SECCIÓN DE OBRAS DE FILOSOFÍA HERNÁN CORTÉS
Dibujo de Miguel Covarrubias
JOSÉ LUIS MARTÍNEZ
HERNÁN CORTÉS
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Primera edición, 1990 Segunda edición corregida, 1990 Primera edición electrónica, 2015 D. R. © 1990, Universidad Nacional Autónoma de México Ciudad Universitaria, México 04510, D. F. D. R. © 1990, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008
Comentarios:
[email protected] Tel. (55) 5227-4672 Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor. ISBN 978-607-16-3446-7 (ePub) Hecho en México - Made in Mexico
Cortés soy, el que venciera por tierra y por mar profundo con esta espada otro mundo, si otro mundo entonces viera. Di a España triunfos y palmas con felicísimas guerras al rey infinitas tierras y a Dios infinitas almas. LOPE DE VEGA En su cabeza llevaba el laurel y en sus botas brillaban espuelas de oro. Y sin embargo, no era un héroe, ni era tampoco un caballero. No era más que un capitán de bandoleros, que con su insolente mano inscribió en el libro de la fama su nombre insolente: ¡Cortés! HEINRICH HEINE Nuestra admiración para el héroe; nunca nuestro cariño para el conquistador. Atribuido a MANUEL OROZCO Y BERRA A Hernán Cortés, como a toda personalidad histórica, no hay que elogiarlo sin más ni más, ni insultarlo sin menos ni menos. Hay que explicarlo. FRANCISCO DE LA MAZA
INTRODUCCIÓN La historia de México está en pie. Aquí no ha muerto nadie, a pesar de los asesinatos y los fusilamientos. Están vivos Cuauhtémoc, Cortés, Maximiliano, don Porfirio, y todos los conquistadores y todos los conquistados. Esto es lo original de México. Todo el pasado suyo es actualidad palpitante. No ha muerto el pasado. No ha pasado lo pasado, se ha parado. JOSÉ MORENO VILLA Apenas Cortés deje de ser un mito ahistórico y se convierta en lo que es realmente —un personaje histórico—, los mexicanos podrán verse a sí mismos con una mirada más clara, generosa y serena. OCTAVIO PAZ
LA FORTUNA DEL CONQUISTADOR Y EL AGRAVIO DE LOS VENCIDOS Como casi todos los mortales, Hernán Cortés fue un tejido contradictorio de bienes y de males, de actos justos e injustos, de grandezas y de miserias, de valentía y de crueldad, de noblezas y de crímenes. Fue, además, una personalidad sorprendente. Cuando sólo era un poblador entre tantos otros, en un momento crucial acaudilló la conquista de México, como si fuera un capitán y un político experimentado. Con unos cientos de españoles y la superioridad de sus armas, maniobró para que los propios indígenas vencieran a un imperio poderoso con millares de guerreros valerosos. Tras de su triunfo, hizo levantar la ciudad española más ambiciosa de su tiempo, y en el territorio que llamó Nueva España sentó las bases para su organización política, y para la implantación de la lengua, la religión y las costumbres, así como de la agricultura, la ganadería y la industria españolas. Pero no sólo venció a los pueblos del México antiguo sino que los sojuzgó para convertirlos en siervos de los vencedores. Quien había conocido el fracaso de la explotación brutal de las islas antillanas, se empeñó en una servidumbre que conservara, no por humanitarismo sino por conveniencia, la riqueza de la fuente india de trabajo. E inició el mestizaje de pueblos y culturas, que será uno de nuestros rasgos permanentes. Aunque Cortés reconocía la capacidad política y las aptitudes de los indios de esta tierra, acaso no concedió suficiente importancia a la fuerza y arraigo de su cultura. El hecho es que los indios, a pesar de que aceptaran que sus dioses habían muerto, y que ellos se habían convertido en siervos de amos tiránicos y a menudo despiadados, mantuvieron vivos su conciencia, sus tradiciones y su resentimiento. Este último será adoptado por el nuevo pueblo en que se fue convirtiendo México, y moverá el agravio latente contra el conquistador. El trauma de la conquista es una llaga que aún permanece viva en México.
LAS ACTITUDES EXTREMOSAS
Por todo ello, Cortés nos interesa siempre de manera extremosa, para exaltarlo o para detestarlo. Concentramos en su persona el conflicto de nuestro origen y, frente al choque que aquel anudamiento ocasionó, unos toman el partido de considerar injusta, brutal y rapaz la acción de los conquistadores, y como víctimas a los indígenas, cuya cultura se exalta como un noble pasado; y otros, comenzando por justificar el derecho a la conquista, la imaginan como una sucesión de hechos heroicos, cuyo protagonista es Hernán Cortés, y piensan que gracias a su victoria sobre pueblos bárbaros y sanguinarios, recibimos los bienes de la cultura española y occidental. Con señaladas excepciones, estas actitudes frente a Cortés y la conquista han dominado también a sus historiadores, desde Francisco López de Gómara y Bartolomé de las Casas, en tiempos del conquistador, hasta Eulalia Guzmán y Salvador de Madariaga en los nuestros, incluyendo en el transcurso a los de lenguas extranjeras.
UN TERCER CAMINO Las apologías o las condenaciones pueden reforzar las convicciones previas de cada uno pero no logran cambiar el pasado y nos ayudan escasamente a conocerlo mejor. Respecto a Cortés y la conquista, algunos partidaristas han considerado suficiente un puñado de hechos para apoyar sus juicios, y conceden más atención a las argumentaciones que a la indagación de los acontecimientos. Mas, evitando este predominio de las actitudes, ha sido posible también un tercer camino. En el caso de Cortés se cuenta con un enorme acervo de documentos, publicados a lo largo de muchos años o inéditos en parte. Además, los cronistas e historiadores antiguos y los investigadores modernos han acumulado informaciones, análisis e interpretaciones que hacen posible un conocimiento histórico de los hechos, y tan objetivo cuanto es posible. Sin embargo, a pesar de esta abundancia documental e informativa quedan aún en la vida de Cortés lagunas considerables y etapas en la sombra. Por ejemplo, el juicio de residencia contra Cortés, cuya segunda parte de defensa se ha ignorado; la última década en Nueva España, 1530-1540, de la que se han estudiado bien las expediciones marítimas pero no el resto de la vida y las demás empresas de Cortés en estos años; y en fin, la estancia final en España, mal conocida, que suele despacharse con algunas anécdotas. Además de sufrir las deformaciones dogmáticas, el estudio de la personalidad y la obra de Cortés ha sido, pues, insuficiente y ha dejado vacíos. Estamos lejos de agotar su estudio ya que aún queda mucho por averiguar, aclarar e interpretar. Puesto que él fue uno de los actores principales del drama de nuestros orígenes, en la personalidad y en las acciones de Cortés y en las de su tiempo tienen su principio muchos rasgos de nuestra vida política, social y cultural, y algunos de nuestros vicios y virtudes. Por todo ello sigue siendo importante conocer a Cortés.
LA NORMA Y EL MÉTODO DE TRABAJO
La presente obra acerca de Cortés tiene como norma principal la decisión de guiarse por un honesto afán de conocimiento. Como para lograrlo sólo tenemos los testimonios del pasado, lo que unos y otros contaron y conservamos, se evita todo vuelo imaginativo, de modo que cada hecho recogido tiene una base documental. Y cada vez que se llega a episodios destacados y controvertidos, se recogen todas las versiones conocidas —españolas, indias o mestizas— para que frente a las divergencias y contradicciones sea el lector el que juzgue o el que recoja la perplejidad. En algunos casos el autor interpreta los hechos o da su opinión, pero no omite ninguno de los elementos de juicio que permitan la discrepancia. El método de trabajo es el de apoyarse, como base informativa, en los documentos primarios, ya sean las relaciones y los demás escritos de Cortés y los de otros conquistadores y pobladores —incluida la historia de López de Gómara en cuanto está compuesta a base de informaciones directas del conquistador—, así como en los testimonios antiguos de cronistas e historiadores de inspiración española o indígena. Y como complementos ilustrativos o interpretativos, se atienden las informaciones, análisis o juicios de investigadores posteriores. De los escritos de Cortés, las Cartas de relación son los más importantes, en cuanto ofrecen el primer testimonio de lo que fue el México antiguo y su conquista. Sin embargo, el resto de sus documentos son indispensables para conocer la personalidad y las acciones de su autor, y los primeros pasos para la organización de Nueva España, tanto en el breve periodo que cubren las Relaciones como en los años anteriores y en el largo periodo posterior, hasta la muerte del conquistador. El haber recurrido a los escritos de Cortés no es una novedad, puesto que ha sido el camino habitual de todos sus historiadores, pero sí lo es la consulta sistemática de dichos escritos y el caudal más amplio que ahora se aprovecha. Esto ha sido posible gracias a que el autor de la presente obra trabajó al mismo tiempo en la recopilación y edición del corpus que ha llamado Documentos cortesianos —que recoge algo más de trescientos—, y al que, además de las Relaciones, sigue constantemente para exponer la historia de Cortés. Así pues, el presente estudio y los Documentos están concebidos como una unidad. Los tres capítulos iniciales, que describen el choque de los mundos viejo y nuevo, el México antiguo, la España de la época y la situación de los indígenas después de la conquista, tienen un carácter esquemático y deben considerarse sólo marcos de referencia para situar en el tiempo y en el espacio la acción de Cortés. En términos generales se sigue la secuencia cronológica, con la salvedad del juicio de residencia que por haberse extendido con interrupciones durante largos años, se consideró preferible exponer en conjunto, un capítulo para las acusaciones y otro para las defensas. Al fin de cada etapa de la vida de Cortés se añaden cronologías, para facilitar las consultas. Estas cronologías parciales se repiten, reunidas, al fin de la obra. Cuando se citan en las notas escritos que están recogidos en los Documentos cortesianos, se ha seguido la convención de poner sus títulos en cursivas, en tanto que los de documentos no incluidos van normalmente entre comillas. El capítulo final, a manera de apéndice y en forma sumaria, expone las repercusiones que la conquista y Cortés tuvieron en la poesía épica y narrativa, con algunas noticias sobre estos temas en otras expresiones literarias y artísticas modernas.
1983-1988
RECONOCIMIENTOS A lo largo de casi cinco años he pedido y recibido numerosas ayudas para la realización de esta obra, y de los Documentos cartesianos paralelos, que ahora me complace agradecer. En primer lugar, las constantes y mayores. A Manuel Alcalá, quien pacientemente leyó mis escritos completos, conforme los iba redactando, y me hizo juiciosas enmiendas y sugestiones, además de depurar y traducir los latines. A las gentiles directoras del Archivo General de la Nación, de México, Leonor Ortiz Monasterio, y del Archivo General de Indias, de Sevilla, Rosario Parra Cala, y a sus auxiliares, que buscaron y rebuscaron documentos y me proporcionaron copias. Al Instituto de Investigaciones Históricas, de la Universidad Nacional Autónoma de México, y a los amigos del Fondo de Cultura Económica, mis coeditores, que me prestaron los apoyos necesarios. A los directores de las bibliotecas de El Colegio de México, Orozco y Berra y del Museo Nacional, del INAH, que me hicieron tantas copias de libros y documentos. Y a mis tres hijos, José Luis y Rodrigo, que leyeron mis papeles, me buscaron rarezas y me sugirieron pistas, y a Andrea Guadalupe, que me ayudó en un tramo importante de la paleografía. Repito mis agradecimientos, en fin, a los amigos que atendieron mis solicitudes o se adelantaron a ellas con generosidad: Fernando Benítez, Woodrow Borah, Alí Chumacero, José Durand, Andrés Henestrosa, Miguel León-Portilla, James Lockhart, Sonia Lombardo de Ruiz, Roberto Moreno de los Arcos, Octavio Paz, Alfonso Rangel Guerra, Antonio Roche, Antonio Saborit, Fernando Serrano Migallón, Ernesto de la Torre Villar, Elías Trabulse, y Silvio Zavala. Y una vez más, soy deudor de la paciencia y la eficacia de Guadalupe Ramírez de Lira, quien me ayudó a copiar una parte de mis papeles. México, 26 de marzo de 1988
I. LOS DOS MUNDOS QUE SE ENCONTRARON. EL MÉXICO ANTIGUO No había entonces pecado…, no había entonces enfermedad, no había dolor de huesos, no había fiebre para ellos, no había viruelas… Rectamente erguido iba su cuerpo entonces. Xhalay de la conquista
ENCUENTRO, CHOQUE Y TRANSFORMACIÓN “La mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crio —según Francisco López de Gómara—,1 es el descubrimiento de Indias”, o del Nuevo Mundo, o sea el encuentro del viejo y del nuevo mundo. Estos dos mundos, hasta entonces mutuamente ignorados, comenzaron a entrar en rudas confrontaciones, hechas de curiosidad, extrañeza, codicia y afán de dominio; y de pavor, confusión, resistencia y aniquilación. Por múltiples caminos, en este Nuevo Mundo luego llamado las Indias y en fin América se impondrá la superioridad de las armas del Viejo Mundo, el sometimiento y explotación de los pueblos aborígenes y se implantará la cultura hispánica; mas las tierras y pueblos sojuzgados harán que persistan tercamente sus propios jugos, sus tradiciones, los nombres que daban a las cosas, el tono de su sensibilidad. Y paso a paso, a menudo con dolor e injusticia, se irá formando una nueva cultura mestiza y los hombres formarán también nuevos pueblos. Además de las armas desiguales, existían también otros campos en que el choque de las dos culturas extrañas se presentó con violencia. En primer lugar, se enfrentaban dos concepciones del mundo muy diversas, sobre todo en las creencias religiosas, en las costumbres y en el sentido general que se daba a la vida. De parte de los españoles, que no concebían salvación fuera de sus creencias, la intolerancia era definitiva, pues se consideraban obligados a la conversión, de grado o por fuerza, de quienes tenían por infieles, y a la extirpación radical de cualquier rastro o sospecha de idolatrías. Sin embargo, en el aspecto moral, existía una singular coincidencia entre el mundo indio y el cristiano, advertida por misioneros como fray Gerónimo de Mendieta, quien reconoció: que si el padre San Francisco viviera hoy en el mundo y viera a estos indios, se avergonzara y confundiera, confesando que ya no era su hermana la pobreza, ni tenía que alabarse de ella.2
La tendencia española, no siempre practicada, hacia el ascetismo religioso y cierto rigor en las costumbres, se veía sobrepasada por la severidad de las leyes y la austeridad de la vida indígena en el Altiplano. Presentose, además, otro raro fenómeno que pudiera llamarse de extrañeza biológica. Las floras microbianas y sus defensas o inmunizaciones, de conquistadores y conquistados, eran diversas, y los contactos entre unos y otros provocaron plagas y epidemias, que agobiaron
sobre todo a los últimos, más vulnerables. Los indios sufrieron, a lo largo del siglo XVI, terribles pestilencias contra las que no conocían curas, y que contribuyeron, con las guerras y los trabajos excesivos, al descenso de la población nativa. En los mismos días del asedio a México-Tenochtitlán, en 1520, la primera plaga fue la viruela, “de que en algunas provincias murió la mitad de la gente”, y que incluso causó la muerte de Cuitláhuac, el huey tlatoani que sucedió a Motecuhzoma. Tras ésta, el padre Mendieta continúa enumerando las siete plagas que padecieron los indios: la segunda, hacia 1531, fue el sarampión, “de que murieron muchos”; la tercera, por 1545, fue de “pujamiento de sangre”, que los indios llamaron cocoliztle, y que pudiera ser una especie de influenza de la que en Tlaxcala murieron 150 000 indios y en Cholula 100 000; la cuarta, en 1564, otra mortandad; la quinta, en 1576, la llamaron matlazáhuatl, que pudo haber sido tifo; la sexta, en 1588, después de una carestía de maíz, fue de nuevo tifo y afectó especialmente a los matlatzincas y la séptima, entre 1595 y 1596, fue de “sarampión, paperas y tabardillo”, de que “apenas ha quedado hombre en pie”.3
Primera imagen de América. Grabado en madera al frente de la carta de Cristóbal Colón a Luis de Santángel, Basilea, 1493.
Este choque microbiano y viral, según Pierre Chaunu, fue responsable en un 90% de la caída radical de la población india en el conjunto entonces conocido de América, que de 80 millones de habitantes en 1520 descendió a 10 millones en 1565-1570, es decir, un hundimiento “de la quinta parte de la humanidad de la época”.4
Mapa de la cuenca de México en la época prehispánica. Dibujo de Miguel Covarrubias.
En cuanto a los efectos que en Europa tuvo esta extrañeza biológica, se ha discutido largamente la cuestión de la sífilis. Ya sea éste un antiguo mal europeo y asiático, que pudiera ser el mismo que la lepra medieval; o bien que sea de origen americano y hubiese sido llevado a Europa de la isla Española, en el primero o segundo viaje de Colón, contagiado a las prostitutas y difundido por soldados y mercenarios de varias nacionalidades que participaron en el sitio de Nápoles, en 1494–1496,5 el hecho es que la sífilis, el “mal napolitano”, el “mal francés” o las bubas causó una epidemia que hizo padecer a millares de europeos de todas las clases sociales. Ya fuese la propagación en uno u otro sentido, en ambos casos, y tanto ésta como las plagas mexicanas pueden considerarse etapas de lo que Le Roy Ladurie ha llamado “la unificación microbiana del mundo”.6
UNA CULTURA AISLADA
En Mesoamérica existía una flora muy rica que poseía algunas especies desconocidas con que se enriqueció el resto del mundo: nuevas especies de maíz y de frijol, cacao, cacahuate, jitomate, chile, papa, camote, tabaco, chicle, hule, palo de tinte, añil, grana o cochinilla y numerosas plantas medicinales.7 En cambio, faltaban el trigo, el olivo, las vides y algunos frutales, y no existía ninguna especie de ganado doméstico, o sean bestias de tiro, transporte o alimentación. Las llamas y sus congéneres son exclusivas del altiplano andino. Salvo algunos contactos comerciales con islas del Caribe, y presumiblemente con el lejano país de los incas, que significaban también intercambio de técnicas, Mesoamérica era una cultura aislada, que nunca se había preguntado qué había más allá de sus horizontes.
EL MÉXICO ANTIGUO TERRITORIO Y POBLACIÓN En el territorio que hoy es México existían, antes de la llegada de los españoles, estados, señoríos, cacicazgos y tribus nómadas. Entre ellos el más poderoso y extenso era el comúnmente llamado imperio azteca, el Culhúa-Mexica que los conquistadores oían mencionar en tierras mayas, como la tierra poderosa, rica en oro. La capital de este imperio era una gran ciudad asentada en islotes dentro de un lago, México-Tenochtitlán, cuyo esplendor fascinó a los ojos que lo vieron, y sus dominios se extendían en la región centro-oriental del territorio, con apoyos en los dos océanos. Pero aun dentro del ámbito de estos dominios subsistían reductos independientes, como los de Metztitlán y Tototepec, Tlaxcala, Teotitlán del Camino, Coatlicámac, Yopitzinco, Tototepec del Sur y los señoríos mixtecos.8 Las profundas enemistades de algunos de estos señoríos contra los aztecas, sobre todo la de los tlaxcaltecas, serán decisivas en la conquista. Fuera de las imprecisas fronteras del imperio Culhúa-Mexica —como es más preciso llamarlo—, existían otros señoríos independientes que también habían logrado resistir el empuje azteca, como los de Colima, Michoacán, la Huasteca, el mundo maya y el Soconusco. Al norte de estos señoríos que poseían cultura avanzadas, vivían en las planicies, montañas y tierras pedregosas numerosos pueblos, unos sedentarios y agricultores y otros nómadas e indomables guerreros semisalvajes, llamados genéricamente chichimecas, cuya resistencia al dominio azteca y español se extendió por siglos.
El imperio azteca en vísperas de la conquista. De Jon Manchip White, Cortes and the Downfall of the Aztec Empire, Londres, 1971.
El imperio Culhúa-Mexica estaba sustentado en la Triple Alianza, de los señoríos de México, Tezcoco y Tlacopan o Tacuba, y su control de la zona dominada comprendía aproximadamente 38 señoríos a fines del siglo XV, en una extensión cercana al medio millón de kilómetros cuadrados, o sea la cuarta parte del México actual.9
El Templo Mayor. De Sahagún, Primeros memoriales, cap. I.
Este dominio era irregular. En términos generales, se limitaba a una alianza militar, al pago de tributos establecidos y al respeto a las actividades de los mercaderes o pochteca viajeros, quienes actuaban también como espías. Los aztecas mantenían además guarniciones militares en las fronteras críticas: Tuxpan y Nautla en el Golfo para controlar la Huasteca y la costa; Cuetaxtlan o Cotaxtla, Tuxtepec y Soconusco, Huaxyácac y Tehuantepec, para cuidar el sureste, la tierra del cacao y la costa del Pacífico. Además de estos vínculos militares y económicos, en el imperio existía una lengua franca, el náhuatl, algunas prácticas religiosas comunes y un sistema de numeración y calendárico que, con variantes menores, era el mismo para todos los pueblos de la zona más amplia llamada Mesoamérica.10 La población del México central, a la llegada de los españoles, ha sido estimada con cifras muy diversas que van de los 4.5 millones que propone Rosenblat,11 a los 25.2 millones que estiman Borah y Cook.12 En cuanto a los habitantes de la ciudad de México-Tenochtitlán, las estimaciones van de 72 00013 a 300 000 personas, en unas 60 000 casas;14 de todas maneras, era una de las mayores ciudades de la época, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo.
SOCIEDAD, ECONOMÍA Y RELIGIÓN La organización social y económica del imperio Culhúa-Mexica era evolucionada y compleja. Los habitantes de México-Tenochtitlán estaban divididos en veinte calpulli o grupos, asentados en los cuatro grandes barrios de la ciudad. Y tanto en la metrópoli como en los pueblos circunvecinos propios, Azcapotzalco, Coyoacán y Xochimilco, el régimen de propiedad de la tierra tenía tres modalidades principales: las tierras comunales de los calpulli, las tierras de los nobles, tecpillalli, que podían enajenarse y heredarse, y las tierras públicas, para los gastos de los templos, de la guerra, del gobierno y del palacio.15 En cuanto a las tierras de los pueblos sometidos, por lo general la servidumbre se limitaba al pago de los tributos, a la esclavitud de algunos de sus habitantes para el trabajo de las tierras o al arrendamiento de éstas.16 De manera general, en la organización social mexica se distinguían los nobles o señores, la clase sacerdotal, los guerreros, los mercaderes y el pueblo común. Dentro de esta última clase habían alcanzado un desarrollo considerable los obreros y artesanos: escultores, canteros, orfebres, artífices de la pluma, pintores, así como albañiles, alfareros, talladores, sastres, curtidores, tejedores, huaracheros y fabricantes de esteras, cestos, cuchillos y espejos.17 La refinada civilización y las creaciones espirituales e intelectuales que habían creado los teotihuacanos y los toltecas alcanzaron una culminación con los mexicas. Sin embargo, sobre todas estas formas superiores de pensamiento, dominaba una religiosidad total y terrible, que al mismo tiempo había sido el impulso mesiánico de sus conquistas y la justificación de sus atroces sacrificios humanos —no exclusivos de ellos pues existían también en otras sociedades incluso europeas—, que consideraban necesarios para alimentar con su sangre la vida del sol.
LA GUERRA Tanto como la religión, la guerra dominaba el espíritu y la vida de los mexicas. Sus causas eran múltiples: para aumentar los tributos, base económica de Tenochtitlán; para apoderarse de prisioneros para el sacrificio ritual (guerras floridas), para proteger a los mercaderes, para sujetar a regiones rebeldes o para defenderse de agresiones externas. Las batallas no tenían el propósito de aniquilar a los enemigos sino el de hacer prisioneros que después eran inmolados a la divinidad para propiciar la continuación de la vida. Por ello, cualquiera que fuese la causa de la guerra, todos los que morían combatiendo o eran hechos prisioneros y sacrificados, iban al cielo, donde vive el sol, y luego se transformaban en pájaros de pluma rica. Cook y Simpson han estimado entre 150 000 y 200 000 el número de soldados aborígenes, tanto los que lucharon contra los españoles como los que se aliaron con ellos.18
Códice Borgia, lámina 30. El viaje de Venus por el infierno, según Seler.
El ejército mexica, en actividad militar constante, había alcanzado un grado considerable de organización, con servicios de información —con veloces mensajeros que llevaban sus noticias en mapas pintados— y de espionaje —apoyados sobre todo en los mercaderes—, abastecimientos, acopio de armas, protecciones defensivas estratégicas, ingeniería militar y organización de las unidades de combate y de mando. Sin embargo, pese a la superioridad numérica y al valor y excelencia de los guerreros mexicas y sus aliados, ellos estaban
destinados a la derrota, por la ventaja de las armas españolas. Walter Krickeberg compara su encuentro con el de un ejército moderno provisto de armas nucleares con otro que careciera de ellas: Las armas atómicas de entonces —agrega— se llamaban mosquetes y culebrinas, contra las que los aztecas combatían todavía con armas paleolíticas: mazos planos hechos de madera, en cuyas estrechas ranuras metían filosas hojas de obsidiana, dardos o flechas provistos de puntas de pedernal, arrojados con lanzaderas o con arcos.19
Y podrían añadirse simples piedras lanzadas con fuerza y una gritería permanente que empavorecía a los enemigos.
CREACIONES CULTURALES: ESCRITURA Y CÓDICES Además de sus realizaciones materiales, en que habían alcanzado notable refinamiento; de su espléndida arquitectura y urbanismo, escultura y pintura; y del desarrollo del calendario, la cronometría y los conocimientos astronómicos, los pueblos de lengua náhuatl, los mayas y los mixtecos crearon sistemas de escritura, los únicos de la América antigua. La escritura nahua y mixteca permitía consignar números, fechas calendáricas, nombres de dioses, personas y lugares, de elementos de la naturaleza y de la vida urbana y rural, de acciones, de conceptos metafísicos, de actividades y condiciones humanas y de cualidades morales. Los signos para estas representaciones eran pictográficos e ideográficos, y los colores empleados y las posiciones tenían además su propia significación. En sus últimos años, la escritura de los nahuas había alcanzado una etapa evolutiva más avanzada con el uso de elementos fonéticos para representar nombres propios.
Una página de la Matrícula de tributos, f. 9 r.
Quetzalcóatl en el Códice Borbónico
La escritura maya es más compleja y su desciframiento, aún en proceso, ha sido más arduo que el de los signos nahuas y mixtecos. Las inscripciones aparecen por lo regular como series de bloques o “cartuchos” rectangulares, con las esquinas ligeramente redondeadas, y casi siempre del mismo tamaño, con excepción de los glifos introductorios que suelen ser mayores. Los glifos contenidos en estos “cartuchos” son generalmente compuestos y están formados por un elemento principal, por lo común una cabeza-retrato, al cual se agregan complementos llamados afijos, que se han interpretado como adjetivos, adverbios, preposiciones y términos de relación. Estos signos o glifos son de tres clases: figurativos o pictográficos, ideográficos y fonéticos, estos últimos a menudo silábicos o de “charada”. Según el catálogo de J. Eric S. Thompson, esta escritura comprende: 356 signos principales, 370 afijos, 88 glifos “retrato” y 48 dudosos, esto es, un total de 862 signos hasta ahora reconocidos.20 Su uso y conocimiento era exclusivo de los sacerdotes y se empleaba para registrar conceptos religiosos, nombres de los dioses, rituales y, principalmente, cómputos astronómicos y cronológicos. A diferencia de los códices nahuas y mixtecos, en las inscripciones mayas son raros y dudosos los nombres de personajes históricos. La manifestación más notable de la escritura de los pueblos del México antiguo son los códices o “libros pintados”. De los 22 códices que con certeza se consideran prehispánicos, cuatro proceden de la cultura nahua, seis forman el llamado Grupo Borgia (nahuas de la región cholulteca), nueve de la mixteca y tres de la maya. Además, existen 61 códices, rehechuras poshispánicas de documentos antiguos, y mapas, pinturas y planos indígenas hechos con técnicas antiguas.21 Los códices nahuas y mixtecos registran hechos históricos, genealogías de gobernantes con los acontecimientos de su reinado, observaciones y previsiones astronómicas como eclipses y ciclos del planeta Venus, historias y atributos de las divinidades, rituales religiosos, enumeración y descripción de tributos que debían pagar los pueblos sojuzgados, y calendarios rituales (tonalámatl) que señalaban los signos prósperos o adversos de cada día y se
utilizaban para dar nombre e indicar el destino de los recién nacidos. Los códices mayas, por lo que hasta ahora ha podido interpretarse de ellos, contienen también calendarios rituales o adivinatorios (en maya tzolkin), tablas calendáricas de lunaciones, eclipses y del periodo de Venus, ceremonias relacionadas con rituales del año nuevo y, probablemente, profecías de secuencias cronológicas. Los sistemas formales de educación de los pueblos nahuas estaban orientados principalmente en dos direcciones, la formación de sacerdotes y letrados en las escuelas llamadas calmécac, y de guerreros en las telpochcalli.
IDEA MAYA DEL TIEMPO Los mayas tenían un interés muy especial por el tiempo y elaboraron una filosofía en torno a este tema. Sus inscripciones en estelas, altares, monumentos y códices registran el paso del tiempo o se refieren a los dioses en relación con el tiempo. Los nombres de los días eran divinidades. Los mayas concebían las divisiones del tiempo “como pesos que cargadores divinos llevaban a través de la eternidad”. Preocupados por encontrar el origen del tiempo llegaron a fijar fechas remotísimas y, como dice Thompson, “acaso concluyeron que el tiempo no tuvo principio”. Parte de estos afanes se explican por el deseo de saber qué ocurrirá en el futuro. En la base de sus concepciones religiosas y científicas se encontraba una idea cíclica del tiempo, según la cual todos los acontecimientos se repetían en vueltas regulares de diversos ciclos, sobre todo de los periodos de 260 años en que coincidía el retorno del mismo katún, de la misma manera como se repiten los días, el curso de los astros y de la luna, las estaciones y los eclipses. El tiempo estaba formado para ellos por la sucesión de deidades, favorables o desfavorables a la naturaleza y a los hombres, por lo que era menester medirlo con exactitud y registrar, por medio de inscripciones, lo que ocurría para poder prever cuáles serían los hechos del futuro.22
LA CONSERVACIÓN DE LAS TRADICIONES En cuanto aprendieron la escritura europea de los misioneros españoles, los indígenas celosos de sus tradiciones se apresuraron a consignarlas para salvarlas del olvido. Gracias a esta preocupación, a esta auténtica vocación cultural que existió sobre todo en los pueblos de habla náhuatl y maya, contamos con un repertorio muy valioso de documentos indígenas. Desde 1524, apenas unos años después de la caída de México-Tenochtitlán, un indio anónimo de Tlatelolco comenzó a redactar Unos anales históricos de la nación mexicana o Relación de Tlatelolco, concluidos en 1528, a los que siguieron muchas otras relaciones indígenas primitivas, en ocasiones acompañadas de jeroglifos: Historia de los mexicanos por sus pinturas, Historia de la nación mexicana (Códice Aubin), Histoyre du Mechique, Historia tolteca-chichimeca, Anales de Cuauhtitlan, Leyenda de los soles, los Memoriales de los informantes indígenas de Sahagún y las Relaciones de Chimalpahin. Y de la cultura maya, el
Popol Vuh, los Libros de Chilam Balam y los Anales de los cackchiqueles, entre los más importantes. Además de los códices pre y poshispánicos y de las relaciones indígenas primitivas — conservadas en su mayor parte en lenguas indígenas—, compusieron sus obras con documentación e información indígena muchos de los historiadores misioneros como fray Bartolomé de las Casas, fray Toribio de Benavente o Motolinía, fray Bernardino de Sahagún, fray Diego Durán, fray Diego de Landa y fray Juan de Torquemada, y los mestizos o criollos Juan Bautista Pomar, Juan de Tovar, Hernando Alvarado Tezozómoc, Diego Muñoz Camargo y Fernando de Alva Ixtlilxóchitl. Gracias a este interés de indígenas, mestizos, criollos y españoles por nuestras antigüedades, México cuenta con un acervo excepcional acerca de sus orígenes.
LA POESÍA INDÍGENA Según el modelo tolteca, ideal de vida civilizada para los antiguos pueblos de habla nahua, una ciudad comenzaba a existir cuando se establecía en ella el lugar de los atabales, esto es, la casa del canto y el baile.23 En México, en Tezcoco, en Tlacopan, estas casas, llamadas cuicacalli o “casa del canto”, disponían de espaciosos aposentos en torno a un gran patio para los bailes.24 Estaban situados junto a los templos y en ellos había maestros que enseñaban a los jóvenes el canto, el baile y el tañido de instrumentos.25 Los muchachos que iban al calmécac aprendían de memoria “todos los versos de cantos para cantar, que se llamaban cantos divinos, los cuales versos estaban escritos en libros por caracteres”, dice Sahagún.26 Así pues, había por una parte cantos o poemas profanos: hazañas de héroes, elogios de príncipes, lamentaciones por la brevedad de la vida y de la gloria, exaltaciones guerreras, juegos y pantomimas, variaciones sobre la poesía y “cosas de amores”; y por otra, los cantares divinos que se trasmitían en el calmécac. Estos últimos son los himnos rituales como los que recogió Sahagún; parecen arcaicos y tienen el hermetismo que debe rodear lo sagrado. Consérvanse alrededor de doscientos poemas en náhuatl en total, de un gran esplendor metafórico y refinada sensibilidad. Entre los de autores identificados, sobresalen los atribuidos a Nezahualcóyotl, el rey poeta de Tezcoco. Estos cantos o poemas se guardaban en la memoria, aunque para la recitación de algunos de ellos, los históricos y los rituales, probablemente se apoyaban en las pictografías de ciertos códices. Para salvarlos del olvido, algunos indígenas cultos se apresuraron a consignarlos en caracteres latinos, sin duda por encargo de historiadores como el padre Sahagún. Gracias a ellos, ha sido posible conocerlos en los manuscritos del siglo XVI llamados Cantares mexicanos, Romances de los señores de Nueva España, en el apéndice al libro II de la Historia general de las cosas de la Nueva España, de fray Bernardino de Sahagún, y en numerosos pasajes de antiguas relaciones indígenas. El disfrute en español de esta antigua poesía en náhuatl ha sido posible gracias a los estudios y traducciones beneméritas de Ángel María Garibay K. y Miguel León-Portilla.
LAS EXHORTACIONES MORALES La filosofía moral de los antiguos mexicanos se conserva principalmente en los Huehuetlatolli o pláticas de los ancianos, dedicadas a inculcar ideas y principios morales tanto a los niños y jóvenes como a los adultos. Tienen la forma de discursos que probablemente se memorizaban y repetían en las ocasiones pertinentes: nacimiento, adolescencia, matrimonio, muerte, y en las ceremonias de entronización o de funerales de los gobernantes. Son admirables por su ternura y sabiduría y por su conocimiento de las pasiones humanas. El primero que apreció su importancia fue fray Andrés de Olmos, hacia 1540, aunque su texto original sólo se conoce en parte. Siguiendo las huellas de Olmos, Sahagún recogió también en náhuatl y tradujo al español, a partir de 1547, un buen número de estas pláticas morales, que forman el libro sexto de su Historia general.
LOS PRESAGIOS FUNESTOS Y LA PROFECÍA DE QUETZALCÓATL Tres años después de que Motecuhzoma Xocoyotzin principiara su reinado comenzaron a aparecer en el cielo y en la tierra fenómenos extraños, calamidades públicas y seres monstruosos que fueron inquietando cada vez más a los habitantes de la meseta central y de otros lugares del México antiguo, que también guardaron registro de ellos. En 13 calli, 1505, año de gran hambre, el Popocatépetl dejó de humear por veinte días.27 Según el Códice Aubin, en el año 3 técpatl, 1508, se aparecieron las fantasmas llamadas tlacahuilome, y se vio por el oriente, cerca del amanecer, una bandera blanca, color de nube, que volvió con más fuerza el siguiente año, 4 calli. Como aquella luz celeste continuaba aún en el año 5 tochtli, 1510, Motecuhzoma consultó a Nezahualpilli, el señor de Tezcoco, sabio en ciencias ocultas, acerca de la significación de aquel fenómeno, el cual dijo que: de aquí a muy pocos años, nuestras ciudades serán destruidas y asoladas, nosotros y nuestros hijos muertos y nuestros vasallos apocados y destruidos…
y le anunció, además, que perdería las guerras que emprendiese y que pronto aparecerían en el cielo nuevas señales de aquellas desgracias.28 En ese mismo año de 1510 hubo un eclipse de sol, se incendió el adoratorio del templo de Huitzilopochtli y el agua que se le echaba avivaba más las llamas, y se incendió también el templo de Xiuhtecuhtli, dios del fuego; apareció un cometa que cayó hacia la tierra; y resucitó la princesa Papantzin, hermana de Motecuhzoma, quien refirió que tuvo una visión de hombres blancos y barbudos, con estandartes en las manos y yelmos en la cabeza, que venían en unos barcos grandes, los cuales “con las armas se harán dueños de estos países”.29 Los presagios fatales continuaron. En 6 ácatl, 1511, apareció en el aire un gran pájaro con cabeza de hombre; junto al Templo Mayor cayó una columna de piedra sin que se supiera su origen; aparecieron en el aire hombres armados que peleaban unos contra otros; una gran
piedra labrada como cuauhxicalli, para recibir la sangre de los sacrificados, habló y se negó a dejarse transportar cuando no era su voluntad.30 En el año 11 técpatl, 1516, apareció un gran cometa en el cielo del lado oriente. Motecuhzoma consultó una vez más a Nezahualpilli quien le confirmó su augurio de grandes calamidades y desventuras, en que “no quedará cosa con cosa” y le anunció que él mismo, el tezcocano, moriría.31 Sahagún refiere algunos de los anteriores presagios y añade otros. El sexto: de noche se oía a una mujer que lloraba y decía: “Oh, hijos míos, ya ha llegado vuestra destrucción”, o bien: “Oh hijos míos! ¿Dónde os llevaré por que no os acabéis de perder?”, antecedentes de la leyenda de “La Llorona”. El séptimo: los pescadores del lago cogieron un ave del tamaño de una grulla que tenía un espejo en medio de la cabeza en el cual se veían los cielos y las estrellas. Y el octavo: aparecieron criaturas monstruosas, como un hombre con dos cabezas, que en llevándolas a Motecuhzoma desaparecían.32 Muchos años antes, en 1 ácatl, 1467, Nezahualcóyotl, señor de Tezcoco, entonces ya viejo, hizo erigir un templo a Huitzilopochtli, y para su dedicación compuso un canto en el que auguraba su destrucción y la de su mundo: En tal año como éste [ce ácatl], se destruirá este templo que ahora se estrena, ¿quién se hallará presente? ¿Será mi hijo o mi nieto? Entonces irá a disminución la tierra y se acabarán los señores, de suerte que el maguey pequeño y sin sazón será talado, los árboles aún pequeños darán frutos y la tierra defectuosa siempre irá a menos.33
Un nuevo año ce ácatl volvería a ser, conforme a la cuenta nahua de ciclos de 52 años, en 1519, que fue el año en que llegaron los españoles a estas tierras y se inició la conquista de México. Tantos presagios mantenían a los antiguos mexicanos en la angustia expectante de lo que habría de venir. Pero había algo más, acaso de mayor peso, algo arraigado en las tradiciones toltecas y luego en una coincidencia de hechos o en una falsa interpretación: la profecía del retorno de Quetzalcóatl. Refiere Sahagún que: en el año 13 conejos [1518] vieron en el mar navíos [los de la expedición de Juan de Grijalva] los que estaban en las atalayas y luego vinieron a dar mandado a Motecuhzoma con gran prisa. Como oyó la nueva, Motecuhzoma despachó luego gente para el recibimiento de Quetzalcóatl, porque pensó que era él el que venía, porque cada día le estaban esperando, y como tenía relación que Quetzalcóatl había ido por la mar hacia el oriente, y los navíos venían de hacia el oriente, por eso pensó que era él. Envió cinco principales a que le recibiesen y le presentasen un gran presente que le envió.34
Cortés se enteró oportunamente de la profecía y la aprovechó con discreción. Cuando los
mexicas comprendieron que no era el antiguo dios y sacerdote civilizador el que llegaba sino un capitán audaz y codicioso, era demasiado tarde, pues el enemigo estaba posesionado del monarca y de las llaves del reino.
MOTECUHZOMA XOCOYOTZIN Una década después de que Colón encontrara las primeras tierras del Nuevo Mundo, y dos años antes de que Hernán Cortés llegara a la isla Española, en 1502, Motecuhzoma Xocoyotzin —comúnmente llamado Moctezuma—, cuando contaba alrededor de 34 años fue elegido, por el consejo formado por dignatarios mexicas y por los señores aliados de Tezcoco y Tlacopan, noveno señor de México-Tenochtitlán. Su primer nombre quiere decir “señor sañudo” y el último “el más joven” —con la partícula reverencial tzin—, para distinguirlo del primer Motecuhzoma Ilhuicamina, el “flechador del cielo”. Sucedía a Ahuítzotl y era hijo del también señor Axayácatl y nieto de Nezahualcóyotl. En sus mocedades había sido guerrero valeroso y al ser elegido era el sumo sacerdote. Motecuhzoma era un hombre grave, melancólico, aprensivo y supersticioso. Como gobernante, amplió y consolidó el imperio, acentuó la severidad de la educación de la juventud, sólo admitió a los nobles en los cargos de gobierno y administrativos, impuso en su corte una etiqueta rigurosa, que era como el servicio de un dios, y aumentó considerablemente los sacrificios humanos rituales. Los presagios relatados comenzaron a aparecer a poco de iniciado el gobierno de Motecuhzoma y se fueron sucediendo en los años siguientes. No eran sólo apariciones misteriosas sino también profecías acerca de la destrucción inminente de su reino y anuncios de la aparición de hombres blancos y barbudos. Todos estos signos fueron interpretados por el señor de México como la confirmación de las profecías que anunciaban el retorno de Quetzalcóatl, que volvería a ocupar su reino. Cuando en 1518 se anunció a Motecuhzoma la presencia en la costa veracruzana de hombres desconocidos en grandes naves —los de la expedición de Grijalva—, su terror fue extremo y decidió huir y esconderse en la gruta mágica de Cicalco para encontrar al legendario Huémac. En lugar de tranquilizarlo, éste le envió un mensaje recriminándole su soberbia y crueldad y exigiéndole penitencia. Sus propios adivinos, atemorizados por no poder darle buenos augurios, se atrevieron al fin a decirle: “que ya estaban puestos en camino los que nos han de vengar de las injurias y trabajos que nos ha hecho y hace”. Y cuando encargó los preparativos de los aderezos que enviaría al supuesto Quetzalcóatl, dijo a sus mensajeros que pidieran a la deidad que volvía: “que me deje morir, y que después de yo muerto, venga mucho norabuena y tome su reino, pues es suyo y lo dejó en guarda a mis antepasados”.35 Cuando llegaron Cortés y sus huestes en 1519, que exigían oro, actuaban como hombres, paso a paso iban adentrándose en los señoríos mexicas y tenían armas terribles y desconocidas para ellos, Motecuhzoma debió de haber abandonado casi del todo su creencia en el regreso de Quetzalcóatl, pero seguían en pie los otros vaticinios acerca de la inminente destrucción de su mundo.
Su actitud ante los españoles fue siempre incierta y contradictoria. Empujado por un mínimo instinto de supervivencia, los atacaba por terceras manos, les preparaba múltiples asechanzas y les enviaba mensajes tratando de persuadirlos de que no llegasen a México; pero al mismo tiempo, les avivaba la codicia enviándoles presentes cada vez más ricos y se anticipaba vasallo del monarca español ofreciéndole el tributo que él fijara, con tal de que los invasores se retiraran. Su soberbia y crueldad se desmoronaron y de la deidad viviente en que se había constituido sólo quedaba un hombre confundido y aterrorizado ante una fuerza implacable que lo sobrepasaba. Si en lugar suyo hubiese gobernado el señorío mexica un hombre menos supersticioso y engreído, un guerrero decidido a defender su patria —como Xicoténcatl el joven o como Cuauhtémoc—, la conquista entonces no hubiese sido posible.
CUITLÁHUAC Y CUAUHTÉMOC Después de la matanza del Templo Mayor, ocurrida a mediados de mayo de 1520, Cuitláhuac, hermano de Motecuhzoma y señor de Iztapalapa, se convierte en el caudillo de la rebelión india contra los españoles. Organiza al pueblo para la guerra, solicita ayuda de sus aliados y propone alianza a señoríos indígenas independientes, como los de Tlaxcala, Cholula y Michoacán, para luchar contra los invasores. Hacia el 27 o 28 de junio perece de mala muerte Motecuhzoma Xocoyotzin, y el sábado 30 siguiente, las huestes de Cortés, sitiadas y agotadas, salen de la gran ciudad en la derrota llamada de la Noche Triste. En lugar de perseguir a los fugitivos, Cuitláhuac decide enterrar a los muertos y recoger los despojos del botín, y sólo vuelve a atacar a los españoles en las cercanías de Otumba. Aquí, Cortés y un grupo de sus capitanes logran matar al cihuacóatl que capitaneaba a los mexicas y apoderarse del estandarte principal del ejército, con lo que se desbandan los indígenas y triunfan los españoles, que se refugian en Tlaxcala. Después de los días rituales de duelo por Motecuhzoma, el 7 de septiembre de 1520 el consejo eligió huey tlatoani a Cuitláhuac, que sería el décimo señor de los mexicas. Su reinado duró un poco más de dos meses, pues, contagiado de viruela, el valeroso iniciador de la defensa de la ciudad de México murió el 25 de noviembre.36 Para sustituirlo fue elegido Cuauhtémoc, señor de Tlatelolco e hijo de Ahuítzotl, undécimo y último señor de México-Tenochtitlán. Era apenas un joven de alrededor de dieciocho años. Aunque de hecho gobernó desde la muerte de Cuitláhuac fue entronizado a fines de enero de 1521. Al igual que su antecesor, Cuauhtémoc fue uno de los más decididos guerreros contra los invasores y el caudillo de la heroica defensa de México-Tenochtitlán. Ante el sitio inminente de la gran ciudad, reorganizó el ejército, fortificó la plaza, mandó hacer miles de canoas y procuró atraerse todos los aliados posibles. Bajo su mando, los indígenas resistieron los terribles 75 días del sitio, rehuyeron todas las proposiciones de tregua y sólo cesaron en su lucha cuando, ya exhaustos, Cuauhtémoc y su familia fueron apresados el 13 de agosto de 152l. Cuauhtémoc fue atormentado con el consentimiento de Cortés para que confesara dónde se
guardaba el tesoro de Motecuhzoma. Los sobrevivientes indios fueron autorizados a abandonar por un tiempo los restos de la ciudad destruida y pestilente y luego se les ordenó volver para limpiar los escombros e iniciar la edificación de la nueva ciudad a la usanza española, sobre el trazo existente. Todos se habían convertido en servidores y vasallos de nuevos amos imperiosos. Cuando Cortés viajó a las Hibueras en 1524 llevó consigo a Cuauhtémoc y a otros señores indios. Pretextando una sedición, los hizo ahorcar el 26 de febrero de 1525. Ésta fue una muerte injusta, como comentará Bernal Díaz, y Cortés mismo parece haberlo reconocido.37 Así terminó la vida autónoma de la cultura del México antiguo.
EL TESTIMONIO DE LOS VENCIDOS Gracias a la conciencia histórica de los antiguos mexicanos, frente a los relatos de la conquista hechos por españoles, los de Cortés y Bernal Díaz en primer lugar, existen también testimonios indígenas que registraron su enfrentamiento con lo desconocido, su confusión y anonadamiento, su lucha desesperada, la destrucción de su mundo y las miserias e ignominias que sufrieron como vencidos. Estos testimonios proceden principalmente del pueblo azteca y del maya. Los primeros se encuentran en códices y en relaciones escritas en náhuatl y en español. El más antiguo es la parte final de la Relación de Tlatelolco de 1528, ya citada, que describe con patético dramatismo el horror del sitio y la rendición de México-Tenochtitlán: En los caminos yacen dardos rotos, los cabellos están esparcidos. Destechadas están las casas, enrojecidos tienen sus muros. Gusanos pululan por calles y plazas, y están las paredes manchadas de sesos. Rojas están las aguas, cual si las hubieran teñido, y si las bebíamos, eran agua de salitre. Golpeábamos los muros de adobe en nuestra ansiedad y nos quedaba por herencia una red de agujeros. En los escudos estuvo nuestro resguardo, pero los escudos no detienen la desolación.38
Sahagún dedicó a la conquista el libro XII de su Historia general de las cosas de Nueva España, y en el Códice florentino, última redacción de esta obra, aparece una versión en náhuatl, dictada por informantes indígenas, otra en español y un espléndido conjunto de ilustraciones de escenas de la conquista pintadas también por indígenas. El texto en náhuatl tiene el interés de comunicarnos a lo vivo, con las propias palabras de quienes habían sido testigos de los hechos, detalles de las primeras, confusas y aterradoras reacciones de los indios ante los españoles. Por ejemplo, su visión de las armas y aderezos, de los caballos y los perros de los conquistadores:
también mucho espanto le causó [a Motecuhzoma] el oír cómo estalla el cañón, cómo retumba su estrépito, y cuando cae, se desmaya uno, se le aturden los oídos… Sus aderezos de guerra son todos de hierro: hierro se visten, hierro ponen como capacetes a sus cabezas, hierro son sus espadas, hierro sus arcos, hierro sus escudos, hierro sus lanzas. Los soportan en sus lomos sus “venados”. Tan altos están como los techos. Por todas partes vienen envueltos sus cuerpos, solamente aparecen las caras. Son blancos, como si fueran de cal. Tienen el cabello amarillo, aunque algunos lo tienen negro. Larga su barba es, también amarilla; el bigote también tienen amarillo. Son de pelo crespo y fino, un poco encarrujado… Pues sus perros son enormes, de orejas ondulantes y aplastadas, de grandes lenguas colgantes; tienen ojos que derraman fuego, están echando chispas: sus ojos son amarillos, de color intensamente amarillo.39
Además de estas versiones en náhuatl y en español que aparecen en el Códice florentino y que fueron redactadas hacia 1555, existe otra versión, más amplia y expresiva, escrita hacia 1585,40 en la que Sahagún quiso que se enmendaran omisiones e imprecisiones respecto al relato más antiguo de la conquista. Por ejemplo, impresión de los españoles (cap. VII), reacciones del monarca mexica (VIII), exposición que hace Cortés a Motecuhzoma de su misión (XVII), matanzas de Cholula y del Templo Mayor (X y XX), muerte de Motecuhzoma (XXIII), relato de la Noche Triste (XXIV) y supuesta entrevista de Cortés y Cuauhtémoc antes de iniciarse el sitio de la ciudad, en Acachinanco, para comunicarle las razones por las que le haría la guerra (XXXI), la cual transcribe Torquemada41 y Clavigero pone en duda.42 Además de las ilustraciones del libro XII de Sahagún, en varios códices poshispánicos hay imágenes de la conquista de México; uno de ellos, el llamado Lienzo de Tlaxcala, está dedicado en su parte principal a este acontecimiento. A fines del siglo XVI, el mestizo Diego Muñoz Camargo escribió una Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala. Siguiendo la usanza indígena, encargó a un excelente pintor una secuencia de 156 cuadros, cuya exposición fue haciendo luego en su texto.43 Los temas de estas pinturas tocan lo mismo antigüedades tlaxcaltecas que asuntos de historia española. Los relativos a la conquista son 50 cuadros, desde la llegada de Cortés a Cempoala (cuadro 26) hasta la toma de la ciudad de México (cuadro 75), y prosigue con otras campañas en diversas provincias hasta 1542. Estos cuadros de la conquista, y en general todo el Lienzo de Tlaxcala, son una feliz conjunción de las tradiciones pictóricas indígenas y las españolas, para lograr diseños de gran limpieza y fuerza expresiva. Esta serie de cuadros acerca de la conquista constituyen una verdadera historia gráfica de la visión india del encuentro y la lucha con los españoles, junto con las ilustraciones del libro XII del Códice florentino y las nueve pinturas finales del Atlas que acompaña la Historia de las Indias de Nueva España, de fray Diego Durán. Además de escribir y pintar los hechos tristes de la conquista, los indios hicieron también una explicación y defensa de sus creencias, frente a las exposiciones de los misioneros franciscanos. Fray Bernardino de Sahagún, que se empeñó como ninguno en conocer la cultura de los antiguos mexicanos y en dar voz a su pensamiento, escribió en 1564, en español y en náhuatl, los Coloquios44 en que recogió las discusiones teológicas y morales que tuvieron, hacia 1524, los primeros doce frailes de San Francisco, en presencia de Hernán Cortés, con algunos de los sabios y sacerdotes indígenas supervivientes. En sus corteses y desilusionados discursos, los sabios aztecas expusieron la antigüedad de sus creencias, el culto que rendían a
sus dioses que les daban sustento y vida, y lo difícil que era para ellos destruir su antigua regla de vida. Atreviéronse a pedir que no se acarreara la desgracia de su pueblo y que no se le hiciera perecer. Pero sabían también que la destrucción de cuanto pertenecía a su cultura estaba decidida, y pedían sólo que se les dejara morir junto con sus dioses muertos: Somos gente vulgar, somos perecederos, somos mortales, déjennos pues ya morir, déjennos ya perecer, puesto que nuestros dioses han muerto.45
También son importantes los testimonios de varios de los pueblos mayances acerca de la conquista.46 De ellos, el de más dolida belleza es el “Khalay de la conquista”, que forma parte del Libro de Chilam Balam de Chumayel. Los mayas saben también, como los aztecas, que sus dioses han muerto, han aceptado el cristianismo pero se duelen de la miseria que ha sobrevenido a su pueblo con la aparición de los dzules, de los extranjeros: Toda luna, todo año, todo día, todo viento camina y pasa también. Toda sangre llega al lugar de su quietud, como llega a su poder y a su trono… Medido estaba el tiempo en que miraran sobre ellos la reja de las estrellas, de donde, velando por ellos, los contemplaban los dioses, los dioses que están aprisionados en las estrellas. Entonces era bueno todo y entonces fueron abatidos. Había en ellos sabiduría. No había entonces pecado, había santa devoción en ellos. Saludables vivían. No había entonces enfermedad, no había dolor de huesos, no había fiebre para ellos, no había viruelas… Rectamente erguido iba su cuerpo, entonces. No fue así lo que hicieron los dzules cuando llegaron aquí. Ellos enseñaron el miedo, y vinieron a marchitar las flores. Para que su flor viviese, dañaron y sorbieron la flor de los otros… ¡Castrar al sol! Eso vinieron a hacer aquí los extranjeros…47
1
Dedicatoria de Francisco López de Gómara a Carlos V de Hispania victrix o Historia general de las Indias, 1552.
2 Fray Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, lib. IV. cap. XXI. 3
Mendieta, op. cit., lib. IV, cap. XXXVI.— Una enumeración más detallada de las epidemias, con referencias bibliográficas, se encuentra en: Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810) (1964), trad. de Julieta Campos, Siglo XXI Editores, México, 1967, Ap. 4, pp. 460-463. 4
Pierre Chaunu con la colaboración de Jean Legrand, “Las lecciones del colapso norteamericano”, Historia y población. Un futuro sin porvenir, trad. de Óscar Barahona y Uxoa Doyhamboure, Fondo de Cultura Económica, México, 1982, cap. XV. 5 “Muchas veces, en Italia, me reía oyendo a los italianos decir ‘el mal francés’ o a los franceses el ‘mal de Nápoles’; y en
la verdad, los unos y los otros acertaran el nombre si dijesen ‘el mal de las Indias’ ”: Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, lib. 11, cap. XIV. “Dos cosas hubo y hay en esta isla [Española) que a los principios fueron a los españoles muy penosas: la una es la enfermedad de las bubas, que en Italia llaman el mal francés, y ésta, sepan por verdad que fue desta isla, o cuando los primeros indios fueron, cuando volvió el almirante don Cristóbal Colón con las nuevas del descubrimiento destas Indias, los cuales yo luego vide en Sevilla y estos las pudieron pegar en España … Yo hice algunas veces diligencia en preguntar a los indios desta isla si era en ella muy antiguo este mal, y respondían que sí, antes que los cristianos a ella viniesen, sin haber de su origen memoria, y desto ninguno debe dudar; y bien parece también, pues la divina providencia proveyó de su propia medicina, que es como arriba en el capítulo 14 dejimos, el árbol de guayacán”: Fray Bartolomé de las Casas, Apologética historia sumaria, lib. 1, cap. XIX. Véase sobre el tema: Samuel Eliot Morison, “The Sinister Shepherd”, Admiral of the Ocean Sea. A Life of Christopher Columbus, Little, Brown and Company, Boston, 1942, t. II, cap. XXXVII.— Alfred W. Crosby Jr., The Columbian Exchange. Biological and Cultural Consequences of 1492, Greenwood Press, Westport, Connecticut, 1972, caps. 2, “Conquistador y pestilencia”, y 4, “The Early History of Syphilis: A Reappraisal”.— William H. MacNeill, Plagues and Peoples, Anchor Books, Doubleday, Nueva York, 1976, cap. v, pp. 193-194.— Percy Moreau Ashburn, Frank D. Ashburn, editor, Las huestes de la muerte. Una historia médica de la conquista de América (1947), trad. de Enrique Estrada, Colección Salud y Seguridad Social, IMSS, México, 1981, cap. XI. 6 Emmanuel Le Roy Ladurie, “Un concept: l’unification microbienne du monde (XIV-XVIIIe siècles)”, Le territoire de
l’historien, II, Bibliothèque des Histoires, NRF, París, 1978, pp. 38-97. 7 Alfonso Caso, “Contribución de las culturas indígenas de México a la cultura mundial”, México y la cultura, Secretaría de
Educación Pública, México, 1946, pp. 49-80. 8
Claude Nigel Byam Davies, Los señorios independientes del imperio azteca, INAH, México, 1968.
9 Davies, pp. 219-224.— Robert H. Barlow, The Extent of the Empire of the Culhua-Mexica, Ibero-Americana, 28,
University of California Press, Berkeley, Calif., 1949. 10 Alfonso Caso, Los calendarios prehispánicos, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1967, cap. I, p.
77. 11 Ángel Rosenblat, La población indígena y el mestizaje en América, Editorial Nova, Buenos Aires, 1954, t. 1, p. 102. 12 Woodrow Borah y Sherburne F. Cook, The Aboriginal Population of Central Mexico on the Eve of the Spanish
Conquest, Berkeley y Los Ángeles, University of California Press, 1963. La caída de la población indígena en el siglo XVI, según los cálculos de Rosenblat, sería de 4.5 millones en 1492, a 3.5 millones en 1570; y según los de Borah y Cook, de 25.2 millones hacia 1518, a 2.65 millones en 1568 y a 1.9 millones en 1585. 13 Miguel León-Portilla, Toltecáyotl. Aspectos de la cultura náhuatl, Fondo de Cultura Económica, México, 1980, cap. XI,
p. 252. 14 López de Gómara, Conquista de México, cap. LXXVIII, dice: “Era México cuando Cortés entró, pueblo de sesenta mil
casas”, dato que se supone le diera Cortés. Apoyándose en estas cifras, se han estimado 300 mil habitantes, por ejemplo en Walter Krickeberg, Las antiguas culturas mexicanas (1956), trad. de Sita Garst y Jasmin Reuter, Fondo de Cultura Económica, México, 1961, cap. I, p. 52. Respecto a otras ciudades populosas del México antiguo, las únicas noticias que encuentro son las que da fray Francisco de Aguilar —el que se llamaba Alonso cuando fue soldado de la conquista— en la Relación breve de la conquista de La Nueva España (1560), Edición de Federico Gómez de Orozco, José Porrúa e Hijos, México, 1954, en la cual, con notoria exageración, apunta: Tlaxcala: “pudiera tener hasta cien mil casas”, Tercera jornada, p. 38; Cholula: “tendría entonces cincuenta o sesenta mil casas”, 4a J., p. 43; México: “tendría esta ciudad pasadas cien mil casas”, 5a J., p. 51; Tezcoco: “podría tener más de ochenta o cien mil casas”, 8a J., p. 81; Xochimilco: “solía ser muy gran provincia, y en el tiempo de ahora, si tiene diez mil casas
o doce mil, es mucho”, 8a J., p. 89; Huejotzingo: “tendrá hasta diez mil tributarios, poco más o menos; solía ser mayor que Cholula”, 8a J., p. 89. El buen soldado vuelto fraile dominico parecia, pues, dado a las exageraciones. Como habitualmente se cuentan cinco personas por casa, resultarían varias ciudades de cerca o de más de medio millón de habitantes. Por ello, las cifras de Aguilar pueden tomarse sólo como indicadores de algunas de las ciudades más populosas del Altiplano en los días de la conquista. 15 Friedrich Katz, Situación social y económica de los aztecas durante los siglos XV y XVI, UNAM, Instituto de
Investigaciones Históricas, México, 1966, cap. 4.— Manuel M. Moreno, La organización política y social de los aztecas, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 2a ed., 1971, cap. IV, pp. 48-49. Para una descripción más detallada de las formas y funciones sociales de la tenencia de la tierra en el México antiguo, véase: Pedro Carrasco, “La vida económica”, “La sociedad mexicana antes de la Conquista”: Historia general de México, El Colegio de México, México, 1976, t. I, pp. 221-235. 16
Katz, op. cit., cap. 4, p. 43.
17
Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. X.
18
Sherburne F. Cook y Lesley Byrd Simpson, The Population of Central Mexico in the Sixteenth Century, IberoAmericana, 31, Berkeley y Los Ángeles, University of California Press, 1948, p. 27. 19 Krickeberg, op. cit., cap. I, p. 54. 20 J. Eric S. Thompson, Maya Hieroglyphic Writing. An Introduction (1950), University of Oklahoma Press, Norman,
1971; A Catalog of Maya Hieroglyphs (1962), University of Oklahoma Press, Norman, 1970. 21 Miguel León-Portilla y Salvador Mateos Higuera, Catálogo de los códices indígenas del México antiguo, Boletín
Bibliográfico de la Secretaría de Hacienda, Suplemento del núm. 111, México, 1957. 22 J. Eric S. Thompson, Grandeza y decadencia de los mayas (1954 y 1956), trad. de Lauro J. Zavala, Fondo de Cultura
Económica, México, 3a ed., 1984, cap. IV, pp. 195–204. — Miguel León–Portilla, Tiempo y realidad en el pensamiento maya. Ensayo de acercamiento, pról. de J. Eric S. Thompson y apéndice de Alfonso Villa Rojas, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1968. 23
Informantes de Sahagún, Códice matritense de la Real Academia de la Historia, f. 180 v., trad. de Miguel León-Portilla.
24 Fray Diego Durán, Libro de ritos, cap. XXI, 14. 25 Durán, ibid., 8. 26 Sahagún, Historia general, lib. III, cap. VIII. 27 Fray Juan de Torquemada, Monarquía indiana, lib. II, cap. LXXIII. — Manuel Orozco y Berra, Historia antigua y de
la conquista de México, lib. III, caps. IX-XI. 28
Durán, Historia de las Indias, cap. LXI.— Hernando Alvarado Tezozómoc, Crónica mexicana, cap. XCIX.— Torquemada, lib. II, cap. LXXVII.— Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Historia de la nación chichimeca, cap. LXXII. 29 Torquemada, lib. II, cap. XCI.— Francisco Javier Clavigero, Historia antigua. de México, lib. V, cap. XI. 30 Torquemada, lib. II, cap. LXXVIII.— Durán, caps. LXVI y LXVII. 31 Durán, cap. LXIII. 32 Sahagún, lib. XII, cap. I. 33 Ixtlilxóchitl, cap. XLVII. 34 Sahagún, lib. XII, cap. III. 35 Alvarado Tezozómoc, Crónica mexicana, cap. CIV. — Durán, Historia de las Indias, caps. LXVII-LXIX. 36 Orozco y Berra, Historia antigua., lib. III, caps. XI y XII. 37 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, cap. CLXXVII.— Orozco y Berra,
lib. III, caps. I-X.— Salvador Toscano, Cuauhtémoc, Fondo de Cultura Económica, México, 1953. 38 Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista, Introducción, seleción y notas de Miguel León-Portilla,
Versión de los textos nahuas: Ángel M. Garibay K., Biblioteca del Estudiante Universitario, 81, UNAM, México, 1959, p. 180. 39 Traducción de Ángel M. Garibay K. de la versión náhuatl del lib. XII, en Sahagún, Historia general, Porrúa, México,
1956, l. IV, cap. VII. 40 La única edición completa de este texto la publicó Carlos M. de Bustamante bajo un título extravagante: La aparición de
Nuestra Señora de Guadalupe … comprobada … fundándose en el testimonio del P. Fr. Bernardino Sahagún o sea historia original de este escritor…, México, impreso por Ignacio Cumplido, 1840. 41
Torquemada, Monarquía indiana, lib. IV, cap. XC.
42
Francisco Javier Clavigero, Historia antigua de México, lib. X, cap. XVII.
43
El Lienzo de Tlaxcala, publicado originalmente dentro de la obra Antigüedades mexicanas (México, 1892) y acompañado por una explicación de Alfredo Chavero, contiene 80 láminas, que reproducen una copia de originales perdidos que existían en Tlaxcala, pintados a mediados del siglo XVI. Recientemente, René Acuña publicó una edición facsímil, con estudio preliminar, del manuscrito conservado en Glasgow, de la obra de Diego Muñoz Camargo, Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala (UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, México, 1981), al fin del cual se reproducen las 156 pinturas —80 de las cuales son las conocidas, más o menos modificadas, de la edición de Chavero— que forman el complemento gráfico original de dicha obra. 44 Fray Bernardino de Sahagún, Coloquios y doctrina cristiana con que los doce frailes de San Francisco enviados
por el papa Adriano sexto y por el emperador Carlos quinto convertieron a los indios de la Nueva España, en lengua mexicana y española, Manuscrito en el Archivo Secreto de la Biblioteca Vaticana. Contiene 14 capítulos; los últimos 16 fueron destruidos.— Edición del texto en español, Biblioteca Aportación Histórica, ed. Vargas Rea, introd. de Zelia Nuttall, México, 1944.— Coloquios y doctrina cristiana con que… Los diálogos de 1524, dispuestos por fray Bernardino de Sahagún y sus colaboradores Antonio Valeriano de Azcapotzalco, Alonso Vegerano de Cuauhtitlán, Martín Jacobita y Andrés Leonardo de Tlatelolco y otros cuatro ancianos muy entendidos en todas sus antigüedades, edición facsimilar, introd. paleografía, versión del náhuatl y notas de Miguel León-Portilla, UNAM. Fundación de Investigaciones Sociales, A. C., l986. 45 Coloquios, ed. León-Portilla, p. 149. 46
Miguel León–Portilla, El reverso de la conquista. Relaciones aztecas, mayas e incas, Joaquín Mortiz, México, 1964.
47 Libro de Chilam Balam de Chumayel, trad. de Antonio Mediz Bolio (1930), Biblioteca del Estudiante Universitario, 21,
UNAM, México, 1941, cap. II.
II. LA ESPAÑA DE LA ÉPOCA Ay dulce y cara España, madrastra de tus hijos verdaderos, y con piedad extraña piadosa madre y huésped de extranjeros. LOPE DE VEGA Como halcones que dejan la querencia natal de Palos, por altivas miserias y premura, la turba de marinos lanzose a la aventura, embriagada de sueños de heroísmo brutal. JOSÉ MARÍA DE HEREDIA Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora. ANTONIO MACHADO
EL MARCO GENERAL En el periodo que va del descubrimiento del Nuevo Mundo en 1492 a la conquista de México y a la organización del gobierno de Nueva España, la historia de España transcurre bajo los reinados de los Reyes Católicos y de Carlos V. En términos generales, la llamada etapa de las islas coincide con los Reyes Católicos. A Fernando e Isabel tocan los viajes de Cristóbal Colón, la organización del gobierno en la isla Española y las exploraciones y colonización de otras islas del Caribe y de territorios de la América Central y de la costa de Venezuela. En 1504 muere la reina Isabel de Castilla y un mozo de 19 años, llamado Hernando Cortés, pasa a la isla Española en busca de fortuna. Desde este año hasta 1516 en que muere, el rey Fernando gobierna España con la ayuda del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, inspirador y motor de la política de la Corona. Bajo su gobierno continúan las expediciones, se realiza la conquista de Cuba y se inicia el empobrecimiento de las islas y la disminución de la población aborigen.1
El rey Fernando el Católico. Anónimo. Copia del siglo XVIII.
La reina Isabel la Católica. Anónimo. Copia del siglo XVIII.
Bajo el reinado de Carlos V se realizarán los acontecimientos relacionados con la conquista de México y los particulares que incumben a Cortés. La primera expedición a costas mexicanas, la de Hernández de Córdoba en 1517, coincide con la llegada del futuro Carlos V a Villaviciosa, en Asturias. Y la abdicación del emperador en 1556 y el principio del reinado de Felipe II ocurrirán nueve años después de la muerte de Cortés.
Felipe e1 Hermoso. Medalla de Frans van Mieris.
El emperador Carlos V es rey de España junto con su madre Juana, loca desde 1506, tras la muerte de su marido Felipe el Hermoso. La reina Juana permanece recluida en Tordesillas y sobrevive hasta 1555. No firma ningún papel. Sin embargo, las formas continuaron guardándose y las disposiciones más importantes las expiden Carlos y Juana. Y como tantos otros, Cortés recibirá numerosas cédulas con instrucciones, concesiones y prohibiciones suscritas sólo por ella, cuando el Consejo de las Indias consideraba que así debían enviarse. Y Cortés, la Audiencia o el virrey respondían dirigiéndose también a ella, y obedecían sus órdenes, cuando era conveniente.
Medalla de la reina Juana la Loca acuñada por los Comuneros, Frans van Mieris.
TERRITORIO Y POBLACIÓN El actual territorio español alcanzó su consolidación en la época de los Reyes Católicos. La unión de Castilla y Aragón se realizó hacia 1479, aunque subsistieran fronteras entre los dos reinos y cada uno conservara sus instituciones propias, sus leyes y sus monedas. La
reconquista de la España meridional, ocupada desde 711 por los árabes, se inicia en el siglo XI y Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, es uno de sus héroes históricos y legendarios. Después de la batalla de las Navas de Tolosa, en 1212, en que vencen los cristianos, declina la dominación árabe y sólo se mantiene en los reinos de Murcia y Granada, si bien aceptan ser tributarios de Castilla. La conquista de estos reinos fue una larga empresa que se extendió desde 1482 hasta una década más tarde, cuando finalmente el rey Boabdil —el de los romances y canciones— entregó Granada, en cuyas almenas ondeó la cruz el 2 de enero de 1492.
Real cédula con la firma “Yo la reina” y la del secretario Juan de Sámano.
Veinte años más tarde, en 1512, el rey Fernando logró la unión a Castilla del pequeño reino de Navarra, con lo que prácticamente estaba concluida la consolidación del territorio básico de España, cuenta tenida de las tendencias autonómicas de los antiguos reinos. Entre todos ellos, Castilla se considera el punto de confluencia del hogar hispánico. En un territorio de un poco más de medio millón de kilómetros cuadrados, la España de fines del siglo XV y principios del XVI tenía una población de cerca de ocho millones de habitantes, después de años de peste, epidemias y guerras. De ellos, la mayor parte, alrededor de cinco millones, constituían la población castellana, que ocupaba la franja central de España, de norte a sur, a la que se había añadido recientemente la Andalucía reconquistada,
que comenzaba a repoblarse.2 Las ciudades españolas eran relativamente pequeñas. Toledo, Sevilla y Granada, las mayores, tendrían 50 000 habitantes; Madrid, cerca de 30 000; Valencia, entre 25 000 y 30 000; Barcelona y Valladolid, 25 000; Zaragoza, 15 000 y Burgos, 10 000.3 Existían muchas pequeñas ciudades o villas de alrededor de 5 000 habitantes, algunas de las cuales eran sedes arzobispales, como Tarragona, y numerosas aldeas y villorrios. De todas maneras, la población urbana era pequeña y España era un país predominantemente rural. Las actividades económicas principales eran la agricultura, la ganadería y el comercio y, en las costas, la pesca. Pero había también manufacturas y una industria incipiente. La población media consumía productos nacionales, aunque los nobles y los ricos importaban vestidos, muebles, tapices y pinturas. Y se exportaban hierro, lanas, vinos y frutas. Las ferias eran importantes para la promoción regional o internacional de los productos, sobre todo la más activa de Medina del Campo —que lo era también de libros—, tierra de Bernal Díaz. La Iglesia, la nobleza y la Corona eran los grandes propietarios, aunque en muchos casos sólo como titulares de la jurisdicción. Al mismo tiempo, existía una propiedad pequeña y media, y una burguesía rural muy extendida.
POLÍTICA En la Europa de la época, España podía considerarse una potencia media, que llegó a ser la dominante bajo Carlos V. El continente tendría alrededor de 70 millones de habitantes, sin considerar Rusia ni el Imperio otomano. El país más poblado y poderoso era Francia, con 15 o 20 millones. Italia y el Imperio germánico, que eran sólo un conglomerado de reinos y principados, superaban a los cerca de ocho millones de españoles. Inglaterra tendría cuatro millones y Portugal algo más de un millón. La población escandinava era muy pequeña.
Carlos V. Aguafuerte de Daniel Hopfer.
1492 fue uno de los años cruciales de España. Después de la toma de Granada a principios de este año, que consolidó el dominio español sobre su territorio histórico, el 12 de octubre Cristóbal Colón descubrirá o encontrará la primera tierra del Nuevo Mundo. A pesar de la enorme trascendencia de este acontecimiento, que cambió radicalmente la imagen y la idea del mundo, y a pesar también de la importancia que se dio al segundo viaje de Colón, de 1493, con un enorme contingente de cerca de 1 500 hombres en 17 embarcaciones, los Reyes Católicos continuaron atendiendo de manera principal sus empresas políticas europeas y
prestaron una atención lateral al Nuevo Mundo. La intervención directa de la Corona en estos asuntos cesó prácticamente con los viajes de Colón, y las expediciones y conquistas posteriores fueron en su gran mayoría empresas particulares,4 reguladas y administradas por el gobierno a través de la Casa de la Contratación y el Consejo de Indias. La atención marginal a las cuestiones de Indias continuará bajo Carlos V, concentrado en los laberintos de su política y guerras europeas, quien sólo esperaba los envíos de oro y plata que aliviaban sus apuros económicos, y de cuando en cuando, para casos mayores, se ocupaba directamente de estas lejanas cuestiones. La directriz más visible de la política exterior de los Reyes Católicos, y luego sólo del rey Fernando, después de la muerte de la reina Isabel, se orienta hacia el Mediterráneo, con la preocupación de impedir el avance del islam y de los turcos, y al mismo tiempo, de penetrar cuanto lo permitía el Tratado de Alcazobas, en el norte de África cercano a España, fortaleciendo también los puertos: Palos, Cádiz y Gibraltar. Los conflictos de España con Francia se iniciaron con la ocupación que hizo en 1493 el rey Carlos VIII del reino de Nápoles, donde existía una dinastía de origen aragonés. Los españoles enviaron al rescate del reino a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, quien en 1495 recuperó Nápoles, considerado desde entonces provincia española. El rey Fernando prosiguió el tejido de alianzas para asegurarse frente a la amenaza francesa y logró la unión antes mencionada del reino de Navarra a Castilla en 1512. Maquiavelo hizo un elogio con agudas observaciones acerca de la actuación de su contemporáneo el rey Fernando: Nada atrae mayor estimación a un príncipe que la afectación de grandes empresas y la eminencia de raros ejemplos. En nuestros tiempos tenemos a Fernando de Aragón, actual rey de España, a quien se puede llamar cuasi príncipe nuevo, porque de rey débil ascendió por fama y por gloria a primer rey de la cristiandad; y si consideramos las acciones suyas, las encontraremos grandísimas, y algunas extraordinarias. Al comenzar a reinar, asaltó a Granada, empresa fundamento de su grandeza: la comenzó con la paz interna y sin temor a obstáculos, pues logró cautivar con ella el ánimo de los nobles de Castilla, quienes pensando en aquella guerra no discurrían innovaciones, y no advertían que alcanzaba sobre ellos reputación e imperio. Pudo, con el dinero de la Iglesia y de los pueblos, mantener ejércitos y con aquella larga guerra poner los cimientos del arte militar en que luego se hizo famoso. Además, alegando siempre el pretexto de la religión para acometer mayores empresas, recurrió a una devota crueldad, expulsando a los judíos y despoblando a su reino; no cabe ejemplo más despiadado ni extraño. Con igual pretexto asaltó África, emprendió la conquista de Italia, y últimamente atacó a Francia; y así ha proyectado y realizado cosas grandes, que han tenido suspensos y admirados los ánimos de sus súbditos, y ocupados con el resultado de ellas. Y sus acciones han brotado en tal forma unas de otras, que nadie ha podido nunca urdir nada contra él.5
La actuación política, interna y externa, de Carlos V es compleja y vasta, por lo que sólo se recordarán aquí sus directrices y conflictos principales. El joven monarca, nacido y educado en Gante, llevó a España a sus consejeros flamencos cuya altanería y desconocimiento de las tradiciones y orgullos españoles originaron dos graves problemas, que manifestaban también tensiones sociales: la Germanía de Valencia (1519-1524) y la Guerra de las Comunidades (1520-1522) en Castilla. Ambos pudieron ser sofocados aunque los rebeldes obtuvieron concesiones importantes. Pero, además del gobierno interior de España, en el que no volvieron a presentarse conflictos graves, y además de las cuestiones que debía resolver en los numerosos países de
que era monarca, los problemas mayores que debió atender el emperador Carlos V pueden resumirse en los siguientes: dirección de las conquistas de ultramar y regulación del comercio con las Indias; la Reforma religiosa y las tensiones entre los Estados católicos y los luteranos; el peligro turco; y la enemistad con Francia que, bajo Francisco I, disputaba a España los Países Bajos, el Rosellón, Navarra y los dominios españoles en Italia. La rivalidad entre Carlos V y Francisco I se extiende de 1521 a 1547, año de la muerte del rey de Francia —es decir, del año de la caída de México-Tenochtitlán al de la muerte de Cortés—, y se concentra en cuatro guerras que dejan breves intermedios de paz. En la primera, tras la derrota de la batalla de Pavía, en 1525, el rey de Francia fue hecho prisionero, conducido a Madrid y aposentado en la torre de los Lujanes. Carlos V no aceptó, como se lo proponían, invadir a Francia, que carecía de gobierno y de fuerzas, y para dejar libre a Francisco I en 1526 se contentó con un tratado por el que el cautivo se comprometía a devolver Borgoña, lo que luego no cumplió. En estas guerras, Francisco I echó mano de todos los aliados posibles: el papa —lo que ocasionó en 1526 y 1527 el saco de Roma—, los turcos, Enrique VIII de Inglaterra, los reyes escandinavos; y la Católica Majestad de Carlos V se alió con los protestantes para luchar contra los turcos de Barbarroja en 1532. A pesar de ello, el emperador fue un campeón del antiluteranismo, aunque tuviera que luchar contra sus propios súbditos divididos. Todas estas empresas y las movilizaciones a través de Europa de la corte y de grandes ejércitos costaban sumas enormes. España contribuía con su recaudación fiscal, México y Perú con sus cuantiosas remesas de oro y plata, y como esto no bastara, Carlos V recurría a sus banqueros: a los alemanes Fugger (Fúcar) y Welser, a los flamencos, a los genoveses y a los españoles. A algunos les pagó en parte con concesiones y licencias; pero la deuda real ascendía, en 1542, a 5.4 millones de ducados, y en 1551, a 8.4 millones.6 Las remesas a particulares comenzaron a ser secuestradas desde 1534, como le ocurrió a Cortés, y los despojados sólo recibían promesas de devolución. En 1552 se pusieron en venta hidalguías y jurisdicciones.7 Tantas dificultades y sus últimos fracasos militares llevaron en 1556 a Carlos V a su abdicación, a decidir la partición de su imperio, y a su retiro al monasterio de Yuste. Acerca de la idea imperial que conducía la actuación de Carlos V, se ha discutido si aspiraba a la “monarquía universal” que le inspiraba su canciller Mercurino de Gattinara, o al “imperio cristiano” que proponía el obispo de Badajoz, Pedro Ruiz de la Mota. Ramón Menéndez Pidal se inclina por esta última interpretación y afirma que ésta fue la idea central de Carlos V, no “para ganar nuevos reinos” sino para acometer “la empresa contra los infieles enemigos de nuestra santa fe católica”; aunque tal idea tuvo muy corta vida, ya que “la Reforma, abrazada por los príncipes alemanes, hizo imposible todo pensamiento ecuménico”, y en fin, que Carlos V “fue el primero y el único emperador europeoamericano”.8
TENSIONES RELIGIOSAS Desde el siglo VIII hasta el XV existió en España convivencia religiosa y armonía social entre cristianos, musulmanes y judíos. Con la llegada de grupos norafricanos en el siglo XII, que los
hispanoárabes llamaron en su auxilio para detener la reconquista española, grupos que no compartían el espíritu de civilización y tolerancia de las taifas, termina en España aquella armonía y comienza a perseguirse y a expulsarse de España a los no cristianos, especialmente a los judíos, que habían alcanzado envidiables situaciones económicas y florecimiento intelectual. En varios de los países europeos en que los judíos se asentaron ocurrían de tiempo en tiempo persecuciones y limitaciones a su libertad. Y a partir de 1290 en que fueron expulsados de Inglaterra, se suceden las expulsiones de judíos: Francia, 1306 y 1394; Germania, 1347-1354; España, 1492, y Portugal, 1496, que los dispersaron en Macedonia, Turquía, el norte de África y el centro y el norte de Europa. Durante los primeros años del gobierno de los Reyes Católicos comenzó a agravarse la animosidad contra los judíos y la preocupación por la pureza religiosa, que movió a los reyes a ordenar la conversión de los infieles como condición para residir en España. Ciertos crímenes achacados a judíos, probablemente falsos, y una tensión popular ya larga, determinaron finalmente el edicto de expulsión, del 31 de marzo de 1492. Los conversos se calculan en 240 000 y los expulsados en 160 000 en el conjunto de los reinos españoles. La cuestión de los moros fue de índole diversa. En la capitulación que se hizo con ellos en 1492, después de la toma de Granada, se les garantizaba libertad de religión y uso de sus mezquitas y trajes. Luego, en 1502, se dispuso que debían abjurar del islamismo o abandonar España. La mayor parte se hizo cristiana, en apariencia. En los años siguientes se les dieron largos plazos para que abandonaran sus trajes, su lengua y sus ceremonias. El hecho es que eran ya una prolongación del pueblo español y excelentes artesanos y agricultores, a pesar de que se les acusaba de connivencia con enemigos extranjeros. La expulsión definitiva de los moriscos españoles ocurrirá en 1609.
LA INQUISICIÓN Estas tensiones religiosas determinaron el establecimiento de la Inquisición en España por los Reyes Católicos. Los tribunales de la Inquisición se habían iniciado en Francia en el siglo XII para reprimir las sectas heréticas y como una dependencia pontificia. La creación española, autorizada en 1478, en cambio, era nacional y su propósito principal, el de consolidar la unidad religiosa que se creía amenazada, especialmente, por los judíos conversos que secretamente “judaizaban”. Desde el principio de su actuación, la Inquisición española causó terror y se acusó a la Corona de esta época y de las inmediatas siguientes, de utilizarla como instrumento político. Tanto como los tormentos, provocaba pánico la admisión de delaciones anónimas y éstas se consideraban un deber de conciencia; y la infamia de las condenaciones pasaba a hijos y nietos e implicaba la confiscación de bienes. Tan compleja trama de tensiones religiosas, luego aumentada con el luteranismo y el movimiento español de Contrarreforma, llevaron a España a una exacerbación de su espíritu religioso, que de la concordia y piedad originales fue derivando al fanatismo y a la intolerancia que justificaban la aniquilación de cuantos se consideraban infieles. España se volvió campeona del catolicismo, se aisló de la evolución científica e intelectual de Europa y
trasladó al Nuevo Mundo su vocación, para intentar realizar el imperio cristiano de Carlos V. Las preocupaciones principales de la Inquisición eran contra los judaizantes, los luteranos, los blasfemos y los lectores de libros prohibidos. De ahí que, durante el siglo XVI, para librarse de la primera y más grave acusación, se concediera tanta importancia a las constancias de “limpieza de sangre” y de ser “cristiano viejo”. En los virreinatos de Nueva España y del Perú el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición se estableció formalmente en 1571, y en México el primer inquisidor fue el arzobispo Pedro Moya de Contreras. Sin embargo, desde 1519 hubo en México persecuciones inquisitoriales realizadas por los obispos, y “autos de fe” para combatir las idolatrías entre los indígenas.9
HUMANISMO Y LITERATURA La cultura española de finales del siglo XV y la primera mitad del XVI es la del paso del mundo medieval al renacentista o moderno. La imprenta se introdujo en España en 1472, dos años antes de que se iniciara el reinado de los Reyes Católicos, y en la década siguiente tuvieron imprenta 25 ciudades españolas. En el mundo académico había entusiasmo por el latín como vehículo de la cultura clásica y se hacían venir de Italia humanistas, como el milanés Pedro Mártir de Anglería, primer cronista de Indias, que escribirá en latín las Décadas del Nuevo Mundo (1530), primer reportaje con las noticias y relaciones que enviaban los descubridores y conquistadores, y el extenso Epistolario (1530), que recoge también la crónica de los acontecimientos inmediatos. O el siciliano Lucio Marineo Sículo, que enseñó durante doce años en Salamanca, también cronista real, autor de cartas y de Sobre las cosas memorables de España (1530), en latín y en castellano, en el que figura el primer elogio de las hazañas de Cortés. O el mantuano Baltasar Castiglione, nuncio apostólico en España, autor de El cortesano (1528, en italiano), manual de amor y cortesía renacentista, traducido al castellano por Juan Boscán en 1534. O como el veneciano Andrea Navagero, diplomático, también amigo de Boscán —a quien impulsó a introducir en España la métrica italiana— y autor de un Viaje en España (1563). Entre los humanistas españoles de esta época el más notable es el andaluz Antonio de Nebrija, a quien hizo venir de Bolonia el cardenal Fonseca. En la Universidad de Salamanca Nebrija restableció el estudio del latín, escribió manuales para su estudio y un vocabulario latino-español (1492). De este mismo año es su famosa Gramática sobre la lengua castellana, primera de una lengua romance, en cuya dedicatoria recordaba a la reina Isabel que “siempre la lengua fue compañera del imperio” y, con notable lucidez, le anticipaba que su Gramática sería útil para enseñar el castellano a “muchos pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas” que la reina habría de meter “debajo de su yugo”, y para enseñarlo también a “vizcaínos, navarros, franceses, italianos”. El cardenal Jiménez de Cisneros llevó a Nebrija a la recién fundada Universidad de Alcalá de Henares, la Complutense (1506), para formar parte del grupo de humanistas y teólogos que trabajaba en la elaboración de la magna Biblia políglota complutense (1514-1517, 6 vols.),
con textos griego, latino, hebreo y caldeo, más vocabulario hebreo-caldeo, un índice de nombres y una gramática hebrea. Nebrija hizo la revisión del texto de la Vulgata, con nuevas interpretaciones de pasajes bíblicos. Antonio Domínguez Ortiz ha señalado la singular coincidencia de que dos de los mayores escritores de esta época hayan sido judíos convertidos:10 Fernando de Rojas, el autor de una novela de memorable belleza y humanidad, La Celestina (1499), y Juan Luis Vives, el eminente filósofo y humanista valenciano, amigo de Erasmo y del papa Adriano VI, y maestro en Oxford y en la Sorbona. Ésta es también la época de poetas e iniciadores del teatro, como Juan del Encina, Gil Vicente —que escribe en castellano y en portugués—, Bartolomé de Torres Naharro y Lope de Rueda. Y la poesía lírica castellana alcanza una de sus cumbres más puras con Garcilaso de la Vega.
Una página de la Biblia políglota, Alcalá de Henares, Arnaldo Guillermo de Brocar, 1514-1517.
LA CULTURA POPULAR. LAS NOVELAS DE CABALLERÍAS Al lado de estas empresas humanísticas y esta literatura culta, al lado también de las tradiciones escolásticas y de los intentos de renovación en las universidades mayores y menores de España, ¿qué leía u oía leer el pueblo, y qué pudieron leer los andaluces, castellanos y extremeños que venían a conquistar las Indias, y que con señaladas excepciones no habían ido a las universidades? Aparte de algún libro de devociones, su lectura preferida
fueron las novelas de caballerías y, además, todos compartían la memoria viva del Romancero. Quienes, como Hernán Cortés, viajaron a las Indias en los primeros años del siglo XVI, sólo pudieron leer en España la versión antigua del Amadís de Gaula, en tres libros, que se leía al menos desde finales del siglo XV; El caballero Cifar y Tirant lo Blanc. Sin embargo, en los largos ocios de las islas Española y de Cuba los españoles pudieron leer las nuevas novelas de caballerías que se imprimían en España y cuya concesión exclusiva para su venta en las islas y luego en la Nueva España, tenía el activo impresor sevillano Jacobo Cromberger. A partir de 1531 la Corona prohibió repetidas veces que se llevaran a Indias estos libros amenos y fantasiosos “como son los libros de Amadís y otros de esta calidad de mentirosas historias”. Mas a pesar de las prohibiciones, estos libros que exaltaban la imaginación de los conquistadores salían, bajo cuerda, en la carga de muchos de los barcos que zarpaban de Sevilla.11 Estas largas historias que relataban desaforadas aventuras en tierras imaginarias y que exaltaban la fidelidad amorosa, el ideal medieval de la caballerosidad y cortesía; en las que un héroe de valor sobrehumano vencía monstruos y rivales, y una bella heroína se rendía ante sus proezas y emulaba sus hazañas, sazonadas con escenas eróticas de singular desenvoltura, fascinaban a todos los lectores y muchos debieron aprender a leer para disfrutarlas. La reina Isabel tenía en su alcázar de Segovia la Historia de Lanzarote. El emperador Carlos V prefería Don Belianís de Grecia y se llevó a su retiro de Yuste más de un libro de caballerías. Santa Teresa cuenta que su madre le contagió la afición a estos libros y que “era tan en extremo lo que en esto me embebía, que si no tenía libro nuevo, no me parece tenía contento”;12 y su biógrafo Francisco de Ribera cuenta que, siendo mozos, la futura santa y su hermano Rodrigo de Cepeda compusieron un libro de caballerías.13 El historiador Gonzalo Fernández de Oviedo se inició en las letras componiendo El libro del muy esforzado e invencible caballero de Fortuna, propriamente llamado don Claribalte (1519), aunque luego se arrepintiese de él. Y en su curioso Arte de galantería (Lisboa, 1670) refiere don Francisco de Portugal la siguiente anécdota:
Portada de la primera edición del Amadís de Gaula, Zaragoza, Jorge Coci, 1508. Vino un caballero muy principal para su casa y halló a su mujer, hijas y criadas llorando; sobresaltóse y preguntóles muy acongojado si algun hijo o deudo se les había muerto; respondieron ahogadas en lágrimas que no; replicó más confuso: pues ¿por qué lloráis? Dijéronle: Señor, hase muerto Amadís.14
¿Qué mejor lectura podrían tener los conquistadores y los primeros colonos indianos que la de estos libros que llenaban sus ocios y avivaban sus sueños de tierras exóticas y conquistas fabulosas? Por ello, cuando Bernal Díaz quiere ponderar la extraña belleza de la ciudad asentada sobre el lago, tiene que decir “que parecía a las cosas y encantamientos que cuentan
en el libro de Amadís”.15 Y como las cosas del Nuevo Mundo les parecían semejantes a las imaginarias de aquellos libros, les iban dando los nombres que en ellos aparecen, como, entre tantos otros, los de la tribu de las Amazonas, las islas de California y su altiva reina Calafia, que vienen de Las sergas de Esplandián (1510), compuestas por Garci Ordoñez de Montalvo como una continuación del Amadís de Gaula. Además, una misma concepción e idealización del espíritu caballeresco existe en las novelas de caballerías y en las crónicas de la conquista, y aun el estilo y los tópicos más frecuentados por ambas son semejantes, como lo ha mostrado Ida Rodríguez Prampolini.16
EL ROMANCERO La otra presencia cultural viva en el pueblo español de esta época y en quienes vinieron a las Indias es la de los romances viejos, anónimos, que se conservaron en tradición oral o escrita hasta que, a fines del siglo XV y principios del XVI, los recogió la imprenta. “El Romancero —dice Julio Torri— comparte con los viejos cantares de gesta y con las comedias de Lope de Vega y sus discípulos el raro privilegio de ser manifestaciones de un arte eminentemente nacional.”17 Hegel, en su Estética, los compara con un collar de perlas en las que “cada cuadro particular es en sí acabado y completo” y añade:
Una antigua colección de romances. El conjunto es tan épico, tan plástico, que el asunto se nos ofrece a los ojos en su significación elevada y pura, lo que no estorba que haya una gran riqueza en multitud de nobles escenas de la vida humana, y el acabar las más brillantes hazañas. Todo forma una graciosa corona que los modernos nos atrevemos a poner al lado de lo más bello que nos dejó la antigüedad.18
Estos romances viejos, que refieren en breves poemas octosílabos, o en series que podían enlazarse, asuntos históricos, caballerescos —de Carlomagno o del rey Arturo— y novelescos
o líricos, estaban en la boca y en la memoria de reyes y cortesanos, de letrados y conquistadores, de judíos expulsados, de lectores de novelas y del común del pueblo. Por su encanto y su vivacidad, y sobre todo por constituir un amplísimo repertorio de situaciones humanas, parecían como un código de referencias sobreentendidas, en el que bastaban unos versos aislados o una simple alusión para comprender un conflicto, un hecho trágico o una peripecia amorosa. Entre las abundantes citas del Romancero que se encuentran en el mundo de conquistadores y pobladores de la Nueva España, basten sólo dos referencias para ilustrar esta familiaridad. El Jueves Santo de 1519, después de mediodía, Hernán Cortés y sus soldados llegaron a San Juan de Ulúa, y refiere Bernal Díaz: Acuérdome que llegó un caballero que se decía Alonso Hernández Puertocarrero, e dijo a Cortés: “Paréceme, señor, que os han venido diciendo estos caballeros que han venido otras dos veces a esta tierra: Cata Francia, Montesinos, cata París, la ciudad, cata las aguas de Duero, do van a dar a la mar. Yo digo que miréis las tierras ricas y sabeos bien gobernar”. Luego Cortés bien entendió a qué fin fueron aquellas palabras dichas y respondió: “Denos Dios ventura en armas como al paladín Roldán; que en lo demás, teniendo a vuestra merced y a otros caballeros por señores, bien me sabré entender”.19
Ahora bien, en tanto que los estudiosos que se han detenido en este pasaje sólo han visto en él una prueba de “la familiaridad de los conquistadores, y especialmente de Cortés, con los romances tradicionales”, Viktor Frankl, en un penetrante estudio, ha llamado la atención sobre el pensamiento político implícito en estas alusiones literarias, que ambos interlocutores comprendieron de inmediato.20 Estos versos son el principio del segundo, de una serie de cuatro, de los romances carolingios llamados Romances de Montesinos. Refieren la historia de Montesinos, hijo del conde don Grimaltos, el cual ha sido desterrado y perseguido por su enemigo, el perverso Tomillas. Montesinos pide permiso a su padre para ir a París a vengar sus afrentas. Ya en la Corte, entra en la sala real y encuentra al rey y a Tomillas comiendo y luego jugando al ajedrez. Montesinos advierte que Tomillas ha hecho trampa en el juego y lo denuncia. Tomillas intenta darle un bofetón y Montesinos toma el tablero de ajedrez y le da un golpe con él en la cabeza, matándolo. Amenazado de muerte por su acción, revela quién es, que su madre es hija del rey y que han sido desterrados por intrigas de Tomillas, y todo concluye bien. El mensaje implícito en los versos que cita Portocarrero es, pues, éste: Diego VelázquezTomillas traiciona al rey; Cortés-Montesinos lo revela y castiga o espera castigar al perverso. Cortés capta de inmediato la alusión política y contesta muy a propósito con otros versos del mismo ciclo carolingio: “Denos Dios ventura en armas / como al paladín Roldán”. Roldán, otro desterrado como entonces lo era Cortés, quien añade que tendrá la ventura que espera si cuenta con la ayuda de tan buenos señores como Portocarrero. La otra mención del Romancero aparece en el lugar más inesperado. Al lado del juicio de
residencia que se hizo a Cortés en 1529 y 1530, se hicieron averiguaciones respecto a la acusación de haber dado muerte a su primera mujer, doña Catalina Xuárez Marcaida. Como se apunta en las notas respectivas, este proceso es un pintoresco chismorreo de criadas que, a pesar de su inconsistencia jurídica, consigue dar la evidencia de la culpabilidad de Cortés. Una de las testigos, Violante Rodríguez, declara que: cuando vido los dichos cardenales sospechó e creyó quel dicho don Fernando había ahogado a la dicha doña Catalina su mujer, e ansí lo dijo a María de Vera, diciendo que había sido la dicha Catalina como la mujer del conde Alarcos, e quella le dijo que callase por amor de Dios, que no lo supiese el dicho don Fernando…21
En este caso, a las dos mujeres les basta la mención del conde Alarcos para entender de qué se trata. Con admirable oportunidad y exactitud, comparan lo ocurrido entre Cortés y doña Catalina con la historia que narra el viejo romance del conde Alarcos, en el que se cuenta que éste mata a su mujer, que lo amaba, para casarse con una infanta. El pasaje dice así: Echóle por la garganta una toca que tenía, apretó con las dos manos con las fuerzas que podía; no le aflojó la garganta mientras que vida tenía. Cuando ya la vido el conde traspasada y fallecida, desnudóle los vestidos y las ropas que tenía; echóla encima la cama, cubrióla como solía; desnudóse a su costado, obra de un Ave María; levantóse dando voces a la gente que tenía: —¡Socorro, mis escuderos, que la condesa se fina!— Hallan la condesa muerta los que a socorrer venían.
LA CONQUISTA DE MÉXICO VISTA DESDE ESPAÑA La Corona española, como ya se apuntó, tras de promover los viajes de descubrimiento del Nuevo Mundo, dejó en manos de particulares la mayoría de las empresas posteriores de exploración y conquista y se limitó a administrarlas y regularlas. Las noticias de cuanto ocurría al otro lado del océano debieron de ser escasas y confusas. Las Cartas de relación de Cortés serán prohibidas en España en marzo de 1527, después de que sus primeras ediciones fueron quemadas en las plazas públicas de Sevilla, Toledo y Granada, y no se reimprimirán sino hasta el siglo XVIII.22 La Conquista de México (1552), de Francisco López de Gómara,
primera crónica de conjunto de estos acontecimientos, también fue prohibida. Algunos poetas intentaron desde el siglo XVI cantar la épica de la conquista, con escasa fortuna, pues, como decía Menéndez Pelayo, “la realidad histórica excede aquí a toda ficción”.23 Rasgos incidentales del Nuevo Mundo y de la conquista de México quedaron en las obras de los grandes ingenios del Siglo de Oro español,24 algunos de ellos memorables. Y la comedia de Lope de Vega, La conquista de Cortés,25 se ha perdido, pues su mismo autor no se preocupó por salvarla. Por sorprendente que parezca, en la España de la primera mitad del siglo XVI—y hasta la segunda mitad del XVIII— existió un interés muy escaso por los grandes hechos que ocurrían en ultramar. Este menosprecio por lo indiano o americano lo resumió bien Ramón Menéndez Pidal cuando apuntaba que: la empresa total de Cortés ¿qué atención merecía? La conquista de México puede, como hecho humano, ser más hazañosa que la conquista de las Galias por César, pero tiene por escenario una tierra sin historia, y la historia no puede valorar el hecho nuevo al igual del antiguo. Los mismos hombres de entonces, que se beneficiaban tanto con aquella conquista, se interesaban mucho menos en los grandes sucesos de América que en las menores cosas de Europa. Cuando se ganó la ciudad de México, Carlos V estaba en Flandes, ajeno por completo a lo que Cortés hacía, preocupado sólo de su alianza con el rey de Inglaterra contra Francia. Las Indias españolas crecían por iniciativa particular, sin aportación alguna del erario, sin más cuidado del rey que gastar el oro que enviaban de allá y organizar y regir la tierra que le conquistaban.26
La amenaza del turco y de los musulmanes, el peligro creciente del protestantismo y la enemistad con los franceses eran problemas inmediatos que a todos preocupaban más que las extrañas noticias de las conquistas de imperios remotos. Marcel Bataillon hizo notar que en este periodo, “sin tomar en cuenta los folletos —que ofrecen una desproporción mayor— hay dos veces más libros sobre los turcos que sobre América”.27 La corriente migratoria hacia las Indias puede explicarse más por la pobreza que movió a muchos a buscar fortuna, y por las noticias que llevaban los viajeros y las cartas que enviaban los indianos excitando a parientes y amigos a venir a la nueva tierra.28 Aunque suene increíble, en las Memorias que dictó Carlos V en 1550 y 1552, destinadas al príncipe Felipe, y que cubren los años de 1515 a 1548, no aparece ni una sola mención del Nuevo Mundo o las Indias, ni de México ni de Hernán Cortés. Todo se refiere a los conflictos europeos, sus viajes, su familia y su gota. Y en el resto de los documentos personales del emperador, la única mención de Cortés aparece en una lista de personas a las que se solicitarán préstamos (Madrid, 7 de septiembre de 1546), en la que se anota al marqués del Valle con 10 mil ducados.29
Y UNA PROFECÍA Así como los habitantes del México antiguo tuvieron tantos presagios de la venida por el oriente de hombres blancos y barbados, los europeos tenían también una vieja y emocionante profecía. La escribió Séneca, un filósofo romano aunque nacido en Córdoba, España, en el siglo I, en el acto II de su tragedia Medea
… venient annis Saecula seris, quibus oceanus Vincula rerum laxet, et ingens Pateat tellus, Tiphysque novos Detegat orbes, nec sit terris Ultima Thyle.
Antes de emprender su cuarto viaje en 1502, Cristóbal Colón compuso un curioso cuaderno de apuntes, llamado Libro de las profecías, en el cual él mismo tradujo muy libremente el pasaje de Séneca: Vernán los tardos años del mundo ciertos tiempos en los cuales el mar oceáno aflojará los atamientos de las cosas y se abrirá una grande tierra; y un nuevo marinero, como aquel que fue guía de Jasón, que hobo nombre Tiphis, descobrirá nuevo mundo y entonces non será la isla Tille la postrera de las tierras.30
Hernando Colón, en la vida que escribió de su padre, comentará respecto a la profecía de Séneca: “Lo cual ahora se tiene por muy cierto que se ha cumplido en la persona del almirante”.31
1
Carl Ortwin Sauer, Descubrimiento y dominación española del Caribe (1966), trad. de Stella Mastrangelo, Fondo de Cultura Económica, México, 1984. 2 Cuando no se menciona una fuente especial, las fuentes generales de este capítulo son: Antonio Domínguez Ortiz, El
antiguo régimen: Los Reyes Católicos y los Austrias, Historia de España Alfaguara, t. III, Alianza Editorial-Alfaguara, Madrid, 7a ed., 1980.— J. H. Elliot, Imperial Spain. 1469-1716 (1963), Penguin Books, Gran Bretaña, 1978.— Peggy K. List, México under Spain. 1521-1556. Society and the Origins of Nationality, The University of Chicago Press, Chicago y Londres, 1975.— Diccionario de historia de España, dirigido por Germán Bleiberg, Ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 2a ed., 1968, 3 vols.— Diccionario de literatura española, dirigido por Germán Bleiberg y Julián Marías, Ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 4a ed., 1972. 3 Estas cifras proceden de la obra de Domínguez Ortiz. Ramón Carande, en Carlos V y sus banqueros, edición abreviada,
Editorial Crítica, Barcelona, 1977, t. I, p. 16, propone otras cifras para la población de las ciudades mayores en 1530: Sevilla 45 000, Valladolid 38 000, Córdoba 33 000, Toledo 32 000, Jaén 23 000, Medina del Campo 21 000, Alcázar de San Juan 20 000, Segovia 15 000, Murcia 14 000, Salamanca 13 000, Medina de Rioseco 11 000, Burgos 9 000 y Madrid sólo 4 000. 4 Silvio Zavala, Los intereses particulares en la conquista de la Nueva España (tesis doctoral), Imprenta Palomeque,
Madrid, 1933; 2a ed., UNAM, México, 1964. 5 Nicolás Maquiavelo, El príncipe, cap. XXI, trad. de Alberto Jiménez Fraud, en Visita a Maquiavelo, Ediciones Ariel,
Barcelona, 1972, pp. 191-192. Las citas de Maquiavelo que aparecen en los epígrafes proceden de la excelente edición de El príncipe preparada por Luis A. Arocena, Ediciones de la Universidad de Puerto Rico-Revista de Occidente, Madrid, 1955. 6 Carande, op. cit., t. II, cuadros en pp. 132-133 y 198-199. 7 Ibid. t. II, pp. 95 y 236. 8 Ramón Menéndez Pidal, Idea imperial de Carlos V, Colección Austral 172, Espasa Calpe Argentina, Buenos Aires, 1941,
pp. 15, 31 y 32. 9 Richard E. Greenleaf, La Inquisición en Nueva España. Siglo XVI (1969), trad. de Carlos Valdés, Fondo de Culltura
Económica, México, 1981. 10
Domínguez Ortiz, op. cit., t. 111, p.32.
11 La primera real cédula de prohibición es del 4 de abril de l531. Véase lrving A. Leonard, Los libros del conquistador
(1949), trad. de Mario Monteforte Toledo, revisada por Julián Calvo, Fondo de Cultura Económica, México, 1953, cap. VII, pp. 80-82. 12 Santa Teresa de Jesús, Libro de su vida, cap. 2. 13 Francisco de Ribera, Vida de Santa Teresa, Barcelona, 1908, lib. 1, cap. V. 14 Arte de galantería, Escrebióla don Francisco de Portogal. Ofrecida a las damas de Palacio por don Lucas de Portogal,
comendador de la villa de Fronteira y maestresala del príncipe nuestro señor, En Lisboa, en la Emprenta de Ivan de la Costa 1670, p. 96. Cita en Marcelino Menéndez Pelayo, Orígenes de la novela, Edición Nacional, Santander, 1943, t. I, cap. V, p. 370 y n.l. 15 Bernal Díaz, cap. LXXXVII. 16 Ida Rodríguez Prampolini, Amadises de América La hazaña. de las Indias como empresa caballeresca, Consejo
Nacional de Cultura, Caracas, Venezuela, 2a ed., 1977. 17 Julio Torri, La literatura española, Breviario 56, Fondo de Cultura Económica, México, 1952, cap. I, 7. 18 Citado por Torri, ibid. 19 Bernal Díaz, cap. XXXVI. 20 Victor Frankl, “Hernán Cortés y la tradición de las Siete Partidas”, Revista de Historia de América, México, junio de
1962, núms. 53-54, pp. 29-31. 21 Sumario
de la residencia tomada a don Fernando Cortés, México, 1853, t. II, p. 362. Véase en sección IV, Residencia, de los Documentos cortesianos. 22 Cédula de Carlos V a Pánfilo de Narváez, del 1º de junio de 1527, véase en la sección III de los Documentos
cortesianos.— Cf. Marcel Bataillon, “Hernán Cortés, autor prohibido”, Libro jubilar de Alfonso Reyes, UNAM, México, 1956, pp. 77-82. 23 Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de la poesia hispano-americana, Librería General de Victoriano Suárez,
Madrid, 1911, t. I, p. 44.— Véase capítulo XXVI de la presente obra.
24
Véanse Valentín de Pedro, América en las letras españolas del Siglo de Oro, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1954.— Winston A. Reynolds, Hernán Cortés en la literatura del Siglo de Oro, trad. de Teresa López Mañez, Centro Iberoamericano de Cooperación, Editora Nacional, Madrid, 1978.— Winston A. Reynolds, Romancero de Hernán Cortés (estudio y textos de los siglos XVI y XVII), Ediciones Alcalá, Madrid, 1967. Merecen recordarse, entre otras, las dos alusiones a Cortés de Miguel de Cervantes. En El Quijote (parte II, cap. VIII), al enumerar hechos heroicos del pasado e inmediatos, se dice: Y, con ejemplos más modernos, ¿quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el cortesísimo Cortés en el Nuevo Mundo? Y en El licenciado Vidriera: Desde allí, embarcándose en Ancona, fue a Venecia, ciudad, que a no haber nacido Colón en el mundo, no tuviera en él semejante; merced al cielo, y al gran Hernando Cortés que conquistó la gran México, para que la gran Venecia tuviese en alguna manera quién se le opusiese. Estas dos famosas ciudades se parecen en las calles, que son todas de aguas: la de Europa, admiración del mundo antiguo, la de América, espanto del mundo nuevo. 25 La menciona Lope de Vega en el Prólogo a El peregrino en su patria. En la edición de Juan Bautista Avalle-Arce,
Clásicos Castalia, Madrid, 1973, p. 62, esta comedia se registra equivocada, como “La conquista de Cortés”. Antonio de León Pinelo, en su Epítome (1629) menciona “La comedia del marqués del Valle”, p. 74. 26 Ramón Menéndez Pidal, “¿Codicia insaciable?”, “¿Ilustres hazañas?” (1940), en La lengua de Cristóbal Colón, el
estilo de Santa Teresa y otros estudios sobre el siglo XVI, Colección Austral 280, Espasa Calpe Argentina, Buenos Aires, 1942, pp. 106-107. 27
Marcel Bataillon, Erasmo y España, trad. de Antonio Alatorre, Fondo de Cultura Económica, México, 1950, apéndice, t. II, p. 441, n. 28. 28 Enrique Otte, “Cartas privadas de Puebla del siglo XVI” y “Die europäischen Siedler und die Probleme der Neuen Welt”,
Jahrbuch für Geschichte υon Staal, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, 1966, t. 3, pp. 10-87 y t. 6, pp. 1-40. Los documentos proceden del AGI, de Sevilla, Indiferente General, leg. 1 209, ff. 1 374, 2 048-2 075 y 2 077-2 107. 29 “Memorias de Carlos V”, traducción y edición de Manuel Fernández Álvarez, Corpus documental de Carlos V,
Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca, 1979, t. IV, pp. 485-567. La mención del préstamo que se solicitará al marqués del Valle, en t. II, p. 495. 30 Libro de las profecías (ca. 1502): Cristóbal Colón, Textos y documentos completos, prólogo y notas de Consuelo
Varela, Alianza Universidad, 320, Alianza Editorial, Madrid, 1982, p. 202. 31 Hernando Colón, Vida del almirate don Cristóbal Colón escrita por su hijo, edición, prólogo y notas de Ramón Iglesia,
Biblioteca Americana, Fondo de Cultura Económica, México, 1947, cap. VII.
III. LOS INDÍGENAS BAJO EL DOMINIO ESPAÑOL [HASTA MEDIADOS DEL SIGLO XVI] Con esto terminó el señorío de los mexicas. Lienzo de Tlaxcala Para poseer los Estados con seguridad, basta con haber extinguido la línea del príncipe que antes tuvieron, porque manteniéndolos en todo lo demás en las antiguas tradiciones y no imponiéndoles novedad en las costumbres, viven los hombres quietamente. NICOLÁS MAQUIAVELO
EL DESTINO DEL INDIO La conquista significó para los pueblos indígenas del México antiguo, como para los demás del continente, la sustitución radical de sus creencias y formas de vida y la subyugación de su libertad personal y del dominio de la tierra. A partir de 1521, el destino del indio que sobrevivió a guerras y pestes fue hacerse cristiano, adaptarse a los modos de vida españoles y trabajar como siervo y anónimamente para los nuevos amos, que gradualmente fueron posesionándose del territorio. Los 15 años que Hernán Cortés pasó en las Antillas le habían mostrado que la base de la prosperidad de las nuevas tierras es la mano de obra indígena, y que ésta se destruye con el trabajo exhaustivo y los tratos bestiales. Al final de su cuarta Carta de relación, decía que se proponía evitar que en la Nueva España los españoles hicieran lo mismo que en las Antillas: “esquilmarlas y destruirlas, y después dejarlas”. Creía también que la encomienda era necesaria, con tal que se humanizara el trabajo de los indios y que se adjudicara por unidades de población y de manera permanente, para que los encomenderos cuidaran aquellos bienes humanos como cosa propia.1 Además, de Motecuhzoma debió aprender y puso en práctica dos recursos muy importantes para el gobierno de los indios: la severidad en el trato con ellos y el mantenimiento de sus divisiones territoriales —señoríos, jurisdicciones y pueblos— y de las estructuras administrativas y de recaudación fiscal.
ENCOMIEDA, TRIBUTO Y SERVICIO PERSONAL En 1523 Carlos V prohibió a Cortés que se repartiesen indios en encomiendas.2 El conquistador, que ya había asignado las primeras tierras, no obedeció ni proclamó las órdenes reales. En carta reservada del 15 de octubre de 1524, Cortés expuso al rey con franqueza a veces impertinente sus motivos: las demandas y la necesidad de recompensar a sus soldados, la conveniencia estratégica de que los indios se mantuviesen controlados y su creencia de que
las encomiendas liberarían a los pueblos de sus “señores antiguos”.3 Y en el mismo año, Cortés expidió unas Ordenanzas “sobre la forma y manera en que los encomenderos pueden servirse de los naturales”.4 La Corona olvidó su prohibición y comenzó a expedir cédulas de encomiendas, tanto a antiguos conquistadores como a recién llegados, y la institución subsistiría hasta el siglo XVIII. Las encomiendas fueron dándose sin orden ni regularidad: Algunas —observa François Chevalier— comprendían poblaciones de importancia, con millares de tributarios, mientras que otras eran pobres aldeas perdidas en las sierras… Ciertos conquistadores no tenían absolutamente nada, mientras que españoles recién llegados de la Península, parientes o criados de los poderosos, obtenían pingües concesiones.5
“Hacia 1560 —dice el mismo investigador— había en la Nueva España unos 480 encomenderos que cobraban el equivalente de $377 734, incluyendo en esta suma los tributos que se entregaban al marqués del Valle.”6 Esa singular especie de contrato unilateral que es la encomienda, por el que los indios encomendados daban un tributo a cambio de protección y doctrina, fue evolucionando. Al principio, los servicios personales eran gratuitos y se suponía que los indios los prestaban en lugar de tributo.7 Sin embargo, en la práctica, y comenzando por el propio Cortés, como lo denunciaron sus vasallos de Cuernavaca, los indios debían pagar periódicamente sus tributos en especie, proveer lo necesario para el sustento de las casas de sus amos y criados, y además, prestar los servicios personales que se les requirieran.8 Estos y otros abusos fueron remediándose lentamente. Las Leyes Nuevas de 1542 liberaron a los esclavos nativos, antiguos y nuevos, y otras disposiciones limitaron las encomiendas al pago de tributos, redujeron y humanizaron estas contribuciones forzosas — supervivencia prehispánica adoptada por los nuevos amos—,9 y prohibieron los servicios personales, los cuales debían ser voluntarios y retribuidos, salvo casos especiales de obras públicas, mineras, agrícolas e industriales en que el trabajo era compulsivo aunque remunerado.10 El antiguo señorío de Tlaxcala, como recompensa a los servicios prestados a los españoles durante la conquista, quedó exento de ser encomendado. En las instrucciones secretas que recibió la segunda Audiencia del Consejo de Indias en 1530 se ordenaba suprimir las encomiendas, en primer lugar las concedidas por Nuño de Guzmán, y sustituirlas por un sistema centralizado para la recolección de tributos.11 Los funcionarios correspondientes se denominaron corregidores, quienes recibieron además el encargo de velar por la instrucción religiosa de los indios y administrar justicia.12 A pesar de que muchos antiguos encomenderos fueron nombrados corregidores, la supresión de las encomiendas sólo se realizó parcialmente, y en los primeros años esta nueva institución de los corregimientos se limitó a la creación de nuevos funcionarios de la Corona.
Maltratos y abusos de las autoridades españolas con los indios. Códice Osuna, f. 12, 575 v.
Los corregidores y sus auxiliares —teniente, alguacil, escribano e intérprete— debían controlar no sólo los tributos de los encomenderos sino también los de las tierras reales y los de los pueblos y regiones concedidos a Cortés. El nuevo sistema de supervisión y recaudación
centralizadas hizo necesaria una delimitación de zonas de jurisdicción, así como el pago de los funcionarios, el que a menudo consumía la mayor parte de los productos de las encomiendas y mercedes, como se quejará de ello Cortés. En resumen, el nuevo sistema fue un intento más para evitar los abusos de los encomenderos y aumentar los ingresos de la Corona, aunque fue también el origen de nuevos vicios: aprovechamientos personales de los corregidores y tributos extras o “derramas”, en perjuicio de las comunidades indígenas. Para sancionarlos, se establecieron juicios de residencia para los corregidores al término de su mandato.13
CABILDOS INDIOS Y CABILDOS ESPAÑOLES. NOBLES Y PLEBEYOS En el conjunto de la Nueva España, resume Pedro Carrasco: La transformación fundamental de la sociedad indígena consistió en la supresión de las instituciones políticas mayores, la disminución del tamaño e importancia de la nobleza, la posición de ésta al servicio de los conquistadores, la conservación de la masa campesina y la cristianización forzada como medio de dominio ideológico. Continuaron con pocos cambios los usos relacionados con la vida familiar y económica de los campesinos indios: la técnica y la organización de la producción familiar, así como creencias y ritos relacionados con estas actividades.14
Desapareció, pues, el gobierno y los consejos supremos del imperio vencido, los sacerdotes y los mandos militares, pero se conservó, como ya se dijo, la división territorial y sus sistemas de gobierno y de recaudación tributaria. Los antiguos señoríos de cada pueblo o jurisdicción, llamados ahora “repúblicas de indios”, gracias a la benéfica segunda Audiencia, se convirtieron en gobiernos locales indígenas, con una mezcla de tradiciones aborígenes y del municipio español. Al antiguo señor o tlatoani se le llamó cacique y con él colaboraba un gobernador, un capitán general, un alguacil mayor y otros funcionarios, más tarde llamados regidores, a la usanza española. Sus funciones eran las de administrar las tierras comunales, recolectar y pagar los tributos, reglamentar los mercados, cuidar los edificios públicos, el aprovechamiento del agua y los caminos y juzgar delitos menores. Las poblaciones mayores tenían autoridades indias para cada barrio. Estos gobiernos locales eran exclusivos de las comunidades indígenas, ya que en las ciudades mayores, en que habitaban también españoles, unos y otros tenían sus propios cabildos, pues la administración colonial decidió la separación de indios y españoles.
Tributos de los indios. Códice Osuna, folio 10, 427 v.
Los caciques y los demás oficiales de las “repúblicas de indios” eran por lo general nobles indígenas, los antiguos señores y sus descendientes. Y mantenían privilegios importantes: tenían indios de servicio, un sueldo, estaban exentos de tributos, solían tener terrazgueros o renteros que les cultivaban sus tierras, y tenían derecho a llevar espada, vestir a la española, montar caballo y usar el título de don. Carrasco hace notar que “el orgullo de su origen llevó a algunos de ellos, como Tezozómoc, Chimalpahin e Ixtlilxóchitl, a escribir crónicas
importantes” sobre la historia de sus pueblos de origen.15 La mayor parte de la población indígena, los macehuales o plebeyos, seguían siendo pobres, pagaban tributo y trabajaban anónimamente para la comunidad o para los nobles. Y hasta mediados del siglo existían aún esclavos indios, algunos de los cuales pertenecían a la nobleza aborigen. Cuando la población indígena comenzó a disminuir gravemente a causa de las epidemias, los nobles perdieron a sus terrazgueros y la Corona obligó a los antiguos privilegiados a pagar también tributo. Uno de estos desposeídos, el historiador del pasado chichimeca, del esplendor tezcocano y de las grandezas de Nezahualcóyotl don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, se dolía hacia 1600 de la triste situación de los nobles indios con estas palabras: pensamos que Su Majestad, sabiendo quién nosotros somos, y servicios que le habemos hecho, nos hubiera hecho mercedes y nos hubiera dado más de lo que teníamos; y vemos que antes nos ha desposeído de lo nuestro y desheredado, héchonos tributarios donde no lo éramos, y que para pagar los tributos, nuestras mujeres e indias trabajan, y nosotros asimismo que no tenemos de donde haber lo que hemos menester; y que los hijos e hijas, nietas y parientes de Nezahualcoyotzin y Nezahualpiltzintli andan arando y cavando para tener qué comer, y para pagar cada uno de nosotros diez reales de plata y media fanega de maíz a Su Majestad, porque después de habernos contado y hecha la nueva tasación, no solamente están tasados los macehuales que paguen el susodicho tributo, sino también todos nosotros, descendientes de la real cepa, estamos tasados contra todo el derecho y se nos dio una carga incomportable.16
Las comunidades indias tenían pues su propio gobierno y conservaban sus nobles, que aspiraban a no trabajar ni pagar tributo, pero además tenían al encomendero español, “un pensionado que recibía tributos sin ser propietario de las tierras”, según la definición de Pedro Carrasco,17 a la que podía agregarse que era un pensionado que, en premio a sus afanes como conquistador o aun sin ellos, había también decidido no trabajar más y sólo vivía a costa de los indios.
LAS DIEZ PLAGAS CON QUE HIRIÓ DIOS A ESTA TIERRA En efecto, dentro de estos esquemas formales: gobierno principal de la Corona, coexistencia de gobiernos locales de indios y de españoles, asignación de los indios en encomiendas, nobles con privilegios, tributos y servicios personales, la realidad era atroz para los indios, ya fuesen nobles o macehuales. La exposición que hizo fray Toribio de Benavente o Motolinía, hacia la cuarta década del siglo XVI, de las “diez plagas muy crueles” con que “hirió Dios a esta tierra” es la más elocuente de estas miserias. Estas plagas que sufrieron los indios, según Motolinía, fueron: la peste de viruelas; “los muchos que murieron en la conquista”; el hambre que sucedió a la conquista; las encomiendas y sus calpisques o estancieros que cobraban los tributos, quienes “todo lo enconan y corrompen”; “los tributos grandes y servicios que los indios hacían”, y el hecho de que por no poder pagarlos, muchos indios morían en tormentos o prisiones; las minas y el excesivo trabajo que en ellas se impuso a los indios; la edificación de la ciudad de México, todo —trabajo, materiales y sus propias comidas— a costa de millares de indios y sin ninguna paga; los esclavos que se hicieron para el trabajo en las minas; el sistema que se impuso en ellas, que obligaba a los indios a llevar su comida a sesenta o
setenta leguas, se les acababa en el camino y morían de hambre y agotamiento; y “las disensiones y bandos entre los españoles”, sobre todo los que, durante su ausencia en el viaje a las Hibueras, surgieron en contra de Cortés, cuyo partido tomará Motolinía. El historiador va comparando cada una de estas diez plagas que sufrió la Nueva España, y sobre todo sus antiguos habitantes, con las legendarias de Egipto y las encuentra “muy más crueles” que éstas.18 Pese a los intentos de humanización del trabajo obligatorio, de la reducción de las tasaciones de tributos y a la prohibición de la esclavitud, la situación de los indios no había mejorado aún a fines del siglo XVI, según dejará airado testimonio de ello fray Gerónimo de Mendieta.19
LA TIERRA “Una generación va, otra generación viene; pero la tierra para siempre permanece”, dice el Eclesiastés (1, 4). ¿De quién era la tierra que ahora se llamaba Nueva España? En su conjunto, las tierras ganadas por conquista se consideraban del rey y éste hacía donativos graciosos o mercedes reales a sus súbditos. Sin embargo, desde el principio se excluyó de esta posesión real a las tierras poseídas y trabajadas por los indígenas, con lo que se aludía a las tierras comunales y a las poseídas por los nobles.20 En las tierras comunales debían considerarse también los ejidos, a fin de que los indios pudieran tener sus ganados.21 Mantuviéronse, pues, estas posesiones indígenas. Al mismo tiempo, desde fecha muy temprana, se procuró congregar a los muy dispersos asentamientos indígenas rurales en nuevos “pueblos de indios”, trazados a la manera española, con el fin de facilitar su control, adoctrinamiento y administración.22 Aunque siempre se expresaba en las mercedes reales que las tierras se concedían “con tanto que no sea en perjuicio de los indios”, las concesiones que se daban a españoles de tierras para labores agrícolas o para sitios de ganado, fueron comprimiendo paulatinamente, a partir de 1540, las tierras propias de los pueblos indios, a veces hasta sus propios límites físicos, lo que los hacía dependientes de los grandes propietarios.23 Las tierras consideradas realengas se concedían a los conquistadores, en retribución de sus servicios y para transformarlos en colonos; y también a los pobladores y a particulares, con el propósito de que se afirmara el dominio español del territorio y aumentara su producción.24 O bien, el emperador hacía mercedes especiales, como la que concedió a Cortés y que tantos conflictos había de provocar. Comenta Charles Gibson que, en tanto que se ha estudiado ampliamente el tributoencomienda y la mano de obra indígenas, la usurpación de la tierra ha recibido menos atención, probablemente porque sucedió algunos años después de la conquista y no ocupó un lugar importante entre las acusaciones de Las Casas. Ocurrió gradualmente, a través de muchos acontecimientos importantes y durante un largo periodo. A los fenómenos que se producen de esta manera no se les puede aplicar el apelativo dramático de cataclismo como a la conquista.25
En efecto, fue un cataclismo lento, acumulativo, cuyo resultado final fue el traslado de dominio de la tierra a los conquistadores —con excepción de las viejas y menguadas tierras comunales y los ejidos, por cuya posesión siguen litigando los indios— y la formación de los latifundios o haciendas. La concentración de la propiedad agraria, y por supuesto también de la urbana, se inició en la Nueva España desde el primer tercio del siglo XVI, con la merced que recibió Cortés en 1529 de 22 pueblos y 23 000 vasallos, que él mismo había elegido con excelente ojo para algunas de las tierras más fértiles y para sus proyectos industriales y de navegación. Y a pesar de los esfuerzos posteriores de juristas y oficiales reales por reducir esta enorme cesión —que lograron nulificar en lugares en que afectaba notoriamente ciudades establecidas o que constituían puntos estratégicos—, Cortés no se contentó con ella, y él y sus descendientes procuraron aumentarla, apropiándose de terrenos baldíos o comprando nuevas tierras a los indios a precios que hoy parecen irrisorios.26 En 1531 Cortés tuvo un pleito más contra los oidores de la primera Audiencia, los licenciados Matienzo y Delgadillo, quienes durante su ausencia en España lo despojaron de las tierras y huertas que poseía, entre las calzadas de Chapultepec y de Tacuba, las cuales había comprado Cortés a unos indios. En el proceso, Juan de Salcedo, uno de los testigos que presentó Cortés, declaró que le constaba que “Rodrigo de Paz compró dichas tierras de los indios de Tacuba, en nombre del dicho marqués, e dio por ellas cierta cantidad de mantas”.27 Y François Chevalier registra que por las estancias y labores en Oaxaca y Etla se pagaron 100 pesos en 1543 y se revendieron en 8 002 pesos menos de 50 años más tarde.28 Cortés y sus sucesores no fueron los únicos acaparadores de tierras. Los caminos para lograrlo eran las mercedes reales, la compra o el apoderamiento de terrenos baldíos o de tierras de indios, las herencias y, a partir del siglo XVII, las concesiones de grandes extensiones de tierras de cultivo y estancias ganaderas, en el norte del país, para alentar su poblamiento. La Iglesia novohispana comenzó por ser pobre y hasta mediados del siglo XVI se mantuvo la prohibición de que las tierras concedidas a particulares pudieran ser vendidas a iglesias o monasterios,29 ya que el sostenimiento eclesiástico era competencia de la Corona, conforme al Patronato Real. A pesar de ello, en 1535 comenzaron a solicitarse y a acordarse, en beneficio de iglesias y monasterios, las tierras que habían pertenecido a los sacerdotes y al culto prehispánicos.30 Y a partir de 1560 se inició la promoción y aceptación de herencias, legados y donaciones, que acabaron por transformar a la Iglesia novohispana, y especialmente a los jesuitas desde fines del siglo XVI, en uno de los mayores propietarios y explotadores de tierras, lo que originaría, a fines del siglo XVIII y principios del XIX, las primeras desamortizaciones coloniales, con la obligación de pagar impuestos de los que antes estaban exentos,31 hasta que las Leyes de Reforma suprimieron de raíz el problema a mediados del siglo XIX.
LA CONQUISTA ESPIRITUAL. BASES Y MÓVILES Después de tener noticia del descubrimiento del Nuevo Mundo por Cristóbal Colón, el papa
Alejandro VI dio a los Reyes Católicos la bula Intercaetera, el 4 de mayo de 1493, en la que, además de establecer la línea de demarcación entre los dominios de España y de Portugal, hacía donación a Fernando e Isabel del “señorío de todas las dichas islas y tierras firmes descubiertas y por descubrir” y les mandaba que “envíen a las dichas islas y tierras varones buenos, temerosos de Dios, doctos, sabios y experimentados, para enseñar y instruir a los moradores de ellas en las cosas de nuestra Santa Fe Católica, y en buenas costumbres”.32 En las instrucciones que Diego Velázquez dio a Hernán Cortés en 1518 para su expedición, le decía: El principal motivo que vos e todos los de vuestra compañía habéis de llevar es y ha de ser para que en este viaje sea Dios Nuestro Señor servido e alabado, y nuestra Santa Fe Católica ampliada.33
Y en la primera real cédula que dirigió Carlos V a Cortés, reconociendo su conquista y nombrándolo gobernador y capitán general de Nueva España, justificaba esta decisión señalando: “porque entendemos que ansí comple al servicio de vuestro señor e nuestro e de la conversión de los dichos indios a nuestra Santa Fe Católica que es nuestro principal fin”.34 Junto a los otros móviles de la conquista: la fama, la aventura y la riqueza, la conquista espiritual de los nuevos pueblos fue también importante y era la que daba un contenido moral, un espíritu de cruzada, a aquellas empresas.
PRINCIPIOS DE LA EVANGELIZACIÓN En el relato de las primeras escaramuzas que los españoles tienen con los indígenas, Cortés declara el sentido providencialista que tendrá su conquista: Dios ha permitido el descubrimiento y conquista de estas tierras, a nombre de los reyes de España, para que “estas gentes tan bárbaras” sean traídas a la fe verdadera.35 En el camino hacia el altiplano, cuando las circunstancias lo consienten, derriba algunos ídolos de lo alto de los templos. El más notorio de estos actos ocurre en su primera visita al recinto sagrado de México-Tenochtitlán: en presencia de Motecuhzoma echa escalinatas abajo a los principales ídolos del adoratorio del Templo Mayor y, después de hacerlo limpiar, pone en su lugar “imágenes de Nuestra Señora y de otros santos”.36 Durante el sitio de Tenochtitlán y en los días de acciones más peligrosas, Cortés refiere que antes de iniciar los combates sus soldados oían misa. Bernal Díaz añade algunos detalles más respecto a prácticas religiosas y a los principios de la evangelización. Por ejemplo, los consejos del mercedario fray Bartolomé de Olmedo para que no se apresurara la colocación de cruces en los templos indios, en lugares cuya población no había sido aún instruida en la nueva fe,37 y acerca de los bautizos que el mismo fraile hace de las hijas de los caciques de Cempoala38 y de los señores de Tlaxcala;39 y después de la Noche Triste, del joven señor de Tezcoco, al que se llamó Hernando Cortés.40 Además de fray Bartolomé de Olmedo, capellán de Cortés y que estuvo desde el principio de la conquista y moriría en México a fines de 1524, y del clérigo secular, el licenciado Juan Díaz, que había sido cronista de la expedición de Juan de Grijalva, en la que participó,
llegaron después por propia iniciativa otro mercedario, fray Juan de las Varillas, y dos franciscanos, fray Pedro Melgarejo y fray Diego Altamirano —primo de Cortés—.41 Todos ellos actuaron como clérigos castrenses y auxiliares de los conquistadores. Los primeros evangelizadores llegaron a Veracruz el 13 de agosto de 1523, dos años después de consumada la conquista. Eran los franciscanos flamencos Johann van den Auwera, Johann Dekkers y Peter van der Moere, o de Moor, cuyos nombres españolizados fueron fray Juan de Aora o Ayora, fray Juan de Tecto y fray Pedro de Gante o de Mura. A los dos primeros, menos de un año después de su llegada, los llevó Cortés a su expedición de las Hibueras, y allá murieron. Fray Pedro, solo inicialmente, realizó una labor admirable: aprendió el náhuatl y en Tlaxcala, México y Tezcoco se empeñó tanto en la evangelización de los naturales como en la enseñanza de artes y oficios. Junto a la capilla de San José de los Naturales, en el convento de San Francisco de México, fundó el primer colegio del que salieron los primeros maestros indígenas en cantería, carpintería, herrería, y aun en pintura y escultura y en la fabricación de instrumentos musicales.
LA EVANGELIZACIÓN METÓDICA Después de esta avanzada de los “lirios de Flandes”, como les llamará Artemio de ValleArizpe, llegó a la ciudad de México, el 17 o 18 de junio de 1524, el grupo de doce franciscanos, los Doce Apóstoles, encabezados por fray Martín de Valencia y entre los que se distinguió como historiador del México antiguo fray Toribio de Benavente, Motolinía. Como lo relatará Bernal Díaz,42 Cortés y sus soldados, acompañados por Cuauhtémoc, recibieron a la entrada de la ciudad de México, con una reverencia que impresionó a los indios, a aquellos frailes harapientos y empolvados, pues habían hecho el viaje desde Veracruz a pie y descalzos. Con su llegada, dice Robert Ricard, comenzaba “la evangelización sujeta a orden y método”.43 Muchos otros franciscanos, notables por sus obras etnohistóricas y lingüísticas, llegaron en los años siguientes: fray Alonso de Molina, fray Andrés de Olmos, fray Bernardino de Sahagún, fray Maturino Gilberti y fray Gerónimo de Mendieta.
LAS CONSTRUCCIONES RELIGIOSAS Y LOS CLÉRIGOS Durante los años iniciales de la Nueva España, las primeras construcciones monásticas y educativas las realizaron solos los franciscanos. Ellos serán, además, amigos y partidarios fervientes de Cortés, especialmente Motolinía, durante los conflictos con la primera Audiencia. Los franciscanos extendieron sus conventos e iglesias, a partir de la ciudad de México, en las regiones Puebla-Tlaxcala, en el centro del país (Hidalgo, Querétaro y Guanajuato), hacia Oaxaca y Yucatán; al poniente, en Michoacán y Jalisco, y al norte, en Zacatecas y Durango.
Doctrina breve, México, 1543/1544, de fray Juan de Zumárraga.
En 1526 llegaron los dominicos, quienes, además de la región central, se concentraron en la zona mixtecozapoteca, en Oaxaca, con algunos conventos en Puebla, al sureste del valle de México, y en Chiapas. La tercera de las órdenes mendicantes, la de los agustinos, llegados a la Nueva España en 1533, fundaron sus conventos en zonas aún no cubiertas por sus antecesores: hacia el sur, una sucesión de casas que van desde Míxquic hasta Tlapa; hacia el noreste, en territorio de otomíes y huastecos, en zonas de Hidalgo y Veracruz, y al occidente, en Michoacán, hasta la Tierra Caliente.44 George Kubler estima que en el periodo de 1569 a 1574, del que se tiene suficiente documentación, y con exclusión de las edificaciones que existían en las ciudades de españoles, como México, Puebla, Morelia, Guadalajara y Oaxaca, en el medio rural mexicano había en estos años 273 fundaciones de mendicantes: 138 franciscanas, 85 agustinas y 50 dominicas.45 En esta vasta red de impresionantes conventos e iglesias —a veces, como algunos agustinos, de magnitud desproporcionada a la de los pueblos que servían— que construyeron los indios bajo la dirección de los mendicantes, los frailes de estas órdenes “trazaron los pueblos…, gobernaron las comunidades y educaron a los indios”, como resume Kubler.46 Hacia 1559 —fecha más temprana con cifras disponibles— había en la Nueva España 380 franciscanos, 212 agustinos y 210 dominicos, 802 en total.47 Si se compara esta cifra del número de frailes con el de monasterios, 273, teniendo en cuenta el desfase en las fechas, se advertirá que apenas había una media de tres frailes por convento. Además, comenzaba a existir ya el clero secular, que en la primera mitad del siglo XVI tenía
diócesis en Tlaxcala/Puebla, México, Antequera/Oaxaca, Michoacán, Chiapas y Compostela/Guadalajara; arzobispo metropolitano con fray Juan de Zumárraga en 1546 y contaba en este periodo con 474 parroquias.48
LA OBRA LINGÜÍSTICA DE LOS MISIONEROS Mas para conducir, educar, evangelizar y proteger a los indios era necesario comprenderlos. De ahí que la primera tarea de las “tropas de choque de la conquista espiritual”, como llama Simpson49 a los frailes de este primer periodo, fuera el aprendizaje de las lenguas. La obra realizada en el campo lingüístico es enorme, si consideramos que era el primer esfuerzo para desbrozar las principales lenguas de la babel indígena. Ricard, en el periodo de 1524-1572, lista un total de 109 obras en o acerca de lenguas nativas, de las cuales 80 son de franciscanos, 16 de dominicos y 8 de agustinos, más 5 anónimas.50 Vocabularios, gramáticas, catecismos, sermonarios y manuales diversos para uso de los misioneros fueron compuestos de preferencia en náhuatl, por ser la lengua más extendida, y en mixteco, zapoteca, tarasco, otomí, chontal, pirinda o matlaltzinca, totonaca, chichimeca, tlapaneca, zoque, tzeltal, zinanteco y ocuilteca. Algunos de los frailes eran políglotas, como el dominico fray Bernardo de Alburquerque, que hablaba náhuatl, mixteco, zapoteca y chontal; la mayor parte de los dominicos, en atención a las lenguas dominantes en la región en que evangelizaban, estudiaban paralelamente náhuatl, mixteco y zapoteca; fray Pedro Serrano confesaba en náhuatl, otomí y totonaca; y el historiador Mendieta habla de un religioso que escribía catecismos y predicaba en diez lenguas.51 En cuanto se introdujo la imprenta en México, hacia 1539, buena parte de su producción estuvo dedicada a imprimir algunas de estas obras lingüísticas.
OTROS RECURSOS PARA LA EVANGELIZACIÓN Estos libros estaban destinados a los indígenas que ya sabían leer o a los misioneros para auxiliarlos en su aprendizaje de lenguas o facilitar sus exposiciones doctrinarias. Pero ¿cómo enseñar una doctrina con ideas morales y teológicas tan diversas a las de las religiones prehispánicas? Para resolver este problema los frailes se sirvieron de varios recursos ingeniosos. Uno de ellos fue el uso de grandes cuadros con pinturas muy sencillas, que imitaban hasta cierto punto las imágenes de los códices antiguos, en las que representaban los símbolos básicos de sus enseñanzas y que les iban mostrando y explicando su significado a los indígenas. Así aparece en una de las ilustraciones (frente a la página 110) de la Rhetorica christiana, de fray Diego Valadés, que luego hizo copiar fray Gerónimo de Mendieta y va al frente de su Historia eclesiástica indiana. Una variante de este método gráfico fue la que ideó fray Jacobo de Testera con los catecismos en imágenes, que llevan su nombre, de los que él se servía para sustituir su ignorancia del náhuatl.52
La evangelización de los indios según fray Diego Valadés, en la Rhetorica Christiana, Perugia, 1579.
El mundo indígena interpretado por fray Diego Valadés.
El padrenuestro en jeroglifos.
Otros frailes, como fray Pedro de Gante, pusieron en versos nahuas los mandamientos y algunas oraciones, que enseñaban a cantar a los indios.53 Otros misioneros se sirvieron de representaciones teatrales, a la manera de los autos sacramentales españoles y con numerosos elementos indígenas, para enseñar pasajes de la historia sagrada y doctrinas morales.54
LA DESTRUCCIÓN DE LA IDOLATRÍA Sin embargo, no todos los aspectos de la conquista espiritual fueron tan beatíficos. Para erradicar la moral, los hábitos tradicionales y las ideas religiosas de los antiguos mexicanos, y sustituirlos por los nuevos cristianos, la persuasión muchas veces no bastaba. Además, a menudo se vieron fantasmas idolátricos en simples ritos caseros y agrícolas. Hernán Cortés inició la evangelización derribando ídolos, y siguiendo su ejemplo, se arrasaron cuantas pirámides-templos fue posible, para construir sobre ellas los nuevos santuarios. Y los estudiosos del México antiguo lamentan la destrucción de los archivos de Tezcoco, a fines de 1520 o después de 1528, que se atribuye sin fundamento a fray Juan de Zumárraga, y la de los libros pintados mayas que en el Auto de Maní realizó en junio de 1562 el entonces provincial fray Diego de Landa. Otro tanto se hizo dondequiera que se encontraron piedras, cerámicas y libros sospechosos de servir para ritos o propagación idolátricos. Y a los indios acusados de mantener sus antiguos cultos se les castigó severamente. Sahagún fue uno de los más suspicaces perseguidores de rastros idolátricos y denunció como tales las peregrinaciones a algunas montañas y las supervivencias de algunos ritos en el culto indígena, naciente en este periodo, a Nuestra Señora de Guadalupe. Mas, con el propósito de confundir la idolatría se dio a estudiar las “enfermedades espirituales” que
quería combatir, y le fue creciendo tan inagotable interés científico por la cultura indígena, que al fin fue ganado por la causa de los vencidos y levantó en su memoria el más rico y sabio monumento.
PRINCIPIOS DE LA EDUCACIÓN Y LA ASISTENCIA En las primeras décadas de la Nueva España, y antes de la fundación de la Universidad de México en 1551, la educación fue una ampliación de la tarea evangelizadora y estuvo a cargo principalmente de los franciscanos. Después de las primeras escuelas establecidas por el lego fray Pedro de Gante, que se preocupó por la instrucción práctica que mejorara la vida de los colegiales y de su comunidad, se fundaron otros establecimientos educativos. El obispo Zumárraga, a partir de 1530, creó en Tezcoco, Huejotzingo, Cholula, Otumba y Coyoacán colegios para niñas y jóvenes indígenas; además de la instrucción religiosa se les enseñaba lectura, escritura y canto. A los encomenderos se imponía la obligación de enseñar los rudimentos a un muchacho de sus tierras, el que más hábil pareciera, para que él a su vez —como más tarde en las escuelas lancasterianas— enseñara a sus compañeros. Un paso más adelante lo realizó el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, fundado en 1536 por Zumárraga y el virrey Antonio de Mendoza. Estaba confiado a los franciscanos, y muchos de los más eminentes de la época, como Bernardino de Sahagún, Andrés de Olmos, Arnaldo de Bassaccio, Juan Focher, Juan de Gaona y Francisco de Bustamante, enseñaron allí. Este primer instituto de educación superior enseñaba a los jóvenes indios latín, retórica, filosofía, música y pintura, y contaba con una notable biblioteca académica, la primera en América.55 Con ayuda de algunos de sus colegiales más distinguidos —informantes de sus antigüedades y costumbres, de la naturaleza y de la medicina, calígrafos y pintores—, en el colegio trabajó Sahagún una de las etapas de elaboración de su Historia general de las cosas de Nueva España. Sin embargo, el mismo Sahagún, que tanto cuidó aquella casa, se preguntaba pesimista, después de la terrible peste de 1545-1548 que casi acabó con los educandos, si no hubiera sido más conveniente, en lugar de enseñarles latín, religión y filosofía, instruir a los naturales en medicina, para que hubiesen sido capaces de auxiliar a tantos que perecieron.56 Al obispo Zumárraga se debe también el establecimiento de las primeras casas de asilo para niñas, cuya educación y protección confió a religiosas.57 El más antiguo hospital de México, aún en funciones, es el Hospital de la Concepción de Nuestra Señora, luego llamado de Jesús, por la devoción pública a una imagen de Jesús Nazareno que existe en la iglesia adjunta. Estuvo y está destinado a enfermos pobres. Lo fundó Hernán Cortés hacia 1521, y Josefina Muriel considera que “nace como una acción de gracias, levantándose en el sitio mismo en que Cortés y Moctezuma se encontraron”.58 Su edificación debe haberse iniciado en los mismos días de la reconstrucción de la ciudad de México. La iglesia anexa, primero una pequeña capilla, ya existía en 1525. El hospital, de acuerdo con el diseño del jumétrico o arquitecto Pedro Vázquez, estaba por concluirse en 1554, cuando admiran el edificio los paseantes de los Diálogos latinos de Francisco Cervantes de Salazar.
La obra tuvo renovaciones importantes en 1662, 1770, 1800 y hacia mediados del siglo XX. En su Testamento, Cortés le destinó para su sostenimiento y para que se concluyese su construcción, las rentas de las casas y tiendas que tenía en la ciudad de México y le asignó tierras para que proveyesen al hospital de trigo.59 El Hospital de San Lázaro, fundado entre 1521 y 1524 en la Tlaxpana, uno de los alrededores de la ciudad de México, a iniciativa de Cortés, se destinó a los leprosos; fue destruido en 1528 por Nuño de Guzmán. Por estos años se fundaron varios hospitales para indios, como el de Xochimilco y el de San José de los Naturales. Hacia 1539 Zumárraga fundó el Hospital del Amor de Dios, para enfermos de “bubas”, en el lugar en que hoy se encuentra la Academia de San Carlos, en la ciudad de México. Bajo el patrocinio real, el hospital estuvo bien organizado y provisto. El sabio Carlos de Sigüenza y Góngora fue su capellán a fines del siglo XVII. En 1786 el hospital se clausuró y sus enfermos fueron trasladados al Hospital General de San Andrés.60
LA UTOPÍA DE DON VASCO DE QUIROGA EN MICHOACÁN Después de haber sido uno de los Justos Jueces de la segunda Audiencia, Vasco de Quiroga, amigo de fray Juan de Zumárraga y lector de la Utopía de Tomás Moro, estableció en 1531, en los suburbios de la ciudad de México, una peculiar institución de vida comunitaria, el Hospital-Pueblo de Santa Fe. Despúes de pacificar la región de Michoacán, en 1533 fundó en las márgenes del lago de Pátzcuaro en Tzintzuntzan, otro hospital-pueblo que llamó Santa Fe de la Laguna. Allí compró unas tierras y reunió a doscientas familias de tarascos a las que organizó para que las cultivaran y vivieran de bienes comunes, y asistiéndose por turno unos a otros, como “cristianos a las derechas”. La institución constaba de una escuela-granja con industrias anexas: batanes, molinos y telares, y con ganados, notable experiencia de educación rural, y de una enfermería para la comunidad, atendida semanariamente por los propios comuneros. Las jornadas eran de seis horas y se alternaban los trabajos urbanos y los rurales. Según las Ordenanzas que estableció Quiroga, a los niños se les enseñaba a leer, la doctrina cristiana, buenas costumbres y la agricultura, y a las niñas a hilar y tejer. La codicia y el lujo estaban proscritos, y los vestidos eran iguales para todos. Había encontrado, según decía, gentes que eran como de la edad primera y de oro, y con ellas trató de hacer realidad la utopía que había leído en el libro de Moro, como lo mostró Silvio Zavala. Y a partir de 1538 en que fue ungido obispo de Michoacán, y puso su sede en Pátzcuaro, urbanizó poblaciones, distribuyó en las ciudades oficios e industrias por barrios, y llegó a crear hasta 92 hospitales-pueblos, en los que seguía convirtiendo en hechos las ideas humanistas y erasmistas más nobles del Renacimiento. Dos de los grandes educadores del siglo XVI en México, Pedro de Gante y Vasco de Quiroga, son memorables por haber puesto en práctica la idea de que los indios, como todos los hombres, requieren no sólo doctrina sino también recursos prácticos para mejorar su vida. Quiroga hizo esto y algo más: demostró que los viejos sueños de justicia y armonía en la
convivencia de los hombres eran posibles. El tiempo y la incuria fueron deshaciendo aquella obra espléndida de civilización, pero a los pueblos michoacanos quedaron los oficios que les distribuyó y enseñó el obispo, y en la memoria de los tarascos subsiste aún la veneración por quien nombran Tata Vasco.61
BALANCES Para Gerónimo de Mendieta, estos primeros años de la empresa de cristianización de los indios, desde 1524 hasta la muerte del virrey Luis de Velasco el viejo, en 1564, habían sido un “tiempo dorado”.62 Creía que la idea del milenarismo franciscano, el advenimiento de una época en que todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas serían una sola cristiandad universal, había estado muy cerca en aquellos años, y que los franciscanos eran los destinados a hacerlo realidad en el Mundo Nuevo. Sin embargo, esta visión cegadora se oscureció pronto para él. La desolación y corrupción en que veía hundida la Nueva España en el último tercio del siglo XVI y el “flaco suceso de la cristiandad de los indios” se debían, pensaba, a la explotación inhumana de los naturales y a la “fiera bestia de la codicia” que se ha enseñoreado de esta tierra. Y como un castigo apocalíptico, añade, todas las fortunas y todo el oro de las Indias se han vuelto “dinero de duendes”, y ahora los españoles, España y el rey mismo están más pobres que antes de que se descubrieran las Indias.63 Charles Gibson, un historiador moderno que juzga con cierta acritud la conquista espiritual de la Nueva España, hace un balance más optimista de sus resultados para la vida mexicana: Cualquiera que sea la profundidad de las respuestas individuales al cristianismo, es claro que la Iglesia, al perseguir sus propios fines, alimentó y preservó las formas comunales de la vida entre los indígenas. Punto tras punto, los intereses de la comunidad indígena fueron obligados a coincidir con el cristianismo y a ser expresados en términos cristianos: en las finanzas, en fiestas y cultos, en las construcciones eclesiásticas, en el trabajo, en las historias locales, en imágenes, en los nuevos nombres de los pueblos, en cofradías y en otras muchas maneras. Visto así, el cristianismo aparece como una fuerza de cohesión, que no siempre desplaza sino que constantemente pone en vigor y favorece las preferencias indígenas de organización comunal. Parece probable que los aspectos del cristianismo que contribuyeron a estos fines fueran los más aceptables a los indígenas, ya que de tantas otras formas el colonialismo español actuó para destruir la comunidad indígena.64
1
Memorial de peticiones de Hernán Cortés a Carlos V, y avisos para la conservación de los naturales y aumento de las rentas reales, del 25 de julio de 1528: en Documentos, sección V; y Memorial… sobre el repartimiento de los indios, política pobladora y esclavos…, de ca. 1537, en sección VI. 2
Instrucciones de Carlos V a Cortés sobre tratamiento de los indios, del 26 de junio de 1523: en Documentos, sección
II. 3 Carta reservada de Cortés a Carlos V, del 15 de octubre de 1524: en Documentos, sección II. 4 Ordenanzas de Hernán Cortés sobre la forma y manera en que los encomenderos pueden servirse de los naturales
que les fueren depositados, de ca. 1524: en Documentos, sección II. 5 François Chevalier, La formación de los latifundios en México. Tierra y sociedad en los siglos XVI y XVII, trad. de
Antonio Alatorre, 2a ed. aumentada, Fondo de Cultura Económica, México, 1976, cap. I, IV, p. 64. 6
Chevalier, op. cit., cap. IV, i, p. 155. La lista de 1560 procede de Francisco del Paso y Troncoso, Epistolario de Nueva España, t. IX, pp. 2-43. Chevalier no indica la fuente de la cifra de ingresos de las encomiendas. Por lo que se refiere a las del marquesado del Valle, Chevalier (cap. IV, ii, p. 167) dice que en 1560 el marquesado recibía ingresos por 36 862 pesos; mientras que Bernardo García Martínez, El marquesado del Valle, cap. VIII, c, p. 146, da, para 1567, 75 623 pesos, con base en el detalle de los bienes que se secuestran al marquesado en dicho año; doc. en Archivo del Hospital de Jesús, AGN, leg. 122, exp. 6. Una y otra cifra representan ingresos considerables. Frente a ellas, pueden recordarse algunos de los gastos conocidos de las expediciones de Cortés inventariadas: expedición de Cristóbal de Olid a las Hibueras, en 1524, 35 926 pesos (Relación de gastos…: en Documentos, sección II), y expedición de Álvaro de Saavedra Cerón a las Molucas, en 1527, 40 251 pesos de oro (Relación de gastos..., 1528: en Documentos, sección III). Grandes ingresos y grandes gastos. 7 Silvio Zavala, El servicio personal de los indios en la Nueva España, I, 1521-1550, El Colegio de México, El Colegio
Nacional, México, 1984, cap. I, p. 19. 8 Declaración de los tributos que los indios de Cuernavaca hacían al marqués del Valle, del 24 de enero de 1533: en
Documentos, sección VI. 9 Véase El libro de las tasaciones de pueblos de Nueva España. Siglo XVI, Prólogo de Francisco González de Cossío,
Archivo General de la Nación, México, 1952. 10 Zavala, El servicio personal, ibid. 11 Diego de Encinas, Cedulario indiano, t. III, p. 7. 12 Lesley Byrd Simpson, The Encomienda in New Spain. The Beginning of Spanish Mexico, The University of California
Press, Berkeley y Los Ángeles, 1950 y 1966, cap. VII. — Silvio Zavala, La encomienda indiana (1935), 2a ed., Biblioteca Porrúa, 53, Editorial Porrúa, México, 1973, cap. II, p. 57. 13 Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810) (1961), trad. de Julieta Campos, Siglo XXI Editores,
México, 1967, cap. IV, pp. 86-97. 14 Pedro Carrasco, “La transformación de la cultura indígena durante la colonia”, Historia Mexicana, 98, El Colegio de
México, octubre-diciembre 1975, vol. XXV, núm. 2, p. 179. 15 Carrasco, op. cit., pp. 82-183. 16 Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, “Entrada de los españoles en Tezcuco”, Apéndice 7 a las Relaciones históricas, Obras
históricas, Edición de Edmundo O’Gorman, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1975, t. I, p. 393. 17 Carrasco, op. cit., p. 184. 18
Fray Toribio de Benavente o Motolinía, Memoriales..., edición de Edmundo O’Gorman, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1971, Primera parte, cap. II, pp. 21-31. 19 Fray Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, edición de Joaquín García Icazbalceta, México, Antigua
Librería, Portal de los Agustinos, 3, 1870; ed. facsímil, Biblioteca Porrúa, 46, Editorial Porrúa, México, 1971, lib. I, cap. XI y lib. IV, cap. XXI. 20 Francisco de Solano, Cedulario de tierras. Compilación de legislación agraria colonial (1497-1820), UNAM,
Instituto de Investigaciones Juridicas, México, 1984, cap. I, pp. 15-16. 21 Solano, op. cit., cap. III, p. 87. 22 Solano, op. cit., cap. III, p. 76. 23 Ibid., p. 77.
24
Op. cit., cap. I, pp. 18-22.
25 Gibson, op. cit., cap. XIV, p. 415. 26 Chevalier, op. cit., cap. IV, II, p. 169, señala que Cortés se apoderó de Atenco, cerca de Toluca, y que compró tierras en
el ingenio de Tuxtla. 27 Pleito de Cortés contra Matienzo y Delgadillo por las tierras y huertas, parte V, Presentación de testigos, 28 de
enero y 3 de febrero de 1531: en Documentos, sección VI. 28 Chevalier, op. cit., cap. IV, II, p. 169. 29 Solano, op. cit., cap. III, 2, pp. 90-91. 30
Solano, ibid., p. 92.
31
Ibid., p. 95.
32
Bula Intercaetera, texto latino y resumen en español, en Mendieta, op. cit., lib. I, cap. III.— Véase Silvio Zavala, La partición del mundo en 1493, Sobretiro de la Memoria de El Colegio Nacional, t. VI, núm. 4, México, 1969. 33 Instrucciones de Diego Velázquez a Hernán Cortés, Santiago de Cuba, 23 de octubre de 1518: en Documentos,
sección 1. 34
Real cédula de nombramiento de Cortés como gobernador y capitán general de la Nueva España, Sevilla, 15 de octubre de 1522, en Documentos, sección II. 35 Cortés, Primera Carta de relación, edición Biblioteca Porrúa, p. 25. 36 Segunda Carta de relación, ibid., p. 74. 37 Bernal Díaz, cap. LXI. 38 Op. cit., cap. LII. 39 Op. cit., cap. LXXVII. 40
Op. cit., caps. CXXXVI y CXXXVII.
41 Robert Ricard, La conquista espiritual de México (1933), trad. de Ángel M. Garibay K., revisada por Andrea Huerta,
Fondo de Cultura Económica, México, 1986, cap. I.— El padre Varillas fue añadido por fray Alonso Remón, en su ed. de Bernal Díaz (cap. CLXIII), pero su inclusión fue aceptada por el cronista Antonio de Fuentes y Guzmán. 42 Bernal Díaz, cap. CLXXI. 43 Ricard, ibid. 44 Ricard, cap. III.— Nancy M. Farris, Maya Society under Colonial Rule. The Collective Enterprise of Survival,
Princeton University Press, 1984, primera parte, cap. 3, pp. 80-84. 45 George Kubler, Arquitectura mexicana del siglo, XVI (1948), trad. de Roberto de la Torre et al., revisada por Víctor
Adib y Marco Antonio Pulido, Fondo de Cultura Económica, México, 1983, cap. I, p. 36. 46 Kubler, op. cit., Introducción, p. 14. 47 Ricard, cap. III, II. 48 Enciclopedia de México, México, 1973, “Iglesia católica”, t. VII, pp. 116-117. 49 Lesley Byrd Simpson, Muchos Méxicos (1941), trad. de L. B. S. y Luis Monguió, Fondo de Cultura Económica, México,
1977, cap. XV, p. 175. 50 Ricard, apéndice I. 51 Mendieta, lib. III, cap. XXIX.— Fuente general, Ricard, cap. II, II. 52 Mendieta, ibid.— Diego Valadés, Rhetorica christiana, Perugia, 1579, 2a parte, cap. 27, pp. 93-96.— John B. Glass, “A
census of Middle American Testerian Manuscripts”, Handbook of Middle American lndians, The University of Texas Press, Austin, 1975, vol. 14. pp. 281-296.— Ricard, cap. V, II. 53 Ricard, ibid. 54 Véanse Fernando Horcasitas, El teatro náhuatl. Épocas novohispana y moderna, primera parte, prólogo de Miguel
León-Portilla, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1974.— Othón Arróniz, Teatro de evangelización en Nueva España, UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, México, 1979.
55
Miguel Mathes, Santa Cruz de Tlatelolco: la primera biblioteca académica de las Américas, Archivo Histórico Diplomático Mexicano, núm. 12, cuarta época, Secretaría de Relaciones Exteriores, México, 1982. 56 Sahagún, Historia general, lib. X, cap. XXVII en español: “Relación digna de ser notada”. 57 Joaquín Garcia lcazbalceta, “La instrucción pública en México durante el siglo XVI” (1882), Obras, t. I, Opúsculos
varios, Biblioteca de Autores Mexicanos, I, Imp. de V. Agüeros, Editor, México, 1896, pp. 163-270. 58
Josefina Muriel, Hospitales de la Nueva España, México, 1956, t. I, p. 37.
59 Hernán Cortés, Testamento, 1547: en Documentos, sección VII, cláusulas IX, XIV-XVII. 60 Muriel, op. cit., caps. VI, VII y XII. 61
Silvio Zavala, La “Utopía” de Tomas Moro en la Nueva España, Robredo, Mexico, 1937, y Recuerdo de Vasco de Quiroga, Editorial Porrúa, México, 1965.— Muriel, op. cit., cap. V.—F. B. Warren, Vasco de Quiroga y sus hospitalespueblos de Santa Fe (1963), trad. de Agustín García A., Universidad Michoacana, Morelia, 1977. 62 Mendieta, lib. IV, cap. XLVI. 63 Mendieta, ibid. 64 Gibson, op. cit., cap. V, p. 137.
IV. MOCEDADES DE CORTÉS Y VIAJE A LAS INDIAS Para pobres era mejor ir a las Indias, donde se cogía el oro, que no a Italia, que solo llevaba puñadas y guerra sangrienta. FRAY PRUDENCIO DE SANDOVAL
LAS MOCEDADES El hombre por cuya voluntad se transformó en una nueva nación el México antiguo, Hernán1 Cortés, nació en la villa de Medellín en la región de Extremadura, España, en 1485, acaso a fines del mes de julio.2 Sus padres fueron hidalgos pobres.3 Él, Martín Cortés de Monroy, originario de Salamanca, había hecho la guerra cuando joven y era hijo de Hernán Rodríguez de Monroy, de donde le venía el nombre al nieto. Ella, Catalina Pizarro Altamirano, era “muy honesta, religiosa, recia y escasa” según Francisco López de Gómara.4 El mismo historiador refiere que Hernán, hijo único de Martín y Catalina, criose tan enfermo que estuvo a punto de morir y que lo salvó su ama de leche, María de Esteban, vecina de Oliva, y una devoción al apóstol san Pedro. Algunos de los biógrafos antiguos de Cortés, aficionados a las genealogías, afirman que su linaje era de origen italiano y aun noble. El primero que lo señaló, en 1530, fue también su primer biógrafo, el siciliano Lucio Marineo Sículo, quien escribió acerca de los antepasados de Cortés: “creo yo que fueron naturales de Italia porque en Roma yo conocí un varón grande letrado y de noble linaje que se llamaba Paulo Cortés”. Sículo, quien conoció al conquistador, le dedicó elogios desproporcionados, como decir que mereció no sólo ser marqués sino recibir “título y corona de rey”, compararlo con Hércules, Alejandro Magno, Jasón y Julio César, y afirmar que trajo más ovejas a la fe de Cristo que los apóstoles, todo lo cual motivó que su libro fuera prohibido.5 Algo más añadiría a esta prosapia Francisco Cervantes de Salazar, quien también conoció a Cortés en la corte de Carlos V y le oyó referir algún episodio de la conquista. Antes de que el humanista viniera a México, en 1546 le dedicó, en una elogiosa epístola, su continuación del Diálogo de la dignidad del hombre, del maestro Fernán Pérez de Oliva. En esta dedicatoria dice que entre los antepasados de Cortés se contaron dos reyes lombardos, Cortesio Gilgo y Cortesio Narnes, pero que él ha aumentado su esclarecida virtud.6 Bartolomé Leonardo de Argensola repite estas noticias y cita a varios historiadores que afirman que los Corteses lombardos se establecieron luego en el reino de Aragón.7
Portada de la edición española de la obra de Lucio Marineo Sículo.
Otra ascendencia ilustre, más cercana, es la de don Alonso de Monroy, maestre de Alcántara, quizás primo de Cortés. Don Martín, padre del futuro conquistador, peleó junto a él en las guerras civiles. Como lo ha señalado J. H. Elliott, la figura de don Alonso, según lo relatan sus biógrafos, es una especie de anticipación de algunos de los rasgos militares de Cortés. Vivió en el exilio hasta 1511 y ambos tuvieron el mismo estilo de mando, similares arengas y aun agüeros semejantes. Cuando fue muerto su caballo, sus seguidores aconsejaron a Monroy que dejara el combate. No atendió sus recomendaciones porque “la hora de su infortunio estaba cercana”. De manera parecida, cuando en una de las batallas contra los tlaxcaltecas a Cortés se le inutilizaron cinco caballos y yeguas, y los suyos le pidieron volver porque aquella era mala señal, no aceptó y siguió adelante “considerando que Dios es sobre natura”. “En tanto que Monroy se encaminaba al desastre —comenta Elliott—, Cortés avanzó sin daño. Su hora de infortunio estaba aún lejos”.8
Principio del elogio de Cortés por Lucio Marineo Sículo.
Portada de las Obras que Francisco Cervantes de Salazar ha hecho, glosado y traducido, Alcalá de Henares, 1546.
Medellín, en los años de las mocedades de Cortés, era un pueblo de pocos miles de habitantes. Está situado en el centro de Extremadura, en las márgenes del río Guadiana. La región es fértil en mieses, vides y frutales, pero se encuentra alejada de las rutas comerciales. Las ciudades y pueblos mayores de la región, Mérida, Badajoz, Cáceres y Trujillo, y el famoso monasterio de Guadalupe, distan de Medellín varias jornadas. En la época romana, el pueblo se llamó Metelium Caecilia y en el siglo XIV se construyó un castillo-fortaleza en lo alto de la colina cercana, abandonado y ruinoso desde los años de Cortés. Ésta es la única construcción señorial del pueblo. A principios del siglo XIX los franceses invasores aumentaron las ruinas y Medellín quedó miserable. La modesta casa de la familia Cortés quedó arrasada entonces, como tantas otras. En el centro del poblado se construyó un paseo, y al centro de él, en 1919 se erigió el feo monumento existente a Hernán Cortés, obra de E. Barrón, con tres faltas de ortografía en las cuatro inscripciones que lleva de batallas famosas en la conquista de México. La iglesia de San Martín conserva una supuesta pila bautismal del conquistador. A los catorce años sus padres enviaron a Hernán a la Universidad de Salamanca, y en esta ciudad vivió en casa de Francisco Núñez de Valera, que enseñaba latín en la Universidad y estaba casado con Inés de Paz, media hermana de su padre. Durante dos años9 aprendió latín y rudimentos legales. Fray Bartolomé de las Casas, que lo juzgó siempre con rudeza, dice que “era latino porque había estudiado leyes en Salamanca y era en ellas bachiller”;10 Bernal Díaz confirma que “era latino, y oí decir que era bachiller en leyes, y cuando hablaba con letrados y hombres latinos, respondía a lo que le decían en latín”;11 y Cervantes de Salazar refiere que en breve tiempo estudió gramática —o sea latín— y que no siguió el estudio de las leyes, que sus padres deseaban que hiciera, a causa de unas cuartanas de las que sanó ya de vuelta en su tierra.12
En los archivos de la Universidad de Salamanca no quedan rastros del paso de Cortés por ella. Sin embargo, la universidad moderna ha puesto una placa con inscripción alusiva y un busto que lo reconocen como hijo de la ilustre casa. Por enfermedad o poca voluntad para los estudios y escasez de recursos, volviose a su pueblo con disgusto de sus padres, que lo querían licenciado. “Bullicioso, altivo, travieso, amigo de armas”, dice López de Gómara, y enamorado, traía perturbada la casa paterna y el pueblo, y era preciso encontrarle un destino. Como hidalgo pobre, escogió el mar y las armas. Entre la posibilidad de ir a Nápoles con Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, o a las Indias, con Nicolás de Ovando, designado gobernador de la isla Española y que era su pariente, eligió esta última, por el mucho oro que de allá se traía. Estaba por partir cuando una noche por encontrar una mujer cayó de una barda, lo atacó un recién casado y tuvo que guardar cama a consecuencias de la caída y de las antiguas cuartanas recrudecidas.13 Ya sano vagabundeó por algún tiempo, “a la flor del berro” y anduvo por Valencia. Juan Suárez de Peralta cuenta que el mozo Cortés determinó irse a Italia y paró en Valladolid, donde estaba la corte, y durante más de un año se asentó con un escribano y aprendió bien este oficio.14 Aquellos latines salmantinos le servirían para dar empaque a su trato con abogados y hombres cultos, y las formas y usos curiales que aprendió con el escribano le serían de enorme utilidad a quien debería pasar gran parte de años futuros dictando cartas, relaciones, memoriales, alegatos, ordenanzas, provisiones e instrucciones.
EN LA ESPAÑOLA Al fin, a los diecinueve años, en 1504, con la bendición y auxilio de sus padres, viajó a las Indias en una flota de mercaderías de Alonso Quintero que, tras una travesía llena de incidentes y peligros, lo llevó a Santo Domingo, en la isla Española. Creyendo las leyendas que corrían, quería desde el principio empezar a coger oro. Pronto tuvo que aceptar que el camino para conseguirlo era largo y azaroso, y empezó a trabajar y hacer méritos. Como recompensa a la ayuda que prestó como soldado en la pacificación de algunas regiones de la isla, sus primeros hechos de armas, el gobernador Ovando le dio algunos indios en encomienda y la escribanía del ayuntamiento de la villa de Azua, donde se estableció como colono. Durante los quince años inmediatos al descubrimiento, es decir hasta 1507, la isla Española o Santo Domingo fue el único país del Nuevo Mundo habitado por españoles. Allí existían ya gobierno, conventos, escuelas y sede episcopal, y de allí salían expediciones para explorar y conquistar, para poblar y evangelizar.15 El establecimiento de una nueva sociedad se realizaba a costa de la frágil población indígena, exterminada por la crueldad y voracidad de la explotación, y pronto se ideó el recurso de traer de África, como esclavos, hombres más fuertes capaces de realizar trabajos como los de las minas y los ingenios de caña de azúcar. En aquel mundo naciente, donde casi todo parecía permitido o posible, pero que era demasiado pequeño, pasaría Cortés cerca de siete años, los de su primera juventud. Refiere
Cervantes de Salazar, como contado por Cortés, que contrastando con las estrecheces en que vivía como escribano en Azua, el villorrio dominicano, una tarde soñó “que súbitamente, desnudo de la antigua pobreza, se vio cubrir de ricos paños y servir de muchas gentes extrañas, llamándole con títulos de grande honra y alabanza”. Comenta el cronista que así ocurriría, pues sería llamado teutl, “que quiere decir dios”, por los señores indios de la Nueva España. Y añade que Cortés, después de su sueño: dibujó una rueda de arcaduces: a los llenos puso una letra, y a los que se vaciaban otra, y a los vacíos otra, y a los que subían otra, fijando un clavo en los altos. Afirman los que vieron el dibujo, por lo que después le acaeció, que con maravilloso aviso y sutil ingenio pintó toda su fortuna y suceso de vida. Hecho esto, dijo a ciertos amigos suyos, con un contento nuevo y no visto, que había de comer con trompetas o morir ahorcado, e que ya iba conociendo su ventura y lo que las estrellas le prometían.16
Pocos años después de este sueño, Nicolás Maquiavelo anotó que “si de la fortuna depende la mitad de nuestros actos, los hombres dirigimos cuando menos la otra mitad”.17 Creo que Cortés compartía la misma idea. Pero si tenía tan clara la prefiguración de su fortuna, sorprende la paciencia con que esperó, alrededor de diez años, la primera coyuntura favorable. Acaso comprendía que, en aquellos años oscuros de La Española y de Cuba, los únicos cangilones de la noria que podía llenar eran los de ganarse el favor de los poderosos y hacerse de bienes que lo apoyaran; y estar al acecho de su oportunidad.
Cortés y doña Marina pintados en la iglesia de San Andrés Ahuahuaztepec, Tlaxcala.
En la expedición que organizaron Diego de Nicuesa y Alonso de Hojeda, en noviembre de 1509, para conquistar y colonizar las regiones de Tierra Firme y el Darién, en que Francisco Pizarro fue como soldado, iba a participar también Cortés. Impidióselo un tumor que sufría en el muslo derecho y se extendía hasta la pantorrilla. Según el autor del De rebus gestis, los expedicionarios lo aguardaron tres meses y al fin partieron sin él.18
EN CUBA El mismo año de 1509, Diego Colón, hijo del descubridor, fue nombrado para sustituir a Ovando en el gobierno de La Española, y recibió el título de virrey almirante, heredado por mayorazgo de su ilustre padre. Y en 1511 don Diego decidió encargar la conquista de la vecina isla de Cuba, que sólo había sido reconocida por Sebastián de Ocampo en 1508, al capitán Diego Velázquez, soldado veterano con larga residencia en La Española. Velázquez era amigo de Cortés y lo persuadió para que lo acompañase en esta empresa. La conquista de Cuba no requirió grandes hazañas; y al vencer las escasas resistencias de los indígenas, Cortés comenzó a distinguirse como el soldado más eficaz y prudente para arreglar cuantos negocios se ofrecían. El obeso capitán Diego Velázquez todo lo ejecutaba por medio de Hernán Cortés, que se había vuelto su más cercano amigo, a quien confiaba los asuntos difíciles.
El alcázar de don Diego Colón en Santo Domingo.
Al principio de su estancia en Cuba, Cortés fue uno de los secretarios de Velázquez; el otro, refiere Las Casas, era Andrés de Duero, “tamaño como un codo, pero cuerdo y muy callado y escribía bien”.19 Más tarde, ya pacificada la isla, Cortés se avecindó en Santiago de Baracoa, primera población y capital, de la que fue nombrado alcalde y donde crió vacas, ovejas y yeguas, y organizó la extracción de oro, con lo que obtuvo alguna fortuna. Sobrevino luego, hacia 1514, el primer altercado con Velázquez. Según Las Casas, Cortés se asoció con un grupo de descontentos contra el adelantado, que querían hacer llegar sus quejas a jueces de apelación recién llegados, y escogieron a Cortés como más osado para llevar sus papeles. Súpolo Velázquez, quien hizo prender a Cortés y quería ahorcarlo. Del navío en que lo tenía preso para enviarlo a La Española, se escapó en el batel y fue a
refugiarse a la iglesia; pero cuando paseaba fuera del templo, volvieron a apresarlo hasta que Velázquez —tras un gesto de audacia de Cortés, que lo sorprendió en su habitación para sincerarse— lo perdonó, aunque ya no lo tomó por el momento a su servicio.20 Luis de Cárdenas relató a Carlos V que, por estos días, Cortés fue condenado a recibir cien azotes, lo que no parece haberse efectuado.21 López de Gómara cuenta otra versión poco verosímil del apresamiento de Cortés. Juan Xuárez, granadino, había llevado a Santo Domingo tres o cuatro hermanas suyas, que eran “bonicas”, y a su madre para que casaran con hombres ricos. Debieron pasar a Cuba. “Por haber allí pocas españolas, las festejaban muchos”. Cortés cortejaba a Catalina y Velázquez a otra Xuárez “que tenía ruin fama” y con la que no se casaría; Cortés no quería cumplir la supuesta promesa de boda con Catalina y Velázquez, empujado además por los malquerientes de Cortés, lo puso preso y lo metió en el cepo del que escapó.22 Luego, las versiones vuelven a acordarse. Cortés sí casó con Catalina Xuárez, Juárez o Suárez Marcaida, y Velázquez fue su padrino; el adelantado lo nombró alcalde de Santiago de Baracoa y, cuando Cortés tuvo su primera hija,23 Velázquez fue de nuevo su padrino y ahora compadre. Acerca del matrimonio de Hernán Cortés y Catalina Xuárez, realizado en Cuba hacia 1514 o 1515, poco se sabe. Catalina había pasado de la Española a Cuba como “moza” de María de Cuéllar, mujer con quien casó Diego Velázquez; era pobre, apenas tenía qué vestirse y no aportó ninguna dote ni llegó a tener hijos. Además, como lo dirá el propio Cortés, “no era mujer industriosa ni diligente para entender en su hacienda ni granjearla ni multiplicarla en casa ni fuera de ella, antes era mujer muy delicada y enferma y que no se levantaba de un estrado a la continua”.24 Con todo, en sus primeros años de casado, Cortés parece haber sido feliz con ella. Las Casas refiere que Cortés le dijo “que estaba tan contento con ella como si fuera una duquesa”;25 traicionero elogio. Luego, en el torbellino de los acontecimientos que se sucedieron a partir de 1518, el conquistador parece haber olvidado que estaba casado y había dejado mujer en Cuba. Cuando ya se había conquistado la ciudad de México y Cortés era poderoso, en 1522 ella vino a recordárselo, con la mala fortuna que se conoce. El autor del De rebus gestis, que se supone ser López de Gómara, cuenta una anécdota de Cortés que muestra sobre todo su intrepidez personal y su condición de buen nadador, algo rara en esta época. Durante estos años de Cuba, Cortés solía ir de las bocas de Bani a Santiago de Baracoa, para ver a sus indios que trabajaban en la extracción del oro y a los que labraban sus campos y cuidaban sus ganados. En uno de estos viajes, que al parecer hacía solo y en una pequeña barca, lo sorprendió un temporal que estaba arreciando. La fuerza de los vientos lo alejaba de Puerto Escondido, a donde intentaba llegar, y no se atrevía a mudar de rumbo porque la canoa se volcaría. La noche cerraba y vino una marejada cuya fuerza hacía inútiles los remos. Quitose la ropa y aún intentó remar con toda su fuerza para contrarrestar el empuje de las olas. Volcose al fin la canoa y Cortés logró asirse de ella, como una alternativa para salvarse si no pudiera llegar a tierra nadando. El único lugar en que las ásperas rocas de la costa se interrumpían era Macaguanigua, aún distante. Cortés seguía luchando contra las olas, asido a la canoa, y comenzó a dar voces pidiendo auxilio. Oyéronlo unos indios y
avivaron el fuego que habían encedido para que, en la oscuridad nocturna, orientara al náufrago. Al fin logró acercarse a un lugar accesible y los indios le ayudaron a salir “cuando estaba ya rendido y casi ahogado, después de haber resistido tres horas el embate de las aguas”.26
LAS EXPEDICIONES DE HERNÁNDEZ DE CÓRDOBA Y DE GRIJALVA En 1517 y 1518 partieron de Cuba dos expediciones que confirmaron la existencia de un país extenso y rico al oeste de la isla. La primera, capitaneada por Francisco Hernández de Córdoba y guiada por el piloto Antón de Alaminos, que había sido grumete de Colón, y entre cuyos soldados venía Bernal Díaz del Castillo, descubrió en la península de Yucatán —ya registrada por exploradores previos—27 una ciudad maya, de civilización más avanzada que las encontradas hasta entonces en las Indias. Allí capturaron a dos indios, llamados Julianillo y Melchorejo, que servirían luego como intérpretes del maya. Costeando la península, desembarcaron en busca de agua en Campeche, y en Potonchán o Champotón, que llamarían Costa de la Mala Pelea, los rechazó el cacique Moxcoboc, acaso adiestrado por Gonzalo Guerrero, uno de los españoles que quedaron cautivos en aquellas tierras en una exploración de 1511, quien les infligió una sangrienta derrota. Perecieron unos cincuenta españoles y quedaron heridos todos los demás, incluso Hernández de Córdoba y Bernal Díaz.28 Al año siguiente de esta expedición, el adelantado Velázquez organizó otra, que puso al mando de su pariente Juan de Grijalva con el propósito de proseguir la exploración de Yucatán. Con él iba el piloto Alaminos y varios futuros conquistadores, Alvarado, Montejo, de nuevo Bernal Díaz, el clérigo Juan Díaz, que escribiría el Itinerario del viaje, y Julianillo, el indio intérprete. Descubrieron la isla de Cozumel, recorrieron la costa este de Yucatán, y volviendo por el litoral norte, tuvieron otro encuentro con los bravos indios de Campeche; llegaron a la Boca de Términos, que el piloto Alaminos consideró que era un estrecho que hacía de Yucatán una isla, y prosiguieron costeando por tierras desconocidas; encontraron las desembocaduras de los ríos Usumacinta y del Tabasco, que llamarían Grijalva, el puerto de Coatzacoalcos y Papaloapan. En el río de Banderas, cerca de San Juan de Ulúa, Grijalva recibió mensajeros de Motecuhzoma con el más valioso regalo hasta entonces visto,29 y otra vez, como en Tabasco, oyeron los nombres de Colúa o Culúa y México, la tierra poderosa y rica que se encontraba más allá, y de Motecuhzoma, su señor, que enviaba aquellos dones.
Llegada de Juan de Grijalva a Chalchicuecan. Códice Durán.
Grijalva decidió enviar a Alvarado para que llevase a Cuba los presentes de Motecuhzoma y los soldados heridos. Mientras tanto, el impaciente Velázquez ya había despachado en otra nave a Cristóbal de Olid en busca de aquella expedición tanto tiempo ausente. Los de Grijalva aún siguieron reconociendo hacia el norte la costa del Golfo hasta la región del Pánuco, y luego volvieron a Cuba por la misma ruta.30 Grijalva fue mal recibido y aun afrentado por Velázquez “porque no había quebrantado su instrucción y mandamiento en poblar la tierra”, comenta Las Casas, quien agrega que habiendo quedado muy pobre, Grijalva se fue a Tierra Firme, donde desgobernaba Pedrarias de Ávila, y éste lo envió a Nicaragua, donde, en el Valle de Ulanché, lo mataron los indios.31
Mapa de las exploraciones de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva. En Jesús Amaya Topete Atlas mexicano de la conquista, Fondo de Cultura Económica, México, 1958.
LOS NARANJOS DE BERNAL DÍAZ En el párrafo final de su relato de esta expedición de Grijalva, en la que participó, cuenta Bernal Díaz un hecho muy interesante para la historia de la agricultura mexicana, ya que él, hacia 1518, parece haber sido el introductor del cultivo de las naranjas en México. Se refiere a tierras entre Tonalá y Coatzacoalcos, y dice lo siguiente: Cómo yo sembré unas pepitas de naranja junto a otra casa de ídolos, y fue de esta manera: que como había muchos mosquitos en aquel río, fuímonos diez soldados a dormir en una casa alta de ídolos, y junto a aquella casa los sembré, que había traído de Cuba, porque era fama que veníamos a poblar, y nacieron muy bien, porque los papas de aquellos ídolos los beneficiaban y regaban y limpiaban desque vieron que eran plantas diferentes de las suyas; de allí se hicieron de naranjos toda aquella provincia. Bien sé que dirán que no hacen al propósito de mi relación estos cuentos viejos, y dejarlos he.32
Este párrafo fue tachado por Bernal Díaz al hacer la revisión de su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. ¿Lo hizo sólo para mantener la congruencia de la
exposición o tenía otras razones?
CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA 1485 1499
Nace Hernán Cortés en Medellín, Extremadura. ¿Fin del mes de julio? Va a Salamanca a estudiar en la Universidad. Aprende algo de latín y rudimentos legales. 1500/1501 Abandona los estudios y vuelve a Medellín. Ca.1502/1503 Va a Valladolid y aprende el oficio de escribano. 1504 Viaja a Santo Domingo en la flota de Alonso Quintero. Soldado en la pacificación de alguna región de la isla. Escribano en la villa de Azua. 1509 Sufre un tumor en el muslo derecho que le impide ir a la expedición a Tierra Firme y el Darién de Diego de Nicuesa y Alonso de Hojeda. 1511 Va con Diego Velázquez a la conquista de Cuba. Secretario de Velázquez. Alcalde de Santiago de Baracoa. Tiene crías de vacas, ovejas y yeguas, y organiza la extracción de oro. 1514 Altercado con Velázquez. Cortés es apresado y escapa. 1514/1515 Casa con Catalina Xuárez Marcaida. Cumple treinta años. 1517 8 de febrero Sale de Santiago de Cuba la expedición de Francisco Hernández de Córdoba que descubre Yucatán, Campeche y Champotón. Después va a la Florida. 1518 18 de abril Sale de Santiago de Cuba la expedición de Juan de Grijalva. Toca Cozumel, Champotón, Boca de Términos (Puerto Deseado); los ríos Grijalva (Tabasco),
Tonalá, Coatzacoalcos, Papaloapan y Banderas; San Juan de Ulúa, la sierra de Tuxpan y Cabo Rojo. Vuelve a Santiago de Cuba hacia el 15 de noviembre. 23 de octubre Instrucciones de Velázquez a Cortés, a quien nombra capitán de una nueva expedición para reconocer tierras mexicanas.
1
Hernán, Hernando, Fernando son el mismo nombre en español. Fernando se firmaba él mismo y lo prefería Francisco López de Gómara; Hernando le llamaba Bernal Díaz; Fernando o Hernando los documentos oficiales; y Hernán, con apócope familiar, lo llama la posteridad. 2
Los biógrafos antiguos de Cortés se limitan a consignar el año de 1485. El único documento que agrega “en fin del mes de julio” es la Relación de la salida que don Hernando Cortés hizo de España para las Indias la primera vez, atribuible a López de Gómara, de c. 1552 (veáse en Apéndice a los Documentos).— Julio le Riverend, sin indicar fuente y acaso por lo de Lutero que se menciona en seguida, dice “quizás el 10 de noviembre”: “Estudio final”, Cartas de relación de la conquista de América, Colección Atenea, Editorial Nueva España, México, t. II, p. 611.— Otra fecha posible es el 30 de mayo, día de San Fernando. Gabriel Lobo Lasso de la Vega, en su poema épico Primera parte del Cortés valeroso y Mexicana (Madrid, 1588), cuya segunda versión se llama Mexicana (Luis Sánchez, Madrid, 1594), fue el iniciador de una falsedad muy repetida, la de afirmar que, para salvar a la Iglesia, Cortés nació: … en el año mismo que Lutero, monstruo contra la Iglesia, horrible y fiero (XIII, 5) Lo cual repetirán, pocos años más tarde, Antonio de Saavedra Guzmán, en El peregrino indiano, añadiendo lo del día: Cuando nació Lutero en Alemania nació Cortés el mismo día en España (III) y en el siglo XVIII Nicolás Fernández Moratín en “ Las naves de Cortés [destruidas]”, poema en el cual dice el príncipe infernal: Mas ¡ay! que ese adalid, el mismo día que nacer vimos al sajón Lutero, nació también, para la afrenta mía. Todo lo cual es falso porque, mientras que Cortés nació en 1485, sin que se conozca el día, Lutero, según los recuerdos de su madre, nació el 10 de noviembre de 1483, víspera de San Martín. La especie pasó a los historiadores y la repitió fray Gerónimo de Mendieta en su Historia eclesiástica indiana (lib. Ill, cap. I), de donde la copió fray Juan de Torquemada en su Monarquía indiana (prólogo al lib. IV). He aquí algunos hechos ocurridos en 1485: Bartolomé Díaz dobla el cabo de Buena Esperanza. Cristóbal Colón en España. Florecen los poelas de la época de los Reyes Católicos: Íñigo de Mendoza, Pero Mexía y Ambrosio Montesino. Inocencio VIII (1484-1492), 212° papa. Carlos VIII (1483-1498), rey de Francia; Ricardo III y luego Enrique VII reyes de Inglaterra. Termina la Guerra de las Rosas. Juan II rey de Portugal.— En el México antiguo: año VI, calli: Tízoc, señor de México-Tenochtitlán. Nezahualpilli, señor de Tezcoco y Chimalpopoca, señor de Tacuba. Muere Cuauhpopoca, señor de Coatlinchan, y le sucede Xoquitzin. Nezahualpilli casa con Xoxocotzin y luego con su hermana Xocotzincatzin, sobrinas de Tízoc.— En el Perú antiguo: Tupac Inca Yupanqui, 11° inca (1471-1493). Y algunos contemporáneos: Fernando de Rojas. Garcilaso de la Vega (1503-1536). Antonio de Guevara (1480-1545). Nicolás Maquiavelo (1469-1527). Francesco Guicciardini (1483-1540). Leonardo da Vinci (1452-1519). Michelangelo Buonarotti (1475-1564). Tiziano Vecellio (1477-1576). Giorgione da Castelfranco (1477-1511). Rafael de Urbino (1483-1520). Hieronymus Bosch (?-1516). 3 Fray Bartolomé de las Casas precisó: “hijo de un escudero que yo conocía, harto pobre y humilde, aunque cristiano viejo y
dicen que hidalgo”: Historia de las Indias, lib. III, cap. XXVII.— La magra hacienda de los Cortés en Medellín ha sido calculada: un molino a orillas del río Ortigas, un colmenar al sur de Medellín y una viña en el pago de la Vega, entre el Guadiana y el camino de Don Benito. Esto le produciría al año a don Martín y a doña Catalina sesenta fanegas de trigo el molino, nueve fanegas de trigo de renta, veinte arrobas de miel, ciento cincuenta arrobas de trigo y cerca de veinte arrobas de uva, lo cual significaría unos cinco mil maravedís anuales: Celestino Vega, “La hacienda de Hernán Cortés en Medellin”, Revista de Estudios Extremeños, Badajoz, 1948.— Como término de comparación, puede recordarse que el salario anual más bajo de la marinería, el de paje, ascendía por esos años a 9 000 o 10 000 maravedís, que sólo equivalen a 36 pesos. 4 López de Gómara, Conquista de México, cap. I.
5
Lucio Marineo Sículo, De rebus Hispaniae memorabilibus libri XXV, Alcalá de Henares, 1530.— Versión española: De las cosas memorables de España, Alcalá de Henares, 1530, ff. CCVIII-CCXI, V.— Reproducción facsimilar de esta vida de Cortés en: Carlos Sanz, Bibliotheca Americana Vetustissima, últimas adiciones, vol. II, Librería General de Victoriano Suárez, Madrid, 1960, pp. 1340-1347.— Miguel León-Portilla ha hecho una nueva edición de esta biografía, con estudio preliminar, en Historia 16, Madrid, abril de 1985, pp. 95-104, reproducida en Mar Abierto. Revista de ambos mundos, México, primavera 1985, con sobretiro. 6 Francisco Cervantes de Salazar, “Al muy ilustre señor don Hernando Cortés… ”, Obras que… ha hecho, glosado y
traducido... Alcalá de Henares, en casa de Juan de Brocar, 1546, sin folio.— Véase en Documentos, apéndice, sección VIII. 7 Bartolomé Leonardo de Argensola, Conquista de México, introducción y notas de Joaquín Ramírez Cabañas, Editorial
Pedro Robredo, México, 1940, cap. v, pp. 79-80. 8 Alonso Maldonado, Hechos del maestre de Alcántara don Alonso de Monroy, ed. A. Rodríguez Moñino, Madrid, 1935,
p. 106.— J. H. Elliott, “The mental world of Hernán Cortés”, Transactions of the Royal Historical Society, Londres 1967, quinta serie, vol. 17, p. 47-48.— La frase de Cortés en segunda Relación, ed. Biblioteca Porrúa, p. 43. 9
De rebus gestis Ferdinandi Cortesii (Vida de Hernán Cortés), atribuida a López de Gómara, c. 1552: Véase en Apéndice a los Documentos. 10 Las Casas, ibidem. 11 Bernal Díaz, cap. CCIV. 12 Francisco Cervantes de Salazar, Crónica de Nueva España, lib. II, cap. XV. 13 López de Gómara, Conquista de México, ibid. 14 Juan Suárez de Peralta, Tratado de las Indias (1589), cap. VII. 15 Pedro Henríquez Ureña, La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo, Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires, Instituto de Filología, Buenos Aires, 1936, cap. I, pp. 10-11.— Véase, además, Carl Ortwin Sauer, Descubrimiento y dominación española del Caribe, trad. de Stella Mastrangelo, FCE, México, 1984. 16 Cervantes de Salazar, op. cit., lib II, cap. XVI. 17
Nicolás Maquiavelo, El príncipe, cap. XXV, trad. de José Sánchez Rojas.
18 De rebus gestis: Véase en apéndice a los Documentos. — Cervantes de Salazar, en su Crónica de Nueva España (lib.
II, cap. XV), escribe al respecto: “decían sus amigos que eran las bubas, porque siempre fue amigo de mujeres, y las indias, mucho más que las españolas, inficcionan a los que las tratan”.— Eulalia Guzmán cree también que el padecimiento de Cortés eran bubas sifilíticas que le afectaron los huesos de la pierna: “Prólogo” a Relaciones de Hernán Cortés a Carlos V sobre la invasión de Anáhuac, México, 1958, t. 1, p. XCIV.— En una pintura al óleo del siglo XVIII que se encuentra en la sacristía de la iglesia de San Andrés Ahuahuaztepec, Tlaxcala, hay retratos de Cortés y la Malinche, muy hermosa, en que aparece el conquistador con la pierna y el pie izquierdos deformados. Esta imagen, si no es falla del pintor, puede documentar la interpretación grotesca de Cortés hecha por Diego Rivera en los murales del Palacio Nacional. La pintura ha sido reproducida por Jorge Gurría Lacroix en “Itinerario de Hernán Cortés”, Artes de México, núm. 111, México, 1968, y Ediciones Euroamericanas, México, 1973.— Véase resultado del examen anatómico de los huesos, en cap. XXIII, n. 22. 19 Las Casas, ibid. 20 Ibid.— En De rebus gestis (en Documentos, sección VIII, apéndice) se refiere minuciosamente la historia de este
supuesto complot en que se involucró a Cortés. 21 “Carta de Luis de Cárdenas al emperador”, ca. 1528, CDIAO, t. XL, pp. 273 y ss.— Véase noticia sobre Cárdenas en su
Memorial contra Cortés, del 15 de julio de 1528, nota 5: en Documentos, sección V. 22 López de Gómara, Conquista de México, cap. IV. 23 La noticia de que Velázquez apadrinó la boda de Cortés con Catalina, y de la alcaldía, en Bernal Díaz, caps. XIX y XX.—
Respecto a la primera hija o hijo de Cortés, Las Casas (ibid) ignora si lo tuvo con Catalina o con otra mujer, aunque dice que Velázquez fue también el padrino. Cervantes de Salazar afirma que Cortés “no tuvo [de Catalina]) hijo alguno” (Crónica, lib. II, cap. XVIII). Como lo supone Henry R. Wagner (The Rise of Fernando Cortés, The Cortés Society, Los Ángeles, 1944, cap. II, pp. 25 y n.1), creo que la madre de esta primera hija de Cortés fue la “señora cubana” Leonor Pizarro, acaso pariente suya, quien luego pasó a México y casó con Juan de Salcedo o Saucedo. La hija se llamó Catalina Pizarro, como la madre del conquistador, y debió de ser la primogénita. Si fue la que Velázquez apadrinó, nacería en Cuba hacia 1514 o 1515. Pero esta Catalina, en una probanza de 1550 contra su madrastra doña Juana de Zúñiga (Publicaciones del Archivo General de la Nación, VII, La vida colonial, México, 1923, p. 20), dice que nació en Nueva España. Su condición de primogénita explica que fuese la hija preferida y que su padre la hiciese legitimar en 1529, junto con sus medios hermanos Martín y Luis. Véanse las cláusulas
XXV a XXXII del Testamento, en Documentos, sección VII. 24 Interrogatorio presentado por Cortés en el juicio por gananciales: “Probanza en la causa seguida por doña María de
Marcayda en contra de Cortés y sus descendientes”: Archivo General de la Nación, Documentos inéditos relativos a Hernán Cortés y su familia, México, 1935, p. 46, y en Documentos, sección IV. 25 Las Casas, ibid. 26
De rebus gestis, op. cit.
