908, redactaron una carta conjunta al Ministro de Justicia sosteniendo que la situación era tan desastrosa que cuando una mujer pedía una niña como empleada doméstica, siempre se le preguntaba: “¿Tiene usted hijos varones, señora?”. Si la respuesta era afirmativa, no permitían que una niña trabajara para esa familia. Ésta era la razón por la cual querían asegurarse de que las niñas no fueran entregadas directamente a las familias por el juez o las cárceles.19 Aun cuando los Defensores evitaran mandar niñas a la cárcel, el edificio simplemente noEn tenía alojar el número deamenores que allí se enviaban. esecapacidad momento,para la superficie destinada los menores podía alojar 110, pero, a veces, las monjas eran obligadas a mantener 200 niños en ella. En junio de 1900, la Madre Superiora hizo la su-
NIÑAS EN LA CÁRCEL 30 gerencia de que las religiosas podían brindar mejores cuidados a las niñas vagabundas. Alentaba al gobierno nacional a autorizar la construcción de instalaciones separadas para las jóvenes donde éstas pudieran quedarse por lo menos tres o cuatro años; podrían, de esta manera, recibir una moderada educación y así ser útiles a familias ofreciendo servicios apropiados a su condición, tales como cocineras, mucamas o lavanderas.20 Su pedido reconocía las limitaciones de uso de las instalaciones existentes y al mismo tiempo su lenguaje reafirmaba el proyecto técnico del estigma que marcaría a las niñas pobres. Los puntos de vista de la Madre Superiora eran ocasionalmente apoyados por algunos de los defensores. En 1903, un nuevo defensor, B. Lainez, sugirió una serie de reformas. Entre otras, la transformación de la Casa Correccional de Mujeres en una escuela de comercio para mujeres adultas, con sectores para separar a las niñas delincuentes de las que sólo se alojaban allí. También pensó en una escuela para madres jóvenes que formara parte de la escuela de comercio. Pero las ideas de Lainez no fueron escuchadas y no permaneció mucho tiempo más en el “En clase de labor, las presas dan cargo.21 En ocasiones, algunos padres pedían al Estado que encarcelara a sus expansión a las múltiples prolijidades hijas porque ellos ya no podían hacerse cargo de ellas. Por medio de es- de su alma” (oración escrita en el dorso de la foto de archivo). te pedido, podían renunciar voluntariamente a sus derechos de patria po- Asilo Correccional de Mujeres. Archivo testad por un mes. Luisa Gigena de Saldazo quiso hacer esto en 1920. General de la Nación, Departamento Era tan pobre que sólo podía dar como domicilio legal la dirección del Fotografía. Defensor de Pobres. Decía Luisa que su hija Juana Isabel se aprovechaba del hecho de que su padre estaba en la provincia de Tucumán: había abandonado a su familia para hacerse prostituta. Luisa estaba tan enfurecida que la hizo encerrar por la policía y, como carecía de recursos propios, peticionó a la corte para que la mantuviera así por el lapso estipulado por la ley. Después de que varios testigos confirmaran la historia de Luisa, el juez ordenó que Juana fuera encarcelada. 22 Jueces y defensores encarcelaban niñas de muy corta edad junto a adolescentes. En 1907, por ejemplo, se encerró a 42 niñas menores de diez años, mientras 320 niñas de entre diez y quince años también se encontraban entre rejas. En total, el número de niñas de entre seis y quince años constituían más del 38 por ciento de los detenidos jóvenes. Hacia 1912, esta proporción había disminuido al 33 por ciento.23 En general, a los defensores no les gustaba que tantos niños languidecieran en las cárceles. Uno de ellos, el doctor Agustín Cabal, sugirió, en 1910, una nueva política para mantener a las niñas calles. Como muchas de ellas se negaban a permanecer en elfuera hogardedelassus empleadores, propuso que la policía tomara las impresiones digitales de todas las que estaban a su cuidado. Así, pensaba Cabal, sería más fácil
31 ENCIERROS Y SUJECIONES capturarlas, y además funcionaba como un incentivo, ya que, cuando se hicieran adultas, si en el legajo policial sólo figuraban sus impresiones digitales, podían ofrecer esto como patente de honestidad.24 Si no, terminarían en la cárcel y luego se reintegrarían a la sociedad con una nueva pero cuestionable identidad. El creciente número de niñas menores de edad y la falta de recursos empeoró las condiciones de vida dentro de la cárcel. Las monjas reclamaron más de 4000 pesos para proveer los elementos básicos para los chicos. Su pedido fue otorgado, pero éstos y otros documentos revelan que los fondos les llegaban ad hoc.25 A veces, niñas con deficiencias mentales o físicas eran alojadas junto con otras en perfectas condiciones. En 1911, el defensor Cabal envió a Gregoria Gutiérrez a la Casa Correccional, por el “crimen” de ser sordomuda. Dos años más tarde, un empleado estatal se enteró y comenzó a hacer investigaciones sobre su caso. Le informaron que la niña había ingresado a los quince años, y que el médico a cargo había determinado que era sordomuda y tenía una edad mental de tres o cuatro. A pesar de que se notificó al Instituto de Sordomudos, nada se hizo, y la niña continuó en la Casa Correccional. En este caso, ya había quedado marcada y, por lo tanto, no necesitaba reingresar en la sociedad para ser identificada.26 Durante su corta permanencia en la cárcel de mujeres, las niñas debían trabajar. Anualmente, más de mil niñas trabajaban en comercios cosiendo y como lavanderas. Sus salarios eran magros, en el mejor de los casos, porque no permanecían largo tiempo en sus trabajos, pero también porque debían pagar los materiales que usaban.27 El estallido de la Primera Guerra Mundial encontró a Buenos Aires carente de combustibles y de artículos de consumo. Los Defensores de Menores tuvieron más dificultades para ubicar a las niñas en hogares de guarda como empleadas a sueldo; el informe anual de 1914 señalaba que la crisis en curso afectaba estos proyectos. Las familias achicaban sus presupuestos; no sólo disminuían la cantidad de trabajadores a su cargo sino que bajaban los salarios. Aunque las estadísticas no lo corroboran, según los defensores, como resultado de esta situación ingresó un mayor número de niñas en la Casa Correccional. Propusieron reducir los salarios de las niñas bajo su amparo como incentivo para las familias adoptivas. Además, sugirieron que se enviara a las niñas más rebeldes a trabajar en las estancias del interior del país, práctica que se había llevado a cabo con delincuentes juveniles varones para alejarlos 28
de la ciudad. No hay constancia de que se enviaran niñas a trabajar en el campo. Si, en opinión de los defensores, las niñas o jóvenes eran cargas que debían ser separadas de la sociedad, las religiosas, en cambio, continua-
NIÑAS EN LA CÁRCEL 32 ban creyendo que ellas podían rehabilitar, aun a las más difíciles, por medio de la educación y el trabajo. En un extracto del informe anual de 1919 de la Cárcel de Mujeres, la Madre Superiora manifestaba que las niñas a su cargo eran dignas de compasión: la mayoría de ellas no podía aspirar al bienestar que deriva del conocimiento de las artes y las ciencias por la simple razón de que carecían de medios, no tenían familia ni posición social. Inevitablemente tendrían que arreglárselas por sí mismas y así deberán aprender a trabajar como obreras o sirvientas. Las religiosas querían educarlas para que vivieran vidas honestas y practicaran sus deberes cristianos.29 Una vez más, de las palabras de la Madre Superiora se desprendía su convicción de que las niñas que iban a la cárcel tenían pocos contactos sociales que pudieran brindarles otra cosa que trabajo para los carentes de educación y protección, y una vez más, no fue escuchada. En 1919, el Congreso debatió largamente sobre el problema de la delincuencia juvenil. Los defensores de los derechos de los niños siempre habían abogado por una reforma al Código Penal que introdujera una diferenciación entre crímenes de menores y crímenes de adultos y la creación de tribunales juveniles especiales basados en el modelo estadounidense pionero, elaborado en Chicago en 1899. Ya el diputado conservador Luis Agote había intentado autorizar al gobierno nacional a asumir la guarda legal de todos los delincuentes y abandonados menores
La política estatal
El Estado demoró varias décadas en dar una respuesta al problema del alojamiento y la educación de las niñas abandonadas.
Hora de recreo en el Asilo del Buen Pastor. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.
33 ENCIERROS Y SUJECIONES de diecisiete años. Para justificar su propuesta, Agote sostenía que entre 1905 y 1910, de 1312 varones que habían ingresado en las cárceles nacionales, 520 eran reincidentes. Más de mil niños trabajaban como canillitas y una cantidad aun mayor vivía en la calle, sólo para terminar uniéndose a las bandas anarquistas. Agote se oponía a tratar a los jóvenes como criminales y sugirió que se ubicara a los niños de la calle en una ampliación del reformatorio-escuela de Marcos Paz, o una filial que podría habilitarse en la antigua colonia de leprosos de la isla Martín García. Estimaba que 10.000 niños podrían ser rehabilitados en esos lugares.30 Otros proyectos continuaron con sus esfuerzos, como el presentado al Ministro de Justicia e Instrucción Pública en 1916 por Eduardo Bullrich y el doctor Roberto Gache, que auspiciaba el reemplazo del trabajo por la formación de tribunales especiales y educación obligatoria para jóvenes abandonados y delincuentes.31 En junio de 1918, Luis Agote volvió a presentar, sin éxito, su propuesta. Pero en enero del año siguiente, el presidente Hipólito Yrigoyen dio prioridad a las reformas de los derechos de los niños. El 20 de ese mes, envió al Congreso un mensaje apoyando la formación de una nueva asociación para la protección del menor, el Patronato de Menores. Ese mismo año se promulgó una versión corregida del proyecto de ley de Agote, pero no se adjudicaron fondos para financiar la nueva institución.32 En los debates, no se mencionó ni el drama de los niños pobres encarcelados sin haber cometido ningún crimen, ni las especiales circunstancias de las niñas. En 1921, una nueva reforma del Código Penal cambió las nociones sobre delincuencia juvenil vigentes desde 1880. La nueva ley disponía que los niños menores de catorce años estuvieran exentos de castigo, aunque bajo ciertas condiciones se podía remitir al delincuente a instituciones hasta que cumpliera los dieciocho años. Sin embargo, después de 1921, se anularon muchos de esos casos y los delincuentes no fueron enviados a la cárcel. Sin embargo, nuevamente estas disposiciones no al33 canzaban a los jóvenes que estaban encarcelados por no tener hogar. A pesar de que los legisladores encubrían el drama de los que no tenían hogar, un artículo de 1910 trataba específicamente el tema. Ponía de manifiesto que en toda la provincia de Buenos Aires, incluyendo la ciudad de Buenos Aires, los defensores municipales se ocupaban de los niños abandonados y sin hogar ubicándolos como sirvientes en casas de familia y señalaban la dudosa eficiencia del sistema, ya que pocos patrones cumplían convivían sus responsabilidades conciencia, con este el resultado de que los niños en la miseria y cona hambre. Si bien informe estimaba que la protección del Estado era el único medio de salvación de estos niños y niñas, no explicaba dónde debían ser alojados. 34 En
NIÑAS EN LA CÁRCEL 34
1913 se había creado el Departamento Nacional de Menores Abandonados y Encausados, para ubicar a menores, acusados y no acusados, de-
¿Por qué esconden sus rostros estas jóvenes mujeres?
