HISTORIA DE LOS ARGENTINOS o
TOMO
Carlos Alberto Floria César A. García Belsunce
CARLOS ALBERTO FLORIA CÉSAR A. GARCÍA BELSUNCE
HISTORIA DE LOS ARGENTINOS 2
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E D IT O R IA L K A P E L U S 2 , S. A . - B u e n o s A ir e s H e ch o d e p ó s ito q u e e s ta b le c e la le y 11.723. Publicado en junio de 1971. LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA
INDICE
RO SAS Y SU ÉPOCA PÁG.
21
Rosas en el poder .
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El hombre y su e s t i l o ........................................
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El general Paz y la lucha por la dominación nacional . La escisión del federalism o 22
porteño . .
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1 7.
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El a p o g e o ................................
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Política económica de Rosas .
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El contexto internacional de la época .
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24
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Acción y reacción
34
El dilem a de Rosas y la internacionalización de los conflictos . .
53
La c a í d a ....................................................
58
L A R E C O N S T R U C C IÓ N A R G E N T IN A
23
La hegemonía del interior
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. La República escindida . La C o n stitu c ió n Nacional Urquiza P r e s id e n te . 24
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85
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85 91
El triunfo de M itre .
94
25 Mitre y la nacionalización del liberalismo . Imposición del liberalism o Adm inistración y p o lític a
74 76
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Los problem as del doctor Derqui . .
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El colapso de la Confederación La ruptura .
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97 103
PÁG.
26 La guerra de la Triple A l i a n z a .................................................... 113 Las naciones p r o ta g o n is ta s ................................
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113
Brasil toma la in ic ia t iv a ................................................................. 119 La g u e r r a ............................................................................................122 Las operaciones m ilita r e s ................................................................. 127 27 Los años de t r a n s i c i ó n ................................................................. 134 El cambio económico y s o c i a l .................................................... 134 El cambio p o l í t i c o ........................................................................142
DE L A A R G E N T IN A É P IC A A L A A R G E N T IN A M O D E R N A
28 El apogeo l i b e r a l .....................................................................
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Europa y la expansión c o lo n ia l....................................................159 La situación a m e r ic a n a ................................................................. 162 La Argentina en el m u n d o ...........................................................166 El liberalism o como id e o l o g í a ....................................................169 La generación del 80 y una nueva “cultura política” .
173
Factores de tr a n sic ió n ........................................................................177 29
La alianza de los notables ( 1 8 8 0 - 1 9 0 6 ) ..........................
182
1880: Buenos Aires, capital f e d e r a l .......................................182 Roca P r e s id e n t e ............................................................................... 191 La crisis de 1890 .........................................................................
206
Los ochocientos días de P e lle g r in i............................................. 223 La experiencia de Aristóbulo del V a l l e ................................ 231 30 La agonía del r é g i m e n .................................................................241 La vuelta de R o c a .............................................................................. 241 De la política exterior a la cuestión social .
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Figueroa Alcorta: hacia la transición política .
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249 .
256
L A A R G E N T IN A DE L O S P A R T ID O S ( 1 9 0 6 - 1 9 2 8 )
31
Los nuevos r u m b o s ....................................................................... 265 El contexto in t e r n a c io n a l.......................................................... 265 La guerra europea y Am érica l a t i n a .......................................268
32 La reforma p o l í t i c a ...............................................................
PÁG. 287
El sistema político y la autocrítica de la “élite” . . . 287 Roque Sáenz Peña: la concepción del cambio político 293 El eclipse conservador . . . ......................... . 298 33
La época r a d i c a l ................................................................ 310 Hipólito Yrigoyen, caudillo popular . . . . . 310 Del paternalism o populista al aristocratism o popular . 324 Las líneas i n t e r n a s ............................................................... 329 LA ARGENTINA ALTERADA
34
La restauración neoconservadora . . . ... . . 341 El fin de una é p o c a .......................341 La fatiga del régim en . . . . . . . . . . 352 La crisis de 1930 ....................................................................... 360 La frustración de U r i b u r u .................................................365 La adm inistración de J u s t o ................................................. 373
35
La revolución s o c i a l .......................................................... 387 La crisis de 1943 ....................................................................... 387 “Todo el poder a Perón” ..............................................................410 Del “m ovim iento” al “régim en” ...........................................422 L a c a í d a ............................................................................... . . 451 E p í lo g o ..............................................................................................461 A n e x o ..............................................................................................479
Orientación b ib lio g r á fic a .................................................................... 485 índice de nom bres de personas citadas en este tomo . . 492 índice de nom bres geográficos citados en este tomo . . 498 ILUSTRACIONES DE LAS PARTES PRINCIPALES DEL LIBRO La posta. (Litografía de J. Falliere, Museo Histórico N a c i o n a l .) ........................................................ ............. L a plaza de la V ictoria en 1860. (Museo Histórico N a c i o n a l .) ............................................ Fotografía de 1880 que m uestra la zona portuaria. En prim er plano el edificio de Rentas Nacionales . . Monumento a Roque Sáenz Peña, en la ciudad de B ue nos Aires. (O bra de José F ioravanti.) . . . . Tropas apostadas en la Casa de Gobierno la noche del derrocam iento del presidente A rturo Illia. (Fotograt*r
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ROSAS Y SU EPOCA
ROSAS EN EL PODER
El hom bre y su estilo
La consagración de Ju an M anuel de Rosas com o gob ern ad o r de la p ro v in cia de Buenos A ires fue, p ara los observadores de los sucesos políticos, el desencadenam iento n atu ral y lógico de los hechos. Para sus partidarios fue u n acontecim iento jubiloso. Rosas dom inaba el escenario político en form a indiscutida. N in g u n a de las otras cabezas del p artid o federal podía igualar su prestigio y los líderes unitarios estaban descalificados. Rosas lle gaba ro deado de un aura inigualable. Su in tervención en favor del g obierno de R o d ríg u ez lo había exhibido com o el defensor de la au to rid ad y el o rd en ; su -participación en el P acto de Benegas lo co n v irtió en un cam peón de la paz. Su p o sterio r retiro de la escena política había su brayado su desinterés. A dem ás, era el más p oderoso in té rp re te de los intereses de los hacendados po rteñ o s: sus relaciones con los indígenas, sus m em o rias sobre la situación de la cam paña y la línea de fro n tera, la perfecta organización de sus estancias, avalaban su habilidad y capacidad. H ab ía nacido en 1793 en Buenos Aires, en el seño de una fam ilia distinguida. V ivió su juven tu d en el cam po y no sólo se conv irtió en breve plazo en el m ay o r p ro p ietario de la provincia, sino que asimiló las costum bres de su g ente logrando en tre ellas u n prestigio que nadie había conocido antes. Se casó m uy joven, y la pareja no sólo fue arm oniosa sino que p o steriorm ente cons titu y ó un equipo p o lítico p erfecto . Rosas había recib id o una educación m ediana, pero era culto p o r sus lecturas, Con una eru d ició n un tanto fragm entaria que sabía u tilizar cuando el au d ito rio lo req u ería, p ero que n atu ral m ente ocultaba, sobre to d o en presencia de gentes de pocas letras. D espreciaba la p ed an tería d o cto ral v sentía una instintiva rep u g -
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nancia p o r las teorías. T e n ía un tem o r visceral p o r el caos, del que derivaba una p redilección casi obsesiva p o r el o rden y el principio de autoridad. N o fue casualidad que su proclam a de o ctu b re de 1820 term inara co n estas palabras: ¡O dio eterno a los tum ultos! ¡A m or al orden! ¡O be diencia a las autoridades co n stitu id as!1 E sta predilección, servida p o r una excelente opinión de sí m ism o y u n g ran orgullo., fue la base de sus tendencias au to c rític a s que se pusieron en evidencia cu an d o ejerció el pod er. Ya en su inform e sobre el arreglo de la cam paña pro p o n ía que ésta estuviese gobernada p o r u n sujeto con “ facultades tan ilim itadas com o co n viene al fin de levantar y o rganizar con viveza los m uros de res p eto y de seguridad” .2 Rosas rechazaba el liberalism o com o novedad causante de alte raciones políticas, com o d o ctrin a herética y com o form ulación teórica que alejaba a sus cultores de la realidad dél país. N ada más reñido con su idiosincracia. E ra esencialm ente pragm ático. Si R ivadavia servía a los princip io s al p u n to de p e rd e r de vista las circunstancias reales, Rosas era u n p rá c tic o hasta el p u n to de p erd er de vista los principios. E n buena m edida, Rosas representa la reaparición de M aquiavelo en el m undo hispanoam ericano. E n su estilo p o lítico es el P rín cip e co n traje de estanciero. D esde tem prana edad puso de relieve este pragm atism o. U na anécdota lo p in ta entero: cu an d o sus padres se o ponían a que se casara p orqu e apenas tenía 19 años de edad, hizo que su novia le escribiera una carta sim ulando estar em barazada, carta que cuidó de dejar al alcance de su m adre. El resultado fue el casam iento. La fuerza de su pragm atism o residía en una extraordinaria frialdad para juzgar las cosas y los hom bres. E sto le daba una notable capacidad para el cálculo. Buen co n o ced o r de sus co n tem poráneos, supo así p re v e r situaciones y p ro v o c a r actitudes que sirvieron a sus planes políticos. E sta frialdad no le im pedía perse g uir sus objetivos encarnizadam ente, con pasión. E ntonces, quienes se oponían a ellos, se tran sfo rm ab an en sus enem igos y en los ene m igos del o rd en y del país. L a descripción de Rosas com o g o b ern an te no se reduce a j o que podríam os llam ar su caracterología. Él in co rp o ró com o mé-_. todos políticos —p o r p rim era vez en nuestra historia— la pro p a1 I b a k g u r e n , Carlos, Juan M anuel de Rosas, Buenos Aires, La Facultad, 1930, pág. 91. * 2 Ibarguren, Carlos, ob. cit., pág. 62...
ganda y el espionaje. La prim era fue puesta en m ovim iento desde la víspera de su ascensión al p o d er v alcanzó su culm inación en tiem po de la revolución de los R estauradores, en 1833; la segunda sep erfeccio n ó d u ran te su segundo g obierno v fue uno de los instrum entos del llam ado “T e r r o r ” del año 40. U na de las claves de su acción política fue la utilización pre m editada del apoyo de las gentes hum ildes v, en especial, la de los am bientes rurales. Al asum ir el gobierno en 1829 expresaba a V áz quez, agente oriental en Buenos Aires: A mi p arecer todos com etían un grande error: .se c o n ducían m u y bien con la clase ilustrada pero despreciaban a los hom bres de las clases bajas, los de la cam paña, que son la gen te de acción. Yo noté esto desde el principio y me pareció que en los lances de la revolución, los mismos partidos habían de dar lugar a que esa clase se so b rep u siese y causase los m ayores males, p o rque V d. sabe la dis posición que hay siem pre en el que no tiene co n tra los ricos y . superiores. M e pareció, pues, m uv im portante, conseguir una influencia grande sobre esa gente para con tenerla, o para dirigirla, v me propuse adquirir esa influen cia a toda costa; para esto me rué preciso trab ajar con m ucha constancia, con m uchos sacrificios hacerm e gaucho com o ellos, hablar com o ellos y hacer cuanto ellos hacían, protegerlos, hacerm e su apoderado, cu id ar de sus intereses, en fin no ah o rra r trabajos ni m edios para adquirir más su concepto.* D en tro de esta tónica, en 1820 proclam ó a la cam paña “c o lum na de la p ro v in cia” v nueve años después se dirigió a sus paisanos ni bien se sentó en el go b iern o diciéndoles: A quí estoy para sostener vuestros derechos, para p ro veer a vuestras necesidades,, para velar p o r vuestra tra n quilidad, U na autoridad paternal, que erigida p o r la ley, g o bierne de acuerd o con la voluntad del pueblo, éste ha sido ciudadanos, el objeto de vuestros fervorosos votos. Ya tenéis co nstituida esa autoridad v ha recaído en. m í.4 Esta actitu d de Rosas dio a su gob iern o un tono populista que disim ulaba el más co m p leto dom inio del p artid o v del gobierno, po r los sectores oligárquicos o aristocráticos de la provincia. Rosas se o cu p ó del p ueblo —y parecería según sus propias palabras arriba s I b a r g u r e n , Carlos, ob. cit., p ág s. 212 y 213.
Adolfo, Historia de la C onfederadon Argentina, El Ateneo, 1951. romo i, pág. 268. 4 S a l d ia s ,
nancia p o r las teorías. T e n ía un tem o r visceral p o r el caos, del que derivaba una p redilección casi obsesiva p o r el o rden y el principio de autoridad. N o fue casualidad que su proclam a de o ctu b re de 1820 term inara co n estas palabras: ¡O dio eterno a los tum ultos! ¡A m or a! orden! ¡O be diencia a las autoridades co n stitu id as!1 E sta predilección, servida p o r una excelente opinión de sí mism o y u n g ran orgullo., fue la base de sus tendencias au to c rític a s que se pusieron en evidencia cu an d o ejerció el pod er. Ya en su inform e sobre el arreglo de la cam paña pro p o n ía que ésta estuviese gobernada p o r u n sujeto con “ facultades tan ilim itadas com o co n viene al fin de levantar y o rganizar con viveza los m uros de res p eto y de seguridad” .2 Rosas rechazaba el liberalism o com o novedad causante de alte raciones políticas, com o d o ctrin a herética y com o form ulación teórica que alejaba a sus cultores de la realidad dél país. N ada más reñido con su idiosincracia. E ra esencialm ente pragm ático. Si R ivadavia servía a los princip io s al p u n to de p e rd e r de vista las circunstancias reales, Rosas era u n p rá c tic o hasta el p u n to de p erd er de vista los principios. E n buena m edida, Rosas representa la reaparición de M aquiavelo en el m undo hispanoam ericano. E n su estilo p o lítico es el P rín cip e co n traje de estanciero. D esde tem prana edad puso de relieve este pragm atism o. U na anécdota lo p in ta entero: cu an d o sus padres se o ponían a que se casara p orqu e apenas tenía 19 años de edad, hizo que su novia le escribiera una carta sim ulando estar em barazada, carta que cuidó de dejar al alcance de su m adre. El resultado fue el casam iento. La fuerza de su pragm atism o residía en una extraordinaria frialdad para juzgar las cosas y los hom bres. E sto le daba una notable capacidad para el cálculo. B uen co n o ced o r de sus co n tem poráneos, supo así p re v e r situaciones y p ro v o c a r actitudes que sirvieron a sus planes políticos. E sta frialdad no le im pedía perse g uir sus objetivos encarnizadam ente, con pasión. E ntonces, quienes se oponían a ellos, se tran sfo rm ab an en sus enem igos y en los ene m igos del o rd en y del país. La descripción de Rosas com o g o b ern an te no se reduce a j o que podríam os llam ar su caracterología. Él in co rp o ró com o mé-_. todos políticos —p o r p rim era vez en nuestra historia— la pro p a1 I b a k g u r e n , Carlos, Juan M anuel de Rosas, Buenos Aires, La Facultad, 1930, pág. 91. * 2 Ibarguren, Carlos, ob. cit., pág. 6 2 . . .
ganda y el espionaje. La prim era fue puesta en m ovim iento desde la víspera de su ascensión al p o d er v alcanzó su culm inación en tiem po de la revolución de los R estauradores, en 1833; la segunda sep erfeccio n ó d u ran te su segundo g obierno v fue uno de los instrum entos del llam ado “T e r r o r ” del año 40. U na de las claves de su acción política fue la utilización pre m editada del apoyo de las gentes hum ildes v, en especial, la de los am bientes rurales. Al asum ir el gobierno en 1829 expresaba a V áz quez, agente oriental en Buenos Aires: A mi p arecer todos com etían un grande error: se c o n ducían m u y bien con la clase ilustrada pero despreciaban a los hom bres de las clases bajas, los de la cam paña, que son la gen te de acción. Yo noté esto desde el principio y me pareció que en los lances de la revolución, los mismos partidos habían de dar lugar a que esa clase se so b rep u siese y causase los m ayores males, p o rque V d. sabe la dis posición que hay siem pre en el que no tiene co n tra los ricos v . superiores. M e pareció, pues, m uv im portante, conseguir una influencia grande sobre esa gente para con tenerla, o para dirigirla, v me propuse adquirir esa influen cia a toda costa; para esto me rué preciso trab ajar con m ucha constancia, con m uchos sacrificios hacerm e gaucho com o ellos, hablar com o ellos y hacer cuanto ellos hacían, protegerlos, hacerm e su apoderado, cu id ar de sus intereses, en fin no ah o rra r trabajos ni m edios para adquirir más su c o n c e p to * D en tro de esta tónica, en 1820 proclam ó a la cam paña “c o lum na de la p ro v in cia” v nueve años después se dirigió a sus paisanos ni bien se sentó en el go b iern o diciéndoles: A quí estov para sostener vuestros derechos, para p ro veer a vuestras necesidades,, para velar p o r vuestra tra n quilidad, U na autoridad paternal, que erigida p o r la ley, g o bierne de acuerd o con la voluntad del pueblo, éste ha sido ciudadanos, el objeto de vuestros fervorosos votos. Ya tenéis co nstituida esa autoridad v ha recaído en. m í.4 Esta actitu d de Rosas dio a su gob iern o un tono populista que disim ulaba el más co m p leto dom inio del p artid o v del gobierno, po r los sectores oligárquicos o aristocráticos de la provincia. Rosas se o cu p ó del p ueblo —y parecería según sus propias palabras arriba Carlos, ob. cit., p á g s . 2 1 2 y 213. Adolfo, Historia de la C onfederadon Argentina, El Ateneo, 1951. tom o i, pág. 268. s Ib a r g u r e n ,
4 S a l d ia s ,
Rosas no d e s p e rd ic ió o p o rtu n id a d para a fir m a r su p re s tig io e n tre las c la s es h u m il des de la s o c ie d a d . [L ib e ra n d o esc lav o s , óleo re a liza d o por D. de P lo t en 1841.]
trascriptas, que lo hizo más p o r cálculo v tem o r que p o r a m o r pero actuando con él “p atern alm en te”, o sea conservando su infe rioridad política con respecto a la “ élite” dirigente a la que estaba reservado el ejercicio del poder. Rosas era em inentem ente conser v ador v p o r lo tan to no faltó a esa regla sagrada de su tiem po. El cultivo de lo p o p u la r'c o n firió al partid o federal una tónica nacional que cu ando llegó el m om ento del en fren tam ien to con p o tencias extranjeras, derivó en un sentim iento nacionalista v xenó fobo. Pero este sentim iento que llegó a expresarse en ataques á los extranjeros y pedreas a las residencias consulares, nunca llegó a c o n stitu ir una política para Rosas, que era lo suficientem ente frío, inteligente v p ráctico com o para olvidar la m edida de sus intereses v ce rra r la p u erta a la conciliación. C uando más, aprovechó los estallidos populares —perm itidos u orientados p o r el g o b ie rn o com o instrum entos de presión, com o en el caso del cónsul inglés M endeville. Por o tra parte, nunca adm itió que las potencias ex tranjeras le hicieran im posiciones que retacearan su libertad de acción, com o se puso en evidencia en los conflictos con G ran Bretaña v Francia, v esto le dio justo prestigio de defensor de la soberanía. Pero tam poco vaciló en utilizar el apoyo extranjero co ntra los enem igos internos, si bien en esto fue m ucho más m o derado que sus rivales,-' ni dudó en buscar soluciones prácticas 5 K1 16 de setiembre de 1830 el coronel Rosales, apoyando un levan tam iento entrerriano antirrosista, se apoderó de la goleta “Sarandí” ; Rosas
A
com o cuando in ten tó cancelar la deuda con B aring B rothers re n unciando al dom inio de las islas M alvinas, ocupadas años antes p o r G ra n Bretaña. N i bien Ju an ¿Manuel de Rosas asum ió el g obierno de la p ro vincia, el p artid o federal dio los prim eros pasos para dotarlo de un prestigio y un p o d er extraordinarios, coincidente con las aspi raciones y opiniones del nuevo gobernador. A fin del año 29 y principios del 30 se debatió en la Legislatura un p ro y e c to , finalm ente aprobado, que aplaudía la actuación an te rio r de Rosas, le ascendía a brigadier general v le confería el títu lo de Restaurador de las Leyes. E sto últim o p ro v o có la o p o sición de los diputados federales M artín Irig o y en v José G arcía V aldés quienes consideraron que tal títu lo agraviaba los principios republicanos. Pero la euforia del p artid o hacia su líder no se enfrió p o r estas prevenciones ni p o r la respuesta del hom enajeado quien previno que
El Restaurador de las Leyes
no es la p rim era vez en la historia que la prodigalidad de los honores ha em pujado a los hom bres públicos hasta el asiento de los tiranos. Las características de su gobierno se pusieron en evidencia casi inm ediatam ente: o rden adm inistrativo, severidad eñ el co n tro l de los gastos, exaltación del partid o g o b ern an te v liquidación de la oposición. Rosas estableció el uso de la divisa punzó, d erogado p o r Viam onte en aras de la unión de los partidos. Pero para Rosas la única conciliación era la elim inación de uno de los dos co ntendores, com o había pro n o sticad o San M artín. Más tard e la divisa fue obligatoria para todos los em pleados públicos y con el c o rre r de los años llegó a ser una im posición para to d o ciudadano que no quisiera co rre r el riesgo de ser tachado de enem igo del régim en v vejado. A m edida que la g u erra co n tra el general Paz arreciaba, Rosas aseguraba con más severidad el co n tro l de la provincia. El 15 de m avo de 1830 d ictó un d ecreto que decía: to d o el que sea considerado au to r o cóm plice del suceso del día 1° de d iciem bre de 1828, o de alguno de los grandes atentados com etidos co n tra las leves p o r el gobierno insolicitó al cónsul inglés buques para perseguirlo y éste puso a su disposición al capitán Barrat y la corbeta “Em ulation”. V er Ernesto Celesia, Rosas. A puntes para su historia, Bs. As., Peuser, 1954, tom o i, pág. 122. Lógicamente, este hecho no puede parangonarse con las alianzas armadas de Lavalle del año 40, pero sirve para ubicar los criterios im perantes en esa época.
5
Características del prim er gobierno de Rosas
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truso que se erigió en esta ciudad en aquel m ism o día, y que no hubiese dado ni diese de h o y en adelante pruebas positivas e inequívocas de que m ira con abom inación tales atentados, será castigado com o reo de rebelión, del mismo ,': y . . m odo que to d o el que de palabra o p o r escrito o de cual q u ier otra m anera se m anifieste adicto al expresado m otín .de 1? de diciem bre o a. cualquiera de sus grandes atenv c / '; ,■ tados.6 ■' L a frase “que ni diese de h o y en adelante pruebas positivas e inequívocas” y la am enaza de ser “reo de rebelión” daban al g obierno u n p o d e r discrecional de persecución sobre los ciuda danos y sus opiniones. L a pasión política, del m om ento, la falta de perspicacia de los hom bres y la m oderación c o n 'q u e el gobierno venía usando sus poderes, im pidió la reacción ante d ecreto tan peligroso. ‘ P ero la cuestión fundam ental se planteó en to rn o a las facul Debate sobre las facultades tades extraordinarias con que fue investido en el acto de su elec extraordinarias ción, C uando el 3 de m ayo de 1830 expiraron dichas facultades, Rosas ofreció d ar cuenta del ejercicio que había hecho de ellas. A raíz de la queja de u n d etenido se originó un debate público sobre la necesidad de tales facultades, que llegó a la Legislatura cuando úna com isión parlam entaria p ro p u so que se renovaran al g o b ern ad o r las facultades de excepción. ' E l d iputad o federal M anuel H erm enegildo de A g u irre inició la oposición exigiendo que se precisasen qué leyes se suspendían. E l m inistro T o m ás M. de A nchorena in tervino hábilm ente seña lando que el g o b ern ad o r no solicitaba ni deseaba tales facultades, p e ro que eran necesarias ante la situación del país. A g u irre insistió en que las facultades se lim itasen p ara honor del pueblo y del go bierno y p o r respeto a las leyes, y exho rtó a éste a p ro m o v er la conciliación. A g u irre fue d e rro ta d o en la votación, ju n to con C ernadas, Seniilosa, U g artech e y Luis D o rreg o —herm ano de M a nuel— que le siguieron. ; E l 17 de octubre, de 1831 volvió a plantearse la misma cues tión y o tra vez fue A g u irre el p o rtav o z de la oposición federal. E i clima había cam biado. La g u erra con Paz había term inado, p ero la violencia parecía haber acrecido. U n d iputado dijo que lacues tió n era injuriosa para el R estaurador, A guirre fue m olestado y debió p edir garantías p ara expresar su opinión. La, v otación ¡e d e rro tó nuevam ente, p ero el debate ¡legó a la calle evidenciando ■que había m ay o ría p o r el cese de las facultades extraordinarias. t! T ranscripto en Carlos Ibarguren, oh. cit,, pág. 221.
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El 7 de m ayo de 1832 Rosas devuelve a la Legislatura dichas facultades, pues ése es el deseo de la p arte ilustrada de la población que —señala ácidam ente— es la más in flu y en te pese a ser poco num erosa, v aprovecha para dejar sentada su opinión en contrario. Esta renuncia era un pedido disim ulado de que se renovasen los poderes de excepción sin los cuales el g o b ern ad o r consideraba que el gobierno estaría inerm e v que el caos sobrevendría. U n grupo de diputados, fiel al c riterio de Rosas, p ropuso la renovación de las facultades. O tra vez A guirre se opuso v pidió explicaciones a los m inistros. Rosas les o rd en ó no in terv en ir en los debates. Ahora fueron m uchos los que siguieron a A g u irre que esta vez obtuvo un triu n fo ab rum ador: 19 votos co n tra 8. El pueblo de Buenos Aires reclam aba más libertad v la futu ra división entre los fede rales doctrinarios v los rosistas quedaba insinuada. El proceso term ina cu ando el 5 de diciem bre la Legislatura .. 1„ . i i i r i i reelige a Rosas en su carg o p ero sin acordarle las facultades extra ordinarias. Rosas ve m enguado su p oder v herido su prestigio. Su carrera política está am enazada. C om prende que sólo un op o rtu n o rep lieg u e'p u ed e salvarle. Si un sector de su p artid o se ha cansado de él, es necesario que vuelva a ser el hom bre indispensable de 1829. Iniciando un juego m agistral, renuncia a la nueva designación de gob ern ad o r, declara que no puede hacer más nada y que la responsabilidad del fu tu ro recaerá sobre los diputados. Éstos se desorientan e insisten, pero no o frecen las facultades extraordina rias que espera el g o b ern ad o r. T am bién p ara ellos se trata va de una cuestión de honor. Rosas ha dejado, aparte de su acción polí tica, una apreciable obra adm inistrativa: ha m ejorado las finanzas fiscales, ha levantado escuelas, ha hecho c o n stru ir dos canales. So bre tod o , sigue siendo la prim era figura del partido. R eitera su negativa, inflexible. La Legislatura no retrocede. Por fin, el 12 de diciem bre, para salir del “impasse”, los dipu tados eligen g o b ern ad o r al brigadier general Ju an R am ón Balcarce que acaba de p articip ar en la g u erra co n tra el general Paz v es un antiguo federal.
F¡n dei prim er gobierno de Rosas
El general P a i y la lucha por la domiiiaeién nacional M ientras Juan M anuel de Rosas, con el con curso del general Estanislao López, elim inaba a Juan Lavalle y al p artido unitario de la escena política p orteña, el general José iMaría Paz obtenía
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Juan M a n u e l de Rosas p e rso n i fic ó por largos años una s u til p o lític a d e h e g e m o n ía p o rte ñ a . [R e tra to , po r C ay e ta n o Descalzi.J
una serie de triu n fo s resonantes y lograba crear en el in terio r del país una organización político -m ilitar que enarbolaba la bandera unitaria y enfren tab a a las provincias del litoral. E n abril de 1829 el general Paz con su división veterana atra vesó el su r de Santa Fe y p en etró en su provincia natal. El g o b er nador, general Bustos —su antiguo jefe de 1820— se replegó a las afueras de C órdoba, ciudad que fue ocupada el 12 de abril p o r el jefe unitario. Inm ediatam ente en tró en tratativas con Bustos te n dientes a o b ten er el c o n tro l de la provincia, para lo que se m ani festó dispuesto a e n tra r en com binaciones pacíficas co n los otros jefes federales, prim era m anifestación de que la visión del general Paz sobre el m odo de organizar el país bajo un régim en unitario no coincidía co n la de su aliado Lavalle ni con la de los corifeos de éste. Finalm ente Bustos aceptó delegar en su adversario el g obierno de C órdoba, para que éste llamara a elecciones, sacrificio que veía com pensado con la perspectiva de ganar tiem po para p o der inco rp o rar nuevas fuerzas. Paz, previéndolo, ni bien o cu p ó el gobierno le intim ó disolver el ejército. Bustos no aceptó, esperanzado en la in co rp o ración de Q uiroga. Paz no le dio tiem po. El 22 de abril avanzó sobre San R oque, donde Bustos le esperaba co n fuerzas superiores al o tro lado del río Prim ero. Paz lo aferró co n un ataque fro n tal, m ientras p o r la derecha atravesaba el río y atacaba el flanco del adversario.
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El general Paz en Córdoba
Batalla de San Roque
U n ataque com plem entario sobre el flanco izquierdo com pletó la d errota de Bustos, quien se retiró a La Rioja. Esta victoria dio a Paz una sólida base de operaciones v la adhesión de las provincias de T u cu m án v Salta. El genera] Q uiroga, cu y a influencia se extendía desde Catam arca a M endoza, salió a b a tir a quienes calificó despectivam ente de “ m ocosos vencedores de San R o que” . A vanzó en busca de un en cuentro p o r sorpresa desde el sur de C órdoba, m ientras Paz se lim itó a observar sus m ovim ientos y m antenerse en los alrede dores de la capital apro v ech an d o su am plio sistema de com unica ciones que le perm itía m últiples m aniobras, en tanto dejaba en la ciudad una guarnición. Q uiro g a o b tu v o la prim era ventaja, pues con una sorpresiva Batalla • * ' r r (jg ^3 Tablada m aniobra o cu p ó C órdoba rindiendo a su guarnición (21 de junio) V estableciendo el grueso de sus fuerzas en el cam po de La Tablada. Paz avanzó de noche sobre esa posición que atacó al m ediodía si guiente. Q u iro g a le doblaba en núm ero, pero sus tropas no tenían ni el arm am ento ni la disciplina de las del cordobés. La batalla, reñidísim a, consistió fundam entalm ente en un ch oque recíproco donde am bos jefes buscaron la definición p o r m edio de un ataque sobre el extrem o libre de la línea —el o tro se apoyaba sobre las barrancas del río P rim ero —, Dos veces fracasó Q u iroga en su intento v Paz logró p o r fin c o n c e n tra r allí suficientes tropas para lograr la ru p tu ra y dispersión del ala enem iga, a la que siguió el resto de las fuerzas federales. Los vencedores —agotados— no persiguieron. Q uiroga, reuni do con su infantería que había dejado en C órdoba, decidió buscar el desquite. Al am anecer del 23 de junio apareció sorpresivam ente sobre la retag u ard ia de Paz que se dirigía sobre la ciudad, m aniobra que el jefe unitario calificó de “ la más audaz” que había visto en su vida. El apodado T ig re de los Llanos co ro n ó las barrancas. Paz form ó en el bajo y m andó una división que p o r la derecha re cu perara las alturas. L og rad o esto, dicha fuerza cav ó sobre el flanco V la retag u ard ia de Q u iro g a que debió in v ertir su fren te v pese a todos sus esfuerzos fue com pletam ente d erro tad o , perdiendo mil hom bres en tre m uertos v heridos. La superioridad de las tropas veteranas y de la capacidad m ilitar de Paz habían quedado es tablecidas. La victoria tu v o un epílogo siniestro. El coronel Deheza, jefe del estado m ay o r unitario, q u in tó los prisioneros —oficiales y sol dados— fusilando a más de un centen ar de ellos. Este acto bárbaro Q
—c o n trario a! espíritu v a las órdenes de Paz, según él afirm ó— abrió las p u erta a toda clase de represalias sangrientas. La tenacidad de Q uiroga casi no conocía límites. M ientras sus segundos aplastaban m ovim ientos unitarios en C uvo, levantó un nuevo ejército en busca de la revancha. A principios de 1830 invadió nuevam ente a C órdoba p o r el sur con algo m enos de 4.000 hom bres, m ientras Y illafañe lo hacía p o r el n o rte con más de 1.000. Paz tenía p o r entonces más de 4.000 hom bres perfectam ente ins truidos. D espreció la amenaza de Villafañe v e n fren tó con todas sus tropas a Q uiroga. La batalla se dio en O ncativo el 25 de febrero de 1830. O tra vez Paz buscó desequilibrar el dispositivo enem igo m oviendo el c e n tro de gravedad del ataque hacia un flanco. Kl resultado fue la división en dos de la fuerza federal v su posterior destrucción. Q uiroga, privado de regresar a su base, tom ó el ca mino de Buenos Aires con algunos sobrevivientes. Sólo entonces Paz se volvió co n tra Y illafañe, que retro ced ió rápidam ente, v el. 5 de m arzo firm ó un pacto obligándose a abandonar el te rrito rio cordobés v ren u n ciar al m ando militar. Las consecuencias del triu n fo de O ncativo fueron im portan tísimas. El general Paz, que hasta entonces había p ro cu rad o asegu rar su p o d erío provincial, pudo trascen d er esta esfera, transform ando a C órdoba en la cabeza de una g ran alianza de poderes provincia les. Buenos Aires v Santa Fe ad o p taro n una a ctitu d expectante; m ientras, Paz lanzó a sus segundos sobre otras provincias del interior. Su aliado Javier López va había ocupado Catam arca \ luego, con Deheza, a rro jó a (barra de Santiago del E stero; Lamadrid se apoderó de San Juan v La Rioja, V idela de M endoza v San Luis. El im perio de Q u iro g a había sido destruido v las espaldas de Paz estaban seguras. El 5 de julio de ese año, cin co de estas provincias pactaron una alianza con el p ropósito de co n stitu ir el Estado v organizar la República, con fo rm e a la voluntad que expresasen las provincias en el C ongreso N acional. Poco después —31 de agosto— todas las provincias argentinas, excepto las del litoral, firm aban un nuevo pacto p o r el cual concedían al g o b ern ad o r de C órdoba el Suprem o Poder M ilitar, con plenas facultades para dirigir el esfuerzo bélico al que afectaban la cuarta p arte de sus rentas. De esta m anera, Paz había reunido bajo un mismo p o d er todos los territorio s del antiguo T u c u m á n , que en frentaban ahora al prim itivo R ío de la Plata. H abía constitu id o una unidad geopolí tica que m ilitarm ente estaba en condiciones de m edir fuerzas con
Segunda campaña de Quiroga contra Paz
Consecuencias de Oncativo
La Liga del Interior
El Supremo Poder M ilitar
la o tra entidad form ada p o r las provincias del litoral, y polí ticam ente se presentaba com o una alianza de las provincias inte riores en p ro c u ra de una organización constitucional. La bandera unitaria levantada p o r Paz al com ienzo de su cam paña, no era m eneada ahora. Las provincias aliadas conservaban sus gobernadores y legislaturas v la estru ctu ra federativa se m an tenía bajo la supervisión suprem a del ejército. El pacto de agosto obligaba a sus firm antes a acep tar la co n stitu ció n que resultase de la opinión prevaleciente del C ongreso. Y aunque en su m ente Paz haya supuesto que esta opinión sería unitaria, él y sus segundos eran provincianos y tenían el orgullo de sus respectivas patrias. Paz se sentía y actuaba p referen tem en te com o el líder de una gran alianza provinciana c o n tra Buenos A ires y el litoral. Los pactos dé julio y agosto tu v iero n su co n trap artid a en los esfuerzos de Buenos A ires p o r co n stitu ir un fre n te de varias p ro vincias para e n fre n ta r el p o d erío crecien te de Paz. Rosas, que había previsto y vivido los fru to s de la paz co n Santa Fe y que no ignoraba que sólo la política de alianzas había posibilitado la d erro ta de R am írez, p ro c u ró fo rtalecer vínculos para evitar que Buenos A ires p udiera q u ed ar sola, peligro que fue tom ando cuerpo a m edida que C órdoba dejaba de ser la bandera de los unitarios para convertirse en un c e n tro de acción del interior. Ya en 1829 V iam onte se había co m p ro m etid o con Santa Fe a la form ación de un C ongreso, lo que satisfacía las aspiraciones organizativas de Estanislao López.
Los pactos del litoral
Rosas buscó am pliar la alianza con la in co rp o ració n de C o rrientes. E l co ro n el P edro F erré, figura clave de esta provincia, fue enviado a Buenos A ires y aunque se firm ó un tratad o (23 de m ayo de 1830), en las tratativas se puso en evidencia la oposición en tre quienes, com o F erré, eran partidarios de una C onstitución y los em píricos, com o Rosas, que preferían una organización de hecho en una com unidad de intereses. El problem a constitucional estaba ligado íntim am ente al económ ico y m ientras C orrientes su gería un régim en proteccio n ista para beneficio de las industrias locales, Buenos A ires oponía la necesidad del librecam bio por razones financieras, económ icas y de política internacional. Estas gestiones culm inaron con las conferencias de San N icolás, donde Rosas, L ópez y F erré, personalm ente, firm aro n la alianza de las tres provincias. E n tre R íos faltó a la cita, convulsionada p o r el alzam iento de L ópez Jo rd á n fom entado p o r los unitarios v sofo cado p o r Pascual E chagüe.
La divergencia de Corrientes
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A l resolverse la situación en trerrian a se consideró necesario un nuevo tratad o . Los delegados de las c u atro provincias se reu n ie ro n en Santa Fe. F erré p ropuso que se acelerara la organización nacional y se arreglara el com ercio exterior y la libre navegación de los ríos Paraná y U ru g u ay . El planteo im plicaba la pérdida para Buenos A ires del m onopolio aduanero. El delegado p o rteñ o se opuso. F e rré insistió, critic ó la posición de Buenos Aires v el sistema exclusivam ente agrop ecu ario de su econom ía, afirm ando que el librecam bism o sólo era posible cuando el país ya se hubiese engrandecido p o r un previo proteccionism o, opinión que revelaba conocim iento de la historia económ ica europea. Santa Fe v E n tre Ríos, atraídas p o r este planteo p ero cuidadosas de la alianza porteña, buscaron una posición de equilibrio que salvara la co n feren cia. A cep taro n despojar, siguiendo a Buenos Aires, a la p royectada C om isión Perm anente de facultades legislativas, p ero le atrib u y ero n el p o d er de invitar a un congreso co n stitu y en te. Rosas se opuso al acuerdo, p ero al v er que L ópez y F erré eran p o r entonces p a rti darios de un acuerdo p acífico co n la Liga del In terio r, tem ió el aislam iento de Buenos A ires y transó, con la idea de recu p erar luego el terre n o perdido. A cep tó la idea de que se convocase un congreso, pero dem orándolo hasta que las provincias estuvieran “en plena libertad, tranquilidad y o rd e n ”, o p o rtu n id ad en que reglarían la adm inistración nacional, sus rentas y la navegación. López acep tó com placido la actitu d de Rosas, que en el fondo dilataba para tiem pos m ejores y rem otos las aspiraciones de sus aliados y que iba a ser el g erm en de los alzam ientos arm ados de C orrientes c o n tra la hegem onía de Buenos Aires, años después. A l tiem p o que Rosas transaba con sus aliados las bases del fu tu ro P acto Federal, les convencía de que no era posible la paz con el S uprem o P o d er M ilitar, que acababa de to m ar form a. Desde entonces am bos núcleos políticos, dispuestos a disputarse la dom i nación de la R epública, se lanzaron a una carrera arm am entista y el verano de 1831 vio la reanudación de las operaciones militares. Estanislao L ópez asum ió el m ando suprem o de las fuerzas federales. Pacheco d e rro tó a Pedernera en Fraile M uerto (5 de feb re ro ) y cu ando Paz atacó a López en Cale hiñes (1? de m arzo ), éste reh u y ó la lucha a la espera de la in co rp o ració n de Balcarce y de los resultados de la ofensiva de Q u iro g a en el su r de C órdoba.
Operaciones m ilitares en 1831
Con su acostum brada rapidez operativa, el general riojano realizó una cam paña relám pago. El 5 de m arzo, tras tres días de lucha se apoderó de R ío C uarto, defendida p o r Pringles, a quien
Campaña de Quiroga
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volvió a d e rro ta r en R ío Q u in to (17 de m arzo) siendo m uerto Pringles después de rendido. Q uiro g a vio ab ierto el cam ino de C uyo, se ap oderó de San Luis, en tró en M endoza v el 28 de m arzo batió a V'idela en Potrero de C hacón, fusilando a los oficiales ren didos com o represalia p o r el asesinato del general V illafañe, reali zado p o r los hom bres de Videla. Q uiro g a dom inaba C u v o v tenía el paso libre hacia La Rioja o hacia C órdoba. Paz vio la perspectiva de una lucha en dos frentes v el de rrum be del esquem a g eo p o lítico co n stru id o después de O ncativo. D ecidió entonces o p erar rápidam ente c o n tra su enem igo más in m ediato v avanzó sobre López seguro de vencerlo. Pero uno de esos peregrinos golpes de la suerte cam bió en un instante el curso de la situación. El m ejor estratega de nuestras guerras civiles ex ploraba el cam po de El T ío , el 11 de m avo, cu ando se acercó a un bosquecillo crey én d o lo ocupado p o r sus tropas, cuando lo estaba en realidad p o r una p artid a federal. C uando se apercibió ya era prisión de Paz tarde. Su caballo fue boleado v cayó prisionero. Paz era el nervio m ilitar v político de la Liga del Interior. Los cordobeses pidieron la paz que López concedió gustoso v apadrinó la elección del coronel José V . R einafé com o g o b ern ad o r de aque lla provincia. L am adrid se retiró a T u c u m á n perseguido por Q u i roga. Diez jefes y oficiales de Paz fueron fusilados p o r orden de Rosas. Ibarra recu p eró el g o b iern o de Santiago del Estero. Sólo Lam adrid resistía y fue deshecho p o r Q u iro g a en la batalla de la Cindadela (4 de n o v iem b re), donde se rep itió la ejecución de jefes y oficiales. E l general Paz pudo salvarse de la cruel ley de esos tiem pos gracias a la p ro tecció n de López, quien resistió los insis tentes pedidos de Rosas de que: “es necesario que el general Paz m uera” .7 La g u erra había con clu id o de m odo a lavez sorpresivo y El Pac,° brillante p ara los federales. La Liga del In terio r se había esfum ado — y el litoral había consum ado su alianza con la firm a del Pacto Federal p o co antes de la iniciación de la cam paña. El 4 de enero de 1831 los particip an tes de las conferencias de Santa F e K habían docum entado su alianza en la que reconocían la recíproca inde pendencia, libertad, rep resentación v derechos de las provincias, establecían la form a de los auxilios v m andos m ilitares, la incorpo7 Carta borrador d? la colección Farini citada por Ernesto Celesia, ob. cit., pág. 194. 8 Los firmantes originales sólo fueron Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe, adhiriéndose poco después Corrientes, por lo que el pacto puede consi derarse com o inicialmente cuadripartito.
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ración de otras provincias a la alianza, la extradición de crim inales v los derechos de im portación v exportación. La única condición im puesta a quienes se adhirieran era acep ta r el sistema federal v no d iscu tir los térm inos del Pacto. F.l rápido derrum be de la Liga prohijada p o r Paz, facilitó la incorporación de las otras provincias al Pacto Federal, que llegó a co n stitu ir así un acuerdo de carácter nacional.” Pero vencido el enem igo com ún tom aron im portancia otros aspectos del tratad o en el que las partes no habían estado tan acordes. U n o de sus artículos estipuló la constitución de una C o misión R epresentativa de los G ob iern o s de las Provincias L itora les, con residencia en Santa Fe, integrada p o r un d ip u tado de cada gobierno, con facultades de d eclarar la guerra v celebrar la paz, de disponer m edidas m ilitares v —cláusula clave— de invitar a todas las provincias a reunirse en federación con las tres litorales v organizar el país p o r m edio de un C ongreso Federativo. Desde el principio se d iscutieron las facultades de la C om i sión R epresentativa. Se recordará que desde tiem po atrás Buenos Aires había venido ejerciendo la representación nacional en las cuestiones exteriores, v así tam bién lo había hecho el general R o sas. El Pacto atribuía a la C om isión R epresentativa com petencia en cuestiones interiores, pero no alteraba aquella representación, es decir que —com o afirm a T aü A nzoátegui— el pod er nacional queda ba bifurcado. Rosas se cuidó m uv bien de sostener esta bifurcación, para luego pasar a sostener la falta de necesidad de la Comisión una vez lograda la paz.1" A p a rtir de ese m om ento, Rosas no dejó de buscar la disolu ción de dicha Com isión, que había transferido a Santa Fe buena parte de la autoridad nacional. En realidad, Rosas tem ía que aqué lla Negase a m aterializar la co nvocatoria al Congreso, sobre cuva inoportunidad no dejó de pronunciarse repetidas veces, llegando hasta invocar la falta de fondos para costear su instalación." Sus cartas a Q u iro g a en este sentido tra ta ro n de anular la prédica con” T a l A n z o á t e g u i , V ícto r v A U k t i r f , l-duardo. Manual de historia de las instituciones arnentinas, Kd. La Ley, Bs. As.. 1967, pág. 57. Recomendamos la interpretación y análisis del Pacto que realiza este autor. 10 Carta de Rosas a Q uiroga del 4 de octubre de 1831, Correspondencia entre Rosas, Quiroga y l.ópez, Buenos Aires, H achette, 1958, págs. 51 a 55. " V er al respecto las cartas de Rosas a Quiroga del I" de diciem bre de 1829, 4 de octubre v 12 de diciembre de 1831 y 28 de febrero de 1832, así com o la célebre del 14 de diciembre de 1834. Tam bién es ilustrativa la de Quiroga a Rosas del 12 de enero de 1832, donde expresa ser federal sólo por respeto a la voluntad de los pueblos, no por opinión propia. I-n Corres pondencia entre Rosas, Quiroga v López, ob cit., págs 51 i 7 5 v 90.
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traria de López. P o r fin, Rosas buscó un p retex to fútil para retirar el d ip u tad o p o rte ñ o de la Com isión v no lo reem plazó nunca, te r m inando así de hecho la existencia de ésta. E n tre ta n to , Ibarra reclam aba la organización del Estado v Q uiroga p articipaba de las preocupaciones constitucionales de López. A fines de 1832 los c o rren tin o s parecieron p e rd er la paciencia v M anuel Leiva afirm ó agriam ente: Buenos Aires es quien únicam ente resistirá la form ación del Congreso, p o rq u e en la organización v arreglos que m editan, pierde el m anejo de nuestro tesoro con que nos ha hecho la gu erra, y se co rta rá el com ercio de extranjería, que es el que más le p ro d u c e .12 Pero la reacción constitucionalista y an tip orteña no se co n cretó. E i p o d er efectivo del país se dividía entre tres grandes: Rosas, L ópez y Q uiroga. Este últim o estaba disgustado con los dos prim eros, especialm ente co n “el gigante de los santafesinos” com o lo llam aba despectivam ente. Pero ninguno tenía p o d e r p ro p io para oponerse a los demás e im ponerles su criterio. La desconfianza y el resentim iento im pidieron a L ópez y a Q u iro g a hacer fren te com ún co n tra Rosas. T am b ién lo im pidió el pred icam ento de éste sobre cada uno de ellos. H ábilm ente, Rosas cultivó las coincidencias con cada uno y explotó sus debilidades. C uando p u d o doblegó, cuando no pudo, neutralizó. Al descender del gobierno, a fines de 1832, el g o b ern ad o r de Buenos Aires ejercía p o r delegación de las provincias las relaciones exteriores de la R epública v los intentos constitucionalistas habían sido frenados. C om batido en el orden provincial, Rosas triu n fab a en el nacional.
La escisión del federalismo porteño El retiro de Rosas al negarse a la reelección fue un hábil re pliegue p ara lanzar su ofensiva en busca del p o d er absoluto que entonces le regateaban. R etirándose visiblem ente de la acción polí tica, hizo el vacío al g obierno, m ientras p o r un lado m ontaba una acción p artidaria de propaganda y agitación —luego de conspira ción— y p o r o tro afro n tab a una tarea que aum entaría su prestigio y lo m antendría en la expectativa pública. A ntes de ab andonar el poder, hizo ap ro b ar un p ro y e c to de 12 F a c u l t a d
de
F
il o s o f ía
y
L
etra s,
D ocum entos para la Historia argen
tina, Buenos Aires, tom o xvn, pág. 114. 1 c;
M in u é en B uenos A ires. [A c u a re la re a liza d a por P e lle g rin i en 1831.]
expedición c o n tra los indios, tendiente a conq u istar todas las tie rras situadas al n o rte del río N e g ro , v de estrech ar a las tribus entre varias fuerzas condenándolas a la d estrucción. El p ro y e cto era am bicioso v suponía la colaboración de las otras provincias amenazadas v aun del g o b iern o de Chile. La colum na occidental estaría com andada p o r el general A ldao, la del c e n tro p o r el general Ruiz H u id o b ro v la del oriente p o r Rosas. Q uiro g a sería el com an dante en jefe. E nferm o entonces, Q uiro g a no dem ostró m ayor entusiasm o p o r la em presa, actuando a la distancia sobre los dos destacam entos del oeste v el cen tro , sin in te rfe rir en la acción de Rosas. La falta de recursos de aquéllos hizo fracasar a la colum na central v restó m ovilidad a la de A ldao, p o r lo que el peso de la cam paña recayó sobre las fuerzas de Rosas. F.1 g o b iern o chileno no c o n c u rrió con las fuerzas program adas. Este desbarajuste del plan original no p e rtu rb ó al caudillo p o rteñ o quien a fines de m arzo de 1833 ya estaba en cam paña. Pero los fondos escaseaban y el g o b iern o de B alcarce no pareció m uy dispuesto a esforzarse en conseguirlos. En realidad, el nuevo g o b ern ad o r era un buen federal, un hom bre recto que apreciaba a Rosas, pero irresoluto e influenciable. Los federales antirrosistas eran m ayoría en la Legislatura v no pensaban agitarse para acrecen ta r la influencia de Rosas. Las dificultades logísticas eran m uy grandes y la capacidad para resolverlas poca, p o r lo que casi desde
La m e d ia c a ñ a . [L ito g ra fía e fe c tu a d a por P e lle g rin i.) El b a ile e ra u n a de las fo rm a s corrientes d e e n tr e te n im ie n to social, ta n to c iu d a d c o m o en el c am p o : M in u é en B uenos A ires y La m e d ia c añ a .
en
la
su partida el ejército expedicionario se en co n tró privado de m uchas cosas v con la sensación de haber sido abandonado p o r el gobierno. Rosas recu rrió a sus am igos —hacendados m uy interesados, además, en el éxito de la em presa— v con su co n cu rso suplió todas las necesidades. La división en tre los federales d o ctrinarios v los rosistas c re cía día a día v se reflejaba en el ejército. En el río C olorado, doce oficiales se separaron de la expedición. Pero Rosas siguió adelante. El 10 de m avo alcanzó el río N e g ro v a fin de mes llegó a ChoeleChoel. Castigando a las indiadas hacia todas las direcciones, las colum nas se extendieron p o r el oeste hasta la confluencia de los ríos N eu q u én v Lim av, v p o r el noroeste hasta el río A tuel donde alcanzaron la división de A ldao. Pacheco —uno de los jefes claves de la cam paña— reflejaba en una carta las expectativas de una em presa que se p ro lo n g ó d u ran te to d o el invierno: L a expedición . . . tendrá m ejores resultados de los que el mismo G eneral se había prom etido, El podrá o frecer a su regreso un océano de cam pos útiles para la labranza v lim pios de indios, con los datos resultados de reconoci m ientos p rá c tic o s.13 18 Citada por Juan Carlos W alther, La Conquista del Desierto, Buenos Aires, C írculo Militar, 1964, pág. 311.
E n efecto, 2.900 leguas cuadradas habían sido ganadas, las co m unicaciones con Bahía Blanca y Patagones increm entadas, y d u rante un buen tiem po los cam pos ya ocupádos qued aron libres de la amenaza de los indios. Si los resultados no fuero n m ayores —des de 1840 se reanuda la presencia agresiva de los indios— fue porque al no ser com batidos los indios sim ultáneam ente desde el lado chi leno, pudieron h uir al o ccidente de la cordillera v años después regresar con nuevos ím petus. Rosas fue bien pagado p o r su éxito: la isla de C hoele-C hoel y , sobre todo, un renovado p restigio en tre el pueblo. Pero durante la expedición no había utilizado su tiem po sólo en los problem as militares. M antuvo con diversos personajes y especialm ente con su m ujer, E ncarnación E zcurra, una activa correspondencia polí tica a través de la cual o rientaba la acción de sus partidarios. La división en tre los federales había alcanzado co n tornos defi nidos y casi violentos. D oña E ncarnación, aplicando su tem p era m ento exaltado a los fríos planes de su m arido, se co n vierte en un agente político de suma im portancia. T o d o lo inform a, to d o lo prevé, sabe am edrentar, estim ular, sondear; para ella no hav mis terios: tiene listas de los enem igos, listas de los pusilánim es, listas de los partidarios, listas de los fanáticos. El bajo pueblo, las cria das y esclavas, los mozos, los hom bres de pulpería, llevaban y traían inform ación a su propia casa: el espionaje se organiza así con cien zudam ente y desde entonces va a ser una pieza política caracte rística del sistema rosista. Los com isarios C uitiño y Parra se tran s form an en agresores de los disidentes del R estaurador: es el germ en de la “Sociedad R estauradora La M azorca” que d e n tro de poco adquirirá form a y siniestro prestigio. Los fieles a Rosas subrayan su condición con el apodo de apostólicos, en tan to que los federales doctrinarios son'llam ados cismáticos. El general Balcarce trata de m antenerse n eu tral en el prim er m om ento. P ero a su lado hay dos hom bres decididos a hacer frente a Rosas: el general E nrique M artínez, m inistro de G u erra , y el general O lazábal. La prensa se desata en injurias recíprocas. Los doctrinarios cierran filas tras de M artínez. El 16 de junio la esci sión se oficializa en ocasión de las elecciones a las que ambos grupos co n cu rre n con listas separadas. Los cism áticos se ganan el apodo —p o r el colo r de la guarda de las boletas— de lom os negros. Llevan al propio Rosas en tre sus candidatos a diputado, sea para co n fu n d ir, sea para am arrar al R estau rad o r a un cargo secundario. T riu n fa n y Rosas renuncia a su banca. in
Apostólicos v. cism áticos
E l clim a de violencia ha crecid o tan to que en o c tu b re es seguro un estallido. El diario rosista E l Restaurador de las L e yes publicó un artícu lo injurioso para Balcarce, p o r lo que el fiscal lo som etió a proceso. C om o un huracán co rrió p o r la ciudad la am bigua n o ti cia de que sería procesado el R estau rad o r de las Leyes. G entes del bajo y del suburbio, gauchos y soldados se ap retu jaro n fren te al tribunal, dirigidos p o r com andantes militares. E l choque con la guardia de seguridad se p ro d u jo y en m edio de una inmensa grita la pueblada se retiró a Barracas, donde jefes de origen distinguido asum ieron su dirección: M aza, R olón, M anuel P u ey rred ó n , Q uevedo, etc. El general A gu stín de Pinedo asum ió el m ando de los revolucionarios, m ientras P ru d en cio Rosas reunía tropas en la cam paña. E ra el 11 de o c tu b re de 1833. U n breve com bate desfavorable al gobierno afirm ó a los rebeldes que reclam aron el cese en el m ando del general Balcarce, quien sólo se m antenía en él a ins tancias del general M artínez. C om enzaron las tratativas, de las que Rosas tu v o cuidadosa inform ación. Si d u ran te los días precedentes —dice un testigo— ningún bando podía acusar al o tro de haberse excedido m ás,14 estas gestiones fu ero n tensas p ero pacíficas. La presión p o p u lar y el dom inio de la cam paña daban a los rev o lu cionarios todas las ventajas. El 3 de noviem bre la Legislatura, en cargada p o r B alcarce de resolver sobre su con tin u ación en el m an do, le dio p o r renunciado y n o m b ró en su reem plazo al general Ju an José V iam onte. E n últim o térm ino, los artífices de la victoria, p o r la cuidada preparación del m ovim iento, habían sido d on Ju a n M anuel y doña E ncarnación, bien que el p rim e ro lo hubiese hecho en la trastienda y excusara su participación. Los lom os negros habían sufrido una seria d erro ta p ero no habían sido elim inados de la escena política. C onservaban todavía el dom inio de la Legislatura y el p ro p io V ia m onte era un d o ctrin ario que estaba más cerca de Balcarce que de Rosas. E ra ferviente p artid ario de la conciliación, com o había dem ostrado en 1829. Pero ése no era, en opinión de los rosistas, m om ento para conciliaciones. E ncarn ació n E zcu rra fue de las prim eras en expresar su dis g usto p o rq u e se había entreg ad o el p o d er a o tro s “m enos m alos” 14 A gustín Ruano en noviem bre de 1833. Citado por E rnesto Celesia, ob. cit., pag. 306. Sobre el proceso de este movimiento ver: G abriel J. Puentes, El Gobierno de Balcarce, Buenos Aires, H uarpes, 1946.
Revolución de los Restauradores
Gobierno de Viamonte
Los ho m bre s del ré gim en : M a nuel V. Maza, F e lip e A rana y Á ngel P acheco.
que los anteriores, pero que no eran “am igos”. Rosas se quedó en el cam po, sin una palabra de ap o y o al nuevo gobierno. Su cónyuge inspiró a Salom ón, B urgos, C uitiño v otros la form ación de la Sociedad Popular Restauradora (L a M azo rca), que se co n stitu y ó inm ediatam ente en instrum ento de terro rism o político: las casas de los opositores fueron apedreadas y baleadas. Los “cism áticos” com enzaron a em igrar, com o en 1829 lo habían hecho los unitarios. V iam onte, bloqueado políticam ente, se dedicó a la tarea adm i nistrativa v dejó sentadas las bases del ejercicio del P atronato ecle siástico v de la futu ra norm alización de las relaciones entre la Iglesia v el Estado argentino. El 20 de abril de 1834 los “apostólicos” ganan las elecciones. Días después llega al país Rivadavia y es acusado de ten er parte en una conspiración m onárquica. El m inistro G arcía trata de de fenderlo y es o b jeto de ataques periodísticos v personales. El gene ral Álzaga acusa a G arcía v éste pide para sí juicio de residencia com o m edio de justificación. V iam onte, harto, renuncia el 5 de junio, días después de haber ord en ad o la expulsión de Rivadavia. Q uiroga, radicado en Buenos Aires p o r entonces, será la única m ano tendida a favor del ex presidente. La Legislatura eligió, el 30 de junio, g o b ern ad o r al general R o sas. Era el resultado lógico. Pero Rosas renunció el cargo una v o tra vez. A legó que aceptaría la tarea si pudiese cu m p lir sus obliga ciones , velado recu erd o de que no contaba con las facultades extra ordinarias que siem pre había considerado necesarias. Señaló las
otras razones que hacían inútil su sacrificio v se cuidaba de a fir m ar que p o d ría objetarse que tal vez no encargándom e del gobier no de la provincia se me m irará, en razón de la buena opinión que m erezco a los federales, com o un estorbo a la m archa de cu alquier g obierno que se estab lezca.''• Los diputados no se resignaron a co n ced er las facultades que habían causado la crisis de fin de 1832. Rosas renu nció p o r cuarta vez. E ntonces se eligió go b ern ad o r, sucesivam ente, a M anuel v N icolás A nchorena, a Ju an N . T e rre ro v a Á ngel Pacheco, todos fervientes rosistas, que rechazaron los nom bram ientos. P or fin se encargó provisoriam ente del g obierno al presidente de la Legisla tura, Dr. M anuel V icen te Maza, íntim o am igo de Rosas. La misión de M aza no podía ser otra que p rep arar el acceso al gobiern o del R estaurador, quien había unido a ese títu lo el de H éro e del D esierto, m ientras su activa conso rte m erecía el apodo de H ero ín a de la C onfederación. Los rosistas habían cerrad o filas V ahora sí era total la d erro ta de los d o ctrinarios. U n suceso des graciado, que guarda relación con la situación de las provincias interiores, iba a facilitar aquella misión. D urante el año 1834 habían em peorado seriam ente las relaciones entre el g o b ern ad o r de Salta, general L ato rre v el de T u cu m án , Felipe H eredia, quien el 19 de noviem bre declaró la g u erra al prim ero. N o tic ia d o el gobierno porteño, decidió in terv en ir p o r aplicación del Pacto Federal y Maza ofreció la tarea de m ediador al general Q u iroga, cu v o pres tigio en el n o rte era indiscutible. Q uiro g a quiso co n o cer la opinión de Rosas, quien aprovechó la ocasión para renovar su prédica en co n tra de la organización constitucional, en lo que convino finalm ente el caudillo riojano. Las mismas instrucciones oficiales hacían referencia a ese asunto, V una últim a carta de Rosas entregada al enviado en el m om ento de partir, volvía m achaconam ente sobre el tem a, com o si tem iera que el voluble caudillo reto rn ara a su idea prim itiva. C uando Q u iro g a llegó a Santiago del E stero, se en teró de que L atorre había m uerto en manos de un m ovim iento co n trario salteño. Se dedicó entonces $ deliberar con los g o bernadores v el 6 de feb rero de 1835 logró un tratad o de am istad en tre Santiago, ,r> Versión de A dolfo Saldías, según papeles de Arana; ob. cit., tom o i, pág. 431.
Maza gobernador
Misión de Quiroga en el Norte
Salta y T u cu m án , tras lo cual em prendió el regreso a Buenos Aires. A la ida había sido advertido de que elem entos del g o b ern ad o r de C órdoba querían asesinarlo. D espreció todos los avisos v el 16 de febrero, en jurisdicción de C órdoba, en el lugar de Barranca Yaco, fue asaltado y m u erto p o r una partida al m ando del capitán Santos Pérez.
Asesinato de Quiroga
La m uerte del ilustre caudillo rom pía el equilibrio triangular del federalism o argentino. ¿Q uién había planeado el crim en? In dudablem ente el g o b ern ad o r Reinafé. En el m om ento cayeron sospechas sobre Estanislao López v aun sobre Rosas; E ra conocida la anim adversión recíp ro ca erttre Q uiroga v el jefe santafesino, disim ulada en aras del triu n fo co m ú n y de la paz. Pero López había afirm ado su influencia sobre C órdoba y no podía pensar en ir más allá, y no hay pru eb a alguna de que haya tenido parte en el asunto, aun cuando, p o r un e rro r de perspectiva política, pueda haberse alegrado de la desaparición de Q uiroga. T am p o c o en to rn o de Rosas hay algo más que vagas sospechas. Q uiroga —el único hom bre que se atrevió a am enazarle— estaba dem asiado de pendiente de sus opiniones en esa época para co n stitu ir un obs táculo a sus planes. Esta discusión nos parece ociosa. Interesa saber más bien, quién fue el beneficiario político de la desaparición del caudillo. La influencia unitiva que Q u iro g a ejerció sobre C u y o v el noroeste no fue heredada p o r nadie, v los g o b ernadores locales actuaron con independencia recíp ro ca desde entonces. Así el in te rio r desapareció com o fuerza política coherente. Q uedaban el li toral, bajo la influencia de L ópez y Buenos A ires, donde Rosas afirm aba cada vez más su poder. López, aunque p rovinciano v “patriarca de la fed eració n ”, carecía de las condiciones políticas para extender su ó rbita de influencia sobre los te rrito rio s que habían respondido a Q uiroga. Rosas sí las tenía. A dem ás Santa Fe, aun con la dudosa alianza de C orrientes v E n tre Ríos, no podía e n fren tar al Buenos Aires de entonces, con un g o b iern o que c o n taba p rácticam en te con casi toda la opinión a su favor. La m uerte de Q uiroga beneficiaba pues a Rosas, quien lentam ente se co n virtió en el árb itro de to d o el país. D esde 1835, la figura de López co m ienza a d ecrecer y el país en tra, sin discusión, en la época de Rosas.
Consecuencias de la muerte de Quiroga
El crim en p ro d u ce un notable im pacto en Buenos Aires. La som bra del caos, que Rosas siem pre había agitado ante amigos y enemigos, parece convertirse en una certeza. Maza renuncia a su cargo. E ntonces, lo que no habían podido los argum entos lo pudo el m iedo. El tem o r a una nueva anarquía definió el voto de los representantes: p o r 36 votos co n tra 4 se n o m b ró g o b ern ad o r por 5 años a Juan /Manuel de Rosas, en quien se depositó la sum a del poder p ú b lico , para sostener “ la causa nacional de la federación” . En cu an to a la reacción personal de Rosas, está consignada en una carta de esos días, donde tras relatar el asesinato de Q uiroga exclama: ¡Qué tal! ¿He conocido o no el verdadero estado de la tierra? ¡Pero ni esto ha de ser bastante para los hom bres de las luces v los principios! ¡Miserables! Y vo insensato que me m etí con sem ejantes botarates. Ya lo verán ahora. El sacudim iento será espantoso v la sangre argentina c o rrerá en p o rcio n es."1
IK Carra a Juan José Díaz, del 3 de marzo de 1835. Publicada en Papeles Je Rosas v citada por C. Ibarguren, oh. cit., pág. 312.
Rosas nuevamente gobernador
I 22
EL APOGEO
Política económ ica de Rosas
C uando Rosas asum ió el g o b iern o en 1829 la situación de las en Si829CiÓn finanzas fiscales de Buenos A ires era pésima y los negocios p arti culares habían sufrido g randem ente p o r la dism inución del c o m er cio exterior com o consecuencia de la g u erra con el Brasil v la siguiente co ntienda civil. Las provincias interiores, que habían vis to un leve florecim iento de sus industrias a causa del bloqueo naval, vieron cortarse ese proceso en cu an to la g u erra se extendió a sus territorios. A u n q u e B uenos A ires p r o g re s a -le n ta m e n te , ya se p e rc ib e n c a m b io s re s p e c to del B uenos A ires de la In d e p e n d e n c ia . [C a b ild o y P o lic ía , seg ún P e lle g rin i.]
La econom ía p o rteñ a se apoyaba en la p ro d u cció n ganadera y el com ercio exterior, razón p o r la cual su interés prim ordial eran los cam pos baratos v los bajos im puestos a la exportación, para m antener v apipliar el m ercado extranjero. C onsecuente co n este sistema, que aprobaba entusiastam ente el g ru p o social al que pertenecía, Rosas p ro c u ró no in n o v a r \n la m ateria d u ran te su prim er gobierno. A nte to d o , se dedicó a poner orden en la adm inistración, haciendo econom ía en los gastos e im poniendo un m ejor co n tro l. Fiel a los intereses de los ganaderos v propietarios, evitó aum en tar los im puestos que además de per judicar los negocios de éstos hubieran p ro v o cad o un aum ento en el costo de la vida, co m p ro m etien d o p o r esta vía el apoyo de las clases populares. Su m argen de m aniobra quedó así m uv reducido, por lo que c e n tró su esfuerzo en dism inuir el d éficit presupuestario —va que no podía alcanzar el equilibrio— v estabilizar el valor del papel m oneda. D urante el in terreg n o B alcarce-V iam onte-M aza no se p ro d u jo innovación alguna de trascendencia, v cuando Rosas retom ó el gobierno la deuda pública seguía siendo crecida v el problem a financiero p o rteñ o insoluble. Rosas, realista en esto com o en to d o , evitó sum irse en planes com plejos v am biciosos. Su acción se o rien tó persistentem ente ha cia dos objetivos co n creto s v lim itados: econom ía en los gastos v eficacia en la p ercepción v adm inistración de las rentas.1 En este sentido, p erfeccio n ó el régim en aduanero, desestim ó la co n trib u ció n directa —a la que juzgó poco productiva y resis tida p o r los terraten ien tes—, v a p artir de 1836 recu rrió a la venta de tierras públicas para en ju g ar el déficit. C uando este recurso fue insuficiente, fo rzó las econom ías en los gastos, pero en este punto no siguió un criterio o rto d o x o dejándose llevar p o r cuestiones po líticas. Así, m ientras c e rró la U niversidad v suprim ió los fondos para asilos v hospitales, m antuvo un abultado presupuesto policial V no dejó de aplicar fondos a fines políticos. En cu an to al presu puesto m ilitar, co n tin u ó g rav itan d o seriam ente sobre los gastos. Fn 1836 representaba el 2 7 '/ del total, pero en 1840 a causa de la guerra se elevó al 71 '/< v desde entonces apenas bajó del 5 0 '/ . Su resistencia a aum en tar los im puestos hizo que en caso de extrem a necesidad recurriese a la emisión, especialm ente en el últim o lustro, de m odo tal que el circulante aum entó en quince 1 Burgin, M irón, Aspectos económicos del federalismo argentino, Bue nos Aires, H achette, 1960, pág. 241. - Idem, pág. 262.
Acción de Rosas durante su prim er gobierno
En el segundo gobierno
años en un 1.000 ' / . En cam bio, logró reducir la deuda interna en 1840 a 1850, de 36.000.000 de pesos a algo menos de 14.000.000. Los problem as financieros del gobierno de Rosas no eran los únicos ni los principales. N i siquiera la deuda con Baring Brothers le trajo m ayores preocupaciones. Rosas nunca se decidió a hacer sacrificios especiales para pagar a los acreedores extranjeros, y debe decirse que G ra n B retaña nunca presionó para ello. Pero el co n cep to de aquél sobre el ord en y la probidad adm inistrativa lo llevó a p agar a p artir de 1844 la m odesta suma de $ 60.000 al año, reanudando así el pago suspendido en 1827. El problem a fundam ental fue la oposición en tre librecam bistas y proteccionistas, polém ica que excedía el ám bito provincial v que tuvo —o debió tener p o r sus pro y eccio n es— p ro p orciones nacio nales. La polém ica no afectaba a los porteños, pues unitarios y federales eran, p o r igual, p artidarios del librecam bio, aunque dife rían en la form a de aplicarlo. Sólo grupos num éricam ente pequeños v de no m ucha gravitación —artesanos, agricultores, pequeños co m erciantes— sentían atracción p o r el proteccionism o. Las otras provincias, en cam bio, querían p ro te g er su p ro d u c ción frente a la com petencia extranjera y deseaban un aum ento de los im puestos aduaneros. C uando en su p rim er gobierno Rosas desgravó la im portación; algunas provincias se consideraron trai cionadas. Pero Rosas defendía los intereses ganaderos v su a rg u m ento frente a los proteccionistas fue que el consum idor m erecía tanta pro tecció n com o el p ro d u c to r y que un aum ento de los im puestos p rovocaría un alza del costo de la vida. En las conferencias de Santa Fe p rim ero y luego en la C om i sión R epresentativa, en 1832, la polém ica alcanzó nivel oficial asu m iendo el representante c o rre n tin o F erré la defensa del p ro tec cionism o. El delegado p o rteñ o alegó entre otras razones que el proteccionism o era co n trario al progreso de la industria pecuaria, que perju d icaría el com ercio de exportación v aum entaría el costo de la vida. Adem ás, sostenía que la industria nacional era incapaz de satisfacer la dem anda del país. Sostuvo, p o r fin, que no debían sacrificarse las ventajas presentes a los dudosos beneficios del fu turo. En su réplica —que va hemos m encionado antes— F erré c ri ticó el librecam bio com o fatal para el país, ya que si bien bene ficiaba a la ganadería im portaba una postergación indefinida del desarrollo industrial. E ra necesario que Buenos Aires revisara su política para adecuarla a los intereses de to d o el país. T am bién exigía que no m onopolizara el com ercio exterior y que los ríos
Librecam bio v. proteccionism o
Paraná v U ru g u a y se abrieran a dicho com ercio, haciendo p a rtí cipes a las provincias de los beneficios fiscales de aquél. Al peso de estos argum entos, que tenían el prestigio de em a nar de un federal insospechado, Buenos Aires sólo podía op o n er el argum en to de que habiendo recaído en ella la deuda nacional de la época rivadaviana, era lógico que m onopolizara la principal fuente de recursos con que debía pagar esa deuda. De Angelis y otros periodistas se p reo cu p aro n p o r co m b atir la tesis de Ferré, pero lo que éstos no p udieron, lo logró un hecho político. Aquella tesis fue usada p o r Leiva y M arín para p ro p u g n ar una política co n tra Buenos Aires, v descubierto el hecho, el anatem a cavó sobre sus a u to re s,o b lig a n d o a F erré a esperar nuevos tiem pos para reanudar su prédica. C uando Rosas vuelve al poder, su agudeza política le lleva a hacer un p rim er in ten to serio de arm onizar sus intereses econó m icos con los de las provincias del interior. La lev del 18 de di ciem bre de 1835 aum entó las tasas aduaneras a la im portación en general, liberó to talm en te de tasas a los p ro d u cto s que Buenos Aires prod u cía con un alto nivel de calidad v pro hibió totalm ente la in trod u cció n de ciertos p ro d u cto s —trig o , harina, etc .— p ro d u cidos en el país, rom piendo así p o r prim era vez con la tradición librecam bista. La nueva lev favoreció a los agricultores, que pasaron a ap oyar al general Rosas. Los p ro d u cto res de vinos, textiles y lanas del in terio r tam bién se beneficiaron, v tu v ieron la im presión de que Buenos Aires em pezaba una política económ ica de interés nacional. F.n 1837 Rosas volvió a aum entar las tarifas, pero al p ro d u cirse el bloqueo francés, las pérdidas del com ercio le llevaron a reducirlas en un t e r c i o . I - a g uerra subsiguiente im pidió el retorno a la ley de 1835. E m pezó a sentirse una progresiva escasez de p roducto s m anufacturados, v com o no se d ictó ninguna medida de fom ento industrial, el incipiente p ro teccionism o fue abandonado lentam ente. Desde 1841 se perm itió la in tro d u cción de artículos prohibidos p o r la ley de 1835, lo que prácticam ente ponía fin al experim ento. Desde entonces, las provincias no p udieron esperar nada de Buenos Aires en el plan económ ico. En 1848 el fin de la g u erra internacional b rindó ciertas con3 Es probable que la presión de los hacendados haya tenido más fuerza en la decisión que ios efectos del bloqueo francés. Ferns sostiene que los efectos de éste sobre el com ercio inglés fue casi nulo y que en 1839 aum en taron las im portaciones inglesas en Buenos Aires. V er H . S. Ferns, Gran Bretaña y A rgentina en el siglo XI X, Solar-H achette, Buenos Aires, 19, pág. 25H.
Una experiencia levemente proteccionista
Regreso al librecam bio
diciones para un nuevo aum ento de las tarifas, p ero la ruina general de la econom ía y en p articu lar de la industria, hacían im posible pensar en un sistema de proteccionism o. Si en las conferencias de Santa Fe se invocó el interés in te r nacional para justificar el librecam bio, dicho arg u m ento no fue real, aunque haya sido sincero el tem o r de una reacción inglesa a una política proteccionista. E n 1837, al elevarse las tasas, lord Palm erston aconsejó al m inistro inglés en Buenos A ires que no se quejara oficialm ente, aunque le recom endaba señalar al gobierno las virtudes del librecam bio. Y en los dos años anteriores no dio G ran Bretaña paso alguno en este sentido. E n realidad, el gabinete inglés tem ía más a los disturbios políticos que a las leyes rioplatenses com o obstáculo al com ercio. Y Rosas era para él una garantía de paz. E n m ateria de tierras, la p o lítica de Rosas estuvo enderezada La tierra principalm ente a p o d er disponer del m ay o r núm ero de tierras p ú blicas enajenables, com o m edio de p o b lar la pam pa y com o recurso fiscal. Con este objeto, se d edicó a liquidar p rogresivam ente el sistema de enfiteusis. La ley de 1836 aprobó la venta de tierras dadas en enfiteusis; aquellos enfiteutas que no las com prasen pa garían un arrendam iento duplicado. En m ayo de 1838 se lim itó la enfiteusis a las zonas apartadas co n el arg u m en to de que la dem anda de tierras para la ganadería se había acrecentado y que la pro p ie dad era el m ejor m edio de p ro m o v er el bienestar social. E ste proceso no co n d u jo a una red istrib u ció n de las tierras entre nuevos g rupos sociales, pues los adquirentes perten eciero n al m ism o 'co n ju n to de p ropietarios, a los que se agreg aron aquellos m ilitares que las o b tu v iero n com o prem ios a sus servicios. Sin em bargo, Rosas in ten tó p o r este m edio aum entar la p ro d u c ció n y la población ru ral, en las que veía el fu tu ro de Buenos Aires. C uando el bloqueo de 1838-39, se p rev iero n dificultades para la exportación y en consecuencia dism inuyó el interés p o r la co m pra de tierras y la provincia q u ed ó co n grandes extensiones que no p u d o vender. La insignificancia de la ag ricu ltu ra hizo que Rosas diera pocos pasos para favorecerla. E n realidad, las dificultades para el desarro llo agrícola eran m uchas: escasez de m ano de obra y su alto costo, m étodos prim itivos que ocasionaban un rendim iento bajo, falta de capital para c o m p rar m aquinarias y herram ientas, dificultad y costo del tran sp o rte que obligaba a re c u rrir a tierras cercanas a los cen tro s de consum o y p o r ende de m ay o r precio. P o r fin, la com pe-
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tenpia extranjera era ruinosa. C o rta r ésta o asegurar a los chacareros una ganancia segura hubiera p ro v o cad o un alza del costo de la vida que el g o b iern o no q uería afro n tar. Sólo cuando en 1835 el precio del trig o había bajado en un 66 % se p ro h ib ió la im por tación. La reacción fue inm ediata, el p recio se estabilizó, p ero al sobrevenir la g u erra aum entó vertiginosam ente —un 2.000 % ap ro xim adam ente— lo que obligó a d ar m archa atrás. H acia 1851 los precios habían bajado a la m itad. La m ay o r p arte de los argum entos referidos a la agricultura valen para la industria p o rteñ a: falta de capital, de c réd ito , de m ano de obra, de m aquinaria. El panoram a que bosquejam os al respecto para el p erío d o 1810-30 no se había m odificado en lo substancial y Rosas no dio n in g ú n em puje para favorecer un cam bio. E n resum en, podem os d ecir que la política económ ica de Rosas en el ám bito restrin g id o de la provincia se caracterizó p o r el orden fiscal, una excesiva dependencia de los intereses ganaderos, y en lo demás, pragm atism o y falta de im aginación. Pero donde la cuestión adquiere más im portancia es viendo el sistema rosista en fu n ció n nacional. Buenos Aires quiso cargar con la responsabilidad p o lítica del país en el plano in tern o e in te r nacional, p ero se negó a responsabilizarse de su bienestar econó m ico y social, lo que com o dice B urgin, c o n stitu y ó la trágica in consecuencia del sistema.4 Esta actitu d no puede, sin em bargo, atribuirse exclusivam ente a su afán de riqueza o a su egoísm o. D esde m ayo de 1810, Buenos Aires había tom ado la iniciativa del cam bio nacional y había em pezado trab ajan d o para to d o el país y para A m érica. La resistencia y el odio de las provincias la hizo desviarse de aquellas metas y se replegó sobre sí misma. E n definitiva, el localismo p o rteñ o tenía dos vertientes: una de ellas p ro p en d ía a librar a Buenos A ires del peso m u erto de una federación de provincias em pobrecidas. La o tra era la que afirm aba el vitalism o p o rte ñ o para im ponerlo al resto del país. E n estas dos líneas está en g erm en la diferencia entre los segregacionistas del 60 y los nacionalistas com o M itre. E n síntesis, el aislacionism o económ ico chocaba con el in tervencionism o p olítico. L legó u n m om ento en que las p e rtu rb a ciones que ocasionaba el m antenim iento del sistema —guerras in te riores, etc.— term in aro n siendo m ayores que sus ventajas. T a n to en el plano económ ico com o en el p olítico, el tiem po de Rosas había acabado v sólo faltaba el m ovim iento que lo derribara. 4 B u r g in ,
M irón, ob. cit., pág. 355.
c r i t i c a a i s is te m a
El contexto internacional de la época E uropa com enzó en 1830 a vivir una década de agitación p o lítica y nacionalism o. Residuo de las invasiones napoleónicas, el espíritu nacional tom aba vuelo en todas partes v se rebelaba contra los límites políticos del A ntiguo R égim en que todavía subsistían. A quellos lím ites respondían sobre to d o al prin cip io de legitim idad v los revolucionarios del 30 querían establecerlos según v en nom bre de la nacionalidad. Así lo preten d iero n los polacos, sin éxito, y los belgas con la m ejor suerte, em ancipándose del dom inio de los Países Bajos. Más incipiente, el m ovim iento se extendió por Italia v Alemania. Al mismo tiem po o tro elem ento actuaba com o m o to r de las agitaciones políticas: el radicalism o ideológico, que venía pene tran d o desde fines del siglo an terio r, en contraba cada vez menos soportable el absolutism o im perante en el contin en te, v adquirió form as revolucionarias entre 1830 v 1834. Su m av or éxito fue la revolución francesa de 1830 que arro jó del p oder al p re té rito C ar los X y elevó al tro n o —p o r la m ediación de la burguesía liberal— a Luis Felipe de O rleáns, an tig u o candidato al c e tro del R ío de la Plata. U na co rrien te d em ocratizante que p ropugnaba el sufragio universal se expandía p o r E uropa y desde 1832 obtenía pacíficas v progresivas ventajas en G ra n Bretaña. El signo de esta década fue p redom inantem ente político. Sólo entrados ya los años 40, la ola de prosperidad que reina en E uropa va a despertar los anhelos de las clases más pobres que han vivido hasta entonces en un estado de trem enda miseria com o consecuencia de la revolución industrial: hacinam iento urbano, pauperism o, tra bajo infantil, etc. Los disturbios, en adelante, especialm ente en to rn o al año 1848, ten drán una tónica m arcadam ente social. Al mismo tiem po se había p ro d u cid o una m utación del m ovi m iento intelectual. El rom anticism o, que había venido abriéndose cam ino desde fines del siglo xvm , adquirió form as renovadas. Des de 1830 su p rogram a de ru p tu ra con la tradición clásica v de nuevo sentido de la literatura, se com plica en algunos de sus seguidores con una creciente relación en tre el rom anticism o literario v el “espíritu radical”. N ace así el rom anticism o del progreso, con fina lidades políticas v nacionalistas.'1 Este proceso no era absurdo. Lo 5 R e n o u v i n , Pierre, Historia de las relaciones internacionales, M adrid. Aguilar, 1964, tom o n. volumen i, pág. 18.
Nacionalismo y radicalism o
El rom anticism o del progreso
“clásico” representa una necesidad de o rden, de síntesis, una regu lación del pensam iento, el sentim iento v la acción; esto significaba a su vez exclusiones v sacrificios para el cread o r, que tarde o tem p ran o eran resentidas. E ntonces, nuevas form as buscaban expresión rom piendo aquellos m oldes, v estas form as en su m anifestación de fines del siglo xvm co n stitu y e ro n el rom anticism o: signo de ru p tura, rebelión c o n tra las form as fijas v las reglas; en suma, la susti tu ción del “eth o s” clásico p o r el “ pathos” rom ántico. N o debe extrañar, pues, que este espíritu de rebeldía fuera proclive a anidar otras rebeldías en o tro s planos del intelecto y la vida social. Por algo, cronológicam ente, el tiem po del clasicism o coincidía con el tiem po del absolutism o prerrev o lu cio n ario . Su supervivencia en el período rom án tico no era sino un signo de su antigüedad. T al vez lord B yron fue inconscientem ente el p rim ero que, al convertirse en m ártir de la libertad política, aproxim ó el rom anticism o literario al radicalism o político. P or fin el m ovim iento va a derivar, a través del aristo crático Saint-Sim on, hacia una form a supranacional v so cial, que ya abandona casi su m atriz original. Saint-Sim on predicaba que sobre los intereses nacionales debía tenderse a la unión p o r el interés co m ú n superior. Este supranacionalism o lo convierte en un p rec u rso r de los europeístas de 1950. P ero en oposición a los saint-sim onianos, se desarrolla otra c o rrien te de m ay o r vigor, venida del idealismo alemán v que tenía en H egel su m ay o r exponente: desarrollaba una nueva teoría del E stado, en la que éste era la expresión de una unidad de cultura, de una unidad nacional. De allí se deriva una política de poder, en la que el E stado es dom inante. Las teorías nacionalistas p o r un lado, el “élan” rom ántico por o tro y el resentim iento c o n tra la dom inaciórí extranjera, son las tres coordenadas que determ inan en Francia, en 1830, el ro m p i m iento co n la política de co ntem porización con los Aliados que desde 1815 la m antenían bajo contro l. La izquierda dinástica, p u n to de apoyo de Luis Felipe, conduce al repu d io «del legitim ism o y al consiguiente reconocim iento de la independencia de todos los países latinoam ericanos. Al mismo tiem po, repudia la política de no intervención v el gabinete declara que no aceptará atentados c o n tra los derechos de los pueblos ni co ntra el hon o r de Francia. Se inicia una política de “ frente alta” y Luis Felipe, que en el fo n d o es un pacifista y que com o todos los esta distas europeos tem e un co n flicto general, buscará válvulas de
Saint-Simon y Hegel
Francia
escape para la presión nacionalista. La principal es la invasión de A rgelia que term ina con la ocupación (1830-36). P rim era tendencia expansionista desde la caída de N ap o leó n , es sintom ática la lentitud de los procedim ientos franceses, que van tanteando la reacción británica. P ero G ra n B retaña ad o p ta una actitu d resignada ante esta penetración en su dom inio del M editerráneo. E n realidad, los in gleses p refieren que los franceses o rienten sus deseos expansionistas hacia Á frica en lugar de E u ro p a. Y cuando los franceses tom an p ar tido en el co n flicto de la sucesión española, a la m uerte de F e r nando V II, apoyando a la regente M aría Cristina c o n tra M ettern ich que apoya a d on Carlos, In g laterra se p one del lado francés para n eutralizar su influencia, y reem plazarla al term in ar el conflicto. Las sim patías de la opinión francesa estaban divididas. Desde M m e. de Staél en adelante una ola pro g erm án ica parecía invadir el país; germ anism o de tip o cu ltu ral que p ro p o n ía al pueblo ale-mán com o m odelo de E uropa. Sólo en 1832, Q u in et detecta la influencia prusiana sobre los dem ás pueblos alemanes v su peligro para Francia. O tra co rrien te, que se desarrolla en las clases altas, es probritán ica. T ien e tam bién origen cultural: influencia de Shelley y W . S c o tt y adm iración p o r el liberalismo. Estas dos co rrientes actu aro n com o balancines reguladores de la política fran cesa, que no logra hacia Inglaterra la deseada estabilidad. E n L ondrps existía, com o consecuencia de la época napoleó- Gran nica, una m arcada desconfianza hacia Francia, cuyos arrebatos bé licos se tem ían. T am b ién eran tem idos el crecien te p o derío y el absolutism o de Rusia. D u ran te dos décadas la política exterior británica estuvo orientada p o r tres estadistas de categoría: Castlereagh, C anning y Palm erston. E l p rim ero se dedicó a realizar una “política com ercial” m uy apreciada p o r sus connacionales y a c o n ten er a R usia; el segundo p ro c u ró cuidadosam ente desligar a su país de com prom isos en el co n tin en te y co n tin u ó la política de “equilibrio” de C astlereagh; el tercero , si bien conservó el p ra g m atism o de sus antecesores y la política de paz y desarrollo co m er cial, desconfió a la vez de absolutistas y revolucionarios e inauguró una cierta “arrogancia p o lítica” que sirvió de co n trap artid a a la política exterior francesa. E n definitiva, las dos potencias se con tro lab an v respetaban evitando e n tra r en conflicto. La cuestión del R ío de la Plata (18381848) se inscribe p erfectam en te en este esquema. D u ran te la década del 30, los Estados U nidos m antuvieron una Estados actitu d de prescindencia en los conflictos europeos a cam bio de
unidos
la exclusión de E u ro p a del escenario am ericano (d o c trin a M on ro e). Su expansión se lim itaba entonces a los territo rio s del Mississi ppi. Pero al finalizar la década se plantean los co nflictos con M éxico v la cuestión tejana v se desarrolla hasta 1850 la conquista del oeste. Esta política territo rial tu v o escasa oposición. G ran Bretaña, que se vio afectada p o r el asunto de O reg o n , cuidaba demasiado el m ercado yanqui, uno de los principales consum idores mundiales de m ercaderías británicas, para arriesgar un co nflicto. Además existía en tre los políticos ingleses, incluido Palm erston, la convic ción de que el pro g reso am ericano era incontenible, convicción que reflejaba un cierto o rg u llo com o m adre-patria. En cu an to a F rancia, c u y o interés se vio alcanzado en la cuestión m exicana, padecía desde el tiem po de T o cqueville de una am ericanofilia notable. Los Estados U nidos seguían siendo la tierra liberada con la ayuda de L afayette. A estas actitudes Estados U nidos respondió con dem ostracio nes de gran prudencia, p ro cu ran d o no entrom eterse en los intereses de aquellas potencias cu an d o los suvos propios no fueran fu nda mentales. Así, cuando se plantea la cuestión del R ío de la Plata —Estados U nidos tiene en tre m anos los asuntos de T ejas, M éxico v O re g o n — se cuida m uv bien de sacar a relu cir la doctrina M onroe. H acia 1846,1 cuando Rosas^ entra en el últim o lustro de su situación S .“ '?!?0.?® il. europea dom inación, el panoram a m undial com ienza a d ar señalas de cam bio. Desde 1840 la expansión económ ica es palpable. U na ola de prosperidad se expande p o r E uropa. G ran B retaña v Francia reali zan el “lanzam iento” de su industria pesada. En todas las grande^ potencias —excepto R usia— se im pone el ferro carril com o revolu cionario m edio de tran sp o rte. El m ercado financiero deriva así de las inversiones inm obiliarias a los valores accionarios v tom a form a el capitalism o financiero. A estas transform aciones económ icas co rresponde, en el plano político, la difusión del sufragio universal. El en frentam iento franco b ritán ico se transform a en una discreta lucha económ ica: expan sión de las exportaciones inglesas co n tra el p ro teccionism o v la com petencia francesa. Es la g u erra aduanera que term ina, en esta prim era etapa, con una transacción. El m undo intelectual es m enos fácil de c o n ten tar. Los escri tores tom an conciencia de la miseria reinante en las clases humildes, la crítica política v social crece, v m ientras los herederos de H egel siguen p ro p o n ien d o teorías del Estado que subrayan la política
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del poder, el socialismo hace su aparición va no bajo la form a posrrom ántica de Saint-Sim on, sino en las utopías de P roudhon v en la form ulación filosófica m aterialista de Carlos Marx. F.l año 1848 fue de agitaciones en casi toda E uropa. Luis Felipe fue d erribado p o r la alianza ocasional de la burguesía, el pueblo v la Ciarde N a t ¡ovale v se proclam ó la R epública. En A le mania surge la revuelta de los cam pesinos, en Italia los carbonarios tom an alas, M arx publica su “ ¡Manifiesto C om unista” . La cuestión social pasa a ser dom inante en ciertos círculos y co n stitu y e el meollo de los co nflictos internos. Pero o tro s am bientes no perciben este cam bio radical v viven todavía en los esplendores entrelazados de la aristocracia v la burguesía, alentados p o r una expansión eco nóm ica sin precedentes. Para estos núcleos, que deten tan el poder en to d a E uropa, la década del 50 se inicia bajo el anhelo de “ Paz. Riqueza \ H o n o r” .
Acción y reacción Rosas subió al pod er en tre el desborde de entusiasm o de los “apostólicos” en una ciudad engalanada de rojo. Su inm ediata p ro clama c o n stitu y ó un program a de acción. A la expresión p atern a lista que presidió su prim era ascensión al poder, se su stituyó el anuncio ton an te de la represión del enem igo: N in g u n o ignora que una fracción num erosa de hom bres corrom pidos, haciendo alarde de su im piedad y p o niéndose en g u erra abierta con la religión, la honestidad v la buena fe, ha in tro d u cid o p o r todas partes el desorden v la inm oralidad, ha desvirtuado las leves, generalizado los crím enes, g arantido la alevosía v la perfidia. El rem edio de estos males no puede su jetar a form as v su aplicación debe ser p ro n ta y expedita. I.a Divina Providencia nos ha puesto en esta terrible situación para p ro b ar nuestra virtud v cons tancia. Persigam os de m uerte al im pío, al sacrilego, al ladrón, al hom icida, v sobre to d o al p érfid o v traid o r que tenga la osadía de burlarse de nuestra buena fe. Q ue de esta raza de m onstruos no quede uno en tre nosotros v que su persecución sea tan tenaz v vigorosa que sirva de te rro r y de espanto. Si la situación local no justificaba tan terribles amenazas —el partido unitario carecía de opinión v la facción disidente del fede ralismo había sido d estruida— la situación del in terio r derivada del asesinato de Q uiro g a hacía tem er a Rosas un resurgim iento del caos.
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La a d h e s ió n y el fa n a tis m o p o lí tic o se e x te rio riz a b a n h a s ta en la m oda. [G u a n te s con la e fig ie d e R osas.]
E n el n o rte las cosas evolucionaban en favor de A lejandro H eredia, g o b ern ad o r de T u c u m á n en quien Rosas no depositaba demasiada confianza. Las dem ás provincias de la ó rbita de Q u iroga, prom etían cambios. H ab ía que castigar al g o b ern ad o r de C órdoba, sospechado de com plicidad en el crim en de B arranca Yaco. Y com o Reinafé era hom bre de López, debía obrarse a la vez co n firm eza y tacto. Rosas no esperó com plicaciones para afirm arse en el orden local. E n m ayo de 1835 d estitu y ó a centenares de em pleados pú blicos sospechosos de oposición o frialdad hacia el g o b ernador, dio de baja a más de un cen ten ar de m ilitares p o r idéntica causa y m andó fusilar a varios com plotados. El periódico oficial decía p in torescam ente que había acabado “el tiem po de g am betear”. Y R o sas mismo le anunciaba a Ibarra la nueva consigna: “ está co ntra nosotros el que no está del to d o con n osotros” . N o bastaba la adhesión. E ra necesaria la adhesión total. Esta exigencia dio origen a las más variadas m anifestaciones de obsecuencia política. Banderas, colgajos, im ágenes del R estau ra d o r se lucían en casas, salones, adornos, v la divisa punzó era infaltable. Ya en 1836 se registran entronizaciones en lugares p ú blicos de retrato s del general Rosas, anticipo de las “procesiones cívicas” donde el re tra to del G o b e rn a d o r fue paseado con un ritual parecido al del Santo Yriático.
M ientras Rosas m ontaba su aparato represivo, que desde 1839 Las provincias adoptaría la form a del “te r r o r ”, desplegaba su diplom acia con los gobernadores de provincias. El de M endoza, P ed ro M olina, tras un fugaz in ten to de independencia, se m ostró dócil a sus solicita ciones y reprim ió el co m p lo t del coronel Barcala; se descubrió a la vez otra conspiración en San Juan que tam bién se fru stró v llevó al p o d e r a N azario Benavídez, que sería uno de los hom bres fieles a Rosas en el interio r. E l co ro n el T om ás Brizuela asum ió el go b ierno de La Rioja. E n Salta, tras prolongada agitación, H eredia im puso a su herm ano Felipe com o go b ern ad o r. C on excepción de Ibarra, Rosas desconfiaba de estos hom bres para quienes las rela ciones de fam ilia tenían más vigencia y fuerza que los colores políticos y en su corresp o n d en cia les predicaba el d estierro de la tolerancia de que hacían gala. A m ediados de 1836, Rosas logró de Estanislao L ópez el visto bueno para o p erar c o n tra R einafé. A fin de julio clausuró Ja fro n tera con C órdoba, en lo que le siguieron otras provincias. Poco después los responsables del crim en de Q uiro g a eran detenidos y procesados en Buenos Aires. Al año siguiente fuero n ejecutados José V icente R einafé, sus dos herm anos, Santos Pérez y otros có m plices. E n la silla vacante de la g o bernación cordobesa, logró im po n er a fines de 1836 a M anuel López, con lo que la provincia se aproxim ó a la ó rbita bonaerense, apartándose discretam ente de Santa Fe. A paren tem en te, Rosas había logrado un bloque p o lítico hom o géneo con todas las otras provincias, con excepción de C orrientes, que continuaba haciendo gala de independencia. P ero se avecina ban conflictos que dem ostrarían que la alianza de los gobernadores argentinos, que habían delegado en Rosas el ejercicio de las rela ciones exteriores de la N ación, no tenía la cohesión esperada. H asta en trad o el año 1 8 3 6 las cuestiones internacionales no preo cu p aro n m ay o rm en te a Rosas. E n 1 8 2 3 el g o b iern o de Buenos A ires había com enzado la colonización de las islas M alvinas, c u y o dom inio había heredado de España. En 1 8 2 9 n o m b ró g o b ern ad o r de las islas a Luis V ern et, quien p oco después detu v o tres barcos norteam ericanos p o r pescar sin perm iso en aguas argentinas. Se originó una cuestión diplom ática que fue in terru m pida p o r el asalto que hizo la fragata “L ex in g to n ”, de bandera norteam ericana, co n tra P u erto Luis, principal establecim iento m alvinero. U na ola de indignación se alzó en Buenos Aires v se term in ó expulsando
La c u e s t ió n
Vl
al representante n o rteam ericano, lo que originó una interrupción de relaciones de más de diez años. La naciente colonia quedó p rácticam ente destruida, pero en el mismo m om ento en que Buenos Aires hacía valer sus derechos ante los Estados U nidos, los ingleses redescubrían su interés por las islas, que les p erm itirían un m ejor co n tro l del A tlántico Sur y del estrecho de M agallanes. En agosto de 1832 lord Palm erston decidió hacer valer su soberanía sobre el archipiélago, al mismo tiem po que la goleta argentina “S arandí” se establecía en Puerto Luis. A llí la en c o n tró la “C lio” de la R oval N av y , cu y o capitán intim ó al del barco argentino, el 2 de enero de 1833, que arriase el pabellón nacional en la isla. A nte la negativa, al día siguiente ocupó el p u erto , rindiendo a la escasa g uarnición v obligando a la “Sarandí” a hacérsela la vela. M anuel V . M aza, g o b ern ad o r a la sazón, calificó el hecho de “ejercicio g ratu ito del derech o del más fu e rte ” , la capital se co n m ovió de indignación, el m inistro argentino en L ondres presentó una protesta v a m ediados de año c o rrió el ru m o / de que sería retirada la representación argentina en L ondres. Inglaterra rechazó la protesta y co n tin u ó la ocupación de las islas. Buenos Aires reiteró periódicam ente su reclam ación v la cosa no pasó de allí. Carecía de los m edios materiales para hacer valer su derecho v las relaciones con G ran B retaña presentaban o tro s puntos de im por tancia que había que cuidar, sobre to d o cu an d o años después se pro d u ce la intervención francesa. C uando Rosas se hizo cargo del gobierno, to m ó la cuestión m alvinera con circunspección, p ro cu rando que no fuera causa de un co n flicto internacional v dejar a salvo los derechos argentinos. H acia 1841 tra tó de negociar la posesión de las islas, p ero el silencio v la posesión de facto de los ingleses c o n stitu y ero n una barrera infranqueable. D esde entonces v hasta hoy las islas M alvinas fueron un p u n to de honor en las relaciones argentino-británicas, que siem pre fue dejado a salvo por nuestros gobiernos, p ro cu ran d o a la vez que no entorpeciera las buenas relaciones en tre los dos países. En el extrem o n o rte de la A rgentina se cernía o tro conflicto. Bolivia, bajo la co n d u cció n dictatorial del m ariscal Santa C ruz, pro cu rab a acrecen tar su influencia sobre el Perú. Los em igrados argentinos, con L am adrid a la cabeza, intrigaban desde su territo rio co n tra los gobiernos de Salta v T u cu m án . A fin de 1836 Chile declaró la g u erra a la recién constituida C onfederación PeruanoBoliviana. Rosas consideró que era el m om ento para elim inar la
Guerra con so livia
amenaza en el n o rte y el 19 de m ayo de 1837 declaró la guerra a Santa C ruz. O cu p ad o en el co n flicto con Francia, designó a H eredia com andante de las fuerzas argentinas. Éste se desesperó p o r ponerlas en pie de g u erra y clam ó a Rosas p o r auxilios, pero lo que Rosas le enviaba era to talm en te insuficiente. E n abril de 1838 Santa C ruz, en una proclam a, dio p o r term inada la guerra p o r no ten er enem igos a quienes com batir. H eredia le buscó y fue vencido en el com bate de C u y a m b u y o el 24 de junio. M ientras, los chilenos llevaron el peso real de la g uerra v la c o ro n aro n éxitosam ente con la victoria de Y u n g a y (20 de enero de 1838) tras la cual se desm oronó la C onfederación Peruano-B oliviana v el p o d er de su creador. Las preocupaciones políticas no habían sofocado en Buenos ¿¡a A ires las inquietudes intelectuales. C om o en 1812, es la juventud la portad o ra de ellas. En 1830 regresó al país Esteban E cheverría tras cinco años de perm anencia en París v desde entonces se c o n virtió en el o ráculo de los jóvenes con inquietudes intelectuales. P rim ero en casa de M iguel Cañé, luego en el Salón Literario de M arcos Sastre, se reunían a desarrollar tem as de letras, artes v política. A dem ás de E cheverría, Sastre y Cañé, figuraban G u tiérrez, A lberdi, T e je d o r, V icente Fidel López, etc. Rosas, que siem pre había recelado de los “b o tarates” de plum a, ve con malos ojos a estos jóvenes inquietos y reform adores. C uando el periódico La M oda, órgano del g ru p o , no se une al c o ro general que censura el bloqueo francés, se hacen sospechosos de afrancesam iento a los ojos del R estaurador. Sabía Rosas que aquéllos eran tributarios de E uropa en m ateria literaria v filosófica. Pedro de Angelis, el m ejo r intelectual rosista, los calificó de “ro m ánticos” . El ojo policial se aplicó sobre ellos, que sintieron cercenada su libertad. Fue un e rro r de Rosas enajenarse desde el vamos una juventud valiosa y cuyas predisposiciones políticas no le eran adversas. R e negaban de la división violenta en p artidos y del teoricism o de los viejos unitarios. M ientras eran sospechados de extranjerism o, el tucum ano Juan Bautista A lberdi escribía en 1837 sobre Rosas a quien llamaba “persona grande y pod ero sa” : D esnudo de las p reocupaciones de una ciencia estrecha que no cultivó, es ad v ertid o desde luego por su razón espontánea, de no sé q u é de im potente, de ineficaz, de incond u cen te que existía en los m edios de g obierno p ra c ticados v preced en tem en te en nuestro país; que estos me-
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Generación
dios im portados v desnudos de toda originalidad nacional, no podían ten er aplicación en una sociedad, cuyas co n d i ciones norm ales de existencia diferían totalm ente de aque llas a que debían su origen exótico; que por tanto, un siste ma pro p io nos era indispensable . . . . . . lo que el gran m agistrado ha ensayado de practicar en la política, es llamada la juventud a ensayar en el arte, en la filosofía, en la industria, en la sociabilidad: es decir, es llamada la juven tu d a investigar la lev V la form a nacional del desarrollo de estos elem entos de nuestra vida am erica na, sin plagio, sin im itación, v únicam ente en el íntim o v p ro fu n d o estudio de nuestros hom bres v de nuestras cosas. Y agregaba: H em os pedido pues a la filosofía una explicación del v ig o r gigantesco del pod er actual: la hem os podido en c o n tra r en su c a rá c ter altam ente representativo . . . . . . El Sr. Rosas, considerado filosóficam ente, no es un déspota que duerm e sobre bayonetas m ercenarias. Es un rep resentante que descansa sobre la buena fe, sobre el co razón del pueblo. Y p o r pueblo no entendem os aquí la clase pensadora, la clase propietaria únicam ente, sino tam bién, la universalidad, la m ayoría, la m ultitud, la plebe." Años después Esteban E cheverría se hacía eco con ren co r de aquella fru strad a esperanza de los jóvenes del 37 que vieron en Rosas al posible c o n stru c to r de la A rgentina que soñaban: H o m b re afo rtu n ad o com o ninguno (R osas) todo se le b rindaba para acom eter con éxito esa em presa. Su p o p u laridad era indisputable; la juventud, la clase pudiente v hasta sus enem igos más acérrim os lo deseaban, lo esperaban* cuando em puñó la suma del p o d er; v se habrían reconci liado con él y ayudádole, viendo en su m ano una bandera de fratern id ad , de igualdad v de libertad. Así, Rosas hubiera puesto a su país en la senda del verdadero progreso: habría sido venerado en él y fuera de él com o el p rim e r estadista de la A m érica del Sud; y habría igualm ente paralizado sin sangre ni desastres, toda tentativa de restauración unitaria. N o lo hizo; fue un im* bécil v un malvado. H a p referid o ser el m inotauro de su país, la ignom inia de A m érica v el escándalo del m u n d o .' * A l b e r d i , Juan Bautista, Fragmento preliminar al estudio del Derecho, Buenos Aires, La Ley, 1958, págs. 20, 21 y 27. 7 E c h e v e r r í a , Esteban, Ojeada retrospectiva sobre el m ovim iento in telectual en el Plata desde el año 57, incluido en Dogma Socialista y otras pá ginas políticas, Buenos Aires, Estrada. 1956. pág. 39.
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Los nu evos ideólogos: Juan B a u tis ta A lb e rd i y E steb an E c h e v e rría tra ta n de s u p e rar la o p osición e n tre fe d e ra le s y u n ita rio s , [ó le o s re a liza d o s por P e lle g rin i.]
Pero en tre el au tó crata co n serv ad o r que era Rosas v estos jóvenes renovadores, había p ro fu n d o s abismos, p o r más sim ilitudes que se señalaran. E ran éstos cu lto res de la libertad —p o r la que Rosas sentía m u y p oco afecto —, eran partidarios de la organización constitucional del país, de la igualdad y el p rogreso —todos térm i nos integrantes de las Palabras Sim bólicas del D ogm a socialista de la A sociación de M ayo—, Y si A lberdi consideraba com o fin la “em ancipación de la plebe” a través de “in stru ir a la libertad” , o sea capacitar al pueblo p o r la cu ltu ra para el ejercicio político y social, poca relación tenía esto con el populism o paternalista de Rosas. C uando el g ru p o sé desilusionó del R estaurador, a la vez que era discretam ente perseguido, o p tó p o r la clandestinidad. E ntonces nació —el 23 de junio de 1838— la A sociación de la Joven G enera ción A rg e n tin a , y se encom endó a E cheverría la redacción y ex plicación de las Palabras Sim bólicas que co n stituirían el D ogm a socialista. Rosas no les perdía pisada. E ntonces E cheverría se m archó a lc a m p o , A lberdi a M ontevideo, o tro s m iem bros provincianos vol vieron a sus hogares donde levantaron con renovado entusiasm o los ideales de la A sociación: Q u iro g a Rosas en San Juan, donde tendrá seguidores en Sarm iento, A berastain v V illafañe, quien lue go la hará su rg ir en T u cu m án , d onde le seguirá M arco Avellaneda. V icente F. López, aunque p o rteñ o , la hará g erm inar en C órdoba donde, entre otros, convencerá a los herm anos F errev ra. P or fin, en
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M ontevideo se in co rp o ró al g ru p o B artolom é M itre, que aun no tenía 20 años. P oco a p o co la m ayoría de los fundadores de la A sociación em igraron. El núcleo principal, con E cheverría, se radicó en M ontevideo, donde en 1839 se publicó p o r prim era vez el D ogm a socialista. Los unitarios puros, com o A ndrés Lamas v F lorencio Varela, encuen tran insólitas las ideas de estos jóvenes: son dem asiado re volucionarias, dem asiado contrarias a sus cánones; se las critica, ellos tam bién les tachan de rom ánticos. P or entonces adoptan el nom b re de A sociación de M ayo. Rosas, en tretan to , los ha incluido en el calificativo genérico de “salvajes u n itarios” . N ad a más reñido co n el ideario unitario que el D ogm a de la A sociación. Pero Rosas, com o señala E nrique Barba, al u n ir a toda la oposición bajo un solo nom bre, le dio una apariencia de cohesión y un prestigio, que ni respondía a la reali dad ni habría logrado p o r sí el p artid o unitario propiam ente dicho.K La A sociación consideraba que el país no estaba m aduro para una revolución, que p o r ser sólo m aterial no ten d ría más alcance que el de un cam bio en la superficie. Proclam aba la revolución m oral, es decir, un cam bio en la m entalidad nacional, que term i naría d errib an d o sin sangre a la tiranía. La cu ltu ra europea del g ru p o no anulaba sus afanes nacionales. A lberdi era trib u ta rio de V ico, L erm inier v Savignv en tre otros; E cheverría era ad m irad o r de Schiller v B yron; en cuestiones polí ticas y sociales se había form ado en to rn o a Sism ondi, Leroux y Saint-Sim on; su filosofía de la historia se apoyaba en V ico v G uiz o t y su form ación cristiana viajaba de Pascal a Lam ennais y C hateau b rian d ; M itre ' devoraba autores europeos y basta leer el Diario de su juventud para ten er la prueba de ello. Pero si esta erudición los presentaba personalm ente com o “europeizados”, se constituían en defensores de la tradición que estim aban el “pu n to de p a rtid a ” de la reform a. T od av ía en 1846 E cheverría predicaba co n tra el encandilam iento con los sistemas e ideas europeos v la necesidad de adaptarse al país. Ser gran d e en política —decía— no es estar a la altura de la civilización del m undo, sino a la altura de las nece sidades de su país." K B a r b a , Enrique, M., La campaña libertadora del general Lavalle. A r chivo H istórico de la Provincia de Buenos Aires, La Plata, 1944, pág. xv. s E c h e v e r r í a , Esteban, oh. cit., p á g . 33.
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A cusaban a los unitarios de carecer de crite rio social, a los federales de despotism o; eran em inentem ente dem ócratas —com o tradición, prin cip io e institución, decían— pero no eran populistas: el progreso del pueblo sería a través de la cu ltu ra, que constituiría su verdadera carta de ciudadanía. Así atribuían los males del u n i tarism o a la le y de sufragio universal. Si la “rebelión intelectual” m erecía de Rosas más desprecio que preocupación, no pasó lo m ism o con el creciente descontento que desde 1836 se desarrollaba en un secto r de los hacendados p o r teños. Parte de ellos se había beneficiado con el régim en de enfiteusis que les había perm itido la explotación de grandes extensiones a costos bajos, y la ley de 1836, agravada p o r la de 1-838, term inaba prácticam en te con ese régim en. Al d escontento económ ico se aña dió el disconform ism o político, p o r la form a violenta en que eran reprim idos todos aquellos que m anifestaban cierta independencia hacia el p artid o oficial. Lo grave de este estado de cosas era que se p roducía en el c en tro m ism o del p o d er de Rosas: la cam paña bonaerense. Chascom ús y D olores eran el núcleo del malestar. E n esas circunstancias, un c o n flicto con F rancia, originado en asuntos bastante nimios, actu ó com o d etonante de un am biente político caldeado, que distaba de los resultados del famoso plesbiscito de 1835, en el que sólo o cho ciudadanos sobre más de nueve mil electores negaron su aprobación al general Rosas."' Las relaciones francoargentinas pasaban p o r un p erío d o deli cado a raíz de la negativa del g o b iern o de Buenos Aires —en 1834— de co n c erta r un tra ta d o que pusiera los m iem bros de la colonia francesa en igualdad de condiciones con los ingleses. U n dudoso incidente sobre unos mapas de interés m ilitar co n d u jo a la prisión del litógrafo César H ip ó lito Bacle, de nacionalidad francesa. El cónsul francés R o g er intercedió, y en el ínterin falleció Bacle. R oger, en un lenguaje inusitado reclam ó indem nizaciones, a lo que Rosas replicó intim idándole que abandonara el país. A esta cuestión se sum ó casi en seguida la del servicio m ilitar de los ciudadanos franceses, a diferencia de los británicos que estaban exentos de él p o r el T ra ta d o de 1824. T odas estas cuestiones se suscitaban en el m om ento en que el gobierno francés hacía gala de una política fu erte y “ de h o n o r” y había dem ostrado éxitosam ente sus afanes intervencionistas en varias partes de) globo, especialm ente en Argelia y M éxico. F.l pri10 Tom am os los datos del plebiscito de Adolfo Saldías, oh. cii., tom o n, pág. 11.
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Descontento en la campaña sur
El conflicto con Francia
m er m inistro, conde de M olé, que apoyaba además las aspiraciones de Bolivia, decidió ad o p tar con la C onfederación A rgentina la política de fuerza que venía practicando en otras partes v ordenó al alm irante Leblanc que apoyase coercitivam ente con fuerzas na vales las gestiones del cónsul R oger. El 30 de noviem bre de 1837 dos barcos de g uerra franceses se estacionaron en la rada de Bue nos Aires. Los pasos de R oger im portaban d esconocer al m áxim o la psi cología de Rosas v del pueblo de Buenos Aires. A nte la presión arm ada, el g obierno dem ora la respuesta a las reclam aciones para term inar afirm ando —en nota cu y o p ropósito no adm itía du d a— que no había tenido tiem po de estudiar el caso con la necesaria detención. F.I cónsul acusa el im pacto v denuncia un silencio ofen sivo hacia el g obierno de Su M ajestad. Rosas le replica descono ciéndole c a rá c ter d iplom ático e indicándole que se limite a asuntos consulares. En febrero, Leblanc llega a M ontevideo con instrucciones de apovar a R o g er con “ medidas co ercitivas” no especificadas. Una nueva gestión de R o g er term ina con la entrega de sus pasaportes para que se aleje del país. Leblanc declara el 28 de m arzo de 1838 el bloqueo de Buenos Aires v demás puertos de la C onfederación, a p a rtir del 10 de m avo. Buenos Aires se indigna. A su vez, L ondres bram a co n tra la m edida v un lord sugiere que es un caso de g u erra c o n tra Francia. Pero no es ésa la línea política británica. N u n ca un asunto sudam ericano había ocasionado una guerra europea v no sería éste el caso. A dem ás, era una tradición inglesa el reconocim iento de los bloqueos. Saint-Jam es guardó un p rudente silencio, dejando a la prensa la expresión de su desagrado. El atropello francés, al m ovilizar las fuerzas xenófobas de todo el país, dio a Rosas una m agnífica carta política. D on Juan M anuel requirió entonces a las provincias que aprobasen su actitu d en defensa de la soberanía de la C onfederación. C uriosam ente, las provincias dem oran su respuesta. ¿Qué ha pasado? A rriesgar una guerra con Francia no era lo mismo que arriesgarla con Bolivia, máxime cuando la cuestión era en su origen de poca m onta. D o- Acción de cuiien m ingo C ullen, m inistro de Santa Fe en ejercicio del gobierno por enferm edad de López, escribió a los g o b ernadores de C orrientes, E ntre Ríos v Santiago del E stero, sugiriéndoles un estudio m editado del asunto e insinuando que el co n flicto derivaba de la aplicación de una lev provincial de Buenos Aires, v p o r tan to no revestía carác-
ter nacional. En m avo Cullen reiteró este planteo ante Rosas, que respondió invocando el artícu lo 2 del Pacto Federal. Cullen insistió en una solución y se com unicó con el jefe naval francés invitándole a levantar el bloqueo para que Rosas pudiera, sin estar presionado, conv en ir co n Francia un tratad o satisfactorio. Cullen se p ro p o n ía tam bién separar a las provincias litorales de la tutela de Rosas. En ese m om ento crucial m uere Estanislao López (15 de junio de 1838). El intento de dem ora de Cullen fracasa. Las provincias aprueban la co n d u cta de Rosas. La misma Santa Fe lo hace. La últim a es C orrientes, siem pre remisa ante la p re p o n d eran cia porteña. Paralelam ente a este co n flicto diplom ático se desarrollaba en la Banda O rien tal o tro más serio. El presidente, general M anuel O ribe, m entalidad autócrata, apoy ad o en las clases más distinguidas de la sociedad v con am plio predom inio de opinión en el sector urbano, venía enfrentándose co n el general F ru ctu o so Rivera, cau dillo p o p u lar entre los hom bres de cam po, de escasa cultu ra v de m enos principios. Las características personales v políticas de am bos personajes habían dado a R ivera el dom inio de la cam paña oriental, m ientras el Presidente se afirm aba en la capital. Rosas había venido apoyando al m andatario legítim o. A provechando esta situación, el cónsul R o g er com enzó a in trig ar para lograr el apoyo de R ivera v Cullen en un plan de lucha co ntra Rosas, a cam bio del ap o v o a Rivera para que obtuviese su vieja aspiración: el g obierno u ru g u ay o . Rivera en tró en la co m binación. En o ctu b re las fuerzas navales francesas com pletaron el cerco de M ontevideo que R ivera hacía p o r tierra y se apoderaron en batalla de la isla argentina de M artín G arcía. La “ cuestión francesa” ha dejado de ser exclusivam ente francesa v ha salido del plano diplom ático. El 20 de o ctu b re O rib e capituló, renunció bajo protesta a su cargo y p artió para Buenos Aires, donde Rosas lo reconoció com o único presidente legal del U ru g u ay . R ivera y R o g er apresuraron sus trabajos. Se esperaba m ucho de la acción de Cullen en Santa Fe. En diciem bre Berón de A strada, g o b ern ad o r de C orrientes, convino su alianza con Rivera. El 20 de ese mes, los em igrados argentinos en M ontevideo co n stitu y ero n la Com isión A rg en tin a , presidida p o r el general M artín R o dríguez y bajo la influencia de F lorencio V arela, y prom ovieron la form ación de una legión que, arm ada p o r los franceses, co o p e raría en el plan. Se hicieron co n tacto s con los descontentos de la
£1 conflicto oriental. Oribe v. Rivera
La Comisión Argentina
cam paña del su r bonaerense. T o d as las esperanzas eran insufladas por la mala inform ación de los franceses v las esperanzas de los demás com plotados. Berón de A strada ha dejado constancia de que hacía la g u erra a Rosas v no a la C onfederación. T am bién se abrieron com unicaciones con H eredia, el líder del noroeste. F loren cio V arela se encargó de vencer la resistencia del general Lavalle a e n trar en una acción m ilitar com o aliado de una potencia ex tran jera. P or fin, en Buenos A ires, algunos m iem bros de la A sociación de M ayo que form aban el C lub de los C inco, co m prom etieron a num erosos p o rteñ o s en un com plot, del que to m ó parte el co ro nel «Ramón Maza, hijo del presidente de la Legislatura. El R estaurador de las Leyes no está desprevenido. Lanza a E chagüe sobre C orrientes, v en la batalla de Pago Largo (31 de m arzo de 1839), Berón de A strada es to talm ente batido v m uerto. El agente francés D ubué es descubierto en M endoza v fusilado, pero antes denuncia la participación de Cullen en la alianza an tirro sista. Éste abandona Santa Fe v se refugia en Santiago del E stero bajo la p ro tecció n de Ibarra. Rosas le exige su entrega v éste, tem eroso, entrega innoblem ente a su proteg id o , que es fusilado ni bien pisa te rrito rio p o rte ñ o el 21 de junio, sin juicio alguno.
La represión rosista
R ivera, al saber la d erro ta de los corren tin o s, tra tó de hacer la paz con Rosas v p ro c u ró d eten er a Lavalle que se aprestaba a iniciar su cam paña. El co m p lo t de M aza fue d escubierto el 24 de junio. M aza fue arrestado v fusilado el 28. El día an terio r, su padre, M anuel V . M aza, p resuntam ente com p ro m etid o en el m ovim iento, fue asesinado en su despacho p o r m iem bros de La M azorca. El últim o episodio de esta sucesión de desastres para los alia dos se desarrolló en los cam pos del sur. Desilusionados de que Lavalle desem barcara en Buenos Aires v sabiéndose descubiertos, los cabecillas P edro Castelli, A m brosio C rám er v M anuel R ico se pro n u n ciaro n c o n tra Rosas en D olores, el 29 de o ctu b re. C arecían casi totalm en te de arm as v las pidieron a M ontevideo. Pero P ru dencio R osas,. herm ano del gob ern ad o r, no les dio tiem po y los venció en la batalla de Chascormís el 7 de noviem bre, dando m uerte a sus jefes con excepción de Rico. ¿Q ué había pasado co n Lavalle? A ntes de d ar respuesta a esta pregunta, nos rem ontarem os a los orígenes de la participación de Lavalle en la em presa planeada entre em igrados, orientales v fran ceses. Dos obstáculos oponía el general argentino: su negativa a actu ar aliado a una potencia extranjera c o n tra Buenos Aires v el espíritu de p artid o de algunos em igrados. H abía expresado:
La expedición de Lavalle
Estos hom bres conducidos p o r un interés p ro p io m uy mal entendido, q uieren tran sfo rm ar las leves eternas del patriotism o, del h o n o r y del buen sentido; pero co n fío en que toda la em igración p referirá que la R evista la llame estúpida, a que su patria la m aldiga m añana con el dictado de vil tra id o ra .11 C hilavert le había p ro m etid o que no se pisaría suelo argentino sino bajo el pabellón nacional, que no se consentiría ninguna in fluencia extranjera en la organización del país y que los auxilios serían pagados con una indem nización. T ales seguridades parecie ro n insuficientes al general. A lberdi logró en feb rero de 1839 que el cónsul francés en M ontevideo le diera p o r escrito las miras de F rancia respecto de sus intenciones en la A rg en tin a.12 N i aun así consintió Lavalle, que fue llam ado reiteradam ente p o r Lamas, Varela, C hilavert, R od ríg u ez v A lberdi. Por fin, F lorencio V arela lo convenció de to m ar el m ando de todas las fuerzas argentinas existentes en la Banda O riental, para evitar que la invasión fuera efectuada p o r R ivera. Los argum entos de V arela disiparon los es crúpulos del general; en abril se trasladó a M ontevideo v aceptó el encargo. E n cuan to a los partidos, quiso que la expedición no fuese uni taria sino argentina, y respetando las tendencias de los pueblos, se dispuso a aceptar la federación, com o m ucho antes la había acep tado Q uiroga. P or eso, la proclam a con la que acom pañó su entrada en E n tre R íos decía: “ ¡Viva el g o b iern o republicano, representa tivo federal!” .13 El p ropósito evidente de Lavalle fue el de dar a la cam paña el carácter de una lucha nacional c o n tra la dictadura, exenta de connivencias con los extranjeros que la apoyaban y de com prom isos con el p artid o unitario. Las resistencias creadas poi Rosas en las provincias, hacían o p o rtu n o el m om ento para arreb a tarle la bandera federal. Rivera, que recelaba del prestigio de Lavalle y que había p re tendido su b o rd in ar a su m ando a la Legión A rgentina, había en tra d o en trato s con Rosas y obstaculizaba la expedición, p o r lo que la partida de Lavalle de M ontevideo, en los buques franceses, fue clandestina. El 2 de julio desem barcó en M artín G arcía. Allí preparaba sus tropas cuando la C om isión A rgentina le inform ó que no podía enviarle ni reclutas ni dinero para rem ontarlas. F.ntre11 B arba , Enrique M., ob. cit., pág. 15.
12 ídem , págs. 34 a 36. íde?n, págs. 189 v 100. A tL
tan to , Rosas, que no c re y ó que Lavalle había p o dido iniciar sus operaciones sin la com plicidad de R ivera, dio o rd en a E chagüe de invadir a E n tre Ríos. E n to n ces Lavalle cam bió su plan de cam paña —destinado a invadir a Buenos A ires— y desem barcó en E n tre Ríos el 5 de setiem bre, para c o rta r las com unicaciones de E chagüe y re clu tar a los descontentos. E l 22 batió a los rosistas en Yeruá, pese a ser doblado en núm ero. E l efecto fue u n nuevo p ro n unciam iento co rren tin o co n tra Rosas, anim ado esta vez p o r el infatigable Pe d ro Ferré. Lavalle se in tern ó en C orrientes, m ientras R ivera derro tab a a E chagüe en Cagancha (29 de diciem b re). P ero estas sonrisas de la fo rtu n a ten d rían su precio. R ivera p reten d ió nuevam ente subordi n ar a Lavalle, y F erré, p revenido c o n tra un jefe que era p o rteño, entregó el m ando suprem o al general oriental. N o obstante, Lavalle decidió o p e ra r según su criterio e invadió E n tre R íos nuevam ente, con el p ro p ó sito u lte rio r de pasar el Paraná. E n D on Cristóbal obtuvo u n triu n fo relativo sobre E chagüe (ab ril 10 de 1840), pero el 16 de julio fue rechazado p o r éste en Sauce G rande. Esta d erro ta fue grave, no p o r lo sucedido en el cam po de batalla, sino p o r sus consecuencias estratégicas: c e rró a Lavalle la posibilidad de do m inar E n tre R íos antes de c ru z a r el Paraná. T a m p o c o le era posible dem orar este cru ce, para el que necesitaba la escuadra francesa, ante los rum o res serios de un próxim o arreglo en tre Francia y Rosas. R etirándose a C orrientes no hacía sino co m plicar su situa ción. E ntonces, decidió trasladar su ejército sin dem ora al oeste del Paraná y atacar a Rosas directam en te con la esperanza de pro v o car un alzam iento general. Pese a que dejó una fuerza encargada de h ostigar a E chagüe Cruce del Paraná en E n tre R íos y a que había o btenido que el general Paz —quien se había fugado el año an terio r después de o cho de cárcel— fuera a C orrientes a o rganizar o tro ejército , F erré consideró la deci sión de Lavalle com o una vil traició n que dejaba su provincia a m erced de los rosistas. Pese a la pretensión de co n stitu ir una em presa nacional, los jefes de la coalición seguían operando según sus intereses locales. Lavalle p u d o —gracias a los buques franceses y a la inepcia de E chagüe— desem barcar en B aradero y San P edro el 5 de agosto de 1840. Inicialm ente tu v o algunas adhesiones que le dieron espe ranzas, ratificadas p o r el resultado favorable de todas las escaram u zas que sostuvo co n las fuerzas rosistas. La escasez de pastos, agua das, caballos e in fantería y la esperanza de un apreciable refuerzo, 47
le h icieron dem orar el avance. Sólo el 5 de setiem bre logró llegar a M erlo, a apenas 15 kilóm etros del ejército de Rosas. E ntonces se hizo evidente a Lavalle lo co m p ro m etido de su situación. N o se p ro d u jo el levantam iento general que esperaba y se en co n tró , p o b re de vituallas y casi sin in fantería, con 3.000 hom bres fren te a un enem igo que había reh u id o cuidadosam ente el com bate en cam po abierto. Rosas, atrin ch erad o en Caseros con más de 7.000 hom bres y 26 cañones, no se m ovía de su posición, que era' inatacable para Lavalle. E l 7 de setiem bre, decidió retirarse hacia Santa Fe con la esperanza de que L am adrid, que había sublevado c o n tra Rosas el noroeste, m archara sobre C órdoba, y para evitar que O ribe, que había ocupado Rosario, lo atacara p o r el norte. La etapa ofensiva de la expedición de Lavalle estaba term inada. Rosas había obten id o un triu n fo político-m ilitar. A principios de 1840 Rosas encom endó a su com padre, el general L am adrid —ex oficial de Paz que había adh erid o a la causa rosista—, que m archara a T u c u m á n a reu n ir tropas y a o cu p ar si era posible el g obierno de la provincia. C uando L am adrid llega a destino, encu en tra una m arcada efervescencia c o n tra el régim en de Rosas. Las provincias n orteñas resienten la dependencia política y la independencia económ ica del R estaurador. La reacción ya estaba en m archa y el 7 de abril M arco A vellaneda fue nom brado go b ern ad o r; inm ediatam ente desconoció a Rosas com o gob ern a d o r de Buenos A ires —éste estaba p o r ser reelecto — y le re tiró la autorización para m anejar las relaciones exteriores. L o mismo aca baba de hacer Salta y les siguieron Ju ju y , C atam arca y La Rioja. E ntonces Lam adrid, en un increíble cam bio de fren te, se pro n u n ció co n tra Rosas y adhirió a la Liga de los gobernadores, que pusieron en sus manos el suprem o m ando m ilitar. Los recursos de las p ro vincias coligadas eran escasos, las desconfianzas m utuas arraigadas, nadie se fiaba demasiado de L am adrid; a su vez, Brizuela recelaba de la particip ació n de los franceses en el conflicto. Los pueblos se m ostraban apáticos, pero tam bién lo estaban los de C u y o y C órdoba donde A ldao organizaba la fuerza de represión. E l 21 de setiem bre L am adrid d e rro tó a A ldao en Pampa R e donda y diez días después u n C ongreso reu n id o en T u cu m án proclam ó la alianza de las provincias norteñas “c o n tra la tiranía de d o n Juan M anuel de Rosas y p o r la organización del E stad o ” . El carácter federativo de la Liga está a la vista. El 10 de o ctu b re estalló una revolución en C órdoba ante la
Lavalle seretira
La Liga dei
Norte
aproxim ación de las fuerzas de L am adrid, a quien el nuevo g o bierno en treg ó el m ando de las tropas provinciales. M ientras tan to , Lavalle se retira hacia Santa Fe y se apodera de la ciudad, sin que Ju an Pablo López le oponga el grueso de sus fuerzas. La retirada ha queb rad o la disciplina de las tropas de Lavalle, que se desbandan de los cam pam entos y com eten toda clase de tropelías p o r los alrededores. Su general se siente im po ten te para contenerlas y adopta una especie de “estilo gau ch o ” en su ejército , pensando que así está más acorde con la idiosincrasia nacional. P ero la eficacia m ilitar de sus tropas se resiente. E n terad o de que L am adrid estaba en C órdoba, se dirigió hacia allí, indicándole que bajara a su vez a reunírsele y le p ro v e yera de caballadas. El general O ribe, a quien Rosas había enco m endado el m ando suprem o de sus fuerzas, lo persigue tenazm ente. Lavalle se retrasa y L am adrid falta a la cita. El 28 de noviem bre las agotadas tropas de Lavalle —un tercio de su caballería de a pie—, deben hacer fren te en Q uebracho H errado al ejército de O ribe, sup erio r en núm ero, en equipo y en caballos. Lavalle co n duce a sus hom bres con pericia, pero el en cu en tro estaba decidido de antem ano p o r el estado físico v m oral de los ejércitos. Los vencedores hicieron en la persecución una verdadera carnicería. M ás de mil quinientos m uertos, sin c o n tar los prisioneros, señala ron el exterm inio del E jé rc ito L ibertador. C om o si no fuera bastante, Lavalle recibe poco después la noticia de la convención M ackau-A rana que pone fin al conflicto entre Francia y la C onfederación. H a sucedido lo siguiente. M ehem ed Alí, p ro teg id o de Francia en M edio O riente, amenazaba al sultán de T u rq u ía , c u y a estabilidad p ro cu rab a Inglaterra. Pal m erston había reu n id o hábilm ente toda la inform ación sobre las gestiones e intrigas de los agentes franceses en el R ío de la Plata; reunió to d o en un d o cu m en to y lo presentó al gobierno francés. La publicidad del d o cu m en to podía d estru ir la influencia francesa en Sud A m érica. Sim ultáneam ente, otras potencias ofreciero n apoyo al Sultán. El g o b iern o francés debió batirse en retirada para evitar un fiasco internacional, y solicitó a G ra n B retaña que mediara en el P lata.14 Pese a que el baró n de M ackau llegó al Plata al frente de una poderosa escuadra y una m u y apreciable fuerza de desem barco, en cuan to com enzaron las negociaciones se m ostró dispuesto a aceptar cualquier arreglo que salvara el h o n o r de su país. La in ter 14 F e rn s , H . S., ob. cit., pág. 249.
Quebracho Herrado
Solución del conflicto con Francia
vención de M endeville elim inó los últim os obstáculos v el 29 de o ctu b re de 1840 se firm ó la convención de paz. Los franceses reci birían en la C onfederación el tra to dado a la nación más favorecida, se reconocía el derecho a las indem nizaciones reclam adas v Buenos Aires se com p ro m etía a respetar la independencia del U ru g u ay , sin perjuicio de su propia seguridad. Francia, p o r su parte, levan taba el bloqueo y se obligaba a desagraviar el pabellón argentino. La separación de Francia de la lucha dejaba en la estacada a R ivera v los corren tin os, p ero no alteraba m ayo rm ente la suerte de Lavalle. Éste se retiró hacia el n o rte con L am adrid, abandonando C órdoba. Los ejércitos m archaban juntos pero no unidos. Cada jefe tenía un m ando independiente v se enrostraban recíprocam ente el desastre de Q u eb rach o H errad o . P or fin, Lavalle propuso un plan audaz, que ejecutó luego brillantem ente: se in ternaría en La Rioja atray en d o sobre sí al ejército federal, en treten iéndolo hasta que L am adrid hubiera podido levantar un nuevo ejército en T u cum án.
Lavalle en La Rioja
En la nueva cam paña, secundaron a Lavalle el caudillo riojano Brizuela y el com andante Peñaloza, co nocido años más tarde com o el Chacho. D urante tres meses Lavalle en tretu v o a A ldao v a O ribe en los llanos riojanos. C uando al fin el jefe oriental logró estrechar el cerco, Lavalle se escabulló v apareció en T u c u m án el 10 de junio de 1841. Brizuela, que se negó a abandonar su provincia, fue vencido y m uerto en Sañogasta unos días más tarde. La experiencia no había bastado para p ro v o car la unificación de los m andos. M ientras Lavalle reponía sus hom bres, Lam adrid con su flam ante división se lanzó a una nueva operación sobre San Juan. Su segundo A cha o b tu v o una brillante victoria en A ngaco (16 de agosto) pero dos días después fue so rp ren d id o en la Chacarilla de San Juan y tras c u a tro días de lucha, sin m uniciones, se rindió, siendo inm ediatam ente fusilado. L am adrid, con el grueso de las fuerzas, pasó en tre las divisiones federales v e n tró en M endoza. Sobre él conv erg iero n Pacheco, A ldao y Benavídez, y lo deshicie ron en R o d eo del M edio (24 de setiem bre). Los sobrevivientes hu y eron a Chile. E n tre ta n to , O rib e avanzó sobre T u c u m á n donde forzó a Lavalle a dar batalla. En Famaillá lo d e rro tó com pletam ente (19 de setiem bre) al p u n to que a Lavalle no le quedó o tra solución que la huida o la g u erra de recursos. Se retiró hacia el n o rte con sólo 200 hom bres. Estaba en Ju ju v cuando una partida federal tiro teó ta
Campaña de Lamadrid
Muerte de Lavalle
la casa en que se en co n trab a m atándolo accid entalm ente.15 Después de Famaillá, O ribe reprim ió sangrientam ente a los coligados: A ve llaneda, Cubas y o tro s fu ero n ejecutados. La v ictoria de O rib e silenciaba toda oposición a Rosas en el noroeste argentino. Pero C o rrientes seguía en pie m antenida p o r su entusiasm o y p o r la técn ica m ilitar del general Paz. D os veces invadió E chagüe esta p rovincia sin éxito. E n su segunda tentativa se e n c o n tró con Paz sobre el río C orrientes, en el paso de Caaguazú. El 28 de noviem bre de 1841, Paz o b tu v o una victoria total. H abía incitado al enem igo a un ataque que term in ó en una em boscada, m ientras la derecha c o rren tin a tom aba al adversario p o r el flanco y la retaguardia. Más de 2.000 bajas rosistas en tre m uertos, heridos V prisioneros atestiguan la m agnitud del triu n fo. P o r entonces, Ju an Pablo L ópez había defeccionado de la causa rosista y su scripto un tra ta d o con C orrientes. R ivera, a su vez, esperaba una victoria de Paz para decidirse a actu ar sobre E n tre Ríos. C uando lo hizo alcanzó a U rquiza en G ualeguay y lo d erro tó . U rq u iza se em barcó para Buenos A ires y Paz o cu p ó toda la provincia. U rg ía ap ro v ech ar la victoria p o rq u e el ejército de O rib e y a bajaba del n o rte. Pero las rencillas en tre R ivera, Paz y F erré anularon tod o : el caudillo oriental tem ía la influencia de Paz y esperaba que éste invadiera al oeste del Paraná, quedándose él en E n tre R íos para asegurar su influencia allí —tal vez soñara con reed itar la Liga de A rtigas—. F erré, a su vez, con un localismo estrecho, preten d ía que Paz perm aneciera en E n tre Ríos p o r tem or a que se reeditara la situación del año 40. L ópez tem ía que Paz limitase su influencia y no veía con tranquilidad el avance de O ribe. Sorpresivam ente, cu an d o Paz se disponía a cru zar el Paraná, F erré retiró el ejército c o rre n tin o hacia su provincia y lo licenció. Rivera repasó el U ru g u a y V Paz no tu v o más rem edio que retirarse a M ontevideo. La reacción rosista no se hizo esperar: Ju an Pablo López fue batido en C oronda y Paso A g u irre (12 y 16 de abril) y h u y ó a C orrientes. F erré, sensible a la influencia de R ivera, en treg ó a éste la d irección de la g u erra, sacrificando al prestigioso general Paz, que q uedó fuera de la cam paña. El cam bio no p u d o ser peor, pues R ivera era tan mal general 15 Se han insinuado otras versiones acerca de su m uerte. Sin embargo. O ribe identificó al soldado José Bracho, com o m atador de Lavalle, y el 13 de noviem bre de 1842, Rosas lo ascendió a teniente, le dio tres leguas de campo, 600 vacunos, 1.000 lanares y 2.000 pesos. V er: Enrique M. Barba, ob. cit., pág. 682.
com o dudoso aliado. A hora, vuelto a E n tre Ríos, se iba a e n fren tar con O ribe, su viejo rival, p o r la presidencia o riental que él d eten taba —en reem plazo de P erey ra— y que O ribe p reten d ía recuperar. El 5 de diciem bre las m ayores fuerzas reunidas hasta entonces en una gu erra civil argentina se en fre n ta ro n en A r r o y o G rande (8.500 aliados y 9.000 rosistas). R ivera em pezó p o r no crear una reserva de com bate y ad o p tar una actitu d defensiva. Su co n d u cció n fue nula. La victoria de O rib e total: los aliados tu v iero n 2.000 m uertos V 1.400 prisioneros de los que fu ero n degollados todos aquellos que tenían grado de sargento para arriba. T am bién Peñaloza, en terado de Caaguazú, había p retendido reab rir la cam paña en el noroeste. D esde Chile en tró en La R ioja, se apoderó de ella y de C atam arca, batió al g o b ern ad o r de T u c u mán, pero fue finalm ente vencido en M anantial e Illisca, obligán dosele a un nuevo exilio. M ientras esta larga y sangrienta g u erra se definía en favor de Rosas, ahogando los arrestos federalistas de las provincias del n o r oeste y de C orrientes, el g o b ern ad o r de Buenos A ires había deci dido im poner silencio a sus adversarios p o r m edio del te rro r. D esde el asesinato del d o c to r Maza, se fue im plantando un régim en de intim idación pública que alcanzó su culm inación d u rante la cam paña de Lavallé del año 40. A m edida que crecía el peligro, se agigantaba la represión c u y o principal in stru m en to era la Sociedad Popular R estauradora. Bastaban leves sospechas, un ges to antifederal, una denuncia de un dom éstico, para que una persona fuese encarcelada. Si la sospecha era más grave o si era un opositor sindicado, se lo m ataba o fusilaba. E l A rch iv o de la Policía porteña de esos meses registra centenares de órdenes de arresto y condena, sin c o n tar co n los p ro cedim ientos no registrados de La M azorca. La ciudad se sum ió en un silencio de espanto. H asta los m inistros de los Estados extranjeros se sintieron am enazados. C uando M endeville pidió p ro tecció n , Rosas se declaró im potente para sujetar a sus secuaces y le en ro stró al m inistro su “coraje tem erario ” p o r salir solo de noche. T a l im potencia era ficticia. N in g ú n resorte del p o d er escapaba a la habilidad del dictador. D espués de C aaguazú recrudece el te rro r, com o si se quisiera ahogar to d a posibilidad de un debilita m iento del fren te intern o en Buenos Aires. Pero cu ando Rosas considera que lo político es restablecer la calma y que los “ejecu tores de la justicia federal” le deben tam bién obediencia, los en-
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Campaña de Peñaloza
frenta en u n solo día, co n el d ecreto del 19 de abril de 1842. E l te rro r no había sido u n desborde de sectores extraviados, sino una verdadera arm a política.
El dilema de Rosas y la Inter nacionalización de los conflictos El encum bram iento de Rosas había obedecido a dos causas yepac?f¡c£dón predom inantes: 1) la necesidad de asegurar el régim en federal argentino; 2) establecer la paz. Su prestigio consistió en que se lo consideró el hom bre capaz de alcanzar estos dos objetivos. Si Rosas logró d u ran te su prolongada hegem onía acostum brar a la R epública a v ivir ligada p o r una serie de p actos que prep araro n e hicieron posible la p o sterio r organización constitucional del país, su federalism o no co n venció a m uchos de sus contem poráneos. N o sólo era evidente que —com o hemos señalado— no se extendía al plano económ ico, sino que p oco a p oco fu ero n más las provincias que resentían la influencia de Rosas y su m odo de c o n d u c ir las cuestiones nacionales. A sí se explica que federales auténticos y am antes de su te rru ñ o p rovinciano, com o F erré, M adariaga, Bri zuela, A vellaneda, Peñaloza, se alzaran c o n tra el g o b ern ad o r de Buenos A ires y lucharan hasta el sacrificio de sus vidas. H asta hom bres de su ó rb ita desertaro n de su causa a m edida que se c o n vencían que Rosas había dejado de ser la g arantía del desarrollo y la independencia política de las provincias: así o c u rrió con Juan Pablo López en 1842 y co n el general U rq u iza en 1851. P o r ello nos hemos cuidado de no d enom inar unitario al bando y al ejército que m antuvo la lucha d u ran te el p erío d o 1840-42. L lam arlo así co n stitu y e una anom alía trad icio n al que curiosam ente no ha sido “revisada”. P ero donde Rosas fracasa del m odo más ro tu n d o e indiscuti ble es en algo en que estaba personalm ente interesado: el logro de la paz. D en tro de su esquem a político , Rosas había debido negarse a la organización constitucional del país, negativa cuyas causas ya examinamos. Pero la adhesión a su Causa y la fuerza de los pactos no fu ero n suficientes, p o r aquello mismo, p ara dar al país la co hesión que Rosas deseaba. C on quienes se m o straro n independientes o reacios —ni q u é hablar de sus opositores intolerantes, que p o r supuesto ab u n d aro n — fue incapaz de tran sar y de conceder. D onde
vio resistencia p ro c u ró reducirla. Y para ello debió re c u rrir cons tantem ente a la guerra. Así se m alogró la paz rosista. N o sólo p o r la virulencia de las reacciones, sino p orque antes, d u ran te v luego de ellas la diplom a cia de Rosas, cuya fuerza se había dem ostrado años antes, perm a neció curiosam ente silenciosa. C uando U rquiza, p o r iniciativa p ro pia, firm ó el T ra ta d o de A lcaraz, Rosas sospechó v se opuso a lo pactado, entreg an d o todo a la suerte de las armas. Con el c o rre r del tiem po, la prolongación de las guerras co m enzó a perju d icar los intereses territoriales v com erciales que le sostenían, v G ra n Bretaña com enzó a ver en la situación un estorbo para sus posibilidades com erciales. A llí estaba el dilema de Rosas: reprim ir, p rivando de paz al país, o cruzarse de brazos, dejando crecer a sus enem igos. La vio lencia de la época no hacía fáciles las soluciones interm edias, pero los pueblos cansados siem pre están proclives a transar. Rosas no lo vio. La consecuencia inm ediata de la batalla de A rro y o G ran d e fue la caída de C orrientes bajo el co n tro l rosista y la invasión de la Banda O riental p o r O ribe. En ese m om ento la C onfederación está en paz, aunque no esté pacificada en lo p ro fu n d o . El problem a de O ribe con Rivera era ap arentem ente un asunto interno de la Banda O riental. En realidad, Rosas no podía adm itir allí un régim en que le había sido activam ente hostil, ni tam poco podía abandonar al general O rib e que había sido su brazo arm ado en el som etim iento de la insurrección del año 40. O ribe, pues, invadió a su país con tropas argentinas v con el auxilio declarado de Rosas. En feb rero de 1843, O rib e sitió M ontevideo, m ientras la es cuadra de Buenos Aires la bloqueaba p o r el río. El general Paz se encargó de la defensa, p ero la oposición de Rivera a su persona lo obligó a dejar el m ando en julio de 1844 v m archarse a Río de Janeiro, desde donde co n tin u ó a C orrientes, a la que llegó en enero de 1845'. La causa de este viaje era que desde abril de 1843, ap ro vechando que el general U rquiza —g o b e rn a d o r de E n tre Ríos des pués de C aaguazú— com batía c o n tra Rivera, Joaquín M adariaga había sublevado la provincia de C orrientes v reanim ado la resis tencia co n tra Rosas. D urante los años 1843 a 1845 se m antuvo en esa posición, v en 1846 decidió pasar a la ofensiva, luego de c o n ce rtar una alianza con el Paraguay, al que Rosas rehusaba el reco nocim iento de su independencia. Este paso del gobierno c o rre n tin o im portaba una nueva inter-
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Banda Oriental
Corrientes
Alianza con Paraguay
nacionalización del co n flicto . N o sólo in terv en d rían tropas para guayas en la cam paña, sino que se abría la p u e rta a la acción diplom ática brasileña, que p o c o antes había reco nocido la inde pendencia paraguaya y pugnaba p o r debilitar la influencia de la C onfederación en la zona m esopotám ica. D e n tro de esta línea, Bra sil especulaba sobre los alcances de la ya m anifestada intervención anglofrancesa en el R ío de la Plata para unirse a ella. E n realidad, Brasil había estado vinculado al co n flicto años antes, apoyan do calladam ente al p a rtid o colorado del general Rivera. C uando O ribe fue desalojado de la presidencia y cay ó bajo la pro tecció n de Rosas, la lucha en tre am bos caudillos orientales se transform ó indirectam ente en una lucha de influencias en tre A rgentina y Bra sil sobre la Banda O riental. R ivera rara vez dejó de traicio n ar a sus aliados, y los brasileños p ro n to descubrieron que aquél prom ovía revoluciones en R ío G ra n d e y trataba de suplantar la influencia de Brasil con la británica. E n vista de eso, Brasil se sustrajo p ru d entem ente de in terv en ir en la nueva cuestión internacional sus citada en to rn o de M ontevideo. D esde que com enzó la década del 30, la im portancia de M on tevideo com o p u e rto y c e n tro com ercial creció notablem ente. La colonia b ritánica allí instalada p ro sp eró y en tró en lógica rivalidad con los com erciantes de Buenos Aires, incluidos los ingleses. M ien tras el com ercio p o rteñ o había dism inuido desde 1840, el de M o n te video crecía, pero la reanudación de la g u erra en te rrito rio oriental tra jo la evidencia de una nueva traba com ercial c o n tra la que quisieron prevenirse los británicos residentes allí, que enco n traro n un cam po favorable en un sutil cam bio de la política exterior inglesa. En 1841, lord Palm erston había sido reem plazado en el Foreign Of f i c e p o r lord A berdeen. Poco antes, la cancillería inglesa había pro d u cid o u n M em o rán d u m en el que propiciaba una política de apoyo a los regím enes de paz que hacían posible el desarrollo del com ercio británico. E n una in terp retació n libre de esta política, A berdeen, sensible a las reclam aciones de la com unidad británica de M ontevideo, tra tó de o b ten er un T ra ta d o co n aquella plaza, a cam bio de lo cual le p ro m etía so c o rro .16 E sto significaba tom ar partido en la contienda, aunque lo que en realidad se proponía el canciller inglés era o b ra r com o m ediador para im poner la paz. Deseoso de o b rar en c o n ju n to con Francia, p ro c u ró el apoyo 16 F erns, H . S., ob. cit., págs. 258 y 259, que se basa en la docum enta ción del Foreign O ffice y en los Aberdeen Papers.
Interés del Brasil
Cambio de la política exterior británica
La m ediación anglofrancesa
de ésta a su acción, que le fue dado en .a rm a vaga e im precisa. En m arzo de 1842 dio sus instrucciones a M endeville, acordando que en caso de una negativa debía hacer saber a Rosas que la defensa de sus intereses com erciales podía im poner a su g o b ierno “el deber de re c u rrir a otras m edidas tendientes a ap artar los obstáculos que ahora interru m p en la pacífica navegación de esas aguas” .17 La m ediación adquiría así form a de ultim átum , y de ese m odo lo en ten d ió M endeville y se lo ad v irtió a Rosas, quien no se inm utó. Ya en 1843, el m inistro inglés, co n ju n tam en te con el francés —co n de de L urd e— presentó fo rm alm ente la m ediación. Rosas dem oró la respuesta, con visible m olestia del francés, v en noviem bre la rechazó totalm ente. Poco después se p ro d u c ía A rro y o G ran d e y el sitio de M on tevideo. A n te tal cam bio de la situación la m ediación carecía de bases, pero los representantes diplom áticos de las dos potencias propusieron un arm isticio, que significaba salvar a R ivera de su du ro trance. Peor aún, p ro m etiero n ayuda m ilitar a los sitiados, con lo que anim aron la resistencia. M endeville se dio cuenta tarde de que había ido dem asiado lejos cuando el com andante británico Purvis im pidió a la escuadra de Buenos Aires b loquear M ontevi deo. Purvis fue desautorizado p o r A berdeen, p ero éste no desistió de su pro y ectad a m ediación co n ju n ta, pese al rechazo ya sufrido. M ientras tan to , el com ercio m ontevideano languidecía v Rosas hábilm ente com enzó a satisfacer las reclam aciones de sus acreedo res internacionales, con lo que logró que la balanza del interés com ercial se inclinara de su lado. P ero A berdeen n o se p ercató de ello y am enazó con in terv en ir m ilitarm ente si no se levantaba el sitio de M ontevideo y no se retirab an las tropas argentinas de la Banda O riental. La com unidad com ercial britán ica de Buenos A ires protestó. C uando las quejas reiteradas llegaron a L ondres, A berdeen dio m archa atrás, pero ya era tard e. El 26 de setiem bre de 1845 la escuadra anglofrancesa bloqueó Buenos Aires y o cu p ó M artín G a r cía. Inm ediatam ente se in ten tó fo rz a r el paso de los ríos para abrir los puertos de E n tre Ríos, C o rrientes v Paraguay al com ercio inglés, representado p o r un cen ten ar de barcos m ercantes cargados de m ercancías. Rosas encargó a Mansilla fo rtific a r el Paraná, y éste lo ce rró con cadenas bajo la p ro tecció n de la artillería en la V uelta de O bligado. El 18 de noviem bre se p ro d u jo un enconado com bate en tre esta posición v la escuadra anglofrancesa, la que 17 F e r n s , H . S., ob. cit., p á g . 261.
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La intervención
finalm ente p u d o abrirse paso. E l esfuerzo, que tan to dañó las rela ciones en tre los beligerantes, fue estéril, pues las provincias a las que iba dirigida la expedición com ercial estaban casi en bancarrota y no co m p raro n nada. A principios de 1846, U rquiza, que había batido el año ante rio r a R ivera en India M uerta en form a tal que puso fin práctica m ente a su carrera m ilitar, invadió C orrientes donde Paz aprestaba un ejército co rren tin o -p arag u ay o . S orprendió a la vanguardia de Ju an M adariaga (4 de fe b re ro de 1846) y to m ó a éste prisionero. Paz se re tiró a posiciones prefijadas, donde U rq u iza no se anim ó a atacarlo y e m p re n d í» la retirada hacia E n tre Ríos, p ero en tretanto, p o r interm edio de su in flu y en te prisionero, p ro p u so la paz a C o rrientes a con d ició n d é q u e Paz fuese alejado de la provincia. La propuesta incluía la insinuación de que ambas provincias podían co n stitu ir la base de una reorganización de la R epública. Joaquín M adariaga fue sensible a la propuesta que le enviaba su herm ano. El 4 de abril, el general Paz, eterno desechado de sus aliados, fue despojado del m ando suprem o. Los paraguayos regresaron a su país y Paz se exilió con ellos.
Campañas de Urquiza
Inm ediatam ente com enzaron las tratativas de paz, que U rquiza m anejó p o r su cuenta, sin in fo rm ar a Rosas. E l g o b ern ad o r de E n tre R íos había tom ado conciencia de su posición clave den tro del panoram a nacional, d onde hasta los ingleses 16 halagaban p ro poniéndole la secesión m esopotám ica bajo su presidencia. Pero U rquiza no era hom bre de fantasías. El 13 de agosto firm ó con M adariaga la paz de Alcaraz. P o r ella. C orrientes se reintegraba a la C onfederación y al P acto Federal. P ero p o r un p acto secreto adjunto, se liberaba de a c tu a r c o n tra sus aliados de ay er y m an tenía su alianza con P arag u ay y M ontevideo. Este p acto secreto revela el p ro p ó sito de U rq u iza de lograr u lterio rm en te la paz de la R epública, y su desilusión de Rosas.
Paz de Alcaraz
E l desastre com ercial inglés en el Plata, fru to de su in terven ción, hizo c o m p ren d er en L ondres el e rro r de la política seguida. E n 1845 las exportaciones inglesas al Plata fuero n m ínim as v en el año siguiente casi nulas. Paralelam ente, en L ondres, A beerden renunciaba y volvía Palm erston a la cancillería. D ecidido a cam biar de política y a p o n e r fin a los conflictos p rovocados p o r su antecesor, o rd en ó el retiro de las tropas inglesas del sitio de M on tevideo, reem plazó a su m inistro en Buenos A ires y ya en junio de 1847 levantó el bloqueo de Buenos Aires, m edidas todas que
Nuevo cam bio de la política británica
tom ó de com ún acuerdo con Francia, tem erosa de que ésta a p ro vechara la situación para reem plazar la influencia británica. Las negociaciones fueron largas y em barazosas, v no se co n creta ro n hasta el 15 de m ayo de 1849: las potencias europeas reconocían a O ribe com o presidente del U ru g u ay , los extranjeros de M ontevideo serían desarm ados, las divisiones argentinas serían retiradas y los aliados devolverían M artín G arcía, la navegación del Paraná era un asunto argentino. El tratad o A rana-S outhernL ep réd o u r fue ratificado en Inglaterra y Buenos Aires rápidam ente. N o o cu rrió lo mismo en Francia y L ep réd o u r regresó en 1Ü50 para convenir una nueva paz. Rosas se m antuvo irred u ctible y p o r fin el 31 de agosto, las partes firm aro n un nuevo tra ta d o idéntico. H a bía term inado el co n flicto internacional.
La caída A m edida que progresaban las tratativas en tre la C o nfedera ción, G ra n B retaña y F rancia, se hacía más visible para todos que una nueva época de paz y prog reso podía abrirse para el R ío de la Plata. El año 1849 significó para Buenos Aires un renacim iento m ercantil. D espués de la batalla de V ences había cesado toda lucha en te rrito rio argentino, la inm igración había aum entado conside rablem ente, en Buenos Aíres com enzaban a abrirse fábricas, el ganado lanar se había m ultiplicado en form a so rprendente, las provincias interiores gozaban de un d iscreto bienestar y la de E n tre Ríos había hecho progresos sorprendentes. T o d o este pan o ram a hizo renacer en L ondres la convicción de que Rosas seguía siendo el cam peón del orden del R ío de la Plata v el únjco capaz de p ro teg er el com ercio de im portación. La gu erra que se m antenía p o r el g o b iern o de la R epública O riental p ro n to ten d ría fin, al m enos para las arm as argentinas. Sin em bargo, Rosas tenía en aquel m om ento una p reocupación y una obsesión. La p reocupación era el general U rquiza, que daba m uestras de una peligrosa independencia en sus actos. La obsesión era el Im perio del Brasil, del cual esperaba una agresión, y estaba decidido a ganarle de m ano y llevarlo a la g u erra cuando fuera conveniente a los intereses de la C onfederación. Si el T ra ta d o de A lcaraz había constituido el p rim er síntom a externo de que el g o b ern ad o r de E n tre Ríos abrigaba planes de m ayor alcance en sus relaciones con Rosas, tal cosa no se le ocultó a éste, que rechazó el acu erd o en térm inos severos. Pero m ientras
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Situación general
C on Justo José de U r q u iz a la h e g e m o n ía p o lític a pasa al in t e r i o r , sin a b a n d o n a r el lito ra l
esto o cu rre, U rquiza ha dado un nuevo v más grave paso: ha p ro puesto «a los co n ten d o res u ruguayos su m ediación. Poco después reconoce al g o b iern o de M ontevideo com o g o bierno legítim o del U ruguay. Esta actitu d m erece la más enérgica reprobación de Rosas, que en m arzo de 1847 le en rostra haber violado el Pacto Federal por el que toda provincia se ha obligado a no c o n ce rtar tratados con naciones extranjeras sin anuencia de las otras. En privado, Rosas califica de “ ignom iniosa” la co n d u cta de U rquiza. Justo José de U rquiza tenía p o r entonces bien sentado prestigio. Provenía de una vieja familia de la costa oriental de la p ro vincia, zona donde aquél com enzó su actuación política \ m ilitar V alcanzó una influencia dom inante. Rival de E chagüe, la derrota de éste en Caaguazú le p erm itió reem plazarlo v asum ir el gobierno provincial, lo que no fue m uv del agrado de Rosas, que siem pre había sospechado de su independencia de juicio. A nte la reacción de Rosas, U rquiza co m p ren d ió que no era el caso de un rom pim iento abierto e invitó a M adariaga a nuevas tratativas sobre las bases im puestas p o r Rosas. Las negociaciones se dem oraron y Rosas le o rd en ó invadir a C orrientes. U rquiza no cum plió inm ediatam ente v avisó a M adariaga que la paz va no era posible. O tro fa c to r que convenció a U rquiza de la inm adurez de la situación para llegar a la paz de la república, fue el ataque que Rivera llevó a Pavsandú, en los estertores de una vida política que
u rq u iza
se acababa. Finalm ente, U rquiza invadió a C orrientes, donde los M a dariaga le aguardaban sin m ayores esperanzas. El 27 de noviem bre de 1847 fuero n d errotados en Vences. Benjam ín V irasoro, correntino urquicista, tom ó el g o b iern o de la provincia. Desde entonces, el jefe en trerrian o tu v o el dom inio p olítico total de la M esopotam ia y estaba en condiciones de no ten er que agachar nuevam ente la cabeza. Inició una política de conciliación: acogió em igrados de distintas parcialidades, aum entó el com ercio con el U ru g u ay v atenuó el lenguaje oficial. Parece ser que desde 1848, Rosas estaba dispuesto a pro v o car un incidente con el Brasil. Sólo así se explica s u . insistencia ante su em bajador, el general G u id o , para que se quejase al gobierno im perial sobre m anifestaciones vertidas en el Parlam ento brasileño. C uando el canciller de P edro II accedió p o r vía de conciliación a dar explicaciones que en rig o r no debía, Rosas las hizo públicas o r la prensa, con el o b jeto de p ro v o car una crisis en R ío de aneiro.
Í
A m ediados de 1849, una p ereg rin a incursión m ilitar paraguaya en te rrito rio argentino es tom ada p o r Rosas com o fru to de una intriga brasileña y exige nuevas explicaciones en térm inos e n ér gicos. A p a rtir de entonces, sus exigencias a G u id o son cada vez más perentorias, instru y én d o le que en caso de que no se den expli caciones suficientes, pida los pasaportes y dé p o r rotas las rela ciones. Esta exigencia no se entiende si no es con el pro p ó sito de p ro v o car un co n flicto arm ado en un m om ento en que el Brasil enfrentaba serias dificultades internas y Rosas creía haber alcan zado el cén it de su fo rtu n a. T en ía p o r entonces casi 20.000 hom bres en pie de g uerra, lo que el Im perio difícilm ente podía lograr. Por fin, su insistencia p ro d u ce fru to s: Brasil no da más explicaciones, G u id o anuncia que se retira v se rom pen las relaciones el 11 de setiem bre de 1850.