27 Los primeros contactos con tierras mexicanas se deben a Juan Díaz de Solís y Vicente Yáñez Pinzón en 1506; y a un
grupo de navegantes enviados por Vasco Núñez de Balboa en 1511 que llegó a Yucatán, y del cual los indios apresaron, entre otros que murieron, a Gonzalo Guerrero, padre de los primeros mestizos mexicanos, y a Gerónimo de Aguilar, luego rescatado e intérprete de Cortés. 28
Bernal Díaz, cap. IV.
29
López de Gómara, cap. VI, consigna una lista del “rescate que hubo Juan de Grijalva”, con muchas piezas de oro de las que dice que “valía más la obra de muchas de ellas que no el material”. 30 Bernal Díaz, caps. VIII-XVI.— De rebus gestis.— Juan Díaz, “Itinerario de Juan de Grijalva”, texto italiano y traducción
por Joaquín García lcazbalceta, Colección de documentos para la historia de México, México, Librería de J. M. Andrade, 1858, t. I, pp. 281-308. 31 Las Casas, op. cit., lib. III, cap. CXIV. 32 Bernal Díaz, cap. XVI.— Argensola, Conquista de México, ed. citada, cap. IV, p. 65, repite esta historia sobre los
naranjos de Bernal Díaz, la cual pudo tomar del manuscrito de la Historia verdadera que consultó.— (El presente autor tenía la impresión de que entre el múltiple y muy curioso inventario de iniciadores —del trigo, de las vides, de la caña de azúcar, del cáñamo, de las verduras y aun de la cerveza, entre otros— que hay en el Diccionario autobiográfico de conquistadores, de Icaza, tenía señalado a otro introductor de los naranjos en México. No lo encontró. Quede el título a Bernal Díaz del Castillo.)
V. LA EXPEDICIÓN A MÉXICO Estas cosas y las semejantes antes han de ser hechas que pensadas. Hernán Cortés a Diego Velázquez, al despedirse. Nunca jamás hizo capitán con tan chico ejército tales hazañas. FRANCISCO LÓPEZ DE GÓMARA
VELÁZQUEZ ELIGE CAPITÁN A HERNÁN CORTÉS Aquellas noticias de un vasto imperio llamado Colúa o Culúa, México, del que Pedro de Alvarado había traído noticias y muestras de sus riquezas, y que estaba tan cerca de Cuba, avivaron la imaginación y la codicia de Diego Velázquez. Y antes de que Juan de Grijalva regresara, el adelantado comenzó a proyectar otra armada más poderosa y con capitán más decidido, para explorar aquella tierra. Lo primero era pedir licencia para esta expedición a los padres jerónimos que residían en La Española, a cuyo poder de gobernadores estaban sujetas las autoridades de Cuba, y mandó para ello a Juan de Saucedo, quien logró obtenerla. Al mismo tiempo, Velázquez envió al rey Carlos, futuro Carlos V, con su capellán Benito Martín, ciertas piezas de oro; y la solicitud de que se le concediera autorización para esta conquista la dirigía a su protector Juan Rodríguez de Fonseca, entonces presidente del Consejo de Indias.1 Sin esperar la última respuesta, Velázquez se dio a buscar al capitán adecuado. Unos proponían a Vasco Porcallo, pero Velázquez decía que era atrevido y se le alzaría con la empresa; otros sugerían a Agustín o Baltasar Bermúdez o a Antonio Velázquez Borrego, pariente del gobernador; los soldados se inclinaban por Juan de Grijalva, “pues era buen capitán y no había falta en su persona y en saber mandar”, escribe Bernal Díaz. Y este mismo cronista refiere que Andrés de Duero, secretario de Velázquez, y el contador Amador de Lares, quienes secretamente se habían asociado con Cortés, indujeron al gobernador a que nombrase capitán general de la armada proyectada a Hernando Cortés, ponderándole que era muy esforzado, que sabía mandar y ser temido, “que le sería muy fiel en todo lo que le encomendase” y que, además, era su ahijado. Accedió Diego Velázquez, y el secretario De Duero hizo las provisiones “de muy buena tinta y como Cortés las quiso, muy bastantes”.2
¿QUIÉNES PAGARON LOS GASTOS DE LA ARMADA? Ya nombrado capitán general y todavía alcalde de Santiago, Cortés comenzó a hacer grandes preparativos, a comprar naves, pertrechos y bastimentos, a invitar amigos, a contratar soldados y a endeudarse cuando no tenía más dinero ni joyas disponibles. Respecto a este
punto, de cuánto contribuyó Velázquez y cuánto Cortés para el pago de los gastos de la armada, habrá muchas opiniones discrepantes. López de Gómara dice que Velázquez propuso a Cortés que armasen a medias;3 Las Casas lo refuta diciéndole que es inconcebible que Velázquez le ofreciese 2 000 castellanos de oro a quien gastaba 20 000 en el despacho de esta flota.4 El mismo Velázquez, en la carta que escribe un año más tarde al licenciado Figueroa, para que denuncie a Sus Majestades los hechos,5 da a entender que él, Velázquez, fue el único armador del contingente de 600 hombres, además de delatar el supuesto envío oculto de un gran tesoro de oro y riquezas que llevaban a España Francisco de Montejo y Alonso Hernández Portocarrero, procuradores de Cortés, quien despachaba aquel tesoro a Carlos V con un minucioso inventario.6 Y estos mismos procuradores, en una información jurada que hicieron en La Coruña, en la primavera de 1520, declararon, el primero, que Cortés contribuyó con 5 000 castellanos, de los cuales 2 000 se los prestó Velázquez, y siete navíos; y que Velázquez puso 1 800 castellanos y tres navíos, más cargas de pan, tocino y puercos. Y Hernández Portocarrero, para dejar las minucias, declaró que Cortés puso en aquella armada “más de las dos partes della e que la otra parte” la puso Velázquez.7 Y aún sobre el mismo asunto Juan Ochoa de Lejalde, a nombre de Cortés, organizó en octubre de 1520 una probanza, que firmaron los conquistadores prominentes, en la que, respondiendo a 42 preguntas, atestiguaron cuánto gastó y se endeudó Cortés en la organización de aquella armada.8
LOS PREPARATIVOS A lo largo de casi cuatro meses, entre la fecha de las instrucciones, 23 de octubre de 1518, y la de salida, 10 de febrero de 1519, Cortés desplegó una actividad intensa en la isla de Cuba y en las islas cercanas, para reunir soldados —entre ellos los cerca de 200 de la expedición de Grijalva, que ya habían regresado— y marinos; comprar cuantas naves había disponibles, repararlas y armarlas, así como a los soldados; proveerse de grandes cantidades de objetos vistosos para los rescates previstos (“rescatar, que es feriar mercería por oro y plata”, define López de Gómara); reunir 16 caballos y yeguas que Bernal Díaz describirá;9 alimentar a varios cientos de hombres durante los meses de espera, y adelantarles pagas, y comprar todos los alimentos disponibles para la travesía y un periodo largo: vino, aceite, azúcar, habas, garbanzos, maíz, puercos, carneros, pan de cazabe, yuca, ajís, gallinas y tocinos. Velázquez observaba “que la costa de la armada era mucha y el interés incierto”, “no quería gastar su hacienda”, y “vía el armada tan adelantada y que Cortés gastaba muy sin duelo y no le pedía nada”,10 por lo que comenzó a tener sospechas y decidió estorbar la salida de la armada. Cuenta Bernal Díaz que “estaba tan enojado Diego Velázquez que hacía bramuras, y decía al secretario Andrés de Duero y al contador Amador de Lares que ellos lo habían engañado con el trato que hicieron, y que Cortés iba alzado”. Demasiado tarde prohibió que se le vendiesen alimentos, y demasiado tarde también, encargó a Diego de Ordaz y Juan Velázquez de León que atajasen la armada y prendiesen a Cortés. Éste logró atraerlos a su bando, así como a Francisco Verdugo, pariente del gobernador. Todo logró esquivarlo el capitán general, y en la villa de la Trinidad reunió sus naves, soldados, marineros, indios y
vituallas, listos para emprender el viaje.11 Refiere fray Bartolomé de las Casas que cuando Cortés andaba en una de sus correrías para comprar toda su provisión al carnicero de la ciudad, avisado el teniente de gobernador Velázquez de que Cortés estaba ya en los navíos, en la madrugada cabalgó a la playa y a distancia de un tiro de ballesta dijo a Cortés: “¿Cómo, compadre, así os váis? ¿Es buena manera esta de despediros de mí?” A lo que respondió Cortés: “Señor, perdone vuestra merced, porque estas cosas y las semejantes antes han de ser hechas que pensadas; vea vuestra merced qué me manda”. Y comenta Las Casas: “no tuvo Diego Velázquez qué responder, viendo su infidelidad y desvergüenza”12
Itinerario de Hernán Cortés y Pánfilo de Narváez. En Jesús Amaya Topete, Atlas mexicano de la conquista, Fondo de Cultura Económica, México, 1958.
LA ARMADA DE CORTÉS El 18 de febrero de 1519 partió de costas cubanas, rumbo a Cozumel, la expedición al mando de Hernán Cortés. Como los navíos habían llegado de varios puertos cubanos y la salida fue apresurada y en secreto, se hizo un alarde provisional en Guaniguanico y otro formal a la llegada a Cozumel, para contar los efectivos. Las 11 naves tuvieron por capitanes al mismo Cortés, en la capitana, y a Pedro de
Alvarado, Alonso Hernández Portocarrero, Francisco de Montejo, Cristóbal de Olid, Diego de Ordaz, Juan Velázquez de León, Juan de Escalante, Francisco de Morla y un Escobar; según Bernal Díaz, la última nave tuvo por capitán a Ginés Nortes, o a Juan de Escalante, según López de Gómara.13
Mapa de la región del Caribe, incluido en la obra de Pedro Mártir de Anglería, Primera década del Nuevo Mundo, Sevilla, 1511. Es éste el primer mapa español que se imprimió para representar una parte del Nuevo Mundo. Cabe pensar que Hernán Cortés pudo haberlo conocido. Miguel León Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Madrid, 1985.
El recuento de la armada que vino con Cortés a tierras mexicanas varía según los cronistas. Bernal Díaz recuerda 508 soldados, más cerca de 100 marineros y 16 caballos y yeguas, en 11 navíos, con 14 cañones, 32 ballestas y 13 escopetas.14 López de Gómara dice que había 550 españoles, de los cuales eran marineros 50, y añade que la nao capitana era de cien toneles, otras tres de ochenta a setenta, “las demás, pequeñas y sin cubierta, y bergantines”; y da noticias de la bandera que llevó Cortés en esta jornada, “de fuegos blancos y azules con una cruz colorada en medio, y alrededor un letrero en latín, que romanzado dice: Amigos, sigamos la cruz; y nos, si fe tuviéremos en esta señal, venceremos”,15 lema que recuerda el In hoc signo vinces del emperador Constantino.16 Las Casas repite las mismas cifras que López de Gómara para el ejército principal; añade que llevaron también “200 o 300 indios e indias, [y] ciertos negros que tenían por esclavos”, y precisa que el piloto mayor de la armada era Antón de Alaminos.17 En cambio, la Carta del cabildo, del 10 de julio de 1519 —que sustituye a la primera Carta de relación perdida— menciona 12 naves con 500 españoles en el Preámbulo,
y 10 carabelas con 400 hombres de guerra, en el texto de la carta, y los mismos 16 caballos y yeguas. Andrés de Tapia, en su Relación, recuerda que iban 560 personas en 13 navíos.18 En fin, en la Carta del ejército de Cortés al emperador, de c. octubre de 1520, aparecen 534 firmas, que deben de incluir a soldados y marineros, y en la que hay ausencias notorias, como la de Bernal Díaz, que estaba enfermo de calenturas en los días en que fue escrita esta carta.19 Comenta el cronista fray Francisco de Aguilar —quien como soldado de Cortés se llamaba Alonso— que entre los conquistadores “hubo gente de Venecia, griegos, sicilianos, italianos, vizcaínos, montañeses, asturianos, portugueses, andaluces y extremeños”.20 Como lo ha comprobado Boyd-Bowman, que examinó la procedencia de 743 de los compañeros de Cortés y de Narváez, los más numerosos eran los andaluces (30%), luego los de Castilla la Vieja (20%), y en tercer lugar los de Extremadura (13%). Siguen los de León (10.5%), los portugueses, gallegos y asturianos (8%), los vascos (5%), 23 italianos y 14 de otras nacionalidades.21 Además, vinieron también con los conquistadores —en éste o en los posteriores grupos— 12 mujeres, algunas de ellas valerosas en las peleas.22 Considerando los refuerzos que llegan en los meses siguientes, y antes de la toma de Tenochtitlán, Richard Konetzke23 ha hecho el resumen siguiente de los soldados de que dispuso Cortés:
Y ya que en los recuentos de efectivos de Cortés se enumeran soldados, indios, negros, caballos y armas, sorprende que ninguno de los cronistas señale a los perros. Las únicas menciones que hacen de ellos los españoles son incidentales: la lebrela que había dejado en Cozumel la expedición de Grijalva y que encuentran los soldados de Cortés;24 o el perro cansado que toman por dios los indios en San Juan de Ulúa.25 Sin embargo, perros feroces, adiestrados para el ataque, fueron descritos por los cronistas indios desde la llegada de las huestes a Veracruz, y aparecen pintados en las escenas de la conquista del Códice florentino, del Lienzo de Tlaxcala y en los Procesos de residencia instruidos contra Pedro de Alvarado y Nuño de Guzmán (lám. 4), desgarrando a los indígenas. Y aun se creó para ello una horrible palabra, el “aperreamiento”.26
El aperreamiento. Pintura indígena reproducida por José Fernando Ramírez en Proceso de residencia instruido contra Nuño de Guzmán, México, 1847.
¿QUIÉNES ERAN LOS SOLDADOS DE CORTÉS? Volviendo a los soldados, ¿cómo estaba formado el ejército de Cortés y con qué especies de hombres? Wagner ha propuesto un buen esquema27 que puede ampliarse. Formábanlo, apunta, tres clases de hombres: 1) los hidalgos que tenían encomiendas en Cuba; 2) los hombres llanos que no tenían nada sino a sí mismos que perder, y 3) marinos, mecánicos, músicos, muchachos y viejos. Los hidalgos o semihidalgos, como Pedro de Alvarado, Alonso Hernández Portocarrero, Francisco de Montejo, Diego de Ordaz y Cristóbal de Olid, algunos de ellos de nivel social superior al de Cortés, le causaron problemas, por lo que tuvo que írselos ganando uno a uno con dineros y concesiones y eran indisciplinados, pero a la vez, buenos capitanes que se distinguirían en la conquista y en acciones posteriores. El segundo grupo fue el apoyo real de Cortés y con esos soldados hizo la conquista. Fueron hombres que gradualmente ascendieron por su valentía e inteligencia, como Gonzalo de Sandoval, en primer lugar, Cristóbal de Olea, Andrés de Tapia, Bernal Díaz del Castillo, Martín Dorantes, Juan Rodríguez de Villafuerte y tantos otros. Bernal Díaz, en los capítulos CCV y CCVI y en múltiples pasajes de su Historia verdadera…, se refiere a algunas de las hazañas y “proporciones” de sus capitanes y compañeros. De estos retratos, y sobre todo del resultado conjunto de los hechos de aquellos soldados y capitanes, queda la impresión de su
fuerza e intrepidez y de su eficacia para afrontar situaciones críticas. Algunos fueron feroces y crueles, como Alvarado; otros prudentes y bondadosos, como Sandoval, y los hubo también enfermos e inútiles. Y sorprende también que todos venían de Cuba, es decir, que eran ya por eso mismo aventureros en busca de fortuna, hombres sin destino claro que venían a ganárselo. Dice J. H. Elliott que sería interesante contar con un estudio sistemático de la visión que tenían del mundo y de los acontecimientos en que participaban, cada uno de los grupos profesionales que intervinieron en la conquista.28 Creo que existen escasos materiales para conocer estas visiones del mundo, pero algo más puede señalarse, en el caso de México, de las especies de hombres que hicieron la conquista. Había unos cuantos soldados de profesión, que habían participado sobre todo en las campañas de Italia, y otros que habían pasado ya varios lustros en las islas antillanas e intervenido en las expediciones anteriores; otros que habían sido antes comerciantes o agricultores; varios tenían oficios concretos: carpinteros, albañiles, músicos, barberoscuranderos; parece que sólo el bachiller Alonso Pérez tenía este semitítulo profesional, y aunque era respetado por sus luces, fue también un soldado valiente, pues acompañó a Cortés en la reconquista del gran cu del Templo Mayor, y luego acabaría como encomendero rico; el mercedario Olmedo y el padre Díaz eran hombres de iglesia, y algunos, puede suponerse que por algún conocimiento de escrituras y trámites curialescos, fueron habilitados como funcionarios: secretarios, contadores, veedores, tesoreros, alcaldes, regidores y alguaciles, para llenar los cuadros entonces habituales. No parecía haber analfabetos entre ellos y todos debían ser, además, soldados. Los hidalgos o los que se tenían por tales participaban de esa extraña profesión española a la que distingue el orgullo por su ascendencia, su aptitud para la guerra y los actos de gran riesgo, su capacidad de mando y su negación al trabajo personal. Las Indias fueron un excelente campo para que estos señores —cuya pobreza en España sólo les consentía la altivez— pudieran realizar tal forma de vida, gracias a las encomiendas y a las concesiones de tierras. Los memoriales de méritos y servicios que se recogen en el Diccionario autobiográfico de conquistadores y pobladores, de Francisco A. de Icaza, son un buen repertorio de las exigencias, lo mismo de hidalgos que de plebeyos, de mayores concesiones de indios y de tierras, de parte de muchos que no tuvieron mayores méritos y que no tenían oficio ni beneficio, pero que estaban cargados de hijos y deudas y necesitaban sostener su aparato de casas, caballos, armas y servidumbre. Pero este relajamiento o tranformación social ocurriría años después de la conquista.29 Durante los terribles años de ésta, hidalgos y plebeyos tuvieron que aprender a hacer la guerra, a subsistir en una civilización que les era extraña, a sustituir su comida habitual por la que les ofrecía la tierra, a adoptar algunos de sus vestidos y protecciones guerreras, a tomar a las indias accesibles, a curarse con hierbas y unto de indio, a ascender al volcán, a matar sin piedad a los naturales y a mantener un terror permanente ante la posibilidad de ser cogidos prisioneros y llevados a un cu para que les arrancasen el corazón, sus restos fueran echados escaleras abajo y su cabeza exhibida en el tzompantli. Las pocas biografías que se han hecho de los conquistadores, además de las de Cortés, dicen cuál era su ascendencia y refieren anécdotas de sus mocedades, pero no informan cómo
y de qué vivían en España, antes de decidirse a la aventura de la Indias. Sólo rasgos aislados tenemos de su pasado. De Pedro de Alvarado, extremeño y coetáneo de Cortés, se sabe que en su juventud, en Sevilla, hizo audacias sonadas, como ir y volver por la viga de un andamio, que sobresalía varios metros de una de las ventanas más altas de la Giralda. Del buen capitán Juan Velázquez de León se sabe que mató a un caballero principal en la Española, y que por eso se fue a Cuba y luego a México. A “un soldado que tenía una mano de menos se la habían cortado en Castilla por justicia”. “Sancho de Ávila… había llevado a Castilla de la isla de Santo Domingo cinco mil pesos de oro que cogió de unas minas ricas, y como llegó a Castilla lo gastó y jugó y se vino con nosotros, e indios le mataron”, cuenta Bernal Díaz.30 Y del propio cronista, sabemos que su padre, al que apodaban El Galán, había sido regidor en su villa de Medina del Campo, aunque nada más de su vida en España. Cuanto ignoramos de las mocedades de los conquistadores y de los móviles que los impulsaron a dejar su tierra y a buscar fortuna en las azarosas Indias, lo ha revelado Miguel de Cervantes: Viéndose, pues, tan falto de dineros, y aun no con muchos amigos, se acogió al remedio a que otros muchos perdidos en aquella ciudad se acogen, que es el pasarse a las Indias, refugio y amparo de los desesperados de España, iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los jugadores a quien llaman ciertos [fulleros] los peritos en el arte, añagaza general de mujeres libres, engaño común de muchos y remedio particular de pocos.31
En cuanto a la remuneración que percibían capitanes, soldados, marinos y menestrales por sus servicios en la conquista, el convenio tácito que existía, de ascendencia medieval, era radicalmente diverso del trato con ejércitos regulares. Cortés era una especie de empresario independiente que comandaba una banda de aventureros armados.32 A los marinos y menestrales, que se consideraban fuera de la aventura, se les pagaban salarios regulares,33 al menos en los primeros meses de la expedición. En cambio, los capitanes y soldados no percibían salario sino una parte del botín o rescate ganado. Conforme a los viejos usos, de dicho botín se apartaba inicialmente un quinto para el rey. Y en la escritura-convenio que se hizo aceptar al cabildo de Veracruz en 1519,34 Cortés logró que se estableciera, como decisión tomada por sus soldados, que para compensarlo por sus gastos, él percibiría, como el rey, otro quinto de los rescates. Esto le acarrearía resentimientos y críticas acerbas, como la de Luis de Cárdenas.35 El resto de lo obtenido, a lo que más tarde se agregarían las encomiendas, se repartía entre capitanes y soldados en proporciones cuya injusticia y capricho también se censuró. Además, tanto durante los preparativos de la expedición como en los años de guerra, el capitán-empresario se hacía cargo de la comida, armas y curación de sus soldados, en ocasiones compraba caballos para ellos y se ocupaba también de los herrajes y aperos de las bestias.36 Y por supuesto, las naves y sus aparejos, así como el armamento mayor y la mercería para los rescates, también corrían por su cuenta.
Llegada de Cortés a Chalchicuecan. Códice Durán, cap. XXII.
Considerando todas estas circunstancias, la condición real de sólo caudillo del capitán general, la actitud levantisca de los capitanes-hidalgos, la indisciplina general de aquellos soldados de fortuna y la fuerza corrosiva de la codicia y el resentimiento, es de admirar que Cortés lograra galvanizar su ejército en el logro de un objetivo y disciplinarlo razonablemente para lograr con él la realización de una enorme empresa. “Nunca jamás hizo capitán con tan chico ejército tales hazañas, ni alcanzó tantas victorias ni sujetó tamaño imperio”, comenta Francisco López de Gómara.37
LAS INSTRUCCIONES DE DIEGO VELÁZQUEZ Cortés llevaba consigo una copia de las Instrucciones que le había dado Diego Velázquez, como “adelantado e gobernador de las islas e tierra nuevamente por su industria descubiertas”. A pesar de su rompimiento con él, aquel documento le estaba dirigido en nombre del rey y seguía rigiéndolo para la expedición que iniciaba. ¿Qué le ordenaba? Acerca de estas Instrucciones,38 las cuestiones más debatidas serán si autorizaban o no a Cortés para el poblamiento de las nuevas tierras, quién había sido el organizador y pagador de la armada, y si Velázquez reservaba o no para sí el oro que se recibiera de rescates. Además de estos puntos, de los que ya ha sido considerado el segundo, con sus pros y contras, hay en estas Instrucciones otros aspectos que merecen comentarse. Cuando Velázquez decide enviar la expedición capitaneada por Cortés, acababa de sufrir dos descalabros graves en su intento por explorar y “conocer el secreto” de la tierra grande y rica que llamaban Ulúa o Culúa. La expedición de Hernández de Córdoba de 1517 había sido casi aniquilada; y la de Grijalva, de 1518, seguía en parte sin regresar. Ante estos dos tropiezos, lo que más parece interesarle al prudente Velázquez es que esta tercera expedición no corra riesgos, que encuentre a Grijalva, que trate a los indios con extrema prudencia, que procure aplacar su belicosidad, que obtenga el oro de rescate que pudiere sin riesgo alguno, y que intente averiguar el “secreto de la tierra”. Todas son, pues, instrucciones para un viaje de
exploración, no de conquista, y de ser posible de ayuda para Grijalva y su gente. El escribano que copia el documento dice en los preliminares que dichas Instrucciones son para poblar y descubrir. Sin embargo, la voz poblar, es decir, conquistar y establecerse en tierras desconocidas, no se emplea en las Instrucciones de Velázquez. Si Cortés se hubiese sujetado a estas Instrucciones, hubiera tenido que rehuir los encuentros guerreros, debiera haberse limitado a explorar la costa del Golfo y haber vuelto con algún rescate de oro, pacíficamente obtenido. Lo que no hizo: peleó siempre que los indios se le opusieron y, a partir de Veracruz, decidió establecer su conquista en la nueva tierra, esto es, poblar. Lo curioso es que Velázquez parecía dar por entendido que se le desobedeciera en esto. Refiere Las Casas que el infortunado Grijalva le contó que, cuando volvió de su larga expedición, el gobernador “riñó mucho con él, afrentándolo de palabra… porque no había quebrantado su instrucción y mandamiento en poblar la tierra, pues toda la gente que llevaba se lo pedía”.39 Así pues, esperaba que Cortés conquistase y poblase la nueva tierra, pero sujeto a él, por cuenta de Diego Velázquez y para su gloria, lo cual era en verdad difícil de aceptar. Esta no autorización para poblar y el supuesto único encargo para rescatar oro fueron los argumentos en que Cortés, y Bernal Díaz en su relato, basaron el desacato a las Instrucciones; pues el primero, en la Carta del cabildo, del 10 de julio de 1519, sin duda dictada por él, dice que el único encargo de Velázquez era el de “rescatar oro”, y Bernal Díaz asienta que escuchó la lectura de dichas Instrucciones, que según él decían: “Desque hobiéredes rescatado lo más que pudiéredes os volveréis”,40 lo cual no se dice en ellas. Los ítems 20°, 25° y 29° de las Instrucciones hablan de rescates-trueques y de que todo se enviará al rey. Por otra parte, las Instrucciones de Velázquez —además de mostrar un carácter puntilloso y en extremo precavido, nada adecuado para la falta de escrúpulos y la osadía que requiere un conquistador— tienen otros aspectos interesantes. Parecía ser hombre muy religioso y preocupado con la rectitud moral, la de la época. En el ítem 2° prohíbe a los expedicionarios tener “acceso ni coito carnal con ninguna mujer, fuera de nuestra ley”, lo que no parece haberse acatado, y que explica por qué los españoles bautizaban a las indias como primera providencia. Asimismo, Velázquez prohíbe los juegos de naipes y dados. En otras materias, Velázquez parece ser el primero que (ítem 12°) se interesa por el enigma de las cruces mayas, que encarga averiguar a Cortés. El árbol cruciforme de la iconografía maya, que aparece frecuentemente en frisos, relieves, códices y pinturas, era para los pueblos antiguos de Yucatán un símbolo de la tierra y de la lluvia. Pero los españoles imaginaron que podía ser una misteriosa presencia del cristianismo que había llegado por caminos desconocidos a las nuevas tierras.41 En fin (ítem 26°), le encarga también a Cortés que indague si existen o no los monstruos: “gentes de orejas grandes y anchas y otras que tienen las caras como perros”, y dónde se encuentran las amazonas, que provenían de los bestiarios y mitología antiguos, y que los conquistadores esperaban encontrar en el Nuevo Mundo.
SURGE EL CONQUISTADOR
Desde que recibe el nombramiento de capitán general y hace los preparativos de su armada, y sobre todo desde que pisa costas mexicanas e inicia la conquista de esta tierra, parecen despertarse en Cortés dones que nada hacía prever en su personalidad y que su formación no condicionaba tampoco; como si surgiera de sí mismo otro hombre o como si se iniciara el ascenso en aquella rueda de la fortuna que había soñado en la isla Española.
José Clemente Orozco, Hernán Cortés. Óleo.
El mozo alocado, decidor y ambicioso, que tenía diecinueve años cuando llegó a Santo Domingo, contaba treinta y cuatro en 1519. De España había traído algunos conocimientos de latín, cierta práctica en escribanías curialescas y una cultura tradicional, más oral que libresca, con algunos recuerdos de personajes y escenas de la Antigüedad y de la historia de España y un trasfondo vivo del Romancero. En sus quince años en las islas Española y de Cuba había aprendido algo de administración agrícola y ganadera, rudimentos mineros, práctica jurídica municipal y había tenido sus primeras acciones de armas, que lo habían mostrado valiente y decidido. También había aprendido a entenderse con los indios y había descubierto su capacidad de mando y conocimiento de los hombres. Con todo ello, pudo haber sido un capitán más. Pero al preparar e iniciar la expedición, en los primeros contactos, pacíficos o belicosos, con indígenas de tierras mexicanas, y sobre todo al romper su compromiso con Velázquez y arreglarse para que su traición y rebelión se le perdonasen y se le convirtieran en virtud; y más tarde, al fundar el primer ayuntamiento de Veracruz y decidir internarse en territorio desconocido en busca del gran imperio, cancelando toda posibilidad de retorno, Cortés parece transformarse de golpe en un guerrero y estadista excepcional. Estaba formado por un conjunto
de cualidades, aptitudes y monstruosidades: calculada audacia y valentía, resistencia física, necesidad compulsiva de acción, comprensión y utilización de los resortes psicológicos y los móviles del enemigo, evaluación de las circunstancias de cada situación y decisiones rápidas ante ellas, dominio de los hombres con una mezcla de severidad, tolerancia y objetividad; aceptación impávida del crimen y la crueldad por razones políticas y tácticas; ausencia de escrúpulos morales y de propensiones sentimentales; sobriedad en el comer y en el beber; avidez erótica puramente animal, sin pasión; gusto por la pulcritud personal y por el trato señorial; curiosidad y amor por la tierra conquistada y su pueblo, con los que acaba por identificarse; intensas religiosidad y fidelidad a su rey, nunca ofuscadoras; capacidad de organización, de legislación y de reglamentación, y ambición de poder y de fama más fuertes que el afán de riqueza.
1
Las Casas, ibid., lib. III, cap. CXIV.— Bernal Díaz, cap. XVII.
2 Bernal Díaz, cap. XIX.— Las Instrucciones de Diego Velázquez a Hernán Cortés, para esta expedición, son del 23 de
octubre de 1518: en Documentos, sección I. 3 López de Gómara, cap. VII. 4 Las Casas, ibid. 5 Carta que Diego Velázquez escribió al licenciado Figueroa para que hiciese relación a Sus Majestades de lo que
le había hecho Fernando Cortés, Santiago del Puerto, Cuba, 17 de noviembre de 1519: en Documentos, sección I. 6 El inventario va al fin de la Carta del Cabildo de la Vera Cruz, o primera Carta de relación, del 10 de julio de 1519.
Véanse, además, las Instrucciones de Cortés a los procuradores Francisco de Montejo y Alonso Hernández Portocarrero, de julio de 1519: en Documentos, sección I. 7
Declaraciones de Francisco de Montejo y Alonso Hernández Portocarrero sobre la armada que hizo el descubrimiento de la Nueva España, La Coruña, 29 y 30 de abril de 1520: en Documentos, sección I. 8
Probanza hecha en la villa Segura de la Frontera por Juan Ochoa de Lejalde, a nombre de Hernán Cortés, 4 de octubre de 1520: en Documentos, sección I. 9 Bernal Díaz, cap. XIII, da una descripción de los colores y señas de estos primeros caballos y yeguas que pasaron a
México, y de quiénes fueron sus dueños. 10 En Relación de la salida: Documentos, Apéndice. 11 Bernal Díaz, cap. XXIV. 12 Las Casas, lib. III, cap. CXV. 13 Bernal Díaz, cap. XXVIII.— López de Gómara, cap. VIII. 14 Bernal Díaz, cap. XXVI. 15 López de Gómara, cap. VIII. En el capítulo final de su Conquista de México, López de Gómara consignó otro lema que
puso Cortés en sus armas: Judicium Domini aprehendit eos, et fortitudo ejus corroboravit brachium meum: “La voluntad del Señor los conquistó y su fortaleza robusteció mi brazo”. 16 La observación es de Henry R. Wagner, The Rise of Fernando Cortés, The Cortes Society, Bancroft Library, Berkeley,
California, 1944, cap. V, p. 39. 17 Las Casas, lib. III, cap. CXVI. 18 Andrés de Tapia, Relación, en Joaquín García Icazbalceta, Colección de documentos para la historia de México, t. II,
p. 558. 19 La Carta del ejército de Cortés al emperador, de c. octubre de 1520, en Documentos, sección I. 20 Fray Francisco de Aguilar, Relación breve de la conquista de la Nueva España, estudio y notas de Federico Gómez de
Orozco, José Porrúa e Hijos, México, 1954, Segunda jornada, p. 25. 21
Peter Boyd-Bowman, Prólogo, Índice geobiográfico de más de 56 mil pobladores españoles de la América Hispánica (1964), Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM-Fondo de Cultura Económica, México, 1985, t. I, 1493-1519, p. XV. 22 Manuel Orozco y Berra, “Conquistadores de México”, Diccionario universal de historia y de geografía, México,
1853, t. II, p. 508.— Bernal Díaz del Castillo, en un párrafo del cap. CLVI de su Historia verdadera, menciona a algunas de ellas. 23 Richard Konetzke, “Hernán Cortés como poblador de la Nueva España”, Estudios cortesianos, Revista de Indias,
enero-junio de 1948, año IX, núms. 31-32, p. 362. 24 Bernal Díaz. cap. XXX.— Las Casas, lib. III, cap. CXIX.— Andrés de Tapia, Relación, ed. Biblioteca del Estudiante
Universitario (BEU), 2, Crónicas de la conquista, UNAM, México, 1939, p. 49. En adelante, se citará esta edición, más accesible. 25 Cervantes de Salazar, Crónica, lib. III, cap. XI. 26 Después de la conquista de México, cuando Cortés se encontraba en la expedición a las Hibueras, el licenciado Alonso de
Zuazo, al que dejó como justicia mayor, tuvo noticias de un intento de levantamiento de los indios, y según Fernández de Oviedo (lib. L, cap. X, párrafos XXIX y XXX), “hizo muy rigurosos castigos e aperreó a muchos, haciéndoles comer vivos a canes”. Y en otra ocasión, amenazó a unos indios que disputaban por tierras con “un lebrel, que era muy fiero perro, con el cual había
aperreado en veces más de doscientos indios por idólatras e sodomitas e por otros delitos abominables… el cual perro, además de estar ya notoria su crueldad, estaba tan fiero e bravo, que tenían que hacer dos hombres en le tener con el collar e cadena que tenía, e se encaramaba contra los indios para los morder, porque como estaba echado en tal manjar, era diabólico, de bravísimo contra ellos”. 27 Wagner, The Rise of Fernando Cortés, cap. V, p. 38. 28 J. H. Elliott, El viejo mundo y el nuevo (1492-1650), (1970), trad. de Rafael Sánchez Montero, Alianza Editorial,
Madrid, 1972, pp. 31-32. 29
Véase José Durand, La transformación social del conquistador, Colección México y lo Mexicano, 15 y 16, Porrúa y Obregón, México, 1953, 2 vols. 30 Bernal Díaz, cap. CCV. 31
Miguel de Cervantes Saavedra, “El celoso extremeño”, Novelas ejemplares, 1613.
32
La expresión es de Wagner, ibid., cap. V, p. 41.
33
Véase Probanza de Ochoa de Lejalde, Segura de la Frontera, 4 de octubre de 1520, ítems 29 y 30: en Documentos, sección l. 34 Escritura convenida entre el regimiento de la Villa Rica de la Vera Cruz y Hernando Cortés, Cempoala, 5 de agosto
de 1519: en sección I de Documentos. 35
Véase el Memorial de Luis de Cárdenas contra Cortés, del 15 de julio de 1528: en sección I de Documentos.
36 Probanza citada, ítems 36-39. 37
López de Gómara, cap. VIII. William H. Prescott tiene un pasaje, tan elocuente como tantos otros suyos, acerca de la índole de los hombres, españoles e indígenas, que formaban el ejército de Cortés: “Cortés tuvo bajo sus órdenes la reunión más heterogénea de mercenarios que jamás se haya visto bajo un mismo estandarte, compuesta de aventureros de Cuba y las otras islas, sedientos de oro y plata; de hidalgos que dejaban su patria en busca de fama y laureles; de caballeros arruinados que contaban reparar sus fortunas en el Nuevo Mundo; de vagabundos que huían de la justicia; de los restos de las tropas de Narváez, y de sus desprovistos veteranos; todos hombres entre quienes apenas había un punto de unión, que ardían en celos y estaban animados del espíritu de sedición; tribus de indios bravos, de todas partes, enemigos entre sí, y sin otra idea desde la cuna que la de hacerse la guerra, y que si se reunían era sólo en las batallas, para conquistar víctimas para sus sacrificios; hombres, en fin, diferentes en raza, en idioma e intereses y que nada tenían de común entre sí. Y sin embargo, esta mezcla de hombres tan distintos, estaba reunida en un solo campamento, sujeta a obedecer la voluntad de un solo hombre, a obrar con armonía, y se puede decir, a respirar un mismo espíritu y a moverse por un principio común de acción. En este maravilloso poder sobre las más divergentes masa reunidas bajo su bandera, es donde se reconoce el genio del gran capitán, no menos que en la habilidad de dirigir expediciones militares”. William H. Prescott, Historia de la conquista de México (1843), trad. de José María González de la Vega, lib. VII, cap. V. 38 Las Instrucciones están fechadas el 23 de octubre de 1518: en Documentos, sección I. 39 Las Casas, lib. III, cap. CXIV. 40 Bernal Díaz, cap. XLIII. 41 Alusiones a las cruces mayas se encuentran en los siguientes historiadores: Bernal Díaz, cap. III; López de Gómara, cap.
XV; Herrera, década IIa, lib. III, cap. 1; Torquemada, lib. 15, cap. XLIX; Landa, cap. III; y López Cogolludo, lib. IV, cap. IX.
VI. LAS CARTAS DE RELACIÓN EN CONJUNTO. DE COZUMEL A VERACRUZ Mirad que han dicho que ha llegado nuestro señor Quetzalcóatl. Motecuhzoma a sus mensajeros, 1519 La manera e maña que se sabrá dar para conquistar e poner en paz estas partes. Instrucciones de Cortés a sus procuradores, julio de 1519
COMPOSICIÓN Y ESTRUCTURA DE LAS CARTAS DE RELACIÓN Los acontecimientos de la historia de México y de la actuación de Cortés, que van desde el inicio de la expedición a México en octubre de 1518, la conquista de la ciudad de MéxicoTenochtitlán, la organización de la Nueva España y la expedición a las Hibueras, hasta el regreso en septiembre de 1526, fueron narrados por el propio conquistador en las cinco Cartas de relación.* Por ello, los capítulos siguientes analizarán el contenido de dichas cartas a la luz de otras versiones complementarias o divergentes acerca de los hechos que narran. Siguiendo la pauta inmediata de las cartas en que Cristóbal Colón y otros navegantes informaban de sus descubrimientos y exploraciones, y acaso teniendo en mente la Guerra de las Galias, de Julio César,1 Hernán Cortés dirigió al emperador Carlos V estas cinco extensas cartas, llamadas por él mismo de “relación”. Su propósito inicial fue el de justificar su alzamiento e infidencia; a partir de la segunda carta, dejar constancia histórica ante su monarca y la posteridad de la magnitud de la empresa, y al fin, de sus fracasos y adversidades. Los dos años juveniles pasados en la Universidad de Salamanca dieron a Cortés cierta familiaridad con nociones culturales y jurídicas, y algún conocimiento del latín. Además, Bernal Díaz dice que, cuando la ocasión era propicia, Cortés sabía responder con versos del Romancero y aun improvisar por “buenas consonantes” porque era “algo poeta”.2 Sus primeros trabajos tuvieron siempre relación con escritos legales. A los dieciocho años aprendió en Valladolid el oficio de escribano. En la isla Española se ocupó en la escribanía del ayuntamiento de Azua, y ya en Cuba, fue junto con Andrés de Duero secretario de Diego Velázquez y luego alcalde en Santiago. De todas maneras, así tuviese una formación cultural mediana y prácticas en la escritura y en los procedimientos curialescos, las letras no eran su vocación. Llegó a acumular, no obstante, un volumen considerable de escritos —cartas de relación, ordenanzas, instrucciones, memoriales, cuentas, alegatos jurídicos y un copioso epistolario— por el imperio de sus muchas y excepcionales acciones, que lo movieron a dejar testimonio de ellas, a consignar las hazañas de que fue motor y a procurar grabar su fama; o bien porque tuvo necesidad de disponer, instruir, legislar y alegar sin fin para tratar de defender la honra, lo que consideró suyo y el señorío cabal que siempre se le rehusaron. A lo largo de los casi ocho años que transcurrieron del principio de la expedición a
México, en octubre de 1518, al regreso de las Hibueras, en septiembre de 1526, entre los 33 y los 41 años de su edad, Hernán Cortés, un extremeño medio hidalgo y hasta entonces oscuro que buscaba fortuna en las Indias, dirigió a su monarca el primer testimonio de una de las conquistas más prodigiosas de que había tenido noticia el mundo. La primera de las cinco Cartas de relación fue escrita en la Villa Rica de la Vera Cruz en julio de 1519, y se extravió o destruyó o no fue escrita. Se la remplaza con la llamada Carta del cabildo, del mismo puerto recién fundado, en la que sin duda intervino o escribió del todo Cortés, y está fechada el 10 de julio de 1519. La segunda, de las más extensas e interesantes, es del 30 de octubre de 1520, en Segura de la Frontera o Tepeaca, Puebla, y llevaba un plano de la ciudad de México atribuido a Cortés. La tercera, la de mayor extensión, está fechada el 15 de mayo de 1522, en Coyoacán. La cuarta es del 15 de octubre de 1524, en MéxicoTenochtitlán, y la quinta del 3 de septiembre de 1526, también en México-Tenochtitlán. Al principio de esta última dice Cortés que el 23 de octubre de 1525 envió desde Trujillo, Honduras, otra carta de relación, también perdida, como la primera. Cortés escribió sus cinco Cartas de relación separando con nitidez cada una de las etapas de su empresa. La primera describe los descubrimientos previos en tierras de México, la organización de su expedición y la exploración e incidentes en las costas de Yucatán y en lugares del Golfo de México hasta la fundación de Veracruz, además del alegato para la justificación de su infidencia. La segunda refiere la destrucción de las naves y el viaje desde la costa hasta la ciudad de Tenochtitlán, cuyo esplendor y el de la corte de Motecuhzoma describe con admiración, y concluye poco después de la derrota de la Noche Triste. La tercera relata la preparación de la reconquista, el machacamiento de los pueblos en torno a los lagos, el asedio, destrucción y conquista de la capital del imperio azteca, y las conquistas posteriores en la bautizada Nueva España. La cuarta da cuenta de la organización y crecimiento de la nueva provincia española. Y la quinta narra la desastrosa expedición a Honduras y, a su regreso a México, los intentos de Cortés por restablecer el orden y recuperar el poder.
La Primera relación o Carta del cabildo, de 1519. Manuscrito de Viena.
La segunda Carta de relación, Sevilla, 1522.
La tercera Carta de relación, Sevilla, 1523.
Estas cartas fueron escritas —con excepción de la primera y la segunda, entre las que sólo transcurre un año y cuatro meses— con intervalos aproximados de dos años: 1519, 1520, 1522, 1524 y 1526. Su extensión es irregular. En cuartillas, la primera ocupa 46, la segunda 130, la tercera 134, la cuarta 61 y la quinta 131. Un total de 502 cuartillas con alrededor de 170 mil palabras. Forman, pues, un volumen de moderada extensión, mucho más breve que el de las dos historias principales de la conquista, de Francisco López de Gómara, y de Bernal Díaz del Castillo, que las seguirán. Las cartas están escritas en un relato continuo, apenas separado caprichosamente en párrafos de cuando en cuando. Pero dada su extensión y el cúmulo de acontecimientos que narran, su lectura, y sobre todo su consulta, requieren los resúmenes, apostillas y notas suficientes que en la edición que prepara el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM llevarán por primera vez. Por otra parte, Cortés tenía pésimo oído para registrar los nombres
indígenas, que él transcribía por primera vez, antes de que se fueran adoptando las denominaciones convencionales. El hecho es que al lector poco avezado le será difícil reconocer a Xicochimalco, hoy Xico, cuando Cortés escribe Sienchimalen; a Ixhuacan en Ceynaca; a Cholula en Churultecal, y a Huejotzingo en Guasincango o Guasucingo, lo cual requiere también aclaraciones.
Versión latina de la segunda y la tercera Cartas de relación. Núremberg, 1524.
Una vez que se hizo el propósito de narrar periódicamente los acontecimientos de su empresa, Cortés debió hacer algunos apuntes y sumarios previos, y consultar a sus allegados para aclarar su memoria. Que pasó varias noches enteras escribiendo contaba Diego de Coria, su paje de cámara, refiriéndose a los días en que preparó, en julio de 1519, la serie de documentos justificativos de su infidencia.3 Y hacia la mitad de la quinta Carta de relación apunta Cortés: “miré ciertas memorias que yo tenía”. A pesar de su práctica personal en escribanías y de que su letra es clara y suelta, Cortés
debió dictar sus cartas, guiado por sus apuntes, a los escribanos y secretarios que lo acompañaban: quizás a Francisco Fernández, escribano real, según López de Gómara,4 o a Pedro Hernández, sevillano, “secretario que fue de Cortés” y que “murió en poder de indios”, según Bernal Díaz.5 De cualquier manera, las Cartas de relación muestran un dominio y un designio claro de las materias que contienen. Su autor conoce el desenlace feliz o desastrado de cada etapa y sabe narrar sus pasos previos con eficaz gradación dramática, como si los viviera de nuevo, haciendo partícipe al lector de la propia expectación de los conquistadores. Tenía un sentido especial para la elección de los hechos más importantes y sabía prescindir sin titubeos de lo circunstancial, sobre todo si se compara su relato con el de Bernal Díaz, tan lleno de curiosos pormenores y divertidas anécdotas. Faltábale o renunció a esta sal narrativa, pues en su prosa gana la sobriedad a costa de cierta sequedad a veces esquemática.
La cuarta Carta de relación, Toledo, l525.
No cuenta, pues, todo lo que ocurrió, según lo sabemos por otros testimonios, sino lo que le parece más significativo o que conviene a su propósito. Pero en ocasiones omite hechos
importantes, por olvido, como la llegada de los franciscanos en 1524, o quizá deliberadamente, como la muerte de su primera mujer, Catalina Xuárez Marcaida.
El indio informa, Marina traduce, Cortés dicta y el escribiente escribe. En Diego Muñoz Camargo, Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala, Manuscrito de Glasgow, 27.
Que Cortés estaba consciente de que sus Cartas de relación estaban destinadas no sólo al emperador y a su Consejo de Indias sino que eran documentos públicos, destinados a la posteridad, y que habrían de imprimirse, lo muestran las cuatro cartas reservadas que escribió para acompañar la tercera, cuarta y quinta cartas, dos para esta última. En ellas trataba asuntos que consideraba no debían hacerse públicos y cuestiones de tipo personal. El hecho de que la impresión de sus Cartas de relación haya sido prohibida desde 1527, y que las primeras ediciones de la segunda, tercera y cuarta hayan sido quemadas en plazas públicas de Sevilla, Toledo, Granada y en otros lugares, ya mencionados,6 debió de afligirlo. Sin embargo, no se empeñó realmente en que se levantara la prohibición. Su agente ante la Corte, Francisco Núñez, dice que hizo revocar la cédula, aunque lo único que logró fue que se ordenara a Pánfilo de Narváez, promotor de la prohibición, que devolviera la cédula original.7 La quemazón explica la extrema rareza de las ediciones españolas originales. Y la prohibición y su inercia subsistieron hasta mediados del siglo XVIII, en que las cartas volvieron a imprimirse y a buscarse en los archivos.
La escritura de Cortés. Carta a Diego de Guinea, 1540. El párrafo final es autógrafo.
EL PREÁMBULO DE LAS CARTAS… En el manuscrito del siglo XVI, de la Biblioteca Nacional de Viena, que contiene las cinco Cartas de relación conocidas —más otros documentos—, antes de la primera o Carta del cabildo hay un preámbulo que parece destinado al conjunto de las cartas.8 El autor de esta compilación y de este preliminar pudo ser Juan de Sámano, secretario del Consejo de Indias; y
la compilación pudo hacerse hacia fines de 1527 o principios de 1528, como propone Charles Gibson.9 La parte principal de este preámbulo ofrece los antecedentes necesarios para la comprensión del contenido de la primera Carta del cabildo y un resumen de algunos de los hechos ocurridos hasta entonces. Es curiosa la explicación que aquí se da del nombre de Yucatán. Los españoles preguntaban a los indios por el nombre de la tierra y éstos contestaban: yucatán, yucatán, que en maya quiere decir “no entiendo, no entiendo”. Diego López Cogolludo recoge también esta versión, entre otras.10 Lucas Alamán, en cambio, propone otra interpretación: los naturales decían: uy u tan, “oyes cómo habla”, que suena como Yucatán.11 Sus habitantes llamaban a su tierra Mayapan o Mayab.
DE COZUMEL A VERACRUZ SEGÚN LA CARTA DEL CABILDO En su parte narrativa, la Carta del cabildo comienza por relatar las exploraciones previas en tierras mexicanas, de Hernández de Córdoba en 1517 y de Grijalva en 1518 —ya expuestas en el capítulo IV—, y a continuación narra los principales acontecimientos ocurridos entre la salida de Cuba de la expedición de Cortés, entre el 12 y el 18 de febrero de 1519,12 y la llegada a Cozumel, hacia el 27 del mismo febrero, hasta la salida de Veracruz al interior del país, a principios de agosto siguiente. Esta narración es en verdad escueta. Limítase a la llegada a la isla de Cozumel, que encuentran deshabitada, y a las gestiones que Cortés hace con los caciques para que regresen los pobladores; las noticias que tienen de los náufragos españoles que existían cautivos en tierras de Yucatán, cuyo rescate era uno de los encargos que habían recibido de Diego Velázquez; el recado que Cortés les envía con unos indios, la espera y la aparición de Gerónimo de Aguilar, quien cuenta brevemente su historia y se convierte en el nuevo intérprete de Cortés, del maya al español, más confiable que los indios Melchorejo y Julianillo, para comunicarse con los mayas [pp. 13-14]. La expedición continúa costeando y llega al río Tabasco, bautizado río Grijalva. Los indios de esta región, que ya habían combatido con éxito a los españoles, les exigen que salgan de su tierra y los amenazan de guerra. Conforme a los usos de la época y a las instrucciones que llevaba, Cortés les hace por tres veces el requerimiento formal para que se sometan, y no habiéndolo acatado, tiene varios encuentros con ellos hasta que finalmente los vence, en la batalla de Centla, en que los españoles se sirven por primera vez con éxito de sus caballos. Quedan supuestamente amigos tabasqueños y españoles [pp. 15-16]. El siguiente episodio registrado es ya la llegada a San Juan de Ulúa, la noche del Jueves Santo, 21 de abril de 1519; aparecen los enviados de Motecuhzoma, cuyos nombres no se mencionan, se inicia el intercambio de regalos y el emperador mexica les hace llegar “las primeras joyas de oro” y otros presentes que enviarán al emperador español. En fin, se consigna la fundación de la Rica Villa de la Vera Cruz, como se le nombra las primeras veces, y la designación de su primer cabildo [pp. 19-21].13
A estas sumarias noticias de los hechos sigue la argumentación jurídica, para intentar justificar la desobediencia —que se analizará adelante—, y cierra la carta un esbozo muy interesante de la geografía y etnología de la tierra, de lo que hasta entonces se había visto o imaginado: las características del territorio, la naturaleza y las grandes cordilleras y ríos, la creencia de que abundaba el oro, tanto como en las legendarias minas de las que “se dice haber llevado Salomón el oro para el templo” [p. 23]; la gente, los vestidos, la comida, las casas, los templos, los ritos de autopenitencia, los sacrificios, la sodomía. Y la primera idea providencialista: Dios ha permitido que se descubran estas partes en nombre de los reyes de España para atraer a “estas gentes tan bárbaras” a la fe cristiana [p. 25].
LOS INCIDENTES SEGÚN OTRAS VERSIONES Gracias a cronistas testimoniales, como Andrés de Tapia y Bernal Díaz del Castillo, y a las noticias recogidas por Francisco López de Gómara y otros historiadores, conocemos muchos incidentes, mayores y menores, así como la aparición de personajes en esta primera etapa de la conquista, que no aparecen en la Carta del cabildo o que allí se mencionan escuetamente, y que serán importantes en el anecdotario de la conquista y apoyo para los poemas épicos del ciclo cortesiano. Hazaña de Morla: En la primera noche de navegación entre Cuba y Cozumel hubo gran tormenta y el navío de que era capitán Francisco de Morla perdió el gobernalle o timón. A la mañana siguiente el mar estaba más tranquilo y vieron el timón flotando cerca. “Morla se echó a la mar atado de una soga, y a nado tomó el timón, y lo subieron y asentaron en su lugar como había de estar”, cuenta López de Gómara.14 Reprensión de Alvarado: Al llegar a Cozumel, Pedro de Alvarado se adelantó con su nave. Al arribar Cortés se enteró de que Alvarado había entrado en un pueblo de indios y les había tomado gallinas, ornamentos de los templos y a dos indios y una india. Cortés lo reprendió gravemente diciéndole “que no se habían de apaciguar las tierras de aquella manera, tomándoles a los nativos su hacienda”, y le mandó volver el oro y demás, libertó a los indios y le mandó pagar por lo comido. Esta primera acción civilizadora granjeó a Cortés la confianza de los indios. Y aquí, comenta Bernal Díaz, “comenzó Cortés a mandar muy de hecho”.15 La lebrela: El episodio de la lebrela olvidada y encontrada en Yucatán ya ha sido recordado a propósito de los perros en la conquista (cap. V). Encuentro de Gerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero: El encuentro del náufrago Gerónimo de Aguilar, rescatado después de ocho años de cautiverio, así como la historia de su compañero Gonzalo Guerrero, quien decidió seguir entre los indios por amor a su mujer y a sus tres hijos, los primeros mestizos mexicanos, ha sido narrado con pormenores curiosos por Bernal Díaz, Andrés de Tapia, López de Gómara y Antonio de Herrera.16 El tiburón y los tocinos: En las costas de Yucatán pescaron un gran tiburón y al destazarlo le encontraron dentro diez tocinos enteros, que para desalarse estaban colgados alrededor de los navíos, de donde los había robado el voraz pez, junto con un plato de estaño, tres zapatos
viejos y un queso, que también le encontraron dentro. Lo cuentan Tapia y López de Gómara.17 El Señor Santiago: En la reñida batalla de Centla contra los tabasqueños, primera que sostienen los soldados de la expedición de Cortés, Tapia18 contó que había visto un jinete en un “caballo rucio picado” que aparecía y desaparecía haciendo mucho daño a los indios; yendo un poco más lejos, López de Gómara19 escribió que los soldados habían creído “que era el apóstol Santiago, patrón de España” quien luchaba con ellos. Bernal Díaz, con un rasgo de fino humor, comentó al respecto: pudiera ser que los que dice Gómara fueran los gloriosos Apóstoles Señor Santiago o Señor San Pedro, y yo, como pecador, no fuese digno de verlos. Lo que yo entonces vi y conocí fue a Francisco de Morla en un caballo castaño, que venía juntamente con Cortés.20
Doña Marina: En la Carta del cabildo nada se dice de la aparición de doña Marina y en las demás Cartas de relación no se la menciona por su nombre sino hasta la quinta carta. Mucho escribirán sobre ella los cronistas e historiadores.
Dibujo de Miguel Covarrubias.
Hechas las paces con los de Tabasco después de la batalla de Centla, los caciques traen regalos a Cortés: algunas joyas, comida y “veinte mujeres de las que ellos tienen por esclavas, para que moliesen pan”, es decir, para que les hagan tortillas, cuenta Tapia.21 Esto debió de ocurrir hacia el 15 de abril de 1519. López de Gómara, que probablemente siguió la Relación de Andrés de Tapia, repite lo mismo y añade, sin duda instruido al respecto por Cortés, que con aquel presente, los tabasqueños “pensaban hacerles gran servicio, como los veían sin mujeres, y porque cada día es menester moler y cocer el pan de maíz en que se ocupan mucho tiempo las mujeres”.22 Las veinte indias fueron bautizadas y a Malinali o Malintzin le pusieron por nombre Marina. Cortés las repartió “entre ciertos caballeros” y a esta Marina, luego apodada
Malinche, “como era de buen parecer, entrometida y desenvuelta”, la dio a Hernández Portocarrero.23 La revelación de la personalidad de doña Marina ocurre pocos días después, ya en San Juan de Ulúa. Cuando llegan los enviados de Motecuhzoma a hablar con Cortés, el intérprete Gerónimo de Aguilar ya no es útil como tal puesto que los mexicas hablan otra lengua, el náhuatl. Andrés de Tapia refiere que vieron que una de las indias obsequiadas en Tabasco “les habló, por manera que sabe dos lenguas”;24 y López de Gómara añade que Cortés, entonces, “la tomó aparte con Aguilar y le prometió más que libertad si le trataba verdad entre él y aquellos de su tierra, pues los entendía, y él la quería tener por su faraute y secretaria”.25 Así pudo establecerse aquel doble puente inicial de traductores entre los españoles y los indígenas de habla náhuatl: Marina traducía del náhuatl al maya y Aguilar del maya al español. Pronto Marina aprendió el español y pudo traducirle directamente a Cortés. Ella será el agente que le permitirá la comunicación con el mundo indígena, y más que eso, una mujer de claro talento que, aunado luego a su amor por Cortés, sería una de las claves que hicieron posible la conquista de México. Marina debió de contar entonces alrededor de quince años. La historia de su vida anterior, con cierto sabor de cuento oriental o del Antiguo Testamento, la contó Bernal Díaz, quien la llamaba “tan excelente mujer y buena lengua”: Que su padre y madre eran señores y caciques de un pueblo que se dice Painala, y tenía otros pueblos sujetos a él, obra de ocho leguas de la villa de Guazacualco; y murió el padre, quedando muy niña, y la madre se casó con otro cacique mancebo, y hubieron un hijo, y según pareció, queríanlo bien al hijo que habían habido; acordaron entre el padre y la madre de darle el cacicazgo después de sus días, y porque en ello no hubiera estorbo, dieron de noche a la niña doña Marina a unos indios de Xicalango, porque no fuese vista, y echaron fama de que se había muerto. Y en aquella sazón murió una hija de una india esclava suya y publicaron que era la heredera; por manera que los de Xicalango la dieron a los de Tabasco, y los de Tabasco a Cortés. Y conocí a su madre y a su hermano de madre…26
López de Gómara, la otra fuente importante respecto a los orígenes de la Malinche, la hace, en cambio, originaria de “hacia Xalisco, de un lugar llamado Viluta”, y dice que “siendo muchacha la habían hurtado ciertos mercaderes en tiempos de guerra, y traído a vender a la feria de Xicalanco”;27 y no entregada por su madre y padrastro, como cuenta Bernal Díaz. Acerca del lugar de nacimiento de doña Marina algunos historiadores siguen la versión de Painala, cerca de Coatzacoalcos, que da Bernal Díaz, y otros la de Viluta, en Xalisco, propuesta por López de Gómara, y otros señalan nuevos orígenes. García Icazbalceta recogió la mayor parte de estas versiones.28 En principio, Carlos María de Bustamante29 corrigió la ortografía de Viluta, escribió Uiluta y añadió que el lugar se llamaba “Huilotlan, que quiere decir, lugar de tórtolas” o “junto a las tórtolas”. García Icazbalceta supone que debe tratarse de “Jilotlán, en el partido de Zapotlán el Grande, distrito de Sayula”. Herrera también se inclina por esta versión jalisciense: “su tierra era hacia Xalisco, al poniente de México”;30 la que repiten Las Casas,31 Landa32, Muñoz Camargo33 y Torquemada.34 El historiador jalisciense De la Mota Padilla dice que abraza la opinión de Herrera, “como que redunda en glorias de la Galicia”.35 Y recientemente Gabriel Agraz García de Alba ha escrito un alegato documentado a favor de este origen de doña
Marina.36 Pero hay otros pareceres. Alva Ixtlilxóchitl dice que Marina venía de “Huilotlan en la provincia de Xalatzinco”,37 y líneas adelante añade este disparate: “Marina andando el tiempo se casó con Aguilar”, el otro intérprete; lo cual ya había escrito (c. 1590) Muñoz Camargo, en un párrafo lleno de incongruencias, en el que afirma que coincidieron los cautiverios de Gerónimo de Aguilar y de Malinali en Yucatán y que ambos se casaron y aprendieron la lengua de los mayas.38 Volviendo al origen de Marina propuesto por Alva Ixtlilxóchitl, Huilotlan u Olutla es un pueblo cercano a Coatzacoalcos, según Gerhard,39 lo cual se acerca al origen señalado por Bernal Díaz. Fernández de Oviedo dice sólo que era de México.40 Sahagún y sus informantes indígenas dicen que Marina era “vecina del pueblo de Tectipac que está a la orilla del Mar del Norte”41 Y Clavigero, señalando que es inverosímil que doña Marina hubiera venido a dar a Tabasco desde el remoto Xalisco, se inclina por la versión del origen en Painala, propuesto por Bernal Díaz, y añade que su nombre indio era Tenepal.42 En fin, García Icazbalceta, en apoyo a la noticia que da Bustamante de que “en Acayucan decían que la patria de doña Marina era Xaltipan, en aquella provincia, y aun enseñaban su casa”,43 transcribe este curioso informe que le envió su amigo el doctor C.H. Berendt: Todavía subsiste esta tradición en aquella costa. Hay un cerrito en la salida del pueblo de Xaltipan, que lleva el nombre de Malinche. Por lo fisico y lo moral de las indias de Xaltipan, bien podría la Malinche ser de allá. Son nombradas por su belleza, y la fama las distingue por su ligereza, en medio de la inmoralidad general del Istmo. Un extranjero se dirigió a una indita, en la calle de Minatitlán, con una pregunta que mal interpretada le valió esta respuesta: “No soy de Xaltipan, señor”.44
En la región veracruzana de Jáltipan y Sayula de Alemán se baila aún la Danza de la Malinche entre el 14 y el 17 de mayo. Aunque entre los personajes aparecen dos Malinches, el tema principal de la danza y de sus diálogos no es su historia sino la conquista de México por Cortés. ¿Qué concluir de esta nutrida serie de versiones, repeticiones y confusiones? En primer lugar, que doña Marina o la Malinche ha sido y es un personaje muy importante en la conquista de México, y que antes que discutir su actuación, para enaltecerla o condenarla por haber colaborado con los españoles, comenzó a disputarse por su origen. En cuanto a éste, me parece que los numerosos seguidores de López de Gómara (Viluta, Xalisco), lo son sólo de su autoridad o del entusiasmo regionalista. Como decía Clavigero, no es creíble el traslado de una niña esclava desde tierras de Jalisco hasta la región de Coatzacoalcos. La transformación del Viluta del texto original en el Jilotlán de los Dolores jalisciense es forzada; en cambio, en el Huilotlan u Olutla, cercano a Coatzacoalcos, es posible. Y estas últimas fueron las tierras que Cortés asignó a doña Marina. El 26 de julio de 1519 Hernández Portocarrero, el capitán a quien Cortés había dado a doña Marina, partió junto con Montejo como procurador a España. Desde entonces, ella fue la lengua y el amor de Cortés, y la serena fortaleza que sabía infundir ánimos cuando a todos les faltaban y ayudar en las acciones más duras de la conquista. Así lo reconocerá Bernal Díaz,
gran admirador suyo: Digamos cómo doña Marina, con ser mujer de la tierra, qué esfuerzo tan varonil tenía, que con oír cada día que nos habían de matar y comer nuestras carnes con ají, y habernos visto cercados en las batallas pasadas, y que ahora todos estábamos heridos y dolientes, jamás vimos flaqueza en ella, sino muy mayor esfuerzo que de mujer.45
A fines de 1522, justo cuando había llegado a Coyoacán Catalina Xuárez, primera mujer de Cortés, doña Marina dio al conquistador su primer hijo varón, que se llamó Martín como su abuelo español. En los años siguientes poco se sabe de ella, pero vuelve a aparecer cuando Cortés, en 1524, la lleva como lengua a la expedición de las Hibueras. Apenas iniciado el viaje, cerca de Orizaba, probablemente en Ostoticpac, Cortés decide casarla con Juan Jaramillo, “estando borracho”, dice con malignidad López de Gómara.46 Si muchos censuran a Cortés por este acto abusivo, ella sabe acomodarlo en su ánimo. Cuando, prosiguiendo el viaje a las Hibueras llegan a Coatzacoalcos, entre los caciques que reúne Cortés aparecen la madre y los medios hermanos de Marina. Se atemorizan al verla, pensando que tomaría venganza por haberla vendido a los mercaderes de Xicalango, pero ella los tranquiliza, les hace regalos y les dice que ahora tiene la suerte de “ser cristiana y tener un hijo de su amo y señor Cortés, y ser casada con un caballero como era su marido Juan Jaramillo”.47 Cortés tomó a su cargo la educación de su hijo Martín, a quien años más tarde hará legitimar, y se ocupó del bienestar de doña Marina. Cuando casó con Jaramillo les dio por dote los pueblos de Olutla y Jáltipan, cercanos a Coatzacoalcos. En la ciudad de México tenían una casa en la calle de Medinas.48 Con Jaramillo, doña Marina tuvo una hija, llamada María, nacida en 1526 en el navío en que regresaban de las Hibueras. Doña Marina murió joven aún en 1527.49 Jaramillo había sido buen soldado en la conquista y capitán de uno de los bergantines. En el primer ayuntamiento registrado en la ciudad de México fue uno de los regidores, aunque allí figure con el nombre de Alonso que también usaba; en 1526 fue alcalde ordinario, cargo que volvió a ocupar en 1539, y en 1540 alcalde de mesta. En 1530 dio una muestra de su nobleza. Recibió el alto honor de sacar el pendón en la fiesta de San Hipólito, que se había instituido en 1528 para conmemorar el triunfo español sobre Tenochtitlán. Y aunque ya para entonces había muerto doña Marina, “quizá por respeto a la raza de su mujer —comenta Guillermo Porras Muñoz— don Juan prefirió ausentarse de la capital, dejando incumplido el encargo”. El cabildo consideró aquello un desacato y determinó que nunca más recibiera tal honor.50 Versiones españolas e indígenas de los primeros contactos entre Motecuhzoma y Cortés: Para los españoles, los mensajeros de Motecuhzoma fueron sólo representantes de un señor poderoso y atemorizado que esperaba convencerlos de que se fueran enviándoles obsequios cada vez más valiosos. Para los cronistas indígenas, la presencia de los extranjeros fue algo terrible y sagrado que no sabían cómo conjurar. El relato de la Carta del cabildo es muy breve. Desde la misma noche de la llegada a San Juan de Ulúa aparecen los enviados del señor de México-Tenochtitlán con los que cambian saludos y regalos. Los españoles les hablan de su rey y les dicen que deben ser vasallos de tan poderoso señor. Hacia el 24 de abril los indios entregan a Cortés un gran presente de
“preciosas joyas de oro” [p. 19]. López de Gómara dedica tres capítulos de su Conquista de México51 a estos primeros contactos. Consigna los nombres de los caciques indígenas representantes de Motecuhzoma, Teudilli y Quintalvor,52 que él toma por uno solo, y refiere los “rescates” que los españoles hacían con los indios, quienes recibían baratijas a cambio de oro, hasta que Cortés los prohibió; la abundancia de comidas que los indios traían para la expedición, y los presentes cada vez más ricos que les envía Motecuhzoma. Los primeros contactos se habían hecho por señas, sin traductor, hasta que se descubre que Marina sabe el náhuatl y se establece, con Aguilar, el enlace de traductores ya mencionado. Entonces, Cortés puede enviar mensajes a Motecuhzoma, diciéndole que venía de parte de un gran emperador “señor de la mayor parte del mundo”. Para mostrar su poderío, los soldados españoles hacen una escaramuza con sus caballos y disparan sus armas pesadas, que aterrorizan a los indios, lo que informan a su señor.
Bienvenida de Motecuhzoma a Cortés en el Códice de Viena, f. 45 r.
Sin imaginar la grave importancia que tenía para los mexicas, López de Gómara escribe: “y de las naos decían que venía el dios Quezalcóuatl con sus templos a cuestas; que era dios del aire que se había ido, y le esperaban”. Refiere en seguida una exhibición de codicia. Cortés pregunta al enviado si Motecuhzoma tenía oro, dícele que sí, y añade: “envíeme, dice, de ello, que tenemos yo y mis compañeros mal de corazón, enfermedad que sana con ello”. Y cuenta con admiración que las mensajerías indias llegaban en un día y una noche, de Veracruz a la ciudad de México (422 km), y que llevaban pinturas de los caballos, armas, soldados y naves.
Después de más visitas de los enviados indios, cuando había pasado una semana de la llegada a Veracruz, Motecuhzoma envió su respuesta: el mayor presente de joyas, oro, plumería, mantas y ropajes, cuyo valor estima López de Gómara en 20 000 ducados. Al mismo tiempo, y como si el señor de México ya sospechara que aquel capitán ávido de oro y que tenía armas terribles pudiera no ser la deidad esperada, el mensaje que enviaba a Cortés, lleno de circunloquios a la manera indígena, le decía que todo le daría pero que no podrían encontrarse y que se fueran.53 Ya hacia el mes de mayo, Teudilli repite a Cortés el mensaje de Motecuhzoma y se va “con todos sus indios e indias que servían y proveían el real”.54 La versión de Bernal Díaz de estos primeros encuentros55 añade algunas precisiones: desde el principio Cortés se sirvió de las dos lenguas, Aguilar y Marina; describe los regalos que Cortés envió a Motecuhzoma en correspondencia a los tesoros: una silla de caderas, dos sartas de cuentas y una gorra carmesí con una medalla de oro de san Jorge; cuenta la historia del casco medio dorado que Tendile —como él lo llama— encuentra semejante al que se ponía al dios Huychilobos, Cortés se lo da y pide se lo devuelvan lleno de oro. Bernal Díaz llama a los dos enviados Tendile y Pitalpitoque. El otro disparatado nombre, que él escribe Quintalbor, lo reserva para un sosia de Cortés, indio, “que en el rostro y facciones y cuerpo se parecía al capitán Cortés, y adrede le envió el gran Montezuma”. Con notable memoria, describe las piezas sobresalientes del gran presente de Motecuhzoma: “la rueda de hechura de sol de oro muy fino, que sería tamaña como una rueda de carreta… que valía[…] sobre diez mil pesos”, en primer lugar, y otros objetos con figuras de animales, “muy prima labor y muy al natural”; y dice que volvió el casco enviado “lleno de oro en granos chicos, como le sacan de las minas, que valía tres mil pesos”. Y cargas de ropa de algodón y plumajes. Confirma el mensaje de Motecuhzoma: que no habrá encuentro con Cortés. En fin, con el realismo que lo distingue, recuerda el segundo presente que envió Cortés para corresponder el tesoro recibido: “de la pobreza que traíamos… una copa de vidrio de Florencia… tres camisas de holanda y otras cosas”.56 La versión de lo que estos encuentros iniciales significaban para los mexicas la conocemos, principalmente, por el relato de la conquista que fray Bernardino de Sahagún hizo escribir a sus informantes indígenas, y que consignó, en náhuatl y en español, en el libro XII de su Historia general de las cosas de Nueva España. Los mexicas habían tenido contacto con la expedición de Juan de Grijalva, que tocó Veracruz en 1518, y estaban en espera de su regreso. Cuando los vigías enviaron noticias de que se acercaban navíos semejantes, Motecuhzoma despachó luego a cinco principales para el recibimiento de Quetzalcóatl, largamente esperado, quien debía regresar por el oriente, por donde se había ido, y para que le ofreciesen como presente sus insignias divinas.57 El señor de México-Tenochtitlán indicó a sus enviados lo que deberían hacer ante la deidad que volvía: Mirad que me han dicho que ha llegado nuestro señor Quetzalcóatl. Id y recibidle, y oíd lo que os dijere con mucha diligencia. Mirad que no se os olvide nada de lo que os dijere. Veis aquí esas joyas que le presentéis de mi parte, que son todos los atavíos sacerdotales que a él le convienen.58
El relato enumera a continuación dichos atavíos, joyas muy ricas y vistosas, además de su significación religiosa, que Seler ha interpretado.59 Llegados los mensajeros frente a Cortés,
pocos días después de su arribo a Veracruz, lo saludaron como a un dios “y luego sacaron los ornamentos que llevaban y se los pusieron al capitán don Hernando Cortés ataviándolo con ellos”. Ignorando el significado de aquella ceremonia, que más tarde conocerá y aprovechará, Cortés preguntó con rudeza a los enviados: “¿hay otra cosa más que esto?” Respondiéronle que no, y luego les dijo que había tenido noticia de que los mexicanos eran valientes y grandes luchadores, y les dio espadas y rodelas para que probasen con los españoles quién vencería. Los mexicas se excusaron: Motecuhzoma sólo les envió a saludarlo y entregarle el presente. Los dejó despedirse y volvieron a toda prisa a informar a su señor.60 Cempoala y el Cacique Gordo: Entre los hechos no mencionados en la Carta del cabildo, otro de los importantes es el de la relación y alianza que Cortés llegó a establecer con los totonacas. En los médanos cercanos a Veracruz los soldados de Cortés vieron a unos hombres de catadura diversa a los mexicas que traían y llevaban mensajes de Motecuhzoma y a los numerosos indígenas que les había enviado para que les sirvieran. Eran más altos de cuerpo y tenían grandes horadaciones en narices, labios y orejas, de los que pendían “sortijones de oro con muchas turquesas”. Marina averiguó que eran totonacas, de la región norte de Veracruz; que eran tributarios sujetos por fuerza a Motecuhzoma y que la cabeza de su señorío era Cempoala. Cortés quedó muy alegre “de hallar en aquella tierra unos señores enemigos de otros y con guerra, para poder efectuar mejor su propósito y pensamientos”.61 Después de la creación del cabildo de Veracruz, que dio nuevos poderes a Cortés, y del traslado del puerto a Quiahuiztlan, a principios de junio de 1519, una parte de la expedición, con su nuevo capitán general y justicia mayor, viajó a Cempoala, adonde los había invitado su señor. Aquélla sería la primera ciudad indígena que veían los españoles. López de Gómara, recogiendo los recuerdos de su informante Cortés, dice que era “toda de jardines y frescura y muy buenas huertas de regadío” —como lo sigue siendo—, que los hombres y mujeres los recibían con regalos, alegre semblante y con regocijo y fiesta, y unos soldados vinieron a decir a Cortés “que habían visto un patio de una gran casa chapado todo de plata”, el cual sólo era de “yeso de espejuelo y muy bien bruñido”. Los cempoaltecas los alojaron cómodamente y al día siguiente se visitaron Cortés y el cacique que era “muy gordo y pesado”, precisa Bernal Díaz.62 En ésta y sus posteriores entrevistas, Cortés logra establecer una firme alianza con los totonacas y su cacique. Con alguna resistencia de los indios, el capitán hizo que se derrocasen de sus cúes y se quemaran los ídolos; por medio de las lenguas los instruyó en la nueva fe, hizo aderezar un altar con una cruz y una imagen de Nuestra Señora y encargó su cuidado a un soldado viejo, Juan de Torres, cordobés, al que dejó por ermitaño. Para sellar la amistad con los españoles y para que tuvieran generación, el Cacique Gordo les entregó ocho indias, todas hijas de caciques, vestidas y enjoyadas ricamente. A Cortés le asignó a su propia sobrina, que bautizada se llamará Catalina, como la madre del conquistador. Bernal Díaz comenta con sorna que “era muy fea” y que “él la recibió con buen semblante”. En cambio, a la “muy hermosa para ser india”, llamada Francisca, la dio Cortés a Portocarrero,63 a quien distinguía con lo mejor, pues antes le había dado en Tabasco a Marina. Con el apoyo de Cortés, el Cacique Gordo se libra del vasallaje a Motecuhzoma, y Cortés
gana uno de sus aliados indígenas, a los que luego se unirán los tlaxcaltecas. Astucias de Cortés: Con los mensajeros de Motecuhzoma, que van y vienen de la ciudad de México a la costa veracruzana con mapas y retratos de los conquistadores, con presentes cada vez más ricos y con súplicas o amenazas para que los españoles dejen el territorio, Cortés alterna recursos para atemorizar o aplacar al señor de Tenochtitlán. Mientras se encontraba en Cempoala llegan cinco recaudadores mexicas para recoger los tributos que debían entregar los totonacas. Cortés los hace apresar y, por la noche, hace que suelten a dos de ellos y los lleven a su aposento. Finge ser ajeno a su apresamiento, les hace dar de comer y les pide que, ya libres, digan a Motecuhzoma que los españoles son sus amigos y que pronto liberaría de los totonacas a los otros recaudadores mexicas. Al mismo tiempo, con los totonacas finge enojo por haber dejado huir a los dos y dice que él guardará a los otros en sus navíos, sólo para dejarlos también en libertad más tarde. Motecuhzoma queda muy reconocido por esta acción de Cortés y, con mensajeros de alto rango, le envía nuevos presentes de oro y mantas.64 Poco después, el Cacique Gordo pidió ayuda a Cortés contra los de Cingapacinga —acaso Tizapancingo, un pueblo desaparecido—, que les hacían destrozos, asaltos y malos tratamientos. Cortés aceptó el encargo y, tras de pensar en ello, refiere Bernal Díaz que dijo: “…He pensado que, para que crean que uno de nosotros basta para desbaratar a aquellos indios guerreros que dicen que están en el pueblo de la fortaleza, sus enemigos, enviemos a Heredia el Viejo”, que era vizcaíno y tenía mala catadura en la cara, y la barba grande y la cara medio acuchillada, y un ojo tuerto, y cojo de una pierna, y era escopetero; al cual le mandó llamar y le dijo: “Id con estos caciques hasta el río (que estaba de allí un cuarto de legua) y cuando allá llegáredes, haced que os paráis a beber y lavar las manos, y tirad un tiro con vuestra escopeta, que yo os enviaré a llamar, que esto hago porque crean que somos dioses, o de aquel nombre y reputación que nos tienen puesto, y como vos sois mal agestado, creerán que sois ídolo.” Y el Heredia lo hizo según y de la manera que le fue mandado, porque era hombre bien entendido y avisado, que había sido soldado en Italia.
Prosigue el cuento diciendo que al Cacique Gordo y sus súbditos, que aguardaban el socorro, les dijo Cortés: “Allá envío con vosotros ese mi hermano para que mate y eche todos los culúas de ese pueblo, y me traiga presos a los que no se quisieren ir.” En fin, refiere Bernal Díaz que: los caciques enviaron a dar mandado a otros pueblos cómo llevaban a un teúl para matar a los mexicanos que estaban en Cingapacinga. Y esto pongo aquí por cosa de risa, porque vean las mañas que tenía Cortés.65
Cuando Cortés inició la pacificación de pueblos de la misma región totonaca, los soldados partidarios de Velázquez recordaron a Cortés su ofrecimiento de que quienes no quisiesen seguir en la conquista tendrían licencia, transporte y víveres para volver a Cuba. Cortés reconoció su promesa y dispuso que se les diera lo necesario para el viaje. Uno de los soldados que viajarían, Morón, vendió su buen caballo overo a Juan Ruano. Pero al mismo tiempo, los alcaldes y regidores de la Villa Rica requirieron a Cortés que no diese licencia a nadie para salir de la tierra y que a los que tal pidiesen se les tuviese por traidores que merecían la pena de muerte. Y Cortés, que había fingido dar el permiso, luego lo revocó.
Comenta Bernal Díaz: “se quedaron burlados y aun avergonzados, y Morón su caballo vendido, y Juan Ruano, que lo hubo, no se lo quiso volver”.66 Engaños y astucias como éstos, aprovechando la credulidad de los indios o contra sus propios soldados inconformes, son de los que suelen hacer el prestigio de los caudillos, como lo muestra la admiración que por tales hechos sentía el soldado cronista.
El Cacique Gordo de Cempoala. Dibujo de Miguel Covarrubias.
CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA 1519 11/18 de febrero Ca. 27 de febrero 22 de marzo 25 de marzo 15 de abril 21 de abril 22 de abril Ca. 24 de abril
Sale de la isla de Cuba la expedición de Cortés Llega la expedición a Cozumel. Llega al río Grijalva en Tabasco. Batalla de Centla. Cortés recibe a la Malinche en Tabasco. Llegada a Veracruz-Ulúa. Fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz, en Chalchicuecan, junto al actual puerto. Comienzan a llegar los mensajeros de Motecuhzoma con regalos.
15/25 de mayo 1/3 de junio 18 de junio 1° de julio 10 de julio 26 de julio
Creación del cabildo de la Villa Rica de la Vera Cruz, que nombra a Cortés capitán general y justicia mayor. Viaje a Cempoala. Segunda fundación de Veracruz en Quiahuiztlan, en el lugar llamado Bernal, cerca del río Pánuco. Regreso a Cempoala. Cortés recibe el gran presente de joyas, oro, plumajes y ropas de Motecuhzoma. Llega de Cuba la nave de Juan de Saucedo con noticias. Redacción de cartas, memoriales e instrucciones. Salen los procuradores Hernández Portocarrero y Montejo a Castilla con cartas y presentes para Carlos V.
*
Las citas de las Cartas de relación van entre corchetes y se refieren a la siguiente edición: Hernán Cortés, Cartas y documentos, Introducción de Mario Hernández Sánchez-Barba, Biblioteca Porrúa, 2, Editorial Porrúa, México, 1963. Los pasajes más importantes o dudosos han sido cotejados con el texto del Manuscrito de Viena. 1
El paralelismo y las coincidencias entre las personalidades y las obras de César y Cortés han sido estudiados con notable competencia por Manuel Alcalá, en César y Cortés, Sociedad de Estudios Cortesianos, 4, Editorial Jus, México, 1950. 2 Bernal Díaz, cap. CLVII. 3 Cervantes de Salazar, Crónica, lib. III, cap. XI. 4 López de Gómara, cap. XXX. 5 Bernal Díaz, cap. CCV. 6 En capítulo II, nota 22. 7 Véase el inciso III del Memorial del licenciado Francisco Núñez acerca de los pleitos y negocios de Hernán Cortés
de 1522 a 1543, del 7 de abril de 1546: en sección VII de Documentos. 8 “porque en este libro están agregadas y juntas todas o la mayor parte de las escrituras y relaciones de lo que al señor don
Hernando Cortés, gobernador y capitán general de la Nueva España, ha sucedido en la conquista de aquellas tierras”, dice casi al principio este preámbulo. 9 Charles Gibson, “Introduction”, Cartas de relación de la conquista de la Nueva España escritas por Hernán Cortés
al emperador Carlos V y otros documentos relativos a la conquista, años de 1519-1527, Codex Vindobonensis S. N. 1600, Akademische Druck-U, Verlagsanstalt, Graz, Austria, 1960, p. XIV.— Véase sugestión de Woodrow Borah, expuesta en el capítulo XXV y nota 20. 10 Diego López Cogolludo, Historia de Yucatán, lib. II, cap. I. 11 Lucas Alamán, “Adiciones y rectificaciones”, Disertaciones sobre la historia de la República Megicana, Editorial Jus,
t. I, p. 53.— Según el Diccionario maya Cordemex debe escribirse y pronunciarse u’y u t’an. 12 El preámbulo de las Cartas de relación dice 12 de febrero; López de Gómara, cap. X, anota 18 de febrero. 13
En cuanto al nombre de Rica Villa o Villa Rica de la Vera Cruz, dice Bernal Díaz que se le llamó así porque “desembarcamos el Viernes Santo de la Cruz”, aunque lo de Vera Cruz podría ser también una alusión a las cruces mayas que les preocupaban y para señalar que allí se honraba a la verdadera; y rica, por lo que había dicho Hernández Portocarrero a Cortés “de las tierras ricas”, al llegar a ese lugar (cap. XXVI). La Carta del cabildo no menciona a los integrantes de este primer ayuntamiento mexicano, que Bernal Díaz (cap. XLII) registra: Hernán Cortés quedó como justicia mayor; Alonso Hernández Portocarrero y Francisco de Montejo —éste “porque no estaba muy bien con Cortés” y para atraérselo— como alcaldes ordinarios; a los regidores no los nombra; Pedro de Alvarado, “capitán general para las entradas”; Cristóbal de Olid, maestre de campo; Juan Gutiérrez de Escalante, alguacil mayor; Gonzalo Mejía, tesorero; Alonso de Ávila, contador; “un fulano Corral, alférez”; Ochoa, vizcaíno, alguacil del real, y un Alonso Romero. En la Escritura convenida entre el regimiento de la Villa Rica de la Vera Cruz y Hernando Cortés..., del 5 de agosto de 1519 (en sección I de Documentos), se mencionan como regidores a Cristóbal de Olid, Bernardino Vázquez de Tapia y Gonzalo de Sandoval, y para esta fecha los alcaldes eran Alonso Dávila y Alonso de Grado, para sustituir a los primeros que habían sido nombrados procuradores. 14 López de Gómara, cap. X.— Bernal Díaz, cap. XXV. 15 Bernal Díaz, ibid. 16 Bernal Díaz, caps. XXVII y XXIX.— Andrés de Tapia, ed. BEU, pp. 48-49.— López de Gómara, caps. XI y XII.—
Herrera, década IIa, lib. IV, caps. VII y VIII.—Véase nota 1 a las Declaraciones de Gerónimo de Aguilar en el juicio de residencia, Documentos, sección IV. 17 Tapia, ed. BEU, p. 50.— López de Gómara, cap. XVI. 18 Tapia, p. 53. 19 López de Gómara, cap. XX. 20 Bernal Díaz, cap. XXXIV. 21 Tapia, p. 53. 22 López de Gómara, cap. XXI. 23 Bernal Díaz, cap. XXXVI.
24
Tapia, p. 54.
25 López de Gómara, cap. XXVI. 26 Bernal Díaz, cap. XXXVII. El pueblo de Painala desapareció. 27 López de Gómara, ibid. 28 México en 1554. Tres diálogos latinos que Francisco Cervantes de Salazar escribió e imprimió en México en
dicho año. Los reimprime, con traduccción castellana y notas, Joaquín García Icazbalceta…, México, Antigua Librería de Andrade y Morales, 1875, nota 37, pp. 176 y 178.— Hubert Howe Bancroft, History of Mexico, vol. 1, 1516-1521, San Francisco, 1883, cap. VIII, n. 5, pp. 118-119, repite las fuentes señaladas por don Joaquín agregando algunas. Aquí se añaden otras. 29 Edición de López de Gómara, México, 1826, 2 vols., t. 1, p. 41. 30 Herrera, década IIa , lib. IV, cap. IV. 31 Las Casas, Historia de las Indias, lib. III, cap. CXXI. 32 Fray Diego de Landa, Relación de las cosas de Yucatán, cap. IV. 33 Diego Muñoz Camargo, Historia de Tlaxcala, lib. II, cap.II. 34
Fray Juan de Torquemada, Monarquía indiana, lib. IV, cap. 16.
35 Matías López de la Mota Padilla, Historia del reino de la Nueva Galicia… escrita en 1742, cap. XLII. 36
Gabriel Agraz Garda de Alba, Doña Marina, Malintzin o “La Malinche” nació en el antiguo reino de Xalisco, edición del autor, México, 1984. 37 Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, “Historia de la nación chichimeca”, Obras históricas, ed. E. O’Gorman, cap. LXXIX. 38 Muñoz Camargo, ibid. 39 Peter Gerhard, A Guide to the Historical Geography of New Spain, Cambridge University Press, Cambridge, 1972, p.
140. 40 Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, lib. XXXIII, cap. I. 41 Sahagún, lib. XII, cap. IX.— Según Gerhard, op. cit., p. 73, Tectipac o Titicapa es un antiguo pueblo oaxaqueño cercano
a la capital de ese estado.— En una “Información de los servicios de doña Marina”, que se hizo en 1542, años después de su muerte hacia 1527, uno de los testigos, Diego de Valadés, dijo que había oído decir que Cortés dio a doña Marina Oluta u Olutla y Tetiquipaque, en Coatzacoalcos, porque era nativa del primer pueblo: CDIAO, t. XLI, pp. 177-277, citado por H. R. Wagner, The Rise of Fernando Cortés, cap. V, p. 69. 42 Francisco Javier Clavigero, Historia antigua de México, lib. VIII, cap. V y nota 5. 43 Bustamante, Teoamoxtli, carta 1a , p. 16.— Edición de López de Gómara hecha por Bustamente, t. I, p. 41, nota. 44 García Icazbalceta, op. cit., p. 178 y nota 2.— La misma tradición la había recogido durante su viaje de 1859-1860
Charles Étienne Brasseur de Bourbourg en su Voyage sur l’isthme de Tehuantepec, dans l’État de Chiapas et de la République de Guatemala, París, 1861, como sigue: “De todos estos villorrios, el más célebre es el de Jaltipan, donde la tradición, viva aún entre los indios, hace nacer a Marina, primero esclava y luego amante de Cortés, a quien ella prestó tan grandes servicios al comienzo de la conquista”. (Traducción de Elsa Ramírez Castañeda en el vol. 14 de la colección SEP-80, Fondo de Cultura Económica, México, 1981, p. 61.) Brasseur añade (p. 67) que la comuna de Jaltipan reclamaba en aquellos años de su visita la isla de Tacamichapa, en el río Coatzacoalcos, por haber pertenecido a doña Marina. 45 Bernal Díaz, cap. LXVI. 46 López de Gómara, cap. CLXXV. 47 Bernal Díaz, cap. XXXVII. 48 García Icazbalceta, op. cit., p. 180. 49 Mariano G. Somonte, Doña Marina, “La Malinche”, México, 1969, pp. 140-141. 50 Guillermo Porras Muñoz, El gobierno de la ciudad de México en el siglo XVI, Instituto de Investigaciones Históricas,
UNAM, México, 1982, p. 326. Para una visión general del personaje véanse, además del libro de Somonte antes citado, el de Federico Gómez de Orozco,
Doña Marina, la dama de la conquista, Vidas Mexicanas 2, Ediciones Xóchitl, México, 1942; y el de Felipe González Ruiz, Doña Marina (la india que amó a Hernán Cortés), Colección Lyke, Madrid, 1944. 51
López de Gómara, caps. XXV-XXVII.
52
Entre las muchas variantes que dan los cronistas de los nombres de estos representantes, acaso el más adecuado, para el primero, sea Teutlille, y para el segundo, Pitalpitoc o Cuitlalpitoc. 53
López de Gómara, cap. XXVII.
54 Ibid., cap. XXIX 55 Bernal Díaz, caps. XXXVIII y XXXIX. 56 Ibid, cap. XXXIX. 57 Sahagún, lib. XII, cap. III. 58 Ibid., lib. XII, cap. IV. 59 Eduard Seler, en sus Comentarios al “Códice Borgia” (1904), cap. 2, ha realizado una notable interpretación de los
atavíos enviados a Cortés en la que precisa que Motecuhzoma “le mandó cuatro trajes distintos, los aderezos de las deidades regentes de los cuatro puntos cardinales fundidas en la persona de Quetzalcóatl”. 60 Sahagún, lib. XII, caps. V y VI. 61 López de Gómara, cap. XXVIII. 62
López de Gómara, caps. XXXII y XXXIII.— Bernal Díaz, cap. XLV.
63 Bernal Díaz, caps. LI y LII. 64
Ibid., caps. XLVII y XLVIII.
65 Ibid., cap. XLIX. 66
Ibid., cap. L.
VII. EL CONFLICTO CON VELÁZQUEZ. ESTRATEGIA Y ARGUMENTOS No debe, pues, un príncipe ser fiel a su promesa cuando esta fidelidad le perjudica y han desaparecido las causas que le hicieron prometerla. A los hombres se les debe ganar, o anularlos, porque de las pequeñas ofensas se vengan, pero de las grandes no pueden; por ello el agravio que se les haga debe ser de los que no permiten tener venganza. El usurpador de un Estado debe procurar hacer todas las crueldades de una vez para no tener necesidad de repetirlas y poder, sin ellas, asegurarse de los hombres y ganarlos con beneficios. NICOLÁS MAQUIAVELO
NOTICIAS DE CUBA Y DECISIONES DE CORTÉS Cuando Cortés y sus huestes vuelven a la nueva Veracruz, después de incursionar por tierras totonacas al amparo del Cacique Gordo de Cempoala, hacia el 1° de julio de 1519 llega un barco de Cuba. Su capitán, refiere Bernal Díaz, era Francisco de Saucedo —López de Gómara lo llama Salceda, y Herrera, Salcedo—, apodado el Pulido, “porque en demasía se preciaba de galán y pulido”. Con él venían Luis Marín, luego capitán distinguido de Cortés, diez soldados, un caballo y una yegua, y noticias de Cuba:1 el gobernador Diego Velázquez había recibido autorización de la Corona para conquistar y poblar —privilegio que hasta entonces conservaba el almirante Diego Colón, como sucesor de su padre—, precisamente en las mismas tierras en que Cortés y sus gentes se encontraban. La capitulación se había firmado en Zaragoza, el 13 de noviembre de 1518, y Velázquez debió recibirla en la primavera de 1519. En ella se autorizaba a Velázquez a proseguir los descubrimientos y conquistar en las tierras de Yucatán y Cozumel, se le daba el mando de dichas tierras, se le nombraba adelantado “por toda su vida” y se le señalaba la parte del provecho que le correspondería.2 Para el gobernador Velázquez eran buenas y tristes noticias, puesto que nada concreto podía hacer, aunque sí combatir a Cortés en la corte e intentar atajar su conquista de México, como lo haría con tan mala fortuna. Cortés debió percatarse de la importancia de estas nuevas. Además de rebelde se había convertido en usurpador de funciones que se habían otorgado a otro. Diego de Coria, que fue su paje de cámara, contaba del conquistador que “estuvo recogido ocho noches enteras escribiendo”3 Aquélla era ciertamente una de las más graves encrucijadas que se le presentarían en su vida, y sabía que su única salida era lograr la justificación real de la empresa iniciada, que presentía trascendental. Imagino que en estas cavilaciones debió tomar consejo de sus capitanes más ilustrados y adictos. Probablemente de Alvarado, de Hernández Portocarrero y acaso del más joven y prudente Sandoval. La estrategia decidida fue la de intentar ganar el favor real por medio de un regio presente —por aquello de que “dádivas
quebrantan peñas“—, de exponer buenos argumentos jurídicos que justificaran su acción y de proseguir, sin retorno posible, la conquista del imperio mexicano.
EL VIAJE DE LOS PROCURADORES En principio determinó Cortés que, en la mejor nao de la armada y con su más experimentado piloto, Antón de Alaminos, fueran a Castilla Francisco de Montejo —amigo de Velázquez y al que trataba de atraerse— y Alonso Hernández Portocarrero, ambos nombrados hacía poco alcaldes ordinarios de Veracruz, para ofrecer al monarca el presente que le enviaba la expedición y las cartas y memoriales, y para actuar como procuradores de su causa. Cortés les entregó minuciosas instrucciones,4 que debió redactar él mismo. Escritas cuando se encontraba aún en la costa de un territorio cuya magnitud desconocía, y capitán reciente de una empresa, las instrucciones, a pesar de apresuradas y deshilvanadas, muestran ya un conocimiento amplio de cosas de gobierno: cargos y funciones reales, impuestos, encomiendas, bulas, fundiciones, salinas y minas. En ellas les encarece especialmente la argumentación para que se eche a un lado a Diego Velázquez; señala “la manera e maña” que el capitán sabrá darse en la conquista que emprende, y tiene la intuición de que la tierra en que se adentrará es “larga y de mucha gente”. Los procuradores salieron de Quiahuiztlan y Villa Rica el 26 de julio con órdenes de no tocar tierras cubanas. A pesar de ello, ya iniciado el viaje, Montejo convenció al piloto de que tocasen Marién, donde tenía una estancia, con el pretexto de recoger puercos y cazabe para el camino. Con un marinero, Montejo escribió a Velázquez informándolo del gran presente de oro que Cortés enviaba al rey, tanto, que se decía que el oro era el lastre de la nave. Cuando Velázquez lo supo, “tomábanle trasudores de muerte, y decía palabras muy lastimosas y maldiciones contra Cortés”, comenta Bernal Díaz.5 Y el gobernador dispuso la salida inmediata de Gonzalo de Guzmán, con dos navíos ligeros, artillería y soldados, para que capturasen la nao de los procuradores. A pesar de la traición encubierta de Montejo, su nao no fue encontrada y con buen tiempo llegó a Sanlúcar en octubre de 1519. En Sevilla, el capellán de Velázquez, Benito Martín, enviado meses antes por el gobernador para alegar sus derechos, cuando fue informado de los propósitos de los procuradores, acusó de traidor a Cortés y logró que la Casa de la Contratación secuestrara la nao, que según él pertenecía a Velázquez, así como el tesoro y los bienes que llevaba. El presidente del Consejo de Indias, Juan Rodríguez de Fonseca, partidario de Velázquez, que estaba en Valladolid, escribió al rey agravando la conducta de Cortés y aconsejándole que castigara a los procuradores sin oírlos. Éstos, sin recursos, se unieron en Medellín a Martín Cortés, padre del conquistador, y con el licenciado Francisco Núñez y juntos movieron otras influencias y trataron de dar alcance al monarca. El rey Carlos, mientras tanto, viajaba. De Barcelona, donde había asistido a las cortes, iba a La Coruña para embarcarse a Inglaterra y luego volver a Aquisgrán (Aix-la-Chapelle o Aachen) para recibir la corona imperial en el trono de Carlomagno. En el trayecto español se enteró de las gestiones de Núñez, de don Martín y de los procuradores, y ordenó que se le
hiciesen llegar los presentes y las cartas. En Tordesillas, en marzo de 1520, se detuvo a visitar a su madre, la reina loca doña Juana, y allí recibió a los emisarios de Cortés, quienes le presentaron a los indios totonacas. Y a principios de abril, el rey Carlos pudo ver en Valladolid las cartas y el presente mexicano. Mal mirados, los procuradores deben haber tenido escasa oportunidad de defender los intereses de Cortés. Se ignora si les devolvieron sus recursos y el envío a don Martín. Hernández Portocarrero y Montejo tuvieron que pasar a La Coruña, y el 29 y 30 de abril rindieron declaraciones acerca del origen de la armada de Cortés, en vista de las acusaciones de Velázquez.6
EL PRIMER REGIO PRESENTE Como parte del obsequio, los procuradores llevaban también al monarca “cuatro indios, dos de ellos caciques, y dos indias”,7 tal como lo había hecho Colón, para que la Corte conociera a los habitantes de tierras mexicanas. López de Gómara dice que eran indios que tenían para sacrificar los de Cempoala y que “traían en las orejas arracadas de oro con turquesas, y unos gordos sortijones de lo mismo a los bezos bajeros, que les descubrían los dientes, cosa fea para España, mas hermosa para aquella tierra”.8 Aunque se procuró cuidarlos, su destino fue triste; uno de ellos murió y, vestidos a la española, los restantes fueron enviados a Cuba, como si cualquier lugar de las Indias fuese lo mismo. El primer regio presente que Cortés enviaba al rey Carlos fue inventariado con detalle en la lista que firmaron de recibido Montejo y Hernández Portocarrero, y que va añadida al fin de la Carta del cabildo, del 10 de julio de 1519. Lo formaban objetos de oro, plata, piedras preciosas, plumerías, cueros y ropa de algodón, de los que habían recibido los españoles de los mayas, de los pueblos del Golfo, de los totonacas y los grandes presentes enviados por Motecuhzoma. Inicia la lista el objeto más notable, “una rueda de oro grande con una figura de monstruos en ella, y labrada toda de follajes”. “Tamaña como una rueda de carreta” y que pesaba “sobre diez mil pesos”, había comentado Bernal Díaz cuando se recibió.9
LOS “LIBROS DE LOS INDIOS” Casi al final de la lista se mencionan “dos libros de los que acá tienen los indios”, es decir, dos códices mexicanos. Respecto a cuál sería su procedencia, Zelia Nuttall se inclinó a suponer que debían ser los ahora llamados Códice de Viena y Códice Zouche-Nuttall, de la región mixteca de Oaxaca.10 En cambio, J. Eric S. Thompson piensa que la descripción de Pedro Mártir, que se menciona en seguida, más bien corresponde a códices mayas, que pudieron haber recogido los conquistadores en algún templo, antes de su llegada a Veracruz,11 además de que hasta entonces no habían tenido ningún contacto con los mixtecas. Ni una ni otra suposición concuerda con la noticia de Bernal Díaz, quien dice que en una casa de ídolos, entre Veracruz y Cempoala, encontraron “muchos libros de su papel, cogidos a dobleces, como a manera de paños de Castilla”.12
El primer europeo al que llamaron la atención aquellos libros de una cultura extraña fue el vivaz cronista de Carlos V, Pedro Mártir de Anglería, quien pudo admirarlos en 1520. Vale la pena transcribir la parte sustancial de su descripción notablemente precisa en los aspectos que toca, como si fuera una codicología moderna: La sustancia en que los indígenas escriben son hojas de esa delgada corteza interior del árbol, que se produce debajo de la superior, y a que llaman “filiria”, según creo… Dicho tejido reticular, lo embadurnan con betún pegajoso; cuando todavía está blando, le dan la forma apetecida, lo extienden a su arbitrio, y luego de endurecido, lo cubren con yeso, al parecer, o con otra materia semejante… No encuadernan los libros por hojas sino que las extienden a lo largo, formando tiras de muchos codos. Redúcenlas a porciones cuadradas, no sueltas, sino unidas entre sí por un betún resistente y tan flexible, que cubiertas con tablillas de madera, parecen haber salido de manos de un hábil encuadernador. Por dondequiera que el libro se abra aparecen dos caras escritas, o sea dos páginas, debajo de las cuales quedan otras tantas ocultas, a menos que se las extienda a lo largo, ya que debajo de un folio hay otros muchos unidos.
Pedro Mártir de Anglería, De Orbe Novo, Alcalá de Henares, 1530. Los caracteres que usan son muy diferentes de los nuestros y consisten en dados, ganchos, lazos, limas y otros objetos dispuestos en línea como entre nosotros y casi semejantes a los de la escritura egipcia. Entre las líneas dibujan figuras de hombres y animales, sobre todo de reyes y magnates, por lo que es de creer que en estos escritos se contienen las gestas de los antepasados de cada rey, y a la manera que los impresores actuales suelen muchas veces, para estímulo de compradores, intercalar en las historias generales, e incluso en los libros de entretenimiento, láminas representativas de los protagonistas. También disponen con mucho arte las tapas de madera. Sus libros, cuando están cerrados, son como los nuestros, y contienen, según se cree, sus leyes, el orden de sus sacrificios y ceremonias, sus cuentas, anotaciones astronómicas y los modos y tiempos para sembrar.13
DOS ELOGIOS DEL PRIMER TESORO MEXICANO
El conjunto de los objetos enviados por Cortés al rey Carlos debieron ser exhibidos para que los admirara aquella corte ambulante. Afortunadamente, dos de los hombres que vieron el primer tesoro mexicano escribieron sus impresiones. Además de describir con tanta precisión los “libros de los indios”, Pedro Mártir dedicó otro capítulo de su Novus Orbis a las joyas, oro, plumerías y vestidos, los cuales examinó, midió, pesó y contó con curiosidad extrema. Un solo pasaje puede dar idea de la fascinación con que contempló aquellos objetos y celebró a sus artífices: No me admiro en verdad del oro y de las piedras; lo que me causa estupor es la habilidad y esfuerzo con que la obra aventaja a la materia. Infinitas figuras y rostros he contemplado, que no puedo describir; paréceme no haber visto jamás cosa alguna que por su hermosura pueda atraer tanto a las miradas humanas.14
De las ciudades españolas, el tesoro mexicano pasó a las flamencas, que celebraban la entronización del joven Carlos como sacro emperador romano. Y en el otoño de 1520 el tesoro se exhibió en la gran sala del Palacio del Ayuntamiento de Bruselas. El pintor alemán Alberto Durero viajó por estos días de Núremberg a Flandes, con la esperanza de poder entrevistar al nuevo emperador para que le confirmara la pensión que le había asignado su abuelo, el recién difunto emperador Maximiliano. Así pudo visitar, entre el 26 de agosto y el 3 de septiembre, aquella exposición, y anotó en su diario —además de describir algunos de los objetos que venían de “la nueva tierra del oro” y de indicar que estaban valuados en 100 mil florines— esta ponderación impresionante en artista de su excelencia:
Pedro Mártir de Anglería, De Insulis Nuper Inventis, Colonia, 1532. Reproduce la segunda y tercera Relaciones de Cortés. A lo largo de mi vida, nada he visto que regocije tanto mi corazón como estas cosas. Entre ellas he encontrado objetos maravillosamente artísticos, y he admirado los sutiles ingenios de los hombres de estas tierras extrañas. Me siento incapaz de expresar mis sentimientos.15
¿Dónde están ahora estos objetos maravillosos? Nada sabemos de ellos. Después de que adornaron los festejos del nuevo emperador, debieron quedar a disposición del Consejo de Indias, cuyos miembros eran del todo ajenos a los entusiasmos de humanistas y artistas por aquellas raras creaciones. Todo lo que pudo convertirse en monedas, necesarias para los crecidos gastos y deudas del imperio, se fundió. Las joyas separadas de sus engastes debieron venderse. Las plumerías y ropas se abandonaron y consumieron. De aquel tesoro y de los envíos siguientes de Cortés sólo han subsistido el llamado penacho de Motecuhzoma, el abanico y el escudo de plumería que ha logrado conservar el Museo Etnográfico de Viena16, y posiblemente algunas máscaras, serpientes y navajones con incrustaciones de piedras y conchas que guardan otros museos.
LA DISTRIBUCIÓN DEL “RESCATE” El presente enviado al monarca por Cortés y su expedición era sin duda tan valioso como impresionante. Pero, ¿era, en verdad, todo lo hasta entonces habido? En la Carta del cabildo se dice que mientras que Velázquez no estaba dispuesto a enviar el oro rescatado, ellos —el cabildo de Veracruz y los demás soldados de Cortés—, en cambio, como muestra de su lealtad, envían a sus reyes no sólo el quinto que les corresponde, sino “todo, como lo enviamos”: el oro, plata, joyas, plumería, ropas y otros objetos hasta entonces recibidos. Bernal Díaz dice lo mismo, que los soldados acordaron servir al rey “con las partes que nos caben” y enviarle “todo el oro que se había habido… para que nos haga mercedes”.17 En cambio, López de Gómara cuenta otra cosa. Refiere que Cortés hizo sacar a la plaza los bienes obtenidos y encargó a los tesoreros que hicieran la distribución. Éstos, después de sacar el quinto real, intentaron pagar a Cortés lo que había gastado en bastimentos, artillería y navíos. El capitán no aceptó, diciendo que tiempo había para pagarle y que, por el momento, sólo quería “lo que le tocaba como a su capitán general” y que se distribuyese también entre los hidalgos para que “comenzasen a pagar sus deudillas”. Y aparte de esta distribución, propuso que, aunque excediese del quinto, se enviaran al rey los objetos más notables “que no se sufrían partir ni fundir” y que él mismo “apartó del montón” los incluidos en la lista.18 Así pues, sólo se envió al rey Carlos su quinto algo sobrado y sí hubo distribución del resto, al menos entre los capitanes hidalgos.
El penacho de plumas de quetzal, llamado de Moctezuma. Museo Etnológico de Viena.
Además, previamente se había tomado del montón “tanto oro que les pareció bastar” —no en monedas, que no las tenían, sino su equivalente aproximado en trozos de oro fundido o en pepitas o granos— para los gastos de los procuradores en España, y “ciertos castellanos” que enviaba Cortés a su padre,19 y sin duda se reservó lo suficiente para los gastos futuros de la expedición. Cuando se sacó a la plaza de la nueva Veracruz la supuesta totalidad del botín, su valor fue estimado en 27 000 ducados (alrededor de 23 000 pesos de oro).20 Ahora bien, en el inventario de los objetos que llevaron los procuradores, se dice que el quinto real importaba 2 000 castellanos (2 160 pesos de oro), y que como la gran rueda de oro valía 3 800 pesos de oro, el concejo de la villa ofrecía al rey, extras, los 1 800 pesos restantes, más todo lo demás enviado que valía 1 200 pesos. Es decir, 5 000 pesos en lugar de los 2 160 pesos que le correspondían. Sin embargo, si el valor total del botín estimado por López de Gómara eran 23 000 pesos, el quinto eran 4 600 pesos. De estas cuentas tan poco claras resulta la evidencia de que al rey se enviaron sólo 400 pesos extras de su quinto tradicional, y no la totalidad del rescate o botín, como se le dice en la Carta del cabildo y lo repite Bernal Díaz. Poco más tarde, y aun en la costa veracruzana, Cortés obtuvo de su ejército un documento por el cual se le autorizaba a recibir, del monto de los rescates, y después de deducir el quinto real, otro quinto para él destinado a cubrir sus gastos.21 Esta concesión le fue muy censurada;22 y que él mismo la sentía inadecuada lo muestra el dicho de Bernal Díaz, quien, al consignar el contenido de la otra carta perdida que dirigió al rey el ejército de la expedición, dice que al mostrarla a Cortés, éste les pidió que no mencionaran lo de su propio quinto.23 En este caso, sin embargo, creo que pesó más el fetichismo con que se veía el equiparamiento de los derechos reales y el de Cortés, como si éste fuera otro rey. La conquista era una empresa particular, que habían financiado Cortés y Velázquez. Si en lugar de pagarse sus inversiones con un quinto, como el del rey, se hubiese dicho que en los repartos y periódicamente se deducirían los gastos generales de la empresa, debidamente justificados, el alboroto pudiera haberse evitado. Cortés, además, recibía del resto su cuota personal como capitán general. Pero las cuentas claras nunca le gustaron y prefirió distribuir los bienes conforme a su propio y variable arbitrio, lo que le ocasionaría frecuentes inconformidades.
LOS ARGUMENTOS La segunda de las acciones que realizó Cortés para tratar de neutralizar los cargos de rebelde y usurpador de funciones que tenía sobre sí, o de traidor como lo acusaba Velázquez, fue la de exponer buenos argumentos jurídicos en su defensa. Estos aparecen en todos los documentos que entonces preparó o promovió, pero sobre todo en la Carta del cabildo. Aquí se exponen sutilmente entreverados con el relato de los acontecimientos y, por la solidez de su fundamentación, debieron producir tan buen efecto como el envío del regio presente. Los argumentos son de una envolvente astucia; provocan sutilmente la ambición de conquista y codicia de los reyes, bajo la enseña de la propagación de la fe; y su apoyo en tradiciones legales —que se analizarán en seguida— muestra que no fueron en vano los años de Cortés en
Salamanca. El resumen de la argumentación puede ser el siguiente: 1. Diego Velázquez sólo pensaba en su propio provecho; las expediciones que organizó tenían el único propósito de “rescatar oro”. 2. Hernán Cortés se asoció ciertamente con Velázquez pero “movido con el celo de servir a Vuestras Altezas Reales” y para que los naturales “viniesen en conocimiento de nuestra santa fe católica y para que fuesen vasallos de Vuestras Majestades”. 3. Desde su primer choque con los indios, Cortés ha procedido conforme a usos legales. Primero, los ha requerido tres veces, ante escribano, explicándoles que no quiere hacerles guerra, sino que sólo desea “paz y amor con ellos”, y persuadiéndolos de que sean vasallos de los “mayores príncipes del mundo”. Sólo cuando los indios rehúsan, los ha combatido. 4. Los nobles y caballeros hijosdalgo que vienen entre los soldados de Cortés decidieron examinar, en nombre de los reyes, los poderes e instrucciones que Cortés había recibido de Velázquez. Encontraron —no explican por qué— que “no tenía más poder el dicho capitán Fernando Cortés, y que por haber expirado ya no podía usar de justicia ni de capitán de allí en adelante”. 5. Viene ahora la jugada maestra. Cortés funda, a solicitud de sus hombres, la Rica Villa de la Vera Cruz y, en nombre de los reyes, designa alcaldes y regidores del cabildo a los nobles e hijosdalgo que lo acompañan. Estas nuevas autoridades le dicen que él no tiene ya poderes en vigor y que es necesario que alguien los ejerza; entonces, lo designan a él capitán general y justicia mayor, en nombre de los reyes. Por todo ello, les piden que manden sus cédulas confirmando a Cortés en dichos cargos. 6. De paso, las autoridades de Veracruz piden también a los reyes que no se le haga “merced de estas partes a Diego Velázquez” —lo que sabían que ya se había ordenado—, porque él no estaría dispuesto, como lo están ellos, a enviar a sus monarcas el oro rescatado. En resumen, mediante estas argucias y el peso de los hechos consumados, Hernán Cortés logró desatarse formalmente del compromiso que tenía con Diego Velázquez, su patrón y socio en esta empresa; darse un nuevo puesto de mando, dependiente sólo del emperador Carlos V —en que ya se había convertido el rey Carlos—; ganarse la voluntad real con la generosidad del envío y la tácita promesa de otras remisiones; y con la fundación de Veracruz dar una nueva orientación de asentamiento y conquista para la extensión de los dominios reales, a las que hasta entonces sólo habían sido entradas para rescatar oro y esclavos.
APOYO JURÍDICO DEL ROMPIMIENTO. LA TRADICIÓN DE LAS SIETE PARTIDAS Como lo ha mostrado Victor Frankl en un penetrante análisis,24 la fundamentación del rompimiento con la autoridad de Diego Velázquez, la constitución del cabildo y las otras acciones realizadas por Cortés estaban apoyadas sustancialmente en la tradición jurídica de Las siete partidas. Este venerable código medieval, compuesto bajo la dirección del rey Alfonso X, llamado
el Sabio, continuaba vigente bajo los Reyes Católicos y Carlos V, y sus preceptos fueron la base de las Leyes de Toro, de 1505. Aunque no se haga mención explícita de Las partidas en la Carta del cabildo, el apoyo de su argumentación debió ser claro para los juristas del Consejo de Indias. En el primer pasaje de la Carta del cabildo en que se inicia esta argumentación, los nobles y caballeros hijosdalgo que venían en la armada comunican a los reyes que consideraron que no convenía al servicio real que continuaran cumpliendo las instrucciones de Velázquez que traían, porque los limitaba a rescatar oro; y que en lugar de ello habían decidido poblar y fundar un pueblo en que hubiese justicia; que habían comunicado lo anterior a su capitán Fernando Cortés, el cual, pese a que esto iba contra sus intereses, lo había aceptado y había procedido a nombrar alcaldes y regidores de la Rica Villa de la Vera Cruz, cuyo ayuntamiento habían constituido con la solemnidad acostumbrada. La estrecha relación que debe existir entre el rey y los caballeros hijosdalgo se encuentra —señala Frankl— en la Partida II, título XXI, ley XXIII, que dice: “Los reyes los deben honrar [a los caballeros] como a aquellos con quien han de facer su obra”. La afirmación de que debe preferirse el interés de la Corona y de la nación a los intereses particulares tiene su fuente en la declaración de Las siete partidas que dice: “Ca non seríe guisada cosa que el pro de todos los homes comunalmente se destorbase por la pro de algunos”. Y el punto más delicado, de en qué casos pueden anularse las leyes vigentes, o la desobediencia a las instrucciones recibidas para adoptar una nueva norma en beneficio de la Corona y de la comunidad, se basa en el siguiente precepto: Desatadas non deben ser las leyes por ninguna manera, fueras ende si ellas fuesen tales que desatasen el bien que deben facer: et esto sería si hobiese en ellas alguna cosa contra la ley de Dios, o contra derecho señorío, o contra grant pro comunal de toda la tierra, o contra bondat conocida… el desatar de las leyes et tollerlas del todo que non valan, non se debe facer sinon con grant consejo de todos los homes buenos de la tierra, los más buenos et honrados et más sabidores… Et después que todo lo hubiesen visto, si fallaren las razones de las leyes que tiran más a mal que a bien, puédenlas desfacer o desatar del todo. Partida I, tít. I, ley XVIII.25
El apoyo implícito de la argumentación del cabildo de Veracruz en las prescripciones de Las siete partidas parece, pues, evidente, y ello explica que, después de un compás de espera razonable —que a Cortés debió parecerle eterno— y de someterla al juicio de un tribunal de juristas, fuera aceptada tácitamente por la Corona. Victor Frankl refiere dos casos más en que los preceptos de Las partidas seguían teniendo eco en los conquistadores. En el primero,26 citando una observación de Konetzke,27 considera un antecedente de la argumentación que se empleará en la Carta del cabildo, las siguientes palabras de Pedro de Alvarado, que le atribuye Cervantes de Salazar, a propósito de la expedición de Juan de Grijalva: Aunque expresamente Diego Velázquez no dio licencia para poblar, tampoco lo prohibió… aunque expresamente lo vedara, ni Dios ni Su Alteza del rey nuestro señor, dello serán deservidos: porque muchas veces acontece que cuando se hace la ley es necesaria, y andando el tiempo, según lo que se ofrece, no hace mal el que la quebranta porque el principal motivo della es el bien común, y cuando falta y se sigue daño cesa su vigor.28
Sin embargo, en este caso debe considerarse que quien escribe estas palabras, el doctor Francisco Cervantes de Salazar, ostentaba grados en cánones y en teología, y que por ello las ideas expuestas acaso sean más suyas que de Alvarado. Con todo, el hecho es que se establece y acepta que el principio moral que justifica un acto de rebeldía es el logro del bien común. El otro caso de vigencia de los preceptos de Las siete partidas entre los conquistadores fue advertido por Silvio Zavala.29 Siguiendo la doctrina de San Agustín, el Código Alfonsino establece las siguientes tres razones de la guerra justa: La guerra se debie facer, es sobre tres razones: la primera, por acrecentar los pueblos su fe et para destroir los que la quisieren contrallar; la segunda, por su señor quiriéndole servir et honrar et guardar lealmente; la tercera para amparar a sí mesmos, et acrecentar et honrar la tierra onde son. Partida II, tít. XXIII, ley II.
Y cuando Cortés, en Tlaxcala, antes de emprender el ataque a Tenochtitlán, arenga a sus soldados, al principio de su tercera Carta de relación, les repite punto por punto las mismas tres causas de la guerra justa, y añade otra más, circunstancial: Y viesen cuánto convenía… tornar a recobrar lo perdido, pues para ello teníamos de nuestra parte justas causas y razones: lo uno, por pelear en aumento de nuestra fe y contra gente bárbara, y lo otro, por servir a Vuestra Majestad, y lo otro, por seguridad de nuestras vidas, y lo otro, porque en nuestra ayuda teníamos muchos de los naturales, nuestros amigos, que eran causas potísimas para animar nuestros corazones [p.119].
Zavala dice que esta coincidencia lo hace pensar que “algún ejemplar de Las partidas andaría en manos de los soldados, acostumbrados desde la época del Cid a conocer el derecho juntamente con la guerra”.30 No creo posible que algún soldado, ni siquiera el bachiller Alonso Pérez, que parecía el más leído de ellos, cargara en su mochila los dos grandes tomos de la edición entonces existente y que ahora es un incunable, de Las siete partidas, de Sevilla, 1491. Pero si no traían los libros, sí guardaban en la cabeza muchos de sus preceptos, que se habían vuelto ya sabiduría tradicional. Frankl observa que, analizando la estructura de la Carta del cabildo y de las siguientes Cartas de relación, así como procedimientos de estilo e ideas dominantes, es indudable que el autor de la primera carta es Cortés mismo.31 Y en otro lugar añade que en esta Carta del cabildo Cortés se revela “como el gran creyente de la idea de la poderosa monarquía social esbozada en Las partidas, como hombre de esencial orientación política, acostumbrado a pensar en categorías estatales”.32 Parece, pues, evidente, que el apoyo legal implícito en la argumentación central de la Carta del cabildo proviene de Las siete partidas. Sin embargo, me parece también manifiesto que los pasos relatados de esta carta son los de un leguleyo que ejecuta un truco pseudolegal, así esté expuesto y fundamentado con notable ingenio en una maciza doctrina política. Además, los más poderosos argumentos de Cortés serán su éxito, la magnitud de su hazaña y la riqueza de la tierra que conquistó. Si éstos no hubieran existido, sólo habría sido un traidor infidente a Velázquez y no un héroe. Contribuyó también a la resolución favorable de su rebeldía el hecho de que, al mismo
tiempo, ocurría en Castilla el movimiento de las comunidades, de los comuneros en lucha con las autoridades injustas. Cortés resultaba ser, paralelamente, el “caudillo de los comuneros sublevados en Veracruz”, como lo ha señalado Giménez Fernández.33
¿EXISTIÓ LA PRIMERA CARTA DE RELACIÓN? Los datos conocidos acerca de este problema —que ha dado origen a muchas indagaciones y suposiciones— son éstos: 1° La presunta existencia de una primera Carta de relación de Cortés a los reyes se documenta en los siguientes textos: Cortés, al principio de su segunda Carta de relación, dice que: En una nao que de esta Nueva España de Vuestra Sacra Majestad despaché a diez y seis de julio del año de quinientos diez y nueve, envié a Vuestra Alteza muy larga y particular relación de las cosas que hasta aquella sazón, después que yo a ella vine, en ella sucedidas…[p.33]
López de Gómara refiere que con Hernández Portocarrero y Montejo como procuradores, y en una nave que conducía Alaminos, Cortés: envió con ellos la relación y autos que tenía de lo pasado, y escribió muy larga carta al emperador (llamolo así, aunque allá no sabían), en la cual le daba cuenta y razón sumariamente de todo lo sucedido hasta allí desde que salió de Santiago de Cuba; de las pasiones y diferencias entre él y Diego Velázquez; de las cosquillas que andaban en el real, de los trabajos que todos habían padecido, de la voluntad que tenían a su real servicio, de la grandeza y riqueza de aquella tierra, de la esperanza que tenían de sujetarla a su corona real de Castilla; y ofreciose a ganarle a México ya haber a las manos al gran rey Moteczuma, vivo o muerto.34
Y por Bernal Díaz,35 quien dice en esencia lo mismo y añade que los soldados no pudieron ver dicha carta. 2° Se enviaron al mismo tiempo otros dos memoriales: a) el que firmaron los alcaldes y regidores, según López de Gómara, o que “el cabildo escribió, juntamente con diez soldados de los que fueron en que se poblase la tierra y le alzamos a Cortés por general”, según Bernal Díaz. Es la carta conservada y llamada Carta del cabildo; y b) el que firmaron el cabildo y los más principales que había en el ejército, según López de Gómara, o “todos los capitanes y soldados juntamente”, según Bernal Díaz. De este memorial, perdido, existen dos sumarios que difieren fundamentalmente entre sí y que presentan asimismo diferencias importantes con la carta conservada: el de López de Gómara se reduce a un alegato en favor de Cortés, y el de Bernal Díaz, que además de incluir todo lo tratado en la Carta del cabildo, alcanza también puntos que omitía aquélla (enumeración de los presentes y mención del quinto de Cortés) y tiene distinto encabezamiento.36 3° La Carta del cabildo, descubierta hacia 1777 en la entonces Biblioteca Imperial de Viena, gracias a las indagaciones del historiador escocés William Robertson,37 forma parte de un manuscrito del siglo XVI que contiene copias de las cinco Cartas de relación de Cortés. En dicho manuscrito, la hoy llamada Carta del cabildo lleva añadido el título de Primera
relación. La supuesta primera Carta de relación, diferente de la Carta del cabildo, nunca ha sido encontrada.38 A partir de estos datos, algunos investigadores se han inclinado por afirmar la existencia de la carta perdida y otros por negarla. Entre los primeros, Henry R. Wagner39 supone que López de Gómara tenía copia de esta primera Carta de relación y cree haber encontrado un rastro de ella. En un pasaje de la Historia de la Orden de San Jerónimo, de fray José de Sigüenza, cuya tercera parte se publicó en Madrid, 1605, refiriéndose a la preparación que hacía Cortés en Cuba de su expedición a México, se dice que éste “compró dos naos, seis caballos y muchos vestidos”;40 y Wagner señala que en López de Gómara41 se encuentra la misma mención de naos, caballos y vestidos que en Sigüenza. De tan débil indicio concluye la existencia de la primera carta, y deduce que tanto López de Gómara como el padre Sigüenza tenían copias de ella, ¿y por qué no suponer sencillamente que Sigüenza, que escribió cerca de 1605, tomó ese dato de la Conquista de México, de López de Gómara, que se había impreso desde 1552? En cuanto a este último, él pudo recibir la información de naos, caballos y vestidos verbalmente del propio Cortés, información que, por otra parte, ya aparece en la Probanza que a nombre de Cortés hizo Juan Ochoa de Lejalde en 1520.42 Caillet-Bois también se inclina a favor: “No puede dudarse —escribe— de la existencia de esta carta primera”,43 porque su evidencia se encuentra en las precisas informaciones que sobre dicha carta dan López de Gómara y Bernal Díaz. En cambio, otros dos investigadores ponen en duda su existencia. José Valero Silva argumenta: lo importante estaba dicho ya en la Carta del cabildo; sólo le faltaban a Cortés dos cosas por decir: razonar su alzamiento contra Velázquez y explicar lo del quinto del botín que el conquistador se reservaba, después de separar el quinto real, las cuales era preferible dejar en silencio, ya que las explicaciones lo perjudicarían.44 J. H. Elliott también se inclina por esta suposición y llega a afirmar que Cortés nunca escribió la supuesta primera Carta de relación, “porque se hubiera visto envuelto en explicaciones personales que no podía dar”.45 Me parece que estas razones sobre la no existencia de la primera Carta de relación son válidas. A favor de su posible existencia y pérdida, podría considerarse la ausencia, en la Carta del cabildo, de muchos acontecimientos, mayores y menores, como los que se han expuesto en el capítulo anterior, narrados por otros cronistas. Sin embargo, me parece que la mayor evidencia de que lo único que se escribió y llegó a la Corte fue la Carta del cabildo, se encuentra en el hecho de que en el único manuscrito antiguo conocido, que colecciona las Cartas de relación de Cortés para la Corona española, aparece, en el lugar y con el título de Primera relación, la hoy llamada Carta del cabildo. ¿Por qué? Porque era la única existente. Recuérdese, además, lo que dice el preámbulo del manuscrito vienés, hacia 1527 o 1528: “en este libro están agregadas y juntas todas o la mayor parte de las escrituras y relaciones de lo que al señor don Hernando Cortés… ha sucedido en la conquista de aquellas tierras”.
1
Bernal Díaz, cap. LIII.— En el Interrogatorio general presentado por Hernando Cortés para el examen de los testigos de su descargo, de ca. 1534 (en Documentos, sección IV, Residencia), en la pregunta 37, dice Cortés que este barco era suyo y que lo había dejado en Cuba “dando carena”, y que “trujo setenta e tantos hombres, e siete o nueve caballos e yeguas”. 2 Ricard Konetzke, “Hernán Cortés como poblador de Nueva España”, Estudios cortesianos, Revista de lndias, enero-
junio de 1948, año IX, núms. 31-32, p. 349.— Las Casas, Historia de las Indias, lib. III, cap. cxxiv, reproduce lo substancial de este documento.— Texto completo en Milagros del Vas Mingo, Las capitulaciones de Indias en el Siglo XVI, Ediciones de Cultura Hispánica, Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid, 1986, doc. 10. 3 Cervantes de Salazar, Crónica de Nueva España, lib. III, cap. IX. 4 Instrucciones de Cortés a los procuradores …, Veracruz, julio de 1519: en Docimentos, sección 1. 5 Bernal Díaz, cap. LV. 6
Carta de Benito Martin, capellán de Diego Velázquez, al rey, acusando a Hernán Cortés...,[Sevilla, octubre/noviembre de 1519]: en Documentos, sección 1.— Don Martín Cortés dirigió un Memorial al Consejo de Indias, en marzo de 1520, exponiendo los hechos y pidiendo la devolución del oro remitido, que era para enviar a Cortés “bastimentos y provisiones y armas y pólvora y ornamentos para la iglesia”: en Documentos, sección 1.— Herrera, década 11ª, lib. V, cap. XIV.— Declaraciones de Hernández Portocarrero y Montejo, en Documentos, sección I. 7 Anotación de Juan Bautista Muñoz en el Manual del tesorero de la Casa de la Contratación de Sevilla: Colección de
Documentos para la Historia de España, t. 1, p. 461. El documento añade que los indios “fueron vestidos ricamente” y se enviaron a Su Majestad en Tordesillas. “Salieron de Sevilla en 7 de febrero de 1520, y en ida, estada y vuelta, que fue el 22 de marzo, se gastaron 45 días. Uno de los indios no fue a la Corte porque enfermó en Córdoba y se volvió a Sevilla muy bien asistido hasta 28 de marzo de 1521, día en que partieron en la nao de Ambrosio Sánchez, enderezados a Diego Velázquez en Cuba, para que dellos hiciese lo que fuese servido de Su Majestad”. Cita de Manuel Orozco y Berra, Historia antigua y de la conquista de México, Conquista, lib. 1, cap. VI, n. 19. 8 López de Gómara, cap. XXXIX. 9 Bernal Díaz, cap. XXXIX.- Además de este inventario que llevaban los procuradores, existen dos listas más, con variantes,
del envío al rey Carlos: en López de Gómara, cap. XXXIX, y en Herrera, década 11ª, lib. V, cap. V. 10 Zelia Nuttall, Codex Nuttall, Facsimile of an Ancient Mexican Codex con introd. y notas, Cambridge, Massachusetts,
1902. 11 J. Eric S. Thompson, “Information on Colonial Sources on Maya Writing”, A Commentary on the Dresden Codex, A
Maya Hieroglyphic Book, American Philosophical Society, Filadelfia, 1972, pp. 3-5. 12 Bernal Díaz, cap. XLIV.— También los describe López de Gómara, cap. XXXIX, de manera semejante; “Pusieron
también con estas cosas algunos libros de figuras por letras, que usan los mexicanos, cogidos como paños, escritos de todas partes. Unos eran de algodón y engrudo, y otros de hojas de metl, que sirven de papel, cosa harto de ver. Pero como no los entendieron no los estimaron”. 13 Pedro Mártir de Anglería publicó inicialmente, en latín, un Epítome acerca de “las islas recién descubiertas bajo el reino
de don Carlos”, en Basilea, 1521, donde aparecieron estas noticias. El Epítome pasó a ser más tarde la “Cuarta década” de su Novus Orbis o De Orbe Novo, cuya primera edición completa, con las ocho décadas, es de Alcalá de Henares, 1530. Sigo la traducción de Agustín Millares Carlo, Décadas del Nuevo Mundo, José Porrúa e Hijos, Sucs., México, 1964, 2 vols., Cuarta Década, lib. VIII, t. 1, pp. 425-426. 14 Pedro Mártir, op. cit., lib. IX, t. 1, pp. 429-431. 15 Alberto Durero, “Tagebuch der Reise in die Niederlande. Anno 1520”: Ulrich Peters, Albrecht Dürer in seinen Brifen
und Tagebüchern, Fráncfort del Meno, 1925, pp. 24-25.— William Martin Conway, ed. y trad. al inglés, Lierary Remains of Albrecht Dürer, Cambridge University Press, Cambridge, 1889, p. 101.— Miguel León-Portilla, Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, Fondo de Cultura Económica, México, 1961, p. 155. 16 Die Mexikanischen Sammlungen des Museums für Volkerkunde, Wien, 1965, pp. 3 y 4 y láms. 1-3. 17 Bernal Díaz, cap. LIII. 18 López de Gómara, cap. XXXIX. 19 Ibid., cap. XL.— Las Casas, lib. III, cap. CXXIII, dice que fueron 3 000 castellanos para los gastos y 3 000 para don
Martín Cortés. 20 López de Gómara, ibid.
21
Escritura convenida entre el regimiento de la Villa Rica de la Vera Cruz y Hernando Cortés sobre la defensa de sus habitantes y distribución de los rescates que hubieren, del 5 de agosto de 1519: en sección 1 de Documentos. 22 Una muestra de estas censuras es el Memorial de Luis de Cárdenas contra Cortés, del 15 de julio de 1528: en sección
V de Documentos. 23
Bernal Díaz, cap. LIV.
24
Victor Frankl, “Hernán Cortés y la tradición de Las Siete Partidas”, Revista de Historia de América, México, juniodiciembre de 1962, núms. 53-54, pp. 9-74. 25 Las citas de Las siete partidas, del rey Alfonso el Sabio, proceden de la edición de la Real Academia de la Historia,
Madrid, 1809, 3 vols. 26 Frankl, pp. 13-14. 27 Konetzke, “Hernán Cortés como poblador”, op. cit., pp. 345-347. 28 Cervantes de Salazar, Crónica, lib. II, cap. X. 29 Silvio Zavala, “La doctrina de la guerra justa”, Ensayos sobre la colonización española en América (1944), 3ª ed.,
Editorial Porrúa, México, 1978, pp. 60-61. 30 Zavala, op. cit., p. 61. 31 Frankl, op. cit., p. 58. 32 Ibid., p. 73. 33 Manuel Giménez Fernández, “Hernán Cortés y su revolución comunera en la Nueva España”, Anuario de Estudios
Americanos, Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, 1948, t.V, p. 84. 34 López de Gómara, cap. XL. 35 Bernal Díaz, cap. LIII. 36 Hasta aquí, sigo en lo principal el resumen de Julio Caillet-Bois, en “La primera Carta de Relación de Cortés”, Revista de
Filología Hispánica, Buenos Aires, 1941, t. III, p. 54. 37 William Robertson, “Préface”, L’Histoire de l ‘Amérique, trad. al francés, Panckoucke, París, 1778, t. I, pp. XII-XIV.—
La primera edición es de Londres, 1777.- Gracias a la indagación de Robertson se descubrió no sólo esta Carla del Cabildo, sino también la quinta Carta de relación, hasta entonces desconocida. 38 Varios historiadores han repetido la suposición de Federico Gómez de Orozco de que la primera Carta de relación,
perdida, pudiera encontrarse en el archivo de Francisco de los Cobos, el poderoso secretario de Carlos V, que forma parte del Archivo Ducal de Medinaceli y se guarda en la llamada Casa de Pilatos, de Sevilla. En junio de 1985 visité dicho archivo, guiado por su director, Antonio Sánchez González. La sección del archivo de De los Cobos cuenta con 239 legajos con alrededor de 800 documentos, sin clasificar. Por el muestreo realizado, pudo observarse que los legajos, contienen principalmente títulos de propiedad, ventas y donaciones, testamentos, ejecutorias, cédulas y bulas relacionados con los señoríos y mayorazgos de la familia. No parece haber documentos ajenos. Sín embargo, mientras no se revise e investigue debidamente la totalidad de esta sección del Archivo Ducal de Medinaceli, no podrá asegurarse que entre estos papeles se encuentra o no la carta de Cortés buscada u otros documentos cortesianos. 39 Henry R. Wagner, “The Lost First Letter of Cortés”, Hispanic American Historical Review, noviembre 1941, t. XXI, 4,
pp. 669-672.— Véase también Rafael Heliodoro Valle, “Las Cartas de Cortés”, Historia Mexicana, El Colegio de México, abril-junio de 1953, 8, vol. II, núm. 4, pp. 549-563, buen resumen de estos problemas. 40 Fray José de Sigüenza, Historia de la Orden de San Jerónimo, Nueva Biblioteca de Autores Españoles, t. XII, vol. II,
p. 110. 41 López de Gómara, cap. VII. 42 Probanza hecha en la villa de Segura de la Frontera, por Juan Ochoa de Lejalde, a nombre de Hernán Cortés,
sobre quién hizo los gastos de la expedición a México, del 4 de octubre de 1520: en Documentos. sección I. 43 Caillet-Bois, op. cit., p. 50. 44
José Valero Silva, El legalismo de Hernán Cortés como instrumento de su conquista, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1963, pp. 31-35. 45 J. H. Elliott, “Cortés, Velázquez and Charles V”, Introducción a: Hernán Cortés, Letters from México, traducido y editado
por A. R. Pagden, An Orion Press Book, Grossman Publishers, Nueva York, 1971, p. XX.
VIII. DE LA COSTA AL ALTIPLANO Se necesita, pues, ser zorro para conocer las trampas, y león para asustar a los lobos. Los que sólo imitan al león, no comprenden bien sus intereses. Cuando invade un extranjero poderoso una comarca, lo ordinario es que se pongan de parte del invasor los Estados menos fuertes, por envidia al que antes dominaba, y sin gastos ni esfuerzos el extranjero conserva la adhesión de estos pequeños Estados que de buen grado forman un bloque con el conquistado. NICOLÁS MAQUIAVELO ¿Quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el cortesísimo Cortés en el Nuevo Mundo? MIGUEL DE CERVANTES Caballos, no los había, carneros, vacas, lechones ni aceite, ni pan, ni vino, solo mameyes y elotes. MATEO ROSAS DE OQUENDO
CONTENIDO GENERAL DE LA SEGUNDA CARTA La segunda Carta de relación, firmada en Segura de la Frontera (Tepeaca) el 30 de octubre de 1520, culmina con la revelación de la excepcional civilización que existía en MéxicoTenochtitlán y sólo puede compararse en interés con los diarios y cartas en que Colón describía el mundo que iba descubriendo. Ambos documentos debieron producir asombro y curiosidad semejantes. Pero mientras que en los relatos de Colón domina una naturaleza nueva y pródiga y la inocencia de los aborígenes, el de Cortés refiere el principio de una azarosa conquista y el esplendor de un imperio extenso, complejo y poderoso. Los múltiples acontecimientos que relata esta segunda carta cubren un periodo de cerca de un año y dos meses, de principios de agosto de 1519 al 30 de octubre de 1520, y pueden separarse en tres secciones principales. La primera describe la destrucción de las naves y el lento avance desde Veracruz hasta la entrada a México-Tenochtitlán, venciendo oposiciones y obstáculos. Se extiende de cerca del 6 de agosto de 1519 al 8 de noviembre del mismo año, en un lapso de tres meses. La segunda narra la estancia pacífica de Hernán Cortés y sus soldados en MéxicoTenochtitlán y contiene las descripciones maravilladas de la ciudad y la corte de Motecuhzoma. Concluye con la salida de Cortés hacia la costa cuando recibe noticias de la expedición de Pánfilo de Narváez. Se extiende del 8 de noviembre de 1519 a mayo de 1520, en un lapso de seis meses.
La tercera contiene la derrota de Narváez; el regreso de Cortés a la ciudad de México, en donde encuentra la guerra iniciada entre españoles e indios a causa de la matanza de nobles ordenada por Pedro de Alvarado —a quien no menciona—; la muerte de Motecuhzoma y la nueva decisión indígena de lucha y no de renuncia, hasta la derrota de los españoles en la Noche Triste, el 30 de junio de 1520, y la huida de Cortés y sus huestes hacia tierras tlaxcaltecas, donde se recuperan y preparan el asalto a la ciudad de México. Se extiende de mayo de 1520 al 30 de octubre del mismo año, en un lapso de seis meses.
1. DE VERACRUZ A MÉXICO-TENOCHTITLÁN LA DESTRUCCIÓN DE LAS NAVES Pocos días después de la partida a Castilla de los procuradores Hernández Portocarrero y Montejo, “se me quisieron alzar e írseme de la tierra” [p. 34], dice Cortés, cuatro de sus soldados adictos a Velázquez. Añade que confesaron que tenían determinado tomar un bergantín, matar al maestre y volver a Cuba a informar al gobernador. Los rebeldes eran Pedro Escudero, los pilotos Diego Cermeño y Gonzalo de Ungría o Umbría y Alonso Peñate. Cortés se limita a decir: “los castigué conforme a justicia”. Bernal Díaz añade que los denunció Bernardino de Coria, arrepentido, que Escudero y Cermeño fueron ahorcados, que a Gonzalo de Umbría le cortaron los pies —fueron sólo los dedos de los pies, pues seguirá caminando— y al marinero o a los marineros Peñate les dieron doscientos azotes. Cuéntanos también que el clérigo Juan Díaz andaba entre los alzados, pero que a él sólo se le metió harto temor, y que cuando Cortés firmó aquella sentencia, con suspiros y sentimientos dijo: “¡Oh, quién no supiera escribir para no firmar muertes de hombres!”, frase que le hace recordar la “de aquel cruel Nerón en el tiempo que dio muestras de buen emperador”.1 Antes de internarse en el país, Cortés decide dejar una fuerte guarnición en la que él llama aún la Rica Villa de la Vera Cruz. Y para evitar tentaciones como la que acababa de ocurrir, ya que muchos de sus soldados son criados y amigos de Diego Velázquez, y tienen temor de aventurarse en tierra tan grande y poblada, decide inutilizar sus navíos. Cortés sólo escribe: So color que los dichos navíos no estaban para navegar, los eché a la costa por donde todos perdieron la esperanza de salir de la tierra [p.35].
Será López de Gómara quien, probablemente apoyado en conversaciones con Cortés, precisará los detalles y exaltará la hazaña que luego celebrarán los poetas: el encargo secreto a los maestres para que barrenasen los navíos diciendo que ya no servían para navegar, el desmantelamiento de todo lo útil que contenían, y la primera determinación de reservar un navío que al fin también fue “quebrado”.2 Bernal Díaz no está de acuerdo en un punto con la versión de López de Gómara: fueron los soldados amigos de Cortés quienes le propusieron dar “al través” con los navíos, aunque Cortés “lo tenía ya concertado, sino que quiso que saliese de nosotros”.3 La cuestión queda, pues, en lo mismo. Sin embargo, para el soldado
cronista, aquella era una cuestión de honra: “¿de qué condición somos los españoles para no ir adelante y estarnos en partes que no tengamos provecho y guerras?” Y más adelante, para ponderar la importancia de la hazaña, Bernal Díaz dice que los soldados manifestaban a Cortés su solidaridad con la decisión tomada, pues —y aquí otro notable recuerdo clásico— “echada estaba la suerte de la buena ventura, como dijo Julio César sobre el Rubicón”4 La fábula de que Cortés quemó sus naves, en lugar de sólo barrenarlas, apareció desde mediados del siglo XVI. Probablemente se originó, como supuso Federico Gómez de Orozco, en una de las pinturas que ornaban el Túmulo Imperial, levantado en las exequias de Carlos V, en México, 1559, pintura que Francisco Cervantes de Salazar describió diciendo que representaba “los navíos en que [Cortés] pasó, quemados y echados al través”.5 EL INCIDENTE DE FRANCISCO DE GARAY Cuando la expedición iniciaba los preparativos para internarse en la tierra, a principios de agosto de 1519, surge el primero de los muchos intentos que se harán para disputar a Cortés la conquista que emprendía. Refiere el conquistador que, encontrándose en camino de Veracruz a Cempoala, el capitán Juan de Escalante, que estaba al frente del destacamento que cuidaba el puerto, le hizo saber que por la costa andaban cuatro navíos [pp. 35-36]. Eran de Francisco de Garay, teniente gobernador de Jamaica, el cual no venía con ellos. Bajaron a tierra tres de sus hombres, un escribano y dos que serían testigos, e informaron a Escalante que habían descubierto aquella tierra, querían poblar en Nautecall (Nautla) y le pedían que repartiese con ellos la posesión. El dicho Escalante les indicó que hablaría con su capitán en Veracruz. No lo aceptaron y continuaron merodeando. Con astucias, se provocó que bajaran otros hombres de las naves y saltaron cuatro, a los que detuvieron junto con los tres iniciales. Luego, las cuatro naves desaparecieron, aunque Garay repetirá más adelante su intento de compartir la tierra mexicana. Bernal Díaz añade algunas precisiones: fueron seis los soldados tomados e incorporados a la expedición, y da los nombres de tres de ellos: Andrés Núñez, carpintero de ribera; el valenciano maestre Pedro, “el de la arpa”; y del otro “no me acuerdo el nombre”, dice el cronista,6 el cual pudo ser el jumétrico Alonso García Bravo, que trazaría con Cortés la nueva ciudad de México y de quien se sabe que vino con Garay, en éste o en los posteriores intentos de intervención.7 Garay, el gobernador de Jamaica, era un hombre rico que había pasado a las Indias con Cristóbal Colón y emparentado más tarde con Diego Colón. Cuando supo del descubrimiento de Yucatán y de su riqueza, obtuvo permiso de los gobernadores de la isla Española y envió a sus expensas cuatro navíos, a fines de 1518, a cargo de Alonso Álvarez de Pineda, con el objeto de explorar la Florida en busca del estrecho que facilitara la comunicación entre los dos océanos. Sólo encontraron tierras bajas y estériles, ya descubiertas por Juan Ponce de León. Llevaban ocho o nueve meses de viaje recorriendo la costa del Golfo y trataron de asentarse en Nautla, cuando se encontraron con los soldados de Cortés.
Garay intentará dos veces más participar en la conquista de México.8 DE CEMPOALA A TLAXCALA Cancelada la posibilidad de retorno, protegido el puerto de retaguardia y solucionado por el momento el problema de Garay, Cortés y sus soldados emprenden el viaje al interior del país en busca del reino fabuloso de Motecuhzoma. Inicialmente se dirigen a Cempoala para recibir ayuda material y decidir el itinerario más conveniente. Cortés dice que en Veracruz dejó una guarnición de 150 hombres y dos de a caballo —número que parece excesivo y que muestra la preocupación por las posibles interferencias cubanas— y que con él iban 300 peones con quince de a caballo. Los totonacas les dan, según Bernal Díaz, “cuarenta principales y todos hombres de guerra” y doscientos tamemes para cargar la artillería.9 La ruta que les aconsejan y por la que los conducen sus guías es la de cruzar la cadena montañosa oriental por puertos existentes entre las dos grandes cumbres nevadas, el Cofre de Perote y el Pico de Orizaba; y más adelante, pasar por la provincia de Tlaxcala, por ser sus habitantes enemigos de los aztecas. Los demás pueblos que cruzan son de aliados de Motecuhzoma que, cumpliendo instrucciones, los reciben pacíficamente y les dan comida. El 16 de agosto de 1519 salen de Cempoala. En cuatro jornadas van primero a Xalapa y luego a Xicochimalco, hoy Xico (Cortés escribe Sienchimalen y Bernal Díaz Socochima), en las estribaciones de la serranía cuyo ascenso comienzan. Con su inclinación a la sobriedad narrativa, Cortés dice que pasaron el puerto entre las cumbres al que llamaron Nombre de Dios, “el cual es tan agro y alto que no hay en España otro tan dificultoso de pasar”. En cambio, Bernal Díaz recuerda: Y desde aquel pueblo [Tejutla] acabamos de subir todas las sierras, y entramos en el despoblado, donde hacía muy gran frío, y granizó y llovió. Aquella noche tuvimos falta de comida, y venía un viento de la sierra nevada, que estaba a un lado, que nos hacía temblar de frío, porque como habíamos venido de la isla de Cuba y de la Villa Rica, y toda aquella costa era muy calurosa, y entramos en tierra fría, y no teníamos con qué nos abrigar, sino con nuestras armas, sentíamos las heladas, como éramos acostumbrados a diferente temple.10
Después de pasar por otras alquerías en la sierra siguen por despoblados áridos y fríos donde mueren “ciertos indios de la isla Fernandina, que iban mal arropados” [p. 38], dice Cortés. Cruzan otro puerto, “no tan agro como el primero”, al que llaman Puerto de la Leña, por la mucha que allí había cortada y en rimeros. Y al fin inician el descenso a un valle llamado por Cortés Caltanmí, cercano a Xocotla o Zautla, cuyo cacique Olíntletl, “hombre obeso a quien llevaban por los brazos dos de sus parientes y debía sufrir alguna enfermedad nerviosa, pues los españoles le pusieron por apodo el Temblador”, escribe Orozco y Berra,11 los recibe con hospitalidad. Cortés pregunta a Olíntletl si era vasallo de Motecuhzoma y: “me respondió diciendo que quién no era vasallo de Mutezuma, queriendo decir que allí era señor del mundo” [p. 38]. Bernal Díaz añade que, después de la comida, Cortés le preguntó por medio de las lenguas “de las cosas de su señor Montezuma”, y Olíntletl les hizo la primera descripción que escuchaban de la magnificencia de México, de su asiento sobre las aguas, sus casas con
azoteas, sus tres calzadas con aberturas, sus defensas y sus grandes riquezas en oro, plata y chalchihuis. Refiere también el cronista que un soldado, Francisco de Lugo, traía un lebrel de gran cuerpo que ladraba mucho de noche, y que los indios preguntaban si era tigre o león, y les respondieron: “Tráenlo para cuando alguno los enoja, los mate”.12 De Iztacamaxtitlan, el pueblo siguiente, cuenta Cortés que tenía “la mejor fortaleza que hay en la mitad de España, y mejor cercada de muro y barbacanes y cavas “ [p. 39]. El señor del lugar da a los españoles informes sobre la situación de los tlaxcaltecas y su vieja enemistad con los mexicas. Y al señorío de Tlaxcala envía Cortés cuatro mensajeros, de los cempoaltecas que con él iban y que hablaban náhuatl, con una carta ofreciéndoles amistad y un “chapeo vedejudo de Flandes colorado”.13 EN TIERRAS TLAXCALTECAS A la salida de los pueblos del valle de Caltanmí encuentran una gran cerca, “alta como estado y medio… tan ancha como veinte pies” y que “atravesaba todo el valle de la una sierra a la otra” [p. 39]. Informaron a Cortés que era la frontera de la provincia de Tlaxcala. Refiere Lorenzana que de esta cerca quedaban algunos peñascos, entre ellos uno muy grande que llaman la Mitra.14 Los naturales del valle ofrecen a Cortés que, pues iba a ver a su señor Motecuhzoma, ellos lo llevarán por tierras de sus aliados en que será bien recibido, y le piden que no entre a tierras de sus enemigos los tlaxcaltecas. Sin embargo, Cortés prefiere seguir el consejo de los de Cempoala y se interna en Tlaxcala, que lo espera en armas. Cuando habían caminado cuatro leguas tuvieron un primer combate con cuatro o cinco mil indios, que les mataron dos caballos e hirieron a otros y a dos soldados. Los indios se retrajeron, devolvieron a Cortés dos de sus mensajeros y llegaron con ellos enviados de los señores tlaxcaltecas. Éstos echaron la culpa de aquel asalto a comunidades que lo habían hecho sin su licencia, pues ellos querían ser amigos de los españoles.
Batalla con los tlaxcaltecas. Dibujo de Miguel Covarrubias.
Al día siguiente volvieron los otros dos mensajeros de Cortés “llorando, diciendo que los habían atado para los matar y que ellos habían escapado aquella noche”. Pronto apareció un enorme ejército tlaxcalteca, capitaneado por Sientengal, como Cortés llama a Xicoténcatl el mozo. Esta vez Cortés exagera, pues los soldados tlaxcaltecas le parecen 100 000, y en la batalla del día siguiente los calcula en 149 000, “que cubrían toda la tierra” [p. 41]. Bernal Díaz estima que eran 50 000 soldados.15 Para entonces, los españoles habían aumentado sus escasas huestes con cuatrocientos indios de Cempoala y trescientos de Iztacamaxtitlan; y a pesar de la valentía de tlaxcaltecas y otomíes, que combaten juntos, los españoles y sus aliados logran derrotarlos en estas batallas, que ocurren los primeros días de septiembre de 1519. “Bien pareció que Dios fue el que por nosotros peleó” [p. 41], comenta providencialista y convencido Cortés. Los tlaxcaltecas siguen alternando las feroces batallas con ofertas de paz. En uno de estos días, refiere Cortés que llegaron cincuenta tlaxcaltecas diciendo que los enviaban a darles de comer. Curiosean tanto los precarios cuarteles españoles que pronto se sospecha y se prueba que eran espías. Dice Cortés que hizo cortar las manos a los cincuenta y los devolvió con el encargo de que “dijesen a su señor que de noche y de día y cada cuando él viniese, vería quiénes éramos” [p.42].16 En otra de estas estratagemas, refiere Andrés de Tapia que el joven Xicoténcatl envió a Cortés como de costumbre comida, pero esta vez añadió indios, pan y fruta, copal y plumas, con este recado altivo e irónico: Si eres dios de los que comen carne y sangre, cómete estos indios, y traerte hemos más; e si eres dios bueno, ves aquí incienso e plumas; e si eres hombre, ves aquí gallinas; pan e cerezas.17
Cortés le respondió que eran hombres de carne y hueso como ellos, que no mintieran más, que no fueran locos y viniesen de paz. Tlaxcaltecas y otomíes peleaban con notable valentía y destreza: ¡Qué granizo de piedra de los honderos! —recordará Bernal Díaz—. Pues flecheros, todo el suelo hecho parva de varas tostadas de a dos gajos, que pasan cualquier arma y las entrañas adonde no hay defensa; y los de espada y rodela y de otras mayores que espadas, como montantes y lanzas, ¡qué prisa nos daban y con qué braveza se juntaban con nosotros y con qué grandísimos gritos y alaridos! Puesto que nos ayudábamos con tan gran concierto con nuestra artillería y escopetas y ballestas, que les hacíamos harto daño; a los que se nos llegaban con sus espadas y montantes les dábamos buenas estocadas, que les hacíamos apartar, y no se juntaban tanto como la otra vez pasada; los de a caballo estaban tan diestros y hacíanlo tan varonilmente que, después de Dios, que es el que nos guardaba, ellos fueron fortaleza.18
El mismo cronista refiere que era empeño especial de los tlaxcaltecas tomar o matar algún caballo, bestia desconocida para los indios. Y que en una de las primeras batallas, entró Pedro Morón, jinete en “una muy buena yegua y bien revuelta de juego y de carrera”, rompiendo entre los escuadrones indios. Unos le cogieron la lanza a Pedro y le dieron cuchilladas con los montantes, y a la yegua le dieron tal cuchillada “que le cortaron el pescuezo redondo y colgado del pellejo; y allí quedó muerta”. A Morón lograron sacarlo de la refriega, y aun salvaron la silla de la yegua, y el soldado murió dos días más tarde. Y la yegua, que era de Juan Sedeño, que estaba herido y la prestó a Morón, buen jinete, la hicieron pedazos para mostrarlos a los pueblos de Tlaxcala, y “después supimos —cuenta Bernal— que habían ofrecido a sus ídolos las herraduras y el chapeo de Flandes y las dos cartas que les enviamos para que viniesen de paz”.19 Andrés de Tapia registra otra anécdota curiosa. Cuando día tras día tenían encuentros con los tlaxcaltecas y muchos de los españoles estaban heridos y entrapajados, a Cortés le dieron, además, calenturas: e acordó de se purgar, e llevaba cierta masa de píldoras que en la isla de Cuba había hecho; e como no hobiese quién las supiese desatar para las ablandar e hacer las píldoras, partió ciertos pedazos e tragóselos así duros; e otro día, comenzando a purgar, vimos venir mucho número de gente, e él cabalgó e salió a ellos e peleó todo ese día, e a la noche le preguntamos cómo le había ido con la purga, e díjonos que se le había olvidado de que estaba purgado, e purgó otro día como si entonces tomara la purga.20
A propósito de doña Marina, Bernal Díaz hace un gran elogio de la eficacia de su ayuda, de su valentía en los trances difíciles y de su “esfuerzo tan varonil” para mover las gestiones de paz con los tlaxcaltecas, sin atemorizarse por las continuas amenazas. Y añade que, “cuando todos estábamos heridos y dolientes, jamás vimos flaqueza en ella, sino muy mayor esfuerzo que de mujer”.21 LAS VOCES DEL TEMOR Y DE LA PRUDENCIA Los soldados de Cortés que tenían intereses en Cuba se aterrorizaron una vez más por la violencia y desproporción de los combates y manifestaron a Cortés que ya habían perecido 55 de ellos y que los indios eran muchos y bravos guerreros, e intentaron persuadirlo de que volviesen a Veracruz y pidieran auxilio a Velázquez para volverse a Cuba. Los murmuradores,
refiere el conquistador, decían “que había sido Pedro Carbonero que les había metido donde nunca podrían salir… y que si yo era loco… que no lo fueran ellos” [p. 43]. Cortés les repuso con persuasiva serenidad. Él ha corrido los mismos peligros que ellos. Dios los ha guardado hasta ahora y los seguirá guardando. Las historias recogerán la fama de sus hechos, mayores que los de los grandes capitanes romanos. Si volvieran atrás, los totonacas mismos se volverían contra ellos y todos los juzgarían cobardes. Ciertamente, han perdido ya 55 soldados, pero es cosa vista que en las guerras “se gastan hombres y caballos”. En fin, “valía más morir por buenos, como dicen los cantares, que vivir deshonrados”. Con esto, cuenta Bernal Díaz, se apaciguó la inquietud de los temerosos.22 Debieron persuadirlos, sobre todo, los éxitos que iba teniendo Cortés al superar cada obstáculo con decisión y audacia notablemente concertadas. Pero no eran sólo los españoles los atemorizados. Cuenta Tapia que el jefe cempoalteca Teuche, que venía con ellos y era “hombre cuerdo”, aconsejaba también a Cortés que no siguiera adelante: Señor —le dijo—, no te fatigues en pensar pasar adelante de aquí, porque yo siendo mancebo fui a México, y soy experimentado en las guerras, e conozco de vos y de vuestros compañeros que sois hombres y no dioses, e que tenéis hambre y sed y os cansáis como hombres; e hágote saber que pasando de esta provincia hay tanta gente, que pelearán contigo cient mil hombres agora, y muertos o vencidos estos, vernán luego otros tantos, e así podrán remudarse o morir por mucho tiempo de cient mil en cient mil hombres, e tú e los tuyos, ya que seáis invencibles, moriréis de cansados de pelear, e yo no tengo más que decir de que miréis en esto que he dicho, e si determinéis de morir, yo iré con vos.
Cortés le agradeció tan prudente y dramático consejo y le respondió que “con todo aquello quería pasar adelante, porque sabíe que Dios que hizo el cielo y la tierra les ayudaríe”.23 LA ASTUCIA Y LOS MOTIVOS TLAXCALTECAS El contradictorio proceder de los tlaxcaltecas, de ofrecer amistad y paz y atacar al mismo tiempo a los españoles, culpando a los otomíes de que lo hacían sin autorización o a la audacia juvenil del rebelde Xicoténcatl el joven, actuando en contra de los ancianos “entreguistas”, era en realidad una astucia sabia y bien concertada. El señorío independiente de Tlaxcala estaba dividido en cuatro parcialidades gobernadas por otros tantos señores: Ocotelulco, por Maxixcatzin; Tizatlán, por Xicoténcatl el viejo; Tepetícpac, por Tlehuexolotzin o Temiltotécatl, y Quiahuiztlán por Citlalpopocatzin.24 Los cuatro señores se reunieron a deliberar para decidir la conducta que debían seguir frente al ejército de Cortés, que ya se encontraba dentro de las fronteras de Tlaxcala y el cual les había enviado mensajeros con ofertas de paz. Después de escuchar opiniones conciliadoras unas, agresivas otras, el señor de Tepetícpac propuso: Que le parecía se enviasen embajadores al capitán de aquella nueva gente, que con graciosa respuesta le dijesen que en aquella ciudad sería bien recibido; y que entretanto, pues había gente apercibida, le saliese al camino Xicoténcatl [el joven], con los otomíes, y hiciese experiencia de lo que eran aquellos a quienes llamaban dioses; y si los venciese, Tlaxcala quedaría con perpetua gloria; y si no, se daría la culpa a los otomíes, como bárbaros y atrevidos.25
Tan astuto consejo fue aceptado y así se procedió. Los señores de Tlaxcala enviaban mensajes de bienvenida y comida a Cortés y a sus huestes, y al mismo tiempo el joven capitán Xicoténcatl los combatía encarnizadamente. Pese a la valentía de tlaxcaltecas y otomíes en las grandes batallas de Tecoac y Tecoatzinco, y de intentar combatirlos por la noche, siguiendo el consejo de sus adivinos, no pudieron vencer a la “nueva gente”. Entonces, los señores ancianos se fingieron desobedecidos, y recibieron y pactaron alianza con los vencedores, para lograr con ello un provecho muy importante para Tlaxcala: librarse de la tiranía de los mexicas. El bravo capitán Xicoténcatl el joven, a pesar de su altiva oposición a los invasores, por la que más tarde moriría, recibió órdenes de los señores de presentarse al real de Cortés, acompañado por otros principales, a ofrecer paz y amistad en nombre de Tlaxcala. Reconoció con franqueza “que ya habían probado todas sus fuerzas” contra ellos, y puesto que ni éstas ni sus mañas les aprovechaban, se sometían al vasallaje español. La alianza con los tlaxcaltecas, que a exigencia de Cortés confirmaron luego los cuatro señores viejos, llegará a ser decisiva para la conquista de México. Tal alianza fue firme porque permitía a los tlaxcaltecas librarse de otra sumisión acaso más opresiva. Éstos refirieron a Cortés los rigores a que los sometían los aztecas por no aceptar ser sus vasallos. Como el pequeño señorío estaba enclavado en tierras dominadas por el imperio de Motecuhzoma, los tlaxcaltecas comían sin sal, no vestían ropas de algodón sino de fibras ásperas y carecían de muchas otras cosas, que no se producían en su tierra, a causa de su encierro, además del periódico hostigamiento guerrero. Por el momento, para ellos parecía una solución forzada esta alianza con los extranjeros, que reconocieron más fuertes que sus opresores.
Bautizo de los señores de Tlaxcala. Lienzo de Tlaxcala, 8.
El conquistador supo también aprovechar la coyuntura. Entre el 18 y el 23 de septiembre de 1519,26 los españoles fueron recibidos con fiesta en una de las cabeceras de Tlaxcala,27 probablemente Tizatlán, ciudad que a Cortés le pareció mayor, más fuerte y abastecida que “Granada tenía al tiempo que se ganó” [p. 45]. Los aposentaron con todo regalo. Xicoténcatl el viejo, que era ciego, “con la mano tentaba a Cortés en la cabeza y en las barbas y rostro y se las traía por todo el cuerpo”. El mismo señor ofreció a Cortés un presente, de poco valor pues eran pobres, y le anunció que junto con los otros caciques habían acordado ofrecer a los conquistadores sus hijas “para que sean vuestras mujeres y hagáis generación, porque queremos teneros por hermanos”. Al día siguiente, Xicoténcatl entregó a Cortés a su propia hija, diciéndole: “Malinche, ésta es mi hija, y no ha sido casada, que es doncella, y tomadla para vos”. Junto a ella les ofrecían cuatro muchachas más, “hermosas doncellas y mozas, y para ser indias, eran de buen parecer” —observa condescendiente Bernal Díaz—, cada una con otra india moza para su servicio. Cortés agradeció el obsequio pero pidió que durante cierto tiempo quedaran en sus propias casas. Como en Cempoala, trató de adoctrinar a los tlaxcaltecas y les pidió que renegaran de sus dioses y abandonaran sus sacrificios de hombres. Con comedimiento y firmeza le respondieron que no podían abandonar a sus antiguos dioses y creencias. El padre Olmedo aconsejó a Cortés que no insistiese y que esperase a que tuvieran conocimiento de la nueva fe. Así se hizo. De todas maneras, en un cu se aderezó un altar y el padre Juan Díaz dijo misa y luego bautizó a las indoctrinadas cacicas. A la hija de Xicoténcatl, llamada Tecuiloatzin, se le puso Luisa o María Luisa y Cortés la entregó a Pedro de Alvarado; a la hija o sobrina de
Maxixcatzin, Zicuetzin, se le llamó Elvira —“que era muy hermosa”— y la dio a Juan Velázquez de León, y las otras, llamadas Tottequequetzaltzin, Zacuancózcatl y Huitznahuazihuatzin, fueron para Gonzalo de Sandoval, Cristóbal de Olid y Alonso de Ávila.28 Muñoz Camargo y Alva Ixtlilxóchitl29 consignan, además, el solemne bautizo que entonces o más tarde30 se hizo de los cuatro señores de Tlaxcala. Así lo pinta también la lámina octava del Lienzo de Tlaxcala. Cortés fue el padrino de Xicoténcatl, al que se llamó Vicente; Alvarado lo fue de Maxixcatzin al que se llamó Lorenzo; Sandoval de Citlalpopocatzin, que fue Bartolomé, y Olid de Tehuexolotzin, que fue Gonzalo. En la lámina aparecen los caciques arrodillados. Al fondo del cuadro se ve la imagen de la Virgen que trajo Cortés. El conquistador, complacido y joven, está sentado en una silla española y empuña un crucifijo. Detrás de él está Marina, sonriente, y un soldado. Los otros tres padrinos están a la izquierda. Uno de ellos, acaso Alvarado, lleva un cirio. Delante de los capitanes están tres jóvenes indios, acaso hijos de los bautizados. El regalo de las muchachas y los bautizos no fueron narrados por Cortés. El señorío de Huejotzingo, vecino y aliado de Tlaxcala, también ofreció sumisión y alianza a los españoles. Estas insubordinaciones de sus antiguos vasallos y el acercamiento gradual de los invasores preocuparon mucho a Motecuhzoma. Nuevos enviados suyos llegaron a entregarles otro presente y a ofrecer a Cortés todo el tributo que él fijara con tal de que desistiese de ir a la ciudad de México “porque era muy estéril y falta de todos mantenimientos”, y a prevenirlo contra la falsedad de los tlaxcaltecas. Éstos le decían otro tanto de los aztecas, duchos en traiciones. Cortés recuerda muy a propósito sus latines salmantinos y cita una máxima del Evangelio (San Lucas, 11, 17): Omne regnum in se ipsum divisum desolabitur (“Todo reino dividido contra sí mismo será devastado”), y agrega, descubriendo sus mañas: Con los unos y con los otros maneaba e a cada uno en secreto les agradecía el aviso que me daban, y le daba crédito de más amistad que al otro [p. 47].
INTERMEDIO SOBRE CUESTIONES PERSONALES Los españoles se proveían de comida para los viajes por mar, pero una vez llegados a las costas debían subsistir de los productos de la tierra, los que encontraban y los que les proporcionaban los indígenas. Hernán Cortés no suele detenerse en detalles alimenticios y se limita a decir: “comimos” o a lo más “nos dieron bien de comer”. Bernal Díaz es más explícito y nos informa qué comían, qué era más apetecible y como se iban adaptando, al parecer sin remilgos, a los usos indígenas. En su recorrido por las costas de Yucatán y del Golfo de México debieron comer pescados, aunque no los mencionan especialmente. En Yucatán, una lebrela les ayudó a cazar venados y conejos. Al menos a partir de Tabasco comenzaron a comer tortillas de maíz —el pan mexicano—, tamales y gallinas de la tierra, los guajolotes mexicanos y sus huevos. Y debieron comer además alguna preparación de frijoles, tomates, verduras, cacahuates y frutas del país, y probar el sazón con ajíes o chiles. Comenzaron también a gustar el chocolate, que entonces
llamaban cacao; y en Tlaxcala, donde había extensos magueyales, quizás bebieron pulque, el vino de la tierra. También en Tlaxcala descubrieron los “perrillos que ellos crían”, los ixcuintles, y Bernal Díaz dice que “era harto buen mantenimiento”.31 En los mercados de las ciudades populosas y en las mesas de los señores había, además, faisanes, perdices, codornices, patos, venados, puercos de la tierra, liebres y palomas; y papas, aguacates, zapotes, tunas, chía, capulines (las cerezas de la tierra), guayabas y miel. Motecuhzoma se lavaba las manos antes y después de comer, en su mesa había manteles y servilletas y bajo cada plato caliente había un hornillo. Acompañaba la comida con tortillas recién hechas —como siguen apeteciéndolas los mexicanos—, envueltas en paños finos y guardadas en canastillas de paja, los chiquihuites. Y para finalizar, bebía chocolate, fumaba y reposaba un poco. La comida popular española, pan sazonado con ajo, aceite, algún potaje o carne y vino, debió ser sustituida totalmente durante los años duros de la conquista, en los que nada de su tierra podían recibir. Y nótese que además de grasas los españoles carecían de todo estimulante, que sí tenían los indígenas (pulque, tabaco, hongos), pues les faltaba su vino y aún no aprendían a fumar. Todas las comidas de los antiguos mexicanos requieren elaboración, sobre todo la preparación de las tortillas, tarea tradicionalmente femenina. Las primeras veinte muchachas indias que regalaron a Cortés en Tabasco, entre las que sobresalió Marina, estaban destinadas, como lo apuntó Andrés de Tapia y lo precisó López de Gómara, a “moler y cocer el pan de maíz en que se ocupan mucho tiempo las mujeres”32 —como ya se registró—. Más tarde, en Cempoala, en Iztacamaxtitlan, en Tlaxcala y en Cholula, los españoles recibieron más mujeres. Las parientes del Cacique Gordo de Cempoala y de los señores de Tlaxcala —donde también les entregaron muchachas de servicio— eran “cacicas” que se dieron a Cortés y a sus capitanes para que “tuvieran generación” con ellas y afirmaran sus vínculos. Y cada una de ellas iba acompañada de otra india joven para su servicio. Pero además de estas señoras principales, el ejército de Cortés y los aliados indígenas que lo acompañaban y fueron aumentando debieron llevar mujeres de trabajo, soldaderas, para que les prepararan las diarias tortillas y les guisaran los otros alimentos. Henry R. Wagner se pregunta cuál pudo ser la proporción de las soldaderas nativas que acompañaban estas huestes, y calcula que una mujer podría preparar tortillas al menos para diez hombres.33 Considerando que es alimento básico para todo el día, acaso deba reducirse el cálculo a seis u ocho personas. De cualquier manera, sólo la alimentación básica de los soldados españoles requería el auxilio de entre 40 y 70 mujeres, más las necesarias para los aliados. Y éstas, y las encontradas ocasionalmente, aunque no fuesen bautizadas, debieron atender también los otros apetitos de los soldados. Internábanse éstos en un país desconocido y en una cultura totalmente extraña, sin más que sus armas y sin ninguna organización regular de aprovisionamientos. El vestido habitual de los españoles era entonces camisa, jubón, zaragüelles y caperuza.34 Algunos tendrían, además, una capa y una camisa de repuesto. Todos calzaban alpargatas (entonces decían alpargates), que se gastan pronto, ¿cómo las repondrían o sustituirían? Acaso con huaraches mexicanos. En las imágenes del Lienzo de Tlaxcala los capitanes llevan botas altas. Las armaduras: gorjales (protección para el cuello), antiparas (polainas delanteras), cotas, cascos y celadas, sólo las
tenían en parte los afortunados. Las piezas más frecuentes parecen haber sido los cascos. Pero los españoles adoptaron desde el principio algunas armas defensivas indígenas, como los ichcahuipilli, que llamaron escaupiles: casacas acolchadas de algodón que los protegían de los flechazos; y rodelas, al parecer de cuero de venado. Para los grandes fríos, algunos tenían la suerte de cubrirse con “pellones” indios, especie de edredones de pluma, como el que llevaron los que ascendieron al Popocatépetl en busca de azufre. Pero en general afrontaban fríos, calores y lluvias con unas mismas ropas y armaduras, y en tiempos de peligro estaban obligados a dormir armados. Por necesidad, y al parecer sin mayor violencia, fueron adaptándose a las posibilidades y usos de la tierra: en las Antillas comían pan cazabe de yuca; en México, tortillas, frijoles y chiles, y en Tlaxcala comieron sin sal. Entre las huestes de Cortés iba un “cirujano” llamado mestre Juan, y un boticario y barbero, Murcia, que curaban a los soldados de las malas heridas.35 De otros achaques, se curaban con yerbas indias o con lo que tenían. Cortés como antes se mencionó, llevaba unas pastillas apelmazadas para purgarse. Y con la mayor naturalidad, Bernal Díaz apunta: “y con el unto de un indio gordo de los que allí matamos, que se abrió, se curaron a los heridos”.36 CORTÉS ENVÍA A ALVARADO Y A VÁZQUEZ DE TAPIA A VER A MOTECUHZOMA Al principio de su estancia en Tlaxcala, probablemente desde Teocatzinco, Cortés aprovechó el retorno de mensajeros importantes de Motecuhzoma para que llevaran con ellos a dos de sus mejores capitanes, Pedro de Alvarado y Bernardino Vázquez de Tapia para enviar un presente al señor de México y, sobre todo, para observar la gran ciudad y a su señor. De este viaje, Vázquez de Tapia ha dejado un relato pormenorizado. Aunque ambos tenían caballos, Cortés dispuso que fuesen a pie, “porque si nos matasen no se perdiesen, que se estima un caballero a caballo más de trescientos peones”. Los de Tlaxcala, celosos de aquel viaje que podía amistar a españoles y mexicas, trataron varias veces de matarlos —según Vázquez de Tapia—, y cada vez los libraron los mensajeros que los guiaban. Los llevaron por Cholula, Huaquechula, Tochimilco, Tetela, Tenantepeque, Ocuituco, Jumiltepec, Chimalhuacán, Amecameca y Tezcoco. En esta última ciudad envió Motecuhzoma a recibirlos “siete señores, entre los cuales fue su hijo Chimalpopoca, y un hermano que fue el que comenzó la guerra y otros”, los cuales les dijeron que Motecuhzoma estaba enfermo y “que no podían entrar [a la ciudad] ni verle sin gran peligro nuestro; que nos volviésemos”. “Nos volvimos por el mismo camino. Bien creo yo —concluye Vázquez de Tapia—, vino allí Montezuma a nos ver”.37 A su regreso, aún encontraron a Cortés en Tlaxcala, ya pacificada. Aquel viaje frustrado sirvió a Cortés para tener noticia de las ciudades, de la ruta y de los obstáculos. Cortés no hace mención de este viaje en su segunda Carta de relación, y tampoco lo menciona López de Gómara. Bernal Díaz hace de él un relato algo confuso. Dice que “en aquel tiempo estaba yo muy mal herido, harto tenía que curarme y no lo alcancé a saber por entero”. Según lo que cuenta, Vázquez de Tapia enfermó en el camino de calenturas y quedó en un pueblo. Cortés les escribió disponiendo que volviesen ambos. Agrega que en aquel viaje los
enviados indios hicieron relación a Motecuhzoma cómo eran aquellos capitanes: que a Alvarado, que “era de muy linda gracia, así en el rostro como en la persona” llamaron desde entonces “Tonatío, que quiere decir el sol o el hijo del sol”, y que Vázquez de Tapia “era algo robusto, puesto que tenía buena presencia”.38 Y ya que se habla de apodos, en otra parte de su Historia verdadera cuenta Bernal Díaz el origen del nombre de Malinche que daban a Cortés los índigenas: es que como doña Marina, nuestra lengua, estaba siempre en su compañía… y ella lo declaraba en la lengua mexicana, por esta causa le llamaban a Cortés el capitán de Marina, y para más breve le llamaron Malinche.39
PRIMERAS ASCENSIONES AL POPOCATÉPETL Aún en Tlaxcala, merece recordarse la hazaña de uno de los capitanes de Cortés, que narra el soldado cronista. Refiere que a los españoles los admiraba el volcán Popocatépetl, que entonces echaba mucho fuego. A Diego de Ordaz “tomole codicia de ir a ver qué cosa era”. Cortés lo autorizó y llevó consigo dos soldados y ciertos indios principales de Huejotzingo. Éstos no pasaron adelante del lugar en que tenían cúes a los ídolos del volcán, probablemente en el puerto entre las dos cumbres. Referían después Ordaz y los soldados: que al subir que comenzó el volcán a echar grandes llamaradas de fuego y piedras medio quemadas y livianas, y mucha ceniza, y que temblaba toda aquella sierra y montaña adonde está el volcán, y que estuvieron quedos sin dar más paso adelante hasta de ahí a una hora que sintieron que había pasado aquella llamarada y no echaba tanta ceniza ni humo, y que subieron hasta su boca, que era muy redonda y ancha, y que habría en el anchor un cuarto de legua, y que desde allí se parecía la gran ciudad de México y toda la laguna y todos los pueblos que están en ella poblados.
Añade Bernal Díaz que a todos les admiró mucho aquel relato, acaso del primer hombre que había subido hasta la boca del volcán, y de los primeros extranjeros que habían visto de lejos el esplendor de los lagos y de la ciudad de México y los pueblos del Altiplano. Y refiere, en fin, que Diego de Ordaz, cuando fue a Castilla, demandó al rey que pusiera su hazaña en sus armas, y así se le concedió.40 En la segunda Carta de relación considerada, Cortés se limita a decir que envió a “diez de mis compañeros” —sin mencionar a Ordaz— “a saber el secreto de aquel humo”, que llegaron muy cerca de lo alto “porque no pudieron sufrir la gran frialdad que arriba hacía”, pero que “trajeron mucha nieve y carámbanos para que los viésemos” [p. 53]. Sin noción aún de la influencia climática de las alturas, pero con preciso señalamiento geográfico, se sorprende de estos fríos en tierras que están “en el paralelo de la isla Española, donde continuamente hace muy gran calor”. Y práctico, aunque dice que desde las alturas los viajeros vieron el lago, la ciudad de México y los pueblos, lo importante para él es que los exploradores averiguaron que aquel, entre los dos volcanes, era el mejor camino para llegar a Tenochtitlán. Otras ascensiones al Popocatépetl hubo tras esta primera, completa según Bernal Díaz, parcial según Cortés. Fray Bernardino de Sahagún, mozo y años más tarde, refiere que hizo esta excursión y también al Iztaccíhuatl.41 Existe otro relato poco advertido y muy curioso acerca de la primera subida completa y
provechosa al volcán. Cuenta Cervantes de Salazar que, ya concluida la conquista de la ciudad de México, los españoles carecían de pólvora. Dos Franciscos, Montaño y Mesa, con tres soldados más, se ofrecieron a subir al Popocatépetl para traer azufre. Cortés los autorizó. Como Montaño lo refirió a Cervantes de Salazar, su equipo consistía en cuerdas de cáñamo para el descenso al cráter, sacos forrados de cuero de venado para cargar el azufre —más algún cuchillo para desprenderlo, supónese—, una manta india de pluma “que los indios llamán pellón” para cubrirse por la noche, y ningún abrigo personal ni nada de comer ni de beber. Iniciaron el ascenso desde Amecameca al mediodía. Uno de los soldados cayó en una profunda grieta, lo sacaron malherido y desmayado y medio repuesto lo dejaron en el camino. Los restantes pasaron la noche entre la nieve, cuando apenas habían subido la cuarta parte. Discurrieron hacer un hoyo en la arena para defenderse del frío, pero los asfixiaba el hedor de los vapores de azufre, y al amanecer siguieron su camino. Cuando alcanzaron el borde del cráter, echaron suertes y a Montaño le tocó ser el primero en ser descendido. Luego bajó Mesa y ambos llenaron los sacos de azufre, del que reunieron doce arrobas. Decía Montaño que bajaban “catorce estados dentro del volcán” (algo más de veinte metros) y que: era cosa espantosa volver los ojos hacia abajo, porque aliende la gran profundidad que desvanecía la cabeza, espantaba el fuego y la humareda que con piedras encendidas, de rato en rato aquel fuego infernal despedía.
y que temían, además, que los de arriba se descuidasen o se quebrase la guindaleza o cayeran del balso (lazo en forma de asiento). A la vuelta, recogieron al herido, que anduvo muchos días perturbado por el espanto, y a las cuatro de la tarde llegaron al pie del volcán. Quienes los esperaban los recibieron en triunfo, les dieron de comer y los cargaron en andas. Cuando los recibió Cortés, comenta el narrador que “olvidados, como las que paren, del peligro pasado, le ofrecieron repetir su hazaña y otra mayor”. Luego entraron en razón, al menos Montaño: Díjome Montaño muchas veces —cuenta Cervantes de Salazar—que le parecía que por todo el tesoro del mundo no se pusiera otra vez a subir al volcán y sacar azufre porque hasta aquella primera vez le parecía que Dios le había dado seso y esfuerzo, y que tornar sería tentarle; y así hasta hoy jamás hombre alguno ha intentado hacer otro tanto.42
CHOLULA La antigua Cholollan era un centro religioso importante para los pueblos del Altiplano y una ciudad rica. Estaba dedicada al culto de Quetzalcóatl y tenía la pirámide más alta del antiguo México, con ciento veinte gradas.43 Además de este templo principal, Cortés dice haber contado “cuatrocientas treinta y tantas torres en la dicha ciudad, y todas son mezquitas” [p. 51].44 Las altas y muchas torres y su blancura recordaron a Bernal Díaz a Valladolid.45 Situada en el rico valle poblano, Cholula era una ciudad próspera y densamente poblada. Cortés le calculó veinte mil casas [p. 51], esto es, unos 100 000 habitantes. Y a pesar de que en la comarca no había “ni un palmo de tierra que no esté labrada” y se cultivaba mucho maíz, legumbres, ajíes y magueyales, y se fabricaba buena loza de barro, que se enviaba a provincias cercanas, sorprende al conquistador que en la ciudad había pobres que pedían
limosna por calles, plazas y mercados, “como hacen los pobres en España” [p. 51]. Como Tlaxcala, Cholula era un señorío independiente y también con un gobierno regido por varios señores; pero sus relaciones eran buenas con el imperio de Motecuhzoma, con una especie de alianza militar. Acaso por ello, eran enemigos feroces de sus vecinos de Tlaxcala. Después de permanecer algo más de veinte días en Tlaxcala, los representantes de Motecuhzoma propusieron a Cortés que se trasladara a Cholula. De nuevo, opinaron en contra los tlaxcaltecas previniéndolo contra la emboscada que se les preparaba, ordenada según ellos por el señor de Tenochtitlán. A pesar de la advertencia, Cortés emprende el viaje, el 11 de octubre, ya que ello significaba acercarse un paso más a México-Tenochtitlán. Los de Tlaxcala, que habían abrazado fervientemente su alianza con los españoles, lamentaron su decisión e hicieron que los acompañaran cien mil hombres, para lo que se ofreciese, a los cuales dejarán a dos leguas de la ciudad. Allí pernoctaron, cerca de un arroyo, y a la mañana siguiente fueron a recibir a Cortés y a sus huestes los sacerdotes de Cholula y, con gran acompañamiento, los llevaron a un buen aposento y les dieron de comer. En las negociaciones con los principales con quienes logra hablar, Cortés se servía de sus lenguas, y menciona elusivamente a la Malinche —aunque dice al rey que ya le había hablado de ella en su primera relación—: “una india de esta tierra, que hube en Potonchán” [p. 49]. Gracias a ella y a Aguilar, se enterará de la celada que se prepara contra los españoles. LA DOBLE CELADA Y LA MATANZA DE CHOLULA Averiguaron los aliados de Cempoala que en las calles y caminos se habían hecho trampas disimuladas, que tenían en el fondo agudas estacas para que cayesen los caballos; que algunas calles estaban tapiadas, que en las azoteas se acumulaban piedras y que las mujeres y los niños habían sido evacuados.46 Decíase que en las afueras de la ciudad había un escuadrón de 20 000 o 50 000 soldados de Motecuhzoma,47 lo cual nunca se comprobó. Interrogados los sacerdotes cholultecas que detuvo Cortés, uno declaró, según Bernal Díaz, que el señor de México mudaba cada día sus instrucciones, pero que las últimas eran que, como Tezcatlipoca y Huitzolopochtle se lo habían aconsejado, que en Cholula matasen o llevasen atados a México a los españoles para sacrificarlos allá, y que se reservasen veinte de ellos para ofrecerlos a los ídolos de Cholula.48 Una cholulteca vieja, a la que gustó doña Marina, “moza, de buen parecer y rica”, como posible nuera, vino a aconsejarle que se fuera con ella si quería escapar con vida, y que la casaría con su hijo, capitán de su parcialidad. Marina agradeció la oferta, que fingió aceptar, pidió tiempo para recoger sus bienes e informó a Cortés, quien confirmó luego lo del concierto para acabar con los españoles al interrogar a otros indios que retenía [pp. 49-50] …49
Matanza de Cholula, Lienzo de Tlaxcala, 9.
Ante estos siniestros augurios, y después de escuchar las opiniones de sus capitanes y soldados, dice Cortés que decidió “prevenir antes de ser prevenido” [p. 50]. El martes 18 de octubre fue la fecha fijada para emprender la salida. Para que lo auxiliaran en el transporte de su fardaje y en el camino, Cortés había solicitado a los cholultecas “dos mil hombres de guerra”.50 Llegaron muchos más que los solicitados y los hicieron entrar en unos patios. Con el pretexto de despedirse, hizo llamar a los señores principales, les echó en cara la emboscada que le preparaban, los hizo atar y les anunció que morirían por ello. A los mensajeros de Motecuhzoma los hizo testigos del castigo que preparaba. En fin, previno a los tlaxcaltecas y cempoaltecas que esperaban fuera de la ciudad de que, al oír un escopetazo, entraran por las calles para atacar a las tropas cholultecas. Los soldados españoles se posesionaron de las puertas de los patios en que se apiñaban los tamemes-guerreros. Imposibilitados para resistir, todos fueron muertos. Cortés hizo matar, además, a “los más de aquellos señores” que tenía atados, y los tlaxcaltecas y cempoaltecas arrasaron las defensas de los de Cholula e “iban por la ciudad robando e cautivando, que no les podíamos detener”. Algunos sacerdotes y nobles se refugiaron en lo alto del teocalli principal, sólo uno aceptó rendirse y los demás perecieron en el fuego que se puso a los templos.51 “Dímosles tal mano, que en pocas horas murieron más de tres mil hombres” [p. 50], es el comentario insensible de Cortés. Y semejante el de Bernal Díaz: “Se les dio una mano que se les acordará para siempre, porque matamos muchos de ellos”. Andrés de Tapia se limita a
contar lo ocurrido. LOS CENSORES DE LA MATANZA Bernardino Vázquez de Tapia, también testigo de los hechos y para entonces enemigo de Cortés, en su declaración en el juicio de residencia al conquistador, que se inició en 1529,52 puso en duda lo del alzamiento de los indios “para matar los cristianos” pues él vio “como los habían recibido bien y dádoles de comer con buena voluntad”, y añadió que, además de los 4 000 o 5 000 muertos en los patios de la mezquita mayor, se mató también en sus casas a muchos señores y a los refugiados en los templos, así como a cuantos se encontraron en las calles y cree que, en total, “entre muertos e cativos fueron más de veinte mil personas”. El testimonio de los Informantes Indígenas de Sahagún dice que los cholultecas reunidos en el patio del gran cu de Quetzalcóatl: no llevaron armas ofensivas ni defensivas, sino fuéronse desarmados pensando que no se haría lo que se hizo: de esta manera murieron de mala muerte.53
Fray Bartolomé de las Casas, Brevísima relación, Sevilla, 1552.
En la Relación geográfica de Cholula, redactada en 1581 por el corregidor Gabriel de Rojas, éste dice que los indios negaban que hubiese habido traición contra los españoles, y que lo único que ocurrió fue que “por no haberle acudido con la comida necesaria”, Cortés ordenó “aquella mortandad”.54
El juicio más violento acerca de esta matanza lo hizo fray Bartolomé de las Casas, malqueriente constante de Cortés. Ésta de Cholula es la primera de las atrocidades cometidas en la Nueva España que refiere en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Para él no hubo celada de los cholultecas sino sólo acuerdo de “los españoles de hacer allí una matanza o castigo (como ellos dicen) para poner o sembrar su temor e braveza en todos los rincones de aquellas tierras”. Los 5 000 o 6 000 indios solicitados para que llevaran las cargas llegaron desnudos, “en cueros, solamente cubiertas sus vergüenzas e con unas redecillas en el hombro con su pobre comida”; y allí los españoles los mataron a espada y a lanzadas sin que ninguno pudiera escapar. “A todos los señores, que eran más de ciento y que tenían atados, mandó el capitán sacar y quemar vivos en palos hincados en la tierra”. Quienes se refugiaron en lo alto del templo grande murieron quemados por el fuego que allí se puso. Y concluye Las Casas diciendo que “el capitán de los españoles”, mientras se estaban “metiendo a espada los cinco o seis mil hombres en el patio”, estaba cantanto: Mira Nero de Tarpeya a Roma cómo se ardía; gritos dan niños y viejos y él de nada se dolía.55
Bernal Díaz del Castillo leyó la Brevísima relación del obispo de Chiapas y reaccionó airadamente y con buenos argumentos contra aquella grave acusación. Las Casas, escribe Bernal Díaz: Afirma que sin causa ninguna, sino por nuestro pasatiempo, y porque se nos antojó, se hizo aquel castigo… siendo todo al revés, perdóneme su señoría que lo diga tan claro, que no pasó como lo escribe.
Refiere luego que, después de ganado México, el rey encargó a los franciscanos que fueran a Cholula: para saber e inquirir cómo y de qué manera pasó aquel castigo, y por qué causa; y la pesquisa que hicieron fue con los mismos papas y viejos de aquella ciudad, y después de bien informados de ellos mismos, hallaron ser ni más ni menos que en esta relación escribo, y no como lo dice el obispo.