Asilo San Miguel para tenidos en reformatorios o escuelas, pero los varones fueron los únicos Presas mujeresdel contraventoras. Archivo beneficiarios de esos esfuerzos. General de la Nación, Departamento Fundado en 1918, el Instituto Tutelar de Menores continuó el loable Fotografía. aunque discriminatorio esfuerzo del Departamento, centrado exclusivamente en niños condenados por crímenes.35 El resultado fue que las niñas continuaron ingresando en la Casa Correccional de Mujeres. Había varias alternativas para albergar a esos niños. La solución más costosa era la de construir instalaciones especiales para los niños delincuentes sin hogar, como lo sugerían las monjas del Buen Pastor. Otra, más económica, era la adopción legal. En la década de 1920, legistas especializados, junto con la Sociedad de Beneficencia y el Museo Social Argentino –un grupo de reformistas de la alta sociedad–, comenzaron a investigar una serie de cuestiones concernientes a los niños de la calle. Alentados por la organización de
dos congresos, uno en nacional el otroeninternacional, derechos del niño realizados Buenosy Aires 1913 y 1916,sobre comolos también por los encuentros de Montevideo en 1919, Río de Janeiro en 1922 y Santiago de Chile en 1924, los defensores de los derechos del niño publica-
35 ENCIERROS Y SUJECIONES ron varios artículos y dieron conferencias sobre el tema. Se sugirió la adopción como solución. Para cuando la adopción se legalizó en la Argentina, durante la década de 1940, era evidente que los bebés, más que 36 los jóvenes, serían los beneficiados por esta reforma legal. En 1929, Buenos Aires fue la ciudad anfitriona de la primera conferencia latinoamericana de especialistas en psiquiatría y medicina legal, dirigida por el doctor Gregorio Bermann. En ella se trató el tema de los niños delincuentes y abandonados, y los participantes sostuvieron que se los debía ayudar más que castigar, y que era el Estado el que debía asumir esa responsabilidad. Sin embargo, cuando Bermann analizó la situación de las niñas abandonadas, todo lo que pudo hacer fue reiterar lo que ya se conocía: que el único lugar para estas niñas, sobre todo las acusadas de algún delito, era la cárcel de mujeres, mientras que los varones tenían a su disposición más instalaciones estatales.37 Nada podía hacerse mientras los funcionarios del gobierno no decidieran construir instalaciones para las niñas sin hogar. En la coalición de partidos políticos que apoyó la elección del general Agustín P. Justo en 1931, muchos estaban a favor de que el Estado promoviera la asistencia a los niños. Conscientes del impacto de la Depresión en Buenos Aires, comprendían cómo afectaba esto a los niños y lo usaron como justificación para cambiar el enfoque de la política estatal hacia los menores abandonados. En 24 de enero de 1931, un decreto autorizó finalmente la creación del Patronato Nacional de Menores, dirigido por especialistas en delincuencia juvenil y autorizado a reorganizar ese aspecto del sistema de justicia. Entre los nombrados en el Patronato había prominentes especialistas en derechos de los menores que, con el apoyo de Justo, convocaron una importante conferencia para reunir a las autoridades nacionales y provinciales interesadas en la reforma de las leyes de minoridad. En setiembre de 1933 se reunió la Primera Conferencia sobre Menores Abandonados y Delincuentes, que atrajo la atención del público en general no sólo por el tema, sino también por la presencia del Presidente y su gabinete y la de los jueces de la Corte Suprema. Fue significativa también la presencia femenina, ya que concurrieron integrantes de la Sociedad de Beneficencia y las damas de la Sociedad de San Vicente de Paúl. El 28 de setiembre, durante la tercera sesión, los especialistas comenzaron a debatir sobre la rehabilitación de niñas. La diferencia entre los hizo evidente cuando se debatió orientación vocacional géneros debía sersediferente para los varones y para si laslaniñas. Algunos sostenían que ellas no debían recibir enseñanza profesional sino preparación para las tareas del hogar. Nadie los refutó.38 Además, la representante
NIÑAS EN LA CÁRCEL 36 de las damas de la Sociedad de San Vicente de Paúl reiteró el desafío especial de ayudar a las niñas encarceladas, y ofreció sus servicios, de la misma manera que lo habían hecho muchos años atrás las monjas del Buen Pastor, para ocuparse de ellas. Hicieron notar que habían aceptado niñas recomendadas por los tribunales especiales creados en 1919, y señalaron que las pocas que pudieron aceptar vivían en grupos compuestos por treinta niñas donde aprendían las tareas del hogar y el cuidado de niños, y recibían una educación básica.39 Como por año aún ingresaban muchas niñas en la Casa Correccional de Mujeres, Buenos Aires necesitaba más que unos pocos hogares modelo para resolver el problema de las niñas y jóvenes de la calle. Aun así, la unión entre el Patronato de Menores y las instituciones de caridad condujo a la formación de hogares para niñas bajo la vigilancia de los penalistas y sociólogos por sobre la de las monjas del Buen Pastor. Hasta que esta transformación se puso en práctica durante la década de 1940, la Casa Correccional de Mujeres continuó sirviendo como auxiliar de los Defensores de Menores. Para 1914, las religiosas habían conseguido, finalmente, instalar a las niñas que les enviaban los defen-
Recién en la década de 1930 las autoridades comenzaron a reconocer que el trabajo femenino en los comercios y la industria era “digno”.
Presas realizando trabajos de encuadernación. Asilo San Miguel para mujeres contraventoras, primeros años del siglo XX. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.
37 ENCIERROS Y SUJECIONES sores en un ala separada, para alivio de los defensores, siempre reacios a mezclar a los niños a su cargo con la población general de las cárceles –aunque no hicieron grandes esfuerzos para cambiar la opinión de la clase estrechamente ligada a sus pupilos–.40 En 1921, las monjas consideraban que todo funcionaba bien en la cárcel, y que sus cuidados entrenaban a niñas y mujeres en las tareas domésticas básicas. La experiencia, decían, demuestra que “la indolencia y el lujo son las causas principales de las caídas tanto de las mujeres delincuentes como de las niñas mayores de edad [...] es forzoso por lo tanto formarlas en el amor al trabajo la mayoría de [...] ellas sólo cuentan con el trabajo de sus manos que para aspirar a una vida decorosa. No se alentaba a ninguna de ellas a sobrepasar las limitaciones que su clase y género les imponían”.41 Sin embargo, para 1932, la situación económica dificultó la ubicación de las niñas como empleadas domésticas, y un número mayor de ellas fueron enviadas a la cárcel de mujeres. Por esta razón, el presidente Justo decretó que el Patronato Nacional de Menores estableciera una institución para niñas en la Casa Correccional, de manera que pudieran conseguir trabajo en la industria o el comercio. Con este propósito, se donó una propiedad del gobierno al Patronato.42 Cuando ese año la Madre Superiora presentó su informe al Ministro de Justicia, observó que la cárcel estaba abarrotada con una población diaria de 331 mujeres y niños que, algunas veces, llegó a 371. Había que reducir la población de la cárcel si los talleres se expandían en cumplimiento de las leyes nacionales. Las clases que se dictaban poco brindaban a las internadas, porque éstas se quedaban durante un lapso corto y, una vez más, la Madre Superiora reclamaba la construcción de un colegio pupilo separado.43 Al año siguiente, se quejaba de que la población adulta de la cárcel había aumentado aun más, y pedía fondos para incorporar más religiosas.44 No se mencionaba a las menores en la cárcel, ni hubo ninguna mención posterior directa, a pesar de que había referencias a las presas madres o detenidas que cuidaban de sus bebés.45 La época de encarcelar a las menores había pasado. La desaparición de este sistema presagiaba el debilitamiento de la institución de los Defensores de Menores. Reemplazado por el Patronato de Menores y por el sistema de hogares institucionales para las menores sin hogar, había mucho menos necesidad de que estos señores de la alta sociedad se ocuparan de las menores. Para entonces, ya había un incipiente diferenciaba a los de delincuentes jóvenes de los Estado adultos Benefactor, y no ubicabaque menores en hogares extraños. Estos niños continuaron portando su estigma social, pero desde un nivel informal (el de sus familias o sus potenciales empleadores) y ya no dentro del
NIÑAS EN LA CÁRCEL 38 esquema oficial institucional. Las monjas del Buen Pastor habían estado acertadas al abogar por la necesidad de tratar a estos menores de manera diferente y de asegurarles educación, pero no tomaron parte alguna en el proceso de esa transformación. La historia de las niñas en la cárcel muestra las distintas maneras en que la criminalidad real o potencial de mujeres y niñas se percibía en Buenos Aires. Si eran visibles dentro del paisaje urbano, se las consideraba criminales en potencia, y particularmente peligrosas si trabajaban en lugares públicos. A diferencia de los hombres, su lugar de regeneración era el hogar, no el lugar de trabajo. Recién con el decreto presidencial de 1932 los funcionarios señalaron que era apropiado y honesto para las mujeres trabajar en el comercio y la industria. Significativamente, este mensaje coincidió con el enorme crecimiento de la industria textil en la Argentina en la década de 1920, la cual requirió a gran número de mujeres. De hecho, durante ese período las mujeres se colocaban en la industria con mayor facilidad que sus pares masculinos, y aun cuando algunos intelectuales, como el economista Alejandro E. Bunge, se preocupaban por la capacidad reproductora de las obreras y de las mujeres argentinas, en general, los funcionarios del gobierno todavía admitían la demanda de trabajadoras industriales.46 Las jóvenes pobres, educadas y solteras podían servir a la nación tanto en el trabajo como en el hogar. El drama de los huérfanos y el de los niños de la calle continuó obsesionando a los funcionarios públicos. El trágico terremoto de San Juan en 1944 renovó los pedidos para que se promulgaran leyes de adopción. También reunió a Juan y a Eva Perón. Para cuando ellos se casaron, ella ya había comenzado su búsqueda de un poder extraoficial actuando como agente entre los niños pobres y el Estado. La renovada importancia de grupos como la Sociedad de Beneficencia y las damas de San Vicente de Paúl, a cargo de las instituciones para los niños pobres, presagió un gran choque entre clase social y poder político, entre la alta sociedad y Evita. En ese momento, ya la imagen de los niños pobres se había transformado en un peón político en una lucha de clases que condujo a eliminar estigmas sociales relacionados con clase, estatus de los padres y nivel de legitimidad. Lamentablemente, estos esfuerzos políticos no terminaron con la presencia niños de según la callelosenaltibajos las ciudades Sueconómicas visibilidad aumentó ode disminuyó de lasargentinas. condiciones y sociales. El desmantelamiento del peronismo durante la década de 1950 eliminó muchas instituciones para niños pobres mantenidas por el
Conclusiones
La “otra cara” de la reclusión forzosa.
Puerta de celda en el Asilo del Buen Pastor. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.
39 ENCIERROS Y SUJECIONES Estado, sin remplazarlas con otras alternativas, y surgieron algunas organizaciones privadas para llenar el vacío. La historia de las técnicas carcelarias para resolver este problema, entre 1880 y 1940, constituye un importante segmento de una más extensa historia de los niños de la calle en la Argentina.
NIÑAS EN LA CÁRCEL 40 Notas
1
Alberto Martínez, Censo general de la población, edificación, comercio e industrias de la ciudad de Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1910, vol. III, págs. 418-9.
2
Foucault, Michel, Discipline and Punish; The Birth of the Prison, trad. Alan Sheridan, Vintage Books, Nueva York, 1979, pág. 257.
3
Policía de Buenos Aires, Memoria, 1913-14, págs. 13-4.
4
Ibídem, 1915-16, pág.18.
5
de Sesiones República Cámaradedehuérfanos Diputados, , 1º de en agosto de 1892, pág. Argentina, 524. La presencia entreDiario estos niños se reconoció una sesión posterior, el 16 de setiembre, a pesar de que no hubo sugerencias que mejoraran la situación. Ibídem, pág. 918.
6
Lila M. Caimari, “Whose Criminals are These? Church, State, and Patronatos and the Rehabilitation of Female Convicts (Buenos Aires, 1890-1940)”, The Americas 54:2 (octubre 1997):185-208.
7
República Argentina, Ministerio de Just icia e Ins trucción Pública, Memorias, Informe de los Defensores de Menores, 1886, 1:65.
8
Martínez, Censo general..., ob. cit., ibídem.
9
Es evidente que los niños no tenían obligación de trabajar. República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memorias, 1903 T. De acuerdo con el informe anual del Defensor de la Zona Sud, las embarazadas menores de edad eran enviadas con frecuencia a la Casa Correccional. Después de haber dado a luz, volvían con sus bebés a la cárcel. Sin embargo, no hay mención de que en la Cárcel de Mujeres se hayan alojado bebés. En el informe anual de 1909, el defensor Carlos Miranda Naón declaraba que había 24 niños y 31 niñas a su cuidado en la Casa Correccional.
10 República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Resultados generales del Primer Censo Carcelario de la República Argentina, Talleres Gráficos de la Penitenciaría Nacional, Buenos Aires, 1909, págs. 94-5. 11 Municipalidad de Buenos Aires, Anuario estadístico de la Ciudad de Buenos Aires, 1897, págs. 265 y 509; 1903, pág. 275; 1915-1923, pág. 250. 12 Archivo General de la Nación [AGN], Fondo Ministerio de Justicia e Instrucción Pública [Fondo MJeIP], MJeIP, División Expedientes Generales, letra D, legajo 106, Carta del defensor José M. Terrero, 7 de mayo de 1901. El Patronato de la Infancia fue creado por el intendente Bollini en 1892. Con frecuencia recibía fondos de los recursos públicos, pero se autoconsideraba una institución privada dirigida por señores de la alta sociedad. 13 AGN, Fondo MJeIP, letra C, División Expedientes Generales, legajo 38, 1895, expdte. 308, foja 1, 21 de mayo de 1895, Madre Superiora al presidente J. E. Uriburu.
14 Ibídem, foja 2, respuesta de los defensores a través del Departamento de Justicia, 4 de febrero de 1896. 15 Había otros orfanatos de caridad en Buenos Aires, pero con frecuencia cobraban por las clases en sus colegios y además estaban, en su mayor parte, destinados a los varones.