Rosas y el Brasil
E n el cálculo de Rosas hubo un serio erro r. Pensó hacer la g u erra al Brasil con O rib e y U rquiza y sus respectivas fuerzas; pero éste pensaba o tra cosa. La agresividad del d ic ta d o r argentino co ntra los brasileños le brin d ó a U rquiza una carta de triu n fo . Las fuerzas de C orrientes y E n tre R íos solas eran pocas para im poner un cam bio, p ero aliadas con Brasil podían com enzar p o r enderezar a su favor la situación de la R epública O riental, y con sus fuerzas acrecidas, sus espaldas guardadas y una colaboración naval, dispu ta r a Rosas el dom inio de la C onfederación, que era tam bién disputárselo a Buenos Aires.
U rquiza y el Brasil
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En enero de 1851 un agente de U rquiza p ropuso en M o n te video al represen tan te im perial una alianza para deponer a O ribe V expulsar a los argentinos de aquella república. Brasil tem ía una d e rro ta m ilitar, que hubiera acabado con el Im perio, trataba de hacer m éritos en A sunción y M ontevideo, v la expulsión de las fuerzas .argentinas del U ru g u a y le quitaba una secular preo cu p a ción, de m odo que no vaciló en aceptar la p ropuesta, pero exi giendo que previam ente U rquiza ro m piera públicam ente con R o sas. E n tre ta n to , la prensa en trerrian a presentaba a U rquiza com o “el paladín de la organización nacional” . La política del g o b ernador com enzaba a hacerse pública. Desde diciem bre de 1848 Rosas había insinuado que no iba a aceptar una reelección cuando term inara su p eríodo en m arzo de 1850. D u ran te el año 1849 reiteró varias veces esto y cuando llegó el mes de diciem bre lo anunció una vez más. El género de política que venía desarrollando con el Brasil perm itía suponer que estas renuncias no eran sinceras, pues de lo c o n tra rio hubiera m ediado inconsecuencia en tre ambas actitudes, defecto que Rosas nunca tuvo. C om o en 1832 y 1835, puede presum irse que Rosas procuraba m ejorar su situación política antes de em p ren d er una guerra que lo con v ertiría en á rb itro de Sud A m érica. D a respaldo a nuestra presunción el p ro y e c to presentado en la Legislatura po rteñ a de designar a Rosas Jefe S uprem o de la C onfederación, con plenos poderes nacionales. De este m odo, Rosas dejaba de ser el goberna d o r de Buenos A ires en cargado de las relaciones exteriores para convertirse en jefe del estado argentino. O n ce provincias adhirieron al p ro y e c to . E n tre Ríos v C o rrientes se abstuvieron, y el prim ero de m ayo de 1851, U rquiza aceptó la renuncia presentada p o r Rosas com o encargado de las relaciones exteriores, separó a E n tre R íos de la C onfederación v la declaró en ap titu d de entenderse con todas las potencias hasta que las provincias reunidas en asamblea nacional dejasen constituida la república. Pocos días después V irasoro le im itó. C uando Rosas se enteró, calificó a U rq u iza de traid o r, loco y salvaje unitario. E ra la misma etiqueta para un p ro d u cto distinto. E l 29 de m ayo de 1851 se firm ó la alianza en tre Brasil, E n tre R íos y el g o b iern o de M ontevideo, para luchar c o n tra O ribe. La respuesta de Rosas es la declaración de g u erra al Brasil el 18 de julio y su aceptación a co n tin u a r en el g o b iern o (15 de setiem bre). U rq u iza se puso en cam paña inm ediatam ente. D ejó a V irasoro
La ruptura
Alianza con Brasil y Montevideo
en E n tre R íos para co n ten er cu alquier m ovim iento de Rosas e invadió el U ru g u ay . Las tropas de O rib e no o freciero n resistencia V el general o riental o p tó p o r cap itu lar el 8 de o c tu b re ante las excelentes condiciones que le ofrecía U rquiza, que inauguró el lema: “N i vencedores ni vencidos” . T erm in ad a esa cam paña con tan to éxito com o m oderación, el 21 de noviem bre se firm a un nuevo p acto en tre Brasil, E n tre Ríos, U ru g u a y y C orrientes, destinado a p o n er fin a la extensa dom i nación del g o b ern ad o r Rosas. Se establece que el m ando suprem o correspond erá al general U rquiza, se estipula la cooperación m ili tar y financiera de las potencias aliadas v se p ro m ete la libre na vegación de los ríos. Inm ediatam ente com ienza la form ación del E jército G ran d e • i t xt en D iam ante, que se pone en pie con una rapidez asom brosa. N u n ca se había visto tam año ejército en nuestro país: 30.000 hom bres, de los cuales 24.000 eran argentinos, 4.000 brasileños v 2.000 o rien tales. T o d o s los jefes de división eran federales, con excepción del general L am adrid, cu y o co lo r p o lítico es difícil de definir: V irasoro, M edina, Ábalos, Juan Pablo López, G alán, U rd inarrain v G alarza. A lgunos oficiales que han m ilitado en el “ unitarism o” tam bién se in co rp o raro n : los principales eran A quino y el teniente coronel de artillería B artolom é M itre. D om ingo F. Sarm iento ob tuvo un cargo adm inistrativo en el ejército. A m ediados de diciem bre p u d o U rquiza cru zar el Paraná con la colaboración de la escuadra brasileña, sin ser hostigado p o r las fuerzas rosistas. A l entusiasm o que reina en las filas de U rquiza, corresponde una m arcada frialdad en el bando co n trario . La gente está harta de guerras. Los soldados todavía responden a su caudillo, pero entre los jefes se nota una apatía rayana en el desgano y aun en el disgusto. El general M ansilla, héroe de la V uelta de O bligado y pariente del dictad o r, rechaza el m ando superior v se va a su casa. Rosas nom bra entonces a P acheco, pero éste renuncia varias veces invocando que es desobedecido y que hav “órdenes secretas” en el ejército que no em anaban de él. T ra s m uchas vacilaciones acepta el cargo. A fines de enero un jefe denuncia a Rosas que Pacheco lo traiciona. Según el testim onio de A ntonino Reves, secretario de Rosas, esta noticia p ro d u jo en éste un efecto trem endo. El 30 de enero U rquiza llega al río de las C onchas y Pacheco en vez de defender el paso se retira sobre Caseros, luego envía su renuncia a Rosas y se va a su estancia. Estos episodios ensom brecieron el ánim o de Rosas. O bligado ZT
La campaña contra Rosas
p o r las circunstancias tu v o que asum ir el m ando suprem o, cuando nu nca lo había hecho y no había estado en o tra batalla propiam ente dicha que la de Puente de M árquez, 22 años antes. El 2 de febrero, m ientras U rquiza se aproxim aba, reunió un consejo de guerra do n de m anifestó su decisión de luchar, p ero ofreciendo su renuncia si la opinión era la de p actar con el enem igo. Se o p tó p o r dar batalla, dada la cercanía del adversario. E l 3 de feb rero , en el cam po de Caseros, se libró la lucha. Los ejércitos eran parejos en núm ero y disciplina. La posición defen siva era buena, pero la co n d u cció n de Rosas fue totalm ente estática y sus subordinados tam p o co d ieron m uestras de iniciativa. U rquiza planeó bien su acción, aunque siguiendo una actitud que le sería típica: en un m om ento de la batalla abandonó la co nducción general para m ezclarse en la batalla com o jefe de un ala. La victoria de los aliados fue total. Rosas nada salvó y con unos pocos seguidores regresó a Buenos Aires. Los honores de la jornada habían corres pond id o a la caballería m esopotám ica y a la infantería oriental. Rosas red actó inm ediatam ente su renuncia y a continuación se asiló en la legación británica. Esa misma noche, acom pañado del encargado de negocios inglés, se trasladó con sus hijos Manuelita y Ju an a una fragata inglesa. C u atro días después partía para Inglaterra, para no reg resar jamás.
LA RECONSTRUCCION ARGENTINA
LA HEGEMONÍA DEL INTERIOR
La República escindida
La caída de Rosas dejó de hecho to d o el p o d er político na cional en las m anos del general U rquiza. Pero en el o rden local po rteñ o , el vacío de p o d e r resultó más difícil de llenar, dada la an terio r om nipresencia de Rosas en tod o s los aspectos de la vida política provincial. C uando el ejército de U rquiza p en etró en la ciudad, una quin cena después de la batalla de Caseros, fue recibido según unas versiones co n aclam aciones y lluvia de flores; según otras, con un silencio reticen te y hostil. T a l vez ninguna de ambas versiones sea totalm en te exacta. Sin duda hubo p o rteñ o s que sintieron su libertad recuperada de los excesos de la autocracia, y la población de Bue nos A ires era bastante num erosa com o para que un secto r de ella llenara la calle y diera una im agen de euforia a los recién llegados. T am b ién hubo otros, afines al régim en derrib ad o , que m iraban el po rv en ir con tem or. P ero en tre estos extrem os hubo sin duda un g ru p o g ran d e de ciudadanos cuya actitu d d om inante fue la ex pectativa. Rosas había fracasado en lo g rar la paz. E sto y el desgaste p ro vocado p o r casi veinte años de g obierno personalista, más los excesos del régim en, habían apagado m uchos entusiasm os y alejado más de u n adherente. Pero sería erró n eo sacar com o conclusión que Rosas era un hom b re im popular el día de su d errpta. E ran m u chos todavía los intereses que se sentían tutelados p o r él, m uy num erosas las masas p obres que le veían com o u n p ro te c to r, y por fin, no escaseaban los que aun crey en d o que Rosas no era un buen g o b ern an te lo aceptaban com o m ejor que el caos que él había p red ich o co n insistencia. Buenos Aires tenía ahora en sus calles un e jército de en trerrianos, corren tin o s, santafesinos, orientales y brasileños, m andados por un caudillo federal. M ás de un p o rteñ o m ad u ro en años pudo haber
com parado la situación con la del año 1820, en sus aspectos exte riores. La ciudad entera observó los prim eros pasos de U rquiza para alinearse en p ro o en c o n tra suva. El resultado fue que le aceptó —se dijo entonces— com o “ lib ertad o r” pero no com o “o rg a n izador” de la nación. Al día siguiente de Caseros, U rquiza n om bró g o b ern ad o r p ro visorio de Buenos Aires a un p o rte ñ o ilustre, federal de roda la vida, rosista hasta pocos años antes, el d o c to r V icente López v Planes, quien asumió la m agistratura proclam ando a Rosas “salvaje u n itario ”. Su m inisterio fue de conciliación: figuraban en él V a lentín Alsina, viejo rivadaviáno, v federales com o G orostiaga v el coronel Escalada. Este g obierno expropió los bienes de Rosas, de volvió los que éste había confiscado, restableció la libertad de im prenta v la Sociedad de Beneficencia v creó la Facultad de M e dicina. Pero ningún hecho del m om ento prov o có tantos com enta rios com o el restablecim iento p o r el general U rquiza del uso del cintillo punzó. El acto más trascendente de esos días fue la firm a del p ro to colo de Palerm o, el 6 de abril. Por él, los gobiernos de Buenos Aires v de las tres provincias libertadoras invitaban a los de las provincias herm anas a una reunión de gobernadores en San N icolás de los A rro y o s para reglar las bases de la organización nacional. A la vez, encargaban a U rquiza las relaciones exteriores de la na ción. Por prim era vez el ejercicio de estas facultades no estaba en manos de un g o b ern ad o r p orteño. Para ese entonces, los ciudadanos de Buenos Aires va habían tom ado partido. Para co m p ren d er las razones de las diversas posi ciones adoptadas, es conveniente repasar cóm o se habían alineado en la época de Rosas. E n tre los que apoyaron al R estaurador había quienes, verda deros federales, veían en él al realizador de hecho de la C onfede ración v al sostenedor de la bandera federal; o tro s le seguían, contrariam en te, p o rq u e Rosas afirm aba la hegem onía porteña so bre el co n ju n to de la nación unida; y o tro s lo apoyaban porque con él Buenos Aires conservaba el pleno y libre ejercicio de todos sus derechos sin interferencias de otras provincias o de un posible Estado nacional. Q uienes m ilitaban en su co n tra lo hacían: unos p o r federalism o, p o rq u e creían que Rosas lo traicionaba; otros por liberales, juzgando a Rosas com o un déspota que atentaba c o n tra la libertad, v los menos, en fin, p o r ser unitarios doctrinarios. F.n abril de 1852 se había p ro d u cid o una verdadera redistribu-
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El protocolo de Palermo
Las posiciones partidarias antes y entonces
I
ción de la ciudadanía. Se form ó un p rim er g ru p o que podem os lla m ar urquicista o federal en tre los que se co n ta ro n F rancisco Pico, V icente Fidel López, V icen te López y Planes, M arcos Paz, H ilario Lagos, Juan M aría G u tié rre z , etc. Son los hom bres que van a apo y ar el A cu erd o de San N icolás y la unión lisa y llana de Buenos Aires a la C onfederación. C ualquiera que haya sido su posición en la época p reced en te, reen co n tram o s en ellos a los federales auténticos. O tro g ru p o —donde se reunieron Carlos T e je d o r, los O bli gado, José M árm ol, A d o lfo Alsina, todos en to rn o de V alentín Alsina— respondían al más cru d o provincialism o y sostenían las libertades de Buenos A ires a toda costa: desde San N icolás fueron aislacionistas e inm ediatam ente después segregacionistas, que no se apuraban p o r ver reco n stru id o el Estado nacional. P o r últim o, el te rc e r g ru p o respondía a la iniciativa de B arto lom é M itre, a quien seguían Sarm iento, Elizalde y otros, y por cierto tiem po V élez Sársfield. E ran nacionalistas, o sea partidarios de la organización nacional, se declararon adeptos al sistema federal y proclam aro n que Buenos A ires debía ser la cabeza v la inspira ción de esa organización federal. N o es casual que dos ex rosistas —R u fin o de Elizalde y D alm acio V élez Sársfield— m ilitaran en este gru p o , c u y o prog ram a, dejando de lado su liberalism o v su deseo de institucionalizar la organización nacional, coincidía no ta blem ente co n la política de Rosas. E n los tres g ru p o s se en trev eraro n , pues, rosistas y antirrosistas. Los part¡dos Los dos últim os coincid iero n en oponerse al general U rquiza en quien veían al caudillo p rovinciano que hollaba los derechos de Buenos A ires y fo rm aro n el partido liberal, c u y o nom bre subraya ba la orientación ideológica de la m ayoría de sus m iem bros. Pero esta unión no sería durad era. D u ran te una década se m anifestaría la divergencia de opiniones en el seno del p artid o , que en definitiva se separaría en sus dos núcleos originarios: el partido A u tonom ista, dirigido p o r A dolfo Alsina y el partido N acional, conocido igual m ente com o m itrism o. O tro fa c to r que acercaba o separaba a los protagonistas de las políticas confed erad a y p o rteñ a era el ideológico. Si bien U rquiza representaba ideales políticos divergentes de los del vencido Res tau rad o r, su estru ctu ra m ental estaba más cerca del tipo pragm á tico representado p o r Rosas que de los líderes liberales, que hacían profesión de fe de unos “principios” que constituían un dogm a político. E sto no significa que no hubiera liberales al lado de U r-
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quiza v lo prueba la sola m ención de del C arril, Seguí v A lberdi, para lim itarnos a los más conspicuos, pero su situación en el “siste ma federal” era am bivalente, pues “no eran p ro p iam en te hom bres del sistema en el sentido de los tipos mentales adecuados” .1 El sis tem a federal al que perten ecía U rq u iz a -c o rre sp o n d ía en buena m edida a la época v al estilo del tiem po de Rosas, v la dificultad V a la vez el m érito del gran en trerrian o fue in te n ta r una simbiosis entre las características de un tiem po que pasaba p ero aún existía V o tro tiem po que advenía lentam ente. Esta intención está m ani fiesta en su deseo de re e stru c tu ra r la nación sin alterar el equilibrio de hecho logrado p o r Rosas v tra ta r de reconstruirla, políticam ente con una m ayoría de hom bres que provenían del sistema derribado. E n este sentido, podem os calificar a U rquiza de “bisagra” entre dos tiem pos políticos. F ren te al pragm atism o v al sentido tradicional del general U rquiza se levantaba en Buenos Aires un fren te cuva heterogénea com posición acabam os de analizar, p ero donde la voz cantante la llevaban los ideólogos liberales. M uchos de ellos habían em igrado durante la época de Rosas y co n cebido en el d estierro un fu tu ro para la A rgentina y una política para lograrlo. H abían vuelto al país dispuestos a realizar a toda costa lo p rogram ado, con el senti m iento de quien cum ple una misión v a la vez recu p era el lugar de que había sido privado hasta entonces. P or eso la vehem encia V el dogm atism o de los ex em igrados. E n tre ellos, el realismo m o d erador de M itre co n stitu y e una variante excepcional. U rgía al general U rquiza, en tretan to , d ar a su p o d er de facto saneN¡°oíás una base jurídica. Para ello su único p u n to de apoyo eran las autoridades va constituidas, los gobernadores de las provincias. De ahí la convocatoria resuelta en el P ro to co lo de Palerm o. La tesis urquicista, que V icente Fidel López expondrá después era: llegar a la legalidad a través de la personalización del poder, es decir, que las masas pasaran del respeto al organizador al respeto a la o rg a nización. El p ro sp ecto liberal era distinto. D aban p o r supuesto en todos la adm iración p o r la ley que ellos sentían v p artiendo de ella iban hacia la institucionalización del poder. U rquiza llegó a San N icolás de los A rro y o s con el p ro y ecto del co rre n tin o Juan Pujol en su cartera. Para lograr la adhesión porteña, había elim inado tem as tan irritantes com o la nacionaliza 1 Véase en Equipos de Investigación H istórica, Pavón y la crisis de la Confederación, Buenos Aires, 1966, el capítulo prelim inar de Carlos A. Floria, “La crisis del 61 v el nuevo orden liberal”, especialmente págs. 10 a 18.
ción de las aduanas y la federalización de la ciudad de Buenos A ires com o capital de la R epública, que P ujol había incluido ori ginariam ente. El 31 de m ayo se firm ó el A cuerdo. C om enzaba éste declarando ley fund am en tal de la R epública al P acto Federal de 1831 y llegado el m om ento de organizar p o r m edio de un congreso fede rativo la adm inistración del país, sus rentas, com ercio, navega ción, etc. A él c o n c u rriría n las provincias co n igual representación —lo que subrayaba la igualdad de sus d erechos— y hasta que se dictase la C o nstitución se nom braba a U rq u iza D ire c to r Provisorio de la C onfederación A rg en tin a, encargado de co n d u cir sus rela ciones exteriores, reglam entar la navegación de sus ríos, percibir y d istrib u ir las rentas nacionales y com andar todas las fuerzas m i litares, a cu y o efecto las tropas provinciales pasaban a fo rm ar parte del ejército nacional. L o convenido superaba am pliam ente el tex to estricto del Pacto Federal, p ero se conform aba a su espíritu. C uando Buenos Aires conoció extraoficialm ente el A cuerdo, estalló una verdadera to r m enta. Los gobern ad o res habían ido dem asiado lejos al despojar a Buenos A ires de su ejército y sus rentas. Los “sagrados derechos” de su pueblo habían sido tocados, ¡con la condescendencia de un go b ern ad o r que había actuado sin m andato! P resentado el A cu erd o a la Legislatura, com enzó el 21 de junio el debate. M itre y V élez Sársfield atacaron el A cuerdo, V icente Fidel L ópez, Pico y Ju a n M aría G u tié rre z lo d efendieron, con igual entusiasm o. La m esura inicial de los oradores fue dom inada por la violencia de una barra vocinglera que in terru m p ía las discusiones y am enazaba a los m inistros. Los discursos fu ero n varias veces c o r tantes, p ero los oradores recu p erab an la m esura, m ientras la actitud de la barra elevaba la tensión hasta lo indecible. N o nos d e ten d re mos en los detalles anecdóticos de este fam oso debate.2 V eam os en cam bio su m eollo. E l co ro n el M itre —artillero ascendido en Caseros, periodista y poeta de inspiración liberal, y poseedor de una erudición supe rio r— acababa de hacer gala en L o s D ebates de su aspiración a “ la 2 T odavía nadie ha descripto m ejor las ¡ornadas de junio que Ramón J. Cárcano en su célebre libro D e Caseros al O nce de Septiembre, adonde remitimos al lector que quiera ampliar su inform ación. U n buen análisis político puede verse tam bién en Rodolfo Rivarola, M itre. Una década de su vida polttica. 1852-62. Buenos Aires, “Revista A rgentina de Ciencias Políti cas”, 1921. A dolfo Saldías, muy brevem ente, da un colorido cuadro en Un Siglo de Instituciones, La Plata, 1910, tom o i, capítulo xvn.
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contenido del Acuerdo
organización nacional p o r m edio de un congreso co n stitu y en te" v de su federalism o: El federalism o es la base natural de la reorganización del país . . . La organización federativa es no sólo la única posible sino que es tam bién la más racional.3 ¿F.n qué fincaba pues su oposición? M itre invocaba el exceso de facultades otorgadas a U rquiza. La som bra de Rosas estaba d e masiado cerca para los liberales, v bajo la invocación de los “p rin cipios” latía en el discurso de M itre un tem or que disimulaba por respeto al vencedor: N oso tro s convenim os, v ésta es mi creencia, que el general U rquiza no abusará de su poder, que su persona es una g arantía; pero eso no quita que vo no me considere suficientem ente autorizado para d ar mi voto a la autoridad de que se le p retende investir v de que vo piense que esa autoridad es inaceptable, p orque es con tra el derecho es crito v co n tra el derecho natural, v p o rq u e ni el pueblo mismo puede crearla.4 Además del exceso de p oder que se otorgaba, había otra razón que M itre callaba: la persona del depositario de aquellas facultades, a quien el orad o r consideraba una garantía. Pero g arantía m oral, no política; garantía de no abusar, pero no garantía de que Buenos Aires no perdería su posición hegem ónica en el co n cierto p rovin cial. Lo que los oradores co n trario s al A cu erd o callaron, lo vociferó la barra. Bien escribió Rivaróla al respecto: Los diputados v los m inistros fueron elocuentes, cultos v c o rte s e s . .. D esgraciadam ente fue consentida la in ter vención de la barra apasionada, rosista v tal vez en m ínima parte, unitaria; de todas m aneras localista p orteña, va ene miga de U rquiza v de los en trerrianos, sus vencedores en la batalla de la víspera.'1 Los Debates, 1" de abril de 1852. Kn este núm ero inaugural de su periódico, en su artículo "Profesión de Fe”, M itre proclamó que "no liav cuestión económica que no envuelva otra cuestión política o social" y la consecuente necesidad de resolver los problemas materiales del país, a cuyo fin propiciaba: sufragio universal, libertad de imprenta y reunión, organiza ción de la G uardia Nacional, libre navegación de los ríos, aduana federal, fom ento de la inm igración y libre com ercio. 4 Diario de. Sesiones de la Legislatura de Buenos Aires, sesión del 21 de junio de 1852. R lvaróla, Rodolfo, ob. cit., pág. 80.
D esbrozado de elem entos anecdóticos o circunstanciales v de la argum entación jurídica —precisa p ero secundaria— de V elez Sársfield, es claro que el A cu erd o fue d e rro ta d o p o r antiporteño, o m ejor p o r “a -p o rte ñ o ” . Las amenazas del público a los m inistros p ro v o caro n la renun Enfrentam iento con Urquiza cia inm ediata del g o b ern ad o r, antes de la votación final. Pero el mismo día el D ire c to r Provisorio lanzó su contraofensiva contra “ la dem agogia” —según sus palabras—. D isolvió la Legislatura, en carceló a los diputados opositores y —al día siguiente— delegó el gobierno en el m ismo renunciante. El golpe final —28 de a g o s to fue la nacionalización de las aduanas. U rquiza había castigado el orgullo con la fuerza. Desde en tonces las líneas del queh acer p olítico van a tran sitar p o r dos rutas: la de los intereses tradicionalm ente opuestos de Buenos A ires v las demás provincias, y la de las susceptibilidades heridas. Éstas ani man a los protagonistas, engendran actitudes y alejan las soluciones. U rquiza tenía una tarea m ayor en tre sus manos que la de do del m ar a Buenos Aires. A principios de setiem bre se retiró a Santa Fe Revolución 11 de setiembre para p rep arar el C ongreso C o n stitu y en te, d ecretan do previam ente una am nistía general.“ P ero el m ovim iento p o rte ñ o ya estaba en m archa. E n la noche del 10 al 11 de setiem bre se sublevaron M a dariaga, H o rn o s, T ejerin a y otros, dirigidos p o r el general Pirán, que restableció la L egislatura disuelta y en treg ó el m ando ejecutivo de la provincia al general M anuel Pinto. La revolución m antenía la alianza de los dos grupos porteñis- Segregación tas: el nacionalista .y el aislacionista. La proclam a de M itre, que de Buenos Aires p reten d ió dar “el sen tid o ” del m ovim iento, respondía netam ente a su propia concepción del m om ento: d efen d er ‘ la verdad” del p acto federativo, organización nacional sin que ningún hom bre ni provincia p retenda im ponerse a las demás p o r la coacción o la fu er za y la organización adm inistrativa del país, arreglando sus rentas, navegación, instrucción, etc. Proclam aba la realización de la dem o cracia y —nota significativa— el rechazo de la tiranía “ venga de donde viniere”. Este pro g ram a suponía una ru p tu ra con U rquiza, pero las leyes del 21 y 22 de setiem bre la c o n cretaro n en form a m uy favo rable para los aislacionistas: se desconoció al C ongreso C o nstitu y ente com o autoridad nacional válida; se declaró que su base, el • V icente López había renunciado nuevamente en julio, por lo que U rquiza asumió personalmente el gobierno de la provincia, lo que afrentó a los porteños. Al retirarse a Santa Fe, delegó el mando en el general Galán.
B a r t o l o m é M it r e , a u n q u e s u b s ta n c ia lm e n te p o rte ñ o en su e s tilo , po seía una fle x ib i lid a d p o lític a m uy euro p e a .
A cuerdo de San N icolás, no había sido aceptado p o r la provincia; que la elección de sus diputados a aquel C ongreso se había hecho bajo el im perio de la fuerza, v se o rdenó el regreso de aquellos diputados. P or últim o, se retiró a U rquiza el encargo de m ante ner las relaciones exteriores, en cu an to a la provincia, encargo quei ésta reasumía p o r sí. La segregación de Buenos A ires se había consum ado, v se . . . ° , j j j / m aterializaría m enos de dos anos despues en un texto co n stitu cio nal, donde triu n faría la tendencia aislacionista im pulsada p o r Alsina, T e je d o r y A nchorena. Allí se proclam ó que Buenos Aires era un Estado con el libre ejercicio de su soberanía in terio r v exterior. El g ru p o nacionalista había pro p u esto o tro texto, redactado p o r M itre, donde se insistía en el carácter provincial de Buenos Aires: La provincia de Buenos Aires es un estado federal con el libre uso de su soberanía salvo las delegaciones que en adelante hiciese al g obierno federal. Se había afirm ado en vano que existía una nación preexistente, cu y o pacto social estaba constituido p o r el acta de la Independen cia. M itre describió en la C onvención el clima segregacionista al decir:
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Constitución provincial de 1854
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. . . los p rincipios de disolución ganan terren o . D ebo c o n fesarlo dolorosam ente. M e afirm o más en esta desconsola d o ra idea, cu an d o veo que el señor m inistro de G o b iern o ha dicho que la posición excepcional en que nos hallamos colocados respecto del resto de la nación, es un mal que sólo el tiem po puede cu rar, y que m ientras tan to lo más acertad o es declararnos sem i-independientes o cosa pare cida. E sto im p o rta abdicar p o r nuestra parte, esto im porta arro jarn o s ciegam ente en brazos de la fatalidad; y m ientras el tiem po p rep ara lentam ente el resultado que se espera, esto im p o rta hacer to d o lo posible para que tal resultado no tenga lugar.1 La segregación no se lim itó a las palabras. Pese a sus difereno o r . y cias, nacionalistas y aislacionistas estaban unidos en la tarea de salvar a Buenos A ires de la influencia de U rquiza. P o r esos días fracasó ruidosam ente una burd a inten to n a de d e rro c a r al D irecto r en el c e n tro de su p o d e r —E n tre R íos— p o r m edio de una expedi ción m ilitar confiada a H o rn o s y M adariaga. Pero po co después el g ru p o de p o rteñ o s federales no liberales, apoyado en el pueblo de la cam paña, se sublevaba bajo la dirección del coronel H ilario La gos ( I 9 de diciem bre de 1852), p roclam ando obediencia al Congreso C onstitu y en te y la v oluntad de rein c o rp o ra r la provincia. Lagos tu v o g ran eco en la zona rural y pocos días después se acercó a Buenos A ires. Se encargó la defensa al general Pacheco y el m ando de la G u ard ia N acional al co ro n el M itre. Lagos sitió la ciudad; Alsina ren u n ció a la g o bernación que acababa de dársele p o r el d eb er de “q u ita r p retex to s a las malas pasiones” , y el general Pinto asum ió nuevam ente el gobierno. Las gestiones de paz m u rieron p o r la intransigencia recíp ro ca. Buenos A ires se arm ó con el p o d er de sus am plios- recursos y el asedio se prolongó. ‘P o r fin, el C ongreso encargó a U rquiza que restableciera la paz. T ras fracasar los m edios pacíficos, U rquiza declaró el bloqueo de Buenos A ires (ab ril 23 de 1853) e in tervino con las tropas na cionales. Los p o rteñ o s no se am ed ren taro n y re c u rrie ro n a un arm a que no podía esgrim ir la C onfederación: el dinero. Se inició una cam paña de sobornos que d em ostró los pocos escrúpulos de quienes daban y quienes recibían. E l jefe de la escuadra confederal, com o do ro Coe, se pasó a Buenos A ires y le siguieron casi todos sus subordinados. E l 31 de junio la C onfederación había perdido su escuadra sin disparar un tiro. 7 El subrayado es nuestro. Discurso de M itre en la Convención Cons tituyente citado por Rivarola, ob. cit., pág. 123.
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Lucha armada sitio de Buenos Aires
La acción se rep itió sobre las tropas de Lagos, quien vio deser ta r a sus soldados en tales cantidades que a m ediados de julio el ejército estaba prácticam ente disuelto V se levantó el sitio. Buenos Aires había ganado la prim era etapa de su nueva lucha p o r la> hegem onía. Sin em bargo, su ventaja no era decisiva. E n el ínterin, el C o n greso había p ro d u cid o una C onstitu ció n que fue aceptada p o r el resto del país. U rquiza había ejercido su p o d e r provisorio con seguridad y m oderación y p o r fin había sido electo presidente de la R epública. E l p o d er había sido legitim ado. La C onfederación tenía una C onstitución, un presidente y un líder. E n Buenos Aires, si no dom inaba u n hom bre, sí lo hacía un partido.
La Constitución Nación Casi desde la inauguración misma del Congreso, la com isión redactora del p ro y e c to co nstitucional trab ajó incansablem ente. José Benjam ín G orostiaga y Juan M aría G u tié rre z fu ero n los artífices. Sus fuentes de inspiración: los antecedentes nacionales, el Pacto Federal de 1831, la co n stitu ció n norteam ericana v los diversos intentos nacionales de co n stitu ció n p roducidos en tre 1813 v 1826 y el notable libro de A lb erd i Bases y p u n to s de partida para la organización nacional, que acababa de publicarse en Chile. E l resultado fue un p ro y e c to de constitución de tip o federal atenuado, pues para entonces la sedición de Buenos Aires había convencido a los con stitu y en tes que —sin p erju icio del federalis m o— era necesario d o ta r de fuertes poderes al g obierno central. P o r otra parte, el p ro y e c to era liberal en su fo rm ulación y la exis tencia de to d a una sección sobre derechos y garantías de los ciu dadanos lo atestiguaba. T o d o s los grandes tem as del liberalismo argentino de ese tiem po estaban allí form ulados, en buena parte recogidos de la C onstitución de 1819 program ada p o r la genera ción anterio r: libertad de trab ajo , de prensa, de reunión, de aso ciación, defensa de la propiedad, garantía de igualdad ante la ley, etc. T re s novedades señalaban el cam bio de los tiem pos: la inclusión de la libertad de navegación de los ríos, el anatem a co ntra quienes concediesen la sum a del p o d er público al g o bernante, y el tratam iento a la religión católica que pasaba a ser de “religión del E stado”, la “religión p ro te g id a ” p o r el Estado. Este últim o cam bio, más sutil que p ro fu n d o , revelaba el proceso de laicización ocu rrid o en los últim os trein ta años; el segundo era la consecuencia directa
P a ra n á, c a p ita l p ro v is io n a l de la C o n fe d e ra c ió n . por M ou sse en 1858.]
[S egún un a lito g ra fía re a liz a d a
del p erío d o rosista; y el prim ero, el reflejo de la vocación de desarrollo de las provincias litorales, la opinión general de los eco nom istas y la presión de las grandes potencias. E n definitiva, este pro g ram a estaba tan p róxim o del contenido en la proclam a del 11 de setiem bre que su co m paración sólo puede p ro d u c ir asom bro. H a v que leer las norm as sobre rentas de la N ación para com enzar a d iscernir las causas de la segregación, sin perjuicio de la reticencia que provocaba la persona de U rquiza. N o eran los derechos hum anos ni las fórm ulas jurídicas los que dividían a los co ntendores, sino un problem a p olítico-económ ico, cargado de em otividad, y que en últim o térm in o consistía para Buenos A ires en conservar su p o d er hasta el m om ento de recu p erar su hegem onía o de hacer definitiva su separación, y para la C onfederación en “nacionalizar” los beneficios del p u erto de Bue nos A ires y som eter a la igualdad a esta provincia. El artículo te rc ero de la C onstitu ció n subray ó la p roblem ática en juego al declarar a la ciudad de Buenos A ires capital federal de la R epública. El p ro y e c to co nstitucional fue aprobado el 30 de abril y p ro m ulgado el 25 de m avo. D esde el p u n to de vista organizativo garantizaba a las provincias la subsistencia de sus instituciones y la elección de sus gobiernos, a condición de que respetaran el sistema republicano, y aseguraran el régim en m unicipal y la edu cación prim aria gratuita. Adem ás, establecía la igualdad de repre-
scntación provincial en el Senado nacional. T o d as estas norm as eran gratas al espíritu federal. Al mismo tiem po establecía un sistema legislativo bicam eral y co n trap o n ía al Senado una Cám ara de D iputados, elegidos en fu n ció n del núm ero de habitantes v donde los electos no representaban a sus provincias sino al pueblo de la nación. A esta atenuación de los principios federales se agregaba la facultad del g o b iern o nacional de in terv enir las p ro vincias en determ inadas condiciones, la creación de una justicia federal, encabezada p o r la C o rte Suprem a de Justicia, que coexis tiría con los tribunales provinciales, y la facultad nacional de d ictar los códigos básicos de la legislación: civil, com ercial, penal y de m inería. El p o d er ejecutivo nacional se confiaba a un presidente y un vicepresidente, cu y o p erío d o duraba seis años y no era reelegible en el p erío d o subsiguiente, para evitar la contin u id ad dictatorial en el cargo. La segregación p o rteñ a obligó a buscar una capital provisional de la nación. E n tre R íos ren u n ció a su autonom ía provincial v la ciudad de Paraná se tran sfo rm ó en capital de la C onfederación.
Paraná, capital
Urquiza Presidente E n agosto de 1853 se dispuso la elección del ejecutivo na cional. La candidatura del general U rquiza era absolutam ente lógica. N adie igualaba su p restigio político en toda la C onfede ración; nadie había bregado co n igual tesón y desinterés p o r lle var a buen térm in o el C ongreso C onstituyente. Éste había testi m oniado, al term in ar la C o nstitución, el respeto que el D irecto r Provisorio había tenido hacia sus deliberaciones: V u estra es, Señor, la obra de la C o nstitución, porque la habéis d ejad o fo rm ar sin vuestra influencia ni concurso; y es p o r esto que podéis librem ente sacudir las hojas de su libro para calm ar todas las pasiones, y levantarla en alto com o enseña de la con co rd ia y fratern id ad alrededor de la cual se reu n irán los patriotas de todas las o p in io n e s. . .s El 20 de noviem bre tu v o lugar la elección, triu n fa n d o U r quiza p o r 94 votos sobre un to tal de 106. La vicepresidencia fue 8 Citado por Beatriz Bosch en el capítulo 40, “Presidencia U rquiza”, de la Historia Argentina, dirigida por R oberto Levillier. Buenos Aires-Barcelona. Plaza y Janés, 1968. tom o iv, pág. 2733.
obtenida p o r el sanjuanino Salvador M aría del C arril, federal libe ral, en elección m ucho más reñida.” Inm ediatam ente de asum ir el cargo, el ly de m ayo de 1854, U rquiza co n stitu y ó su m inisterio: José Benjam ín G orostiaga —re d acto r de la C o n stitu ció n — en In terior, Juan M aría G u tiérre z —el o tro re d a cto r— en Justicia, C ulto e In strucción Pública, Facundo Z uviría en E xterior, M ariano F ragueiro en H acienda, el general A lvarado en G u erra. Los tres últim os habían sido candidatos a presidente o vicepresidente en la reciente elección. U rquiza reunía así en su to rn o , no sólo a los hom bres más capaces v más fieles a la C onstitución, según dijo, sino tam bién a los que m ejor rep re sentaban las aspiraciones políticas del país. Con este equipo debía afro n ta r no sólo el con flico con Buenos Aires, sino que debía encarar todos los problem as derivados de in tentar m aterializar en obras el gobierno nacional. U rquiza com partía las ideas alberdianas sobre población y fom entó la inm igración —suizos, franceses, sabovanos— e impulsó la creación de varias colonias, de las que E speranza (Santa Fe) v . San José (E n tre R íos) dieron excelentes fru to s totalizando 4.000 habitantes va en la presidencia de Sarm iento. F irm ó el trafado de libre navegación con Brasil, siguiendo los lincam ientos del c o n cluido en 1853 con G ra n Bretaña, dispuso la exploración de te rri torios y ríos, reco n o ció la independencia del Paraguay (ju n io de 1856) y llegó a un p rim er tratad o de límites con el Brasil (diciem bre de 1857). N acionalizó la universidad de C órdoba, el colegio de M onserrat de esa ciudad y el de C oncepción del U ru g u a y y levantó nuevos establecim ientos secundarios en otras capitales de provincia. O rd en ó levantar una carto g rafía y geografía de la C onfederación —obra confiada a M artín de M oussy—, se estudió un ferro carril de R osario a C órdoba que diese vida a aquel puerto, organizó la justicia federal y o rd en ó la publicación de las obras de A lberdi sobre la C onstitución. T o d a esta tarea la realizó dejando gran iniciativa a sus m inis tros, y casi sin residir en la capital, pues perm aneció en San José casi to d o el tiem po. Pero su presencia im ponderable se m ateriali zaba a través de la co rrespondencia v los mensajes verbales. Conviene re c o rd a r que el te rrito rio de la C o nfederación tenía 9 C ontra los 94 votos de U rquiza, /Mariano Fragueiro obtuvo 7 y Zu viría, Virasoro, López, José M. Paz y Ferré, un voto cada uno. Para vice presidente, del Carril obtuvo 35 votos, Zuviría 22, Fragueiro 20, A lvarado I?, V irasoro 8, A lberdi 7 y Ferré I.
o b ra de gobierno
El p u e rto 0 e B uenos A ires. [L á m in a re a liz a d a por L. de D eroy, im p re s a en 1861.)
p o r entonces unos 740.000 habitantes y C órdoba, con 110.000 al mas, era la provincia más poblada, en tan to que la segregada Buenos Aires tenía cerca de 400.000 habitantes, de los cuales unos 150.000 residían en la ciudad. La obra de g obierno debió realizarse en m edio de las m ayores dificultades financieras, derivadas de la secesión de Buenos Aires. En efecto, el co n flicto en tre los dos Estados no se dirim ía sola m ente p o r las arm as ni p o r los arrebatos periodísticos. U na sorda com petencia económ ica se desarrolló en tre Buenos Aires v la C on federación, con ventaja para la prim era. Por entonces, los hechos económ icos se m anejaban políticam ente. Si Buenos Aires luchaba p o r conservar su predom inio com ercial, no lo hacía sólo ni prin ci palm ente p o r la presión de sus fuerzas económ icas, sino porque aquél era un elem ento básico para la conquista del poder político. N o en vano M itre había escrito, en su Profesión de Fe, que debajo de cada problem a económ ico o social se en contraba un problem a político. La habilitación de los ríos a la navegación internacional dem ostró, a su vez, que respondía más a una aspiración ideológica interna y externa que a una realidad económ ica. R osario v los puertos entrerrianos carecían de una p ro d u cció n suficientem ente abundante com o para atraer a los buques extranjeros v —lo que era igualm ente m alo— carecían de dinero suficiente para im portar m ercancías. El grueso de los p ro d u cto s im portados seguía desem barcando en Buenos Aires v pagando allí sus derechos aduaneros, para ser luego transferido a la C onfederación, que no podía gra-
El p u e rto de R osario.
[S e g ú n S c h re ib e r, M u s e o M itre .)
A la p o te n c ia lid a d e c o n ó m ic a d e l p u e rto d e B uenos A ires, la C o n fe d e ra c ió n quiso o p oner la fu e rz a n a c ie n te del p u e rto de R osario.
varios nuevam ente p o r tem o r a ah u y en tar el com ercio y prom over el contrab an d o . Buenos A ires, a su vez, era un gran cen tro consu m idor de p ro d u cto s de las provincias v cualquier medida co n tra la aduana p o rteñ a creaba el tem o r de que Buenos Aires cerrara la in trodu cció n de esos p ro d u cto s p rovocando la pobreza v la des ocupación de aquellas provincias. Pero llegó un m om ento en que la situación hizo crisis. En diciem bre de 1854 se había convenido un T ra ta d o de Paz entre las dos partes. Incursiones de jefes federales que procuraban de rrib ar al g obierno provincial —Flores v C osta— dieron lugar a que las fuerzas de Buenos Aires los persiguieran hasta te rrito rio confederado. El 31 de enero de 1856, en Villam ayor, las fuerzas rebeldes fu ero n derrotadas v sus jefes v oficiales fusilados inm e diatam ente, p o r orden del g o b ern ad o r O bligado, reeditándose así episodios de épocas que se creían superadas. U rquiza denunció entonces los tratados de paz v se prep aró a red u cir nuevam ente a la provincia segregada. Juan Bautista A lberdi había fom entado una política pacífica: A prenda la C onfederación a ser egoísta en el presente, para p o d er ejercer la grandeza en el n ítu ro . Pelear cuando no hay medios, es hacer pisar sus b anderas.1" 10 A lberdi, Juan Bautista, Sistema económ ico y rentístico de la Con federación Argentina segim su constitución de 1X53, Besançon, Jacquin. tom o ii, pág. 820.
E ntonces sugirió u n nuevo m edio de presión económ ica que doblegara a Buenos A ires sin usar de la fuerza m ilitar: los derechos diferenciales de aduana. La ley p ropuesta fue largam ente debatida y al fin aprobada p o r sólo dos votos de ventaja. Se tem ió que sus resultados fueran negativos. E n realidad, sus efectos fu ero n pobres aunque favorables. R osario increm en tó su m ovim iento com ercial y p o rtu ario en form a discreta, m ientras en Buenos A ires se alzaba la grita de que U rquiza quería arru in ar a la ciudad en beneficio de Rosario. Buenos Aires estaba lejos de arruinarse. Los gastos de 1853 habían sido lentam ente com pensados. Se realizaban obras públicas de envergadura: las aguas corrien tes, el muelle, la aduana nueva, y se m ontaba el p rim e r fe rro c a rril de la R epública, el “F erro carril al O este”, casi un ferro carril suburbano, p o r una em presa de capi tal nacional que dio ganancias. P o r prim era vez en la nación, un Estado provincial dem ostraba que había llegado al nivel económ ico capaz de p ro d u c ir su p ropia capitalización. Con em presas modestas, pero adecuadas a su nivel de población y riqueza, la provincia se encontraba en condiciones de p rescin d ir del capital extranjero, al m enos provisoriam ente. Podía así m ostrarse independiente e indi ferente no sólo ante la C o nfederación sino tam bién ante Inglaterra, cuyos agentes diplom áticos presionaban p o r la in co rp o ració n de Buenos Aires a la N ación, tem erosos de que la secesión perjudicase el com ercio b ritán ico .11 Pero cuando los p o rteñ o s vieron orientarse al capital extran jero hacia la C onfederación —ru m o r de la co n stru cció n del fe rro carril R osario-C órdoba—, ab andonaron su posición y presentaron un ro stro más amable. S úbitam ente, el gobierno com enzó a aum en tar los pagos de la deuda con B aring B rothers hasta niveles ines perados p o r los agentes de la firm a acreedora. P or fin, hacia setiem bre de 1857, el m inistro de H acienda de Buenos A ires, N o rb erto de la R iestra, p ro p u so un arreglo de la deuda que fue inm e diatam ente aceptado. M ientras se desarrollaba el “ bo o m ” económ ico de Buenos A ires y se creaban periódicos e instituciones significativas del espíritu de la época, com o el C lub del Progreso, la m asonería por11 N o hay indicios ciertos de que en G ran Bretaña se com prendiera entonces la capacidad de Buenos Aires de autocapitalizarse com o un riesgo a la colocación de capitales ingleses. Esta posibilidad desapareció cuando se produjo la unión nacional y los recursos porteños debieron diluirse en las vastas y descapitalizadas extensiones de toda la República. Véase Ferns, oh. cit., págs. 316 y sgts.
Situación económica de Buenos Aires
Situación política porteña
El p rim e r fe rro c a rril a rg e n tin o , s ím b o lo de la p o te n c ia lid a d e co n ó m ic a d e l E stado d e B uenos A ires. [P rim itiv a e s ta c ió n c e n tra l del F e rro c a rril al O e s te .)
teña se organizaba bajo la supervisión de la inglesa v se producían acontecim ientos políticos im portantes. Pastor O bligado había asum ido el g obierno provincial en julio de 1853. Separatista intransigente, siguió una política intolerante hacia los opositores, d esterran d o a m uchos de ellos —Iriarte, M a nuel P u ey rred ó n , O lazábal, los H ernández, etc.— v destituyendo a los m iem bros del S uprem o T rib u n al de Justicia, p o r razón de co lo r político. Estos hechos no d ejaron de p ro v o car reacciones, agravadas p o r la situación de la cam paña donde los indios asolaban las p o blaciones y habían batido al m inistro de G u e rra , coronel M itre, en la Sierra Chica. Las elecciones de renovación de la Legislatura (m arzo de 1857) decan taro n las posiciones, va insinuadas en las candidaturas para g o b ern ad o r: V alentín Alsina p or el oficialism o V Juan Bautista Peña p o r los m oderados. P or esos días se c o n stitu y ó el partid o Federal R eform ado, dirigido p o r N icolás Calvo, y apoyado sobre los núcleos federales V populares; predom inaba am pliam ente en las parroquias del sur, donde organizaba banquetes que le ganaron el nom bre de chupan dinas. El p artid o Liberal recibió a cam bio —p o r su ju v entud agre siva— el m ote de pa?idilleros. Las elecciones am enazaban dar el triu n fo a la oposición, que buscaría un arreglo con U rquiza. El gobierno, dispuesto a evitarlo, bajó del terren o de los principios
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al del “fraude p a trió tic o ” . Se alteraron los padrones, se utilizó la policía, hubo agresiones en los com icios v triu n fó la lista oficial. Poco después, 3 de m avo, V alentín Alsina era elegido go b ern ad o r de Buenos Aires. Alsina co n tin u ó la línea de O bligado v la situación política se m antuvo estacionaria hasta que en ,1858 episodios m arginales ac tuaron conm detonantes. En enero el general u ru g u ay o César Díaz, del p artid o c o lo ra d o , invadió su patria desde Buenos Aires, con la com plicidad del gobierno p o rteñ o , o al m enos con su bene volencia. El gobierno de la C onfederación auxilió al del U ruguav —p artid o b lanco— con fuerzas militares. Los invasores fueron ven cidos v p o r ord en del presidente oriental, fu ero n fusilados Díaz V 51 de sus seguidores. El hecho suscitó agrias acusaciones entre Buenos Aires v la C onfederación, agravadas poco después cuando el g o b ern a d o r de San Juan, G óm ez R ufino, de extracción liberal, redujo a prisión al ex g o b ern ad o r v caudillo, general Benavídez. C o rriero n rum ores sobre la seguridad del detenido v el gobierno confederad o envió una com isión a San Juan con facultades de intervenir la provincia si era necesario. Pero antes de que ésta llegara a destino, el general Benavídez fue m u erto a tiros en su calabozo. Benavídez había sido un g o b ern an te manso a quien el propio Sarm iento hizo justicia años después. Pero en aquel m om ento la prensa oficialista p o rte ñ a .sa lu d ó el crim en com o la liberación de un tirano y un acto de justicia. H asta se anunció que U rquiza seguiría la misma suerte v se le invitó a “ poner la barba en rem ojo” . La respuesta de la prensa co nfederada fue acusar a los porteños de haber p ro vocado v aun planeado el crim en. El m inistro del In terio r de la C onfederación, Santiago D erqui, p artió a San Juan. C uando llegó, d etuvo al g o b ern ad o r G óm ez R ufino v lo m andó engrillado a Paraná, intervino la provincia y designó para ese cargo al coronel José A ntonio V irasoro. En los meses siguientes la tensión creció v fue evidente que las partes iban a la guerra. U rq u iza gestionó en el Paraguay el auxilio del presidente López v Buenos Aires votó veinte millones de pesos para gastos de gu erra, m ovilizó la G u ard ia N acional y ascendió a M itre a general, quien dejó el m inisterio de G u e rra para asum ir, en m avo de 1859, el m ando del “ejército de operaciones”. El m inistro plenipotenciario de los Estados U nidos, Benjamín Y ancey, in ten tó m ediar, p ero la intransigencia de Alsina, que puso com o condición básica q u t U rquiza se retirara a la vida privada.
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ruptura
fru stró el in ten to . Lo m ism o o cu rrió con la m ediación del general Francisco Solano López, hijo del presidente paraguayo. A com ienzos de o c tu b re U rquiza se situó cerca de R osario con un ejército de 14.000 hom bres bien instruidos y con una exce lente caballería. M itre acam pó cerca de San N icolás con unos 10.000 hom bres de buena infan tería y p o b re caballería. El 23 de o ctu b re se dio la batalla. La caballería p o rteñ a se dispersó en se guida, p ero com o U rq u iza dio el com bate ya avanzada la tarde, no p u d o antes del ano ch ecer c e rra r su caballería sobre la infantería enem iga, a la que la p ro p ia no había in tentado vencer. M itre a p ro vechó la noche p ara retirarse sobre San N icolás, perdiendo la artillería pesada en la m archa, y una vez allí em barcó en la escuadra para Buenos A ires. Su aparición, en m om entos en que se suponía al ejército p o rte ñ o totalm en te d estruido v se sabía que U rquiza avanzaba sobre Buenos A ires, tran sfo rm ó su d erro ta en un nuevo triu n fo para la excitada opinión de la ciudad.
cepeda
Alsina la fo rtific ó v M itre asum ió el m ando de su defensa. U rquiza se situó en San José de Flores. Se inten taron negociacio nes, pero ahora U rquiza le devolvió el guante a don V alentín: no negociaría m ientras Alsina estuviese en el gobierno. Al mismo tiem po arengaba a los habitantes de Buenos Aires: V engo a o freceros una paz durad era bajo la bandera de nuestros m ayores, bajo una ley co m ú n p ro te cto ra y h e rm o sa . . . D esde el cam po de batalla os saludo con abrazo de herm ano. In teg rid ad nacional, libertad, fusión, son mis p ro pósitos. A ceptadlos com o el últim o servicio que os prestará vuestro com patriota. V encida y hum illada, Buenos Aires supo e n c o n tra r la co rdura que no había hallado en su optim ism o exaltado. Alsina renunció a su cargo el 8 de noviem bre v la L egislatura n o m b ró go b ern ad o r provisorio a Felipe Llavallol, quien inm ediatam ente en tró en tratativas de paz con la m ediación del general Francisco S. López. Ya no se tratab a de una sim ple paz sin condiciones, sino del m odo cóm o Buenos Aires se rein co rp o raría a la N ació n y aceptaría la C onstitución. E sto últim o era la condición sine qua no n puesta por el Presidente. El 10 de noviem bre se firm ó en San José de Flores el Pacto Pacto de de U nión N acional. Uni<5n Ni
Buenos Aires se declara p arte in teg ran te de la C onfe deración A rgentina v verificará su in co rp o ración con la aceptación v jura solem ne de la C onstitución A rgentina. A cam bio de ello se adm ite el derecho de Buenos A ires de discutir aquella C o nstitución v p ro p o n er reform as que serán a su vez examinadas p o r un C ongreso C onstitu y en te nacional. El pacto es la d erro ta de los convencionales provinciales triu n fan tes en 1854. Es tam bién la d erro ta de la política de Alsina, no sólo de su intransigencia, sino de su separatism o. Paradoja aparente de este m om ento: el vencido en Cepeda es, p o r la obra del vencedor, beneficiario de la situación provincial. M itre, p o r su flexibilidad v paciencia política, había seguido unido al p artid o oficial ,v al mis mo gobierno, pese a su diferente concepción del problem a porteño. A hora se transform aba en el “ últim o recurso” del p artido liberal v podía em pezar a desarrollar “su ” política, cuando la de los Alsi na, O bligado v T e je d o r había fracasado ruidosam ente. M ientras en Buenos A ires se reunía la C onvención ad hoc para exam inar la C onstitución de 1853, con la presencia de N icolás A nchorena, M itre, S arm iento, V élez Sársfield, Pórtela, Frías v otros, el general U rquiza se aproxim aba al fin de su p eríodo presi dencial. H abía logrado, tras dudas pruebas, term in ar su ejercicio V term inarlo en paz. Su m áxim a aspiración estaba lograda: una C onstitución obedecida y una R epública unida. E n ese m om ento el hom bre que en ocho años había pasado a ser la prim era figura política de Buenos Aires —M itre— rendía hom enaje a la C o nstitu ción en la C onvención Provincial con estos térm inos: La necesidad suprem a era co n stitu ir el país, darle una lev com ún, sacar al g obierno de lo arb itrario v ligar el po rv en ir de la república al porv en ir de las instituciones. A esta exigencia suprem a obedeció el C ongreso reunido en Santa Fe en 1853, interesando a los pueblos p o r medio de una constitu ció n escrita, en la conservación de esta conquista del derecho. C ualquiera que sea su origen v la irregularidad con que ha sido aplicada, siete años de ensa yo de las instituciones libres han probado que existía en esta co n stitución un p rin cip io esencialm ente co n servador.12
13 Citado por Rivaróla, ob. cit., págs. 167 v 168.
EL COLAPSO DE LA CONFEDERACIÓN
Los problemas del doctor Derqui
La sucesión del general U rquiza en la presidencia dio origen p?es®^ji?an| a la prim era cam paña política p o r una elección presidencial, que conform e al estilo de la época, se desarrolló en el ám bito reducido de los “notables”. Ya al p ro m ed iar el año I85K com enzaron a barajarse nom bres de candidatos. La estru ctu ra constitucional era tan reciente v la trad ició n tan fu erte que m uchos propiciaron —co n tra la p rohibición con stitu cio n al— la reelección de U rquiza o la nom inación del vicepresidente del C arril. C uando am bos recha zaron estas sugestiones —del C arril debió ren u n ciar públicam ente su candidatura para salir del juego electoral— qued aro n dos nom bres en pie: el d o c to r Santiago D erqui, m inistro del In terior, v el d o c to r M ariano F ragueiro, ex m inistro nacional v entonces gob ern a d o r de C órdoba. D erqui representaba el federalism o oficialista, en tanto que F ragueiro representaba el ala liberal v m oderada del partido. Los partidarios del d o c to r Salvador M aría del C arril p ro piciaron la fórm ula F ragu eiro -M arco s Paz; en cu anto a U rquiza, guardó silencio v no ap o y ó a nadie, lo que no dejó de m olestar a D erqui. Producidas las elecciones, siguió el sistema de voto indirecto —p o r electores— establecido en la C o nstitución N acional; D erqui obtuvo 72 votos co n tra 47 de Fragueiro. Para vicepresidente M ar cos Paz logró 49 votos, Pedernera 45, V irasoro 17 v Pujol 12. El C ongreso decidió sobre el segundo térm in o de la fórm ula dán dole el triu n fo al general Pedernera, de San Luis v del ala oficia lista, en desm edro de M arcos Paz, c u y o secto r era m inoritario en el C ongreso. Es o p o rtu n o señalar que los electores que votaron p o r F rag u eiro co rresp o n d iero n a aquellas provincias que en el proceso p o r venir se m ostrarían más sensibles a la influencia liberal.
D erqui llegó a la prim era m agistratura en condiciones harto perquiéreme incóm odas y que excedían las molestias de la lucha electoral. U r- a Urquiza quiza, su p redecesor, seguía siendo el jefe del p artido Federal v la prim era figura en prestigio e influencia de toda la C o nfedera ción, además de ser g o b ern ad o r recién electo de E n tre Ríos. En consecuencia, a él p ertenecía el p o d er efectivo, en tan to que al presidente sólo le quedaba el p o d e r form al. D erqui se veía así obligado a co nform arse co n las directivas de un p ro te c to r to d o poderoso, c u y a pru d en cia no lograba hacer m enos incóm odo el peso de su autoridad. La designación de U rq u iza com o general en jefe del ejército y de su y e rn o , Benjam ín V icto rica, com o m i nistro de G u e rra , d em ostraron la dependencia del Presidente. Éste suspiraba p o r el p o d e r efectivo y su independencia polí tica. Su única alternativa consistía en lograr el ap o y o de un partido o secto r que com pensara aquella influencia dom inante v le diera el papel de á rb itro p o lítico . Su co n tacto con M itre, al visitar Buenos Aires en julio de 1860, le inclinó —co n tra lo que podía esperarse— a buscar la alianza de los liberales, a cu y o efecto com en zó p o r apoyarse en cierto g ru p o de federales m oderados que eran más o m enos reacios a las directivas del palacio San José. Estos pasos p ro v o caro n la renuncia de V icto rica al gabinete y una expresiva carta de U rquiza que trataba de aventar los tem o res del presidente D erqui: Soy am igo del D r. D erqui y soy el subalterno más res petuoso del Presidente, que tiene su autoridad de la ley y del C ongreso, que es el pueblo en tre el que estoy con pla ce r co nfundido. Pero a continuación agregaba la frase paternalista: Sé lo que valgo y aprecio m ucho su juicio para creer que V d. sabe que com batiendo mi influencia sacrificará el m ay o r elem ento de su prestigio y el m ejor apoyo de su au to rid ad .1 Poco después llegaría D erqui a referirse a su situación com o a una “esclavitud y falta de independencia” . D e n tro de este c o n texto se da su decisión de g o b ern ar con el p artid o Liberal “donde están las inteligencias” —decía— y darle m ayoría parlam entaria. Fiel a este propósito, que lo lleva a una alianza práctica con M itre, 1 Citado por Beatriz Bosch en el capítulo i, a su careo, de la obra de Equipos de Investigación H istórica, Pavón y la Crisis de la Confederación, Buenos Aires, 1966, pág. 53. En dicho capítulo se analiza la relación entre Derqui y U rquiza en este período. se
designa a un p o rteñ o , N o rb e rto de la Riestra, m inistro de H acien da y piensa o fre c e r una cartera en el gabinete nada m enos que a V alentín Alsina. E l p artid o Federal, con excepción del círculo más allegado al presidente, vio con tem o r esta m aniobra v cerró filas alrededor de U rquiza, que guardaba un p ru d e n te silencio. Casi al mismo tiem po que D erqui asumía la presidencia na- de,rBuenosrA?resr cional, el general M itre se hacía cargo de la g o b ern ación de Buenos Aires para cu m p lir el P acto de U nión N acional. Jefe del ala na cionalista del partido, M itre realizó una sutil tarea convenciendo a unos y conteniendo a otros, reduciendo al m ínim o las diver gencias y dando m uestras de gran elasticidad política. Así, aunque realm ente en m inoría, logró arrastrar a su p artid o a la zaga de su p ro y e cto , aun al precio de resentir la estru ctu ra partidaria.2 N o se puede co m p ren d er, p o r otra parte, la política de aque llos días, si no se recu erd a las características de los partidos de entonces, tan distintas de las que ha co nocido el lecto r de hoy. Los dirigentes políticos trabajaban en fun ció n de una base electoral reducida. E n Buenos Aires, la ciudad más politizada del país, en 1864 sólo votó el 4 % de la población. Libres de la tarea de ten er que co nquistar el apoyo electoral de la masa, los políticos eran elaboradores de opinión y “co n d u cto res de cuadros” . La organización p artidaria era ru d im entaria y consistía básicam ente en una alianza más o m enos circunstancial en tre sujetos de ideas afines para realizar algún p ro p ó sito com ún. Esta sim plicidad favo recía la personalización del p o d er p o lítico d e n tro y fuera del p a r tido. De ahí que la clave de cada p artid o estuviera en el o los “notables” que lo integraban. De los notables surgían las ideas rectoras, los planes de acción, a los que coadyuvaban el círcu lo de los amigos. El ám bito operativo de estos núcleos reducidos era el club p o lítico —C lub del Pueblo, C lub de la L ib ertad — donde se hacía proselitism o, se evaluaba la situación y de d onde se propalaban las decisiones de los notables. En el sistema del club, no contaban los “afiliados” , sino los adherentes ocasionales, lo que hacía más fluida la situación p artidaria.s 2 Equipos de Investigación H istórica, ob. cit., capítulo ii, donde César A. G arcía Belsunce desarrolla la evolución y las tensiones del proceso de imposición en Buenos Aires del program a nacionalista, págs. 119 a 162. 3 Equipos de Investigación H istórica, ob. cit., capítulo prelim inar, donde Carlos A. Floria describe más detalladam ente las características de la política de entonces, págs. 9 a 45.
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In te r io r d e la casa de M itr e en B uenos A ires.
D entro de este esquema, M itre había alterado la conducción del p artid o Liberal, que a p a rtir del Pacto de U nión N acional se regía p o r la línea nacionalista. La nueva política de D erqui se adecuaba m uv bien a esta línea v le abría amplias perspectivas. El año 60 había com: enzado rprom isoriam ente para la paz na- constitucional Reforma r r cional. La C onvención ad hoc, convocada en la provincia para p ro p o n er reform as a la C onstitución nacional, había propuesto cam bios prudentes que tendían a refo rzar el federalism o v la au to nom ía provincial. El 6 de junio se firm ó un nuevo pacto entre la C onfederación y Buenos Aires, que alteraba algunas de las bases del de U nión N acional, fijaba la form a de c o n c u rrir a la nueva asamblea nacional co n stitu y en te, reservaba e n tre ta n to a Buenos A ires el m anejo de la aduana y establecía un subsidio de la p ro vincia a la nación de un m illón de pesos mensuales. La C onvención N acional C o n stitu y en te se reunió en setiem bre v aceptó casi por unanim idad las reform as propuestas p o r Buenos Aires, en lo que tuvo buena parte la influencia de U rquiza. Este estado de arm onía duraría bien poco. El in terv e n to r de ¿gC| “ s Juan San Juan, coronel V irasoro, se había hecho n o m b rar go b ern ad o r propietario. H o m b re sin condiciones políticas, había establecido una especie de d ictadura local de hecho, levantando grandes resis tencias, sobre to d o entre los liberales. Los tres hom bres claves de aquellos días —D erqui, U rquiza v M itre— se hallaban reunidos en San José cuando decidieron, en una carta co n ju n ta, invitar a V ira-
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In te r io r d e l P a la c io San José, re s id e n c ia d e U rq u iz a . D e n tro de las lim ita c io n e s de la é p o c a , los d irig e n te s p o lític o -s o c ia le s u n ía n en su v id a p riv a d a el c u lto del “c o n fo rt” y del bu en g u sto con c ie rta a u s te rid a d p a tric ia .
soro a resignar el m ando para evitar males m ayores. Pero ese mismo día, 16 de noviem bre, una sedición estallaba en San Ju an y V irasoro era asesinado en su casa con varios de sus parientes. Inm ediata m ente asum ió el m ando provincial el jefe del p artid o Liberal sanjuanino, A n to n in o A berastain. El hecho p ro d u jo estu p o r en to d o el país. E n tre los federales se clam ó venganza, y el presidente n o m b ró in te rv en to r al general Juan Saá, g o b ern ad o r de San Luis, acoplándole dos consejeros liberales, p ara su b ray ar su ecuanim idad. Pero en Buenos Aires, com o en el caso de Benavídez años antes, la reacción fue la de festejar el fin de un tiran o y el triu n fo de la libertad. U n m inistro de la provincia, S arm iento, hizo el panegírico del suceso, c o m p ro m etiendo al mismo g obierno, lo que pro v o có su salida del gabinete. Las pasiones se encresparon y las acusaciones llovieron de uno a o tro bando. E n tre ta n to Saá,. que había despachado a sus consejeros liberales, d e rro tó a A berastain en el P o tito , tom ándolo prisionero. Al día siguiente, A berastain fue fusilado p o r o rden del segundo de Saá. E ntonces, las acusaciones de crim en se invirtieron. Él diá logo se hizo más difícil y R iestra renunció a su cargo de m inistro nacional, m ientras U rquiza enrostraba a M itre haber nom brado en su gabinete a un separatista com o Pastor O bligado. La política de la “en te n te ” estaba a p u n to de naufragar. on
D esde un p rincipio, M itre había p ro cu rad o el apoyo de las provincias interiores para in v ertir el esquema geopolítico de C e peda, en el que Buenos A ires se en co n tró sola fren te a todas las provincias. E n 1861 una línea de provincias con gobiernos liberales o sim patizantes, atravesaba to d o el país de sur a n o rte y dividía en dos sectores a los federales: el litoral, fu erte, y d irigido p o r U rq u iza; el cordillerano, débil, v que aislado dejaba de ser tem ible. C órdoba, Santiago del E stero y T u c u m á n eran las provincias que respondían a la influencia liberal, en tan to Salta v Ju ju y eran p o te n ciales adherentes. N o se le escapaba a M itre que si esa alianza se presentaba com o sostenedora del p o d er constitucional del Presiden te fren te a las influencias y los poderes de facto del g o b ern ad o r de E ntre Ríos, tenía serias posibilidades de lograr apovo, v con los años lograr la m ayoría parlam entaria v la hegem onía p o rteña v litoral en la C onfederación.4 N o había cesado la grita p o r los incidentes de San Juan, cuan do la presentación de los diputados p orteños al C ongreso N acional originó un nuevo choque. E legidos según la ley provirícial en vez de la nacional, sus diplom as fu ero n objetados. La cuestión era ju rí dica pero no fue encarada com o tal, p orque los p o rteñ o s tra n sfo r m aron el asunto en una cuestión de honor. D erqui p ro c u ró la aceptación de los diputados, p ero la m ayoría, federal y urquicista, rechazó a los diputados. El episodio reveló a M itre la inconsistencia política del apoyo presidencial. D erqui, a su vez, m idió la insuficiencia del apoyo liberal, que si ya m enguaba p o r los sucesos sanjuaninos, más le faltaría luego del rechazo de los diputados. C on esos escasos ele m entos no podía resistir la presión de los am igos de U rquiza. Desde ese m om ento M itre ya no co n tó co n D erqui y éste se p rep aró para cam biar de fren te y reco n q u istar el apoyo federal. U rquiza, p o r su parte, en ro stró a M itre que la exaltación liberal p retendía
El plan político de Mitre
Rechazo de los diputados porteños y Iracaso de la "en tente"
H a c e r lo mismo que hizo Rosas de la “ federación”, la palanca para dividir y arru in ar a las provincias para reco n cen trarlo to d o en Buenos Aires."’ Fue ese el m om ento en que el Presidente, regresando de su transitorio coqueteo con el liberalism o, realizó una m aniobra m a gistral, el m ay o r y el últim o destello de su habilidad política: 4 Eauipos de Investigación H istórica, ob. cit., César A. G arcía Belsunce, en capítulo citado, pág. 125. r> A rchivo del general M itre, tom o vil, págs. 234 y 235.
Intervención de Córdoba
intervino la provincia de C órdoba, el 24 de m ayo de 1861, co rtan d o el “co rd ó n liberal” co n stru id o p o r M itre en su p u n to más im p o r tante. Aislaba a los gobiernos liberales del n o rte, débiles para actuar p o r sí mismos, y dem ostraba que el g obierno tenía capacidad de decisión. Creaba, además, un cam po in in terru m p id o desde el U ru guay a la C ordillera dom inado p o r los federales, y a la vez, lograba un cen tro geo g ráfico oponible al núcleo federal del Litoral, capaz de equilibrar influencias y darle su ansiada independencia. E n de finitiva, en el aspecto g eopolítico, la in tervención de C órdoba restablecía el esquem a de los días de Cepeda.
La ruptura En los meses anteriores, el presidente D erq ui había pro tes tado lealm ente ante U rq u iza las presiones a que se sentía som etido. El go b ern ad o r e n trerrian o le había tranquilizado, ratificándole su ° 1 lealtad y su respeto. “N ad ie ha de saber p rim ero que V d. lo que de V d. me disguste”, le decía, asegurándole que no era hom bre de actu ar p o r detrás. Pero cuando tem ió que D erqui procediera, ya no en su co n tra, sino c o n tra los intereses de la C onfederación, se dispuso a estrecharlo “para que su autoridad se ponga del lado de nuestra o b ra” .6 Sin em bargo, no se o cu ltó al círcu lo de San José que la in ter vención a C órdoba tenía objetivos políticos ajenos a la lucha con Buenos A ires y los liberales. D erqui abandonaba a éstos y se acer caba a San José, p ero no del todo. Cedía al deseo de e stru c tu ra r alrededor de Saá, en San Luis y C órdoba, un co m p etid o r de U r quiza. A unque éste se resistía a adm itirlo, existía en San José la sensación de la “tra ic ió n ” del Presidente. U na vez rotas las hosti lidades co n Buenos A ires, al realizarse la conferencia de paz a bo rd o del “O b e ró n ” el 5 de agosto, D erqui olvidó su gabán con c ar tas de L uque referidas al in ten to de n eu tralizar a U rquiza. Las carras caen en p o d er de éste y el vencedor de Caseros se convence de que es traicio n ad o.7 Si siem pre ha sentido vocación p o r la paz, ahora la p ro c u ra rá a to d o trance. P referirá p actar y aun ser ven cido p o r los enem igos, que traicionado p o r los amigos. Su espíritu “ Ver Beatriz Bosch, en E q u ip o s ..., ob. cit., págs. 59 y 74. 7 Equipos . . . , ob. cit. V er además del capítulo citado de Beatriz Bosch, la im portante docum entación de Isidoro J. Ruiz M oreno, “El Litoral después de Pavón”, en el capítulo v, págs. 338 a 343, donde se vuelve sobre este episodio.
D¡stanciam¡ento Urquiza-Derqui
decae. N o m b ra d o jefe del ejército co nfederado, va a la guerra sin entusiasm o, sin ver los fru to s de la eventual victoria. De allí que antes de la batalla p ro cu re hasta últim o m om ento transar v que después de ella se retraiga a E n tre Ríos v p ro c u re un entendim iento con M itre. En junio de 1861 cesó la correspondencia en tre D erqui v M itre. La intervención de C ó rd o b a había sido el signo de la ruptura. U na lev del C ongreso —5 de junio— declaró a Buenos Aires sedi ciosa y auto rizó al Presidente a in terv en ir la provincia. La situación del gobierno p o rteñ o no era fácil. La guerra era im popular, si bien una m inoría activa que dom inaba la prensa p ro cu rab a entusiasm ar p o r ella a la m ayoría in diferente o disconform e. Los que rodeaban a M itre se sintieron arrebatados p o r la perspectiva de una revancha de Cepeda. Pero M itre sabía que las provincias aliadas, sobre las que ta n to con tab an sus amigos, sólo eran “aliadas en la paz”, pero que en caso de g u erra no arriesgarían nada, pues carecían de fuerza suficiente y de solidez política. Sabía el g o b ern ad o r que la paz era m uy difícil v se p reparó para la guerra, saliendo a la cam paña a fo rm ar un ejército, pero si guió trabajan d o p o r la paz, seguro de que ésta le daría, con menos riesgo, el fru to que otros buscaban en la g uerra. A Sarm iento le escribía:
B ^ n o s "A ire s
¿Se im agina V d. lo q u é sería Buenos Aires con 4 años de paz, desenvolviendo su riqueza, su poder, su libertad, su espíritu público . . . ? 8 P or entonces R iestra consideraba que la “nacionalidad argen tin a” era im posible, v M árm ol, creía que aun en caso de victoria, sólo se llegaría a la segregación de Buenos Aires. La lucha en el frente intern o p o rte ñ o se m antenía, pues, viva. Ése era el estado de espíritu y la situación general en que los protagonistas llegaron a la conferen cia del 5 de agosto, propuesta p o r los m inistros diplom áticos extranjeros, la que en definitiva fracasó p o r la poca disposición de las partes a ced er en cuestiones que creían atinentes al fu tu ro desenvolvim iento de su poder. En setiem bre se pusieron en m ovim iento los ejércitos. U rquiza Pav6n se situó sobre las nacientes del a rro y o Pavón con 17.000 hom bres. Al sur del a rro y o del M edio, M itre contaba con 15.400 soldados. Secundaban a U rquiza, Saá, Francia, V irasoro, L ópez Jordán. x A rchivo del !Museo H istórico Sarmiento, Carp. 14, Doc. 1806. Citado in extenso por C. A. G arcía Belsunce en E q u ip o s ..., pág. 134.
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La G u ard ia N a c io n a l e ra el o rg u llo de B uenos A ires y el p u n to de c o n c e n tra c ión de la ju v e n tu d b u rg u e sa . H ela a q u í p a rtie n d o pa ra la c a m p a ñ a de Pavón. [S egún P a llié re .l
A com pañaban a M itre, V enancio Flores, Paunero, Em ilio M itre —su herm ano—, H ornos. E n las fuerzas de Buenos Aires p red o m inaba la in fantería —2/3 del to tal—; en las confederadas, se equi libraban caballería e in fantería. E ra la p rim era vez que U rquiza recu rría a una masa de infantes tan im p o rtan te; la prim era vez tam bién que adoptaba una actitu d defensiva en las operaciones. Su rival no se hacía ilusiones sobre la capacidad de la caballería po rteñ a y jugaba to d o a su infantería. Buscó al e jército federal v lo en co n tró el 17 de setiem bre, sobre el a rro y o Pavón. Las p revi siones del general p o rte ñ o se cum plieron. Su caballería fue arrasada de entrada y sólo una pequeña p arte se cu b rió sobre la reserva. La infantería po rteñ a, en cam bio, pese a la obstinada resistencia fede ral, rom pió el c e n tro de la línea co n traria y la desorganizó. El triu n fo era tan com p leto en el c en tro com o lo era la d erro ta en las alas. P ero am bos ejércitos no habían em peñado prácticam ente sus reservas. U rquiza, que situado en un ala vio la d erro ta de su cen tro y carecía de noticias del o tro extrem o de su línea, supuso que aquella tam bién estaba en derrota, y cansado de una lucha que veía sin objeto, o rd en ó la retirad a del ejército. Si la d e rro ta del ejército co n fed erad o no había sido decisiva en el cam po de la lucha, si lo había sido en cu an to a equipo: los
32 cañones perdidos son el indicio más notable de la m agnitud del desastre para un Estado que carecía de dinero v de c ré d ito v que había levantado aquella fuerza con verdadero sacrificio.11 Los efectos políticos fueron aún m ayores v perm itieron al general M itre una amplia explotación de la batalla. U rquiza, dis gustado con el Presidente, se retiró con las fuerzas entrerrianas a su provincia, separándose desde entonces prácticam ente de la lucha, V sorprendiendo a todos con su actitu d . Su alejam iento p ro d u jo tal desaliento que los esfuerzos de D erqui, V i raso ro v otros jefes, nada pudieron para evitar el progresivo desbande de lo que había queda do del ejército nacional. El 4 de o ctu b re, M itre inició su avance sobre la provincia de Santa Fe; el H en traro n en R osario sus fuerzas navales y el 12 el ejército. E ntonces com ienza una nueva etapa en las relaciones del trianr guio del poder. D erqui —v su vicepresidente P edernera— lucha desesperadam ente v sin éxito p o r restablecer la situación v exhorta a U rquiza a reto m ar el m ando suprem o. U rquiza, deseoso de alcanzar la paz hace una apertu ra hacia M itre p o r interm edio de Juan C ruz O cam po p rim ero v de M artín Ruiz M oreno después, m ientras hace oídos sordos a los pedidos del Presidente v de gran cantidad de gen te de su p ro p io círcu lo . En cu an to a M itre, se de cide a una política transaccional co n U rquiza, a condición de que éste deje a Buenos A ires libre para d errib ar a las autoridades nacio nales, actu ar sobre las provincias interiores v “ restablecer” la C onstitución. A cam bio de ello, no m olestará en su p ro pio dom inio al g o b ern ad o r de E n tre Ríos, v hará la paz con esta provincia v C orrientes.
Acercamiento Urquiza-M iíre
El triunfo de Mitre La victoria m ilitar no iba a facilitar el cam ino p o lítico del go b ern ad o r p o rteñ o . Se lo com p ren d e fácilm ente cuando se co m prueba la reacción desaforada de S arm iento al día siguiente de Pavón: “El general me ha vengado del diplom ático” v agregaba: “ Invasión a E n tre Ríos, elim inación de U rquiza, S o u th a m p to v o la horca". O tro s, com o (Manuel O cam po, prop o n ían llam ar a una nueva convención co n stitu y en te. M itre contestó que la guerra se había hecho en nom bre de la C o nstitución y de los derechos emaw Para un estudio militar de esta campaña ver el capítulo del coronel José T . G o y ret en: E q u ip o s ..., ob. cit. En la misma obra Palmira S. Bollo examina los problemas financieros de los litigantes.
nados de ella. M ientras tan to , m antuvo inm óvil al ejército a la espera de los acontecim ientos. Esta inactividad y las trascendidas negociaciones con U rquiza alb orotaro n más el am biente p o rteñ o . U nos —S arm iento— clam aban p o r expediciones al in te rio r para que se p ro d u jera la esperada “ reac ción liberal” y p ara “a p o y ar a las clases cultas co n soldados co n tra el levantam iento del paisanaje” . O tro s acusaban a M itre de debi lidad o infidencia y atacaban la presunta unión suya con U rquiza com o un equivalente del p acto de San N icolás: D ecía La Tribuna: La paz o la alianza en tre U rquiza v M itre sería la revo lución de los g o b ernadores de E n tre R íos v Buenos Aires co n tra los poderes que han sido constituidos por la C on federación v que ésta no reniega. Y agregaba: La g u erra no se ha hecho únicam ente para que sea presidente M itre . . . M ientras éste aguantaba sem ejante to rm en ta política seguro de que no habría reacción en las provincias sin la presencia del ejército p o rteñ o , v que luchar con U rquiza era un com prom iso serio y un esfuerzo estéril, pues aquél les tendía la m ano, una reacción parecida se operaba en to rn o del ex Presidente. M uchos de sus partidarios se sentían m olestos p o r sus esfuerzos por la paz v su acercam iento a M itre. Se veía aquello com o una claudicación, v el disgusto crecía disim ulado p o r el respeto. En estas tratativas, el lecto r ha visto diluirse al presidente D erqui. En verdad, éste había quedado al m argen de la co nducción del procedo político, pues carecía de p o d er efectivo alguno. Sus em peños p o r restablecer la situación fueron infructuosos v final m ente los abandonó. El 6 de noviem bre se refugió en el barco británico A rd e n t, anunció que presentaría su renuncia v se m archó del país. El 20 de noviem bre partía Paunero con una división de ejército sobre C órdoba, d onde estallaba una revolución liberal. El 22 los restos del ejército federal eran acuchillados en Cañada de G ó m e z p o r el general Flores, y term inaba su existencia com o fuerza m ilitar organizada. El colapso de la C onfederación era total e irre m ediable. En la lucha p o r la dom inación que se había librado, la bandera de la hegem onía volvía a pasar a Buenos Aires: a un Buenos A ires liberal. El I ^ de diciem bre. E n tre R íos reasum ió su soberanía v se declaró en paz con las dem ás provincias. F,l 12 de diciem bre, el
Alejam iento de Derqui
Disolución de la autoridad na cio r?
vicepresidente P edernera, legalizando la situación de hecho exis tente, declaró caducas a las autoridades nacionales. E l proceso co n cluyó cuando el 28 de enero de 1862, adelantándose a las otras provincias, E n tre R íos encom endó al general M itre p ro c ed e r a la con vocatoria e instalación del C ongreso Legislativo N acional. La paz lograda era, sobre to d o , la paz en tre M itre y U rquiza. Los dos líderes habían renunciado a ciertas posiciones para lo g rar la y habían violentado en buena m edida las tendencias, opiniones y sentim ientos de sus partidarios. Im pusieron su política, o m ejor dicho, U rqu iza aceptó que M itre im pusiera la suya, y no hubo en la R epública p o d e r que pudiese co n trarrestarla. Pero aquella vio lencia no dejó de p ro d u c ir sus fru to s próxim os y tardíos. E n las elecciones de abril de 1862, O bligado, candidato m itrista de tra n sacción, fue d erro tad o am pliam ente p o r M árm ol, su opositor y uno de los líderes aislacionistas. E l p artid o L iberal se escindió en A utonom ista y N acional, y si bien M itre subió a la presidencia de la N ació n , dejó m uchos descontentos en Buenos Aires. A la vez, la autoridad de U rquiza no se rec u p e ró nunca del m alestar p ro d u cido p o r su alianza con los p orteños. Casi una década después, su asesinato p o r los partidarios de L ópez Jo rd á n no es sino el acto final de este deterioro.
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MITRE Y LA NACIONALIZACION DEL LIBERALISMO
Imposición del liberalismo
T ras la disolución de las autoridades nacionales v del pacto de “neutralizació n ” de U rquiza, Buenos A ires había recogido la bandera que había p erd id o en Caseros, y se disponía nuevam ente a d ictar su política al resto del país. B artolom é M itre iba a ser no sólo el insp irad o r de esa p o lítica, sino tam bién su ejecutor. Desde la revolución de setiem bre había ido elaborándola pacientem ente y en los crítico s días anteriores y posteriores a Pavón había logrado im ponerla a sus com provincianos. En verdad, era más la política de M itre que la de Buenos Aires, todavía enceguecida p o r los arrebatos segregacionistas y el resentim iento hacia los provincianos. E l ho m b re era capaz de hacerlo, com o lo fue de sortear m úl tiples obstáculos en una de las carreras políticas más largas que conoció la R epública, pues su actuación se p ro lo n g ó hasta el fin mismo del siglo. N ac id o en 1821, m ilitar de carrera y literato por vocación, incursionó en la poesía y la novela, cultivó el ensayo e hizo del periodism o p o lítico su m ejor m odo de expresión. C om o m ilitar cultivó el arm a más técnica y m oderna —la artillería— lo que es u n indicio de su m odalidad. O tro es que en tre el frag o r de la acción política, se sum ergió en la historia y escribió la H istoria de Belgrano (1857-59), una de las obras más notables de la histo riografía argentina. Estos datos bastan para definirlo com o un político de nuevo cuño. Sensible com o h om bre, com o p o lítico era frío y sereno. A ferrado a sus principios, p ero con una alta dosis de realismo que le daba una notable flexibilidad política. Así, m ientras fue capaz de sacrificar su p restigio local en 1861 y de su p ronunciam iento principista de 1874, tam bién fue el hom bre de las conciliaciones, las colaboraciones y los acuerdos: con U rquiza en 1861, con Sar m iento en 1873, con A vellaneda en 1877 y con R oca en 1892. M itre había resum ido su pro g ram a en el lema “N acionalidad,
A rq u e tip o s de la c la s e d irig e n te d e B u e n o s A ires, q u e e s p e ja n e l c a rá c te r y la m oda d e su tie m p o : doña A d e la B u s ta m a n te de G im é n e z [óleo de P rilid ia n o Pueyrre d ó n ] y don M a n u e l O c a m p o [seg ún e l re tra to re a liz a d o po r el m is m o a rtis ta ].
C onstitución y L ib e rta d ” : una N ació n unida, em inente, superior a sus partes; una C o nstitución federal, garantía de los derechos de esas mismas partes; libertad política y civil. ¿Q ué libertad? La concebida p o r el liberalism o de entonces: libre juego de las insti tuciones, libertad de crítica, elim inación del caudillaje auto crático que im pedía a los pueblos expresarse librem ente, libertad que nacía de la “civilización” y que im ponía co m b atir la “b arbarie”, para usar térm inos de Sarm iento. E n sum a, era el estilo n u e v o , dispuesto a desalojar al estilo viejo de nuestro escenario político. E l pro g ram a m itrista suponía la existencia de un orden liberal en la R epública p ara desarrollarse arm ónicam ente, lo que signifi caba que exigía com o tarea previa crear ese o rden, rem oviendo la m ayoría de las situaciones provinciales m anejadas p o r los federales. Dada la debilidad de los m ovim ientos liberales del interior, no quedaba o tro recurso que p ro v o c a r el cam bio p o r la acción directa o indirecta de las fuerzas m ilitares, puestas al servicio de los prin cipios. Este p ro ced im ien to ponía a los liberales en una especie de co n trad icció n in terio r, pues m ientras sostenían el principio de la libertad de los pueblos se disponían a d errib ar regím enes que g o zaban del consenso de las poblaciones para im ponerles otros, creados desde afuera y apoyados en m inorías más o m enos exiguas. Pero resolvían la co n trad icció n cre y e n d o —o al m enos arg u m en tan d o — que aquellos pueblos habían sido sum idos en una suerte de m inono
ridad que les impedía elegir librem ente, v que prim ero debían ser libertados, darles acceso a la cu ltu ra política, pára que luego pu diesen elegir conscientem ente el sistema de su predilección. Así, la acción a desarrollar iba a ser considerada p o r los liberales una misión libertad o ra v civilizadora, en tan to que los pueblos del in terio r iban a ver sim plem ente en ella la prepotencia de Buenos Aires, im poniendo a las provincias hom bres v estilos ajenos para m ejor sojuzgarlos. El general M itre no quiso o p erar sobre el in terio r m ientras no tuviera asegurada una base de p o d er en el litoral. Para ello p ro m ovió una revolución en C orrientes que d errib ó a R olón, ocupó la ciudad de Santa Fe, y n o m b ró g o b ern ad o r a D om ingo C res po; pese a alguna m om entánea tentación, respetó el dom inio de U rquiza en E n tre Ríos, c o n v ertid o en un aliado pasivo. La revolución liberal cordobesa del 12 de noviem bre de 1861 c o n stitu y ó la única dem ostración de fuerza de los liberales del interior, pues los T aboada perm anecían inactivos en Santiago. C uando M itre envió al general P aunero con una división del ejér cito sobre las provincias, éste llegó a C órdoba para en co n trar un partido Liberal dividido p o r las apetencias del poder. Paunero ofició de á rb itro e im puso com o g o b ern ad o r provisorio a su segundo, el coronel M arcos Paz, tu cu m an o liberal. Al avanzar sobre las dem ás provincias, fueron cayendo sin resistencia los gobernadores federales. Saá, N azar, V idela, Díaz, se exiliaron v C uyo pasó a los liberales B arbeito (San L uis), M olina (M endoza) v Sarm iento, quien había acom pañado la expedición com o audi to r, con el expreso designio de o b ten er la g o bernación de San Juan que reclam aba a M itre desde el día siguiente a Pavón. En el norte, A n to n in o T aboada d e rro tó en El Ceibal al go b ernad o r tu cu m an o G u tié rre z , que fue reem plazado p o r Del C am po. El g o b ern ad o r de C atam arca renunció para evitar la invasión, el de La Rioja, V illafañe, se p ro n u n ció p o r M itre. Sólo Salta quedaba en pie para los federales, pero M arcos Paz, abandonando el difícil g o b iern o de C ó rd o b a fue a T u c u m á n com o com isionado nacional v logró un acu erd o pacífico (m arzo 3 de 1862) entre los gobiernos de T u cu m án , C atam arca, Santiago del E stero v Salta, renunciando el g o b ern ad o r de esta últim a, T o d d , que fue reem pla zado p o r Juan N . U rib u ru . El éxito de M arcos Paz hubiera puesto final feliz al proceso de los reem plazos, si no hubiera sido p o rq u e el general riojano Angel V icente Peñaloza. apodado el C hacho, se rebeló c o n tra la QQ
pasividad de V illafañe. H abía luchado veinte años antes p o r la federación co n tra Rosas v volvía a hacerlo c o n tra las tropas de Buenos Aires. T ra tó de inv ertir la situación tucuniana pero las fuerzas de esa provincia le rechazaron en R ío Colorado (feb re ro 10 de 1862) y p o co después fue batido p o r las tropas porteñas en A guadita v Salinas de M oreno (m a rz o ), siendo fusilados los ofi ciales prisioneros p o r orden de Sarm iento, convencido que civili zaba si no “ahorraba sSngre de gauch o s”. N uevos com bates m eno res, casi siem pre favorables a Buenos Aires, pusieron a Peñaloza en una situación desesperada v dem ostraron que la m ontonera gaucha, falta de recursos, no podía m edirse con las fuerzas de línea. Pero al mismo tiem po, Paunero se fue convenciendo que Peñaloza era el único hom bre capaz de p oner ord en en La Rioja v que era posible conseguir su adhesión. Con ese fin n om bró una Com isión M ediadora, a cuyas instancias cedió Peñaloza, quien el 30 de m ayo, desde La Banderita, declaró su som etim iento a las autoridades nacionales v se co m p ro m etió a p acificar la provincia. E n tre ta n to , M itre había sido encargado p o r las provincias de reu n ir el C ongreso N acional y de m anejar las relaciones exteriores. C onvocó a elecciones y el 25 de m avo se reunió el nuevo cu erp o legislativo, con amplia m ayoría liberal, que encargó a M itre el ejercicio provisional del p o d er ejecutivo nacional. En junio, M itre podía halagarse de la pacificación de to d o el país, p ero la paz del in te rio r fue precaria. En m arzo de 1863 Peñaloza, co nvencido de que el g obierno nacional se proponía tiranizar a las provincias, se sublevó nuevam ente, e invitó a U r quiza a im itarle y asum ir la d irección del m ovim iento. La rebelión riojana no estaba inspirada sólo en la resistencia a Buenos Aires o a doctrinas liberales que no im portaban dem asiado. La p ro v in cia, com o sus herm anas cordilleranas, se debatía en la miseria. A floraba un d e sc o n ten to -p ro fu n d o y se hacía responsable al nuevo gobierno nacional de una situación que distaba de ser sim plem ente política y cuyas causas eran anteriores y com plejas. Sin em bargo, la falta de auxilios que Peñaloza esperaba del g o b iern o central, la falta de com prensión de la situación riojana y las presiones polí ticas, se con ju g aro n para anim ar su rebelión v la de sus co m p ro vincianos. M ientras U rquiza respondía con el silencio a la invitación del C hacho, M itre se dispuso a realizar una “g u erra de policía” y encargó a Sarm iento su con d u cció n política, acto riesgoso en quien conocía las pasiones que anim aban al sanjuanino. R ápida
Paz de La Banderita
Restablecimiento de las autoridades nacionales
Segundo alzam iento de Peñaloza
m ente co n v erg iero n sobre Peñaloza las fuerzas nacionales co n d u cidas p o r P aunero, quien venció a los rebeldes en Lom as Blancas (m ayo 20). Peñaloza se desvió sobre C órdoba, p e ro fue nuevam ente batido en Las Playas (ju n io 28). Propuso entonces negociaciones, p ero P aunero —irritad o p o r el escaso fru to de la paz a n terio r— las rechazó. M enos las iba a acep tar S arm iento, quien en la guerra además de los objetivos generales buscaba la reparación de las m uertes de sus parientes, sacrificados p o r los hom bres de Peñaloza. V encido o tra vez en Puntillas del Sauce, Peñaloza se refugió en O lta, donde fue tom ado prisionero p o r los nacionales v ultim ado p o r el m ay o r Irrazáb al.1 La m u erte de Peñaloza no iba a asegurar la paz p o r m ucho tiem po, pues las condiciones que habían im pulsado el alzam iento no habían desaparecido. Las levas para la g u erra c o n tra el Paraguay p ro v o caro n m otines y deserciones, pues los provincianos no que rían ir a pelear. Las guerras del C hacho iban a te n e r u n eco tardío en 1866 co n la “rebelión de los colorados” que estalló en M endoza y se extendió a casi todas las provincias cordilleranas, poniendo en aprietos al g o b iern o nacional en m om entos en que se libraba una guerra internacional. V idela en M endoza, Felipe Saá en San Luis, y Felipe V arela en C atam arca, asum ieron la co nducción del m ovim iento, que triu n fó en Lujan de C u yo y R inconada del Pocito (enero 5 de 1867). El g o b iern o nacional declaró traidores a los revolucionarios y retiró 3.500 hom bres del fren te del Paraguay. El mism o M itre regresó al país. Por entonces, Juan Saá había asum ido la d irección de los rebeldes. P or fin A rred o n d o lo d erro tó com pletam ente en San Ignacio (1^ de ab ril). Casi sim ultáneam ente (10 de a b ril), V arela era deshecho p o r A n to n in o T ab o ad a en Pozo de Vargas, con lo que term in ó la rebelión. T o d o este p erío d o se caracterizó p o r una extrem a agitación en las provincias, p ro d u c to no sólo de las reacciones federales, sino de las luchas en tre las distintas fracciones liberales y de los en fre n tam ientos personales. R enuncias, m otines v conatos constituyen 1 Sarm iento en carta a M itre del 18 de noviem bre de 1863 en la qije le anuncia la muerte de Peñaloza, 12 de ese mes, y dice que ha “aplaudido la medida” por que la ley sólo existe para los que la respetan. M itre le contestó felicitándole por la conclusión de la guerra y guardando un silencio total sobre la ejecución del Chacho, pero al mismo tiem po le ofreció un cargo diplomático. Posteriorm ente (25 de diciembre) M itre le escribió “. . . n o he podido prestar mi aprobación a tal hecho. N uestro partido ha hecho siem pre ostentación de su am or y respeto a las leyes y a las formas que ellas prescriben; y no hay a mi juicio un solo caso en que nos sea perm itido faltar a ellas, sin claudicar de nuestros principios”. En Correspondencia Sar m iento-M itre, Museo M itre, Buenos Aires, pags. 261.
Rebelión de los colorados
la historia provincial de aquellos años. C om o saldo hubo num erosas intervenciones federales, el g obierno de C órdoba quedó en manos de opositores al g obierno nacional hasta que en 1867 Félix de la Peña, nacionalista, asumió la gobernación. Fn el norte, los cu atro herm anos T aboada v su prim o Absalón Ibarra c o n stitu y ero n una especie de dinastía que, adherida al régim en liberal, constituía la más sólida v recalcitrante supervivencia del sistema que el libe ralismo había querid o desterrar. M anuel T aboada era el jefe del equipo v A n to n in o su brazo arm ado. E xtendieron su influencia sobre Catam arca, La Rioja, T u c u m á n v Salta v dom inaron en Santiago del E stero casi u n c u a rto de siglo. Este panoram a p olítico interno se veía seriam ente agravado p o r la ausencia del presidente M itre que había asum ido la c o n d u c ción de los ejércitos aliados en la lucha c o n tra Paraguay. Sus vistas personales, opiniones v consejos, enviados desde el lejano fren te de gu erra, no co n trib u ían a facilitar la tarea del vicepre sidente. Sólo la capacidad de M arcos Paz pudo sortear la suma de inconvenientes acum ulados, y que m uchas veces le hicieron perder la paciencia v le llevaron a p resentar su renuncia reiteradam ente. Llegó a decirle a M itre que si fuese legislador pro h ib iría la salida del p rim er magis trad o de mi p a tria 'c o m o está dispuesto en casi todos los pueblos civilizados. Y agregó: Los pueblos quieren ser m andados p o r aquel que tiene m ejor derecho a m andar. U sted fue elegido canónicam ente por el pueblo argentino para g o b ern ar v no para m andar un ejército.-’ Es indudable que si M itre hubiese perm anecido en el país ?l fren te del g obierno, o tro hubiese sido el desarrollo de los sucesos v hubiesen habido menos conm ociones. Pero el Presidente tenía una razón para asum ir el m ando aliado: que las tropas argentinas no estuviesen conducidas p o r un jefe extranjero, v ser la cabeza m ilitar de la alianza-. Era una cuestión de prestigio, pero encubría una razón de política internacional, pues revelaba la necesidad —sentida p o r M itre— de no ced er posiciones frente al Brasil, apenas m enos riesgoso com o aliado que com o adversario. - A rchivo del general M itre, tom o vi. pág. 183. Citado por Ricardo Levene en Academia Nacional de la Historia, Historio Argentina C ontem poránea, vot. i, I9 sección, cap. “Presidencia de M itre", pág. 22.
Sólo a la m u erte de Paz (en ero 2 de 1868), se resignó a en tregar el m ando suprem o m ilitar al general brasileño M arqués de Caxias y reasum ir la presidencia, que salvo el lapso entre febrero y julio de 1867, había abandonado el 17 de junio de 1865. Pese a tantas dificultades, al term in ar su m andato en o c tu b re de 1868, había logrado su p ro p ó sito de c o n stru ir una A rg en tin a política m ente liberal.
Administración E ncargado M itre p o r el C ongreso del ejercicio provisorio del poder ejecutivo nacional, convocó a elecciones presidenciales. D om inadas todas las provincias, salvo E n tre Ríos, p o r el partido Liberal, no so rp ren d e que M itre haya sido electo p o r 133 votos sobre 156 posibles, pues hubo 23 electores que no sufragaron. La elección de vicepresidente fue disputada en tre M arcos Paz v T aboada, p ero el prim ero , prestigiado p o r su m isión de paz en el norte, logró 91 votos c o n tra 16 de su oponente. Inm ediatam ente después de asum ir el p o d er, en o ctu b re de 1862, M itre c o n stitu y ó su m inisterio: G u illerm o R aw son, sanjuanino, para In te rio r; R ufin o de Elizalde, p o rteñ o , para Relaciones E xteriores; D alm acio V élez Sársfield, cordobés, para H acienda; los tres, senadores nacionales. Para Justicia, C ulto e In stru cció n Pública designó a E d u ard o Costa y para G u e rra v M arina a Juan A ndrés G elly y O bes, que le había servido en igual cargo durante su gobierno de la provincia de Buenos A ires.3 Este m inisterio —co n excepción de V élez Sársfield— fue ex traordinariam en te estable, pues se m antuvo hasta que, en ocasión de las elecciones de renovación presidencial, ren u nciaron Elizalde y Costa, reem plazados p o r M arcelino U g arte v José E varisto U riburu. E n los últim os meses, M itre volvió a llam ar a los renunciantes al gabinete e in ten tó n o m b ra r a Sarm iento en reem plazo de Raw son. A u n antes de su elección, y siguiendo en esto el antecedente de U rquiza, M itre p ro c u ró la federalización de Buenos A ires en toda su extensión. La L egislatura p o rteñ a rechazó la sugestión. M i 3 Para los devotos de las interpretaciones generacionales agregamos estos datos sobre las fechas de nacim iento de los integrantes del gobierno: M itre nació en 1821, Rawson en 1821, Elizalde en 1822, Costa en 1823, G elly y Obes en 1815. Sólo Vélez Sársfield, nacido en 1800, pertenecía a una generación distinta y fue pronto reemplazado por Lucas G onzález, nacido en 1829. F.n cuanto a U garte y U riburu que integrarían brevem ente el gabinete, nacieron en 1822 y 1831, respectivamente.
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política Elección presidencial y m inisterio
tre buscó entonces una solución transaccional que se m aterializó en la Lev de C om prom iso, p o r la cual las autoridades nacionales residirían en Buenos Aires, q u ed an d o la ciudad bajo la jurisdicción provincial hasta que el C ongreso nacional dictara la lev definitiva sobre la C apital, convenio que tenía cinco años de duración. El p ro y e c to m itrista había definido m ejor que ningún o tro la línea nacional de su au to r v fue en esta ocasión que se c o n c re tó la va insinuada división del p artid o Liberal, fu ndando A dolfo Alsina el p artid o A utonom ista. El hecho de que el nuevo g o b ern ad o r de Buenos Aires, M a riano Saavedra, p erteneciera al m itrism o, facilitó el buen en ten d i m iento entre las autoridades nacionales v provinciales, condenadas a vivir en curiosa superposición. En 1866 A dolfo Alsina conquistó la gobernación p orteña v p oco después cesó la lev de C om prom iso, pero M arcos Paz, en ejercicio de la Presidencia, invocó el derecho del gobierno nacional de residir en cualquier p u n to del territo rio V co n tin u ó ejerciendo sus funciones desde Buenos Aires, con el consentim iento de Alsina, a quien se había acercado políticam ente. N o faltaron intentos de hacer de R osario la capital de la R e pública —p ro v e c to de M anuel Q u in tan a— p ero la cuestión no se c o n cretó p o rq u e M itre vetó la lev en los últim os días de su presi dencia, p o r considerar que tam aña reform a correspondía a su sucesor. Sarm iento dejó d o rm ir el problem a, que sólo tuvo solución violenta en el año 1880. C orrespondió a M itre —pese a las com plicaciones políticas v bélicas de su g o b iern o — realizar una intensa labor adm inistrativa, especialm ente hasta el año 1865, en que su alejam iento del gobierno V las atenciones de la g u erra internacional p ro v o caro n una dism i nución del ím petu creador. El colapso de la C onfederación d u ran te la presidencia de D erqui obligó a rehacer varias de las obras realizadas o com enzadas du ran te la presidencia de U rquiza. La prim era de estas tareas fue la reconstitución de la C o rte Suprem a de Justicia v la organización V proced im ien to de los tribunales nacionales. T u v o M itre el acierto de llamar a in teg rar el suprem o tribunal a hom bres ajenos a su línea política: V alentín Alsina —que no acep tó —, José Benjamín G orostiaga y Salvador M. del C arril, a quienes acom pañaron los doctores C arreras, Barros Pazos y D elgado. La C o rte se negó a actuar com o consejera del g obierno, estableció su com petencia e inició una jurisprudencia de alta calidad jurídica que le dio soste nido prestigio.
División del Partido Liberal
Obra adm inistrativa
La C onstitu ció n había previsto la unificación de la legislación fundam ental del país, p ero la tarea aún no había sido em prendida. E n este p erío d o se ad o p tó para la N ació n el C ódigo de C om ercio de Buenos A ires —obra de A cevedo y V élez Sársfield—; se enco m endó al p rim ero de ellos la redacción del C ódigo Civil, obra m onum ental term inada en cinco años, que el C ongreso aprobó a libro cerrad o y fue prom u lg ad a p o r Sarm iento en 1869, y encargó a Carlos T e je d o r la redacción del C ódigo Penal. L a enseñanza secundaria fue atendida, siguiendo las líneas del g obierno de U rquiza. Se re e stru c tu raro n los colegios nacionales existentes y se crearo n o tro s en varias provincias. Poco se pudo hacer en m ateria de enseñanza prim aria, obra que correspondería a la adm inistración entrante. E l p roblem a del indio, en tretan to , se había agravado. Las tie rras conquistadas p o r la expedición de Rosas se habían perdido progresivam ente y desde 1854 los m alones avanzaban cada vez más sobre estancias y poblaciones. Las guerras civiles prim ero y la del Paraguay después habían obligado a d esguarnecer de tropas las fron teras interiores. P or ello, el plan originario de M itre de llevar Ja ocupación nuevam ente hasta los ríos N e g ro v N e u q u én no en c o n tró ocasión de realizarse y quedó en p ro y e c to hasta el año 1879. M itre pensaba que la verdadera fro n tera co n tra el indígena la constituía la ocupación efectiva y en propiedad de la tierra, y decía que los indios habían recu p erad o las tierras de los enfiteutas p ero no habían p o d id o o cu p ar la tierra de los propietarios. R aw son, a su vez, hablaba de la “ fro n tera de h ie rro ” constituida p o r el ferro carril, con lo que coincidía en la necesidad de una colonización real del desierto. P o r eso vieron satisfechos que la inm igración europea superaba las previsiones oficiales v sorprendía dada la agitación reinante en el país. E ra una inm igración espon tánea que se rad icó princip alm en te en Buenos Aires v en m enor m edida en Santa Fe y E n tre Ríos. Para ella el gobierno no previo ningún régim en especial en m ateria de tierras ni en ningún o tro orden. U na excepción a esta característica fue la inm igración galesa que, debidam ente planeada, se estableció en 1865 en el valle del C h u b u t, donde subsistió pese a sus padecim ientos iniciales. N o fue este el ú n ico m om ento en que el gobierno dirigió su atención hacia la Patagonia. E l com andante Piedrabuena exploró am pliam ente la región, afirm ando la soberanía argentina v se dictó
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una lev declarando federales los territo rio s no incorp orados a las provincias, previendo la ocupación de nuevas regiones. Llegado el año 1866, el problem a de la sucesión presidencial com enzó a agitar el am biente político. El general U rquiza surgía com o el candidato natural del p artid o Federal. Los autonom istas propiciaron la candidatura de su jefe, A dolfo Alsina. El partido N acionalista se inclinaba p o r Elizalde. O tro s dos m inistros, Raw son v Costa eran candidatos potenciales, v no faltó quien alentara la candidatura de M arcos Paz, pese al im pedim ento constitucional. En un p rim er m om ento Elizalde se veía favorecido p o r las provincias cuvanas v to d o el n o rte argentino que respondía a la influencia de los T aboada, con lo que reunía casi la m itad de los electores. Alsina contaba con Buenos Aires v Santa Fe v U rquiza con C órdoba, C orrientes y E n tre Ríos. Pero el vicepresidente logró que T aboada le transfiriera el apoyo que había dado a Eli zalde, con lo que llegó a c o n ta r en su haber con 58 electores posibles. La im prevista m uerte de M arcos Paz restableció parcialm ente las perspectivas de Elizalde, en ta n to que Alsina m ejoraba su situa ción a costa de U rquiza. Para éste, Alsina encarnaba las peores corrientes del porteñism o, p o r lo que se m anifestó dispuesto a entenderse con Elizalde, p ero no se pusieron de acu erdo sobre el candidato a la vicepresidencia. En esas circunstancias, v cuando Elizalde parecía ser el hom bre de las m ayores posibilidades, Lucio V . Mansilla lanzó la can d id atu ra de D om ingo F. Sarm iento, en tonces m inistro argentino en los Estados U nidos. Esta candidatura había surgido en los cam pam entos m ilitares en el Paraguay, a espaldas del Presidente, v respondía a la idea de sup erar el anta gonism o en tre porteños y provincianos, consagrando a un político provinciano que gozaba de gran p redicam ento en Buenos Aires. C onsultado M itre p o r G u tié rre z sobre los candidatos, respondió desde T u v ú -C u e el 28 de noviem bre de 1867 con un “ program a electoral” —mal llam ado testam ento político — donde proclam aba su prescindencia en favor de los distintos candidatos liberales. Des calificaba M itre la candidatura de U rquiza p o r estim arla reaccio naria, pese a lo cual anunciaba que sólo le o p o n d ría su autoridad m oral; tam bién se pronunciaba co n tra el candidato autonom ista, aunque reconocía que esa candidatura tendría validez si fuera ratificada p o r una m ayoría. Luego pasaba revista a los demás can didatos liberales v concluía que el m ejor sería aquel que reuniese el m ayor núm ero de votos espontáneos. De no ser consagrado por
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La sucesión presidencial
esa vía, decía, sólo dará o rigen a su d erro ta o en caso con trario a un gob iern o raq u ítico y sin fuerza, y en últim o térm in o , frente a U rquiza, sólo daría lugar a un gobierno de com prom iso. Si el p artido L iberal no era capaz de p ro c e d e r c o rrectam en te m erecería su d errota pues para escam otear la soberanía del pueblo, desacredi tan d o la libertad y desm oralizar el g obierno dándole por base el fraude, la co rru p ció n o la violencia, ahí están sus enem igos que lo harán m ejor, La negativa de M itre a a p o y ar un candidato desorientó a Elizalde. A la vez los m ilitares en tre quienes había surgido la candi datura de Sarm iento se consideraron en libertad de proceder. A rred o n d o p rom ovió revoluciones en C órdoba y La Rioja para asegurar la o rientación de los respectivos electores. P or vez p ri m era, el ejército , o al m enos alguno de sus m iem bros destacados, se co n v ertían en un fa c to r p o lítico , utilizando la fuerza de la ins titu ció n en la contienda electoral. Lo curioso de este caso es que tal proced im ien to se da al m argen de la v oluntad del jefe del Estado. E ra la p rim era vez que se daba en el país una auténtica co n tienda electoral presidencial. C uando las provincias cuvanas se in clinaron p o r S arm iento, hasta entonces candidato sin partido, pero cuyas posibilidades crecían, Alsina consideró o p o rtu n o llegar a un acuerdo co n sus sostenedores. De ese acuerd o surgió la fórm ula Sarm iento-A lsina, que p restó al sanjuanino to d o el apoyo del p a r tido A utonom ista y de los electores porteños. Llegado el m om ento de la elección. Sarm iento o b tu v o 79 votos —electores de Buenos Aires, C órdoba, to d o C uyo, La R ioja y J u ju y —, U rquiza 26 —E n tre Ríos, Santa Fe y Salta— y Elizalde sólo 22 votos de Santiago del E stero y C atam arca, lo que vino a dem ostrar, aparte del fracaso de los T ab o ad a en su zona de influencia, la p érd id a de prestigio del p artido M itrista, com o consecuencia de las agitaciones interiores y de los sacrificios im puestos p o r una g u erra im popular. Para la vicepresidencia, Alsina logró 82 votos co n tra 45 de P aunero, can didato nacionalista.
La política exterior y el m undo am ericano C uando B artolom é M itre asume la presidencia en o ctu b re de irracionalidad 1862, las relaciones argentinas con las potencias europeas pasan p o r un p erío d o de am istad v calma. C on la misma España se man107
tienen buenas relaciones que p erm iten rever parcialm ente, el tratad o de paz firm ado p o r la C onfederación. En éste, A lberdi había adm i tido com o prin cip io de la nacionalidad el jus sanguinis, según el cual un nativo seguía la nacionalidad de sus padres, principio harto peligroso para un país que necesitaba de la inm igración v que va entonces tenía dos tercios de extranjeros en la población de su ciudad más populosa. M itre encom endó a M ariano Balcarce la revisión de ese aspecto del T ra ta d o v, p o r uno nuevo firm ado en setiem bre de 1863, logró el reconocim iento del fus soli, que establece que la nacionalidad es la del lugar de nacim iento. Estas buenas relaciones, que no excluían intensas vinculacio nes com erciales en las que G ra n Bretaña ocupaba un destacadísim o lugar, eran el indicio no sólo de que los gabinetes europeos habían abandonado la política de fuerza p racticada tres lustros antes, sino de que A rgentina estaba en tra n d o en una nueva etapa de su desarrollo nacional donde sería más independiente políticam ente de E uropa y desarrollaría su p ro v e c to nacional según cánones p ro pios, vuelta sobre sí misma y sobre los estados vecinos. En la m edida en que dism inuye la gravitación europea, aum en ta la im portancia de los países am ericanos en la determ inación de una política internacional. E n consecuencia, es o p o rtu n o establecer cuáles eran las líneas básica« en que se m ovían esas naciones. Los Estados U nidos, después de su g uerra con M éxico v de su colosal expansión hacia el P acífico, se habían visto envueltos en la gu erra de Secesión, donde no sólo se jugaba el fu tu ro de la esclavitud en el país, sino que se oponían los Estados industriali zados del n o rte a los Estados rurales del Sur, v los criterios p ro gresistas y liberales de los prim eros co n tra la m entalidad tradiciona lista de los segundos. Esta g u erra -no careció de resonancias internacionales v obligó al presidente L incoln, v encedor final en la contienda, a desentenderse de m uchos otros problem as, en p ar ticular aquellos referentes al resto del pontinente am ericano. Esta circunstancia fue aprovechada p o r Francia, donde la res tauración napoleónica había insuflado nuevas tendencias im peria listas, a ten ta r suerte en M é x ic o , donde apoyó al secto r conservador, que con la adhesión d e (la Iglesia trataba de re c u p e rar el poder que había pasado a m anos del m ovim iento liberal, cuva cabeza era Benito Juárez. Se p ro p o n ía N ap o leó n III establecer en M éxico un antem ural católico v latino a la influencia sajona v protestante de los Estados U nidos, del que Francia fuera el p ro te c to r. Así nació bajo la p ro tecció n de las armas francesas el Im perio de
El panorama americano. Estados Unidos
Liberales y conservadores en Latinoam érica
¡Maximiliano que no p u d o vencer la resistencia juarista. En 1866, habiendo term inado E stados U nidos su g u erra civil, com enzó a terciar en el problem a m exicano, apoyando a los liberales rep u blicanos. Francia, que veía a la vez com plicarse el horizonte eu ro peo (g u e rra austro-prusiana) o p tó p o r retirarse v librar a M axi m iliano al ap o v o conservador, lo que d eterm inó su d erro ta v fusilam iento. La im posición del liberalism o en M éxico distaba de ser un fenóm eno aislado en A m érica. Si tras las guerras de em ancipación, seguidas de procesos anárquicos, había sucedido en casi todos los países regím enes de tip o conservador, frecu en tem ente autocráticos, la estabilidad o el p rogreso de aquellas sociedades v los excesos de los gobiernos com enzaron a g en erar hacia la m itad del siglo el debilitam iento de aquéllos y el alza de los regím enes liberales. Ya hem os visto cóm o se im pone el liberalism o en A rgentina. T am b ién en V enezuela se derru m b a el conservadorism o hacia 1850 dando lugar a un liberalism o federalista y anticlerical. Lo mismo o cu rre en C olom bia, donde los liberales g o biernan desde 1850 v desde 1861 a 1880 lo hace el ala extrem ista del partido. En Chile, el conservadorism o gob ern an te, progresista en lo económ ico v cu l tural, transa hacia 1861 co n los liberales iniciándose así una tra n sición que diez años después daría a Chile el prim er presidente liberal, Z añartú. Incluso el Im perio del Brasil ha alternado en el g obierno elem entos conservadores v liberales, pero a p artir de 1863 estos últim os se aseguran en el g obierno que les pertenecerá hasta después de la g u erra de la T rip le Alianza, cuando la influen cia del duque de Caxias inclinará o tra vez la balanza hacia los conservadores. Esta revisión nos p erm ite inscribir el cam bio operado en A r gentina en 1861-2 d e n tro de un m ovim iento continental p ro liberal. Los únicos países que se han sustraído a ese proceso son Bolivia, Perú y E cuador. Bolivia se g o b ern ó en esta época sobre la base de un p o d er militar,, que se apoyaba circunstancial v alter nativam ente en elem entos oligárquicos o populares. Perú respondió de 1845 a 1875 a una p lu to cracia conservadora que basaba su sistema económ ico en la explotación del guano v que se caracterizó por cierta co rru p ció n adm inistrativa que desem bocó en contiendas civiles. E cuador, p o r fin, con o ció bajo la égida de G a rc ía M oreno (1860-75) una dictad u ra conservadora v católica, progresista en lo económ ico v afrancesada en lo cultural.
A m érica había crecid o considerablem ente en los últim os años. Brasil tenía 10.000.000 de habitantes, M éxico era el país más po blado de la A m érica española, Colom bia frisaba los 3.000.000 de habitantes, Perú tenía 2.600.000, Chile 2.000.000 v V enezuela 1.800.000. La R epública A rg en tin a apenas igualaba las cifras de este últim o E stado al p rom ediar la década del 60. El aporte inm i grato rio recién em pezaba a hacerse sentir v p o r lo tan to nuestro país era uno de los m enos poblados de A m érica. T am bién la vida económ ica de estas naciones había tom ado cierto vuelo. Chile co menzaba su desarrollo m inero, Perú vivía del guano, C olom bia com enzaba su desarrollo cafetero , Paraguay exportaba bajo m ono polio estatal tabaco y y erb a m ate. La p ro d u cció n agropecuaria argentina estaba todavía cen trad a en la exportación de p roductos del ganado bovino y ovino. L atinoam érica era en su totalidad exportadora de m aterias prim as cu y o principal co m p rad o r era G ra n Bretaña. Los intereses e influencias de los Estados U nidos eran variados según las regiones del contin en te y se debilitaban hacia el extrem o sur, en tan to que el desarrollo industrial francés daba lugar a un m arcado acrecentam iento de sus relaciones c o m er ciales con A m érica latina. H acia 1856 y a causa de las actividades del pirata W a lk e r en A m érica C entral, se firm ó un T ra ta d o C ontinental entre Perú, Chile y E cu ad o r, tendiente a fo m en tar la unión hispano-am ericana y a e n fren tar la agresión europea. C uando en 1861 los dom inicanos decidieron reinco rp o rarse a España, Bolivia se in co rp o ró al T r a tado, y sus firm antes co nvinieron en p ro m o v er una gran alianza latinoam ericana a través de un C ongreso que se reunió en Lima, al que co n c u rrie ro n aparte de las naciones ya nom bradas, V ene zuela, Colom bia y G uatem ala. Los organizadores excluyeron ex presam ente a los Estados U nidos:
Potencial de América
El hispano am ericanism o de las naciones del Pacífico
N ada político —explicaba el boliviano M edinacelli— era m ezclar en el asunto a la A m érica Inglesa cu y o origen es distinto, cuyos intereses son igualm ente distintos v, q u i zá, opuestos a los nuestros, cu y o p oder colosal, sobre todo, es tem ible. ¿A qué m ezclar al fuerte, cuando se trata de asociar a los débiles para que dejen de serlo ?4 La alianza estaba dirigida a c o n ten er a E u ro p a y cuando el gobierno argentino recibió la invitación la rechazó (noviem bre de 1862) afirm ando que respondiendo el p ro y ectad o C ongreso a un 4 Citado por J. Pérez Amuchástegui en Más allá de ¡a cróvica en la revista “C rónica A rgentina”, nQ 52, pág. l i v .
Identificación con Europa y repudio del panam ericanism o
antagonism o hacia E uropa, el mismo no era co m p artid o p o r el gobiern o argentino, pues la República estaba identificada con E uropa en to d o lo posible. A dem ás de esta respuesta oficial, podem os juzgar la posición argentina a través de las cartas personales en que M itre censuró a Sarm iento su particip ació n en el citado C ongreso a títu lo perso nal. T ra s calificar al C ongreso de pam plina, señalaba que se había invitado al Brasil y excluido a los Estados U nidos, sin los cuales fren te a E u ro p a “nada podía hacerse, al m enos en los prim eros tiem pos”. L uego, exam inando el am ericanism o com o d o ctrina decía: . . . la verdad era que las repúblicas am ericanas eran na ciones independientes, que vivían su vida propia, v debían v ivir y desenvolverse en las condiciones de sus respectivas nacionalidades, salvándose p o r sí mismas, o pereciendo si no en co n trab an en sí propias los m edios de salvación. Q ue era tiem po que ya abandonásem os esa m entira pueril de que éram os herm anitos, y que com o tales debíam os auxi liarnos enajenando recíp ro cam en te hasta nuestra soberanía. Q u e debíam os acostum brarnos a vivir la vida de los pueblos libres e independientes, tratán d o n o s com o tales, bastándo nos a nosotros mismos, y auxiliándonos según las circuns tancias y los intereses de cada país, en vez de jugar a las m uñecas de las herm anas, juego pueril que no responde a ninguna verdad, que está en abierta contrad icció n con las instituciones y la soberanía de cada pueblo independiente ni responde a ningún propósito serio para el porvenir. Y tras afirm ar que era una ‘“ falsa política am ericanista que está m uy lejos de ser am ericana” agregaba: P re te n d e r inven tar un derecho público de la A m érica co n tra la E u ro p a, de la república c o n tra la m onarquía, es un v erdadero absurdo que nos pone fuera de las co n d i ciones norm ales del derecho y aun de la razón.5 Si la posición del C ongreso A m ericano, según M edinacelli, es el an tecedente de un am ericanism o sin los Estados U nidos, que tom ó im pulso en este siglo después de la diplom acia del big stick de T e o d o ro R oosevelt, la posición de M itre, que en su fondo es em inentem ente p ragm ática, tam bién refleja varias constantes de la política ex terio r argentina: en p rim er lugar su braya el predom inio de la relación A rg en tin a-E u ro p a, que va a m antenerse sin in te rru p c ió n desde su g o b iern o hasta el de Y rigoven en el plano 8 Correspondencia Sarm iento-M itre, oh. cit., págs. 347 y 350. 111
político v casi p erm anentem ente en el plano económ ico, aunque desde la Prim era G u e rra M undial acrecerá la relación con los Es tados U nidos en d etrim en to p aulatino de las potencias europeas. Pero no se agota ahí la posición de M itre; al desahuciar al am eri canism o com o form a de acción política com ún v form u lar el principio de “ bastarse a sí m ism os” v auxiliarse según “ las circuns tancias y los intereses de cada país” estaba afirm ando una verdadera autarquía nacionalista —que enraiza en el particularism o de la p ra xis federal— antecedente cie rto del fu tu ro aislacionalismo argentino frente a las dem ás naciones am ericanas y uno de los elem entos integrantes de la “política de no in terv en ció n ” defendida p o r nues tra cancillería en este siglo. Identificación con E u ro p a y autarquía nacionalista no eran, al parecer de M itre, térm inos incom patibles. Los países am ericanos no podían o fre c e r p o r entonces nada co n creto al interés argentino, m ientras que E uropa era la fuen te de su com ercio, de los capitales, de los inm igrantes que el país necesitaba y de la cu ltu ra que p rac ti caba. Y en la opción práctica que realizaba p arecería que M itre intuía o tra constante de la política am ericana —la acción com ún del “g ru p o del P acífico ”— cu ando hacía referencia en o tra parte de los docum entos citados a la necesidad del apoyo n o rteam ericano para una “política del A tlán tico ” . C onform e a este planteo, y teniendo presente las dificultades crecientes de la situación u ruguaya, com plicada p o r la in terven ción de Brasil y Paraguay, M itre se desentendió de la gu erra que com o consecuencia de la ocupación de las islas Chinchas y el bom bardeo de V alparaíso p o r la escuadra española, se desató entre C hile y Perú p o r un lado y España p o r el o tro . N o terciaro n en el conflicto los demás participantes del C ongreso A m ericano, lo que en cierto m odo ratificó la opinión de M itre sobre la inoperancia del am ericanism o que, según él, va se había m anifestado en el caso de las M alvinas, en la agresión anglo-francesa c o n tra la C on federación, en la intervención francesa en M éxico v en el incidente entre Paraguay v G ran B retaña.“
11 N o sería pecar de suspicaces suponer que también influyó en la neutralidad de M itre en ese conflicto el hecho de que los países que parti cipaban de la “política del Pacífico” eran, precisamente, aquellos que en el plano interno mantenían una política adversa al movimiento liberal que se iba im poniendo en el continente y del que M itre participaba. Este hecho pudo haber form ado parte de “las circunstancias y los intereses" considera dos. Lo exponemos como una simple hipótesis.
LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA
Las naciones protagonistas
La g u erra de la T rip le Alianza co n tra el Paraguay integra con Je%stadguerra las guerras de la unificación alemana y la g u erra de Secesión n o rte am ericana, los grandes conflictos bélicos de la segunda m itad del siglo xix. G ran d es no sólo en sus p roporciones m ilitares, sino por su trascendencia en el desarrollo p o sterio r de la historia co n tin en tal. El triu n fo del binom io B ism arck-M oltke sobre D inam arca, A ustria v Francia (1864, 1866 y 1870) co n d u jo a la unificación alemana bajo la égida de Prusia, v al lanzam iento del nuevo Im perio Alem án a la conquista de la hegem onía económ ica v política de E uropa en abierta com petencia con G ra n Bretaña y Francia, p ro ceso que desem bocaría en la G ra n G u e rra de 1914-18. La guerra de Secesión (1860-65) significó en su desenlace un p o der v una estructura nacional más sólida v la cond u cció n del país p o r la sociedad industrial del noreste, factores ambos que dispusieron a los Estados U nidos a desem peñar un papel de p otencia m undial a co rto plazo. En cu an to a la g u erra de la T rip le Alianza, significó la destru cció n de la única p otencia m editerránea de Sudam érica v el últim o g ran acto de una polém ica seeular: la disputa fronteriza entre los im perios hispano y lusitano y sus respectivos herederos. Desde su segregación de la autoridad de Buenos Aires, en 1811, Evolución b, ° del Paraguay el Paraguay había vivido en una independencia de hecho de las Provincias U nidas, tan to en lo político com o en lo económ ico. El d o c to r Francia, co n stitu id o casi inm ediatam ente en dictador, go bernó pacíficam ente p o r m uchos años, conservando la estructura social de la época española, acostum brando a su pueblo a un autocratism o sin lim itaciones v desarrollando al m áxim o su eco nom ía de tip o rural. Al m ismo tiem po, el citad o Francia im puso el aislacionism o com o norm a de política internacional. A su m uerte, en 1840, esta especie de m onarca republicano dejó una
nación con coherencia interior, que desconocía las luchas y c o n m ociones civiles que habían agitado to d o el resto de A m érica his pánica y con una sólida econom ía. Le sucedió com o presidente Carlos A n to n io López en 1844 —tras un in terreg n o consular de go bierno co m p artid o —, que co n tin u ó la línea aislacionista de F ran cia, aunque atenuándola con esporádicas intervenciones com o su alianza con F erré c o n tra Rosas. La prim era preo cu p ación de este m andatario fue superar los problem as de sus lím ites todavía no definidos con el Im perio del Brasil y la C onfederación A rgentina, situación de las que tem ía com plicaciones bélicas. Paraguay había sido neutral en el co n flicto argentino-brasileño de 1826 v co ntinuó n eu tral en la alianza b rasileño-entrerriana c o n tra Rosas. Éste se había negado a reco n o cer la independencia del Paraguay, pero cuando U rquiza hizo tal recon o cim ien to en 1854, las relaciones en tre los dos Estados se descongelaron y en 1859 Paraguay tuvo una exitosa m ediación diplom ática en tre la C onfederación v el Estado de Buenos Aires, p rim era y triu n fal aparición de aquella nación en las cuestiones del contin en te. López realizó en lo eco nóm ico una adm inistración notablem ente progresista. O rganizó la explotación de las grandes tierras fiscales p o r vía de arriendo y estableció el m onopolio estatal de la explotación del tabaco y la yerb a mate, bases de la econom ía nacional. T am b ién el com ercio exterior estaba m onopolizado p o r el E stado y lo mismo ocurría con la explotación m aderera. En suma, un capitalism o de Estado, insólito en el siglo xix. H acia el final de su g obierno, contaba Paraguay con un ferro carril de A sunción a Paraguarí, un astillero, una fundición de hierro y u n telégrafo de la capital a H um aitá. La estru ctu ra rural no im pedía el nacim iento de las prim eras indusrias: papelera y textil. Las finanzas del E stado no tenían déficit y los 600.000 habitantes proveían 24.000 alum nos a sus 432 escuelas V 18.000 soldados a sus cuarteles. Paraguay ofrecía, pues, al o bservador ex tranjero, la fisonom ía de una verdadera p otencia m editerránea, libre de las presiones del capital internacional, autosuficiente v aislada. La aislación generó una natural desconfianza hacia el ex tranjero, en especial hacia los vecinos a los que se conocían pretensiones territoriales, v de esta desconfianza hacia el nacionalism o hubo poca distancia, la cual se reco rrió insensiblem ente. E n 1862, m u erto López, le sucedió su hijo el general Francisco Solano López, sin más oposición que la infructuosa de su herm ano Benigno. El nuevo presidente había hecho su experiencia in ter
nacional en París, adm irando el segundo Im perio. Pese a su expe riencia m ilitar m ínim a, p ro n to logró p o r influencia “dinástica” el grado de m ariscal. H e re d ó de su padre la desconfianza hacia las potencias vecinas y su vanidad, unida a su nacionalism o, le im pulsó a abandonar el aislam iento en que hasta entonces había vivido su país po rq u e en su opinión “ había llegado la hora de hacer oír la voz del Paraguay en A m érica” . Brasil era un Im perio que en sus casi diez millones de habitan tes reunía p o c o más de cin co millones de blancos, siendo el resto negros e indios. H abía crecid o en relativa paz v o rden v desarro llado una cultura. Sus estadistas v hom bres de letras pasaban por los prim eros de A m érica. P edro II era un hom bre retraído, m elan cólico y sabio. S om etido a cánones arcaicos, había sido casado con una princesa italiana en vez de unirse a la aristocracia brasileña. Inteligente p ero aislado, dejó que la m onarquía se desarrollara a la par que el país, pero sin consustanciarse con él. En política, c o n servadores y liberales form aban —com o dijo R am ón J. C árcano— un ángulo recto cu y o vértice era el E m perador, que intervenía en todos los asuntos del Estado. La rebelión republicana de Río G ran d e y la presión de los terratenientes cuasi feudales del norte no habían logrado alterar pro fu n d am en te a la nación, que se sentía fu erte y confiada. Su política internacional sigue siendo de co rd ia lidad hacia G ra n Bretaña y de expansión territo rial en Am érica conform e al esquem a heredado de Portugal. S obre su fro n tera sur existen dos repúblicas pequeñas, P araguay y .U ru g u a y , segm entos separados del viejo V irrein ato español. Sobre ellas trata de influen ciar una vez que las circunstancias le han im pedido absorberlos. P or lo menos, busca que no form en p arte de la zona de influencia argentina. Su diplom acia es la m ejor de A m érica y trabajará en ese sentido. El desquicio in tern o del U ru g u a y le dará la o p o rtu nidad de lograr sus objetivos en p o r lo m enos u n o de esos Estados. Su ejército es de más de 30.000 hom bres, aunque la extensión del país le im pedirá un aprovecham iento integral de su fuerza. En realidad, el Im perio es m ucho m enos sólido de lo que aparenta.
Brasil
C onocem os ya el desarrollo p olítico de la antigua Banda O riental, m ezclada desde antes de su nacim iento com o república independiente a los con flicto s internos argentinos, situación que se prolonga hasta la caída casi sim ultánea de O rib e y Rosas. H acia 1860 sus 400.000 habitantes no habían co nocido aún una época de orden. D esaparecidos Lavalleja y R ivera, el general V enancio Flores era la prim era figura política del país. Pertenecía al p artido
La situación uruguaya
colorado, d em ocrático v liberal. E n 1856 fue derribado p o r un m ovim iento del p artid o blanco y colorados disidentes que llevó al gobierno a G abriel Pereira, que consolidó la endeble econom ía oriental con la ayuda brasileña. En 1860 los blancos se afirm aron en el gobierno. Es el p artid o conservador y aristo crático —si cabe este últim o térm in o —, Flores se exilió en Buenos Aires, com batió en Pavón y venció en Cañada de G óm ez, sirviendo a M itre. E n tonces le re c o rd ó a éste que no olvidara a los orientales proscriptos que deseaban volver a la patria. M itre tenía que saldar la deuda e hizo su vista a un lado m ien tras el general Flores planeaba desde Buenos A ires, en 1862, la revolución colorada en el U ru g u ay . Flores agradeció con su dis creción y el 19 de abril de 1863, con sólo tres amigos, se trasladó subrepticiam ente al U ru g u ay , donde desem barcó p roclam ando la revolución. La prensa de Buenos A ires se declaró decididam ente a favor del m ovim iento, p ero los en trerrian o s p ro h ijaro n al gobierno blan co de Berro. Buques nacionales tran sp o rtaro n al U ru g u ay co n trabandos de armas para las fuerzas de Flores en abierta violación de la neutralidad argentina. M ilitares en trerrianos, entre ellos un hijo de U rquiza, reclu taro n voluntarios y se in co rp o raro n a las fuerzas blancas. R azón le sobraba a Juan Bautista A lberdi para afirm ar que en la A rgentina nadie era neutral respecto del c o n flicto oriental. Los p artidos en lucha no eran sino prolongaciones de los partidos argentinos y todos sabían cuál era la influencia que el desenlace podía ten er en la política nacional. La existencia de una p rovincia brasileña a las espaldas del Paraguay —M ato G rosso— a la cual no se podía acceder sino a través de las vías fluviales que dom inaban A rgentina v Paraguay, im pulsaron a los brasileños a buscar un acuerdo con este últim o país sobre navegación y límites. Después de variados incidentes, y cuando Brasil ya había logrado un acuerdo sim ilar en 1856 con el gobierno de Paraná, se llegó a la firm a del tratad o Bergés-Silva Paranhos p o r el cual se aplazaba la consideración de los límites p o r seis años y se convenía la libre navegación de los ríos, c o n fo r me a la reglam entación que hiciera el Paraguay. Pero López, en 1857, reglam entó la navegación de tal m odo que im portaba violar el T ratad o . Lo que pasaba era que el presidente estaba convencido de que la g u erra con Brasil era inevitable y buscaba las m ejores condiciones para su iniciación. En ese m om ento Buenos Aires, segregada, vio con tem o r la
Las relaciones paraguayobrasileñas y paraguayoargentinas
aproxim ación del Brasil a Paraná. M itre d en u n ció los avances territoriales del Im perio y señaló que el Paraguay- era el m uro de co n ten ció n con que A rg en tin a contaba fren te a la expansión brasileña. P araguay decidió estim ular esta posición de Buenos Aires y se declaró n eu tral en el co n flicto que se definió en Pavón. Sin em bargo, p ro n to se iba a in v ertir este esquem a político. E l 12 de o c tu b re de 1862 asumía la presidencia argentina el ei Protocolo . . . . 1/ , / I • 1r • de 1863 y sus general M itre y cu atro días despues tom aba identico cargo en derivaciones P araguay el m ariscal L ópez. La idiosincrasia liberal del nuevo gobierno no podía ver co n sim patía el régim en au to cràtico de A sunción, sentim iento re trib u id o p o r los dirigentes paraguayos que acusaban a Buenos A ires de ay u d ar a los “tra id o re s” de su país. La noticia de la ayu d a prestada p o r el g obierno argentino a Flores aum entó la inquietud p araguaya sobre cuál sería en definitiva la actitu d argentina en una situación de crisis. Pese a las sim patías personales, el presidente M itre se declaró neutral en el co n flicto del U ru g u ay . Lo exigían los principios del derecho internacional y la opinión pública del litoral, fuertem ente adicta a los blancos. U na intervención abierta p odría encender nuevam ente la g u erra civil argentina, que todavía se prolongaba en el oeste. P ero la neu tralid ad argentina era sólo form al. E n junio de 1863 los u ru g u ay o s d etu v iero n al buque argentino “S alto” cuan do tran sp o rtab a c o n trab an d o de g uerra para Flores, situación harto em barazosa p ara las autoridades de Buenos A ires, cu y o canciller acababa de afirm ar la n eutralidad ante el g obierno de B erro en térm inos de una arrogancia casi im pertinente. La verdad es que para Elizalde la n eutralidad consistía en b rin d ar igualdad de o p o r tunidades al g obierno u ru g u a y o y a los rebeldes.1 E l favoritism o p o rte ñ o había indignado al general U rquiza, quien, según el cónsul p arag u ay o en Paraná, José R. Cam inos, ha bría m anifestado la conveniencia de que P araguay firm ara una alianza con U ru g u a y p ara c o n ten er a Buenos A ires, en cu y o caso U rquiza estaría dispuesto p ara ponerse al fren te de un m ovim iento que cond u jera a la separación de Buenos Aires de la C onfederación. Si este paso existió o fue una mala in terp retació n que los agentes paraguayos d ieron a las dem ostraciones de am istad de U rquiza, el resultado fue bastante funesto, pues alentó en el mariscal López la posibilidad de c o n ta r con una escisión argentina fren te al p ro blema que se desarrollaba. 1 Box, Pelham H o rto n , Los orígenes de la guerra de la T riple Alianza, Buenos Aires, N izza, 1958, pág. 99.
En o c tu b re de 1863 se firm ó en tre el gobierno u ru g u ay o y el argentino un P ro to co lo en el que ambas partes se daban p o r satis fechas de sus recíprocas reclam aciones, se fijaban las bases de neutralidad y se establecía para el caso de fu tu ras diferencias el arbitraje del em perador del Brasil. E ste P ro to co lo ponía fin al en tredicho y alejaba la posibilidad de serios conflictos. E n efecto, en setiem bre, el g obierno u ru g u ay o envió al d o c to r L apido a A sunción en busca de un aliado. El presidente Berro abandonaba así su sana p o lítica de “ nacionalizar” la política orien tal, rom piendo con la que calificaba “tradición funesta” de buscar auxilios en el exterior. L apido gestionó ante López la p ro tección de la independencia u ru g u ay a y del “equilibrio co n tin en tal” . D e nunciaba a la vez las violaciones del g obierno arg en tino a la debida n eutralidad y anunciaba que en caso necesario U ru g u a y lucharía solo. López resolvió entonces reclam ar al g obierno argentino por su actitud , en nom bre del interés del Paraguay en el equilibrio del R ío de la Plata y acom pañó a su queja las denuncias de Lapido. Este paso podía co n d u cir a una verdadera ru p tu ra entre Buenos A ires y M ontevideo, y L apido, alarm ado, pidió el retiro de la queja y m anifestó que: L a verdad es q u e hasta el presente el auxilio que ha podido recibir del te rrito rio argentino ha sido miserable. Som os nosotros los que hemos agrandado a Flores.2 El mal estaba hecho. La im prudencia de L apido disgustó a López, pero en definitiva o freció su m ediación en el co n flicto u ru g uayo-arg en tin o . C uando el canciller u ru g u ay o recibió la in form ación de L apido, p ro c u ró m odificar el P ro to co lo y reem pla zar a P edro II p o r L ópez com o m ediador o que fig u raran c o n ju n tam ente. Elizalde hizo n o ta r que el cam bio sería u n desaire para el Brasil y to d o quedó com o estaba. Pero López, a su vez, quedó resentido p o r el rechazo. Insistió en su reclam ación a Buenos Aires, a lo que se le contestó que la cuestión ya estaba zanjada en tre las partes interesadas. P arag u ay vio así fru strad a su intención de in terv en ir en la política rioplatense. Su ap artam iento del aislacionismo lo había llevado a un desaire internacional, doblem ente doloroso para un gobierno nacionalista. La reacción final de A sunción fue expuesta tajantem ente p o r el canciller Bergés: el Paraguay prescindía de las 2 H errera , Luis A lberto de, La diplomacia oriental en el Paraguay, M ontevideo, 1908-1926, tom o ii, pág. 484.
explicaciones argentinas v en adelante atendería sólo a sus propias inspiraciones sobre la cuestión suscitada en la R epública O riental del Uruguay'.
Brasil toma la iniciativa F.n 1863, el nuevo gabinete brasileño, de tendencia liberal, Aplomada la se hizo eco de los reclam os de sus elem entos riograndenses que brasileña deseaban extender su influencia sobre las praderas uruguayas. Com o por otra parte la avuda que Flores había recibido de la A rgentina era insuficiente —aunque no fuese “m iserable” com o confesaba La pido—, el jefe colorado buscó la avuda brasileña. H om bres v armas cruzaron la fro n tera para ayudarle. Las tropas blancas persiguieron a los colorados más allá de los lím ites orientales y dieron ocasión a la protesta brasileña. Ésta no pasó de un p retex to para intervenir en el problem a oriental. La verdad era que R ío de Janeiro veía con alarma la influencia argentina en la pequeña república. Si los blancos triunfaban no dejarían de ten er en cuenta la buena dispo sición de Buenos Aires en el p ro to co lo de o ctu b re y si triu n faban los colorados, lo que parecía bastante posible, Flores era hom bre seguro de Buenos Aires. La diplom acia brasileña se m ovilizó entonces para tom ar parte en el problem a, siguiendo las más antiguas tradiciones nacionales. Y si no se podía desplazar la influencia argentina, se intentaba al menos llegar a un em pate: u nir la propia influencia a la argentina, para limitarla en el com prom iso. Brasil se lanzó entonces a apoyar francam ente a Flores v ad o p tó una diplom acia sim pática hacia Buenos Aires. La coincidencia liberal favorecía el paso v Brasil hacía coin cid ir sus intereses con los nuestros para su beneficio. Fl cam bio de R ío de Janeiro no dejaba m uchas alternativas a .Mitre. D istanciado del P araguay p o r los sucesos relatados, e im posibilitado de cam biar de bando en la cuestión oriental, no podía obligar tam poco a Flores a rechazar la avuda brasileña, que no podía reem plazar sin p ro v o car la reacción del P araguay y tal vez la del mismo Brasil. C uando M itre creía que había logrado salir de su pro p io juego con el P ro to c o lo de o ctu b re, los brasileños le obligaban a c o n tin u ar la partida. O les abandonaba el cam po a su sola influencia, o aceptaba el em pate. Es m uy difícil discernir hoy si existía o tra posibilidad sin m odificar el mismo planteo de la política in terio r argentina. Lo cie rto es que la solución de la op-
Las a u to c ra c ia s en pugna: P edro II , je fe de la a u to c ra c ia im p e ria l b ra s ile ñ a [lito g ra fía de M a u rín , im p re s a por L e m e rc ie r, P a rís ] y el m aris c a l F ra n c is c o Solan o Ló p e z [g ra b a d o re a liza d o en 1870].
ción se presen tó com o lógica aunque costosa: M itre había perdido la iniciativa diplom ática. E l presidente A gu irre, que acababa de suceder a B erro, acórralado p o r la ayuda que recibía Flores, dio el paso desesperado pero lógico de pedir nuevam ente el auxilio del P araguay, m ientras M itre enviaba a M árm ol a R ío de Jan eiro para d efinir ¡a política brasileña y con v en ir las form as de una acción co njunta. E n ese cuadro, se p ro d u jo en m ayo de 1864 el ultim átum bra sileño al g obierno blanco, acom pañado p o r la presencia en el río de la Plata de la escuadra brasileña, donde se enum eran las quejas del Brasil p o r los atropellos fro n terizo s del U ru g u ay . M itre juega entonces una últim a carta: la m ediación co n ju n ta anglo-argentina en tre los partidos en pugna. Si tiene éxito, el Brasil habrá perdido la m ayo r p a rte de sus ventajas. Brasil se in co rp o ra a la gestión com o era previsible y se firm a un acuerdo bastante parecido a una “capitulación h o n o rab le” para los blancos: A guirre queda en el p o d er co n un m inisterio colorado. Pero el 7 de julio, A guirre, presionado p o r el secto r intransigente de su p artido, rechaza a Flores com o m inistro de G u e rra , con lo que fracasa la m ediación. El diplom ático brasileño Saraiva se trasladó a Buenos A ires r . . . . . . . para lo g rar una acción c o n ju n ta sin fisuras co n nuestro gobierno, pero M itre, consciente de la repercusión interna de su actitu d , se lim itó a o frecer la colaboración argentina a la intervención brasi leña. E l P ro to co lo del 22 de agosto im p o rtó el consentim iento dado al Brasil para que actuase p o r su cuenta. M itre esquivaba así
La reacción
ei protocolo Saralva-Elizalde
la acción co n ju n ta y dejaba a su co m p etid o r los riesgos v los frutos de la em presa. E ra una retirad a a medias de su posición anterior. M ientras el presidente p araguayo contestaba en ese mismo mes a su colega de M ontevideo que el P araguay cum pliría su deber de p ro te g e r al U ru g u ay , la flota brasileña atacaba un buque oriental v po co después Saraiva daba el visto bueno para la invasión. El 14 de setiem bre el ejército brasileño invadía el U ru g u ay . La alianza del Brasil y el general Flores com enzaba a o perar. La respuesta del mariscal López no tarda. El 12 de noviem bre / r # r apreso un buque brasileño que navegaba hacia M ato G rosso, v al día siguiente inform ó al m inistro brasileño que el Paraguay consideraba la cuestión com o un “caso de g u e rra ” . Inm ediatam ente López ord en ó la invasión de M ato G rosso. .Juzgadas las posibilidades bélicas de cada co n trin c an te según su potencialidad actual, resulta insólita la actitu d de A sunción. Pero entonces los hechos eran diferentes. El Im perio tenía 35.000 hom bres sobre las arm as p ero sólo 27.000 de ellos en la zona del co n flicto y no se había prep arad o para la g u erra que desataba. Las fuerzas uruguaya?, tan to las de uno com o las de o tro bando, care cían de verdadera significación m ilitar, y requerían apoyo exterior para superar la organización de algo distinto a una división de caballería. El Paraguay, en cam bio, se había p rep arado cuidadosa m ente para la g uerra. T en ía 18.000 hom bres en arm as v una reserva instruida de otros 45.000, sin c o n tar con las milicias departam en tales que sum aban 50.000. Si bien éstas tenían m uv escaso valor m ilitar no puede decirse lo m ismo de los 63.000 hom bres que fo r maban la e stru c tu ra m ilitar paraguaya. Ésta se com pletaba con un sistema de fo rtificaciones en el ángulo de los ríos Paraguay v Paraná, y una flota fluvial de 15 naves capaz de d isp utar el dom inio de los ríos a la escuadra brasileña. Con este p o d erío m ilitar y una estru ctu ra industrial que le proveía de arm as y m uniciones, se com prend e que López no titu b eara en hacer fren te al Brasil. N i siquiera la aproxim ación de éste a la A rg en tin a le podía alarm ar. N u estro país sólo tenía 6.000 hom bres en arm as, com plicados en la defensa de la fro n tera in te rio r y en la custodia del orden p ro vincial. Si bien esas fuerzas podían ser aum entadas con milicias provinciales y la guardia nacional de Buenos Aires, su increm ento requeriría tiem po. Saraiva no estaba seguro todavía del g rado de adhesión argen tina a su p o lítica, p o r lo que ofreció a M itre una alianza en tre los dos países y el m ando suprem o en caso de g u erra, pero M itre
invasión brasileña
Paraguay en guerra con Brasil
se m antuvo partidario de la n eutralidad argentina, com o lo eviden ció en sus cartas a U rquiza en noviem bre y diciem bre de 1864. E n tre ta n to , L ópez confía en que al p ro g resar el co n flicto las JiSnitoS tensiones internas de A rgentina actú en a su favor. E n efecto, sus agentes en Paraná y C o rrientes han continuado trabajando para ob ten er la adhesión de los federales para que se p ro n u n cien co n tra Buenos Aires, anulando así la acción presunta de M itre y logrando la alianza de las dos provincias. Pensaba López que eso conduciría a la hegem onía paraguaya en el R ío de la Plata, ya que era tiem po de “desechar el hum ilde rol que hemos jugado” com o decía el canciller Bergés. E l destinatario principal de aquella m aniobra era U rquiza, p ero la actitu d p ru d e n te de M itre y el brutal asalto a Paysandú realizado p o r las fuerzas unidas de Flores y el ejército V la escuadra brasileña —heroicam ente resistido del 6 de diciem bre de 1864 al 2 de enero siguiente— acrecen la repugnancia de U r quiza p o r una acción cuyc. desenvolvim iento d iplom ático ha p re senciado sin co m p ro m eter su opinión. Llegado el m om ento de la guerra, López le exige una decisión. Pero U rquiza estaba decidido de antem ano. N iega su p articipación, desaprueba a V irasoro que parecía dispuesto a e n tra r en el asunto, v descubre la intriga rem i tiendo a M itre la correspondencia respectiva. Esta intrig a dem oró la acción m ilitar paraguaya en auxilio del gobierno blanco u ru g u ay o . T ra s la catástrofe de Paysandú, en febrero de 1865, A g u irre term ina su perío d o presidencial y asume T om ás Villalba, m oderado, cu y a misión es llegar a un acuerdo pacífico. El 20 de feb rero se firm a el acuerdo p o r el cual Flores asume la presidencia del U ru g u a y . E n el m om ento mismo de com enzar la g uerra, Paraguay ha perd id o a su ú n ico aliado.
La guerra López había inten tad o en to d o m om ento evitar el arreglo entre Buenos A ires y el g o b iern o blanco de M ontevideo, pues sólo la subsistencia del co n flicto le daba la o p o rtu n id ad de actu ar com o m ediador, á rb itro o aliado de una de las partes. El clima político de A sunción quedó asentado en la correspondencia del canciller Bergés: . . . p o r fin to d o el país se va m ilitarizando, y crea V d. que nos pondrem os en estado de hacer o ír la voz del G o bierno Paraguayo en los sucesos que se desenvuelven en el
R ío de la Plata, y tal vez lleguem os a q u itar el velo a la política som bría y encapotada del B rasil. . ,:l Paraguay se prevenía sim ultáneam ente c o n tra Brasil v A rgen tina, no obstante lo cual su m ovilización de m ediados del año 1864 parece haber respondido más a la eventualidad de un conflicto con nuestro país, conclusión a la que llega P. H\ Box considerán dolo an terio r a la fecha de la misión Saraiva, que es la que definió el intervencionism o brasileño.1 P ro d u cid a la g uerra con Brasil y siendo previsible la caída del gobierno blanco, desbaratada además la conspiración del litoral ante la negativa de U rquiza, Francisco Solano López no pensó en ningún m om ento la posibilidad de n eutralizar a la A rgentina. Sin em bargo, tal posibilidad existió. La situación era para M itre excep cionalm ente com pleja. La reacción nacional frente a la destrucción de Paysandú había sido trem enda y enajenado toda sim patía para el Brasil. E n cu an to a Flores, después del P ro tocolo de o ctu b re de 1863, M itre había dejado el cam po abierto a la influencia de Río de Jan eiro y el general colo rad o se había arro jad o atado de pies v manos en el regazo brasileño. M itre no tenía va nada que ganar en el co n flicto u ru g u ay o , p o r eso d urante el año 1864 su política originariam ente intervencionista se transform a en una política de neutralidad. El colapso blanco, sin em bargo, dejaba a nuestro país in ter puesto g eográficam ente en tre los beligerantes. El 13 de enero de 1865, el secretario de la legación oriental en A sunción escribía a M ontevideo: Es term inante, decidida, la invasión a C orrientes, si el “T a c u a rí” no trae la respuesta a la nota paraguaya o si la trae deficiente o evasiva.' La nota en cuestión era el pedido de libre paso p o r el te rri to rio argentino de los ejércitos paraguayos. La respuesta de M itre fue negativa. T al perm iso significaba igual autorización para el Brasil y c o n v e rtir el te rrito rio nacional en cam po de batalla. El 17 de m arzo, siguiendo los planes de López, el C ongreso p araguayo declara la g u erra a la A rgentina, pero sólo se firma su notificación el 29 de ese mes. “El enem igo está en cam a”, dijo :t R e b a l d i, A., La declaración de guerra de la República del Paraguay a la Repiíblica Argentina, Buenos Aires, 1.924, que cita abundante docum en
tación de origen paraguayo sobre el asunto.
4 Box, Pelliam H o rto n , ob. cit., pág. 211. Citado por A. Rebaudi. ob. cit., pág. 124.
López, y con la dem ora buscaba la sorpresa. El cónsul paraguayo recibió la n ota el 8 de abril, p ero co n fo rm e a las órdenes recibidas, no la com unicó al g o b iern o arg en tin o hasta el 3 de m ayo. Para entonces, la invasión se había prod u cid o . U n ejército paraguayo había ocupado sorpresivam ente la ciudad de C orrientes el 14 de abril. M itre había previsto el hecho, aunque carecía de m edios milir ’ _ T tares para enfren tarlo . D u ran te dos anos ha realizado una paciente V seria aproxim ación a U rquiza, c u y a p rim er fru to es afirm ar a éste en su postura nacional y desbaratar la conspiración p ro g ra mada en A sunción. Ya en 1865 M itre pidió a U rquiza una de claración franca de cuál sería su p u n to de vista en caso de que fuera violado el te rrito rio argentino. La respuesta —el 23 de fe b re ro — es clara. N o hay duda en ese caso sobre el cam ino a tom ar V el país m archaría unido a buscar la satisfacción del agravio. Y tem eroso de la influencia brasileña agregó:
Hacia la Triple Alianza
Si la desgraciada hipótesis a que me he referido llegara a re alizarse. . . la R epública no necesita buscar la alianza del enem igo de la potencia que lo agraviase, ni inm iscuirse en sus cuestiones internacionales o civiles." El program a era más teó rico que real p o rq u e difícilm ente p o dían com b atir con eficacia dos ejércitos no com binados c o n tra un mismo enem igo. El Im perio lo sabía y se apresuraba a buscar la alianza enviando a A lm eida Rosa a Buenos Aires, una vez que su m ejor diplom ático, Silva Paranhos, ha co m p ro m etid o a Flores a declarar la g u erra al Paraguay com o precio p o r el ap oyo recibido. Pero Brasil tenía sus dudas sobre la disposición de Buenos Aires, v en las instrucciones a A lm eida Rosa, del 25 de m arzo, se le reco m ienda “evitar que el g o b iern o argentino p reten d a estorbar de cualquier m odo la acción del Im perio co n tra el P araguay” . Pero esas instrucciones son anteriores a la invasión paraguaya. C onocida ésta, la trip le alianza es un hecho antes de estar co n cretad a en un tratad o , el que se discute en abril en tre A lm eida Rosa, C astro —u ru g u ay o — y Elizalde, con la supervisión de M itre. El 1° de m ayo se firm a. Inm ediatam ente se reúnen los firm antes: M itre, U rquiza, Flores, T am an d aré, O sorio v otros. “ D ecretam os la v ictoria”, dice M itre, que p oco antes ha p ro m etid o al pueblo p o rteñ o : “ E n 24 11 D o cu m en to del A rc h iv o del gen eral M itre, citad o p o r R am ó n J.
Cárcano, Guerra del Paraguay. A cción y reacción de la T riple Alianza. Bue nos Aires, Viau, 1941, vol. i, pág. 112. i
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Tratado
horas en los cuarteles, err 15 días en C orrientes, en tres meses en A sunción.” T u v o razón el h istoriador brasileño N a b u co cuando afirm ó que nunca se había co n c re ta d o un tratad o tan fundam ental con tanto apresuram iento. Exigidos p o r las circunstancias, se buscó dar form a de hecho a la alianza. Ésta estuvo a p u n to de naufragar por la cuestión del m ando de las tropas. C uando M itre dijo que si el m ando suprem o no corresp o n d ía al presidente de la República no había alianza, A lm eida cedió. C om o com pensación, T am andaré recibió el m ando suprem o naval. El p ro p ó sito confesado de la Alianza es “ hacer d esaparecer” el gobierno de López, respetando la “soberanía, independencia e integridad te rrito ria l” del Paraguay. Es la prim era vez en la historia, probablem ente, que se aplicó un principio que si no igual, es niuv próxim o al de la “ rendición incondicional”, pues no había posibilidad, alguna de un cam bio de gobierno espontáneo en Paraguay. T am p o co se respetaba la inte gridad te rrito rial desde que se fijaban los lím ites del Paraguay con Brasil y A rgentina, con generosidad para los aliados. En realidad, los argentinos no sabían hasta dónde iban sus derechos territoriales v o p taro n p o r la reclam ación más amplia. Casi inm ediatam ente de firm ado el tratad o , Brasil reacciona y a su pedido se firm a un p roto co lo reversible que establece que los lím ites argentinos —fi jados sobre el río Paraguay hasta Bahía N e g ra — son sin perjuicio de los derechos de Bolivia. Este p ro to c o lo es la prim era gran de rrota argentina en la alianza. Brasil había p o r ella neutralizado los derechos argentinos v creado un co n flicto latente con Bolivia. T am b ién se pacta que Paraguay será obligado a pagar las deudas de g uerra. Pero el grueso de las cláusulas del T ra ta d o no está dirigido c o n tra P araguay sino al recíp ro co c o n tro l de los alia dos, en clara m anifestación de la m utua desconfianza: ninguno de los aliados p o d rá anexarse o establecer p ro te c to rad o sobre Para g uay (cláusula 8^), no p o d rán hacer negociaciones ni firm ar la paz p o r separado (cláusula 6^), se garanten recíprocam ente el cum plim iento del tratad o (cláusula 17? ). E n el T ra ta d o , M itre com etió un erro r: se declara, en una frase elocuente y política, que la g u erra es c o n tra el gobierno de López y no c o n tra el pueblo paraguayo. C u atro años después, en la célebre polém ica con Juan Carlos G óm ez, M itre debió rectifi carse: los argentinos no habían ido al Paraguay a d errib a r un tirano sino a vengar una ofensa g ratu ita, a reconquistar sus fronteras de hecho v de derecho, a asegurar su paz interio r y exterior, y habría
obrado igual si el invasor hubiese sido un g obierno liberal y civi lizado. E ra la verdad tardía, p ero tam bién era cierto que se había ido a la g u erra con m enos escrúpulos co n tra un “régim en b á rb a ro ” . La c rítica del T ra ta d o no sería justa si no se agregara que los brasileños qued aro n disconform es con él a raíz de los lím ites atri buidos a nuestro país. Para el C onsejo de Estado im perial, el trata d o es un triu n fo de la diplom acia argentina; para los intereses brasile ños, un calam itoso convenio. A rgentina ha obtenido la m argen oriental del Paraná hasta el Iguazú y la m argen occidental del P araguay hasta el paralelo 20; ha logrado una fro n tera com ún con el Im perio, lo que éste había tratad o cuidadosam ente de evitar. N u n ca la A rgen tin a podía haber p reten d id o extenderse arriba del río Berm ejo o com o m áxim o del Pilcom ayo. Los nuevos límites le darán una influencia decisiva sobre el Paraguay. Sin em bargo, el T ra ta d o ha sido ratificado v solo restaba al Im perio perm anecer en guardia. T ra s u n año y m edio de g u erra y estando ya los ejércitos alia dos en te rrito rio p araguayo, la d erro ta p rácticam ente inevitable im puso al m ariscal L ópez a p ro p o n e r una conferencia de paz al general M itre, que se llevó a cabo en Y ataití-C orá el 12 de setiem bre de 1866. M itre rem itió a la decisión de los gobiernos aliados, p ero la conferencia fue in terp retad a en R ío de Janeiro com o un inten to arg en tin o de n egociar una paz separada c o n tra lo estipu lado en el T ra ta d o , p ero será Brasil quien años más tard e firm ará la paz p o r separado, en una nueva ofensiva diplom ática co n tra la A rgentina. La d e rro ta de C u ru p aity conm ovió a los aliados que ya sopor taban la presión internacional. P araguay se presentaba al m undo com o la nación pequeña y sufrida que soportaba el asalto de los dos colosos de Sudam érica. Las naciones del Pacífico la llaman “ la Polonia am ericana” —antes alguien la llamó co n igual o m ayor acierto “ la Prusia am ericana”— y censuran severam ente a los alia dos. Éstos se dedican a rep o n er las pérdidas sufridas. Brasil aum enta sus tro p as m ientras las provincias argentinas se sublevan y los reclutas se desbandan. N o sólo no se reponen las bajas argentinas, sino que la m itad del ejército es retirad o para dom inar la rebelión interior. C uando p o r fin ésta ha sido contenida y M itre vuelve a asum ir el m ando suprem o aliado, la prep o n d erancia m ilitar del Im perio en el teatro de g u erra es enorm e. La m uerte del vice presidente Paz obligó a M itre a resignar el m ando suprem o, y ya no fue cuestión de p lan tear com o en 1865 que el m ando corres-
pondiera a un general argentino. N o se luchaba en nuestro te rri to rio sino en el p araguayo, y las tres cuartas partes del esfuerzode guerra corresp o n d ían al Brasil. F.1 m ando co rrespondió al ma riscal m arqués de Caxias. A rgentina había p erd id o, por im perio de sus circunstancias interiores, la con d u cció n m ilitar de la guerra com o antes había perd id o su conducción diplom ática.