Y en fin, cuenta que oyó decir a fray Toribio Motolinía: que si se pudiera excusar aquel castigo y ellos no dieran causa a que se hiciese, que mejor fuera; mas ya que se hizo, que fue bueno para que todos los indios de las provincias de la Nueva España viesen y conociesen que aquellos ídolos y todos los demás son malos y mentirosos.56
Que hubo conspiración de los cholultecas, parece evidente y natural; y lo es también que los asesinados en el patio eran guerreros, que acaso se presentaron desarmados para recibir sus armas después, y no simples tamemes. Bernal Díaz dice que se solicitaron “dos mil hombres de guerra” y Andrés de Tapia confirma: Y otro día de mañana sin se lo rogar vino mucha gente con armas de las que ellos usan e segund pareció estos eran los más valientes que entre ellos habíe, e decían que eran esclavos e hombres de carga.57
Incluso el cacique principal de Cholula estaba entre ellos, como se averiguó cuando fue necesario nombrar a uno nuevo, que lo fue un hermano del perecido.58 Pero aunque fuese celada contra celada, se hizo contra hombres imposibilitados para defenderse o aun —los señores presos y los sacerdotes que se refugiaron en el teocalli— inermes. Fue una matanza innoble, cuyo horrible modelo se repetirá en la del Templo Mayor. La noticia de estos sucesos propagó el terror entre los pueblos del México antiguo. DE CHOLULA A LA ENTRADA DE LA CIUDAD DE MÉXICO Con los mensajeros de Motecuhzoma, que habían sido testigos del aniquilamiento de los cholultecas, Cortés mandó decir al señor de México que, a pesar de sus ofertas de paz y amistad, le mentía y había intentado ofenderlo por manos ajenas; y que por ello, mudaba sus propósitos pacíficos y que entraría a México con guerra “haciéndole todo el daño que pudiese como enemigo” [p. 51] Uno de los mensajeros mexicas que fue a llevar la amenaza volvió seis días más tarde con nuevo presente: “diez platos de oro y mucha provisión de gallinas y pan y cacao, que es cierto brevaje que ellos beben” [p. 52], dice Cortés (primera aparición del chocolate, la bebida de los señores mexicas). Motecuhzoma, además, le transmitía explicaciones confusas respecto a sus tropas, que se decía merodeaban por los alrededores de Cholula, diciendo que él no las había enviado e insistiendo en que no fueran los españoles a México, tierra estéril y sin mantenimientos. Los españoles permanecieron en Cholula, ya pacificada, los días restantes del mes de octubre. Cortés puso nuevo señor, hizo que se amistaran los de Cholula y los de Tlaxcala y, por consejo del prudente padre Olmedo, no les destruyó sus ídolos, sino que se limitó a amonestarlos y a dejarles una cruz en un teocalli limpio. Frente a Cholula se alzaban “altas y muy maravillosas”, dice el conquistador, las cumbres del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl, que separaban a las huestes españolas del valle de México. Cuando Cortés decide emprender el camino hacia la gran ciudad, los tlaxcaltecas, previniéndolo de nuevo contra la falsía de los mexicas, le ofrecen comida y 10 000 guerreros; sólo acepta 1 000 para transportar los tepúzquez, como llamaban a los cañones. Los aliados de Cempoala renuncian al viaje a la ciudad de México por temor de ser muertos. El conquistador acepta que vuelvan a su tierra, les regala mantas ricas, envía presentes al Cacique Gordo y a su sobrino Cuesco y escribe a Juan de Escalante, que había quedado como capitán en Veracruz, contándole lo ocurrido y encargándole protegiese a los fieles cempoaltecas.59
Dibujo de Miguel Covarrubias
El 1° de noviembre de 1519, Cortés y sus soldados salen de Cholula para cruzar la cordillera. Los enviados de Motecuhzoma que lo acompañan tratan de persuadirlo de que siga un camino, probablemente bordeando por el sur las laderas del Popocatépetl. En este camino, pasando por Tlalmanalco, se habían dispuesto trampas para hacerlos perecer.60 Gracias a la excursión de Diego de Ordaz al Popocatépetl, sabía que el mejor camino, más corto aunque más fatigoso, era el de subir al “puerto entre las dos sierras”, que luego se llamará Paso de Cortés. La ruta que siguieron los llevó por Calpan y aldeas cercanas a Huejotzingo, de donde ascendieron y cruzaron el puerto; al descenso, llegaron a la provincia de Chalco, donde les ofrecieron alojamiento suficiente para los españoles y los 4 000 indígenas aliados que los acompañaban. De Chalco pasaron a Amecameca y a los pueblos entonces ribereños de los lagos: Ayotzinco, Míxquic e Iztapalapa, de la cual Cortés pondera la belleza de sus casas. Los enviados de Motecuhzoma siguen llegando con ricos presentes, contradictorias protestaciones de la pobreza de alimentos de su ciudad e intentos, imaginarios o reales, de nuevas celadas. Pero Cortés y sus huestes están ya a la entrada de México-Tenochtitlán. CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA 1519
… de julio 16 de agosto 18 de agosto 20 de agosto 28/30 de agosto l/10 de septiembre 18/23 de septiembre 11 de octubre 12 de octubre 16/18 de octubre 1° de noviembre 3 de noviembre 8 de noviembre
Destrucción de las naves. Salida de Cempoala hacia el interior de México. Jalapa. Cruce de la montaña: Tejutla, Puerto de Nombre de Dios, Ceyconacan, Xocotlan, Caltanmi, Zautla. Ixtacamaxtitlan. Combates con los tlaxcaltecas. Llegada a la cabecera de Tlaxcala. Diego de Ordaz asciende al Popocatépetl. Intento de viaje a la ciudad de México de Alvarado y Vázquez de Tapia. Sólo llegan a Tezcoco. Salida de Tlaxcala. Llegada a Cholula. Matanza de Cholula. Salida de Cholula. Paso por Amecameca. Llegada a la ciudad de México.
1
Bernal Díaz, caps. LVII y CCV.— El recuerdo del dicho de Nerón procede de Suetonio, Nerón, 10, como lo señala Orozco y Berra. 2 López de Gómara, cap. XLII. 3 Bernal Díaz, cap. LVIII. 4 Bernal Díaz, cap. LIX.— El Rubicón es un pequeño río que, en la época romana, separaba Italia de la Galia Cisalpina. La
frase de César —según Suetonio, César, 32—, cuando se decidió a cruzarlo fue Iacta alea est o Alea iacta est: “La suerte está echada”. Sin embargo, César, en su Guerra de las Galias, no menciona el río ni la frase. 5 La 1a ed. del Túmulo Imperial, de Cervantes de Salazar, es de Antonio de Espinosa, México, 1560. La reprodujo García
Icazbalceta en su Bibliografía mexicana del siglo XVI, México, 1886, pp. 98-121. Hay edición de Edmundo O’Gorman, Colección “Sepan cuantos…”, 25. Porrúa, México, 1963.— La frase de Cervantes de Salazar en p. 192.— La suposición de Gómez de Orozco en su prólogo a la edición del Túmulo, de Alcancía, México, 1939, pp. XI-XII.— También Juan Suárez de Peralta, quien escribe hacia 1589 sus Noticias históricas de Nueva España, se refiere y aun da detalles de la quema de las naves, cap. IX. 6 Bernal Díaz, cap. LX. 7 Manuel Toussaint, Información de méritos y servicios de Alonso García Bravo, alarife que trazó la ciudad de
México, Imprenta Universitaria, México, 1956, p. 10. 8 Martín Fernández de Navarrete, “Viajes menores”, 60 (Noticia de las expediciones de Francisco de Garay y real cédula en
Apéndice núm. XLV), Colección de los viajes y descubrimientos, ed. BAE, I. II, pp. 48-51 y 98-102. 9 Bernal Díaz, cap. LXI.— López de Gómara dice que fueron mil tamemes y “un mil trescientos indios entre todos”, cap.
XLIII. 10 Bernal Díaz, ibid. 11
Historia antigua, Conquista, lib. I, cap. IX. No encuentro las fuentes antiguas de estos datos.
12 Bernal Díaz, ibid. 13 Bernal Díaz, cap. XLII. 14 Francisco Antonio Lorenzana, “Viage de Hernán Cortés desde la antigua Veracruz a México, para la inteligencia de los
pueblos que expresa en sus Cartas y se ponen en el mapa”, Historia de Nueva-España, escrita por su esclarecido conquistador Hernán Cortés, aumentada con otros documentos y notas, En México, en la Imprenta del Supremo Gobierno, del Br. Joseph Antonio de Hogal, 1770, p. VII.— Este “Viage”, de hecho el primer Itinerario de Cortés, es muy ilustrativo para la aclaración de la toponimia y de pormenores acerca de los lugares. 15 Bernal Díaz, cap. LXIV. 16 Bernal Díaz de nuevo baja las cifras de Cortés. Dice, cap. LXX, que a 17 de los espías cortó las manos o los dedos
pulgares.— Francisco de Aguilar, en su Relación breve, Tercera jornada, dice que “les mandó cortar las narices y las orejas y atóselas al cuello”. 17 Ésta, de Andrés de Tapia (ed. BEU, p. 66), es la versión más antigua, al parecer. La refieren también, con variantes,
Bernal Díaz, cap. LXX, y López de Gómara, cap. XLVII. 18 Bernal Díaz, cap. LXV. 19 Bernal Díaz, cap. LXIII. 20 Tapia, Relación, p. 64.— La recoge también López de Gómara, cap. XLIX, y dice que sufría de cuartanas, es decir, de
paludismo. 21 Bernal Díaz, cap. LXVI. 22 Bernal Díaz, cap. LXIX.
La mención que hace Cortés, en 1520, de Pedro Carbonero, que repiten y matizan López de Gómara, en el cap. LI, y Bernal Díaz en el LXIX, del jefe de banda que embarca a sus soldados en una empresa imposible, es la huella más antigua conocida de una leyenda popular española que recogerá, a principios del siglo XVII, Lope de Vega en su comedia Pedro Carbonero, haciéndolo un guerrillero generoso y enamorado que lucha contra los moros. La relación entre la tradición, la alusión de Cortés y la comedia de Lope la precisó Marel Bataillon en sus estudios “Pedro Carbonero con su cuadrilla… Lope de Vega ante una tradición” y “Más sobre Pedro Carbonero”, Varia lección de clásicos españoles, Gredos, Madrid, 1964, pp. 314-317 y 325328. 23 Tapia, pp. 67-68.
24
Diego Muñoz Camargo, Historia de Tlaxcala (ca.1590), ed. de Alfredo Chavero, México, Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento, 1892, lib. II, cap. III.— Un buen panorama de la historia prehispánica y durante el siglo XVl de Tlaxcala es Charles Gibson, Tlaxcala in the Sixteenth Century, Yale University Press, New Haven, 1952. 25
Antonio de Herrera, Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano, década IIª, lib. VI, cap. III.— El primer historiador que advirtió este importante pasaje de Herrera fue Orozco y Berra, Historia antigua, Conquista, lib. 1, cap. IX.— Muñoz Camargo no menciona esta estrategia. 26 López de Gómara. cap. LIV.— Bernal Díaz, cap. LXXIV, añade que pasaron 24 días en Tlaxcala. 27 La actual capital de Tlaxcala fue fundada por los españoles entre 1528 y 1536. 28 Alvarado y Luisa, informa Bernal Díaz, cap. LXXVII, tuvieron dos hijos, Pedro y Leonor. Ésta, “excelente señora”, casó
con don Francisco de la Cueva, “buen caballero, primo del duque de Alburquerque”, y tuvieron cuatro o cinco hijos.— Los nombres indios de las doncellas los consigna Alva Ixtlilxóchitl, Historia de la nación chichimeca, cap. LXXXIV.— Muñoz Camargo, Historia de Tlaxcala, lib. II, cap. IV, llama doña María Luisa Tecuelhuatzin a la que fue mujer de Alvarado.— Bernardino Vázquez de Tapia, en la segunda de sus declaraciones en el juicio de residencia contra Cortés, dijo respecto a la hermosa doña Elvira (la entregada a Velázquez de León): que vido en casa del dicho don Fernando Cortés una señora que se decía doña Elvira que decían públicamente que era pariente muy cercana de la dicha doña Ana [hija de Motecuhzoma] e decían que estaba preñada del dicho don Fernando. Sumario de la residencia, t. II, p. 306. Véase en Documentos, sección IV, Residencia. 29
Muñoz Camargo, lib. II, cap. IV.— Alva Ixtlilxóchitl, ibid., da otros nombres de los bautizados. Sigo los de Alfredo Chavero en su interpretación del Lienzo de Tlaxcala. 30 Chavero en su anotación a Muñoz Camargo, ibid., y Wagner, The Rise of Fernando Cortés, cap. XII, p. 165, creen que
es más probable que este bautizo ocurriera después de la Noche Triste, cuando Cortés volvió a Tlaxcala. 31 Bernal Díaz, caps. X y LXII. 32 Tapia, p. 53.— López de Gómara, cap. XXI. 33 Wagner, cap. XII, pp. 168-169. 34 Éstas fueron las ropas que Cortés hizo vestir al náufrago y luego intérprete Gerónimo de Aguilar: Bernal Díaz, cap.
XXIX. 35 Bernal Díaz, cap. CLVII. 36 Bernal Díaz, cap. LXII. Dice que usaron este unto caliente en Tabasco para curar caballos (cap. XXXIV). 37 Bernardino Vázquez de Tapia, Relación de méritos y servicios del conquistador… (ca. 1544), estudio y notas de Jorge
Gurría Lacroix, Biblioteca José Porrúa Estrada, 1, Antigua Librería Robredo, México, 1953, pp. 33-37.— En cuanto a los enviados de Motecuhzoma, el octavo de sus hijos (Crónica mexicáyotl, 312) se llamaba Chimalpopoca, como el tercer señor de México; y el hermano era Cuitláhuac. 38 Bernal Díaz, cap. LXXX.— Cervantes de Salazar, Crónica, lib. III, cap. LII, se refiere a este viaje y sólo menciona a
Alvarado “con un compañero” y dice que “por todo el camino fue bien recibido”. 39 Bernal Díaz, cap. LXXIV. 40 Bernal Dlaz, cap. LXXVIII.— López de Gómara, cap. LXII lo refiere sin mencionar a Ordaz. 41 Sahagún, Historia general, lib. XI, cap. XII. 42 Cervantes de Salazar, Crónica, lib. VI, caps. VII-XI.— Herrera, década III. lib. III, caps. I y II, repite la historia y añade
algunos detalles, como los nombres de algunos de los acompañantes de Montaño y de Mesa: “Peñaloza, Juan de Larios y otro castellano”, y la manera en que bajaron del volcán: “con gran tiento, porque a cada paso había despeñaderos, dejándose ir de espaldas muchas veces con la carga sobre los pechos, deslizándose hasta topar donde parasen los pies”.— Extraño, pero Bernal Díaz ignora del todo a Montaño y a Mesa.— De Francisco Montaño hay un memorial en el Diccionario autobiográfico de conquistadores y pobladores de Nueva España, de Francisco A. de Icaza, Madrid, 1923, t. I, p. 53, en el que confirma su ascensión al volcán y, entre sus méritos como conquistador, menciona su participación en la conquista de Michoacán. Dice Montaño ser de Ciudad Rodrigo, que pasó a Nueva España con Pánfilo de Narváez y que recibió en encomienda el pueblo de Tecalco y otro, pero que “se los quitó el marqués”.— Hernán Cortés, al fin de su tercera Carta de relación (15 de mayo de 1522), da cuenta de esta ascensión, que al parecer se repitió, pero no menciona a quienes la hicieron.
43
López de Gómara, cap. LXI.
44 Y López de Gómara, ibid., dice “tantos templos, a lo que dicen, como días en el año”.— Otra creencia es que sobre cada
uno de estos teocallis se construyó un templo cristiano. El hecho es que, contados los de la actual ciudad y alrededores, hay en Cholula un total de 159 templos, de los cuales el más notable es la Capilla Real, con 49 cúpulas y 9 naves, en estilo de mezquita, y que recuerda la de Córdoba, en España: Enciclopedia de México, “Cholula de Rivadavia”, México, 1977, t. III, pp. 792-793. 45 Bernal Díaz, cap. LXXXIII. 46 Ibid. 47 La primera cifra es de Bernal Díaz, ibid.; la segunda, de Cortés en su segunda Carta de relación. 48 Bernal Díaz, ibid. 49 Ibid. 50 Ibid. 51 Bernal Díaz, ibid.— Tapia, pp. 73-76.— López de Gómara, caps. LIX-LX.— Herrera, década 11ª, lib. VI, cap. II.—
Muñoz Camargo, lib. II, cap. V.— Orozco y Berra, lib. II, cap. I. 52
Declaración de Bernardino Vázquez de Tapia, el 23 de enero de 1529, Sumaria de la residencia: Véase en Documentos, sección IV, Residencia. 53 Sahagún, lib. XII, cap. XI. 54
“ Relación de Cholula”, N. L. Benson, Latin American Collection, Universidad de Texas, JGI, XXIV-1 y 22.— Relaciones geográficas del siglo XVI: Tlaxcala, II, edición de René Acuña, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Antropológicas, México, 1985, párrafo 2, p. 125. 55 Fray Bartolomé de las Casas, Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552), Tratados. Prólogos de Lewis
Hanke y Manuel Giménez Fernádez, transcripción de Juan Pérez de Tudela Bueso y traducciones de Agustín Millares Cario y Rafael Moreno, Fondo de Cultura Económica, México, 1965, t. I, pp. 67-71. Es curioso notar que los versos del romance “Mira Nero de Tarpeya”, que aquí Las Casas hace cantar a Cortés en un acto de cínica crueldad, los repetirá Bernal Díaz (cap. CXLV) en boca del bachiller Alonso Pérez, frente a Tacuba, cuando se preparaba la conquista de la ciudad de México, y con intención muy diferente. 56
Bernal Díaz, cap. LXXXIII. Las palabras en cursiva: perdóneme... fueron tachadas por el cronista al corregir su Historia verdadera. 57 Tapia, p. 73. 58 Bernal Díaz, ibid. 59 Bernal Díaz, cap. LXXXV. 60
Sahagún, lib. XII, cap. XIV.— Bernal Díaz, cap. LXXXVI.
IX. ESPLENDOR DE LA CIUDAD DE MÉXICO. EPISODIO DE NARVÁEZ. MUERTE DE MOTECUHZOMA Y NOCHE TRISTE Decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuenta el libro de Amadís… y aun algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían si era entre sueños, y no es de maravillar que yo escriba aquí de esta manera, porque hay mucho que ponderar en ello que no sé cómo lo cuente: ver cosas nunca oídas, ni aun soñadas, como veíamos. BERNAL DíAZ DEL CASTILLO Comando: unidad militar entrenada en tácticas de guerrillas como el combate cuerpo a cuerpo y los ataques de pega y corre. Enciclopedia Británica
2. LA CIUDAD DE MÉXICO-TENOCHTITLÁN Y LA CORTE DE MOTECUHZOMA LA ENTRADA A LA CIUDAD Y EL ENCUENTRO DE CORTÉS Y MOTECUHZOMA El martes 8 de noviembre de 1519, en la mañana de un día probablemente fresco y luminoso, los soldados de Cortés y sus aliados avanzan hacia “la gran ciudad de Temixtitan” [p. 57]. Van cruzando los pueblos que se encuentran al borde del lago como Mexicaltzingo y divisan Coyoacán y Churubusco. Pasan luego a la calzada de Iztapalapa, que conduce al centro de la isla. En el fuerte de Xólotl, donde se unía esta calzada con la de Coyoacán, reciben a los españoles 1 000 hombres principales, que hacen sus ceremonias de saludo y acatamiento. Después de pasar uno de los puentes que interrumpían la calzada para permitir la navegación y el paso de las aguas, en un lugar situado en la actual calle de Pino Suárez, a un costado del Hospital de Jesús, se realiza el primer encuentro del señor azteca y del capitán español.1 Ambos se esperaban con ansiosa curiosidad y confusos sentimientos. Ninguno sabía cuál iba a ser el desenlace del drama que representaban, pero sabían ya que iba a ser decisivo para sus pueblos y para ellos mismos. Motecuhzoma, que iba acompañado de 200 señores, descendió de las andas que lo transportaban y apoyado en dos señores se adelantó por en medio de la calzada a recibir a su huésped. Según el relato de los informantes indígenas, Cortés había dispuesto que su ejército, “a punto de guerra”, desplegara sus banderas y que los tambores tocaran con toda su fuerza.2 Al llegar cerca del monarca indio, el capitán bajó de su caballo y fue a su encuentro con ánimo de abrazarlo a la española, lo que le impidieron los acompañantes de Motecuhzoma.3 Después de los parlamentos ceremoniales, en el primer intercambio personal de obsequios, Cortés le echa al cuello un collar de cuentas de vidrio, al que Motecuhzoma corresponde con uno de caracoles colorados y camarones de oro “de mucha perfección” [p. 58].
CORTÉS ENVIADO DE QUETZALCÓATL Una vez instalados los huéspedes en “una muy grande y hermosa casa”, el palacio de Axayácatl, situado en la gran plaza y a un costado del Templo Mayor, y obsequiados de nuevo con ropas y joyas, Cortés recoge en su relato la exposición que le hizo Motecuhzoma de la historia de su pueblo azteca y de la larga espera del retorno de Quetzalcóatl, que habría de venir a sojuzgarlos.
Dibujo de Miguel Covarrubias.
Cortés recibido por Motecuhzoma. Códice Durán, XXV.
Para Motecuhzoma, Cortés es todavía el enviado de Quetzalcóatl-Carlos V y por lo tanto acepta su dominio. El parlamento concluye con la dramática exhibición que hace Motecuhzoma de su humanidad ante la codicia española: “que soy de carne y hueso como vos y como cada uno, y que soy mortal y palpable”, y con una protesta respecto al límite de sus riquezas [pp. 59-60]. PRISIÓN DE MOTECUHZOMA. LA VERSIÓN ESPAÑOLA Y LA INDÍGENA
Después de seis días de reposo y abundancia, Cortés entra de nuevo en acción. Refiere que tuvo noticias de que Cuauhpopoca, señor de Nautla o Almería, y súbdito de Motecuhzoma, había dado muerte en una emboscada a cuatro españoles y que, al tratar de vengar su agravio, habían muerto otros soldados, incluso Juan de Escalante, el capitán que había dejado a cargo del destacamento en Veracruz.4 Suponiendo que la acción de Cuauhpopoca fue instigada por el señor de México, Cortés apresa al monarca indio y días más tarde le pone grillos [pp. 61-63].5 Al mismo tiempo, le exige que haga traer a Cuauhpopoca y, en una hoguera formada por carretadas de flechas, escudos y mazas indias, lo hace quemar junto con otros principales en la plaza mayor de la ciudad de México. Contradiciendo esta versión de Cortés, confirmada por López de Gómara y Bernal Díaz, los testimonios indígenas y de los historiadores que siguen estas fuentes, recogidos por Eulalia Guzmán,6 afirman que Motecuhzoma quedó como prisionero de Cortés y que fue aherrojado desde el momento de la primera visita a sus huéspedes o aun en su encuentro mismo. En efecto, en la versión castellana del libro de la Conquista, de Sahagún, se dice: De que los españoles llegaron a las casas reales con Motecuhzoma, luego le detuvieron consigo, nunca más lo dejaron apartar de sí, y también detuvieron consigo a Itzcuauhtzin, gobernador de Tlatilulco.7
El testimonio de fray Diego Durán es más violento; no sólo apresaron a Motecuhzoma, sino que aun lo aherrojaron desde el primer encuentro, lo cual parece inverosímil, como le parecía al mismo historiador: Y según relación y pintura de algunos antiguos viejos, dicen que desde aquella ermita [Tocitlan] salió Motecuhzoma con unos grillos en los pies. Y así lo vi pintado en una pintura que en la provincia de Tezcuco hallé en poder de un principal ya viejo. El cual (Motecuhzoma), así aherrojado, iba en una manta, echado en hombros de los principales. Lo cual se me hizo cosa dura de creer, porque ningún historiador he hallado que tal conceda. Pero, como niegan otras, más claras y verdaderas y las callan en sus historias y escrituras y relaciones, también negarán y callarán ésta, por ser una de las más mal hechas y atroces que se hicieron. Aunque un conquistador religioso me dijo que, ya que se hiciera, fue con fin de asegurar su persona el capitán a sí y a los suyos. Juntamente llevaron presos a los demás reyes de Tezcuco y Tacuba, y al señor de Xuchimilco, que era tan gran señor como los demás, y uno de los más privados y allegados de Motecuhzoma y de quien se hacía mucho caso.8
Alegoría de la Nueva España. Motecuhzoma con grillos en los pies. Muñoz Camargo, Descripción de Tlaxcala, Ms. de Glasgow, 20.
El “conquistador religioso” aludido por Durán es fray Francisco de Aguilar, quien, en su Relación breve, hace gran elogio de Motecuhzoma, describe sus baños y comidas, pero nada dice de que lo trajeran aherrojado desde el primer encuentro con Cortés, sino simplemente que “estaba preso y detenido en una sala” — lo mismo que, después del sexto día de la llegada a México, dicen Cortés, López de Gómara y Bernal Díaz— y que él, Aguilar, cuando conquistador, fue uno de los que tuvieron “cargo de velarle muchos días”.9 Chimalpahin también habla de prisión y aherrojamiento de Motecuhzoma: Apenas llegaron a México [los españoles de Cortés], a pesar de que no se les combatía, en seguida dispusieron que el Moteuhczomatzin fuera atado y encarcelado, encerrado en su casa por cárcel y le pusieron unos hierros en los pies, y lo
mismo fue hecho con su hermano Cacamatzin el de Tetzcuco, y con Itzcuauhtzin, Tlacochcálcatl, regente militar de Tlatilulco.10
Acusación semejante hace fray Bartolomé de las Casas: Saliendo él mesmo en persona en unas andas de oro con toda su gran corte a recebirlos, y acompañándolos hasta los palacios en que los había mandado aposentar, aquel mismo día, según me dijeron algunos de los que allí se hallaron, con cierta disimulación, estando seguro, prendieron al gran rey Motenzuma y pusieron ochenta hombres que le guardasen, e después echáronle en grillos.11
La interpretación de la lámina 11 del Lienzo de Tlaxcala, que hace Eulalia Guzmán, se opone a la interpretación conocida. En esta lámina, llamada “Tenochtitlan”, aparece a la derecha Cortés, sentado, con Marina de pie tras él; a la izquierda, también sentado, está un señor indio y tres señores más, de pie. En la parte inferior, vivazmente dibujados, hay un venado y unos loros, en jaulas, y unos guajolotes que intentan alcanzar el maíz de un gran montón. Y arriba de Cortés, en una terraza, se muestra un personaje indio con un glifo que lo identifica. Según la interpretación de Alfredo Chavero, el señor indio sentado frente a Cortés es Motecuhzoma, y el de la terraza es un anciano (huehue), y como el glifo significa Motecuhzoma, por tanto es Huehue-Motecuhzoma, lo que quiere decir que en su palacio se realizó la conversación.12 En cambio, para Eulalia Guzmán el señor indio sentado y los tres que están junto a él son los cuatro señores de Tlaxcala y el personaje que está en la terraza es Motecuhzoma, no el viejo sino el joven, Xocoyotzin, "con las manos encadenadas”. Y la explicación del conjunto es que, con la ayuda de los tlaxcaltecas, Motecuhzoma quedaba encadenado.13
Cortés y los cuatro señores de Tlaxcala. Lienzo de Tlaxcala, II.
Muñoz Camargo, el autor de la Historia de Tlaxcala, que encargó las láminas del Lienzo de Tlaxcala, nada aclara en esta discrepancia, pues se limita a decir que Cortés fue muy bien recibido por Motecuhzoma.14 Creo que la opinión de doña Eulalia es correcta, pues los cuatro señores indios llevan en la cabeza las insignias de los señores de Tlaxcala, y no el copilli, especie de diadema que usaba Motecuhzoma. Y el personaje de la terraza no es un anciano. Lo cual muestra lo fácil que es tropezar en materia de interpretaciones. En resumen, de estos seis testimonios: Informantes de Sahagún, Durán, Aguilar, Chimalpahin, Las Casas y el Lienzo de Tlaxcala, el único que procede de un testigo, el de Aguilar, es el que no habla de prisión y aherrojamiento inmediato de Motecuhzoma. En verdad, la única discrepancia es la del tiempo en que se realizaron estos actos. Cortés, López de Gómara y Bernal Díaz se refieren a ellos, a la prisión, como ocurrida seis días después de la llegada de los españoles a Tenochtitlán, con el pretexto de la muerte de españoles en Veracruz. Y a los grillos, “pasados quince o veinte días de su prisión”, dice Cortés [p.62], cuando Cuauhpopoca, antes de ser quemado, confiesa que mató a los españoles por orden de Motecuhzoma. Añade Cortés que los grillos le causaron al señor de México “no poco espanto”, y que se los quitó, al parecer, el mismo día y “él quedó muy contento” [p. 63]. Bernal Díaz precisa que sólo se le mantuvo aherrojado mientras se quemaba a los señores indios. López de Gómara repite lo dicho por Cortés,15 y si Bernal Díaz al leerlo hubiese
encontrado cualquiera discrepancia con sus recuerdos, lo habría rectificado. Apresar y aherrojar a Motecuhzoma al momento de su encuentro con los españoles hubiese sido de parte de Cortés una acción insensata y casi imposible. Ahora bien, si así hubiese sido y la locura hubiese resultado, como al fin resultó, provechosa para el dominio del imperio azteca, ¿no hubiera sido Cortés el primero en alardear de su audacia? SAQUEO DEL TESORO En el curso de la exposición que hace Cortés, en su segunda Carta de relación, acerca de la prisión de Motecuhzoma, y como para mostrar los buenos términos en que se encontraba con el cautivo, refiere, incidentalmente, que el señor de México le obsequió “joyas de oro y una hija suya, y otras hijas de señores a algunos de mi compañía” [p. 61]. En los documentos de donación de tierras a favor de doña Isabel y doña Marina Motecuhzoma, que expedirá Cortés en 1526 y 1527,16 dice el conquistador que, encontrándose Motecuhzoma herido, le pidió que cuidara de tres hijas suyas que bautizadas se llamaron doña Isabel, doña María y doña Marina. La hija dada a Cortés fue probablemente Tecuichpo, luego llamada Isabel, con quien años más tarde tendría una hija, Leonor Cortés y Moctezuma.17 Por lo que se refiere a las joyas obsequiadas, esta expresión encubre algo menos limpio. Cuenta Bernal Díaz que, mientras estaban en aquellos palacios, curioseando todos sus rincones, buscaban un lugar adecuado para hacer un altar. El carpintero Alonso Yáñez vio en una pared señales de una puerta recién ocultada. Rompieron el muro y tras él estaba, en efecto, el que llamaron tesoro de Axayácatl. Cortés y sus capitanes entraron primero: y vieron tanto número de joyas de oro y en planchas, y tejuelos muchos, y piedras de chalchihuis y otras muy grandes riquezas, quedaron elevados y no supieron qué decir de tanta riqueza.
y añade Bernal Díaz: como en aquel tiempo era mancebo y no había visto en mi vida riquezas como aquellas, tuve por cierto que en el mundo no se debieran haber otras tantas.
Según el mismo cronista, Cortés y sus soldados acordaron no tocar nada y reponer el muro, “hasta ver otro tiempo”.18 Esto ocurría durante el incidente de Cuauhpopoca y la inmediata prisión de Motecuhzoma, cuando había gran tensión por las consecuencias de este acto. Días después, cuando el señor de México se había resignado a su cautiverio, refiere Andrés de Tapia que Cortés solía ir a conversar con él y en una ocasión le dijo: “Estos cristianos son traviesos, e andando por esta casa han topado ahí cierta cantidad de oro e la han tomado; no recibáis dello pena”, a lo que respondió magnánimo Motecuhzoma: Eso es de los dioses de este pueblo; dejad las cosas como plumas y otras que no sean de oro, y el oro tomáoslo, e yo os daré todo lo que yo tenga.
En seguida, el señor de México volvió a referirle la historia del viaje y del retorno
esperado de Quetzalcóatl, y luego mandó llamar a muchos señores de la tierra y les ordenó darse por vasallos del capitán español; y además, hizo que les mostraran y entregaran las cámaras de la casa de las aves, en que guardaba joyas y aderezos de su propiedad personal.19 La versión náhuatl de los Informantes de Sahagún relata que interrogaron a Motecuhzoma para que les entregara los lugares en que guardaban los tesoros del señorío, el teocalco, y sus propias riquezas, el totocalco, y refiere el enloquecido saqueo que sobrevino: las joyas, aderezos e insignias fueron destruidos para fundir el oro en barras, los mosaicos y objetos de plumas fueron quemados por inútiles y se les arrancaron las piedras preciosas y sus adornos de oro.20 LAS LLAVES DEL REINO Y LOS OCIOS DEL CAUTIVO Ajusticiado el señor de Nautla, saqueado el tesoro y sujeto Motecuhzoma, Cortés tiene tiempo para ir indagando cuanto le interesa: quiere tener noticias de la tierra y de sus circunstancias y posibilidades. En primer lugar, quiere saber dónde están las minas de las que se extraía el oro, cuáles podían ser los puertos más útiles para los navíos españoles, cuáles eran los recursos principales de la tierra. Cortés va averiguando puntualmente cada cosa del indefenso Motecuhzoma, que le ofrece guías para mostrar las minas: Cuzula (Zacatula), Tamazulapa, Malinaltepeque, Tenis — cuyo señor llamábase Coatelicamat— y Tuchitebeque (Tuxtepec), siguiendo la incierta fonetización del conquistador; le hace “pintar toda la costa y ancones y ríos de ella”, que le traen al día siguiente “figurada en un paño” (plano que puede ser la base del perfil de la costa del Golfo que Cortés enviará junto con el plano de la ciudad de México); le organiza granjas, una de las cuales, en Malinaltepeque, con cultivos de maíz, frijol y cacao, y con casas y estanques, destina a Carlos V; y una a una hace que se le entreguen las llaves del imperio. Y aún más, pide ayuda para apresar a Cacamatzin, señor aliado de Tezcoco, porque había intentado rebelarse, y consigue que se envíen mensajeros para que recolecten todo el oro existente en las demás provincias y ciudades del reino [pp. 65-69]. Antes de fundir las joyas, Cortés pondera a su emperador la belleza de la orfebrería del México antiguo que destruía: Y no le parezca a Vuestra Majestad fabuloso lo que le digo, pues es verdad que todas las cosas criadas así en la tierra como en el mar, de que el dicho Mutezuma pudiese tener conocimiento, tenían contrahechas muy al natural, así de oro como de plata, como de pedrería y de plumas, en tanta perfección, que casi ellas mismas parecían; de las cuales me dio para Vuestra Alteza mucha parte…[p. 70]).
Cortés aprovecha aquella estancia pacífica de meses en Tenochtitlán para enviar soldados españoles, junto con los guías indios designados por Motecuhzoma, para que vayan a reconocer las minas de oro señaladas, el sitio de las granjas y, en la costa del Golfo, el lugar adecuado para que puedan entrar los navíos. El tiempo parecía largo entonces. Todo parecía suspendido. Cortés pedía e inquiría y Motecuhzoma daba y concedía sin límites. Los españoles intimaban con el señor cautivo, algunos le faltaban al respeto, aunque la mayoría lo acataba y compadecía. Y en los ocios, el señor mexica y el capitán español encontraron en el gusto por el juego una afinidad. Jugaban al
totolli o totoloqui, una especie de bolos o boliche de los antiguos mexicanos. Los había de piedra, pero las bolas y tejuelos por derribar del juego de Motecuhzoma eran de oro. La cuenta de Cortés la llevaba Pedro de Alvarado, y la de Motecuhzoma, un sobrino suyo. Refiere Bernal Díaz que el señor de México advirtió que el Tonatío-Alvarado “siempre tanteaba una raya de más” y que hacía mucho ixoxol,21 esto es, mentiras o trampas para que ganase Cortés. Liberalmente, los jugadores repartían sus ganancias, Cortés entre los sobrinos y privados de Motecuhzoma, y éste entre los soldados que hacían guardia.22 Cuenta asimismo el soldado cronista que Cortés mandó hacer dos bergantines para ir por los lagos. Motecuhzoma pidió autorización para ir de cacería a uno de sus peñoles privados e hizo la excursión en uno de los bergantines, acompañado por Velázquez de León, Alvarado y Olid, y volvió muy contento con muchas piezas cobradas. Eulalia Guzmán considera “cuento de niños” este relato.23 LAS DESCRIPCIONES DE LA CIUDAD Y DE LA CORTE Con Motecuhzoma y los principales señores cautivos y atemorizados, Cortés interrumpe la relación de los acontecimientos para describir a Carlos V la ciudad, el mercado, los templos, las casas, la organización urbana del imperio, los palacios de Motecuhzoma, el jardín zoológico y el servicio y protocolo de la corte. Lo ha ganado la admiración por la refinada y avanzada civilización del México antiguo: Para dar cuenta, muy poderoso señor, a Vuestra Real Excelencia, de la grandeza, extrañas y maravillosas cosas de esta gran ciudad de Temixtitan, del señorío y servicio de este Mutezuma, señor de ella, y de los ritos y costumbres que esta gente tiene, y de la orden que en la gobernación, así de esta ciudad como de las otras que eran de este señor, hay, sería menester mucho tiempo y ser muchos relatores y muy expertos; no podré decir de cien partes una, de las que de ellas se podrían decir, mas como pudiere diré algunas cosas de las que vi, que aunque mal dichas, bien sé que serán de tanta admiración que no se podrán creer, porque los que acá con nuestros propios ojos las vemos, no las podemos con el entendimiento comprender [p. 71].
Templo Mayor de México Tenochtitlán. Acuarela del arquitecto Ignacio Marquina.
Teniendo en cuenta que ésta es la primera descripción que de tal tema se hacía, vista con ojos europeos, y que por tanto no existían modelos que seguir y mejorar, Cortés logra transmitir una imagen fascinante del mundo nuevo. Las descripciones posteriores de otros testigos, en especial la de Bernal Díaz,24 agregarán detalles, aspectos más humanos y sensibles, pero no lograrán dar la expresiva visión del conjunto que aparece en esta segunda Relación. Cortés comienza por situar el maravilloso escenario: el enorme valle o cuenca de México rodeado de “ásperas sierras” con los dos lagos, que entonces casi lo cubrían, el menor de agua dulce y el mayor de agua salada, comunicados por un estrecho. El tráfico y comunicación que se hacía preferentemente en canoas. La ciudad de Tenochtitlán situada en el lago salobre y comunicada a tierra firme por cuatro calzadas, tan anchas como dos “lanzas jinetas”. Las calles de la ciudad mitad de agua y mitad de tierra, interrumpidas aquellas para dejar pasar el agua y cruzadas por puentes, que al retirarse aseguraban la protección de la ciudad [p. 72].
Templo Mayor. Maqueta de Carmen Antúnez según la acuarela del arquitecto Ignacio Marquina.
Describe luego la abundancia y orden de los mercados, y le llaman la atención los jueces que sin dilación dirimen los conflictos menudos y cuidan la rectitud de los tratos. Refiérese a los templos y a sus sacerdotes, en especial a los del conjunto ceremonial del Templo Mayor, de cuyos edificios ofrece algunos pormenores, y de paso dice que las “torres”, como él las llama, o pirámides, “son enterramientos de señores” y no sólo adoratorios. Cuenta al respecto que subió a la pirámide principal del Templo Mayor y que en presencia de Motecuhzoma derrocó y echó escalinata abajo a los ídolos principales.
El mercado. Dibujo de Miguel Covarrubias.
Bernal Díaz, al exponer el mismo tema, tiene el acierto de describir el admirable paisaje del valle, los lagos, las calzadas y las edificaciones, que se dominaban desde lo alto del Templo Mayor; y discrepa de Cortés al mencionar con mayor exactitud tres calzadas principales —Iztapalapa, Tacuba y Tepeaquilla o Tepeyac— y no cuatro, al aumentar los escalones del Templo Mayor de 50 a 114 y al no recordar el derrocamiento de los ídolos. Su descripción del mercado de Tlatelolco es memorable.25 Y Andrés de Tapia, por su parte, hace la única descripción con cierta curiosidad arqueológica de muchas particularidades del Templo Mayor y de las deidades que existían en el adoratorio que coronaba las pirámides, entre ellas ésta que parece convenir a la Coatlicue: Tenían estos ídolos unas culebras gordas de oro ceñidas, e por collares cada diez o doce corazones de hombre, hechos de oro, e por rostro una máscara de oro, e ojos de espejo, e tiníe otro rostro en el colodrillo, como cabeza de hombre sin carne.26
Continúa Cortés su descripción con las casas o palacios principales, que tienen “muy buenos aposentamientos” y muy “gentiles vergeles de flores”; el doble acueducto que traía el agua de Chapultepec a la ciudad; el sistema de alcabalas y el orden y policía que se guardaba en la ciudad. Pasa luego a exponer lo que logró apreciar de la corte de Motecuhzoma. Comienza por un paso en falso al expresar: ¿qué más grandeza puede ser que un señor bárbaro como éste tuviese contrahechas de oro y plata y piedras y plumas, todas las cosas que debajo del cielo hay en su señorío? [p. 76].
A propósito de esta inadecuada calificación de bárbaro, dirigida a Motecuhzoma, Alonso
de Zorita, en el último tercio del siglo XVI, puso en evidencia la contradicción de tal dicho. Con argumentos semejantes a los que empleaba Montaigne, hacia los mismos años, y apoyados en San Pablo, el oidor Zorita hizo notar la confusión que nos hace llamar bárbaros a los infieles o a los que hablan otra lengua.27 Continúa Cortés ponderando la extensión del señorío de Motecuhzoma, que considera casi tan grande como España, la organización política y militar y el registro en el que estaba escrito lo que cada señorío tributario estaba obligado a dar, documento indígena que es el que conocemos como Matrícula de tributos. De las “casas de placer” que en la ciudad tenía Motecuhzoma dice Cortés que eran “tales y tan maravillosas” que “en España no hay sus semejantes”. Con especial admiración describe la amplitud y belleza y el cuidado con que se mantenía el jardín zoológico —cuando en Europa aún no se pensaba en ellos— , con estanques para los peces y jaulas y casas para las aves y fieras, cada especie atendida según sus necesidades, y junto a los animales, casas de albinos y monstruos humanos [p. 78]. Concluye Cortés su descripción de la corte de Motecuhzoma hablando del servicio y protocolo; la comida real, en la que le sorprenden los brasericos que se ponían bajo cada plato para mantenerlo caliente, y cómo antes y después de la comida se lavaba las manos el monarca; las cuatro vestiduras nuevas que cada día se ponía y el acatamiento extremo que debían tenerle sus acompañantes, quienes nunca le miraban el rostro [p. 79]. Hernán Cortés, sus soldados españoles y sus aliados indígenas habían pasado siete meses, de noviembre de 1519 a mayo de 1520, en ocupación relativamente pacífica del imperio de Motecuhzoma.
3. EPISODIO DE NARVÁEZ, GUERRA ENTRE ESPAÑOLES E INDIOS, MUERTE DE MOTECUHZOMA Y DERROTA DE LOS ESPAÑOLES EN LA NOCHE TRISTE EL EPISODIO DE PÁNFILO DE NARVÁEZ La parte final de la segunda Carta de relación es una sucesión de acontecimientos dramáticos. Cuando parecía que la conquista del imperio azteca se iba consolidando sin violencia mayor, el episodio de Narváez y la ausencia de Cortés de la ciudad de México van a dar un nuevo curso a la historia del enfrentamiento de españoles e indígenas. El gobernador de Cuba, Diego Velázquez, no olvidaba el agravio que le había hecho Cortés al echarlo a un lado en la conquista de México. Perturbado por las noticias que le llegaban de las enormes riquezas del país —como las que iban en el navío, a cargo de Montejo y Portocarrero, que llevaba cartas y presentes a Carlos V y del que se decía que iba “lastrado de oro”— , Velázquez decidió organizar una nueva armada con el propósito de quitar el mando a Cortés y castigarlo a él y a sus capitanes. Y ya que los buenos de estos últimos se habían ido con Cortés, confió la expedición —la más numerosa y costosa hasta entonces reclutada— a Pánfilo de Narváez, entonces de 42 años, que sus contemporáneos describían como alto de
cuerpo, rubio-rojizo, cuerdo pero imprudente y descuidado, “e la plática e la voz muy vagarosa y entonada, como que salía de bóveda”. Velázquez quería hacerse justicia por sí mismo, sin autorización de la Audiencia de Santo Domingo. Informada ésta de sus propósitos, trató de evitar el enfrentamiento violento entre las huestes de Cortés y las de VelázquezNarváez, designando al efecto al oidor Lucas Vázquez de Ayllón, cuya misión resultó inútil, pues Velázquez se la impidió.28 La armada de Narváez, según Hernán Cortés, constaba de 18 naves con 800 hombres, 80 caballos y 10 o 12 piezas de artillería, aunque otros cronistas consignan cifras más altas.29 Cuando tan poderosa expedición llegó a las costas de San Juan de Ulúa, a principios de mayo de 1520, los mensajeros de Motecuhzoma vinieron a México con una pintura en la que describían la expedición, y Cortés fue informado [p. 80]. Comenzó entonces un ir y venir de mensajeros, amenazas y fintas entre Cortés y Narváez. Y en sus expresiones dirigidas a Carlos V, reapareció el Cortés leguleyo, que fingía agotar primero los recursos de la ley. Pero cuando el conquistador tuvo noticias de que los naturales de la tierra veracruzana, y en especial el Cacique Gordo de Cempoala, su antiguo amigo, se habían aliado al invasor Narváez, y de que los señores de la región, adictos a Motecuhzoma, lo estimulaban también, decidió abandonar la ciudad de México, el 10 de mayo, y afrontarlo [p. 84]. Al frente de la guarnición de la ciudad y de la vigilancia de Motecuhzoma, deja como alcalde a Pedro de Alvarado, cuyo nombre no mencionará. Cortés parte sólo con 70 soldados, según su propio dicho [p. 85], más los aliados tlaxcaltecas; luego se le incorporan en Cholula los soldados de Juan Velázquez de León y de Rodrigo Rangel, y ya cerca de Cempoala se juntan también los hombres que Gonzalo de Sandoval tenía en Veracruz. Aún así, la fuerza de que disponía Cortés, de cerca de 300 españoles, más los indígenas, era muy inferior a la de Narváez. Pero gracias al oro y a promesas hábilmente manejadas, Cortés se había asegurado la complicidad de muchos de los hombres de Narváez, sobre todo de los artilleros que no dispararían. Con el auxilio del Cacique Gordo, Narváez se había hecho fuerte en lo alto de la pirámide mayor de Cempoala, que tendrá ocho o diez metros de altura. Era la noche del día de Pascua del Espíritu Santo, 27 de mayo, y las tropas de Narváez, después de esperar largas horas el ataque, habían vuelto a sus cuarteles caladas por la pertinaz lluvia. Poco después de la medianoche y en silencio, Cortés decidió el asalto, que debió ser semejante a una operación de comando en la que cada uno de sus capitanes, Pizarro, Sandoval y Velázquez de León, cumplieron con rapidez y precisión su tarea. Gonzalo de Sandoval recibió el encargo más difícil: subir al teocalli en que se encontraba Narváez y prenderlo. Pese a la defensa furiosa, que tenía la ventaja de la altura, Sandoval y sus hombres llegan al adoratorio de la plataforma superior, al que prenden fuego, y apresan a Narváez, quien en la refriega pierde un ojo. En unas horas más, Cortés y sus soldados apresan a “todos los que se había de prender” y son dueños de sus armas y caballos [p. 89]. “Era de noche, que no amanecía, y aún llovía de rato en rato, y entonces salía la luna… y había muchos cocuyos, que así los llaman en Cuba”, recuerda Bernal Díaz que cuenta magistralmente esta historia y recoge este diálogo entre el vencido, al que curaban su herida, y el vencedor: —Señor capitán Cortés: tened en mucho esta victoria que de mí habéis habido, y en tener presa mi persona.
—Doy gracias a Dios que me la dio —respondióCortés— y a los esforzados caballeros y compañeros que tengo, que fueron parte para ello; mas una de las menores cosas que en la Nueva España he hecho es prenderos y desbarataros.30
Cortés derrota y prende a Narváez. Lienzo de Tlaxcala, 13.
Y López de Gómara comenta: ¿Cuánta ventaja hace un hombre a otro? ¿Qué hizo, dijo, pensó cada capitán de estos dos? Pocas veces, o nunca por ventura, tan pocos vencieron a tantos de una misma nación; especial estando los muchos en lugar fuerte, descansados y bien armados.31
El conquistador mismo se limita a reflexionar para su rey que, si “la victoria fuese del dicho Narváez, fuera el mayor daño que de mucho tiempo acá en españoles tantos por tantos se ha hecho” [p. 89]. Gracias a su ventura en esta acción, Cortés se encontraba en posesión de navíos y de un ejército que reforzaba considerablemente el que trajera de Cuba. La anécdota pintoresca del incidente de Narváez la recoge Andrés de Tapia, muy dado a ellas: un caballero mancebo, de los soldados de Cortés a los que tocó el asalto a la artillería, topó con ocho barriles de pólvora y trató de hacerlos explotar para privar de ella a los enemigos; con la espada desfondó uno de los barriles, metió fuego dentro y se echó al suelo para evitar la explosión. Como ésta no llegaba, se averiguó luego que el barril roto contenía alpargatas. Apareció Cortés, supo lo que pasaba y se puso a apagar el fuego con manos y pies.32 El Cacique Gordo, que estaba junto a Narváez, también salió herido en la refriega. Cortés hizo que lo curaran, lo devolvió a su casa y ordenó que “no se le hiciese enojo”,33 en recuerdo de otros tiempos. Con promesas de riqueza y cargos, Cortés logró atraerse a los soldados de Narváez. A éste lo envió, junto con Salvatierra, el veedor de la expedición, preso a Veracruz a rumiar su desdicha, donde pasará dos años. Los navíos quedaron en el puerto, despojados de velas, timones y agujas o brújulas, y confió su cuidado al capitán Pedro Caballero.34 Aprovechando el importante aumento que había tenido en sus tropas y la reposición de sus naves, Cortés dispuso inicialmente — aunque luego hará volver a los dos primeros en vista de las graves circunstancias— que Juan Velázquez de León fuera con dos barcos para hacer el
reconocimiento de la costa y provincia de Pánuco; que Diego de Ordaz, con 200 hombres, se dirigiera a Coatzacoalcos; que dos naves fueran a Jamaica en busca de caballos, becerros, puercos y ovejas para iniciar su cría en México; y que Rodrigo Rangel con 200 hombres cuidara la guarnición del puerto de Veracruz [pp. 89-90].35 MATANZA DEL TEMPLO MAYOR Mientras tomaba estas providencias para extender y cimentar sus conquistas, llegaron de México noticias alarmantes: había estallado la rebelión indígena. Los mexicas atacaban e incendiaban la fortaleza donde se encontraban los españoles en la ciudad de México y les habían quemado los cuatro bergantines que se habían construido. Cortés partió apresuradamente y llegó a la ciudad el 24 de junio de 1520 [p. 91]. A los capitanes que había enviado a Pánuco y a Coatzacoalcos les ordenó que suspendieran su viaje y se reunieran con él, en vista de la gravedad del peligro. Nada dice el autor de las Cartas de relación del origen de la rebelión, como si quisiera proteger a Pedro de Alvarado, al parecer provocador del choque, a quien había dejado como alcalde y al que no menciona por su nombre en esta carta. Por López de Gómara, Bernal Díaz y por la narración de Vázquez de Tapia36 sabemos la versión más aceptada de lo que ocurrió. Los indígenas querían celebrar la gran fiesta de Huitzilopochtli y Tezcatlipoca en el mes de tóxcatl (mayo); pidieron licencia para el areito y Alvarado la concedió. Cuando alrededor de 600 señores y capitanes indios se encontraban reunidos y sin armas en el Templo Mayor, los españoles, repitiendo el esquema de la matanza de Cholula, hicieron la matanza que levantó la sublevación de los indígenas.
Matanza del Templo Mayor, Códice Durán, XXVI.
La narración más realista y patética de esta matanza es del anónimo autor indígena del Códice Ramírez: Pidió el capitán Alvarado a los principales de la ciudad de México que hiciesen un muy solemne baile a su modo, porque deseaba verlos, diciendo al gran Motecuczuma que se los mandase. Lo cual hizo el rey, y ellos obedeciendo a su señor con deseo de dar contento a los españoles. Salió toda la flor de la caballería a este baile, todos ricamente ataviados y tan lucidos que era contento verlos. Estando los pobres muy descuidados, desarmados y sin recelo de guerra, movidos los españoles de no sé qué antojo (o como algunos dicen) por cobdicia de las riquezas de los atavíos, tomaron los soldados las puertas del patio donde bailaban los desdichados mexicanos, y entrando otros al mismo patio, comenzaron a alancear y herir cruelmente aquella pobre gente, y lo primero que hicieron fue cortar las manos y las cabezas de los tañedores, y luego comenzaron a cortar sin ninguna piedad, en aquella pobre gente, cabezas, piernas y brazos, y a desbarrigar sin temor de Dios, unos hendidas las cabezas, otros cortados por medio, otros atravesados y barrenados por los costados; unos caían luego muertos, otros llevaban las tripas arrastrando huyendo hasta caer; los que acudían a las puertas para salir de allí, los mataban los que guardaban las puertas; algunos saltaron las paredes del patio, y otros se subieron al templo, y otros no hallando otro remedio echábanse entre los cuerpos muertos y se fingían ya difuntos, y desta manera escaparon algunos; fue tan grande el derramamiento de sangre que corrían arroyos por el patio. Y no contentos con esto los españoles andaban a buscar los que se subieron al templo y los que se habían escondido entre los muertos, matando a cuantos podían haber a la mano. Estaba el patio con tan gran lodo de intestinos y sangre que era cosa espantosa y de gran lástima ver así tratar la flor de la nobleza mexicana que allí falleció casi toda.37
Además de las ya mencionadas, existen otras versiones acerca del origen y circunstancias de la llamada matanza del Templo Mayor. Según fray Diego Durán, Cortés ya se encontraba en la ciudad para entonces y fue él quien condescendió a la proposición de Alvarado: Y así, luego que vino y volvió el marqués a México, como venía tan pujante y tan acompañado de gente, parece que no traía temor ni sobresalto, como hasta allí había tenido. Y así, con esta pujanza, tomó osadía y atrevimiento de condescender con el consejo que don Pedro de Alvarado y los demás le dieron, que fue matar a todos los señores y principales capitanes y grandes señores de México, para lo cual ordenaron una traición, que en buen romance esta historia así la llama, aunque escrita por mano de indios.38
De acuerdo, pues, con esta versión indígena, que al parecer sigue Durán, Cortés pidió a Motecuhzoma que participaran en la fiesta de tóxcatl: todos los señores y principales de la provincia y todos los más valerosos hombres de ella, porque querían ver y gozar de la grandeza y nobleza de México, y que todos saliesen al baile y areito.39
Motecuhzoma, sin malicia, cayó en el engaño. Cuando supo de la matanza pidió a los guardias que lo matasen, ya que los mexicanos creerían que la traición había sido “cometida por su consejo”. Esta versión de Durán puede explicar el silencio de Cortés respecto al crimen atribuido sólo a Alvarado. Alva Ixtlilxóchitl recoge otra versión de origen tezcocano, según la cual: ciertos tlaxcaltecas… por envidia, lo uno acordándose que en semejante fiesta los mexicanos solían sacrificar gran suma de cautivos de la nación tlaxcalteca, y lo otro que era la mejor ocasión que ellos podían tener para poder henchir las manos de despojos y hartar su condicia y vengarse de sus enemigos, fueron con esta invención [del supuesto levantamiento que preparaban los mexicas] al capitán Pedro de Alvarado, que estaba en el lugar de Cortés, el cual no fue menester mucho para darles crédito, porque tan buenos filos y pensamientos tenía como ellos.40
En fin, el mismo responsable de la matanza, Pedro de Alvarado, en el proceso de residencia que se le tomó, no niega el hecho, pero da como justificación que “los indios lo
querían matar”, “que la fiesta no era más de pretexto para justificar el alzamiento”; que los indios quitaron la imagen de Nuestra Señora que habían puesto en el templo de Huitzilopochtli y subían de nuevo al ídolo; al reconvenirlos Alvarado, lo hirieron, mataron a un español y se trabó la pelea.41 De cualquier manera, Motecuhzoma estaba perdido y los mexicas, confederados con los de Tlatelolco, se habían decidido por la guerra a muerte contra los españoles. SUBLEVACIÓN INDÍGENA Y MUERTE DE MOTECUHZOMA Volviendo a la narración de Cortés, refiere éste la furia incontenible de la lucha, con escuadrones cerrados de indios y cómo las muertes causadas por la artillería, que en cada tiro se llevaban diez o doce hombres, “se cerraban luego de gente, que no parecía que hacía daño ninguno” [p. 92]. Una vez más, Cortés decide servirse de Motecuhzoma para que desde una azotea pida que cese la guerra. El señor de México lo hizo y allí fue muerto de una pedrada en la cabeza [p. 93]. El testimonio indígena más expresivo acerca de la muerte de Motecuhzoma es, una vez más, del Códice Ramírez: en viendo los mexicanos al rey Motecuczuma en la azotea haciendo cierta señal, cesó el alarido de la gente poniendo todos en gran silencio de escuchar lo que quería decir; entonces el principal que llevaba consigo, alzó la voz y dijo las palabras que quedan dichas [que se sosegasen porque no podrían prevalecer contra los españoles], y apenas había acabado cuando un animoso capitán llamado Cuauhtémoc, de edad de diez y ocho años, que ya le querían elegir por rey, dijo en alta voz: “¿Qué es lo que dice ese bellaco de Motecuczuma, mujer de los españoles, que tal se puede llamar, pues con ánimo mujeril se entregó a ellos de puro miedo y asegurándonos nos ha puesto a todos en este trabajo? No le queremos obedecer porque ya no es nuestro rey, y como a vil hombre le hemos de dar el castigo y pago”. En diciendo esto alzó el brazo y marcando hacia él disparóle muchas flechas; lo mismo hizo todo el ejército. Dicen algunos que entonces le dieron una pedrada a Mutecuczuma en la frente, de que murió, pero no es cierto según lo afirman todos los indios…42
Y más adelante, recoge el anónimo cronista la versión indígena según la cual hallaron a Motecuhzoma “muerto a puñaladas, que le mataron los españoles a él y a los demás principales que tenían consigo la noche que se huyeron”.43
Muerte de Motecuhzoma según el Códice Moctezuma.
En el Códice Moctezuma, de la Biblioteca del Museo Nacional de Antropología e Historia de México, hay una imagen de Motecuhzoma, en una terraza, con una cuerda atada al cuello sostenida por un español.44 LA LUCHA INDÍGENA CONTRA LOS INVASORES Dos jóvenes capitanes indios, Cuitláhuac, señor de Iztapalapa, y Cuauhtémoc, señor de Tlatelolco, hermano y sobrino de Motecuhzoma respectivamente, y que serán los últimos
señores de México-Tenochtitlán, encabezan la nueva decisión indígena de lucha sin cuartel y ya no de renuncia fatalista. Cuando Cortés intenta convencer a los capitanes indios de que cese la pelea, su respuesta es categórica: “que me fuese y que les dejase la tierra y que luego dejarían la guerra, y que de otra manera, que creyese que habían de morir todos o dar fin con nosotros” [p. 93]. Así era, en efecto. Los indígenas morían por millares, pero iban derrotando una a una las posiciones españolas. La única acción venturosa que registra Cortés es la de haber encabezado la recaptura del Templo Mayor, “aunque manco de la mano izquierda de una herida que el primer día me habían dado” [p. 94]. Cuando Cortés ascendía trabajosamente aquella larga escalinata casi vertical, refiere Cervantes de Salazar que, reconociendo al conquistador, dos heroicos guerreros mexicas se precipitaron del teocalli escaleras abajo y, para que su impulso lo arrastrase también, “se quisieron abrazar con Cortés, para echarse con él, mas como era hombre de buenas fuerzas, desasióse”.45 Pese a la superioridad ofensiva de las armas españolas, millares y millares de indios estaban dispuestos a morir con tal de acabar con los invasores. Éstos comenzaron a sufrir hambre, ya que los tenían sitiados, y pronto tuvieron que aceptar que no les quedaba otra solución que intentar la huida. LA NOCHE TRISTE Los puentes estaban destruidos, sus pasos resguardados y ahondados los vados. Forzados por la situación desesperada y el creciente número de españoles muertos o malheridos, Cortés decide la salida de la ciudad de México, la noche del 30 de junio de 1520, por la ruta más corta hacia la tierra firme. Antes de partir, en una sala de palacio donde se guardaba el oro, la plata y las joyas, el capitán entrega simbólicamente el quinto perteneciente al rey a los oficiales, que lo cargan en algunas bestias y tamemes tlaxcaltecas. Lo que no pudo cargarse lo llevó encima cada uno, además de lo que se les había repartido, según su ambición. Los más inexpertos y codiciosos se cargaron de oro y el peso los hundiría en el fango. Morirían ricos. Llevó también consigo Cortés a un hijo y dos hijas de Motecuhzoma y a algunos señores indios sobrevivientes. Y 40 o 50 indios, al mando del capitán Magariño, cargaban un puente de madera portátil que se había construido para pasar los canales [pp. 97-98].
La huida en la Noche Triste, Lienzo de Tlaxcala, 18.
Un soldado llamado Blas Botello, nigromante o astrólogo, había predicho que si en aquella noche no salían de México, todos perecerían. Entre los muchos que morirán, se contó él, y entre sus papeles hallaron las cifras de sus vaticinios, que predecían su propia muerte. Hacia la medianoche y con lluvia, truenos y granizo comenzó la retirada por la calzada de Tlacopan. La columna constaba de 7 000 u 8 000 hombres, de los cuales unos 1 300 eran españoles. La vanguardia, al mando de Gonzalo de Sandoval, y el centro, con Hernán Cortés, la artillería y el tesoro, los prisioneros y las mujeres, lograron más o menos llegar hasta la tierra firme utilizando el puente portátil. La ciudad dormía, pero una mujer desvelada que salió a buscar agua vio la columna y comenzó a dar gritos: “¡Ah mexicanos, ya vuestros enemigos se van!”, y con esto los guardias empezaron a alertar a los soldados desde el cu de Huitzilopochtli,46 y se inició el encarnizado ataque en la calzada y por ambos lados de ella. En la cortadura de Tecpantzinco, al fin de la isla (Tacuba y San Juan de Letrán), el puente movible se hundió tanto en el fango que no pudo ser removido y los mexicas lo inutilizaron del todo, por lo que la retaguardia, con Pedro de Alvarado y Juan Velázquez de León, quedó cortada. La cortadura de Toltecacalli acabó por llenarse de muertos y despojos y fue el lugar de la mayor matanza. “Para quien no vio aquella noche la multitud de guerreros que sobre nosotros estaban y las canoas que de ellos andaban a rebatar nuestros soldados, es cosa de espanto”, rememorará Bernal Díaz. “No había hombre que ayudase y diese la mano a su compañero, ni aun a su propio padre, ni hermano a su propio hermano”, recordará fray Francisco de Aguilar. La artillería y el tesoro se habían perdido. De la retaguardia, formada sobre todo con soldados de Narváez, sólo sobrevivieron Alvarado, muy mal herido, y cuatro soldados. Más de 80 habían perecido, entre los que se contaban Juan Velázquez de León, Francisco Saucedo y Francisco de Morla. Cuando lo supo, a Cortés “se le saltaron las lágrimas de los ojos”, cuenta Bernal Díaz para dar origen a la leyenda del llanto al pie del ahuehuete de Popotla. Y el mismo cronista refiere que los supervivientes de la rezaga dijeron que pasaron el tajo del puente destruido “sobre muertos y caballos y petacas, que estaba aquel paso del puente cuajado de ellos”, y que por tanto no hubo tal “salto de Alvarado”.47
Según otras versiones, los de la rezaga perecieron no sólo en la huida, pues otros se refugiaron en los cuarteles y fueron sacrificados. Cortés no se refiere a ellos, pero otros cronistas contaron el destino de estos infelices. Un testigo de los hechos, el soldado Alonso de Aguilar, que vuelto dominico con el nombre de fray Francisco, dictará ya viejo su Relación breve de la conquista, recordará:
Cortés en la Noche Triste. Dibujo de Miguel Covarrubias. Sucedió que ciertos caballeros e hidalgos españoles, que serían hasta cuarenta, y todos los más de a caballo y valientes hombres, traían consigo mucho fardaje, y el mayordomo del capitán traía mucha cantidad, el cual también venía con ellos; y como venían despacio, la gente mexicana, que eran los más valientes, les atajaron el camino, y les hicieron volver a los patios, en donde se combatieron tres días con sus noches, con ellos, porque subidos a las torres se defendían de ellos valientemente; mas empero, la hambre y la muchedumbre de gente que allí acudió fue ocasión que todos fuesen hechos pedazos.
En el Códice Ramírez se dice que se quedaron en los cuarteles “por cobardía de no dejar los despojos”. López de Gómara niega, con escasa convicción, lo que de ellos se contaba: que se quedaron más de doscientos españoles en el mismo patio y real, sin saber de la partida; a quien después mataron, sacrificaron y comieron los de México, pues de la ciudad no se pudieron salir, cuanto más de una misma casa. Cortés dice que se lo requirieron.
Cervantes de Salazar cuenta que, viendo que no podían salir de la ciudad: se habían vuelto cient españoles a fortalecerse en el Templo Mayor; dicen muchos conquistadores que fueron trescientos, e que puestos en lo alto pelearon tres días, hasta que de cansados y enflaquecidos de la hambre, se les cayeron las
espadas de las manos, tiniendo bien poco que hacer los enemigos para matarlos.
Herrera y Torquemada repiten lo mismo, con idéntica cifra. Y en la entrevista que le hizo Gonzalo Fernández de Oviedo a Juan Cano, en Santo Domingo, 1544, el que fuera quinto marido de Isabel de Motecuhzoma contó que algunos soldados de Cortés, ignorantes de que se había decidido la salida, quedaron en sus cuarteles, “que eran doscientos e septenta hombres, los cuales se defendieron ciertos días peleando, hasta que de hambre se dieron a los indios”.48 Estas cifras: 40, más de 200, 100, 300 o 270, salvo la primera parecen excesivas, y es inverosímil lo dicho por Cano de que tantos ignoraran la huida acordada. El número de soldados asignados a la retaguardia es impreciso. Sólo sabemos que se formó sobre todo con soldados de Narváez y que de ellos perecieron “más de ochenta”, según Bernal Díaz. Pero aun reduciendo las cifras, la versión esencial es creíble. En Tacuba continuó el acoso indígena, pero de alguna manera resistieron los españoles, y en un cu y un caserío cercano, que después se llamó Nuestra Señora de los Remedios, quedaron hasta la medianoche siguiente. Según el primer balance que hizo Cortés de sus pérdidas en la Noche Triste: En este desbarato se halló por copia que murieron ciento y cincuenta españoles y cuarenta y cinco yeguas y caballos, y más de dos mil indios que servían a los españoles, entre los cuales mataron al hijo e hijas de Motezuma, y a todos los otros señores que traíamos presos [pp. 98-99].
(Luego se aclarará que de las hijas de Motecuhzoma sólo murió doña Ana.) Mas otros cronistas e historiadores propondrán cifras de pérdidas mayores. He aquí el resumen de estas diferentes estimaciones de las muertes en la Noche Triste:49
Los supervivientes estaban heridos, molidos, enlodados y hambrientos, y no sabían a dónde dirigirse, pero los tlaxcaltecas continuaron salvándolos. La ruta que eligieron para llevarlos a Tlaxcala bordeaba los lagos hacia el norte, hasta llegar a Cuauhtitlan, Citlaltépetl y Zumpango, luego seguía hacia el oriente por Otumba, y en Apan descendía al sur hasta Hueyotlipan, en que ya entraban a tierras tlaxcaltecas. Cortés organizó como pudo su menguado y quebrantado ejército. El ataque indio volvió a cobrar fuerza y, sobre todo en Otumba, el combate fue tan terrible que, dice Cortés, “cierto creíamos ser aquél el último de nuestros días, según el mucho poder de los indios y la poca resistencia que en nosotros hallaban” [p. 100]. Pero los españoles lograron abatir al jefe de las tropas indígenas, el ahuacóatl, y arrebatarle su estandarte, y la acción se decidió a su favor. Al fin, el 8 de julio, llegaron a tierras tlaxcaltecas. Orozco y Berra afirma con razón que fue un error táctico de los mexicas y tlatelolcas, después de la Noche Triste, el no haber perseguido a los españoles hasta exterminarlos,50 lo cual hubiera sido posible. Y explica que, como lo dicen los Informantes de Sahagún, en lugar de aquello, se ocuparon en “recoger los despojos de los muertos y las riquezas de oro que llevaba el bagaje”, hasta limpiar del todo las acequias.51 La acometida en Otumba, días más tarde, fue sólo una feroz escaramuza y no una puntilla eficaz, que estaba en sus manos. En fin, así fueron los duros hechos, contra los que nada pueden las suposiciones.
RECUPERACIÓN EN TLAXCALA Pese a los temores que abrigaba Cortés respecto a la recepción que le harían sus amigos tlaxcaltecas, éstos, a pesar de que llegaban “tan desbaratados”, los acogieron con humanidad y generosidad. Maxixcatzin y Xicoténcatl los recibieron en Hueyotlipan y luego en alguna de sus ciudades y les ofrecieron reposo, alimentos, ropas, pues iban “sin otra cosa más de lo que llevaban vestido”, y curación para sus heridas. A Cortés le agenciaron hasta “una cama de madera encasada” para que reposase. “Algunos murieron —comenta Cortés— así de las heridas como del trabajo pasado, y otros quedaron mancos y cojos, porque traían muy malas heridas, y para se curar había muy poco refrigerio; y yo asimismo quedé manco de dos dedos de la mano izquierda” [pp. 102-103].
Los tlaxcaltecas acogen a Cortés después de su derrota. Lienzo de Tlaxcala, 28.
Mientras se recuperaban, Cortés hizo el balance de sus infortunios: además de los muertos en México y de la pérdida de la mayor parte de cuantos bienes allí habían acumulado, se perdieron las “escrituras y autos que yo había hecho con los naturales”; se perdieron también los criados que le traían bienes, oro y plata de Veracruz a México, y cada uno repasaba las muertes de sus amigos más cercanos y sus propias pérdidas. En cambio, reciben una buena noticia: Veracruz estaba en paz. Esto hizo que muchos alentaran el proyecto de que el ejército se concentrase en aquel puerto; pero Cortés decidió no retirarse y continuar la lucha [p. 103]. Después de veinte días de descanso vuelve de nuevo a la actividad, aunque con mayor cautela y planeando y concertando sus acciones. Primero, Cortés abre y asegura una ruta hacia la costa, para cubrir una posible retirada y los aprovisionamientos; y luego prepara el ataque decisivo a México-Tenochtitlán con dos recursos claves: ahora que conoce las circunstancias que determinaron su derrota, construir suficientes bergantines para atacar por agua tanto como por tierra, y machacar y dominar una a una las provincias que rodeaban la región de los lagos. LA CAMPAÑA Y LA MATANZA DE TEPEACA
Con el pretexto de que habían dado muerte a los españoles que venían de Veracruz a México, Cortés inicia la campaña de Tepeaca, que se encuentra en los límites orientales de Tlaxcala y era la escala para la puerta del Golfo. Los soldados y aliados de Cortés combaten de nuevo en medios conocidos y una vez más hacen una gran matanza de indígenas en Huaquechula [p. 108]. Sin más problemas que los de acciones brutales como ésta, en las cuales legiones de indios eran arrasadas por la superioridad de las armas españolas, Cortés se apodera de esta región poblana, que comprendía entre otras las poblaciones de Izúcar, Huaquechula, Coixtlahuaca y Tepeaca, donde fundará Segura de la Frontera —y desde donde escribe esta segunda Carta de relación—, población que no prosperará. El conquistador se ha endurecido aún más después del quebranto. Los pueblos se entregaron al saqueo e incendio de los tlaxcaltecas, las mujeres se repartieron y se hicieron “ciertos esclavos”. Bernal Díaz refiere que éstos fueron herrados con una G que significaba guerra.52 EL PLEITO POR EL BOTÍN DESPUÉS DE LA NOCHE TRISTE “Otra cosa casi peor que esto de los esclavos”, para los intereses de los conquistadores, le pareció al soldado cronista la determinación que tomó Cortés de “dar un pregón so graves penas” para que los soldados manifestaran el oro que habían sacado en la Noche Triste, “y que les dará la tercia parte de ello, y si no lo traen, que se lo tomará todo”.
Itinerario de Cortés después de la Noche Triste. Jesús Amaya Topete, Atlas mexicano de la conquista, Fondo de Cultura Económica, México, 1958.
Antes de la huida de Tenochtitlán, del 30 de junio pasado, cuando no había sido posible llevar el botín de oro y joyas acumulado, Cortés había dicho que, después de apartar el quinto real y su propia parte, que se cargaron en la yegua y caballos, “cualquiera que quisiese sacar oro de lo que allí quedaba que se lo llevase mucho en buen hora por suyo”. Muchos soldados, sobre todo los inexpertos de Narváez, cargáronse tanto que perdieron la vida. Pero algunos lograron escapar con sus tesoros, y Cortés supo que en Segura de la Frontera “había muchas barras de oro y que andaban en el juego”. Aquella falsa promesa y esta exigencia irritaron a capitanes y soldados, y sólo algunos entregaron por fuerza el oro que tenían, y movió a los que habían llegado con Narváez a pedir licencia para volverse a Cuba, lo que se les concederá poco después.53 Además de esta disputa por el oro sobrante, un problema mayor fue el de justificar la pérdida del quinto real y el supuesto salvamento de la parte de Cortés. Los capitanes y soldados se quedaban con poco o nada, el rey había perdido su parte cargada en una muy buena yegua, pero el único que se había apropiado de lo salvado era el conquistador. Para tratar de atajar estas murmuraciones, Cortés encargó a Juan Ochoa de Lejalde que hiciera una Probanza, del 20 de agosto al 3 de septiembre de 1520, en la que declararon los capitanes,
oficiales y clérigos que por entonces se encontraban en Tepeaca, y en la cual atestiguaron como auténtica la versión de la pérdida del oro y joyas del rey en la Noche Triste.54 El asunto no paró allí. En el curso de los años que siguieron a la conquista de México, pasiones, ambiciones y resentimientos fueron acumulándose contra Cortés, y tuvieron ocasión de explotar en 1529 al abrirse el juicio de residencia contra el conquistador. Bernardino Vázquez de Tapia marcó la línea de incriminaciones al declarar, el primero, que: como el dicho Cortés vido que la yegua y el oro era perdido, echó fama que aquel oro que se perdió era lo de Su Majestad, e lo otro que se había salvado, que fueron cuarenta e cinco mil pesos o más, dijo que era lo suyo e para salir con su intinción fizo cierta probanza.55
En el mismo tenor declararon luego Gonzalo Mejía, Antonio Serrano de Cardona, Rodrigo de Castañeda y Alonso Ortiz de Zúñiga. Al contraatacar, presentando un enorme interrogatorio para que lo contestaran sus testigos de descargo, Cortés se refirió a esta cuestión en las preguntas 189 a 191.56 El asunto no pasó de dimes y diretes, pues el juicio de residencia nunca llegó a ser resuelto. LAS PROBANZAS CONTRA DIEGO VELÁZQUEZ Y PÁNFILO DE NARVÁEZ Además de la probanza sobre el oro del quinto real perdido en la Noche Triste, antes mencionada, Cortés aprovechó la reunión en Tepeaca-Segura de la Frontera de sus capitanes, vueltos oficiales reales, alcaldes y regidores, para hacer con ellos dos probanzas más, éstas enderezadas contra Diego Velázquez y Pánfilo de Narváez. En la primera de ellas,57 los oficiales reales Alonso Dávila, tesorero; Alonso de Grado, contador; Bernardino Vázquez de Tapia, factor, y Rodrigo Álvarez Chico, veedor, dirigieron a Hernán Cortés, capitán general y justicia mayor, una solicitud en la cual le exponen las malas consecuencias que para la Nueva España trajo la expedición de Narváez, enviada por Velázquez, y le piden que, por dicha causa, mande secuestrar todos los bienes que los dichos tengan en esta tierra. Y en la probanza que sigue, nueve testigos contestan las 22 preguntas del interrogatorio, cuyo propósito principal es hacer constar que la rebelión de los indios que llevó a la derrota de la Noche Triste, las muertes de cientos de españoles y millares de indígenas que entonces perecieron, y la pérdida del tesoro y del quinto real habían sido causadas por la llegada de la expedición de Narváez, quien repetidas veces manifestó que él venía a prender a Cortés y a dejar libre a Motecuhzoma. Todos los declarantes, incluso Pedro de Alvarado, confirmaron esta versión y acusación. El origen de la sublevación indígena, según los cronistas e historiadores españoles e indígenas, fue la matanza del Templo Mayor, organizada por Pedro de Alvarado. Y este mismo capitán, en el proceso de residencia que se le formó años más tarde, así lo reconoció, aunque también dijo que “los indios lo querían matar” y “que la fiesta no era más que un pretexto para justificar el alzamiento”. La llegada de Narváez y su promesa de liberar a Motecuhzoma pudieron ser un apoyo para la rebelión indígena, pero no su causa. Por todo ello, la materia de esta probanza es inconsistente. Su verdadera intención parece ser la de justificar el secuestro
de los cuantiosos recursos militares —naves, soldados, caballos, artillería y armas— que había traído Narváez. La tercera probanza de este grupo, del 4 de octubre siguiente y del mismo lugar, tiene el propósito de afirmar que Hernán Cortés y no Diego Velázquez hizo los gastos para la organización de la expedición a México.58 REFUERZOS RECIBIDOS Y OTRAS NOTICIAS Gracias a circunstancias fortuitas o atraídos por la fama de la riqueza de México que corría por las islas antillanas, llegan refuerzos considerables al de nuevo menguado ejército de Cortés [p. 112]. Entre los meses de julio y octubre de 1520 llegó una nave de Pedro Barba, con 13 soldados, un caballo y una yegua, que enviaba Diego Velázquez con cartas para Narváez, a quien daba por dueño de la situación, en las que le encargaba que enviase a Cuba a Cortés, a quien suponía preso y desbaratado, para trasladarlo a Castilla. Pedro Caballero, el “almirante de la mar” puesto por Cortés en Veracruz, atrajo amistosamente a Barba, lo apresó y él y sus soldados acabaron incorporados de buena gana al ejército del conquistador. Otro tanto ocurrió con otro navío chico, de Rodrigo Morejón de Lobera, que traía ocho soldados, una yegua, seis ballestas, bastimentos y aparejos.59 Francisco de Garay seguía empeñado en poblar el Pánuco y enviaba un navío tras otro. Por el mes de octubre llegó a Veracruz el resto de la expedición que había enviado, al mando de Diego Camargo, con 60 hombres hambrientos, flacos, amarillos e hinchados, a los que los soldados de Cortés, cuenta Bernal Díaz, apodaron los “panciverdetes”. Más tarde llegó Miguel Díaz de Aux, aragonés altivo, en busca de otras naves despachadas por Garay, que también incorporó al ejército más de 50 soldados y siete caballos. Y en fin, con el mismo origen y propósitos, llegó otra nave capitaneada por Ramírez el Viejo, con cerca de 40 soldados, 10 caballos, yeguas, ballestas y otras armas. A los soldados traídos por Díaz de Aux llamaron los “lomos recios”, porque venían “recios y gordos” y a los del viejo Ramírez “los de las alabardillas”, porque traían gruesas casacas de algodón a las que no pasaba ninguna flecha, los “escaupiles” indios, que luego adoptará Cortés para su ejército.60 En su segunda Relación Cortés sólo menciona el desbarato que habían sufrido en Pánuco los soldados enviados por Garay [pp. 104-105] y la llegada a Veracruz de una carabela pequeña, también de Garay, con 30 hombres de mar y tierra, a los que dice que auxiliará [p. 113]. Bernal Díaz resume como sigue los refuerzos recibidos: de los navíos de Barba y Morejón de Lobera, 25 soldados, dos caballos y una yegua; y de los navíos de Garay, cuyos capitanes fueron Camargo, Díaz de Aux y Ramírez el Viejo, 120 soldados y 17 caballos y yeguas,61 valiosos refuerzos para compensar las pérdidas de la Noche Triste. Además, Cortés despachó enviados a la isla Española para que le trajeran soldados, caballos y armas [p. 112]. En las páginas finales de su carta, reitera que su propósito es: Volver sobre aquella ciudad y su tierra, y creo, como yo a Vuestra Majestad he dicho, que muy en breve tornará al estado en que antes yo la tenía, y se restaurarán las pérdidas pasadas. En tanto, yo quedo haciendo doce bergantines para entrar
por la laguna [pp. 112-113].
La noticia final que da Cortés a Carlos V es el bautizo de la tierra, que se llamará la “Nueva España del mar océano” porque: así en la fertilidad como en la grandeza y fríos que en ella hace, y en otras muchas cosas que la equiparan a ella [p. 114].
Según fray Juan de Torquemada,62 Juan de Grijalva, que exploró la isla de Cozumel y la costa yucateca y del Golfo en 1518, había dicho ya que: “hallaban una Nueva España”, expresión que no se registró en el Itinerario de su viaje y, al parecer, aquella denominación sugerida había sido olvidada. CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA 1519 8 de noviembre 14 de noviembre (?) 1520 Principios de mayo 10 de mayo Mediados de mayo 27/28 de mayo 24 de junio 27/28 de junio 30 de junio 7 de julio
Entrada a la ciudad de México. Prisión de Motecuhzoma. Llega la expedición de Narváez a la costa. Sale Cortés a Cempoala. Matanza del Templo Mayor en México. Guerra de los mexicas contra los españoles. Prisión de Narváez en Cempoala y derrota de su expedición. Cortés vuelve a la ciudad de México. Muerte de Motecuhzoma. Lo sucede Cuitláhuac, décimo señor de México. Derrota de la Noche Triste y salida de los españoles de la ciudad de México. Batalla de Otumba.
8 de julio Fines de julio Julio-octubre 30 de octubre
Llegada a tierras de Tlaxcala. Campaña de Tepeaca. Cortés recibe refuerzos considerables y prepara la reconquista de la ciudad de México. Firma en Segura de la Frontera la segunda Carta de relación. Cortés cumple 35 años.
1
Orozco y Berra, Historia antigua, Conquista, lib. II, cap. II.— Luis González Aparicio, Plano reconstructivo de la región de Tenochtitlan, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1973. 2 Sahagún, lib. XII, cap. XV. 3 Bernal Díaz, cap. LXXXVIII. 4 Cervantes de Salazar, Crónica, lib. II, cap. XXVI.— Bernal Díaz, cap. XCIV.— López de Gómara, cap. LXXXIII. 5 Bernal Díaz, cap. XCV. 6 Eulalia Guzmán, Comentarios a las Relaciones de Cortés, pp. 215-219. 7 Sahagún, lib. Xll, cap. XVII. 8 Durán, Historia de las Indias, cap. LXXIV. 9 Fray Francisco de Aguilar, Relación breve de la conquista, ed. Federico Gómez de Orozco, 5ª jornada, pp. 52-54. 10 Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, “Séptima relación”, Relaciones originales de Chalco
Amaquemecan, trad. del náhuatl de Silvia Rendón, Fondo de Cultura Económica, México, 1965, p. 235. 11
Las Casas, “De la Nueva España”, Brevísima relación, Tratados, ed. Fondo de Cultura Económica, p. 71.
12 Alfredo Chavero, Explicación del Lienzo de Tlaxcala, Antigüedades mexicanas, Texto, México, 1892. 13 Guzmán, ibid., p. 217.— El encadenamiento de las manos no es del todo evidente. Pero si doña Eulalia hubiera podido
conocer la serie ampliada del Lienzo de Tlaxcala, dada a conocer por René Acuña, y editada por la UNAM en 1981, se hubiese complacido con la nueva lámina 20, f. 246 v, llamada simplemente “Fernando Cortés”, en la que, junto al conquistador a caballo y tras él Marina, aparece Motecuhzoma con grillos en los pies. 14 Muñoz Camargo, Historia de Tlaxcala, lib. II, cap. VI. 15 López de Gómara, cap. LXXXIX. 16 Donación de tierras a doña Isabel y doña Marina Moctezuma, del 27 de junio de 1526 y el 14 de marzo de 1527: en
Documentos, sección III. 17 Para las relaciones de Cortés con las hijas de Motecuhzoma, véase la nota 2 a la Donación antes citada. En la Crónica
Mexicáyotl, de Hernando Alvarado Tezozómoc (trad. del náhuatl de Adrián León, UNAM, Instituto de Historia, México, 1949, párrafos 305-324), se consignan los nombres y se narran las historias de 19 hijos de Motecuhzoma. 18
Bernal Díaz, cap. XCIII.
19 Tapia, ed. BEU, pp. 80-81. 20 Sahagún, lib. XII, caps. XVII y XVIII, trad. del náhuatl de Ángel M. Garibay K. 21 Debió escribir xoxolhuia: mentir a sabiendas, en náhuatl. 22 Bernal Díaz, cap. XCVII. 23 Guzmán, op. cit., p. 252.— Bernal Díaz, cap. XCIX. 24 Bernal Díaz, caps. XCI y XCII. 25 Ibid., cap XCII 26 Tapia, pp. 83-87. Coatlicue, p. 84. 27 Alonso de Zorita, Breve y sumaria relación de los señores … en la Nueva España, Nueva colección de documentos
para la historia de México, t. III (189 1), reed. S. Chávez Hayhoe, México, 1941, pp. 134-137. 28 Orozco y Berra, op. cit., lib. II, cap. VII.— La descripción de Narváez: Las Casas, Historia de las Indias, lib. III, cap.
XXVI, y Bernal Díaz, cap. CCVI. 29 Bernal Díaz, cap. CIX, consigna 19 naos, 1 400 soldados, que incluían 90 ballesteros y 70 escopeteros, 80 caballos y 20
tiros de artillería; Andrés de Tapia, p. 89, recuerda 18 navíos, “más de mil e tantos hombres, e que traían muy buena artillería”, 90 caballos y más de 150 ballesteros y escopeteros; y López de Gómara, cap. XCVI: 11 naos, 7 bergantines, 900 españoles y 80 caballos.— El licenciado Vázquez de Ayllón menciona, además, 1 000 indios de Cuba. Y había, al menos, un negro, el que trajo la viruela a México y cuya epidemia comenzó en Cempoala. 30 Bernal Díaz, caps. CIX-CXXV. El diálogo en cap. CXXII. 31 López de Gómara, cap. CI.
32
Tapia, pp. 94-95.
33 Bernal Díaz, cap. CXXII. 34 Ibid., cap. CXXIV. 35 Ibid. 36 López de Gómara, cap. CIV.— Bernal Díaz, caps. CXXV y CXXVI.— Vázquez de Tapia, Relación de méritos y
servicios, pp. 41 -42. 37 Relaciόn del origen de los indios que habitan esta Nueva España según sus historias o Códice Ramlrez, ed. de M.
Orozco y Berra, México, 1878, pp. 88-89. 38
Durán, Historia de las Indias, cap. LXXV.
39
La versión indígena aludida, que aquí repite Durán, en Sahagún, lib. XII, caps. XIX y XX.
40
Alva Ixtlilxóchitl, Historia de la nación chichimeca, cap. LXXXVIII.
41
Proceso de residencia contra Pedro de Alvarado, ed. de José Fernando Ranírez, paleografía de Ignacio López Rayón, impreso por Valdés y Redondas, México, 1847, Quinto cargo, pp. 65-68. 42 Relación... o Códice Ramírez, pp. 89-90. 43 Ibid., p. 91.— Esta versión de que Motecuhzoma y otros señores indios fueron muertos por los españoles, por orden de
Cortés, fue abrazada dramáticamente por Manuel Orozco y Berra, movido, dice, no por odio, sino por convencimiento: Historia antigua, Conquista, lib. II, cap. X y nota 36. Fray Francisco de Aguilar, Relaciόn breve, 7a jornada, p. 70, confirma también la muerte de los otros señores indios: “había otros muy grandes señores detenidos con él, a los cuales el dicho Cortés, con parecer de los capitanes, mandó matar, sin dejar ninguno”. 44
Hay reproducciones de este Cόdice de Moctezuma en Gurría Lacroix, “Itinerario de Hernán Cortés”, Artes de México, núm. 111, México, 1968, sin folio; y en John B. Glass, Catálogo de la colecciόn de cόdices, Museo Nacional de Antropología, INAH, México, 1964, p. 69 e ilustración 27. 45 Cervantes de Salazar, lib. IV, cap. CVIII, refirió inicialmente la anécdota, que luego repitió Herrera, década IIa , lib. X,
cap. IX. 46 Bernal Díaz, cap. CXXVIII.— Sahagún, lib. XII, cap. XXIV. 47 Bernal Díaz, ibid.— Fray Francisco de Aguilar, Relación breve, 7ª jornada, p. 72. 48 Aguilar, Relación breve, 7a jornada, pp. 72-73.— Códice Ramírez, p. 91.— López de Gómara, cap. CX.— Cervantes de
Salazar, Crónica, lib. IV, cap. CXXIII.— Herrera, década IIa, lib. X, cap. XII.— Torquemada, lib. IV, cap. LXXII.— Fernández de Oviedo, lib. XXXIII, cap. LIV. 49
Prescott, Historia de la conquista de México, lib. V, cap. IV, n. 26.— Orozco y Berra, lib. II, cap. XI, n. 15.— Wagner, cap. XX, p. 300, repite esta lista anterior sin citar su procedencia. Aquí acumulo y preciso las referencias. 50 Orozco y Berra, ibid. 51 Sahagún, lib. XII, cap. XXV. 52 Bernal Díaz, cap. CXXXV. 53 Ibid. 54 Probanza hecha a pedimento de Juan Ochoa de Lejalde, en nombre de Hernán Cortés, sobre las diligencias que
éste hizo para salvar el oro de Sus Majestades, Tepeaca, 20 de agosto-3 de septiembre de 1520: en Documentos, sección I. — En el poder que da Cortés a Ochoa de Lejalde, firmado el 6 de agosto de 1520, se menciona por primera vez el nombre de Nueva España, antes de que Cortés lo comunique al rey al fin de su segunda Carta de relación, fechada el 30 de octubre siguiente. Lo hizo notar G. R. G. Conway, editor de esta probanza, en La Noche Triste. Documentos…, Robredo, México, 1943, Prólogo, p. XI. 55 Vázquez de Tapia, respuesta LII a las preguntas del “juicio secreto”, en Documentos, sección IV. 56 Interrogatorio presentado por Hernán Cortés al examen de los testigos que presentare para su descargo en la
pesquisa secreta, Temistlan, 1534: en Documentos, sección IV, segunda parte. 57 Solicitud de los oficiales reales contra Diego Velázquez y Pánfilo de Narváez y probanza contra ellos, Segura de la
Frontera, 4-28 de septiembre de 1520: en Documentos, sección l.
58
Probanza hecha por Juan Ochoa de Lejalde, en nombre de Hernán Cortés, sobre quién hizo los gastos de la expedición a México, Segura de la Frontera, 4 de octubre de 1520, en Documentos, sección I. 59 Bernal Díaz, cap. CXXXI. 60 Ibid., cap. CXXXIII. 61 Ibid., cap. CXXXIV. 62 Torquemada, lib. IV, cap. IV.
X. PREPARACIÓN DE LA CONQUISTA En Tacuba está Cortés con su escuadrón esforzado, triste estaba y muy penoso, triste y con gran cuidado, la una mano en la mejilla y la otra en el costado… Citado por BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO
EL CONTENIDO GENERAL Y LAS DOS PARTES DE LA TERCERA RELACIÓN Así como la segunda carta es la revelación de la alta civilización que existía en el imperio que encabezaba la ciudad de México-Tenochtitlán, la tercera Carta de relación refiere la conquista y destrucción de la gran ciudad, después del descalabro de la Noche Triste. Aquélla es el testimonio de un explorador audaz y codicioso, astuto y sensible; ésta es el parte militar de un conquistador excepcional. La tercera es la más extensa de las cartas y da cuenta de los dramáticos acontecimientos que ocurren en alrededor de un año y medio, de la pacificación de la provincia de Tepeaca, a fines de 1520, al fin de la conquista de la ciudad de México, el 13 de agosto de 1521, y a las exploraciones y conquistas que siguen hasta el 15 de mayo de 1522, en que firma la carta en Coyoacán. Es extraño que Cortés no se apresure a dar cuenta al emperador de un acontecimiento tan importante como la conquista de la ciudad y deje pasar nueve meses hasta hacer su relación. Probablemente lo absorbieron los acontecimientos subsecuentes y fue dictándola poco a poco, y acaso corrigiéndola, en los intervalos de sus tareas y preocupaciones. La carta puede dividirse en dos partes y un apéndice. La primera refiere la minuciosa y sistemática preparación de la conquista de la gran ciudad, y se extiende de diciembre de 1520 al 30 de mayo de 1521, en un lapso de seis meses. La segunda es la relación del sitio, destrucción y toma de la ciudad de MéxicoTenochtitlán, que concluye con el apresamiento de Cuauhtémoc. Se extiende del 30 de mayo de 1521 al 13 de agosto del mismo año, durante 75 días, como resume el mismo Cortés. Pero la tercera Carta de relación no termina con la aniquilación del imperio azteca, ya que el conquistador continúa narrando el inicio de la reconstrucción de la ciudad y las exploraciones y conquistas que emprende a continuación, desde la toma de la ciudad hasta el 15 de mayo de 1522, fecha de la carta.
RECURSOS, ORDENANZAS Y REGLAS DE GUERRA
En los días de recuperación en Tlaxcala, después de la derrota de la Noche Triste, Cortés se replanteó a fondo su situación y la estrategia que debía seguir en la reconquista de la ciudadisla. Después de asegurar con la “pacificación” de Tepeaca el paso franco hacia la costa veracruzana, comienza por hacer un balance y una reorganización de sus recursos militares. Dos días después de la Navidad de 1520 encuentra que sólo tiene 40 soldados de a caballo, 550 peones o infantería, 80 de ellos escopeteros y ballesteros, y ocho o nueve cañones de campo, “con bien poca pólvora” [pp. 118-119].1 Era necesario, pues, aumentar sus recursos. Por los mismos días de este recuento, comprende que debe transformar aquella banda animosa e indisciplinada de sus soldados en algo más cercano a un verdadero ejército, y redacta y hace pregonar en Tlaxcala, el 22 y el 26 de diciembre de 1520, respectivamente, unas Ordenanzas militares.2 En efecto, el principal objetivo de estas disposiciones es el de establecer una organización y una disciplina en sus huestes y evitar los pillajes y las acciones personales. Las Ordenanzas comienzan por señalar, como principal motivo de la lucha, el combate a las idolatrías y la implantación de la fe católica, y a continuación señalan dos prohibiciones de índole más bien personal: las blasfemias y los juegos de azar. Esta última debió costar a Cortés un gran esfuerzo, ya que era muy aficionado a los juegos. “Jugaba a los dados a maravilla, bien y alegremente” dice López de Gómara. Y Bernal Díaz confirma: “Era muy aficionado a naipes y dados, y cuando jugaba era muy afable en el juego y decía ciertos remoquetes que suelen decir los que juegan a los dados”. Entre el dilema de la disciplina y su afición, acabó por hacer la salvedad incongruente de sólo consentir los juegos moderadamente “en el aposento donde yo estuviere”, para proteger su propia inclinación. Años más tarde, cuando la primera Audiencia inició en 1529 el juicio de residencia contra el conquistador, entonces ausente, quiso aplicarle su propia prohibición y la general contra los juegos de azar. Bernardino Vázquez de Tapia, enemistado contra Cortés, declaró que le constaba que éste, Alvarado, Alderete, Morán, Rangel y el mismo Vázquez de Tapia, jugaban en casa de Cortés, no moderadamente, y aun acusó a Alvarado de haberlo engañado y robado;3 y la Audiencia impuso a Cortés una multa de 12 000 pesos de oro, multa que años más tarde le fue devuelta por sobrecédula del 11 de marzo de 1530. Las Ordenanzas prohíben también las riñas entre españoles y las burlas de unos grupos hacia otros, probablemente por cuestiones de regionalismos tan frecuentes y acerbas en los peninsulares. En materia propiamente militar disponen que los soldados se organicen en capitanías y que éstas se formen en cuadrillas de veinte hombres con sus respectivos cabos. Especial énfasis se pone en los servicios de vela y en su cumplimiento. Cada capitán debe tener su tambor y su bandera y sus contingentes deberán moverse juntos y apartados de las otras capitanías. Prohíben que durante los encuentros de guerra los soldados se metan entre el fardaje para protegerse, que acometan sin ser mandados, que entren a las casas de los enemigos para robar, y ordenan que los botines se reúnan y manifiesten ante el capitán general. Cada una de las prohibiciones tiene señalados castigos para su incumplimiento: multas para los hidalgos y azotes para los demás. Merece notarse que la pena de muerte sólo se reserva para el pillaje encubierto para beneficio personal. La traición y la desobediencia, en cambio, no se consideran en estas Ordenanzas, que se limitan a las circunstancias propias de las
conquistas y parecen dar por supuestos los usos generales de las guerras. Al mismo tiempo, aunque no lo consigne expresamente, Cortés estableció ciertas reglas para los miles de soldados indígenas aliados, principalmente tlaxcaltecas, aunque también de Cholula y Huejotzingo, de los que además encargó su manejo e instrucción militar a Alonso de Ojeda y a Juan Márquez, para que concertaran sus acciones de choque con las de las armas españolas. La nueva regla era la de permitirles el saqueo e incendio de las poblaciones conquistadas. La venganza de antiguos agravios añadirá, en lo más cruento de las luchas, la matanza de la población indefensa y la antropofagia, ya no ritual sino bestial. Con estas bárbaras prácticas quedaba resuelto el avituallamiento de las tropas indias y se daban nuevos alicientes a su resentimiento vengativo. Además, a partir de estas campañas, Cortés puso en práctica —aunque no lo reconozca explícitamente y sea Bernal Díaz el que a menudo se refiera con detalles y reclamos al respecto— el tomar esclavos de los lugares conquistados y herrarlos con una letra G que significaba guerra.
India herrada. Dibujo de Miguel Covarrubias.
CONSTRUCCIÓN Y TRANSPORTE DE LOS BERGANTINES La experiencia de la derrota del 30 de junio de 1520, en que tantos de sus soldados y caballos perecieron en los cortes de las calzadas, enseñó a Cortés que sólo podía atacar con éxito la ciudad lacustre con movilidad combinada por agua y por tierra. Para ello, decidió fabricar en Tlaxcala 12 bergantines, que luego serán 13, cuya construcción debió iniciarse hacia octubre de 1520 [p. 113] y se concluirá hacia febrero o marzo del año siguiente. Parece insensatez la de fabricar, tan tierra adentro, las partes de los navíos que luego habrían de transportar, en casi una centena de kilómetros y en terreno montañoso, hasta Tezcoco, a orillas entonces del lago. Sin embargo, Tlaxcala era el único apoyo principal con que contaban en aquellos días los españoles, y gracias a la habilidad de carpinteros y herreros y a la capacidad sin límites de la ayuda indígena, el proyecto descabellado se hizo realidad. En principio, Cortés envió al burgalés Santa Cruz a traer de Veracruz a Tlaxcala, de los
barcos desmantelados, anclas, clavazón, estopas, velas, cables y jarcias, así como calderos para hacer la brea; y en unos pinares cercanos a Tlaxcala, en Huejotzingo, los marineros prepararon la resina llamada pez, necesaria para las juntas y el calafateo de las naves.4 Martín López, “carpintero de ribera”, esto es de obras navales, que ya había construido los primeros cuatro bergantines, quemados por los indígenas en la sublevación de la Noche Triste, recibió de Cortés, hacia octubre de 1520, el encargo de organizar la construcción de los nuevos bergantines.5 López vino a Tlaxcala con sus herramientas y tres criados y comenzó por ir a buscar a montes cercanos el maderamen de roble, encino y pino necesario. Auxiliaban al maestre López, según Bernal Díaz, Andrés Nuñez, Ramírez el Viejo, “cojo de una herida”, el aserrador Diego Hernández, el herrero Hernando de Aguilar, ciertos indios carpinteros y dos herreros con sus fraguas.6 En cambio, de acuerdo con la Información que hizo López ante la Audiencia de México en 1544, sus auxiliares fueron Alvar López, carpintero; Hernán Martín, herrero; Andrés Martínez, Miguel y Pedro de Mafia, carpinteros; Juan Gómez de Herrera y Juan Martínez “Narices”.7 En la nueva ciudad de Tlaxcala los trabajos se realizaban en el barrio de Atempa, cerca de la ermita de San Buenaventura. Cuando estuvieron terminados, los bergantines fueron probados en el río Zahuapan, que se represó para este propósito. Una vez probados se volvieron a desbaratar y se organizó su transporte de Tlaxcala a Tezcoco, donde se armaron de artillería.8
La construcción de los bergantines. Códice Durán, cap. XVIII.
El transporte a Tezcoco de un volumen tan considerable de piezas de madera y de los demás aparejos de los bergantines, que además de cruzar montañas tenía que pasar por tierras enemigas, fue tarea compleja. Cortés dispuso que fuera a auxiliarla Gonzalo de Sandoval [p. 132], quien llevó 200 soldados, 20 escopeteros y ballesteros y 15 de a caballo, más “buena copia” de tlaxcaltecas. Bernal Díaz añade que Sandoval, en el camino, cumplió otros encargos, como el de castigar a los indios del que llamaron “pueblo morisco”, al parecer
Calpulalpan o Sultepec,9 quienes habían muerto a cuarenta y tantos soldados de Narváez y de Cortés y a muchos tlaxcaltecas, y robado tres cargas de oro que traían de Veracruz. Los del pueblo, sabiendo que se acercaba Sandoval, lo abandonaron. Los españoles hallaron allí dos caras de españoles y cueros de caballos, curtidos unas y otros, colgados en los cúes, y en el muro de una casa leyeron la triste inscripción que con carbón había hecho uno de los españoles antes de ser sacrificado: “Aquí estuvo preso el sin ventura Juan Yuste, con otros muchos que traía en mi compañía” [p. 132]. Yuste había sido un hidalgo de caballo de los que vinieron con Narváez.10 Concluidas estas tareas, Sandoval fue al encuentro de la columna de indios que hacía el singular transporte de los bergantines. Cortés da cuenta de este viaje con entusiasmo poco frecuente en él: El dicho alguacil mayor [Gonzalo de Sandoval] pasó adelante cinco o seis leguas a una población de Tascaltecal, que es la más junta a los términos de Culúa, y allí halló a los españoles y gente que traían los bergantines. Y otro día que llegó, partieron de allí con la tablazón y ligazón de ellos, la cual traían con mucho concierto más de ocho mil hombres, que era cosa maravillosa de ver, y así me parece que es de oír, llevar trece fustas diez y ocho leguas por tierra; que certifico a Vuestra Majestad que desde la avanguardia a la retroguardia había bien dos leguas de distancia. Y como comenzaron su camino llevando en la delantera ocho de a caballo y cien españoles, y en ella y en los lados por capitanes, de más de diez mil hombres de guerra, a Yutecad y Teutipil, que son dos señores de los principales de Tascaltecal, y en la rezaga venían otros ciento y tantos españoles con otros ocho de caballo, y en ella venía por capitán, con otros diez mil hombres de guerra, muy bien aderezados, Chichimecatecle, que es de los principales señores de aquella provincia, con otros capitanes que traía consigo. El cual, al tiempo que partieron de ella, llevaba la delantera con la tablazón, y la rezaga traían los otros dos capitanes con la ligazón; y como entraron en tierra de Culúa, los maestros de los bergantines mandaron llevar en la delantera la ligazón de ellos y que la tablazón se quedase atrás, porque era cosa de más embarazo si alguno les acaeciese; lo cual, si fuera, había de ser en la delantera. Y Chichimecatecle, que traía la dicha tablazón, como siempre hasta allí con la gente de guerra que había traído la delantera, tomolo por afrenta, y fue cosa recia acabar con el que se quedase en la retroguardia, porque él quería llevar el peligro que se pudiese recibir; y como ya lo concedió, tampoco quería que en la rezaga se quedasen en guarda ningunos españoles, porque es hombre de mucho esfuerzo y quería él ganar aquella honra. Y llevaban estos capitantes dos mil indios cargados con su vitualla. Y así, con esta orden y concierto fueron su camino, en el cual se detuvieron tres días, y al cuarto entraron en esta ciudad con mucho placer y estruendo de atabales, y yo les salí a recibir. Y como arriba digo, extendíase tanto la gente, que desde los primeros que comenzaron a entrar hasta que los postreros hubieron acabado, se pasaron más de seis horas sin quebrar el hilo de la gente. Y después de llegados y agradecido a aquellos señores las buenas obras que nos hacían, híceles aposentar y proveer lo mejor que se pudo; y ellos me dijeron que traían deseo de verse con los de Culúa, y que viese lo que mandaba, que ellos y aquella gente venían con deseos y voluntad de vengarse o morir con nosotros, y yo les di las gracias, y les dije que reposasen y que presto les daría las manos llenas [pp. 132-134].
En Tezcoco debió construirse una especie de dique seco para armar los bergantines. Al mismo tiempo, comenzó a cavarse una zanja, que comunicaba el dique con el lago: en esta obra —prosigue Cortés— anduvieron cincuenta días más de ocho mil personas cada día, de los naturales de las provincias de Aculuacan y Tesuico, porque la zanja tenía más de dos estados de hondura y otros tantos de anchura, e iba toda chapada y estacada, por manera que el agua que por ella iba la pusieron en el peso de la laguna; de forma que las fustas se podían llevar sin peligro y sin trabajo hasta el agua, que cierto fue obra grandísima y mucho para ver [p. 149].
A base de las escasas informaciones disponibles y como una “reconstrucción conjetural”, C. Harvey Gardiner propone las siguientes medidas y características de estos bergantines,11 que hoy llamaríamos lanchones. Largo o eslora, 11.76 m, y 13.44 m para la nave capitana. Tomando en cuenta que el canal de Tezcoco tenía una anchura aproximada de 3.92 m —“dos estados”, dice Cortés—, la anchura máxima o manga de los bergantines pudo ser de 2.24 a
2.52 m, su calado, entre 56 y 70 centímetros, y su altura libre, de 1.12 m. Los pequeños navíos llevaban seis remeros a cada lado y tenían uno o dos mástiles con velas que aparecen recogidas en las ilustraciones del Códice florentino. La propulsión principal se hacía con remos cortos, como los que siguen empleándose en las trajineras de Xochimilco. Cada bergantín podía transportar hasta 25 hombres: capitán, timonel, remeros y soldados, aunque los bogadores debieron llevar también armas para los combates en tierra. El 28 de abril de 1521 los bergantines o fustas estaban listos, enfilados en la zanja y dispuestos para pasar al lago y entrar en acción. Pronto se comprobaría su eficacia guerrera. El plan y la técnica habían sido españoles; la mano de obra, el transporte y la vía de agua eran de manos indias. En aquella larguísima procesión que transportó a los bergantines de Tlaxcala a Tezcoco, los soldados españoles la dirigían y vigilaban, pero iba contra sus principios participar en el trabajo rudo de la carga; para eso estaban los millares de indios siempre disponibles.12
RECUENTO Y DEPURACIÓN DEL EJÉRCITO En la misma fecha en que se concluye la fabricación de los bergantines, Cortés hace un nuevo recuento de sus efectivos militares. Gracias a los refuerzos ocasionales que ha recibido y los que ha mandado a buscar, desde la Navidad de 1520, de los varios navíos de Francisco de Garay, de los de Pedro Barba y Rodrigo Morejón de Lobera, del que trajo a Alderete, Orduña y otros, y del de Juan de Burgos, el ejército de que dispone para la toma de Tenochtitlán casi se habrá duplicado en los cuatro meses transcurridos: 86 de a caballo, 118 ballesteros y escopeteros, 700 y tantos peones, tres cañones gruesos de hierro, 15 pequeños de bronce y 10 quintales de pólvora [p. 149]. No precisa Cortés si en estas cifras están o no considerados los destacamentos que cuidaban Veracruz, Tepeaca y otros lugares. En una de las naves antes mencionadas, la llamada María que llegó de Santo Domingo al mando de Jerónimo Ruiz de la Mota, con refuerzos y provisiones —soldados, caballos, ganado, puercos, alimentos y armas— , que al fin de su segunda Relación dice Cortés que mandó traer, llegaba también Julián de Alderete, nombrado tesorero, en nombre del rey, por las autoridades de La Española. Lo acompañaban otros personajes: Antonio de Carvajal y un franciscano, fray Pedro de Melgarejo y su comisario Jerónimo López. Según Bernal Díaz, fray Pedro vendía a los soldados bulas que les aligeraban la conciencia, y en poco tiempo volvió rico a Castilla.13 La llegada de Alderete —quien actuará en la conquista también como soldado decidido— será importante para Cortés porque, aunque se le enviara a fiscalizar sus actos y cuidar los intereses reales, significaba un primer reconocimiento tácito de la conquista que realizaba. En los meses anteriores habían ocurrido dos hechos que afectaron las huestes de Cortés, aunque sirvieron también para depurarlas. Algunos de los capitanes amigos de Velázquez, que habían venido en la fracasada expedición de Narváez, insistieron ante Cortés en su demanda para que les permitiese volver a Cuba. Entre ellos estaban Andrés de Duero, que había sido secretario de Velázquez junto con Cortés y a quien éste debía una ayuda decisiva al inclinar a
su favor la decisión del gobernador para que se le confiase la expedición a México; dos que sólo querían traer a sus hijos de Cuba, y que luego volvieron; Luis de Cárdenas, una especie de objetor de conciencia de Cortés, quien decía que “cómo podíamos reposar los soldados teniendo dos reyes en esta Nueva España”, por lo del quinto que como el real recibía Cortés; un corcovado Francisco Velázquez, pariente de Diego, y otros más. Bernal Díaz menciona a 13 personas y añade que “se fueron otros muchos”.14 Cortés no registra el hecho, pero el soldado cronista dice que explicó aquella buena decisión diciendo que era “por excusar escándalos e importunaciones… y que valía más estar solo que mal acompañado”. Casi todos iban ricos. Con alguno de ellos, quizás De Duero, Cortés escribió a su mujer, Catalina Xuárez Marcaida, y a su cuñado y amigo Juan Xuárez, les envió oro y joyas, les relató lo que hasta entonces le había acontecido, pero al parecer no invitó a venir a su mujer. Pero no todos los adictos a Velázquez y desafectos a Cortés se habían vuelto a Cuba. Poco antes de iniciarse el asalto a la ciudad de México, y cuando se encontraba en Tezcoco, Cortés tuvo noticia de que un grupo de soldados amigos de Velázquez planeaban asesinarlo, “y que entre ellos habían y tenían elegido capitán y alcalde mayor y alguacil y otros oficiales” [p. 199]. Hizo prender al principal promotor, el zamorano Antonio de Villafaña, quien confesó su propósito, “y un alcalde y yo —dice Cortés— lo condenamos a muerte, la cual se ejecutó en su persona”. Añade que, aunque supo de otros implicados en la conjura, “disimulé con ellos, haciéndoles obra de amigos” [p. 200]. Bernal Díaz añade que, desde aquella amenaza, Cortés dispuso guarda para su persona, el zamorano Antonio de Quiñones como capitán y seis soldados que lo velaban día y noche.15
MACHACAMIENTO Y RECONOCIMIENTO PERIFÉRICOS Además del reforzamiento y depuración de su ejército, las ordenanzas que lo disciplinaron, los actos de barbarie consentidos a los aliados indígenas y la fabricación de los bergantines, Cortés puso en marcha, simultáneamente, un plan de machacamiento sistemático y feroz de todas las poblaciones que rodeaban a los lagos y que eran de vasallos y proveedores de México-Tenochtitlán, de manera que fuesen incapaces de auxiliar por el exterior a la cabeza del imperio. Como ventaja adicional para los españoles, a fines de 1520 y principios de 1521, asoló a la población indígena la primera epidemia de viruela, enfermedad hasta entonces desconocida en el nuevo mundo y que, según Bernal Díaz,16 trajo un negro enfermo que venía como soldado en la expedición de Narváez (mayo de 1520). Entre muchos millares de indios, pereció de esta plaga Cuitláhuac, el 25 de noviembre de 1520, el señor de México-Tenochtitlán que había sucedido a Motecuhzoma y cuyo lugar tomará Cuauhtémoc. Y hacia diciembre del mismo año murió también del mismo mal Maxixcatzin, el principal de los señores de Tlaxcala, cuya muerte sintió Cortés “como si fuera su padre” y él y sus capitanes y soldados llevaron luto por él.17
Itinerario del machacamiento en torno los lagos. Mapa de Manuel Orozco y Berra.
De Tlaxcala, y más tarde de Tezcoco como base de operaciones, al mando de Cortés o de Gonzalo de Sandoval parten grupos expedicionarios que, uno tras otro, van sometiendo no sólo a los pueblos ribereños, sino aun a provincias relativamente lejanas como Cuernavaca. El
28 de diciembre de 1520, día de los Inocentes, se inician estas expediciones que salen de Tlaxcala, hacia el oeste, para tomar Texmelucan, Coatlinchan, Huexotla, Tezcoco —que encuentran abandonado—,18 Atengo, Iztapalapa y Otumba. Sandoval recibe el encargo de ir a someter la provincia de Chalco. Una nueva expedición va por la región norte y luego por la ribera oeste de los lagos: Xaltocan, Cuauhtitlan, Tenayuca, Azcapotzalco y Tacuba. En esta última población, muy cercana a Tenochtitlán, los antiguos y futuros contendientes están frente a frente y, entre las escaramuzas y los combates, se cruzan también encuentros verbales, ora con humor y sarcasmos: Y muchas veces fingían —escribe Cortés— que nos daban lugar para que entrásemos dentro, diciéndonos: “Entrad, entrad a holgaros”, y otras veces nos decían: “¿Pensáis que hay ahora otro Mutezuma, para que haga todo lo que vosotros quisiéredes?” [p. 135]
ora con emocionante altivez: Y estando en estas pláticas yo me llegué una vez cerca de una puente que tenían quitada, y estando ellos de la otra parte, hice señal a los nuestros que estuviesen quedos; y ellos también como vieron que yo les quería hablar, hicieron callar a su gente, y díjeles que por qué eran locos y querían ser destruidos. Y si había allí entre ellos algún señor principal de los de la ciudad, que se llegase allí, porque le quería hablar. Y ellos me respondieron que toda aquella multitud de gente de guerra que por allí veía, que todos eran señores; por tanto que dijese lo que quería. Y como yo no respondí cosa alguna, comenzáronme a deshonrar; y no sé quién de los nuestros díjoles que se morían de hambre y que no les habíamos de dejar salir de allí a buscar de comer. Y respondieron que ellos no tenían necesidad, y que cuando la tuviesen, que de nosotros y de los de Tascaltecal comerían. Y uno de ellos tomó unas tortas de pan de maíz y arrojólas hacia nosotros diciendo: “Tomad y comed, si tenéis hambre, que nosotros ninguna tenemos”. Y comenzaron luego a gritar y pelear con nosotros [p. 135].
En uno de los combates en Tacuba, los mexicas prepararon a Cortés una celada. Cuando peleaban con los españoles fingieron que volvían huyendo hacia México, y Cortés, creyendo que los vencía, los mandó seguir por la calzada. Cuando los indios los tuvieron dentro, los atacó gran multitud en canoas, por tierra y desde las azoteas. Sólo la decisión de retraerse sin dar la espalda y peleando encarnizadamente pudo salvar a Cortés, aunque murieron entonces cuatro o cinco soldados y muchos quedaron heridos.19 En una de estas escaramuzas en Tacuba, los mexicas apresaron a Francisco Martín “Vendaval” —“nombre que se le puso por ser algo loco”, explica Bernal Díaz— y a Pedro Gallego, mozos de espuela de Cortés, y “vivos los llevaron a Guatemuz y los sacrificaron”. Cortés “venía muy triste y como lloroso” por aquella pérdida. El pueblo de Tacuba estaba en ruinas y abandonado. Cuando cesó la fuerte lluvia, Cortés, el tesorero Alderete, el fraile Melgarejo y algunos soldados subieron al alto cu de aquel pueblo, desde el que se veía la ciudad de México, los pueblos alrededor de la laguna, la multitud de canoas que la cruzaban, la elevada pirámide de Huitzilopochtli, Tlatelolco, los palacios en que antes estuvieron y los puentes y las calzadas “por donde salimos huyendo”. “Y en este instante —prosigue su relato Bernal Díaz— suspiró Cortés con una muy gran tristeza, muy mayor que la que antes traía” y alguien dijo un cantar o romance: En Tacuba está Cortés con su escuadrón esforzado, triste estaba y muy penoso,
triste y con gran cuidado, la una mano en la mejilla y la otra en el costado [etcétera].
Este primer romance que se componía en México, cuya continuación debió existir, tuvo entonces una respuesta tomada del Romancero tradicional: Acuérdome —dice Bernal Díaz para concluir su relato— que entonces le dijo un soldado que se decía el bachiller Alonso Pérez, que después de ganada la Nueva España fue fiscal y vecino de México: “Señor capitán: no esté vuesa merced tan triste, que en las guerras estas cosas suelen acaecer, y no se dirá por vuesa merced: Mira Nero de Tarpeya a Roma cómo se ardía”20
A lo que contestó Cortés mencionando los esfuerzos inútiles que había hecho para lograr la paz con los mexicas y la tristeza que tenía al considerar los grandes trabajos que les esperaban para volver a señorear la ciudad. De Tacuba vuelve Cortés a Tezcoco, de donde sale de nuevo para continuar el machacamiento, ahora hacia el sur de los lagos: Tlayacapan, Yecapixtla, Tlalmanalco, Huaxtepec, Yautepec, Xiutepec y Cuernavaca, y luego sigue hacia el norte por Huitzilac y Xochimilco. Gonzalo de Sandoval, una vez más, va a la región de Chalco para auxiliar a sus pobladores, a quienes amenazan otra vez los de Culúa. Algunos de los encuentros que tienen con los mexicas son especialmente violentos, como el combate por un “peñol muy alto y muy agro”, cerca de Chalco; y como en Yecapixtla, en donde la matanza de indios fue tan grande que, según comenta Cortés: todos los que allí se hallaron afirman que un río pequeño que cercaba casi aquel pueblo, por más de una hora fue teñido con sangre, y les estorbó de beber por entonces, porque como hacía mucho calor tenían necesidad de ello [p. 137].
En Huaxtepec —ahora llamado Oaxtepec— , cuyos naturales lo recibieron pacíficamente, Cortés, a pesar de encontrarse en una acción militar, tiene ojos y sensibilidad para describir con admiración la belleza que aún subsiste de los jardines y fuentes: en la casa de una huerta del señor de allí nos aposentamos todos, la cual huerta es la mayor y más hermosa y fresca que nunca se vio, porque tiene dos leguas de circuito, y por medio de ella va una muy gentil ribera de agua, y de trecho a trecho, cantidad de dos tiros de ballesta, hay aposentamientos y jardines frescos, e infinitos árboles de diversas frutas, y muchas hierbas y flores olorosas, que cierto es cosa de admiración ver la gentileza y grandeza de toda esta huerta [p. 141].
Cortés no olvidará aquella belleza que, años más tarde, como tantas otras de México, pertenecerá a sus dominios. La batalla que dieron los de Xochimilco, “gentil ciudad”, fue especialmente encarnizada, por agua y por tierra. Cortés reconoce la excepcional valentía de los soldados indios: que osaban esperar a los de caballo con sus espadas y rodelas. Y como andábamos revueltos con ellos y había muy gran prisa, el caballo en que yo iba se dejó caer de cansado[p. 144].
Cortés no dramatiza los hechos, pero Bernal Díaz cuenta el peligro grave en que entonces se halló: y el caballo en que iba, que era muy bueno, castaño oscuro, que le llamaban el Romo, o de muy gordo o de cansado, como estaba holgado, desmayó el caballo[…] otros dijeron que por fuerza lo derrocaron; sea por lo uno o por lo otro, en aquel instante llegaron muchos más guerreros mexicanos para ver si pudieran apañarle vivo, y como a aquellos vieron unos tlaxcaltecas y un soldado muy esforzado que se decía Cristóbal de Olea, natural de Castilla la Vieja, de tierra de Medina del Campo, de presto llegaron y a buenas cuchilladas y estocadas hicieron lugar, y tornó Cortés a cabalgar, aunque bien herido en la cabeza, y quedó Olea muy mal herido de tres cuchilladas.21
Los de Tenochtitlán llegan en auxilio de Xochimilco con una flota de canoas que Cortés estima en más de 2 000, con más de 12 000 hombres de guerra, además de una multitud de gente por tierra. La pelea dura tres días y al cabo de ellos la ciudad es quemada y asolada. De Xochimilco los españoles y sus aliados llegan a Coyoacán y a los pueblos vecinos, Churubusco, Cuitláhuac, Iztapalapa y Míxquic, y luego siguen hacia el norte, ahora por la ribera oeste del lago, hacia Tacuba, Cuauhtitlan y Acolman. Al mismo tiempo que va quebrando las defensas de los pueblos ribereños, Cortés examina las entradas y salidas de México y prepara su plan de batalla. Su propósito es muy claro. “Mi intención principal — escribe— había sido procurar de dar vueltas a todas las lagunas, por calar y saber mejor la tierra” [p. 146]. Al volver a Tezcoco, en abril de 1521, ha concluido el sistemático machacamiento y reconocimiento de los pueblos ribereños de los lagos y de las provincias cercanas que podían auxiliar a los mexicas de la ciudad lacustre de México-Tenochtitlán. El cerco por tierra y agua estaba ya dispuesto.
ENTREVISTA DE CORTÉS Y CUAUHTÉMOC En la última versión, de 1585, que los informantes indígenas dieron a Sahagún de su testimonio de la conquista, se refiere que, probablemente hacia fines de abril de 1521, antes de iniciarse la lucha, Cortés, que sondeaba las profundidades del lago con los bergantines, tuvo una entrevista con Cuauhtémoc en Acachinanco. El conquistador se limitó a manifestar al señor de México las razones por las que le haría la guerra, enumerando los muchos motivos de agravio que los españoles tenían con los indios. No hubo ya oferta de paz. Sahagún no registra la respuesta de Cuauhtémoc, pero Torquemada, que repite la versión de Sahagún, la añade: “Nada contestó, contentándose con decir grave y severamente, ‘que aceptaba la guerra y que cada cual hiciese por defenderse’”.22 Clavigero ponía en duda esta entrevista considerándola inverosímil y señalando que si hubiese existido, Cortés la hubiese mencionado.23 El hecho es que Cortés había intentado varias veces hablar con Cuauhtémoc para que cesara la lucha. En cambio, parece fuera de lugar el largo discurso que Sahagún atribuye a Cortés y en el que sólo hay recriminaciones y amenazas.
EL PLANO DE LA CIUDAD DE MÉXICO
“El plano más antiguo de la ciudad de México —escribe Manuel Toussaint— de que tenemos noticias es… el que aparece publicado con la segunda y tercera Cartas de relación de Hernán Cortés, en la traducción latina de Pedro Savorgnani, impresa en Núremberg el año 1524.”24 Este plano va acompañado por un perfil de la costa del Golfo de México, con sus ríos y puertos.
Mapa de Tenochtitlán y Tlatelolco con elementos pictográficos indígenas. En Arthur J. O. Anderson, The War of Conquest, Salt Lake City, 1978.
En su tercera Relación Cortés dice al emperador, refiriéndose a la calzada que separaba las lagunas de agua dulce y salada, que podrá verse: “por la figura de la ciudad de Temixtitan que yo envié a Vuestra Majestad”[p. 125]. Por consiguiente, el plano debió ser compuesto entre el 30 de octubre de 1520, fecha de la segunda Relación —en cuya edición española, de Juan Cromberger, Sevilla, 8 de noviembre de 1522, no figura—, y el 15 de mayo de 1522, fecha en que firma la tercera Relación. Así fue, en efecto. Juan de Ribera,25 secretario de Cortés, fue enviado por éste a España con la tercera Relación. Ribera iba en las naos que salieron de Veracruz hacia julio de 1522, con el quinto real y un tesoro que serán robados por piratas franceses. La carabela en que iba Ribera escapó y éste pudo salvar los encargos que llevaba.26
El plano de la ciudad de México Tenochtitlán de 1524, llamado de Cortés.
Los mapas iban, pues, junto con la tercera Relación, que Ribera debió entregar desde su llegada. En cambio, retuvo por algún tiempo los mapas, pues en los primeros días de 1523 el secretario habló largamente de cosas de México con Pedro Mártir de Anglería, quien las narró
con atenta precisión en su De Orbe Novo. Entre los muchos objetos mexicanos que Ribera mostró al cronista, le enseñó dos mapas: uno de 30 pies de largo y poco menos de ancho, hecho de algodón blanco, en el cual estaba dibujada en detalle toda la llanura con los pueblos amigos y enemigos de Moctezuma. También están representados los grandes montes que por todas partes la rodean, y asimismo las regiones meridionales del litoral…27
Interpretación del plano atribuido a Hernán Cortés por Manuel Toussaint. 1. Gran Teocalli. 2. Casas nuevas de Moctezuma. 3. Casas nuevas de Moctezuma. 4. Casa de los animales. 5. Palacio de Axayácatl o casas viejas de Moctezuma. 6. Casa de Cuauhtémoc. 7. Teocalli de Tlatelolco. 8. Tianguis de Tlatelolco. 9. Templo. 10. Palacio. 11. Plaza. 12. Casas de recreo de Moctezuma. 13. Fuerte de Xóloc. A. Calzada de Tacuba. B. Calzada de lxtapalapa. C. Calzada de embarcadero. D y E. Calzada de Tepeyac. F. Calzada de Nonoalco. G. Calzada de Vallejo. De Información de méritos y servicios de Alonso García Bravo..., Mexico, 1956.
Páginas más adelante, Pedro Mártir agrega: “después del mapa grande examinamos otro más pequeño, aunque no menos interesante, por hallarse representado en él, pintada por mano de sus naturales, con sus dos lagunas, la propia ciudad de Tenustitán.”28 Del gran mapa no queda ningún rastro. Y el pequeño debió ser el diseño indígena previo del mapa de la ciudad de México que conocemos. Los diseños conocidos, de la ciudad y de las costas del Golfo, no fueron utilizados por Cromberger, quien también editó la tercera Relación (Sevilla, 1523), acaso porque los recibió cuando ya estaba hecha su impresión, sino por el editor Federico Peypus Arthimesio, quien los
incluyó en su edición en latín de la segunda y la tercera Cartas de relación, de Núremberg, 1524. El plano de la ciudad de México es de sugestiva e irreal belleza. En torno a un perímetro aproximadamente circular de tierra firme, un lago rodea el también casi círculo de Tenochtitlán — el mapa dice Temixtitan, como Cortés escribía— . En el centro de la isla se encuentra el gran cuadrado del Templo Mayor con sus dos pirámides, el tzompantli con hileras de cráneos de sacrificados, y otros templos. En torno al recinto ceremonial se distinguen, un poco reducidos, la plaza, los palacios de Motecuhzoma y Axayácatl, y los jardines zoológico, con dibujos de animales, y botánico. En el espacio sobrante de la isla, que no es mucho, se apiñan casas, canales, torres y palacios, en filas que más o menos forman círculos. Hacia el norte se abren dos calzadas, a Tepeyácac y a Tenayuca. Al este no hay calzada sino el embarcadero para Tezcoco, y sobresale el albarradón o dique para evitar las inundaciones a la ciudad. En la ribera, Tezcoco se encuentra al noreste y Chimalhuacán y Atenco al este. Al sur, la recta calzada de Iztapalapa lleva a Churubusco y al lago de Xochimilco; hacia el sureste se ve Iztapalapa y al suroeste Coyoacán. Al oeste aparece Tacubaya —sobre la que se plantó un banderón con el águila bicéfala de los Austrias—, Chapultepec, con el bosque y el nacimiento del manantial que proveía de agua a la ciudad, el pueblo de Tacuba y la calzada del mismo nombre con siete cortaduras. En el límite de la ciudad, al noreste, se encuentra la plaza de Tlatelolco. Cruzan el lago, aquí y allá, las piraguas. La “figura de la ciudad” enviada por Cortés no era presumiblemente la publicada y conocida. La que llevó Ribera debió ser un dibujo que contenía el diseño básico de la situación de la ciudad, con las indicaciones escritas en español. Este diseño pasó —sin duda por las conexiones del editor de Sevilla, Cromberger, con los editores alemanes— al editor de Núremberg, y éste, encontrando el original tosco, encargó que lo redibujara y convirtiera en grabado en madera un dibujante alemán, el cual añadió torres y casas alemanas al esbozo de palacios, casas y chinampas, conservó los peculiares edificios centrales del Templo Mayor, y puso en latín, con rasgos semigóticos, las inscripciones explicativas. El diseño de esta ciudad, con su gran centro ceremonial al centro, protegida por el agua del lago y comunicada a tierra firme por calzadas cuyas cortaduras aseguraban su teórica invulnerabilidad, al parecer inspiró a Alberto Durero —quien había admirado en 1520 el primer tesoro mexicano enviado por Cortés a Carlos V— el diseño de una “ciudad ideal”, tema que interesaba mucho a los urbanistas del Renacimiento.29 El mapa “atribuido a Cortés” gustó tanto que lo repitieron con variantes y deformaciones varios editores de obras acerca del Nuevo Mundo: Benedetto Bordone en 1528, Giovanni Battista Ramusio en 1556, para ilustrar el relato del Conquistador Anónimo; Jorge Bruin en 1572, Thomaso Porcacchi da Castiglione en 1572, y Bertius en el siglo XVII.30 Respecto a la fecha en que fue dibujado el mapa, Toussaint supone que fue entre el 8 de noviembre de 1519, llegada de los españoles a Tenochtitlán, y el mes de mayo de 1520, en que Cortés sale a combatir a Narváez, es decir, durante los casi siete meses de ocupación pacífica de la ciudad.31 En este caso, Cortés lo hubiese enviado con su segunda Relación, fechada el 30 de octubre de 1520, en la que no lo menciona. Así pues, debió elaborarse después de esta
última fecha, cuando los españoles habían salido de la ciudad y preparaban el asalto y sitio, que se inicia en mayo de 1521, y probablemente en los primeros meses de este año. Wagner, en cambio, cree que el plano fue dibujado después de la conquista, cuando ya se había iniciado la reconstrucción de la ciudad,32 porque ve en dicho plano algunas de las nuevas construcciones. Mi opinión es que las torres y edificios que aparecen en él no tienen que ver con construcciones indígenas o españolas —con excepción de las del cuadrado del Templo Mayor— y que son sólo decoraciones alemanas. Cortés había decidido reconquistar la ciudad con un ataque combinado por tierra y por agua, con los bergantines que estaba construyendo. Para ello, sus capitanes necesitaban un esquema que les indicara la posición de las calzadas y sus cortes y la ubicación de los principales lugares y monumentos, tanto de la ciudad como en las riberas externas del lago. Inicialmente, el plano debió ser táctico, para usos militares. Luego, Cortés tuvo la idea de mejorarlo y enviarlo a Carlos V para que se pudieran comprender mejor sus narraciones. En cuanto al autor, Toussaint observa, con razón, que no es obra del conquistador y considera que pudo trazarlo alguno de los pilotos que participaron en la expedición y tenían nociones de cartografía.33 Como lo comprueba el testimonio de Pedro Mártir, citado antes, mi suposición es que el primer diseño fue de dibujantes indígenas, que conocían mejor la peculiar topografía de la ciudad y sus alrededores, entre los cuales, como lo atestigua Cortés a menudo, había expertos en el dibujo de planos. El curioso diseño del lago de Xochimilco al sur — según la interpretación de Toussaint y Fernández, como un pequeño bolsón, los amontonamientos rocosos que hay al sureste y suroeste, y el convencional diseño en círculos tienen alguna semejanza con la imagen de las siete cuevas de Chicomóztoc, que aparece en el folio 16 r de la Historia tolteca-chichimeca.34 Y un absoluto paralelismo de convenciones iconográficas se aprecia en la lámina 42 del Lienzo de Tlaxcala.35 En los cuatro ángulos se representan pueblos que ha tomado el ejército de Cortés en la preparación del asalto a la ciudad de México. Y en el centro aparece ésta, como una ciudad circular dentro de un lago circular, con canoas de guerreros que la protegen. No hay un propósito de realismo geográfico sino una intención esquemática para destacar lo esencial: la ciudad rodeada por un lago. A partir del diseño indígena, los pilotos españoles pudieron haber hecho algunos ajustes y sustituyeron los glifos toponímicos por los nombres escritos de pueblos y lugares.
Lámina del Lienzo de Tlaxcala, 42, con el mismo diseño en círculos de la ciudad y los lagos.
En cuanto a la identidad del último participante en la elaboración del plano, esto es, el dibujante y grabador alemán, Federico Gómez de Orozco señaló que pudiera haber sido el grabador Martin Plinius, que trabajó en Núremberg entre 1510 y 1536, y cuyo estilo tiene semejanzas con el de este plano “atribuido a Cortés”36 El dibujo original enviado por el conquistador, que acaso nunca vio su destinatario Carlos V, debió quedar entre los papeles de desperdicio de la imprenta de Núremberg. ¿Y en qué archivo español habrá quedado el otro largo mapa, el de 30 pies (cerca de 10 metros), de la región central de México, que vio Pedro Mártir?
EL MAPA DE LA COSTA DEL GOLFO DE MÉXICO En cuanto al perfil de la costa del Golfo de México, que se imprimió al lado del plano de la ciudad, existe al respecto una indicación que puede explicar su origen. En la segunda Carta de relación refiere Cortés que, a principios de 1520, durante el cautiverio de Motecuhzoma, encargó al señor de México que le hiciera “pintar toda la costa y ancones y ríos de ella”, y que al día siguiente le trajeron el mapa “figurado en un paño” [p. 65]. Este mapa indígena pudiera ser la base del perfil de la costa del Golfo de México que Cortés enviara a Carlos V hacia 1522, junto con el plano de la ciudad.
Las siete cuevas de Chicomóztoc, f. 16 r. de la Historia tolteca-chichimeca, con alguna semejanza de diseño con el plano de la ciudad de México de 1524.
Perfil de la costa del Golfo de México, que acompaña el plano de 1524.
El mapa publicado en 1524 tiene la forma de un óvalo en el que aparece la costa del Golfo de México desde Yucatán hasta la Florida, cerrando casi la figura. En el pequeño espacio abierto se ve, un poco sesgada, la punta occidental de Cuba, o sea el Cabo San Antonio, que deja sólo dos estrechos canales de salida, el de la Florida o de las Bahamas, al norte, y el que va por el sur de la isla. Yucatán es aún una isla y en lo que hoy se conoce como la continuación del costado oriental de la península de Yucatán, hacia Centroamérica, se dibuja, separada de Yucatán, una costa accidentada en la que sólo se registra la Punta de las Higueras, que pudiera ser el Cabo Gracias a Dios, en los límites de Honduras y Nicaragua. El arco del Golfo, desde la Laguna de Términos —que no lleva nombre—, el río San Antón (Tonalá) y el Grijalva, hasta el río del Espíritu Santo, al norte, es bastante detallado, con la indicación de ríos, entre los que se destaca el Pánuco, y de algunos lugares: Puerto de San Juan (San Juan de Ulúa o Veracruz), Sevilla (Cempoala), Almería (Nautla) y la isla de Sacrificios. Arriba del río aquí llamado del Espíritu Santo, que es el Misisipi, y hasta la Florida no existen más precisiones. La Florida había sido descubierta desde 1513 por Ponce de León, y Alonso Álvarez de Pineda, enviado por Francisco de Garay, había explorado la
costa del Golfo desde el Pánuco hasta la Florida en 1519, costa de la que trazó un mapa. Como lo supone Miguel León-Portilla, este mapa pudiera ser otro antecedente del cortesiano.37 En la parte inferior del mapa aparece una rudimentaria escala. Cortés escribió que los cartógrafos indígenas de Motecuhzoma le dieron pintada “toda la costa y ancones y ríos de ella”. Como en el caso del plano de la ciudad de México, en este mapa de la costa del Golfo, el dibujo indígena probablemente fue completado por los pilotos españoles. Estos debieron añadir las nociones que tenían, y que acaso ignoraban los nativos, como la parte norte del arco del Golfo hasta la Florida —que pudieron tomar del mapa de Álvarez de Pineda, quien estuvo en México y moriría en Pánuco— y la cercanía del extremo occidental de la isla de Cuba, y escribieron los nuevos nombres que habían dado a ríos y pueblos. En el caso de este mapa de la costa, me parece que no hubo rehechura de los dibujantes alemanes.
1
Herrera, década IIª, lib. X, cap. XIX añade algunos detalles curiosos de este alarde: se hizo “en la plaza del templo mayor de Tlaxcala”. Cortés vestía “una ropeta de terciopelo sobre las armas y una zagaya en la mano”, y ante él fueron desfilando y disparando a lo alto sus armas los ballesteros, los rodeleros con sus espadas, los piqueros, los escopeteros y, en fin, con lanzas y adargas los caballeros. Añade Herrera que al siguiente día los tlaxcaltecas hicieron otra muestra de la gente que habían de llevar a la guerra: 60 000 necheros, 40 000 rodeleros y 10 000 piqueros, en total 110 000 hombres, “aunque Ojeda en sus Memoriales dice que fueron ciento y cincuenta mil hombres” (ibid., cap XX). 2 Ordenanzas militares, Tlaxcala, 22 de diciembre de 1520: en Documentos, sección I. 3
Algunas respuestas de Bemardino Vázquez de Tapia: en Documentos, sección IV, Residencia, pregunta XXI.
4
Herrera, ibid., cap. XIX.— Bernal Díaz, cap. CXXXVI.
5
Guillermo Porras Muñoz, “Martín Lόpez, carpintero de ribera”, Revista de Indias, Estudios cortesianos, Madrid, enerojunio de 1948, año IX, núms. 31-32, pp. 307-329.— Después de la conquista, Martín López recibió en recompensa por sus servicios “unas casas que habían sido de los indios” en un lugar elevado. Cuando salió para alguna conquista, dio poder a Hernando de Medel para vender dichas casas en ochocientos pesos al arzobispo Zumárraga; Medel murió y López no recuperó su dinero. Asimismo se le concedió en encomienda la mitad del pueblo de Tequisquiac. Nunca consiguió que Cortés le pagara lo convenido por la fabricación de los bergantines ni por otros trabajos, ni 325 pesos de oro que le prestó para “socorrer sus necesidades”, por todo lo cual demandó hacia 1528 al conquistador. Desde 1527 Lόpez se alió a los enemigos de Cortés que formaban la primera Audiencia. Fue con Nuño de Guzmán a la conquista de la Nueva Galicia y de 1556 a 1560 fue corregidor en Tasco. El rey le concedió escudo de armas en reconocimiento a la construcción de los bergantines. Murió en México entre 1573 y 1577: Porras Muñoz, op. cit., pp. 315-319. 6 Bernal Díaz, cap. CXL. 7 “Información hecha por Martín Lόpez ante la Audiencia de México”, 1544, AGI, Patronato 57, núm. 1, ramo 1, f. 3. Citada
en Porras Muñoz, op. cit., p. 309, n. 10. 8
Muñoz Camargo, Historia de Tlaxcala, lib. II, cap. VII.
9 Cervantes de Salazar, Crónica, lib. V, cap. LXIV. 10
Bernal Díaz, cap. CXL.
11 C. Harvey Gardiner, Naval Power in the Conquest of Mexico, University of Texas Press, Austin, 1956, cap. V, pp. 130-
133. 12 Orozco y Berra (Historia antigua. Conquista, lib. III, cap. II) recoge de Prescott (Historia de la conquista de
México, trad. de José María González de la Vega, lib. VI, cap. I, n. 24) el siguiente pasaje: “Dos ejemplos memorables… de transportes de buques por tierra: uno en la historia antigua, el otro en la moderna, y ambos, ¡cosa rara!, en el mismo lugar, Tarento en Italia. El primero ocurrió en el sitio que puso Aníbal a aquella ciudad (Polibio, lib. 8°); el segundo acaeció diecisiete siglos después en tiempos del gran capitán Gonzalo de Córdoba; pero la distancia de donde se los trajo era corta. Otro ejemplo más análogo es el de Balboa, audaz descubridor del Pacífico. Dispuso que se llevaran cuatro bergantines a la distancia de veintidós leguas, atravesando el istmo de Darién; trabajo estupendo y no del todo útil, pues sólo dos buques llegaron a su destino (Herrera, Historia general, déc. IIª, lib. II, cap. XI). Aconteció esto en el año de 1516, poco tiempo antes de lo de Cortés, y él tal vez sugeriría a su genio emprendedor la primera idea de su más felíz y más grandiosa empresa”. Orozco y Berra añade otro ejemplo más: en el siglo XV se transportó desde Verona a través del Montebaldo en los Alpes, hasta el lago de Garda, una flota veneciana. Se usaron rodillos y cuerdas y la fuerza de gran número de campesinos y 2 000 bueyes. 13 Bernal Díaz, cap. CXLIII.— Orozco y Berra, lib. III, cap. III.— Wagner, cap. XXII, pp. 339-340. 14 Bernal Díaz, cap. CXXXVI. 15 Ibid., cap. CXLVI. 16 Ibid., cap. CXXIV. 17 Ibid., cap. CXXXVI. 18 El despoblamiento de Tezcoco y la huida de su señor Coanacochtzin hacia Tenochtitlán, ocurridos en los últimos días de
1520, irritaron a Cortés, quien ordenó el saqueo de la ciudad y la esclavitud de las mujeres y muchachos que encontraron. En estos desmanes, según Alva Ixtlilxóchitl, Historia chichimeca, cap. XCI: los tlaxcaltecas y otros amigos que Cortés traía saquearon algunas de las casas principales de la ciudad y dieron fuego a lo más principal de los palacios del rey Nezahualpiltzintli, de tal manera que se quemaron todos los archivos reales de toda la Nueva España, que fue una de las mayores pérdidas que tuvo esta tierra, porque con
esto todas las memorias de sus antiguallas y otras cosas que eran como escrituras y recuerdos perecieron desde este tiempo. Lo que había quedado de estos papeles antiguos o códices en poder de algunos principales fue quemado después de 1528 por orden del obispo Zumárraga, llegado este año, o por temor a él, según Juan Bautista Pomar (Relación, 1582, 4-6). 19 Bernal Díaz, cap. CXLI. 20 Bernal Díaz, cap. CXLV.— Véase Winston A. Reynolds, Romancero de Hernán Cortés, Ediciones Alcalá, Madrid,
1967, cap. II. 21 Bernal Díaz, ibid. 22
La única edición de este texto de Sahagún es la de Carlos María de Bustamante: La aparición de Nuestra Señora de Guadalupe… comprobada… fundándose en el testimonio del P. Fr. Bernardino de Sahagún o sea la historia original de este escritor, México, impreso por Ignacio Cumplido, 1840, cap. XXXI.— Torquemada, Monarquía indiana, lib. IV, cap. XC. 23 Clavigero, Historia antigua de México, lib. X, cap. XVII. 24 Manuel Toussaint, “El plano atribuido a Hernán Cortés. Estudio histórico y analítico”, Planos de la ciudad de México.
Siglos XVI y XVII. Estudio histórico, urbanístico y bibliográfico, por Manuel Toussaint, Federico Gómez de Orozco, Justino Fernández, XVIº Congreso Internacional de Planificación y de la Habitación, Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma, México, 1938, parte VI, p. 93. De la edición de Núremberg, 1524, de la segunda y tercera Cartas de relación de Hernán Cortés, hay reproducción facsimilar con “Nota introductoria” de Edmundo O ‘Gorman, editada por el Centro de Estudios de Historia de México Condumex, México, 1979 y 1980. 25 Bernal Díaz, cap. CLXX, hace un retrato feroz de este Juan de Ribera:
Todo [80 000 pesos de oro y “la culebrina que se decía el Fénix”] lo envió a Su Majestad con un hidalgo de Toro, que se decía Diego de Soto, y no me acuerdo bien si fue en aquella sazón un Juan de Ribera, que era tuerto de un ojo, que tenía una nube, que había sido secretario de Cortés. A lo que yo sentí del Ribera, era una mala herbeta, porque cuando jugaba a naipes e a dados no me parecía que jugaba bien, y demás desto, tenía muchos malos reveses; y esto digo porque, llegado a Castilla, se alzó con los pesos de oro que le dio Cortés para su padre Martín Cortés, y porque se lo pidió Martín Cortés. Y por ser el de Ribera de suyo mal inclinado, no mirando a los bienes que Cortés le habfa hecho siendo un pobre hombre, en lugar de decir verdad y bien de su amo, dijo tantos males, y por tal manera los razonaba, que, como tenía gran retórica e había sido su secretario del mismo Cortés, le daban crédito, especial el obispo de Burgos. Esta relación del tortuoso Ribera con Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y presidente del Consejó de Indias, puede explicar las conversaciones que tuvo con Pedro Mártir, amigo del segundo. 26
Henry R. Wagner, The Rise of Fernando Cortés, cap. XV, p. 229, supone que Ribera llegó a Sevilla en noviembre de
1522. 27 Pedro Mártir de Anglería, Décadas del Nuevo Mundo, trad. de Agustín Millares Carlo, José Porrúa e Hijos, Sucs.,
México, 1944, Quinta década, lib. X, t. II, p. 543. 28 Pedro Mártir, op. cit., p. 545. 29 Erwin Walter Palm, “Tenochtitlán y la ciudad ideal de Dürer”, Journal de la Société des Américanistes, 1951, vol. XI,
pp. 59-66.— Citado por Benjamín Keen, La imagen azteca (1971), trad. de Juan José Utrilla, Fondo de Cultura Económica, México, 1984, cap. III, n. 42, p. 80. 30 Toussaint, op. cit., pp. 93-95. 31 Ibid., p. 98. 32 Wagner, cap. XV, p. 230. 33 Toussaint, p. 98. 34 Paul Kirchhoff, Lina Odema Güemes, Luis Reyes García, Historia tolteca-chichimeca, INAH, CISINAH, SEP, México,
1976. 35 Diseño semejante en la lámina núm. 69, f. 272 v en el Manuscrito de Glasgow de Muñoz Camargo, Descripción de la
ciudad y provincia de Tlaxcala. 36 Ola Apenes, Mapas antiguos de México, Instituto de Historia, Universidad Nacional Autónoma de México, México,
1947, p. 20. 37
Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Ediciones Cultura Hispánica, Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid, 1985: el mapa de Álvarez de Pineda se reproduce en las pp. 28 y 29; el comentario citado, en la p. 29.
XI. SITIO Y DESTRUCCIÓN DE MÉXICO-TENOCHTITLÁN Producía esta severa disciplina su inhumana crueldad, la que, unida a su grandísimo valor, hacía que le mirasen los soldados con veneración y terror. NICOLÁS MAQUIAVELO Ahora todo está por el suelo, perdido, que no hay cosa. BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO Sobre todo, absténgase de quedarse con sus bienes, porque los hombres olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio. NICOLÁS MAQUIAVELO
LOS PREPARATIVOS FINALES A fines de abril de 1521, cuando ha concluido el quebrantamiento de los aliados externos que podrían ayudar a los mexicas y tlatelolcas, cuando conoce con precisión las entradas y salidas de la gran ciudad, y cuando los 13 bergantines están enfilados en la zanja, listos para entrar en el lago, Cortés hace en Tezcoco el alarde del 28 de abril, por el que confirma que sus efectivos españoles, gracias a los refuerzos recibidos, casi han duplicado el menguado ejército que le quedó después de la Noche Triste [p. 149]; convoca a sus aliados indígenas de Tlaxcala, Huejotzingo, Cholula y Chalco, que llegados encuentra que sobrepasan a 50 000 hombres de guerra [p. 150], y que más tarde llegarán en total a 150 000 [p. 177],1 y toma las primeras medidas para la gran batalla. El mayor contingente de los aliados indígenas era el de los tlaxcaltecas, cuyos capitanes eran Chichimecatecle y Xicoténcatl el Joven. Después del vistoso desfile que realizan y cuando ya debían tomar sus posiciones para el sitio de la ciudad, Xicoténcatl, que iría con Pedro de Alvarado, desapareció. Al parecer, en la prisa de los preparativos, “por cargar un indio, primo hermano de un señor llamado Piltéchetl, le descalabraron dos españoles”. El señor tlaxcalteca, ofendido, volviose a Tlaxcala y tras él partió Xicoténcatl, quien desde antes se había opuesto a la alianza con los españoles. Cuando lo supo, Cortés despachó a otros señores a tratar de persuadir al capitán tlaxcalteca para que regresase. No aceptó volver, y entonces envió a Alonso de Ojeda y a Juan Márquez a que lo prendiesen y trajeran a Tezcoco. Allí fue ahorcado el patriota capitán Axayacatzin Xicoténcatl, como lo muestra uno de los cuadros enconchados de la serie de la conquista de México. Su muerte fue muy sentida por los tlaxcaltecas, que riñeron por conservar como reliquias trozos de sus vestidos y del patíbulo.2 Todo el mes de mayo de 1521 se pasa en los últimos dispositivos y movimientos para el sitio de la ciudad que, según Cortés, da principio el 30 de dicho mes. Protege principalmente
tres de las entradas de la ciudad designando guarniciones y capitanes para cada una: Pedro de Alvarado con real en Tacuba, Cristóbal de Olid en Coyoacán, y Gonzalo de Sandoval en Iztapalapa, a quien encarga primero abatir las últimas defensas de ese lugar y unirse luego a la guarnición de Coyoacán [p. 150]. Además de estos capitanes, “que fueron como generales de sus guarniciones”, dice Cervantes de Salazar, nombró también capitanes de infantería a Jorge de Alvarado, hermano de Pedro, Andrés de Tapia, Pedro de Ircio, Gutierre de Badajoz, Andrés de Monjaraz y Hernando de Lema (o Lerma).3
Los bergantines. Códice Florentino, libro XII.
Cada uno de los 13 bergantines iba provisto de una pequeña pieza de artillería, y de dos piezas la capitana, así como de ballesteros, escopeteros y remeros. Sus capitanes iniciales fueron Juan Rodríguez de Villafuerte, Juan Jaramillo, Francisco Verdugo, Francisco Rodríguez Magariño, Cristóbal Flores, Juan García Holguín, Antonio de Carvajal, Pedro Barba, Gerónimo Ruiz de la Mota, Pedro Briones, Rodrigo Morejón de Lobera, Antonio de Sotelo y Juan de Portillo.4 Cortés tuvo problemas para que sus soldados españoles, muchos de los cuales se consideraban hidalgos, aceptaran ser remeros de los bergantines, tarea que se consideraba de esclavos. A los que eran marineros o pescadores de profesión los obligó a remar, y al fin, comenta Bernal Díaz, “ellos fueron los mejor librados que nosotros los que estábamos en las calzadas batallando, y quedaron ricos de despojos”.5 El constructor de los bergantines, Martín López, iba como maestre en la nave capitana, a cargo de Rodríguez de Villafuerte, y en un apuro ocurrido el primer día de la batalla, López la libró de los enemigos y la puso a salvo.6
Cortés no resguarda, por el momento, la salida de la calzada que iba por el norte hacia Tepeyácac, que aún no era un sitio de importancia militar. Y el mismo capitán general sale inicialmente de Tezcoco con los bergantines y toma Coyoacán como cuartel general.
RECURSOS Y PREPARATIVOS DE LOS MEXICAS Y TLATELOLCAS Los tres señores de la Triple Alianza, Cuauhtémoc, Coanácoch y Tetlepanquétzal, lograron reunir en México alrededor de 300 000 hombres y miles de canoas para afrontar el sitio. Fortalecieron la ciudad cuanto era posible, aumentaron las cortaduras de las calzadas y las fortificaciones y acopiaron víveres, armas y proyectiles. Sin embargo, desde el principio del encuentro decisivo, sabían que su causa estaba perdida. Los pueblos más importantes, Tlaxcala, Huejotzingo, Cholula y Chalco, se habían pasado al enemigo con gran número de soldados. En Tezcoco, dos hermanos disputaron el poder: Coanácoch tomó el partido de los indios y fue a pelear al lado de Cuauhtémoc, e Ixtlilxóchitl prefirió la causa de los españoles con excesivo entusiamo sólo comparable al de los señores tlaxcaltecas. Pero, al parecer, los mayores recursos quedaron a Ixtlilxóchitl, quien contribuyó al ejército de Cortés con miles de soldados, labradores para “aderezar puentes y otras cosas necesarias”, así como 16 000 canoas. Los señores que defendían la ciudad de México mandaron reprender al tezcocano “porque favorecía a los hijos del sol, y era contra su propia patria y deudos”. Y —según su descendiente Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, empeñado en realzar la ayuda que los tezcocanos dieron a los españoles— él les respondió “que más quería ser amigo de los cristianos que le traían la luz verdadera, y su pretensión era muy buena para la salud del alma, que no ser de la parte de su patria y deudos”.7 Los pueblos de las chinampas, los de Xochimilco, Churubusco, Mexicaltzingo, Míxquic, Cuitláhuac, Iztapalapa y Coyoacán, que al principio combatieron valerosamente a los españoles, y al comienzo del sitio continuaban ayudando secretamente a la ciudad, acabaron también por darle la espalda y ofrecerse como aliados de los invasores y luchar contra los sitiados. Sólo quedaban, pues, en la ciudad-isla los mexicas y tlatelolcas, abandonados por sus antiguos aliados y súbditos, que uno a uno prefirieron seguir al más fuerte. Con evidente insidia, cuenta el historiador tezcocano antes citado que, visto el gran poder de los españoles y sus aliados, Cuauhtémoc y los otros dos señores de la Alianza “tornaron a requerir a los mexicanos que se diesen de paz, porque estaba muy conocido que serían vencidos”, y que a ello les respondían “que más querían morir y defender su patria que ser esclavos de los hijos del sol, gente cruel y codiciosa”.8 Como también en la historia hay bandos y parcialidades, merece notarse que, de los cronistas indígenas o mestizos que se ocuparon de la conquista, sólo dos de ellos, el indígena anónimo que escribió la Relación de Tlatelolco, de 1528, y los informantes indígenas de Sahagún, en sus tres versiones de la conquista, también de origen tlatelolca, escribieron en favor de la causa india. Con excepción de algunos poetas que tocaron el tema, no hay historiadores mexicas que hayan narrado el sitio de México. Dos historiadores mestizos que
escribieron años más tarde, Diego Muñoz Camargo y Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, narran los acontecimientos desde el punto de vista de sus pueblos, Tlaxcala y Tezcoco, respectivamente, y con el propósito de exaltar la importancia de la ayuda que dieron a los conquistadores. Cristóbal del Castillo, historiador indio de origen tezcocano, sin referirse al sitio de México, sino a acontecimientos anteriores, resume las relaciones de los mexicas con sus súbditos y aliados en esta frase: “Ningunos ciudadanos los ayudaron a los mexicanos por causa del odio que les tenían”.9
EL SITIO En los últimos días de mayo los sitiadores cortan el acueducto que traía de Chapultepec el agua dulce a la ciudad, y el día último del mes se inicia la lucha con el asalto a Iztapalapa, donde combaten por tierra la guarnición de Sandoval y por agua Cortés con los bergantines. Comprueban la eficacia de la nueva arma, pues logran desbaratar una flota que pasaba de 500 canoas [pp. 153-154]. Las naves españolas se alinean junto a las dos torres del fuerte de Xólotl que, situado cerca de la confluencia de los ramales de las calzadas que iban a Coyoacán y a Iztapalapa, protegía la entrada a la ciudad. Apoyados por los soldados de tierra, luchan reciamente con los mexicas hasta ganar aquel fuerte, que por un tiempo será el real del ejército y la armada de Cortés. Posesionándose de este punto estratégico, los españoles impedían la comunicación de Tenochtitlán, por tierra, con los pueblos del sur de los lagos. El combate se generaliza con los indígenas de Coyoacán: y era tanta la multitud, que por el agua y por la tierra no veíamos sino gente, y daban tantos gritos y alaridos que parecía que se hundía el mundo [p. 155].
Cortés comprende luego que necesita los bergantines a ambos lados de las calzadas del sur. Ampliando una cortadura hace pasar cuatro de ellos al lado poniente; posteriormente, asignará tres a cada uno de los reales capitaneados por Pedro de Alvarado y Gonzalo de Sandoval. Alvarado informa a Cortés que por las calzadas del norte, aún no resguardadas, “los de Temixtitan entraban y salían cuando querían” [p. 156], y aunque Sandoval estaba herido (“los contrarios le atravesaron un pie con una vara”), lo envía para que proteja las salidas por la calzada de Tepeyácac. Con ello, Tenochtitlán estaba completamente aislada y rodeada, y se iniciaron entonces las penetraciones por cada una de las calzadas, con acciones combinadas por tierra y agua. A pesar de su aislamiento, la reacción de los mexicas y tlatelolcas sitiados es enérgica y astuta, y procuran principalmente dañar los bergantines, atrayéndolos a puntos estacados del lago, y aislar grupos de enemigos en los cortes de las calzadas. En un encuentro importante, ocurrido a principios de junio, los soldados de la guarnición de Cortés logran vencer a los indios que defendían un corte hecho en la calzada de Iztapalapa, reparan la continuidad del paso y, a pesar de la decisión con que pelean los defensores, los españoles logran entrar a la plaza mayor de la ciudad. Sin embargo, al caer la tarde no permanecen allí, y peleando a cada paso, retroceden por la calzada hasta su real en el fuerte de Xólotl. Alvarado y Sandoval,
desde sus puestos, hacen incursiones semejantes, pero aún no pueden ofrecer un frente común [pp. 159-160]. Día tras día se suceden las entradas a la ciudad, cada vez más profundas, y los cortes y reparaciones de las calzadas, en las que se combate ferozmente. En una de estas entradas, Cortés hace derrocar los ídolos del Templo Mayor y poner fuego a los palacios, donde se había aposentado en su primera llegada a Tenochtitlán, así como a la casa que albergaba el jardín zoológico: Y aunque a mí me pesó mucho de ello —comenta— , porque a ellos les pesaba mucho más, determiné de las quemar, de que los enemigos mostraron harto pesar [pp. 161-162].
Pedro de Alvarado, por el lado de Tacuba, logra ganar algunos puentes, pero en una ocasión los indígenas consiguen cortar la calzada y aislar a un grupo del que toman varios prisioneros que luego son sacrificados [p. 166]. La ciudad de México-Tenochtitlán era asaltada cada día por sus calzadas de acceso, y los bergantines, además de apoyar las acciones de los sitiadores, iban asolando y quemando las construcciones de la ciudad. Sin embargo, los sitiados conservaban un punto fuerte e intacto, en el que tenían provisiones: el mercado de Tlatelolco, al noroeste de la ciudad. Era, pues, preciso tomarlo. Cortés da instrucciones a Alvarado y a Sandoval para que concierten sus acciones en este objetivo, y los previene expresamente de que “en ninguna manera se alejasen ni ganasen un paso sin lo dejar primero ciego y aderezado” [p. 168]. La fecha convenida para la acción resulta fatídica, es el 30 de junio de 1521, aniversario de la Noche Triste. En los alrededores de Tlatelolco había calles estrechas, cruzadas por muchos canales y puentes. Cortés, que ya oye cerca el estruendo de los soldados de Alvarado, se adentra en una calle en la que había un extenso corte mal cegado. No bien lo había cruzado cuando una estampida de españoles en huida se le echa encima, trata de detenerla y auxiliar a los que caían en el agua, pero todo es confusión. Ya tenían asido a Cortés varios guerreros indios cuando logra rescatarlo Cristóbal de Olea, quien salva a Cortés por segunda vez después de la escaramuza de Xochimilco, pero que en esta ocasión perecerá. Luego aparece Antonio de Quiñones, jefe de su guardia personal, quien consigue sacar al conquistador, contra su voluntad, de la refriega y salir con él a la calzada de Tacuba. Presume Cortés que: en este desbarato mataron los contrarios treinta y cinco o cuarenta españoles, y más de mil indios nuestros amigos, e hirieron más de veinte cristianos, y yo salí herido de una pierna; perdióse el tiro pequeño de campo que habíamos llevado y muchas ballestas y escopetas y armas [p. 171].
Bernal Díaz del Castillo, que estaba entre los soldados de Pedro de Alvarado, cree que fueron 78 los españoles muertos,10 y añade que los indios les mostraban las cabezas de españoles sacrificados, y a ellos les decían que eran las de “Malinche, y Sandoval”, y a los soldados de Cortés decían que eran las “del Tonatío, que es Pedro de Alvarado, y Sandoval y la de Bernal Díaz y de otros teules, y que ya nos habían muerto a todos los de Tacuba”.11 Cuando al fin de la refriega se reúnen los capitantes, vienen las recriminaciones. Sandoval
reprocha a Cortés su imprevisión. Éste, “saltándosele lágrimas de los ojos”, dice a Sandoval, a quien llama hijo, que el culpable es el tesorero Julián de Alderete, al que encomendó que “cegase aquel paso donde nos desbarataron y no lo hizo”. Pero Alderete, que está presente, replica que “el mismo Cortés tenía la culpa y no él, y la causa que dio fue que como Cortés iba con victoria, por seguirla muy mejor, decía: ‘Adelante, caballeros’, y que no les mandó cegar puente ni paso malo”.12 Nada de esto consignará Cortés. Aquella victoria dio a los mexicas nuevos ánimos. Noche y día “los de la ciudad hicieron muchos regocijos con bocinas y atabales” y volvieron a abrir sus “calles y puentes del agua como antes los tenían” [p. 172]; sin embargo, era sólo una breve tregua y el sitio y el acoso se mantenían. Durante estos días de reposo, Cortés envía dos destacamentos, a cargo de Andrés de Tapia y de Gonzalo de Sandoval, para sujetar a los indios de Malinalco, que atacaban a los ya aliados de Cuernavaca, y contra los de Matlatzinco [pp. 172-175]. Ambos pueblos, en los que Cuauhtémoc tenía parientes, proyectaban venir en socorro de los sitiados y atacar por la retaguardia a los españoles.13
ÚLTIMAS DEFENSAS, PRISIÓN DE CUAUHTÉMOC Y FIN DE LA GUERRA Estos días, además, permitieron a Cortés adoptar una nueva táctica que apresurara la toma de la ciudad sitiada. Para “más estrechar a los enemigos”, decidió ir destruyendo y asolando todas las casas de los terrenos conquistados, “y lo que era de agua hacerlo tierra firme, aunque hubiese toda la dilación que se pudiese seguir” [pp. 176-177]. Las refriegas continuaban día tras día y el hambre iba debilitanto a la indómita población india. De noche salían a buscar raíces y hierbas, y en una ocasión, al alba, los soldados españoles atacaron a las mujeres y a los muchachos inermes. Cortés lo refiere insensible ante la miseria y la crueldad inútil, y cínico ante la antropofagia de sus aliados: como eran de aquellos más miserables y que salían a buscar de comer, los más venían desarmados y eran mujeres y muchachos: e hicimos tanto daño en ellos por todo lo que se podía andar de la ciudad, que presos y muertos pasaron de ochocientas personas, y los bergantines tomaron también mucha gente y canoas que andaban pescando, e hicieron en ellas mucho estrago. Y como los capitanes y principales de la ciudad nos vieron andar por ella a hora no acostumbrada, quedaron tan espantados como de la celada pasada, y ninguno osó salir a pelear con nosotros; y así nos volvimos a nuestro real con harta presa y manjar para nuestros amigos [p. 180].
La penetración de la ciudad sigue avanzando. El día siguiente al de la hazaña contra las mujeres y los muchachos, los españoles logran tomar toda la calzada de Tacuba, y la gente de Cortés puede ya comunicarse con la de Alvarado, y ese mismo día queman el palacio de Cuauhtémoc. Para entonces, 24 de julio, los sitiadores son ya dueños de las tres cuartas partes de la ciudad. Cada día hay una nueva matanza y algún progreso. A fines de julio, la gente de Cortés vio humo que salía de las pirámides de Tlatelolco: eran los soldados de Alvarado que incendiaban los remates de aquellos templos, aunque no lograron tomar el inexpugnable mercado de Tlatelolco [pp. 181-182]. Cortés se encuentra con Alvarado y suben a lo alto del
templo recién ganado. Calcula entonces que tienen ganadas las siete octavas partes de la ciudad, y le parece inconcebible que tanto número de los defensores subsista en tan breve espacio, en casas pequeñas sobre el agua: y sobre todo —se conmueve por un momento— la grandísima hambre que entre ellos había, y que por las calles hallábamos roídas las raíces y cortezas de los árboles, acordé de los dejar de combatir por algún tiempo y moverles algún partido por donde no pereciese tanta multitud de gente; que cierto me ponían en mucha lástima y dolor el daño que en ellos se hacía, y continuamente les hacía acometer con la paz; y ellos decían que en ninguna manera se habían de dar, y que uno solo que quedase había de morir peleando [pp. 182-183].
Son las mismas trágicas y heroicas imágenes del hambre y de la matanza de los defensores de su ciudad en este último reducto de Tlatelolco, que conservó el anónimo relator indio del manuscrito de 1528, y se divulgaron en la Visión de los vencidos, de Miguel León-Portilla y Ángel María Garibay. Cortés volverá a ellas líneas más adelante: “hallamos las calles por donde íbamos llenas de mujeres y niños y otra gente miserable, que se morían de hambre, y salían traspasados y flacos, que era la mayor lástima del mundo de los ver”. Pero el conquistador andaba ocupado en la fabricación de un “trabuco” o torre de asalto para abatir los reductos aún existentes [p. 183], que al fin no funciona, y sigue adelante el avance y la matanza de prisioneros. Inconforme con la diaria carnicería que parecía no tener fin, Cortés dice que intenta una y otra vez persuadir a los indígenas de rendición, y la respuesta que obtiene son burlas y repetirle que “no querían sino morir” [p. 185]. Trata también de hablar con Cuauhtémoc, quien no lo acepta y engaña y burla a Cortés, acaso porque el señor de México temía quebrantar su decisión de defender su ciudad hasta la muerte [pp. 185-186]. Los indios que aún peleaban tenían que andar sobre cadáveres y carecían de armas; los niños y las mujeres eran apresados y matados por millares; la crueldad y ferocidad de los aliados tlaxcaltecas contra los mexicas, para robar sus bienes y comer sus despojos, se había vuelto incontrolable; el hedor de los muertos no se podía sufrir; no había ya casas habitables y se decía “que el señor de la ciudad andaba metido en una canoa con ciertos principales” [p. 187]. Cuando ya no quedaba en tierra reducto para los indios, los bergantines persiguen por el lago las canoas. García Holguín, capitán de un bergantín, logra apresar la piragua en que iban Cuauhtemotzin, Coanacochtzin, Tetlepanquetzaltzin, señores de México, Tezcoco y Tlacopan, y otros señores. Los tres señores vestían mantas de maguey, muy sucias, sin ninguna otra insignia. Junto con su jefe Sandoval, García Holguín los llevó ante Cortés, que se encontraba en una azotea en el barrio de Amaxac. El breve diálogo que consigna el conquistador es como un medallón de noble patetismo: el cual [Cuauhtémoc], como le hice sentar, no mostrándole riguridad ninguna, llegóse a mí y díjome en su lengua que ya él había hecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos hasta venir en aquel estado, que ahora hiciese de él lo que yo quisiese; y puso la mano en un puñal que yo tenía, diciéndome que le diese de puñaladas y le matase [p. 189].
En aquel momento cesó por agotamiento la terrible guerra. El prendimiento de Cuauhtémoc, último señor de México-Tenochtitlán, y el fin del imperio de los culúas o tenochcas o mexicas o aztecas ocurrió la tarde del martes 13 de agosto de 1521, día de San Hipólito; para los
mexicas era el día ce cóatl, segundo de la veintena xocolhuetzi, del año yei calli. El sitio de la ciudad había durado 75 días, según Cortés, pues para él se había iniciado el 30 de mayo. Para Bernal Díaz el sitio duró 93 días.14 Cortés no muestra en su tercera carta ninguna emoción especial por aquel dramático acontecimiento, ya que se limita a anotar, como si fuera un incidente más: Aquel día de la prisión de Guatimucín y toma de la ciudad, después de haber recogido el despojo que se pudo haber, nos fuimos al real dando gracias a Nuestro Señor por tan señalada merced y tan deseada victoria como nos había dado [p. 189].
Bernal Díaz, en cambio, parece intuir que algo doloroso y terrible había ocurrido, el aniquilamiento de un mundo y el nacimiento de otro, algo que hacía conmover a los cielos: Llovió y relampagueó y tronó aquella tarde y hasta medianoche mucho más agua que otras veces. Y después de que se hubo preso Guatémuz, quedamos tan sordos todos los soldados como si de antes estuviera un hombre encima de un campanario y tañesen muchas campanas, y en aquel instante que las tañían, cesasen de tañerlas…15
De pronto, la continua gritería de los mexicanos que defendían su ciudad había cesado, y “los malditos atambores y cornetas y atabales dolorosos” dejaron de sonar. Y sólo llovía y relampagueaba y tronaba el cielo.
Dibujo de Miguel Covarrubias.
EL COSTO HUMANO DE LA TOMA DE MÉXICO Cortés no hizo ningún balance de la magnitud de la matanza que implicó la toma de la ciudad. Francisco López de Gómara intentó el primer resumen, de sobrio dramatismo, salvo una afirmación que no parece verosímil: Duró el cerco tres meses. Tuvo en él doscientos mil hombres, novecientos españoles, ochenta caballos, diez y siete tiros de artillería, y trece bergantines y seis mil barcas. Murieron de su parte hasta cincuenta españoles y seis caballos y no muchos indios. Murieron de los enemigos cien mil, y a lo que otros dicen, muy muchos más; pero yo no cuento los que mató el hambre y pestilencia. Estaban a la defensa todos los señores, caballeros y hombres principales; y así murieron muchos nobles. Eran muchos, comían poco, bebían agua salada, dormían entre los muertos y estaban en perpetua
hedentina; por estas cosas enfermaron y les vino pestilencia, en que murieron infinitos; de las cuales también se colige la firmeza y esfuerzo que tuvieron en su propósito, porque llegando a extremo de comer ramas y cortezas, y a beber agua salobre, jamás quisieron paz.16
En este homenaje al heroísmo del pueblo vencido, la afirmación que no parece verosímil es la de que sólo perecieron “hasta cincuenta españoles” en el sitio de México, cifra que repiten Cervantes de Salazar y Herrera.17 Torquemada duplica la pérdida española al decir “menos de cien castellanos”.18 Bernal Díaz no hace una estimación de conjunto de las pérdidas en el sitio de México. Sin embargo, en su humanísima rememoración del terror que sentía ante el peligro, en que tantas veces se encontró, de ser cogido y llevado a sacrificar por los indígenas (“antes de entrar en las batallas se me ponía una como grima y tristeza en el corazón, y orinaba una vez o dos, y encomendándome a Dios y a su bendita madre y entrar en las batallas todo era uno, y luego se me quitaba aquel pavor”, escribe), recuerda a sus compañeros que vio sacrificar durante el sitio, que cuenta entre 62 y 78.19 De todas maneras, las pérdidas españolas en el sitio de México fueron limitadas, y apenas alcanzarían el diez por ciento de sus efectivos. En cambio, la matanza de indios fue enorme, al menos mil veces mayor que la de los conquistadores. López de Gómara estimó las muertes de enemigos en 100 000 y “no muchos aliados”, aparte de los que murieron de hambre y pestilencia, cifra que repitieron Herrera y Torquemada.20 Fernández de Oviedo fue el primero en comparar la mortandad indígena en el sitio de México con la de la destrucción de Jerusalén, en la que según Flavio Josefo, perecieron 115 080 judíos, como lo testificó Annio, hijo de Eleazar; y consideró que la de Temistitan fue incontable y excedió a la de la ciudad santa.21 Alva Ixtlilxóchitl exageró sin duda la matanza indígena, tanto de los aliados de los españoles como de los defensores de su nación: Murieron de la parte de Ixtlilxúchitl y reino de Tezcuco más de treinta mil hombres, además de doscientos mil que fueron de la parte de los españoles, como se ha visto; de los mexicanos murieron más de doscientos cuarenta mil hombres y entre ellos casi toda la nobleza mexicana, que apenas quedaron algunos señores y caballeros, y los más, niños de poca edad.22
¿Qué muestran estas cifras de pérdidas humanas en el sitio de México: entre 50 y 100 españoles frente a un mínimo de 100 000 indígenas? Si a estos factores se agregan las muertes de aliados de Cortés, supóngase la mitad o un tercio de los 230 000 que dice Alva Ixtlilxóchitl; y si además se tiene en cuenta que el ejército de Cortés lo formaban alrededor de 900 hombres y no menos de 150 000 aliados indígenas, la evidencia es de que esta guerra la hicieron principalmente tlaxcaltecas y tezcocanos, y los otros aliados menores, contra mexicas y tlatelolcas, indios contra indios; y que Cortés y sus soldados, marinos, carpinteros y herreros, se limitaron a planear la estrategia, a contribuir con su técnica y la superioridad de sus armas y, sobre todo, a dirigir y organizar las acciones militares. Las fuerzas de choque, las que asaltaban y robaban, reparaban puentes y cegaban cortaduras, arrasaban y quemaban construcciones, cortaban y aserraban madera, transportaban bergantines a través de los montes, armaban trabucos, arrastraban cañones, alimentaban a los españoles y morían en primer lugar, fueron los indígenas. La conquista de México hubiera sido imposible sin el
apoyo indígena, y por supuesto sin la conducción de Cortés y el arrojo decidido de sus capitanes y soldados. Cortés tuvo el acierto de obtener y organizar la colaboración indígena. Logró que lucharan los indios entre sí, conducidos por los españoles, para sojuzgar al México antiguo. Arturo Arnaiz y Freg solía decir: “La conquista de México la hicieron los indios y la independencia los españoles”.
LA SUERTE DE LOS VENCIDOS Cuauhtémoc obtuvo autorización de Cortés para que saliesen los supervivientes de aquel hacinamiento de ruinas y cadáveres que hasta poco antes había sido la temida y esplendorosa ciudad de México-Tenochtitlán. Aquella miserable procesión de los vencidos, que iban a buscar algún auxilio en los pueblos cercanos, la describió Bernal Díaz con palabras llenas de compasión: Digo que en tres días con sus noches en todas tres calzadas, llenas de hombres y mujeres y criaturas, no dejaron de salir, y tan flacos y amarillos y sucios y hediondos, que era lástima de verlos; y como la hubieron desembarazado, envió Cortés a ver la ciudad, y veíamos las casas llenas de muertos, y aun algunos pobres mexicanos entre ellos que no podían salir, y lo que purgaban de sus cuerpos era una suciedad como echan los puercos muy flacos que no comen sino hierba; y hallóse toda la ciudad como arada y sacadas las raíces de las hierbas buenas, que habían comido cocidas, hasta las cortezas de algunos árboles; de manera que agua dulce no les hallamos ninguna, sino salada. También quiero decir que no comían las carnes de sus mexicanos, si no eran de las nuestras y tlaxcaltecas que apañaban, y no se ha hallado generación en muchos tiempos que tanto sufriese la hambre y sed y continuas guerras como éstas.23
Pero aun ellos seguían siendo objeto de codicia, como lo denunciará Sahagún: como salieron a tierra, algunos soldados comenzaron a robarlos y a captivarlos; solamente buscaban el oro que llevaban, y para esto les buscaban las vestiduras a los hombres y a las mujeres, y aun hasta hacerles abrir la boca para ver si llevaban oro en ellas, y escogían mozos y mozas, los que mejor les parecían, y los tomaban por esclavos.24
Añade Sahagún que llegaron a herrar “en la cara a algunos mancebos y mujeres de buena disposición”, pero que en cuanto lo supo Cortés, “luego proveyó para que aquellos malhechores fuesen impedidos y presos”.
LOS DÍAS SIGUIENTES A LA TOMA DE LA CIUDAD Cortés es muy parco en informaciones acerca de lo que ocurrió e hizo inmediatamente después de consumada la conquista y destrucción de la ciudad de México. Se limita a decir que estuvo tres o cuatro días en el real antes de establecerse en Coyoacán, y que se hizo el reparto del botín de oro, joyas y esclavos, asignando al quinto real las mejores piezas, y en seguida pasa a relatar las nuevas conquistas [pp. 189-190]. Bernal Díaz, en cambio, llena estos días con muchos incidentes y murmuraciones curiosos, desvergonzados o atroces, que muestran el ambiente y las pasiones desatadas: el desordenado convite, con mujeres, vino y puercos, con que se celebró en Coyoacán el triunfo; el hedor espantoso de los cuerpos insepultos que
llenaba las calles y canales de la ciudad; el encargo que dio Cortés a Cuauhtémoc para que se enterrase a los muertos, se limpiase la ciudad, se restableciese el acueducto de Chapultepec y se iniciase la reconstrucción de la ciudad; y la demanda que hicieron los indios principales para que les devolviesen sus mujeres.25 Con la intención de conservarlos y volver a usarlos para la navegación en los lagos, Cortés determinó guardar los bergantines en las Atarazanas, arsenal que se instaló al oriente de la ciudad, en el lugar que luego se llamó San Lázaro. López de Gómara dice que “dejó en guarda de ellos a Villafuerte con ochenta españoles, porque no los quemasen los indios”. A Bernal Díaz le parece que el encargo se dio a Pedro de Alvarado —lo que es improbable, ya que en seguida le encargó Cortés tareas en el sureste—, “hasta que vino de Castilla un Salazar de Pedrada, nombrado por Su Majestad”.26 Por este tiempo, debe haberse hecho un arreglo provisional, pues el edificio de tres naves, con compuertas para salir al lago, no se concluyó sino hasta fines de 1524. Esta construcción de las Atarazanas se usó además como fortaleza y prisión. La prolongación de la calle de Tacuba se llamó por ello de las Atarazanas. Con el tiempo, los bergantines, abandonados, acabaron por desintegrarse.27
LA DISPUTA POR EL BOTÍN Y EL TORMENTO A CUAUHTÉMOC Tomada la ciudad y puesta a saco; vueltos a sus tierras los aliados indígenas, cargados de despojos y con agradecimientos y buenas promesas de honras, llegó el momento del reparto del botín. Cortés refiere al emperador que una vez fundido el oro montó a más de 130 000 castellanos, del cual se entregó al tesorero el quinto real [p. 190],28 que el resto se repartió como correspondía, y que, además, enviará al monarca otros objetos maravillosos que no se debían dividir. Sin embargo, esta apariencia de actos normales y de un gesto generoso de Cortés oculta hechos escandalosos y brutales, que se conocen gracias sobre todo a Bernal Díaz. Recogido el oro, plata y joyas acumulado, y quitado el quinto real y el de Cortés, los cuales montaban 46 800 castellanos, los 83 200 castellanos que quedaban para repartir eran muy poco. Si a los 904 hombres que se contaron en el alarde de abril pasado se deducen sólo los 50 muertos que dijo Cortés, habría 854 soldados a los que corresponderían menos de 100 castellanos a cada uno. Pero los capitanes debieron recibir una cuota más alta, luego los de a caballo, después los ballesteros y escopeteros y por último los simples peones o rodeleros. Hechas las cuentas, según los recuerdos de Bernal Díaz, dice que “cabían a los de a caballo a ochenta pesos, y a los ballesteros, escopeteros y rodeleros a sesenta o cincuenta pesos, que no se me acuerda bien”. Por otra parte, los soldados tenían muchas deudas, giradas contra lo que esperaban recibir del reparto del botín. Las armas eran caras: las ballestas costaban 50 o 60 pesos, las escopetas, 100, las espadas, 50. Y los caballos valían de 800 a 900 pesos. Debían también a los curanderos y a los boticarios, de manera tan sin proporción que Cortés debió disponer que un Santa Clara y un Llerena, “personas de buena conciencia”, fijaran los precios y señalaran plazos para los pagos.29
Como el oro disponible era tan poco que no bastaba para cubrir sus necesidades inmediatas y menos los volvía ricos como esperaban, los soldados comenzaron a hacer suposiciones. Unos decían que el botín perdido en la Noche Triste, recuperado por los indios, lo había echado Cuauhtémoc a la laguna; otros, que lo habían robado los tlaxcaltecas y los demás aliados, y otros, que los soldados que andaban en los bergantines habían robado su parte. Acusar a Cuauhtémoc era lo más expedito. Según López de Gómara y Bernal Díaz, fueron los oficiales de la Real Hacienda, es decir el tesorero Julián de Alderete y sus auxiliares, quienes decidieron dar tormento a Cuauhtémoc y al señor de Tacuba, quemándoles los pies con aceite, para que revelaran dónde habían escondido o tirado el tesoro. La frase atribuida a Cuauhtémoc durante el tormento, como dirigida al señor de Tacuba, cuando éste parecía pedirle licencia para hablar y que cesara el tormento, sólo la consigna López de Gómara y es: “¿Estoy yo en algún deleite o baño?”. Bernal Díaz comenta que esta acción, movida “por codicia del oro”, “mucho le pesó a Cortés y aun a alguno de nosotros”. El hecho es que Cortés consintió en el suplicio cuando tenía autoridad suficiente para impedirlo, si lo hubiera querido. Según López de Gómara, Tetlepanquétzal murió en el tormento y “Cortés quitó del tormento a Cuauhtémoc, pareciéndole afrenta o crueldad, o porque dijo cómo echara en la laguna, diez días antes de su prisión, las piezas de artillería, el oro y la plata, las piedras, perlas y ricas joyas que tenía”. La versión de Bernal Díaz confirma esta confesión con variantes menores: Cuauhtémoc señaló un lugar donde había echado los bienes, y de aquella alberca, cercana a las casas de Tlatelolco, “sacamos un sol de oro como el que nos dio Montezuma, y muchas joyas y piezas de poco valor que eran del mismo Guatímuz”; y el señor de Tacuba pidió que lo llevasen a sus casas en este pueblo cercano, y en llegando, dijo “que por morirse en el camino había dicho aquello y que le matasen, que no tenía oro ni joyas ningunas”.30 La responsabilidad de estas crueldades acabaría por caer sólo sobre Cortés. Así, en el juicio de residencia que se inició contra él en 1529, el doctor Cristóbal de Ojeda reveló que Cortés hizo que quemaran a Cuauhtémoc también las manos y que él lo curó de sus llagas: quel dicho don Fernando Cortés dio tormentos y quemaba los pies e las manos del dicho Guatimuza porque le dijese de los tesoros y riquezas de la cibdad, e que lo sabe porqueste testigo, como doctor e médico ques, curó muchas veces al dicho Guatimuza por mandado del dicho don Fernando e sabe este testigo quel dicho don Fernando traía mucha diligencia por saber del dicho tesoro.31
Cuando Cuauhtémoc aún convalecía y era retenido en las casas de Coyoacán, volvió Cristóbal de Olid de Michoacán, trayendo al señor de aquella provincia, el cazonci, quien fue llevado a saludar a Cortés. Refiere la Relación de Michoacán que el conquistador le dijo: —Seas bienvenido, no recibas pena. Anda a ver lo que hizo un hijo de Montezuma; allí lo tenemos preso porque sacrificó muchos de nosotros… Y fue a ver el hijo de Montezuma y tenía quemados los pies y dijéronle: —¿Ya le has visto cómo está por lo que hizo? No seas tú malo como él.32
Al infortunado Zinchicha Tangaxoan, señor de Michoacán, andando el tiempo, le iría aún peor por ser malo con los españoles. Cuando los desilusionados conquistadores tuvieron que aceptar que no podían sacar más
oro, cuenta Bernal Díaz que el padre Olmedo, Alvarado, Olid y otros capitanes propusieron a Cortés que el poco oro disponible se repartiese: a los que quedaron mancos y cojos y ciegos y tuertos y sordos, y otros que se habían tullido y estaban con dolor de estómago, y otros que se habían quemado con la pólvora, y a todos los que estaban dolientes de dolor de costado, que aquellos les diesen todo el oro; y que para estos tales sería bien dárselo, y que todos los demás que estábamos algo sanos lo habríamos por bien.
Cortés se limitó a decirles que “en todo pondría remedio”, y cuando por fin les señalaron aquellas cuotas de 80 a 50 pesos, “ningún soldado las quiso tomar”.33 “Entonces murmuramos de Cortés”, reconoce Bernal Díaz. Cuando los soldados reclamaban al tesorero Alderete, éste culpaba al capitán general, diciendo que, además de su quinto, se cobraba los caballos muertos y apartaba para sí piezas de oro. Quienes habían venido con Narváez y tenían mala voluntad a Cortés “se desvergonzaban mucho en decir que Cortés se alzaba con el oro”. Y en los encalados muros de la casa del conquistador en Coyoacán comenzaron a aparecer cada mañana, escritos con carbones o tintas: muchos motes, algunos en prosa y otros en versos, algo maliciosos, a manera como mase-pasquines e libelos; y unos decían que el sol y la luna y el cielo y las estrellas y la mar y la tierra tienen sus cursos, e que si algunas veces salen más de la inclinación para que fueron criados más de sus medidas, que vuelven a su ser, y que así había de ser la ambición de Cortés en el mandar, e que había de suceder de volver a su principio; y otros decían que más conquistados nos traía que la misma conquista que dimos a México, y que no nos nombrásemos conquistadores de Nueva España, sino conquistados de Hernando Cortés; y otros decían que no bastaba tomar buena parte del oro como general, sino tomar parte de quinto como rey, sin otros aprovechamientos que tenía; y otros decían: ¡Oh, qué triste está la ánima mea hasta que todo el oro que tiene tomado Cortés y escondido, lo vea!34 Otros decían que Diego Velázquez gastó su hacienda e descubrió toda la costa del norte hasta Pánuco, y la vino Cortés a gozar y se alzó con la tierra y el oro; y decían otras cosas como éstas, y aun decían palabras que no son para decir en esta relación.35
Además de que denunciaran hechos con su buena parte de verdad y agravios que dolían a los conquistadores, la primera de las inscripciones, la del curso de los fenómenos celestes y terrestres que mantienen su trayectoria y su ser, y que de la misma manera la ambición de Cortés también volverá a su principio, esto es a la nada, muestra algo más que agudezas rencorosas. El viejo tema del eterno retorno vuelve aquí con espíritu levantado y punzante, que acaso perturbara por un momento a su destinatario. Cortés tomó al principio aquello como un torneo de ingenio y, como “era algo poeta… respondía también por buenas consonantes y muy a propósito”. Es lástima que Bernal no haya recordado estas respuestas, pues las únicas que consigna, cuando los motes comenzaron a desvergonzarse, son las del intercambio final: “Pared blanca, papel de necios”, escribió sentencioso Cortés; a lo que le contestaron: “Aun de sabios y verdades, y Su Majestad lo sabrá muy presto”. Y añade el cronista que se averiguó quiénes los escribían y que Cortés amenazó con castigo a los que pusieran más malicias.36
DESCUBRIMIENTO DE LA MAR DEL SUR Y NUEVAS CONQUISTAS Cortés vuelve a la acción pocos días después. Sabe que se ha apoderado de la cabeza y de una parte del territorio que dominaban los aztecas, pero recuerda que quedaban aún libres muchas otras provincias del imperio y otros territorios. Muestra especial interés por las “partes de la Mar del Sur”, hoy llamado océano Pacífico, que aunque ya se conocía en otras latitudes desde 1513, gracias a Vasco Núñez de Balboa, su descubrimiento en tierras de México lo realizan cuatro soldados enviados por el conquistador [p. 191]. Habiéndose propagado la noticia del aniquilamiento de la poderosa México-Tenochtitlán, algunos señoríos indígenas se apresuraron a someterse voluntariamente. Así ocurrió con el señorío de Michoacán y con el de Tehuantepec [pp. 190 y 193]. Cortés combinó entonces muy hábilmente la conveniencia de extender sus conquistas y la necesidad de mantener ocupados y dispersos a sus capitanes y a sus soldados, inconformes con el reparto del botín que no les dio las riquezas que esperaban. Así lo da a entender Bernal Díaz, quien pide licencia para irse con su amigo Gonzalo de Sandoval, al que se ha confiado la pacificación de la región de Tuxtepec [p. 192]. Encargos semejantes reciben un Castañeda y Vicente López en la región del Pánuco; Rodrigo Rangel para que continúe cuidando Veracruz; Juan Álvarez Chico en la región de Colima; un Villafuerte en Zacatula; Cristóbal de Olid en Michoacán; y Francisco de Orozco en Oaxaca.37 Más tarde envía a Pedro de Alvarado a pacificar la que Cortés llama “provincia de Tatutepeque, que es cuarenta leguas delante de Guaxaca, junto al Mar del Sur” [p. 198]. El soldado cronista da una explicación interesante de por qué los conquistadores no se quedaban en la ciudad de México y salían a las provincias. En los alrededores de la ciudad, sólo había, escribe, “mucho maíz y magueyales, de donde sacaban el vino”. Y añade que habían visto “los libros de la renta de Montezuma”, nada menos que el códice llamado Matrícula de tributos, y en él “mirábamos de dónde le traían los tributos del oro y dónde había minas y cacao y ropa de mantas”, y a esos lugares querían ir, aunque acaba por reconocer que “todos fuimos muy engañados”.38 Es difícil creer que el valioso libro pintado, ejemplar único, anduviese en manos de los soldados, y que éstos, con el auxilio de un tlamatini, fueran interpretando los glifos toponímicos para buscar los señoríos y pueblos de donde venían sartales de piedras finas, polvo o barras de oro y cargas de cacao. Lo importante es que el soldado Bernal Díaz conociera la existencia y el objeto de la Matrícula de tributos de Motecuhzoma, y que lo contara en su Historia verdadera. Las nuevas conquistas y pacificaciones tuvieron escasa resistencia, volvieron al sistema inicial, de sometimiento y vasallaje, y pusieron especial énfasis en el “poblamiento”, o sea la imposición de autoridades españolas, el asentamiento de éstas y la organización del trabajo para aumentar su rendimiento. Al fin de la tercera Carta de relación, Cortés declara a su monarca sin rodeos el régimen de servidumbre de los indios que ha establecido: Y después acá, vistos los muchos y continuos gastos de Vuestra Majestad… y vistos también el mucho tiempo que habemos andado en las guerras… y sobre todo la mucha importunación de los oficiales de Vuestra Majestad y de todos los españoles y que de ninguna manera me podía excusar, fueme casi forzado depositar los señores y naturales de estas
partes a los españoles, considerando en ello las personas y los servicios que en estas partes a Vuestra Majestad han hecho, para que en tanto que otra cosa mande proveer, o confirmar esto, los dichos señores y naturales sirvan y den a cada español a quien estuvieren depositados, lo que hubieren menester para su sustentación [p. 201].
Para las rentas del emperador se reservaban las “provincias y ciudades mejores y más convenientes”. Así se iniciaba la larga servidumbre de los indígenas, quienes por serlo y por haber sido descubiertos y conquistados, quedaban obligados a servir y sustentar a los conquistadores.
CRISTÓBAL DE TAPIA APARECE Y DESAPARECE. NOTICIAS VARIAS Cuando Cortés se encontraba despachando al capitán que iba a pacificar al Pánuco, tuvo noticias de que había llegado a Cempoala, a fines de diciembre de 1521, un Cristóbal de Tapia, veedor de las fundiciones de la isla Española, hombre razonable y poco decidido, al que por extraña sinrazón la Corona había nombrado gobernador de la Nueva España, meses después de que Cortés consumara su conquista. Éste era uno más de los intentos promovidos por Diego Velázquez y movidos por Juan Rodríguez de Fonseca desde el Consejo de Indias, para quitar a Cortés el mando de la Nueva España y procesarlo. Cortés no se perturba y hace renacer en él al leguleyo, maestro en ardides y dilaciones. Finge acatar el mandato y envía a hablar con Tapia a fray Pedro Melgarejo de Urrea, el franciscano que vino con el tesorero Alderete, hacía negocio con las bulas y “tenía buena expresiva” [pp. 195-197].39 El conquistador explica por qué no puede ir a recibir al gobernador y, tras el fraile, le envía nuevos representantes para que vean las provisiones reales que trae; ya se encontraba Tapia en camino y lo hacen volver a Cempoala para revisar de nuevo sus papeles. Las provisiones que trae le ordenan que haga un proceso para averiguar lo ocurrido entre Velázquez y Cortés, y entre Vázquez de Ayllón y Narváez, y que en tanto se resuelve el proceso, tome la gobernación de estas partes. Los oficiales que Cortés envía a negociar le objetan que la provisión que presenta no está suscrita ni refrendada por ningún secretario de los reyes, lo que resulta cierto; y además, le manifiestan que, en nombre de Cortés y sus soldados, “suplicaban” al emperador el no cumplimiento de dichas órdenes, para evitar escándalos e injusticias mayores. Cortés y sus capitanes ponían en práctica el dicho español de “se acata pero no se cumple”, con alguna razón en este caso. En fin, Cristóbal de Tapia, después de otros “autos y requerimientos entre el dicho veedor y procuradores”, pierde la paciencia y se embarca de regreso.40 Antes de concluir la tercera Carta de relación Cortés da otras noticias. Cuatro o cinco meses después de emprendida la reconstrucción de la ciudad, “está muy hermosa” y pronto recuperará su antigua nobleza. Ya se han repartido solares y se han nombrado alcalde y regidores [p. 193]. El conquistador proyecta construir carabelas y bergantines en algún puerto de los Mares del Sur para explorar la costa [p. 199]. Murió don Fernando Pimentel Ixtlilxóchitl, señor de Tezcoco, y Cortés lo sustituyó por el
hermano menor de aquél, al que se bautizó como don Carlos. Por mandato suyo, varios españoles ascendieron dos veces al Popocatépetl y trajeron azufre, que faltaba para la pólvora. No menciona los nombres de quienes realizaron la hazaña, pero por Cervantes de Salazar sabemos que fueron Francisco Montaño, Francisco Mesa y tres soldados más, como ya se refirió.41
CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA 1520 Octubre 25 de noviembre Diciembre 22 de diciembre 27 de diciembre 1521 Enero-abril Febrero-marzo 24 de febrero Fines de abril 28 de abril 30 de mayo 28 de junio-6 de julio
Se inicia la construcción de los 13 bergantines en Tlaxcala. Muere Cuitláhuac de viruelas. Cuauhtémoc es elegido undécimo y último señor de México-Tenochtitlán. Preparación del asalto a Tenochtitlán. Machacamiento de los pueblos periféricos de los lagos. Ordenanzas militares. Tlaxcala. Recuento de los recursos militares de los españoles. Llegan refuerzos que casi duplican el ejército de Cortés. Termina en Tlaxcala la construcción de los bergantines, que se transportan a Tezcoco. Llega a Veracruz el tesorero real Julián de Alderete. Probable entrevista de Cortés y Cuauhtémoc. Alarde para conocer los efectivos del ejército español. Se inicia el sitio de la ciudad de México. En Santiago de Cuba Diego Velázquez promueve una información con acusaciones contra Hernán Cortés.