41 ENCIERROS Y SUJECIONES 16 República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memoria, Informes de los Defensores de Menores, 1886, 1:69, 72; 1889, 1:131, 136; 1899, págs. 120, 141. 17 AGN, Fondo MJeIP, División Expedientes Generales, letra D, legajo 106, 2 de ab ril de 1898, Informe anual del Defensor de Menores Pedro de Elizalde. 18 AGN, Fondo MJeIP, División Expedientes Generales, letra C, 1900, legajo 46, Carta del doctor Abraham Zenavilla a la Madre Superiora, 20 de marzo 20 de 1900. 19 AGN, Fondo MJeIP, División Expedientes Generales, letra D, 1908, legajo 110, Carta de los Defensores Figueroa, De Elizalde y Cabal, 25 de febrero de 1908. 20 AGN, Fondo MJeIP, División de Expedientes Generales, letra C, legajo 47, expdte. 314, Carta de la Madre Superiora, 4 de junio de 1900. 21 República Argentina, Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Memoria, 1904, tomo I, págs. 134-5. 22 AGN, División del Poder Judicial, Fondo de Tribunales Civiles, letra G, 1920, Gigena de Saldazo, sobre reclusión de su hija menor Juana Isabel, fojas 1-5, 23 de agosto de 1920 al 1° de setiembre de 1920. El juez ordenó que Juana fuera admitida en el Asilo del Buen Pastor. 23 Municipalidad de Buenos Aires, Anuario Estadístico de la Ciudad de Buenos Aires, 1906; 1907; 1912. 24 República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memoria, 1911, pág. 130. 25 AGN, Fondo MJeIP, División Expedientes Gen erales, letra A, 1910, legajo 11, expdte. 46, Asilo Correcional de Mujeres, 12 de abril de 1910. 26 AGN, ibídem, legajo 14, expdte. 194, Respuesta de la Casa Correccional de Mujeres a la indagación del Subsecretario, 9 de setiembre de 1913. 27 AGN, ibídem, legajo 16, expdte. 40, Asilo Correccional de Mujeres. Cuadros del movimiento habido durante 1913. 28 República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memoria, 1914, tomo I, pág. 365. La práctica de enviar niños a trabajar en las estancias databa de 1906. No hay evidencia, sin embargo, de que se enviaran niñas a trabajar allí. 29 República Argentina, Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Memoria, 1920, pág. 413. 30 República Argentina, Congreso Nacional, Cámara de Diputados, Diario de Sesiones, 1910, tomo I, 8 de agosto de 1910, págs. 909-10. 31 Eduardo Bullrich, Asistencia social de menores, Jesús Méndez, Buenos Aires, 1919, págs. 300-407. 32 República Argentina, Congreso Nacional, Cámara de Diputados, Diario de Sesiones, 1918, tomo I, 3 de junio de 1918, pág. 262; 1919, tomo V, 10 de enero de 1919, pág. 214. 33 República Argentina, Ministro de Justicia e Instrucción Pública, La Prevención de la Delincuencia Juvenil en el Campo de la Legislación y el Trabajo Social en la Argentina. Una Encuesta ordenada por el Dr. Antonio Sagarna, Secretario de Justicia
NIÑAS EN LA CÁRCEL 42 e Instrucción Pública en ocasión del Primer Congreso del Niño de Ginebra, agosto 24-28, 1925, Cía. General de Fósforos, Buenos Aires, 1925, pág. 4.
34 La Prensa, 10/8/1910, pág. 12. 35 Véanse los informes de estas instituciones en la República Argentina, Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Memoria, 1916, 1:35-37, 279-82; 1918, 1:1549; 1920, 1:267-75; 1923, 1:299-305; 1926, 1:232-5. 36 Guy, Donna J., “Congresos Panamericanos del Niño 1916-1942; Pan Americanismo, Reforma de Protección Infantil y Asistencia Social en América Latina”, Journal of Family History, 23:3 (Julio 1998):171-191. 37 Bermann, Gregorio, “Direcciones para el estudio de menores abandonados y delincuentes”, Actas de la Primera Conferencia Latino-americana de Neurología, Psiquiatría y Medicina Legal, 3 vols., Imprenta de la Universidad, Buenos Aires, 1929), tomo III, págs. 317-23; 334-5. 38 Patronato Nacional de Menores , Primera Conferencia Nacional sobre Infancia Abandonada y Delincuente, Imprenta Colonia Hogar “Ricardo Gutiérrez”, Buenos Aires, 1933, págs. 138-9. 39 Ibídem, págs. 140-2. 40 República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memoria, tomo I, pág. 365. 41 Ibídem, 1921, Informe de la Madre Superiora, 1:500-1. 42 Decreto del 28 de diciembre de 1932, ibídem, 1932, 1:333. 43 Informe de la Madre Superiora al Ministro de Justicia e Instrucción Pública Dr. Manuel M. de Yriondo, 13 de marzo de 1933, ibídem, 1:334-5. 44 Informe de la Madre Superiora, 7 de febrero de 1934, ibídem, 1:464-5. 45 Informe de la Madre Superiora, sin fecha, ibídem, 1937, 1:530. 46 Alejandro E. Bunge, “Nuevas normas sociales”, cap. 17 de Una nueva Argentina, Kraft, Buenos Aires, 1940, págs. 410-7.
Conflictos con la jerarquía eclesiástica Las dominicas de Tucumán* Pablo Hernández Sofía Brizuela
La Congregación de las Hermanas Terciarias Dominicas del Santísimo Nombre de Jesús presenta ciertas singularidades. Fue fundada en Tucumán en 1887 por mujeres de la elite cuyas redes de sociabilidad les permitieron entablar desde una posición de poder su relación con la jerarquía eclesiástica. Las dificultosas relaciones entre esta comunidad dominica y el vicario local se encuadran dentro de patrones de conflicto que históricamente entablaron la jerarquía eclesiástica y las congregaciones religiosas femeninas. Desde sus comienzos, la vida religiosa femenina fue objeto de regulaciones por parte de la jerarquía eclesiástica, que intentó recluirla en un espacio cerrado, separado del contacto con el mundo cotidiano. Las monjas tenían que estar encerradas entre las paredes de su monasterio para salvaguardar su virginidad y evitar los peligros, las tentaciones y los escándalos.1 El aislamiento debía garantizar la pureza y la “no contaminación”, y reforzaba el lugar de subordinación que tanto en la Iglesia católica como en la sociedad civil ocupaban las mujeres. Ese lugar se fundamentaba en una concepción esencialista que consideraba al “sexo femenino” naturalmente incapacitado para realizar tareas y ocupar roles vinculados con el ejercicio del poder. La vida religiosa femenina evolu-
Transformaciones de la vida religiosa femenina
A partir de la intervención de la congregación, las pautas de sociabilidad se ajustaron estrictamente a las previstas en los cánones; las religiosas debieron someterse al nuevo ordenamiento, ante el riesgo de la desaparición del instituto.
* El presente trabajo se realizó en el marco del programa de investigación “Transformaciones sociales en la larga duración. Siglos XIX y XX” de la Universidad Nacional de Tucumán, dirigido por Daniel E. A. Campi.
Monjas alineadas en el claustro. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.
45 ENCIERROS Y SUJECIONES cionó en sentido contrario de la masculina; mientras los monjes se acercaron cada vez más a la sociedad, las monjas fueron excluidas de la actividad apostólica y confinadas al ámbito de la clausura. Así se explica que en la estructura de las órdenes mendicantes fundadas en el siglo XIII, cuya característica distintiva fue su inserción y estrecho contacto con la sociedad, las mujeres conservaran su condición de “separadas del mundo”. La Iglesia, por medio de sucesivas bulas y constituciones, fue acotando y delimitando al ámbito de lo privado el rol de las mujeres consagradas: debían permanecer alejadas del espacio público y de la acción directa sobre éste, es decir, no podían realizar obras ni difundir la “palabra de Cristo”. El ámbito de lo privado en clave católica es el monasterio, el convento; según la tradición medieval, la monja no era una “mujer-sinmarido” sino una “mujer-desposada-con-Cristo”, su lugar estaba donde estuviera su esposo, y Cristo siempre estaba en su “casa”: la clausura. Sin embargo, estas reglamentaciones y restricciones no pudieron impedir el surgimiento de numerosas congregaciones de vida apostólica femenina que se esforzaron por mantenerse fieles a sus propuestas de trabajar en el terreno asistencial mediante una evangelización directa. La jerarquía eclesiástica las combatió duramente, ya que sus objetivos desafiaban la clausura impuesta por la Iglesia. En su mayoría fueron obligadas a realizar votos solemnes y sometidas a la “clausura papal”, que les exigía un estricto encerramiento; las que se resistieron fueron relegadas y sus integrantes dejaron de ser consideradasverdaderas religiosas. En este sentido, el siglo XIX constituyó un punto de inflexión importante para las mujeres que pugnaban por integrarse al cuerpo de la Iglesia mediante una opción que combinaba la vida de oración y la de apostolado. La secularización y el avance del liberalismo exigieron a la Iglesia decimonónica que replanteara su rol y su inserción en la sociedad. En esta coyuntura, implementará una nueva política centrando sus esfuerzos en agentes capaces de producir una transformación en el nivel de las “mentalidades”. Las mujeres, tradicionalmente ausentes de la vida pública, se convertirán, desde la célula doméstica, en los nexos indiscutidos entre lo secular y lo sagrado. En ese marco de resignificación del lugar de la mujer católica, adquirió singular protagonismo el tratamiento de la religiosidad femenina destinada a confirmar su función moralizadora y a promover su nuevo rol “evangelizador”. La incorporación de las mujeres como nuevas protagonistas en la vida activa de la Iglesia las convertirá en un elemento clave para el proyecto de recuperación de fieles perdidos el avance del secularismo. Las mujeres serán las encargadas de formarpor a los nuevos prosélitos a partir de los valores de “orden” y “moralidad” establecidos por la jerarquía. “El alma femenina, distinta y complementaria de
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 46 la masculina, se convierte para la Iglesia de la restauración –dice Michela de Georgio– en una reserva de recursos civilizadores y posibilidades de conversión”.2 En la esfera de la vida religiosa, esta política se reflejó en la fundación masiva de nuevas congregaciones, caracterizadas por la apertura hacia terrenos más comprometidos con la realidad social. A la tradicional opción por una vida de clausura y oración se sumó la posibilidad de “consagrarse a Cristo” abocándose a tareas estrictamente seculares como la atención de enfermos, la educación y la crianza de huérfanos. Y con la aceptación de la jerarquía eclesiástica, que a partir de la segunda mitad del siglo XIX legitimó este tipo de instituciones –tan combatidas durante los siglos anteriores– mediante la validación de los votos simples, que se elevaban a la categoría jurídica dereligiosos. Así, estas asociaciones se incorporaron a la estructura de la Iglesia combinando la vida de oración y apostolado o “vida activa”. Los votos simples obligaban a una clausura menos estricta, pues las actividades derivadas de los objetivos de estas congregaciones así lo exigían.
Doctor en filosofía y teología e inscripto en el catolicismo social europeo, Ángel María Boisdron tenía un importante predicamento en el conjunto de la sociedad tucumana. Su sólida formación y su capacidad para gestar relaciones sociales con personas destacadas de la elite lo convertían en una alternativa dentro de la conservadora Iglesia tucumana. Boisdron en el noviciado. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.