Las operaciones militares Inm ediatam ente de conocida la invasión al territo rio argéntino, se dispuso la form ación de las fuerzas nacionales, cuva van guardia se puso bajó las órdenes del general U rquiza. La invasión fue realizada p o r 31.000 soldados paraguayos, di vididas en dos colum nas: una de 20.000 (general R obles) avanzó* bordeando el Paraná, la o tra (coronel E stigarribia) buscó la costa del U rug u ay . F.l plan de López era m antener separados a los alia dos apoderándose de C orrientes y F.ntre Ríos. Se presum e que pensaba batirlos p o r separado, pero para ello dividió sus tropas debilitándolas. Para colm o, el m ando de las fuerzas paraguayas fue pésimo en el plano técnico. Robles se detuvo en G o v a, sin ningún objetivo m ilitar, abandonando a su suerte a la colum na del U ru guay. Le ocupaban tal vez am biciones políticas, que luego co n d u jeron a su fusilam iento. F.stigarribia o cupó U ru g u avana, en te rri torio brasileño, v se m antuvo a la defensiva. F.I p ro v e c to paraguayo exigía un espíritu netam ente ofensivo v aun audaz, pero nada de eso hubo v el generalísim o, mariscal López, no abandonó el te rri torio paraguayo. Los argentinos respondieron con un audaz golpe de m ano de Paunero sobre C orrientes (25 de m ayo) co rta n d o las com unica ciones de Robles con el Paraguay, pero la falta de apoyo de la escuadra brasileña le obligó a renunciar a su objetivo. Paunero recibió entonces órdenes de in corporarse a U rquiza, pero se d e m oró v las tropas de éste se desbandaron en Basualdo, reluctantes a pelear co n tra el Paraguay v a favor de los p o rteñ os y brasileños. M itre, evitando caer en el mismo e rro r que el enem igo, c o n ce n tró sus fuerzas en E n tre Ríos, donde el 17 de agosto, en Yatay, se dio la prim era batalla de la g uerra. Diez mil aliados al m ando del general Flores, jefe de la vanguardia en reem plazo de U rquiza, co n tra tres mil paraguayos sin artillería v m andados p o r un m ayor, que fu ero n aniquilados totalm ente, p erdiendo dos mil hom bres en-
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f R osario
San Joaquín
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C ara g u a ta y
Luque A S U N C IÓ N * R e n d ic ió n
3 0 - X I1-1861
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/r P ir ib e b u y
P a rag uary
V illa Franc.
San F e rn a n d o C u a rte l g e n e re ! de López
Marcha del Ejército Aliado v illa del P ila r H u m a itá
_ — — . . . Marcha del Ejército Paraguayo . . Fortificaciones de los paraguayos
'G uerra d e la T rip le A lia n za .
O p era c io n e s m ilita re s en te rr ito rio p a rag uayo.
tre m uertos y heridos y el resto prisioneros. Los vencedores se c erraro n sobre U ruguayana, donde E stigarribia debió rendir su división sin lucha el 18 de setiem bre, al ejército va com andado p o r M itre. Estas operaciones pusieron fin irrecusable a la am pulosa o fen siva paraguaya con la que el m ariscal L ópez pensaba d e rro ta r a los aliados. E l 7 de o c tu b re dio o rd en de retirad a a la colum na del Paraná donde el general R esquín reem plazaba a Robles. A fin de mes los paraguayos habían recru zad o el Paraná. Influencia decisiva en esta retirad a fue la d e rro ta naval del R iachuelo (11 de ju n io ), donde el alm irante Barroso deshizo a la escuadra paraguaya, lo que hizo tem er a López que sus tropas fueran cortadas en su reti rada. Pero la escuadra brasileña contem p ló inerte el pasaje de los paraguayos, e rro r que costó c u a tro años de d u ra lucha. La g u e rra en tró entonces en una nueva etapa. El ejército alia do se c o n c e n tró en las cercanías de la ciudad de C orrientes para p rep arar la invasión al te rrito rio enem igo, tras rech azar una in c u r sión paraguaya (batalla de Corrales, 31 de enero de 1866). A p rin cipios de abril, M itre había logrado reu n ir un ejército de 60.000 hom bres (30.000 brasileños, 24.000 argentinos y 3.000 u ruguayos) con 81 piezas de artillería y disponía además de un ejército brasi leño de reserva de 14.000 hom bres y 26 cañones, m andado p o r el barón de P o rto A legre. El desam paro m ilitar en que se habían en co n tra d o los aliados al p rincipio de la g u erra no había sido ap rovechado p o r el mariscal López. A l cabo de un año y m ediante un trem en d o esfuerzo habían levantado un ejército form idable, el m ay o r que hasta entonces había visto Sudam érica en una cam paña. Los problem as logísticos que presentaba la m ovilidad, abastecim iento y batalla de sem ejante fuerza eran enorm es, to talm en te nuevos, y d ebieron ser resueltos p o r el general M itre. Su solución co n stitu y ó tal vez su m ayor m érito com o c o n d u c to r m ilitar. Para los aliados, y en p a rtic u la r para argentinos y orientales, la cam paña sobre el P araguay representaba un gén ero de guerra igualm ente nuevo. U n te rre n o de bosques, selvas y esteros, espe cialm ente apto para las operaciones defensivas y dificultoso para la ofensiva, un clim a tro p ical cuyas nefastas consecuencias para la salubridad de las tro p as p ro n to iba a sentirse: una gu erra, en suma, especialm ente de infantería. Adem ás, los paraguayos contaban con un cin tu ró n de fo rtificaciones que cerraba el cam ino hacia A sun ción y que apoyaba u n extrem o sobre el río P arag u ay V el o tro
Retirada paraguaya
Invasión al Paraguay
Características de esta guerra
sobre los esteros, lo que exigía un esfuerzo artillero v la colabora ción naval. Los progresos técnicos que el arte bélico evidenciaba en E uropa no habían llegado a nuestras tierras. Los beligerantes no disponían de fusiles de re tro carg a ni de cañones de ánima rayada. Sus armas eran más o m enos equivalentes a las utilizadas p o r los ejércitos europeos en la g u erra de Crim ea diez años antes, o sea anteriores a la revolución técnica m ilitar. Las fortificaciones para guayas, aunque estaban lejos del nivel de sus equivalentes europeas, dem ostraron ser plenam ente aptas para sus fines. G u e rra de grandes masas hum anas, com o sus contem poráneas, la de Secesión v la austro-prusiana, fue adem ás una guerra san grienta p o r la tenacidad de los contendientes. C om batir co n tra un tirano era un eufem ism o de los aliados, pues el m ariscal López tenía atrás a to d o su pueblo, e invadido defendió su te rru ñ o con ve hemencia. La m ejor ocasión que quedaba a los paraguayos era im pedir el cruce del Paraná a los aliados o arrollarlos ni bien pisaran la m argen defendida p o r ellos. El general M itre planeó la operación, una de las m ejores de la gu erra. M uchos de sus jefes, acostum brados a o tro tip o de lucha, no co m p ren d ían lo que pasaba, v es ilustrativa al respecto una carta del- general Flores:
Cruce del Paraná
N o es para mi genio lo que aquí. T o d o se hace por cálculos m atem áticos; v en levantar planos, m edir distan cias, tira r líneas y m irar al cielo se pierde el tiem po más precioso.7 El 16 de abril se inició el pasaje. El p rim er escalón (general O sorio, brasileño) debía c o n te n e r la reacción enem iga, el segundo (general Flores) apoyarle. O sorio arrolló a los paraguayos que no adoptaron ninguna m edida contraofensiva v se ap oderó del fuerte de Itapirú. El 19, el grueso del ejército, p ro teg id o p o r esa cortina de 15.000 hom bres, com enzó el cru ce del Paraná. López re tiró sus fuerzas sobre el estero Bellaco. M ientras los aliados se reorganizaban con una lentitud excesiva, López se deci dió p o r pasar a la ofensiva. N i sus concepciones estratégicas fueron valiosas, ni su ejecución p ru d en te, ni los m andos subordinados fueron inteligentes. Se hizo en cam bio derro ch e de valor p o r jefes V soldados. Del lado aliado, la con d u cció n en todos los niveles principales fue francam ente superior, v el derro ch e de valor igual 7 Citada en “Crónica A rgentina", nv 54, pág. 205.
Contraofensivas paraguayas
al adversario. La contraofensiva de López va a ser terriblem ente costosa en vidas, sobre to d o para sus tropas, pues se perderá la flor del ejército paraguayo. D urante un mes v m edio realiza estas operaciones ofensivas, siendo rechazado sin excepción. En Estero Bellaco (2 de m ay o ) caen 2.000 hom bres p o r bando, en T u y u tí —la m ayor batalla de S udam érica— (24 de m av o ) en cinco horas de lucha caen 13.000 paraguayos entre m uertos y heridos v 4.000 aliados. D espués de este trem en d o fracaso, siguen Yataití Corá v Ñaró. M itre no aprovecha estos fracasos. En su cam po han surgido disidencias en tre los jefes de las distintas naciones, que enarbolan concepciones tácticas distintas, que traban las operaciones. Por fin. (Mitre ordena atacar las trincheras paraguayas de donde parten los ataques de López. Las posiciones son fuertes y los brasileños fra casan frente al B oquerón (16 de julio) y los argentinos y orientales frente al Sauce (18 a 21 de julio), que cuesta 5.000 hom bres a los aliados v 2.500 a los paraguayos. Estos fracasos se com pensan cuan do se conquista la fortaleza de C iiruzú p o r la acción com binada de T am an d aré v P o rto A legre. El triu n fo de C uruzú abre a .Mitre la posibilidad de atacar C urupaity. F.1 ataque se com bina entre ejército y escuadra. La dualidad de los m andos se pone en toda su evidencia. T am andaré resiste la operación v finalm ente inicia el bom bardeo de las fo rti ficaciones. Éstas quedan intactas v cuando el alm irante brasileño avisa que puede iniciarse el asalto terrestre, éste es rechazado to tal m ente. 4.000 bajas sufriero n los aliados v sólo 92 los defensores. Este fracaso levanta una ola de recrim inaciones. M itre acusa oficial m ente a T am an d aré de no haber cum plido con su deber. El minis tro de G u e rra del Brasil renuncia, T am andaré v P o rto A legre son relevados. El m arqués de Caxias es n om brado jefe de todas las fuerzas brasileñas. E n Buenos Aires, acrecen las críticas c o n tra la conducción de una g u erra que el grueso del país rechaza v de la que Buenos Aires va se cansa. ¡Mitre se dedicó entonces a rehacer el ejército , que era además diezm ado p o r el cólera, la disentería, y el paludism o. El general argentino, considerando inexpugnables p o r el m om ento las fo rti ficaciones paraguayas, p ro y e c tó un m ovim iento de flanqueo por el este, para interponerse en tre las fo rtificaciones y A sunción. Pero las dificultades para rem o n tar las tropas son m uv grandes. Los ar gentinos deben retirar, a su vez, fuerzas para destinarlas al frente interno —revolución de los colorados— v Brasil debe re c u rrir a la m anum isión de esclavos para cu b rir las bajas. Las operaciones
Tuyutí
Curupaity
El flanqueo de las fortificaciones
El m e d io g e o g rá fic o y la e v o lu c ió n té c n ic a h ic ie ro n de la in fa n te ría el a rm a p re d o m in a n te en la g u erra de la T rip le A lia n z a . [D e s e m b a rc o del e jé rc ito a rg e n tin o fr e n te a las trin c h e ra s de C u ru zú el 12 de s e tie m b re de 1866, óleo re a liz a d o por C án d id o Ló pez.]
quedan interrum pidas hasta junio de 1867, en que ¡Mitre inicia el m ovim iento de flanqueo p ro y ectad o . López trata de im pedirlo y desde el II de agosto hasta el 3 de noviem bre disputa encarniza dam ente el terren o a los aliados que term inan p o r com pletar la operación de flanqueo éxitosam ente (batallas de Paracaé, Pilar, O m b ú , T a y í, T ataiybá, Potrero de O bella y T u y u t t) . E n el m om ento mismo de reco g er el fru to de este esfuerzo, la m uerte del vicepresidente Paz im puso a M itre abandonar la co nducció n del ejército aliado, cu y o m ando pasó al m arqués de Caxias. López había quedado en cerrad o en su c u a d rilá tero ' fo r tificado. A p a rtir de ese m om ento. López, n o podía ten er la m enor duda de la d erro ta paraguaya. El país estaba desangrado v era el m o m ento de m editar la exigencia de la T rip le Alianza de que aban donara el p o d er com o requisito de la paz. López no lo entendió así y se lanzó a nuevas cam pañas donde su pueblo pereció p rá ctica m ente en masa. El 23 de m arzo de 1868 L ópez evacuó p o r el C haco la fo rta leza de H u m aitá donde quedó una pequeña g uarnición y cruzando nuevam ente el P araguay, se in terpuso en el cam ino de A sunción sobre la línea del T e b ic u a ry . H um a itá todavía rechaza un ataque brasileño en julio v luego los paraguayos la abandonan para ser bloqueados en Isla Poi p o r la escuadra v el general Rivas, donde deben rendirse.
E l fre n te in tern o parag u ay o da los prim eros síntom as, de res quebrajam iento. D istinguidas personalidades organizan un com plot para d e rrib a r al m ariscal y hacer la paz. L ópez los descubre v eje cuta a sus dos herm anos, a! obispo de A sunción v a otras persona lidades. Se organiza un cam pam ento de prisioneros v m uchos habitantes de A sunción huyen. E l m ariscal se re tiró entonces a una nueva línea defensiva en P ik y sy r y , p rácticam en te inexpugnable. Caxias o p tó p o r franquearla p o r el C haco. L ópez en vez de retirarse decidió batirse en esa línea, lo que fue un grave erro r. Sólo le quedaban 10.000 hom bres de su o tro ra m agnífico ejército. Caxias atacó con 24.000 hom bres. Los pa raguayos fu ero n d erro tad o s en Y to ro ró (diciem bre 6) v en A va h y (diciem bre 11). D el 21 al 30 de diciem bre se batieron bajo la d irec ción personal de López en L om as Valetitinas. H asta niños de 12 años luchan en sus filas. C ay ero n 8.000 paraguayos y 4.000 aliados. F.l ejército de López había desaparecido y sus m ínim os restos se rindiero n en A ng o stu ra el 30 de diciem bre de 1868. López huyó a las m ontañas del in terio r, m ientras los aliados entraban en una A sunción despoblada, el 5 de enero de 1869, y casi inm ediatam ente se instalaba un g o b iern o pro-aliado. La g u erra había term in ad o p rácticam ente. El pueblo paragua y o había p erd id o el 90 % de su población m asculina según estim a ciones respetables. Los mismos aliados se h o rro rizaro n de su victo ria. A un hoy, el sacrificio de aquel pueblo v las discutidas circu n s tancias en que A rg en tin a e n tró en la g u erra hacen que m uchos sectores cu b ran aquel acontecim iento con un silencio piadoso o con una crítica vehem ente.* D esde entonces, la g u erra entra en un p eríodo que podem os llam ar de policía y queda a cargo casi exclusivo de las fuerzas brasileñas com andadas entonces p o r el conde de E u. L ópez, con una tenacidad que se p u ede calificar de dem encial, insiste en resistir con unas tropas ham brientas v desnudas. Es vencido nuevam ente en P eribebuy y R u b io Ñ ti (12 v 16 de ag o sto ). De allí López inicia un perip lo p o r los cerros, sin ninguna esperanza. Sólo le quedan 500 hom bres cuando el 1° de m arzo de 1870 es alcanzado en C erro C orá, donde es b atido v m u erto p o r los brasileños. s El m ovim iento revisionista ha sido particularmente virulento en esta crítica y el país ha velado con el silencio el centenario de la guerra. La crítica a los acontecim ientos políticos que llevan a la guerra y se desarrollan paralelamente a ella puede ser justa según cuáles sean sus térm inos y argu mentos. En todo caso es lícita. Pero parece haber olvidado, a la vez que alaba el heroísm o paraguayo, el de los propios argentinos, que escribieron con su sacrificio la penúltima página épica de nuestro pasado.
Campaña de Pikysyry
Toma de Asunción
LOS AÑOS DE TRANSICIÓN
El cam bio económico y social
P reten d er señalar hitos en el tiem po histórico es una tarea mación^enTa engorrosa, pues la elección depende del p u n to de referencia desde y múltiple el cual se hace. La vida institucional nos ofrece jalones bien m ar cados com o son 1853 —año de la C o n stitu ció n — v 1880 —año de la solución del problem a C apital—, El proceso social tiene límites m enos precisos, uno de los cuales puede ser la década del 60 con el com ienzo de la gran inm igración. Si nos atenem os a la pugna entre Buenos Aires v el interior, los años claves son 1852, 1861 v 1880. Un enfoque económ ico puede llevarnos a to m ar com o datos fundam entales el predom inio del ovino, la prim era exportación de cereales v la aparición del ferro carril. Pero todos estos datos se en trecru zan en el p erío d o c o m p ren dido en este L ibro com o La reconstrucción argentina desde 1852 a 1880, tres décadas donde el rasgo fundam ental es la reco n stru c ción institucional de la R epública. Este en trecru zam iento no es accidental, pues revela la fuerza definitoria de esos años. N uestra patria cambia. El g obierno de ¡Mitre es el últim o estadio de la A rgentina épica, donde va se co n fig u ran rem ozam ientos parciales que señalan el advenim iento de cam bios niavores. Éstos serán cada vez más varios v sensibles hasta co n fig u rar, hacia 1880, una imagen nueva v reconocible: la A rgentina m oderna. Una década larga (1868-1880) que com prende dos presiden cias, señala una transición política: las líneas paralelas interiorfederal v Buenos A ires-liberal cesan de existir. El In terio r se torna liberal v el partido A utonom ista se vuelve nacional, v con su conversión al liberalismo, los provincianos reconquistan la c o n d u c ción nacional.
En el plano económ ico v social el cam bio es todavía más in tenso, v com o los cam bios históricos 110 suelen ser violentos, sus prim eros indicios se dan en la presidencia de M itre: entre las gue rras civiles se desarrolla el ferro carril, m ientras la guerra del Pa raguay consum e a los argentinos —v a sus aliados v adversarios— otros hom bres, inm igrantes, llegan al país. La A rgentina heroica m uere v va viendo la luz la A rgentina nueva. El censo de 1869 da la prim era im agen de un cam bio incipiente v el p u n to de co m paración para el fu tu ro . De allí en adelante, la radicación del inm i grante, la lucha co n tra el analfabetism o, el desarrollo del ferro ca rril, el régim en de la tierra, la im plantación de nuevas industrias, la aparición de la fábrica, el desarrollo de la ag ricu ltura v del cam po alam brado, serán notas fundam entales de la m etam orfosis de los años de transición. E l censo nacional de 1869, el prim ero desde la R evolución de M ayo, tiene el valor de una radiografía nacional. 1.737.000 habi tantes de los cuales 495.000 o sea el 28 % del total, vivía en la provincia de Buenos Aires. La ciudad de este nom bre tenía 177.700 pobladores y se destacaba co n caracteres p ropios en el co n ju n to nacional. Sólo otras dos ciudades pasaban de los veinte mil habi tantes: C órdoba con 28.000 y R osario con 23.000. Solam ente cinco ciudades más excedían los diez mil habitantes, en tre ellas Paraná, la ex capital provisional de la nación. Pero Buenos A ires no sólo era distinta p o r sus dim ensiones. Los extranjeros constituían el 12,1 % de la población del país, p ero en la ciudad de Buenos Aires representaban el 47 c/<. Y dado que la población infantil era escasa entre los inm igrantes, el p o rcen taje subía al 67 % si se consideraba sólo la población m ay o r de 20 años. La población extranjera se co ncentraba en un 48 r/< en Buenos A ires v la cam paña aledaña, o sea que co n trib u ía a la concentración de la población en el área de influencia del p u erto . El 52 % res ta n te se con cen trab a, p rincipalm ente, en E n tre Ríos, Santa Fe, C ó r doba y M endoza, q u edando el resto del país casi ajeno al m ovi m iento inm igratorio. C om o consecuencia de éste, la parte más poblada del país iba cam biando su fisonom ía v sus hábitos, al m ismo tiem po que crecía el desequilibrio en tre la zona litoral y central respecto del norte de la R epública. Buenos A ires era una ciudad de italianos, españoles V franceses. La provincia tenía un total de 151.000 extranjeros, en tan to que en Santiago del E stero sólo había 135. Este m ovim iento inm ig rato rio se había iniciado tím idam ente 13=5
El censo de 1869
Inm igración
A rrib o de in m ig ra n te s .
en la década del 50, había tom ado im pulso d u ran te la presidencia de M itre y crecid o aún más d u ran te la adm inistración de Sarm iento. La dism inución que se registró bajo Avellaneda se debió a la crisis de 1876-78, p ero el im pulso estaba dado y, desaparecido el obs táculo, tom ó un ritm o crecien te desde 1880. U na tesis de la época ratificaba los conceptos de A lberdi y revelaba cuál era la opinión general sobre el problem a. N o somos ricos, decía, tam poco conocem os la m iseria; la riqueza es el trabajo y p o r ello un poderoso elem ento de prosperidad es la inm igración; ella poblará el desierto y asegurará las fron teras; es necesario que el inm igrante p en etre en el in te rio r del país; la venta de la tierra pública facilitará su asentam iento.1 E l problem a de la tierra pública estuvo estrecham ente ligado al de la inm igración y tam bién al del desarrollo de la población ru ral nativa. M ás del 75 % de la población era rural. Ya hemos expuesto las ideas de M itre sobre el problem a. S arm iento había presentado en 1873 u n p ro y e c to de ley de tierras v colonización que fue rechazado. A ños después dijo de sí mismo: F u ero n las leyes agrarias en las que fue más sin atenua ción d erro tad o y vencido p o r las resistencias, no obstante que a ningún o tro asunto consagró m avor estudio.2 1 R iera , Manuel, La inmigración, Buenos Aires, 1875. La Biblioteca de la Facultad de D erecho de la Universidad N acional de Buenos Aires posee uno de los raros ejemplares de esta obrita. 2 Citado por A lberto Palcos, “Presidencia de Sarm iento” en Academia N acional de la H istoria, Historia A rgentina Contemporánea, vol. i, sec ción, pág. 131.
La tierra pública
L u cio V. M a n s illa .
G a u c h o de la época.
Para los sec to re s d irig e n te s , el fe n ó m e n o in m ig ra to rio fu e a m b iv a le n te . El " n o ta b le " era el p iv o te de la p o lític a de la épo c a . El g a u c h o un p e rs o n a je m a rg in a l. El in m ig ra n te p la n te ó un a c ris is de id e n tid a d n a c io n a l p a ra el a rg e n tin o , q u e c o m en zó a to m a r “ la s u s titu c ió n de la socie d a d a rg e n tin a . . . " [En las fo to g ra fía s : L u cio V. M a n s illa , a los 73 años: a rrib o de in m ig ra n te s a fin e s d e l siglo pasado, y g a u c h o de la m is m a é p o c a .]
Estas resistencias provenían de los intereses de los terraten ien tes v especuladores de tierras. Sólo 8.600 p ropietarios rurales había en el país v m uchos de ellos poseían grandes extensiones. Pero Sarm iento no se dio p o r vencido. Sostuvo que la tierra era un elem ento de trabajo, un capital no desperdiciable v que p o r lo tan to debía no exceder una extensión determ inada. Se lanzó en tonces a la form ación de colonias, de las que C hivilcov sería m o delo. Sarm iento la calificó “el program a del Presidente” y se autodenom inó “el caudillo de los gauchos transform ados en p acífi cos vecinos” . D u ran te su g o b iern o v el de A vellaneda se fundaron, sólo en C ó rd o b a v Santa Fe, 146 colonias. Su lema “alam bren, no sean bárb aro s” se hacía realidad. Sólo en 1877 v tras dos años de debates, logró Avellaneda la sanción de la lev de tierras públicas que tratab a tam bién de la inm igración, enlazando am bos problem as. Pero dictada en plena crisis económ ica, la lev no tu v o aplicación inm ediata v la tierra siguió el proceso p redom inante de su acum ulación en pocas manos, facilitado p o r el uso que hacían los hacendados de las cédulas hipotecarias v luego p o r los repartos de tierras com o prem ios por la cam paña del desierto, pues la m av o r parte de los prem iados vendieron sus premios.
N o obstante este proceso, la afluencia de una nueva población rural aum entó el núm ero de propietarios y com enzó el desarrollo agrícola del país. D ejó de im portarse trig o y p o co después el país se con v irtió en ex p o rtad o r de harina. E n 1875 los cereales eran el ru b ro de m ay o r crecim iento en las cargas del ferro carril Sur; en 1876 se ex p o rtaro n 7.642 toneladas de m aíz a G ra n Bretaña y en 1878 se hizo la prim era exportación de trig o , lo que Avellaneda consideró el acto capital de su gobierno. E n cu an to a la ganadería, el vacuno había dejado de constituir el eje de la exportación, que se había desplazado hacia los ovinos: 57.500.000 cabezas, 85 % de ellas ya mestizadas son el signo de su im portancia, que se com pleta co n o tro dato: en 1880 la lana sucia constituía el 50 % de los p ro d u c to s ganaderos exportados. El lanar tam bién entrab a en com petencia con el vacuno en los saladeros, desplazándolo de su an terio r dom inio absoluto. La m estización del vacuno era m ucho más lenta y en 1880 sobre un to tal de 13.337.000 cabezas no alcanzaba al 3 % . C uando en 1874 la Sociedad R ural A rgentina hizo su p rim era exposición, se exhibieron 71 lanares v 13 vacunos, fiel reflejo de la im portancia respectiva de esos ganados.
A gricultura
Si bien hacia el fin de la presidencia de Sarm iento no se puede hablar de una industria propiam en te dicha, se dan los prim eros síntom as de su desarrollo. E n 1874 se p ro d u cen doscientas mil resmas de papel y hay en el país 70.000 m áquinas y herram ientas lo que supone un aum ento respecto de 1868 del 1.200% . Las industrias del vino y del azúcar prosperan igual que los m olinos harineros, las jabonerías, som brererías y fábricas de ropa. H acia 1880 se anotan tam bién fábricas de fósforos, industria m aderera, aceitera, de carruajes, del vidrio, m ueblería, etc. E n 1875 se crea el C lub Industrial, que sería u n p ro m o to r del p roteccionism o in dustrial fre n te al m ovim iento librecam bista p redom inante, fom en tado p o r los exportadores.
industria
E n este esquema económ ico, el ferro carril juega un papel fundam ental. D os son las principales creaciones del p eríodo que se agregan a la red del F e rro c a rril al O este, p ropiedad de la p ro vincia de Buenos Aires: el F erro carril al S ur y el F errocarril C entral A rg en tin o que unía R osario con C órdoba y luego con T u cu m án . A m bos eran de capital británico. El p rim ero servía una necesidad preexistente de la cam paña bonaerense, para dar salida a la p ro d u cció n agropecuaria de la provincia. Fue una empresa gananciosa desde el com ienzo, bien adm inistrada v que no necesitó de donaciones de tierra adicionales p o r p arte del Estado, cuva
garantía cesó en 1875. En cam bio, el F erro carril C entral A rgentino fue una em presa de fo m en to nacional, tendiente a facilitar el arraigo de nuevos pobladores y de aum entar la p ro d u cció n de la región p o r él servida. Inicialm ente fue una em presa deficitaria que nece sitó de la garantía estatal. Los capitales de estas em presas co rres p ondieron en su casi to talidad a inversores de la clase media inglesa. Los capitales argentinos siguieron p refirien d o la inversión en tierras V se desinteresaron de los ferrocarriles. C uando las com pañías tra taron de atraerlos, no lograro n colocar 5.000 acciones en el país. A l term in ar la presidencia de A vellaneda existían 2.475 kms. Buenos Aires de vías férreas en explotación y otros 381 kms. en construcción. H acia 1870 aparecen las prim eras líneas de tranvías para transporte de pasajeros en la ciudad de Buenos Aires que ofrece otras trans form aciones básicas: se c o n stru y en con un em p réstito las obras sanitarias de la ciudad, se instala el alum brado de gas, aparecen los prim eros edificios de c u a tro plantas. Buenos A ires deja de ser una ciudad del tip o de las del sur español para ad o p tar una fisonom ía europea, cosm opolita. Los nom bres extranjeros son de buen tono y cerca de la co n fitería del Á guila se levanta la confitería de la P a ix . , . T o d o s estos progresos no se p ro d u cen sin costos v sobresaltos. c-risis financiera H acia 1873 se advierten los prim eros síntom as de una crisis p ro vocada, aparentem ente, p o r el exceso de circu lan te que pro d u jo una euforia exagerada en los negocios y las especulaciones v un alza de los precios. En 1874 el exceso en la im portación condujo a la necesidad de ex p o rtar d in ero en m etálico. El g o bierno nacional retiró fuertes sumas del Banco de la P rovincia de Buenos Aires para pagar sus obligaciones, el Banco restringió el créd ito v esto, unido a las fuertes inversiones especulativas, creó una escasez súbita de circulante, que tra jo aparejada la paralización de los negocios, las quiebras, la red u cció n de la im portación y la consiguiente fuerte dism inución de las rentas del Estado. C om o una buena pro p o rció n de éstas era destinada al pago del servicio de la deuda contraída en el exterior, la posibilidad de una suspensión de los pagos am e nazó el créd ito internacional de la A rgentina. La situación se fue agravando hacia el año 1876, com plicada p o r la inestabilidad política que se p ro lo n g ó hasta la política de conciliación del año siguiente. Pero las bases económ icas del país no habían sido afectadas p o r la crisis. El cam po co n tin u ó aum en tando su p ro d u c c ió n y eso perm itió m antener un ritm o de expor tación sostenido —aunque in ferio r a los años anteriores— hasta que
pudo ser superada la crisis financiera. En esta ocasión el cam po salvó al país. Salvó tam bién a los ferrocarriles, cu v o nivel de in gresos los m antuvo al m argen de la crisis. La acción del g obierno no fue en m odo alguno pasiva en esta em ergencia. E n el m om ento c rític o suspendió la convertibilidad de la m oneda-papel en m etálico para evitar la desaparición de éste. El gobierno realizó fuertes econom ías —el gasto público descendió de más de trein ta y un m illones de pesos en 1873 a algo m enos de veinte millones en 1877— y ex h o rtó a una acción severa a toda la com unidad. Avellaneda se p ro p u so salvar el c ré d ito del país, tan indispensable para el fu tu ro desarrollo, que constituía el program a económ ico básico de los g obiernos de la época. La república —d ijo — puede estar dividida hondam ente en partidos internos; p ero tiene sólo un h o n o r y un c réd i to , com o sólo tiene un nom bre v una bandera ante los pueblos extraños. H av dos millones de argentinos que eco nom izarán sobre su ham bre v sobre su sed, para responder en una situación suprem a a íos com prom isos de nuestra fe pública en los m ercados extranjeros.* Dos m inistros de H acienda de reconocida solvencia, Lucas G onzález y N o rb e rto de la R iestra, v un te rc e ro que hacía sus prim eras armas, V icto rin o de la Plaza, fueron los artífices de la acción oficial, cuva energía alentó al sector privado. A fines de 1876 se registraron los p rim ero s síntom as de alivio, que se acen tu aro n en 1877. H acia 1880 la crisis había sido to talm en te superada, el país continuaba su desarrollo, la deuda pública había dism inuido y los bonos argentinos alcanzaban en L ondres las máximas c o ti zaciones. E n tre el p rogreso económ ico y el cam bio social que se regis traba p o r ese tiem po, el p erío d o 1862-80 es tam bién el de los presidentes-escritores. Esta nación conducida p o r “políticos-litera tos” 4 hizo de la educación uno de sus prim eros objetivos. El censo de 1869 reveló que el 82 °/ de la población era analfabeta v el 79 r/< no sabía escribir. El nivel cu ltu ral de la inm igración era similar, lo que com plicaba el problem a. Ése era el panoram a que en co n tró 3 Citado por Carlos Heras en "Presidencia de Avellaneda", en Acade mia Nacional de la H istoria, ob. cit., tom o i, 1* sección, pág. 234. 4 M itre, a la vez militar y hom bre de letras, se presenta una vez más com o el prim er indicio del cambio, final de una época y comienzo de otra. Las veleidades militares de Sarm iento revelan a la vez sus añoranzas por la época heroica que subsistía en los campos de batalla del Paraguay.
Educación
Sarm iento al asum ir el p oder. H abía escrito ya E ducación popular y M é to d o de lectura gradual, más o tro libro sobre la influencia de la escuela en la form ación de los Estados U nidos. A parte de ser un p o lítico tem peram ental y a m enudo desaforado, era un maes tro au tén tico p o r vocación e hizo de la educación una de sus banderas de g obierno. “ E ducación, nada más que educación para el país” ten ía dicho, y al recib ir la Presidencia dijo: “Es necesario hacer del p o b re g aucho un hom bre útil a la sociedad. Para eso necesitam os hacer de to d a la R epública una escuela.” N o fueron sólo palabras. R ecibió el g obierno con 1.082 escuelas y lo dejó con 1.816. E l alum nado prim ario se elevó de 30.000 a 100.000, los m aestros pasaron de 1.778 a 2.868. P ero no term in ó allí. E ra nece sario fo rm ar debidam ente a los m aestros y fu n d ó las escuelas norm ales co n ese fin. D estacó la im portancia de la m ujer en la educación prim aria y c o n tra tó 65 m aestros de los Estados U nidos, lo que le valió el calificativo de masón y anticatólico p o r sus opositores. Siguió la línea de M itre en m ateria de colegios nacio nales aum entando su núm ero y creó las Bibliotecas Populares de las que se habían fun d ad o más de cien cuando dejó la presidencia. Su brazo derech o en esta obra educacional, de proporciones insólitas para ese tiem po, fue su m inistro de Instru cció n Pública, N icolás A vellaneda, quien con tin u aría su tarea al sucederle en la Presidencia. C on su ayu d a creó la Escuela de N iñas, el Colegio de S ordom udos, el O b serv ato rio A stronóm ico, la A cadem ia de Ciencias, la F acultad de Ciencias Físicas, el C olegio M ilitar y la Escuela N aval. Estas dos últim as creaciones trascienden el cam po educacional. Sarm iento estaba em peñado en la reform a del ejército. C uando M itre realizó la adecuación p ráctica de aquél a la g u e rra m oderna en los cam pos del Paraguay, puso en evidencia la deficiente fo r m ación técnica de los oficiales y aun de los jefes, librados casi siem pre a su inspiración heroica y a su talento natural. Sarm iento p ro c u ró superarla crean d o las escuelas especializadas que se han m encionado. Q uiso u n ejército técnico y un ejército técnico sig nificaba para él un ejército subordinado, apolítico y disciplinado. Él debía su' Presidencia en buena p arte al apoyo m ilitar; sin em bargo, en 1873, p ro p u so al C ongreso una ley para im pedir la in tervención de los m ilitares en la gestación de candidaturas polí ticas, ley que no prosperó. S arm iento había generado aquella in gerencia al enviar cu erpos de ejército a las provincias en caso de
ejército
intervenciones o elecciones.'“ A sus jefes se les llamó sus “ p ro c ó n sules”. C uando Sarm iento se apercibió del proceso quiso —in fru c tuosam ente— co rtarlo . D estituyó a A rred o n d o p o r hacer p ro p a ganda política y negó el ascenso a M ansilla p o r ejecutar a un desertor sin ord en superior. Exigió obediencia com pleta a los jefes y p o r la resistencia de éstos d estitu y ó a varios en la g uerra co n tra López Jo rd án . Y cuando un m ilitar a quien S arm iento le predicaba el respeto a la autoridad le p re g u n tó si debía o bedecer si el Presi dente le ordenaba c e rra r el C ongreso, le respondió: “Si le ocu rre esa desgracia, hágase d ar la ord en p o r escrito v después péguese un tiro .” Avellaneda com pletó la obra educadora iniciada. Bajo su ad m inistración las escuelas norm ales llegaron a 15 v los colegios nacionales a 14. En 1880 p u d o señalar que las dos terceras partes de los m iem bros del C ongreso habían pasado p o r las aulas de aquéllos. Las escuelas prim arias tam bién aum entaron v se crearon escuelas de agronom ía en Salta, T u c u m á n v M endoza, de minas en San Luis, se am pliaron las facultades de la U niversidad de C órdoba y se consolidó, en fin, una política educativa. La actividad científica y cultu ral alcanzó altos niveles, pero tam bién precisó rasgos intelectuales de la generación del 80. En estos años fu ero n recto res de la U niversidad de Buenos Aires V icente Fidel López v M anuel Q uintana, m inistros de Instrucción Pública O nésim o Leguizam ón y Ju an M aría G u tié rrez ; M itre publicó su H istoria de San M artín y Y. F. López su H istoria de la R epública A rgentina; José H ern án d ez publicó la V uelta de M artín Fierro, cum b re y cierre del g én ero gauchesco. Se m ultiplicaron las revistas científicas y literarias y al lado de los viejos maestros aparecen los nom bres de una nueva generación: M iguel Cañé, M artín G . M erou, L ucio V. López, E du ard o W ild e, Rafael O bli gado, E rnesto Q uesada, Luis M. D rago, R od o lfo R ivaróla . . .
El cam bio político U rquiza y M itre habían sido jefes de Estado v a la vez cabezas de los dos principales partidos de la República. Sarm iento, en cam bio, llegaba a la prim era m agistratura sin partidos. Federales v nacionalistas, con sus candidatos vencidos, se situaron en la oposición 5 Este com portam iento es significativo para interpretar el problema de la intervención militar en política, v no fue —ni será— exclusivo de Sarmiento com o se verá más adelante.
to s partidos
v el p artid o A utonom ista era con d u cid o p o r el nuevo vicepresi dente, A dolfo Alsina. La situación de S arm iento no podía ser más incierta. Las fuerzas del p artid o Federal habían d ecrecido en el inte rior, pero aquél seguía co n stitu y en d o una agrupación respetable. El p artid o N acionalista articulaba en el in terio r grupos de élites, com o en Santiago, donde se identificaba adem ás con la vieja oli garquía provincial. En Buenos Aires, donde había nacido, era considerado el p artid o de la “gente d ecen te” aunque no le faltaban adherentes en los sectores populares. En cam bio, el partido A u to nomista tenía apoyo popular. Alsina se consideraba el “ trib u n o de la pleb e”, aunque el núcleo de su fuerza no residía en elem entos populares, sino en la pequeña burguesía form ada por los em pleados públicos, com erciantes m enores y algunos profesionales. La iden tificación social de los partidos tenía valor en su época. Pero basta pasar revista a los notables del p artid o A utonom ista y sus militares para c o m p ren d er que, pese a la repercusión popular de sus actos y de su p rogram a, sus c o n d u cto res no tenían ninguna diferencia social apreciable con los del partid o N acionalista. A quellos nota bles no eran sino B ernardo de Irigoven, V icente F. López, Tomás G uido, Sáenz Peña, T e rre ro , A nchorena, Q u in tana, Pinedo, Saldías. Ju n to a ellos los jóvenes Roque Sáenz Peña, Carlos Pellegrini, A ristóbulo del Valle y una figura de origen menos “ calificado” : L eandro Alem. N o había distancia social, pues, con el partido de los iVlitre, Elizalde, G u tié rre z , Riestra. Sarm iento es un Presidente sin p artid o p ero no sin program a. Ha repetido que quiere g o b e rn a r para hacer efectiva su prédica de treinta años. “ E d u car al soberano”, había dicho años antes en síntesis feliz. Al asum ir el m ando, anunció econom ías, m oralidad adm inistrativa, distribución equitativa de la tierra pública, hacer llegar la inm igración al in terio r para que no se co n cen tre en las costas, colonización, etc. “ M enos gobierno que V d., más gobierno que el general M itre; he aquí mi p ro g ram a” , escribe a U rquiza. C ustodió celosam ente el prin cip io de au to rid ad, cuidando hasta las form as exteriores: co n c u rría a los actos oficiales en una carroza im ponente y con escolta. Era coronel, pero no usaba uniform e, pues com o Presidente era com andante en jefe de las fuerzas armadas. Al recib ir el g obierno tenía 57 años, había m adurado, y si bien seguía siendo el hom bre tem peram ental y explosivo de siem pre, se había to rn ad o más p ro fu n d o v había dejado atrás m uchos de los
hombre su programa
S a rm ie n to y sus m in is tro s fu e ro n te m a fa v o rito de la c a ric a tu ra p o lític a de esos años. Al c o n s titu irs e el g a b in e te , " E l M o s q u ito ” los re p re s e n ta b a así.
odios v las pasiones que expusiera años atrás en el periodism o, y la función pública. Ya no desprecia al gauchaje, v 1« ve com o una víctim a de la ignorancia v la miseria de su m edio, dando “ lo único que posee, que es la vida, pues ni un nom bre tiene el pueblo anó nim o que en la g uerra se llama soldado” .11 Q u ería co n v ertirlo , en fin, en “ciudadano útil”, com o dijo en C hivilcov. N o era .fácil la posición de S arm iento. Se sentía condicionado p o r la influencia de Alsina, a quien debía el único sop o rte partidario, V debió en fre n ta r la actitu d del m itrism o cu y a consigna fue “ vol tear el m inisterio”. El m inisterio exhibía, sin em bargo, figuras con predicam ento: V élez Sársfield (In te rio r), G orostiaga (H a c ie n d a ), M ariano Y'arela (R elaciones E x terio res), A vellaneda (Justicia e Instrucción Pública) v M artín de G ainza (G u e rra v M arina). N o eran un blanco fácil para la crítica, que se ensañó en cam bio con la persona del Presidente. Pero éste dem ostró cu án to había cam biado desde los tiem pos de la cam paña co n tra Peñaloza. Fue p ru dente v optó p o r contem p o rizar. Esto sorp ren d ió a los contrarios v lo salvó. Inició una co rrespondencia de acercam iento con su ante- Acercamiento rior enem igo, U rquiza, notable p o r su franqueza, v logró un acuer- con Ur<5uiza do que se m aterializó d u ran te su visita a San José. C uando abrazó 11 “O ración a la Bandera", pronunciada al inaugurarse la estatua de Belgrano en 187?.
a U rquiza v dijo: “ A hora sí que me creo Presidente” , no em itió una frase de anecdotario: vio claro que c o n tar con el apovo político v m ilitar de aquél significaba recu p erar el papel de á rb itro que hizo posible su elección presidencial. Y M itre, que años antes había en fren tad o las peores críticas p o r dar un paso similar, salió de su papel de o p o sito r para saludar lo que ahora veía com o “ una presi dencia histórica” . La reacción en trerrian a, incubada desde 1861 v alim entada en 1865, estalló en 1870, dirigida p o r R icardo López Jordán. Ence rrado en un provincialism o estrecho, no co m p rendió la dim ensión del gesto nacional de U rquiza, cualesquiera que ha van sido las críticas a su gestión local. El estilo de la revolución definía, en verdad, la época en que m entalm ente se situaba López Jordán. Dos meses después de la visita de Sarm iento, el II de abril, U rquiza v dos de sus hijos son asesinados, el prim ero en el Palacio San José. Es el últim o gran crim en p olítico que registra nuestra historia, aunque no sea el últim o crim en político. El jefe revolucionario se hizo n o m b rar go b ern ad o r, pero Sarm iento in tervino la provincia v ordenó la reducción m ilitar de la revolución, misión encom endada al general Emilio M itre, a quien dio p o r segundos a G ellv v O bes y Conesa. La energía del Presidente, su presión sobre los jefes m ilitares para que actuaran rápidam ente sugiriéndoles planes de acción, así com o las cuestiones de p rerrogativa, m otivaron rápidos reem plazos en el com ando nacional: G ellv v O bes, A rredondo, Rivas. Pero, en tretan to , el ejército nacional obtenía costosas victo rias: Los Santos, Santa Rosa y l)o n Cristóbal. Por fin, el general López Jo rd á n es d erro tad o en Ñ a em b é el 26 de enero de 1871. La larga rebelión ha sido vencida en gran p arte por los progresos técnicos del ejército , el fusil R em ington v los cañones K rupp. Con el de López Jo rd á n desaparece el único ejército provincial sobre viviente en el país, cu v o p o d er hacía tem ible a su go b ern ad o r y jefe. Dos años después, en niavo de 1873, López Jo rd á n invadió nuevam ente E n tre Ríos v alzó otra vez su bandera revolucionaria. S arm iento encom endó la represión al M inistro, general G ainza, \ él mismo in tervino en la planificación de las operaciones. A gregó al ejército las prim eras am etralladoras que se vieron en el país y p or prim era vez se utilizó el ferrocarril para la co n centración rápida de tropas. En D on G onzalo la revolución fue vencida totalm ente. 1 Ad
Asesinato de Urquiza y rebelión de López Jordán
Pero no era el del rebelde e n trerrian o el único obstáculo que el Presidente quería reconocer. Le molestaba particu larm ente el co n flicto con “im perio” de los T aboada, p rolongación del de Ibarra, tío de los Taboada aquéllos. A p oyado p o r el p artid o L iberal, constituía o tra entidad intocable en la R epública co n tra la cual se lanzó Sarm iento con inesperada prudencia. Envió p rim ero al norte al general Rivas com o represen tan te suyo, con la m isión de dislocar la influencia de T aboada fuera de Santiago del E stero. M anuel T aboada fue quien prim ero p erd ió la paciencia v se quejó p o r carta al Presidente en térm inos altaneros e hizo co n o c e r su carta a U rquiza v otros políticos antes de ser entregada al destinatario. La respuesta de éste no se hizo esperar. U só su viejo estilo de periodista v anonadó a su adversario que supuso un p o d er trem en d o en quien así se atrevía a hablarle. Sarm iento lo trataba com o pretenso geren te de las p ro vincias del n o rte, y añadía: C onozco m edianam ente su provincia, la tiranía cruel, horrible, estúpida del m o n to n ero Ibarra, a quien V d. su sobrino, ha sucedido inm ediatam ente, com o ai D r. Francia han sucedido los L ópez, sus sobrinos, en el Paraguay, sin que nadie haya podido ro m p er esas tradiciones de sumisión que dejan los tiranos. Ésta ha sido la herencia de los T aboadas e Ibarras, hom bres creados así en el seno de p ro vincias apartadas, acatados p o r todos los que le tem en, llegan casi infaliblem ente en un m om ento dado, a creer que es estrecho el te a tro de sus explotaciones, v em piezan a volver la vista en to rn o suyo para asimilar provincias o territo rio s al que consideran patrim onio; y entonces C o rrientes, M atto G rosso, en tran a fo rm ar p arte de sus D o minios. E sto sucedió ya en el P araguav-G uazú, e ignoro si aquel N o rte de la R epública es ya el te rrito rio destinado a red o n d ear u n b o n ito Paraguav-M iní.7 T ab o ad a com prendió que no podía hacer fren te a Sarm iento. T ra tó de m antenerse en su p o d er con calculada m oderación v fa lleció en 1872. C uando dos años después se p ro d u jo la sucesión presidencial, el sistema de los T ab o ad a se había desintegrado v su influencia desaparecido. Los conflictos políticos habían enfren tad o a M itre v Sarm ien to, sin p ro v o c a r un rom pim iento personal entre los amigos. En tres de las cinco intervenciones provinciales M itre había actuado com o opositor. La prueba de fuego fue la elección presidencial. 7 Citado por N erio Rojas, en Historia argentina, de Levillier, pág. 2898.
Las lu ch as e n tre los c a n d id a to s p re s id e n c ia le s se t r a d u je r o n en m o rd a c id a d e s in sólitas: A ls in a , M itr e y A v e lla n e d a a c o s a n do a S a rm ie n to , vis tos por el c a r ic a tu r is ta de " E l M o s q u ito ” .
D eiiain —jtM momtnb, ea-ramt
H acia 1 8 7 4 el Presidente controlaba to d o el país aseguraba r . • 0 este co n tro l co n tropas de línea m andadas p o r jefes fieles. Se bara jaron varias candidaturas. La de Alsina fue proclam ada, pese a su inconstitucionalidad, p o r Alem , Pellegrini y otros. M itre, cuya popularidad había renacido desde el año a n te rio r en que deponien do posiciones p artidarias se co n v irtió en el enviado especial del Presidente ante el em p erad o r del Brasil, fue p ropuesto p o r su partido. Sarm iento, q u e se había definido com o “provinciano en Buenos A ires y p o rte ñ o en las provincias”, no veía con buenos ojos ninguna de las dos candidaturas, y p rom ovió la de N icolás A ve llaneda, quien com o él era un provinciano que había hecho su carrera política en Buenos Aires. C om o él, tam poco A vellaneda tenía un p artid o que le apoyara pese a su filiación autonom ista. Pero A vellaneda, a diferencia de Sarm iento, cuenta esta vez con el apoyo oficial. N i Alsina ni M itre eran candidatos confiables para el in te rio r y la candidatura de A vellaneda ganó adeptos en las provincias. El m itrism o lanzó la acusación: “El M inistro mata al can d id ato ”, obligando a A vellaneda a re n u n cia r a su cargo. Alsina co m prendió, com o seis años antes, que un p artid o em inen tem en te p o rte ñ o com o el suyo no podía triu n fa r sólo y que era necesario p actar co n el in terio r, lo que significaba p o r entonces tanto com o p a c ta r con A vellaneda. Los m itristas no iban a dar ese paso.
1A l
La s u c e s ió n
presidencial
La cuestión decisiva se plan teó con la elección de diputados nacionales p o r Buenos Aires, que llevaba com o candidatos a O cam po, Pellegrini, A lem , al arzobispo A neiros v al general G ainza. Esa lista era el sím bolo de la alianza entre los autonom istas v el g obierno, o si se prefiere en tre Alsina v Avellaneda. La elección de feb rero de 1874 fue un v erdadero escándalo p o r la violencia e irregularidad de su desarrollo. Los. nacionalistas d enunciaron el fraude y pidieron la anulación de los com icios. Los resultados m ostraban una lucha reñidísim a: 15.590 votos co n tra 15.099. Pero se alegaba hasta el vuelco de las urnas v anomalías en los padrones. El C ongreso no supo qué hacer con la elección. N o era la prim era vez que se hacía una elección fraudulenta. P or fin, o p tó p o r no anular las elecciones sino p ro c e d e r a un recu en to de votos. Se anularon más de dos mil sufragios p o r partid o con lo que la v icto ria quedó en manos autonom istas aunque p o r menos diferencia aún: autonom istas: 12.906, nacionalistas: 12.642. E n ese clim a de tensión y antes de que se hubiese aprobado la elección de diputados, tu v o lugar en abril la elección presidencial. La fórm ula A vellaneda-A costa logró 146 electores v la integrada p o r M itre -T o rre n t, 79. La d e rro ta grav itó tan to en el ánim o de los nacionalistas com o la dem ora del C ongreso en decidir sobre la elección de diputados. E n julio, el C lub C onstitucional, m itrista, lanzó un m anifiesto que decía que había llegado el m om ento de que el p artid o aceptara la lucha en el terren o de la fuerza al que lo arrastraban los “opreso res” . A probadas las elecciones en agosto, los nacionalistas inician tratativas co n jefes del ejército para una revolución. El proceso tu v o un desarrollo aparentem ente paradojal. A ve llaneda había proclam ado antes de entonces: . . . el derech o electoral falseado, la soberanía del pueblo suplantada, tray en d o representantes que no son la expre sión de la m ayoría . . . co n stitu y e una agitación peor que las revoluciones a m ano armada." M itre p o r su p arte había dicho en agosto a sus partidarios para calm arlos: “ La p eo r de las votaciones legales vale más que la m ejor revo lu ció n ” . U n mes después, A vellaneda defendería la legalidad de la elección y fustigaría la revolución, m ientras M itre, tras aclarar que no cuestionaba la elección presidencial, iba a la revolución s A vellaneda , Nicolás, Escritos y Discursos, to m o iv, pág. 68. i /IO
La elección presidencial
La revolución m itrista
Los v ap ores de la e s c u a d ra g u b e rn is ta d u ra n te la rev o lu c ió n de 1874. La flo tilla era c o m a n d a d a por el c o m o d o ro L u is Py. [ó le o re a liz a d o por A. S ilv e s trin i, M u s e o N a v a l.) /•
p o r fidelidad a sus partidarios. Señalaba que las elecciones de d ip u tados habían significado una “falsificación inaudita” revelada por el triu n fo del m itrism o en las elecciones presidenciales de abril. En realidad. M itre no creía en la revolución, ni los m óviles del nacio nalismo vencido eran tan altruistas com o se invocaba. Se renegaba del fraude, p ero el sabor de la d erro ta era am argo para los vencidos.” El 24 de setiem bre, José C. Paz publicó en La Prensa el m a nifiesto revolucionario. M itre estaba en M ontevideo v dem oró hasta el 22 de o c tu b re en em barcarse para asum ir la jefatura del m ovim iento. Más tarde, dirá que tom a el m ando de la revolución para contenerla. Pero el 25 de setiem bre se habían sublevado el general A rred o n d o en M endoza v el general Rivas en Azul. U n oficial de A rred o n d o asesinó al general Ivanow skv. A rredondo o cu p ó C órdoba v luego volvió sobre M endoza donde d erro tó a los oficialistas. El g o b iern o nacional encom endó la represión al coronel Julio A. R oca en el c e n tro del país v al teniente cororfel Arias en Buenos Aires. M ientras M itre realizaba un largo periplo V se reunía con Rivas para luego acercarse a la Capital, Arias se trasladó a M ercedes en ferro carril v se a trin ch eró en la estancia La V erde con sus 800 hom bres arm ados con fusiles. M itre ata có el 26 de noviem bre con 4.000 hom bres. Fue en vano, v luego se retiró. El 2 de diciem bre capituló en Junín. E n tretan to , Roca 11 Conviene recordar, sin embargo, que poco antes los mitristas habían sido los únicos en apoyar un proyecto de Sarmiento de nueva lev electoral, tendiente a evitar abusos. l 40
avanzó sobre M endoza y en Santa Rosa, el 7 de diciem bre, con una hábil m aniobra rod eó a A rre d o n d o y tom ó p o r asalto su cam po. A vellaneda asum ió el g o b iern o en m edio de la revolución, pero vencida ésta pidió al C ongreso una ley de am nistía. Iniciaba A vellaneda la prim era faz de la política de conciliación. La tarea no era sencilla. La división política había alcanzado a la vida social, reuniéndose los nacionalistas en un nuevo Club para no “codearse” con adversarios de su misma condición. La designación de Casares —autonom ista m o d erado— com o g o b ern ad o r de Buenos A ires, facilitó los propósitos del Presidente. En agosto de 1875 B ernardo de Irig o y en fue nom b rado canciller, y com o segunda figura del autonom ism o secundó la obra de co n ciliación. A l reto periodístico lanzado en tal sentido p o r La R e p ú blica, el m itrism o respondió co n una condición: que el sufragio fuera libre y la C onstitu ció n vigente. E n ese caso la conciliación sería un hecho sin necesidad de proclam arse. C uando en plena crisis financiera A vellaneda n o m b ró m inistro de H acienda a N o rb erto de la Riestra, viejo nacionalista, pareció que se daba un nuevo y decidido paso hacia el acuerdo, p ero La N a ció n , c o n ti nuaba su crítica incisiva c o n tra el gobierno. Los autonom istas se dividieron a su vez sobre el problem a: los que seguían a Cam baceres ap o yaron la política del P residente y los que acaudillaba A ristóbulo del V alle se declararon co n trario s a la conciliación. E n 1877 se d ictó la nueva ley de elecciones que si no era una panacea satisfacía las exigencias más perentorias de los opositores. A l leer su m ensaje al C ongreso, en m ayo de 1877, A vellaneda hizo su m anifestación de fondo. N o sólo la política, sino la salud eco nóm ica de la nación necesitaban de la conciliación. P ropuso una política de “liberal toleran cia” , am nistía total, rein co rporación al ejército de los m ilitares que actu aro n en la revolución del 74. En fin, una política “para to d o s”, abandonando los gobiernos el cam po electoral. E l 9 de m ayo se en trevistaron M itre y A vellaneda y resolvieron la situación: el g o b iern o garantizaba los derechos cívi cos y el nacionalism o se com p ro m etía a actu ar d e n tro de la ley. La idea de la conciliación se abrió paso trabajosam ente. En los partidos se delineaban alas intransigentes. La elección del nuevo g o b ern ad o r de Buenos A ires fue la ocasión decisiva. Alsina y M itre im pulsaron una lista m ixta. La fórm ula final, que triu n fó , llevó al autonom ista Carlos T e je d o r para g o b ern ad o r y al nacionalista Félix Frías para vice. E l secto r de del V alle y A lem o p tó por repudiar la conciliación y separarse del partido, fundando o tro
i en
La conciliación
con el nom bre de R epublicano. Pero, el nuevo g o b ern ad o r no era conciliador sino p o r la circunstancia. H o m b re vehem ente o in tran sigente, p oco tard aría en ser protagonista de un grave conflicto. En el nacionalism o, José C. Paz v Estanislao Zeballos tam bién repu diaron la conciliación p ero sin lograr nuclear m uchos adherentes. Sim ultáneam ente, en traro n al gabinete nacional Juan M. G u tié rrez y R ufin o de Elizalde. El p ro p io M itre recibió sus entorchados de general en acto público y en m edio de una dem ostración pública notable. La conciliación había triu n fad o y A vellaneda, que siem pre había hecho profesión de antipersonalism o, inauguraba el prim er gobierno co n un sistema b ip artito , propiam ente dicho, de la R e pública. Sin em bargo, eso no alteraba la apatía política popular, que alarm aba a La N a ció n . A nunciaba que si la conciliación no se extendía a to d o el país, la próxim a elección presidencial no sería una elección sino una revolución. E n ese panoram a, la m uerte de A dolfo Alsina, en diciem bre de 1877, fue un explosivo p olítico. Le sucedió el general Julio A. Roca en el M inisterio de G u erra. Los autonom istas conciliados o tejedoristas y los nacionalistas reco n stru y ero n el viejo p artid o Liberal, de donde habían nacido las dos fuerzas. El p artido R epublicano se desintegró. En setiem bre de 1878, el general G ainza convocó a una reunión para reco n stru ir el partid o A utonom ista. C oncu rriero n S arm iento, Pellegrini, Sáenz Peña, Irigoven, R ocha, Alem, del V alle y m uchos otros. Sarm iento bautizó a la reunión Partido A u to n o m ista N acional. Este p artid o iba a ser el p u n to de apoyo del general R oca en Buenos A ires y la estru ctu ra com plem entada p o r la Liga de G o b ern ad o res, del interior. Desde o tro p u n to de vista, era la m uerte de la política de conciliación. La tarea política y adm inistrativa de este p eríodo term inó con la realización de dos arduas empresas: la conquista del desierto v la paz con el Paraguay. Desde la presidencia de M itre existía la idea de recu p erar la fro n tera del río N e g ro para asegurar las poblaciones pam peanas de los ataques indígenas y d ar nuevos cam pos a la explotación. Los sucesos del país habían im pedido c o n c re ta r la idea. D urante la presidencia de A vellaneda la presión popu lar se hizo m avor com o consecuencia de los aportes inm igratorios y de los malones indí genas. E l m inistro de G u e rra Alsina to m ó el asunto en sus manos y en 1875 p ro p u so un plan de acción: avanzar la línea de la fro n tera sur o cu p an d o lugares estratégicos v levantando en ellos pobla-
Fin de la conciliación. El P.A.N.
La conquista del desierto
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1876
Avances del Ejército Nacional en 1879
A vance sucesivo de la fro n te ra con el in d io en la p a m p a .
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[S egún W a lth e r.)
D u ra n te la s eg und a m ita d del siglo pasado la fo to g ra fía se in co rp o ra a los e le m e n to s con q u e c o n ta m o s pa ra re c o n s tru ir el pasado. U n fo tó g ra fo a c o m p a ñ ó a los e x p e d ic io n a rio s de 1879; a él d e b e m o s e s ta im a g e n de R oca y a lg u n o s de sus o fic ia le s en e l c a m p a m e n to de H u a iq u e G n elo , R ío N eg ro , d u ra n te la c a m p a ñ a d e 1879Í. [F o to g ra fía d e l A rc h ivo G e n e ra l de la N a c ió n .]
ciones, de m odo de hacer im posible a los indios p erm anecer en la zona. El avance debía hacerse p o r líneas sucesivas y el prim ero debía o cu p ar la línea Puán, C arhué, G uam in í v T re n q u e Lauquen. La línea se com unicaría con Buenos Aires p o r telég rafo v se uniría entre sí con un zanjón que d ificultaría el pasaje de los indios. Para los posibles en treveros se dotaba a la caballería de coraza v revólver. C onsultado el general R oca, com andante de la fro n te ra oeste y con larga experiencia en la m ateria, im pugnó la esencia del p ro y ecto. La línea de fortines era ineficaz v dejaba el desierto a sus espaldas; era m u y costosa, se necesitaba m ucha tro p a v ésta se desm oralizaba en la inactividad del fo rtín . La solución estaba en buscar a los indios en sus bases, p o r m edio de una ofensiva c o n ti nuada con tropas bien m ontadas, que serían o p o rtu n am en te rele vadas p o r fuerzas de refresco de m odo de no dar tiem po a los indios para reponerse. De ese m oúo, m ucho más eficaz que una zanja com o obstáculo defensivo, se podía llevarlos hasta el río N egro.
Las opiniones se dividieron. Pero R oca era sólo com andante de fro n te ra y se im puso el plan del M inistro. El cacique N am u n curá, jefe de una verdadera confed eració n de tribus e inform ado de estos planes, quiso neutralizarlos con una gran invasión en el verano 1875-76. C uatrocientas leguas cuadradas desde A lvear a T an d il fu ero n arrasadas p o r los salvajes que usaron en esa ocasión carabina y revólveres. C inco recios com bates los co n tu v iero n cau sándoles serias bajas. P or fin, el 11 de abril de 1876, quedó ocupada la línea fijada p o r Alsina. El resultado fue superior al esperado, pues despojó a los indios de las m ejores tierras de pastoreo para su ganado y su caballada de gu erra. Alsina p ro g ram ó entonces cam pañas prim itivas inspiradas en el plan de R oca, cuando le sorprend ió la m uerte. Su sucesor, R oca, volvió a su pro p io plan. H asta m ediados de 1878 los indios habían sufrid o un castigo trem en d o v su gente de g uerra no llegaba a 2.000 lanzas. R oca p rep aró 6.000 hom bres de caballería móvil, bien arm ados, y desde julio de 1878 realizó una verdadera razzia en el desierto que dio com o saldo 4 caciques presos, 1.250 indios m uertos, más de 3.000 prisioneros y otros 3.300 se presen taro n voluntariam ente. E l p o d er indígena había sido que b rantado definitivam ente. R oca inició la segunda cam paña en abril de 1879, que ahora c o n stitu y ó un “ paseo m ilitar” . La expedición batió el desierto en todas direcciones, acom pañada —signo de los tiem pos— p o r fo tó g rafo y corresponsal periodístico. En junio la cam paña había term inado y estaba ocupada la línea del río N eg ro . D e los grandes caciques, sólo N am u n cu rá se había salvado, refu giándose en N eu q u én , d onde se rendiría en 1883. Con esta cam paña, cu y o com ando heredara de Alsina, Roca heredó tam bién su popularidad, su p artid o y la presidencia nacional. La ocupación del desierto su r tenía tam bién incidencias in te r nacionales. D esde 1847 el g obierno de Chile había afirm ado sus derechos al estrecho de M agallanes donde en 1849 había fundado la población de P unta A renas. Sarm iento, entonces exiliado en C hi le, había defendido tal derecho. En 1856 am bos países firm aron un tratad o , m anteniendo el statu quo de los límites, que debían ser discutidos am igablem ente más adelante y a falta de arreglo se som etería el asunto al arb itraje de una nación amiga. Pero en 1865 Chile denunció el tratad o p o r tran sito rio y reclam ó derechos sobre la Patagonia, siguiendo la tesis de A m unátegui expuesta p o r p ri m era vez en 1853. Siguiendo esa línea, el canciller Ibáñez reclam ó a nuestro país en 1872 derechos al oriente de los A ndes desde el
Cuestión de lim ites con Chile
río D eseado hacia el sur, v sacó a relucir la tesis del propio Sar m iento, que no se refería a la Patagonia sino sólo al E strecho. Poco después, Ibáñez p ropuso en carta privada co m p rar el E strecho para Chile. Sarm iento co n testó señalando que el lím ite entre los dos países era la cordillera nevada v no la línea divisoria de las aguas. En cu an to al E strecho adm itió que los pueblos del Pacífico podían establecerse en él para p ro te g e r una navegación que les interesaba. Félix Frías, m inistro arg en tin o en Santiago, propuso dividir el Es trech o v T ie rra del Fuego, pero la cuestión se agravó cuando el gobierno chileno en una nueva nota reclam ó derechos sobre la Patagonia desde el río D iam ante hacia el sur, lo que el gobierno argentino rechazó. Se llegó finalm ente a un statu quo: Chile co n tinuaría con la posesión del E strecho v A rgentina con la de Santa C ruz. E n tre ta n to , nuestro g o b iern o crea una escuadra m oderna v divide la Patagonia en las gobernaciones de Patagonia v M agalla nes. La situación se com plicó en 1876 cuando un buque chileno detuvo a una barca francesa en Santa C ruz alegando jurisdicción en esas aguas, m ientras Frías v Q uesada docum entaban los dere chos argentinos a la Patagonia v se exploraban sus costas v su interior. En 1877 se repitió el incidente naval. Se estuvo al borde de la g uerra. Avellaneda proclam ó: “T ra s los derechos que afirm a mos, hay un p u eb lo ”, v o rd en ó a la escuadra argentina estacionarse en Santa C ruz. Al mismo tiem po, el C ongreso había dispuesto el avance terrestre hasta el río N egro. El incidente se resolvió en el tratad o P ierro-Sarratea del 6 de diciem bre de 1877 que m antenía el siguiente statu quo: Chile en el E strecho, A rgentina en el A tlántico. En ese m om ento com enzó a agitarse en Chile la cuestión de los territo rio s salitreros del norte, que le disputaban Perú v Bolivia. Desvió su atención del sur ante un problem a más vital, que el 5 de abril de 1879 lo co n d u jo a la gu erra co n tra la C o n federación peruano-boliviana. La opinión ar gentina era m uv favorable a los peruanos, que quisieron lograr nuestra adhesión m ilitar p rom etiendo territo rio s chilenos en el sur v bolivianos en el Chaco. Pero A vellaneda, siguiendo el ejem plo de M itre en la cuestión hispano-chilena, se m antuvo neutral. Sin em bargo, los chilenos no se sintieron seguros v enviaron a Balmaceda a co n v en ir un nuevo arreglo de lím ites con A rgentina. La negociación se dem o ró hasta 1881 en que un tratad o definió la cuestión y sentó bases cuvas derivaciones principales fueron arbi tradas p o r la reina de Inglaterra.
La paz con P araguay v las relaciones con Brasil arduas. C uando la g u erra term inaba en los hechos, argentino com etió, p o r boca de su canciller M ariano im prudencia política, si no un erro r. A nim ado de favorables a! vencido y tal vez tra ta n d o de neutralizar del Brasil lanzó la tesis de que:
fueron más el gobierno V'arela, una sentim ientos la influencia
La victoria no da derechos a las naciones aliadas para declarar p o r sí los lím ites suvos que el tratad o señaló. La declaración causó sorpresa en R ío de Janeiro, donde se sospechó que escondía un p ro p ó sito de anexión, a más de co n stitu ir una violación relativa del pacto de la T rip le Alianza. Al mismo tiem po, A rgentina o cu p ó el C haco que el T ra ta d o le asignaba. Brasil declaraba que estando involucrados en la cuestión los dere chos de Bolivia, dejaba a salvo su situación. Con esta actitu d , que daba de hecho com o aliado de Paraguay en la defensa de su te rri torio. La posición falsa en que se había colocado el gobierno de Sarm iento se com plicó al d iscu tir los aliados las facultades del gobierno provisional paraguayo. La tesis argentina era en esto peregrina: la g u erra fue c o n tra López; m u erto éste estam os en paz con Paraguay y no se puede firm ar la paz con quien no se está en g uerra. Basta con hacer regresar los ejércitos v esperar para lo dem ás que se co n stitu y a en Paraguay un g obierno rep re sentativo. La respuesta del Brasil, dada p o r Silva Paranhos, fue clara: el g obierno provisional p araguayo es la expresión de una necesidad real y tiene capacidad política y legal. La paz debe fir marse con el gobierno que exista v corresponde a él justificar ante sus com patriotas y g o b iern o sucesor lo realizado bajo la fuerza irresistible de los acontecim ientos. A rgentina sostiene que la ocupación del C haco es provisoria y que discutirá los lím ites con el gobierno p araguayo constituido. M itre en tra en la discusión. Si la victoria no da derechos ¿para qué se fue a la guerra? La v ictoria no da derechos nuevos, pero confirm a los derechos preten d id o s antes de la guerra. En Buenos A ires estalló una to rm en ta política. E n tretan to , el Im perio m ante nía la ocupación m ilitar y form aba al g obierno provisional para guayo, que vio inm ediatam ente que fren te a la desinteligencia de Tos aliados le convenía apoyarse en Brasil para re c u p e rar el Chaco. Sarm iento convocó a M itre a una conferencia a consecuencia de la cual tra tó de enm endar su política; pero las nuevas in stru c ciones llegaron tard e a A sunción, pues ya entonces el gobierno
Paz con Paraguay y relaciones con Brasil
paraguayo, apoyado en Brasil, sostenía oficialm ente su derecho a discutir los lím ites territoriales. Se envió a D erq u i a A sunción y el 20 de junio de 1870 se firm ó u n tratad o que im p o rtab a una m odificación del de la T rip le Alianza, nacido en el deseo de neutralizar la influencia brasileña en A sunción. P araguay aceptaba con reservas el T ra ta d o de 1865, com o condición prelim in ar de paz, pero dejando a salvo sus dere chos en las cuestiones de lím ites que se declaraban expresam ente no consentidas. E l g o b iern o arg en tin o creía dem ostrar con eso su intención de no hacer del vencido una “ Polonia am ericana”. Para M itre esa política tan candorosam ente infantil, ni es do ctrin a argen tina ni d o ctrin a de ninguna parte. C uando la gu erra se hace con u n pro p ó sito , y la victoria decide, el derecho es de quien la obtiene. Para Brasil habían quedado firm es sus lím ites y cuestionados los de la A rgentina. Se desnaturalizaba la alianza a beneficio del Im perio. C uando estalló la rebelión jordanista, la opinión señaló a Brasil com o p resu n to fo m en tad o r de ella. E sto aum entó el recelo oficial hacia el aliado de 1865. M itre señaló que la raíz del mal estaba en la desnaturalización del T ra ta d o y S arm iento le llam ó a una nueva conferencia. T e rm in ó allí p o r ab andonar la tesis de V arela, quien ren u n ció al M inisterio, p ero la cuestión internacional era irreversible. M itre fue enviado a Brasil y p o co pudo hacer com o no fuera evitar una g u erra en tre los aliados. N u estro país quedó ocupando provisoriam ente V illa O ccid en tal en el C haco, y el Im perio la isla del C errito , llave de la confluencia del Paraná v el P araguay. C o rrespondió a A vellaneda firm ar en feb rero de 1876 el tra tado definitivo de paz. Paraguay aceptaba los lím ites argentinos hasta el río P ilcom ayo; al n o rte de éste, el te rrito rio chaqueño sería som etido al arb itraje del presidente de los Estados U nidos; las islas del C errito y de A pipé pasaban a la A rgentina, la de Y aciretá al Paraguay. Cláusulas sobre com ercio, navegación y amistad co m pletaban el tratad o , que confirm aba los lím ites brasileños fijados en 1865. El 12 de noviem bre de 1878 el presidente H ayes dio su fallo arbitral o to rg an d o , sin ex poner fundam entos, to d o el te rrito rio en litigio al Paraguay. C om o dijo C árcano, P araguay había ganado en la paz lo que había p erd id o en la guerra.
DE LA ARGENTINA EPICA A LA ARGENTINA MODERNA
EL APOGEO LIBERAL
Europa y la expansion colonial
H acia 1880 se perfilan en el m undo eu ro p eo v su área de influencia dos p eríodos definidos. E l p rim ero , signado p o r la diplom acia de B ism arck, extendióse en tre 1871 y 1890. E l segundo, caracterizado p o r un paulatino endurecim iento de las alianzas, se trad u ce en crisis sucesivas que culm inarán en la P rim era G u erra M undial.1 E n el o rd en económ ico, la aristocracia de Estados que do m inaba en E u ro p a im puso en casi to d o el m undo la división del trabajo internacional. G ra n Bretaña, el p rim er E stado industrial con capacidad expansiva, experim entaba la necesidad de e n co n trar ubicación a los capitales que su dinám ico proceso industrial gene raba. Las decisiones que afectaban el destino del m undo eran adop tadas p o r un núm ero red u cid o de Estados europeos e impuestas a la com unidad internacional. E u ro p a era el c e n tro político, eco nóm ico y financiero del p o d er m undial, y G ra n Bretaña había m aniobrado con habilidad d u ran te los dos últim os siglos a través de la teoría del equilibrio de p oder, m ientras edificaba su im perio de ultram ar. A lem ania experim entaba, p o r su parte, una ex trao r dinaria tran sfo rm ació n económ ica y un perío d o de expansión colo nial sin otro s lím ites que los respetados o im puestos p o r los com petidores, que la llevaría a graves tensiones posteriores. A p a rtir de 1871, la evolución de la política europea se asociaba con la excep cional personalidad de Bismarck. 1 La denominación de los periodos ha sido sugerida p or Jean-Baptiste Duroselle, Europa de 1815 hasta nuestros días. Vida política y relaciones internacionales, Barcelona, Labor, 1967, págs. 32 a 36, y se adecúa bien a la gravitación de los factores más significativos de ese tiempo.
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La acción del canciller prusiano significó, en ocho años v a través de tres guerras victoriosas, la unificación de Alemania en favor de Prusia, cu v o rev se co n v irtió en el “em p erador alem án”. Es la época clave de la industrialización alemana, de la conducción económ ica de D elbrück —sin la cual no se aprehende la política general de Bism arck—, de los grandes estrategas v jefes militares com o von R oon v von M oltke, v de un p erío do que llegó a conocerse com o el de la “ E u ro p a de B ism arck". Se ha observado con agudeza que Alemania articuló, a través del bizmare kism o, un estilo y un m odelo político: arb itraje en tre las clases sociales, pero tam bién una form a de dirigism o nacional. Resistió la te n ta ción de las teorías británicas del internacionalism o liberal v ejecutó una política interna e internacional relativam ente autónom a, con la alianza en tre el Estado v los em presarios alemanes. El desarrollo “espontáneo” a la m anera británica v de alguna de sus ex colonias sería un proceso histórico excepcional v term inado hacia la mitad del siglo xix. El desarrollo alem án, v tam bién el francés, se harían antes de la Prim era G u erra M undial, a p artir de un “ desarrollo planeado” en el que el Estado jugaría un papel decisivo com o agente del proceso v com o á rb itro social. A eso añadía Bismarck la imagen de un m ilitar triu n fa d o r e insaciable, dom inado por la am bición g u errera. N o obstante, era esa im agen la que le servía para im poner la paz, aunque convencido de ciertas cosas —com o la enem istad hereditaria en tre Francia v A lem ania— que lo llevarían a trab ajar en pos del aislam iento sistem ático de Francia. Pese a los designios de Bismarck, sin em bargo, esa política no llevaría a la paz. Alemania llegaría a p ro d u c ir un m odelo distinto del libera lismo económ ico clásico que evocaba la G ran Bretaña de los siglos x v i i i v xix, p ero el mapa de E uropa sufriría m odificaciones cons tantes m ientras aparecían v desaparecían E stados.2 La década del ochenta será, tam bién, caracterizada p o r polí ticas de expansión colonial. En poco tiem po Á frica v la península indochina pasaron a pod er de los europeos. El proceso expansivo lo inició Francia en 1881 co n la conquista de T ú n ez. Siguieron los ingleses, los belgas, los italianos v los alemanes. Regía el sistema del “ re p a rto ”, se firm aban tratados fijando fronteras v se creaban - Sobre el “bismarekismo”, recom endamos el ensayo de Helio Jaguaribe. Desarrollo económ ico y desarrollo político, Eudeba, Buenos Aires, 1964, especialmente págs. 19 a 24. En torno de la política exterior de Bismarck, cf. Jean-Baptiste Duroselle, ob. cit., pág. 36. Respecto de la política eco nómica y la presencia de D elbrück, ver H elm ut Böhme, Vor 1S66, Frank furt, 1968. Y acerca de la formación de la Alemania m oderna, H elm ut Böhme: Deutschlands W ezur Cirossmacht, Köln und Berlin, 1968.
La política hism arckista
La expansión colonial
pequeños “ E stados-tapón” para evitar zonas de fricción entre las potencias coloniales. F rancia, aislada p o r la política bism arckista, favorecía la neutralización recíp ro ca de naciones hostiles entre sí. N o había guerras en tre Estados europeos v de esa m anera se im ponía una política de estabilización en el c e n tro del poder m undial, favorable a la expansión económ ica y m ilitar de las m etrópolis. La estru ctu ra parecía, pues, estable, sólida v dinám ica. C uando en 1890 cae Bism arck m uestra, em pero, fisuras, fragilidad y flancos vulnerables. En pocos años se pusieron de m anifiesto tensiones V conflictos que no se habían resuelto, sino acum ulado. H asta 1904 se sucedie ron alianzas apropiadas a una política de “apaciguam iento” que pretend ió reem plazar el realismo cínico, pero eficaz, de Bismarck. La expansión colonial proseguía, especialm ente p o r la acción de Francia e Inglaterra, m ientras Rusia ponía sus miras en el Extrem o O riente. C uando com ienza el siglo xx los europeos se en co ntraron con que la acum ulación de las tensiones hacía difícil resolverlas una p o r una. La im posibilidad de em p ren d er acciones progresivas para resolver esas tensiones favoreció la exasperación de pasiones nacionalistas. El 10 de junio de 1903 fue asesinado el rey de Servia p o r un g ru p o de oficiales ultranacionalistas llam ado “ La M ano N e g ra ” y hacia 1905 com enzó una serie de crisis —la franco-alem ana, de origen colonial, y las austro-rusas, de origen balcánico— que co n d u jo a la p rim era g ran guerr^. El sistema internacional dem os tró ser dem asiado rígido com o para absorber con flictos localizados im pidiendo su expansión. Casi todos los Estados europeos sintieron am enazada su seguridad, y los m ilitares se p reparaban para lo que algunos llam aron “ la hora de la espada”. N o sólo se dieron, reuni dos, erro res de apreciación unidos a falta de serenidad v de racio nalidad. C om o bien señala D uroselle, no im porta si realm ente los Estados europeos q uerían la guerra: de hecho la carrera arm am en tista cond u cía a una situación tensa en la que cualquier acon tecim iento podía desencadenar conflictos de dim ensiones hasta entonces desconocidas y cuyas consecuencias v efectos m ultipli cadores pocos o nin g u n o supo calcular. E xpectativas nuevas, que presagiaban cam bios políticos p ro fundos, se d ifundían en los pueblos m ientras los gobiernos apenas percibían sus alcances: procesos indicativos de expectativas de m ayor p articipación política, más am plia dem ocratización de los Estados. El análisis com parado de la política de la época denuncia, sobre to d o en E uropa occidental, que tocaba a su fin la sociedad
Tensiones y conflictos
Nuevas expectativas
de los notables. F.l proceso no se m anifestó p o r m edios revolucio narios, si se tiene en cuenta que desde 1871 Francia, Inglaterra. Alemania e Italia no habían padecido guerras civiles y sus d iri gentes alentaban ciertas reform as deliberadas. En Francia se impuso la enseñanza gratu ita v obligatoria en 1881; en 1882 se dispuso que fuera laica v se sancionaron leves favorables a la libertad de reunión, de prensa, de asociación sindical en 1884, v de organiza ción m unicipal. Los británicos venían in tro d u cien do de manera progresiva el sufragio universal, v la Ballot A c t de 1872 establecía va el secreto del sufragio. C uando prom edian los años ochenta, la reform a electoral inglesa perm itiría el acceso a las urnas de cinco millones de personas, cuando veinte años antes votaban algo más de un millón. H asta Alem ania con o ció un proceso lim itado de dem ocratización, co n tro lad o p o r el em perador v los militares. Sólo la autocracia rusa trataba de desentenderse de las nuevas expecta tivas v de la presión de las masas, actitu d que explicaría en parte la explosión revolucionaria socialista entrado el siglo xx. Y fue ese m ovim iento v su d o ctrin a, el socialismo, una de las m anifestaciones de los tiem pos nuevos que habrían de ten er en las distintas situa ciones, expresiones v alcances diferentes.
La situación am ericana En los años de la expansión colonial v de las crecientes ten siones europeas, los am ericanos viven los cam bios con distinta suerte v hum or. Ensimismados, a m enudo atrapados p o r sus p ro blemas internos v p o r las luchas entre oligarquías civiles v m ilita res, apenas p ercibirán el crecim iento de un nuevo, agresivo v p o ten te nacionalism o que com petirá paulatinam ente c o n las me trópolis europeas hasta com pensar o neutralizar, según los casos, los recursos o la actitu d de los sectores dirigentes, la capacidad intervencionista de aquéllas: el nacionalism o expansionista de los Estados U nidos de A m érica. Los Estados U nidos habían elegido nuevo Presidente —James G a rfie ld — v consolidaban una época de “ industrialism o triu n fa n te ” en el que g ravitaron c u a tro factores fundam entales: la exhibición de habilidades tecnológicas que se avizoraban en las actividades p roductivas desde la década de 1830; la provisión continua de m aterias favorables a una econom ía joven x C l r r e n t , Richard N ., W i l l i a m s , T . Harrv y F k e id e l, Frank. A m ericati H istpry. A . Snrvey, A. A. K nopf, N ew York, 1965. págs. 488 a 491.
P a re c e q u e al c o m e n za r la te m p o ra d a de pesca, el T ío S am ha lo grad o m uy b u en as pieza s .
C óm o ve al T ic S am c ie rto p ú b lic o a p ren s iv o d e s p u é s de la g u erra.
C a ric a tu ra s p u b lic a d a s en 1899 por los p e rió d ic o s " T h e J o u rn a l” , de M in n e á p o lis, y “ T h e N e w s ” , d e D e tro it, rev e la d o ra s del c o n c e p to p o p u la r sobre la p o lític a exp a n s iv a de E stad o s U n id o s de A m é ric a .
v opulenta con expectativas de expansión más allá de las fronteras nacionales; la presencia de gobiernos que proveían, p o r su parte, medidas adecuadas para el desarrollo de los negocios —tarifas p ro teccionistas, políticas específicas para el m undo de las finanzas, subsidios en tierra v en d in ero —; v el increm ento de m ecanismos m onopólicos d e n tro v fuera de las fronteras norteam ericanas. F.l “ industrialism o triu n fa n te ” era in terp retad o con la sensación de que la nación norteam ericana tenía una misión internacional que cum plir para satisfacer lo que parecía determ in ad o por un “destino m anifiesto” . La diplom acia trabajaría en el mismo sentido para p ro y e c ta r a los Estados U nidos de A m érica sobre el hem isferio e im poner su hegem onía.4 El Secretario de listado. Jam es G . Blaine, quien tenía sus p ro pias ideas acerca del papel de los Estados U nidos en el m undo, invitó a las naciones latinoam ericanas (1881) a una conferencia 4 Sobre la situación americana: T u lio Halperín D onghi, H istoria C on tem poránea de A m érica I.atina, Alianza, Madrid, 1969, esp. pág. 280 v sigts. Sobre el “imperialismo americano" en la época clave que tratamos, puede leerse con provecho A m erican Im perialista in IX9X. H roblem in Am erican C ivilization, selección de estudios, Heath, Boston, 1955. También el citado trabajo de Current, W illiam s y Freidel, esp. págs. 533 a 560. 1.a guerra con lispaña trajo com o consecuencia la anexión de las Filipinas, la ocupación de Guaní, además de la de Cuba v Puerto R ico y, en 190?, la adquisición de la zona del canal (Panam á).
panam ericana en W ashington para discutir cuestiones de com ercio internacional v de arb itraje en las disputas continentales. Sólo ocho años después, m uerto G arfield v poco antes de que se hiciera cargo de la adm inistración el nuevo presidente H arrison, la idea de Blaine se im puso v tu v o lugar la Prim era C onferencia Panam e ricana en W ash in g to n . Los tem as eran p rácticam ente los mismos. Sin em bargo, fue la g uerra de 1898 en tre España v los Estados Unidos v la subsecuente anexión de las Filipinas el hecho c en tral del proceso expansivo n o rteam ericano, luego de la guerra civil, en una vasta región en to rn o del Pacífico, que m arcó la apa rición en la escena internacional de una de las grandes potencias del siglo veinte. T am bién planteó problem as estratégicos, políticos v económ icos, v uno de los grandes debates de la historia n o rte am ericana. N o habrem os de detenernos en él, sino señalarlo, porque es uno de los ingredientes que estim ularían el sentim iento “an ti y an q u i” en A m érica latina. En ese entonces, v cuando el gran debate se abría, para la opinión pública norteam ericana la guerra co n tra España debíase a la defensa “de la libertad v los derechos hum anos”, com o se sostuvo aún en la convención republicana de 1900. Al estallar la rebelión de los boxers en China, en junio de ese año, Francia, Italia, Japón, Inglaterra v Rusia se enterarían que tam bién era parte de la política exterior de los Estados U nidos “salvaguardar la integridad territo rial v adm inistrativa de C hina” . La cuestión im perial sería, desde entonces, un tem a am ericano. En el Brasil vivíase la agonía del Im perio, la d estrucción del antiguo orden. El positivism o había en trad o en la enseñanza v en la política, dom inaba a la juventud intelectual v sería todavía el Im perio el que aceptase la in tro d u cció n del sufragio universal v, paradójicam ente, el que inaugurase un período de representación política relativam ente am pliada. A la postre, cultivo de la revolu ción social, política v m ilitar. F.n 1875, una crisis económ ica puso de relieve la endeblez real de una estru ctu ra financiera ap arente m ente sólida, v la tam bién aparente independencia de las finanzas británicas. El republicanism o había llegado incluso al ejército , v fue un golpe m ilitar el que d errib ó en 1889 a la m onarquía: “ el ejército y las élites políticas del Brasil central, donde se estaba elaborando la expansión del café, eran los beneficiarios principales del cam bio institucional” ; los señores de la tierra tam bién p arti ciparon de la nueva alianza, que al consum ar la revolución decreta, en su prim er acto legislativo del 15 de noviem bre de 1891, la
creación de una república federativa con el nom bre de Estados U nidos del Brasil, con el lema positivista de “O rd en v P rogreso” .'* Las ideas del tiem po circulaban p o r el te rrito rio am ericano casi al mismo com pás, m ientras los condicionam ientos internacio nales p roducían respuestas dependientes de las actitudes, posibili dades v vinculaciones de las élites dom inantes. En M éxico, el reform ism o es co n tro lad o , disciplinado v secularizado por la dic tadura larga v pacífica de P orfirio Díaz, una adm inistración que p erm itió sancionar leves co m o la de instrucción pública obligatoria, g ratu ita v laica, g aran tizar un progreso “o rd en ad o ” v m antener relativam ente estable la estru ctu ra socio-económ ica que siguió a la caída del em p erad o r M axim iliano. En el U ru g u a y suceden dic taduras m ilitares v despotism os seudoliberales. E cuador conoce experiencias com o las del “ liberalismo cató lico” de B orrero, la dictadura liberal de U rbina v el m ilitarism o “constitucionalista” del general V eintim illa y en tre luchas v co nflictos feroces ve llegar al p o d e r a un Flores Jijón, que había pasado la m ay o r parte de su vida en Francia, p recediendo una larga época de “caudillos liberales”. En esos años se pro d u ce, incluso, un c o n flicto internacional significativo que sacude a la región: la g uerra del Pacífico, entre Bolivia v Perú de un lado v Chile del o tro . Sin arm as ni soldados, con algún buque m enor sin artillería, com o el m o n ito r H uáscar, los peruanos, pobres y en m edio de disensiones internas, se enredan al lado de Bolivia en una g u erra con Chile, fiste era m uv superior en recursos. Sus fuerzas aplastaron p ro n to a las de Bolivia v, tras una cam paña larga v sangrienta, entraban en Lima. Las tratativas de paz fuero n arduas y los resentim ientos del con flicto , de dudosa legitim idad, dejaron heridas profundas. En esa época, un argentino inteligente fue enviado p o r el presidente A vellaneda para in fo rm ar se de la opinión chilena en vísperas del co n flicto . M iguel Cañe term inó su misión co nvencido de que Chile iba “a la conquista te rri torial de dos provincias de sus adversarios”." Por una decisión p er sonal, aventurera v si se quiere rom ántica. C añé fue al Pacífico a luchar del lado de los peruanos. Según él, los chilenos iban a la conquista v la A rgentina debía insistir en su d o ctrina contraria al H a i . p e r í n D o n u h i , T u lio, ob. cit., págs. 272 a 276. Ricardo Levene y otros. Historia Je A?nérica , Jackson, Buenos Aires, 1941, págs. 85 a 92. José M . Bello, Historia Ja República, San Pablo, 1956. K Cf. G ustavo Ferrari, C onflicto y paz con Chile ( IHVX-1903), Eudeba, Buenos Aires, 1969, págs. 2 a 4. Benjamín Subercascaux, Chile o una loca geografía, Fudcba. Buenos Aires. 1964.
derecho de conquista entre naciones am ericanas. La cuestión no era nueva. Chile sentíase asediado p o r su “ loca g eografía” , que lo im pulsaba al desahogo expansionista. L ogró anexiones territoriales im portantes y adquirió la sensación de que podría im poner su polí tica a la región. M ientras los argentinos m iraban hacia E uropa, los chilenos observaban a la A rgentina con cierta dosis de prevención. Los pactos de 1881, realizados m ientras luchaban con los peruanos y los bolivianos, se les antojaban la consecuencia de una opción forzada y , al cabo, un mal arreglo. La actitud fue prem onitoria. A nunciaba el grave co n flicto que en tre tu v o a chilenos v argentinos du ran te cinco años, crítico s para las relaciones enti;e los dos países —1898 a 1903— en los que estuvieron a p u n to de ir a la guerra, v habría de d ejar una suerte de m arca psicológica en el pueblo chi leno que nunca term inaría de desaparecer.
La Argentina en el mundo Para la m ayoría de los argentinos la vida am ericana no pasaba p o r el c en tro de su interés. En realidad, si la m ayoría apenas p ar ticipaba en el sistema p olítico intern o , y si la inform ación sobre los demás países am ericanos era tan to o más deficiente que en la actualidad, aquella co m probación no es sorprendente. Los hom bres que tenían el dom inio de la política v de la econom ía argentina eran m uy pocos, y eran los mismos que co n ducían la política exte rior. El arte de la diplom acia era para ellos un segm ento de su vida pública y una prolongación de sus intereses v de sus hábitos socia les. Sólo ellos podían p ercib ir la “dim ensión intern acional" de la A rgentina. En cam bio, ésta era inaccesible a la masa de la población criolla y a los inm igrantes, asediados p o r sus necesidades cotidianas. “ Después de 1880 sólo la clase social más elevada entrevio la c re ciente im portancia internacional de la R epública”, escribe M cC ann. Percibió esa im portancia p o r “ razones m ateriales” ,' pues la nación vivía ligada al m undo m ercantil europeo. Y tam bién p o r razones culturales, pues la oligarquía vivía en una suerte de “alienación cu ltu ral” trib u taria de los m ovim ientos ideológicos e intelectuales europeos, sobre to d o de Francia. Los lazos económ icos v culturales con A m érica latina eran insignificantes v de ahí o tro m otivo de desinterés. D urante casi to d o el siglo, luego de las guerras de la Independencia, “ la foja de servicios argentina revela ausentism o * M cG an n , Thom as F.. A rgentina, Estados Unidos y el sistema inter americano im -1 9 1 4 . Fudeba. Buenos Aires, I9A0, págs. lórt y siguienres.
y oposición”. Esta acritud se fundaba, según M cG ann, en una cautelosa apreciación de las inseguridades de la vida política sud am ericana v se alim entaba con el deseo de m antener intacta la soberanía de la nación, duram ente conquistada. A unque no es desdeñable o tro ingrediente: la soberbia cultu ral de los argentinos, que se extendía incluso a sus relaciones con los Estados U nidos de A m érica, m ezclada con cierto p ru d en te nacionalism o frente al peligro del caos internacional. C uando hacia 1880 Colom bia invitó a los países latinoam ericanos a reunirse en Panamá para arb itrar medios de arreglo p acífico de los conflictos regionales, la A rgen tina no aceptó ni rehusó la invitación. Pasaba p o r m om entos c ríti cos a raíz de la “cuestión C apital” v Roca había asum ido poco tiem po atrás el g obierno. B ernardo de Irigoyen se encargó de redactar la respuesta a C olom bia. En resum en, la A rgentina tenía su propia “doctrin a de p az”, apropiada al desarrollo de sus propios recursos, y ninguna prevención respecto de E uropa, cuyos capi tales v g ente necesitaba. De todos m odos, la reunión no se realizó a raíz de la g u erra en tre Chile v Perú. La retórica de la política exterior argentina no descuidaba, sin em bargo, los temas de la unidad am ericana. Y en 1888, incluso, la acción diplom ática c o n ju n ta con el U ru g u ay perm itió la c o n vocatoria de un congreso —el C ongreso Sudam ericano de D ere cho Internacional Privado—, al que asistieron en M ontevideo los países organizadores y Brasil, Bolivia, Perú, Paraguay V Chile. Fue una reunión “sudam ericana” que c o n stitu y ó una buena dem os tració n de capacidad diplom ática para la delegación argentina en la que lucieron sus habilidades Q u irn o Costa, Q uintana v R oque Sáenz Peña, m ientras afirm aban sus prevenciones respecto de los Estados U nidos. Eran los tiem pos va aludidos del “ industrialism o triu n fa n te ” n o rteam ericano, de su dinám ica expansionista. Quesada, em bajador en W ash in g to n , censuraba a los proteccionistas del partido R epublicano, m ientras en la misma época Roca era huésped de h o n o r de los ingleses v “ la A rgentina —Buenos Aires— había llegado a d epender de E u ro p a en casi todo: d inero, gente, tecno logía, modas, noticias” . En los Estados U nidos, pese a todo, au m entaba la estim ación p o r la A rgentina. En ésta las perspectivas no habían cam biado. En o p o rtu n id ad de la Prim era C onferencia Panam ericana —a la que c o n cu rriero n R oque Sáenz Peña, Q uintana y Q uesada—, los delegados argentinos boicotearon la reunión. Por cuestiones aparentem ente form ales se negaron a c o n c u rrir a la sesión de apertura, se “ vistieron de levita con som brero de copa
y salieron a pasear p o r las calles de W ash in g to n en un carruaje abierto, para que el público no tuviera duda alguna respecto al verdadero m otivo de la ausencia” , que no era sino la elección del Secretario de Estado n orteam ericano com o presidente de la asam blea. N o estaban dispuestos, com o explicaría luego el m inistro de R elaciones E xteriores Estanislao S. Zeballos, “a que la conferencia internacional a que asistíamos resultara dirigida adm inistrativam ente p o r el gob iern o de los Estados U nidos” .* El hecho es que arg en tinos y estadounidenses estuvieron de acuerdo en m uv pocas cues tiones duran te la conferencia, que la opinión p orteña o si se quiere argentina estaba prevenida respecto de los Estados U nidos, v que los delegados de nuestro país tra ta ro n p o r todos los m edios de hacer n o ta r que no estaban dispuestos a m alograr sus buenas rela ciones con E u ro p a cediendo a pretensiones estadounidenses que in terpretab an excesivas. R oque Sáenz Peña no dejó de reco rd ar a España com o “ M adre P atria”, a Italia com o “am iga” v a Francia com o “herm ana”, v al fin opuso al lema “ A m érica para los am eri canos” aquél más am plio y adecuado a la m entalidad dirigente argentina: “ A m érica para la hum anidad.” A fines del siglo Carlos Pellegrini inform aba a M iguel C añé el “desprecio cu ltu ral” que la clase dirigente argentina sentía hacia los norteam ericanos v, al p ro pio tiem po, la sobreestim ación de sus propias cualidades: H ab rás visto cóm o han tratad o los Estados U nidos a España. ¡Q ué niños! E l día que llegaran a ten e r el p o der de Inglaterra, si no viene una reacción en los Estados U n i dos, Van a acabar en la locura. U n senador (n o rtea m eri can o ) acaba de p ro n u n c ia r un discurso a favor del im pe rialismo y hablando del porv en ir decía que el im perio yan q u i llegaría a te n e r p o r lím ites al n o rte, la aurora bo real; al sur, el E cu ad o r; al este, el sol naciente; al oeste, la inm ensidad. ¡Felizm ente para nosotros, se detienen, por ahora, en el E cu ad o r!" E l “antiyanquism o” había nacido ya, v no precisam ente por razones ideológicas. H acia A m érica latina la clase dirigente ar gentina no era m enos pesim ista. A ños antes. R oca había escrito al 8 M c G a n n , Thom as, ob. cit., págs. 172, 202 y siguientes, donde se ha llará una aguda descripción de las posiciones de los participantes. 9 Citado por M cG ann, ob. cit., pág. 280. La carta es del 18 de diciem bre de 1898 y puede hallarse en “Pellegrini: 1846-1906. O bras”, tom o n, pág. 512.
mismo Cañé una buena radiografía de los sentim ientos que ani maban a quienes atendían los acontecim ientos am ericanos: Mi estim ado am igo: usted es un buen observador que no viaja im punem ente, com o tan to espíritu frívolo, v me jor n a rra d o r de lo que ve v observa. H e leído, pues, con verdadero g usto su carta del 7 de o c tu b re v no puede ser más interesante v fiel la pin tu ra que en ella me hace del estado político, social v económ ico de Colom bia v V ene zuela que, p o r lo visto, recién ahora van p o r lo m ejor de esa vía crucis, cay en d o tan p ro n to en el despotism o más brutal com o en ía dem agogia más desenfrenada, de que felizm ente nosotros hemos salido va sin haber descendido ta n to com o ellas. Pero no hay que desesperar ni afligirse inútilm ente. Esos pueblos que se revuelcan en la miseria co n sus ilustres am ericanos, al fin se han de organizar y co n stitu ir, m odificándose o (absorbidos) por la ola eu ropea o vankee que no ha de ta rd a r en hacer sentir su influencia. ( ....................................................................................... ) P or aquí to d o m archa bien. El país en to d o sentido se abre a las co rrien tes del progreso con una gran confianza en la paz y la tranquilidad públicas y una fe profunda en el porvenir. Al paso que vamos, si sabemos conservar el juicio en la prosperidad, que no han sabido conservar los chilenos en sus triu n fo s m ilitares, p ro n to hem os de ser un gran pueblo v hemos de llam ar la atención del m u n d o .. A rrogancia, optim ism o, creencia en la fatalidad del progreso, sensación de dom inio de la situación v del porvenir. N i los rum ores de una posible crisis con el Brasil inquietaban a una clase dirigente confiada en que co n tro lab a la faz agonal de la política v en unn era prolongada de “ paz v adm inistración".
El liberalismo com o ideología l.a denom inada generación del 80 creía o com batía en torno de una ideología liberal, es d ecir de la absolutización de una in ter pretación del liberalism o adoptado p o r el g ru p o d o m in an te." 111 Citada por Ricardo Sáenz H aves, Migue! Cañé y sit tiem po , Kraft. Buenos Aires, 1955, págs. 252 v 253. 11 H ay diferencias sutiles pero decisivas entre el liberalismo político —y sus aportes fundam entales a la práctica y a la teoría política— y, por ejem plo, el liberalismo económ ico. Apenas corresponde hacer aquí la adver tencia, así com o señalar que las concepciones liberales v la practica de los
A lejandro K orn describió con precisión las influencias ideológicas y los excesos de la alienación cu ltu ral que padecieron protagonistas notables de la A rgentina de transición. Época de “positivism o en acción”, se ligaba a esta influencia el desarrollo económ ico del país, el predom inio de los intereses m ateriales, la difusión de la instrucción pública, la incorp o ració n de masas heterogéneas, la afirm ación de la libertad individualista. Se agrega com o com plem ento el desapego de la trad ició n nacional, el desprecio de los p rin cipios abstractos, la indiferencia religiosa, la asimilación de usos e ideas extrañas. Así se creó una civilización cos m opolita, de cuño propio, v ningún pueblo de habla espa ñola se despojó com o el nuestro, en form a tan intensa, de su c a rá c ter ingénito, so p retexto de e u ro p e iz a rse . . . ' Según K orn, las clases dirigentes “se dejaron seducir por la eficacia evidente del esfuerzo interesado v aprendieron a su b o r dinar todos los valores al valor económ ico, dóciles al ejem plo del m eteco que incorporaba a nuestra vida nacional su actividad labo riosa v su afán m aterialista” . La apreciación, en tre objetiva v cáus tica, am arga y crítica, co n clu v e en que “la o rientación positivista fue convertida en un cred o b urdam ente p ragm ático". N o era, pues, un liberalism o ro m ántico e idealista, sino p ragm ático v positivista, pero sobre to d o “sectario ”. Los argentinos llegaban a él con el retraso y co n la intolerancia de los conversos. Al mismo tiem po, los notables hallaron en cierta versión del liberalism o que adoptaro n com o ideología, una justificación de su p o derío y del m odelo de desarrollo económ ico que habían adoptado. En la práctica, sin em bargo, apenas respetaban los valores del libera lismo político y en cam bio respondían a ciertos p rincipios funda m entales del liberalism o económ ico: p o r una p arte la división del que se llaman o son llamados liberales cambian con el tiem po y en cada situación. Sobre la vigencia de los valores del liberalismo político, Giovanni Sartori, Aspectos de la Democracia, Lim usa-W iley, México, 1965. Sobre las diferencias entre teorías económicas —por ejemplo el capitalismo, el marginalismo, el keynesianismo— y “doctrinas sociales” en el sentido de que tratan de resolver la cuestión social que, por su parte, depende de la dialéctica entre lo político y lo económico, ver Julien Freund, La esencia de lo político, Editora N acional, M adrid, 1968. En cuanto a las razones por las que la Iglesia Católica condenó al liberalismo de su tiem po por los “principios naturalistas e indiferentistas” que a los ojos de Pío IX eran parte de su fundam ento ideo lógico, y del erro r de perspectiva de extender esa apreciación a cualquier tiem po y situación, ver R oger A ubert, El centenario del Syllabus, “C ri terio , Buenos Aires, 1965, n«* 1472 y 1473. 12 K o r n , A lejandro, El pensamiento argentino. N ova, Buenos Aires, pág. 200.
"positivism o acción"
trabajo —cada país debe c o n c e n tra r sus esfuerzos en las actividades para las que tiene más recursos v está más d otado, con ventajas relativas respecto de los dem ás—, v p o r la otra, la libertad de co m ercio. Sin saberlo, v a m enudo sin q uererlo, los notables estaban verificando lo que F ederico List entrevio en 1857 escribiendo en to rn o del sistema nacional de econom ía política, al referirse a un co m portam ien to habitual de las potencias hegem ónicas, que en cada tiem po difunden los principios que favorecen a su propio desarrollo, y luego aplican las políticas que convienen a sus propios intereses.'* Porque Inglaterra, que había utilizado el proteccionism o para consolidar su p o d erío , se co n v irtió en cam peona del libera lismo económ ico, v la adopción del cred o p o r los notables de la A rgentina insertó a ésta en el esquema inglés a través de la política económ ica. F.l librecam bism o com o d o ctrin a económ ica dom inante se integraba con el p o sitivism o, orientación p o lítico-cultural a la que adherían los sectores dirigentes decisivos. A quél era la ideolo gía com ercial —aunque no necesariam ente la p ráctica c o n s ta n te de las potencias hegem ónicas, v en la medida que los dem ás Estados se com portasen de acuerdo con sus postulados se transform aba en un facto r favorable para el desarrollo v la expansión de las p o ten cias difusoras. De todos m odos, no era fácil ad v ertir las conse cuencias. La econom ía de la E uropa dom inante significaba el desarrollo de la p ro d u cció n , del créd ito v del com ercio, v el me joram iento de ciertas condiciones de vida en algunos países peri féricos. E uropa, en un siglo, pasaría de ciento sesenta a 400.000.000 de habitantes, m ientras la iniciativa privada parecía haber logrado dom esticar al trág ico iVlalthus. Los hechos v los factores interna cionales condicionaban, com o se ve, el co m p o rtam ien to de los argentinos. Y la llamada generación del 80 fue solam ente en un sentido “agente" de los cam bios que prom ovió. En gran m edida, fue paciente tra d u c to ra de procesos que forzaro n opciones de la política nacional. Sin em bargo, los argentinos parecían en m uchos D ice List: "Es una regla general de prudencia vulgar cuando se ha llegado a la cúspide de la grandeza, la de quitar la escala con la que se alcanzó la cima, con el fin de privar a los demás de los medios para subir d e tr á s ... Una nación que por m edio de derechos protectores y de restric ciones marítimas ha perfeccionado su industria manufacturera y su marina mercante hasta el punto de no temer ya la com petencia de ninguna otra, no puede adoptar un partido más sabio que el de rechazar lejos de sí el medio de su elevación, predicar a los demás pueblos el advenim iento de la libertad ile com ercio, expresar en alta voz su arrepentimiento por haber marchado hasta entonces por los caminos del error y por haber llegado tan tarde al conocim iento de la verdad . . . ” Confr. Andre Piettre, Las tres edades de lt\ ironoiiiia, Rialp. Madrid. 1962.
El liberalism o económico
casos más principistas v form alistas que los autores de las teorías que aceptaban. Si se mira bien, en la A rgentina nunca funcionó de m anera absoluta el librecam bism o —com o en rigor, no funcionó en ningún lado en estado quím icam ente p u ro —, p ero los argentinos que adherían a las teorías librecam bistas eran más dogm áticos e intransigentes en su prédica que los propios ingleses. La experiencia francesa era, p o r o tra parte, un buen ejem plo ei proceso de o tra faceta del liberalism o ideológico. Con la instalación de los de laiclzación republicanos de espíritu laico en la dirección del nuevo régim en, abrióse en Francia un p erío d o de neta laicizadoti v separación entre el Estado v la Iglesia que d u ró casi cuarenta v cinco años (1879-1924). H u b o , sin duda, períodos de co n flicto agudo v de apaciguam iento, pero la ofensiva co n tra el “clericalism o” fue m uv fuerte entre 1879 v 1886 v luego entre 1896 v 1907. La persecución, com o la llam aban los defensores de la Iglesia, no procedía de una crisis general del E stado y de la sociedad, com o aconteciera entre 1792 v 1799. E ra una burguesía de abogados, de legistas, de hom bres de negocios, de intelectuales, que p erpetuaban en el poder dinastías que ellos representaban. Esa burguesía gobern an te p ro fesaba una filosofía que aceptaba el p rincipio de igualdad de los ciudadanos, recom endaba el trabajo, el ah o rro v la frugalidad, creía en la ascensión p o r el m érito, prohibía la intervención del Estado en las relaciones en tre los g ru p o s de interés v desafiaba a la Iglesia Católica, a la que veían com o una sobrevivencia del antiguo régi men vencido p o r sus m ayores. P or convicción o p o r táctica, esa burguesía limitaba constan tem ente la influencia eclesiástica m ientras p roponía objetivos ge nerales aceptables: la defensa de la R epública, el desarrollo de la educación, el pro g reso de una m oral cívica independiente. La “cuestión religiosa” estaba cíclicam ente en el c e n tro de los debates políticos de la Francia de la década del 80. D iscutida con pasión V con lujo de argum entos, si no tu v o consecuencias dram áticas se debió a la situación de p rosperidad económ ica v a la m arginación del proletariado. El ejem plo francés se exponía entonces com o el de una nación avanzando sistem áticam ente p o r la vía de una laicización crecien te hacia la separación en tre la Iglesia y el Estado. La lucha ideológica y la “cuestión religiosa” eran facetas, pues, de la cuestión política según los térm inos en que se desarrollaba en tiem pos del p o n tificad o de L eón X III, v del liderazgo laicista del francm asón republicano Jules F e rrv . E n tre 1879 v 1886 v a través de la batalla p o r la escuela laica, se p ro d u cía la paulatina seculari-
zación de la vida social francesa. N o era va el E stado laico, sino el laicismo com o ideología m ilitante v el anticlericalism o com o pos tu ra de com bate lo que trad u cían la cu ltu ra francesa y los em i grantes que p ortaban las banderas del R isorgim ento italiano.14 Sea p o rq u e los argentinos m iraban hacia L ondres v París, o porque los inm igrantes trasladaban sus temas v sus polém icas al Río de la Plata —o p o r ambas cosas a la vez— la generación del SO expresó el proceso de secularización de la vida argentina m uv a la europea.
La generación del 8 0 y una nueva "cultura política" A lred ed o r del año 1880 hállanse signos de cam bios profundos, tanto en el co n tex to internacional com o en el co n to rn o regional latinoam ericano y en la sociedad argentina. A lgunos hom bres de ese tiem po percibieron esos cam bios o bien se sintieron responsa bles de haber puesto en m ovim iento factores que m odificarían radicalm ente la cultura política de los argentinos. Asisten, p ro m ueven o aceptan —o bien resisten— el cam bio de una sociedad tradicional p o r una sociedad m oderna. Al cabo, se estaba tra sto r nando to d o un sistema de creencias em píricas, de sím bolos expre sivos v de valores que hasta entonces habían definido la situación den tro de la cual se daba la acción p o lítica.1'1 Signos de cam bio eran tan to las m anifestaciones en favor de una m ay o r particip ació n política com o la form ación de fuerzas políticas nuevas. Pero tam bién el naturalism o que hizo eclosión en la literatura v en el teatro v en la generación de escritores del 95.IH La escuela era, p o r su parte, vehículo de las nuevas corrientes 14 Cf. A. Latreille y R. Rém ond, H istoire Ju C atholicisw e en tra n c e . I.a Période con tem porain e, Spes, París, 1962, págs. 419-481, donde se hallará una descripción objetiva y sugerente a propósito de los debates de la cuestión en Francia, comparable con las controversias del 80 en la Argentina. ,r* La expresión “cultura política” alude a ese sistema de creencias, símbolos y valores mencionado en el texto, que al cabo sirve de orientación subjetiva de la política, en el sentido empleado por G abriel Almond —desde un artículo publicado en 1956 con el título “Com parative Political Systems''— v por Sidney V erba en El estudio de la ciencia política desde la cultura política , en “Rev. de Estudios Políticos", M adrid, 1964, nv 138, págs. 5 a 51. También en el interesante ensayo de Joseph H odara. C ien tíficos vs. P olíticos. Universidad Autónom a de M éxico, M éxico, 1969. ,K El llamado “naturalismo del 80" reunió a escritores com o Eduardo Gutiérrez, l.u cio Y. López, M iguel Cañé, Lucio Y'. Mansilla, Julián Martel,
ideológicas v cientificistas, lugar o tema de querellas, pero tam bién instrum ento para la nacionalización cultural de un país de inm i gración. T a n to p o r el p redom inio ideológico del liberalism o laicista com o p o r el p ro p ó sito m anifiesto de “educar al so b erano”, el siste ma educativo servirá a una política de nacionalización cultural, la enseñanza será obligatoria en el nivel prim ario, sus contenidos uniform es, la g ratu id ad perm itirá el acceso del m avor núm ero v la co nducció n será centralizada p o r el E sta d o .'7 La política exterior se adecúa, p o r su lado, a la A rgentina concebida com o “g ran ero del m u n d o ” v com o fro n tera cultural de E uro p a en A m érica. La econom ía se en cu en tra aún en la etapa “ prim aria ex p o rtad o ra” p ero se “preaco n d icio n a” para el desarrollo económ ico,18 m ientras el desarrollo cultural tiende a instituciona lizarse en academ ias e institutos orientados p o r m aestros v a rte sanos italianos y españoles. Signos de cam bio de la A rgentina, pero tam bién de las acti tudes y de las creencias de la g ente respecto de la realidad que la circunda. La misma form a de o p erar de los sectores dirigentes iba La identidad siendo in terp retad a de m anera distinta v se planteaba, una vez más, enCcuest¡6n aunque en o tro nivel de análisis, la cuestión crucial de la identidad nacional. E n Buenos Aires v en el litoral, la gente padece el im pacto inm igrato rio que no llega a trasto rn ar, en cam bio, las costum bres y las creencias de los hom bres del interior. Si la identidad nacional es algo así com o la “versión p o lítico -cu ltu ral del problem a personal básico de la p ropia iden tid ad ” , com o indica V erba, se com prende que se la busque, que se sienta su necesidad expresada en térm inos en cierto m odo místicos, o que se tem a perderla. Y en el paso de la sociedad tradicional a la sociedad m oderna —paso que no toda la A rgentina, com o tam poco toda A m érica dio a un mismo com pás—, o c u rrió que m uchos argentinos padecieron el tránsito com o una crisis de identidad, y que m uchos otros tem ieron p e rd e r lo que creían haber conquistado definitivam ente. E n 1853 la población de la A rgentina no llegaba al m illón de habitantes. D e ellos, sólo 3.200 eran extranjeros. En 1910 la poblaFray M ocho, J. A . García, Joaquín V . G onzález. Entre los del 95 estaban F lorencio Sánchez, H oracio Q uiroga, G regorio de Laferrére. P olíticos, lite ratos, cuentistas, ensayistas, autores de teatro . . . 17 C ir ig lia n o , G ustavo J . , E ducación y política. El paradojal sistema de la educación argentina. Librería del C olegio, Buenos Aires, 1969. 18 C f. A ld o F e rre r, ob. cit., y G u id o D i T e lia y M anu el Z ym elm an , “ Etap as del d esarrollo eco n ó m ico argen tin o ” . A rgentina, sociedad de masas. Eudeba, Buenos Aires. 1965.
ción se acercaría a los siete millones, p ero entre tan to habían en trad o al país casi tres millones v m edio de inm igrantes. Para m uchos m iem bros de los sectores dirigentes el fenóm eno inm igra to rio era p o r lo m enos am bivalente. F acto r dinám ico v de cam bio —com o quiso A lberdi—, su desordenada influencia podía servir ta n to a la evolución v al progreso, pensaban otros, com o a la “sustitución de la sociedad arg en tin a”.1” U n viajero inquieto v co n habilidad descriptiva fue Emilio Daireaux. H abía llegado a la A rgentina en 1H63, cuando según Estanislao S. Zeballos nuestro país tenía 1.200.000 habitantes gau chos, de los cuales unos cien mil eran “g au ch ipolíticos” v una pequeña m inoría intentaba su p rim er g o b ierno “ regular” . Daireaux expuso la siguiente visión im presionista del Buenos Aires de la época: Hasta IS70 Buenos Aires no era otra cosa que una ciu dad de España, repro d u cid a en A m érica con su gobierno m unicipal v provincial, su milicia poco num erosa, un ejército cívico, una policía en em brión, sus serenos de estilo antiguo, su ausencia de tranw avs v otros medios de tran sp o rte, su em pedrado escaso v áspero, sus calles sin cloacas inundadas al p rim er aguacero que suprim ía toda com unicación, sus am biciones de cam panario, su ausencia de telégrafo v su aislam iento, que la falta de ferrocarriles v de cam inos de penetración aum entaban. El país era m uy estrecho; más allá del Azul v del Pergam ino se estaba fuera de las fronteras. Los cristianos com batían en esos lím ites para d efen d er sus ganados. Poco agradable era en tonces vivir ahí donde la vida es hov tan apacible v donde los únicos enem igos son la langosta v las autoridades de cam paña .. Se vivía, según el observador, de m odo patriarcal: todos se conocían, la vida era fam iliar, los modales cam pesinos. Una “aristo cracia estanciera” , rodeada de com pañeras elegidas en los pagos v de mestizos nacidos en ellos, convivía con otra, burguesa: la ‘ aristocracia com ercial” . Según la original clasificación de Dai reaux, la aristocracia com ercial, form ada tras el m ostrador de la "* Expresión gráfica de R odolfo Rivarola en La nacionalidad argentina, artículo publicado en la “Revista Athenas”, año i, nv 2, pág. 108, y citado por H oracio R ivjrola en su tesis Las transform aciones de la sociedad argen tina y sus consecuencias institucionales , publicada por editorial Coni en 1911. l.os títulos de ambas publicaciones recogen un tenia de preocupación general. -° D a ir e a lx , Emilio (notas de Zeballos) A ristocracia de antaño, en “Revista de D erecho. Historia v Letras". Buenos Aires. 1898. tom o ii, pág. Vi.
tienda o del alm acén v afo rtu n ad a —con la avuda del Banco de la Provincia de Buenos A ires— coincidía con la o tra aristocracia en ciertos criterios de valoración. Se form aba parte de ellas siendo “persona co n o cid a”, p o rq u e para ella se tendían las manos v se abrían los salones. Pero D aireaux escribía a fines del siglo, v para entonces se advertía que la ciudad iba dejando de ser española y patriarcal, aunque conservase m uchas de las costum bres de antaño. C om o ya no bastaba ser “persona conocida" —p orque pocas eran las familias que no se habían unido a extranjeros v que no se ha llaban “em parentadas con todas las razas del m u n d o ”— la fortuna, sobre to d o inm obiliaria, la técnica de los negocios V de las finanzas, la fama literaria o artística, favorecían la form ación de una “ b u r guesía selecta” que tenía la apariencia de la antigua aristocracia desaparecida sin confundirse con ella. Se p roducen, tam bién, reacciones antiextranjeras. Desde los sectores tradicionales de aquella antigua aristocracia com enzó la crítica sistem ática al inm igrante —al principio dirigida especial m ente a los ingleses v a los alem anes—; recru d eció el “antiitalianism o” y se m anifestó el tem o r de que los argentinos fueran desaloja dos de su patria p o r extranjeros desinteresados en la naturalización, v desarraigados.21 La cuestión de la identidad nacional interesaba, pues, tan to a los argentinos criollos que padecían una suerte de proceso de desnacionalización, com o a los extranjeros, m uchos de los cuales se consideraban aún leales a su patria de origen antes que a la de adopción. En el nivel de la élite el antiguo “ p atriciad o ” , form ado por los notables que sucedieron a los caudillos del sistema rosista, se in tegró paulatinam ente con una “nueva clase” política que co in cidía con aquél en no acep tar la com petencia pacífica p o r el poder, salvo en tre los m iem bros de la élite. T ran sfo rm ad a la estructura social de la A rgentina, el liberalism o ideológico fue, a la vez, consistentem ente antid em o crático . Los riesgos de los cotejos elec torales v de la participación política fueron sorteados du ran te un extenso p erío d o p o r la alianza de los notables v del viejo patriciado, aun entre los adversarios de ayer. El m étodo de selección de los gobernantes —la denom inada “política del acu erd o ”— sería conse cuente con los propósitos de aquella alianza im plícita. -i Ternas del nacionalismo ideológico argentino com enzaron a desarro llarse entonces. D e la crisis de identidad, el argentino pasó a la exasperación. Entre 1875 y 1877 hubo agresiones a extranjeros en Buenos Aires y en Rosario. H oracio Rivarola registra la alianza agresiva de miembros de la “clase distin guida con los comisarios de campaña’ .
"A ntiextran jerism o''
La política del "acu erd o"
La desconfianza hacia los opositores —v aun hacia los propios am igos— que no se som etiesen a las reglas no escritas de esa polí tica, co n d u jo a la oposición conspirativa, a la revolución com o com portam ien to político habitual v a la intransigencia com o tác tica consecuente. Los sectores dom inantes pasaron a ser conside rados com o “oligarquías”. El régim en político aparentem ente sólido v estable co n stru id o p o r Roca vivió plenam ente entre 1880 v 1890, p ero fue más larga v notable su agonía. La nueva cultura política de los argentinos habíase hecho más com pleja v m oderna, pero al mismo tiem po no llegaba* a consolidar creencias en valores políticos que afirm aban la obediencia a la lev, la tolerancia v la justicia políticas v, p o r lo tan to , a p rom over la adhesión colectiva hacia un sistema político co m petitivo. El país político se dividió entre el “ R égim en” v la “oposición”. A quél era padecido com o una fuerza hostil v herm ética, com o el c o to de caza de una oli garquía, v la oposición com o exprésión de incivism o frente a la lev. La nueva cu ltu ra política se hizo, pues, com o un precipitado de experiencias históricas v de ansiedad im itativa de m odelos extran jeros. Por eso, la A rgentina de los años 80 contiene los factores positivos \ negativos de una transición p ro fu n d a v es decisiva para en ten d er las contradicciones de una sociedad m oderna por la manera en que resuelve —o deja acum ular, según los c a so sios grandes problem as políticos, económ icos, sociales \, culturales de su tiem po.
Factores de transición T res factores principales de cam bio p ro d u cen la transición e n tre la A rgentina tradicional v la m oderna: la educación, la inm i gración v la política económ ica. Se aludió antes al últim o, que se trad u cirá en políticas específicas de las que se dirá algo después. Los otro s dos factores se asocian con nom bres decisivos. La polí tica educativa con el de S arm iento; la política inm igratoria con el de A lberdi. Es exacto que “ la A rgentina contem poránea no podría ser com prendida sin un análisis detenido de la inm igración masiva".-- El examen que sigue es sólo inform ativo. — G e r m á n i, G ino, Política y sociedad en una época de transición. De la sociedad tradicional a la sociedad de masas. Paidós, Buenos Aires, 1962, págs. 179 a 232. Seguiremos también a Oscar Cornbilt, Inmigrantes y em-, presarías en la política argentina. C entro de Sociología Com parada del Instituto
La inm igración
El fenóm eno inm igratorio señala el paso entre los dos tipos de sociedades v, com o señala G in o G erm ani, salvo los Estados U nidos, no hav o tro caso en que la p ro p o rció n de extranjeros en edad adulta hava sido tan significativo: p o r más de setenta años, el 70 c/( de la población de Buenos Aires capital v casi el 50 '/ de la población de las provincias de m ayor peso dem ográfico v económ ico, com o Buenos Aires, C órdoba v Santa Fe. La “ rege neración de razas” de que hablaba v escribía S arm iento, la “e u r o peización” de la A rgentina v la m odificación del c a rá cter nacional com o decisión deliberada de los ideólogos de la A rgentina m oder na, se trad u jo en una política inm igratoria abierta pero a la postre condicionada p o r causas endógenas v por causas exógenas que estaban fuera de las estim aciones o de la capacidad de c o n tro l de los sectores dirigentes. Flasta 1880 se tra tó de “ p oblar el d esierto”, v de prom over Etapas de la agricultura, la ganadería v la red de transportes con las dim en- la inm|sraci6n siones v calidades necesarias para la posterior industrialización del país. El prom edio inferior del saldo inm igratorio fue de diez mil personas p o r año. En la década siguiente dicho p rom edio ascendió a 64.000 v en la prim era del siglo actual fue de 112.000. Casi la m itad de la inm igración era italiana —sobre to d o del sur de la península—, una tercera parte española y el resto se distribuía entre polacos, rusos, franceses v alemanes. Luego de 1880 com enzó una segunda etapa. La tendencia fue la búsqueda de “ m ano de o bra abundante para conseguir una p ro d u cció n masiva de p ro d u c tos agrícola-ganaderos”.23 C om o el plan de adju d icar la tierra en propiedad no tu v o éxito v e n c o n tró resistencias que no se salvaron, el inm igrante se tran sfo rm ó en arren d atario o en peón asalariado V, al cabo, la m ayoría buscó asilo en los cent-ros urbanos. El desierto no pudo ser poblado. En 1869, el 48 '/ de los extranjeros residía en Buenos Aires v el 42 (/ se distribuía en tre C órdoba, la provincia de Buenos Aires, E n tre Ríos, M endoza, Santa Fe v La Pampa. El 10 c/< en las restantes provincias. Q uince años más tarde los porDi T elia, Buenos Aires, 1966. V G ustavo Beyhaut, Roberto Cortés Conde. H aydée G orostegui y Susana T orrado, “Los inmigrantes en el sistema ocupacional argentino , en Argentina, sociedad de masas. Ludeba, Buenos Aires. 1965, págs. 85 a 123. 2“ G ustavo Beyhaut y otros, ob. cit., pág. 94. Germani aclara que la Argentina m antuvo el nivel de crecim iento más alto en relación con los demás países americanos entre 1869 y 1959, en que aumentó casi doce veces su población. Los Estados Unidos aumentaron cuatro veces entre 1870 y 1960-, Brasil seis en noventa años; Chile cuatro en 110 v Perú un poco menos en aproximadamente el mismo plazo.
cenrajes eran 39, 52 v 9, respectivam ente. De tal m odo, la inm i gración extranjera se tran sfo rm ó en un fenóm eno principalm ente urbano, aunque una buena p ro p o rció n se localizó en ciertas áreas rurales. E ra p redom inantem ente masculitia v m ientras se ocupó en actividades rurales —especialm ente entre 1871 v 1890 en que lo hizo el 73 % de los inm igrantes, m ientras en el p eríodo 1891/1910 esa p ro p o rc ió n bajó al 48 % — favoreció el desarrollo de una eco nom ía agrícola que llegó a p ro d u c ir suficiente trig o com o para pasar de im portadora, en 1870, a principal exportadora entre los países agrícolas del m undo. El régim en de la tierra gravitó negativam ente. El latifundio im pidió la radicación de ex tranjeros en el cam po v se m ultiplicaron las “colonias”. Pocos inmigrantes" lograron ser p ropietarios de la tierra y de ahí las opciones que en su m ayoría ado ptaron: arriendo, salario, re to rn o a la ciudad o vuelta a su país de origen. Si quedaba en la ciudad era jornalero o, si tenía capacidad o aptitudes, term i naba p o r d om inar la gestión de la industria v del com ercio. Los criollos se desplazaban, en cam bio, hacia las actividades de tipo ar tesanal, hacia la b u rocracia estatal o hacia el servicio dom éstjco.
Tierra e Inm igración
El fenóm eno in m ig rato rio significa un cam bio en la estructura social de la A rgentina que ten d rá con el tiem po consecuencias políticas y económ icas im portantes. La sociedad argentina se hizo más com pleja, v el cam bio progresivo de su cu ltu ra política en el sentido indicado antes fue acom pañado p o r un aum ento de los estratos populares y sobre to d o de los “sectores m edios” . C rece el núm ero de industriales y de com erciantes, p ero la “clase alta” se cierra al inm igrante y retiene la suma de riqueza, el prestigio no pocas veces basado en la “antig ü ed ad ” del g ru p o v los “antepasa dos” y el p o d e r político v económ ico asociado a la tenencia de la propiedad de la tierra.24
La estructura social
La estru ctu ra de clases de la A rg én tica m oderna puede visua lizarse, pues, a través de c u a tro “categorías” aproxim adas: la clase alta o “aristo cracia” —que aún en 1914 representaba el 1 c/r de la población—; la “alta clase m edia”, próspera p ero con escaso pres tigio social —que reunía el 8 % —; la “ baja clase m edia”, un 24 '/ que poseía escasa fuerza económ ica y virtualm ente ningún p o der social, p ero a la que al m enos podían brindársele oportunidades de ascenso v la “clase baja”, un 67 r/f de la población hacia la época - 4 Confr. G ino Germani, ob. cit., v cuadros anexos.
de la Prim era G u erra M undial, que ocupaba la base de la pirám ide social.2'1 A unque la m ovilidad social tendía a aum entar, no sólo entre la baja v la alta clase media, sino entre ésta v la llamada aristocracia, la sociedad argentina padeció el im pacto inm igratorio, sintió c o n m overse su estru ctu ra, vio transform arse el c a rá c ter nacional v se hizo cuestión de la identidad nacional. El “tip o arg en tin o ” fue cam biando. El gaucho, hábil v co raju d o pero im previsor v fácil m ente irracional, se sintió acosado p o r la ciudad v por el ex tran jero v, en su ensim ism am iento, fue cultivando resentim ientos, soledad, individualism o, sim bolizados en la vida nóm ada, en el cuchillo, en el caballo v la guitarra. Si perm anece com o “gaucho n e to ” según la aguda observación de L ucio Y. M ansilla, term ina en el desarraigo, v si no, se hace “ paisano”, hom bre del país v del paisaje, con hogar v p aradero fijo, con hábitos de trabajo v respeto tem eroso de la autoridad. La literatura gauchesca aprehende par cialm ente este proceso de transform ación del g aucho v a m enudo 110 aprecia la existencia de una suerte de “cu ltu ra g au ch a”,-11 con valores v pautas de com portam ientos que algunos creen orgánicos v articulados. En to d o caso, es cierto que la literatura gauchesca no siem pre describe tipos hum anos vigentes en la época, sino más bien tipos co rrespondientes a la época del ocaso del gaucho. La sociedad en la form ación de la A rgentina m oderna se fue haciendo, decíam os, más com pleja, dato que los sectores dirigentes de entonces tratan de ap reh en d er para no p e rd e r el dom inio de la situación. La “clase d o m in an te”, com o la llama M cG ann, constitui da p o r estancieros, grandes terratenientes, ganaderos, grandes co m erciantes, especuladores, abogados de grandes sociedades, inte lectuales co n prestigio, p ero tam bién p o r hábiles políticos, reflejan las características co n trad icto rias de una generación cuvos valores, atributos v defectos se con fu n d en : riqueza, sabiduría, sordidez, S m i t h , Peter, Carne y política en la A rgentina. Paidós, Buenos Aires, 1968, quien adapta las categorías de Germani, E structura social, págs. 198, 220 a 222, y que aun con deficiencias por carencia de datos, permite visua lizar la estructura del poder y de las oportunidades en la Argentina del fin del siglo. Sobre la presunta existencia de una “cultura gaucha” y diferentes perspectivas sobre el “hombre argentino”, ver la reseña de Raúl Puigbó, T eorías sobre el hom bre argentino en “Revista Criterio", Buenos Aires, di ciembre de 1966, págs. 894 a 899. Sobre el desarraigo argentino y el inm i grante, ver entre otros Julio .Vlafud, El desarraigo argentino, Am ericalee, Buenos Aires, 1959, sin omitir los notables ensayos de Ortega y Gasset sobre el argentino. O . C. vol. n, págs. 130 y 348 y especialm ente 649 v sgts.; sobre la criolla, vol. vi. 374 v sgts. v también "M editación de un pueblo joven", etc.
arrogancia, superficialidad, valentía, sectarism o, prudencia v o p ti mismo. Las “clases m edias”, alta v baja, llegaban a co n stitu ir la tercera p arte de la población, e iban fraguándose con la integración paulatina del inm igrante a través de la penosa pero constante adaptación persona] de éste, de su particip ación limitada en la sociedad económ ica, del p roceso de aculturación, que pro d u ce una hibridación, sin em bargo dinám ica v m odernizante. Las “clases bajas”, ajenas todavía al proceso de m odernización de la A rgentina, se hallaban no sólo en las grandes ciudades, sino en el interior, que m arcaba la persistencia de un indicador de la com plejidad del país: la dualidad regional. Para g o b ern ar la A rgentina m oderna, la clase dom inante debía apelar a la am bivalencia: p red icar el liberalism o sin añadir una dem ocracia efectiva; in teg rar a los inm igrantes sin arriesgar la identidad nacional; centralizar el sistema p olítico m ientras el Es tado llegaba hasta los confines de su te rrito rio ; in co rp o rar gentes e intereses sin ced er el p o d er político. Pero la fórm ula fundam ental es la alianza de los notables.
LA ALIANZA DE LOS NOTABLES
1880: Buenos Aire capital leder
Con frecuencia se expone la época de la organización nacional v del llamado régim en liberal com o un lapso p rolongado de esta bilidad constitucional v de relativa paz política. 1.a realidad fue más difícil v conflictiva, aunque exhibiese en tre otros experim entos singulares la vigencia de un régim en p olítico característico que se extiende hasta los tiem pos próxim os al C entenario. El ciclo 1874-1880, va d escripto, com enzó con una revolución m itrista v term inó con una rebelión bonaerense que, al ser d e rro tada p o r el g obierno nacional, dio paso a una consecuencia decisiva: la federalización de Buenos Aires. F.n térm inos de entonces, “ la nación orgánica con su capital definitiva” . Pero dicho objetivo, k®p'¡'£ r s,i6n situado al final de la denom inada “cuestión C apital”, no se logró sin lucha v sin el riesgo de un nuevo estado de anarquía análogo al de sesenta años antes. Con el fin de la lucha sobrevino “ la R epú blica consolidada en 1880 con la ciudad de Buenos Aires por C apital”, com o reza el títu lo de la últim a obra im p ortante de Juan Bautista A lberdi. Los contem poráneos juzgaron de m anera diversa tan to el proceso com o el resultado. A lberdi v Alem, desde posiciones opuestas, fueron representantes de dos m aneras de ver la cuestión que contenían errores v verdades parciales, com o que la “cuestión C apital” era uno de los problem as nacionales más com plejos v constantes desde la época de la independencia. Juan Bautista Al berdi, el viejo liberal co nfederado, d o ctrin ario polém ico v adver sario tem ible de la “ilustración” porteña, llegó a ver el resultado del co n flicto después de cuaren ta v un años de proscripción relati vam ente voluntaria. D esem barcó un día de setiem bre de 1879 y en c o n tró un Buenos Aires diferente. T u cu m an o —com o A vellaneda
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(1880 - 1906)
v R oca— A lberdi sabía del asedio hostil de los liberales porteños v de los provincianos liberales que adherían a la política de Buenos Aires. F.l viejo d o ctrin ario del 37, el constitucionalista de las “ Ba ses”, co ntem pló desde el barco una ciudad que se había transform ado. La aldea rom ántica con ribetes ingleses que había dejado en 1838 se había co n v ertid o en una abigarrada ciudad de 300.000 habitantes; una “ maced o in e” ilum inada a gas, v las nuevas co rrientes m igratorias habían invadido todos los círculos; abundaban las casas de dos pisos, los ‘“ palazzi" con escaleras de m árm ol, pisos de mosaicos, edificadas p o r arq uitectos italianos para los nue vos ricos en su m avoría tam bién italianos. Las calles esta ban pavim entadas con gruesas piedras chatas. Se había le vantado la Bolsa, el Banco H ipo tecario , el T e a tro C olón, sobre la Plaza de iMavo adonde llegaban los cantantes más famosos de E uro p a; se había abierto el Café de París, los restaurantes con sus “ dames de co m p to ir". Le G lobe, el H otel U niversal, los “skating rings". Los criollos se reunían en el C lub del Progreso v el Club de los Residentes Ex tran jero s era siem pre red u cto de los dirigentes de las finan zas v del alto c o m ercio .1 Estaba p o r dirim irse la cuestión C apital v, estrecham ente vinculada con ella, la sucesión presidencial. La situación económ ica era difícil. Se había llegado a p ro p o n e r una deducción del cinco p o r ciento en los sueldos de la adm inistración; la pobreza aum en taba, no había suficientes fuentes de trabajo v el com ercio padecía las consecuencias de la crisis política. C u atro provincias litorales estaban bajo el estado de sitio v la m avoría de las otras bajo la influencia de jefes militares depen dientes del g o b iern o nacional.- N acionalistas de M itre v a u to n o mistas de Alsina eran todavía rivales excluventes de otras fuerzas políticas ponderables, pero los alsinistas habían sufrido dos golpes m uv rudos. En 1877 se p ro d u ce el desprendim iento de los “ republi canos” , encabezados p o r A lem v A ristóbulo del Valle, seguidos por la m avoría de la juventud autonom ista. Y en ese mismo año, la m uerte de su gran caudillo, A dolfo Alsina. La m anifestación p o p u lar que acom pañó los restos del prestigioso líder p o rteñ o ignoraba que un nuevo líder avanzaba va sobre las posiciones de las fuerzas 1 Maykk, Jorge Al.. A lberdi y sil tiempo. L.udeba, Buenos Aires, 1963. pág. 864. - S a n lc c i, l.ía I'.. Al., La renovación presidencial de IftXI). Editorial U ni versitaria, l.a Plata. 1959, págs. 13 v 14,
El ran ch o era la v iv ie n d a p o p u la r del in te rio r. La a rq u ite c tu ra p o rte ñ a de fin e s de siglo c o n s ti tu ía u n a m a n ife s ta c ió n de s o fis tic a c ió n , fre c u e n te m al g u sto y a lie n a c ió n c u ltu ra l.
tradicionales: Julio A. Roca. Con su ingreso en el gabinete A ve llaneda, consolidaba su posición política m ientras hacía la concilia ción arduam ente gestionada p o r el Presidente. C uando tran scu rre el año 1878 se perfilan las candidaturas kobeVnadofes ■ presidenciales: Laspiur, m inistro del In terior, candidato del par tido N acional; Carlos T e je d o r, g o b ern ad o r de Buenos Aires, can didato de los autonom istas con la adhesión transitoria de los republicanos; y aun Sarm iento, B ernardo de Jrigoyen v D ardo R ocha. E n C órdoba, Ju árez Celm an trabaja en la form ación de una “liga” de g o bernadores y levanta el nom bre del joven m inistro de G u erra Julio A. Roca. San Juan, M endoza, San Luis, C órdoba, C atam arca, La R ioja, Santiago del E stero, E n tre Ríos, Salta, Ju ju y y Santa Fe se p ro n u n cian en su favor. Los trabajos de Juárez Celm an no perm anecerían ocultos p o r m ucho tiem po. Los d en u n cia el p artid o N acional v el litigio p o r el p o d er nacional queda planteado. R esurge la cuestión en tre Buenos Aires y el in terior a tra vés del tem a de las candidaturas. U na cuestión lateral —el pe dido de retiro de la intervención federal a La R ioja— provoca la renuncia del m inistro Laspiur. La Liga de G o b ern ad o res ve alla nado el cam ino para im poner su candidato v el ascenso de Sarm iento al m inisterio del In te rio r confirm a a los nacionalistas en su interp retació n de que se les cerraba una vez más el paso al poder. A llí se definen las tensiones que harán eclosión pocos meses después.
La au to rid ad del ¡presidente Avellaneda se afirm a m ientras la provinciar El "poder crisis avanza. R oca representa el apoyo del ejército . Sarm iento, el del Congreso. La Liga de G o bernadores, el ap o v o de la m ayoría del in terio r con excepción de C orrientes. Para Buenos Aires, era el “p o der p ro v in cian o ” en alza. Carlos T e je d o r asume la repre sentación del localismo p o rteñ o . Su figura es el signo que resume la pasión tradicional del porteñism o v la am bición personal del candidato a la Presidencia. T e je d o r arm a la G u ard ia N acional. Q ueda expuesto su desig nio de resistir al g o b iern o nacional. Su ejem plo es im itado con objetivos diversos p o r Santa Fe, C orrientes, E n tre Ríos. Pasan los meses v sólo dos candidaturas se perfilan: R oca v T e jed o r, m ien tras Sarm iento p reten d e dem ostrar que sólo él es indispensable. Es difícil distinguir en el c o n flicto dónde term inan los m otivos atri buidos a la cuestión Capital v dónde em piezan los que corresp o n den a la cuestión presidencial. Avellaneda insistía en su mensaje de clausura de las sesiones del C ongreso de 1879 que la ciudad de Buenos Aires debe ser declarada capital de la R epública, señalándose al mismo tiem po en la lev un plazo adecuado para que el pueblo de esta Provincia manifieste su asentim iento o su denegación, después que se hava form ado una verdadera opinión pública. Suceden elecciones para legisladores nacionales, en com icios del 19 de feb rero de 1880, con el triu n fo casi total del autonom ism o, que se abstiene en Buenos Aires p o r “ falta de garantías”, aunque 1 OCT
el fraude era una práctica general. G ru p o s arm ados reco rren las calles porteñas v se vota seis v más veces en una sola mesa por ciudadano, “en m edio de las risas v la com plicidad irónica de los m iem bros de la junta recep to ra de votos”, com o denuncia La Prensa, para quien las urnas son “cinerarias de las libertades pú blicas” .3 El am biente es de relativa tranquilidad en las provincias, donde la situación se consideraba definida, pero de guerra en Buenos Aires. l,a ciudad es un cam pam ento. Dos jefes del ejército nacional —José I. Arias v Julio C am pos— se rebelan co n tra el Presidente. N o sólo hav dos partidos: hav dos ejércitos. El p artid o N acional se transform a en una fuerza conspirativa. La^ “ revolución" 80 Fracasa en C órdoba, donde intenta d erro car al g o b ern ad o r del Viso, instalar una d ictadura m ilitar v actuar sobre las provincias de la Liga. El gobierno nacional convoca a elecciones generales. Las candidaturas vuelven a circular. Los “ republicanos” se dividen entre Sarm iento v B ernardo de Irigoven. Avellaneda trata de c o n vencer a Carlos T ejedor para que acepte la candidatura de su am igo José M aría M oreno, v icegobernador de Buenos Aires, com o candidato de transacción. Sarm iento no vacila en atribuirse “ la autoridad para todos, la constitución restaurada, la lev, la fuerza" v de paso añade que Roca es un general joven v un “ hom bre de circunstancias”. C ierto cinism o realista de los protagonistas no sólo frustra una entrevista entre los candidatos que polarizan las fuerzas —Roca V T e je d o r—, sino tam bién las tentativas desesperadas de Avellaneda p o r evitar el co n flicto . R eúne a los notables: M itre, Sarm iento, R aw son, A lberdi, V icente F. López, Frías, G orostiaga. M itre ataca a Roca. Avellaneda v S arm iento lo defienden. Las líneas están tendidas. Sobreviene la ru p tu ra que está en el am biente, com o otro ra, en vísperas de Pavón. Se m ovilizan las fuerzas de Buenos Aires v de la N ación. El coronel Y iejobueno com anda a los nacio nales. O cupa puestos estratégicos en C hacarita v otros puntos de la ciudad; tom a San N icolás, bloquea Rosario v separa a Buenos Aires de su aliada C orrientes. Es el reverso de Pavón. M itre se define, naturalm ente, p o r Buenos Aires. E ntra en negociaciones con C orrientes v arregla las siguientes bases: - C orrientes hace suva la resistencia que Buenos Aires sostiene para im pedir el triu n fo de la candidatura de Roca. 2* - O b ten er ese resultado d en tro de la paz v el respeto a las autoridades nacionales. 3® - R espetar la unidad nacióS a n lc c i, L ía l\. A l., oh. c i t pájjs. 96 y 97.
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nal. 4* - En caso de ataque p o r el g o b ierno nacional para im poner la can d id atu ra de Roca, C o rrientes se considera ofensiva y defensivam ente unida a Buenos Aires. 5* - Para sostener ese com prom iso C orrientes se levantará en armas y ofrece un ejército de diez mil hom bres. - Buenos Aires debe facilitarle arm as v trescientos mil pesos para su trans p o rte. 7* - En caso de estallar la gu erra, Buenos Aires le facilitará un subsidio de hasta un millón de pesos m /c sobre la cantidad señalada an terio rm en te.1 El texto es significativo. N inguna alusión a la “cuestión C a p ital”. O bsesiva m ención de la cuestión presidencial. M itre actuaba com o p o rteñ o , pero sobre to d o com o ¡efe del partido N acional. Los com p o rtam ien to s co n creto s denuncian el revés de la tram a: para los jefes y los candidatos políticos, la cuestión federal se co n fundía con la lucha p o r la dom inación. Los hechos parecían dar razón a un lúcido v apasionado trib u n o p o rteñ o : L eandro N . Alem. C uando se debaten los arreglos previos a la federalización, diría en la Cám ara de D iputados de Buenos Aires: “ U n dilema fatal, cuyos dos térm inos deben ser rechazados, se presentará después de esta evolución. U na oligarquía provinciana vendrá a dirigirlo todo v a fin de que no se levante una oligarquía p o rte ría . . . ' Aislada C orrientes p o r el ejército nacional, m ientras los c o n gresistas del p artid o N acional v los partidarios de T e je d o r perm a necen en la ciudad, los opositores autonom istas v los partidarios del go b iern o nacional con stitu v en el C ongreso en Belgrano. El proceso m ilitar acom paña al proceso político electoral. Los co micios dan el triu n fo a los electores de R oca, v la m ayoría vota a F rancisco B. M adero para la vicepresidencia. El ejército nacional vence al bonaerense. Era la victoria del gobierno na cional v el triu n fo p o lítico de Roca. El nuevo líder explota con decisión ambas cosas. D om ina el C ongreso, expulsa a los diputados disidentes y reúne tras de sí el apovo de A n tonio Cam baceres, D ardo R ocha, B ernardo de Irigoyen, A ristóbulo del Valle, E d u ar do W ild e, Juan José M oreno, M arcelino U g arte, H ip ó lito Yrigoyen . . . V iejos patricios, nuevos notables, políticos en ciernes. o • . i , r i i■’ i r . ai Se sanciona la lev de federalización de Buenos Aires v culm inan 4 M useo M itre, A rch ivo Inédito de Mitre, D ocum ento 10703 (Cit. por Sanucci, ob. cit., pág. 155). 5 A le m , Leandro N ., O bra parlam evtaria. La Plata, 1949, tom o m. pág. 209.
La federalización de Buenos Aires
La “ c u e s tió n C a p ita l" se re s o lv e ría en fa v o r de un po der n a c io n a l c o n s o lid a d o y fu e r te , con sed e en la c iu d a d -p u e rto . S e ría , al cabo, la c irc u n s ta n c ia n e c e sa ria p ara a fir m a r el p o d e r de R oca y los lib e ra le s . P ero h a c ia 1880 e ra a ú n una c iu d a d “ p a tr ia rc a l” . . .
las dos grandes cuestiones de con flicto : la cuestión Capital," v la cuestión presidencial. H abía com enzado el tiem po de Roca. La crisis de 1880 fue una m anifestación política im portante del cam bio que se estaba operando. C om o en 1861, se en frentaron Buenos Aires v las provincias. Buenos Aires fue representada esta vez por Carlos T e je d o r, “envarado v sordo, un verdadero porteño al estilo de los viejos rivadavianos, dispuesto a d efen d er hasta lo últim o los privilegios congénitos v fructuosos del feudo”.7 A unque T e je d o r no era apoyado en todas sus actitudes p o r la opinión 11 La ley 1029, sancionada por el Congreso en Belgrano el 20 de setienibajo sus límites actuales.’ Disponi edificios públicos, sobre los que seguirían perteneciendo a la provincia de Buenos Aires, com o su Banco, el H ipotecario, el M onte de Piedad, y sus ferrocarriles y se prevé sobre la deuda exterior de la provincia. El 27 de noviem bre la Legislatura de Buenos Aires cede el territorio del municipio de la ciudad decfarada Capital, y en 1884 la ley 1585 federaliza el municipio de Belgrano y parte del de San José de Flores “a objeto de ensanchar la Capital ’ 7 M ayer, Jorge M.. ob. cit., pág. 868.
pública p o rteñ a, los más lúcidos no se engañaron acerca del trasfondo del litigio. A lem , que en esos días p ro n u n ció en la Cám ara de D iputados el m ejo r alegato en favor de la causa p o rteña, apa sionado v sincero, parcial p ero inteligente, lo vio así: ¿Rosas habría p o d id o ejercer su d ictadura sobre la R e pública si no hubiera sido el g o b ern ad o r de Buenos Aires, teniendo bajo su acción inm ediata y a su disposición todos los elem entos de esta im p o rtan te Provincia? Es claro que no . . . ¡com o no p u d o ejercerla el general U rquiza desde Paraná; com o no habría podido establecerla el general M itre si ésa hubiera sido su intención! Seamos francos alguna v e z . . . : Liberales y dem ócratas m ientras estamos abajo, unitarios v aristócratas cu an d o nos exaltamos al P o d e r . . .8 Esta vez, sin em bargo, el p o d er nacional litigaba desde adentro de Buenos A ires. A lb erd i advierte la im portancia de la crisis del 80, pero no acierta en todas sus consecuencias. Para él, la R evo lución de M ayo había sido doble: co n tra la au toridad de España y co n tra “ la autoridad de la nación arg en tin a” . El “coloniaje p o r teño sustitu y en d o al coloniaje español” había creado dos países: el estado-m etrópoli, Buenos A ires, y el país-vasallo, la R epública. “ El uno gobierna, el o tro obedece; el uno goza del tesoro, el o tro lo produ ce; el uno es feliz, el o tro m iserable; el uno tiene su renta y su gasto garan tid o , el o tro no tiene seguro el pan.” La cuestión Capital era decisiva, p o rq u e “en este país abraza todas las cuestiones de su política, p o rq u e su Capital natural encierra todos los elem en tos del p o d e r de la N a c ió n ” . E n tre g a r la capital a la N ació n era dar más p o d e r al P residente —en lo que no se equivocaba— v m ejor porven ir al in te rio r —en lo que se dejaba llevar p o r sus esquemas— que se distribuiría con Buenos Aires los recursos del p u erto . Era, Aiben)i para A lberdi, la “nacionalización” del p o d e r p o lítico v tam bién del y L N Alem económ ico. El análisis alberdiano, tem ático, ingenioso y p ro fu n d o , fiel a la prédica de m uchos años, sobreestim aba la c o y u n tu ra v soslayaba el efecto m ultip licad o r de factores favorables al predom inio de Buenos A ires. E l p o d er nacional se consolidó, pero haciendo de Buenos A ires sede del centralism o efectivo, del régim en unitario que años después defendería R odolfo R ivarola com o apropiado a N A lb e r d i, Juan Bautista, La Revolución del SO. Plus Ultra, Buenos Aires, 1964, páp. 15.
la A rgentina real fren te a un federalism o “ fo rm al” .“ K1 pu erto se nacionalizó, pero las rentas del com ercio v de la industria favore cerían a los sectores vinculados con la situación portería. Los p ro vincianos g obernarían, pero alienados cultural v políticam ente por la lógica interna de una nueva ideología unificadora v por la fuerza, el en canto v la sordidez de la enorm e ciudad capital. El p o rteñ o Alem, com o o tro ra T ristán A chával, vio con cla ridad la otra faz del problem a. En el C ongreso diría: E stoy p erfectam en te convencido de que los perjuicios que sufrirá la provincia de Buenos Aires no los necesita la N ación para consolidarse v c o n ju ra r los peligros im a ginarios sino que, p o r el co n trario , tal vez ellos co m p ro m etan su porvenir, puesto que de esta m anera se va a dar el más rudo golpe a las instituciones dem ocráticas v al sistema federativo en que ellas se desenvuelven bien. P o r que de esta m anera arrojam os alguna nube negra sobre el horizonte v acaso si hasta ahora nos hemos salvado de aquellos gobiernos fuertes que se q uieren establecer por algunos, es m u y probable que una vez dada esta solución al histórico problem a político, que en tan mala situación y en tan malas condiciones se ha tra íd o al debate, tengam os un gobierno tan fu erte que al fin co n clu y a por absorber toda la fuerza de los pueblos v de las ciudades de la R e p ú b lic a . . . Alem introduce un arg u m en to relativam ente nuevo: la federalización de Buenos A ires com o facto r de “gobiernos fuertes". Pero los hechos del 80 verifican una co nstante histórica nacional, un signo de la co n fo rm ació n de la A rgentina. Roca, el prim er u su fru ctu ario cabal de la tesis de Alem, no era de los que iban co ntra la historia. La Capital en Buenos Aires —escribe en el 80— podía ser discutida en otras circunstancias. Después de los acon tecim ientos de junio era un hecho ineludible, de esos que suelen presentarse en la H istoria con todos los caracteres de la fatalidad . . Sobre todo si Buenos Aires habría de constituirse en “su" circunstancia v en la plataform a indispensable para la expansión nacional de su p o d er político. !* R ivarola, R odolfo, Del régimen federativo a i unitario. Peuser, Buenos Aires, 1908. Especialmente el cap. xvn, págs. ?0I a 317. Rivarola defiende el régimen unitario y estudia los factores unitarizantes. ,n A rchivo del Dr. Isidoro J. Ruiz M oreno, /ulio A . Roca a Martin R uiz M oreno. Buenos Aires, diciembre 17 de 1880.
Roca Presidente C uando R oca llegó al p o d er fue considerado vencedor del localismo p o rteñ o v la ciudad de Buenos Aires sintióse vencida y despojada. El clim a no era el más favorable para superar los enco nos, pero la m ayoría de los p o rteñ o s lo consideraba la consecuencia natural de los sucesos. C uando num erosos provincianos fueron ocu pando cargos públicos, aquella sensación se d ifundió, m ientras del o tro lado los hom bres del in terio r veían en los Cañé, Pellegrini o del Valle sospechosos de q u e re r reencarnar la hegem onía porteña a través del dom inio del p artid o v e n ced o r." Roca no ignoraba las tensiones, pero su instinto político le indicaba que el litigio en tre p orteños y provincianos perdería fu er za. Mas bien que la constante de oposición territo rial, sería la Geografía . . . . e Ideología constante ideológica la que trazaría la linea en tre aliados v adver sarios, serviría de com ún d enom inador a los dirigentes junto con el “status” social y dem ostraría cóm o, desde el 37 al 80, el libera lismo había ganado a hom bres del in terio r ta n to com o de Buenos Aires. El slogati de R oca —“ Paz v A dm inistración”— respondía bien a una aspiración colectiva v a una necesidad operativa. Pero en la m edida que una interp retació n del liberalism o se había ideologizado, se definía tam bién un núcleo de tem as litigiosos. Liberales positivistas y católicos, al com pás del tiem po según se vio al describirse el co n tex to internacional de la época, tom aban posiciones que culm inarían en las arduas controversias de los años 80 en to rn o de lo que la Iglesia llamaba las “cuestiones m ixtas” —familia, edu cació n — y en la discusión sobre el avance del m ate rialismo que un no católico com o A lejandro K o rn describió, según vimos, con alarm a y objetividad. C atólicos m ilitantes com o Pedro G oyena in terp retab an ese avance com o “una gran indigencia y un gran in fo rtu n io ”, y liberales escépticos o nostálgicos com o M iguel Cañé añoraban tiem pos pasados, p orque presentía q ue to d o c u e n tra n em bargo m ente al
lo bueno se va; sé que las ideas elevadas no en eco y a en nuestra sociedad m ercachiflada; sin hay u n d eb er sagrado de p ro p e n d er incesante re to rn o de los días serenos del reinado de lo
1 1 D e l V iso , desde B uen os A ires, escribía a Ju á re z C elm an del 80: “ L o s am igos de aquí no serán m u y devo to s p o r algún nos engañem os en esto. L o s P ellegrin i, C añ é, del V a lle y su C ám ara de D ipu tad o s, dejan diseñar una oposición fu tu ra, p ero si la m ay o ría de los dipu tados de las p ro vin cias se m antiene ahora.”
en o ctubre tiem p o; no corte en la p o co harán co m o hasta
bello. H em os tenido esa época: cuando se peleaba en toda la A m érica p o r la libertad, la lucha engendraba el pa triotism o v este sentim iento, superio r a todos, elevaba los espíritus v calentaba los corazones. N u estro s padres eran soldados, poetas y artistas. N o so tro s serem os tenderos, m ercachifles y agiotistas. A hora un siglo el sueño cons tan te de la ju v en tu d era la gloria, la patria, el am or; hov es una concesión de ferro carril para lanzarse a venderla en el m ercado de L o n d r e s . . .1i! P in tu ra de una A rg en tin a épica que co ntrastaba con la A rgen tina m oderna denunciaba, sin em bargo, una p ercepción selectiva de los problem as p o r p arte de algunos m iem bros de los sectores dirigentes que explicaría con flicto s futuros. Para esos hom bres, incluso el alud in m ig rato rio desarraigado y versátil, dispuesto a “ hacer la A m érica” p ero no a fundirse espiritualm ente con la tierra de adopción, era u n fa c to r favorable a la vocación m ateria lista que, según creían, había ganado a todos los sectores sociales. E l patriciado criollo dejaba paulatinam ente su lugar a la nueva oligarquía que consideraba de buen to n o la ostentación, el lujo, la opulencia. E l proceso era advertido p o r los “críticos m orales”, m ientras los hom bres que ocupaban el p o d er se sentían ocupados en una obra de p ro g reso y de transform ación del país bajo la co n ducción firm e del g obierno nacional. Pero, m ientras tan to , el país 12 SÁEN7. H a y e s , R ic a rd o , ob. cit., p á g . 90.
C a u d illo p ra g m á tic o , h á b il p o lític o , m ilita r p re stig io so , c o n s e rva d o r in te lig e n te y c o n o ce d o r sagaz de las d e b ilid a d e s a je n a s , el “ zo rro " Roca d o m in ó to d a u n a época de la p o líti ca a rg e n tin a . S u b o rd in ó a su poder los g rup os d e in te ré s y el poder m ilita r. Los g a n a d e r o s y h a c e n dados c o m p a rtía n una p o lític a q u e hac ía de la A rg e n tin a el “g ra n e ro del m u n d o " .. . y la sucesión p re s i d e n c ia l d e p e n d ió en v a ria s o c a s io nes de su d e c is ió n . [Las gra cia s de J a z m ín , c a ric a tu ra de " E l C as c a b e l" , 1882, según la c u a l el f a l dero J a zm ín es D ard o R o c h a , o b e d e c ie n d o a su " a m o " .]
se politizaba, en los estratos bajos de la e stru c tu ra social los obre ros se organizaban v a la critica m oral se- añadiría la crítica social e ideológica, v luego la económ ica v propiam en te política. El Presidente había nacido en T u c u m á n en 1843. Llegó a la jefatura del Estado a los 37 años v viviría hasta 1914. Su padre había luchado en las guerras de la Independencia v él en Pavón, a los 16 años, com o artillero de los ejércitos de la C onfederación, y en la g u erra de la T rip le Alianza com o oficial. C om batió a R icardo López Jo rd án , alzado en armas co n tra el po d er nacional, y fue ascendido a coronel en ese año de 1872. E stablecido su com an do en R ío C uarto, com o jefatura de fro n tera en la lucha co n tra el indio, co n tra jo enlace con la cordobesa Clara Funes v accedió a una sociedad aristocrática, herm ética para, los m arginados v fiel ¡t los que adm itía, que en el fu tu ro sería la base de partida para su influencia política. En 1874 ganó los galones de general com ba tiendo la revolución que ¿Mitre perdía en Buenos Aires m ientras él derrotaba a A rre d o n d o en Santa Rosa. U n hilo c o n d u c to r no des deñable se ve con claridad: Roca aparece siem pre del lado del poder nacional. Su carrera m ilitar le dio prestigio. G eneral a los 31 años, desde la com andancia de la F ro n tera del In te rio r critic ó el plan del m inistro Alsina para luchar co n tra los indios v adelantó las bases de lo que sería su plan de cam paña para “co nquistar el de sierto” en 1878-79: “ A mi juicio —escribe al M inistro— el m ejor
ei
Presidente
sistema de co n clu ir con los indios, va sea extinguiéndolos o a rro jándolos al o tro lado del río N e g ro , es el de la guerra ofensiva." M uerto Alsina en 1S77, A vellaneda designó a Roca m inistro de G u erra y M arina. Era un paso decisivo para su carrera política, una base de operaciones para su prestigio m ilitar y un p u n to estra tégico para sus relaciones con los elem entos liberales del interior. El prestigio m ilitar del Presidente se había consolidado con la cam paña del desierto, precedida p o r operaciones secundarias que q u ebraro n el poderío indígena. I.a cam paña decisiva, dirigida p e r sonalm ente p o r Roca, siguió a una operación que term inó con cu atro mil indígenas v varios caciques prisioneros —en tre ellos los famosos Pincén, C atriel v E pum er. E n tre abril v m ayo de IK79 el ejército o cu p ó la m argen n o rte del río N eg ro . Poco antes se había creado la gobernación de la Patagonia v se había designado prim er g o b ern ad o r al coronel A lvaro Barros. F.I p o d er nacional extendióse hasta los confines del te rrito rio —en la m edida que lo perm itían los recursos d¿ entonces— v al mismo tiem po se adelan taron m edidas que tend rían relación con cuestiones internacionales en potencia; específicam ente, posibles conflictos con Chile que ha rían eclosión meses después. La cam paña del desierto significó la definición de la cuestión india com o amenaza constante v el do minio de territo rio s al m argen del ejercicio de la soberanía est?‘al. Favoreció la consolidación de las fronteras patagónicas e in co rp o ró veinte mil leguas cuadradas de tierras aptas para la agricultura y la ganadería. L iberó a centenares de cautivos, dism inuyó a dim en siones despreciables el servicio de fronteras y el presupuesto para sostenerlo, p ero tam bién b rin d ó la tierra pública com o recurso político y sirvió al prestigio m ilitar y p olítico del entonces candi dato presidencial.