13 de agosto 24-30 de diciembre
Captura de Cuauhtémoc y rendición de México-Tenochtitlán. Cristóbal de Tapia llega a Cempoala para ser gobernador de Nueva España. No se aceptan sus provisiones.
1
López de Gómara calcula 60 000 (cap. CXXXI) y luego 200 000 (cap. CXXXVII) aliados indígenas, cuando suma la ayuda de los de Chalco.— Bernal Díaz dice que eran 20 000 de Tezcoco y Huejotzingo (cap. CXLIV), y que cuando llegaron a Tezcoco los aliados de Tlaxcala “tardaron en entrar… más de tres horas” (cap. CXLIX).— Jorge Gurría Lacroix (“La caída de Tenochtitlán”, Historia de México, Salvat Editores, México, 1974, t. 4, p. 59), sin precisar fuentes, estima que los aliados indígenas fueron los siguientes: “de Topoyanco, 12 000; de Cholula, Huejotzingo y Huaquechula, 12 000; de Tlaxcala, 150 000, mandados por Chichimecatecuhtli y Xicoténcatl el Mozo; de Tetzcoco, 200 000, aparte 50 000 para ocuparse del arreglo de puentes y caminos; de Itzocan, Tepeyácac, Cuauhnáhuac y demás poblaciones tlahuicas, 50 000, y de Otompan, Tullantzinco, Xilotepec y otras provincias, 50 000 más”. Estos contingentes suman 524 000 aliados, cantidad que parece inverosímil. La cifra final de Cortés, de 150 000, ya muy alta, parece la más probable. 2
Cervantes de Salazar, lib. V, cap. CXXI.— Bernal Díaz, cap. CL.— Muñoz Camargo, lib. II, cap. VII.
3 Cervantes de Salazar, lib. V, cap. CV. 4 Esta lista es la que da Cervantes de Salazar, ibid., quien dice que sigue la relación que le dio Ruiz de la Mota, uno de los
capitanes. La repite, idéntica, Herrera, década IIIª, lib. I, cap. XII, quien sigue, al parecer, los Memoriales de Alonso de Ojeda, perdidos.— Bernal Díaz, cap. CXLIX, pone a Juan de Limpias Carvajal, a un Zamora, a un Colmero, a un Lema, a Ginés de Nortes y a Miguel Díaz de Ampiés, en lugar de Rodríguez de Villafuerte, Verdugo, Rodríguez Magariño, Flores, Morejón de Lobera y Sotelo.— Debe considerarse que en el curso de la batalla, Cortés dispuso cambios en las designaciones iniciales. Por ejemplo, según Cervantes de Salazar, lib. V, cap. CLXIII), Rodríguez de Villafuerte, capitán de la capitana, desamparó su bergantín en una acción reñida. El carpintero Martín López, “hombre de grandes fuerzas y mucho ánimo, y muy membrudo y de gran persona”, que iba en ella como piloto mayor o maestre, logró recuperarla con gran valentía, y Cortés lo nombró capitán de ese bergantín principal. El capitán Pedro Barba murió en combate (ibid.). Del intrépido Martín López, Cervantes de Salazar añade más adelante (cap. CLXX) que estando descalabrado y con “brava calentura”, Cortés le pidió que para que rigiese y gobernase la flota, volviese a la capitana, lo que hizo. 5
Bernal Díaz, ibid.
6 Martín López, Información de 1554, ff. 19 v-20. 7
Alva Ixtlilxóchill, “Decimatercia relación. De la venida de los españoles y principio de la ley evangélica”, Obras históricas, t. I, p. 462. 8 Ibid. 9
Cristóbal del Castillo, Fragmentos de la obra general sobre historia de los mexicanos, escrita en náhuatl por…, a fines del siglo XVI. Los tradujo al castellano Francisco del Paso y Troncoso, Florencia, Tipografia de Salvador Landi, 1908, cap. 39, 2ª parte, p. 104. 10 Bernal Díaz, caps. CLII y CLV. En el primero habla de 66 soldados muertos y en el segundo dice “bien puedo decir 78”. 11 Bernal Díaz, cap. CLII. 12 Ibid. 13 Bernal Díaz, caps. CLIV y CLV. 14 Bernal Díaz, cap. CLVI. 15 Ibid. 16 López de Gómara, cap. CXLIV. 17Cervantes de Salazar, Francisco, lib. V, cap. CXCVII.— Herrera, década IIIª, lib. II, cap. VIII dice “poco más de
cincuenta castellanos”. 18 Torquemada, lib. IV, cap. CIII. 19 Bernal Díaz, en el cap. CLVI, dice que fueron 62 los españoles que vio sacrificar; antes, cap. CLII, habla de 66 y de 78
en el cap. CLV. 20 López de Gómara, cap. CXLIII.—Herrera, década IIIª, lib. II, cap. VII.— Torquemada, lib. IV, cap. CIII. 21
Fernández de Oviedo, lib. XXXIII, cap. XXX.— Clavigero, Historia antigua., lib. X, cap. XXXIII, repite esta comparación. 22 Alva Ixtlilxóchitl, “Decimatercia relación…”, Obras históricas, t. I, p. 479. 23 Bernal Díaz, cap. CLVI. 24 Sahagún (versión de 1585), lib. XII, cap. XLI.
25
Bernal Díaz, caps. CLVI y CLVII.
26 López de Gómara, cap. CXLIV.— Bernal Díaz, cap. CLVII. 27 C. Harvey Gardiner, Naval Power in the Conquest of Mexico, Austin, 1956, cap. VII. 28 En esta cantidad de 130 000 castellanos coinciden Cortés en su tercera Relación y López de Gómara, cap. CXLVII.—
Bernal Díaz, cap. CLVII, dice que fueron 380 000 pesos de oro, error evidente, ya que deducidos los quintos, el resto a repartir no coincide con las cuotas que luego menciona. 29 Bernal Díaz, cap. CLVII. 30 López de Gómara, cap. CXLVI.— Bernal Díaz, cap. CLVII. 31
Algunas declaraciones de Cristóbal de Ojeda, en Documentos, sección IV, Residencia.
32
Fray Jerónimo de Alcalá (intérprete), La Relación de Michoacán, edición de Francisco Miranda, Fimnax Publicistas Editores, Morelia, Michoacán, 1980, Tercera parte, cap. XXVII, p. 330. 33 Bernal Díaz, cap. CLVII. 34 Así dice el borrador de Bernal Díaz. La versión corregida dice:
¡Oh, qué triste está la ánima mea hasta que la parte vea! 35
En estos pasajes del cap. CLVII de Bernal Díaz se ha combinado el texto corregido con el del borrador de la Historia verdadera. 36 Bernal Díaz, ibid. 37 Ibid. 38 Ibid. 39 Bernal Díaz, cap. CLVIII. 40
Cristóbal de Tapia presenta sus provisiones reales para que Cortés le entregue la gobernación y sus procuradores rehúyen su cumplimiento, Cempoala, 24-30 de diciembre de 1521, en Documentos, sección I. 41 Cervantes de Salazar, lib. VI, caps. VII a IX.
XII. EXPANSIÓN DE LA NUEVA ESPAÑA Y RECONOCIMIENTO DE CORTÉS Como siempre trabajé de saber los más secretos de estas partes que me fue posible. HERNÁN CORTÉS
LA CUARTA RELACIÓN Después de las grandes revelaciones y los acontecimientos que narran la segunda y tercera Cartas de relación, la cuarta y la quinta son sólo crónicas de las acciones que van ampliando el dominio de las huestes de Cortés sobre territorio mexicano y centroamericano, así como de la organización que se va dando a la Nueva España. La cuarta carta, cuya extensión es casi la mitad de las dos anteriores, refiere lo ocurrido en un periodo de dos años y cinco meses, de mediados de mayo de 1522 al 15 de octubre de 1524, en que la firma ya en Temixtitan: acciones militares de penetración, noticias sobre la organización del país y la edificación de la nueva ciudad de México e informes de los frecuentes intentos que, sirviéndose de agentes ineficaces, sigue haciendo el gobernador de Cuba para vengarse de Cortés y apropiarse de sus conquistas. Pero, además de lo que narra Cortés, en este periodo ocurren otras cosas importantes, que omite por discreción o por olvido voluntario e involuntario, como el reconocimiento y nombramientos que recibe del emperador, la muerte de su primera mujer, Catalina Xuárez, y la llegada de los franciscanos que inician la evangelización.
EXPLORACIONES Y CONQUISTAS RADIALES Apenas concluida la conquista de la cabeza del imperio azteca, Cortés había iniciado exploraciones y conquistas radiales que proseguirá en el lapso cubierto por esta cuarta Relación en seis direcciones principales: hacia Pánuco, al noreste; hacia Coatzacoalcos, al este, en la costa del Golfo; hacia Tututepec y Tehuantepec, y luego Soconusco y Guatemala, al sureste; hacia la costa guerrerense, al sur; hacia Zacatula, al suroeste, y hacia Colima, Michoacán y el sur de Jalisco, al oeste. Así pues, con excepción de la penetración hacia Pánuco, al noreste de la ciudad de México, todas las demás entradas son hacia el sur del territorio mexicano, abajo del paralelo 20°, orientación principal de las nuevas conquistas.1 Además de la extensión de sus dominios, Cortés tiene otros designios: explorar las posibilidades de la costa del Mar del Sur, puerta también hacia el Oriente, y encontrar un estrecho que comunique ambos océanos.
AMPLIACIÓN Y AFIRMACIÓN DE LAS CONQUISTAS Las primeras incursiones que relata Cortés son las de la región de Coatzacoalcos. Gonzalo de Sandoval, el alguacil mayor, después de pacificar las regiones de Huatusco, Tuxtepec y Oaxaca, y fundar la villa de Medellín —en memoria del pueblo extremeño en que Cortés había nacido—, en el lugar llamado Tatatetelco, cerca de Huatusco, de donde se pasará el pueblo al sur del actual puerto de Veracruz, va a completar la pacificación de Coatzacoalcos, iniciada por Diego de Ordaz. Sandoval la consigue con buena maña, funda la villa del Espíritu Santo, río arriba, y logra también la sujeción de otras provincias vecinas, entre ellas Centla, Chinantla, Tabasco y tierras de los zapotecas, ricas en oro [p. 203].2
De Jesús Amaya Topete, Atlas mexicano de la conquista, Fondo de Cultura Económica, México, 1958.
Mientras tanto, en febrero de 1522 Pedro de Alvarado logra la pacificación de la región de Tututepec, al sur de Oaxaca. La provincia era muy rica en oro, y Alvarado, con la crueldad y la codicia que lo distinguían, acaba con la vida del viejo cacique, saca todo el oro posible, se manda hacer unas estriberas de oro y, como no da parte alguna del botín a los soldados que lo acompañan, algunos de ellos se conjuran para darle muerte junto con sus hermanos. Descubre
el intento el padre Olmedo, que iba con la expedición, y Alvarado hace ahorcar a dos soldados. Cortés ordena que se funde en Tututepec un pueblo, repitiendo el nombre de Segura de la Frontera, al cual se hace venir a los españoles que se encontraban en el que llevaba este nombre en el antiguo Tepeaca, nuevo pueblo que tampoco prosperará [pp. 204-205].3 Años más tarde, Cortés y Alvarado disputarán por el oro de Tututepec que, al parecer, habían convenido dividir. En septiembre de 1528 Alvarado reclamó judicialmente a Cortés afirmando que le había enviado todo este oro y que no le daba su parte. Cortés replicó, el 10 de marzo de 1529, durante su estancia en España, que no hubo tal concierto de partición y que Alvarado no envió a Cortés el oro que debía.4 A pesar de que Francisco de Orozco había tomado posesión del valle de Oaxaca —futuro asiento imaginario del marquesado de Hernán Cortés— desde fines de 1521, la resistencia decidida de los zapotecas y los mixes continuaba. Tanto Cortés [pp. 227-228] como Bernal Díaz5 ponderan la aspereza de aquellas tierras y su riqueza en oro, el valor de los indígenas en defensa de su tierra, la eficacia de sus largas lanzas rematadas con navajones de pedernal y los silbos con que los nativos se comunicaban de sierra a sierra.6 Alvarado será enviado de nuevo, el 6 de diciembre de 1523, con un numeroso y bien armado ejército, a continuar la exploración y conquista del sureste por la costa del Pacífico. El “Tonatiuh” someterá las provincias de Soconusco y Chiapas [p.214] y luego continuará en tierras maya-quichés de Guatemala, por Utatlán y Quetzaltenango, llegará hasta Acajutla, en el actual El Salvador, y volverá a Guatemala, donde funda Santiago de Guatemala el 25 de julio de 1524 [p. 226].7 Tanto en las exploraciones de la costa atlántica como en las del Pacífico que ordena Cortés, el capitán general se muestra obsesionado por el descubrimiento del estrecho que el rey le había encargado buscar y del que se tenían indicios.
CONQUISTA DE MICHOACÁN Desde los días inmediatos a la conquista de la ciudad de México, Cortés había tenido noticia de la provincia de Michoacán, de sus riquezas y de su vecindad con el Mar del Sur, y había iniciado contactos amistosos con los tarascos [p. 190]. Estos encuentros tuvieron un comienzo banal. En los últimos días de la conquista de Tenochtitlán, Cortés tenía problemas para la alimentación de su ejército, y un soldado llamado Porrillas o Parrillas, que se había distinguido por su habilidad como proveedor y su amistad con los indios, fue enviado por el capitán general a conseguir guajolotes. Parrillas, que montaba un caballo blanco y al que acompañaban algunos indios, fue de Matalcingo a Charo, en los límites de Michoacán. Los tarascos curiosearon al español, primero que veían, y aun lo tocaron “como a cosa nunca vista”, y éste averiguó cosas importantes respecto a ellos, sobre todo que tenían plata y oro. Cuando quiso volverse, además de llevar los guajolotes, se supone, le dieron algunas piezas labradas y permitieron que fueran con él dos indios, de todo lo cual Parrillas informó a Cortés.8
Los primeros españoles que llegaron a Tzintzuntzan (Huitzitzila o Huitchichila en náhuatl), capital del señorío de Michoacán, fueron, al parecer, Antonio Caicedo y uno o dos españoles más, enviados por Cortés en el otoño de 1521 [p. 204]. Los visitantes vieron al cazonci, señor de aquella provincia, y unos y otros exhibieron sus grandezas y cambiaron regalos. El obsequio de los españoles fueron diez puercos y un perro, a los cuales el cazonci hizo matar en cuanto salieron los visitantes.9 Cuando volvieron, con ellos fue un pariente del cazonci, probablemente Huitzilitzi o Tashuaco, en purépecha, algunos nobles tarascos, dos muchachas y numerosos cargadores con regalos para Cortés: escudos de plata, diademas, orejeras, collares, sandalias, plumajes, mantas y jícaras de vivos colores. Se conserva la lista de ellos, y la remisión que se hizo al emperador en 1522.10 El tesoro michoacano formaba parte del envío que fue robado por el corsario Juan Florín. Después del viaje de Caicedo y compañeros, La relación de Michoacán dice que llegaron cuatro españoles más, pidieron ayuda de guerreros al cazonci, y después de dos días siguieron hacia Colima.11 Existe un extenso relato de Cervantes de Salazar respecto a la expedición a Michoacán de Francisco Montaño, amigo del cronista y al que él da importancia excesiva y acaso fantasiosa. J. Benedict Warren considera que la escueta mención de La relación corresponde al viaje de Montaño, que su amigo Cervantes de Salazar llenó de imaginación y algo de retórica, apropiándose del regalo del perro y de la compañía que les hizo a su regreso el hermano del cazonci,12 ya incluidos en los hechos atribuidos al viaje de Caicedo. Las dos historias parecen estar entremezcladas. Por otra parte, ni Cortés ni López de Gómara ni Bernal Díaz, los tres historiadores básicos de la conquista de México, mencionan ni a Parrillas ni a Caicedo ni a Montaño, y La relación de Michoacán se limita a decir que vinieron uno, dos o tres españoles. Del primero y del último sabemos por los relatos de Cervantes de Salazar, repetidos luego por Herrera; y de Caicedo por el testimonio de un Hernández Nieto en una Información de 1553.13 De todas maneras, éstos habían sido curioseos pacíficos. El sojuzgamiento militar lo confiará Cortés a Cristobal de Olid. El 17 de julio de 1522 llegó a Tajimaroa la expedición de Olid que, según Cortés, constaba de 70 de a caballo y 200 peones, con buenas armas y artillería [p. 204], A pesar de que la decisión inicial de Zinzicha Tangaxoan, el cazonci señor de los tarascos, había sido la de fortificar el reino y defenderlo de los españoles, y aunque éstos comenzaron por ofrecerles paz y pedirles sólo comida y mantas, la presencia de los españoles los llenó de terror. Ciertos nobles aconsejaron al cazonci atarse cobre en las espaldas para ahogarse en el lago y reunirse con sus antepasados, aunque al fin sólo huyó con sus mujeres a Uruapan. Mientras tanto, Olid y sus soldados se habían instalado en el palacio de las yácatas de Tzintzuntzan, capital del señorío. Buen discípulo del conquistador, el capitán Olid preguntó a los señores tarascos que lo atendían por los arreos de los ídolos; trajéronle plumajes, rodelas y máscaras que despreció e hizo quemar. Quería sólo el oro. En la casa del cazonci los españoles encontraron veinte arcas con ornamentos de oro y otras veinte de plata que comenzaron a llevarse. Las mujeres del cazonci intentaron impedirlo con garrotes y reprochaban a los principales tarascos su cobardía. Éstos les dijeron que no les hicieran daño pues que eran dioses y se llevaban lo que les pertenecía. Olid abrió las arcas, escogió las piezas más finas, hizo que con espadas partieran las menos valiosas y envolvieron todo en
mantas hasta formar 200 cargas. Vigilados por soldados españoles, los indios las transportaron a Coyoacán, donde estaba Cortés. Con ellos fue el noble Cuinierangari, que luego se llamará don Pedro y será el relator de estas historias en La relación de Michoacán. Cortés recibió el botín-presente, preguntó por el cazonci y dijéronle que se había ahogado; preguntó también por Huitzilitzi y decidió que éste sucediera al cazonci muerto e hizo que principales mexicas mostraran a los visitantes la destrucción de Tenochtitlán. Mexicas y tarascos se dijeron tristes palabras de condolencia y resignación en su miseria. En Michoacán, Olid había sabido dónde se escondía el cazonci Zinzicha, al que hizo traer a Tzintzuntzan y vigilar. Y le pidió más oro. De las islas de Pacandán y Hurandén, en el lago de Pátzcuaro, trajeron 80 cargas más al cuartel. Como no les parecía aún suficiente, los tarascos se preguntaban: “¿Para qué quieren este oro? Débenlo comer estos dioses, por eso lo quieren tanto.” Y de las islas de Apupato y Utuyo vinieron otras 80 cargas. Olid escribió a Cortés informándole que el cazonci vivía y lo tenía en su poder. Don Pedro, que se encontraba aún en México, se atemorizó ante el engaño descubierto, pero Cortés lo tranquilizó y lo envió de vuelta a su tierra para que trajera al cazonci a verlo. Llegado a Tzintzuntzan, don Pedro relató a su señor el buen trato que había recibido y el cazonci aceptó viajar a México. Juntó a sus nobles, principales y caciques, llevó un nuevo cargamento de oro “e iba llorando por el camino”. Cortés lo recibió amistosamente y aunque procuró dar confianza a aquel pobre señor amedrentado, también lo hizo visitar —como ya se narró— a Cuauhtémoc con los pies quemados, lo que debió infundirle pánico. Días después le mandó volverse a su tierra con instrucciones imperativas: Vete a tu tierra, ya te tengo por hermano. Haz llevar a tus gentes estas áncoras. No hagas mal a los españoles que están allá en tu señorío, porque no te maten. Dales de comer y no pidas a los pueblos tributos, que los tengo de encomendar a los españoles.14
El botín traído de Michoacán en las varias remesas mencionadas era considerable. Cortés menciona, de lo recogido por Olid: Hasta tres mil marcos de plata envuelta en cobre, que sería media plata, y hasta cinco mil pesos de oro, asimismo envuelto en plata, que no se le ha dado ley […] y otras cosillas de las que ellos tienen [p. 204].
Aún en Michoacán, se hizo una subasta de la ropa y mantas entregadas, que dio 159 pesos; y en México, los metales preciosos tarascos se vendieron en 9 601 pesos, cuatro tomines y seis granos, de los cuales se separó el quinto del rey, 1 920 pesos y el de Cortés, 1 536 pesos. El resto, 6 145 pesos, se repartió entre los capitanes, oficiales y soldados, desde 160 pesos que recibieron los capitantes Olid y Rodríguez de Villafuerte, 120 Andrés de Tapia, alcalde y capitán de peones, 80 los oficiales, 60 los de a caballo, 30 los ballesteros y 20 los peones. Cortés fue generoso en esta ocasión, pues dispuso que su quinto se repartiera añadiendo 10 pesos a cada uno de los 136 peones, y los 176 restantes fueran para Cristóbal Marín de Gamboa y Miguel Díaz de Aux, por los daños que sufrieron sus caballos.15 Las anclas cuyo traslado encomendó al cazonci se destinaban a los cuatro navíos que se construían en el puerto de Zacatula. Debían ser muy pesadas y muchas, pues los tarascos destinaron 1 600 hombres para llevarlas. De Tzintzuntzan a Zacatula fue con ellos un capitán,
cuyo nombre Cortés no menciona en su cuarta Relación, y del que refiere: Yendo este dicho capitán y gente a la dicha ciudad de Zacatula, tuvieron noticia de una provincia que se dice Colimán, que está apartada del camino que habían de llevar sobre la mano derecha, que es al poniente, cincuenta leguas; y con la gente que llevaban y con mucha de los amigos de aquella provincia de Mechuacán, fue allá sin mi licencia, y entró algunas jornadas, donde hubo con los naturales algunos reencuentros; y aunque eran cuarenta de caballo y más de cien peones, ballesteros y rodeleros, los desbarataron y echaron fuera de la tierra, y les mataron tres españoles y mucha gente de los amigos, y se fueron a la dicha ciudad de Zacatula; y sabido por mí, mandé traer preso al capitán y le castigué su inobediencia [p. 204].
El capitán de esta incursión no autorizada a Colima fue Cristóbal de Olid, según López de Gómara.16 Bernal Díaz también menciona a Olid en una entrada sin éxito a Colima.17 Sin embargo, Warren lo pone en duda y más bien se inclina a suponer que el capitán desbaratado en Colima pudiera ser Juan Rodríguez de Villafuerte, encargado del puerto de Zacatula.18 Volviendo a Michoacán, el señorío quedó conquistado pacíficamente, se nombraron autoridades españolas, se repartieron encomiendas y se inició la evangelización de los naturales.
CONQUISTA DE COLIMA Y EL SUR DE JALISCO El desbarato de la primera incursión en Colima ocurrió hacia julio de 1522. Ello decidió a Cortés, a principios de 1523, a encargar a Gonzalo de Sandoval dos misiones enlazadas. Inicialmente, que comenzase el quebrantamiento de los belicosos indios de la agreste zona de Impilcingo, como él la llama [p. 212] —que es Yopilcingo, tierra de los indios yopes, situada en la Costa Chica de Guerrero, cerca de Acapulco—, y que después recogiese refuerzos de Zacatula para que, como fuese necesario, conquistase el señorío de Colima. Así lo hizo, y ya pacificada la provincia, fundó la villa de Colima el 25 de julio de 1523, en el sitio de la antigua Tecoman.19 Sandoval trajo nuevas de un buen puerto, el de Navidad, hoy en Jalisco, y de una isla cercana a Cihuatlán: toda poblada de mujeres, sin varón ninguno, y que en ciertos tiempos van de la tierra firme hombres, con los cuales han acceso, y las que quedan preñadas, si paren mujeres, las guardan, y si hombres los echan de su compañía [p. 213].
Una más de las reminiscencias mitológicas que se entrecruzan con la realidad en los relatos de los conquistadores. En 1524, poco antes de salir a las Hibueras, Cortés envió a su pariente Francisco Cortés de San Buenaventura para que reconociese la región occidental y afirmara su poblamiento.20 Como resultado de esta expedición, y a consecuencia de un pleito con Nuño de Guzmán, se dio a conocer la Relación de una visitación, del 17 de enero de 1525, en la que se describe una extensa zona: tierras y pueblos del suroeste de Michoacán, centro y suroeste de Jalisco, Nayarit, Colima y aun Ixtapa, Guerrero. Es la descripción más antigua de esta región.21 En el centro y sur de Jalisco, en torno al lago de Chapala y a las lagunas salitrosas, existen varios pueblos: Amacueca, Ajijic, Atoyac, Cocula, Chapala, Jocotepec, Sayula, Tapalpa,
Techaluta, Teocuitatlán, Tepec, Tizapán y Zacoalco, a los que se llamó Provincia de Ávalos y cuya cabecera fue Sayula. Habían sido sojuzgados por los señoríos de Michoacán y de Colima, y en 1523 y 1524 se posesionaron de ellos, al parecer sin violencia, Juan (o Alonso) de Ávalos y su hermano Hernando de Saavedra o Sayavedra, primos de Cortés recién llegados a Nueva España. Participaron en la expedición de Cortés de San Buenaventura de 1524 y recibieron en encomienda estos pueblos de la llamada Provincia de Ávalos.22 Al sur de esta provincia, y también en Jalisco, Cortés se asignó en encomienda cuatro pueblos, Zapotlán, Tamazula, Tuxpan y Amula —en cuya jurisdicción se incluían Mazamitla, Quitupan, Zapotiltic, Tonila y Piguamo—, que apreciaba especialmente por las minas de oro y plata que había en Tamazula y le cuidaba el primo Saavedra. Durante el viaje de Cortés a España, de 1528 a 1530, Nuño de Guzmán, presidente de la Audiencia, y los oidores Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo, despojaron a Cortés de estas encomiendas. El 15 de marzo de 1531 Cortés inició un pleito contra ellos por este despojo, nunca resuelto. Los pueblos pasaron a la Corona.23
ENVÍO DE BIENES A ESPAÑA Y ROBO DEL TESORO Con Antonio de Quiñones, capitán de su guardia, y Alonso de Ávila —“hombre atrevido”, relacionado con los enemigos de Santo Domingo y a quien Cortés prefería “tener lejos de sí”, comenta Bernal Díaz—, como procuradores a cargo de los navíos que salieron de Veracruz hacia julio de 1522, Cortés envió a Carlos V la tercera Carta de relación, un tesoro de oro y joyas mexicanos, así como regalos y envíos personales. Se remitía también el quinto real, por el periodo del 25 de septiembre de 1521 al 16 de mayo de 1522, con un valor de 44 979 pesos y fracciones, más 3 689 pesos de oro bajo y 35 marcos y cinco onzas de plata (8.193 kg) y rodelas de plata del mismo metal. En listas complementarias se describen los objetos de oro: rodelas, máscaras, collares, brazaletes, vasos y figuras de animales y flores, destinados al rey; así como objetos de plumería y otras artesanías indígenas, que enviaba Cortés, un grupo para el rey y otro como regalos a monasterios e iglesias de España, en primer lugar al de Nuestra Señora de Guadalupe, de Extremadura, así como a personas del gobierno y de la corte. Estas listas son interesantes como descripción de la orfebrería indígena y, en cuanto a los objetos de arte plumario, revelan el aprecio que Cortés llegó a tener por esta creación singular del México antiguo.24 En estas naos volvía a España el tesorero Julián de Alderete, como lo recordará Cortés en su quinta Relación [p. 316]. Y por las declaraciones de Francisco de Orduña y Domingo Niño durante el juicio de residencia de Cortés, se sabe que Alderete murió pocos días después de iniciado el viaje y aun insinuaron que Cortés lo hizo envenenar en Veracruz con una ensalada.25 El conquistador, poco amante de historias superfluas, se limita a referir que navíos y tesoros no llegaron a España porque descuidaron su protección los de la Casa de Contratación de Sevilla y, ya pasadas las Azores, los tomaron los franceses. Siente la pérdida de “las cosas que iban tan ricas y extrañas” y se alegra de que las conozcan los franceses para que aprecien
por ellas la grandeza del monarca de España [p. 236]. Las carabelas eran tres, según Herrera, y cerca de las Azores dos de ellas cayeron en manos de los piratas. La otra nao, Santa María de la Rábida, logró refugiarse en la isla de Santa María y pidió auxilio a Sevilla, de donde le enviaron a don Pedro Manrique con dos naves de armada. Al mismo tiempo, Rodríguez de Fonseca, en enero de 1523, decretó el secuestro de los bienes que llegaban.26 Juan de Ribera, que traía la tercera Relación y los mapas, así como dineros, joyas personales y encargos, venía en esta carabela salvada. Bernal Díaz añade muchas otras circunstancias del hecho. Con los procuradores mencionados, el cabildo y los conquistadores enviaron un memorial a Carlos V, exponiéndole los esfuerzos que habían realizado, pidiéndole el envío de religiosos y refiriéndole los muchos tropiezos que les causaban los entrometimientos de los enviados de Diego Velázquez y del obispo de Burgos, memorial al parecer perdido. En cuanto al viaje infortunado de los navíos, cuenta que en el camino “se les soltaron dos tigres, de los tres que llevaban, e hirieron a unos marineros, y acordaron de matar el que quedaba porque era muy bravo y no se podían valer con él”. Cuando llegaron a la isla Tercera, el capitán Antonio de Quiñones, “que se preciaba de muy valiente y enamorado… revolvióse en aquella isla con una mujer, y hubo sobre ello cierta cuestión, y diéronle una cuchillada de que murió, y quedó sólo Ávila por capitán”. Y respecto al tesoro que cayó en manos de “Juan Florín, francés corsario”, quien dio de él “grandes presentes a su rey y al almirante de Francia”, dice cosas fabulosas: llevaron dos navíos y en ellos cincuenta y ocho mil castellanos en barras de oro, y llevaron la recámara […] del gran Moctezuma, que tenía en su poder Guatémuz. Y fue un gran presente, en fin, para nuestro gran César, porque fueron muchas joyas muy ricas y perlas algunas de ellas como avellanas, y muchos chalchihuis, que son piedras finas como esmeraldas, y aun una de ellas era tan ancha como la palma de la mano, y otras muchas joyas que, por ser tantas y no detenerme en describirlas, lo dejaré de decir y traer a la memoria. Y también enviamos unos pedazos de huesos de gigantes…27
Lo que ocurrió a Alonso de Ávila durante su cautiverio en Francia es la historia muy peregrina “del gran ánimo que tuvo un año entero con una fantasma que de noche se echaba en su cama”, que relata Francisco Cervantes de Salazar.28 La identidad del pirata llamado por los españoles Juan Florín se disputa entre Jean Fleury de Honfleur, capitán al mando de Jacques Ango, más tarde vizconde de Dieppe,29 y Giovanni Verrazzano (1485?-1528?).30 El primero era sólo un pirata temible; el último, un explorador famoso. Verrazzano nació en Florencia —de donde pudo venirle el apodo Florín o Florentín— y de mozo viajó por Siria y El Cairo, negociando en sedas y especias, y al parecer acompañó a los portugueses en alguno de sus viajes a Oriente y a los españoles en sus exploraciones del Caribe. Era un navegante competente y su hermano Hierónimus aprovechó sus conocimientos para trazar un mapamundi que conserva la Biblioteca Vaticana. Interrumpiendo sus hazañas como pirata, si es que fueron suyas, Verrazzano, informa la Encyclopaedia Britannica, fue el primer explorador, en 1524, de la costa de Norteamérica en los alrededores de Nueva York. Por ello, considerándolo descubridor de esa región, el puente colgante más largo del mundo, que en la bahía de Nueva York une Brooklyn con Staten Island, lleva su nombre. Según Carl Ortwin Sauer, Verrazzano murió en 1528 a manos de los
indígenas del Brasil, en una expedición para buscar “palo de Brasil”. Bernal Díaz añade a su relato de lo robado por Juan Florín que, en aquella misma correría, robó otro navío que venía de Santo Domingo, al que “le tomó sobre veinte mil pesos de oro y muy grande cantidad de perlas, azúcar y cueros de vaca”. Con todo volvió Florín y: toda Francia estaba maravillada de las riquezas que enviábamos a nuestro gran emperador; y aun al mesmo rey de Francia le tomaba codicia, más que otras veces, de tener parte en las islas y en esta Nueva España.
El rey Francisco I, que había descubierto, gracias a Florín-Fleury-Verrazzano tan provechosa manera de hacer la guerra, envió al ahora corsario a seguirse buscando la vida en el mar. Y cuando ya había despojado algunos barcos topó “con tres o cuatro navíos recios y de armada, vizcaínos”, que lo desbarataron y apresaron. Cuando lo llevaban preso a Sevilla, el emperador fue informado y ordenó que se hiciese justicia a Florín y a sus acompañantes, quienes fueron ahorcados en el puerto de Pico.31
EL NUEVO ENVÍO AL REY EN 1524 Volviendo a la Carta de relación de Cortés, éste anuncia a Carlos V un nuevo envío “de ciertas cosillas que entonces quedaron por desecho y por no indignas de acompañar a las otras, y algunas que después acá yo he hecho”, y le promete que seguirá haciéndole envíos cada vez que exista la posibilidad y lo más que pudiere [pp. 236-237]. Este tercer envío del quinto real y presentes era considerable, aunque no alcanzara la riqueza del segundo tesoro robado. Lo remitió Cortés junto con su cuarta Relación y otros papeles, entre ellos dos mapas, al cuidado de Diego de Soto y de nuevo Juan de Ribera. Iba una caja con joyas y figuras de oro, plata, perlas y piedras, labradas por los indios; y en tres cajas más, objetos de pluma fina adornados de oro y plata, pellones y telas. La pieza más notable era una culebrina de plata, fundida por los orfebres indios y fabricada con el metal que vino de Michoacán, que pesaba 22.5 quintales (1 035 kilos) y valía 24 500 pesos de oro. “Tenía de relieve —cuenta López de Gómara— un ave fénix, con una letra al emperador que decía: Aquesta nació sin par; yo en serviros sin segundo; vos sin igual en el mundo.
Añade el historiador que el tiro y su inscripción “causó envidia y malquerencia con algunos de Corte”, y que Andrés de Tapia comentó también en verso: Aqueste tiro a mi ver muchos necios ha de hacer.32
Bernal Díaz refiere que grandes señores murmuraron del Fénix diciendo que “era bravoso el blasón de la culebrina”, a lo que el duque de Béjar y el conde de Aguilar, adictos a Cortés,
replicaron preguntándoles: “¿Ha habido capitán que tales hazañas y que tantas tierras haya ganado, sin gasto y sin poner en ello Su Majestad cosa ninguna, y que tantos cuentos de gentes se hayan convertido a nuestra santa fe?” El rey no pareció haber tenido mucho entusiasmo por el cañón de plata, pues lo regaló a su secretario Francisco de los Cobos, quien más utilitario que curioso lo hizo fundir en Sevilla y obtuvo “sobre veinte mil ducados”.33 De lo correspondiente al quinto, se enviaban al rey 60 000 pesos de oro, según las cuentas de los oficiales reales [p. 237]. En este viaje de fines de 1524 que llevaba el envío de Cortés —mientras éste y su comitiva se internaban en pantanos y selvas—, viajaron a Castilla Juan Velázquez de León, Alonso de Grado y otros capitanes, “por pretensiones particulares”, y los oficiales reales enviaron cartas escondidas,34 contra Cortés puede presumirse. El conquistador enviaba también 25 000 castellanos de oro y 1 550 marcos de plata a su padre, Martín Cortés, para que le enviase armas, artillería, hierro, naves con muchos aparejos, vestidos, plantas, legumbres y otras cosas que necesitaba “para mejorar la buena tierra”. Informa López de Gómara que “tomolo todo el rey con lo demás que vino entonces de las Indias”,35 pues lo requería para sus guerras europeas. Pero, al mismo tiempo que hacía estos envíos generosos, en la cuarta Relación son frecuentes las menciones que hace Cortés de las muchas deudas de que se ha cargado, para sufragar los gastos de las nuevas expediciones, y de la necesidad que tiene de que se le paguen estos gastos. Ahora la conquista deja de ser una empresa personal, y como él envía al emperador su quinto real y la conquista se ha convertido en empresa de “interés público”, reclama el pago de sus servicios y erogaciones.
UN INTRUSO: JUAN BONO DE QUEJO Diego Velázquez, el gobernador de Cuba, no olvidaba su ya viejo agravio contra Cortés y su fortuna, y no cesaba de enviar o promover perturbadores con el propósito de echar a un lado al conquistador de México: Pánfilo de Narváez, Cristóbal de Tapia y ahora Juan Bono de Quejo. Velázquez tenía un aliado poderoso en don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y presidente del Consejo de Indias, quien envió muchas cartas firmadas en blanco a Bono de Quejo para que viniese a México y nombrase nuevas autoridades, suponiendo que Tapia era ya el nuevo gobernador de la tierra. Bono de Quejo llegó a Coatzacoalcos hacia septiembre u octubre de 1522, donde lo desilusionó uno de los capitanes de Cortés, Luis Marín; de allí pasó a Veracruz y luego a México, donde habló con Cortés en Coyoacán, recibió alguna ayuda y se volvió a Castilla [p. 207].36
LA CONQUISTA DEL PÁNUCO Y FRANCISCO DE GARAY El sometimiento de la región de Pánuco fue uno de los más difíciles y complejos y en él se cruzaron constantemente los intereses de Hernán Cortés con los de Francisco de Garay. Éste fue un vasco que pasó a las Indias en el segundo viaje de Colón, de quien fue amigo, y llegó a
ser uno de los colonos más ricos de las islas. Pero además quería emular a los grandes descubridores y conquistadores y gastó su fortuna en empresas que solía confiar a otros capitanes. No tuvo ventura, aunque, sin proponérselo, ayudó mucho a la conquista de Cortés. Desde 1512 o 1513, Juan Ponce de León, viajando desde la Española, confirmó la existencia de la península de la Florida, señalada por viajeros anteriores, y observó el nacimiento de la Corriente del Golfo. En 1519 Garay envió al capitán Alonso Álvarez de Pineda, con cuatro navíos, a hacer un reconocimiento del arco septentrional de la costa del Golfo, para buscar un estrecho entre los dos océanos. El viaje duró ocho o nueve meses. Tocaron la Florida, reconocieron en detalle la costa del Golfo, obtuvieron algún oro en tierras cercanas al río Pánuco y llegaron a Veracruz, donde ya se encontraban recién llegadas las huestes de Cortés. En este puerto, algunos de sus marinos fueron capturados e incorporados al ejército que emprendía la marcha al centro de México. Álvarez de Pineda continuó recorriendo la costa del Golfo, hacia el norte, y encontró la tierra que llamó Amichel y un caudaloso río que llamó del Espíritu Santo y se llama Misisipi. (El reconocimiento formal del gran río se atribuye a Hernando de Soto, en 1540.) Gracias a este viaje se completó el conocimiento de todo el litoral del Golfo, desde Yucatán hasta la Florida. En 1520 Garay envió tres barcos, con el mismo capitán, para fundar una colonia en Pánuco. Informado por Motecuhzoma y con su auxilio, Cortés se adelantó a lograr cierto sometimiento de los huastecos. Los soldados de Garay, indisciplinados, cometieron desmanes, fueron atacados por los indios y se dispersaron. Algunos de los supervivientes llegaron a Veracruz para reforzar las tropas de Cortés que, expulsadas de la ciudad de México, preparaban el asalto. Garay envió tres navíos más para reforzar la expedición de Álvarez de Pineda: el de Diego Camargo, el de Miguel Díaz de Aux y el de Ramírez el Viejo, cuyos contingentes completos aumentaron el ejército de Cortés. En 1521 Francisco de Garay, ya teniente de gobernador en Jamaica, obtuvo una real cédula que lo autorizaba a poblar la provincia de Amichel, cerca de la Florida, y se encargaba en dicha cédula que Cristóbal de Tapia delimitara sus provincias con las de Cortés.37 Con esta autorización, a mediados de 1523 Garay organizó una armada en la que él mismo fue como capitán general, con 11 naves y 850 españoles, indios de Jamaica, 144 caballos y artillería. Como jefe de las naves iba el viejo descubridor Juan de Grijalva. Cortés, que consideraba que el Pánuco y la Huasteca eran sus provincias y que él había iniciado sus conquistas, al tener noticia de que la armada de Garay se acercaba a aquellas tierras, se apresuró a enviar un destacamento. Como continuaba la insurrección del Pánuco, decidió ir él mismo con un ejército en forma, aunque menor que el de Garay: 120 de a caballo, 300 peones, alguna artillería y 40 000 aliados indígenas [p. 209]. La versión que da al emperador en su cuarta Relación es de que la gente de Garay había sido derrotada y que la resistencia indígena era fuerte y de singular denuedo. Después de varios encuentros, Cortés logró cierto dominio de la región y fundó la villa de Santisteban del Puerto, hoy Pánuco [p. 211]. A pesar de la derrota que sufrieron sus soldados en Chila, Garay, que había desembarcado en el río de las Palmas —probablemente el río Grande o Bravo o el Soto la Marina—, el 25 de julio de 1523, después de una desastrosa borrasca, se vino por tierra hacia el río Pánuco.
Aquel viaje, en lo más inclemente del verano, por tierras con grandes ríos y ciénagas, agobiados por todas las plagas, sin comida y con soldados poco avezados a las incomodidades, fue desastroso. Lo ha descrito con cierta sorna Bernal Díaz.38 Y, además, Pedro Mártir, que narró con pormenores estas desventuras, cita un fragmento de carta, que dice escrita por un amanuense de Garay a Pedro Espinosa —aunque parece del mismo Garay y se escribió en latín—, con este irónico y dramático resumen de sus padecimientos en este viaje: Hemos llegado a la tierra de la miseria, en la que no existe orden alguno, sino un trabajo constante y calamidades de todo género, donde nos trataron cruelmente el hambre, el calor, mosquitos malignos, fétidas chinches, crueles murciélagos, saetas, bejucos que se nos enroscan, lodazales voraces y lagunas cenagosas.39
Algunos soldados, hambrientos, se habían rebelado y dispersado para ir a robar pueblos. A pesar de todo, Garay llegó con un ejército a las cercanías de la villa de Santisteban, diciéndose gobernador de Pánuco, tierra que él quería nombrar Victoria Garayana. Por intermedio de su capitán Gonzalo de Ocampo, entró en negociaciones con el teniente que había dejado Cortés en Santisteban, Pedro de Vallejo. Éste actuó con la firmeza y habilidad que parecía común entre los capitanes del conquistador. Díjole breves y tranquilizadoras palabras al enviado, hizo venir a Garay con su ejército, que dispersó y alojó en varios lugares y escribió a Cortés relatándole lo ocurrido. Ya estaba dispuesto Cortés a ir a enfrentarse con Garay —a pesar de que “estaba manco de un brazo de una caída de caballo” y “había sesenta días que no dormía y estaba con mucho trabajo”— cuando recibió, cuenta: una cédula firmada por el real nombre de Vuestra Majestad y por ella se mandaba al dicho adelantado Francisco de Garay que no se entrometiese en el dicho río ni en ninguna cosa que yo tuviese poblada [p. 215].40
Con Diego de Ocampo, alcalde mayor, y Pedro de Alvarado envió la cédula a Francisco de Garay. Cuando éste se enteró de ella, “la obedeció y dijo que estaba presto a la cumplir” y se mostró dispuesto a irse [p. 218]. Sin embargo, seis de sus navíos se habían perdido y muchos de sus hombres dispersado. Éstos se internaron por la tierra, robando mujeres y comida, y la mayor parte fueron muertos por los indios provocando una nueva rebelión de la provincia de Pánuco. Después de exterminar a los merodeadores, restos del ejército de Garay, los huastecos atacaron la villa de Santisteban. Pedro Vallejo y sus soldados resistieron tres fuertes acometidas en una de las cuales murió de un flechazo el capitán Vallejo. Los españoles muertos en la provincia pasaban de 400 y los supervivientes quedaban sitiados.41 Informado Cortés de estos destrozos, “tomó tanto enojo que quiso volver en persona contra ellos, y como estaba muy malo de un brazo que se le había quebrado, no pudo venir”, cuenta Bernal Díaz, y decidió entonces que fuera a tomar venganza Gonzalo de Sandoval. Llevó con él 100 soldados, 50 de a caballo, cuatro tiros, 15 arcabuceros y escopeteros y 15 000 tlaxcaltecas y mexicanos [p. 223]. Antes de poder llegar a Santisteban, los huastecos dieron a los de Sandoval duros combates y el mismo capitán quedó mal herido de un flechazo en un muslo y una pedrada en la cara. Cuando al fin llegaron a la villa española, encontraron a los sitiados hambrientos y de ellos sólo ocho viejos soldados sostenían la defensa. Dominada la
situación y después de algún descanso, Gonzalo de Sandoval procedió a ejecutar aquel hostigamiento contra los huastecos que le había encargado Cortés, “de manera que no se tornasen a alzar”. En tanto que Bernal Díaz reduce al prendimiento de 20 caciques la acción de su admirado Gonzalo de Sandoval,42 López de Gómara da otra versión de la crueldad de aquel escarmiento, que mancha la figura del buen soldado, y que se hizo en contra de indios que defendían su tierra: Hizo luego Sandoval tres compañías de los españoles, que entrasen por tres partes la tierra adelante, matando, robando y quemando cuanto hallasen. En poco tiempo se hizo mucho daño porque se abrasaron muchos lugares y se mataron infinitas personas; prendieron sesenta señores de vasallos y cuatrocientos hombres ricos y principales, sin otra mucha genta baja. Hízose proceso contra todos ellos, por el cual, y por sus propias confesiones, los condenó a muerte de fuego. Consultolo con Cortés, soltó la gente menuda, quemó los cuatrocientos cautivos y los sesenta señores; llamó a sus hijos y herederos que lo viesen para que escarmentasen, y luego dioles los señoríos en nombre del emperador.43
Mientras tanto, el pobre adelantado Francisco de Garay, viendo dispersado su ejército y perdidos sus barcos, decide ir a la ciudad de México a verse con Cortés, “porque si allí [en Pánuco] lo dejaban pensaría de ahogarse de enojo”. Cortés lo recibe en la ciudad y juntos hacen planes para emparentar, casando a un hijo mayor de Garay con Catalina Pizarro, hija pequeña del conquistador. Y cuando Garay recibe en la ciudad de México noticias del “grande desbarato” de sus tropas, entre las que pereció otro hijo suyo “con todo lo que había traído”, “del grande pesar que hubo —escribe Cortés— adoleció, y de esta enfermedad falleció de esta presente vida en espacio y término de tres días” [pp. 220-222]. Era el 28 o 29 de diciembre de 1523. Como es costumbre, Bernal Díaz refiere la historia con más pormenores. Francisco de Garay fue muy bien acogido por Cortés y éste proyectaba encomendarle la pacificación y población del río de las Palmas. En la ciudad de México se alojó en casa de Alonso de Villanueva, su antiguo amigo, y allí fue a verlo Pánfilo de Narváez, otro de los derrotados por Cortés, quien después de su prisión en Veracruz había sido trasladado a México, donde vivía con cierta libertad. Bernal Díaz recoge el singular parlamento que dirigió Narváez, “que hablaba muy entonado”, al desbaratado Garay, como para explicar las derrotas que ambos habían sufrido y disculpar la propia: hágole saber que otro más venturoso hombre en el mundo no ha habido que Cortés, y tiene tales capitanes y soldados que se podían nombrar en ventura cada uno.44
Refiere luego que Garay intercedió ante Cortés a favor de Narváez, y que Cortés accedió a dejarlo libre y permitirle volver a Cuba y aun le dio 2 000 pesos de oro para su viaje. Y cuenta, en fin, los pormenores de la muerte de Francisco de Garay: la Navidad de 1523 fue a maitines junto con Cortés, almorzaron luego “con mucho regocijo”; a Garay le dio el aire y por estar mal dispuesto le vino “dolor de costado con grandes calenturas” de que murió cuatro días más tarde. Cortés le guardó luto, aunque no faltó malicioso que dijese que “le había mandado dar rejalgar en el almuerzo”, lo que considera el cronista gran maldad de los que tal dijeron.45
RECONOCIMIENTO REAL: CORTÉS GOBERNADOR, CAPITÁN GENERAL Y JUSTICIA MAYOR. LA CONTIENDA Y SU DESENLACE Hacia fines de mayo de 1523 recibió Cortés una de sus mayores satisfacciones y alcanzó su primer triunfo ante el emperador. Su pariente Francisco de las Casas y su primo Rodrigo de Paz le trajeron la real cédula,46 firmada en Valladolid el 15 de octubre de 1522, en que el rey reconocía ampliamente sus hazañas, justificaba su actuación y lo nombraba gobernador, capitán general y justicia mayor de la Nueva España. Los portadores de la buena nueva, antes de llegar a México, y con la mala intención de hacer pública la derrota, se habían detenido en Santiago de Baracoa, en Cuba, para notificar la disposición real a Diego Velázquez, con público pregón.47 Ante aquella proclamación el gobernador de Cuba, dice Bernal Díaz, “de pesar cayó malo, y de allí a pocos meses murió muy pobre y descontento”.48 Rodríguez de Fonseca se retiró a su obispado y murió, dícese que de despecho, el 14 de marzo de 1524. Éste era el desenlace de una contienda iniciada desde 1518 con la infidencia de Cortés hacia Velázquez al apropiarse la expedición que le confiara. Desde el principio, el mayor empeño de Cortés había sido el de justificar su actuación y dejar de ser traidor para convertirse en héroe reconocido y premiado por su rey. Los argumentos expuestos en la primera Relación o Carta del cabildo, del 10 de julio de 1519, fueron sin duda importantes, aunque sus cartas mayores fueron el éxito y la magnitud de su conquista, que eran una realidad y se concretaban en las crónicas que Cortés había enviado y en los tesoros que recibía el emperador. Diego Velázquez, el agraviado amo del infidente, ejerció su venganza con más ira que astucia. Como si Cortés se hubiese llevado consigo a todos los capitanes capaces, una y otra vez tuvo que recurrir a los ineficaces. Sabiendo sin duda que Cortés se encontraba en posesión pacífica de la capital del imperio azteca, y atropellando imprudentemente la misión pacificadora del oidor Vázquez de Ayllón, envió la enorme expedición de Pánfilo de Narváez —cuyo costo debió arruinarlo—, que paró en derrota afrentosa y puso en grave peligro la conquista de México. La designación de Cristóbal de Tapia, hombre recto y apocado, como gobernador de Nueva España, no pasó de un intercambio de argumentos legales, tras de los cuales Tapia optó por abandonar el campo. Con las acusaciones acumuladas contra Cortés, Velázquez promovió en Cuba una mal organizada Información, para remitir al Consejo de Indias, que no tuvo consecuencias inmediatas.49 Y aun, ya Cortés gobernador y capitán general, intentará su última venganza incitando la traición de Cristóbal de Olid, enviado a las Hibueras, con los trágicos resultados conocidos. Pero tras de Velázquez se encontraba un hombre poderoso en la política española, el obispo Juan Rodríguez de Fonseca (1451-1524), que fungía como presidente del Consejo de Indias en el periodo informal de este cuerpo.50 Este ministro de Indias sin título, hombre capaz, sin escrúpulos y movido por sus pasiones, tuvo en sus manos cuantos asuntos se referían al Nuevo Mundo. Los descubridores, conquistadores y colonizadores de este primer periodo estaban divididos entre los que disfrutaron su amistad, como Hojeda, Ovando, Velázquez, Pedrarias y Magallanes, y los que sufrieron su hostilidad, como Colón, su hijo Diego, Las Casas y Cortés.
La afición del obispo por Velázquez no era desinteresada, pues según denunció Bernal Díaz,51 el gobernador de Cuba le dio en la isla pueblos de indios que le sacaban oro; y según López de Gómara, Rodríguez de Fonseca, “se apasionó por Diego Velázquez por casarle con doña Petronila de Fonseca, su sobrina”.52 Su enemistad contra Cortés fue el principal obstáculo que impedía el reconocimiento real de su conquista. De los procuradores que había enviado Cortés a Castilla desde 1519, había muerto el infortunado Alonso Hernández Portocarrero en la prisión en que lo puso el obispo Rodríguez de Fonseca. Quedaba aún Francisco de Montejo. A él se había unido, enviado por Cortés, Diego de Ordaz. Y se sumaban a sus gestiones en favor del conquistador, su padre, Martín Cortés, y su primo el licenciado Francisco Núñez. Favorecía y apoyaba al grupo el duque de Béjar. A principios de 1522, los procuradores cortesianos fueron a Vitoria a exponer sus agravios al cardenal Adriano de Utrecht, regente de Castilla desde 1520, por ausencia del emperador, que se encontraba en Alemania. Adriano, ya elegido para entonces papa (sería Adriano VI) desde el 9 de enero, seguía atendiendo los negocios españoles y recibió a los procuradores. Coincidieron en su visita con la de “un gran señor alemán… que se decía mosior de Lasao”, dice Bernal Díaz, que había venido a darle parabienes del pontificado de parte del emperador. El gran señor tenía noticia de Cortés y de las hazañas de sus soldados y abogó por su causa. Su Santidad “tomó también muy a pechos” las quejas de los procuradores y los animó a recusar al presidente del Consejo de Indias.
Adriano de Utrecht, papa Adriano VI, por Frans van Mieris, 1732.
Bernal Díaz resume los argumentos esgrimidos en este documento de recusación —aún no descubierto— : obsequios-cohechos de Velázquez a Rodríguez de Fonseca; falso informe al rey de que el descubrimiento de Hernández de Córdoba, de tierras de Nueva España, lo hizo Velázquez; oro de rescate obtenido por Juan de Grijalva, del cual se dio la mayor parte al obispo y nada al rey; que tomó todo el presente de oro que Cortés y sus soldados enviaron al rey con los procuradores Montejo y Hernández Portocarrero, y que las cartas enviadas al rey las ocultó y escribió otras diciendo que Velázquez enviaba aquel presente, del cual el obispo se quedó con la mitad; que puso preso al procurador Hernández Portocarrero, quien murió en la cárcel; que dio órdenes a la Casa de la Contratación de Sevilla para que no diesen ninguna ayuda a Cortés; que proveía los oficios y cargos, sin consultar al rey, con “hombres soeces que no lo merecían, ni tenían habilidad ni saber para mandar, como fue al Cristóbal de Tapia”; que por casar a su sobrina con Diego Velázquez éste le prometió la gobernación de Nueva España; que aprobaba por buenas las falsas relaciones y procesos que le enviaban los procuradores de Velázquez, mientras que las de Cortés las “encubría y torcía y las condenaba por malas”. Este preciso resumen de Bernal Díaz de los contundentes argumentos de la recusación de Rodríguez de Fonseca, puestos en debida forma, fueron entregados en Zaragoza al paparegente Adriano, el cual los aprobó y “mandó… al obispo de Burgos que luego dejase el cargo de entender en las cosas y pleitos de Cortés, ni entendiese en cosa ninguna de las Indias”. El rey, ya vuelto a Castilla, “confirmó lo que el Sumo Pontífice mandó”.53 Los negocios cortesianos iban por buen camino, pero aún faltaba trecho por recorrer. Por aquellos días se reunieron en Castilla varios agraviados por Cortés y amigos de Velázquez: Pánfilo de Narváez, Cristóbal de Tapia, Gonzalo de Umbría (al que le cortaron un pie o los dedos de un pie, en castigo porque se quería alzar con un navío) y “otro soldado que se decía Cárdenas” (probablemente Luis, el de las cartas contra Cortés), y junto con los procuradores de Velázquez que ya estaban en la corte: “un Velázquez”, Benito Martín y Manuel de Rojas, visitaron a Rodríguez de Fonseca en su retiro de Toro. El obispo los asesoró debidamente y les aconsejó que presentaran sus quejas contra Cortés directamente al emperador. Sus acusaciones fueron principalmente las siguientes: que Velázquez envió a descubrir y poblar la Nueva España tres veces, con grandes gastos, y que Cortés se alzó con la armada en que fue por capitán, de cuyos beneficios no le dio parte alguna; que envió Velázquez a Narváez con 1 400 soldados, 18 navíos, muchos caballos, y con cartas y provisiones firmadas por el presidente del Consejo de Indias para que Cortés le diese la gobernación, y que, en lugar de obedecerlo, lo desbarató y le quebró un ojo y prendió al mismo Narváez y a otros de sus capitanes; que de nuevo el obispo de Burgos proveyó a Cristóbal de Tapia para que fuera a tomar la gobernación de las nuevas tierras, y que Cortés no lo obedeció y lo hizo volver a embarcarse; que había exigido a los indios de Nueva España mucho oro en nombre del rey, y que lo encubría y tenía en su poder; que a pesar de sus soldados se había asignado quinto como rey; que mandó quemar los pies a Guatémuz y a otros caciques para que dieran oro; que había dado muerte a su mujer, Catalina Xuárez Marcaida; que no repartió el oro del botín entre sus soldados y todo lo guardó para sí; que hizo palacios y casas fuertes que eran tan grandes como una gran aldea, y hacía servir en ellos a todas las ciudades cercanas a México y traer
madera y piedras de tierras lejanas; que dio ponzoña a Francisco de Garay por tomarle sus gentes y armada, y “otras muchas quejas y acusaciones.54 Estas acusaciones contra Cortés, tan graves o mayores que las de su propio bando, debieron escandalizar a Carlos V e irán a ser, años adelante, la base de las que se presentarán contra el conquistador en su juicio de residencia. La resolución del emperador fue prudente ante cuestión tan enconada. Tenía, por una parte, los agravios contra Velázquez y Rodríguez de Fonseca, presentados ante el papa-regente Adriano y avalados por él; y por otra, había escuchado las duras acusaciones contra Cortés. Como ya Adriano iba a ocupar su papado, Carlos V constituyó una comisión especial para que viese y determinase en la contienda, formada por personas de sus consejos y de su real cámara, presidida por el nuevo canciller del reino, el italiano Mercurino de Gattinara, y junto a él el señor de Lasao (¿La Chaux?) y el doctor Rocca, flamencos; Fernando de Vega, comendador mayor de Castilla; el doctor Lorenzo Galíndez de Carvajal y el licenciado Francisco de Vargas, tesorero general de Castilla. Estos señores se reunieron en la casa de Alonso de Argüello, donde posaba el gran canciller, y escucharon durante cinco días acusaciones y defensas de ambos grupos de procuradores, leyeron los procesos, y en fin dieron su sentencia, que fue favorable a la causa de Hernán Cortés. Al mismo tiempo, mandaron poner silencio a Diego Velázquez en su disputa por la gobernación de Nueva España, dejándolo en libertad para reclamar a Cortés sus deudas —lo que nunca hicieron ni él ni sus descendientes—; aconsejaron al rey que hiciese gobernador de Nueva España a Cortés, “loando y confirmando todo lo que había hecho en servicio de Dios y suyo”, pero también mandaron tomar residencia a Cortés para que se ventilasen las acusaciones en su contra. Gattinara y los miembros de su comisión llevaron su sentencia y decisiones a Valladolid, donde se encontraba Carlos V, quien las aprobó y firmó las cédulas consecuentes.55
Mercurino de Gattinara, canciller de Carlos V, por Frans van Mieris, 1732.
EL CONTENIDO DE LAS CÉDULAS REALES De acuerdo con los usos legales de la época, Cortés recibió, firmados por Carlos V y redactados por sus competentes asesores, no uno sino cinco documentos. Los cuatro primeros son de la misma fecha y lugar: Valladolid, 15 de octubre de 1522. El último, con instrucciones sobre tratamiento de los indios, cuestiones de gobierno y recaudo de la real hacienda, ampliación de uno de los primeros, es del año siguiente: 26 de junio de 1523. Los cinco forman una unidad: la instauración del primer gobierno de la Nueva España.56 El primero, el más importante para Cortés, es la cédula en que se le nombra gobernador, capitán general y justicia mayor de Nueva España. Los gobiernos político, militar y judicial se entregaban a una sola persona, todavía sin el contrapeso de las audiencias judiciales que luego tendrán los virreyes. Junto a él, en este primer sistema unipersonal de gobierno, sólo existían los oficiales reales, encargados exclusivamente de cuidar los intereses fiscales de la Corona. Cortés nombraba lugartenientes de su propia autoridad, alcaldes y regidores municipales y ejecutores de la justicia. Y por su propia decisión, él disponía de los indios y de la tierra. El segundo documento es el primer esbozo de instrucciones de gobierno, centradas en la preocupación por el adoctrinamiento de los indios, y el anuncio de envío de los oficiales
reales: tesorero, contador, factor y veedor. Al principio de esta carta, le dice el rey que, apenas llegado a Santander, el 16 de julio de 1522, dispuso que se prestara atención a los asuntos de “esas partes”; que “especialmente quise por mi real persona ver y entender vuestras Relaciones [lo que indica que antes no se había enterado de ellas] e las cosas de esa Nueva España, e de lo que en mi ausencia de estos reinos en ella ha pasado”; que mandó oír a sus procuradores, de Cortés, y a los del adelantado Diego Velázquez; que quedó enterado de las diferencias entre ambos y del gran perjuicio que ocasionó la intervención de Pánfilo de Narváez; que para bien de todos y que para que haga justicia en estas diferencias las confió a su gran canciller y a su Consejo de Indias; que ordenó al adelantado Velázquez “que no arme ni envíe contra vos gente ni fuerza, ni haga otra violencia ni novedad alguna”; y que, “porque soy certificado de lo mucho que vos en este descubrimiento e conquista y en tornar a ganar la dicha ciudad e provincias habéis fecho e trabajado, de que me he tenido e tengo por muy servido, e tengo la voluntad que es razón para vos favorecer”, lo ha provisto de los cargos de gobernador y capitán general de la Nueva España. Estas palabras del rey debieron ser las más gratas para Cortés, aunque sorprende en ellas que, como lo haría más tarde Francisco López de Gómara en su Conquista de México, sólo se resalte la hazaña personal de Cortés y no haya una palabra para sus capitanes y soldados. El tercer documento es el primer revés para el nuevo gobernador y capitán general: la asignación de sueldos que debían pagársele a él y a sus asistentes inmediatos (físico, cirujano, boticario, escuderos, peones y un alcalde mayor), a partir de la fecha de la orden. Con algún retraso, Cortés protestará airadamente por los 360 000 maravedís anuales (algo más de 1 000 escudos) que se le asignaron: si a cada uno de los oficiales que agora vinieron se les dieron a quinientos y diez mil maravedís, no sé yo quién tasó que no merecía yo cuatro tantos que cada uno, pues tengo yo doscientas veces más costa que todos juntos
escribió al rey al fin de su Carta reservada, del 15 de octubre de 1524.57 Después de haber olvidado a los soldados de la conquista en el segundo documento, el cuarto, hecho a solicitud de los procuradores de Cortés, no los enaltece, pero sí procura premiar los servicios, tanto de conquistadores como de pobladores, mediante concesiones fiscales (en minas, salinas y derechos de importación de bienes); concesión para rescatar esclavos que ya lo fueran de los indios, autorización para nuevos descubrimientos y asignación de auxilios para mancos, cojos y lisiados; y pide, en fin, que se sugieran a la Corona “en qué otras cosas Nos podemos hacer merced a los dichos pobladores”. El último de los documentos de este grupo es el de las instrucciones que se enviaron a Cortés sobre el tratamiento de los indios, cuestiones de gobierno y recaudo de la real hacienda, y fue redactado posteriormente, el 26 de junio de 1523. Muestra un buen conocimiento de las cosas de Nueva España y cierta tendencia hacia las soluciones humanitarias y justicieras, en las que se transparentan las doctrinas de fray Bartolomé de las Casas, buenos propósitos que el peso de los intereses pronto echará al olvido. Empieza por insistir en la primacía que debe darse a la cristianización de los indios y propone al respecto dos ideas prácticas. La primera, que se comience por el adoctrinamiento de los teúles o señores principales, pues de esta manera los seguirán los indios sujetos a ellos.
La segunda es la extirpación de la antropofagia y la solución propuesta es de lascasasiana ingenuidad: que para que los indios tengan carne que comer se multipliquen los ganados “y ellos excusen la dicha abominación”. Lo cual ocurrió. Fuera o no para sustituir la de sus prójimos, los indios se aficionaron mucho a la carne de puerco.58 Prosigue el punto más importante: considerada la triste experiencia de la isla Española, en donde la población vino en gran disminución por haberse dado los indios en encomienda, y atendida la resolución adoptada por personas de los consejos del reino y “teólogos religiosos y personas de muchas letras y de buena y santa vida”, “por ende, yo vos mando que en esa dicha tierra no hagáis ni consintáis hacer repartimiento, encomienda ni depósito de los indios della, sino que los dejéis vivir libremente como nuestros vasallos”. Continúan estas instrucciones señalándole otras provisiones tocantes a los indios y a cuestiones de urbanización y organización de los poblamientos, y en fin, le encarga la búsqueda del estrecho que comunique los océanos, así como la exploración de la región sur de la tierra, empresas en las que Cortés se aplicará con gran empeño. En cambio, respecto al punto principal, que le prohibía los repartimientos y encomiendas, que Cortés ya había comenzado a hacer, no lo obedeció en absoluto y parece no haber dado a conocer a los oficiales estas instrucciones, como se le ordenaba. En la Carta reservada a Carlos V, del 15 de octubre de 1524, expuso al rey con “franqueza que a veces toca en atrevimiento”, en frase de García Icazbalceta, sus motivos para no cumplir la orden: las demandas y la necesidad de recompensar a sus soldados, la conveniencia estratégica de mantener a los indios controlados y su creencia de que las encomiendas liberarían a los pueblos de sus “señores antiguos”. Y hacia el mismo año de 1524 Cortés expidió unas Ordenanzas para reglamentar y humanizar las encomiendas.59 La Corona no insistió en el cumplimiento de esta orden y olvidando su prohibición comenzó a expedir cédulas de encomienda, tanto a antiguos conquistadores como a recién llegados, y la institución subsistió hasta el siglo XVIII, como se expuso en el capítulo III. Además de la reclamación por el salario discriminatorio y de los argumentos con que rechazó la prohibición de las encomiendas, esta Carta reservada de Cortés —que es la exposición más explícita que escribiera de sus ideas políticas, y de su soberbia al echar a un lado cualquier idea que no fuese la suya— contiene otros puntos en que también se opuso y se negó a aceptar las instrucciones de la Corona. La libre contratación y comercio de los españoles con los naturales, que se le ordenaba, no la autoriza porque sería causa de abusos y perjudicial para los indios; la orden para que los indios paguen un tributo, a fin de que sepan que son vasallos del emperador, no la cumple porque los indios no tienen ya oro sino sólo los productos de la tierra con que se sustentan; y la orden para que los alcaldes y regidores de cada pueblo sean elegidos por los propios vecinos no la acata porque es conveniente que tales elecciones las sigan haciendo los gobernadores de cada provincia, para evitar que se favorezca a amigos y parientes de las antiguas autoridades. En suma, Cortés no cumple ninguna de las instrucciones reales y además trata de mostrar la imprudencia de ellas. Asimismo, muestra su molestia por las trabas que le imponen los oficiales reales, y pide al emperador que los mantenga en sus propias funciones fiscales o les deje de una vez todo el gobierno. Y, respecto a la rebelión de Cristóbal de Olid, anuncia su resolución de ir a
castigarlo, rechazando de paso, con argumentos poco claros, la imputación de que esta rebelión se asemeja a la que él hiciera años antes contra Velázquez.
1
Véase Jesús Amaya Topete, Atlas mexicano de la conquista, Fondo de Cultura Económica, México, 1958, mapa 5.
2 Bernal Díaz, cap. CLX. 3 Ibid., cap. CLXI. 4 Testimonio
jurado de Hernán Cortés en su pleito con Pedro de Alvarado, Toledo, 10 de marzo de 1529, en Documentos, sección V.— Cortés y Alvarado mantuvieron una amistad firme, y aun en ocasiones tan graves como en la matanza del Templo Mayor, el conquistador ocultó el nombre de Alvarado para que no se le culpara. Éste parece ser el único escollo en su relación. 5 Bernal Díaz, cap. CLX. 6 Una comunicación por silbos, semejante a la de los zapotecas, la emplean los habitantes de la isla de la Gomera, también
muy montañosa, en las Canarias. El “silbo gomero” permite sostener conversaciones. Existe un buen estudio sobre el tema: Ramón Trujillo, El silbo gomero. Análisis lingüístico, Editorial I, Canarias, Santa Cruz de Tenerife, 1978. 7
Bernal Díaz, caps. CLXI y CLXIV. En este último dice que la salida de México de esta expedición fue el 13 de noviembre de 1523, y no el 6 de diciembre, como dice Cortés. 8 Fray Jerónimo de Alcalá, La relación de Michoacán, edición de Francisco Miranda, III parte, cap. XXIV, p. 308.—
Cervantes de Salazar, lib. VI, cap. XIII.— Herrera, década IIIª, lib. III, cap. III.— J. Benedict Warren, La conquista de Michoacán. 1521-1530, trad. por Agustín García Alcaraz, Fimax Publicistas, Morelia, Michoacán, 1977, cap. II, pp. 30-31. 9 Alcalá, La relación de Michoacán, ibid., p. 309.— López de Gómara, cap. CXLVIII. 10
“Testimonio de la cuenta que fue tomada a Julián de Alderete, primer tesorero de Nueva España, desde 25 de septiembre de 1521, año de 1522”, AGI, Contaduría, leg. 657, núm. 1: extracto en Warren, op. cit., Apéndice 1, pp. 377-378. 11 La relación de Michoacán, ibid., p. 310. 12 Cervantes de Salazar, lib. VI, caps. XIII-XXVIII. 13 “ Información de don Antonio de Huitsimingari”, de 1553, ff. 43v-44, citada por Warren, ibid., p. 34, n. 30:
A la quinta pregunta dijo que lo que de ella sabe es que antes que el dicho Cristóbal de Olí, capitán, fuese a poblar y conquistar la dicha provincia de Mechuacán, por mandado del dicho marqués, fue Antón Caicedos y otros dos españoles con cierto mensaje del dicho marqués, el cual vio este testigo que lo trajeron muchos principales indios de la provincia de Mechuacán, estando el dicho marqués en Cuyuacán, el cual dicho cazonci le envió a decir que le enviaba aquel presente y lo quería tener por amigo. 14 Se ha seguido, hasta aquí, el relato de La relación de Michoacán, III parte, caps. XXVI y XXVII. 15 “Relación de la plata …”, AGI, Justicia, leg. 223, reproducido en Warren, Apéndice III, pp. 380-385. 16 López de Gómara, cap. CLI. 17 Bernal Díaz, cap. CLX. 18 Warren, cap. III, pp. 73-75. 19 López de Gómara, cap. CLI.— Bernal Díaz, cap. CX.— Felipe Sevilla del Río, Breve estudio sobre la conquista y
fundación de Colima, Colección Peña Colorada, México, 1973, cap. I, pp. 14-20. 20 Instrucción civil y militar de Hernán Cortés a Francisco Cortés para la expedición a la costa de Colima, 1524, en
Documentos, sección II. 21 La “ Relación de una visitación”, del 17 de enero de 1525, se publicó en el Boletín del Archivo General de la Nación,
México, 1937, t. VIII, núms. 3 y 4, pp. 365-400 y 541-576, dentro del artículo “Nuño de Guzmán contra Cortés sobre descubrimientos y conquistas en Jalisco y Tepic. 1531”, probablemente de Edmundo O’Gorman. 22 Gerhard, A Guide to the Historical Geography of New Spain, “Sayula”, pp. 239-242.— Lucía Arévalo Vargas,
Historia de la Provincia de Ávalos, virreinato de la Nueva España, Instituto Jalisciense de Antropología e Historia, Guadalajara, 1979.— Varios autores, “Provincia de Ávalos”, Historia de Jalisco, UNED, Gobierno de Jalisco, Guadalajara, 1980, t. I, pp. 271-272. 23 Pleito del marqués del Valle contra Nuño de Guzmán y oidores sobre aprovechamientos de los pueblos de Tuxpan,
Amula, Zapotlán y Tamazula, Nueva España, 15 de marzo de 1531-16 de mayo de 1532, en Documentos, sección VI. 24 Existen cinco documentos sobre los envíos que iban en las naves secuestradas. Los tres primeros se reproducen en
Documentos, sección II, por su interés cultural: Relación del oro, plata, joyas y otras cosas que los procuradores de Nueva España llevan a Su Majestad, Coyoacán, 19 de mayo de 1522; Memoria de piezas, joyas, y plumajes enviados al
rey desde la Nueva España, y que quedaron en las Azores en poder de Alonso de Ávila y Antonio de Quiñones [Sevilla, 1522?], y Memoria de los plumajes y joyas que enviaba Cortés a iglesias, monasterios y personas de España [Coyoacán, 19 de mayo de 1522?]. Los otros dos son un “Traslado de lo que hasta el presente ha pertenecido a Su Majestad del quinto y otros derechos”, de 1522 (CDIAO, t. XII, pp. 260-268), que enumera los ingresos por el quinto real en el periodo y las sumas mencionadas en el texto, y el documento que se describe en la nota 26 siguiente. 25 Wagner, The Rise of Fernando Cortés, cap. XXIV, p. 401, llama la atención sobre este punto. Orduña declaró que el
tesorero cenó en Veracruz en casa de Pedro de Ircio y luego se sintió malo; y Niño oyó decir que Alderete “murió de una ensalada que le dieron al tiempo que quería embarcar”: Sumario de la residencia, t. I, pp. 441-442 y t. II, p. 137. 26 Herrera, década IIIª, lib. IV, cap. I.— En el “Registro del oro, joyas y otras cosas que ha de ir a España en el navío Santa
María de la Rábida”, Veracruz, 22 de junio de 1522 (CDIAO, t. XII, pp. 253-260), se enumeran: la parte del quinto real que iba en esta nao, 16 021 pesos de oro fundido; dineros propios o para encargos que llevaban los procuradores Ávila y Quiñones; lo que llevaba Juan de Ribera, secretario de Cortés, para don Martín, padre del conquistador (5 000 pesos y joyas), y dineros y joyas personales y para encargos —y por supuesto, la tercera Carta de relación y los mapas— ; y las pequeñas cantidades que llevaban otros pasajeros. Al margen de este documento, los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla anotaron, en los diversos rubros, “lo que ha venido a Sevilla y lo que ha quedado en las Azores”. Puede suponerse, por ello, que este registro lo es de lo que pudo salvarse de los piratas. 27 Bernal Díaz, cap. CLIX. La fecha que señala para la partida de estas naves, 20 de diciembre de 1522, está equivocada. 28 Cervantes de Salazar, Crónica, lib. VI, cap. V. 29
Carl Ortwin Sauer, Sixteenth Century North America. The Land and the People as Seen by the Europeans, University of California Press, Berkeley, Los Ángeles, Londres, 1971, cap. 4, p. 52. Sauer cita en su apoyo la obra de Eugène Guénin, Ango et ses pilotes, d'après des documents inédits, tirés des archives de France, de Portugal et d'Espagne, París, 1901, cap. 2. 30 Germán Arciniegas, Biografía del Caribe (1945), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 6ª ed., 1957, cap. VII, pp. 140-
142.— J. C. Brevoort, Verrazano the Navigator, Nueva York, 1874. 31 Bernal Díaz, ibid. 32 López de Gómara, cap. CLXIX.— Relación de las cosas de oro que van en un cajón para Su Majestad, las cuales
lleva a su cargo Diego de Soto, ca. 1524.— Relación de las cosas que lleva Diego de Soto, del señor gobernador, allende de lo que lleva firmado en un cuaderno de ciertos pliegos de papel, para el rey [México, 1524], en Documentos, sección II. 33 Bernal Díaz, cap. CLXX. 34 Herrera, década IIIª, lib. VI, cap. X. 35 López de Gómara, cap. CLXIX. 36 Bernal Díaz, cap. CLX. 37 “Real cédula dando facultades a Francisco de Garay para poblar la provincia de Amichel, en la costa firme, que con
navíos armados por su cuenta para buscar un estrecho había reconocido”, Burgos, 1521: véase en Manuel Toussaint, La conquista de Pánuco, El Colegio Nacional, México, 1948, Apéndice 4, pp. 195-201. Esta obra contiene la mejor exposición acerca de la materia. 38 Bernal Diaz, cap. CLXII. 39 Pedro Mártir, Décadas del Nuevo Mundo, Octava década, lib. II, t. II, p. 662.— Citado por Wagner, The Rise, cap.
XXV, p. 414. 40 Provisión de Su Majestad mandando a Francisco de Garay no entrometerse en la gobernación de Cortés,
Valladolid, 24 de abril de 1523, en Documentos, sección II. 41 López de Gómara, cap. CLV.— Bernal Díaz, cap. CLXII. 42 Bernal Díaz, ibid. 43 López de Gómara, cap. CLVI.— Esta matanza de señores huastecos y el aniquilamiento de las huestes de Francisco de
Garay dieron motivo a acusaciones contra Cortés en su juicio de residencia de 1529. El escribano Alonso Lucas, que venía con Garay, refiere los engaños de Cortés de que fue víctima el infortunado gobernador de Jamaica, cómo la dispersión y desbarato de su ejército fueron movidos por el conquistador, y relata como testigo la muerte de Garay, después de la cena de Navidad de 1523 en compañía de Cortés (Sumario de la residencia, t. I, pp. 275-284). Y García del Pilar, el nahuatlato compañero y denunciante de las atrocidades de Nuño de Guzmán contra el cazonci de Michoacán, refiere que Gonzalo de Sandoval engañó a los señores huastecos convocándolos para hacerles “cierto razonamiento” en Chachapala, y que allí tomó presos a 350 o 400
de ellos; y que preguntados los señores indios por qué habían muerto a los españoles de Garay contestaron: “que los mataban porque los indios de México les habían dicho que el capitán Malinchi, que quiere decir el capitán Hernando Cortés, se lo había mandado que lo hicieran” (ibid., t. II, pp. 206 y 207). 44 Bernal Díaz, cap. CLXII. 45 Ibid. 46
Real cédula de nombramiento de Hernán Cortés como gobernador y capitán general de la Nueva España e instrucciones para su gobierno, Valladolid, 15 de octubre de 1522, en Documentos, sección II. 47 López de Gómara, cap. CLXVI. 48 Bernal Díaz, cap. CLXVIII. 49 Información promoida por Diego Velázquez contra Hernán Cortés, Santiago de Cuba, 28 de junio-6 de julio de 1521,
en Documentos, sección I. 50 Demetrio Ramos, “El problema de la fundación del Real Consejo de Indias y la fecha de su creación”, El Consejo de las
Indias en el siglo XVI, Universidad de Valladolid, 1970, pp. 11-48, ha precisado que desde los años de Colón hacia 1493, el Consejo de Indias funcionó como una especie de prolongación del Consejo de Castilla, encabezada por Rodríguez de Fonseca, hasta el 8 de marzo de 1523 en que se establece formalmente en Valladolid el Real Consejo de las Indias, bajo la presidencia del cardenal García de Loaisa. Pero así fuera informalmente, Rodríguez de Fonseca manejó los asuntos de Indias hasta 1523. 51 Bernal Díaz, cap. XVII y CLXVII. 52 López de Gómara, cap. CLXV. 53 Bernal Díaz, cap. CLXVII. 54 Ibid., cap. CLXVIII. En este mismo capítulo recoge pormenorizadamente las respuestas que dieron los procuradores de
Cortés, ante la comisión presidida por el canciller Gattinara, a cada uno de estos cargos. 55 López de Gómara, cap. CLXVI.— Bernal Díaz, cap. CLXVIII.— Respecto a la recusación de Rodríguez de Fonseca
por los procuradores de Cortés, y a la comisión presidida por el canciller Gattinara, que escuchó los alegatos de ambos grupos de procuradores, los documentos directos de estas negociaciones y su resolución, si existen, no se han publicado o no he llegado a encontrarlos. La Historia del emperador Carlos V, de fray Prudencio de Sandoval, no los menciona y en el Corpus documental de Carlos V no hay rastro de ellos. Parece, pues, que las fuentes aquí mencionadas, López de Gómara y Bernal Díaz, son las únicas antiguas disponibles. Bernal Díaz, al fin del capítulo citado, explica que conoció cartas y relaciones de donde tomó los informes que complementan los de López de Gómara. Cortés no menciona estos hechos. En la primera carta de instrucciones de Carlos V a Cortés, del 15 de octubre de 1522, dice que mandó oír a los procuradores de ambas partes.— Herrera, década IIIª, lib. IV, cap. III, y De Rebus Gestis o Vida de Hernán Cortés (véase en Apéndice de los Documentos), al final, repiten los datos básicos de esta historia. 56 Real cédula de nombramiento…, Valladolid, 15 de octubre de 1522; Carta de Carlos V a Hernán Cortés en que: le
da instrucciones para el gobierno de Nueva España y le anuncia el envío de oficiales reales, mismo lugar y fecha; Real cédula en que se asignan a Hernán Cortés los sueldos y otras concesiones, idem.; Cédula de Carlos V a Hernán Cortés en que concede prerrogativas a conquistadores y pobladores y socorro para los inválidos, Vallejo (por Valladolid), misma fecha; Instrucciones de Carlos V a Hernán Cortés sobre tratamiento de los indios, cuestiones de gobiemo y recaudo de la real hacienda, Valladolid, 26 de junio de 1523. Los cinco en Documentos, sección II. El mismo 15 de octubre de 1522 el emperador envió otras cédulas de asuntos concernientes a la Nueva España, que se encuentran reproducidas al fin del libro primero de Actas de cabildo de la ciudad de México (t. I, pp. 211-223), junto con otras de fechas posteriores, las cuales se refieren a los siguientes temas: – Merced a la Nueva España de las penas de cámara que en ella se condenasen, por el tiempo de diez años, para que se gasten en caminos, puentes y calzadas. – Que se informe al rey el número de caballos y yeguas muertos en la guerra para que pague por ellos a sus dueños, por haber muerto en servicio. – Que no haya letrados ni procuradores en la Nueva España, por ser los causantes de los pleitos. Si queda alguno, que se le apliquen fuertes castigos cada vez que provoque un pleito. – Que los conquistadores y pobladores de estas partes traigan armas. 57 Carta reservada de Hernán Cortés al emperador Carlos V, Tenustitan, 15 de octubre de 1524, en Documentes,
sección II. 58 Marvin Harris, en Cannibals and Kings. The Origins of Cultures, Random House, Nueva York, 1977, ha estudiado
esta cuestión desde una perspectiva antropológica y sugiere que las costumbres alimentarias indígenas fueron respuesta a
necesidades de supervivencia. 59 Ordenanzas
de Hernán Cortés sobre la forma y manera en que los encomenderos pueden servirse de los naturales que les fueren depositados, ca. 1524, en Documentos, sección II.
XIII. ORGANIZACIÓN DEL PAÍS. MUERTE DE CATALINA XUÁREZ De hoy en cinco años será la más noble y populosa ciudad que haya en lo poblado del mundo, y de mejores edificios. HERNÁN CORTÉS
PRIMEROS PASOS PARA LA ORGANIZACIÓN DE LA NUEVA ESPAÑA En aquellos primeros años que siguieron a la conquista de la capital del imperio azteca —que continúa narrando la cuarta Carta de relación—, durante los cuales Hernán Cortés y sus soldados fueron extendiendo su dominio sobre el centro y el sur del país, sólo existía un rudimento de organización política y jurídica. Cortés era desde octubre de 1522 el gobernador y capitán general de un territorio llamado Nueva España, aún impreciso y que se iba ampliando constantemente. Habíanse designado alcaldes y regidores municipales en Veracruz, Segura de la Frontera, Espíritu Santo-Coatzacoalcos, Medellín, Santisteban del PuertoPánuco, Zacatula, Tzintzuntzan o Huichichila y Colima, algunos de ellos de manera precaria y como una formalidad circunstancial. El ayuntamiento de la ciudad de México se constituye probablemente en diciembre de 1522,1 aunque la primera acta formal del cabildo es del 8 de marzo de 1524, con Francisco de las Casas como alcalde mayor; el bachiller Juan de Ortega como alcalde ordinario; Bernardino Vázquez de Tapia, Gonzalo de Ocampo, Rodrigo de Paz, Juan de Hinojosa y Alonso o Juan Jaramillo como regidores. Las autoridades municipales las nombraba el gobernador. Habían llegado de Castilla los cuatro oficiales encargados de recibir y supervisar las rentas reales, y los intereses espirituales estaban a cargo del mercedario fray Bartolomé de Olmedo y de tres franciscanos que llegaron posteriormente. La estructura militar de la conquista y las decisiones del capitán general seguían prevaleciendo. La organización política y administrativa del mundo indígena iba siendo sustituida por las encomiendas y autoridades españolas, en tanto se establecían los cabildos indios. Al mismo tiempo que Cortés dirige sus múltiples acciones de nuevas conquistas y de consolidación, se preocupa también por acciones de gobierno: organizar la edificación y la vida de la ciudad de México, inspeccionar y asegurar sus dominios, asignar encomiendas, resolver problemas de industria militar, desarrollar la minería, la ganadería y la agricultura, enviar el quinto real a España, promulgar ordenanzas para los poblamientos y solicitar frailes para la evangelización. ¿Qué cambios experimentó Cortés, ya perdonado y justificado por el rey e investido de todos los poderes en el gobierno de la Nueva España? Al parecer, siguió ejerciendo el mando omnímodo que ya se había dado, con sólo algunos cambios de forma. Sin embargo, el disfrute de los cargos autorizados lo tuvo por muy poco tiempo, de mayo de 1523, en que recibe las cédulas reales, al 12 de octubre de 1524, en que abandona la ciudad de México para
convertirse en un expedicionario insensato en el viaje a las Hibueras. Y a su regreso en 1526 se le quitará la vara de gobernador. De cómo se vestía y trataba Hernán Cortés en 1523, ya gobernador, hay un curioso testimonio del alguacil Cristóbal Pérez, que vino con Garay de Jamaica a México, y que recogió Pedro Mártir, quien le preguntó al respecto: que lleva un sencillo vestido negro, pero de seda, y que no da muestras de ostentación, como no sea ir acompañado de numerosos servidores, tales como mayordomos, administradores, maestros de danza, camareros, porteros, peluqueros, despenseros y otros cargos semejantes, propios de un gran monarca. Cortés, donde quiera que va, lleva siempre cuatro caciques, a los que ha dado caballos, precediendo no obstante, alcaldes y funcionarios de justicia con sus varas; cuando él pasa póstranse, a la usanza antigua, cuantos se hallan presentes. Añade nuestro informante —dice Pedro Mártir— que acoge amablemente a los que le saludan y que prefiere al de gobernador el título de adelantado, que de ambos le ha hecho merced el emperador.2
Algo había aprendido de Motecuhzoma.
LA NUEVA CIUDAD DE MÉXICO Cuando se platicó entre los soldados de Cortés en qué lugar se haría la nueva ciudad, algunos opinaron en favor de Coyoacán o Tezcoco, mas prevaleció la opinión del capitán general, quien decidió que fuera en el mismo lugar de la capital indígena, que tenía tanto renombre y “por la grandeza y maravilloso asiento de ella” [p. 229]. Pocos años más tarde comenzarían a advertirse los muchos inconvenientes de la ciudad asentada en una alta cuenca cerrada, rodeada por montañas. Al modificarse el equilibrio ecológico con la desecación progresiva de los lagos, vinieron las inundaciones y la necesidad de dar salida a las aguas con costosas y enormes obras. La construcción de la nueva ciudad se inició pocos meses después de la destrucción de la ciudad indígena, probablemente a fines de noviembre de 1521 o en enero de 1522. “De cuatro o cinco meses acá, que la dicha ciudad de Temixtitan se va reparando, está muy hermosa”[p.193], dice Cortés a Carlos V en su tercera Relación, que firma el 15 de mayo de 1522, aún en Coyoacán. Cuando viene el infortunado Francisco de Garay a encontrarse con Cortés, en diciembre de 1523, el conquistador ya puede mostrarle sus palacios en construcción.3 Y en octubre de 1524 Cortés firma su cuarta Carta de relación en Tenochtitlán, o Temixtitan como él escribía, lo que permite suponer que para entonces ya se había trasladado de Coyoacán a la nueva ciudad.
1880. Los indios habían sufrido la derrota y el arrasamiento de la ciudad que habían construido, y ahora tenían que trabajar otra vez para levantar la nueva ciudad a la usanza española. Refiere Cortés que procuró que los naturales volviesen a la antigua metrópoli para darle vida de nuevo, y que entre ellos hay “carpinteros, albañiles, canteros, plateros y otros oficios”, y que los mercaderes han vuelto a animar el antiguo mercado, que debió ser el de Tlatelolco, y que se ha organizado otro para los españoles [pp. 229-231]. Entre los soldados de una de las expediciones de Francisco de Garay que habían venido a Pánuco en 1520, se encontraba Alonso García Bravo, que fue herido y se unió a las fuerzas de Cortés. García Bravo participó en conquistas de la región de Veracruz y en la pacificación de Tututepec y Tetiquipia. Y, como parecía “haber realizado ciertos estudios, pues parece conocedor de la geometría, sobre todo aplicada a la tierra, es decir topografía” —comenta Manuel Toussaint, uno de sus biógrafos—,4 el “jumétrico” soldado se ocupó también de dirigir construcciones: un palenque para guarnición de los soldados en Pánuco y una fortaleza
en Veracruz. Conocedor de estas habilidades de García Bravo, antes de iniciar la construcción de la nueva ciudad, Cortés decidió encargarle que hiciese su traza, con sus calles y plazas “como hoy está”, decía el alarife hacia 1561. Una de las bisnietas de García Bravo promovió en 1604 una “Información de méritos y servicios” de sus antepasados en la cual uno de los testigos declaró:
De Enciclopedia de México, t. VIII, México, 1974. que después de ganada esta ciudad de México, vio este testigo que el dicho Alonso García Bravo, por ser jumétrico y tener buena habilidad, por mandato del marqués don Hernando Cortés, trazó las calles y plazas y asiento de la dicha ciudad de México, y se edificó y hizo ni más ni menos que el dicho Alonso García Bravo lo trazó e que esto vio este testigo, y es notorio que pasó muy gran trabajo, y también trazó la ciudad de Antequera del valle de Guaxaca, adonde este testigo tiene dos solares, los cuales le trazó el dicho Alonso García Bravo y se los dieron por conquistador; e que esto sabe y responde a la pregunta.5
No conservamos los apuntes ni los planos que haya trazado García Bravo, pero tenemos un plano que muestra cómo se representaba la ciudad indígena de Tenochtitlán, el enviado por Cortés al emperador y publicado por primera vez en Núremberg en 1524,6 y planos de la ciudad española o más bien mestiza que se llamará México. La comparación de ambos permite conocer la obra de los urbanistas.7 En la ciudad indígena, el centro del islote lo ocupaba el enorme recinto sagrado o conjunto ceremonial, rodeado por la muralla almenada o coatepantli, en el que sobresalían las pirámides gemelas de Huitzilopochtli y de Tláloc, llamado Templo Mayor. El conjunto, que contenía cerca de ochenta templos, adoratorios, casas de sacerdotes, monasterios, escuelas, juegos de pelota, jardines, arsenales y edificios administrativos y para la impartición de la justicia, ocupaba un cuadrángulo irregular que se extendía, por el frente sur que daba a la plaza y a los palacios, un poco hacia dentro de la plaza actual, por el frente de la catedral y la calle de la Moneda; por el oriente, hasta Correo Mayor; por el norte, a San Ildefonso y González Obregón; y por el poniente, a República del Brasil y Monte de Piedad.
Dibujo de Miguel Covarrubias.
Frente al costado sur del recinto se encontraba el palacio de Motecuhzoma, en un espacio algo más extenso que el que hoy ocupa el Palacio Nacional; y en torno a la plaza mayor, que coincide aproximadamente con la actual Plaza de la Constitución, se elevaban los palacios y casas de los señores.8 Del centro de este imponente conjunto salían, orientadas a los cuatro puntos cardinales, las cuatro calzadas principales que ligaban a la ciudad-isla con las ciudades que bordeaban el lago: al sur la de Iztapalapa, al poniente la de Tlacopan o Tacuba, al norte la de Tepeyácac, y al oriente la que llevaba al embarcadero hacia Tezcoco, y que no llegaba a ser calzada, pues el lago era muy extenso de ese lado. “Es decir —comenta Toussaint— que desde lejos,
cualquiera que fuese el camino que se siguiera, se veía la enorme mole del templo como término del viaje y como esperanza del viajero”.9 En torno al gran conjunto ceremonial y a los palacios centrales, y cruzadas por un laberinto de calles firmes, calles con acequias y canales, se extendían las que Alfonso Caso llamó parcialidades indias: Cuepopan (Santa María), Atzacoalco (San Sebastián), Moyotlan (San Juan) y Zoquiapan (San Pablo), y el antiguo pueblo de Tlatelolco, que a su vez estaba formado por numerosos barrios; y en la periferia, chinampas y tulares.10 El área ocupada por la ciudadisla era reducida y llegaba por el norte hasta la hoy calzada de Atlampa, por el sur a la del Chabacano, por el oriente tal vez a la calzada de Balbuena y por el poniente cerca de Bucareli.11
Plano del ingeniero José R. Benítez, México, 1933.
Sobre las ruinas de la antigua México-Tenochtitlán, bajo la supervisión de Cortés, el alarife Alonso García Bravo, ayudado por Bernardino Vázquez de Tapia y dos indígenas, realizaron la “traza” de la nueva ciudad. En principio, conservaron la plaza mayor y el emplazamiento de los palacios que la rodeaban por tres lados, y redujeron considerablemente el enorme espacio que ocupaba el conjunto ceremonial de los templos, reservando para la iglesia sólo una cuarta parte aproximadamente, que hoy ocupa la catedral. El conjunto urbanístico de los antiguos mexicanos se adaptaba de manera admirable a las ideas españolas: la plaza mayor al centro, rodeada por la iglesia, los palacios de gobierno y las casas nobles. De ahí que, con los ajustes necesarios, se aprovechara el emplazamiento de los antiguos palacios para construir sobre ellos el recinto principal de gobierno, el ayuntamiento, las casas consistoriales, y se conservara el espacio de la plaza. Alrededor de este centro, y apoyándose en los dos ejes norte-sur y oriente-poniente, formados por las entradas de las antiguas calzadas, García Bravo diseñó la cuadrícula o damero de la nueva ciudad española, reservando espacios para las plazas menores y siguiendo en parte el curso de las acequias principales. La extensión de la traza primitiva era un poco más pequeña que la ciudad indígena —cuya superficie se ha calculado en 145 hectáreas—, contenía unas 100 manzanas y sus límites tentativos eran por el poniente San Juan de Letrán, por el norte Colombia o Perú, por el oriente Leona Vicario y la Santísima o Jesús María y por el sur San Pablo y San Jerónimo o José María Izazaga.12 En torno a la primitiva traza, que muy pronto comenzará a ampliarse, se situaron los nuevos barrios indígenas. “Nos parte un brazo de agua”, señala Cortés [p. 231]. El conquistador refiere al emperador que, aunque sigue teniendo preso al señor Cuauhtémoc, ha dado cargos subordinados a varios señores indígenas y les asignó “señorío de tierras y gente en que se mantuviesen” [p. 231]. La agricultura comenzaba a restablecerse y además de los cultivos indígenas se sembraban ya hortalizas españolas. La primera construcción realizada fue la fortaleza o Atarazanas, para tener seguros y disponibles los bergantines de la conquista. Al menos desde 1524, en que consta en las Actas de cabildo, Alonso García Bravo había sido el alarife y maestro de obras de la ciudad, especialmente la construcción de las casas del ayuntamiento. Y el 14 de enero de 1527 el cabildo ordenó mediante un pregón “que ninguna persona edifique en solar sin que primero le sea medido y trazado por el dicho Alonso García”. Ya se había iniciado el reparto de solares a los conquistadores, dentro de los límites de la traza; y gracias a la mano de obra gratuita se levantaron rápidamente muchas casas. A cada colono que quería ser vecino de la ciudad y era aceptado se concedía un solar y dos a los que habían sido conquistadores,13 y según aparece en los libros de Actas de cabildo, a menudo se les concedía solar y huerta. La única condición era que habían de edificar en cierto tiempo, pasado el cual la concesión podía aplicarse a otro. Cortés se asignó las Casas Nuevas, o sea el palacio de Motecuhzoma, sede del Palacio Nacional, y las Casas Viejas, antiguo palacio de Axayácatl, parte del cual ocupa ahora el Monte de Piedad, aparte de otras posesiones que fue adquiriendo, como los enormes terrenos de la Tlaxpana. Sólo las Casas Viejas medían 25 solares, o sean 44 100 metros cuadrados.14
La ciudad de México hacia 1555. Plano indígena que guarda la Universidad de Upsala, conocido como de Alonso de Santa Cruz.
Hace notar Orozco y Berra que en estos primeros años de la ciudad de México, en medio de las nuevas construcciones subsistían las grandes pirámides del Templo Mayor, así como la de Tlatelolco, y que muy poco se hizo para la construcción de alguna iglesia, lo cual será motivo de censura para Cortés en su juicio de residencia.15 Rodrigo de Castañeda declaró en dicho juicio, en 1529, que cuando los frailes de San Francisco quemaban cúes o templos indígenas: Don Hernando Cortés decía que para qué los habían quemado, que mejor estuvieren por quemar, y mostró tener gran enojo porque quería que estuviesen aquellas casas de ídolos por memoria.16
Lo cual, que tiene visos de cierto, muestra que la destrucción de monumentos indígenas fue sobre todo obra de los frailes, y que Cortés alentaba un cierto propósito “arqueológico”, que puede lamentarse que no se atreviera a realizar. Cuanto sobresalía de las pirámides fue arrasándose poco a poco, como si fuera un gran depósito de materiales de construcción para los nuevos edificios, de lo que dan constancia las piedras labradas que en algunos de ellos subsisten. En cuanto a las iglesias, la primera iglesia mayor que existió fue una muy pequeña que se construyó entre 1524 y 1532. La catedral actual fue posterior y su construcción muy lenta, pues
se extendió de 1573 a 1813. La primera iglesia de los franciscanos se levantó en 1524 y 1525.17
VIAJES DE INSPECCIÓN Y NUEVOS PROYECTOS Y EMPRESAS: CONSTRUCCIÓN DE BARCOS Y MINERÍA Después de su viaje a Pánuco y antes de trasladarse de Coyoacán a la ciudad de México, Cortés hace la primera visita de inspección de sus dominios hacia Veracruz. Encuentra que el puerto de San Juan de Chalchicuecan es inconveniente por “los nortes que en aquella costa reinan”, y buscando otro puerto más seguro encuentra el asiento del actual puerto de Veracruz, y toma providencias para que se limpie el estero de Boca del Río, se pueble el nuevo puerto y se haga el camino entre Veracruz y la ciudad de México [pp. 232-233]. Y sigue pensando en encontrar el estrecho que comunique los océanos. Proyecta enviar una expedición a reconocer la costa atlántica, de Pánuco a la Florida, porque tiene “cierta figura” en la que se indica que por allí se encuentra el tal estrecho, lo que le permitirá navegar más fácilmente a la Especiería, esto es, al Oriente; y proyecta también enviar los navíos que construye en el Mar del Sur “en demanda del dicho estrecho” [pp. 233-235]. Las numerosas expediciones de exploración y de conquista que Cortés tenía en marcha en estos años requerían muchas armas y herrajes para los barcos, es decir, metales. El aprovisionamiento normal a través de las islas de Cuba o de Santo Domingo se lo tenían copado las diferencias con Diego Velázquez y Rodríguez de Fonseca, presidente del Consejo de Indias. Cuando Cortés andaba en la conquista de Pánuco había hecho venir un barco, que naufragó, cargado de bastimentos, armas y herrajes. Estos últimos escaseaban tanto que “a la sazón lo pesaban a oro o dos veces a plata” [p. 212]. “Y porque no hay cosa que más los ingenios de los hombres avive que la necesidad”, observa Cortés, se puso a buscar en México los metales que le faltaban para fabricar armas [p. 231]. Encontróse cobre y un artesano le hizo “dos tiros de medias culebrinas”, que salieron muy buenas; luego advirtieron que les faltaba el estaño para hacer bronce. Agotaron primero todos los platos y vasijas disponibles, y al fin, gracias a los naturales de Tasco, supieron que en esa provincia el estaño se usaba como moneda y que allí había minas de ese metal, así como de hierro. De esa manera se inició, con móviles de industria militar, la minería en el México colonial. Gracias al encuentro de estos metales, Cortés puede resumir con orgullo que su artillería cuenta ya un total de 35 piezas grandes de bronce, y de hierro colado hasta 70 piezas. En cuanto a los materiales para la pólvora, ha encontrado ya bueno y abundante salitre; y aunque el azufre se sacaba con mucho peligro y esfuerzo de la boca del Popocatépetl, Cortés espera que se le envíe de España [pp. 231-232]. Otro singular problema de la industria militar fue el de la construcción de navíos en un puerto del Mar del Sur, esto es, en Zacatula, sobre la desembocadura del Balsas en el Pacífico, donde había logrado formar un astillero con numerosos operarios. Refiere Cortés que todos los elementos necesarios: “velas, cables, jarcia, clavazón, áncoras, pez, sebo, estopa, betumen, aceite y otras cosas”, tenían que transportarse por tierra y a lomo de indio
desde Veracruz hasta aquel remoto puerto, distante “doscientas leguas y aun más, y en parte muy fragosos puertos de sierras, y en otros muy grandes y caudalosos ríos”. Además, una noche el depósito de Veracruz se quemó todo y sólo las anclas se salvaron y fue necesario reponerlo. Quéjase Cortés de que los dichos navíos, con los que proyecta explorar la costa del Pacífico, le cuestan ya “sin haberlos echado al agua, más de ocho mil pesos de oro, sin otras cosas extraordinarias” [p”p. 228-229].
GANDERÍA Y AGRICULTURA Al final de su cuarta Relación, Cortés pide al emperador que dé órdenes para que de la isla Española se le permita traer yeguas y otras cosas que se puedan multiplicar, porque en dicha isla se ha prohibido su exportación, a fin de que siempre “tengamos necesidad de comprarles sus ganados y bestias y ellos nos los vendan por precios excesivos”. Y le encarece también que se le envíen semillas de plantas de España para aprovechar “el aparejo que en esta tierra hay de todo género de agricultura”, y considerando que estos cultivos fomentarán el aumento y el arraigo de la población española [p. 240]. La actividad de Cortés en la ganadería y la agricultura fue mucho más amplia de lo que parece por estas peticiones de su Relación. El cronista mayor de las Indias, Antonio de Herrera, llegó a ser gran admirador de Cortés y de sus empresas, y en un pasaje de su extensa Historia general hizo grandes elogios de la nueva ciudad de México, de su amplitud, fertilidad y temple, hasta llegar a decir: “y fue México la mayor ciudad del mundo”. Y por lo que se refiere a cuanto hizo Cortés para mejorar la población y su economía, escribió: Para mejor asentar esta población hizo Hernando Cortés que muchos castellanos llevaran sus mujeres, y tuvo forma para que acudiesen otros casados, y fueron muchos, y entre ellos el comendador Leonel de Cervantes. Llevó siete hijas que se casaron rica y honradamente. Envió por vacas, puercas, ovejas, cabras, yeguas, a las islas de Cuba, Española, San Juan de Puerto Rico y Jamaica; envió por cañas de azúcar, moreras, pera, seda, sarmientos y otras muchas plantas. Dio orden que se llevasen de Castilla armas, hierro, artillería, pólvora, herramienta y fraguas para sacar hierro, y por simientes. Labró dos culebrinas y otras piezas de otra manera, y no hizo más porque había poco estaño, y muy caro, y halló después vena de ello y de hierro… hizo buscar minas de oro y plata, y halló muchas y ricas. Mudó el puerto y descargadero que hacían las naves a la Vera Cruz, a San Juan de Ulúa, en un estero que tiene una ría para barcas más seguro. Y allanó el camino de allí a México, para que pudiese ir recua. Y luego se fue encaminando y acrecentando todo, de manera que multiplicó en breve tiempo, porque creció el trato. Acudieron oficiales de seda, paño, vidrio; púsose la estampa [imprenta], fabricose moneda, fundose el estudio [escuelas], con que vino a ennoblecerse aquella ciudad, como cualquiera de las más ilustres de Europa.18
Entresacando de este exaltado elogio las noticias referentes a los inicios de la ganadería y agricultura en la Nueva España, noticias que luego ampliará Lucas Alamán,19 puede concretarse lo siguiente. Cortés, que recordaba que la ganadería le dio en Cuba su primera fortuna, y que sabía de ella, se preocupó mucho por su desarrollo. Obstáculos como la prohibición de importar yeguas de la Española debieron superarse y pronto él mismo y muchos otros tuvieron crías de vacas, caballos, ovejas y puercos. En el Arancel para los venteros del camino de Veracruz a México, que expide Cortés hacia 1524,20 ya se incluye carne de puerco al mismo precio que la de venado de la tierra. Años más tarde, en 1555, el comerciante inglés
Roberto Tomson, que viajó por Nueva España, se sorprende de la baratura de los precios y la abundancia de alimentos en la ciudad de México, resultado de aquellos afanes cortesianos de los años veinte: En cuanto a los víveres —observa Tomson—, como vaca, carnero, gallina, capones, codornices, pavos y otros semejantes, son todos muy baratos, a saber: un cuarto de vaca, que es cuanto puede traer a cuestas un esclavo desde la carnicería, vale cinco tomines, que son cinco reales de plata y hacen justo dos chelines y seis peniques de nuestra moneda; un carnero gordo vale en la carnicería tres reales solamente, o sean dieciocho peniques. El pan es tan barato como en España, y todas las frutas, como manzanas, peras, granadas y membrillos, se consiguen a precios moderados.21
Los caballos, aunque no a precios tan elevados como los que tenían en los años de la conquista,22 siguieron siendo caros durante todo el siglo XVI (cien o doscientos pesos). Cortés tenía cría de caballos en Tlaltizapan, que en su Testamento dejó a su hija Catalina Pizarro (cláusula 29). Años más tarde, las cabalgaduras eran abundantes aunque seguían siendo muy apreciadas. Otro viajero inglés, Juan de Chilton, que recorrió buena parte de la Nueva España entre 1568 y 1570, refiere que en Santiago de los Valles, en la región Huasteca, se criaban robustas mulas “que llevan a todas partes de las Indias y hasta al Perú, porque en ellas se acarrean todas las mercancías”.23 A partir de 1540 el desarrollo de bovinos y ovinos fue tan abundante que creó múltiples problemas a las sementeras indígenas, que pisaban y destruían.24 El desarrollo de nuevos cultivos agrícolas promovido por Cortés fue acelerado y variado, tanto en sus propias tierras como en las de otros conquistadores y pobladores. La caña de azúcar se cultivó en Tuxtla, en la costa veracruzana, y en sus propiedades de Cuernavaca y Cuautla, sobre todo en el ingenio de Tlaltenango. En estas tierras, Cortés cultivaba, además, trigo, frutales, moreras y viñedos, y tenía criaderos de caballos, vacas, ovejas, puercos y gallinas. Él fue, también, uno de los iniciadores de la complicada industria de la seda. En sus tierras de la región de Cuernavaca tenía numerosos campos de moreras o morales, y en 1523 y 1530 —a su regreso de España— se empeñó en aclimatar simientes de gusanos de seda e hizo venir expertos en esa industria. En Yautepec construyó una casa para el cuidado de los capullos y el hilado de la seda. La primera producción efectiva de seda debió ocurrir en la primavera de 1546, un año antes de la muerte de Cortés y cuando él se encontraba ausente.25 Parece haber cultivado y exportado también algodón. Alamán cita un fragmento de carta de Cortés a su apoderado García de Llerena, escrita en Yautepec el 13 de agosto de 1532, en la que le dice: “En lo del algodón no es menester hablar de eso, pues yo lo tengo de dar puesto en la Veracruz; de allí adelante vaya a Castilla de mi riesgo”.26
LLEGADA Y MUERTE DE CATALINA XUÁREZ MARCAIDA Que Cortés haya omitido en la cuarta Relación la llegada de los dos grupos de religiosos franciscanos parece sólo descuido; pero que haya callado cualquier referencia a la llegada y muerte de su primera esposa, Catalina Xuárez (Juárez o Suárez) Marcaida, parece omisión voluntaria, si no es que entraba dentro de los asuntos menores de que no se ocupaba en sus Cartas de relación.
Bernal Díaz refiere lo esencial con notable discreción: en agosto de 1522, el capitán Gonzalo de Sandoval, que andaba en conquistas por tierras de Coatzacoalcos, recibió noticias de que había llegado de Cuba, al cercano río de Ayagualuico, una nave en la que venía Catalina Xuárez Marcaida, mujer de Cortés, acompañada por su hermano Juan y otras muchas señoras e hijas y hasta una abuela. Sandoval y los suyos fueron por el grupo, lo alojaron en Coatzacoalcos, previnieron a Cortés y, cumpliendo sus instrucciones, lo condujeron a México. El conquistador parecía ya olvidado de su matrimonio en Cuba y acaso no le gustó tan copiosa visita. Con todo, ordenó que se hicieran a la comitiva festejos en el camino, y a su llegada “hubo regocijo y juegos de cañas” y la instaló en Coyoacán. Bernal Díaz concluye su relato como sigue: y de allí a obra de tres meses que había llegado, oímos decir que la hallaron muerta a doña Catalina Xuárez de asma una noche, y que habían tenido un banquete el día antes y en la noche, y muy gran fiesta, y porque yo no sé más de esto que he dicho no tocaremos más en esta tecla. Otras personas lo dijeron más claro y abiertamente en un pleito que sobre ello hubo el tiempo andando en la Real Audiencia de México.27
La muerte de Catalina Xuárez ocurrió en Coyoacán el 1° de noviembre de 1522. Al parecer, desde el principio comenzaron las habladurías de que Cortés la había asesinado. Años más tarde, en enero de 1529, cuando ya gobernaba la primera Audiencia que presidía Nuño de Guzmán, enemigo de Cortés, y cuando éste se encontraba en España, se inició formalmente el juicio de residencia contra el conquistador. En el curso del juicio, y aunque el tema no estaba incluido en el interrogatorio, dos de los testigos, Juan de Burgos y luego Antonio de Carvajal, contribuyeron con la novedad de que Cortés dio muerte a su mujer Catalina Xuárez. Para seguir ese hilo, se llamó a una averiguación complementaria a varias mujeres testigos, que habían estado cerca de los hechos. Todo esto, debidamente alentado por Guzmán, Matienzo y Delgadillo, presidente y oidores de la primera Audiencia, movió a la madre y al hermano de la difunta Catalina a iniciar un proceso criminal, paralelo al juicio de residencia, acusando a Cortés de haber dado muerte a su primera esposa. El proceso es un pintoresco chismorreo de criadas que, a pesar de su inconsistencia jurídica, consigue persuadir de la culpabilidad de Cortés. Las y los testigos refirieron que, en la fiesta de aquella noche, doña Catalina y don Hernando tuvieron cierto altercado después del cual la señora se retiró llorosa a su habitación, y que poco después que don Hernando se reuniera con ella, éste dio voces diciendo que ella había muerto. En sus declaraciones, las criadas de doña Catalina insinuaron y aun afirmaron que fue “ahogada” por Cortés y que no murió de su propia muerte. Además, don Hernando no permitió que un fraile revisara el cadáver. Pese a que el Consejo de Indias no llegó a dar un fallo sobre el juicio y que la causa quedó sobreseída, la fama pública y los adversarios de Cortés lo han considerado responsable de este crimen. Un poco más tarde, los parientes de Catalina promovieron otro juicio reclamando al conquistador las joyas de la esposa muerta y los bienes gananciales habidos en el matrimonio, asunto que quedó finiquitado, años después, disponiendo el pago de una cantidad moderada y muy inferior a la solicitada.28 Henry R. Wagner ha propuesto dos conjeturas interesantes respecto a este misterio de la venida y muerte de Catalina.
Después de la conquista —escribe—, Juan Xuárez [hermano de Catalina y antiguo amigo de Cortés] volvió a Cuba y creo que recibió dinero de Cortés para traer a Catalina a México. Habían estado separados por más de tres años, y ya que Cortés estaba apremiando a sus compañeros a traer a sus familias a México, él debió sentirse obligado a dar el ejemplo.29
Por otra parte, Wagner hace notar con perspicacia que, durante el breve tiempo de la estancia de Catalina en México —de julio-agosto al 1º de noviembre de 1522—, nació probablemente Martín, el hijo de la Malinche y de Cortés, lo que se calcula que ocurrió entre 1522 y 1523. El inusitado entusiasmo amoroso de Cortés por su primer hijo varón debió provocar los celos de Catalina, que no había tenido hijos. Catalina reprochaba por ello continuamente a Cortés — acaso diciéndole que el niño era un bastardo e hijo de una india, añado— , y éste, de temperamento iracundo, la estranguló en un momento de exasperación.30 Pudo ser así.
EXPEDICIÓN DE OLID A LAS HIBUERAS Cortés tenía noticias de la riqueza de “la parte o cabo de las Hibueras”, la actual Honduras, y de que “en opinión de muchos pilotos”, “por aquella bahía sale estrecho a la otra mar” [p. 214], estrecho cuya existencia había sugerido el piloto Juan de la Cosa desde 1500 y el cual se buscaba afanosamente. Desde los días del problema con Francisco de Garay tenía proyectado el envío de una expedición hacia las Hibueras que al fin organizó y despachó, el 11 de enero de 1524, al mando de uno de sus mejores capitanes, Cistóbal de Olid: cinco navíos y un bergantín, 400 hombres, artillería, armas y municiones, y 8 000 pesos de oro para comprar en Cuba caballos y bastimentos [pp. 214-215].31 Tan ambiciosa y costosa expedición tenía el encargo de reconocer la costa atlántica de aquellas tierras, encontrar un puerto, establecerse en él, y sobre todo, buscar aquel estrecho que se tenían noticias de que existía en la bahía de la Ascensión [p. 225]. Por última vez, y a pesar de la prohibición real que ya había recibido, Diego Velázquez iba a intentar cobrar a Cortés el viejo agravio. Gonzalo de Salazar, funcionario real, llegó a México en aquellos días y refirió a Cortés que a su paso por Cuba había sabido que Velázquez estaba en tratos con Cristóbal de Olid y que habían convenido alzarse con las nuevas tierras que el último iba a explorar. Cortés, al saberlo, explota y pierde la cabeza. Su primera reacción es contra el gobernador de Cuba, y no tiene escrúpulos en anunciarle a Carlos V, en su cuarta Relación: Yo me informaré de la verdad, y si hallo ser así, pienso enviar por el dicho Diego Velazquez y prenderle, y preso, enviarle a Vuestra Majestad; porque cortando la raíz de todos los males, que es este hombre, todas las otras ramas se secarán y yo podré más libremente efectuar mis servicios comenzados y los que pienso comenzar [p. 237].
Las consecuencias de esta ira van a ser largas y darán origen a una de las acciones más desastradas de Cortés, materia principal de la quinta y última Carta de relación, y probablemente a la decisión de la Corona de iniciar el juicio de residencia para aplacar a aquel caudillo peligroso.
PRINCIPIOS DE LA EVANGELIZACIÓN Una vez establecido el dominio de la ciudad capital y en buena marcha el del resto del territorio, Cortés comienza a pensar en la necesidad de que se organice formalmente la evangelización de los naturales, tanto por razones religiosas —la salvación de las almas y la extensión de la cristiandad— como prácticas, ya que era obvio comprender que la cristianización de los índigenas era la base indispensable para la implantación de la cultura española-europea y para la sujeción de la población india. Casi al final de su cuarta Relación Cortés dice a Carlos V: Todas las veces que a Vuestra Sacra Majestad he escrito, he dicho a Vuestra Alteza el aparejo que hay en algunos de los naturales de estas partes para se convertir a nuestra santa fe católica y ser cristianos; y he enviado a suplicar a Vuestra Cesárea Majestad, para ello, mandase proveer de personas religiosas de buena vida y ejemplo [pp. 237-238].
A pesar de lo que dice, ésta es la primera vez que se ocupa de ello, cuando ya es oportuno hacerlo. Y hace peticiones concretas: quiere que a México vengan frailes franciscanos y dominicos para que se ocupen de la conversión de los naturales, y no quiere ni obispos ni prelados porque teme que seguirían su costumbre de gastar los bienes de la Iglesia “en pompas y en otros vicios” [pp. 238-239]. Años más tarde, estas ideas serán muy gratas a franciscanos como Gerónimo de Mendieta, que se oponía a las pompas eclesiásticas y, sobre todo, a compartir con el clero secular sus tareas. Cortés informa, en fin, al emperador que desde el año de 1523 ya se han comenzado a percibir diezmos en Medellín, en Veracruz y en la ciudad de México, y que están disponibles para sufragar la construcción de iglesias y monasterios. Cortés hace esta solicitud en su cuarta Relación, que firma “en la gran ciudad de Temixtitan de esta Nueva España, 15 días del mes de octubre de 1524 años”. Es, pues, extraño que no mencione a los dos grupos de franciscanos que, como ya se dijo, habían llegado a México en el periodo que cubre esta carta: a los tres flamencos, fray Juan de Tecto, fray Juan de Aora y al lego fray Pedro de Gante, que llegaron a Veracruz el l3 de agosto de 1523; y al famoso grupo de los Doce, encabezados por fray Martín de Valencia y en el que venían Motolinía y otros renombrados, que llegó a Veracruz el l3 de mayo de 1524, franciscanos a los cuales Cortés y sus soldados, acompañados por Cuauhtémoc y otros señores indios, recibieron con gran acatamiento, como lo relata Bernal Díaz.32 Los franciscanos, a quienes luego se unieron dominicos y agustinos, pusieron las bases para la cristianización de los indígenas, combatieron con celo que hoy nos parece excesivo las idolatrías, realizaron una memorable labor en la investigación de las lenguas y de la cultura de los pueblos del México antiguo, iniciaron la nueva educación y el adiestramiento en oficios europeos de los naturales e hicieron mucho por la humanización del trato a los vencidos. Los franciscanos en especial, como apunta J. H. Elliott, debieron inspirar a Cortés las críticas al mundanismo, pompa y avaricia de los clérigos seculares, antes mencionadas, y lo hicieron concebirse a sí mismo como el escogido por Dios, en un momento vital de la ordenación de la historia universal, para convertir a la fe cristiana a millones de naturales, haciendo posible la realización del “milenarismo” franciscano. Elliott añade que pudo ser fray Juan de Tecto, teólogo y antiguo confesor de Carlos V, y uno de los dos franciscanos que
acompañaron a Cortés a las Hibueras, quien transmitió al conquistador las ideas del imperio universal cristiano y las corrientes del pensamiento erasmista, y quien pudo sugerirle la posibilidad de extender su acción a través del Pacífico, al Oriente, como lo ofrecerá Cortés al emperador al fin de su quinta Relación.33
ORDENANZAS PARA LOS POBLAMIENTOS Y OTRAS DISPOSICIONES La última medida de gobierno que realiza Cortés en el periodo de que da cuenta su cuarta Relación es de gran importancia, ya que es el primer intento de legislación para regular la vida de las nuevas poblaciones. Cortés se refiere a estas Ordenanzas, del 20 de marzo de 1524, como sigue: como a mí me convenga buscar toda la buena orden que sea posible para que estas tierras se pueblen, y los españoles pobladores y los naturales de ellas se conserven y perpetúen, y nuestra santa fe en todo se arraigue… hice ciertas ordenanzas y las mandé pregonar [p. 241].
Añade Cortés —quien le envía copia de ellas al emperador— que han causado cierta inconformidad las disposiciones que obligan a los españoles a “arraigarse en la tierra”, porque todos los más tenían el pensamiento de hacer en México lo que habían hecho en las islas, “esquilmarlas y destruirlas, y después dejarlas”, lo cual quiere Cortés evitar, con las pasadas experiencias, en esta tierra que es “de tanta grandeza y nobleza”.34 Estas Ordenanzas de buen gobierno son notables para su tiempo y circunstancias. Disponen los deberes de tipo militar y defensivo que deberán cumplir los españoles con repartimiento de indios, y los cultivos que deberán hacer; declaran su obligación de prohibir las idolatrías de los naturales, de enviar a los hijos de éstos a adoctrinarse e instruirse con los frailes, curas o personas principales y de pagar una persona para “industriar” a los muchachos; prohíben que los españoles pidan oro a los indios; exigen que quienes tengan indios en encomienda residan en la Nueva España un mínimo de ocho años, condición necesaria para no quitarles los indios; mandan que los casados traigan a sus mujeres de Castilla en un plazo de año y medio, y que los solteros se casen en el mismo plazo, ofreciendo ayuda a quienes no tengan recursos para hacerlo; disponen que todos construyan sus casas, y ofrecen, en fin, apoyo a las reclamaciones de cuantos se consideren indebidamente recompensados. Considerando las peculiaridades morales y políticas de la época, y la justificación que el conquistador supone que le asiste, estas Ordenanzas tienden fundamentalmente a transformar la conquista en poblamiento definitivo, y a arraigar la implantación de su propia idea de civilización en el territorio dominado. De alrededor de 1524 es el Arancel dado por Cortés para los venteros del camino de Veracruz a México, interesante por mostrar que en años tan tempranos ya existían ventas en este camino y en qué proporción se encarecían los productos con su transporte. El Arancel dispone que el vino se cobre a medio peso el azumbre (dos litros) en el puerto y hasta diez leguas de distancia, y que aumente medio peso por cada diez leguas de alejamiento. Muestra
también que, además de los productos de la tierra, ya eran comunes, como antes se mencionó, los puercos y las gallinas y sus huevos. Y aun se preocupan estas disposiciones por mandar que los corrales de estos animales no estén entre las bestias.35 También de alrededor de 1524 son las Ordenanzas para el buen tratamiento de los indios que fueren depositados a los encomenderos.36 Ya se ha señalado que Cortés había recibido instrucciones (20 de julio de 1523) del emperador para que no hubiese encomiendas en la Nueva España, que no acató dichas instrucciones, que en la Carta reservada a Carlos V, del 15 de octubre de 1524, explicó sus razones para dar las encomiendas y que aun expidió las presentes disposiciones para reglamentarlas. Estas Ordenanzas son un intento para humanizar la servidumbre obligatoria a la que se llamó encomienda.
CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA 1521 Fines de noviembre o enero siguiente 1522 Principios de año
22 de febrero 15 de mayo Mediados de año
17 de julio Hacia julio
Se inicia la construcción de la nueva ciudad de México. El regente de Castilla y nuevo papa, Adriano VI, escucha a los procuradores de Cortés y los ayuda a recusar a Rodríguez de Fonseca, presidente del Consejo de Indias. El soldado Parrillas inicia la exploración de Michoacán Fecha de la tercera Carta de relación en Coyoacán. Carlos V nombra una comisión, presidida por el canciller Gattinara, para que decida la contienda entre Cortés y Velázquez, la cual falla a favor de Cortés. Llega a Michoacán la expedición al mando de Cristóbal de Olid. Los procuradores Quiñones y Ávila salen de Veracruz rumbo a España con un tesoro que envía Cortés al rey. Será robado por piratas franceses. Envía también la tercera Relación que llega a su destino.
Julio/agosto Septiembre 15 de octubre
1° de noviembre Diciembre 1523 Enero Mayo 26 de junio Mediados de año 13 de agosto 28/29 de diciembre 1524 11 de enero Principios de año
Llega cerca de Coatzacoalcos Catalina Xuárez Marcaida, primera mujer de Cortés. Llega a Pánuco Juan Bono de Quejo, enviado de Velázquez. Va a ver a Cortés a Coyoacán y se vuelve a Castilla. Carlos V firma real cédula nombrando a Cortés gobernador, capitán general y justicia mayor de Nueva España. Con la misma fecha envía Instrucciones, Asignación de sueldos y Prerrogativas para conquistadores y pobladores. Muere Catalina Xuárez en Coyoacán. Se constituye el primer cabildo de la ciudad de México. Llega Cortés a Pánuco a pacificar la Huasteca. Va a Veracruz y cambia el puerto de Chalchicuecan a cerca de Boca del Río. Cortés recibe en la ciudad de México la cédula real que lo nombra gobernador, capitán general y justicia mayor. Instrucciones de Carlos V a Cortés sobre tratamiento de indios y cuestiones de gobierno. Comienza a habitarse la nueva ciudad de México. Llegan a Veracruz los tres franciscanos flamencos, Tecto, Aora y Gante. Muere en la ciudad de México Francisco de Garay. Sale de Veracruz la expedición al mando de Cristóbal de Olid para explorar las Hibueras. Llegan a México los oficiales reales: Alonso de Estrada, tesorero; Rodrigo de Albornoz, contador; Gonzalo de Salazar, factor, y
8 de marzo
20 de marzo 13 de mayo
Principios de junio
25 de julio
Peralmíndez Chirinos, veedor. Primera Acta del cabildo del ayuntamiento de la ciudad de México: Francisco de las Casas, alcalde mayor; bachiller Juan de Ortega, alcalde ordinario; Bernardino Vázquez de Tapia, Gonzalo de Ocampo, Rodrigo de Paz, Juan de Hinojosa y Alonso (o Juan) Jaramillo, regidores. Ordenanzas de Cortés para poblamientos. Llega a Veracruz el grupo de los doce franciscanos encabezado por fray Martín de Valencia. Entre ellos viene fray Toribio de Benavente o Motolinía. El 17 o 18 de junio llegan a la ciudad de México. Cortés envía cuatro navíos con 150 soldados a las Hibueras, al mando de Francisco de las Casas, para castigar la infidencia de Cristóbal de Olid. Fundación de Santiago de Guatemala por Pedro de Alvarado. Comienza a construirse en la ciudad de México la primera Iglesia Mayor y la primera iglesia de los franciscanos.
1
Guillermo Porras Muñoz, Ei gobierno de la ciudad de México en el siglo XVI, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1982, p. 30. 2 Pedro Mártir, Octava década, lib. III, t. II, pp. 670-671.— Wagner, The Rise…, cap. XXV, p. 414, señaló el interés de este
pasaje. 3
Bernal Díaz, cap. CLXII.
4
Ingeniero José R. Benítez, Alonso García Bravo, planeador de la ciudad de México y su primer Director de Obras Públicas, Publicaciones de la Compañía de Fomento y Urbanización, México, 1933.— Manuel Toussaint, “Introducción”, Información de méritos y servicios de Alonso García Bravo, alarife que trazó la ciudad de México, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, México, 1956, pp. 9-10.— Es extraño que don Manuel Toussaint no haga ninguna referencia al importante folleto del ingeniero Benítez, quien manejó el mismo documento del Archivo de Indias que él dio a conocer completo, paleografiado por J. I. Mantecón. Llama también la atención que no haya consultado las Actas de cabildo, en las que hay interesantes referencias al alarife García Bravo. 5 Información…, op. cit., p. 46. 6 En el capítulo X de la presente obra se ha hecho un análisis detenido de este primer plano de la ciudad de México. 7 Planos de la ciudad de México. Siglos XVI y XVII. Estudio histórico, urbanístico y bibliográfico, por Manuel
Toussaint, Federico Gómez de Orozco, Justino Fernández, Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma, México, 1938. 8 Ignacio Marquina, El Templo Mayor de México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1960. 9 Toussaint, “Introducción”, p. 12. 10 Alfonso Caso, “Los barrios antiguos de Tenochtitlan y Tlatelolco”, Memorias de la Academia Mexicana de la Historia,
México, enero-marzo de 1956, t. XV, núm. 1, pp. 7-63, con cinco planos. 11
Marquina, op. cit., p. 25.
12
Benítez, op. cit., pp. 17-18. —Toussaint, “Introducción”, p. 20, n. 12.— Lucas Alamán, “Octava disertación”, Disertaciones, ed. Jus, t. II, p. 60, es el primero en proponer estos límites como sigue: Para proceder con regularidad en la forma y distribución de la nueva ciudad, se formó un plano, o como en el Libro de cabildo se le llama, una traza, que aunque no se ha conservado, por los datos que hoy podemos recoger, era un cuadro que abrazaba todo el espacio que limitaba al oriente la calle de la Santísima y las que siguen en su misma dirección; al sur la de San Jerónimo o de San Miguel; al norte la espalda de Santo Domingo, y al poniente la calle de Santa Isabel [San Juan de Letrán]. Orozco y Berra (Historia antigua. Conquista, lib. III, cap. X, n.7) discrepa de Alamán en la delimitación al norte, ya que inicialmente la iglesia y convento de Santo Domingo se establecieron al lado, en el lugar del palacio de la Inquisición. 13 Actas de cabildo, 14 de enero de 1527: A Garcia Bravo se pagaban 150 pesos de oro anuales. A partir del 14 de abril de
1527, según las mismas Actas, lo sustituyó Rodrigo de Pontecillas “como maestro de las obras del concejo”, por haber aceptado rebajar su sueldo a l00 pesos de oro. A Garcia Bravo se le dio un solar en la ciudad y se le recibió como vecino en 1531.— Benítez, op. cit., p. 22— Alamán, “Octava disertación”, op. cit., t. II, p. 161.— Un solar medía 50 varas por lado, esto es, tenía 1 764 metros cuadrados. 14 Sobre las Casas Viejas de Cortés véase nota 7 a la Tasación y autos de las casas que tenía el marqués del Valle en la
ciudad de México, junio de 1531, en Documentos, sección VI. 15 Orozco y Berra, Historia antigua, ibid. 16 Sumario de la residencia, t. I, p. 232. 17 Manuel Toussaint, La Catedral de México y el Sagrario Metropolitano. Su historia, su tesoro, su arte, 2a. ed.,
Editorial Porrúa, México, 1973, Segunda parte, p. 17. 18 Herrera, década IIIª, lib. IV, cap. VIII.— Herrera tuvo acceso a numerosas crónicas y relaciones, incluyendo las Cartas
de relación de Cortés, como aqui se transparenta. En su entusiasmo, atribuye al conquistador fundaciones como la Casa de Moneda, la imprenta y el estudio (escuelas, Universidad), que se deben al primer virrey, Antonio de Mendoza, y a fray Juan de Zumárraga. 19 Alamán, “Sexta disertación”, op. cit., t. II, pp. 55-67. 20 Arancel dado por Hernán Cortés a los venteros del camino de Veracruz a México, ca. 1524, en Documentos,
sección II. 21 “Viaje de Roberto Tomson, comerciante”, Relaciones de varios viajeros ingleses en la ciudad de México y otros
lugares de la Nueva España. Siglo XVI, Recopilación, traducción y notas de Joaquín García Icazbalceta, Bibliotheca Tenanitla 5, Editorial José Porrúa Turranzas, Madrid, 1963, p. 29. 22
Un caballo valía entonces de 800 a 900 pesos, cuenta Bernal Díaz, cap. CLVII.
23
“Notable relación de Juan de Chilton”, Relaciones de varios viajeros ingleses, op. cit., p. 47.
24 Véase la gráfica “El ganado caza al hombre”, en Woodrow Borah, El siglo de la depresión en Nueva España (1975),
Era, México, 1982, p. 18. 25 Véase la Nota general al Inventario de los bienes de Cortés, 1549, en el Apéndice a los Documentos. 26 Alamán, “Sexta disertación”, op. cit., t. II, p. 59. 27 Bernal Díaz, cap. CLX. 28 Los documentos de este proceso se publicaron en: Sumario de la residencia tomada a Fernando Cortés, paleografiado
del original por el licenciado Ignacio López Rayón, Archivo Mexicano, Documentos para la Historia de México, México, Tipografía de Vicente García Torres, 1852 y 1853, 2 vols. Proceso criminal de María de Marcayda contra don Hernando Cortés, idem, 1853; Documentos inéditos relativos a Hernán Cortés y su familia, Publicaciones del Archivo General de la Nación, XXVII, Talleres Gráficos de la Nación, México, 1935 (el juicio por gananciales).— Los documentos principales de estos procesos se han recogido en Documentos, sección IV, Residencia. Véanse, además: Juan Suárez de Peralta, Tratado del descubrimiento de las Indias, Secretaría de Educación Pública, México, 1949, pp. 76-77 y notas 25 y 26, pp. 190-206. Suárez de Peralta, como lo probó Francisco Fernández del Castillo, en Doña Catalina Xuárez Marcayda, México, 1929, era sobrino de doña Catalina, aunque no compartiera la acusación contra Cortés de sus parientes.— Alfonso Toro, Un crimen de Hernán Cortés. La muerte de doña Catalina Juárez Marcayda (estudio histórico y médico legal), Ediciones de la Librería de Manuel Mañón, México, 1922. 29 Wagner, The Rise…, cap. XXV, pp. 405-408. 30 Ibid., pp. 407-408. 31 Bernal Díaz, cap. CLXV. 32 Ibid., cap. CLXXI. 33 J. H. Elliott, “The mental world of Hernán Cortés”, op. cit., pp. 54-55. 34
Ordenanzas de buen gobierno dadas por Hernán Cortés para los vecinos y moradores de la Nueva España, Temistitlan, 20 de marzo de 1524: en Documentos, sección II. 35 Arancel dado por Hernán Cortés a los venteros del camino de Veracruz a México, Temistitan, ca.,
1524: en
Documentos, sección II. 36 Ordenanzas
de Hernán Cortés sobre la forma y manera en que los encomenderos pueden servirse de los naturales que les fueren depositados, ca. 1524, en Documentos, sección II.
XIV. LAS HIBUERAS, DESPEÑADERO DE DESGRACIAS Y si miramos en ello, en cosa ninguna tuvo ventura después que ganamos la Nueva España, y dicen que son maldiciones que le echaron. BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO
CRÓNICA DE UNA ACCIÓN INSENSATA La quinta y última de las Cartas de relación es un relato de contenida desesperación acerca de la catastrófica expedición a las Hibueras, y de la rebatiña por el poder y los crímenes que entonces ocurrieron en México. El conquistador, que afirmaba que la pasión “es la cosa que más aborrezco” [p. 312], en un acceso de cólera contra la infidencia de uno de sus capitanes, sin escuchar avisos de prudencia, sin esperar noticias de aquellos a quienes había enviado a hacer justicia y considerando pueriles para su arrojo las advertencias acerca de los obstáculos de la ruta elegida, arrastró a una enorme comitiva a un despeñadero de desgracias, crímenes y acciones finalmente inútiles. Después de las cartas heroicas y triunfales, que refieren acciones regidas por un valor a menudo temerario pero apoyado en un cálculo muy fino de circunstancias y en la intuición de las reacciones psicológicas y los móviles de los adversarios, ésta es una carta de sabor amargo y trágico. Subsiste sin duda esa terrible capacidad de españoles excepcionales para soportar lo insoportable y seguir fieles a su designio, así sea éste insensatez y suponga el sufrimiento y la muerte de muchos, con tal de no rectificar la decisión inicial: cuestión de honor y señorío. Hernán Cortés apenas deja traslucir su frustración, su tristeza y sus propios quebrantos, pero éstos los recogió Bernal Díaz del Castillo, sensible a cosas humanas. Por otra parte, el conquistador y el soldado cronista son las únicas fuentes directas acerca del conjunto de esta expedición. Y el tema casi no se tocó en los interrogatorios del juicio de residencia. La quinta Relación, casi tan extensa como la segunda y la tercera, cubre un periodo de cerca de dos años, de mediados de octubre de 1524 al 3 de septiembre de 1526, en que está fechada en Tenuxtitan. El viaje a las Hibueras dura algo más de año y medio, del 12 de octubre de 1524 al 25 de abril de 1526. Al principio de la carta, dice Cortés al emperador que el 23 de octubre de 1525 le envió desde Trujillo, Honduras, otra carta en la que le refería lo ocurrido hasta entonces en el golfo de las Hibueras. Nada se sabe de esta otra relación, que pudo perderse en algún naufragio. Además de la crónica de la expedición y de las noticias de los desórdenes que ocurrieron mientras tanto en la ciudad de México, Cortés refiere también en esta quinta Relación otros asuntos: los poblamientos que realizó en la región hondureña; y ya vuelto a la ciudad, la llegada y muerte de Luis Ponce de León, que vino a tomarle residencia y a quitarle la gobernación; un alegato en defensa de su fidelidad y sus esfuerzos; la llegada a Tehuantepec de
un navío extraviado de la armada de García de Loaisa, enviada a las Molucas; los navíos que construye en Zacatula y están a punto de salir en busca del estrecho y de la Especiería; y los avances logrados en la pacificación de varias zonas de la Nueva España.
ACTUACIÓN DE LOS OFICIALES REALES Cuando ocurre la salida de la expedición de las Hibueras y comienzan a fraguarse los desórdenes en el gobierno de la Nueva España, ya se encuentran en la ciudad cuatro personajes cuya actuación será importante en estos hechos: los oficiales reales. Carlos V había anunciado a Cortés su venida a México desde su primera Carta de instrucciones, del 15 de octubre de 1522; y a pesar de que el primer tesorero real, Julián de Alderete, había muerto a fines de ese año, Cortés sólo registra la llegada a México de los oficiales al fin de su cuarta Relación [p. 235], por lo que puede inferirse que llegaron a principios de 1524. Los oficiales que vinieron a cuidar la hacienda real, y a vigilar a Cortés, fueron el tesorero Alonso de Estrada, vanidoso y presumido; el contador Rodrigo de Albornoz, inquieto; el factor o recaudador de rentas Gonzalo de Salazar, sagaz y ambicioso; y el veedor o inspector Peralmíndez Chirinos, quien seguía a Salazar porque “ambos eran criados de Cobos”.1 Cortés los halagó y enriqueció, lo cual no impidió que lo acusaran con encono ante la Corona, como se expondrá adelante. Durante su ausencia de la ciudad de México, Cortés depositó en ellos el gobierno y ellos serán los actores principales de la confusión y los crímenes que entonces ocurrieron.
LOS MÓVILES Y LA COMITIVA Como lo había relatado en la carta anterior, en enero de 1524 Cortés había enviado rumbo a las Hibueras, la actual Honduras, una importante expedición al mando del capitán Cristóbal de Olid. El propósito principal era el de encontrar el estrecho que comunicara ambos océanos y poblar la tierra cuyas riquezas se ponderaban [p. 225]. Meses más tarde, Cortés tiene noticias de que Olid estaba en tratos con Diego Velázquez, el enemigo gobernador de Cuba, para alzarse juntos con la tierra [p. 237]. Olid, pues, hacía con Cortés lo mismo que años antes éste hiciera con Velázquez. Con orden de aprehender y castigar al traidor, el conquistador envía, hacia principios de junio del mismo 1524, “cinco navíos bien artillados y bastecidos y cien soldados”, al mando de su primo Francisco de las Casas, referirá Bernal Díaz.2 Llegados a las Hibueras, hay un naufragio, se libran algunas escaramuzas y el perseguidor Las Casas resulta preso, con Gil González de Ávila recién llegado como gobernador del golfo Dulce. Sin embargo, cuando se encontraban en el pueblo de Naco, un poco tierra adentro, Las Casas, González de Ávila y los amigos de Cortés se conciertan contra el tirano; previenen cuchillos de escritorio muy agudos y después de una cena atacan a Olid, lo apresan, juzgan y degüellan en la plaza de Naco. Ya iban ambos capitanes rumbo a la Nueva España a informar del fin del problema creado
por el infortunado Cristóbal de Olid, cuando Cortés, impaciente, decide emprender la expedición a las Hibueras para hacer una justicia que estaba consumada.3 Además de los obstáculos y del riesgo de tomar una ruta no practicada por los indios, que otros le señalaban, los oficiales reales pidieron a Cortés que no emprendiese aquel viaje, que podía ser ocasión para que se rebelasen los indios y México se perdiese. Cortés ninguna razón escuchaba y a toda costa quería imponer el castigo para evitar, decía, que otros capitanes lo desacataran. Al fin, se libró de ruegos diciendo que sólo iría a Coatzacoalcos para pacificar la provincia.4 En la decisión arrebatada de Cortés pareció actuar no sólo la impaciencia y el orgullo, sino también una especie de urgencia de acción peligrosa: Me pareció — escribe— que ya había mucho tiempo que mi persona estaba ociosa y no hacía cosa nuevamente de que Vuestra Majestad se sirviese, a causa de la lesión de mi brazo… [p. 242]
Así pues, con aires de gran señor que emprende una excursión de placer dispuesto a que nada ni nadie falte en ella, Cortés organiza la comitiva. Cuando dicta su relato, una vez concluida la atroz fiesta, Cortés se encuentra frente a un juicio de residencia; de aquí que trate de minimizar la comitiva: Salí de esta gran ciudad de Tenuxtitan a 12 días del mes de octubre del año 1524 años,5 con alguna gente de caballo y de a pie, que no fueron más de los de mi casa y algunos deudos y amigos míos, y con ellos Gonzalo de Salazar y Peralmíndez Chirinos, factor y veedor de Vuestra Majestad. Llevé asimismo conmigo todas las personas principales de los naturales de la tierra…[p. 242]
Sólo, pues, los indispensables. Pero el insustituible Bernal Díaz, muchos años más tarde, reavivará su memoria para conservarnos el fasto y el abigarramiento de aquella increíble comitiva, de la que los excluidos debieron sentirse frustrados: Y porque quedase más pacífico y sin cabeceras de los mayores caciques, trajo consigo al mayor señor de México, que se decía Guatémuz, otras muchas veces por mí memorado, que fue el que nos dio guerra cuando ganamos a México, y también al señor de Tacuba, y a un Juan Velázquez, capitán del mismo Guatémuz, y a otros muchos principales, y entre ellos a Tapiezuela, que era muy principal; y aun de la provincia de Michoacán trajo otros caciques, y a doña Marina, la lengua, porque Gerónimo de Aguilar ya era fallecido;6 y trajo en su compañía muchos caballeros y capitanes, vecinos de México, que fueron Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, y Luis Marín, y Francisco Marmolejo, Gonzalo Rodríguez de Ocampo, Pedro de Ircio, Ávalos y Sayavedra, que eran hermanos [Juan de Ávalos y Hernando de Sayavedra, primos de Cortés]; y un Palacios Rubios, y Pedro de Saucedo “el Romo”, y Gerónimo Ruiz de la Mota, Alonso de Grado, Santa Cruz, burgalés; Pedro de Solís “Casquete”, Juan Jaramillo, Alonso Valiente y un Navarrete, y un Serna, y Diego de Mazariegos, primo del tesorero; y Gil González de Benavides, y Hernán López de Ávila, y Gaspar de Garnica, y otros muchos que no se me acuerdan sus nombres; y trajo un clérigo y dos frailes franciscos, flamencos, grandes teólogos, que predicaban en el camino [fray Juan de Aora y fray Juan de Tecto]; y trajo por mayordomo a un Carranza, y por maestresala a Juan de Jaso y a un Rodrigo Mañueco, y por botiller a Serván Bejarano, y por repostero a un fulano de San Miguel que vivía en Guaxaca, por despensero a un Guinea, que asimismo fue vecino de Guaxaca; y trajo grandes vajillas de oro y de plata, y quien tenía cargo de la plata era un Tello de Medina, y por camarero un Salazar, natural de Madrid; por médico a un licenciado Pedro López, vecino que fue de México, y cirujano a maese Diego de Pedraza, y otros muchos pajes, y uno de ellos era don Francisco de Montejo, el cual fue capitán en Yucatán el tiempo andando (no digo el adelantado su padre); y dos pajes de lanza, que el uno se decía Puebla, y ocho mozos de espuelas, y dos cazadores halconeros, que se decían Perales y Garci Caro y Alvarado Montañez; y llevó cinco chirimías y sacabuches [especie de trompetas] y dulzainas [chirimías más agudas], y un volteador, y otro que jugaba de manos y hacía títeres; y caballerizo Gonzalo Rodríguez de Ocano, y acémilas con tres acemileros españoles, y una gran manada de
puercos que venía comiendo por el camino; y venían con los caciques que dicho tengo sobre tres mil indios mexicanos con sus armas de guerra, sin otros muchos que eran de su servicio de aquellos caciques.7
Según otra versión, Ixtlilxóchitl, hermano del entonces señor de Tezcoco, llevó con él 20 000 guerreros indios escogidos.8 Además, para apoyar a la expedición, de Veracruz salieron varios navíos con armas y alimentos, que seguían de cerca la costa del Golfo. El gobierno de la ciudad de México lo dejó Cortés al licenciado Alonso de Zuazo, alcalde mayor, que era además administrador de la justicia; por tenientes de gobernador quedaron el tesorero Alonso de Estrada y el contador Rodrigo de Albornoz; Francisco de Solís quedó como capitán de la artillería y alcaide de las Atarazanas, con los bergantines que allí se guardaban provistos de municiones; su casa y bienes los confió a su primo Rodrigo de Paz, que además era regidor, y a fray Toribio Motolinía encargó el sosiego del país [p. 242].9 Pese a las opiniones de quienes le hacían ver los riesgos de abandonar el gobierno de la Nueva España y los peligros de un viaje por una ruta mal conocida, Cortés echa a un lado sus propias aprensiones y las advertencias de sus oficiales y va a la aventura, “porque le decían que aquella tierra era rica de minas de oro”.10
HASTA COATZACOALCOS, FIESTAS Y REGOCIJOS En la primera parte del itinerario, hasta Coatzacoalcos, por tierras conocidas, el viaje fue placentero y los bienestares dispuestos debieron operar. “Saber yo decir —cuenta Bernal Díaz — los grandes recibimientos y fiestas que en todos los pueblos por donde pasaba se le hacían fue cosa maravillosa”. Luego se juntaron a la comitiva “otros cincuenta soldados, y gente extravagante, nuevamente venida de Castilla, y Cortés les mandó ir por dos caminos hasta Guazacualco, porque para todos juntos no habría tanto bastimento”. Cerca de Orizaba, Cortés decidió que se celebrase el casamiento de “Juan Jaramillo con doña Marina, la lengua, delante de testigos”. En Coatzacoalcos, donde tenía encomienda Gonzalo de Sandoval y donde estaba Bernal Díaz del Castillo, al saber que “venía Cortés con tanto caballero”, salieron a recibirlo a 33 leguas. Al pasar un gran río vino el primer contratiempo, porque se “trastornaron dos canoas y se le perdió [a Cortés] cierta plata y ropa, y aun a Juan Jaramillo se le perdió la mitad de su fardaje, y no se pudo sacar cosa ninguna a causa de que estaba el río lleno de lagartos muy grandes”. Llegados a Coatzacoalcos los recibieron más de 300 canoas con arcos triunfales “y con cierta emboscada de cristianos y moros [acaso la primera representación en México de esta danza española que aún subsiste], y otros grandes regocijos e invenciones de juegos”, los aposentaron a todos y quedaron allí seis días.11 Durante este reposo en la villa del Espíritu Santo o Coatzacoalcos, Cortés recibió correos de México con las noticias de que aumentaban las desavenencias entre Estrada y Albornoz, sus tenientes de gobernador. Decidió entonces hacer volver a México al factor Gonzalo de Salazar y al veedor Peralmíndez Chirinos con el encargo de que restablecieran la paz, y en caso extremo, ejercieran ellos el mando,12 lo que comenzaron por hacer. Para reforzar aún más su expedición, Cortés ordena que se le unan todos los vecinos
españoles válidos de Coatzacoalcos, quienes tienen que abandonar sus bienes y granjerías. Y hace un alarde de sus efectivos. Quitando a los que envió a México con Salazar y Chirinos, Cortés dice confusamente que le quedaron “noventa y tres de caballo, que entre todos había ciento y cincuenta caballos y treinta y tantos peones” [p. 244]. Bernal Díaz, en cambio, cuenta que “éramos por todos, así los de Guazacualco como los de México, sobre doscientos cincuenta soldados, y los ciento y treinta de a caballo, y los demás escopeteros y ballesteros, sin otros muchos soldados nuevamente venidos de Castilla”.13 Contingente al que deben sumarse los miles de soldados indígenas, los criados y la “gente extravagante”, como decía el soldado cronista.
EL LABERINTO FLUVIAL En el istmo de Tehuantepec, parte más estrecha del territorio mexicano, de las estribaciones de la Sierra Madre del Sur y de la Sierra Madre de Chiapas descienden al arco de la costa atlántica los más caudalosos ríos de esta tierra: el Papaloapan, el Coatzacoalcos, el Tonalá, el Grijalva y el Usumacinta. La cuenca del Coatzacoalcos-Tonalá tiene una extensión de 29 802 km2 y la del Grijalva-Usumacinta, la más extensa, es de 128 098 km2. “Una de las características de este sistema de ríos es que en la planicie costera mantienen cursos sinuosos y multitud de brazos que se intercalan entre sí en forma déltica”.14
Ruta de Hernán Cortés a las Hibueras. De Hernán Cortés, Letters from Mexico. trad. al inglés de A. R. Pagden, Grossman
Publishers, Nueva York, 1971.
Tradicionalmente, los caminos hacia el sureste del país seguían la costa del Pacífico (Oaxaca-Tehuantepec-Guatemala), pues la carretera continua por la costa del Golfo (VeracruzCoatzacoalcos-Villahermosa-Campeche-Mérida) sólo pudo concluirse en el periodo 19581964, por la dificultad de cruzar los grandes ríos y esteros y afianzar el terreno. Acaso por el contrasentido de que la ruta del Mar del Sur o del Pacífico ya era conocida desde años atrás, Cortés decidió tomar la inexistente del Mar del Norte, y “descubrir el secreto de aquella tierra”, el laberinto fluvial. Cuando preguntaban a los indígenas cómo se iba de una a otra provincia, contestaban que sólo lo hacían en sus canoas, pues no había caminos, “ni aun rastro de haber andado por tierra una persona sola” [p. 247]. El conquistador se guiaba por un plano pintado en henequén, que le habían dado los naturales de Tabasco y Xicalango, probablemente insuficiente, y se orientaba gracias a una brújula que interpretaba el piloto Pedro López.15 Felizmente, no hubo casi ningún encuentro guerrero de importancia; pero, ante la llegada de los invasores, los indígenas de aquellas regiones abandonaban y quemaban sus pequeños pueblos, lo que provocaba falta continua de alimentos. Algunos, con todo, volvieron a sus casas y sementeras y dieron ayuda. Apenas salida de Coatzacoalcos, la expedición encontró un buen muestrario de los obstáculos que luego se multiplicarán. Para llegar a la provincia que Cortés llama Cupilcon, la Chontalpa tabasqueña, “abundosa de esa fruta que llaman cacao y de otros mantenimientos de la tierra y mucha pesquería” [p. 245], hubo necesidad de construir puentes para pasar muchas ciénagas y ríos pequeños y tres muy grandes, uno de ellos el Tonalá, en el cual se construyó un puente de 934 pasos para que lo cruzaran los caballos y gente. Después de las tierras bajas y cenagosas, vinieron los montes cerrados, alternados con ciénagas y un gran río: el Guezalapa, afluente del Tabasco o Grijalva. Logran cruzarlo en balsas y Cortés envía mensajeros a la desembocadura del río para que del carabelón que había enviado de Coatzacoalcos le hagan llegar bastimentos. En Cihuatlán permanecen veinte días tratando de encontrar camino hacia la siguiente provincia, Chipilapan o Chilapan. Llueve noche y día, los pocos indígenas que encuentran poco o nada decían saber, las ciénagas los rodean y les falta una vez más comida. Antes de que se debiliten más deciden construir puentes: hicimos una puente en una ciénaga que parecía cosa imposible de pasarla. Y otra de trescientos pasos, en que entraron muchas vigas de a treinta y cinco a cuarenta pies, y sobre ellas otras atravesadas, y así pasamos y seguimos en demanda de aquella tierra hacia donde nos decían que estaba el pueblo de Chitapan…[p. 248]
Cuando llegan al dicho pueblo lo encuentran quemado y abandonado aunque con bastimentos. Quédanse allí dos días y reciben algunos informes para el siguiente paso, Tepetitan, con los mismos obstáculos y el mismo pueblo desierto y ardido, como si fuera una simple repetición: hasta llegar al de Tepetitan, se pasaron muchas y grandes ciénagas, que de seis o siete leguas que había de camino hasta él no hubo una donde no fuesen los caballos hasta encima de las rodillas, y muchas veces hasta las orejas; en especial se
pasó una muy mala, donde se hizo una puente, donde estuvo muy cerca de se ahogar dos o tres españoles; y con este trabajo, pasados dos días, llegamos al dicho pueblo, el cual asimismo hallamos quemado y despoblado, que fue doblarnos más trabajos [p. 249].
Repitiendo las fatigas, aunque enviando previamente destacamentos que exploren el camino posible, llegan a Iztapan, donde permanecen ocho días. Allí fue quemado un indio, de los traídos de México, al que se encontró comiendo carne humana. Luego alcanzan los poblados de Tatahuitalpan y Cihuateopan o Ziguatecpan. Para llegar a este último pueblo, los indios informantes les dicen que no conocen el camino por tierra y sólo saben que está río arriba; los exploradores van por el río, pero Cortés y sus huestes tienen que internarse por esteros, ciénagas y un monte tan cerrado que los hace desesperar: por el cual anduve dos días abriendo camino por donde señalaban aquellos guías, hasta tanto que dijeron que iban desatinados, que no sabían adonde iban; y era la montaña de tal calidad que no se veía otra cosa sino donde se ponían los pies en el suelo, o mirando hacia arriba, la claridad del cielo; tanta era la espesura y alteza de los árboles, que aunque se subían algunos, no podían descubrir un tiro de piedra [p. 254].
Cuando todos estaban aterrados, perdidos y exhaustos, Cortés se acuerda de su brújula, estudia el plano indio y el lugar que le señalaron y decide que deben ir hacia el noreste. Así logran encontrar Ziguatecpan que, aunque quemado y sin gente, les causa gran alegría porque encuentran maíz, yuca y ajís, y pasto para sus caballos. Consiguen atraer algunos indígenas y logran que los guíen hacia la provincia de Acalan, ya fuera de Tabasco y al sur de la laguna de Términos, en Campeche, siguiendo una senda practicada por los antiguos pochteca o mercaderes. Cruzan un primer río en canoas y después de tres días por “montañas harto espesas”, frente a ellos hay un gran estero, de más de 500 pasos de ancho y casi nueve metros de profundidad, y no tienen canoas para pasarlo. Calculando que volver atrás era repetir multiplicados los peligros pasados, pues las crecientes de los ríos habían aumentado y se habían llevado los puentes hechos, y considerando que habían concluido sus bastimentos, Cortés decide emplear las últimas fuerzas de sus hombres, y sobre todo las de los indios que aún quedaban entre su gente, para construir el puente. Hubo que clavar en el cieno del gran estero vigas de “nueve y diez brazas”, esto es, de 14 a 16 metros de largo. Los españoles, “que ya no comían otra cosa sino raíces de yerbas”, murmuran que “aquella obra no se había de acabar”. Cortés los deja a un lado y se pone a trabajar como capataz de los indios. El gran puente se concluye en cuatro días y pasan por él los caballos y la gente. Cortés, orgulloso, comenta: y tardará más de diez años que no se deshaga si a mano no lo deshacen; y esto ha de ser con quemarla, y de otra manera sería dificultoso de deshacer, porque lleva más de mil vigas, que la menor es casi tan gorda como el cuerpo de un hombre, y de nueve y de diez brazas de largura, sin otra madera menuda que no tiene cuenta. Y certifico a Vuestra Majestad que no creo habrá nadie que sepa decir en manera que se pueda entender la orden que estos señores de Tenuxtitan que conmigo llevaba, y sus indios, tuvieron en hacer esta puente, sino que es la cosa más extraña que nunca se ha visto [p. 258].16
Pero después de cruzar el gran puente de Ziguatecpan no estaba el reposo y el alimento, sino una ciénaga “que dura bien dos tiros de ballesta, la cosa más espantosa que jamás las gentes vieron”. El piso era fangoso y los caballos desensillados se hundían. Poniendo ramas y
yerbas en el fondo lograron crear una especie de “callejón de agua” por el que consiguieron cruzarla. Al fin, después del gran estero y la ciénaga espantosa, están ya cerca de Acalan. De allá llegan Bernal Díaz del Castillo y sus compañeros, a quienes Cortés había hecho adelantarse, con los alimentos que les había encargado procurar: maíz, gallinas, miel, frijoles, sal, huevos “y otras frutas”. Era de noche, refiere Bernal Díaz, y los soldados desesperados asaltaron a los proveedores. “Dejarlo, que es para el capitán Cortés”, les gritaban inútilmente. Al despensero Guinea le arrebataron lo que llevaba recordándole: “Buenos puercos habéis comido vos y Cortés”. Y cuando el conquistador vio que no le habían dejado cosa alguna, “renegaba de la paciencia y pateaba; y estaba tan enojado que decía que quería hacer pesquisas y castigar a quien se lo tomó”. Bernal Díaz, proverbial, recordóle que “le guarde Dios de la hambre, que no tiene ley”, y le ofreció ir a buscar más alimentos “al cuarto de la modorra, después que esté reposado el real”, lo que hicieron Gonzalo de Sandoval y él, trayendo también dos indias para hacer las tortillas.17 Y así apaciguaron su hambre el conquistador y sus acompañantes a las puertas de Acalan.
EL DESMORONAMIENTO Cortés debió salir de México con una comitiva de alrededor de 3 500 personas —si se deja a un lado la afirmación de Alva Ixtlilxóchitl de que los de Tezcoco llevaban 20 000 guerreros indios18 de los cuales sólo unos 200 eran soldados españoles, con 150 caballos, 3 000 indios guerreros de Tenochtitlán y el resto, esto es, cerca de 300 debieron ser señores y servidores indios, y los españoles de profesiones y oficios especiales que Cortés había hecho participar en su inicialmente fastuosa comitiva: funcionarios reales, un clérigo y dos franciscanos, mayordomo, maestresalas, botiller, repostero (o encargado de las vajillas), camarero, médico, cirujano, pajes, mozos de espuela, cazadores halconeros, músicos, volteador o maromero, titiritero, acemilero y el encargado de la manada de puercos. ¿Qué fue de toda esta “gente extravagante” ni útil ni apta en tiempos de inclemencias? Cortés, tan poco sensible a cuanto no incumbiera a su objetivo militar de dominio, o a las hazañas para vencer obstáculos humanos o de la naturaleza, apenas se ocupa del desmoronamiento de su comitiva. Aquí y allá, tras algún paso peligroso, asienta que se perdieron fardajes o que se ahogaron indios, un negro y algunos caballos. Bernal Díaz, en cambio, recoge algunos de los aspectos humanos de la trágica expedición después de cinco meses de viaje: Ya en el camino se habían muerto el volteador que llevábamos, ya por mí nombrado, y otros tres españoles de los recién venidos de Castilla; pues indios de los de Michoacán y mexicanos morían, otros muchos caían malos y se quedaban en el camino como desesperados… Dejemos de contar muy por extenso otros muchos trabajos que pasábamos y como las chirimías y sacabuches y dulzainas que Cortés traía, que otra vez he hecho memoria de ello, como en Castilla eran acostumbrados a regalos y no sabían de trabajos, y con la hambre habían adolecido, y no le daban música, excepto uno, y renegábamos todos de oírlo, y decíamos que parecían zorros y adives que aullaban, que valiera más tener maíz que música.19
Y más adelante, cuando narra el descontento y descuido que había entre los españoles, dice que los señores indios han advertido: que se habían muerto de hambre cuatro chirimías y el volteador, y otros once o doce soldados, y también se habían vuelto otros tres soldados camino de México, y se iban a su aventura por los caminos de guerra por donde habían venido…20
Herrera, en su Historia general, que habitualmente sigue para el relato de esta expedición las fuentes de Cortés, López de Gómara y Bernal Díaz, tiene un pasaje, que proviene de otra fuente desconocida, respecto a un espeluznante caso de antropofagia entre estos pobres músicos que trajo Cortés para alegrar su excursión: Medrano, chirimía de la iglesia de Toledo, afirmó haber comido de los sesos de Medina, sacabuche, natural de Sevilla, y de la asadura y sesos de Bernaldo Caldera y de un sobrino suyo, y que se murieron de hambre y eran menestriles; comiéronse muchas culebras, lagartos y otros animales no conocidos.21
¿También los hubiera hecho quemar Cortés, de haberlo sabido, como al pobre indio en Iztapan? Los dos franciscanos flamencos, fray Juan de Tecto y fray Juan de Aora, que en compañía de fray Pedro de Gante habían llegado a Nueva España un año antes y fueron incorporados a la comitiva, perecerán en un naufragio cuando ya volvían a México.22 En cuanto a los indígenas, soldados y servidores, suponiendo que sólo fueran 3 000 los salidos de México, además de la noticia de Bernal Díaz antes recogida, hay una alusión terrible de Cortés. Ya llegados a Honduras, cuando entra a un bergantín para remontar el río rumbo a Puerto Cortés, dice que lo acompañan, además de 40 españoles sanos, “hasta cincuenta indios que conmigo habían quedado de los de México” [p. 282]. Si no cabe otra interpretación más optimista, debe entenderse, pues, que perecieron 2 950 indios de México y de Michoacán en la expedición de las Hibueras. A ellos les tocaban las inclemencias, la fatiga y el hambre, como a los demás, y los cambios de altitud y de clima que los afectaban mucho; pero según se había establecido, ellos comían después que los demás se hubieran satisfecho, ellos eran los cargadores y los que realizaban, con fuerzas o extenuados, los grandes y los menudos trabajos, y ellos eran también los que morían. La gran manada de puercos que para provisión especial de la comitiva salió de México “comiendo por el camino”, a cargo del despensero Guinea, tiene una historia extravagante. No hay ninguna mención de que hayan sido bien disfrutados, aunque ello debió ocurrir en algunos de los festejos durante la primera parte del viaje; pero sólo en las últimas hambres sufridas, ya en Honduras, se refieren comidas desesperadas de puercos, aunque sin sal. Tratando de dar alguna explicación de este absurdo, Bernal Díaz cuenta que Guinea hacía correr la versión de que, al cruzar los grandes ríos, los lagartos y tiburones se habían comido los puercos; además, para que no los viesen, los guardianes traían la manada “siempre cuatro jornadas atrás rezagada”, y en fin, reflexiona que “para tantos soldados como éramos, para un día no había con todos ellos”.23 Lo increíble es que algunos de los codiciados puercos llegaron caminando hasta las Hibueras. Cuando andaba la expedición por los pueblos de Taniha, ya cerca de Nito, en tierras de Honduras, en ocasión de otra hambre, Cortés dice que aún “traía algunos puercos
de los que saqué de México”, y que careciendo de pan, esto es, de tortillas de maíz, comían “palmitos cocidos con la carne y sin sal” [p. 277].
LA MUERTE DE CUAUHTÉMOC Cuando la expedición llega a la provincia de Acalan, al sur de la laguna de Términos en Campeche, tiene algún reposo después del laberinto fluvial de la región tabasqueña. Allí hay pueblos hermosos y bien abastecidos, como Tizatépetl, Teutiercas e Izancánac, cuyos señores reciben generosamente a los hambrientos, les dan informes sobre el camino que aún les falta por hacer y aun dan a Cortés “cierto oro y mujeres”. En algún lugar de esta provincia de Acalan, probablemente en Izancánac, según la versión de Cortés, un indígena llamado Mexicalcingo, y después de bautizado Cristóbal, vino secretamente a delatarle que Cuauhtémoc y los otros señores que lo acompañaban hablaban de matar a Cortés y a los españoles y mover de nuevo la guerra hasta acabar con los invasores. Cortés dice que interrogó por separado a los acusados, quienes confesaron, y que por ello hizo ahorcar a Cuauhtémoc y a Tetlepanquétzal, señor de Tacuba [pp. 262-263]. Orozco y Berra infiere que el día de la ejecución, martes de carnestolendas, fue el 28 de febrero de 1525.24 Además de esta versión del propio Cortés, existen las de tres testigos más: Bernal Díaz; Martín Ecatzin, el tlatelolca presunto autor de parte de los Anales de Tlatelolco, manuscrito náhuatl de 1528; y Paxbolonacha, señor de Acalan, según el Manuscrito Chontal. El soldado cronista añade algunas precisiones y variantes, y como es su costumbre, el lado humano del suceso: los denunciantes fueron “caciques mexicanos que se decían Tapia y Juan Velázquez”; los acusados confesaron que ya que andaban los españoles tan descuidados, descontentos y debilitados: sería bien que cuando pasásemos algún río o ciénaga, dar en nosotros, porque eran los mexicanos sobre tres mil y traían sus armas y lanzas y algunos con espadas. Guatémuz confesó que así era como lo habían dicho los demás; empero, que no salió de él aquel concierto.
Sin hacer más probanzas, Cortés mandó ahorcar a Cuauhtémoc y al señor de Tacuba, su primo; antes de que los ahorcasen, los franciscanos “les fueron esforzando y encomendando a Dios con la lengua doña Marina”; y dijo Cuauhtémoc: ¡Oh Malinche: días había que yo tenía entendido que esta muerte me habrías de dar y había conocido tus falsas palabras, porque me matas sin justicia! Dios te la demande, pues yo no me la di cuando te me entregaba en mi ciudad de México.
Y tras de referir que él, Bernal Díaz, tuvo “gran lástima de Guatémuz y de su primo, por haberles conocido tan grandes señores”, y por recordar que en el camino ellos le hacían servicios, como darle indios “para traer yerba para mi caballo”, el humanísimo Bernal concluye con este juicio: “Y fue esta muerte que les dieron muy injustamente dada, y pareció mal a todos los que íbamos”.25 El pasaje correspondiente de los Anales de Tlatelolco ofrece estas precisiones: el delator
fue el “mexícatl” Cozte Mexi o Cozóolotic, por intermedio de la Malinche; y los señores Cuauhtémoc, Tetlepanquétzal y Cohuanacotzin fueron ahorcados en un árbol de pochote, en Hueymollan, Acallan, sin interrogatorio previo, por órdenes de Cortés y de la Malinche.26 Según el Manuscrito Chontal, de 1612, Paxbolonacha —al que Cortés llama Apaspolon y López de Gómara y luego Herrera Apoxpalón—,27 señor de Acalan, recibió amistosamente a los españoles y les dio alimentos durante veinte días. Cuauhtémoc propuso varias veces a Paxbolonacha que mataran a los españoles. El señor de Acalan, quien había sido bien tratado por ellos, no lo aceptó y denunció a Cuauhtémoc ante Cortés. Tuvieron preso al señor de México tres días, lo bautizaron como don Juan o don Fernando, y le cortaron la cabeza, que fue clavada en una ceiba frente al templo del pueblo de Yaxzam.28 Además de los relatos de estos cuatro testigos, la muerte de Cuauhtémoc la refiere también la mayor parte de los cronistas e historiadores españoles, mestizos e indígenas de los siglos XVI y XVII, con variantes o concordancias respecto a cada una de las circunstancias del hecho, expuestas por un total de 18 fuentes.29 De ellas, el relato más extenso y pormenorizado, que recoge sin duda tradiciones indígenas, es el de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl.30 Según esta versión, Cuauhtémoc y los otros señores indios conversaban en burlas respecto a sus antiguas grandezas y al reparto que harían de los reinos que iban a conquistar; el indio Costemexi “no dijo lo que Cortés decía, que se querían alzar contra él y matarle”; Cortés fingió esta delación “por quitarse de embarazo y que no quedase señor natural de la tierra”; y el crimen ocurrió “el martes de carnestolendas, año de 1525”, en tierras de la provincia de Acalan.
POR LA SELVA DEL PETÉN Después de la azarosa travesía que los ha llevado por tierras y aguas que hoy pertenecen al sureste del Estado de Veracruz, a todo lo largo de Tabasco y al sur de Campeche, en que la expedición ha ido siguiendo una línea ondulada siempre hacia el este, mantenida muy cercana al paralelo 28°, en Izancánac-Acalan cambia de rumbo y toma hacia el sureste, en dirección a la bahía de Amatique y a puerto Barrios, hoy en Guatemala, y al cercano puerto Cortés, hoy en Honduras. Cruzará ahora tierras mayas que corresponden al sur de Campeche y a la selva del Petén, en el norte de Guatemala. El domingo 5 de marzo de 1525, pocos días después del sacrificio de Cuauhtémoc, la expedición salió de la provincia de Acalan rumbo a la de Mazatlán o Quiatleo. Cortés tiene la preocupación de enviar previamente exploradores que le van señalando e informando acerca de cada etapa y de los días de provisiones que requieren. Además, después de la ejecución de los señores indios, la confianza con las huestes mexicas se ha roto, y los españoles van ahora tratando de prevenir un posible levantamiento. Cortés “andaba mal dispuesto y muy pensativo y descontento” por tantos trabajos, hambres y enfermedades, y por haber “mandado ahorcar a Guatémuz y a su primo”, observa Bernal Díaz, y añade que: pareció ser que de noche no reposaba de pensar en ello y salíase de la cama donde dormía a pasear en una sala adonde
había ídolos, que era aposento principal de aquel poblezuelo, adonde tenían otros ídolos, y descuidóse y cayó de dos estados abajo, y se descalabró en la cabeza; y calló, que no dijo cosa buena ni mala sobre ello, salvo curarse la descalabradura, y todo lo pasaba y sufría.31
El camino era monte cerrado, pero sin ríos ni ciénagas. A pesar del aislamiento de los pequeños poblados de la selva, la noticia del avance de la expedición había corrido y seguían encontrando pueblos abandonados aunque con bastimentos. Uno de ellos era un pueblo recién hecho, bien fortificado con gruesos maderos, con fosos, cercas y troneras, del cual ningún cronista conservó el nombre, salvo que era de los mazatecas, y Bernal Díaz dice que lo llamaron el Pueblo Cercado. Dentro de las casas hallan guajolotes y pípilas cocidas, y tamales. Cerca encontraron unos indios que explicaron que esperaban el ataque de sus enemigos los lacandones, quienes ya les habían quemado otros pueblos, y que confiaban en resistirlos en este nuevo; y por si los vencían querían comerse antes cuanto tenían [p. 266].32 La expedición ya está en el Petén guatemalteco. Cruzan la provincia que Cortés llama Mazatlán o Quiatleo [p. 264], y para llegar a la de Taiza —¿Itzá?— tienen que cruzar “un mal puerto, que por ser todas las peñas y piedras de él de alabastro muy fino, se puso nombre puerto de Alabastro”. Al otro lado encuentran el lago de Petén y en una isleta el puerto de Tayasal, cabecera de los itzaes. Su señor, Canek, cambia visitas con Cortés, quien lo invita, además, a una misa cantada con música de chirimías y sacabuches y trata de iniciar su evangelización [pp. 268269]. Prosiguiendo el viaje, en unos llanos cercanos al lago encuentran muchos venados, “y alanceamos a caballo — cuenta Cortés— diez y ocho de ellos”. Bernal Díaz precisa que estos venados, “que no se espantaban de los caballos ni de otra cosa ninguna”, eran tenidos por dioses por los mazatecas, “que quiere decir en su lengua los pueblos o tierras de venados”, y que por ello no los mataban.33
RECREO CON EL CABALLO MORCILLO DE CORTÉS Estas carreras de los caballos, que hacía mucho tiempo que no galopaban, y en tierras muy calurosas, van a provocar la muerte de dos de ellos, uno de Palacios Rubios, y una curiosa leyenda elaborada en el curso de varios siglos. Cortés, sin indicar que era suyo, dice que a “un caballo se le hincó un palo en el pie y no pudo andar; prometiome el señor [Canek] de lo curar; — y añade— no sé lo que hará” [p. 270]. Bernal Díaz cuenta que dejaron en aquel pueblo el caballo inutilizado, que era color morcillo, y que su mal, como el de los otros que corrieron demasiado en la caza de los venados, era “que se le había derretido el unto en el cuerpo”.34 Esto ocurrió hacia el mes de marzo de 1525, y tantas desgracias y problemas sucedieron después que Cortés no volvió a acordarse de su caballo morcillo y nunca más pasó por la tierra de los itzaes en el Petén. Quien dio los primeros pasos para completar la historia del caballo fue el cronista franciscano fray Bernardo de Lizana, en su Historia de Yucatán, impresa por primera vez en
1633; y medio siglo más tarde, en 1688, amplió el relato el también franciscano Diego López Cogolludo. Después de repetir, este último, lo que al respecto escribieron Cortés y Bernal Díaz, refiere que los indios “con toda solicitud cuidaron” del caballo, aunque no pudieron evitar que muriese. Temeroso de Cortés, Canek llamó a sus principales para determinar qué hacer cuando el conquistador volviese y reclamase su caballo. Resolvieron que “se hiciese una estatua y figura de madera representativa del caballo”, y acabaron por “tenerla en veneración entre sus dioses”, añade López Cogolludo. Casi un siglo más tarde de la fecha en que fue dejado el morcillo, llegaron a Itzá en 1618 los franciscanos fray Juan de Orbita y fray Bartolomé de Fuensalida, a procurar la conversión de los indios, y encontraron entonces, con gran escándalo suyo, la estatua del caballo “en la parte más preeminente [sic] del templo principal”. Lizana dice que el caballo era de barro y que el padre Orbita lo hizo pedazos con una piedra.35 En 1701 Juan de Villagutierre publica la Historia de la conquista de la provincia de ltzá, para narrar principalmente la conquista que el vasco don Martín de Ursúa y Arizmendi realiza de esa provincia, con el propósito de facilitar el camino entre Yucatán y Guatemala. Al referir los antecedentes de esta conquista, cuenta el viaje de 1618 de los franciscanos Orbita y Fuensalida, siguiendo puntualmente los relatos de Lizana y de López Cogolludo. Y cuando encuentra la historia del caballo morcillo endiosado, Villagutierre decide sazonarla con imaginación y cierto humor. Añadió que, cuando el caballo estaba enfermo, “le daban de comer gallinas y otras carnes y le presentaban ramilletes de flores”, como lo hacían con las personas principales; describió la posición del caballo-estatua, “sentado en el suelo del templo, sobre las ancas, encorbados los pies y levantado sobre las manos”, y en lugar de barro o de madera prefirió que fuera de cal y canto, y aun le puso un nombre, Tziminchac, que en maya quiere decir, explica, “caballo del trueno o rayo”.36 Aquel relato de un caso de idolatría extravagante, contado por los cronistas franciscanos, está ya convertido en una historia divertida, gracias a los adornos de Villagutierre, y así correrá su destino.37
EL FIN DE LA PESADILLA En tierra de los itzaes continúan por unos días las jornadas placenteras, por “muy buena tierra, llana y alegre”, y los que subsisten de la expedición pasan por Checan, Taíca y Taxuytel, junto a ríos de buena pesca y llanos con venados. Pero después del último pueblo nombrado, tienen que subir y cruzar un puerto: que fue la cosa más maravillosa de ver y pasar —escribe Cortés—… Y no quiero decir otra cosa sino que sepa Vuestra Majestad que en ocho leguas que tuvo este puerto estuvimos en las andar doce días, digo los postreros en llegar al cabo de él, en que murieron sesenta y ocho caballos despeñados y desjarretados, y todos los demás vinieron heridos y tan lastimados, que no pensamos aprovecharnos de ninguno, y así murieron de las heridas y del trabajo de aquel puerto sesenta y ocho caballos, y los que se escaparon estuvieron más de tres meses en tornar en sí. En todo este tiempo que pasamos este puerto jamás cesó de llover de noche y de día, y eran las sierras de tal calidad que no se detenía en ellas el agua para poder beber, y padecíamos mucha necesidad de sed… En este camino cayó un sobrino mío y se quebró una pierna por tres o cuatro partes, que demás del trabajo que él recibió, nos acrecentó el de todos, por sacarle de aquellas sierras, que fue algo dificultoso [pp. 272-273].
Después del puerto terrible, deben cruzar durante dos días un gran río “crecido y recio”, que acaso sea el Cancuén o el Sarstún, por un vado entre grandes rocas y sobre puentes que construyen con troncos y bejucos. El 15 de abril de 1525 llegan al caserío de Tenciz, donde los exploradores no encuentran alimentos. Hacía “diez días —dice Cortés— que no comíamos sino cuescos de palmas y palmitos” [p. 273]. En las últimas jornadas, por Acucula, Chianteca y Taniha, parecen arrastrarse como autómatas. Siguen cruzando ríos, despeñándose caballos y caballeros y atravesando selvas tupidas. No hallan gente ni rastros de ella y les falta maíz. Cuando el hambre aprieta, echan mano de los puercos que sorpendentemente han podido llegar hasta allí y aún quedan [pp. 277279], aunque su alimento constante siguen siendo los palmitos, que ya no tienen fuerzas para cortar. Un destacamento explorador, al mando de Gonzalo de Sandoval y en el que va Bernal Díaz del Castillo, encuentra en un pueblo llamado Ocoliztle, ya sobre la costa del golfo de Honduras, y cerca del “gran río del golfo Dulce”, hoy lago Izábal, en Guatemala, a un grupo de españoles que había dejado Gil González de Ávila, hambrientos y enfermos.38 Han llegado, al fin, a un paso del objetivo de su viaje. Entéranse entonces de que la gente de Cristóbal de Olid, que buscan, estaba en dos pueblos, Nito, junto al río Dulce o lago Izábal, en la costa, y Naco, tierra adentro, al suroeste de San Pedro Sula, en Honduras. Y tienen noticia de que la justicia que iban a hacer, objeto del largo viaje, ya ha sido tiempo atrás consumada: Cristóbal de Olid fue degollado [p. 281]. Cortés no parece perturbarse por la noticia, que le echa encima la monstruosa equivocación que había cometido, y comienza a hacer nuevos proyectos. Felizmente, para calmar el hambre de todos, un navío bien abastecido llega a un puerto cercano y Cortés lo compra entero. Aunque ya piensa en volver, comienza a explorar la región. Como advierte que para navegar tiene suficientes bastimentos de carne, pero les hace falta pan, esto es, maíz para tortillas mexicanas, se pone a buscar maizales con afán. En aquellas tierras selváticas, de numerosos ríos, grandes lluvias y “pestilencia de mosquitos”, padecen de nuevo por todo ello. En Chacujal tienen un breve encuentro guerrero y les espanta ver “mezquitas y los aposentos alrededor de ellas a la forma y manera de Culúa” [p. 285], pero encuentran al fin en abundancia el alimento que buscan. Como se han alejado mucho de la costa, hacen cuatro balsas para transportar por el río las cargas de maíz, frijoles, ají y cacao; mas tienen que luchar contra la rapidez de la corriente y los indios guerreros que los atacan. Con hermosa sobriedad relata Cortés: Y yendo ya algo descuidado, porque había rato que la grita no sonaba, yo me quité la celada que llevaba, y me recosté sobre la mano, porque iba con gran calentura…
que debió ser por paludismo. En una vuelta del río, la corriente echa las balsas en tierra y los indios que allí los esperan: alzan muy gran alarido y echan tanta cantidad de flechas y piedras que nos hirieron a todos, y a mí me hirieron en la cabeza, que no llevaba otra cosa desarmada [p. 288].
Maltrechos y con la mayor parte de las cargas mojadas, llegan a la boca del río donde los espera el bergantín. Apenas llegado, Cortés comienza a explorar la costa del golfo de Honduras y a fundar los puertos que hoy se llaman puerto Barrios y puerto Cortés. En el último de estos puertos, entonces llamado de Caballos, Cortés se embarca junto con los enfermos y los dos franciscanos, que trataba de hacer volver a la Nueva España, y después de nueve días de viaje, siguiendo hacia el este la costa de Honduras, llegan al puerto de Trujillo, junto al actual puerto Castilla. Allí los reciben los españoles que había dejado Francisco de las Casas, los llevan a la iglesia y encargan a un clérigo que haga a Cortés un relato de lo que ocurrió con Cristóbal de Olid, de cómo se hizo justicia en él y de que tanto Las Casas como González de Ávila volvieron a Nueva España, tiempo atrás, a informar al propio Cortés [pp. 293-298]. Ningún comentario hace el conquistador de la inutilidad de su viaje ni intenta hacer un balance de las muertes, pérdidas y sufrimientos que ha ocasionado. Ahora sólo piensa en organizar el regreso de los supervivientes. Bernal Díaz cuenta la impresión que le hizo Cortés cuando Gonzalo de Sandoval y él lo encontraron en el puerto de Trujillo: Y estaba tan flaco que hubimos mancilla de verle; porque según supimos, había estado a punto de morir de calenturas y tristeza que en sí tenía; y aun en aquella sazón no sabía cosa buena ni mala de lo de México; y dijeron otras personas que estaba ya tan a punto de morir, que le tenían hechos unos hábitos de San Francisco para le enterrar con ellos;… y tenía tanta pobreza que aun de cazabe no nos hartamos.39
RÉGIMEN MUNICIPAL Y URBANISMO: ORDENANZAS E INSTRUCCIONES PARA TRUJILLO A pesar de su postración, Cortés tiene alientos para fundar, a fines de 1525, dos villas, Trujillo y la Natividad de Nuestra Señora, en la costa de Honduras, y de expedir unas Ordenanzas municipales e Instrucciones para el gobierno de dichas villas, que confía a Hernando de Saavedra,40 de gran interés sobre todo las segundas. En las Ordenanzas, dedicadas a cuestiones prácticas municipales, determina cuál debe ser la organización de los ayuntamientos y precisa luego las normas que deberán seguirse en el mercado: que haya un fiel o inspector que compruebe pesos y medidas y revise las calidades y precios de las mercaderías; que se establezca el abasto de carne, de pan, de hortalizas y de pescados y que sólo se vendan en el mercado; que todos los vecinos vayan a misa los domingos y fiestas; que no se establezcan trancas de puercos en menos de media legua de cercanía unas de otras, y que la misma distancia se guarde respecto a los asientos de ganado y las labranzas, y que todos los propietarios de ganado tengan su hierro registrado. Las Instrucciones, también de 1525, previenen el buen trato que debe darse a los indios (“e no consentiréis que ninguna persona les haga agravio ni fuerza en ninguna ni por alguna manera, y al que lo hiciere castigarlo heis con mucha riguridad en presencia de los indios”), el cuidado de su evangelización y la prohibición de sus idolatrías; el buen trato que, como puertos que son dichas villas, conviene dar a marinos, mercaderes y pobladores; la necesidad de evitar impuestos excesivos y cohechos; la prohibición de juegos de dados y de naipes; la
buena administración de las multas; el régimen que debe seguirse para el traslado o “rescate”, en favor de españoles, de los esclavos que tengan los señores naturales, y el registro que debe llevarse de barcos de pasajeros. Entre estas instrucciones sobre cuestiones de gobierno y policía, mayores y menores, hay una de singular interés sobre la manera de fundar y organizar los pueblos, que muestra cuánto había aprendido Cortés en esta materia y el cuidado y la regularidad con que disponía las fundaciones. He aquí un inciso completo, importante para la historia del urbanismo: Ítem. Comenzaréis luego con mucha diligencia a limpiar el sitio de esta dicha villa que yo dejo talado, e después de limpio por la traza que yo dejo hecha, señalaréis los lugares públicos que en ella están señalados, así como plaza, iglesia, casa de cabildo e cárcel, carnicería, matadero, hospital, casa de contratación, según y como yo lo dejo señalado en la traza e figura que queda en poder del escribano del cabildo; e después señalaréis a cada uno de los vecinos de dicha villa su solar, en la parte que yo en dicha traza dejo señalado, e los que después vinieren se les den sus solares, prosiguiendo por la dicha traza; y trabajaréis mucho que las calles vayan muy derechas, y para ello buscaréis personas que lo sepan bien hacer, a los cuales daréis cargo de alarife, para que midan y tracen los solares e calles, los cuales hayan por su trabajo, de cada solar que señalaren, la cantidad que a vos y a los alcaldes y regidores os pareciere que deben haber.
1
Las caracterizaciones son de Herrera, década IIIª, lib. V, cap. XIV.
2 Bernal Díaz, cap. CLXXIII.— Véase la Relación de gastos que hizo Hernán Cortés en la armada que envió al cabo
de Honduras al mando de Cristóbal de Olid, ca. 1524, en Documentos, sección 11. 3 Bernal Dlaz, ibid.— Véase Rafael Heliodoro Valle, Cristóbal de Olid, conquistador de México y Honduras, Sociedad
de Estudios Cortesianos, 5, Editorial Jus, México, 1950. 4
López de Gómara, cap. CLXXII.
5 Se ha señalado la incongruencia entre esta fecha de la salida de México, 12 de octubre, y la de la cuarta Relación, 15 de
octubre, aún en Temixtitan. Es posible que haya puesto fecha a la carta con anticipación, o bien que la haya llevado consigo hasta cerca de Veracruz y la fechara ya en camino. 6 Gerónimo de Aguilar aún vivía. En 1529 hará una extensa declaración contra Cortés en el juicio de residencia. Véase en
Documentos, sección IV. 7
Bernal Díaz, cap. CLXXIV.
8
Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, “Decimatercia relación”, Compendio histórico del reino de Texcoco, Obras históricas, Edición de Edmundo O’Gorman, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1975, t. 1, p. 494. 9 López de Gómara, cap. CLXXII.— Bernal Díaz, cap. CLXXIV. 10 Bernal Díaz, ibid. 11 Ibid.— Acerca de la danza de Moros y Cristianos, el doctor Manuel Alcalá me señala los siguientes estudios: Robert
Ricard, “Contribution à l’étude des fêtes de ‘Moros y Cristianos’ au Mexique”, Journal de la Societé des Americanistes, París, 1932, N. S., t. XXIV, pp. 51-84 y 287-291, y 1937, pp. 220-227.— Robert Ricard, “Encore les ‘Moros y Cristianos’”, Bulletin Hispanique, París, 1952, t. LIV, núm. 2, pp. 205-207.— Rafael Heliodoro Valle, “Moros y Cristianos”, Santiago en América, Editorial Santiago, México, 1946.— Arturo Warman Gryj, La danza de Moros y Cristianos, SEP-Setentas, 46, México, 1972.— En la p. 74 de esta última monografia se confirma que éste de Bernal Díaz es el primer registro documental de esta danza en México, hacia 1524/1525. 12 Véase la Provisión de Hernán Cortés designando a Gonzalo de Salazar y a Pedro Almíndez Chirinos para
reemplazar a Alonso de Estrada y a Rodrigo de Albornoz como sus tenientes de gobernador en Nueva España, Villa del Espíritu Santo-Coatzacoalcos, 14 de diciembre de 1524, en Documentos, sección II. 13 Bernal Díaz, cap. CLXXV. 14 Atlas del agua de la República Mexicana, Secretaría de Recursos Hidráulicos, México, 1976, p. 168. 15 Bernal Díaz, ibid. 16 El doctor Manuel Alcalá me hace notar que César también construyó grandes puentes sobre los ríos Loira, Saona, Aisne,
y el más famoso de ellos, el primero que se tendió sobre el Rin (Guerra de las Galias, lib. IV, cap. XVII). El Rin es ancho, caudaloso y profundo. La técnica que siguió César prefigura la de Cortés, clavar grandes troncos con la punta afilada, aunque el romano tuvo que vencer un obstáculo más, la fuerza de la corriente. Véase T. Rice Holmes, Caesar's Conquest of Gaul, 2ª ed., Oxford University Press, Humphrey Milford, Londres, 1931, pp. 706-724. 17 Bernal Díaz, cap. CLXXVI. 18 Alva Ixtlilxóchitl, ibid. 19 Bernal Díaz, cap. CLXXV. 20 Ibid., cap. CLXXVII. 21 Herrera, década IIIª, lib. VIII, cap. I. 22 Sobre la muerte de fray Juan de Tecto y fray Juan de Aora existen varias versiones. Ni Cortés ni Bernal Díaz los
mencionan por sus nombres; el primero los llama simplemente franciscanos y el segundo añade flamencos (cap. CLXXIV), y ambos coinciden en afirmar que murieron ahogados. En la lámina CXXXV del Códice Vaticano A-3138 o Vaticano Ríos, en que aparecen las muertes de Cuauhtémoc y otro señor indígena, figura a la izquierda uno que parece un fraile ahorcado en un bastidor, al que se ha identificado como fray Juan de Tecto (interpretación de José Corona Núñez, en la edición de este códice en Antigüedades de México basadas en la recopilación de Lord Kingsborough, Secretaría de Hacienda y Crédito Público, México, 1964, vol. III, p. 290). Sin embargo, Alfonso Toro (Compendio de historia de México. La dominación española [1926], 8ª ed., México, 1961, p. 217) cree que el personaje ahorcado es Rodrigo de Paz, mayordomo de Cortés, ajusticiado en México por orden del factor Gonzalo de Salazar —personaje que puede ser uno de los que aparecen sentados en la parte baja de la lámina—, durante la ausencia de Cortés. En fin, fray Gerónimo de Mendieta, primer biógrafo de los franciscanos en
México, en su Historia eclesiástica indiana (lib. V, parte 1, cap. XVII) dice que Tecto murió de hambre en el camino de las Hibueras, “arrimándose a un árbol de pura flaqueza” y que Aora era “ya viejo cano cuando vino” a México y que al poco tiempo de llegar murió en Tezcoco. 23 Bernal Díaz, cap. CLXXV. 24 Orozco y Berra, Dominación, cap. VI, n. 232. 25
Bernal Díaz, cap. CLXXVII.
26 Documento I, “Lista de los reyes de Tlatelolco”, párrafos 29-34, Anales de Tlatelolco, trad. de Heinrich Berlin, Editorial
Robredo, México, 1948, pp. 9-12. 27 López de Gómara, cap. CLXXVIII.— Herrera, década IIIª, lib. VII, cap. IX. 28 Apéndice A, “The Chontal Text”, France V. Scholes y Ralph L. Roys, The Maya Chontal Indians of Acalan-Tixchol...,
University of Oklahoma Press, 2ª ed., Norman, 1968, p. 372. 29 Véase Jorge Gurría Lacroix, Historiografía sobre la muerte de Cuauhtémoc, UNAM, Instituto de Investigaciones
Históricas, México, 1976. 30
Alva Ixtlilxóchitl, “Decimatercia relación”, op. cit., t. I, pp. 501-505.
31 Bernal Díaz, cap. CLXXVII. 32 López de Gómara, cap. CLXXX.— Bernal Díaz, ibid.— Fray Diego López Cogolludo, Historia de Yucalán, lib. I, cap.
XV.— Juan de Villagutierre, Historia de la conquista de la provincia de Itzá, lib. I, cap. VII. 33 Bernal Díaz, caps. CLXXVII y CLXXVIII. 34 Ibid., cap. CLXXVIII. 35 Fray Bernardo de Lizana, Historia de Yucatán. Devocionario de Nuestra Señora de Izmal y conquista espiritual,
parte segunda, cap. XIX.— López Cogolludo, op. cit., lib. 1, cap. XVI. 36 Villagutierre, op. cit., lib. I, cap. VIII y lib. II, cap. IV. 37 El primer autor moderno que contó completa esta historia del caballo morcillo de Cortés, es decir, relacionando las
menciones del mismo Cortés y de Bernal Díaz del caballo dejado para su curación en Tayasal, con la narración de Villagutierre —y no la original de Lizana y López Cogolludo, que será ignorada—, del encuentro casi un siglo más tarde, del caballo que había muerto por tratar de alimentarlo con gallinas de la tierra, frutas y flores, y había sido convertido en deidad por los itzaes, fue Robert B. Cunninghame Graham. Este inglés acriollado en la Argentina, que sabia de cosas del campo y de caballos y era un buen escritor, la refiere en su sabroso libro Los caballos de la conquista, publicado en inglés en Londres, 1930, y traducido al español por Justo P. Sáenz (hijo), (Editorial Guillermo Kraft Limitada, Buenos Aires, 1946, pp. 46-50). Artemio de Valle-Arizpe, en “El caballo en América y su importancia en la conquista de México” (Cuadros de México, Editorial Jus, México, 1943, pp. 95-101), volvió a contar la historia, pero con la imaginación y el humor que le gustaba entreverar con los hechos sabidos, dice que el caballo era del soldado Juan de Ojeda, que los indios le dieron de comer pescados, gallinas de la tierra y flores, y cuando murió lo convirtieron en dios. Don Artemio afirma que tomó la historia del Menologio franciscano (1697-1698), de fray Agustín de Ventancurt, en cuya obra no se menciona a ningún Ojeda ni a su caballo. ValleArizpe debió leer en inglés el relato de Cunninghame Graham y lo adobó a su gusto. En fin, Alfonso Reyes volvió a contar la historia “verdadera” del caballo morcillo de Cortés en su encantador ensayo “Hablemos de caballos”, de 1957, que se publicó en su libro póstumo A campo traviesa (1960) y en el tomo XXI de sus Obras completas. 38 Bernal Díaz, caps. CLXXIX y CLXXX. 39 Ibid., cap. CLXXXIV. 40
Ordenanzas municipales para las villas de la Natividad y Trujillo en Honduras, 1525.— Instrucciones a Hernando de Saavedra, lugarteniente de gobemador y capitán general en las villas de Trujillo y la Natividad en Honduras, 1525, en Documentos, sección II.