47 ENCIERROS Y SUJECIONES Los efectos de esta política se materializaron a partir de la década de 1870 con la incorporación masiva de religiosas y la proliferación de 3 la congregaciones femeninas de vida “activa” en el continente europeo, expansión de filiales en el resto del mundo cristiano y la fundación de nuevas congregaciones locales. La Argentina no estuvo ajena a este fenómeno: entre 1870 y 1890 ingresaron institutos religiosos femeninos de srcen europeo y se fundaron en el país decenas de congregaciones femeninas.4
Elite y religiosidad
Tucumán formaba parte de la diócesis de Salta, una de las más antiguas del país y de marcada tradición conservadora. Contaba con la presencia de las órdenes dominica y franciscana desde el tiempo de la Colonia, lo que le reportaba mayor prestigio, puesto que dichas comunidades se habían configurado como centros de difusión y ordenamiento de la religiosidad. En este sentido, fue significativa la formación de numerosas hermandades que congregaban especialmente a las mujeres de la elite; se trataba de asociaciones de fieles que se reunían bajo una advocación y cuyo principal objetivo era estimular la devoción. Eran ámbitos de práctica religiosa regulada, que adoptaban actividades afines a las caritativas, destinadas a asistir a los sectores populares. Las actividades benéficas en Tucumán se canalizaban especialmente a través de dos instituciones, la “Sociedad de Beneficencia” y la “Sociedad San Vicente de Paúl”, que a pesar de poseer una impronta secular eran básicamente de signo religioso. Estas asociaciones devotas y caritativas estructuraron un sistema de sociabilidad que integraba a los miembros de la elite y se proyectaban a un espacio público fuertemente impregnado por la cultura católica. Las ceremonias sacramentales, las exequias, misas de acción de gracias y conmemoraciones contaban con la presencia y el auspicio de prominentes miembros de la clase política. Incluso ceremonias de carácter cívico, como las fechas patrias, incluían rituales religiosos, manifestando el ejercicio de la catolicidad en ese espacio. En este contexto se destacaban por la sistematización de las prácticas las “damas” tucumanas. La generalización de la dirección espiritual o “guía de almas” y la adopción de un confesor que asumía en forma integral la regulación de la vida espiritual y material de la creyente sugieren la vigorosa devoción de las mujeres tucumanas. Elmina Paz de Gallo, por ejemplo, le pidió a su confesor un “reglamento de vida”, 5 un instructivo que pautaba minuciosamente organización de diaria tiempo de su dirigida. Fue significativa en lalaconfiguración estadel geografía católica la influencia del dominico francés Ángel María Boisdron. Esta catolicidad, predominante en la esfera femenina, no se mani-
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 48 festaba homogénea ni uniforme con respecto a los hombres. Sin embargo, podemos afirmar que la religiosidad masculina se caracterizaba por una amplia participación de las ceremonias y obras destinadas a la promoción del culto católico, pero su compromiso con la institución se reducía al plano de lo retórico y con un alto componente de sociabilidad. La activa participación de la elite tucumana en el proceso de construcción del Estado liberal no les implicaba renegar de su catolicidad; la tradicional “antinomia” liberal-católico –enfatizada por la historiografía– no se ajustaba al clima ideológico de la provincia. El diario El Orden, de marcada tendencia liberal, delimitaba los alcances de esta supuesta oposición: “...una cosa es el catolicismo y otra cosa el clericalismo o ultramontanismo... Tucumán es católico pero no clerical, creyente pero nunca ultramontano”.6 La epidemia de cólera que afectó a Tucumán en 1886 fue la coyuntura en la que convergieron las esferas de lo liberal y lo católico, lo laico y lo religioso, para enfrentar la reconstrucción del tejido social desarticulado por la enfermedad. Tucumán no contaba con la infraestructura adecuada para afrontar la magnitud del flagelo y ante estas circunstancias los diferentes sectores de la sociedad tucumana se movilizaron para controlar los estragos de la epidemia. El Estado provincial recibió los aportes de distintas instituciones laicas y religiosas de la ciudad como la “Cruz Roja”, la “Sociedad de Beneficencia”, la “Asociación San Vicente de Paúl”, etc. Surgieron nuevos nucleamientos, como la agrupación de “Damas Josefinas” y la “Sociedad Protectora de Huérfanos y Desvalidos”, creada por el gobierno para controlar el cumplimiento de las medidas sanitarias. También colaboraron en las tareas un grupo de religiosos –que se hicieron cargo de la atención de los lazaretos instalados para atender a las víctimas–, y algunos particulares como Elmina Paz de Gallo, quien, respaldada por el fraile Boisdron, se hizo cargo de los huérfanos. Elmina Paz dio inicio a su obra transformando su vivienda en asilo. Los miembros de la elite tucumana reaccionaron de diversas maneras. Hubo quienes consideraban que tal desempeño era indigno de una mujer de su clase; tradicionalmente, las obras caritativas no contemplaban la ejecución directa de las tareas, menos aún el contacto personal con enfermos en situaciones de riesgo como la que planteaba la epidemia. Pero la resolución de Elmina Paz de hacerse cargo de la atención de los huérfanos despertó también la admiración y adhesión de un sector importante de la sociedad. Un grupo de tareas mujeres dó la iniciativa, incorporándose a las deljóvenes asilo. de la elite secunEn pocos meses, este emprendimiento tomó tal magnitud que superó las previsiones planteadas al inicio de la obra; la casa ya no daba
Elmina Paz pertenecía a una tradicional familia de la provincia. Se había casado con Napoleón Gallo, político e industrial azucarero de linaje santiagueño y marcada tendencia liberal. Ese enlace estaba encuadrado en los patrones clásicos de la época que vinculaban a hombres liberales con mujeres de ferviente catolicidad. El matrimonio sólo tuvo una hija, que murió a los tres años de edad. En 1876 Elmina conoció a Boisdron, quien se convirtió en su confesor y director espiritual; en este sentido, se podría afirmar que Elmina Paz de Gallo respondía plenamente al ideal mariano de mujer. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.
49 ENCIERROS Y SUJECIONES Calle 24 de Septiembre, arteria principal de la ciudad de Tucumán. Allí se hallaba la casa donde Elmina Paz de Gallo recibió a los primeros huérfanos. Posteriormente, una cuadra más adelante se edificó la primitiva casa del Colegio Santa Rosa. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.
abasto, por lo que Elmina Paz decidió comprar un terreno y construir un edificio adecuado para los fines que se proponía. Para la realización de esta obra contó con numerosos donativos de miembros de la elite local, de la Iglesia y los Estados provincial y nacional, en gran parte gestionados por su hermano Benjamín Paz. La creación de este asilo en los primeros meses de 1887 constituyó el primer paso para la fundación de la Congregación Dominica.
Las dominicas de Tucumán
Menos de seis meses después de fundado el Asilo de Huérfanos, se solicitaron los permisos eclesiásticos ante el obispado de Salta para fundar la congregación y el 17 de junio de 1887 comenzó el período de prueba y formación de doce postulantes bajo la dirección de Boisdron, en la misma casa en que se asilaban los huérfanos. El 15 de enero de 1888 realizaron los primeros votos, que revestían carácter temporal, y tres años más tarde, los votos perpetuos. El raudo viraje de la actividad caritativo-asistencial a la opción conventual es, por lo menos, sugerente; los documentos de la Congregación lo presentan como un único proceso. Sin embargo, esta versión sobre los orígenes pareciera ser una construcción posterior puesto que la prensa de la época menciona la intención del grupo de dejar el orfanato en manos de unas monjas dominicas residentes en Montevideo.7 La particularidad vuelco religioso singular evidente, más aúnensi una tenemos en cuentadel que la decisión noessólo incluíay la incorporación institución regular, sino también la creación de la misma. Los documentos de la congregación demuestran que la figura de Boisdron desempeñó un rol
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 50 fundamental en la decisión y orientación de la opción. Sin embargo, resultaría una simplificación otorgar todo el peso de la decisión al accionar del fraile dominico. La personalidad de Elmina Paz reunía rasgos semejantes a la de otras mujeres que en este período asumieron empresas semejantes, estimuladas por el movimiento de espiritualidad que caracterizó al siglo XIX. El binomio “confesor-mujer piadosa” era un patrón de asociación recurrente en la historia de las congregaciones femeninas. Siguiendo este modelo, Boisdron fue reconocido como cofundador de la congregación y además se lo designó director espiritual. Elmina Paz ocupó el cargo de Superiora; las demás funciones a desempeñar fueron establecidas de acuerdo con la edad, el prestigio y la capacidad de las religiosas, destinándose para las hermanas de coro las de mayor importancia y para las de obediencia las referidas a la atención de las tareas de la casa. En los vienticuatro años siguientes a su fundación, la congregación había ampliado considerablemente sus servicios a la comunidad y contaba con seis casas filiales distribuidas en distintos puntos del país. Su actividad caritativo-asistencial se había diversificado; a la crianza de huérfanas habían sumado la educación de niñas,tanto humildes como de la elite. Para que una comunidad pudiera incorporarse a la vida de la Iglesia, era fundamental que se determinase la normativa a la cual se sometería, acorde con la misión que se proponía. En el caso de las congrega-
Normas de la vida conventual
Al principio, las monjas recibieron tanto varones como mujeres; luego, por disposición del obispo, sólo se encargaron de las huérfanas, que recibían educación e instrucción en las labores “femeninas”. Huérfanas cardando lana con sus manos. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.
51 ENCIERROS Y SUJECIONES ciones, esta ley se plasmaba en las constituciones, que regulaban todo lo concerniente a la vida, la organización, el gobierno y los rituales a los que las religiosas debían someterse, obligando a su cumplimiento en las disposiciones establecidas por la jerarquía; la desobediencia se consideraba pecado grave o leve según la materia. Las transgresiones consideradas menores eran las referidas a las ordenanzas propias de la congregación. De esta manera, las constituciones se ajustaban a los cánones establecidos por la jerarquía y reproducían el verticalismo y los principios de autoridad y obediencia que vertebraban la estructura institucional de la Iglesia. Conforme al modelo jerárquico, la clase social definía la incorporación de las aspirantes básicamente en dos categorías: religiosa de coro y religiosa de obediencia. La primera estaba reservada a las mujeres que reunían las condiciones de hijas legítimas, familias decentes, raza blanca y buena educación e instrucción; en la segunda categoría eran admitidas las mujeres virtuosas y pías con aptitudes físicas y morales que pudieran ser útiles a la comunidad, aun cuando pertenecieran a las “clases” de indias, negras y mulatas. La dote era uno de los elementos jerárquicos más importantes, puesto que definía las funciones que podrían desempeñar en la comunidad. La eximición de este pago en las legas les significaba “dedicarse con mayor humildad al trabajo constante y molesto que les corresponde”.8 La vida en el convento reproducía, con características propias, la representación de la estructura social. La jerarquización y la subordinación femenina se evidenciaban en las prescripciones y obligaciones propias de la vida religiosa. La confesión, uno de los mecanismos de control más importantes para la Iglesia católica, revestía especial sentido en la vida regular, por lo que el nombramiento del confesor era de absoluta competencia del obispo; la frecuencia de esta obligación era semanal. Otra práctica obligatoria era el “Capítulo de Culpas”, que consistía en la autoacusación pública por las faltas exteriores y manifiestas contra la observancia regular. La priora era quien debía presidirlo y determinar la penitencia de acuerdo con la envergadura de la falta. Esta obligación disciplinaria, en cierto sentido complementaria de la confesión, refirmaba la autoridad de la priora; también reforzaba el ejercicio de la obediencia y de la sumisión por cuanto las inobservancias debían ser reconocidas personalmente y en presencia de las pares.
Clausura, autoridad y control
La clausura se definía como “el espacio vital que facilita la realización de un estilo de vida caracterizado por el corte radical con el mundo exterior”.9 La monja era esposa de Cristo y el lugar donde se desa-
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 52
rrollaba esta unión debía garantizar una absoluta exclusividad; el convento era el ámbito propicio. En el caso de las congregaciones de votos simples, dada la misión asistencial que las convocaba, la relación conel mundo era inevitable, pero bajo ningún punto de vista se las dispensaba del rigor del aislamiento y la observancia de la clausura. Si bien ésta era menos rigurosa, las salidas debían ser las estrictamente necesarias, y la vida en el interior del convento debía respetar el clima de silencio necesario para no perturbar el recogimiento y el orden propios de la vida consagrada a Dios. El “espíritu de clausura” significaba la ruptura de todo vínculo profano, incluso el trato con los familiares directos. Las salidas y ausencias temporarias debían estar justificadas por motivos de extrema gravedad y/o necesidad, y siempre sometidas al discernimiento de la autoridad prioral. Mandaba también evitar todo contacto o conversación superfluos, especialmente con el sexo opuesto, al punto de que tenían prohibido mirar directamente a los ojos de un hombre.10 Los únicos autorizados el terreno cerradoloseran los obispos y, eventualmente, parapara casostraspasar de urgencias o gravedad, clérigos. En consecuencia, la relación con el mundo exterior estaba intermediada por mecanismos de control y espacios de transición o espacios filtro. Todo lo que provenía
La opción conventual que obligaba a respetar la castidad, la obediencia y la pobreza representaba para las a un religiosas de coro la renuncia conjunto de comportamientos, costumbres y valores que estructuraban su identidad. Descartando el aspecto espiritual, el convento no ofrecía a las mujeres de la elite beneficios diferentes de los que su propia clase les otorgaba. Para las hermanas de obediencia, en cambio, el convento representaba una opción muy atractiva, pues les ofrecía la posibilidad de una vida más holgada y cierto prestigio social. Grupo de fundadoras con Boisdron. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.
53 ENCIERROS Y SUJECIONES A la tarea de la atención de huérfanos y huérfanas se sumó la educación de niñas humildes y también de la elite. En este sentido, el Colegio Santa Rosa, destinado a la educación de niñas de las principales familias tucumanas, fue fundado para sostener el resto de las obras de la congregación. Formación de niñas. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.
del exterior, incluso la correspondencia privada, era estrictamente fiscalizado por la priora. El ejercicio de la autoridad y el control del cumplimiento de las normas en la estructura jerárquica, vertical y masculina de la Iglesia admitía como única contrapartida válida la obediencia irrestricta de las religiosas. En el caso de las congregaciones femeninas, el obispo, representante directo del Papa en su jurisdicción, tenía atribuciones de carácter tanto espiritual como temporal, participaba de la selección y aprobación de las postulantes y del minucioso control de todos los asuntos referentes al gobierno y a la vida de la congregación. Esta relación de autoridad-sometimiento se reproducía en las estructuras internas de la congregación, en las que la representante de la jerarquía era una mujer. Máxima autoridad de la institución, la priora debía hacer cumplir todo lo que exigían las leyes; el resto de las religiosas estab sometido a su supremacía por el voto de obediencia. Por debajo de la superiora no todas eran iguales: además de las evidentes diferencias entre las hermanas de coro y las de obediencia, las diversas funciones otorgaban un rango diferente a quienes las ocupaban, ya que constituían espacios de poder.