Desierto y política
El presidente R oca era un caudillo p ragm ático, un hábil polí tico, un conservador inteligente v un c o n o c e d o r sagaz de las debilidades ajenas. La gente se acostum bró a llam arlo “el z o rro ” . Pero en el inventario de adjetivos zoológicos de la política argen tina, habría de ser z o rro y león a un tiem po, com o quería M aquiavelo. Las bases del R égim en fueron consolidadas a p artir de los caracteres psicológicos y de las aptitudes personales del Presidente. El p artid o A utonom ista N acional —el fam oso P .A .N .— sirvió al Presidente com o plataform a, canal de reclutam iento de los d irigen tes y m edio de com unicación política. La Liga de G obernadores, alianza táctica que usaron las oligarquías liberales del in terio r para im poner su candidato a los localistas p orteños, era tam bién parte
Las bases del Régimen
de la estru ctu ra de p o d er del régim en v p erm anecía com o una suerte de tram a que perm itía el dom inio de las situaciones del interior. El ejército de línea, que Roca conocía bien v en el que había ganado justo prestigio, sería otra de las bases del sistema. Y el dom inio paulatino de la adm inistración serviría com o correa de trasm isión de las directivas v aun de la filosofía pública del g ru p o dom inante. B urocracia política, b u rocracia adm inistrativa e incipiente b u rocracia m ilitar. Si se añade a eso la coincidencia del p o der econó mico con los postulados del Presidente, v la “ m oral co m ú n ” de la clase dirigente que señala M atienzo, se co m p rende la vigencia del sistema político roquista d u ran te toda su gestión constitucional. El “p rín cip e n u ev o ” echaría las bases de un poder nacional centralizado con una ideología con pretensiones hom ogeneizantes y la subordinación de la fuerza m ilitar. Esto últim o im ponía la desvinculación del ejército de la acción política. R oca v Pellegrini cuidaron que esa desvinculación fuera efectiva. En el pasado había o cu rrid o con frecuencia que los ocupantes del po d er aspirasen a un ejército subordinado v la oposición a un ejército revoluciona rio. U n indicador expresivo de la nueva situación fue la O rden G eneral que el m inistro Pellegrini dirigió al Jefe del Estado Alavor del E jército , en la que expuso la d o ctrin a del sistema: Si bien en cada m ilitar hav un ciudadano —decía la O rd e n —, éste, al aceptar el h o n o r de vestir el uniform e v ceñ ir la espada del soldado, sabía que el honor que acep taba voluntariam ente le daba derechos v le im ponía debe res especiales; el prim ero v más serio es la sujeción estricta a los p receptos de la disciplina, que para el E jército es el secreto de su fuerza v para la sociedad la garantía de orden v de su propia seguridad. La base de la disciplina es la subordinación v respeto hacia el su perior en toda jerarquía m ilitar. La ord en general prohibía a los m ilitares en servicio activo form ar parte de cen tro s políticos o c o n c u rrir a reuniones de ese carácter, criticar públicam ente al G o b iern o o a los superiores o publicar bajo su nom bre o seudónim o críticas a los actos que se relacionasen con el servicio.1* N i R oca ni Pellegrini dejarían de insistir en esos conceptos, que no sólo se adecuaban a la lógica interna de la institución m ilitar sino a la estabilidad del régim en político. 1:1 R ivera A stkngo , Agustín, Ensavo biográfico d e Carlos Pellegrini, en
Obras, Ed. Coni, Buenos Aires, 1941, romo n, págs. I56-I5H.
La oposición era perm itida, pero no había fuerzas políticas articuladas en el orden nacional que pudieran rivalizar con un partido h eg em ó m co com o el P.A .N . Las m anifestaciones de una oposición extraña al sistema, com o la que com enzaba a perfilarse en pequeñas organizaciones obreras eran entonces fácilm ente neu tralizadas, m ientras que la oposición propiam ente política no co n tradecía las bases form ales del régim en. C arente de recursos, de cohesión v de capacidad de dom inio de las principales situaciones del interior, o asediada p o r el fraude que era una práctica no desdeñada en el pasado p o r los actuales opositores, éstos no hicie ron peligrar la estabilidad del régim en d urante el. período roquista. Por eso, éste no fue p ró d ig o en intervenciones federales. La m a yoría de los g o bernadores p ertenecía a las filas del P .A .N . o regu laba el acu erd o con el p artid o oficial v con la v oluntad presidencial para resolver los problem as de transferencia del p o d er local. D u rante los seis años de g o b iern o de Roca sólo fueron intervenidas Santiago del E stero v Salta. En rigor, ni siquiera el co n flicto con la Iglesia y el litigio ed ucativo trasto rn aro n seriam ente la estabi lidad del régim en. Y ésta era la im presión del Presidente en carta a Cañé al prom ediar su m andato: C reo v o tam bién que, p o r fin, tenem os gob iern o do ta do de todos los' instrum entos necesarios para conservar el o rd e n v la paz; sin m enoscabo de la libertad v derechos legítim os de todos. Éste ha sido mi principal objetivo des de los prim eros días. La revolución, el m otín, o el levan tam iento, fraudes máximos, va no son ni serán un derecho sagrado de los pueblos, com o hemos tenido p o r evangelio, p o r quítam e esas pajas. De Buenos A ires a Ju ju v la au to ridad nacional es acatada v respetada com o nunca. T e je d o r ha sido el últim o m ohicano. N uestras instituciones reciben la últim a m ano sin peligro de cam bios de sistemas, reelec ciones ni dictaduras. El m ando lo transm itiré en paz, de buena gana, com o quien se alivia de un gran peso, co n form e a los principios constitucionales. Y ojalá perdone la inm odestia: que mi sucesor se parezca en desinterés v te m p la n z a . . . '4 N ó se sabe si M iguel C añé com partía los calificativos que el Presidente se atribuía con alguna generosidad. Pero sin duda pudo pensar que Roca reunía habilidad, constancia v capacidad de m ando para im poner un p o d er nacional d en tro del sistema constitucional v sobre to d o tran sferir el g obierno sin los “ fraudes m áxim os” al 14 S á e n z H
ayks,
R ic a r d o , oh. cit., págs. 299 y 300.
La ° P °siclón
sucesor designado. Y habría acertado, pues el últim o m ensaje de R oca al C ongreso, el l 9 de m avo de 1886, decía de la conclusión feliz de un g o b iern o que no había inform ado de guerras civiles ni había d ecretad o “un sólo día el estado de sitio, ni condenado a un solo ciudadano a la p ro scrip ció n pública” . E ra el apogeo del sistema v el m ejor m om ento político de Roca. La “cuestión social” no se vivía colectivam ente com o tal, aun que la inm igración estaba p ro d u cien d o el im pacto va descripto v circulaban periódicos de inspiración m arxista y anarquista. En 1871 habíase creado la sección argentina de la A sociación In te r nacional de T rab ajad o res, y siete años después la “ U nión T ip o g rá fi ca”, “E l P erseguido”, “ La L ucha O b re ra ”, “Le P ro letaire”, difunden en el idiom a exigido p o r el público lecto r los temas v problem as de un p ro letariad o que carecía aún de organización y de capacidad operativa com o p ara c o m p ro m eter las bases del régim en roquista. C uando José M anuel E strada denunciaba la injusticia social v polí tica y la desigual distribución de la riqueza, la “cuestión social” parecía p re o c u p a r a los intelectuales m oralistas, a los católicos so ciales, a los m ilitantes de la inm igración y a un incipiente prole tariado. P ero el “g ap ” en tre aquéllos y éstos era suficientem ente grande com o para im pedir un co rto c irc u ito en el sistema político vigente. La “cuestión religiosa”, en cam bio, co n stitu yóse en tem a de atención para la Iglesia, el E stado y los líderes de ambas partes. E l litigio era previsible si se atendía al c o n tex to internacional ya descripto y a la presencia m ilitante del liberalism o positivista com o religión secular opuesta a la tradicional influencia de la Iglesia en ciertas cuestiones en las que ésta hallaba graves im plicaciones para la fe religiosa y la vigencia de su prédica. P o r un lado, pues, se trataba de una verdadera cuestión religiosa. P or el o tro , de una cuestión p o lítica, en cu an to com prom etía a hom bres políticos y a eclesiásticos que se expresaban a m enudo en térm inos de poder. C on pasión, intolerancia recíp ro ca y frecu en te im prudencia, los pro tagonistas se en red aro n en polém icas duras y a veces p ro fundas en to rn o de “ una serie de reform as (q u e ) cam bió la orga nización de instituciones fundam entales de la sociedad argentina y quebró, en aspectos íntim os, sus antiguos m oldes”.'"1 M iguel Cañé lo dice a su m anera en Juvenilia: 15 A l le n d e , A n d ré s R ., Las reform as liberales de R oca y / uárez Ce Imán, en R e v ista “ H isto ria ” , nQ 1, B uen os A ires, 1957.
La "cuestión social"
La "cuestión religiosa"
Éram os ateos en filosofía v m uchos sosteníam os tic buena fe las ideas de H obbes. Las prácticas religiosas del Colegio no nos m erecía siquiera el hom enaje de la c o n tro versia; las aceptábam os con suprem a indiferencia . . . C onsecuente con esa form ación, había prop u esto en la Legis latura de Buenos Aires la separación de la Iglesia v el Estado. Se trataba de un fenóm eno casi universal de secularización del Estado que, com o hemos visto, se había planteado tan to en la República francesa com o d u ran te el R iso rg im evto italiano, dos influencias que estuvieron presentes en la A rgentina a través del “galicismo m ental” de los dirigentes o de la trasposición de problem as v de bates italianos realizada p o r inm igrantes venidos p o r razones polí ticas y no p o r m otivos socioeconóm icos, com o la m avoría. Pero tam bién el laicismo habíase tran sfo rm ad o en una d o c trin a política agresiva que p retendía resignar la religión al papel de mera conve niencia para los menos ilustrados, com o decía el m ordaz VVilde. Los católicos m ilitantes no se expresaban con m enor vehe m encia. Estrada cerró la Asamblea N acional de los C atólicos A r gentinos, el 30 de agosto de IHK4, denunciando “ la política p red o m inante, con sus injusticias, su violencia, su soberbia | viendo | en ella el im perio del apetito, es decir, el im perio del naturalism o” . Pedro G oy en a —en la Cám ara de D iputados— aclaraba m ientras tanto que el liberalism o que se condenaba era el que representaba “ la idolatría del E stado”, “el Estado ateo, sustituyéndose a Dios", “el Estado que mata la iniciativa p articular, que viola las concien cias, que se sobrepone a to d o v a todos". En ese clim a, los ch o ques eran violentos v reiterados. Roca, alarm ado, aconsejaba a Juárez Celm an, que siendo m inistro había tenido fricciones con m onseñor Castellanos, que evitase conflictos. Si era necesario, “ haga una N ovena en su casa v m uéstrese más católico que el Papa". De todos m odos, Juárez Celm an chocaría violentam ente con el n u n cio M attera, m ientras el ferviente católico v todavía m inistro de Justicia, C ulto e Instrucción Pública de Roca. M anuel D. Pizarro, le escribía para que no provocase a la opinión pública cordobesa. La cuestión religiosa parecía a algunos algo más que un litigio bravo. Paul G roussac al regresar de E uropa, en 1883, cree presen ciar una “g u erra de religión” . Dos años antes, una lev sobre org an i zación de los tribunales de la Capital que establecía la com petencia de jueces laicos respecto de apelaciones con tra sentencias de tri bunales eclesiásticos, no sólo term ina con la derro ta de los católicos, sino con la relativa unidad ideológica del secto r dirigente.
José M . E s tra d a fu e el líd e r de la o p osición c a tó lic a a la p o lític a lib e ra l d e R oca y J u á re z C e lm a n . L e a n d ro N. A le m , el je fe in d is c u tid o de los c ív ic o s p a rtid a rio s de la " p o lític a d e in tra n s ig e n c ia ” con el rég im e n .
La cuestión religiosa in tro d u ce, p o r cierto tiem po, una cuña que divide a los “clericales” de los “anticlericales” o “ liberales” —usada peyorativ am en te esta palabra p o r los católicos, v a p artir del sentido que le atrib u ía G o v en a—, v m otiva en el 82 la renuncia de P izarro, católico m ilitante, que deja el cargo del M inisterio relacionado con el cu lto y la educación al agnóstico y cáustico E d u ard o W ild e. E n el m ism o año se realiza el C ongreso Pedagógico y en él se plantea una contienda ideológico-religiosa en to rn o de la inclusión o exclusión de la enseñanza religiosa en las escuelas que co n stitu y e un an tecedente im portante para co m p ren d er la sanción de la ley 1420. E n el 83 m uere el adm irable E squié, y m onseñor Clara es designado vicario capitu lar de C órdoba. C uando el g o b ern ad o r G av ier designa a la señora A m strong, de fe pro tes tante, presidenta del C onsejo P rovincial de E ducación de dicha provincia, el vicario Clara pro h íb e a los fieles enviar sus hijas a la Escuela N o rm a l regida p o r aquel C onsejo. El gobierno nacional reacciona con violencia, considera la pastoral de Clara com o un alzam iento c o n tra sus deberes de “funcio n ario p ú b lico ” y decreta la separación del V icario del g obierno de su diócesis, ordenando su procesam iento p o r el juez federal de C órdoba. N o fue suficiente un principio de arreg lo en tre autoridades eclesiásticas y las maes tras p ro testantes de la Escuela N orm al. C lara dio otra pastoral declarando nulo el d ecreto de destitución; en el Senado, Pizarro v del V alle critican al g o b iern o v “ La N a c ió n ” pone de relieve la excesiva vehem encia oficial. Pero las líneas de com bate estaban i qq
“ Liberales’ ’ y "C lericales"
tendidas. El g obierno am onesta a las m aestras que habían tratado de a y u d ar a la superación del co n flicto , deja cesantes a profesores universitarios cordobeses p o r ad h erir a la posición de Clara v a José M anuel E strada en su cáted ra de D erecho C onstitucional por haber defendido los derechos de la Iglesia. Los liberales g o b ern an tes im ponían, pues, su versión ideológica com o d o ctrin a de Estado, vulnerando incluso la libertad académ ica. Y la Iglesia padecía el esfuerzo de adaptación a nuevos tiem pos de secularización a los que no estaba acostum brada. La “g u erra religiosa” culm inó con la expulsión del nuncio M attera y con la suspensión de las relaciones oficiales en tre el E stado arg en tin o y la Iglesia C atólica, que queda ro n interrum pidas p o r largos años. T o c ó al m ismo Roca, en su segunda presidencia, rep arar un exceso político que aceleró la cohesión del g ru p o católico, lo co n v irtió en p artid o político, v llevó al periodism o a través de “ La U n ió n ” la prédica antioficia lista de E strada, G o y en a, M iguel N a v a rro V iola, Em ilio Lam arca, Santiago E strada, T ristá n A chával R o d ríg u ez y A lejo N evares. La cuestión religiosa tendría, al cabo, serias consecuencias políticas para el oficialism o, pues daría regularidad sistem ática a la crítica m oral c o n tra el régim en. La contienda ideológica había llegado a la opinión pública, y el oficialism o recibió el ap o y o de “ El N a cional”, donde escribía Sarm iento, p eriódico fundado p o r iniciativa de R oque Sáenz Peña y Carlos Pellegrini. La polém ica llegó a co n fu n d ir a hom bres que, con el tiem po, se alistarían en posiciones distintas, superado el ofuscam iento intelectual que aquélla produjo. V inculada con la cuestión religiosa y con influencias del co n to rn o internacional, aunque discernible de éstas, la reform a edu cativa se en trev eró con el litigio ideológico hasta el p u n to de qu edar difusos algunos p ropósitos de la misma que trascendían los conflictos de la época. E l C ongreso Pedagógico convocado en el 81 tenía un p ro g ram a exigente: determ in ar el estado de la educa ción com ún en el país y las causas que im pedían su m ejor desarro llo; hallar m edios p rácticos para rem over tales causas; definir la acción e influencia de los poderes públicos en el desarrollo edu cativo, teniendo en cuenta el papel que les atribuía la C onstitución y los estudios de la legislación vigente en la m ateria, y las reform as aconsejables. Sus conclusiones señalaban la necesidad de que la enseñanza en las escuelas com unes fuera gratu ita y obligatoria, que respondiese a un p ro p ó sito nacional en arm onía con las institucio nes del país, que contase co n rentas propias y que contem plase reform as pedagógicas apropiadas, incluso a la educación rural, a la
La reforma educativa. Ley 1420
enseñanza para los adultos, a la educación de los sordom udos v a la m odificación de program as v m étodos de enseñanza. En el clim a de co n flicto del m om ento, el C ongreso se prestó para que sus debates derivasen hacia la discusión de la enseñanza religiosa en las escuelas v para que la fórm ula que luego usaría la lev 1420 —que no im pedía la enseñanza religiosa aunque la hacía optativ a— le atribuyese el signo de bandera del liberalismo decim onónico en el ord en cultu ral v la denom inación excesiva de “ ley de la enseñanza laica” . E n cam bio, las pasiones derivadas de la polém ica o scurecieron la im portancia de dicho instrum ento legal en orden a la “nacionalización” de una sociedad transform ada p o r la inm igración v a la difusión de valores com unes en m edio de la crisis de identidad nacional antes descripta. C uando en 1883 se realizó el censo escolar nacional, co m p ro bóse que sobre casi m edio m illón de niños en edad escolar había 124.558 analfabetos, 51.001 sem ianalfabetos v 322.390 alfabetos. La lev 1420 fue una de las bases sobre las que se c o n stru y ó un sistema educativo que situó a la enseñanza prim aria argentina entre las de m ejor nivel en el m undo. A los diez años de su aplicación, el índice nacional de analfabetism o había descendido al 53,5 '/ y en 1914 je hallaba en el 35 '/<. C on el tiem po, y sin m inim izar la sinceridad de los defensores d o ctrinarios de las posiciones de cada parte, quizás deba m erecer la atención del h istoriador una confesión deslizada p o r el dip u tad o Lagos G arcía en medio de los debates del C ongreso: D ebo decirlo con franqueza: la cuestión que se debate no es cuestión de escuela atea; no es tam poco cuestión religiosa siquiera . . . es sim plem ente una cuestión de dom i nació n .1" La sociedad económ ica no vivió zozobras ideológicas, porque el liberalism o de los g o bernantes era consecuente con los postula dos del liberalism o económ ico casi tan to com o en la práctica sería 1,1 R iv a r o la , H oracio y G a r c ía B e ls ln c e , César A., “Presidencia de Roca. 1880-1886”, en Historia de la Argentina dirigida por Roberto Levillier. Barcelona, Plaza y Janés, 1962. Durante la presidencia de Roca, Avellaneda asumió el rectorado de la Universidad de Buenos Aires y presentó el pro yecto sancionado com o ley 1597, sobre bases de funcionam iento y organi zación de las universidades nacionales. La ley 1565 sobre Registro Civil y la ley 2393 sobre el M atrim onio Civil com pletaron las principales reformas libe rales de la década iniciada con ei gobierno de Roca. La segunda se sancionó poco después de asumir Juárez Celman. C onviene m encionar en otro orden de cosas la ley 1532, de organización de los Territorios N acionales (1884); la ley 1804 creando el Banco H ipotecario N acional, promulgada' el 24 de
La sociedad económica
inconsecuente con los del liberalism o político. El equilibrio del presupuesto significó un p ro g reso respecto de adm inistraciones anteriores, p ero la balanza com ercial de pagos pasó de un superávit de trece m illones de pesos en 1880 a un d éficit de cincuenta v cinco millones en 1885. E l histo riad o r canadiense H . S. Ferns atri bu y e esta situación no ta n to a la declinación de los precios de los fru to s del país, com o a las fuertes inversiones en equipos y en bie nes de capital. Las inversiones p erm itiero n c u b rir la brecha, pero en tre los inversores extranjeros com enzó a c u n d ir alarm a frente a un E stado cargado de em préstitos y , p o r lo tan to , de servicios que gravaban de m anera crecien te la econom ía nacional. E sto retrajo la inversión al p ro m ed iar el g o b iern o roquista. D ejaron de e n trar oro y divisas del ex terio r y el endeudam iento del E stado nacional p ro v o có el aum ento del circu lan te y una fu erte inflación m one taria a fines del 84. E n setiem bre el Banco de la Provincia debió suspender los pagos en m etálico y cu atro meses después, pese a los esfuerzos de R oca p o r sostener la co n vertibilidad, el gobierno debió d ecretar la inconversión y el curso forzoso de los billetespapel, situación que se m antuvo hasta 1899. T hom as M cG ann advierte que los hacendados argentinos y sus asociados, propietarios d irectos y d istribuidores de la riqueza nacional, no p er d ieron el ánim o p o r la inflación m onetaria que com enzó a fines de 1884. Siendo ya los beneficiarios de un aum ento de la valorización de la tierra, que hubiera blanqueado la cabellera de H e n ry G eorge, estos hom bres tam bién lu c ra ro n co n la desvalorización del peso. E l ingreso c o n ti nuo de libras inglesas y francos franceses en sus cuentas bancarias parecía aislarlos de la dura realidad, de la brecha que se iba abriendo rápidam ente en tre el valor del oro y el papel.17 La adm inistración ro q u ista no se am ilanó. Carlos Pellegrini viajó a E u ro p a para a co rd ar con los banqueros un préstam o que setiembre de 1886. La ley 1420, del 8 de julio de 1884, establece que la “escuela primaria tiene por único objeto favorecer y dirigir simultáneamente el desarrollo moral, intelectual y físico de todo niño de seis a catorce años de edad” (art. 1); la instrucción primaria “debe ser obligatoria, gratuita, gradual y dada conform e a los preceptos de la higiene” (art. 2 ), pudiéndose cumplir la obligación escolar en las escuelas públicas, en las escuelas par ticulares o en el hogar de los niños, incluyendo la posibilidad de emplearse la fuerza pública “para conducir los niños a la escuela”. Establece el “m íni m um ” de instrucción obligatoria, normas para la actuación de maestros, inspectores y otras jerarquías escolares, y la creación del Consejo N acional de Educación, en 82 artículos. 17 M c G a n n , Thom as, ob. cit., p á g . 29.
sacara al Estado de esa situación asfixiante v restableciese la c o n fianza de los inversores. H . S. Ferns apunta que el arreglo entre Pellegrini y los banqueros parecía un tratad o de derecho in ter nacional. Las cláusulas de in tro d u cció n estaban redactadas en un estilo p o r lo m enos análogo. El acuerdo im plicaba dar, a cam bio de un préstam o de 8.400.000 libras, una prim era hipoteca sobre la A duana, y la prom esa de que el gobierno arg en tino no tom aría en préstam o más d inero sin el consentim iento de los banqueros. El acuerdo fue repudiado p o r la opinión v p o r los crítico s del g o bierno, p ero aprobado p o r R oca. La política ferroviaria seguía un cam ino paralelo. Las inversiones, de esa m anera, estaban bien ga rantizadas. Las concesiones se m ultiplicaban sin plan ni concierto, aunque las vías converg ían sobre el p u erto de Buenos Aires. El “infierno ferro v iario ”, según la expresión de Ferns, era alim entado por factores decisivos y p o r intereses com erciales v rurales que se beneficiaban con las inversiones británicás que, en su m ayoría, se volcaban sobre los cam inos de acero. Según las creencias v los intereses dom inantes, los argentinos no podían hacerlo m ejor que el capital ex tranjero. Los com erciantes v los p ropietarios rurales habrían pedido em plear recursos para “ financiar ferrocarriles y com prar bonos del gobierno, p ero ni los ferro carriles ni los títulos públicos arrojaban suficientes beneficios para atraer la atención de esos hom bres en cuyas m anos estaba el capital v el poder político de la A rgen tin a . . ,”.1R El progreso económ ico era, sin em bargo, la im agen de una política que se creía, sencillam ente, audaz, necesaria v arriesgada. En 1882 se fu n d aro n los dos prim eros frig o ríficos que trajero n consigo la refo rm a de los planteles ganaderos. El p u e rto de Buenos Aires era insuficiente p o r la existencia de un solo m uelle y p o r su difícil acceso. E n 1886 com enzó la co n stru cció n del P u erto N uevo, obra singularm ente com pleja en cualquier lugar y para cualquier equipo ingenieril del m undo, que co n d u jo hábilm ente E duardo M adero hasta term inarse en 1897. La ciudad acom pañaba el ritm o de la política adm inistrativa y económ ica creciendo y expandién dose. La “g ran capital de Sud A m érica”, com o se la llamaba en tonces, co n stru ía nuevos edificios públicos y privados, la nueva 18 F er n s , H . S., ob. cit., págs. 402, 403 y 405. La fórmula comenzaba: "l .l doctor Carlos Pellegrini, representante del gobierno argentino, con ple nos poderes por una parte (y aquí el docum ento oficial sobre poderes) y la llanque de Paris et des Pays-Bas, el Com ptoir d’Escom pte de Paris, los Messrs. A. y B. Cohén de Amberes, la Société G énérale de C om m erce et Industrie, los Messrs. Baring Bros. & Co. y J. S. M organ & Co., por otra parte, de conformidad ..
B u e n o s A ires y C órdob a era n e p ic e n tro s de la p o lític a a rg e n t in a , pero ib an en a u m e n to la d u a lid a d reg io n al y las d ife r e n c ia s e n tre el d e s a rro llo del in te rio r y el de la c iu d a d -p u e rto , c o m p re n d id a su zon a de in f lu e n c ia .
avenida de M ayo, barrios residenciales de dudoso gusto que re co r daban a París v a otras ciudades europeas, cuando no de estilos su perados. La am p liació n 'd e las obras sanitarias, la incorporación de los barrios de B elgrano v p arte de San José de Flores darían en co n ju n to la fisonom ía de una ciudad poten te, caótica v fecunda, que se alejaba de los rasgos de “ la gran aldea” para en tra r en las dim ensiones que más tard e la acercarían a L ondres o N ueva York. D e n tro de las pautas de la política ex terio r de la A rgentina del 80 que ya señaláram os, la co n d u cció n política de R oca llegaba hasta los confines de u n te rrito rio en el que la acción del Estado p reten d ía consolidarse. La disputa más seria estaba latente en el Sur, en to rn o de los lím ites de la región patagónica. C on la m e diación de los em bajadores norteam ericanos en Santiago y en Buenos A ires, se negoció con Chile la firm a de un acuerdo de lím ites que se p erfeccio n ó en 1881. Las cum bres más elevadas de la cordillera de los A ndes, q u e dividen las aguas, dieron un hilo c o n d u c to r para la definición fro n teriza, derivando a peritos las cuestiones litigiosas. Solución al cabo precaria, según se advertiría al com enzar el c o rrien te siglo, estableció tam bién la fro n te ra en el estrecho de M agallanes v se repartió la T ie rra del Fuego. El estrecho quedó librado a la navegación, y la soberanía argentina sobre la Patagonia aparen tem en te fuera de cuestión.
La política
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La creación de la g o bernación de M isiones en 1882 impulsó las negociaciones co n el Brasil para d efinir la fro n tera en lá zona, que era m otivo de fricciones. Y frente a Bolivia, respecto de los territo rio s del C haco, la cancillería argentina reiteró principios de derecho internacional en m ateria de límites v ocupación señalados p o r B ernardo de Irig o y en años antes.1“ R oca logró organizar el Estado nacional. A lentó una legisla•/ cion ab u ndante y trabada según la ideología dom inante. Im puso una “paz” que disciplinó un p artid o hegem ónico, subordinó al ejército y definió las fro n teras nacionales. La “década de la rápida expansión” había sido p reced id a y acom pañada p o r la conm oción del aluvión in m igratorio. E l régim en político so p o rtó —articulado en to rn o de un p o d er nacional cen tralizado— incluso la deserción parcial de dirigentes im portantes a raíz de la cuestión religiosa. El pragm atism o sepultó la “A rg en tin a heroica” que recordaba, nos tálgico, Cañé. Y p o r prim era vez en m uchos años la transferencia del poder, aun en tre m iem bros de una misma “ clase d irig en te” , fue ordenada. El p eriódico La Patria tu v o q u e h a c e r un b re v e “ra cc o n to ” para p o n e r en evidencia la novedad política, a p ro p ó sito del cam bio de m ando: 18 R iv a r o la , H oracio C. y G a r c ía B e ls u n c e , César A ., oh. cit.
ei poder nacional consolidado
El Presidente que viene tendrá el h o n o r v la gloria de ser el p rim er Presidente que en su discurso inaugural, no se vea obligado a re c o rd a r días de lágrim as v luto. F,l ¡eneral M itre daba su program a de g obierno partiendo de a victoria arm ada de Pavón; el señor S arm iento se detenía ante las im periosas necesidades de la g u erra internacional; el d o c to r A vellaneda ascendía al m ando en m edio de una revolución v .la palabra del general R oca se hacía sentir cuando aún resonaba en nuestros oídos el estam pido del cañón en los com bates de C o rra le s ..
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F.1 “z o rro ” Roca, nuevo H obbes, había sido el artífice, el político que había dom inado la “subitaneidad del trán sito " según quisiera M irabeau, v había echado las bases del régim en. En to d o caso, de un régim en que contaba con el acuerdo o el c o n senso de los factores decisivos de la A rgentina m oderna que c o menzaba su peligrosa v notable expansión. Por lo pro n to . Roca no haría sus valijas para viajar a E uropa —“que no conocía todavía no obstante sus 43 años”— hasta delegar el m ando en su sucesor. N o sólo p o r las obligaciones propias del cargo, sino por las deri vadas de su jefatura política. P orque quien dom inaba el P.A .N ., com o se decía entonces, daba de co m er a quienes aspiraban a lle varse la m ejor p arte en la distribución del poder. Y la cuestión presidencial había com enzado ya, con candidatos definidos, que insi núan los dísticos del famoso sem anario h u m orístico “ El Q u ijo te": E n C órdoba con afán H an proclam ado a Celman. A don Bernardo en San Luis Y a Pellegrini en París.-' E ran los prolegóm enos de la lucha p o r la Presidencia. Para la política de Roca, la hora de la verdad.
La crisis de 1890 C uando el p rim er p erío d o presidencial de R oca llegaba a su fin, el problem a de la sucesión dividió al Partido A utonom ista N a cional. Pero un cam bio sutil habíase operado en un aspecto de las prácticas políticas argentinas, en la zona de los sectores dom inan tes: hasta Roca, los g o bernadores y los notables decidían sobre la 20 R ivera A stengo , A gustín, ob. cit., tom o u, pág. 174. 21 “El Q uijote" del 29 de marzo de 1885. (Cit. por Agustín Rivera A stengo, ob. cit., tom o ii, pág. 125.)
candidatura presidencial, o acotaban el núm ero de protagonistas que habrían de d iscu tir o luchar p o r la Presidencia. Desde Roca, el Presidente ten d ría p o r lo m enos la prim era palabra —v con fre cuencia tam bién la últim a— en lo relativo al sucesor. R oca usó de su influencia en favor de su co n cuñado, el ex go b ern ad o r de C órdoba, M iguel Ju árez Celm an. La m ayoría del p artid o lo apoyó siguiendo las directivas de aquél y la opinión u opción de los gobernadores y su séquito en casi todas las provincias. Los p arti cipantes en el juego p o r el p o d er presidencial eran m uy pocos. La sucesión de R oca fue u n to rn e o en tre contados candidatos, algunos de los cuales c re y e ro n p o d er neutralizar a últim o m om ento lo que R ivera A stengo llamó “el exequator del G e n e ra l” . R oque Sáenz Peña se encarg ó de sondear el ánim o de Roca y de inform arse sobre la opinión dom inante en los círculos polí ticos de Buenos A ires. E scribió al cordobés Ju árez Celm an que si p o r un lado la in tención de R oca era apo y arlo com o candidato, p o r el o tro la opinión de Buenos Aires era opuesta a su candidatura. T am bién transm itió a Ju árez Celman palabras “casi textuales” de B artolom é M itre en una reunión de notables de su partido: “ H av dos hechos en mi vida pública —habría d ich o — que los he consu m ado co n tra el voto v la voluntad de mi partido: la idea de la nacionalidad argentina v la g u erra del Paraguav. Mi adhesión a la política presidencial en estos m om entos será el tercer acto que lleve a cabo c o n tra el v o to de los disidentes.” Los disidentes cues tionaban la can d id atu ra de Ju árez Celm an. Ése era un p u n to de posible ru p tu ra , p o rq u e renacía la desconfianza po rteñ a hacia los triunfad o res de 1880 y las secuelas políticas de aquella revolución.22 E ntend ían que se trabajaba en la misma línea: im poner a un p ro v in ciano para la sucesión presidencial. E sta línea era aceptada fuera de Buenos Aires. “El In te rio r”, diario de C órdoba, se adelantó a p ro p o n e r un candidato p o rte ñ o para la .vicepresidencia, rol que en el sistema p o lítico de la época servía para la negociación, con el fin de n eu tralizar la resistencia de Buenos Aires: el candidato era Carlos Pellegrini. Los convencionales del P.A .N . p o r Buenos Aires proclam aron la candidatura de Pellegrini m ientras el debate de las candidaturas se to rn ab a encarnizado. La prensa opositora d enunció al oficialismo p o r “encaram ar parien tes”, refiriéndose no sólo a Juárez Celman sino a M áxim o Paz, candidato a la g o bernación de Buenos Aires 22 R iv e ra A s te n g o , Agustín, / uárez Celman. Buenos Aires, Kraft, 1944,
págs. 378. 379 v 383.
A rticulación de la fórm ula del P.A.N.
v tam bién pariente de Roca. El 15 de m arzo de 1886 Pellegrini escribió a Ju árez Celman que si bien meses atrás había creído co n veniente reservar la vicepresidencia para com binaciones con frac ciones contrarias, para entonces se había conv en cido que tales com binaciones no eran factibles v resolvía aceptar la candidatura presidencial. En una prim era etapa, m ientras tan to , un secto r del F'.A.N. apovó al ex g o b ern ad o r de Buenos A ires, D ardo Rocha, pero la m ayoría del p artid o term inó p o r designar la fórm ula que los propios protagonistas fueron definiendo: Ju árez C elm an-Carlos Pellegrini. La A sociación C atólica, fundada p o r José M anuel Es trada para co m b atir a los “anticlericales”, levantó la candidatura de un viejo co n stitu y en te del 53 y presidente de la C orte Suprem a: José Benjamín G orostiaga. Éste contaba con las sim patías de un im portante secto r del p artid o N acionalista v quizás con las de M itre, salvo lo inform ado p o r R oque Sáenz Peña. A esas candi daturas añadióse la de B ernardo de lrig o y en . Pero la m ultiplicación de las candidaturas opositoras a la fórm ula del P.A .N . term inó por favorecer al oficialism o. R endido M itre a la política de R oca v conocido el acuerdo de Pellegrini, la lucha electoral se definió de antem ano. La oposición realizó un últim o gesto desesperado en to rn o de las candidaturas de M anuel O cam po v Rafael G arcía, pero fue d errotada sin atenuantes.'-* La circulación presidencial d e n tro del P.A .N . siguió el curso calculado p o r Roca, quien hizo n o tar a su pariente v sucesor las condiciones en que dejaba el m ando: “Os transm ito el p o der con la R epública más rica, más fuerte, más vasta, con más cré d ito v con más am or a la estabilidad, v más serenos v halagüeños hori zontes que cuando la recibí v o .” Si “quien era el jefe del P.A .N ., era el único en condiciones de re p a rtirlo ”, lo que había transm itido Roca era en realidad la titu larid ad del gobierno, pero no el poder sobre el partido. Y esta sutil distinción, que im plicaba condiciones para el apovo p olítico de R oca v sus seguidores, llevó consigo el germ en de una crisis abonada p o r factores com plejos v ajenos al sistema interno del autonom ism o nacional. Con el triu n fo de Ju árez Celm an sobrevino el desalojo de los “viejos” de im portantes posiciones oficiales. El Presidente asumió la jefatura del Partido A utonom ista N acional com o “ jefe ún ico ”, dio lugar al desarrollo del “ juarism o” v discutió a los otros nota- :1 Votaron 23? electores: I68 para Juárez Celman y 32 para Manuel O cam po para la presidencia; v I79 para Pellegrini v 28 para Rafael García para la vicepresidencia.
Candidatura de Gorostiaga y B. de lrigoyen. Ocampo-García
El Unicato
bles el dom inio de tod o s los hilos de la situación. El régim en de clausura política de esta nueva oligarquía d e n tro del sistema dom i nante llegó a te n e r su p ro p io nom bre: el “ U n ic ato ” . Se habían alterado seriam ente las reglas de juego d e n tro del P.A .N . re o r ganizado p o r el roquism o. La discordia p ro d u jo una fisura sin la cual no se p o d rían in te rp re ta r los factores actuantes y los sinuosos desplazam ientos que culm in aro n en la crisis del 90. Para los p o r teños, además, la presencia de Ju árez Celm an significó que el cen tro del p o d e r se había desplazado nuevam ente hacia C órdoba m erced a la acción del “u n g id o ”. Se sum aban factores de conflicto den tro y fuera del p artid o hegem ónico. Los hom bres del régim en eran liberales, p ero no eran dem ó- V¡b|ra|Utocrac'a cratas. In tegraban la sociedad de notables cu y a fisonom ía se ha descripto, pero las creencias públicas en sus p rácticas y en sus valores estaban ya en crisis. Ju árez Celm an rep resentó el p u n to crítico del tránsito. F re n te al cam bio del am biente político, Juárez Celm an se recluía en definiciones consoladoras y trataba de esta blecer diferencias y m arcar distancias: El p o lítico se diferencia sustancialm ente del politiquero —escribe entonces—. El prim ero se p rep ara para la vida pública com o se p repara to d o hom bre para la profesión q ue ha e s c o g id o . . . El politiquero, p o r el co n trario , em p ren d e su carrera con bagaje liviano, im itando al co rred o r antiguo que se despojaba de to d o peso inútil al em prender su hazaña. El politiq u ero no necesita sino agradar a la m ayoría de sus electores, ni precisa pro fesar principios, pues sabe que la m itad más uno tiene razón sie m p re ..-. ¿Era una descripción o una autojustificación? A dvertía la existencia de una nueva clase política que operaba en un lugar diferente del club, del círcu lo , del lugar arcano donde se desig naban p o r acuerdo los candidatos. Sin deliberación, pero con no disim ulado desprecio, estaba describiendo el am biente v el m odo de operar de fuerzas políticas en form ación. La “clase de los poli tiqueros”, com o él la llamaba, se m antenía “en co n tac to diario con el pueblo p o r m edio de los com ités electorales —su cam po de acción— y form a u n ejército que m archa a la v ictoria y se prepara, si no nos ponem os en guardia, a apoderarse de la R epública” . Los com ités eran “el c u a rto p o d er de la R epública” .24 H abía algo de p ro fètico en el análisis, si se elim inan los juicios de valor. - 4 R iv e ra A s te n g o , Agustín, oh. cit., pág. 460. F.1 gabinete se formó 1AO
A u tó crata y liberal, Ju árez Celm an expresó con igual fra n queza sus creencias económ icas. ¿Q ue mi adm inistración es m ercantilista? ¿Q ué otra cosa corresponde hacer al g obierno en las actuales co n d i ciones? A A lberdi, el teó rico de nuestras positivas g ra n dezas, se le despreció y vive am argado en el destierro. R o ca y y o realizam os la prédica inspirada del au to r de las Bases . . . ¡Seré el Presidente de la Inm igración! Las clases conservadoras, las viejas familias patricias, esos núcleos que han vivido en una paz colonial, gozando plácidam ente de norm as sociales en desuso, m e com baten p o rq u e no me entienden. A caso les esté salvando el patrim onio de sus nietos. Sus tierras estériles serán p o r la colonización, por los ferrocarriles, p o r las obras hidráulicas, p o r los puentes y las carreteras, predios de p roducción. C onservador liberal, en el estilo de la época, en cu an to al papel del E stado estaba co nvencido que “ la industria privada cons tru y e y explota sus obras co n más p ro n titu d y econom ía que los gobiernos, p o rq u e no se e n cu en tra trabada com o éstos p o r la lim itación de los presupuestos y p o r las form alidades legales que im piden ap ro v ech ar los m om entos o p o rtu n o s y to m ar con rapidez disposiciones convenientes” . E l cu ad ro económ ico y social del país, d escripto en sus rasgos principales, más definidos desde la adm inistración de R oca, m os trab a los cam bios operados en la dem ografía, las m odificaciones en la ganadería —diversificaba la p ro d u cció n del cam po, cría del ovino con lana de calidad—, el surgim iento de una agricultura extensiva en el litoral —al filo del 90 la ag ricu ltu ra cu b rió el 14,1 % de las exportaciones—, el p ro b lem a de la tierra agravado p o r el latifundio, el nacim iento de las industrias de transform ación, la desordenada y dinám ica p o lítica ferroviaria, la presencia dom i nante del capital extranjero. D atos relevantes, p ero tam bién poli valentes. E l gobierno juarista acen tu ó el claroscuro. H acia 1888 se Economías cultivaban casi 2.400.000 hectáreas y había en los cam pos 23 mi- especificas llones de cabezas de ganado vacuno, 70 de lanares y 4 y m edio de equinos. Sin em bargo, la especulación con la tierra y en la Bolsa de C om ercio hacía tre p id a r las bases financieras, la balanza de al principio con Eduardo W ilde en Interior; N o rb erto Q uirno Costa en Relaciones Exteriores; W enceslao Pacheco en H acienda; Filemón Posse en Justicia e Instrucción Pública y el general E duardo Racedo en G uerra y ¡Vlarina.
D e s a rro llo d e la red fe rro v ia ria a rg e n tin a a p a rtir de 1870.
pagos era francam ente desfavorable v las transacciones con bienes raíces que en 1885 habían sum ado 85 millones de pesos, llegaron a 300 millones c u atro años más tarde. La deuda pública, que llegaba a más de 117 millones de pesos o ro en 1886, se trip licó , casi hacia el 90, con cerca de 356 millones. Dos tem as c o n c e n tra ro n la crítica opositora v las ad v erten cias de algunos técnicos en relación con la econom ía: la lev de bancos garantidos v la política ferroviaria. La prim era, p royectada p o r Pacheco, establecía en su a rtíc u lo prim ero que “toda c o rp o ración o toda sociedad con stitu id a para hacer operaciones banca das p o drá establecer en cu alquier ciudad o pueblo de la R epública bancos de depósitos o descuentos, con facultad para e m itir billetes, garantidos con fondos públicos nacionales” . La fórm ula elegida para hacer fren te al desordenado crecim iento económ ico era vul nerable: com o algunos p rev iero n , se instalaron Bancos en todos los centros urbanos de gran d e o relativa im portancia. Bancos nacio nales y privados em itieron m oneda, el circu lan te se duplicó en poco tiem po y el signo m on etario —191 clases de m onedas d iferen tes entre 1887 y 1894— expresó a su m odo el d esconcierto de la co nducción económ ica. El o tro tem a crític o fue la política ferroviaria. Fiel a sus concepciones económ icas v a una suerte de sim plificación spenceriana,25 Ju árez Celm an perm itió la venta indiscrim inada de los ferrocarriles y la d istribución de concesiones a em presas privadas a fin de evitar que el E stado tuviese o tra intervención que la mera vigilancia de la econom ía v las vías férreas se extendiesen. La venta del ferro carril andino fue justificada no sólo p o r razones de co n veniencia económ ica, sino de coherencia doctrinaria, según surge del mensaje al C ongreso de 1887. El criterio de Ju árez Celm an era la “privatización” allí d onde pudiera darse. Los cuyanos em p ren dieron una crítica cáustica c o n tra lo que llam aron la “explotación descarada” de “T h e G re a t W e ste rn A rgentine R ailw av ” a través de sus tarifas. “ El D eb ate” en M endoza v “El N acio n al” en Buenos A ires llevaron adelante una cam paña antibritánica a raíz de los abusos. Las concesiones ferroviarias se o to rg a ro n a granel, espe cialm ente en el perío d o 1886-1888. T a n to la política de los “Bancos garantidos” com o la de los “ferrocarriles g arantidos” fue atacada y A ristóbulo del V alle puso de relieve en qué medida 25 C u c c o re s e , H oracio Juan, H istoria de los ferrocarriles argentinos. Buenos Aires, M acchi, 1969, págs. 71, 77 y 88. V er también entre otros, Raúl Scalabrini O rtiz, H istoria de los ferrocarriles argentinos. Buenos Aires, 1957.
Política ferroviaria y Bancos garantidos
gravaba el tesoro nacional, favorecía con exceso los intereses p ri vados y co n trib u ía a la co rru p ció n . La expresión “ infierno fe rro viario” que em plea Ferns se entiende, a su vez, m ejor en ese contexto. S urgió a raíz de una intención loable —c u b rir el país de vías férreas que lo co m unicaran y favorecieran el desarrollo eco nóm ico— pero, sin o rd en ni co n cierto , en tró en el caos y el nego ciado, posibilitó la especulación co n las tierras vecinas a las vías férreas y perm itió que el desarrollo económ ico apareciese com o “una excusa para au to rizar la co n stru cció n de ferrocarriles donde los am igos de la adm inistración deseaban que se co n stru y e ra n ” . U n año después de aquel m ensaje, el p ro p io Ju árez Celm an se quejaba de las “exacciones” que el E stado padecía y c o n tra el fraude en los libros de contabilidad de m uchas em presas garantidas. Buenas intenciones, aplicación dogm ática de doctrinas im portadas sin ade cuación a nuestra realidad, culpa y dolo se confundían. Ju árez Celm an se equivocó al sostener que la “no intervención del E stad o ” en los asuntos económ icos —m ientras, en cam bio, in tervenía sin lím ites en el o rd en de lo p o lítico — no traería conse cuencias socioeconóm icas y a la p ostre políticas. T am b ién la om i sión era una form a de decisión. Y si las autoridades hacionales v provinciales h icieron m u y p o c o p ara dirig ir la econom ía en tiem pos de prosperidad, la carencia de planes o de co n d u cció n positiva deliberada alentaron condiciones negativas cuando llegaron tiem pos de crisis. Incluso se afirm aro n los rasgos de la dualidad regional argentina. La conquista del desierto y la inm igración favorecieron una suerte de “revolución en las pam pas” en térm inos económ icos, p ero desde el p u n to de vista social aquéllas se m antuvieron fuera de la N ació n “com o una región explotada pero no poseída” .28 El ag ricu lto r tu v o poca o ninguna influencia p o lítica, y sólo los g ran des terraten ien tes co n intereses agropecuarios se organizaron en un g ru p o de presión significativo: la Sociedad R ural. E l co m p o rtam ien to de Ju árez C elm an m otivó el recru d eci- La crisis m iento de la crítica opositora, afirm ó la cohesión de los católicos c o n tra las reform as liberales que proseguían, y definió las posi ciones de aliados y adversarios d e n tro y fuera del P artid o A u to nom ista N acional. E l U n icato engen d ró sus “incondicionales” , que ocupaban los m ejores puestos de la A dm inistración y aspiraban a un fu tu ro de m ay o r p o d er. U n o de aquéllos, señalado con sus 29 años sucesor presidencial, trad u cía en sus apreciaciones el espe 2 8 S c o b i e , James R., R evolu ción en las pampas. H istoria social d el trigo argentino. 1860-1910. Buenos Aires, Solar-H achette.
jismo que distorsionaba la visión de los actores próxim os al Presi dente. Según R am ón J. C árcano, en efecto, el Presidente “contaba con las ocho décim as partes de las fuerzas electorales dom inantes en el país” . El U nicato había llevado a Ju árez Celm an al enclaustram iento político, le había restado aliados v m ultiplicado adversarios den tro v fuera del P artido, y su estilo au to crático liberal pro p ició una política conventual cerrada a las advertencias, a las críticas y a los cam bios de la realidad. “ N u e stro país es tan rico v posee tanta vitalidad que no lo detienen en su p rogreso ni los m ayores desacier tos de sus d irecto res”,27 escribía José C. Paz a M iguel Cañé. Esta creencia, que los argentinos cultiv aro n con persistencia singular desde los años 80, iba a pasar una prueba difícil. La banca internacional com enzó a suspender el crédito. Las am ortizaciones en el exterior, los gastos v los intereses superaban el m onto de fondos del m ism o origen. De p ro n to , pues, el país apareció en situación de b ancarrota. El g obierno intentó vender 24.000 leguas de tierras fiscales de la Patagonia v además hizo “ ideología” para justificarse: “ ¿no es m ejor que esas tierras las explote el enérgico sajón y no que sigan bajo la incuria del tehuelche?”, decía Ju árez Celm an, sin plantearse siquiera el problem a de cóm o haría para co n v en cer al “ enérgico sajón” que había m ejores m otivos para so p o rtar los vientos de la Patagonia que hacer fortuna cerca del p u e rto bonaerense. La crisis económ ica era acom pañada por la crisis social v daba perfiles más claros a la crítica ética co n tra el desenfreno v el m aterialism o. A aquéllas se une la crítica política de la oposición. “ La N ac ió n ” señalaba en 1888 “casos de m enores y em pleados de ochenta pesos de sueldo que adeudan a los co rred o res de Bolsa saldos de cien mil p e s o s . . . ” En 1890 hacía el in ventario de casos de co rru p ció n , el aum ento en el costo de la vida, la m ultiplicación de las quiebras v el pánico que se difundía en los m edios econó micos. El exceso de p o d er del U nicato es d em ostrado a través de la intolerancia presidencial hacia los gobiernos provinciales dís colos. A m brosio O lm os, de C órdoba, adicto a Roca, fue destituido p o r juicio político; Posse, en T u c u m á n v Benegas, en M endoza, derribados p o r rebeliones. Las “situaciones” provinciales eran do minadas p o r el P residente, rodeado p o r un am biente cortesano que cultivaban sus “incondicionales” —Lucas A v arrag arav, Benjamín S a e n z H a yes, Ricardo, ob. cit.
L a c r i s is d e l 9 0 t e r m i n ó c o n la a u t o c r a c i a l i b e r a l d e J u á r e z C e lm a n , p e ro no c o n e l d o m in io del P. A. N . (P a rtid o A u to n o m is ta N a c io n a l) y de los n o ta b le s , q u e en los m o m e n to s de c ris is s u p e ra b a n las d is ta n c ia s p e rso n a le s a tra v é s de la " p o líti ca del a c u e rd o ” . [M itin del J ar dín Flo rid a o rg a n iza d o por la U n ió n C ívica de la J u v e n tu d , se gún un d ib u jo de la ép o c a .]
Yillanueva, José N . M atienzo, Ram ón J. C árcano, v o tro s—. La crisis estaba a p u n to de estallar. Los “ incondicionales” se declararon tales en un banquete de adhesión al Presidente el 20 de agosto de 1889. El mismo día Francisco A. B arroetaveña publicó en “ La N a c ió n ” un artícu lo que tuvo la op o rtu n id ad de lo necesario: “T u q u oque juventud. En tropel al éxito”, donde ridiculizaba a los incondicionales v convo caba en la oposición a la juventud independiente. Se estaba discu tiendo la sucesión de Ju árez Celman cuando faltaban aún tres años para term in ar el perío d o constitucional, v circulaban va candi daturas: Roca, Pellegrini, v el D ire c to r de C orreos v joven “ in condicional” R am ón J. C árcano. A com ienzos del 90 se cernía sobre el g o b ierno de Juárez Celman la to rm en ta económ ica, financiera, política, ideológica v social. A ristóbulo del Valle escribía a M iguel Cañé en m arzo que las cosas iban “de mal en peor en todo sen tid o ” v que la única esperanza era la renuncia de Ju árez y el cam bio fundam ental de la m archa del gobierno. Sin em bargo, no advertía signos de una reacción m oral v colectiva. F.1 trib u n o pasaba p o r un período de desazón: ir
La oposición
N o s hemos dejado ro b ar hasta que nos han dejado en cueros y llegarem os a so p o rtar el ham bre sin acordarnos que som os hom bres y ciudadanos. N o hay diez juariztas en Buenos A ires y si tú llamaras a la plaza al pueblo para que vote o para que pelee no se reunirían cincuenta op o sitores espontáneam ente. Les hablas de elecciones: para qué nos vamos a p o n er en ridículo, te contestan. Les ha blas de revolución y te p reg u n tan si cuentas con el e jér cito . . .28 Sin em bargo, C añé advertía contradicciones notorias entre las m anifestaciones de del V alle y sus trabajos de co n sp irad o r; entre su escepticism o respecto del estado de la opinión pública y el resul tado del m itin en el Ja rd ín F lorida del 1*? de setiem bre de 1889 en el que habían estado presentes del Valle, V icen te F. López, Pedro G o y en a y L eandro N . A lem convocados p o r la “ U nión Cívica de la J u v e n tu d ” que, com o había previsto uno de sus anim adores —F rancisco B arroetaveña—, generó la U nión Cívica?" C añé no se engañaba. Poco m enos de un mes después recibía o tra carta de del V alle, escrita luego del fam oso m itin del 13 de abril de 1890 en el F ro n tó n Buenos A ires, donde más de diez mil personas —cifra im p o rtan te para una reu n ió n política de la época— testim oniaron la con stitu ció n definitiva de la U .C. Parece o tro el que escribe. V alle atrib u ía a los clam ores de la opinión y a la proxim idad del m itin la caída del m inisterio de Ju árez C elm an, ocu rrid a el día an terio r a la reunión p opular. N o sólo ren u n ció el gabinete, sino que a proposición de Pellegrini, R oca y C árcano re tiraro n sus candidaturas. Del V alle rescataba al “G rin g o ” —así llam aban a Pe llegrini— de tanta especulación: Roca se ha ejecutado con bastante buena voluntad apa ren te y C árcano c o n tra to d o su q u e re r y el de sus amigos; en cu an to al G rin g o creo que se ha m ovido p o r un senti m iento p atrió tico y para salir de una situación difícil. V eía llegar la revolución y no sabía qué hacer. ¿Con el gobier no? Bien sabe oue son unos bribones. ¿Con la oposición? Sería tachado de traid o r. Más vale salvar al país de una 28 S á e n z H
ay es ,
R ic a rd o , ob. cit., p á g . 382.
28 Los porm enores de la creación de la U nión Cívica pueden leerse en U nión Cívica. Su origen, organización y tendencia. Publicación “oficial”, Buenos Aires, Ladenberger y Conte, 1890. El tono y clima de la crítica opositora la da de entrada Francisco Ramos M ejía en la introducción: “La U. C., ¿qué es?; —comienza— M ovimiento de indignación, grito de dolor, de rabia, de asco, y de vergüenza; maldición que un pueblo entero arrojó a la faz de un m andatario infiel . . . ”
agitación arm ada v ap arecer sacrificando am biciones legí- • rimas en bien de to d o s.’"' ¿Cuáles eran los móviles de Pellegrini, quien advertía la rebe lión incontenible v se p ro p o n ía pacificar los ánim os para no perd er el dom inio de la situación? A ristóbulo del V alle dudaba, a pesar de que antes lo había d efendido sin vacilar: “si se quedaba con Juárez, a quien en el fo n d o del alma desprecia, jugaba su p o rvenir en beneficio de C árcano o de cualquier o tro cordobés. R eproducción del año SO . . . ” ¿Cuáles eran las intenciones de Roca? N ada traspa rentes p o r cierto. “Su plan consistía en esperar a que Juárez tu viera el agua al cuello para im ponerle condiciones y ser el árb itro de la situ ació n ”. Los m ovim ientos de R oca intrigaban. Desde la oposición se le tem ía más que al p ropio Presidente. La sinceridad de A ristóbulo del Valle era reflejo fiel de una sensación colectiva. Al p rom ediar el 90, la conspiración era un hecho. El gobierno no tuvo dificultades en reu n ir datos que luego gravitaron en el desarrollo de los acontecim ientos. U n m avor Palma habría delatado el estallido de la revolución “tres días antes del 21 de julio, que era la fecha prim eram ente fijada, v el general Cam pos, jefe m ilitar de la revolución, fue arrestado e incom unicado en el cuartel del batallón 10 de in fan tería” ."' El jefe de policía Capdevila recibió inform ación sobre los com plotados. El m inistro de G u erra, N icolás Levalle, reunió a los jefes m ilitares para sondear su disposición respecto del gobierno. Se c o n c e n tró en la Capital una fuerza de siete mil hom bres v se buscaba a los jefes m ilitares de la conspira ción. D en tro de las filas del ejército se organizó una logia m ilitar con 33 juram entados pertenecientes a distintas unidades, co n stitu i da en casa del entonces subteniente José Félix U rib u ru . La logia se dispuso actu ar en favor del m ovim iento cívico “ para defender las libertades públicas co m o ciudadanos v com o soldados de un pueblo libre, para quienes la C onstitución era la lev suprem a de la tie rra ” . En los m edios civiles se discutía la form ación de un “g o bierno provisional” . En una reunión con jefes m ilitares, la m ayoría se decidió p o r L eandro N . A lem para la presidencia v p o r ¡Mariano Dem aría para la vicepresidencia. H ipólito Y rigoven fue designado para la jefatura de policía. F.ntre los presentes, el general Cam pos S áknz H a y k s , R icardo, oh. cit., p ágs. 310 a 385.
1,1 Lisandro de la Torre a tlv ira Aldao de Díaz, en carta del 17 de mayo de 1937 donde relata porm enores de la revolución. C onfr. Julio A. N oble, Cien años, dos vidas, Kditorial Bases, Buenos Aires, 1960. T om o i, págs. 393 a 396. 1 17
La caída
y el coronel Figueroa votaron p o r (Mitre. Este d ato es im portante en lo relativo a Cam pos, pues Lisandro de la T o rre evocará los sucesos m uchos años después y explicará la defección del general Cam pos en la cond u cció n de las operaciones del Parque desde las filas revolucionarias, a p a rtir del m om ento en que se habrían im puesto soluciones que im pedirían un cam bio p acífico v deliberado, v p o r lo tan to co n d u cirían al enfrentam iento arm ado hasta un pu n to sin reto rn o . Según la in terp retació n de de la T o rre , Campos V R oca pensaban en la candidatura de M itre, viable m ientras en el “gobierno provisional” de los revolucionarios se hubiera elegido a aquél o a L ucio V. López, e im pensable al elegirse a A lem .3La estru ctu ra del m ovim iento cívico-m ilitar era, pues, hetero génea, su p rogram a difuso v su organización deficiente. El 17 de julio los com plotados se reunieron para fijar la fecha del levanta m iento. En p rincipio se fijó el 21 de julio. El arresto de Cam pos V la delación de Palma obligaron a suspender el m ovim iento. Éste pareció desarticularse con el traslado dispuesto p o r Levalle de diversos oficiales a destinos distantes, p o r él desplazam iento de batallones fieles sobre o tro s sospechosos v p o r la estricta vigilancia policial de la ciudad. El aparato represivo del g o b ierno se puso en m archa para n eutralizar la revolución. Cam pos, m ie n tra s' tanto, recibía la visita de com plotados v de amigos, que duraban cinco m inutos en cada caso. De p ro n to lo visitó R oca: estuvo a solas con él cerca de una hora. Visita decisiva y escrutable sólo p o r presun ciones: C am pos fue sorpresivam ente liberado, la revolución se re solvió el 25 v estalló en la m adrugada del 26 de julio. A las 4 de la m añana, pequeñas fuerzas de com plotados se dirigieron hacia el Parque de A rtillería —em plazado donde h ov se encuentra el Palacio de Justicia—; una colum na era encabezada p o r el c o ro nel Figueroa —que tam bién había escapado de sus custodios—, p o r el teniente Señorans, p o r el subteniente U rib u ru v p o r los civiles del Valle, L ucio V. López e H ip ó lito Y rigoyen. O tra co lum na de cu atro cien to s civiles llevaba a la cabeza a L eandro N . Alem . A la colum na de F igueroa se in co rp o ró el general Cam pos, con el 10 de Infantería, a la altura de la R ecoleta. C erca de mil hom bres iban hacia el Parque, donde p ro n to reinaría cierta n er viosa algazara de gente cu b ierta con un sím bolo provisorio adqui rido en una tienda cercana: boinas blancas. Pero el m ovim iento 82 Lisandro de la T orre, carta citada, en Julio A. N ob le, ob cit., tom o i, págs. 396 y 397. T I O
revolucionario, recuerda de la T o rre , se paralizó una vez llegado al Parque, “e rro r que determ in ó la d erro ta". La suspicacia es odiosa —escribe Lisandro de la T o r r e p ero no es posible aceptar, así no más, que lo inexplicable sea casual v que los historiadores en vez de explicarlo lo desdeñen. Ñ o se trata tam poco de excluir los móviles ele vados v desinteresados. Podría haber tenido allí com ienzo lo que seis meses después se exteriorizó con el nom bre de solución nacional para suprim ir la lucha. El hecho es que . . . el jefe m ilitar resolvió apartarse del plan conve nido que consistía en atacar a ¡as fuerzas del gobierno apenas estuviera term inada la co n cen tración de las tropas revolucionarias en la Plaza Lavalle. En vez de hacerlo, se dispuso intim arles rendición p o r m edio de notas que lle varon a los respectivos cuarteles em isarios civiles. Se o r denó en seguida que la tropa “ch u rrasq u eara” v m ientras llegaba la carne se tocó el him no nacional. Y esas vacila ciones no tenían su origen, sin duda, en que al general Cam pos le faltara valor para a ta c a r . •. ,:1:l Las fuerzas del g obierno, m ientras tan to , contaban con la c o n ducción enérgica y eficaz de Levalle v Pellegrini, buena inform a ción sobre los sucesos v la m ano férrea del jefe de Policía C apdevila. M ientras en el Parque el jefe m ilitar de la revolución esperaba del o tro lado “ algo que no sucedió” y surgían desinteligencias v disputas en tre los co n d u cto res civiles v m ilitares, el gobierno actúa con frialdad v cada uno asume su papel: Ju árez Celm an es enviado a Cam pana; en R etiro, con la presencia de Roca v del vicepresi dente Pellegrini, se celebra un acuerdo de m inistros. En el m om ento de las decisiones. Roca aparece al frente del g ru p o v Pellegrini con Levalle a la cabeza de la represión. El V icepresidente tom ó el m an do político v el m inistro de G u e rra el m ando m ilitar. A prueban un plan de ataque del coronel G arm endia. Al ano checer se cuentan ciento cincuenta m uertos v más de trescientos heridos. El Presi dente vuelve a la casa de g obierno v com isiones m ediadoras que integran R oca, Pellegrini, R ocha, Alem v del Valle pactan una tre gua para posibilitar un acuerdo. La revolución, perdida la ocasión de la sorpresa, había fracasado, pero el g obierno estaba, según la g rá fica expresión del senador Pizarro, m uerto; había p erdido toda “autoridad m oral”. Pizarro, senador oficialista pero no incondicio nal, realiza aún el gesto con que culm ina su crítica dem oledora: renuncia a su banca en el Senado. El C ongreso es el ep icentro de as Lisandro de la Forre, carta citada, en N oble, ob. cit ., tom o i, pág. 395.
“ El triu n fo y la victoria llo ra n ". (Byron)
los sucesos posteriores a la revolución del Parque. El 3 de agosto, Pellegrini y Levalle se reú n en en la casa de g o b iern o con el Presi dente. El secto r autonom ista nacional preparaba, m ientras tanto, una presentación al Presidente: “su renuncia es el único cam ino constitucional para salvar al país del peligro que lo amenaza . . . ” C uando se reunían las firm as para rem itir la carta a Juárez Celm an, llega su renuncia.34 El 6 de agosto de 1890, la renuncia es aceptada p o r 61 votos c o n tra 22. Las calles porteñas celebran la caída del Presidente: “ ¡Ya se fue, ya se fue, el b u rrito co rd o b és!” U n triste final para una autocracia soberbia e im popular. M ejor d ecir “ la crisis del 90”, que calificar los hechos com o una revolución. La p érdida de recursos políticos p o r parte de Juárez Celm an fue co nstante v sin pausa. Si se exploran los factores decisivos de la época, la com p ro b ació n de la carencia de apoyos parece clara. La política soberbia de Ju árez Celm an v su intención de afirm ar el U n icato so rtean d o las reglas im plícitas del g ru p o gobernan te, le hicieron p e rd e r el apoyo del P .A .N . —que respon dería a R oca y Pellegrini— y de la m ayoría de los gobernadores. R oca confesaría en carta a G a rc ía M erou —fechada el 23 de setiem :44 Los escritos en to rno de la crisis son numerosos. A parte de la publicación de la Unión Cívica ya citada en nota 29, conviene leer El N o venta, de Juan Balestra, que representa una visión simétrica respecto de aquélla. Una excelente reseña bibliográfica, así como el aporte de intérpretes de distintas posiciones políticas e ideológicas se en cu en tra.en el n9 1 de la Revista “H istoria”, Buenos Aires, dirigida por Enrique M. Barba, titulado “La Crisis del 90”. Los libros citados de Ricardo Saenz H ayes y Julio A. N oble contienen correspondencia hecha pública por primera vez y de im portancia singular para interpretar a los protagonistas, su com portam iento a m enudo confuso y aparentem ente inescrutable y las interpretaciones que los rodearon en su tiempo. U na crónica sugestiva es la de Jackal y las ano taciones que hace D emaría en un ejem plar de dicho libro y que publica N oble —ob. cit., págs. 400 a 405—, en las que considera, por ejemplo, a Mitre “más bien opuesto a la revolución”, mientras de la T o rre muestra a Campos (revolucionario) y a Roca (oficialista) proclives a un acuerdo que llevara a M itre a la presidencia, lo que al cabo se intentó y provocó la escisión de la U . C. El testimonio parcial, pero con una crónica de los sucesos suficiente mente detallada com o para m erecer una prolija lectura, es La R evolución (Su crónica detallada, antecedentes y consecuencias) de José M. Mendia (Jackal), publicado en la im prenta de M endia y M artínez en el mismo año de 1890, en dos pequeños tomos. En el prim er tom o consta la lista de los “jefes y oficiales de la revolución”, que incluye tres generales, ocho coroneles, cuatro tenientes coroneles, trece mayores, diecinueve capitanes, cinco ayudantes del general en jefe (M anuel J. C am pos), dieciséis tenientes, diez subtenientes, to dos de distintas unidades y de la Logia, y luego oficiales de las regimientos l9 de A rtillería; l 9, 49, 59 y 69, 99 y 109 de Infantería y Batallón de Ingenieros. En total, 175 oficiales del Ejército. A ellos el autor añade 44 oficiales de la Marina encabezados oor el teniente de navio Eduardo O ’Connor. E n el debate en to rn o de la renuncia del presidente Ju á re z Celm an, M an silla d ijo en el C o n greso en tre o tras cosas: “ E s la prim era vez que el pu eblo argentino, legítim am ente representado, se reúne para tom ar en con -
La lección de los hechos: una revolución frustrada
El poder político
bre de 1890 y publicada p o r prim era vez p o r Sáenz H a ves— lo que sospechaba del Valle: H a sido una providencia v fo rtu n a grande para la R e pública que no hava triu n fad o la revolución ni quedado victorioso Juárez. Yo vi claro esta solución desde el pri m er instante del m ovim iento v me puse a trabajar en ese sentido. El éxito más com pleto co ro n ó mis esfuerzos v to d o el país aplaudió el resultado, aunque no todo el m un do hava reconocido v visto al au to r principal de la obra. R oca tem ía no sólo p erd er el dom inio del P artido A utonom ista N acional sino “el coro n am ien to de A lem ”, lo que parece dar razón a la in terp retació n de de la T o rre . Carlos Pellegrini, p o r su parte, quería evitar el ascenso de C árcano v lograr el alejam iento de Juárez sin el triu n fo de la rebelión. C om o diría más tarde, la del 90 fue “una revolución ideal en la que triu n fa la autoridad v la opinión al m ism o tiem po y no deja un g o b iern o de fuerza, com o todos los gobiernos nacidos de una victoria . . Ju árez Celm an había com etido un pecado im perdonable para la clase dirigente de la época: deten er en su persona la circulación de la élite del P .A .N . A la p ostre, se q u ed ó sin el apoyo de los notables de su p artid o , v sin la fidelidad de un C ongreso cuva m ayoría no quería verse arrastrada p o r la previsible caída del Presidente. T a m p o c o c o n tó Ju árez Celm an con el p o d er m ilitar. Éste, representado p o r un hom bre del prestigio v la capacidad de m ando de N icolás Levalle, perm aneció su bordinado en su m ayoría sideración la renuncia del prim er magistrado de la República. N o es la primera vez que las revoluciones derrocan periódicam ente hombres, situa ciones o caos; son fechas marcadas en nuestra historia: el año 50, el año 60, el año 70, el año 80 y el año 90. H ay un mal crónico, hay una enfermedad nacional que no necesito apuntar pero que no escapará al espíritu trascen dental de los que me escuchan. Esa enfermedad reside en la m etrópoli, que no quiere resignarse a no ejercer la hegemonía política del país. La revolu ción es la que derroca í ', ? ¿esidente de la República, y nosotros si aceptamos esta renuncia, no seremos más que los últimos derrotados de una revolución que no ha triunfado.” Rocha contesta. Diputados vota en favor de la acep tación por 44 a 38. El 6 de agosto, Julio A. Roca, a la sazón a cargo de la presidencia del Senado, es quien suscribe la nota de aceptación de la renuncia que se dirige a Juárez, agradeciéndole “los servicios prestados al país”. Como dato interesante: la arenga del general Levalle a las tropas a poco ile term inar la lucha, critica a los que desertaron para hacer un “m otín de cuartel” y aclama al “ejército de la Constitución”, que siguió fiel a las auto ridades legales. El autor, p or fin, relata por qué no se detuvo, com o estaba planeado, a Juárez, Roca y Pellegrini y se . interroga por qué estos últimos no trataron de im pedir el levantamiento conociendo com o conocían a sus cabecillas. La respuesta surge del texto.
al gobierno constitucional, p ero no a la persona del Presidente. El poder m ilitar no- fue, com o tal, un p oder revolucionario; los com plotados representaban una pequeña —aunque ponderable— parte de las fuerzas arm adas e invocaban “ la defensa de la Cons titu c ió n ”, v algunos de sus cabecillas militares, com o el general Campos, se co m p o rtaro n de m odo que dieron lugar a in terp reta ciones p o r lo menos verosím iles, com o la descripta p o r de la T o rre. La crisis económ ica v financiera restó a Juárez Celm an el apoyo del p o d e r económ ico, que perm aneció expectante. D icho poder económ ico respondería, en cam bio, al llam ado de Pellegrini a poco de asum ir la Presidencia, mas para Ju árez Celm an consti tuyóse en una perm anente fuente de dem andas v no de recursos de apoyo. U na prueba de ello fue que la ineficiencia de la co n d u c ción económ ica juarista, unida a la heterogeneidad de los co m p o nentes del m ovim iento revolucionario, m otivó que éste tuviera com o adherentes a m iem bros del g ru p o terraten iente, com o M anuel O cam po —ex presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires, aunque tam bién candidato vencido p o r Ju árez en el 86—, E rnesto T o rn q u ist —banquero com o H einm endhal, cuñado de O cam po—, Carlos Z uberbülher, T o rc u a to de A lvear v otros. En cuanto al p oder m oral, tanto el religioso com o el ideoló gico estuvieron situados en la crítica cáustica v constante. La Iglesia Católica y los laicos m ilitantes com o Estrada, G oyena, D em aría y N evares, m antenían la oposición insobornable de los tiem pos del roquism o, y en el 90 el g ru p o se transform aría en un facto r aglutinante v m ultiplicador. La p rotesta cívica contó, ade más, con la adhesión de la prensa, que no p u d o c o n tra rre star al oficialism o con hojas adictas com o “ La A rg en tin a” —donde cola boraban E rnesto Q uesada, José del Viso, José N , M atienzo y el propio Presidente, que redactaba una sección de aforism os titulada “ V erdades anónim as”—, v “ La R epública”. A m bas fueron n eu tra lizadas p o r el peso del periodism o más im portante de la época v p o r publicaciones satíricas tan temibles com o “ D on Q u ijo te ” v “El M o squito”, v otras que nacieron estim uladas por la co y u n tu ra, com o “El látigo", “ El Dr. F arándula”, “ El Farol (Ó rg an o de la gente de v erg ü en za)”, e tc .35 El m ovim iento o b rero , si bien iba adquiriendo fisonom ía p ro pia en los años 80, no tu v o participación en una rebelión que fue expresiva, sobre todo, de la burguesía porteña. En la reseña histó rica de la U nión Cívica, B arroetaveña describe la com posición del
:Vt
K tc h e p a r e b o r d a ,
Roberto, La ('.risis del 90. Revista “H istoria”, pág. 119.
El poder económico
El poder moral
m itin del Ja rd ín Florida: además de los ‘“p ro -h o m b res de la op o sición” estaba “ la ju v en tu d universitaria de la Capital v represen tantes num erosos de la ju v en tu d de las provincias; allí había jóvenes de las profesiones liberales, abogados, m édicos, ingenieros, del alto com ercio, de las diversas industrias”. Y o cu p an d o “ciertos palcos del teatro , los hom bres espectables del p a ís . . .”3# La revolución se red u jo , pues, a una crisis p rem onitoria. La élite dirigente tenía aún capacidad de dom inio sobre la situación. C uando los gestores de la U nión Cívica creían que el régim en claudicaba, verían aún dos hechos ejem plares: la discordia interna, que culm inaría en la escisión, y la transferencia del poder al vice presidente Carlos Pellegrini. Apenas había com enzado, en realidad, una guerra cívica de veinte años.
Los ochocientos días de Pellegrini M iguel Ju árez Celm an se fue de la Presidencia en m edio de la soledad política. N u n ca in ten tó salir de ella ni justificarse ante la crítica. Juan Balestra describió una p arte del c o n to rn o de esa sole dad y alguna de sus causas, a veces mezquinas. “ A lgunos por redide m ir la com plicidad pasada con la severidad presente, lo con v irtiero n equilibrio (a Ju árez C elm an) . . . en la víctim a tradicional del e rro r com ún. El único en el p o d e r debía ser el único en la c u lp a . Si no era lo justo, tenía que ser la despiadada lógica del U n icato .” 37 R espon sable principal, chivo expiatorio o protagonista atrapado p o r la lógica interna del régim en, según la perspectiva. Carlos Pellegrini com enzó “el g obierno del 6 de agosto” —c o mo se decía entonces— con su lucidez característica, más nítida en m om entos de crisis. Percibió los nuevos peligros de la situación. D etrás del “ h ech o ” Ju árez Celm an, la A rgentina había cam biado. Los sucesos del 90 habían tenido algo de las crisis tradicionales —p o r ejem plo la reacción p o rteñ a fren te a la soberbia del cordobés, que hizo a del V alle re c o rd a r el 80—, bastante de la influencia del c o n to rn o internacional, y m u ch o de las nuevas expectativas de una sociedad nacional en transición. El “G rin g o ” era visto com o un p o rteño que retom aba el p o d e r presidencial después de veinte años de gobiern o de hom bres del interior. Pero tam bién había o currido, 30 U nión Cívica, edición citada, págs. xxiv y xxv y Carlos R. Meló, Los partidos políticos argentinos. 37 B alfstra , Juan, ob. cit., pág. 38.
p o r vez prim era desde Pavón, que un Presidente elegido a la m anera de entonces no term inaba su perío d o v que la bandera de la limpieza del sufragio, de la m oralidad política v adm inistrativa v de una apetencia p o r m av o r participación política m ovilizaba a la juventud v a casi todos los notables que no estaban en el redu cido círcu lo del poder. Y d e n tro de éste se habían producido defecciones significativas. Pellegrini advirtió, pues, que un equili brio sutil se había ro to v que era preciso restablecerlo si no se quería p erd er el co n tro l del Estado. C onfiaba en que la élite no hubiera perdido el “sentido del E stado”, así com o la sensibilidad aunque fuera epidérm ica respecto de los cam bios sociales, que va no d iscurrían p o r los mismos cam inos, h arto transitados, de épocas anteriores. A ños después de la crisis del 90 v cuando va no era Presidente, revelaría u no de los ángulos poco conocidos de los sucesos, ral com o él los había interpretado: Aquel triste día que acom pañé al general l.evalle a c o n ten er con un puñado de soldados fieles, al más form i dable p ro n u n ciam ien to que hava presenciado la Capital V que contaba con la sim patía casi unánim e de aquella gran ciudad, allí se evitó que sobre los escom bros de todo p rincipio institucional, de to d o pod er organizado, se le vantara una d ictad u ra nacida en un cuartel en m edio de la tropa sublevada, que hubiera im puesto a todos, com o única lev, la voluntad de unos pocos, a títu lo de regene ración que hubiera co n stitu id o al ejército en árb itro su prem o de la bondad v existencia de los poderes, v hacién donos retro ced er tres cuartos de siglo, hubiera renovado a través de idénticas vicisitudes una época funesta de nues tra historia.** In terp retació n curiosa v sugestiva, m ostraba un m ovim iento cívico-m ilitar com o prolegóm eno potencial de una dictadura cas trense. Pellegrini tra d u jo su diagnóstico íntim o de la situación en u n gabinete laform ación del gabinete: R oca en el m inisterio del In terio r; de coahc'6n E duardo Costa v José M aría G u tié rre z —dos m itristas— en los de Relaciones E xteriores v Justicia, C ulto e In strucción Pública, res pectivam ente; V icente Fidel López —viejo urquicista vinculado con la U nión Cívica a través de su hijo Lucio, co m ponente de la Ju n ta R evolucionaria del P arque— en el m inisterio de H acienda; el fiel general Levalle, que significaba el ejército subordinado al :,s C Á rc a n o , M ig u e l Á n g e l, I.a presidencia de Carlos Pellegrini. B uenos A ires, K u d eh a, 1968. pág . JO. D is c u rs o d e C h iv ilc o v . d e l 17/11/94. '•%
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p o der establecido, en el m inisterio de G u e rra v M arina. U n go bierno de coalición, con predom inio p o rte ñ o (C osta, López y G u tié rre z , además del p ro p io P ellegrini) v la presencia del tucum ano R oca. U n gabinete de viejos “p atricio s” —Costa, 65 años; López, 75; G u tié rre z , 65—, ju n to a jóvenes dirigentes del P.A .N . —Pellegrini, 44 años; R oca, 47— y el cin cu en tó n Levalle, que los conocía desde la g u erra del P araguay v gozaba de la confianza de casi todos los notables en circulación. Adem ás, la incorporación del “m itrism o” en la estru ctu ra de p o d e r del autonom ism o nacio nal, fue una m aniobra hábil y la gratificación lógica para una acti tu d negociadora y reticen te respecto de la revolución p o r parte del líder del m itrism o, que elim inaba una posible oposición v sería prem on ito ria de acuerdos políticos posteriores. Los m oderados del Parque se unían con los “antijuaristas” del P .A .N .: los notables sabían aliarse en los m om entos críticos v c o n stru ir una base política v m ilitar para restau rar el equilibrio perdido. Creadas las condiciones para restablecer alianzas políticas estra- económ¡caac'6n tégicas y reim plantado el sistema de com unicaciones d e n tro de la clase dirigente, Pellegrini se lanzó a conquistar un objetivo económ i co inm ediato: salvar al E stado de la b an carro ta. Con V icente López se dio a la tarea de p re p a ra r una serie de m edidas económ icofinancieras, luego de haber sondeado con éxito a m iem bros desta cados del p o d er económ ico. N o habían cesado las m anifestaciones de júbilo p o r la renuncia de Ju árez C elm an cu ando Pellegrini se reunía con un g ru p o de com erciantes, estancieros y banqueros a quienes reclam ó d ram ático apoyo: la suscripción de un em préstito a c o rto plazo de q uince millones de pesos para pagar un servicio de la deuda externa que vencía días después. La respuesta fue positiva. E n seguida, p re p a ró con López un plan financiero v lo envió al C ongreso. A utorizaba la emisión de billetes de T esorería hasta la sum a de sesenta m illones de pesos para cancelar la em i sión bancaria, la enajenación de fondos públicos que garantizaban los del Banco N acional y p ro y ectab a la creación de la Caja de Conversión. C ancelaba concesiones ferroviarias que no habían sa tisfecho las condiciones del c o n tra to y volvía atrás con la oferta en el m ercado eu ropeo de las 24.000 leguas en la Patagonia. E n tre setiem bre y o c tu b re el C ongreso había apro b ad o los proyectos, incluso el de am nistía política y m ilitar que p resentó D ardo Rocha. P o r cierto tiem po, Pellegrini podía sacar p ro v ech o de los recuerdos
que había dejado Ju árez Celm an. Carlos Ibarguren registró en sus m em orias la acción de Pellegrini v López en esos meses de gobierno: . . . pudieron capear el tem poral económ ico con eficaces v enérgicas m edidas; se co n tu v o el agio v la especulación; se arregló con un em préstito interno y una emisión la situación de los bancos p o r m edio del redescuento de sus valores de cartera; se fu n d ó el Banco de la N ación sin más capital que un bono em itido p o r el g o b ierno; se creó la Caja de C onversión que fue la prim era institución regu ladora de la circulación en to d o el p a ís . . . se solucionó la situación con los acreedores del extranjero m ediante una m oratoria que fue cum plida . . . se estableció el sistema de los im puestos in te rn o s . . . El cuadro económ ico y finan ciero se aclaraba . . .;fll Pero esa claridad sobrevino luego de difíciles gestiones para superar conflictos políticos v obstáculos financieros procedentes del colapso de los principales gestores de los acreedores ingleses: la casa B aring B rothers. P or eso, M cG an n no vacila en subrayar el “prim er a c to ” de Pellegrini al asum ir el p o d er com o una res puesta a los banqueros ingleses: Pellegrini rastreó todos los pesos disponibles en el nau fragio financiero de la A rgentina y los envió a Inglaterra, para aten d er las deudas de su país. Las medidas tom adas p o r Pellegrini d u ran te su m andato, de agosto de 1890 a o ctu b re de 1892, no restablecieron inm ediatam ente la proseridad de la A rgentina ni conservaron la asociación con aring B rothers v Cía., que sucum bió p o r asfixia finan ciera, estrangulada p o r los títulos argentinos, pero hicieron que el créd ito arg en tin o recobrara cierta estim ación en E uro p a.4"
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La Banca R otchschild de L ondres respaldó un em préstito co n solidando una m oratoria de tres años en favor de la A rgentina que im plicaba el em bargo p rev en tiv o sobre los ingresos aduaneros de nuestro país. La gravedad del com prom iso hizo vacilar a un “piloto de to rm en tas” tan avezado v audaz, reco rd ó la reacción de la opinión pública ante operaciones análogas en el pasado reciente, y sondeó en los Estados U nidos la posibilidad de una apertura financiera y económ ica. ¿Era el p rincipio de un cam bio im portante en las relaciones económ icas internacionales de la A rgentina? Pe:!!l I b a r g l r e n , C a rlo s, La H istoria que he vivid o . B u e n o s A ires, P e u se r.
1955, pág. 93. 411 M c G a n n , T ilo m a s , ob. cit.. p á g . 248.
Ilegrini no lo vio así, p ero los norteam ericanos advirtieron la posi bilidad de e n tra r p o r la fisura abierta en la subordinación econó m ica de la A rgentina respecto de E uropa y , especialm ente, de Inglaterra, a raíz de la crisis y de la explotación o p o rtu n a de un estado de opinión antib ritán ico . Pero la fisura no se abrió lo sufi ciente, p o rq u e no había en los dirigentes argentinos un propósito deliberado de cam biar aquellas relaciones; en cam bio. Cañé in fo r maba desesperado de la amenaza de una interv en ción económ ica directa que inten tarían los financistas europeos en las rentas p ú blicas de la A rgentina. Pellegrini no p erdió la cabeza. C um plió su p arte en la m oratoria y, com o diría más tard e Zeballos, tra n quilizó a los “acreedores sublevados”. E l país salía lentam ente de su parálisis. Al cabo, “se sem braron las mieses, creciero n , y E u ro p a c o m p ró ” . La A rg en tina había vuelto al p u n to de partida. Sus intereses, relaciones y nostalgias no habían cam biado dem asiado p ara la clase dirigente. C uando en o ctu b re de 1891 Estanislao S. Zeballos sucedió a Costa en el m inisterio de Relaciones E xteriores, si bien la crisis no había sido totalm ente superada, los dirigentes argentinos dem ostraban ten er las cabr./.as más frías. Con Zeballos había ingresado en el gabinete de Pellegrini el presidente de la Sociedad R ural v un agudo observador de la política internacional. El nuevo m inistro sim patizaba con los Es tados U nidos, p ero com o la m ayoría de sus com patriotas de la clase dirigente, participaba del “extrañam iento de E uropa".
La salida del marasmo
G o b ie rn o y oposición eran, luego de la crisis del 90, coali ciones heterogéneas. E n am bas convergían líneas de distinto origen y se cruzaban alianzas extrañas. Liberales del antiguo autonom ism o p o rteño coexistían en el g o b iern o con viejos liberales confederados de cepa ü rquicista; roquistas recelosos convivían con porteños co n fiados en la habilidad de Pellegrini. El m itrism o había en trad o en la coalición gubernam ental, aunque algunos de sus seguidores mili taban en la oposición. Ésta contenía a antiguos federales de las filas de B ernardo de Irig o y en o a liberales autonom istas y an ti clericales com o Alem , ju n to a católicos encabezados p o r Estrada, Pizarro, G o y en a y los líderes laicos de siem pre. Pero la línea am igo-enem igo pasaba p o r los m étodos que ha brían de em plearse para el acceso al poder, y p o r la adhesión o resistencia que despertaban hom bres decisivos. T a n to Roca, com o M itre y Pellegrini coincidían al menos en una cosa: evitar el riesgo de una ru p tu ra total en tre los notables que llevara la cuestión a un cotejo electoral. P or o tro lado, así com o M itre v Alem suscitaban
Las lineas políticas
adhesiones, la figura de Roca provocaba recelos en casi rodos los sectores. El 17 de enero se reunió en Rosario la C o nvención nacional , , de la U nión Cívica. C om o m uchos preveían, p roclam o la form ula presidencial M itre-Irig o v en . El líder del nacionalism o p o rteñ o se hallaba en E uropa, donde recibía noticias de los sucesos v de las tendencias de la opinión política. Belisario R oldán le había in fo r m ado con bastante anticipación de que su can d id atura era com partida p o r la m ayoría, así com o la m ayoría no quería “ ni oír el nom bre del general R o ca”. C uando R oldán transm itió a M itre el resultado de la C onvención, le hizo saber tam bién de sondeos de Zeballos para una “conciliación”, en los que el am igo de Roca le inform aba, indirectam ente, que M itre era tam bién un candidato aceptable para R oca v Pellegrini. Según R oldán —que m antenía inform ado a M itre de sus im presiones paso a paso v que vuelve a escribirle al barco donde aquél viajaba de regreso a Buenos Aires, el “ A lfonso X II”, el 31 de m arzo— “el día de su arribo a esta ciudad será tam bién el de la proclam ación de su can d id atu ra” . En ese acto hablaría Alem adhiriendo a M itre y rechazando “todo avenim iento con los poderes públicos", pues la opinión pública, “p o r lo menos aquella que más se hace sentir (estab a), pésim am ente preparada para acep tar .a rre g lo alguno con R oca o Pellegrini” , aunqúe am bos p o r su lado habían dejado tra d u c ir su intención de entenderse con el candidato de la U nión C ívica.41 Las líneas estaban tendidas v la discordia era inm inente en las filas de la U nión Cívica. Roca había retom ado los hilos para desarm ar a una peligrosa oposición. Pellegrini, al principio favo rable a V icente F. L ópez, se decidió p o r seguir el mismo cam ino pero neutralizando a Roca. Y Alem se con v ertía en el abanderado de la “ intransigencia” de los cívicos que p o r prim era vez habían elegido candidatos en una convención, v no los habían recibido de un acuerdo p revio de dirigentes o de ligas de gobernadores. E n todo esto im portaba, n aturalm ente, la posición de M itre. Éste había anticipado una fórm ula desde E uropa: “solución nacional para evitar la lucha, o reivindicación de la libertad del sufragio si ella era negada” . La prim era parte de la fórm ula daba m argen para el juego de Roca. La segunda para el planteo de Alen). Roca se adelantó, co n certan d o una entrevista personal con M itre. La U nión Cívica se estrem eció y tem ió la discordia final cuando se 41 Belisario Roldán a Mitre. Cartas publicadas por Julio A. N ob le,
oh, cit., págs. 414 a 416.
u n ió n cívica: Mitre-lrigoyen
puso en cuestión el nom bre de B ernardo de Irigoven, v el autonom ism o p ropuso el de José E. U rih u ru para la vicepresiden cia, un hom bre de sus filas. M itre sabía cuál era la opinión de los “cívicos” y escuchó las palabras de bienvenida de Alem cuando regresó a Buenos A ires, p ero tam bién su severa condena a toda conciliación. Para Alem v la m ayoría de los cívicos, la fórm ula de la C onvención de R osario debía ser aceptada sin condiciones p o r el oficialism o. M itre no hizo cuestión de sus recelos hacia el viejo federal Irigoyen, pero se m antuvo firm e en su posición negociadora en fav o r de una política que estaba en la lógica in terna del proceso p o lític o según las actitudes de los “notables” : la política del acuerdo. La crisis no fue inm ediata, pues sucedió a num erosas nego ciaciones, p ero estaba en el am biente. En m arzo la tensión política había vuelto a las calles de Buenos Aires v a los centros políticos del interior, com o C órdoba. En com icios para senadores triunfan del V alle y Além. En aquella provincia, en C atam arca v en Santiago del E stero se p ro d u cen estallidos de rebelión de los cívicos. En C orrientes la represión es violenta. Si se iba a elecciones, los cívicos tenían la seguridad de triu n far. Roca v Pellegrini creían lo mismo. Aquél apura las gestiones. Envía mensajes a los gobernadores para convencerlos que debía evitarse la lucha electoral. H abía dejado el m inisterio del In terio r para restablecer su predom inio en el P.A .N . En la U nión C ívica, un sector acepta el acuerdo. Éste será el signo de la discordia v de las nuevas alianzas. B ernardo de írig o y e n apoya a Alem , para quien el acuerdo significaba “ la c o n tinuación del régim en de que han sido víctim as los hom bres inde pendientes de la R epública” . El 26 de junio se realizan dos reuniones paralelas de la U nión Cívica: una, presidida p o r Bonifacio Lastra, acepta el acuerdo v da origen a la U nión C ívica Nacional; la otra, presidida p o r L eandro N . Alem , subraya la actitu d antiacuerdista e intransigente. A fines de julio, había nacido uno de los grandes partidos políticos argen tinos: la U nión C ívica Radical. La escisión de los cívicos acerca a los notables v define las posiciones. La U . C. R. vota una nueva fórm ula presidencial: Ber nardo de Irig o y e n -Ju a n M. G arro . La U. C. N . responde aceptando la renuncia de don B ernardo v proclam ando la fórm ula Bartolom é M itre-José E varisto U rib u ru . Eso significaba la lucha electoral. M itre, consecuente con su advertencia, renuncia a la candidatura. Roca deja la presidencia del P. A. N . v los gobernadores, que ha
El “ acuerdo”
Escisión de la Unión Cívica: U.C.N. y U.CÍ.R.
bían “boico tead o " el acu erd o en to rn o de M itre ap arentando lo co n trario —hecho que tam bién c o n trib u y ó a la decisión de aquél—, procu raro n retom ar su tradicional influencia electoral. Julio A. Costa, de Buenos Aires, auspició la candidatura del joven Roque Sáenz Peña \ desde el in terio r surgió la de Pizarro para la vice presidencia. En m edio de la confusión política surgió el partido “ M odernista” con la adhesión de m uchos independientes y de gobernadores o tro ra disciplinados por el autonom ism o nacional. Buenos Aires, C órdoba, Santa Fe, l'.ntre Ríos y C orrientes signi ficaban focos de resistencia; a ellos se sum ó la rebelión de los legis ladores, que tam bién se oponían al eventual reto rn o de Roca. Y Alem recogía en el in terio r la im popularidad del acu erdo resu m iendo en el C ongreso, aunque im potente para cam biar el curso de los acontecim ientos, una tesis que revelaba uno de los flancos vulnerables del régim en político vigente: l.o que se quiere evitar es la lucha del partido popular con los g o bernadores v con el oficialism o, que quieren im pedirle el acceso a los com icios v, p o r consiguiente, se tem e que la lucha sea ardiente, que esté dispuesto a no dejarse sojuzgar, p o rq u e el oficialism o le dice: “ O transáis v aceptáis el p artid o de imposición, o no os dejam os vo ta r” .4-’ Roca \ M itre reasum en la co n d u cció n de sus fuerzas v van con listas mixtas a com icios de diputados en feb rero de I «y2. I I pacto, el ejército de línea \ la policía sirven de co n tex to al triu n fo oficialista. C uando sólo hav consenso respecto de la candidatura del vicepresidente L 'riburu, la m ano maestra del “z o rro ” Roca neutraliza el avance ap arentem ente peligroso de R oque Sáenz Peña: convence a su padre, el m inistro de la C o rte Suprem a, Luis Sáenz Peña, que debe acep tar la candid atu ra de conciliación.4'1 Roca cree haber ganado la partida: R oque Sáenz Peña no en frentará a su padre. M ientras tanto, las rebeliones se sucedían y los cívicos 4-
Citado por Julio A. N ob le, oh. cit.,pág. 433.
1:1 Ai.i.k\uk, Andrés, Mitre , tim a y lapolítica ¡leí A cuerdo. Boletín de la A. N . de la H., tom o xxx, Buenos Aires, 1959, pág. 227 v Cíellv y Obes en Historia Argentina dirigida por R. I.evillier, tom o i\, pág. 3150, niegan la interpretación “mezquina" de que don l uis aceptó neutralizar a Roque, pues éste y el “modernismo" no tenían fuerza en el interior, dom inado por el P. A. N . Sin embargo, habida cuenta de las maniobras que se operaban v de la situación crítica del P. A N ., del Congreso v de las situaciones pro vinciales, la interpretación dista de ser mezquina para ser, sencillamente, posible.
El segundo acuerdo: Luis Sáenz PeñaJosé E U riburu
radicales habían com enzado su larga tray ecto ria conspirativa. Los com icios presidenciales se aproxim aban en m edio de un clima de tensión creciente. E ntonces, Pellegrini resuelve actu ar v lo hace con dureza: m anda d eten er a todos los jefes radicales m enos a H ip ó lito Y rig o y en .44 Alem , M olina, B arroetaveña, Liliedal, Cas tellanos, Saldías, van a prisión junto con m ilitares sospechosos de sublevación a b o rd o de “La A rg en tin a” . Se clausuran periódicos y revistas satíricas y se dispone el estado de sitio. C uando llega el día de las elecciones, la fórm ula del acu erd o está sola: la votarán 9.420 personas en la C apital. El propio Pellegrini, en mensaje al C ongreso el 24 de m ayo de 1892, registra “el silencio triste e im ponente de una ciudad que espera p o r m om entos ver sus calles V los atrios de sus tem plos convertidos en cam pos de batalla” . F rente a la amenaza de anarquía, a la violencia “ revolucionaria" de los cívicos radicales, el g obierno actu ó con discrecionalidad: arm ó una m áquina electoral a m archa forzada, desarm ó v dispersó transitoriam ente a la oposición, v resucitó un acuerdo que llevó a la Presidencia a un hom bre bueno, de setenta años, respetado por los m itristas, sim pático incluso a los cívicos radicales por su op o sición a la política del acu erd o —que sin em bargo no le impidió aceptar una candidatura que surgió de un segundo acu erdo—, y a los líderes católicos, p ero sin autoridad sobre una opinión pública dividida v tensa. La experiencia de Carlos Pellegrini en sus ochocientos días de gobierno fue exigente, dura, de p ro n to adm irable y al cabo triste v arbitraria para la m ayoría. Sólo el coraje sereno que expresaba el G rin g o , acom pañado p o r M itre, d etuvo el repudio de sus ad versarios cuando iba a m anifestarse en la agresión o el insulto, m ientras am bos notables dejaban la casa de g o b ierno e iban a pie, com o entonces se hacía, sin custodios, a sus dom icilios.
La experiencia de Aristobulo del Valle Para juzgar la presidencia de Luis Sáenz Peña es preciso, pues, Lu¡sprsáenznp'eñae ten er presente en qué condiciones llegó al poder. La política del “acu erd o ” y su trad u cció n en com icios con fraude v opresión ofi44 O tro ejemplo de com portam iento sinuoso, o que necesita de una explicación aceptable, es el de la entrevista Pellegrini-H ipólito Yrigoyen antes de la represión gubernam ental que term inó con todos los jefes radicales en la cárcel, menos don H ipólito.
cialisra dejaron al nuevo Presidente solo en m edio de facciones políticas en pugna v de la oposición conspirativa de cívicos radi cales. C om enzó co n un gabinete que no conten ía m iem bros de los partidos acuerdistas dando una imagen de independencia que las circunstancias negaban.45 La situación en provincias del interior se hizo difícil de cond u cir. En Santiago del E stero, el g o b ern ad o r A bsalón Rojas fue echado p o r “ tres docenas de civiles bien arm a dos” , a los diez días de asum ir el m ando. Sobrevino una querella con el C ongreso y el m inistro del In terio r M anuel Q u in tana ren u n ció a raíz de las secuelas de la intervención a la provincia. Roca en frió sus relaciones con el Presidente a p artir de ese episodio v pareció prestarle nuevam ente apoyo al designarse a un autonom ista nacional —W en ceslao E scalante— en el m inisterio dejado p o r Q u in tana. Pero sucesos críticos en C atam arca derivan en un voto de desconfianza de la m ayoría roquista en el C ongreso hacia el nuevo m inistro y aparece M iguel Cañé en el gabinete, a cargo de la cartera de In terio r. D u ró sólo doce días. N i siquiera pudo soste nerlo R oque Sáenz Peña, que trabajaba detrás del p o d er presiden cial.. E n un gesto desesperado, antes de la crisis de gabinete. Cañé v el Presidente reúnen a tres “notables” decisivos: Roca, Pellegrini v M itre. ¿Q ué hacer? N adie co m p ro m ete su opinión. El G ringo, con insólita franqueza, term ina la reunión: “Si no pueden gobernar —dice dirigiéndose a sus acom pañantes— dejen al m enos go b ern ar a| d o c to r Sáenz Peña .. .” 4K M iguel Cañé no disim ulará tiem po des pués su c rítica a R oca en un rep o rtaje para “ La Prensa” , v en sus m em orias con clu irá que la actitu d del general R oca d eterm inó el m inisterio Del Valle: no creo que ése fuera precisam ente el objetivo del G eneral. Pero cuando los hom bres hábiles se equivocan, no es p o r el can to de un duro.47 Según parece, el o bjetivo de R oca era nuevam ente neutralizar la influencia de R o q u e Sáenz Peña, que trabajaba tras la gestión de su padre y había sido responsable de la designación de su am igo Cañé. Pero la designación de del Valle habría sido, a su vez, suge rencia de Pellegrini. E ra una experiencia arriesgada, p ero en medio de luchas de influencias, con flicto s e intrigas, se le antojaba a 45 E l prim er gabinete lo fo rm aro n : M anuel Q uintana en In te rio r; T o más S. de A n ch o ren a en R e lacio n es E x te rio re s; J . J . R o m e ro en H acien d a; C . de la T o r r e en Ju stic ia ; B. V ic to r ic a en G u e rra y M arin a. 4B S á e n z H a y e s , R ic a rd o , oh. cit., págs. 399 v 400. 47 Idem, p á g . 401.
1893: el "gabinete del Valle"
m uchos que era, tam bién, una últim a posibilidad de reunir en to rn o de Luis Sáenz Peña a sectores cívicos radicales, a m itristas v a autonom istas, dándole la base política de la que hasta entonces ha bía carecido. El prestigio de del Valle era grande, pero las p rev en ciones que suscitaba tam bién. L isandro de la T o rre reseñó el resul tado del llam ado de del Valle a sus “com pañeros de lucha” : Lo sacó de su hogar el 93, llamado en plena borrasca a to m ar el gobierno. Su p rim er pensam iento fue para el partid o Radical, su prim era visita para el d o c to r L eandro A lem ; la segunda para el d o c to r B ernardo de Irigoyen. O freció las dos carteras más im portantes de aquel gabinete de cinco m iem bros, In terio r v H acienda, v ofreció lo que valía más que todas las carteras: la garantía de su honor sobre la política que iba a hacerse, política de verdad, de reparación de verdadera dem ocracia. T o d o le fue recha zado en nom bre de la intransigencia .. ,4S Si ésa fue la respuesta de sus com pañeros de lucha, puede presum irse la actitu d de sus opositores. La presencia de del Valle en el gabinete de Luis Sáenz Peña representó, en efecto, una expe riencia arriesgada e insólita, pero en to d o caso consecuencia de la soledad en que el “acuerdism o” dejó al Presidente. Los “ notables” habían entreg ad o el g obierno, p ero no el poder. A ristóbulo del Valle significaba para ellos la línea m oderada de la oposición, capaz de a p o rta r cierta p opularidad a un Presidente sin consenso V al mismo tiem po de d eten er las actividades del ala conspiradora de los cívicos radicales. La fórm ula era, pues, expresiva de las dificultades que había suscitado la forzada solución Sáenz Peña v al cabo dejó al Presidente v a del Valle en el m edio de un fuego cruzado. Por un lado, el oficialism o tradicional situado en las “oligarquías” provinciales advirtió el peligro que representaba la presencia de un revolucionario del 90 en el g obierno nacional V se dispuso para la resistencia. N o en vano dicha resistencia se afirm a ría en dos cen tro s de p o d er que habían actuado juntos en el 80: la provincia de Buenos Aires v C orrientes. P or el o tro lado, los ra dicales, si bien no asum ieron un com prom iso d irecto con del Valle, vieron en él una suerte de “caballo de T r o v a ” in tro d u c id o en el corazón del Régim en. Por fin, am bos p ercibieron que la acción de del Valle, dirigida a la “ reparación institucional”, no habría de ser, em pero, juguete de las influencias de am bos lados de! espectro 4S Girado por Julio A. N ob le, oh. cit., pá¡;. 442.
político. Reflejaba segm entos de viejos enfrentam ientos: los cívicos (m itristas) v los radicales (alem istas) operaban com o pinzas que se cerraban sobre un g o b iern o nacional en el que se erguía la figura de del V alle.48 Éste intim ó al g obierno bonaerense para que desar mara sus fuerzas m ilitares, v lo mismo hizo con C orrientes. A de más intervino el Banco de la Provincia de Buenos Aires, v el m inistro de H acienda acom pañó la medida ‘“con la investigación de actos adm inistrativos de los gobiernos anteriores en m ateria de ventas de tierras públicas, concesiones de ferrocarriles, ges tiones bancarias, con el p ro p ó sito evidente de perseguir severa m ente a los responsables”.5" El am biente nacional se puso tenso. El 23 de julio A lem fue electo senador p o r la C apital, el descontento popular crecía y las posibilidades de golpes de E stado provinciales tam bién. N o es difícil p ercib ir que to d o eso iba co ntra la lógica interna del R égim en y ponía en jaque la “alianza de los notables” . 1893 fue, en este orden de cosas, un año p ro p icio para la acción revolucionaria, v así lo entendió el radicalism o, que la em prendió en San Luis el 29 de julio, en Santa Fe el 30, v en la provincia de Buenos Aires —ju n to a los cívicos— entre julio y agosto. El caos pareció haberse apoderado de situaciones provinciales tan im por tantes com o las citadas, m ientras en el seno del g o bierno nacional se revelaban las tendencias v objetivos co n trad icto rio s de sus inte grantes. Los m inistros del Valle v D entaría creían que era pre ferible dejar que los poderes revolucionarios se hicieran cargo de la situación provincial. Q uintana v V irasoro sim patizaban con el m itrism o, tam bién alzado en armas, v por su p arte el m inistro del In terio r, Lucio V. López, deseaba que el C ongreso tuviera amplia libertad para resolver la situación.*' Los sucesos habían ido dem asiado lejos para quienes aspiraban a reten er el pod er político efectivo. A ristóbulo del Valle fue a La 49 Éste se reservó el ministerio de G uerra; Lucio V. López asumió el del Interior; M ariano Demaría el de H acienda; Valentín V irasoro el de Relaciones Exteriores y Enrique Q uintana el de Justicia e Instrucción Pú blica. T odos eran “hombres del 90”. La revolución parecía triunfante tres años después. 50 E tc h e p a r e b o r d a , R oberto, T res revolu ciones , pág. 154. “Estas inves tigaciones —añade E tchepareborda— demuestran (jue no solamente por actos políticos se produjo la reacción que motivará mas tarde la caída del minis terio re n o v ad o r.. 51 íd em , págs. 200 y 201. V er también L. R. Fors: 189J. L evantam iento, revolu ción y desarm e en la Provincia de Buenos Aires. Buenos Aires, 1895. James R. Scobie, oh. cit., pág. 194, señala por su parte que el radicalismo.
1893: rebeliones y crisis
La caída de A. del Valle
Plata para sufocar la rebelión de los cívicos m itristas, pero a la ve/ la de los radicales. M ientras tan to , un protagonista capaz de volcar la situación retornaba al c e n tro de las decisiones v llegaba a él g ra cias a la intervención de H ip ó lito Y rigoven, que im pidió su d ete n ción —actitu d sugestiva que recuerda una sim étrica del libertado en el 92—: Carlos Pellegrini. Del Valle intentó llevar adelante un plan político reform ista v conciliador: evitar choques en tre fuerzas revo lucionarias, lograr el desarm e total v reorganizar los poderes pú blicos p ro d u cien d o el cam bio de las oligarquías provinciales v la reform a política sin violentar la legalidad vigente. C om o prim era medida, in ten tó asum ir personalm ente la intervención a la provincia de Buenos Aires, g arantizando el desarm e de las fracciones en lucha. Pero d e n tro del g o b iern o habíase iniciado va la contraofensiva, encabezada p o r Carlos Pellegrini. Por su parte, los radicales advier ten que los hilos de la tram a se tendían en su co n tra v que, una vez más, una revolución con posibilidades de triu n fo corría el riesgo de frustrarse. Alem v B ernardo de Irigoven incitan a del Valle a reali zar un golpe de Estado desde d en tro del g o b ierno v constituirse en “d ic ta d o r” . La respuesta de A ristóbulo del Valle revela un estilo v una m entalidad que Carlos Pellegrini no desdeñó cuando propuso su nom bre, v asimismo un p u d o r p olítico que no se com padecía con actitudes revolucionarias a ultranza: “ . . . N o d ov el golpe de Estado p o rq u e sov un hom bre de Estado .. C uando del Valle regresó a Buenos Aires, se e n co n tró con el Presidente rendido una vez más a la habilidad de Pellegrini y sin movimiento de clase media y profesional urbana, tuvo en el 93 el apoyo d e los agricultores de Santa Ke por motivos ajenos a los políticos —que ignoraban- y en cambio "porque se sentían encolerizados ante la corrupción de las autoridades rurales y recientes actitudes del gobierno provincial de Santa Fe: había sido anulado el derecho de voto de los extranjeros en las elecciones municipales y se cobraba un impuesto cerealero provincial”. Esto debe cotejarse con lo que hemos expuesto a propósito de la ambivalencia del im pacto inm igratorio para la población criolla. La descripción del 93 en la obra de Etchepareborda respecto de las revoluciones en las tres pro vincias es interesante v por mom entos pintoresca, v aunque el autor atribuye ;i las mismas un apovo popular sin connotaciones socioeconómicas com o las que subraya Scobie. de la descripción misma —especialmente la relacionada con las colonias santafesinas— surgen argum entos en favor de la interpretación del investigador norteam ericano. A ld a » i». D ía z , l'lvira. Rem iniscencias Je A ristóbu lo J el Valle. Buenos Aires, 1928. pág 183. V er también Julio A. Noble, ob. cit.. págs. 44! ,i 450, v Rivera Astengo, Pellegrini, Obras, tom o ii, pág. 398.
apoyo para las fórm ulas que creía aceptadas. R enunció. Su caída fue acom pañada p o r la adhesión p o p u lar v su azarosa gestión revela al historiador los estrechos m árgenes de m ovim iento que dejaba a los reform adores políticos la “alianza de los notables” . La “gran m uñeca” —com o se decía entonces— de Pellegrini, dio vuelta la situación v puso al C ongreso c o n tra del Valle. Las interpretaciones fueron tan diversas com o los designios v perspectivas de sus autores. Para un Lisandro de la T o rre , la caída de del V alle fue el resulta do de su consecuencia m oral —así com o la de D em aría— v de la in transigencia de su partido, que negó su co n cu rso cuando le fue pedido v en cerró a del V alle en la dialéctica de. la conspiración v de las exigencias de la funció n pública. Para Pellegrini, fue el resultado del cam bio de actitu d de un C ongreso alarm ado, v no de la intriga o de plan alguno. En resum en, puede decirse que la táctica de la intransigencia política dem oró p o r veinte años una reform a evolutiva que quiso hacer un gabinete de treinta v siete días. El co n trag o lp e de Pellegrini im puso nuevam ente a M anuel Q uintana en el m inisterio del In te rio r.“ Con él volvió la política “d u ra ” el estado de sitio. El g obierno to rn ó a la im popularidad v la prensa atacó al Presidente, m ientras circulaban libelos que aludían a éste con desprecio v a su “dem encia senil". Si la presencia de del V alle significó la revolución desde el go bierno, Q u in tan a representó la co n trarrev o lu ció n . Intervino las p ro vincias sublevadas y el 24 de setiem bre de 1893 d ecretó el “estado de asam blea” de la G u ard ia N acional com o “si los peligros de una gu erra ex terio r am agaran a la R epública”, según apreciación de Rivera A stengo. R oca fue nom b rad o general en jefe del ejército en cam paña, teniendo a sus órdenes a Levalle, A vala, A rredondo, Bosch y V in tte r, m ientras L eandro N . A lem fue encarcelado. C ensurados o clausurados periódicos y revistas, com o “ El N acio nal”, “El D iario” y “El Q u ijo te ”, Buenos A ires fue m ilitarm ente sitiada v los focos de rebelión del in terio r sofocados. En las p ro v in cias intervenidas se llamó a elecciones. Los radicales triu n fa ro n en Buenos Aires, pero una hábil com binación en el Colegio Electoral, a la que no fue extraño Pellegrini, im puso com o g o b ern ad o r al m itrista U daondo. En Santa Fe v en San Luis se im pusieron gober•',H Q uintana c o n stitu yó el n u evo gabinete en el que perm anecieron los c ív ic o s m itristas, com o V ira so ro , e ingresó Costa en reem plazo de En riq u e Q uintan a. Jo s é A . T e r r y se hizo c a rg o de H acien da y el gen eral L u is M aría C am po s del m inisterio de G u e rra .
El retorno de Quintana
La renuncia de Luis Sáenz Peña
nadores favorables al roquism o o al m itrism o. En C atam arca ha brían triu n fad o los radicales, pero según interpretaciones de la época, una m aniobra dio el p o d er a un autonom ista. T u cu m á n y C orrientes co n o ciero n fórm ulas diversas v no siem pre ortodoxas de intervención del g o b iern o central. M anuel Q uintana logró su objetivo: restablecer el orden aun m ediante la arbitraried ad , lo que en rigor no le fue fácil ni en la práctica ni para su conciencia, com o le dem ostraría meses más tarde B ernardo de Irig o y en en una m em orable interpelación en el Senado recapitulando los sucesos v la discrecionalidad gub ern a m ental. Y el radicalism o com enzó a p articip ar en los com icios m ucho antes de la vigencia de la lev Sáenz Peña, para volver luego a la conspiración sistem ática. Pero Q uintana sufrió el desbaste p olítico v fue, al cabo, “chivo expiatorio” de un oficialism o a la defensiva. A raíz de un pedido de intervención fedéral de la Legis latura m endocina, con la oposición del g o b ern ad o r “ quintanista” Pedro A nzorena, el C ongreso accede a aquélla sin hacer caso de la opinión del m inistro del In terio r. Q uintana renuncia. Luis Sáenz Peña pierde con él a un defensor de sus poderes v queda a m erced de Roca. Percibió entonces el escaso m argen que tenía para g o b er nar, sitiado p o r los “notables” , asediado p o r los radicales, com pli cado el panoram a con la presencia crítica de los socialistas. T iro neado p o r todas las tendencias, p o r las am biciones de poder, por actitudes m ezquinas, y p risionero de la am bivalencia de su política, se niega a incluir en los temas de sesiones del C ongreso del 94 un p ro v e c to de lev de am nistía de los revolucionarios del 93. El ga binete renuncia v la Cám ara de D iputados in terru m p e las sesiones hasta que el Poder E jecu tiv o N acional “se pusiese en condiciones constitucionales”. Era el am argo final de una presidencia con pre cario origen. El 22 de enero de 1895 Luis Sáenz Peña, cansado e im potente, presenta su renuncia. La explicación del proceso in te r no que lo lleva a esa decisión está en su “testam ento po lítico ”,V en carta a Estanislao S. Zeballos del 15 de m arzo de ese año. Señala que su p rogram a no satisfizo a partidos “absorbentes v exclüventes”, que los m inistros cam biaban de opinión según las influencias de las fuerzas políticas que los apoyaban y no p o r atender al p a re c e r del Presidente, v que el hecho decisivo fue el p ro v e ctp de •'>4 El “testam ento político” de Luis Sáenz Peña e interesantes comentarios en torno de su renuncia pueden hallarse en la colaboración de Carlos María G elly y Obes, tom o iv, págs. 3177 a 3182 de la Historia Argentina editada bajo la dirección de R. Levillier.
ley de am nistía p ro ced en te de B ernardo de Irigoven, que im plicaba para el E jecu tiv o som eterse al “ único partid o que había descono cido su au to rid ad ” . A ceptada la renuncia, lo sucedió el vicepresi dente U rib u ru . D e antecedentes m itristas, su breve gestión resta bleció el ord en en las filas del régim en v p erm itió la acción co n certada de tres de los dirigentes más constantes de la alianza: M itre, Pellegrini v R oca. M ientras tan to , Ju árez Celman v Luis Sáenz Peña habían desaparecido de la vida pública, v en las filas de la U nión Cívica R adical se p ro d u cían hechos prem onitorios de la ca rrera política de un gran caudillo que afirm aba entonces, a costa del trib u n o Alem , su posición de líder de un m ovim iento en m ar cha: H ipólito Y rig o y en .5S T erc ia b a una nueva fuerza política, de alcancés aún im previsibles: el socialismo, y se tom aba conciencia en todos los sectores de una nueva dim ensión de la realidad tra d u cida en la llamada “cuestión social” . El p rim er núm ero de “ El O b re ro ”, que se erigía según su d irecto r, el ingeniero G . A. Lallem ant —discípulo de M arx v E ngels—, en “defensor de los intereses de la clase proletaria v ó rgano de la Federación O b re ra ” , p ro p i ciaba desde diciem bre del 90 la organización de la “clase o b rera ” en p artid o político. In terp retab a la crisis del 90 com o “ un episodio en la lucha de la burguesía argentina p o r el poder, d e n tro de un proceso singularizado p o r la in terferencia del capitalism o in te r nacional”. Cada secto r percibe a su m anera, pues, los cam bios que se p ro d u cían en la sociedad argentina. Y si bien la cuestión social, la difusión de las doctrinas socialistas v la acción creciente del anar quism o no carecían de vinculación con las rebeliones que habían sa cudido el régim en en los años 90, los notables tenían aún capacidad de m aniobra. E l incipiente pro letariad o se aislaba “en sociedades 58 El com portam iento de H ipólito Yrigoyen en esos tiempos es por lo menos sinuoso, si se está de acuerdo con el testimonio de Lisandro de la T o rre publicado en Una página de historia, en 1919, y transcripto parcial m ente por N oble, ob. cit., págs. 464 a 467. Yrigoyen aparece obstaculizando revoluciones que hubieran elevado, eventualmente, a la presidencia a Aleni; intrigando contra éste y eludiendo entrevistas que hubieran puesto en descu bierto “móviles secretos” que Alem le atribuía, y que se resumían en su ambición por obtener la jefatura del movimiento radical, desplazando defi nitivam ente a Alem. El suicidio de éste, en el 96, habría tenido entre otras causas, secundadas por su desequilibrio psicológico, la sensación de la frus tración y de la impotencia. H abía comenzado la carrera política del com plejo, inescrutable v original caudillo radical.
La sucesión: José E. U riburu
La jefatura de la U.C.R.: litigio Alem-Yrigoyen
Los socialistas
de resistencia v clubes de extranjeros con infantil desconfianza para quienes no p ertenecían a su clase”.''" Los radicales —p ro d u ci das las oscuras pero trascendentes experiencias del 92 y del 93— parecían atrapados p o r el litigio de la con d u cción del m ovim iento, que se definiría en favor de Y rigoven, v desde entonces pasarían a la conspiración perm anente. Los dirigentes m oderados del oficia lismo, en el que se había in co rp o rad o el m itrism o, v los jefes principales del P. A. N „ dejan de lado sus rivalidades para reco b rar, unidos, el dom inio de la situación. C om plicaciones interna cionales —el co n flicto en ciernes con Chile, especialm ente— añaden un nuevo fa c to r de cohesión para una clase dirigente asediada. En ese co n tex to se explica la intervención decisiva de Carlos Pellegrini cuando expiraba el perío d o presidencial de la fórm ula Sáenz P eñ a-U rib u ru v a raíz de la renuncia de aquél v de la en ferm edad de éste queda en el m ando un senador, vicepresidente de la C ám ara Alta. F ueron los cien días de Roca, durante los cuales Pellegrini p ro n u n ció en el T e a tro O deón una conferencia expre siva de la “alianza de los notables” p ro p iciando la candidatura presidencial del general Roca. D en tro del p artid o (A utonom ista N acio n al) había que elegir a un ciudadano que tuviera la capacidad del gobierno v títulos a la consideración nacional, V d e n tro del grupo de ciudadanos en estas condiciones, buscar a aquel que reuniera m ayor suma de prestigio, m avor suma de volun tades, que van hacia un hom bre p o r razones que ni se explican ni hav el deber de explicar: pero que una vez en el G o b iern o le dan el nervio, la iniciativa, la eficacia, sin lo cual el p o d er es una som bra estéril, algo inútil e im potente, com o un c u erp o sin brazos. Pues bien: entre el g ru p o de m iem bros del p artid o N acional, con servicios prestados al país v con la experiencia v práctica del gobierno, todos veían, salvo que la pasión pusiese un velo ante sus ojos, destacarse la figura del general Roca . . La interp retación id eo ló gica corresp on dien te puede leerse en R o d o lfo P u iggrós, H istoria crítica de los partidos político s argentinos. Pueblo y oligarquía , Buenos A ires, Jo r g e Á lv a re z , 1965. Esp ecialm en te págs. 147,
148 y 152. •',7 P e ij.k g rim , C arlo s, O bras, to m o ni, págs. 277 a 310.
Carlos Pellegrini recuerda los laureles del m ilitar desde la co n quista del desierto, om ite sus propios agravios, destaca lo que conviene para un m om ento en que las relaciones diplom áticas con la R epública de Chile habían llegado a un p u n to de peligrosa ten sión, y atiende sólo a la funcionalidad de un candidato para el ejercicio del Poder, desde la perspectiva de su p artid o político y de los aliados notables. “R oca debe ser presidente —diría Pelle grini a sus am igos—: sólo él evitará la g u erra con Chile v esa cuestión es más im p o rtan te que cualquier o tro interés del país.” La candidatu ra de R oca se perfila, pues, p o r m otivos m uy próxim os a los que h oy llam aríam os de “seguridad nacional” . Roca era pre sentado con la o p o rtu n id ad de lo que se siente necesario, sin forzar argum entos en to rn o de su popularidad. La habilidad v la inteli gencia de Pellegrini salvarían, una vez más, la alianza de los notables.
LA AGONÍA DEL RÉGIMEN
La vuelta de Roca
La agonía unam uniana del Régim en habría de ser tan larga com o su efectiva vigencia. D esde 1880 había so p o rtad o tres crisis de distinta intensidad, p ero de parecida im portancia, sin co m p u tar la de ese m ism o año. D e tal m odo, el llam ado R égim en fue efectivo y estable en tre el 80 v el 90, v luchó p o r sobrevivir entre el 90 y 1910. La “cuestión religiosa” no logró p ro d u c ir, entonces, su fractura V la “cuestión social” recién com enzaba a plantearse. La oposición no había conseguido la cohesión necesaria para birlar a R oca su segunda o p o rtu n id ad presidencial. En cam bio, a fines de 1897 ha bíanse sum ado factores favorables para la can d id atura del “z o rro ” , que Pellegrini no desestim ó. El poder m ilitar p ro cu rab a recobrar la disciplina alterada p o r los acontecim ientos de 1890, 1892 y 1893. El poder económ ico confiaba en el buen adm inistrador de los años ochenta. E l partido, a través de Pellegrini y con el consentim iento del m itrism o, eligió la unidad en to rn o del candidato o p o rtu n o para en fren ta r una cuestión que ocupaba, semana a semana, el prim er plano de las p reocupaciones públicas: la cuestión internacional.' 1 El m ovimiento obrero comenzó a constituirse entre 1880 y 1900. Los negros padecieron discrim inación política y social. H acia 1863 había apenas seis mil en Buenos Aires. Solo dos entre catorce colegios de Bue nos Aires los admitían y en 1879 se prohibía su acceso en el Jardín Flo rida. Los acontecim ientos europeos, a su vez, alentaron la emigración de comunistas franceses, socialdemócratas alemanes perseguidos por Bismarck, combatientes de las guerras carlistas españolas, cantonalistas y republicanos franceses de la Prim era República, etc. En 1878 se registra la prim era gran huelga de la “U nión T ipográfica”. Antes, en 1872, los perseguidos europeos constituyeron en Buenos Aires, M ontevideo y C órdoba secciones de la Inter nacional. En 1887, el 10 % de la población de Buenos Aires era obrera, distri buida en más de diez mil talleres. N um erosos periódicos reflejaban litigios ideológicos, a m enudo en el idioma original de los grupos inm igrantes mili-
T o d o eso, más el fu ncionam iento de la “m áquina p artid aria” ^ del P. A. N . y la abstención de la U. C. R., explica el fácil triu n fo de la fórm ula R o ca-Q u irn o Costa en un triste v apático “ acto cí vico” que fue, más bien, una form alidad consagratoria del único candidato presidencial en condiciones de triu n far. V encieron los “ perpendiculares” a la política de las “ paralelas” que al principio pretendió aliar a los cívicos m itristas v a los radicales, v que la abstención radical v la in co rp o ració n de los líderes m itristas a la opción del P.A .N . term inó p o r quebrar. La vuelta de Roca, doce años después, significaba para el Presidente la vigencia del Régim en: V uelvo doce años d e s p u é s ... El hecho de verifi carse sin in terru p ció n en un período va largo la transm i sión del m ando, es p o r sí solo garantía de estabilidad y firm eza de nuestras instituciones .. En realidad, la co m p ro b ació n de R oca revelaba la existencia de un “sistem a” p o lítico centralizado v un sistema económ ico ade cuado a dicha centralización. Ya en 1893, com o escribe Ferns, la consolidación de la deuda nacional había asestado el “ últim o golpe a la estru ctu ra federal de la política argentina, más m ortal que las intervenciones v las arrem etidas m ilitares del pasado” , v un sistema m ilitar en form ación que los acontecim ientos interna cionales estim ularon tanto en su pod erío com o en su articulación v profesionalización, era un nuevo dato de la realidad. La centralización del sistema p olítico se tra d u jo en el in cre m ento del trabajo b u ro crático v en la gravitación del Estado. E n 1S98, el núm ero de m inisterios se eleva a ocho, en lugar de los cinco previstos en la organización constitucional. A um entó sustancialm ente el núm ero de leves nacionales v creció el presu puesto general en relación con el de las provincias. La política económ ica v financiera dio lugar a la aparente superación de la crisis económ ica que el país soportaba cíclicam ente desde 1881 tantes. G ustavo Ferrari, C onflicto y paz con Chile. IX9K-1903. Eudeba, 1968, pág. 9. Tam bién Mariano A. Pelliza, La cuestión del estrecho de Magallanes. Eu d eb a, 1969, que con tiene las alternativas de los litigios ch ilen o -argen tin o s hasta 1881. - F.n las elecciones de 1898, sobre ?
j ÜÍío V
Roca
r v dos actos legislativos —uno prom ulgado, el o tro fru strad o — die ron el to n o de la gestión roquista: la ley de conversión v el p ro vecto de unificación de la deuda.* La política ex terio r argentina se inserta, p o r su parte, en el contexto que había definido la generación del 80.4 F.n sus linca m ientos fundam entales esa política era consecuente con las creen cias, vinculaciones culturales v económ icas v com portam ientos políticos de esa generación dirigente. La A rgentina tenía, según su parecer, tres opciones: la prim era, p o r decirlo así, vegetar com o un país p eriférico con artesanías prim itivas; la segunda, insertarse de la m ejor m anera posible en el esquema internacional im perante v convertirse en un eficiente país ag ro ex p o rtad o r periférico, des arrollando todos sus recursos para ser “cola de león” en lugar de “cabeza de ra tó n ” ; v la tercera, desafiar dicho esquemq v, por su llegada tardía a la eclosión industrial, edificar con enorm es sacri ficios una industria p ropia v una cu ltu ra relativam ente autónom a respecto de la europea, soslayando la “alienación c u ltu ra l”. Con el andar del tiem po v consecuentes con sus ideas v creen cias, los sectores dom inantes de la generación del 80 se inclinaron por la segunda de esas opciones. Juan Bautista A lberdi había seña lado en su Sistem a eco nóm ico y rentístico de la C onfederación A rgentina (aludim os a la edición Besançon, im prenta de José Jacquin, de 1858), qué rum bos debían descartarse. U na política p roteccionista, sostenía, significaba p o r m ucho tiem po “ vivir mal, 8 S m ith , Peter H., Carne y política en la A rgentina. Buenos Aires, Paidós, 1968, págs 26 a 37. La relación entre im portaciones, exportaciones y capital extranjero implicaba tanto el crecim iento de la A rgentina como su vulnerabilidad a la influencia económica exterior. El ministro Rosa, ase sorado por T ornquist —hom bre de mucha influencia— y por Pellegrini, logró la sanción de la ley 1741 creando la Caja de Conversión y de la ley 3871, sobre conversión de la emisión fiduciaria de billetes de c/1. en m /n . de oro al cambio de un peso por 0,44 de peso m /n. oro sellado. En cambio, Roca cedió a la formidable presión de la opinión pública contra el p ro yecto de ley de unificación de la deuda —que implicaba el em bargo de las rentas aduaneras por los acreedores extranjeros— criticado entre otros por T e rry y por la oposición. (C onfr. A rm ando Braun Menéndez, “La segunda presidencia de Roca" en H istoria A rgentina C ontem poránea de la A. N . de la H ., vol. i, sección 2*. Buenos Aires, El Ateneo, 1965, págs. 38 y 39. 4 V er capítulo xxvm, págs. 166 y siçts. y capítulo final sobre lo que Félix Peña llama “ depen den cia con sen tida'. Dejamos constancia de nuestro reconocim iento hacia Juan Carlos Puig por sintetizar esas opciones, objeto de polémica científica e ideológica, cuvo tratam iento em prende en una obra aún inédita. Ver, asimismo, M ariano G rondona, A rgentina en el tiem p o y en el m undo. Buenos Aires, “Primera Plana”, 1968, que contiene sugerentes reflexiones en torn o de la época y el tema, y Félix Peña, A rgen tin os en A m érica latina, revista “C riterio", diciembre de 1970.
Líneas de política exterior
com er mal pan, beber mal vino, vestir ropa mal hecha, usar m ue bles grotescos . . Y entonces —según convenía a su política inm i g rato ria— “ ¿qué inm igrante sería tan estoico para venir a estable cerse en un país extran jero en que es preciso llevar vida de perros, con la esperanza de que sus biznietos tengan la gloria de vivir brillantem ente sin d epender de la industria ex tran jera?” Esa hu biera sido, en la opinión de A lberdi, “ una independencia insocial v estúpida de que sólo puede ser capaz el salvaje” . P or o tra parte, si los Estados U nidos habían elegido la tercera opción, era porque tenían aptitudes v, sobre to d o , recursos para hacerlo. La A rgentina, en cam bio, no tenía “fábricas, ni m arina, en cu v o obsequio debam os restringir con prohibiciones y reglam entos la industria v la m arina extranjeras”, que nos buscaban p o r el vehículo del com ercio. Si a eso se añade que para los hom bres de la generación que entendió culm inar algunos de los postulados alberdianos, los E stados U nidos no constituían un “ m odelo” atractiv o , v que desde cierta soberbia cultural se coincidía con la óptica del viejo patriciado, la política ex terio r argentina de los años 80 era consecuente con la política in terio r del g ru p o dirigente v adecuada a las solicitaciones de los centros internacionales dom inantes. De ahí ciertas constantes de la política internacional de la A rgentina de la época, vigente d u rante los años siguientes: afiliación a la esfera de influencia europea —especialm ente britán ica—; aislam iento respecto de A m érica; desin terés relativo o debilidad de la política territorial." D en tro de esos lincam ientos generales, la política ex terio r de ^ ncc^nh,¡l|í^,° R oca fue condicionada p o r el co n flicto con Chile. C uando asumió el m ando la crisis parecía inevitable. La presión arm am entista c re cía en am bos países v se m ultiplicaban equívocos v m otivos de agitación pública. Roca nunca p erdió la serenidad. En el 98 decía: Se quiere iniciar para la A m érica el sistema de la paz arm ada, que consum e a las naciones europeas, las cuales, com o los caballeros de la Edad M edia, no pueden m overse casi bajo el peso de sus a rm a s .. V
R oca se m ovía, pues, en un terren o que conocía m uv bien en el que p ro cu rab a m an ten er la iniciativa. P artidario de la paz,
11 Confr. Juan Carlos Puig, N o ta s inéditas. Juan Bautista Alberdi, ob. cit., y especialmente sus ‘‘Escritos postumos. Del G obierno en Sud-Aniérica según las miras de su revolución fundam ental”, cuya edición de 1896 m ane jamos, y que en el tom o iv se dedica a fundamentar la necesidad de la “alianza y unión con Europa" y la de gobiernos "centralizados e inamo vibles” (págs. 646-647), etc. 7 R oca , Julio A., Reflexiones y fragm entos , en “La Biblioteca". 1898, año ii, tom o vm, págs. 5 a 10.
La seg und a p re s id e n c ia de R oca e stu vo sign ad a por las c u e s tio n e s in te rn a c io n a l e s ^ c o n d ic io n a d a po r el c o n flic to con C h ile . El p re s id e n te no p e rd ió la s e re n id a d , c u a n d o se c o rría el riesgo de c o n s u m ir a los p aíses a m e ric a n o s en "e l s is te m a de la p a z a rm a d a ” . [E n tre v is ta d e los p re s id e n te s de A rg e n tin a y C h ile , R oca y E rrá z u riz , r e s p e c tiv a m e n te , según un a fo to g ra fía del A rc h ivo G e ne ral de la N a c ió n .]
no era un pacifista absoluto. La renuncia del m inistro chileno en Buenos Aires, Jo aq u ín W a lk e r M artínez, del p erito de esa misma nacionalidad, D iego Barros A rana y del subsecretario de Relaciones E xteriores E d u ard o Phillips —‘‘tres chilenos que se habían distin guido p o r su anim adversión a la A rg en tin a”, según G ustavo F e rra ri— aliviaron al presidente E rrázu riz, básicam ente conciliador. C um pliendo cláusulas y expresiones precisas de un p ro to co lo firm ado en tre A rgentina y C hile en 1896, R oca p ro c u ró “avenim ientos d irecto s”, seguidos p o r la firm a de dos actas sobre la Puna de A tacama, el 2 de noviem bre de 1898, que confiaban la solución del en tredicho territo rial y fro n terizo respecto de los límites en la zona a una conferen cia de notables v, para el caso de que ésta no prosperase, al arbitraje del m inistro n orteam ericano en Buenos Aires. U n en cu en tro de am bos presidentes, R oca v E rrázuriz, en el estrecho de M agallanes, llevó alivio transitorio a las relaciones entre los vecinos. R oca, al p o co tiem po, viajó al Brasil, en una visita que realizada en agosto de 1899 significaba la búsqueda de apoyos para la política ex terio r argentina.
Al mismo tiem po, Bolivia v Perú buscaban la adhesión ar gentina a su posición en sus litigios con Chile, lo que si bien im pli caba la existencia de aliados potenciales, hacía más com plejo el panoram a latinoam ericano. El p ro v e c to de unificación de la deuda nacional —gestionado p o r T o rn q u ist v defendido p o r Pellegrini en el exterio r y en el Senado— se vinculaba con el co n flicto in ter nacional en ciernes y con la presión de la carrera arm am entista. A quél llegó hasta el seno de la Segunda C onferencia Panam ericana, según se ha visto, realizada en M éxico desde o ctu b re de 1901 hasta enero de 1902, v en la que el tem a central fue el arbitraje, m étodo de solución de las querellas internacionales que Chile veía con prevención p o r tem o r a que se aplicara retro activ am ente y afectara sus conquistas en la g u erra del Pacífico, v que la A rgentina defen día con ard o r, hasta que el to rn e o se situó en un p u n to: “el carácter obligatorio o facultativo del a rb itra je ”, que acentuó la tensión entre las posiciones de los vecinos en co n flicto en to rn o de los problem as del Pacífico. En 1901 la cuestión fro n teriza llevó a los dos países al borde ^ de la guerra. Los aprestos bélicos eran alentados p o r la prensa v la opinión pública. Pocos escapaban a la neurosis del am biente v ésta condicionaba la acción de los políticos, especialm ente de los chile nos. A principios de sigló la M arina o b tu v o la obligatoriedad de la conscripción. En 1901 se sancionó la Lev O r g á n ic a del E jército que establecía p o r prim era vez el servicio m ilitar o bligatorio.s El 8 C onfr. R obert A. Potash, T h e A m i y ¿r Folitics ¡ti Argentina. I92K1945. California, Stanford Univ. Press, 1969, hasta el m om ento el más mo derno y com pleto estudio sobre las relaciones entre fuerzas armadas y política en la A rgentina, tema que tratarem os con más detenim iento a partir de los años veinte. Sin embargo, el “viejo ejército” quedaría atrás no sólo por la fundación del Colegio M ilitar (1869), sino por la creación de la Escuela Superior de G uerra (1900), la sanción del nuevo estatuto militar orgánico citado (1901), el cambio fundam ental operado en el reclutam iento y form a ción de oficiales y soldados —antes se aprendía la profesión en el terreno, la tropa era integrada por “enganchados”, voluntarios, criminales menores, con tingentes mezclados—, y la expansión de la influencia militar alemana a través de consejeros, entrenam iento en Alemania para oficiales argentinos y dota ción de armamentos. U na serie de contratos registrados desde 1890 com prom ete al ejército argentino, casi completam ente, con armas y equipos fabricados en Alemania. Un im pacto fundam ental fue la decisión, adoptada en 1899, de invitar a oficiales alemanes para organizar la Escuela Superior de G uerra. Cuando la academia m ilitar abrió sus puertas en abril de 1900, el D irector y cuatro de sus diez profesores eran oficiales alemanes. Luego, la Escuela de T iro y el Instituto G eográfico M ilitar, ambos diseñados con el modelo prusiano, contaron con asesores alemanes. A eso debe añadirse el in tercam bio de viajeros. N o se sabe el núm ero exacto de oficiales argentinos que viajaron a perfeccionarse a Alemania antes de la Primera G uerra. Potash
borde la guerra
artífice de aquélla fue M artín Rivada%'ia. El de ésta, con la oposi ción de Pellegrini, el brillante m inistro de G u e rra , co ronel R icchieri, hom bre de confianza de R oca v p rim er p rom edio de la Escuela S uperior de G u e rra en Bélgica, considerada entonces la m ejor del co n tinente europeo. M ientras el m inistro de G u e rra argentino decía c o n ta r con arm am entos para 300.000 hom bres, el jefe del Estado M ay o r chileno, general K o rn er, consideraba suficiente arm ar 150.000. A m bos países ad quirieron naves veloces y m odernas, p ro curan d o la superioridad o, en el m ejor de los supuestos, el equilibrio naval. La carrera arm am entista se desarrollaba y se trad u cía en tonelajes y presupuestos m ilitares. En Buenos A ires se m ovilizaron las clases del 78 v del 79, los polígonos de tiro reclu taro n socios y voluntarios v la reac ción co n tra Chile se d ifundió, quizás p o r vez prim era, hasta los confines, hallando del o tro lado de la cordillera una respuesta sim étrica. Zeballos exponía entonces la tesis intervencionista; M itre apoyaba a R oca en su tem perancia, oponiéndose a la g u erra; pero la opinión pública estaba enardecida y hasta la U . C. R. in te rru m pió su acción conspirativa “en aras de la seguridad nacional” . C uando to d o parecía c o n d u c ir a un c o n flicto abierto y la neurosis colectiva calentaba cabezas v corazones, los más serenos co m prend iero n el peligro y los desastres de una guerra v sus consecuencias, proyectadas en el tiem po. En la A rgentina había, según Zeballos, dos “ influencias” que predom inaban en la d irec ción suprem a del país: una era obvia —R oca—, la o tra menos conocida —el banquero E rn esto T o rn q u ist. Éste actu ó contando con los oficios de dos colegas: los Baring, que o p eraban trad icio nalm ente con los argentinos, y los R othschild, que lo hacían con los chilenos. La m ediación inglesa se tra d u jo así, y fue im portante, aunque no to d o se red u jo “a un episodio exótico de la pax britannica” .® R oca designó a T e r r y , y Riesco —entonces presidente de Chile— al experim entado jurista Francisco V erg ara D onoso para p rep arar las negociaciones de paz. A ellos debe añadirse el consejo perm anente de M itre y de Q u irn o Costa, v de los repreregistra o id en tifica 140 entre 1906 y 1914 (co n f. ob. cit., pág. 4, nota 6). U n o de los más prestigiosos m ilitares argentinos en trenad os en A lem an ia sería el teniente gen eral Jo s é F . U rib u ru . E l tem a de la in flu en cia alem ana en la projesionalizacióv del e jé rc ito es tan im portan te com o el de la reacció n que se p ro d u jo con tra dicha in flu en cia, así com o el de las com p lejas razones que exp licarán la p ro gre siva “ p o litización ” del ejérc ito . P e ro en este períod o, el hecho relevante es el de la “ pro fesio n alizació n ” , y la d eriva ció n interesante es el de la sub o rdinación de la fu erza arm ada al poder p o lítico . B C o n fr. G u sta v o F e rra ri, ob. cit., pág. 47.
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Entre la neurosis y la serenidad. Las "dos in flue ncias"
sentantes chilenos Carlos C oncha Subercaseaux v E rrázu riz U rm eneta. La acción de todos se sobrepuso a los condicionam ientos negativos del am biente, y p erm itió que se co n cretaran los “ Pactos de M ay o ”, suscriptos p o r A rgentina v Chile en Santiago el 28 de m ayo de 1902. E ran c u a tro instrum entos: “ un A cta prelim inar al tratad o de arbitraje, llamada tam bién acta o cláusula del Pací fico, incorporada a dicho tra ta d o pero digna p o r su im portancia de ser encarada en form a independiente; un T ra ta d o general de A rbitraje; una C onvención sobre L im itación de A rm am entos N a vales v u n A cta pidiendo el á rb itro que n om brara una com isión para fijar en el te rre n o los deslindes establecidos p o r la sentencia. Estos c u atro instrum entos se co m pletaron más adelante con otros dos: un A cta adicional del 10 de julio de 1902, que aclaraba los Pactos anteriores v un A rreg lo para hacer efectiva la equivalencia en las escuadras argentina v chilena, suscripto el 9 de enero de 1903” .'" La política exterior de R oca no se agotó con la solución del agudo co n flicto con Chile —con ser ésa la gestión más ardua e im p o rtan te—: definió cuestiones pendientes relativas a los límites con Brasil a través de un T ra ta d o suscripto en 1898 v que versó sobre la fro n tera oriental de M isiones; reanudó las relaciones con el V aticano —rotas d u ran te su p rim er g o b iern o —, v aprobó la D octrina D rago. La cuestión con el Brasil se vinculaba con la época colonial, cuando España v Portugal aco rd aron p o r los tra tados de M adrid en 1750 y de San Ildefonso de 1777 que el lím ite de esa región pasaría p o r los ríos Pepirv o P equiry G uazú v San A n to n io ," p ero la dem arcación no llegó a hacerse v surgieron desde entonces problem as que co n tin u aro n d u ran te la época de la C onfederación, v que p ro v o c a ro n el laudo del presidente Cleveland de los Estados U nidos, que falló en favor de la tesis brasileña (1895). Los gobiernos argentino v brasileño firm aron el 6 de o c tu b re de 1898 un tratad o fijando los límites de acuerdo con el laudo, para term in ar la dem arcación en 1904. La cuestión con el V aticano se C onfr. G ustavo Ferrari, oh. cit., págs. 60 y 82. Culminaba, aparente mente, un proceso conflictivo que el tratado de 1881 firmado durante la primera presidencia de R oca para dirim ir los litigios en to rno del Estrecho, de la Patagonia occidental y de T ierra del Fuego, no había puesto fin, sobre todo en cuanto al límite cordillerano. Las discusiones posteriores llevaron a acuerdos complementarios en 1893, 1895, 1896 y 1898, gestados siempre “por la presión de las circunstancias”, según A rm ando Braun M enénaez, ob. cit., pág. 26. n C onfr. L. A. Podestá Costa. Derecho Internacional Público, Buenos Aires, T ea, 1960, tom o i, pág. 200.
solucionó en un co n tex to m uv diferente de aquel que p ro vocó la ru p tu ra, v el proceso de acercam iento fue favorecido por la intervención personal del obispo salesiano m onseñor C agliero, en viaje a Rom a, v p o r p ro cedim ientos que d u ran te el pontificado de León XIII culm inaron con la designación de un internuncio —m onseñor A ntonio Sabatucci—, lo cual p erm itió decir a R oca en 1903, en su mensaje anual, de la reanudación de las relaciones con la Santa Sede v del “cariño p atern al” que unía al Sum o Pon tífice v a los “católicos arg en tin o s” . Kn cu an to a la llamada “ doc- La ' doctrina trina D rag o ” , expuesta p o r el m inistro de R elaciones E xteriores Drag0 que sucedió a A lcorta, se relacionó con el despliegue de fuerza con que las potencias dom inantes de la época apoyaban a sus súbditos cuando se trataba de co b ra r créditos a gobiernos regu larm ente deudores, táctica consentida p o r los Estados Unidos. Expuesta p o r Luis M aría D rago con la anuencia de Roca a raíz del bloqueo v bom bardeo de ciudades de V enezuela p o r escuadras com binadas de Inglaterra, Alemania e Italia, para im poner el co bro de créditos que tenían casas privadas de esas naciones co ntra el Estado venezolano, la tesis argentina proclam aba la ilegitim idad del co b ro com pulsivo de deudas públicas p o r potencias extran jeras. P ro n to se co n v ertiría en una regla jurídica de alcance in ter nacional.
De la política exterior a la cuestión social La política internacional dio a R oca un fa c to r de triu n fo v un escenario para la acción. Pero la situación interna era agitada por la cuestión social. El año 1902 había sido económ icam ente crítico . En noviem bre quedó paralizado el trab ajo en el pu erto por huelga de los estibadores, seguidos p o r los b arraqueros del m er cado central v p o r los co n d u cto res de carros. M ientras en el vértice habíase desarrollado una lucha p p r la reconquista del poder nacional, en la base de la pirám ide social o cu rría o tro tanto por la co n d u cció n de las organizaciones obreras. En la cúspide, la lucha era entre los notables del P. A. N . v del m itrism o v nú cleos m enores que form aban una constelación en to rn o de aqué llos, v los radicales. En los m edios obreros e intelectuales, entre anarquistas v socialistas, que llegaron a la ru p tu ra de ese año de 1902 a raíz del S egundo C ongreso de la Federación O brera. El anarquism o m ilitante llevaba entonces la delantera. La m ayoría
Ruptura entre y ei socialism o
de los afiliados a las organizaciones obreras quedóse con los anar quistas inspirados p o r P ietro G o ri. Las organizaciones obreras se dividen. La F. O . R. A. queda en manos de los anarquistas v sur ge la U. G . T ., conducida p o r los socialistas.12 El socialism o d o c trin ario se había d ifundido m erced a la acción intelectual de Juan B. Justo. Pero el anarquism o, en trad o el siglo, había ganado la calle, dando a la situación un to n o dram ático que alarm ó al sector político dirigente. R oca exhum ó un p ro v ecto , que en 1899 había yegs?ado deds¡tk)ia presentado M iguel Cañé com o senador, sobre la residencia de ex tranjeros. R oca y su m inistro del In terior, Joaquín V . G onzález, deciden pro p iciarlo com o base de la lev 4144, conocida com o “de residencia”, que autorizaba al Poder E jecutivo a o rd en ar la salida del te rrito rio nacional a “ to d o extranjero, p o r crím enes o delitos de d erech o c o m ú n ” v a disponer la “expulsión” de los extranjeros cuya co n d u cta com prom etiese la seguridad nacional o perturbase el ord en público. A esa medida legislativa siguió la declaración del estado de sitio, p o r ley 4145. C on esos instrum en tos legales en sus manos. R oca organizó la represión. La capital federal, las provincias de Buenos Aires v de Santa Fe fueron las zonas en las que se localizó la acción punitiva del Estado. Fueron encarcelados o d eportados num erosos dirigentes grem iales. Los conflictos o b reros v la acción audaz del anarquism o m ilitante, en el que revistaban personajes —en su m ayoría inm igrantes italianos o españoles— dispuestos a usar de cualquier m edio para rom per el sistema —in clu y en d o el asesinato v el terro rism o — alarm aron al gobierno. El proceso no era nuevo, pues tan to el anarquism o com o el socialism o venían difu n d ien d o su prédica v actu ando desde el siglo anterior; pero las m anifestaciones del fenóm eno v su agre sividad sorprendieron, v la reacción, co n tra lo que se consideraba aten tato rio de la seguridad del Estado, del sistema político v del 12 La cuestión obrera, la rivalidad anarco-socialista y los temas sociales de la época apreciados desde la perspectiva socialista pueden verse en Jacinto O ddone, G rem ialism o proletario argentino, La Vanguardia, 1949 y su H is toria del socialism o argentino. Buenos Aires, Claridad, 2 tom os; también D ardo Cúneo, Juan B. Justo y las luchas sociales en la A rgentina. Buenos Aires, Alpe, 1956; y el extraño libro del “D r. L ooyer” : Socialism o argentino, y sus con tradictores. C ontroversia psicosociológica. Buenos Aires, Ed. del autor, 1913. Asimismo, José Vazeilles, Los socialistas. Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1967, Rodolfo Puiggrós, oh. cit.; N icolás R epetto, M i paso p o r la política; Jorge E. Spilimbergo, Juan B. Justo o el socialism o cipayo. Buenos Aires, Coyoacán; Enrique Dickm an, R ecu erdos de un m ilitante socialista", B uenos A ires, L a V an g u a rd ia , 1949; el p eriód ico “ L a V a n g u a rd ia " v hojas de la época.
i en
económ ico, se tra d u jo en las leves citadas y en la represión sis tem ática del gobierno. La “cuestión social” había sido abordada por los católicos, inspirados en la encíclica R e ru m N o v a ru m del Papa León XIII (1881), p o r los socialistas, p o r los anarquistas v p o r los radicales —aunque éstos reconocieran que su pensam iento en la m ateria fue deficitario v su prédica y acción atendió m ucho más a la faz agonal de la política—. M ás curiosa, p o r su procedencia, es la atención que prestan al problem a m iem bros del secto r político dirigente. F.n 1903 el presidente Roca ab o rd ó el asunto en su mensaje anual al C ongreso, aludiendo a los m ovim ientos huel guísticos com o expresión de un próblem a que reclam aba la aten ción del legislador v com o trad u cció n de la acción m ilitante de “elem entos extraños” a los verdaderos intereses sociales. D urante el año 1902 se habían p ro d u c id o 27 huelgas violentas, que a su juicio justificaron las leves represivas. Se tratab a de defender al Estado v de restablecer “el tráfico com ercial". La exposición del Presidente se adecuaba, pues, a una perspectiva del problem a v a una m entalidad. La Prensa, p o r ejem plo, d enunció a su vez los abusos a que dio lugar la acción represiva apoyada en leves cues tionadas v los excesos policiales, que constituían un cu adro de acción que desbordaba las facultades constitucionales apropiadas para hacer frente a las crisis. Joaquín V. G onzález, en cam bio, elaboró un com plejo p ro y e c to de Lev N acional del T ra b a jo que en 466 artículos preten d ía atender a casi todos los aspectos de la “cuestión social". El p ro v e c to , enviado al C ongreso en 1904, p re cedido p o r un fatigoso mensaje del Poder E jecutivo, no fue aprobado. Pudo ser p o rq u e el “estadista d o ctrin ario de form ación europea” que era G onzález vio im pedida su acción política re fo r mista d e n tro del sistema p o r una “burguesía capitalista argentina (que) com o g ru p o de presión e invisible g o b iern o paralelo im pidió todo intento de cam bio estru ctu ral d e n tro del régim en trad icio nal”. O bien, sencillam ente, porque el P ro v ecto era según Pellegrini una “olla p o d rid a ” en la que había de to d o , y abrum ó incluso a los pocos que term in aro n de leerlo.Is Q uizás sea más apropiada a la realidad esta conclusión que la “teoría co n sp irato ria” que la o tra implica. Las reacciones fueron diversas: el anarquism o repu,!* C lc c o r e s k , H oracio Juan, El pensamiento económico-social de Carlos Pellegrmi y la organización del trabajo, fc'.n "T rabajos y Comunicaciones". Revista del D epartam ento de H istoria de la Facultad de Humanidades y Cien cias de la F.ducación de la Universidad de 1.a Plata, I.a Plata, 1967, n" 17, págs. K9 a 109.
La búsqueda de respuestas adecuadas. González y Pellegrini
Proyecto de Ley Nacional del Trabajo
E n ' sus ú ltim o s años C arlos P e lle g rin i p ra c tic ó una “ re visió n de la vida p o líti c a ” , d e n u n c ió v ic io s del ré gim en y p ro puso una p o lític a social m o derna para la época.
dió el p ro v e c to ; el socialism o de la U . G . T . lo rechazó; el p artid o Socialista lo aceptó en general v los sectores dirigentes no pare cieron haberlo estudiado en p ro fu n d id ad v sus legisladores no lo aprobaron. El pensam iento económ ico-social de Carlos Pellegrini era en, tonces tan lúcido com o el que inspiraba sus opciones políticas. En La N a ció n del 25 de diciem bre de 1904 aludirá al d o ctrinarism o socialista v lo ■distinguirá de su estrategia de lucha m ilitante: . . todos som os socialistas —dirá— p o rq u e sostenem os algún princip io de organización social” . Pero no se detendrá en el principism o y a propósito de un viaje realizado a los Estados Unidos en 1904, tan to a través de cartas a su herm ano Ernesto, de un intercam bio epistolar de pro v ecto s, críticas v experiencias con el dirigente laboral n orteam ericano Carol I). W rig h t, de artículos publicados en La N a ció n en 1904, com o de un artículo contenien d o un verdadero p ro v e c to de O rganización del T ra b a jo publicado p o r Estanislao S. Zeballos en su revista en 1905, expresa ideas singulares para un hom bre de su condición social respecto de las causas del m alestar o b rero v del problem a de justicia que debía atenderse a través de una más adecuada organización del trabajo. P rovecta una nueva form a de relación en tre capital y trabajo, d istribución de beneficios proporcio n al al esfuerzo con que cada parte hava co n trib u id o a la p ro d u cció n de bienes, copar ticipación reglam entada en un régim en colectivo de empresa, puesto que para Pellegrini “capital v trabajo son socios” v no m iem bros de una relación en tre “am o v sirv ien te” ; form ación de “sociedades anónim as de tra b a jo ” v disposiciones que condujesen
Las ideas sociales de Pellegrini
a la reducción de los conflictos, al m ay o r beneficio para rodos v a la “respetada dig n id ad ” del tra b a ja d o r.'4 La adecuación de Pellegrini a los problem as de c o y u n tu ra v de estru ctu ra de su tiem po explica su vigencia dirigente. Así com o había sido capaz de repensar la “cuestión social” v de salvar tra n sitoriam ente de la crisis al p artid o N acional, d enunció en 1902 —sesión del 20 de diciem bre en el Senado— la co rru p ció n v el fraude electoral que se hacía m ediante registros fraguados en un noventa p o r ciento antes de las elecciones, “en que los círculos o sus agentes hacen sus arreglos, asignan el núm ero de votos, designan los elegidos, to d o sin perjuicio de m odificarlos v rehacer los después de la elección, si resulta que en alguna form a se han equivocado los cálculos o m odificado los p ro p ó sitos”. Fue una de las denuncias más ácidas v concretas c o n tra el fraude com o sistema v un paso decisivo, en la actitu d de au to crítica de los políticos intelectuales del secto r dirigente, p ró lo g o de las reform as p o r venir. El am biente universitario seguía entonces un com pás análogo. • Surgen reacciones c o n tra la “oligarquía académ ica” y co n tra el “positivism o” del 80. Prolegóm enos de la refo rm a se atisban hacia 1903 en la F acultad de D erecho. El p ro p io m inistro de Justicia e Instrucció n Pública acepta cierta justicia en los planteos estu diantiles v se llega a p erfilar un p ro v e c to de reform a universitaria. 14 C onfr. H oracio J. Cuccorese, ob. cit., quien expone material iné dito del archivo de Tom ás Vallée y articula, de manera expresiva, material existente en las Obras de Pellegrini, citadas, en las publicaciones periódicas, en La N ación y en la “Revista ’ de Zeballos.
La critica estudiantil
I .as huelgas estudiantiles, especialm ente en la Facultad de M edi cina, añadeji nuevos factores de p ertu rb ació n en un am biente so cial decididam ente cam biado v tenso. La crítica de Pellegrini a los procedim ientos electorales se hizo en to rn o de la refo rm a de 1902, conocida com o del “sistema uninom inal”, que significó la descentralización de los com icios y la división p o r circunscripciones. Escenarios de com icios serían desde entonces no sólo los atrios, sino las escuelas y los centros culturales. P o r ese sistema llegó al Congreso, com o d iputado por la Boca, un joven socialista: A lfred o L. Palacios. Sancionada en 1902,.aplicada en 1904, la reform a sería anulada en 1905 v sustituida p o r la “ lista ú n ica”. Las vísperas electorales d enunciaron las fisuras del Régim en, la fuerza creciente de la tensión social y la relativa im potencia de la oposición, disim ulada p o r el co m p o rtam ien to conspirativo del radicalism o, al cabo eficaz. E du ard o W ild e hizo uno de sus regulares ejercicios irónicos p ara revelar la influencia convergente de tres “notables” que él llamaba la “T rin id ad g o b e rn a n te” : Pellegrini, Roca y d on B artolo se han tom ado la nación p o r su cuenta y co n stitu y en un G o b ie rn o real con las ventajas del m ando v sin los desagrados consiguientes (esos son para m í) .. La “T rin id a d g o b e rn a n te ” había dado va casi to d o de sí, v con sus virtudes v defectos, había dem ostrado una curiosa fu n cionalidad. La inteligencia em pírica de Roca, el equilibrio razo nado de M itre y la lucidez de Pellegrini, se sum aron para salvar la “subitaneidad del trán sito ” y p ro lo n g ar la agonía de un sistema que perm itiría la llegada de un refo rm ad o r. Ya en 1888, en célebre interpelación a Q uintana en el Senado, B ernardo de Irigoyen des cribió el proceso con palabras entonces relativam ente proféticas y asom brosam ente m odernas: E l país ha p erdido su sistema p o lítico , que es «la verda dera base de estabilidad para las sociedades m o d e rn a s. . . E n rig o r, el sistema subsistía en to rn o de la hegem onía del P. A . N ., p ero en éste habían surgido discordias v • facciones. Carlos Pellegrini habíase distanciado definitivam ente de Roca a propósito de la cuestión sobre unificación de la deuda interna, p ero tam bién p o rq u e había iniciado una crítica sin reto rn o . El 15 W i ld e , Eduado, Obras completas , Buenos Aires. 1935, vol. ix , págs.
Una reforma electoral
La agonía de un sistema
m itrism o alim entaba al p artid o R epublicano v desde la provincia de Buenos Aires, el g o b ern ad o r U g arte o rganizó los Partidos Unidos. F ren te a la abstención activa de los radicales, que prep ara ban una nueva revolución, el litigio p o r las candidaturas se redujo a los influyentes de esas tres fuerzas. S urgieron al p rincipio tres candidatos: Carlos Pellegrini, p o r el P. A. N .; M anuel Q uintana, viejo m itrista, p o r los Partidos U nidos; y M arco A vellaneda, m i nistro de H acienda. R oca anunció que no iba a actu ar en el litigio. Pero de hecho, conv o có a una “convención de notables” —hom bres que habían ocu p ad o funciones públicas principales— a la que adhirieron más de seiscientos. El 12 de o c tu b re de 1903 co n c u rrieron, sin em bargo, 264, y de esa “co n v en ció n ” salió e| nom bre del candidato presidencial oficialista: M anuel Q uintána. R oca p re firió a un antiguo adversario, p ero seguro conservador actual, para neutralizar la candidatura de Pellegrini, que vetó. R oca pensaba, quizás, en un segundo reto rn o . Y Pellegrini representaba un peli g ro para su am bición. El p artid o R epublicano levantó la candidatura de José Eva risto U rib u ru para la presidencia v de G u illerm o U daondo para la vicepresidencia en una convención que celeb ró casi un mes después de aquella reunión de notables. A p a rtir de ese m om ento, sucedieron intrigas y contram arch as y se revelaron intenciones. Q uintana era resistido en el P. A. N . Carlos R. M eló escribe que entonces se pensaba “que el general R oca se había valido de Q uintan a p ara d estruir la candidatura de Pellegrini, sin perjuicio de destru ir, a su vez, la can d id atu ra Q uintana. Estas presunciones tom aron cu erp o cuando el 2 de abril de 1904 u n com ité de auspi cio de la can d id atu ra presidencial de M arco A vellaneda, presi dido p o r el d o c to r Luis M. D rago, ofreció al m ismo, form alm ente, su can d id atu ra”.16 A vellaneda aceptó y ren u n ció al m inisterio de H acienda. Sus partid ario s se coaligaron con los republicanos para restar apoyo a Q uintana, p ero éste contaba con la ayuda del g o b er nador U g arte y de los sesenta electores de Buenos Aires. R oca advirtió la fuerza de Q u in tan a v decidió negociar la vicepresiden cia en favor de A vellaneda, descontando el fracaso de Q uintana com o fu tu ro Presidente. M arco A vellaneda lo d enunció al ren u n ciar a su candidatura, am argado p o r los cam bios de frente presi denciales y p o r el “m anoseo” de su nom bre, en carta que dirigió a D rago. Y R oca viose en la necesidad de p actar con Q uintana, ,K M e i/ ) ,
Carlos R„ Los partidos políticos argentinos. Buenos Aires, 1945.
El litigio presidencial
U garte v el senador V illanueva, aceptando el candidato vicepresidencial indicado p o r Q uintana: el senador nacional p o r C órdoba, José Figueroa A lcorta.