XV. REGRESO DE LAS HIBUERAS. LO OCURRIDO EN MÉXICO. AMENAZAS Y HONORES Que convenía proceder con él con mucha disimulación e irle echando del gobierno con maña. Los oficiales reales contra Cortés, 1525
LA VUELTA DE LAS HIBUERAS, POR MAR Y POR TIERRA Cuando nada más podía hacer en Honduras o las Hibueras, para dar alguna justificación a su viaje, y le urgía volver a la ciudad de México, Hernán Cortés dispuso el regreso. En el puerto de Trujillo se las arregló para reunir cuatro navíos a los que despachó con diversos encargos: recoger españoles desperdigados, traerle carne, caballos y gente y despachar hacia la Nueva España a los enfermos de su comitiva, entre ellos a los franciscanos. “Ninguno de estos navíos hizo el viaje que llevó mandado”, anota Cortés. En el primero de ellos, los viajeros se cambiaron en Cozumel a un barco que venía de Nueva España y, frente a la punta de San Antón o de Corrientes en la isla de Cuba, el barco naufragó y perecieron, entre otros, Juan de Ávalos, capitán del navío y primo de Cortés, y uno o los dos franciscanos flamencos, fray Juan de Tecto y fray Juan de Aora [pp. 301-302]. La tripulación de otro de los navíos, que llegó a la isla de Cuba, encontró allí al licenciado Alonso de Zuazo, a quien Cortés había dejado como alcalde de la ciudad de México y justicia mayor de la Nueva España. Zuazo escribió a Cortés para transmitirle las malas noticias de la tierra abandonada: los oficiales reales, el factor Gonzalo de Salazar y el veedor Pero Almíndez Chirinos, se habían apoderado del gobierno; habían prendido a Zuazo y a los otros encargados del gobierno; a Rodrigo de Paz, a quien el conquistador había confiado el cuidado de sus bienes, lo atormentaron bárbaramente para que denunciara dónde estaban los “tesoros de Cortés” y lo hicieron morir en la horca; los bienes de Cortés habían sido saqueados, y se había corrido la noticia de que Hernán Cortés era muerto. Cortés llorará de rabia al recibir estas noticias; pero había pasado año y medio desde su salida (p. 302]. A pesar de su determinación de volver a la Nueva España lo más pronto posible para “remediar y castigar tan grande atrevimiento”, fracasan tres intentos que hace para iniciar el viaje. Mientras espera que el tiempo mejore y lleguen los navíos que han de llevarlo, se ocupa en asentar los poblamientos iniciados en aquella región. En cuanto al regreso de lo que resta de la comitiva, algunos irán con él por mar, y el grueso de ella viajará por tierra. Decide, en principio, que a estos últimos los conduzca Gonzalo de Sandoval —con quien irá su adicto amigo Bernal Díaz del Castillo—, grupo que deberá seguir el camino “sabido y seguro” de la costa del sur, pasando por Guatemala, donde está Pedro de Alvarado [p. 303].1 Con los soldados y colaboradores que ha determinado, al fin sale Cortés de Trujillo en tres navíos, el 25 de abril de 1526. Se detiene unos días en Cuba viendo a viejos amigos, entre
ellos probablemente a Alonso de Zuazo, quien le referirá con detalles lo ocurrido en México, y hacia el 24 de mayo llega a Veracruz. Antes de saludar a los vecinos, se va solo a la iglesia de Medellín “a dar gracias a Nuestro Señor”. Y sin demasiada prisa, porque sabe que ya todo ha vuelto a su orden, dejándose agasajar por el camino, llega a la ciudad de México hacia el 19 de junio de 1526. Españoles y naturales, anota complacido, lo reciben “con tanta alegría y regocijo como si yo fuera su propio padre”. Su primer acto es ir al convento de San Francisco a dar gracias y cuenta a Dios de sus culpas [pp. 311-312]. Los 500 soldados españoles e indígenas que volvieron por tierra al mando del capitán Luis Marín en lugar de Gonzalo de Sandoval, que recibió otra misión, y entre los cuales venía el soldado cronista, pasaron nuevas penalidades, combatieron varias veces con indígenas y no llegaron a la ciudad de México sino hasta tres meses después que Cortés, en septiembre de 1526, “muy destrozados” y reducidos a 80 soldados, probablemente la mayoría de los españoles. ¿Cuántos del mínimo de 3 000 indígenas salidos a las Hibueras habrán vuelto a su tierra? Quienes volvieron también dieron las gracias en la iglesia y luego Cortés les ofreció “una solemne comida y muy bien servida”. Bernal Díaz, que como todos llegaba desvalido, dice que a él su amigo Sandoval le envió “ropas para ataviarme y oro y cacao para gastar” y que lo alojó Andrés de Tapia. Al día siguiente, el cronista iniciará gestiones ante las autoridades del momento para que le den mejores indios en encomienda.2
LA REBATIÑA POR EL PODER Lo ocurrido en la ciudad de México desde la salida de Cortés y sus huestes a las Hibueras, el 12 de octubre de 1524, hasta su regreso, hacia el 19 de junio de 1526, es uno de los periodos más turbios de la historia de la dominación española en México. Estos hechos muestran cuán frágil era la estructura del poder y qué feroces y desvergonzadas podían ser las pasiones de quienes debían gobernar. Además de lo que dice Cortés en su quinta Relación [p. 302] y de lo que escriben López de Gómara y Bernal Díaz3 al respecto, existen cuatro relaciones que dan cuenta de estos sucesos desde todas las perspectivas posibles: 1. la carta que escribe Cortés desde La Habana a la Audiencia de Santo Domingo, el 13 de mayo de 1526, probablemente con base en lo que le informara el licenciado Zuazo; 2. la Memoria anónima, que relata los hechos desde la salida de Cortés hasta la muerte de Rodrigo de Paz, de 1526, que parece haber escrito el tesorero Alonso de Estrada; 3. la Relación que envía el Cabildo de la ciudad al rey, el 20 de febrero de 1526, que refiere los hechos desde la toma del gobierno por Salazar y Chirinos hasta poco después de la llegada del enviado de Cortés; y 4. las Cartas de Diego de Ocaña, del 31 de agosto y 9 de septiembre de 1526, a quien se considera principal instigador de estos disturbios, que cuentan los hechos a partir de junio de 1525.4 Con base en estos documentos, y en algunas otras referencias, he aquí una secuencia esquemática de los hechos: – Cortés y su comitiva salen de la ciudad de México el 12 de octubre de 1524. Deja como tenientes de gobernador y de capitán general al tesorero Alonso de Estrada y al contador
Rodrigo de Albornoz, y como alcalde mayor de la ciudad y encargado de la justicia civil y criminal al licenciado Alonso de Zuazo. Poco después, estando en el cabildo, Estrada y Albornoz tienen “ciertas palabras de enojo momentáneo”, con motivo de una elección, y aun ponen mano a las espadas. Aunque su amistad se restablece, Cortés es informado. – Dando importancia desproporcionada a este enojo, Cortés, que llevaba en su comitiva al factor Gonzalo de Salazar y al veedor Peralmíndez Chirinos, dispone que vuelvan de Coatzacoalcos, y les entrega dos provisiones, una para que si la concordia se restablece, gobiernen juntos los cuatro oficiales reales y el licenciado Zuazo; y otra para que, en caso de que el distanciamiento continúe, tomen el gobierno Salazar y Chirinos, más Zuazo. Salazar y Chirinos llegan a México a fines de diciembre de 1524 y presentan sólo la segunda provisión. Ocultan la primera, pero su contenido llega a saberse. Prenden por unos días a Estrada y a Albornoz. – El licenciado Zuazo dictamina que, conforme a las provisiones de Cortés, deben gobernar los cuatro oficiales reales. Así se hace durante algo más de dos meses, a partir del 20 de abril de 1525. – Hacia principios de 1525 ocurre un conato de levantamiento indígena. Lo reprime cruelmente el licenciado Zuazo, como justicia, sirviéndose de perros feroces (Fernández de Oviedo, Historia general, lib. L, cap. X, párrafo xxix). – Estrada, Albornoz y Zuazo prenden a Rodrigo de Paz, mayordomo de Cortés, porque se desmandaba. Lo suelta Salazar para ganarse su amistad. Salazar y Chirinos hacen creerse a Paz importante y todopoderoso. – A fines de mayo, el licenciado Zuazo es apresado, aherrojado y enviado a Medellín, cerca de Veracruz, para embarcarlo rumbo a Cuba, con el pretexto de que tenía pendiente su juicio de residencia. – Estrada y Albornoz renuncian a participar en el gobierno, que a partir de julio de 1525 queda sólo en manos de Salazar y Chirinos. – Llega Diego de Ordaz y cuenta que Cortés murió, lo que más tarde desmentirá. Salazar y Chirinos propagan la noticia. – Estrada y Albornoz intentan salir de la ciudad a llevar el oro del rey. Los detienen y apresan, acusándolos de que iban a reunirse con Francisco de las Casas. – Llegan de las Hibueras a la ciudad Francisco de las Casas y Gil González de Ávila. Los aloja Rodrigo de Paz en la casa de Cortés. Salazar y Chirinos los apresan acusándolos de la muerte de Cristóbal de Olid. Intentan degollarlos, apelan y logran que los envíen a Castilla con sus procesos (Bernal Díaz, cap. CLXXXV). – Rodrigo de Paz juega naipes y dados con Peralmíndez Chirinos, a quien gana todos los juegos y 18 000 o 20 000 pesos de oro. Chirinos le pide que se los devuelva, porque él y Salazar están “muy pobres y gastados”. Paz no devuelve su ganancia. – Salazar y Chirinos se hacen jurar por el cabildo como tenientes de gobernador. Deciden desembarazarse de Paz. Se apoderan de la casa de Cortés y a Paz lo apresan en la fortaleza de las Atarazanas.
– Atormentan a Paz con cordeles, agua y quemándole los pies con aceite, para que denuncie dónde está el tesoro de Cortés. Finalmente, hacia fines de agosto de 1525, lo llevan a ahorcar, desnudo, en un asno (Bernal Díaz, cap. CLXXXV). – Salazar y Chirinos disponen honras fúnebres para Cortés en San Francisco. Durante la ceremonia sacan del convento a amigos de Cortés que allí se habían refugiado. Protestan los frailes por el desacato y los devuelven. – Salazar y Chirinos se apoderan de los bienes de Cortés y ponen nuevos tributos a los indios. – El 29 de enero de 1526 llega secretamente a la ciudad de México Martín Dorantes, mensajero de Cortés, y en el monasterio de San Francisco da a conocer las cartas que envía Cortés. – Estrada y Albornoz reaccionan y, en ausencia de Francisco de las Casas, nombrado teniente de gobernador por Cortés, toman provisionalmente el poder. – Los partidarios de Cortés se reúnen y apresan a Salazar y lo meten en una jaula, encadenado. Chirinos estaba en Oaxaca, se refugia en el monasterio de Tlaxcala, lo sacan, traen a México y lo enjaulan también. – Hacia el 19 de junio de 1526 llega Hernán Cortés a la ciudad de México llamándose “señoría”, y recupera su gobernación por unos días.
LOS PERSONAJES Y LOS SUCESOS Cuando el gobernador Cortés abandonó la ciudad de México para irse a las Hibueras, tomó una mala decisión frente al problema de delegar su mando. Los oficiales reales, tesorero, contador, factor y veedor, tenían menos de un año de estancia en el país y, si algo los caracterizaba en conjunto, eran su animadversión y suspicacias contra Cortés, así como su inexperiencia en cuestiones políticas y en cosas de las Indias. El tesorero Estrada y el contador Albornoz eran un poco más prudentes que los inescrupulosos factor Salazar y veedor Chirinos. Frente al mundo nuevo en que todo se comenzaba e improvisaba, y que sostenía su precario equilibrio gracias a la voluntad omnímoda y única del conquistador, arbitraria y abusiva a menudo, pero eficaz, a los cuatro oficiales se les despertó primero la codicia y luego la idea simplista de que todo lo que se hacía mal en la Nueva España se arreglaría sujetando y aniquilando a Cortés, es decir, sustituyéndolo en el gobierno. El licenciado Alonso de Zuazo (1466-ca. 1539), a quien Cortés confia el cabildo de la ciudad y los asuntos de justicia, era un hombre de temple extraordinario. Tenía casi 20 años más que Cortés, y desde la época de los Reyes Católicos y el cardenal Cisneros comenzó a servir en la judicatura en la isla Española y luego en Cuba, donde fue gobernador y debió conocer a Cortés. Francisco de Garay lo invitó, a fines de 1523, a que sirviera de intermediario ante Cortés en sus pretensiones por el Pánuco. El pequeño barco en que viajaba Zuazo erró el derrotero y el 20 de enero de 1524, después de una gran tormenta, encalló y se destrozó en unos arrecifes de la isla de los Alacranes o del Triángulo. El licenciado perdió en aquel naufragio sus libros y su capital. Con 47 supervivientes en islotes desiertos, Zuazo
desarrolló un ingenio notable en hombre más bien de papeles, pues poco a poco, bajo su guía, los náufragos fueron proveyéndose de agua, lumbre, aves y sus huevos, tortugas y lobos marinos que les permitieron sobrevivir cuatro meses y medio. Con los restos del navío lograron hacer una balsa y cuatro de ellos llevaron un mensaje de Zuazo pidiendo auxilio. Llegaron cerca de Veracruz y su mensaje fue de mano en mano hasta Cortés, quien dispuso el rescate de Zuazo y sus compañeros. Los encontraron y trajeron a la ciudad de México, donde les hicieron muchas fiestas y los aposentaron. Con rara energía en hombre que tenía ya 58 años, Zuazo acepta encabezar el cabildo de la ciudad como alcalde mayor y participar en el gobierno colegiado de los oficiales reales como justicia mayor. Además de haber intentado que se cumplieran las provisiones de Cortés y que gobernaran en conformidad los cuatro oficiales reales, y de haber sofocado un supuesto conato de levantamiento indígena, Fernández de Oviedo, su biógrafo, refiere del licenciado Zuazo un episodio muy interesante. Como se empeñara en la destrucción de los ídolos de los mexicanos, éstos le enviaron a cuatro hombres autorizados y sabios para tratar de impedir aquel atentado a su religión. De sus dioses, los indios dijeron que: les daban de comer e de beber e les daban victoria en la guerra contra sus enemigos, e les multiplicaban sus hijos e generación, y el agua cuando les faltaba e la salud en sus enfermedades; e que ellos vían que los cristianos asimesmo tenían sus ídolos e imágenes, a quien adoraban e servían e acataban.
Ante tan sólidos argumentos, Zuazo, confundido, les pidió vinieran al día siguiente por la respuesta, a fin de meditarla debidamente. Sus argumentos fueron ortodoxos, y aunque no parecen contundentes, convencieron al parecer a los sabios indios y los determinaron a bautizarse. Pidieron a Zuazo que fuera su padrino y adoptaron el nombre del licenciado, aunque su apellido “no lo podían bien expresar”. Esta notable discusión teológica, aquí muy abreviada, recuerda la que, hacia 1524, tuvieron los sacerdotes indígenas con los Doce franciscanos, en presencia de Cortés, que recogerá fray Bernardino de Sahagún en sus Coloquios y doctrina cristiana con que los doce frailes de San Francisco… convertieron a los indios de Nueva España, escritos en 1564. La actuación de Zuazo en la Nueva España duró menos de un año, pues cuando tomaron el gobierno Salazar y Chirinos, con el pretexto de que el licenciado tenía pendiente su juicio de residencia en Cuba, lo apresaron y con grillos lo hicieron viajar a Cuba. Como su gobierno había sido “justo y bueno”, la residencia de Zuazo, cuyo juez era el licenciado Juan Altamirano, luego abogado de Cortés, se convirtió en una celebración de sus bondades. En 1526, Zuazo volvió a Santo Domingo como oidor de su Audiencia, y a los sesenta años se avecindó y casó en aquella ciudad. Murió hacia 1539.5 Cuando Cortés se vio precisado a nombrar a quien o a quienes ejercieran la gobernación durante su ausencia, se inclinó por los oficiales reales como una manera de protegerse ante el rey. Ellos no formaban un bloque, reñían entre sí —salvo la especie de subordinación de Chirinos a Salazar—, y sólo tenían en común su oposición a Cortés. La decisión inicial de éste de separarlos, dejando como tenientes de gobernador y de capitán general a Estrada y Albornoz, los más sensatos aunque inexpertos y pusilánimes, y de llevarse con él a Salazar y Chirinos, los más peligrosos, parece razonable. Pero los dos primeros riñeron públicamente,
aunque luego volvieron a amistarse, y el licenciado Zuazo, justicia mayor, no tenía autoridad para imponer la cordura y un verdadero gobierno. Durante el camino de México a Coatzacoalcos, Salazar y Chirinos se dedicaron a halagar a Cortés y a ganarse su confianza,6 hasta que él cayó en la trampa. Dándole una importancia desproporcionada a la disputa del tesorero y del contador, les entregó confiadamente las dos provisiones ya descritas, y ellos, Salazar y Chirinos, ocultaron la primera provisión —que debieron destruir, pues no quedan rastros de ella—, y pronto se libraron también del licenciado Zuazo.7 Considerando ahora el problema y sabiendo lo que ocurrió, la solución parece clara. Cortés debió confiar el gobierno a una sola persona: o bien a alguno de sus capitanes más experimentados y prudentes, como Gonzalo de Sandoval —aunque él estaba en Coatzacoalcos —, o bien, y aun mejor, al licenciado Alonso de Zuazo, recto, valeroso, antiguo conocedor de cosas de Indias y amigo suyo, dándole los tres poderes que él tenía, de gobernador, capitán general y justicia mayor. Y los oficiales reales pudieron quedarse con sus propias funciones fiscales para las que fueron nombrados. Zuazo, sólo como justicia, no tenía suficiente fuerza, y cuando trató de imponer su criterio jurídico y dictaminó que, de acuerdo con la primera provisión de Cortés, debían gobernar los cuatro oficiales reales y él, Zuazo, esto sólo funcionó durante breve tiempo, y poco después Salazar y Chirinos se deshicieron de Estrada y Albornoz, y luego del licenciado Zuazo, para quedarse sin obstáculos que impidieran su tiranía. Otro personaje de esta tragicomedia de enredos y crímenes fue Rodrigo de Paz. Era uno de los numerosos primos y parientes de Cortés que vinieron después de la conquista, y fue de los que le trajeron su cédula de nombramiento como gobernador, hacia mayo de 1523. Cortés lo nombró regidor y, cuando partió a las Hibueras fue su mayordomo, al que confió la guarda de sus bienes y su casa. Fue tan fiel como necio y acabó siendo la víctima de estos años turbios. Para servirse de él, Salazar y Chirinos lo hicieron creerse el señor de la tierra, que todo podía hacer y decidir, y enloqueció de soberbia.8 Un hermano de Rodrigo, Pedro de Paz, intentó matar al contador Albornoz en la plaza pública y a la salida de misa, lo que originó gran escándalo. Alentado por sus padrinos, Rodrigo fue el encargado de encarcelar al tesorero Estrada y al contador Albornoz, y de quitarles sus caballos y armas. El contubernio se rompió por una mala causa. Rodrigo de Paz era tan aficionado al juego como su primo el gobernador, y al parecer buen jugador. Pero se le ocurrió jugar con el tigre Chirinos y ganarle muchos miles de pesos de oro. El veedor, más tiranuelo que jugador serio, exigió que le devolviera lo ganado, negose el ensoberbecido Paz y Salazar y Chirinos acordaron apresarlo. Rodrigo quiso hacerse fuerte en la casa del primo gobernador y sacó su artillería y su gente. Hubo negociaciones y la amenaza de trifulca no prosperó, pero Paz tuvo que consentir en entregarles las llaves de la casa, dizque para inventariar sus bienes, con la promesa de no prenderlo. La cual olvidaron en seguida sus captores y lo enviaron preso a la fortaleza de las Atarazanas. Salazar y Chirinos, dando por muerto a Cortés y jurados por el cabildo como tenientes de gobernador únicos, comenzaron a interrogar a Rodrigo de Paz para que dijera dónde escondía Cortés sus tesoros. Diéronle atroces tormentos y nada pudieron sacarle, acaso porque nada sabía del supuesto tesoro, y acabaron por ahorcarlo en la plaza pública, “por revoltoso y bandolero”. Antes de morir pidió que dijeran a Cortés “que le perdonase por haber dicho con
el rigor de los tormentos que se los había llevado consigo [los tesoros], no siendo verdad”.9 Cuando Cortés vuelve a la ciudad de México dice que encontró la tierra “en sosiego y conformidad” [p. 312]. Todo lo pasado parecía ya remoto y olvidado. Pocos meses después, Salazar y Chirinos saldrán de sus jaulas, por temor al poderoso Francisco de los Cobos, cuyos criados habían sido, y por orden del nuevo gobernador Alonso de Estrada.10
NUEVAS AMENAZAS Y HONORES DESDE ESPAÑA Las críticas y denuncias contra Cortés que enviaron a la corte los oficiales reales de la Nueva España, especialmente Albornoz y Salazar; las acusaciones que seguían haciéndole en Castilla antiguos agraviados como Pánfilo de Narváez y Cristóbal de Tapia; la ausencia de Cortés de la ciudad de México, y las noticias ominosas de lo que aquí ocurría van a provocar, a fines de 1524 y principios de 1525, un nuevo movimiento adverso a Cortés. Al parecer, los cuatro oficiales, o sólo Rodrigo de Albornoz, habían sido provistos de claves cifradas para escribir libremente al gobierno español. A pesar de ello, algunas de sus denuncias se conocen. Bernal Díaz dice que, en el navío que llevó la cuarta Relación y los presentes de Cortés, que debió salir después del 15 de octubre de 1524, el contador Albornoz escribió al rey, al obispo de Burgos —ya muerto desde el 14 de marzo anterior— y al Consejo de Indias, denunciando que Cortés recibía y escondía mucho oro de los indios, que tenía fortalezas, que tenía por amigas a las hijas de los grandes señores indios, que “todos los caciques y principales le tenían tanta estima como si fuera rey”, que no estaba seguro de “si está alzado o será leal”, y que era urgente que se le quitase “el mando y señorío.”11 Por su parte, Antonio de Herrera cuenta que los oficiales reales enviaron como mensajero a Lope de Samaniego, probablemente en el mismo navío antes mencionado, para asegurar sus cartas, y que en ellas decían al rey que Cortés no había tenido respeto por los mandamientos reales; que convenía “irle echando del gobierno con maña”; que se ordenase al gobernador Cortés que cuanto proveyese tuviera la aprobación de ellos, los oficiales reales; que se les diese autorización para elegir capitanes y ser miembros del cabildo, con voto; y criticaban la jornada a las Hibueras, defendían la causa de Cristóbal de Olid y culpaban por su muerte a Francisco de las Casas. El factor Gonzalo de Salazar, por separado, en una carta desaforada denunció que Diego de Ocampo llevaba a Castilla más de 20 000 pesos, y que se los tomasen, pues eran robados; que los dineros que Cortés enviaba a su padre —con cifras astronómicas— los había tomado del fisco y eran para sobornar a los del Consejo de Indias; que Cortés tenía robados tres o cuatro millones de oro y 40 provincias, algunas tan grandes como Andalucía; y que las naves que Cortés construía en la Mar del Sur eran para escabullirse a Francia con sus tesoros. Añade Herrera que los oficiales “también escribían unos contra otros y se hacían malos oficios”.12 Ante esta nueva andanada de acusaciones, el emperador pensó en enviar a la Nueva España al almirante Diego Colón para que “le cortase la cabeza —a Cortés— y castigase a todos los
que fuimos en desbaratar a Narváez”, dice Bernal Díaz. El almirante no quiso gastar sus dineros ni arriesgarse a enfrentar la fortuna de Cortés. Intervinieron ante Carlos V Martín Cortés, padre del conquistador, fray Pedro Melgarejo de Urrea y el duque de Béjar, don Álvaro de Zúñiga, y le mostraron las cartas verdaderas de Cortés, que no decían aquello de que lo acusaban, y lograron que el emperador olvidara el proyecto del envío del almirante; en cambio, determinó que viniese a tomarle residencia a Cortés —lo que ya se había acordado desde 1522— un hombre de calidad y letras.13 Por aquellos días comenzó a prosperar en la corte un asiento o negociación, movido por Juan de Ribera, uno de los muchos secretarios de Cortés, enviado a Castilla con la cuarta Relación y otros papeles. Tengo la impresión que este asiento fue una iniciativa imprudente de Ribera, que luego Cortés tuvo que avalar, y cuyo resultado fue convencer a la corte y al Consejo de Indias de la posibilidad de los fabulosos tesoros de que disponía Cortés, menos que de su disposición para auxiliar las necesidades guerreras de Carlos V. Por López de Gómara y por Herrera se conoce el ofrecimiento hecho al emperador por Ribera, con la intervención de fray Pedro Melgarejo, a nombre supuesto de Cortés, de enviarle 200 000 ducados a cambio de una serie de prerrogativas y mercedes.14 Dos de estas últimas llegaron a Cortés: el nombramiento de adelantado y la concesión de escudo de armas, que implicaba el tratamiento de “don”, ambas cédulas fechadas el 7 de marzo de 1525,15 la última, con grandes elogios a la actuación y a los servicios de Cortés durante la conquista. En la primera de las dos cartas reservadas con que acompañó Cortés su quinta Carta de relación,16 se refiere de manera elusiva a este ofrecimiento hecho por Ribera y el padre Melgarejo, y a la orden que recibieron luego de devolver al Consejo de Indias el despacho que se les había dado. La negociación se anulaba, acaso porque los del consejo comprendieron que era como aceptar un gran cohecho y porque ya estaba dispuesto el envío de un juez para hacer el juicio de residencia a Cortés. Al mismo tiempo, y como para hacer clara la nueva actitud de la Corona, se nombraba a Nuño de Guzmán gobernador de Pánuco, provincia que el conquistador consideraba entre las suyas, y a Lope de Samaniego —el mensajero de los oficiales—, encargado de la fortaleza de las Atarazanas.17 Ribera el Tuerto, como le llama Bernal Díaz y a quien detestaba,18 fue un personaje turbio. Sorprende que Cortés le haya confiado en un momento sus negocios en España. A propósito de las malas consecuencias que para Cortés tuvo el ofrecimiento de los 200 000 ducados, López de Gómara dice: Ayudó mucho a esto Juan de Ribera, secretario y procurador de Cortés, que como riñó con Martín Cortés sobre los cuatro mil ducados que le trajo, y no se los daba, decía mil males de su amo, y era muy creído. Mas comió una noche un torrezno de Cadahalso, y murió de ello andando en aquellos tratos.19
Como se ve, los torreznos —simples pedazos de tocino fritos— eran tan peligrosos en España como en México.
CORTÉS SOMETIDO A JUICIO DE RESIDENCIA
Aún no terminaban las fiestas del recibimiento de Cortés en la ciudad de México y todavía se encontraba éste en su retiro franciscano, cuando recibió noticias de que había llegado a Veracruz, el 23 de junio de 1526, Luis Ponce de León, juez designado por el emperador para abrir juicio de residencia al conquistador y gobernador y poner orden en los desmanes fraguados durante su ausencia. Ponce de León llegó a la ciudad el 2 de julio, y según Pedro Mártir, traía para Cortés la aprobación de su solicitud para recibir el hábito de la Orden de Santiago.20 En la iglesia mayor se reunieron Cortés y los miembros del cabildo, quienes recibieron y acataron las provisiones reales; el juez retuvo la vara de mando de Cortés como gobernador y se pregonó por la ciudad que el conquistador quedaba sujeto a juicio de residencia. Estos juicios no eran un proceso judicial necesariamente punitivo, sino una muy sana revisión normal a la que se sometía la actuación de cualquier oficial de la Corona, al término de su mandato o en cualquier momento por causas graves. Su propósito era el de regular el comportamiento de los funcionarios y permitir que oportunamente y en su propio lugar de residencia —de aquí el nombre—, se ventilaran, sancionaran o aprobaran los actos de las autoridades. El juez al que se confiaba el juicio lo publicaba durante dos meses, a fin de que todos los que se consideraran agraviados pudieran intervenir, y el juicio mismo duraba hasta seis meses. El juez podía ser recusado. Habitualmente, se presentaban interrogatorios previos a los que debían contestar bajo juramento los testigos de cargo y de descargo. Una vez concluidas las informaciones, se remitían al Consejo de Indias, que dictaba sentencia y lo daba por terminado. El inconveniente de estos juicios de residencia era que daban oportunidad a que enemigos personales, maldicientes y descontentos desahogaran sus rencores. Pero aun así, fueron un recurso muy valioso para moderar la actuación de los funcionarios públicos, mayores y menores, ya que todos debían dar cuenta de sus actos.21 El juicio de residencia de Cortés no llegó a iniciarse en esta ocasión. Días después, el juez y nuevo gobernador Ponce de León se vio atacado de calentura y “modorra” y murió, a mediados de julio del mismo año, dejando por teniente de gobernador al licenciado Marcos de Aguilar. Anota Cortés que, al mismo tiempo que el juez, murieron 30 personas más de los que con él vinieron y que el extraño mal se contagió a otros, por lo que se cree “casi pestilencia la que trajeron consigo” [pp. 312-313]. Cortés no aceptó reasumir los cargos de gobernador y de justicia, como el cabildo se lo pedía, y dio su apoyo para que, a pesar de que se cuestionaron sus poderes, Marcos de Aguilar tuviera el gobierno civil y el judicial, y que prosiguiera la residencia. Cortés quedó sólo como capitán general y administrador de los indios, cargos que luego perdería también. Bernal Díaz completa la escena contando que Marcos de Aguilar, el nuevo gobernador y justicia: era muy viejo y caducaba, y estaba tullido de bubas, y era de poca autoridad, y así lo mostraba en su persona, y no sabía las cosas de la tierra, ni tenía noticia de ellas, ni de las personas que tenían méritos…
A pesar de todo, Cortés no aceptó “tocar más en aquella tecla” de la gobernación y dejó:
que el viejo Aguilar solo gobernase, y aunque estaba tan doliente y hético que le daba de mamar una mujer de Castilla, y tenía unas cabras que también bebía la leche de ellas, y en aquella sazón se le murió un hijo que traía consigo, de modorra, según y de la manera que murió Luis Ponce.22
Páginas atrás, el mismo Bernal Díaz da cuenta de las murmuraciones contra Cortés propaladas por sus enemigos en ocasión de la muerte de Luis Ponce de León. Decíase que, como en el caso de Francisco de Garay, el explorador del Pánuco, al juez “le dieron ponzoña con que murió”, en unos requesones y natas que le dio Andrés de Tapia a su paso por Iztapalapa.23 Por orden de fray Domingo de Betanzos, vicario general de los dominicos, declararon los dos médicos, el venido en compañía del mismo Ponce y el avecindado en la ciudad, Cristóbal de Ojeda, que atendieron al juez, quienes bajo pena de excomunión afirmaron que Ponce murió de una “fiebre maligna”. Años más tarde, en 1529, durante los interrogatorios del juicio de residencia de Cortés, Ojeda dijo que entonces había mentido por temor y que la verdad es que cree que fue envenenado.24“¿Cuándo mintió?”, se pregunta Orozco y Berra.25
LOS JUGADORES Y EL RAYO Por estos días pudo ocurrir, si es que fue verdad, un curioso hecho en la vida de Cortés en el que también intervino fray Domingo de Betanzos. Refiere el cronista de los dominicos, fray Agustín Dávila Padilla, que “un día de regocijo” varios hombres nobles de México fueron a casa de Cortés a proponerle jugar a las barajas. El conquistador se negaba al principio, pero al fin accedió ante aquella tentación para él tan poderosa. Pusiéronse mesas y naipes y, cuando estaban en sus juegos, se desató una gran tormenta con granizo y truenos. La ciudad comenzaba a inundarse y todos se atemorizaban por la fuerza de la tempestad. Pero Cortés ordenó que se cerrasen puertas y ventanas y se trajesen candelas para no interrumpir su juego, que “siendo tan grueso y de tanta importancia, debía de ir mezclado con algunos juramentos que indignaban a Dios”, comenta Dávila Padilla. Mientras tanto, el padre Betanzos hacía oración común con sus frailes pidiendo a Dios clemencia. Los jugadores continuaban en sus empeños, confiados en la fortaleza de las casas de Cortés, las mejores de la ciudad, cuando repentinamente, con gran estruendo, cayó un rayo sobre la misma mesa que los reunía. El mueble quedó hecho piezas, el aposento con el peor olor de piedra de azufre y los jugadores amortecidos y sin aliento, tendidos por el suelo. El rayo en el lugar justo y el hecho de que no matara y sólo asustara a los jugadores, para el cronista dominico “era fruto de la devota oración que el bendito santo fray Domingo de Betanzos hacía”. Y añade que así lo proclamó a voces Cortés, y que al día siguiente él y sus amigos fueron a la iglesia de Santo Domingo y, arrodillados “delante del varón santo, conocieron su culpa y agradecieron su intercesión, proponiendo de dejar el juego, como por entonces lo dejaron”.26 Dávila Padilla olvidó precisar cómo llegó a enterarse Cortés de las oraciones del padre Betanzos y de su eficacia para suspender la cólera divina. Artemio de Valle-Arizpe recogió esta historia, tan de su gusto que parece inventada por él, y le añadió un pícaro comentario. Cortés cumplió su juramento de no tolerar juegos en su casa,
“pero en las casas de sus amigos siguió andando la baraja muy de lo lindo”.27
RESUMEN DE AGRAVIOS Y ALEGATOS Después de informar al emperador, en su quinta Relación, acerca de lo ocurrido al juez enviado a someterlo a juicio de residencia, Cortés formula un resumen de los cargos que suelen hacérsele y de lo que puede alegar en su defensa, como si anticipara algunas de las acusaciones que se le harían años más tarde. Dice el conquistador que no es cierto que gobierne como un tirano autócrata, pues no ha hecho sino cumplir estrictamente las órdenes reales; que no es cierto que haya obtenido para sí el mayor provecho de la conquista, porque si mucho oro ha habido, más ha gastado “en dilatar por estas partes el señorío y patrimonio real”; que no es cierto que haya dejado de hacer envíos a Su Majestad, ya que ha enviado no sólo lo que correspondía sino aun más; que se habla de que tiene 200 millones de rentas por sus provincias, pero que cuanto tenga lo ofrece al rey a cambio de 20 millones y aun de 10 en España; y en fin, pide a Carlos V lo autorice a viajar a España, aunque se lo impiden por el momento el no tener dinero y el temor de que su ausencia provoque levantamientos de los naturales [pp. 314-319].
INFORMES DE EXPLORACIONES Y PACIFICACIONES En las páginas finales de su última Carta de relación, Cortés informa al emperador el estado en que se encuentran, a principios de septiembre de 1526, las diversas exploraciones y pacificaciones que tiene emprendidas. Sabiendo que llegó por las costas de Tehuantepec un navío extraviado, que formaba parte de la armada del capitán frey García de Loaisa que se dirigía a las Molucas, Cortés le envió auxilio inmediato [pp. 319-320]. Se anticipaba así al cumplimiento de la real cédula del 20 de junio de 1526,28 que aún no había recibido. Los navíos que desde hace tanto tiempo está construyendo en Zacatula están a punto de salir para buscar el estrecho que comunique ambos océanos y el camino a las islas de Especiería. Cortés se ofrece a dirigir esta expedición [p. 320]. Por tierra y por mar ha enviado soldados para poblar y pacificar el río Tabasco o Grijalva. Asimismo, ha enviado tres destacamentos para que concluyan la pacificación de los indómitos zapotecas, que tienen “ocupada la más rica tierra de minas que hay en esta Nueva España” [p. 321]. Proyecta enviar gente a poblar el río de las Palmas —probablemente el río Grande o Bravo o el Soto la Marina—, que está “en la costa del norte abajo del de Pánuco hacia la Florida”. Por primera vez habla de los chichimecas, “gentes muy bárbaras” de las provincias del norte, a los que tratarán de apaciguar y sojuzgar, y en caso de renuencia tomarán por esclavos. Del rumbo de Colima, un capitán que envió le trajo relación de los puertos existentes en la costa y de los muchos y grandes pueblos que hay en aquella comarca [pp. 321-322]. Se trata del viaje por tierra que inició en agosto de 1524 y concluyó a mediados de 1525 Francisco
Cortés de San Buenaventura, primo del conquistador. La expedición tenía el encargo de explorar la región y averiguar la verdad de la “isla poblada de mujeres”, como las Amazonas, y trajo noticias de numerosos pueblos de Michoacán, Colima, Jalisco, Nayarit y Guerrero, que logró pacificar.29 Esta última Carta de relación concluye con una declaración de orgullo y fidelidad. Cortés se da cuenta de que su estrella declina y de que Carlos V duda entre reconocer los servicios de un hombre cuyo prestigio y audacia son desmesurados y peligrosos, y dar oídos a sus muchos malquerientes y agraviados. Por ello le escribe: que yo, aunque Vuestra Majestad más me mande desfavorecer, no tengo de dejar de servir, que no es posible que por tiempo Vuestra Majestad no conozca mis servicios; y ya que esto no sea, yo me satisfago con hacer lo que debo, y con saber que a todo el mundo tengo satisfecho y le son notorios mis servicios y lealtad con que los hago; y no quiero otro mayorazgo para mis hijos sino éste [p. 322].
CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA 1524 12 de octubre Sale de la ciudad de México la expedición de Cortés a las Hibueras. Deja como tenientes de gobernador a Estrada y a Albornoz, y como justicia mayor al licenciado Zuazo. 15 de octubre Firma en Tenuxtitan la cuarta Carta de relación y envía al rey, con la carta, otras cartas y papeles, el quinto real, la culebrina de plata llamada El Fénix y otras joyas, y dineros a su padre para compras. 29 de Salazar y Chirinos presentan al cabildo Provisión de Cortés que los nombra diciembre lugartenientes en lugar de Estrada y Albornoz. 1525 17 de febrero Estrada y Albornoz reclaman sus derechos al gobierno. 28 de febrero Cuauhtémoc y Tetlepanquétzal son ahorcados por orden de Cortés en Acalan. 7 de marzo El rey firma en Madrid cédulas nombrando a Cortés adelantado de Nueva España y concediéndole escudo de armas. 20 de abril El cabildo de la ciudad acepta los poderes de Estrada y Albornoz. Fines de mayo Zuazo es apresado, aherrojado y enviado a Cuba.
Hacia julio Fines de agosto Fines de año
Salazar y Chirinos toman el gobierno de Nueva España. Rodrigo de Paz es atormentado para que denuncie el tesoro de Cortés. Lo ahorcan. Salazar y Chirinos se apoderan de los bienes de Cortés y ponen nuevos tributos a los indios. Cortés cumple 40 años 1526 29 de enero Llega al monasterio de San Francisco, en la ciudad de México, Martín Dorantes con cartas de Cortés revocando poderes a Salazar y Chirinos y nombrando a Francisco de las Casas teniente de gobernador. En ausencia de éste, el cabildo nombra a Estrada y Albornoz tenientes de gobernador, y alcalde ordinario a Juan Ortega. 20 de febrero El cabildo de la ciudad escribe a Carlos V una Relación de lo ocurrido en México. Hacia febrero Los partidarios de Cortés apresan a Salazar y lo encierran en una jaula, o marzo encadenado. Chirinos estaba en Oaxaca, se refugia en el monasterio de Tlaxcala, lo sacan, traen a México y lo enjaulan también. 25 de abril Cortés inicia el regreso por mar desde Trujillo, Honduras. 1° de mayo Llega a La Habana, Cuba. 16 de mayo Sale de Cuba rumbo a Veracruz. 24 de mayo Llega a Chalchicuecan y emprende viaje a la ciudad de México. Hacia el 19 de Llega a la ciudad de México y reasume su gobierno. junio 2 de julio Llega el juez Luis Ponce de León a tomarle juicio de residencia y quitarle la gobernación. 20 de julio
Muere Ponce de León y deja como gobernador a Marcos de Aguilar.
3 de septiembre
Firma en México la quinta y última Carta de relación
1
Bernal Díaz, caps. CLXXXV y CLXXXIX.
2 Ibid., cap. CXCIII. 3 López de Gómara, caps. CLXXII-CLXXIV.— Bernal Díaz, cap. CLXXXV. 4 1. Carta de Hernán Cortés a la Audiencia de Santo Domingo dando cuenta de los alzamientos ocurridos en
México durante la expedición a las Hibueras y el final de los disturbios, La Habana, 13 de mayo de 1526, en Documentos, sección II. 2. Memoria de lo acaecido en la ciudad de México desde la salida de Hernán Cortés hasta la muerte de Rodrigo de Paz, 1526, en Documentos, sección III. 3. “Relación de lo ocurrido en México durante la ausencia de Hernán Cortés, enviada al emperador Carlos V por el concejo, justicia y regimiento de dicha ciudad”, 20 de febrero de 1526: Pascual de Gayangos, Cartas y relaciones de Hernán Cortés, París, 1866, doc. X, pp. 341-350. 4. Cartas de Diego de Ocaña contra Hernán Cortés, México, 31 de agosto y 9 de septiembre de 1526, en Documentos, sección III. 5 Las noticias sobre la vida de Alonso de Zuazo provienen de García Icazbalceta, CDHM, t. II, pp. xvii-xviii; las de su
naufragio y hechos posteriores de Fernández de Oviedo (Zuazo parece haber sido amigo muy estimado del historiador), Historia general, lib. L, cap. X, y las de su discusión teológica, del párrafo xxx de dicho cap. X.— Bernal Díaz da la historia del naufragio muy compendiada en el cap. CLXIII.— Juan de Castellanos, Elegía VIII de sus Elegías de varones ilustres de Indias (1589), ed. BAE, pp. 73-80, sigue el pormenorizado relato del naufragio de Fernández de Oviedo. 6 Bernal Díaz, cap. CLXXIV. 7 Provisión de Hernán Cortés a Gonzalo de Salazary Pedro Almíndez Chirinos para reemplazar a Alonso de Estrada
y Rodrigo de Albornoz como sus tenientes de gobernador de Nueva España, Villa del Espíritu Santo-Coatzacoalcos, 14 de diciembre de 1524, en Documentos, sección II. 8 Memoria de lo acaecido en la ciudad de México…, op. cit. 9 Ibid.— Bernal Díaz, cap. CLXXXV.— Herrera, década IIIª lib. VI. cap. XII. 10 Bernal Díaz, cap. CXCIV. 11 Ibid., cap. CLXXII. 12 Herrera, década IIIª, lib. VI, cap. II. 13 Bernal Díaz, ibid.— Herrera, ibid. 14 López de Gómara, cap. CLXIX.— Herrera, década IIIª, lib. VII, cap. IV. 15 Cédula de Carlos V a Hernán Cortés nombrándolo adelantado de Nueva España, Madrid, 7 de marzo de 1525, y
Cédula de Carlos V a Hernán Cortés en que le concede escudo de armas, Madrid, 7 de marzo de 1525, en Documentos, sección II.— Véase Leopoldo Martínez Cosío, Heráldica de Cortés, Sociedad de Estudios Cortesianos, 2, Editorial Jus, México, 1949. 16 Carta de Hernán Cortés a Carlos V. Primer complemento de la quinta Relación, Tenuxtitan, 11 de septiembre de
1526, en Documentos, sección III. 17 Herrera, ibid. 18 Véase el pasaje de Bernal Díaz, cap. CLXX, acerca de Ribera, en la nota 24 al capítulo X de la presente obra. 19 López de Gómara, cap. CLXXXVIII. 20 Pedro Mártir de Anglería, Décadas del Nuevo Mundo,
VIIIª década, lib. X, ed. Millares Carlo, t. II, p. 728.— Información sobre el hábito de Santiago que pide don Hernando Cortés, gobernador de Nueva España, Trujillo, 2 de junio de 1525, en Documentos, sección II.— Cortés no admitió ni usó tal título porque se le dio sin encomienda y en grado de caballero y no de comendador. Véase nota 1 a dicha lnformación. 21
“Juicio de residencia en Indias”, Diccionario de historia de España, dirigido por Germán Bleiberg, Revista de Occidente, Madrid, 2ª ed. 1968, pp. 610-611. 22 Bernal Díaz, cap. CXCIII. 23 Ibid., cap. CXCII.— Véase la Carta de Hernán Cortés a fray García de Loaisa, obispo de Osma y presidente del
Consejo de Indias, acerca de la acusación de muerte de Ponce de León, Cuernavaca, 12 de enero de 1527, en Documentos, sección III.
24
Sumario de la residencia, t. II, pp. 325-327.
25 Orozco y Berra, Dominación, cap. X, n. 348. 26 Fray Agustín Dávila Padilla, O. P., Historia de la fundación y discurso de la provincia de Santiago de México, de la
Orden de Predicadores (1596), lib. I, cap. XIII. 27 Artemio de Valle-Arizpe, “Las últimas cartas de Cortés”, Andanzas de Hernán Cortés y otros excesos, Biblioteca
Nueva, Madrid, 1940; 3ª ed., Editorial Diana, México, 1978, p. 313. 28 Cédula de Carlos V a Hernán Cortés en que le encarga prepare una armada para buscar las de García de Loaisa
y Sebastián Caboto, Granada, 20 de junio de 1526, en Documentos, sección III. 29 Instrucción civil y militar de Hernán Cortés a Francisco Cortés para la expedición a la costa de Colima, 1524, en
Documentos, sección II.— Véase nota 5 acerca de la Relación que escribió Cortés de San Buenaventura en 1525. Véase también José López Portillo y Weber, La conquista de la Nueva Galicia, Talleres Gráficos de la Nación, Secretaría de Educación Pública, México, 1935, pp. 110-119.
XVI. AÑOS HOSTILES, EXPEDICIÓN A LAS MOLUCAS Y VIAJE A ESPAÑA Yo quedo agora en purgatorio y tal que ninguna otra cosa le falta para infierno sino la esperanza que tengo de remedio. Yo me ofrezco a descubrir por aquí toda la Especiería y otras islas, si hobiere arca de Moluco y Malaca y la China, y aun de dar tal orden, que Vuestra Majestad no haya la Especiería por vía de rescate, como la ha el rey de Portugal, sino que la tenga por cosa propia. Como acuchillado, pienso que podré ser cirujano de esta enfermedad; como experimentado, dar consejos. HERNÁN CORTÉS
CORTÉS ACOSADO Después de volver, a mediados de 1526, maltrecho de la expedición a las Hibueras, Hernán Cortés pasó dos años acosado por hostilidades e infortunios. La hazaña de la conquista de México parecía ya remota. Estaba habituado a ser él quien mandaba y a tener éxito en sus empresas. Ahora eran otros los que gobernaban, con torpeza y codicia; y porque él había decidido ser fiel y obedecer a toda costa a su rey, tenía que soportarlo. Sus bienes habían sido saqueados y sus amigos maltratados y aun muertos por los oficiales durante su ausencia, había sido desposeído como gobernador y luego le quitarían sus cargos como capitán general y administrador de los indios; tenía sobre sí la amenaza del juicio de residencia aplazado, la impresión de sus Cartas de relación estaba prohibida, en Castilla había una nueva oleada de acusaciones contra él, sería desterrado de la ciudad de México; y si bien seguía teniendo amigos y partidarios fieles, sus enemigos ahora se multiplicaban, eran escuchados y alentados y él ya no tenía recursos para acallarlos. “Yo quedo agora en purgatorio y tal que ninguna otra cosa le falta para infierno sino la esperanza que tengo de remedio”, escribió a su padre el 26 de septiembre de 1526.1
LOS GOBERNANTES DE NUEVA ESPAÑA DE 1526 A 1528 El gobierno de Nueva España de 1526 a 1528 siguió siendo tan inestable y confuso como lo había sido durante los dos años anteriores de la ausencia de Cortés. El licenciado Marcos de Aguilar tuvo el poder desde la muerte de Luis Ponce de León, el 20 de julio de 1526, hasta el 1º de marzo de 1527 en que él también murió. A pesar de sus achaques, y sólo con el cargo de justicia mayor, gobernó desde su cama bajo la guía del tesorero Estrada. El 3 de septiembre de 1526 obligó a Cortés a renunciar a sus cargos de capitán general y administrador de los indios,2 que aún conservaba, pues sólo se le había quitado antes la vara de gobernador.
Imprudentemente, el conquistador expidió, hacia agosto de 1526, unas Ordenanzas para el buen tratamiento de los indios, cuyo texto se desconoce, pero que según el pasaje que reproduce Diego de Ocaña,3 eran abusivas contra los vecinos españoles, ya que les impedían salir de la ciudad sin permiso previo del capitán general, y limitaban las ventas de maíz. Estas ordenanzas y ciertos repartimientos de indios motivaron las órdenes de Aguilar. Cuando murió Aguilar, en sesión del mismo día el cabildo nombró para sustituirlo en el gobierno al capitán Gonzalo de Sandoval y al tesorero Alonso de Estrada4 —que ya había tenido el mando en dos ocasiones anteriores. Una vez más, al igual que después de la muerte de Ponce de León, los del cabildo pidieron a Cortés que reasumiera la gobernación, pero él no lo aceptó.5 Sandoval y Estrada gobernaron desde marzo hasta el 22 de agosto de 1527, fecha en que por disposición real y del testamento de Aguilar se ordenó que gobernase sólo Alonso de Estrada, con los cargos de gobernador y justicia mayor, quien tuvo el mando hasta el 9 de diciembre de 1528, en que tomó posesión la primera Audiencia,6 con Nuño de Guzmán como presidente y los oidores licenciados Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo. Alonso de Parada y Francisco Maldonado, que venían también como oidores, murieron poco después de su llegada. Con los oidores, que entraron a la ciudad hacia el 6 de diciembre, vino también una personalidad que será notable en la historia de la cultura en México, fray Juan de Zumárraga, obispo electo de México y Protector de los Indios.7 Tanto durante los meses de gobierno conjunto de Sandoval y Estrada como en los del gobierno individual de este último, las Actas de cabildo de la ciudad de México registran conflictos frecuentes con Nuño de Guzmán, entonces gobernador de Pánuco, y desacatos a Alonso de Estrada, de los que también da cuenta Bernal Díaz.8 La decisión de la Corona de nombrar presidente de la Audiencia a hombre tan violento como Nuño de Guzmán debió parecer desatino injustificable a los novohispanos. Durante su gobierno, Estrada envió a Chiapas y a Oaxaca a nuevos capitanes con encargos de pacificación que no tuvieron provecho. De esta última, Bernal Díaz refiere los saqueos que el capitán Figueroa, pionero de los saqueadores arqueológicos, hizo en tumbas de Oaxaca, probablemente en Monte Albán: Acordó de andarse a desenterrar sepulturas de los enterramientos de los caciques de aquellas provincias, porque en ellas halló cantidad de joyas de oro con que antiguamente tenían por costumbre de enterrar a los principales de aquellos pueblos.
El capitán Figueroa se satisfizo con las joyas que por valor de 5 000 pesos de oro había reunido, más otros robos; volvió a México, se embarcó en Veracruz rumbo a Castilla, y cerca del puerto un temporal hizo naufragar su nave. Tragó el mar vidas y tesoros.9
DONACIÓN A LAS HIJAS DE MOTECUHZOMA Previendo que pronto ya no lo podría hacer, Cortés hizo un acto noble antes de ser desposeído de sus últimos cargos: asignar tierras, el 27 de junio de 1526, a doña Isabel, hija mayor de
Motecuhzoma, y poco más tarde a la otra hija superviviente, doña Marina. En el documento de donación, Cortés manifiesta que Motecuhzoma le encargó especialmente el cuidado de sus tres hijas, y que en recuerdo de los muchos servicios que el señor de México prestó a los conquistadores, asigna a doña Isabel el pueblo de Tacuba, que era parte de su propio patrimonio. Y a doña Marina da los pueblos de Ecatepec, Acolhuacan y Cuauhtitlan.10 La tercera hija, doña María, había muerto en la Noche Triste. El mismo día en que Cortés firma la donación a doña Isabel, expide una provisión por la que designa a Alonso de Grado —con quien había casado al mismo tiempo a doña Isabel— juez visitador general de la Nueva España,11 cargo recién creado. Cortés parece haber tomado muy a pechos la protección de las hijas de Motecuhzoma. En el juicio de residencia, que reiniciará en 1529 la primera Audiencia, la pregunta inicial del “juicio secreto” se refiere a “que no teme a Dios”, y curiosamente las respuestas no tocaron para nada asuntos de piedad, sino que aluden sólo a las relaciones promiscuas del conquistador. Juan Tirado dijo que don Hernando poseyó tres hijas de Motecuhzoma, dos de las cuales le dieron hijos y la tercera murió grávida en la Noche Triste.12 Y en el mismo juicio, el primero de los testigos, el conquistador Bernardino Vázquez de Tapia, que se había vuelto enemigo de Cortés, se refirió varias veces, con más ira que claridad, a estas relaciones plurales declarando que: Tenía más de gentílico que de buen cristiano, especialmente que tenía infinitas mujeres dentro de su casa, de la tierra e otras de Castilla… con cuantas en su casa había tenía acceso, aunque fueran parientes unas de otras… se echó con dos o tres hermanas, hijas de Motunzuma e queste testigo vido que tenía una hija de Motunzuma que se llamaba doña Ana por amiga e que teniéndola, este testigo vido questaba allí otra prima de la dicha doña Ana preñada del mismo don Fernando e que a éstas las mataron los indios al tiempo que salieron huyendo los cristianos de esta ciudad… e que después este testigo supo de cómo Alonso de Grado se había casado con otra hija de Motunzuma llamada doña Isabel e que al tiempo quel dicho Alonso de Grado falleció, el dicho don Fernando la llevó a su casa e la tuvo en ella cierto tiempo hasta tanto que la casó con Pedro Gallego, e que después de casada con el dicho Pedro Gallego oyó decir que parió desde en cinco o seis meses e que se dijo públicamente que estaba preñada del dicho don Fernando.13
La princesa Tecuichpo o Ichcaxóchitl (Flor de algodón), que cristianizada se llamó Isabel (1509-1550), hija predilecta de Motecuhzoma II, tuvo una vida dramática. Aún niña, fue dada como esposa sucesivamente a Cuitláhuac y a Cuauhtémoc, los dos últimos señores mexicas. Consumada la conquista, y cuando ella tenía 17 años, Cortés le asignó mediante el documento de donación citado, la rica encomienda del pueblo de Tacuba y la casó con el alocado Alonso de Grado, quien murió poco después. Cuando Isabel enviuda por tercera vez, el conquistador, entre 1527 y 1528, la lleva a su casa y meses antes de que dé a luz, le da un nuevo marido, Pedro Gallego, “hombre gracioso y decidor”.14 La hija de Isabel y Cortés se llamará Leonor Cortés y Moctezuma. Gallego tuvo a su vez un hijo con Isabel, llamado Juan Andrada Moctezuma, y también murió pronto. En fin, por quinta vez, Isabel casa con Juan Cano, hombre reposado con el que tiene cinco hijos más, y pasa tranquila y rica, siempre triste, sus últimos años.15 El 8 de septiembre de 1544, este Juan Cano llegó a Santo Domingo, en la isla Española; súpolo Gonzalo Fernández de Oviedo, alcaide de la fortaleza de la ciudad y eminente historiador, y le hizo la primera entrevista a la manera moderna de que se tiene noticia. En esta
entrevista Fernández de Oviedo lo interrogó acerca de aspectos de la conquista y de los últimos señores de México que deseaba precisar.16 De la otra hija de Motecuhzoma, doña Marina, a la que Cortés asignó varios pueblos, no se tienen noticias.17
DESTIERRO DE CORTÉS DE LA CIUDAD DE MÉXICO Por el mes de octubre de 1527, cuando Hernán Cortés y Gonzalo de Sandoval estaban en Cuernavaca, supieron que el gobernador Alonso de Estrada quería cortar una mano a un mozo de espuelas de Sandoval que había reñido y acuchillado a un soldado de Estrada. Ambos vinieron a defenderlo, y como el castigo ya estaba hecho, Cortés dijo palabras muy ásperas al gobernador. Éste, aconsejado por el factor Gonzalo de Salazar, quien ya había sido librado, al igual que Chirinos, de su jaula, desterró a Cortés de la ciudad de México. Cuando el conquistador fue notificado, respondió con desdeñosa altivez: que le cumpliría muy bien y que daba gracias a Dios, que de ello era servido, que de las tierras y ciudades que él con sus compañeros habían descubierto y ganado, derramando de día y de noche mucha sangre y muerte de tantos soldados, que le viniesen a desterrar personas que no eran dignas de bien ninguno, ni de tener los oficios que tienen de Su Majestad.
Bernal Díaz continúa relatando que Cortés se fue a Tezcoco y a Tlaxcala, y que la mujer de Estrada, doña Marina Gutiérrez de la Caballería —a quien Cortés años más tarde hará reclamaciones judiciales por tierras—, reconvino a su marido por haber sacado de sus jaulas a Salazar y a Chirinos —quienes volvieron a sus funciones por órdenes reales— y por el destierro de quien les había hecho muchos bienes. El 19 de octubre de 1527 llegó a la Nueva España fray Julián Garcés, primer obispo de Tlaxcala. Al hacer su primera visita a la ciudad de México, el gobernador Estrada le relató lo ocurrido y le pidió su intervención, ofreciéndole que anulaba el destierro. Bernal Díaz afirma que el obispo “nunca pudo acabar cosa ninguna con Cortés”;18 en cambio, López de Gómara dice que “con su autoridad y prudencia los hizo amigos”.19 Aunque la reconciliación fuese un fingimiento, esto último es lo más probable. Cortés preparaba ya su viaje a España y sabía bien que, además de las órdenes reales, necesitaba el permiso del gobernador para salir de la Nueva España.
LAS EXPEDICIONES ESPAÑOLAS A LAS MOLUCAS Desde 1497-1498, gracias al viaje de Vasco de Gama, los portugueses habían abierto y monopolizado una ruta a la India, doblando el cabo de Buena Esperanza y navegando hacia el oriente, y años más tarde a las Molucas o islas de la Especiería. Con el propósito de encontrar una nueva ruta, por el occidente y dando la vuelta al mundo, y posesionarse de otras tierras en el Oriente, la Corona española confió en 1519 la organización de una expedición a Hernando de Magallanes, gran marino portugués nacionalizado español, que había participado en viajes
al Oriente. Magallanes cruzó el Atlántico, bordeó la costa oriental del Nuevo Mundo y descubrió, en el extremo meridional del Continente, el estrecho que lleva su nombre; cruzó el Mar del Sur, ahora océano Pacífico, y ya en Mactán, en las Filipinas, pereció en una escaramuza con indígenas el 27 de abril de 1521. La expedición prosiguió con Juan Sebastián Elcano, quien después de explorar islas del sudeste asiático logró volver al puerto de Sanlúcar, tres años después de su salida, con una sola nave maltrecha, la Victoria, y 18 hombres esqueléticos, de los 238 que salieran. Habían realizado la primera vuelta al mundo. Otra de las naos restante, la Trinidad, había quedado en la isla de Tidore, en las Molucas, y la mayoría de sus tripulantes perecieron.
LA PARTICIÓN DEL MUNDO Y LA BÚSQUEDA DE LAS ESPECIAS El viaje de Magallanes-Elcano planteó el problema del derecho a las islas del Oriente entre España y Portugal. Para delimitar sus respectivas zonas de influencia en tierras descubiertas o por descubrir, España y Portugal habían antes convenido en una línea de demarcación, convenio que después del descubrimiento de Colón culminaría en el Tratado de Tordesillas del 7 de junio de 1494, confirmado por bulas papales.20 Esa línea de demarcación era un meridiano, aproximadamente el 46° 30’ W Gr. Originalmente, en la bula Intercaetera, del 4 de mayo de 1493, la línea debía pasar a 100 leguas, que más tarde fueron 360, al occidente y al sur de las islas Azores y de Cabo Verde. Al oriente de esa línea, las tierras por descubrir serían portuguesas, y al occidente, españolas, lo que dio derechos a Portugal para las tierras de Brasil. La disputa por las tierras del Oriente hizo pensar en que el meridiano convenido en el tratado y ratificado por las bulas papales debía continuar en el otro lado del mundo, en un antemeridiano, que se estableció como el 130° 30’ E, el cual pasa algo al oriente de las Molucas, como lo creía con razón Magallanes. Pero los portugueses ya estaban allí y defendieron encarnizadamente sus posesiones. Buena parte de las desventuras de las expediciones españolas al Moluco, como entonces se llamaba a las codiciadas islas de la Especiería, se debieron a la resistencia portuguesa. Intervinieron cosmógrafos y diplomáticos y al fin, por el tratado del 22 de abril de 1529, Carlos V accedió a vender sus supuestos derechos y renunciar a las Molucas. En cambio, mantenía como posesión española las islas Filipinas, conquistadas desde México por Miguel López de Legazpi y Andrés de Urdaneta en 1565. Actualmente las Molucas forman parte de Indonesia. ¿Por qué querían españoles y portugueses dominar aquellas lejanas islas de la Especiería? Las especias o condimentos: el clavo, la canela, el azafrán, el jengibre, la pimienta, el anís, la menta, la mostaza, el cardamomo, el óregano, el sésamo, la casia o canela china, el tomillo, y tantas otras yerbas que dan sabor y aroma a alimentos y bebidas, y que conservan en buen estado los jamones, así como algunas resinas olorosas como el incienso y la mirra, venían desde la Antigüedad de remotas regiones tropicales y subtropicales del Oriente y de islas del archipiélago malayo, llamadas islas de las Especias. Su comercio fue muy importante, al lado de las sedas legendarias del Oriente. Los antiguos centros de distribución en Europa fueron
sucesivamente la Arabia meridional o Félix, Alejandría y Venecia. Para romper el monopolio y los precios excesivos impuestos por los mercaderes venecianos, y encontrar otro camino hacia el Oriente después de que los otomanos tomaron Constantinopla en 1453, comenzaron a buscarse otras rutas. Los portugueses fueron los primeros, gracias a los viajes de Bartolomeu Dias en 1488, Vasco da Gama en 1498 y Pedro Álvares Cabral en 1501, en lograr traer especias de la India a Europa, doblando el cabo africano de Buena Esperanza. Esta misma búsqueda del sabor y el aroma de las especias, pero navegando hacia el poniente, movió la hazaña de Cristóbal Colón en 1492 y el encuentro fortuito del Nuevo Mundo.
LO QUE SUCEDIÓ CON LA ARMADA DE GARCÍA DE LOAISA Para continuar las exploraciones y el afianzamiento de las posesiones territoriales en las islas del sudeste asiático, iniciado por Magallanes-Elcano, Carlos V encargó en 1525 a frey García Jofre de Loaisa, comendador de la Orden de San Juan, organizar una armada. El viaje fue infortunado, pues murieron Loaisa, se dice que de abatimiento, y luego Elcano, que también iba en la expedición. Sólo una de sus naves, la Santa María de la Victoria, pudo llegar a las islas del Maluco, aunque también fue destruida y los sobrevivientes se dispersaron. Entre ellos iba el admirable navegante Andrés de Urdaneta, quien, años más tarde, en 1564-1565, ya vuelto fraile agustino, conduciría la expedición, salida de México, en la que Miguel López de Legazpi conquistaría las Filipinas y el fraile-piloto descubriría la ruta para el tornaviaje del Oriente hacia Acapulco. Esta ruta hizo posibles los viajes regulares de la Nao de la China o Galeón de Manila.21 La más pequeña de las naves de la armada de Loaisa, el patache Santiago, de sólo 60 toneladas, cuyo capitán era Santiago de Guevara, se extravió de la conserva el 1° de junio de 1526, ya pasado el estrecho de Magallanes. Solo continuó el viaje previsto por la costa occidental del continente. Como la comida iba en la nave capitana, sus tripulantes padecían hambre. El capitán Guevara llevaba un gallo y una gallina y ésta ponía su huevo diario, que confortaba a los enfermos, huevo que dejó de poner en los fríos australes. Los hambrientos quisieron comprarle las aves por cincuenta ducados, pero el capitán prefirió guardarlas22 para no repetir la fábula de la gallina de los huevos de oro. Después de casi dos meses de travesía, el 25 de julio, exhaustos, llegaron a un cabo que decidieron explorar. Como no tenían batel para llegar a la costa: acordaron que en una caja grande saliese uno —cuenta el cronista Herrera—, llevándola el agua a tierra, bien amarrada con las guindaletas y otros cabos delgados, y que llevase tijeras, espejos y cosas de rescate para dar a los indios, por que no le matasen ni comiesen; y que si se trastornase la caja se asiese a ella y la tirasen de la nao por el cabo; y vista tan grande necesidad, el clérigo don Juan de Arráizaga [sic] se ofreció de meterse en la caja; aunque le rogaron que no lo hiciese, dijo que quería ponerse en aquel peligro por la salud de todos; y encomendándose a Dios se metió en la caja, en calzas y en jubón, con una espada; y llegando a la mitad del camino, no faltándole para salir a tierra más de un cuarto de legua, se trastornó la caja, y nadaba el clérigo teniéndose recio y pensando que había menos camino se esforzaba de llegar, y andando cansado y medio ahogado, puso Dios en ánimo a los indios [que lo veían desde la orilla] que le fueran a ayudar, y así se echaron cinco de ellos a la mar, y aunque andaba brava le tomaron y sacaron medio muerto y se apartaron de él; y volviendo en sí dende a media hora, se levantó y les hizo señas que se llegasen.23
Después de una curiosa escena con un indolente cacique indio de aquel paraje, que todo lo veía desde una sombra, el capellán Aréizaga descubrió que, felizmente, habían llegado a tierra cristianizada. Encontrábanse cerca de Tehuantepec, donde había un capitán de Cortés, el cual los auxilió, informó al gobernador y llevó al padre Aréizaga y demás tripulantes a entrevistarse con él a la ciudad de México.24 Cuando Cortés firma su quinta Relación, el 3 de septiembre de 1526, sólo da noticias al rey de una nave extraviada de la armada de Loaisa que llegó a Tehuantepec; pero en el primer complemento de esta carta, que escribe el día 11 siguiente, ya puede precisarle los detalles antes referidos, y le envía además la relación que le ha dado el animoso padre Aréizaga de su viaje extraviado.25 Estos informes de Cortés se cruzaron con la cédula que Carlos V envió al conquistador, firmada en Granada, el 20 de junio de 1526, y que para principios de septiembre aún no recibía. En ella el emperador le refiere antecedentes de las expediciones españolas al Oriente y le encarga que prepare una armada que vaya a las islas del Maluco para auxiliar y tener noticias de la armada enviada en 1525, al mando del capitán frey García Jofre de Loaisa, así como de la despachada en 1526 al mando de Sebastián Caboto.26
LA EXPEDICIÓN DE SAAVEDRA CERÓN ENVIADA POR CORTÉS Inconforme con la falta de acciones señaladas, a fines de 1526 y principios de 1527 Cortés se entregó a preparar a su propia costa esta armada, a fin de cumplir lo mejor posible el encargo real. Lo curioso es que estos planes no eran una sorpresa para él, pues desde meses atrás ya pensaba en explorar el Oriente y aun, como lo escribe al fin de su quinta Relación, se ofrecía a ir él mismo a descubrir y conquistar, con juvenil jactancia, la otra mitad del mundo: Yo me ofrezco a descubrir por aquí toda la Especiería y otras islas, si hubiere arca de Moluco y Malaca y la China, y aun de dar tal orden, que Vuestra Majestad no haya la Especiería por vía de rescate, como la ha el rey de Portugal, sino que la tenga por cosa propia y los naturales de aquellas islas le reconozcan y sirvan como a su rey y señor natural [p. 320].
Felizmente, tal ofrecimiento se quedó sólo en palabras retumbantes y Cortés se puso en obra en los trabajos prácticos. Desde 1522 estaba empeñado en la construcción de varios navíos en el astillero que había formado en Zacatula, con el propósito de “conocer el secreto de la tierra” en las costas del Mar del Sur y buscar el estrecho que comunicara ambos océanos. Durante los años de ausencia por el viaje a las Hibueras, aquella empresa debió quedar semiabandonada. Ahora, con el acicate de la orden real, debió trasladarse a Zacatula para apresurar la construcción de las naves y llevar hasta allí a lomo de indio cuanto era necesario para la expedición. Se conserva la relación de los gastos que hizo Cortés en esta armada, que ascienden a 40 251 pesos de oro y 12 tomines27 —cantidad que no incluye el costo de las naves ni los gastos de transporte de los materiales—, para la compra de herramientas de carpintería, herrería y marinería; refacciones, aparejos e instrumentos de navegación; armas, pólvora, parque y armaduras; alimentos para un largo viaje; numerosos objetos mexicanos y españoles para rescatar o hacer trueques, y muchos adelantos de pagos a
la tripulación y a los obreros del astillero, autorizados por el organizador de la armada. Como capitán de las tres naves dispuestas, Cortés designó a Álvaro de Saavedra Cerón, uno de los numerosos primos recién llegados y que debía tener experiencia como marino. Y al mismo tiempo que aprestaba los barcos y sus tripulaciones, se puso a redactar con gran cuidado las minuciosas instrucciones, que firmará en la ciudad de México, el 27 y 28 de mayo, destinadas al capitán, al veedor —que se llamaba Álvaro de Saavedra y debió ser hijo del capitán— y al contador Antonio Guiral, a quien entregó también una relación de cuanto llevaba la armada. Al capitán Saavedra Cerón, además de las prescripciones habituales, le decía cómo conducirse en las diversas circunstancias posibles con los portugueses y los nativos, y le encargaba que le enviara relación de sus descubrimientos y plantas de aquellas tierras para intentar su aclimatación en México. Entregole también una carta personal de consejos y advertencias morales, única de este tono entre los escritos de Cortés.28 El capitán llevaba, además, otras cinco cartas de Cortés: una dirigida al capitán Sebastián Caboto y otra a los hombres de su armada, informándoles de las órdenes que tenía para socorrerlos y pidiéndoles noticia de sus sucesos. Saavedra Cerón no pudo entregar estas dos primeras cartas porque Caboto, que tenía el encargo de explorar el Cipango y el Catay — nombres que había dado Marco Polo al Japón y a China—, prefirió detenerse en las costas brasileñas, pasó cuatro meses en Pernambuco y luego exploró el río de la Plata y el interior de la Argentina, y no volvió a España sino hasta julio de 1530, con 20 marinos de los 200 que había llevado. Caboto fue sometido a proceso y perdonado por su valía como navegante.29 Las otras tres cartas confiadas al capitán son notables, pues están dirigidas, la primera, “al rey de la isla o tierra adonde llegase”, y las otras, a los reyes de Cebú y de Tidore, la primera en las Filipinas y la segunda en las Molucas.30 Explícales en ellas la majestad de Carlos V, “emperador del universo”, les ofrece amistad y contratación que los favorezca y les pide noticias de las armadas perdidas. La primera comienza como la Metafísica de Aristóteles: “Universal condición es de todos los hombres desear saber”. De la isla de Cebú se tenían noticias por el diario de viaje de Magallanes-Elcano,31 donde también se menciona la buena acogida que les hizo el rey de Tidore en noviembre de 1521.32¿Cómo pudo conocer Cortés estos detalles que sólo se encuentran en el cuaderno de bitácora de aquella expedición? Merece notarse también junto a este sorprendente conocimiento, la confusión que entonces se tenía respecto a las distancias aproximadas entre el Nuevo Mundo y las islas del sudeste asiático, ya que Cortés repite que se encuentran muy cercanas. En fin, es notable la previsión lingüística que tiene Cortés, en sus Instrucciones a Saavedra Cerón, para que sus cartas puedan ser leídas por los reyes de aquellas islas remotas, y la idea que tiene de la difusión de las lenguas. Vale la pena citarlo: Ítem: daréis a los señores de la tierra donde llegardes o poblardes las cartas mías que lleváis para ellos, las cuales van escritas en latín, porque como lengua más general del universo, podrá ser, segund hay contratación en esas partes de muchas e diversas naciones a cabsa de las especierías, que halléis judíos o otras personas que las sepan leer; e no hallando tales personas, hareislas interpretar a la lengua arábiga que lleváis, porque ésta creo que hallaréis más copia por la mucha contratación que con los moros tienen; e si no tuvieren, lleváis un indio natural de Calicut; este forzado fallará lengua que lo entienda, e por medio della se podrá decir a los naturales de la tierra todo lo que quisierdes.
Había hecho traducir, pues, al latín las tres cartas a los reyes de las islas; confiaba en los judíos como hombres de muchas lenguas, y se había agenciado a un moro como traductor del árabe y a un hindú de Calicut para las lenguas orientales. ¿Qué hacían en México en 1527 estos personajes?
EL TRÁGICO DESTINO DE LA EXPEDICIÓN El capitán Saavedra Cerón y sus 110 hombres tuvieron un destino trágico y oscuro, aunque su misión logró cumplirse en parte. Inicialmeme, el 14 de julio de 1527 salió de Zacatula sólo un bergantín que hizo un reconocimiento de las costas y puertos cercanos, hasta llegar al puerto de Santiago, en Colima. Luego, debieron reunirse en Zihuatanejo las tres naves dispuestas: dos naos, la Florida, capitana, con 50 hombres, y la Santiago, al mando de Luis de Cárdenas, con 45 tripulantes; y el bergantín Espíritu Santo, al mando de Pedro de Fuentes, con 15 hombres.
Viaje de Álvaro de Saavedra a las Molucas, 1527-1528, despachado por Cortés. De Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Madrid, 1985.
Había transcurrido un año y cuatro meses desde que el emperador expidiera su cédula para que Cortés enviara auxilio a las armadas perdidas, y cinco meses desde que Cortés firmara sus laboriosas instrucciones y cartas, cuando al fin, el 31 de octubre de 1527, las tres naves al mando de Saavedra Cerón iniciaron en Zihuatanejo la navegación oceánica hacia el Oriente. Al día siguiente ocurrió la primera desgracia, pues murió maese Francisco, el cirujano de la armada, a quien se había provisto de buena botica. Pocos días después comenzó a hacer agua la capitana y no pudo precisarse el daño. Cuando habían navegado ya mes y medio, la noche del 15 de diciembre se separaron de la capitana las otras dos naves, Santiago y Espíritu
Santo, que debieron naufragar, pues nunca volvieron a verlas. Saavedra Cerón y los tripulantes de la Florida continuaron el viaje y llegaron a un archipiélago, ya en las Molucas, que nombraron de los Reyes por el día en que lo vieron. Allí encontraron, según relatará Vicencio de Nápoles: gente crecida, algo morenos, tienen largos los cabellos, no alcanzan ropa sino de unas palmas hacen masteles [bragas] y unas esteras; son tan primorosas las esteras que parecen de lejos que son de oro, con aquella se cobijan; tienen los hombres barbas como los españoles, tienen por armas una varas tostadas; lo que comen no se vido porque no tuvimos comunicación con ellos.33
El 25 de enero murió el piloto Ortuño de Arango. Días después llegaron a una isla grande, Mindanao, una de las Filipinas. Los naturales asaltaron la nave, que hacía agua, y le cortaron un ancla, pero pudo seguir adelante. En otra isla, Saavedra Cerón, siguiendo la costumbre, se sangró un brazo y bebió recíprocamente, junto con el rey local, sangre del nuevo amigo. Allí recibieron presente de comida y especias, clavo y canela, rescataron dos españoles y supieron que otros cautivos estaban en la isla de Tidore. Encontráronse luego con portugueses, con quienes pelearon, y por ellos supieron que quedaban algunos españoles de la armada de García de Loaisa con el capitán Hernando de la Torre. Los de Saavedra Cerón hallaron a este capitán en Tidore el 30 de marzo de 1528.34 En el informe que De la Torre redactó para la Corona, el 11 de junio siguiente, hizo constar la muy importante ayuda que recibió del enviado de Cortés: Sabrá Vuestra Majestad —escribió el capitán— que al tiempo que vino el capitán Sayavedra teníamos necesidad de muchas cosas… y llegó a muy buen tiempo y nos puso muy grande alegría con su venida, y nos maravillamos mucho en decir que venía de la Nueva España, porque acá había muy poca noticia de tal tierra, y trujo muchas cosas de que teníamos muy extrema necesidad, en que trujo una muy buena botica con muchas medicinas e ungüentos, e otras cosas pertenecientes a la dicha botica; y trujo ballestas y escopetas y coseletes y lanzas y plomo y otras muchas cosas; ansimismo trujo tres piezas de artillería de bronce, y dejó aquí las dos y otros siete o ocho arcabuces de hierro e otras muchas cosas excepto pólvora que no traía, e para la partida le hobieron de dar pólvora. Y por cierto, éste ha sido uno de los mayores servicios que don Hernando Cortés a Vuestra Majestad ha hecho en poner tan buena diligencia en cumplir su mandado.35
Así pudo cumplirse, en la parte que fue posible, el propósito del viaje. Saavedra Cerón reparó su nave la Florida y salió de Tidore el 3 de junio de 1528, con el propósito de volver a la Nueva España con los 30 hombres que le quedaban, a los que se unieron otros españoles; y traía 60 toneladas de clavo que le dio De la Torre. Pero llevaba también a cuatro portugueses que se apoderaron del batel y huyeron; luego encontraron a dos de ellos, los ahorcaron e hicieron cuartos. Fracasado su primer intento de retorno, tuvieron que volver. Casi un año después, el 8 de marzo de 1529, intentaron otra vez el regreso, tocando varias islas y procurando avanzar hacia el noreste, a pesar de los vientos contrarios. Al llegar al paralelo 26° de latitud norte, el 19 de octubre murió Álvaro de Saavedra Cerón. Antes de morir el capitán, animoso recomendó a su gente que tratasen de subir hasta los 30° para encontrar vientos propicios y, si no, que volviesen a Tidore.36 Tenía toda la razón, aunque se quedó corto en la desviación necesaria. Cuando Andrés de Urdaneta logró por fin realizar el “tornaviaje”, nunca antes conseguido, del Oriente hacia el Nuevo Mundo, en 1565, tuvo que subir, desde cerca de los 14° de donde partió, hasta los 39° 30' de latitud norte para encontrar
la corriente del Japón o Kuro Sivo con los vientos propicios.37 Después de la muerte de Saavedra Cerón quedó como capitán el toledano Pedro Laso, quien también murió una semana más tarde, y la nao quedó a cargo del maestre y el piloto. Subieron hasta los 31°, pero siempre con vientos contrarios, y como sólo quedaban 18 hombres, volvieron a Tidore hacia el mes de diciembre de 1529 y se reunieron con los otros españoles. Hernando de la Torre recibió a los supervivientes y se dirigió con ellos a Malaca. Allí los apresó durante dos años un capitán portugués, murieron 10 o 12 españoles más y los pocos restantes fueron llevados a Goa, en la India. Algunos de ellos lograron viajar a Portugal y luego a España en 1534, siete años después de su salida. Así terminó la expedición desastrada. Las noticias anteriores se han tomado principalmente de cuatro documentos que permiten rehacer esta historia: el diario de a bordo que llevó el capitán Saavedra Cerón hasta poco antes de su muerte; el diario de viaje y navegación del capitán De la Torre, de 1528; las noticias que dio Andrés de Urdaneta en su relación de 1535, de su encuentro con la expedición; y la relación completa de las desgracias de la armada de Saavedra Cerón que escribió en 1534, en dos versiones, uno de los sobrevivientes llamado Vicente de Nápoles.38 En la carta que escribe Cortés a Carlos V el 20 de abril de 1532, ya hace mención de que tiene informes de que los hombres de la expedición enviada al Maluco “llegaron y hicieron muy cumplidamente lo que Vuestra Majestad y por mí en su real nombre les fue mandado”.39 ¿Cómo pudo saberlo? Sólo por otro informe desconocido puede explicarse que tuviera estas noticias en 1532. Vicente de Nápoles llegó a Portugal y a España dos años después, en 1534, y gracias a Francisco Núñez, el procurador de Cortés en Castilla, viajó a la Nueva España y entregó a Cortés su relación extensa. Los libros de bitácora del capitán Saavedra Cerón, que guardaba su escribano Francisco Granados, y del capitán De la Torre fueron recibidos también por Núñez hacia 1534/1535, quien envió copia de ellos a Cortés. Y la relación de Urdaneta le fue secuestrada con sus demás papeles en Lisboa, en 1536, los que recuperó más tarde.40
EL VIAJE A ESPAÑA DE 1528 Al final de su última Carta de relación, firmada el 3 de septiembre de 1526, Cortés solicitaba del rey autorización para viajar a España y agregaba que por el momento se lo impedían el no tener dinero y el temor de que su ausencia provocase levantamientos. El último obstáculo es una vanidosa imaginación, y el primero era posible, sobre todo después de proveer los gastos de la expedición a las Molucas, que debieron dejarlo aún más enredado de dinero. Después de la sensación de vacío e incertidumbre que debió dejarle la salida de las tres naves que partieron de Zihuatanejo, en las que apostaba la vida de 110 hombres y muchos afanes y pesos, contra un destino impredecible y con el único propósito de congraciarse con el rey y acaso auxiliar a otras víctimas del afán de dominio, nada quedaba a Cortés por hacer en la Nueva España. El gobierno del tesorero Estrada le había mostrado hostilidad. Y Cortés, aun desposeído de sus poderes y amenazado por el juicio de residencia, era un vecino incómodo en aquella pequeña sociedad. El viaje a España fue su nueva ilusión y su nueva empresa.
A principios de 1528 debió recibir con alegría la carta que le envió el presidente del Consejo de Indias y obispo de Osma, Francisco García de Loaisa, en la cual le decía que le convenía venir a Castilla para que el rey le viese y conociese, aconsejándole que lo pusiese por obra con la mayor brevedad que fuese posible, ofreciéndole su favor e intercesión para que Su Majestad le hiciese merced.41
No se conserva el original de esta carta ni la respuesta de Cortés, que debió ser afirmativa. Un poco más tarde, el rey le envió una cédula, firmada el 5 de abril de 1528,42 en la cual le confirmaba sus instrucciones para que viajara a España, al mismo tiempo que le informaba la designación de Nuño de Guzmán como presidente de la Audiencia. En la misma fecha, el rey dio instrucciones a la Audiencia que estaba por venir para que se instruyera a Cortés el juicio de residencia pendiente.43 No hay incongruencia entre estas dos cédulas, sino el propósito de que, a pesar del contrasentido, se hiciese la residencia aprovechando la ausencia de Cortés, pues, como dice Herrera, su mucho poder motivaría que “por mucha autoridad que llevase el Audiencia, nunca se le tomaría a derechas la residencia si él se hallaba presente”.44 López de Gómara debió recoger de labios de Cortés los propósitos que a su vez él tenía para volver a España: A casarse por haber hijos y mucha edad; a parecer delante del rey su cara descubierta, y a darle cuenta y razón de la mucha tierra y gente que había conquistado y en parte convertido, e informarle a boca de la guerra y disensiones entre españoles de México, temiéndose que no le habrían dicho verdad; a que le hiciese mercedes conforme a sus servicios y méritos, y que le diese algún título para que no se le igualasen todos; a dar ciertos capítulos al rey, que tenía pensados y escritos, sobre la buena gobernación de aquella tierra, que eran muchos y provechosos.45
Pueden añadirse un par de motivos más de índole personal. En 1528 Cortés cumplía 43 años, de los cuales había pasado 24, más de la mitad, ausente de su primera tierra, de su padre y madre y de su gente. Era natural que quisiese volver a rescatar visiones, afectos y sabores casi olvidados. Además, como todo indiano y con la desmesura que los caracteriza, quería volver para mostrar a los suyos cuánto había hecho, cuánto tenía y cuánto se había engrandecido por su propio esfuerzo aquel mozo sin oficio ni beneficio que tantos años atrás saliera de Extremadura.
ENCARGOS, REGALOS Y ORGANIZACIÓN DEL VIAJE El 6 de marzo de 1528, desde la ciudad de México, y alrededor de un mes antes de su partida, Cortés redactó minuciosos encargos a su mayordomo Francisco de Santa Cruz, de cuanto debería hacerse durante su ausencia. Dispone que dé especial atención a Alonso de Estrada, el gobernador, y a sus abogados Juan Altamirano y Diego de Ocampo; lo instruye para que se continúen las obras en los ingenios de Tuxtla y Tipeucan, las de los molinos y las de las Casas Viejas y la cantería de las Casas Nuevas; que haga los pagos y cobros pendientes, que siga auxiliando a los monasterios de San Francisco y de Santo Domingo, en la ciudad de México, y los de Tezcoco, Huejotzingo, Cuernavaca y Tlaxcala —lo que señala los conventos que existían en aquellos años— ; le recuerda que fray Toribio Motolinía tiene carta blanca: “lo
que él vos dijere”; le encarece la atención a las obras y necesidades del Hospital de la Concepción o de Jesús; y le pide que no olvide los envíos de oro que espera en España, de tributos, cobranzas y granjerías. El último ítem es excepcional en los escritos de Cortés, por lo común impersonales y más bien secos, pues en tono casero y con preocupado encarecimiento le encarga el cuidado de un niño Amadorcico, que iba a la escuela. ¿Quién sería este niño, de quien habla como suelen hacerlo los padres?46 Durante meses recorrió sus dominios de la Nueva España para cobrar sus rentas y aun empeñar las futuras, y para recoger todo lo raro, maravilloso y valioso con que podía halagar y ganar voluntades: aves raras y hermosas, dos tigres, un tlacuache y un ayotochtli o armadillo, barriles de liquidámbar, de bálsamo y de otros aceites, mantas de pluma y de pelo, rodelas, plumajes, espejos de obsidiana, y “mil y quinientos marcos de plata y veinte mil pesos de buen oro, y otros diez mil de oro sin ley y muchas joyas riquísimas”.47 Además, desde septiembre de 1526, ya pensando en su viaje y en los muchos regalos que tenía que hacer, Cortés envió a España, inventariado en regla ante Cristóbal de Oñate, contador sustituto de Rodrigo de Albornoz, y pagando el quinto y los derechos reales, un buen conjunto de joyas de oro de manufactura indígena, que pesaron 2 359 pesos,48 probablemente remitidas a su padre, Martín Cortés. Ya cerca de su salida, con otras cartas que le contaban las muchas acusaciones que de nuevo había contra él en Castilla, le llegó noticia de la muerte de su padre, que lo entristeció mucho y al que guardó luto. Don Martín había sido, desde el principio de la conquista, su aliado y agente más seguro, y él participó, al lado de los grandes señores adictos a Cortés, en las gestiones más difíciles para levantarle la honra caída. Como entonces era necesario comprar barcos para viajar con alguna libertad ya que no comodidad, Cortés envió a Veracruz a uno de sus mayordomos, Pedro Ruiz de Esquivel, para que le comprara dos buenas naos. Algún malhechor se enteró —aparte de que el mayordomo era hombre de muchas historias— y, al cruzar la laguna de México para ir a Ayotzingo, lo mataron y medio enterraron, y desaparecieron también los indios remeros y el negro que lo acompañaba, para robarle las dos barras de oro que llevaba.49 Cortés volvió a enviar a otros mayordomos, que le compraron las dos naos y las proveyeron de abundancia de matalotaje. Con el gusto de la desmesura que tenía en este tipo de acciones, “mandó dar pregones que cualesquier personas que quisieren ir a Castilla les dará pasaje y comida de balde, yendo con licencia del gobernador”.50¿Cuántos irían con esta invitación? Con él fueron dos de sus mejores y más adictos capitanes, Gonzalo de Sandoval y Andrés de Tapia, y otros conquistadores; llevó también a un hijo de Motecuhzoma, don Pedro Tlacahuepan; a don Francisco de Alvarado Matlaccohuatzin, sobrino de Motecuhzoma;51 a un hijo de Maxixcatzin, el antiguo señor de Tlaxcala, y a otros señores indios. “Trajo ocho volteadores del palo, doce jugadores de pelota, y ciertos indios e indias muy blancos, y otros enanos y otros contrahechos; en fin —comenta López de Gómara— , venía como un gran señor”.52 Cortés y su comitiva debieron salir de Veracruz a mediados de abril de 1528, y si como dice Bernal Díaz hicieron un viaje sin escalas en 42 días, pudieron llegar al puerto de Palos
hacia fines de mayo.53
1
Carta de Hernán Cortés a su padre Martín Cortés, Tenuxtitan, 26 de septiembre de 1526, en Documentos, sección III.
2 Requerimiento y mandamiento que Marcos de Aguilar intimó a Hernán Cortés a fin de hacerle renunciar el cargo
de capitán general de la Nueva España y de la repartición de indios. Respuesta y renuncia de Cortés, Tenuxtitan, 3 de septiembre de 1526, en Documentos, sección III. 3
Cartas de Diego de Ocaña contra Cortés, México, 31 de agosto y 9 de septiembre de 1526, en Documentos, sección III. En su primera posdata, Ocaña transcribe el principio de estas Ordenanzas: Manda el señor don Hernando Cortés, capitán general y gobernador desta Nueva España y sus provincias por Sus Majestades, que porque Su Majestad le encomendó el buen tratamiento de los naturales de la tierra, que ninguno sea osado de salir desta ciudad ni de otros lugares sin su licencia o de sus tenientes, so ciertas penas. Ítem, que ninguno que tenga indios pueda vender maíz, ni les pedir más de lo que ha menester para su comer, so ciertas penas. Cortés se refiere a estas Ordenanzas, que dice haber enviado al rey, en el Segundo complemento de la quinta Relación, Tenuxtitan, 11 de septiembre de 1526, en Documentos, sección III. 4 Actas de cabildo, 1° de marzo de 1527, t. I, p. 123. 5 Carta de Hernán Cortés a Carlos V. Segundo complemento de la quinta Relación, op. cit.— Bernal Díaz, cap.
CXCIV. 6 Actas de cabildo, 22 de agosto de 1527 y 9 de diciembre de 1528, t. I, pp. 139 y 187. 7 Joaquín García Icazbalceta, Don fray Juan de Zumárraga, primer obispo y arzobispo de México (1881), edición de
Rafael Aguayo Spencer y Antonio Castro Leal, Colección de Escritores Mexicanos 41-44, Editorial Porrúa, México, 1947, 4 vols., t. I, pp. 33-35. 8
Bernal Díaz, cap. CXCIV.
9 Ibid.— Ignacio Bernal, Historia de la arqueología en México, Editorial Porrúa, México, 1979, cap. II, p. 40, da cuenta
de este saqueo. 10 Donación de tierras a doña Isabel Motecuhzoma hecha por Hernán Cortés, México, 27 de junio de 1526; y
Donación de tierras a doña Marina…, México, 14 de marzo de 1527, en Documentos, sección III. 11 Provisión de Hernán Cortés al ayuntamiento de México nombrando a Alonso de Grado juez visitador general de
la Nueva España, Temixtitan, 27 de junio de 1526, en Documentos, sección III. 12 Sumario de la residencia, t. II, p. 39. 13 Op. cit., t. I, pp. 62-63. Y en Documentos, sección IV. 14 Bernal Díaz, cap. CCV. 15 Véase Sara García Iglesias, Isabel Moctezuma, la última princesa azteca, Vidas Mexicanas 27, Ediciones Xóchitl,
México, 1946. 16 Gonzalo Fernández de Oviedo, “Diálogo del alcaide de la fortaleza de la ciudad e puerto de Sancto Domingo de la isla
Española, auctor e cronista destas historias, de la una parte, e de la otra un caballero vecino de la gran ciudad de México, llamado Juan Cano”, Historia general y natural de las Indias, lib. XXXIII, cap. LIV.— De esta entrevista he hecho una edición anotada: Colección Mar Abierto, Editorial Ambos Mundos, México, 1986. 17 Con el único nombre suyo que conocemos, Marina, no aparece en las biografías de los 19 hijos de Motecuhzoma que trae
Fernando Alvarado Tezozómoc, Crónica mexicáyotl, trad. directa del náhuatl por Adrián León, Instituto de Historia en colaboración con el INAH, UNAM, Imprenta Universitaria, México, 1949, párrafos 304-323, pp. 149-158. 18 Bernal Díaz, cap. CXCIV. 19 López de Gómara, cap. CXC. 20
Véanse Manuel Giménez Fernández, Nuevas consideraciones sobre la historia, sentido y valor de las bulas alejandrinas de 1493 referentes a las Indias, Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, Sevilla, 1944.— Luis Weckmann, Las bulas alejandrinas de 1493 y la teoría politica del papado medieval. Estudio de la supremacía papal sobre islas, 1091-1493, Instituto de Historia, Editorial Jus, México, 1949, cap. VIII, pp.253-259.— Silvio Zavala, “La partición del mundo en 1493”, Memoria del Colegio Nacional, México, 1969, t. VI, núm. 4, pp. 23-53. 21 Mariano Cuevas S. J., Monje y marino. La vida y los tiempos de fray Andrés de Urdaneta, Editorial Layac-Galatea,
México, 1943.— Enrique Cárdenas de la Peña, Urdaneta y “El tornaviaje”, Secretaría de Marina, México, 1965, con una
buena colección de documentos y mapas.— J. Ignacio Rubio Mañé, “La expedición de Miguel López de Legazpi a Filipinas”, BAGN, México, julio-diciembre de 1964, segunda serie, t. V, núms. 3-4, especialmente los incisos “Expedición de Álvaro de Saavedra Cerón, 1527-1529” y “Expediciones cortesianas en el Mar del Sur, 1532-1539”, pp. 574-629. 22 Herrera, década IIIª, lib. IX, cap. V. 23 Ibidem. 24
Cuevas, op. cit., cap. V, pp. 98-101.
25 Carta de Hernán Cortés a Carlos V. Primer complemento de la quinta Relación, Tenuxtitan, 11 de septiembre de
1526, en Documentos, sección III.— El diario de bitácora de Juan de Aréizaga, en Martín Fernández de Navarrete, Colección de viajes y descubrimientos…, ed. BAE, sección V, doc. IX, t. III, pp. 113-115. 26 Cédula de Carlos V a Hernán Cortés en que le encarga prepare una armada para buscar las de García de Loaisa
y Sebastián Caboto, Granada, 20 de junio de 1526, en Documentos, sección III. 27
Relación de los gastos de Hernán Cortés en la armada al mando de Saavedra Cerón que se dirigía a las Molucas, ca. 1528: en Documentos, sección III. 28 Instrucción dada por Hernán Cortés a Álvaro de Saavedra Cerón para el viaje a las islas del Maluco, Temixtitan,
28 de mayo de 1527. Consejos y advertencias de Hernán Cortés a su primo Álvaro de Saavedra Cerón antes de iniciar su viaje, Temixtitan, mayo de 1527. Instrucción… a Álvaro de Saavedra, veedor de la armada, Temixtitan, 27 de mayo de 1527. Instrucción… a Antonio Guiral para el desempeño de su cargo de contador de la armada, Temixtitan, 27 de mayo de 1527. Memoria del despacho que lleva Antonio Guiral para Álvaro de Saavedra Cerón, Temixtitan, mayo de 1527, los cinco en Documentos, sección, III. 29 Carta de Hernán Cortés a Sebastián Caboto informándole de las órdenes que tiene para socorrer su armada,
Temixtitan, 28 de mayo de 1527. Carta de Hernán Cortés a los hombres de la armada de Sebastián Caboto, pidiendo que le informasen de sus sucesos y ofreciéndoles auxilio, Temixtitan, 28 de mayo de 1527, en Documentos, sección III. 30 Carta de Hernán Cortés para que Álvaro de Saavedra Cerón la entregase al rey de la isla o tierra adonde
llegare, Temixtitan, 28 de mayo de 1527. Carta de Hernán Cortés al rey de Cebú, explicándole el objeto de la expedición al Maluco bajo el mando de Álvaro de Saavedra Cerón, Temixtitan, 28 de mayo de 1527. Carta de Herndn Cortés al rey de Tidore dándole gracias en nombre del emperador por el buen trato y recibimiento que hizo a la gente de la armada de Magallanes que quedó en aquella isla, Temixtitan, 28 de mayo de 1527, en Documentos, sección III. 31 “Diario de viaje” de Magallanes-Elcano, apunte de abril de 1521: entre las islas del archipiélago de San Lázaro (Filipinas),
la de Cebú o Subu: Fernández de Navarrete, op. cit., doc. XXII, t. II, pp. 532-587, ref. p. 540. 32 En noviembre de 1521 Sebastián Elcano encontró la isla de Tidore o Tidori, cuyo rey Almanzor o Zuratan Manzor les hizo
muy buena acogida: op. cit., doc. XXVII, t. II, pp. 587-588.— Cuando la expedición de Saavedra Cerón llegó a Tidore, su gobernante se llamaba Quichil Rade: op. cit., doc. XX, t. III, pp. 196-201. 33 Esta descripción aparece en la “Relación de Vicencio de Nápoles” de 1534, en el documento existente en el Archivo
General de la Nación, de México, reproducido en Luis Romero Solano, Expedición cortesiana a las Molucas, 1527, Sociedad de Estudios Cortesianos, 6, Editorial Jus, México, 1950, p. 148. Véase la nota 38 siguiente.— Repiten la descripción López de Gómara, cap. CXCI, y Herrera, década IVª, lib. I, cap. VI. 34 Fernández de Navarrete, op. cit., t. III, pp. 48-63, ref. p. 57. 35 Op. cit., “Derrotero de viaje y navegación de… Hernando de la Torre”, 1528, doc. XIV, t. III, pp. 125-171, ref. pp. 170-
171. 36 “Relación de Vicencio de Nápoles”, 1534, citada en n. 33, p. 171.— Herrera, década IVª, lib. V, cap. VI. 37 Cárdenas de la Peña, “El tornaviaje”, op. cit., cap. IV, pp. 107-122. 38 Las fuentes primarias y principales de la expedición cortesiana a las Molucas de Saavedra Cerón, que aquí se repiten, son
las siguientes: “Derrotero de viaje y navegación de… Hernando de la Torre”, 1528.
“Relación” de Andrés de Urdaneta, 1535. “Relación del viaje que hizo Álvaro de Saavedra” por el escribano Francisco Granados, s. f. “Relación de Vicente de Nápoles”, 1534: docs. XIV, XXVI, XXXVI y XXXVII, en Fernández de Navarrete, op. cit., t. III, pp. 125-171, 234-239 y 266-279. De la “Relación” de Vicencio Napolitano o Vicente de Nápoles hay dos versiones, la que recoge Fernández de Navarrete, antes citada y procede del Archivo General de Indias, de Sevilla (leg. 1° de Papeles del Maluco, 1519-1547), y otra más extensa e interesante que se encuentra en el Archivo General de la Nación, de México, dentro del Archivo del Hospital de Jesús (leg. 438, exp. 1), que fue la que recibió Cortés. La ha reproducido Luis Romero Solano, Expedición cortesiana a las Molucas, 1527, México, 1950, pp. 142-175. Las informaciones de los cronistas e historiadores acerca de esta expedición se encuentran en: López de Gómara, cap. CXCI; Bernal Díaz, cap. CC; Herrera, década IIIª, lib. IX, cap. V; década IVª, lib. I, cap. VI, y lib. V, cap. VI, con incidentes y anécdotas que sólo él recoge; Fernández de Navarrete, Viajes y descubrimientos, ed. BAE, tomos II y III, obra básica sobre la materia con transcripción de documentos; Orozco y Berra, Historia de la dominación española en México, t. I, cap. X, pp. 234-240; Romero Solano, Expedición cortesiana a las Molucas, 1527, 1950, buen estudio y reproducción de los documentos de Fernández de Navarrete y otros; y Miguel León-Portilla, Cortés y la Mar del Sur, Ediciones Cultura Hispánica, Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid, 1985, cap. II, con excelente exposición de esta historia. 39 Capítulo de carta de Hernán Cortés a Carlos V, México, 20 de abril de 1532, en Documentos, sección VI. 40 En el Memorial del licenciado Francisco Núñez acerca de los pleitos y negocios de Hernán Cortés de 1522 a
1543, Madrid, 7 de abril de 1546 (en Documentos, sección VII), en el ítem LXXIII escribe Núñez: En Dueñas recogí a Vicencio Napolitano e dile de comer muchos días e dineros para el camino. Enviele al señor marqués para que le diese relación de la armada de Locusa [del Maluco]. Lo cual puede fijarse hacia 1534 o 1535. Y añade Núñez, en el ítem siguiente, que luego llegaron el capitán Hernando de la Torre y Francisco Granados, el escribano de Saavedra Cerón; “recogilos y diéronme el libro de la armada y envié traslado al señor marqués”. 41
Herrera, década IVª lib. III, cap. VIII.
42 Cédula de Carlos V a Hernán Cortés en que le ordena se traslade a España a darle cuenta de su actuación,
Madrid, 5 de abril de 1528, en Documentos, sección V. 43 Instrucciones de Carlos V a la Audiencia de Nueva España para que tome residencia a Hernán Cortés y a los
oficiales reales, Madrid, 5 de abril de 1528, en Documentos, sección IV. 44 Herrera, ibid. 45 López de Gómara, cap. CXCII. 46
Encargos de Hernán Cortés a su mayordomo Francisco de Santa Cruz, México, 6 de marzo de 1528, en Documentos, sección III. 47 López de Gómara, ibid. 48 Joyas que Hernán Cortés envió a España desde México inventariadas por Cristóbal de Oñate, Tenuxtitan, 25 de
septiembre de 1526, en Documentos, sección III. 49 López de Gómara, ibid.— Bernal Díaz, cap. CXCV. 50 Bernal Díaz, ibid. 51 Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, Relaciones originales de Chalco Amaquemecan, trad.
del náhuatl por Silvia Rendón, Fondo de Cultura Económica, México, 1965, “Séptima relación”, p. 251. 52 López de Gómara, ibid. 53 López de Gómara (cap. CXCII) dice que Cortés llegó a España “a fin del año de 1528”. Bernal Díaz lo repite y,
equivocando el año, apunta que llegó a Castilla “en el mes de diciembre” (cap. CXCV). Esto no es posible porque Cortés dirigió un memorial al rey desde Madrid el 25 de julio de 1528 (en Documentos, sección V). Antes de esta fecha ya había pasado algunos días en Madrid, ya había tenido su primera entrevista con Carlos V en Toledo, ya había hecho su novena y pasado días más en el Monasterio de Guadalupe; en el camino se había detenido probablemente en Medellín para ver a su madre recién viuda; ya había pasado dos días en Sevilla y en Palos había atendido a su amigo Gonzalo de Sandoval. Todas estas escalas más los lentos viajes suman al menos 50 días. Los cuales, desde la fecha conocida, 25 de julio, nos retrotraen a fines de mayo, como fecha de llegada a Palos, y a mediados de abril, como fecha de salida de Veracruz. Conforme con estas suposiciones, Herrera
anota (década IVª, lib. IV, cap. I) que Cortés llegó a España “a los últimos de mayo”.
XVII. TÍTULO Y MERCEDES REALES, PERO NO EL PODER En aquellas [tierras] que yo en su real nombre he conquistado y puesto debajo de su imperial cetro, porque será vestirme de la pieza que hilé y tejí. HERNÁN CORTÉS
MUERTE DE GONZALO DE SANDOVAL Y VIAJE POR ESPAÑA En el pequeño puerto de Palos, donde desembarcó la comitiva de Cortés, el capitán Gonzalo de Sandoval enfermó gravemente. Mientras sus criados iban al monasterio cercano de la Rábida a informar a Cortés, el cordonero de jarcias que alojaba a Sandoval, aprovechándose de la debilidad del capitán doliente, le hurtó las trece barras de oro que eran su fortuna y huyó a Portugal. Sandoval recibió la visita de su jefe y amigo, a quien dejó como albacea, murió y lo sepultaron en el Monasterio de Nuestra Señora de la Rábida. Gonzalo de Sandoval fue uno de los capitanes más eficaces y fieles de Cortés, quien solía llamarlo “hijo Sandoval”. Ambos venían de Medellín y Sandoval era muy joven cuando pasó a las Indias. Bernal Díaz del Castillo estuvo junto a él en muchas de las batallas de la conquista, le tenía gran afecto e hizo de él y de su caballo un buen retrato: No era hombre que sabía letras, sino a las buenas llanas, ni era codicioso de haber oro, sino solamente tener fama y hacer como buen capitán esforzado, y en las guerras que tuvimos en la Nueva España siempre tenía cuenta en mirar por los soldados que le parecían a él y lo hacían como varones, y los favorecía y ayudaba; no era hombre que traía ricos vestidos, sino muy llanamente; tuvo el mejor caballo y de mejor carrera, y revuelto a una mano y a otra, que decían que no se habia visto mejor en Castilla ni en estas tierras, y era castaño y una estrella en la frente y un pie izquierdo calzado, decíase Motilla.1
Durante su estancia en el Monasterio de la Rábida, Cortés se encontró con Francisco Pizarro, su pariente, extremeño como él y amigo de la época de la isla Española. “Fue cosa notable — comenta Herrera— ver juntos a estos dos hombres, que eran mirados como capitanes de los más notables del mundo en aquel tiempo, aunque el uno acababa sus hechos más sustanciales y el otro los comenzaba”.2 Uno de los biógrafos de Cortés, Carlos Pereyra, ve en este encuentro de dos paisanos y conquistadores un hecho legendario, pues aquellos capitanes se encontraron “bajo el mismo techo en que hablaron Colón y fray Juan Pérez”.3 Cortés mandó informar de su llegada y de la muerte de Sandoval al rey, que se encontraba en Toledo, al presidente del Consejo de Indias, a sus amigos y protectores el duque de Béjar y el conde de Aguilar y a otros caballeros. El rey dispuso que le hiciesen honores las ciudades y villas por donde pasase, y el duque de Medina Sidonia lo recibió en Sevilla y le proporcionó buenos caballos para su viaje. No existen narraciones directas y detalladas de este viaje, salvo las muy escuetas que da
López de Gómara y las un poco más amplias pero insuficientes que ofrece Bernal Díaz, ni uno ni otro testigos. Pero con base en sus informaciones pueden presumirse otros hechos. La comitiva de Cortés debió ser de entre 50 y 80 personas: capitanes, señores indios e indios cirqueros y raros, auxiliares y servidores, y los que aceptaron la invitación abierta que hizo; más los animales, plantas, productos valiosos, joyas, papeles, etcétera, que se transportaron en dos naves. Cortés tuvo que alquilar numerosas bestias y carromatos para llevar por aquellos malos caminos y alimentar su comitiva, que al parecer no dispersó. Con todos ellos viajó, pues, de Palos y del cercano Monasterio de la Rábida a Sevilla. Aquí pasó dos días con el duque de Medina Sidonia, y en adelante él y algunos de sus acompañantes principales cambiaron las cabalgaduras alquiladas por los buenos caballos que prestó el duque. De Sevilla, en varias escalas, siguieron al Monasterio de Guadalupe. Pero como en el camino queda Medellín, es natural que se detuviera Cortés en su pueblo para ver a su madre, rezar ante la tumba de su padre, saludar a antiguos amigos y recoger papeles y bienes que don Martín le guardaba, ya que fue su primer procurador en España.
EN EL MONASTERIO DE GUADALUPE: DEVOCIÓN, COQUETERÍA Y EXVOTO La escala en el Monasterio de Guadalupe la refiere Bernal Díaz con ciertos pormenores. La pequeña imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, ennegrecida por el tiempo e ilustrada con piadosas leyendas, fue desde el siglo XIV de las mayores devociones de España, y en especial de Extremadura. Era, pues, natural que Cortés la compartiera, y él tenía, además, una acción de gracias especial que cumplir. Dice Bernal Díaz que Cortés hizo allí su novena y, entre rezo y rezo, tuvo la ventura de encontrar a doña María de Mendoza, mujer del poderoso secretario de Carlos V y comendador mayor de León, don Francisco de los Cobos. Doña María traía también su comitiva y en ella “una doncella su hermana, que era muy hermosa”. Aunque para entonces ya estaban convenidas las bodas de Cortés con doña Juana de Zúñiga, por negociaciones hechas por su padre con el duque de Béjar y el conde de Aguilar, el conquistador viajero coqueteó alegremente con la doncella doña Francisca. Su estilo eran los regalos abrumadores: comenzó a hacer grandes presentes de muchas joyas de oro, de diversidad de hechuras, a todas aquellas señoras, y después de las joyas dio penachos de plumas verdes llenos de argentería y de oro y perlas, y en todo lo que dio fue muy aventajado a la señora doña María de Mendoza y a la señora su hermana; y después que hubo hecho aquellos ricos presentes, dio para sí sola a la señora doncella ciertos tejuelos de oro muy fino para que se hiciese joyas; y tras esto mandó dar mucho liquidámbar y bálsamo para que se sahumasen, y mandó a los indios maestros de jugar el palo con los pies que delante de aquellas señoras les hiciesen fiesta y trajesen el palo de un pie a otro, que fue cosa de que se contentaron y aun se admiraron de verlo; y además de todo esto, supo Cortés que de la litera en que había venido la señora doncella se le mancó una acémila, y secretamente mandó comprar dos muy buenas y que las entregasen a los mayordomos que traían cargo de su servicio; y aguardó en aquella villa de Guadalupe hasta que partiesen para la corte, que en aquella sazón estaba en Toledo, y fueles acompañando y sirviendo y haciendo banquetes y fiestas, y tan gran servidor se mostró, que lo sabía muy bien hacer y representar, que la señora doña María de Mendoza le movió casamiento con la señora su hermana.4
Tantas fiestas y regalos para nada, pues el dispendioso galán ya estaba bien comprometido.
Bernal Díaz supone que de haberse llevado adelante estas bodas con la doncella Mendoza que entusiasmaba a Cortés, éste hubiese alcanzado la gobernación que no tuvo. Y añade el cronista con cierta ingenuidad que los favores que recibió Cortés del rey se debieron a la carta de elogios para el conquistador que doña María escribiera a su marido De los Cobos. Además de la devoción y el juego de coquetería y halagos interesados, Cortés había ido a Guadalupe con otro propósito: ofrecer a la Virgen un exvoto en agradecimiento a un favor recibido. En la descripción más antigua existente, de 1597, de las preseas que tenía el camarín de la Virgen de Guadalupe de Extremadura, dice fray Gabriel de Talavera: Está también un escorpión de oro, engaste de otro verdadero que encierra. Ofreciolo Fernando Cortés, marqués del Valle, honra, valor y lustre de nuestra España. Dio ocasión a esta dádiva el milagro famoso, que en su defensa obró Nuestra Señora: habiéndolo mordido un escorpión y derramado tanto veneno por su cuerpo que le puso en peligro de perder la vida, puesto en este estrecho, volvió los ojos a Nuestra Señora suplicándole le acudiera en tanta necesidad. Fue Su Majestad servida de oír su petición no permitiendo pasara adelante el daño. El famoso capitán, agradecidísimo de la merced, vino de lo más remoto de las Indias a esta santa casa, año de mil y quinientos veintiocho, y trujo este escorpión de oro y el que le había mordido dentro. En este engaste y pieza de mucho valor y de maravilloso artificio en que los indios se aventajaron.5
En un inventario posterior, de 1743, se describe el exvoto como de oro, con mosaicos verdes, azules y amarillos, con 43 esmeraldas y 4 perlas, y se repite que la joya es hueca y tiene dentro el escorpión que mordió a Cortés;6 y en otro inventario se añade un dibujo de la joya. Federico Gómez de Orozco, el primero en llamar la atención sobre este exvoto, refiere que en algún viejo documento leyó: “que yendo Cortés cierto día a visitar sus campos de moreras ubicados en Yautepec (actual estado de Morelos), fue picado por un alacrán, de los muchos muy ponzoñosos que hay en la Tierra Caliente”.7 Ahora bien, el exvoto de Cortés no se encuentra ya entre las joyas que guarda el Monasterio de Guadalupe. Y en cambio, en el museo del Instituto de Valencia de don Juan, de Madrid, se conserva una joya que se supone la cortesiana. Por las fotografías de la pieza existente, comparándolas con el dibujo hecho en el siglo XVIII, puede deducirse que, aunque tienen alguna semejanza, la joya de Madrid no es la de manufactura indígena que llevó Cortés a Guadalupe, sino más bien una joya europea, como lo supone Manuel Toussaint.8
El exvoto de Cortés, según el dibujo del inventario de alhajas de la Virgen de Guadalupe en Extremadura, España.
PRIMERA ENTREVISTA CON CARLOS V Del Monasterio de Guadalupe, Cortés y su comitiva se dirigieron a Toledo para la primera entrevista con Carlos V, uno de los momentos culminantes en la vida del conquistador. Cuenta Bernal Díaz que los grandes señores amigos de Cortés refirieron a éste que el rey había dicho “que tenía deseos de ver y conocer su persona, que tantos buenos servicios le ha hecho y de quien tantos males le han informado que hacía con mañas y astucias”. Y era verdad lo uno y lo otro. Sigue contando el cronista que el rey le mandó señalar posada y que el día que lo recibió, fue acompañado por el almirante de Castilla, el duque de Béjar y el comendador mayor de León, como sus intercesores; y que después de arrodillarse, el rey le mandó levantarse, y en seguida, Cortés le expuso sus servicios y conquistas, el viaje a Honduras y lo acaecido mientras tanto en México, y que en fin le presentó un memorial donde le narraba “todas las cosas muy por extenso como pasaron”.9 Esta noticia del memorial presentado en la primera entrevista es incierta. El memorial de Hernán Cortés que se conoce es el que, días más tarde de esta entrevista, dirigió al rey desde Madrid, fechado el 25 de julio de 1528, que se comentará adelante.
Aunque Herrera dice que el emperador “holgó de ver los hombres, los animales, la diversidad de cosas que traía de los indios, y a todos daba gusto y satisfacción”,10 más bien pudo ocurrir que el atareado Carlos V, que en aquellos días andaba preocupado por su primer ataque de gota y por el desafío que le había lanzado al rey de Francia, Francisco I, y que éste había aceptado, sólo dedicara unos minutos a ver las exhibiciones indianas preparadas por Cortés y que luego encargara al secretario De los Cobos que se ocupara de darles destino a los presentes recibidos. “Adoleció Cortés”, cuenta Bernal Díaz; lo cual pudieron causar la emoción de la entrevista real, de la que pendía su destino, y las pesadas comidas españolas, cuyo hábito había perdido. Y añade el cronista que “llegó a estar tan al cabo que creyeron que se muriera”. Sus amigos poderosos lo informaron al rey y le pidieron “que pues Cortés tan grandes servicios le ha hecho, que le fuese a visitar antes de su muerte a su posada”. El rey, muy acompañado de nobleza fue a visitarlo, “que fue muy gran favor, y por tal se tuvo en la corte”. Cortés no murió, sino que sanó pronto y comenzó a sentirse “privado de Su Majestad”. Y en la misa de un domingo, cuando ya el rey estaba en la iglesia acompañado de los nobles y los altos funcionarios sentados en sus asientos, llegó Cortés: tarde a misa, sobre cosa pensada, y pasó delante de algunos de aquellos ilustrísimos señores, con su falda de luto alzada, y se fue a sentar cerca del conde de Nasao, que estaba su asiento más cercano al emperador; y de que así lo vieron pasar delante de aquellos señores de salva, murmuraron de su gran presunción y osadía y tuviéronlo por desacato.11
Los nobles que le eran adictos defendieron su comportamiento. Pero así fuera el mayor conquistador, aquél había sido un acto de jactanciosa malacrianza, que debió hacer parar mientes al rey y a los miembros del Consejo de Indias en la urgencia de jalar las riendas a hombre tan ensoberbecido.
LOS AVISOS DEL MEMORIAL DE 1528 Carlos V pidió a Cortés durante su entrevista que le precisara cuáles eran sus pretensiones de mercedes y le diera sus opiniones acerca de ciertos puntos importantes para el gobierno de la Nueva Esparía: la política que debía seguirse con la población indígena, la manera de realizar la “conquista espiritual” de esa población, y cómo aumentar las rentas reales. Tales peticiones y opiniones las manifestó en su memorial de 1528.12 Cortés, que había conocido directamente lo ocurrido en la isla Española y en Cuba, con la aniquilación de la población nativa, por la brutalidad de la explotación de que la hicieron víctima los españoles, aconseja como punto principal y base de todos los demás, “la conservación y perpetuación de los naturales” de la Nueva España, gracias al buen trato. No lo mueven razones de justicia y humanitarismo, como a fray Bartolomé de las Casas, sino motivos de orden práctico: “faltando estos [los indios], todo lo demás que se quisiese proveer sería sin cimiento”. Y añade otra observación muy aguda, originada por un sabio consejo que le diera Motecuhzoma, y que muestra lo bien que entendió la psicología de los indígenas: además de bien tratados, “conservados en sus pueblos y orden que tenían antes en el
regimiento de ellos”. Así lo había hecho Cortés. La segunda de sus recomendaciones se refiere a la necesidad de que la evangelización la realicen “pastores de la Iglesia, que sean tales”, y que su doctrina no sea sólo de palabras sino de ejemplo, para evitar las suspicacias de los naturales frente a predicadores “profanos en hábitos y obras”. Respecto a la manera de acrecentar las rentas reales, Cortés vuelve a una vieja idea suya: los repartimientos de tierras deben darse a los españoles “como cosa propia”, a fin de que planten las granjerías más provechosas y con ello se aumenten las rentas reales. Y sugiere otras posibilidades: que se paguen alcabalas por lo que se vende o compra; o bien, que quienes reciben pueblos paguen por ellos una contribución determinada; y que se considere qué es más provechoso para las rentas reales: que los pueblos principales estén asignados al rey —lo que el opinante considera que ha sido la causa de que esos pueblos estén mal tratados y hayan decaído— o bien, que se repartan a particulares y produzcan buenos tributos. Ramón Iglesia observó con perspicacia que en Cortés encuentra “dos ideas básicas que informan toda su política: conseguir a toda costa la conservación de los indios y lograr el arraigo de los españoles en las tierras nuevas”.13
LA MERCED REAL DE 23 000 VASALLOS Como Cortés había sido el primer repartidor y administrador de la tierra, había ocupado o se había otorgado a sí mismo en encomienda, o bien había comprado a los indios, varios pueblos y regiones de la Nueva España. Para afirmar su posesión de estas tierras y sus vasallos, se propuso obtener del rey mercedes en recompensa de sus servicios a la Corona. Ésta fue una larga negociación que iría a tener, posteriormente, muchos ajustes y problemas. El primer esbozo que hace Cortés de las tierras que solicitará del rey como merced, lo comunica a su padre, Martín Cortés, en la carta que le escribe desde México el 26 de septiembre de 1526, sin duda para que dicha lista la transmitiera a la Corona. Ya en España, en el memorial de peticiones que redacta en Madrid el 25 de junio de 1528, después de su entrevista con el rey, da una nueva lista de los pueblos que quiere, con modificaciones y adiciones respecto a la primera. Finalmente, un año más tarde, el rey firma en Barcelona, el 6 de julio de 1529, la merced de 23 000 vasallos en la que aparece la lista de pueblos que otorga a Hernán Cortés,14 el más importante de los dones que recibe, al lado del título de marqués. En esta última lista, preparada por los miembros del Consejo de Indias, que tenían una noción muy vaga de los pueblos de Nueva España, los nombres aparecen a menudo enrevesados. En el cuadro siguiente, modernizando las denominaciones, se dan sus correspondencias, a veces aproximadas, y se altera el orden original de la segunda y la tercera columnas para poder registrar su continuidad:
Aunque el número de pueblos de las tres listas tiene una variación moderada (23, 20 y 22), los pueblos mismos sí cambian mucho. Entre la primera y la segunda listas hay 15 coincidencias; entre la segunda y la tercera, 11 coincidencias; y entre las tres sólo siete. Es posible que, además del memorial de 1528, Cortés haya entregado al Consejo de Indias otra lista alternativa de pueblos que desearía recibir, lo cual podría explicar los 11 pueblos que se le conceden y que no había solicitado en el memorial conocido.
En la asignación de pueblos que se dan a Cortés puede advertirse la intención de cambiarle cabeceras importantes como Tezcoco, Chalco, Otumba y Huejotzingo, por pueblos menores lejanos de la ciudad de México. Sin embargo, se le mantuvo Coyoacán, que incluía Tacubaya y otros pueblos, junto a la capital. En términos generales, las regiones en que se concentraron los pueblos señalados a Cortés son las de Cuernavaca, las Cuatro Villas en Oaxaca, el istmo de Tehuantepec, Coyoacán, Tuxtla y Cotaxtla (Veracruz), Charo-Matalcingo (en Michoacán) y el valle de Toluca. Además de los tres documentos relacionados con la merced real, existe una Instrucción secreta, del 5 de abril de 1528, enviada por el rey a la primera Audiencia de la Nueva España, que llegará ocho meses más tarde, en la que se señalan los pueblos que deben asignarse a la Corona.15 Debió elaborarla el Consejo de Indias con base en informes enviados por el entonces gobernador Estrada, y de los que pudo dar el contador Albornoz, quien se encontraba en Castilla por aquel tiempo. La lista de estas “cabeceras que Su Majestad mandó poner en su real corona” es la siguiente: La gran ciudad de Tenustitlan-México Tezcoco y su tierra Tamazula, donde hay minas de plata, con su tierra Zacatula y su tierra Cempoala y su tierra * Tehuantepec Tututepec Tlaxcala y su tierra Huicicila, en Michoacán, que es cabecera de provincia, con su tierra Acapulco y su tierra, donde se hacen los navíos del sur * En la provincia de Oaxaca, Cuilapan, que es la cabecera, con su tierra, donde están las buenas minas de oro Soconusco Guatemala Todos los puertos de mar Los lugares de españoles que están poblados y se poblaren.
Como puede advertirse, dos de estos lugares, Tehuantepec y Cuilapan, en Oaxaca, que por esta instrucción se reservaban para la Corona, se concedieron a Cortés en la merced de julio de 1529. Sobre todo la concesión de Oaxaca, en la que además Antequera se volverá ciudad de españoles, con cédula real desde el 25 de abril de 1532, será causa de múltiples fricciones con la primera y la segunda Audiencias. Los integrantes de esta última parecen no haber conocido esta Instrucción secreta, pues tuvieron que llegar, por su propio discernimiento, a las mismas conclusiones. El oidor Salmerón sugería a Carlos V en 1531 que las mercedes de pueblos concedidos a Cortés se juntaran “todo a un lado, y no tan sembrado por toda la tierra” y que cediera lo de Oaxaca.16 Y por su parte, el presidente de la Audiencia, don Sebastián Ramírez de Fuenleal, en un Parecer de 1532, enumeraba cuidadosamente los pueblos y provincias de Nueva España “que deben quedar en Vuestra Majestad ahora y para siempre”, entre los cuales incluía muchos de los concedidos a Cortés y a otros conquistadores y
pobladores. Esta lista de Ramírez de Fuenleal coincide en lo principal con los pueblos enumerados en la Instrucción secreta de 1528, añade otros, sobre todo de producción minera, y tiene la falla de olvidar los puertos.17 La cédula de merced de Carlos V, después de enumerar los 22 pueblos citados, dice que se le dan a Cortés “veintitrés mil vasallos y jurisdicción civil y criminal” sobre ellos. ¿Eran vasallos sólo las cabezas de familia que pagaban tributo o todos los habitantes de los pueblos? Cortés afirmaba que debían ser exclusivamente los primeros y la segunda Audiencia creía que tenían que ser todos los últimos. Esta discusión y la muy difícil cuenta de los vasallos van a ser cuestiones muy debatidas años adelante. Además de esta merced mayor, Cortés obtiene en 1529 dos más que se refieren a tierras: la de los peñoles de Xico y Tepeapulco, en la laguna de México, para que cace y se recree, y otra más de enormes extensiones urbanas, los terrenos que se encuentran entre las calzadas de Chapultepec y de Tacuba, desde los límites de la ciudad hasta este último pueblo; las Casas Nuevas, asiento actual del Palacio Nacional, y las Casas Viejas, entre la Plaza Mayor y las calles de San Francisco, Tacuba y la actual Isabel la Católica, donde vivía don Hernán.18
HONORES Y CONCESIONES, PERO NO EL PODER Además de estas cédulas de mercedes territoriales, Cortés recibió también en Barcelona, y en la misma fecha del 6 de julio de 1529, dos cédulas importantes más, la que le concedía el título de marqués del Valle de Oaxaca y la que lo nombraba de nuevo capitán general de la Nueva España, incluyendo las provincias de la Mar del Sur.19 El título nobiliario de marqués se reservaba a los señores de una gran tierra y se daba como remuneración de servicios notables a la Corona. Dentro de la escala de la nobleza y después de los príncipes o sucesores reales, era el segundo en importancia (duque, marqués, conde, vizconde y barón). Después de Cortés, sólo se daría el título de marqués, de la Conquista o de Charcas, a Francisco Pizarro, el conquistador del Perú. Era, pues, el título más alto al que podía aspirarse por las acciones personales y no por la sangre. Además de las concesiones que solía implicar, era sobre todo un rango social, una preeminencia. Probablemente Cortés mismo, con intenciones de dominio territorial, sugirió el nombre de Valle de Oaxaca. Pero ocurrió que de todas las mercedes de tierras que recibió, la de Oaxaca fue la más disputada y controvertida. Oaxaca fue para él motivo de pleitos, y la ciudad misma, Antequera, acabó por perderla, aunque conservara las llamadas Cuatro Villas, que llegaron a pagarle importantes tributos, sobre todo a los descendientes del mayorazgo. Por ello, y para abreviar, Hernán Cortés fue, a partir de 1529, el marqués del Valle. Por estos mismos días obtuvo licencia real para fundar un mayorazgo. No formalizará su constitución sino hasta principios de 1535, en Colima20 cuando su hijo Martín, el sucesor, tenía ya tres años y Cortés emprendía un viaje peligroso a lo que hoy es Baja California. La cédula que lo nombraba capitán general de la Nueva España y de la Mar del Sur fue el único nombramiento político que obtuvo. Este cargo comenzó por dárselo, o hacer que se lo
diera el primer ayuntamiento de Veracruz, al iniciarse la conquista de México en 1519; en 1522 Carlos V le concedió su primer reconocimiento nombrándolo gobernador, capitán general y justicia mayor; y en 1526 el juez Ponce de León, que vino a México a tomarle residencia, le quitó la gobernación, y meses más tarde, en el mismo año, Marcos de Aguilar lo obligó a renunciar al cargo de capitán general. Cortés sabía bien que el mando militar carece de toda autonomía cuando tiene sobre él una autoridad superior, gobernador o Audiencia con poderes ejecutivos. Por ello, insistió más allá de la discreción en recibir el cargo de gobernador. Aunque para entonces existía en México una Audiencia, él esperaba que pudiera limitarse, como después ocurrió cuando hubo virrey, a ser el tribunal judicial. En un documento previo a esta cédula, Carlos V escribió a Cortés, desde Zaragoza — adonde Cortés había seguido a la Corte—, el 1° de abril de 1529, una carta en respuesta a otra del conquistador, que no se ha encontrado, en la cual debía pedirle expresamente la gobernación; y el rey le dice con toda claridad: En lo de la gobernación… que yo holgara que se pudiese buenamente hacer, pero no conviene, por muchos respetos; y porque veáis que tengo toda la voluntad para haceros merced, he por bien que entre tanto que viene la residencia y se va, llevéis título de nuestro capitán general de toda la Nueva España y provincias y costas del Mar del Sur.21
La residencia vino pero nunca se fue, y Cortés no volvió a ser gobernador de Nueva España. Explicando los motivos reales, López de Gómara comentó: Pidió la gobernación de México y no se la dio, porque no piense ningún conquistador que se le debe; que así lo hizo el rey don Fernando con Cristóbal Colón, que descubrió las Indias, y con Gonzalo Hernández de Córdoba, Gran Capitán, que conquistó Nápoles.22
OTRAS GESTIONES, NEGOCIACIONES Y AMISTADES Aunque se le negaba, y con razón, el poder, Hernán Cortés aprovechó aquel corto verano de buenas relaciones con la Corona para obtener otras cédulas que ponían orden, cuando menos en los papeles, en cuestiones pendientes e importantes para él: para que la primera Audiencia respetara sus propiedades en la Nueva España durante su ausencia, lo que no se cumplió; para que se le pagaran los gastos de la expedición de rescate a las Molucas, pago que los herederos continuaban litigando en el siglo XVIII; para que se le devolvieran 8 000 pesos que le enviaban y destinaba para su viaje en España; para que se le devolviera la multa de 12 000 pesos que le impuso la primera Audiencia por haber jugado, lo cual debió cumplir la segunda Audiencia; y para que esta nueva Audiencia le hiciera justicia en sus causas.23 Después de haber despachado, a fines de 1527, la armada al mando de Saavedra Cerón que iba a las Molucas a socorrer la armada extraviada de García de Loaisa, Cortés continuaba con el propósito de explorar la costa del Pacífico, que al norte del hoy estado de Sinaloa seguía siendo desconocida. Con tal designio, negoció y se le concedió, a fines de 1529, una capitulación y una provisión en las que se establecía que, en sus exploraciones, debería respetar las tierras ya concedidas a gobernadores, es decir, las de la provincia de la Nueva Galicia concedidas a Nuño de Guzmán; que los gastos serían por cuenta de Cortés; que
disfrutaría de una doceava parte de las tierras descubiertas; que recibiría el título de gobernador de dichas tierras, y que podría nombrar en ellas justicias.24 Estas exploraciones en la costa occidental de México serían la empresa principal a que se dedicaría Cortés en los años que siguieron a su regreso. Durante esta estancia en España, Cortés hizo una singular amistad, sobre la cual ha llamado la atención J. H. Elliott, con Juan Dantisco, embajador polaco ante la corte imperial. Y este embajador, amigo de Copérnico y centro de un amplio círculo de humanistas que incluía a Erasmo y a Juan de Valdés, celebró su amistad y admiración por el conquistador en un poema latino que escribió después de que Cortés volvió a Nueva España. “El gran Cortés —escribió el poeta Dantisco— está lejos, el hombre que descubrió todos esos inmensos reinos del Nuevo Mundo. Él gobierna más allá del Ecuador, hasta la estrella del Capricornio, y aunque esté muy lejos no me olvida”.25
REGALOS AL PAPA Y BULAS Mientras que Cortés seguía a la Corte de Carlos V a Zaragoza, hacia el mes de abril envió a Roma a uno de sus soldados, que era hidalgo, Juan de Rada (o de Herrada, como escribe Bernal Díaz), ante el papa Clemente VII. Llevaba “un rico presente de piedras ricas y joyas de oro, y dos indios maestros de jugar el palo con los pies”, un memorial de lo que había hecho Cortés en la Nueva España y ciertas peticiones. Según Bernal Díaz, único relator de estos hechos, el papa y sus cardenales se holgaron mucho de ver la habilidad de los indios, Su Santidad elogió los grandes servicios que Cortés y sus soldados hicieron a Dios, al emperador Carlos V y a la cristiandad, y envió a sus soldados bulas e indulgencias. Rada y sus acompañantes estuvieron diez días en Roma y el papa hizo al soldado conde palatino, le dio ciertos ducados y una recomendación para le lo hiciesen capitán y le diesen indios en encomienda.26 El memorial que envió Cortés al papa acaso se guarde en el Archivo Vaticano, y no se conocen las bulas para librar de sus pecados a los soldados de la conquista. En cambio, se conocen las dos bulas que Clemente VII envió a Cortés, ambas firmadas en Roma, el 16 de abril de 1529.27 Por la primera de ellas, el papa legitima a tres de los hijos bastardos de Hernán Cortés: a Martín Cortés, el hijo que tuvo con doña Marina o la Malinche; a Luis de Altamirano, el hijo que tuvo con la española Antonia o Elvira Hermosillo; y a Catalina Pizarro, hija de Leonor Pizarro, residente en Cuba, quien luego casó con Juan de Salcedo. Su padre tuvo por esta Catalina, que se llamaba como su madre y que debió ser su primogénita, especial predilección. La segunda de las bulas tiene dos partes, la que concede a Cortés el patronato del Hospital de la Concepción o de Jesús, que el conquistador construía en la ciudad de México, y al que siempre dio especial atención. Esta primera parte no presentó problemas. En cambio, en la segunda el papa autorizó a Cortés a recibir los diezmos y primicias de las tierras que le pertenecían, los cuales se aplicarían a la construcción de iglesias y hospitales. La Corona prohibió a Cortés el uso de esta exención, ya que se oponía a lo convenido con la Santa Sede
en el Real Patronato.28 Sorprende que no se le haya ocurrido a Cortés viajar él mismo a Roma, con sus informes, regalos e indios. Sus Cartas de relación habían sido traducidas al latín y al italiano y él debió ser un personaje admirado. Su presencia en la corte pontificia hubiera sido muy sonada, aunque es posible que sus negocios ante la corte española no le permitieran ausentarse. Por otra parte, pudo desaconsejar el viaje la inmediata llegada de Carlos V, a quien el papa ceñiría en Bolonia, el 22 de febrero de 1530, la corona de hierro de Lombardía, y dos días más tarde la corona de emperador. Cortés aprovechó su estancia en España para hacer varias gestiones relacionadas con la iglesia novohispana. Según Antonio de Herrera, negoció para el obispo de México, fray Juan de Zumárraga, merced de los diezmos eclesiásticos a partir del 12 de diciembre de 1527 y hasta que se declarasen los límites de su obispado, para ayuda de sus obras. Gestionó también ayudas para la construcción de monasterios franciscanos y para la enseñanza de los niños indios, así como ornamentos, harina y vino para consagrar; autorización para fundar en México un monasterio de monjas franciscanas destinado a indias principales, como los que ya existían en Tezcoco y Huejotzingo; envío de mujeres beatas, de las Órdenes de San Francisco y San Agustín, para que fundasen monasterios, y la promesa de que se enviarían más frailes para que no aflojase la conversión.29 El emperador dispuso que a los indios que había llevado Cortés, así como a otros que estaban en España, se les vistiese y diesen algunos regalos. Y encargó a fray Antonio de Ciudad Rodrigo los acompañase de vuelta a sus tierras y que les comprasen imágenes y cosas de devoción.30 Con este fraile viajaban a la Nueva España fray Bernardino de Sahagún, quien iría a ser investigador eminente de la cultura del México antiguo y, durante el viaje, estos indios le dieron sus primeras lecciones de náhuatl.
LA BODA CON DOÑA JUANA DE ZÚÑIGA Hernán Cortés tenía en 1529 44 años, llevaba siete de viudo de doña Catalina Xuárez, “tenía mucha fama y hacienda” y aún no tenía hijos legítimos a quienes heredar. Después del escarceo con la doncella doña Francisca de Mendoza, formalizó su compromiso con doña Juana Ramírez de Arellano de Zúñiga. Éste era un matrimonio de conveniencia social y económica. Lo habían negociado, en nombre del ahora marqués del Valle, su padre Martín Cortés y el duque de Béjar, don Arellano de Zúñiga. Doña Juana era sobrina del duque e hija del conde de Aguilar, don Carlos Ramírez de Arellano; y según López de Gómara, quien debió conocerla, era “hermosa mujer”.31 Lo único que sabemos de ella, además, es que Cortés le dio como regalo de bodas las famosas esmeraldas, en cuya descripción y ponderación se extiende el capellán de Cortés e historiador: Traía Cortés cinco esmeraldas, entre otras que hubo de los indios, finísimas, y que las estimaban en cien mil ducados. La una era labrada como rosa, la otra como corneta, y otra un pece con los ojos de oro, obra de indios maravillosa; otra era como campanilla, con una rica perla por badajo, y guarnecida de oro, con “Bendito quien te crió” por letra; la otra era una tacica con el pie de oro, y con cuatro cadenicas para tenerla, asidas en una perla larga por botón; tenía el bebedero de
oro, y por letrero Inter natos mulierum non surrexit major [“Entre los nacidos de mujer no ha existido uno mayor”, San Mateo, XI, 2]. Por esta sola pieza, que era la mejor, le daban unos genoveses, en la Rábida, cuarenta mil ducados, para revender al Gran Turco; pero no las diera él entonces por ningún precio, aunque después las perdiese en Argel cuando fue allá el emperador.32
Como murmuración, que luego suprimió, añadía López de Gómara que la emperatriz Isabel, cuando supo de las esmeraldas, quería verlas y tenerlas, diciendo que las pagaría el emperador; y Cortés se excusó afirmando que ya las había dado a doña Juana. Lo cual, añadido a ingratitudes con otros grandes señores, resfrió sus negocios en la corte. De estos meses cortesanos se refiere el encuentro que tuvo Cortés con un don Pedro de la Cueva, “hombre feroz y severo”, mayordomo del rey. Después de la más reciente andanada de acusaciones contra el conquistador, hechas por Pánfilo de Narváez, Carlos V había decidido enviar a don Pedro para que, si los males que se decían eran verdad, le cortase la cabeza. El chubasco pasó y don Pedro de la Cueva conoció a Cortés, honrado y ennoblecido, y ambos reían mucho de aquel proyecto y decíale éste: “A luengas vías luengas mentiras”.33 ¿Cuándo y dónde casó Cortés? En una de las muy interesantes cartas que escribió el conquistador Diego de Ordaz a su sobrino Francisco Verdugo, desde Toledo, el 2 de abril de 1529, le cuenta: El gobernador y nuevo marqués del Valle partió desta corte el segundo día de Pascua Florida, que se contaron 29 de marzo. Vase a Béjar a casarse, y de allí a ver a su madre, y a Sevilla a se embarcar.
Así pues, después de haber estado en Zaragoza con el rey, en el curso de abril debió ser la boda, en tierras salmantinas y en la villa de Béjar del duque de ese nombre, que había sido promotor principal del matrimonio. En julio, Cortés siguió a Carlos V a Barcelona, donde recibió las cédulas de honores y mercedes, y se despidió del emperador, que embarcó el día 29 para Italia. En otra carta, del 23 de agosto de 1529, Ordaz dice que Cortés estuvo con su mujer en Mérida, no lejos de Medellín, su pueblo natal, donde recibió noticias de lo que pasaba en Nueva España. Por otra parte, la reina Juana había ordenado que se concedieran honores y facilidades a la pareja en su viaje por Béjar y por Sevilla.34 ¿Cómo era doña Juana y cómo fueron sus relaciones con Cortés? De ella sólo se conserva, por ahora, un fragmento de la carta que envió a su marido en 1536, cuando tardaba demasiado en volver de su expedición a California, en palabras que muestran que lo entendía y que tenía buen estilo: y escribió muy afectuosamente al marqués, su marido —cuenta Bernal Díaz—, con palabras y ruegos que luego se volviese a México, a su estado y marquesado, y que mirase los hijos e hijas que tenía, y dejase de porfiar más con la fortuna y se contentase con los heroicos hechos y fama que en todas partes hay de su persona.35
Acerca de doña Juana, ya viuda, encuentro un par de indicios. Cuando en 1549 el escribano Francisco Díaz fue a Cuernavaca con el objeto de hacer el inventario de los bienes de Cortés, solicitado por los herederos y autorizado por el rey, la marquesa doña Juana, a quien no parecieron agradarle estos actos testamentarios promovidos por su hijo Martín, heredero del marquesado, no se dignó hablar con el escribano, ni permitió el paso a sus aposentos en la
parte superior de la casa, ni consintió que entrasen en el inventario sus joyas y ropas personales. Doña Juana se limitó a comisionar a su camarera, Lucía de Paz —que debió ser pariente de Cortés— para que guiase al escribano y le mostrase las pertenencias del difunto marqués del Valle.36 Otro rasgo de la “imperiosa y arrogante” doña Juana aparece, años más tarde, en un juicio seguido contra ella en 1550. La marquesa daba un trato humillante a su hijastra Catalina Pizarro y, con la complicidad del apoderado y albacea testamentario, el licenciado Juan Altamirano, forzó a la muchacha a firmar documentos por los que cedía sus propiedades cercanas a Cuernavaca y, también contra su voluntad, y con la ayuda del duque de Medina Sidonia, Catalina fue internada en el convento dominico de la Madre de Dios, en Sanlúcar de Barrameda, donde, como las heroínas de las Crónicas italianas de Stendhal, debió pasar el resto de su triste vida. Consta que allí estaba en 1565.37
Estatua orante de doña Juana de Zúñiga. Diego de Pesquera, 1575. Antecapilla de la Casa de Pilatos, Sevilla. Cortesía de Antonio Sánchez González, director del Archivo Ducal de Medinaceli.
Estatua orante de doña Juana Cortés, hija del conquistador. Diego de Pesquera, 1575. Antecapilla de la Casa de Pilatos, Sevilla. Cortesía de Antonio Sánchez González, director del Archivo Ducal de Medinaceli.
En fin, de doña Juana de Zúñiga existe una estatua orante, junto a otra de su hija Juana Cortés.38 La figura está tan cubierta por un gran manto que sólo deja descubierta la cara y parte de las manos. La estatua, obra de Diego de Pesquera y de pobre factura artística, está hecha en 1575, cuando doña Juana ya era anciana, por lo que su representación debe ser convencional: nariz recta y altiva, grandes ojos saltones, boca pequeña y tensa, mentón prominente y largas manos sin joyas. De Cortés para su segunda mujer no se ha encontrado carta alguna que permita adivinar sus relaciones y sentimientos. Lo único que se conoce es un fragmento de recado, escrito hacia 1535 cuando Cortés se encontraba en Zacatula, que sólo muestra un pique irónico para Pedro de Alvarado: Señora: mucho os encargo toméis cuidado de que sea curado mi halcón el Alvarado, que sabéis mucho quiero, por lo que a vos lo encomiendo.39
Y una alusión en la última carta que escribe Cortés a Carlos V en 1544: porque he sesenta años y anda en cinco que salí de mi casa, y no tengo más de un hijo varón que me suceda, y aunque tengo la mujer moza para poder tener más, mi edad no sufre esperar mucho.40
Es posible que las relaciones de don Hernán y doña Juana no hayan sido joviales. Ella debió ser arrogante, envanecida por sus noblezas, y pudo sentirse frustrada por vivir en la
aldea de indios que entonces era Cuernavaca, alejada de todo trato social. Cortés, por su parte, estaba todo el tiempo atareado en sus expediciones marítimas o en cacerías, irritado por centenares de litigios y conflictos, habituado a disponer de un harén privado —aunque parecen haberlo tranquilizado el matrimonio y las murmuraciones—, y en 1540 se fue a España para no volver. Pero tuvieron seis hijos, aunque los dos primeros murieron niños. La frialdad de las relaciones de Cortés con su mujer se transparenta en su Testamento. Don Hernán dispuso (cláusula XX) que se le devolviera la dote de 10 000 ducados que recibió de ella, pero nada más; aunque sí la nombra albacea en México, junto con el obispo fray Juan de Zumárraga, fray Domingo de Betanzos y el licenciado Juan Altamirano (cláusula LXIV).
LOS ONCE HIJOS Y EL POSIBLE Cortés había tenido antes de su segundo matrimonio cinco hijos, dos con mujeres españolas y tres con indígenas. La primogénita parece haber sido Catalina Pizarro —que llevaba el mismo nombre que la madre de Cortés—, nacida hacia 1514 o 1515 en Santiago de Cuba o más tarde en Nueva España, y su madre fue Leonor Pizarro, residente en la isla y acaso pariente de Cortés,41 quien en México casaría con Juan de Salcedo. Cortés dedicó las cláusulas XXV a XXXII de su Testamento a proteger a esta Catalina, por quien sentía especial cariño y a la que haría legitimar en 1529. A pesar de ello, Catalina tuvo un destino amargo, como antes se ha narrado, pues fue despojada de sus bienes y, contra su voluntad, recluida en un convento. Martín Cortés, primer hijo varón y primero de este nombre —el del padre de Cortés—, nació hacia 1522 probablemente en Coyoacán. Su madre fue Malintzin, bautizada como Marina y llamada la Malinche, lengua india, aliada y amor de Cortés. Doña Marina casó en 1524 con Juan Jaramillo, cerca de Orizaba y al principio de la expedición a las Hibueras, con quien tuvo una hija, María. Doña Marina murió poco después, en 1527, quizá en una de las pestes de viruela. Su padre se ocupó de la educación de Martín y, según decía, no lo quería menos que al otro Martín. En 1529 obtuvo su legitimación del papa Clemente VII, en unión de sus medios hermanos Luis de Altamirano y Catalina Pizarro. Recibió el hábito de Santiago. Casó con Bernaldina de Porras y tuvieron un hijo al que llamaron Fernando, como el abuelo ilustre. Junto con el otro Martín, el segundo marqués del Valle, se vio envuelto en la conjuración de 1565. En el proceso que se le siguió fue atormentado y luego desterrado a España. Participó en una de las guerras contra los moros. Murió hacia el fin del siglo.42
Escudo de armas de Hernán Cortés, marqués del Valle de Oaxaca, y su firma, 6 de junio de 1529.
Luis Cortés —o Altamirano, como se le llama en la bula papal— nació hacia 1525 y fue hijo de la española Antonia o Elvira Hermosillo, y también fue legitimado. Su padre lo llevó a España en el viaje de 1540. Recibió la Orden de Calatrava. Casó con doña Guiomar Vázquez de Escobar, sobrina de Bernardino Vázquez de Tapia, conquistador enemigo de Cortés, lo que pudo ser la razón de que lo desheredara su padre en el codicilio añadido a su Testamento pocas horas antes de morir.43 Leonor Cortés y Moctezuma nació hacia 1527 en la ciudad de México y fue hija de Tecuichpo o Ichcaxóchitl (Flor de algodón), que cristianizada se llamó doña Isabel Moctezuma (1509-1550), hija preferida de Motecuhzoma II, señor de México. Entre los matrimonios de Isabel con Alonso de Grado y con Pedro Gallego, nació Leonor, después de que Cortés llevó a su madre a vivir en su casa. Doña Isabel casaría después con Juan Cano. Leonor casó con el vizcaíno Juan de Tolosa, “el rico”, uno de los conquistadores de Zacatecas.44 María. De ella sólo se sabe que fue hija de “una princesa azteca”, acaso la prima de doña Ana, otra pariente de Motecuhzoma, de quien el malqueriente de Cortés, Vázquez de Tapia, dijo en el juicio de residencia que estaba “preñada del mismo don Fernando”. Bernal Díaz añade que “nació contrahecha”.45 ¿Y aquel Amadorcico, el niño que Cortés encargó con tanto empeño a su mayordomo Santa Cruz en 1528, antes de salir para España? Pudo ser el más pequeño de sus hijos naturales, y acaso murió antes de que dictara su Testamento, ya que no lo menciona.46 Con su segunda esposa, doña Juana de Zúñiga, el marqués del Valle tuvo seis hijos. Los dos primeros murieron poco después de nacer: Luis, en 1530, en Tezcoco, y Catalina, en 1531, en Cuernavaca. Al final de la carta que escribió Cortés a su pariente y procurador el licenciado Núñez, a mediados de 1532, desde Cuernavaca, le decía: “El hijo e hija que Dios nos había dado, se murieron. Ahora está preñada” (doña Juana).47 El tercer hijo sería Martín. Martín Cortés, el sucesor y futuro segundo marqués del Valle, nació en Cuernavaca en
1532. Fue a España con su padre en 1540 y entró al servicio de Carlos V y luego de Felipe II. Casó con su prima y sobrina Ana Ramírez de Arellano, con quien tuvo a Fernando —otro Fernando—, que sería el tercer marqués del Valle. Estuvo junto a su padre en su muerte. Volvió a México en 1562. Fue muy celebrado por los hijos de los conquistadores y llevó una vida de boato y ostentación. Se le tuvo por jefe de la supuesta conjuración de 1565 para “alzarse con la tierra”. Sus amigos, los hermanos Alonso y Gil González de Ávila, fueron declarados culpables y decapitados en la Plaza Mayor de la ciudad de México, la noche del 3 de agosto de 1566, acontecimiento al que dedicó una sentida “Relación fúnebre” el poeta Luis de Sandoval Zapata. Don Martín, ya segundo marqués del Valle, fue aprehendido poco antes, todos sus bienes secuestrados y finalmente fue trasladado a España, en 1567, para ser juzgado. El Consejo de Indias encontró culpable a este don Martín y a su medio hermano Luis y los condenó a destierro, multas y secuestro de bienes, penas que sólo en 1574 fueron levantadas, menos las multas. Don Martín nunca volvió a México. Enviudó y volvió a casar con Magdalena Manrique de Guzmán, con quien no tuvo descendencia. Murió don Martín Cortés en Madrid el 13 de agosto de 1589, aniversario de la toma de México por su padre. Las tres hijas menores de don Hernán y doña Juana, María, Catalina y Juana, debieron nacer en Cuernavaca entre 1533 y 1536. En la cláusula XXI del Testamento, Cortés encarga que se cumpla lo concertado con el marqués de Astorga para el matrimonio de su hijo Álvar Pérez Osorio con María Cortés. La desconcertación de este matrimonio fue la causa, según Bernal Díaz,48 de la última enfermedad y muerte de Cortés, por “tanto enojo” que tuvo. Conway hace notar, con razón, que en el codicilio que añadió a su Testamento el mismo día de su muerte, Cortés encargó a Martín, el hijo sucesor, que en todo se cumplan “los capítulos de casamientos” concertados con el marqués de Astorga, a quien además nombra uno de los tutores de sus hijos. Por otra parte, María Cortés sólo llegó a España a principios de 1548, ya muerto su padre, y entonces debe haber ocurrido el rompimiento. María casó más tarde con Luis de Quiñones, quinto conde de Luna.49 Catalina Cortés murió soltera en Sevilla, después de la muerte de su padre. Juana Cortés, la hija menor, casó en 1564 con don Fernando Enríquez de Ribera (15271594), segundo duque de Alcalá de los Gazules, tercer marqués de Tarifa, etcétera, propietario del palacio denominado Casa de Pilatos, en Sevilla, asiento actual del Archivo Ducal de Medinaceli. Ello explica que en esta Casa de Pilatos se encuentren dos estatuas orantes, hechas en 1575 por el escultor Diego de Pesquera, una de doña Juana de Zúñiga, la marquesa viuda de Cortés, antes descrita, y otra de su hija doña Juana Cortés, ésta con un libro en las manos.50 Es curioso advertir cómo en los nombres de los once hijos, naturales y de matrimonio, hay repeticiones de un grupo a otro y aun reposición de los muertos. Hay dos Martines, como el padre de Cortés; tres Catalinas, como la madre; dos Marías, como la abuela paterna, y una Juana, como la marquesa. Hay dos Luises y una Leonor, sin antecedentes. Y ningún Hernán, que sólo reaparecerá en dos nietos Fernandos. Ninguno de los hijos de Cortés fue religioso, cosa rara en la época.
Árbol genealógico de Hernán Cortés.
LOS DOCE O TRECE PRIMOS Cortés no tuvo hermanos pero sí numerosos primos y primas, es de suponerse que algunos más o menos lejanos. Como entonces se elegían los apellidos al gusto entre los de la ascendencia, es difícil precisar la cercanía de su parentesco. Muchos de ellos vinieron a Nueva España después de la conquista de México, y desempeñaron razonablemente los cargos que recibieron, con la excepción de un abusivo. Varios perecieron en sus empresas y los que vivieron quedaron ricos. He aquí un primer intento de nómina alfabética de los primos con sus hechos más notorios: Fray Diego Altamirano, franciscano. Va por Cortés a las Hibueras y después viaja a España con encargos del conquistador. Juana Altamirano y Pizarro, de Medellín. Casó con el licenciado Juan Altamirano, abogado y administrador de los bienes de Cortés. Juan o Alonso de Ávalos, hermano de Hernando de Saavedra. Ambos reciben en encomienda los pueblos jaliscienses de la llamada Provincia de Ávalos. Juan va a las Hibueras y muere en un naufragio al regreso de esa expedición. Diego Becerra de Mendoza, “pariente”, hidalgo de Mérida, capitán de la expedición de octubre de 1533 a las costas del Pacífico. Es asesinado por el piloto Fortún Jiménez.
Francisco de las Casas, de Trujillo. Viene de España a traer a Cortés la cédula de gobernador. Primer alcalde mayor de la ciudad de México en 1524. Enviado a las Hibueras a hacer justicia en la infidelidad de Cristóbal de Olid, al que decapita. En enero de 1526 Cortés lo nombra justicia mayor, gobernador y capitán general interino de Nueva España, cargos que no llega a ocupar. Al volver a la ciudad de México, el factor Salazar y el veedor Chirinos lo apresan y envían a España. Más adelante tiene litigios con Cortés, quien le perdona deudas. Francisco Cortés de San Buenaventura, capitán en la expedición a Colima y regiones vecinas de 1524, hace una buena Relación de esa visita. Diego Hurtado de Mendoza. En enero de 1524 es enviado a explorar la costa atlántica centroamericana en busca del estrecho. Más tarde, alguacil mayor en Trujillo, Honduras. En mayo de 1532 va como capitán de una armada a explorar las costas del Mar del Sur en la Nueva España, al norte de la Nueva Galicia. Los soldados de un navío se le amotinan y vuelven. La nave en que va Hurtado de Mendoza desaparece. Licenciado Francisco Núñez, medio hermano de Rodrigo y Pedro de Paz. Representante muy eficiente de Cortés en Castilla, desde 1522 hasta 1546, en que muere Núñez. En unas declaraciones de Cortés de abril de 1546 dice: quel dicho licenciado Núñez es hijo de una mujer que hubo su agüelo deste declarante en una fulana de Paz, e que no era hija de su agüela deste declarante, e que sabe ques hijo de un Francisco Núñez, escribano que era en Salamanca.
Nicolás Palacios Rubios, al que se le muere un caballo en el Petén-Itzá, en la expedición a las Hibueras. Camarero mayor de Cortés en 1527 y encargado de hacer los pagos durante la preparación de la armada que fue a las Molucas.51 Rodrigo de Paz, junto con Francisco de las Casas, viene de España en 1523 a traer a Cortés su cédula de gobernador. Alguacil mayor, regidor del ayuntamiento y mayordomo al que Cortés encarga la custodia de sus bienes en la ciudad de México durante la expedición a las Hibueras. Para que denunciara dónde se guardaban los tesoros, lo atormentan y ahorcan Salazar y Chirinos. Pedro de Paz, hermano de Rodrigo. Intenta matar al contador Albornoz. Lucía de Paz, camarera de la marquesa doña Juana. Puede ser hermana de los anteriores. Álvaro de Saavedra Cerón, marino infortunado y valeroso al que confía Cortés la expedición a las Molucas de 1527, para auxiliar la armada de García de Loaisa. Logra encontrar al capitán De la Torre, superviviente de esa armada en la isla de Tidore, y le da importante auxilio. Muere en una travesía, al intentar el regreso, el 19 de octubre de 1529. Otro Álvaro de Saavedra, probablemente hijo del anterior, va también en esa expedición a las Molucas, como veedor. Se ignora su destino. Hernando de Saavedra, hermano de Juan de Ávalos. Cuida las minas de plata de Tamazula. Cortés lo deja como lugarteniente en Trujillo, Honduras, en 1525.
CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA
1526 20 de junio
Carlos V ordena a Cortés que prepare una armada para auxiliar en las Molucas las de García de Loaisa y Caboto. 27 de junio En su último acto como gobernante, Cortés hace donación de tierras a las hijas de Motecuhzoma. 3 de septiembre Marcos de Aguilar obliga a Cortés a renunciar a los cargos de capitán general y repartidor de los indios. 25 de septiembre Envía a España joyas de oro indígenas. 26 de septiembre Comunica a su padre el primer esbozo de los pueblos de Nueva España que solicitará al rey. 1527 1° de marzo Muere Marcos de Aguilar, gobernador y justicia mayor. Marzo-agosto Gonzalo de Sandoval y Alonso de Estrada sustituyen a Aguilar en el gobierno de Nueva España. 28 de mayo Instrucciones de Cortés a Álvaro de Saavedra Cerón para el viaje a las Molucas con el fin de auxiliar la armada de García de Loaisa. 22 de agosto Alonso de Estrada gobierna solo la Nueva España. Ca. septiembre-octubre Enemistad de Estrada contra Cortés, al que destierra de la ciudad de México. Cortés se va a Coyoacán y luego a Tezcoco y Tlaxcala. 19 de octubre Llega el primer obispo de Tlaxcala, fray Julián Garcés, y poco después trata de restablecer la amistad entre Estrada y Cortés. 31 de octubre Salen de Zihuatanejo hacia las Molucas tres naves al mando de Saavedra Cerón. 1528 5 de abril Carlos V envía instrucciones a Cortés para que viaje a España. En la
Mediados de abril Fines de mayo Julio 25 de julio 9 de diciembre
1529 Enero Abril 16 de abril
Abril Julio 6 de julio
misma fecha, el rey firma instrucciones para que la Audiencia haga juicio de residencia a Cortés. Cortés sale de Veracruz a España. Llega al puerto de Palos. Sigue a La Rábida, Sevilla, Medellín, Monasterio de Guadalupe y Toledo. Primera entrevista con el emperador Carlos V en Toledo. Dirige al rey, desde Madrid, un memorial de peticiones. Estrada termina sus funciones como gobernador de Nueva España. Comienza a gobernar la primera Audiencia, con Nuño de Guzmán como presidente y los licenciados Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo como oidores. Dos oidores más, Alonso de Parada y Francisco Maldonado, mueren poco después de su llegada. Con los oidores, que llegan a la ciudad hacia el 6 de diciembre, viene el obispo electo fray Juan de Zumárraga, nombrado además Protector de los Indios. Se inician en la ciudad de México los interrogatorios de los testigos contrarios a Cortés en el juicio de residencia. Cortés viaja a Zaragoza con Carlos V. Envía a Roma, ante el papa Clemente VII, a Juan de Rada, con memorial, regalos y exhibiciones de indios. Obtiene en esta fecha bulas legitimando a tres de sus hijos y concediéndole el patronato del Hospital de la Concepción o de Jesús y los diezmos de sus tierras. Casa en Béjar con doña Juana de Zúñiga, hija del conde de Aguilar y sobrina del duque de Béjar. Viaja a Barcelona para despedir a Carlos V. Recibe del rey las cédulas de mercedes y honores: merced de 23
27 de julio Misma fecha 30 de julio
27 de octubre
000 vasallos en 22 pueblos, título de marqués del Valle de Oaxaca y nuevo nombramiento como capitán general de la Nueva España y del Mar del Sur. Recibe merced de tierras en la ciudad de México y alrededores. Licencia para fundar un mayorazgo, que Cortés no utilizará hasta el 9 de enero de 1535. Francisco de Terrazas, su mayordomo, le escribe desde México informándole que los oidores de la primera Audiencia persiguen a sus amigos y criados y le han quitado cuanto tenía en la Nueva España. Capitulación de la reina con Cortés para descubrimientos en el Mar del Sur.
1
Bernal Díaz, cap. CCVI.
2 Herrera, década IVª, lib. IV, cap. I. 3 Carlos Pereyra, Hernán Cortés, M. Aguilar, Editor, Madrid, 1931, Tercera parte, “El marqués del Valle”, p. 391. 4 Bernal Díaz, cap. CXCV. 5 Fray Gabriel de Talavera, Historia de Nuestra Señora de Guadalupe, Toledo, 1597, f. 178: citado por Federico Gómez
de Orozco, “¿El exvoto de don Hernando Cortés?”, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, México, 1942, núm. 8, pp. 51-54, ref. pp. 51-52. 6 Fray Francisco de San Joseph, Historia universal de Nuestra Señora de Guadalupe, Madrid, 1743, cap. LXXI, f. 143,
núm. 11: citado en ibid., p. 52. 7 Gómez de Orozco, ibid. 8 Manuel Toussaint, “El criterio artístico de Hernán Cortés”, Estudios Americanos, Madrid, 1948, vol. 1, núm. 1, p. 91.— El
supuesto exvoto de Cortés que guarda el Instituto de Valencia de don Juan (Fortuny 43, Madrid) no se encontraba en exhibición en octubre de 1985. 9 Bernal Díaz, cap. CXCV. 10 Herrera, ibid. 11 Bernal Díaz, ibid. 12 Memorial de peticiones de Hernán Cortés a Carlos V y avisos para la conservación de los naturales y aumento
de las rentas reales, Madrid, 25 de julio de 1528: en Documentos, sección V. 13 Ramón Iglesia, “Hernán Cortés”, Cronistas e historiadores de la conquista de México. El ciclo de Hernán Cortés, El
Colegio de México, México, 1942, pp. 54-55. 14 Carta de Hernán Cortés a su padre Martín Cortés, Temixtitan, 26 de septiembre de 1526, en Documentos, sección
III.— Memorial de peticiones…, op. cit.— y Cédula de Carlos V y la reina Juana en que hacen merced a Hernán Cortés de veintitrés mil vasallos, Barcelona, 6 de julio de 1529, en Documentos, sección V.— Véase Bernardo García Marúnez, El Marquesado del Valle, El Colegio de México, México, 1969, con buenos mapas de las siete jurisdicciones del marquesado. Años más tarde, Cortés dirigió a la Audiencia de México una Petición para que le sea respetada la posesión de los pueblos que le fueron concedidos, México, 21 de octubre de 1532 (en Documentos, sección VI), a la cual añadió un Memorial importante para este tema, ya que enumera en él los pueblos y estancias comprendidos en los pueblos-cabeceras que obtuvo, casi siempre basado en las jurisdicciones de los antiguos señoríos indígenas. Esta lista permite conocer la enorme extensión de las tierras que según Cortés comprendía la merced real, aunque su cumplimiento y posesión fue negocio largo y complejo. 15
Instrucción secreta de Carlos V a la Audiencia sobre los pueblos que deben asignarse a la Corona, Madrid, 5 de abril de 1528, en Documentos, sección V. 16 “Carta del oidor Juan Salmerón a Carlos V”, México, 30 de marzo de 1531, en Colección de Juan Bautista Muñoz, t.
LXXIX, f. 22 v. 17 “Parecer de don Sebastián Ramírez de Fuenleal”, México, 1532, en García Icazbalceta, CDHM, t. II, pp. 175-177. 18 Cédula de Carlos V en que hace merced a Hernán Cortés de los peñoles de Xico y Tepeapulco, Barcelona, 6 de
julio de 1529.— Cédula de Carlos V en que hace merced a Hernán Cortés de las tierras y solares que tenía en la ciudad de México, Barcelona, 27 de julio de 1529, en Documentos, sección V. 19 Cédula
del emperador Carlos V concediendo título de marqués del Valle de Oaxaca a Hernando Cortés, Barcelona, 6 de julio de 1529.— Cédula del emperador Carlos V nombrando capitán general de Nueua España a Hernando Cortés, Barcelona, 6 de julio de 1529, en Documentos, sección V. 20 Fundación del mayorazgo de Hernán Cortés, marqués del Valle, Barcelona, 27 de julio de 1529; Colima, 9 de enero
de 1535, en Documentes, sección VI. 21 Carta de Carlos V a Hernán Cortés en la que amplía su nombramiento de capitán general de Nueva España a del
Mar del Sur, Zaragoza, 1° de abril de 1529, en Documentos, sección V. 22 López de Gómara, cap. CXCIII. 23 Cédula y sobrecédula de Carlos V a la Audiencia de Nueva España para que se respeten las propiedades de
Hernán Cortés durante su ausencia, Monzón, 26 de junio de 1528, y Madrid, 12 de septiembre de 1528.— Cédula de Carlos V a la Audiencia de Nueva España para que se pague a Hernán Cortés lo que gastó en la expedición a las islas del
Maluco, Zaragoza, 1° de abril de 1529.— Cédula de Carlos V al Consejo de las Indias en que ordena se averigüe lo del dinero que dice Cortés se le retuvo y destinaba para su viaje a España, Barcelona, 27 de julio de 1529.— Cédula de Carlos V y la reina Juana a la Audiencia de Nueva España en que manda restituir las multas impuestas a quienes habían jugado, Madrid, 11 de noviembre de 1529, y sobrecédula de Madrid, 11 de marzo de 1530.— Cédula de la reina Juana a la Audiencia de Nueva España para que se haga justicia en las causas que atañen a Hernán Cortés, Madrid, 9 de junio de 1530, todas en Documentos, sección V. 24
Capitulación de la reina Juana para descubrimientos en el Mar del Sur, Madrid, 27 de octubre de 1529.— Provisión por la que el rey concede a Hernán Cortés pueda descubrir y poblar en el Mar del Sur y tierra firme…, Madrid, 5 de noviembre de1529, en Documentos, sección V. 25 Ioannis Dantisci poetae laureati carmina, ed. Stanislas Skimina, Cracovia, 1950, carmen xlix, 85-90.— A. Paz y Melia,
“El embajador polaco Juan Dantisco en la corte de Carlos V”, Boletín de la Academia Española, Madrid, 1924-1925, t. XI y XII, citados por J. H. Elliott, “The mental world of Hernán Cortés”, Transactions of the Royal Historical Society, Londres, 1969, 5ª serie, vol. 17, pp. 56-57. 26 Bernal Díaz, cap. CXCV.— Juan de Rada —añade el cronista— se fue al Perú, donde “fue tan privado de don Diego de
Almagro, el capitán de los que mataron a don Francisco Pizarro el Viejo, y después maestre de campo de Almagro el Mozo, y se halló en dar la batalla a Vaca de Castro, cuando desbarataron a don Diego de Almagro el Mozo”. 27 Bula del papa Clemente VII legitimando a tres de los hijos naturales de Hernán Cortés, Roma, 16 de abril de 1529.
— Bula del papa Clemente VII concediendo a Hernán Cortés el patronato del Hospital de Jesús y los diezmos de las tierras que habia recibido, Roma, 16 de abril de 1529, en Documentos, sección V. 28
Carta de la reina Juana a la Audiencia de Nueva España acerca de los vasallos y montes de Hernán Cortés y la exención del pago de los diezmos, Medina del Campo, 20 de marzo de 1532.— Pleito sobre la bula papal que eximía a Cortés del pago de los diezmos en sus posesiones de Nueva España, México-Temixtitan, agosto-octubre de 1532.— Cédula de la reina Juana a Hernán Cortés en que le reitera la orden de no usar las bulas que lo eximen del pago de diezmos, Barcelona, 20 de abril de 1533, en Documentos, sección VI. 29
Herrera, década IVª, lib. VI, cap. IV.— Las beatas vinieron en la comitiva de Cortés, encomendadas a su mujer, doña Juana de Zúñiga. 30 Ibid. 31 López de Gómara, cap. CXCIV. 32 Ibid.— Ocurre preguntarse: ¿por qué llevaba Cortés las esmeraldas si las había regalado a su mujer? 33 López de Gómara, cap. CXCV. 34 Enrique Otte, “Nueve cartas de Diego de Ordás”, Historia Mexicana, El Colegio de México, julio-septiembre de 1964,
53, vol. XIV, núm. 1, pp. 105 y 112 (en el número siguiente se concluye la publicación).— Cédula de la reina Juana para que se concedan honores a Hernán Cortés durante su viaje a Nueva España, Toledo, 5 de abril de 1529, en Documentos, sección V. El viaje se haría un año después. 35 Bernal Díaz, cap. CC. 36 Véase “Nota general” al Inventario de los bienes de Hernán Cortés, 1549, en Documentos, sección VIII, Apéndice. 37 Publicaciones del Archivo General de la Nación, VII, La vida colonial, México, 1923, pp. 9-25.— Juicio reproducido en
parte en la edición de Conway del Testamento de Cortés, n. 11, pp. 72-77.— Véase nota 14 al Testamento en Documentos, sección VII. 38 Doña Juana Cortés casó en 1564 con don Fernando Enríquez de Ribera, segundo conde de Alcalá de los Gazules,
propietario del palacio llamado Casa de Pilatos, en Sevilla. Esto explica que las estatuas orantes de madre e hija se encuentren allí. 39 Fragmento reproducido en Federico Gómez de Orozco, El mobiliario y la decoración en la Nueva España en el siglo
XVI, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, México, 1983, p. 90, quien añade: “La carta, que existe en el Archivo del Hospital de Jesús, la tenía fotocopiada M. Conway, quien me la mostró”. La carta no ha sido encontrada en dicho archivo. 40 Última carta de Hernán Cortés a Carlos V, Valladolid, 3 de febrero de 1544, en Documentos, sección VII. 41 “Tuvo Cortés un hijo o una hija, no sé si en su mujer, y suplicó a Diego Velázquez que tuviese por bien de se lo sacar de la
pila del baptismo y ser su compadre”, escribió Las Casas en su Historia de las Indias (lib. III, cap. XXVII). Si hubiese sido de Catalina Xuárez y el niño hubiese muerto, ello se habría mencionado como prueba de los vínculos que la unieron a Cortés, en el proceso por gananciales del matrimonio, seguido contra Cortés en 1529. Bernal Díaz afirma que Leonor Pizarro era “una india de Cuba que se decía doña fulana Pizarro” (cap. CCIV). Lo de india
como aborigen parece improbable. Por otra parte, en la probanza de 1550 contra su madrastra doña Juana de Zúñiga (La vida colonial, op. cit., p. 29), Catalina Pizarro, hija de Leonor Pizarro y de Hernán Cortés, y que debió ser la primogénita, afirmó ser nacida en Nueva España. Si esto es verdad, lo que es improbable, el hijo o hija nacido en Cuba y apadrinado por Velázquez fue otro del que no queda rastro. 42 En carta al licenciado Núñez, su procurador en Castilla, al tener noticias de que este Martín estaba enfermo, Cortés le
encarece su cuidado y le dice: “No le quiero menos que al que Dios me ha dado con la marquesa”: Carta de Hernán Cortés al licenciado Núñez, Puerto de Santiago, 20 de junio de 1533, en Documentos, sección VI.— G. R. G. Conway, Notas a la Postrera voluntad y testamento de Hernando Cortés, marqués del Valle, trad. de Edmundo O’Gorman, Editorial Pedro Robredo, México, 1940, n. 10, pp. 70-72. 43
Francisco Fernández del Castillo, “El testamento de Hernán Cortés”, Anales del Museo Nacional, México, 1925, 5ª época, t. I, núm. 4, p. 437.— Conway, op. cit., n. 10, p. 71 y n. 24, p. 86. 44
Baltasar Dorantes de Carranza, Sumaria relación, p. 100.— Conway, n. 12, pp. 77-78.
45
Algunas respuestas de Bernardino Vázquez de Tapia, México, 1529, en Documentos, sección IV. — Bernal Díaz, cap. CCIV. 46 Véanse los Encargos de Hernán Cortés a su mayordomo Francisco Santa Cruz, México, 6 de marzo de 1528, en
Documentos, sección III. 47 Carta de Hernán Cortés a su procurador “ad litem” Francisco Núñez acerca de sus negocios ante la Corte (con
pasajes cifrados), Cuernavaca, 25 de junio de 1532, en Documentos, sección VI. 48 Bernal Díaz, cap. CCIV. 49 Conway, op. cit., n. 8, pp. 69-70. 50 Informes proporcionados por don Antonio Sánchez González, director del Archivo Ducal de Medinaceli, en cartas a JLM
del 23 de julio y 16 de septiembre de 1985. 51 Primo de Cortés según Luis Romero Solano, Expedición cortesiana a las Malucas, 1527, p. 215.
XVIII. CORTÉS ACUSADO EN EL JUICIO DE RESIDENCIA Y EN OTROS JUICIOS Tenía más de gentílico que de buen cristiano BERNARDINO VÁZQUEZ DE TAPIA
ANTECEDENTES EN 1526 Las acusaciones que se presentaban contra Hernán Cortés ante la Corona habían determinado al rey y al Consejo de Indias, desde 1522, a ordenar que se le hiciese juicio de residencia. El proyecto no había prosperado hasta que, hacia 1524/1525, una nueva oleada de acusaciones de los oficiales reales, y especialmente de Rodrigo de Albornoz y de Gonzalo de Salazar, hicieron decidir el envío de un juez especial, Luis Ponce de León, para abrir el juicio a Cortés.1 Ponce de León llegó a la ciudad de México el 2 de julio de 1526, desposeyó a Cortés de su vara de gobernador y dos días después, en la plaza pública y en otros lugares acostumbrados en la ciudad, el pregonero Francisco González leyó en alta voz el bando en el cual se decía que se abría el juicio de residencia y que, a partir de esa fecha y durante noventa días, de las dos a las cuatro de la tarde, el juez Ponce de León oiría en su posada a todos los agraviados o quejosos que tuvieran algo que deponer contra Cortés, los oficiales reales y sus lugartenientes. No existía un documento de acusación ni un interrogatorio previo. Nadie presentó queja alguna en los pocos días transcurridos desde el pregón hasta el viernes 20 del mismo mes de julio en que murió el juez Ponce de León.2 Cortés permaneció en la ciudad de México. Ante Marcos de Aguilar, que sucedió en la gobernación a Ponce de León, Cortés manifestó días más tarde su disposición a que se iniciara el juicio. Aguilar se excusó y el tema no volvió a mencionarse por entonces.3
EL JUICIO SE REABRE EN 1529. VEINTIDÓS TESTIGOS EN CONTRA En la misma fecha, 5 de abril de 1528, en que el rey envía instrucciones a la Audiencia designada de la Nueva España para que haga el juicio de residencia pendiente a Cortés, dirige otras a éste para que se traslade a España.4 Esta simultaneidad, como antes se apuntó, no era arbitraria. Con Cortés presente, en 1526 nadie se había atrevido a quejarse de él. Como bien lo advirtió el cronista Herrera, se hacía indispensable alejarlo para que el juicio marchara.5 La primera Audiencia de Nueva España, formada por el presidente Nuño de Guzmán y los oidores licenciados Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo, tomó posesión del gobierno el 9 de diciembre de 1528. Uno de sus primeros actos, que cumplió con singular presteza dada la
enemistad de Guzmán contra Cortés, contagiada en seguida a los oidores, fue la organización del juicio. En pocas semanas todo estuvo dispuesto: un interrogatorio de 38 preguntas relativas a la actuación general de Cortés y de los oficiales, en asuntos de gobierno, administración, fiscales y de justicia; 15 preguntas más de los “capítulos secretos, acerca de la actuación de Cortés en cuestiones de piedad, moralidad, tiranía, infidelidad, apropiamiento del tesoro real y de las provincias de la tierra, y dominio sobre los indios; y otras 15 preguntas acerca de los oficiales reales.6 Las 53 preguntas que se refieren a Cortés tocaban, pues, su actuación en las diversas etapas de la conquista y organización del país y se mantenían en temas generales. En su espléndida carta a Carlos V, escrita poco después de efectuada esta primera parte del juicio de residencia, fray Juan de Zumárraga reveló cómo se había organizado. El odio a Cortés lo encendió el factor Gonzalo de Salazar, “raíz y venero de todas las discordias y alborotos pasados”, quien se hizo amigo íntimo del presidente y los oidores de la Audiencia. Como más antiguo conocedor de la gente de la tierra y de sus pasiones, Salazar se encargó de elegir a los testigos que irían a declarar y de inducirles lo que habrían de decir: Qué daño tan grande ni odio más manifiesto —escribe Zumárraga— puede ser que la cautela del presidente e oidores han tenido para sustentar el partido del factor, en el hacer de la pesquisa secreta con los enemigos capitales de don Hernando, que en todos cuantos testigos en ella se han recibido no se hallará haber tomado uno solo, siquiera por señal, que no sea de los aliados del factor que le siguieron en tiempo de su alzamiento, y seyendo por él prevenidos y persuadidos que digan de la manera que a él le está bien y en daño a don Hernando.
Y refiere en seguida quién fue el agente de Salazar para conseguir y sobornar a los testigos: un clérigo, que se dice Barrios, apóstata de nuestra Orden, que le tengo amonestado de mí a él, y otra vez con religiosos, y no hay enmienda en su persona, que ha andado con una diligencia diabólica sobornando testigos de uno en otro en favor del factor, que digan contra don Hernando.7
Así se organizó el juicio contra Cortés, en el que no hubo denuncias de agraviados u ofendidos, sino acusaciones contra su conducta y actuación en su vida personal y en la conquista, y desahogo de rencores y enemistades.
LOS ACUSADORES Para responder a los interrogatorios se presentaron 22 testigos de cargo, cuyas declaraciones juradas se recibieron entre el 23 de enero y el 7 de abril de 1529. Dichos testigos fueron: Bernardino Vázquez de Tapia, Gonzalo Mejía, Cristóbal de Ojeda, Juan de Burgos, Antonio Serrano de Cardona, Rodrigo de Castañeda, Juan de Mansilla, Alonso Lucas, Juan Coronel, Ruy González, Francisco Verdugo, Antonio de Carvajal, Francisco de Orduña, Juan Tirado, Andrés de Monjaraz, Alonso Pérez, Marcos Ruiz, Domingo Niño, Alonso Ortiz de Zúñiga, Bernardino de Santa Clara, Gerónimo de Aguilar y García del Pilar.
Firmas de Hernán Cortés y Juana de Zuñiga. I.— Hernando Cortés. II.— Hernán Cortés firmando el marqués. III.— El mismo firmando el marqués del Valle. IV.— Da. Juana de Zúñiga, marquesa del Valle, esposa de Hernán Cortés.
¿Quiénes eran estos primeros acusadores de Cortés? Revisando las listas de conquistadores que hizo Manuel Orozco y Berra y otras investigaciones,8 puede establecerse que nueve de ellos (Vázquez de Tapia, Mejía, Serrano de Cardona, Castañeda, Tirado, Monjaraz, Ruiz, Niño y del Pilar) fueron antiguos capitanes o soldados llegados con Cortés; ocho vinieron con Narváez (Ojeda, Mansilla, Coronel, González, Verdugo, Pérez, Ortiz de Zúñiga y Santa Clara); dos llegaron con Alderete (Carvajal y Orduña); Lucas era el escribano de la expedición de Garay; Aguilar fue el náufrago cautivo recogido en Yucatán; y Burgos, comerciante, llegó a México en 1520 con un navío que Cortés le compró y se quedó como soldado. A continuación se expondrá un muestrario de las acusaciones más importantes pronunciadas en este juicio, añadiendo algunos datos sobre la personalidad de los declarantes. Las declaraciones omitidas tienen menos interés y por lo general repiten las del primer testigo.
LAS ACUSACIONES DE VÁZQUEZ DE TAPIA La personalidad sobresaliente entre estos 22 testigos era Bernardino Vázquez de Tapia. Originario de Oropesa, en Toledo, estaba en las Indias desde 1513 o 1514 y había participado en las expediciones de Pedrarias Dávila a Castilla del Oro, en la que fue a la isla de Cuba y en la de Juan de Grijalva por costas mexicanas, antes de alistarse en la armada de Cortés. En la conquista de México tuvo una actuación importante aunque no de primera línea. Fue con Pedro de Alvarado a intentar una primera exploración de la ciudad de México, quedó con el mismo capitán cuando la matanza del Templo Mayor y fue designado factor del ejército. Desde Cuba era “persona muy prominente y rica”. Después de la conquista su actividad se concentró en el ayuntamiento de la ciudad de México, del que fue regidor desde 1524. Su distanciamiento de Cortés parece haberse debido a una cuestión de orgullo ofendido.9 Durante la ausencia del conquistador por el viaje a las Hibueras, Vázquez de Tapia siguió la corriente de los oficiales reales, Salazar y Chirinos, contra Cortés. A fines de 1529, junto con Antonio de Carvajal, viajó a Castilla como procurador de la ciudad y para llevar los papeles del juicio de residencia hasta entonces realizado. En España, Cortés logró que lo pusieran preso por deudas que tenía con él, aunque luego lo soltaron y presentó el juicio ante el Consejo de Indias. En esta primera etapa del juicio de residencia, las extensas declaraciones de Vázquez de Tapia, primer testigo, son las que dan la pauta de las acusaciones principales que luego repiten los demás testigos. Y además, son especialmente insidiosas.10 Los puntos más notorios de sus acusaciones contra Cortés son la desobediencia a las instrucciones reales que traían Pánfilo de Narváez, Cristóbal de Tapia y Francisco de Garay, y las argucias de que se valió Cortés para que saliesen de la tierra; la matanza del Templo Mayor, cuya culpa echa a Pedro de Alvarado; que Cortés daba los cargos importantes sólo a sus paisanos y amigos; que recibía grandes presentes de los indios; que no se guardaban debidamente, en el arca de tres llaves del cabildo, las provisiones reales, sino donde Cortés quería; que Cortés no prestó atención al requerimiento del cabildo para que se reparase la fuente y la cañería del agua de la ciudad y para que se construyese la iglesia mayor, obras que se realizaron por empeño de los oficiales y en especial por el licenciado Zuazo; que en la casa de Cortés jugaban dados y naipes él mismo, con el tesorero Alderete, Alvarado, Morán, Rangel y, por “importunación” de Cortés, el declarante Vázquez de Tapia, y que en una ocasión, jugando a “La primera”, Alvarado le hizo trampas y le retuvo quinientos o seiscientos pesos; que Cortés distribuía caprichosamente el oro recibido de las provincias, dando cantidades importantes a sus amigos y a quienes enviaba como procuradores, en perjuicio de los soldados y sin permiso del rey; que consentía la antropofagia de los indios que le ayudaban en las guerras; que en Cholula ordenó la matanza de 4 000 o 5 000 indios, aunque después oyó decir que lo hizo porque querían alzarse, y asimismo denuncia la matanza de Tepeaca; que la ciudad de México se construyó en el antiguo asiento de la ciudad indígena por voluntad sólo de Cortés, cuando otros opinaban que podría hacerse en Coyoacán, en Tacuba o en Tezcoco, y que en el reparto de solares Cortés se asignó 50 o 60 solares “en lo mejor de la plaza”.
En las respuestas que da Vázquez de Tapia al interrogatorio del juicio secreto hay acusaciones más escandalosas. En primer lugar, y en respuesta a la acusación de que “Cortés no teme a Dios”, la ahora extraña respuesta de Vázquez de Tapia —ya citada—, y en la que luego lo seguirán muchos otros testigos, es que Cortés ciertamente oía misa, de rodillas, cada día, aunque “tenía más de gentílico que de buen cristiano; especialmente que tenía infinitas mujeres”. Cuenta del harén que don Hernán tenía en su casa, de mujeres “de la tierra e otras de Castilla”, y que según sus criados, con todas tenía acceso aunque fuesen parientes entre ellas. Refiere las relaciones que tuvo Cortés con dos de las hijas de Motecuhzoma, doña Ana y doña Isabel, y con una prima de ellas; recoge la pintoresca denuncia de una mujer —cuya declaración se recibe más adelante en el juicio— que cuenta que Cortés se echó con su hija en Cuba y luego intentó hacerlo con ella; y en fin, dice que el conquistador “enviaba los maridos fuera desta cibdad por quedar con ellas… e que algunas de ellas parieron del dicho don Fernando”. Aun dentro del capítulo de no temer a Dios, Vázquez de Tapia menciona muertes de indios y de españoles que Cortés ordenó “por cosas livianas”, como el haber ahorcado a Juan de Escudero y a Diego Cermeño por intentar volverse a Cuba apropiándose de un navío.11 Las acusaciones que se refieren a los intentos de Cortés de “ponerse en tiranía” parecen inconsistentes: que hacía artillería gruesa, la cual no era necesariamente para “levantarse con la tierra”; que tenía su propio cuño para amonedar, lo que Cortés negará; y menciona supuestos alardes jactanciosos, que no pasan de palabras. Una de las acusaciones graves contra Cortés de Vázquez de Tapia es la que afirma que en la Noche Triste el oro que se perdió en la yegua era el de Cortés y no el del emperador. El conquistador, que sintió venir estas acusaciones, encargó a fines de 1520 que Juan Ochoa de Lejalde le organizara una probanza para justificar la falta del oro y las joyas del quinto real que se perdieron en la noche infausta, probanza que firmaron los oficiales que se encontraban en Veracruz y en Tepeaca, entre ellos Bernardino Vázquez de Tapia, quien entonces fungía como factor.12 Vázquez de Tapia fue el primer testigo porque era el que tenía mayor personalidad de los declarantes, como antiguo capitán distinguido de la conquista y hombre despierto. Sin embargo, a menudo lo ciega el rencor, y antes que reconocer la eficacia de las acciones de Cortés sólo ve en ellas arbitrariedades y crímenes. Su doblez y cobardía son notorias. Denuncia a los jugadores, que sabe que van a ser multados, pero confiesa que él jugó obligado por su jefe, y trata de aprovechar el viaje para cobrar una deuda de juego. Censura la matanza del Templo Mayor, en la que él participó y nada hizo por impedir. Denuncia el supuesto engaño de Cortés en el asunto de la pérdida del tesoro real en la Noche Triste, pero antes había firmado la probanza de 1520 diciendo lo contrario.
GONZALO MEJÍA, REPETIDOR Gonzalo Mejía, extremeño que vino con Cortés, fue el primer tesorero designado por los conquistadores y tuvo desavenencias con el capitán general por decir que escondía el oro.13
Había sido su maestresala en los años siguientes a 1521. De 1525 a 1535 fue regidor de la ciudad de México. A pesar de su cercanía con Cortés, sus acusaciones repiten aun con sus mismas palabras las de Vázquez de Tapia, como si los jueces se las hubiesen mostrado o permitido que asistiera a las declaraciones del primer testigo. Vuelve al tema de las mujeres y del oro y añade algunas otras habladurías que “oyó decir”: de las hijas de Motecuhzoma agrega a doña Inés, y dice que además de con doña Marina, “que era mujer de la tierra”, Cortés se echaba también con una sobrina de la Malinche. Y en lo del oro repite lo dicho por Vázquez de Tapia: que el cargamento de la yegua perdida era el de Cortés, e informa que el criado que la conducía se llamaba Torresicas.14
LAS ACUSACIONES DEL DOCTOR CRISTÓBAL DE OJEDA. CUAUHTÉMOC Sevillano nacido hacia 1489, el doctor Cristóbal de Ojeda vino a México de Cuba con los soldados de Narváez. Durante la conquista debió dedicarse a curar heridos y enfermos. En 1523 certificó, junto con el licenciado Pedro López, que Francisco de Garay había tenido muerte natural, y no envenenado por Cortés como se murmuró. En 1526 recibió el primer nombramiento real como regidor vitalicio del ayuntamiento de la ciudad de México, cargo que ocupó hasta 1534. En aquel año se le asignó solar en la calle de Tacuba. Viajó a Castilla en 1528 en comisión del cabildo. Repitió el viaje en 1531, y en 1538 volvió a su ciudad natal, quizá para quedarse. Las respuestas del doctor Ojeda al interrogatorio no ofrecen novedades considerables: que Cortés no obedecía las provisiones reales sino cuando le convenía, que tomó todo el oro para sí, que se alió con el tesorero Estrada, quien lo dejó ir a Castilla, que hizo muchas construcciones con indios del rey, que nombraba autoridades a sus parientes y amigos, y que los indios venían a entregarle oro y él lo fundía sin pagar el quinto real. En cambio, tiene interés su informe de que él, como médico, curó a Cuauhtémoc de sus heridas y de que le quemaron no sólo los pies, como se repite, sino también las manos.15 En declaraciones complementarias, el doctor Ojeda afirmó que —como ya se narró en el capítulo XV— había mentido por temor cuando dio una constancia de que el juez Ponce de León murió de “fiebre maligna”, pues la verdad es que cree que fue envenenado.16 Y no contento con este perjurio y con acusar a Cortés de esta muerte, insinuó también en otras declaraciones que Cortés intentó envenenar a Marcos de Aguilar, el sucesor de Ponce de León, con unos torreznos flamencos que le envió. Por consejo del doctor Ojeda, Aguilar no los comió, pero su criado Pero de Sepúlveda sí probó la cuarta parte de un torrezno y fue atacado de disentería y vómitos, de que lo salvó el doctor.17 Cortés refutará airadamente estas acusaciones de Ojeda en el Interrogatorio del “capítulo secreto” de su defensa.18
JUAN DE BURGOS TRAE A CUENTO LA MUERTE DE CATALINA XUÁREZ Juan de Burgos, sevillano, llegó a Veracruz a fines de 1520 con un navío cargado de mercaderías, armas, 13 soldados y tres caballos. Cortés lo compró todo. El mismo Burgos, el maestre de navío Francisco Medel y los soldados se unieron al entonces mermado ejército de Cortés, que, después de la derrota de la Noche Triste, preparaba el sitio de la ciudad de México.19 Burgos se volvió soldado, fue herido en la toma de la ciudad y luego participó en la expedición a Pánuco y en las conquistas del occidente, con Nuño de Guzmán. En recompensa por sus servicios recibió pueblos en encomienda y solares en la ciudad de México. En 1529 el cabildo lo nombró procurador mayor y mayordomo, y en 1532, 1540 y 1545 fue alcalde ordinario.20 Cortés tenía una deuda con Burgos, quizá por aquel navío y sus bienes de 1520, y en pago le trasladó el pueblo de Oaxtepec el 19 de enero de 1528. Al volver de España en 1530 Cortés quiso recuperarlo, Burgos se negó y le puso pleito para conservarlo.21 En sus respuestas en el juicio secreto, Juan de Burgos, que tenía la soltura verbal de los andaluces, volvió a insistir en lo ya oído y en novedades menores: que don Hernando había mandado envenenar a Ponce de León, que no mandó hacer iglesia ni monasterio ni ermita, que hacía ceremonias como de príncipe para armar a sus capitanes y lo trataban como a tal en la iglesia, que hacía fabricar artillería gruesa, que se apropiaba todo el oro y que él debía tener el tesoro de Motecuhzoma. Pero además, en su primera respuesta a este interrogatorio, soltó algo nuevo. Comenzaba a hablar de las relaciones carnales múltiples y promiscuas de don Hernando —que él calculó que eran con “más de cuarenta indias” con las que se “echaba carnalmente”—, cuando se acordó de lo ocurrido en Coyoacán en 1522, y con la facundia de su pueblo, comenzó a enhebrar recuerdos: una noche, estando este testigo doliente en su casa, vino a ella Alonso de Villanueva, camarero del dicho Fernando Cortés, a llamar a María de Vera, ama deste testigo, que la llamaba el dicho don Fernando que fuese allá, que estaba mala Catalina Xuárez, mujer del dicho don Fernando, e que esto podría ser a las doce de la noche; e la dicha María de Vera se fue a la casa del dicho don Fernando con el dicho Villanueva, e que desde a obra de hora y media o dos horas volvió a casa deste testigo la dicha María de Vera y dijo a este testigo: “Vengo de amortajar a Catalina Xuárez, mujer del capitán Fernando Cortés”, y este testigo le dijo: “¡Cómo!, ¿muerta es Catalina Xuárez?”, y la dicha María de Vera le dijo: “Sí, que yo la dejo amortajada, y este traidor de Fernando Cortés la mató, porque al tiempo que la amortajaba le vide las señales puestas en la garganta, en señal de que la ahogó con cordeles, lo cual se parecía muy claro”.
María de Vera también era locuaz y siguió relatando a Juan de Burgos lo que otras mujeres que asistieron a la muerta aquella noche habían visto y dicho. Y esta parte de la declaración concluye con lo que el propio testigo Burgos dice que oyó la mañana siguiente. Fray Bartolomé de Olmedo propuso a Cortés que ante un alcalde, escribano y testigos se examinara a la muerta antes de enterrarla, para acallar murmuraciones. Cortés no aceptó y Catalina fue sepultada.22 Esta denuncia marginal de Burgos, luego repetida por Antonio de Carvajal, fue el hilo del que se sacó el ovillo. Las amas, criadas, doncellas y cuantos habían estado cerca de aquel hecho, fueron llamados para una averiguación y un nuevo proceso por la muerte de Catalina
Xuárez.