Comportamientos y conflictos con la jerarquía eclesiástica
Las disfunciones entre lasdenormas prescriptas por la Iglesia y los comportamientos cotidianos las dominicas generaron una relación conflictiva con el prelado diocesano, la que en reiterados episodios adquirió un sesgo de rebelión y enfrentamiento con la autoridad. Las ten-
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 54 siones se generaron en las obligaciones de la vida de observancia en una congregación con fuertes patrones de sociabilidad a la manera de la elite. La historia de las dominicas tucumanas se desarrolló desde sus comienzos en circunstancias reñidas con las disposiciones canónicas. Por ejemplo, el hecho de que Boisdron actuara como maestro de novicias representaba una irregularidad importante, y en el pedido de aprobación pontificia (1909) esta información fue alterada, al consignarse que las primeras enseñanzas las habían recibido de unas hermanas dominicas que se habían trasladado desde Montevideo. A pesar de estas circunstancias y quizá sopesando la importancia que revestía la fundación de una congregación para la Iglesia local, Ignacio Colombres, vicario foráneo de Tucumán, escribía al vicario capitular de la diócesis de Salta, Pablo Padilla y Bárcena, avalando el pedido de autorización para la instalación de las Terciarias Dominicas: “El plantel no puede ser más precioso, porque todas ellas son niñas ya formadas y pertenecientes a las primeras familias del País [...] tienen ya un terreno adecuado y el plano consiguiente para el edificio que debe construirse con este objeto”.11 A pesar de la condescendencia de los comienzos, las primeras tensiones no tardaron en hacerse presentes. En mayo de 1888, con motivo de enviar las constituciones para su aprobación, el mismo vicario foráneo que un año antes respaldaba la institución, escribía al obispo expresándole su descontento, advirtiéndole que en las constituciones había encontrado “algunas contradicciones que pueden traer conflictos al Prelado, siendo invadida su jurisdicción en algunos casos”12 y poniendo en duda la viabilidad de la misión que se proponían dadas las exigencias propias de las “religiosas claustradas”. Esta advertencia contenía el germen de un conflicto recurrente; el clero secular y el regular se habían enfrentado históricamente por problemas jurisdiccionales; las órdenes regulares se resistían a perder su autonomía y someterse al poder y autoridad de los obispos. Si bien en este caso la sujeción de la nueva congregación a la jerarquía diocesana no se discutía, la presencia e influencia de Boisdron –clérigo regular– socavaba abiertamente la autoridad del vicario, representante del obispo en Tucumán. Colombres reiteró su opinión en otros escritos en los que se quejaba de la poca intervención que tenía como representante episcopal en las actividades de la congregación y denunciaba los “abusos” cometidos por las hermanas y por Boisdron. Asimismo afirmaba que el fraile dominico participaba de manera “impropia” en la vida de la comunidad presidiendo todos losa actos culto,yhasta “Capítulo Culpas”, incluso auto13 rizándolas “salirdel cuando dondeel quieran sindemotivos justificados”. Evidentemente, la presencia de Boisdron constituía un obstáculo insalvable para la imposición de la autoridad episcopal en la comunidad. Estos
Portada de las Constituciones de la Congregación de Hermanas Dominicas del Santísimo Nombre de Jesús. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.
55 ENCIERROS Y SUJECIONES
El convento de las dominicas contaba con los espacios comunes a todos los conventos de la época, y con una estructura espacial que resolvía el aislamiento necesario para la vida religiosa. La clausura constituía el espacio vital que facilitaba un estilo de vida caracterizado por el corte radical con el mundo exterior; era el “huerto cerrado donde el Esposo se encuentra con la esposa”. Claustro del convento. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.
conflictos parecieran ser los que inspiraron a las autoridades dominicas a decidir el traslado del fraile a Suiza en 1890. Sin embargo, el alejamiento del dominico no modificó los términos en que se planteaba su relación con la comunidad; desde Europa continuaba marcando el rumbo de la institución.14 Las dominicas mantuvieron altos niveles de sociabilidad, conforme a la concepción atenuada que el director tenía de la vida de observancia, quien aconsejaba: “Deben nuestras hijas [...] alimentarse bien, con las comidas humildes del convento, hacer ejercicio corporal en las tareas de la casa o con algunas salidas a pasear para las que tienen menos ocasión de ejercitarse y más necesidad de distraerse”.15 Estos comportamientos eran vistos como “relajados” por el vicario capitular y lo llevaron a poner en duda la capacidad de la comunidad de autogobernarse. Tampoco faltaron actitudes que, aunque eran sensatas, no resultaban menos “insolentes”, a juicio del obispo, como negarse a firmar la solicitud de aprobación pontificia de la congregación en otro idioma que no fuera el castellano, por parecerles “poco racional el hacer firmar a personas lo escrito en un idioma que ignoran”. 16 La disfunción entre las normas y la práctica continuó siendo motivo de dificultades y malestares. En el fondo, se trataba de dos visiones diferentes de la vida religiosa: mientras la jerarquía diocesana exigía una rígida disciplina amparada en los cánones vigentes y consideraba como “relajación” todos los comportamientos que no se ajustaban a lo previsto, las dominicas proponían una disciplina más flexible. Boisdron las justificaba, entendiendo que algunas circunstancias merecían especial atención. En una carta a las dominicas explicitaba su visión: “Nuestro Señor [...] hasta cierto punto se acomoda a las debilidades. Así vemos que San Francisco de Sales fundó una Orden mucho más suave que otras que existían [...] Yo miro así nuestra pequeña fundación de Tucumán”.17 Los problemas se agravaron a partir de 1911 con la muerte de la fundadora, quien por su prestigio social y autoridad dentro de la institución actuaba como moderadora y garante de las relaciones, tanto entre las religiosas como en el vínculo con la jerarquía. A las “inobservancias regulares” se sumaron los reñidos conflictos de poder en el interior del convento surgidos a raíz de la elección de la sucesora. En una carta dirigida a las religiosas en 1912, Boisdron expresaba: “Todas las cosas que veo en medio son desconsoladoras y no sé a dónde irán a parar. La observancia claudica por todas partes. En lugar lo queevitar desapruebo es el modo de tratarse las hermanas unasprimer a otras. Se debe de reprender una superiora a otra superiora ante las demás religiosas; y una hermana a otra hermana ante personas seglares, personas asiladas y personas de
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afuera de la Comunidad. [...] Yo juzgo que [...] el procedimiento algo estricto [de la priora] proviene de los abusos que ha habido antes, y que quiere remediarlos”. El conflicto interno por la sucesión había transformado sustancialmente las relaciones dentro de la comunidad; la desestructuración del sistema jerárquico de mandos relajaba la observancia, pues la obediencia indiscutida de las religiosas sostenía la autoridad de la priora. En este contexto de anarquía resultaba imposible controlar el cumplimiento de las normas y evitar la relajación de los comportamientos. Boisdron señalaba: “Que la clausura sea estricta y de monjas, o menos estricta, media clausura de algunas instituciones religiosas, es clausura, se entiende privación de recibir o hacer visitas como dicen las Constituciones; y si las cosas son dudosas que se pueda o no se pueda la autoridad superior resuelve [...] el alejamiento y destrucción de las pre18 venciones que desgraciadamente se ha formado en los espíritus [...]”. Esta crisis interna se convirtió en la piedra de toque de la autoridad diocesana para justificar su censura a la Congregación. En 1913, fundándose en las graves situaciones afectaban a la institución, el obispo de Tucumán solicitó la primeraque “visita canónica”; en esta oportunidad, Boisdron, por sus influencias, consiguió la designación pontificia como “visitador apostólico” para la comunidad tucumana. Esto redun-
A pesar de la vida de clausura prevista en las Constituciones, las dominicas conservaban los altos niveles de sociabilidad establecidos con anterioridad a su ingreso en el convento, lo que se convirtió en un motivo permanente de tensiones con la jerarquía diocesana. Grupo de monjas con una mujer de la elite, a la salida de la iglesia de Santo Domingo. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.
57 ENCIERROS Y SUJECIONES daba en beneficio de las dominicas, ya que evitaban de esta forma la intervención de otro prelado que seguramente no hubiera actuado con la misma “benevolencia” y “comprensión”. En el Auto de Clausura de esta visita, el dominico recomendaba la observancia más estricta de las prescripciones relacionadas con el espíritu de clausura: las visitas, las salidas, el silencio; y hacía especial hincapié en evitar la división, el maltrato y maledicencia. Asimismo exhortaba a las hermanas a confesarse con el prelado designado por el obispo, y a evitar el artilugio de hacerlo en otras iglesias de la ciudad con otros sacerdotes; les recomendaba también no pernoctar en casas que no fueran de la comunidad, ni tomar vacaciones en fincas o quintas de familiares. Termina su consejo recomendado la observancia del “espíritu profundo de caridad sobrenatural [que] destruirá los resentimientos, antipatías, inculpaciones y miserables rencillas de nuestro corazón, deshará y prevendrá los partidos [...] para reinar el orden, la paz, la perfección”. 19 Con posterioridad a 1914, es escasa la información con la que se cuenta; sin embargo, resulta importante señalar dos sucesos que gravitaron en el destino de la congregación; por un lado, en 1921 moría Padilla y Bárcena, quien había ocupado la sede episcopal desde los tiempos de la fundación. La llegada del obispo Piedrabuena significó un nuevo desafío para las dominicas, en tanto les exigía replantear sus códigos de relación con la autoridad. Por otro lado, en 1924 moría Boisdron, quien había actuado como sostén y protector de la comunidad poniendo al servicio de ésta todo su prestigio, autoridad e influencias. La ausencia del dominico representó para la comunidad una nueva situación de desamparo, exposición, vulnerabilidad, ante la jerarquía eclesiástica. A pesar de que en este período las crónicas de la congregación no registran conflictos con las autoridades eclesiásticas y tampoco existen documentos en el Archivo del Obispado en este sentido, se puede inferir que la conducta de las religiosas no se había modificado sustancialmente, puesto que en 1925 se solicita una nueva visita apostólica, y el Auto de Clausura de la misma, fechado en 1926,20 recomienda tener en cuenta los consejos dados por Boisdron en la visita de 1914. En 1928, una tercera visita canónica reiteraba minuciosamente todos los comportamientos que atentaban contra la vida religiosa; les ordenaba una serie de cambios y ajustes referentes a la organización y atención de los asilos y escuelas, y les prohibía severamente las relaciones con el mundo exterior, que debían restringirse a lo estrictamente necesario, “máxime [en con] los parientes no comprendidos en lasy el Constitucio21 Evidentemente, nes”.relación la no observancia de la clausura alto grado de sociabilidad de las religiosas continuaba siendo el problema más importante. Si bien la displicencia en el respeto a las normas se agravaba
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 58 por las reiteradas advertencias y recomendaciones realizadas, el punto más álgido de la visita fue el argumento esgrimido por las religiosas para justificar sus frecuentes salidas y el trato libre con el mundo: “no somos monjas”. Esta afirmación que no sólo desconocía las Reglas, sino que además desafiaba a la autoridad, escandalizó al Visitador y se convirtió en una clara sentencia de censura y desaprobación hacia todas las comunidades de la congregación que “posponiendo la modestia religiosa y el recogimiento interior, revelan un espíritu relajado”.22 Las consecuencias se hicieron sentir un año más tarde, cuando se intervino la congregación, con la consiguiente reestructuración y recambio de autoridades ordenada desde Roma. Este acontecimiento marcó profundamente la organización posterior de la vida conventual; los criterios de disciplinamiento aplicados desde entonces señalaron una ruptura con la dinámica fundacional. Las pautas de convivencia y sociabilidad se ajustaron estrictamente a las previstas en los cánones, y las religiosas debieron someterse al nuevo ordenamiento ante el riesgo de la desaparición del instituto. La rigidez de las generaciones posteriores re-
La concepción Ángel Boisdron transmitía de laque observancia regular permitía el esparcimiento necesario para sostener un estilo de vida marcado por las renuncias y sacrificios propios de la vida religiosa. Grupo de monjas en el jardín. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.
59 ENCIERROS Y SUJECIONES flejó la internalización de estos cambios a partir de los cuales la opción por la vida religiosa implicó fundamentalmente la opción por una vida de clausura y de obediencia.
Conclusiones
Aparentemente incompatible con las prácticas de la vida regular, la sociabilidad de las religiosas se mantuvo, favorecida por la pertenencia de muchas de ellas a la elite. Dicha ubicación social les permitió constituirse en base del sustento económico de la Congregación. Miembros de la elite y religiosas firmando el acta de donación de un terreno. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.