Fígueroa Alcorta: hacia la transición política Los com icios presidenciales del 10 de abril de 1904, fieles a ^oiu^ón* las prácticas del régim en, hom ologaron la fórm ula presidencial. de 1905 Q uintana v Figueroa A lcorta asum ieron el gobierno. F.l nuevo Presidente, “dogm ático v estoico ante el d eb er” según Carlos Ibarguren, se declaró dem o crático , inclinado a la form ación de “ partidos orgánicos”, v p o r fin “conservador p o r tem peram ento V p o r principios” . A los setenta años de edad m antenía el tem ple de la década del 90, cuando debió resistir los em bates radicales desde el gabinete de Luis Sáenz Peña, v venía decidido a “ im poner orden”, refiriéndose con benevolencia al “ p rogram a m ínim o” del p artido Socialista m ientras no afectase la C onstitución, reconociese la “preem inencia del E stado v m ientras se detenga ante la pro p ie dad, la familia v la herencia” . Con Q u in tan a el país vivió “un segundo auge económ ico, que d u ró de 1904 a 1912, y revivió la inm igración en la A rg en tin a”.17 T a n to fue así que la inm igración neta casi d uplicó la de los años 80. E n tre 1904 v 1913 la población argentina viose aum entada p o r un m illón y m edio de europeos. El censo de 1914 m ostró una A rgentina de 8.000.000 de habitantes, de los cuales la tercera p arte había nacido en el extranjero. La A rgentina m oderna estaba, pues, en plena evolución política, eco nóm ica y social. Q uintan a se aprestó a cu m p lir un program a que le venía dado con un gabinete fiel a sus propó sito s.18 T e rry aseguró desde H a cienda una co n d u cció n financiera ortodoxa. Jo aq u ín V. G onzález trab ajó para o rd en ar el sistema educativo v la ley 4699 aprobaría el convenio con la provincia de Buenos Aires sobre el estableci m iento de la U niversidad de La Plata que presidiría más adelante el mismo G onzález. Las obras públicas se alentaron, especialm ente 17 Soobie, James R., R evolución en las pampas, ob. cit., pág. 160. IN El gabinete lo formaban inicialmente Rafael Castillo, en Interior; Carlos R odríguez Larreta, en Relaciones Exteriores; José A. T e rry , en H a cienda; A dolfo F. O rina, en O bras Públicas; Damián T o rm o , en A gricultura; Joaquín V. González, en Justicia e Instrucción Pública; el general Enrique G odov, en G uerra y el almirante Juan A. M artín, en Marina.
radical
las portuarias, m ejorándose los puertos com erciales de Bahía Blan ca y Q u eq u én v resolviéndose la co n stru cció n del de M ar del Plata, de acu erd o con indicaciones de la M arina.19 De todos m o dos, la breve gestión de Q u in tan a veríase alterada m uy p ro n to p o r la conspiración radical de 1905. U n “m anifiesto” del 4 de febrero afirm aba: La R epública ha tolerado silenciosa (estos) excesos en horas de in certid u m b re, ante el peligro de com plicaciones internacionales, llevando la abnegación hasta el sacrificio, en hom enaje a su solidaridad y con la esperanza de ver cum plida la proinesa tantas veces reiterada de una nación espontánea, que elim inara la necesidad de una nueva c o n m oción revolucionaria. E ra el estilo y el lenguaje de H ip ó lito Y rigoyen quien ma nejaba los hilos de la conspiración, p o r o tra p arte conocida p o r todos y seguida co n cierta facilidad p o r la policía. E ra “el secreto de P olichinela”, según Carlos R o d ríg u ez L arreta, confiado en el apoyo m ilitar, pues m uchos de sus jefes fu ero n entrevistados p o r el p ro p io Y rigoyen en los lugares más insólitos: desde su p ro p io dom icilio de la calle Brasil 1039, hasta el hall del Banco de L ondres y R ío de la Plata o los bancos de plaza Italia.'20 A pa rentem ente, la revolución no podía fracasar, tantos eran los com prom etidos y tan im p o rtan tes eran los cen tro s urbanos y m ilitares que se confiaba caerían en m anos de los revolucionarios v los sublevados en los m om entos iniciales del m ovim iento. Sólo que el jefe de Policía R osendo M . Fraga sabía tan bien com o los cons piradores la hora de la revolución y los cantones estratégicos que aquéllos in ten tarían co nquistar. Q u in tan a recibía desde inform a ciones m ilitares y policiales, hasta esquelas anónim as de “esposas y m adres afligidas” que le advertían sobre la revolución inm inente. La revolución estalla el 4 de feb rero en la C apital, C órdoba, M en doza, R osario y Bahía Blanca. E n tre lo d ram ático y lo pintoresco: los sublevados o cupan algunas com isarías, la Biblioteca N acional y la revista “Caras y C aretas” . N o parece que fuera suficiente para vencer a las fuerzas gubernistas, a un presidente com o Q uintana custodiado —esta vez— p o r el m ay o r José Félix U rib u ru , que 19 U n detalle de propósitos y obras puede hallarse en Carlos A. Pueyrredón, “Presidencia del do cto r Manuel Q uintana”, en Historia Argentina Contemporánea, de la A. N . H . cit., vol. i, págs. 77 a 99. 20 E tc h e p a re b o rd a , R oberto, T res revoluciones, cit., esp. págs. 241, 250 y 254, seguidas por detalles de lo acontecido en las provincias donde se produjo el levantam iento que acompañó a los radicales porteños.
o tro ra conspirara con los revolucionarios del Parque, al m ando del de Caballería, y p o r un m inistro de G u e rra que se instala personalm ente en el A rsenal. Q u in tan a da órdenes de este tenor: “D ígale en mi nom bre (al m inistro de G u e rra ) que a cualquier jefe u oficial del E jé rc ito que tom e sublevado, con las arm as en la m ano, lo fusile inm ediatam ente bajo mi responsabilidad” . La cosa no term in ó ahí. En las provincias la revolución continuaba, m ientras en la Capital había term inado. Los revolucionarios lle g aron a to m ar com o rehén al p ro p io vicepresidente Figueroa Alcorta, en C órdoba, y éste fue forzado a com unicarse con el Pre sidente para in terced er en favor de la ap ertu ra de negociaciones v del perdón a los sediciosos para term in ar la lucha. La respuesta de Q uintana fue ro tu n da: respondió al vicepresidente que se ne gaba a pactar v calificó al m ovim iento com o un ‘“ m otín de c u ar tel” . Los revolucionarios habían secuestrado a Figueroa A lcorta, a Beazley, a Julio A. R oca (h .) v a otros personajes que confiaban jugar com o cartas de triu n fo para rendir al Presidente. Éste co n fesó que pasaba p o r un “ cruel m o m en to ”, p ero se m antuvo firm e en la negativa de ab rir negociaciones, redujo la “ rev olución” a un “ m o tín ” y o rd en ó al general L orenzo V in tte r atacar el foco rebelde de C órdoba reclam ando “el som etim iento absoluto v dis crecional de los autores y. cóm plices del m ovim iento” . La actitud resuelta de Q uintana fue decisiva. Los revolucionarios quedaron perplejos y la conspiración se deshizo en m ucho menos tiem po que lo que llevó articularla. H ip ó lito Y rigoyen se refugió en la casa de su herm ana M arcelina, luego en una casa vecina y , p o r fin, se entregó a la Justicia haciéndose responsable de los aconteci m ientos. El “ d u ro ” Q u in tan a había triu n fad o y co n trag o lp eó con el estado de sitio. E n agosto, u n anarquista español de 23 años in ten tó m atar al Presidente, que iba en coche de caballos p o r la calla Santa Fe hacia el sur. El p ro y e c til no salió y Q u in tan a salvó Muerte^c su vida. P ero el 12 de m arzo de 1906 falleció. H abía gobernado presidencia de . . . . ° Figueroa Alcorta diecisiete meses. El .viejo p o rteñ o m itrista dejó su lugar al joven cordobés de 46 años, Figueroa A lcorta, co n más de veinte años de carrera política, antiguo sim patizante del “m odernism o” que encabezara R oque Sáenz Peña. R ecibió el p o d er en un m edio p o lítico en el que se m ezclaban la presión conspirativa del radicalism o con las pretensiones de R oca p o r u n te rc e r p erío d o presidencial; la presencia nuevam ente activa de Carlos Pellegrini al fren te de los autonom istas, v la co n stan te de M arcelino U g arte desde la
provincia de Buenos Aires. E n tre la U .C . R., el P. A. N . co n trolado p o r Roca, el A utonom ism o p o r Pellegrini, el partido R e publicano p o r Em ilio M itre v los partidos U nidos acaudillados p or U garte, el Presidente p ro d u jo un cam bio p olítico im portante al form ar su gabinete con hom bres que representaban una coali ción de autonom istas v republicanos.-' El apovo de Pellegrini significaba un anuncio p rem o n ito rio de p rofundas reform as polí ticas, sugeridas a p ro p ó sito del debate sobre el p ro v ec to de lev de am nistía de los revolucionarios de 1905 que el Presidente envió al C ongreso. En el Senado, Pellegrini dijo cosas com o éstas: ¿Cuál es la autoridad que podríam os invocar para dar estas leves de perdón? ¿Q uién perdona a quién? ¿Quién nos p erdonará a nosotros? ¿Es acaso cobijando todas las oligarquías v ap ro b an d o todos los fraudes v todas las vio lencias? ¿Es acaso arrebatando al pueblo sus derechos v cerran d o las puertas a toda reclam ación? En enero de 1906 m urió Bartolom é M itre v en julio Carlos Pellegrini. Fue un golpe dem oledor para la “alianza de los n o ta bles” , que sacudió al Presidente v dejó un vacío que la “ oligarquía” no pudo reem plazar. D ijo bien Figueroa A lcorta en su discurso de despedida de los despojos de Pellegrini: “ Ha caído el más fu e rte ” . . . Desde C órdoba, el roquism o se aprestó para la lucha por la sucesión cu an d o desapareció Pellegrini de la arena política. I.a “ junta del am én”, com o se denom inaba entonces a los incondi cionales del general R oca, recibió con alegría el re to m o de éste de E uropa en 1907. Figueroa A lcorta, sin Pellegrini, perdió el apovo de los autonom istas v, luego, de los republicanos. Pudo entregarse a R oca v las oligarquías provinciales, in tentar la res*tauración de una coalición propia o avanzar en reform as insti tucionales audaces, sobre to d o en to rn o al sufragio v el sistema electoral. F.1 Presidente vaciló. Los republicanos lo apoyaban aún con reservas, v U g arte le prestaría algún sustento m ientras viese que la situación podía reditu arle la candidatura presidencial. Fi gueroa A lcorta se lanzó entonces a reco n q u istar las situaciones provinciales, en su m ayoría dom inadas p o r oligarquías roquistas. Llevó a N. Q uirno Costa al Ministerio del Interior; a Manuel Montes de Oca al de Relaciones Exteriores; a N orberto Piñero al de H acienda; a Federico Pinedo (1855-1928) a Justicia e Instrucción Pública; a Luis M. Campos a G uerra; a O nofre Berdeber a M arina; a F.zequiel Ramos Mejía a A gricultura v a Miguel T ed ín a O bras Públicas.
Muerte de Carlos Pellegrini y de Bartolom é Mitre
Un presidente "bloqueado"
Fig u e ro a A lc o rta usó to d c s los rec u rs o s d e l po der p re s id e n c ia l, m la té c n ic a d e las o lig a rq u ía s p o lític a s n a c io n a le s y p ro v in c ia le s , res p o n d ió d e s tru y e n d o el p o d e r d e Roca en las p ro v in c ia s y el de M a rc e lin o U g a rte en B u e n o s A ires. M e rc e d a esa a c c ió n , R oqu e S á e n z P eña pudo lu eg o lle v a r a d e la n te su re fo rm a p c lític a . [E l p re s id e n te Fig u e ro a A lc o rta leyendo su m e n s a je al C ong reso, fo to g ra fía del A rc h ivo G e n e ra l d e la N a c ió n .)
El intento era casi desesperado y sacudiría las situaciones p ro v in ciales conm oviendo al interior. Estallaron conflictos en M endoza, en Salta, en San Juan, en San Luis. F.I proced im ien to de las in ter venciones federales era p ro p u esto v aplicado casi a discreción. Pero un co n flicto en C orrientes p ro d u jo la renuncia del m inistro del In terio r A4ontes de O ca v la designación en su lugar de M arco A vellaneda, lo que im plicaba un desafío a Roca. La cuestión correntina situó a los republicanos en la oposición, rom pió la coali ción v dejó el C ongreso a m erced de los adversarios de Figueroa Alcorta.--' El Presidente estaba bloqueado p o r una L egislatura que le negaba recursos v apenas trataba los asuntos pendientes, v se negó a brindarle el presupuesto para 1908 a pesar de hallarse reunida en sesiones extraordinarias. Fue entonces cuando Figueroa A lcorta convenció a sus m inistros v ado p tó una medida sorpresiva: clau suró las sesiones del C ongreso. Este hecho p ro v o có la reacción de los ugartistas, los roquistas v los republicanos, que desconocie ron la decisión presidencial. El Presidente siguió adelante: hizo acuartelar las tropas, v o rd en ó al jefe de policía, coronel Ram ón -- Una interesante descripción de la situación política puede hallarse —con sus detalles— en Carlos R. Meló, “Presidencia de José Figueroa Al corta." Volumen cit. de la A .N .H ., págs. 101 a 130.
L. Falcón, la ocupación del edificio del C ongreso. Los congresistas no p udieron en trar. La lucha quedó planteada, v desde entonces Roca, U g arte y Em ilio M itre p ro c u ra ro n la asfixia política del Presidente. Éste tom ó p o r el atajo de dom inar las situaciones p rovin ciales. C onocía a las oligarquías del interior. Sabía que si n eu tra lizaba a los líderes opositores, aquéllas aceptarían la dirección polí tica presidencial m ientras se les asegurase cierta continuidad. Los que no se som etieron padecieron cambios. Seis constituciones p ro vinciales, incluso, fueron m odificadas d u ran te el período presi dencial de F igueroa A lcorta. D en tro de los lincam ientos-habituales de la política econó mica, la situación del país era, en ese orden, próspera. G anadería v ag ricu ltu ra dom inaban el panoram a económ ico, m ultiplicadas las áreas cultivadas —que hacia 1910 llegarían a los 19 millones de hectáreas— v las cabezas de ganado. U n censo industrial reali zado en 1908-1909 d em ostró la im portancia adquirida por las industrias transform adoras de m aterias prim as: casi 32 mil talleres y establecim ientos m anufactu rero s y fabriles ocupaban a cerca de 330.000 obreros. La p ro d u c c ió n se estim aba en casi mil trescientos millones de pesos. El 35 J< de las industrias estaba situado en la Capital Federal, donde trabajaba la tercera parte de los obreros censados v cub ría el 45 '/< de la p ro d u cció n anual. El com ercio ex terio r dejaba saldos favorables v la m oneda argentina era fuerte en el ex tranjero. Buenos A ires era, asimismo, la provincia más poblada del país, con más de un m illón y m edio de habitantes, seguida p o r Santa Fe con más de ochocientos mil, C órdoba con seiscientos trein ta mil, v E n tre Ríos, con más de cuatrocientos mil. F.1 litoral v la “ pam pa húm eda” seguían creciendo, pues, v m ultiplicando su riqueza. La dualidad regional argentina se acen tuaba, m ientras el desarrollo urbano de la ciudad de Buenos Aires absorbía la m ayor p arte de la población provincial, con casi 1.380.000 habitantes hacia 1910. Prosperidad económ ica, buena con d u cción educativa, una po lítica exterior consolidada en sus cursos tradicionales, pese a co n flictos con U ru g u ay , Brasil y Bolivia. Y al propio tiem po, presión social creciente, conflictos y hostigam iento político y el prem a tu ro renacim iento del rema de la sucesión presidencial. El Presidente usó todos los recursos que su papel le perm itió. A la técnica de las oligarquías políticas nacionales y provinciales respondió, fren te al desafío d e 'la s circunstancias, con técnicas similares. Creía en la necesidad de la reform a política c institu-
La victoria política de F. Alcorta
Prosperidad económica y presión político-social
La sucesión presidencial
cional que canalizara las presiones del co n to rn o , p ero com prendía que debía optar, aprem iado p o r el tiem po v las circunstancias, entre atacar en todos los frentes a la vez o consolidar el poder presidencial para asegurar la sucesión. Eligió este últim o cam ino, d estru y ó el p o d er de R oca en las provincias, v el de U garte en Buenos Aires. E l fallecim iento de Em ilio M itre, en m ayo de 1909, dejó casi inerm e al p artid o R epublicano. U n mes después, un núcleo político encabezado p o r R icard o Lavalle auspició la can didatura de R oque Sáenz Peña. En to rn o de éste se form ó una La candidatura . . . . de un reform ador nueva fuerza política: la U nión N acional. Y el candidato, apoyado La Unión Nacional p o r el Presidente, sugirió el no m b re que lo debía acom pañar en la fórm ula: V ic to rin o de la Plaza, entonces m inistro de R elacio nes Exteriores. E n tre 1906 y 1910 habíase desm antelado la e stru c tu ra política de las fuerzas tradicionales. N o sólo p o r la acción deliberada de Figueroa A lco rta, sino p o rq u e antes de que ésta se hiciera sentir en el ám bito nacional y en las situaciones provinciales, los cuadros de los notables qued aro n raleados p o r m uertes ilustres. E l año de 1906 fue, en ese sentido, trág ico : en enero falleció B artolom é M itre, en feb rero Francisco U rib u ru , en m arzo el presidente Q uintana, en julio Pellegrini y en diciem bre B ernardo de Irigoyen. T re s años más tarde, m urió Em ilio M itre. L a oposición se reunió en to rn o de una candidatura de transac- La Unión Cívica ción: G uillerm o U daondo, presidente de la junta de gobierno del p artid o R epublicano y ex g o b ern ad o r de la provincia de Buenos Aires. Fuertes en esta p rovincia y con apoyo en la ciudad de Buenos Aires, los cívicos no lo g raro n extender su influencia a las provincias. M ientras tan to , la U . C. R. resolvió, al filo de 1909, la abstención luego que el P residente se negara a satisfacer una pe tición form al de refo rm a electoral p o r falta de tiem po para ela borarla e im plem entarla.23 E l co tejo p o r la Presidencia parecía librado, pues, a una co ntienda en tre los candidatos de la U nión N acional y de la U n ió n Cívica, p ero u n com icio para electores de un senador nacional o cu rrid a el 6 de m arzo de 1910 —una 23 En 1907 ocurrió una entrevista entre Figueroa A lcorta e H ipólito Y rigoyen en casa de Francisco Villanueva. Discutieron sobre la necesidad y la posibilidad de la reform a electoral y de la norm alización de la vida política e institucional. La entrevista no logró la participación activa de la U. C. R., pero es im portante com probar que el “bloqueo” político a Figueroa A lcorta procedió desde entonces de los partidos y dirigentes tradicionales ue tenían representantes en el Congreso. En 1908 hubo otra entrevista, luego e la cual descubrióse una incipiente conspiración radical en Rosario. Después, todo sucedió sin la participación pública de la U .C . R.
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semana antes de la elección nacional— dio el triu n fo a la U nión N acional, y los cívicos denunciaron que su d erro ta fue conse cuencia del fraude v la coacción del oficialism o. C o ntra la volun tad de la m ayoría de sus seguidores y de la juventud del partido, sus dirigentes d ecretaro n la abstención para los com icios del 13 de m arzo de 1910. Sin adversarios, el triu n fo de la U nión N acional fue absoluto. El C ongreso proclam ó presidente a R oque Sáenz Peña v vicepresidente a V icto rin o de la Plaza para el período I910-Í916. Figueroa A lcorta había usado los m ecanism os del régim en para ap u rar su agonía. La “sociedad de los notables” había, llegado a su fin, v con ella, la capacidad de los líderes para co n d u c ir el proceso más allá de las crisis de co y u n tu ra. La nueva “sociedad de masas” dejaba atrás la “ A rgentina de los notables" para dar lugar a la transición hacia la “ A rgentina de los partidos” . C'sta suponía la necesidad de apoyo popular. Los sobrevivientes del Régim en —Roca, U g a rte — carecían de él. La acción de Figueroa A lcorta sobre las oligarquías provinciales los privó de sus centros de poder. El radicalism o, co n d u cid o p o r un extraño líder, ade cuado a los nuevos tiem pos y a la nueva sociedad, vería llegar el m om ento político para la acción pública com petitiva. H abía lle gado la hora de los reform adores y la labor difícil de la transición deliberada. Para ese queh acer se aprestó R oque Sáenz Peña. Su mensaje al m agistrado saliente cuando le en treg ó el m ando el 12 de octu b re de 1910 conten ía la evaluación de una difícil gestión y el perfil de su actitu d futura:-'4 Os ha to cad o un g obierno de defensa, de renovación y de lucha, lucha tan to más patriótica cu anto más ingrata, p o rq u e es penosa función cam biar regím enes que signifi can influencias, v desconocer influencias que representan re g ím e n e s. . . Si no había dicho todo, había sugerido lo necesario.
-■* \1 KIX), Carlos R., ob. c i t de la
pág. 130.
Triunfo de Sáenz Peña: una nueva época
LA ARGENTINA DE LOS PARTIDOS
(1906
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1928)
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LOS NUEVOS RUMBOS
El contexto internacional
“Es verdad que no hav ningún trazo firm e y claro que separe el p erío d o ‘c o n tem p o rán eo ’ del llam ado ‘m o d ern o ’.” Pero si bieo el nuevo m undo “creció v m aduró a la som bra del viejo” , se pue den ad v ertir los prim eros síntom as de su nacim iento alrededor de fines del siglo xix.' E n esto casi todos los pensadores están de acuerdo. H acia 1918 ese nuevo m undo ha nacido va. De todos m odos, las divisiones de la historia del hom bre son conceptuales. D ependen de la perspectiva del que las form ula v, a m enudo, de la cultu ra desde donde se las form ula. Para un hindú com o K. M. Pannikar, la historia m oderna, que asocia con la dom inación occi dental, com enzó en 1498 v term in ó en 1947. Para un argentino, la A rgen tin a m oderna fue concebida p o r los ideólogos de 1837 v hacia 1870 estaba en m archa. En 1930 habría m u erto, para dar lugar a la A rgentina contem poránea. T od av ía es posible fo rm ular o tro intento de periodización, que es el que preside este ensayo: la historia realm ente contem poránea de la A rgentina com enzó des pués de la experiencia peronista. N o hubo allí una fro n tera m era m ente cronológica señalada p o r un cam bio p o lítico violento, sino un cam bio cualitativo a p a rtir del epílogo de un proceso de in c o r poración social y política aún invertebrado. M ucho antes, sin em bargo, hubo un año clave en to rn o del cual el m undo com enzó a d efin ir nuevos rum bos: 1890. Los nue vos rum bos fuero n señalados p o r la revolución industrial v social de fines del siglo xix v p o r el “nuevo im perialism o” que tom aba form a entonces. N in g u n o de los cam bios fue decisivo p o r sí solo. Lo decisivo fue su confluencia, com o señala B arraclough. La gue rra de 1914-1918 fue el suceso que sacudió con más dram atism o a sus contem poráneos, pero fue seguida p o r un afán conservador e 1 La afirmación es de G eoffrey Barraclough en un interesante ensayo —Introducción a la Historia Contemporánea, \fad rid , G redos, 1965— perfi lado por el autor a partir de conferencias en O xford desde 1956.
ilusorio de restauración: el de volver a la “normalidad” anterior a la Gran Guerra. Los movimientos sociales trastornaban muchas situaciones nacionales y habían cuestionado desde antes de la guerra aquella presunta edad de oro, pero se iban a hacer agresivos cuando se integrasen con ideologías que habrían de difundirse con una rapidez hasta entonces desconocida. Así aconteció con la democracia de masas y con el desafío a los valores liberales, que envolvían cambios cualitativos respecto de los procesos v contien das anteriores y no una continuación de las viejas querellas. Casi todo eso comenzó a fermentar hacia 1890, v por lo tanto no es atribuible solamente a problemas nacionales que esa fecha haya sido crítica para varios países latinoamericanos, incluida la Argentina. Hacia fines de siglo había cambiado también la vida cotidiana. El hombre del 900 parece más cerca del actual que de sus parientes de 1870. Incluso las grandes metrópolis se habían multiplicado. No eran sólo París y Londres, como a mediados del siglo pasado, sino Berlín, Moscú, Viena, Nueva York, Chicago, Río de Janeiro, T o k io . . . Buenos Aires. El mundo se integraba mientras las ten siones y conflictos se difundían, parecían relativamente próximos y avanzaba el nuevo imperialismo que embarcaba a las potencias europeas, pero también a. los Estados Unidos de América v al Japón. La idea imperial servía para la racionalización del dominio de las potencias principales. Los que padecían la política imperial sabían de su crudeza y cinismo. Los que la formulaban, como J. Chamberlain, tenían la visión del imperio como una “gran repú blica comercial” y como una “unidad económica”, con sus fábricas en Inglaterra y sus granjas en ultramar. Sin embargo, un imperio es al cabo un gran sistema político y económico, cultural e ideoló gico, como se vio en la formidable experiencia española. En un sistema imperial surgen problemas cuando se trata de conciliar los intereses de la metrópoli con los de las colonias o dominios. El centro de gravedad del mundo de habla inglesa se desplazaba hacia Estados Unidos de América.2 El factor demográfico parecía favo recer a los pueblos asiáticos, africanos y latinoamericanos. Se arrai gaba la creencia en el “peligro amarillo”, sobre todo cuando Japón derrota a Rusia en 1905. 2 U n periodista inglés, W . T . Stead, escribió un folleto titulado La americanización del m undo o la tendencia del siglo X X que en 1902 se di fundió mucho.
El "nuevo im perialism o”
El mundo presenciaba la aparición del “hombre prometeico" v la “rebelión de las masas” se esbozaba como un fenómeno propio de los nuevos tiempos. Por un lado, la democracia se ampliará v se convertirá en un concepto legitimador de los regímenes polí ticos. Por el otro, las revoluciones del nuevo siglo se caracterizarán tanto por la técnica en la toma del poder, fundada en la utilización de las masas, en el cultivo de las emociones v de las lealtades co lectivas, como por ser casi siempre terroristas v policiales: se ave cinan revoluciones estatistas, autoritarias v, por su lógica interna, totalitarias. Se traducirán en el bolchevismo ruso, en el nazismo alemán y, en menor medida, en el fascismo italiano. Al lado de ellas, el franquismo parecerá “un pronunciamiento tradicional" con dimensiones de una guerra civil.3 Un hecho casi universal se difunde traduciendo en parte la masificación democrática: la agonía de la sociedad de los notables tendrá su epílogo con la generalización del sufragio. Hecho con sumado en el imperio alemán v en la república francesa desde 1871, en Suiza en 1874; en España en 1890; en Bélgica en 1893; en H o landa en 1896; en Noruega en 1898; en Italia en 1912; v ampliado en Gran Bretaña en 1918, que diez años más tarde incluía a las mujeres. Estados Unidos de América lo había introducido para los varones entre 1820 v 1840 en todo el territorio, v en 1920 lo había extendido a las mujeres. Era una transformación importante, po tencialmente revolucionaria. Fue una sutil manera de romper con buena parte del pasado e hizo necesarios cambios en las orga nizaciones políticas. Ésos factores no se dieron a un tiempo ni en todos lados; tampoco dejaron de enfrentar resistencias, incluso de sus presuntos beneficiarios —como los sectores medios, tradi cionalmente individualistas—, ni dejó de operar lo que entre 1911 v 1915 un joven sociólogo alemán —Robert ¡Ylichels— llamó la “lev de hierro de la oligarquía”.4 Ésos no fueron, por cierto, los únicos datos indicativos de los nuevos rumbos. “Profetas” como Nietzsche hacia 1890 se habían convertido en genios inspiradores de las nuevas generaciones europeas: “ ¿Quieres una palabra para :i V er en ese sentido el entretenido ensayo de Joseph Kolliet, A dviento de Prometeo —Buenos Aires, Criterio, '954—, y el siempre estimulante v famoso ensayo de O rtega, La rebelión de las masas, habida cuenta de su perspectiva “aristocratizante", lil tema tiene ya una amplísima literatura especializada. Ejemplo: W illiam Kornhauser, Aspectos políticos de la so ciedad de masas. Buenos Aires. A m orrortu. 1969. 4 Michki.s, Robert, Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la detnocracia moderna. Buenos Aires, A m orrortu. 19A9. (l.a “lev de hierro de la oligarquía" se resume así: "la organización
Hacia la "dem ocracia de masas”
La generalización del sufragio
designar este mundo? ¿Una solución a todos sus enigmas- . . . F.ste mundo es la voluntad de poder, v nada más.” -'1 Cuando comenzaba el siglo xx, pues, poco quedaba del opti mismo sin sombras ó de la creencia en el progreso como sentido implacable de la historia, tal como lo habían entendido generacio nes precedentes. n (0
La guerra europe y Am érica latín
“Se iba a la guerra como quien se zambulle en lo desconocido.” El desorden mundial se había hecho incontrolable y en 1914 los dirigentes demostraron —vista la cuestión retrospectivamente— no tener idea clara del significado de sus decisiones ni del peligro implícito en la exasperación nacionalista. Creyeron en una guerra corta. Duró cuatro años terribles. Sabían que iba a ser sangrienta, pero nadie previo que costaría la vida a ocho millones v medio ,de hombres. La guerra llegó sin que los dirigentes políticos supieran exactamente cuáles eran los objetivos que satisfarían ni los costos de una contienda. Y cuando los políticos no conducen la política internacional, ésta pasa a depender de los estrategas militares v de los intereses económicos. Cuando la diplomacia fracasó, el pensa miento de los dirigentes militares se orientó hacia las formas de la guerra. Como señala Duroselle, se abrieron a los estrategas tres opciones:, la ruptura, el desgaste y la diversión. La primera era el ideal de los jefes militares pero, dos años después, en 1916, la batalla de. Verdún orientó a los jefes alemanes hacia la estrategia del desgaste. Los enemigos usaron la de la diversión, pero además rehabilitaron los recursos de la diplomacia: Japón ingresa en la guerra en 1914, dirigiéndose a la conquista de las colonias alemanas del Pacífico; Italia se incorpora a la Entente en 1915, Rumania en 1916, Portugal en 1917; Grecia, China v varias repúblicas latino americanas en los meses siguientes. La guerra se abrió en numerosos frentes v al llegar el año 1918 los jefes alemanes percibieron el estado de agotamiento de sus ejércitos v el peligro de ruptura que los amenazaba. De ahí la proposición de Hindeburg v Ludendorff al emperador Guillermo II para que abriera negociaciones hacia es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organización, dice o lig arq u ía...") N ietzschf., Federico, IVerke. M unich, Schelchta, vol. m. 2a Kd., 1917. pág. 917. Ver Barraclough, oh. cit., págs. 191 v sigts.
un armisticio con el fin de reponer sus líneas. El Emperador no se dirigió a los Aliados, sino al presidente norteamericano Wilson, pero éste tenía su propia teoría sobre la pandilla militar que había llevado a la guerra al pueblo alemán y respondió con energía, acosando a los alemanes hasta llevarlos a una “paz de compro miso”." Los acontecimientos militares y las adhesiones ideológicas atraían la atención de la mayoría, mientras discurrían procesos que tendrían influencia en regiones alejadas de los campos de batalla. La relación de fuerzas entre los beligerantes —desde el momento en que comenzó a avizorarse una guerra larga— pasó a depender tanto del nivel de los efectivos militares como de la capacidad de producción industrial, de las estructuras sociales y del estado moral de los países en guerra. A su vez, la prolongación del conflicto comenzó a comprometer a los intereses económicos v a movilizar la atención de Estados hasta entonces neutrales. Las perspectivas mundiales se fueron haciendo complejas, sobre todo porque junto con la guerra militar jugaba un papel cada vez más relevante la guerra económica, que lesionaba los intereses del Estado neutral más poderoso: los E. U. de A. Éstos condujeron su política exterior hacia la articulación sólida del pajiamericavismo, del que esperaban beneficios para “la influencia política, económica y financiera de los Estados Unidos”.7 El proyecto no halló resistencias serias en América Central, pero sí en México y en América del Sur. Las resistencias políticas se apoyaban en la influencia subsistente de intereses económicos europeos, especialmente ingleses, y en un factor que indirectamente la favorecía: las convicciones todavía pacifistas del americano medio. Ese panorama se modificó sustancialniente cuando las perspectivas de una guerra larga fueron claras para todos. Gran Bretaña y Francia acudieron al mercado ameri cano —Alemania estaba paralizada por el bloqueo— por armamen tos, petróleo y productos alimentarios. Eso comenzó a notarse en octubre de 1914 y a crecer mes a mes. “Las grandes bancas ame ricanas estimaron necesario abrir créditos a los europeos, señala Renouvin— para permitirles efectuar esas compras y para evitar 8 Para el estudio de los aspectos relevantes de la Prim era G uerra M un dial y del com portam iento de los protagonistas y neutrales, ver la excelente obra de Pierre Renouvin, Historia de las relaciones internacionales, especial mente el tom o ii, volumen n “Las crisis del siglo xx”. M adrid,«Aguilar, 1964. Tam bién la bibliografía allí citada. A los fines de este ensayo, la obra dirigida por Renouvin es suficiente. 7 R e n o u v in , Pierre, ob. cit., tom o ii, vol. u, págs. 665 y sgtes.
Decadencia Ge. influjo europeo y crecim iento del estadounidense en América latina
que dirigiesen parte de sus pedidos a otros mercados —Canadá, Australia, Argentina .. .* Los europeos no podían seguir pagando al contado. Estados Unidos de América tendía lazos financieros con los beligerantes v se convertía en proveedor v en acreedor de aquéllos. Su política de neutralidad va no era —no podía seguir siendo— imparcial. Incluso, la cuestión de la “libertad de los ma res” habría de adquirir, desde entonces, otra dimensión. Conforme se prolongaba la guerra, la influencia europea en China, Asia occidental v América latina, se fue debilitando en beneficio de los Estados Unidos. Ésta es, sin duda, una de las primeras conse cuencias de la Primera Guerra que interesa directamente a la mejor ubicación de la política argentina —sus relativas virtudes, sus frustraciones v sus condicionamientos— en el tránsito hacia su historia contemporánea. En rigor, la guerra europea tuvo consecuencias decisivas en la región latinoamericana, sobre todo en el orden económico y financiero. Los Estados americanos desarrollaban sus exportaciones a causa de los pedidos crecientes de los compradores europeos. La Argentina era, sin discusión, “la gran proveedora de Europa Occi dental”. Pero con el transcurso de la guerra, las importaciones latinoamericanas en relación con Europa decrecieron, y los Estados Unidos fueron ocupando el lugar que los beligerantes dejaban.!l La guerra europea daba impulso a la vida económica estadouni dense v afectaba la influencia europea en el mundo. Cuando el esfuerzo militar debilitaba a los beligerantes —hacia 1916 esto era claro— comenzó a operarse un cambio entre los dirigentes v la opinión pública norteamericana respecto de la guerra. Entre las causas de ese cambio no fue desdeñable la decisión alemana de reanudar la guerra submarina sin restricciones. Como las relaciones comerciales internacionales estaban vinculadas con la libertad de * R enouvin, P ierre, ob. cit., pág. 668. 11 En Argentina, el valor de esas exportaciones a Europa Occidental en carne, cereales y lana en bruto, pasó de 502 millones de pesos oro a 900 millones en 1918/1919. A su vez, el volumen del com ercio exterior norte americano con América del Sur pasó de 814 millones en 1913 a 2.332 millones en 1919. Argentina com praba a G ran Bretaña más del 30 % de sus im porta ciones en 1911-13; a Estados Unidos sólo el 15% . E ntre 1917 y 1919 aquellos porcentajes fueron del 23 y el 35% , respectivamente. Renouvin (ob. cit., pág. 668) indica que la Argentina com enzó a colocar sus empréstitos en los E. U. de A., lo mismo que Bolivia, Chile, Colombia. El N ational City Bank abrió agencias en Buenos Aires, M ontevideo, Río de Janeiro, San Pablo, Ba hía y Caracas en 1915. O tros lo im itaron, corno el G uáranrv T ru st en Argentina.
Repercusión de la guerra en América
los mares v con la financiación de las exportaciones, era previsible que la estrategia alemana de la guerra submarina a ultranza inquie tara a los productores industriales y agrícolas v al comercio de exportación, y que estos sectores presionaran para cambiar el con cepto de la neutralidad. La presión en los Estados Unidos fue favorecida por la simpatía de los intelectuales v los políticos hacia la causa de la Entente y su antipatía hacia Alemania, que enajenó el apoyo intelectual americano después de violar la neutralidad belga en agosto de 1914. Esas tendencias eran resistidas, sin embar go, por la importante minoría numérica germano-norteamericana —casi cuatro millones—, por los irlandeses —que superaban esa cifra—, y por polacos y judíos víctimas del nacionalismo ruso y del régimen zarista. Sin embargo, la gran masa de la población norteamericana permaneció ajena a la posibilidad de la intervención en la guerra, hasta la decisión de los alemanes respecto de la guerra submarina, y un episodio —el del “telegrama Zimmermann”— por el que se descubrió la intención alemana de apoyar a México en sus reivindicaciones territoriales contra Estados Unidos de América si éstos entraban en la guerra. Los intereses económicos v el senti miento del honor nacional y del prestigio norteamericano, conver gieron rápidamente y cambiaron el sentido de la opinión pública estadounidense. Ahora, ésta estaba madura para la intervención, y el 2 de abril de 1917 W ilson anunció que Estados Unidos en traría en la guerra con todas sus fuerzas. La mayoría de los países latinoamericanos adhirieron a esa decisión. El rumbo de la guerra había cambiado. Las perspectivas militares de largo plazo favo recían a la Entente. Los americanos dispondrían de un millón de soldados en 1918; de dos millones en 1919 y de un formidable apoyo industrial. El desesperado gesto alemán de favorecer la crisis interna de Rusia ayudando a Lenin para que se trasladase desde Suiza, atravesando territorio alemán para ponerse a la cabeza de la revolución contra el zarismo y, sobre todo, de un movimiento que aparecía como pacifista, no fue suficiente para neutralizar la im portante decisión norteamericana. Antes de finalizar la guerra, W ilson definía su programa de paz en el mensaje del 8 de enero de 1918, en sus famosos Catorce puntos, que contenían por lo menos tres ideas esenciales: “la intención de asegurar la absoluta libertad de la navegación marítima; el deseo de resolver los litigios territoriales sobre la base del principio de las nacionalidades. . . el establecimiento de una Sociedad de Naciones que diese a todos los
1917: los E. U. de A. entran en la guerra. La revolución rusa
Finlandia ’Estocolmo* Petrogrado
Copenhague
-Londres' Berlín
P olonia
M mX \ALEM ANIA^
Bélgic a *
Viena
Budapest
U cran ia
AUSTRIA HUNGRIA
NEGRO Madrid Roma11
ESPAÑA
Irana, IMPERIO
OTO MANO
División política de Europa en 1914.
Estados, grandes o pequeños, garantías mutuas de independencia política e integridad territorial”.10 En agosto, después de la batalla de Montdidier, Ludendorff consideraba perdida la guerra, mientras la revolución de octubre de 1917 había derribado al gobierno ruso gracias a la neutralidad del ejército, que no quería, según el gene ral Cheremissov, que la lucha política lo “rozara”. La guerra había puesto en cuestión no sólo la influencia ultra marina de Europa, sino la suerte de los imperialismos europeos en todo el mundo. La herencia de la guerra dominaría las relaciones internacionales en la década del 20, hasta el “crac” del 29. Recién al comenzar esa década se difundieron los signos de recuperación económica, pero se acentuó la diferencia entre la rapidez del desarrollo industrial v la prosperidad de los Estados Unidos de América respecto del resto del mundo. A su vez, el contexto internacional reveló nuevos y sutiles condicionamientos. Por • ejemplo,. en las< actitudesi / •colectivas hacia las formas de Estado existentes. Las maquinas políticas no andaban bien en la Alemania de la Constitución de W eimar, ni en Francia, donde se sucedían las crisis parlamentarias, ni en la misma Gran Bre1,1 R f . n o lv in ,
Pierre,
ob. cit.,
pág. 713.
La psicología colectiva
División política de Europa de acuerdo con el tratado de Versalles La guerra europea de 1914-1918 fue el suceso que sacudió con más dram atism o a sus contemporáneos, pero fue seguida por un conservador e ilusorio afán de res tauración. Sin embargo, nuevos rum bos se habían abierto.
taña, donde el Parlamento cedía atribuciones al Ejecutivo. La psi cología colectiva sintióse agredida por los apremios de la posguerra V la ineficiencia de los sistemas políticos, según los percibían. Y lo que sería al cabo más importante, no había va armonía entre la sociedad política y la sociedad económica. América latina fue transitada por las nuevas ideologías mili tantes y por los factores que influyeron en su posición interna cional. En América Central, los Estados Unidos mantenían sólidos intereses. En América del Sur, terminada la guerra, los esfuerzos europeos por recuperar posiciones demostraban que, aunque debi litada, la influencia de Europa no había desaparecido. El aumento sustancial de las inversiones norteamericanas en América latina en tre 1918 y 1928 es un indicador insoslayable. La penetración eco nómica norteamericana buscaba la mejor fórmula para proyectar se en las relaciones políticas. En América Central continuaba la llamada diplomacia del dólar. Pero en América del Sur, donde no era posible aplicar sin serias resistencias métodos como el del cuasi protectorado usado en Cuba en 1901, la formulación de una nueva política panamericanista que se conciliara con la intención
Posición
internacional de América latina
norteamericana de intervenir allí donde su prestigio, poder o segu ridad —e incluso intereses económicos de sus nacionales— fueran afectados, se hizo difícil. “Los recelos más vivos fueron los de la Argentina —interpreta el propio Renouvin— porque los medios dirigentes de la vida económica conservaban allí una orientación europea, v también porque los inmigrantes italianos no eran sensi bles a las excelencias de la civilización norteamericana . . La observación es parcial, pues otros factores se sumaron a esa pre vención fundada en lazos económicos v actitudes culturales, pero en todo caso es justa, si a ella se añade el propósito norteamericano de mantener apartadas del continente americano a las potencias europeas e incluso a la propia Sociedad de las Naciones. De ahí que Ginebra fuese un lugar vedado, o sin interés, para los Estados de América latina, v que éstos manifestasen su pre vención respecto de la intervención norteamericana en sus asuntos internos a través de las Conferencias Panamericanas. En la quinta conferencia realizada en Santiago, en 1923, v sobre todo en la sexta (La Habana, 1928) donde se pidió que se afirmase el principio de no intervención v la igualdad de derechos de todos los Estados americanos —intento de El Salvador que tuvo en el delegado ar gentino su más firme defensor—, los latinoamericanos comenzaron a plantear debates políticos de relativa eficacia operativa, pero de cierta influencia en la opinión pública americana. Las organizaciones panamericanas, empero, parecían erigirse en “la ficción de una comunidad de naciones libres e iguales”, alentada por Estados Unidos, pese a la resistencia de países como la Argentina, Brasil y Chile, donde algunos intelectuales acudían incluso a la evocación de “la originalidad hispánica v católica de Latinoamérica”, como lo habían intentado Rubén Darío v José Enrique Rodó. Sólo que el retorno afectuoso al pasado español era insuficiente para una eficaz acción internacional. El avance nor teamericano alarmaba, en aparente paradoja aunque por motiva ciones diversas, a revolucionarios de izquierda v a conservadores que defendían las vinculaciones culturales, pero sobre todo eco nómicas, establecidas con las potencias hegemónicas europeas desde la segunda mitad del siglo xix. Mientras Estados Unidos busca una nueva fórmula para su política exterior respecto de Europa v América latina, capaz de atenuar .el impacto negativo de un nuevo imperialismo, entre fines de siglo v 1930, en el contexto regional latinoamericano la
evolución política presenta en esta etapa tres aspectos dis tintos: es revolucionaria en México; en los países australes (Argentina, Chile, U ruguay), está marcada por la demo cratización pacífica de la vida política, acompañada del triunfo de partidos populares; el resto de Latinoamé rica vive sustancialmente encerrada en las alternativas de oligarquía y autoritarismo militar, sin que falten situacio nes intermedias.11 La Argentina del Centenario
¿Presentían los argentinos lo que deparaba el futuro? Si los dirigentes europeos fueron impotentes para controlar las dramá ticas crisis que llevaron a sus pueblos a una guerra terrible y casi mecánica, apenas es preciso decir que los argentinos tenían una visión parroquial del contexto internacional, aunque no faltasen hombres lúcidos que trataron de mantener la cabeza fría en tiem pos que eran también difíciles en la Argentina. Pero la relativa distracción de los argentinos tenía, asimis mo, explicaciones locales. “La Argentina se encaminaba —escribe M cGann— hacia dos desenlaces, uno de ocasión fija y otro de opor tunidad incierta. El primero era el centenario de la Revolución de mayo de 1810; el segundo, la crisis política v social.” '2 La crisis política y social fue esbozada en el libro anterior. Entre 1902 y 1910, el país padeció el estado de sitio cinco veces, presenció o participó, según los casos, en una frustrada revolución radical en 1905, y la violencia ganó las calles tanto a través de la acción anarquista como de la represión policial. Los cambios ope rados en la estructura social, visibles en el siglo anterior, producían fuertes fisuras en el sistema, tanto político como social. Los inmi grantes seguían ingresando, porque los conflictos europeos alen taban a los desesperados o a los perseguidos a buscar nuevos lugares de sobrevivencia y, quizás, de bienestar. En el gráfico que aparece en la página siguiente vemos el aumento incesante de la inmigración de ultramar entre 1900 y 1913. Baste recordar que al filo del siglo la población tuvo, por esa causa, un aumento neto de 50.485 per11 H a lperín D o n g h i , Tulio, Historia contemporánea de América la tina. M adrid, Alianza Editorial, 1969, pág. 317, donde se brinda un panorama sugestivo de la historia de los países latinoamericanos, dentro de un marco teórico propicio para la discusión. 12 M c G ann , Thom as, ob. cit., pág. 380.
SALDO MIGRATORIO ACUMULADO ENTRE 1857 y 1930 ................. a c u m u la d o s
MILLONES
Inmigrantes
— — — — ................................................. Emigrantes ....................................... Saldo migratorio
sonas; cinco años más tarde quedaron 138.850 inmigrantes; en 1906, 198.397; en 1907, 119.861; v siguieron ingresando por milla res hasta el Centenario, cuando quedaron aquí 208.870 personas. Los índices de radicación de inmigrantes fueron positivos hasta 1913.18 La guerra del 14 no sólo impidió el flujo continuado de esa masa inmigratoria, sino que reclamó a los nacionales de los beli gerantes. Eso explica que aquellos índices tuvieran signo negativo exactamente entre 1914 v 1918, que recobraran tímidamente el signo positivo en seguida de finalizada la Gran Guerra, v que al año siguiente —1920— el flujo migratorio aumentara visiblemente hasta promediar los años veinte. La movilidad social aumentó, aunque sin afectar profundamen te la estructura económico-social respecto de las situaciones domi nantes, mientras los sectores tradicionales mantuvieron el control de los recursos políticos y de prestigio. Pero la Argentina del Centenario no contenía sólo a los inmigrantes de las últimas oleadas, sino a los hijos de los extranjeros de las primeras. Éstos tenían entonces entre veinte v treinta y cinco años, edades proclives al impulso por el ascenso social v a la participación política. Muchos de ellos habían obtenido “títulos”; eran ingenieros, médicos, abo gados, o daban forma nueva a los grupos intelectuales. A estos factores, cruzados con la actividad militante de los sindicalistas anárquicos v a la propia crítica de los intelectuales de la élite v con la crisis económica que afectaba, obviamente, con más dureza a los sectores con menos recursos, debióse la acumulación de tensiones que caracterizó a la Argentina de comienzos de siglo, especialmente hacia 1902, aunque luego la recuperación económica fuera rápida V relativamente constante. Sigue siendo válido lo expresado por Gino G erm ani14 en cuanto que entre los años 1860-70 y 1910-20 la Argentina experimentó un crecimiento extraordinario de su población, una expan sión sin precedentes de su economía v un cambio drástico en el sistema de estratificación. F.I crecimiento de la poblal» V er gráfico —supra, pág. 276—; M cG ann, ob. cit., págs. 380-381 y sigts.; G ustavo Beyhaut y otros, ob. cit., págs. 116 y 119; O scar Cornbilt, trabajo cit.; etc., quienes subrayan que los índices de radicación de la inmi gración de ultram ar entre 1910 y 1922 fueron: 1910, 62,5; 1911, 42,5; 1912, 59,1; 1913, 44,6; 1914, -45,0; 1915, —119,1; 1916, -100,6; 1917, -139,1; 1918, -57,8; 1919, 0,5; 1920, 31,6; 1921, 49,7 y 1922, 58,6. 14 G e r m a n i, G ino, “A péndice" del libro de Seymour M.Lipset y Reinhard Bendix, M ovilidad social en la sociedad industrial, en el que trata la “Movilidad Social en la Argentina", págs. 317. 319 v sigts. -> 1 1
La movilidad social
ción ocurrió en virtud del aporte inmigratorio, por medio del cual se pobló el país, v que hizo de la Argentina no va una nación con una minoría inmigrante, sino un país con mavoría de extranjeros pues, si se tiene en cuenta la concentración geográfica de la inmigración en zonas cen trales v más importantes del país v su concentración de mográfica, se revela un predominio numérico de los inmi grantes de ultramar precisamente en los grupos más significativos desde el punto de vista político \ económico: los varones adultos. La población urbana de la Argentina se duplicó respecto de la del censo de 1869 —los centros de 2.000 habitantes o más que eran 27 en 1869, pasaron a ser 53 en 1914—, mientras la clase media veía crecer a sectores dependientes: trabajadores de “cuello blan co”, empleados v funcionarios, profesionales v técnicos de las burocracias públicas v privadas1'' que modificaron sutil v signifi cativamente su composición. Tanto la movilidad social como el proceso de modernización de la Argentina tendrían consecuencias políticas. Los estratos medios habían crecido con mucha rapidez —a razón del 0,56 '/ anual en 1869 v 1896, v alrededor del 0,27 '/ anual en las épocas posteriores— v los extranjeros contribuían con casi la mitad de ese porcentaje. En los centros urbanos más impor tantes, como Buenos Aires, v en las áreas centrales del país —no así en las periféricas— la movilidad ascensional desde los estratos populares era más acentuada, v en todo caso, se tenía la sensación de que así ocurría. Si se coteja la situación de esas áreas privile giadas de la Argentina con los países más evolucionados de enton ces, nuestro país soporta las exigencias comparativas en varios ni veles sociales, con un grupo de países en proceso de industrializa ción v modernización. Ésos aspectos de la sociedad argentina incluven factores que debían tener impacto en el comportamiento colectivo. La hipótesis generalmente aceptada —como señala G er mani— es que una alta tasa de movilidad, en especial desde los estratos manuales, tiende a favorecer la integración de estos estratos en el orden social existente. Al historiador le interesa registrar ese tipo de hipótesis v de información sociopolítica con el fin de explicar mejor los cambios que se venían preparando desde la presidencia de Figueroa Alcorta, v cuando menos brindar una descripción aceptable de los elementos que constituían el sistema sometido a una tentativa de reforma política, ciertamente profunda. G e r m a n i,
ob. cit., pág. 22?. 2 78.
G ino, “Política v sociedad en una época de transición".
Significado político de los estratos medios
El orden social
En la Argentina del Centenario, sólo el 9 % de la población de más de 20 años participaba en elecciones. En 1916 la participación electoral llegó al 30 % y en 1928 al 41 %. Pero si en lugar de to marse la población total se considera el total de los argentinos nativos, las diferencias son más notables: en 1910 votaban 20 de cada 100 adultos; en 1916 lo harían 64 y en 1928, 77 de cada cien. La cuestión puede verse, asimismo, desde otra perspectiva: los centros urbanos que tenían más significación electoral contenían, a su vez, mayoría de inmigrantes. En consecuencia, la marginalidad política de los argentinos nativos era extensa, no sólo por apatía, sino por ausencia. “No carecemos de afecto o amor por América; pero carece mos de desconfianza o ingratitud hacia Europa”, había dicho Roque Sáenz Peña en la Segunda Conferencia de La Haya en 1907. En Roma, siendo ya Presidente electo, recibiría de los italianos una medalla donde estaba grabada su gran frase: “América para la humanidad.” Ocurría, sin embargo, que entre los países americanos los celos militares traducían ciertos celos políticos, v éstos y aqué llos se convertían, a su vez, en inversiones en armas y acorazados, como estaba a punto de ocurrir en la Argentina desde 1909 y se concretó en contratos para la construcción de dos acorazados por empresas norteamericanas a principios de 1910, a propósito de tensiones con el Brasil. Pero como McGann observa con ironía v agudeza, Brasil, los acorazados, los Estados Unidos eran cosas importantes para los argentinos del Centenario, “pero una cosa era aún más importante: ellos mismos". Hacia 1910 habíase realizado lo que Scobie llama “una revo lución en la pampa”, que no era va morada del ganado cimarrón, de los indios v los gauchos: era una región de campos cultivados, con ricos pastizales, principal exportadora mundial de trigo, maíz, carne vacuna y ovina, y lana; hasta el chacarero terminó por ha cerse escuchar a través de la Federación Agraria y de su periódico, “La T ierra” en la década del veinte, aunque los grandes terrate nientes continuaban dominando parte del Estado desde la Sociedad Rural y ministerios adictos.16 El cuadro rural y la revolución en la pampa no modificaron sustancialmente otras características nacionales: los porteños, o los residentes en una Buenos Aires más potente que nunca, con 1.306.680 habitantes, rica V con escasos rastros del período colonial 16 S cobie, James R., ob. cit., págs. 205 Carne y política en la Argentina, ob. citada.
y
206. Tam bién, Peter Smith:
Los argentinos del Centenario: devotos de si mismos
El cuadro rural
y aún del siglo xix, como no fueran las viejas casonas de dos patios, con el baño y el jardín al fondo, seguían dominando la política y la economía. Los propietarios de grandes extensiones de tierra apenas la trabajaban, pero no perdían por eso recursos e influencia política. Y los partidos eran qontrolados por personajes que ad vertían con recelo la aparición de “nuevos notables” que, como Justo e Yrigoyen, habrían de alterar los medios v objetivos de la política nacional. Una vía de acceso a ciertos rasgos característicos de la época es, por ejemplo, la música popular. Ésta, como la literatura y el teatro, traduce los cambios, los estados de ánimo, las tensiones, la incorporación de.tipos humanos originales en la vida cotidiana. Apenas se recorrerá esa vía. Pero a través del tango se advierten las contradicciones de la gran ciudad, que domina a los que viven en ella, a los que están y a los que llegan. El tango es “la canción de Buenos Aires”, como certifica Ernesto Sábato homologando lo que todo porteño siente desde entonces.17 Refleja el “hibridaje”, el resentimiento, la tristeza, la añoranza de la mujer —la inmigra ción, se ha señalado, era predominantemente masculina y la mujer sería en Buenos Aires “artículo de lujo”—, versión de un “nuevo argentino” inseguro que recurre al “machismo” cuando se siente observado o “ridiculizado por sus pares”. El tango traduce un Buenos Aires de compadritos, de malhumorados que expresan una “indefinida y latente bronca contra todo y contra todos”. Como dice Sábato, el humorismo del tango, cuando existe, tiene la agre sividad de la cachada argentina,18 y el tango en sí mismo encierra —en apretada y tal vez arbitraria esquematización— los rasgos esen ciales del país que empezaba a ser “el del ajuste, la nostalgia, la 17 S á b a to , Ernesto, Tango. Difusión y clave. Buenos Aires, Losada, 39 edición, 1968. La literatura sobre el tango es amplia, heterogénea en cali dad y contenido, a m enudo cautivante para el historiador, y al cabo incla sificable. En casi todos los casos guarda para el historiador valores inform a tivos difíciles de ponderar en este resumen. Para entender las diferentes perspectivas y la percepción selectiva que los intelectuales y los protagonistas del tango denuncian, es preciso leer tanto a Jorge Luis Borges y a Osvaldo Rósler com o a Andrés M. C arretero, El compadrito y el tango, Buenos Aires, Pampa y Cielo, 1964; a Julio M afud, Sociología del tango, Buenos Aires, Americalee, 1964 y a Carlos de la Púa; a H oracio A. Ferrer: El tango: su historia y evolución, a F. G arcía G im énez, Vida de Carlos Gardel contada por Razzano y a Ramón G im énez de la Serna, Interpretación del tango; a M u rena y a Daniel V idart, Teoría del tango; y al inteligente y a veces inefable Ernesto Sábato. Apenas es preciso decir que la lista es sólo enunciativa ... 18 U n napolitano que baila la tarantela lo hace para divertirse: el porteño que se baila un tango lo hace para m editar en su suerte (que gene ralmente es “grela”), pág. 17.
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Rasgos de la época
El cuadro urbano
1910-14
1914-16
1916-22
1922-28
1928-30
1930-32
1932-38
1938-41
1941-43
De la Plaza
Yrigoyen
Alvear
Yrigoyen
Uriburu
Justo
Ortiz
Castillo
PERIODO
Peña
Sáenz
DE
LA
VICEPRES.
• No hubo
PRESI DENTE
RURAL
RELACIO HACIEN NES INTERIOR EXTERIO DA EJÉRCITO RES
el curso
GABINETES
JUSTICIA AGRICUL OBRAS e TURA PÚBLICAS INSTR PÚBL
MARINA
de cada administración)
INAUGURALES, 1910-1943
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• No hubo
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no da cuenta de ministros durante
SOCIEDAD
(Por razones de simplicidad, este cuadro
REPRESENTACIÓN
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Hacia 1910, y en relación con la del censo de 1869, plicó. La concentración geográfica fue acompañada gráfica, m ientras los tip o s sociales mostraban un viejos y nuevos notables, malevos y comerciantes,
la población urbana se du por la concentración demo Buenos Aires polifacético: cocoliches y universitarios.
tristeza, la frustración, la dram aticidad, el descon ten to, el rencor V la problem aticidad”.
El tramo entre la generación del 80 v la del Centenario fue pintoresco, interesante y contradictorio. La riqueza, la sabiduría, la arrogancia y el optimismo de los dirigentes del 80 se mezclaba, en los estratos dirigentes, con la prudencia, la autocrítica refor mista, cierta soberbia constante v la búsqueda de un apropiado realismo. El cuadro urbano del Buenos Aires del 900 era policro mo. Los personajes de la vida porteña circulaban por un escenario otrora menos poblado. En los sectores populares cumplían su papel el cuarteador, el farolero, el milonguero, el payador —“trovador de tono m ayor” si se compara con aquél v que terminaba su vida útil en salones alquilados—; el “picaflor” —tenorio callejero de rancho en verano, corbata moñito v bastón de caña limpia— que poco tenía que ver con el malevo; el “orillero” —personaje de ?«?
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extramuros, temeroso de la pifia del compadrito v del “niño” patotero—; el estanciero —que “vestía como un burgués con ciertos detalles amalevados” v con gustos afrancesados v casa en el Barrio N orte—; el atorrante —que con el vagabundo, el mendigo, v si se quiere el “curdela” v el “chapetón”, formaban el fondo miserable del cuadro popular—; el “cocoliche” —nacido en el circo, italiano con premura para acriollarse, aunque imite al com padrito—, y éste, intermedio entre el “compadre” y el compadrón, mezcla de coraje, voz, pose, cuchillo y mujer que le protege de la policía, v hasta el “turco” cuya imagen se asocia a la del mercero ambulante como la del “vasco” con la venta callejera de leche v con el tambo, V el bohemio como disconformista pasivo de la moral “práctica” de los inicios de la sociedad industrial. Tipo que se dio principal mente en los ambientes periodísticos v literarios.11' El Buenos Aires del 900 era una mezcla de arquetipos que reunía a los viejos y nuevos “notables”, al malevaje —comunión del orillero con el gaucho en una misma identidad rebelde 'njunto de personajes “fronterizos” que dominaban los prostiu„,us o los nacientes comités, sus dos lugares de “trabajo”— v a los hombres y mujeres que tenían en la vida cotidiana sus roles sin color. Buena parte del teatro nacional se haría en torno del “gua po”,20 seductor y “vivo”, frío v corajudo, simpático y buen baila rín; del “compadre”, arisco pero aliado fiel al caudillo político; de las familias venidas a menos pero con veleidades patricias como “Las de Barranco”, de Gregorio de Laferrére; del “gringo”, per sonaje pintoresco, al principio víctima de la ojeriza criolla v pro picio para el ridículo, hasta que fuera de las tablas primero v en las tablas después, el “gringo” ordenado se impone como árbitro noble en los entreveros de criollos nostálgicos de la pampa v hostilizados por la ciudad. Época en la que comienza a cundir la preocupación por la crítica social a partir de una realidad que asediaba a los nuevos intelectuales, a quienes un viejo notable como Carlos Pellegrini desafiaba desde las páginas de “El País”, v hasta un “oligarca ilustrado” como Cañé procuraba despertar para que no fueran atrapados por la “asfixia cultural de una irracional opulencia”. I!' Ca.sadkvai.i., Domingo I ., Esquema Jet carácter porteño, de quien son las citas, Buenos Aires, C. E. A. L., 1967 y Bernardo González Arrili, Buenos Aires del 900, ídem. Tam bién Pedro Orgam bide, Yo, argentino. Bue nos Aires, Jorge Álvarez, 1968. Orgambidk. Pedro, ob. citada.
En el polifacético Buenos Aires de 1910, el patio hogareño o el del conventillo constitu ía el lugar de reunión de la fa m ilia c de los vecinos.
José Luis iMurature, que luego llegaría a ser ministro de Relaciones Exteriores, devolvió el guante echando la culpa a los mayores. ¿Dónde estaba la juventud que levantaría la m oral.del país?, era la pregunta de Pellegrini. ¿Por qué (los viejos) la habían dejado caer?, era la “contracrítica” de ¡Ylurature. Época densa v penden ciera, según la denuncia postrera del viejo Mansilla, quien describe “la penetración del odio en la sociedad argentina”. Federico Quin tana recoge lo mismo: Difícil es concebir una atmósfera tan cargada de pro vocaciones v belicosidad como la de esa época. Era co rriente tropezar con tipos de mirada desafiante, parándose en son de reto si los ojos demoraban más de lo indispensa ble en observarlos. Las veredas parecían angostas dado el modo como se hacían dueños de ellas al caminar con aire prepotente, listos a hacer cuestión por el más fútil pretexto. Las esquinas tenían algo de fortín, o de reducto . . . l.a juventud siguió el tren de la crítica v de la autocrítica.-1 Ernesto Nelson veía a los argentinos capaces de odiar, individua listas, melancólicos v vanidosos. Malhumorados, denunciaban su -1 Citado por Pedro Orgam bide. V er asimismo M cG ann, ob. cit., espe cialmente págs. 423 a 4?2. 784
malestar social e individual a través del gesto o de la expresión grosera. La “juventud dorada” estaba integrada por pandillas de “niños bien”. Las críticas extremistas eran de pronto triviales com paradas con la autocrítica de los notables v de la juventud bur guesa. La prédica todavía fresca de Manuel Gálvez encontraba apoyo en Ricardo Rojas —ayudado por Figueroa Alcorta para que viajase a Europa v reuniese datos para “La restauración naciona lista”— y en la autoridad de Joaquín V. González. Los argentinos habían descubierto muchos de sus “males nacionales” —entre ellos la soberbia, el egoísmo y la indolencia favorecida por los inmensos recursos naturales—, v añadían otros más, como si fueran exclusivo^ de su carácter nacional —la coima v otros vicios de la corrupción política que no sólo afectaba a la “oligarquía”. Los extranjeros veían a la Argentina del Centenario según el ángulo que dejaba abierta su perspectiva personal, su perspicacia intelectual o sus centros de interés. Hiram Bingham, citado por McGann, quedó impresionado por la cantidad de ingleses activos y bien afeitados que vio en las calles de Buenos Aires v que habla ban de “B. A.” v del “River Píate” como si fuera una posesión británica, lo que no le pareció lejano a la realidad. Un español de apellido Salaverría advirtió la rivalidad obsesionante que los argen tinos tenían respecto de los Estados Unidos v el nacionalismo psicopático de los nativos, por otra parte vanidosos en el vestir. Vicente Blasco Ibáñez vino a escribir sobre la Argentina del 10, V Clemenceau paseó una mirada suficiente sobre esa “gente nueva” que observó, según dice con gracia McGann, con la altura de un hombre civilizado que es huésped de honor de salvajes. Pero no todo era autocrítica, como se dijo al comenzar. Bue nos Aires hizo de la celebración del Centenario un acontecimiento singular. Rubén Darío, Enrique Banchs v Leopoldo Lugones can taron a la Argentina, a ios padres de la patria, a los ganados y a las mieses. La Infanta de España estuvo con los argentinos, que la recibieron con todos los honores. Se realizó la Cuarta Conferencia Panamericana, que en seis semanas produjo modestos despachos, terminando sin pena ni gloria. Fuera de la reunión había quienes proponían una suerte de “imperialismo pacífico” o “papel tutelar" de la Argentina en América del Sur, como José Ingenieros v Daniel Antokoletz; otros hacían gala de fuerte aunque retórico antivanquismo, como Manuel Ugarte, o insistían en la necesidad de orientar las energías del país hacia Europa para contrapesar a los
Estados Unidos, como el joven yerno de Roque Sáenz Peña y fiel mentor de sus antepasados, Carlos Saavedra Lamas. Años después, casi veinte, un notable español contribuiría a que los argentinos se conocieran mejor: los llamó “hombres a la defensiva”. Halló en el pueblo una suerte de “vocación imperial”, lo vinculó con su paisaje —la pampa— v se encontró con que acaso lo esencial de la vida argentina fuera se r. . . promesa, porque el argentino —escribía— tiende a resbalar sobre toda ocupación o destino concreto. Se le antojaba un frenético idealista, incluso un narcisista, un preocupado por su imagen ideal, por su role. Hasta en el guarango advirtió, junto a un enorme apetito de ser algo admirable, una agresividad que denunciaba inseguridad: el gua rango “iniciará la conversación con una impertinencia para romper brecha en el prójimo y sentirse seguro sobre sus ruinas". De alguna manera, el argentino corría siempre el peligro de la guaranguería, en cuanto forma desmesurada y gruesa de la propensión a vivir absorto en la idea de sí mismo. En una nota, el español que tan bien conoció y resumió tantos rasgos del argentino casi veinte años después del Centenario, formulaba esta definición concen trada: “guarango” es todo lo que anticipa su triu n fo . . . La A r gentina del Centenario era una mixtura extraña y singular de he roísmo cotidiano, vanidad, tensa belicosidad, inteligencia y guaranguería.22 En ese ambiente un grupo de hombres con sentido del tiempo y del Estado se disponía a conducir el cambio político.
22 La referencia es a José O rtega y Gasset. Se com parta o no la tota lidad de su contenido, las reflexiones de O rtega de 1929 y 1941 sobre el argentino, la pampa y la criolla no deben dejar de leerse. (O. C., tom os ii , iv y vi. M adrid, Revista de O ccidente.)
32
LA REFORMA POLÍTICA
El sistema político y la autocrítica de la élite
Para muchos argentinos, 1910 simbolizó el fin de una época. Sensación quizás excesiva, porque los nuevos rumbos se habían abierto mucho antes. Pero de hecho, el Centenario significó una suerte de frontera entre dos tiempos, un número mágico que sirvió a los dirigentes v a los intelectuales para hacer un repaso de lo actuado v una estimación del porvenir. El hecho de que Roque Sáenz Peña asumiera la Presidencia en ese año, postulando una reforma política para entonces fundamental, fue uno de los signos premonitorios del cambio político. Los nuevos rumbos que se habían abierto paso en el mundo circundante desde 1K90 se tra dujeron, sin embargo, a través de un ambiente social, político, económico v cultural diferente al de los Estados europeos v al de los Estados Unidos de Norteamérica, donde los dirigentes v mu chos intelectuales argentinos creían encontrar orientaciones o mo delos para su prédica v su acción. El sistema político argentino tenía en el Presidente un rol clave, que faltaba en los sistemas parlamentarios europeos, v hábitos, prácticas v normas que no eran similares a las americanas.' 1 Parece ocioso advertir que la historia de la A rgentina contem poránea está aún en elaboración. N o se trata sólo de revisar interpretaciones. Son mu chos y fundamentales los campos de estudio inexplorados, las vías de investiga ción no recorridas. Existen aún pocos estudios m onográficos sobre la estructura interna de las fuerzas políticas, sobre los grupos de interés, sobre el com por tamiento político de los argentinos en las distintas regiones del interior y de Buenos Aires, y sobre otras varias vías de análisis en el orden económico, social, ideológico, militar, y las interrelaciones entre ellas. El historiador debe acercarse a este tiem po con deliberada humildad en todo caso inherente a su trabajo, pero en esta época con la seguridad de que lo que vaya expre sando será una mezcla a m enudo indiscernible - y quizás fecunda— de impresiones, investigaciones insuficientes, incluso de fuentes secundarias, y teorías de las que se ven sólo segmentos. La advertencia no debería ser des deñada por el lector, y será ciertam ente aceptada por el iniciado.
M anifestación recibiendo a Roque Sáenz Peña en la plaza de tylayo en 1909. [Fotografía del Archivo General de la Nación.)
Las críticas al sistema v al comportamiento político de los dirigentes no procedían sólo de la oposición o de grupos exteriores a la élite. Existía también una actitud de autocrítica sistemática v, por decirlo así, masoquista que movió a muchos actores \ participantes de los sectores dirigentes a poner en la picota la contradicción existente entre la lev v la práctica, entre ia traduc ción normativa constitucional v la vida política. Desde mediados del siglo anterior, los argentinos habían impuesto un cuadro cons titucional relativamente rígido. Pero en los momentos de sinceridad admitían que 1a Constitución Nacional v la práctica política discu rrían por carriles diferentes, como dos vidas paralelas. A pesar de que en los treinta años que precedieron al Centenario habían logrado la transferencia regular del poder en los períodos constitucionales de la Argentina, sus distorsiones, la irreverencia a la lev o la inade cuación de ésta a ciertos rasgos del país v del argentino, constituían motivaciones concretas para una empresa que iniciara Rodolfo Rivaroia.En octubre de 19)0, en efecto, aparece la Revista Argentina de Ciencias Políticas, publicación fundada v dirigida por Rodolfo Ri,varola, primera tentativa seria v constante de estudiar la política - Para una explicación de la concepción de Rivarola y el estado pasado y actual de los estudios científico-políticos en la Argentina, ver Carlos A lberto Floria, Prólogo a la edición castellana de la compilación de David l'aston. Enfoques sobre teoría política. Buenos Aires, A m orrortu. 1969. ">nn
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desde una perspectiva científica. Rivarola entendía que la política cobraba importancia en un país acostumbrado a considerarla “como término de acepciones tan lejanas del concepto científico, que personificadas la ciencia y la política se habrían mirado como dos seres de opuesta condición". La revista era una excelente respuesta a los requerimientos de la realidad v lo fue mientras subsistió, des de el Centenario, y casi toda la época de los gobiernos radicales. Un ejemplo singular v valioso —tanto como el de Rivarola pero con la factura de un libro— fue el ensayo sobre El Gobierno Representativo Federal en la República Argentina, editado en 1910 y escrito por quien fuera “incondicional” juarista en su juventud y ministro de Alvear en su madurez: José Nicolás Matienzo.s Recorre las experiencias federalistas de los Estados Unidos, Canadá, Alemania, Suiza, Australia y Brasil, v las compara con la nuestra. Estudia los orígenes de nuestro federalismo, los antece dentes de las formaciones provinciales v describe los rasgos prin cipales de nuestra Constitución. Analiza los partidos políticos, las instituciones constitucionales, los gobiernos de provincia. Penetra en la cultura política nacional, sus hábitos v sus creencias, sus prácticas y la relación entre la moral y la política. Para la mayoría de los argentinos, sobre todo después de la organización consti tucional de la República, la política era, según Matienzo, un juego de ambiciones y de influencias que tenían por objeto la elección de los poderes públicos nacionales v provinciales. Ad vierte que la distribución “de las fuerzas militares sobre el terri torio de la nación y la organización de comandos de diversos órdenes está estrechamente relacionada con la política”. Los pre sidentes eran de ordinario jefes de partido, y si no lo eran antes de acceder al gobierno procuraban serlo durante el mismo. De esa tendencia deduce Matienzo que “todo nuevo presidente se esfuer za en anular la influencia política de su predecesor para imponer la suya”. El número de argentinos que podían aspirar a la presidencia de la República, comienza diciendo Matienzo en el capítulo vm, 3 M a tie n z o , José Nicolás, Le G ouvernem ent Représentatif Fédéral dans la République Argentine. París, H achette, 1912. La edición fue patrocinada por el “G roupem ent des Universités & Grandes Écoles de France pour les Relations avec L’Am erique Latine”. Los argentinos del Centenario tenían, como se ve, acceso privilegiado a la com unidad académica europea, pues M atienzo se presentaba como profesor de las Universidades de Buenos Aires y La Plata. (Usaremos esta edición por ser posterior a la argentina y contener acotaciones nuevas respecto de la que se publicó en Buenos Aires. Las citas serán, pues, de la edición francesa.)
era “muy restringido”. El pretendiente debía ser jefe de un partido o disponer de fuerzas políticas potentes, que se obtenían de ordina rio con el cargo de gobernador de una provincia importante o de un ministerio nacional. A falta de esos recursos, el candidato nece sitaba el apovo de un hombre que la poseyese —habitualmente el Presidente al que aspiraba suceder—. En todos los casos debía ser una personalidad importante en la vida política v social del país, consi deración que se adquiría muy difícilmente si se residía lejos de la ciudad capital.4 A partir de 1862, en efecto, todos los candidatos presidenciales, salvo Juárez Celman, habían sido habitantes de Bue nos Aires, v todos eligieron a sus ministros entre porteños nativos o provincianos con residencia y fama en Buenos Aires. Las profe siones habían dado tres presidentes militares (Urquiza, Mitre v dos veces Roca); un intelectual y activista como Sarmiento; cinco abogados (Derqui, Avellaneda. Sáenz Peña, Juárez v Quintana). De los diez vicepresidentes habidos hasta entonces, uno había sido militar (Pedernera), uno “propietario” (M adero) v los otros ocho abogados. Los escrutinios electorales-' demostraban a su vez la gravitación de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza v otras provin cias estratégicas respecto del Presidente, pero el cargo de Vice presidente era, en cambio, propicio para la negociación. Los gabi netes ministeriales se prestaban, a su vez, para dar lugar a la com binación de fuerzas políticas v al incremento de los recursos polí ticos presidenciales mediante la gratificación de los amigos políticos o de los candidatos de fuerzas relativamente afines o aliadas. La fisonomía del Congreso respondía a las características del sistema: los parlamentarios pertenecían, en su mayoría, a los estratos socia les superiores y predominaban las profesiones liberales. En 1908 había en la Cámara de Diputados 53 abogados, 15 médicos, 5 inge nieros, 4 maestros de escuela, 17 hacendados, 5 militares, 10 indus4 M atienzo da ejemplos: Urquiza fue elegido presidente siendo gober nador de Entre Ríos y |efe de Partido; Derqui venía de ser ministro del Interior; M itre fue nom brado Presidente siendo gobernador de Buenos Aires, jefe de partido y jefe militar triunfante; Sarmiento contó con el apoyo del porteño Alsina, jefe del autonomismo de Buenos Aires; Avellaneda habia sido ministro de Instrucción Pública; Roca era m inistro de G uerra y jefe militar prestigioso cuando fue elegido por prim era vez; Juárez Celman venía de la gobernación de Córdoba y era pariente y delfín del presidente Roca; Luis Saenz Peña llegó por acuerdo de M itre y Roca y el asentimiento de Pellegrini; Roca llegó la segunda vez siendo jefe del P. A. X. Ver en M atienzo, oh. cit., págs. 146 a 161.
tríales, 2 periodistas y 9 miembros “sin profesión conocida”,11 lo que sumado a la homogeneidad social de los componentes predis ponía “a la uniformidad de juicio v de conducta”. Según Matienzo, los subsidios, las pensiones v otras formas de seguros pecuniarios, así como las frecuentes omisiones legislativas en relación con los problemas sociales v las cuestiones obreras, eran manifestaciones de los sentimientos oligárquicos de los miembros del Congreso, sin distinción de facciones o de partidos. Al propio tiempo, la adhesión u hostilidad del Congreso no dependía tanto de la perte nencia al partido dominante como a la habilidad del Presidente, dato que revelaba la ausencia de lo que hoy llamaríamos “disciplina partidaria”. En el sistema político, pues, había roles ciertamente dominantes, con grandes recursos e influencias políticas: el de Presidente v los de gobernadores provinciales eran, sin duda, los principales. El “poder electoral” estaba en las manos de quienes ocupaban esos roles, sea en forma de designación, captación, “re comendación” o “sugerencia”. Ese enorme poder estaba limitado sólo por la prudencia de los que lo poseían v por cierto nivel de “moral cívica”, que fue descendiendo con el tiempo v el ardor de las disputas. El reclutamiento de los candidatos a las diputaciones se hacían de ordinario entre los parientes y Tos amigos del gober nador. Y no era desdeñable en los momentos culminantes de los procesos políticos el papel de lo que Matienzo llama el “pistero”, personaje dedicado a descubrir la “pista” de la voluntad presiden cial o gubernamental respecto de los candidatos en pugna. El periodismo no colaboraba para la formación vera/, de la opinión pública. En la prensa, artículos de ordinario anónimos falseaban con frecuencia las opiniones v los argumentos del adversario —pues la mayoría de la prensa era militante— para refutarlos luego con impunidad. Lo que Matienzo observaba era, en fin, una débil moral pública y en ello veía un riesgo para las empresas “reformistas”. En última instancia, la autocrítica de Matienzo, que parece diri girse a justificar la reforma política de Roque Sáenz Peña, termina en una proposición alberdiana: poblar v educar, antes que apurar reformas arriesgadas. Porque Matienzo advierte que la reforma implica, por su propia dinámica, la transferencia del poder a hom bres relativamente “diferentes". " Si l>icii se citan los rasgos significativos del sistema según lo apreciaba .Matienzo, las referencias surgen especialmente de la obra citada, versión francesa, págs. 140-45; 147; 164-167; 178-180; 183; 190-196; 197-221; 235; 317-319 y 334-336, que mencionamos reunidas para evitar citas reiteradas.
Desde un sector distante del propiamente político, un miembro í?cesar¡smo inteligente del poder moral hacía el balance de un siglo de inde- republicano" pendencia política. El sacerdote Gustavo J. Franceschi, com pro metido en la experiencia social de la Iglesia, advertía que “desde 1810 hasta ahora no se ha puesto realmente en práctica el régimen democrático v que un cesarismo republicano es el que nos gober nó”. En la práctica, el régimen federal se distinguía del unitario en que era más costoso, mientras “el pueblo obrero, inútil es ne garlo, ha prestado oído a la voz revolucionaria”. Según Franceschi; el pueblo observaba y perdía “lastimosamente su fe en la demo cracia”. Falseado el voto, “cree que únicamente las armas podrán entronizar la democracia, retira su confianza en las clases dirigen tes en las que —afirma— no reinan más ideales que la ociosidad, la concupiscencia del poder, del placer, o de la fortuna . . . ” En el fondo se necesitaba una “reconstitución de la colectividad entera”, v en frases incisivas anunciaba que el Centenario abría “un nuevo período: el de la transformación profunda de nuestra constitución interna, de nuestra organización social en el sentido más amplio de la palabra”. Y terminaba: “Dios quiera que los llamados ma ñana a la vida, al celebrar el segundo centenario de nuestra auto nomía como nación, puedan celebrar el primer centenario de interna, progresista v pura democracia argentina . . ,"7 Roque Sáenz Reña: la concepción del cam bio político
F.I Centenario adviene, pues, con la sensación de que era nece sario el cambio político. La autocrítica v la crítica al sistema habían preparado el clima, pero estaban en cuestión el sentido y los alcances de la reforma. La Revista Argentina de Ciencias Políticas realiza la primera encuesta política que se conozca en nuestro país.* 7 F ra n c e s c h i, Gustavo J., Cien años de República. “Revista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires”, n9 113, Buenos Aires, 1910, o bien en reproducción de la revista “C riterio”, tom o 73, 1960, págs. 728 a 734. Sobre el papel, de los católicos, es ilustrativo Néstor Auza, Los católicos ar%evtivos. Su experiencia política y social. Buenos Aires, Diagrama, 1962. x En la pág. 289 reproducim os la "cédula" distribuida por la revista de Rivarola y publicada por La Prensa y La N ación, por lo que en este lugar haremos los com entarios indispensables a nuestro propósito. La cédula iba adherida a la pág. 953 del nv 12 de la revista, del 12 de setiembre de 1911. Ver también Darío Cantón, quien analiza la encuesta en la “Revista I.atinoamericana de •Sociología", 68, 1. Buenos Aires. Fd. del Instituto.
Cierto es que la factura de la encuesta es v ulnerable si se la estima desde los niveles metodológicos actuales, pero indica temas de discusión que estaban en el ambiente o que interesaban al autor. Puede discutirse la represenratividad de cerca de dos mil respuestas en una población varias veces millonada, cuando la distribución de las cédulas fue discrecional, v también el énfasis que Rivarola puso en la inclusión de ciertos temas. Pero en todo caso interesan men cionar los grandes temas: el régimen constitucional, la forma de gobierno, el sistema electoral, la organización social, el régimen económico, las relaciones del Estado con la Iglesia y el nacionalis mo. Las respuestas, en las que gravitaron opiniones socialistas e “independientes” y retacearon las de núcleos conservadores según se deduce de la clasificación v comentarios de Rivarola, denun ciaban las siguientes preferencias generales, mavoritarias respecto de las otras opciones: régimen constitucional unitario, con forma de gobierno parlamentaria, sufragio universal incluyendo a los extranjeros, sistema electoral de representación proporcional, or ganización social “evolucionista” con un régimen económico de libre concurrencia, neutralidad religiosa del Estado e inclinación por un “nacionalismo progresivo’ respetuoso de la “nueva compo sición étnica de la población”." El Presidente había hecho su propia apreciación del momento político v había decidido cuál habría de ser su papel antes de asumir el poder. Habíase entrevistado con Hipólito Yrigoyen sien do Presidente electo asegurándole que llevaría adelante la reforma electoral. En su “discurso-programa” del 12 de agosto de 1909, cuando la Unión Nacional iba tomando forma v reunía adherentes, Roque Sáenz Peña había analizado la política argentina —que cali ficó como “democracia conservadora”— en casi todos los campos. Hay un largo pasaje que dedica a los partidos v al sistema político argentino, donde se encuentra su perspectiva v su opción. “La evolución de los partidos argentinos tiene dos períodos bien carac terizados. Durante todo el primero, el más largo v el más glorioso, lucharon los ideales v los hombres; y es al comenzar del segundo cuando, acordadas las bases de la organización nacional, las orga nizaciones partidarias, perdida su verdadera razón de existencia por el desenlace de sus controversias doctrinarias, sobreviven por l-umiA, Carlos Alberto, La imagen del sistema político nacional a través de lina encuesta de la época. D epartam ento de (iraduado* de la I', de Dcr. v C. Soc. U. N. U. A. Setiembre de I9
La prim era encuesta política
La opción del presidente
Roque Sáenz Peña fue -con el apoyo de Indalecio Gó m ez- el a rtífic e de la refor ma política, pero el cam bio suponía un régimen compe titiv o , y éste la existencia de partidos de derecha e iz quierda que fueran leales a las nuevas reglas de juego.
la sola virtud de los prestigios personales de sus hom bres. . . " 1,1 Frente a los hombres-programa, la Argentina conocía va la cons tante personalista. Sáenz Peña cree que el personalismo es un vicio político v llega a decir .. . dejadme creer que sov pretexto para la fundación del partido orgánico y doctrinario que exige la grandeza ar gentina. Reconoce que se está viviendo una transición, que los partidos se disuelven, vacilan v que nuevas fuerzas v hombres políticos se preparan para la acción. N o es un revolucionario, sino un refor mista, v se propone la “recta administración v el mejoramiento institucional”. Sabe que aspira al poder en tiempos en que se llega con influencias más bien que con votos. Confía en la opinión, en saber escrutar sus aspiraciones v en dejar encaminado el país por la vía democrática. No es un ingenuo. Es un conciliador —lo que no significa un hombre que ceda siempre—; es veraz v cree que su rol es hacer la transición. “Si hacéis triunfar a un candidato, dice a sus seguidores, no será seguramente para dejar derrotar a un presidente . . . ” El discurso inaugural de su presidencia siguió la lógica de su pensamiento. Se trataba de ampliar las bases electorales, de integrar la oposición hasta entonces revolucionaria o conspira1(1 l-.l discurso-program a, así como la constitución de la U nión Nacional y la campaña política ac 1910 puede verse en los dos tomos publicados por dicha fuerza con el título Sáenz Peña, l.a campaña política de 1910. Buenos Aires. Pesce, 1910.
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tiva en el sistema constitucional dando vigencia a un régimen competitivo y, según su famosa expresión, de “crear al sufragante". En ningún momento de su gestión, Roque Sáenz Peña faltó a su palabra o dejó de ser fiador personal de su política de reforma electoral. Incluso, se preocupó porque los gobernadores com pren dieran su pensamiento y la decisión adoptada. Una carta al gober nador de Córdoba, Félix T. Garzón, en respuesta a otra de éste en la que prometía neutralidad en la lucha partidaria es, en ese sen tido, un documento interesante." El Presidente juzgaba el momento “decisivo v único” : Hemos llegado a una etapa en que el camino se bifurca con rumbos definitivos. O habremos de declararnos inca paces de perfeccionar el régimen democrático que radica todo entero en el sufragio, o hacemos obra argentina, resolviendo el problema de nuestros días, a despecho de intereses transitorios que hoy significarían la arbitrariedad sin término ni futura solución ... El 17 de diciembre de 1910, el gobierno había enviado el proyecto de ley proponiendo el enrolamiento general de ciuda danos y la confección de un nuevo padrón electoral. Las leves de enrolamiento géneral y de padrón electoral en base al padrón militar debían poner al sufragante al abrigo del fraude. El proyecto que sigue a ambos es ya el del sistema electoral. Sufragio uni versal, secreto y obligatorio. Sistema electoral de lista incompleta, para asegurar la representación de la minoría. En octubre de 1911, a un año de haber llegado Sáenz Peña a la presidencia, el pro yecto estaba en debate. La crónica registra no sólo la elocuencia y fidelidad del ministro del Interior, Indalecio Gómez, sino su capacidad persuasiva. A principios de octubre, “según cómputo de persona muy informada”,12 los diputados favorables a la lista incompleta no pasaban de doce; el resto se dividía entre partidarios de la lista total y del voto uninominal por circunscripciones. A fines de octubre, los partidarios del provecto eran cincuenta. La labor de antesalas de Indalecio Gómez fue tan efectiva como la que realizó en la sala del Congreso. La ley de elecciones nacionales Ley^ssn °a"Ley se sanciona, por fin, el 10 de febrero de 1912. Sería, desde entonces, 11 La carta puede leerse en “Rev. Arg. de C. Políticas", año 1, nv 6. págs. 821 a 826. Lleva fecha enero 30 de 1911 y el comentarista añade que “el presidente asume valientemente el puesto de campeón del sufragio libre, y la prensa y el pueblo aplauden. El cronista también suelta la pluma y aplau de . . aunque con reservas y tqmor. 12 “Revista Arg. de C. Políticas”, nv 14. 12-X 11-1911, pág. 220.
la “lev Sáenz Peña”. En verdad, casi un año v medio de gobierno había costado al Presidente imponer su “programa de moral polí tica”. En ese tiempo no hizo mucho más, pero con fe v sinceridad asombrosas, según los observadores de ese tiempo, cumplió su palabra v se propuso romper con la “teoría del oficialismo”. El Presidente produjo un “manifiesto” al pueblo de la República como un acto excepcional. En verdad lo era. Roque Sáenz Peña expuso en él la trascendencia de la reforma, pero también las condiciones de su futura eficiencia. Ajeno a la “milicia partidaria”, esperaba el cumplimiento fiel de la lev, pero también la acción de partidos “de principios” v de partidos de “opinión”. Confiaba en que la competición política fuera abierta. Para eso eran necesarios por lo menos dos contendientes. Sáenz Peña sabía que uno estaba preparado —la U. C. R.—; advertía, pues, a sus amigos conserva dores del peligro de la defección. Ea advertencia no era expresa, pero se deduce de la opción v de su concepción de la renovación política argentina. El manifiesto, retórico pero franco, plantea las condiciones de la Argentina de los partidos .. . Sean los comicios próximos v todos los comicios ar gentinos escenarios de luchas francas v libres, de ideales v de partidos. Sean anacronismos de imposible reproduc ción, tanto la indiferencia individual como las agrupacio nes eventuales, vinculadas por pactos transitorios. Sean por fin las elecciones la instrumentación de las ideas. He dicho a mi país todo mi pensamiento, mis convicciones v mis esperanzas. Quiera mi país escuchar la palabra v el consejo de su primer mandatario. Quiera votar. Hábil, sobrio v sincero, el Presidente había logrado imponer la reforma electoral, tema dominante v eje de su programa. Como bien señala Cárcano, lo hizo con método: primero articulando los instrumentos para el enrolamiento ciudadano v la vigencia del padrón militar con la vigilancia del poder judicial; luego, entre gando a éste, libre de influencias partidarias, la confección del padrón definitivo v la designación de los funcionarios que contro larían el escrutinio; por fin, la reforma del sistema electoral. Entre el primer provecto, remitido al Congreso el 17 de julio de 1910, v el último, enviado el 2 de agosto de 1911, había transcurrido un año. Los debates —memorables— v la excelente defensa de los provectos por Indalecio Gómez, ganaron las voluntades o vencie ron las resistencias.' 1:1
C á rc a n o ,
Miguel Angel, "Ensayo histórico sobre la presidencia de
Pero junto con la reforma electoral dejó planteado un sin gular problema político: en primer lugar, la aceptación de las nuevas reglas de juego por todos los contendientes; en segundo término, el establecimiento de un sistema de partidos organizados, que no dependieran de la vida de un grupo de líderes o deun notable; y en tercer lugar, el desafío explícito a la “derecha” de entonces, de fundar una fuerza orgánica nacional capaz de com petir por el poder con la “izquierda" popular v militante: el radicalismo. El eclipse conservador
La primera experiencia electoral con la nueva ley ocurrió en la provincia de Santa Fe.14 Participaron el viejo partido Nacional, un partido local —la Liga del Sur— v la Unión Cívica Radical, que de esa forma abandonaba la abstención revolucionaria v la actitud conspirativa. De esas tres fuerzas, la Liga del Sur habíase Roque Sáenz Peña”, en Historia Argentina Contemporánea, de la A. N . de la H ., vol. i, sección 2?, págs. 135 a 193, esp. págs. 140, 180 y sgtes. 14 Para un estudio directo del pensamiento y actuación de Roque Sáenz Peña conviene leer Escritos y discursos, compilados por Ricardo Olivera en tres tomos editados por Peuser en Buenos Aires, 1935, y los Discursos de Indalecio G óm ez, en dos tomos, editados por K raft en 1953, amén de los Diarios de Sesiones de la época. Tam bién puede verse el correcto ensayo de Felipe Barreda Laos: Roque Sáenz Peña, Buenos Aires, 1954. Por lo demás, la lectura del discurso de Indalecio G óm ez en defensa del sistema de lista incompleta —que era apropiado a su papel de ministro de Sáenz Peña— dejará en el lector una impresión profunda del niveldel debate, aparte dé su amenidad. Indalecio Gómez, dígase de paso, critica el sistema uninominal, a partir de la experiencia y no sólo de la teoría política. En cuanto al tono del debate: “Me sorprendería que una m inoría vencida en Jujuy se encontrara satisfecha con el triunfo de otra minoría en San Luis. Sería quizás el caso en que se realizara la imagen recordada por un espiritual diputado, de aquel que creía fum ar tragando el humo de otro fum ador. . . ” Conviene anotar que el sistema electoral condiciona o se vincula con el régimen de partidos. H ay que tener presente que los sistemas electorales se relacionan con el territorio —distrito “único”, “interm edio”, “uninom inal”— y con el cóm puto de votos —lista “com pleta”, lista “incompleta", voto “acum ula tivo”, sistema “proporcional”—. Según la perspectiva territorial, por el distrito único el territorio se considera un solo distrito electoral y la representación se distribuye según la población total; el distrito intermedio —art. 37 de la Constitucional N acional— hay tantos distritos, en nuestro caso provincias, como divisiones políticas; el distrito uninominal supone que el territorio se
erigido en un núcleo representativo de la región meridional de la provincia, más rica v con más población que la del norte, pero con menos posibilidades de acceso a una representación propor cionada a su importancia por defectos institucionales, según indi caban sus adherentes. Propugnaba la reforma comunal, pero tam bién la del sistema electoral, el voto político para los extranjeros con cierto período de residencia en el país v propietarios de bienes raíces o, a falta de esto, con hijos argentinos.1 La influencia de factores socioeconómicos vinculados con la localización de impor tantes núcleos inmigratorios \a citados a propósito de la gran inmigración v de los sucesos de 1893, explica con parecida elodivide en tantos distritos com o cargos electivos deban ser cubiertos y cada elector no puede votar sino por un solo candidato. En cuanto al cóm puto de votos: la lista completa implica que quien tiene la m ayoría consigue todos los cargos; la lista incompleta asegura la representación de por lo menos una minoría, remediando la injusticia del régimen precedente; el voto uni nominal se relaciona con el sistema de distrito uninominal y cada elector puede elegir un candidato v adjudicarle un voto; el voto acumulativo implica que cada elector tiene tantos votos com o cargos hay que llenar, y puede distribuirlos entre varios candidatos o acumularlos en uno solo; el sistema proporcional da a cada partido un número de representantes proporcionado a los votos que logra, de acuerdo con varios métodos conocidos. (Confr. Germ án Bidart Campos, Derecho Constitucional, Buenos Aires, Ediar, 1964 tomo i, págs. 380 a 387; también Segundo V. Linares Q uintana, Tratado de la Ciencia del Derecho Constitucional, tom o vil, págs. 116 a 369; y Los discursos de Indalecio G óm ez, Buenos Aires, K raft, 1953, tom o ii, págs. 348 a 369, donde se registran excelentes debates en torno de los diversos sistemas electorales a propósito del provecto de lev Sáen/. Peña.) "En nuestro páís —indica Bidart Campos, ob. cit., tom o i, pág. 387—, des pués de haber estado en vigencia el régimen de lista incompleta, llamada también plural de acuerdo con la lev 140 del año 1857, se introdujo el uni nominal por ley 4161 del año 1902, hasta que siendo Roque Sáenz Peña presidente de la república e Indalecio Góm ez su m inistro del Interior, remitió al Congreso un proyecto de lev, en agosto de 1911, donde propiciaba el sistema de lista incompleta, que queda sancionado el 10 de febrero de 1912 y prom ulgado el 13 del mismo mes, con el núm ero de ley 8871. D urante el régimen derrocado en 1955, la ley 14032 reimplantó el voto uninominal v la 14292 dividió elctoralm ente a la capital en forma tal que permitiera resultados favorables al gobierno." El sistema uninominal estuvo vigente, pues, durante la segunda presi dencia de Roca y de Perón. (Confr. Carlos J. Fayt, Sufragio y representación política, Buenos Aires, Eudeha, 1963, págs. 65 a 90.) T hedv , Enrique, Indole y propósitos de la Liga del Sur, en “Rev. Arg. de Ciencias Políticas", año I. n" 1. 12-X-10, págs. 76 a 95.
cuencia el origen y alcances de lo que habría de ser base política del futuro Partido Demócrata Progresista. Primera Los comicios no debieron ser hechos bajo la lev Sáenz Peña, experiencia y triun fo pues estaban previstos para el 5 de marzo de 1911, pero sucedieron radical tantos conflictos institucionales, denuncias de fraude v querellas entre el gobernador v el Congreso provincial que llegó el final previsto: la intervención federal. Decretada el 15 de abril de 1911, el interventor Anacleto Gil ordenó con esfuerzo v eficacia la situación política provincial, v la convención del radicalismo de cidió concurrir a los comicios, que se celebraron en 1912, sancio nada la nueva lev electoral. De tal modo, nadie ignoró que la elección santafesina se transformaba en una experiencia “piloto” : la asistencia de votantes fue mayor que nunca v los comicios fue ron limpios. Triunfaron los radicales. Elecciones para Las experiencias electorales previas a los comicios presiden diputados: nuevo ciales que debían ocurrir mucho después fueron varias. Siguió la triu n fo radical convocatoria para elección de diputados nacionales, el 7 de abril de ese mismo año, v volvió a triunfar con amplitud el partido Radical. Un año después, un analista político observaba que “la lista radical había obtenido el triunfo (en la Captial) con una mavoría tal que se veía claramente que una vasta corriente popular, no afiliada al partido, había' votado por esa lista”. Juan B. Justo v Alfredo Palacios por el Socialismo, v Lisandro de la Torre pol la Liga del Sur, llegaron al Congreso por esas elecciones. Kn co micios sucesivos se vio que una enorme “masa independiente” —no afiliada— se volcaba por los radicales v socialistas.1" Al mismo tiempo, mientras algunos temían por el “peligro” radical v socia lista, otros advertían sobre la “moderación” de ambos partidos v, en cambio, sobre otro peligro: que la libertad electoral continuase en la Capital v en cambio reverdeciera el antiguo régimen en las Predominio situaciones provinciales. En 1914, una elección de diputados dio socialista en la capital esta vez el triunfo al socialismo. Cierta “prédica nerviosa imputa al pueblo de Buenos Aires ideas extremas v subversivas” ;17 se teme por la suerte del “hombre ilustrado” frente al voto secreto v se denuncia el peligro del extranjero. Los más prudentes señalan sin embargo, que el partido Socialista había obtenido cerca de 48.500 votos en la Capital, mientras los extranjeros nacionalizados IB W ilm a rt, R., Las elecciones de marzo-abril en la Capital y P e ra lta . A lejandro N., El pueblo quiere principios, ambos en “Rev. Arg. de C. Polí ticas ", año ni. tom o vi, n° 32. 17 Idem .
no alcanzaban entonces a 18.000. Como el triunfo había sido por esa diferencia, no parecía sensato atribuirla sólo a los extranjeros nacionalizados, que por otra parte concurrieron, según estimacio nes, en un número no mavor de 12.000. Sin embargo, los comen tarios daban una pauta nada desdeñable: habían comenzado las interpretaciones polémicas en torno al pronunciamiento de la voluntad popular v el temor, entre los vencidos, de sus proyec ciones futuras. Córdoba, Tucumán v Salta señalaron, aparentemente, el ca mino de la reacción conservadora. £sta “concentró” sus fuerzas en Córdoba, para hacer frente a los radicales, que habían impuesto un extraño estilo político: su líder Yrigoven iba a hacer la cam paña electoral con sus fieles. Recorría pueblos v levantaba tribu nas. Los conservadores resistieron. Triunfaron en Córdoba con Ramón J. Cárcano, en Tucumán con Ernesto F. Padilla v en Salta con Robirstiano Patrón Costas. Las líneas habían quedado tendidas v los adversarios definidos en el orden nacional.: conservadores v radicales. Fuerzas menores, sin estructura ni difusión nacional, disputarían situaciones locales. “Quien no quiera votar inútilmente —escribiría luego Rodolfo Rivarola— deberá optar entre ser radi cal, socialista o conservador.” Hasta entonces, pues, las fuerzas políticas organizadas —de manera más o menos flexible o laxa— no cuestionaban el principio de legitimidad de la Constitución. Los radicales v los socialistas levantaban sus banderas contra la vieja oligarquía v contra el agónico régimen, pero los llamados radicales no querían cam biar las estructuras “de raíz”, sino afirmar la vigencia de la Cons titución Nacional a través del sufragio libre. Los socialistas tenían un programa “máximo” de corte revolucionario, pero actuaban con un “programa mínimo” que los convertía en una suerte de radicalismo moderado, situado dentro de la organización jurí dica constitucional, v el partido conservador padecía según un analista agudo, de una doble objeción: que no era un “partido” v que no era “conservador”. N o era partido, pues era el nombre que habían tomado los sectores dispersos del P. A. N. desde que fra casó su organización como “Unión Nacional" v se caracterizaba como un denominador común de resistencia al avance radical. Y 110 era conservador, pues se había convertido en “reformista, cen tralista v aristocrático. No confió jamás en el sufragio universal. Nunca tuvo fe en la forma republicana de gobierno. A su juicio, el pueblo no estaba preparado para el sufragio .. . F.l partido se ha
Reacción conservadora
El principio de legitim idad constitucional
llamado conservador, en el momento en que acababa de realizar una de las reformas trascendentales, la lev electoral. Él mismo se asusta de su obra, en seguida de verla en función .. .” ,s Lo ex puesto permite avizorar el comienzo de contradicciones futuras: salvo el anarquismo —que no constituía un partido orgánico, pero que se rebelaba contra el sistema en sí mismo a través del indi vidualismo libertario, o proponía su sustitución en su concepción colectivista—, las demás fuerzas políticas no contradecían el prin cipio de legitimidad constitucional, pero por lo pronto los conser vadores —y según veremos no sólo ellos— no habían asimilado francamente la nueva fisonomía del régimen político de “demo cracia ampliada” que la ley Sáenz Peña implicaba. F.ran los rasgos primeros de una crisis potencial. El 9 de agosto de 1914 fue un día “de meditación v de triste za”, como alguien dijo. Días después de iniciarse la guerra europea, moría el presidente Sáenz Peña. Una larga enfermedad había de teriorado paulatina e inexorablemente su salud a poco de comenzar su gestión. En varias oportunidades el vicepresidente Victorino de la Plaza debió reemplazarlo.19 Los pedidos de licencia, reitera dos, dieron lugar a debates en los que se mezclaban buenas razones de conducción del Estado con especulaciones mezquinas de quienes querían sacar del medio al Presidente para reemplazarlo por quien suponían un disidente manejable, opuesto a la política electoral del doctor Sáenz Peña. Carlos Ibarguren, entonces ministro de Instracción Pública, relata con causticidad lo que llama “el plan tramado para obligar al Presidente a renunciar o a . . . morirse, a fin de que el Vicepresidente asumiera como titular, con carácter definitivo, la jefatura del Estado”.2" Las intrigas contra Sáenz Peña y su ministro Indalecio Gómez menudearon. Una suerte de revanchismo oscuro de algunos mieipbros mediocres del “viejo régimen" dejó transparentar rencores políticos hacia el reformador que había
Muerte de Roque Sáenz Peña
18 R iv a r o la , Rodolfo, Filosofía de la elección reciente, en “Rev. Arg. de Ciencia Política, tom o vm, n9 43. Sobre el partido Socialista, O. Saavedra, Partidos y programas. El Partido Socialista, ídem, pig. 3S. M ario Bravo, Orga nización, programa y desarrollo del Partido Socialista en la Argentina, ídem, tom o x, n9 56, pág. 119 y el núm ero íntegro, dedicado al Socialismo con artículos de Justo, Dickman, Bunge, Del Valle Iberlucea. Sobre el anarquismo, O. Saavedra, en el np 47 de la misma “Revista”, págs. 486 a 493. 1,1 En siete oportunidades, com o puntualiza Cárcano, ob. cit., pág. 186, nota 10: entre el 6 y el 12 de diciem bre de 1910; entre el 15 de marzo y el 15 de abril de 1911; del 12 al 19 de diciembre de 1912, y por fin en marzo, m ayo a julio y agosto de 1913. Ibarg lren , Carlos, La Historia que he vivido, cit., págs. 264 a 277.
cometido el pecado político de ser consecuente con su palabra, con su programa v con su propósito de gobernar sobre los partidos v para la Argentina de los partidos, v no para un oficialismo. Si bien la mavor parte de la gestión del Presidente habíase cumplido en torno de la cuestión de la reforma electoral, cabe consignar su intervención para evitar fricciones peligrosas con el Brasil v una carrera armamentista que estuvo a punto de atrapar a ambos países. Misiones encomendadas a Manuel A. Montes de Oca v Ramón J. Cárcano —éste en visita reservada al barón de Rio Branco— hacen ver la transitoria no viabilidad del llamado “pacto A. B. C.” entre Argentina, Brasil v Chile, pero a la vez la coincidencia en una política de paz continental. Una diplomacia equidistante respecto de Bolivia, Perú v Chile evitó conflictos v un tratado sanitario con Italia en agosto del año 12 puso término a controversias vinculadas con la inmigración peninsular. En junio de 1914, el censo nacional mostró una Capital con más de un millón v medio de habitantes v una población total de 7.888.237 habitantes, de los cuales 2.357.952 eran extranjeros. En 1912, habían entrado 379.117 inmigrantes, cifra récord. La situa ción económica v financiera manteníase próspera, v los descu brimientos de yacimientos petrolíferos en Comodoro Rivadavia condujeron a un principio de definición de una política del petró leo cuva explotación fue alentada. El “estilo” político de Sáenz Peña, además, se adecuó a una política de incipiente tendencia social que neutralizó conflictos potencialmente agudos en la po blación obrera. Y aun dedicóse a mejorar la administración pública mientras el Congreso no se caracterizaba por una labor eficiente, sino más bien por la profusión retórica que, en buena medida, esterilizó la labor legislativa. Cuando Victorino dé la Plaza asumió la Presidencia, dos temas ocuparon su atención: las resonancias políticas de la reforma electo ral v las consecuencias de la Primera Guerra Mundial. La cuestión política presentóse árida. Victorino de la Plaza aparecía ante la opinión pública como un conservador resignado a llevar adelante una política reformista que no compartía. En la apertura de las sesiones del Congreso —el 27 de mavo de 1914—, correspondientes al año en que falleció Sáenz Peña, su posición quedó aparentemente definida, pero sus prevenciones también. Actuaba sustituyendo al Presidente enfermo, por lo que conside raba que debía ajustar su conducta “al programa por él formula
Aspectos de la gestión
La presidencia V. de la Plaza
do”. No era una adhesión entusiasta. Era el cumplimiento de un deber. Es un hecho, empero, que preocupa la atención general la especie de eclipse que se ha operado en las que fueron grandes agrupaciones políticas que, después de extinguido el gobierno de la confederación v casi simultáneamente con la reorganización del país, surgieron como traídas por intereses vitales, no a disputarse el predominio de ideas extremas en el orden social y económico, sino a colaborar con sus distintos criterios legales en la tarea de interpretar v aplicar los preceptos de la constitución reformada . . . El dirigente conservador pareció abrir la esperanza de una reconsideración de lo hecho en materia electoral cuando en el mensaje añadió: Habrá por lo tanto que convenir o que en la lev hav alguna disposición que no coincide con los caracteres de los partidos a que me refiero (los “moderados” o conser vadores tradicionales) v conspira contra su subsistencia, en tanto que auspicia v robustece la de los partidos avan zados o que esa enorme masa de opinión extraña a estos últimos, pero que vota ocasionalmente con ellos por ca recer de agrupaciones propias, incurre en la más censura ble irresponsabilidad, al no insistir con toda energía en la voluntad de ejercitar lealmente sus derechos . . . Un año después, va Presidente, de la Plaza insiste en el “pe ligro” del avance radical v socialista —los partidos “extremos”— v sobre el diagnóstico del eclipse conservador. Pero el mensaje del 10 de mayo de 1915 ante el Congreso es igualmente claro en el aspecto decisivo: Victorino de la Plaza era un conservador ago tado, o un sucesor fiel: Se nota un vacío en los resortes de la lucha, si no se diseña de cualquier modo la marcha a seguir. Pero pienso que tal expectativa revela una tendencia regresiva al pre tender que aun en la forma más velada v discreta emane una insinuación de aquella fuente. Era la opción por la neutralidad en la lucha política v la renuncia a construir desde el poder un nuevo “oficialismo”. El viejo conservador no quería ser un reaccionario.-1 21 fc'.n su último mensaje al Congreso, el 30 de mayo de 1916, de la Plaza insiste en su idea de la necesidad de “reconstruir los partidos tradi cionales” y añade que "la estabilidad de los partidos contribuye a la esta bilidad de las instituciones". Pero el mensaje termina: “...c r e o haber llenado el programa trazado de mi prescindencia en la contienda electoral, satisfa ciendo así una ansiada aspiración nacional".
La cuestión internacional estaba vinculada, a su vez, con la cuestión económica. Por un lado, en 1913, el gobierno argentino habíase manifestado disconforme con el propósito explícito de los Estados Unidos de intervenir en la guerra interna mexicana. En 1914, de la Plaza cedió a la presión norteamericana v según Ibarguren se embarcó con Brasif y Chile bajo la presión de los Estados Unidos en un atolladero enmascarado por la propaganda de “colaboración americana” en pro de la paz de México v de la “solidaridad continental”. Al final terminó reconociendo presi dente provisional de México al general Carranza, como querían los norteamericanos. Las relaciones económicas entre la Argentina v los Estados Unidos, mientras tanto, se habían hecho frecuentes v estrechas. Mientras Ibarguren interpreta el paso dado por la Ar gentina en el conflicto mexicano como una acción inocua v hasta vergonzosa, y el pacto conocido como del A. B. C. —ratificado por nuestro Senado el 21 de setiembre de 1915— como un con venio de “filiación norteamericana”, M cGann recoge el elogio de la prensa a la mediación de los tres países americanos v consi dera, como entonces La Nación, que la Argentina salía de su aislamiento. La mediación “era popular en la Argentina”, dice McGann. Para Joaquín V. González, que informó ante el Senado el pacto del A. B. C., se había iniciado “una política nueva en la Argentina”.22 Pero la cuestión económica, que se había hecho tormentosa, “se convirtió en huracán” aunque por causas que la Argentina no tenía bajo’su control. Al día siguiente de declararse la guerra, el gobierno decretó una semana de feriado bancario. Luego una moratoria de un mes para las deudas privadas. Por fin, hubo un colapso de importaciones y exportaciones. En rigor, la apertura de la guerra y sus primeras consecuencias provocaron inicialmente pánico financiero, y esto motivó las medidas drásticas del gobierno y aun el cierre de la Caja de Conversión. En poco más de un año, la economía comenzó a recobrarse lentamente. Sólo en 1917 la guerra produciría provechos extraordinarios a sectores conectados con la exportación, mientras las importaciones decaían notablemen te. El gobierno aprovechó bien el incremento de las exportaciones y el descenso de las importaciones para absorber beneficios y ba lancear su presupuesto. Victorino de la Plaza se movió con seguri dad en medio de la confusión colectiva. Algunas de sus medidas 22 Ver Carlos Ibarguren, ob. cit., págs. 289 a 292 y M cG ann, ob. cit., págs. 444 a 459.
Cuestiones internacionales y situación económica
económicas v financieras movieron a la polémica, pero pocos sa bían qué hacer en cambio. El Presidente no vaciló. En agosto envió un provecto de lev prohibiendo la exportación de trigo v harina, para evitar que escasease en plaza v neutralizar la especu lación de los acaparadores. En junio de 1915 prohibió la exporta ción de varios artículos —desde metales v productos químicos, hasta medicinas— para asegurar la salud de la población v de la economía. Siguieron “leves de emergencia” -* para asegurar la recepción de oro por parte de deudores extranjeros comprometidos a pagar con ese metal, autorizándose a las legaciones argentinas en el exterior a recibirlo hasta que el transporte sin peligro quedase asegurado. El mecanismo era ingenioso v eficiente. De la Plaza demostró oficio v sentido del Estado, así como ideas claras res pecto a la evolución de los asuntos económicos internacionales V aun de los riesgos que sucederían a la finalización de la guerra, momento en que las grandes potencias acudirían a grados diversos de proteccionismo o a medidas que incrementaran rápidamente sus mercados para salir del marasmo económico, sin demasiadas contemplaciones hacia los demás. De ahí que la gestión de Victorino de la Plaza tuviera como rasgo relevante la preocupación por los asuntos económicos v financieros, que como dijo en su último mensaje, en 1916, condujo con rigidez v “escricta circunspección”, dejando al gobierno con reservas en metálico por casi 317 millones de pesos oro v un circu lante debidamente resguardado que alcanzaba los mil millones de pesos. Sólo si se considera el panorama completo de la economía argentina durante la Primera Guerra Mundial v los años inmedia tamente posteriores —que comprenden parte de la gestión de H i pólito Yrigoyen— podría concluirse en que la guerra no contribuyó a un desarrollo significativo de la economía argentina, sino al pro vecho de algunos sectores —especialmente los vinculados con la exportación rural—, y que si se tienen en cuenta las alternativas de la guerra, fue una oportunidad que la Argentina perdió para lograr una mayor autonomía económica, l.a guerra produjo, en cambio, una situación de mayor dependencia económica en rela ción con las potencias beligerantes triunfadoras v con los países protagonistas del “nuevo imperialismo”. Si se consideran los años transcurridos entre 1914 v 1920, se advertirá el aumento constante - i* P é re z A m u c h Á s te g c i, A . J. Las finanzas y
A rgentina”, Buenos Aires, Codex, 1969, n“ 71.
la gu e rra,
en “Crónica
“ Circunspección financiera'
de las exportaciones —que en 1914 apenas superaron los 400 millo nes de pesos oro, pero que en el 20 pasaron holgadamente los 1.000 millones—; se verá también el aumento impresionante de las quie bras comerciales en 1914 v su progresiva reducción en los años siguientes; el aumento de los salarios nominales, pero también el del costo de la vida; la reducción drástica de las inversiones extranje ras; la disminución de las construcciones públicas v privadas; v el aumento del porcentaje de desempleados que del 6.7 % de las fuerzas del trabajo en 1913, asciende al 13.7, 14.5, 17.7 v 19.4 entre 1914 v 1917 v comienza a descender en 1918 —12 %— para acer carse a los índices de preguerra en los años siguientes, 1919 v 1920. La depresión que comenzó en 1913 v fue agravada con la guerra a pesar de la rígida conducción financiera de de la Plaza, afectó a los grupos sociales con severidad diferente.2'1 Pese a todo, los propietarios de la tierra no fueron afectados duramente por la gue rra; más bien, vieron crecer la demanda por sus productos v los precios permanecer firmes, o subir. No fue análoga la suerte de los sectores laborales, y eso explica en parte la existencia de problemas v de explosiones que se atribuyeron especialmente a la acción del anarquismo. Pero ni los conservadores que rodeaban a Victorino de la Plaza, ni los radicales que rodearon luego a Yrigoyen lograron modificar sustancialmente el statu quo económico-social ni apro vechar la ocasión de los cambios sobrevenidos por la guerra para llevar adelante un programa de desarrollo con pautas diferentes de las tradicionalmente aplicadas en la Argentina moderna. De ahí que la situación de dependencia económica no cediera, pese a que hubo quienes vieron la oportunidad de aumentar el grado de auto nomía relativa del país. Pasado el primer año crítico de la guerra, los argentinos alter naron su atención entre los acontecimientos mundiales v los pro legómenos de la lucha por la Presidencia. En 1912, 1913 v 1914 las experiencias electorales demostraron a los conservadores que las advertencias de don Victorino no eran triviales v procuraron reunir los fragmentos de su poder. En diciembre se logró lp inte gración de ocho partidos provinciales: la Liga del Sur, de Santa Fe; los liberales v autonomistas, de Corrientes; el partido Popular, de Mendoza; la Concentración, de Catamarca; v la Unión Conser vadora, de Entre Ríos, entre otros. Viejos v nuevos notables se 24 T l l c h i n , Joseph S., T he Argem ine Econom y during W orld W ar I. Debemos nuestra gratitud al historiador e investigador de la Universidad de Vale, Estados Unidos, por facilitarnos este traba|o inédito, que es a su ve/, núcleo de una investigación de m avor aliento.
La sucesión presidencial
unieron al esfuerzo: Joaquín V. González, José María Rosa, Lisandro de la Torre, Carlos Ibarguren, Julio A. Roca, Benito Villanueva, Indalecio Gómez.2’' El líder virtual era Lisandro de la T o rre, pero la “derecha” argentina demostró carecer no sólo de una estructura nacional coherente, sino de afinidades v de programas políticos v económicos congruentes. Sólo aparecía unida por un denominador común: resistir el avance radical. Pero éste tomaba la forma de un incipiente movimiento político cuvas expresiones locales —aunque significativas en algunas provincias— se resumían en la conducción de un caudillo de raro estilo v excepcional gra vitación. Y la resistencia conservadora, la forma de una “confede ración” de fuerzas v de hombres en las que persistían tendencias centrífugas. Fueron esas diferencias, más bien que la hostilidad o distin gos sociales de las élites conservadoras hacia un líder que parecía imponerse a la fragmentación, como Lisandro de la Torre,2" las que impidieron la estructuración de una fuerza orgánica nacional de signo conservador. La esperanza de Roque Sáenz Peña, en la que cifró la vigencia futura de la reforma electoral, fue herida por la fragua fallida de estructuras partidistas competitivas v por la persistencia de intereses que temían las consecuencias de la partici pación política amplia. Manipulador político, Marcelino Ugarte tejió los hilos de una maniobra tendiente a neutralizar la jefatura de Lisandro de la T o rre manteniendo al poderoso partido Conservador de Buenos Aires independiente de alianzas, pretendiendo erigirse en opción frente a Yrigoyen. Udaondo trató de hacer lo mismo con la Unión Cí vica, pero la mayor parte de sus adherentes se fueron volcando hacia el radicalismo. Él partido Demócrata Progresista, surgido de la alianza de las fuerzas conservadoras del interior, proclamó en 1915 la fórmula presidencial: Lisandro de la Torre-Alejandro Carbó. Marcelino Ugarte, fiel a los viejos mecanismos de la política de los notables, confiaba en maniobrar dentro del Colegio Elec toral, y decidió que su partido provincial se presentara sin can45 E tchepareborda , Roberto. Aspectos políticos de la crisis de 1930, en “Revista de H istoria”, n9 3. Buenos Aires, 1958, págs. 9 a 11. 28 El padre de L. de la T o rre nació en Buenos Aires y se educó entre 1837 y 1840 en el Colegio San Ignacio (hoy del Salvador). El hijo se esta bleció como estanciero en Santa Teresa, Santa Fe, en inmediaciones del A rroyo del M edio, pero “del otro lado”, com o diría Borges. V er Edgardo L. Amaral, Lisandro de la Torre y la política de la reforma electoral de Sáenz Peña. Buenos Aires, 1961. 3DR
El partido Demócrata Progresista
didatos a los comicios presidenciales. Si ha de creerse a L. de la Torre, Victorino de la Plaza no habría sido totalmente prescindente, pues favoreció las intrigas de Ugarte interviniendo Corrien tes, ocupando militarmente San Luis, v creando condiciones para el debilitamiento del P. D. P. El partido Socialista afirmaba mientras tanto su programa “mínimo”, inclinado hacia el socialismo liberal de Juan B. Justo, V soportaba no sólo crisis internas —Alfredo Palacios fundó el partido Socialista Argentino a partir de una cuestión baladí vincu lada con el duelo, al que adhería contra los principios del partidosino escisiones sindicales v sugerencias conservadoras que pre sentaban a los radicales como los “adversarios reales” del socia lismo capitalino. Próximos los comicios, eligió también su fórmula presidencial: Juan B. ¡usto-Nicolás Repetto. La Unión Cívica Radical consolidaba su estructura nacional con la jefatura de Yrigoyen v la disidencia de los santafesinos. La mayoría del partido quería la concurrencia a los comicios. Hipó lito Yrigoven aspiraba, en cambio, a obtener el poder por métodos •revolucionarios o por un golpe de Estado. Se sometió al pronun ciamiento de la mayoría, y la convención* radical eligió la fórmula dé candidatos: Hipólito Yrigoyen-Pelagio B. Luna. Pero la actitud de su líder llevaba implícita una contradicción: había hecho ban dera del sufragio libre, pero había explicitado tam bién'sus aspira ciones revolucionarias sobre las reglas de juego que se avino a respetar con importantes reservas mentales. La Argentina de los partidos debía procurar la legitimidad política que necesitaba para su estabilidad. Pero en las vísperas de su nacimiento, pocos eran los que respetaban su lógica interna. Con motivaciones y designios diferentes, casi todos contribuirían a que la legitimidad naciente no llegara nunca a su plenitud. Victorino de la Plaza presidió el momento en que se cruzaba una frontera sin retorno..
27 El cuadro de la página 311 sugiere, simplemente, una manera de ubicar algunas fuerzas políticas o económicas de 1916; refiere sus objetivos respecto del gobierno o las estructuras existentes. Sigue de cerca el esquema de Dahl, empleado ya en el tom o 1, página 247, pero es una simplificación deliberada que, además, no sitúa a todas las fuerzas o grupos de la época, sino a algunos a modo de ejemplo. Una tipología más compleja de las oposiciones se en cuentra en G eorge J. G raham , jr.: Consenso e opposizione: una tipología, en Rivista italiana di Sciencia Política, Año 1, np I. Bologna, abril 1971. 3D9
Los socialistas: Justo-Repetto
Los radicales: Yrigoyen-Luna
LA ÉPOCA RADICAL
Hipólito Yrigoyen, caudillo popular
En 1916, triunfó el primer partido orgánico nacional nacido desde la oposición: la Unión Cívica Radical. Y con él llegó a la presidencia de la República uno de los líderes más notables y originales de la historia política argentina: Hipólito Yrigoyen. Fn esos dos datos se encuentran las líneas maestras de la política na cional entre 1916 y 1930, época de predominio radical. Las elecciones de 1916 fueron reñidas. Sobre una población de 7.704.383 habitantes, estaban inscriptos v habilitados para vo tar 1.188.904 hombres. Concurrieron a los comicios 745.825 v la U. C. R. obtuvo poco menos de la mitad de los sufragios —339.332—; los partidos conservadores de la provincia de Buenos Aires, Corrientes, San Luis, Santiago del Estero, Jujuv, La Rioja, San Juan v Mendoza lograron menos de la mitad del caudal de los radicales —153.406 votos—; el partido Demócrata Progresista 123.637; el partido Socialista consiguió en la Capital Federal 52.895 sufragios v el radicalismo disidente de Santa Fe 28.267. Los votos consagraban el triunfo radical, pero el mecanismo constitucional trasladaba la cuestión al Colegio Electoral, como esperaba Ugarte, quien horas antes de constituirse aquél había logrado que los con servadores v muchos demócratas progresistas votaran la fórmula Angel D. Rojas-Juan E. Serú, mientras L. de la Torre pedía a sus electores leales de San Luis, Catamarca, Santa Fe v Tucumán que votaran la fórmula Carbó-Carlos Ibarguren. Cuando los votos se tradujeron en electores comprobóse que la U. C. R. había obtenido 143, v la mavoría necesaria era de 151. Esto alentó las maniobras de Ugarte, frustradas por el radicalismo santafesino, que al fin votó en favor de Yrigoyen. La U. C. R. logró, por fin, 152 elec tores. Uno más que los necesarios.1 Desde el punto de vista del 1 Las maniobras en el Colegio Electoral hubieran tenido éxito —y el conflicto político consiguiente hubiera sido difícil de dom inar— si en San31D
jeteceíoncs
Aspecto en el cual la oposición propugna cambios
para obtener o propugnar en cuanto
DE LOS OBJETIVOS DE LA OPOSICION
Tipos de oposición
ESQUEMA
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a:
Aspecto en el cual la oposición no propugna cambios
EN 1916
mecanismo electoral, el triunfo radical fue ajustado. Si se consi deran los votos, fue amplio, pero distó de parecerse a un “plebis cito” como interpretaría luego Yrigoyen. Si se aprecia el espectro político de la época, distinguiendo entre los votos favorables al reformismo y los partidarios de una suerte de statu quo ante, los primeros —U. C. R., P. D. P., P. S. v U. C. R. de Santa F e reunieron 544.131 sufragios v los segundos 153.406. Pero si se suman los votos conservadores de los partidos provinciales pro piamente tales y los “progresistas”, los caudales reunidos no alcan zaban al de la U. C. R. Si se juzga, en fin, la representatividad po lítica del nuevo gobierno en función del sufragio universal cuya ampliación introdujo la ley Sáenz Peña, la elección de Yrigoyen fue un triunfo claro. “Nadie es tan consciente como el historiador de la infinita diversidad de las personalidades humanas”,- pero nadie —y menos aún el historiador o el analista político— desdeñan comparar per sonalidades, hallar grandes “tipos” ideales y referirse, con obvia prudencia, a tipologías. La personalidad de Hipólito Yrigoyen es un dato indispensable para comprender la política argentina de la época que tratamos. Sé bien que no soy un gobernante de orden común, porque en ese carácter no habría habido poder humano que me hiciese asumir el cargo. . . Soy un mandatario su premo de la Nación para cumplir las más justas y legítimas aspiraciones del pueblo argentino . . . Sé bien que he venido a cumplir un destino admirablemente conquistado: la re integración de la nacionalidad sobre sus bases fundamen tales . . . Este pasaje de los fundamentos del proyecto de ley de inter vención federal a San Luis, escrito en 1921, contiene la concepción que Yrigoyen tenía de su “misión política”. Se pueden hallar frases semejantes en numerosos documentos salidos de su mano, o de su inspiración.3 N o era un “doctrinario” —¿dónde hallar el sistema tiago del Estero 12 votos de diferencia en más de 30.000 votantes no hubieran dado el triunfo a los radicales. Eso sin hacer mención de las vaci laciones del radicalismo disidente. 2 Confr. Jean B. Duroselle y Pierre Renouvin, Introducción a la polí tica internacional, segunda parte: “El hom bre de Estado”, M adrid, Rialp, 1968, esp. págs. 323 a 355, donde el lector hallará tipologías comparadas y referencias útiles para profundizar el tema. 3 Es suficiente ver, por ejemplo, Discursos, escritos y polémicas del Dr. H ipólito Yrigoyen. 1818-1922, compilados por Jorge G uillerm o Fovie v editados por Talleres Palumbo, Buenos Aires, 1923. F.l texto de su re 3 i ->
caudillo
coherente de ideas al que refiriese sus actos v acomodase- sus decisiones?—, pero sí un idealista o, quizá mejor, un “principista”. Era a la vez un luchador, que puso en la táctica intransigente más constancia que el propio Alem, y en la actitud permanente del conspirador que debía actuar desde un poder que hubiera querido conquistar por la revolución, una paradojal consecuencia. Jugador, con la imagen del prudente; imaginativo para el ejercicio de la política, con el semblante de un rígido que hizo de la “Causa” o de la adhesión a su capacidad carismática el catecismo laico para la “reparación nacional” v el signo que señalaba la división entre aliados y adversarios, entre sus fieles y sus críticos. Cuando ope raba en aras de la Causa, se aproximaba al cínico de la política, que apela al “egoísmo sagrado”. Pero era difícil en su tiempo v no es sencillo ahora recrear lo que fue “el caudillaje por el silen cio”, esa manera casi arcana que tenía Yrigoyen para conducir a través de las “medias palabras” o de la convicción personal. Cau dillo carismático, según la compleja clasificación de Max W eber, hizo del silencio un gesto. Gregorio Marañón lo comparó con Oliveira Salazar, el líder portugués, e intuyó con agudeza en sus Ensayos liberales el valor político de aquel gesto: El secreto está en que en esa clase de hombres el gesto es precisamente el silencio, v la misteriosa invisibilidad ... Pero así como se constituyó en el representante simbólico de los sectores medios ávidos de participación política, irritó a los adversarios,4 y afirmó la constante “personalista” —el calificativo nació, en el sentido tle un poder personal encarnado, asociado a su persona—, uno de los hilos conductores de nuestra historia política. Lo que ocurrió era previsible: por su estilo y por su gravitación, Yrigoyen fue un factor de polarización política. Se estaba con él o contra él. El “yrigoyenismo” —luego el “personalismo”— atra vesó las filas de la oposición v del propio partido Radical. nuncia a la candidatura presidencial, elevada a la Convención Nacional de su partido en marzo de 1916, o el telegrama dirigido a Alvear con instruc ciones para la reunión de G inebra, el 30 de diciembre de V920, son de anto logía. Denuncian un estilo político que se impuso sobre la tortuosa fraseolo gía que empleaba, y que-'sólo sus fieles creían interpretar, y admiraban. Los opositores tenían una ocasión excelente para ridiculizar al caudillo. Sólo que en “la hora de la verdad” de los políticos, éste los derrotaba. 4 D ardo Cúneo, sucesor del socialismo liberal e ilustrado de Justo, no ahorra calificativos para criticar la “demagogia” de Yrigoyen, que en cierto modo era —con el gesto— su lenguaje. (Confr. D ardo Cúneo, / uan B. justo y las luchas sociales en la Argentina. Buenos Aires, Alpe. 1956.)
Octavio R. Amadeo llamó al radicalismo “la fracción española de la política argentina”. La frase, ingeniosa, sugiere algunas vías de análisis. N o sólo la que se relaciona con la extraña adhesión doctrinaria al krausismo por parte del caudillo, sino la que se vincula con una vertiente de la historia española expuesta en su momento v que discurre por el español y el americano del si glo xvn, cuando España elaboraba su quehacer imperial sobre dos ejes paralelos: el de la ortodoxia-heterodoxia v el del maquiavelismo-antimaquiavelismo. Porque el radicalismo vrigovenista fincó su desarrollo en la crítica moral, para lo cual su credo político interpretado por el caudillo se transformó en ortodoxia, v en una suerte de antimaquiavelismo que vio en el realismo político un pecado v en la oposición una expresión larvada de la “razón de Estado”, traducida en alianzas contra el partido gobernante que su líder descalificaría con un término que hizo época: el “con tubernio”. Este aspecto del comportamiento radical parece ratificar una línea interpretativa apenas recorrida v que se esboza así: la U. C. R. tuvo su origen en la época de los notables del 80 v “completa en el plano político la asimilación al modelo europeo: es ‘moderno’ allí donde la élite de 1880 era ‘tradicional’ (por ejemplo, la participa ción política ampliada coirio índice de modernidad). En cambio en lo económ ico... el silencio de la Unión Cívica Radical (hasta 1916 especialmente) frente a problemas claves del proceso econó mico v su reacción tipo ‘indignación moral’ frente al acento que sobre la actividad económica ponen sus opositores, representa en cierta medida un recurso a valores de tipo ‘tradicional’: es ‘tradi cional’ allí donde la élite de 1880 era ‘moderna’ ” .. . '’ El radicalismo representa, pues, una expresión de la partici pación política ampliada a sectores hasta entonces marginados por el régimen, demanda la vigencia de la Constitución v el sufragio libre v se incorpora al sistema político con una estructura parti daria orgánica v nacional. En su programa incluve la defensa de las autonomías provinciales, lo que contribuye a afirmar la “nacio nalización” de su estructura. Tiene un estilo v una forma de pré dica apropiada a lo que va se denominaba nacionalismo, v un líder que reemplazó las expresiones programáticas con el atajo de la •"> G a l l o , Ezequiel (h.) y S igal , Silvia, “La form ación de los partidos políticos contemporáneos: la U. C. R. (1890-1916)", en Argentina, sociedad de masas, cit., págs. 124 a 175. V er también Darío Cantón, El Parlamento argentino en épocas de cambio: 1X90, 1916 y 1946. Buenos Aires, F.d. del Instituto, 1966. Los paréntesis son nuestros.
simbología política. La conformación policlasista del radicalismo yae°r| sa,"iózac'ón —que contenía en su seno a hombres procedentes de todos los sec tores sociales políticamente activos— no interfería la disposición populista de su líder —más bien presentida que real, o en todo caso embrionaria de un populismo de masas que se perfilará recién en 1928—, Los cuadros dirigentes de la U. C. R. estaban formados por muchos hombres pertenecientes, por su extracción social v por sus actividades económicas o profesionales, o por ambas cosas a la vez, a la denominada “élite tradicional”. Este dato es importante para explicar, en parte, la afirmación del “antipersonalismo” dentro del partido Radical. Su base para la acción era el comité —el de la provincia de Buenos Aires fue por mucho tiempo el baluarte de las conspira ciones v de la acción política de Yrigoyen—, que servía de medio para el ascenso de una suerte de nueva clase dirigente que podía o no mezclarse con la tradicional, sin afectar la fuerza política de la organización. El comité —temido va por Juárez Celman en escritos que citamos y conviene recordar— reemplazó al club, fue el instrumento de difusión del partido v la garantía de su unidad, aunque fuera laxa. Pero sólo el estilo v la imagen populista de Yrigoyen disimulaba un partido en el que aún la mayoría de su élite estaba compuesta por hombres que creían en valores análogos a los de sus adversarios conservadores. El principismo vrigoyenista operaba como un elemento galvanizador. El partido no era, para el caudillo, una “parte”, sino el intérprete de la razón pública v el representante de la soberanía nacional. El pueblo de la república, alplebiscitar su actual go bierno legítimo, ha opuesto la sanción soberana de su voluntad a todas las situaciones de hecho y a todos los poderes ilegales. En tal virtud, el Poder ejecutivo no debe apartarse del concepto fundamental que ha informado la razón de su representación pública, sino antes bien, realizar como el primer y más decisivo de sus postulados, la obra de reparación- política que alcanzada en el orden nacional, debe imponerse en los estados federales, desde que el ejer cicio de la soberanía es indivisible dentro de la unidad nacional y desde que todos los ciudadanos de la República tienen los mismos derechos v prerrogativas . . . Es una parte de los considerandos que preceden al decreto de intervención federal a la provincia de Buenos Aires, del 24 de abril de 1917. El análisis de su contenido es elocuente: los comicios fueron para el líder radical un plebiscito. Los gobiernos no radi-
cales pasaron a constituirse, por su heterodoxia, en situaciones de hecho. El radicalismo era una suerte de depositario de la razón pública, y no sólo de la 'voluntad popular. La estructura federal del Estado no era una valla infranqueable, pues para el perfeccionis mo político de Yrigoyen los demás ciudadanos tenían el derecho de tener un gobierno radical, es decir “legítimo”, como el gobierno nacional. La soberanía popular había pasado a ser la soberanía del partido, y dentro del partido, de su príncipe. N o era una con secuencia de la lógica interna de la “Argentina de los partidos”, sino de la proyección perfeccionista v mística de un caudillo carismático.B Pero ésa y otras consecuencias pondrían pronto en cuestión aquella lógica interna, mientras desde esa perspectiva no carecen de explicación hechos insólitos conio la “ruptura de rela ciones” del gobierno nacional con el de la provincia de Córdoba, en mayo de 1922, a raíz del triunfo del candidato demócrata Julio A. Roca ante la denuncia de fraude v la abstención radical. Tampoco aparece inusitada la oposición rígida que acosó a Yrigoyen desde todas las tribunas y desde el Congreso, que aquél ni pisó, enviando sus mensajes anuales para que fueran leídos ante congresistas in dignados.7 La primera presidencia de Hipólito Yrigoyen está condicio nada por una preocupación dominante: consolidar la gravitación nacional del partido Radical v organizar definitivamente su estruc tura interna. Yrigoyen llega a la presidencia con 64 años.s Para el primer objetivo usa el recurso de la intervención federal a discreción, a partir de su peculiar interpretación de la causa de la “reparación nacional” que se ha analizado. Interviene provincias por decreto en quince oportunidades, y por ley del Congreso en cinco más. Para el segundo propósito emplea a sus fieles a través 8 Sobre las consecuencias del “perfeccionismo político” — “perfectismo” en términos del italiano Rosm ini—, ver Sergio Cotta, II Problema del potere político, Brescia, 1964. 7 El mensaje inaugural de las sesiones de 1917, por ejemplo, llegó al Congreso el 11 de mayo, y en una carilla Yrigoyen explicaba que no había tenido tiempo de reunir “todos los elementos de inform ación”, pero que en cumplimiento del art. 86, inc. 11 de la C. N ., declaraba inauguradas las sesiones del H . Congreso. Era todo. 8 Porteño, hijo de M artín Yrigoyen y de (Marcelina Alem, estudió Derecho y siguió a del Valle en el Partido Republicano hasta los sucesos del 90. Su gabinete del 16 fue com o sigue: Ramón Góm ez en Interior; Carlos A. Becú en R. Exteriores y Culto; Dom ingo Salaberry en H acienda; Pablo T orello en Obras Públicas; H onorio Pueyrredón en A gricultura; Elpidio González —un civil— en G uerra, así com o el ingeniero F. Alvarez de Toledo en M arina; v en Justicia e Instrucción Pública. José S. Salinas.
de los comités del interior. Ambos objetivos hallarán resistencias fuera y dentro del radicalismo, estimulando alianzas entre aque llos que terminaron por calificar al Presidente como un “autó crata”. Sin embargo, opositores y adversarios internos tuvieron durante su gestión absoluta libertad de expresión. Sólo que Yri goyen confiaba en otros instrumentos más eficaces que la retórica para dominar, como al cabo lo haría, tanto el panorama político nacional cuanto las posiciones partidarias decisivas. Era Presidente y jefe del Partido, y no dejaría de cumplir ambos roles pese a las críticas de lo que con el tiempo constituiría el movimiento “anti personalista”. En parte por esas preocupaciones dominantes, v en parte tam bién por su modalidad paternalista v popular, otros hechos v temas de la época, fundamentales para sectores importantes de la polí tica argentina, fueron relativamente secundarios para el Presidente, que los trató siguiendo el itinerario de ciertos principios en los cuales creía, o ateniéndose a su intuición de la oportunidad. El caudillo tenía su ritmo y su manera de entender la política, y con su estilo atravesó períodos difíciles v sucesos que podrían haber herido su popularidad. Pero si se atiende al comportamiento presi dencial respecto de la constelación de poderes de la época, puede explicarse con alguna coherencia por qué ninguno de los sucesos que tuvo que superar fueron suficientemente decisivos como para afectar el liderazgo de Yrigoyen, por lo menos en los seis años de la primera presidencia radical. Lo que caracterizó la relación de Yrigoyen con el mundo Política obrero fue una cuestión de trato, más bien que el resultado de un economía cambio de política. El Presidente dialogó con frecuencia con diri gentes obreros y usó del arbitraje para tratar conflictos gremiales, pero el partido Radical no trajo consigo ningún programa de cam bio -económico-social que pudiese alterar la relación de fuerzas entre empresarios y trabajadores. Representativo de los sectores medios, Yrigoyen respondió a las aspiraciones de participación política de éstos, pero no se introdujo en la compleja trama de intereses económicos que las organizaciones obreras, dirigidas por anarquistas o por socialistas, trataban de romper. Las “luchas por la producción de ganado y ' carne proporcionan —se ha expuesto en una investigación reciente—9 probablemente el barómetro más9 S m jth , Peter H., Carne y política en la Argentina. Buenos Aires, Paidós, 1968, págs. 15 y 77. Libro polémico en más de un aspecto, brinda un material excelente para seguir el com portam iento de los sectores ganaderos y de los frigoríficos entre 1900 y 1946.
exacto del clima político general de la Argentina, o por lo menos ningún problema aislado de la época resulta tan sugestivo”. Aun que la apreciación del investigador pueda parecer exagerada, los daros que proporciona muestran a un Yrigoven indeciso frente a conflictos concretos. En 1917, obreros de los principales frigorí ficos intentan organizarse dentro de la F. O. R. A. (Federación Obrera Regional Argentina) v los dirigentes de Armour v Swift —norteamericanos— los despiden. Las peticiones obreras se dirigían a obtener la jornada de ocho horas, el pago de horas extras, au mentos graduales de sueldos, el feriado del lv de mavo . . . , v frente a la posición rígida v agresiva de los frigoríficos, van a la huelga. Ésta progresa, v es apoyada por sectores portuarios. Los estancieros se unen a los frigoríficos y la Sociedad Rural auspicia una reunión de la que resulta un petitorio a Yrigoven para que actúe contra la huelga conducida, según los empresarios, por “agitadores pro fesionales”. Intervienen los diplomáticos norteamericano y britá nico invocando la carestía de las provisiones para las tropas aliadas. El Presidente envía a la Marina para romper la huelga. En el plano económico las discrepancias de fondo entre radicales y conserva dores serían, al fin, escasas. Frente al recrudecimiento de la “cues tión social”, Yrigoyen deja operar al aparato represivo policial, como durante la famosa “Semana Trágica” del 19, suerte de putsch anarquista que ocasiona centenares de muertos y heridos por la intervención de la policía sin provocación obrera. Y aun parece impotente para desalentar organizaciones civiles como la “Liga Patriótica”, célula extremista de una derecha ideológica y social que se lanzara a la. “caza del obrero”, mientras meses des pués, en Santa Cruz, una rebelión de peones es reprimida por el ejército, ocasionando una matanza. Un testimonio apasionado pero original de aquella persecución sangrienta que complicó a militares V terratenientes en el 22, es la obra “La Patagonia trágica” de José María Borrero. La palabra “tragedia” abundaba, como se advierte, en torno de los problemas sociales de una época signada, además, por la repercusión de la revolución bolchevique y de la revolución mexicana. Frente a un proceso tan complejo, el radicalismo carecía de una política social y económica suficiente, pero el caudillo asi milaba las crisis. Un tema que conmovió a los argentinos, como a todo el mun do informado, fue la Primera Guerra. Las consecuencias de su desarrollo y proyecciones fueron esbozadas en torno del contexto internacional, y la actitud del presidente Yrigoyen —como antes
la de Victorino de la Plaza— no fue ajena a las influencias va apuntadas, sobre todo en el plano económico. Pero en el plano político, el Presidente sostuvo la neutralidad de la Argentina a pesar de presiones v de críticas de entidades, periódicos v sectores con influencia intelectual que pretendían la ruptura con Alemania. Cuando ésta decidió la guerra submarina a ultranza, algunos bu ques argentinos —el “Monte Protegido”, el velero “Oriana”, el vapor “T oro”— fueron al fondo del mar. La presión llegó a su límite a propósito de un episodio diplomático: la embajada de los Estados Unidos interceptó un telegrama enviado por el embajador alemán Karl von Luxburg en el que informa a su gobierno el rumbo de buques argentinos, recomienda su hundimiento v califica al minis tro Puevrredón de “asno”. El episodio era, en verdad, de una fac tura tan grosera como agraviante v peligrosa para la Argentina. Si algún asno actuaba en la política de entonces, ése era el conde Luxburg, cuva expulsión inmediata decidió el gobierno argentino, reclamando satisfacciones al alemán. Las obtuvo, así como el des agravio a la bandera al terminar la guerra. Yrigoven porteó las demandas belicistas de la opinión favorable a los Aliados sacando provecho de la incoherencia de los críticos, que habían aceptado —v defendido, como hizo Lugones, entre otros— las-excusas británi cas cuando el hundimiento del vapor argentino “Presidente M itre”. Vista la cuestión retrospectivamente, nos parece que la con ducta de Yrigoven fue inteligente v adecuada. En primer lugar hemos dicho algo acerca de lo que fue la Primera Guerra v de la forma en que dirigentes supuestamente capaces se zambulleron en el conflicto. En segundo lugar, el tema de la neutralidad estuvo presente en casi todos los países que no se mezclaron de inmediato en el conflicto v contaba con la mayoría de los pueblos. Sin nece sidad de reiterar el proceso interno norteamericano, baste recordar lo que costó a Wilson sacar a su pueblo del aislacionismo. Por otra parte, los agravios al honor nacional se reunieron allí con intereses económicos v estratégicos concretos. Neutrales europeos, como Italia, escuchaban a un Salandra recomendar la práctica del “sagrado egoísmo”, una versión de la neutralidad ayudada por el regateo diplomático. Y un hombre prestigioso como Giolitti, alma del partido Liberal,/Coincidía en el neutralismo que apoyaban los socialistas —por su pacifismo—, y los políticos católicos, que se guían la consigna de la Santa Sede, benigna hacia el católico impe rio austro-húngaro. ¿Para qué añadir más? ¿La Argentina estaba a merced de intereses que no dominaba? Yrigoyen interpretó a D i o
La neutralidad
la mayoría, siguió en esto a de la Plaza v fue vocero del hombre medio. Se comportó otra vez como un principista, v acertó, pese a las críticas emotivas de muchos de los adversarios más inteligen tes, algunos de los cuales irían luego a los Estados Unidos para explicar la política exterior argentina y justificarla ante esa potencia que había obrado, en todo caso, impulsada por su particular inter pretación de su interés yiacional en el mundo. Lamentablemente, ni Vrigoyen ni sus ministros tuvieron los recursos intelectuales para imaginar una política económica independiente —en términos rela tivos— como la que sostuvo en el campo internacional. Ésta se prolongó en la Sociedad de las Naciones, donde algunos de los Catorce puntos de W ilson parecían desvirtuados y las discrepan cias entre los vencedores revelaron muy pronto el choque de inte reses. Las instrucciones de Yrigoyen a la delegación argentina fueron que no se hicieran distingos entre neutrales y beligerantes, consa grándose el principio de la igualdad de los Estados. Otra vez apare ce El principismo de Yrigoyen, que condicionó la permanencia de la delegación argentina a la aceptación de esos postulados. Alvear, entonces embajador en París y miembro de la delegación, se opuso. Yrigoyen insistió en un telegrama de antología, con su estilo, su lenguaje, sus frases insólitas. Sólo Honorio Pueyrredón respetó las instrucciones, pero intentó.soslayar la conducta recomendada por el Presidente. La delegación procuró que éste concediera una con ducta menos rígida. Los telegramas no tuvieron contestación. El 6 de diciembre de 1920 se leyó la nota señalando la posición argen tina, y la delegación partió en seguida de Qinebra. Según Yrigoyen, el radicalismo tenía una misión para la Argentina, v ésta para el mundo. N i más ni menos. En 1919 la tensión social culmina con hechos sangrientos y más de 350 huelgas, y una demostración de fuerza de la F. O. R. A. que reúne en un mitin en la plaza del Congreso 150.000 asistentes y setecientos gremios representados, derivando hacia el comunis mo anárquico. La renovación ideológica había llegado a los me dios universitarios a través de la Reforma, que tiene su epicentro en Córdoba, entre 1917 y 1918, v se difundirá por toda América Latina. “El movimiento de reforma confiesa la doble inspiración rusa y mejicana; esos ejemplos le animan a luchar por una modificación de los estatutos universitarios que elimine el todo poder de los profesores (reclutados demasiado frecuentemente dentro de diques que son, a su vez, parte de los sectores oligár quicos) obligándolos a compartir el gobierno con los estudiantes
El poder ideológico
La cuestión social hizo crisis durante el prim er gobierno de Yrigoyen, m ie n tra s el a n a r quism o tenía en Di Giovanni uno de sus arquetipos exas perados. [Severino Di Giovan ni, fotografía del Archivo neral de la Nación.]
Ge
(provenientes en parte de sectores sociales más modestos, pero sólo excepcionalmente p o p u la re s)...” 1" La reforma universitaria se manifestó, pues, como Una prolongación de la reforma política contra el “régimen”, en la medida que la Universidad había otor gado a la estructura de poder vigente hasta el 16 la mavor parte de sus dirigentes, v la comunicación entre el sistema político v el subsistema universitario era entonces fluida. Los radicales adhirie ron a la Reforma e Yrigoven pudo eludir así la crítica ideológica, para concentrar su trabajo en neutralizar a lós críticos políticos. Al promediar el período presidencial, Yrigoven había provo cado un clima de crisis en su propio partido v el acercamiento de los partidos opositores. Pero antes de esbozar esa problemática, que se plantea hasta el momento en que se decide la sucesión presidencial, es preciso observar aspectos de una crisis futura que se advierten en el paulatino reingreso a la arena política de un antiguo protagonista, ahora profesionalizado: el ejército. Los mili tares aceptaron sin problemas el acceso pacífico de los radicales al poder y asimilaron el neutralismo rígido de Yrigoven. Pero al tratar más adelante la intervención política de los militares como una suerte de “partido político armado”, ¿cómo . 10 H a lp e r í.n D o n g h i, T ulio, ob. cit., pág. 298. Los movimientos estu diantiles tienen m ayor gravitación política, observa H alperín, en la medida que no ocupan el escenario grandes movimientos populares. Por otra parte, fueron desde el 18 formas de politización universitaria que entrenaron a futuros líderes reform istas o revolucionarios de América latina, como Hava de la T orre. Frondizi v Castro.
El poder m ilita r
no computar —entre causas más complejas— las reiteradas inter venciones federales que motivaron con frecuencia su convocatoria con fines que solían identificarse con objetivos partidarios, v crea ron un factor de diversión respecto de lo que los militares llamaban sus “actividades específicas”? Si este dato no es desdeñable para interpretar el proceso político futuro, también es interesante el hecho de que Yrigoyen aplicase su concepto de “reparación” al propio ejército.11 Pasó por alto los reglamentos de promoción militar para rehabilitar a ex revolucionarios del 90, del 93 v de 1905. Nada había por encima de la “Causa”, v esos militares habían luchado por ella. Eso provocó el brote de facciones militares y de logias para defender el profesionalismo, pero que a la postre se convertirían en una “oposición faccional” dentro del sistema. En 1920 surgió la Logia General San Martín. Varios factores inci dieron en su formación: la tolerancia del ministro de Guerra hacia oficiales políticamente comprometidos con Yrigoven y que demos traban públicamente su apoyo al Presidente; favoritismo v arbi trariedades en las promociones; deficiencias en el entrenamiento de los conscriptos; y la defección administrativa tanto en la dota ción de las fuerzas armadas como en formas de intervención que afectaron, desde la perspectiva militar, la disciplina interna de dicha corporación.12 La Logia General San Martín no surgió con tra los radicales, sino por motivos corporativos fundados en polí ticas específicas que sus componentes no admitían. Pero expresó una manifestación política de los. intereses de las fuerzas armadas. N o fue extraña a la preocupación de éstas por la proclividad de Yrigoyen a designar civiles para el cargo de ministro de Guerra. Cuando se aproximaba el cambio de gobierno y se perfiló la can didatura de Alvear, la Logia presionó para que éste no designara, una vez electo, al general Dellepiane, próximo a Yrigoyen, sino al entonces coronel Agustín P. Justo, durante siete años director del Colegio Militar y vinculado a los círculos aristocráticos de Buenos Aires. En una oportunidad, incluso, Justo puso de manifiesto una actitud elocuentemente crítica hacia Yrigoyen, realizando por su cuenta un homenaje a Mitre, formando a los cadetes frente al mu seo del procer y líder de la política del “acuerdo” —según la visión 11 P o ta s h , R obert A., T h e army & politics in Argentina. 1920-1945. Yrigoyen to Perón. California, Stanford U niversity Press, 1969, págs. 10 y 11. 12 V er también Juan V. O rona, “Una logia poco conocida y la revo lución del 6 de setiembre”, en La crisis de 1930, “Revista de H istoria”, n° 3, Buenos Aires, 1958. págs. 73 a 94. O rona sirúa la aparición de la Logia en 1921.
de Yrigoven, que pasó por alto el aniversario—, o de la política liberal de la Organización —según quiso subrayar Justo—, Estos hechos fueron, tal vez, los primeros pasos concretos en un itinerario que llevaría a la politización del ejército en términos del siglo veinte. En 1922, la Logia había impuesto a Justo como ministro de Guerra de Alvear. Sin embargo, los propósitos dominantes de Yrigoven en el escenario político nacional encontraron franca resistencia entre los políticos de la oposición v entre radicales que disentían con su conducción personalista. En 1918, Rodolfo Rivarola se lanzó a justificar la necesidad de un “tercer partido” en la política nacio nal, que reuniera a los que no eran radicales ni socialistas. Mientras tanto, el comité de la Capital de la U. C. R. designa una comisión compuesta por Carlos A. Becú, Santiago C. Rocca, José P. Tamborini v Enrique Barbieri, v ésta produce un documento titulado “Programa v acción del partido Radical”, que acusa la derrota de los radicales capitalinos en manos del socialismo en ese mismo año v revela la crisis interna del partido oficial. El documento se ma nifiesta “antipersonalista”, reclama “la separación entre el partido militante v el gobierno”, exige que la U. C. R. se defina frente a los problemas políticos, económicos v sociales indicando "la nece sidad de un programa”, v recuerda que el electorado espera del radicalismo que asegure “una buena administración pública”. Cuan do se aproximan las elecciones presidenciales, sectores conservado res e independientes procuran organizar la Concentración Nacio nal de Fuerzas Opositoras cuvo candidato sería N orberto Piñero. El partido Demócrata Progresista no acepta integrarla. Se difun den escritos que denuncian el origen autonomista v la militancia juarista del joven Yrigoyen, ahora creador de un “binomio rompe cabezas —régimen v causa—”, mientras el nombrado Rivarola com para al Presidente con el “único, Juárez Celman". Los esfuerzos para una coincidencia opositora contra el radicalismo oficialist? aumentan a medida que se acercan las elecciones del 22, mientras los “manifiestos de los radicales principistas al pueblo de la repú blica”, publicados con la firma de Miguel Laurencena, Carlos "F. Meló, Benjamín Villafañe v otros, el 22 de enero del año de los comicios, no difieren mucho en las críticas a la “autocracia” vrigovenista con el discurso-programa que pronunciaría el candidato socialista Nicolás Repetto, el 5 de febrero. 1:1 Un resumen del discurso de Repetto puede hallarse en la R. A. de C. P., n" 137, págs. 385 a !88. núm ero que contiene los “manifiestos”.