MISCELÁNEA DE TESTIGOS Y ACUSACIONES La mayoría de los testigos siguientes abunda en las acusaciones ya apuntadas: relaciones carnales con mujeres que eran parientes entre sí, tiranía, enriquecimiento, no obediencia a las provisiones reales; que quería levantarse con la tierra, que se hacía casas con torres, que tenía mucha artillería, que jugaba y consentía blasfemias y que era sospechoso de la muerte de su primera mujer. Muchos de los testigos repiten sólo lo que oyeron decir públicamente o que supieron de un tercero. Sin proponérselo, Rodrigo de Castañeda señaló la conciencia histórica de Cortés, pues al hablar de la destrucción de los cúes indígenas que hacían los franciscanos, contó que: don Fernando decía que para qué las habían quemado que mejor estuvieran por quemar y mostró gran enojo porque quería que estuviesen aquellas casas de ídolos por memoria.23
Alonso Lucas, que vino como escribano de Francisco de Garay, refirió pormenorizadamente las desgracias que ocurrieron con esa armada y la muerte del pobre capitán De Garay, y dio su versión sobre lo ocurrido en México durante el gobierno de los oficiales, en abigarrados relatos.24 Francisco de Orduña, como novedad, cuenta un incidente entre Cortés y Andrés de Tapia,25 al parecer sin consecuencias, ya que Tapia fue uno de los capitanes que acompañaron a Cortés en su viaje a España. El bachiller Alonso Pérez hace un duro juicio moral de Cortés, que se recoge adelante, y cuenta que vio ahorcados a dos o tres indios en Coyoacán, acusados de que se “habían echado con la dicha Marina”.26 Gerónimo de Aguilar, el náufrago y cautivo de los indios que rescató Cortés en Yucatán, y que luego fue su primer traductor del maya, hace unas extensas declaraciones que lo muestran como un hombre turbio y de escasa inteligencia. Debía su vida a Cortés y no hay en sus palabras un solo rasgo de reconocimiento. La narración que hace de la derrota de Pánfilo de Narváez es penosa y confusa, por mal contada, sobre todo si se recuerda la ágil y vivaz de Bernal Díaz. Aguilar no tiene el sentido de las situaciones, de su gradación y del efecto de cada una de las acciones. Se hace pasar por intérprete directo entre Motecuhzoma y Cortés, es decir, traduciendo del náhuatl, cuando por lo que se sabe Aguilar conocía sólo el maya. La exposición que hace de las infidelidades de Cortés se limita a repetir dichos ajenos, lo que oyó decir públicamente. Lo único que le consta es que Cortés no hizo iglesia.27 García del Pilar es el último de los testigos en esta primera etapa del juicio. Él mismo dice que fue de los que vinieron de Cuba con Cortés. Al parecer, aprendió bien la lengua náhuatl y ser lengua de los indios fue su oficio, que aprovechó largamente con la primera Audiencia y con Nuño de Guzmán en su expedición a Nueva Galicia —aunque luego se volviera contra él y denunciara sus crímenes—, siempre en perjuicio de los indios. Tenía contra Cortés el agravio
de que lo había encarcelado por 60 días, según él por haber dicho que Cristóbal de Tapia venía a gobernar la tierra. Fray Juan de Zumárraga lo detestaba: aquella lengua había de ser sacada y cortada —escribía el obispo al rey— porque no hablase más con ella las grandes maldades que habla y los robos que cada día inventa, por los cuales ha estado a punto de ser ahorcado por los gobernadores pasados dos o tres veces, y así le estaba mandado por don Hernando que no hablase con indio, so pena de muerte.28
Y más adelante agrega Zumárraga que el presidente de la Audiencia, Nuño de Guzmán, le dijo que Del Pilar era: servidor de Vuestra Majestad y que ha de hacer por él mucho, como lo hace; pues yo afirmo —dice el fraile— y ofrezco pruebas que este Pilar lo es del infierno y deservidor de Dios y de Vuestra Majestad, que merece gran castigo.29
Sus declaraciones contra Cortés contribuyeron con pocas novedades y algunas exageraciones. En lo de la matanza del Pánuco, hecha por Gonzalo de Sandoval para castigar a indios que habían matado a españoles, Del Pilar dice que interrogó a algunos señores de la región, quienes aseguraron que “los mataron porque los indios de México les habían dicho que el capitán Malinchi, que quiere decir el capitán Hernando Cortés, se los había mandado que lo ficiesen”. En las acusaciones acerca de los tesoros acumulados por Cortés, su recurso es la desmesura. Dice que el conquistador tiene un señorío que sólo sigue en importancia al del rey de España, pues tiene “medio millón e más de ánimas”, y rentas actuales por más de 300 000 castellanos y en el pasado por más de 600 000. Y cuenta, en fin, García del Pilar que una vez vio que Hernán Cortés tenía en su cámara de Coyoacán “cuatro cofres de Flandes tumbados”, tres llenos de barras de oro y el otro de joyas, y que había dos cofres más que debieron estar llenos de lo mismo.30
DECLARACIONES COMPLEMENTARIAS Y UN INTENTO DE SEDUCCIÓN Además de las declaraciones de los 22 testigos, desde el 4 de abril hasta fines del mismo mes, se llamó a 90 declarantes, entre ellos a algunos de los dichos testigos, para que aclararan alusiones y precisaran ciertos puntos, en general de poca importancia.31 Vázquez de Tapia y el doctor Ojeda ampliaron sus acusaciones. Juana López, María de Vera y Violante Rodríguez dijeron lo que sabían sobre la acusación hecha por Juan de Burgos, de la muerte de Catalina Xuárez achacada a Cortés, declaraciones que luego ampliarán en el proceso que se hizo por esta muerte. Aquella denuncia hecha por Vázquez de Tapia, de una mujer que contaba que Cortés se había echado con su hija en Cuba, fue completada. La susodicha fue encontrada, se llamaba Catalina González, era mujer de Juan de Cáceres Delgado, vecina de la ciudad de México, y apareció también la hija en cuestión, llamada Marina de Triana. Ambas lo contaron todo con lisura y naturalidad, revelando los modos de seducción más bien bruscos de don Hernán:
Estando esta que declara —contó Catalina González— en Cuyoacan… el dicho Juan de Cáceres, su marido, y esta que declara, fueron un día a hablar con el dicho don Fernando e a le rogar que les diese algunos indios e que hablaron al dicho don Fernando, que había acabado de comer e que se quería echar a dormir, e questa que declara se entró en la cámara del dicho don Fernando e se asentó encima de una caja que allí estaba, e que dende a un poco entró en la dicha cámara e pidió paño e peine e se acostó en la cama a dormir la siesta, e que estando así acostado esta que declara le dijo que tenía mucha necesidad ella y su marido, que les diese unos indios, e quel dicho don Fernando no le dijo cosa ninguna e que se levantó de la cama e se abrazó con esta que declara e anduvo con ella a los brazos asido un gran rato e rogándole que se echase con él, e questa que declara se defendió dél diciéndole: “Cómo, ¿no sois cristiano, habiendo os vos echado con mi fija queréis echaros conmigo? Bien me podéis matar y facer lo que quisiéredes, mas yo tal no haré”… e que desta manera se defendió dél e se fue; e que desde ha cierto tiempo, una fija desta que declara, que se dice Marina de Triana, ques con la que decían quel dicho don Fernando se echó, vino a esta ciudad e le preguntó si era verdad quel dicho don Fernando se había echado con ella, la cual dijo que sí.32
Así pues, nada logró Cortés con la madre, y cuenta ésta que madre e hija fueron a reclamar al galán por su hecho pasado y su intento, y que don Hernando “se demudó e paró bermejo”.
RESUMEN DE LOS CARGOS CONTRA CORTÉS El 7 de abril de 1529 concluyeron las declaraciones de los 22 testigos de cargo en la parte principal del juicio de residencia contra Hernán Cortés y los oficiales reales. Un mes después, el 8 de mayo, estaba listo el documento llamado Cargos que resultan contra Hemando Cortés,33 que resume las acusaciones presentadas. Lo firman Nuño de Guzmán y el licenciado Diego Delgadillo, el presidente de la Audiencia y uno de los oidores, como para dejar constancia de su interés en este asunto. Los nombres de cada uno de los acusadores ya no se mencionan en este documento. Los 101 cargos se encuentran ordenados con una cronología aproximada y reunidos los de cada tema. Despojadas de titubeos, repeticiones y anécdotas, las acusaciones parecen ahora más graves, como si los autores del resumen las hubiesen afilado, o incluso hubiesen añadido algunos hechos o palabras no mencionados por los declarantes. Por ejemplo, la armadura de oro que según el cargo número 83 dieron a Cortés los señores de Tlaxcala cuando volvió de las Hibueras, tengo la impresión de que no se menciona en las declaraciones de los testigos; y asimismo, algunas de las descomedidas bravatas que se atribuyen a Cortés en el cargo número 53 creo que aparecen aquí por primera vez. De todas maneras, este resumen de cargos será el documento principal al que se referirán, para refutarlo, los Descargos presentados por García de Llerena, procurador de Cortés, el 12 de octubre siguiente. En un documento posterior, del 14 de enero de 1534, Cortés dará respuesta a los 11 cargos principales de la “instrucción secreta”.
EL PROCESO POR LA MUERTE DE CATALINA XUÁREZ Denuncias hechas durante el juicio de residencia motivaron tres repercusiones: el proceso contra Cortés por la muerte de su primera mujer, Catalina Xuárez Marcaida; la “probanza grande” promovida por Juan Tirado, antiguo conquistador de los que vinieron con Cortés, en
la que presentó 15 testigos que respondieron a 51 preguntas, con variantes menores, en términos generales, respecto a las del juicio principal; y los cargos hechos contra el bachiller Juan de Ortega, primer alcalde conocido de la ciudad de México, amigo de Cortés y defensor de su causa durante la actuación de los oficiales reales. Ortega fue un funcionario algo más que riguroso, pues condenó a la horca a varios conjurados, y se le acusó de haber sido el ejecutor del degüello de Cristóbal de Olid en las Hibueras. De estos cargos y de otros menores lo acusaron los oidores Matienzo y Delgadillo y lo condenaron a destierro perpetuo de Nueva España, sentencia que no parece haberse cumplido.34 Durante los siete años transcurridos desde la muerte de Catalina Xuárez, ocurrida a fines de 1522,35 no se había vuelto a hablar de los rumores que entonces se suscitaron. Y probablemente Juan Xuárez, hermano de Catalina y amigo muy cercano a Cortés en los días de Cuba, seguía siéndolo.36 La oportunidad que en 1529 se presentó de revivir este asunto, que podía dañar seriamente la fama de Cortés, fue alentada por el presidente y oidores de la Audiencia, y el nuevo proceso se inició con celeridad el 4 de febrero de 1529, seis días después de que Burgos hiciera su denuncia, y aun antes de que concluyeran los interrogatorios del juicio de residencia. El bachiller Alonso Pérez preparó la acusación principal. Para darle un toque dramático, la firmó María de Marcaida, madre de la difunta Catalina, entonces ya anciana, quien luego dejó la responsabilidad del juicio a su hijo Juan Xuárez, también acusador. El interrogatorio de 13 preguntas lo preparó asimismo el bachiller Pérez.37 Sólo se presentaron siete testigos, seis de ellos mujeres, criados de Catalina o de Cortés que habían estado cerca de los hechos: Ana Rodríguez, Elvira Hernández, Antonia Hernández, Violante Rodríguez, Isidro Moreno, María de Vera y María Hernández. Las declaraciones se recibieron en el mes de marzo y sólo una el 8 de octubre de 1529; pocos días después la parte acusadora del proceso quedó concluida. No hubo —o no se conserva— presentación de testigos de descargo. Se dio copia del proceso a la parte de Cortés y nunca se pronunció juicio sobre él.
EL DISGUSTO PREVIO DE HERNÁN Y CATALINA El único testigo que refirió las circunstancias previas a la muerte de Catalina fue Isidro Moreno, auxiliar del mayordomo Diego de Soto. La noche del 1° de noviembre de 1522 había fiesta, con muchas dueñas y caballeros, en casa de Cortés en Coyoacán. Durante la cena, doña Catalina dijo al capitán Solís: “Vos, Solís, no queréis sino ocupar mis indios en otras cosas de lo que yo les mando e no se face lo que yo quiero”. A lo que el dicho Solís respondió: “Yo, señora, no los ocupo. Ahí está su merced que nos manda e ocupa”. Y la señora replicó: “Yo vos prometo que antes de muchos días haré yo de manera que no tenga nadie que entender con lo mío”. Entonces intervino don Hernán y dijo a su mujer: “¿Con lo vuestro, señora? Yo no quiero nada de lo vuestro”. Lo dijo como bromeando y rieron de ello las otras dueñas, pero “doña Catalina se avergonzó e se entró corrida a su cámara”. Don Hernán quedó un rato más con sus invitados, los despidió y pasó a su habitación a desvestirse y acostarse. Dos o tres horas más tarde fueron a llamar al mayordomo Soto y al declarante Moreno, diciéndoles que doña Catalina era muerta. Al llegar a sus cámaras
encontraron a dos pajes y al camarero Alonso de Villanueva, y vieron que don Hernán estaba “dando gritos e que andaba dando golpes consigo por aquellas paredes e que los dichos pajes le tenían”. Soto y Villanueva dieron a Isidro Moreno dos encargos: que fuera a llamar a fray Bartolomé de Olmedo para que consolase a don Hernán, y que dijera a Juan Xuárez, de parte de Cortés, que su hermana era muerta “e que no viniese allí porque sus importunidades… habían muerto a la dicha Catalina”.38 ¿Qué sentido pudo tener este extraño mensaje? ¿cuáles pudieron ser las “importunidades” de Juan con su hermana? Lo que parece evidente es que las relaciones de los antiguos amigos se habían resfriado. De Juan Xuárez se sabe que continuó viviendo en México, tuvo la rica encomienda de Tamazulapa, en Oaxaca, y se enriqueció con el monopolio de molinos de trigo que tuvo en la ciudad de México. Casó con doña Magdalena de Peralta, cuyo padre vino en el séquito del primer virrey don Antonio de Mendoza, y uno de sus hijos fue el cronista Juan Suárez de Peralta.39 Pero nada se sabe de las relaciones posteriores que tuviera con Cortés.
EL CORO DE LAS MUJERES Las seis testigos del proceso, a las que debe añadirse la declaración previa de Juana López — que aparece entre las declaraciones complementarias del juicio de residencia—, forman un coro de pintoresco chismorreo femenino, con sentido directo de las cosas y a veces con una pizca o con mucho de murmuración. Eran camareras o criadas de la casa de don Hernán y doña Catalina o vecinas de Coyoacán, mujeres de conquistadores que allí vivían. Ninguna sabía escribir, pero todas tenían memoria fresca y sabían contar sus recuerdos. La más discreta de ellas fue Juana López, que al declarar tenía 19 años, y había sido servidora de doña Catalina y luego de don Hernán, “fasta que la casó” con Alonso Dávila. Ayudó en todo con la muerta. Ella nada vio de raro, salvo las cuentas quebradas de la gargantilla, que recogió Ana Rodríguez “e las puso a una fija suya”.40 Esta Ana Rodríguez, camarera de doña Catalina, fue casi discreta y era buena observadora. Las mujeres no se enteraron de lo que ocurrió durante la fiesta, pero sí de lo que pasó después. Antes de acostarse, doña Catalina pasó a su oratorio, y cuando salió estaba pálida y dijo a Ana que “quería que la llevase Dios de este mundo”. La sagaz camarera comenta que cree que “era celosa de su marido”, quien “festejaba damas e mujeres que estaban en estas partes”. Como entre las mujeres entran las indias, puede considerarse la suposición de Henry R. Wagner, quien señala que durante la breve estancia de Catalina en México nació probablemente Martín, el hijo de Cortés y la Malinche, y que el inusitado entusiasmo del padre por su primer hijo varón, además de los amoríos ocasionales, pudo provocar los celos y reproches de Catalina, quien no le había dado hijos.41 Además de la escena del oratorio y la observación de los celos, Ana dice que cuando entró en la cámara de los esposos, “Catalina estaba echada encima del brazo del dicho don Fernando, muerta, e él llamándola, pensando que estaba amortecida”. Y tras este reconocimiento de la enfermedad de Catalina, que concuerda con lo que Cortés dirá más tarde, Ana confirma lo de las cuentas de la gargantilla deshechas, añade que la cama estaba orinada y
que vio cardenales en la garganta de Catalina, que Cortés explicó diciendo que “la había asido de allí para la recordar cuando se amorteció”. Elvira Hernández y Antonia Hernández hicieron declaraciones sin importancia, aunque la primera introdujo el tema de la conversación de Cortés con Juan Bono de Quejo, que María Hernández, días después, contará mejor. Violante Rodríguez, mujer de Diego de Soria, repitió lo de los cardenales y la cama orinada y añadió un rasgo cultural de la época: la vigencia popular del romancero como un código de sobreentendidos para ilustrar o explicar situaciones humanas. Dijo Violante que cuando vio a Catalina ahogada, le dijo a María de Vera “que había sido la dicha doña Catalina [ahogada] como la mujer del conde Alarcos, e quella le dijo que callase por amor de Dios, que no lo supiese don Fernando”.42 María de Vera, el ama de Juan de Burgos cuyo relato a éste dio origen al proceso, dijo que ella fue quien amortajó a Catalina, y como casi todas, mencionó lo de las cuentas quebradas, la cama orinada y los cardenales en la garganta, aunque ya no habló de las señas de cordeles. La última de las testigos, María Hernández, mujer de Francisco de Quevedo, era amiga de Catalina desde Cuba, y como tal tuvo mucho que contar. La mañana del día infausto, Catalina fue a misa, “muy gentil mujer, más que otros días”, y en la fiesta de la noche “había danzado e regocijádose a obra de las diez horas de la noche, e que a las once de la dicha noche se dijo que era muerta”. Cuando María vio a la pobre Catalina, “tenía los ojos abiertos e tiesos e salidos de fuera, como persona que estaba hogada e tenía los labios gruesos e negros e tenía así mismo dos espumarajos en la boca”. Ella le había contado los malos tratos que le daba Cortés, quien “la echaba muchas veces de la cama abajo de noche e le facía otras cosas de maltratamiento”, y aun le había anunciado a su amiga que algún día la encontraría muerta. Y refirió María la conversación previa que tuvo Cortés con Juan Bono de Quejo —aquel personaje que Diego Velázquez envió a México, hacia septiembre u octubre de 1522, con cartas en blanco para que nombrase nuevas autoridades, suponiendo que Cristóbal de Tapia era ya gobernador de la tierra—,43 quien decía al conquistador: “¡Ah, capitán, si no fueras casado, casaras con sobrina del obispo de Burgos!”. Según la testigo María Hernández, la ambición de Cortés era, pues, “casar con otra mujer de más estado”, y así lo dijo al día siguiente de la muerte al capitán Cristóbal Corral, quien lo contó a María, cuando paseaba con él por una huerta: “Pues, ¿parece os que casara hombre con quien quisiere?”44 La supuesta escena de Cortés y el padre Olmedo, en la que éste le pidió que antes de sepultar a Catalina se abriera la caja para que ante autoridades y testigos se confirmase el estado de la muerta y se evitaran murmuraciones, lo cual fue rechazado por Cortés, había sido afirmada por Juan de Burgos, como presenciada por él, y aunque formó en el interrogatorio las preguntas X y XI, no fue ratificada por ninguno de los testigos.
OTRA CAUSA DE MARÍA DE MARCAIDA CONTRA CORTÉS Además del juicio contra Cortés como presunto autor de la muerte de su primera mujer, Catalina Xuárez Marcaida, que acaba de resumirse, la madre de Catalina, María de Marcaida,
sus hijos y herederos, promovieron, también en 1529, otra causa contra Cortés que se alargará hasta 1600, por los bienes gananciales habidos durante el tiempo del matrimonio de don Hernán y doña Catalina. La parte de Cortés intentó mostrar que doña Catalina no aportó ninguna dote ni hacienda al matrimonio y que ella no era “mujer industriosa ni diligente” y que estaba siempre delicada y enferma y “no se levantaba de un estrado”. La parte de María de Marcaida, por su parte, afirmaba que la fortuna que acumuló don Hernando, primero en Cuba y luego en México, fue ganada y multiplicada durante el matrimonio, y por ello demandaba la mitad de los bienes. El pleito, llevado por procuradores en Santiago de Cuba y en la ciudad de México, se fue alargando, murieron los actores y sus sucesores al fin lograron, en 1599, que la parte de Cortés pagara 42 000 pesos.45
EL PESO DE LAS ACUSACIONES CONTRA CORTÉS Sin tomar en cuenta la invalidez moral de jueces y testigos —asunto del que Cortés se ocupará ampliamente—, puede preguntarse cuáles de las acusaciones hechas contra Cortés, durante esta primera etapa del juicio de residencia y de sus repercusiones, lo afectaron más gravemente ante la historia, ante la fama pública y ante la opinión de los miembros del Consejo de Indias. Las acusaciones principales habían sido: infidelidad a la Corona e intentos de tiranía; desobediencia a las provisiones reales; crímenes, crueldades y arbitrariedades durante la guerra; excesos y promiscuidades sexuales; enriquecimiento personal sin compartir con sus soldados rescates o saqueos y obsequios, ni dar al rey su quinto; apropiamiento de grandes extensiones de tierras urbanas y rurales; responsabilidad en las muertes de Garay, Ponce de León y Aguilar; y muerte de Catalina Xuárez. Algunos de estos hechos atribuidos a Cortés carecen de fundamento, otros fueron crímenes reales, aunque algunos de ellos sean explicables para su tiempo dentro del inicuo pragmatismo de las guerras de conquista, y otros sólo cuentan para la propia conciencia y raras veces han sido castigados. Las matanzas de millares de indígenas para sembrar el terror, las violencias y muertes de señores indios que defendían a su patria, el sojuzgamiento de un pueblo al que se puso en servidumbre, y el despojo de cuanto valioso para los españoles tenían los indios, todos estos actos, que sólo ocasionalmente se mencionan en el proceso como crueldades innecesarias, fueron crímenes y hechos delictuosos. Una sección de la historia, desde el propio Hernán Cortés y López de Gómara, lo explica todo como necesario para la eficacia de la conquista y la extirpación de la idolatría. Y otra interpretación histórica, desde Las Casas, condena violencias y despojos, los desmesura y de todo culpa a Cortés. Ciertamente, él actuaba en su tiempo, dentro de un marco de ideas morales y políticas y de reglas de la guerra; pero aun así, Cortés transgredió muchas veces los mandamientos morales básicos de la humanidad. Para su propio prestigio como capitán y gobernante y para su honorabilidad personal, creo que fueron graves las acusaciones de apoderamiento de bienes y tierras, que afectaban los intereses de muchos y los de la Corona, así como la acusación del asesinato de Catalina
Xuárez. Aunque sean jurídicamente inconsistentes los vivaces parloteos de las mujeres testigos, sus dichos consiguen persuadirnos de que aquello fue un crimen,46 a pesar de que nunca se pronunciara el juicio. En fin, tengo la impresión de que, además de lo anterior, ante el Consejo de Indias pesó mucho la censura latente al hombre ensoberbecido, dueño de vidas y haciendas, y al que no debió ser tan extraña como él proclamaba la tentación de “alzarse con la tierra” que había conquistado. A hombre y capitán tan excepcional como peligroso, debieron pensar los señores del Consejo de Indias, era preciso honrarlo, distraerlo y anularlo para que la Nueva España siguiera su camino. Por otra parte, al mismo Cortés, habituado al acatamiento general, debió causarle cierto estupor el ver surgir esta oleada de enemigos y malquerientes y este cúmulo de acusaciones justas, injustas y aun imaginadas. Mientras tuvo el poder, él había movido y decidido la justicia, y ahora que no lo tenía, otros hacían lo mismo contra él, aunque con saña y odio que él raras veces había tenido. Mostró en verdad temple extraordinario al resistir las andanadas sin perder la cabeza. Sus abogados en México fueron hábiles y laboriosos y comenzaron a echar, sobre la corriente de las acusaciones, torrentes de razonamientos, que se volverán caudal desmesurado cuando Cortés retorne a México. ¿Y todo para qué? Acaso sólo para que los escribanos, que lo consignaban mecánicamente, y algunos oficiales del Consejo de Indias, se medio enteraran del choque de tantas pasiones, que nadie reduciría al juicio de un tribunal; cientos y cientos de páginas que luego se sepultarían por siglos en los legajos de Justicia de los archivos, donde esperarían también el examen y el caprichoso dictamen de la historia.
CRÍTICAS MORALES DE LA CONQUISTA Y DE CORTÉS Si, como pensaban algunos juristas de la época, existen causas que hacen justas ciertas guerras, y por tanto un derecho de conquista, los hechos de Cortés en México fueron lícitos. Pero si, como creían otros juristas, no existe un derecho divino que conceda autoridad a un monarca sobre todos los hombres, así sea para convertir a los idólatras, pues la propagación de una fe sólo es justificable por vías pacíficas y de persuasión; y cualquier conquista violenta y sojuzgamiento de pueblos pacíficos es agresión, los hechos de Cortés fueron ilícitos.47 Estas posiciones encontradas son ciertamente las cruciales en el debate en torno a Cortés y la conquista. Sin embargo, prescindiendo de estas argumentaciones de los juristas del siglo XVI, y siguiendo en cierta manera la tendencia de los acusadores del juicio de residencia, dos historiadores modernos, el mexicano Genaro García y el alemán Georg Friederici, han hecho críticas morales de la conquista y de la conducta de los conquistadores, Cortés entre ellos. La obra de Genaro García,48 ampliamente documentada, ofrece extensas citas guiadas por un ánimo de crítica muy severa acerca de los conquistadores y en defensa de los conquistados. Don Pablo Macedo reprochó al historiador el haber “acumulado… todas las negruras, todas las brutalidades, todos los horrores que acompañaron a los conquistadores”.49 Ciertamente,
cuanto revelaba don Genaro estaba consignado por cronistas y documentos de la época; pero también es cierto que, con semejantes bases documentales, pudiera hacerse otra historia de blancuras, heroísmos y beatitudes. Por lo que concierne a la conquista de México y a Hernán Cortés, en la obra de García hay un extenso relato de aquella gesta,50 a base de crónicas españolas e indígenas, relato, en términos generales, convencional. Sin embargo, en el caso de la muerte de Motecuhzoma, el historiador —como ya lo había hecho años antes Orozco y Berra—, contra la versión de la pedrada en la cabeza de los cronistas españoles, da como verdadera la versión indígena de que fue muerto a puñaladas por orden de Cortés. Sus juicios sobre el conquistador suelen ser ásperos: “espíritu falso y criminal”, por ejemplo. La exposición que hace Genaro García del origen y condición de los españoles venidos a América51 tiene algunas generalizaciones poco verosímiles. Después de recordar la concesión hecha por los Reyes Católicos, pronto revocada, para que se permitiese venir a criminales en las expediciones de Colón, afirma que “Quedó en consecuencia desde un principio convertida la América en mansión obligada de criminales”. Sin matizar sus juicios, dice que los españoles fueron enemigos del trabajo, codiciosos y explotadores de los indios; las mujeres, deshonestas y desvergonzadas; los eclesiásticos, que aumentaron con rapidez, se enriquecieron sin medida, se apropiaron de tierras, eran codiciosos que malgastaban los diezmos y fueron responsables de la esclavitud de los indígenas; que había carencia de verdadera instrucción religiosa, los bautismos eran apresurados y se aplicaban duros castigos a los idólatras; que los franciscanos castigaban con dureza las menores faltas de los indios; y en fin, que había relajación general de los frailes en el Perú, y en México, en el último tercio del siglo XVI, según el informe de Moya de Contreras.52 En el libro tercero de su obra, que estudia el “Resultado de la conquista española”, don Genaro denuncia los abusos y crueldades de los conquistadores, la despoblación de México y la degradación de los naturales causada por la conquista. Georg Friederici dedica un extenso capítulo de su obra53 al “Carácter de la conquista y colonización de América por los españoles”. Los apoyos documentales, el tono y la actitud de su exposición tienen semejanzas con los del libro de Genaro García. Estas páginas son también una crítica moral de la conquista. Las condenaciones y denuncias más escandalosas se refieren a hechos de la conquista del Perú y de otras regiones sudamericanas, aunque algunos relieves tocan en especial a Cortés. Entre las acusaciones generales señalo las siguientes: espíritu de lucro y codicia por el oro; presidiarios y gente de mal vivir entre los conquistadores; generosidad excepcional de un caudillo, Diego de Almagro, que perdonó a sus soldados, que llevó a la desastrosa conquista de Chile, los 150 000 pesos de oro que adeudaban, en contraste con la avaricia de Hernán Cortés después de la Noche Triste; tropelías “en nombre de Dios y del rey”; y “mentira e insinceridad, calumnia y espíritu de discordia” entre los conquistadores. Al referirse a la moral de los caudillos, Friederici hace una lista de los buenos y rectos y de los canallas y perversos. Entre estos últimos, señala a Pedrarias Dávila, “una de las personalidades más espantosas del tiempo de la conquista”, a Lope de Aguirre, a Rodrigo de Orgoños y a Francisco de Carvajal, quienes “llevan en sí algo del espíritu de su compatriota César Borgia”.54 Y entre los buenos, siguiendo a Fernández de
Oviedo, salva a los virreyes Antonio de Mendoza, Luis de Velasco, Andrés Hurtado de Mendoza y al marqués de Cañete; al presidente Pedro de La Gasca; a los gobernadores Diego Pérez del Toro, Francisco de Barrionuevo, Pascual de Andagoya y Álvar Núñez Cabeza de Vaca; a los licenciados Tolosa y Alonso de Zorita; a los obispos Sebastián Ramírez de Fuenleal y Rodrigo de Bastidas, y a Lorenzo de Aldana y Alonso de Alvarado.55 En cuanto a las alusiones especiales a Cortés, además del contraste entre su avaricia y la generosidad de Almagro, Friederici lo recuerda también como escritor y dice de sus Cartas de relación que, aunque: por su contenido y su valor literario [son] tal vez lo mejor entre lo mucho bueno que nos ha legado el periodo español de la conquista… están plagadas de mentira, de hipocresía e insinceridad, lo mismo que toda la conducta de este caudillo hacia sus propios compatriotas y hacia los indios.56
Respecto a las crueldades del conquistador de México con los indios, Friederici recuerda que Cortés mandó quemar vivos a Cuauhpopoca, al hijo de éste y a todo su séquito, para “atemorizar y desarmar a un pueblo heroico” y, como Manuel Orozco y Berra y Genaro García, afirma que Cortés hizo matar a puñaladas a Motecuhzoma. En fin, cuando Friederici recuerda las muertes trágicas que tuvieron algunos descubridores y conquistadores, recuerda a Cortés, junto con Colón, Gil González Dávila y Benalcázar, entre los que, “decepcionados y abatidos”, tuvieron un final desastroso.57 La moral de Cortés, su conducta ante su propia conciencia, mereció de algunos de sus compañeros de conquista juicios muy severos. Además de los ya registrados, el bachiller Alonso Pérez, en su declaración del juicio de residencia, lo consideraba hipócrita y engañador, pues decía que: el dicho don Fernando Cortés oía misa e se confesaba e que muchas veces este testigo se espantaba diciendo cómo es cristiano porque engaña al mundo e a su conciencia, cómo lo absuelven los clérigos e frailes de manga [ancha] pues no nos da lo nuestro.58
Y en la carta que Diego de Ordaz envió de Madrid, el 2 de junio de 1530, a su sobrino Francisco Verdugo, a propósito de un litigio por dineros con Cortés, le decía sin rodeos: “Hágoos saber que el marqués no tiene más conciencia que un perro”.59 Ordaz había sido capitán distinguido en la conquista y mantenía buenas relaciones con Cortés. Frente a estos duros juicios, merece recordarse también lo que escribió de Cortés, años después de su muerte, fray Toribio Motolinía, quien debió conocer la intimidad de aquel hombre: Dios le visitó con grandes aflicciones, trabajos y enfermedades para purgar sus culpas y alimpiar su ánima. Y creo que es hijo de salvación y que tiene mayor corona que otros que lo menosprecian.60
Una vez más, la personalidad de Cortés concita juicios contradictorios, como para escamotear cualquier dictado concluyente.
1
El juicio de residencia a Hernán Cortés se pregona en 1526; se inicia formalmente en 1529 con las acusaciones de los testigos de cargo, y se prolonga en juicios laterales, principalmente el de la muerte de Catalina Xuárez; de 1529 a 1535 se oye la defensa; en los años siguientes, hasta 1545, hay alegatos, solicitudes y protestas; y nunca llega a pronunciarse un juicio que lo cierre. Es, pues, un largo proceso —nunca hasta ahora considerado en conjunto y casi ignorado en su segunda parte— que se extiende en varias etapas de la vida de Cortés. Con el propósito de no desgajarlo, se expone en dos capítulos, uno para la acusación y otro para la defensa, que abarcan sus diversos pasos. 2 Acta de pregón para tomar la residencia de Hernando Cortés, Temistlan, 4 de julio de 1526, en Documentos, sección
IV. 3 Cortés, por conducto de Sánchez Zorita, manifiesta estar dispuesto a que le haga la residencia Marcos de Aguilar.
Éste se excusa, Temistlan, 23 de julio-29 de agosto de 1526, en Documentos, sección IV. 4 Véanse los documentos citados en las notas 42 y 43 del capítulo XVI. 5 Véanse capítulo XVI y nota 44. 6 Interrogatorio del juicio de residencia y del “capítulo secreto”, México, enero de 1529, en Documentos, sección IV. 7 “Carta a Su Majestad del electo obispo de México don fray Juan de Zumárraga”, México, 27 de agosto de 1529, en
Joaquín García lcazbalceta, Don fray Juan de Zumárraga, documento núm. 4, ed. Rafael Aguayo Spencer y Antonio Castro Leal, Editorial Porrúa, México, 1947, 4 vols., t. II, pp. 169-245, refs. pp. 214-215. 8 Manuel Orozco y Berra publicó dos versiones de sus listas de conquistadores. La primera, bajo el título de “Conquistadores
de Nueva España”, en el Diccionario universal de historia y de geografía (México, 1853, t. II, pp. 492-510), es una sola lista alfabética con indicación del grupo con quien vino cada uno, y un total de 1 377 conquistadores. La segunda versión corregida, reordenada y aumentada, la publicó don Manuel bajo el titulo de “Conquistadores de México” y dedicada a Ignacio Manuel Altamirano en la revista El Renacimiento (México, 1869, t. I, en 13 inserciones). En esta segunda versión separa a los conquistadores en siete grupos, por el capitán con quien vinieron, y da un total de 2 329 nombres. Este estudio de Orozco y Berra se ha reproducido como Apéndice a la edición de Baltasar Dorantes de Carranza, Sumaria relación de las cosas de la Nueva España (México, 1902, pp. 333-434), y en el Diccionario Porrúa de historia, biografía y geografía de México (México, 1964 y reimpresiones), bajo el título de “Conquistadores de la Nueva España”, sin la introducción de Orozco y Berra ni su nombre. En casos especiales se ha consultado también: Peter Boyd Bowman, Índice geobiográfico de más de 56 mil pobladares de la América hispánica, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM-Fondo de Cultura Económica, México, 1985, t. I, 1493-1519. Las atribuciones de origen se han rectificado en algunos casos, por afirmaciones de los mismos testigos. Por ejemplo, Francisco Verdugo dice que vino con Narváez y no con Cortés, y al revés, García del Pilar dice que vino con Cortés y no con Narváez. 9 Andrés de Tapia, en sus declaraciones de la defensa, refiere que Vázquez de Tapia le contó que Gonzalo de Salazar le
mostró una carta de Cortés en la que pedía que, por ciertas acusaciones, dieran cien azotes a Vázquez de Tapia, y que, por ello, éste juró enemistad contra Cortés y hacerle “todo el mal y daño que pudiese”. Véanse Algunas declaraciones de Andrés de Tapia, respuesta 320, en Documentos, sección IV, segunda parte. 10 Algunas respuestas de Bernardino Vázquez de Tapia, México, 23 de enero de 1529, en Documentos, sección IV. 11 Bernal Díaz, cap. LVII. 12 Probanza hecha en la Nueva España, a pedimento de Juan Ochoa de Lejalde, en nombre de Hernán Cortés,
sobre las diligencias que dicho capitán hizo para que no se perdiese el oro y las joyas de Sus Majestades que estaban en la ciudad de Temistitan, ca.1520: en Documentos, sección I. 13 Bernal Díaz, cap. CVI. 14 Algunas respuestas de Gonzalo Mejía en el juicio secreto, México, 25 de enero de 1529, en Documentos, sección IV. 15 Algunas respuestas de Cristóbal de Ojeda, México, 27 de enero de 1529, en Documentos, sección IV. 16 Sumario de la residencia tomada a D. Fernando Cortés, gobernador y capitán general de la N.E …, paleografiado
del original por el licenciado Ignacio López Rayón, Archivo Mexicano, Documentos para la Historia de México, México, Tipograffa de Vicente García Torres, 1852-1853, 2 vols., t. II, pp. 325-328. 17 Op. cit., t. II, pp. 268-269. 18 Interrogatorio presentado por Hernando Cortés para el examen de los testigos de descargo en el “capítulo
secreto”, México, ca. 1534, preguntas 37-40, en Documentos, sección IV, segunda parte.
19
Bernal Díaz, cap. CXXXVI.
20 Guillermo Porras Muñoz, El gobiemo de la ciudad de México en el siglo XVI, Instituto de Investigaciones Históricas,
UNAM, México, 1982, pp. 204-209. 21 Cédula de Hernán Cortés en favor de Juan de Burgos, México, 19 de enero de 1528, en Documentos, sección II. 22 Algunas respuestas de Juan de Burgos en el juicio secreto, México, 29 de enero de 1529, en Documentos, sección
IV. 23 Sumario de la residencia, t. I, p. 232. 24 Op. cit., t. I, pp. 275-315. 25
Algunas respuestas de Francisco de Orduña en el juicio secreto, México, 21 febrero de 1529, en Documentos, sección IV. 26 Una respuesta del bachiller Alonso Pérez, México, 6 de marzo de 1529, en Documentos, sección IV. 27 Algunas respuestas de Gerónimo de Aguilar, México, 5 de abril de 1529, en Documentos, sección IV. 28 Zumárraga, “Carta a Su Majestad”, op. cit., t. II, p. 189. 29 Ibid., p. 197. 30 Sumario de la residencia., t. II, pp. 202-203, 205, 207 y 222. 31 Op. cit., t. II, pp. 225-331. 32 Declaraciones de Catalina González, México, abril de 1529, en Documentos, sección IV. 33 Cargos que resultan contra Hernando Cortés, Temistlan, 8 de mayo de 1529, en Documentos, sección IV.
Los puntos principales de estos Cargos son los siguientes: Se hizo nombrar capitán y justicia; Los navíos al través; Castigos a rebeldes; Pánfilo de Narváez; Muerte de Pinelo; Prisión de Vergara y de Guevara; Repartió dinero del rey; Premio al que prendiese a Narváez; Mata y Quesada; Ordenó prender a Narváez; Prendimiento de Narváez; Saqueó los navíos de Narváez; Castigo a Alonso de Grado; Castigo a Gonzalo Mejía; La rebelión indígena y la Noche Triste; Cabildos en casa de Cortés; Ocultaba las provisiones reales; Cristóbal de Tapia; Cristóbal de Olid; Premio a los que echaron a Tapia; El quinto de Cortés; Dichos de Cortés contra Tapia; Agravios contra indios; Esclavos en el “pueblo morisco”; Julián de Alderete; Tomó 25 000 pesos de oro; El oro perdido en la yegua; Tomó para sí Tezcoco; Recibió oro y joyas de los indios de Coyoacán; Tormento a Cuauhtémoc; Tomó los pueblos propios de la ciudad de México; Detenía los navíos; Elegía como alcaldes y regidores a sus parientes y criados; Oaxaca y Tututepec; Oro de Xaltocan; Esclavos en Tezcoco; Esclavos en Cuernavaca y Oaxtepec; Matanza de Cholula; El cuño y el hierro; Armó caballeros; Recibió muchos regalos de los indios; El pesquisidor del rey; Jugó con naipes y dados; No castigó los pecados públicos; Tomó 15 000 pesos para darlos a sus procuradores; Juramento de un pendón; Oro de Tezcoco; Se alzaría con la tierra; Dichos de desacato; No evangelizó a los indios; No castigó a los malhechores; Castigos injustos; No pagó el quinto de un oro fundido; Tomó lo mejor para sí y 50 solares de la ciudad; Francisco de Garay; Daños en la Huasteca; Regalos de Tezcoco; Tomó oro prestado; Se aprovechó de los indios de Tezcoco; Quitó un pueblo a Lorenzo Suárez; El prior de San Juan; Hizo fortalezas con escudos de armas; La fortaleza de Alvarado; Cristóbal de Olid; Encargo a Francisco de las Casas; Quitó a los regidores y alcaldes; Alboroto con Ponce de León; Siguió repartiendo indios; Se regocijó por la muerte de Ponce de León; Sustitución de Ponce de León por Aguilar; Trató de que lo eligieran gobernador; Alboroto por el factor Gonzalo de Salazar; Exigió que nombraran alcaldes y regidores a su gusto; Vino a la ciudad con alboroto; Dio 100 000 pesos a sus procuradores; Los indios de Tlaxcala le dieron una armadura de oro; Soltó de la cárcel a Rodríguez de Villafuerte; Trató de suceder en la gobernación a Marcos de Aguilar; Hizo cabildos en su casa estando suspendido de sus cargos; Impuso a Gonzalo de Sandoval para que gobernara junto con Estrada; Trató de prender a Estrada y alzarse con la tierra; Imponía la venta de la carne de sus ganados; Sus procuradores sólo iban a Castilla a negociar intereses de Cortés; No hacía justicia recta; No respetó la prohibición real respecto a los “prohibidos”; Dio cargos a sus parientes y criados; No hizo arancel para justicias y escribanos; No cuidó las obras de la ciudad ni hizo caminos; Hizo casas, tiendas y molinos y trajo ganado siéndole prohibido; No hizo iglesias ni monasterios; No llevó registro en la cárcel; No visitó ventas y mesones ni les puso arancel, y Afrentó a españoles por cosas livianas. 34 “Probanza hecha por Juan Tirado en el pleito contra Hernando Cortés, que el presidente y oidores de la Audiencia y
Chancillería Real acumularon a la pesquisa secreta contra dicho Hernando Cortés”, Temistlan, 1° de abril de 1529: CDIAO, t. XXVI, pp. 513 y ss. En el Sumario de la residencia, México, 1853, t. II, pp. 376-503, se publica esta Probanza sin el principio, que falta en la copia que existe en el Archivo General de la Nación. “Auto mandando dar traslado al bachiller Juan de Ortega de los cargos que contra él resultaron en la pesquisa secreta que ficieron los licenciados Nuño de Guzmán, Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo, presidente y oidores del Audiencia Real de Nueva España, en la residencia tomada a don Hernando Cortés”, Temistlan, 7 de mayo de 1529, y continuación del pleito hasta 1541: CDIAO, t. XXIX, pp. 5-298.
35
El matrimonio de Cortés con Catalina Xuárez, hacia 1514 o 1515, en Cuba, se narra en el capítulo IV, y las circunstancias de su muerte en el capítulo XIII. 36 Juan Suárez de Peralta, autor del Tratado del descubrimiento de las Indias y su conquista (1589), sobrino de Catalina
e hijo de Juan Xuárez, el amigo, defendió rotundamente en esta obra la inocencia de Cortés: “Ella murió, como he dicho (de ‘mal de madre’), y no tuvo culpa el marqués, y dio satisfacción de ello con el sentimiento que hizo, porque la quería mucho” (cap. XVIII). Juan de Salcedo, en su declaración en defensa de Cortés, del 23 de agosto de 1535, había afirmado lo mismo, y refirió que estando en Barucoa, Cuba, doña Catalina había “caído al suelo como muerta”, que él la tendió en una cama y Cortés le echó agua en la cara para reanimarla, pues estuvo “amortecida más de una grande hora”: Algunas declaraciones de Juan de Salcedo, en Documentos, sección IV, segunda parte. 37 Acusación de María de Marcaida y Juan Xuárez contra Hernán Cortés por la muerte de su esposa Catalina
Xuárez, México, 4 de febrero de 1529, e Interrogatorio propuesto por Juan Xuárez, México, 1529, en Documentos, sección IV. 38 Declaración de Isidro Moreno, México, 10 de marzo de 1529, en Documentos, sección IV. 39 Francisco Fernández del Castillo, Doña Catalina Xuárez Marcayda, primera esposa de Hernán Cortés, y su familia,
México, 1929, cap. XII. 40
Averiguaciones por la muerte de doña Catalina Xuárez Marcaida. Declaraciones de Juana López, México, 1529, en Documentos, sección IV. 41 Véanse capítulo XIII y nota 30. 42 El fragmento del Romance del conde Alarcos y la situación, en el capítulo II de la presente obra. 43 Sobre Juan Bono de Quejo, véase capítulo XII. 44
Declaraciones de Ana Rodríguez, México, 1° de marzo de 1529; de Violante Rodríguez, 1° de marzo de 1529; de María de Vera, 10 de marzo de 1529; y de María Hernández, 8 de octubre de 1529.— Las declaraciones de Elvira y Antonia Hernández no se recogieron y se encuentran en Sumario de la residencia, t. II, pp. 356-359. 45
La extensa Causa seguida por doña María de Marcayda contra Hernán Cortés y sus descendientes, por gananciales (1529-1600), se encuentra en Publicaciones del Archivo General de la Nación, XXVI, Documentos inéditos relativos a Hernán Cortés y su familia, Talleres Gráficos de la Nación, México, 1935, pp. 34-178.— En Documentos, sección IV, sólo se ha reproducido el interrogatorio que se propuso a Cortés y lo que él declaró en respuesta. 46 Los biógrafos conservadores, a partir de Lucas Alamán, quien consideró esta acusación como “calumnia de que no hizo
caudal ni aun el padre Las Casas” (“Cuarta disertación”, Disertaciones, ed. Jus, t. 6, p. 190), la rechazan sin examinarla. La corriente opuesta la ilustra el título del libro de Alfonso Toro, Un crimen de Hernán Cortés. La muerte de Catalina Xuárez Marcaida. (Estudio histórico y médico legal), Ediciones de la Librería de Manuel Mañón, México, 1922. 47 Véase Silvio Zavala, “Hernán Cortés ante la jusúficación de su conquista”, Revista de Historia de América, México,
julio-diciembre de 1981, núm. 92. pp. 49-69. 48 Genaro García, Carácter de la conquista española en América y en México, según los textos de los historiadores
primitivos, 1ª ed., México, 1901; 2ª ed., Ediciones Fuente Cultural, México, s. f. 49 “Réplica” de Genaro García a la nota bibliográfica de Pablo Macedo, en ed. de Fuente Cultural, p. X. 50 Segunda parte, cap. II. 51 Libro primero, cap. II. 52 Pp. 46, 51, 62, 65, 67, 73, 79-81 y 82-83 de la 2ª ed. 53 Georg Friederici, El carácter del descubrimiento y de la conquista de América (1925), trad. de Wenceslao Roces,
Fondo de Cultura Económica, México, 1973, t. I, lib. III, cap.II. 54 Nuño de Guzmán fue olvidado o no mereció ser incluido en esta lista. 55 P. 382. 56 Pp. 376-377. 57 Pp. 383, 398 y 401. 58 Respuesta a la pregunta XXXIX de la instrucción secreta: Una respuesta del bachiller Alonso Pérez, México, 6 de
marzo de 1529, en Documentos, sección IV.
59
Enrique Otte, “Nueve cartas de Diego de Ordás”, Historia Mexicana, 54, octubre-diciembre de 1964, vol. XIV, núm. 2, p. 328. 60
Fray Toribio Motolinía, “Carta al emperador Carlos V”, Tlaxcala, 2 de enero de 1555, Epistolario (1526-1555). Recopilado, paleografiado directamente de los originales y transcrito por el licenciado Javier O. Aragón, estudio preliminar por el P. Lino Gómez Canedo, México, 1986, p. 173.
XIX. LA DEFENSA DE CORTÉS EN EL JUICIO Debe también cuidar el príncipe de que no salga frase de su boca que no esté impregnada en las referidas cinco cualidades, y que en cuanto se le vea y se le oiga parezca piadoso, leal, íntegro, compasivo y religioso. Esta última es la cualidad que conviene más aparentar, pues generalmente los hombres juzgan más por los ojos que por los demás sentidos, y pudiendo ver todos, pocos comprenden bien lo que ven. NICOLÁS MAQUIAVELO
SUS PROCURADORES INICIAN LA DEFENSA DE CORTÉS Mientras que en España Cortés seguía el peregrinar de la corte por Zaragoza y Barcelona y casaba con doña Juana de Zúñiga, sus procuradores en México, Diego de Ocampo, Juan Altamirano y García de Llerena, iniciaron su defensa en el juicio de residencia. Su primer escrito dirigido a la Audiencia, del 13 de mayo de 1529, se limita a hacer constar irregularidades del juicio: todos los testigos de cargo presentados son notorios enemigos de Cortés y fueron elegidos por Gonzalo de Salazar y Peralmíndez Chirinos, el factor y el veedor reales; ya han pasado los 90 días que se fijaron como límite del juicio, y Cortés se encuentra ausente.1 Meses más tarde, el 25 de septiembre, los tres procuradores van un poco más a fondo. Con firmes argumentos recusan a los tres jueces: Nuño de Guzmán, Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo, presidente y oidores de la Audiencia, así como a sus socios, Salazar y Chirinos. Señalan, además, que los tres miembros de la Audiencia tienen pleitos contra Cortés por las crecidas multas que le impusieron por jugar naipes y dados; que Salazar debe a Cortés 800 castellanos, por lo que lo ha demandado, y a pesar de ello lo han enviado como procurador a España; que desobedeciendo la cédula y sobrecédula reales, que les ordenaban que no tocasen los pueblos y bienes de Cortés durante su ausencia, el presidente y los oidores le han quitado sus pueblos, le han tomado sus casas de la ciudad de México y sus 35 tiendas, y las huertas y solares que tenía entre las calzadas de Chapultepec y de Tacuba, donde han iniciado construcciones;2 que le cavaron los pisos de su casa en busca de tesoros y le picaron los escudos que había hecho labrar en los corredores de las Casas Viejas; que le retienen la correspondencia que enviaba de España; y que Nuño de Guzmán tiene odio de años atrás contra Cortés, al que había escrito, desde Santisteban, en Pánuco, palabras injuriosas.3 Agregaban, en fin, que Cortés tenía pleitos antiguos, e iniciaría muchos otros, contra los oidores Matienzo y Delgadillo. ¿Cómo podían administrar justicia semejantes jueces?4 El pleito continuó y la recusación no llegó a ser admitida, pues los oidores acusados presentaron escritos de personas que tenían pleitos pendientes con Cortés. García de Llerena apeló y objetó a uno de los jueces que rechazaron la recusación, Andrés de Barrios, por no ser letrado. La fianza que tuvieron que depositar los representantes de Cortés, por los pleitos pendientes en estos casos de recusación, subió de 9 000 a 90 000 maravedíes. Y el pleito
quedó en suspenso.
LOS DESCARGOS DE 1529 Como la recusación no prosperó, García de Llerena presentó a la Audiencia, el 12 de octubre de 1529, unos laboriosos Descargos, en nombre de Cortés, a las acusaciones que le fueron hechas en la “pesquisa secreta” del juicio de residencia.5 El extenso documento es una defensa de Cortés de notable solidez jurídica. Además del asesoramiento de Altamirano y de Ocampo, los otros procuradores, es posible que García de Llerena lo haya consultado por medio de cartas con Cortés, para precisar informaciones y razonamientos acerca de las 98 acusaciones contestadas. Las argumentaciones de estos Descargos, cuando no son convincentes, son hábiles excusas; pero en conjunto constituyen una firme defensa de la actuación de Cortés. Además, las “tachas” presentadas contra los testigos de cargo, señalando su enemistad contra Cortés, los perjurios en que han incurrido y la “baja condición” de algunos de ellos, invalidan hasta cierto punto sus acusaciones. Los Descargos de García de Llerena refutan los Cargos que resultan contra Hernando Cortés, del 8 de mayo de 1529, en los que Nuño de Guzmán y Diego Delgadillo resumieron, afilaron y aumentaron las acusaciones presentadas en los meses anteriores por los 22 testigos de cargo. Llerena da respuesta ordenadamente a cada uno de los cargos, de manera que ambos documentos, Cargos y Descargos, son paralelos. El contenido de los Descargos sobrepasa la simple refutación de las acusaciones para convertirse en una apología general de los hechos de Cortés, en los que no se consiente ni un resquicio dudoso.6 El 22 de marzo de 1530 la reina envió una cédula a la Audiencia de México diciéndole que el Consejo de Indias había recibido la documentación del juicio de residencia de Cortés, que llevaron el factor Gonzalo de Salazar y los regidores Bernardino Vázquez de Tapia y Antonio de Carvajal, y ordenando a dicha Audiencia que no se entrometa más en la residencia y que todo lo remita al Consejo de Indias.7
CORTÉS REABRE SU DEFENSA (1534-1535). LOS NUEVOS DESCARGOS Cortés volvió a Nueva España, casado y marqués, a mediados de 1530. Sólo a partir del 9 de enero de 1531, cuando llegó a la ciudad de México la segunda Audiencia y se inició el juicio de la primera Audiencia, Cortés ya pudo entrar en la ciudad, lo que antes se le había prohibido. El juicio de residencia de Cortés, que se había iniciado en 1529, tanto con las acusaciones y los juicios laterales como con los tres documentos de defensa que en dicho año presentaron sus procuradores, había sido ya sobreseído y toda su documentación remitida al Consejo de Indias. Sin embargo, considerando acaso que el notable documento de Descargos, presentado en su nombre por García de Llerena, era insuficiente, Cortés hizo gestiones, en enero de 1534, cuando ya habían pasado cinco años, para que se le recibieran declaraciones de sus testigos de
descargo. El rey accedió a que se reabriera y prorrogara el juicio.8 El primer documento que presentó Cortés en esta nueva etapa de su juicio fueron otros Descargos a las acusaciones de la instrucción secreta, fechados el 14 de enero de 1534.9 Sus alegatos son secos y altivos, aunque no siempre convincentes. Por única vez dice algo respecto a las promiscuidades sexuales, sólo para afirmar que “lo tal no pasa” porque él es buen cristiano y porque no están debidamente identificadas conforme a derecho las cópulas carnales que le achacan, aparte de que sus acusadores son “hombres de baja suerte e manera, e infames”. Algo más dice de la muerte de su primera mujer, doña Catalina Xuárez. Él la quiso y honró mucho. Murió de su muerte natural y “muchas veces le tomaba mal de corazón e se quedaba amortecida mucho rato”. Y, por supuesto, las testigos del caso “son mujeres y de baja suerte e manera”. Lo que refiere acerca de la acusación que se le hace de haber intentado matar a Marcos de Aguilar con un torrezno flamenco es curioso. Cenaba Cortés con amigos cuando doña Leonor, mujer de Andrés de Barrios, “que son personas honradas y sin sospecha”, le envió un plato de torreznos. Porque eran buenos, como lo comprobaron Cortés y los caballeros que con él estaban, envió a Aguilar uno con su paje. Y el Sepúlveda que dice que lo probó y enfermó era “un mozuelo liviano e de mal vivir e acostumbrado a cometer muchos delitos”. Y respecto al grave cargo de apoderamiento de la mayor parte de la tierra y de que tiene mucho oro, dice que tiene poca parte de la tierra, que a los indios sólo les pidió lo que quisieron darle, que eso no le alcanzaba para los gastos que tenía como gobernador y capitán y que “quisiera tener mucho oro para gastallo en vuestro real servicio —dice al rey—, como siempre lo hizo”. Vaguedades discutibles.
LOS GRANDES INTERROGATORIOS PARA LOS TESTIGOS DE DESCARGO Si sus enemigos habían tenido testigos de cargo que respondieron a interrogatorios, Cortés quería tenerlos también en su defensa, pero que fueran tan superiores que borraran a aquéllos de la memoria. Entre los problemas de las expediciones al Mar del Sur, por el golfo de California, la atención a tantos pleitos y negocios y los disgustos por las tropelías de Nuño de Guzmán, Cortés debió dedicarse varios meses a elaborar los dos interrogatorios a los que deberían responder los testigos de descargo. Además del asesoramiento de sus abogados, puede suponerse que contó con el auxilio de algunos de sus capitanes y soldados que tuvieran la memoria más fresca respecto al cúmulo de acontecimientos ocurridos lustros atrás. El primero es un Interrogatorio general que consta de 380 preguntas, y el segundo añade 42 más acerca de las acusaciones del “capítulo secreto”. En la única transcripción que de ellos se ha hecho10 ocupan 160 páginas, y su lectura corrida toma aproximadamente cuatro horas y media. El Interrogatorio general puede dividirse en dos secciones. Las preguntas de la primera, hasta la 313, son un repaso pormenorizado de los hechos públicos de Cortés, desde la salida de la expedición de Cuba en 1518 hasta los días previos a la iniciación del juicio en 1526. Esta sección debió redactarla el mismo Cortés —con los auxilios que antes se han supuesto y
aprovechando el esquema de los Descargos de 1529—, quien parecía no contentarse con la aclaración de los puntos de su actuación sujetos a acusaciones, sino que pretendía obtener una justificación y aun una celebración totales de los actos principales de su vida pública. Esta desproporción constituye el interés de esta sección, que es de hecho una autobiografía de Cortés, escrita en forma de preguntas, aunque concentrada en las cuestiones conflictivas del periodo que abarca. A veces estas preguntas expositivas aclaran circunstancias mal conocidas (navío de Francisco de Saucedo, 37); otras se extienden en hechos que afectaron especialmente al conquistador, como la traición de Olid (250-264); a menudo pasa en silencio acontecimientos importantes, como la matanza del Templo Mayor, el sitio de la ciudad de México o la expedición a las Hibueras, porque no se cuestionaron; otras veces pierde la objetividad, como en el caso de la salida de México en la Noche Triste (189-191), exaltación escasamente convincente de sus propios hechos heroicos, como si sólo a él se debiera la salvación de los soldados que salieron vivos; o bien deja sin aclaración acusaciones al menos escandalosas, como las de su furor sexual sin discriminación de razas ni de parentescos, en que insisten sus acusadores.11 La otra sección de preguntas (314-380) es de las censuras personales para tratar de invalidar a sus acusadores, no sólo por la tacha de su enemistad conocida contra Cortés, sino también por hechos turbios de la vida de aquéllos, o bien por su “baja condición”. Por su paralelismo con la sección semejante de los Descargos presentados por García de Llerena en 1529, esta parte pudo haber sido redactada por este procurador de Cortés. Con todo, el propio conquistador debió de colaborar con ciertos denuestos y acusaciones. En la primera sección de preguntas, atribuible a Cortés, se interrumpe a veces la sucesión cronológica de los hechos para censurar a algunos de los acusadores por su condición baja, como ya se hacía en los primeros Descargos. Ahora se hacen con más rudeza, en esta segunda sección, con menciones de hechos no criminales, sino simplemente vergonzosos, como la exhibición ridícula de Vázquez de Tapia (322), las groserías del doctor Ojeda (323-326), los cuernos de Villarroel (334-336) —quien no fue de los acusadores de Cortés en el juicio principal ni en los otros—, o el hecho de que Coronel (372-373) diera una yegua para recuperar a su primera mujer, o que Carvajal (374-375) fuera hijo de una pescadera y un clérigo. Es posible que estas adiciones a los agravios —maledicencia pura que nada tiene que ver con el juicio— provengan de Cortés. El otro Interrogatorio, para las acusaciones más graves del “capítulo secreto”, debió ser redactado también por Cortés y es, a la vez, una defensa extremada. La imagen del conquistador que resulta de ellas es poco verosímil: un cruzado, fiel a su rey, valeroso y recto, piadoso y justiciero, generoso con sus soldados, paternal encomendero y que sufrió con mansedumbre las injusticias. La acusación por la muerte de su primera mujer, Catalina Xuárez, no parece perturbarlo; la echa a un lado (30-33) afirmando, al igual que en los Descargos de enero de 1534, que él la quería mucho y que padecía del corazón.12
LOS TESTIGOS DE DESCARGO Al oidor de la segunda Audiencia, licenciado Alonso Maldonado, se asignó la dura tarea de
tomar los juramentos y escuchar las declaraciones de los 26 testigos que, en nombre de Cortés, presentaba y también escuchaba su procurador el licenciado Juan Altamirano, para que respondieran a las 422 preguntas de los interrogatorios y defendieran a Cortés de las acusaciones que había recibido. El escribano de cámara, Gerónimo López, debió redactar durante muchos meses las extensas minutas. Las sesiones para escuchar y consignar las declaraciones se extendieron del 21 de abril de 1534 al 27 de agosto de 1535, con el siguiente orden: 1. Alonso de Villanueva, 21 de abril de 1534. 2. Francisco Dávila, 7 de mayo de 1534. 3. Luis Marín, 19 de mayo de 1534. 4. Martín Vázquez, 20 de mayo de 1534. 5. Juan de Cáceres Delgado, 1° de junio de 1534. 6. Andrés de Tapia, 15 de junio de 1534. 7. Alonso de Navarrete, 1° de julio de 1534. 8. Francisco Flores, 13 de julio de 1534. 9. Alonso de la Serna, 21 de julio de 1534. 10. Juan López de Jimena, 7 de agosto de 1534. 11. Gaspar de Guernica, 25 de agosto de 1534. 12. Francisco de Solís, 9 de septiembre de 1534. 13. Bachiller Juan de Ortega, 22 de septiembre de 1534. 14. Francisco de Terrazas, 28 de septiembre de 1534. 15. Juan de Cuéllar Verdugo, 28 de octubre de 1534. 16. Gonzalo Rodríguez de Ocaña, 23 de noviembre de 1534. 17. Pero Rodríguez de Escobar, 16 de diciembre de 1534. 18. Fray Toribio Motolinía, 16 de enero de 1535. 19. Fray Pedro [de Gante], franciscano, 16 de enero de 1535. 20. Fray Luis de Fuensalida, 21 de enero de 1535. 21. Juan Jaramillo, 27 de enero de 1535. 22. Francisco de Montejo, 22 de abril de 1535. 23. Francisco de Santa Cruz, 16 de junio de 1535. 24. Rodrigo de Segura, 10 de julio de 1535. 25. Juan de Salcedo, 23 de agosto de 1535, y 26. Juan González de León, 27 de agosto de 1535.13 La mayor parte de estos testigos eran antiguos conquistadores, algunos bien conocidos, como Luis Marín, Andrés de Tapia y Francisco de Montejo. En años recientes, varios de ellos habían servido al ayuntamiento de la ciudad de México, como el bachiller Juan de Ortega, uno de los dos primeros alcaldes ordinarios en 1524, y más tarde alcalde mayor, que se había distinguido por su firmeza en los años de los disturbios movidos por los oficiales reales;
Francisco de Solís, Francisco de Santa Cruz y Francisco de Terrazas también habían sido alcaldes, y el último de los Franciscos —padre del primer poeta mexicano conocido en lengua española—, fue mayordomo de Cortés durante el viaje a España de 1528; Gaspar de Guernica había sido regidor en Trujillo, Honduras; y Gonzalo Rodríguez de Ocaña y Juan de Salcedo, regidores en la ciudad de México; y Francisco Dávila fue regidor y alcalde en varias ocasiones. Alonso de Villanueva había sido secretario y camarero de Cortés. Dos de ellos tuvieron la particularidad de haber casado con indias: Martín Vázquez, con una india de Cuba con la que tuvo cuatro hijos, y Juan Jaramillo con doña Marina o la Malinche, de quien tuvo una hija, y fue buen soldado y hombre respetuoso de la raza de su mujer. Juan de Cáceres Delgado, el Viejo, conquistador del que poco se sabe, era el marido de la Catalina González que denunció que Cortés se echó en Cuba con su hija e intentó hacerlo con ella. En fin, la presencia inusitada de los tres franciscanos, que aceptaron venir de sus conventos a declarar en defensa del enjuiciado, fue una muestra de aprecio y un aval para Cortés.
EL TAMAÑO Y LA IMPORTANCIA DE LAS DECLARACIONES Para el oidor Maldonado, el licenciado Altamirano y el escribano López, ésta debió ser una tarea pesada. A cada testigo debía tomársele el juramento en forma, leerle cada una de las preguntas, anotar sus respuestas, y al fin repetirle su declaración para que la ratificara y firmara, todo lo cual tomaba de ocho a diez horas con cada uno, en el caso de declaración completa. Estas largas jornadas explican por qué se van distanciando las declaraciones, pues el oidor y el escribano debían atender además otros asuntos. Las declaraciones tienen extensiones muy variables. A pesar de que Alonso de Villanueva no contestó las primeras 102 preguntas porque se referían, dijo, a hechos que no conoció, llenó 100 páginas impresas. Las respuestas de Martín Vázquez, quien se saltó todas las preguntas que ignoraba, ocuparon, no obstante, 129 páginas. Francisco Dávila, prudentemente, se limitó a dar respuesta a las primeras 26 preguntas, que tocaban asuntos que conocía. Andrés de Tapia contestó detalladamente ambos interrogatorios y fue el más extenso, pues llenó 230 folios. En cambio, los tres franciscanos se limitaron a relatar escuetamente su intervención en el episodio de las amenazas que fray Tomás Ortiz dirigió a Cortés, en ocasión de la llegada del juez Ponce de León, y la respuesta de fidelidad heroica que dio Cortés. Pero como la mayoría de los testigos contestó completas las 422 preguntas de ambos interrogatorios, así fuera para decir de muchas de ellas que no las sabían, el conjunto de estas declaraciones de descargo es muy voluminoso, y en buena parte nunca se había examinado.14 La importancia de estas declaraciones depende tanto de la personalidad de los testigos como de la significación y novedad de lo que dijeron. En conjunto, las más interesantes son las extensas de Andrés de Tapia, por los muchos pormenores con que relata episodios cruciales de la conquista. Tapia, capitán de los más cercanos a Cortés, había participado en la mayor parte de aquellos hechos, tenía buena memoria y sabía relatar con vivacidad sus recuerdos, como lo mostrará en su Relación que escribirá años más tarde. Los testimonios de los tres franciscanos, Motolinía, Gante y Fuensalida, a pesar de su brevedad, importan por la
autoridad de los declarantes y por haber accedido a defender a Cortés. Los tres debieron hacerlo con permiso de su custodio, que entonces lo era fray Jacobo de Testera. La adhesión de Motolinía a Cortés es bien conocida, pero es hasta cierto punto novedad la actuación de los religiosos Gante y Fuensalida. En el caudal de estas declaraciones de defensa hay puntos en los que casi todos coinciden con relatos interesantes: la Noche Triste y la pérdida del quinto real, la fidelidad de Cortés al rey y su liberalidad para ayudar a los españoles que llegaban. Algunos dan nuevos informes sobre las relaciones de Cortés y Motecuhzoma y el vasallaje ofrecido por los señores indios; la construcción y la nueva traza de la ciudad de México, el tormento a Cuauhtémoc, los ataques que sufría Catalina Xuárez, primera mujer de Cortés, y alguna luz sobre los motivos del pleito de Vázquez de Tapia contra el conquistador. Y, con una pizca de humor, vuelven a contar, con variantes, la historia de Juan Coronel, el que encontró a su mujer, Elvira Hernández, amancebada con Juan de Almonte, y dio una yegua a éste para recuperarla.
INTERROGATORIOS Y DECLARACIONES Además del problema que significaba dar respuesta a interrogatorios tan extensos, los testigos se enfrentaban a preguntas formuladas de tal manera que no parecen intentar averiguar qué ocurrió, presentando una acusación y pidiendo al testigo que la confirme o la niegue, explicando sus razones. La técnica de estos interrogatorios es más sutil. En lugar de hechos controvertidos se presentan versiones o relatos, que implican una justificación o una exaltación de los hechos de Cortés, y se pide al testigo que se pronuncie sobre ellos. Su margen de intervención es, pues, muy estrecho. Lo único que pueden hacer es ratificarlos, si es que los conocieron, y agregar algunas circunstancias; salvo el improbable caso de que siendo amigos se atrevan a desmentirlos. Algunos ejemplos pueden ilustrar este procedimiento. En el Interrogatorio general, de descargo, se pregunta acerca de la preparación, en Cuba, de la expedición confiada a Cortés: 21. Ítem: si saben quel dicho don Hernando Cortés acebtó la empresa, e luego puso por obra de se aderezar e comprar navíos e bastimentos, e facer gentes e darles ayuda de dineros, e darles de comer a su costa, e no del dicho Diego Velázquez ni de otra persona alguna; e para ello despendió su facienda e la gastó en cantidad de cinco a seis mil castellanos de minas, para comprar navíos e aderezallos de armas e pertrechos, e viandas e cosas necesarias, e tomó prestados muchos dineros en mucha cantidad, ansí de Diego Velázquez e de Andrés de Duero e de Pedro de Jerez e de Antonio de Santa Clara, e de otras muchas personas, en cantidad de otros seis mil castellanos, e los gastó todos en la dicha armada para pasar a estas partes.
Respecto a la prisión de Motecuhzoma y a sus relaciones con Cortés, la pregunta se formula así: 97. Ítem: si saben que con muchas cosas quel dicho don Hernando Cortés dijo al dicho Montezuma, ansí de las devinas como de las humanas, e con muchos buenos tratamientos que le fizo, e cosas que le dio, e con mostrar que había de ser mayor señor que nunca fue, e quel dicho don Hernando Cortés e todos los españoles le habían de servir, e ansí lo facían diciéndole que Su Majestad lo mandaba, se trujo al dicho Montezuma a mucha amistad e concordia con el dicho don Hernando Cortés, e tanto, que le daba aviso de todas las cosas de la tierra, e de la manera que había de tener para que todos fuesen sujetos e nadie se osase levantar; e tanto, que queriendo el dicho don Hernando Cortés decir que se volviese
a su casa, para ver la voluntad que ternía, e no para facerlo, el dicho Montezuma dijo que no convernía sino que estuviesen juntos, porque con estar allí, no le osasen decir que ficiese nengún desconcierto, e que ya que se lo dijesen, ternía cabsa para excusarse, diciendo questaba como preso, e que si algo se moviese, que le matarían.
Y en el Interrogatorio del “capítulo secreto”, contra la acusación de que era gentílico o no creía en Dios, se opone esta pregunta-afirmación concluyente: 2. Ítem: si saben quel dicho don Hernando Cortés ha sido y es hombre temeroso de Dios e buen cristiano, e le han visto facer tales obras, e por tales ha sido habido e tenido públicamente e comúnmente reputado.
En el caso contrario, la acusación sobre la misma cuestión, en el interrogatorio de cargos considerado en el capítulo anterior, se formulaba como sigue, lo que permitió agregar con este pie nuevas acusaciones: Primeramente, que no teme a Dios ni tiene respeto a la obediencia y fidelidad que nos debe [al rey] y piensa facer todo lo que quisiere y que confia en los indios y en la mucha artillería que tiene…
Estos ejemplos muestran que las respuestas a estos interrogatorios, preparados unos por la parte acusadora y otros por la defensora, no permitían precisamente averiguar la verdad, sino confirmar la enemistad de unos testigos y la amistad de otros hacia Cortés. Por otra parte, parece más fácil acusar que defender. Lo primero tiene el atractivo del escándalo y el apoyo de la murmuración, del “oí decir” que no compromete; mientras que lo último corre el riesgo de semejar adulación o complicidad. De todo esto, y en contraste con las ruidosas sorpresas de las acusaciones, resulta cierta monotonía en las respuestas de los testigos de descargo, cuando se limitan a confirmar, como se les pide, las versiones presentadas por Cortés. Sin embargo, tienen importancia relatos complementarios y puntos de vista personales sobre los hechos considerados. Y tienen autoridad moral los avales que recibe Cortés de hombres de bien y aun eminentes que declaran en defensa de su actuación.
ALONSO DE VILLANUEVA INICIA LAS DECLARACIONES No obstante que el extremeño Alonso de Villanueva vino de Cuba a la Nueva España con las huestes de Pánfilo de Narváez, fue de los que se aficionaron a Cortés. Participó en la conquista de México y en esos años y los inmediatos sirvió al conquistador en los cargos de confianza ya mencionados. Recibió solar en la calle de Tacuba y allí construyó una de las primeras casas de la ciudad, en que alojó a Francisco de Garay, su antiguo amigo, a fines de 1523. Viajó a Santo Domingo, en 1525, con encargos de Cortés. En 1527, y de 1544 a 1554, año de su muerte, fue regidor del ayuntamiento de la ciudad de México. Tuvo encomiendas en Guachinango y en pueblos del actual Estado de México. Casó con Ana de Cervantes, hija del comendador Leonel de Cervantes. Tres de sus hijos, Agustín, Leonor y Ana, casaron con tres Suárez de Peralta —sobrinos de doña Catalina Xuárez, primera mujer de Cortés—, la última, Ana, con Juan Suárez de Peralta, el cronista. Otro hijo, Alonso de Villanueva Cervantes, fue alcalde de la ciudad en 1576. Hombre de bien y reposado, Villanueva fue un testigo preciso y en todo favorable a Cortés.
Sus declaraciones se iniciaron con la pregunta 103, es decir con la llegada de Pánfilo de Narváez, con quien vino, y su relato de este episodio, por objetivo, es interesante. Se limitó a decir lo que le constaba y se guardó de comprar pleitos ajenos. Debe retenerse, asimismo, su versión de la huida en la Noche Triste y la batalla de Otumba, en las que resalta lo mucho que hizo Cortés en estas acciones. La intimidad que tuvo con el conquistador le permitió rechazar con autoridad las acusaciones de que tenía un tesoro y de infidelidad hacia su rey. Él fue testigo de los grandes gastos que hacía Cortés en sus conquistas y pacificaciones y en dar casa y sustento a numerosos españoles; y sus conversaciones le permiten afirmar que “nunca conoció dél voluntad ni mentiras de se levantar con la tierra” y que su bandera era constantemente “el servicio de Su Majestad”.15
FRANCISCO DÁVILA, RESERVADO Francisco Dávila, o de Ávila, sevillano, intervino en la conquista de Cuba, donde conoció de cerca a Cortés, y tuvo allí repartimientos de indios y cargos de justicia. Vino a México en 1524, participó en la conquista del peñol de Coatlán y tuvo encomiendas en Tulancingo y en Oaxaca. Fue a Cuba por su mujer, Beatriz de Llanos, y sus hijos. En 1525 fue alcalde de la ciudad de México, y durante los conflictos que movieron los oficiales reales, por defender la causa de Estrada y de Albornoz, Salazar le rompió a Dávila su vara de justicia y lo encarceló. Escapó y fue uno de los que se refugiaron en el convento de San Francisco. En 1526 volvió a ser regidor y en 1528 y 1530 fue de nuevo alcalde ordinario. Dávila tuvo huerta y solar en Tacubaya, y su casa en la ciudad de México estaba en una de las calles que cruzan la de San Francisco, de cuyo convento grande fue bienhechor. Murió antes de 1541. Dávila se limitó a dar respuesta a las primeras 26 preguntas del Interrogatorio, que se refieren a las expediciones de Francisco Hernández de Córdoba y de Juan de Grijalva y a la preparación de la expedición de Cortés, asuntos que conocía. Dávila era compañero de Cortés en las minas de oro de Cuvanacan, en Cuba; supo de la invitación que le envió Diego Velázquez para que fuera capitán de la nueva expedición y refiere que también Cortés le pidió que viajara con él, pero que no aceptó por “miramientos”. Para no meterse en conflictos, no quiso dar respuesta a las demás preguntas.16
EL CAPITÁN LUIS MARÍN Andaluz de Sanlúcar de Barrameda, antiguo residente en Cuba, Luis Marín vino a Veracruz en julio de 1519 en el navío de Francisco Saucedo. Fue uno de los primeros alcaldes del puerto y un capitán siempre adicto a Cortés y a Gonzalo de Sandoval, su amigo. Estuvo en el sitio y destrucción de la ciudad de México. Después cumplió misiones en Coatzacoalcos y en otros lugares del sureste. Fue con Cortés a la expedición de las Hibueras y estuvo al frente de los soldados que volvieron por tierra, entre ellos Bernal Díaz del Castillo. Recibió encomiendas en Coatzacoalcos. En 1531 se asentó como vecino de la ciudad de México, y en 1539, junto
con Juan Jaramillo, fue alcalde ordinario y al año siguiente alcalde de la mesta. Casó con doña María de Mendoza, pariente de doña Juana de Zúñiga, segunda mujer de Cortés, y tuvieron 11 hijos. Marín contestó el Interrogatorio a partir de la pregunta 87, aproximadamente desde su llegada a la Nueva España. Su criterio es excesivamente oficialista y confirma cuanto dicen las preguntas. De sus extensas declaraciones tiene interés el relato de la oposición que muchos de los soldados presentaron a la decisión de Cortés de internarse en la tierra desconocida y cómo el conquistador venció sus temores y les quitó la tentación de volverse con la destrucción de las naves.17
MARTÍN VÁZQUEZ, PERSPICAZ De tierras de Segovia, Martín Vázquez vino a las Indias con Pedrarias Dávila, participó en la expedición de Hernández de Córdoba y volvió con la de Cortés. Fue soldado en la conquista de México y en las acciones de Pánuco, Colima, el peñol de Coatlan y en la conquista de Xalisco con el virrey Mendoza. Recibió en encomienda el pueblo de Tlaxiaco, en Oaxaca. En 1539 fue testigo en la probanza de méritos y servicios de Bernal Díaz del Castillo. Vázquez era discreto y perspicaz. Aunque apoya en todo las versiones de Cortés, sabe hacerlo con razones y hechos convincentes, y se calla cuando es necesario. Muchos pasajes de sus declaraciones son interesantes: el relato del encuentro con los indios de Cempoala, la prisión de Motecuhzoma y el trato que se le daba, la huida en la Noche Triste, y el exceso de gastos que tenía Cortés. De su mujer india debió aprender Martín Vázquez la observación que hace del gusto que tienen los indios por hacer regalos y de que se ofenden si no se aceptan sus dones.18
ANDRÉS DE TAPIA, CAPITÁN CONSTANTE Y MEMORIOSO Andrés de Tapia, paisano y de la misma edad que Cortés, fue uno de sus amigos y capitanes más fieles y constantes. Había sido caballerizo de Cristóbal Colón en Sevilla y en 1517 pasó a Cuba por recomendación de Diego Colón. Era pariente del gobernador Diego Velázquez. Formó parte de la expedición de Cortés, en 1519, y en Yucatán le tocó recibir a Gerónimo de Aguilar, el náufrago que sería intérprete del conquistador. Cuando los españoles se encontraban pacíficamente ya en la ciudad de México y se tuvo noticias de la llegada de Narváez, Tapia fue enviado por Cortés a Veracruz para averiguar la situación del destacamento que guardaba el puerto y, con auxilio de indios, logró hacer el viaje en tres días y medio; lo cuenta en su propia Relación. Como decía su mujer, Isabel de Sosa, en su relación de méritos y servicios, Tapia “se halló en todas las conquistas [de la Nueva España] y en la toma desta ciudad de México, siendo siempre capitán, y después de todo, pacífico”. Cuando el viaje a las Hibueras, quedó en la ciudad, tomó parte en la aprehensión de Gonzalo de Salazar, fue designado alguacil mayor y luego regidor del
ayuntamiento. Acompañó a Cortés en su viaje a España de 1528 y volvió con él. Estuvo también junto a él en la expedición a Baja California, de 1535, con el cargo de maestre de campo. Recibió en encomienda los pueblos de Cholula, en Puebla, y de Tuxpan y Papantla, en Veracruz. Probablemente, en el segundo de estos lugares aprendió las curiosas noticias sobre el petróleo que aparecen al fin de su Relación. Viajó de nuevo a España en 1540 acompañando a Cortés, aunque años después volvió a México. Por entonces debió escribir su vivaz y fidedigna Relación de la conquista de México, y es lástima que no pase de la prisión de Narváez. En los años siguientes a la muerte de Cortés, Andrés de Tapia fue alcalde ordinario de la ciudad de México, en 1550, ocasión en que le tocó despedir al primer virrey, don Antonio de Mendoza, y recibir al segundo, don Luis de Velasco. Rico y honrado por los vecinos de la ciudad, Tapia murió en agosto de 1561.19 Andrés de Tapia, el sexto de los testigos, dictó la más extensa de las declaraciones, pues contestó con amplitud la totalidad de las preguntas de los dos interrogatorios. Así como había acompañado a Cortés en la mayor parte de sus jornadas, se propuso también afrontar completos los copiosos interrogatorios, aunque también tuviese que decir de algunas preguntas que las ignoraba. Su declaración debió hacerse en varios días. Aunque se ha supuesto que Tapia era paisano y coevo de Cortés, al declarar sus “generales”, con ese descuido respecto a la edad tan común en la época, dice, en 1534, que “es de edad de más de treinta años”, cuando para entonces tendría 49. Las relaciones de Motecuhzoma y de Cortés son uno de los pasajes interesantes de las declaraciones de Tapia. Cuando los conquistadores aún se encontraban iniciando su avance hacia México, cuenta que: vido como muchas noches no dormía el dicho don Hernando ni reposaba; y que este testigo… le preguntaba por qué no reposaba, y el dicho don Hernando decía: no reposaré hasta ver el dicho Montezuma y la calidad de esta tierra… e hasta verlo e ser informado de ello no tendré descanso. [Respuesta a la pregunta 92.]
Refiere asimismo las circunstancias en que Motecuhzoma y los señores indios, a instancias de Cortés, prometieron obediencia y vasallaje al rey español. Cuenta también con precisión el episodio de Narváez (respuestas 119 y 135); con vivacidad dramática relata la rebelión de los indios y la Noche Triste (respuestas 150 a 162), así como la pérdida del quinto real, en la que mantiene la versión de la yegua perdida (respuesta 189). Su relato es tan vívido y minucioso que se tiene la impresión de estar leyendo algunas de las mejores páginas de su Relación. Sobre la matanza de Cholula (respuesta 209), la destrucción de los ídolos (220), la enemistad de Vázquez de Tapia con Cortés (320), y aun acerca de la picaresca historia de Coronel, Almonte, Elvira Hernández y una yegua (372), tiene qué decir, a veces con relatos minuciosos y nuevas informaciones. Entre estos relatos el más dramático es el que refiere la destrucción de los ídolos que existían en el adoratorio superior de las pirámides gemelas del Templo Mayor de México, destrucción que, con extremada audacia, hizo Hernán Cortés con el auxilio de algunos españoles, entre ellos Andrés de Tapia. Pese a las amenazas de Atepaneca, capitán general de Motecuhzoma, quien dijo al conquistador que si tocaban aquellos dioses “te has de morir tú y nosotros”, Cortés, con una barreta, comenzó a dar golpes en ellos. Este relato de Andrés de
Tapia, hecho a mediados de 1534, puede leerse como un esbozo de lo que el mismo Tapia escribirá, años más tarde, en su Relación inconclusa, en la que redondea esta terrible escena: juro por Dios que es verdad que me parece agora que el marqués saltaba sobrenatural, e se abalanzaba tomando la barra por en medio a dar en lo más alto de los ojos del ídolo, e así le quitó las máscaras de oro con la barra diciendo: ‘A algo nos hemos de poner por Dios’.20
Para Andrés de Tapia, su jefe y amigo Hernán Cortés no tenía tacha. Insiste en la pobreza que lo agobiaba (199) y, en respuesta a la pregunta 4a del interrogatorio secreto da constancia de la fidelidad del conquistador para su rey. Tapia fue el testigo de descargo más leal a Cortés, aun cuando la lectura de sus prolijas declaraciones llegue a ser abrumadora. Sus respuestas son como espejos que agrandan la materia de las preguntas, y tratan de hacer aún más convincentes sus argumentos.21
JUAN DE ORTEGA NO SE COMPROMETE Del bachiller Juan de Ortega, oriundo de Medellín, el pueblo de Cortés, se ignora cuándo vino a la ciudad de México, pero debió ser hacia 1523, después de la conquista. Fue personaje sobresaliente, por sus letras sobre todo, pues junto con Rodrigo Rangel fue el primer alcalde ordinario de la ciudad de México, en 1524. Mostró ser muy adicto a su paisano Cortés y hombre de gran energía y aun dureza cuando le tocó ser autoridad judicial. Pocos meses después de haber sido nombrado alcalde ordinario, Ortega fue enviado por Cortés en la armada, al mando de Francisco de las Casas, despachada a las Hibueras con el encargo de hacer justicia en la insurrección de Cristóbal de Olid. El propio Ortega dice en sus declaraciones que iba como juez; y la suegra de Olid lo acusará más tarde de la muerte del capitán infidente. De regreso en México, en 1526, Ortega es nombrado alcalde mayor y preside el cabildo del 29 de enero, cuando recuperan el mando Alonso de Estrada y Rodrigo de Albornoz. Poco después ayuda a prender a Gonzalo de Salazar. Los partidarios de éste arman una conjura para asesinar a Ortega, son denunciados y el alcalde Ortega ordena prender a tres de los conjurados y ajusticiarlos en la plaza mayor de la ciudad. Otros conspiradores, que intentaban sacar de sus jaulas a Gonzalo de Salazar y Pero Almíndez Chirinos, fueron condenados a la horca o a ser azotados. Cuando llegaron Ponce de León y Aguilar a enjuiciar a Cortés, y Aguilar transmitió el mando a Alonso de Estrada, en febrero de 1527, le pidió que no se aconsejara del bachiller Ortega y que, en cumplimiento de real cédula, lo desterrara de Nueva España. Sin embargo, no parece haber salido, pues en 1529 se le hace juicio de residencia por los cargos que ha ocupado. Juan de Ortega casó con Isabel Delgado, fue visitador de la provincia de Michoacán y tuvo la encomienda de Tepozotlán hasta su muerte, el 2 de agosto de 1546. Las declaraciones del bachiller Ortega en el juicio de residencia de Cortés, en contraste con las de Andrés de Tapia, fueron de extrema sobriedad y se limitaron a 74 folios. En
principio, sólo contestó de la pregunta 215 hasta el final del interrogatorio. Como letrado que era, no se compromete ni se entusiasma. Se limita a respuestas insustanciales, muy breves, simplemente asintiendo o confirmando lo dicho en la pregunta. Ortega no menciona en estas declaraciones los rigurosos actos de justicia que ordenó, antes mencionados, pero sí relata que, siendo juez, condenó a prisión y multa a Juan de Burgos y lo obligó a restituir al pueblo de Tezcoco lo que le había tomado. Algo más explícito se muestra Ortega en sus respuestas al interrogatorio del “capítulo secreto”. Abona la fidelidad de Cortés para sus reyes y cuenta que el conquistador tenía en su habitación una tabla flamenca con pinturas del rey, la reina, las infantas y el rey de Hungría, y que al pasar frente a ella se descubría; e insiste en esta fidelidad al referir la serena actitud de Cortés en ocasión de las amenazas que le transmitió fray Tomás Ortiz, tema del que se ocuparán los franciscanos.22
FRANCISCO DE TERRAZAS, ADICTO Y CAUTO Francisco de Terrazas nació en 1489 en la villa de Fregenal, Badajoz. En 1519 vino de Cuba a México en la misma nave que Cortés, participó como capitán en las conquistas de México y de Pánuco y en la expedición a las Hibueras. Durante el viaje de Cortés a España, de 1528 a 1530, Terrazas fue el mayordomo que le cuidó sus bienes y le escribió en 1529 dándole cuenta de los despojos que había sufrido. Hacia 1532 casó con Ana de Castro, con la que tuvo cinco hijos, uno de ellos, su homónimo, primer poeta de lengua española nacido en México, que mereció elogios de Cervantes en el “Canto de Calíope”, del libro VI de La Galatea. Terrazas padre fue enviado por Cortés como veedor en la expedición que despachó en 1539, al mando de Francisco de Ulloa, que completó el descubrimiento de la península de la Baja California. Tuvo la encomienda de Tulancingo y recibió merced de dos solares en la ciudad de México y una huerta en la calzada de Chapultepec. Su casa estaba a espaldas de las Casas Viejas de Cortés. Fue alcalde de la ciudad de México en 1538 y 1549, hasta el 9 de agosto en que murió. Terrazas fue el decimocuarto testigo y sus declaraciones están fechadas el 28 de septiembre de 1534. Como Andrés de Tapia, contestó la totalidad de los dos interrogatorios, aunque sin la locuacidad de aquél; y asimismo, es de los que ratifican en todo las preguntas, mostrándose adicto a la persona de Cortés y aprobando convencido sus hechos. Sin embargo, esta fidelidad no le impide ser cauto y en verdad educado en las cuestiones escabrosas, cuando más confirma lo dicho en las preguntas y evita los juicios de personas. Por ejemplo, en la carta que escribió a Cortés el 30 de julio de 1529, antes mencionada, le refirió en privado los desmanes que le habían hecho, en perjuicio de sus amigos y de sus bienes, los oidores Matienzo y Delgadillo y los oficiales reales Salazar y Almíndez Chirinos, pero en el juicio público apenas los menciona. Y cuando en las preguntas se afirma de algunos personajes que eran “de baja suerte y manera”, él contesta con elegante discreción que “no conoce el linaje del inculpado”. Terrazas da un dato interesante sobre la reconstrucción de la ciudad de México y la nueva traza española. En la curiosa historia (pregunta 372) de Juan Coronel y su mujer Elvira
Hernández, que aquél encontró amancebada con Pedro Almonte —al que habitualmente se llama Juan—, la versión de Terrazas es que fue Almonte quien dio la yegua y otras cosas al marido Coronel para quedarse con Elvira. En las respuestas al interrogatorio secreto, Terrazas elogió con calor la fidelidad de Cortés; no opinó en el espinoso asunto de la yegua que llevaba el tesoro del rey en la Noche Triste, porque se encontraba ausente; confirmó los generosos auxilios que daba Cortés a los pasajeros, y refirió los sentimientos que hizo éste por la muerte de su primera mujer.23
FRAY TORIBIO MOTOLINÍA, FRAY PEDRO DE GANTE Y FRAY LUIS DE FUENSALIDA Toribio Paredes, llamado de Benavente por el lugar de su nacimiento, hacia 1482/1491, tomó el hábito de San Francisco en la provincia de Santiago. Vino a México en 1524 con el grupo de los Doce franciscanos, encabezado por fray Martín de Valencia. Al pasar por Tlaxcala y oírse llamar en náhuatl motolinía, “pobre o humillado”, adoptó este nombre. Poco después de su llegada se le nombró guardián del monasterio de la ciudad de México, cargo que ocupó hasta 1527. Durante la ausencia de Cortés por el viaje a las Hibueras, el conquistador, que había hecho gran amistad con Motolinía, le encargó “el sosiego del país”. Los oficiales reales, en quienes quedaba el gobierno, hostilizaron a los franciscanos por las facultades que se atribuyeron en el gobierno de los indios, y Motolinía se afilió decididamente al bando de los adictos a Cortés. El franciscano continuó siendo guardían de los monasterios de Tezcoco, a partir de 1527, y de Huejotzingo, desde 1529. En este último año viajó a Guatemala y Nicaragua; en 1531 intervino en la fundación de Puebla de los Ángeles, y en 1533 volvió a viajar a Guatemala para establecer allí la orden de San Francisco. De regreso en México, el 16 de enero de 1535, siendo guardián del monasterio de Cholula, prestó juramento y declaró como uno de los defensores de Cortés en su juicio de residencia. En los años siguientes, Motolinía es guardián en Tlaxcala y en Tezcoco e interviene activamente en tareas de evangelización en varios lugares de Nueva España. En 1543 viaja por tercera vez a Guatemala, a la cabeza de una misión para establecer aquella provincia franciscana. Entre 1535 y 1543 Motolinía redacta su gran obra histórica, que hoy conocemos con los títulos de Memoriales e Historia de los indios de Nueva España, libros que se complementan mutuamente y que constituyen la primera obra importante acerca de “las cosas de Nueva España y de los naturales de ella”, como reza el subtítulo. En 1542 es electo viceprovincial de su orden en México y de 1548 a 1551 es el provincial. Continúa haciendo viajes, ahora a Michoacán y Puebla. En 1553 es guardián del monasterio de Tlaxcala. El año siguiente se publica en México su Doctrina cristiana en lengua mexicana y castellana, único libro suyo que viera impreso, hoy perdido. El 2 de enero de 1555, Motolinía suscribe en Tlaxcala su célebre “Carta al emperador”, terrible impugnación e invectiva contra fray Bartolomé de las Casas, en la que hay una exaltación de la obra de Cortés. Murió en la ciudad de México, el último de los Doce, el 9 de agosto de 1569, y fue enterrado en el convento grande de San Francisco de esta ciudad.
Quien sólo se presentó entre los declarantes del juicio de residencia como “Fray Pedro, franciscano”, debió de ser fray Pedro de Gante. Había nacido en Gante, hacia 1480, era pariente de Carlos V, y se apellidaba Moor o Van der Moere o de Mura, como él lo latinizó. Estudió probablemente en Lovaina, y aunque obtuvo licencia para recibir las órdenes sagradas, prefirió mantenerse como hermano lego. Vino a México en l523 con otros dos franciscanos flamencos, fray Juan de Tecto y fray Juan de Aora o Ayora. Aprendió el náhuatl y fundó en Tezcoco una escuela para indios, y luego la de San Francisco de México, que tuvo cerca de 1 000 alumnos. Con humanidad, Gante no sólo se preocupó por las enseñanzas religiosas y de las primeras letras, sino que instruyó a sus alumnos en industrias, oficios y artes que permitieron a los indios mejorar su vida: pintores, cantores, músicos, bordadores, imagineros, albañiles, canteros, sastres, zapateros, enfermeros y catequistas. Gante decía que había hecho construir más de 100 iglesias y bautizado a más de 200 000 indios. De él se conservan varias cartas a Carlos V y a Felipe II y una Doctrina cristiana en lengua mexicana (1553). Murió en la ciudad de México en abril de 1572. El octavo de los Doce, fray Luis de Fuensalida tiene una biografía sucinta. Fray Gerónimo de Mendieta, cronista de su orden, relata: Tomó el hábito en la provincia de San Gabriel; hombre muy prudente, amigo de su profesión y de toda virtud. Entendía moderadamente en la obra de los indios y de su conversión, por no perder sus ejercicios de oración y de devoción. Fue electo en segundo custodio después que lo dejó la primera vez el santo fray Martín de Valencia. Aprendió la lengua mexicana y predicó en ella primero que otro alguno de los doce sus compañeros, y entre ellos fue el que mejor la supo. Diéronle el obispado de Michoacán, y para ello le enviaron cédula del emperador Carlos V, mas por su grande humildad no lo quiso aceptar.24
Fuensalida intentó irse a África a predicar a moros y padecer martirio, y aunque en España obtuvo licencia, el provincial de San Gabriel lo retuvo en España. Cuando se enteró de que pensaban elegirlo provincial, decidió volverse a Nueva España. En el viaje, murió en la isla de San Germán, en 1545, y allí fue sepultado. Sorprende que tan riguroso fraile aceptara declarar entre los defensores de Cortés en su juicio de residencia.
LAS DECLARACIONES DE LOS TRES FRANCISCANOS El haber logrado que tres franciscanos tan importantes en Nueva España como fray Toribio Motolinía, fray Pedro de Gante y fray Luis de Fuensalida fueran a declarar en favor de Cortés debió requerir una cuidadosa negociación, que hizo sin duda el propio conquistador. Después de examinar el extenso interrogatorio mayor y el pequeño del “capítulo secreto”, dirigidos por su custodio, los tres frailes convinieron en referirse únicamente a un punto, el contenido en las preguntas 5, 6 y 7 de este último interrogatorio. El punto en cuestión es el que se refiere a la llegada, en julio de 1526, de Luis Ponce de León, nombrado juez de residencia, quien vino acompañado de Marcos de Aguilar y del dominico fray Tomás Ortiz. Éste comenzó a propagar la noticia de que Ponce de León venía no solamente a desposeer de sus cargos a Cortés y a hacerle juicio de residencia, sino también a cortarle la cabeza; y ante Cortés mismo y los
religiosos del monasterio de San Francisco, fray Tomás Ortiz había repetido la amenaza, aconsejando a Cortés que no recibiese ni obedeciese al juez Ponce de León. Frente a los franciscanos, según la pregunta 7a, Cortés había contestado: que Luis Ponce de León ficiese en él lo que quisiese, que él lo había de obdecer e recibir al cargo que traía por mandado de Su Majestad, que más quería morir leal que vivir traidor.
Tal muestra de fidelidad al rey, de parte de Cortés, estaba bien escogida. Además, la prevención de Ortiz, con la evidente intención de provocar desobediencia, y la respuesta dramática de Cortés habían ocurrido en presencia de los franciscanos. Parecía razonable, pues, que ellos hablaran para confirmar estos dichos. Los tres frailes lo ratificaron ampliamente. Motolinía, en su declaración del 16 de enero de 1535, dice en sus generales que es guardián del monasterio de Cholula “y de los Ángeles”, que es de edad de “más de cuarenta años” y que conoce a Cortés “desde hace once años”, y luego se limita a confirmar que escuchó la amenaza de fray Tomás y la respuesta de Cortés.25 Gante declara el mismo día que Motolinía, dice que conoce a Cortés desde hace 10 años, y precisa que, aunque no estuvo presente en la conversación de Ortiz y de Cortés, supo lo que dijeron éstos y que concuerda con lo afirmado en la pregunta 7a.26 Fuensalida, quien fue a declarar el 21 de enero siguiente, dice que es guardián del monasterio de Tezcoco, que es de edad de “más de treinta años” y que conoce a Cortés desde hace 10. El padre Fuensalida sí estuvo presente en la ocasión en que fray Tomás Ortiz comunicó a Cortés la amenaza y la sugestión de que no obedeciese. Más explícito que Motolinía, repite la respuesta de Cortés y añade que estuvieron también presentes entonces fray Martín de Valencia, primer custodio de los franciscanos en México, fray Antonio de Ciudad Real, también uno de los Doce, “y otros de que no se acuerda”.27 Tal fue el señalado servicio que los franciscanos hicieron a Cortés en su juicio de residencia. Sin embargo, es posible que los señores del Consejo de Indias no llegaran a ver, en los abultados legajos del juicio, tan importantes avales de la fidelidad al rey de parte del conquistador de México.
JUAN JARAMILLO, LEAL Y RETICENTE Juan —o Alonso, como a veces se le llama— Jaramillo fue originario de Villanueva de Balcarrota, en Badajoz. Su padre, Alonso Jaramillo, había sido conquistador de la isla Española y de Tierra Firme. Juan vino de Cuba a México con Cortés. En la derrota de la Noche Triste fue de los pocos soldados de la retaguardia que se salvaron. Durante el asedio a la ciudad de México fue capitán de uno de los bergantines y logró rescatar otro que había sido tomado por los mexicanos. Participó también en otras acciones militares y expediciones, como las de Tepeaca, Huaquechula, río Grijalva y Oaxaca, y como alférez en las del Pánuco y las Hibueras. En esta última expedición —como ya se ha narrado—, a fines de 1524, cerca de Orizaba, Cortés dispuso que Jaramillo se casara con doña Marina, quien ya había dado al
conquistador su primer hijo varón, Martín Cortés, nacido a fines de 1522 y legitimado por bula papal de 1529. Al volver de las Hibueras, durante el viaje, Jaramillo y doña Marina tuvieron una hija, María. Ya en la ciudad de México, Cortés lo nombró alcalde ordinario en 1526, cargo que volverá a ocupar en 1539. El conquistador, además, les dio por dote los pueblos de Olutla y Jaltipan, cercanos a Coatzacoalcos, en encomienda. En 1530 —lo que también se repite—, Jaramillo dio una muestra de su nobleza al rehuir el que se consideraba alto honor de sacar el pendón en la fiesta de San Hipólito, que recordaba el triunfo español sobre Tenochtitlán. Y aunque ya para entonces había muerto doña Marina, se ausentó de la ciudad para no cumplir el encargo, lo que el cabildo consideró desacato. Jaramillo volvió a casar con doña Beatriz de Andrada, una de las hijas que trajo a México el comendador don Leonel de Cervantes. Tuvo varias casas en la ciudad y casa de placer y huerta en los alrededores; intentó el cultivo de las vides, colonizó tierras de chichimecas, participó en la fundación de las Cofradías del Santísimo Sacramento y, además de las encomiendas que había recibido con doña Marina, tuvo la de Jilotepec, que rendía buenas rentas. Murió antes de 1551. Juan Jaramillo contestó la totalidad de los dos interrogatorios, aunque con brevedad —129 folios frente a los 230 de Andrés de Tapia—, limitándose a confirmar lo que se le preguntaba o a decir que no lo sabe o no se acuerda, y pocas veces añadió nuevos datos o precisiones. Dijo, en enero de 1535, que es “de más de treinta años”, que fue maestresala de Cortés y que, en la expedición de las Hibueras, tuvo el cargo de alférez o portaestandarte. No menciona su casamiento con doña Marina. En el reparto del botín después de la toma de la ciudad de México, dice que a Andrés de Tapia se dieron 400 pesos de oro, y a él, Jaramillo, le tocaron 500 (respuesta 101), quizás por su actuación en los bergantines. Sus relatos de la salida en la Noche Triste, de la pérdida del quinto real y de la amenaza que la independencia del joven Xicoténcatl significaba para los españoles son interesantes. En la cuestión tan debatida de la yegua que conducía el tesoro, precisa el nombre del español a cuyo cargo estaba: Juan Velázquez. Jaramillo, como Terrazas y otros de los testigos, fue discreto para responder a las preguntas comprometedoras respecto a actos turbios de los acusadores y malquerientes de Cortés. Se trataba de hombres que seguían teniendo algún poder y con los que había que convivir. Por ello, no los juzga y se limita a reconocer que las acusaciones fueron hechos públicos. Jaramillo era leal a Cortés, a quien le debía servicios; pero al mismo tiempo no podía olvidar la relación confusa que los ligaba con la Malinche, mujer sucesiva de ambos. El asunto no se menciona, pero acaso explique cierta reticencia en las declaraciones de este vigesimoprimer testigo.28
FRANCISCO DE MONTEJO, VIAJERO Nacido en Salamanca hacia 1479, Francisco de Montejo tuvo una larga y azarosa carrera como conquistador. En 1514 fue con Pedrarias Dávila a la conquista de Tierra Firme, en Cuba
fue rico estanciero, y participó en las expediciones a tierras mexicanas de Grijalva y luego en la de Cortés. Éste trató siempre de atraérselo, pues conocía su amistad con Velázquez. A Montejo y a Hernández Portocarrero los designó primeros alcaldes ordinarios del recién establecido ayuntamiento de Veracruz, y antes de internarse en territorio mexicano, Cortés envió a ambos, en julio de 1519, como procuradores ante el rey para llevarle el primer tesoro, así como cartas y memoriales en defensa de su causa. Al pasar por Cuba, Montejo se ingenió para informar a Velázquez del oro que llevaban, y aunque éste dispuso que dos naves los persiguieran, no lograron dar alcance al navío de los procuradores, que piloteaba Antón de Alaminos. En España, Montejo y Portocarrero fueron despojados de su nao y de sus bienes personales, lograron entregar al rey las cartas y el tesoro y se les sometió a una probanza. Más tarde, el obispo Rodríguez de Fonseca puso en prisión a Hernández Portocarrero, quien murió en ella, mientras que Montejo, al que se había unido Diego de Ordaz, nuevo procurador, continuó ante la corte la defensa de Cortés, quien al fin logró su propósito. Montejo volvió en 1524 a Nueva España, donde recibió encomiendas de Cortés, y en 1526 fue designado de nuevo procurador del cabildo de la ciudad de México, y una vez más viajó a Castilla. Casó en Sevilla con doña Beatriz Álvarez de Herrera y obtuvo de Carlos V una capitulación que lo autorizaba a conquistar y colonizar, a su costa y con título de adelantado, la hasta entonces olvidada región de Yucatán. Organizó una bien provista y costosa armada, “la mejor que hubiese salido de Castilla”, decía. La conquista, iniciada en 1527, fue ardua, por la resistencia indígena y la falta de bastimentos. Los indios de Chetumal, además, contaron con el auxilio táctico de Gonzalo Guerrero, el náufrago español que prefirió vivir como indígena. Con su ejército casi aniquilado y vencido por las hostilidades, Montejo viajó en 1528 a Nueva España en busca de refuerzos y bastimentos. La segunda fase de su conquista no fue más afortunada. Montejo volvió de nuevo a la ciudad de México a principios de 1535, y entregó entonces el mando a su hijo homónimo, Montejo el Mozo, quien, con el auxilio de buenos capitanes y refuerzos, logró terminar la conquista de Yucatán en 1546. Montejo el Viejo se instaló en Mérida, y en 1549 fue sometido a juicio de residencia y despojado de todos sus derechos. Pasó a la ciudad de México e intentó inútilmente su defensa, y en 1551 viajó a España con el mismo propósito. Nada consiguió. Murió pobre y olvidado en su nativa Salamanca, en 1553.29 Las declaraciones de Francisco de Montejo en el juicio de residencia de Hernán Cortés ocurrieron, pues, entre la segunda y la tercera fases de la conquista de Yucatán, cuando prácticamente había fracasado en su propósito. Los tres meses que corren entre la declaración anterior, de Jaramillo, y la de Montejo, el 22 de abril de 1535, pueden deberse a la necesidad de esperar la llegada a la ciudad de México de quien ostentaba los cargos de adelantado y gobernador de la provincia de Yucatán. Montejo conocía a Cortés desde 20 años atrás, esto es, desde 1515, en los años de Cuba. Durante la conquista de México y los años subsecuentes, le debió distinciones importantes: las dos largas misiones como procurador ante la Corona, 1519-1524 y 1526-1527, esta última que le permitió negociar la azarosa conquista de Yucatán. Así pues, Montejo sólo participó en los preliminares de la conquista de México, hasta Veracruz, y luego estuvo en México en los años de la expedición a las Hibueras, en la que no participó. En su declaración en el juicio de residencia de Cortés, contestó completos los dos cuestionarios, aunque sólo para decir de la
mayor parte de las preguntas que las ignoraba. Así lo diga sin palabrería, hubiera debido señalar sus largas ausencias y limitarse a contestar acerca de los pocos hechos de que fue testigo. Una de las contadas circunstancias interesantes que recuerda es que, cuando volvía de España en 1524, encontró en el camino, ya en las Antillas, las naves en que Cristóbal de Olid, rebelado, iba hacia las Hibueras, y con las que la nao en que él viajaba tuvo un incidente. Tienen cierto calor las respuestas de Montejo, en el “capítulo secreto”, abonando la conducta de Cortés como buen cristiano y fiel al rey.30
JUAN DE SALCEDO Y SUS RECUERDOS El hidalgo Juan de Salcedo —o Saucedo—, que estaba en Cuba, había participado en la expedición de Juan de Grijalva. Debió ser de los que regresaron con Pedro de Alvarado a traer el oro y noticias, y en 1518 lo comisionó Diego Velázquez para ir a la isla Española a gestionar con los padres jerónimos permiso para enviar una nueva expedición, que sería la de Cortés, hacia las tierras de Yucatán y de Culúa. Como dice él mismo en su declaración, vino a México con Narváez, y aunque participó en las acciones principales de la conquista, su intervención no tuvo mayor relieve. En Cuba ya era amigo de Cortés, y en sus declaraciones del “capítulo secreto” (respuesta a la pregunta 31), refiere que presenció uno de los ataques, presumiblemente cardiacos, que sufrió Catalina Xuárez, primera mujer del conquistador, y que aun la levantó del suelo y la recostó en una cama. En México, o desde los años de Cuba, Salcedo casó con Leonor Pizarro, la “señora cubana” con quien Cortés había tenido una hija, Catalina Pizarro, probablemente la primogénita (Testamento, cláusula XXV y siguientes). Parece haber sido rico, pues prestó dineros a Cortés en sus apuros. Salcedo estaba en Coatzacoalcos en los años de la expedición a las Hibueras. En 1526 y 1527 fue regidor del ayuntamiento de la ciudad de México; el 2 de julio de este último año el cabildo lo nombró, junto con Alonso de Villanueva, diputado por el mes de julio; y el 13 de septiembre siguiente el mismo cabildo dispuso que le pagaran 15 pesos por el toro que le mataron el día de San Juan, sin duda en una corrida. Hacia 1531 Cortés lo envió a Pánuco como capitán. Y al formalizarse en Colima, el 9 de enero de 1535, el mayorazgo de Cortés, Juan de Salcedo fue uno de los testigos, lo que permite suponer que acompañó al conquistador en la expedición subsecuente a Baja California. Como penúltimo testigo de descargo en el juicio de residencia de Cortés, Salcedo declaró el 23 de agosto de 1535. Dijo entonces que es de edad de 50 años, “poco más o menos”, y que conoce a Cortés desde hace 20 años. Aunque contestó la totalidad de los dos interrogatorios, de buena parte de las preguntas dijo que no las sabía o no se acordaba. Las pocas noticias relativamente originales o de alguna importancia fueron las antes señaladas. Es curioso advertir que Cortés eligiera, entre sus testigos de descargo, a Jaramillo y a Salcedo, los dos maridos de mujeres que habían sido del conquistador. Salcedo le fue adicto y leal, así le faltara el entusiasmo de otros de sus amigos.31
EL VALOR DE LAS DEFENSAS Contra el alud de las acusaciones de sus enemigos y malquerientes, Cortés organizó una avalancha de exaltaciones de su fidelidad al rey, de sus esfuerzos heroicos en la guerra y de su rectitud en su conducta pública y privada. Pero si sus acusadores fueron tachados de enemistad contra él, de estar movidos por otros intereses y aun de ser hombres livianos y de “baja suerte”, algunos de sus defensores pudieran también ser objetados como antiguos subordinados y servidores suyos. Los únicos testigos casi inobjetables fueron los tres franciscanos que declararon a favor del conquistador, aunque Motolinía se había mostrado, desde tiempo atrás, aliado convencido de sus causas. En cuanto a los argumentos manifestados en la defensa, ¿cómo discernir la verdad entre las afirmaciones de acusadores y defensores? La mayor parte de los primeros había jurado, por ejemplo, que la yegua perdida en la Noche Triste llevaba el oro de Cortés y no el del quinto real; y la mayor parte de los últimos afirmaba que el oro que se perdió fue el del rey. Aquéllos consideraron crímenes las matanzas de indios, éstos las juzgaron castigos necesarios. Aquéllos denunciaban el desacato de Cortés a las órdenes reales, éstos su fidelidad extrema. Aquéllos insistieron en su ambición y acaparamiento de riquezas, éstos en su generosidad y sus pobrezas. Las mujeres lo habían acusado de haber dado muerte a su primera mujer, y Juan de Salcedo recordará los desvanecimientos que desde Cuba sufría doña Catalina. Y así como debió ser una sorpresa para Cortés el ver aparecer, en 1529, a tantos enemigos acérrimos, debió ser para él alguna compensación conocer, en 1534 y 1535, las declaraciones que abonaban y exaltaban su conducta y aun lo defendían con calor. Seguía teniendo, pues, algunos amigos. Si hubiese habido un juez que pesara legal y moralmente acusaciones y defensas, ¿cuál habría sido su decisión? El juicio extremo: culpable o inocente, sería arbitrario, ya que no se trata de un solo hecho imputable, sino de la compleja trama de una vida, con acciones que significaron fortuna e infortunio, honor o escarnio, libertad o tiranía, vida o muerte para muchos hombres. Pero el juez que resolvería sobre el juicio de residencia de Cortés nunca existió. Las declaraciones de los 22 testigos de cargo, y los que depusieron en los procesos adicionales; los descargos iniciales, los dos interrogatorios con 422 preguntas preparados por Cortés para que los contestaran sus 26 testigos de descargo y las prolijas respuestas de éstos, todo consignado en más de 2 000 folios, fue remitido al Consejo de Indias. Como la intención era la de no resolver el juicio, sino mantenerlo como una amenaza latente contra Cortés, a fin de tenerlo arraigado en España, acaso nadie hizo el largo esfuerzo de leer tantos papeles repetitivos y en los que las novedades son raras. Con el tiempo, los legajos fueron depositados en el ramo de Justicia del Archivo General de Indias, de Sevilla. La parte de las acusaciones, que existe también en el Archivo General de la Nación, de México, fue transcrita a mediados del siglo pasado. El resto, salvo una pequeña parte, quedó intocado y desconocido, hasta ahora que comienza a examinarse.
ÚLTIMAS PROLONGACIONES DEL JUICIO El 8 de febrero de 1537, se envió a Cortés una real cédula indicándole que, puesto que su juicio de residencia se hallaba concluso y enviada su documentación al Consejo de Indias, que él o su procurador compareciera ante dicho consejo para el seguimiento del proceso, a fin de escuchar la sentencia definitiva. Cortés recibió la cédula en Cuernavaca, el 12 del mismo mes, y contestó que sus procuradores en la corte responderían en su nombre.32 Tres años más tarde Cortés viajará a España y allá se dará cuenta de que era inútil esperar el fallo. En sus últimos años, aún dirigirá al Consejo de Indias tres escritos, airados y sin esperanzas, en los que solicita el desistimiento, protesta porque el tribunal de revisión designado está incompleto y pide que se declare la nulidad del juicio.33 No recibirá respuesta. Hasta su muerte, el juicio de residencia iniciado contra él 18 años atrás quedará sin solución.
CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA: JUICIO DE RESIDENCIA 1526 4 de julio
1528 5 de abril Mediados de abril 9 de diciembre
1529 23 de enero
4 de febrero
Llega a la ciudad de México el juez Luis Ponce de León para tomar residencia a Hernán Cortés. En la misma fecha se pregona el juicio, que debe durar 90 días. Ponce de León muere el día 20 siguiente. No se presenta ninguna queja ni agravio contra Cortés. El rey firma instrucciones para que la Audiencia de México haga juicio de residencia a Cortés. Cortés sale de Veracruz a España. Toma posesión la primera Audiencia con Nuño de Guzmán como presidente y Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo como oidores. Se formulan los interrogatorios para el juicio y en esta fecha Bernardino Vázquez de Tapia inicia las declaraciones de los 22 testigos. Se inicia el proceso contra Cortés acusado de la muerte de Catalina
7 de abril 13 de mayo
25 de septiembre
12 de octubre
1534 14 de enero
Sin fecha
21 de marzo 17 de abril de 153413 de junio de 1536 1535 16 de enero
Xuárez Marcaida, su primera mujer. El proceso concluirá, sin juicio, el 8 de octubre de 1529. Con García del Pilar concluyen las declaraciones de los testigos de cargo en el juicio de residencia. Se inicia la defensa de Cortés. Su procurador en México, García de Llerena, reclama irregularidades, manifiesta que los 90 días del plazo han pasado y que Cortés está ausente. Los procuradores de Cortés en México recusan como jueces a Guzmán, Matienzo y Delgadillo, por creerlos parciales en e1 juicio. La recusación no se acepta. Descargos presentados por García de Llerena, en nombre de Cortés, a los cargos hechos a éste en la pesquisa secreta del juicio de residencia. Cuando el juicio ya se encontraba sobreseído y su documentación enviada al Consejo de Indias, Cortés logra que se reabra y presenta en esta fecha nuevos Descargos a la pesquisa secreta. Cortés y sus procuradores presentan a la nueva Audiencia un Interrogatorio general de 380 preguntas, y otro de 42 preguntas respecto a las acusaciones del capítulo secreto, para que sean contestadas por los testigos de descargo. Alonso de Villanueva inicia las declaraciones de los 26 testigos de descargo presentados por la parte de Cortés. Solicitud de prórroga. Concesión y denegación por real cédula. Nuevo alegato en defensa. Fray Toribio de Motolinía y fray Pedro de Gante declaran en el juicio.
27 de agosto 1537 8 de febrero 1544 22 de septiembre 1545 2 de junio 19 de septiembre
Juan González de León concluye las declaraciones de los 26 testigos. La Corona ordena a Cortés que comparezca ante el Consejo de Indias en seguimiento de la residencia. Cortés, desde Valladolid, pide al Consejo de Indias que se desista en su juicio en vista de sus notorios servicios. Cortés recusa por incompleto al tribunal que ha designado el Consejo de Indias. Cortés y sus asesores señalan fallas en el proceso del juicio de residencia y piden que se declare su nulidad. El Consejo de Indias no emite ningún juicio respecto a la residencia de Hernán Cortés.
1
García de Llerena manifiesta que los noventa días de plazo han pasado y que Cortés está ausente, Temistlan, 13 de mayo de 1529, en Documentos, sección IV. 2 El pleito de Cortés contra Matienzo y Delgadillo por estas tierras y huertas, entre las calzadas de Chapultepec y de
Tacuba, se inició el 17 de enero de 1531, en Documentos, sección VI. 3
Por ejemplo, Acusaciones de Nuño de Guzmán contra Hernán Cortés, ca.1528: en Documentos, sección V.
4
Recusación hecha por Hernán Cortés contra Nuño de Guzmán y los licenciados Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo, por creerlos parciales en la residencia y otros documentos, Temistlan, 25 de septiembre de 1529, en Documentos, sección IV. 5 Descargos dados por García de Llerena, en nombre de Hernán Cortés, a los cargos hechos a éste en la pesquisa
secreta del juicio de residencia, Temistlan, 12 de octubre de 1529, en Documentos, sección IV. 6
Índice analítico de los Descargos de 1529. Los puntos principales que expone García de Llerena en estos Descargos son: Introducción sobre la parcialidad de los testigos y la fidelidad de Cortés; Poblar la tierra (contra las instrucciones de Diego Velázquez); Los navíos al través; Justicia a unos rebeldes; Pánfilo de Narváez; La muerte de Pinelo; Prisión de Vergara y de Guevara; No se repartió dinero del rey; Premio al que prendiese a Narváez; Mata y Quesada (los enviados de Narváez); Ordenó prender a Narváez; ¿Por qué se prendió a Narváez?; No saqueó los navíos de Narváez; Alonso de Grado; Gonzalo Mejía; La rebelión indígena y la Noche Triste; Cabildos en casa del gobernador; Se guardaban y cumplían las provisiones reales; Cristóbal de Tapia; Cristóbal de Olid; Elección de alcaldes y regidores; El quinto de Cortés; García del Pilar; Indios herrados en Tepeaca; Esclavos en el “pueblo morisco”; Julián de Alderete; No tomó el oro que dice Gonzalo Mejía; El oro perdido en la yegua; Cambio de pueblos del rey; El oro de los indios de Coyoacán; El tormento a Cuauhtémoc; Pueblos propios de la ciudad de México; Oficiales y alcaldes hábiles; Oaxaca y Tututepec; Oro de Xaltocan; Esclavos de Tezcoco; Esclavos de Oaxtepec y Cuernavaca; Matanza de Cholula; El cuño y el hierro; No armó caballeros; Los regalos que recibió; Recibió a los enviados del rey; El juego convenía en la guerra; Castigo a los pecados públicos; El oro para los procuradores; Juramento a un pendón; Oro de Tezcoco; Nunca quiso alzarse; Palabras desacatadas; Evangelización de los indios; No protegió a los malhechores; Supuestos castigos; El oro se volvió a quintar; Reparto de solares en México; Francisco de Garay; Daño en la Huasteca; Regalos de Tezcoco; Tomó prestado y pagó; Trató bien a los indios; Lorenzo Suárez; Un sueño (la llegada del prior de San Juan); Hizo fortalezas; La fortaleza de Alvarado; Cristóbal de Olid; Dicho de Juan de Mansilla; Alcaldes y regidores; Visitas a Ponce de León; Proveía indios como capitán general; Ponce de León; Sustitución de Ponce de León por Aguilar; No aceptó la gobernación; El factor Gonzalo de Salazar; Cortés estaba en Cuernavaca; Vino a la ciudad sin alboroto; Repartimiento con acuerdo general; Regalo de Tlaxcala; Rodríguez de Villafuerte estaba preso; No trató de sustituir a Marcos de Aguilar; Estrada y Sandoval, gobernadores; Los ganados fueron para bien; Registro de peticiones de los procuradores; Justiciero y recto: “Los prohibidos”; Parientes con cargos; Aderezó caminos; Hizo casas y sus ganados pastaron en sus tierras; Mandó hacer monasterios e iglesias; Tachas contra los testigos: Bernardino Vázquez de Tapia, Juan de Burgos, Antonio de Villarroel, Rodrigo de Castañeda, Juan de Mansilla, Alonso Lucas, Juan Coronel, Ruy González, Antonio de Carvajal, Francisco de Orduña, Juan Tirado, Andrés de Monjaraz y Alonso Pérez. 7 Cédula de la reina Juana a la Audiencia de Nueva España para que se remita al Consejo de Indias toda la
documentación de la residencia a Hernán Cortés, Torre de Laguna, 22 de marzo de 1530, en Documentos, sección IV. 8 Prosecución del juicio de residencia a Cortés. Recusación y protestas. Carta del rey, México, mayo de 1533-enero
de 1534, en Documentos, sección IV, segunda parte. 9 Descargos de Cortés a los once cargos de la instrucción secreta, México, 14 de enero de 1534, en Documentos,
sección IV, segunda parte. 10 Los dos Interrogatorios, sin fecha, así como las declaraciones de los cuatro primeros testigos, se publicaron en la
Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas en América y Oceanía (CDIAO), Madrid, 1864-1884, 42 vols., en los tomos XXVII y XXVIII, y, que yo sepa, nunca habían sido reproducidos ni estudiados. En Documentos, sección IV, segunda parte, se recogen depurados y anotados, con los subtítulos aquí reproducidos, los dos Interrogatorios y selecciones de las declaraciones. 11 Sobre este punto, páginas atrás se ha reproducido la única elusiva declaración que Cortés hizo en sus Descargos de 1534. 12 Índice analítico de los Interrogatorios.
Como en el caso de los Descargos de García de Llerena, van a continuación los puntos principales que contienen estos Interrogatorios, los cuales, aunque monótonos, pueden servir como guía para estos documentos y dan una idea de su ambición. En primer lugar, va el índice del Interrogatorio general de 380 preguntas: Las expediciones de Hernández de Córdoba y de Juan de Grijalva; Preparativos de la expedición de Cortés; Cozumel y Yucatán: Encuentro de Aguilar; Tabasco; Veracruz; Cempoala, Tlaxcala y Cholula; La ciudad de México: Motecuhzoma, Narváez y Vázquez de Ayllón; Alonso de Grado; Alonso
Dávila y Gonzalo Mejía, tesoreros; La rebelión de los indios y la Noche Triste; Tlaxcala, Tepeaca; Reconstrucción de la ciudad de México: La casa del cabildo; Distribución y cumplimiento de las provisiones reales; La venida de Cristóbal de Tapia; Cristóbal de Olid; Gonzalo de Alvarado; Alcaldes honrados; El quinto de Cortés; García del Pilar; Castigo a Tepeaca y al “pueblo morisco”; Julián de Alderete; Pérdida del quinto real en la Noche Triste y la cuestión del oro existente; Pueblos asignados al rey; Cortés quintaba su oro y estaba “probe e alcanzado”; El tormento a Cuauhtémoc; Las tierras propias de la ciudad de México; Alonso de Estrada; Actos de buen gobierno; Oaxaca; Esclavos en Tezcoco; Esclavos en Cuernavaca; Matanza de Cholula; Cuño para el oro y hierro para herrar esclavos; Juramento de capitanes; Juegos para estar despiertos: Castigo a los blasfemos y a los amancebados; Dinero a los procuradores con el consentimiento de todos; Autoridades de Tezcoco; Por qué se pobló la ciudad de México de españoles; Actos en servicio del rey; Combate a las idolatrías y propagación de la nueva fe; Vasco Porcallo; Casos criminales fuera de su gobierno; Proceso contra Verdugo; Ortiz, Gallego y Santa Clara; Quintado de la pedacería de oro; Reparto de solares en la ciudad; Los criados de Cortés, primeros en la guerra; Francisco de Garay; Envíos de oro al rey; El oro de Diego de Soto; Buen trato a los indios en Tezcoco; Torres en la ciudad de México; Edificios públicos; El rey ordenó a Cortés que enviase navíos en busca del estrecho entre los océanos; La expedición de Cristóbal de Olid y su traición; Expedición a las Hibueras: Conflictos en México; Ponce de León, juez de residencia; Marcos de Aguilar, gobernador; Ocampo y Montejo, procuradores; Las joyas regaladas por los indios; Rodríguez de Villafuerte; No aceptó ser gobernador; Sandoval y Estrada, gobernadores; Ganados de Cortés en la carnicería; Cortés, recto juez; Obras públicas; Sirvió a la tierra con los ganados; Promovió la construcción de monasterios; Mandó hacer ventas y mesones; Los acusadores de Cortés; Salazar y Chirinos, capitales enemigos; Los acusadores fueron cómplices de estos enemigos; Vázquez de Tapia, Ojeda, Burgos y Villarroel, enemigos capitales; Vázquez de Tapia, hombre liviano; Groserías del doctor Ojeda; Burgos, enemigo y ladrón; Dovalle y Figueroa; Burgos, perjuro y amancebado; Villarroel peleaba con Cortés por Cuernavaca y consentía que su mujer lo engañara; Castañeda, hombre de baja suerte; Mansilla tiene pleitos con Cortés; Coronel, hombre de baja manera, tiene pleitos con Cortés; González, enemigo de Cortés y hombre de oficios bajos; Verdugo, cuñado de Velázquez, hizo liga para matar a Cortés; Carvajal hizo liga con los enemigos de Cortés; Orduña, hombre de mañas, anda a “viva quien venza”; Tirado, hombre de baja suerte a quien Cortés tuvo preso; El bachiller Pérez, enemigo odioso de Cortés; Monjaraz, antiguo enemigo; Ruiz, enemigo; Pedro de Ircio y no Cortés mandó azotar a Ávila, Rodríguez y Osma; De nuevo Ruiz; Nuño, enemigo y de baja suerte y liviano; Ortiz, enemigo, Cortés lo tuvo preso y desterró; Mejía es enemigo, Cortés lo tuvo preso por mal tesorero; Pérez de Valera presentó provisión como regidor en ausencia de Cortés; Aguilar es hombre de baja suerte; García del Pilar, hombre de baja suerte, robó a los indios y Cortés lo sentenció a la horca; Coronel dio una yegua para recuperar a su primera mujer y casó por segunda vez en Veracruz; Carvajal casó dos veces y es hijo de una pescadera y de un clérigo; Alonso Lucas acostumbra perjurar por interés; y Ojeda falsificó una cédula real. Y el índice del Interrogatorio acerca de las acusaciones del “capítulo secreto” es el siguiente: Hombre piadoso; Fidelidad al rey; Conjuración imaginaria; Obediencia al rey; Fray Tomás Ortiz propagó alarmas; Obedeció a Ponce de León; Muestras de fidelidad y obediencia; Aceptó el destierro de la ciudad de México; La artillería fue necesaria; Obedecía las provisiones y cédulas; El oro lo fundía en la fundición pública; Soldados y capitanes lo forzaron a aceptar el quinto de los botines; En lo habido en Michoacán y Tututepec renunció a su quinto; Los navíos se despachaban con brevedad; El rey recibe más provecho si los pueblos están repartidos en particulares; Señaló al rey a Tlaxcala y se quedó con Tezcoco, de menor valor; El oro del rey se perdió en la Noche Triste; El oro que apareció se volvió a quintar; Los de la primera Audiencia fueron sentenciados por parciales; Trataba bien a sus indios encomendados; Gastaba mucho en cosas de guerra; Quería mucho a su mujer doña Catalina; Ella padecía del corazón; La muerte de doña Catalina; A Ponce de León lo curaron los médicos Ojeda y López; Dichos médicos curaron a Francisco de Garay; Los torreznos de doña Leonor y la muerte de Aguilar; Un Sepúlveda; Un Peñaranda; y Pérez de Bocanegra. 13 Presentación y juramento de los testigos de descargo de Hernán Cortés, México, 21 de abril de 1534-27 de agosto de
1535, en Documentos, sección IV, segunda parte. 14
Las declaraciones de los cuatro primeros testigos —Villanueva, Dávila, Marín y Vázquez— fueron transcritas y publicadas en los tomos XXVII y XXVIII de la Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas en América y Oceania (CDIAO, Madrid, 1864-1884, 42 vols.). Considerando probablemente el tamaño de la tarea pendiente, la transcripción paleográfica e impresión se interrumpieron sin explicación alguna. Encontrar el resto de las declaraciones de los 22 testigos faltantes fue empresa larga. No están en el Archivo General de la Nación, de México; y en el Archivo General de Indias, de Sevilla, no aparecían. Felizmente, gracias a la intervención de Antonio Roche y a la diligencia de la directora Rosario Parra, fueron hallados en los legajos 223 y 224 del ramo de Justicia, del AGI. Calculando, por la extensión de las cuatro declaraciones conocidas —que tenían una extensión media de 82 páginas— , el tamaño posible de las 22 desconocidas, decidí gestionar el envío de un microfilm de sólo nueve de ellas, las de los más notorios: Andrés de Tapia, Juan de Ortega, Francisco de Terrazas, fray Toribio Motolinía, fray Pedro de Gante, fray Luis de Fuensalida, Juan Jaramillo, Francisco de Montejo y Juan de Salcedo. Sus declaraciones llenan 383 folios, cuyo contenido, inédito, se comenta a continuación y de las cuales se ofrecen los pasajes más interesantes, o se recogen completas, en los Documentos cortesianos, sección IV, segunda parte.
Las declaraciones de los 13 testigos restantes: Juan de Cáceres Delgado, Alonso de Navarrete, Francisco Flores, Alonso de la Serna, Juan López de Jimena, Gaspar de Guernica, Francisco de Solís, Juan de Cuéllar Verdugo, Gonzalo Rodríguez de Ocaña, Pero Rodríguez de Escobar, Francisco de Santa Cruz, Rodrigo de Segura y Juan González de León, suponiendo arbitrariamente que por provenir de personajes menos conocidos tendrían pocas novedades, no se vieron. Esperan la curiosidad de otro investigador más riguroso en el AGI, ramo Justicia, legajos 223 y 224. Deben constar en alrededor de 700 a 800 folios. El texto completo del juicio de residencia de Cortés, sumando los dos volúmenes de la parte de acusación, publicados desde mediados del siglo pasado, y la totalidad de la defensa, llenarían cinco gruesos volúmenes. Es deseable que alguna vez se publiquen. 15 Algunas declaraciones de Alonso de Villanueva, México, 21 de abril de 1534, en Documentos, sección IV, segunda
parte.— Las informaciones acerca de algunos de los personajes proceden, en buena parte, de Guillermo Porras Muñoz, El gobierno de la ciudad de México en el siglo XVI, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1982. 16 Declaraciones de Francisco Dávila, México, 7 de mayo de 1534, en Documentos, sección IV, segunda parte. 17
Algunas declaraciones de Luis Marín, México, 9 de mayo de 1534, en Documentos, sección IV, segunda parte.
18
Algunas declaraciones de Martín Vázquez, México, 20 de mayo de 1534, en Documentos, sección IV, segunda parte.
19
J. Ignacio Rubio Mañé, “El conquistador Andrés de Tapia y su familia”, BAGN, México, segunda serie, 1964, t. V, núm. 2, y 1965, t. VI, núm. 3.— Icaza, Diccionario autobiográfico de conquistadores y pobladores, Madrid, 1923, ficha 4, t. I, pp. 4-5.— Porras Muñoz, op. cit., pp. 434-436. 20 Tapia, Relación, ed. BEU, 2, pp. 83-88. 21
Alguuas declaraciones de Andrés de Tapia, México, 15 de junio de 1534, en Documentos, sección IV, segunda parte.
22 Porras Muñoz, op. cit., pp. 383-386.— Algunas declaraciones de Juan de Ortega, México, 22 de septiembre de 1534,
en Documentos, sección IV, segunda parte. 23 Algunas declaraciones de Francisco de Terrazas, México, 28 de septiembre de 1534, en Documentos, sección IV,
segunda parte. 24 Mendieta, Historia eclesiástica indiana, lib. V, parte primera, cap. XIII. 25 Declaración de fray Toribio Motolinía, México, 16 de enero de 1535, en Documentos, sección IV, segunda parte. 26 Declaración de fray Pedro de Gante, México, 16 de enero de 1535, en Documentos, sección IV, segunda parte. 27 Declaración de fray Luis de Fuensalida, México, 21 de enero de 1535, en Documentos, sección IV, segunda parte. 28 Algunas declaraciones de Juan Jaramillo, México, 27 de enero de 1535, en Documentos, sección IV, segunda parte. 29 Roben S. Chamberlain, Conquista y colonización de Yucatán. 1517-1550 (1948), trad. de Álvaro Rodríguez Peón,
revisada por J. Ignacio Rubio Mañé y Rafael Rodríguez Contreras, prólogo de J. Ignacio Rubio Mañé, Biblioleca Porrúa, 57, Editorial Porrúa, México, 1974. 30 Algunas declaraciones de Francisco de Montejo, México, 22 de abril de 1535, en Documentos, sección IV, segunda
parte. 31 Algunas declaraciones de Juan de Salcedo, México, 23 de agosto de 1535, en Documentos, sección IV, segunda
parte. 32
Real cédula para que Hernando Cortés comparezca ante el Consejo de las Indias en seguimiento de la residencia, México, 8 de febrero de 1537, en Documentos, sección IV, segunda parte. 33 El marqués del Valle pide que el Consejo de Indias se desista en su juicio en vista de sus notorios servicios,
Valladolid, 22 de septiembre de 1544; Protesta de Hernán Cortés por el tribunal incompleto, Valladolid, 2 de junio de 1545; Alegato del marqués del Valle y sus asesores señalando fallas del proceso y pidiendo que se declare su nulidad, Valladolid, 19 de septiembre de 1545, en Documentos, sección IV, segunda parte.
XX. EL MARQUÉS SIN PODER: PLEITOS, NEGOCIACIONES Y RECLAMACIONES No ha quedado sola una cabeza de ganado ni un real de oro que se cogía en las minas, y vuestra señoría no tiene en esta Nueva España valor de diez pesos de oro. FRANCISCO DE TERRAZAS
FRANCISCO DE TERRAZAS INFORMA A CORTÉS SOBRE SU SITUACIÓN EN MÉXICO Cuando Hernán Cortés viajó a España en la primavera de 1528, era un hombre acosado que se había acogido a aquel primer retorno al país natal como a una nueva ilusión para dar salida a sus problemas. Durante los dos años que pasó en la vieja España había logrado la mayor parte de sus objetivos —casarse, informar y congraciarse con su rey y recibir mercedes nobiliarias y territoriales—, menos uno, obtener el gobierno del país que había conquistado. Él sabía que sin el poder su posición sería difícil en una Nueva España en que sus enemigos se multiplicaban, acumulaban contra él acusaciones y atropellaban a sus amigos y a sus intereses. Sin embargo, bullían en su ánimo muchos proyectos, de exploraciones marítimas y de empresas mineras, agrícolas, ganaderas e industriales, que confiaba en realizar aun desprovisto de poder político. Cortés estaba informado de la persecución que la primera Audiencia hacía de sus servidores y amigos y del despojo que había sufrido de la mayor parte de sus bienes. A pesar de la abierta censura e intercepción de cuantas cartas llegaban o salían de la Nueva España, impuesta por la Audiencia,1 su mayordomo en la ciudad de México, Francisco de Terrazas — padre del poeta—, afrontando los muchos riesgos que con ello corría, logró enviarle un informe tan preciso como dramático de la desastrosa situación en que se encontraban los amigos y bienes de Cortés bajo el mal gobierno de la primera Audiencia. La carta de Terrazas está fechada el 30 de julio de 1529,2 por lo que Cortés pudo recibirla entre septiembre y octubre de ese año, cuando ya preparaba su regreso a Nueva España. Para que desde el principio de su extensa carta, el reciente marqués del Valle supiera “lo más sustancial” de sus desgracias, Terrazas le refiere: luego que vinieron estos señores tomaron las Casas [Viejas] de vuestra señoría para el Audiencia Real diciendo que así lo traían mandado; después de partidos los navíos en que estos iban tornaron a tomar posesión de las tiendas dellas para Su Majestad, y para pagar a Su Majestad los treinta y dos mil pesos de oro, que dicen traen por instrucción que vuestra señoría debía a Su Majestad, se han vendido mucha parte de sus ganados, ovejas, vacas y yeguas, esclavos negros, caballos y potros, de tal manera como fue en almoneda que para estos treinta y dos mil pesos e para otros doce mil en que condenaron a vuestra señoría porque dicen que los ganó a juego aplicados para ellos, no ha quedado sola una cabeza de ganado ni un real de oro que se cogía en las minas, y vuestra señoría no tiene en esta Nueva España valor de diez pesos de oro; dígolo así todo junto para que sepa que si de allá no trae vuestra señoría cargo de justicia que pueda más que los que acá están, que en ninguna manera le conviene venir si no fuese a recibir más afrentas que las pasadas.
Una vez más, como había ocurrido en 1526 cuando Cortés volvió de las Hibueras y los oficiales reales se adueñaron de las propiedades del conquistador y persiguieron a sus servidores y amigos, ahora, aprovechándose de su ausencia, el presidente y los oidores de la Audiencia, asociados a los tres oficiales que continuaban en sus puestos, se apoderaban de cuanto era de Cortés y encarcelaban a sus amigos que no habían logrado refugiarse en monasterios o iglesias. En el desorden hay una novedad: presidente y oidores de la Audiencia gustan de las mujeres ajenas y los caprichos de éstas son los que mandan en la tierra: Nuño de Guzmán con doña Catalina, mujer del contador Albornoz; Delgadillo con una Isabel de Ojeda, y Matienzo con la mujer de Fernando Alonso, al “que quemaron”. Los solares, construcciones y molinos que Cortés tenía en San Lázaro, Tacubaya, Tacuba y en San Francisco el Viejo se los tomaron los de la Audiencia e hicieron en ellos casas de placer y huertas; de las Casas Nuevas (Palacio Nacional) “han sacado y sacan cada día toda la madera y piedra labrada”; y en las Casas Viejas (Monte de Piedad), como en 1526, el presidente y los oidores mandaron que se quitasen las armas y escudos que había en los corredores que daban a la plaza, los cuales fueron raídos. Le han quitado al conquistador y dado a otros sus pueblos de Cuernavaca, Michoacán, Oaxaca, Tehuantepec, Huejotzingo, Tezcoco, Chalco, Tlalmanalco, Coyoacán, Toluca, Cempoala, Cotaxtla, la Rinconada, los de la provincia de Ávalos y otros. Bernardino Vázquez de Tapia y Antonio de Carvajal —sigue narrando Terrazas a Cortés— han sido nombrados por el cabildo procuradores de la ciudad, y con ellos va el factor Gonzalo de Salazar como representante de la Audiencia, para gestionar en la corte que “vuestra señoría [Cortés) no venga y que le revoquen las mercedes que le han hecho y que en lugar de ellas le pregonen por traidor”. Para enviar al rey un presente con ellos, los de la Audiencia han puesto una contribución forzosa a los vecinos; a Cortés, aun ausente, le asignaron 50 pesos de oro de minas; Terrazas se negó a darlos y lo echaron en la cárcel y luego lo recluyeron en su casa hasta que los dé. El presidente Nuño de Guzmán “a todos los que dicen mal de vuestra señoría les muestra muy buen rostro”. Y García del Pilar, el nahuatlato, es “el que más dentro está e anda a su sabor” extorsionando y abusando de los indios. A Pedro de Alvarado, ya adelantado y gobernador de Guatemala, lo condenaron por haber jugado naipes y dados a 10 000 pesos de oro. Quien fuera el temible Tonatío dijo que consentía en la sentencia, logró cohechar a Guzmán, convinieron en 5 000 pesos y: por tener más contento al presidente le dio luego toda la tapicería que trajo e la más hermosa vajilla que señor puede tener en toda España, e por lo demás que restaba, para cumplir los dichos cinco mil pesos, dio los tributos de Suchimilco e Izúcar… por manera que Pedro de Alvarado ha pagado e agora no lo dejan ir a su gobernación sino tráenle en palabras.
Fray Juan de Zumárraga, en su carta al rey de 1529, también refiere con más precisiones estos escarnios que Guzmán, Matienzo y Delgadillo hicieron a Alvarado con sus nquezas: a Pedro de Alvarado —escribe Zumárraga— han destruido e robado, porque de todo cuanto trajo de Castilla, que fue tanto aparato y cosas ricas como un conde principal de esos reinos pudiera traer, de todo no le han dejado un pan que coma; la plata mucha y por extremo bien labrada, la tapicería mucha y muy buena, y otras cosas de mucho valor, hoy día
las tienen y se sirven dellas el presidente e oidores como les cupo de sus partes; caballos y acémilas y todo lo demás le han tomado, y sola una mula que le quedaba, en que andaba por estas calles con luto por su mujer, en ésta le hicieron ejecución habiendo venido cabalgando a la posada del presidente en ella, y allí de la puerta se la tomaron y le hicieron ir a pie, no mirando su autoridad, que es adelantado intitulado por mano de Vuestra Majestad.3
Volviendo a la carta de Terrazas, le dice a Cortés que para pagarse la multa de 12 000 pesos que a él le pusieron por el juego, quieren quitarle los esclavos que tenía en sus minas, y añade: “e crea que hasta dejar a vuestra señoría en camisa no han de parar”. Y le refiere, en fin, los preparativos que Nuño de Guzmán hace “para ir a pacificar los teúles chichimecas”, en la Nueva Galicia, para lo cual lleva por su teniente al veedor Pedro Almíndez Chirinos, y recoge todos los indios posibles y a los españoles adictos a Cortés, con sus caballos, para que vayan con él a esta guerra. Para terminar, Francisco de Terrazas le insiste a Cortés que venga a la Nueva España “con cargo de justicia”, porque “no hay hoy en todas estas partes persona más pobre ni disfamada que vuestra señoría”.
LA VENGANZA CONTRA GARCÍA DE LLERENA A este atroz panorama de desafueros y abusos, graves para la Nueva España y muy duros para Cortés y sus intereses, debe añadirse la atrocidad cometida contra García de Llerena. Éste era un burgalés, clérigo de “corona” que no llegó a ordenarse. Vino de Cuba con Cortés a la conquista, posteriormente fue uno de sus procuradores y lo sirvió con gran competencia en la defensa de su juicio de residencia en 1529. A principios de marzo de 1530, García de Llerena y Cristóbal de Angulo, otro clérigo de “corona”, perseguidos por la justicia de los oidores, se refugiaron en el convento de San Francisco. A Angulo lo acusaban de antiguos delitos y de una supuesta conspiración contra los oidores. La acusación contra Llerena acaso pudiera ser la de que era “persona de las prohibidas, e que no podía estar en la tierra”, es decir, judaizante o herético, lo que en abril de 1531 mencionaron como asunto pendiente los oidores de la segunda Audiencia. Aunque en las listas de la Inquisición no hay rastro de tal proceso, esta acusación pudo ser una venganza más de Matienzo y Delgadillo. La noche del 4 de marzo de 1530, sin previo aviso, por orden de los oidores se allanó el asilo y Angulo y Llerena fueron sacados del aposento donde dormían con los niños indios que se educaban en el monasterio. En camisa y descalzos fueron llevados a la cárcel pública donde los encadenaron y comenzaron a atormentar. Informado el obispo Zumárraga por el obispo de Tlaxcala y los prelados y religiosos franciscanos y dominicos, celebraron consejo y decidieron ir todos en procesión a la cárcel, en silencio y con señales de duelo, a requerir a los oidores que restituyesen a los reos al sagrado. Los oidores escucharon los requerimientos y mandaron a los eclesiásticos que se retiraran. Zumárraga ordenó lo contrario y comenzó un alboroto en el cual los que acompañaban a los clérigos comenzaron a tratar de forzar las puertas. El oidor Delgadillo injurió a los religiosos y el obispo Zumárraga le respondió “por las mismas consonantes”. Delgadillo pasó a los hechos y con su lanza acometió a botes contra la procesión, y según Mendieta, “al mismo obispo le tiraron un bote de lanza con el regatón, que le pasó por debajo del sobaco”.
Ante tan graves hechos, Zumárraga puso en entredicho a los oidores y amenazó con decretar la cesación de los cultos si en tres días no se restituían los reos y se daban satisfacciones a la iglesia. Ningún caso hicieron los oidores y el 7 de marzo arrastraron, ahorcaron y descuartizaron a Cristóbal de Angulo, y a García de Llerena le cortaron un pie — probablemente los dedos de un pie, como se acostumbraba— y le dieron 100 azotes. Así pagó Llerena la defensa que había hecho de Cortés —en los documentos expuestos en el capítulo anterior— , especialmente la recusación como jueces del presidente y oidores de la Audiencia y los Descargos que, en nombre de Cortés, presentó a las acusaciones que se le hicieron en la “pesquisa secreta” del juicio de residencia.
Carta de Hernán Cortés a su procurador García de Llerena, de Miatlatan, hacia 1530, con firma autógrafa. Formaba parte del Archivo General de la Nación, Hospital de Jesús, leg. 265, exp. 9, y fue publicada en Documentos inéditos relativos a Hernán Cortés y su familia, México, 1935, p. 5. Sustraída del AGN en fecha posterior, fue ofrecida en venta por la casa Sotheby's de Londres, en abril de 1988, con una postura básica de 20 000 a 25 000 libras inglesas.
Los oidores quedaron excomulgados y se decretó la cesación a divinis de los cultos. Las iglesias quedaron “yermas y despobladas”. El ayuntamiento inició negociaciones, se restituyó a Llerena, mutilado y adolorido, el culto se restableció, pero los oidores siguieron excomulgados, pues el furibundo Diego Delgadillo, cuando se le ofrecía una salida para ser perdonado, dijo que “antes iría al infierno que consentir que fraile de San Francisco lo absolviese”.4
ÚLTIMAS GESTIONES EN LA CORTE Mientras que Cortés preparaba su regreso, Bernardino Vázquez de Tapia y Antonio de Carvajal, los dos procuradores que había enviado a fines de 1529 el ayuntamiento de la ciudad de México para que gestionaran en la corte intereses de la ciudad de México y llevasen al Consejo de Indias los documentos acusatorios del juicio de residencia contra Cortés, y según Francisco de Terrazas para que impidieran el regreso de Cortés y lograran que se le revocaran las mercedes que había recibido y lo declarasen traidor, se ocuparon también del primero de sus cometidos. Las cédulas que lograron obtener, firmadas por la reina entre mayo y septiembre de 1530,5 son ciertamente en perjuicio de intereses de Cortés, pero están encaminadas, en parte, a atender necesidades reales de la ciudad de México: que se concedan al dominio de la ciudad los pueblos vecinos, así como las tiendas que Cortés tenía en las Casas Viejas y las ventas en el camino a Veracruz; que se investigue si las mercedes hechas a Cortés no fueron en perjuicio de terceros; que se reserve al servicio de la ciudad la fuente de Chapultepec; que se limite la cesión de tierras y solares hecha al conquistador, y que las minas de oro que se encuentran en terrenos de Cortés sean libres y comunes. De todas maneras, estas cédulas pedían a la Audiencia información más precisa sobre cada punto; y su cumplimiento, por otra parte, tocaría a la segunda Audiencia y no a la primera, enemiga de Cortés. Paralelamente, el procurador de Cortés ante la corte, Francisco Núñez, logró otras cédulas6 para que la nueva Audiencia hiciera justicia en las causas que atañen a Cortés y en la recusación que presentó contra los jueces de la primera Audiencia y sus actos, y solicitó que se amparase a Cortés en el despojo que se le hizo de sus bienes.
EL REGRESO A NUEVA ESPAÑA Después de permanecer dos años en España, hacia mediados de marzo de 1530 Hernán Cortés, ennoblecido como marqués del Valle y con cargo de capitán general, se embarcó en Sevilla para volver a Nueva España. A pesar del ominoso panorama de su situación que le había descrito Francisco de Terrazas, seguía pensando en grande. Traía una comitiva de cerca de 400 personas,7 entre ellas su reciente segunda esposa doña Juana de Zúñiga y su madre doña Catalina Pizarro, que había enviudado en 1528. Venían también con él, además de los capitanes, señores indios y servidores que había llevado de México, 12 frailes mercedarios encabezados por fray Juan Leguízamo, confesor de Cortés; beatas de las órdenes de San
Francisco y San Agustín, que proyectaban fundar monasterios y estaban confiadas a la marquesa doña Juana; nobles aventureros que querían probar fortuna en las Indias, y gran número de artesanos, menestrales y marineros, y “una mujer que va para traer la seda”, con todos los cuales pensaba desarrollar en México industrias, nuevos cultivos y continuar sus expediciones marítimas. Cortés había recibido instrucciones de esperar la llegada de la segunda Audiencia, por lo que el viaje tuvo que alargarse, con esperas en Sevilla y en Sanlúcar y una larga escala de dos meses y medio en Santo Domingo. Al fin desembarcaron en Veracruz el 15 de julio de 1530, cuatro meses y diez días después de la salida, aproximadamente. No se ha encontrado la lista de la comitiva; en cambio, se guarda en el Archivo General de la Nación la Relación de los bastimentos y mercaderías que Cortés compró en Sevilla y se cargaron en dos de los navíos en que hizo el viaje a Nueva España.8 Ya se han mencionado otras listas de aprovisionamientos dispuestos por Cortés para las naves a las que confió expediciones salidas de puertos de Nueva España; ésta es la única de un viaje de España a Nueva España. Aunque en la relación se mencionan solamente los bastimentos que se cargaron en dos naves, debieron existir varias embarcaciones más para transportar a los 400 pasajeros de la comitiva del reciente marqués del Valle. El valor total de los bienes comprados, 1 174 545 maravedís, equivalentes a 4 318 pesos de oro (de 272 maravedís) era moderado, en comparación con lo que habían costado los aprovisionamientos anteriores en Nueva España.9 Los precios españoles eran sensiblemente más bajos que los novohispanos, pues el transporte los encarecía. En el presente viaje deben considerarse, además, la compra o el alquiler de las naves y los salarios de las tripulaciones, así como el mantenimiento de la numerosa comitiva durante las escalas. Los bastimentos y mercaderías comprados en Sevilla eran tanto para el sustento10 como para atender necesidades de la nueva tierra en que Cortés pensaba: hierro, acero, fuelles, un hornillo para fundición, pólvora, cedazos, resmas de papel y cañones de plumas de ave para escribir, sillas de montar y “cosas de jineta”, “librillos para amasar”, harina, cera y velas, jabón, cofres de Flandes, sarmientos de vides, árboles sembrados en barriles y abundantes semillas.
CONFLICTOS CON LOS OIDORES Cortés ya estaba prevenido, desde España, de no llegar a Nueva España antes que la segunda Audiencia. A pesar de las largas escalas, hizo mal su cálculo y llegó a Veracruz seis meses antes que los nuevos oidores. Éstos llegaron a la ciudad de México el 9 de enero de 1531. Y don Sebastián Ramírez de Fuenleal, designado presidente de la segunda Audiencia, muy atareado con sus deberes como obispo de Santo Domingo y presidente de aquella Audiencia, no llegará a México hasta el 30 de septiembre siguiente. Nuño de Guzmán se había ido a la conquista de Nueva Galicia, pero Matienzo y Delgadillo, oidores de la primera Audiencia, conservaban el gobierno y eran encarnizados enemigos de Cortés. Para evitar conflictos con ellos, la Corona envió a Cortés dos cédulas, ambas firmadas el 22 de marzo de 1530 y que
Cortés recibió en Veracruz, ordenándole la primera que no entrase a la ciudad de México hasta que llegara la nueva Audiencia, y la segunda precisándole que se detuviese a 10 leguas de la ciudad.11 A pesar de estas prevenciones los conflictos ocurrieron, en buena parte por imprudencia de Cortés. Llegado a Veracruz, mostró su decisión de hacer valer su cargo de capitán general — cuyas limitaciones y supeditación no ignoraba—, y presentó su provisión al cabildo local, que la reconoció y pregonó, y escribió a los oidores informándolos de su llegada. De Veracruz pasó a la Rinconada Ixcalpan, uno de los pueblos de que le había hecho merced el rey, y tomó posesión en forma de aquel poblezuelo. Acaso los oidores ignoraran aún la cédula del 29 de julio de 1529, por la que Carlos V concedía a Cortés 23 000 vasallos en determinados lugares de la Nueva España; de todas maneras, la prudencia aconsejaba a Cortés esperar la llegada de la segunda Audiencia para que se cumpliera aquella merced real, y no adelantarse a tomar posesión de sus dominios. En cuanto los oidores lo supieron, “quisieron hacer alguna alteración y bullicio —escribirá Cortés al rey— y enviar a prender los que obedecieron la provisión de Su Majestad, e hicieron muestras de juntar gente y aderezar artillería y hacer capitán de ella; y otros bullicios de esta calidad”.12 Los oidores —añade Herrera— enviaron instrucciones a Pablo Mejía, alcalde de Veracruz, para que quitase a Cortés la posesión de Ixcalpan y echase del lugar a la gente, y mandaron que españoles e indios volvieran a sus pueblos bajo pena de muerte, y aun se proponían prender al marqués por perturbador.13 Cortés pidió el auxilio de la Iglesia: el obispo de Tlaxcala, el prior de los dominicos y el guardián de los franciscanos fueron a hablar en su nombre a los oidores. La artillería dispuesta y el bullicio se aplacaron temporalmente, pero las hostilidades continuaron durante el resto de este año, en que los oidores enemigos mantuvieron el poder. De Veracruz e Ixcalpan pasó Cortés con su enorme comitiva a Tlaxcala, donde pasó un tiempo indeterminado, y a partir de agosto a septiembre se estableció en Tezcoco, cerca de la ciudad de México, en espera de la nueva Audiencia.
HAMBRE Y MUERTES EN TEZCOCO A Tezcoco venían a verlo los españoles que le eran adictos para quejarse de los atropellos que sufrían, y los indios para quejarse también, ofrecerle obsequios y proveerlo de alimentos. A los oidores no les gustó aquella corte y enviaron alguaciles que apresaron a los indígenas que allí se encontraban y les impidieron que dieran o vendieran alimentos a Cortés y a su gente. Además, procesaron y castigaron a los señores indios que le hicieron regalos de joyas con motivo de su boda reciente y porque “traía pobreza”. Cercándolo por hambre, querían obligarlo a reaccionar con violencia a sus extorsiones. Cuando Cortés escribe al rey, desde Tezcoco, el 10 de octubre de 1530, le dice que ya se le han muerto de hambre 100 personas de su compañía.14 Y en la relación de agravios que por encargo suyo envió al rey el licenciado Núñez, hacia 1533, puede hacerle el balance final de las desgracias ocurridas en estos malos meses de 1530:
los licenciados Matienzo y Delgadillo, oidores, prohibieron a los indios naturales que no le viesen ni hablasen ni le trujesen bastimento al camino; lo cual fue causa de le poner en gran necesidad, e que padeciesen mucha hambre él y la gente que con él iba, de cuya cabsa murieron más de doscientas personas de las que con el dicho marqués iban, entre las cuales murió doña Catalina Pizarro, madre del dicho marqués.15
En los meses siguientes a octubre en que escribe Cortés, los muertos por hambre habían aumentado, pues, hasta 200, la mitad de la comitiva que Cortés había traído. Y entre ellos estaba la madre del conquistador. Doña Catalina se había quedado viuda poco antes de la llegada de Cortés a España, y su hijo, el nuevo marqués, debió convencerla de dejar su estrecho mundo del pueblo de Medellín y venir a compartir con él el esplendor y la abundancia de sus dominios en la Nueva España. Y la pobre señora vendría para morir de hambre en tierras remotas. Además, para acumular las desgracias, doña Juana, la mujer de Cortés, tuvo en Tezcoco su primer hijo, que murió también. Doña Catalina y Luis quedaron sepultados en el monasterio de San Francisco, de Tezcoco —que entonces se estaría construyendo—, como lo dice Cortés en la cláusula VIII de su Testamento, en el que dispone que sus restos se trasladen, junto con los de su hija Catalina, muerta en Cuernavaca años más tarde, a la tumba que ordenó edificar en el monasterio de Coyoacán, que nunca se levantó. Aún en Tezcoco, Cortés se enteró, y se quejó de ello al rey, de la destrucción que por orden de los oidores se hizo de los cinco navíos que tenía en obra en Tehuantepec. “En verdad — le escribe— que esto he sentido más que toda la otra hacienda que me han destruido, que pasa de trescientos mil castellanos”.16
EN CUERNAVACA. SUPUESTA PACIFICACIÓN DE INDIOS No es posible seguir con precisión los pasos de Cortés en los últimos meses de 1530. Había llegado a Tezcoco hacia agosto o septiembre y tenía prohibido entrar en la ciudad de México hasta que llegara la nueva Audiencia, que apareció a principios de enero de 1531. Pero sin pasar por la capital, de Tezcoco debió viajar a Tehuantepec, donde tenía los astilleros, para encontrar sus navíos destruidos y tomar providencias para su reconstrucción. Y probablemente se trasladó a Cuernavaca, en busca del clima templado durante los meses finales de 1530. Su palacio en esta aldea —como la llamaba— pudo estar ya iniciado o construido por estos años, pues a menudo iba allí. Existen tres cartas de negocios, de Cortés a García de Llerena, procedentes de Cuernavaca y de sus alrededores, que aunque sin fecha deben ser de estos meses.17 La escrita desde Miatlata o Miacatlan dice que pasará allí seis o siete días cazando, lo que indica que ya tenía caballos, amigos y servidores y había recuperado algunas de sus posesiones. López de Gómara da a entender que por estos meses finales de 1530 hubo un rumor de levantamiento de indios, pues los españoles que viajaban sin guardia eran asesinados. Y que ante estos temores, el obispo —que pudo ser Zumárraga o Garcés— habló con los oidores y decidieron pedir ayuda a Cortés, el cual entró en la ciudad de México con mucha gente de guerra. Refiere el historiador que:
Salieron todos a recibirle, que entraba también la marquesa, y fue aquel un día de mucha alegría. Trataron la Audiencia y él cómo remediaría tanto mal. Tomó Cortés la mano, prendió a muchos indios, quemó algunos, aperreó otros y castigó tantos que en breve tiempo allanó toda la tierra y aseguró los caminos, cosa que merecía galardón romano.18
Pudo ser, aunque parece improbable que un temperamento puntilloso como el de Cortés accediera, aun solicitado, a infringir la prohibición real que tenía para entrar en la ciudad de México.
EL GOBIERNO DE LA SEGUNDA AUDIENCIA Los oidores de la nueva Audiencia tomaron posesión de sus cargos los primeros días de enero de 1531, y aunque Cortés entró en la ciudad, sin duda para presentar sus saludos a las nuevas autoridades, continuó viviendo en Cuernavaca como apoyo principal. Cuando era necesario venía a la capital, o bien partía a recuperar, recorrer e impulsar las empresas y cultivos de sus dominios, o viajaba a Tehuantepec —con escala en Acapulco— para cuidar la construcción de sus naves. Además, en la ciudad de México, la enorme casa que edificó para sí, las Casas Viejas, estaba ocupada por la Audiencia, y las Casas Nuevas —el Palacio Nacional— se encontraban aún en obra. Los oidores de la primera Audiencia, Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo, fueron sometidos a juicio de residencia por la nueva Audiencia y, además, se acumularon contra ellos 125 acusaciones por sus desmanes. Veinticinco de ellas fueron ventiladas en primer lugar y por ellas se les condenó a pagar 40 000 pesos. Sus bienes se vendieron en subasta pública y a Matienzo y Delgadillo se les puso presos en la cárcel pública.19 El antiguo presidente de la Audiencia, Nuño de Guzmán, como responsable del gobierno, resultaba el principal acusado en estos procesos y estaba ordenado también juicio de residencia contra él. Pero como tenía, además, nombramiento de gobernador de la Nueva Galicia, que conquistaba, y lo acompañaba un poderoso ejército, durante los cinco años que gobernó la segunda Audiencia ésta optó por tolerar la soberbia de Guzmán, mientras se mantuviera lejos. Bajo el primer virrey don Antonio de Mendoza, años más tarde, Guzmán será encarcelado y procesado. Los oidores de la segunda Audiencia, licenciados Alonso Maldonado, Vasco de Quiroga, Francisco Ceynos y Juan Salmerón, y su presidente, el obispo don Sebastián Ramírez de Fuenleal, realizaron una tarea admirable y merecieron el título de “buenos y rectos jueces” que les dio Bernal Díaz. Protegieron a los indios, moderaron sus tributos y servicios personales, establecieron alguaciles y regidores indios y prohibieron que los herraran como esclavos, con excepción de las crueldades y abusos que Nuño de Guzmán seguía cometiendo en sus dominios, con el que no se atrevieron; hicieron mejoras en la ciudad capital y en los caminos; promovieron la agricultura, la ganadería y las industrias, regularon el uso del agua para regadíos; y una tras otra, en aquella avalancha de demandas contra los desmanes anteriores, fueron restableciendo la justicia, sin pasión ni codicia personal. Al principio, las relaciones de Hernán Cortés con el presidente y los oidores de la segunda Audiencia fueron cordiales, pero como él quería que en todo lo favorecieran, y ellos debían atender los intereses generales y cumplir las instrucciones que tenían de la Corona, estas
relaciones se volvieron tensas en pocos años, al menos de la parte de Cortés.
PLEITOS PARA RECUPERAR SUS POSESIONES: LOS TERRENOS ENTRE LAS CALZADAS DE CHAPULTEPEC Y DE TACUBA Como a Cortés lo había dejado la primera Audiencia sin “una hanega de pan”, como decia al rey, sus primeros empeños, a partir de 1531 y una vez restablecido el orden, fueron para recuperar sus antiguas posesiones. Al mismo tiempo, tendrá largas y enojosas negociaciones para el cumplimiento de las mercedes que había recibido, pleitos con los indios por cuestiones de tributos y servicios, prosecución de la defensa en el juicio de residencia, disputas y reclamaciones de y contra la Audiencia y particulares, contratos y cesiones. El tiempo que durante esta década no lo absorbían sus expediciones marítimas, lo consumirá Cortés en este enorme papeleo judicial y administrativo. Apenas una semana después de la llegada de los nuevos oidores, Cortés presentó a la Audiencia el primero de los muchos pleitos que pondrá contra Matienzo y Delgadillo, éste por las tierras y huertas que estaban entre las calzadas de Chapultepec y de Tacuba.20 Hacia 1523 y 1524, Cortés había comprado, por conducto de Rodrigo de Paz, estos enormes terrenos, que pagó con mantas y cacao. El 27 de junio de 1529, el emperador le hizo merced de tales tierras, así como de los solares y casas que Cortés tenía en la Plaza Mayor de la ciudad de México. En las tierras y huertas había sembrado trigo y frutales y hecho algunas construcciones. A principios de 1529, cuando Cortés se encontraba en España, Nuño de Guzmán, presidente de la Audiencia, y los oidores Matienzo y Delgadillo, con la complicidad de los regidores del cabildo, se posesionaron de estas tierras, especialmente los oidores,21 e hicieron en ellas nuevas huertas y casas de placer. Los procuradores de Cortés iniciaron pleito, el 17 de enero de 1529, para que se le devolviesen las tierras y huertas, y presentaron la cédula real de donación, así como los poderes dados por Cortés a sus representantes (documento 1 del pleito). Con notable celeridad, entre la fecha de inicio del pleito, 17 de enero, y el 3 de febrero siguiente, en dos semanas, con las declaraciones de los testigos, labradores antiguos de las dichas tierras, que presentó la parte de Cortés, el pleito estaba concluido. Aunque los antiguos oidores abandonaron el pleito —probablemente por su encarcelamiento—, la resolución de la segunda Audiencia fue la de remitir los documentos al Consejo de Indias para que resolviese en definitiva. El conjunto de los seis documentos que integran el pleito es interesante por referirse a extensas tierras muy valiosas para la ciudad de México, y como una muestra de la eficacia administrativa de la segunda Audiencia.
TRIBUTOS Y SERVICIOS DE HUEJOTZINGO El pleito por los tributos y servicios del pueblo de Huejotzingo fue muy sonado. Los
procuradores de Cortés denunciaron, el 14 de febrero de 1531, ante la segunda Audiencia, que el presidente y oidores de la primera, durante la ausencia de Cortés, recogieron los tributos, dieron tratamiento brutal y exigieron servicios personales y obsequios a los indios del pueblo de Huejotzingo, que pertenecía a Cortes.22 Sus procuradores presentaron como evidencia copia de la cédula real que ordenaba a la primera Audiencia se respetaran las propiedades de Cortés durante su viaje.23 Para confirmar su acusación, presentaron también un cuestionario de 13 preguntas que contestaron sus testigos, tres de los cuales eran indígenas, quienes confirmaron los tributos y servicios que les exigieron Guzmán, Matienzo y Delgadillo, en ausencia de Cortés. El quinto de los testigos, el indio Esteban, antes llamado Tóchel, “que en cristiano quiere decir conejo”, explica el escribano, prefirió ilustrar sus declaraciones con ocho pinturas, a la manera de los antiguos códices. Tochtli declaró que tenía 47 años en 1531, y por lo tanto había tenido oportunidad de aprender el arte de los antiguos tlacuilos, que seguía siendo su manera natural de registrar los hechos. En estas pinturas se consignan, con sus cantidades, los materiales de construcción, el maíz, los frijoles, chiles y guajolotes, las mantas y otros tejidos, los huaraches y bolsas, los guerreros, la bandera y la imagen de Nuestra Señora y el niño, en oro y plumas finas, que fueron obligados a dar a los oidores. Esta última imagen, que pidió Nuño de Guzmán, pintada en el códice con rudeza, tuvo un alto costo, pues hubo que vender ocho esclavos y doce esclavas para pagarla. Además, pudo haber sido una de las primeras interpretaciones indígenas de tema cristiano. La parte de los oidores no fue hábil en su defensa. Presentó un escueto interrogatorio de cinco preguntas, pero no hubo testigos de descargo. Su procurador exhibió una cédula real, del 23 de agosto de 1527, autorizando la repoblación de la villa de Segura de la Frontera, lo cual no tenía que ver con la disputa por Huejotzingo. Y como argumento fuerte, reveló la Instrucciόn secreta que recibió del rey la primera Audiencia, para que se pusieran en nombre de la Corona ciertas cabeceras y pueblos de la Nueva España.24 Ciertamente, esta instrucción afectaba algunas de las posesiones de Cortés, pero en ella no se menciona Huejotzingo. De paso, merece señalarse que Gregorio de Saldaña, procurador de Matienzo y Delgadillo, en su intervención del folio 55 tuvo expresiones despectivas contra los testigos presentados por la parte de Cortés, y en general contra todos los naturales, juicios de rara destemplanza que debieron exasperar a los prudentes oidores de la segunda Audiencia. El 23 de diciembre de 1531, el presidente Ramírez de Fuenleal y los oidores Maldonado, Ceynos y Quiroga fallaron el pleito a favor de Cortés y condenaron a Matienzo y Delgadillo al pago de 3 000 pesos de oro al marqués del Valle, así como a cubrir las costas del proceso. La sentencia fue apelada y se dispuso el traslado del proceso al Consejo de Indias, que no llegó a dar resolución definitiva. Nadie se ocupó de hacer justicia a los indios expoliados. El obispo electo, fray Juan de Zumárraga, supo de estos excesos de la primera Audiencia contra los indios de Huejotzingo, quienes vinieron a contarle sus quejas y su desesperación, pues, además del tributo ordinario, los obligaban a traer: a casa de cada oidor cada día para su mantenimiento siete gallinas y muchas codornices y sesenta huevos; sin que a [García del] Pilar, lengua, daban otro tributo, y sin leña y carbón y otras menudencias, y mucha cantidad de maíz, y que lo han cumplido así hasta agora que no pueden más, porque como es camino de diez y ocho leguas y por puerto de mucha nieve, y que son menester muchas personas que cada día vengan a servir, y por esto han cargado hombres y mujeres
preñadas y muchachos, que se les habían muerto ciento y trece personas; que me pedían que los amparase, si no que se irían a los montes, porque ya no podían hacer otra cosa.25
Zumárraga, ocultando la visita de los indios para protegerlos, habló con el presidente y los oidores para tratar de que evitaran aquellos excesos, y le respondieron de mala manera y lo amenazaron. Supieron los de la Audiencia que los señores indios de Huejotzingo habían venido a ver al obispo y enviaron un alguacil a traerlos presos. Zumárraga se adelantó a prevenirlos aconsejándoles que se refugiasen en el monasterio de su pueblo. Algunos religiosos, también desesperados, querían irse de estas tierras por la injusticia que aquí reinaba. En la festividad inmediata del Espíritu Santo, en la iglesia mayor de la ciudad de México, el obispo de Tlaxcala, fray Julián Garcés, vestido de pontifical, en su sermón se atrevió a hacer alusión al caso escandaloso diciendo que “mirase cada uno su conciencia”. El presidente Guzmán, interrumpiéndolo, le mandó que hablase de otra cosa o bajase del púlpito, y el oidor Delgadillo —cuya violencia con los dignatarios eclesiásticos ya se había mostrado en el episodio de García de Llerena—: mandó a un alguacil que le derribase del púlpito, y así el alguacil y otros de la parcialidad del factor [Gonzalo de Salazar] que con él fueron, diciendo injurias y desmintiéndole, tomaron al fraile predicador de los brazos y hábitos, y derrocáronle del púlpito abajo, y fue cosa de muy gran escándalo y alboroto.
Los sacrílegos fueron excomulgados, los de la Audiencia reaccionaron expulsando al provisor y Zumárraga logró que se apaciguaran los ánimos absolviendo a los acusados.26
APROVECHAMIENTOS DE PUEBLOS DEL SUR DE JALISCO Gracias a las informaciones que el cazonci de Michoacán dio a Cortés sobre la riqueza de tierras y pueblos de la región centro-meridional de Jalisco, que habían sido vasallos de los señores de Michoacán y de Colima, el conquistador envió allí a sus primos Juan o Alonso de Ávalos y Hernando de Saavedra, quienes hacia 1522 ocuparon pacíficamente la región, que se llamó provincia de Ávalos y cuyo centro fue Sayula. Posteriormente, Cortés añadió la posesión de los pueblos cercanos de Tuxpan, Amula, Zapotlán y Tamazula, que también se adjudicó. En estos pueblos, Cortés tenía estancias para la cría de puercos y labores agrícolas, y en Tamazula explotaba ricas minas de oro y luego de plata que pasaron a la Corona hacia 1528. Durante la ausencia de Cortés, de 1528 a 1530, Nuño de Guzmán y los oidores Matienzo y Delgadillo se posesionaron de estos últimos pueblos y, además de los tributos regulares, extorsionaron a sus caciques y los obligaron a que les dieran alimentos, tamemes y armas para la conquista que emprendió Guzmán contra las tribus chichimecas. Además, quitaron a Cortés las 10 o 12 cuadrillas de esclavos que tenía en las minas de Tamazula. Tal es la materia de la demanda inicial que, a nombre de Cortés, presentó su procurador Gonzalo de Herrera ante la segunda Audiencia el 15 de marzo de 1531. En respuesta a esta demanda, Gregorio de Saldaña, en nombre de los oidores Matienzo y Delgadillo, el 26 del mismo marzo contestó diciendo que Cortés nunca poseyó estos pueblos
con algún título, aunque los ocupara; que Tamazula era pueblo del rey; que no ha habido malos tratamientos contra los indios y, en fin, que la guerra que Nuño de Guzmán hacía contra los chichimecas era justa. Replicando a estos dichos, el procurador Herrera afirmó, el 27 de marzo, que “los pueblos que estaban de paz se han hecho de guerra”, por culpa de las acciones de Guzmán. A principios de 1532, previa licencia, Herrera presentó una probanza con 19 testigos, 17 de los cuales eran indígenas, señores, gobernadores y principales de los pueblos en disputa, y dos españoles. Con prudencia, los indios se limitaron a consignar los hechos: primero, los tributos los recogía el marqués, y luego los mayordomos y corregidores de los nuevos señores; el pueblo de Tamazula se quitó al marqués dos años atrás; y ninguno contestó a las preguntas que incriminaban a Guzmán —que seguía siendo gobernador de la región— y a los oidores. Es curiosa la respuesta que dieron los indios a la pregunta habitual para aclarar la posible parcialidad en el juicio. La respuesta de los españoles solía ser una fórmula convencional: “que venza quien tuviere justicia”. En cambio, uno de los indios prefirió manifestar su perplejidad: “que no sabe quién quería que venza en esta causa”, y doña Juana, Quasuaruanga en indio, señora de Tamazula a quien le mataron un hijo que era señor del pueblo, dijo aún más precavida y realista: “que venza quien el tatuan quisiere”. De otro grupo de testigos, ahora sólo españoles, añadidos a la probanza, varios dieron informaciones interesantes respecto a las minas de Cortés en esta zona, pues precisaron que las cuadrillas de esclavos que tenía en Tamazula atendían también las minas de Pinal o de Pinos, de plata y oro; las de Miaguatlan, cercanas a Colima, así como las de Aquila, en la provincia de Motines, y las de Zacatula, a todas las cuales debían proveer de alimentos los indios de Tamazula. El procurador de la parte de Matienzo y Delgadillo no presentó testigos, y de hecho, como solía ocurrir en pleitos semejantes, pues sus patrones habían sido encarcelados, abandonó el juicio. No hubo fallo de la Audiencia y todo quedó en palabras. Pero los pueblos de la provincia de Ávalos y los cercanos pasaron a la Corona.27 Además de estos tres pleitos más notorios que promovió Cortés contra la primera Audiencia, para recuperar posesiones de las tierras que había ocupado, existieron muchos otros: por Cuilapan y Tlalixtac, en 1530; por Tlapa y Yecapixtla, por Otumba y Tepeapulco, por Huichichila (Tzintzuntzan) y Tamazula, por Tepeaquilla, jurisdicción de Cotaxtla, Veracruz, y por Coyoacán, en 1531; por Toluca en 1531-1532; y por Totolapa y Atlatlahuaca, Oaxaca, en 1533; así como reclamaciones por el pueblo de Tlapa, que tenía Cortés y se dio a doña Marina Gutiérrez, viuda del tesorero Alonso de Estrada —aquella que trató de evitar que su marido, cuando fue gobernador, desterrara a Cortés—, también en 1532.28 En términos generales, las resoluciones de estos pleitos fueron favorables a Cortés cuando se trataba de pueblos incluidos en la merced real de 1529, y en los demás casos pasaban a la Corona.
EL PLEITO POR OAXACA En las asignaciones iniciales de encomiendas, Cortés se dio el valle de Oaxaca; en su
memorial de peticiones de 1528 escribió simplemente Oaxaca; y en la real cédula de mercedes de 1529 se indicaron Oaxaca, Cuilapa, Etla y Texcuilabacoya, aunque Oaxaca aquí significaba el pueblo y no la provincia del mismo nombre. Aquella enorme extensión de fértiles tierras atrajo desde el principio la ambición de otros españoles y fue causa de enconados y largos problemas. Vecinos de Tepeaca o Segura de la Frontera se asentaron en 1522 en tierras de ese valle y fueron expulsados por agentes de Cortés. Durante la ausencia de éste por la expedición a las Hibueras, en 1525, los oficiales gobernadores volvieron a establecer allí una villa. Cortés recuperó una vez más su posesión en 1526, pero la villa de Antequera fue autorizada por cédula real del 14 de septiembre de 1526, y en 1529 la primera Audiencia confirmó la existencia de ese lugar de españoles. En carta al rey del 10 de octubre de 1530 Cortés se quejó de que los oidores de la primera Audiencia le habían allanado sus posesiones y habían fundado en sus tierras dicha villa.29 Basado en la merced real de 1529 Cortés afirmaba, en un memorial anexo a su petición del 21 de octubre de 1532,30 que las cuatro villas señaladas comprendían trece pueblos sujetos —la antigua provincia indígena de Coyolapan—: Talistaca, Macuilsúchil, Cimatlan, Tepecimatlan, Ocotlan, Tlacochaguaya, los Peñoles, Huexolotitlan, Cuyotepec, Teozapotlan, Mitla, Tlacolula y Zapotlan.31 A pesar de ello, algunos de estos lugares tenían ya encomenderos y otros habían sido asignados a la Corona por la segunda Audiencia. La disputa subsistirá durante todo el periodo colonial. Antequera, luego Oaxaca, será declarada ciudad en 1532. El 10 de febrero de 1533, desde Tehuantepec, donde se encontraba cuidando la construcción de sus navíos, Cortés protestó airadamente ante la Audiencia de México por los agravios que el alcalde de Oaxaca le hizo a su representante en ese lugar, Diego del Castillo.32 Y el día siguiente, Carlos V ordenaba a Cortés que no molestara más en lo de Antequera, y le precisaba que a él sólo se le habían concedido “en encomienda” los pueblos de Cuilapa, Oaxaca y Etla.33 Aquí Oaxaca era el nombre de uno de los pueblos y no el del valle, como quería Cortés. Más tarde se aceptó que se añadiera Santa Ana Tlapacoya, y los cuatro pueblos fueron las llamadas Cuatro Villas Marquesanas. El perímetro de las posesiones del marqués en esta región tuvo que aceptar un bolsón para dejar fuera de él, definitivamente, la villa española de Antequera. El trigo, frutales, madera, cal, carbón y leña, así como los tributos que producían las villas, darían ingresos importantes para el marquesado del Valle.
RECLAMACIONES DE LOS INDIOS CONTRA CORTÉS En cuanto Cortés fue recuperando sus tierras y organizando su explotación, se presentaron en ocasiones quejas y pleitos por los tributos y servicios de los indios y ajustes en las tasaciones de los tributarios correspondientes a los pueblos asignados a Cortés.34 De los numerosos documentos existentes acerca de estos temas, uno de los más interesantes y representativos del sistema tributario que se practicaba y de los abusos que se cometían es la reclamación que presentaron ante la Audiencia, el 24 de enero de 1533, los indios de Cuernavaca.35 Como lo hicieron los indios de Huejotzingo en 1531 para quejarse de los abusos de
Guzmán, Matienzo y Delgadillo, los de Cuernavaca presentaron ocho pinturas —que no se conservan— cuya explicación hicieron por conducto del nahuatlato Pedro García.36 Los indios de Cuernavaca decían con toda razón “que no los trataba el dicho marqués como a vasallos, sino como a esclavos”. Los tributos comprendían manufacturas y artesanías: toldillos (sillas de manos cubiertas), naguas, camisas ricas, paños damascados de cama y colchas de algodón, más la labranza de 20 sementeras de algodón y ocho de maíz. Pero aparte de este tributo se les exigía comida diaria para las casas del señor y las de sus criados; cargas de maíz, ají y frijoles e indios para el servicio de las minas de Cortés; 15 cargas de maíz, gallinas de la tierra y de Castilla, tres palomas, dos conejos, tres codornices, 80 cestillos de 20 tortillas cada uno, fruta, sal, ají y yerba para los caballos cada día para su casa, servicio éste en que se alternaban por semanas con los otros pueblos del valle, “e los días de pescado dan doscientos huevos e pescado que es menester”. Y además, la “loza, platos, escudillas e jarros, e tinas e ollas…” que se requieran, y esteras o petates. Todo esto, aparte del tributo. Y asimismo, alimentos, leña y ocote para los calpisques y labradores de las granjerías y haciendas. Y cuando tenían necesidad de amas para criar a sus hijos les tomaban a sus mujeres, aparte de indias de servicio. A más de lo anterior, los indios denunciaron que Cortés consintió que dos criados suyos tomaran a los indios, sin pago, algunas de sus mejores tierras de regadío, con la fuente de donde venía el agua, por lo cual los indios que las trabajaban las han despoblado. Y aparte debían dar a la despensa del marqués 800 almendras de cacao diarias, que no se cultivaban en sus tierras. Y en 1532 les pidió 40 esclavos para que le labraran sus sementeras y le construyeran una casa, con la cal, madera y piedra a costa de los indios. Todo esto los tenía, con razón, “muy necesitados y pobres”. Al final del documento los indios de Cuernavaca refieren, no sin malicia, que cuando los oidores de la segunda Audiencia iniciaron la cuenta de los vasallos del marqués, éste les ordenó esconderse y dificultar la cuenta. El trato directo de Cortés con los indios de la región y el pueblo de su residencia era simplemente abusivo, allí donde debía dar ejemplo de justicia y templanza. A pesar de que el rey envió una cédula especial a la Audiencia, en respuesta a esta queja de los indios, el 13 de septiembre de 1533,37 para que se moderasen y tasasen estos tributos, no queda constancia de instrucciones de la Audiencia en este sentido, pues en el Libro de las tasaciones no aparecen. Y en un documento muy posterior, de 1544,38 se dice que están tasados los indios de Cuernavaca, cada año, en 234 cargas de ropa, cuatro cargas de colchas y una de camisas y naguas. La comida también se había reducido, en semanas alternadas, a ocho gallinas diarias, y los días de vigilia a 100 pescados pequeños, otras tantas ranas —curiosa novedad— y otros tantos huevos. Y se precisa que no debían dar nada más. Lo cual significaba una mejoría respecto a las múltiples exacciones de 1533. Sin embargo, aún a principios del año en que moriría Cortés, la costumbre de saquear a los indios de Cuernavaca continuaba y se hizo necesaria otra cédula real, dirigida al administrador del marquesado, Juan Altamirano, para que no exigiese a los indios más de la tasación fijada.39 De todas maneras, la segunda Audiencia y el primer virrey Mendoza tomaron providencias
para reducir los tributos y evitar los abusos contra los indios, incluso los del conquistador.
LAS JURISDICCIONES Y LA CUENTA DE LOS 23 000 VASALLOS En la cédula real de mercedes más importante que recibió Cortés, firmada por Carlos V el 6 de julio de 1529, se decía: Por la presente vos hacemos merced, gracia e donación pura, perfecta y no revocable que es otra entre vivos, para agora e para siempre jamás de las villas de… [sigue la lista de los 22 pueblos], que son en la dicha Nueva España, hasta en número de veintitrés mil vasallos, y jurisdicción civil y criminal alta y baja, mero mixto imperio e rentas e oficios y pechos y derechos, y montes y prados y pastos e aguas corrientes, estantes y manantes, y con todas las otras cosas que nos tuviéremos y lleváremos y nos pertenecieran y de que podamos y debamos gozar y llevar en las tierras que para nuestra Corona real se señalaren en la dicha Nueva España… y para que todo ello sea vuestro y de vuestros herederos y subcesores…40
Tantas precisiones reiteradas parecían asegurar que no quedaba resquicio alguno para la duda y que Hernán Cortés, en presentando la cédula a las autoridades, recibiría posesión absoluta e inmediata de los 22 pueblos con 23 000 vasallos que el rey le concedía. Sin embargo, la recta segunda Audiencia y luego el virrey Mendoza encontraron problemas reales, y no simples argucias dilatorias, para el cumplimiento de la merced. En principio, algunos de los nombres de los pueblos mexicanos estaban escritos de manera muy confusa en el documento real. Por ejemplo, donde se ponía Clatenquilapacoa, debía entenderse Etla y Cuilapacoa o Texcuilabacoya; Xalatlauhtepec correspondía a Xalapa y Tlauhtépec o Ixtaltépetl; y donde se escribía Chiapan debía leerse Ixcalpan.41 Once de los 22 pueblos concedidos por la Corona no figuraban en el memorial de peticiones de Cortés de 1528, lo que hace posible que haya entregado al Consejo de Indias otra lista alternativa de pueblos que desearía recibir.42 Y los escribanos del consejo interpretaron como pudieron aquellos nombres extraños. Luego se presentó el problema de las jurisdicciones. Según la interpretación que dará Cortés en un memorial de 1532,43 los lugares mencionados eran cabeceras de antiguos señoríos indígenas, las cuales deberían comprender los “pueblos y estancias a ellos sujetos”. Por ejemplo, Coyoacán comprendía Tacubaya, Texcalyácac, Ocelotépetl, Atlapulco, Xalatlaco y Capúlhuac, lo que hacía innecesaría la mención de Tacubaya en la merced real. Y Toluca, en el valle de Matalcingo, incluía Tepemachalco, Metépec, Calimaya, Tlalchichilpa, Cinancatépec y Tlacotépec, lo que hacía inútiles las menciones de Matalcingo y Calimaya en la merced. Tratábase, pues, según Cortés, no de pueblos aislados sino de regiones, con rancherías dispersas, y algunas, como las de Cuernavaca, Oaxtepec, Yecapixtla, Oaxaca y Tehuantepec, muy extensas y de delimitación incierta. Con toda razón, los oidores prefirieron enfrentar el problema por el otro lado, el de la cuenta de los 23 000 vasallos. Creyeron con ello pisar terreno más firme y, durante años, las autoridades y Cortés se hundieron en un pantano de confusiones, ya que no existían censos y se presentaron diferencias en cuanto a la interpretación del término vasallo.
La cuestión se inició con uno de los contados pasos congruentes que se darían. Los competentes oidores, unos meses después de su llegada, el 2 de mayo de 1531, convinieron con Cortés, mientras se hacía la cuenta, en darle posesión provisional de tres de las regiones que le habían sido concedidas: la de Cuernavaca, donde vivía y tenía sus principales huertas, cultivos e industrias; la de Tehuantepec, para que pudiera continuar la construcción de sus barcos; y la de Tuxtla, Tepeaca e Ixcalpan, donde tenía cultivos y ganados. Además, le permitieron ocupar los otros pueblos señalados en la merced, “por título de depósito y encomienda”. Pero al mismo tiempo, él y sus herederos quedaban obligados a restituir a la Corona, una vez hecha la cuenta, lo que hubiesen percibido de más, en los pueblos concedidos, de lo que les correspondía por la merced.44 En una extensa relación que enviaron al rey, poco después del convenio, los atareados oidores (“no ha habido día ni aun fiesta —decían— que dejemos de estar juntos en negocios, diez o doce horas”) le hicieron una buena descripción de la situación, importancia, minas y cultivos de las regiones-pueblos concedidos a Cortés, y refirieron a Carlos V que, ante los apremios del marqués, que pedía le asignaran algunos de sus pueblos para tener de qué sustentarse, hicieron con él el convenio mencionado, para “ver y experimentar cómo el dicho marqués se ensaya en ser señor”.45 Sugirieron, además, que no se le confirmaran los pueblos de Coyoacán y Tacubaya, por encontrarse contiguos a la ciudad de México; que se le asignara también la región de Matalcingo-Toluca y, olvidando que se trataba de un puerto importante, se inclinaban también por la concesión de Tehuantepec.
Mandamiento de la Real Audiencia de México, de 1531, para que se dé posesión al marqués del Valle de las villas y jurisdicciones de Tehuantepec y Jalapa, Archivo General de la Nación, Hospilal de Jesús, leg. 123, exp. 9. Tiene las firmas de los cuatro oidores de la segunda Audiencia, licenciados Juan Salmerón, Alonso Maldonado, Francisco Ceynos y Vasco de Quiroga, y del escribano de cámara Gerónimo López.
Por lo que atañe a la cuenta de los vasallos, el informe de los oidores fue pesimista y
relataron el fracaso que tuvieron en la jurisdicción de Cuernavaca, por donde empezaron. Sus enviados pasaron toda la Cuaresma tratando de contar los de una sola de las más de 20 cabeceras, y no pudieron terminarla, por los engaños y ocultamientos de los señores y la movilidad constante de los indios. Como todo llega a saberse, los indios de Cuernavaca declararon años más tarde que Cortés los obligó a esconderse y a mentir.46 Para vencer estos obstáculos, los oidores, que comenzaban a conocer las vías propias de los indios para entenderse entre ellos, tuvieron el acierto de servirse de pochtecas y tlacuilos. Pidieron a los indios de México que, en secreto: enviasen indios so color de mercaderes porque no fuesen sentidos, e se informasen e inquiriesen del número de las casas que había e vecinos dellas, los cuales fueron e trujeron por pintura que hay en Coadnaguaca y Guastepeque e Acapistla e los otros pueblos de aquel valle que tiene el dicho marqués casi veinte mil casas, sin contar viudas, huérfanos ni pobres que no contribuyen, y antes dicen que serán más que menos… y dicen que en las más casas viven dos y tres y cuatro y cinco casados con sus mujeres y hijos, y que sola Coadnaguaca tiene ochenta y dos estancias… y el visitador dice que hay sesenta casas en Coadnaguaca, y traen los indios pintadas dos mil y ciento e ochenta, y a este respecto en otros pueblos más o menos.47
Así pues, sólo en el valle de Cuernavaca podían completarse ya los 23 000 vasallos de la merced real. No se explica por qué los oidores no continuaron y formalizaron este método, que hubiera podido liquidar el problema. En cambio, continuaron escribiendo sobre las dificultades de la cuenta aun en las regiones cercanas, y decían con razón que ésta sería imposible en regiones remotas, como Tehuantepec y Cotaxtla, “a ciento veinte leguas de aquí [Tehuantepec] y ser provincia derramada y áspera y dificultosa de saber los pueblos que hay en ella”. ¿Para qué darse trabajos si, como agregan, sólo en los pueblos de los valles de Cuernavaca y Matalcingo ya se superaban los 23 000 vasallos?48 Cortés, por su parte, también comenzó a actuar tanto en la Nueva España como en España. Primero, a mediados de 1532, viendo que peligraba la concesión de Oaxaca, donde ya se había fundado Antequera, ciudad de españoles, encargó a su procurador en España, Francisco Núñez, que después de insistir en la corte en el cumplimiento completo de la merced real, si la veía perdida, solicitara que se le dieran, en cambio de Oaxaca —según su interpretación extensa—, los pueblos de Uruapan, Zacapu, Tiripitío, Matalcingo, Jacona y Coyuca la grande, en la provincia de Michoacán. ¡Nada menos!49 Y meses más tarde, dirigió a la Audiencia de México otra petición farragosa exigiendo el cumplimiento del conjunto de la merced real.50 Además del problema de los pueblos y el de la cuenta de los vasallos, Cortés suscitó en 1533 una nueva cuestión: ¿quiénes deberían considerarse vasallos? Su criterio lo precisaba así: Gonzalo Fernández de Oviedo [el historiador al que debió conocer en Santo Domingo] me escribió de la isla de Santo Domingo que él se hallaba presente en la Corte cuando se votó que se me contasen y se me entregasen, declarando vasallo aquel que tenía de qué tributar, como yo lo pedía.51
Y en otra carta del mismo año, también dirigida a su procurador Núñez, insistía en este criterio de vasallo-tributario, para que no se incluyeran también los esclavos y los trabajadores alquilados.52 Su criterio sería aceptado finalmente por el Consejo de Indias,53
años después de la muerte de Cortés. El virrey Mendoza tenía instrucciones de seguir adelante con la cuenta de los vasallos. Y el 30 de noviembre de 1537 dirigió al oidor don Vasco de Quiroga, ya elegido obispo de Michoacán, una provisión encargándole se ocupara de esta cuenta, auxiliado por dos contadores. Estas instrucciones, de cumplirse, hubieran ocupado a don Vasco varios años de su provechosa vida. Debía ir casa por casa, apartamiento por apartamiento y persona por persona averiguando nombres cristianos e indios, estado, situación familiar, condición en la familia y con qué contribuían a ella, o qué pago recibían, de dónde eran naturales y si había ausentes de la familia; y debería ver pinturas de indios sobre los tributos.54 En suma, se le pedía que hiciera un censo completo de la región de Cuernavaca, para comenzar. Don Vasco de Quiroga se fue, pues, a contar indios, al menos hasta el fin de ese año,55 aunque para el verano siguiente ya había tomado posesión de su diócesis en Michoacán. No queda rastro del trabajo que haya realizado y puede presumirse que el encargo desmesurado no prosperó. Sin embargo, algo hizo el virrey en tan confusa cuestión, y al parecer personalmente, según lo refiere Cortés al Consejo de Indias, en carta del 20 de septiembre de 1538: por manera que con haberse trabajado cuatro meses estando el visorrey en persona en ello no se contaron sino dos pueblos, que me costó de mi parte más de dos mil castellanos la cuenta, y de la suya harto más, porque se hacía todo a su costa, y está hoy [con] menos claridad y más confusión que hasta aquí.56
Aparte de que la merced real, aun para el criterio de la época, era excesiva, y de que el Consejo de Indias había propuesto a Carlos V estas concesiones ignorando las circunstancias de la tierra y la importancia que fueron adquiriendo aceleradamente muchos lugares de Nueva España, la confusión surgió de la unión de dos elementos que resultaron inconciliables: tantos pueblos y tantos vasallos. El Consejo acaso calculó los pueblos con un millar de vasallos, más o menos, cada uno. Cortés, por su parte, se dio cuenta de que aquí estaba el origen de los problemas. Y en la misma carta antes citada les recordaba al presidente y al comendador mayor del consejo: se acordarán que yo nunca estuve en recibir ese número de vasallos, porque sabía lo que era.
Como parece obvio, Cortés hubiera preferido que sólo se indicaran lugares, y la precisión del número de vasallos fue astuta previsión de los señores del consejo para limitar la merced. La solución del conflicto, de hecho, la habían encontrado los oidores de la Audiencia en el convenio que en 1531 hicieron con Cortés para darle posesión provisional de algunas regiones, y en el informe que enviaron en 1532 a la emperatriz diciendo que, gracias a haberse servido de mercaderes y pintores indios, pudieron comprobar que sólo en la región de Cuernavaca se superaban los 23 000 vasallos. Pero la Corona no insistió en estas posiciones y, aunque en vida de Cortés sólo tuvo las posesiones provisionales de 1531, se continuó escuchándolo respecto a sus exigencias para el cumplimiento cabal de la merced real de 1529. El conflicto de pueblos y vasallos se resolverá, años después de muerto Cortés, cuando su hijo Martín, segundo marqués del Valle, recibió de Felipe II la real cédula del 16 de diciembre de 1560 concediéndole el goce de los pueblos sin limitación del número de
vasallos, a cambio de que renunciara al puerto de Tehuantepec, que volvía a la Corona, región en la que se dejaban al segundo marqués las estancias de ganado y los tributos de maíz.57
RECREO SOBRE LA CARTA CIFRADA DE CORTÉS (Homenaje a la hazaña de Francisco Monterde) El 25 de junio de 1532, desde Cuernavaca, Hernán Cortés escribió al licenciado Francisco Núñez, su medio primo y procurador en la corte, una larga carta acerca de sus negocios. Dominan en ella reclamaciones por la tardanza o mala resolución de sus pleitos; amenaza a Núñez con quitarle su cargo y luego le anuncia aumento de salario, y le envía dineros para él y los gastos de derechos y letrados de sus pleitos. Cosa rara en Cortés, en esta carta se siente un tono altivo y desconsiderado para su procurador, actitud que más tarde originaría fricciones y rompimiento. Y para hacerle encargos indiscretos, Cortés le escribe varios pasajes cifrados.