Si bien el siglo XIX representó una “evolución” en el tratamiento de la vida religiosa femenina, ésta no se correspondió con una revisión profunda de los fundamentos de la clausura ni, lógicamente, con un replanteo de la condición de las mujeres. Las religiosas siguieron ocupando un lugar periférico en la Iglesia, sin acceder a los espacios clave de la estructura clerical, puesto que los lugares de poder siguieron estando reservados a los hombres. A pesar de estas contradicciones, que srcinaron múltiples conflictos, la nueva opción representó en la práctica una importante apertura, puesto que posibilitó a las mujeres el acceso al espacio público retaceado incluso en la sociedad civil. La congregación de las dominicas tucumanas surgió inmersa en este proceso de reestructuración como resultado de la revitalización de las devociones femeninas y la urgencia de cubrir espacios y necesidades para los que el Estado no poseía medios específicos. La pertenencia a influyentes redes parentales en las que se sustanciaban la preeminencia social y el poder político-económico de la época signó la peculiaridad de la institución en tanto reflejó, desde sus orígenes, a este sector social en su sociabilidad y sus códigos de relación. Para un grupo de “damas” tucumanas, la fundación de la congregación significó la posibilidad de canalizar su fervor religioso, ingresar directamente en el espacio asisten-
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 60 cial y convertirse en un nuevo sector activo para la sociedad. Esta incursión se operó a partir de la incorporación en una institución jerárquica y patriarcal como la Iglesia, en la que lo previsto para las mujeres seguía siendo la renuncia, el aislamiento y la sumisión. Paradójicamente, el encierro voluntario posibilitó a las mujeres de la elite el ejercicio de cuotas de poder, prerrogativa propia de su clase pero no de su género. Los comportamientos de las dominicas eran pragmáticos en su metodología y eficaces en sus resultados, pero a los ojos de la jerarquía estaban colmados de inobservancias a las reglas y a los votos a los que las religiosas debían someterse. El haber traspasado los límites tuvo como consecuencia severas medidas disciplinarias aplicadas por la autoridad episcopal para reencauzar la institución de acuerdo con su interpretación de las normas. La confrontación con la autoridad las ubicó en una posición no usual en el comportamiento femenino. Estos conflictos expresaban las contradicciones internas de una Iglesia que en la práctica había transformado sustancialmente la función y el significado de la opción religiosa, pero que se resistía a modificar los principios estructurantes de la vida conventual femenina. Sin embargo, ni los conflictos con la jerarquía ni las sanciones impidieron que las dominicas se rebelaran contra la autoridad; la respuesta “no somos monjas” significó un agravio inaceptable para la Iglesia, pues expresaba la rebeldía tanto contra el principio fundante de la institución –el sistema de jerarquía, obediencia y sumisión– como contra la marginación que simbolizaba la clausura. En este sentido, el convento fue resignificado como espacio de realización personal y reivindicación genérica, a pesar de los rígidos marcos pautados por la Iglesia y la sociedad finisecular tucumana.
61 ENCIERROS Y SUJECIONES Notas
1
Cfr. Álvarez Gómez, Jesús, Historia de la vida religiosa, Publicaciones Claretianas, Madrid, 1990.
2
De Georgio, Michela, “El modelo católico”, en: Duby, George y Perrot, Michelle (dirs.), Historia de las mujeres, Taurus, Madrid, 1994, pág. 184.
3
Según Schatz, hasta 1880 su rgieron sólo en Francia unas 400 nuevas congregaciones femeninas. Schatz, Klaus, Historia de la Iglesia contemporánea, Herder, Barcelona.
4
Entre otras: las Escl avas del Sagrado Corazón (1872); las Concepcionistas (1877); las Franciscanas Misioneras (1878); las Terciarias Franciscanas de la Caridad (1880); las Pobres Bonaerenses de San José (1880); las Adoratrices del Santísimo Sacramento (1885); las Dominicas de San José (1886); las Dominicas Tucumanas (1888); las Hermanas de San Antonio (1889). Mignone, Emilio, “De las invasiones inglesas a la generación del 80”, en 500 años de cristianismo en la Argentina , Centro Nueva Tierra, CEHILA, Buenos Aires, 1992, pág. 169.
5
“Reglamento de vida”, Archivo de la Congregación de Hermanas Dominicas (en adelante, ACHD).
6
Archivo Histórico de la Provincia de Tucumán (en adelante, AHT)-El Orden,
7
“[Elmina Paz de Ga llo] Ahora se prop one construir un edificio adecuado cuya dirección entregará a las Hermanas de la Caridad, que desde ya ha solicitado a Montevideo para entregarle el cuidado de los huérfanos...”, AHT- El Orden, 8/2/1887.
8
Constitución de las Hermanas Dominicas de Tucumán(en adelante CHDT), pág. 20.
9
Sánchez Hernández, María Leticia, “Las variedades de la ex periencia religiosa en
8/11/1884.
los siglosdeXVI y XVII”, Arenal. Revista Historia versidad Granada, enero-junio de 1998,depág. 83. de Mujeres, vol. 5, n° 1, Uni10 La exclusión de lo masculino de la esfera conventual adquirió su máxima expresión en la prohibición impuesta por el obispo de aceptar huérfanos varones. Esto determinó la dedicación posterior a la aceptación exclusiva de mujeres en el asilo, aunque en algunos casos se valieron de la ayuda de organizaciones seglares que no discriminaban el sexo para el servicio asistencial. 11 Archivo del Obispado de Tucumán (en adelante, AOT), carta de Ignacio Colombres al Vicario Capitular de la Diócesis de Salta, Pablo Padilla y Bárcena, 1887. 12 AOT, carta de Ignacio Colombres al obispo Buenabentura y Rizo Patrón, 23/5/1888. 13 AOT, carta de Ignacio Colombres al obispo Buenabentura y Rizo Patrón, 21/8/1888. 14 Durante la estadía de Boisdron en Suiza, la correspondencia con las hermanas dominicas tenía una frecuencia quincenal. Esto, sumado al contenido de las cartas, evidencia que Boisdron seguía guiando las conductas de la comunidad aun desde Europa. ACHD, cartas del P. Boisdron a la fundadora y a las hermanas, 1890-1894.
15 “Hay que atender seriamente este punto sin vana escrupulosidad, siendo cierto que para las personas que no están llamadas a seguir vías extraordinarias (y Dios nos libre de las que se creen así llamadas) una buena salud es la base necesaria del traba-
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 62 jo y de la espiritualidad bien entendida”, ACHD, carta de Boisdron a la fundadora, Friburgo, 1891. 16 Según la Norma Pontificia nº 4, los documentos debían presentarse a la S. Congregación en una de las siguientes lenguas: latina, italiana o francesa. AOT, carta dirigida al obispo de Tucumán por la fundadora, 18/6/1909. 17 ACHD, carta de Boisdron a la fundadora, Suiza, 16/11/1890. 18 ACHD, carta de Boisdron, 14/8/1912. 19 ACHD, Visita Canónica, Buenos Aires, 1914. 20 AOT, Auto de Visita Canónica, Tucumán, 1926.. 21 ACHD, Visita Canónica, Tucumán, 4/10/1928. 22 Ibídem.
El encierro en los campos de concentración Victoria Álvarez
El análisis de las formas simbólicas de violentamiento, de imposición de sentidos, cobra especial énfasis en la historia de las mujeres. Sus cuerpos, sufrimientos, gozos, proyectos y acciones han intentado responder a los mandatos de religiosos y científicos que les han dicho cómo son, de qué enferman, cómo sienten, qué desean. Hasta tal punto, que sus vidas y subjetividades parecieran dar razón a tales discursos cuando en realidad son su consecuencia y no su causa. 1 “La violencia a las mujeres –sostiene Marcela Lagarde– es una constante en la sociedad y en la cultura patriarcales. Y lo es, a pesar de ser valorada y normada como algo malo e indebido, a partir del principio dogmático de la debilidad intrínseca de las mujeres, y del correspondiente papel de protección y tutelaje de quienes poseen como atributos naturales de su poder, la fuerza y la agresividad.”2 La violencia hacia las mujeres es un supuesto de la relación genérica patriarcal previo a las relaciones que establecen los particulares; las formas que adquiere son relativas al ámbito en que acontece. En este sentido, la violencia que se ejerció contra las mujeres detenidas en los campos de concentración a cargo de la más cruenta dictadura militar argentina excede los límites imaginables.
Si bien cada campo de concentración tuvo sus características especiales, la Escuela de Mecánica de la Armada fue el que dio más que hablar. Uno de sus rasgos característicos fue la “maternidad” improvisada en el campo, adonde iban a dar a luz no sólo las detenidas por el Grupo de Tareas de la Armada sino también embarazadas secuestradas por otras fuerzas.
El campo de concentración se impuso como parte de la metodología represiva institucional a partir del 24 de marzo de 1976, cuando una junta militar compuesta por el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea derrocó al gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón.
El campo de concentración
Collage de León Ferrari: fachada de la Escuela de Mecánica de la Armada sobre un detalle del Juicio Final del Bosco.
65 ENCIERROS Y SUJECIONES Fue en este contexto donde se erigió el centro clandestino de detención (CCD) como instrumento privilegiado mediante el cual se llevó a cabo la lucha contra la “subversión”, entendida en sentido lo suficientemente amplio como para incluir no sólo a jóvenes militantes revolucionarios, activistas políticos y sindicales de izquierda, sino a todo tipo de expresión disidente. El campo de concentración-exterminio es un lugar de reclusión de prisioneros de guerra o adversarios políticos. Correlato institucional de la “desaparición” de personas, a partir de 1976 “se convirtió –dice Pilar Calveiro– en la modalidad represiva del poder, ejecutada de manera directa desde las instituciones militares [...] Los campos de concentración fueron el dispositivo ideado para concretar la política de exterminio. La política concentracionaria como concepción pertenece a un universo binario que separa amigos de enemigos; el campo de concentración, como el cuartel o el psiquiátrico, son instituciones totales, también de carácter binario. Su objetivo es constituir un universo cerrado que ‘normaliza’ a las personas internadas en ellas, y funcionan a partir de dos grandes grupos: los internos, que se someten al proceso de transformación o cura, y el personal, responsable de producir esa mutación”.3 Las Fuerzas Armadas y de Seguridad encararon institucionalmente la lucha contra la “subversión”. “La metodología concentracionaria fue la modalidad represiva del Estado, no un hecho aislado, no un exceso de grupos fuera de control, sino una tecnología represiva adoptada racional y centralizadamente.”4 Entre 1976 y 1982 funcionaron trescientos cuarenta CCD en todo el país. En algunos casos, eran dependencias que ya funcionaban como sitios de detención. En otros, eran locales civiles, dependencias policiales y asentamientos de las Fuerzas Armadas acondicionados para funcionar como CCD, bajo la autoridad militar con jurisdicción en cada área. En realidad, la aniquilación de la subversión y la utilización de los campos de concentración comenzó mucho antes de la dictadura y partió de la derecha del peronismo. Ya en 1973 comenzó a funcionar la Alianza Anticomunista Argentina o Triple A (AAA), fuerza paramilitar dirigida por el ministro de Bienestar Social, José López Rega. Muerto el presidente Juan Domingo Perón en 1974, el accionar de la Triple A se incrementó, estimulada la pugna interna en el peronismo por sucederlo. Comenzó entonces la práctica de desaparición de personas. Hasta hoy no se sabe con certeza la cantidad de desaparecidos: la Comisión Nacional sobre la Desaparición Personas recibió denuncias, pero Amnesty International estimadeque hubo entre 10 8960 y 15 mil desaparecidos, y la Asociación Madres de Plaza de Mayo calcula que llegaron a 30 mil. Según las cifras de la Comisión Nacional sobre la De-
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 66 saparición de Personas, Conadep, alrededor del 90 por ciento de las personas desaparecidas fueron asesinadas. El 30 por ciento de ellas fueron mujeres, el 10 por ciento de las cuales estaban embarazadas. ¿Quiénes eran las mujeres secuestradas en los campos de exterminio? En general, las dictaduras militares latinoamericanas persiguieron a militantes políticas, activistas sindicales o revolucionarias y a las parejas, madres, hijas o familiares de militantes varones.5 A cada prisionera vendada, esposada y encapuchada se le asignaba un número y su nombre quedaba en el olvido. En el CCD “El Vesubio”, por ejemplo, la “M” que precedía al número significaba “montonera” y no sólo correspondía a las militantes de esa agrupación política sino que abarcaba hasta el último simpatizante de la Juventud Peronista. La “E” se reservaba para los activistas del Ejército Revolucionario del Pueblo y otros grupos de izquierda.6 Con ese número las llamaban para ir al baño, para torturarlas o para “trasladarlas” (eufemismo con que los represores disfrazaban la ejecución sumaria de prisioneros). Esta práctica despojaba a las cautivas de su identidad, y además impedía que su nombre trascendiera al exterior.
La tortura
A los militares les agradaba poner nombres fastuosos a sus campos de concentración. Ésta es la fachada de “El Olimpo”, ubicado en el barrio de Floresta, entre las calles Olivera, Ramón Falcón, Lacarra y Fernández. Junto a la puerta por donde salían los prisioneros para el “traslado”, había una imagen de la Virgen. Otros vieron una cruz esvástica en papel pintado. Gentileza de Roberto Pera.