Pero la opinión popular —lejos de la memoria colectiva los graves momentos del 19— permanecía ajena a los ajetreos de los r comités y al febril trabajo de opositores y disidentes. La percepción de la diferencia entre la opinión pública y la opinión popular era aguda en Yrigoyen, que impuso a su candidato en la Conven ción Nacional de marzo de 1922: el aristocrático, temperamental, inteligente y a veces trivial embajador en París: Marcelo Torcuato de Alvear. El radicalismo era mayoría, y la mayoría en el radica lismo había respetado una “vaga consigna” que circulaba desde fines del 21: El Viejo apoya a Alvear .. .14 La Convención radical eligió la fórmula Alvear-Elpidio G on zález por 139 votos contra 33. Los argentinos que concurrieron a los comicios en abril de 1922 votaron por gran mayoría en favor de la U. C. R.: 458.457 sufragios. Esta vez representaban el triunfo radical en doce distritos y 235 electores. La Concentración N a cional apenas superó los 200.000 votos. Todos los otros partidos, reunidos, sumaron 364.923 sufragios. El triunfo radical fue, esta vez, rotundo. La fórmula de la U. C. R. obtuvo más de cien mil votos sojare la cifra de 1916. Pero el cisma radical estaba cerca, Alvear dejaba, mientras tanto, París para iniciar un brillante iti nerario europeo y americano como Presidente electo. Radical “afrancesado”, el heredero del caudillo escribe primero su despe dida a París: A u revoir, París. . . Je donnerai mon coeur et mov corp a la Presidence. . . •
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Las elecciones n a c io n a l e s
Del paternalismo populista al aristoeratismo popular
“Probablemente era la de Alvear una de las pocas familias argentinas que podía jactarse de una real aristocracia.” 15 La vida págs. 436 a 446; el manifiesto de las fuerzas opositoras puede leerse en el n9 131-132, pág. 456 y el artículo de Rivarola, E l 90 y el 21, J. Celman e Irigoyen, incondicionales y solidarios, en el n9 133, págs. 5 a 27; la R. A. de C. P. predica la necesidad del “tercer partido” —ver -esp. n9 97, del 21-X1918— y apoyará a la Concentración contra el oficialismo. 14 L u n a , Félix, Alvear. Buenos Aires, Libros Argentinos, 1958, pág. 56. El itinerario y los homenajes a A lvear durante su gira com o presidente electo antes de arribar a Buenos Aires, puede leerse en un libro apenas aceptable de Ricardo H . A ram buru, El Presidente Alvear. París, Franco-Ibero-A m eri cana, 1922. Sobre la personalidad de Alvear, la apología de Manuel Carlés en Democracia. Buenos Aires, M. Gleizer, 1936. 15 L u n a , Félix, Alvear, ob. cit., pág. 15. Como señala Raúl A. Molina —“Presidencia de M arcelo T . de Alvear’ , en Historia Argentina Contempo-
Alvear, presidente
del político radical fue una mezcla de compromiso v aventura, de trivialidades y períodos de lúcida inteligencia, de i^iilitancia comiteril y conspirativa v de tomas de distancia para no quedar atrapado por el pueblo v el comité. Alvear logró la confianza de “el Viejo” v a través de ella la adhesión prevenida de los vrigovenistas. Pero era una personalidad diferente de la del “Peludo”, como el humorismo político llamó a Yrigoven, quien quizás lo creyó “seguro, ornamental v manejable”,111 juzgándolo a propósito de sus itinerarios europeos, de su fascinación finisecular por París, de su persecución romántica a Regina Paccini v de su relativa incomunicación con el partido. Personalidades diferentes, eran también distintas las circuns tancias a las que atendían, las influencias del contorno que pre dominaban en ellos, la percepción selectiva que conducía a ambos a responder con frecuencia de manera diversa a las solicitaciones del proceso político. La elección de Alvear para la sucesión parece a primera vista inexplicable. Ángel Gallardo,17 ministro de Rela ciones Exteriores desde el comienzo de la gestión de Alvear, sos tiene que la intención de Yrigoven fue integrar la fórmula con Elpidio González, porque consideraba a Alvear “fácil de desalo jar”. N o hav; ninguna prueba objetiva de eso. El historiador tiene ante sí presunciones, intrigas, versiones. N o es fácil entender por qué Yrigoyen haría una maniobra tan complicada, que si fallaba conduciría a una crisis partidaria. Si Alvear fue votado porque era “su” candidato, lo mismo pudo imponer de entrada a González. Sal vo que cón seis años de atraso, Yrigoyen quisiera dar cierto aliento a una derecha exasperada por la influencia imbatible del caudillo para impedir la frustración del régimen nuevo cuva legitimación era todavía precaria. ¿No se hubiera asimilado mejor el tránsito hacia la “Argentina de los partidos” de haber sido Alvear, v no Yrigoven, el Presidente en el 16? ¿No fue demasiado brusco el tránsito para una derecha que se mostraba impotente para detener ranea, de la A. N. de la H., vol. i, pág. 272— el Presidente procedía de una familia de origen vasco, radicada en el siglo xvm en Andalucía y pertene ciente a la nobleza. Era descendiente del brigadier general de la Real Armada don Diego Estanislao de Alvear y Ponce de León; era nieto paterno de Carlos de A lvear y por vía materna del general Ángel Pacheco; hijo del ex-intendente T orcuato de Alvear y de Elvira Pacheco. Se casó con Regina Paccini en 1906, y fue un discreto estudiante y abogado. 1<; La apreciación atribuida a Yrigoyen es form ulada así por Ysabel F. Rennie, T h e Argentine Repuhlic, N . York, Macmillan Co., 1945, pág. 142. 17 Cuyas “memorias" tuvo a la mano M olina para escribir sobre Alvear, oh. cit., esp. pág. 276.
a ese nuevo populismo? Conjeturas quizás interesantes para otro tipo de especulaciones, no son suficientes para acordar consistencia a la versión de Gallardo, que muchos compartían v Alvear no desalentaba. Pero conviene tener presente, también, que Yrigoyen, por su estilo v por su comportamiento, no hizo lugar a la forma ción de dirigentes aptos dentro de la corriente de sus fieles. Los “azules” —fracción de la embrionaria oposición antipersonalista— promovieron pre-candidatos como Leopoldo Meló y Vicente G a llo, y luego a Arturo Goveneche; el radicalismo “principista” a hombres como Laurencena v Carlos Meló. El viejo caudillo bien pudo preferir apoyarse en un hombre alejado desde 1917 de la política local —Alvear pasó esos cinco años en Francia como re presentante diplomático—, confiando en que aceptaría su tutela, o que no podría eludirla, un hombre que había comenzado su carrera política al lado de Alem v que había participado en las aventuras revolucionarias del 90, del 93 y de 1905, y conocido la cárcel y el confinamiento en la etapa conspirativa del radicalismo. Además, el afecto de Yrigoyen por Alvear fue constante v, hasta donde podía escrutarse una personalidad como la del caudillo, sincera. Sin embargo, también en este caso adquiere relieve la perso nalidad del hombre de Estado. Alvear no era un principista, sino más bien un realista que percibía la política como una mezcla de pragmatismo v compromiso. No era, pues, un intransige?ite, por que la vida política era para él la prolongación de su manera de ser y de ver la vida social. Carecía incluso de la constancia en el sacrificio que caracterizó a Yrigoyen.1* Era un remedo del “patriciado” actuando en un partido popular, pero guardando identi dad de estilo con la élite social de la época v abierta comunicación con el establishment,1B Al cabo terminará por irritar a los vrigovenistas, a la izquierda revolucionaria y a los nacionalistas de
hombre el estilo
|N La Nación le haría notar sin eufemismos que la política no era pura tranquilidad. En el editorial del 27 de mayo de 1925 se lo hace saber con estas palabras: "La función de gobierno no es un refugio tranquilo y brillante, sino una responsabilidad ineludible de acción." 1,1 Confr. David Viñas, Literatura argentina y realidad política, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1964, pág. 111. En su cáustica y a veces confusa prosa de ensayista, ideológicamente coherente, Viñas asocia a Güiraldes con Alvear, "dos representantes de lo que podría llamarse —al recortar al país sobre el estilo de la m etrópoli— etapa Príncipe de Gales de la alta burguesía tradicio nal". 1922-28, añade, “es una suerte de período ‘clásico’ y sus escritores, como escribió M astronardi sin acordarle las implicaciones que supone, fueron ‘los últimos hombres felices'". Digamos que el papel más difícil es ser sucesor de los “hombres felices" .. . 2
derecha. Y facilitará el aglutinamiento del “antipersonalismo" en sus distintas versiones v procedencias: conservadores, radicales no vrigovenistas, socialistas, demócratas progresistas. N o fue la con secuencia de una táctica; menos aún de una estrategia. Fue el resultado de la lógica interna de un estilo político, que Alvear dejó andar, favorecida por la acción correlativa de sus “hermanosenemigos”. Para la opinión popular, Alvear era sobre todo “el candidato de Yrigoven”. Para los sectores sociales conservadores, “la garantía anticipada de un gobierno recto v ecuánime, llamado a restablecer el imperio del régimen constitucional v de la libertad política, después del eclipse que han su frido bajo el providencialismo de los últimos años”.20 Durante la gestión de Alvear hubo 519 huelgas en las que participaron cerca de medio millón de trabajadores v, sin embargo, los conflictos no se tradujeron en un clima de tensión social cony tante v opresiva para los sectores dominantes ni para el pueblo. Fueron decretadas siete intervenciones federales v el Congreso dispuso tres más, pero salvo las situaciones de Córdoba v Buenos Aires, que dieron lugar a sucesos especiales, tales decisiones no privaron a la gestión de Alvear de elogios —procedentes de la opinión independiente v de la antipersonalista, sobre todo— ni del calificativo de “presidencia legalista”. Pasó a la historia como una presidencia tranquila v ordenada, progresista v conciliadora. Ver daderamente, una presidencia típica de los “felices años veinte", con una buena administración. Sin embargo, hay otra vertiente de la presidencia de Alvear, quizás más fascinante: para algunos observadores, la tranquila administración alvearista puede ser interpretada como una for ma de morosa delectación en arreglos políticos que demoraron el despegue económico de la Argentina. Y para otros, el laboratorio de una polémica ideológica que atravesaría incluso a la “sociedad militar”, v daría el tono al proceso político de los años treinta. Por ¡o pronto, durante la presidencia de Alvear la sociedad política y la sociedad económica siguieron vías paralelas. Parecía al menos que esas vías paralelas podrían seguir su camino sin com prometerse recíprocamente. Fn la segunda, no hubo reivindicacio nes —obreras o empresarias— tan significativas como para poner en cuestión al sistema económico vigente. F.n la primera, mientras l.a Nación, editorial del 15 de junio de 1922. 327
Vidas paralelas: la sociedad política y la sociedad económica
el Presidente actuaba procurando respetar las reglas de juego cons titucionales, se articulaban dos tipos de alianzas: una, dentro del sistema, que atravesó al propio partido Radical y lo condujo a la escisión y consolidó la llamada corriente “antipersonalista". Otra, contra el sistema, encarnada entre varias, en la ideología militante más significativa para la época: el nacionalismo de derecha o, qui zás mejor, el nacionalismo antiliberal. En la sociedad económica, la Argentina no mostró “una actitud industrialista”,21 por lo que la gestión de Alvear no fue sustancialmente diferente en este aspecto de lo sucedido en el pe ríodo 1914/1930. Un estudio reciente en torno de las etapas del desarrollo económico argentino llama a dicho período, que extiende hasta 1933, “la gran demora”, luego de crearse condiciones para el “despegue” industrial de la Argentina: la Primera Guerra Mundial puso fin a la euforia ecohómica del período de preacondicionamicnto. El comercio exterior quedó dislocado, creándose una escasez de pro ductos básicos sin los cuales la economía no podía funcio nar ‘normalmente’, produciéndose así una crisis estructu ral. Sin embargo existían esperanzas de que el país volvería a la situación anterior a la guerra. Esperanzas que se fueron alentando después de la crisis ganadera de 1922, como con secuencia de cinco años de buenas cosechas v de la mejora de los términos del'intercambio. Pero la aparente prosperi dad ocultaba dificultades subyacentes ( ..................................) La gran demora se caracteriza por una contracción de la tasa de crecimiento de la inversión, particularmente de la inversión extranjera, y una detención en la evolución rela tiva entre la agricultura y la industria.22 Los sectores agropecuarios mantuvieron su influencia en la conducción de la política económica23 v trasladaron sus demandas 21 D ié g u e z , H éctor, Argentina y Australia: algunos aspectos de su desarrollo económico comparado. En la revista “Desarrollo Económ ico”, enero-m arzo de 1969, vol. 8, n9 32, págs. 543 a 564. 22 Di T ella , G uido y Z y m e l m a n , Manuel, “Etapas del desarrollo económico argentino”, en Argentina sociedad de masas, ob. cit., págs. 177 a 195. Los autores dividen la historia económica argentina en las siguientes etapas: 1) Tradicional, hasta 1853; 2) Transición, 1853/1880; 3) Preacondicionamiento, 1880/1914; 4) G ran demora, 1914/1933; 5) “T ake off”, 1933/ 1952; y 6) Reajuste, 1952/___ (ver pág. 188). 23 El ministro de A gricultura del gabinete Alvear fue un excelente conocedor del sector, Tom ás Le Bretón. Los otros miembros: M atienzo en Interior; G allardo en R. Exteriores; Eufrasio Loza en O. Públicas; Agustín P. Justo en G uerra; Domecq G arcía en M arina; Celestino J. M y có en 328
al sistema político sólo cuando fue indispensable. Hacia 1922 el comercio de la carne pasa por una situación de crisis, pero Alvear tenía en Agricultura a un ministro ducho como Le Bretón —quien como embajador en los Estados Unidos habíase informado bien acerca de la inminente “guerra de la carne” entre británicos y norteamericanos— y por lo tanto adopta una actitud de interven ción vigilante en el asunto. En la Sociedad Rural, un ganadero de Corrientes, Pedro Pagés, había logrado desalojar de la presiden cia a un representante de los terratenientes bonaerenses. Eso faci litó la gestión de Le Bretón. Cuatro leves revelaron que Alvear tendría una política agropecuaria más decidida v precisa que Yri goyen, aunque sin neutralizar la acción de los grupos de interés tradicionales: se decidió la construcción de un frigorífico admi nistrado por el Estado y ubicado en Buenos Aires; la inspección V supervisión gubernamental del precio de la carne; la venta del ganado sobre la base del precio del “kilo vivo” v; el establecimiento de un precio mínimo para el ganado de exportación v uno máximo para venta local. Hallándose Luis F. Duhau, poderoso invernador bonaerense, en la presidencia de la Sociedad Rural (había derrotado a Pagés en elecciones de dicha corporación en 1926), ésta produce un importante v, para muchos, inusitado documento. Escrito por el joven Raúl Prebisch v publicado en 1927, fue titulado “El pool de los frigoríficos: necesidad de intervención del Estado”. Parale lamente, sin embargo, la Sociedad Rural difundía el lema “comprar a quien nos compra”, que en la práctica significaba alentar el retorno a las buenas relaciones económicas con Gran Bretaña y tomar partido en la “guerra -de la carne”.-4 Las líneas internas
La sociedad económica permaneció atenta, pero no intranquila, ¡^®^aalla escisi6n frente a las cosas que sucedían, mientras tanto, en la sociedad políJustícia y Rafael H errera Vegas en Hacienda. Sagarna reemplazaría a M arcó; G allo y luego Tam borini a M atienzo; V íctor M. Molina a H errera Vegas, Roberto M. O rtiz a Loza. Varios nombres con singular militancia posterior V otros con sugestiva militancia precedente .. . 24 S m ith , Peter H., ob. cit., págs. 120 y sgtes. t i docum ento demostraba que el pool frigorífico nunca había dejado jugar la “ley de la oferta y la demanda” y había obtenido “ganancias excesivas" a expensas de los produc tores. N o llega a apoyar la fórm ula de un frigorífico nacional, pero )ustifica la necesidad de la intervención del Estado aunque fuera en una tím ida apro ximación a fórmulas que herían la rígida ideología económica basada en el laissez-faire que caracterizaba a los sectores tradicionalm ente dominantes de la Sociedad Rural. 37Q
tica. Lo que preocupaba a aquélla era, sobre todo, que no se cortase la comunicación con el poder político, v ésta era asegurada por la presencia de Alvear y Le Bretón. La sociedad política estaba pendiente de lo que ocurría en las filas radicales. El gabinete de Alvear representó para el yrigoyenismo el signo de una “peligrosa tendencia” hacia sectores afines con sectores sociales que proveían dirigentes hostiles al persona lismo y al estilo del caudillo. Allí estaban Matienzo, un viejo juarista, aunque crítico veraz del “régimen”, según vimos, no era por eso un converso total; Justo, el ministro de Guerra que había desplazado al yrigoyenista Dellepiane; v Le Bretón y Marcó, a quienes el diario La Época, vocero yrigoyenista, hostilizó de entrada.215 El último mensaje de Yrigoyen al Congreso, dado el 19 de julio de 1922, contiene frases de extraordinaria violencia contra la oposición conservadora. Cuando finaliza ese mismo año, la opinión conservadora es favorable al nuevo Presidente. Pero en diciembre, al discutirse los diplomas de radicales alvearistas por Jujuy, el sector radical yrigoyenista impide sesionar al no presen tarse, y la minoría compele a los ausentes ante la resistencia del vicepresidente González. Varios senadores logran un voto de cen sura contra el hombre de Yrigoyen; Meló, Torino, Saguier, Gallo —radicales antiyrigoyenistas—, se unen a los conservadores para esto. La tensión continúa en los meses subsiguientes. En 1924, se forma en Buenos Aires el “radicalismo disidente” dirigido por Isaías Amado y Mario Guido. Es la primera consecuencia visible de los propósitos del nuevo ministro del Interior, Vicente Gallo, que trabajaría desde su incorporación en el gabinete de Alvear para desarticular el baluarte yrigoyenista que representaba Buenos Aires. La medida previsible era la intervención federal. El año de 1924 es decisivo: las elecciones de diputados incor- 1924: cism a poran ochenta legisladores radicales. Cincuenta, aproximadamente, dei “ antiperpertenecen al yrigoyenismo. El cuerpo elige presidente provisional sonahsmo 25 En julio de 1915, la R. A. de C. P. publica un núm ero especial dedicado al radicalismo. Los artículos de José Luis Cantilo, A ntonio Sagarna, R. W ilm art, Sagastume y Prack, revelan las fisuras del partido. Una crónica de H oracio C. Rivarola en la pág. 71 del n9 158 de la misma revista —publicado el 12 de marzo de 1922— perfila claram ente la amenaza de un cisma, y recoge la versión de que el Vicepresidente es un hom bre puesto para controlar a Alvear. La fórm ula radical había obtenido casi el 70 % de los sufragios, pero eso no im pediría el conflicto por la dominación de la Presidencia por el partido. (Confr. análisis de cifras electorales en “R. A. de C. P., 12 de junio de 1922, n9 141, pág. 227.) El mensaje de Yrigoyen al Congreso y su resonancia en las filas antiyrigoyenistas, pueden verse en la misma revista, nQ 142, págs. 526 y sgtes. 3 30
a Mario Guido, porque 26 diputados radicales, 2 “bloquistas” del cantonismo sanjuanino, I “principista” de La Rio ja, 22 conserva dores v 19 socialistas suman sus votos. Era el “contubernio”, según el sambenito que el yrigovenismo colgó a una nueva versión de la vieja “política del acuerdo”. Una suerte de asociación ilegí tima entre sectores que a su juicio debían estar en posiciones con trarias, pero que aceptaban aliarse con el único fin de vencer al radicalismo vrigovenista.2" F.1 cisma radical era un hecho, aunque no definitivo. A la diferencia entre las personalidades de Yrigoven v Alvear, deben añadirse otras causas explicativas de la división. Causas de partido: la heterogeneidad social del radicalismo se manifestaba en un nuevo alineamiento que reunía a los afines entre sí; además, reaparecía la resistencia provincial: los caudillos que dominaban ciertas situaciones locales se oponían tanto al personalismo “unitarizante” de Yrigoyen v al comité nacional (por ejemplo, los Cantoni en San Juan), cuanto al predominio del comité bonaeren se. Causas de política principista: como las que manifestaban los socialistas; o de táctica política: como las que articulaban los conservadores, quienes procuraban enfrentar a radicales v socia listas más que por diferencias programáticas, haciendo hincapié en la rivalidad por el dominio del distrito de la Capital. Y causas sociales, en fin, que eran comunes a todos los hombres que com partían aquella “moral com ún” que otrora recordara Matienzo a propósito del “régimen”. En 1926, elecciones nacionales de Diputados pusieron en evi dencia el estado de la cuestión política. Intervino el radicalismo antipersonalista, la U. C. R. tradicional, los conservadores, el so cialismo. El sector de los Cantoni en San Juan v de los Lencina en Mendoza se alió a los antipersonalistas. Si bien la U .C. R. fue el partido que más votos obtuvo —335.840—, las fuerzas antivrigoSi la palabra “contubernio" se incorporó con título propio a la terminología de com bate del radicalismo yrigoyenista, Tam borini contestaría en las sesiones de Diputados del 24 llamando “genuflexos" a los que respon dían incondicionalnihnte a la voluntad de un “caudillo poderoso". Las causas ostensibles de la escisKío^ radical constan en una buena síntesis de Roberto Etchepareborda, Aspectos políticos de la crisis de 1930, en “Revista de His toria”, n9 5, págs. 7 a 40. Con mayores detalles, se puede leer en el ensayo citado de Raúl A. Molina (confr. nota 67). Sobre el contenido y sentidos posibles del térm ino “contubernio”, ver A. J. Pérez Amuchástegui, en “C ró nica H istórica A rgentina", ed. Codex, nv 73. Sobre la composición de las Cámaras del Congreso, ver especialmente D arío Cantón, Materiales para el estudio de la Sociología Política en la Argentina. Buenos Aires, ed. del Instituto, 1969, tom o n.
El "co n tu b e rn io "
1926: un "te s t" electoral
H ip ó lito Y rigoyen
yenistas habían logrado cerca de treinta mil votos más. Mientras la U. C. R. había obtenido las mayorías de la Capital, Buenos Aires, La Rioja v Catamarca, los demás grupos habían logrado el control de once distritos. Por un lado, pues, el v r i g o y e n i s m o había sufrido una derrota parcial y sus posiciones principales, como su reducto bonaerense, serían amenazados por un Congreso hostil. Por otro lado, sin embargo, el radicalismo como tal demostró seguir siendo la principal fuerza política nacional, pues en muchas provincias el comicio fue una lucha entre dos fracciones del radicalismo. Las interpelaciones en el Congreso, las acusaciones recíprocas, demostraban la voluntad de trazar una línea entre amigos v ene migos, aliados y adversarios. La línea pasaba, otra vez, por la figura de Yrigoyen. “Llovía v tronaba”, según Gallo, sobre la cabeza del ministro del Interior a propósito de Santiago del Estero, de Jujuv, de La Rioja, de Córdoba. El 27 de marzo de 1926 los
Principista, lu c h a d o r, im a ginativo para el e jercicio de la p olítica, ca u d illo popular y carism ático, H ipólito Yri goyen hizo del “ caudillaje por el sile n cio ” un estilp p o lítico que llenó toda una época. Frente al c a u d illis mo populista de Yrigoyen, Alvear era una versión de aristocratism o popular. Marcelo T. de Alvear.
diputados radicales yrigoyenistas dirigen una nota insólita al Pre sidente, reclamando la intervención a Córdoba, donde se había impuesto el conservador Cárcano. La nota mencionaba “las pers pectivas amenazantes que ofrecían las renovaciones provinciales v’ nacionales, por parte de los gobiernos que traicionaron a la U. C. R. y de los del ‘régimen’ . . Era una cuestión de partido, un “episo dio ruidoso y estéril”, una “rencilla intestina”, como puntualizó en seguida un manifiesto de los senadores y diputados socialistas, que dio oportunidad de hacer un “manifiesto a las brigadas” a la Liga Patriótica que dirigía Manuel Carlés. Pero Alvear optó por contestarla, luego de una reunión de gabinete, con lo que dio al asunto un trámite irregular. Alvear sabía que la negativa a inter venir a Córdoba le costaría la hostilidad activa del yrigoyenismo, que posteriormente no haría quorum para votar leves fundamenta les para la marcha del Estado, como el presupuesto. Pero no inter vino. Si Córdoba fue una prueba de los yrigoyenistas para Alvear,
la provincia de Buenos Aires plantearía un desafío al equilibrio presidencial que surgió del antipersonalismo y los conservadores. La presión para desalojar de Córdoba a un conservador procedió del partido Radical. La presión para intervenir a Buenos Aires y desarmar el baluarte yrigoyenista tendría su punta de lanza en el seno del gabinete, a través del antipersonalista Gallo, ministro del Interior, apoyado por Molina. La conducta de Alvear fue, otra vez, serena y prudente. N o hubo intervención, y sí una crisis de gabinete y el reemplazo de Gallo por José P. Tamborini. En el diario El Orden de Tucumán aparece en ese mismo año un repor taje a Yrigoyen: “Creo que el radicalismo en las próximas luchas elec torales . . . afirmará rotundamente su triunfo, una vez más, sobre sus adversarios tradicionales” —habría declarado el caudillo—, quien se decía con una misión “superior a ese juego de mezquindades políticas”. Pero añadía, según el periodista, un juicio significativo: “N o he podido llegar a explicarme la política que, con tra el radicalismo tradicional que lo encumbró al poder ha tolerado, si no fomentado, el doctor Alvear, de quien he sido y sigo siendo amigo .. .” 27 Tendidas las líneas, se trataba de saber si al personalismo “yri goyenista” se le iba a oponer el personalismo “alvearista”, pues la oposición no había podido superar sus diferencias sustanciales, aunque coincidiese en luchar contra Yrigoyen. Pero muy pocos podían escrutar, a través de las cifras de las elecciones del 26, el estado de la opinión popular. Los más informados estaban al tanto de las “conspiraciones palaciegas”, como las llamaba Molina, de las intrigas de comité, de los “manifiestos”, de los inflamados dis cursos parlamentarios, de las actividades del general Justo —también partidario de la política intervencionista contra el yrigoyenismo—, y de los reclamos de éste a Alvear para que “pagase su deuda” del 22. Pero, ¿quiénes computaban las “razones del corazón”, las sen saciones colectivas? Cuando se iniciaba 1927, no era un misterio para nadie que ^ la contienda electoral próxima habría de obedecer a una sola 27 El singular reportaje fue transcripto por la R. A. de C. P., nv 161, 12 de octubre de 1926, págs. 212 a 214. En el mismo núm ero M ario A. Riva-rola escribe sobre “El gobierno republicano visto a través de nuestras elec ciones” advirtiendo sobre la abstención electoral creciente, y sobre el hecho de que, en el orden nacional, todas las denominaciones partidarias se reúnen, en verdad, en las siguientes fuerzas: radicalismo personalista, radicalismo antipersonalista, radicalismo izquierdista, socialismo v conservadorismo.
lucha la sucesión
alternativa: con Yrigoven o contra Yrigoven. Algunos observa dores de la política argentina, v otros que habían sido además protagonistas principales, anticipaban pronósticos. En El Argen tino de La Plata alguien que firmaba “Argos” coincidía con José Nicolás Matienzo, que analizaba la situación de las fuerzas políticas v sus posibilidades para las elecciones de 1928, en “dos puntos: a) en atribuir 22 electores a los socialistas en el Colegio Electoral v b) en no atribuir la mayoría absoluta a la única can didatura visible hasta hoy, o sea la del ex Presidente señor Hipólito Yrigoven .. ,” -'K Los pronósticos teñían en cuenta grupos electora les que, en un caso, separaban a los yrigoyenistas de los antiperso nalistas, conservadores v socialistas. Y en el caso de Matienzo, además de los yrigoyenistas y antipersonalistas, añadía a los “provincialistas” —partidos provinciales históricamente contrarios al radical— a los “izquierdistas” —radicales que actuaban en provin cias como bloques independientes (Lencinas, Cantoni)— v “dudo sos”, teniendo en cuenta que había un caudal de 51,27 '/ de vo tantes que, según algunos cómputos, no habían sufragado en 1926. Los comentarios socialistas v nacionalistas de la época no eran muy diferentes. El analista queda hoy un poco perplejo, pues puede disponer de los datos e información que manejaban los observadores v protagonistas de entonces. Los “números electora les” que usaba la Revista Argentina de Ciencias Políticas, al cabo uno de los voceros de las tendencias conservadoras, socialistas y antipersonalistas a pesar de la objetividad intentada en la mayoría de sus estudios, demostraban un aumento sustancial en el caudal del vrigoyenismo de la Capital Federal entre las elecciones de diputados de 1924 y las de 1926 (mientras los socialistas habían aumentado un 11,14 % y los antipersonalistas un 4,93 %, el yrigovenismo lo había hecho en un 42,39 % ). N o sólo comprobaban el escaso progreso del antivrigovenismo en la Capital, sino que con cluían en que muchos de sus adherentes habrían pasado al yrigoyenismo y eso por dos motivos, aparentemente: porque la actividad desarrollada por los comités había dado un resultado extraordina rio, o porque “no existe ya la misma confianza de hace dos años -s Confr. Revista A rgentina de Ciencias Políticas, nv 162 del 12 de enero de 1927, sección Crónica y Documentos, págs. 580 a 585, donde se advierte sobre lo “prem aturo” de los pronósticos, y la duda sobre si antiper sonalistas y conservadores lograrían un candidato común satisfactorio y si se sacudiría la apatía de casi un millón de ciudadanos que no votaron en 1926. 3 3^
en la fracción del radicalismo antipersonalista'’.29 Como se advier te, ambos argumentos eran favorables a Yrigoyen. De tal modo, la experiencia de los movimientos populares —en la Argentina al menos— demuestra que los intelectuales son pro clives a no estimar aquellas “razones del corazón”, y los adversarios políticos a no aceptar la fuerza decisiva de los caudillos carismáticos cuando se trata de elegirlos a ellos o votar contra ellos. Los pronósticos apenas aludían al hecho de que habría un cambio cualitativo importante, quizás decisivo, entre elecciones de dipu tados y una elección presidencial. La campaña electoral mostró, en 1928, a una oposición segura del triunfo. Carlos Ibarguren, en sus escritos sobre la historia que ha vivido, describe con claridad el estado de ánimo del frente antiyrigoyenista: Fue tan entusiasta la exteriorización del ‘frente único’ radical antipersonalista v conservador, en el que se reunían el régimen v ‘una fracción importante de la causa’, que se creyó seguro el triunfo de esa conjunción política, que el doctor Alvear prohijaba con decidida simpatía. Ante esas perspectivas los gobernadores de la mayoría de las provincias decidiéronse por apoyar a Melo-Gallo: sin reca to alguno hicieron pública su adhesión a éstos los goberna dores de Santa Fe, Corrientes, Mendoza, San Juan, Córdo ba, Entre Ríos, San Luis, Salta v La Rioja . . . El partido antipersonalista eligió su fórmula luego de com plejas mediaciones v de la influencia personal de Alvear, para quien prescindencia no era indiferencia: éste se inclinaba por Leo poldo Meló. La convención antipersonalista proclamó, por fin, la fórmula presidencial Melo-Gallo. Según Ángel Gallardo, “nació herida de muerte”. Meló se encargaría de dar mayor ventaja a los “peludistas”: por lo pronto reveló su desconfianza hacia la ley Sáenz Peña, y mientras proclamaba su confianza en las mayorías supuestamente antipersonalistas, denunciaba “la encrucijada alevosa del cuarto oscuro” . . . El partido Socialista sufre la tensión entre su programa, la diversidad de sus tendencias, y el desgaste que produce en sus cuadros la negociación con antipersonalistas y conservadores. El problema de la intervención a la provincia de Buenos Aires —que reiteraba, en vísperas de elecciones presiden ciales, la tentativa de neutralizar el reducto principal del yrigoye nismo—, fue puesto en circulación por un proyecto de ley del M R. A. de C. P., nv 159, 12 de abril de 1926, págs. 161 a 164.
La campaña electoral de 1928
La fórm ula antipersonalista
La oposición entre yrigoyenistas y antipersonalistas tuvo expresiones ideológicas y emocionales durante las campañas electorales.
diputado Dicknian, el l? de mayo de 1927. Fue el tenia que con dujo a la escisión. Los disidentes —entre ellos González Iramain Esdstónerv V Federico Pinedo— formarían el partido Socialista Independiente, aliado inminente de conservadores v antipersonalistas. Los conser vadores deciden apoyar la fórmula antipersonalista en una conven ción que se realiza en Córdoba, en agosto de 1927. Como otras veces en la historia política argentina, desde Córdoba v Santa Fe se organizaba la ofensiva opositora. En setiembre se proclama la fórmula antipersonalista en Santa Fe. En noviembre en Córdoba. Pero las elecciones provinciales fueron mostrando que los pronós ticos antivrigovenistas eran vulnerables: el personalismo —como se identificaba a la U. C. R.— comenzó el 28 ganando en Tucumán, en Salta, en Jujuv v “barriendo” los baluartes del antipersonalismo en Santa Fe v de los conservadores en Córdoba, donde los radi cales triunfaron por 93.000 votos contra 77.000 de sus adversarios. Según parecía cada vez más claro, el antipersonalismo no neu tralizaba la influencia de Yrigoven ni siquiera con alianzas tan
discutidas como la de Federico Cantoni en San Juan, o la del inescrupuloso caudillo bonaerense Barceló con su partido provincialista. En el “frente único” cundía la desesperación por la impoten cia electoral. De ahí que sus protagonistas intentaran otra vez el atajo de la intervención federal a Buenos Aires como único me dio para vencer al “Peludo”. El dato tiene importancia decisiva para comprender la precaria legitimación de la “Argentina de los partidos”. Ante el riesgo de una segunda administración de Yrigo yen, la oposición no vacilaba en proponer formas de fraude. Alvear recibió a los representantes del “frente” que fueron a pedirle que decretara la intervención a Buenos Aires. El Presidente remitió el asunto a una reunión de gabinete. En sus memorias, Ángel Gallardo relata su desarrollo: él tomó primero la palabra. Repetí entonces, como había dicho varias veces, que me sorprendía comprobar que los políticos continuaban procediendo como si no existiera la lev Sáenz Peña .. Y Alvear cerró el debate en el gabinete diciendo que la inter vención era improcedente v que eso era un “asunto concluido”. Era, también, la condición de la victoria para Hipólito Yrigoven. Cuando llegó el momento de la convención de la U. C. R., ésta votó por aclamación al caudillo, v con 142 votos a Francisco Beiró para la vicepresidencia. Allí terminan las especulaciones en torno a un presunto “renunciamiento” de Yrigoven en favor de una candi datura de conciliación. Pronto cumpliría 76 años, ¿pero qué cau dillo carismático no se comporta como si fuera, de alguna manera, “inmortal”? Había dicho una v otra vez que su “misión” estaba por encima de las ambiciones de poder. Mas ¿qué era Yrigoven sino un político para quien el poder es el objetivo inmediato de su quehacer? Y por fin, ¿no sería que los que alentaban su “desin terés” o criticaban su “ambición”, denunciaban simplemente que la presencia de Yrigoven en la arena política significaba la frus tración de otros intereses y otras ambiciones? En la hora de la verdad, el caudillo no haría autocrítica. Quería ser presidente, \ tenía comparativamente más recursos políticos que sus adversarios Citado por Raúl A. M olina, ob. cit., págs. 340 a 341. Tam borini lo apoyó; para Justo "era tarde”; Domecq G arcía opinó com o Justo; nadie defendió la intervención —dice G allardo—. Pero por motivos muy diferentes, como se advierte ...
Impotencia electoral de la derecha política
para lograrlo/11 Eso era todo. Y Alvear, a pesar de sus predilec ciones, fue un árbitro leal. La U. C. R. obtuvo 838.583 votos. Su adversario más cercano, el Frente Único, 414.026. Esta vez el fenó meno político era diferente: no había triunfado, en rigor, un par tido. sino un movimiento popular . . .
•',l Se presentaron a los comicios: por la U. C. R., Yrigoyen-Beiró; por el Frente Unico, M elo-Gallo; por el Socialismo, M ario Bravo-Nicolás Repetto; por el Comunismo, Rodolfo Cihioldi-Miguel Contreras; por el partido Comunista de la República Argentina, José F. Penelón-Florindo A. M oretti. El Socialismo obtuvo 64.985 votos. Como dato curioso, la fórmula MatienzoManuel Caries enfrentó al bloquismo en San Juan, único distrito donde perdió la U. C. R., que ganó los otros 14. Las cifras y resultados, pueden verse mejor en Darío Cantón, M ateriales. . . , tom o n, págs. 101 a 120. Para el estudioso de ciencia política, las elecciones del 28 se prestan para un interesante ejercicio de análisis político, aplicando por ejemplo el cuadro que resume la explicación del “hom bre político” que formula Robert A. Dahl, Análisis sociológico de la política, F.d. Fontanella, capítulo vi: se trata de ponderar las diferencias de situación y motivos, de acceso a recursos políticos, de atributos, de habilidad e incentivos, y de las distintas formas en que aplicaron esos recursos políticos los actores en los prolegómenos del 28. El resultado difícilm ente desmienta la lógica de lo ocurrido v la mejor situación de Yrigoyen para la victoria. Ver también Roberto Etchepareborda y Raúl A. Molina, oh. citadas, sobre los temas de la campaña electoral: la nacionalización del petróleo, la promoción popular, el “contubernio”, fueron banderas de fácil impacto para el vrigovemsmo.
Triunfo espectacular dft H ipólito Yrigoyen
LA ARGENTINA ALTERADA
LA RESTAURACIÓN NEOCONSERVADORA
El fin de una época
Hav dos formas de cambio vital histórico, según enseñaba Ortega: cuando cambia algo en nuestro mundo v cuando cambia el mundo. Si sucede esto último, hav crisis histórica. Es decir, las generaciones que conviven sienten que se quedan sin las convic ciones del pasado, que es como decir “sin mundo”. A los argentinos —v a casi todos los que vivieron la feliz dé cada del veinte, como se decía entonces— les estaba por suceder eso. A partir del momento en que percibieron que el mundo que los rodeaba cambió, no atinaron a pensar una respuesta nueva <> una nueva política, nacional e internacional. Se pusieron fuera de sí, se alteraron. La Argentina que sigue a la década del veinte será una Ar gentina crítica. Para algunos ordenada, para otros monótona. Para ciertos sectores, vivirá la restauración de la “dignidad perdida”. Para otros, la “década infame”, según una expresión que hizo época. Pero casi todos vivirán los tiempos nuevos con malhumor, impa ciencia, tensión y cierto melodramatismo. Vivirán, en fin, una doble vida o una vida falsa, que es lo que le ocurre con frecuencia al alterado. Quizás eso explica en parte las perspectivas contradic torias que los argentinos tienen de sí mismos v de lo que les pasa. “Algunos años, como ciertos poetas v políticos V algunas ei crash de exquisitas mujeres, gozan de una fama superior a la común de sus homólogos: sin duda alguna, 1929 fue uno de estos años. . . 1 Fue, como escribió Galbraith, un año digno de recordarse: uno fue 1 G albraith , J. K ., El crac del 29. Barcelona, Seix-Barral, 1965. Recien temente, el economista y escritor norteam ericano volvió sobre el tema en “H arper’s Magazine” de noviem bre de 1969: 1929 and 1969. Financial genius is a short m em ory and rising rnarket. Un economista podría recomendar estudios técnicos más rigurosos sobre la crisis de 1929; difícilm ente un ensayo tan claro y ameno com o el de Galbraith, que para nuestro propósito es suficiente. Sobre el clima de la época, un dato no desdeñable: se suicidan I.ugones, Alfonsina Storni, H oracio Q uiroga, Lisandro de la T o r r e ...
1929
Inversiones aproximadas de Estados Unidos de América en América del Sur du rante la depresión m undial. [Según “ New York Tim es", del 13 de marzo de 1932.1
* OTROS í PAISES EUROPEOS».
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GRAN BRETAÑ j FRANCIA [29] ESPAÑA
ESTADOS UNIDOS
f ü l— CUBA
MALASIA INGLESA G am biafc Sierra Leona
AMÉRICA CENTRAL OTROS PAISES I SUDAMERICANOS|
Costa N ¡,
Uganda) ranga nica
BRASIL
AFRICA OCCIDENTAL INGLESA j AFRICA ORIENTAL INGLESA
IMPERIO BRITANICO Las cifras' indican cientos de miles de libras esterlinas. El tamaño de cada cuadrado es proporcional al monto de la inversión.
SUDAFRICA Y RHODESIA
OTROS TERRITORIOS INGLESES
Inversiones aproximadas de Gran Bretaña en América latina, comparadas con las realizadas en el resto del mundo. [Según "New York Tim es” , del 2 de ju lio de 1939.] El “ crash” de 1929: "Algunos años, ccm c ciertos poetas y políticos, y algunas exquisitas mujeres, gozan de una fama superior a la común de sus homólo gos . . . ” . Así fue el 29. La Argentina no sería condicionada sólo por su anterior m etrópoli económica, Londres; un serio rival había entrado en la liza: Washington.
al colegio antes de 1929, se casó después de 1929 o ni siquiera había nacido en el 29, “lo cual absuelve al interesado de toda culpabilidad”. Fue también un año que los economistas se apropia ron para explicar muchas cosas, porque en él comenzó “el más monumental suceso económico en la historia de los Fstados Uni dos: la penosa prueba de la Gran Depresión". Baste decir aquí que el crash de W all Street fue bastante más complicado que el resultado de la conspiración de aventureros tortuosos. Fue, según muchos aprecian hoy, una combinación extraña de ilusiones, espe ranzas ilimitadas, optimismo sin cuento e irresponsabilidad, que envolvió al propio presidente Coolidge, quien en su último men saje sobre el estado de la Unión en diciembre de 1928 dijo nada menos que: Ninguno de los Congresos de los Fstados Unidos hasta ahora reunidos para examinar el estado de la Unión tuvo ante sí una perspectiva tan favorable . . . Según parece no sólo el Presidente norteamericano fue incapaz de predecir un desastre. Economistas ilustres —hasta entonces al menos— como el profesor Irving Fischer de Vale, pronosticaban
en la misma época que los precios de los valores habían alcanzado un nivel alto y que allí permanecerían. Pero —como ocurrió a los argentinos del 90— el poder del encantamiento se rompió, el siste ma económico norteamericano comenzó a revelar serias fallas, muchos dirigentes v empresarios perdieron la lucidez elemental y el mercado de valores reflejó violentamente la situación. Luego sobrevino la depresión. En torno del 29 tejióse en Nueva York una leyénda que incluye a peatones “sorteando con delicadeza” los cuerpos de especuladores v financieros que se habían arrojado por la ventana. Parece que nada o poco de eso ocurrió v Galbraith se divierte ridiculizando la leyenda, dando pruebas de que la ola de suicidios fue apenas mavor que años antes, v que pocos eligieron el método de tirarse por la ventana. De todos modos, parece ho\ claro que la economía norteamericana funcionaba en el 29 de modo incorrecto, sea por la pésima distribución de la renta, por la muy deficiente estructura de las sociedades comerciales, por la mala estructura bancaria, por la dudosa situación de la balanza de pagos y por los míseros conocimientos de economía de la época o, mejor, por todas esas causas a la vez. El problema más grave fue que la recesión económica duró mucho tiempo, hizo temblar a los sistemas económicos v políticos de la época y estimuló experiencias que, al cabo, se vincularían con la gestación de la Segunda Guerra Mundial. La crisis econó mica norteamericana se extendió a Europa, al Extremo Oriente y a América latina entre 1930 y 1932, y no cedió hasta prome diar la década. Si en su origen la crisis fue un “hecho norte americano” ajeno a causas propiamente políticas, su propagación sacudió al mundo occidental v parte del oriental con intensidad sin precedentes. Los norteamericanos habían hecho muchas in versiones en Europa —especialmente en Alemania, Austria y Gran Bretaña— que procuraron repatriar, desistiendo de hacer nuevas. El encadenamiento de consecuencias fue prolongado v dejó rui nas y tensiones. Transform ó, también, el orden social y político. Por lo pronto, en la vida económica triunfa el nacionalismo, el pragmatismo proteccionista exigido por la presión de empresa rios y organizaciones obreras, y los lincamientos de formas de economía dirigida que en los Estados Unidos se tradujo en el N ew Deal (1933) de Franklin Delano Roosevelt. Gran Bretaña no sigue el camino tradicional del libre cambio, sino que se de dica a cultivar las relaciones comerciales con las regiones que se encuentran bajo su zona de influencia o su dependencia política:
€1 nacionalism económico
adopta el sistema de “preferencia imperial”, que en 1932 se pro yecta en los acuerdos de Ottawa. Los puntos fundamentales- de los doce acuerdos que constituyeron el resultado de la Confe rencia de Ottawa fueron los siguientes: “a) Gran Bretaña se com prometió a mantener la preferencia del 10 r/ de la ley de 1932, ventaja que no podía modificar sin consultas con los Dominios; b) a establecer derechos sobre los productos extranjeros, v c) a establecer cuotas sobre dichos productos”. Por su parte, los Do minios se comprometieron a establecer preferencias recíprocas. Eso implicaba, asimismo, el propósito de restringir las importa ciones de países que no formaran parte del Commonwealth. En- » tre ellos estaba la Argentina, que fue mencionada especialmente durante la conferencia por la gravitación que tenía su competen cia en el comercio de carnes v de trigo. La denuncia tuvo con secuencias graves para la economía argentina, afectada como todas las demás por la depresión. Todo eso, más lo acontecido en el resto del mundo, señaló la tendencia hacia el declive de los víncu los económicos internacionales, hacia el bilateralismo comercial, mientras las tendencias autárquicas y geopolíticas conducían a la reivindicación del “espacio vital”. Aunque luego se volverá sobre el tema, la crisis del 29 creará a las finanzas públicas de (os Estados latinoamericanos una situación tanto o más grave que la que sufrirá la economía en general, pues el poder de compra de los países periféricos —poder derivado de las exportaciones— disminuye brus camente v el esquema de una política económica conducente a “sustituir importaciones” comienza a cobrar vigencia, mientras el Estado buscará controlar el ritmo de la producción v de las ex portaciones. “En la Argentina —escribirá Carlos Ibarguren en La Historia que he vivido— sintiéronse en seguida las gravísimas consecuencias de la catástrofe. . . El sacudimiento imprevisto echó por tierra nuestra prosperidad mercantil v nuestra economía; el crédito se restringió de improviso v en muchos casos fue cortado en abso luto; los negocios paralizáronse; los bancos fueron corridos. . . ” Mientras tanto, el desquicio administrativo que acusaba el segundo gobierno de Yrigoven no permitía una respuesta adecuada a la crisis, aunque aun los sistemas mejor ordenados de esa época sin tieron intensamente el cimbronazo. 2 C o n il P a z , A lberto y F errari, Gustavo, Política exterior argentina. 1910-1932. Buenos Aires. Huem ul. 1964. págs. 12 a 15. 34^
Los hombres que doblaban la esquina de la década feliz del veinte se encontraron, pues, con la década difícil v amarga del treinta. A la crisis económica y sus consecuencias agobiantes, se sumó el relieve militante de ideologías antiliberales pesimistas que ponían en cuestión la capacidad de los sistemas políticos democrá ticos y parlamentarios para imponerse a la crisis v dominarla. Según algunos, se había llegado al apogeo de la “edad de las ideologías”.:f Mucha gente que consideraba al comunismo como anatema, el elitismo voluntarista y eficaz de aquél le resultaba singularmente atractivo. Si un pequeño grupo revolucionario había sido capaz de dominar el imperio ruso, ¿qué impediría a grupos creyentes en otros “religiones seculares” hacer lo mismo a partir de otras ideo logías o de otros absolutos temporales considerados, también, in térpretes del sentido de la historia? La dictadura se les aparecía, pues, como una forma adecuada a tiempos de crisis en los que los gobiernos constitucionales parecían impotentes. Surgió el fascismo, sin ser al principio un movimiento internacional. Era necesario tener “suceso” en la conducción del Estado. Mussolini, en Italia, fue ejemplo para muchos. Pero el fascismo era ideológicamente débil. Apenas se aludirá en este lugar a ciertos conceptos orienta dores, a algunos elementos constitutivos. Fascismos —más bien que fascismo, pues deberán añadirse la Alemania de Hitler, la Action Fran^aise de Maurras, la España de Franco— v socialismos, doctrinas materialistas, tienen sin embargo puntos de partida diferentes. Los socialismos se apoyan en una esperanza, y la porción de verdad que les corresponde se traduce en un programa v en una ideología opti mista. Los fascismos, por el contrario, se originan en un sentimiento angustiado de decadencia v de ruina. A partir de ese sentimiento, sucede una suerte de retorno a lo elemental, a lo natural, a lo instin tivo: el carácter biológico de los fascismos, mezcla de lo sano v lo morboso, v la búsqueda de un “salvador” que enderece la historia entusiasmó en su momento a las generaciones jóvenes de la década del treinta. Éstas hallaron, sobre todo en naciones que buscaban su resurgimiento, el atractivo del paroxismo nacionalista de los fascismos, acompañado de la pretensión de una profunda revolu ción social. Nacionalistas v en cierto sentido socialistas, los fascis mos eran estatistas v totalitarios. En Alemania apareció un doctri:t Además de la bibliografía va recomendada sobre la historia del pen samiento político —Sabine, Prélot—, ver en el sentido indicado en el texto a Frederik M. W atkins, T h e age o f ideology. PolíticaI tbonght. USO to tbe presen. U.S.A., Prentice-H all, Inc.. Vale U niversitv Press, 1964.
El tactor ideológico
na rio, un fanático, un devoto de la ideología tal como él la concebía v le había dado contenido en Mein Kampf: Adolfo Hitler. Mien tras el liberalismo v el comunismo se habían lanzado como creen cias universales a la conquista de los hombres, un rasgo distintivo del nacional-socialismo de Hitler fue el mito de la raza, teorizado mediante un ensamble arbitrario de fuentes distintas. Con el anti semitismo, satisfizo las expectativas, .cultivó los temores v exasperó las ansiedades del pueblo alemán. La ideología nacional-socialista surgió así copio un fenómeno típicamente moderno, ávido de imponer un nuevo orden traducido en una autocracia totalitaria permanente por la cual la raza aria satisficiese las naturales v “rec tas funciones" que su doctrinario le atribuía, ejerciendo el dominio casi absoluto de las razas v pueblos “inferiores”. La élite no sería reclutada sólo en Alemania, sino en otros países como Gran Bre taña, los Estados Unidos de América, los reinos escandinavos allí donde existiesen arios v nórdicos. La ideología nazi tenía, además, un culto apropiado a la sociedad de masas. Descansaba en la visión racista de la historia, v por lo tanto, en una visión regresiva: nece sitaba de un factor dominante e impulsor. Por eso, v por la in fluencia recíproca que existía entre un doctrinario fanático como Hitler v sus seguidores, la ideología nazi hacía tanto hincapié en el culto del jefe. En España, mientras tanto, con el triunfo de la República en 1931 comenzó la actividad política de un personaje singular, cuvo pensamiento proyectóse en un movimiento ideológico v en una organización que marcaron buena parte de la historia española contemporánea. Apenas se encuentran rastros de tal ideólogo y de su ideología en las historias del pensamiento político contem poráneo v, sin embargo, sería vano tratar de entender el factor ideológico v sus matices en los movimientos latinoamericanos v en los argentinos sin registrar su presencia. Se trata de José An tonio Primo de Rivera v Sáenz Heredia, nacido en Madrid en 1903, hijo del dictador Miguel Primo de Rivera que gobernó a España entre 1923 v principios de 1930. José Antonio, como le conocían los españoles, fundó en 1933 la Falange Española v en 1935 el Sindicato Español Universitario. En 1934 la Falange se fusionó con las J. O. N. S. (Juntas de Ofensivas Nacional Sin dicalista) v fue perseguida luego del triunfo del Frente Popular en 1936, año en que, procesado. Primo de Rivera murió fusilado. Brillante, audaz, de heroica consecuencia incluso, José Antonio dejó un pensamiento político sobre cuyos rasgos aún hoy se dis
cute. Lo que no se discute es su ambivalente influencia en el nacionalismo latinoamericano, especialmente en el nacionalismo de derecha católico de la Argentina de los años 30. Para algunos europeos no españoles, el pensamiento de Primo de Rivera fue una versión del fascismo. Los textos dan para eso, pero también para interpretar una suerte de “centrismo” de José Antonio, situado entre el fascismo y el comunismo. Pero un centrismo muy particu lar, si se atiende a su discurso de fundación de la Falange Espa ñola, donde abomina del liberalismo, del sistema democrático, del sufragio universal, de los partidos políticos v se pronuncia en favor de la violencia para construir un “Estado futuro” nacionalsindicalista.4 Las corrientes ideológicas contemporáneas no se agotan en los fascismos, en el falangismo, ni en el comunismo. Surgen las “desviaciones de la izquierda”, como el socialismo trotskysta y la izquierda comunista internacional, que se proclaman observantes del marxismo integral y hacen suyas todas las posiciones doctrina les de Marx, Engels y Lenin, mientras acusan al partido Comunista y a Stalin de “desviaciones de derecha”. Y aun se acentúan corrien tes socialistas liberales y humanistas. El liberalismo, mientras tanto, se renueva o se “revisa”. Surge la crítica contra “dejar hacer”, el repudio de la creencia, en la evolución ineludible hacia el colec tivismo, la ratificación del individualismo como puerta abierta hacia la moral, y la original reivindicación de la intervención del Estado para atenvar los efectos, las consecuencias de la desigualdad en las condiciones humanas. El “neo-liberalismo” rechaza, pues, la pasividad del Estado, los monopolios, el poder financiero, el espíritu conservador y la indiferencia frente a las consecuencias sociales de los desequilibrios económicos. Añade el intervencionis mo estatal, la lucha contra los monopolios, la justicia social. Con serva el espíritu capitalista aunque observa con atención el proceso de socialización del mundo contemporáneo. Mientras en las corrientes profundas del pensamiento político se advierten el “llamado a la convergencia” de un Teilhard de 4 El “falangismo” fue y es una doctrina y un m ovim iento con carac teres propios, en el que vuelve a aparecer la tradicional oposición de España frente a Europa. Conviene ir directam ente a las fuentes, y leer a José A n tonio Prim o de Rivera. El pensamiento político hispanoamericano. Buenos Aires, Depalma, 1968, volumen 17. Tam bién, los textos publicados en “C ró nica de la guerra española”, fascículo 48, Buenos Aires, 1968, donde se dan a conocer interesantes testimonios del Diario parlam entario y del periódico español “A rriba”, fundado por José Antonio, de donde podría sustentarse el peculiar “centrism o joseantoniano”.
Chardin, la “voluntad de ruptura v la apología de la violencia" de un Albert Camus, la “política desprendida de todo fundamento confesional” como el personalismo de Emmanuel Mounier, “de todo fundamento ético” cflmo en Burnham v los maquiavelistas, o de “todo fundamento ideológico” como en Raymond Aron, según el derrotero señalado por Marcel Prélot, las ideologías perduran. Y el tema de la ideología se convierte, en tiempos de alteración, en un ingrediente decisivo del contorno internacional v en un factor relevante para explicar las crisis de muchas situaciones na cionales, entre ellas la argentina. Liberalismo, socialismo, fascismos, falangismo, y aun corrientes expresivas del llamado catolicismo social, disputaron la fidelidad de seguidores, la imaginación de propagadores, la formulación de programas de acción, la adhesión de los militantes v el sentido de la oportunidad de los políticos. En Estados Unidos de América, Francia v Gran Bretaña, la política interior y la política exterior seguían bajo el control de sistemas presidenciales y parlamentarios. En Alemania, la crisis po lítica que siguió a la crisis económica v social condujo a Hitler al poder. En Italia, Mussolini procuraba para el Estado “el máximo de autonomía”. Atravesando la depresión, la Primera Guerra había dejado Estados vencedores v con poder de recuperación v Estados vencidos e insatisfechos. Entre éstos estaba Alemania, conducida ahora por el autor de Mein Kampf. La paz comeitzó a correr pe ligro, pues el régimen de Hitler se acercaba a los désignios del fascismo italiano. Mientras tanto, las potencias “ricas” de Europa seguían una política de negociación y apaciguamiento que Vaciló sólo en 1938, cuando suceden jos golpes de fuerza alemanes. Los Estados Unidos siguieron dominados hasta 1935 por el problema de la Gran Depresión y los conflictos de intereses que produjo la política del N eiv Deal, e incluso después su política económica no correspondería fácilmente al “espíritu internacional coopera tivo” que sus estadistas decían apoyar. La amenaza alemana crecía, pues, mientras las barreras de seguridad que se intentaban levantar contra ella iban fracasando una a una. A mediados d^, la década del treinta, el sistema de seguridad colectivo estaba en crisis y con él la Sociedad de las Naciones. En ese panorama crítico ingresó la guerra española, que esta lló el 17 de julio de 1936. El conflicto español significó varias cosas a la vez. Fue un aspecto de los conflictos ideológicos que contraponían en Europa a los regímenes fascistas, comunistas y
Hacia la Segunda Guerra Mundial
La guerra española
democráticos.' Pero fue también un conflicto con perspectivas abiertas para las preocupaciones estratégicas —el control de rutas en el Mediterráneo v en el Atlántico, Gibraltar, etc.—, v aun para las preocupaciones económicas, a propósito de la carrera de arma mentos que realizan los grahdes Estados v su repercusión en las industrias metalúrgicas interesadas. En los orígenes de la guerra española, las potencias más activas fueron Italia v Alemania en favor del Movimiento “nacional” español. Pero luego, todos los Estados europeos tomaron posición. Los nacionales se beneficiaron con la ayuda italiana v alemana; los republicanos, con la de los rusos v en menor medida con la de los franceses v otros gobiernos ex tranjeros. Aunque todos habían acordado mantenerse prescindentes, el principio fue violado constantemente. Pero no se trata de exponer en este lugar aspectos de un conflicto terrible, sino de señalar su importancia en el contexto internacional de la década del treinta, la tensión moral e ideológica que creó en la opinión pública europea v en países como la Argentina —donde el pro blema español se vivió con general angustia v alentó dilemas ideo lógicos—, así como el hecho de que Hitler v Mussolini pudiesen comprobar hasta qué punto franceses e ingleses se mostraban dis puestos a conceder para evitar una guerra general. Kl proceso internacional —político v económico— de la dé cada del treinta contiene, pues, el flujo de muchos factores e influencias que penetraron los sistemas políticos nacionales de los países de la periferia, condicionando su actividad v desafiando su capacidad de respuesta. Kn la mayoría de los casos, como en el de la Argentina, cambios en políticas específicas, como la política económica, fueron el resultado de esos factores más bien que de la decisión espontánea de sus conductores. Kueron, por lo tanto, respuestas dependientes, v no independientes o autónomas. Hacia 1930 terminó una época. Con ella se fueron muchas t ilusiones y se detuvo la fragua de sistemas políticos que en Ame rica latina apenas habían logrado cierta precaria legitimidad. Kl subsistema latinoamericano, cada vez más ligado al rumbo norte americano, era fuertemente tributario de un sistema internacional frágil y cuando éste estalló, la catástrofe arrastró no sólo a las r
R , Hierre, Historia de las relaciones internacionales, Madrid, Aguilai, 1964, espec. tom o 11, vol. n: "Las crisis del siglo xx”, pág. 1021. Ver también sobre la cuestión española, J. Van des lisch, Prelude to war. T he internatioval repercttssions of rhe Spanish Civil IVar. I916-IIIW, La Hava. 1951. k n o l v in
H a c ia u n n ue v o r d e n m u n d ia
metrópolis, sino que complicó la vida de aquellos que trataron de permanecer neutrales. El crash del 29 produjo en la economía latinoamericana con secuencias mucho más graves que crisis anteriores. Después del 29, y sobre todo de la Segunda Guerra Mundial, se advirtió que la prosperidad financiera de ciertos países latinoamericanos no era suficiente para hacerlos invulnerables a los peligrosos cambios ope rados en las relaciones económicas internacionales. Éstas iban hacia un “relativo divorcio entre las economías metropolitanas v las peri féricas, de las que se espera ahora predominantemente ciertas materias primas, no todas por cierto indispensables” y según una difundida caracterización, las áreas periféricas amenazan transfor marse en los slums del planeta, comparables a esas áreas urbanas cuya degradación, una vez comenzada, parece irrefrenable.'1 N o sólo los cambios en las relaciones económicas internacio nales gobiernan o condicionan decisivamente el comportamiento de los sistemas políticos nacionales de América latina por la acción de los grupos de interés, sino que el factor ideológico operará como detonante de crisis políticas y sociales y retornará, aunque con nueva y sutil fisonomía, la intervención de las fuerzas armadas en la política como rasgo, desde entonces característico, del proceso latinoamericano. El Estado, a su vez, asume un rol activo que ni siquiera los partidos conservadores podrán soslayar. Estado, eco nomía y política se vincularán desde entonces de manera diferente. La separación entre la sociedad política v la económica, que en los años veinte parecía imponerse como necesaria, aparecerá insos tenible, máxime cuando la crisis afecta incluso a los sectores diri gentes de la economía. La diplomacia trabaja para evitar que la crisis económicosocial afecte el sistema internacional. Pero la conferencia paname ricana de Montevideo, de 1933, si bien se tradujo por iniciativa argentina en un tratado de no agresión v conciliación, tuvo su contrapartida económica en cuanto los Estados Unidos lograron evitar una condena masiva del proteccionismo aduanero que prac ticaba y la conferencia se inclinó en favor de acuerdos bilaterales de liberalización aduanera recíproca. En 1936 v en 1938 —en Bue nos Aires y en Lima—, los países americanos volvieron a reunirse bosquejándose paulatinamente un sistema panamericano que, sin embargo, dependía estrechamente del comportamiento de la po tencia hegemónica de la región: los Estados Unidos. Si al princi11 H a i . p e r Í n
D o n g h i, T u l io ,
oh. cit.,
p á tjs.
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Í5 V .
pió el sistema parecía una “liga de neutrales”, como las que Europa había conocido en el pasado" pronto se vería asediado por el cambio insinuado hacia 1940 en la política norteamericana, como se advirtió va en la conferencia de La Habana de fines de ese año. Para los norteamericanos, en efecto, el mecanismo panamericano sería desde entonces, v hasta su ingreso en la guerra, demasiado lento como para condicionar sus inminentes decisiones beligeran tes. Sólo en 1942 se reuniría en Río de Janeiro una nueva conferen cia panamericana, la que recomendó la ruptura de relaciones con el Eje. La guerra sirvió para recomponer el sistema panamericano según las posiciones relativas de sus componentes hacia la potencia hegemónica v hacia la guerra. Los países centroamericanos decla raron la guerra, México v Brasil lo hicieron poco después —1942— con lo que lograron explotar política v económicamente a su favor, en el contexto latinoamericano, la crisis internacional, sobre todo en sus relaciones con el “poderoso vecino del N orte”, mientras que la reticencia argentina, que luego se explicará, “no sólo se apoyaba —como querían los adversarios de su política— en el pres tigio alcanzado por el Eje entre muchos de sus políticos conser vadores y jefes militares: se vinculaba también con la perduración del ascendiente británico, opuesto entonces como antes a la inclu sión total de la Argentina en el área de predominio norteame ricano .. La política exterior v las relaciones económicas internacionales se convirtieron, en la década del 30 y sobre todo en los años de la guerra, en ejes fundamentales de las políticas interiores de los Es tados latinoamericanos, v en signos de referencia necesarios para hacer inteligibles los procesos internos. La fatiga del
El contexto internacional esbozado es, a la vez, ambiente de la crisis de la Argentina de los partidos, de la restauración neoconservadora v del golpe de Estado de 1943 v sus consecuencias inmediatas. 7 Este proceso puede leerse con cierta facilidad en H alperín Donghi. ob. cit., págs. 372 a 374; en Conil Paz-Ferrari: ob. cit.; y en Jacques Lam ben, América latina. Estructuras sociales e instituciones políticas, Ariel, 1954. N H alperín D o n g h i , Tulio, ob. cit., pág. 374. La conferencia paname ricana de México en febrero de 1945 abrió la puerta al reingreso de la Argentina en la com unidad americana, pero a costa de la declaración de guerra a Alemania en marzo de 1945 v luego de un proceso interno aparen temente desconcertante.
En la Argentina, eJ triunfo de Hipólito Yrigoyen en las elec ciones nacionales de 1928 desconcertó a la oposición y a los obser vadores políticos. En realidad, era la primera experiencia contem poránea de los argentinos de lo que significaba un movimiento popular en acción. La Unión Cívica Radical no llegó a constituirse en un partido “burocrático” mientras dominó la jefatura personal de Yrigoyen." Su figura ejerció una influencia moral v legitima dora muy poderosa, carismática, que envolvía un control también personal sobre sus seguidores v descansaba a menudo en recom pensas traducidas en la posibilidad de acceso a posiciones dentro del partido o de la burocracia estatal. Cuando sobrevino la reelec ción de 1928, vióse que la U. C. R. debía organizarse como un partido de masas o correría el peligro de la desintegración, pues la vid* de su jefe llegaba al ocaso. Para los radicales yrigoyenistas, sin embargo, el triunfo significó la ratificación de una línea polí tica que incluía tanto medidas económicas —como la nacionalización del petróleo, debatida en 1927-28—, cuanto la intención —sin tra ducciones programáticas muy concretas— de promover una suerte de democratización social. Un conservador representativo, Matías G. Sánchez Sorondo, advertía en esos debates: “Ayer fueron los alquileres, hoy es el petróleo, mañana será‘la propiedad rural ame nazada de ser redistribuida.. ¡” Para los conservadores y para los sectores económicos dominantes comenzaba a ser claro que la rela tiva escisión entre la sociedad política y la sociedad económica —o si se quiere entre el poder económico y el poder político— era una concepción peligrosa que podría terminar en una situación opuesta a sus intereses. Sin embargo, la segunda presidencia de Yrigoyen no puede ser entendida sin atender a ciertos procesos gestados durante el período presidencial de Alvear, condicionados por el contexto in ternacional en transformación. Esos procesos se vinculan con casi todos los miembros de lo que se ha llamado la “constelación de poderes” de la sociedad argentina, pero hay dos que son especial mente relevantes para explicar el desenlace del 30: la influencia del factor ideológico y el cambio de actitud operado en el poder mili tar. Ambos procesos se encuentran estrechamente relacionados. B Sobre la “estructura de la jefatura” y cuatro tipos característicos cjue el autor llama: 1) burocrático y durable; 2) personal y frágil; 3) burocrático y frágil y 4) personal y durable, es útil ver David A pter, M étodo compa rativo para el estudio de la política. En “T he Am erican Journal of Sociology”, vol. , n9 3, nov. 1958, o en versión castellana del “Boletín Inform ativo del Seminario de D erecho Político”, Salamanca, 1959, págs. 1 a 30. Yrigoyen estaría situado en el tipo 2). según nuestra apreciación. l x iv
Segunda presidencia de Yrigoyen
Procesos internos en marcha: el poder m ilita r y el poder ideológico
En primer lugar, con anterioridad a 1928 se gesta un movi miento ideológico complejo y militante conocido como naciona lismo de derecha, paralelo a los movimientos ideológicos europeos esbozados en páginas anteriores. Si bien el nacionalismo argentino, no es reductible a una sola versión, tiene como denominador co mún su antiliberalismo y su crítica mordaz y constante al principio de legitimidad constitucional democrático' hasta entonces compar tido por la mayoría de las fuerzas políticas argentinas. En segundo lugar, antes de la segunda administración de Yrigoyen, se producen cambios significativos en las relaciones entre la sociedad militar y la sociedad política o, si se prefiere, entre las fuerzas armadas y la sociedad argentina. Pueden explorarse, sin duda, otros factores actuantes o convergentes en el desenlace del 30 y en las décadas posteriores, pero esos dos fueron, sin discusión, relevantes. El nacionalismo de derecha constituye un fenómeno dema siado complejo para el analista político y el historiador como para ser descripto aquí de manera exhaustiva. Sólo se brindarán, pues, algunos datos y elementos de juicio indispensables.10 El na cionalismo no es un movimiento unitario y continuo, aunque la palabra y ciertos análisis ligeros parezcan sugerirlo. N o puede ser presentado como un bloque con unidad interna, pues ello se con ciliaria mal con el espectáculo de sus contradicciones doctri nales y de sus discrepancias. El nacionalismo se diferencia en el tiempo y en las situaciones, así como por los temperamentos que convoca. Hay nacionalismos v nacionalistas. De ellos interesa aquí los que tuvieron gravitación decisiva en la década del veinte y sobre todo algunos de sus rasgos salientes. Hay toda una “geogra fía” de la derecha todavía por hacer que permitiría distinguir entre sus diferentes manifestaciones regionales, y una vinculación estre cha entre la derecha nacionalista y el llamado “integrismo” católico que tuvo señalada influencia en la década del treinta. Existen mo dos de actuar de esa derecha que trasciende a los partidos —la Liga, por ejemplo, una estructura laxa que se adecuaba bien al modo de ser de la derecha extrema—, pues los partidos pasan y la 10 E ntre la abundante literatura relativa al nacionalismo intelectual y dado que aquí sólo aludiremos a ciertos rasgos y protagonistas, seleccionamos el notable ensayo de Ernst N olte, Three faces o f Fascism. A ction FrangaiseItalian Fascium-N ational Socialism, traducido del alemán y editado en Nueva York en 1966; al excelente libro dé René Rémond, La droite en France, de la prem íete restauration a la la Ve. Republique, París, Aubier, 1963 —por lo que sugiere en analogías con corrientes argentinas—, y el reciente y muy inform ativo trabajo de M arysa N avarro Gerassi —y bibliografía y fuentes allí citadas—. Los nacionalistas, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1968.
derecha queda y al propio tiempo la organización partidaria le repugna. Y existe un vocabulario v ciertas convicciones que han caracterizado a la derecha nacionalista —el orden, la grandeza, la raíz telúrica, etc.— así como la historia de las palabras constituye, casi siempre, una contribución sorprendente para entender la reali dad política que pretenden designar. Elitista, partidario del orden que planteaba como uno de los términos de un dilema respecto de la libertad, autoritario v moralista, el nacionalismo dirá que ha llegado “la hora de la espada” v clamará por la intervención mili tar en la arena política para salvar la patria que considera amena zada por una conspiración internacional que los políticos profe sionales v la democracia parlamentaria se les antojaba incapaces de neutralizar. Su temática intentará vincular tendencias e ideologías internacionales, como el fascismo, con fenómenos vernáculos como el rosismo v con actitudes de lucha frente al imperialismo, que durante más de una década estará representado por el predominio británico v luego también por los Estados Unidos. El nacionalismo retoma la bandera de la “hispanidad” V alienta toda una escuela histórica conocida como “revisionismo”. Pueden distinguirse antes del 30, pues luego se incorporará el falangismo, tres corrientes principales en el nacionalismo de derecha argentino: el nacionalismo fascista, el nacionalismo maurrasiano v el nacionalismo conservador. Los tres coinciden en la crítica a Yrigoven. Pero los dos primeros coinciden, además, en la crítica feroz a la Argentina de los partidos, al principio consti tucional vigente y, al cabo, al liberalismo político. Los dos prime ros son opuestos al sistema. El último comparte algunas de las banderas de aquéllos, pero se transforma en una oposición dentro del sistema que, sin embargo, pretende “revertir” transformándose en reaccionario v restaurador. Uno de los protagonistas principales del nacionalismo de dere cha fue Leopoldo Lugones, para quien había llegado en los años veinte la hora de la espada porque “sólo la virtud militar realiza en ese momento histórico la vida superior que es belleza, esperanza V fuerza”. Sus ideas se difundirán a partir de la segunda elección de Yrigoven, con “La Nueva República”, periódico que habían fundado el l9 de diciembre de 1927 los hermanos Julio v Rodolfo Irazusta, Ernesto Palacio, Juan E. Carulla v César E. Pico. La prédica nacionalista contra Yrigoven v la democracia fue cons tante, hábil v con un auditorio cada vez más amplio entre oficiales de las fuerzas armadas, jóvenes intelectuales v la derecha conser
vadora. Las corrientes doctrinarias europeas aparecían, transparen tes, en discursos, folletos v periódicos de aquellos paradójicos críticos del “extranjerismo” que, según ellos, impedía la consolida ción de la identidad nacional argentina. Si bien el fascismo, segmentos de la doctrina nazi y la evoca ción de Primo de Rivera transitaban por el ideario aparentemente nacional del nacionalismo, quizás ninguna doctrina perduró tanto como la de Charles M aurras." N o parece exagerado decir que —aún hoy— hay maurrasianos que se ignoran. Si se quiere, el pen samiento de Maurras representa el más importante esfuerzo inten tado en este siglo para dar a la derecha francesa úna doctrina firme y coherente. La indigencia intelectual de la extrema derecha con temporánea muestra que Maurras no fue reemplazado. A diferencia de Bonald, por ejemplo. Charles Maurras no buscó determinar los fundamentos del poder, sino responder a la cuestión práctica de las condiciones en que el poder se podía ejercer normal v válida mente. Se hallan en su doctrina partes importantes de la construc ción intelectual de los grandes reaccionarios del siglo xix, pero amputada su pieza clave: Dios. Por eso se prestaba a críticas con tradictorias: ¿laicista? ¿clerical? En rigor, una suerte de “teocracia sin Dios”, un profundo escepticismo sobre la bondad de la natu raleza humana que conducía a la crítica implacable de la demo cracia, la repugnancia hacia el “caos obsceno”, v una construcción estéticamente perfecta —que tanto atrajo a Lugones— de un orden político en el cual la Iglesia tendría un lugar privilegiado. Era un clericalismo sin Dios. Por eso, entre otros aspectos más sutiles, la condena pública de ciertas obras de Maurras por la Iglesia, condena conocida a fines de 1926. El nacionalismo aristocratizante de los años veinte volvía, a través de Maurras, a Francia . . . ala que habían acudido antes sus mayores, pero orientados por doctrinas de distinto signo. 11 Esto necesita aún demostración. Pero por lo pronto explica que "algunos nacionalistas comenzaran a atacar al fascismo, no porque se hubiesen desencantado de él ni porque, fuese inaplicable en la Argentina, sino porque no subrayaba de modo suficiente el papel de la Iglesia. . . ”, como señala N avarro Gerassi, ob. cit., pág. 105. (Confr. también Carlos A lberto Floria, La Argentina ideológica, revista “C riterio”, año 1966, págs. 908a 91?, espe cialmente en cuanto a la mentalidad reaccionaria. “C riterio”, uno de los voceros del nacionalismo católico en los años JO, transform ará totalm ente su orientación especialmente a partir de los años 50 y más rotundam ente desde 1955.) 12 V er la lista de los prim eros nacionalistas y su reclutam iento social en Federico Ibarguren, O rígenes del nacionalismo argentino, en artículos publicados en “Azul v Blanco" en 1966.
La crítica ideológica del nacionalismo de derecha no fue el Eiércit0 y política único elemento apto para el desgaste del segundo gobierno de Yrigoyen. Un proceso de importancia decisiva se gestaba en el ejército. Si bien el cuerpo de oficiales había comenzado a reflejar en los años veinte los cambios operados en la sociedad argentina18 —casi un tercio de los oficiales ascendidos a los grados más altos del ejército durante los gobiernos radicales eran hijos de inmigran tes—, y los asuntos profesionales absorbían la atención de la ma yoría, no era un misterio para nadie que los principales miembros del ejército manifestaban cómo debía ser la política pública en la esfera económica y acerca de las posibilidades de desarrollo indus trial por la alteración en las relaciones económicas internacionales. El general Mosconi, director de Y. P. F. entre 1922 y 1930, ex ponía la tesis de un incipiente nacionalismo económico. Paralela mente, no habían perdido vigor las ideas tradicionalistas en cuanto a un país básicamente agrícola y su situación necesariamente vincu lada a los mercados de ultramar. Los movimientos gremiales eran observados con cierta aprensión, pues los conflictos anarquistas, las huelgas socialistas y los actos de violencia configuraban para los militares signos de desorden y de la potencial influencia comu nista, luego que los bolcheviques habían tomado el poder en Rusia. Las reacciones no eran sin embargo uniformes, pues el propio Director del Colegio Militar en 1920, entonces coronel Agustín P. Justo, describía a la Argentina como “una sociedad que cam biaba su estructura”, en la que el papel de las fuerzas armadas debía ser el de “asegurar el libre ejercicio de todas las energías”, pero no el de un “participante” en la lucha por el cambio. Pero cuando la década del veinte avanza, la actitud de Justo hacia los' cambios sociales y su relación con los principios constitucionales no es compartida por oficiales jóvenes que ponían énfasis en otros valores: por ejemplo, el orden y la jerarquía. Para ellos, un general como José F. Uriburu veía más claro cuando demos traba su simpatía por regímenes como los de Primo de Rivera en España v Benito Mussolini en Italia. Para ese sector militar, ciertos intelectuales y políticos de la sociedad argentina que, como los militantes de la izquierda, veían al ejército en términos marxistas como instrumento de opresión de la clase dominante o eran sim plemente antimilitaristas en el sentido tradicional de los socialistas 13 P otash , R obert A., T he A rm y & Politics in Argentina. 1928-1945. Yrigoyen to Perón, cit., publica la lista de oficiales prom ovidos a los rangos más altos del ejército durante los gobiernos radicales (pág. 20).
liberales y de muchos radicales v demócratas progresistas, necesi taban una lección. Pero la posición crítica del ejército respecto de Yrigoyen empezó a crecer cuando su segundo período presidencial comenzó a caracterizarse por la inestabilidad v la ineficiencia política. Yri goyen eligió como ministro de Guerra al general Dellepiane, en tonces retirado, pero éste no pudo actuar con eficacia tanto por su precario estado de salud, como por la interferencia del ministro del Interior, Elpidio González. Yrigoyen retomó, además, su inve terada costumbre de subordinar la conducción de los asuntos militares a consideraciones políticas o personales. El Presidente “parecía ver al Ejército como una asociación de individuos, casi una familia o un club político, más bien que una institución jerár quica en la cual moral, y disciplina se relacionan íntimamente con la cuidadosa observancia de normas establecidas...” 14 La crítica ideológica se sumó a la crítica de la política militar de Yrigoyen, pese a que los gastos militares aumentaban, pero en beneficio de las personas, más bien que en el de un programa iniciado en la presiden cia de Alvear para proveer al ejército de equipos modernos. Las expensas en armamentos descendieron de 42 a 16 millones de pe sos moneda nacional entre 1928 y 1929, y el porcentaje del pre supuesto militar respecto- del presupuesto general bajó de 20,9 a 18,9% y luego a 18,6% en 1930. El descontento en los círculos militares fue estimulado por el favoritismo político de Yrigoven en el tratamiento del personal militar, de las reincorporaciones, remociones v promociones, incluso retroactivas, que practicaba contra normas explícitas. La crítica militar fue asentándose, pues, en causas “corporativas” o profesionales. El tema militar se hizo casi obsesivo. Los oficiales identifica dos con la va citada Logia General San Martín o con los segui dores del ex ministro de Guerra de Alvear, general Justo, eran relevados, cambiados de destino o puestos en disponibilidad. El coronel Luis García, que había sido cabeza de la Logia y Director del Colegio Militar, escribió desde su retiro, en poco más de un año, mqs de un centenar de artículos desde el diario La Nación, puntualizando los “desarreglos” castrenses del gobierno yrigoye nista. Uriburu, también en retiro, aprovechóse de la desafección creciente entre los militares hacia la política de Yrigoyen para comenzar sus trabajos conspirativos. 14 P o ta s h , Robert A .,
ob. cit.,
p ág 30.
Doctor Neumeier - Es un caso crónico de estreñimiento cerebral. |Caricatura de J M. Cao.
Critica,
1917. |
La polarización p o lítica se hizo centrífuga. Un Yrigoyen senil no pudo enfrentar la coalición de fuerzas opositoras ni, en el mom ento decisivo, la intervención p olítica del poder m ilita r.
El proceso de alienación del poder militar fue gradual pero constante. Había comenzado a gestarse antes del 28. Todavía en 1929 la presidencia del Círculo Militar fue ganada por 929 votos contra 635 por el “venerable general (ret.)” Pablo Ricchieri, apo yado por el coronel Manuel Rodríguez, amigo de Justo, a la fór mula encabezada por el recientemente retirado general Uriburu. Pero en junio de 1930, el nuevo presidente del Círculo, general Francisco Vélez, se preocupó por señalar en su discurso inaugural que las relaciones con el gobierno se caracterizarían por una “es crupulosa consideración y prudencia, v no por obsecuencia y servilismo”, lo que Potash interpreta bien como una manera clara de criticar implícitamente a los oficiales identificados con el yrigoyenismo.18 El 23 de julio, un editorial de La Prensa se titula ba, a propósito de un discurso del coronel García, “N i obsecuencia 18 P o ta s h , Robert A.,
oh. cit.,
págs. 38 y
✓
ni servilismo en el militar”; El poder militar no operaba en el yació. Era solicitado por el ambiente v éste se había cargado de tensión e intolerancia. La crisis de 1930
Hipólito Yrigoyen contaba con un fuerte respaldo en la Cá mara de Diputados. Sus partidarios ocupaban 91 bancas; la oposi ción 67. Pero en el Senado las posiciones se invertían: lo apoyaban 7 senadores; lo enfrentaban 19."’ Llegó al poder con un apoyo popular impresionante que aturdió a los opositores, pero éstos tardaron poco en recobrarse v la atmósfera se fue enrareciendo con asombrosa rapidez. La actividad legislativa fue al principio de relativa colaboración: se sancionaron en 1929 leyes como la 11544 sobre la jornada legal de trabajo, la ley 1 1563 disponiendo el censo ganadero nacional v otras leyes previsionales v de alguna repercusión social. Pero como observa Etchepareborda, quedan sin aprobar el plan de defensa sanitaria, un convenio comercial con Gran Bretaña —precedente del pacto Roca-Runciman, conocido como misión lord D’Abernon v aprobada en Diputados— v el proyecto sobre nacionalización del petróleo que queda en el Se nado “en carpeta”.17 Las obras públicas reciben algún aliento y se crea el Instituto del Petróleo en enero de 1929. Se fundan cerca de 1.700 escuelas v se mantienen en política exterior los lincamien tos de la primera administración vrigovenista. La lectura de los boletines oficiales no traduce el clima oprimente que se fue for mando mes a mes, con la contribución de todos: el gobierno y la oposición; los periódicos, los universitarios, los militares v los obreros; la izquierda y la derecha. Los testimonios de la época —v de protagonistas que intenta ron evaluar los sucesos con cierta objetividad años después— coin ciden en la convergencia de factores que procedían de lugares En D iputados había 36 conservadores, 15 antipersonalistas, 4 lencinistas, 2 cantonistas, 4 socialistas y 6 socialistas independientes, form ando la oposición. En Senadores 9 conservadores, 9 antipersonalistas y 1 socialista. El gabinete de Yrigoyen lo form aban Elpidio González en Interior; H oracio B. O yhanarte en R. Exteriores; Juan de la Campa en Justicia e I. Pública; Enrique Pérez Colman en H acienda; Juan B. Fleitas en A gricultura; Benja mín Ávalos en O. Públicas; general Luis J. Dellepiane en G uerra y vice almirante Tom ás Zurueta en Marina. 17 E t c h e p a r e b o r d a , Roberto, "La segunda presidencia de H ipólito Yri goyen y la crisis de 1930", en la Historia Argentina Contemporánea, cit.. págs. 356 a 357.
L a o p o s i c ió n p o l ít i c a
diferentes. Del gobierno: pues la capacidad física del caudillo declinó rápidamente mientras mantenía su estilo centralizador. La consecuencia visible fue la acumulación de problemas, sin solución ni respuesta eficaz. Del partido Radical: sin cuadros de conducción suficientes, fue ganado además por la corrupción.IK De los partidos de la oposición: encabezados por el partido Socialista Indepen diente, cuyos hombres fueron “los promotores principales de un vasto movimiento popular que había de acabar con Yrigoven, des truyendo su popularidad por una acción eficaz de las masas” —se gún uno de sus líderes, Federico Pinedo—,”' tanto el conservadorismo bonaerense como el partido Demócrata de Córdoba y el Radicalismo antipersonalista de Entre Ríos llevaron a cabo una labor de desgaste facilitada por la inoperancia vrigoyenista. La oposición socialista y la demócrata progresista fue también rotunda, pero no conspirativa: Aun el partido Comunista fue arrastrado por “la ola antiyrigoyenista”, como subraya uno de sus escritores.2" Los movimientos estudiantiles se unieron a la prédica opositora o conspirativa que con facilidad realizaba casi toda la prensa por tería con difusión nacional: La Prensa, Crítica y La Nación, entre otros. De tal modo, cuando se sintieron las primeras consecuencias del crash del 29 y estaban madurando los procesos en gestación que se han descripto, el gobierno radical v el partido oficialista entraban con la sien herida a la batalla. En marzo de 1930, los comicios de renovación parlamentaria Marzo de 1930: demostraron que el y r i g o v e n i s m o acusaba los golpes. Sumados los elecciones 18 Este aspecto del proceso es expuesto de manera coincidente no sólo por testigos de la oposición, sino por yrigoyenistas com o Ernesto Palacio, Historia de la Argentina, tom o 11, pág. 361: “LA indecisión orgánica del Presidente se había agravado con los años, así com o su afán absorbente de resolverlo todo por sí mismo, lo que se traducía en parálisis administrati va . . En el mismo sentido Etchepareborda, ob. cit., pág. 359: “Quizá el más grave error del anciano caudillo haya sido el aceptar ser reelegido, dada su avanzada edad . . . ” “El partido gobernante, a su vez, sufría los avances de un oficialismo corruptor . . . ” » 19 P in ed o , Federico, En tiempo de la República, Buenos Aires, 1946. V er también su testimonio en “Revista de H istoria”, La crisis de 1930, Buenos Aires, 1958, núm ero muy bien concebido que contiene relatos y artículos de hombres situados en las posiciones más distintas. 20 R ea l , Juan José, 30 años de historia argentina. Buenos Aires, A ctua lidad, 1962, págs. 20 y 21. El gobierno de Yrigoyen era para el P. C. “el gobierno de la reacción capitalista, como lo demuestra su política represiva, reaccionaria, fascistizante. . . ” Rodolfo Puiggrós, Historia crítica de los partidos políticos, Buenos Aires, 1956, pág. 303, observa que el comunismo no supo com prender el sentido de la crisis, com o “lo declaró el propio Codovilla después del m ovim iento”. N o sería la prim era vez ni la última que esto aconteciera al comunismo argentino.
General José F. U riburu, jefe de las fuerzas que depusieron al presidente cons titu c io n a l H ipólito Yrigoyen en 1930.
totales, v comparados con los sufragios de 1928, las distancias se habían acortado: 1930 192S 623.765 Unión Cívica Radical ................... 839.234 614.336 Oposición ........................................... 536.908 9.429 votos Diferencia en favor de la U. C. R. 302.326 Otra vez, la evaluación de ese resultado debe ponderar el hecho de que la de 1928 había sido una elección presidencial y la de 1930 sólo de diputaciones. Pero de todos modos el impacto fue grande, sobre todo en Buenos Aires donde el radicalismo per dió frente al socialismo independiente v compartió la minoría con el partido Socialista. Hipólito Yrigoyen se había quedado sin apoyo del poder ideológico —incluso buena parte del clero católico había sido ga nada por el nacionalismo—; sin apoyo del poder militar —aunque no tenía tantos opositores como los nacionalistas creían, tampoco disponía de adhesiones entusiastas, sino en un sector reducido—; incomunicado y sospechoso para el poder económico v a merced de la oposición política. La pregunta clave era, pues, en qué condiciones llegaba el presidente Yrigoyen ^1 desenlace de una conspiración que pre- La conspiración paraba, desde principios de 1930, el general Uriburu. La mayoría de los testimonios de la época denuncian una sensación de fatiga
La revolución del 30 tuvo adhesión p o p u la r, so b re todo en Buenos Aires, po niendo en evidencia la fa tiga del régimen radical. Dos lineas luchaban, sin embargo, por la explota ción p o lítica de la crisis: el nacionalism o an tilib e ra l y el conservadorismo neo liberal representados por U riburu y Justo, respecti vamente. El general José F. Uriburu, rodeado por su gabinete, se dirige al pueblo desde los balcones de la Casa Rosada.
política y social, un estado de ilegitimidad sociológica, una suerte de resignación frente a la conspiración militar que según confiesa Palacio —espectador de los sucesos, participante en el movimiento nacionalista y en la Liga Republicana e historiador— “seguía, entre tanto, sin que el gobierno tomara ninguna medida para conjurarla”. La Liga Republicana convocaba a la oposición frontal, el llamado Klan Radical trató de neutralizar a los opositores con la violencia, y ésta llamó al combate callejero a la Liga Patriótica Argentina. La violencia ganó la calle, los incidentes menudearon v el ambiente de crisis económica, política v social se tornó, para muchos, inso portable. Los radicales llegaron, incluso, a hacer fraude electoral, utilizaron al ejército para las intervenciones federales v aparecieron contradiciendo ideales v banderas que habían difundido o agitado para fundar en esos signos una nueva legitimidad. Esa legitimidad nunca había superado cierta innata precariedad. El propio yrigoyenismo contribuyó a herirla de muerte. Oficialismo y oposición fueron cómplices, a su manera, de la agonía de la Argentina de los partidos. El general Uriburu era sobrino de un ex Presidente y miembro de una familia aristocrática; con amplios contactos en el mundo económico y social, entre las élites ideológicas del nacionalismo de derecha y con los círculos políticos opositores, y considerado según el entonces capitán Perón como “un perfecto caballero. . .
un hombre puro v bien intencionado”,21 dio los últimos toques a la conspiración. Un grupo paralelo operaba, mientras tanto, bajo la inspiración del ex ministro de Guerra de Alvear, el general Agustín P. Justo. Ambos coincidían en el objetivo inmediato —derribar a Yrigoven—, pero diferían en cuanto a los objetivos políticos mediatos v aun en sus ideologías correspondientes. En síntesis, Uriburu representaba la idea de una revolución de inspi ración corporativista, en la línea del fascismo. Justo, el propósito de una reversión política, de una vuelta al pasado prerradical, en una línea conservadora. En los designios de Uriburu estaba la reforma instituciohal v un régimen tan largo como fuera necesa rio para realizarla. Entre las intenciones de Justo figuraban cierta adhesión condicionada a los principios constitucionales v la crea ción de un gobierno provisional de duración breve, que preparase rápidamente la transición. Sarobe fue un cronista fiel de ambas posiciones v, a la vez, partidario de una suerte de “legalidad sin Yrigoven”. Según el testimonio del propio Perón, la posición de Uriburu, a cuyo grupo estaba adscripto, tenía menos predicamento entre los oficiales dispuestos a participar en el movimiento que la posi ción del grupo de Justo. Perón tuvo la impresión de que el grupo de Uriburu carecía de habilidad para llevar a buen puerto la cons piración v buscó acercarse al de Justo, en el que jugaban un papel principal Sarobe v Bartolomé Descalzo. El primero de ellos trató de establecer, “en términos simples v en forma concreta, sin tergi versación posible, los objetivos v miras de la revolución”, como escribe en sus memorias. La revolución iba “contra los hombres” v no tenía como finalidad cambiar las instituciones. En esto, la posición difería claramente de Uriburu v su grupo. El 5 de setiembre, Yrigoven delega el mando en el vice presidente Enrique Martínez —elegido en el Colegio Electoral a raíz de la muerte del candidato Beiró—, mientras la calle es tomada por manifestaciones estudiantiles. Hav heridos v la tensión parece haber llegado a un nivel insostenible en Buenos Aires, centro neu rálgico de la conspiración. Sus autores discuten aún los términos Una de las mejores crónicas de los sucesos es el libro de José Alaría Sarobe, Memorias sobre la revolución del 6 de setiembre de 1930, Buenos Aires, G ure, 1957, que incluye un valioso docum ento: "Algunos apuntes en borrador sobre lo que yo vi de la preparación y realización de la revolución del 6 de setiembre de 1930. Contribución personal a la historia de la revo lución." escritos en enero de 1931 por el entonces capitán Perón. Puede consultarse, además de la bibliografía que se ha ido citando, Carlos Cossio, l.a revolución del 6 de setiembre. Buenos Aires. I.a Facultad. I9?l.
Entre la revolución corporativista y I reversión conservadora
Renuncia Hipólito Yrigoyen
de la proclama que fijaría los propósitos de la revolución, v Uriburu cede aparentemente a la insistencia de Sarobe v Descalzo, accediendo incluso a que aquél corrigiese un manifiesto preparado por el nacionalista Leopoldo Lugones. Todo eso puede ocurrir sin resistencias, pues días antes el ministro de Guerra Dellepiane no pudo convencer a Yrigoven de tomar medidas militares v poli ciales para reprimir la conspiración en marcha. Dellepiane renuncia el 2 de setiembre. En la madrugada del 6, el gobierno está solo, el Presidente ha enviado su renuncia manuscrita v el ejército, con la jefatura de Uriburu, toma el poder. Fue una operación política V militar, casi aséptica, preparada sin prisa v sin pausa, en la que los participantes tuvieron tiempo de pensar en lo que iban a hacer, pero sólo se pusieron de acuerdo en cuanto a la toma del poder. La primera prueba del ejército en el poder comenzó como un cuidadoso operativo militar y culminó en un “paseo” de seiscientos cadetes, novecientos soldados, decenas de automóviles rodeados por espectadores alborozados v un oficialismo paralizado. Al día si guiente de la crisis se mostraron las facciones de la revolución, su cuerpo bicéfalo v los rastros de la improvisación. El orden consti tucional estalló sin que muchos lo deploraran. Los argentinos ape nas se dieron cuenta que, entre todos, habían llevado a su patria a la crisis de la crisis . . . La frustración de Uriburu
Tanto las causas como la calificación de los sucesos de 1930 son objeto de polémica. La crisis de ese año clave no sacudió sólo a la Argentina sino también a varias naciones latinoamericanas.22 Uno de los factores comunes fue la abierta responsabilidad política asumida en casi todos los casos por los ejércitos. Este fenómeno ha dado lugar a una amplia, aunque todavía insatisfactoria, litera22 En el Brasil, Chile, U ruguay y Perú ocurren crisis análogas (confr. “Revista de H istoria” : La crisis del 30, ya cit.). En el Brasil, en 1930, “la revolución liberal había puesto fin al predom inio de las oligarquías políticas de San Pablo y parecía abrir cam ino a una ampliación de la base política semejante a la ya lograda desde quince años antes en la A rgentina”. Vargas intentó retardar el proceso. En 1934 hubo una constitución con notas cor porativas, y en 1937 Vargas adoptó un “fascismo m itigado” que luego de un golpe ele Estado culm inó en el Estado N ovo. En Chile, en 1932, una revolución militar protagonizada por la fuerza aérea, con signo socialista, duró poco. Cuatro meses después los militares conducían al poder, por elec ciones, a Alessandri. U ruguay debe pasar hacia 1933 por la dictadura de
tura popular y erudita en torno de la intervención de los militares en política. Hasta hace algunos años, los estudios y ensayos aludían con abundancia al concepto confuso de “militarismo”. Como ha observado José Nun, el punto de vista “tradicional” deriva del antimilitarismo europeo del siglo diecinueve. América latina, sin embargo, no es Europa, y la suposición más o menos explícita de que el progreso v el régimen civil son a su vez sinónimos no es necesariamente válida para ella. El punto de vista “mo derno” se basa en la experiencia de las nuevas naciones de África y Asia, pero las repúblicas latinoamericanas no son nue vas y han tenido experiencias históricas que difieren de los Es tados de esos continentes. Además, ninguna de las dos interpre taciones responde a las preguntas claves: “ ¿Por qué los militares intervienen en la política latinoamericana? ¿Cuál será la orienta ción de esta intervención?” 23 Por fin, los militares argentinos —aunque las diferencias entre los distintos períodos históricos v aun entre antes y después de la profesionalización son notorias—, tienen una tradición intervencionista que comenzó a afirmarse con las guerras de la Independencia. La crisis del 30 en la Argentina fue el resultado de una mezcla de factores. Algunos, como se ha visto va, de naturaleza profe sional o “corporativa” dentro del ejército, euvas relaciones con Yrigoyen se fueron haciendo más v más tensas. El código relativo a la subordinación del poder militar al poder político que los ofi ciales habían aprendido cuando tenían vigencia los valores militares alemanes en su instrucción militar, generó no pocas contradic ciones en sus actitudes hacia el gobierno radical cuando los cons piradores comenzaron a actuar v aun en el momento de la crisis. T erra, para derivar hacia un régimen constitucional al año siguiente. En Paraguay, el ejército revolucionario se transform aría en restaurador. Salvo la rara continuidad mexicana, luego de su feroz revolución, cada situación lati noamericana sugiere una apreciación específica, sin perjuicio de procurar luego un cuadro teórico general. (Confr. Tulio H alperín Donghi, ob. cit., págs. 366, 380, 394, 400 y 428.) 23 N u n , José, A Latin Am erican Phenomenon: The Class Military Coup. Berkeley, Univ. de California, Instituto de Estudios Internacionales. 1965, en “T rends in Social Science Research in Latin American Studies", esp. págs. 55 a 65. Una sistematización y crítica de los trabajos más im por tantes sobre el tema ha sido hecha por L. N . M cAlister, de la Universidad de Florida, Recent Research and IVritings on the Role o f the Military in Latin America. El método com parativo es en este tema indispensable para apreciar similitudes y diferencias. Respecto del proceso argentino entre 1928 y 1945, nos seguiremos remitiendo especialmente a la excelente tesis de Potash, ya citada. El lector podrá hallar al final de este libro v en el artículo de M cAlister una información bibliográfica suficiente para mavor información.
Contradicciones similares se han hallado entre los orígenes sociales v el comportamiento político de los militares durante la crisis. Es exacto que los generales Uriburu v Justo estaban identificados con los “intereses tradicionales” v que por carácter, formación v rela ciones no se identificaron nunca con el “populismo” vrigovenista, pero esa explicación no es suficiente cuando se trata de describir el comportamiento de oficiales como Savio, Faccione, Pistarini, Rocco —en el campo uriburista—, o de Tonazzi v Rossi —en el de Justo—, hijos de inmigrantes italianos. Las motivaciones econó micas del levantamiento se basan en presunciones, pero no hav pruebas suficientes sobre la intervención de intereses económicos extranjeros en la “financiación” del movimiento militar, atribuida sobre todo a la Standard Oil v a la embajada norteamericana a propósito del nacionalismo económico de Yrigoven. En todo caso, no se entiende bien por qué un hombre identificado con esa línea y luego soporte de la teoría del desarrollo industrial pesado bajo la conducción del Estado, como el entonces teniente coronel Savio, aparece en las “Memorias” de Sarobe integrando el “staff” revo lucionario de Uriburu en lugar de hallárselo defendiendo a Hipó lito Yrigoven.-'1 No es extraño que desde el campo conservador —o naciona lista conservador— v desde el nacionalismo antiliberal hasta las izquierdas socialistas o marxistas entonces actuantes, se hava expli cado el movimiento de 1930 aludiéndose al clima político, a los precedentes creados por Yrigoyen golpeando las puertas de los cuarteles para sus conspiraciones, a la sensación vigente en la opinión de que se había llegado al fin de una época v al de un gobierno que había acumulado desaciertos v un “desorden in concebible”.25 La fatiga del sistema político era visible, el am biente interior e internacional sólo aportaba factores de exaspe ración y todos, gobierno v oposiciones, entraron sin resistencias mayores en el declive hacia la crisis. Lo que se estaba discutiendo era su sentido. Los diecisiete meses del gobierno de Uriburu fueron ocupados por una lucha sorda respecto de la orientación definitiva del movi miento revolucionario v de la sucesión presidencial. Su gabinete 24 Confr. R obert A. Potash, oh. cit., págs. 50 a 54. 25 R uiz G u iñ a z ú (h .), Enrique, “La Revolución de 1930”, en Cuatro revoluciones argentinas (1890-1930-1943-1945). Buenos Aires, Club Nicolás Avellaneda, 1960. Ciclo de conferencias pronunciadas en el C irculo de Armas de Buenos Aires.
El plan de U riburu
representaba al conservatismo tradicional político v económico v tenía un hombre clave: el ministro del Interior, Matías G. Sánchez Sorondo.26 Eran hombres que tenían entre 50 v 60 años y habían prestado servicios, en su mayoría, en administraciones conservado ras anteriores a la época de los gobiernos radicales. Un grupo de oficiales, entre los cuales se hallaban como asesores o consejeros del Presidente el teniente coronel Juan Bautista Molina, Kinkelin v otros notorios nacionalistas de derecha, así como los tenientes co roneles Faccione v Alvaro Alzogarav, rodeaban a Uriburu en medio de franco predominio civil. Si bien el primer discurso de Sánchez Sorondo, en nombre del nuevo régimen, asociaba al mo vimiento con el 25 de mavo v el 3 de febrero como “revoluciones libertadoras” y prometía “conseguir que la República vuelva a su estabilidad institucional”, el objetivo político de' Uriburu era pro ducir cambios en la Constitución que introdujeran en el régimen político notas corporativas, evitaran el predominio que conside raba “nefasto” de los políticos profesionales e impidieran mediante la calificación del sufragio experiencias como la vrigovenista. La restricción del voto v la representación funcional de grupos eran las líneas de fuerza del difuso programa de Uriburu. Sánchez Sorondo, por su parte, había concebido un plan político que per mitiese el retorno gradual al régimen constitucional reformado. Comenzaría por elecciones provinciales —para imponer goberna dores en los estados donde se suponía que tenían más fuerza los grupos políticos antiyrigoyenistas—; seguiría por la elección de congresistas; sometería a la asamblea las reformas constitucionales, v luego se llamaría a elecciones presidenciales.. F.1 plan parecía impecable, pero suponía por lo menos dos cosas: que el partido Radical no tendría capacidad de recuperación, y que sus oposi tores políticos —que habían coincidido en el derrocamiento de Yrigoyen— estarían de acuerdo con la reforma constitucional corporativa. -<* Ernesto Bosch ocupaba la cartera de Relaciones Exteriores (como entre 1910 y 1914); Ernesto Padilla la de Justicia e I. Pública (había sido gobernador de T ucum án entre 1913 y 1917); O ctavio Pico, O bras Públicas (fue subsecretario de Justicia en 1895); Beccar Varela en A gricultura; Ernesto Pérez en Finanzas (donde había estado en 1921). (Confr. A lberto Ciria, Partidos y poder en la Argentina moderna 11930-1946 \. Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1964. Especialmente págs. 19 a 24.) Completaban el -gabinete: el general Francisco Medina en G uerra y el contralm irante Abel Renard en Marina. Era vicepresidente Enrique Santamarina v Secretario de la Presi dencia el renienre coronel Emilio Kinkelin
Los presupuestos del plan eran frágiles. Aparentemente, el partido Radical estaba vencido. Desde la coqueta villa francesa Coeur Volant, Alvear había declarado a un periodista de La Razón sobre la revolución de 1930: Tenía que ser así. Yrigoven, con una ignorancia abso luta de toda práctica de gobierno democrático, parece que se hubiera complacido en menoscabar las instituciones. Gobernar no es p av ar. . . (Yrigoven) destruyó su propia estatua ( ...) El ejército, que ha jurado defender la Cons titución, debe merecer nuestra confianza (pues), no será una guardia pretoriana ni (estará) dispuesto a tolerar la obra nefasta de ningún dictador .. Pero en noviembre de 1930 un radical “alvearista” escribía a Alvear que: El peludismo, que en un primer momento se echó a muerto, v que pedía humildemente ser admitido en las filas del verdadero radicalismo, es decir, el antipersonalis mo, ha reaccionado en los últimos días y va no habla sino de ir a la lucha por sus cabales. Ha reabierto gran número de^sus comités; han aparecido en la Capital y en las pro vincias periodiquines que defienden sus intereses, v sus oradores, como Mercader, en una reunión que celebraron en La Plata, hablan v ensalzan la gloriosa obra de su partido .. ,'J8 Matías Sánchez Sorondo no contaba ni con la feroz debilidad de la memoria política, ni con el hecho de que el partido Radical mantenía su estructura nacional pese a que su jefe v líder Yrigoyen se hallaba detenido en Martín García, su lugarteniente Alvear resi diese en París, y el presidente Uriburu operase con el estado de sitio y la ley marcial. En noviembre de 1930, el comité nacional de la U. C. R. había decretado la “reorganización nacional” que comenzó a cumplir en forma aislada. Pero, entretanto, Alvear había revisado sus declaraciones de setiembre v tendía a la “reconciliación de las fracciones internas” del "radicalismo. Al mismo tiempo, se estaba operando una nueva alineación de las fuerzas y grupos políticos respecto del gobierno revolucio nario, que había sido reconocido por la. Corte Suprema en una 27 La Razón, 8 de setiembre de 1930 (cit. por Félix Luna, Alvear, págs. 74 a 77). - K L u n a , Félix, ob. cit., pág. 78. 3 < 0
El plan puesto a prueba: alianzas y oposiciones
“acordada trascendental”.29 Era un “gobierno de jacto cuvo título no puede ser judicialmente discutido con éxito por las personas en cuanto ejercita la función administrativa v política derivada de su posesión de la fuerza como resorte de orden v de seguridad social”, había declarado respetar la supremacía de la Constitución v la autoridad del Poder Judicial. El régimen de Uriburu tuvo el soporte fundamental de las fuerzas armadas, el apoyo del nacionalismo antiliberal v conser vador y de las derechas provinciales, v la adhesión inicial del partido Socialista Independiente, del partido Demócrata Progre sista, del partido Socialista, del antipersonalismo v.de algunas or ganizaciones del movimiento obrero, mientras el poder económico y la Iglesia —a través de algunos voceros pertenecientes sobre todo al nacionalismo católico— seguían el proceso con atención v dis posición favorable. Pero tan pronto como Uriburu insistió en sus propósitos de reformas institucionales, a la oposición abierta v obvia del partido Radical se unió —respecto de esos objetivosla mayoría de los partidos políticos v una facción significativa de las fuerzas armadas que se inclinaría, paulatinamente, hacia el liderazgo del general Justo. Cuando el plan de Sánchez Sorondo se ponía en marcha, el gobierno de Uriburu contaba apenas con el apoyo condicionado de parte del ejército, los habituales grupos nacionalistas antiliberales v pequeños sectores del conservadorismo. Mientras tanto, Justo eludía asumir responsabilidades mayores en la administración de Uriburu —con lo que quedaba disponible para la pugna por el poder político—, y sus seguidores militares —como el coronel Manuel Rodríguez, encabezando Campo de Mayo y luego el Círculo Militar— ocupaban posiciones estratégicas. El golpe de gracia para el plan político de U riburu fue dado por el experimento “piloto” que constituyeron para el gobierno provisional las elecciones del 5 de abril de 1931 en la provincia de Buenos Aires. Se preseritaron los conservadores, los radicales y los socialistas. El partido Radical llevó como candidato a Honorio Pueyrredón, y triunfó. De esta manera, se derrumbaba uno de los presupuestos básicos del plan político. Sobrevino la crisis del ga binete de Uriburu, y el precio principal fue el cargo de ministro del Interior. Sánchez Sorondo fue reemplazado por Pico, mientras el astuto general Justo v el honesto demoprogresista Lisandro de la Torre —candidato de Uriburu para la presidencia futura— re29 El texto com pleto de la acordada se puede leer en Ciria, ob. cit., págs. 22 a 24 y en “Jurisprudencia A rgentina”, tom o 34, págs. 5 a 13. T -7
Las elecciones
chazaban insinuaciones para incorporarse al nuevo gabinete v se aprestaban para la lucha política inminente. El Presidente pudo apreciar la vulnerabilidad política de su gobierno, pero insistió en las reformas constitucionales, apoyadas por Carlos Ibarguren desde su cargo de interventor federal en Córdoba, v los nacionalistas Molina v Juan Carulla. El periodismo liberal denunciaba cotidianamente las intenciones “fascistas” de Uriburu, y la Legión Cívica Argentina, organización paramilitar con casi diez mil miembros y aprobación presidencial —decreto del 8 de mayo de 1931—, constituía una prueba inquietante de que el único revolucionario del régimen era el grupo encabezado por el Presidente, pero que esa revolución sería de signo corporativista ... Justo empleó en el proceso su habilidad política, mostrando parte de sus cartas, alternativamente, al oficialismo v a los radica les. El 25 de abril de 1931 Alvear retornaba a Buenos Aires para encabezar la estructura radical. Como otrora Roca con Mitre, Justo fue a recibir a Alvear al puerto de Buenos Aires, para intro ducir una cuña entre el sucesor de un Yrigoven preso v sus segui dores. Alvear no insistió en descalificar al vrigovenismo, lo cual neutralizaba en parte la maniobra política de Justo. Desde el hotel Citv, el jefe radical publicó un manifiesto ordenando la reorga nización del partido. Firmado por dirigentes “personalistas" v “antipersonalistas”, como Gallo, Mosca, Ortiz v Tamborini, y Ri cardo Caballero, Güemes v Honorio Pueyrredón, el manifiesto de la “Junta del City”, como la llamaron los radicales, tendría mayor influencia que el producido por el resto del antipersonalismo, conservadores y socialistas independientes para apoyar a Justo des de la “Junta del Castelar”. Pero Justo no se amilanó. En julio de 1931 se produjo una conspiración militar dirigida por el teniente coronel Gregorio Pomar, en Paraná. La rebelión falló v dio ocasión a Uriburu para perseguir al radicalismo: se clausuraron comités y periódicos partidarios; se deportó a los principales dirigentes radi cales incluyendo a Alvear v poco después se vetó la posible can didatura de los participantes del gobierno de Yrigoven. I,a lógica interna del proceso iniciado en 1930 se imponía a los actores: el radicalismo yrigoyenista no debía volver al poder. En octubre de 1931 se anularon las elecciones del 5 de abril ganadas por los radicales, y se vetó la fórmula Alvear-Güemes que la U. C. R. había elegido para los comicios nacionales convocados para el 8 37 1
La represión antirradical
de noviembre de 1931. El beneficiario principal de todo esto fue el general Agustín P. Justo. Los radicales reaccionaron volviendo a su política tradicional de conspiración y de abstención. La derecha conservadora, carente de una estructura política nacional, retornó también a su estilo acuerdista: los conservadores, el socialismo independiente v el anti personalismo formaron una fuerza conocida como la Concordancia, cuyos candidatos fueron Justo v Julio A. Roca —“Julito”, hijo del ex Presidente, quien desplazó a Matienzo—. La izquierda liberal formó la Alianza Civil con los socialistas y los demócratas-progresistas, quienes proclamaron a Lisandro de la Torre-Nicolás Repetto. El H de noviembre de 1931, la Concordancia, favorecida por el gobierno provisional v sus recursos, v sin la participación del radi calismo, triunfó sin dificultades. Terminaba la experiencia cívicomilitar de Uriburu. Lo que en los propósitos de su jefe se enca minaba hacia una revolución institucional inspirada en una suerte de fascismo atenuado, terminó siendo una reversión política, ex presión que responde al objetivo de reinstalar en la estructura de poder estatal usos de otras épocas. /Movimiento reaccionario, en cuanto intentaba volver a un pasado anterior a la experiencia
Agustín P. Justo fue el ú l tim o g ra n p o lític o de la de echa argentina.
;l cam ino I poder
radical, significaba la entronización de una ilusión política que sería alterada por la influencia de procesos en marcha.30 En rigor, fue una forma de restauración neoconservadora, una hábil admi nistración v un laboratorio de nuevas alianzas v de tentativas de ensimismar a una Argentina alterada que desembocaría en una experiencia hasta entonces inédita. El régimen de Uriburu dejó ínarcados varios impactos en los argentinos: desde entonces, comenzó a advertirse una escisión en tre la sociedad política y la sociedad militar. En ésta, el llamado “profesionalismo” había cedido a la denominada “politización” de las fuerzas armadas, que crearía —pese a esfuerzos para neutrali zarla por parte de los gobernantes siguientes— oposiciones internas o faccionales. Y por fin demostró que los argentinos, en su ma yoría, seguían creyendo en valores políticos liberales, pero, que no habían sido consecuentes con las reglas de juego de una demo cracia pluralista, v padecerían las consecuencias. La administración de Justo
La presidencia del general Justo contituye, por sus notas ca racterísticas, uno de los períodos singulares de la historia de la Argentina moderna. Durante su gestión se insinuaron procesos que harían eclosión en la década del 40, pero la restauración conservadora, que se perfiló como una “reversión política”, fue al cabo un fenómeno más complejo v matizado que el que sugieren los calificativos ideológicos, apologéticos o peyorativos, que gene rosamente le han atribuido la derecha v la izquierda. Muv cerca de. los 5 6 años, el Presidente era el 1primer oficial del ejercito profesional que llegaba a aquel cargo desde Roca. Pero era, además, un ingeniero civil, natural del interior, vinculado con la “clase alta” de Buenos Aires, con prestigio en el ejército, y con experiencia política hecha desde posiciones muy próximas al vér tice del poder. Su estilo fue muy diferente al de Yrigoyen, relativamente próximo al de Roca, pero también adecuado a un difícil período de restauración. Corpulento, jovial, paternalista, luchador, ambi30 Confr. Ferm ín Solana, Introducción a los cambios políticos. Esque ma general de la revolución y sus homólogos. “Boletín inform ativo del Se minario de D erecho Político”, Salamanca, 1959. pág. 355.
Rasgos significativos
cioso, cauto, muv hábil, flexible v con la doble fisonomía de un Jano que miraba a un tiempo hacia la sociedad militar y hacia la sociedad civil, Justo fue el ultimo gran dirigente político que pro dujo la derecha argentina. La administración de Justo se caracterizó por ciertas notas significativas, propias algunas de una restauración política, v otras de los nuevos tiempos que se avizoraban a través del fin de la época anterior. Las notas derivadas de la restauración quedaron expresadas en el fraude político, que fue una práctica a la que algunos adosaron un remedo de justificación ideológica menor: el “fraude patriótico”. Esa nota política impidió la legitimación del neoconservadorismo en el poder, lo cual explica en parte la persistencia de la crisis argentina. Las notas apropiadas a los nuevos tiempos pueden resumirse en el sentido del Estado que demos traron Justo v su gabinete —que no es exactamente lo mismo que el “estatismo de los conservadores”—, v en la importancia conse cuente que adquirió la Administración como instrumento de una política. El poder político se reconcilió con el poder económico v subordinó al poder militar. Pero al mismo tiempo, no parece posible entender la administración de Justo v, sobre todo, la crisis v las experiencias posteriores, sin atender a ciertos hilos conduc tores que en la década del 30 son más relevantes que otros, aunque algunos no se mostraban de manera manifiesta o reservaran en sí mismos una actitud latente: la persistente militancia ideológica del nacionalismo de derecha v la tensión pendular entre “profesiona lismo” y “politización” en las fuerzas armadas. El gabinete del presidente Justo fue uno de los barómetros Gabinete que permitían medir las alternativas de su política. Se inició inte- polítlcas grado con dos miembros del antipersonalismo —el ministro del Interior, Leopoldo Meló, v el ministro de Justicia e Instrucción Pública, Manuel M. de Iriondo—; con un hombre representativo del partido Demócrata Nacional, que agrupaba a conservadores militantes —el ministro de Obras Públicas, Manuel Ramón AIva rado—; con la presencia singular del socialismo independiente a través del ministro de Agricultura, Antonio De Tomaso, quien con Le Bretón sería recordado en el futuro entre los mejores hom bres en su puesto; con figuras de mentalidad v estilo conservadores v relativamente independientes —como el ministro de Relaciones Ex teriores, Carlos Saavedra Lamas; el ministro de Hacienda, Alberto Huevo v el ministro de Marina, Pedro S. Casal—; v con un hombre de la absoluta confianza de Justo, que sería clave para sus rela 374
y fu e r;
ciones con las fuerzas armadas, conocido entre sus camaradas como “el hombre del deber” por su adhesión al principio del profesio nalismo v de la subordinación militar al poder civil: el coronel (luego general) Manuel Rodríguez. Los hombres que mejor colaboraron con la política interna de Justo desde ese gabinete inaugural fueron De Tomas» v Ro dríguez. Per» el primero murió apenas dieciocho meses después v el segundo en los comienzos de 1936. Los cambios ocurridos en el gabinete entre 1932 v 1938 fue ron tan significativos como la constitución del original: por el ministerio del Interior pasaron Ramón S. Castillo e, interinamente, Alvarado; por Hacienda, Federico Pinedo —uno de los hombres más lúcidos de la derecha v militante del socialismo independien te—, Roberto M. Ortiz v Carlos Acevedo; por Justicia e Instruc ción Pública el citado Castillo y Jorge de la T orre; por Agricultura Luis Duhau —dirigente principal de la Sociedad Rural— v Miguel Ángel Cárcano; v por los ministerios de Marina v de Guerra, el capitán de navio F.leazar Videla v el general Basilio B. Pertiné. F.n orden a la sucesión presidencial, se advierte la presencia de quienes compondrían la fórmula que sucedería a Justo —Ortiz v Castillo—, v la incorporación, luego de la muerte de Rodríguez, de un militar al qiK: se atribuían “simpatías radicales” : el general Pertiné.*1 F.n el Congreso, el presidente Justo tendría el control absoluto del Senado, en el que salvo dos demócratas progresistas por Santa Fe, dos socialistas por la Capital Federal y dos radicales antipersonalistas por Entre Ríos los demás senadores respondían a la Concordancia. Y dominaría con suficiencia la Cámara de Dipu tados, donde el partido Demócrata Nacional llegó en 1932 con 56 diputados, ascendió a 60 en 1934 v se mantuvo en un nivel relativamente parejo hasta terminar en 1943 con 48 diputados. El socialismo independiente, en su fugaz actuación política, tuvo 11 diputados al comenzar el período v el radicalismo antipersona lista 17. Un indicador complementario de las alternativas del go bierno de Justo en sus relaciones con el Congreso está dado por el hecho de que los socialistas llegaron con 43 diputados en el año Potash señala que el general Rodríguez era el hombre "elegido" por Justo para sucederlo en la presidencia. (Entrevistas con Manuel Rojas v con el abogado y amigo de Justo, Manuel Orús.) Confr. ob. cit., págs. 81 a 8}. El “círculo íntim o” de Justo, además de los ministros nombrados De Tom aso y Rodríguez, incluía a dos ingenieros —Pablo Nogués y Justiniano Allende Posse— responsables de los programas de expansión de ferrocarriles estatales v de caminos, respectivamente.
32 y dejaron el parlamento con 17 en 1943; la democracia progre sista llevó 14 y se esfumó antes de terminar el mandato de Justo v la U. C. R. elevó mucho su caudal, al modificar su política abs tencionista, recién a partir de 1936, pero sin poder alterar el con trol de Justo sobre la situación política. Reunidas todas las dipu taciones favorables al Presidente, éste contaba con casi un centenar de bancas dispuestas a apoyar su política. Las consecuencias de la depresión económica mundial coin cidieron con los desarreglos en la conducción administrativa del último gobierno radical. La Argentina estaba inserta en un cuadro de las relaciones económicas internacionales controlado por los británicos, mientras la economía nacional se fundaba so bre todo en la exportación de productos agrarios v por lo tan to se hallaba “gravemente expuesta ante el reajuste económico de los mercados europeos”.811 Esos factores que condicionaron la conducción política v económica de Justo, sobre todo en la pri mera mitad de su gestión. F.I colapso en los precios internacionales y el proteccionismo de los mercados tradicionales afectó el vitaf sector agrícola-ganadero. El desempleo era cada vez mayor. El sis tema bancario no estaba preparado para soportar la crisis v los ingresos del sector público eran tan escasos que no podía enfrentar ni el pago de sus empleados ni de sus acreedores del exterior. El gobierno se aprestó a controlar la crisis económico-financiera con tando para ello con sus recursos políticos, con una actitud prag mática respecto de la realidad y con una consecuente disposición para abandonar rígidos principios del liberalismo económ ico. Para ello adoptó una serie de medidas controvertidas, que impli caban en algunos casos la decidida intervención del Estado en campos hasta entonces vedados por quienes, en el mejor de los casos, decían defender mecanismos económicos que sus mentores extranjeros habían abandonado sin demasiados escrúpulos. Justo se lanzó a la regulación del comercio exterior, a través de una de las políticas más controvertidas que culminó en el 11a 32 Confr. Darío Cantón, M ateriales. . . , y Los partidos políticos argen tinos entre 1912 y I9SS, docum ento de trabajo del Centro de Investigaciones Sociales del Inst. T . Di Telia, 1967, pág. 27. Las cifras electorales, sin embargo, tienen un valor relativo frente a la práctica generalizada del fraude. 33 C o n i l P a z , A lberto y F e r r a r i, Gustavo, ob. cit., págs. 15 a 31. En el mismo sentido, José A lfredo M artínez de H oz (h.). “A gricultura y G a nadería”, en Argentina 1930-1960, Buenos Aires, Sur, 1961, págs. 189 a 210: “Los resultados de la Conferencia Económica Imperial que se reunió en O ttaw a en 1932, implicaron para la Argentina una situación de desventaja frente a los Dominios británicos'. .
Una gestión económica polémica y una adm inistración eficaz
El pacto Roca-Runciman
mado pacto Roca-Runciman. Este convenio, conocido también como el Tratado de Londres del 2 de mavo de 1933, fue tramitado por una misión encabezada por el vicepresidente Roca, e integrada por Guillermo Leguizamón, Miguel Ángel Cárcano, Raúl Prebisch, Carlos Brebbia y Aníbal Fernández Beiró. La contraparte era en cabezada por el ministro de Comercio inglés W alter Runciman. Roca llevaba dos instrucciones principales: avudar a los ganaderos argentinos a que aumentaran su participación en el mercado del Reino Unido, v arrebatar el control del comercio de exportación al pool frigorífico anglo-nOrteamericano. Runciman era presionado por la Cámara de Comercio británica por varios motivos: la escasez de libras —pues los británicos querían “descongelar” 150 millones en pesos argentinos bloqueados desde el control de cambios im puesto en nuestro país en 1931—, la necesidad de mantener v ex pandir mercados en el extranjero para sus productos manufactura dos y proteger a los criadores británicos.*4 Antonio De Tomaso fijó en nota dirigida al ministro Saavedra Lamas las exigencias mínimas que debía sostener Roca en Londres, entre las cuales no figuraba el problema de la “descongelación” de fondos. Sin em bargo, los británicos plantearon esa cuestión como esencial.-™ La discusión duró “tres enervantes meses” v dio como resultado la denominada “Convención accesoria del Tratado de Paz v Amistad de 1825, para acrecentar v facilitar el intercambio comercial entre la República Argentina v el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda”, que comprendía un cuerpo principal, un protocolo adi cional v una convención arancelaria. Entre las cláusulas principa les, el Reino Unido aseguraba a la Argentina una cuota de importación de las existencias de chilled no inferior a las cantidades exportadas por la Argentina a los británicos entre julio de 1931 y junio de 1932, y que habían ascendido a 390.000 toneladas; se previo un sistema para la recuperación paulatina de los fondos bloqueados, con lo que se decidía sobre el tema de los cambios con un interés del 4 % anual según lo pactado para los saldos impagos favorables a Gran Bretaña, interés que en realidad ascen día al 14 % según surgió de los debates parlamentarios sobre el Convenio; y licencias de importación que el gobierno "inglés con cedía y controlaba de tal modo que un 85 '/< de la cuota de im 34 S m it h , Peter H . Carne y política en la Argentina, cit., pág. 141. 35 C o n il P a z , A lberto y F errari, Gustavo, ob. cit., especialmente pá
ginas 16 a 25, donde están publicadas las instrucciones de De Tom aso, la respuesta de Roca y los detalles de la Convención.
portación quedaba en manos de los frigoríficos ingleses y norte americanos, que controlaban el negocio de la carne en la Argentina. Este tema fue objeto de polémicas estridentes, pues afectaba la capacidad de control del gobierno argentino sobre su comercio exterior. El debate que siguió al Convenio, para su ratificación por el Congreso, exhibió posiciones antagónicas. Críticos cáusticos del convenio fueron Nicolás Repetto, Julio A. Noble, Lisandro de la Torre y Federico Pinedo —para quien el tratado no era bilateral, sino “una obligación unilateral argentina”. Parte de los argumentos fueron resumidos años después por Carlos Ibarguren. Mientras tanto, el Daily Mail anunciaba en Londres que “por primera vez en los últimos setenta años los estadistas británicos han sido capaces de negociar con potencias extranjeras en un pie de igualdad . . . ” (!), V la mayoría de los grupos de intereses vinculados con la produc ción de carne en la Argentina aprobaban el pacto o no revelaban discrepancias visibles entre invernadores, criadores v frigoríficos. Pero si bien la C. G. T., por ejemplo, recién creada v aturdida por los problemas de organización v los más inmediatos del des empleo no trató el pacto ni sus consecuencias para los consumi dores, el Convenio Roca-Runciman dio pie para la prédica ideo lógica nacionalista, especialmente a partir de la publicación de un libro particularmente agresivo v original escrito por dos hermanos de “un clan ganadero de Entre Ríos” : Julio v Rodolfo Irazusta, titulado La Argentina y el imperialismo británico. La bandera del antiimperialismo tenía un lugar donde clavarse, para ser agitada sin desmayo por el nacionalismo. Algunas frases de los miembros de la delegación brindaban un blanco excelente. Era bastante más que el pragmatismo de Justo o la pretensión sincera de De Tomaso en el sentido de que “no se había inaugurado ninguna política comercial nueva”, pues el bilateralismo habíase intentado durante el segundo gobierno de Yrigoven a través del frustrado acuerdo D’Abernon. Una suerte de alienación económica v política tradu cida en frases tan infelices como la de que “la Argentina se parece a un importante Dominio británico”, dicha por Leguizamón, o que “la Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Bri tánico . . repetida por Roca, brindaría un argumento crítico oportuno. De todos modos, la mayoría oficialista en el Congreso aprobó el Pacto. Las controversias continuaron, sin embargo, apo yadas en primer lugar en la creencia de que los principales bene
La b a n d e ra d e l " a n t iim p e r ia lis m o
ficiarios del Pacto eran los grandes intereses agrícola-ganaderos, que el gobierno de Justo identificaría con el interés general. F.n segundo lugar, de que dicho gobierno había pagado un precio muy alto para asegurar el acceso a los mercados británicos v, en tercer lugar, que una política dependiente siempre mantendría es trechos márgenes para la negociación. Aunque los planteos ideológicos menudeaban v los más prag máticos no atendían a los aspectos retóricos de la cuestión para resistir la crítica, ésta no carecía de una buena parte de verdad. La influencia o la dominación británica, viose, también, a través de la legislación bancaria, particularmente tras la creación del Banco Central, bajo el ministerio Pinedo v con el asesoramiento del experto británico Otto Niemever, v las medidas adoptadas en torno del sistema de transportes —tanto el ferroviario, que convergía desde el siglo pasado sobre el puerto, como el de la compañía de tranvías de Buenos Aires—, en general con equipos obsoletos, in adecuados v cuva renovación estaba subordinada al provecho de los capitales invertidos en ellos. F.l gobierno de Justo defendíase de la crítica, v exponía sus progresos en obras públicas v en la construcción de caminos, que cubrieron más de 30.000 kilómetros sobre los 2.100 kilómetros que existían en 1932. Pero el conflicto más sensacional que enfrentó la administra ción de Justo fue, sin duda, el debate sobre la política de las carnes, sucedáneo de los entredichos en torno del pacto RocaRunciman. F.l debate estalló en el Senado en 1935 a raíz de una denuncia de Lisandro de la T orre para que se investigara el co mercio de la carne, que calificaba como un “escándalo nacional’’. Debate dramático, con un protagonista temerario v orador temi ble, se insertó en la campaña “antiimperialista" v favoreció tal vez exageradamente al ganadero v político santafesino con el título de “abogado original de la soberanía económica argentina".:
Un conflicto sensacional
dad de opositor político. Atacó al gobierno en lo político, v a los invernadores, frigoríficos v poderosos intereses que consideraba “cómplices” en el escándalo. De pronto, el extenso debate tuvo un desenlace dramático: el 23 de julio de 1935, en medio de un grave altercado entre L. de la T orre v Duhau que contemplaba una barra sin aliento, sonaron varios disparos v se vio caer al senador Enzo Bordabehere —santafesino, que en ese momento sostenía a L. de la Torre, empujado por Duhau— v al propio ministro. Éste había sido herido en una mano. Aquél, que cubría el cuerpo del interpelante, estaba muerto. El “gran debate” había term inado. . . Como bien señala Smith, de ese debate salieron maltrechos en su fama los frigoríficos extranjeros, el ministro Duhau no logró levantar de manera convincente el cargo de recibir en su calidad de invernador un “sospechoso favoritismo” v el gobierno, que había sido atacado por su pasividad frente a la actividad de intereses sec toriales que no coincidían precisamente con los intereses de la na ción. El impacto psicológico del debate fue notable, si bien los grupos de interés no abandonaron por eso sus posiciones. El diario La Prensa, resumió bien la impresión que el debate produjo, luego de su dramático final: Creemos que estamos en presencia de uno de los traba jos parlamentarios más útiles realizados hasta hoy en el país. . . De hoy en adelante, ni la actual administración ni sus continuadores podrán permanecer impasibles .. .¡n La impasibilidad del presidente Justo se redujo al problema de las carnes. Había aprovechado bien sus recursos políticos, la superioridad de su coalición oficialista, la lealtad militar garanti zada por la conducción del general Rodríguez, la debilidad de la oposición pese a la estridencia de los críticos v la división aún existente en el movimiento obrero.™ En julio de 1933 había muerto Muerte Hipólito Yrigoyen, en medio de la consternación de una multitud de Yr'8°yen impresionante. Alvear estaba en el 34 camino a Europa, exiliado una vez más, y la U. C. R. parecía desmantelada por la acción del La Prensa, 31 de julio de 1935, v Smith, ob. cit., pág. 182. :,x Según la investigación de Smith, la información más objetiva y completa sobre el dominio del pool frigorífico, los beneficios que obtenían y el manejo de su contabilidad, la superioridad de los invernadores sobre los criadores y la necesidad de una actitud activa del Estado mediante el control del beneficio de los frigoríficos y el ajuste de la oferta y la demanda, fue publicado en 1938 por ...e l Comité M ixto Investigador del Comercio de Carnes Anglo-A rgentino designado de conform idad con el Pacto Roca-Rnncinian (confr. ob. cit., págs. Í94 a I9iS).
“general Justo, Alelo, Saavedra Lamas, v bella compañía”, como expresaba indignado don Marcelo en carta a María T. P. de Álzaga. e i p r o c e s o político F.l4 de mayo de ese año Alvear recibe carta de Manuel Carlés, quien le informa sobre la situación militar: Distinguimos para ser exactos: hay tres ejércitos. F.l dirigido por el E'stado Mayor, cuya dignidad abochornada espera vindicarse. F.1 que vive como el perro en relación al amo, con los ojos puestos en el que manda para cumplir todas las consignas, desde el espionaje a la delación. A’ el grupo militar que nostalgia la dictadura v mantiene latente el propósito de restaurarla. Enemigo éste de la democracia, aliado de la política situacionista, hostil al radicalismo .. .*** El análisis de Carlés reflejaba la realidad. Desde el principio de su administración, Justo se demostró muy atento respecto del soporte militar —que en rigor debía suplir la carencia de legitimi dad del régimen—, y confiaba en la conducción castrense del general Rodríguez. Pero si bien la mayor parte de la oficialidad era políticamente neutral o se mantenía lealmente subordinada al poder civil, había dos pinzas que podían cobrar con el tiempo si- La vuelta de métrico poder: una, que simpatizaba con el radicalismo o compartía ios radicales la opinión de que el gobierno de Justo era originalmente ilegítimo; otra, que seguía respondiendo a los ideales de Uriburu, consideraba que la “revolución de setiembre” había sido traicionada, y respon día a una mentalidad autoritaria. Hacia 1935, la presión dentro del radicalismo para que se levantara la abstención era muy fuerte. No eran los tiempos de Yrigoven. El partido había conocido la experiencia del poder y, al fin y al cabo, era un órgano que iba hacia la atrofia si no era empleado en la función propia: reconquistar el poder. En 1934 lo gra algunos triunfos locales; en 1935 rompe la política de intransi gencia v concurre a elecciones para gobernador o diputados en Entre Ríos, Corrientes, Santiago del Estero, Santa Fe, Catamarca, Córdoba, Buenos Aires. Mientras tanto, renace en la U. C. R. la rivalidad entre “alvearistas” o “legalistas” —a quienes se asociaba con el “acuerdismo” finisecular— y los “yrigoyenistas” o “mavoritarios”, por lo tanto intransigentes con Justo y su régimen. La U. C. R. triunfa en Entre Ríos —con la fórmula Tibiletti-Lanús y 54.000 votos contra 43.000 de los conservadores—; pierde en Co rrientes v en Santiago, pero a su vez gana en el reducto conser vador de Córdoba la fórmula Amadeo Sabattini-Ángel Gallardo, :,!l L i n a , Félix. Alvear, páif. M2.
por 109.000 votos contra 104.000 del conservador Aguirre Cámara. Según parecía, donde los comicios eran limpios, los radicales ga naban o, en todo caso, era difícil que perdiesen . . . La experiencia de Buenos Aires ratificaba esa impresión. En noviembre, Manuel Fresco obtuvo 278.000 votos contra 171.000 del radical Honorio Puevrredón. El fraude fue manifiesto. El gobierno permaneció impasible, o casi, frente a lo que constituía un presupuesto com partido por sus miembros principales: los radicales no volverían ... El embajador norteamericano envió su comentario acerca de las elecciones en un despacho a W ashington fechado el 22 de no viembre de 1935. Tanto o más rotundo que el más indignado de los vrigovenistas, terminaba diciendo: The National Democratic Partv, the main political group in the Governm ent Coalition, has won the provin cial elections in the Province of Buenos Aires in what is considered as one of the most farcical and fraudulent poli tical contests ever held in Argentina .. .4" El proceso político tendía nuevamente a la polarización, pero el arbitraje potencial de las fuerzas armadas no era ignorado por nadie. Los conservadores no perdían oportunidad para advertir que a los militares no les agradaría retornar a los “años críticos” del 28 al 30. Los radicales, por conducto de Delfor del Valle, de Alvear o de otras figuras representativas, tampoco omitían esfuerzos para aventar sospechas de antimilitarismo. Y el ministro de Guerra Rodríguez, por su parte, entendía que los políticos querían envol ver nuevamente a las fuerzas armadas en sus querellas. Pero el fraude de 1935 hizo que los radicales reclamaran la vigilancia militar sobre los comicios, pedido que Justo rechazó haciendo mérito de los argumentos de Rodríguez. La muerte del Ministro en 1936 dejó a Justo sin su mano derecha. Nom bró a un sim patizante radical como Pertiné, v vio con alarma cómo ganaba adeptos un insólito discurso del general Ramón Molina en el Círculo Militar en favor de elecciones democráticas, en contra de “todos los extremismos” v en torno de una suerte de socialismo democrático. Las palabras de Molina, publicadas por La Pre?isa por 4n Despacho nQ 835.000/726, cit. por Potash, oh. cit., pág. 88, nota 20: “El partido D em ócrata Nacional, el principal grupo político en la coalición gubernam ental, ha ganado las elecciones provinciales en la provincia de Bue nos Aires en lo que es considerada una de la más burlesca y fraudulenta contienda electoral jamás realizada en la Argentina .. 382
fraude
envío del autor, hallaron eco inusitado en la oposición, en las fuerzas de izquierda y en la Federación Universitaria Argentina. El presidente Justo forzó el retiro de Molina en mavo de 1937 v éste pasó a apoyar a Alvear v a los radicales, pero entonces era sólo un militar retirado . . . Luego de la muerte de Rodríguez y de las elecciones para dipu Justo recobra control del tados en las que la U. C. R. ganó una docena de distritos creando elproceso un bloque en la Cámara baja conocido como el “frente popular” con socialistas y demoprogresistas, Justo se vio enfrentado a un período crítico en el que creció el hostigamiento de sectores na cionalistas, de F. O. R. J. A. —Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina— en la que actuaban Luis Dellepiane, Gabriel del Mazo, A rturo Jauretche, Homero Manzi, A rturo García Mellid y otros que publicaban su prédica en Cuadernos, de los socialistas y de parte del radicalismo a propósito del affaire CHADE.41 En ese mismo año retorna del exterior un exponente del nacio nalismo de la derecha militarista: el coronel —luego general— Juan Bautista Molina. Éste encabezaría un grupo opositor a Justo dentro del ejército y tendría como mentor a Diego Luis Molinari, quien habría preparado un “plan” para un golpe de Estado que debía tener lugar el 9 de julio de 1936 y que difundió en un panfleto con la leyenda: “Por la Argentinidad Integral. Partido Radical.” El plan corporativista y nacionalista de Molinari no llegó a fraguar.42 N o sólo preveía el desplazamiento de todas las 41 La prestación de los servicios eléctricos estaba distribuida entre grandes empresas que se vinculaban con holdings internacionales: ANSF.C y SO FIN A . La filial de ésta, C H A D E , servía a la Capital Federal, al G ran Buenos Aires y a parte del litoral. H abía acusaciones graves en torno del trust eléctrico y de violaciones a las primitivas ordenanzas de concesión (en 1943, una comisión dirigida por el coronel Matías Rodríguez Conde realizó una prolija y apenas difundida investigación), y en 1936 se discutió una propuesta de CA D E (Subsidiaria de SO FIN A y a cargo de la cartera de C H A D E ) y de la CIA E que pretendía la prórroga de las concesiones eléctricas por 25 años, y por otros 25 años en form a de sociedades mixtas. Según docum entos del informe Rodríguez Conde, SO FIN A y sus filiales llevaron adelante una presión sospechosa sobre la m ayoría radical —la U. C. R. había ganado el dom inio del Concejo Deliberante en las elecciones del 36—, y las nuevas ordenanzas resultaron aprobadas. H ubo acusaciones de soborno, se verificó una sugestiva correspondencia entre directivos de las empresas eléctricas (se puede ver en parte en el libro Alvear de Félix Luna, aunque los com entarios son apasionados), se com probó un caso de “impe rialismo económ ico” y el affaire fue tan poco claro que ni el revolucionario coronel Perón puso en circulación el famoso inform e Rodríguez Conde. T anto la fama de la m ayoría del Concejo como de los directivos de las empresas no salió bien parada del proceso. Y eso es lo objetivo. 42 V er N a v a r r o G e ra s s i, M arysa, ob. cit., pág. 99 a propósito del sector nacionalista de Carulla v “Bandera A rgentina" que no atacó al gobierno de
autoridades públicas y la intervención de las empresas económicas más importantes, sino la reestructuración de las organizaciones la borales v profesionales. Todo en aras de la “liberación nacional”, frase que era frecuente en la prédica nacionalista de derecha y que años después retomaría la izquierda nacional. Pero el 20 de junio el ministro de Guerra dispuso el traslado del coronel Molina a la Dirección General de Ingenieros quitándole el mando de tropas, V cambió el destino militar de otros sospechosos. Sin embargo, Justo no fue más allá contra Molina, quien fue propuesto al año siguiente para ascender a general. Ni el propio Potash, quien estucha muy bien el poder militar de la época, puede explicar el juego de Justo, pero quizás aquél responda a la flexibilidad y ambivalencia de sus movimientos políticos. Hacia 1937 el peligro había pasado. El Presidente dedicóse a pensar en la sucesión. Contaba aún con la mavoría de las fuerzas armadas a su favor, conformes con la con ducción de los asuntos militares, con el presupuesto, con la moder nización del ejército y la marina —que había logrado establecer su base principal en Puerto Belgrano—, mientras los nacionalistas ha bían pospuesto sus maniobras conspirativas para el período si guiente que estimaban, no sin razón, más propicio. Justo computaba a su favor, también, la debilidad de un radicalismo dispuesto a la negociación, y el control que mantenía sobre el Congreso. Había llevado una política exterior aceptada por la mayoría de las na ciones latinoamericanas y logrado que “la morosa tramitación de la paz del Chaco”, que puso fin a las hostilidades entre Bolivia y Paraguay, culminara en Buenos Aires con un armisticio en 1935. Al año siguiente, Roosevelt había llegado a Buenos Aires en el acorazado “Indianapolis” para inaugurar la Conferencia interameri cana extraordinaria, cuyo desarrollo mostró a la Argentina opuesta a la idea de una asociación americana y a la tentativa norteameri cana de un compromiso regional que significase “una connotación Justo —al fin, era un militar— ni el pacto Roca-Runcim an. Para confrontar las críticas ver Ciria: ob. cit., págs. 51 a 63. Una impresión justificadora im portante de la derecha liberal puede verse en Federico Pinedo, E n tiem pos' de la República. Respecto del nacionalismo católico, conviene no om itir la influencia falangista, que según un caracterizado nacionalista, el presbítero Julio Menvielle, era la forma más perfecta del nacionalismo, sin los vicios del nazismo y del fascismo italiano. La guerra española era para M envielle una “guerra santa” y España iba hacia un Estado nacional-cristiano perfecto. Era el his panismo nacionalista, frente a Europa. U n rem edo, siglos después, de la España del siglo xvn (confr. en esta obra, el tom o i, págs. 81 a 87).
La política exterior y la situación interna
de dominio del hemisferio occidental por parte de los Estados Unidos”, según comentarios del secretario de Estado norteameri cano Cordell Hull. Pero Justo contabilizaba lo que para muchos era una época de “apogeo del prestigio argentino”,43 cuyo ministro de Relaciones Exteriores había sido distinguido con el Premio N o bel de la Paz en ese año de 1936, cuando Hull consideraba to davía a Saavedra Lamas una de las “alas de la paloma de la paz” —la política, pues la económica era él mismo—, y aún no se lamen taba del “obstruccionismo” que el ministro premiado practicaría en la Séptima Conferencia interamericana. En 1938, el entonces ministro Cantilo expuso al mismo Hull las razones d e ja Argentina para no llevar demasiado lejos los compromisos regionales: evocaba al Mitre de casi setenta años atrás e, inevitablemente, a la diplo macia del 80 y a Roque Sáenz Peña, aunque no mencionara sino al último. Se trataba de guardar la individualidad nacional de la Argentina, de no someterse a la hegemonía norteamericana y, sobre todo, de “no ofender a Europa”, a la que los argentinos seguían unidos por lazos económicos y culturales. . . En última instancia: la restauración conservadora de Justo jugaba también la carta del peligro de una “salida autoritaria”, y lo hacía con habilidad. Con ella amenazaba indirectamente a la oposición, presionaba al radicalismo para que se convirtiese en una oposición “dentro” del régimen, contenía las aspiraciones re volucionarias de las izquierdas que debían temer las consecuencias de un golpe fascista, y se apoyaba tanto en la vertiente católica y maurrasiana del nacionalismo como en la tentación clerical de buena parte del catolicismo.44 Dentro de un régimen ilegítimo, desde el punto de vista sociopolítico, la constelación de poderes se articulaba o relacionaba respecto del gobierno de Justo: subordinación del poder militar; apoyo del poder moral (la Iglesia Católica y sus voceros princi pales); adhesión del poder económico; antagonismo del poder ideo lógico; débil oposición de fuerzas políticas neutralizadas por la 43 Confr. Conil Paz-Ferrari, ob. cit., págs. 45 a 63; Ciria, ob. cit., pág. 68 y opinión de Edm und Smith Jr. en Yankee Diplomacy (U .S. intervention in Argentina), Dallas, 1953; Federico Pinedo, En tiempos de la Re pública, tom o i, págs. 146 y sgtes. 44 “La celebración del Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires en 1934, puso en las calles de Buenos Aires una m ultitud de católicos, por lo cual el oficialismo justista, huérfano de opinión, adoptó también desde entonces una acentuada definición clerical”. Confr. Ernesto Palacio, Historia de la Argentina, tom o it, pág. 387. 385
fuerte articulación del oficialismo v por el método del fraude electoral. Cuando en 1937 las fuerzas políticas se aprestan para los co micios presidenciales. Gallo y Julito Roca gestionan una candi datura común, una fórmula para “suprimir los apasionamientos de la lucha”, según una expresión evocativa de la política del Acuerdo. Pero la convención radical elige su fórmula el 28 de mayo: Mar celo T. de Alvear recibe apoyo unánime; Mosca, 125 votos, muv lejos Laurencena, Puevrredón v Güemes. La Concordancia, con trolada por Justo, designa la suva: un ex ministro de Alvear, antipersonalista y, como recordaba la izquierda, abogado de los ferrocarriles británicos pero militante radical hasta la “Junta del City” es candidato a presidente —Roberto M. Ortiz—, v un con servador catamarqueño, miembro del gabinete de Justo, como el primero, completa la fórmula, Ramón S. Castillo. La Concordancia, con Ortiz v Castillo, obtiene 1.100.000 votos. La U. C. R., con Alvear v Enrique Mosca, llega a los 815.000 su fragios. En todo caso, la consagración del presidente Ortiz mere cería de Federico Pinedo el siguiente comentario a propósito de los comicios v de las acusaciones de fraude que menudearon v que La Nación registró sin desmentirlas: Los procedimientos que se usaron en esos comicios (del 5 de setiembre de 1937), que difícilmente podían imputarse a los ex ministros, hacen imposible catalogar esas eleccio nes entre las mejores ni entre las buenas m entre las regu lares que ha habido en el país . . ,A:'
4S Federico Pinedo, En rlempos de In República, tom o i, pág. 181. La Nación, setiembre 7 de 1937. N o hay testimonios objetivos que desconozcan el mecanismo del fraude político que el oficialismo había puesto en m ovi miento en un proceso posterior a la época de la “Argentina de los partidos”, v por lo tanto cualitativamente diferente al de la “Argentina de los notables”. 386
La sucesión presidencial
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LA REVOLUCIÓN SOCIAL
La crisis de 1943
Si el general Justo procuró hacer de la restauración conser vadora un„ Tproceso de modernización del conservadorismo como L°s soo días dei r . . , , > , - 11fuerza política, su proposito se vio parcialmente frustrado, fcj Ls- presidente Ortiz tado asumió un papel más activo que hasta entonces v la política económica fue conducida con habilidad v pragmatismo, aunque ex cesivamente subordinada a intereses vinculados con metrópolis que declinaban en el contexto internacional. Pero el llamado liberalismo conservador estaba doctrinariamente en baja v, en nuestro país, políticamente a la defensiva. La carencia de dirigentes políticos lúcidos en el conservadorismo, llevó a Justo a buscar apoyos en fuerzas distintas de los partidos en cuanto las mismas pudieran brindar soportes políticos. Justo advirtió, además, que la vigencia del nacionalismo de derecha, la influencia de la guerra española y del nazismo y el fascismo, y el temor hacia el “terror rojo” que habíase difundido entre sectores dominantes, a raíz de las experien cias que padecía Europa eran aspectos de un proceso que podía explotar en favor de su constante y futura gravitación personal. No sólo fue cauto con los militantes derechistas, sino que proscri bió el comunismo y forzó la máquina electoral conservadora. Sin embargo, se esbozaban procesos paralelos que habrían de cambiar no sólo la conformación de la sociedad argentina, sino la actitud de los argentinos hacia la política, los partidos y el poder. La práctica constante del fraude condujo al escepticismo, y la apatía de la mayoría alejando a vastos sectores de las clases medias de las fuerzas conservadoras, que apenas atendieron a los riesgos del vacío político que se estaba creando. La elección de Sabattini en Córdoba señaló un rumbo relativamente distinto al radicalismo; en la medida que expresaba una nueva generación dirigente que presionaba sobre los cuadros tradicionales, había elegido la táctica de la “intransigencia” frente a la de la negociación o del acuerdo 387
que criticaban a Alvear, y coincidía con grandes segmentos de los lincamientos políticos y económicos de F. O. R. J. A. y de inte lectuales o ensayistas militantes como Raúl Scalabrini Ortiz v Jauretche. El nacionalismo de derecha aumentó, en medio de ese fació, la fuerza de su prédica, y ésta apuntó a objetivos aparente mente alejados del campo político: la investigación histórica, tra ducida en el “revisionismo” como escuela ideológica e iconoclasta; la crítica cultural y filosófica del liberalismo y de sus expresiones vernáculas, y los ensayos políticos críticos.1 Y dentro del régimen, el conservadorismo populista de un Manuel Fresco, médico ferro viario de origen humilde que realizó un gobierno eficaz en reali zaciones prácticas en la provincia de Buenos Aires, pudo suceder con total desprecio hacia el juego limpio en el campo político, merced a la resignada actitud de la mayoría, que ya no confiaba en el sistema. Las posibilidades del caudillo Barceló, de Avellaneda, para la gobernación de la misma provincia, se explicaban dentro del contexto del régimen y del estado de ánimo que cundía en el país. El presidente Ortiz llegó al poder en medio de ese ambiente, sin aparato político propio y merced al apoyo de Justo. Apenas importaba que las estadísticas le atribuyesen el 57 % de los sufra gios, si el régimen sobrevivía penosamente a una profunda crisis de legitimidad. El general Justo hubiera preferido a su camarada, el general Rodríguez, pero éste había muerto en el 36. Tenía a su alcance a un Leopoldo Meló, pero los hechos demostrarían que Justo aspiraba a retornar, como Roca e Yrigoyen, a la Presidencia, y ¡Meló no era confiable. Por último, los conservadores del P. D. N. eran suficientemente impopulares como para prescindir transito riamente de ellos. Eligió, pues, a un radical antipersonalista de 52 años, que había sido ministro de Alvear y de su propio gabinete, aceptable para los radicales alvearistas y para los conservadores, v un buen sucesor para disponerse a retornar. La vicepresidencia, en cambio, había sido objeto de negociación, como otrora obser V
J
1 Confr. Floreal Forni, ensayo en preparación, quien cita en la corriente revisionista la influencia de M anuel G álvez y sus biografías de Rosas, Sar miento, Aparicio Saravia, Y rigoyen; a los mencionados hermanos Irazusta, en este caso en su análisis de La correspondencia de Rosas; a José Ma. Rosa, etc.; la crítica antiliberal tiene sus líderes en el padre Castellani —ej.: El nuevo gobierno de Sancho—-, M envielle; N im io de A nquín; los ensayos políticos en el mismo Gálvez, en M arcelo Sánchez Sorondo —La revolución que anunciamos, etc.—. Un detalle inform ativo y valorativo bastante preciso puede hallarse en Los nacionalistas, obra ya citada de M arysa N avarro Gerassi, lo que nos ahorra otras remisiones. 388
presidente Ortiz
vara Matienzo: Justo había preferido a Miguel Ángel Cárcanof pero un fuerte líder conservador del interior, Robustiano Patrón Costas, salteño como el astuto ex presidente, que no podía imponerse como vicepresidente, impuso en cambio un aliado: el prestigioso abogado v profesor universitario catamarqueño, Ramón S. Castillo, de 64 años, conservador, y con buena disposición hacia Patrón Costas para la sucesión futura.2 En este punto se pueden anticipar algunos de los datos polí ticos previos a la crisis del 43, pues los protagonistas potenciales acaban de ingresar a la arena política: Justo, que trabajará en favor de su retorno; Ortiz, que significaba una garantía para aquél pero que se inclinará luego hacia los radicales alvearistas; Castillo, que sucederá a Ortiz v dará lugar a la oportunidad espe rada por Patrón Costas, v el poder militar v el poder ideológico —entonces sobre todo el nacionalista de derecha— que gravitarán sobre el proceso o lo seguirán. En 1940 se acentúa el declive: Ortiz desaparece de la escena y Castillo ocupa el poder ejecutivo hasta el desenláce de junio del 43. Pero en 1942 mueren Alvear v Ortiz, V en enero de 1943, Justo. De pronto, desaparecerán las fórmulas de equilibrio v quedarán en la arena Castillo —v su sucesor Patrón Costas—, el ejército v los nacionalistas. Ortiz llegó al poder enfermo —era diabético—, v con la aparerite intención de jugar un papel análogo al de Sáenz Peña en un contexto profundamente cambiado. Fue partidario del juego electoral limpio, se inclinó por el radicalismo antipersonalista encarnado por Alvear y procuró ganar la autoridad que los co micios ilegítimos no le habían otorgado. Al mismo tiempo, veríase necesitado del apoyo de las fuerzas armadas y del propio Justo, v asediado por los nacionalistas.8 Éstos sufrirían el primer golpe cuando el presidente Ortiz firmó un decreto poniendo en “dispo nibilidad” al militar nacionalista Juan Bautista Molina a propósito de un discurso en torno de la revolución del 30, mientras se ope raban cambios que significaban la paulatina remoción de militares nacionalistas —o por lo menos su neutralización— v la promoción a comandos estratégicos de hombres como el entonces coronel 2 El relato de Pinedo, ob. cit., tom o i, págs. 182 y sgtes., y los testi monios obtenidos por Potash, ob. cit., esp. págs. 104 a 106, son elementos interesantes para reconstruir esta parte del proceso político. Cuando asume O rtiz, su prim er gabinete lo integran: Diógenes T a beada en Interior; José M aría Cantilo en Relaciones Exteriores; Pedro G roppo en H acienda; Jorge E. Coll en J. e Instrucción Pública; José Padilla en A gricultura; M anuel R. Alvarado en O. Públicas; el contralm irante León L. Scasso en M arina v el general Carlos D. M árquez en G uerra. 389
José Alaría Sarobe, identificados con una tradición profesionalista y liberal. La guerra estaba por comenzar, de donde estos pasos indicaban una tendencia que no pasaba desapercibida. En febrero de 1940, Ortiz intervino Catamarca —la provincia del vicepresi dente— donde los conservadores habían impuesto un gobernador mediante elecciones fraudulentas, mientras se preparaban los comi cios parlamentarios de la provincia de Buenos Aires bajo el control de Fresco. Éstos contaron con la inusitada presencia de un veedor militar v culminaron con la intervención federal. Dos ministros conservadores se negaron a suscribir el decreto de Ortiz, v renun ciaron: Padilla v Alvarado. La intervención federal fue asumida por un militar, v luego por Octavio Amadeo. El presidente Ortiz había mejorado su imagen —como se dice ihora— frente a la opinión pública, aunque se enajenaba rápida mente el apoyo conservador y la condescendencia nacionalista, 'rente al conflicto europeo, el Presidente siguió la tradición íeutralista argentina aunque “su política exterior reveló cierta lexibilidad por su adaptación a los acontecimientos mundiales y los compromisos interamericanos'’.4 En Panamá en 1939 v en .a Habana en 1940, la Argentina siguió siendo un partenaire difícil lara los Estados Unidos, mientras el Presidente sostenía ante el -ongreso en su mensaje del 14 de mayo de 1940 que la Argentina ra neutral, pero que la neutralidad no significaba “indiferencia bsoluta e insensibilidad . . denunciando sus simpatías por las íctimas de la agresión nazi que siguió a la ofensiva de mayo de 940. El Presidente se presentaba, pues, como un liberal conservaor, inclinado hacia los Aliados, con una interpretación matizada e la neutralidad, v con una franca decisión de favorecer la ■íonestidad democrática”. Eso condujo a los nacionalistas a la rítica, pues al antiimperialismo británico de los Irazusta o los :alabrini Ortiz se había sumado ya el antiimperialismo nortenericano de los seguidores de Manuel Ugarte y Haya de la orre que se nucleaban en F. O. R. J. A. Por un lado, el nacionaimo era “antiyanqui”, neutralista —aunque esta vez el neutramo era en sentido opuesto al de Ortiz, y favorable al Eje— porque ¡ potencias del Eje luchaban contra la democracia y el comuniso, porque la neutralidad constituía una tradición coincidente con odelos como el de Franco en España; y porque, en fin, era un ten negocio. . . Pero había simpatizantes nazis como Enrique P. >és, que dirigía El Pampero, v periódicos nacionalistas como 4 Confr. Conil Paz-Ferrari, ob. cit., págs. 65 a 78. >0
Rasgos de Ortiz
Entre la neutralidad y las preferencias ideológicas
Crisol v Bandera Argentina, que al parecer eran subsidiados por la embajada alemana en Buenos Aires.' Fn el ejército, la influencia alemana se debía a varios factores concurrentes: la admiración profesional hacia el disciplinado v eficaz ejército ale mán era sincera en muchos oficiales. Debe recordarse la presencia de los militares v expertos alemanes en la formación del ejército argentino, v tenerse presente el entrenamiento de buena parte de los oficiales de los cuadros superiores en Alemania. A ese factor profesional deben añadirse la influencia ideológica del nacionalis mo de derecha v la creencia de que la derrota británica podía convenir a los intereses argentinos en el campo económico. Quie nes recuerdan la atmósfera de los años iniciales de la guerra europea v la resonancia aún presente del resultado de la guerra española v del triunfo del falangismo, explican que las tendencias pro alemanas presionasen sobre el gobierno de Ortiz y su ministro Cantilo, que no gozaba de las simpatías nacionalistas, como tam poco el ministro de Guerra Márquez, identificado con la tendencia pro-Aliada. Mientras los argentinos dividían ostensiblemente sus simpatías v la tensión de la guerra ganaba sentimientos y trinche ras ideológicas, se acusó a Fresco, a un periodista nacionalista llamado José Luis Torres v al político Benjamín Villafañe de instigar un golpe nazi contra el presidente Ortiz. Éste no mostró inquietud por esa amenaza, que entonces no cuajó, y en la noche en que las tropas alemanas invadían a París convocó a sus asesores militares para discutir problemas de seguridad nacional, mientras tomaba la iniciativa para establecer lo que en 1941 sería la Direc ción General de Fabricaciones Militares. Cuando promediaba el año 40 la posición del Presidente era razonablemente firme, aunque la situación europea introducía fac tores que tendían a complicarla. Pero la enfermedad de Ortiz hizo crisis en julio, v el 3 de ese mes viose precisado a delegar el poder en el vicepresidente. A partir de ese momento, se hizo manifiesto que la situación de relativo equilibrio que en riiedio de las presiones mantenía el gobierno nacional, había dependido del Presidente. La presencia de Castillo cambió las condiciones existentes v reveló la existencia de, por lo menos, tres líneas militares por las que discurrían com binaciones cívico-castrenses: una encabezada por el ministro de 5 Confr. Diario de Sesiones de Diputados, vol. i, 1941; N avarro Gerassi, ob. cit., pág. 141; Potash, ob. cit., pág. 117, despachos del embajador alemán von T nerm ann, V actas de la Comisión Investigadora de Actividades Anti argentinas 391
Castillo en el poder
Guerra Márquez, otra por el ultranacionalisra Molina y la tercera por el ex presidente Justo. El vicepresidente Castillo se inclinaba hacia los conservadores y nacionalistas, trataba de sortear el asedio de Justo y de evitar la vigilancia de Márquez. Entonces ocurrió el affaire de las tierras de El Palomar,'1 que complicó al ministro de Guerra. La oposición nacionalista encabezada por el senador jujeño Benjamín Villafañe y por Sánchez Sorondo, vio la ocasión de deshacerse del ministro Márquez. Frente al escándalo y al aparente negociado, -el senador socialista Alfredo Palacios condenó lo que surgía como un acto administrativo corrupto. Los radicales advirtieron la maniobra, creyeron que en realidad el Ministro no había entrado en nego ciado alguno y lo defendieron. Sin embargo, la manipulación del asunto terminó con la censura de la mayoría del Senado al ministro de Guerra. Esto motivó una fuerte reacción del Presidente que se definió en favor del censurado y trató de poner en evidencia la probable maniobra. En seguida, el 22 de agosto de 1940, Ortiz envió su renuncia. El Congreso la rechazó por 170 votos contra 1, pese a que la renuncia contenía un apoyo explícito al ministro de Guerra. El voto solitario pertenecía a Sánchez Sorondo. El Presi dente ganó el favor de la opinión pública. La mayoría creyó, por fin, en sus intenciones democráticas. Pero, por otro lado, su enfer medad no cedió, fue imposible que retornase al poder para ende rezar el proceso y al no reasumir sus funciones. Castillo quedó con el poder efectivo y un nuevo gabinete. En setiembre de 1940, cuando Castillo se hizo cargo de la Pre sidencia por delegación de Ortiz y designó el nuevo gabinete, su posición era débil. Eso explica la transitoria formación de un minis terio satisfactorio para el radicalismo de Alvear v para la tendencia de Justo. La coalición pretendía recobrar el apoyo de la derecha, sin enajenarse la del radicalismo antipersonalista que había llegado a “rodear” a Ortiz, según las expresiones de la época. Habían ingresado, por lo pronto, Federico Pinedo en Hacienda v Julio A. Roca en Relaciones Exteriores, v éste había condicionado su 11 V er José Luis Torres, La década infame, respecto de instigaciones nacionalistas. En cuanto al affaire El Palomar, el escandalo sucedió porque M árquez decidió llevar adelante un trám ite de com pra de tierras adyacentes al Colegio M ilitar, por un valor m ayor que el fijado por los tasadores oficiales y por Tos propietarios originales. Fue una maniobra donde ganaron especu ladores que lograron vender tierras que com praron en 0.67 pesos el m2 en 1.10 el m2, contra la opinión de los ingenieros militares. El beneficio fue de un millón de pesos para los especuladores, v una renuncia valiosa para la oposición a Justo. 3 92
1940-1943: intrigas y confusión
entrada a la continuación de la política de Ortiz. Pinedo se entre vistó con Alvear en Mar del Plata a principios de 1941. En el ministerio del Interior ingresó Miguel Culacciati, antipersonalista, y en el de Guerra el general Juan N. Tonazzi, amigo de Justo. En Justicia e Instrucción Pública v en Agricultura fueron desig nados los conservadores Rothe y Amadeo Videla; en Obras Pú blicas Salvador Oria y en Marina el contralmirante Fincati. Los hombres claves eran Pinedo, Roca v Tonazzi. Pero el programa de Castillo apuntaba, paulatinamente, a cobrar fuerza en su po sición y mantener la neutralidad argentina impidiendo que cayese en la esfera de influencia norteamericana. En todo caso, seguiría una línea de restauración conservadora tanto o más rígida que la de Justo, con apoyo del nacionalismo v contra toda posibilidad de retorno radical. Elecciones en Santa Fe v en Mendoza, en diciembre del 40 y en enero del 41 demostraron, según La Prensa en su editorial del 6 de enero de ese año, que quizás habríamos “retornado al fraude como sistema político”, lo que estaba cerca de los propósitos de Castillo, si del poder se trataba. La crisis que sucedió a esos comicios produjo las renuncias de Pinedo y Roca. Los reemplazaron Carlos A. Acevedo v Enrique Ruiz Guiñazú, mientras Ortiz hacía público un manifiesto en el que repudiaba el retorno al fraude político. La crisis dio pie para que se intentaran conspiraciones nacionalistas v se denunciara, simultáneamente, el incremento de la penetración nazi en la Argentina. Según parece, la acción de los partidarios de Justo neutralizó las conspiraciones, pero la acción de Enrique Ruiz Guiñazú demostraría muy pronto que éste “unía a una limitada experiencia internacional, cierto en tusiasmo por la versión hispanista del fascismo”, según la aprecia ción de Conil Paz v Ferrari. La guerra llegó al continente ameri cano con el ataque japonés a Pearl H arbour en diciembre de 1941, pero la Argentina se mantuvo circunspecta v en 1942, en "la Conferencia de Río de Janeiro, su delegación afirmó la política de neutralidad. Esa afirmación fue impuesta por Castillo v motivó correcciones en el provecto del documento final hasta que, para lograrse la unanimidad, lo que iba a ser una decisión colectiva de ruptura con el Eje transformóse en una “recomendación”. Esta postura fue objeto de controversias en su momento, v es aún motivo de interpretaciones dispares. Para Castillo, significaba afir mar la posición regional de la Argentina v su relativa independen cia respecto de los Estados Unidos, v al mismo tiempo aprovechar la brecha abierta en la opinión política por posiciones neutralistas 393
que no sólo defendían los nacionalistas v muchos militares, sino fuerzas de izquierda y un sector importante del radicalismo. Para los que adherían a los Aliados, la posición argentina demostraba que el gobierno simpatizaba con el Eje. La actitud del gobierno argentino provocó su aislamiento continental y el endurecimiento de sus relaciones con los Estados Unidos, que a su vez reaccionaron negando a la Argentina armamentos gestionados por la misión López-Sueyro por el sistema de Préstamo y Arriendo. En Dipu tados, sin embargo, la aprobación del tratado de Río fue seguida por la recomendación de la ruptura. El poder ejecutivo hizo caso omiso de ella. Pero la actitud norteamericana tuvo resonancias negativas en las fuerzas armadas argentinas, que demostraron pre ocupación por la provisión de armamentos norteamericanos al Brasil y a Chile. El resultado fue la iniciación de gestiones ante los poderes del Eje e incluso una misión secreta a Madrid. La posición política de Castillo parecía más fuerte en 1942, año en el que mueren, con diferencia de tres meses, Alvear v Ortiz. La U. C. R. queda sin un líder nacional -pues el liderazgo de Sabattini no tenía aún la difusión propia del sucesor natural de Yrigoyen— y en las fuerzas armadas disputaban tres líneas: la “justista”, la “nacionalista” v la “profesionalista”. Justo, mientras tanto, debía afirmarse ante la deserción definitiva de Ortiz. Un curioso documento que publica Potash, enviado por un presunto espía alemán a Berlín en agosto de 1942, alude a una supuesta in formación en poder del gobierno argentino según la cual los Es tados Unidos, Brasil y Uruguay apoyarían la candidatura de Justo en la campaña que se iniciaría al comenzar 1943. A su vez. Castillo se desprendía con una maniobra del general Tonazzi e ingresaba como ministro de Guerra el general Pedro Ramírez. Pero ni la R a m ire t en ei información del alemán, ni las gestiones de Justo para obtener el degusto Muer apoyo concreto de la U. C. R., los socialistas v los antipersonalistas llegarían a verificarse: el general Justo murió por un derrame cerebral el 11 de enero de 1943. El campo parecía despejado para Castillo, a quien se le atri buían intenciones de pretender la sucesión discutiendo la cuestión de si un vicepresidente estaba sometido a la prohibición constitu cional, o bien apoyar a Carlos Ibarguren o a Scasso. Pero en 1943, mientras las potencias del Eje iban siendo derrotadas y el panorama internacional prometía traer complicaciones a la política .exterior argentina, Castillo respondía al apoyo original de Patrón Costas, senador, poderoso industrial azucarero salteño y líder del conser394
vadorismo del interior como cabeza de la fórmula del P. D. NT. que sería acompañado por un antipersonalista santafesino, Manuel lriondo. Había quedado fuera de juego el gobernador de Buenos Aires, Rodolfo Moreno. • Cuando avanzaba 1943, la oposición carecía de líderes mani fiestos v de fuerza para neutralizar la "máquina electoral’' oficia lista. Castillo no parecía temer la interferencia m ilitar. . . Sin embargo, el candidato de la Concordancia convocaba la oposición de los nacionalistas v de los oficiales pro-Aliados v, naturalmente, de los radicales v socialistas. En marzo de 1943, mientras tanto, habíase constituido formalmente una logia militar cuyo papel sería decisivo, según todos los testimonios, en los sucesos críticos del 3 v 4 de junio de ese año: el G. O. U. —Grupo de Oficiales Unidos—.7 El origen del G. O. U. se relacionaba con esfuerzos encabe zados por dos tenientes coroneles: Miguel A. Montes v Urbano de la Vega, aunque el grupo definió el sentido de su acción bajo la inspiración de Perón v otro grupo de oficiales. Montes habría actuado desde el principio como delegado de Juan Domingo Perón, v a la acción de éste se sumaron un hermano de aquél, Juan Carlos Montes, Urbano v Agustín de la Vega, Emilio Ramírez, Aristóbulo Mittelbach v Arturo Saavedra. Con excepción de los Montes, los otros oficiales habían participado en la revolución del 30 o en alguna de las conspiraciones nacionalistas abortadas. El trabajo del grupo para persuadir a los oficiales no descansaba selo en la necesidad de “organización” o de "unidad” —palabras que apare cen en las denominaciones que circularon sobre las iniciales, v que aludían como puede advertirse a preocupaciones profesionales de la sociedad militar—, sino en la necesidad de prevenir la insurgencia comunista; el temor de que la Argentina fuera envuelta en la guerra por la presión norteamericana; el riesgo que importaba la intromi sión de los políticos en relación con la unidad profesional v, en fin. la preocupación por el bienestar de la Patria v de las fuerzas arma das, sin ambiciones personales. • Seguimos aquí el estudio de R obert A. Potash, cit., págs. 183 a 199, que consideramos el m ejor de cuantos se han publicado sobre este difícil asunto y el trabajo del Centro de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Cuyo, dirigido por Enrique Díaz Araujo, “El G. O. U. en la Revolución de 1943”, M endoza, 1970. Las iniciales G . O. Ü. fueron interpretadas también com o G rupo O bra de Unificación; G obierno, O rden, U nidad; G rupo O rgánico U nificado; G rupo O rganizador U nificado o la denom inación que originalmente adoptó, y que parece com partida por sus miembros. 395
Fórmula del P. D. N.: Robustlano Patrón Costas-I riondo
El golpe m ilita r del 4 de junio de 1943
El G.O. U.