Una de las páginas de la carta de Cortés con pasajes cifrados, f. l.
Otra página con pasajes cifrados, f. 4.
El padre Mariano Cuevas, que años atrás había hecho una recopilación de documentos cortesianos, llamó la atención sobre este problema a sus amigos del Museo Nacional de Arqueología de México, y les sugirió la idea de organizar un concurso para su desciframiento. Éste se abrió a mediados de 1925, Santiago Galas ofreció un premio de 200 pesos “oro nacional” y se designó jurados a Luis González Obregón, Nicolás Rangel y Pablo González Casanova. En los Anales del Museo58 se reprodujeron el texto de la carta y en facsímil los pasajes cifrados. Cumplido el plazo fijado, sólo se presentó un trabajo de desciframiento, del que resultó autor Francisco Monterde García Icazbalceta, que se presentó amparado en el lema “El que persevera alcanza”, y a él se concedió el premio con una felicitación del jurado. Monterde, en las explicaciones que hizo del método que siguió y de sus resultados,59 presentó una clave de los signos empleados y de su equivalencia e hizo notar que se
empleaban de uno a tres signos para una misma letra, que los signos procedían de caracteres matemáticos y alfabéticos del copto, griego y latín, y refirió al jurado el procedimiento que siguió en su trabajo. Contó el número de signos empleados, 49, y coligió que debía haber letras representadas por varios signos; separó aproximadamente los grupos que formaban las palabras, que aparecían sin divisiones en una escritura continua; trató luego de identificar las vocales, e, o, a, más frecuentes y deducir las consonantes; primero logró descifrar las palabras sean y tengo, que le sirvieron de base para descrifrar nuevos signos, y así logró completar la clave. El resultado de la paciente perseverancia de Monterde es admirable y convincente. Y ahora es posible leer la carta completa, salvo las alusiones a ciertos personajes que aparecen con apodos previamente convenidos: ARE, ACA, ADAN y BERIL, seguidos de un punto.
Clave de la cifra establecida por Francisco Monterde.
¿Qué quería esconder Cortés de sus enemigos o espías reales o imaginarios con el laborioso ciframiento? Como los diplomáticos lo saben por experiencia, nada en verdad muy grave. En los tres primeros pasajes cifrados, encarga a Núñez que reparta en la corte cohechos a funcionarios: a un tal ADAN “doscientos ducados para una mula”. Y en el último pasaje de la posdata, encarga a Núñez que, si se insiste en quitarle sus tierras de Oaxaca, negocie que le
den en cambio varios pueblos importantes de Michoacán, muy bien escogidos, lo que muestra lo bien que conocía Cortés la tierra y su desmesurada ambición. ¿Cómo llegó Cortés a tener esta clave? Desde 1524 los oficiales reales enviados a Nueva España, el tesorero Alonso de Estrada, el contador Rodrigo de Albornoz, el factor Gonzalo de Salazar y el veedor Peralmíndez Chirinos, según se decía, tenían una clave para escribir al Consejo de Indias quejas y denuncias contra Cortés, aunque no se ha conocido ninguna de estas cartas cifradas.60 Cortés no quiso quedarse atrás y, durante su estancia en España, en su trato con los grandes señores debió inquirir acerca de escrituras cifradas, que estaban en boga en aquellos años renacentistas, sobre todo para despachos militares y diplomáticos. Agenciose una, que le pareció la más difícil de descifrar, le hizo algunos cambios, y entregó una copia de la clave convenida a su pariente y procurador en España, el licenciado Núñez. Al mismo tiempo, convino con él ciertas palabras caprichosas con las que designarían a personajes determinados. De vuelta Cortés en México y avecindado en Cuernavaca, decidió emplear la doble clave, de signos y palabras, en pasajes de esta carta de 1532; enseñó su uso a su procurador principal en México, el licenciado Juan Altamirano, y éste a su vez adiestró a alguno de sus mejores y más confiables escribanos en el dibujo paciente de los signos, sobre todo en el folio 1, de notable nitidez. Después de conocer el excelente trabajo de desciframiento de Monterde, José María González de Mendoza le envió de París un libro francés de criptografía, que contiene, entre otras claves, una renacentista con la cual la de Cortés tiene analogías.61 ¿Llegaría la carta a su destino y cumpliría sus propósitos? Parece haber sido interceptada antes de que llegara a manos de Núñez, o recogida después de la muerte de éste, junto con sus demás papeles. El hecho es que se guarda en el Archivo General de Indias, de Sevilla, en la sección de Papeles de Justicia, y que fue vista por el Consejo de Indias. En el minucioso memorial de los negocios de Cortés, entre 1523 y 1543, atendidos por Núñez,62 no queda rastro de lo encargado en esta carta cifrada de 1532.
LAS CASAS VIEJAS Y LAS TIENDAS Después de la toma de la ciudad de México, Cortés se adjudicó en torno de la Plaza Mayor los dos grandes terrenos en donde se encontraban los palacios de Motecuhzoma y de Axayácatl. En este último comenzó a construir las que se llamaron Casas Viejas, para su habitación personal y para negocios —lugar, en parte, del actual Monte de Piedad—; y más tarde emprendió la edificación de las Casas Nuevas, hoy Palacio Nacional, en el lugar del palacio de Motecuhzoma. En julio de 1529, además de la gran merced de pueblos y vasallos y de concesiones de otros predios urbanos, Cortés obtuvo de Carlos V una merced que incluía estos solares en la ciudad de México.63 Como era la costumbre que se estableció, las edificaciones se hacían en todo a costa de los indios, quienes debían traer y luego labrar, piedras, maderas y los demás materiales de construcción, y aun proveer su propia alimentación. El conquistador ponía los planos y la dirección de la obra.
La edificación de las Casas Viejas debió iniciarse hacia 1523, pues cuando llegó Francisco de Garay en diciembre de ese año, Cortés ya le mostró la obra comenzada. Aún sin terminarse, Cortés pudo habitarlas durante 1524, antes de salir a las Hibueras, y en breves periodos entre 1526 y 1528. Mientras el conquistador viajaba a las Hibueras, los oficiales reales posesionados del gobierno escarbaron los pisos de las casas en busca del tesoro e hicieron otros destrozos y saqueos. Y durante los años en que estuvo en España, la primera Audiencia, que presidía Nuño de Guzmán, ocupó sin ninguna negociación las Casas Viejas y estableció en ellas la habitación y los despachos de su gobierno, después de haber raído los escudos que Cortés había hecho labrar.
Las Casas Viejas de Cortés hacia 1562/1566, con sus torreones y su mirador o galería. Archivo General de Indias, Sevilla.
Considerando que esta ocupación debía legalizarse y que no había otro lugar adecuado para su habitación y despachos, los oidores de la segunda Audiencia pidieron a la Corona que solicitara a Cortés su venta, previa tasación. La emperatriz envió a Cortés una solicitud-orden en este sentido el 12 de julio de 1530.64 Cortés tuvo que acceder, pero se reservó la posesión de las tiendas que se encontraban en la parte baja del edificio. Su procurador en España, Francisco Núñez, obtuvo cédula para que se le volviesen dichas tiendas y pagasen las rentas devengadas.65 La tasación de las casas se encargó a Alonso de Ávila y Francisco de Herrero, quienes se apoyaron en la descripción y valuación de las construcciones que hizo el maestre Martín, ayudado por Jaime Fría, en junio de 1531.66 Maestre Martín era un albañil experimentado y describió puntualmente muros, arcos, pilares y corredores, dejando expresamente fuera de su cuenta los cimientos de los edificios, así como el valor de puertas y ventanas, pisos y encalados, es decir, se limitó a valuar la parte
visible de la “obra negra”. A pesar de esta limitación, su descripción y valuación nos permite saber que las casas ocupaban, al costado poniente de la Plaza Mayor, una gran manzana, hoy cortada por la calle Cinco de Mayo, que se extendía de la calle que iba al convento de San Francisco, hoy Madero, a la calle de Tacuba, y aunque no se precisa el límite posterior, puede suponerse que llegaba a la calle San José el Real, hoy de Isabel la Católica. En este enorme espacio se levantaba la mole de un gran edificio de dos plantas y con escasos vanos. Considerando la extensión disponible, parece haberse proyectado una casa central, con grandes salones, rodeada por numerosas casas menores y por tiendas. En la parte baja, al frente y a los costados, estaban dichas tiendas comerciales, las entradas a las casas de habitación de la parte alta y un gran zaguán central. Las casas tenían, en el interior, sus propios patios y corrales, y en ellas vivían los oidores Salmerón, Quiroga, Ceynos y Maldonado. Otra casa más debió reservarse al presidente de la Audiencia, Ramírez de Fuenleal, que aún no llegaba. En la planta alta, por el frente que daba a la calle del Empedradillo y a la placeta de la iglesia mayor, había un corredor grande y una sala, donde se celebraban las reuniones de la Audiencia; junto, se labraba un cuarto nuevo. En la parte posterior, quizá de la casa principal, había una gran cocina, un cuarto de munición y una sala de armas. Las tiendas eran 35 inicialmente y se rentaban de medio marco a dos marcos de oro.67 En la acera de la calle de San Francisco había cuatro y las demás estaban al frente del edificio y sobre la calle de Tacuba. En una de estas tiendas estaba el expendio de azúcar proveniente de los ingenios de Cortés en la región de Cuernavaca. Las tiendas tenían habitaciones y sus propios corrales. Por el lado de Tacuba estaban las tiendas menos importantes: del pellejero, del zapatero y del herrador, así como unas cocinas viejas y un horno, quizá de los ladrillos y tejas con que se construyó la casa; y hasta principios del siglo XVII seguía allí un muladar que iba llenando los hoyos hechos durante la construcción.
Plano de las Casas Viejas de Cortés, principios del siglo XVII. En Polavieja, Copias de documentos, Sevilla, 1899.
El valor total que maestre Martín calculó para la “obra negra” de estas casas fue de 48 449 pesos y cuatro tomines de oro de tepuzque. Este total se dividió en dos secciones, difíciles de precisar, una con valor de 28 032 pesos y la otra por 20 417 pesos y cuatro tomines. En una notificación de 1532 se dice que, para entonces, Cortés había recibido a cuenta 9 000 pesos. Los oidores habían encontrado muy alta la tasación de maestre Martín e hicieron gestiones para que Cortés se contentase con lo entregado —algo más de la quinta parte del valor calculado—, dejándole las tiendas. Cortés se agravió de tal proposición, lo cual no tuvo por entonces consecuencias.68 El resto —que años más tarde lograría cobrar el segundo marqués del Valle— en realidad correspondía a los indios constructores. El edificio estaba almenado y ocupaba un total de 25 solares, esto es, 44 100 m².69 Según la descripción de Cervantes de Salazar en sus Diálogos latinos o México en 1554, en esta fecha las Casas Viejas de Cortés tenían al frente dos torreones almenados. La tasación de 1531 sólo menciona piedras labradas en los arcos de la galería, corredor o loggia de la planta alta que daba a la plaza, en donde también había claraboyas. La entrada principal, el gran zaguán, en lo que hoy es el Monte de Piedad, aún no se concluía en 1554. Las construcciones que albergaban las Casas Viejas de Cortés “eran tan grandes como una aldea”, se murmuraba. Y se decía también que habían trabajado para ellas los indios de todos los pueblos de los alrededores de la ciudad. Antes de salir para España en 1528, Cortés encargó a su mayordomo Francisco de Santa Cruz que prosiguiera las obras que hacía en estas casas, y que consultara al respecto a Juan
Rodríguez, un “maestro de obras” competente, quien también debía decidir las obras de las Casas Nuevas.70 Ya en posesión de la Audiencia, se instaló un reloj en la esquina del edificio, de Tacuba y el Empedradillo, que era el primero público de la ciudad.71
La Plaza Mayor de México hacia 1562/1566. Archivo General de Indias.
LA BULA Y LOS DIEZMOS Gracias a las buenas gestiones de su emisario Juan de Rada y a los presentes que envió al papa Clemente VII, Hernán Cortés obtuvo del pontífice dos bulas, ambas firmadas en Roma el 16 de abril de 1529. Por la primera de ellas el papa legitimó a tres de los hijos naturales del conquistador: Martín Cortés, Luis de Altamirano y Catalina Pizarro. Y por la segunda, concedió a Cortés el patronato del Hospital de la Concepción o de Jesús, que construía en la ciudad de México, y lo autorizó a recibir los diezmos de las tierras que le pertenecían, para que los aplicara a la construcción y sostenimiento de iglesias y hospitales y a la sustentación del clero.72 La segunda parte de esta última bula le sería vetada, con razón, por la Corona. Desde la época de los Reyes Católicos, la Corona española tenía celebrado un tratado con la Santa Sede, llamado Patronato Real, por el cual la Corona tenía el derecho de nombrar a las dignidades eclesiásticas de sus reinos y percibir los diezmos correspondientes a la Iglesia, para la sustentación de ésta. Dicho patronato se había hecho extensivo a las Indias. La bula dada a Cortés rompía, pues, el acuerdo general del Patronato Real en Indias, y parecía reconocer, en las posesiones cortesianas, un Estado dentro de otro Estado. Ello
explica que, en cuanto Cortés pidió al Consejo de Indias su consentimiento para poner en práctica dicha bula por lo que se refiere a diezmos, se le ordenara, el 20 de marzo de 1532, que no se sirviera de ella y entregara a la Audiencia de México la bula original y las copias que tuviese.73 Cortés acató el mandato. Meses más tarde, la bula de exención de diezmos dio origen a un pleito. Gerónimo Frías, según era costumbre, había arrendado el cobro de los diezmos de la Nueva España; y habiendo anticipado su pago a la Corona, quería cobrar los diezmos de Cortés, que importaban 1 500 pesos de oro, más de la tercera parte de la recaudación. Cortés, por medio de su procurador, el licenciado Altamirano, se defendió aduciendo la concesión papal. Por su parte, Frías, el arrendador de los diezmos, se defendió hábilmente, y la Audiencia acabó por darle la razón: el marqués del Valle tuvo que pagar, sin perjuicio de enviar el proceso al Consejo de Indias para que hiciera justicia.74 Para evitar que Cortés siguiera apelando a esta bula, el 20 de abril de 1533 se le envió cédula real ordenándole el pago regular de sus diezmos y prohibiéndole que tratara de eximirse de dicho pago.75
1
El obispo electo fray Juan de Zumárraga, para hacer llegar al rey su memorable carta del 27 de agosto de 1529, en la que denuncia las atrocidades de la primera Audiencia, tuvo que llevarla a Veracruz, escondida en el jubón que hizo vestir a un clérigo que lo acompañaba, y luego consiguió que un marinero vizcaíno la ocultara en un pan de cera que puso dentro de un barril de aceite: “Carta del señor Zumárraga a la emperatriz”, del 28 de mayo de 1531, en García Icazbalceta, Don fray Juan de Zumárraga, op. cit. doc. 13, t. II, p. 274, y t. I, cap. VI, pp. 73-74.— Otra versión, relatada por fray Agustín de Vetancurt (Tratado de la ciudad de México, 1697, cap. LI, núm. 24), es que Zumárraga escondió la carta en el pecho de un crucifijo que se enviaba al rey como muestra de la habilidad de los indios. 2 Carta al marqués del Valle de su mayordomo Francisco de Terrazas, Tenustitan, 30 de julio de 1529, en Documentos,
sección V. 3 “Carta a Su Majestad, del electo obispo de México”, Tenuxtitan-México, 27 de agosto de 1529, en García Icazbalceta,
Don fray Juan de Zumárraga, doc. 4, t. II, p. 202. 4 La acusación como “prohibido” contra García de Llerena, en Pleito del marqués del Valle contra Nuño de Guzmán
sobre aprovechamiento de pueblos de la Provincia de Ávalos, introducción y notas de Salvador Reynoso, Librería Font, Guadalajara, 1961, p. 105.— García Icazbalceta, op. cit., cap. VII, t. I, pp. 79-89, y documentos de Zumárraga, 5, 6, 7, 8, 11, 14, 16 y 19, tomos II y III.— Mendieta, Historia eclesiástica indiana, lib. V, parte I, cap. XXVII. 5 Cédula de la reina Juana a la Audiencia de Nueva España acerca de la conveniencia de que se concedan a la
ciudad ciertos pueblos y las tiendas que Cortés tenía asignadas, Madrid, 28 de mayo de 1530; …en que le ordena investigar si las mercedes hechas a Hernán Cortés no fueron en perjuicio de terceros, Madrid, 25 de junio de 1530; … indicando que la fuente de Chapultepec no debe incluirse en las mercedes hechas a Cortés, Madrid, 25 de junio de 1530; …para que limite la cesión de tierras y solares hecha a Cortés, Madrid, 12 de julio de 1530; …para que las minas de oro que se encuentran en terrenos de Hernán Cortés sean libres y comunes, Madrid, 1° de septiembre de 1530, en Documentos, sección V. 6 Cédula de la reina Juana a la Audiencia de Nueva España para que haga justicia en la recusación que Hernán
Cortés presentó contra actos de la primera Audiencia, Madrid, 4 de agosto de 1530; …para que haga justicia en las causas que atañen a Hernán Cortés, Madrid, 9 de junio de 1530; El licenciado Núñez, en nombre del marqués del Valle, pide al rey que ampare a Cortés en el despojo de sus bienes que le hizo la primera Audiencia, Madrid, hacia mayo de 1530, en Documentos, sección V. 7 “Y luego que partí de España traje conmigo cerca de cuatrocientos hombres para hacer mi oficio, con los cuales gasté
mucha suma de dineros”: Carta de Hernán Cortés a Carlos V, México, 20 de abril de 1532, en Documentos, sección VI. 8
Relación y cuenta de los bastimentos y mercaderías y cosas que se compraron y cargaron en los navíos donde se embarcó el señor marqués, Sevilla, hacia marzo de 1530, en Documentos, sección V. 9 En la armada que envió Cortés a las Hibueras con Cristóbal de Olid, en 1524, había gastado 35 926 pesos (incluyendo 3
650 pesos que costaron los cinco barcos), y en la de Álvaro de Saavedra Cerón a las Molucas, en 1527, gastó 40 251 pesos, sin contar el valor de las naves. Las circunstancias y los propósitos de cada uno de estos viajes son diversos y sólo pueden compararse con reservas. 10 Entre los alimentos, los había de lujo: bizcocho blanco, lenguados, conservas, gallinas, huevos, azúcar, frutas secas (pasas,
almendras, nueces, higos y avellanas), rosquetas de azúcar, miel y especias (canela, clavos, pimienta, azafrán, jengibre, cominos, mostaza y anís); y ordinarios: aceite, vinagre, bizcocho moreno, tocinos, pescados comunes, aceitunas, habas y garbanzos. En cuanto al vino, Cortés trajo una buena provisión de 1 681 arrobas, equivalentes a 27 131 litros, con algunos vinos de calidad, añejo y trasañejo de Guadalcanal, provisión que sobrepasaba las necesidades del viaje y se destinaba a su consumo en México, pues aquí faltaba. 11 Cédula de la reina Juana a Hernán Cortés en que le manda no entre a la ciudad de México y tenga relaciones
prudentes con la Audiencia, Torre de Laguna, 22 de marzo de 1530; y Otra cédula de la reina Juana por la que manda a Cortés se detenga a diez leguas de la ciudad de México hasta que llegue la segunda Audiencia, ídem, ídem, en Documentos, sección V. 12 Carta de Hernán Cortés a Carlos V…, Tezcoco, 10 de octubre de 1530, en Documentos, sección V. 13 Herrera, década IVa , lib. VIII, cap. II. 14 Información para averiguar si los indios de Nueva España regalaron al marqués del Valle joyas cuando volvió de
España, México, mayo-junio de 1532, en Documentos, sección VI.— Carta de Cortés a Carlos V, antes citada. 15 Relación de Hernán Cortés al emperador, por conducto del licenciado Núñez, sobre cosas de Nueva España,
servicios realizados y daños y agravios recibidos, ca. 1533, en Documentos, sección VI. 16 Carta a Carlos V, citada.
17
Carta de Hernán Cortés a García de Llerena ordenándole que le mande ciertas escrituras y procesos para enviarlos a Castilla con un memorial, Cuernavaca (fines de 1530); Carta de Hernán Cortés a García de Llerena en la que le comunica que recibió el interrogatorio del pleito de Verdugo, Temoac (fines de 1530); Carta de Hernán Cortés a García de Llerena expresándole que a su regreso a Cuernavaca resolverá sobre el interrogatorio de que le habla, Miatlatan (fines de 1530), en Documentos, sección V. 18 En las Actas de cabildo de agosto a diciembre de 1530 no hay indicios de este levantamiento de indios. El 2 de enero de
1531 se comisiona al regidor Diego Hernández de Proaño para que “salga a recibir a Cortés en su entrada a la ciudad”, justo en los días en que llegaban los nuevos oidores, lo que indica que Cortés cumplió puntualmente lo que tenía mandado.— López de Gómara, cap. CXCVI.— Orozco y Berra repite esta versión: Dominación española, cap. III, pp. 71-72.— Bernal Díaz, cap. CC, fija hacia 1536, después del regreso de Cortés de su expedición a California, este supuesto intento de alzamiento de los indios y su pacificación por Cortés. 19
Bernal Díaz, cap. CXCVIII.— Andrés Cavo, Los tres siglos de México (1797), lib. III, 7.— Orozco y Berra, Dominación, cap. III. 20 Pleito de Cortés contra Matienzo y Delgadillo por las tierras y huertas que estaban entre las calzadas de
Chapultepec y de Tacuba, Temistlan, 17 de enero de 1531, en Documentos, sección VI. 21 Actas de cabildo, 15 de enero de 1529.— Providencia de la Real Audiencia para que se repartan algunas tierras,
México, 11 de enero de 1529, en Documentos, sección V. 22 Pleito de Cortés contra Guzmán, Matienzo y Delgadillo por los tributos y servicios del pueblo de Huejotzingo.
“Códice Harkness de Huejotzingo, 1531”, Tenuxtitan, 14 de febrero de 1531-31 de mayo de 1532, en Documentos, sección Vl.— Este documento, incluidas las ocho pinturas, formaba parte del Archivo del Hospital de Jesús, y ahora lo guarda la Harkness Collection, en la Biblioteca del Congreso de Washington, y se le ha puesto como título “Harkness 1531 Huejotzingo Codex”. 23 Cédula de Monzón, 29 de junio de 1528, en Documentos, sección V. 24 Instrucción secreta, Madrid, 5 de abril de 1528, en Documentos, sección V. 25 Zumárraga, “Carta a Su Majestad”, 27 de agosto de 1529, op. cit., p. 228. 26 Ibid., pp. 229-231. 27 El pleito completo fue editado por Salvador Reynoso en el volumen descrito al principio de la nota 4 anterior. Los
documentos y declaraciones principales se reproducen en Documentos, sección VI.— Véase, además, Lucía Arévalo Vargas, Historia de la provincia de Ávalos, virreinato de la Nueva España, Universidad de Guadalajara, Instituto Jalisciense de Antropología e Historia, Guadalajara, 1979. 28 Los procesos correspondientes se encuentran en el Archivo del Hospital de Jesús del AGN, con excepción del que se
refiere a Toluca, que se encuentra en la Harkness Collection, M3, de la Biblioteca del Congreso de Washington.— De estos pleitos, el de Huichichila y Tamazula fue publicado por Edmundo O’Gorman: “Juicio seguido por Hernán Cortés contra los licenciados Matienzo y Delgadillo. Año 1531”, BAGN, México, julio-agosto-septiembre de 1938, t. IX, núm. 3, pp. 339-407.— Los de Coyoacán, Otumba y Tepeapulco, y Totolapa y Atlatlahuaca, en Nuevos documentos relativos a los bienes de Hernán Cortés. 1547-1947, Imprenta Universitaria, México, 1946, pp. 3-62, 65-120 y 123-169.— Petición de Hernán Cortés: por procurador, a la Audiencia de México, relativa a una cédula en favor de doña Marina Gutiérrez, México, 18 de noviembre de 1532.— Y Nueva petición de Hernán Cortés…explicando por qué debe anularse la cédula en favor de doña Marina Gutierrez, México, 22 de noviembre de 1532, en Documentos, sección VI. 29 Carta de Hernán Cortés a Carlos V, Tezcoco, 10 de octubre de 1530, en Documentos, sección V. 30 Petición del marqués del Valle a la Audiencia de México para que le sea respetada la posesión de los pueblos que
le fueron concedidos y que enumera en un Memorial, México, 21 de octubre de 1532, en Documentos, sección VI. 31 Para la identificación de las grafías de los pueblos que menciona Cortés, se ha seguido Gerhard, A Guide to the
Historical Geography of New Spain, pp. 48-52 y 88-91. 32 Carta de Hernán Cortés a la Audiencia de Nueva España acerca de la actuación de los alcaldes y regimiento de
Oaxaca, Tehuantepec, 10 de febrero de 1533, en Documentos, sección VI. 33 Provisión de Carlos V y de la reina Juana a Hernán Cortés para que respete el asiento que convino con Diego de
Porras respecto a la ciudad de Antequera, México, 11 de febrero de 1533: en Documentos, sección VI.— Véase Bernardo García Martínez, El Marquesado del Valle. Tres siglos de régimen señorial en Nueva España, El Colegio de México, México, 1969, cap. VIII, 3.— El libro llamado Códices indígenas de algunos pueblos del Marquesado del Valle de Oaxaca, publicados por el Archivo General de la Nación para el Primer Congreso Mexicano de Historia celebrado en la ciudad de Oaxaca, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1933, contiene 32 pequeños códices de tierras con reclamaciones de
indígenas por invasiones del marquesado, después de la muerte de Hernán Cortés, en pueblos de la región de Cuernavaca y en otras, con excepción del valle de Oaxaca. 34
Véanse Silvio Zavala, Tributos y servicios personales de indios para Hernán Cortés y su familia. (Extractos de documentos del siglo XVI), Archivo General de la Nación, México, 1984.— El libro de las tasaciones de pueblos de la Nueva España. Siglo XVI, prólogo de Francisco González de Cossío, Archivo General de la Nación, México, 1952. 35 Declaración de los tributos que los indios de Cuernavaca hacían al marqués del Valle, México, 24 de enero de
1533, en Documentos, sección VI. 36
Estas ocho pinturas desaparecieron. Con el auxilio personal, que agradezco, de la doctora Rosario Parra, directora del Archivo General de Indias, de Sevilla, examiné el original de este documento con la esperanza de encontrar estas pinturas, que no figuran en el legajo respectivo. Probablemente sirvieron sólo de apoyo para la labor del intérprete y las conservaron los indios. 37 Cédula de Carlos V a la Audiencia de Nueva España para que se tasen y moderen los tributos que los indios de
Nueva España dan a Cortés, Monzón, 13 de septiembre de 1533, en Documentos, sección VI. 38
“Pleito iniciado por el fiscal Cristóbal de Benavente contra Hernando Cortés y su mayordomo acusándolos de cobrar tributos excesivos a los indios de Cuernavaca y Acapixtla”, Cuernavaca, 1544-1545, Harkness Collection HC-M7.— Extracto en Zavala, Tributos y servicios personales de indios para Hernán Cortés, doc. 18, p. 151. 39
Real provisión al licenciado Altamirano para que no se exceda en la tasación fijada a los indios de Cuernavaca, México, 29 de enero de 1547, en Documentos, sección VII. 40 Cédula de Carlos V y de la reina Juana en que hace merced a Hernán Cortés de veintitrés mil vasallos, Barcelona,
6 de julio de 1529, en Documentos, sección V. 41 Sigo la transcripción más antigua en el Cedulario de Puga, México, 1563, f. 66 r. 42 En el capítulo XVII de la presente obra, bajo el subtítulo “La merced real de 23 000 vasallos”, se han expuesto estas
cuestiones. 43 Petición del marqués del Valle a la Audiencia de México para que le sea respetada la posesión de los pueblos…,
México, 21 de octubre de 1532, antes citada.— En las notas correspondientes a este importante Memorial se intenta la identificación de los poblados mencionados por Cortés y anárquicamente fonetizados. 44
Convenio entre la Audiencia de México y Hernán Cortés sobre los veintitrés mil vasallos de que el rey le había hecho merced, Temixtitan-México, 2 de mayo de 1531, en Documentos, sección VI. 45 Relación de los oidores de la Audiencia de Nueva España a Su Majestad acerca de los vasallos del marqués del
Valle, México, 1531, en Documentos, sección VI. 46 Declaración de los tributos de los indios de Cuernavaca, México, 24 de enero de 1533, antes citada. 47 Carta a la emperatriz, de la Audiencia de México, acerca de los tamemes que cargó el marqués, la cuestión de la
bula y la cuenta de los vasallos, México, 1° de abril de 1532, en Documentos, sección VI. 48 “Carta a la emperatriz, de la Audiencia de México…”, México, 3 de noviembre de 1532, en Paso y Troncoso, Epistolario
de Nueva España, doc. 120, t. II, p. 215. 49 Carta de Hernán Cortés a su procurador “ad litem” el licenciado Francisco Núñez acerca de sus negocios ante
la corte (con pasajes cifrados), Cuernavaca, 25 de junio de 1532, en Documentos, sección VI. 50 Petición del marqués del Valle a la Audiencia de México… del 21 de octubre de 1532, antes citada. 51 Carta de Hernán Cortés a su procurador “ad litem” el licenciado Francisco Núñez acerca de los negocios del
conquistador, Puerto de Santiago en la Mar del Sur, 20 de junio de 1533, en Documentos, sección VI. 52 Relación de Hernán Cortés al emperador por conducto del licenciado Núñez sobre cosas de Nueva España,
servicios realizados y daños y agravios recibidos, ca. 1533, en Documentos, sección VI. 53 Sentencia que confirma el auto del 5 de octubre de 1540, del Consejo de Indias, incluida en la real cédula de Felipe II, del
16 de diciembre de 1560. Véase adelante nota 57. En esta sentencia se dice, f. 11 v: “cada casa y fumo se cuente por un vecino y vasallo según y de la manera que se cuentan en Castilla”. 54 “Provisión dada por el virrey don Antonio de Mendoza al reverendo y magnífico señor don Vasco de Quiroga, obispo
electo de Michoacán, oidor de México, para contar los vasallos del marqués del Valle, don Hernando Cortés”, México, 30 de noviembre de 1537, en Paso y Troncoso, Epistolario de Nueva España, doc. 179, t. XVI, pp. 22-29. 55 “el señor electo confirmado de Mechuacán contando los vasallos del marqués en sus pueblos”, cuenta fray Juan de
Zumárraga a Juan de Sámano, secretario del rey, en carta de México, 20 de diciembre de 1537, en Cartas de Indias, pp. 163175.— Garda Icazbalceta, Don fray Juan de Zumárraga, op. cit., doc. 33, t. III, p. 129. 56
Carta de Hernán Cortés al Consejo de Indias acerca de la preparación de sus armadas, la dilación en la cuenta de sus vasallos y el sistema tributario del México antiguo, ciudad de México, 20 de septiembre de 1538, en Documentos, sección VI. 57 “Real cédula de Felipe II por la que confirma a don Martín Cortés, marqués del Valle, las veintidós villas y lugares que
tiene en la Nueva España, sin limitación de vasallos, con que quede para Su Majestad la villa y puerto de Tehuantepec”, Toledo, 16 de diciembre de 1560, Biblioteca del Congreso de Washington, Harkness Collection M 13.— The Harkness Collection in the Library of Congress. Manuscripts Concerning Mexico. A Guide. With Selected Transcriptions and Translations by J. Benedict Warren, Biblioteca del Congreso, Washington, 1974, pp. 212-242. 58 Anales del Museo Nacional, México, 1925, Época quinta, t. I, núm. 2, pp. 123-130.— La carta en cuestión se encuentra
reproducida en Documentos, sección VI, y los pasajes descifrados aparecen entre corchetes. 59
Anales, pp. 436-443.
60
Pedro Mártir de Anglería, De Orbe Novo. Décadas del Nuevo Mundo, década VIIIa, lib. X, trad. de Millares Carlo, t. II, p. 720, da noticia de una carta cifrada contra Cortés que envió de México a la Corona el contador Rodrigo de Albornoz. 61 Lo refiere Manuel Alcalá, César y Cortés, Sociedad de Estudios Cortesianos, 4, Editorial Jus, México, 1950, p. 91. 62 Memorial de las cédulas, provisiones y cartas ejecutorias obtenidas por Hernando Cortés desde 1523 a 1543,
Madrid, 7 de abril de 1546, en Documentos, sección VII. 63 Cédula de Carlos V en que hace merced a Hernán Cortés de las tierras y solares que tenía en la ciudad de
México, Barcelona, 27 de julio de 1529, en Documentos, sección V. 64 Carta de la emperatriz reina al marqués del Valle pidiéndole que venda a la Corona las casas donde se alojan el
presidente y los oidores de México para que sean de la Audiencia, Madrid, 12 de julio de 1530, en Documentos, sección VI. 65 Cédula de la reina Juana a la Audiencia de Nueva España para que se devuelvan sus tiendas a Hernán Cortés,
Ávila, 22 de junio de 1531, en Documentos, sección VI. 66 Tasación y autos de las casas que tenía el marqués del Valle en la ciudad de México, México, junio de 1531, en
Documentos, sección VI. 67 En un testimonio del 17 de noviembre de 1603 publicado por el general Polavieja (Copias de documentos, Sevilla, 1889,
p. 471), se dice que, sobre la calle de San Francisco, del principio de la calle hasta la calle de los Profesos de la Compañía, hay 243 varas (204 m); que por el frente de la casa había 51 tiendas (probablemente se aumentó su número en tiempos del segundo marqués del Valle). Y en el plano que va anexo a este testimonio se dibuja el sitio del muladar que subsistía sobre la calle de Tacuba. El nombre que aquí se da a la calle posterior de las casas no se conservó. 68 Notificación que se hizo al marqués sobre la venta de sus casas a la Audiencia de Nueva España y lo que él
respondió, México, 21 de octubre de 1532, en Documentos, sección VI. 69 Una vara: 0.84 m. Un solar: 50 varas2; 50 × 0.84 = 42m; 42m × 42m = 1 764 m2 (un solar). 1 764 m2 × 25 = 44 100 m2. —
El terreno era un cuadrado aproximado, de 216 m de frente por 204 a los costados. 70 Encargos…a su mayordomo, 6 de marzo de 1528, en Documentos, sección III. 71 Pueden consultarse al respecto: Joaquín García Icazbalceta, introducción y notas a Francisco Cervantes de Salazar,
México en 1554, Antigua Librería de Andrade y Morales, México, 1875.— Palacio Nacional, Secretaría de Obras Públicas, México, 1976 (textos de Efraín Castro Morales).— George Kubler, Arquitectura mexicana del siglo XVI (1948), Fondo de Cultura Económica, México, 1983, cap. V, p. 194. 72 Bula del papa Clemente VII legitimando a tres de los hijos naturales de Hernán Cortés, Roma, 16 de abril de 1529.
— Bula del papa Clemente VII concediendo a Hernán Cortés el patronato del Hospital de Jesús y los diezmos de las tierras que había. recibido, idem, idem, en Documentos, sección V. 73 Carta de la reina a la Audiencia de Nueva España acerca de los vasallos y montes de Hernán Cortés y la
exención del pago de los diezmos, Medina del Campo, 20 de marzo de 1532, en Documentos, sección VI. 74 Pleito sobre la bula que eximía a Cortés del pago de diezmos en sus posesiones de Nueva España, México-
Temixtitan, agosto-octubre de 1532, en Documentos, sección VI. 75 Cédula de la reina a Hernán Cortés en que le reitera la orden de no usar la bula que lo exime del pago de los
diezmos, Barcelona, 20 de abril de 1533, en Documentos, sección VI.
XXI. EXPLORACIONES EN EL MAR DEL SUR Y OTROS NEGOCIOS … y escribió muy afectuosamente al marqués, su marido, con palabras y ruegos que luego se volviese a México, a su estado y marquesado, y que mira se los hijos e hijas que tenía, y dejase de porfiar más con la Fortuna y se contentase con los heroicos hechos y fama que en todas partes hay de su persona. Y nunca tuvo ventura en cosa que pusiese la mano, sino todo se le tornaba espinas. BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO No nació su señoría para mercader. JUAN ZAMUDIO
LA ÚLTIMA GRAN EMPRESA Durante su última década en México, Hernán Cortés alternó sus ocupaciones y sus preocupaciones entre el papeleo judicial y administrativo de sus numerosos pleitos, reclamaciones y negociaciones, y sus exploraciones en la costa del Pacífico, que se llamaba entonces Mar del Sur. Aun para la conciliadora segunda Audiencia, la presencia de Cortés no era un peligro, pero sí una incomodidad, por la fuerza y autoridad que conservaba. La solución fue invitarlo a que prosiguiera sus exploraciones, empresa que realizará con terquedad, sobreponiéndose una y otra vez a los fracasos y obstáculos, y con una especie de furor por la acción y los peligros. Cuanto le producían sus tierras y sus empresas lo consumían las costosas aventuras marítimas. Logrará importantes descubrimientos geográficos, que poco le interesaban, a costa de repetidos desastres y sin ningún provecho material. Y aunque sólo haya ido Cortés a una de las expediciones, consumía su tiempo en penosos viajes y largas estancias, sobre todo en Tehuantepec, para dirigir la construcción de las naves, transportar herrajes, aparejos, armas y vituallas, conseguir y organizar las tripulaciones y redactar instrucciones para los viajes. Descubrirá la “tierra más estéril del mundo”, como exageraba uno de sus malquerientes.1 Sin embargo, William Robertson, el primer historiador moderno del continente americano, juzgará así la acción de Cortés: El descubrimiento de un país tan extenso [la península de Baja California] habría hecho honor a cualquier otro que no fuese él; pero esto nada añadió a la gloria de Cortés ni satisfizo las grandes esperanzas que había concebido.2
PERMISO REAL PARA EXPLORACIONES EN EL MAR DEL SUR
Con muy buen ojo, Cortés se dio cuenta, desde los primeros años que siguieron a la conquista de México, de que, por encontrarse del lado en que había naves disponibles, las exploraciones por el Golfo de México o Mar del Norte se multiplicaban, en tanto que nada se había hecho en el Mar del Sur, en las costas del territorio de Nueva España entonces conocido y al norte de él. La expedición que a mediados de 1527 envió hasta las remotas Molucas —cuyas desventuras y éxito parcial se han narrado en el capítulo XVI— mostró a Cortés la posibilidad que tenía para organizar, desde las costas mexicanas del Pacífico, expediciones tan ambiciosas como ésta. Desde 1522 estaba empeñado en el establecimiento de astilleros en puertos de estas costas, los que inició en Zacatula y luego pasó a Tehuantepec. Y cuando partió a España en 1528, había dejado en proceso de construcción cinco navíos en este último puerto. Animado con estos proyectos de nuevas expediciones que aumentaran sus laureles, Cortés negoció, durante su estancia en España, una capitulación o contrato para los descubrimientos que esperaba hacer en las costas del Mar del Sur. En el primer documento, fechado el 27 de octubre de 1529, se precisaban las condiciones y concesiones que le señalaba la Corona: respeto que debía tener a las tierras ya señaladas a otros gobernadores, gastos a cargo de Cortés, autorización para nombrar oficiales reales y disfrute de la dozava parte de las tierras descubiertas. Y en otra provisión, del 5 de noviembre siguiente, se le ofrecía ser gobernador de las nuevas tierras y poder nombrar justicias y alcaldes en ellas.3 Recién vuelto a Nueva España debió viajar a Tehuantepec en el otoño de 1530 para ver el estado en que se encontraban los cinco navíos que allí construía. Como lo informará al rey, en carta del 10 de octubre de ese año, por obra de los oidores de la primera Audiencia, todo allí era destrucción, saqueo y abandono. Habían quitado de su puesto y apresado al capitán Francisco Maldonado, encargado del astillero; los materiales llevados hasta allá con tantas dificultades quedaron abandonados y los robó quien quiso; los maestros pasaron un año sin hacer nada, corriendo sus salarios, que Cortés debió pagar. En suma, los navíos estaban casi perdidos y le habían hecho perder “veinte mil castellanos que tenía gastados en la obra y aparejos de los cinco navíos”.4
PROBLEMAS PARA LA REPARACIÓN DE LOS NAVÍOS. LOS TAMEMES Desmoralizado por estos destrozos y debiéndose ocupar, durante 1531, de su instalación en Cuernavaca y de los pleitos y negociaciones que hizo para recuperar sus dominios, poco debió hacer para la reparación de sus naves. Pero en el curso de este año la Audiencia recibió una cédula real para que se apurara a Cortés en la empresa de descubrimientos en el Mar del Sur: en el término de un año debía comenzar a hacer la armada y dentro de dos años debía hacerse a la vela.5 En vista de este requerimiento, a fines de 1531 debió volver a ocuparse de sus naves y del proyecto de expediciones. En febrero de 1532, en respuesta a gestiones de Cortés, la reina Juana envió una cédula a la Audiencia para que se le proveyese de la artillería que necesitaba para sus naves.6 Y por estos días debió de iniciar de nuevo el transporte de cuanto necesitaba en Tehuantepec y en Acapulco, donde también había organizado astillero, para poner sus naves
en condición de navegar. Y esto le originó otro problema. Durante la ausencia de Cortés, el rey había enviado, el 4 de diciembre de 1528, a la Audiencia de México y a las autoridades eclesiásticas, unas importantes ordenanzas sobre el tratamiento de los indios. En el primer inciso se prohibía que se emplease a los indios tamemes como bestias de carga, contra su voluntad y sin paga; y se condenaba a quien lo hiciese al pago de 100 pesos de oro por cada indio.7 Los oidores de la primera Audiencia no hicieron mucho caso de esta disposición humanitaria, pero los de la segunda sí la aplicaron contra Cortés y lo multaron por los indios que le transportaban materiales para sus barcos. Dichos oidores refirieron a la emperatriz, el 19 de abril de 1532, que Cortés transportaba, de Cuernavaca a Acapulco, provisiones y aparejos para sus navíos cargados en tamemes, contra las ordenanzas reales. El alguacil mayor detuvo algunos de estos indios cargados y los llevó a Cuernavaca para después traerlos a la ciudad de México. Cortés lo supo, quitó a sus indios a los alguaciles y escribió a la Audiencia, la que le ordenó comparecer.8 Al día siguiente de la carta denuncia de la Audiencia, Cortés escribió quejándose de ello al emperador. Exponía los hechos y agregaba que los indios eran sus vasallos e iban pagados; que no había otra manera de hacer esos transportes; y que aunque sabe que existe una provisión ordenando al presidente y oidores no se entrometan en las cosas de sus descubrimientos y lo dejen hacer, por el momento tuvo que interrumpirse el aprovisionamiento de los navíos.9 Al mismo tiempo, por instrucciones de Cortés, su procurador en España, Núñez, alegó otro tanto ante la Corte, y obtuvo el envío de una cédula de la reina, del 17 de octubre de 1532, ordenando a la Audiencia de México que suspendiera la ejecución de la sentencia y remitiera el proceso al Consejo de Indias.10 Y en otra cédula posterior, la reina encargó a la Audiencia que encontrara una solución que evitase que los indios cargaran los bastimentos para la expedición al Mar del Sur o bien que regulara y supervisase dicho servicio.11 De todas maneras, a Cortés se le impuso una multa de 40 000 pesos de oro —por 400 tamemes— y, para hacer el depósito de 2 000 que se le exigieron para obtener un aplazamiento, dejó en prenda dos joyas de su mujer, un collar y un cordón. Para recuperarlas, tuvo que dar fianza.12
PRIMERA EXPEDICIÓN AL MAR DEL SUR: DIEGO HURTADO DE MENDOZA El 30 de junio de 1532, en tiempo para cumplir las instrucciones reales, Cortés pudo despachar, de Acapulco, la primera expedición al Mar del Sur. Como era su costumbre, hacia el mes de mayo había entregado a Diego Hurtado de Mendoza, su primo y capitán de esta armada, una instrucción cuyo encargo principal era la exploración de las islas y costa del Pacífico, más allá de los límites de la gobernación de Nuño de Guzmán, que llegaban a la altura de Culiacán. A partir de allí, debía tomar posesión de las tierras descubiertas. Encargábale, además, inspeccionar sus naves, repartir entre las dos marinos, artilleros y sobresalientes; registrar armas y municiones, bastimentos y rescates; describir con precisión
las tierras y los accidentes de las costas descubiertos; cuidarse mucho en los desembarcos, de manera que sus hombres no pudieran ser atacados por los naturales, y por medio de lenguas, atraer a aquéllos con regalos y averiguar si en sus adornos traen oro, perlas o piedras preciosas. Después de los límites mencionados, que reconocerá “porque la cordillera de las sierras de la tierra adentro se van a rematar en la mar”, esperaba Cortés que Hurtado de Mendoza y sus hombres exploraran y tomaran posesión, en 100 o 150 leguas, de tierras, puertos y ríos que en esa extensión hubiera.13 En vista de que las naves que construía aún no estaban listas, Cortés dispuso que salieran en esta expedición las llamadas San Marcos, como capitana, y San Miguel, que había comprado en noviembre de 1531 a Juan Rodríguez de Villafuerte y se encontraban en Acapulco. Como oficiales iban Juan de Mazuela, capitán de la segunda nave y tesorero; Francisco de Acuña, maestre; Alonso de Molina, veedor; Miguel Marroquino, maestre de campo; Juan Ortiz de Cabex, alguacil mayor, y Melchor Fernández, piloto, con 80 soldados.14 Iniciado el viaje, en Guatlán o Santiago de Buena Esperanza, en la provincia de Colima, completaron su aprovisionamiento de gente, armas y víveres. Según López de Gómara, intentaron proveerse de agua en el puerto de Xalisco o Matanchel (San Blas, Nayarit) y se lo impidió gente de Nuño de Guzmán.15 Pasado este puerto, descubrieron la isla que llamaron la Magdalena, una de las islas Marías, que les pareció deshabitada y que bojaron. En la costa de Culiacán tomaron tierra para proveerse y entraron en un brazo de mar, que puede ser la ensenada del Pabellón o la bahía de Altata, donde pasaron 20 días, y vieron indios armados que huyeron. Como se les habían podrido sus provisiones y no encontraron en las costas de qué alimentarse, algunos soldados se amotinaron. Éstos tomaron una de las naves, probablemente la San Miguel, con la que regresaron a tierra, y dejaron la otra a Hurtado de Mendoza para que, con la gente de mar siguiese su reconocimiento. Los de esta nave toparon con un temporal y, cerca de la isla descubierta, naufragaron y perecieron todos. Los amotinados llegaron a Culiacán, hambrientos. Bajaron a tierra los 20 más fuertes y caminaron 40 días hasta tierras de Jalisco, donde el gobernador Guzmán los desarmó y apresó. Los otros 20 volvieron a navegar y una tormenta los hizo naufragar en la bahía de Banderas, de Jalisco. Internáronse en la tierra, extenuados, los asaltaron los indios y mataron a 17 de ellos. De los tres supervivientes, uno fue a informar a Nuño de Guzmán de cuanto habían abandonado, para que lo devolviese a Cortés, lo que aquél no haría, dando principio a un agrio pleito. Los otros llegaron después de 10 días a tierras de Colima para dar las malas noticias.16
Derrotero de la expedición de Diego Hurtado de Mendoza (1532). De Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Madrid, 1985.
¡Infeliz capitán Diego Hurtado de Mendoza, que tan breve intervención tuvo en la historia de Nueva España! Se llamaba como el poeta e ilustre historiador de la Guerra de Granada, y pudo haber sido su pariente. Cortés lo llama primo suyo, cuando refiere en su cuarta Relación que le confió, en enero de 1524 —al mismo tiempo que enviaba a las Hibueras la expedición de Cristóbal de Olid—, la exploración de la costa centroamericana, en la bahía de la Asunción, de las Hibueras al Darién, en busca del estrecho que comunicara ambos océanos [p. 225]. Este viaje se realizó, aunque se ignoran sus resultados. Poco después, en 1525, el capitán aparece como alguacil mayor en Trujillo, Honduras, lo que indica que quedó en aquellas tierras.17 Y en 1532 recibió de su primo Cortés el encargo de la primera expedición a las costas del Mar del Sur, en la que perecería junto con la mayor parte de su tripulación. A pesar de los infortunios, en este viaje se descubrirían las islas Marías y una región imprecisa hacia el paralelo 27° de la costa del Pacífico.
CORTÉS SE INSTALA EN TEHUANTEPEC
Exasperado por el mal resultado de esta primera expedición y achacando su fracaso al hecho de que no llevaba suficiente bastimento, a causa del impedimento que había tenido para transportarlo a los puertos del Pacífico, Cortés decidió instalarse, desde alrededor de noviembre de 1532, en los arenales calurosos de la costa de Tehuantepec, para cuidar él mismo la construcción y el aprovisionamiento de las naves que enviaría a sus nuevas expediciones. Una especie de compulsión interna parecía exigirle el acometer grandes empresas, como ésta de la exploración de las costas del Mar del Sur, que hacía a costa suya, con enormes gastos, conflictos y mortificaciones personales. Antes, había estado viajando entre Cuernavaca, Acapulco y Tehuantepec para el despacho de la primera expedición. Y a partir de la fecha señalada y hasta el otoño de 1533 tuvo su asiento principal en Tehuantepec adonde llevó a todos sus criados y a más de 30 oficiales españoles —a los cuales había que alojar, alimentar y pagar—, para proveer y dirigir la construcción de los navíos que necesitaba. Como lo relatará en el verano de 1534 a la Audiencia de México: “Hizo una choza en la playa de dicho puerto, adonde estuvo todo el tiempo ayudando algunas veces con el trabajo de su persona a la dicha obra”.18 Había organizado el aprovisionamiento de una manera que hoy parece muy complicada, pero que entonces era la única posible. De Veracruz, adonde podía llegar la mayor parte de lo que requería, lo transportaba a Coatzacoalcos por mar; en este último puerto se pasaba la carga a canoas y remontaban el río de este nombre hasta cerca de su nacimiento, hacia Tecolotepec, en el Estado de Veracruz, situado alrededor del tercio superior del istmo de Tehuantepec. Desde allí hasta el puerto de Tehuantepec, distancia que Cortés calcula en 20 leguas — algo más de 100 kilómetros—, el transporte tenía que hacerse forzosamente en tamemes, ya que sólo existían veredas y las bestias de carga aún no se propagaban.19 Los viajes de Cortés mismo y de sus servidores debían hacerse, de la ciudad de México a Cuernavaca, a caballo en dos o tres jornadas; de Cuernavaca a Acapulco en siete u ocho jornadas; y de allí se movían por mar, al sur hacia Tehuantepec y al norte hacia Zihuatanejo o Santiago de Buena Esperanza o Salagua, en Colima, que eran sus puertos de apoyo. Desde estos puertos Cortés escribe sus cartas de 1533, lo mismo al emperador que al Consejo de Indias y a la Audiencia de México o a su procurador Núñez; y debió aprovechar, para despacharlas a Veracruz o recibir de allí su correspondencia e informes ultramarinos, el sistema de transporte por mar, río y tierra que había establecido.
SEGUNDA EXPEDICIÓN AL MAR DEL SUR: DIEGO BECERRA Y HERNANDO DE GRIJALVA Quedo satisfecho porque salen ahora dos navíos e uno de más de noventa toneles machos y el otro de cerca de setenta, los más recios y de mejor clavazón e madera que pudieran salir de Castilla, con mucho bizcocho de Castilla hecho en México y traído de allí a la Vera Cruz, que solo el traello cuesta mil castellanos hasta allí y después por la vía que he dicho, y mucho vino e vinagre e aceite e quesos e carne e pescado, e un par de pilotos, que el uno de ellos no se puede mejorar en el mundo, y la mejor gente de mar que se puede haber en levante, e mucha artillería e munición e jarcia e gente de guerra e todos oficios de navíos e herreros doblados e boticario e botica, todo muy bueno e tan complido que ternán todo bastimento para más de año e medio… Y demás de esto, queda medio acabada una nao de más de doscientos
toneles y otro navío pequeño, con mucho del aderezo necesario para el retorno… Y en el puerto de Acapulco está hecho otro navío grande y casi acabado otro pequeño, que lo ha hecho allí en mi nombre Joan Rodríguez de Villafuerte, para que haya navíos prestos al socorro.20
Así escribía Cortés —en carta al licenciado Núñez, su procurador, del 20 de junio de 1533 —, satisfecho por el resultado de sus empeños en los astilleros que tenía en Tehuantepec y en Acapulco. Aunque escribía que “salen ahora” las dos naves que primero menciona, tendrían que esperar aún cuatro meses para emprender el viaje. Llamó Concepción a la primera, en la que puso por capitán a Diego Becerra y como piloto mayor a Fortún Jiménez —probablemente aquel cuya excelencia ponderaba—; y la segunda se llamó San Lázaro, su capitán Hernando de Grijalva y su piloto el portugués Martín de Acosta.21 No se conocen las instrucciones que les diera Cortés, pero se sabe que su misión era la de buscar y socorrer a Hurtado de Mendoza, y proseguir la exploración de las costas del Mar del Sur. En cambio, existe la cuenta de lo que gastó Cortés en esta armada, aunque limitada a los sueldos y anticipos dados a los marinos, a tres frailes que los acompañaban y a operarios de tierra que trabajaron en la preparación de las naves, así como a la compra de “rescates”, todo lo cual sumó 9 003 pesos de oro de minas. A esta cantidad debe agregarse el valor de las dos naves y sus aparejos y armas, así como el de los abundantes bastimentos que llevaron para un viaje que se proyectaba largo y tendrá un trágico desenlace.22 Diego Becerra de Mendoza, pariente de Cortés y capitán de la nave capitana, era un hidalgo de Mérida y, según Bernal Díaz, “era muy soberbio y mal acondicionado y en tal paró”, e “iba malquisto con todos los más soldados que iban en la nao”. El piloto Fortún u Ortuño Jiménez, vizcaíno, era “gran cosmógrafo” y en sus pláticas prometía a los otros pilotos “llevarlos a tierras bien afortunadas de riquezas”. Y Hernando de Grijalva, capitán de la segunda nave, quería ganar honra para sí mismo y no “ir debajo de la mano de Becerra”.23 Aquella era, pues, la mala combinación de un jefe altanero y reñido con sus hombres, un piloto engreído con sus saberes y que resultará violento, y un segundo capitán que quería hacer su propio juego. Aunque las naves Concepción y San Lázaro fueron construidas en Tehuantepec, Cortés dispuso su salida del puerto de Santiago —Santiago de Buena Esperanza, cerca de Manzanillo —, el 30 de octubre de 1533. Emprendido el viaje al amanecer del 1° de noviembre, por mal tiempo y vientos contrarios las dos naves se separaron y nunca más volvieron a verse. Por unos marineros sobrevivientes se supo la suerte de la Concepción, capitana. Becerra y el piloto Jiménez riñeron en el viaje; éste se concertó con otros vizcaínos y, mientras el capitán dormía, lo mataron a él y a otros marineros. Los dos franciscanos que iban con ellos impidieron más muertes.24 Jiménez y los amotinados aceptaron desembarcar en tierras de Jalisco a los religiosos y a los heridos. Los demás continuaron el viaje y llegaron a una isla que llamaron San Cruz, frente a la bahía de La Paz, Baja California, donde dijeron que había perlas y estaba poblada de indios semisalvajes. Fortún Jiménez y 22 más que desembarcaron fueron muertos por los indios. Los que quedaron en el navío volvieron a costas de Jalisco, y Nuño de Guzmán se apoderó de la nave y se dijo que la envió por su cuenta para proseguir los descubrimientos y buscar las perlas mencionadas.25
Derrotero de las expediciónes de Diego Becerra y Hernando de Grijalva (1533). De Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Madrid, 1985.
Ésta sería la segunda de las naves de Cortés tomada por Guzmán, después de la San Miguel, que abandonaron los otros amotinados de la anterior expedición de Hurtado de Mendoza. Hernando de Grijalva, capitán de la otra nave, en la Relación y derrotero que redactó sobre su viaje, cuenta que como había mar gruesa y grandes vientos que los desapartaban, esperó y trató de encontrar la nave capitana, y cuando consideró que era inútil, el 3 de noviembre enfiló hacia el oeste, para cumplir el itinerario de exploración al interior del Pacífico que al parecer le había encargado Cortés. El domingo 9 refiere que pasó junto a la nave un pez extraño que les produjo admiración; le llamaron hombre-marino y se levantó tres o cuatro veces a curiosear la nao. El manatí —que debió serlo— “se regocijaba ni más ni menos que un mono, zambulléndose y bañándose con las manos en un rato, mirándonos a nosotros como que tuviese una manera de sentido”. Hicieron de él un dibujo, con dos variantes, en el que parece sirena, donde apuntaron que no pudieron ver si tenía escamas, que era del color de la tonina y que tenía los brazos y manos “monstruosos”.26
El pez o manatí que vieron los marinos de la expedición de Hernando de Grijalva. Figura 17 de la Relación del viaje hecho por las goletas “Sutil” y “Mexicana”, Madrid, 1802.
Grijalva y su piloto eran buenos marineros e hicieron un largo viaje de reconocimiento del que dejaron una detallada relación. El 20 de diciembre, muy internados en el Pacífico, vieron una isla que llamaron Santo Tomás, una de las ahora llamadas de Revillagigedo, en 18° N112° W. La reconocieron y tomaron posesión de la isla el día de Navidad. Estaba deshabitada, pero había en ella muchas aves: tórtolas, zorzales, pájaros bobos, papagayos, águilas reales y halcones, así como en el mar pulpos. Cuando emprendieron el camino de vuelta a Nueva España vieron de nuevo al hombremarino y culebras pintadas. El día de Reyes, ya en 1534, avistaron tierra y se proveyeron de agua cerca de Ciguatlán, pasaron por Cuyutlán y Zacatula y, finalmente, a fines de febrero llegaron a Acapulco, de donde Cortés dispuso que siguieran al puerto de Tehuantepec. Habían viajado cuatro meses.27 La suerte ayudó al capitán Hernando de Grijalva a lograr su propósito de ganar honra por sí mismo.
PLEITOS CON NUÑO DE GUZMÁN. EL ATROPELLO A DON LUIS DE CASTILLA Entre los enemigos acérrimos que tuvo Cortés: Diego Velázquez, Pánfilo de Narváez, Bernardino Vázquez de Tapia y los muchos circunstanciales y de menor monta, ninguno tan enconado, tan persistente en su rencor como Nuño de Guzmán. En este caso, no parece haber habido, de parte de Cortés, un agravio inicial tan considerable como los que hubo en los casos de Velázquez y Narváez; y diríase que para Guzmán el solo agravio que bastaba era la existencia de un capitán que había sido afortunado en sus empresas iniciales, y las más importantes. Para el temperamento soberbio y cruel de Nuño Beltrán de Guzmán, el único objetivo deseable parecía ser la aniquilación de Hernán Cortés y su suplantación. Y sin
embargo, en el Memorial que escribió relatando sus servicios desde 1526 hasta poco después de 1537, presentó a Cortés como un constante agresor de sus derechos, cuyos atropellos él soportó. Guzmán venía de una familia noble y encumbrada, y llegó a la Nueva España en 1526, cuando la conquista básica estaba realizada; durante su gobernación en Pánuco aterrorizó la provincia y la convirtió en un negocio de esclavos; como presidente de la primera Audiencia, sin visión política, se limitó a enriquecer a su banda y a hostigar cuanto se relacionara con Cortés; y la conquista que emprendió de la Nueva Galicia acabó siendo un sojuzgamiento brutal con hechos tan atroces como el martirio y muerte del cazonci de Michoacán, y luego como gobernador intentó hacer de aquella provincia un coto cerrado en el que sólo regía su ley. Encarcelado y procesado en 1537, fue enviado a España y acabó sus días en la oscuridad, en Valladolid, el 26 de octubre de 1558. El primer cronista de Jalisco, fray Antonio Tello, refirió acerca de las relaciones últimas de Hernán Cortés y Nuño de Guzmán la siguiente anécdota. Dice que Guzmán, en España: padecía grandes miserias y pobrezas, y habiendo ido a España el marqués del Valle el año de mil y quinientos y cuarenta, doliéndose de sus trabajos, lo socorrió con dineros y procuró hacer sus causas, mostrando su pecho noble.
La especie la repitió otro historiador jalisciense, Matías de la Mota Padilla. Ningún otro cronista antiguo la confirma, por lo que puede considerarse invento. En realidad, los pleitos entre Cortés y Guzmán siguieron en España hasta la muerte de aquél y aun los continuaron sus sucesores. Y por otra parte, Guzmán fue aceptado en la Corte y tenía suficientes recursos, como lo muestra su testamento.28 Las agresiones de Guzmán contra Cortés se iniciaron en 1528, cuando ocupó la presidencia de la primera Audiencia, mientras el conquistador se encontraba en España. Organizó el juicio de residencia contra él, no con severidad de juez, sino con violenta inquina de enemigo. Sin esperar el veredicto del Consejo de Indias, le impuso multas desproporcionadas —como la del juego— y lo despojó de cuantos bienes, bien o mal habidos, tenía en Nueva España, a pesar de las disposiciones reales, y persiguió a sus criados y amigos. Vuelto Cortés a Nueva España, los pleitos con Guzmán se reiniciaron en 1531, con la misión de don Luis de Castilla. Era éste uno de aquellos hidalgos que sin quehacer en España querían probar fortuna en las Indias, y lo trajo Cortés a su regreso en 1530. Don Luis era descendiente de Pedro I el Justiciero y estaba emparentado con doña Juana, mujer de Cortés.29 No habiendo encontrado ocupación para él, Cortés, de acuerdo con la Audiencia, lo envió a Nueva Galicia en 1531 con 100 hombres armados e instrucciones de sujetar a Guzmán, que había abandonado la presidencia de la Audiencia, sin dar cuenta de ella, para irse a conquistar aquella provincia. Cortés se refiere a esta misión y a su fracaso de manera poco clara en su carta al rey del 20 de abril de 1532.30 Pero fray Antonio Tello da muchos pormenores del largo viaje de don Luis de Castilla y de los incidentes de su encuentro con Nuño de Guzmán. Desde Tetitlán, ya en Nueva Galicia, don Luis envió al gobernador sus saludos y deseos de entregarle en propia mano los pliegos con sus instrucciones. En respuesta, Guzmán envió a su capitán Juan de Oñate con sólo 50 soldados, contra los 100 de Castilla. Y sin resistencia de
éstos, los prendió a todos y los llevó a Compostela, donde estaba Guzmán. El gobernador se burló de las solemnes formalidades de don Luis, desarmó a sus soldados y los obligó a desandar el camino, humillados. Cuando don Luis de Castilla se presentó ante Cortés, el conquistador le dijo con incisiva sorna: “Señor don Luis, a mí me pesa de que le haya sucedido tan mal a vuestra merced y de que venga acá con este despacho. Paréceme que los Castilla en la Nueva España más son para las cosas de mucha paz que no para las de brío y guerra”.31 Como refiere Cortés en su carta de 1532, don Luis de Castilla viajó a España para informar al rey de la humillación que había sufrido. Para compensarlo, Carlos V lo hizo caballero de Santiago y le dio una plaza de regidor en el cabildo de la ciudad de México, adonde volvió en 1534.32 Este incidente con Castilla, principio de los choques de Cortés con Guzmán, fue el único en que la iniciativa fue en parte del conquistador, aunque la respuesta fue un agravio mayor y un reto a la autoridad. Los demás serán originados por el gobernador de Nueva Galicia.
LA NAVE SECUESTRADA Cortés dio por perdida la nave San Miguel, que los amotinados de la expedición de Hurtado de Mendoza dejaron maltrecha en 1532 en bahía de Banderas, y sólo se ocupó de la reclamación de la Concepción, que los otros amotinados que encabezó Fortún Jiménez abandonaron en costas de Jalisco, a fines de 1533, y tomó Nuño de Guzmán, al parecer para proseguir los descubrimientos y buscar perlas. A principios de marzo de 1534, en la carta que Cortés escribe a Carlos V, le dice que tuvo noticias del mal suceso de esta segunda expedición y de la “gran traición” que se le hizo33 y de la que ya informa al Consejo de Indias. Como resultado de estos informes y de las gestiones que hizo, el 27 del mismo mes de marzo el presidente y los oidores de la Audiencia, en nombre de los reyes, dirigieron una provisión a Nuño de Guzmán ordenándole que devolviese a Cortés el navío que llegó a costas de Jalisco, cerca de la villa de Purificación, así como la artillería, armas y municiones y las otras cosas que en él se guardaban. Guzmán respondió con altivez, el 27 de julio siguiente, diciendo que él no se quedó con ninguna jarcia ni artillería y que, en caso de haberla, le pertenecía por haber sido abandonada en tierras de su gobernación; que los náufragos llegaron haciendo agravios a los indios de la región, lo cual motivó que los matasen y los indios se rebelasen, y que el navío fue encontrado: dado al través e fecho pedazos e enterrado en la arena, e las jarcias e velas podridas, con lo demás que era de los cristianos, e dos tirillos e un resón e una muela questá en la mar, que no se parecía, y diez ballestas hechas pedazos, e unos cuadrantes, lo cual, como cosa desamparada e perdida, se perdió e furtó.34
Nada, pues, quedaba de aquel navío que era orgullo de Cortés, pero éste tenía noticias de que Guzmán lo preparaba ocultamente para ir a buscar las perlas, y siguió reclamando su justicia. En agosto, la Audiencia de México, a petición de Cortés, comisionó al regidor
Gonzalo Ruiz para que fuese a la provincia y costas de Jalisco a tratar de indagar la verdad y hacer justicia en los desmanes de Guzmán contra Cortés.35 Es posible que este viaje no llegara a efectuarse, pues no queda rastro de esta acción. Al mismo tiempo, el 19 de agosto de 1534, la Audiencia, otra vez en nombre de los reyes, envió nueva provisión a Nuño de Guzmán en la que le reiteraba la orden de devolver a Cortés el navío secuestrado y le prohibía ir a poblar la isla de Santa Cruz, descubierta, “so pena de perdimiento de todos vuestros bienes”. Cortés fue notificado en Toluca, donde se encontraba, de esta provisión real, en la cual a él se le prohibía que se hiciera justicia por sí mismo. En respuesta, además de decir que lo acataría, Cortés narró cuanto había hecho para el cumplimiento de su misión en el Mar del Sur, confirmó las acusaciones conocidas, y dijo que había sabido, por dos de los supervivientes de la armada de Diego Becerra, que “Nuño de Guzmán los había prendido [a otros supervivientes] e dado tormento, e los tenía e tiene presos por encobrir lo susodicho”. Y refirió también la situación crítica en que lo habían puesto los gastos recientes hechos para construir cuatro naves más, pues: él ha gastado más de cincuenta mil castellanos; y para hacer la dicha armada y las susodichas, él ha vendido mucha parte de su hacienda y toda la que tenía en los reinos de Castilla, y empeñado y deshecho sus joyas y de la marquesa su mujer, e debe cincuenta mil castellanos e más, en que tiene empeñada su hacienda e rentas e pueblos, según que así a todos es público y notorio.
Y que, por cumplir su compromiso, había “dejado su casa, mujer e hijos, estando ya en la edad que estaba”.36 Cortés iba a cumplir cincuenta años. Pero a Nuño de Guzmán, a quien no lo había atemorizado la excomunión cuando sus choques con el obispo Zumárraga, tampoco parecían impresionarlo las órdenes reales. Su respuesta a las dos provisiones fue enviar directamente a Cortés, el 24 de febrero de 1535, un áspero requerimiento por el que le prohibía, a él y a su gente, el paso por tierras de su gobernación en Nueva Galicia, y lo prevenía de que él sería responsable de los: daños, pérdidas, muertes, escándalos, robos e despoblamiento que se recrecieren a causa de su venida y entrada por esta gobernación del dicho marqués e su gente.
La respuesta de Cortés fue firme: no puede impedírsele el paso ni el apoyo portuario, ya que tiene encargada por el rey la exploración del Mar del Sur; además, él es capitán general de la Nueva España y de la Mar del Sur, y un gobernador provincial no puede interferir su mando ni impedirle el servicio real que tiene mandado.37 Puesto que había esperado con paciencia la acción de la justicia, que se anulaba ante la insolencia de Nuño de Guzmán, Cortés, refrenando su cólera, decidió hacérsela él mismo. Sentía, además, que ya era tiempo de “alzar mis faldas e ir a ver esa tierra”.38 Aparte de vengar sus agravios, puede inferirse que en la decisión de Cortés de encabezar una tercera expedición lo movían aquella noticia de que en Santa Cruz había perlas, y cierta exasperación ante la ineficacia de las dos primeras. Los dos Diegos, el primo Hurtado de Mendoza y el pariente Becerra de Mendoza, habían sido malos capitanes. El primero había consentido en que parte de su tripulaciόn se amotinara y llevara una de sus naves; y el
segundo, soberbio, había comenzado por reñir con su piloto y con los vizcaínos de su tripulación, quienes lo habían asesinado. Más capaz que estos dos infortunados capitanes había mostrado ser Hernando de Grijalva, quien, aunque buscando su propio lucimiento, cumplió su exploración cometida y regresó con un informe valedero. Y en cuanto a los resultados hasta entonces obtenidos, dos grupos de islas desiertas y vagas noticias sobre las riquezas de Santa Cruz, debieron parecerle muy poco frente a lo que esperaba. De los cuatro navíos despachados, sólo había retornado el de Grijalva; costaban mucho dinero y su construcción, en astilleros del Pacífico, exigía un esfuerzo enorme. Pero dos fracasos no bastaban para doblegar a Cortés y a su proyecto de grandes descubrimientos en las costas del Mar del Sur, que reverdecieran sus laureles y su fortuna. ¿Por qué no iba a encontrar otro México? Y a pesar de que comenzaban a pesarle sus 50 años, sentía que con su don de mando y allegándose los recursos materiales, técnicos y humanos suficientes, él podría hacer que la tercera expedición tuviese éxito, y de paso recuperar la nave que le retenía Nuño de Guzmán.
FUNDACIÓN DEL MAYORAZGO Cuando se encontraba en la preparación de la tercera expedición al Mar del Sur, en que iría él mismo como capitán, Cortés se detuvo durante algunos días, al principiar el año de 1535, en la villa de Colima, creada tres años atrás. Su propósito era el de formalizar la constitución de su mayorazgo, que le había sido autorizado por el emperador Carlos V y su madre, la reina doña Juana, en cédula real de Barcelona, el 27 de julio de 1529. Cortés debió pensar que, ahora que estaba por emprender un viaje peligroso y cuando su hijo Martín, habido con doña Juana, tenía ya tres años, era oportuno establecer su mayorazgo, que era una especie de marco general para su testamento y una constancia de la perduración que quería asegurar para su señorío. El documento que contiene, tras de la licencia real, las disposiciones de Hernán Cortés para la constitución de su mayorazgo, debió ser elaborado cuidadosamente por los abogados de Cortés, consultando con él sus pormenores. Y cuando estuvo terminado y aprobado, se formalizó en Colima, el 9 de enero de 1535, ante dos escribanos y nueve testigos, uno de ellos el conquistador Andrés de Tapia, que iría con Cortés a la expedición proyectada. El original se escribió en diez hojas de pergamino, por ambos lados, Cortés le imprimió el sello de sus armas en cera colorada, y se guardó en una caja de plata con una cinta de seda tejida verde.39 El mayorazgo era una institución jurídica medieval. En España se separaban ciertos bienes del patrimonio familiar para formar con ellos una unidad a la cual se señalaba un orden sucesorio especial, basado normalmente en la primogenitura, con el propósito de que tales bienes, inalienables, se perpetuaran en la misma familia. Los mayorazgos comenzaron a practícarse desde el siglo XII y se regularon jurídicamente en las Leyes de Toro, de 1505. Precisábase licencia real para establecerlos. En principio, el derecho a formar una unidad o vincular ciertos bienes fue privilegio de la nobleza, y luego pasó a ser derecho común utilizado por los burgueses para crear “mayorazgos cortos” sobre pequeños patrimonios.
En el documento firmado en Colima, Cortés enumeró los bienes vinculados que formarían el mayorazgo de su nombre: los 22 pueblos que recibió en la merced real, y las otras tierras que también le fueron concedidas: los solares y tierras en la ciudad de México, los solares entre las calzadas de Chapultepec y de Tacuba, los sitios en donde tenía molinos, los peñoles de la laguna de México, el patronato del Hospital de la Concepción o de Jesús, así como los lugares que adquiriese en el Mar del Sur. Dispuso que sus descendientes estarían obligados a llevar el apellido Cortés, o de linaje de Cortés, y a usar su escudo de armas. Y designó como primer sucesor a Martín Cortés; las sucesiones posteriores se establecieron en línea directa, de padres a hijos legítimos, o en su defecto hijas, y a falta de éstas, los hijos naturales, comenzando con Martín, el hijo habido con doña Marina. Los sucesores que llegaran a ser infieles a Dios o al rey quedarían desheredados. Y se prohibían las sucesiones a los descendientes que hicieran votos religiosos o pertenecieran a órdenes cuyas reglas les impidieran el matrimonio. El marquesado del Valle, apoyo real del mayorazgo, duraría hasta la época de la Independencia de México, aunque posteriormente los bienes quedaron en poder de los descendientes, que luego fueron vendiéndolos. En cambio, a pesar de tantas precauciones, el linaje directo de Cortés se extinguió en 1629 con la muerte de don Pedro, cuarto marqués del Valle, y el mayorazgo-marquesado lo heredó su sobrina Estefanía, duquesa de Terranova, y luego la familia italiana Pignatelli, con el duque de Monteleone, quien ya llevaba el apellido Cortés en quinto lugar.
TERCERA EXPEDICIÓN AL MAR DEL SUR AL MANDO DE CORTÉS En los meses siguientes al de la constitución de su mayorazgo, Cortés debió moverse a los puertos cercanos y a Tehuantepec, donde tenía organizado el astillero principal. En la carta que escribe al Consejo de Indias, el 8 de febrero de 1535, desde Salagua, hoy Manzanillo, refiere que tenía dispuestas en Tehuantepec tres naves, la San Lázaro, en que volvió Grijalva de la segunda expedición, y dos más nuevas, la Santa Águeda y la Santo Tomás, para la nueva expedición, así como 150 caballos. Su proyecto era ambicioso. Las tres naves irían a Chametla, un pequeño puerto en Sinaloa, entonces en territorio de Nueva Galicia, gobernado por Nuño de Guzmán. Y allí las encontraría Cortés, que iría por tierra con un ejército en forma, unos 300 soldados y los caballos mencionados. Cuenta Bernal Díaz que cuando en la Nueva España se supo que el marqués iba, muchos “creyeron que era cosa cierta y rica” y se ofrecieron a servirle soldados de a caballo, arcabuceros y ballesteros, y 34 casados con sus mujeres, en total 320 personas. Y añade que los navíos estaban muy bien provistos de bizcocho, carne, aceite, vino y vinagre, mucho rescate, tres herreros con sus fraguas y dos carpinteros de ribera con sus herramientas, además de clérigos y religiosos, y médicos, cirujanos y botica. Y junto al capitán Cortés iban Andrés de Tapia y otros capitanes.40 Cortés tuvo que viajar a Chametla atravesando durante varios días tierras de Nueva Galicia. Con su ejército, que marchaba con pendón en alto, se detuvo cuatro días en Compostela, sede del gobierno de la provincia, donde fue acogido amistosamente por Nuño de
Guzmán. Refiere éste que aconsejó a Cortés no aventurar su persona en este viaje, que lo ayudó a proveerse de bastimentos, y que el conquistador se maravilló de verlo sufrir la pobreza en que vivía.41 Aunque Guzmán no dejó de protestar ante las autoridades por la intromisión, no trató de cerrarle el paso a Cortés, como si hubiera aceptado las razones que éste le había expuesto en respuesta a su prohibición. Sin embargo, parece que las razones cuyo peso doblegó a Guzmán en esta ocasión fueron los soldados y caballos que acompañaban a Cortés. La venganza de Guzmán vendrá poco después, en la forma más venenosa de la burla. El 15 de abril de 1535 el ejército que fue por tierra y las tres naves se encontraron en Chametla y en seguida se organizaron las barcadas para transportar tan nutrido contingente a la bahía de Santa Cruz-La Paz. En el primer viaje, que salió dos días más tarde, fue Cortés con la tercera parte del ejército y 40 caballos. Llegaron con bien a Santa Cruz, donde encontraron los despojos de Fortún Jiménez y sus soldados muertos por los indios, y allí se quedaron con el navío más pequeño. Cortés despachó los otros dos a que continuaran el transporte de la gente y caballos, que habían quedado en Chametla a cargo de Andrés de Tapia. La segunda barcada se hizo también sin contratiempo, pero en el viaje de regreso las naves tuvieron tantos tropiezos que, según el relato que recoge Fernández de Navarrete, “estuvieron [en los ríos de San Pedro y San Pablo] tres o cuatro meses sin poder salir a navegar por la tenacidad de los vientos contrarios”. Como en estos navíos venían las provisiones —gran imprevisión no haberlas desembarcado desde la primera vez—, los que esperaban su transporte en Chametla, desesperados y hambrientos, caminaron por la costa al norte hasta cerca de Culiacán para encontrar los navíos y acabaron dispersándose. Mientras tanto, los de los dos barcos renunciaron a buscar a quienes los esperaban y navegaron hacia Santa Cruz para llevar víveres a los otros hambrientos que estaban con Cortés. Los temporales los apartaron y una nave fue a dar al puerto entonces llamado Xalisco o Matanchel, (hoy San Blas, Nayarit) donde encalló, y sus marinos caminaron hacia tierras de Jalisco o hacia la ciudad de México. El más pequeño de los navíos pudo llegar a Santa Cruz, aunque sólo con 50 hanegas de maíz. El mayor de los barcos, que quedaba encallado, traía el grueso de los víveres, “la carne y el bizcocho y todo el más bastimento”. Mientras tanto, en Santa Cruz se habían muerto de hambre y dolencias 23 hombres de los que estaban con Cortés, “y muchos más estaban dolientes y maldecían a Cortés y a su isla y bahía y descubrimiento”, porque en aquella tierra no había maíz y sus naturales “son gente salvaje y sin policía, y lo que comen son frutos de los que hay entre ellos, y pesquerías y mariscos”, comenta Bernal Díaz. Con el navío que llegó, probablemente el San Lázaro, Cortés fue a buscar a los otros dos, “con cincuenta soldados y dos herreros y carpinteros y tres calafates”, añade el cronista. Encontró al encallado y, en busca del otro, cerca del puerto de Guayabal —que parece situarse en las inmediaciones de Culiacán o junto a la desembocadura del río Mocorito—, “se halló una mañana metido entre unos arrecifes y bajos, donde rodeado de reventazón del mar no podía hallar ni salida ni entrada”. Cerca estaba el otro navío, del que le enviaron para auxiliarlo su bote y un piloto. Tratando de guiarlo para que saliera, el de Cortés encalló en un bajo peligroso. Cuando los marinos ya se desnudaban para echarse al mar y tratar de salvarse, Cortés los tranquilizó e hizo esperar. Dos golpes de mar pusieron a flote el navío que, aunque estropeado y haciendo agua, logró llegar al puerto, refiere la relación que trae Fernández de Navarrete.
“Salieron y sacaron todo lo que dentro iba, y con los cabrestantes de ambas naves la tiraron fuera. Asentaron luego la fragua [e] hicieron carbón. Trabajaban de noche con hachas y velas de cera, que hay por allí mucha; y así, fue presto remediada”, refiere López de Gómara. Añade que en San Miguel, lugar cercano al puerto de Guayabal, en el que ya había cultivos y ganado, los compró muy caros para llevar alimento a los hambrientos que quedaron en Santa Cruz: “Costole cada novillo treinta castellanos de buen oro, cada puerco diez, cada oveja y cada fanega de maíz cuatro”. Cuando estuvo lista la nave reparada, al salir chocó en la barra, y algo le pasó a la brújula o patilla y al timón. Y fue menester armar de nuevo la fragua para reparar los hierros. Al fin partió Cortés en la San Lázaro, y dejó la otra nave aún no lista al mando de Hernando de Grijalva. Ya en camino, uno de los mástiles de la nave cayó y mató al piloto Antón Cordero, que dormía cerca. Cortés tuvo que improvisarse piloto. Un viento recio le impidió entrar en la bahía y al fin pudo llegar a la isla que llamaron de las Perlas y luego al puerto de Santa Cruz.
Expedición de descubrimiento comandada por Hernán Cortés, 1535-1536. De Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Madrid, 1985.
Los muchos hombres que allí habían quedado, sin fuerzas para buscar mariscos o pescar, se sostenían comiendo yerbas y frutas silvestres. Al llevarles víveres sustanciosos, Cortés trató de que los comieran con prudencia, pero sin escucharlo lo hicieron tan vorazmente que, como cuenta Bernal Díaz, “les dio cámaras y tanta dolencia que se murieron la mitad de los que quedaban”. Y como Cortés estaba tan trabajado y flaco, deseábase volver a la Nueva España, sino que de empacho, porque no dijesen de él que había gastado tan gran cantidad de pesos de oro y no había tocado tierras de provecho ni tenía ventura
en cosa que pusiese la mano, y que eran maldiciones de los soldados (y conquistadores de la Nueva España), y a este efecto no se fue.42
En los primeros días de su llegada a la bahía de Santa Cruz-La Paz, antes de que sucedieran los contratiempos, Cortés tomó posesión formal de la bahía y puerto de Santa Cruz, donde fundó un pueblo y puso alcalde.43 Y pocos días después, el 14 de mayo, escribió una carta a Cristóbal de Oñate, uno de los capitanes de Nuño de Guzmán. Como si no existieran agravios, envía cortesías para el gobernador de Nueva Galicia, le cuenta minucias como el haber perdido un caballo “overico” muy estimado, y le encarga haga llegar a su destino cartas que envía al licenciado Altamirano, su procurador. En realidad, el propósito de esta carta es dejar constancia, ante Guzmán, de que Cortés había tomado posesión de aquella bahía e islas, en su gobernación del Mar del Sur,44 tierras que aún no se llamaban Baja California.
EL DESQUITE DE GUZMÁN: LA PROBANZA “AD PERPETUAM REI MEMORIAM” Mientras Cortés andaba en las idas y venidas para recuperar sus naves, librar tormentas, salvarse de arrecifes y bajos y alimentar a los cientos de hombres y mujeres que había llevado a Santa Cruz, el 10 de diciembre de 1535 Nuño de Guzmán organizó en Compostela, Nayarit, una probanza a la que llamó pomposamente Ad perpetuam rei memoriam: “En memoria perpetua del suceso”, para denunciar las tropelías cometidas por gente de Cortés en su gobernación y, sobre todo, divulgar las miserias de Cortés con sus soldados y la inutilidad de la tierra poblada.
Mapa atribuido a Cortés, 1535. En él se delinea el extremo sur de la península de Baja California. Archivo General de Indias, Sevilla.
De los españoles que habían estado en Santa Cruz y volvieron a Compostela, probablemente marinos, más uno de los regidores de este último pueblo que había oído historias de la expedición, Guzmán tomó a los cinco testigos de la probanza: Luis de Baeza, Francisco Muñoz, Alonso de Ceballos, Hernán Rodríguez y Juan de Samaniego. El mismo Guzmán llevó el interrogatorio, cuyo punto principal fue la denuncia de que Andrés de Tapia, maestre de campo de Cortés, embarcó en Chametla indios e indias contra su voluntad, lo que provocó alzamiento de los pueblos. Y en las otras preguntas hizo que los testigos hablaran de la miseria de la tierra descubierta, un desierto en el que todo faltaba; de cómo se morían de hambre hombres y caballos; del salvajismo de los escasos indígenas que allá existían; y del engaño y mezquindad que Cortés había hecho a los hombres que llevó, a los que, para autorizarlos a volver, les exigió devolviesen la ropa que les había dado y les quitó también los esclavos. En la probanza se denunciaba, en suma, además de las violencias de que se acusaba a Tapia, la inutilidad del nuevo descubrimiento de Cortés, pues aquélla era una tierra estéril y salvaje que sólo había traído muertes y desgracias.45
EL REGRESO DE CORTÉS. AUXILIO A PIZARRO Decidido a que se afianzara la población de Santa Cruz a pesar de todos los tropiezos, Cortés dejó allí a 30 españoles con 12 caballos y bastimentos para 10 meses, “ansí de maíz como de
ovejas y tocinos, y puercos y gallinas y otras cosas necesarias”, apuntará el mismo conquistador. Éste volverá a la Nueva España, pero “con intención e voluntad de tornar a rehacer la dicha armada y hacer otra mayor de nuevo”.46 Mientras tanto, como había pasado un año después de la salida del marqués del Valle, y doña Juana su mujer no tenía noticias suyas, sino las confusas de naufragios y otras desventuras, y como en este lapso había llegado a la ciudad de México, el 14 o 15 de noviembre de 1535, el primer virrey, don Antonio de Mendoza, ambos escribieron a Cortés pidiéndole que volviera. Enviaron en su búsqueda un navío nuevo, acabado de labrar en Tehuantepec, al mando de Francisco de Ulloa, con suficientes bastimentos. Y, según refiere Bernal Díaz, doña Juana: escribió muy afectuosamente al marqués su marido, con palabras y ruegos que luego se volviese a México, a su estado y marquesado, y que mirase los hijos e hijas que tenía, y dejase de porfiar más con la Fortuna y se contentase con los heroicos hechos y fama que en todas partes hay de su persona.47
Añade Bernal Díaz que el virrey Mendoza también le escribió “sabrosa y amorosamente” pidiéndole que volviera. Como ya lo tenía proyectado, Cortés emprendió el regreso, y a Francisco de Ulloa, que mostrará ser un capitán competente y sensato, lo dejará al mando del destacamento en Santa Cruz. En el camino, por costas de Jalisco, encontraron la nao de Hernando de Grijalva atollada en la arena, y los bastimentos que llevaba, podridos. “Hízola limpiar y lavar” y reparó sus daños. Aún llegaron otras dos naves que venían a buscarlo, y con todas, arribaron al puerto de Santiago de Buena Esperanza, en Colima, y luego a Acapulco, donde desembarcaron en abril de 1536. El 5 de junio ya estaba Cortés en Cuernavaca.48 En Acapulco recibió Cortés un mensajero del virrey que le enviaba copia de la carta que Francisco Pizarro, el conquistador del Perú, había escrito a Pedro de Alvarado pidiéndole con urgencia auxilio, pues “estaba cercado en la ciudad de los Reyes [Lima] con muy gran gente, y puesto en tanta estrechura, que si no era por mar, no podía salir”. Cortés, quien ya tenía proyectado el comercio con el Perú, le envió dos naos al mando de Hernando de Grijalva, con muchas vituallas y armas, vestidos de seda para su persona, una ropa de martas, dos sitiales, almohadas de terciopelo, jaeces de caballos y algunos aderezos de entre casa,
informa López de Gómara. Alvarado ya había estado, en 1533, en el Perú, con una gran flota, con intención de conquistar el reino de Quito; flota, soldados y pertrechos que al fin traspasó a Diego de Almagro. El auxilio de Cortés, aparte de los lujos, incluía también soldados, caballos, artillería y armas. “Pizarro —concluye López de Gómara— también envió muchas y ricas cosas a la marquesa doña Juana de Zúñiga; pero huyó con ellas el Grijalva”.49 Otra cosa ocurrió en verdad, que más adelante se contará. En cuanto al destacamento dejado en Santa Cruz al mando de Ulloa, Cortés recibió orden del virrey Mendoza de hacerlo volver, porque “algunos parientes de los que dejé en dicha tierra se quejaban”, dice Cortés. Allí quedaron los caballos, que acaso se reprodujeron si encontraron alimento y había alguna yegua entre ellos. Y así terminó, por el momento, aquella primera fundación de Santa Cruz-La Paz.
Cortés amaba el oro y cuanto hace posible, pero también se interesó, desde sus mocedades en Santo Domingo, por su extracción en los placeres de los ríos o en las vetas de la tierra. En México hizo otro tanto, tuvo minas desde los primeros años de la dominación y se ocupó en ellas en sus reposos. Después de volver de su expedición a Santa Cruz, porque estaba urgido de allegarse recursos para pagar tantas deudas, se interesó especialmente en minas. Por ello va, a continuación, un resumen de su actividad en este campo.
CORTÉS Y LA MINERÍA Cortés obtuvo de los indios todo el oro, plata y piedras preciosas que le fue posible, para sí y para enviar al rey; elogió la habilidad de los orfebres del México antiguo, y en sus conversaciones con Motecuhzoma averiguó dónde se encontraban las minas más ricas, sobre todo de oro. En su segunda Carta de relación dice que el señor de México le señaló las provincias de Cuzula, “a ochenta leguas de la gran ciudad de Temixtitan”; de Tamazulapa, de Malinaltepeque, de Tenis, “gente diferente de la lengua de Culúa” cuyo señor era Coatelicamat; y Tuchitebeque, cerca de Malinaltepeque, hacia el mar. Añade Cortés que envió a grupos de españoles, junto con indígenas, a explorar aquellos lugares oaxaqueños [pp. 6465]. Bernal Díaz menciona, como las minas de oro señaladas por Motecuhzoma, a Zacatula (en la desembocadura del río Balsas, entre Michoacán y Guerrero), y coincide en Tustepeque y en las provincias de chinantecas y zapotecas, en Oaxaca. Refiere, además, que a Zacatula envió Cortés a Gonzalo de Umbría —al que el conquistador había hecho cortar los dedos de un pie por un intento de rebelión— junto con otros dos soldados mineros; y por el lado del Golfo de México mandó a un capitán Pizarro, que se decía su pariente, con cuatro soldados mineros.50 Los pueblos del México antiguo explotaron cobre, oro, plata, estaño y plomo. El oro lo extraían por medio de lavados de arenas de ciertos ríos, con el auxilio de bateas, o bien en socavones, con pozos y galerías subterráneos para seguir vetas.51 Según la legislación española, las minas y las salinas pertenecían a la Corona, aunque los particulares podían explotarlas mediante licencias y pago de impuestos. En la merced real de 23 000 vasallos que Cortés recibió en 1529, quedaron reservadas a dicha soberanía “las minas o encerramientos de oro e plata e otros cualesquier metales e salinas que hubieren en las dichas tierras”. Cortés podía explotarlas, pero pagando el impuesto que, a partir de 1522, fue aumentando: décima parte los primeros dos años; el tercero, la novena; el cuarto, la octava, hasta llegar al quinto.52 En las islas antillanas, el trabajo de las minas lo realizaban indios encomendados y esclavos, lo cual fue una de las causas del despoblamiento. Para evitar este daño, Cortés adoptó otra costumbre, como lo decía al rey en su Carta reservada del 15 de octubre de 1524: yo no permito que saquen oro con ellos [los indios], aunque muchas veces se me ha requerido, y aun por algunos de los oficiales de Vuestra Majestad, porque conozco el gran daño que dello vendría, y que muy presto se consumirían e acabarían
y reservó este duro trabajo, sobre todo el de los socavones, a los esclavos. Tal norma se mantuvo hasta 1535. A los indios de las encomiendas cercanas se daba el encargo de proveer a los trabajadores de las minas de alojamiento, comida y vestido. La legislación respecto a los esclavos indios tuvo muchos cambios durante la primera mitad del siglo XVI, como lo ha precisado Silvio Zavala.53 Estos esclavos indios eran los vencidos en “guerra justa” y los ya esclavizados por los propios indios y adquiridos o rescatados por los españoles. Las Leyes nuevas de 1542 decretaron su libertad, aunque subsistió la esclavitud de los negros. Con los numerosos esclavos —al menos 1 035 según las cuentas que siguen— y el apoyo para su manutención de que disponía, Cortés organizó explotaciones mineras de oro y plata en pueblos que se adjudicó en encomienda, algunos de los cuales se incluyeron en la merced de 1529. En términos generales, los resultados económicos de sus minas fueron mediocres, pues le tocó la transición entre el agotamiento del oro y la iniciación de las minas de plata. Entre los pueblos que se asignó Cortés en encomienda estaban Huichichila-Tzintzuntzan y Tamazula. La antigua cabecera de Michoacán proveía de bastimentos a las seis cuadrillas de esclavos que el conquistador tenía en las minas de oro de Tamazula, los que le producían 6 000 castellanos de oro de minas. Algunos de estos esclavos, “diestros en sacar el oro”, se dispersaron al despojar a Cortés de estos pueblos, en 1528, los oidores Matienzo y Delgadillo.54 En este caso, se los quitaron en cumplimiento de la Instrucciόn secreta del rey, del 5 de abril de 1528,55 que señalaba “los pueblos que deben asignarse a la Corona”, entre ellos, los dos mencionados. En el pleito de Cortés contra Matienzo y Delgadillo por los pueblos de Tuxpan, Amula, Zapotlán y Tamazula, al sur de la provincia de Ávalos, en 1531, pleito que fue llevado al mismo tiempo que el que promovió para recuperar Huichichila, algunos de los testigos presentados por la parte de Cortés informaron que, en las minas de Tamazula, Cortés tenía siete y no seis cuadrillas de esclavos —de 80 a 100 cada una—; y que los bastimentos y ropas que proporcionaban los indios de Tamazula proveían también a quienes trabajaban en las minas de Aquila, en la provincia de Motines; a los de Zacatula, a los de Pinal o Pinos, que producían plata y oro, y a los de Miaguatlan, en Colima, de oro.56 Acerca de las minas, al parecer de oro y de plata, de Tamazula, existen otros informes curiosos. Fray Antonio de Ciudad Real, en el relato que escribió del viaje por la Nueva España, de 1584 a 1589, del comisario franciscano fray Alonso Ponce, cuenta que en Tamazula: está la mina afamada de Morcillo, que fue un español de este nombre que la descubrió, de la cual, según se dice, se sacaba tanta plata que cuando el Morcillo la fue a registrar, la tomó la justicia para el rey, y que permitió Dios que, por esta codicia, nunca más la pudieron hallar.
Fray Juan de Torquemada repite y amplía la historia y precisa que la mina se descubrió en 1525.57 No encuentro rastro de este Morcillo minero, y tampoco es posible precisar si esta mina rica de Morcillo fue la misma que tuvo Cortés en Tamazula hasta 1528. En Tasco y Cultepeque Cortés tuvo minas entre 1537 y 1543. Por lo menos tenía allí 100
esclavos indios, hombres y mujeres,58 aparte de los negros. Dirigían la explotación los mineros Diego de Quesada y Juanel Aguirre, quienes ganaban 90 y 60 pesos de oro de minas por año, respectivamente. Cortés no tenía pueblo cercano en encomienda, y por ello era difícil adquirir y transportar los alimentos, que llevaban tamemes alquilados en los poblados vecinos. Para la conducción y tracción de los metales se empleaban caballos, machos y mulas, y existía algún equipo mecánico: hachas, fuelles, barras y calzos de hierro. La producción iba en descenso, pues no pasaba de un marco de plata por quintal. “Cuando los socavones andaban muy hondos proponían el cambio a otros más convenientes”, dice Silvio Zavala. Pero en tanto que bajaba la producción de las minas del marqués, otras estaban en su apogeo, y en febrero de 1539 la mina de Serrano era “la flor de todo Tlaxco al presente”. En este año de 1539 Cortés fue a visitar sus minas para procurar aumentar el rendimiento de ellas, a fin de tener recursos para su próximo viaje a España. En 1541, a pesar de estos intentos, la producción fue de cuatro planchas de plata con un peso total de 142 marcos, cinco onzas y un real, apenas cerca de 33 kilos: muy baja en verdad.59 Las minas de oro que Cortés tuvo en Tehuantepec se explotaban desde antes de 1534, aunque la documentación disponible se refiere al periodo 1540-1547, cuando el marqués se encontraba en España. Hacia 1543 tenía en Tehuantepec un total de 395 esclavos, distribuidos en cuadrillas, que le buscaban oro “en el río de Nuestra Señora de la Merced y en las minas de Nuestra Señora de los Remedios… y de Macuiltepec”. Cada cuadrilla estaba a cargo de un minero español, que recibía un vigésimo de la producción o un salario, y de un capataz indio o tecuitlato. Un mayordomo cuidaba el conjunto de la empresa. El mantenimiento de los esclavos y de los otros trabajadores de las minas lo proveían los indios de Tehuantepec, quienes lo llevaban periódicamente, a tres jornadas de la mina. La producción de estas minas alcanzó su cifra más alta en 1541 (4 458 pesos de oro), y tuvo una brusca caída en 1545 (2 384 pesos) a causa de la epidemia de cocoliztle. Los esclavos supervivientes fueron llevados de allí, en 1547, a las minas de plata que Cortés tenía en Tasco, Zumpango y Sultepec. Y en 1548 las minas de Tehuantepec se abandonaron. El rendimiento de esta explotación era muy bajo y antieconómico. En 1543 cada esclavo — cuyo precio era de 50 pesos de oro en 1536— dejaba un producto anual neto de 10 pesos de oro. En 1545 los mineros de Cortés en Tehuantepec comenzaron a ensayar el uso del azogue para beneficiar el oro. Diez años antes de la famosa innovación de la amalgamación de la plata, realizada por Bartolomé de Medina.60 Meses después de volver de su expedición a Baja California, Cortés hizo una serie de transacciones comerciales, conservadas en el Archivo de Notarías, para adquirir las minas de plata de Sultepec y Amatepec, al sur de Toluca. A Melchor Vázquez le compró, el 20 de noviembre de 1536, por 12 000 pesos que pagaría a plazos, la cuarta parte de la Mina Rica de Sultepec, con 20 esclavos indios, hombres y mujeres, y sus bateas y herramientas. El mismo día compró a Francisco de Hoyos en 10 000 pesos, a plazos igualmente, otra cuarta parte de la Mina Rica de la Albarrada, con 50 esclavos indios y sus herramientas. También el 20 de noviembre encargó la administración de dichas minas a Melchor Vázquez, el antiguo propietario de la primera cuarta parte. Y el día 24 siguiente firmó un contrato de compañía con
Juan Alonso de Sosa, tesorero del rey en Nueva España, poniendo dicho tesorero la mitad de las minas que tenía en Sultepec y 100 esclavos indios y seis negros, y el marqués la otra mitad de las minas, 40 esclavos indios, otros 20 de los que tenía en las minas de Tasco, otros 40 que pertenecían a Hoyos y a Vázquez, seis esclavos negros y 80 indios de servicio.61 Todos salían ganando, y Cortés, poniendo los esclavos que ya tenía y comprometiéndose a deudas que esperaba pagar con los productos, se hacía de la mitad de las minas ricas, bien administradas y asociado con un oficial de la Corona para protegerse. No se conocen los resultados de esta empresa. Lucas Alamán hizo un buen resumen de las actividades mineras de Cortés en el que convienen dos precisiones. Dice que el marqués tenía minas en Zacatecas: “la Quebrada (acaso Quebradilla)”, lo cual debió ser en tiempos del segundo marqués del Valle, pues las primeras minas de Zacatecas las descubrió Juan de Tolosa en 1546 y se explotaron a partir de 1548. Y más adelante afirma que “Cortés hizo uso de bombas [para desaguarlas] en sus minas de Tasco”, lo cual es posible, aunque estas bombas, que pudieron ser semejantes a las que se empleaban en las naves, no se encuentran documentadas en las listas de herramientas de dichas minas.62
COMERCIO CON EL PERÚ La única mención que hizo Hernán Cortés de su propósito de comerciar con el Perú aparece en la carta que escribió al Consejo de Indias, desde Salagua-Manzanillo, el 8 de febrero de 1535, cuando preparaba su salida en la tercera expedición al Mar del Sur que iría bajo su mando. Entonces escribió: Estando descuidado de tornar tan aína a seguir este descubrimiento, por la mala dicha que en las dos armadas pasadas había habido, de que ya he hecho relación, y por haberme dejado muy gastado y aun cansado, había acordado de tornarme mercader y con un navío que me había quedado, y otro que hacía, enviar caballos y otras cosas al Perú para pagar las debdas que tenía, y para allegar algo para tornar a seguir mi propósito y descubrimiento.63
Al propagarse en las Indias las noticias de la fabulosa riqueza de oro del Perú, muchos de los conquistadores y pobladores, que habían perdido esperanzas de enriquecerse en las Antillas, en Nueva España y en tierras de Centroamérica, comenzaron a emigrar a aquellas nuevas y lejanas tierras. En Nueva España, desde 1532 —como lo ha señalado Woodrow Borah— la emigración comenzó a preocupar al cabildo de la ciudad de México, y el 26 de junio de 1534 los regidores dirigieron una comunicación a la Audiencia, pidiéndole que tomara medidas para evitar el despoblamiento de la tierra, pues la ciudad de México contaba con la mitad de la población que había tenido, y en muchas otras ciudades los españoles disminuían gravemente o faltaban del todo, y en grupos de 10, 20 o 30 se volvían a España o se iban al Perú.64 En Guatemala ocurría otro tanto y allí encabezó la huida el propio adelantado y gobernador Pedro de Alvarado, quien, deseoso de conquistar más tierras y riquezas, organizó una armada con 500 soldados, 227 caballos y 12 naves. Alvarado invitó a Hernán Cortés, su antiguo jefe y
amigo, para que se asociara con él en esta expedición, lo que éste no aceptó. Los oficiales reales trataron de impedirle que despoblase la tierra. Sin oírlos, Alvarado partió, y después de vencer contratiempos, llegó al Perú a fines de 1533 con intención de conquistar el reino de Quito. Como otros ya estaban en ello, Alvarado se entendió con Diego de Almagro y con Francisco Pizarro y les traspasó sus naves, soldados y bastimentos.65 Durante el viaje de Hernando Pizarro a España, en enero de 1534 —en que entregó a Carlos V 100 000 castellanos de oro y 5 000 marcos de plata, mucho más de lo que Cortés había enviado— , recibió, según Herrera, copia de una cédula para que, “saliendo a descubrir el marqués del Valle, no entrase en cosa tocante a la gobernación de don Francisco Pizarro, como lo hizo Alvarado”.66 No quedan rastros de esta cédula ni indicios de que Cortés haya pensado en ello. Cuando Cortés regresó de su expedición a Baja California, en abril de 1536 —como ya se narró— , el virrey Mendoza le hizo llegar copia de la carta que Pizarro dirigió a Pedro de Alvarado pidiéndole auxilio, pues lo tenían cercado los indios en Lima. Cortés, a quien también había escrito Pizarro,67 le envió generosamente ayuda y obsequios en dos navíos al mando de Hernando de Grijalva. Borah sospecha que Cortés disimulaba en planes comerciales sus verdaderos propósitos de explorar el Pacífico sur. Me parece que el segundo propósito era más bien circunstancial. La intención principal de Cortés era comerciar con el Perú, con la esperanza de que sus negocios le pagaran sus expediciones al Pacífico norte, que era su obsesión. La prueba en que el distinguido historiador apoya sus dudas es un contrato con Juan Domingo de Espinosa, firmado en Acapulco el 17 de abril de 1536, para que éste se traslade al Perú, en calidad de agente comercial, debiendo permanecer allá por lo menos un año, con un salario de 100 pesos de oro fino. Aunque el contrato sea anterior a la recepción de la carta de Pizarro, ello sólo prueba que, en la primavera de 1536, Cortés seguía teniendo los mismos planes que ya había manifestado a principios del año anterior. Pero al mismo tiempo que auxiliar a Pizarro y abrir una ruta de México al Perú por el Pacífico, Cortés parece haber dado instrucciones a Grijalva para que, al regreso, “explorara el Pacífico hacia el poniente, a lo largo de las latitudes del Perú, para buscar unas islas que se decía eran muy ricas en oro”, dice Borah. Siguiendo las historias portuguesas de la época, que consideraban este viaje como una intromisión a su zona, mientras la segunda de las dos naves volvió directamente a Acapulco, la otra, al mando del capitán Grijalva, se internó en el Pacífico, quizá hasta una latitud de 29° sur. Los vientos dominantes le impidieron volver, y sin alimentos, los marineros amotinados asesinaron al capitán. Diez meses más tarde, aquéllos, muertos de hambre, llegaron a las Molucas, fueron vendidos como esclavos y los rescató el capitán portugués que se encontraba en Ternate. Así pereció el capitán Hernando de Grijalva y se perdieron los regalos que enviaba Pizarro a Cortés.68 A pesar de los infortunios, gracias a la nave que volvió de este viaje, Cortés conocía una ruta marítima entre México y el Perú, más corta y directa que la del transbordo y cruce por el istmo de Panamá, y decidió ponerla a trabajar. Desde años atrás, tenía en Tehuantepec el astillero llamado del Carbón,69 donde había
construido la mayor parte de las naves que envió a sus expediciones. A partir de 1537 comenzó a preferir, como lugar de apoyo, Huatulco, cerca del actual Puerto Ángel, Oaxaca, excelente puerto natural, bien protegido de los vientos. Y desde allí partieron, después de marzo de 1537, aproximadamente dos naves por año que enviaba al Callao, el puerto cercano a Lima, con escala en Panamá. Cortés estableció en Panamá y en Lima agentes comerciales permanentes para su empresa comercial marítima. Sin embargo, en los primeros años las pérdidas fueron considerables, sobre todo por la descomposición de los alimentos —harina, bizcocho, azúcar, tocino, quesos — que enviaba a Panamá. También transportaba pasajeros, caballos y mulas, y en el viaje de regreso traía pasajeros y, alguna vez, plata peruana. Las guerras civiles del Perú fueron otro obstáculo. Los vientos inciertos y las prolongadas calmas hacían largos los viajes. El de Huatulco al Callao podía durar de dos a ocho meses, y el de vuelta lograba ser más breve, de cuatro a seis semanas. El largo periodo de ajustes, ensayos y pérdidas le tocó a Cortés durante sus últimos años de vida. Después, los sucesores del marquesado lograron reorganizar con éxito la empresa naviera, pues aquella comunicación directa era una necesidad comercial para los dos virreinatos y facilitaba también el transporte de pasajeros. Dos virreyes mexicanos que pasaron a Lima, Antonio de Mendoza en 1551 y Martín Enríquez de Almansa en 1581, viajaron por esta ruta a su nuevo destino. El primero salió del puerto de Huatulco y el último requirió dos barcos para transportar su séquito, de Acapulco.70 Juan Zamudio, uno de los mayordomos de Cortés, le escribió de Panamá en 1539: “No nació su señoría para mercader”.71
VIDA RÚSTICA Y OPINIONES POLÍTICAS Desde su regreso de la expedición a Baja California en 1536 hasta 1538, Cortés pasó unos años relativamente tranquilos. Tenía buenas relaciones con el virrey Mendoza y con la Audiencia, aunque a veces murmurara contra ésta por la dilación en la cuenta de sus vasallos; cuidaba su hacienda, sus minas, sus cultivos, sus ganados y sus industrias; periódicamente iba a Tehuantepec para proseguir la construcción de sus navíos, y a Huatulco, para ocuparse de las naves que comerciaban con el Perú; y como no encontraba suficientes pilotos, sus expediciones al Mar del Sur estaban por el momento aplazadas. En la carta que escribe al Consejo de Indias desde la ciudad de México el 20 de septiembre de 1538, describe con pintoresca exageración su pacífica vida en Cuernavaca y los planes que comenzaba a alentar para viajar de nuevo a España. Yo tengo harto que hacer en mantenerme en una aldea donde tengo mi mujer, sin osar residir en esta cibdad [de México] ni venir a ella por no tener qué comer en ella; y si alguna vez vengo porque no puedo excusarlo, si estoy en ella un mes, tengo necesidad de ayunar un año; y por estas causas y por miedo de franceses, (que si dellos tuviera seguridad de que no me tomaran más que los dineros, poco estorbo me hicieran), he dejado por agora de hacer esta jornada… porque estoy ya más para dar cuenta de lo pasado que para hacerme nuevos cargos.
Cuernavaca debió ser entonces ciertamente una aldea, aunque la más placentera. Lo de sus estrecheces es una desproporción. A pesar de que no hubiese recibido el dominio de todas las mercedes que el emperador le concedió, lo que tenía era mucho72 y le hubiese permitido vivir con holgura si no tuviese sobre sí los gastos de procuradores en México y en España, un enjambre de pleitos, empresas que no le producían, criados en todas partes, el astillero con su planta de carpinteros, herreros y operarios, y expediciones muy costosas. Pero Cortés disfrutaba poco el bienestar de Cuernavaca porque viajaba constantemente para inspeccionar la construcción de sus naves y en las dispersas regiones de sus dominios, atender sus cultivos, ganados, industrias y minas, lo que requería largos viajes a caballo, o se iba de cacería en los alrededores de Cuernavaca. Doña Juana quedaba siempre en casa, apenas debió conocer la ciudad de México y casi nada del país. No puede saberse dónde se alojaba Cortés cuando venía a la ciudad de México. En esta última década que pasó en Nueva España, las Casas Viejas, de la calle del Empedradillo, estaban ocupadas por la Audiencia y allí mismo vivía y despachaba el virrey Mendoza. Las Casas Nuevas (Palacio Nacional) estaban aún en construcción, que avanzaba con lentitud. Probablemente se alojaba en casa de alguno de sus amigos, conquistadores o pobladores, que estuviesen mejor instalados, pero no hay constancia de ello. El relativo sosiego de estos años le permitió dar respuestas meditadas al rey y al Consejo de Indias, que le pidieron sus opiniones respecto a cuestiones de política social y fiscales. En su memorial al rey sobre política de población, de 1537, recapituló ideas que había expresado en ocasiones anteriores. Su postulado principal es éste: “para que los naturales obedezcan los reales mandamientos de Vuestra Majestad y sirvan en lo que se les mandase, es necesario que haya en la tierra copia de españoles, y de tal manera que vivan y estén arraigados en ella”. Para lograrlo —aunque aquí no desarrolla su idea— , él cree que no es útil a la Corona que más o el mayor número de pueblos “estén en su cabeza”; en cambio, se inclina por el mayor reparto a particulares: frente al estatismo, es partidario de fomentar la iniciativa privada. “No hay cosa que más los arraigue [a los españoles] que tener indios”, dice, pues “teniéndolos tienen granjerías, ques parte principal para poblarse las tierras nuevas, y arraigar los pobladores”, lo cual origina un crecimiento de las rentas reales. Deben reglamentarse las nuevas conquistas, opina, y evitar que se repitan los errores hechos en las islas, que se despoblaron de sus naturales. Respecto a los esclavos, aunque muestra algún atisbo humanitario, cae en el pragmatismo. Comienza por afirmar que en las tierras conquistadas “no se hagan por ninguna vía”, aunque luego acepta la salvedad de los casos de evidente rebelión o de guerra justa. Y en cuanto a los que ya existen en Nueva España, a pesar de que comienza por decir que “tengo muchos de ellos por no bien hechos”, lo vence pronto la conveniencia, pues como la mayoría de los españoles han pagado por ellos, y son pocos, acaba por sugerir que se dejen las cosas sin mudanza, ordenando a sus poseedores que los adoctrinen. Los hijos de los esclavos creen que no deben serlo.73 En la carta que dirigió al Consejo de Indias el 20 de septiembre de 1538, después de insistir en reclamaciones personales, hace una exposición de gran interés acerca de los sistemas indígenas de distribución del trabajo y de tributos, que muestra el cuidado con que
los estudió para poder continuarlos, adaptándolos a los usos y conveniencias españoles. El orden general que se seguía en el México antiguo, en cuanto a posesión de la tierra — dice Cortés, y agrega que envía una “figura” explicativa, que debió ser una especie de organigrama, lamentablemente perdido—, es que estaba repartida a vecinos que tenían sus labranzas y heredades, por las cuales daban un tributo al señor, reparto que heredaban los descendientes de los poseedores. El tequitlato o jurado estaba encargado de la administración de las tierras; él cobraba a los vecinos el tributo; en casos de ausencia o falta de herederos, lo informaba al señor para que las asignara a otro; entretanto, los demás vecinos tomaban a su cargo aquellas tierras vacuas para que siguieran pagando su parte del tributo y para otros gastos comunes. Los vecinos que tenían heredades, para beneficiarlas y cultivarlas alquilaban gente a la que señalaban un pedazo de tierra donde podían hacer sus casas y cultivar lo que querían, a cambio de dar al patrón-vecino bienes o servicios con los que ayudaban a su casa y al pago de los tributos. Además de los tributos regulares, los vecinos tenían la obligación de sostener a quienes desempeñaban ciertos oficios de utilidad pública, a quienes no producían con la tierra, sino que tenían aptitudes para realizar servicios comunitarios especiales: oficiales mecánicos, cazadores, pescadores y maestros de hacer rosas, que son como los ramilletes de Barcelona, y de muchas más diferencias; otros que inventan cantares y que los muestran a cantar, y dan los sones y los muestran a bailar; otros que hacen farsas; otros que juegan de manos; otros que hacen títeres y otros juegos, e estos tiene cada barrio o parroquia obligación de tener tantos para las obras y para las fiestas que el señor quisiere hacer.74
En lugar de proscribir a los hábiles para ciertos oficios, y a artistas, poetas, músicos, danzantes, farsantes y titiriteros, u obligarlos a trabajar en lo que no sabían hacer, esta sociedad sabia acogía a todos estos raros y apreciaba su habilidad, su imaginación y sus creaciones. Y llama la atención la supervivencia de estos inventores de cantares y danzas (cuicapicque) y de otros oficios artísticos, algo más de tres lustros después de la conquista, tal como los describen fray Diego Durán y fray Toribio Motolinía;75 y sorprende la sensibilidad que muestra Cortés al señalar estos usos del México antiguo.
AMISTAD CON EL VIRREY MENDOZA E INTERMEDIO POR LAS PACES DE AGUAS MUERTAS Cuando llegó a la ciudad de México, a mediados de noviembre de 1535, el primer virrey de Nueva España, don Antonio de Mendoza, una de las cédulas reales que lo esperaban — despachada desde el 17 de abril anterior— lo instruía para limitar los poderes de Hernán Cortés, y respecto al cargo que entonces tenía de capitán general, le daba facultades para sustituirlo en estas funciones cuando lo considerara conveniente.76 A pesar de estas órdenes, el virrey mostró tacto político y paciencia, y logró tener relaciones satisfactorias con el apremiante Cortés, hasta 1539. En principio, Mendoza tuvo un
buen gesto al acceder a los ruegos de doña Juana de Zúñiga para que se apresurara el regreso de Cortés de su expedición a Baja California. Y en cuanto se enteró del problema de la cuenta de los 23 000 vasallos del marqués, se empeñó en tratar de encontrarle solución. En febrero de 1538, el virrey, de su puño, le escribió una curiosa carta amistosa e informal en la que, además de tratar de cosas menudas, se refiere a una isla imaginaria que los pilotos de Cortés buscaban por el Pacífico y que fray Marcos de Niza, que había ido al Perú, negaba que existiera.77 Virrey y marqués estaban, pues, en muy cordiales términos, veíanse a menudo y, para evitar fricciones o confusiones, habían convenido en el protocolo y trato que se darían entre ellos, como lo refiere Juan Suárez de Peralta: Andaba la tierra muy metida en fiestas, y los dos señores, marqués y virrey, muy conformes y amigos; los cuales determinaron entre ellos de que, para conservarse en amistad, se ordenase y concertase la manera del trato que habían de tener el uno con el otro… Que se llamasen el uno al otro señoría; que cuando el virrey comiese en casa del marqués, le diesen la cabecera de la mesa, y ambos se sirviesen con salva y maestresalas, y cuando el marqués comiese en casa del virrey, no hubiese silla a la cabecera de la mesa sino a los lados, y éstos tomasen los dos, y el virrey a la mano derecha; cuando fuesen juntos, ni más ni menos, se la diese al virrey, y cuando oyesen misa juntos en la iglesia, se pusiese en medio de la capilla el sitial del virrey, y a la mano izquierda una silla, un poquito trasera, junto al sitial y silla del virrey, con un cojín en que se hincase de rodillas. De esto quedaron muy conformes y prometieron guardarlo así.78
Esta amistad, que pronto se tornará acritud, tuvo una única y sonada oportunidad para exhibirse y para que el virrey y el marqués del Valle lucieran sus riquezas. El 14 de julio de 1538 se habían reunido en el puerto de Aguas Muertas (Aigues-Mortes), en Francia, el emperador Carlos V y el rey de Francia, Francisco I, antiguos y futuros contendientes, y se reconciliaron. Las noticias de estas paces debieron llegar a México por el mes de septiembre y, para celebrarlas, el virrey Mendoza, la Audiencia y el marqués del Valle, a su vez y temporalmente amistados, decidieron organizar festejos públicos. Fueron acaso las primeras fiestas civiles en grande y a la manera entre española e indígena que se daban en la Nueva España. Bernal Díaz del Castillo las rememora con esa mezcla de precisión, prolijidad y chismorreo que lo hace un cronista insustituible. Cuenta que hubo cenas, torneos, juegos de cañas, corridas de toros —de las que es lástima que no dé detalles— y otros muchos juegos con disfraces que organizó Luis de León, un caballero romano. El primer día de los festejos, la plaza mayor amaneció convertida en bosque con variedad de árboles, unos frescos y otros viejos, con musgos y enredaderas. Y en el bosque había venados, conejos, liebres, zorros, adives, animales chicos de la tierra, y en sus jaulas, dispuestos para la cacería, dos leoncillos y cuatro tigres, y sobre los árboles toda la diversidad de aves que se crían en la tierra. En otras arboledas espesas había salvajes con garrotes retorcidos y arcos y flechas. Las fieras fueron soltadas, y después de la cacería los salvajes pelearon entre sí y volvieron a su arboleda. Aparecieron luego negros y negras a caballo, vestidos fantasiosamente y enmascarados, que lucharon contra los salvajes. A esta pantomima, de sabor e invención tan indígena y con alguna semejanza con “la fiesta cada ocho años”, atamalcualiztli, que describen los Memoriales de fray Bernardino de Sahagún, sucedió al día siguiente el simulacro de una batalla por mar y tierra. La plaza mayor se convirtió en el puerto de la isla de Rodas, con sus torres, almenas y calzadas en torno a la
pequeña rada. Había jinetes, arcabuceros, navíos, artillería, trompetería, y el “marqués Cortés”, como lo llama ahora Bernal Díaz, era el gran maestre de Rodas. Desde los balcones que daban a la plaza, las mujeres de los conquistadores y otras señoras presenciaban el espectáculo, ricamente ataviadas, y se hacían servir sabrosas colaciones. ¿Estaría doña Juana de Zúñiga entre ellas? El marqués y el virrey ofrecieron en sus palacios suntuosas cenas, que presidían ambos en el extremo de largas mesas. Bernal Díaz casi nada dice de la cena del primero —o lo revuelve —, y en cambio hace una pasmada descripción del adorno del banquete del virrey y una interminable enumeración de las ensaladas, asados, guisados, cocidos, empanadas, vinos, pulque, chocolate, frutas y dulces que se sirvieron,79 con músicos, “truhanes y decidores que decían en loor de Cortés y del virrey cosas muy de reír”. El cronista tachó en su manuscrito que hubo también borrachos que dijeron “lo suyo y lo ajeno” y tuvieron que ser sacados. Para los mozos, mulatos e indios, en los patios de palacio hubo “novillos asados enteros llenos de dentro de pollos y gallinas y codornices y palomas y tocino”. Y añade el chismorreo habitual: en la cena del virrey no faltó una sola pieza de plata, pues cada una tenía un indio de guarda, mientras que “en la del marqués faltaron más de cien marcos de plata”. Al día siguiente hubo toros y juegos de cañas, y al marqués, que quería seguir siendo joven, “le dieron un cañazo en un empeine del pie, de que estuvo mal y cojeaba”. Y al otro día hubo carreras de caballos, de la plaza de Tlatelolco a la mayor, y carreras de mujeres, y por la noche disfraces. Así se celebraron, a la mexicana, las paces de Aguas Muertas.80
CUARTA Y ÚLTIMA EXPEDICIÓN AL MAR DEL SUR: FRANCISCO DE ULLOA La cuarta y última expedición que organiza Cortés al Mar del Sur evita los errores de las dos primeras, con capitanes inexpertos e imprudentes, y ya no se propone, como la tercera, transportar a tierra inhóspita un gran contingente para colonizar. La nueva expedición tiene el propósito principal de bojar completa la península de Baja California y de buscar a Diego Hurtado de Mendoza, desaparecido desde 1532. Esta expedición lleva tres navíos, Santa Águeda, Santo Tomás y Trinidad, este último probablemente nuevo, y su capitán es Francisco de Ulloa, marino muy competente, que cumple con precisión su cometido y escribe una puntual relación de su viaje. Lo acompañan cuatro franciscanos, fray Fernando, fray Antonio de Mena, fray Pedro de Arache y fray Raimundo Amielibus o Amilius. El veedor es el antiguo conquistador Francisco de Terrazas, el piloto de la Santa Águeda es un Castellón —nombre que pudiera ser una mala escritura de Castillo, Domingo del Castillo, el que trazó el mapa de la península en 1541— y el escribano Pedro de Palencia. Salieron las tres naves del puerto de Acapulco el 8 de julio de 1539. En el puerto de Santiago de Buena Esperanza, en Colima, se detuvieron casi un mes reparando la Santa Águeda, que se había dañado, y esperando los bastimentos que allí se les darían. Reanudado el viaje, la Santo Tomás hacía mucha agua a causa de una borrasca. En la relación del capitán Ulloa no está claro si los de esta nave naufragaron o lograron llegar a algún puerto. El 29 de
agosto los otros dos navíos llegaron a la bahía de Santa Cruz, donde pasaron varios días, y encontraron quemado y arrasado el real que Cortés había construido. De allí cruzaron el golfo para iniciar el reconocimiento, primero, por las costas de Sinaloa y Sonora. El 12 de septiembre llegaron a los ríos de San Pedro y San Pablo, que pudiera ser el río Fuerte, cerca de Los Mochis. A los 29° 3/4 encontraron un puerto notable por su amplitud y profundidad, que llamaron el Puerto de los Puertos —¿bahía Kino?,— del que tomaron posesión. La tierra era mala, sin arboledas y entre altas sierras. Pasaron luego el canal entre la costa y una gran isla despoblada, que puede ser la de Tiburón, y desde un poco más adelante, hallaron “la mar toda bermeja”, y comenzaron a llamarlo mar Bermejo. En una bahía cercana encontraron miles de lobos marinos y a fines de septiembre alcanzaron el fondo del golfo y las bocas del río Colorado, al que llamaron ancón de San Andrés. Tomaron posesión del lugar y observó Ulloa que en las 104 leguas que hay del Puerto de los Puertos al ancón de San Andrés no vieron “ninguna persona, ni señal de ella, ni creo que tal tierra pueda estar poblada”. Cuando iniciaron la vuelta hacia el sur, ahora por la costa oriental de la península, llegaron a otra bahía con miles de lobos marinos, a 31° y medio. El 3 de octubre la nao Trinidad se les apartó, la encontraron y siguieron su camino. De cuando en cuando vieron pequeños grupos de indígenas desnudos, excelentes nadadores, que pescaban con anzuelos de huesos de tortuga y guardaban su agua para beber en buches de pescado. La “lengua” que llevaban de Santa Cruz no pudo entenderse con ellos. El 19 de octubre entraron de nuevo en la bahía de Santa Cruz-La Paz, después de haber recorrido ambas costas del golfo. Permanecieron allí 10 días, tomaron agua y leña y continuaron su viaje. Una noche tempestuosa con truenos y relámpago, refiere el capitán Ulloa que vieron un fuego de San Telmo, “una cosa reluciente en lo más alto del mástel de la galera”. El tiempo abonanzó, salió la luna y el martes 4 de noviembre llegaron a la punta, hoy cabo San Lucas, e iniciaron la navegación para recorrer ahora la costa externa de la península. La navegación se tornó difícil, con tormentas, y a menudo la fuerza de los vientos separaba las naos, que debían esperarse. El 1° de diciembre, cuando estaban proveyéndose de agua, los asaltó un número considerable de indígenas a los que lograron dominar, aunque con algunos de los españoles heridos. Comenzaron los grandes fríos y el 4 de diciembre siguieron el viaje y tomaron posesión de la bahía y laguna de Santa Catalina. Cerca de la punta de la Trinidad, hacia el 15 de diciembre, encontraron otros indígenas, estos pacíficos, con los que hicieron trueques, unos y otros con muchas precauciones. Cuenta Ulloa que eran indios muy pobres, que sólo tenían pieles de lobos marinos para protegerse del frío, buches de lobos para guardar agua, cordeles para atarse los cabellos y anzuelos de espinas. En otro encuentro con indios, el 21 de enero de 1540, éstos trataron de atacarlos con pobres arcos y los españoles les soltaron los perros bravos que llevaban y los espantaron. En esta aldea de indios hallaron a la entrada de una cueva a un viejo todo blanco y seco, y a fray Raimundo “le pareció bien baptizarlo, y ansí lo hizo”. Cuando acababan de descubrir, hacia el 20 de enero, entre los 29° y los 30°, tres islas que llamaron de San Esteban, y la isla de Cedros, muy fértiles y con conejos y venados, en contraste con la estéril y seca costa, el prudente capitán Ulloa hizo cálculos de los bastimentos que tenían, y al ver que no eran suficientes para que las dos naves continuaran la exploración,
decidió seguirla con la nave Trinidad y despachar de vuelta la Santa Águeda con la relación de su viaje, que firmó el 5 de abril de 1540. Junto con su relación envió autos de posesión de los lugares más importantes que había tocado: del río de San Pedro y San Pablo, el 10 de septiembre de 1539; del Puerto de los Puertos, el 18 de septiembre; del ancón de San Andrés y el mar Bermejo, el 28 de septiembre; de la bahía de San Marcos, al sudeste del ancón, el 6 de octubre; del río del Carrizal, el 15 de octubre; de la bahía de Santa Catalina, el 1° de diciembre; y de la isla de Cedros, el 20 de enero de 1540.81 En la exposición de este viaje que hizo López de Gómara, recogiendo informaciones de Cortés, añadió dos datos que no aparecen en la relación de Ulloa: que los marinos hallaron en las costas del golfo “rastros de carneros, digo cuernos grandes, pesados y muy retuertos”. Y agregó: “Andan muchas ballenas por este mar”.82 Probablemente con los que volvieron en la Santa Águeda, Ulloa envió también el notable mapa que trazó el piloto Domingo del Castillo en 1541, y que dio a conocer en 1770 el arzobispo Francisco Antonio de Lorenzana en su Historia de Nueva España, primera edición mexicana de tres de las Cartas de relación de Cortés. Este mapa, que registra con precisión cada uno de los puertos y ríos y el perfil de la costa, y que es el primero en que la Baja California ya no es isla, sino península, se interrumpe precisamente antes de la isla de Cedros.
Derrotero de la expedición de Francisco de Ulloa, 1539. De Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Madrid, 1985.
Como lo denunciará Cortés, ya desde Madrid, el 25 de junio de 1540, el virrey Mendoza había enviado gente a los puertos del Mar del Sur para que detuvieran los navíos de la armada de Ulloa que pudieran llegar. Cuando apareció el Santa Águeda en el puerto de Santiago, en Colima, y envió a tierra a un marinero para que llevase las noticias al marqués, lo apresaron y atormentaron, aunque nada consiguieron que dijera. El Santa Águeda siguió su viaje en busca de puerto seguro, lo asaltó un temporal, y sin anclas llegó a Huatulco, donde prendieron al piloto y a los marineros. El virrey había abierto hostilidades contra Cortés, y ordenó que se tomara el astillero de Tehuantepec con todos los navíos y aparejos que allí había.83
Detalle en que aparece California en el mapamundi de Sebastián Caboto (1544). Debajo de los dos indígenas se lee: “Esta tierra fue descubierta por el marqués del Valle de Guaxaca, don Hernando Cortés”. De Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Madrid, 1985.
En cuanto al otro navío, Trinidad, con el capitán Ulloa, según López de Gómara continuó su exploración hacia el norte, descubrió una punta que llamó cabo del Engaño o cabo Bajo, a la misma latitud que el ancón de San Andrés, y de allí volvió a la Nueva España por hallar vientos contrarios y acabárseles los bastimentos.84 Del capitán Francisco de Ulloa refiere Bernal Díaz que, vuelto de su viaje, cuando “estaba en tierra descansando, un soldado de los que había llevado en su capitanía le aguardó en parte que le dio estocadas, donde le mató”.85 Sin embargo, de acuerdo con el testimonio de Íñigo López de Mondragón, que reveló Henry R. Wagner, Ulloa no pereció en Nueva España, sino que luego viajó a España y probablemente participó en la batalla de Argel en 1541.86 Ante la decisión del virrey Mendoza de impedir las expediciones de Cortés y organizar él mismo las nuevas exploraciones, Cortés envió a España tres procuradores, en la segunda mitad de 1539, para que expusieran al Consejo de Indias cuanto él había hecho, y que en la fecha que escribía sus instrucciones, tenía cinco navíos más, que proyectaba enviar con su hijo Luis —que tendría entonces 14 años—; y sobre todo, para que trataran de impedir que el virrey Mendoza organizara su propia expedición a tierras del norte de la Nueva España, porque ello agraviaba sus derechos.87 Las expediciones dispuestas por el virrey se hicieron, y Cortés, relegado y ofendido, sin esperar el resultado de las gestiones de sus procuradores, decidió partir él mismo, por última vez, a España.
Notable mapa de parte de la costa occidental de México y de la Baja California trazado por Domingo del Castillo, el piloto de la expedición de Francisco de Ulloa. De Francisco Antonio Lorenzana, Historia de la Nueva España escrita por su esclarecido conquistador Hernán Cortés, México, 1770.
EL NOMBRE DE CALIFORNIA Y EL BALANCE DE LAS EXPEDICIONES En las cartas que escribió Cortés en estos años y en las relaciones de los capitanes que fueron a las expediciones, la supuesta isla y luego península en conjunto aún no tiene nombre. Como lo señaló Jorge Gurría Lacroix, el primero en llamar a estas tierras California fue Francisco López de Gómara, en 1552.88 Y Clementina Díaz y de Ovando ha narrado el origen de la palabra California.89 En La chanson de Roland, la canción de gesta francesa del siglo XII, cuando Carlomagno enumera los pueblos reales e imaginarios que van a rebelarse contra él, que ha perdido a Rolando, menciona, al fin, “los de África y los de Califerna” (E cil d’Affrike e cil de Califerna, v. 2 924, ed. de Joseph Bédier). Siglos más tarde, a principios del XVI, en la novela caballeresca Las sergas de Esplandián, que escribió Garci Rodríguez de Montalvo para continuar el Amadís de Gaula, como lo aclaró en l862 el erudito Edward Everest Hale,90 se habla en el capítulo CLVII de una isla California, a la “diestra mano de las Indias… muy llegada al Paraíso Terrenal, la cual fue poblada de mujeres negras”. Gurría Lacroix se pregunta si la palabra California fue sugerida a López de Gómara por Hernán Cortés o si fue idea del historiador. El hecho es que así se llamaron aquellas tierras, que de inhóspitas acabaron por considerarse privilegiadas.
López de Gómara concluye su narración de las expediciones de Cortés a Baja California con estas palabras: “Estuvieron [los de la expedición de Ulloa] en este viaje un año entero, y no trajeron nueva de ninguna tierra buena: más fue el ruido que las nueces”, y añade que Cortés gastó en estas empresas 200 000 ducados.91 Bernal Díaz, para discrepar del historiador, dice que el gasto fue “sobre trescientos mil pesos de oro”, como le oyó decir a Cortés muchas veces. Y resume el resultado de estas empresas con un grave dictamen: “Y si miramos en ello, en cosa ninguna tuvo ventura después que ganamos la Nueva España (y dicen que son maldiciones que le echaron)”.92 Ciertamente, las tres primeras expediciones fueron una sucesión de desgracias y torpezas, y de hecho, hubiera bastado la cuarta, conducida por el eficaz capitán Francisco de Ulloa, para obtener los resultados finales. Pero Cortés no podía adivinar cuáles de sus capitanes iban a tener éxito, y aun su propia expedición para poblar Santa Cruz-La Paz tenía sentido y pudo ser una colonización venturosa. Él buscaba en aquellas tierras septentrionales otra Nueva España u otro Perú, como se lo anunciaban las novelas de caballerías, y sólo encontró “la tierra más estéril del mundo”.93 Pero él mismo renunció a la ilusión de hallar una tierra en que la reina Calafia y sus mujeres tuvieran armas sólo de oro y piedras preciosas, y la última expedición que confió a Ulloa fue sólo para descubrir y describir tierras, islas y mares desconocidos. El conocimiento de muchas islas, del golfo de Cortés o mar Bermejo y de la peninsula de Baja California, que amplió el Nuevo Mundo, fue su legado.94
CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA 1530 22 de marzo
Hacia marzo
Hacia abril-junio 15 de julio Hacia agosto
La reina ordena a Cortés que a su llegada a Nueva España se detenga a 10 leguas de la ciudad de México hasta que llegue la segunda Audiencia. Cortés emprende viaje a Nueva España con una comitiva de 400 personas, entre ellas su mujer, doña Juana de Zúñiga, y su madre, doña Catalina Pizarro. La comitiva se detiene dos meses y medio en Santo Domingo. Llegada a Veracruz, donde presenta al cabildo sus provisiones de capitán general. Va a la Rinconada-Ixcalpan a tomar posesión. En Tlaxcala.
Agosto de 1530enero de 1531 10 de octubre
En Tezcoco.
1532 20 de marzo
Escribe al rey, desde Tezcoco, relatándole su situación y problemas. De sus acompañantes, 100 han muerto de hambre, cifra que más tarde llega a 200, entre ellos, su madre doña Catalina Pizarro. Cumple 45 años. Llegan a la ciudad de México los oidores de la segunda Audiencia, Alonso Maldonado, Vasco de Quiroga, Francisco Ceynos y Juan de Salmerón. Cortés ya puede entrar en la ciudad de México. Cortés se instala en Cuernavaca. Pleito contra Matienzo y Delgadillo por las tierras y huertas entre las calzadas de Chapultepec y de Tacuba. Pleito contra Matienzo y Delgadillo por los tributos y servicios de los indios de Huejotzingo. La segunda Audiencia da a Cortés posesión provisional de las regiones de Cuernavaca, Tehuantepec y Tuxtla. Los oidores comienzan a tratar de resolver el problema de la cuenta de los 23 000 vasallos de Cortés. Tasación de las Casas Viejas de Cortés para que las venda a la Audiencia. Llega a la ciudad de México don Sebastián Ramírez de Fuenleal, presidente de la Audiencia. La Corona confirma la capitulación hecha con Cortés para la exploración y conquista del Mar del Sur, y lo urge a que inicie la construcción de su armada. Se prohíbe a Cortés usar la bula que lo eximía de pagar diezmos.
1531 9 de enero
Enero 17 de enero 14 de febrero 2 de mayo Junio 30 de septiembre
19 de abril 30 de junio Noviembre de 1532octubre de 1533 1533 24 de enero 30 de octubre
1534 Febrero
Septiembre 1535 9 de enero 24 de febrero 15 de abril
La Audiencia multa a Cortés con 40 000 pesos por haber cargado tamemes. Primera expedición al Mar del Sur. Salen de Acapulco dos naves al mando de Diego Hurtado de Mendoza, cuya nave se pierde. Cortés se instala en una choza en la playa de Tehuantepec para supervisar en el astillero que allí tiene la construcción de naves para sus expediciones. Los indios de Cuernavaca se quejan de los excesos de tributos y servicios que les impone Cortés. Segunda expedición al Mar del Sur. Salen del puerto de Santiago, Colima, dos naves al mando de Diego Becerra y de Hernando de Grijalva. Vuelve a Tehuantepec la nave San Lázaro, al mando de Grijalva, quien ha descubierto las islas de Revillagigedo. Cortés se entera más tarde de que Becerra fue asesinado por el piloto Fortún Jiménez, los marinos murieron o se dispersaron y la nave Concepción la tomó Nuño de Guzmán. Cortés se encuentra en Toluca. Pleito con Nuño de Guzmán. En Colima, Cortés funda su mayorazgo, que tenía autorizado desde el 27 de julio de 1529. Nuño de Guzmán prohíbe a Cortés y a su gente el paso por tierras de su gobernación de Nueva Galicia. Tercera expedición al Mar del Sur. En Chametla, Sinaloa, territorio de Nueva Galicia, se encuentran tres naves de Cortés y el ejército que él mismo condujo por tierra, e inician el transporte de las huestes a la bahía de Santa Cruz-La Paz, Baja California.
14/15 de noviembre 10 de diciembre 1536 Abril
20/24 de noviembre 1537 1538 1539 8 de junio
24 de agosto
Llega a la ciudad de México el primer virrey de Nueva España, don Antonio de Mendoza. Probanza Ad perpetuam rei memoriam de Nuño de Guzmán contra Cortés. Cumple 50 años. Vuelve Cortés a Acapulco de su expedición a Baja California. El 5 de junio está en Cuernavaca. Envía dos naves al mando de Hernando de Grijalva al Perú, con soldados, armas, víveres y regalos a Francisco Pizarro, quien se encontraba sitiado en Lima. Transacciones comerciales de Cortés para comprar parte de las minas de plata de Sultepec. Inicia la operación de una ruta naviera para comerciar con Panamá y el Perú desde Huatulco. El virrey Mendoza y Cortés celebran fiestas en la ciudad de México por las paces de Aguas Muertas de Carlos V y Francisco I. Cuarta expedición al Mar del Sur. De Acapulco salen tres navíos al mando de Francisco de Ulloa. Uno de ellos desaparece al principio del viaje. Los otros dos reconocen ambas costas del golfo de California, la parte externa de la península y toman posesión de los lugares e islas más importantes. Visita sus minas de Tasco. El virrey Mendoza dispone el control de todos los navíos que salgan o entren de puertos del Mar del Sur, y más tarde ordena que se tome el astillero de Tehuantepec con todos sus navíos y aparejos. Cortés envía tres procuradores a España para que se detenga la expedición que prepara el virrey Mendoza a tierras del norte de Nueva España, porque es en agravio de sus derechos.
Diciembre de 1539 o enero de 1540
Cortés se embarca para España con su hijo Martín, el sucesor.
1
Declaración de Hernán Rodríguez en la Probanza ad perpetuam rei memoriam, promovida por Nuño de Guzmán, Compostela, Nueva Galicia, 10 de diciembre de 1535, en Documentos, sección VI. 2 L’Histoire de l’Amérique par M. Robertson, trad. del inglés de J. B. A. Suard y H. Jansen, Panckoucke, París, 1778, 4
vols., t. III, p. 283. La 1a ed. inglesa es del año anterior. 3
Capitulación de la reina con el marqués del Valle para descubrimientos en el Mar del Sur, Madrid, 27 de octubre de 1529.— Provisión por la que el rey concede a Hernán Cortés pueda descubrir y poblar en el Mar del Sur y tierra firme, pudiendo nombrar alcaldes y justicias, Madrid, 5 de noviembre de 1529, en Documentos, sección V. 4 Carta de Hernán Cortés a Carlos V, Tezcoco, 10 de octubre de 1530, en Documentos, sección V.— El nombre del
capitán encargado de la construcción de los barcos en Herrera, década IIIa, lib. VI, cap. IX, y en Martín Fernández de Navarrete, “Introducción”, Relación del viaje hecho por las goletas “Sutil” y “Mexicana” en el año 1792 para reconocer el estrecho de Fuca, Imprenta Real, Madrid, 1802, p. X. 5 Cédula de la reina Juana para que Hernán Cortés inicie la construcción de la armada para la expedición al Mar
del Sur. Devolución de las multas por juego, 1531, en Documentos, sección VI. 6 Cédula de la reina Juana a la Audiencia de Nueva España en que ordena proveer a Hernán Cortés de la artillería
necesaria para la Mar del Sur, Medina del Campo, 20 de febrero de 1532, en Documentos, sección VI. 7 Ordenanzas de Carlos V al gobierno de Nueva España sobre tratamiento de los indios, Toledo, 4 de diciembre de
1528, en Documentos, sección V. 8 Carta a la emperatriz, de la Audiencia de México, acerca de los tamemes que cargó el marqués, la cuestión de la
bula y la cuenta de los vasallos, México, 19 de abril de 1532, en Documentos, sección VI. 9
Capítulo de carta de Hernán Cortés a Carlos V, México, 20 de abril de 1532, en Documentos, sección VI.
10 Cédula de la reina Juana a la Audiencia de Nueva España para que se suspenda la sentencia contra Hernán
Cortés por haber cargado indios, Segovia, 17 de octubre de 1532, en Documentos, sección VI. 11 Cédula de la reina Juana a la Audiencia de Nueva España para que se encuentre una solución que evite que los
indios carguen los bastimentos para la expedición del Mar del Sur, Madrid, 16 de febrero de 1533, en Documentos, sección VI. 12 Carta de Hernán Cortés al Consejo de Indias exponiéndole agravios y quejas, Tehuantepec, 25 de enero de 1533.
— Carta de Hernán Cortés a su pariente y procurador “ad litem”, el licenciado Francisco Núñez, acerca de los negocios del conquistador, Puerto de Santiago en la Mar del Sur, 20 de junio de 1533, en Documentos, sección VI. 13 Instrucción que dio Hernán Cortés a Diego Hurtado de Mendoza para el cumplimiento del viaje al Mar del Sur,
ca. mayo de 1532, en Documentos, sección VI. 14 López de Gómara, cap. CXCVII.— Bernal Díaz, cap. CC. 15 López de Gómara, ibid. 16 Fernández de Navarrete, “Introducción”, Relación del viaje hecho por las goletas…, op. cit., pp. XI-XIII. Informa
Fernández de Navarrete que estas noticias las tomó “de un precioso manuscrito que posee la Real Academia de la Historia, que contiene una copia excelentemente hecha por Palomares de la contrata del marqués del Valle, y pleito seguido en la Audiencia de México sobre sus descubrimientos de la Mar del Sur”, p. XI, n. 1. 17 “Relación e información del viaje que hizo a las Higueras el bachiller Pedro Moreno”, Madrid, 12 de septiembre de 1525,
CDIAO, t. XIX, pp. 236-264.— Peter Boyd-Bowman, Índice geobiográfico de cuarenta mil pobladores españoles de América en el siglo XVI, Jus, México, 1968, ficha 1517, t. 11, p. 43. 18 Respuesta de Cortés a la real provisión sobre descubrimientos en el Mar del Sur, en relación con los actos de
Nuño de Guzmán, México, agosto-septiembre de 1534, en Documentos, sección VI. 19 Carta de Cortés al licenciado Núñez, del 20 de junio de 1533, citada. 20 Ibid. 21 Fernández de Navarrete, op. cit., p. XIII. 22 Cuenta de lo que ha gastado el marqués del Valle con los oficiales, marineros y gente de guerra de la armada que
salió al descubrimiento en el Mar del Sur, desde el puerto de Santiago, en que fue por capitán Diego Becerra, ca.1534, en Documentos, sección VI. 23 Bernal Díaz, cap. CC. 24 Los tres franciscanos que iban en la armada eran los frailes Martín de la Coruña —uno de los Doce—, Juan de San
Miguel y Francisco Pastrana, que aparecen en la Cuenta de lo gastado…, antes citada. Los dos desembarcados pudieran ser el primero y el segundo. 25
Fernández de Navarrete, pp. XIII-XVII.
26
Relación y derrotero del navío San Lázaro al mando de Hernando de Grijalva y su piloto Martín de Acosta, portugués, 30 de octubre de 1533-febrero de 1534, en Documentos, sección VI.— Herrera, década Va, lib. VII, cap. IV.— El dibujo del manatí se reproduce en el “Atlas” de la Relación del viaje hecho por las goletas Sutil y Mexicana, op. cit., fig. 17. 27
Herrera, ibid.
28
Fray Antonio Tello, Crónica miscelánea de la Sancta Provincia de Xalisco, lib. II, cap. LXXXVI.— Matías de la Mota Padilla, Historia de la conquista del reino de la Nueva Galicia (1742), cap. XX.— “Demanda de don Hernando Cortés contra Nuño de Guzmán para el pago de 90 mil maravedís”, Valladolid, 2 de octubre de 1542, CDIAO, t. XXX, pp. 11-53.— “Escritos de la parte de don Hernando Cortés haciendo algunos cargos a Nuño de Guzmán y contestación de éste a los mismos”, Valladolid, 20 de junio de 1549, CDIAO, t. XXIX, pp. 563-577. Sobre Nuño de Guzmán: Procesos de residencia instruidos contra Pedro de Alvarado y Nuño de Guzmán, con estampas, con notas de José Fernando Ramírez, paleografiados del ms. original por el licenciado Ignacio López Rayón, México, impreso por Valdés y Redondas, México, 1847.— Memoria de los servicios que había hecho Nuño de Guzmán, desde que fue nombrado gobernador de Pánuco en 1525, estudio y notas de Manuel Carrera Stampa, Biblioteca José Porrúa Estrada de Historia Mexicana, 4, José Porrúa e Hijos, México, 1955.— Crónicas de la conquista del reino de Nueva Galicia, proemio de José Luis Razo Zaragoza, Instituto Jalisciense de Antropología e Historia, Guadalajara, 1960.— “Carta al Consejo de Indias de Nuño de Guzmán, preso en la cárcel pública de México, de resultas de la residencia que se le tomó después de haber servido en Pánuco y en la Nueva Galicia de gobernador y capitán general”, México, 13 de febrero de 1537, CDIAO, t. XIII, pp. 450-455.— Donald E. Chipman, Nuño de Guzmán and the Province of Panuco in New Spain, 1518-1533, the Arthur H. Clark Company, Glendale, California, 1967.— Testamento de Nuño Beltrán de Guzmán, reproducción facsimilar y transcripción paleográfica con una nota introductoria por don José Palomino y Cañedo y un apéndice documental, Centro de Estudios de Historia de México Condumex, México, 1973. 29 Ignacio de Villar Villamil, “Don Luis de Castilla”, Divulgaciόn Histórica, México, 1940, t. I, núm. 6.— Guillermo Porras
Muñoz, “Luis de Castilla”, El gobierno de la ciudad de México en el siglo XVI, pp. 234-239. 30 Capítulo de carta de Hernán Cortés a Carlos V, México, 20 de abril de 1532, ya citada. 31 Tello, Crónica miscelánea, lib. II, caps. LXXVII-LXXX. Tello da equivocadamente la fecha de 1536 para estos hechos,
que ocurrieron en 1531 y a los que Cortés se refiere en abril de 1532, error que han repetido quienes recogieron su relato: De la Mota Padilla, Historia de la conquista del reino de la Nueva Galicia, cap. XVIII.— José Fernando Ramírez, “Noticias históricas de Nuño de Guzmán”, Procesos de residencia, pp. 217-223.— Orozco y Berra, Dominación española, t. II, cap. III. 32 Don Luis de Castilla probó después en México que sí sabía hacer la guerra, pues estuvo con el virrey Mendoza en la
pacificación de los indios de Jalisco. Don Luis fue alcalde ordinario del ayuntamiento de la ciudad de México en 1569 y 1572. Casó con doña Juana de Sosa, con la que tuvo larga descendencia, además de varios hijos naturales. Sus cuatro hijos varones fueron los primeros alumnos inscritos en Artes en la Universidad de México. Dueño de la mina descubridora de Tasco y con buenas encomíendas, fue hombre muy rico y su casa estaba en la calle del Reloj, hoy República Argentina, donde está la Librería Porrúa. En sus segundas andanzas en Jalisco, con el virrey, a don Luis le tocó recibir la famosa respuesta de Pedro de Alvarado, cuando en Nochistlán, arrollado por un caballo, le preguntó qué le dolía: “El alma”, contestó don Pedro. Don Luis murió a los 80 años en 1582: Porras Muñoz, op. cit. 33 Carta de Hernán Cortés a Carlos V, México, 9 de marzo de 1534, en Documentos, sección VI. 34 Requerimiento de Hernán Cortés a Nuño de Guzmán para que le devuelva los restos del navío que dio al través
en la provincia de Nueva Galicia. Provisión real y respuesta de Guzmán, 27 de marzo, 24 y 26 de julio de 1534, en Documentos, sección VI. 35 Comisión de la Audiencia de México a Gonzalo Ruiz, a petición de Cortés, para que vaya a las costas de Jalisco
a averiguar lo ocurrido con las armadas que Cortés había enviado al Mar del Sur, México, agosto-septiembre de 1534, en Documentos, sección VI. 36 Real provisión sobre descubrimientos en el Mar del Sur en relación con los actos de Nuño de Guzmán y respuesta
de Cortés, México, agosto-septiembre de 1534, en Documentos, sección VI. 37 Requerimiento hecho a Hernán Cortés por Nuño de Guzmán, gobernador de Nueva Galicia, para que no entre en
su gobernación, y respuesta de Cortés, Ixtlán, 24 de febrero de 1535, en Documentos, sección VI.
38
Carta de Hernán Cortés al Consejo de Indias en que insiste en que se dé solución a sus pleitos y agravios e informa que inició su propia exploración de California, Puerto de Salagua, en la Mar del Sur, 8 de febrero de 1535, en Documentos, sección VI. 39
Fundación del mayorazgo de Hernán Cortés, marqués del Valle, Barcelona, 27 de julio de 1529, Colima, 9 de enero de 1535, en Documentos, sección VI. 40 Bernal Díaz, cap. CC.— López de Gómara, cap. CXCVIII, da cifras con variantes respecto a las de Bernal Díaz: 300
españoles, 37 mujeres y 130 caballos. 41 Carta de Nuño de Guzmán a la Audiencia de México, en la que se queja de que el marqués del Valle quería
penetrar con su gente en su gobernación, siendo que sólo era capitán general de la Nueva España, Compostela, 9 de marzo de 1535.— Carta de Nuño de Guzmán a Su Majestad diciéndole que el marqués del Valle había entrado en su gobernación con pendón en mano, a manera de descubridor y conquistador, Valle de Banderas, 8 de junio de 1535, en Documentos, sección VI.— “Carta al Consejo de Indias de Nuño de Guzmán, preso en la cárcel pública de México”, 1537, documento ya citado.— Memoria de los servicios que había hecho Nuño de Guzmán…, op. cit., pp. 82-84. 42
En el relato de esta tercera expedición se han combinado las fuentes siguientes: Carta de Hernando Cortés al Consejo de Indias, del Puerto de Salagua, 8 de febrero de 1535, y Memorial de Cortés a Carlos V…, de 1539, en Documentos, sección VI; López de Gómara, cap. CXCVIII; Bernal Díaz, cap. CC; pleito seguido por Hernán Cortés sobre sus descubrimientos, citado por Fernández de Navarrete, “Introducción”, op. cit., pp. XVII-XXII; y Herrera, década Va, lib. VIII, caps. IX y X. En la última cita de Bernal Díaz, la frase entre paréntesis fue tachada en el original de su Historia verdadera. 43 Auto de posesión y descubrimiento del puerto y bahía de Santa Cruz y de las tierras cercanas y comarcanas por
Hernán Cortés, en nombre del rey, Santa Cruz, 3 de mayo de 1535, en Documentos, sección VI. 44 Carta de Hernán Cortés a Cristóbal de Oñate, Bahía de Santa Cruz, 14 de mayo de 1535, en Documentos, sección
VI. 45
Probanza “ad perpetuam rei memoriam” sobre la tierra del marqués del Valle e indios que de la Nueva Galicia a ella llevaron. Autos entre Nuño de Guzmán y Hernán Cortés, Compostela, Nueva Galicia, 10 de diciembre de 1535, en Documentos, sección VI.— Es curioso que en el Memorial de Hernán Cortés a Carlos V, de 1539, Cortés se confunda con esta probanza, que es de Nuño de Guzmán contra él, y diga que se hizo “a mi pedimento” y la remite adjunta. Probablemente pensaba en otro documento de los que promovió contra Guzmán. 46
Memorial de Hernán Cortés a Carlos V pidiendo que no se le embarace la prosecución de descubrimientos en el Mar del Sur, 1539, en Documentos, sección VI. 47 Bernal Díaz, cap. CC. 48 Ni López de Gómara ni Bernal Díaz señalan fecha del regreso de Cortés. Deduzco las señaladas, abril de 1536 en
Acapulco y 5 de junio en Cuernavaca, del contrato que firma en Acapulco el 17 de abril de 1536 (véase adelante nota 68 y de la carta que escribe de Cuernavaca, recomendando al padre Cristóbal de Pedraza, al que conoció en Compostela en el viaje de ida a Chametla (véase carta en Documentos, sección VI). Orozco y Berra (Dominación española, t. II, cap. III, p. 109) dice erróneamente esta vez, que Cortés entró en Acapulco a principios de 1537. Agustín Millares Carlo se refirió a esta confusión (“Sobre Hernán Cortés”, España Peregrina, México, abril de 1940, núm. 3, pp. 119-120) señalando documentos de Cortés firmados en Cuernavaca en septiembre de 1536. 49 López de Gómara, cap. CXCVIII.— El regalo más notorio de Cortés fue recibido y apreciado. Pizarro se vestía con
sencillez; sin embargo, “cuando algunas fiestas, por importunación de sus criados, se ponía una ropa de martas que le envió el marqués del Valle, de la Nueva España; en viniendo de misa, la arrojaba de sí quedándose en cuerpo”, refiere Agustín de Zárate, Historia del descubrimiento y conquista del Perú, lib. IV, cap. IX. Respecto al viaje de Hernando de Grijalva al Perú, Woodrow Borah (Comercio y navegación entre México y Perú [1954], trad. de Roberto Gόmez Ciriza, lnsitituto Mexicano de Comercio Exterior, México, 1975, cap. II y n. 20, pp. 38-39) ha revelado que Grijalva tenía instrucciones secretas de Cortés para explorar, a su regreso, el Pacífico hacia el poniente, a lo largo de las latitudes del Perú, y buscar unas islas que le decían que eran muy ricas en oro. Grijalva perdió la vida en su intento. Después de navegar, a principios de 1537, hasta una latitud de 29° sur, no pudo volver a Nueva España por los vientos contrarios y fue asesinado por los marineros amotinados. Siete supervivientes, muertos de hambre, llegaron a alguna de las islas Molucas y fueron esclavizados. En su nave iban los suntuosos regalos que Pizarro enviaba a Cortés. La otra nave salida del Perú volvió a Acapulco. 50 Bernal Díaz, cap. CII. 51 Modesto Bargalló, “Historia de la minería y metalurgia mexicanas y de Hispanoamérica colonial” (1972), Trabajos,
artículos y apuntes, México, 1973, pp. 375 y 378.
52
Cédula de Carlos V a Hernán Cortés en que concede prerrogativas a conquistadores y pobladores y socorro para los inválidos, Vallejo, 15 de octubre de 1522, en Documentos, sección II. 53 Carta reservada de Hernán Cortés a Carlos V, Tenustitan, 15 de octubre de 1524: en Documentos, sección II.— Silvio
Zavala, “La esclavitud en la primera mitad del siglo XVI”, Los esclavos indios en Nueva España, El Colegio Nacional, México, 1967, cap. I.— La costumbre establecida por Cortés fue adoptada más tarde por la Corona como lo muestra la “Real cédula para que los indios no se echen a las minas”, de Granada, 8 de diciembre de 1526: AGI, Indiferente 421, lib. 12, f. 4v, en Richard Konetzke, Colección de documentos para la historia de la formación social de Hispanoamérica, 1493-1810, Madrid, CSIC, 1953, 5 vols., t. I, doc. 48, pp. 97-98. 54 Edmundo O’Gorman (ed.), “Juicio seguido por Hernán Cortés contra los licenciados Matienzo y Delgadillo. Año 1531”,
Boletín del Archivo General de la Nación, México, julio-agosto-septiembre 1938, t. IX, núm. 3, pregunta XXII del interrogatorio, p. 354. 55 Instrucción secreta de Carlos V a la Audiencia sobre los pueblos que deben asignarse a la Corona, Madrid, 5 de
abril de 1528, en Documentos, sección V. 56
Pleito del marqués del Valle contra Nuño de Guzmán sobre aprovechamientos de pueblos de la Provincia de Ávalos, Guadalajara, 1961, pp. 68, 83, 88 y 90, y en Documentos, sección VI. 57 Antonio de Ciudad Real, Tratado curioso y docto de las grandezas de la Nueva España, edición de Josefina García
Quintana y Víctor M. Castillo Farreras, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1976, cap. XCI, t. II, p. 147.— Torquemada, Monarquía indiana, lib. III, cap. XLII. 58 Poco antes de salir para España, Cortés hizo una donación de estos esclavos, con sus herramientas, a tres de sus hijos:
Carta escritura de donación de cien esclavos de Hernán Cortés en favor de sus hijos, don Martín Cortés, don Martín y don Luis, Coyoacán, 27 de noviembre de 1539, en Documentos, sección VI. 59 AGN, Hospital de Jesús, leg. 257, exp. 6, expuesto por Silvio Zavala, Los esclavos indios en Nueva España, op. cit.,
cap. I, pp. 55-58. 60 AGN, Hospital de Jesús, leg. 203, doc. 1; leg. 387, exps. 2-7 y docs. 5, 17, 23, 35 y 36; leg. 202, hojas sueltas; leg. 387,
exp. 5, doc. 23, exp. 2 y doc. 35, exp. 6; leg. 68, exp. 91; y leg. 450, exps. 2 y 10: expuestos por Jean-Pierre Berthe, “Las minas de oro del marqués del Valle en Tehuantepec, 1540-1547”, Historia Mexicana, 29, julio-septiembre de 1958, vol. VIII, núm. 1, pp. 122-131. 61 Reconocimiento de deuda otorgado por Hernán Cortés a favor de Melchor Vázquez por doce mil pesos de oro de
minas, por la cuarta parte de la Mina Rica de plata de Sultepec, Tenuxtitan-México, 20 de noviembre de 1536.— Reconocimiento de deuda otorgado por Hernán Cortés a favor de Francisco de Hoyos, por diez mil pesos de oro de minas, por la cuarta parte de la Mina Rica de la Albarrada, de Sultepec, Tenuxtitan-México, 20 de noviembre de 1536.— Poder que Hernán Cortés otorga a Melchor Vázquez para que tome posesión y administre las minas, esclavos y herramientas y bateas compradas o por comprar en Sultepec y La Albarrada, Tenuxtitan-México, 20 de noviembre de 1536.— Compañía concertada entre Hernán Cortés y Juan Alonso de Sosa, tesorero de Su Majestad en Nueva España, por dos años para la explotación de las minas de Sullepec, Tenuxtitan-México, 24 de noviembre de 1536, en Documentos, sección VI. 62 Lucas Alamán, “Quinta disertación”, Disertaciones, ed. Jus, t. 7, pp. 63 y 65.— Como estudios generales sobre el tema,
además del de Modesto Bargalló, véanse: Carlos Prieto, La minería en el Nuevo Mundo, prólogo de Pedro Lain Entralgo, edición de la Revista de Occidente, Madrid, 1968.— Miguel León-Portilla, Jorge Gurría Lacroix, Roberto Moreno de los Arcos y Enrique Madero Bracho, La minería en México. Estudios sobre su desarrollo histórico, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, México, 1978. 63 Carta de Hernán Cortés al Consejo de lndias, citada. 64 Actas de cabildo de la ciudad de México, 13 de mayo de 1532 y 26 de junio de 1534; en las actas de la primera
quincena de julio siguiente se discutieron medidas para evitar este despoblamiento.— Borah, Comercio y navegación entre México y Perú en el siglo XVI, cap. II, pp. 28-29. 65 Herrera, década IVa , lib. X, cap. XV, y Va , lib. VI, caps. I y VII-XII. 66 Herrera, década Va , lib. Vl, cap. XIII. 67 Según el mismo Herrera, década Va , lib. VIII, cap. v, Pizarro había escrito también pidiendo auxilio a Cortés, a la
Audiencia de Santo Domingo, a Tierra Firme y a Nicaragua. 68 AG, Hospital de Jesús, leg. 270, exp. 8:85.— Borah, op. cit., cap. II, pp. 36 y 38-39. 69 En “El astillero del Carbón en Tehuantepec. 1535-1566”, docs. con nota preliminar de Fernando B. Sandoval (BAGN,
México, 1950, t. XXI, núm. 1, pp. 1-20), se reproducen tres interesantes documentos: el contrato para establecer las medidas del navío Santiago, que allí se construyó, del 20 de mayo de 1535; el contrato con el maestro carpintero Pascualín Veneciano para la construcción del galeón Santa Cruz de Mayo, del 30 de noviembre de 1540; y la relación de las escrituras que se envían al Perú, a Diego López de Toledo, del 3 de febrero de 1566, que muestra, este último, el desarrollo que llegó a alcanzar esta ruta marítima. 70 Borah. op. cit., caps. III, IV y V. 71 AGN, Hospital de Jesús, leg. 68, exp. 6. Carta de Juan o Alonso de Zamudio a Cortés, desde Panamá, el 15 de junio de
1539, citada por Alamán, “Sexta disertación”, Disertaciones, ed. Jus, t. II, p. 59. 72 Carta de Hernán Cortés al Consejo de Indias acerca de la preparación de sus armadas, la dilación en la cuenta
de sus vasallos y el sistema tributario del México antiguo, México, 20 de septiembre de 1538, en Documentos, sección VI. — G. Micheal Riley, en Fernando Cortes and the Marquesado in Morelos, 1522-1547, University of New Mexico Press, Albuquerque, Nuevo México, 1973, apéndice 3, pp. 110-111, calcula en 42 800 pesos los ingresos anuales de Cortés, en 15241525, por tributos y servicios de sus encomiendas. Y Bernardo García Martínez, en El Marquesado del Valle (cap. VIII, C. 3), calcula el ingreso líquido, en 1567, en 25 000 pesos, los que antes de deducir gastos, limosnas y ayudas, ascendían a 120 000. 73 Memorial de Hernán Cortés a Carlos V sobre el repartimiento de indios, política pobladora y esclavos en Nueva
España y en las Indias, ca.1537, en Documentos, sección VI. 74 Carta de Cortés al Consejo de Indias, de 20 de septiembre de 1538, antes citada. 75 Fray Diego Durán, Libro de los ritos, cap. XXXI.— Fray Toribio Motolinía, Memoriales, segunda parte, cap. 26. 76 Cédula del emperador limitando los poderes de Hernán Cortés, Barcelona, 17 de abril de 1535, en Documentos,
sección VI. 77 Carta de don Antonio de Mendoza, virrey de Nueva España, a don Hernando Cortés, marqués del Valle, México,
14 de febrero de 1538, en Documentos, sección VI. 78 Juan Suárez de Peralta, Tratado del descubrimiento de las Indias (Noticias históricas de Nueva España), 1589,
Secretaría de Educación Pública, México, 1949, cap. XX, pp. 81-82. 79 “Yo fui uno de los que cenaron en aquellas grandes fiestas”, dice Bernal Díaz, y merece copiarse el menú que recuerda:
Al principio fueron unas ensaladas hechas de dos o tres maneras, y luego cabritos y perniles de tocino asado a la ginovisca: tras esto pasteles de codornices y palomas, y luego gallos de papada y gallinas rellenas; luego manjar blanco; tras esto pepitoria; luego torta real; luego pollos y perdices de la tierra y codornices en escabeche, y luego alzan aquellos manteles dos veces y quedan otros limpios con sus pañizuelos; luego traen empanadas de todo género de aves y de caza; éstas no se comieron, ni aun de muchas cosas del servicio pasado; luego sirven de otras empanadas de pescado; tampoco se comió cosa de ello; luego traen carnero cocido, y vaca y puerco, y nabos y coles y garbanzos; tampoco se comió cosa ninguna; y entre medio de estos manjares ponen en las mesas frutas diferenciadas para tomar gusto, y luego traen gallinas de la tierra cocidas enteras, con picos y pies plateados; tras esto anadones y ansarones enteros con picos dorados, y luego cabezas de puercos y de venados y de terneras enteras, por grandeza, y con ello grandes músicas de cantares a cada cabecera, y la trompetería y géneros de instrumentos, arpas, vihuelas, flautas, dulzainas, chirimías, en especial cuando los maestresalas servían las tazas que traían a las señoras que allí estaban y cenaron, que fueron muchas más que no fueron a la cena del marqués, y muchas copas doradas, unas con aloja, otras con vino y otras con agua, otras con cacao y con clarete; y tras esto sirvieron a otras señoras más insignes empanadas muy grandes, y en algunas de ellas venían dos conejos vivos, y en otras conejos vivos chicos, y en otras llenas de codornices y palomas y otros pajaritos vivos; y cuando se las pusieron fue en una sazón y a un tiempo; y después les quitaron los cobertores, y los conejos se fueron huyendo sobre las mesas y las codornices y pájaros volaron. Aún no he dicho el servicio de aceitunas y rábanos y cardos (nopales] y luego mazapanes y almendras y confites de acitrón y otros géneros de cosas de azúcar, y fruta de la tierra; no hay que decir sino que toda la mesa estaba llena de servicio de ello… Y aun no he dicho las fuentes de vino blanco, hecho de indios [pulque] y tinto que ponían… Y digo que duró este banquete desde que anocheció hasta dos horas después de medianoche, que las señoras daban voces que no podían estar más a las mesas, y otras se congojaban, y por fuerza alzaron los manteles, que otras cosas había que sevir. Y todo esto se sirvió con oro y plata y grandes vajillas muy ricas. Bernal Díaz, cap. CCI. Como puede advertirse, el esplendor y la grandeza se mostraban en el exceso, con toques de fantasía, y en el desperdicio, aunque luego se enviaban platos “a todas las casas de México”. 80 Bernal Díaz, ibid.— Cuando el cronista dice que el virrey y el marqués ofrecieron cenas en sus palacios, parece
significar que cada cual tenía el suyo. El virrey vivía, con la Audiencia, en las Casas Viejas que habían sido de Cortés, y éste no tenía entonces palacio ni casa conocida en la ciudad, pues las Casas Nuevas o Palacio Nacional estaban todavía en
construcción. Es posible que ambas cenas se dieran en el único lugar amplio disponible, o sea en las Casas Viejas. Además del relato de Bernal Díaz, fray Bartolomé de las Casas también hizo una entusiasta descripción de las pantomimas de la Plaza Mayor y elogió la habilidad de los indios (Apologética historia, lib. III, cap. LXIV). El único rastro que hay de estos festejos en las Actas de cabildo es una orden, del 27 de marzo de 1539 (lib. IV, p. 165), para que se paguen a Alonso de Ávila 104 pesos y medio de oro, por “nueve varas de damasco y nueve de tafetán y de paño y una gorra de terciopelo y naguas e camisas e otras cosas que se le mandaron comprar para el palio e fiestas questa cibdad hizo de las paces e se gastaron en ellas, y de madera e clavazón que se compraron para los tablados”. 81 “Memoria y relación del viaje que en el nombre de Nuestro Señor se ha hecho después de que salió esta armada de
vuestra señoría del puerto de Acapulco, que fue a ocho de julio del año de mil e quinientos e treinta e nueve hasta esta isla de los Cedros, adonde quedo hoy, lunes cinco de abril de mil e quinientos e cuarenta años”: Julio Le Riverend (ed.), Cartas de relación de la conquista de América, Editorial Nueva España, México, s. f., t. I, pp. 641-695.— Fernández de Navarrete, “Introducción”, citada, pp. XXI-XXVII.— Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur (cap. cuarto, pp. 132-133), ha llamado la atención sobre la existencia de otra relación acerca de este viaje del capitán Ulloa, escrita por el piloto mayor, Francisco Preciado, que se encuentra en la obra de G. B. Ramusio, Delle navigationi et viaggi (Venecia, 1556, vol. III, ff. 341 r-353 v), de la cual cita un pasaje. 82 López de Gómara, cap. CXCIX. 83 Memorial de Hernán Cortés a Carlos V acerca de los agravios que le hizo el virrey de la Nueva España,
impidiéndole la continuación de los descubrimientos en el Mar del Sur, Madrid, 25 de junio de 1540, en Documentos, sección VII.— “Mandamiento de don Antonio de Mendoza, virrey de Nueva España, para que todos los navíos que salen de los puertos de la Mar del Sur hagan registros, ante las justicias de dichos puertos, de los pasajeros y mercaderías que llevan”, México, 24 de agosto de 1539, Paso y Troncoso, Epistolario de Nueva España, t. III, pp. 260-261. 84 López de Gómara, ibid. 85 Bernal Díaz, cap. CC. 86 Henry R. Wagner, “Francisco de Ulloa returned”, California Historical Society Quarterly, San Francisco, septiembre
de 1940, t. XIX, pp. 241-243, citado por León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, p. 135 y n. 36. 87
Instrucción dada por Hernón Cortés a Juan de Avellaneda, Jorge Cerón y Juan Galvarro respecto a las gestiones que deberán hacer en la Corte sobre el descubrimiento del Mar del Sur, 1539, en Documentos, sección VI 88 Jorge Gurría Lacroix, “Hernán Cortés y la Baja California”, Meyibó, México, 1979, núm. 2, p. 32.— Francisco López de
Gómara nombra a estas tierras California en el cap. CXCIX de su Conquista de México. 89 Clementina Díaz y de Ovando, “Baja California en el mito”, Meyibó, México, 1977, núm. l, pp. 7-27. 90 Edward E. Hale, The Queen of California, the Origin of the Name of California with a Translation from The
Sergas of Esplandian, San Francisco, The Colt Press, 1945. 91 López de Gómara, ibid. 92 Bernal Díaz, ibid. 93 Véase nota 1 de este capítulo. 94 Acerca de las expediciones de Cortés en el Mar del Sur existen tres importantes estudios que aquí se repiten: Woodrow
Borah, “Hernán Cortés y sus intereses marítimos en el Pacífico, el Perú y la Baja California”, Estudios de Historia Novohispana, UNAM, México, 1971, vol. IV, pp. 7-25; Jorge Gurría Lacroix, “Hernán Cortés y la Baja California”, Meyibó, 1979, núm. 2, pp. 21-38; y Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Ediciones de Cultura Hispánica, Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid, 1985. Valiosa exposición del tema y de la cartografía derivada de estas expediciones.
XXII. LA DECLINACIÓN Y EL FIN Suplico a Vuestra Majestad que no me haga tanto mal ni desventura. Véome viejo y pobre y empeñado en este reino en más de veinte mil ducados. HERNÁN CORTÉS Dios le visitó con grandes aflicciones, trabajos y enfermedades, para purgar sus culpas y alimpiar su ánima. Y creo ques hijo de salvación y que tiene mayor corona que otros que lo menosprecian. FRAY TORIBIO MOTOLINÍA
REGRESO SIN COMITIVA NI HONORES Reñido de mala manera con el virrey Mendoza y frustrado por el fracaso que habían tenido sus expediciones al Mar del Sur, Cortés pensó que, como había ocurrido en 1528, un viaje a España para exponer directamente al rey y al Consejo de Indias sus querellas y agravios los solucionarían rápidamente. Cortés había quedado imposibilitado para proseguir sus expediciones, en vista del control de los puertos del Mar del Sur y el secuestro de su astillero en Tehuantepec, con todos sus navíos y aparejos, ordenados por el virrey. Éste había decidido organizar él mismo las nuevas expediciones, echando a un lado a Cortés y a los derechos que recibió de la Corona. “Pasaron tales palabras entre los dos —comenta López de Gómara—, que nunca tornaron en gracia, sobre haber sido muy grandes amigos”.1 Antes de que Cortés recibiera, hacia septiembre de 1539, las noticias de su última expedición que le envió el capitán Francisco de Ulloa en el navío Santa Águeda, y cuando creía que aún podría haber solución de sus conflictos con el virrey, y que podría continuar sus exploraciones, envió un memorial a Carlos V.2 Pedía que no se le embarazara la prosecución de sus descubrimientos; resumía cuanto había hecho al respecto hasta entonces en las cuatro expediciones enviadas, los esfuerzos y penalidades por los que había pasado y las muertes que había causado la empresa, y afirmaba que tenía dispuesto otro navío para despacharlo en auxilio del capitán Ulloa. Y poco después —como se narró en el capítulo anterior—, Cortés envió a España a tres procuradores, Juan de Avellaneda, Juan Galvarro y Jorge Cerón, quienes debieron viajar entre septiembre y noviembre de 1539, con el encargo principal de impedir que el virrey Mendoza despachara sus propias expediciones al norte de la Nueva España. Pero la impaciencia lo consumía y, como había ocurrido en ocasiones anteriores, debió
cavilar en que estas gestiones podrían ser insuficientes y que era preciso que él mismo fuera a hacerlas. Apresuradamente, reunió el oro posible, y aun sin tiempo para dejar instrucciones escritas a sus procuradores y mayordomos, emprendió el viaje a Veracruz. Bernal Díaz, quien viajó a España dos meses antes, cuenta que Cortés lo había invitado a ir con él, y que “estaba malo del empeine del pie del cañazo que le dieron”3 en las fiestas por las paces de Aguas Muertas. Desde las ventas de Calpulalpan y de Aguilar, en el camino de México a Veracruz, Cortés escribió el 12 de diciembre de 1539 cartas con encargos a su pariente y agente en Tehuantepec, Juan de Toledo, y a un Bernardo de la Torre, a quien designaba capitán de la gente que tenía en dicho puerto.4 Aparte de estas noticias indirectas del camino a Veracruz, nada más se sabe del viaje a España, que debió emprender a fines de diciembre o en enero de 1540. Cuenta López de Gómara que “trajo a don Martín, el mayorazgo, que habría ocho años, y a don Luis para servir al príncipe. Vino rico y acompañado, mas no tanto como la otra vez”.5 Lo acompañaba también el capitán Andrés de Tapia y probablemente sólo llevaba con él algunos servidores. Se ignora si viajó en un navío propio o comercial. Su llegada a España tampoco fue sonada. Sin embargo, según Bernal Díaz, algún acatamiento recibió en Madrid el antiguo conquistador, que cumpliría 55 años en este de 1540: Y los señores del Real Consejo de Indias, de que supieron que Cortés llegaba cerca de Madrid, le mandaron salir a recibir y le señalaron por posada las casas del comendador don Juan de Castilla, y cuando alguna vez iba al Real Consejo de las Indias salía un oidor hasta una puerta donde hacían el acuerdo del Real Consejo y le llevaba bajo los estrados donde estaba el presidente, don fray García de Loaisa, cardenal de Sigüenza, y después fue arzobispo de Sevilla, y oidores licenciado Gutierre Velázquez, y el obispo de Lugo, y el doctor Juan Bernal Díaz de Luco, y el doctor Beltrán, y un poco junto a las sillas de aquellos caballeros le ponían a Cortés otra silla.6
Estas cortesías iniciales, que luego fueron resfriándose, tanto como la amistad que Cortés hizo con el presidente del Consejo y con Francisco de los Cobos, el secretario del rey, no bastaron para devolverle el favor real. Los negocios de Cortés no prosperaban y, con el buen pretexto de que debería esperar la conclusión de su juicio de residencia, iniciado desde 1529 y que nunca se resolvería, no se le daba licencia para volverse a la Nueva España. Él solo se había metido en una trampa sin salida. La corte estaba de luto por la muerte de la emperatriz Isabel de Portugal, ocurrida en Toledo el 1° de mayo de 1539, cuyos despojos fueron llevados a Granada. Cuenta Bernal que, en aquellos días de 1540, coincidieron en Madrid Cortés y sus criados, Hernando Pizarro, “con más de cuarenta hombres que llevaba consigo”, Nuño de Guzmán y el mismo Bernal Díaz, todos ellos cargados de grandes lutos por el duelo del emperador; y que los de la corte, por chiste, les llamaban “los indianos peruleros enlutados”.7
EL MEMORIAL ACERCA DE LOS AGRAVIOS DEL VIRREY MENDOZA Medio año después de su llegada a España, desde Madrid, Cortés dirigió al rey un memorial de agravios.8 Su propósito principal fue protestar por las expediciones que el virrey Mendoza
había despachado hacia el norte de México, y quejarse de los impedimentos y embarazos que el virrey le había puesto para la prosecución de sus descubrimientos, especialmente con la última expedición al mando de Francisco de Ulloa, y por el secuestro de cuanto tenía en el astillero de Tehuantepec, hechos relatados en el capítulo anterior. Por todo ello, Cortés pedía al rey que se respetara el contrato que con él se había hecho y, al mismo tiempo, que se revocasen las órdenes que le hubiesen sido dadas al virrey, a fin de que no prosiguiese las conquistas de tierras que se encontraban dentro de la demarcación con él convenida. El antiguo conquistador ignoraba que el virrey tenía instrucciones de limitar a discreción los poderes de Cortés y de sustituir sus funciones cuando lo considerara conveniente. Por otra parte, la capitulación tomada con Cortés se refería al Mar del Sur, sus costas, islas y tierras aledañas, a las cuales se habían limitado las exploraciones que había enviado o comandado. Él ignoraba que la Nueva España se extendía y ampliaba hacia el norte, por donde profundizarían por tierra las exploraciones de fray Marcos de Niza y de Francisco Vázquez Coronado, de 1539 y de 1540, que llegarían a tierras de Arizona y Nuevo México. Años más tarde, en 1542, Rodríguez de Cabrillo exploraría la Alta California y Nevada. La airada reclamación de Cortés no tuvo respuesta.
LAS SIETE CIUDADES DE CÍBOLA El entusiasmo por las exploraciones se lo había despertado al virrey Mendoza el franciscano italiano fray Marcos de Niza (?-1558). Éste había viajado a las Indias, se había detenido en Tierra Firme y Nicaragua y luego había ido al Perú, donde estuvo presente en la muerte de Atahualpa por Francisco Pizarro. Después de estas andanzas, llegó a México hacia 1538 y le fascinaron las noticias fantasiosas acerca de las riquezas de las tierras septentrionales que escuchó de algunos de los cuatro supervivientes, llegados a la ciudad de México desde 1536, de la desastrosa expedición que había iniciado nueve años antes Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Al virrey se le despertó también la curiosidad y autorizó al padre Niza a encabezar una nueva expedición, guiada por el negro Estebanico, uno de los supervivientes. Salieron de San Miguel Culiacán el 7 de marzo de 1539, exploraron tierras de Sinaloa, Sonora y Arizona y llegaron hasta Zuñí, que fray Marcos identificó como Cíbola, una de las fabulosas Siete Ciudades. Estebanico fue muerto por los indios y el padre Niza volvió a Nueva España en 1540 con exagerados relatos —contados en un estilo apacible y afirmados en constancias testimoniales — de ciudades avanzadas y ricas en oro, que en realidad sólo eran lugares humildes con casas de adobe en medio de desiertos.9 Pero el virrey creía en las fantasías de fray Marcos y preparó otra nueva y enorme expedición, que viajó de 1540 a 1542, encabezada por su amigo Francisco Vázquez de Coronado, en busca de aquellas Siete Ciudades de Cíbola, y luego de Quivira. Sólo encontrarían desiertos y hambre, aunque serían los primeros exploradores de numerosas regiones, que extenderían formalmente los dominios de la Nueva España: el Lejano Oeste, las Praderas, las Montañas Rocosas, el río Colorado, el Gran Cañón, el fondo del Golfo de California —que ratificó lo ya descubierto por Francisco de Ulloa, de que no era una isla—,
los indios pueblos, Nuevo México, Arizona, el Llano Estacado y Kansas.
LAS RECLAMACIONES DE LOS CAPITANES Cortés, por medio de sus procuradores, no fue el único en reclamar por los viajes de fray Marcos de Niza y de Francisco Vázquez de Coronado. A las suyas se acumularon las demandas de Nuño de Guzmán y de los adelantados Hernando de Soto y Pedro de Alvarado, alegando cada uno la paternidad de sus descubrimientos, afirmando sus derechos a las nuevas tierras y negando al mismo tiempo lo hecho por los otros. En el caso de Cortés, éste disputaba con Guzmán sobre el descubrimiento de la Baja California, y, lo que parece desvarío, afirmaba: “yo he hecho descobrir y por mi causa se ha descobierto la provincia de Cíbola”, reclamada por el virrey Mendoza. El fiscal licenciado Villalobos determinó en Madrid, el 25 de mayo de 1540, que todos los descubrimientos mencionados se hicieron por mandato del virrey don Antonio de Mendoza — lo que también era una falsedad— y que, por lo tanto, no debe escucharse ninguna de las solicitudes de gobernadores y adelantados, los cuales se contradicen entre sí, y que como todos los descubrimientos se hicieron en nombre del rey, a él le pertenecen.10 En realidad, todo era consecuencia de una geografía aún en formación, que hacía muy imprecisas las delimitaciones de gobernadores y adelantados. Para poner fin a estas disputas, el rey expidió una cédula en Madrid, el 10 de julio de 1540, precisando lo convenido con cada uno de los capitanes, decidiendo que los descubrimientos de fray Marcos de Niza —ya que los de Vázquez de Coronado aún no concluían— no invadían ninguna de las capitulaciones anteriores, lo que era verdad, y ordenando a los querellantes que: os estéis cada uno de vos en lo que hasta el dicho día hobiese descobierto e conquistado e no vos entremetáis a entrar ni entréis en lo que otro hobiere descubierto y conquistado o estoviese conquistando, aunque pretendáis que entra y así dentro de los límites de vuestras capitulaciones.11
Así se hizo. El virrey don Antonio de Mendoza, nuevo y prudente patrón, continuó conquistando territorios desconocidos y ampliando la Nueva España. A pesar del regaño, Cortés obtuvo que, en la misma fecha de la cédula admonitoria, se expidiera otra ordenando al virrey que levantara el secuestro de las naves que le habían sido tomadas y que se le permitiera proseguir sus armadas en el Mar del Sur.12 Pero ¿qué podía hacer con aquellas naves comidas por la broma, con aparejos podridos, las tripulaciones dispersas, y él mismo del otro lado del océano? Probablemente encargó a su apoderado en Nueva España, el licenciado Altamirano, que lo que quedara aún útil en el astillero de Tehuantepec lo destinara a la empresa naviera que había iniciado, para el comercio entre México, Panamá y el Perú, y ya no pensó más en exploraciones en el Mar del Sur. El rencor de Cortés contra Mendoza será tan enconado como inútil.
LA VENGANZA DE CORTÉS CONTRA EL VIRREY MENDOZA Y LA VISITA DE TELLO
DE SANDOVAL Cortés encontró una oportunidad de tratar de vengar los daños que le había hecho el virrey Mendoza cuando se enteró hacia 1543 de la decisión de la Corona de enviar visitadores a las Indias. Y aun antes de que se designara el de la Nueva España, envió al Consejo de Indias un escrito de cargos contra el virrey,13 movidos en buena parte por el resentimiento. Las acusaciones principales se refieren a desmanes contra españoles e indios cometidos por criados del virrey; a que éste había emprendido conquistas y descubrimientos, abandonando su propia función de gobernante; y a las extorsiones de que hizo víctima a Pedro de Alvarado antes de su muerte. Por lo anterior, Cortés alega que será inútil enviar a un simple visitador, porque nadie se atreverá a acusar al virrey y a sus criados, y que es preciso que se provea a un juez de residencia, que pueda suspender los cargos. Así se había hecho con él, Cortés, cuando fue gobernador. Además de estos cargos, la pasión lo movió a darse el trabajo de elaborar un cuestionario de 35 preguntas, a las que luego añadió cuatro más, que debían responder los testigos de cargo contra el virrey; hizo otro interrogatorio especial para el licenciado Loaisa, antiguo oidor en Nueva España; y formuló una segunda petición insistiendo en su demanda de juicio de residencia contra el virrey.14 El visitador designado fue el licenciado Francisco Tello de Sandoval, cuya estancia en la ciudad de México se extendió de 1544 a 1547. Sus cometidos eran los de observar el cumplimiento de las Leyes nuevas de 1542, fiscalizar la conducta del virrey Mendoza y de la Audiencia, y aun había recibido el cargo de inquisidor. Tello de Sandoval fue alojado en la casa que había ocupado el licenciado Loaisa, “se trataba bien” y, al principio de su visita, para complacerlo, hubo fiestas y regocijos con juegos de cañas y toros.15 Pronto comenzó a manifestarse su parcialidad contra el virrey y se alió con los enemigos que ya tenía don Antonio. Formuló el visitador un interrogatorio de 44 cargos, incluidos los señalados por Cortés. El virrey dio respuesta a estas acusaciones, por conducto de Miguel López, en un prolijo y reposado documento de 309 ítems y, además, el 7 de mayo de 1548 presentó ante el Consejo de Indias una recusación contra la actuación parcial del visitador, la cual fue aceptada. Todo el alboroto paró en nada.16
EL DESASTRE DE ARGEL El dominio español en el Mediterráneo se vio gravemente amenazado por los piratas argelinos, especialmente los Barbarroja, que no permitían la navegación segura del comercio y los ejércitos. A partir de 1518 se sucedieron varias acciones militares españolas contra Argel, con diversa fortuna. En la cuarta de estas acciones, ocurrida en 1541, el emperador decidió dar una batida a este puerto, que gobernaba el eunuco y renegado Azán Agá, y organizó una enorme armada: 12 000 marinos y 24 000 soldados, alemanes, italianos y españoles, en 65 galeras y 450 barcos diversos, que se reunieron en las islas Baleares. El emperador llegó el 13 de octubre de 1541, en las galeras de Andrea Doria, para encabezar la
armada. Este capitán intentó convencer a Carlos V de que aquella era mala época, de vientos y tormentas, pero no logró persuadirlo. Hernán Cortés decidió servir al emperador y a su patria en esta acción y se alistó como voluntario, con sus hijos Martín, el mayorazgo —que contaba sólo nueve años—, y Luis —que tendría 18 o 19—, y muchos criados y caballos, y se le asignó la galera Esperanza, de don Enrique Enríquez. El desembarco en un lugar cercano a Argel comenzó a hacerse con fortuna, y el lunes 24 de octubre se inició la marcha contra el enemigo y el sitio de la ciudad. La noche de ese día llovió mucho y se mojaron la pólvora y las armas, lo que aprovecharon los argelinos, la mañana del miércoles 26, para salir a atacar a los sitiadores. Algunos de éstos huyeron, pero los alemanes, alentados por el emperador, atacaron a turcos y moros. Esta escaramuza fue el único encuentro guerrero y tuvo lugar cuando los españoles aún no desembarcaban. La tormenta arreció y cuando el emperador supo que había arrojado a la costa y destruido más de 150 navíos con provisiones y armas, convocó a un consejo de guerra, al que no se llamó a Cortés. El consejo decidió levantar el cerco y ordenar la retirada general. Cortés protestó, pues “aseguraba poder conquistar Argel sólo con un reducido contingente del ejército”, opinión que otros compartían y lo que parece posible, pues estaban a las puertas de la ciudad con escasos defensores. El reembarque de las tropas, con tormenta y atacadas por los argelinos, fue catastrófico. La galera del emperador se averió, tuvo que ser reparada en Bugía y no llegó a Cartagena hasta principios de diciembre. Como los demás, Cortés y sus gentes, entre las que iba su capellán Francisco López de Gómara, tuvieron que embarcarse entre la confusión, el fango y la lluvia. El mismo López de Gómara relatará la desgracia que ocurrió al conquistador de México: Por el miedo de no perder los dineros y joyas que llevaba, dando al través, se ciñó un paño con las riquísimas cinco esmeraldas que dije valer cien mil ducados; las cuales se le cayeron por descuido o necesidades, y se le perdieron entre los grandes lodos y muchos hombres; y así le costó a él aquella guerra más que a ninguno.17
La piratería argelina volvió a aumentar, sumada a la turca, hasta que, 30 años más tarde, ocurrió la victoria de Lepanto sobre la flota otomana. Muy celebrada en la cristiandad, no fue, con todo, de resultados definitivos. Los piratas del mundo musulmán siguieron siendo un peligro y amenaza en el Mediterráneo.
LAS GRANDES CARTAS DE AGRAVIOS Después de algo más de dos años de estancia en España, cuando Cortés se convenció de que no prosperaría su intento de impedir las expediciones dispuestas por el virrey Mendoza, y de que el futuro había concluido para él en la Nueva España, y después del desastre y humillación que sufrió en la expedición de Argel, el antiguo conquistador pareció hundirse en el desaliento; dejó de pleitear ante el Consejo de Indias por tantas de sus causas pendientes, y concentró su despecho en las últimas tres grandes cartas que dirigió a Carlos V, en 1542, 1543 y 1544, para recordarle cuánto había hecho, reclamarle su relegación e intentar mover el real
ánimo en favor suyo. Distingue a estas tres cartas cierta elevación en la amargura, como de quien sabe la importancia de sus acciones pasadas, ve cómo se le han desvanecido el poder y la gloria y ha venido a convertirse sólo en un litigante molesto. Porque ha aprendido a decirlo con desnuda sobriedad, al cabo de tantos escritos, estas cartas, además de conmovedoras, son de sus mejores páginas, junto a los grandes pasajes descriptivos y épicos de sus Cartas de relación. Recuerdan los autorretratos finales del Ticiano en que la cercanía de la muerte da a la mirada un desasimiento como de quien sólo ve hacia dentro de sí mismo, sin esperanza alguna, para considerar la inutilidad de sus afanes. En la primera de estas cartas, de 1542, aún enumera sus hechos principales en servicio de la Corona: se detiene en pormenores de los años en Santo Domingo y Cuba y resume lo que hizo para la conquista y población de la Nueva España; menciona luego las mercedes que recibió y los acontecimientos posteriores, hasta llegar a su reciente intervención en la campaña de Argel con dos de sus hijos, y no llega a concretar sus peticiones, sino su gran queja: “se le ha quitado todo, no habiendo falta en su persona y gobernación”. Cuando habla de su conquista, logra una buena síntesis que merece recordarse: Sólo suplica a Vuestra Majestad mire y resuma sus servicios en que él solo se ha señalado en aquellas partes, así en las conquistas que en ellas se han hecho, como en la conservación y conversión de los naturales, y población y gobernación de las tierras, y que nadie como él ha fecho estas tres cosas, y que no tiene Vuestra Majestad en aquellas partes sino lo que él ganó y gobernó, y que tuviera más si no le hubieran estorbado.18
En la segunda carta, del 18 de marzo de 1543, exasperado por una decisión del Consejo de Indias, que pretendía litigara de nuevo con el fiscal respecto a las tierras que había recibido, intenta refugiarse en el consuelo religioso, pero luego solicita al emperador tener “jueces iguales” a sus propios merecimientos, ya que él le hizo “servicios tan notables que jamás los hizo vasallo a su rey”. Al final, después de referir las reclamaciones desproporcionadas que le hacen, no le queda más que suplicar al monarca que no le “haga tanto mal ni desventura”, protesta porque lo “tenga en estofa de no cristiano” y le reclama por una frase que debió decirle ante sus reclamaciones insistentes, y que a Cortés lo agravió profundamente: “que no había sido suya aquella conquista”. En aquellos años de humillaciones ante tribunales y consejos que nada le resolvían, siente que “le iba la honra” en el orgullo de sus ya lejanas hazañas que querían quitarle.19 La última carta de Cortés al emperador es la “sentidísima” del 3 de febrero de 1544. El sentir o imaginar, que es lo mismo, que todos los esfuerzos fueron en vano, la tristeza de los años caducos, las dilaciones y enredos de la justicia, las rentas consumidas en proyectos grandiosos que se han mudado en deudas, invaden al Hernán Cortés que escribe esta carta. Ahora juzga con ironía las promesas imperiales y siente que no tiene ya edad para seguir rodando por mesones, siguiendo a la corte, sino que es hora de recogerse a aclarar su cuenta con Dios, “pues la tiene larga”. El negocio de la carta es pedir al emperador que se prestara atención a sus reclamaciones y que “jueces sin sospecha” las resolviesen. Pero al hacerlo, Cortés tiene tanta amargura, tantos agravios acumulados en el alma que salen incontenibles, desde el principio mismo, en pasajes
espléndidos: Pensé que haber trabajado en la juventud me aprovechara para que en la vejez tuviera descanso, y así ha cuarenta años que me he ocupado en no dormir, mal comer y a las veces ni bien ni mal, traer las armas a cuestas, poner la persona en peligros, gastar mi hacienda y edad, todo en servicio de Dios, trayendo ovejas a su corral muy remotas de nuestro imperio, ignotas y no escriptas en nuestras Escrituras, y acrecentando y dilatando el nombre y patrimonio de mi rey, ganándole y trayéndole a su yugo y real cetro muchos y muy grandes reinos y señoríos de muchas bárbaras naciones y gentes, ganados por mi propia persona y espensas, sin ser ayudado de cosa alguna, antes muy estorbado por nuestros muchos émulos e invidiosos que como sanguijuelas han reventado de hartos de mi sangre… Véome viejo y pobre y empeñado en este reino en más de veinte mil ducados, sin más de ciento otros que he gastado de los que traje… He sesenta años y anda en cinco que salí de mi casa, y no tengo más de un hijo varón que me suceda, y aunque tengo la mujer moza para poder tener más, mi edad no sufre esperar mucho… No tengo ya edad para andar por mesones, sino para recogerme a aclarar mi cuenta con Dios, pues la tengo larga, y poca vida para dar los descargos, y será mejor dejar perder la hacienda que el ánima.20
Carlos V recibió y acaso leyó la carta; su secretario Francisco de los Cobos anotó al margen: “No hay que responder”. La triste situación de Cortés en estos años finales la pinta una anécdota que cuenta Voltaire: Un día Cortés, no pudiendo tener audiencia del emperador, se abrió camino por entre la multitud que rodeaba la carroza del monarca, y subió al estribo; y que preguntando Carlos V ¿quién era aquel hombre?, Cortés replicó: “El que os ha dado más reinos que ciudades os dejaron vuestros padres”.21
A Hernán Cortés, que fue un político excepcional, le faltó comprender que era necesario echarlo a un lado para que su conquista se convirtiera en un nuevo Estado y no sólo en su posesión.