67 ENCIERROS Y SUJECIONES Una vez en el campo, las secuestradas eran casi inmediatamente llevadas al “quirófano”, para que “confesaran la verdad” mediante la tortura. Pero la situación de tortura no se reducía a ese momento. Muchos sobrevivientes recuerdan toda la estancia en el campo, e incluso la vigilancia que soportaban cuando abandonaban el encierro, como un suplicio permanente. La tortura era un eje central de la metodología represiva, porque realimentaba la posibilidad de aumentar los secuestros hasta acabar con el “enemigo”. A tal efecto, podía aplicarse irrestricta, repetida e ilimitadamente, aunque a veces el interrogador torturaba sin hacer ninguna pregunta. “La idea –explica Daniel Eduardo Fernández– era despojar a la víctima de toda resistencia psicológica, hasta dejarla a merced del torturador y obtener así cualquier tipo de respuesta, aunque fuera la más absurda.”7 ¿Qué significaba para el represor la confesión del torturado? “Detrás de la brutal escena de la confesión, lo que se puede leer es la voluntad de destruir la identidad del sujeto capturado, donde la confesión no es más que un síntoma de la pulverización de su identidad.”8 “La dictadura operó con un terror mucho más grande del que era necesario, dentro de su lógica –sostiene Graciela Daleo, ex detenida-desaparecida en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA)–. En términos de economía represiva, no hacía falta matar a tantos, ejercer un poder tan terrible para desarticular lo que existía en ese momento. Era necesario hacer más para que perdurara en el futuro. Tuvieron que ejercer una gran cuota de horror y humillación. La humillación es la clave donde está la siembra para el futuro. No sólo es necesario matar a los combatientes y matarlos de más, sino matarlos en el marco de una hu9 millación terrible, para que aquellos que queden vivos los sirvan.” La humillación hacia los prisioneros y prisioneras era permanente. Y a la que se “merecían” las detenidas por “subversivas”, se agregaba el castigo por ser mujeres, por haber desconocido la esencia femenina que habría debido mantenerlas en casa, alejadas de toda actividad políticomilitar. Si bien el régimen fue sumamente cruel con hombres y mujeres, la política concentracionaria exacerbó la violencia de género. En “El Vesubio”, sentaban a la mujer desnuda en una mesa en un cuarto oscuro, con un reflector que le apuntaba a la cara, cegándola. “Y escuchabas las voces, no te dejaban moverte, te tocaban y se reían”, rememora Susana Reyes. “El momento erafiesta una humillación. No sóloTenías por la desnudez. Llegabasdelalbaño bañotambién y era una para los guardias. que soportar que te dijeran ‘metete más los deditos...’ y si no te los metías, ligabas un bife. No tenías con qué estar cuando menstruabas. Era
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 68 un incordio ser mujer. La mujer despertaba más sadismo, les encantaba agredirnos.” La violación sexual fue otra forma de tortura. Había un especial ensañamiento con los genitales de detenidas y detenidos. A veces se daba a la prisionera a “elegir” entre la violación y la picana. Por sobre todo, la violación sexual constituyó un acto de afirmación del poder masculino de los militares sobre las mujeres. Desde el más alto jefe del campo hasta el último conscripto, pasando por todos los custodios e interrogadores, todos se sintieron con derecho a disponer de las secuestradas como esclavas sexuales. Si bien es cierto que hubo hombres violados, no lo fueron en el grado de sistematización y generalidad en que lo vivieron las mujeres. Y violar a un hombre constituía la afirmación del poder masculino sobre varones “feminizados” y por ende violables y degradados. Aunque la violación siempre se explicó apelando a la fuerza física superior de los hombres, existen formas de violación en las cuales la fuerza física no interviene. Cualquier violación en un campo de concentración es un ejemplo, porque supone que la víctima ya está reducida por el terror; su vida y su muerte ya están en manos del violador. “Así”, escribe Marcela Lagarde, “la fuerza gira en torno al atemorizamiento y a la humillación de la víctima, recalca las diferencias jerárquicas entre los géneros, y simboliza el sometimiento de la mujer al poder (físico) político del hombre [...] Si la fuerza física y la violencia no son indispensables, el núcleo constitutivo de la violación es el poder, al cual remite simbólicamente la fuerza. El concepto cultural para expresar a trasmano, para ocultar al poder, es la fuerza [...] El poder económico, social, cultural, es decir, el poder político de los hombres es convertido, mediante operaciones ideológicas, en poder físico”.10
Las mujeres entraban al campo vendadas, encapuchadas y esposadas, en el baúl o en el asiento trasero de un Ford Falcon. La pérdida de la noción de tiempo y espacio era inmediata, aunque luego se recuperaba lentamente. No son pocos los testimonios que hablan del abuso sexual durante ese trayecto. Escena de la película Garage Olimpo.
69 ENCIERROS Y SUJECIONES Los represores no necesitaban de su fuerza corporal para violar a las detenidas, como lo demuestra la declaración de una mujer a la Conadep: “Luego de rodar por una zona de tierra, detuvo el motor. Me dijo que tenía orden de matarme, me hizo palpar las armas que llevaba en la guantera del coche, y me propuso salvarme la vida si, a cambio, admitía tener relaciones sexuales con él. Accedí a su propuesta, considerando la posibilidad de salvar mi vida y de que se me quitase la venda de los ojos. Condujo hasta un albergue transitorio, me indicó que él se estaba jugando, y que si yo hacía algo sospechoso me mataría. Mantuvimos la relación exigida bajo amenaza de muerte con la cual me sentí y considero violada, y me llevó a casa de mis suegros”.11 En el campo de concentración, las mujeres se encuentran solas ante el poder absoluto de un hombre sobre ellas. En una institución total, los individuos se encuentran solos y a merced del poder, inermes y en absoluta desigualdad. El aislamiento es muy difícil de romper. Era común que los violadores se justificaran frente a otros militares alegando que la víctima era una “guerrillera”. Una joven estudiante secuestrada a los 14 años declaró a la Conadep que, después de violarla, su torturador se excusó ante otro guardia argumentando que “era peligrosa porque había colocado bombas y tirado panfletos”.12 D. N. C. fue detenida en la Superintendencia de Seguridad Federal. Abusaron de ella sucesivamente sus secuestradores, el médico que dijo revisarla y un custodio. “El domingo siguiente esa misma persona, estando de guardia, se me acercó y pidiéndome disculpas me dijo que era
un ‘cabecita negra’ que quería estar con una mujer rubia y que no sabía que yo no era guerrillera. Al entrar esa persona el día de la violación me dijo: ‘si no te quedás quieta, te mando a la máquina’ y me puso la bota en la cara profiriendo amenazas. A la mañana siguiente cuando sirvieron mate cocido esa misma persona me acercó azúcar diciéndome: ‘por los servicios prestados’. Durante esa misma mañana ingresó otro hombre a la celda gritando, dando órdenes: ‘párese, sáquese la ropa’, empujándome contra la pared y volviéndome a violar... El domingo por la noche, el hombre que me había violado estuvo de guardia obligándome a jugar a las cartas con él y esa misma noche volvió a ingresar a la celda violándome por segunda vez.”13
La maternidad en cautiverio
“En nada beneficiaba ser mujer, ni estar embarazada”, concluye Susana Reyes, quevioladas fue secuestrada a los A cinco meses se de llevaban su embarazo. mujeres fueron y sometidas. la Jefatura chicas“Las para cocinar, servir y vivir con ellos. Tenían que dormir con ellos, se maquillaban y a veces las sacaban del campo. Como mujer tenías más co-
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 70 sas por las que sufrir. A Rosita, que estaba embarazada de ocho meses, le hicieron cesárea y la “trasladaron” sin siquiera decirle lo que había tenido. Había un tipo que me decía: ‘ése va a ser para mí’. Y me traía comida para que me cuidara, porque mi hijo iba a ser suyo. Tuvieron que poner a Graciela Moreno en mi cucha porque yo me dejaba morir. Ella era amorosa, trataba de levantarme el ánimo. Tenía tres hijos, había sido violada y estaba embarazada de su violador. Ver a las madres así es muy duro. Esta chica no apareció más. ”Un día –continúa Reyes–, me tocó a mí llevar la comida y cuando llegué a Mirta Pargas, la vi llorando a mares con las fotos de los nenes. Le di una palabra de aliento y me pescaron. Me hicieron quedar veinticuatro horas parada. No me podía mover, y si se me aflojaban las rodillas, me pegaban en las piernas. Me hice pis, no me dieron de comer en veinticuatro horas. Esta mujer después pasó a la ‘Q’ (‘sala de los quebrados’) y se olvidó de todo. Yo estaba de seis meses, panzona; por ahí me podrían haber dado unos bifes y chau. Pero ellos quisieron verme humillada, cayéndome.” Hubo, sin embargo, algunas excepciones. Adriana Calvo, a quien secuestraron embarazada de siete meses, cuenta que “a pesar de no ser este régimen de vida ni siquiera humano, en Arana era privilegiado respecto del de los hombres, que estaban literalmente tirados en el piso, sucios, con piojos, con infecciones. Heridos o desnudos, no podían moverse ni hablar demasiado por miedo a los castigos y comían la mitad de las veces que nosotras”. En este sentido, Ana Di Salvo, psicóloga detenida en “El Vesubio”, recuerda que “las reglas disciplinarias eran mucho más estrictas con los varones que con las mujeres. Las mujeres podían ir al baño mañana, tarde y noche. Eso era un privilegio. Los varones iban una vez por día, y si no, tenían que pasarse un tacho. Nuestro baño era una diversión para los guardias. A las mujeres nos miraban. Con los varones, se burlaban del tamaño del pene, de la edad. Los hombres podían hablar menos. Y mientras nosotras conversábamos, distraíamos a los guardias para que ellos pudiesen hablar”.14 La maternidad en los campos constituye “uno de los cuadros de horror más crueles que pueda planificar y llevar a cabo un individuo: el llanto de bebés mezclado con gritos de tortura”,15 según define Nilda Actis Goretta, secuestrada en la ESMA. El bebé en el vientre no hacía sino aumentar el miedo de las madres por su futuro. Pero en el caso de algunas sobrevivientes, significó una fuente de vida que les dio fuerza para transitar ese infierno. “Yo creo que estar embarazada me ayudó”, reflexiona Susana Reyes. “Primero porque me generó una conexión distinta, algo en que pensar.
Susana Reyes estaba embarazada de siete meses cuando fue secuestrada en casa de sus suegros y llevada a “El Vesubio”. La liberaron tres meses después, el 16 de septiembre de 1977, justo cuando cumplió 21 años. Ésta es una de las únicas tres fotos que tiene embarazada y fue tomada por su mejor amiga en la Recoleta. Pese a la angustia de albergar un hijo en las condiciones de su detención, Susana asegura que en ese momento el bebé le dio fuerzas para seguir viviendo.
71 ENCIERROS Y SUJECIONES Como me estaba creciendo la panza y no quería que me salieran estrías, cuando me mandaban a cocinar a la Jefatura me llevaba un poquito de aceite y me lo pasaba por la panza. En medio del horror, yo me preocupaba por que no se me hicieran estrías. Tampoco me había visto en un espejo. Hasta que en la Jefatura me dejaron ir al baño. Entonces me saqué todo –estaba de cinco meses y medio– y me vi un lunar que tengo abajo del ombligo. Estaba enorme. Fue una gran emoción. O cuando se empezó a mover... Era algo nuevo, en eso me ayudó. Pero también estaba la angustia de pensar que no lo iba a ver, que me lo iban a sacar. De todos modos, no es lo mismo que estar sola, una se siente más fuerte. Fue un mecanismo de defensa para no lastimar al bebé. Cuando Rosita volvió de parir, la desolación era inmensa. Yo creo que la peor tortura fue la cara de esa chica. Ella fue ‘tabicada’ (encapuchada) al hospital de Campo de Mayo, pero vio a las monjas que la cuidaban. Al bebé no se lo dejaron ver. Nunca supo si fue nena o varón.” Cuenta D. N. C.: “María del Socorro Alonso estaba embarazada cuando fue torturada, lo que le provocó hemorragias, inmovilidad en las piernas y paros cardíacos. Entonces le colocaron una inyección y perdió al bebé. Los guardias abusaban de las mujeres embarazadas cuando pedían permiso para ir al baño”.16 María del Carmen Moyano declaró a la Conadep que al sentir las primeras contracciones la bajaron al sótano de la ESMA, donde la atendieron los doctores Magnacco y Martínez. María del Carmen no dejaba de gritar y los médicos dejaron que la ayudara su compañera Sara Solarz de Osatinsky, engrillada. Como no podía soportar los ruidos de los grilletes de Sara, suplicó en vano que se los quitaran. Nació una niña. Seis días después, Ana de Castro dio a luz un varón. 17 Ambas fueron “trasladadas”. Un suboficial se llevó a los bebés. Los médicos desempeñaron un papel fundamental en la violación de la maternidad: fueron eslabones indispensables del sistema de partos en cautiverio, robo y venta de los bebés y asesinato de sus madres. Estaban presentes desde el secuestro hasta la muerte. Además de su embarazo de siete meses, Adriana Calvo de Laborde tenía un hijo que había quedado con sus vecinos. “En Arana, Inés Ortega de Fossatti inició su trabajo de parto. Nos desgañitamos llamando al cabo de guardia. Pasaron las horas sin respuesta. Como yo era la única con experiencia, la ayudé en lo que pude. Ella era primeriza y tenía 17 o 18 años. Por fin, después de doce horas se la llevaron a la cocina y sobre mesa la venda en supuesto los ojos ymédico frente aque todos los guardias,una tuvo a susucia, bebé con ayudada por un lo único que hizo fue gritarle, mientras los demás se reían. Tuvo un varón al que llamó Leonardo. La dejaron cuatro o cinco días con él en una celda y des-
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 72 pués se lo llevaron diciéndole que el Coronel quería verlo. Aparentemente alguien llenó una planilla con los datos del bebé. En mi caso –continúa Calvo de Laborde–, después de tres o cuatro horas de estar en el piso con contracciones cada vez más seguidas, gracias a los gritos de las demás me subieron a un patrullero con una mujer atrás, Lucrecia. Partimos rumbo a Buenos Aires, pero mi bebita no supo esperar, la mujer gritó que pararan el auto en la banquina y allí nació Teresa. La única atención que tuve fue un trapo sucio, con el que Lucrecia ató el cordón umbilical. No más de cinco minutos después seguíamos camino rumbo a un teórico hospital. Yo todavía seguía con los ojos vendados y mi beba lloraba en el asiento. Llegamos a la Brigada de Investigaciones de Banfield. Allí estaba el mismo médico que había atendido a Inés. En el auto cortó el cordón y me subieron uno o dos pisos hasta un lugar donde me sacaron la placenta. Me hicieron desnudar y frente al oficial de guardia tuve que lavar la camilla, el piso, mi vestido, recoger la placenta y, por fin, me dejaron lavar a mi beba, todo en medio de insultos y amenazas. Al entrar en el edificio me sacaron la venda de los ojos diciendo que ‘ya no hacía falta’, por lo que [a todos los] demás fui viéndoles las caras. [...] Conseguí que pusieran a Patricia Huchansky de Simón conmigo y mi beba, y ella me ayudó mucho en los primeros días, en los que los dolores del puerperio no me dejaban en paz. Me contó que pocos días antes había atendido el parto de María Eloísa Castellini. Aunque gritaron pidiendo ayuda, lo único que consiguieron es que las dejaran salir al pasillo a las dos y les alcanzaron un cuchillo de cocina. Allí en el piso nació una hermosa beba a la que se llevaron unas horas después.”18 Muchas parturientas de diferentes centros clandestinos eran llevadas
La vida cotidiana de las detenidas en el campo apuntó, entre otras cosas, a la reeducación de mujeres evidentemente “rebeldes”, como lo eran las militantes, para devolverlas a su lugar “natural”, doméstico y servil. Son públicos los testimonios que aseguran que las mujeres eran obligadas a lavar los baños de los hombres, como en esta escena de la película Garage Olimpo, que remite a la vida en los campos “El Olimpo” y “Automotores Orletti”.