El grupo vio facilitada su acción por la designación de Urbano de la V ega en el servicio militar de inteligencia y, sobre todo, por la designación del general Ramírez en el ministerio de Guerra de Castillo. La incorporación del capitán Francisco Filippi, sobrino de Ramírez, v de un hombre que sería fundamental en los sucesos posteriores, el teniente coronel Enrique P. González, reforzaron la capacidad persuasiva v operativa del G. O. U. La decisión de esta blecer la logia formalmente, en marzo de 1943, fue el resultado, según las investigaciones de Potash, de dos factores. Uno interno: el conocimiento de que la Casa Rosada usaría todos sus recursos en favor de la candidatura de Robustiano Patrón Costas. Otro externo: la política exterior estimulada desde el ejército, cuando se conoció en febrero un memorándum transmitido por el jefe del Estado M ayor general Pierrestegui —quien en agosto del año 42 había expuesto su alarma por la ruptura del equilibrio de fuerzas de la Cuenca del Plata, según comentan Conil Paz y Ferrari—, militar considerado pro-Aliado, que urgía un arreglo con los Estados Unidos para la dotación de armamentos.8 Añadimos un tercero: Justo había muerto. En mayo de 1943, el principal objetivo del G. O. IA era impedir la candidatura de Patrón Costas v el papel principal no era en este caso desempeñado por Perón, sino por el teniente coronel González. El ministro Ramírez estaba ente rado de los planes del Q. O. U., pero no actuó contra ellos" ni los pretendió frustrar. Cuando Castillo definió su posición fa vorable al político conservador salteño, el G. O. U. inició con tactos con opositores a través de González y decidió dar el golpe en setiembre de 1943, no obstante que en el partido Radical ga naba posiciones la idea de la candidatura presidencial de Ramírez. Al mismo tiempo, corrían rumores de una conspiración radical que tendría como jefe al general Arturo Rawson. Nada de eso era informado por el ministro de Guerra al Presidente, que en una , “tormentosa sesión” exigió una explicación. Ramírez habría negado ser candidato radical o haber aceptado una proposición semejante, negándose a revelar otros detalles. Castillo esperó, a partir de ese momento, la renuncia de su ministro de Guerra. Pasaron dos días V nada de eso ocurrió. Entonces, Castillo encargó al ministro de * Confr. Conil Paz y Ferrari, ob. cit., pág. 119. V er el grupo directivo del G. O. U. en Potash, pág. 188. Asimismo, hav que tener presente que el nacionalismo realizó un im portante Congreso el 16 de diciembre de 1942, presidido por el coronel retirado Carlos Góm ez y el ideólogo y filósofo N im io de Anquín, pero parece que los civiles no tenían noticia del golpe que se preparaba. 396
Marina, almirante Fincati, el 3 de junio de 1943, la redacción del decreto dando por terminadas las funciones de Ramírez. Pero como se reveló después, el decreto sin firma no fue a parar a manos del Presidente: sirvió para galvanizar el aún indeciso o dividido cuerpo de oficiales v como señal para el golpe de Estado. La confusión era tan grande que las informaciones confidenciales apenas acer taban con el curso de los sucesos. Éstos se dirigían hacia el golpe de Estado desde las diez de la noche del 3 de junio, cuando el decreto fue conocido v González gestionó quedar en libertad para tomar “contramedidas”. Ramírez sólo recomendó que se buscase un general para encabezar el movimiento . . . Así comenzó la casual, accidentada v brevísima gestión del general Arturo Rawson, oficial superior de caballería a cuyas órdenes había servido González. Un corresponsal norteamericano señaló en su diario que apenas sabía de Rawson que se había opuesto al general Molina “el Führer eventual de los nacionalistas” como presidente del Círculo Militar.9 La contribución de Rawson al golpe del 43 fue obtener la actitud neutral de la marina. Los es fuerzos para improvisar una revolución en cuestión de horas lle garon a su clímax en la reunión de oficiales que tuvo lugar en la Escuela de Caballería de Campo de Mavo a la que concurrieron Rawson, González v Carlos Vélez v que encabezó el coronel Elbio C. Anaya, con asistencia de jefes v oficiales superiores. F.1 coronel Juan Perón no asistió a ella; según notas e informes, no pudo ser hallado desde el día anterior a la reunión v no reapareció hasta que la revolución hubo triunfado. Esa reunión en Campo de Mavo demostró que la decisión mili tar tendría apovo suficiente, pero que sería políticamente irrespon sable. Se discutieron los movimientos militares, pero no se llegó a acordar cuáles serían los objetivos mediatos v ni siquiera quedó en claro quién sería el futuro jefe del Estado: ¿Rawson? ¿Ramírez? ¿Un triunvirato en el que los acompañara Suevro? Sólo quedó de terminado que, esa vez, el gobierno sería m ilitar. . . Un manifiesto redactado antes de la reunión citada por Miguel A. Montes v Juan D. Perón en un departamento porteño, según las averigua ciones de Potash, anunciaría al pueblo que el golpe de Estado denunciaba el sistema de venalidad, fraude, peculado y corrup ción del gobierno derrocado; que el movimiento era “esencialmente 9 R a v , Joseph, A rgem ine Diary, Random House, N . York, 1944, pág. 5. Cit. por N avarro Gerassi, ob. cit., pág. 175. E ntre los jefes que Rawson no pudo convencer estuvo Farrell, que muy pronto “sería uno de los principales beneficiarios de la revolución”. Confr. Potash, pág. 195 y nota 29.
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Se busca un general . .
El golpe
constitucional” v que lucharía para mantener una real v total oberanía de la Nación. Nada traducía las diferencias ideológicas >rofundas que separaban a los participantes, los distintos presumestos de su acción en el mediano plazo, los acuerdos sobre políicas específicas que deberían esperarse. Como señala con oportunilad Robert Potash, para algunos de los oficiales jóvenes la marcha obre la Casa Rosada que realizaron en la madrugada del 4 de unió de 1943 casi diez mil soldados —una fuerza mucho más po erosa que la de 1930— fue su única experiencia político-militar; ara otros era la segunda; y para muchos, como el teniente primero uan Carlos Onganía, que conducía un vehículo detrás del geneai Rawson, fue el primero de una larga serie .. ,10 El golpe se llevó a cabo sin resistencia —hubo una sola acción ontra una instalación naval, debida a la precipitación y a la conisión de los protagonistas—, sorprendió a todos, no fue rodeado or la atmósfera de excitación pública del 30, y el general Rawson i encontró en el poder con pocas ideas acerca de lo que habría e hacer con él. El golpe de Estado del 43 había nacido en la cabeza de algunos Las 4¡^horas aroneles; apenas habían participado algunos de los 37 generales Rawson t los cuadros superiores del ejército, y dio lugar a la lucha por el ader pocas horas después de haber llegado Rawson a la Casa osada. Mientras los hombres del G. O. U. tenían ideas bastante aras sobre los objetivos de la logia, el Presidente pasaba la noche :nando en el Jockey Club. Después de comer hizo su primera y tima demostración de inhabilidad política: luego de un golpe irmalmente anticonservador, ofreció a sus amigos José María osa y Horacio Calderón, conservadores de vieja data, el priero accionista de El Pampero y pro-Eje y el segundo proliado, las carteras de Hacienda v de Justicia. Cuando comunicó los golpistas sus ofrecimientos cundió, parece, la consternación, guraban en ellos el general Domingo Martínez —que había sido fe de Policía durante la gestión de Castillo— y el general Juan Pisrini, ambos conocidos por sus simpatías hacia Alemania. Los heranos Saba y Benito Sueyro ocuparían los cargos de vicepresidente ministro de Marina; Ramírez quedaba en el ministerio de Guerra el almirante Storni v el general Diego Masón ocuparían las rteras de Interior y Agricultura, respectivamente. No era un bínete muy lucido para la opinión pública pero, lo que entonces i más decisivo, era crítico para la opinión militar. u» P otash, Robert '8
A.,
ob. cit ., pág. 199 y La Nación, junio 5 de 1943.
La gestión de Rawson comenzó y terminó con la discusión de su gabinete. Para los miembros del G. O. U. Perón v González, era preciso desalojar de la Casa Rosada al flamante Presidente. Para otro de los miembros, simpatizante de los Aliados, como Miguel Montes, había que sostenerlo. En Campo de Mayo, un grupo de oficiales tenía la misma opinión. Pero el coronel Anaya cortó por lo sano. Los civiles Rosa v Calderón fueron escoltados hacia la salida de la Casa Rosada ni bien aparecieron en ella a raíz de la oferta de Rawson. Luego, Anaya y un teniente' coronel de apellido Imbert, fueron a la casa del general Martínez para convencerlo que dejara la cartera de Relaciones Exteriores. En la noche del 6 de junio Anaya entraba en el despacho de Rawson y le hacía saber que carecía del apoyo de Campo de Mayo. Según los testi monios de Anaya, Sosa v un memorándum de González, Rawson tuvo una expresión penosa v definitiva: —“ ¡Usted ta m b ié n ...!”; firmó su renuncia v se fue rechazando escoltas. Entonces hizo su entrada como nuevo Presidente, el general Pedro Ramírez, que durante siete meses había servido como ministro de Guerra del derrocado presidente Castillo. La experiencia presidencial del general Ramírez fue más pro longada que la de su predecesor, pero en todo caso fugaz, pues debió renunciar el 24 de febrero de 1944. Durante su gestión co menzaron a definirse ciertas líneas de fuerza del proceso político inmediato. Las líneas se vinculaban con el conflicto interno por la domi nación y con la política exterior, que en todo caso era discernible pero no independiente de aquél. El gabinete de Ramírez dio, para los informados, las primeras pautas del sentido del conflicto in terno: el ministerio de Guerra fue adjudicado al general Edelmiro J. Farrell, jefe de Perón, v el ministerio del Interior al coronel Alberto Gilbert, amigo del coronel González. Era evidente que el G. O. U. había obtenido una importante victoria.11 Pero también que los coroneles tendrían importante participación en el gobierno v que la división entre “neutralistas” o germanófilos v los parti darios de los Aliados separaba a Farrell, Masón, G ilbert y Sueyro de un lado, y a Storni, Santamarina, Galíndez y Anaya del otro. En poco tiempo ingresaron a funciones públicas en la Presidencia, o en los ministerios de Guerra e Interior, varios tenientes coroneles 11 Masón ocupó la cartera de A gricultura; Benito Sueyro la de Marina; Storni la de Relaciones Exteriores; Galíndez la de O bras Públicas; Anaya la de Justicia e Instrucción Pública. Sólo un civil, confiable para el establishment económico: el ministro de Hacienda Jorge Santamarina. 3 99
La fugaz presidencia del general Ramírez
-Petsam,.-
S L A N D IA Democracias populares o Repúblicas socialistas Países m iem bros del Pacto del A tlá n tic o Neutrales con regímenes de tip o occidental Países socialistas no com prom etidos País directam ente u n id o a E. U. de Am érica
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División política de Europa después de la Segunda Guerra M undial. De ésta emergería un m undo bipolar dom inado por el poder m ilita r de Estados Unidos de América y de la Unión Soviética.
) coroneles del G. O. U. —González, Domingo Mercante, Miguel Montes—, de tal modo que la logia logró construir una imporante base de poder dentro del gobierno nacional. El coronel Perón :ncabezaba ya la secretaría del ministerio de Guerra, y se conver ía en el segundo hombre de ese ministerio crucial.12 Desde ese momento, uno de los cauces para la explicación del >roceso que siguió en aceleración creciente es el relieve que ad vierten amigos y adversarios en el trabajo del coronel Perón para ¡xplotar políticamente el clima de tensión que confundía a los ;rupos rivales. O tro de los cauces es la política exterior de la Argentina y su resonancia en el área latinoamericana y, sobre todo, nglonorteamericana. Parece necesario advertir, asimismo, que mienras eso acontecía en la estructura del poder, la sociedad argentina 12 Los cargos que ocupaba el grupo directivo del G .O .U . luego del gol>e de Estado oel 43, constan en Potash, pág. 210. Eran veinte hombres en argos claves: 8 coroneles; 9 tenientes coroneles; 2 m ayores v 1 capitán Filippi, sobrino de Ram írez). 100
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Alineam iento de los países latinoam ericanos en la Segunda Guerra Mundial. [Según “ New York Tim es” del 1? de febrero de 1942.] Durante el desarrollo de la contienda, alineam iento o neutralidad fueron cues tiones de política internacional que trastornaron las relaciones americanas y la situación interna de la Argentina.
estaba en movimiento v se producían en ella cambios sustanciales, algunos de cuyos rasgos se intentará perfilar una vez descriptos, en grandes líneas, los conflictos que tenían atrapados a los prota gonistas principales de la lucha por el dominio de la situación.1® exterio Si, como se ha comprobado, la política exterior del régimen deLa política Ramírez conservador fue, como la de la época radical, de estricta neutrali dad, no era un secreto para nadie que la división del mundo en bloques ideológicos v de intereses hacían de la “neutralidad” un concepto polivalente. En algunas de las corrientes de opiniones igualmente públicas que entonces circulaban, la neutralidad seguía expresando una manera de ser del argentino frente a conflictos demasiado sinuosos o que afectaban a pueblos demasiado vinculados a su compleja tradicióm^etímo para actuar en perjuicio de unos o de otros. Era, también, una manifestación del pacifismo por la línea del esfuem> menor. Pero en los sectores que habían adoptado una ideoUfgia y perseguían intereses relativamente concretos, ser neujraf implicaba una toma de posición definida. Para los nacio nalistas de derecha, por ejemplo, la neutralidad suponía un apoyo indirecto a las potencias del Eje. Para ciertos sectores económicos vinculados con los mercados europeos, la neutralidad permitía estar con unos v con otros, más bien que con alguno en desmedro de otros. La perspectiva de las potencias beligerantes no era menos matizada que la argentina. Para los norteamericanos, a medida que avanzaba el conflicto, la neutralidad no era una política “equidis tante” —a pesar de que en su historia reciente, según se vio, la opinión pública debió ser sacudida para no permanecer adherida a esa posición— sino una manera de favorecer a los intereses del Eje, de romper la solidaridad americana frente al conflicto inter nacional y de impedir una política hegemónica sin complicaciones en el continente. Para los británicos, la neutralidad argentina no era una posición deleznable. De ahí su resistencia a romper rela ciones con la Argentina o a bloquearla económicamente. Pragmá ticos v lúcidos, los británicos tejían presente sus grandes inver1:1 A esta altara de los acontecimientos, el historiador apenas se atreve a avanzar. La advertencia que consta en la nota 1, pág. 287, se hace ahora más patente. Las ciencias aquí auxiliares perciben el andar jadeante de la Historia, com prenden sus dificultades, y quizás más atrevidas o con la sensación de que no deben tener —para justificarse— los reparos que el historiador expone, adquieren desde ahora más relieve: el politicólogo, el sociólogo, el dem ógra fo, el economista, tienen bastante qué decir. Tam bién el cronista, el perio dista, la aproximación menos com prom etida que supone el ensayo como estilo. 4 02
siones en la Argentina, la necesidad que tenían del abastecimiento de carne para civiles y militares en lucha y, previendo la situación de posguerra, el riesgo que significaba propiciar medidas que acen tuasen el declive de su influencia política v económica en el Río de la Plata. Los soviéticos, por fin, tenían una visión imperialista e ideológica del proceso, que por otra parte ocurría lejos de sus dominios. Stalin sería uno de los rotundos opositores al ingreso de la Argentina en condiciones aceptables a las Naciones Unidas, expresando a Roosevelt que si la Argentina hubiera estado en la zona de influencia soviética él sabría cómo sancionarla. En ese contexto se movían los actores de la crisis de junio del 43, y el presidente Ramírez se veía en figurillas para no agravar la tensión con los Estados Unidos sin perder su propia influencia entre los grupos internos germanófilos o aliadófilos. Del lado norte americano actuaba una figura que contribuyó, desde una posición “dura” y que su rival Sumner Welles no vacilaría en calificar de "estúpida”, a complicar en exceso tanto la política exterior norte americana como la posición de los liberales dentro del gobierno de Ramírez: ese personaje se llamaba Cordell Hull. Mientras con dujo el Departamento de Estado, todos debieron contener el alien to, tanto de un lado como del otro. Cuando Hull debía saber el conflicto interno tp e ocurría en el gobierno argentino, respondió a una carta —ciertamente forzada v difícil del canciller Storni explicando la posición internacional de la Argentina— con otra hiriente, considerada una “de las más severas censuras diplomáticas jamás asestadas a un gobierno latinoamericano por el Departamento de Estado”, “pulida y afilada como una navaja”, según la revista Tim e del 20 de setiembre de 1943. Se burlaba de los argumentos de Storni, ironizaba acerca de los motivos que aquél expuso para justificar que aún la Argentina no hubiese roto sus relaciones con el Eje, y negaba toda posibilidad de abastecimiento militar mientras la ruptura no ocurriese. La publicación de la carta de Hull en los diarios argentinos puso al rojo vivo el sentimiento nacionalista. En el centro de la ciudad se arrojaron volantes contra Storni, escritos e impresos por el G. O. U. El diario Noticias Gráficas, que se atre vió a publicar un editorial condenando la actitud neutralista del gobierno, fue clausurada v la edición confiscada.14 La afilada navaja cortó el cuello del canciller Storni, quien 14 Confr. Conil Paz y Ferrari, ob. cit., págs. 123 a 139, donde hay un buen análisis docum ental del proceso que condujo, al fin, a la ruptura. Potash, ob. cit., págs. 231 y 232, atribuye im portancia decisiva al affaire H ellm uth.
debió renunciar. La contestación de Hull, “modelo de torpeza”, privó al gabinete argentino de uno de los factores de compensación frente a la presión creciente del ala derecha del G. O. U. F.1 12 de octubre de 1943 Farrell era designado vicepresidente, y a los pocos días abandonaban el gobierno Santamarina v Galíndez, mientras el general Gilbert ocupaba la cartera vacante de Relaciones Exte riores. La presión norteamericana aumentó; se dirigió incluso a los aliados y a los demás países latinoamericanos para coordinar un bloqueo político y económico a la Argentina, v contó por fin con pruebas documentales de una misión secreta a Alemania de un cónsul argentino —Oscar Alberto Hellmuth—, con el fin de nego ciar la provisión de material bélico. Hellmuth era ciudadano ar gentino, pero también miembro de la policía secreta de Himmler, la R.SHA (Reichssicherheitschauttaunt). El presidente Ramírez ad virtió que la publicación de esa prueba y de otras relacionadas con a presunta intervención argentina en sucesos revolucionarios latiíoamericanos —como el golpe de Estado en Bolivia ocurrido el 20 le diciembre y la presencia de emisarios militares en países limírofes— podía ser el detonante de una crisis regional inconveniente >ara la Argentina. Para evitar, no tanto el bloqueo como la publiación de esa documentación por el Departamento de Estado, Ramírez decidió suscribir el decreto de ruptura de relaciones diplonáticas con Alemania v Japón. Era el 26 de enero de 1944. El 25 le febrero, Ramírez ‘“delegaba el mando” en el vicepresidente arrell, frente a la crítica militar. Antes de ese desenlace la lucha política interna había tenido tras manifestaciones. El coronel Perón contaba ya con el soporte teológico de militantes y escritores nacionalistas tan eficaces como )iego Luis Molinari y José Luis Torres; se decretaba la disolución e los partidos políticos, se establecía la educación religiosa en las ¡cuelas públicas y se imponía un control rígido en la difusión de oticias. Un elemental análisis del contenido de documentos como is “Instrucciones reservadas del ministerio del Interior” a los 3misionados,ls en pos de la “real unidad integral del pueblo aríntino”, revelaba la tendencia hacia una suerte de homogeneidad leológica y cultural como objetivo deseable. Cualquiera fuera su gno, ese dato suponía una secuencia de notas comunes con los ¡gímenes autocráticos o totalitarios y un presupuesto necesario ira su estructuración. En esa ocasión, el signo estaba dado por 15 Confr. Roberr Potash, ob. cit., pág. 226, donde está el texto de las ¡tracciones citadas. 34
La ruptura con el Eje. Ramírez deja el poder
el nacionalismo de derecha v coincidía con la tendencia predomi nante en el G. O. U. v en el gobierno, luego de los cambios de octubre. El coronel Perón actuaba, mientras tanto, en un nivel hasta entonces descuidado: la revisión de la política social del gobierno v las relaciones con los gremios. Entre los cambios de El predom inio nacionalista de ese mes, la designación —según parece, la “autodesignación”— de derecha y la carrera política Perón en el Departamento Nacional del Trabajo no sería el menos de Perón importante. Entre los miembros del G. O. U., un oficial hijo de un ferroviario de La Fraternidad, habría de constituirse en el principal colaborador de aquél: el entonces teniente coronel Do mingo Mercante. No rodos los integrantes del G. O. U. ni del gobierno adherían a las ostensibles pretensiones del coronel Perón, mientras éste ganaba posiciones; se insinuaban contradictores im portantes, como los coroneles Ávalos v González. Según parece probable, esas contradicciones contaron paulatinamente con el aval del presidente Ramírez, quien habría aceptado reemplazar a Farrell v Perlinger por sus asesores leales, Gilbert v González.'" A su vez, ocurrían los acontecimientos relatados referentes a la política exte rior. El Presidente advirtió que el conflicto podría derivar en un enfrentamiento militar y no resistió la demanda de su renuncia que formuló un grupo de oficiales alentados por Farrell v Perón desde el ministerio de Guerra. Preparó el texto de su renuncia, fechada el El tercer golpe 24 de febrero, dirigida al “pueblo de la República”, v fundada en que había perdido el apoyo de los militares de la Capital, Campo de Mayo, El Palomar v La Plata. En pocos meses, pues, se habían consumado tres golpes de Estado. Él primero, cfontra Castillo, desde fuera del poder. F.1 segundo y el tercero desde dentro, contra Rawson y Ramírez. F.1 tercer golpe crearía, sin embargo, una com plicación internacional. Para intentar evitarla, era preciso que no hubiera una discontinuidad formal entre Ramírez v su sucesor. F1 texto original de Ramírez salió de circulación —aunque llegaron a publicarlo, entre otros, La Prensa v el diario germanófilo Cabildo— v se difundió una versión oficial que las ediciones posteriores de ios diarios recogieron: Ramírez delegaba el poder en el vicepresi dente Farrell, “fatigado” por la intensidad de sus tareas de go bierno . . . el desenlace: Fn el orden interno, el tercer golpe tardó en ser digerido. Los laHacia presidencia sectores políticos v militares calificados como “liberales" advirtie- de Farrell 111 Confr. Robert Potash, ob. cit., págs. 255 a 237, donde se citan pruebas de la tentativa de Ramírez por desplazar a Farrell y a Perón del gobierno, con apovo de la .Marina. 405
ron que el proceso había entrado en una nueva y peligrosa fase, y procuraron convencer a Ramírez para que retornara al poder. Pero aparte de la negativa de éste, la nueva fase había comenzado ya. Con el general Farrell en la presidencia, parecía que las bases de su poder se habían consolidado definitivamente. Sin embargo, la lucha interna no había terminado y la situación del afortunado coronel Perón distaba de ser absolutamente segura. Surge, por lo pronto, un antagonista fuerte: el ministro del Interior, general Perlinger, quien reuniría en su torno a líderes del G. O. U. como los coroneles Julio Lagos y A rturo Saavedra, el teniente coronel Se vero Eizaguirre y el mayor León Bengoa. Desilusionados con Perón, de acuerdo con muchos nacionalistas acerca de la equívoca postura de aquél respecto del proceso que condujo a la ruptura con las potencias del Eje e inquietos por sus relaciones con los gremios, esos hombres se movieron para detener la probable desig nación de Perón como ministro de Guerra. Desde el Movimiento de Renovación —formado por jóvenes que correspondían a lo que hemos llamado el nacionalismo conservador—, surgieron apoyos para la posición de Perlinger. El coronel Perón fue designado, sin embargo, ministro de Guerra. Contaba con el apoyo del Presidente, del jefe de Campo de Mayo, coronel Ávalos y, desde el 29 de fe brero de 1944, con el del nuevo ministro de Marina, contralmirante Alberto Teisaire. El ministerio de Guerra era, sin duda, una posi ción clave para resistir el asedio de facciones opositoras, porque desde ese lugar podían manipularse asignaciones, destinos, prom o ciones y cambios que consolidasen la posición de su titular en la estructura del poder militar. La carrera política del coronel Perón había comenzado mucho antes, pero ese año y el siguiente serían críticos. Puso de manifiesto rasgos de su personalidad que habrían de acompañarlo en su futuro inmediato: capacidad intelectual, “viveza” —según la interpretación criolla del vocablo—, pragmatismo, aptitudes “maquiavélicas”, sen tido de la oportunidad y de percepción de algunos fenómenos nuevos para la mayoría, y también un temperamento ciclotímico que lo hacía transitar desde la euforia hasta la depresión, casi sin matices. Dentro de la constelación de poderes, el militar era entonces el que determinaba la ocupación de roles en. el poder político. Parece conveniente seguir en sus líneas de fuerza para explicar una parte de aquella realidad. Los demás componentes de la constelación remitían a los militares sus demandas, ponían en 406
juego sus influencias o ejercían sobre ellos su capacidad relativa de presión. A pesar del predominio del nacionalismo de derecha v de los partidarios de la presencia militar en el poder, seguía teniendo vigencia entre muchos militares la idea de que las fuer zas armadas debían dejar de una manera racional v decorosa el poder político. Y contrariamente a lo que una interpretación simplista de las fuerzas políticas v de los valores vigentes en una sociedad pluralista como la argentina pudiera sostener, lo cierto era que ciertos valores del liberalismo político subsistían a través de ideas y de creencias —vinculado o no con el liberalismo económ icoentre la mayoría de los argentinos. La presión por el retorno al ré gimen constitucional se fue haciendo cada vez más concreta v la opi nión pública se manifestaba en contra de la gestión revolucionaria. Durante la presidencia de Farrell, el aislamiento de los revo lucionarios no podía ser disimulado por los conflictos internos que entretenían a sus protagonistas. Sea porque las consecuencias políticas de la Segunda Guerra habían dado nuevo impulso legi timador a la democracia, o porque las racionalizaciones ideológicas del nacionalismo de derecha no eran suficientes para justificar al régimen, lo cierto es que al comenzar 1944 la Argentina buscaba una solución internacional satisfactoria v una fórmula política aceptable para salir del atolladero. En el plano internacional, el comportamiento escasamente há bil de la diplomacia norteamericana le brindaría la oportunidad de iniciar una contraofensiva a través de la Unión Panamericana, en octubre de aquel año, que culminaría con lo ocurrido en Chapultepec —México— en febrero-marzo de 1945. Cuando se celebró la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz —aunque el tema de la Argentina, ausente, no estaba incluido en la agenda oficial— los delegados acordaron reanudar relaciones ofi ciales si nuestro país suscribía el Acta de esa reunión v declaraba la guerra al Eje. El 27 de marzo de 1945, el régimen de Farrell declaraba la guerra al Imperio del Japón v a Alemania. Como señalan Conil Paz v Ferrari, el gobierno argentino ganaba más de lo que cedía: normalizaba sus relaciones americanas, se le ase guraba un lugar como miembro de la inminente conferencia de las Naciones Unidas, y el régimen que Roosevelt y Hull denuncia ran como “fortaleza del fasc'smo en América” seguía dueño de la situación. En el orden interno, "detrás de la máscara de un antipolítico’ . el coronel Perón no sólo procuraba consolidar apoyos militares. 407
sino hallar soportes en políticos profesionales. Además, había parti cipado con el doctor Juan 1. Cooke v otros líderes del gobierno argentino, según escribió el norteamericano Welles, en conversa ciones secretas con delegados estadounidenses, previas a la reunión de Chapultepec. El pragmatismo del coronel Perón habría conmo vido a los anglosajones v sacudido la rigidez de los ideólogos. “Más allá del bien y del mal”, desde el ministerio de Guerra y la Secre taría de Trabajo, el líder del G. O. U. tendía sus líneas hacia el partido Radical. Según una información diplomática, en abril del 44 Perón habría ofrecido el ministerio del Interior al doctor Ama deo Sabattini.17 Éste rechazó la oferta. Perón no ocultaba su respeto por el partido Radical ante sus camaradas. En Campo de Mavo habló del partido Radical como una fuerza “grande v poderosa”, pero añadió que su líder era “anticuado”. No obstante, reveló que el radicalismo era una fuerza que podía ser “canalizada” en el sentido que él consideraba adecuado, v que estaba comprometido en esa tarea. Mientras fracasaban sus primeros intentos con líderes políticos, del ministerio de Guerra salían “órdenes generales” pre viniendo a los militares contra los “cantos de sirena” de los políti cos, v haciendo saber que el gobierno de Farrell no tenía intencio nes de llamar a comicios nacionales, por lo menos en fecha próxima. El gabinete de Farrell era escenario de la pugna sorda entre las tendencias. En mavo de J944 ingresa el nacionalista Alberto Baldrich, partidario de Perlinger, para hacerse cargo de la cartera de Justicia e Instrucción Pública. Al mismo tiempo, se incorpora un aliado de Perón* el general Orlando Peluffo, en el ministerio de Relaciones Exteriores. El conflicto haría eclosión en julio, preci pitado por Perón, a propósito de la vicepresidencia vacante. Con voca una asamblea de oficiales del ejército, de la que resulta elegido por un margen ajustado sobre Perlinger. Luego procede con rapidez: con el apovo del ministro de Marina, almirante Teisaire, informa al ministro del Interior que el ejército v la marina demandan su renuncia. Como el general Perlinger no halla apoyo en el Presidente, deja el cargo. El 7 de julio de 1944, un decreto firmado por Farrell v Teisaire hace pública la designación del coronel Juan Domingo Perón como vicepresidente de la Nación. Retenía, a la vez, los cargos de ministro de Guerra v de Secretario de Trabajo. Nadie disponía de más recursos ni más poderes direc17 Despacho de la embajada norteamericana fechado en abril 18 de 1944, cit. por Potash. ob. cit., pág. 45, así com o un resumen del discurso ocu rrido en mavo de esc año. 4 08
P e ró n
vicepresidente
ros que Perón a mediados del 44: pudia usarlos sobre la opinión pública desde la vicepresidencia, sobre el poder militar desde el ministerio de Guerra, y sobre las organizaciones v dirigentes labo rales desde la Secretaría de Trabajo. La forma en que usó esos recursos políticos insinuará para muchos sus posibilidades en los eventos futuros. Como ministro de Guerra, produjo cambios favo rables para las fuerzas armadas, cuyos estatutos profesionales fueron reformados y se contemplaron aspiraciones y necesidades castren ses; se amplió el número del cuerpo de oficiales v se aumentó la movilidad promocional dentro de las fuerzas. Por primera vez desde que el sistema de conscripción obligatoria tenía vigencia, el ministro de Guerra incorporó a la totalidad de una “clase”. Como bien señala Potash, aparte de las consideraciones militares, la me dida tenía ciertas implicaciones políticas y sociales. Potash no se atreve a conjeturar qué influencia tuvo la difusión de consignas V propaganda que inculcaban el respeto y la admiración hacia los militares y el desprecio hacia los políticos profesionales, entre aquellos 80.000 conscriptos respecto de las elecciones del 46, pero en todo caso el dato denuncia una tendencia v la decisión de usar cualquier recurso con sentido político. La fuerza aérea, la rama más nueva de las fuerzas armadas, recibió especial atención, v fue considerada la preocupación de los militares hacia el desarrollo industrial. El Banco de Crédito Industrial data de ese año, mientras la Dirección General de Fabricaciones Militares recibía fuerte apo yo financiero. Pero la acción en el campo militar tuvo un comple mento de fundamental importancia para el curso de los aconteci mientos del crucial año siguiente: las medidas de política social producidas por el coronel Perón y su aliado, el teniente coronel Mercante, desde la Secretaría de Trabajo. Aumento de salarios, re visión de las condiciones laborales, estatutos destinados a la protec ción de trabajadores de gremios diversos, creación de los tribunales del Trabajo, reglamentación de las asociaciones profesionales, uni ficación del sistema de previsión social, extensión de los beneficios de la ley 11.729 a todos los trabajadores, y frecuentes entrevistas con los dirigentes de los niveles altos y medios de las organizaciones obreras, fueron hechos concretos, con un gran efecto multiplicador en sectores sociales que hasta entonces no habían tenido la sensación de la participación política v social que esas medidas insinuaban. La actividad de Perón significaría, pues, la acumulación de recursos políticos o de antecedentes que luego serían empleados para la 4 09
explotación política de un proceso hasta entonces inédito en la historia argentina. Ese proceso, con casi todas sus complejidades y claroscuros, se insinuaría a través de un “año decisivo” : el 45. En ese año, los actores parecen moverse sin tener en cuenta que la platea ha subido al escenario, y que una Argentina profundamente distinta haría eclosión, atrapando a todos, cerrando todcs las perpectivas, con fundiéndolo todo. Cuando terminaba 1944, el gobierno revolucionario ‘ parecía enfrentar los mismos problemas ante los cuales había sucumbido el régimen de Castillo”, pero al mismo tiempo “los mitos de la Argentina liberal se revelaron dotados de un vigor inesperado: toda una clase media que se había constituido bajo su sino veía con recelo profundo la tentativa quizá no totalmente arruinada de borrarlo de la memoria nacional.. .”. ,s Eso era, si se quiere, una parte de la verdad. Casi tres lustros después, un conservador veía la crisis del 43 como el “fruto de las más diversas ideas, y resultado de las ambiciones más dispares (que) no tuvo virtud de satisfacer en definitiva a casi ninguno de sus sinceros partidarios”. 19 Para la izquierda cultural fue un remedo de régimen fascista y clerical y para casi toda una “‘mayoría silenciosa” un proceso caótico y ajeno, pero al mismo tiempo crítico y a la búsqueda de una definición. Ésta fue el resultado de los conflictos del 45. "Todo el poder a Perón"
Para los argentinos, el 45 fue un año decisivo. Para quien ei 45 quiera comprender el proceso posterior, una lección histórica in soslayable. Es preciso esbozar ciertos rasgos de la Argentina de la época para explicar en qué condiciones los argentinos llegaron al desen lace de una de sus crisis más profundas, entraron luego en un período con perfiles inéditos y cayeron más tarde en otra crisis cuya persistencia no puede explicar, todavía, el historiador.-’0 Is H a l pe r ín D o n g h i , T ulio, Crónica del Período en “Argentina 1930-
1960”, Sur, pág. 47. nes
,1* A berg C obo , M artín, “F.l 4 de junio de 1943”, en Cuatrb revolucio
, cit., pág. 92. 20 Es aún escaso el material confiable sobre La época, y los estudios sociológicos existentes son aceptables sólo respecto de ciertos aspectos del 410
H. A. .Murena, en un breve pero lúcido trabajo, advertía hace linos años que la Argentina figuraba con frecuencia en la primera plana de los diarios extranjeros por los golpes de Estado militares. "Quiero no descuidar esta trivialidad —seguía—: indica que nos hemos revelado como lo que nos jactábamos de no ser, sudameri canos.” Fenómeno que dejó estupefactos a muchos argentinos, pero que les haría reflexionar, por una vía quizás no querida, que tam bién pertenecían a Sudamérica v que en el futuro subsistirían como una nación sólo a través de ella. Por lo pronto, lo que aparecía en común era la crisis, v ciertos datos de ésta. iMurena miraba hacia adentro v veía, además, a conservadores, radicales v socialistas acusándose mutuamente, quebrados en forma vertical v horizontal, de izquierda a derecha, jóvenes v vieja guardia. Escribía después de la caída de Perón, v éste se le antojaba un problema que debía dividirse en dos aspectos: “Perón como persona v Perón como momento histórico. En cuanto al primero, es razonable emitir una sanción moral terminantemente negativa. En el segundo, las san ciones morales son impertinentes. Significan lo mismo que decir que la historia es una r a m e r a . L a s notas de Murena fueron escritas cuando aún estaba “caliente” lo que para los argentinos había sido el peronismo. Para una parte del país, un proceso que merecía olvidarse, porque había dividido a la nación v había inten tado poner el bienestar v la seguridad sobre otros valores v a costa de la racionalidad política v económica. Para otra parte del país, la experiencia era inolvidable. Había abierto perspectivas hasta entonces desconocidas a mucha gente que nunca había vivido la sensación de la participación política ni había obtenido gratifica ciones sociales. Para esta parte de la Argentina habría desde enton ces una suerte de “edad de oro” para recordar. El antiperonismo tenía, por su parte, porciones distintas del pasado que se le anto jaban “tiempos preferidos”. Pero según advierte Murena, la me moria argentina es feroz en su debilidad, v son pocos los nombres vivos que retiene fuera del “cantor-héroe-vate nacional, Carlos Gardel”. Desde el 55, dos fantasmas lucharían con fuerza pareja. proceso. Con tocio, el aporte más reciente es el libro de Félix Luna, El 45. Crónica de un año decisivo, parte de cuyo material vamos a emplear —Buenos Aires, Jorge Alvarez, 1969-. A pesar de cierta nostalgia por una conversión retrospectiva, la crónica de Luna es excelente com o tal, y contiene testim o nios y alguna docum entación de gran importancia. - i M u r e n a , H . A . , Notas sobre la crisis argentina, en Sur, Buenos Aires, nu 248 de setiem bre-octubre de 1957, págs. 1 a 16. 41 1
Pero esos fantasmas levantaban “nubes de polvo”. Los argentinos volverían a estar en una extraña disponibilidad. El cuadro social del 45 no mostraba una sociedad fija, sino g® movimiento una sociedad en movimiento. La población de ese año era, por lo pronto, mayor que la del 30 o la del Centenario, v se distri buía de otra forma en un extenso territorio. A partir del 30 la inmigración externa había cesado de desempeñar un papel decisivo en la formación de la Argentina. Su lugar fue ocupado por las migraciones internas!22 Hasta 1914, en efecto, el 36 % del aumento de la población de la Argentina ocurrió por los extranjeros. En cambio, entre 1914 y 1947 los extranjeros proporcionaron apenas el 0,6 % v entre este año v el 60, el 3,1 %. Como la inmigración extranjera, la migración interna fue a parar a las ciudades, pero a diferencia de aquélla no se ubicó en los estratos medios sino en los inferiores “empujando” a los nacidos en la ciudad hacia las posi ciones medias. Germani añade al proceso el impulso a la industria lización: “desde 1943 en adelante, la contribución de la agricultura V ganadería al producto bruto resulta inferior a la de la industria". Pero la movilidad social —en el sentido que los sociólogos la en tienden, como un proceso por el cual los individuos pasan de una posición a otra en la sociedad, posiciones a las que se adjudican por consenso general valores jerárquicos específicos, según Lipset— era cada vez mayor, especialmente en Buenos Aires v su zona inme diata. Esa movilidad parece haber sido todavía mayor desde los niveles populares hacia los medios v altos cuando Germani publicó sus investigaciones de 1960 y 1961 en Buenos Aires. Simultáneamente, el proceso de urbanización iba en ascenso constante. El área metropolitana de Buenos Aires, que era ocupada por cerca de 800.000 habitantes en 1895 —de los cuales la mitad eran inmigrantes extranjeros v ocho de cada cien migrantes del interior—, tenía en 1947 casi 4.720.000 habitantes, de los cuales sólo el 26 % eran extranjeros inmigrantes v el 29 °/< gente de nuestro 'interior. Antes, llegaba un promedio anual de ocho mil 22 G erm ani , Gino, “La movilidad social en la A rgentina", apéndice de la obra de Sym our M. Dipset y R. Bendix, M ovilidad social en la sociedad industrial. Buenos Aires, Eudeba, 1963, pág. 329. Del mismo autor, ver tam bién Política y sociedad en una época de transición. De la sociedad tradicional a la sociedad de masas. Buenos Aires, Paidós, 1962, donde se trata el fenómeno peronista. Tam bién, sobre la cultura de masas en la A rgentina, José Enrique Miguens. “Un análisis del fenóm eno”, en Argentina 1930-1960, Sur. pági nas 329 a 35?. 412
personas del interior al área metropolitana bonaerense. En 1936 ese promedio había ascendido a 83.000 y en 1947 pasaba las 90.000. Era un éxodo en masa de las provincias a la zona inmediata a Buénos Aires. La inmigración extranjera había impuesto un es fuerzo de “reajuste social” ; como escribió poco después Raúl Scalabrini Ortiz —El hombre que está solo y espera— la ciudad se cerró sobre sí misma para asimilar todo lo extraño que se le había venido encima, y se produjo el declive de la llamada “clase alta” como grupo social que sirviese de “modelo” a los otros y su paulatino eclipse en el liderazgo social y cultural. La migración interna, asociada al proceso de urbanización y de industrialización, preparó los elementos de una cultura y una sociedad de masas que tenía vigencia, sobre todo, alrededor de las grandes ciudades y especialmente de Buenos Aires. En 1914, la industria ocupaba a 380.000 personas. En 1944, a más de 1.000.000. En 1914 el 11 % de la población activa trabajaba en la industria y el 27 % en el agro. En 1944, aquéllas significaban el 48,5 % v ¡as ocupadas por el agro el 17,7 %. Exactos o aproximados, los datos estadísticos y los estudios sociales traducen lo que sólo algunos advertían hacia el 45: la ciudad vivía “su” vida. En torno de ella se aglutinaban miles de personas de extracción social heterogénea, “con un mínimo de participación e interacción social y política y un máximo de ano nimato”. La sociedad argentina estaba, pues, en movimiento. Los sectores populares habían aumentado hasta adquirir dimensiones potencialmente formidables. Los sectores medios, resultado de un proceso de ascenso social todavía reciente, se habían integrado según es fama a través del radicalismo. La “clase alta” había deser tado del liderazgo político, social y cultural hasta el punto que “al reanudarse la vida comicial en 1946 —señala Miguens— la tenemos representada con el 2,70 % de electos con dos miembros en la Cámara de Diputados y con 0 % en la Cámara de Senadores.. Entre “los que mandan”23 hacia 1945 apenas se perciben los datos nuevos de la situación. Era la época en que tocaba a su fin 28 La expresión es usada por José Luis de Imaz para una investigación “pionera” de los grupos dirigentes de la Argentina, teniendo en cuenta las >osiciones institucionalizadas, dependientes de los rangos a que han llegado as personas con prescindencia ae sus calidades personales. La investigación cubre el período 1936-1961, y a ella nos remitimos por considerar indispen sable su lectura para una m ejor inform ación sobre el proceso. Apenas aludi remos a algunas de sus com probaciones. Los que mandan fue publicado en su primera edición por F.udeba en Buenos Aires, 1964.
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los que
mandan
d predominio de un elenco dirigente. El primero de tres elencos que registra Imaz a lo largo de 25 años v que gobernaría hasta 1943: Se trataba de un grupo restricto, en el que el origen, las relaciones de tipo personal, la situación de familia v los clubes de pertenencia, operaban como criterios selectivos (...) El grupo que gobernó entre 1936 v 1943 no tenía problemas de cooptación. . . En todo Caso las opciones se daban entre un número limitado de pares. Sobre doce titu lares del poder en 1936, ocho eran socios del Círculo de Armas (Julio A. Roca, Carlos Saavedra Lamas, Roberto ¡VI. Ortiz, Basilio Pertiné, Eleazar Yridela, Miguel Ángel Cárcano, /Manuel \lvirado, Martín Noel). Como criterio supletorio el grupo aplicaba criterios de “reconocimiento” (entre los cuales el primero era) la habilidad en los nego cios o la capacidad jurídica (Miguel J. Culacciati) ... o el éxito electoral, como en el caso de Fresco. Pero la Presidencia estaba reservada no sólo a los grandes políticos, sino a los políticos que perteneciesen al más alto estrato social. Clase dirigente con gran cohesión interna, fue reemplazada por un segundo elenco que Imaz sitúa entre el 43 v el 55. Fn él se revertirían los términos v se modificarían los “criterios de legitimidad”. La nueva clase política que se instala tras el triunfo electoral peronista no reconoce valores adscriptos, v el régimen de lealtades que instaura nada tiene que ver con el preexistente... Los nuevos dirigentes peronistas de 1946 constituyen un grupo de “accesión" muv alto, abier to, extenso, basado en un reclutamiento amplio como hasta entonces no se había conocido. En 1946, todavía el valor para el ascenso era el exclusivo éxito personal. Pero este éxito previamente debía haberse producido en alguno de los cuatro compartimientos básicos, sobre los que se estruc turaría el peronismo: la plutocracia, la actividad gremial y la política social, el comité v las fuerzas arm adas.. ,-M La plutocracia era un canal de ascenso relativamente nuevo, pero la novedad que introdujo el peronismo fue que el grupo era industrial, y no exportador o importador. El ascenso al poder por la carrera sindical era un fenómeno hasta entonces inédito, v el comité, base habitual de dirigentes marginales del radicalismo v de -4 Imaz, José L. de, ob. cit., págs. 11 a 15. El tercer elenco, desde 1956. com binaría al principio a militares y empresarios, lo que tuvo vigencia espe cialmente hasta 1958. b'.n el 61 reaparecen los "políticos de partido’.', que se afirman luego del 6Í v desaparecen, casi, luego del 66. para retornar paulati namente cuatro años después. 4 14
partidos menores. I.os oficiales retirados de las fuerzas armadas, si bien no constituían una fuente de reclutamiento nueva, serían eni unces muchos más que en experiencias anteriores y sus dos repre sentantes principales —el nuevo Presidente y el gobernador de liuenos Aires— no habían culminado profesionalmente su carrera militar. Esto también resultaría una novedad. Al principio, el siste ma de lealtades era difuso, salvo para los militares v quizás los i>iemialistas. Con el tiempo, la conexión estaría dada por la lealtad i lina pareja gobernante. Pero en el 45, ese proceso apenas manifiesto en la sociedad argentina, se expresaría abruptamente en la arena política. En la ( lasa Rosada la situación era confusa. Habían ocurrido manifes taciones de inequívoco fervor pro-Aliado a raíz de la liberación de París, v se temían disturbios contra el gobierno a propósito de la inminente caída de Berlín. Universitarios, partidos políticos, miembros de lo que Alejandro Korn llamaba “la resistencia civil”, gente representativa de la llamada “clase alta” pero también mu chos otros ciudadanos de los sectores medios organizaron, convo caron o concurrieron espontáneamente a demostraciones antigu bernamentales acompañando entusiastamente el curso de la gue rra, que nutridos sectores sabían desagradable para los gober nantes de la “dictadura militar”. En abril del 45 la “resistencia civil” era manifiesta en el centro de Buenos Aires, alentada por la rectificación de la política internacional que situaba a los gober nantes en una situación por lo menos equívoca. La oposición había elegido dos blancos: el presidente Farrell —contra el que se dirigió buena parte de la artillería del humorismo político— v el coronel Perón, cuva peligrosidad era cierta tanto para la oposición política como para los sectores militares hostiles a su acción. Perón, que según una expresión atribuida por testigos entrevistados por Luna, era para el nacionalista A rturo Jauretche “el tipo ideal para que vo lo maneje”, procuró distraer a sus opositores —presumiblemen te— produciendo en ese mes de abril una declaración en la que aseguraba no aspirar a la Presidencia. La sensación de los obser vadores v testigos era que a esa altura del proceso, pese a su poder, parecía hallarse a la defensiva frente a una oposición que crecía dentro v fuera del ejército. Cuando la situación del coronel Perón era más crítica, aunque aún no le había sucedido lo peor en esta parte del proceso, fue nombrado Spruille Braden embajador de los Fstados Unidos en la Argentina. El nuevo embajador vino a la Argentina con una predisposición ideológica v política militante.
Algunos sucesos
Braden en escena
Argentina peronista. El “ empate social” : la Argentina peronista [m anifestación de un 17 de octubre] y la Argentina antiperonista [m itin realizado por la Unión Dem ocrática, frente al Congreso, el 8 de diciem bre de 1945). Dos países, con una profunda división política que llegó a herir a la sociedad argentina, y otra vez la polarización centrífuga.
más bien que diplomática. De inmediato se dedicó a una franca manifestación de sus opiniones políticas, participó de cuanta re unión le brindaba una oportunidad de expresar su repudio a la línea nacionalista, que identificaba con Perón, v se puso a la cabeza de una ofensiva destinada a derrocar al gobierno de facto. La ofensiva coincidió con el aparente renacimiento radica! —partido que, sin embargo, no había superado una profunda crisis interna— y con el reintegro de los conservadores a la acción política a- través de figuras como Antonio Santamarina y, sobre todo, tan signifi cativas como Barceló. La acción de Braden, que entonces concitó el aplauso de mucha gente de la oposición, era desde el punto de vista diplomático una forma de intervención abierta en los pro blemas internos argentinos, y desde el punto de vista político —se gún se ve ahora más claro, si cabe— de una torpeza no superada.
Argentina antiperonista.
Hacia mediados de año, varios factores concurrían para hacer más densa la atmósfera conspiracional. El militar no era el me nos importante, máxime cuando jefes que habían apoyado o habían recibido apoyo de Perón desde sus posiciones en el gobierno, cambiaron su actitud hacia aquél a raíz de una serie de experiencias individuales y de la influencia del clima opositor de otros sectores de la sociedad. Uno de esos hombres, significativos en el proceso del 43 al 45, era el comandante de Campo de Mayo, general Eduardo Ávalos. Varios hechos fueron erosionando lealtades aparentemente inconmovibles.2’1 En julio, y a propósito de la comida de camaradería de las fuerzas armadas, el presidente Farrell anunció la convocatoria a elecciones nacionales antes de terminar el año: 28 El relato de los diversos aspectos de la creciente oposición antiguber namental y de la erosión de la posición poderosa de Perón, así como detalles de lo acontecido en los partidos, puede leerse en Félix Luna, El 45, esp. pág. 37 a 202. Tam bién Potash, ob. cit., págs. 259 a 267. A lejandro K orn, La resistencia civil, M ontevideo, 1945. A lberto Ciria, ob. cit., esp. págs. 113 a 125, etc. 4 17
He de hacer todo cuanto este a mi alcance para asegu rar elecciones completamente libres v que ocupe la pri mera magistratura el que el pueblo elija . . . El asedio de los sectores militares sobre las posiciones de Perón fue abonado por la vinculación de éste con Alaria Eva Duarte, al punto que se demandó que terminara sus relaciones con ella, por cuanto “afectaban el código de honor militar”. Pero el hecho inicial de una secuencia que terminaría desalojando a Perón del gobierno, fue una petición del jefe de la Marina v de nueve almirantes, luego de una reunión en el ministerio del arma del 28 de julio; demandaba básicamente tres cosas: que las elecciones fueran convocadas inmediatamente, que ningún miembro del go bierno hiciera o condujera propaganda política a su propio bene ficio, y que las facilidades o recursos oficiales no fueran puestos a disposición de ningún candidato. Al día siguiente, Farrell convocó a una reunión de almirantes v generales para discutir la situación política, y de la misma resultó un documento —publicado en The Times v en La Vanguardia con acuerdo en sus términos— por el cual 11 almirantes v 29 generales no tomaban posición a favor o en contra de ningún candidato, pero requerían la reorganización del gabinete v el alejamiento voluntario de los que intentaban ser candidatos “o de quienes las circunstancias indicaban que era un candidato”.-'1 La postura era én términos generales clara, v suponía además, que Perón debía renunciar. El documento, sin embargo, no tuvo consecuencias inmediatas. Antes bien. Perón recomendó para el ministerio del Interior —que desde hacía un año atendía Teisaire— a un viejo radical vrigovenista del interior, Hortensio Quijano, que se había aliado a él. Semanas más tarde, otro cola borador radical de Perón, Armando Antille, ocupaba la cartera de Hacienda v a fines de agosto otro de sus amigos radicales, entonces conocido como pro-aliado, el doctor Juan Cooke, ocupaba el mi nisterio de Relaciones Exteriores. No sólo el documento parecía caer en el vacío, sino que la influencia de Perón no mermaba v obligaba al partido Radical a echar a los tres políticos que habían violado el acuerdo —o la decisión partidaria— de no colaborar con el régimen. La U. C. R., según Luna, bajo el control del “unionismo”, una de sus fracciones, v con un Sabattini que procuraba que los acontecimientos fueran hacia él, resistía los “propósitos V er dichos periódicos del 6 y 7 de agosto de 1945 v eonfr. Potash, ob. cit., páps. 262 y 26? 418
seductores” de Perón, quien por entonces había enviado emisarios i distintos dirigentes, comenzando por el mismo Sabattini, que se resumían en la oferta a la U. C. R. de todos los cargos públicos, menos la Presidencia. Sabattini era el símbolo de la “intransigen cia”; los unionistas, de la táctica del “acuerdo”, pero ninguna de esas líneas pasaba entonces por el coronel Perón. Éste tenía cada vez menos margen político para operar, aun con los recursos a los que tenía acceso. La oposición, pese al fracaso de las pre siones para provocar la renuncia de Perón, reunió sus fuerzas: demandó la entrega del gobierno a la Corte Suprema de Justi cia, unificó la dirección en una Junta de Coordinación Demo crática, y mostró la concurrencia extraña y ocasional de fuerzas aparentemente tan disímiles como los conservadores, los radica les, los socialistas y los comunistas, los universitarios v los repre sentantes del poder económico. En la Iglesia habían surgido oposi tores al “clericalismo nacionalista” v había apoyos en el ejército V la marina. Todas las energías de la oposición se manifestaron en un acto denominado “Marcha de la Constitución v la Libertad”, que ocurrió en los primeros días de setiembre v congregó, entre plaza del Congreso v plaza Francia, una multitud que los pesi mistas calculaban en 65.000 personas —cifra del informe policial— y los optimistas en 500.000. Como bien dice Luna, el 9 de setiem bre se había congregado de todos modos una multitud que oscilaría entre ambos “topes”. La situación en las fuerzas armadas era tensa, pero los objetivos no coincidían sino en la renuncia de Perón. En cuanto a entregar el gobierno a la Corte, los militares se mostraban remisos. Entre los factores que jugaban en contra de la demanda de la oposición dentro del ambiente militar, quizás el más impor tante, fue un sentimiento de defensa corporativa frente al antimili tarismo difundido entre los opositores y manifestado en episodios muy agresivos. La verdad parece ser, pues, que los militares coin cidían en ver como una humillación que el desenlace del proceso no fuera conducido por ellos, así como lo habían comenzado. Hubo algunas tentativas de golpe de Estado, como la encabezada por el ex presidente Rawson, pero no tuvieron eco en las fuerzas armadas. Perón creyó que debía ampliar su margen de maniobra, actuando en el campo sindical y reprimiendo a la oposición. El estado de sitio reapareció el 26 de setiembre, pero la oposición aumentó, sobre todo en las universidades, que fueron provisional mente clausuradas. La tensión crecía, y los protagonistas corrían el riesgo de fallar en los cálculos de sus respectivas fuerzas. Perón 419
La división social
sorteó por casualidad un atentado que se había preparado en la Escuela Superior de Guerra. Se estaba llegando al clímax. Cuando comenzaba octubre, Perón no había percibido aún las dimensiones de la oposición militar a su persona en lugares tan decisivos como Campo de Mayo. Su hombre de confianza en el ministerio' de Guerra, Franklin Lucero, le habría insinuado la remoción de Ávalos como comandante de aquella importante guarnición. La desig nación de un funcionario llamado Nicolini, amigo de María Eva Duarte, como Director de Correos v Comunicaciones, levantó una tempestad en el ambiente militar. A esa altura de los sucesos, las fuerzas armadas no eran ya una corporación unida, sino una “so ciedad deliberativa”. Los protagonistas trataban de evitar, como era ya una constan te, que los conflictos llegaran a enfrentamientos armados. Luego de episodios singulares el Presidente, acompañado por el ministro del Interior y el general Pistarini —partidarios de Perón— v otros altos jefes militares, concurrió el 9 de octubre a Campo de Mayo, accediendo a una invitación del general Ávalos. La reunión culminó con la misión de que mientras el Presidente permanecía en Campo de Mayo, demandaran la renuncia de Perón. El desenlace estaba próximo, pero así como el coronel, ministro, secretario de trabajo v vicepresidente había calculado mal la capacidad de sus opositores internos, éstos —especialmente Ávalos— calcularon mal los recursos de aquél. El 9 de octubre, la noticia de la renuncia de Perón sacu dió al país. Abandonaba todos sus cargos en el gobierno, pero no lo hacía silenciosamente. Sus adversarios, con el consentimiento de Farrell, le permitieron despedirse no sólo con un mensaje a trababajadores reunidos en torno de la Secretaría de Trabajo, sino al pueblo de la nación, a través de la cadena de radios. Lo más signi ficativo fue recordar a los beneficiarios las medidas sociales que en adelante tendrían que defender, v que a él debían. Los sucesos posteriores pueden interpretarse como una nueva V última fase hasta las elecciones presidenciales. El 12 de octubre, el gabinete que tenía una orientación favorable a Perón es remo vido. Ingresarán Ávalos y Vernengo Lima. Según parece los radi cales intransigentes negociaban una fórmula electoral: SabattiniÁvalos. Mientras tanto. Perón era detenido v enviado a Martín García. El 13 de octubre escribe una carta a su amigo, el coronel Mercante, v al día siguiente otra a María Eva Duarte, singular y decisiva para ponderar el estado de ánimo del futuro líder político a pocas horas de una jornada especialísima. Aunque incomunicado. 420
9 de octubre: renuncia de Perón
El 17 de octubre y un protagonista desconocido
el detenido se las compuso para hacer llegar dos mensajes que, sin embargo, lo mostraban políticamente acabado. La carta a “Evita Duarte” traduce su cariño por ella, le hace saber que ha escrito a Farrell “pidiéndole que acelere el retiro” : . . . en cuanto salga nos casamos y nos iremos a cualquier parte a vivir tranq uilos... T e ruego le digas a Mercante que hable con Farrell para ver si me dejan tranquilo v nos vamos al Chubut los d o s. . . Tesoro mío, tené calma y aprendé a esperar. Esto terminará y la vida será nuestra. Con lo que yo he hecho estoy justificado ante la historia y sé que el tiempo me dará la razón. Empezaré a escribir un libro sobre esto . . . El mal de este tiempo v especial mente de este país son los brutos v tú sabes que es peor un bruto que un malo .. ,27 El hombre que pocas horas antes tenía en sus manos casi todos los recursos del poder, quería alejarse del teatro de los sucesos, y escribir historia. . . Mientras tanto, la situación demostraba ser favorable a los nuevos protagonistas, pero éstos parecían no saber cómo dominarla. El arresto de Perón no había salvado la debilidad política del gobierno. Éste se vio asediado por demos traciones antimilitares el mismo 12 de octubre. Pero los asesores políticos, vista la cuestión retrospectivamente, no apreciaron ade cuadamente la gravedad de la situación ni los peligros que entra ñaba para la oposición. Por lo pronto, una prestigiosa y vieja figura surgió para formar un gabinete: el doctor Juan Álvarez, procurador general de la Nación. Éste no sólo habría de demostrar ingenuidad política para los tiempos que se vivían, sino que mien tras conversaba con sus candidatos, redactaba condiciones y pade cía la obstrucción de quienes insistían en entregar el gobierno a la Corte. Arribó a la Casa Rosada con nombres y “curricula” en la noche del 17 de o c tu b re ... Pero la noche del 17 de octubre y la plaza de Mayo servían de contexto a una enorme multitud. Se había formado lentamente desde el mediodía, con grupos que venían del “otro lado” del Riachuelo. Perón, que a la sazón estaba en el Hospital Militar, era reclamado por este nuevo protagonista que hizo su aparición en la escena casi espontáneamente, imponiéndose a los que dirigían entre bambalinas o desde sus despachos. Sólo algunos percibieron el significado potencial de ese acto político. Por supuesto, ni Ál27 Los im portantes docum entos son publicados por Félix Luna, E l 45, en fotografías entre págs. 320 y 321, en ocho páginas (los subrayados son nuestros). 421
varez ni Ávalos. Apenas Eva Duarte v Farrell, quizá mucho más Mercante. Por lo pronto, el propio Perón debió ser convencido por sus aliados, especialmente por el último, para que concurriera a hablar a la multitud. Fue a las once de la noche, frente a un es pectáculo insólito, en que sectores populares sin líderes revelaron a Perón sus aptitudes carismáticas. Incluso Ávalos renunció a usar la fuerza contra esa multitud —hecho que, algunos creen, hubiera cambiado transitoriamente o por mucho tiempo el curso da los sucesos—, y cuando ese día terminó, se marchó a su casa. Las cró nicas de los diarios opositores no revelan o no quieren advertir sobre la importancia política del 17 de octubre. Pero The Tim es, de Londres, acertaría una vez más con el título exacto: Ftill pou'er to Peróv ( “Todo el poder a Perón” ). Del "movimiento" al "régim en"
A fines de 1945, la convención nacional de la U. C. R. se reunió para definir el programa de gobierno que expondrían sus candidatos v elegir a los hombres que debían integrar la fórmula del partido. Esa fórmula sería apoyada por la Unión Democrática, formada por los radicales, los socialistas, los comunistas v los demócratas progresistas. Los conservadores no la integraron for malmente. El domingo 30 de diciembre el partido Radical adoptaba la plataforma de 1937, con algunas modificaciones, y 130 convencio nales elegían al antipersonalista José P. Tamborini candidato a la Presidencia, mientras 126 optaban por Enrique M. Mosca *para la Tamborini-Mosca u.c. r.; . . . r , r 1 vicepresidencia. Lipidio González, Ovhanarte, Mihura, Güemes v Palero Infante contaron con un voto cada uno. El candidato radical formuló muy pronto una frase de combate: “Serc, antes que nada, el presidente de la Constitución Nacional”. La mayor parte del periodismo prestó su apoyo a los candidatos radicales v los titulares de los diarios, grandes v pequeños, restaban importan cia a la candidatura del coronel Perón: en parte, o en casos precisos, porque con eso exponían una posición v se inclinaban por una de las fuerzas políticas en pugna que representaba mejor sus intereses / valores. Y en parte también porque así percibían la situación. Esa ¡ingular manera de percibir selectivamente los sucesos nacionales : internacionales, aun sin necesidad de la prédica periodística, ex*2 2
plica la magnitud de la sorpresa que los comicios de febrero pro ducirían, conocidos los resultados, en la opinión pública, sobre todo la de la capital federal. El domingo 10 de febrero. Noticias Gráficas respondía a las preocupaciones dominantes de los porteños abriendo su edición con grandes titulares que daban cuenta de la multitud que asistía en el estadio de River Píate al partido de fútbol entre los selec cionados de la Argentina y el Brasil. En la página tercera anun ciaba “el fin de Franco” y en la última explicaba por qué las disensiones internas hacían “imposible el triunfo del continuismo”, es decir, del coronel Perón. Una pequeña fotografía de éste era precedida por un titular que decía: “Un ligero análisis permite apreciar que no tiene la más remota probabilidad” ... Las elecciones generales del 24 de febrero de 1946 se realiza ron de acuerdo con las disposiciones de la lev Sáenz Peña y con la vigilancia de las fuerzas armadas. La fórmula Perón-Quijano obtu vo 1.478.372 votos v los candidatos de la Unión Democrática 1.211.666. Cuando se reunió el Colegio Electoral, Perón contaba con 304 electores v su adversario con 72. Asimismo, la diferencia relativamente estrecha en los sufragios se tradujo de manera muy distinta en los asientos legislativos: las fuerzas peronistas comen zaron a gobernar con 106 diputados v la oposición con sólo 49. La mayoría que respaldaba al nuevo Presidente era suficiente para responder y apoyar a sus designios políticos. Ante la sorpresa de una oposición que había calculado mal la fuerza potencial del nuevo movimiento y de un periodismo que no analizó con obje tividad ni, en el mejor de los supuestos, con penetración la infor mación disponible, el oficialismo había ganado el distrito federal de Buenos Aires, la provincia bonaerense, Catamarca, Córdoba, Entre Ríos, Jujuy, La Rioja, Mendoza, Salta, San Juan, San Luis, Santa Fe, Santiago del Estero y Tucum án.28 Había logrado, pues, los prin cipales “centros de poder” político v económico del litoral, del -N C an tó n , D arío, Materiales para et estudio de la Sociología Política en la Argentina, tom o i, pág. 64. En el cotejo para electores de presidente y vice y diputados nacionales en 1946 participaron: Alianza Libertadora N a cionalista, U nión Cívica Radical, partido Dem ócrata Nacional, partido So cialista, U nión Cívica Radical (Junta Reorganizadora), partido Laborista, partido Comunista y partido Independiente. Las cifras por Departam ento pueden verse con detalle en el Utilísimo aporte de Cantón, tom o ii, págs. 155 a 174. 423
centro, del norte y de Cuyo. Una línea de gobernaciones decisivas que partía de Buenos Aires y terminaba en Jujuy permitía visua lizar la fuerza potencial del movimiento peronista en orden al régimen político futuro. A partir del triunfo, el nuevo oficialismo viose enfrentado ante el problema de hallar una fórmula para la organización política de lo que hasta entonces constituía una suma de fuerzas reunidas en torno de la figura del Presidente, pero atravesadas por disen siones internas, doctrinarias y personales. Esas fuerzas habían sido representadas en los comicios por la Alianza Libertadora Nacio nalista, la Unión Cívica Radical (Junta Reorganizadora), el partido Laborista y conservadores disidentes que se organizaron en el pequeño partido Independiente. La oposición, que había votado a los candidados de la U. C. R., había reunido a los viejos partidos —el partido Socialista, el partido Comunista y el partido Demó crata Progresista—, mientras el grueso del conservadorismo no presentó candidato propio pero tampoco adhirió formalmente a la Unión Democrática. Sin embargo, la oposición tenía una estruc tura nacional de apoyo en el tradicional partido Radical, mientras el oficialismo debía establecerla para asegurar la explotación polí tica de su victoria electoral. Según algunos de los protagonistas, la mayoría de los seguidores del Presidente vieron claro que era preciso unificar las fuerzas v los sectores en una sola fuerza política con una denominación común. Los ex radicales y los sindicalistas organizados en el laborismo representaban a los sectores más defi nidos y de más difícil conciliación, como había quedado en evi dencia a raíz de los desacuerdos previos a los comicios del 46. En las provincias hubo escaramuzas —en algunos casos graves— en torno de los candidatos v en casi todos lados la gente de los sindi catos parecía tener poco en común con la gente de los partidos, según la manera en que unos v otros se diferenciaban. Luego de la victoria, las tensiones se hicieron más evidentes porque traducían la disputa por situaciones de poder que el triunfo electoral ponía a disposición de la fracción que impusiese sus candidatos internos. El partido Laborista se mostraba intransigente, especialmente a través de su líder Cipriano Reyes, y se oponía a la unificación. El Presidente se esforzó en lograr posponer la crisis, mientras circulaban designaciones para la estructura política futura: partido Radical Laborista; partido Laborista Radical; Socialradicalismo; Unión Cívica Justicialista; partido Republicano; partido Laboris 424
ta . . Las denominaciones propuestas traducían las preocupacio nes dominantes y denunciaban conflictos internos. Cuando pro mediaba 1946, dos líneas se perfilaban dentro del movimiento triunfante. Indicaban el tipo de reclutamiento político y social del oficialismo v, a la vez, la presencia de dos fuerzas paralelas que nunca dejarían de distinguirse aun en los tiempos en que la alianza era un hecho: el “grupo obrero” y el “grupo político”. A poco de comenzar las conversaciones para la unificación, se insinuó una suerte de política de las “paralelas”, patrocinada por el grupo parlamentario obrero que se reunía en la Confederación General del Trabajo y por el grupo político que componían radi cales vrigovenistas y sectores independientes que se reunían en residencias de legisladores o en la del senador Alberto Teisaire. La fórmula no era nueva en la política argentina —a fines del siglo, la “política de las paralelas” precedió al segundo gobierno de Roca— aunque fueran nuevos sus componentes, y parecía contar con el apovo de Perón. Sin embargo, tanto la persistencia peligrosa de fricciones, como la jefatura carismática del Presidente decidieron la disolución formal de los grupos y la constitución de un movi miento “personalista”. En 1947 quedó fundado el partido Peronista. La oposición descansaba en la estructura partidaria de la Unión Cívica Radical. La minoría legislativa fue ocupada por sus repre sentantes v por dos conservadores —Reynaldo Pastor, de San Luis V Justo Díaz Colodrero, de Corrientes—, Durante todo el período peronista esa fuerza política v legislativa, con escasas modificacio nes en su constitución v en su relación con la mayoría, habría de sostener la política antiperonista. La victoria peronista fue, pues, completa, pero según le acon teciera a Yrigoyen en su primer período, no tan rotunda como el dominio parlamentario sugiere. Fue, en cambio, una victoria psi cológica impresionante para esa época v un índice cierto de que, desde entonces, el espectro político argentino sería modificado profundamente por la aparición de una fuerza nueva v, en más de un sentido, diferente. La Unión Democrática parecía haber ganado las calles de las ciudades más importantes, contaba con el poder empresario urbano y rural y con el poder cultural —los estudiantes y los profesores universitarios fueron en su mayoría opositores al candidato oficialista— y con la prédica de la prensa -® B u s to s F ie r r o , Raúl, Desde Perón hasta Onganía. Buenos Aires, O c tubre, 1969, págs. 55, 62 y sgtes. El autor fue legislador peronista, hom bre de confianza de Perón v activo dirigente cordobés.
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El partido Peronista
con más difusión e influencia en la opinión pública. El peronismo había ganado el interior, el proletariado rural, el cordón industrial, las aspiraciones de participación de grandes sectores sociales mar ginados y gravitación suficiente en el ejército. Las giras de los can didatos, de haber sido seguidas por buenos observadores y por analistas objetivos, habrían dado pautas interesantes para interpre tar un proceso político completamente distinto de los del pasado, en el que importaba el “estilo” de un candidato que había hecho de la demagogia una forma de comunicación popular. En el mo mento de contar los votos, luego de comicios limpios según afir maran todos los participantes y de un período preelectoral marcado por recursos políticos que el candidato oficialista empleó desde sus posiciones de poder en el gobierno revolucionario, la oposición vio con estupor que su confianza había sido excesiva, y los triun fadores que la nueva fuerza era un hecho. Durante el año 1946 Perón se propuso reunir todos los recursos políticos dispersos, organizar su movimiento, definir su programa de acción y ventilar sus slogans rezumados por tres ideas-fuerza de indudable eficacia proselitista y aptitud sintetizadora de los sentimientos populares: justicia social, independencia económica y soberanía política. En esas tres expresiones, el Presidente lograba reunir la esencia de la prédica nacionalista, de postulados socialistas, de temas caros al radicalismo yrigoyenista y de principios expuestos por el cato licismo social. Lá oposición, mientras tanto, apenas reaccionaba de las consecuencias de la derrota. La época peronista fue un período singular caracterizado por ia "d ia rq u ta 1 la vigencia de un liderazgo bicéfalo —el de Juan Domingo Perón y el de María Eva Duarte de Perón—; por el control de un partido dominante —el partido Peronista—; por el papel protagónico del Estado en la economía y en la política; por el énfasis en los símbolos igualitarios en desmedro de la libertad política y cul tural y por los rasgos de una suerte de “dictadura de bienestar”. Es posible que un intento de periodización de la época pero nista dé resultados diferentes según se adopte la perspectiva política o la económica. Sin embargo, parece claro que el régimen peronista tuvo una etapa ascendente que culminó en 1949; una etapa de tensión que alcanzó el final del primer período presidencial en 1952, y una etapa de fatiga y crisis que comenzó luego de la reelec ción presidencial, se hizo visible a partir del receso económico en ese año y patente durante el conflicto con la Iglesia católica en 1954. Dado que la personalización del poder llegó durante la época 426
peronista a un grado muv alto, no es fácil discernir si la fatiga ganó al líder o al régimen, pues ambos se confundían. De hecho, cuando líder v régimen llegan a confundirse, la fatiga de aquél arrastra al régimen. El año 1952 es, si se quiere, clave para determinar el fin de una etapa de prosperidad económica, de estabilidad política v de control del proceso por sus líderes. En ese año convergen tres hechos que permiten señalar la frontera entre un período durante el cual el Presidente controló con cierta holgura el proceso sociopolítico v económico, y otro en el que se advierten signos de desajuste y de agudización de los conflictos, pese a que la adhesión popular no cedió. Esos tres hechos simbólicos fueron: la reelección de Perón, el fin de un período de fuerte expansión v distribucionismo econó mico y la muerte de Eva Perón. Entre 1949 v 1952 habíanse agotado los efectos dinámicos de una economía apoyada en buena medida en el contexto de la pos guerra, y en 1951 una grave sequía castigó el campo y el año siguiente fue, por esa y otras causas, el peor año del ciclo para la agricultura. Al comenzar la década del 50, sin embargo, el régimen parecía haber superado las consecuencias de la burocratización del “movi miento” peronista, proceso que introdujo rigideces en la relación entre gobernantes v seguidores, que no existían en los años de ma yor movilización interna del peronismo.*" De todos modos, que daba aún la prueba de vencer la casi tradicional impaciencia de los argentinos frente a gestiones presidenciales prolongadas. El segundo período presidencial de Perón no llegaría a ios cuatro años. En 1955 cayó por una revolución militar. Desde entonces, ningún Presidente —constitucional o “de facto”— llegó a cumplir cuatro años en el sillón de Rrvadavia, como se usa decir.*' :t(l F.n esta década se denuncian hechos que demuestran que la corrup ción había ganado al régimen a través de fieuras muv cercanas a Perón, como la extraña carrera de Jorge Antonio en el mundo financiero y —el 9 de abril de 1953— la no menos extraña m uerte —¿suicidio?- de un herm ano de Eva Perón, Juan Duarte, luego de un furibundo discurso de Perón prom etiendo penar sin piedad a los culpables de traiciones y “negociados”. :n Este volumen entró a im prenta poco después de la destitución del presidente Onganía. Éste fue desplazado cuando faltaban veinte días para que se cumpliese el térm ino de los cuatro años. M uchos piensan que la “picazón del cuarto año” entre los argentinos indicaría que el térm ino cons titucional adecuado para los Presidentes sería el de 4 años y no el de 6 años, com o establece la Constitución del 53. 427
En las elecciones nacionales de 1951, como en 1928 ocurrió a Hipólito Yrigoyen, el peronismo se mostró como un movimiento popular potente y aparentemente invencible. Si en 1946 apenas había sacado una ventaja de trescientos mil votos, en 1951 dobló los sufragios de la oposición. Perón-Quijano obtuvieron casi 4.700.000 votos contra 2.300.000 de Balbín-Frondizi, la fórmula de la U. C. R. Esta vez, millones de votos, de hombres y mujeres, respaldaban la política peronista y sancionaban el reconocimiento de una etapa de prosperidad popular y de sensación de una política participativa. Sin embargo, el peronismo vivía, en su mejor mo mento, el comienzo de su relativa declinación. Para entender el proceso que señala, según la tesis de este libro, él fin de la Argen tina moderna, es preciso describir algunos rasgos relevantes: las características del liderazgo de Perón; los apoyos del régimen y la actitud de la oposición, y ciertos hechos y políticas significativas. “Por sobre todas las cosas. Perón era un realista en política, Esto se ha dicho muchas veces, pero pocas se ha advertido todo lo que significa decir que Perón era realista en política. Perón sentía físicamente la realidad política, y subordinó siempre todos sus actos, aun los aparentemente más insignificantes, a los fines de su política que era, por cierto, en primer término, conservarse en el poder. En el período de su ascenso nunca sacrificó nada al logro de este objetivo. Las actitudes y, muchas veces, los discursos de Perón que pudieron parecer impolíticos a mucha gente, eran siem pre eminentemente políticos con respecto al auditorio al que eran verdaderamente dirigidos.” 82 N o era sólo un realista, como señala Bonifacio del Carril y en todo caso un empírico, sino también un oportunista, siguiendo la clasificación orientadora de Duroselle que hemos empleado antes.88 En política, le parecía absurdo lo que no cambiaba —lema del opor tunismo— y era mucho menos obstinado de lo que parecía. “Rompo, pero no cedo” era la divisa de un Lamennais, obstinado luchador, imitada por Alem y por Yrigoyen. N o era la divisa de Perón, un ciclotímico habilísimo que sólo luchaba cuando era obligado por la intransigencia del adversario. Sólo en el ocaso de su régimen abandonó el realismo, cedió a la soberbia de su poder, y claudicó en su capacidad negociadora. Ocurrió entonces el conflicto con la Iglesia y el principio de su caída. Pero en su mejor momento como 32 C arril , Bonifacio del, Crónica interna de la Revolución Libertadora. Ed. Emecé, Buenos Aires, 1959, pág. 28. 88 V er capítulo 28, pág. 159. 42R
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líder
gobernante v en su gestión como líder exiliado, el realismo, el sentido de la oportunidad y aun el cinismo como apelación a la “razón de Estado” fueron sus características dominantes. Fue además un imaginativo, lo contrario del rígido a quien le em baraza lo imprevisto. Si la personalidad del hombre de Estado es, como se ha dicho ya, un elemento imprescindible para apreciar una época y una política,* la personalidad de Perón es un dato indispensable para entender sus éxitos y sus fracasos. En esa perso nalidad, sus seguidores y muchos de sus adversarios añaden esa cualidad, tan difícil de aprehender para el teórico político, que W eber llamó el “carisma”. Tal vez la descubrió el 17 de octubre de 1945, así como en esa ocasión decisiva los sectores populares reconocieron una forma de comunicación directa que los adver sarios calificaron como demagogia y los fieles como un don para la comunicación política. Desde el punto de vista técnico, pues. Perón fue una expresión mayor de capacidad política. Tenía ideas claras para la explotación política de la coyuntura, formas de expresarse que transmitían convicción y fuerza a las masas, intui ción para captar la oportunidad de lo que se sentía necesario. Un juicio desapasionado de su personalidad es indispensable al histo riador y al analista de nuestro tiempo para entender el fenómeno peronista. Porque a esas virtudes técnicas de la política, Perón unía el egocentrismo habitual en los caudillos, y el paternalismo que suele habitar en los personajes dominantes —y. por lo tanto también dominados por la circunstancia— de nuestra historia. Esa circunstancia es la Argentina como “sociedad de masas”, y en ella un ingrediente sustancial fue el “mito del jefe”. Ese mito no fue el resultado de una construcción cerebral. En la carrera política de Perón se conjugaron otros factores, además de la cir cunstancia social: el ejército y Eva Perón. La carrera pública de Perón empieza y termina con signo militar. Nace, por decirlo así, con los sucesos del 30, según consta en sus escritos revelados por Sarobe en sus “memorias”. Y declina cuando el ejército lo aban dona y sus adversarios militares triunfan en el 55. La presencia de Eva Perón es, asimismo, un factor relevante. Mujer singular, es una suerte de espontaneidad arbitraria que engendra adhesiones irracionales y odios también irracionales. La Argentina era —y es desde entonces— sociedad de masas, caracterizada porque un gran número de individuos reclaman participación en el gobierno de los asuntos de la colectividad, porque esa participación —al principio sentimental— procura hacerse más v más formal y consciente; por429
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m ito dei je fe
Madre*6
El liderazgo carism ático de Perón dio lugar a la incorporación p o lítica de los sectores popula res, pero tam bién a un c o n flicto social centrífugo que se trad u jo en antagonism os profundos. Durante la vida de Eva Perón, una suerte de “ diarquía p o lític a ” efectiva dom inó el régimen.
que anuncia la necesidad de lugares de contacto, de discusión, de negociación y no sólo de aquiescencia, allí donde todo o casi todo era el resultado de acuerdos entre pequeñas minorías; porque, en fin, la sociedad misma se hace más especializada y complicada, los roles sociales se diferencian v las relaciones sociales aumentan. Época culminante de la Argentina moderna, prólogo a la vez de la Argentina contemporánea, es también escenario de la irrupción de las masas en la vida política, con toda una fenomenología propia, con sus rasgos de standardización, de individualización v desper sonalización correlativas, de clamor reivindicativo, de anonimato V enajenación, de rebelión al fin. El siglo veinte presencia el adveni miento de las masas v de su papel político. La Argentina no es-una excepción. El autoritarismo, la relevancia del igualitarismo, la ten dencia hacia la colectivización, el “mito del jefe”, no son sino expresiones de un fenómeno singular todavía sin canalizar. Míticas y místicas, las revoluciones del siglo veinte han servido para des pertar los secretos del inconsciente colectivo. En el “jefe”, sacado de su seno, llevado al poder, la masa se halla a sí misma deificada, v organiza su propia apoteosis. Fenómeno ambivalente, porque es un fenómeno humano, en el que actúan hombres solicitados a la vez por los impulsos del instinto, por las presiones sociológicas, por los llamados del espíritu, por la toma de conciencia respecto 430
de situaciones injustas. “Calibán no está remachado para siempre a la cadena de la subhumanidad, ni condenado a rodar de enaje nación en enajenación. El hombre cualquiera no está ligado para siempre a una mediocridad sin esperanza . . decía alguna vez Joseph Folliet. El proceso político y social de la Argentina peronista está inserto en ese proceso más amplio, de alcances universales. Pero tuvo sus propias características v limitaciones, y aun sus singulari dades. Una de ellas, apenas explorada, es la concerniente al papel de Eva Perón. Una investigación relativamente reciente llama la aten ción sobre el “mito de la Madre” que representó Eva Perón du rante la época en que compartió el poder con su esposo. Para una multitud de hombres y, especialmente, de mujeres, ella cumplía el rol de la “intercesora”, rompía las rigideces de la burocracia par tidista y oficialista, y —según una arriesgada pero sugestiva tesis—34 como fenómeno psicosocial dicho rol implicaba una copia delibe rada o inconsciente del Marianismo . . . Al mismo tiempo, a través de la Fundación que llevaba su nombre, Eva Perón cumplía una función de asistencia social no formal que afirmaba su carisma, pero al propio tiempo superaba la incomunicación que la burocratización del movimiento peronista iba creando en torno del líder. Llegó a constituirse, pues, una suerte de “diarquía" gober nante, en la que el papel de Eva Perón era decisivo para el dina mismo interno del régimen. De ahí que su muerte trastornase al movimiento peronista v al hombre que, detrás del conductor de 34 D íaz de C o n c e p c ió n , Abigail, Eva. El m ito de la madre y el pero nismo. Publicado en el IXth Congress of the Interamerican Society of Psycology, Miami, diciembre 17 al 25 de 1964. Díaz de Concepción es profesora en la Universidad de Puerto Rico. Para la autora, fueron armas poderosas de Eva Perón lo que en otros casos hubiesen sido elementos fortuitos: su juventud, su belleza, su origen "plebeyo”, su tem peram ento fogoso, su afición histriónica. Aun su nom bre —el de la primera madre de la raza humana— le fue propicio ya que, como diría Jung, evocaba un poderoso arquetipo. V e hemente y audaz, atizadora constante del mito del líder, con una capacidad política férrea y temible, y despiadada incluso con sus adversarios reales o presuntos, despertó con su acción y presencia fanática fidelidad, y resen timientos sociales y políticos tan profundos como aquélla. Respecto de las funciones mediadoras e informales, de la “espontánea arbitrariedad” que atribuimos al com portam iento de Eva Perón en el régimen peronista, conviene ver cierta analogía con lo que expresa Thom as M erton. Teoría y estructura sociales, respecto del “caciquismo norteam ericano”, de nigrado y funcional a un tiem po, y aun la referencia de M erton —en nota 97, pag. 84— a las tareas de asistencia a los desocupados de N ueva York que realizaba entonces el secretario privado de F. D. Roosevelt, H arry Hopkins, a las críticas que se le hicieron, y a los argum entos que usó para contestarlas. 431
masas, pareció perder desde enton ces el control de sus hum ores V' de su equilibrio em ocional.
Antes de constituirse en lo que se llama un “partido de masas”, el peronismo fue un movimiento. Tenía una meta definida pero ideológicamente difusa, y un programa suficientemente amplio como para reclutar gentes de grupos ubicados en un espectro tam bién amplio en el sistema de estratificación social. Por eso buscó elaborar una “doctrina” que quiso ser nacional, de modo de com prometer a una mayoría que sólo reconocía una forma de repre sentación simbólica: la que significaba Perón. Rodeaba a su diri gente de mística v exigía solidaridad, que debía manifestarse periódicamente a través de una variedad de actividades e institucio nes: protestas, huelgas, manifestaciones de adhesión, organizaciones especiales y las unidades “básicas”, similares a las “secciones” del socialismo europeo en sus funciones electorales v de adoctrina miento. El movimiento peronista tardó mucho tiempo en consti tuirse en un partido político con bases amplias, en un partido polí tico de masa, pese a que fue declarado formalmente tal en 1947. Quizá pueda sostenerse que el partido Peronista fue realmente tal después de la caída de Perón, más bien que durante sus gobiernos, v que ésta es la situación actual. La constelación de poderes de la Argentina de la década del 40 viose transtornada con lá articulación de intereses v con la acu mulación de recursos políticos buscadas por Perón. En primer lugar, el poder militar fue subordinado al poder político del can didato triunfante en 1946. El 28 de julio de 1945, oficiales supe riores del ejército reunidos en el Salón de Invierno de la Presidencia adoptaron una resolución redactada por el general Hum berto Sosa Molina que definía la orientación política del gobierno revolucio nario pocos meses antes de las elecciones. El documento contenía compromisos tendientes a continuar “las gestiones de acercamiento, va iniciadas, con el partido mayoritario (el partido Radical) v, en caso de no obtener resultado, promover la formación de un nuevo partido que levante la bandera de la revolución” y a “continuar fomentando el apoyo de las masas a los dirigentes de la revolución, para que éstos puedan presionar sobre ellas, como caudal electoral". Se eliminarían del gobierno a los hombres con tendencias políticas opuestas a dichos objetivos v se favorecería la expresión libre v democrática del pueblo “de manera que el presidente
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m o v im ie n t o
los
apoyos
laban con “el éxito o fracaso de la revolución v su justificación ante la historia.. .” 3S El documento era una demostración elo cuente del estado de ánimo de los militares. Reaccionaban contra el “antimilitarismo” que advertían en los círculos sociales de Bue nos Aires, en los partidos políticos tradicionales y en los sectores intelectuales. Los reunía una suerte de espíritu corporativo que buscaba la satisfacción del triunfo o de la reparación a través de una fuerza política que con el voto popular no enjuiciase a la revolución sino que significase su continuación. Perón sería, pues, “candidato del ejército” en la medida que cumpliese aquellos ob jetivos, y así procuró conducir el proceso ante sus camaradas, neutralizando la oposición de la Marina y de sus adversarios dentro del Ejército, según se viera en capítulos anteriores. Sancionado el triunfo del peronismo en elecciones formalmente libres, las fuerzas armadas adoptaron por largo tiempo la posición apropiada al sistema constitucional argentino, como poder subor dinado que acepta la supremacía del poder político legalizado. Subordinado el poder militar, la pieza maestra del régimen fue la Confederación General del Trabajo. En poco tiempo, la organización laboral pasó de trescientos mil a casi tres millones de obreros sindicados. Un tercio de los asientos parlamentarios per tenecía a la C. G. T. y por lo menos uno de los Ministerios, el de Trabajo y Previsión, fue ocupado por un representante gre mial. La gestión política de Eva Perón se apoyó en el sindica lismo, con lo que éste pasó a constituirse en un factor de poder paralelo al Ejército dentro de la estructura del régimen. También este aspecto del proceso había comenzado antes de asumir Perón la Presidencia. La “explosión social” que ocurrió a comienzos de la década del 40, la operación política llevada a cabo desde la Secretaría de Trabajo y Previsión creada durante el gobierno revolucionario, las disensiones en el movimiento obrero, por otra parte hostigado por el estado de sitio y la persecución policial, la expansión industrial, y la escasa sensibilidad de patrones y empre sarios frente a las demandas de mayor justicia social y económica, fueron factores, convergentes que prestigiaron a Perón y a su política desde la Secretaría de Trabajo y Previsión frente a los sectores obreros. Al filo del 43, el movimiento obrero aparecía desgarrado por luchas ideológicas que impedían su unidad y ener 35 S M , J. E., entrevista grabada en A rchivo del Centro A r gentino del I. L. A. R. I. Cit. por Carlos S. Fayt, en su interesante introducción a La naturaleza del Peronismo, Buenos Aires. V iracocha. 1967, págs. 63 v 64. o sa
o l in a
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El " p o d e r s in d ic a l”
vaban su acción militante. La U. G. T. en 1903 era socialista; la F. O. R. A. en 1904, anarquista; la U. S. A. fue penetrada por el comunismo en 1921; la C. O. A. era reformista en 1926; la C. G. T.. socialista en 1929. Sin embargo, el heterogéneo v7 reivindicativo movimiento obrero había producido hacia 1943 dirigentes aguerri dos v fogueados. “Los sindicalistas que acompañaron a Perón —Domenech, Borlenghi, Gav, Hernández, Valerga, Diskin, entre otros— eran militantes sindicales de primera linea.” 3" Perón co menzó a trabajar en favor del sindicalismo desde la Secretaría de Trabajo v Previsión. Sostuvo que era preciso “sustituir la lucha de clases por la armonía, de modo que las imposiciones irrespon sables v las violencias arbitrarias se alejaran para siempre de la vida de relación entre patrones v trabajadores", v se propuso conciliar las aspiraciones reivindicativas de los obreros con las expectativas de una reforma ordenada de los militares v los temo res de un “cataclismo social” de los empresarios, según dijo expre samente en un significativo discurso pronunciado en 1944 en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires.1' La incorporación del abo gado español y experto en derecho corporativo, José F. Figuerola, v la del asesor letrado di los ferroviarios, Juan Atilio Bramuglia, entre otros, brindó a Perón un grupo intelectual de apovo para la implementación legislativa de su política social v la carta decisiva para negociar el apovo sindical. F.l manifiesto de las fuerzas pro ductoras del comercio v la industria de todo el país difundido el 16 de junio de 1945 contra la política social de la Secretaría de Trabajo significaría, al cabo, un factor de apoyo para Perón al motivar la reacción inmediata de los sindicatos. Al avanzar el proceso de formación del movimiento que en frentaría en 1946 a la Unión Democrática, el sindicalismo tenía un intérprete político de carácter obrero en el partido Laborista, cuyo programa respondía a sus intereses v del cual Perón no era la máxima autoridad sino, como advierte oportunamente Favt, el “primer afiliado”. F.I partido Laborista habría de obtener en las elecciones del 46 el 85 '/< de los votos. Como se advierte, los sec tores obreros no votaron con “irracionalidad”. Su voto fue deli berado, racional v adecuado a sus aspiraciones e intereses. Pero el Presidente no era el candidato, v Perón se lanzó entonces a organizar una de las bases de su poder: la C. G. T. única.*" F a y t , Carlos S., ob. cit., p ág. 90. ;17 P er ó n , Juan Domingo, Palabras iniciales, en "Revista de T rabajo v
Previsión", año I, nv I, enero-febrero-m arzo de 1944, Buenos Aires, pág. m. :,N Además de la publicación citada dirigida por Carlos S. Favt v la 434
Más complejo fue el panorama que enfrentó el Presidente res pecto del poder moral. La Iglesia Católica fue, durante el pe ríodo preelectoral y hasta la crisis de 1954, un factor positivo para la prédica de Perón y su afirmación en el poder. Había sido hostilizada por el anticlericalismo vigente en las fuerzas políticas tradicionales y penetrada por la ideología nacionalista antiliberal. Difusora de los valores del catolicismo social, creía verlos tradu cidos en las proclamas del candidato oficial. Proclive a su vez a una forma de larvado clericalismo a través de sus pronunciamientos pastorales que significaban indirectamente la descalificación de las fuerzas políticas que contenían en su plataforma políticas favora bles a la separación de la Iglesia y el Estado, o a medidas legislativas contrarias a la prédica de la Iglesia respecto de la educación y la familia así como a su libertad de acción en la sociedad, la Iglesia Católica había producido un documento en las vísperas de los comicios del 46. El mismo implicaba la recomendación de no votar por aquellos partidos que contradijesen en sus programas v en su ideología la prédica de la doctrina católica. La Unión Democrática, que reunía entre otros a los socialistas y a los comunistas, fue la más afectada. En 1943, por otra parte, habíase establecido por decreto-ley la enseñanza religiosa en las escuelas. El régimen pe ronista lo transformó en ley. Datos como ése abundaron. El apoyo de la mayoría de los católicos al candidato oficialista en 1946 no fue, pues, un hecho insólito ni significó la adhesión de aquéllos a todas las manifestaciones del régimen. Objetivamente, existían en tonces tantas razones para que los católicos votasen a Perón como para que eligiesen a sus adversarios. Sin embargo, para muchos había mejores y legítimas razones para elegir, esa vez, al nuevo político que parecía adherir a valores predicados por la enseñanza social de la Iglesia, y que había dado muestras de respetarla. La cuestión se planteaba en términos diferentes en el plano del poder ¡dtológico. El movimiento triunfante contaba con el apoyo de amplios sectores nacionalistas antiliberales, de ideólogos radi cales procedentes de F. O. R. J. A., de viejos socialistas. Pero ha bía conocido desde las refriegas del 43 y del 45 la oposición universitaria, el hostigamiento de la Federación Universitaria Ar gentina, la antipatía de los intelectuales desde la derecha a la extrema izquierda, incluyendo a los com unistas aún ajenos a bibliografía allí mencionada, puede leerse con provecho La historia del pero nismo publicada por la revista “Prim era Plana". Sobre la C. G. T . única, el núm ero del 31 de agosto de 1965. 4 35
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la difícil y entonces inaccesible problemática “populista” que mucho más tarde descubrirían, con la nostalgia de los conver sos tardíos. Con el tiempo, la fuerza del antiperonismo más pe ligroso para el régimen no se hallaría en el poder económico, sino en el poder ideológico, en la Universidad, especialmente en las Facultades de Derecho v en la Corte —que habría de ser removida por Perón quedando sólo un miembro, católico integrista v adherente del nuevo régimen—, entre los disconformes del clero —como monseñor de Andrea y los padres Luchia Puig y Dumphy—, en el catolicismo liberal militante —como Ordóñez—, y en el periodismo —como La Prensa, a la postre confiscada—. La tarea del régimen fue, en este orden de cosas, sistemática: la Corte Suprema de Justicia fue enjuiciada v los miembros que según Perón representaban el “último reducto de la oposición” fueron removidos. El titular del bloque peronista, Rodolfo A. Decker, fue designado para presentar el proyecto de juicio político. Roberto Repetto —que había obtenido la jubilación semanas antes—, An tonio Sagarna, Benito Nazar Anchorena, Francisco Ramos Mejía y el procurador general de la Nación, Juan Álvarez, fueron desalo jados de sus puestos acusados, entre otras cosas, de haber “legiti mado a gobiernos de facto” (!). Sólo quedó a salvo Tomás D. Casares, incorporado a la Corte durante él gobierno de Farrell y simpatizante del peronismo. El sistema educativo fue, a su vez, paulatinamente “depurado”. A los renunciantes por oposición al régimen se sumaron los cesantes reemplazados por catedráticos adictos. La Universidad fue asediada, así como la prensa. Las im prentas de la oposición iban siendo clausuradas, los talleres donde se imprimían hojas clandestinas descubiertos, v a poco de comenzar el primer período peronista el periódico socialista La Vanguardia fue cerrado por los “ruidos molestos” que producían sus máquinas. Pero el hecho más espectacular sería la expropiación de La Prensa, en 1951, v su traspaso a la Confederación General del Trabajo. (Mientras tanto, el régimen había montado un sistema eficaz de propaganda, formando una cadena de periódicos v de radios v silenciando a buena parte de la oposición. El monopolio de la in formación oral v escrita fue uno de sus objetivos, que llegó a culminar en el episodio de La Prensa v en la instalación de un canal de televisión —el canal 7— cuya primera imagen fue una fotografía de Eva Perón. A poco tiempo de comenzar su gestión, pues, el peronismo había montado un Estado policial y su comportamiento condujo a la oposición a la resistencia civil. 436
a la prédica clandestina y, a medida que la presión oficial aumen taba, a un incipiente terrorismo.™ La política cortesana y la corrup ción fueron el precio más alto que pagó un régimen fundado en el poder personal de Perón, y en la relación directa entre la masa y el líder. El grupo que inicialmente acompañó a Perón fue reemplazado por equipos de recambio políticamente mediocres, sin arraigo popu lar, que recibieron un enorme poder utilizado a la postre en benefi cio de camarillas. Pero el proceso político, económico y social fue mucho más complejo que lo sugerido por la estridente retórica peronista o por la sistemática y obviamente parcial crítica anti peronista. Antes de ensayar, pues, un juicio general del régimen, conviene puntualizar algunas de sus políticas específicas, señalando sólo algunos de los aspectos salientes de la época, según áreas definidas. La política interior fue precedida por un acto de gobierno significativo: la presentación al Congreso de todos los decretos sancionados por sus predecesores militares que habían gobernado desde el 4 de junio de 1943. Eso subrayaba la continuidad relativa del régimen, pero también permitió que pasaran a ser leyes nacio nales las medidas sociales adoptadas por Perón desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, decretos de reorganización de las fuerzas armadas y ei establecimiento de la enseñanza religiosa en las escue las del Estado. La vida parlamentaria se desarrolló con amplio dominio del partido Peronista, disciplinado y homogéneo. El Presidente se pre ocupaba por iniciar el año parlamentario cada 1? de mayo y tuvo la habilidad de defender al parlamentarismo ante un Congreso cuyos partidarios controlaban sin inconvenientes, y en el que las mociones de “cierre del debate” abundaban cuando el bloque peronista consideraba agotada, innecesaria o inconveniente la in tervención de los opositores. En setiembre de 1947, la ley 13.010 estableció el sufragio femenino y el derecho a la elegibilidad en favor de la mujer. Surgió en seguida el partido Peronista femeni no, paralelo al masculino, que reconocía el liderazgo de Eva Perón :!H A unque frecuente en este tipo de regímenes, y difícil de evitar en los cambios revolucionarios, la “política cortesana” fue sin duda una de las formas de corrupción del sistema. La adulonería, el servilismo, el confor mismo y la m ediocridad fueron corroyendo a un régimen inicialmente diná mico. El régimen tuvo sus “ateneos” de artistas y hombres de prensa; el sucesor en la cátedra de fisiología de la Facultad de M edicina del doctor Houssay —Prem io N obel en 1948— cambió el título de la materia por “Fisio logía Peronista” (!), confr. “Prim era Plana", 11 de octubre de 1966. 4 37
P o l ít ic a s e s p e c if ic a s
la fidelidad al Presidente. Las disidencias más notables nacieron de las filas del laborismo —especialmente de los dirigentes Luis F. Gay v Cipriano Reves—, pero fueron sistemáticamente sofocadas. El control de la Policía Federal se hizo paulatinamente absoluto, transformándose en un instrumento de represión política. El con trol se extendió sobre el poder judicial, la prensa v la Universidad, según se ha expuesto, de tal modo que la máquina del Estado respondió con eficiencia a los designios del Presidente v de sus partidarios. La existencia de una “doctrina nacional”, de un partido domi nante v de un liderazgo personalizado v fuerte, dieron una fisonomía unitaria al Estado peronista. El federalismo padeció —como solía ocurrir en el pasado— las consecuencias de una polí tica homogeneizante conducida desde Buenos Aires. El Presidente teorizaba: Yo veo un federalismo fraternal, no un federalismo político, porque es el federalismo fraternal el que va a conducirnos a la avuda mutua a fin de que marchemos todos en un mismo pie de felicidad v de grandeza en el porvenir. En tanto que en el federalismo político el egoís mo v las ambiciones de los hombres destruyen toda avuda v toda unión.4" Hacia fines del 47, ganó adeptos en las filas peronistas la idea de una reforma constitucional, divulgada antes de las elecciones v apoyada por la prédica nacionalista antiliberal tradicional, pero también conforme con quienes postulaban cambios técnicos o la incorporación de principios sociales v de nacionalismo económico. Sin embargo, el tema que en rigor promovió la reforma fue el de la reelección presidencial. A principios de 1948 se habían for mado ligas, grupos v organizaciones de toda especie para proclamar la necesidad de que Perón siguiese en el poder. Su mandato expi raba en 1952, de acuerdo con el art. 77 de la Constitución Nacional, y la modificación de esa norma fue el objetivo aglutinante del peronismo, pese a que algunos de sus intelectuales difundían otros motivos. En el mensaje del de mayo de 1948, Perón se manifestó en contra de la reforma del art. 77 con argumentos ciertamente interesantes, pero de dudosa sinceridad, a juzgar por lo ocurrido después: V
411 P erón, Juan D om ingo, 3S Conferencia de Gobernadores, 1952. Cit. por Pierre Lux-W urm. Le Péronisme. París. R. Pichón er R. Durand-Auzias, 1965, pág. 127. 4 38
La re fo rm a c o n s t it u c i o n a l
Mi opinión —dijo entonces— es contraria a tal reforma. Y creo que la prescripción existente es una de las más sabias v prudentes de cuantas establece nuestra Carta Mag na. Bastaría observar lo que sucede en los países en que tal reelección es constitucional. No hav recursos al que no se acuda, lícito o ilícito; es escuela de fraude e incita ción a la violencia, como asimismo una tentación a la acción política por el gobierno o los funcionarios. Y si bien todo depende de los hombres, la Historia demuestra que éstos no siempre han sido ecuánimes ni honrados para juzgar sus propios méritos v contemplar las conveniencias generales. En mi concepto, tal reelección sería un enorme peligro para el futuro político de la República. Es menes ter no introducir sistemas que puedan incitar al fraude a quienes supongan que la salvación de la Patria sólo puede realizarse por sus hombres o sus sistemas. Sería peligroso para el futuro de la República v para nuestro Movimiento si todo estuviera pendiente v subordinado a lo pasajero v efímero de la vida de un hombre .. .4I 41 Cit. por Raúl Bustos Fierro, ob. cit., págs. 122 y 12.?, quien añade que el tema de la reelección presidencial no se contaba entre las preocupa ciones fundamentales de los políticos peronistas, En cambio, importaba intro ducir reform as constitucionales que asegurasen la nacionalización del petróleo y de las fuentes energéticas naturales; la declaración de los “derechos del trabajador, de la niñez y de la ancianidad”; el concepto de función social de la propiedad privada; la existencia de ciudadanía nativa para los cargos de Presidente, V icepresidente, Senadores y Diputados nacionales; expresa inclusión del derecho de huelga y del hábeas corpus; la escalada represiva desde el estado de prevención hasta el estado de guerra, etc. I.a reforma debeentenderse en la siguiente secuencia: • Constitución de ¡USi: Articula prim ero las “Declaraciones, derechos v garantías”, conform e al ideario liberal, y luego las normas destinadas a la organización del Estado. Esquemáticamente, esta parte del clásico concepto de la división de poderes: el cuerpo legislativo se com pone de dos Cámaras —diputados y senadores— bajo la denominación de Congreso Nacional. Los prim eros se eligen según la población y los segundos según el núm ero de provincias. El Presidente de la Nación es el titular del Poder Ejecutivo y lo elige el pueblo en form a indirecta. Con atribuciones numerosas, tiene incluso funciones colegislativas. El Poder Judicial de la Nación lo componen una Corte Suprema y tribunales inferiores. La parte “dogm ática” tiene gran importancia y reconoce la filiación en la generación del 57. Contiene una de las más amplias y generosas declaraciones de derechos que hayan sido proclamas en una Constitución (Legón). Para los habitantes —y no sólo para los ciudadanos— la constitución argentina acentúa mucho más que la norteamericana los poderes del Presidente La Constitución, ral como la 439
Con la elección directa de las autoridades nacionales por el pueblo de la República se sancionó, sin embargo, la reforma del art. 77 de la Constitución, entre otras modificaciones de distinta importancia. Perón no se equivocó cuando criticó la reelección sin período intermedio y defendió el principio constitucional. Pero un líder se siente, de alguna manera, inmortal e irreemplazable. Como Rosas en su tiempo, rechazó los principios, pero explotó la necesidad de un príncipe. Cuando aún faltaban tres años para los comicios del 51, el peronismo no aceptaba otra conducción que la de Perón, y no confiaba en gestores que, asegurando la concebía A lberdi en “Las Bases”, era en rigor un instrum ento de cambio y de reordenam iento progresista. • Reform a de 1860: Acentúa el carácter federalista de la Constitución eliminando algunas atribuciones conferidas «1 gobierno federal en el texto de 1853 y, entre otras, a las que sometía a los gobernadores de provincia a juicio político por el Congreso N acional. Especialmente im portante es la reform a del art. 3P, que designaba a Buenos Aires capital; la reform a del 60 estableció que las autoridades del gobierno federal residirían en la ciudad que se designase por ley especial del Congreso, debiendo ceder el territorio la Legislatura provincial. Hasta 1880 no se dictó esa ley, que declaró a Buenos Aires capital federal luego de una revolución. • Reform a de 1866: R eform a parcial del art. 4C? sobre los gastos de la Nación que provee el gobierno federal con los fondos del tesoro nacional. Supresión de la parte final del inc. I9 del art. 67 que decía: “hasta 1866, en cuya fecha cesarán como im puesto nacional no pudiendo serlo provincial”. • Reform a de 1898: Reform óse los arts. 37 y 87 de la Constitución. Por el art. 37 la Cámara de D iputados se com pondría desde entonces con representantes elegidos directam ente por el pueblo de las provincias y de la capital que se consideran a ese fin com o “distritos electorales” y a simple pluralidad de sufragios. El núm ero de representantes será de uno por cada 33D00 habitantes o fracción que no baje de 16.500. Después de la realización de cada censo, el Congreso fijará la representación con arreglo al mismo, pudiendo aum entar pero no disminuir la base expresada para cada diputado. El art. 87 reform ado eleva a ocho los ministerios y los ministros secretarios refrendan los actos del Presidente por medio de su firma, sin la cual aquéllos carecen de eficacia. U na ley especial deslinda los ramos del despacho de los ministros. Además, no hizo lugar a la reforma del inc. \v del art. 67 de la Constitución de 1853. Desde entonces hasta la reform a de 1949, la Constitución de 1853 con las enmiendas señaladas perm aneció sin cambios. En 1957 se revisó la reforma del 49 y se añadieron algunos cambios no sustanciales. Confr. Las Constituciones de la República Argentina, por Faustino J. Legón y Samuel W . M edrano. M adrid, Instituto de Cultura Hispánica, 1953 y especialmente R eform a de la Constitución Nacional, por Miguel M. Padi lla (h.). Buenos Aires, Editorial A beledo-Perrot, 1970, donde entiende que la reform a del 49 significó el reemplazo por otro instrum ento inspirado en ideas “distintas” de las de 1853. 440
permanencia del partido en el poder, permitiesen la rotación de sus élites. Los defensores de la reforma aludían al ejemplo estadouni dense. Apenas se mencionaban las diferencias profundas entre los hábitos, mecanismos y prácticas políticas de ambos países. No se tuvo en cuenta, entre otros detalles, que el período presidencial norteamericano es de cuatro años v* no de seis. Perón logró un fácil triunfo en 1951, pero sus palabras del 48 fueron proféticas. El régimen padeció casi todos los vicios que el mismo Perón pre dijo, llegó fatigado al promediar el segundo período, y desde 1952, según observamos ya, ningún Presidente argentino llegó a sostener se cuatro años en el poder. Con la sanción de la reforma constitucional del 11 de marzo de 1949 y la posibilidad de la reelección, se manifestó en las filas peronistas la pugna por la candidatura a la vicepresidencia. De pronto surgió la fórmula que debía institucionalizar la “diarquía” que de hecho gobernaba a la Argentina: Perón-Eva Perón. La candidatura de Eva Perón fue un hecho político singular. Movilizó muchedumbres, culminando en una impresionante manifestación convocada por la C. G. T., el 22 de agosto de 1951, que cubrió bue na parte de la avenida Nueve de Julio v en la que se proclamó la vicepresidencia para la “compañera Evita”. Significó, también, el desplazamiento del coronel Mercante, hombre de absoluta confian za de Perón desde los comienzos de su carrera política en el 43 y candidato natural para la vicepresidencia. Y por fin, inquietó a las fuerzas armadas, desde donde habría de hacerse llegar al Presidente la disconformidad que produjo el anuncio. Éste tuvo aún capacidad para escrutar lo que los mandos militares pensaban v medir las posibles consecuencias de la obstinación. Mercante fue expulsado del partido Peronista —Perón lo consideraba un competidor para la sucesión— v Eva Perón renunció a su candidatura. Sin embargo, dentro de las fuerzas armadas, se percibían sig nos de insubordinación hasta entonces neutralizados por el control que Perón y la mayoría de los miembros de los cuadros superiores del poder militar mantenían sobre los subordinados. Temas estric tamente relacionados con las preocupaciones profesionales de las fuerzas armadas —como la industrialización en el sentido dado por los generales Enrique Mosconi (Y.P.F) y Manuel Savio (Fabri caciones Militares y SOM ISA), y el reequipamiento— absorbían la atención de los jefes militares y de los ministros de Defensa. En una primera etapa —1946/1949— “el volumen del Ejército fue reducido en un tercio y la parte de las Fuerzas Armadas en el
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L a c o n s p ir a c i ó n d e 1 9 5 1 y la re e le c c ió n p r e s i d e n c ia l
presupuesto bajó al 25 ''/, de más del 50 r/< en 1945”. En la segunda etapa, e! Presidente se preocupó por el reequipamiento del ejército, de la marina v de la aeronáutica v por dotar a las fuerzas armadas de equipo suficiente como para recobrar la paridad de recursos con instituciones militares latinoamericanas de la envergadura de la brasileña, punto de referencia habitual desde la perspectiva castrense.4* Pero casi toda la marina de guerra mantenía un latente antiperonismo que haría eclosión años después v que penetraría incluso a los altos mandos navales, incluyendo a hombres como el contralmirante Aníbal Olivieri, designado por Perón para el ministerio del arma. A principios de 1949 un grupo de oficiales del ejército formó la efímera logia “Sol de M ayo”, creada contra los designios políticos de Perón, luego de posibilitarse su reelección mediante la reforma- constitucional. Grupos militares comenzaron a recordar la suerte de la élite castrense alemana cuando el nazismo adquirió consistencia propia, v se alarmaron cuando Eva Perón intentó formalizar su jefatura paralela. Perón ya no era el “can didato del ejército”, como en el 45, sino un líder con fuerza política propia y millones de votos tras de sí, sobre todo, de los afiliados de la C .G .T . Entonces comenzaron a encontrarse los conspiradores: Eduar do Lonardi v Benjamín Menéndez en el ejército; Américo Ghioldi, Reynaldo Pastor, Horacio Thedy, Arturo Frondizi en los partidos políticos más representativos —partido Socialista, par tido Demócrata Nacional, partido Demócrata Progresista, Unión Cívica Radical. El enlace entre militares y políticos fue encarga do al capitán Julio Alsogarav. Los coroneles Labayrú v Lorio intervendrían también en los contactos, dificultosos v vacilantes a raíz de las diferencias surgidas entre los jefes de la conspiración acerca del programa de acción futura (preocupación de Menén dez) o de las posibilidades concretas de triunfo (interrogante planteado con inteligencia por Lonardi). Se advertía va la impor tancia que tendría en las crisis futuras el papel de las armas. No sólo el de las distintas armas que componían las fuerzas armadas —ejército, marina v aeronáutica—, sino las que integraban el ejér cito —caballería, infantería, artillería, etc.—. Así como la Marina fue un cuerpo hostil o en todo caso reticente respecto del peronismo, en la caballería comenzaron las conspiraciones con más impaciencia 42 Confr. "Prim era Plana”, serie citada, nv 238 del 18 de julio de 1967; Robert J. Alexander, T he Perón Era y fc'.dwin Lieuwen en su discutido en sayo Armas y política en América latina. 442
que en las otras armas —Lonardi y Ossorio Arana, por ejemplo, eran artilleros— y según la apreciación de algunos de los jefes que colaboraron en el intento de 1951, con relativas posibilidades de éxito. El 28 de setiembre de 1951 el general Menéndez decidió levantar a la Escuela de Caballería de Campo de Mayo, avanzar con treinta tanques, unirse al Colegio Militar presuntamente su blevado, tomar la base aérea de Morón y entrar a la ciudad de Buenos Aires con todos los efectivos para cruzarla v llegar a la Casa Rosada.43 El golpe fracasó. De los treinta tanques Sherman apenas dos pudieron ser movilizados; doscientos jinetes de la Escuela de Caballería los seguían pero en el Colegio Militar no hallaron sublevados sino un director que se negaba a “hacer más revolu ciones”; los suboficiales respondían en su mayoría a Perón y los jefes militares que condujeron la represión no tuvieron dificulta des mayores para sofocar el levantamiento. Perón decretó el “estado de guerra interno”, la C. G. T. convocó a “todos los trabajadores a plaza de Mayo para expresar su adhesión al líder” y dispuso un paro general de veinticuatro horas. El Presidente explotó políti camente la situación: a las tres y media de la tarde se asomó a los balcones de la Casa Rosada y anunció que la chirinada había terminado con la derrota total de los insurrectos. Éstos fueron juzgados y sentenciados a prisión, que debieron cumplir en el sur. El Presidente demostraba tener el control del poder y la oposición conspirativa sufrió un golpe muy rudo que pronto sancionarían los comicios presidenciales. Meses después, en efecto, las elecciones daban el triunfo a la ^ ampger¿® de fórmula Perón-Quijano del partido Peronista. El 4 de junio de 1952, aniversario del golpe del 43, Perón asumía por segunda vez cohsecutiva el gobierno y poco más de un mes después —el 26 de juliomoría Eva Perón en medio de la consternación de impresionantes masas populares que se volcaron a despedir sus restos en una mani festación de dolor colectivo que sus adversarios respetaron, pese a que el hecho de la muerte de la dirigente peronista fue utilizado por el régimen para poner en movimiento los mecanismos de acción psicológica. Aquél sintió su ausencia. Eva Perón había mantenido abiertas las vías de comunicación del Presidente con los distintos niveles sindicales y políticos, aprovechándose o sorteando, según 43 Confr. Historia del Peronismo, en “Prim era Plana” del 25 de julio de 1967, donde se reconstruyen los sucesos del golpe de M enéndez con el testimonio de algunos de los principales protagonistas: Benjamín Menéndez, Samuel G uaycocnea, Julio Alsogaray, Manuel Reim úndez y otros. 4 43
se lo propusiera, la política cortesana. De. rara sensibilidad tanto hacia la voluptuosidad del poder como hacia las necesidades y aspiraciones de los sectores populares, desaparecía con ella un elemento clave para la estabilidad v el dinamismo popular del ré gimen. Su muerte fue, según se señaló, uno de los hechos que contribuyeron al declive de la capacidad conductora de Perón. Al mismo tiempo, la corrupción llegó a amenazar los niveles de segu ridad del sistema v el affaire Juan Duarte, hermano de Eva y aprovechado funcionario que se enriqueció escandalosamente hasta ser denunciado por el propio Presidente y terminar muerto, en aparente suicidio, fue uno de los hechos reveladores de la fatiga del sistema cuando corría el año 1953. Dado que la C. G. T. era la pieza maestra del régimen, la política económica fue subordinada a la política social v en todo caso a los designios políticos del Presidente. Esto fue claro durante el primer período presidencial de Perón y demostró consecuencia con lo hecho y predicado por éste desde que ocupara cargos en el gobierno surgido del golpe de Estado de 1943. La C. G. T. se constituyó en uno de los factores de poder del régimen y el pro letariado industrial y rural en su principal clientela política. Esto no significa que el peronismo reclutara a sus adherentes sólo entre los sectores así llamados proletarios o “descamisados”. Este aspecto del fenómeno peronista debe ser investigado con mayor precisión, pues si bien los obreros fueron el núcleo del partido oficialista en los grandes centros urbanos e industriales, aquél triunfó en el interior, ganó en lugares con predominio de la clase media y atrajo incluso a un empresariado industrial incipiente que apoyó su polí tica de protección al capital nacional. Es indudable que con el peronismo fueron especialmente los sindicatos los que adquirieron mayor influencia; el obrero tuvo la sensación de una participa¿ión efectiva en el sistema político, se sancionaron numerosas leyes sociales que lo protegían y hasta en las embajadas argentinas se creó el rango de “agregado obrero” con lo cual los observadores extranjeros se hicieron la imagen de que una suerte de “Estado sindicalista” se había creado en la Argentina.44 Lo cierto era, sin embargo, que el régimen había jugado dos cartas complementarias: el sindicalismo era un miembro nuevo y pleno de la constelación de poderes de la Argentina moderna, pero a su vez el poder sindical era “encuadrado” por el Estado v con44 Confr., por ejemplo, Pierre Lux-Wurm, ob. cit., págs. 163 a 165. 444
L a p o lít ic a e c o n ó m i c a y s o c ia l
frolado en su acción. Cuando algún sindicato traspasaba con su acción los límites de seguridad del régimen, como ocurrió con la huelga ferroviaria de 1951, aquél acudía a la movilización general o sometía a los obreros rebeldes al régimen militar. La política económica fue parcialmente tributaria de la polí tica general del régimen. Con la participación decisiva del español José Francisco Luis Figuerola v Tresols, que Perón había conocido en 1943 como jefe de estadística del Departamento Nacional del Trabajo, se elaboró el llamado “Plan Quinquenal del Gobierno 1947-1951”. Según su autor, el plan inicial constaba de cuatro etapas esenciales: establecer las necesidades previsibles de materias primas de origen nacional; verificar el estado v grado de eficiencia de los sistemas de producción, explotación v distribución de esos elementos; proveer las obras e inversiones necesarias para asegurar en el término de cinco años un suministro suficiente de materias primas, combustibles y equipos mecánicos y desarrollar racional mente la industria v la agricultura, v asegurar la descentralización industrial, la diversificación de la producción y el emplazamiento de fuentes naturales de energía, vías de comunicación, medios de transporte v mercados consumidores. Perón añadió otras medidas V objetivos, pero mantuvo la finalidad principal de evitar que la posguerra disminuyera en la Argentina la tasa de empleo, me diante la promoción de la industria liviana. Según sus protagonistas más calificados, la política económica peronista tendía a impedir la destrucción de la industria nacional surgida durante la guerra a través del proteccionismo y a controlar factores claves de la actividad económica. De ahí la política de nacionalizaciones, la conducción y actividad del Banco Central, la creación del I. A. P. 1., y los acuerdos económicos internacionales.4'' Los tres primeros años de la gestión de Perón estuvieron sig nados no tanto por el primer plan quinquenal, sino por el manejo audaz y discrecional de la economía que inspiró un personaje pin toresco, un empresario de viejo estilo, autodidacta y paternalista, pragmático y “sin prejuicios de escuela” como dijo de él Arturo Jauretche. Durante el gobierno de Farrell el empresario Miguel Miranda había logrado imponer sus ideas sobre la nacionalización del Banco Central; luego propuso la creación del Instituto Argen tino para la Promoción del Intercambio, con el fin de controlar 45 Uno de los testimonios técnicam ente serios, aunque parcial por pertenecer a un funcionario del régimen en su segundo periodo, es el libro de Antonio F. Cafiero, Cinco años después. . . , Buenos Aires, ed. del autor,. 1961. 4 45
el comercio exterior; y por fin no fue ajeno a uno de los más espectaculares actos del régimen peronista, la nacionalización de ciertos servicios públicos, incluyendo la adquisición de los ferro carriles que pertenecían a capitales británicos. Pero la política económica de Miranda —técnicamente vulnerable— descansaba ade más sobre la desarticulación de las economías europeas. Cuando és tas se rehicieron, uno de los presupuestos de la política de Miranda faltó y con él se advirtieron las falencias, en el mediano plazo, de aquélla. Miranda renunció a fines de 1949 y la conducción econó mica cambió de manos. Ramón Cereijo, Alfredo Gómez Morales y más tarde Antonio F. Cañero procuraron introducir racionalidad en la economía del régimen sin soslayar uno de. los principios fun damentales de su acción. Señala Cañero que “el Justicialismo. . . sujetó el poder económico —hasta entonces invicto— a la autoridad pública y colocó la economía al servicio de la política.46 El primer gobierno de Perón se divide pues, en dos etapas, discernibles por el tipo de medidas adoptadas, el énfasis de las mismas y la persona lidad de sus realizadores. Según explica Gómez Morales,47 Miranda trazó su política económica teniendo en cuenta informes de los servicios de inteligencia de las fuerzas armadas que aseguraban una posguerra muy corta y un enfrentamiento inminente entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. A juzgar por eso, el nivel de los análisis en torno de la situación y predicciones de las rela ciones internacionales no era precisamente alto. La guerra no se produjo, v en cambio el Plan Marshall trastornó por completo los cálculos de Miranda y descolocó a la Argentina en mercados in ternacionales, donde los Estados Unidos “regalaban lo mismo que nosotros teníamos que vender”. El nuevo equipo económico que sucedió a Miranda, tuvo que poner orden en una economía des quiciada. A rthur P. W hitaker resume en una paradoja los primeros seis años del peronismo: “prosperidad y bancarrota”. Pero ambas situaciones —añade— “fueron completa mente ajenas al control de Perón. Sin embargo debe ano tarse que su régimen logró capear la crisis sin sufrir daños perdurables, pues el consumo permaneció en un nivel mo deradamente alto en la peor época, de manera que en todo el período 1946-1952 el promedio de consumo mostró un 4® C afiero, Antonio F., ob. cit., pág. 37}. En realidad, subordinó la economía a una política. 47 G ó m e z M orales , A lfredo, Historia del Peronismo, cit., 30 de agosto de 1966 y en El Cronista Comercial, 7-IV-71. 446
aumento considerable de 3,5 % anual; incluso en 1952 la Argentina conservaba todavía el 22 % de la producción bruta total de América Latina v comenzaba una recupe ración promisoria”.48 Por supuesto, las opiniones están divididas. Partidarios v ob servadores extranjeros explican de manera positiva el rumbo de la política económica peronista, pero los críticos enfatizan otros aspec tos de esa misma realidad y concluyen de manera diferente. Si el peronismo mantuvo una alta tasa de empleo mediante la prom o ción de la industria liviana, ésta ocupaba altos coeficientes de mano de obra con poca eficiencia. Si se rescataron inversiones extranjeras en servicios públicos —que darían pérdidas crecientes e incidirían en el déficit presupuestario— como los ferrocarriles, los teléfonos, el gas, se hizo mediante la aplicación de divisas que pudieron em plearse en inversiones básicas de industria pesada o infraestructura. Su política agraria impidió el aumento de la productividad, afec tando las exportaciones y, por lo tanto, una de las bases para finan ciar el desarrollo.4” El segundo plan quinquenal pretendió cambiar el sentido negativo de algunas de las políticas del primero. Éste habría sido guiado por premisas kevnesianas más que por objetivos de una economía del desarrollo, que se trataron de practicar en el segundo período presidencial de Perón.50 En cambio, otros opi nan que en 1945 nadie pensaba en la economía argentina con térm i nos de subdesarrollo, sino de “dependencia-independencia” y de desigualdades regionales. De esta manera —opina Florea! Forni— la opción entre economía de desarrollo y kevnesianismo nunca exis tió: dada la situación entonces vigente, el gobierno peronista fue una combinación pragmática de protección a la única industria entonces existente —la liviana— hasta llegar a la sustitución de importaciones. Pero lo más importante fue que el poder del Estado como conductor de la economía aumentó, y que se aplicó, asimis mo, a una redistribución de la renta incorporando nuevos v amplios sectores sociales a la sociedad de consumo. Pueden añadirse al debate sobre la política económica del peronismo las opiniones de economistas que no se refieren al con texto político-social del régimen sino a la inserción de aquella 48 W h i t a k e r , A rthur P., La Argentina y los Estados Unidos. Buenos Aires, Proceso, 1956, pág. 78. 4!> Por ejemplo, Leopoldo Portnoy en Economía argentina en el si glo X X . México, F. C. E., 1962. 50 D íaz, A lejandro Carlos F., Stages in the Industrialización of Argen tina. Inst. T orcuato Di Telia. C. I. E., n9 18, pág. 59, cit. por Forni.
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política en una secuencia de “modelos” o bien de etapas del desarrollo, tal como han hecho Guido Di Telia v Manuel Zvmelman.51 En la periodización propuesta por éstos, el primer go bierno peronista se encuentra en lo qire llaman “crecimiento autogenerado” y que, según se viera a propósito de la administración de Justo en adelante, cubre el lapso 1933-1952. A partir de ese año, la economía argentina habría entrado en una etapa de “reajuste” —lo cual coincide con la percepción que de su papel tenían Gómez Morales v Cafiero, por ejemplo, durante la última parte del régimen peronista—, que continúa en el presente. Según esta perspectiva,' el gobierno constitucional que siguió a la revolución o cambio polí tico del 43' vio en la industria un medio de promover el progreso económico y de ganar influencia internacional. El control de cam bios v una deliberada política industrialista tuvieron el efecto de retrasar al sector agrícola v volcar la inversión en el sector indus trial. Después del período de prosperidad de 1948 v del receso de 1952, la economía evidenció signos de desajuste. A su vez, la inter vención del Estado asumió proporciones hasta entonces inusitadas en la Argentina y la industrialización se apoyó en la provisión de divisas que brindaba el sector agrícola. La redistribución del in greso del sector agrícola al industrial se hizo a través del IAPI. En 1949, la política oficial tuvo que invertirse por la caída de los precios internacionales; las reservas de divisas estaban agotadas v la Argentina se vio obligada a recurrir a un préstamo del Exportlm port Bank. La inflación —ya parte de una política, más bien que una tendencia— fue alentada no sólo como una forma de reorien tar recursos de la agricultura hacia la industria, sino como una medida política relacionada con el nivel de los salarios. Hacia 1955, a pesar de la hostilidad de los industriales aban donados a sus propios recursos, de los productores agrarios donde se afincaba el antiperonismo en función de valores no exclusiva mente económicos, de la ausencia de divisas, de la inflación v de los reclamos del gobierno en favor de la austeridad v |a produc tividad, Perón declaraba a los legisladores peronistas su optimismo respecto del futuro v transmitían en sus discursos insólita e infun dada seguridad: “Hemos hallado la solución al 90 JZ de los pro blemas del país —decía a los legisladores el 29 de marzo— y hemos dado una solución a la explotación del petróleo, a la energía eléc trica v a la.siderurgia.” El 25 de abril, el ministro de Industria •-*1 I)i 502 v 509
T f .l i .a ,
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Manuel, ob. cit., págs. 23, 12?, 494,
debía suscribir un acuerdo con la Standard Oil, que preveía la constitución de la “California Argentina de Petróleo S. A.” El peronismo confiaba en que el acuerdo, impuesto por las circuns tancias, permitiría cubrir las necesidades del país en combustibles v economizar divisas indispensables para equipar la industria y restablecer el equilibrio de la balanza comercial. La oposición advierte que el peronismo ha abierto un flanco fácilmente vulne rable, mientras se ha desencadenado ya el conflicto con la Iglesia. En resumen, denuncia que en 49.800 km* del territorio argentino una compañía extranjera era autorizada a constituir un “Estado dentro del Estado”, importando máquinas, trayendo su personal, exportando las sumas que percibiese, construyendo rutas v aero puertos, telégrafos y comunicaciones fuera del control del Estado argentino. El acuerdo es ratificado por la mayoría peronista, pese a las protestas de la oposición encabezada por un diputado radical que había hecho del petróleo uno de sus temas polémicos predi lectos y, a la postre, una cuestión insoluble en términos racionales para los argentinos: el doctor Arturo Frondizi. Después de la caída del régimen peronista, el informe del argentino Raúl Prebisch, entonces secretario general de la Comi sión Económica de las Naciones Unidas para América Latina, con tiene una apreciación preliminar de las consecuencias de la política económica del peronismo que resumió así: La Argentina conoce hoy la crisis más aguda de su desarrollo económico, más grave aún que la que debió conjurar el presidente Avellaneda economizando sobre el hambre y la sed, más grave que la de 1890 v más grave que la de hace un cuarto de siglo, en plena depresión mundial. En esos tiempos, el país conservaba al menos sus fuerzas productivas intactas. No es el caso de hoy: los factores dinámicos de su economía están seriamente com prometidos y será necesario un esfuerzo intenso y persis tente para restablecer su ritmo vigoroso de desarrollo .. Interpretación compartida por algunos técnicos, discutida por políticos e ideólogos y rechazada por la opinión popular que tuvo una sensación diferente tanto del diagnóstico de la situación como de las medidas que se aconsejaban en el citado informe. La política exterior procuró ser congruente con la fisonomía interna del régimen v con el realismo del caudillo. Polifacética y 52 Inform e prelim inar al presidente Lonardi. presentado por Prebisch el 26 de octubre de 1955.
La política exterior y la "tercera posición”
polivalente, recogió posturas y contenidos ideológicos de distintas corrientes, trató de conciliarias con los condicionamientos objetivos de la situación internacional de posguerra, con ciertas tradiciones y con nuevas amistades internacionales. El resumen de todos esos factores, a menudo contradictorios y de una apreciación discutible del proceso internacional, se proyectó en una expresión que el ré gimen introdujo como un segmento de su doctrina política: la “tercera posición”. Ésta se presentó como una postura original, apropiada a la mística del peronismo. Un gesto espectacular dio el tono a la política exterior de Perón: su “mensaje de paz al mundo”, leído el 6 de julio de 1947. Antes había sorprendido restableciendo las relaciones diplomáticas con la U.R.S.S., enviando como embajador en Moscú a un cau dillo sanjuanino: Federico Cantoni. Los temas del antiimperialismo fueron movilizados contra los Estados Unidos, mientras cobraban importancia los tópicos nacionalistas referentes a la tradición “his panoamericana” y el papel de la Argentina en la América del Sud, “un continente latino y moderno” según escribía el Presidente bajo el seudónimo de “Descartes” proponiendo una confederación con tinental. En el plano práctico, sin embargo, el gobierno peronista se volcó hacia un entendimiento con los Estados Unidos que se manifestó a poco de comenzar con la ratificación de las Actas de Chapultepec y San Francisco, pese a las disidencias existentes den tro del oficialismo, a los ataques del nacionalismo y a las vacilacio nes del radicalismo. A poco andar, la Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente, que sesionó en Río de Janeiro entre el 15 de agosto y el 2 de setiembre de 1947, puso a prueba la posición exterior de la Argen tina. La delegación, presidida por el canciller Bramuglia, no pudo sostener la tradicional política argentina del principio de la unani midad en cuestiones de fondo, y se vio compelido a aceptar el principio de la simple mayoría. La Conferencia de Río, proyectada durante la firma del Acta de Chapultepec, vio a una delegación de la Argentina mucho menos agresiva que lo esperado. The Neiv York Herald Trihune ironizaba: “La Argentina ha obtenido la medalla de buena conducta y todo está olvidado.. .” 58 La dele gación no había asumido, en realidad, ninguna actitud intransi gente, sino cooperativa. El tercerismo parecía más bien retórico que efectivo, pero mientras tanto el Presidente había enviado a su 53 Citado en Historia del Peronismo, “Primera Plana", 14 de junio de 1966. 450
esposa a una gira por Europa, y había decidido una ayuda opor tuna e importante a España, marginada del Plan Marshall por la adhesión de Franco al Eje. Esta actitud de la Argentina fue gene rosa, la decisión de Perón muy hábil v la repercusión internacional de la medida significó un éxito diplomático v una demostración de independencia relativa en la conducción de los asuntos inter nacionales que movió al reconocimiento entusiasta de los españoles v a la irritación de los inspiradores de la rígida política de las potencias victoriosas. La “tercera posición” fue, pues, la manifestación ideológica de una política exterior pendular v ambivalente. Acercaba la Argen tina a los países “no comprometidos”, sin comprometerla formal mente con los grandes bloques mundiales. Expresaba una posición realista hacia la U.R.S.S. mientras renegaba del comunismo, y soli daria con Occideinte y los Estados Unidos aunque predicaba contra el imperialismo. Al mismo tiempo satisfacía la aspiración secular de los argentinos respecto de un papel relevante en América Latina, aunque inquietaba a los vecinos, que no manifestaban solidaridad con un peronismo que se les antojaba expansivo v con pretensiones hegemónicas en la región. Cuando comenzaron las tratativas con la Standard Oil, el tema del antiimperialismo fue retomado por la oposición. Pero desde el punto de vista ideológico, el “tercerismo” peronista iría al encuentro del neutralismo v de posturas interna cionales que se hicieron explicables desde el momento en que la bipolaridad internacional fue reemplazada por la multipolaridad política. “La República se creía sana y salva después de la m uerte de Catilina. N un ca se había encontrado más enferma." E m ii .io C astelar . La civilización en los primeros cinco siglos del cristianismo.
Resulta difícil precisar en qué momento un régimen político seencuentra en el cénit de su estabilidad y vigencia o ha comen zado amostrar signos defatiga y marcha hacia su ocaso. Visto retrospectivamente, el proceso político no mostraba, hacia 1954, signos evidentes que denunciaran la debilidad del régimen pero nista o el principio de su declinación. Cada sector social, político, económico o cultural de la Ar gentina de entonces tenía una especial manera de percibir el pro ceso, v eso explica que las descripciones del mismo dependan, aún
hoy, de una suerte de selección perceptiva no siempre deliberada sino espontánea. Para los miembros tradicionales del poder econó mico, el régimen significaba la agresión discrecional a sus intereses, la afirmación del estatismo desorbitado y una peligrosa experien cia capaz de transformarse en una revolución colectivista. Los grandes diarios, los partidos políticos tradicionales, los sectores sociales o la clase alta y la alta clase media reclutaban o repre sentaban la oposición sistemática al régimen. A la izquierda del espectro opositor estaba casi todo el poder intelectual, los estudian tes universitarios organizados en la F. U. A., los profesionales v aun sectores de la clase media que si bien se habían beneficiado con la política económica del régimen, compartían valores no económicos que los acercaba a la oposición antiperonista. Ésta era, pues, fuerte y estratégicamente distribuida. En los niveles so ciales más altos, se comunicaba con los intereses extranjeros, espe cialmente norteamericanos, que se sentían agredidos por el nacio nalismo .económico del régimen. En los clubes aristocráticos v en los círculos económicos se encontraban empresarios, ejecutivos de empresas internacionales, propietarios de tierras y patrones de es tilo tradicional para quienes las conquistas obreras, la política social de Perón, el estatuto del peón o la organización del poder sindical significaban la modificación inaceptable del statu-quo. Muchos militares alternaban en esos círculos y escuchaban la pré dica opositora, la crítica objetiva o la difamación. El peronismo no hubiera podido existir sin el apoyo del ejér cito, de la Iglesia y de las organizaciones gremiales. Pero sus apoyos principales no estuvieron sólo en esas fuerzas, sino en la vigencia ideológica del nacionalismo autoritario y antiliberal, en la adhesión de sectores importantes de las clases medias urbanas v del interior V en el poder carismático de sus líderes: Perón v Eva Perón. Con el tiempo, sin embargo, la oposición entre el peronismo y el antiperonismo se fue haciendo una cuestión de “piel”, una cuestión social en el sentido más directo de la palabra. Mucha gente fue peronista atraída por la novedad del movimiento, inte resada en la convocatoria que éste hacía, satisfecha por su política social o entusiasmada porque por primera vez tenía la sensación de que sus aspiraciones significaban algo para los que mandaban. Pero muchos fueron antiperonistas desde el principio, se situaron en la oposición al candidato del ejército por -antimilitarismo, al líder de masas por antidemagogia, al autócrata por pasión liber taria, al prom otor de los sectores populares por prejuicios sociales. 452
Así como hubo gentes conquistadas por el peronismo —lo que explica su enorme poder electoral en 1951 en relación con 1946—, hubo otras que se hicieron fervientes antiperonistas. Quienes vi vieron el proceso saben que no todo se puede explicar en orden a “intereses” en el sentido económico del término, y que buena parte del mismo se puede entender a partir de “sensaciones” que vivieron de una manera tal vez para siempre. Si bien en el sentido político no hav diferencia apreciable entre el Estado democrático v el liberal, en el sentido social (y económico) la democracia se entiende a menudo como una forma de gobernar la sociedad. Si el liberalismo es sobre todo la técnica de limitar el poder del Estado, la democracia es la inserción del poder popular en el Estado.'’4 En ese sentido —v quizás únicamente en ese sentido— el peronismo era demócrata; a su vez, el anti peronismo expresaba las preocupaciones liberales. Aquél era indi ferente respecto de la vigilancia del ejercicio del poder. Le preocu paba sobre todo la sustancia v el ejercicio mismo del poder en sentido redistributivo. Una vez más, los argentinos no lograban conciliar la democracia con el liberalismo. Los demócratas se mos traban antiliberales o antipluralistas. Y los liberales cultivaban la antidemocracia por reacción. Si la democracia pide igualdad v el liberalismo pide libertad, de acuerdo con la distinción clásica de Tocqueville, no era extraño que los que tenían la posibilidad, los recursos o los conocimientos para usar de la libertad rechazaran el ingrediente autoritario del peronismo, mientras que los nece sitados de mavor justicia, oportunidades v seguridad no padecían el peronismo como autoritario, sino como legítimo v deseable. Desde el punto de vista de las relaciones sociales, sin embargo, la antinomia peronismo-antiperonismo se vivía de una manera más profunda aunque con manifestaciones también triviales. En ciertos sectores ser peronista era “mal visto”, v ser antiperonista era “bien”. Sin embargo, aun cuando el peronismo fue una forma de autoritarismo basado en el poder de las masas, no fue un “partido de clase”, como no lo había sido el radicalismo en la época en que representó la vía de participación política de los sectores me dios. Uno v otro fueron “policlasistas” v el hecho de que Perón se negara a cristalizar el movimiento en un partido Laborista ex clusivamente obrero es un dato importante. Este policlasismo se "’4 Confr. Giovanni Sartori, Aspectos Je la democracia. México, Limusa W iley, 1965. Especialmente págs. ?68 a ?79 donde el tratam iento del tema, tan confuso hoy, es magistral. 453
Demócratas y liberales
A utoritarism o y policlasism o
manifestó de maneras diferentes, y atravesó tanto a los sectores proletarios de las zonas industriales —donde los líderes sindicales fueron v son miembros destacados del movimiento—, como a sec tores sociales del interior, donde miembros de familias tradicionales encabezaron el peronismo político o nuevas burguesías locales hallaron una vía de expresión frente a pequeñas oligarquías pro vincianas que se abroquelaron en el antiperonismo por temor a los cambios que el peronismo parecía significar. Al mismo tiempo, en la medida en que Perón entendió que su autoridad indiscutible sobre una parte del pueblo debía ser acep tada coercitivamente por quienes no eran sus fieles, derivó hacia el autoritarismo y, a la postre, hacia una autocracia populista. Cuando Perón decía “el pueblo”, entendía la palabra en el sentido de un todo orgánico o de una mayoría absoluta.. De ahí el “popu lismo”, como expresión ideológica de la concepción romántica que conduce a que puedan ser sometidos uno por uno todos los miembros del pueblo efectivo. En ese punto, el peronismo dejaba de traducir a la democracia en el sentido político v moderno del término. Movimiento poderoso, con el dominio casi total de los medios de expresión, se liberó de la crítica y comenzó a padecer la corrupción cortesana. En algún momento del proceso el régimen comenzó a debilitarse sin que sus conductores v sus beneficiarios lo percibieran. Un dato importante de un sistema político es la cantidad, ca lidad y tendencia de los partidos políticos. N o sólo interesa el número de partidos que componen un sistema político, sino su comportamiento, la intensidad y la distancia ideológica que existe entre ellos.53 Aparentemente, el sistema político argentino ha sido bipartidista en el pasado. Conservadores-radicales, v luego radica les-peronistas, cubren la tradición más reciente. Sin embargo, el bipartidismo tiene sus reglas: que dos partidos estén en condiciones de competir por la mayoría absoluta; que al menos, uno de esos partidos pueda conquistar una mayoría suficiente; que tal partido esté dispuesto y pueda gobernar solo; y que, sin embargo, la rota ción en el poder sea para el otro una expectativa confiable. Puede 55 Se pueden distinguir las siguientes categorías de sistemas de partidos, que no se describirán aquí: I) partido único, 2) partido hegemónico, 3) par tido predom inante, 4) bipartidismo, 5) m ultipartidismo moderado^ 6) multipartidismo extrem o y 7) atom ización. (Confr. G . Sartori: Tipología dei sistemi di partito, “Q uaderni di Sociología”, vol. xvn, 1968, n" 5; J. La Palombara y ¡VI. W einer, Political Partíes and Political Development, Princeton, 1966; M aurice Duverger, l.os partidos políticos, México. F. C. F... 1959, etc.)
El sistema: polarización centrifuga
decirse que, por lo menos desde la lev Sáenz Peña, la última regla no fue satisfecha por el sistema de partidos de la Argentina, sea porque quien ganó trató por todos los medios de no perder el poder, sea porque quien perdió no tuvo posibilidades o fuerza propia para conquistarlo por medios lícitos. Otra condición fundamental para el funcionamiento del sis tema bipartidista es que la actitud de los partidos sea compe titiva v centrípeta. Que favorezcan un juego político “moderado” en el sentido de que no exasperen los conflictos ni los clivages —fracturas— en la línea de división económico-social, Es la mecá nica centrípeta del bipartidismo la que crea el consenso respecto del sistema. Si las actitudes de los partidos acentúan los conflictos, conducen a que el adversario sea tratado como enemigo v mediante la práctica de la injusticia política cierren el camino del poder al competidor. Se produce una polarizadoy centrífuga que hace es tallar el sistema por la distancia v la tensión ideológica que se crea entre los polos. Ese fue, parece, el rasgo relevante del comporta miento político durante el régimen peronista. Peronismo y anti peronismo fueron al cabo dos “polos”, no dos partidos. Ambos terminaron por desinteresarse de las reglas de juego del sistema bipartidista v mientras el peronismo aspiraba a la totalidad del poder, el antiperonismo quería la supresión, por cualquier medio, del peronismo. En ese contexto debe tenerse en cuenta, por fin, la incidencia polarizadora de la constante “personalista” que se manifestaba a través del liderazgo de Perón. Hacia 1955, el régimen peronista había dado casi todo lo que podía esperarse. Había incorporado la clase obrera al, sistema político v el poder sindical a la constelación de poderes de la Argentina. Había innovado en política económica: “los mecanis mos de control legados por los conservadores fueron ahora utili zados para subvencionar no al sector primario, sino al industrial”.’'11 Había aplicado una política económica neoconservadora cuando pa saron los tiempos de prosperidad, sin que llegaran a advertirlo sus fieles, que en su mejor momento constituyeron casi el 65 '/ del electorado. Y su líder, pese a la explosiva retórica que según las ocasiones v los auditorios empleaba, revelóse con el tiempo un reformador sin vocación revolucionaria, un progresista social prag mático.''7 Pero al mismo tiempo había puesto a la Argentina a las s”
H ai.perÍn D on ghi, Tulio, ob. cit., págs. 392 a 394. F , Raúl, ob. cit., págs. 264.a 266. K i s to s
ik r k o
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Bombardeo a la Casa de Gobierno. 16 de jun io de 1955: bombardeo de la aeronáutica antiperonista que provocó muchas victim as. Saqueo e incendio de iglesias por bandas que invocaban a Perón. Dos ejemplos extrem os de una Argentina exasperada y en la frontera de la guerra civil.
puertas de su historia contemporánea en una situación de paridad social en la que todos los sectores habían circulado por el poder, pero ninguno había logrado imponer “la” solución que consideraba integral y satisfactoria. Una situación de equilibrio inestable v de conflictos acumulados. La segunda presidencia de Perón comenzó con dos hechos críticos: la muerte de Eva Perón y el suicidio de Juan Duarte. y a soberbla Algunos opositores apreciaban que —no obstante el descrédito mo ral que significó el affaire Duarte y la ausencia de Eva P erónla situación política era sólida, la inflación iba en camino de ser contenida y la posibilidad del acuerdo petrolero con la Standard OH resolvería los graves problemas financieros del régimen.58 Aunque el proceso económico pudiera ser diferente, lo cierto era que la gente no creía en la posibilidad de una crisis, que las po sibilidades electorales del radicalismo eran muy bajas, y que si bien el nacionalismo antiliberal militante abandonaba al peronismo de bilitando la influencia de éste en las fuerzas armadas, pocos indicios había de la proximidad del ocaso del régimen. Sin embargo, luego de la muerte de Eva Perón, el líder había caído en la concupiscencia L a la tig a
58 Es la impresión que registra Bonifacio del Carril, Crónica interna de la Revolución Libertadora, págs. 37 a 38.
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Saqueo e incendio de iglesias
según lo probaba, para los informados, el “affaire U. F.. S.” y hechos análogos. A su vez, una rígida burocracia sindical v política se interponía entre el Presidente v sus seguidores, v el régimen ponía de relieve sus defectos: ineficiencia v mediocridad. La opo sición ganaba las calles y los cuarteles, multiplicando las imágenes negativas del peronismo, explotando la falta de flexibilidad de éste. El régimen aumentó la represión, v la oposición los rumores y la actividad conspirativa. Que los rumores tenían bases ciertas V que deterioraban al régimen, quedó demostrado por las reac ciones de Perón en sus discursos, sobre todo a partir de 1953, en que dedicaba extensos pasajes a desvirtuarlos. A principios del 55, sin embargo, los rumores convergían en la crítica moral al régimen y a Perón —crítica que tenía como portavoces a dirigentes cató licos y a sacerdotes— y en la crítica política v económica a pro pósito de los contratos petroleros —que penetró en los cuadros militares. De pronto estalló el conflicto con la Iglesia Católica. Conflicto insólito, que las versiones oficiales asociaron con el presunto apoyo de la Iglesia al todavía nonato partido Demócrata Cristiano cuyos organizadores se habían reunido en Córdoba. Las interpretaciones de peronistas como Bustos Fierro apenas aciertan a explicar el conflicto a través de una complicada teoría conspirativa que une al “imperialismo” con la “Orden jesuíta” .. . En verdad, no se ha 457
ei
conflicto con
dado aún una explicación satisfactoria. ¿Un “pecado de soberbia”? ¿La creciente tensión entre un régimen que imponía su ideología v su “doctrina nacional” aun en los establecimientos educativos de la Iglesia? ¿La irritación de Perón frente a los actos religiosos que eclipsaban —en Córdoba, por ejemplo— las manifestaciones de sus adherentes, sobre todo de la U. E. S.? El 27 de setiembre de 1954 una ley sobre asociaciones retira la personería jurídica “a las asociaciones constituidas sobre la base de una religión, de una creencia, de una nacionalidad, de una raza o de un sexo”. Kl 2 de diciembre se suprime la Dirección General de Enseñanza Reli giosa. El 28 de diciembre son suprimidas las subvenciones oficiales a las escuelas privadas. El 29 se reforma la lev de profilaxis social permitiendo el ejercicio de la prostitución. La Iglesia, que había gozado de los favores oficiales del régimen desde el 43, comienza a conocer desde entonces el asedio v la hostilidad. El régimen “sacraliza” el culto a Evita y el 13 de mayo de 1955 es abrogada la ley de enseñanza religiosa en medio de declaraciones que denun ciaban “la alianza funesta entre el clericalismo oscurantista v faná tico v los últimos bastiones de la reacción antiargentina”. Las sanciones a la Iglesia se sucedían, mientras el Presidente procuraba añadir por todos los medios motivos de irritación —recibía cada día ministros de diferentes cultos, v aun a organizaciones teosóficas v espiritistas—, v el. peronismo se aprestaba a una enmienda constitucional para separar la Iglesia del Estado. Si el régimen había intentado una maniobra de “diversión” para distraer la aten ción de la gente en vista de sus designios en el campo económico, había elegido mal el tema v había actuado con imprudencia. Si fue, en verdad, el resultado de los humores de Perón, éste había perdido su capacidad de escrutar la realidad, hasta entonces una de sus más notables virtudes políticas. El conflicto con la Iglesia fue el principio del ocaso del régi men peronista. Aglutinó a la oposición. Los templos se transforma ron en tribunas de crítica moral v política en donde se congrega ban, incluso, anticlericales que no los habían visitado antes. El antiperonismo desafió al régimen desfilando por las calles de Bue nos Aires a propósito de la celebración de Corpus Christi. El gobierno envió al exilio al obispo auxiliar de Buenos Aires, mon señor Manuel Tato, v a un canónigo de la Catedral, Ramón Novoa. Acusó a los católicos de haber quemado una bandera argentina y éstos acusaron a la policía. El 15 de junio la Santa Sede excomulgó a Juan Domingo Perón. F.l 16, una escuadrilla aeronaval que debía 458
rendir homenaje a Eva Perón, atacó la Casa Rosada. La primera bomba cayó a las 12.40 de ese día triste, en el que muchos inocentes murieron y la rebelión fracasó. La noche llegó en medio de la luz de los incendios de templos católicos, realizados por bandas arma das que actuaban en la impunidad. El odio se manifestó entre los argentinos. Perón advirtió que todo había llegado demasiado lejos e in tentó una “política de pacificación” apelando a la oposición. Pero las cartas estaban echadas. El régimen había perdido el apoyo del poder moral, tanto ideológico como religioso, carecía de la adhe sión del poder económico y contaba ahora con un poder militar dividido y asediado por la presión de la opinión pública antipero nista, exasperada y militante. La Argentina peronista era fuerte y fiel, pero quedó desconcertada ante el comportamiento de su líder. Éste juega, sin embargo, una carta que hubiera sido decisiva en la etapa de su ascenso político: presenta su renuncia —no ante el Congreso, sino ante el partido— y la C. G. T. moviliza a sus organizaciones para exigir a su líder que la retire. En la fría tarde del 31 de agosto, día de la renuncia. Perón arenga a la multitud en la plaza de Mayo. Pronuncia el discurso más violento que haya dicho jamás y promete “responder a toda acción violenta con otra más violenta todavía”. Algunos observadores advierten que, antes de finalizar el discurso, algunos ministros habían abandonado el balcón. La noche cae y reina la calma en la ciudad, patrullada por fuerzas militares. El líder no había mostrado la tolerancia de los fuertes. La marina de guerra era el epicentro militar de la conspira ción y el capitán de navio A rturo Rial, uno de los principales orga nizadores. En el ejército, los planificadores fueron el coronel Señorans y el mayor Guevara. La aviación se iría plegando a me dida que los aparatos despegasen de bases aparentemente leales. Un intento aislado del general Videla Balaguer fue sofocado y el movimiento revolucionario se detuvo. Contactos con el general Justo León Bengoa fueron abandonados. Surgió un jefe revolu cionario en los cuadros superiores de la Marina —el contralmirante Isaac Rojas— y otro en el Ejército —el general Pedro Eugenio Aramburu—, pero la decisión del levantamiento militar pertenece a un general de origen nacionalista que había actuado en el 51: el general Eduardo Lonardi. El 16 de setiembre, a la una de la ma ñana, el general Lonardi y un grupo de oficiales acompañados por el coronel Ossorio Arana tomaron la Escuela de Artillería, en Cór 459
Hacia la revolución de 1955
La renuncia
doba. La situación militar era sin embargo angustiosa para los sublevados, aunque lograron convencer al jefe de la Escuela de Infantería cuando ésta no podía ser rendida por las armas. La acción de la aeronáutica militar no era suficiente para detener a las tropas leales que convergían sobre el foco rebelde. El 19 de setiembre, Lonardi estaba copado v sin infantería; el general Lagos alistado en Cuvo pero sin salir de Mendoza; en el Litoral, los cons piradores habían fracasado v la Marina no podía ayudar a los rebeldes mediterráneos. Según los protagonistas, fue el ánimo re suelto y la capacidad de mando del general Lonardi lo que permitió a los revolucionarios sobrellevar horas críticas en las que el sitio de las tropas leales —de haber atacado— hubiera terminado con la rebelión/’” De pronto, llegó desde Buenos Aires la orden de tregua. Eso sorprendió a todos e indignó' a los militares leales. En la capital, mientras tanto, se producen los hechos decisivos. La Flota de Mar bombardea las destilerías de Mar del Plata, amenaza La Plata y lanza un ultimátum al gobierno nacional. Fue seguido por dos más, hasta que un grupo de militares fue a parlamentar a bordo del crucero “La Argentina”. Pero antes sucedieron episodios confu sos, que terminaron con la capacidad de conducción militar de la represión. El Presidente, en efecto, entregó un documento que —según él— tenía por objeto habilitar al ejército “para llegar a la terminación de las hostilidades”, pero que la Junta Militar inter pretó como una renuncia. Según versiones, el día 20 irrumpieron el general Francisco Imdz v otros militares en la sala donde estaba reunida la Junta, que vacilaba ante el documento de Perón v dis cutía la posibilidad de resistir el alzamiento. Armas en mano, Imaz V sus acompañantes habrían impuesto a la Junta que aceptara la renuncia de Perón. En todo caso, la decisión de éste dejó al co mando en jefe v a los generales sin gobierno que defender. Mien tras los generales aceptaban en el crucero la rendición incondicio nal, Perón se refugiaba en la embajada del Paraguay. El 23 de setiembre de 1955' la plaza de Mayo se llenó con una multitud tan compacta e impresionante como la del 17 de octubre de 1945. Pero era la Argentina antiperonista. Fl poder ya no era de Perón, como doce años atrás, sino, otra vez, de las fuerzas armadas ... Las versiones sobre los sucesos de la revolución de 1955 se encuentran dispersas en ensayos, libros y artículos periodísticos. Pocos documentos lian salido a la luz, aunque los acontecim ientos principales son conocidos cor, bastante aproximación. Pueden leerse libros de protagonistas, como Dios es justo, de Ernesto Lonardi y Crónica interna de la Revolución Libertadora de Bonifacio del Carril, y los artículos de Historia del Peronismo de “Prim e ra Plana” —mayo de 1969—, de "A tlántida” —año 48, nv 1183, setiembre de 1965—; de “Leoplán" —Como cayó el peronismo, nv 744, 1965—; de "Extra" —Revolución Libertadora, su proceso ~ por Jorge Al. Lozana—, etc. 460
Epilogo (“T odo lo pasado es p ró lo g o ..." S , La Tempestad, n, i) h akespeare
La caída del régimen peronista sorprendió a la mitad de los argentinos, resignados e impotentes. La otra mitad recibió el hecho con una patente sensación de alivio. Así como el 17 de octubre de 1945 fue el símbolo de una Argentina popular que se incor poraba espontáneamente a la vida política activa —desde entonces potencialmente más democrática—, el 23 de setiembre de 1955 significó la manifestación de la Argentina no peronista que vivió el júbilo, también espontáneo v desinteresado en el nivel de pue blo, de la opresión derrotada. Después vinieron las interpretaciones: más o menos correctas, apasionadas o racionales, profundamente ideológicas o aparente mente despojadas de juicios valorativos. Pero la mayoría de los argentinos vivió los sucesos de manera mucho más simple v di recta. Los peronistas, fieles a su líder, y los estratos populares que seguían percibiendo al régimen como el más capaz de los cono cidos hasta entonces para brindarles bienestar y sensaciones de participación, recibieron la Revolución Libertadora como el re sultado de una conspiración de fuerzas reaccionarias. Los anti peronistas —el “no peronismo”, sin el anti, es un fenómeno que se difunde años después— interpretaron los sucesos como la con secuencia de la fatiga de un líder v de un régimen que había perdido el dinamismo inicial y demostraba —desde 1952 al me nos— sus grietas v su exasperada pretensión autoritaria. Ambas expresiones fueron, a su vez, símbolo de una Argentina pendular que no ha logrado conciliar aún la democracia con el pluralismo, el orden con la libertad, la autoridad con la partici pación, el desarrollo político con el económico y el social. Muchos, que no han conocido ni experimentado lo que fue la época peronista, la observan hoy a través de un prisma ideológico, en general dominado por una óptica populista. Esta actitud acentúa los valores positivos del proceso, pero a la vez dificulta la compren sión relativamente objetiva de la experiencia con todos sus claroscu ros. Por eso, la historia de la época peronista —de la cual hemos explicado apenas unos aspectos— es una tarea pendiente. 461
Desde el 43, v aun desde el 55, la sociedad argentina se ha transformado v todos sus sectores —v también el hombre argenti no— no se comportan ni perciben al país de la misma manera que entonces. F.l argentino se siente hov profundamente malhumorado. Tiene la sensación de la decadencia, más bien que del subdesarro llo,1 y tiende a ver su situación en el mundo contemporáneo de dos maneras extremas: como el resultado de la presión de factores in ternacionales, con frecuencia de oscuro origen, o como la conse cuencia de cierta incapacidad colectiva para hacerse cargo de un nuevo “proyecto nacional” en reemplazo del que habría presidido la acción de la generación del 80. Sin duda, los argentinos tienen buenas razones para creer que están viviendo la “crisis de la crisis”, pero no es sencillo discernir las causas estructurales de las llamadas covunturales, ni en qué medida la interacción entre factores externos e internos ha llegado a un punto en el que no es fácil producir un nuevo “despegue” V, sobre todo, sostener el proceso hacia adelante. Las interpreta ciones de la crisis varían según las perspectivas. De ahí que para el historiador o el observador se abran ahora muchos más interro gantes que otrora, algunos de los cuales apenas se esbozan como ejemplos de nuevas vías de análisis del pasado. Fn fprimer lugar, no es inoportuno preguntarse acerca del internacional El contorno .r. re ? contorno internacional que condiciona el proceso argentino. Y en segundo lugar, en qué condiciones enfrenta la Argentina a una situación internacional extremadamente fluida v polifacética. F.l poder es cuestionado en todos lados. Los sistemas políticos más evolucionados apenas demuestran capacidad para responder a las nuevas expectativas. El resurgimiento de conflictos ideológicos v de protestas masivas en las sociedades industriales más poderosas de Occidente ha tomado por sorpresa a toda una generación de científicos sociales.- Modelos analíticos partidarios de la presun ción de que la tecnología posindustrial, la sociedad afluente v la heterogeneidad social reducirían progresivamente la violencia so1 Es im portante distinguir entre subdesarrollo político y decadencia política. La Argentina se encuentra en “decadencia" y no en un estado de "subdesarrollo” político, siguiendo en esto los conceptos expuestos de manera excelente por Samuel P. H untington: Política! Develo pm ent and Political Decay. En "W orld Politics", xvu, 1965, págs. 592-405, v luego en Political O rder in Changing Societies, New Haven, 196H. - Confr. Krank E. .Ylyers, Social Class and Political Cbange in W estern Industrial Systems. En "Com parative Politics". Ed. T he University Chicago Press, vol. 2, núm ero ?, abril 1970, págs. 389-412. Y Georges Burdeau, en Revista ''Projet", París, abril de 1970. 462
cial y los conflictos políticos, parecen cuestionados por los suce sos, recientes o en trámite, ocurridos en Francia, Italia, Estados Unidos de América, etc. La aparente solidez de las autocracias es desafiada en España o en Checoslovaquia, mientras un ensayista soviético se pregunta acerca de la sobrevivencia de Rusia en 1984.a La “marea militar” avanza sobre América latina, pero es ostensi ble que los regímenes políticos conducidos por las fuerzas arma das no tienen la misma fisonomía de otrora. La experiencia del Perú, y los procesos políticos y militares del Brasil y la Argen tina ponen en evidencia lo que hemos expresado acerca de la necesidad de estudiar desde nuevas perspectivas el problema de la intervención de los militares en la política actual. El hecho de que los analistas políticos se refieran con alguna insistencia al surgimiento de una suerte de “partido hegemónico” de nuevo cuño, representado por el “partido militar” en el poder; de “siste mas hegemónicos burocráticos-militares” o del esbozo de una es pecie de “república militar”,4 supone la búsqueda de nuevas cate gorías y formas de apreciar el fenómeno político actual en diversos países del mundo. El historiador debe, pues, retomar el proceso de transforma ción político, económico, social, ideológico y militar que sigue a la última guerra, para explicar o plantear nuevas hipótesis de trabajo en torno de la Argentina contemporánea. La época de la “guerra fría” dio origen a factores que actúan todavía. Fue un estado de las relaciones internacionales que sucedió al cataclismo de la guerra de 1939/1945. El conflicto entre la Unión Soviética y los Estados Unidos de América era entonces difícilmente con cebible. Un reajuste complejo de las posiciones nacionales siguió a la derrota del Eje. Ambas potencias emergieron de la guerra como los dos únicos poderes con capacidad para dominar la situación mundial. Nunca, desde el imperio romano,' el poder estuvo tan concentrado como en 1945. El sistema tradicional de las relaciones :1 A m a l r ik , Andrei, L ’ Union Soviétique survivra-t-elle en 19X4?. Edition Fayard, París, 1970. 4 Confr. Carlos A lberto Floria, El poder militar y el poder sindical en la nación, Revista “Criterio”, núm ero extraordinario de 1970. N atalio Botana, La vocación política de los argentinos: burocracia militar o democracia po pulista, en la misma publicación. Rafael Braun, La representación de los partidos políticos y la interpretación del interés público por parte de las fuerzas armadas: un dilema argentino. Ponencia en el coloquio sobre La Democracia en el m undo contemporáneo, citado. M ariano G rondona, La Re pública militar, en Revista “M ercado”, 1970. Dario Cantón, Revolución A r gentina de 1966 y proyecto nacional. En “Revista Latinoamericana de So ciología”, 69/3, noviembre de 1969, págs. 520-543, etc. 463
internacionales entró en declinación; el “genio de la tecnología” había salido de la botella mágica a raíz de la guerra —como alguna vez observó lúcidamente Lerche— v no volvería más a su estuche, mientras los nuevos protagonistas mostraban serias debilidades en sus políticas internacionales de reemplazo. Así como los modos clásicos de las relaciones internacionales pertenecen al pasado, tam bién la “era de la guerra fría” había llegado a su fin. Las relaciones entre la Unión Soviética y Estados Unidos de América se apro ximaron entonces a un nivel de cálculo v racionalidad jamás cono cido, sobre todo a partir de la crisis de Berlín de 1961. El cambio más significativo que reveló al principio la nueva situación fue el renacimiento de la flexibilidad. El mundo de la posguerra y el de la guerra fría eran extremadamente rígidos. Los asuntos internacionales transcurrieron durante un tiempo a lo largo de un solo eje: Unión Soviética, Estados Unidos de América v sus con flictos. El mundo contemporáneo tiene mayores responsabilidades v nuevos protagonistas. Las posiciones fijas e inamovibles han sido erosionadas por el cambio. La “alianza del Atlántico” procura restablecerse en beneficio recíproco de Estados Unidos de América V de Europa, v en desmedro de las regiones situadas del otro lado del hemisferio norte. El impresionante resurgimiento del Japón v el crecimiento v la influencia demográfica, militar e ideológica de China continental conducen a la modificación del juego inter nacional v de la relación de fuerzas. Como advierten, entre otros, el general Beaufre v Henrv Kissinger, el mundo es todavía mili tarmente bipolar, pero política v económicamente es rmdt¡polar. El contorno internacional no sólo se manifiesta a través de los listados nacionales, sobre todo de las “superpotencias". Con tiene, con capacidad creciente v con proyecciones que afectan la autonomía de los grandes Estados contemporáneos —obviamente, por lo tanto, de los más pequeños o más débiles—, a las grandes corporaciones económicas, con capitales v tecnologías en cons tante expansión. Una suerte de “nuevo feudalismo” económico parece sobreponerse a las estructuras de conducción de los Estados nacionales más poderosos.' La realidad v la teoría comienzan a Confr., por ejemplo, Robert Lattés, Un billón de dólares. I d. Plaza & Janés, Barcelona, 1969. “Si continúa el impulso actual —dice— unas sesenta sociedades pueden dom inar el mundo . . . En su conjunto tendrán, antes de 1985, un billón de dólares de cifra de negocios anual. Los líderes de este pelotón de cabeza tendrán, cada uno de ellos, un volumen de negocios anual superior al presupuesto de Francia. Asi, pues, en térm inos de poder finan ciero, varios de esos gigantes serán más im portantes (jue Francia. Casi cin cuenta de esas sociedades serán de origen americano, v como todas ellas 465
El renacim iento de la flexibilidad
La "doble vida" de la Argentina
imponer o a proponer reflexiones críticas en torno de la vigencia de nociones clásicas, como la de la soberanía del Estado y la soberanía nacional. En regiones que han visto nacer al Estado na cional, ha comenzado un movimiento tendiente a desacralizar y a desmistificar las nociones de Estado y de soberanía, para hacerlos permeables al control de la razón teórica v de la razón práctica. El bien común sólo debería ser sagrado para la conciencia cívica, se observa. Las diferentes formas de Estado y de soberanía no tendrían otro valor que el de medios vinculados al bien común. Pero ese criterio predominantemente moral —por lo tanto, c'pntinente de una perspectiva de la realidad—, implica insistir sobre las nociones de competencias y de responsabilidades más bien que sobre las de poder en la justificación de la soberanía. Supone buscar fórmulas —de un tipo próximo a las federalistas— para salvaguardar a la vez la existencia original de los grupos humanos v su unidad, aunque no elimine todas las tensiones11. Esa tendencia tiene en vista un proceso internacional que puede conducir de otro modo a nuevas e insólitas catástrofes, pero debe transitar por un mundo que presencia el renacimiento de sentimientos nacionales v nacio nalistas, a menudo como formas de manifestar la afirmación de grupos humanos amenazados por un contorno hostil en el que los más poderosos se desentienden de los más débiles. El historiador tendrá aún mucho que decir para colaborar en la explicación de las causas de tales procesos simétricos. Frente a las contradicciones actuales, tiene vigencia la idea, aparentemente paradójica, de que la interdependencia y la solidaridad verdadera de las naciones dependen hoy de su independencia nacional." Situada en América latina, tradicionalmente ligada —cuando no alienada— a Europa, parte del sistema americano cuya poten cia dominante son los Estados Unidos, la Argentina ha vivido una suerte de “doble vida”, expresión v proyección a la vez de sus dualidades internas. Hay una Argentina “latinoamericana”, así como hay una Argentina “europea”. Se advierte una Argen tina próxima —prójima— a América latina en aquellas regiones habrán tenido que jugar, de grado o por fuerza, el juego de los grandes espacios económicos, habrán extendido el territorio de sus operaciones a las dimensiones del planeta.” Cit. por Jean-Jacques Servan-Schreiber en El desafío radical. Ed. Plaza & Janes, Barcelona, 1970. Ver en el mismo sentido J. K. G albraith en La nueva sociedad industrial. 11 Confr. Chronique sociale de b'rance, “M ythe du passé: la souveraineté nationale”, cahier 3, junio de 1970, Lyon. 7 Fran^ois Perroux, Indépendance de la nation. Ed. A ubier-,Montaigne, París. 1969. 466
que 110 forman parte del área integrada por la Capital Federal, parte del Gran Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos. Mientras ésta aporta algo más del 80 % del producto total del país, el resto participa con .el 13 % y el sur con poco menos del 3 Vt. El área metropolitana concentra más capitales, atrae una mejor tecnología, tiene índices más altos de productividad, mano de obra de mavor calidad, mejores salarios y servicios, y vive las expectativas y contradicciones de las sociedades industriales des arrolladas. La “otra” Argentina revela, por su parte, la profundidad del dualismo regional y sus consecuencias. Sin embargo, los condicionamientos del contexto internacio nal parecen indicar con claridad suficiente que el futuro de la Argentina está comprometido con el de América latina. El futuro de ésta, a su vez, está vinculado a la forma de sus relaciones con la potencia hegemónica v con la posibilidad de la región de lograr una relativa autonomía. El futuro de la Argentina está en Amé rica latina, v será a través de ella que los argentinos podrán sobrevivir como nacionales de un Estado independiente, lo que significa que la independencia nacional pasa hoy por la codependencia nacional, una de cuyas formulaciones es la integración latinoamericana.* Para incorporarse al proceso de integración regional, la ma yoría de los países ha puesto por delante su propia consolidación nacional. Algunos han aspirado a conducir o a compartir la con ducción de aquel proceso, allí donde se ha dado o está en trámite. Sin embargo, es difícil arribar a un régimen interno consolidado y legítimo en una situación regional de dependencia; por otra parte, para contribuir eficazmente a la conducción de la integración latinoamericana habría que reunir varias condiciones. La primera se vincula con las “dimensiones” de un Estado nacional. Si no se tiene una dimensión geográfica, política, económica v demográ fica suficiente, falta una de las condiciones para aspirar a lo que se llama el liderazgo del proceso. La segunda, es tener estabilidad política interna, sin la cual es difícil si no imposible una política internacional coherente, sostenida y consecuente. La tercera se refiere al prestigio del Estado nacional según lo perciben sus veciN lin este punto parece oportuno señalar que tanto los protagonistas como los teóricos de ¡a integración, cuanto los propios historiadores, han atendido muy poco —cuando lo han hecho— a la influencia de la historia y de su enseñanza en el proceso de integración. Hasta ahora, la forma en que se presentan los problemas históricos latinoamericanos conspira contra acti tudes integrativas.
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El dualism o regional
La Argentina y América Latina
nos o co-regionales, así como el status internacional de aquél. La cuarta, poseer vocación internacional: universal, regional o subregional. Y la quinta, el desarrollo de una política deliberada que se traduzca en acciones interpretativas de las aspiraciones de la co munidad internacional a la que pertenezca.” Ningún Estado latinoamericano reúne hov todas esas condi ciones, lo que indica que el liderazgo de un proceso de integración latinoamericana o de cualquier política regional debe ser necesa riamente colectivo. Quien aspire a sobrevivir como nación deberá tener una respuesta adecuada a lo que esas condiciones sugieren v a la medida de su realidad v propósitos. Si no parece posible que un Estado pueda pretender, solo, el liderazgo en América latina, el mismo deberá ser colegiado. Y es probable que el pro ceso internacional induzca a que las condiciones para integrar esa colegialidad no sean sólo económicas v geográficas, sino también tecnológicas, niilitares e ideológicas. Desde el punto de vista de las condiciones necesarias para aspirar a un liderazgo regional, se puede apreciar el proceso histórico argentino a partir de la Inde pendencia. Las ideologías americanistas tuvieron vigencia en lo que sería la República Argentina al mismo tiempo que las ideolo gías autárquicas. Pero sólo cuando dominaron ideologías que co rrespondían a las que eran militantes en su tiempo, las tendencias autárquicas fueron neutralizadas. Eso ocurrió durante el período de la emancipación, volvió a advertirse en el período de la orga nización nacional y del predominio liberal, v retornó en la década del 40. Sin embargo, algunas de las condiciones necesarias para un liderazgo no se han dado. La dimensión geográfica de la Argentina no ha sido acompañada por una dimensión económica v sobre todo demográfica, características de los Estados-continente con aspira ciones al liderazgo.1" La política interna se ha caracterizado por la !l Buena parte de estas ideas se extraen de Justo Lipsio, El futuro latinoamericano de la Argentina, Revista “Criterio", Buenos Aires, diciembre de 1966. Confr. también Carlos A lberto Floria, Estrategia para la formación del sistema político. Condicionamientos regionales para un nuevo liderazgo, “Revista de la Integración", IN T A L , Buenos Aires, mayo de 1968, nv 2. Sobre las diferencias entre la "dependencia consentida" característica de la política exterior argentina anterior a 1930, y la dependencia parcial e infor mal posterior, ver el interesante trabajo de Félix Peña, Argentina en América latina, en “Criterio", nv 1609/10, diciembre de 1970. 10 Confr. Censo Nacional de Población de 1970. En el curso de nuestra historia hemos advertido sobre la, por otra parte conocida, expansión ace lerada del núcleo urbano en torno del puerto de Buenos Aires, a expensas del resto del país. Lo que el Consejo Nacional de Desarrollo denomina la Región M etropolitana —aproxim adam ente la Capital Federal más los partidos 468
inestabilidad —sobre todo a partir de 1930— mientras la política exterior padeció por inconsecuencia, carencia de cuadros diplomá ticos suficientes v falta de objetivos en el nivel de cada etapa histó rica. Por otrá parte, el prestigio de la Argentina en la región ha sufrido por la escasa ejemplaridad de sus logros políticos. Difícil mente la comunidad regional latinoamericana hava podido sentirse reflejada o interpretada por una Argentina que, en todo caso, sólo habría aspirado a constituirse en los últimos tiempos en un partenaire “serio” de Estados Unidos de América o de Europa occidental. Lo expuesto indica que es posible elegir más de una perspec tiva para interpretar el proceso histórico argentino e intentar una comprensión general de la crisis contemporánea. Incluso la califi cación de la etapa actual de la vida argentina como crítica es, por sí misma, una interpretación. Significa que ve el proceso argentino de este siglo como un plano inclinado. La Argentina no se hallaría, n este sentido, en una etapa del subdesarrollo político o econó mico, sino en un momento histórico relativamente extenso de decadencia, sobre todo política. Cuándo comenzó esa decadencia —que de existir no hace sino poner de manifiesto que en política hay etapas de progresión v de regresión, v no desarrollos o progre sos lineales ininterrumpidos— es un tema polémico pero importante. No faltan interpretaciones que parten de la época del Centenario, v que atribuyen a las clases medias en ascenso a través del partido Radical el fracaso en su respuesta al desafío político v económico implícito en el predominio de las clases sociales superiores, espe cialmente de la “oligarquía terrateniente”." N o sólo no se habría aledaños—, tenía en 1970 nada menos que 8,4 millones de habitantes. Nuestro '.cipal conglom erado urbano" está situado, pues, sólo después de Nueva Y o ,. , T okio y México. Pero si se considera la relación existente entre ese conglom erado y la población total del país, Buenos Aires está en el segundo lugar detrás de M ontevideo. El 37 % de la población de la A rgentina vive, en efecto, en la región m etropolitana. El 41 % de la uruguaya en torno de Montevideo. Sólo el 8 % de la de México —y aproxim adamente la misma proporción de las de Inglaterra y Francia—, vive en las ciudades capitales correspondientes. Tokio apenas sobrepasa el 10% de la población del Japón. La distorsión demográfica argentina es impresionante y la tendencia desintegradora que dicho factor implica puede ser expuesta a través de muchos ejemplos. Un partido suburbano com o La M atanza tiene, según lo lia reve lado el Censo de 1970, más población que cualquiera de la m ayoría de las provincias. El censo de 1970 establece provisionalmente que la población argentina es de 23.364.431 habitantes. 11 Confr. en este sentido el interesante artículo de T heodore H. Moran, T/pe 'Development' of Argentina and Australia. The Radical Party of A r gentina and the Labor Party of Australia in the Process of Economic and Political Development. En “Com parative Politics”, T he U niversity Chicago Press, vol. 3, núm ero I. octubre de 1970. págs. 71-92, donde compara el papel 469
de interpretación para la Argentina contemporánea V ia s
La "de cade ncia"
logrado poner nuevas bases para un cambio social progresivo, un desarrollo económico sostenido v sobre todo para la integración política, sino que el partido Radical, con toda su fuerza y su policlasismo interno, no fue capaz de “construir instituciones de com promiso" aptas para una democracia estable. Dicha interpretación sugestiva v verosímil, aparte de desenten derse del problema de la forma dependiente de vinculación con el exterior, “sitúa” entre 1916 v 1930 el punto de partida de un proce so de decadencia que otros ubican a principios de la década del 50, se introduce en una época que es, al mismo tiempo, la que corres ponde a la implantación del sufragio universal. Atribuir sólo al partido Radical la responsabilidad del principio de un proceso de decadencia, supone rehuir una perspectiva más compleja: la crisis de legitivtidad política. Ésta no habría sido la consecuencia de la “falla" unilateral del partido Radical, sino el resultado de la falta de consecuencia de casi todos los sectores políticos con el principio de legitimidad igualitario implícito en la prédica en favor de la vi gencia efectiva de la Constitución Nacional. La tesis de Moran no queda, por eso, invalidada, sino inserta en un contexto más amplio en el que no sólo los radicales —cuyo líder, Hipólito Yrigoyen, pre gonaba la necesidad del respeto a la Constitución mientras manifes taba su predilección por las vías revolucionarias—, sino las demás fuerzas políticas de la época v sobre todo los conservadores, demos traron escasa lealtad a las reglas de juego cuyo respeto hubiera per mitido la consolidación de la precaria legitimidad que acompañó al intento de Roque Sáenz Peña. Esa legitimidad inicial, que consoli dada hubiera significado el acuerdo básico colectivo en torno de los principios conductores de la convivencia política y el respeto por las reglas de transferencia del poder político, estalló bajo la presión de la prédica nacionalista antiliberal, de la intervención militar en la conducción de la sociedad política, y de la deserción de los princi pales sectores dirigentes respecto de los principios de la democracia pluralista. Desde entonces existe un consenso generalizado acerca de que la Argentina carece de un régimen político estable, pero no integrativo y progresista desempeñado por el partido Laborista de Australia —el primero de su tipo en el m undo, fundado en 1909— y el papel del partido Radical, según el autor, fallido en su intento de cambio estructural v de desplazamiento de la élite dom inante conservadora, y su rol de integrador social. Tam poco el peronismo —pese a su papel positivo en cuanto al ascenso de los sectores populares—, logró la integración política. (Confr. Charirma, Migration and Elite Coalescence. A n interpretation of Peronisvi, de David J. Butler. En la misma revista, vol. 1. núm ero 3, abril de 1969, págs. 4H--H9J 470
La crisis de la legitim idad política
existe el mismo consenso en torno de las causas v sobre todo de la terapéutica aplicable para salir de la decadencia política. Junto a la prédica en favor de la democracia no han faltado desde entonces viejas v nuevas prácticas de injusticia política: el fraude, la opre sión de las minorías, la proscripción. Paralelamente, se ha carecido de consecuencia en los sectores dirigentes respecto de la importan cia que tiene el régimen político en sí mismo, aparte de la perse cución de tal o cual objetivo económico, cultural o social. Los economistas han dado también su interpretación. La crisis argentina ha sido expuesta como el resultado de un proceso de hidustrializacióv tardía. Tardía respecto de la transformación irtdustrial de las sociedades desarrolladas, que habrían pasado por estadios históricamente desplegados cotilo en una secuencia: pri mero, un estadio en el que el Estado se com portó como una po tencia absolutista, racional v reguladora. Sin otros límites para su acción que los mencionados respecto del absolutismo, transformado el poder por su capacidad de control social, las naciones que serían más tarde “sociedades industriales” del tipo occidental atendieron, predominantemente, a la acumulación de capital. Esta acumulación permitió el desarrollo industrial sin preocupaciones sociales. La apertura política, el despeje de las vías de acceso al bienestar v a la participación política democrática, vino bastante después v de manera progresiva. La democracia política anglosajona, por ejem plo, no precedió sino que sucedió a la industrialización. Esos esta dios se dieron, por decirlo así, uno después del otro.1En el caso de la República Argentina —nación cusas expec tativas, especialmente en el área metropolitana, viven \ crecen al compás de las sociedades industriales desarrolladas—, las aspiracio nes se han ido acumulando. Al no resolverlas por “partes”, los sectores dirigentes contemporáneos no han podido controlar esas expectativas. Éstas los asedian, difundiendo una sensación de im paciencia v frustración. El argentino requiere, a un tiempo, un poder político efectivo; participación popular en el sistema polí tico; una economía sólida, estable, v con un ritmo sostenido de crecimiento. A la vez, pretende una distribución más justa de los recursos v beneficios económicos, fc'.l problema reside —según lo que se ha dicho— en hacer compatibles en el tiempo objetivos deseables que no es fácil compatibilizar aún en teoría, v que es difícil conciliar en el espacio. Como el argentino predica v —en 12 Confr. Eldon K enw orthy, Argentina. The Politics uf Late hidustrialization. F.n “Foreign Affairs". abril de l
La “ industrialización ta rd ía "
“ Entre una Argentina que muere y otra Argentina que bosteza" -parafraseando a Antonio Machado-, se advierte el epílogo y el prólogo de dos épocas, de una sociedad pluralista y com pleja donde el poder sindical, el poder industrial y el poder m ilita r disputan la conducción política a los partidos, y la juventud, los ideólogos v sectores de la Iglesia llamados "del Tercer M undo" constituyen
su mayoría— cree en la democracia que cuando es pluralista supone conflictos v tensiones, no es extraño que aquellas expecta tivas pretendan que un régimen político democrático se caracte rice por una eficiencia v rapidez para satisfacerlas, mayores que las que la lógica interna del sistema permite. Las intervenciones militares de los últimos tiempos han sido, en parte, consecuencia de la manifestación de esas impaciencias, racionalizadas a través de estatutos v actas revolucionarias expresivas de innumerables contradicciones. El diagnóstico previo a la elaboración de algunos planes eco nómicos parte, asimismo, de la distinción analítica de dos períodos en los últimos veinticinco años, en los cuales se habrían aplicado estrategias definidas de desarrollo económico: 1945-1952 y 19591962. La primera estrategia, llamada “distribucionista”, tuvo “la intención expresa de alcanzar los objetivos de crecimiento, distri bución del ingreso e independencia económica”.,H El desarrollo industrial fue impulsado por la expansión de la demanda, y la estrategia tuvo relativo éxito v mostró sus limitaciones hacia 1952, año que hemos llamado clave del período peronista. Entonces, se vio que la estrategia trazada en 1945 no podría responder a la creciente necesidad de importaciones de bienes intermedios recla mados por la industria, que la política de ocupación y de salarios y el proceso inflacionario deterioraban seriamente la capacidad de inversión y el rendimiento de las empresas públicas, y que la reac tivación del mercado internacional de capitales —a partir de la crisis de Corea— v la rápida expansión de la demanda mundial por productos agropecuarios, fueron fenómenos desaprovechados por la situación de la estructura productiva nacional. Luego de un período de transición que se caracterizó por el intento de rees tructurar el sistema productivo, la estrategia “integracionista” intentó resolver el desequilibrio del sistema de producción desarro llando una oferta nacional de productos básicos. Apoyada casi exclusivamente en la integración del sector industrial y dirigida a establecer la industria básica sustitutiva de la importación de bie nes intermedios, en particular de combustibles, acero, papel y productos químicos, la estrategia “integracionista” partía del su puesto de que el desarrollo integrado del sector industrial crearía condiciones físicas, técnicas v empresariales para que la expansión agropecuaria fuera posible más adelante, e incluso para que en el Extraído del Proyecto de Plan Nacional de Desarrollo, 1970/71, de la Secretaría del CONADt*., vol. i, “Análisis G lobal”, prim er cuatrim estre de 1970. Buenos Aires. 474
"D istribucion ism o' e "inte gracion ism o’
futuro se produjeran cambios en la capacidad operativa v de inversión del Estado v de los empresarios nacionales. En realidad, fueron las empresas de origen extranjero las que estuvieron en condiciones de aportar capacidad operativa, capital v tecnología para el desarrollo industrial, mientras aparecía en la Argentina el fenómeno llamado de desempleo estructural. Parecía haber surgido tanto una creciente disparidad en los salarios de trabajadores ocu pados en sectores dinámicos de la industria favorecida por dicha política v los que permanecían en sectores tradicionales, cuanto el “ensanchamiento de la brecha entre los ingresos en regiones favorecidas y el resto del país”. Analizada históricamente, la estra tegia integracionista “adquiere el significado de un replanteo de la estructura económica destinado a resolver sus desequilibrios más evidentes, a superar las restricciones provenientes del sector exter no, de la escasa eficiencia v de la necesidad de renovación tecno lógica del sector industrial”.14 Luego de la crisis de 1962-63 y de la recuperación operada hasta 1967, el período más reciente habría tenido como resultado importante, en términos estructurales, la recuperación de la capacidad inversora del Estado v de la capa cidad operativa de las empresas públicas, unidas al relativo y tran sitorio control del fenómeno inflacionario. En el seno de la vida ideológica de los argentinos se advierte la confluencia de corrientes que se abren luego en nuevas ideolo gías, que a menudo no son tan “nuevas”, pero que sugieren cada una cierta particular interpretación de la crisis argentina y de la ubicación de los argentinos en el mundo y en la historia. Las expli caciones v teorías que a modo de ejemplo se expusieron hasta aquí, constituyen a veces un segmento de las interpretaciones ideológicas, f'.stas reconocen aún la vigencia de alguna de las grandes ideologías que han llegado con fuerza distinta al último cuarto del siglo xx: el liberalismo, el marxismo, el nacionalismo y el catolicismo social predominan en las diferentes corrientes ideológicas. Pero éstas tienen, a su vez, vertientes internas de fuerza diferente, según influya sobre elfos el tema internacional, el tema económico, el tema del conflicto de clases. Las combinaciones difieren v multi plican las capillas ideológicas dentro de cada corriente. El renaci 14 Confr. Análisis global del Proyecto del C O N A D I., citado, fc'.l pá rrafo comienza expresando, sin em barco, que: "Desde el punto de vista de los objetivos de crecim iento, distribución de ingresos y soberanía que procura el Plan, la estrategia iyitegrai'ionista aparece como temporalm ente regresiva." 4 75
La vida ideológica
miento del nacionalismo trajo consigo la revisión de las ideologías internacionales vigentes a través del prisma del “interés nacional”. El problema del desarrollo ha dado lugar a la difusión de una interpretación asociada con un modo particular de concebirlo co nocido como “desarrollismo”. La militancia del peronismo v la ideologización de los movimientos populares a través de la con cepción del pueblo como entidad, como “todo orgánico” en un sentido neorromántico, ha dado vigencia inusitada al “populismo". Pero el nacionalismo v el populismo son maneras de concebir el papel de la nación v del pueblo que penetran a las ideologías mili tantes, más bien que constituirse en alguna de ellas. En la búsqueda de la convergencia, el nacionalismo procura abandonar su pasado aristocratizante para reconocerse en el “populismo” que invade las concepciones económicas, la sociología, las expresiones políticas y aun la teología. El populismo, a su vez, no se legitima sino a través de los movimientos “nacionales”. El marxismo no permanece ajeno al proceso, v estalla en innumerables sectores alimentados algunos por el “marxismo ortodoxo”, que responde a las direc tivas formales e informales de Moscú, v sobre todo por el “mar xismo nacional”. Mezcla detonante de nacionalismo v marxismo, éste procura neutralizar otra mezcla otrora dinámica: la de nacio nalistas v conservadores, propicia a la reaparición, fuera de su época, de nuevas versiones del fascismo. F.l liberalismo, mientras tanto, evoca la lucha sorda entre quienes sólo expresan su vertiente económica, v quienes, fieles a la trayectoria histórica del ideario liberal, retienen todo lo valioso del liberalismo político para pro teger al hombre frente al poder en el derrotero hacia nuevas for mas de vida social y económica. Focos dudan que la democracia es el denominador común de las corrientes ideológicas que habrán de mantener mayor vigencia en el futuro próximo, v que por largo tiempo seguirá constitu yéndose en el “concepto legitimador” de los regímenes políticos que aspiren a la permanencia o a cierta duración estable. Pero no siempre se atiende al hecho de que pocos conceptos se prestan hoy a mayores confusiones v que, como observa agudamente Giovanni Sartori, si se define incorrectamente la democracia nos exponemos a rechazar algo que no hemos identificado debidamente v a obte ner, en cambio, otra cosa que de ninguna manera hubiéramos deseado. El historiador percibe, por un lado, una excesiva instru mentación del pasado en función de interpretaciones ideológicas
cuya calidad no pone en tela de juicio. Pero el teórico político podría advertir, por el otro, que el desprecio por la teoría —v en este caso de la teoría democrática— puede conducir a inconsecuen cias notables por ignorancia, y no sólo por mala fe. Al mismo tiempo, es mucho lo que aún se debe avanzar en los análisis históricos, políticos, sociológicos y económicos, para rela cionar el desarrollo político con el desarrollo socioeconómico. Martin C. Needler ha puesto en evidencia, en un estudio relativa-' mente reciente, que se ha supuesto con alguna ligereza una relación necesaria entre desarrollo político entendido como “democracia estable”, y cierto nivel de desarrollo económico. Ubicados los países latinoamericanos en una tabla que tenga como indicadores el producto bruto nacional y la “democracia es table”, ocurre que la prosperidad relativa de la Argentina la sitúa en una posición de privilegio, mientras Chile, por ejemplo, aparece en el sexto lugar y México más lejos, muy cerca del Brasil. La experiencia indica, en cambio, que el caso argentino no ha res pondido a las previsiones de las teorías criticadas. Una conclu sión análoga se obtiene si se introduce un nuevo indicador: el de la participación política, medida a través de la participación elec toral. La Argentina*vuelve a aparecer primera en el rango, en cuanto a participación electoral, pero en el decimocuarto lugar en cuan to se indica “régimen constitucional estable”. Antes que una corre lación necesaria entre estabilidad política, desarrollo económico v participación, parecería que al principio, al menos, se daría una rela ción inversa entre estabilidad y participación. En otras palabras, un país económicamente desarrollado puede dirigirse hacia un grado apreciable ae desarrollo político, entendido aquí como una demo cracia pluralista estable. Peró puede acontecer que un proceso de participación política cicciente traiga consigo un período de inesta bilidad, que podrá ser superado cuando la sociedad recobre el equi librio entre el sistema político v la nueva fisonomía de la realidad que el proceso de incorporación sociopolítico produjo. Analizar históricamente el proceso contemporáneo de la Argentina desde esa perspectiva es, sin duda, incitante, sobre todo cuando se comprueba que los períodos de crisis más profundas han sucedido a la incor poración de sectores sin participación política suficiente —los sec tores medios durante el radicalismo gobernante, los sectores obreros durante el peronismo—. En general, no puede otorgarse mayor participación política sin enfrentar el problema de requerimientos 4 77
por una mayor justicia distributiva o, si se prefiere, de una más extensa participación en los bienes y beneficios económicos.' F.l conocimiento histórico brinda datos fundamentales para elegir entre las distintas explicaciones que puedan elaborarse res pecto de cuáles son las condiciones que se deben satisfacer para que una determinada forma de vida de la sociedad política sea posible, y cuáles hacen posible que esa forma funcione. Si se trata de la democracia, aquellas explicaciones se refieren a su génesis, v éstas a su funcionamiento. Lo expuesto demuestra que mientras algunos escritos conectan el régimen democrático con ciertos presupuestos económicos v sociales, otros advierten sobre la necesidad de ciertas creencias, prácticas v hábitos así como actitudes psicológicas entre los ciu dadanos, v una tercera corriente insiste en la dialéctica entre con flicto v conciliación como esencial a la democracia. El problema principal reside, quizás, en no confundir “correlación” con “causa” ni en substituir por condiciones necesarias lo que podría acep tarse como condiciones propicias. Sin necesidad de llegar a los extremos de las explicaciones de Marx v Engels o de los “economicistas” norteamericanos, que recorren vías interpretativas aná logas, el historiador comprueba cierta interacción circular entre los factores políticos, sociales v económicos, nacionales e internaciona les, y en todo caso estaría dispuesto a conceder que en cada tiempo v lugar esos factores no actúan siempre con la misma intensidad. Pero nadie ignora hov que la realidad es suficientemente com pleja como para que las ciencias sociales havan dividido su trabajo para aprehenderla desde distintas perspectivas. En las ciencias so ciales, lo que constituye un “problema" para una disciplina es simplemente un “dato” para la disciplina contigua. El economista toma como “dato” la cultura v las instituciones; el sociólogo la estructura política; v el politicólogo la estructura social. El histo riador tiene a la vista estructuras, instituciones, procesos v actitu des, v así como advierte que la ignorancia de la historia conduce a la inocencia ante la realidad, debe aceptar hoy que sólo con la mayor cantidad de datos de las otras disciplinas podrá contribuir a la comprensión más aproximada del pasado v de sus potencia lidades. '•'* N eedler , M artin C., en “T he American Political Science Review", vol. lxm , nv 3, setiembre de 196H, pág. 892 y sgtes. F.l com entario crítico de Needler apunta, sobre todo, a algunas interpretaciones de l.ipset, Almond v Coleman. 478
A N K X () IVSS/I97II - Hreve crónica del período El 2 de octubre de 1955 Perón arribó a Asunción; el 17 fue internado en Villarrica, a 175 km de la capital paraguaya; en noviembre fijó su resi dencia en Panamá y años después se refugió en Caracas y en la República Dominicana, para term inar posteriorm ente en M adrid. Su exilio no significó el fin del dilema peronismo-antiperonismo. Los revolucionarios de 1955 vi vieron una breve etapa de conciliación. Kn realidad, intereses, actitudes y mentalidades diversas habían coincidido sólo en un hecho: el de la ruptura del régimen peronista y la expulsión de su jefe. Luego, 'cada grupo, partido, mentalidad o interés procuró im poner sus designios. En su prim er discurso, el presidente Eduardo Lonardi, acompañado por el vicepresidente Isaac Rojas, expresó una fórmula generosa, casi un siglo después de Urquiza: “Ni vence dores ni vencidos”. Manifestaba el espíritu del jefe revolucionario, pero desafiaba la lógica interna del conflicto existente, pues para el antiperonismo —como para el antirrosismo de otrora— había vencidos, v estos no debían retornar al poder. En noviem bre de 1955, un golpe de palacio dentro de la estructura del poder militar desplazó a Lonardi —quien poco después m urió— v asumió el poder el general Pedro Eugenio Aram buru, quien representaba entonces al antiperonismo intransigente opuesto al nacionalismo. Su gestión se extendió hasta 1958 y significó una especie de “reversión" política, en cuanto tradujo en cierta manera la intención de restaurar el régimen v los factores decisivos operantes en la época previa al surgimiento del peronismo. Como dijo Ortega, el problema de perm anecer en una actitud "anti” es que ésta supone un mundo en el que el enemigo no existe. Como ese mundo es precisamente el anterior a la presencia del enemigo, el "anti" hace las cosas de tal modo que recrea las condiciones que dieron vida al enemigo. El antiperonismo no era, pues, una política, como quedó dem ostrado durante la gestión que siguió a la caída del general Lonardi. un nacionalista honesto, un valiente militar, pero un político inhábil. A mediados de 1957 el gobierno convocó a elecciones de constituyentes para reform ar la Constitución de 1949, luego de un dictamen de la Junta Consultiva Nacional que aconsejaba reforzar la enumeración de derechos v garantías, incorporar ciertos derechos sociales, limitar el derecho de pro piedad, proteger la organización cooperativa, declarar la plena soberanía del Estado Nacional y de los Estados provinciales sobre las fuentes de energía que se encontrasen en los respectivos territorios, prom over el federalismo v el fortalecim iento de las autonomías comunales, limitar las facultades del poder central, suprim ir la disposición constitucional sobre la posibilidad de reelección del Presidente y del Vicepresidente, reforzar la relativa indepen dencia de los poderes legislativo y judicial, y limitar las facultades del poder ejecutivo en lo relativo a la asignación y remoción de empleados públicos. El propósito fue tanto eliminar las reformas del 49 e introducir nuevas con cierto espíritu social, cuanto calcular el peso de las distintas fuerzas políticas 479
antes de que se llevara adelante un plan político electoral. A parte del peronis mo, la fuerza popular más im portante, surgió la U nión Cívica Radical del Pueblo, que sería destinataria de los beneficios de la revolución. Fracción re presentativa de los viejos cuadros radicales conducidos desde la provincia de Buenos Aires por el dirigente Ricardo Balbín, soportó el desprendim iento de los seguidores de A rturo Frondizi, que form aron la U nión Cívica Radical In transigente. La Unión Cívica Radical del Pueblo, integrada también por el ala “unionista” —prolongación más o menos discernible del alvearismo— y por los intransigentes —con su centro de poder en Córdoba y herederos del sabattinismo—, tenía predicam ento en sectores rurales que tradicionalm ente respondieron al radicalismo; en sectores de la clase media y en la burocracia; ertre las generaciones maduras y en sectores de mentalidad tradicionalista. Se presentó com o la opción antiperonista y la continuadora de la revolución del 55, cuya gestión no habría de juzgar, y muchos conservadores la siguieron. A la izquierda del viejo radicalismo había surgido una • fuerza heterogénea, dinámica, con apoyo de algunos caudillos provinciales, del reformismo univer sitario, apoyada por sectores empresarios y tecnocráticos, y transitoriam ente por sectores del peronismo. La U nión Cívica Radical Intransigente —U. C. R. I.— de A rturo Frondizi, impuso así la imagen de una fuerza política con cuadros "técnicos" y con una ideología m odernizante e industrial. Los conservadores, los socialistas y los demócratas progresistas apenas tenían alguna expresión local. Nuevas fuerzas políticas procuraron abrirse paso: la U nión Federal Demócrata Cristiana, dirigida por M ario Amadeo, con los cuadros del nacio nalismo clásico, buscó canalizar el apoyo peronista, proscripto este movimien to. El partido D em ócrata Cristiano recibía aún los beneficios de la reacción católica contra la persecución de Perón y la imagen de los gobiernos democristianos europeos. Por un tiem po concilio a dirigentes reformistas, sobre rodo del interior, con representantes del catolicismo liberal y de la alta clase media, constituyendo al cabo- una fuerza política ponderable pero inofensiva que se distinguía del conservadorismo católico. O tra parte de la nueva fuerza política estaba más cerca de una suerte de socialismo dem ocrático, salvo en las llamadas “cuestiones mixtas” —educación, familia— y con el tiempo se fraccionó en dos sectores, uno de los cuales, como en los demás partidos tradicionales, procuró acercarse al peronismo com partiendo m uchos de sus tópicos ideológicos. Fue el único m om ento de relativa vigencia de la demo cracia cristiana com o fuerza política. Con el tiem po quedaría planteado el interrogante de si podía fraguarse un partido Dem ócrata Cristiano en un cua dro político donde no existen diferencias religiosas profundas y en el que el peronismo había levantado en su m om ento algunas de las banderas del catoli cismo social. Incluso cuando se advierte que las democracias cristianas de todo el mundo estarían cum pliendo su ciclo. Por fin, una suerte de “poujadism o” nacional con respaldo financiero y cierto sentido de la oportunidad fue expresado por el partido Cívico Independiente, dirigido por el ingeniero Alvaro Alsogaray. Los comicios para constituyentes del 57 fueron ganados, en rigor, por el peronismo. Su caudillo, que había recobrado la capacidad de maniobra y la percepción de la realidad, demostró escrutarla m ejor que sus adversarios: el voto en blanco, que expresó a un peronismo disciplinado, fue primera minoría. La asamblea constituyente del 57, representó -al cabo a menos de la mitad del electorado. A poco de em pezar las sesiones se retiraron los representantes de la U nión Federal y la U .C . R. I. Los partidos tradicionales expusieron sus debilidades internas y su escasa capacidad de 480
Viejas y nuevas fuerzas
autocrítica. A rturo Frondizi, mientras tanto, se situó hábilmente dentro del sistema, pero próxim o al peronismo. Las elecciones de 1958 señalaron otra vez la fuerza persistente del peronismo, cuyo líder “pactó” con Frondizi y éste recibió el apoyo de millones de sufragios del partido proscripto. La fórmula Frondizi-G óm ez obtuvo 4 090 840 votos. La U. C. R. P., que siguió a la U. C. R .l. con el binomio Balbin-del Castillo, totalizó apenas 2 624 454 sufragios. Los 831 558 votos en blanco m ostraron aún la fuerza del peronismo intransigente,'m ientras la duc tilidad de Frondizi procuraba superar un conflicto latente y profundo me diante concesiones a los mandos militares antiperonistas, al nacionalismo desplazado desde la caída de Lonardi, a la Iglesia, al poder industrial y a los sectores populares. La experiencia del “integracionismo desarrollista" com en zó, pues, herida por sus contradicciones internas y, sobre todo, por el asedio del poder militar, que había cedido el gobierno pero no el poder efectivo.* Las elecciones legislativas de 1960 revelaron cambios importantes: los votos en blanco que representaban en su enorme m ayoría al peronismo sumaron 2 086 238; la U .C . R. P. siguió con 2 060 339 y la U. C. R .l., rotas sus alianzas y renovado su electorado a raíz de los cambios en la política froridizista y de la deserción del peronismo, 1 783 253 votos. Buenos Aires y Santa Fe eran baluartes del peronismo —sobre todo el G ran Buenos Aires— y el proceso político llevó al Presidente a alentar la polarización perm itiendo la participación formal de la fuerza derrotada en 1955. La prim era y última experiencia se realizó en las elecciones legislativas y de renovación de gobernadores de 1962. La confusión política era extrema, así como la atomización de las fuerzas: 27 partidos presentaron candidatos. De 94 asientos legislativos, 45 fueron ganados por el peronismo, que dominó varias provincias, fundam entalm ente la de Buenos Aires. El presidente Frondizi había calculado mal las condiciones en las que él y el país llegaban a ese mo mento. Procuró anticiparse a la presión militar y conservar el gobierno decre tando la “intervención” de las provincias donde el peronismo había triunfado. T od o aconteció entre el 18 y el 19 de marzo de 1962. D iez días más tarde una junta militar depuso al Presidente y luego de confusos episodios asumió el mando quien había sido hasta entonces presidente del Senado, el doctor José ¡María Guido. La crisis política se planteaba, entonces claram ente, en el poder militar. Había renacido una corriente aparentem ente “profesionalista”, asociada a motivaciones de orden corporativo y a factores que unían a jefes pertene cientes a una de las armas del ejército que reunía a la parte más decidida y coherente de la élite militar: la caballería. Conocida como la corriente “azul” y acaudillada por el nuevo com andante en jefe, general Juan Carlos Ongánía, enfrentó a la corriente “colorada”, que reunía a los militares fran camente golpistas y antiperonistas y a la marina de guerra, representativa también del antiperonismo rntransigei ite. N o puede entenderse esta crisis sin atender a la aparentem ente trivial pero profunda cuestión de las “armas” dentro del ejército, y de las armas militares entre sí. La política aparente del * Los dilemas de la política de Frondizi fueron analizados y previstos en un editorial de la revista “C riterio” titulado El problema político presente, el 22 de mayo de 1958. V er también el interesante ensayo de M ariano G rondona: La Argentina en el tiempo y en el m undo, cit., en págs. 172-183. 481
Frondizi
Ls crisis del 62
Guido
ejército “azul" era una suerte de “no-peronism o” proclive a una combinación que marginase a un tiem po a las líneas duras del peronismo y del antipero nismo. Pero a medida que el proceso avanzaba —surgió el llamado Frente Nacional v Popular— el peligro de la escisión de las fuerzas armadas decidió a los jefes “azules” a proscribir paulatinamente a todos los sospechosos de alianza o representación del peronismo ortodoxo, probables triunfadores. Los funcionarios militares fueron vetando candidaturas —hasta la fórmula MateraSueldo—, y de pronto la com petencia electoral fue una opción forzada. La Unión Cívica Radical del Pueblo, que mantenía su estructura nacional lllia y un electorado que rondaba la cuarta parte del inscripto y votante, encon tróse al cabo con un triunfo relativam ente inesperado. La fórm ula Illia-Perette recibió el gobierno condicionada por el proceso precedente, por la vigilante actitud militar, por la escasa representatividad de sus cuadros y por la pre vención existente respecto de sus concepciones políticas y económicas, que se suponían anacrónicas. Sin em bargo, un proceso más profundo, que venía actuando desde la revolución de 1955, hizo eclosión durante la gestión del presidente lllia: la vigencia del problema peronista y la retención del poder efectivo por parte de las fuerzas armadas. El viejo radicalismo, impotente para solventar el conflicto profundo que dividía a la sociedad argentina y sin estrategias suficientes en el plano económico y social, vióse atrapado por el estado de ilegitimidad sociopolítico en el que viven los argentinos desde 1930, acentuado a partir de 1955. Primera minoría, ausente del poder desde treinta y tres años atrás, trató de ocupar totalm ente su estructura sin aceptar alianzas necesarias ni haber dem ostrado que en el tiem po transcurrido había sido capaz de transform ar sus hábitos, su estilo y sus prácticas internas. Su postura conventual aisló al radicalismo de los grupos de interés y de los factores decisivos de la A rgentina contem poránea. El peronismo pasó a la oposición sistemática, sobre todo desde la base de poder que significa la Confederación G eneral del T rabajo, y el ejército “azul” se replegó sin ceder el poder efectivo, adoptando el papel de un impaciente poder de reserva. El espectro político argentino, luego de los comicios legislativos de marzo de 1965, demostraba una relación de fuerzas potencialm ente conflictiva: las “estrellas mayores” en torno de las cuales se formaban las constelaciones políticas —el peronismo y el radicalismo del Pueblo— se diferenciaban en sus actitudes y mentalidad respecto del sistema político y en cuanto al proceso de cambio económico y social. La U .C . R .P ., que representaba la lealtad “estática" al sistema, no asumió la conducción deliberada de un proceso de cambio económico, político y social que se producía sin concierto en la realidad y procuró consolidarse en el poder especulando con la opción peronismo-antiperonismo. El peronismo, a su vez, se recuperaba como m o vimiento político con una fuerte estructura sindical, que no manifestaba una incondicional adhesión al sistema. El oficialismo alentó, pues, la polarización política que seguía siendo esencialmente centrífuga y con ello reprodujo las condiciones críticas del pasado inmediato. Las fuerzas armadas seguían el proceso, cuando se aproximaron las elec- La crisis del ciones legislativas y para gobernadores que ocurrirían en marzo de 1967. 0nganía Se difundía la sensación de que el peronismo triunfaría en provincias im portantes, com o en 1962. Esta vez las fuerzas armadas actuaron antes. A pre ciaron —según la interpretación que dieron al hecho— que el dilema peronis mo-antiperonismo se acentuaba y que para superarlo era preciso modificar las “condiciones socioeconómicas" para dar nueva vida a una “democracia 482
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estable y eficiente”. Para eso necesitaban de todo el poder. Al mismo tiempo, es posible que quisieran rescatar de la ilegitimidad sociopolítica que las rodeaba el principio de legitimidad “insular" en el que se afirman: la unidad profesional, amenazada por las divisiones políticas. Por fin, la actitud con servadora de sus cuadros de conducción era prpelive a interpretar como una amenaza de desorden el gobierno com partido por radicales y peronistas. El desenlace era fatal, según se vivía en la opinión pública y lo pregonaba el periodismo sin distinción de tendencias. La primera plana de las revistas políticas insistía en publicar figuras militares, sobre todo la de un “caudillo castrense” que había com enzado su carrera política en 1962: Onganía. Un estado colectivo de resignación frente al proceso, que alcanzó incluso al propio oficialismo habitualm ente relacionado con los cuadros militares, y de abandono ante lo que se aceptaba com o un proceso irreversible, condujo al cambio político del 28 de junio de 1966. Fue un golpe m ilitar aséptico, racional, deliberado y fríam ente ejecutado en nom bre de la restauración de la autoridad y de la democracia. Las fuerzas armadas tom aron el poder institucional sin planes, aunque con algunos ob jetivos habitualm ente asociados con los problemas de la seguridad nacional. Situaron en la presidencia a su caudillo profesional, el general Juan Carlos Onganía. Y com enzó una experiencia, que al principio contó en su favor el “handicap” que le brindó la memoria colectiva respecto de los tiempos de incertidum bre anteriores. Por una ilusión a la que son proclives los argentinos —suponen que cuando los problemas se acumulan la solución es “fugar hacia adelante”— en muchos sectores cundió la expectativa por esa experiencia a la que se denominó “Revolución A rgentina”. Recibida con alivio por el establishftient económico, con buena disposición por el sindical y con aliento por una nueva e incipiente élite de ejecutivos y tecnócratas, la gestión revolucionaria pareció iniciar una experiencia “bismarekiava" que en los primeros cuatro años dejó tras de sí una política económica que favoreció la estabilidad, modernizó o renovó varios servicios públicos, hizo otras im portantes obras públicas de infraestructura y padeció, sin capacidad de respuesta política, la crítica implacable de las nuevas izquierdas, la oposición del terrorism o y las tensiones que sacudieron a Córdoba y otras provincias. La ilusión consistió, tal vez, en creer que un proceso de decadencia, transitorio pero extenso, que había raleado los sectores dirigentes y había sacudido a todos los miembros de la constelación de poderes de la Argentina contem poránea, habría de dejar incólumes a las fuerzas armadas. Consistió también en creer que la inversión total del sistema político hasta transfor marlo en un “sistema hegem ónico-m ilitar", en el que la soberanía no reside en el pueblo sino en el poder militar y tal vez en algunos poderes econó micos, podía ocurrir sin sobresaltos mientras se predicara el retorno a la democracia.* Los hechos habrían de dem ostrar que no sólo las fuerzas políticas eran reaccionarias en sus fórmulas para enderezar la Nación v situarla en el nivel del tiempo, sino también las fuerzas armadas, carentes * Confr. el ensayo de J. K. G albraith, Cómo controlar a los militares, Granica Editor, Buenos Aires, 1970, donde explica el problema militar en los Estados Unidos, la inversión de valores operada en la sociedad política norteam ericana, y la alianza entre el poder industrial proveedor del Pentágono y el poder militar. El ensayo no es, por eso, una muestra de “antimilitaris m o”. De ahí su valor, aparte de sus méritos intrínsecos.
como las demás de verdaderos conductores políticos. Cuatro años después, el 8 de junio de 1970, los com andantes en jefe juzgaron i|ue el mandatario elegido por las fuerzas armadas en oportunidad del cambio del 6
Levingston
Lanusse
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Las etapas moderna v contemporánea de la historia de los argentinos pueden ser estudiadas a través de una exploración bi bliográfica más compleja que en las etapas anteriores. A medida que nos acercamos a los tiempos actuales,- no son frecuentes las obras de aliento, es preciso distinguir entre los alegatos ideológicos V los estudios científicos, y abundan los ensayos e investigaciones relacionados con aspectos parciales de la realidad. Como se hizo en el tomo primero, lo que sigue es apenas una orientación para quienes quieran ir más a fondo. La bibliografía ha sido ordenada, aproximadamente, a partir de las historias generales, y luego según los sectores de la realidad que se han descrito en el texto. La selección que esta orientación implica no quita interés a la nume rosa bibliografía —que incluye ensayos e investigaciones— que figura al pie de página en este volumen. la) Historias generales: Para los siglos xix v xx son holga damente suficientes las siguientes obras fundamentales: Historia general de las civilizaciones, publicada bajo la dirección de Maurice Crouzet, editorial Destino, Barcelona, 1958/61. El tomo 6: “El siglo xix. (El apogeo de la expansión europea. 1815/1914)”, por Robert Schnerb, y el tomo 7: “La época contemporánea. (En busca de una nueva civilización)”, por Maurice Crouzet. Historia del mundo contemporáneo, por J. R. De Salis (5 tomos), edito rial Guadarrama, Madrid, 1966 (2* edición), que comprende desde los fundamentos históricos del siglo xx (1871-1904) hasta la Eu ropa de la posguerra. Historia de las relaciones internacionales, publicada bajo la dirección de Pierre Renouvin, ed. Aguilar, Ma drid, 1964, especialmente los volúmenes i y ii del tomo ii, que pertenecen a Pierre Renouvin v tratan del siglo xix y las crisis del siglo xx. Por fin, conviene tener presentes los estudios de historia económica y social de Fernand Braudel bajo el título Las civilizaciones actuales, ed. Tecnos, Madrid, 1966, v el pequeño pero sugestivo ensayo de Geoffrev Barraclough: Introducción a la historia contemporánea, ed. Credos, Madrid, 1965. Ib) América latina: Una visión general de América latina a través de un cuadro teórico relativamente sencillo pero interesante se encuentra en el libro de Tulio Halperín Donghi: Historia con temporánea de América latina, ensayo editado por Alianza Edi torial, Madrid, 1969. En 1918 Agustín Álvarez escribió un curioso ensayo: South America. Ensayo de psicología política, que merece ser leído para entender una corriente de opinión dominante entre los argentinos del Centenario. También es recomendable el escrito 485
de John J. Johnson: La transformación política de América latina. Surgimiento de los sectores medios, traducida y editada por Hachette en 1961. Los franceses aportaron una visión regional muy buena con el libro de' Jacques Lambert y colaboradores titulado América latina. Estructuras sociales e instituciones políticas, ed. Ariel, Barcelona, 1964. Ezequiel Martínez Estrada intentó un es tudio comparado en Diferencias y semejanzas entre los países de América latina, editado por la Universidad Autónoma de México en 1962, trabajo raro que incluye apreciaciones interesantes. Un trabajo extenso, esforzado y polémico, de reciente traducción es el de John E. Fagg: Historia general de Latinoamérica, ed. Taurus, Madrid, 1970. Es imposible hacer algo más que señalar unos pocos títulos re lacionados a aspectos parciales de la vida y la historia latinoame ricana. El problema rural a través de la sociología es explicado con su habitual autoridad por Aldo E. Solari: Sociología rural latino americana, Eudeba, Buenos Aires, 1963, breve e interesante ensa yo. También en Tierras nuevas. Expansión territorial y ocupación del suelo en América (siglos X V I a XIX), editado por Alvaro Jara en M éxico,. 1969, donde el lector argentino hallará estudios de Tulio Halperín Donghi, Ezequiel Gallo y Roberto Cortés Conde. El fenómeno de la urbanización y su dimensión regional es objeto del estudio de J. E. Hardoy: La urbanización en América latina, Editorial del Instituto, Buenos Aires, 1969. Osvaldo Sunkel con la colaboración de Pedro Paz ha publicado un trabajo muy bueno V denso sobre El subdesarrollo latinoamericano y la teoría del desarrollo, ed. Siglo Veintiuno, México, 1970, en el que se estudia el concepto, teorías y políticas de desarrollo aplicadas en América latina. Sobre las relaciones internacionales desde el punto de vista regional existe el ensayo de Gastón de Prat Gay: Política inter nacional del grupo latinoamericano, ed. Abeledo-Perrot, Bue nos Aires, 1967. La dimensión latinoamericana del tema militar ha sido estudiada por Salvador María Lozada: Las fuerzas armadas en la política hispanoamericana y se verá también en algunos libros que mencionaremos a propósito del problema militar. A rthur P. W hitaker y David C. Jordán estudiaron con seriedad, aunque con dicionados por la perspectiva norteamericana respecto de las ideo logías: Nationalism in Contemporary Latin America, ed. The Free Press, New York, 1966. Es ilustrativa, por fin, la publicación de C.E.P.A.L. sobre El desarrollo social de América latina en la post guerra, ed. Solar-Hachette, Buenos Aires, 1963. 486
Las publicaciones periódicas que procuran divulgar trabajos sobre América latina no abundan, pero el lector podrá consultar con provecho la Latín American Research Revievo, editada en Austin, Texas, listados Unidos, y a veces la Revista Latinoameri cana de Sociología, Editorial del Instituto, Buenos Aires. Ic) Argentina moderna y contemporánea: N o es sencillo, como cualquier docente o investigador lo sabe, recomendar his torias generales de la Argentina que aporten equilibrio, claridad expositiva, penetración valorativa, o alguna de esas virtudes, v que al propio tiempo abarquen la historia de la Argentina moderna v contemporánea. Sólo mencionaremos algunas obras de consulta: conviene tener a mano, con las salvedades anotadas en el tomo primero, la colección de ensayos sobre Historia argentina con temporánea publicados por la Academia Nacional de la Historia. Ernesto Palacio estudia la Historia de la Argentina en 2 tomos pu blicados por E. Peña Lillo, 1957, desde una perspectiva inteli gente del nacionalismo de derecha. Rodolfo Puiggrós publica una nueva versión de la Historia crítica de las partidos políticos argentinos, editada por Jorge Álvarez, que nos sigue pareciendo lo más serio de la izquierda nacional. Desde la época colonial hasta 1970 avanzan la Historia política de la Argentina, de Ambrosio Ro mero Carranza, Alberto Rodríguez Varela v Eduardo Ventura Floíes Pirán, editada en 3 volúmenes por Panneville, Buenos Aires, 1970; la Historia argentina, de José María Rosa, edición de J. C. Granda, v la mencionada en el tomo i, de Fernando L. Sabsav. Un libro ágil v ameno, escrito por un protagonista de los sucesos de 1930 que describe la política argentina entre 1880 v 1943 con madurez v relativa parcialidad es el de Carlos Ibarguren: La Historia que he vivido, ed. Peúser, Buenos Aires, 1955. Una revisión pionera de la historia nacional en una etapa ciertamente polémica sigue siendo la obra de Adolfo Saldías: Historia de la Confederación Argentina, de la cual hav varias ediciones v hemos empleado la publicada en tres tomos por El Ateneo, en 1951. Varios ensayos e investigaciones relativos a la Argentina moderna v contemporánea, recomendables por las perspectivas no vedosas que incluyen, han sido reunidas por Torcuato S. Di Telia v otros con el título Argentina, sociedad de masas, Eudeba, 1965. ID Política nacional: Tanto los temas de este volumen como su literatura parcial son tan vastos, que no pretendemos citar todos los trabajos que merecen interesar al lector. Para la mejor orienta ción mencionaremos algunos ensayos según sectores v problemas. 487
lia) Sobre la sociedad política en la época de Rosas conviene leer el siempre ilustrativo libro de Carlos Ibarguren: Juan Manuel de Rosas, ed. La Facultad, 1930, aparte de la ya citada obra de Saldías. Es importante la Vida política de Juan Manuel de Rosas, de Julio Irazusta, editado en 1941. Una visión complementaria de las anteriores, es el libro de Ernesto H. Celesia: Rosas. Apuntes para su historia, 2 tomos, Peuser, 1954 y 1958. Por fin, es aconse jable leer la Correspondencia entre Rosas, Quiroga y López, Hachette, 1958. Ilb) La época de la organización nacional requiere la lectura previa de un clásico como Juan Bautista Alberdi a partir de sus obras, especialmente el siempre citado y no siempre bien leído “Bases”. Sobre la personalidad de Sarmiento son recomendables El Profeta de la Pampa, de Ricardo Rojas, y los artículos de monseñor Gustavo J. Franceschi en la revista Criterio, reeditados en los nú meros 1377 y 1378 bajo el título general de Sarmiento (El hombre. La formación. El civilizador). En torno de los tiempos críticos que suceden a la caída de Rosas hasta el advenimiento de Roca, Ramón J. Cárcano: De Caseros al 11 de setiembre, Buenos Aires, 1918; Beatriz Bosch, Urquiza, Eudeba, 1967; Rodolfo Rivarola, Mitre. Una década de su vida política. 1852-1862, Buenos Aires, 1921; Andrés Allende: La conciliación nacional de 1853, Centro de Estudios Históricos, La Plata, 1944; Abel Cháneton: Historia de Vélez Sársfield, Buenos Aires, 1937, 2 volúmenes; Equipos de Investigaciones Históricas: Pavón y la crisis de la Confederación, Buenos Aires, 1966 y bibliografía allí citada; Ramón J. Cárcano: Guerra del Paraguay, Buenos Aires, 1939; y Efraín Cardozo: El Imperio del Brasil y el Río de la Plata. Antecedentes y estallido de la guerra del Paraguay; Buenos Aires, 1961. IIc) Existen numerosas obras, ensayos y folletos relacionados con hombres públicos relevantes, crisis políticas y regímenes vincu lados con la formación de la Argentina moderna y contemporánea. Aparte de los mencionados en este tomo, recomendamos la lectura de L. H. Sommariva sobre un tema constante de la política argen tina: Intervenciones federales en las provincias, ed. El Ateneo, 1929/31, 2 tomos, y al inteligente Rodolfo Rivarola: Del régimen federativo al unitario. Estudio sobre la organización política de la Argentina, ed. Peuser, 1908. La actuación de Roca ha motivado muchos libros; entre ellos los de Marcó del Pont, Leopoldo Lugones y José Arce. Para entender la trayectoria del notable Carlos
Pellegrini es indispensable la consulta de sus Obras completas. ed. Jockey Club, Buenos Aires, 1941, con un extenso estudio pre liminar de Rivero Astengo, a quien pertenece también una biografía de Juárez Celman, ed. Peuser, 1944. Sobre Leandro N. Alem: Obra parlamentaria, ed. de la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, La Plata, 1949. El Noventa, del conservador Juan Balestra —ed. Roldán, 1935 — sigue siendo muy bueno entre los trabajos sobre dicha crisis, que abundan. Controversias políticas del 80 es una publicación de Ambrosio Romero Carranza y otros, ed. Club de Lectores, 1964, en la que se estudia el tema, indicado por el título, ei una colección de artículos desparejos pero interesantes. Ext'¡entes por el aporte documental y la penetración de los .autores son el libro de Julio A. Noble: Cien años, dos vidas, Buenos Aires, 1960, y el de Ricardo Sáenz-Hayes sobre Miguel Cañé y su tiempo, Buenos Aires, 1955. Muy buen investigador, Roberto Etchepareborda ha estudiado Tres revoluciones: 1890, 1893, 1905, ed. Pleamar, 1968. El polémico A. J. Pérez Amuchástegui es tudia las Mentalidades argentinas. 1860-1930, Eudeba, 1965, y el confuso e intuitivo David Viñas la Literatura argentina y reali dad política, ed. Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1964. Sobre la cri sis del 30: Memorias sobre la revolución del 6 de setiembre de 1930, ed. Gure, 1957, del general José M. Sarobe. N o es sencillo recomendar obras que cubran el espectro político argentino. La derecha tiene a un expositor penetrante y lúcido en Federico Pinedo, especialmente por su obra En tiempos de la República, Buenos Aires, 1946. El radicalismo tiene un biógrafo clásico en Gabriel del Mazo: El radicalismo. Notas sobre su historia y doc trina, ed. Raigal, 1955, aunque interesa siempre el libro de Manuel Gálvez sobre la Vida de Hipólito Yrigoyen. El hombre del mis terio, ed. T or, 1951. Para informarse sobre el socialismo puede leerse a José Vazeilles, en su ensayo Los socialistas, editado por Jorge Álvarez en 1968, y a Nicolás Repetto en Mi paso por la polí tica. De Uriburu a Perón, Buenos Aires, 1957; sobre el nacionalis mo, Los nacionalistas, de Marysa Navarro Gerassi; en torno del comunismo hay entre otros un pequeño folleto informativo y polé mico por sus interpretaciones, de Jorge Abelardo Ramos: El partido Comunista en la política argentina. Su historia y crítica, ed. Coyoacán, 1962. Breve y excelente, el ensayo del uruguayo Alberto Methol Ferré: La izquierda nacional en la Argentina, ed. Coyoacán, 1960. Sobre el peronismo, la literatura recomendable es aún escasa.
Citamos la interesante crónica de Félix Luna: El 45. Crónica de un año decisivo, ed. Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1970; puede reco mendarse la lectura de Carlos S. Favt v otros: La naturaleza del peronismo, ed. Viracocha, 1967; los pasajes correspondientes de Mariano C. Grondona: La Argentina en el tiempo y en el m undo, ed. Primera Plana, Buenos Aires, 1969; las perspectivas aportadas por Mario Amadeo en Ayer, hoy, mañana, ed. Gure, 1956; por Bo nifacio del Carril en Crónica interna de la Revolución Libertadora, 1959; por Pierre Lux-W ürm en Le Péronisme, París, 1965; por Alfredo Galletti en La realidad argentina en el siglo XX. La política y los partidos, México, 1961; por Antonio Cafiero en Cinco años d esp u és..., 1961 v por Juan José Hernández Arregui en Nacio nalismo y liberación, 1969. Muy buena idea, lamentablemente frustrada con el tercer nú mero, fue la Revista de Historia, dirigida por Enrique M. Barba, que llegó a publicar tres números en 1957 v 1958 sobre La crisis del 90, Unitarios y Federales y La crisis del 30. Fundamentales las revistas citadas de Rodolfo Rivarola v Estanislao Zeballos, v la re vista Historia, que fundó y dirigió Raúl A. Molina e Investigacio nes y Ensayos, publicada por la A. N. de la H. lid) Política exterior: La política exterior o el contexto inter nacional a propósito de la política argentina es objeto de algunos estudios recomendables: Enrique Arana (h.) publicó en 1954 Rosas y la política exterior, con otros ensayos v años antes, en 1943, se tradujo el estudio de John Cadv sobre La intervención extranjera en el Río de la Plata. 1S3H-1S50. Excelentes los ensayos de Ferns v McGann en torno de las relaciones de Gran Bretaña v los Estados Unidos —respectivamente— con la Argentina, libros empleados en este volumen y reiteradamente citados. Miguel Scenna ha publica do un breve e ilustrativo ensavo sobre Cómo fueron las relaciones argentino-norteamericanas, ed. Plus Ultra, 1970, tema que es ob jeto también del extenso libro de Harold F. Peterson: La Argentina y los Estados Unidos. IS10-1960, Eudeba, 1970. Muv interesante, aunque relativamente controvertido, el pequeño libro de Alberto Conil Paz v Gustavo Ferrari sobre Política exterior argentina. 1930-1962, ed. Huemul, 1964. He) Economía y Sociedad: La sociedad económica ha sido tema de estudios generales y específicos desde la obra de Juan Álvarez: Las guerras civiles argentinas y el problema de Buenos Aires en la Repiíblica, 1936. Al ya citado trabajo de Aldo Ferrer: La economía argentina. Etapas de su desarrollo y problemas ac
tuales, ed. FCE, México, 1963, pueden añadirse, desde otras pers pectivas, Guido Di Telia y Manuel Zymelman: Las etapas del desarrollo económico argentino, Eudeba, 1967 y Roberto Alemann: Curso de política económica argentina, Eudeba, 1970. Estudios de aspectos específicos hay innumerables. Citamos sólo los trabajos de Aníbal Vázquez: Causas económicas del pronunciamiento de Urquiza, Paraná, 1956; James R. Scobie: Revolución en las pampas. Historia social del trigo argentino. 1860-1910, Buenos Aires, 1968; Ricardo M. Ortiz: El ferrocarril en la economía argentina, Buenos Aires, 1968; Horacio C. E. Giberti: Historia económica de la ganadería argentina, Buenos Aires, 1971 y Mario S. Brodersohn y otros: Estrategias de industrialización para la Argentina, Buenos Aires, 1970. Unas palabras finales sobre otros aspectos: la cuestión sindi cal y el problema educativo desde el punto de vista histórico se encuentran en algunos de los títulos mencionados, que contienen segmentos de la vida social argentina, tratada en libros y trabajos citados en este volumen, salvo el más reciente de Juan Carlos Tedesco: Educación y sociedad en la Argentina. 1880-1900, ed. Pannedille, Buenos Aires, 1970, y el activamente vigente de Gernjani: Estructura social argentina, ed. Royal, Buenos Aires, 1950. Ilf) Poder militar: La sociedad militar es objeto de estudios y ensayos. Difícil de investigar es, sin embargo, un tema histórico y actual insoslayable. Aparte del excelente libro de Robert A. Potash: The A rm y ét Politics in Argentina. 1928-1945. Yrigoyen to Perón, Stanford, California, 1969, es preciso consultar obras generales como la de Hermán Oehling: La función política del ejército, Madrid, 1968, o la muy buena revisión bibliográfica de L. N. McAlister: Recent research and voritings on the role of the militar y in Latin America que nos exime del detalle. Conviene leer, sin embargo, a Darío Cantón: Military interventions in Argentina. 1900-1966, Buenos Aires, 1967 y la reciente recopilación de V ir gilio Rafael Beltrán, precedida por un estudio propio: El papel político y social de las fuerzas armadas, Monte Ávila editores, Caracas, 1970. Un estudio militar sobre parte del siglo pasado se encuentra en el libro de José María Sarobe: Uqruiza militar, 1942. Sobre la época de la Segunda Guerra, Enrique Díaz Araujo: El G. O. U. en la revolución de 1943 (Una experiencia militarista en la Argentina), Mendoza, 1970. Y respecto de las interpretaciones políticas y económicas sobre el papel del ejército, Mario H ora cio Orsolini: Ejército argentino y crecimiento nacional, Buenos Aires, 1965. 491
índice de nombres de personas citadas en este tomo
ítalos, J o s é D o m in g o : 61. Aberastain, A n t o n i n o : 4 0 , B.
Aberdeen, J o r g e H a m il t o n Gordon,
c o n d e d e : 5 5 , 57.
Aberg C o b o , M a r t ín : 410". Acevedo, C a r lo s A .: 375, S.
Acevedo,
E d u a r d o : 105.
Aguirre. A t a n a s i o : 120,
©
Aguirre, M a n u e l H e r m e negildo: 6, 7.
Achával R o d r íg u e z , T r i s -
tín: 190, 200. Alberdi, J u a n B a u t is t a : 38, g). 40, 41. 46. 68 , 74, 77", 78' 79", 108, 116. 136, 174, 177, 182, 183, 186, 189", 210, 243-, 244, 440. Alcorta. A m a n c io : 242". Aldao, J o s é F é l i x : 16, 17. 48, 50. Aldao d e D i a z , E l v i r a : 217". 235". Alem, L e a n d r o N .: 143, 148. 150, 151, 182, 183, 187,' 187", 189. 190, 2 1 6, 217, 218, 219, 2 2 7, 2 2 9 , 2 3 1 . 2 3 2, 233’ 234, 235. 2 3 6, 2 3 8, 238", 313.’ 326, « 8 . Alero, M a r c e lin a : 316". Alessandri P a l m a , A r t u r o : 365". Alexander, R o b e r t J .: 442". Ali, M e h e m e d : 49. Almeida R o s a . O c t a v ia n o : 124, 125. Alm ond, G a b r ie l A .: 173", 478". j , Alsina, A d o lf o : 67, 72, 104, ¡06 107, 143, 144, 147,150, 151,' 154, 183, 194. Alsina, V a le n t í n : 66, 67, 72 73, 81. 8 2 , 83. 8 4 . 87, 104, 291". A lso g a r a y , A l v a r o : 480. A iso g a r a y . J u l i o : 4 4 2, 443". A iv a r a d o . M a n u e l R a m ó n : 374 375. 389". 3 9 0, 4 1 4.
A l v a r a d o , R u d e c in d o : 77. A l v a r e z , J u a n : 4 2 1, 422, 4 3 6. A l v a r e z d e T o l e d o , F .: 316". A l v e a r , C a r lo s d e : 325". A l v e a r , M a r c e lo T o r c u a t o d e : 2 9 0 , 3 1 3 ”, 320, 3 2 2, 323, 32 4, 324», 325 , 326, 326", 327, 32 8, 328", 3 2 9, 330, 330", 331, 33 3, 3 3 4, 3 3 6, 338, 3 3 9, 3 5 3, 35 7, 3 5 8 , 364, 3 6 9, 3 7 1, 380, 38 2, 3 8 3, 3 8 6, 3 8 8, 3 8 9, 392, 39 3, 394. A l v e a r , T o r c u a t o d e : 222, 325". A lv e a r y P o n c e d e L e ó n , D i e g o E s t a n i s la o d e : 325". A lz a g a , M a r ía T . P . d e : 380. A l z a g a , M a r t ín d e : 20. A l z o g a r a y , A l v a r o : 3 6 8. A l l e n d e . A n d r é s R .: 197", 230". A l l e n d e P o s s e , J u s t in ia n o : 375». A m a d e o , M a r io : 480. A m a d e o , O c t a v io R .: 314, 390. A m a d o , I s a ía s : 330. A m a lr i k , A n d r e i: 463». A m a r a l, E d g a r d o L .: 308». A m s t r o n g , F r a n c is J . d e : 199. A m u n á t e g u i, M ig u e l L u is : 154. A n a y a , E lb io C .: 3 9 7, 399". A n c h o r e n a , M a n u e l: 20. A n c h o r e n a , N i c o l á s d e : 21. 72. 8 4 . 143. A n ch oren a. T om ás S. d e: 6 , 232». A n d r e a , M ig u e l d e : 436. A n e i r o s , F e d e r ic o L e ó n : 148. A n q u ín , N i m io d e : 388". 396». A n t i l l e , A r m a n d o : 4 1 8. A n t o k o le t z , D a n ie l: 285. A n t o n io . J o r g e : 427".
A n z o r e n a , P e d r o : 237. A p t e r , D a v id : 353». A q u in o , P e d r o L e ó n : 61. A r a m b u r u , P e d r o E u g e n io : 45 9, 479. A r a m b u r u , R ic a r d o A .: 324». A r a n a , F e l i p e d e : 20, 21». A r ia s , J o s é I .: 149, 186. A r o n , R a y m o n d : 3 4 9. A r r e d o n d o , J o s é M ig u e l: 101, 107, 136, 142, 145, 149, 150, 193. A u b e r t , R o g e r : 170». A u z a , N é s t o r : 293». A v a lo s , B e n j a m ín : 360». Á v a lo s , E d u a r d o : 4 0 5, 406, 4 1 7 , 420, 422. A v e ll a n e d a , M a r c o : 40, 48. 5 0 , 5 3 , 2 5 5 , 260. A v e l l a n e d a , N i c o l á s : 97, 136, 137, 138, 139, 140, 141, 142, 144, 146, 147, 148», 150, 151, 154, 155, 159, 165, 179, 184, 185. 186, 194, 201», 205, 2 9 1, 291", 449. A y a la , J u a n : 236. A y a r r a g a r a y , L u c a s : 214.
Bacle, C é s a r H ip ó li t o : 42. B a l b í n , R ic a r d o : 4 2 8, 480, 4 8 1. B a l c a r c e , M a r ia n o : 108. B a l d r i c h , A l b e r t o : 408. B a l e s t r a , J u a n : 220", 223". B a l m a c e d a , J o s é M a n u e l: 155. B a n c h s , E n r iq u e : 285. B a r b a , E n r iq u e : 41», 46», 51», 220». B a r b e it o , J u a n : 99. B a r b ie r i. E n r iq u e : 323. B a r c a la , L o r e n z o : 36. B a r c e ló , A l b e r t o : 338, 388, 416. B a r in g ( B a n c a ) : 2 4 7. B a r r a c lo u g h , G e o ffr e y : 265», 268». B a r r e d a L a o s . F e l ip e : 298.
/
B a r r o e ta v e ñ a . F r a n c is c o : 2 1 5, 2 1 6, 2 2 2, 231. B a r r o s , A l v a r o : 193. B a r r o s A r a n a , D i e g o : 245. B a r r o s P a z o s , J o s é : 104. B e a u f r e , A n d r é : 465. B e a z le y , F r a n c is c o J .: 258. B e c c a r V a r e l a , H o r a c io : 368. B e c ú , C a r lo s A .: 316", 323. B e i r ó , F r a n c is c o : 338", 339, 364. B e l g r a n o , M a n u e l: 144". B e l lo , J o s é M a r ía : 165". B e n a v íd e z , N a z a r io : 3 6 , 50, 82, 89. B e n d i x , R e i n h a r d : 277", 412". B e n e g a s , M a r t ín : 214. B e n g o a , J u s t o L e ó n : 406, 459. B e r d e b e r , O n o f r e : 259". B e r g é s , J o s é : 116, 118, 122. B erro, B ern ardo P ru d en c io : 116, 118, 120 . B e y h a u t , G u s t a v o : 178", 277». B id a r t C a m p o s, G e r m á n : 299. B i n g h a m , H ir a m : 285. B i s m a r k , O tó n , p r í n c i p e d e : 113, 159, 160", 161, 241". B l a in e , J a m e s G .: 164. B la sc o Ib á ñ e z , V i c e n t e : 285. B eró n d e A stra d a , G e n a r o : 44, 45. B ó h m e , H e lm u t : 160". B o l lo , P a l m ir a S .: 94". B o n a ld , L o u is d e : 356. B o rb ó n , In fa n ta Isa b el d e: 285. B o r b ó n , I n f a n t a M a r ía C r is t in a d e : 32. B o r d a b e h e r e , E n z o : 380. B o r g e s , J o r g e L u is : 280", 308". B o r le n g h i, Á n g e l: 434. B o r r e r o , A n t o n io : 165. B o r r e r o , J o s é M a r ía : 3 1 8. B o s c h , B e a t r iz : 76", 86 », 91". B o s c h , E r n e s t o : 368». B o s c h , F r a n c is c o B .: 236. B o t a n a , N a t a li o : 463". . B o x , P e l h a m H o r t o n : 117», 123». B r a c h o , J o s é : 51». B r a d e n , S p r u il le : 415, 416. B r a m u g lia , J u a n A t i l i o : 434. B r a u d e l , F e r n a n d : 478. B r a u n , R a f a e l: 463». B rau n M enén d ez, A rm an d o : 243», 248». B r a v o , M a r io : 302», 339». B r e b b ia , C a r lo s : 377.
B r i z u e la , T o m á s : 3 6 , 48, 5 0, 53. B u n g e , C a r lo s O c t a v io : 302». B u r d e a u , G e o r g e s : 462». B u r g in , M ir ó n : 25», 29. B u r g o s , P e d r o : 20. B u r n h a m , J a im e : 349. B u s t o s , J u a n B a u t is t a : 8 , 9. B u s t o s F ie r r o , R a ú l: 425», 439», 455», 457. B u t l e r , D a o r d J .: 470». B y r o n , lo r d ( G e o r g e G o r d o n ) : 3 1 , 41. C a b a lle r o , R ic a r d o : 371. C a f ie r o , A n t o n io F .: 445, 445», 446», 448. C a g lie r o , J u a n , 249. C a l d e r ó n , H o r a c io : 398, 399. C a lv o , N i c o l á s : 81. C a m b a c e r e s , E u g e n io : 150, 187. C a m in o s , J o s é R .: 117. C a m p a , J u a n d e la : 360". C a m p o s . J u lio : 186. C a m p o s , L u is M a r ía : 236», 242», 259». C a m p o s , M a n u e l J .: 217, 21 8, 220 ». C a m u s , A l b e r t : 349. C a ñ é , M ig u e l: 38, 142, 165, 168, 169, 173», 191, 191», 196, 197, 205, 2 1 4, 215, 2 1 6. 226, 2 3 2, 2 5 0, 283. C a n n in g , G e o r g e : 32. C a n t ilo , J o s é L u is : 330». C a n t ilo , J o s é M a r ía : 385, 389», 391. C a n t ó n , D a r ío : 293», 314», 331», 339», 376», 423», 463». C a n t o n i, A ld o : 331, 335. C a n t o n i, F e d e r ic o : 3 3 8, 450. C a p d e v i l a , A l b e r t o : 217, 2 1 9. C a r b ó , A l e j a n d r o : 3 0 8 ,3 1 0 . C árcan o, M ig u e l A n g e l: 224», 297», 333, 3 7 5, 3 7 7, 389, 4 14. C á r c a n o , R a m ó n J .: 69», 115, 124», 157, 2 1 4, 2 1 5 , 217, 301, 302». C a r lé s , M a n u e l: 324», 333, 339», 380, 381. C a r lo s X ( d e F r a n c ia ) : 30, 32. C a r u lla , J u a n E .: 3 5 5 , 371, 383». C a r r e t e r o , A n d r é s M .: 280». C a r r e r a s , F r a n c is c o d e l a s : 104. C a r r il, B o n if a c i o d e l: 428», 4 56». 460».
C a r r il, S a lv a d o r M a r ía d e l: 77, 77», 85, 104. C a s a d e v a ll, D o m in g o F .: 283». C a s a l. P e d r o S .: 374. C a s a r e s , C a r lo s : 150. C a s a r e s , T o m á s D .: 436. C a s t e la r , E m i lio : 451. C a s t e l la n i , L e o n a r d o : 388. C a s t e l la n o s , J o a q u ín : 2 3 1. C a s t e l la n o s , T e l a s c o : 198. C a s t e l li, P e d r o : 45. C a s t illo , R a f a e l: 256». C a s t illo , R a m ó n S . : 375, 38 6, 389, 3 9 1, 392, 3 9 3, 394, 395, 3 9 6, 3 9 8, 3 9 9, 405, 410. C a s t illo . S a n t i a g o d e l: 481. C a s t le r e a g h , E n r iq u e R .: 32. C a s tr o , F i d e l : 321». C a s tr o , C a r lo s d e : 124. C a t r ie l: 194. C a x ia s , L u is A l v e s d e L i m a y S ilv a , m a r q u é s d e : 103, 109, 127, 131. 132, 133. C e le s ia . E r n e s t o : 5. 13". 19». C e r e ij o , R a m ó n : 446. C ir ia , A l b e r t o : 368». 370», 384», 385», 417». C ir ig lia n o , G u s t a v o J .: 174». C iv it , E m ilio : 242». C la r a , G e r ó n i m o E m i lia n o : 200. C l e m e n c e a u , G e o r g e s : 285. C l e v e la n d . S t e p h a n G r ó v e r : 2 4 8. C o d o v illa , V i c t o r i o : 361". C o e , J o h n : 73. C o le m a n , J a m e s S .: 478». C o ll, J o r g e E .: 389». C oncha S u b erca seau x , C a r lo s : 248. C o n e s a , E m ilio : 145. C o n il P a z , A l b e r t o : 344», 352», 376», 377», 385», 390», 3 93, 3 9 6, 403», 407. C o n t r e r a s , M ig u e l: 339». C o o lid g e , C a lv in : 343. C o o k e , J u a n I.: 408, 418. C o r n b ilt , O s c a r : 177", 277». C o r t é s C o n d e , R o b e r to : 178». C o s s io , C a r lo s : 364». C o s ta , E d u a r d o : 103, 103», 106, 2 2 4, 225, 2 2 7, 236». C o s ta , J e r ó n im o : 79. C o s ta . J u l i o A .: 230. C o tta , S e r g i o : 316». C r á m e r , A m b r o s io : 45. C r e s p o , D o m in g o : 99. C u c c o r e s e , H o r a c io J u a n : 212», 251", 252, 253". C u it iñ o , C ir ía c o : 18, 2 0 . C u l a c c i a t i , M ig u e l: 393, 414. C u lle n , D o m in g o : 43, 44. 68 ,
C ú n e o , D a r d o : 250, 3 1 3 n. C u r r e n t , R i c h a r d : 162", 163". C h a t e a u b r ia n d , F r a n g o i s R e n é , v iz c o n d e d e : 41. C h il a v e r t , M a r t in ia n o : 46. D a h l, R o b e r t A .: 309", 339". D a ir e a u x , E m i lio : 175, 175". 176. D a r ío , R u b é n : 2 7 4, 285. D e A n g e lis , P e d r o : 27, 38. D e c k e r , R o d o lf o A .: 436. D e h e z a , R o m á n A .: 9, 10. D e lb r ü c k , R u d o lf v o n : 160". D e lg a d o , F r a n c is c o : 104. D e l l e p i a n e , A n t o n io : 322, 3 30, 358. D e ll e p i a n e , L u is : 360", 365, 383. D e m a r ía , M a r i a n o : 2 1 7 , 2 2 0, 2 2 2, 2 3 4, 234", 236. D e r q u i, S a n t i a g o : 82, 85. 86 , 86 ", 88 , 90, 91, 92, 94, 104, 157, 2 9 1, 291". D e s c a lz o , B a r t o lo m é : 364, 365. D e T o m a s o , A n t o n io : 374, 3 75, 375", 3 7 7, 377" 378. D í a z , A l e j a n d r o C a r lo s F .: 447". D í a z A r a u j o , E n r iq u e : 395". D ía z , C é s a r : 8 2 , 99. D í a z C o lo d r e r o , J u s t o : 425. D ía z d e C o n c e p c ió n , A b ig a il: 431". D ía z , J u a n J o s é : 23». D ía z , P o r f i r io : 165. D i c k m a n , E n r i q u e : 250", 302", 337. D i é g u e z , H é c t o r : 328". D i G io v a n n i , S e v e r i n o : 321. D i p s e t , S y m o u r M .: 412". D i s k i n , D a v id : 4 3 4. D i T e l ia , G u id o : 178", 328", 448». D o m e c q G a r c ía , M a n u e l: 328», 338". D o m e n e c h , J o s é : 434. D o r r e g o , L u is : 6 . D o r r e g o , M a n u e l: 6 . D r a g o , L u is M a r ía : 142, 2 4 9, 255. D u a r t e , J u a n : 427», 444, 4 5 fr D u h a u , L u is F .: 329, 375, 3 7 9, 380. D u r o s e lle , J e a n B a p t is t e : 159", 160», 2 6 8, 312", 428. D u v e r g e r , M a u r ic e : 454».
Easton,
D a v id : 288». E c h a g íie , P a s c u a l: 11, 44, 4 7 , 51, 58.
494
E c h e v e r r í a , E s t e b a n : 38, 39", 40, 41". E iz a g u ir r e , S e v e r o : 406. E liz a ld e , R u f i n o d e : 67, 103, 103", 106, 107, 117, 118, 124, 143, 151. E n g e ls , F e d e r ic o : 2 3 8, 348, 478. E r r á z u r iz E c h a u r r e n , F e d e r ic o : 245. E r r á z u r iz U r m e n e t a , R a f a e l : 248. E p u m e r : 194. E s c a la d a , M a r ia n o : 66 . E s c a l a n t e , W e n c e s la o : 232. E s c h , J . v a n d e s : 350". E s q u iú , M a m e r t o , fr a y : 199. E s t ig a r r i b i a , A n t o n io d e la C r u z : 127, 129. E s t r a d a , J o s é M a n u e l: 197, 198, 2 0 0, 2 0 8, 222. E s t r a d a , S a n t i a g o : 200. E tc h e p a r e b o r d a , R o b e r to : 222", 234", 257", 308", 33 1 “, 339", 3 5 8, 360", 361". E z c u r r a , E n c a r n a c i ó n : 18, 19.
Faccione, E m i lio : 3 6 7, 368. F a l c ó n , R a m ó n L .: 260. F a r r e ll , E d e lm ir o J .: 397», 3 9 9, 4 0 4, 4 0 5, 405», 406, 407, 408, 415, 4 1 7, 418, 420, 421, 4 2 2, 4 3 6, 445. F a y t , C a r lo s J .: 2 9 9, 433», 4 3 4, 434". F é r n á n d e z B e i r ó , A n íb a l: 377. F e r n a n d o V II (d e E sp a ñ a ) : 32. F e r n s , H . S .: 27", 29», 49», 55", 56», 80», 203, 203», 213, 242. F e r r a r i , G u s t a v o : 165", 242", 2 4 5, 247", .248", 344", 352", 376», 377», 385», 390», 39 3, 3 9 6, 403», 407. F e r r é , P e d r o : 11, 12, 26, 27, 47, 5 1 , 53, 77", 114. F e r r e r , A l d o : 174". F e r r e r , H o r a c io A .: 280". F e r r y , J u l e s : 172. F i g u e r o a , J u lio : 2 1 8. F ig u e r o a A lc o r ta , J osé: 24 9, 256, 2 5 8, 259, 260, 261, 262", 2 6 3 , 2 7 8, 285. F i g u e r o la y T r e s o ls , J o s é F r a n c is c o L u is : 434, 445. F i l i p p i , F r a n c i s c o : 396, 400". F i n c a t i , M a r io : 3 9 3, 397. F l e it a s , J u a n B .: 360". F l o r e s , J u s t in ia n o : 79. F lo r e s , V e n a n c i o : 93, 95, 115, 116, 117, 118, 119, 120, 121, 122. 123. 124, 127, 130.
F l o r e s J ij ó n , A n t o n io : 165. F lo r ia , C a r lo s A .: 68», 87", 288», 294», 356», 463», 468». F o l l i e t , J o s e p h : 267», 431. F o r s , L . R .: 234». F o r n i, F l o r e a l : 388», 447, 447". F o v ie , J o r g e G u il le r m o : 312". F r a g a , R o s e n d o M .: 257. F r a g u e ir o , M a r i a n o : 77", 85. F r a n c e s c h i , G u s t a v o J .: 293». F r a n c ia , G a s p a r R o d r íg u e z d e : 113, 114, 146. F r a n c o , F r a n c i s c o : 346, 39 0, 423. F r a y M o ch o (J o s é S ix to Á l v a r e z ) : 174». F r e i d e l , F r a n k : 162», 163". F r e r s , E m i lio : 242". F r e s c o , M a n u e l : 382, 388, 3 9 0, 3 9 1, 414. F r e u n d , J u l i e n : 170". F r ía s , F é l i x : 84, 150, 155, 186. F r o n d iz i, A r t u r o : 321", 428, 442, 448, 480, 481. F u n e s . C la r a : 192.
Gainza,
M a r t í n d e : 144, 145, 148, 151. G a lá n , J o s é M ig u e l: 61, 71". G a l a r z a , M ig u e l G e r ó n i m o : 61. G a lb r a it h , J . K .: 341", 466, 483. G a lí n d e z , I s m a e l: 399 ", 404. G á lv e z , M a n u e l: 285, 388". G a lla r d o . A n g e l: 325, 326, 328", 3 3 6, 338", 381. G a ílo , E z e q u ie l ( h .) : 314". G a l l o . V i c e n t e C .: 326, 329", 3 3 0. 3 3 2. 334. 336. 339". 3 7 1, 386. G a r c ía B e l s u n c e , C é s a r A .: 87", 90", 91", 92", 201", 205". G a r c ía . G im é n e z , F .: 280". G a r c ía , J u a n A g u s tín : 174". G a r c ía , L u is : 358. G a r c ía , M a n u e l J o s é : 20. G a r c ía M e llín , A r t u r o : 3 8 3. G a r c ía M e r o u , M a r tín : 142, 220. G a r c ía M o r e n o , G a b r i e l : 109. G a r c ía . R a f a e l: 208. 208». G a r c ía V a ld é s , J o s é : 5. G a r d e l, C a r lo s : 411. G a r m e n d ia , J o s é I g n a c i o : 21 9. G a r r o , J u a n M .: 229. G a r f ie l d , J a m e s : 164. G a r z ó n . F é l i x T .: 296.
G a y , L u is F .: 4 3 4. 438. G e lly y O b e s, J u a n A n d r é s : 103", 145, 230», 237». G e o r g e , H e n r y : 202. G e r m a n i, G in o : 177", 178", 179", 180», 2 7 7, 277», 278», 412». G h io ld i, A m é r ic o : 442. G h io ld i, R o d o lf o : 339». G il, A n a c le t o : 300. G ilb e r t , A l b e r t o : 399, 404, 4 05. G im é n e z d e la S e r n a : R a m ó n : 280». G io l it t i , J u a n : 319. G o d o y , E n r iq u e : 256». G ó m e z , A l e j a n d r o : 481. G ó m e z , C a r lo s : 396». G ó m e z , I n d a l e c i o : 2 9 6 ,2 9 7 , 2 99, 3 0 2, 308. G ó m e z , J u a n C a r lo s : 125. G ó m e z , R a m ó n : 316». G ó m e z , R u f in o : 82. G ó m e z M o r a le s , A l f r e d o : 446», 448. G o n z á l e z , E l p id io : 316», 324, 325, 3 3 0, 360», 422. G o n z á le z , E n r iq u e P .: 396, 3 9 7, 3 9 9, 4 0 0, 405. G o n z á l e z , J o a q u í n V .: 174», 250, 2 5 1, 2 5 6, 256», 285. 305, 308. G o n z á le z , L u c a s : 103», 140. G o n z á le z A r r il i, B e r n a r d o : 283». G o n z á le z B a lc a r c e , J u a n R a m ó n : 7, 12. 16, 18, 1 9 ,2 5 . G o n z á le z I r a m a in , N i c o lá s : 337. G o r i, P i e t r o : 250. G o r o s t e g u i , H a y d é e : 178». G o r o s t ia g a , J o s é B .: 6 6 ,7 4 , 77, 104, 144, 186, 208. G o y e n a , P e d r o : 191, 199, 200, 2 1 6, 2 2 2, 227. G o y e n e c h e , A r t u r o : 326. G o y r e t , J o s é T .: 94». G r o n d o n a , M a r ia n o : 243", 463", 481». G r o p p o , P e d r o : 389». G r o u s s a c , P a u l: 198. G u a y c o c h e a , S a m u e l: 443". G ü e m e s , A d o lf o : 3 7 1, 386, 422. G u e v a r a , J u a n : 459. G u id o , J o s é M a r ía : 481. G u id o , M a r io : 330. G u id o , T o m á s : 60, 143. G u il le r m o II ( d e A l e m a n ia ) : 268. G ü ir a ld e s , R ic a r d o : 326". G u iz o t , F r a n c is c o P . G u i ll e r m o : 41. G u t ié r r e z , C e le d o n io : 99. G u t ié r r e z , E d u a r d o : 173". G u t ié r r e z , J o s é M a r ía : 106, 143, 224, 225.
G u t ié r r e z , J u a n M a r ía : 38, 67, 69, 74, 77, 142, 151. H a lp e r ín D o n g h i , T u l i o : 163", 165", 275», 321», 351», 352», 366", 410", 455». H a r r is o n , B e n j a m ín : 164. H a y a d e la T o r r e , V í c t o r R a ú l: 321», 390. H a y e s, R u th e fo r d B ir c h a r d : 157. H é g e l, J o r g e G u i l l e r m o F e d e r ic o : 31, 33. H e ll m u t h , O s c a r A l b e r t o : 403», 404. H e r a s , C a r lo s : 140». H e r e d ia , A l e j a n d r o : 35, 36, 38, 45. H e r e d ia , F e l ip e : 21, 36. H e r n á n d e z , A m e li o : 434. H e r n á n d e z , J o s é : 142. H e r r e r a , L u is A lb e r to : 118". H e r r e r a V e g a s , R a f a e l: 329». H im m le r , H e in r ic h : 4 0 4. H i n d e n b u r g , P a b lo v o n : 2 68. H it le r , A d o l f o : 3 4 7, 349. 350. H o b b e s , T o m á s : 198, 2 0 6. H o d a r a , J o s e p h : 173». H o p k i n s , H a r r y : 431". H o r n o s , M a n u e l: 71, 7 3 ,9 3 . H o u s s a y , B e r n a r d o : 437". H u e y o , A l b e r t o : 374. H u ll. C o r d e l l : 385. 403, 4 0 4, 407. H u n t i n g t o n , S a m u e l P .: 462". I b a r g u r e n , C a r lo s : 2", 3", 22, 23", 226», 2 5 6, 302, 302", 305", 3 0 8, 310, 3 3 6, 345, 3 7 1, 3 7 8, 394. I b a r g u r e n , F e d e r ic o : 356". I b a r r a , A b s a ló n : 102. I b a r r a , F e l ip e : 10, 13, 15, 35, 36, 44. I ll ia , U m b e r t o A .: 4 8 2. I m a z , F r a n c is c o : 460. I m a z , J o s é L u is d e : 413", 4 1 4, 414». I m b e r t , A n íb a l: 399. I n g e n i e r o s , J o s é : 285. I r a z u s t a , J u lio : 355, 378, 388, 390. I r a z u s t a , R o d o lf o : 3 5 5, 378, 3 88, 390. I r ia r t e , T o m á s d e : 81. I r ig o y e n , B e r n a r d o de: 143, 149, 150, 167, 184, 186. 187, 2 0 5, 208, 2 2 7, 2 2 9. 232, 2 3 4, 2 3 5, 2 3 7, 254, 2 6 2. I r ig o y e n , M a r t ín : 5. I r io n d o , M a n u e l M . d e : 3 7 4, 394. 6 ",
I r r a z á b a l, P a b lo : 101. I v a n o w s k y , T e ó f i l o R .: 149. J a c k a l: v é a s e J o s é M . M e n d ia . J a c q u in , J o s é : 243. J a g ü a r ib e , H e li o : 160". J a n o ( d io s ) : 374. J a u r e t c h e , A r t u r o : 383, 388, 4 1 5, 445. J u á r e z , B e n it o : 108. J u á r e z C e lm a n , M i g u e l : 184. 191». 198. 201». 2 0 7. 208. 208». 209. 210. 212. 2 1 3, 214, 2 1 7 , 2 1 9, 2 2 0, 220», 2 2 1, 221», 222, 2 2 3. 225. 238. 291. 291», 315. J u n g , C a r i G u s t a v : 431». J u s t o , A g u s t ín P .: 322, 323, 328», 3 3 0. 357. 358. 359. 364. 36 7. 3 7 0, 371. 3 7 2. 3 7 3, 374. 375". 3 7 6. 3 7 9. 380. 381. 382. 383. 383». 3 8 4. 385, 386. 387. 3 8 8. 389. 392, 392». 3 9 3. 394, 396,■ 448. J u s t o , J u a n B .: 2 5 0, 280, 30 0. 302». 309. 313». 334. 338». K e n w o r t h y , E ld o n : 471» K in k e li n , E m i lio : 368, 368». K is s in g e r , H e n r y : 465. K o r n , A l e j a n d r o : 170", 191, 4 15, 417". K o r n h a u s e r , W illia m : 267». L a b a y r ú , B e r n a r d i n o : 4 4 2. L a f a y e t t e , M a r io , m a r q u é s d e : 33. L a fe r r é r e , G r e g o r i o d e : 174», 283. L a g o s , H ila r io : 6 7 , 74. L a g o s , J u lio : 406, 460. L a g o s G a r c ía , L u is : 2 0 1. L a l le m a n t , G . A .: 238 L a m a d r id , G r e g o r i o A r á o z d e : 10, 13, 37, 48, 4 9 , 50, 6 1 . L a m a r c a , E m i lio : 200. L a m a s , A n d r é s : 4 1 , 46. L a m b e r t , J a c q u e s : 352». L a m e n n a is , H u g o F . R o b e r t o : 4 1 , 428. L a n ú s , R o q u e : 3 8 1. L a n u sse , A le ja n d r o A g u s t í n : 484. L a P a l o m b a r a , J .: 454». L a p id o . O c t a v io : 118. 119. L a s p iu r . S a t u r n in o : 184. L a s t r a , B o n if a c i o : 229. L a t o r r e . P a b lo : 21. L a t r e il le . A .: 173». L a t t é s , R o b e r t : 465. L a u r e n c e n a , M i g u e l : 323, 326, 386. L a v a ll e , J u a n : 5, 7, 8 , 45, 46, 47, 48, 50, 51». L a v a ll e , R ic a r d o : 262.
4 95
L a v a ll e j a . J u a n A n t o n io : 115. L a v a llo l, F e l ip e : 83. L e b la n c , L o u is F . : 43. L e B r e t ó n , T o m á s : 328", 3 2 9. 330. 374. L e g ó n . F a u s t i n o J .: 439, 440. L e g u i z a m ó n , G u il le r m o : 377. 378. L e g u iz a m ó n . O n é s im o : 142. L e i v a , M a n u e l: 15, 27. L c n c in a , C a r lo s W a s h i n g to n : 3 3 1, 335. L e n in , N i c o l á s : 2 7 1, 348. L e ó n X I I I ( p a p a ) : 249. L e p r é d o u r , F o r t u n é J .: 57. L e r c h e , H a r o ld : 465. L e r m in ie r , J u a n L u is E u g e n i o : 41. L e r o u x , G a s t ó n : 41. L e v a ll e , N i c o l á s : 217, 218. 2 1 9. 220. 221». 2 2 4. 225. 236. L e v e n e . R i c a r d o : 102». 165». L e v i l l i e r . R o b e r t o : 7 6 n, 146». 201», 230», 237». L e v in g s t o n , R o b e r t o M a r c e l o : 484. L i e u w e n , E d w i n : 442». L i lie d a l, O s c a r : 231. L in a r e s Q u in t a n a . S e g u n d o V .: 299. L i n c o l n , A b r a h a m : 108. L i p s e t , S e y m o u r M .: 277», 4 1 2, 478». L is t , F e d e r ic o : 171». L o n a r d i , E d u a r d o : 442, 443, 449», 4 5 9, 460, 460», 479. 481. L óp ez, B e n ig n o S o la n o : 114. L ó p ez, C a r lo s A n t o n io : 114. L ó p e z , E s t a n i s la o : 7, 11, 12, 13, 14», 15, 2 2 , 35, 36, 43, 44, 51, 77», 82. L ó p e z , F r a n c is c o S o l a n o : 8 3 , 114, 116, 117, 118, 122, 123, 124, 126, 129, 130, 132, 133, 156. L ó p e z , J a v i e r : 10. L ó p e z , J u a n P a b lo : 4 9 , 51, 5 3 , 61. L ó p e z , L u c io V .: 142, 173», 2 1 8, 224, 234». L ó p e z , V i c e n t e F i d e l : 38, 4 0, 67, 68 , 69. 71», 142, 143, 186, 2 1 6, 224, 2 2 5, 226. 229. L ó p e z . M a n u e l: 36. L ó p e z J o r d á n , R ic a r d o : 11, 9 2, 96, 142, 145, 192. L ó p e z y P la n e s , V ic e n te : 66, 6 7 , 71, 77. L o r io , J u a n C a r lo s : 442. L o z a , E u f r a s io : 328», 329». L o z a n o , J o r g e M .: 460».
496
L u c e r o , F r a n k -lin : 420. L u d e n d o r f f , E r ic o v o n : 2 6 8. 2 7 2. L u g o n e s , L e o p o l d o : 285, 319, 341», 355, 356, 365. L u n a , F é l i x : 32.4», 369», 381», 383», 410», 4 1 5, 417", 4 1 8, 421». L u n a , P e l a g i o B .: 309. L u q u e , M a te o J .: 91. L u rd e , A le x a n d r e , c o n d e d e : 55. L u x b u r g , K a r l v o n : 319. L u x - W u r m , P i e r r e : 438», 444». M a c k a u , b a r ó n d e : 49. M a c h a d o , A n t o n io : 473. M a d a r ia g a , J o a q u ín : 54, 56. M a d a r ia g a , J u a n : 53, 56. 71. M a d e r o . E d u a r d o : 203. 291. M a d e r o , F r a n c is c o B .: 187. M a fu d , J u lio : 180», 280». M a g n a s c o . O s v a ld o : 242. M a lt h u s , T o m á s R o b e r t o : 171. M a n s illa , L u c io V .: 56, 61, 106, 142, 173», 180, 220», 284. M a n z i, H o m e r o : 383. M a q u ia v e lo , N i c o l á s B e r n a r d o d e : 2, 194. M a r a ñ ó n , G r e g o r io : 313. M a r c ó . C e le s t in o J .: 328». 329», 330. M á r m o l, J o s é : 6 7 , 92, 96, 120 .
M a r t e l, J u liá n : 173». M a r t ín , J u a n A .: 256». M a r t ín e z , D o m i n g o : 398, 399. M a r t ín e z . E n r iq u e : 18. 19, 364. M a r t ín e z d e H o z , J o s é A l f r e d o ( h .) : 376». M a r t ir é , E d u a r d o : 14. M á r q u e z , C a r lo s D .: 389». 3 9 1. 3 9 2, 392». M a r x , C a r lo s : 34, 2 3 8, 348, 458. M a s ó n , D i e g o : 3 9 8, 399». M a s t r o n a r d i , C a r lo s A .: 326». M a t e r a , R a ú l H .: 482. M a t t e r a , L u is : 198, 200. M a t ie n z o , J o s é N i c o l á s : 195, 2 1 5 , 2 2 2, 290», 291", 292", 328», 329», 330, 331, 3 3 5, 339», 3 7 2, 389. M a x i m ili a n o I ( d e M é x i c o ) : 109, 165. M a u r r a s , C a r lo s : 346, 356. M a y e r , J o r g e M .: 183», 188». M a z a , M a n u e l V i c e n t e : 19, 2 1 , 23, 2 5 , 3 7 , 45, 52. M a z a , R a m ó n ,* 45. M a z o , G a b r ie l d e l: 383.
M e A l is t e r , L . N .: 366». M e G a n n , T h o m a s F .: 166, 166», 167, 168», 180, 202», 2 2 6, 226», 275». 277», 279, 284», 285. 2 8 6. 305. M e d in a , A n a c le t o : 61. M e d in a , F r a n c is c o : 368». M e d i n a c e ll i: 110, 111. M e d r a n o , S a m u e l W .: 440. M e ló , C a r lo s R .: 223».,255» 260», 263», 3 2 3, 3 2 6, 3 3 0, 336. 339". M e ló . L e o p o ld o : 3 2 6. 330, 3 3 6, 3 3 9, 374, 380. 388. M e n d e v ill e , J u a n E n r iq u e : 4. 50, 52, 55. M e n d ia , J o s é M . ( J a c k a l ) :
220 ».
M e n é n d e z , B e n j a m ín : 442, 443». M e n v ie l le , J u lio : 384», 388». M e r c a d e r , E m ilio : 369. M e r c a n t e , D o m i n g o : 400, 405, 4 0 9, 4 2 0, 421, 422, 441. M e r t o n , T h o m a s : 431». M e tte r n ic h -W in n e b u r g , K le m e n s W e n z e l, p r ín c ip e d e : 32. M ic h e ls , R o b e r t : 267». M ig u e n s , J o s é E n r iq u e : 412», 413. M ir a n d a , M ig u e l: 445, 446. M it r e , B a r t o lo m é : 2 9 , 41, 61, 67, 6 9 , 70, 70", 71, 72, 73, 78, 81, 8 2 , 8 3 , 84, 86 , 88 , 8 9 , 90, 92, 9 3 , 94, 95, 96, 97, 9 9 , 100, 101, 101", 102, 103, 103", 104, 106, 107, 108, 111, 112, 112», 116, 117, 119, 120, 121, 122, 123, 124, 124», 125, 126, 127, 129, 130, 131, 134, 135, 136, 140», 141, 142, 143, 146, 147, 148, 149, 150, 151, 155, 156, 157, 183, 186, 187, 187», 189, 192, 205, 2 0 7, 208. 2 1 7, 220», 2 2 7, 2 2 8, 228», 229, 2 3 1, 2 3 2, 238, 242», 2 4 7, 254, 2 5 9, 2 6 2, 2 9 1, 291», 3 2 2, 371, 3 8 5. M it r e , E m i lio : 93, 145, 259, 2 6 1, 262. M i t t e l b a c h , A r is t ó b u lo : 395. M ir a b e a u , H o n o r a t o G a b r ie l d e R i q u e t i, c o n d e d e : 206. M o lé , L u is M a t e o , c o n d e d e : 43. M o lin a , A b r a h a m : 2 3 1. M o lin a , J u a n B a u t i s t a : 368, 3 7 1, 3 8 3, 384, 3 8 9, 392, 3 9 7. M o lin a , L u i s : 99. M o lin a , P e d r o ; 36. M o lin a , R a m ó n : 382, 383. M o lin a , R a ú l A .: 324», 325», 331", 334, 338", 339". M o lin a , V í c t o r M .: 329».
M o lin a r i, D i e g o L u i s : 383, 404. M o lt k e , C a r lo s B e r n a r d o v o n : 113, 160. M o n r o e , J a m e s : 32. M o n t e s , J u a n C a r lo s : 395. M o n t e s . M ig u e l A .: 395. 39 7, 399. 400. M o n te s d e O ca . M a n u e l A u g u s t o : 2 5 9 a, 260, 302. M o r a n . T h e o d o r e H .: 469". 470. M o r e n o , J o s é M a r ía : 186. M o r e n o . J u a n J o s é : 187. M o r e n o , R o d o lf o : 395. M o r e t t i, F lo r in d o A .: 3 3 9 n. M o s c a . E n r iq u e M .: 422. M o s c o n i. E n r iq u e : 441. M o u n ie r . E m m a n u e l: 349. M o u s s y . M a r t ín d e : 77. M u r a t u r e , J o s é L u i s : 284. M u r e n a . H . A .: 280". 411». M u s s o lin i, B e n i t o : 3 4 6 .3 4 9 . 350. M y e r s . F r a n k E .: 462». N a b u c o : 125. N a m u n c u r á , M a n u e l: 154. N a p o le ó n I : 3 1 , 32. N a p o le ó n I I I : 108. N a v a r r o G e r a s s i. M a r y s a : 354». 356, 356». 383». 388», 3 91, 391», 397». N a v a r r o V i o l a . M ig u e l: 200 . N a z a r , L a u r e a n o : 99. N a z a r A n c h o r e n a , B e n it o : 436. N e e d le r . M a r t ín C .: 477. 478». N e ls o n . E r n e s t o : 284. N e v a r e s . A l e j o : 2 0 0, 222. N i c o l in i, O s c a r : 420. N i e m e y e r . O t t o : 379. N i e t z s c h e . F e d e r ic o : 268». N o b le . J u lio A .: 217», 218", 220». 228». 230». 233». 235», 237, 378. N o e l. M a r t ín : 414. N o g u é s , P a b lo : 375». N o lt e , E r n s t : 354». N o v o a . R a m ó n : 458. N u n , J o s é : 366». O b li g a d o . P a s t o r : 79. 81. 84. 96. O b lig a d o , R a f a e l: 142. O c a m p o , J u a n C r u z : 94. O c a r n p o . M a n u e l: 9 4 , 148, 208, 208». 222 . O ’C o n n o r , E d u a r d o : 220». O d d o n e . J a c in t o : 250». O la z á b a l, M a n u e l d e : 18, 81. O liv e r a . R i c a r d o : 2 9 8. O li v e ir a S a la z a r , A n t o n io d e : 313. O li v ie r i, A n íb a l: 442.
O lm o s , A m b r o s io : 214. O n g a n ía . J u a n C a r lo s : 398. 427». 4 8 1. 483. O r d ó ñ e z . M a n u e l V .: 436. O r g a m b i d e , P e d r o : 283». 284». O r ia . S a lv a d o r : 393. O r ib e , M a n u e l: 44. 4 8 . 49. 5 0 . 5 1 , 51", 5 2 , 5 4 , 55. 5 7 . 60. 6 1 . 115. O r le á n s . L u is F e l i p e d e : 3 0 , 31. 34. O r m a . A d o lf o F .: 256». O r o n a , J u a n V .: 322». O r ú s , M a n u e l: 375". O r te g a y G a s s e t, José: 180". 267». 286». 3 4 1, 4 7 9. O r tiz , R o b e r t o M .: 329». 3 7 1 , 3 7 5, 386, 3 8 8 . 3 8 9. 389». 3 9 0, 391. 392, 3 9 3, 3 9 4. 414. O s é s , E n r iq u e P .: 390. O s o r io , M a n u e l L u is : 124. 130. O s s o r io A r a n a . A r tu r o : 4 4 3. 4 5 3. O y h a n a r t e . H o r a c io : 360». 422. P a c c in i, R e g in a : 325». P a c h e c o , Á n g e l: 12. 17. 21, 50, 6 1 , 73. 325». P a c h e c o , E lv ir a : 325». P a c h e c o , W e n c e s la o : 210». P a d il la , E r n e s t o E .: 3 0 1, 368». P a d il la . J o s é : 389», 390. P a d il la , M ig u e l M . ( h . ) : 440. P a g é s , P e d r o : 329. P a l a c i o , E r n e s t o : 355. 361». 385». P a l a c i o s . A l f r e d o L .: 254. 3 00. 309. 392. P a l c o s . A l b e r t o : 136». P a l m e r s t o n . lo r d ( J u a n T e m p le ) : 28. 32, 33, 3 7 . 49. 54. 5 5 . 57. P a n n ik a r , K . M .: 2 6 5. P a r r a , A n d r é s : 18. P a s c a l, B la s : 41. P a s t o r , R e y n a ld o : 425, 442. P a t r ó n C o s ta s , R o b u s t ia n o : 3 0 1. 389. 3 9 4. 396. P a u n e r o , W e n c e s la o : 93. 95. 9 9 . 100. 101. 107. 127. P a z . J o s é C .: 149. 151, 2 1 4. P a z , J o s é M a r ía : 5, 7 , 8 . 10. 11, 12, 13, 48. 50. 51. 54. 56. 77". 126. P a z . M a r c o s : 67. 8 5 , 99. 102, 103. 104, 106. 132. P a z , M á x im o : 207. P e d e r n e r a , J u a n E ste b a n : 12, 8 5 , 94, 95, 2 9 1. P e d r o II ( d e l B r a s i l ) : 60, 115, 118. P e l l e g r i n i , C a r lo s : 143, 147. 148. 151. 168. 191, 195. 200,
20 3. 2 0 8. 208». 2 1 6. 2 1 7. 219, 221". 223, 2 2 4, 2 2 5. 2 2 6, 227. 2 2 9. 2 3 1. 231". 2 3 2. 2 3 5, 236, 2 3 8, 2 3 9. 239». 240. 241. 243", 246. 251. 252. 2 5 8. 2 5 9. 262. 284. 291». P e l le g r in i. E r n e s t o : 252, 25 3, 254. 255. P e l liz a . M a r ia n o A .: 242». P e l u f f o , O r la n d o : 408. P e n e ló n , J o s é F . : 339». P e ñ a . F é l i x : 468». P e ñ a . F é l i x d e la : 102. 243». P e ñ a . J u a n B a u t is t a : 81. P e ñ a lo z a . Á n g e l V ic e n te (E l C h a c h o ) : 50. 53. 99. 100. 101. 101". 144. P e r a l t a . A l e j a n d r o N .: 300". P e r e t t e . C a r lo s A .: 482. P é r e z A m u c h á s t e g u i, A n t o n io J .: 110", 306". 331". P é r e z C o l m a n . E n r iq u e : 360". P é r e z . E r n e s t o : 368». P e r e y r a . G a b r ie l: 116. P é r e z , S a n t o s : 22. 36. P e r l in g e r . L u is : 4 0 5. 406. 4 08. P e r ó n , J u a n D o m in g o : 299, 364", 383», 3 9 5, 396, 3 9 7, 399, 4 0 0, 404, 405. 405». 4 0 6. 407. 4 0 8. 409. 4 1 1. 4 1 5. 4 1 6. 417, 417», 418. 419. 4 2 0, 4 2 1. 422. 4 2 3, 4 2 5. 426. 427. 427». 428. 4 2 9. 4 3 0. 432. 433. 434. 434», 4 3 5. 4 3 6. 437. 438. 438». 440. 441. 4 4 2. 443. 444. 4 4 5. 446. 447. 450, 4 5 2. 4 5 3. 454. 456. 457. 458. 459. 4 6 0, 479. 480. P e r ó n , M a r ía E v a D u a r t e d e : 418, 420, 421, 4 2 2. 426. 4 27. 427», 429, 430, 431, 431", 4 33, 436, 441, 442. 4 4 3. 444. 4 5 2. 456. 4 5 8. 459. P e r r o u x . F r a n g o is , 466. P e r t i n é , B a s i lio B .: 375, 3 8 2, 414. P h i lli p s , E d u a r d o : 245. P i c o , C é s a r E .: 3 5 5. P i c o , F r a n c is c o : 6 7 , 69. P i c o , O c t a v io : 368", 370. P i e d r a b u e n a , L u is : 105. P i e r r e s t e g u i, J u a n : 396. P i e t t r e , A n d r é : 171». P i n c é n : 194. P i n e d o , A g u s t ín d e : 19, 143. P i n e d o , F e d e r i c o : 259", 33 7, 361", 3 7 5, 3 7 8. 3 7 9. 384». 385», 386». 389». 392. 393. P i n t o , G u il le r m o : 73. P i n t o , M a n u e l: 71. P i ñ e r o . N o r b e r t o : 259». 323. P í o I X ( p a p a ) : 170». P ir á n . J o s é M a r ía : 71.
497
P i s t a r in i. J u a n : 367. 398, 420. P la z a . V i c t o r i n o d e la : 140. 262. 2 6 3. 302. 3 0 3, 304. 305. 306. 307. 308. 309. 319. 320. P iz a r r o , M a n u e l D .: 198. 199, 2 1 9. 227. 230. P o d e s t á C o s ta . L . A : 2 4 8 “. P o m a r . G r e g o r io : 371. P ó r t e l a . I r e n e o : 84. P o r t n o y , L e o p o ld o : 447". P o r to A le g r e , b a ró n d e : 131. P o s s e . F i le m ó n : 210'*. 214. P o t a s h . R o b e r t : 246". 322". 357». 358». 359». 366. 367. 375». 382». 384. 389». 391». 3 9 4. 395». 396». 397». 398". 400». 403». 404». 405». 408». 409. 417». 418». P r e b is c h . R a ú l: 329. 377. 449. 449». P r é lo t . M a r c e l: 346». 349. P r im o d e R iv e r a . M ig u e l: 3 47. P r im o d e R iv e r a y S á e n z H e r e d ia . J o s é A .: 3 4 7 . 348. 348». 356. P r i n g l e s . J u a n P a s c u a l: 12. 13. P r o u d h o n , P e d r o J o s é : 34. P ú a . C a r lo s d e la : 280». P u e n t e s . G a b r ie l J .: 19». P u e y r r e d ó n . C a r lo s A : 257». P u e y r r e d ó n . H o n o r io : 316». 3 20. 370. 371. 382. 386. P u e y r r e d ó n . M a n u e l: 19. 81. P u i g . J u a n C a r lo s : 243». 244». P u i g b ó , R a ú l: 180». P u i g g r ó s , R o d o l f o : 238». 250». 361». P u j o l . J u a n : 68. 69. 85. P u r v is . J . B r e t t : 55. Q u e s a d a . E r n e s t o : 1 4 2 ,2 2 2 . Q u esa d a , V ic e n te G r e g o r io : 155, 167. Q u e v e d o , F r a n c is c o : 19. Q u ij a n o . H o r t e n s i o : 418. 423, 428. 443. Q u in e t , E d g a r d o : 32. Q u i n t a n a . E n r iq u e : 234, 234», 236». Q u in t a n a . F e d e r ic o : 284. Q u i n t a n a , M a n u e l : 104, 142. 143. 167, 2 3 2. 232». 236. 236». 237. 254. 255. 256. 257. 258. 262. 291. Q u ir n o C o s ta . N o r b e r t o : 167. 209. 210», 242. 247. 259». Q u i r o g a . H o r a c i o : 174». 341». Q u ir o g a . J u a n F a c u n d o : 8 . 9. 10. 12. 13. 14, 14». 15. 16. 20. 21. 34. 35. 36. 40. 46.
R a c e d o , E d u a r d o : 210». R a m ír e z . E m ilio : 395. R a m ír e z . F r a n c is c o : 11. R a m ír e z . P e d r o P .: 394, 396, 3 9 7. 398, 3 9 9. 400». 402. 403. 404. 405, 405». 406. R a m o s M e jía , E z e q u i e l : 259». R a m o s M e jía . F r a n c is c o : 216», 436. R a w s o n , A r t u r o : 396. 397, 397», 398. 399, 405, 419. R a w s o n . G u ille r m o : 103". 105. 106. 186. R a y . J o s e p h : 397». R e a l, J u a n J o s é : 361». R e b a u d i. A .: 123». 124». R e im ú n d e z . M a n u e l: 443» R e in a f é . J o s é V i c e n t e : 13. 22. 35. 36. R é m o n d . R e n é : 173». 354» R e n a r d . A b e l: 368. R e n n ie . I s a b e l F .: 325". R e n o u v i n . P i e r r e : 30». 269". 270». 272». 274, 312», 350» R e p e t t o . N ic o lá s : 250». 309. 323». 339», 372, 378. R e p e t t o , R o b e r t o : 436 R e y e s . A n t o n io : 61. R e y e s . C ip r ia n o : 424. 438 R ia l. A r t u r o : 459. R i c c h ie r i . P a b lo : 249 R ic o , M a n u e l: 45. R ie r a . M a n u e l: 136". R ie s c o . G e r m á n : 247. R ie s t r a . N o r b e r t o d e la : •80. 8 7 . 89. 92. 140. 143. 150. R io B r a n c o . J o s é M a r ía d a S ilv a P a r a n h o s , b a r ó n d e : 116. 124. 156. 303. R i v a d a v ia . B e r n a r d in o : 2. 20. 427. R i v a d a v i a . M a r t ín : 242». 247. R i v a r o l a , H o r a c i o : 1*74. 176». 201». 205». 330». R iv a r o la . M a r io A .: 334». R i v a r o la . R o d o lf o : 69», 70». 73». 84». 142. 175", 189. 190», 288». 2 9 0. 293». 294. 301. 302». 324». R iv a s , I g n a c i o : 132, 145, 146, 149. R i v e r a A s t e n g o , A g u s t ín : 195», 206», 207», 209, 235». R iv e r a , F r u c t u o s o : 44. 45, 46, 47, 49, 50. 51. 52. 54. 55. 56. 59. 115. R o b le s . D o r o t e o M a r c e lo : 129. R o c a . J u l i o A r g e n t in o : 97. 149, 151. 153. 154. 167. 168. 177. 183. 184. 185. 186. 187. 188, 191, 192, 193, 194, 195. 196. 197, 198, 201», 202, 205. 206, 2 0 7. 208. 210, 214, 216, 2 1 7, 2 1 8, 219, 220, 220", 221»,
2 24. 225, 227 229. 2 3 1. 232, 235, 236, 237. 238, 239. 240. 2 41, . 242, 242». 243», 244. 244», 245, 247, 248, 249, 250. 254, 255, 2 5 8, 259, 260, 281. 263, 291". 299, 308, 316, 371, 372, 373, 377», 380. 388, 392, 3 9 3, 414, 425. R o c a , J u l i o A . ( h .) : 258, 3 72, 386. R o c c a , S a n t i a g o C .: 323. R o c c o . P e d r o : 367. R o c h a , D a r d o : 151, 184, 187, 208, 2 1 9. 221». 225. R o d ó , J o s é E n r iq u e : 274. R o d r í g u e z . M a n u e l: 370, 3 7 5, 375». 380. 381, 382. 383. 388. R o d r íg u e z . M a r t ín : 1, 44. 46. R o d r íg u e z C o n d e , M a tía s : 383». R o d r íg u e z L a r r e t a , C a r lo s : 256". 257. R o g e r , A i m é : 42, 43. 44. R o ja s . A b s a ló n : 232. R o ja s , A n g e l D .: 310. R o j a s . I s a a c : 459, 479. R o j a s . M a n u e l: 375". R o j a s , N e r io : 146". R o ja s . R ic a r d o : 285. R o ld á n . B e l is a r io : 2 2 8. 228' R o ló n . J o s é M a r ía : 99. R o ló n . M a r ia n o B e n it o : 19. R o m e r o . J u a n J o s é : 232". R o o n , A lb e r to T e o d o r o E m ilio , c o n d e d e : 160. R o o s e lv e lt , F r a n k lin D .: 34 4, 384, 403, 407, 431». R o o s e v e lt . T h e o d o r e : 111 R o s a . J o s é M a r ía : 242". 243. 308. 388». 398. 399. R o s a le s . L e o n a r d o : 4. R o s a s . J u a n : 63. R o sa s, J u a n M a n u el d e: 1, 2. 3, 4. 5. 6. 7, 11. 12. 13. 14. 14», 15, 16. 17, 18. 19. 20. 2 1 , 2 2 . 23, 25. 26. 27, 28, 29, 33. 34. 3 5 , 36. 37, 38. 39, 40, 4 1 . 4 2 . 43. 4 4 , 45. 46. 47, 48. 50. 51, 51", 52. 53. 54. 5 5 , 56. 57. 5 8 . 59, 60. 61. 62. 65. 66 . 68 . 70. 90. 100. 105. 114. 115, 189. 388". 440. R o s a s . M a n u e li t a : 63. R o s a s . P r u d e n c i o : 19. 45. R ó s le r , O s v a ld o : 280». R o s m in i . S e r b a t i A .: 316». R o s s i. S a n t o s V .: 367. R o t h e . G u il le r m o : 393. R o t h s c h ild ( B a n c a ) : 247. R u a n o , A g u s t ín : 19». R u iz G u iñ a z ú , E n r iq u e ( h . ) : 367». 393. R u iz H u id o b r o , J o s é : 16. R u iz M o r e n o . I s i d o r o J .: 91". 190». R u iz M o r e n o . M a r t ín : 94
R u n c im a n , W a lt e r : 377. R u s t o w , D a n k w a r t A .: 478". S a á . F e l ip e : 101. S a á , J u a n : 89, 91, 9 2 , 99. 101.
S a a v e d r a , A r t u r o : 395, 406. S a a v e d r a , M a r ia n o : 104. S a a v e d r a L a m a s , C a r lo s : 285, 374, 3 7 7 , 3 8 0, 3 8 5, 414. S á b a t o , E r n e s t o : 2 8 0 n. S a b a t t i n i , A m a d e o : 381, 3 8 7, 394, 4 0 8, 4 1 8, 4 1 9, 420. S a b a t u c c i, A n t o n io : 2 4 9. S a b i n e , G e o r g e s : 346». S á e n z H a y e s , R ic a r d o : 169", 192", 196", 214", 216", 217", 220", 232", 233. S á e n z P e ñ a , L u is : 143, 151, 2 3 0, 230", 2 3 1, 2 3 3, 2 3 6, 237, 237", 2 3 8, ,238", 2 5 6, 291". S á e n z P e ñ a , R o q u e : 143, 167, 168, 2 0 0, 207, 2 0 8, 230, 230", 232, 2 5 8, 262, 2 6 3, 285, 28 7, 2 8 8, 2 9 2, 293, 2 9 4, 295, 29 6, 297, 2 9 8, 2 9 9, 3 0 2, 303, 308, 385, 389. S a g a r n a , A n t o n i o : 329", 330", 436. S a g u ie r , F e r n a n d o : 3 3 0. S a in t S im ó n , C la u d e H e n ri d e R ou vroy, co n d e de: 31, 34, 41. S a la b e r r y , D o m in g o : 316". S a la n d r a , A n t o n io : 3 1 9. S a ld ía s , A d o lf o : 3", 2 0 , 21". 42", 69". 143, 2 3 1. S a lin a s . J o s é S .: 316". S a l o m ó n ( J u liá n G o n z á le z ) : 20 . S á n c h e z , F l o r e n c io : 174». S án ch ez S oron d o, M arce lo : 388". 392. S á n c h e z S o r o n d o , M a tía s G .: 353, 3 6 8. 3 6 9. 370. S a n M a r t ín , J o s é d e : 5. S a n t a C r u z , A n d r é s : 37. S a n t a m a r in a . A n t o n io : 416. S a n ta m a r in a , E n r iq u e : 368", 404. S a n t a m a r in a , J o r g e : 399, 399". S a n u c c i, L ía E . M .: 183", 186", 187". S a r a iv a , J o s é A n t o n io : 121, 123. S a r a v ia , A p a r ic io : 388". S a r m i e n t o , D o m in g o F a u s t in o : 40, 6 1 , 6 7 , 77, 82, 84, 89, 92, 95, 9 7 , 98. 9 9 . 100. 101", 103, 104, 105, 106, 107, 110, 111, 136, 137, 138, 141, 142, 142", 143, 144, 145, 146, 147, 149". 151. 155, 156, 157, 177. 184, 186. 2 0 0. 205. 291". 388".
S a r o b e . J o s é M a r ía : 364, 364". 365. 367. 390. 429. S a r t o r i, G i o v a n n i : 170", 453», 454", 4 7 6, 478". S a s t r e , M a r c o s : 38. S a v i g n y , F e d e r ic o C a r lo s d e : 41. S a v i o , M a n u e l: 3 6 7, 4 4 1. S c a l a b r i n i O r t i z , R a ú l: 212". 388. 3 9 0. 413. S c a s s o . L e ó n : 389". 3 9 4. S c o b i e . J a m e s R .: 213", 234". 256". 279". S c o t t , W a lt e r : 32. S c h i lle r , J o h a n n C h r is t o p h F r i e d i c h v o n : 41. S c h n e id e r , R . M .: 464. S e g u í , F r a n c is c o : 68 . S e n i llo s a , F e l ip e : 6 . S e ñ o r a n s , E d u a r d o : 4 5 9. S e ñ o r a n s , J o r g e » 2 1 8. S e r ú , J u a n E .: 310. S e r v a n -S c h r e ib e r , Jean J a c q u e s : 466". S h a k e s p e a r e , W illia m : 461. S h e l l e y . P e r c y B y s s h e : 32. S ig a l. S ilv i a : 314. S i l v a P a r a n h o s : v e r R io B r a n c o , J o s é M a r ía d a S i l v a P a ra n h o s. b arón d e. S is m o n d i , J u a n S . L e o n a r d o d e : 41. S m it h , E d m u n d ( h .) : 385". S m it h . P e t e r : 180". 243". 279", 317". 329". 377". 379". 380". S o la n a . F e r m í n : 373». S o s a , I n d a l e c i o : 399. S o s a M o lin a , H u m b e r t o : 432. S o s a M o lin a , J . E .: 433». S p ili m b e r g o , J o r g e E n e a : 250". S t a é l- H o lt e i n , A n a L u is a G erm a n a N é c k e r (b a r o n e s a d e ) : 32. S t a lin , J o s é : 3 4 8. 403. S t e a d . W . T .: 266". S t o r n i , A l f o n s i n a : 341". S t o r n i , S e g u n d o : 398, 399", 3 9 9, 403. S u b e r c a s e a u x , B e n j a m ín : 165». S u e l d o , H o r a c io : 482. S u e y r o , B e n it o : 398, 399". S u e y r o , S a b a H .: 397. 398.
Taboada.
A n t o n i n o : 101 , 102 . T a b o a d a . D i ó g e n e s : 389». T a b o a d a . M a n u e l: 102. 103. 106, 145. T a m a n d a r é : 125, 131. T a m b o r in i, J o s é P .: 323. 329". 331", 334", 3 3 8, 371. 422. T a t o . M a n u e l: 458.
T a u A n z o á te tfu l, Vl«>l•»» l i T e d ín . M ig u e l URO" T h e r m a n n . R d u iu n il v m i 391. T e i l h a r d d e • I i n h II i r r e : 348. T e is a ir e , A lb e r t o 400 4011 4 18. 425. T e j e d o r , C a r lo s ; MI, o 84, 105, 150. 104 M ...... 187, 188. 196. T errero. Juan N III 14.1
Terry, José A
247, 256, 256». T h e d y , E n r iq u e 11110" T h e d y , H o r a c io 441 T i b ile t t i . E d u a r d o ... i T o c q u e v i lle , C a r io » A r í e r e í d e : 33, 453. T o d d , J o s é M a r ía tu» T o n a z z i, J u a n N inv u n 3 94. T o r e llo , P a b lo : .110" T o r in o . D a m iá n IM * , .1.10 T o r r a d o . S u s a n a 17nT o r r e . C a lix t o d e In JVJ T o r r e . J o r g e d e In i . T o r r e . L i s a n d r o «I•• In 217". 2 1 8. 218». aiw m u 220". 221. 232. 230 131’ KM) 308, 308". 309. 310 :i4l* tM» 372. 3 7 8. 379. 380 T o r r e n t . J u a n : 141» T o r r e s . J o s é L u í » .11»! 392". 404. T o r n q u i s t , E m e n t o |NM, 243", 246, 247. T u lc h iu , J o s e p h ; .107" i
U d a o n d o , G u ille r m o Uto 2 55. 262, 308. U g a r t e , M a n u e l: lltft ton 3 09. 310. 390. U g a r te , M a r c e lin o 10.r 187. 255. 256, 2511, SAI). M I 263. U g a r t e c h e , J o s é l«'i uo< ' c o : 6. U r b in a , J o s é M mi'In Iftft U r d in a r r a in . M a n u e l III U r ib u r u . F r a n c is c o MAN U r ib u r u , J o s é E v o r l l t t t 103". 229, 230. l'.lll U r ib u r u . Jos»'* l'V-li i 2 18. 247", 257. 304. :tfM »0 i 369, 370, 371. 3 7 1, I I I | j U r ib u r u , J u a n N .: PW U r q u iz a , J u s t o J o s * Al 53. 54, 56, 57, ftfl, 51».«0 ni 62, 65, 66 , 67, 0 8 , 09 71", 72, 73, 74, 75, H I | 77", 79, 80, 82, H3. 04 «A 86". 87. 88 . 89. 90, 01 UH 93. 94, 95. 96. 07. 00 101» 103. 104, 105, 106. 107 114 116, 117, 122, 123, I¡I4 IIt i 142. 143. 144. 146. IH0 HUI 291". 479.
V a l l e , A r is t ó b u lo d e l: 143, 15C, 151. 183, 187, 191“, 199, 2 1 2, 215, 216, 2 1 7, 2 1 8, 219, 2 2 0, 2 2 3, 229, 2 3 1, 232, 233, 234, 2 3 5, 2 3 6, 316". V a lle , D e lf o r d e l : 382. V a ll e I b e r lu c e a , E n r i q u e d e l: 302». V a ll é e , T o m á s : 253". V a r e la , F e l ip e : 101. V a r e la , F l o r e n c io : 4 1 , 44, 45, 46. V a r e la , M a r ia n o : 144, 156, 157. V a r g a s . G e t u li o : 365". V a z e ill e s , J o s é : 250". V á z q u e z , S a n t i a g o : 3. V e g a . A g u s t ín d e la : 395. V e g a , U r b a n o d e la : 395, 396. V e i n t i m i l l a , I g n a c io d e : 165. V é le z , C a r lo s : 397. V é le z S á r s f ie ld , D a lm a c io : 6 7, 6 9 , 7 1 , 84, 103", 105, 144. V e r b a , S id n e y : 173". V e r g a r a D o n o s o , F r a n c is c o : 247. V e r n e n g o L im a . H é c t o r : 420. V e r n e t , L u is : 36. V i a m o n t e , J u a n J o s é : 5, 11. 19, 20, 25. V ic o , J u a n B a u t is t a : 41. V i c t o r i c a , B e n j a m í n : 86 , 232". V id a r t . D a n ie l: 280".
V i d e l a , A m a d e o : 393. V i d e l a , E le a z a r : 375, 414. V i d e l a B a l a g u e r , D a lm ir o : 451. V i d e l a C a s t illo , J o s é : 10, 13. V i e j o b u e n o , D o m in g o : 186. V i lla f a ñ e . B e n j a m ín : 323. 3 9 1 , 392. V i lla lb a , T o m á s : 122. V i l l a n u e v a , B e n it o : 256, 308. V i lla n u e v a , B e n j a m ín : 215. V illa n u e v a , F r a n c is c o : 262». V i n t t e r , L o r e n z o : 236, 258. V i ñ a s , D a v id : 326". V ir a s o r o , B e n j a m ín : 5 9 ,6 0 , 6 1 , 77". 92, 94, 122. V ir a s o r o , J o s é A n t o n io : 82, 85, 88 , 89. V ir a s o r o , V a l e n t í n : 234, 234". 236". V is o . A n t o n i o d e l : 186, 191». V is o , J o s é d e l: 222.
W ild e , E d u a r d o : 142, 187, 198, 199, 210", 254". W illia m s , T . H a r r y : 162", 163». W ilm a r t , R .: 300", 330". W ils o n , T h o m a s W o o d r o w : 2 6 9, 2 7 1, 3 1 9 , 320. W r ig h t , C a r o l D .: 252.
W a l k e r , W illia m : 110 . W a lk e r M a r t ín e z , J o a q u ín : 24 5. W a lt h e r , J u a n C a r lo s : 17". W a t k i n s , F r e d e r i k M .: 346". W e b e r , M a x : 313, 429. W e in e r , M .: 454". W e lle s , S u m n e r : 403, 408. • W h it a k e r , A r t h u r P .: 446".
Z a ñ a r t ú , M a n u e l A r í s t id e s : 109. Z e b a l l o s , E s t a n i s l a o S .: 151, 168, 175. 2 2 7, 229, 237, 24 7, 252, 2 5 3. Z u b e r b ü lh e r , C a r lo s : 222. Z u r u e t a , T o m á s : 360". Z u v ir ía , F a c u n d o : 77". Z y m e lm a n . M a n u e l: 174», 328". 448".
Y a n c e y , B e n j a m ín : 82. Y o f r é , F e l i p e : 242». Y r ig o y e n . H i p ó l i t o : 111, 187, 2 1 7, 2 1 8 , 231, 231", 235, 2 3 8, 238", 2 3 9, 257, 2 5 8, 262», 280, 294, 301, 306. 307, 308, 3 0 9, 310, 3 1 2, 3 1 3, 313", 315, 3 1 6, 316", 3 1 7, 3 1 8, 3 1 9, 320, 3 2 1 , 3 2 2, 3 2 3, 3 2 4, 3 2 5, 325», 326, 327, 3 2 9, 3 3 0, 330", 331, 3 3 2. 3 3 4. 3 3 5 . 3 3 6. 3 3 7. 338", 3 3 9, 3 4 5, 3 5 3, 353", 354, 355, 3 5 6, 360, 360", 364, 3 6 5, 366, 3 6 7, 3 6 8, 3 6 9. 3 7 1, 3 7 3, 378, 3 8 1 , 388", 3 9 4, 4 2 5, 4 2 8, 470. Y r ig o y e n , M a r c e li n a : 258. Y r ig o y e n , M a r t ín : 316".
índice de nombres geográficos citados en este tomo
Á f r i c a : 32, 160, 3 6 6. A g u a d i t a : 100. A lc a r a z , t r a t a d o d e : 5 4 ,5 7 . 58. A l e m a n ia : 3 0 , 3 4 , 113, 159. 160, 162, 2 4 6, 2 4 7 , 2 4 9, 269, 27 1, 2 7 2, 2 9 0, 3 1 9, 3 4 4, 346, 347, 349, 3 5 0 ”,352", 3 9 1. 398, 404, 4 0 7, 484. A l v e a r : 154. A m é r ic a : 3 9 , 109, 110, 111, 114, 115, 174, 175, 192, 244, 279, 4 0 7. A m é r ic a C e n t r a l: 110, 2 6 9, 273. A m é r ic a d e l S u r : 3 9 , 49, 61, 113, 126, 129, 131, 204, 2 6 9, 270", 2 7 3, 2 8 5 , 4 1 1, 4 5 0. A m é r ic a h is p á n i c a : 114. A m é r ic a l a t i n a : 110, 164, 166, 168, 2 6 8, 2 7 0, 2 7 3, 2 7 4, 2 7 5, 320, 3 2 1 ”, 3 4 3, 3 4 4, 350, 3 5 1, 3 6 6, 447, 4 5 1, 463, 466, 467, 468. A n d a lu c ía : 325". A n d e s , c o r d i lle r a d e lo s : 154, 204. A n g a c o : 50. A n g o s t u r a : 133. A p ip é , is l a d e : 157. A r g e lia : 32, 4 2 . A r g e n t in a : s e c it a e n to d a la o b r a . A r r o y o d e l M e d io , r io : 92, 308". A r r o y o G r a n d e : 5 2 , 5 4 . 56. A s i a : 366. A s ia o c c id e n t a l : 270. A s u n c ió n : 6 1 . 144, 117, 118, 121, 123, 124, 125, 129, 131, 132, 133, 156, 157, 4 7 9. A t l á n t i c o , a lia n z a d e l: 465. A t lá n t ic o , o c é a n o : 37, 112, .5 5 , 3 5 0. A t u e l, r ío : 17. A u a h y : 133. A u s t r a li a : 2 7 0, 290, 470». A u s t r ia : 113, 3 4 4. A v e ll a n e d a : 3 8 8. A z u l: 149, 175.
B a h ia ( S a lv a d o r : B r a s i l ) : 270". B a h ía B l a n c a : 18, 257. B a h ía N e g r a : 125. B a n d a O r ie n ta l: v é a s e U ruguay. B a r a d e r o : 47. B a r r a n c a Y a c o : 22. 35. B é l g i c a : 2 4 7. 2 6 7. B e l la c o , e s t e r o : 130. B e n e g a s , p a c t o d e : 1. B e r l í n : 2 6 6, 4 1 5, 465. B o l i v i a : 3 7 , 43. 109, 110, 125, 155, 156, 165, 167, 205, 2 4 6 , 2 6 1, 270", 3 0 3, 384, 404, B o q u e r ó n : 131. B r a s i l: 5 5 , 5 8 , 6 0 , 61, 6 2 , 77, 102, 109, 110, 111, 112, 114, 115, 116, 117, 118, 119, 120, 121, 123, 124, 125, 126, 127, 131, 147, 156, 157, 164, 165, 167, 169, 178", 205 , 245, 24 8, 2 6 1, 2 7 4, 2 7 9, 2 9 0, 3 0 3, 305, 3 5 2, 365", 394, 463, 4 7 7. B u e n o s A í r e s , c iu d a d d e : s e c it a e n t o d a la o b r a . B u en o s A ir e s , p r o v in c ia d e : s e c it a e n to d a la o b r a . C a a g u a z ú : 5 1 , 52. 5 4 , 59. C a g a n c h a : 47. C a l c h i n e s : 12. C a m p a n a : 2 1 9. C a n a d á : 2 7 0. 2 9 0. C a ñ a d a d e G ó m e z : 9 5 . 116. C a r a c a s : 270", 4 7 9. C a r h u é : 153. C a s e r o s : 48, 62, 6 3 , 6 5 , 66 , 69, 97. C e p e d a : 8 3 , 84, 90, 91, 92. C a t a m a r c a : 9, 10, 4 8 , 52, 9 9 , 101, 102, 107, 184, 229. 23 2, 2 3 6, 307, 3 1 0, 3 3 2, 381, 39 0, 423. C e r r it o , is la d e l: 157. C e r r o C o r á : 133. C í u d a d e la : 13. C o l o m b i a : 109, 110. 167, 169. 270".
C o lo r a d o , r io : 17. C o n c e p c ió n d e l U r u g u a y : 77. C o n c h a s , r ío d e la s : 62. C o n f e d e r a c ió n A r g e n t in a : 114. C o n g o ( K i n s h a s a ) : 484. C ó r d o b a : 8 , 9, 10, 11, 12, 13, 2 2 . 3 5 , 3 6 , 40, 48. 49, 50, 77, 78, 8 0 . 85, 90, 91, 92, 99, 101, 102, 106, 107, 135, 137, 138, 149, 178, 184, 186, 199. 2 0 4, 206, 207, 2 0 9. 2 1 4. 229. 2 3 0, 2 5 6, 2 5 7, 258, 2 5 9, 261, 2 9 1, 291", 3 0 1, 3 1 6, 320, 327, 3 3 2, 3 3 3, 334, 336. 3 3 7, 361, 3 7 1 , 3 8 1, 387, 423 , 457, 458. 467, 4 8 0, 483. C o r e a : 474. C o r o n d a : 51. C o r r a le s : 129, 206. C o r r ie n t e s : 11, 12, 13. 13", 2 2, 3 6 . 43, 44, 45, 47, 5 1 . 52, 5 4 , 5 6 , 57. 5 9 . 60, 61, 62, 94, 9 9, 106, 122, 123, 124, 125, 127, 129, 146, 185, 186, 187, 2 29, 230, 233 , 234, 237 , 260, 3 0 7, 309. 3 1 0. 3 2 9. 336. 381, 425. C r im e a , g u e r r a d e : 130. C u b a : 163", 2 7 3. 4 8 4. C u r u p a i t y : 126, 131. C u r u z ú : 131. 132. C u y a m b u y o : 38. C u y o : 10, 13. 2 2 . 48. 99, 107, 395 . 424. 460. C h a c a r i lla : 50. C h a c o : 132. 133, 155, 157, 205. C h a c o , p a z d e l: 3 8 4. C h a p u lte p e c , A c ta d e : C h a p u l t e p e c : 407 . 408. C h a s c o m ú s : 42. 45. C h e c o s lo v a q u ia : 463. C h ic a g o : 2 6 6. C h il e : 16. 3 7 , 50, 5 2 . 110. 112. 154, 155, 165, 167, 178". 194. 204. 2 3 9,
156, 450.
109, 166, 244,
2 4 5, 246, 2 4 7, 248, 270", 274, 2 75, 3 0 3, 305 , 365", 394, 477. C h in a : 164, 268, 270, 465. C h in c h a s , is l a s : 112. C h iv il c o y : 137, 144. C h o e l e - C h o e l : 17, 18. C h u b u t : 421. C h u b u t , v a lle d e l: 105. D e s e a d o , r ío : 155. D e t r o it : 163. D i a m a n t e : 62. D i a m a n t e , r io : 155. D in a m a r c a : 113. D o lo r e s : 4 2 , 4 5 . D o n C r is t ó b a l: 4 7 , 145. D o n G o n z a lo : 145. E c u a d o r : 109, 110, 165. E l C e ib a l: 99. E l P a l o m a r : 392, 392", 405. E l S a lv a d o r : 274. E l T ío : 13. E n t r e R ío s : 11, 12, 13. 13", 22 43. 46 , 47 , 5 1 . 52, 5 4 . 56, 57] 58, 60, 6 1 , 6 2 , 73, 7 6 , 86 , 9 0 9 2 , 9 4 , 9 5 , 9 6 , 9 9 , 103, 105, 106, 107, 127, 135, 145, 178 184. 185, 2 3 0, 2 6 1, 291", 3 0 7, 3 3 6. 361, 375, 3 7 8, 381. 4 2 3, 467, E s p a ñ a : 3 6 , 110, 112, 163", 164, 168, 175, 189. 2 4 8, 267, 286 . 314 , 346 , 347 , 357 , 384", 390, 4 5 1, 463. E s p e r a n z a : 77. E s t a d o s U n id o s d e A m é r ic a : 32, 3 3 , 37, 82. 106, 108, 109, 110, 111. 112, 113, 141, 157, 162, 163, 164, 167, 168, 178, 226, 2 2 7, 2 4 4, 2 4 8, 249, 252,’ 266, 2 6 7, 269. 270, 270", 2 7 1, 2 7 3, 2 7 4, 2 7 9, 285, 287, 2 90, 305, 307", 3 1 9. 3 2 0, 329, 3 43, 3 4 4, 3 4 7, 349, 351, 355, 3 85, 3 9 3, 394, 400, 4 0 3. 415, 44 6, 450, 451, 463, 465, 466, 4 6 9, 4 8 3, 484. E s t a d o s U n id o s d e l B r a s i l: v é a s e B r a s i l. E s t e r o B e l l a c o : 131. E u r o p a : 30, 32, 33, 3 4 , 38, 110, 111. 112. 113, 130, 159, 160, 161, 166, 167, 168, 171, 174, 183, 198, 202, 2 2 7 , 228, 2 44 270, 2 7 2, 2 7 3, 2 7 4. 279, 285, 3 4 4, 349, 352, 366. 380, 384", 3 8 5, 3 8 7, 400, 451, 465, 466. E u r o p a o c c i d e n t a l : 270, 270". 469. E x t r e m o O r ie n t e : 161, 344. F a m a illá : 50. F i li p i n a s , is l a s : 163". 164. F r a i le M u e r t o : 12.
F r a n c ia : 4. 3 1 , 32, 3 3 , 38, 4 2 , 43, 44, 46, 47 , 49, 50, 55, 5 8 . 108. 109, 113, 160, 161, 162, 163, 164, 165, 166, 168, 172. 173", 269. 272, 326, 349, 3 5 6, 4 6 3. 465", 469", 484. G ib r a lt a r , e s t r e c h o d e : 350. G in e b r a : 274. G in e b r a , r e u n i ó n d e : 313, 320. G o y a : 127. G r a n B r e t a ñ a : 4, 5. 26. 28. 30, 3 2 , 33 , 37 , 4 9 , 54, 5 8 , 63, 77, 80, 80", 110, 112, 113, 115, 138, 155, 159, 160, 161, 162, 164, 168, 171, 226, 2 2 7, 249, 2 6 6, 2 6 7, 2 6 9, 270", 272, 329, 3 4 3, 344, 345 , 347 , 349, 360, 3 7 7, 3 7 8, 379", 469". G r e c i a : 268. G u a le g u a y : 5 1 . G u a m : 163". G u a m in i: 153. G u a t e m a la : 110. H o la n d a : 2 6 7. H u a iq u e - G n e l o : 153. H u m a it á : 114, 132.
Iguazú, r io : 126. I ll ís c a : 5 2 . I m p e r io a le m á n : v é a s e A l e m a n ia . I m p e r i o b r it á n ic o : v é a s e G ra n B r e ta ñ a . I m p e r io d e l B r a s il: v é a s e B r a s i l. I m p e r io d e l J a p ó n : v é a s e Japón. I n d ia M u e r t a : 57. I n d o c h in a , p e n í n s u l a : 160. I n g la te r r a : v é a s e G ra n B r e ta ñ a . I t a li a : 3 0 . 34, 162, 164, 168, 2 4 9, 2 6 7, 268, 3 0 3, 3 1 9, 346, 3 4 9, 3 5 0, 3 5 7, 463. I t a p ir ú : 130. J a p ó n : 164, 2 6 6, 2 6 8, 404, 4 0 7, 4 6 5, 469". J u j u y : 48, 5 0 , 9 0 , 107, 184, 196, 2 9 9, 310, 332, 3 3 7, 423, 424. J u n i n : 149. K u w a it : 484.
La B a n d e r i t a : 100. L a H a b a n a : 2 7 4, 390. La H abana, C o n fe r e n c ia d e : 3 5 2. L a H a y a . S eg u n d a C o n fe r e n c i a d e : 279.
L a M a ta n z a , p a r t id o d e : 469". L a P a m p a : 178. L a P l a t a : 2 3 4, 2 5 6, 335 , 369, 4 0 5, 460. L a s P l a y a s : 101. L a R io j a : 9, 10, 13, 36. 48. 5 0 , 5 2 . 99, 100, 102, 107, 184, 3 1 0, 3 3 1, 3 3 2, 3 3 6, 423. L a T a b la d a : 9. L a tin o a m é r ic a : v éa se A m é r ic a la t i n a . L a V e r d e , e s t a n c ia : 149. L im a : 110, 165, 3 5 1. L o m a s B l a n c a s : 101. L o m a s V a le n t i n a s : 133. L o n d r e s : 32. 37, 43, 56, 57, 5 8 , 140, 173, 192, 2 0 4, 226, 2 6 6, 3 4 3, 3 7 7, 378, 422. L o n d r e s , t r a t a d o d e : 3 7 7. L o s S a n t o s : 145. L u j á n d e C u y o : 101.
M adrid: 3 4 7, 394, 4 7 9. M a d r id , t r a t a d o d e : 248. M a g a lla n e s , e s t r e c h o d e : 3 7, 154, 155, 2 0 4. 245, 248». M a g a lla n e s , g o b e r n a c i ó n : 155. M a lv in a s , is la s : 5, 36, 37, 112. M a n a n t ia l: 52. M a r d e l P l a t a : 2 5 7, 393, 460. M a r t ín G a r c ía , is la d e : 44, 46, 5 6 . 5 8 , 3 6 9. 420. M a to G r o s s o : 116, 121, 146. M e d io O r ie n t e : 49. M e d i t e r r á n e o , m a r : 3 2 ,3 5 0 . M e n d o z a : 9, 10, 13, 36, 45, 5 0 , 99. 101, 135. 149. 150, 178, 184, 2 1 4, 257, 2 6 0, 291, 3 07, 3 1 0, 331, 336. 393. 423. 460. M e r c e d e s : 149. M e r lo : 48. M e s o p o t a m ia : 60. M é x i c o : 3 3 , 42, 108. 109, 110, 112, 165, 2 4 6, 2 6 9. 271, 2 7 5, 3 0 5, 352. 407, 469", 477. M é x i c o , c o n f e r e n c ia p a n a m e r ic a n a d e : 352". M in n e á p o lis : 163. M is io n e s : 2 4 8. M is io n e s ( g o b e r n a c i ó n ) : 2 0 5. M is s i s s ip p i, r ío : 33. M o n t d id i e r : 272. M o n t e v id e o : 40, 41. 43. 44. 4 5 . 46. 5 1 , 54, 55, 56, 57, 58, 59. 6 1 , 118, 121, 122. 123, 149. 167, 270», 469". M o n t e v i d e o , c o n f e r e n c ia d e : 351. M o r ó n , b a s e a é r e a d e : 443. M o s c ú : 266. 450, 476.
N e g r o , r ío : 16, 17. 105, 151. 153, 154, 155, 194. N e u q u é n : 154. N e u q u é n , r ío : 105. N o r u e g a : 2 6 7. N u e v a Y o r k : 204. 266 . 344, 469". Ñ a e m b é : 145. t f a r ó : 131. O c c id e n t e : 4 5 1, 4 6 2. O lt a : 101. O m b ú : 132. O n c a t iv o : 10. 13. O r e g ó n : 33. O t t a w a : 3 4 5. 376». O x f o r d : 265». P a c í f ic o , A c t a d e l: 248. P a c í f ic o , g u e r r a d e l : 165. 246. P a c í f i c o , o c é a n o : 108, 110, 112, 126, 155, 164, 268. P a g o L a r g o : 45. P a í s e s B a j o s : 30. P a l e r m o , p r o t o c o lo d e : 66 , 68.
P a m p a R e d o n d a : 48. P a n a m á : 167, 3 9 0, 479. P a n a m á , c a n a l d e : 163». P a r a c u é : 132. P a r a g u a y : 5 4 , 5 6 , 5 7 , 77, 82, 101, 102, 105, 106, 110, 112, 113. 114. 115. 116, 117, 118. 119. 120. 121. 122, 123, 124, 125, 126, 127, 129, 135, 140», 141, 146, 151, 156, 157, 167, 2 07, 384, 460. P a r a g u a y - G u a z ú : 146. P a r a g u a y , g u e r r a d e l: 225. P a r a g u a y , r ío : 121, 125, 126, 129, 132, 157. P a r a n á : 76, 82. 116, 117, 122, 135, 189, 3 7 1. P a r a n á , r ío : 12, 2 7 . 47. 51, 56. 58, 62, 121, 126, 127, 129, 130, 157. P a r í s : 38, 115, 173, 183, 204, 2 04», 206, 2 6 6, 320, 324, 325, 369, 391, 415. P a s o A g u ir r e : 51. P a t a g o n e s : 18. P a t a g o n ia : 105, 154, 155, 2 0 4, 2 1 4, 2 2 5, 248». P a t a g o n ia , g o b e r n a c ió n d e la : 155, 193. P a v ó n : 9 4 , 9 7 , 9 9 , 116, 117, 186, 193, 2 0 6, 224. P a v ó n , a r r o y o : 9 2 , 93. P a y s a n d ú : 5 9 , 122, 123. P e a r l H a r b o u r : 3 9 3. P e p i r y (o P e q u i r y G u a z ú ) , r ío : 2 4 8. P e r g a m in o : 175. P e r i b e b u y : 133.
P e r ú : 37, 109. 110, 112, 155, 165, 167. 178», 2 4 6. 303. 365», 4 63. P i k y s y r y : 133. P i la r : 132. P i lc o m a y o , r ío : 157. P l a t a , c u e n c a d e l: 3 9 2. P l a t a , r ío d e la : 120. P o c i t o : 89. P o l o n i a : 126. P o r t u g a l: 115, 2 4 8, 2 6 8. P o t r e r o d e C h a c ó n : 13. P o t r e r o d e O b e lla : 132. P o i , is la : 132. P o z o d e V a r g a s : 101. P r i m e r o , r ío : 8 , 9. P r o v in c ia s U n id a s : 113. P r u s i a : 113, 126, 160. P u á n : 153. P u e n t e d e M á r q u e z : 63. P u e r t o L u is : 3 6 , 37. P u e r t o R ic o : 163», 431». P u n a d e A t a c a m a : 245. P u n t a A r e n a s : 154. P u n t i l l a s d e l S a u c e : 101. Q u e b r a c h o H e r r a d o : 49, 50. Q u e q u é n , p u e r t o d e : 2 5 7. R e in o U n id o : v é a s e G r a n B r e ta ñ a . R e p ú b l ic a A r g e n t i n a : s e c it a e n to d a la o b r a . R e p ú b lic a D o m in ic a n a : 4 7 9. R e p ú b l ic a O r ie n t a l: v é a s e U ruguay. R i a c h u e lo ( r ío M a t a n z a ) : 129, 421. R in c o n a d a d e l P o c i t o : 101. R ío C o lo r a d o : 100. R ío C u a r t o : 12. 193. R ío d e J a n e i r o : 54, 6 0 , 119, 120, 123, 126, 156, 2 6 6, 270", 3 5 2, 450. R ío d e J a n e i r o , c o n f e r e n c ia d e : 3 9 3, 450. R ío d e J a n e i r o , t r a t a d o d e : 3 94. R ío d e la P l a t a : 10, 30, 32, 3 3 , 4 9 , 55, 57, 5 8 . 118, 122, 123, 173, 403. R ío d e la P l a t a , v ir r e in a t o d e l: 115. R ío G r a n d e : 5 5 , 115. R ío Q u in t o : 13. R o d e o d e l M e d io : 50. R o m a : 2 4 9, 2 7 9. R o s a r io : 48, 77, 78, 80, 83, 94, 104, 135, 138, 186. 228, 2 2 9, 257, 262». R u b io Ñ u : 133. R u m a n ia : 268. R u s ia : 82, 33, 161. 164, 266. 2 7 1, 357, 463.
S a lin a s d e M o r e n o : 100 . S a lt a : 9, 2 1 , 36, 37, 48, 90. 9 9 , 102, 107, 184, 196. 260. 301. 3 3 6, 337, 423. S a n A n t o n io , r ío : 248. S a n F r a n c is c o , A c t a d e : 450. S a n I g n a c i o : 101. S a n I ld e f o n s o , t r a t a d o d e : 248. S a n J o s é : 77, 86 , 88 . 91, 144. S a n J o s é d e F lo r e s : 83. S a n J u a n : 10, 3 6 , 40, 50, 82, 88 , 8 9 , 30, 9 9 . 184. 260, 3 1 0 , 3 3 1, 336, 3 3 8, 339, 423. S a n L u is : 10, 13, 85, 89, 91, 9 9 , 101, 184, 2 0 6, 234, 236, 2 6 0, 299, 3 0 9, 310, 312, 336, 4 2 3, 425. S a n N ic o lá s , a c u e r d o d e : 6 7, 72, 95. S a n N i c o l á s , c o n f e r e n c ia s d e : 11 . S a n N i c o l á s d e lo s A r r o y o s : 66 , 68, 83, 186 S a n P a b lo : 270», 365». S a n P e d r o : 47. S a n R o q u e : 8 , 9. S a n t a C r u z : 155, 318. S a n t a F e : 8 , 10, 11, 12, 13, 14, 22, 3 6 , 43, 44, 45, 48, 49, 71, 71", 84, 94, 9 9 , 105, 106, 107, 135, 137, 178, 184, 185, 2 3 0, 234, 2 3 5, 236, 2 5 0, 261. 29 8, 307, 3 1 0, 3 1 2. 3 3 6. 3 3 7 r 3 7 5. 381. 393. 423. 467, 481. S a n t a F e , c o n f e r e n c ia s d e : 13, 26, 28. S a n t a R o s a : 145, 150, 193. S a n ta T e r e sa (S a n ta F e ) : 308». S a n t i a g o ( C u b a ) : 274. S a n t i a g o ( C h il e ) : 2 0 4, 248. S a n t i a g o d e l E s t e r o : 10, 13, 21, 43. 4 5 , 90. 99, 102, 107, 135, 143, 146, 184, 196, 229, 232, 3 1 0, 312», 3 3 2, 381. 423. S a ñ o g a s t a : 50. S a u c e : 131. S a u c e G r a n d e : 47. S e r v i a : 161. S ie r r a C h ic a : 81. S u d a m é r ic a : v é a s e A m é r i ca d e l S u r. S u e c i a : 484. S u iz a : 2 6 7. 2 7 1. 290.
Tandil:
154. T a t a i y b á : 132. T a y í: 132. T e b ic u a r y : 132. T e j a s : 33. T ie r r a d e l F u e g o : 1 5 5 ,2 0 4 . 248». T o k io : 2 6 6, 469». T r e n q u e L a u q u e n : 153.
2 4 5 , 2‘ 2 7 5, 31 C h in a C h in e C h iv i C hoe Chub Chut D ése D e tr D ia r D ia r D in ¡ D ol< D on D on
T u c u m á n : 9, 10, 13. 2 1 , 35, 37, 40, 48, 5 0 , 5 2 , 90, 99, 102, 138, 193, 2 1 4, 2 3 7, 301, 3 1 0, 334, 3 3 7, 423. T ú n e z : 160. T u r q u ía : 4 9 . T u y ú - C u e : 106. T u y u t i: 131, 132. U n ió n S o v i é t i c a : v é a s e U .R .S .S . U . R .S .S .: 400, 446 , 4 5 0, 451, 463, 465. U r u g u a y : 4 4 , 5 0 , 5 1 , 5 4 , 56, 5 8 , 5 9 , 60, 6 1 , 62, 8 2 , 91,
115, 116, 117, 118, 121, 122, 127, 165, 274, 365" , 394. U r u g u a y , r ío : 12, U r u g u a y a n a : 127,
Valparaíso: 112.
119, 120, 167, 2 6 1, 2 7 , 127. 129.
V a t ic a n o , c iu d a d d e l: 2 4 8. V e n c e s : 5 8 , 60. V e n e z u e l a : 109, 110, 169, 249. V e r d ú n : 2 6 8. V e r s a ll e s , t r a t a d o d e : 2 7 3. V ie n a : 266. V i lla m a y o r : 79.
V i lla O c c id e n t a l: 157. V i lla r r ic a : 4 7 9. V u e lt a d e O b l i g a d o : 5 6 , 62. W a l l S t r e e t : 3 4 3. W a s h i n g t o n : 164, 168, 343, 382. Y a c ir e t á , is l a d e : 157. Y a t a it y - C o r á : 126, 131. Y a t a y : 127. Y e r u á : 47. Y t o r o r ó : 133. Y u n g a y : 38.
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La E D IT O R IA L K A P E L U S Z , S .A ., d io té rm in o a la p rim era e d ición de esta obra en el de agosto de 1971, en el E s ta b le c im ie n to L ito g rá fic o A llo n i H nos., S .A . C entenera 1 4 3 6 /5 2 , Buenos A ires.
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