73 ENCIERROS Y SUJECIONES al hospital de Campo de Mayo o a la ESMA, donde se les hacía inducción y cesáreas en la época de término del embarazo. Tiradas sobre colchonetas en el suelo, esperaban el nacimiento. Los bebés eran separados de sus madres a los dos o tres días de nacidos con la promesa de que serían entregados a sus familiares, y sin embargo siguen desaparecidos. Incluso invitaban a la madre a escribir una carta a quienes supuestamente recibirían al niño. Así, el sistema de robo de bebés se fue perfeccionando. En el Hospital Naval existía una lista de matrimonios de marinos y cómplices que no podían tener hijos y estaban dispuestos a adoptar chicos de desaparecidos. A cargo de esa lista estaba una ginecóloga del hospital. Los hijos e hijas de las secuestradas tuvieron diferentes destinos: su propia casa o la de un vecino o familiar, un instituto de menores, el secuestro y la adopción por un represor, o el centro clandestino de detención, donde presenciaban las torturas de sus padres, sufrían la tortura y eran asesinados. El informe de la Conadep detalla varios de estos casos, en un capítulo que también comprende “mujeres embarazadas”.
El “proceso de recuperación”
Desde la óptica militar, “las mujeres guerrilleras ostentaban una enorme liberalidad sexual, eran malas amas de casa, malas madres, malas esposas y particularmente crueles. En la relación de pareja eran dominantes y tendían a involucrarse con hombres menores que ellas para manipularlos”.19 Éste era el arquetipo de mujer que había que erradicar y convertir en el de madre y esposa convencional, es decir, el modelo de subjetividad femenina impuesto por la reeducación y la disciplina concentracionarias. La política de la dictadura persiguió la vuelta a los valores morales y sexuales “occidentales y cristianos” que la militancia revolucionaria “había hecho peligrar”. Por medio de la tortura, la violación y la humillación, el campo de concentración buscó modelar a las mujeres “rebeldes” pero “recuperables” y enseñarles el rol en la sociedad occidental y cristiana –patriarcal, por supuesto– que reservaban para ellas los represores. El proceso de reeducación en los campos apuntó a devolver a las mujeres a su lugar “natural”: el hogar, y más específicamente, la cocina y la cama, de donde se habían alejado para participar de la “subversión”. Así, las mujeres lavaban y planchaban la ropa de todos los prisioneros y represores del campo, servían la mesa de los colaboradores, tenían que ser dóciles, serviciales, perfumaban, se maquillaban y se vestían el paisaje”. Lasse mujeres trabajaban en la cocina, mientraspara los“adornar represores discutían “cosas de hombres” y los prisioneros cortaban el pasto o lavaban los autos. Las mujeres eran convocadas a las reuniones con los al-
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 74 tos mandos militares (a las que asistían los militantes “colaboradores”), únicamente para poner la mesa y servir la comida. “[En ‘El Vesubio’] A cocinar iban las mujeres”, describe Susana Reyes. “Se las llevaban a la Jefatura y las tenían ahí. Les planchaban, les cosían, eran sus esclavas y tenían que estar dispuestas al sexo.” Según relata Ana Di Salvo, en “El Vesubio” los guardias distinguían entre las viejas detenidas, que podían salir a cebar mate y servir la comida, y las nuevas, a quienes sacaban de las “cuchas” para charlar con ellas y conocerlas. “Una vez, Elsa –una prisionera– le sirvió la comida a una recién llegada, que la llamó ‘¡Celadora, celadora!’. Y entonces ella le contestó: ‘¡Qué celadora, si yo soy una sapre igual que vos!” “En la ‘sala Q’ de ‘El Vesubio’ –sigue Susana Reyes–, estaban los militantes quebrados, que colaboraban con los represores, fumaban, tenían galletitas, cuchetas. Yo iba a limpiar esa sala, y recogía los puchos para mis compañeras. Era una escena fellinesca. La jefatura tenía una mesa larga. La mitad eran armas, escopetas, ametralladoras. Y la otra mitad, un mantel impresionante, con dos copas por persona. Las mujeres les cocinábamos y servíamos la comida. Pero antes nos daban la Biblia y todos los días nos hacían leer un párrafo. Y volvíamos a la cocina.”
Adriana Calvo y Graciela Daleo, en Galicia, en septiembre de 1997. Ambas fueron invitadas por la Central Intersindical Gallega, como miembros de la Asociación de Ex Detenidos y Desaparecidos. En uno de los testimonios más desgarradores emitidos ante la Conadep, Adriana Calvo cuenta en qué condiciones dio a luz a su hija en la Brigada de Investigaciones de Banfield. Graciela Daleo pasó meses detenida en el laboratorio de la ESMA.
75 ENCIERROS Y SUJECIONES Aunque nada era definitivo ni había lógicas estrictas, a partir del “proceso de recuperación”, en la ESMA hubo tres categorías de secuestrados: los que seguirían en el sector “Capucha” –el depósito de prisioneros– y serían trasladados; una minoría –el “staff”– que por su historia política, capacidad personal o nivel intelectual cumplieron funciones para el grupo de tareas en el centro de detención (recopilación de recortes periodísticos, elaboración de síntesis informativas; clasificación y mantenimiento de los objetos robados en operativos, depositados en el pañol; funciones de mantenimiento del campo: electricidad, plomería, carpintería, etc.); y por último, el “ministaff”: unos pocos que se convirtieron en fuerza propia del grupo de tareas, “colaborando” directamente en la represión. Según la descripción que Miguel Bonasso hace enRecuerdo de la muerte –un libro cuestionado por varios sobrevivientes de la ESMA–, en el ministaff predominaban las figuras femeninas. En el Ministerio de Relaciones Exteriores, a donde eran enviados a “trabajar” algunos detenidos “recuperables”, estaban María Isabel Murgier, Marta Álvarez, Graciela Bompland y Anita Dvatman. Marta “Coca” Bazán había entregado a su suegra y era amante del “Delfín” Chamorro. Otro puntal del ministaff era Graciela “Negrita”. Propició muchas caídas, sobre todo en la Secretaría de Organización de Montoneros y fue amante del “Tigre” Acosta. “Peti”, antigua aspirante de prensa en Capital, participaba de los interrogatorios. Silvina Labayru colaboró con Astiz para infiltrar a las Madres de Plaza de Mayo. Estela, Jorgelina Ramus y Mili (mujer de Nicoletti) también eran, según Bonasso, grandes “marcadoras” (es decir, eran sacadas del campo por los represores para señalar compañeros en la calle). De todas maneras, es muy difícil determinar cuándo las secuestradas pasaban de ser mano de obra esclava a ser “colaboradoras”. El terror del campo y la lucha por la supervivencia tamizaban permanentemente las decisiones de las detenidas.
Sucumbir o resistir. Los vínculos en el campo
Pilar Calveiro señala una paradoja: “Al tiempo que es un centro de reunión de prisioneros, es en el centro clandestino de detención donde el hombre encuentra el mayor grado de aislamiento posible”.20 Por eso, todo intento por relacionarse con otras detenidas implicaba una forma de vencer la compartimentación inherente a la naturaleza del campo y una búsqueda de la individualidad delfueron encuentro el otro. La política represiva de los campospor y lamedio tortura muy con eficaces en aterrorizar y controlar a la sociedad, pero ningún sistema es perfecto, y las relaciones interpersonales que pudieron escapar del control desafia-
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 76 Ana Di Salvo, su marido y su hijo Luciano, en Necochea, pocos días antes del secuestro en su casa de Temperley, en marzo de 1977. Ellos permanecieron detenidos en “El Vesubio”, y Luciano fue entregado a sus familiares de Tres Arroyos, donde se reunieron los tres cuando los liberaron, dos meses después. Ambos se alojaban en habitaciones separadas –había “cuchas” para varones y “cuchas” mujeres–, pero cuando podían se para mandaban pequeños mensajes de amor.
ron la lógica aislacionista y el castigo implacable. Entablada desde la humildad de lo cotidiano, esta red de relaciones fue la manera de sobrevivir dignamente. En el momento de la captura, la víctima era encapuchada y sus sentidos, apagados. El “tabicamiento” perseguía el aislamiento total, la pérdida de toda noción de espacio y tiempo. Aportaba soledad, desprotección y locura. Además, al obstruir la circulación de la sangre, solía producir lesiones oculares. Y, sin embargo, los planos de los campos bosquejados por los sobrevivientes y los que surgieron del relevamiento de arquitectos y equipos técnicos resultaron muy similares. Esto se explica por el necesario proceso de agudización de los otros sentidos, obturado el de vista, y por un sistema de ritmos que la memoria almacenó minuciosamente, aferrándose a la realidad y a la vida. Eran esenciales los cambios de guardias, los pasos de aviones o de trenes, las horas habituales de tortura. La memoria mecanismo de resistencia muy valioso para reconstruir la vida enfue losuncampos, identificar a los responsables y combatir la lógica concentracionaria del silencio y el olvido. De hecho, ni bien se relajaba la disciplina (gracias a algún guardia “bueno”), lo primero que fluía en-
Índice Introducción, Fernanda GilLozano,Valeria Silvina Pita, María Gabriela Ini Encierros y sujeciones
7 21
Niñas en la cárcel. La Casa Correccional de Mujeres como instituto de socorro infantil, Donna J. Guy
25
Conflictos con la jerarquía eclesiástica. Las dominicas de Tucumán, Pablo Hernández y Sofía Brizuela
47
El encierro en los campos de concentración, Victoria Álvarez
67
Cuerpos y sexualidad Lenguaje laboral y de género. Primera mitad del siglo XX, Mirta Zaida Lobato Obreras, prostitutas y mal venéreo. Un Estado en busca de la profilaxis, Karin Grammático
91 95 117
Milonguitas en-cintas. La mujer, el tango y el cine, Raúl Horacio Campodónico
y Fernanda Gil Lozano El placer de elegir. Anticoncepción y liberación sexual en la década del sesenta, Karina Felitti
Resistencias y luchas
137 155 173
Entre el conflicto y la negociación. Los feminismos argentinos en los inicios del Consejo Nacional de Mujeres, 1900-1910, Alejandra Vassallo
177
Maternidad, política y feminismo, Marcela María Alejandra Nari
197
Concentración de capital, concentración de mujeres. Industria y trabajo femenino en Buenos Aires, 1890-1930, Fernando Rocchi
223
Representaciones de género en la huelga de la construcción. Buenos Aires, 1935-1936, Débora D’Antonio
245
El Movimiento de Madres de Plaza de Mayo, Mabel Bellucci
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Bibliografía general Sobre los autores
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