ENCUENTROS CON JUAN GINÉS DE SEPÚLVEDA Y FRANCISCO CERVANTES DE SALAZAR Después de haber vivido principalmente en Madrid, Cortés, siguiendo a la Corte, se instaló aproximadamente de 1543 a 1545 en Valladolid. En estos años, según lo ha documentado Ángel Losada,22 Cortés tuvo tres encuentros con Juan Ginés de Sepúlveda, de los que quedaron constancias en las obras del eminente jurista. A Sepúlveda le interesaban la personalidad y las acciones de Cortés como un testimonio para sus obras históricas y sus doctrinas jurídicas, y es posible que además de estos encuentros haya tenido amistad con Cortés en estos años de Valladolid, donde también vivía el humanista. La primera entrevista —después de otra imprecisa— ocurrió en Valladolid, probablemente hacia 1543, en una reunión familiar en la que Sepúlveda escuchó a Cortés narrar las asechanzas que se le preparaban en Cholula y la matanza que luego hizo.23 Además, Sepúlveda utilizó los Comentarios del antiguo conquistador —como llama a las Cartas de relación, que acaso recibió del propio autor—, en su obra De Orbe Novo o Crónica de las hazañas de los españoles en el Nuevo Mundo y México, esa “historia olvidada de nuestro descubrimiento”,
como dice Losada. El segundo encuentro tuvo lugar en Salamanca, en noviembre de 1543, en ocasión de la boda del príncipe Felipe con doña María de Portugal, a la que asistieron Hernán Cortés, su hijo Martín y el doctor Sepúlveda. Este último lo refiere en su Crónica de Carlos V.24 Y el tercero pasó de nuevo en Valladolid, en la corte del príncipe Felipe, poco antes de que Sepúlveda escribiera el Democrates alter o De las justas causas de la guerra contra los indios, que concluyó en 1544. Una conversación entre Cortés y Sepúlveda es el pretexto formal para este tratado sobre la justificación de la conquista del Nuevo Mundo, cuyas tesis provocarían violenta polémica con fray Bartolomé de las Casas. Losada llega a suponer que pudo existir alguna colaboración personal de Cortés en la redacción de esta obra. Al principio del famoso diálogo dice Leopoldo a Demócrates: Hace pocos días, paseándome yo con mis amigos en el palacio del príncipe Felipe, pasó por allí casualmente Hernán Cortés, marqués del Valle (me refiero a aquel caudillo que tanto extendió las fronteras del imperio para el emperador Carlos, rey de España, en aquella parte del orbe que se conoce con el nombre de Nuevo Mundo, y que ostenta el título de marqués del Valle, por el marquesado que preside en aquel mundo por él subyugado). Al verle comenzamos a hablar largamente de las hazañas que él y los demás caudillos del emperador habían llevado a cabo en la región occidental y austral, por completo olvidada de los antiguos habitantes de nuestro mundo. La materia, lo confieso, me produjo gran admiración por su variedad e inesperada novedad. Pero al recapacitar en ello después conmigo mismo, esta duda y temor se apoderó de mi mente: si era conforme a la justicia y a la piedad cristiana el que los españoles hubieran hecho la guerra a aquellos mortales inocentes, de quien no habían recibido daño alguno.25
Por estos años, Cortés conoció también al humanista Francisco Cervantes de Salazar, por entonces secretario latino del cardenal Loaisa, presidente del Consejo de Indias. El futuro cronista de Nueva España referirá que en la corte del emperador oyó al conquistador contar una anécdota de sus empresas: que cuando tuvo menos gente, porque sólo confiaba en Dios, había alcanzado grandes victorias, e cuando se vio con tanta gente, confiado en ella, entonces perdió la más della y la honra y gloria ganada.26
Dicho que pudo aludir a la derrota de la Noche Triste. Cervantes de Salazar debió sentir gran admiración por aquel hombre. En uno de sus primeros libros, de 1546, dirigió a Cortés, con grandes elogios, una epístola nuncupatoria de la continuación que escribió del Diálogo de la dignidad del hombre, del maestro Hernán Pérez de Oliva.27 En esta dedicatoria, considera a Cortés superior en sus hazañas a Alejandro y a César; elogia su prudencia y ardides en la guerra y la visión con que ha organizado la Nueva España e implantado en ella el cristianismo; celebra también al conquistador Andrés de Tapia, al que debió conocer, y termina señalando la noble ascendencia italiana de los Cortés. Después de la muerte del conquistador, Cervantes de Salazar vino a México hacia 1550. Aquí participó en la fundación y primeros pasos de la Universidad y escribió sus obras principales y, de 1558 a 1573, redactó su Crónica de la Nueva España, en la que se ocupó ampliamente de la naturaleza y conquista de México. Las relaciones que tuvo Cortés con estos hombres de letras, más constante y documentada la de Sepúlveda, casual la de Cervantes de Salazar, dejaron en ambos interlocutores huella honda en sus obras, pero ignoramos cuál haya sido su efecto en Cortés. Por estos mismos años,
últimos de la vida del relegado conquistador de México, el obispo Paulo Giovio pidió a Cortés su retrato para incluirlo en la galería de celebridades que formaba y escribir su elogio —como se relatará en el capítulo XXIV—. Así pues, el éxito que Cortés no tenía en el mundo político, que era el que le interesaba, comenzaba a tenerlo en el mundo intelectual. El jurista, el humanista y el obispo suntuoso —entre otros, puede suponerse— sentían curiosidad por aquel conquistador ya entonces legendario, que contaba una y otra vez sus hazañas y que ahora se encontraba empequeñecido en el mundo de la Corte que seguía los desplazamientos del emperador.
ENCUENTROS CON FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS Aunque fray Bartolomé de las Casas y Hernán Cortés coincidieron en la isla Española, sólo se conocieron en Cuba en 1515; se encontraron en México en 1538 o 1539 y, durante las cortes que celebró el emperador en la villa de Monzón, en 1542, tuvieron su última conversación, que recogerá el dominico en su Historia de las Indias. Las Casas sentía antipatía por el conquistador, lo consideraba astuto y decidido, pero traidor a Diego Velázquez, mal cristiano y condenaba sus acciones militares. En el encuentro de Monzón, refiere Las Casas que hablaron de hechos tan remotos como los preparativos que había hecho Cortés, en la isla de Cuba, de la expedición a México, cuando se agenció hombres y bastimentos recurriendo a todos los arbitrios. El conquistador aceptó los hechos diciendo, según el historiador: “A la mi fe, anduve por allí como un gentil corsario”. Las Casas agrega que comentó para sí: “Oigan vuestros oídos lo que dice vuestra boca”. El mismo regaño sí lo pronunció cuando, en su encuentro en México, años antes, le había reprochado el haber preso a “aquel gran rey Moctezuma y usurpádole sus reinos”, ocasión en la que Cortés por respuesta citó una sentencia bíblica: Qui non intrat per ostium fur est et ladro: “El que no entra por la puerta es un ladrón” (San Juan, X, 1). Las Casas comenta que aunque “todo se pasó en risa”, por dentro él lloraba “viendo su insensibilidad, teniéndole por malaventurado”.28 Mientras que unos le celebraban como hazañas sus hechos como conquistador, la voz de un juez severo volvía a recordarle sus culpas. Y estas doctrinas de justicia iban conturbándolo y llegarían a vencerlo en sus últimos días.
PARECER SOBRE LOS REPARTIMIENTOS DE INDIOS Derogada la supresión de las encomiendas que habían intentado las Leyes nuevas de 1542, continuaron buscándose formas para mejorar esta compleja figura jurídica. La encomienda se concebía ahora como: simple cesión, en favor de los españoles particulares —explica Silvio Zavala—, de las rentas que los indios pagaban a la Corona en concepto de servicio debido por vasallaje. No se trataba ya de la sujeción de la persona de los indios, ni se pretendía fundar el tributo en razones de provecho de los colonos españoles, sino en la razón estatal.29
Al mismo tiempo, se consideró el tema de la duración de las encomiendas, que por la ley de sucesiones sólo podían heredarse dos veces. Los colonos insistían en obtener la perpetuidad, y años más tarde, en 1550, se efectuará una junta, a la que asistió Bernal Díaz del Castillo como el “conquistador más antiguo de la Nueva España”,30 y en la que se escucharán las opiniones encontradas de los juristas Juan Ginés de Sepúlveda y fray Bartolomé de las Casas. Como un punto de vista previo para tenerse en cuenta en estas deliberaciones del Consejo de Indias, debió pedirse a Cortés, hacia 1544, su parecer respecto a la perpetuidad de las encomiendas. Su opinión es favorable. Repitiendo lo que otras veces había afirmado, dice que con esta perpetuidad los indios tendrán más defensa y amparo, pues los españoles los considerarán como bienes propios; sugiere que los repartimientos que estén en primera vida paguen de pensión o impuesto para el rey, un cuarto de su rendimiento; en segunda vida, un tercio, y los de la tercera y postrer vida, la mitad; y concluye diciendo que: asentada la tierra con la dicha perpetuidad y asentados los hombres en ella, todo crece: las haciendas, el trato, el valor de las cosas y todo esto es acrecentamiento de las rentas reales, beneficio de la tierra y de los vecinos della así españoles como naturales.31
El punto de vista de Cortés tiene una falla: sólo considera el interés de los españoles, mientras que ve a los indios como a una fuerza mostrenca de trabajo y no como a personas libres. Probablemente las conversaciones de Cortés con Sepúlveda, y las polémicas de éste con Las Casas, hicieron que el antiguo conquistador fuera cambiando sus ideas sobre los indios y la conquista por concepciones más humanitarias y justicieras, como aparecerán en su Testamento.
ÚTIMAS GESTIONES SOBRE SU JUICIO DE RESlDENCIA Y LOS 23 000 VASALLOS Como el juicio de residencia contra Cortés continuaba vivo y sin resolución definitiva — recurso para impedirle su retorno a Nueva España, como se ha apuntado—, Cortés aún dirigió al Consejo de Indias tres escritos, en 1544 y 1545. En el primero de ellos hace un breve resumen de la enemistad notoria con que se le tomó la residencia, y pide que en vista de sus importantes servicios el consejo se desista de dicho juicio. En el segundo, protesta porque el tribunal que hará la revisión del juicio está incompleto. Y en el último, que firman con Cortés seis jurisperitos, enumera las fallas de procedimiento que ha tenido el proceso y pide que se declare su nulidad.32 El procurador fiscal Villalobos, a quien el Consejo de Indias había encargado mantener vivo el proceso contra Cortés, también continuaba alentando las averiguaciones en relación con el pleito por los 23 000 vasallos, aún sin solución. El 27 de marzo de 1545 el rey expidió dos cédulas, a solicitud de Cortés, autorizando a las Audiencias de la isla Española y del Perú a recibir probanzas de testigos que presentara Cortés en relación con este pleito.33 Nada se haría ya al respecto.
RESUMEN DE LOS PLEITOS DE CORTÉS Y CONFLICTO CON EL LICENCIADO NÚÑEZ El licenciado Francisco Núñez, primo de Cortés, había llevado los pleitos de éste en la Corte desde 1522 hasta 1543; y en 1546, cuando Cortés se encontraba en Madrid, riñeron por pagos atrasados, probablemente a causa de la mala situación económica del marqués. Éste solía tratar a Núñez con cierta aspereza desconsiderada, notoria en la carta con pasajes cifrados que le escribió el 25 de junio de 1532 —expuesta en el capítulo XX—. El rompimiento de Cortés y su procurador dio ocasión a que Núñez presentara ante el Consejo de Indias, el 7 de octubre de 1546, un memorial con 82 preguntas, a las cuales pedía que respondiera Cortés. El cuestionario en realidad es una enumeración muy instructiva de los pleitos y negocios de Cortés en los que intervino Núñez, y de los gastos de escribanos, copistas, mensajeros, derechos y otras erogaciones que hizo por cuenta de Cortés. De la misma fecha que el memorial existe una lista, que puede ser un apunte previo, de dichos pleitos y negocios respecto a los cuales Núñez logró obtener documentos resolutorios o cédulas reales, relativas a Cortés, los cuales suman 167. Esto muestra la enorme actividad de Cortés y de su abogado principal en la Corte, en asuntos de justicia y en gestiones diversas. Algunas de las cédulas mencionadas aquí no se conocen y otras dan detalles interesantes de ciertos pleitos, como el de la cédula que obtuvo Pánfilo de Narváez en 1527 para que se quemasen las Cartas de relación de Cortés existentes y se prohibiese su impresión (ítem III del memorial). Al mismo tiempo, el memorial y la lista hacen evidente que casi nada se movía en la Corte y en los Consejos sin que fuera solicitado y empujado.34 Cortés respondió de mala manera al interrogatorio del memorial de Núñez. En principio, al aceptar que lo conoce, dijo en forma ofensiva: que confiesa haber oído decir que el dicho licenciado Núñez es hijo de una mujer que hubo su agüelo deste declarante de una fulana de Paz e que no era hija de su agüela deste declarante e que sabe ques hijo de un Francisco Núñez, escribano que era en Salamanca
—mala expresión ya citada antes—. En casa de este Francisco Núñez, padre, Cortés se había alojado cuando fue a estudiar a Salamanca, y él le había dado, se supone, lecciones de latín. Al resto del memorial, Cortés contestó con evasivas: “que confiesa que algunos días —que fueron más de veinte años— entendió el dicho licenciado Núñez en algunos negocios deste declarante porque se los pagaba muy bien”; que todo lo afirmado por Núñez ya lo había respondido otras veces, y que Núñez “es hombre caviloso e le ha puesto estas pusiciones e lo contenido en ellas por otras muchas veces en otras causas”. En suma, que nada le debía y que ésta era sólo una insistencia más. Declaraciones tan despectivas para quien lo había servido muchos años están firmadas en Madrid, abril de 1546.35 Éste será el último de los documentos públicos de Cortés. El licenciado Francisco Núñez debió morir poco después, ya que Cortés, en la cláusula LIII de su Testamento, que firmará el 11 de octubre de 1547, encarga que en el pleito que lleva “con la mujer y herederos del licenciado Núñez”, por razón de cuentas, si ellos están de acuerdo, se nombren dos contadores por cada parte que revisen las escrituras de ambos, y que
lo que determinen sea acatado sin otra tela de juicio.
LA MEDITACIÓN SOBRE LA MUERTE En sus últimos años, y tratando de llenar de alguna manera los ocios del cortesano sin provecho, Cortés se inclinó por la conversación con personas doctas acerca de temas de filosofía moral. Refiere don Pedro de Navarra, obispo de Cominges, en sus Diálogos muy subtiles y notables, de 1567, que una de las academias de varones ilustres en aquellos años se reunía en Madrid, en la casa del notable y valeroso Hernán Cortés, engrandecedor de la honra y imperio de España, cuya conversación seguían muchas personas señaladas de diversas profesiones, por su gran experiencia y hechos admirables: especialmente el liberal cardenal Poggio, el experto Dominico Pastorelo arzobispo de Cáller [Cagliari], el docto fray Domingo de Pico, el prudente don Juan de Estúñiga comendador mayor de Castilla, el grave y cuerdo Juan de Vega, el ínclito don Antonio de Peralta marqués de Falces, don Bernardino su hermano, el de excelente juicio don Juan de Beaumont, y otros que por no ser largo dejo de nombrar.36
Añade Navarra que cuantas materias se trataban en las conversaciones de esta academia auspiciada por Cortés eran notables y que de ellas aprendió para dar tema a la mayor parte de sus Diálogos. Éstos se dividen en tres series que se refieren a las virtudes que debe tener el cronista del príncipe, a las diferencias entre la vida rústica y la noble, y a la preparación de la muerte. Al principio de esta última serie consigna los datos respecto a Cortés y a los asistentes, y precisa que el tema surgió con ocasión de la agonía de Francisco de los Cobos, el poderoso secretario y privado de Carlos V, que moriría en mayo de 1547. Como en otros diálogos renacentistas, los interlocutores son personajes imaginarios: Cipriano y Basilio en este caso, aunque a veces interviene la Muerte. Por ello, no pueden identificarse las intervenciones de los asistentes. Sin embargo, hay dos pasajes, uno en el diálogo cuarto de la segunda serie —f. 34 r.— en que parecen escucharse los agravios de Cortés en sus últimas cartas al emperador, y las miserias del “arrabal de senectud”: ¿Cuánto ha que sirves a tu señor por mar y por tierra, días y noches, desvelado y cansado, invierno y verano, en paz y en guerra, y jamás lo viste contento? Has perdido la juventud, la hacienda, las fuerzas y la propia libertad; y te hallas cano, sin dientes, sin bienes, sin contento y sin esperanza; lleno de deudas, de enojos, de enfermedades y trabajos…
El otro pasaje —en el diálogo segundo de la tercera serie, ff. 41 v. - 42 r.— es un curioso programa de la distribución diaria de la estéril vida del cortesano en aquellos años, que es el que debió seguir, reventando, el hombre de acción compulsiva que había sido Hernán Cortés:
Portada y página 39, con la alusión a Hernán Cortés, de los Diálogos muy subtiles y notables, de Pedro de Navarra, Zaragoza, 1567. Veinte años ha que sigo corte, y vivo con esta orden: a las doce me acuesto y a las ocho me levanto, hasta las once despacho negocios, de once a doce como, de doce a una me entretengo con truhanes, con detractores o en pláticas sin fruto; de la una a las tres tengo siesta, de tres a seis despacho negocios, de seis a ocho rúo la corte o doy vuelta a las vegas, y de ocho a diez ceno y descanso, de diez a doce huelgo y platico, y de doce en adelante duermo, como he dicho, más acompañado de ambición y de codicia, o de miedo y malicia, que de quietud ni contento.
Las doctrinas que expone Navarra son nobles y elevadas, aunque difusas y sin originalidad, lo que explica que su libro, muy raro, nunca haya sido reimpreso. Son curiosas ciertas sentencias que intercala en las conversaciones, entre paréntesis y en letra cursiva. Por ejemplo: (El príncipe ama la traición, mas no al traidor). Se ha escrito, sin apoyo documental, que Cortés creó una academia de pintura en Sevilla, y que su viuda la presidió a su muerte. Ello no parece verosímil.37
LA POBREZA DE LOS ÚLTIMOS MESES Cortés era muy rico en propiedades, así continuaran en litigio algunas de ellas, pero había contraído cuantiosas deudas por sus expediciones al Mar del Sur y tenía enormes gastos, en Nueva España y en España, para el sostenimiento de sus casas y de numerosos procuradores,
administradores, agentes y criados, y para el seguimiento de sus procesos. Aun con las estrecheces que tuvo en sus últimos meses, como puede verse en su Testamento, tenía mayordomo, contador, repostero de estrado, camarero, paje de cámara, botiller y caballerizo. Enfermo y agobiado por sus deudas, y “temiendo los estíos del invierno en Madrid, e por esperar a sus hijos… salió de la corte en el mes de septiembre de mil e quinientos e cuarenta y seis años, e se fue a Sevilla”, cuenta Fernández de Oviedo. Y López de Gómara añade que lo hacía “con voluntad de pasar a la Nueva España y morir en México”.38 Gracias a la cuenta que presentó el administrador Juan Galvarro puede saberse que, en los meses pasados en Sevilla, Cortés recibió de Nueva España 1 450 marcos de plata, que se vendieron en 4 162 500 maravedís, y tres partidas de oro que dieron 1 771 426 maravedís. Pero, para completar los gastos, Cortés recibió en préstamo de Domingo de Lizarrarás, banquero de Sevilla, 884 448 maravedís. Este total de 6 818 374 maravedís, o sea 18 182 ducados (de 375 maravedís) se gastaron principalmente en entregas a los hijos: a don Martín el sucesor sólo 13 ducados, pues era menor de edad y debió vivir con su padre; a don Martín “el grande”, 100 ducados; y a don Luis, que se había ido a Alemania tras el emperador, mucho dinero, que es posible que signifique despilfarro: un total de 700 ducados, más el pago de los correos. Los gastos generales de la casa, la comida, los salarios de servidores y abogados, los pagos a lenceros, pañeros y proveedores diversos, los intereses de un préstamo recibido del florentino Jácome Boti —que luego reencontraremos—, correos varios, gastos personales y limosnas, consumieron el total disponible.39 En su última carta al emperador, de principios de 1544, Cortés le había dicho que debía ya 20 000 ducados, aparte de 100 000 que había gastado de lo que trajo consigo. Y en 1541 había perdido en el desastre de Argel las cinco esmeraldas valuadas en 100 000 ducados. En la casa de la parroquia de San Marcos que tomó en Sevilla, le ocurrió a Cortés algo que debió abatir sus quebrantados ánimos. Cuando ya no encontró manera de conseguir nuevos plazos de sus acreedores y le faltaba lo indispensable, llamó al prestamista Jácome Boti y le empeñó en 6 000 ducados lo valioso que tenía en su casa: 44 piezas de oro y plata y dos camas de brocado con ricos bordados. El trato se hizo el 30 de agosto de 1547, con intereses de dos al millar más cuatro maravedís por cada ducado. Las piezas de metales preciosos pesaron 89 kilos 470 gramos, más lo equivalente a 755 castellanos de oro, o sean tres kilos 473 gramos de oro. Eran objetos para el servicio de la casa, usos litúrgicos —en la capilla que debió tener— y collares y lazadas de oro y esmaltes. Las fuentes y los frascos llevaban grabadas las armas de Cortés, y unas tazas las de la casa de Zúñiga de la marquesa doña Juana. Un año y meses después de la muerte de Cortés, el 8 de enero de 1549, el conde de Aguilar, testamentario y suegro de Cortés, pagó la deuda y sus intereses, que llegaban a 7 516 ducados, y rescató los bienes empeñados.40
EL TESTAMENTO Mes y medio después del empeño, en su casa desmantelada de Sevilla, Hernán Cortés hizo llamar a Melchior de Portes, escribano público, y ante él dictó su Testamento el martes 11 y el
miércoles 12 de octubre de 1547. Cuando estuvo concluido, firmaron como testigos el licenciado Infante y Melchior de Mojica, este último contador del marqués. Además, debió dictar entonces una lista de administradores de sus haciendas en México, que dispuso continuaran en su encargo, y otros papeles complementarios. Su Testamento41 es admirable, en principio, por la equidad cuidadosa con que distribuyó sus bienes; por las fundaciones que ordenó: el Hospital de la Concepción o de Jesús en la ciudad de México, y un monasterio de monjas y un colegio de teología y derecho en Coyoacán —estos últimos nunca se edificaron por insuficiencia de recursos—, asignándoles propiedades y rentas para su edificación y sostenimiento; y por la atención que dedicó a cada uno de los criados y servidores, suyos y de su mujer, perdonándoles deudas y dejándoles legados. Su mujer, doña Juana de Zúñiga, contó poco en este documento. Aunque la nombró una de sus albaceas en México —junto con el obispo fray Juan de Zumárraga, el provincial de los dominicos, fray Domingo de Betanzos, y el licenciado Juan Altamirano—, sólo dispuso que se le pagaran los 10 000 ducados que recibió con ella de dote (cláusula XX). Su hijo Martín fue el heredero del marquesado y el titular del mayorazgo. Pero al mismo tiempo Cortés dispuso sustanciosas asignaciones —1 000 ducados de oro anuales— para sus otros dos hijos naturales varones. Martín y Luis, ambos legitimados, y dotes para que pudieran casarse sus tres hijas legítimas, María, Catalina y Juana, y las tres naturales, Catalina Pizarro, Leonor Cortés Moctezuma y María. La predilecta de sus hijas fue Catalina Pizarro —quizás nacida en Cuba, de Leonor Pizarro, y apadrinada por Diego Velázquez—, única hija que hizo legitimar. Llevaba el mismo nombre que la madre de Cortés y éste tuvo por ella especial cariño, como lo muestran las cláusulas XXV a XXXII de su Testamento, que dedicó a protegerla. Le asignó las estancias de Chinantla, Matalcingo y Tlatizapán, donde se criaban vacas, yeguas y ovejas, y dispuso que sus productos de los que él había dispuesto o con los que había negociado, se le entregasen. A pesar de ello —como se narró en el capítulo X al hablar de los hijos de Cortés—, esta Catalina tuvo un destino amargo. Por un juicio seguido en 1550 contra la marquesa viuda de Cortés,42 se sabe que ésta daba un trato humillante a Catalina y que, con la complicidad del apoderado y también albacea testamentario de Cortés, el licenciado Altamirano, forzó a la muchacha a firmar, entre lágrimas y protestas, documentos por los que le cedía sus propiedades cercanas a Cuernavaca y, también contra su voluntad, y con la ayuda del duque de Medina Sidonia, la internó en el monasterio dominico de la Madre de Dios, en Sanlúcar de Barrameda, donde debe haber pasado el resto de su triste vida. Consta que aún estaba allí en 1565. Además de los aspectos humanitarios y familiares, lo más notable del Testamento de Cortés son las cláusulas XXXVIII a XLI, que muestran la evolución de su pensamiento en el problema de la justicia de la conquista y la huella que habían dejado en su ánimo las doctrinas de fray Bartolomé de las Casas y acaso sus conversaciones con Juan Ginés de Sepúlveda. Dispone en estas cláusulas que si fue mal informado o si llegan a aclararse las dudas que subsistían al respecto, para descargo de su conciencia se restituyan a los señores naturales de las tierras que posee las rentas o tributos que haya recibido; se libere a los esclavos; se restituyan las tierras que “eran propiamente de los naturales de aquellos pueblos”; y se pague
a los indios por los servicios personales que de ellos hubiese recibido. Ninguno de estos escrúpulos de conciencia fue válido para Martín Cortés, segundo marqués del Valle, y los otros sucesores del mayorazgo, pues tributos, servidumbre y apropiamiento de tierras continuaron mientras las leyes lo permitieron. De haberse cumplido la “restitución” obligatoria que predicaba Las Casas, el mayorazgo de Hernán Cortés hubiera desaparecido. La cláusula inicial del Testamento muestra otro cambio importante en los sentimientos de Cortés: su tierra era ya México, y envuelto en aquella tela que él había hilado y tejido, como alguna vez dijera, quería quedarse. Disponía: llevar mis huesos a la Nueva España, lo cual yo le encargo y mando [a mi sucesor] que así se haga dentro de diez años, y antes si fuese posible, y que los lleven a la mi villa de Coyoacán y allí les den tierra en el monasterio de monjas que mando hacer y edificar.
LA MUERTE “Acordó de salirse de Sevilla por quitarse de muchas personas que le visitaban e importunaban en negocios, y se fue a Castilleja de la Cuesta, para allí entender en su ánima”, cuenta Bernal Díaz.43 La casa que tenía en Sevilla, sin adornos señoriales, fue cerrada, y Cortés pidió a su amigo, el jurado Juan Rodríguez, que lo alojara en su casa de la calle Real, en este poblado de Castilleja de la Cuesta cercano a Sevilla. Debió sentirse muy enfermo y extenuado, “de cámaras e indigestión”, que padecía de tiempo atrás y que se le empeoraron, dice López de Gómara.44 Llevó consigo solamente a su mayordomo y a su camarero, y de Valladolid vino Juana de Quintanilla, una buena mujer probablemente curandera, a atenderlo en su enfermedad. Su compadre el doctor Cristóbal Méndez lo atendió profesionalmente.45 En la casona de Castilleja de la Cuesta debió estar sólo sus últimos días. En este lapso Cortés tuvo un disgusto grave con su hijo Luis, que pudo motivar la noticia de que proyectaba casar con Guiomar Vázquez de Escobar, sobrina de Bernardino Vázquez de Tapia, antiguo enemigo del conquistador.46 En un acceso de ira hizo llamar, la mañana del 2 de diciembre, al escribano público de Tomares, Tomás del Río y, con el auxilio de su contador, Melchior de Mojica, dictó un codicilio a su Testamento que, aparte de añadidos circunstanciales, tenía el único propósito de desheredar a Luis de los 1 000 ducados anuales que le asignaba, los cuales traspasó al duque de Medina Sidonia.
Página final del Testamento de Hernán Cortés, con su firma, como el marqués del Valle, y las de los testigos licenciado Infante y Melchior de Mojica.
Cortés ya no pudo firmar el codicilio, por la gravedad de su enfermedad, y en su lugar firmó su primo fray Diego Altamirano. Además de este franciscano, lo acompañaban su hijo Martín, el sucesor, entonces de quince años; fray Pedro de Zaldívar, prior del monasterio de San Isidoro, quien lo ayudó a bien morir, y el dueño de la casa Juan o Alonso Rodríguez de Medina. Según una tradición, sus últimas palabras o desvaríos fueron: Mendoza… no… no… emperador… te… te… lo prometo… once de noviembre… mil quinientos… cuarenta y cuatro.47
¿Qué podría significar esta fecha? La noche del mismo día del codicilio, viernes 2 de diciembre de 1547, murió Hernán Cortés, a la edad de 62 años. Su cuerpo, extenuado por la disentería, quedó en una cama de la parte alta de la casa del piadoso señor Rodríguez.48 Acaso su ánima haya vencido el resentimiento y el despecho y la confortara en su agonía, más que el recuerdo de sus horas de sangrienta gloria, las de humildad y de piedad, que también las tuvo.
LOS FUNERALES Y LAS EXEQUIAS Cortés había dejado previstos sus funerales en las primeras cláusulas de su Testamento. Su disposición inicial, de ser enterrado en la iglesia de la parroquia donde muriere, se cambió en el codicilio dejando el lugar a elección de sus albaceas, y así sería depositado en la cripta del duque de Medina Sidonia, en la capilla del monasterio de San Isidoro del Campo, en la villa de Santiponce, cerca de Sevilla. Al día siguiente de la muerte se abrió y leyó el Testamento, y el domingo 4, a las tres de la tarde, se inició el entierro. Acompañaron el cortejo los curas y capellanes de las parroquias cercanas, los frailes de las órdenes que había en Sevilla y 50 pobres a los que se vistió con “ropas largas de patio y caperuzas”, con hachas encendidas, más todos sus criados vestidos de luto. Lo presidían el joven Martín Cortés, fray Diego Altamirano y algunos de los grandes señores que eran amigos de quien fuera el conquistador de México. Al llegar a la villa de Santiponce, a las cuatro de la tarde, se hizo entrega al prior del monasterio de San Isidoro del Campo, del cuerpo del difunto, ante el escribano público y testigos: el conde de Niebla, el marqués de Cortes, el conde de Castellar, don Juan de Sayavedra, alguacil mayor de Sevilla, Francisco Sánchez de Toledo, mayordomo de Cortés, y Melchior de Mojica, su contador. Los dichos hicieron constar que ese día y hora don Martín Cortés les entregó el cadáver de su padre. El prior hizo abrir la caja y se reconoció que el rostro era el de Hernando Cortés, y se la depositó en un sepulcro, en medio de las gradas del altar mayor del monasterio, que era la tumba del duque de Medina Sidonia.49 Al día siguiente del entierro comenzaron a decirse las 5 000 misas que Cortés había ordenado: 1 000 por las ánimas del purgatorio, 2 000 por quienes murieron en su compañía en sus conquistas y descubrimientos, y 2 000 por las ánimas de las personas con quienes Cortés hubiese tenido cargos de que no se hubiese acordado. El 15 de diciembre siguiente, don Juan Alonso de Guzmán, duque de Medina Sidonia, escribió al príncipe Felipe informándole la muerte de Cortés y pidiéndole que, además de dar la noticia del fallecimiento al rey, intercediera ante él para que se trasmitiera al hijo Martín el cargo de capitán general de la Nueva España y Mar del Sur, que tenía don Hernán.50 Lo que no hizo Carlos V. Pocos días después, el mismo duque organizó las exequias y honras fúnebres de Hernán Cortés, en el monasterio de San Francisco, de Sevilla: con tanta pompa e solemnidad —refiere Fernández de Oviedo— como se pudiera hacer con un muy grand príncipe. E se le hizo un mausoleo muy alto e de muchas gradas, y encima un lecho muy alto, e toldado todo aquel ámbito e la iglesia de paños negros, e con incontables hachas y cera ardiendo, e con muchas banderas e pendones de sus armas del marqués, e con todas las cerimonias e oficios divinos que se pueden e suelen hacer a un grand príncipe un día de vísperas e otro misa, donde se le dijeron muchas, e se dieron muchas limosnas a pobres. E concurrieron cuantos señores e caballeros e personas principales hobo en la cibdad, e con luto el duque e otros señores e caballeros; y el marqués nuevo o segundo del Valle, su hijo, lo llevó e tuvo el ilustrísimo duque a par de sí; y en fin, se hizo en esto todo lo posible e sumtuosamente que se pudiera hacer con el mayor grande de Castilla.51
CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ÚLTIMA ETAPA
1539/1540 Fines de diciembre o principios de enero 1540 25 de junio
1541 25 de octubre 1542
1543 18 de marzo Noviembre
1544 3 de febrero
22 de septiembre
Cortés se embarca en Veracruz para España con su hijo Martín el sucesor. Coincide en Madrid con Hernando Pizarro, Nuño de Guzmán y Bernal Díaz del Castillo. De Madrid, dirige un memorial a Carlos V acerca de los agravios que le hizo el virrey Mendoza. Se entera de que no puede volver a Nueva España hasta que se resuelva su juicio de residencia. Cumple 55 años. Desastre de Argel. Se alista con sus hijos Martín el sucesor y Luis, no es invitado al consejo de guerra y pierde sus cinco esmeraldas. Memorial al emperador con relación de servicios y petición de mercedes. Primera de las tres grandes cartas de agravios. Encuentro con Bartolomé de las Casas en las cortes de Monzón. Segunda carta de agravios, desde Madrid. Ataques contra el virrey Mendoza. Asiste en Salamanca a la boda del príncipe Felipe con María de Portugal, junto con su hijo Martín. Conversa con Juan Ginés de Sepúlveda. Se instala en Valladolid. Última carta al emperador. Nuevo encuentro con Sepúlveda y posible colaboración en el Democrates alter. Parecer sobre la perpetuidad de las encomiendas. Pide al Consejo de Indias que se desista en su juicio de residencia en vista de sus notorios servicios.
1545 2 de junio 19 de septiembre
Protesta porque el tribunal que revisará su juicio está incompleto. En unión de seis jurisperitos, señala ante el Consejo de Indias las fallas de procedimiento que ha tenido su proceso y pide que se declare su nulidad. Cumple 60 años. 1546 7 de abril El licenciado Francisco Núñez enumera las gestiones que durante 21 años ha hecho por encargo de Cortés y le reclama pagos atrasados. Cortés niega tener deudas con él. Es el último de sus documentos públicos. Se instala en Madrid. Septiembre Se traslada a Sevilla. 1547 28 de enero Apadrina en su matrimonio a Julián, hijo del doctor Cristóbal Méndez, quien lo atenderá en su última enfermedad. 30 de agosto Agobiado por las deudas, empeña en 6 000 ducados, al prestamista Jácome Boti, el oro, plata y camas de brocado que tenía en su casa. 11/12 de octubre Dicta su Testamento ante el escribano Melchior de Portes. Se traslada a Castilleja de la Cuesta, cerca de Sevilla, a la casa de su amigo Juan o Alonso Rodríguez de Medina. 2 de diciembre, viernes Dicta un codicilio a su Testamento para desheredar a su hijo Luis. Por la noche de ese mismo día muere Hernán Cortés, a la edad de 62 años, en una habitación de la parte alta de la casa. Lo acompañan su hijo Martín el sucesor; fray Pedro de Zaldívar, prior del monasterio de San Isidoro del Campo; fray Diego Altamirano, su primo, y el dueño de la casa, Rodríguez de Medina. 3 de diciembre
Se abre y lee su Testamento.
4 de diciembre
17 de diciembre
A las tres de la tarde sale el cortejo de Castilleja de la Cuesta para enterrar los restos de Hernán Cortés en la cripta del duque de Medina Sidonia, en la capilla del monasterio de San Isidoro del Campo, en la villa de Santiponce, cerca de Sevilla. Exequias y honras fúnebres organizadas por el duque de Medina Sidonia, en la iglesia del monasterio de San Francisco, de Sevilla.
1
López de Gómara, cap. CCLI.
2 Memorial de Hernán Cortés a Carlos V pidiendo que no se le embarace la prosecución de descubrimientos en el
Mar del Sur, 1539, en Documentos, sección VI. 3 Bernal Díaz, cap. CCI. 4 Carta de Cortés a Bernardo de la Torre, Venta de Calpulalpan, 12 de diciembre [de 1539]; Carta de Cortés a su
pariente Juan de Toledo, Venta de Aguilar, Veracruz, 12 de diciembre [de 1539], en Documentos, sección VI. 5 López de Gómara, ibid. 6 Bernal Díaz, ibid. 7
Ibid.
8
Memorial de Hernán Cortés a Carlos V acerca de los agravios que le hizo el virrey de la Nueva España impidiéndole la continuación de los descubrimientos en el Mar del Sur, Madrid, 25 de junio de 1540, en Documentos, sección VII. 9 Fray Marcos de Niza, “Relación de su viaje”, Temixtitan, septiembre de 1539, CDIAO, t. III, pp. 325-331. 10 “Proceso del marqués del Valle y Nuño de Guzmán y los adelantados Soto y Alvarado sobre el descubrimiento de la tierra
nueva y la provincia de Cíbola”, 1540 y 1541, CDIAO, t. XV, pp. 300-408; la cita de Cortés en p. 386. 11 Cédula de Carlos V y de la reina Juana a Antonio de Mendoza, Hernán Cortés, Pedro de Alvarado y Hemando
de Soto para que respeten las cláusulas de sus capitulaciones, Madrid, 10 de julio de 1540 (Nuño de Guzmán está excluido porque había sido desposeído de su cargo y apresado), en Documentos, sección VII. 12 Cédula de Carlos V y de la reina Juana a Antonio de Mendoza en que le ordena levantar el embargo de las naves
que Hernando Cortés preparaba para expediciones al Mar del Sur, Madrid, 10 de julio de 1540, en Documentos, sección VII. 13 Cargos de Hernán Cortés contra el virrey Antonio de Mendoza y sus criados y solicitud de residencia, Madrid,
hacia 1543, en Documentos, sección VII. 14
Interrogatorio que propuso Hernán Cortés para la información respecto al virrey Mendoza, ca. 1543; Interrogatorio propuesto por Cortés para que declare el licenciado Loaisa, ca. 1543; Nueva petición del marqués del Valle para que se haga juicio de residencia al virrey Mendoza, ca. 1543, en Documentos, sección VII. 15
Carta de Gerónimo López al emperador sobre la visita de Tello de Sandoval…, México, 25 de febrero de 1545, en Documentos, sección VII. 16 Lewis Hanke con la colaboración de Celso Rodríguez, Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la
casa de Austria, México, Biblioteca de Autores Españoles, vol. 273, Ediciones Atlas, Madrid, 1976, t. I, docs. 7-10, pp. 59-123. — C. Pérez Bustamante, Don Antonio de Mendoza…, Santiago de Chile, 1928, pp. 94-106, con documentos. 17 “Expediciones españolas en Argel”, Diccionario de historia de España, Revista de Occidente, Madrid, 2a ed. 1968, t. I,
pp. 327-329.— Carta de Carlos V a Diego Hurtado de Mendoza, Cabo de Matafú, 2 de noviembre de 1541, en Corpus documental de Carlos V, ed. de Manuel Fernández Álvarez, Salamanca, 1978, carta CCXII, t. II, pp. 71-75.— Fray Prudencio de Sandoval, Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V, lib. XV, caps. VI-XIII.— López de Gómara, cap. CCLI. 18 Memorial al emperador con relación de servicios y petición de mercedes, 1542, en Documentos, sección VII. 19 Carta de Hernán Cortés a Carlos V pidiéndole que lo favorezca en sus pleitos y que no le haga tanto mal ni
desventura, Madrid, 18 de marzo de 1543, en Documentos, sección VII. 20 Última carta de Hernán Cortés a Carlos V, Valladolid, 3 de febrero de 1544, en Documentos, sección VII. 21 Voltaire, Essai sur les moeurs, cap. 147, Oeuvres complètes, Firmin Didot Frères, París, 1865, t III, p. 135.
La anécdota, que no está documentada aunque es verosimil, la dieron a conocer W. H. Prescott, en la Historia de la conquista de México, lib. VII, cap. V, n. 21, y Alamán en su quinta “Disertación”, Disertaciones, Jus, t. 7, p. 38. El pasaje de Voltaire dice: Quel fut le prix des services inouïs de Cortès? celui qu’eut Colombo: il fut persécuté; et le même évêque Fonseca, qui avait contribué à faire renvoyer le découvreur de l’Amérique chargé des fers, voulut faire traiter de même le vainqueur. Enfin, malgré les titres dont Cortès fut décoré dans sa patrie, il y fut peu considéré. A peine put-il obtenir audiencie de Charles-Quint: un jour il fendit la presse qui entourait le coche de l'empereur, et monta sur l'étrier de la portière. Charles demanda quel était cet homme: “C’est, répondit Cortès, celui qui vous a
donné plus d’états que vos pères ne vous ont laissé de villes”. 22
Ángel Losada, “Hernán Cortés en la obra del cronista Sepúlveda”, Revista de Indias. Estudios cortesianos, Madrid, enero-junio de 1948, año IX, núms. 31-32, pp. 127-169. Las mismas noticias, ampliadas, en la obra de Ángel Losada, Juan Ginés de Sepúlveda a través de su “Epistolario” y nuevos documentos, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Francisco de Vitoria, Madrid, 1949, cap. XV, pp. 233-266, en especial p. 258 y conclusiones en pp. 265-266. 23 Juan Ginés de Sepúlveda, De Orbe Novo o Crónica de las hazañas de los españoles en el Nuevo Mundo y México,
lib. V, cap. XIII. Cita alusiva, en latín y en español, en Losada, artículo citado, p. 139. 24 “De Rebus Gestis Caroli V”, Opera, Madrid, 1780, lib. XXIII, t. II, p. 243. Citado por Losada, p. 141. 25 Cito la traducción de Ángel Losada, quien ha descubierto tres códices del Democrates alter (artículo citado, pp. 152-153
y 155) que ofrecen versiones más extensas de éste y otros pasajes. Véase, del mismo Losada, Demócrates segundo o De las justas causas de la guerra contra los indios, edición bilingüe, traducción castellana, introducción, notas e índices por Losada, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Francisco de Vitoria, Madrid, 1951, pp. 6-7 y 29. El texto más conocido es el que publicó y tradujo Menéndez y Pelayo: Juan Ginés de Sepúlveda, Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios, con una advertencia de Marcelino Menéndez y Pelayo y un estudio de Manuel García Pelayo, Fondo de Cultura Económica, México, 1941 y 1979, texto citado en pp. 57 y 59. 26 Cervantes de Salazar, Crónica de la Nueva España, lib. IV, cap. C. 27 “Al muy ilustre señor don Hernando Cortés…”, Obras que Francisco Cervantes de Salazar ha hecho, glosado y
traducido…, Juan de Brocar, Alcalá de Henares, 1546.— Véase texto en Documentos, sección VIII, apéndice. 28 Las Casas, Historia de las Indias, lib. III, cap. CXVI, en Documentos, sección VIII. 29 Silvio Zavala, La encomienda indiana, cap. VI, p. 141. 30 Bernal Díaz, cap. CCXI. 31 Parecer razonado de Hernando Cortés a favor de los repartimientos perpetuos en Nueva España, hacia 1544, en
Documentos, sección VII. 32 Véanse fichas de los documentos en el capítulo XIX, nota 33. 33 Cédula de Carlos V y de la reina Juana a la Audiencia de la isla Española para que reciba las probanzas que las
partes de Hernán Cortés presenten por los veintitrés mil vasallos, Valladolid, 27 de marzo de 1545; idem, idem, a la Audiencia del Perú, Valladolid, 27 de marzo de 1545, en Documentos, sección VII. 34 Memorial del licenciado Francisco Núñez acerca de los pleitos y negocios de Hernán Cortés de 1522 a 1543,
Madrid, 7 de abril de 1546; Lista de las cédulas, provisiones y cartas ejecutorias obtenidas por Hernán Cortés de 1523 a 1543, con la intervención del licenciado Núñez, Madrid, 7 de abril de 1546, en Documentos, sección VII. 35 Declaraciones de Hernán Cortés en respuesta al memorial presentado por el licenciado Francisco Núñez, Madrid,
abril de 1546, en Documentos, sección VII. 36 Diálogos muy subtiles y notables hechos por el ilustrísimo y reverendísimo señor don Pedro de Navarra, obispo
de Comenge. Van dirigidos al muy católico rey de España don Phelipe nuestro señor, Juan Millán, Zaragoza, 1567, ff. 39 r. y v. El mencionado don Antonio de Peralta, marqués de Falces era el padre de don Gastón de Peralta, tercer virrey de Nueva España. 37 Julián Gallego, en Visión y símbolos en la pintura española del Siglo de Oro, Aguilar, Madrid, 1947, p. 59, escribe:
En el terreno de la pintura nos interesan más que otras las Academias de Sevilla… Don Fernando Colón, hijo del descubridor de América, funda la primera. El conquistador de México, Hernán Cortés, crea otra, que su viuda presidirá a su muerte. No hay referencias para apoyar la afirmación que, además, no es verosímil dada la situación económica de Cortés en Sevilla y sus escasas aficiones artísticas. 38 Fernández de Oviedo, Historia general y natural, lib. XXXIII, cap. LVI.— López de Gómara, cap. CCLI. 39 “Carta cuenta de Juan Galvarro”, Sevilla, 24 de septiembre de 1548: Archivo de Protocolos de Sevilla, Oficio XIV de
Melchor de Portes, libro de 1548, ff. 123-125 v: Antonio Muro Orejón, Hernando Cortés. Exequias, almoneda e inventario de sus bienes, Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, Sevilla, 1967, pp. 54-63. 40 Piezas de plata y oro y camas de brocado empeñadas por Cortés y rescatadas por el conde de Aguilar, Villa de
Nalda, 8 de enero de 1549, en Documentos, sección VIII, Apéndice. 41 Testamento de Hernando Cortés, Sevilla, 11/12 de octubre de 1547, en Documentos, sección VII. 42 Publicaciones del Archivo General de la Nación, VII, La vida colonial, México, 1923, pp. 9-25; reproducido en parte en
la edición de G. R. G. Conway del Testamento, Robredo, México, 1940, n. 11, pp. 72-77. 43 Bernal Díaz, cap. CCIV. 44 López de Gómara, cap. CCLI. 45
En relación con Juana de Quintanilla, véase Testamento, cláusula LV.— En la “Carta cuenta que presentó Juan Galvarro”, administrador de los bienes de Cortés, en septiembre de 1548, aparece que se pagaron a Juana o María de Quintanilla 50 ducados por su trabajo y que se le dio un vestido de luto; y al doctor Cristóbal Méndez —que era compadre de Cortés por haber apadrinado el matrimonio de su hijo Julián el 28 de enero de 1547, en Sevilla— sólo se le pagaron 11 250 maravedís (30 ducados) por sus servicios profesionales: Muro Orejón, Hernando Cortés. Exequias, almoneda e inventario de sus bienes, op. cit., p. 11 y n. 5. 46 Esta suposición plausible la hizo Francisco Fernández del Castillo en “El Testamento de Hernán Cortés”, Anales del
Museo Nacional, México, 1925, 5a época, t. I, núm. 4, p. 437.— Pueden considerarse también, como uno de los motivos posibles del desheredamiento, los excesivos gastos que hacía Luis en Alemania, siguiendo al emperador. 47 Estos pormenores los consignó fray Miguel de los Santos, monje del convento de San Isidoro del Campo, en cuya iglesia
se depositaron los restos de Cortés, y los publicó José Gestoso y Pérez, Apuntes del natural, Sevilla, 1883, pp. 72, 73, 78, 79 y 81: citados por Luis González Obregón, “Los restos de Hernán Cortés. Disertación histórica y documentada”, México viejo y anecdótico, Bouret, París-México, 1909, pp. 196-197. La primera edición de este estudio la publicó González Obregón en un folleto, en la Imprenta del Museo Nacional, 1906, sobretiro de los Anales del Museo. 48 Así dijo uno de los testigos que dio fe de la muerte de Cortés (en el Testimonio de autenticidad, al fin del Testamento). Sin
embargo, en la casa de la calle Real, de Castilleja de la Cuesta —actual sede de un Colegio de Niñas del Instituto de la Bienaventurada Virgen María o de las Madres de Loreto—, en una habitación de la planta baja, a la derecha de la entrada, hay una placa que dice: “Aquí murió el 2 de diciembre de 1547 el gran conquistador de Méjico Hernán Cortés”. Y en la portada de la casa hay otra placa que dice: Siendo esta casa del jurado Alonso Rodríguez honrola muriendo en ella el día 2 de diciembre de 1547 Hernán Cortés, marqués del Valle, conquistador de Méjico. Sus Altezas Reales, los serenísimos infantes de España, duques de Montpensier, en testimonio de aprecio a la memoria de tan gran hombre, la compraron y renovaron, año de 1854. Arriba de esta inscripción está el escudo de armas de Cortés y un busto imaginario suyo. 49 CDIHE, t. XXII, pp. 563-566, citado por González Obregón, op. cit., pp. 200-201. 50 Carta del duque de Medina Sidonia informando al príncipe Felipe de la muerte de Hernán Cortés:
Sevilla, 15 de diciembre de 1547 Muy alto y muy poderoso señor: El marqués del Valle falleció en una aldea cerca de esta ciudad a los dos de este mes, y segund los muchos y señalados servicios que hizo a Su Majestad y a esta corona de España, no creo que será menester intercesores, para lo que toca al favor de sus hijos y negocios: mas como el marqués su subcesor es sobrino mío, no puedo yo dejar de tener gran cuenta con sus cosas y procuralle el bien dellas. Junctamente con dar aviso a Su Majestad del fallecimiento de su padre, le envía a suplicar le mande confirmar el cargo de capitán general de la Nueva España y Mar del Sur que tenía, y pues demás de las causas que he dicho, haber sido y ser mi sobrino criado de Vuestra Alteza, pone obligación para que le mande hacer merced. Suplico a Vuestra Alteza escriba a Su Majestad en recomendación suya, que yo espero en Dios que sabrá no desmerecer las mercedes que se le hicieren. Dios Nuestro Señor la vida y muy real estado de Vuestra Alteza guarde, con acrecentamiento de más reinos y señoríos. De Sevilla, a 15 de diciembre 1547. De Vuestra Alteza servidor que sus muy reales manos besa. El duque (rubricado) Francisco Rodríguez Marín, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra, “Nueva edición crítica”, Ediciones Atlas, Madrid, 1948, t IV, n. 3, p. 185. 51 Fernández de Oviedo, ibid.
Las exequias fueron dispuestas por el duque de Medina Sidonia. Sin embargo, todo tuvo que pagarse de 2 000 ducados que por órdenes del duque se tomaron en préstamo, y que administró Juan Galvarro. He aquí un resumen de los gastos más importantes:
maravedís
Túmulo y complementos Cera Al capellán, frailes asistentes, predicador y cantores A cuenta de las 5 000 misas (a 25 maravedís la misa) Limosnas a los pobres Paño pardo para el luto de los 50 pobres Total (equivalente a 1 947 ducados)
242 377 105 474 69 250 46 180 10 500 256 293 ________ 730 074 “Relación de las partidas que yo, Juan Galvarro, he pagado después que el marqués del Valle, mi señor que haya gloria, murió, por libramientos del señor duque de Medina, de los dos mil ducados que se tomaron a cambio por orden del dicho señor duque como testamentario”, Archivo de Protocolos de Sevilla, Oficio XIV de Melchor de Portes, libro de 1548, ff. 126- 128 v, en Muro Orejón, Hernán Cortés. Exequias, almoneda e inventario de sus bienes, op. cit., pp. 48-51
XXIII. LA CUENTA Y DISTRIBUCIÓN DE LOS BIENES Y LA PEREGRINACIÓN DE LOS HUESOS Ay México en quien espero que mi nombre has de escribir caro amigo verdadero no me pesa de morir sino porque en ti no muero. Los pleytos de Fernando Cortés de Monroy, ms.
DEUDAS Y HERENCIAS Después de la muerte, el entierro y las exequias, y después de conocidas las disposiciones testamentarias, era preciso afrontar las cuestiones prácticas. Además del recuerdo de su gloria, Hernán Cortés había dejado, en España, empeñados sus joyas y objetos valiosos, que rescatará su suegro el conde de Aguilar; y había dejado numerosas deudas, que aumentaron con los gastos de las solemnidades y devociones ordenadas por Cortés para su entierro, y con los de las honras fúnebres. Para poder pagarlas y comenzar a cumplir su Testamento, era necesario poner orden en sus bienes y saber con alguna precisión cuáles eran. En España, lo único que cabía hacer era cerrar la última casa que tuvo Cortés en Sevilla y ver cómo podían pagarse, con el auxilio de los envíos de Nueva España, las deudas. Las decisiones las tomaban los tutores y ejecutores testamentarios, el duque de Medina Sidonia y el conde de Aguilar, en nombre de Martín Cortés, el nuevo marqués del Valle, que sólo tenía 15 años. Y en la Nueva España los albaceas activos, que eran la marquesa viuda doña Juana de Zúñiga y el licenciado Juan Altamirano, aceptaron, a petición del heredero principal, que se iniciara el inventario de las propiedades con las de la región de Cuernavaca. Aquí siguió viviendo por el momento doña Juana, mientras que don Martín continuaba en España. Los pasos para la cuenta y distribución de bienes suelen ser tristes e irritantes, y también en el caso de los herederos de Cortés provocaron fricciones, reclamaciones y abusos.
ALMONEDA DE LOS BIENES MENUDOS DE CORTÉS EN SEVILLA Menos de un año después de la muerte de Cortés, su sucesor el joven Martín Cortés y su abuelo, tutor y curador testamentario, don Carlos Ramírez de Arellano, conde de Aguilar, cerraron la casa que don Hernán había ocupado en Sevilla y decidieron vender en remate público lo que no querían conservar. Don Martín y don Carlos debieron retener las alfombras y los tapices y muebles y encargaron a Pedro de Ahumada que requiriera escribano, pregonero y testigos para deshacerse de cuanto no les interesaba. Según era costumbre, en las gradas de la catedral de Sevilla se acumularon durante cuatro días, del 24 al 27 de septiembre de 1548,
los restos de la última casa del conquistador de México, que fueron vendiéndose a sevillanos en precios muy bajos: cacharros de cobre y hierro de cocina y para otros usos caseros, algunas armas y piezas de armaduras, cestones de camino, maletas, cajas de guadamecíes, escaleras, una cama de campo, manteles gastados, ocho frazadas, 23 sábanas nuevas y dos usadas, cuatro colchones, ropas sueltas y otros trebejos caseros. Entre ellos hubo una novedad. En el inventario de la casa de Cuernavaca no se encontrará ni un libro; en esta de Sevilla había dos, “un libro de la esfera tratatus y otro de teulogía”, apuntó el escribano, los que compró en cuatro reales Jaime Campos, apoderado de don Martín Cortés, dentro de un buen lote de bienes cortesianos. El primero puede ser el Tratado de la esfera, de Juan de Sacrobosco, editado en Sevilla en 1545, que debió ser novedad en aquellos años. Esta es una traducción española, por Jerónimo Chávez, del Sphaera mundi, publicado en 1472, obra del matemático y astrónomo inglés John de Halifax, o de Holywood (1190-1250), llamado también Juan de Sacrobosco. El curioso interés de Cortés por este libro se explica por la atracción que sentía el Renacimiento por la astrología. El otro libro mencionado debió de ser un manual de teología. En sus últimos años, Cortés quería explicarse el universo y a Dios. Ningún recuerdo de sus andanzas mexicanas quedaba en estos bienes, despojos de una casa mediana. Y ninguno de los compradores parecía buscar reliquias de un gran hombre, sino cosas más baratas, por ser usadas.1
INVENTARIO DE LOS BIENES DE CORTÉS EN LA REGIÓN DE CUERNAVACA. LA CASA Y SUS ANEXOS En junio de 1549 el rey autorizó la solicitud de los herederos de Cortés para que se hiciera un inventario de sus bienes en la Nueva España; la Audiencia comisionó al escribano Francisco Díaz para hacerlo y se decidió comenzarlo el 1° de julio por Cuernavaca y los pueblos y lugares cercanos. Esta parte del inventario, en caso de que se hicieran otros, es la única que se conoce.2 Aun siendo sólo una parte, nos permite saber cómo vivía Cortés en la casa principal que tenía en Cuernavaca, a partir de 1530 aproximadamente, y cómo se manejaban algunas de las propiedades industriales, agrícolas y ganaderas que tenía en los alrededores. La marquesa viuda, doña Juana, altiva y huraña, a quien no parecieron agradarle estos actos testamentarios promovidos por el heredero del marquesado y mayorazgo, no se dignó hablar con el escribano ni permitió el paso a sus aposentos en la parte superior de la casa —como se dice en los preliminares—, ni consintió, con razón, en que entrasen al inventario sus joyas y ropas personales, como se apunta en la parte final. Doña Juana se limitó a comisionar a su camarera, Lucía de Paz —tal vez pariente de Cortés—, para que guiase al escribano y le mostrase las pertenencias del difunto marqués del Valle. Quien haya visto el alcázar del almirante Diego Colón que existe en Santo Domingo, restaurado admirablemente, recordará en seguida el palacio de Hernán Cortés en Cuernavaca. Al joven Hernán debió impresionarle aquella casona, situada en lo alto de una colina al lado del río Ozama, con su doble arcada al frente y en la parte posterior. Cuando Cortés decidió no vivir más en la ciudad de México y retirarse a una aldea —como él la llamaba y entonces
debió serlo— llamada Cuauhnáhuac o Cuernavaca, encargó que le construyeran una réplica ampliada del alcázar que había admirado a su llegada a las Indias. No tenía ni el río ni el mar contiguos, pero en cambio oleadas infinitas de valles y verduras, la vista de los volcanes y un clima siempre templado. Lo que la marquesa permitió ver e inventariar del palacio de Cortés, sólo la parte baja, da una idea notoriamente incompleta de lo que debió ser aquella casa. Su mayor riqueza parecen ser 21 tapices, probablemente flamencos, algunos de ellos gastados, más ocho antepuertas, también de tapiz, y 14 alfombras, de todo lo cual se precisan sus dimensiones y diseños. Además de las tapicerías, de los muros pendían también 15 guadamecíes, cueros con figuras repujadas y coloreadas, de origen árabe y que se producían sobre todo en Córdoba. El adorno lo completaban dos espadones, un jaez para caballerías, cuatro doseles, para el caso de que llegaran a la casa dignidades, varias sillas, sillones y bancas y tres cofres, uno de ellos de Flandes. Faltan desde luego las mesas, que debió haberlas, así como el comedor formal. Y puede notarse, además, que no se menciona ni un cuadro ni un libro. Doña Juana tendría un devocionario, ¿pero don Hernán no tendría alguna novela de caballerías, algunas de las impresiones de sus propias Cartas de relación o alguna vieja afición de sus días de estudiante? La plata que mostró el repostero al escribano no muestra tampoco la riqueza esperada: 61 piezas en total, incluyendo cucharillas y objetos para el culto religioso, menos de lo que suele tener una mediana casa burguesa. En la capilla había ornamentos varios: casullas, frontales, estolas, albas, amitos y manípulos; y aquí sí había 11 libros litúrgicos: misales, salterios y de canto llano. El repostero Francisco de Tordesillas no mostró vajilla alguna, y con esto concluyó su declaración jurada. En la cocina, la camarera Lucía de Paz mostró 13 cacharros, en su mayoría de cobre, y dos esclavas negras, una de 16 años y otra de cinco o seis. En la huerta y el molino “de pan moler”, contiguos a la casa, había nueve esclavos negros y 16 esclavos indios, hombres y mujeres con sus hijos, la mayor parte de los indios con oficios varios: sastres, hortelanos, cordoneros, cocineros. La armería estaba bien provista: 112 armas portátiles: arcabuces, escopetas, lanzas, ballestas, espadas y rodelas; 10 cañones o tiros de hierro o de bronce; piezas de armaduras, accesorios o materiales navales y militares, herramientas de taller, caseras y para labores agrícolas, y nueve costales y barriles de pólvora. En un lugar cercano había 52 puercos. Allí se guardaban también 16 sillas de cadera y 11 bancas nuevas, quizás recién llegadas. Hernando Mirón, el caballerizo de Cortés, guardaba siete caballos, dos de ellos “muy buena persona de caballos”, como aquí se dice, 17 potros, dos mulas de silla y varios aperos y jaeces de caballerías. El taller del herrador estaba provisto de 20 herramientas.
INGENIOS, CULTIVOS Y GANADOS
El ingenio de Tlaltenango, muy cercano a Cuernavaca, era la agroindustria más importante que tenía Cortés en la región. Además de sus extensos cañaverales y del propio ingenio para la fabricación del azúcar, tenía capilla, panadería, carnicería, taller mecánico, batán y obraje para la fabricación de telas; bueyes y carretas para el trabajo, puercos, ovejas, caballos y novillos, y una buena provisión de esclavos. El ingenio contaba con dos casas grandes, una de altos y bajos, con dos prensas, y otra llamada “del purgar”, para refinar el azúcar, y casas en torno para españoles, esclavos y gente de servicio. Los esclavos negros eran 56 en total, 35 hombres y 21 mujeres más 16 niños. Entre los implementos inventariados se enumeran algunos hierros para sujetar esclavos. Había también 82 esclavos indios y 83 mujeres. De Mateo, negro ladino, el primero de los enumerados entre los esclavos del ingenio, se dice que tenía 108 años. El total es de 221 esclavos. La producción de azúcar existente en julio de 1549, cuando se levantó el inventario, fue de un total de 21 583 panes de azúcar blanca, panelas, “espumas” y prieto, con un peso de 8 633 arrobas estimadas, es decir, 99.3 toneladas. El mayorazgo mantenía un expendio de azúcar en la ciudad de México, en una de las tiendas del antiguo palacio de Cortés, donde se vendía parte de la producción, que además debió proveer otras ciudades y pueblos de la Nueva España. En cuanto a las tierras y sementeras de caña de azúcar pertenecientes al ingenio de Tlaltenango, el inventario enumera 40 tierras de cañaverales de diversas edades —en una de las cuales hay un pequeño viñedo— con un total de 764 177 brazas cuadradas, que equivalen aproximadamente a 152 hectáreas. El laborioso escribano Díaz midió, o aceptó el dicho del cañaverero Lorenzo Yáñez, cada uno de estos 40 terrenos, señalando su ubicación y la edad de las cañas sembradas en cada uno. En uno de ellos anotó un “humilladero” o capilla rústica “en el dicho camino cabe Cuernavaca”, que puede ser el llamado Calvario, aún existente y ahora dentro de la ciudad. El ingenio de Axomulco, en el lugar luego llamado San Buenaventura Guaxomulco, al norte de Cuernavaca, tenía una extensión un poco mayor que Tlaltenango, 897 113 brazas cuadradas (179.4 hectáreas), pero la dueña principal era Isabel Ojeda, viuda de Antonio de Villarreal, y Cortés sólo era dueño de un séptimo de la propiedad, es decir, de 25.6 hectáreas y sus pertenencias. Como Tlaltenango, el ingenio de Axomulco tenía “casa de purgar” y casas de vivienda para españoles, esclavos y servicio. En el momento del inventario, sus existencias fueron de 1 975 panes de azúcar y 120 fanegas de trigo, que también se sembraba, además de algunos maizales y naranjales. Su provisión de esclavos era mucho menor que los 221 del otro ingenio, pues aquí sólo había 18 esclavos negros, tres negras, tres negrillos y seis indios. Su ganado lo formaban 19 bueyes con sus aparejos, 12 cabras y un cabrón. El ingenio tenía los aparatos y utensilios necesarios y herramientas agrícolas. En Yautepec Cortés tenía una huerta de 102 400 brazas cuadradas con granados, membrillos, higueras, cedros, limas y limones, y algunos morales o moreras; 283 180 brazas de trigales, y un campo con casa de moreras, y beneficio de trigo, que medía 40 320 brazas. En
total, 323 500 brazas cuadradas, equivalentes a 64.7 hectáreas. En Texcalpa tenía el conquistador vuelto hacendado cuatro casas grandes de piedra para cocinar, guardar trigo y caballerizas. Allí había 900 fanegas de trigo. En la huerta de Chinampa en Acapixtla tenía membrillos, manzanos, perales, higueras y viña, en una extensión de 11 400 m2; un campo de moreras de 1 920 m² en tierras que no eran suyas, y una huerta con árboles frutales de la tierra. En Atlicaca tenía parte de sus caballerizas: 61 potros, dos caballos y 18 machos, al cuidado de un esclavo indio, con un corral grande de piedra y dos apartamentos. En Tlacomulco tenía un almacén de trigo en el que se guardaban 300 fanegas. En Tlatizapán, que había legado a su hija Catalina Pizarro, tenía en dos pesebres de piedra y un corral la llamada estancia de yeguas, en la que había 107 de éstas, más 59 potrancas, 54 potros, siete mulas, dos muletos y un rocín morcillo: 230 en total. Los cuidaban dos esclavos, uno negro y otro indio, más una esclava india. Y en Atelinca guardaba sus bovinos: 195 vacas, 73 becerras, seis toros, 91 novillos y 64 becerros: 429 cabezas, cuidadas por cuatro esclavos: un moro, un negro, un indio y una india. Había allí también una paila y herramientas. Ya que tenía una buena provisión ganadera, llama la atención que no se mencionen asnos ni gallinas.3
CAMPOS DE MORERAS Y CULTIVO DE LA SEDA En 10 lugares de esta zona: Atzumpa, Tlaxicoapa, Texcaltitlan, Techiacomile, Suchitongo, Temalaque y Alhuacan, en tierras propias; y en Tetecala, Acamile, y Tlalcocuaya, en tierras que pertenecían a los pueblos, Cortés había hecho cultivar pies de moreras o morales, que el minucioso escribano Francisco Díaz contó en cada heredad con un total de 27 148 pies de moreras. Algunas de ellas estaban plantadas desde 10 años atrás y muchas estaban descuidadas y medio secas. Las hojas de las moreras sirven como alimento al gusano de seda, cuyo cultivo era el propósito de estos campos, aunque de dichos gusanos nada se dice en este inventario. Los sitios de moreras sembrados en pequeñas superficies de tierras propias llegan en total a 11 hectáreas, y los sembrados en tierras ajenas a 25.5 hectáreas, en total 36.5. Al fin de su cuarta Carta de relación, del 15 de octubre de 1524, Cortés había pedido al emperador que “a esta tierra se traigan plantas de todas suertes”. Ampliando esta información, el cronista Herrera dice que Cortés: envió por vacas, puercos, ovejas, cabras, a las islas de Cuba, Española, San Juan de Puerto Rico y Jamaica; envió por caña de azúcar, moreras, pera, seda, sarmientos y otras muchas plantas.4
De todo esto ya había en estas islas y, en cuanto a moreras y gusanos de seda, desde 1503, cumpliendo instrucciones reales, el gobernador Nicolás de Ovando había intentado su cultivo; y hacia 1517 fray Bartolomé de las Casas inició otro ambicioso proyecto para enseñarlo a los indios antillanos. Un pariente de Cortés, Gonzalo de las Casas, escribiría un curioso libro, Arte para criar seda en la Nueva España (Granada, 1581), en el cual relata (f. 1v.-2v.) que hacia 1523 o 1524
Cortés llevó huevos de gusano de seda a su casa de Cuernavaca, y probablemente pies de moreras. Pero como nadie sabía cómo cuidarlos adecuadamente para su reproducción, murieron. Cuando volvió de España en 1530, Cortés pagó 30 ducados a una española para que trajese simiente de gusanos de seda para su cultivo en Nueva España. Esta nueva provisión debió llevarse a los numerosos plantíos de moreras que estableció en los alrededores de Cuernavaca. Por otra parte, hacia los mismos años, un Francisco de Santa Cruz, vecino de México, recibió un cuarto de onza de “simiente de seda”, que llegó buena, y la dio al oidor Diego Delgadillo que, como granadino, sabía de su crianza. Éste logró beneficiarla y obtuvo buena seda, en una huerta que tenía a una legua de México, y que García Icazbalceta piensa que podría ser la que luego se llamaría Hacienda de los Morales (o Moreras). El licenciado Delgadillo obtuvo tanta simiente que devolvió a Santa Cruz dos onzas y repartió lo demás a otras personas para que la beneficiaran.5 Los intentos de Cortés y éste del oidor fueron principios que tuvo la crianza de la seda en la Nueva España, que luego se extendería en varias regiones, principalmente en la Mixteca y en Tepeji de la Seda, y sería industria importante en los siglos coloniales. La española experta traída por Cortés en 1530 no fue muy eficaz, o acaso se lo impidieron los muchos obstáculos que el conquistador y sus acompañantes tuvieron en aquellos días. A pesar de que el cultivo no prosperaba, Cortés seguía sembrando moreras en nuevos campos. Cuando viajó a España en 1540, su apoderado Juan Altamirano prosiguió su empeño, contrató a un nuevo experto, Cristóbal de Mayorga, aumentó los campos de moreras y trasplantó algunos y, hacia 1545, hizo construir en Yautepec la casa descrita en el Inventario, que se dedicó al cuidado de los capullos y al hilado de la seda. La primera producción efectiva debió ocurrir en la primavera de 1546, un año antes de la muerte de Cortés. El virrey Antonio de Mendoza tenía instrucciones de devolver a los indios las tierras que Cortés les hubiese ocupado. No lo hizo en vida del conquistador, pero a su muerte envió a Cuernavaca a un “juez de comisión” encargado de la restitución. Los indios recuperaron sus tierras, pero dejaron secar las moreras y no cuidaron los gusanos. Cuando el escribano Francisco Díaz visitó aquellos plantíos, midió su extensión y contó el número de pies de moreras, la mayor parte estaban secos y no dio razón de ningún gusano.6
DOÑA JUANA Y DON MARTÍN DISCUTEN POR DINEROS Como no es raro que ocurra, doña Juana de Zúñiga no tuvo relaciones pacíficas con su hijo don Martín Cortés por cuestiones de dineros, y varias veces sus desavenencias llegaron a los tribunales. A pesar de la extensión de las posesiones y la multiplicidad de las empresas, los rendimientos líquidos del marquesado eran reducidos, y debieron agotarse en las exigencias de don Martín. De ahí que no pudieran cumplirse muchas de las decisiones del Testamento de Cortés, como la construcción del convento y escuela de Coyoacán, y que fuera difícil hacer los numerosos y elevados pagos dispuestos en este documento. Doña Juana pleiteó con su hijo el marqués por alimentos en 1548; por el pago de su dote,
que Cortés señaló en 10 000 ducados (cláusula XX del Testamento) y en 1550 ella reclamó en 17 000 por bienes multiplicados; sobre bienes del marquesado en 1550; por las dotes de sus hijas Catalina y Juana, en 1558; “sobre pesos”, en 1561; por la pensión vitalicia que obtuvo para su hermano fray Antonio de Zúñiga, en 1567; y sobre bienes del marquesado, en 1568. Además, don Martín tenía atrasos hasta de 10 años en los pagos de las pensiones de sus hermanas Juana y María.7 Y como ya se relató, doña Juana maniobró en 1550, con la complicidad del licenciado Altamirano, para quitar sus propiedades cercanas a Cuernavaca, a Catalina Pizarro, hija primogénita de Cortés, y para encerrarla en un convento en Sanlúcar de Barrameda. No fueron, pues, cordiales las relaciones entre los herederos de Cortés.
LA PEREGRINACIÓN DE LOS HUESOS DE CORTÉS. SEGUNDO ENTIERRO EN SAN ISIDORO DE SEVILLA, 1550. Cortés había dispuesto un solo traslado para sus huesos, de España al monasterio que encargaba construir en Coyoacán, de ser posible, antes de 10 años después de su muerte. Ni una ni otra cosa pudieron cumplirse y sus despojos sufrirán hasta ocho exhumaciones y entierros. Son más bien raros los casos como éste, en que unos despojos mortales han sido tan asendereados, exhumados y reinhumados, unas veces por simples contingencias, una sola vez para cumplir en parte las disposiciones testamentarias del muerto, otra para enaltecerlos, dos para ocultarlos y otra para descubrirlos, examinándolos y autentificándolos en los traslados importantes, de manera que al menos su autenticidad tiene una continuidad sin interrupciones. De alguna manera, la peregrinación de los restos de Cortés a lo largo de cuatro siglos es otro reflejo de la historia de México. El “descanso eterno” no les ha sido concedido. Después de la primera sepultura, el segundo entierro ocurrió poco tiempo después. Como don Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia, había cedido su propia tumba a los despojos de Cortés, cuando el duque murió, en junio de 1550, el día 9 de este mes los huesos de Cortés fueron sacados, puestos en una caja de madera y depositados en otra sepultura, “junto a la peana de un altar a Santa Catarina, dentro del mismo monasterio [de San Isidoro], debajo de un arco”. Los despojos del duque ocuparon su propio lugar y se levantó acta notarial del traslado y reinhumación, la cual firmaron como testigos fray Jeremías de Mortara, presidente del monasterio; fray Pedro de Zaldívar, vicario, y otros monjes, Francisco de Mesa, albañil, Hernán Sánchez y Alonso López, carpinteros de Sevilla.8
TERCER ENTIERRO. TRASLADO A NUEVA ESPAÑA, A SAN FRANCISCO DE TEZCOCO, 1566 Hacia Nueva España fue el tercer traslado. Con el propósito de cumplir, al fin, la disposición testamentaria de Cortés, don Martín, segundo marqués del Valle, en 1562 dio poderes a dos de
sus criados para trasladar los huesos de Cortés a Nueva España. Nada se hizo entonces, sino hasta el 23 de mayo de 1566, en que Hernán López de Calatayud, en nombre de don Martín, sacó de San Isidoro la caja con los que ya eran sólo huesos de Cortés, y pagó al prior 150 escudos de oro de limosna.9 Probablemente en esta ocasión se envolvió a los huesos en los mantos finos y se instalaron en la urna de cristal y en las cajas de plomo y de cedro que luego se encontrarían. Ignórase quien los trajo a Nueva España y en qué fecha. Quizás para este primer entierro en México, Martín Cortés compuso un epitafio poco feliz, que recogió López de Gómara, y que no hay constancia de que llegara a inscribirse en alguna de las tumbas: Padre, cuya suerte impropiamente aqueste bajo mundo poseía; valor que nuestra edad enriquecía, descansa agora en paz eternamente.
Aquellos eran días terribles para el segundo marqués del Valle y sus hermanos y amigos. Denunciada su cierta o supuesta conspiración para “alzarse con la tierra”, don Martín y sus medios hermanos Martín y Luis, y los hermanos Ávila, habían sido apresados el 16 de julio de 1566, por orden de la Audiencia que gobernaba tras de la muerte del virrey Luis de Velasco; y, el 3 de agosto siguiente, Alonso de Ávila y Gil González de Ávila serían decapitados en la plaza mayor. Nadie prestó atención a la llegada de la caja con los huesos de Cortés, que se dejó en depósito en la iglesia de San Francisco de Tezcoco. Allí estaban, desde 1530, los despojos de Catalina Pizarro, la madre del conquistador, y de Luis, el primer hijo que tuvo con doña Juana de Zúñiga.
CUARTO ENTIERRO, EN SAN FRANCISCO DE MÉXICO, 1629 En Tezcoco quedaron desde alrededor de 1566 hasta 1629, en que ocurrió su cuarto traslado. Don Pedro Cortés, cuarto marqués del Valle, y nieto con el que se extinguía la sucesión directa de Cortés, murió en la ciudad de México el 30 de enero de 1629. En esta ocasión, el virrey de la Nueva España, marqués de Cerralvo, y el arzobispo de México, don Francisco Manso de Zúñiga, decidieron traer los restos de Cortés y enterrarlos con gran pompa junto con los del nieto en el convento grande de San Francisco de México, en la capilla mayor que pertenecía a los Cortés. Allí estaba sepultada ya Catalina Xuárez Marcaida, primera mujer del conquistador.10 Arriba del pequeño baúl-urna con los huesos de don Hernán se pintó “un gran retrato suyo y esta inscripción: Fernandi Cortes ossa servantur hic famosa” [Aquí se conservan los huesos famosos de Fernando Cortés], y enfrente se puso una rejilla de hierro.
QUINTO ENTIERRO, EN LA MISMA IGLESIA, 1716 Al decidirse la construcción de una nueva iglesia de San Francisco, en 1716, se hizo el quinto traslado de los restos de Cortés, de la capilla mayor a la parte posterior del retablo mayor, en un nicho practicado en el ábside de la nueva iglesia. La inscripción, el retrato y la reja se
conservaron.11
SEXTO ENTIERRO, EN LA IGLESIA DE JESÚS NAZARENO, DE MÉXICO, 1794 El sexto cambio de lugar de los huesos de Hernán Cortés, ocurrido en 1794, fue importante, pues fue para llevarlo a la iglesia de Jesús Nazareno, anexa al hospital del mismo nombre, fundado por Cortés. Como decía el doctor Mora, con ello se cumplía “si no con la letra a lo menos con el espíritu de su última voluntad”.12 El virrey Revillagigedo inició desde 1790 las gestiones conducentes con el barón de Santa Cruz de San Carlos, entonces gobernador del marquesado del Valle, sugiriéndole que el rico marquesado se hiciera cargo de los gastos de “un magnífico sepulcro cual corresponde al ilustre y esclarecido Hernán Cortés”. Como paso previo, el 24 de marzo de 1791 se hizo un reconocimiento notarial en el que aparece una interesante descripción de la “urna de madera dorada con sus cristales” que guardaba los restos: Y habiéndose sacado y puesto sobre la mesa que sirve en dicho altar mayor, reconocí tener dos asas de plata y dos abrazaderas del mismo metal que sirven para abrirla; lo que verificado, advertí estar forrada de raso carmesí, dentro de la que vi igualmente otra cajita o baúl de madera común; su forro de plomo, pintado de negro, claveteada con tachuela común, dorada; y abierta que fue por ambas partes, se extendieron dos paños de cambray; el primero bordado de oro y seda negra, con encaje como de tres dedos de ancho a la orilla de él, de la misma seda, en el que se hallan envueltos los huesos de dicho señor; y en el otro chico liso está envuelta la calavera, lo cual vuelto a poner en el modo en que estaba, se colocó en el mismo lugar, cerrando los referidos padres con sus llaves que le sirven de guarda; siendo la primera del lugar o sepulcro y la otra que sirve al altar mayor.
La urna de cristales se había hecho en 1789 y la caja y los paños de cambray procedían probablemente del tercer traslado, cuando se prepararon los huesos para ser enviados de Sevilla a la Nueva España, en 1566. La descripción anterior se debe al escribano José Martínez y Zuleta.13 Continuando con las gestiones del virrey Revillagigedo con el marquesado, don Diego María Pignatelli, hermano del heredero duque de Terranova y Monteleone, aceptó en nombre de éste el traslado propuesto y envió dos proyectos de monumentos. Escogióse uno cuya construcción se encargó el 30 de abril de 1792 al arquitecto José del Mazo. El busto de bronce dorado a fuego que se colocaría sobre la urna fue obra de Manuel Tolsá, recién llegado a México como director de escultura de la Academia de San Carlos. El monumento consistía en un altar, con un extenso epitafio; sobre él la urna y el busto, y un obelisco o pirámide que arranca de la mesa del altar, con un escudo cruzado de pendones.14 Este sexto traslado, cuyas negociaciones se iniciaron desde cuatro años antes, se efectuó el 2 de julio de 1794 a las 7:30 de la noche. Previamente se hizo otro reconocimiento del contenido de la urna y se encontraron, en las dos sábanas de cambray bordadas: la calavera envuelta con separación en sabanilla del propio lienzo con encaje blanco a la orilla; dichos huesos se reducen a canillas, costillas y otros varios que aunque rotos están bien duros; la calavera es chica, achatada y larga, pero todos los huesos se manifiestan trigueños, de buen aspecto y olor.
Don Joaquín Ramírez de Arellano, marqués de Sierra Nevada y gobernador del marquesado, asistido por el escribano Manuel José Núñez Morillón, recibió en la iglesia de San Francisco la urna y en un coche la condujo discretamente a la iglesia de Jesús Nazareno. Allí la depositó en la sacristía en una mesa rodeada de cirios. En la mañana del siguiente día se instaló la urna en el mausoleo funerario, “que está en el presbiterio al lado del Evangelio”. El 8 de noviembre siguiente, aniversario de la entrada de Cortés a la ciudad de México, se hicieron solemnes exequias en dicha iglesia, con asistencia del virrey, Audiencia, ayuntamiento y el gobernador del marquesado. Después de la misa, predicó el doctor fray Servando Teresa de Mier, quien “dijo una doctísima oración fúnebre en elogio de las virtudes morales y políticas del excelentísimo señor don Fernando Cortés, que duró más de tres cuartos de hora”, apuntó el escribano Núñez Morillón.15
SÉPTIMO ENTIERRO, SECRETO, EN LA MISMA IGLESIA, 1823 En 1823, dos años después de la consumación de la independencia mexicana, el gobierno dispuso que se condujeran a la capital los restos de los héroes de dicha gesta. Con tal motivo, se exacerbó el odio contra todo lo que recordara la dominación española y se quiso borrar cuanto aludiera a la conquista, y en la cámara de diputados se había propuesto que se quitase de la iglesia de Jesús el sepulcro de Cortés. En agosto y septiembre de 1822 habían circulado folletos con títulos tan agresivos como pintorescos: El Pendón se acabó y la memoria de Cortés quedó, Muerte y entierro de don Pendón, Los curiosos quieren saber en qué paran los huesos de Cortés, El ciudadano celoso J. I. Paz. Llegó a proponerse que se sacaran del templo los huesos y se arrastraran para llevarlos al quemadero de San Lázaro. Y como se decía que esto último se haría la tarde del 16 de septiembre de 1823, la noche anterior se cerró la iglesia de Jesús y apresuradamente se hizo, con intervención de Lucas Alamán, el séptimo traslado de la urna con los huesos de Cortés. Del monumento de mármoles se pasó a un lugar seguro, en el piso, bajo la tarima que se encontraba junto al altar de Jesús Nazareno. El capellán mayor del hospital, padre Joaquín Canales, y el albañil Pablo Arzaluz se ocuparon del movimiento, y el sacerdote firmó el acta respectiva del traslado. El busto y armas de bronce dorado se remitieron a Palermo, al duque de Terranova, el monumento se desmanteló y se dejó correr la leyenda de que los huesos de Cortés también habían sido enviados a Italia.16
OCTAVO ENTIERRO, SECRETO, EN LA MISMA IGLESIA, 1836 El octavo traslado también fue secreto. “A don Lucas Alamán —comenta Francisco de la Maza— le dolía en secreto que los huesos de Cortés estuviesen en el suelo, con humedad y en sepulcro improvisado, por lo que decidió, en septiembre de 1836, trasladarlos a un lugar más decoroso, aunque siguiesen todavía anónimos y ocultos”.17 Para explicar por qué Alamán eligió esta fecha, De la Maza recuerda que por entonces se hacían reparaciones importantes al Hospital de Jesús, y que en este año de 1836 se gestaba el reconocimiento de la independencia
de México por España y el establecimiento de relaciones amistosas. Alamán, como apoderado general del duque de Terranova y Monteleone, sucesor del marquesado, pidió permiso verbal al vicario general del arzobispado, con sede vacante, el canónigo doctor Félix Osores, para hacer la exhumación y nuevo entierro. Procedió de inmediato a las obras, que realizaron el mismo albañil Arzaluz que había hecho el entierro secreto anterior; el arquitecto José Besozzi, encargado de las reparaciones del hospital, y el capataz Joaquín Acosta. Los trabajos se hicieron en varios días de octubre de 1836, y cuando se terminaron se tomó declaración jurada a los tres operarios y a dos personas más, el administrador del hospital y a su mujer, por haber estado enterados del entierro de 1823 y de éste de 1836, con objeto de que describieran lo encontrado y, sobre todo, para que guardasen el secreto. El albañil, el arquitecto y el capataz describieron la caja en forma de baúl alto, “como de siete ochavos de largo y dos tercios de alto”, la cual tenía rota una esquina, se le había destruido la mayor parte del forro de plomo y era la misma que se había enterrado trece años antes.
La urna de cristal con los atados de los huesos.
El propio canónigo Osores y otras personalidades procedieron a examinar, el 20 de octubre, el contenido de la caja y encontraron que no existía la urna exterior de cristal, con aldabas y cantoneras de plata, que supusieron que sólo había sido usada en la solemnidad de los funerales de 1794, y fue innecesaria cuando se colocó la caja con los huesos en el monumento de mármol. El forro de plomo de la caja de madera estaba deteriorado por el tiempo y la humedad, y al no encontrarse la llave de la caja se la hizo descerrajar. La caja de madera de cedro tenía otro forro interior de plomo, pero por no haber sido soldadas las hojas metálicas habían dejado penetrar la humedad del piso de la iglesia en que estuvo. La sábana de cambray estaba casi podrida aunque se conservaban bien la blonda y los bordados de oro. Caja y sábana procedían del segundo entierro o de la preparación de los huesos para su envío a México. Descubiertos los huesos, el provisor Osores y los circunstantes les rezaron un responso y luego procedieron a secarlos y enjugarlos cuidadosamente, y mientras se hacían los nuevos arreglos para la reinhumación, los devolvieron a su antigua caja. El 7 de diciembre de 1836 todo estaba dispuesto. Abierta la caja, se encontró que la
calavera se había rajado longitudinalmente por efecto de la desecación después de la humedad. Se la envolvió en nuevo paño de cambray con bordados en seda negra con las inciales de Cortés y orlado con una blonda negra, y se puso sobre un cojín de terciopelo negro con galones de oro. Los demás huesos se envolvieron en otra sábana de cambray con blonda negra, se pusieron junto a la calavera y se les sujetó con una cinta de terciopelo negro. Los asistentes notaron que “la forma del cráneo es prolongada de la frente a la parte posterior, más angosta por aquélla que por ésta, y aplanada por arriba, con los huesos de las sienes y mejillas muy prominentes”, y que “la cabeza era proporcionalmente chica respecto a los huesos del resto del cuerpo”. Entre los envoltorios con los huesos se puso un cajón de hoja de lata, soldado, con una certificación de que los huesos son los de Hernán Cortés, firmada por el provisor Osores, los testigos y el notario. Como apoderado del marquesado e historiador que sentía por Cortés la mayor admiración, Lucas Alamán se propuso remediar, en este nuevo entierro de los huesos del conquistador, los descuidos que se habían hecho en el apresurado ocultamiento de trece años antes. Disponía de suficiente tiempo, y en el mayor sigilo, en 1836 instaló los despojos como reliquias veneradas, resguardados para los siglos y protegidos de la posible profanación por un secreto que él supo guardar y que impuso a los obligados colaboradores, a tal punto que se mantuvo durante más de un siglo. El preciso relato de la nueva colocación y ocultamiento de los huesos de Cortés en la iglesia de Jesús Nazareno lo confirma: Colocados como va dicho sobre la tabla, y guarnecida de terciopelo —dice el acta notarial firmada el 7 de diciembre de 1836—, se cubrieron con una urna de cuatro hojas de cristal pulido, con una cubierta convexa guarnecida por todas sus junturas con una media caña de bronce negro formando una graciosa labor, quedando sujeta sobre la tabla con cuatro tornillos, en la cual por medio de dos cintas de terciopelo negro se encerró en la caja antigua de cedro en que vino el cadáver de España, que se compuso cuidadosamente con este objeto, poniéndole un forro interior de plomo que se soldó por todas las junturas, luego que se hubo puesto dentro la urna de cristal; y cerrando entonces la caja de cedro con su chapa fina y llave con el ojo de plata dorada, adornado con un laurel esculpido en cuyo centro está la señal de la Santa Cruz, se entregó dicha llave al señor don Lucas Alamán, apoderado general del señor duque de Terranova y Monteleone, para que la conserve en su poder. Púsose luego un forro exterior de plomo muy grueso a la caja de cedro, soldándolo por todas partes y se revistió de rico terciopelo negro adornado con galones de oro fino, de los cuales se veía formada en los cuatro costados la señal de la Santa Cruz. Entonces se bajó la caja a la iglesia y se depositó en un nicho que está practicado en el macizo de la pared del lado del Evangelio del presbiterio, en medio de ésta y a tres varas de altura del suelo, de diecinueve pulgadas de alto, una vara escasa de largo y trece pulgadas de profundidad, acomodado al tamaño de la caja, y por dentro pintado a imitación de mármol, el cual se cerró con una pesada losa, enrasándose luego la pared con manpostería, de suerte que no quedó señal alguna exterior.18
NOVENO ENTIERRO. LOS HUESOS SON EXHUMADOS, RECONOCIDOS Y VUELTOS AL MISMO LUGAR, 1946-1947 El segundo entierro-ocultamiento, que organizó Lucas Alamán en 1836, hecho para que los huesos de Cortés se preservaran con decoro por siglos, operó como don Lucas esperaba, al menos por un siglo y diez años, el periodo mayor de reposo que habían tenido los despojos del conquistador. Durante este lapso, quienes de cuando en cuando se preguntaban por el paradero de los restos, aceptaban, unos, que estaban en Italia, guardados por los sucesores del marquesado, y suponían, otros, que seguían en México, ocultos, sin preocuparse gran cosa por
indagar dónde estaban. El único intento conocido lo hizo, hacia 1945, el historiador José C. Valadés quien excavó sin éxito en el mismo muro donde se encontraban los restos, no más de medio metro más abajo, pero no buscó indicios más precisos ni insistió en su búsqueda.19 Alamán había entregado a la embajada de España, en 1843, una copia del llamado “Documento del año 1836” que revelaba el lugar del entierro. Y tanto como el original del documento, aquella copia se había mantenido secreta. En 1946, cuando la embajada se encontraba a cargo del gobierno de la República Española en el exilio, se supone que tuvieron acceso al documento y lo copiaron el intelectual español exiliado Fernando Baeza Martos y el historiador cubano becario de El Colegio de México Manuel Moreno Franginals. Ambos, sin revelar nunca de dónde procedía su copia, comunicaron su hallazgo a los historiadores mexicanos Francisco de la Maza y Alberto María Carreño, y el 11 de noviembre se reunieron en casa de Carreño para leer el documento. Convencidos de su autenticidad, decidieron intentar el descubrimiento de los restos ocultos. Carreño refiere que obtuvo autorización del patrono del Hospital de Jesús, doctor Benjamín Trillo, y del secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet, de quien dependía el Instituto de Antropología e Historia, a cuyo cargo se encontraba, como monumento colonial, el Hospital de Jesús y la iglesia anexa. Obtenidas las autorizaciones, decidieron que era preferible hacer la búsqueda los cuatro solos, Baeza y Moreno, De la Maza y Carreño. Yo vi en esto —comenta De la Maza— algo así como una aventura profesional en la que se mezclaban el interés histórico, la curiosidad, y algo que sonaba como un deber al dar solución a un viejo enigma de la historia de México.20
El domingo 24 de noviembre, a las 8:30 de la mañana, con la iglesia —en la que estaba suspendido por entonces el culto— cerrada, comenzaron la excavación los improvisados albañiles, provistos de las herramientas que pudieron agenciarse. En el lugar del muro contiguo al altar mayor, del lado del Evangelio, señalado por el documento, quitaron el aplanado y luego varias filas de ladrillos horizontales, hasta que a las 10:30 de la mañana asomó una superficie plana, la gran losa mencionada en el documento de 1836. Ésta se encontraba asegurada con una bóveda o arco de ladrillo. Un poco más tarde la gran piedra estaba descubierta y se pudo separarla lo suficiente para ver la urna depositada tras ella. Un barretazo decidido de Manuel Moreno —cuenta Francisco de la Maza— hizo caer la piedra y quedó al descubierto la urna con el terciopelo bordado en oro de que habla el expediente. Baeza y Carreño, cumpliendo con sus ideas religiosas, rezaron un momento, en silencio y para sí mismos. Eran las seis en punto de la tarde.21 La noche siguiente, en un acto que fatalmente se hizo público, con numerosos funcionarios, historiadores, reporteros, fotógrafos y curiosos, sólo se extrajo de su nicho la urna y se quitaron el forro de terciopelo, la primera cubierta de plomo y la caja de madera. La llave de esta caja, que trajo a la ceremonia Alfonso Alamán, joyero y bisnieto de don Lucas, no funcionó y hubo que descerrajar la chapa. Todavía hubo que abrir la segunda cubierta de plomo y entonces apareció la urna de cristal y pudieron verse los envoltorios de los huesos. Con buen sentido del suspenso dramático, hasta aquí se llegó ese lunes 25. En vista de que comenzaban a hacerse suposiciones sobre lo que debería hacerse con los
huesos casi encontrados, oportunamente y con sensata sobriedad, se expidió un acuerdo presidencial, el siguiente jueves 28, por el cual se confiaba al Instituto Nacional de Antropología e Historia la custodia de los huesos, se le encargaba realizar estudios acerca de la autenticidad de dichos restos que, en caso de confirmarse, se conservarían en el mismo lugar en que fueron encontrados.
Los huesos del tórax, la columna vertebral y la calavera de perfil.
Ese mismo día 28 se abrió la urna de cristal, aparecieron los huesos en la misma posición y con las características descritas en el Documento de 1836, y se dio lectura a la autentificación que se había puesto entre los huesos dentro de un tubo de hojalata, la cual está firmada por el canónigo Osores y otras personalidades, y autorizada por el notario.22 Precisada documentalmente la autenticidad, se procedió a realizar los estudios histórico y antropológico. De la embajada de España se obtuvo en préstamo el Documento del año 1836, que allí se guardaba. Examinado y copiado, la comisión designada procedió, el 4 de diciembre, a hacer los estudios indicados, describiendo los documentos y cada uno de los objetos que protegían los huesos, y haciendo el examen anatómico de éstos. Además de las características ya notadas en las descripciones anteriores —cráneo pequeño y alargado, y los demás huesos de un hombre de complexión fuerte—, se hicieron notar “huellas de abcesos de los alveolos de los incisivos medios, canino y premolares superiores izquierdos”, lo que indica que don Hernán padeció cruelmente de los dientes. Y se encontraron los “fémures derecho e izquierdo completos. Tibias derecha e izquierda completas. Peronés derecho e izquierdo. Rótula derecha completa y normal”, lo cual echa por tierra las suposiciones de una posible deformación por bubas en el muslo y pantorrilla derechos.23
Los huesos de los brazos.
Cabalmente confirmada la autenticidad histórica y antropológica de los restos en relación con las descripciones de 1836, se expidió un documento en este sentido el 13 de diciembre de 1946, y la comisión recomendó al INAH que se consolidaran los huesos, que se restauraran la cubierta exterior de terciopelo, las cajas de plomo, la caja de madera y la urna de cristal; que de conformidad con el acuerdo presidencial se depositaran los restos en el mismo nicho donde fueron encontrados, que se publicaran los documentos emitidos y se conservara en el archivo del INAH el documento de autentificación de 1836 y, en un tubo soldado, se pusiera dentro del entierro una copia de este documento y de toda la documentación del nuevo descubrimiento, examen y reentierro.
Los huesos de la pelvis y las piernas. Por el tamaño de los huesos, la estaura de Cortés se ha calculado en 1.58 m.
Así se hizo, y el 9 de julio de 1947 se reinhumaron los restos de Cortés en el mismo nicho donde se encontraron, y se puso sobre el muro de la iglesia una placa de bronce, de 0.85 por 1.26 m con el escudo de armas de Cortés, en esmaltes, la inscripción:
HERNÁN CORTÉS 1485-1547 y en el ángulo inferior derecho, en letras pequeñas: Se reinhumó en junio de 1947.24 En este año, como lo recordó el señor Carreño, se cumplían 400 años de la muerte de Cortés. En la iglesia del Hospital de Jesús se encuentran sepultados también los restos del virrey don Pedro de Castro y Figueroa, de don Lucas Alamán, de fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera (el padre Nájera), del escultor Manuel Vilar y de otras personas. Poco antes del descubrimiento de 1946, José Clemente Orozco pintó, de 1940 a 1944, en la bóveda y muros del coro y en un tramo de la bóveda de la nave, una terrible y abigarrada alegoría del Apocalipsis en relación con nuestro tiempo. La iglesia de Jesús fue restituida al culto posteriormente y hoy es una iglesia pobre y poco visitada.
La calavera de Hernán Cortés.
RESUMEN DE LOS ENTIERROS, EXHUMACIONES Y TRASLADOS DE LOS RESTOS DE HERNÁN CORTÉS I 1547 II 1550 III 1566 IV 1629 V 1716 VI 1794 VII 1823 VIII 1836 IX 1946
Primer entierro en San Isidoro del Campo, Sevilla, en la cripta del duque de Medina Sidonia Cambio en la misma iglesia, junto al altar de Santa Catarina. Traslado a la Nueva España y entierro en la iglesia de San Francisco de Tezcoco. Traslado a la capilla mayor del convento de San Francisco, de la ciudad de México. Cambio en la misma iglesia, a la parte posterior del retablo mayor. Traslado a la iglesia de Jesús Nazareno, contigua al Hospital de Jesús, en un monumento situado en el presbiterio, del lado del Evangelio. Cambio, en la misma iglesia, en el piso bajo la tarima del altar mayor. Entierro secreto. Nuevo cambio, en la misma iglesia, a un nicho en el muro del lado del Evangelio, donde estaba el monumento. Entierro secreto. La urna con los restos es descubierta, estudiada y vuelta a depositar en el mismo lugar, con una placa de bronce que dice: “Hernán Cortés, 14851547”.
La placa del entierro de 1947.
1
Almoneda del marqués del Valle, Sevilla, 24-27 de septiembre de 1548, en Documentos, sección VIII, apéndice.
2 Inventario de los bienes de Hernando Cortés en la zona de Cuernavaca, julio-agosto de 1549, en Documentos,
sección VIII, apéndice. 3 Gallinas “de Castilla” hubo en México desde los primeros años que siguieron a la conquista, pues en el Arancel para los
venteros del camino de Veracruz a México, que expidió Cortés hacia 1524, ya se fijan precios para gallinas, pollos y huevos, mucho más caros que para los “de la tierra”. Los asnos, en cambio, que tanto ayudarían al indio, tardaron mucho en llegar. En una carta del oidor Juan de Salmerón al secretario del rey, del 31 de marzo de 1531, le encarecía que enviaran: algunas borricas con sus garañones [que] serían muy provechosas, porque son bestias que podrían sojuzgar los indios y que no trae inconveniente que ellos las tengan, y habiendo cantidad dellas comenzarán los indios a dejar de ser bestias. (Paso y Troncoso, Epistolario de Nueva España, doc. 886, t. XV, p. 182.)
Pero esta liberación parcial de los indios tardaría mucho en realizarse. Aún para el 30 de mayo de 1544, Gonzalo de Aranda, enviado por la Corona para supervisar las cuentas de los oficiales reales y el “estado de la tierra”, informaba que “cinco garañones y ocho burras y cien carneros”, que desde el año anterior debieron enviarse desde Sevilla, aún no llegaban (op. cit., doc. 225, t. IV, p. 93). Así pues, puede suponerse que los burros comenzarían a llegar a Nueva España, y a reproducirse, al final de esta década de los años cuarenta cuando Cortés se encontraba ausente. 4 Herrera, década IIIª, lib. IV, cap. VII. 5 Herrera, década IVª, lib. IX, cap. IV. 6
Acerca de la extensión, evolución y rendimientos de los dominios de Cortés en esta zona, véanse: Fernando Sandoval, La industia del azúcar en la Nueva España, UNAM, Instituto de Historia, México, 1951.— Bernardo García Martínez, El Marquesado del Valle. Tres siglos de régimen señorial en Nueva España, El Colegio de México, México, 1969.— G. Micheal Riley, Fernando Cortés and the Marquesado in Morelos, 1522-1547, University of New Mexico Press, Albuquerque, 1973.— Ward Barret, La hacienda azucarera de los marqueses del Valle (1533-1910), Siglo Veintiuno, México, 1977. Los informes aquí resumidos acerca del cultivo de la seda en México proceden de: Joaquín García Icazbalceta, “La industria de la seda en México”, Obras, t. I, Biblioteca de Autores Mexicanos, Imp. de V. Agüeros, Editor, México, 1896, pp. 125-161.— Woodrow Borah, Silk Raising in Colonial Mexico, lbero-Americana, 20, University of California Press, Berkeley y Los Ángeles, 1943.— Respecto a la historia y técnica de este cultivo puede consultarse: Nina Hyde, “The Queen of Textiles”, National Geographic, enero de 1984, vol. 165, núm. 1, pp. 2-49. 7
“Autos que sigue doña Juana de Zúñiga, viuda de don Hernando Cortés, marqués del Valle, contra los herederos y albacea de dicho marqués, sobre alimentos que pide”, 1548, AGN, Hospital de Jesús, leg. 300, exp. 105.— “Data de la cuenta de don Pedro de Ahumada Sámano, por cuanto el licenciado don Juan Altamirano tenía que entregar a la marquesa doña Juana de Zúñiga 17 000 ducados que le corresponden conforme al testamento del marqués del Valle, don Hernando Cortés”, 1550, AGN, Hospital de Jesús, leg. 229, exp. 1.— “Autos que sigue doña Juana de Zúñiga contra don Martín Cortés, sobre bienes del marquesado del Valle”, 1550, AGN, Hospital de Jesús, leg. 267, exp. 18.— “Autos que sigue don Pedro Ramírez de Arellano, conde de Aguilar, a nombre de Catalina y Juana Cortés, hijas y herederas de Hernando Cortés y Juana de Zúñiga, sobre dotes hereditarios”, 1558, AGN, Hospital de Jesús, leg. 395, exp. 4.— “Doña Juana de Zúñiga, marquesa del Valle, contra don Martín Cortés, sobre pesos”, 1561, AGN, Hospital de Jesús, leg. 282, exp. 5.— “Procesos y autos de doña Juana de Zúñiga, marquesa del Valle, como cesionaria de su hermano fray Antonio de Zúñiga, contra bienes del marqués del Valle, don Martín Cortés”, 1567, AGN, Hospital de Jesús, leg. 300, exp. 115.— “Demanda puesta por doña Juana de Zúñiga y don Hernando Enríquez, su yerno, contra los bienes del marqués del Valle”, 1568, AGN, Hospital de Jesús, leg. 265, exp. 3. Francisco Fernández del Castillo, en “El Testamento de Hernán Cortés”, op. cit., p. 439, menciona los cuantiosos adeudos que tenía don Martín con su madre y sus hermanas Juana y María. 8 CDIHE, citado por Luis González Obregón, “Los restos de Hernán Cortés. Disertación histórica y documentada”, México
viejo y anecdótico, Bouret, París-México, 1909, pp. 201-202. 9 Op. cit., pp. 202-207. 10 Alamán, “Documentos relativos a los diversos entierros de D. Fernando Cortés”, apéndice primero, en Disertaciones,
Jus, t. 7.— González Obregón, op. cit., docs. 1-V, pp. 229-262. 11 Francisco de la Maza, “Los restos de Hernán Cortés”, Cuadernos Americanos, México, marzo-abril de 1947, año VI,
núm. 2. pp. 160- 161 (con sobretiro). 12 José María Luis Mora, México y sus revoluciones, segunda parte, primer periodo, Porrúa, t. II, p. 169; citado por Carlos
Pereyra, Hernán Cortés, tercera parte. cap. IV, y por De la Maza, op. cit., p. 161. 13 “Reconocimiento de los huesos de D. Fernando Cortés…”, Alamán, apéndice primero, op. cit., pp. 304-306.— González
Obregón, op. cit., pp. 263-265. 14 De la Maza, op. cit., pp. 161-162, informa de las tres imúgenes que se conservan del monumento desaparecido y
reproduce dos de ellas.— El extenso epitafio lo copia Alamán, en op. cit., pp. 343-344. Véase, además, Francisco de la Maza, “Una obra de arte desconocida: el busto de Cortés por Manuel Tolsá ”, Revista de la Universidad de México, junio de 1968, vol. XXII, núm. 10, pp. 32-33, con una foto del busto. 15 “Certificado de traslación de los huesos” y “Exequias que se hicieron en la iglesia de Jesús…”, Alamán, pp. 306-310.—
González Obregón, pp. 266-276.— Sobre el sermón de fray Servando, véase: Servando Teresa de Mier, Obras completas, t. I El heterodoxo guadalupano, ed. de Edmundo O ‘Gorman, Nueva Biblioteca Mexicana, 81, UNAM, México, 1981, “Efemérides”, pp. 203-204. 16 Alamán, “Quinta disertación”, en Disertaciones, ed. Jus, t. 7, p. 51.— “Expediente formado por la junta de gobierno del
estado y marquesado del Valle de Oaxaca para la exhumación de los huesos de Cortés y demolición de su sepulcro, año de
1823”, Alamán, pp. 314-317.— González Obregón, pp. 281-287. 17 De la Maza, “Los restos…”, p. 165. 18 “Documento del año 1836. Expediente formado ante el señor provisor vicario general del arzobispado, doctor don Félix
Osores, a pedimento del señor don Lucas Alamán, apoderado general del señor duque de Terranova y Monteleone, sobre identificación, reconocimiento y nueva colocación de los huesos del señor don Fernando Cortés, primer marqués que fue del Valle de Oaxaca, según adentro se expresa”, en Alberto María Carreño, Hernán Cortés y el descubrimiento de sus restos”, Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, México, octubre-diciembre de 1947, t. VI, núm. 4, pp. 308-319. 19
Jacobo Dalevuelta, “Fueron descubiertos los restos de Cortés”, El Universal, México, 26 de noviembre de 1946, reproducido en Carreño, op. cit., p. 373. 20 De la Maza, op. cit., p. 170. 21
Ibid.— En el relato anterior se ha aprovechado también el de Carreño, op. cit., pp. 304-305.
22
El documento de autentificación de 1836 dice así: Nos, el doctor don Félix Osores, canónigo de esta Santa Iglesia Metropolitana, provisor y vicario general, juez de capellanías y obras pías de este arzobispado.— Certifico en la forma más cumplida que de derecho sea, que según está probado en un expediente instruido ante mí, a pedimento del señor don Lucas Alamán, apoderado general del señor don José de Aragón Pignatelli y Cortés, duque de Terranova y Monteleone, los huesos que esta caja contiene son los del señor don Fernando Cortés, primer marqués que fue del Valle de Oaxaca, conquistador, gobernador y capitán general de la Nueva España, hoy República Mexicana, que falleció en Castilleja de la Cuesta, junto a Sevilla, en España, el día 24 de diciembre de 1547, de edad de sesenta y tres años, de donde fueron trasladados a la iglesia del convento de San Francisco de Tezcuco, y de ésta a la grande del mismo orden de esta capital, con solemne funeral que se verificó el 24 de febrero de 1629, en la que permanecieron en su capilla mayor, en un túmulo colocado bajo un dosel, hasta el día 2 de julio de 1794 en que pasaron a esta iglesia del hospital de la Purísima Concepción y Jesús Nazareno, fundado por el mismo señor don Fernando Cortés, y cuyo patronato perpetuo tiene su familia, habiéndose hecho con este motivo solemnes honras el día 8 de noviembre del mismo año. Se depositaron en un sepulcro de mármoles que se erigió con este fin, en el lado del Evangelio de la capilla mayor, el que fue demolido en el mes de septiembre de 1823, con ocasión de las ocurrencias políticas de aquella época, y se enterraron bajo el pavimento del crucero de Jesús Nazareno, de donde se exhumaron en el mes de octubre de este presente año, y se colocaron en esta urna, encerrada en la caja primitiva de cedro en que vinieron de España y en que habían permanecido, colocándose en este lugar, que es el mismo en que estuvo el sepulcro de mármoles, en este día 6 de diciembre de mil ochocientos treinta y seis, siendo testigos el señor doctor don Matías Monteagudo, canónigo de esta Santa Iglesia Metropolitana, el señor doctor don Basilio Arrillaga, diputado al Congreso General, y el bachiller don Francisco Zenizo, capellán de esta iglesia y hospital, quienes firmaron conmigo ante el bachiller don Nicolás Paradinas, notario mayor de este arzobispado.— Félix Osores, Matías Monteagudo, Basilio Arrillaga, Francisco Zenizo, rúbricas. Ante mí, Nicolás Paradinas, notario mayor, rúbrica. Carreño, op. cit., pp. 330-331, y fotografía del documento frente a p. 317. —De la Maza, op. cit., pp. 172-173. 23 Carreño, op. cit., pp. 340-341.— Véase arriba capítulo IV y nota 17 acerca del padecimiento de Cortés en la pierna. 24 Ibid., pp. 355-360. El artículo de Carreño reproduce las actas y documentos oficiales relacionados con el encuentro de los
restos, así como comentarios de prensa y numerosas fotografías, que también aparecen, estas últimas, en el artículo de De la Maza.
XXIV. FIGURA Y CARÁCTER En España nadie conserva rencor hacia Pompeyo o hacia Abderramán. Estoy seguro de que el español de hoy siente como que se engulló para siempre a todos los caudillos que lo conquistaron en diversas épocas. En cambio, delante de este rollo [la torre de Tepeaca] y de estos aldeanos, pienso que Cortés no fue digerido todavía, que mucha población mexicana no lo puede tragar aún. Culpemos al tiempo. Es posible que estén de masiado verdes todavía los huesos del conquita dor. Quizá dentro de ocho siglos afecte Cortés a los mexicanos lo que a nosotros el Gran Califa. JOSÉ MORENO VILLA
DOS SEMBLANZAS Existen dos espléndidas semblanzas de Cortés escritas por hombres que lo conocieron bien. La primera es una página magistral que puso Francisco López de Gómara en el capítulo final de su Conquista de México e intituló “Condición de Cortés”: Era Fernando Cortés de buena estatura, rehecho y de gran pecho; el color ceniciento, la barba clara, el cabello largo. Tenía gran fuerza, mucho ánimo, destreza en las armas. Fue travieso cuando muchacho, y cuando hombre fue asentado; y así, tuvo en la guerra buen lugar, y en la paz también. Fue alcalde de Santiago de Barucoa, que era y es la mayor honra de la ciudad entre vecinos. Allí cobró reputación para lo que después fue. Fue muy dado a mujeres y diose siempre. Lo mesmo hizo al juego, y jugaba a los dados a maravilla bien y alegremente. Fue muy gran comedor, y templado en el beber, teniendo abundancia. Sufría mucho la hambre con necesidad, según lo mostró en el camino de las Higueras, y en la mar que llamó de su nombre. Era recio porfiando, y así tuvo más pleitos que convenía a su estado. Gastaba liberalísimamente en la guerra, en mujeres, por amigos y en antojos, mostrando escasez en algunas cosas; por donde le llamaban rico de avenida. Vestía más polido que rico, y así era hombre limpísimo. Deleitábase de tener mucha casa y familia, mucha plata de servicio y de respeto. Tratábase muy de señor, y con tanta gravedad y cordura que no daba pesadumbre ni parecía nuevo. Cuentan que le dijeron, siendo muchacho, cómo había de ganar muchas tierras y ser grandísimo señor. Era celoso en su casa, siendo atrevido en las ajenas; condición de putañeros. Era devoto, rezador, y sabía muchas oraciones y salmos de coro; grandísimo limosnero, y así encargó mucho a su hijo, cuando se moría, la limosna. Daba cada año mil ducados por Dios de ordinario; y algunas veces tomó a cambio dineros para limosna, diciendo que con aquel interés rescataba sus pecados. Puso en sus reposteros y armas: Judicium Domini aprehendit eos, et fortitudo ejus corroboravit brachium meum [La voluntad del Señor los conquistó y su fortaleza robusteció mi brazo], letra muy a propósito de la conquista. Tal fue, como habéis oído, Cortés, conquistador de la Nueva España.
La otra imagen es de Bernal Díaz del Castillo, y parece ir llenando con rasgos, anécdotas y observaciones menudas las líneas escuetas de la primera. He aquí algunos pasajes que completan la figura y el carácter del conquistador de México: Oí decir que cuando mancebo en la isla Española fue algo travieso sobre mujeres, y que se acuchilló algunas veces con hombres esforzados y diestros, y siempre salió con victoria; y tenía una señal de cuchillada cerca de un bezo de abajo que si miraban bien en ello se le parecía, más cubríaselo con las barbas, la cual señal le dieron cuando andaba en aquellas cuestiones. En todo lo que mostraba, así en su presencia como en pláticas y conversación, y en comer y en el vestir, en todo daba señales de gran señor. Los vestidos que se ponía eran según el tiempo y usanza, y no se le daba nada de traer muchas
sedas y damascos, ni rasos, sino llanamente y muy pulido […] Servíase ricamente como gran señor, con dos maestresalas y mayordomos y muchos pajes, y todo el servicio de su casa muy cumplido, y grandes vajillas de plata y de oro; comía bien y bebía una buena taza de vino aguado que cabría un cuartillo, y también cenaba, y no era nada regalado, ni se le daba nada por comer manjares delicados ni costosos, salvo cuando veía que había necesidad que se gastase y los hubiese menester dar. Era de muy afable condición con todos sus capitanes y compañeros, especial con los que pasamos con él de la isla de Cuba la primera vez; y era latino, y oí decir que era bachiller en leyes, y cuando hablaba con letrados u hombres latinos, respondía a lo que le decían en latín. Era algo poeta, hacía coplas en metros y en glosas, y en lo que platicaba lo decía muy apacible y con mucha retórica, y rezaba por las mañanas en unas Horas y oía misa con devoción […] Cuando juraba decía: “En mi conciencia”; y cuando se enojaba con algún soldado de los nuestros sus amigos, le decía: “¡Oh, mal pese a vos!” y cuando estaba muy enojado se le hichaba una vena de la garganta y otra de la frente; y algunas veces, de muy enojado, arrojaba un lamento al cielo, y no decía palabra fea ni injuriosa a ningún capitán ni soldado, y era muy sufrido, porque soldados hubo muy desconsiderados que le decían palabras descomedidas, y no les respondía cosa soberbia ni mala, y aunque había materia para ello, lo más que les decía: “Callad y oíd”, o “id con Dios, y de aquí adelante tened más miramientos en lo que dijereis, porque os costará caro por ello”. Y era muy porfiado, en especial en las cosas de la guerra, que por más consejos y palabras que le decíamos en cosas desconsideradas de combates y entradas, que nos mandaba dar cuando rodeamos en los pueblos grandes de la laguna […] Dejemos esta plática, y diré que cuando luego venimos con nuestra armada a la Villa Rica, y comenzamos a hacer la fortaleza, el primero que cavó y sacó tierra de los cimientos fue Cortés, y siempre en las batallas le vi que entraba en ellas juntamente con nosotros […] [E]n las guerras de Tlaxcala, en tres batallas se mostró muy esforzado, y en la entrada de México con cuatrocientos soldados, cosa es de pensar en ello, y más tener atrevimiento de prender al gran Montezuma dentro de sus palacios, teniendo tan grandes números de guerreros; y también digo que lo prendimos por consejo de nuestros capitanes y de todos los más soldados […] Y también, ¡qué atrevimiento y osadía fue que con dádivas de oro y ardides de guerra ir contra Pánfilo de Narváez, capitán de Diego Velázquez, que traía sobre mil trescientos soldados, y traía noventa de a caballo, y otros tantos ballesteros y ochenta espingarderos, que así se llamaban; y nosotros con doscientos sesenta y seis compañeros, sin caballos ni escopetas ni ballestas, sino solamente con picas, y espadas y puñales y rodelas, los desbaratamos y se prendió [a] Narváez y [a] otros capitanes! Pasemos adelante y quiero decir que cuando entramos otra vez en México al socorro de Pedro de Alvarado, y antes que saliésemos huyendo, cuando subimos en el alto cu de Huichilobos vi que se mostró muy varón; puesto que no nos aprovecharon nada sus valentías, ni las nuestras. Pues en la derrota y muy nombrada guerra de Otumba, cuando nos estaban esperando toda la flor y valientes guerreros mexicanos, y todos sus sujetos para matarnos, allí también se mostró muy esforzado cuando dio un encuentro al capitán y alférez de Guatemuz, que le hizo abatir sus banderas y perder el gran brío de su valeroso pelear de todos sus escuadrones que con tanto esfuerzo contra nosotros peleaban […] También se mostró nuestro Cortés muy como esforzado cuando estábamos sobre México y en una calzadilla le desbarataron los mexicanos y le llevaron a sacrificar sesenta y dos soldados, y al mismo Cortés le tenían asido y engarrafado para llevarle a sacrificar, y le habían herido en una pierna, y quiso Dios que por su buen esfuerzo y porque le socorrió el mismo valentísimo soldado Cristóbal de Olea, que fue el que la otra vez en Xochimilco le libró de los mexicanos, y le ayudó a cabalgar y salvó a Cortés la vida, y el esforzado Olea quedó allí muerto con los demás que dicho tengo. Y ahora que lo estoy escribiendo se me representa la manera y proposición de la persona de Cristóbal de Olea y de su muy gran esfuerzo, y aún se me pone tristeza por ser de mi tierra y deudo de mis deudos. No quiero decir de otras muchas proezas y valentías que vi que hizo nuestro marqués don Hernando Cortés, porque son tantas y de tal manera, que no acabaría tan presto de relatarlas, y volveré a decir de su condición, que era muy aficionado a juegos de naipes y dados, y cuando jugaba era muy afable en el juego, y decía ciertos remoquetes que suelen decir los que juegan a los dados; era con demasía dado a mujeres, y celoso en guardar las suyas; era muy cuidadoso en todas las conquistas que hacíamos, y una noche y muchas noches rondaba y andaba requiriendo las velas y entraba en los ranchos y aposentos de nuestros soldados, y al que hallaba sin armas o estaba descalzo los alpargates le reprendía, y le decía que a la oveja ruin le pesa la lana, y le reprendía con palabras agrias. Cuando fuimos a las Hibueras, vi que había tomado una maña o condición que no solía tener en las guerras pasadas; que cuando había comido, si no dormía un sueño se le revolvía el estómago y revesaba, y estaba malo, y por excusar este mal, cuando íbamos de camino le ponían debajo de un árbol o de otra sombra una alfombra que llevaban a mano para aquel efecto, o una capa, y aunque más sol hiciese o lloviese, no dejaba de dormir un poco y luego caminar. Y también vi que cuando estábamos en las guerras de la Nueva España era cenceño y de poca barriga, y después que volvimos de las Hibueras engordó mucho y de gran barriga, y también vi que se paraba [pintaba] la barba prieta, siendo de antes que blanqueaba. También quiero decir que solía ser muy franco cuando estaba en la Nueva España y la primera vez que fue a Castilla, y cuando volvió la segunda vez en el
año de 1540 le tenían por escaso y le pusieron pleitos un criado suyo que se decía Ulloa, hermano de otro que mataron, que no le pagaba su servicio. Y también, si bien se quiere considerar y miramos en ello, después que ganamos la Nueva España siempre tuvo trabajos y gastó muchos pesos de oro en las armadas que hizo en la California; ni en la ida a las Hibueras tuvo ventura […] Bien creo que se me habrán olvidado otras cosas que escribir sobre las condiciones de su valerosa persona; lo que se me acuerda y vi, eso escribo.1
LOS RETRATOS DE CORTÉS Las imágenes pintadas, grabadas y esculpidas de Cortés son numerosas, la identificación de algunas de ellas es incierta y la figura convencional más aceptada difiere de otras más antiguas.2
Cortés y doña Marina, según el Lienzo de Tlaxcala.
En primer lugar, hay muchas imágenes de Cortés pintadas en códices indígenas. En el Lienzo de Tlaxcala, Manuel Romero de Terreros ha contado “no menos de 23 retratos de Cortés, de pie, a caballo, sentado; con sombrero y sin él; armado de punta en blanco; dormido; en un bergantín, y casi siempre con doña Marina al lado”. De todas ellas, don Manuel prefiere la lámina 7, que lo representa sentado en una silla europea, como la más parecida a don Hernando. Su elección es acertada, pero ahora que se conoce la serie de 156 láminas —en lugar de las 87 del Lienzo de Tlaxcala, que como se sabe es copia de un original desconocido — que acompañan el manuscrito de Glasgow de la Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala (1581-1584/5), de Diego Muñoz Camargo, se dispone de más imágenes de Cortés (cuento 25). Algunas de ellas son nuevas, como la alegoría de su triunfo sobre Motecuhzoma (lámina 20), Pizarro y Cortés ofreciendo el Perú y la Nueva España (21), y Cortés dictando a
un escribano un mensaje a los tlaxcaltecas (27); y el conjunto presenta múltiples variantes de composición y estilo respecto a las imágenes del lienzo. El o los tlacuilos de la serie de Glasgow son más minuciosos y realistas que el copista del Lienzo, de tan segura simplificación, como puede advertirse si se compara la lámina 32 del manuscrito de Glasgow con la 5 del Lienzo, que pintan ambas la entrada de Cortés en Tlaxcala cuando se puso la primera cruz.3 En el códice que acompaña la Historia de las Indias (ca. 1560-1580) de fray Diego Durán, en la lámina 24 que pinta el recibimiento de los tlaxcaltecas hay una buena imagen del conquistador a caballo, seguido del criado negro Estebanillo; y en la siguiente, que ilustra el encuentro de Cortés y Motecuhzoma, Cortés aparece sonriente y recibiendo el collar que le ofrece el señor de México. En las ilustraciones del Códice florentino (ca. 1578-1579) para el libro XII de la conquista, de la Historia general de fray Bernardino de Sahagún, hay varias imágenes de Cortés. Las más realistas son dos que ilustran el capítulo 26, bienvenida del pueblo de Teocalhueyacan a los españoles, en que aparece el conquistador sentado, con doña Marina al lado, recibiendo regalos. Pero los tlacuilos indígenas no se proponían hacer retratos a la manera europea, sino, como dice Romero de Terreros, representar “signos para expresar una idea”.4
Medalla de Hernán Cortés, por Christoph Weiditz.
Medalla de Hernán Cortés (reverso). Gabinete de medallas, París.
Hernán Cortés. Dibujo de Christoph Weiditz, 1529.
Los primeros verdaderos retratos de Cortés son de 1529, cuando se encontraba de viaje en España. El escultor y dibujante alemán Christoph Weiditz, atraído por las hazañas del conquistador de México, hizo una medalla con el busto de Cortés en la que aparece ligeramente vuelto a la derecha y tocado con una gorra alemana. El rostro es duro, algo cuadrado y germanizado. En torno hay una leyenda que dice:
DON FERDINANDO CORTES - M.D.XXIX. ANNO. AETATIS XXXXIIII. Al reverso, bajo un brazo que aparta nubes para dar paso a la luz, está el lema de Cortés: JVIDICIVM. DOMINI APREHENDIT EOS,- ET FORTITVDO EIVS CORROBORAVIT BRACHIVM MEVM.
El mismo Weiditz hizo unos curiosos dibujos de los indios cirqueros que llevaba Cortés y en esa serie volvió a representar a don Hernando, de cuerpo entero, más bien robusto, vestido con ropas cortesanas, con pelo largo y bigotes y barbas cortos, de nuevo tocado con gorra, y con un aire de dulzura juvenil que no volverá a aparecer en los demás retratos. La medalla y el dibujo de Weiditz, tan poco afines a la imagen luego convencional, son los retratos más tempranos y los únicos cabalmente documentados como directos del original. A mediados del siglo XVI, el obispo de Nocera, Paulo Giovio, hizo construir en las riberas del lago de Como una casa de estudio y placer, y para adornarla fue formando una colección de retratos de celebridades antiguas y de su época. Giovio solicitaba a los personajes de su tiempo los cuadros, y en retribución escribía sobre ellos elogios que recogió en un libro. Cortés envió el suyo, que pintó probablemente en Sevilla Peter de Kempeneer, o Pedro de Campaña, como supone George Kubler.5 Giovio —el Pablo Jovio que irritaría a Bernal Díaz por haber seguido a López de Gómara en su versión de la conquista— escribió su elogio, al fin del cual dice: “Murió [Cortés] no muy viejo, poco después de haberme enviado su retrato para que lo colocáramos entre las preclaras imágenes de nuestro museo”.6 Así pues, si son ciertas las afirmaciones del obispo, el retrato de Cortés debió pintarse hacia 1547, poco antes de su muerte. No se ha hallado dicho retrato original, aunque sí algunas de las copias que de él se hicieron, una de las cuales guarda ahora la Universidad de Yale y ha sido descrita por Kubler, y otras que se encuentran en museos de Florencia, Viena y Madrid. Además, para ilustrar los Elogios de Giovio en la edición de 1575, se encargaron grabados en madera a Tobías Stimmer. En el correspondiente a Cortés puede apreciarse, con mayor claridad que en las copias al óleo, esta supuesta imagen de Cortés. Giovio mismo describe el retrato: “Este Hernán Cortés, a quien veis con esta espada dorada, collar de oro, cubierto de ricas pieles…” El collar mencionado aparece en las copias de Florencia y de Yale, pero no en el grabado de Stimmer, que añade un rosario en manos de Cortés y junto al pomo de la espada. Por otra parte, este Cortés de poderosa cabeza implantada directamente sobre el torso, sin cuello, de cara cuadrada, gran nariz aguileña, ojos entrecerrados con mirada ladeada y desencantada bajo cejas arqueadas, largos bigotes que se confunden con la barba ensortijada, y gorra alemana, tiene alguna semejanza con el duro rostro de la medalla de Weiditz de 1529. Ambos son severos y poderosos, pero éste de la vejez añade una altiva amargura. Se acerca más a la imagen convencional de Cortés el grabado en madera que va al frente del Cortés valeroso o la Mexicana, que publicó en Madrid, en 1588, Gabriel Lobo Lasso de la Vega. Se ignora su autor, pero Lasso de la Vega dice que es copia de un cuadro “que fue pedido para enviar a Alemania a la majestad del emperador”. En el marco ovalado se dice que Cortés tenía 63 años de edad, esto es, que como la pintura y el grabado de la colección de Giovio, el conquistador vivía sus últimos días. Lo representa con armadura, la cabeza alargada y descubierta en la que avanza la calvicie, la barba blanca cortada en línea horizontal, la nariz aguileña, el rostro surcado de arrugas, y bajo arqueadas cejas, la mirada viva y hacia lo alto.
Hernán Cortés. Grabado por Tobías Stimmer, del retrato al óleo en la colección de Paulo Giovio. Apareció en los Elogios, de 1575.
Además de estos retratos europeos del siglo XVI, que se consideran auténticos o más probables, hay muchos otros de atribución imaginaria: un supuesto Ticiano, dos atribuidos a Sánchez Coello, varios grabados y una medalla, todos ellos descritos en la monografía de Romero de Terreros. La “familia mexicana” de retratos de Hernán Cortés, que para Romero de Terreros son los que “tienen mayores posibilidades de autenticidad”, está formada por los que se conservan en el Hospital de Jesús, en el Salón de Cabildos del antiguo Palacio Municipal de la ciudad de México y en el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec.7 El primero es un óleo que representa a Cortés de cuerpo entero y tamaño natural. Tiene los cabellos y la barba canos, y ésta con el corte recto que será característico. Está armado con coraza y brazaletes, y el morrión con un penacho de plumas está sobre una mesa. En la mano derecha lleva una vara de mando y la siniestra se apoya sobre la espada. Arriba y a la izquierda del cuadro están las armas de Cortés, acuarteladas con las de los Monroy. Nicolás León opina que el cuadro fue “originalmente un busto que después se completó”, y se pregunta: “¿Por qué no porta el resto de la armadura si se tomó del personaje mismo”?8 Lucas Alamán afirma que “El cuadro no es original y se copió más de cien años después de la muerte de Cortés”.9 Y Sáenz de Santa María encuentra que “el diseño de las piernas, que ni son estevadas, ni fuertes ni robustas, rebaja la altura de Cortés, que resulta pequeño en relación con la cabeza”10 El rostro y la mirada tienen esa expresión iluminada frecuente en los retratos más conocidos. El óleo del Salón de Cabildos es un busto muy parecido al anterior. Cortés viste armadura, en la mano derecha empuña la vara de mando y apoya la izquierda en el morrión, que se halla sobre una mesa. El rostro tiene el mismo aire grave e iluminado y la barba y el bigote canos, pero el cabello semeja un casquete negro, con flequillo, como si hubiera sido teñido. En la parte superior derecha del cuadro está el escudo de armas de Cortés y en la parte baja la inscripción: Excmo. S. D. Fernando Cortés, Conquistador de México, Gobernador y
Capitán. Romero de Terreros dice que el pintor José Salomé Pina opinaba “que la manufactura y el estilo del retrato revelaban haber sido hecho delante del original”.
Hernán Cortés. Óleo en el Hospital de Jesús.
Hernán Cortés. Óleo del Ayuntamiento de México, ahora en el Museo Nacional de Historia.
En fin, el retrato que conserva el Museo Nacional de Historia es, para Romero de Terreros, el “de mayor aliento artístico”.11 La figura de Cortés, de medio cuerpo, parece haber sido recortada de una pintura de tema religioso en la que el conquistador apareciera como donante. La armadura, la posición de las manos y el escudo son semejantes a los de los retratos anteriores. La cabeza está mejor tratada en éste: cabello, barbas y bigote ensortijados y canos, gran nariz levemente aguileña, cejas arqueadas y ojos con cierta dulzura y vueltos hacia lo alto. En la parte superior se lee, con escritura moderna: El Excmo. Señor D. Fernando Cortés de Monroy, Marqués del Valle de Oaxaca, Conquistador desta N. E. y su primer Gobernador y Capitán General, año de 1525. Los tres principales retratos mexicanos no tienen fecha conocida de elaboración ni indicios acerca de sus posibles autores.
Hernán Cortés. Óleo en el Museo Nacional de Historia. La imagen aparece recortada.
FORTUNA E INFORTUNIO En la vida y en la personalidad de Cortés se distinguen tres etapas: la primera y más extensa es de formación y preparación y va desde su nacimiento en 1485 hasta 1519, en que llega a tierras mexicanas, a los 34 años; la segunda, intensa como un relámpago, va de 1519 a 1524, de sus 34 a sus 39 años, cinco años en que realiza la conquista de México, inicia la organización del nuevo país y tiene todo el poder; y la última se alarga de 1524 hasta su muerte en 1547, veintitrés años en los que, comenzando con la expedición a las Hibueras, sólo tendrá fracasos, salvo breves e ilusorios triunfos, y es un hombre acosado y progresivamente relegado. Poco sabemos del mozo Cortés. Hijo único de una familia de extremeños pobres, sus padres se empeñaron en que se hiciese letrado en Salamanca, y en el poco tiempo que pasó allí aprendió algún latín. Luego adquirió práctica en escribanías curialescas. Su adolescencia coincidió con los grandes hechos de los Reyes Católicos: la toma de Granada, el descubrimiento del Nuevo Mundo y la reconquista de Nápoles. Como prefería la aventura de las armas al rigor del estudio, entre las perspectivas de guerrear con el Gran Capitán o buscar
fortuna en las Indias, prefirió éstas con su promesa de oro, y a los 19 años, alocado, decidor y ambicioso, llegó a Santo Domingo. En los largos quince años que pasó en las islas Española y de Cuba aprendió algo de administración agrícola y ganadera, rudimentos mineros, práctica jurídica municipal, se casó forzado, tuvo probablemente su primera hija y se hizo de cierta fortuna. Además, tuvo sus primeras acciones de armas, que lo mostraron valiente y decidido, aprendió también a entenderse con los indios y descubrió su propia capacidad de mando y conocimiento de los hombres. Con todo esto, pudo haber sido un capitán más. Pero desde que recibe de Diego Velázquez el nombramiento de capitán general y hace los preparativos de su armada, y sobre todo desde que pisa costas mexicanas, inicia la conquista de esta tierra, rompe su compromiso con Velázquez, trata de que su traición y rebelión se le perdonen y se conviertan en virtud. Al fundar el primer ayuntamiento de Veracruz y decidir internarse en territorio desconocido en busca del gran imperio, cancelando toda posibilidad de retorno, Cortés parece transformarse en un guerrero y estadista excepcional. Dijérase que se le despertaran dones que nada hacía prever en su personalidad y que su formación no condicionaba tampoco; como si surgiera de él mismo otro hombre o como si se iniciara el ascenso en aquella rueda de la fortuna que había soñado en la isla Española. Este hombre ya maduro, que a los treinta y cuatro años se transformaba y emprendía la hazaña de conquistar un imperio desconocido y poderoso, y de organizar luego sus instituciones y su economía básicas, estaba formado por un conjunto de cualidades, aptitudes y monstruosidades: calculada audacia y valentía; resistencia física y adaptación a los climas y posibilidades alimenticias del nuevo país; necesidad compulsiva de acción; comprensión y utilización de los resortes psicológicos y los móviles del enemigo y de sus enemistades internas; evaluación de las circunstancias y decisiones rápidas ante ellas, con recursos e invenciones inteligentes; con sólo un barniz de letras y humanismo, capacidad para armar una argumentación apoyada en la tradición jurídica de Las siete partidas que justifique su infidencia, y para convertirse luego en un cronista admirable de los hechos de su conquista; dominio de los hombres con una mezcla de severidad, tolerancia y objetividad; acertada elección de sus capitanes, que se distinguirán, con una sola excepción, por su eficacia y lealtad; don de mando y organización para convertir en ejército disciplinado a un grupo heterogéneo de soldados improvisados, aventureros que sólo tenían en común su procedencia y la ambición, y para hacer compatibles con ellos a los millares de indígenas aliados; aceptación impávida del crimen y la crueldad por razones políticas y tácticas; ausencia de escrúpulos morales y de propensiones sentimentales o pasionales; codicia por el oro y los bienes patrimoniales y mezquindad para dar su parte al rey y a sus soldados; avidez erótica puramente animal, sin pasión; gusto por la pulcritud personal y por el trato señorial; interés y amor por la tierra conquistada y su pueblo, con los que acaba por identificarse; intensa religiosidad y fidelidad a su rey, nunca ofuscadoras; capacidad de organización política, de legislación y de reglamentación, y ambición de poder y de fama más fuertes que el afán de riqueza.12 La conquista de México será el centro de la vida de Cortés. Lo que hace antes parece una
preparación para realizarla, y cuanto le ocurre después estará relacionado con sus hechos famosos. Por ellos será enaltecido y recompensado, juzgado y acusado, y la memoria de estos hechos impulsará sus intentos por repetir hazañas y moverá las reclamaciones que ocuparán la última parte de su vida. Después de su victoria sobre los defensores de la ciudad de México, consumada el 13 de agosto de 1521, viene el único periodo triunfal de Cortés, que culmina el 15 de octubre de 1522 con el primer reconocimiento de la significación de su conquista y la exaltación que de él hace Carlos V al designarlo gobernador, capitán general y justicia mayor, nombramientos que Cortés no recibe hasta mayo de 1523. Alcanza entonces la cumbre de su gloria y continúa teniendo, como durante la conquista, el poder absoluto en Nueva España. Y este poder no lo corrompe ni lo enloquece. Así haya cometido entonces crímenes, abusos y actos de soberbia, el empleo más notorio de su poder fue para fundar y organizar el nuevo país que estaba creando. No se convirtió en tirano, lo que estaba en sus manos. Pero Cortés mismo puso fin a este periodo triunfal de apenas tres años con la insensatez de viajar, el 12 de octubre de 1524, a las Hibueras por el camino que todos le desaconsejaban. Y la expedición, que se inició como la de un gran príncipe por tierras placenteras, con vajillas de oro y plata, músicos y diversiones, fue desmoronándose y corrompiéndose hasta volverse una pesadilla que casi le costó la vida. El momento que señala en este viaje el principio del descenso acaso haya sido la muerte de Cuauhtémoc, la acción gratuita que no pudo ya perdonársele. A partir de la confusión y el desasosiego que experimenta después, comienza el despeñadero que es la última parte de la expedición, y simultáneamente el caos que sobreviene en la ciudad de México. Se ha dicho que el haberse apartado de la Malinche, quien tanto lo había ayudado y que ya le había dado un hijo, haciéndola casar con Juan Jaramillo en Orizaba, fue el principio de sus desgracias. Un poco antes o un poco después, el hecho es que en este viaje termina para él la buena fortuna que hasta entonces lo había acompañado. Pero él sigue buscándola incansable. Cuando casi perece en la expedición a California de 1535, así se lo dice su mujer doña Juan de Zúñiga, según Bernal Díaz, pidiéndole: que luego se volviese a México, a su estado y marquesado, y que mirase los hijos e hijas que tenía, y dejase de porfiar más con la Fortuna y se contentase con los heroicos hechos y fama que en todas partes hay de su persona.13
Bernal Díaz, que tenía sensibilidad para apreciar el sentido de los hechos, después de considerar el fracaso sucesivo de las últimas empresas de Cortés, llegará a esta melancólica conclusión: “Y si miramos en ello, en cosa ninguna tuvo ventura después que ganamos la Nueva España, y dicen que son maldiciones que le echaron”.14 En las dos ocasiones en que volvió a la ciudad de México de sus viajes largos, el de las Hibueras y el de España, se encontró como un proscrito, desposeído de sus bienes, sus casas saqueadas y sus servidores y amigos perseguidos y aun muertos. El viaje a España de 1528 fue sólo en apariencia un triunfo. De parte de Cortés fue una manera de huir de la presión excesiva que tenía en México, con el juicio de residencia pendiente sobre él y el hostigamiento del confuso gobierno de los oficiales reales, que incluso lo había desterrado de la ciudad de México. Cortés logró transformar aquella mala situación en que se encontraba en una vindicación, en la que recibió un título, mercedes y honores, pero
no la gobernación de la tierra que había sojuzgado. De parte de la Corona, aquel viaje fue ocasión de honrar públicamente al conquistador, al mismo tiempo que con el juicio de residencia le cerraba el camino para la implantación del sobrepasado feudalismo que Cortés quería establecer en la Nueva España. Después de las dos audiencias, se crearía en el país un virreinato orgánicamente articulado al gobierno de la metrópoli, y no había ya lugar para caudillos. Cortés sería un noble rico, pero sin poder, y para que no lo olvidase, sobre él quedaron suspendidos hasta su muerte los procesos que se iniciaron con el juicio de residencia. Cortés pareció no comprender o no aceptar esta situación que se le imponía. Él había sido el conquistador, pero no era ya el señor de Nueva España. Con todo, nunca perdió la cabeza para decidirse a saltar las trancas y “alzarse con la tierra” —como años más tarde lo intentaría su hijo y sucesor, con el desenlace conocido—, imbuido como estaba por la concepción medieval de fidelidad a todo trance al rey. Pero tampoco se resignó a ser sólo un marqués rico y patriarcal que administrara sus cultivos, sus ganados y sus empresas; que no intentara más descubrimientos y conquistas, que ahora tocaban a otros, y que aceptara que en la Nueva España el gobierno ya no era suyo y a él estaba sujeto. La última década que pasa en México, de 1530 a 1540, es una sucesión de costosas exploraciones, obstaculizadas sistemáticamente, con las que se propone repetir sus hazañas del pasado, y que son otros tantos fracasos, aunque hayan significado el descubrimiento de nuevas tierras y el establecimiento de rutas oceánicas. Y cuando, sintiéndose ofendido una vez más, ahora por el virrey, decide viajar a España en 1540, allá será un litigante fastidioso y mal recibido, ante jueces que tienen el encargo de soportarlo pero no de resolverle sus litigios, para que no pueda volver a la Nueva España; y ante el emperador, un antiguo conquistador que expone cada vez con más amargo resentimiento sus muchos agravios. Rodando de mesón en mesón, tras de la Corte itinerante, hostigando a sus procuradores para que apresuren sus negocios y dictando centenares de páginas para proseguir el laberinto de sus juicios, en los que, como acusador o acusado, se ha enredado, aquel señor pródigo, por el que tanto oro había pasado, comienza a sufrir estrecheces y humillaciones menudas. “No hay dolor mayor que recordarse del tiempo feliz en la miseria”,15 había escrito el poeta. Y aquel hombre que sólo entendía la vida como acción descubre el consuelo de las meditaciones espirituales. En sus últimos meses, agobiado de deudas, tiene que empeñar cuanto de valioso tiene en su casa de Sevilla. Pensando en volver a la que ya era su tierra, se refugia en un poblado donde lo ataja la muerte a los 62 años.
CORTÉS Y LA CORONA Las relaciones de Cortés con la Corona se iniciaron a mediados de 1519, antes de que aquél emprendiera la conquista del altiplano mexicano y cuando envió a Castilla procuradores con un “regio presente” y varios documentos, entre ellos la Carta del cabildo. Diego Velázquez lo acusaba de usurpador, rebelde y traidor, y Cortés se sirvió de esta carta para exponer una convincente argumentación jurídica en defensa de su actuación y para desatarse formalmente
del compromiso que tenía con Velázquez. El fulgurante éxito que tuvo en la conquista de México, la magnitud de su hazaña, que narró a Carlos V en sus Cartas de relación, serán los argumentos más poderosos en su favor.
Hernán Cortés y su escudo de armas. Grabado en madera al frente del Cortés valeroso o la Mexicana, de Gabriel Lobo Lasso de la Vega, Madrid, 1588.
La contienda entre Velázquez, el amo burlado, y Cortés, el burlador afortunado, fue larga y con enconados ataques de ambos bandos. El desenlace ocurrió cuando Carlos V designó, para que le propusiera una solución, a una comisión especial de sus consejeros, presidida por el
canciller Mercurino de Gattinara, la cual dio su sentencia favorable a Cortés y mandó poner silencio a Velázquez. Cortés, que había concluido la parte principal de la conquista de México, fue designado, en octubre de 1522, gobernador, capitán general y justicia mayor de la Nueva España, y la Corona reconoció ampliamente sus servicios a Dios y al rey. Éste fue el gran triunfo político de Cortés y acaso el único. Sin embargo, hubo una sombra, pues al mismo tiempo se dispuso que se le tomara residencia para que se ventilasen las acusaciones en su contra. Mientras que Cortés se encontraba en la absurda expedición a las Hibueras, se le enviaron cédulas reales, de 7 de marzo de 1525, nombrándolo adelantado de la Nueva España, título que nunca empleó, y concediéndole escudo de armas, lo que implicaba el tratamiento de “don”. Pero cuando regresó a la ciudad de México, lo esperaba el juez Ponce de León, que había llegado para tomarle el juicio de residencia aplazado, y el 2 de julio de 1526 le quitó su vara de gobernador y luego le retiró los otros cargos que ostentaba. Sin saber qué hacer con la Nueva España, la Corona la deja rodar, de 1526 a 1528, a merced de las ambiciones y rebatiña de los oficiales reales, que hostilizan sistemáticamente a Cortés hasta llegar a desterrarlo de la ciudad de México. A mediados de 1528 Cortés recibe instrucciones para viajar a España y se le informa la designación de Nuño de Guzmán como presidente de la primera Audiencia. Al mismo tiempo, el rey ordena que se inicie el juicio de Cortés que seguía pendiente. Cuando se había tratado de hacer dicho juicio, en 1526, con Cortés presente, nadie se atrevió a acusarlo. Ahora se aleja al acusado y se designa como autoridad de Nueva España y juez a Nuño de Guzmán, y oidores a Matienzo y Delgadillo, los tres enemigos obstinados de Cortés. En ausencia de éste, a principios de 1529 se realiza en la ciudad de México el juicio de residencia con 22 testigos de cargo que lo acusan de infidelidad, desobediencia, crímenes y crueldades, excesos sexuales, enriquecimiento personal y apropiación de tierras urbanas y rurales, responsabilidad en las muertes de Garay, Ponce de León y Aguilar, y del asesinato de Catalina Xuárez, su primera mujer. Y el presidente y los oidores imponen al ausente Cortés cuantiosas multas, le quitan cuanto tiene y persiguen a sus servidores y amigos. Pero simultáneamente, con esas paradojas que suele tener el poder, al mismo Hernán Cortés a quien en la Nueva España se acusa criminalmente y se le despoja de sus bienes, en la vieja España el rey lo recibe y celebra, lo nombra marqués y le hace merced de pueblos y vasallos. Lo designa también capitán general de la Nueva España y del Mar del Sur, pero no accede a la insistencia del conquistador para que lo haga gobernador. A partir de esta negativa real —1° de abril de 1529 — la política de la Corona respecto a Cortés es clara: a hombre y capitán tan excepcional como peligroso —como ya se ha dicho— era preciso honrarlo, distraerlo y anularlo, para que la Nueva España siguiera su camino. Cuando Cortés vuelve en 1530 a la tierra que había conquistado, con una comitiva de 400 personas, entre ellas su segunda mujer, doña Juana de Zúñiga, y su madre, doña Catalina Pizarro, se le prohíbe entrar en la ciudad de México hasta que llegue la segunda Audiencia; se refugia entonces en Tezcoco y los oidores de la primera Audiencia impiden a los indios que lo provean de alimentos: la mitad de sus acompañantes muere de hambre, entre ellos su madre. En la década siguiente, de 1530 a 1540, sus últimos años en Nueva España, Cortés se
empeña en recuperar los bienes que le habían quitado; discute con la Audiencia por la cuenta de los 23 000 vasallos, que no llega a resolverse; logra que se reabra su juicio de residencia, ya sobreseído, para presentar su defensa; cuida sus empresas agrícolas, ganaderas, industriales y mineras, y gasta cuanto le producen en la organización de sus expediciones a la costa del Pacífico y a la Baja California, que aunque no le rinden ningún provecho material significarán descubrimientos geográficos importantes. Cuando el virrey Mendoza, que gobierna Nueva España desde 1535, decide tomar a su cargo las exploraciones de nuevas tierras, riñe con Cortés y le secuestra naves y astilleros. Sintiéndose ofendido, Cortés viaja a España en 1540 con la esperanza de impedir estas expediciones, que él considera atropellan sus derechos. No lo consigue y en España el Consejo de Indias le deja entender que no podrá volver a Nueva España hasta que se resuelva su aún pendiente juicio de residencia. Él mismo había ayudado a forjar la trampa en que ahora ha caído. En el desastre de Argel es relegado y pierde sus joyas más valiosas, y en sus últimos años concentra su despecho en las tres grandes cartas de agravios que escribe al emperador, sin merecer respuesta. Se ha convertido en un litigante molesto. Como los envíos que recibe de Nueva España son insuficientes para quien quiere seguir viviendo con aparato señorial, se llena de deudas. “Véome viejo y pobre y empeñado en este reino en más de veinte mil ducados”, escribe a Carlos V en su última carta, de 1544. Su último gesto de gran señor fue su Testamento. Las vidas de Cortés suelen presentar como ingratitud la actitud de la Corona para con él, quien había hecho “servicios tan notables que jamás los hizo vasallo a su rey”, según había escrito. Creo que, más que ingratitud, fue una acción necesaria hacia un personaje con la decisión y audacia que él había mostrado. Con o sin poder, era en la Nueva España un caudillo casi omnipotente, que solía modificar a su conveniencia las instrucciones que recibía. López de Gómara, que además de su panegirista entendía las cuestiones políticas, explicó como sigue los motivos reales para no darle el gobierno de Nueva España: Pidió la gobernación de México y [el rey] no se la dio, porque no piense ningún conquistador que se le debe, que así lo hizo el rey don Fernando con Cristóbal Colón que descubrió las Indias, y con Gonzalo Hernández de Córdoba, Gran Capitán, que conquistó Nápoles.16
Después de su breve gubernatura, que Cortés malgastó abandonando la sede de su gobierno y yéndose a las Hibueras, la Corona alternó siempre con él el halago y el rigor, la concesión y la dilación, el honor y la reserva, como recursos necesarios para mantenerlo sujeto y evitar su desbordamiento. Las acusaciones presentadas repetidas veces contra él, además de las del juicio, eran graves, y muchas de ellas justas, y pesaron también para determinar el rigor con que se le mantuvo. El periodo de los inciertos y malos gobiernos de los oficiales reales, de 1524 a 1528, y el haber entregado el gobierno durante la primera Audiencia a una tercia de malhechores, fueron sin duda graves e injustificables fallas del rey y de su Consejo de Indias. Pero a partir del nombramiento de la recta segunda Audiencia y del prudente primer virrey Mendoza, la política de la Corona hacia la Nueva España y hacia Cortés estuvo guiada por la razón, así fuera en ocasiones la razón de Estado, que incluye dobleces e ingratitudes.
La merced real de los 22 pueblos y 23 000 vasallos pudo ser apresurada, y Cortés deslizó su conocimiento de la tierra contra la ignorancia de los señores del Consejo de Indias. De todas maneras, las largas discusiones en torno a la cuenta de los vasallos no sólo opusieron la dilación, de parte de Audiencia y virrey, y la malicia de Cortés, sino también una clara determinación de impedir la creación de un Estado señorial, peligroso en manos de Cortés, quien también quería tener su propio Patronato eclesiástico. Los oidores de la segunda Audiencia encontraron una buena solución intermedia dando a Cortés posesión provisional de algunas de las tierras que le habían sido concedidas, “para ver y experimentar cómo el dicho marqués se ensaya en ser señor”, decían en 1531. Que éste de pueblos y vasallos era un conflicto artificial lo mostrará el que sólo se haya resuelto, años después de muerto Cortés, cuando el segundo marqués del Valle recibió cédula de Felipe II, del 16 de diciembre de 1560, concediéndole el goce de los pueblos sin limitación de vasallos, a cambio de que cediera el puerto de Tehuantepec. Los años finales de los grandes descubridores y conquistadores suelen tener desenlaces trágicos o a lo menos infelices. Entre ellos, pese a su resentimiento y sus miserias, Cortés fue de los más afortunados.
CORTÉS Y LOS INDIOS Durante los años de la conquista, los indios existieron para Cortés como guerreros valerosos a los que debía vencer o como aliados de cuyas enemistades internas supo aprovecharse. En los habitantes del México antiguo reconocía aptitudes superiores a las de los indios antillanos y una organización política y social avanzada que decidió mantener en muy buena parte. Pero al mismo tiempo, compartía la opinión general que los consideraba idólatras, sacrificadores de hombres, antropófagos, falsos y perezosos. A Motecuhzoma, que le abrió las puertas de México y que tantas muestras de generosidad o de cobardía tuvo con él, lo trató con dureza y crueldad, aunque algo hizo para proteger a las dos hijas supervivientes del señor de México. A Cuauhtémoc, cuyo valor heroico reconoció, lo mantuvo cautivo, consintió en su tormento, utilizó su autoridad con los indios para que limpiaran y construyeran la nueva ciudad, lo llevó a la expedición de las Hibueras y lo hizo ahorcar por un supuesto intento de sublevación. Con los señores de Tlaxcala, sobre todo con el viejo y ciego Maxixcatzin, a quien tanto debía, fue agradecido, lo mismo que con el Cacique Gordo de Cempoala, pues a pesar de que se había aliado con Narváez, lo hizo curar y lo devolvió a su pueblo, en recuerdo de la ayuda que le había dado. Después de la conquista, los nombres de los indios desaparecen de los escritos de Cortés, quien sólo menciona grupos y pueblos: indios para dar servicios, pagar tributos o ser esclavos. Durante la guerra, los señores y capitanes indios eran personas; ahora son sólo indios como género. Muchos indígenas servían a Cortés haciéndole joyas, plumajes, edificaciones o trabajando en faenas agrícolas, y otros hacían oficios nuevos para ellos, y probablemente los hacían bien. De ninguno retuvo el nombre. Ciertamente, se preocupó por la conservación de los naturales e insistió en que se les diera un trato suave y paternal, aunque no
por humanitarismo ni por justicia, sino porque eran la fuerza de trabajo y de producción necesaria para que la tierra siguiera siendo próspera, para beneficio de los españoles. Las reclamaciones contra Cortés de los indios de Cuernavaca, en 1533, por el exceso de servicios y tributos que les imponía, quienes llegaron a decir “que no los trataba el dicho marqués como a vasallos, sino como a esclavos”, son un triste ejemplo de la contradicción que existía entre sus doctrinas y sus prácticas. Motecuhzoma parece haber dado a Cortés dos consejos para su trato con los indios, que éste siguió puntualmente: conservar las estructuras y las divisiones territoriales para la recolección de tributos y la prestación de servicios, y tratarlos con severidad y justicia, apoyada siempre en la verdad. Sea por haber seguido esta conducta, que era la de los tlatoanis indios, o sea por su prestigio como vencedor o por otras causas que ignoramos, el hecho es que mantuvo siempre entre los indios un ascendiente y acatamiento que no recibió ninguna otra autoridad española. Era la arraigada costumbre de sujeción al señor, que él supo heredar. En 1529, en el juicio de residencia, el doctor Cristóbal de Ojeda declaró, para inculparlo por ello: que así mismo sabe e vido este testigo que dicho don Fernando Cortés confiaba mucho en los indios desta tierra porque veía que los dichos indios querían bien al dicho don Fernando Cortés e facían lo que él les mandaba de muy buena voluntad.17
Y ya tardíamente, en 1545, Gerónimo López, un escribano que solía contar al rey lo que ocurría en Nueva España, le describirá así esta singular actitud indígena: A Cortés —decía— no sólo obedecían en lo que mandaba, pero lo que pensaba, si lo alcanzaban a saber, con tanto calor, hervor, amor y diligencia que era cosa admirable de lo ver.18 Decidir hasta dónde es justa la acción de un capitán en la guerra es materia incierta. Pero si se acepta como límite el enfrentamiento de huestes armadas ambas, las matanzas de indígenas desarmados como lo fueron las de Cholula, el Templo Mayor —cuyo responsable fue Pedro de Alvarado— y Tepeaca, entre las mayores, fueron actos innobles y criminales. El hecho de que hayan sido hechas como recursos tácticos para atemorizar al enemigo no las redime de su perversidad. Lo que sabemos de las relaciones de Cortés con las mujeres indígenas es más bien anecdótico y superficial. Como con algunas españolas, se sirvió de ellas sexualmente, a condición de que estuviesen bautizadas. Y aunque tuvo tres hijos conocidos con indias, ignoramos sus sentimientos. Cuando ocurrieron los primeros repartos hechos por caciques de muchachas indias, para que los españoles “tuvieran generación” con ellas y les cocinaran tortillas, Cortés se fingió desinteresado en Tabasco y entregó a la más desenvuelta, Malinali, luego doña Marina o la Malinche, a Hernández Portocarrero. Otro tanto hizo en Cempoala, donde a la “muy hermosa para ser india”, como dice Bernal Díaz, la dio Cortés al mismo capitán, y él se quedó con la sobrina del Cacique Gordo “que era muy fea” y que él “recibió con buen semblante”. Pero este desprendimiento era sólo astucia política ante sus soldados y ante los indígenas. Por López de Gómara sabemos que el conquistador “fue muy dado a mujeres y diose siempre”. Esta afición parece haberse convertido en furor en los años
siguientes a la toma de la ciudad de México y después del regreso de las Hibueras. En su juicio de residencia, a principios de 1529, sus enemigos denunciaron el harén que don Hernando tenía en su casa, “de mujeres de la tierra e otras de Castilla”, como dijo Vázquez de Tapia. Y añadió el mismo acusador que, según contaban sus criados, con todas tenía acceso aunque fuesen parientes entre ellas. Refiere también las relaciones que tuvo Cortés con dos de las hijas de Motecuhzoma, doña Isabel y doña Ana, y con una prima de ellas, lo que escandalizaba en la época. Con doña Isabel, que como ya se ha narrado antes se llamaba Tecuichpo o Ichcaxóchitl, hija preferida del señor de México, Cortés tuvo una hija llamada Leonor Cortés y Moctezuma. Y con otra “princesa azteca” tuvo otra hija, María, que nació contrahecha. Cortés solía corresponder a los más señalados favores femeninos casando a sus elegidas con españoles y asignándoles encomiendas. A doña Isabel, que ya era viuda niña de Cuitláhuac y de Cuauhtémoc, cuando tenía apenas 18 años la casó con Alonso de Grado, que murió poco después. Llevó a su casa a la viuda para cuidarla y procrear a Leonor, y antes de que diera a luz la casó de nuevo con Pedro Gallego, con quien tuvo Isabel un hijo. Gallego murió también, y en 1531, acaso esta quinta vez por propia voluntad, doña Isabel casó con Juan Cano, con el que tuvo cinco hijos. La india de la región de Tabasco, doña Marina o la Malinche, con su conocimiento del maya, del náhuatl y luego del español; con su amor y lealtad por Cortés, dando la espalda a su pueblo; con su inteligente perspicacia y su serena fortaleza, fue una de las claves que hicieron posible la conquista. A fines de 1522 dio a Cortés su primer hijo varón, Martín. Al principio de la expedición a las Hibueras, sin motivación conocida, Cortés la casó con Juan Jaramillo. Algunos censuraron a Cortés por este acto que parece abusivo, pero ella supo acomodarlo en su ánimo y dijo a sus parientes que encontró en Coatzacoalcos, que ahora tenía la suerte de “ser cristiana y tener un hijo de su amo y señor Cortés, y ser casada con un caballero como era su marido Juan Jaramillo.”19 Éste fue en verdad caballero. Ya muerta doña Marina —quien le dio una hija, María—, siendo regidor en 1530 del ayuntamiento de la ciudad de México, recibió el entonces alto honor de sacar el pendón en la fiesta de San Hipólito, que celebraba el triunfo español sobre Tenochtitlán. Por respeto a la raza de la que había sido su mujer, puede suponerse, Jaramillo se ausentó de la capital y no cumplió el encargo. Aunque Cortés haya compensado a sus pasajeros y más hondos amores indígenas con maridos españoles y encomiendas, el conquistador fue mezquino sobre todo con doña Marina, a quien tanto debía. Pero él quería ser un gran señor, casado con una gran señora española, y sus sentimientos quedaban aparte. En su segunda Carta de relación a Carlos V Cortés dejó constancia de la admiración que le causó la avanzada, compleja y refinada civilización que encontró en las ciudades indígenas del altiplano, y del orden y concierto con que se regían. La táctica de arrasamiento que impuso durante la conquista de México-Tenochtitlán lo llevó a destruir lo que tanto había admirado. Y en los años siguientes, el celo de los frailes siguió destruyendo las pirámides-templos que habían quedado. Durante el juicio de residencia a Cortés, Rodrigo de Castañeda, uno de sus acusadores, con la intención de denunciar la tibieza de Cortés para destruir las idolatrías, señaló sin proponérselo la conciencia histórica del conquistador, pues al hablar de la destrucción de las
“casas de ídolos” indígenas que hacían los franciscanos, contó que: don Hernando Cortés decía que para qué las habían quemado, que mejor estuvieran por quemar y mostró tener gran enojo porque quería que estuviesen aquellas casas de ídolos por memoria.20
Otras muestras del aprecio de Cortés por las creaciones indígenas fueron los envíos que en 1522 hizo al rey y a iglesias, monasterios y dignatarios eclesiásticos y civiles españoles, de objetos de plumería, que debío encargar especialmente a artífices indígenas. Durante los primeros saqueos de tesoros mexicanos, los soldados arrancaban las incrustaciones de oro y pedrerías, y quemaban las labores de pluma, que los naturales apreciaban tanto. Apaciguada si no saciada la sed de oro de los conquistadores, Cortés tuvo sensibilidad para valorar estas obras indígenas.
LAS CONQUISTAS DE CORTÉS Y DE PIZARRO Los conquistadores y las conquistas de México y del Perú tienen paralelismos y divergencias. La confrontación de algunos de sus rasgos pueden ayudarnos a comprenderlos mejor. Extremeño como Hernán Cortés y quizá su pariente, Francisco Pizarro (ca. 1475/8-1541) era unos 10 años mayor que aquél, hijo natural e iletrado que sólo llegó a aprender rudimentos de escritura. Su padre, Gonzalo Pizarro, El Largo, que se había distinguido como soldado en las campañas de Italia del Gran Capitán, en un matrimonio y tres amasiatos tuvo nueve hijos, entre ellos tres varones más, Hernando —legítimo—, Juan y Gonzalo, que acompañaron a Francisco en su conquista. Cortés fue hijo único y legítimo, estuvo dos años en la Universidad de Salamanca, trabajó como escribano y llegó a aprender algo de latín. Cortés casó dos veces y tuvo amoríos con españolas y con indígenas, una de éstas la famosa Malinche y otra hija de Motecuhzoma, con todas las cuales tuvo 11 hijos conocidos, seis legítimos y cinco naturales, tres de éstos con sus amores indios. Pizarro nunca se casó y sólo tuvo cuatro hijos con dos princesas indias: Inés Huayllas Yupanqui y Angelina Añas Yupanqui, hijas del inca Huayna Cápac. Cortés inicia su conquista con una comisión militar que recibe del gobernador de Cuba, de la que se independiza con argucias legales. De todas maneras es un rebelde y un traidor. Cuando Pizarro confirma las noticias de la existencia del Perú, va a España y celebra una capitulación con la Corona. Obtiene para él la promesa de cargos de gobernador, capitán general y adelantado, y de cargos menores para sus socios, que se considerarán traicionados. Desde el principio de su expedición, Cortés es el capitán general indiscutido, al que acompañan excelentes y leales capitanes, con la única excepción de Cristóbal de Olid. Pizarro sale de Panamá rumbo al Perú comprometido en una asociación militar-comercial con Diego de Almagro y Hernando de Luque, quienes se enemistan con él, sobre todo Almagro, por las ventajas que había obtenido en España. El apoyo mayor de Pizarro es su hermano Hernando, quien riñe con Almagro, lo que da origen a los asesinatos y a la guerra civil subsecuentes. En 1519, cuando Cortés inicia la conquista de México, tenía 34 años. En 1531, cuando
Pizarro emprende la conquista del Perú, tenía 54 o 56 años. Aquél fue en sus mocedades decidor de gracias, bullicioso, altivo, enamorado y muy aficionado a los juegos de azar; éste fue serio, tenaz, duro, austero, receloso, formalista y de pocos afectos. Ambos fueron sagaces, conocedores de hombres y despiadados; ambos recibieron título de marqués y grandes concesiones territoriales, mayores las de Pizarro; ambos preferían vestirse de negro y eran sobrios en el comer y el beber. Cortés era buen jinete; Pizarro, malo. Cortés volvió dos veces a España, la segunda para morir allá. Pizarro nunca volvió a España. Ambos se sintieron amos absolutos de sus conquistas. Cuando el comisionado real Berlanga pidió a Pizarro cuentas de su administración, respondió que nadie se las pidió cuando iba con su mochila a cuestas para ganar el Perú, y que ahora que la tierra estaba ganada querían enviarle padrastro. Y a Juan de Guzmán dijo: “¿Qué es lo que pueden escribir sino decirle —al rey— que me quieren tomar y usurpar lo que con tanto trabajo gané?”21 Cortés decía lo mismo, con rodeos, porque desde el principio tuvo encima a sus jueces, que lo desposeyeron del poder. Recién designado gobernador, Cortés hizo el error de partir a las Hibueras abandonando la sede de su gobierno; Pizarro nunca dejó el Perú y conservó el mando nueve años, desde 1532 hasta su asesinato en 1541. La conquista de México se realizó en una larga serie de etapas graduales, con duros choques guerreros y el auxilio de poderosos aliados indígenas, hasta llegar a la ocupación pacífica de la ciudad de México, el apresamiento de Motecuhzoma, la expulsión violenta de los españoles en la Noche Triste y la encarnizada recuperación y destrucción de la ciudad sede del señorío mexica. Cuando Cortés y Pizarro se encontraron por única vez en La Rábida, en la primavera de 1528, Cortés debió darle algunos avisos basados en su experiencia mexicana, que Pizarro quería emular. Sin embargo, en el mundo de los incas, los hechos ocurrieron al revés, como si comenzaran por el nudo de la historia. En la primera entrada de los españoles al reino que se llamaría el Perú, cuando se concertó un encuentro entre Francisco Pizarro y Atahualpa, en Cajamarca, el inca se presentó con todo su poder, acompañado por muchos miles de nobles y soldados. Los españoles, que no llegaban a doscientos, se apoderaron del señor del Tahuantinsuyo, el 16 de noviembre de 1532, e hicieron una gran matanza de indígenas que no opusieron resistencia. Con el inca preso, comenzó el gran saqueo del oro, con el rescate entregado por Atahualpa y las expediciones al Cuzco y a Pachacámac para obtener más oro. Poco después vinieron las rebeliones indias y la guerra civil entre los conquistadores, que culminaron con el degollamiento de Almagro por órdenes de Hernando Pizarro en 1538, y el asesinato de Francisco Pizarro por los almagristas en 1541. Fue muy difícil para la Corona restablecer el orden.22 Cristóbal Vaca de Castro, designado para suceder a Pizarro, tuvo que luchar contra los almagristas; y el primer virrey, Blasco Núñez Vela, llegado a Lima en 1544, fue expulsado de la ciudad y después de ser derrotado por Gonzalo Pizarro, dos años más tarde, pereció decapitado. El gobernador La Gasca logró la pacificación, y el periodo de paz y organización en México se inició con el segundo virrey don Antonio de Mendoza, en 1551. Los disturbios, abusos y crímenes ocurridos en la ciudad de México durante la ausencia de Cortés por el viaje a las Hibueras fueron poca cosa comparados con las violencias de las guerras civiles peruanas. Los tres envíos de tesoros indígenas y del quinto real hechos por Cortés a la Corona en
1519, 1522 y 1524 fueron considerados muy ricos en su tiempo. En total ascendieron aproximadamente a 150 000 pesos de oro, de los cuales 50 000, de la segunda remisión, fueron robados por el pirata Juan Florín. Los tesoros peruanos excedieron con mucho a los mexicanos. En el primer envío, de bienes procedentes de Cajamarca, llevados en cuatro navíos al mando de Hernando Pizarro en enero de 1534, además del oro y plata ya fundidos, había piezas de gran refinamiento o volumen. Francisco de Jerez contará: treinta y ocho vasijas de oro y cuarenta y ocho de plata, entre las cuales había una águila de plata que cabían en su cuerpo dos cántaros de agua, y dos ollas grandes, una de oro y otra de plata, que en cada una cabrá una vaca despedazada, y dos costales de oro, que cabrá en cada uno dos hanegas de trigo, y un ídolo de oro del tamaño de un niño de cuatro años, y dos atambores pequeños. Las otras vasijas eran cántaros de oro y plata, que en cada uno cabrán dos arrobas y más.23
Hernando Pizarro informará al rey que le trae “de sus quintos cien mil castellanos [de oro] e cinco mil marcos de plata”, cosa que no tendría ningún otro príncipe.24 Aunque, según Cristóbal de Mena, que venía en la misma flota, el quinto del rey ascendió a 263 000 castellanos. El Consejo de Indias, entusiasmado, propuso al rey que viera aquel tesoro antes de que fuera fundido. Pero el monarca solo autorizó que se le llevaran algunos objetos, “de los más extraños y de poco peso”, por los que no mostró interés. Todo fue amonedado. El saqueo del Cuzco —en febrero de 1534—, ciudad sagrada y capital del reino de los incas, a pesar de que parte de su oro ya se había llevado a Cajamarca para el rescate de Atahualpa, produjo otro tesoro aún más rico, sobre todo en plata. Y cuando se hizo el primer reparto a los conquistadores, cada soldado de a caballo recibió 8 880 pesos de oro y 362 marcos de plata, y los de infantería la mitad. (Después de la conquista de la ciudad de México, a los soldados de a caballo tocaron 80 pesos, según los recuerdos de Bernal Díaz.) Los capitanes recibieron sumas considerables y el gobernador Francisco Pizarro se asignó, “por su persona, lenguas y caballo”, 57 220 pesos de oro y 2 350 marcos de plata, aproximadamente la mitad del quinto real, el cual se envió con el valor antes mencionado.25 Hacia 1548, después del descubrimiento de las minas del Potosí, el gobernador La Gasca envió al rey un millón y medio de ducados. Cortés escribió, de inmediato a los acontecimientos de la conquista de México, sus cinco Cartas de relación a Carlos V. Pizarro no escribió ninguna relación. Las primeras crónicas de la conquista del Perú se deben a sus capitanes y secretarios: Hernando Pizarro, Cristóbal de Mena, Francisco de Jerez y Pedro Sancho. El amor de los indios por su cultura y la preocupación por la conservación de sus tradiciones aparecen en México desde los años inmediatos a la conquista. En el Perú, las crónicas y testimonios de estos temas no surgen hasta finales del siglo XVI y alcanzan su manifestación más alta en los Comentarios reales (1609 y 1617), del Inca Garcilaso de la Vega. Las “tropas de choque” de la evangelización en México fueron los frailes de las órdenes mendicantes, en primer lugar los franciscanos. En el Perú dominaron los sacerdotes seculares, algunos de los cuales se volvieron empresarios.26
Existió una afinidad curiosa en los ocios de los dos monarcas indios prisioneros. Motecuhzoma jugaba con Cortés y sus capitanes al totolli, una especie de bolos, con apuestas; Atahualpa aprendió a jugar “harto bien” al ajedrez.27 Cortés no tiene ningún monumento público en México y sus restos se conservan discretamente en la iglesia de Jesús Nazareno; Pizarro tiene una imponente estatua ecuestre en la plaza mayor de Lima y sus restos se guardan en la catedral de esa capital.
MÉXICO Y CORTÉS A los extranjeros suele sorprender el que México no tenga para Hernán Cortés reconocimientos públicos y que exista una fuerte corriente de opinión adversa a su personalidad y que condena su conquista como un acto de bandidaje. Estos hechos tienen, entre otras, una explicación histórica. México posee una tradición indígena muy arraigada. Desde los años que siguieron a la conquista se inició el rescate y el estudio del pasado indígena como un acto de afirmación nacional, y esa corriente no se ha interrumpido nunca. Existen relaciones y poemas de la conquista desde la perspectiva de los vencidos —la “visión de los vencidos”—, no sólo de los pueblos del altiplano, sino también de los mayas, que presentan la conquista como una invasión, una destrucción de los antiguos modos de vida y un sojuzgamiento de la población indígena. En los escritos de Carlos de Sigüenza y Góngora en el siglo XVII y en las obras de los humanistas dieciochescos, sobre todo en la de Francisco Javier Clavigero, surge la exaltación y el estudio sistemático de nuestras raíces indias. Y en los años siguientes a la guerra de independencia, a principios del siglo XIX, aparece otra corriente, ya no sólo indigenista, sino además antiespañola, que condena la conquista y la figura de Cortés. Al mismo tiempo, con Lucas Alamán, se inicia la contracorriente hispanista, de exaltación de la conquista española y de Hernán Cortés como héroe y cristianizador. En 1823, Alamán se siente obligado a ocultar los restos de Cortés para evitar una profanación que algunos exaltados anunciaban. Aquella firme y constante tradición de apego y solidaridad con lo indígena, y esta polarización de posiciones, indigenismo-hispanismo, que aparece desde los primeros años del México independiente, son el origen de la conflictiva actitud de los mexicanos ante Cortés y su conquista. Además, estas posiciones entraron a formar parte de tendencias políticas. El indigenismo se incluyó en el ideario de los liberales y el hispanismo en el de los conservadores, tendencias que se opusieron, a lo largo del siglo XIX, con las armas y las plumas y que, matizadas, subsisten en nuestros días. Aun a hombre tan sabio acerca de nuestro pasado como Manuel Orozco y Berra lo conturba este conflicto, como lo muestra la sentencia acerca de Hernán Cortés que se le atribuye: “Nuestra admiración para el héroe; nunca nuestro cariño para el conquistador”. Mas a pesar de las convicciones de los representantes de una u otra tendencia, y cualquiera que sea su composición racial, un mexicano siempre dice: “cuando nos conquistaron los españoles”, en tanto que algunos sudamericanos, aun muy morenos, suelen decir: “cuando conquistamos…” En México, pues, se da naturalmente esta adhesión a lo indígena, así se
considere buena o mala la conquista. Estas posiciones y tendencias han sido provechosas para lo que pudiera llamarse la integración de una conciencia nacional, pero nos han impedido una visión histórica y un estudio objetivo sobre todo de la figura de Cortés. Se escribe sobre él para exaltarlo o para deturparlo, para tironearlo hacia tendencias políticas, y muy raramente para conocerlo y explicarlo. Quienes lo describen como un aventurero, agresivo, mujeriego, sifilítico, asesino de su primera mujer, codicioso, rapaz, criminal y responsable de crueldades y matanzas pueden tener razón en parte. Y quienes lo pintan como un héroe que realizó la hazaña de la conquista con unos cientos de españoles, un cruzado que hizo posible la implantación del cristianismo, un civilizador que trajo a México la lengua y las instituciones españolas, propagó los cultivos, los ganados y las industrias, descubrió la Baja California, escribió un relato magistral de su conquista y sufrió envidias e ingratitudes también pueden tener razón en parte. Pero el hecho es que, frente a las visiones parciales, la personalidad real de Cortés se forma precisamente con un tramado de las acciones positivas y las negativas; y que, cualesquiera que hayan sido los recursos que empleó, el resultado de la conquista que acaudilló y de las fundaciones que hizo fue la creación de una nueva nación de la que somos herederos y a la que pertenecemos los mexicanos. Y es un hecho también que en la conquista realizaron hechos heroicos, cobardías y traiciones ambos contendientes; que aprovechando las enemistades de numerosos pueblos indígenas contra la tiranía de los aztecas, Cortés maniobró para que la conquista la hicieran prácticamente los mismos indígenas, conducidos por los españoles; y que si hubo vencedores y vencidos, y aquéllos fueron, con pocas excepciones, violentos y rapaces, y éstos sojuzgados y explotados, para honor de los primeros existió una vigorosa corriente de protección al indígena, de denuncia airada de abusos y crímenes y un constante aunque insuficiente empeño por implantar instituciones y preceptos justicieros. Mucho se ha avanzado en el conocimiento histórico de la conquista, del mundo indígena y en general del siglo XVI, mientras que la figura de Cortés, aun después de cinco siglos de su nacimiento, con señaladas salvedades, sigue en poder de las facciones. Puesto que los mexicanos somos herederos de las dos ramas de nuestros abuelos, es deseable hacer un esfuerzo por conocer completa la personalidad de quien nos dio esta doble ascendencia. Acaso alguna vez consigamos librarlo de las ideologías y estudiarlo con la cruel objetividad de la historia, para descubrir, con luces y sombras, una personalidad excepcional. Ignorar o mutilar la historia no la cambia. Los tercos hechos siguen allí esperando ser conocidos y explicados.
1
Bernal Díaz, cap. CCIV.
2 El tema ha sido estudiado especialmente en dos monografías: Manuel Romero de Terreros, Los retratos de Hernán
Cortés. Estudio iconográfico, Antigua Librería Robredo de José Porrúa e Hijos, México, 1944; y Carmelo Sáenz de Santa María, “Iconografía cortesiana (hacia la identificación de su verdadero retrato)”, Revista de Indias, Madrid, enero-marzo de 1958, año XVIII, núm. 71, pp. 541-560. 3 Romero de Terreros, op. cit., p. 9.— El Lienzo de Tlaxcala se reprodujo por primera vez en Antigüedades mexicanas,
Junta Colombina de México, México, 1892.— Diego Muñoz Camargo, Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala, Reproducción del Ms. H242 de la Colección Hunter, Glasgow, edición de René Acuña, UNAM, México, 1981.— Transcripción: Relaciones geográficas del siglo XVI: Tlaxcala, t. I, edición de René Acuña, UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas, México, 1984. 4 Romero de Terreros, p. 10. 5 George Kubler, “The portrait of Hernando Cortés at Yale”, en The Collected Essays, New Haven y Londres, Yale
University Press, 1985, p. 163. 6 Pauli Giovii Elogia virorum bellica virtute ilustrium (1551), Peter Perna, Basilea, 1575, p. 332.— Hay traducción
española de estos Elogios, por Gaspar de Baeza, editada por Hugo de Mena, Granada, 1568.— José Toribio Medina, en su Biblioteca hispano-americana (Santiago de Chile, 1898, t. I, pp. 324-327), reprodujo los elogios de Giovio de Cristóbal Colón y de Hernán Cortés, los cuales aparecen también en el apéndice de la edición de Joaquín Ramírez Cabañas de la Historia de la conquista de México, de Francisco López de Gómara (Robredo, México, 1943, t. II, pp. 321-334). 7 Romero de Terreros, p. 13. 8 Nicolás León, “Los verdaderos retratos de Hernán Cortés”, El Universal, México, 16 de noviembre de 1919. 9 Lucas Alamán, Disertaciones, apéndice II, III, ed. Jus, t. I, p. 344. 10 Sáenz de Santa María, op. cit., p. 549. 11 Romero de Terreros, p. 17. 12 Se repiten aquí pasajes del inciso “Surge el conquistador” del capítulo V. 13
Bernal Díaz, cap. CC.
14 Ibid. 15
Dante, Infierno, V, 121-123.
16 López de Gómara, cap. CXCIII. 17
Sumario de la residencia, t. I, p. 123 y en Documentos, sección IV.
18 Carta de Gerónimo López al emperador sobre la visita de Tello de Sandoval, la situación de los indios en Nueva
España y la influencia de Cortés, México, 25 de febrero de 1545, en Documentos, sección VII. 19 Bernal Díaz, cap. XXXVII. 20 Sumario de la residencia, t. I, p. 232. 21 Raúl Porras Barrenechea, “Los últimos días de Pizarro”, Pequeña antología de Lima (1535-1935), Madrid, 1935, pp. 90-
91. 22 La mayor lejanía del Perú contribuyó también a este aislamiento. En tanto que el viaje de Sevilla a Veracruz podía hacerse
en mes y medio, el viaje hasta el Callao, cruzando por el istmo de Panamá, requería al menos cuatro o cinco meses, y los regresos, a causa de las calmas del Pacífico, solían ser mucho más largos. 23 Francisco de Jerez, Verdadera relación de la conquista del Perú y provincia del Cuzco (1534), ed. BAE, t. XXVI, p.
345. 24 Libro primero de cabildos de Lima, descifrado y anotado por Enrique Torres Saldamando con la colaboración de Pablo
Patrón y Nicanor Boloña, París-Lima, 1888, 3 partes, parte 3a, pp. 127-130.— CDIAO, t. XLII, pp. 96-98.— John Hemming, La conquista de los incas (1970), trad. de Stella Mastrángelo, Fondo de Cultura Económica, México, 1982, cap. IV, pp. 99-100 y n. 11. 25 Libro primero de cabildos, Parte 3a , pp. 122-126.— Hemming, op. cit., cap. VI, p. 151, cita un estudio de Rafael Loredo
sobre “El reparto de los tesoros del Cuzco” (Revista del Archivo Histórico del Cuzco, 1950, pp. 247-268), en el que se dan las siguientes cifras de los saqueos de Cajamarca y del Cuzco: Cajamarca
Pesos de oro de 450 maravedís Marcos de plata de 1 958 maravedís Cuzco Pesos de oro de 450 maravedís Marcos de buena plata de 2 210 maravedís Marcos de plata de 1 125 maravedís
1 326 539 51 610 588 260 164 558 71 721
26 La expresión “tropas de choque” es de Lesley Byrd Simpson, en Muchos Méxicos, cap. XV.— James Lockhart, El
mundo hispanoperuano, 1532-1560 (1968); trad. de Mariana Mould de Pease, Fondo de Cultura Económica, México, 1982, cap. IV. pp. 68 y 73.— Del mismo Lockhart véase la biografía de Pizarro en The Men of Cajamarca. A Social and Biographical Study of the First Conquerors of Peru, Instituto de Estudios Latinoamericanos, The University of Texas Press, Austin y Londres, 1972, pp. 135-157. 27 “Carta del licenciado Gaspar de Espinosa al secretario del emperador”, Panamá, 1º de agosto de 1533, CDIAO, t. XLII,
p. 70.— Hemming, cap. II, p. 46.
XXV. LAS IDEAS Y LOS ESCRITOS Lo primero que ha sorprendido… es el tono mesurado, ecuánime, impasible del relato. RAMÓN IGLESIA Su táctica, sus alianzas, sus sinuosidades, están muy de acuerdo con su estilo. MANUEL ALCALÁ
RASGOS MEDIEVALES Y RENACENTISTAS Las ideas políticas y las nociones culturales que recibe Hernán Cortés en los años de primera juventud que pasa en España, de 1485 a 1504, son aún medievales. Pero en esos años ocurren los grandes viajes portugueses hacia el Oriente y el descubrimiento de las Indias, que cambian radicalmente la noción del mundo y son las puertas que abren el paso a una nueva edad. Este impulso renovador, que llamamos Renacimiento, buscaba la lección de la Antigüedad y de sus lenguas para interesarse más en el hombre que en lo divino, observar la naturaleza y sus fenómenos, refinar y embellecer la vida y reavivar la curiosidad científica, geográfica y humana. El Cortés que descubre y conquista tierras remotas; el que describe a su rey las particularidades y costumbres de esas tierras y pueblos, cuya cultura le interesa y admira; el constructor de ciudades y el organizador de industrias y cultivos; el que buscaba gloria y fama, y aun el político razonador y realista, es un hombre de la nueva edad del mundo, un renacentista. Pero necesariamente, sus nociones, creencias, ideales y costumbres seguían siendo las que recibió de su tiempo y circunstancia, eran tradicionales, que históricamente se llaman medievales. En un hombre como él, que vivió en el tránsito de estas edades del mundo, coexisten aquellos rasgos del pasado con los nuevos impulsos. A lo largo de su exhaustiva investigación sobre La herencia medieval de México, Luis Weckmann señala numerosas supervivencias medievales en Cortés: nociones y concepciones geográficas; búsqueda de reinos y sitios maravillosos y de criaturas fantásticas; fidelidad al rey; práctica de instituciones feudales, como los actos de posesión y el pago a la Corona del quinto real de los rescates; uso de armas ofensivas y defensivas en su mayoría medievales, así como de lábaros y gritos de guerra; la conquista concebida como hazaña caballeresca; ejercicios ecuestres como torneos, juegos de cañas, toros, juegos de sortijas y cacería con halcones; juegos de paciencia y de naipes y dados; acusación de armar caballeros, y presencia múltiple de la novela caballeresca.1 Por su parte, Francisco de la Maza ya había señalado otros “resabios medievales”:
Este deseo de Cortés, que tanto se ha exagerado en el sentido de querer probar con él su amor a México [su disposición de que sus huesos sean trasladados a su nueva tierra], no es en el fondo sino cumplimiento de las costumbres de la nobleza medieval de enterrarse en sus feudos, en sus propiedades, para mayor respeto y seguridad del dominio a los sucesores, y también, claro está, de reposar perpetuamente en tierras propias y ganadas por su esfuerzo. Varios son los resabios medievales en la actitud histórica de Hernán Cortés, como esos cincuenta llorantes de traje talar que quiso lo acompañasen en su entierro; sus dejos, muy notables a veces, de caballero andante, de cruzado; su larga cabellera, etcétera.2
Aquellas supervivencias y estos resabios eran las ideas, las nociones y los usos de su tiempo en una España que a fines del siglo XV prolongaba los de la Edad Media, como Weckmann lo recuerda.3 No eran, pues, usos anticuados, sino más bien tradicionales que muchos de ellos continuaron y algunos aún subsisten. De la Maza agrega que la actitud de madurez de Cortés es la de un hombre del Renacimiento, lo cual me parece verdad en el Cortés descubridor, conquistador y cronista que buscaba gloria y fama. Sin embargo, después de consumada la conquista principal de la ciudad de México y de otros señoríos indígenas, Cortés aspira, como lo observó Giménez Fernández, a implantar en la Nueva España una “organización neofeudal… con los conquistadores como señores feudales y los pueblos indios como vasallos”. Esto constituía otra supervivencia medieval, pero que se oponía a su tiempo, a los nuevos aires políticos que impuso Carlos V para sustituir “el monismo político fernandino” por un “pluralismo personalista”.4 La Corona decidió articular el conjunto de las Indias con gobiernos orgánicos, supeditados al poder central, mientras que Cortés intentó inútilmente gobernar la Nueva España, puesto que la había conquistado con su esfuerzo, como su propio feudo o patrimonio. Toda la miseria y amargura de sus últimos años se originó en esta obsesión neofeudal suya, que se negó a aceptar el cambio de los tiempos.
Interpretación romántica de Hernán Cortés y la princesa Marina, quienes se comunican por medio del alfabeto de los sordomudos. Grabado del Voyage autour du Monde et naufrages célèbres, Purrat Frères, París.
LA COMPOSICIÓN Y EL ESTILO El Cortés hablador y decidor de gracias que había conocído Bartolomé de las Casas se convirtió, frente a la tremenda responsabilidad de la conquista de México, no sólo en un capitán audaz y reflexivo, sino también en un cronista de las acciones que dirigió. Además, se vio precisado a redactar un caudal de instrucciones, ordenanzas, cartas personales, memoriales y documentos jurídicos: denuncias, alegatos, probanzas, interrogatorios, actos de posesión, contratos y papeles sucesorios. Aunque su única práctica habían sido los escritos curialescos y municipales, fue aprendiendo rápidamente y llegó a ser un escritor notable y un alegador que conocía los múltiples recovecos de la legislación y los procedimientos. Los extremos de esta evolución y aprendizaje pueden registrarse entre su primer escrito importante, las apresuradas y deshilvanadas instrucciones que dio a sus procuradores, en julio de 1519, y la última carta, de intenso patetismo, que escribe al emperador en febrero de 1544. Las Cartas de relación son el primer testimonio que hizo y hace posible conocer los
hechos de la conquista y la fundación de un nuevo Estado. Sin embargo, una vez escritas, Cortés no volvió a nombrarlas; no hizo ninguna referencia a las impresiones y traducciones que se hicieron en su tiempo ni a sus editores, y se ignora si recibió alguna utilidad por ellas. Tampoco se preocupó gran cosa por impedir la prohibición que para su impresión y venta promovió Pánfilo de Narváez en 1527. Con todo, tenía conciencia de que escribía documentos que interesaban a muchos, como lo muestran las cartas reservadas que dirigió al rey para acompañar sus últimas relaciones, en las que trataba asuntos que consideraba que no debían hacerse públicos. Como ya se apuntó en el capítulo VI, Cortés debió hacer apuntes y sumarios previos, y consultar a sus allegados para aclarar su memoria; dictaba las cartas a sus secretarios y debió revisarlas luego de escritas. Se dio cada vez suficiente tiempo para meditarlas y supo dar a cada una un tema principal, separando con nitidez las etapas de su empresa. Todo esto muestra un diseño claro e intencionado de cada una de las unidades y de sus componentes. Además, sabía crear gradaciones dramáticas para mover la expectación de sus lectores, y elegir, entre el cúmulo de hechos, los más importantes y representativos.
Hernán Cortés, litografia en Manuel Rivera Cambas, Los gobernantes de México, México, 1872.
A Alfonso Reyes le complacía la “manera solazada y lenta, en medio de las alarmas
militares”5 del estilo de Cortés. Y Ramón Iglesia señaló el “tono mesurado, ecuánime, impasible del relato” cortesiano, que es “sobrio, sereno, escueto”.6 Pero esta sobriedad implicaba una selección en las reacciones con que puede responderse a un estímulo. En sus Cartas de relación Cortés selecciona hechos, circunstancias y pormenores, con buen juicio para ir a lo esencial o al rasgo más expresivo, aunque también se transparente la intención, que luego se le reprochará, de resaltar sus propias hazañas y la nobleza de sus acciones, por encima de las de sus capitanes y soldados; de torcer intencionadamente ciertos hechos y de callar otros, por malicia o descuido. La escueta sobriedad cortesiana se hace evidente cuando se la contrasta con el relato que escribirá años más tarde Bernal Díaz, tan lleno de curiosos pormenores, divertidas anécdotas y del lado humano de los hechos. Cortés no tenía o no se consintió la sal narrativa y raras veces el humor, la ironía o la piedad, por lo que su relato gana en sobriedad a costa de cierta sequedad a veces insensible. Ante hechos tan controvertidos y que aún mueven las pasiones como los de la conquista de México, la verdad es una para los vencedores y otra para los vencidos, y en uno y otro bandos cada uno recuerda cómo fue esto o aquello de diversa manera y según sus intereses. Sin embargo, esta primera visión de Cortés, así no contenga la verdad y toda la verdad, que es preciso ir recomponiendo con los distintos puntos de vista, viene a ser como el primer patrón de una historia fascinante y terrible, en el que se ofrece un esquema de las etapas de la conquista y la interpretación inicial de hechos y personajes, que luego servirán de apoyo a cronistas e historiadores posteriores.
José Clemente Orozco, Cortés y la Malinche, mural en la Escuela Nacional Preparatoria, México, 1922-1926.
Aunque no carezca de ocasionales rasgos de ironía, el estilo de Cortés es más bien neutro, como si su eficacia expresiva, su vivacidad y aun su tensión dramática, logradas con un
mínimo de recursos y en una lengua flexible y equidistante del habla culta y de la popular, surgiera sólo del interés de las cosas que narra. Manuel Alcalá ha hecho observaciones interesantes respecto a recursos estilísticos de la prosa de Cortés: los latinismos como “obnoxio”, “potísimas” y “punida”, y las citas latinas: certum quid, ab initio, ore proprio, crimine lesae majestatis y otras que se mencionan adelante, son ambos más bien raros y no son impertinentes. Señala también las construcciones de sabor latino, con su verbo al final, que emplea sobre todo al principio de la segunda carta, sin que parezcan forzadas; las parejas de sinónimos, como si dividieran sus ideas en dos partes: “confina y parte”, “pelearon y se defendieron”, “señores y principales”, “muy de guerra y muy rebeldes”, también en la carta segunda; y el uso más bien parco de refranes, tan abundantes en la prosa de Bernal Díaz. Y recordando un dicho de Quintiliano, quien decía que César escribía como peleaba, piensa Alcalá que esto se puede aplicar también a Cortés. “Su táctica, sus alianzas, sus sinuosidades, están muy de acuerdo con su estilo”.7 J. H. Elliott ha señalado las “evidentes limitaciones en la capacidad observadora de Cortés, particularmente cuando lleva a cabo la descripción del extraordinario paisaje por donde caminaba su ejército invasor”.8 La observación debe matizarse, ya que Cortés sí hizo algunas descripciones, como la de los dos volcanes nevados del valle, que le parecieron “sierras muy altas y muy maravillosas”, y la de los lagos sobre los que se asentaba la ciudad, con sus calzadas, calles y canales. Y para que se comprendiese mejor su descripción, envió al rey el famoso plano de 1524. Y aún podría añadirse, como procedente de Cortés, la exacta descripción de Cempoala, primera ciudad indígena que veían los españoles, que trae López de Gómara: “toda de jardines y frescura y muy buenas huertas con regadío”,9 como lo sigue siendo. Sin embargo, y en términos generales, Cortés y sus soldados parecían poco sensibles al paisaje como espectáculo, y aun a sus efectos, frío, calor, lluvias, vientos, altitud, que sólo percibían para consecuencias prácticas o militares, como si esta insensibilidad condicionara su fortaleza, su capacidad de resistencia a las inclemencias y su adaptación biológica a las nuevas circunstancias. Bernal Díaz, como narrador, es algo más sensible a lo externo que Cortés, y algunas de sus descripciones son memorables. Aprecia lo que le rodea, sobre todo si se trata de obstáculos o adversidades: la tierra inhóspita, los crueles fríos y ventiscas, las hambres, o bien los lugares placenteros y pródigos. Y tiene una delicadeza especial, de la que carece Cortés, para registrar ambientes y circunstancias, como cuando describe la llovizna y los cocuyos, la noche del ataque a Narváez; o cuando recuerda el terrible silencio que se hizo después de la derrota de Tenochtitlán.
Ilustración de Diego Rivera para la tragedia Cuauhtémoc, de Joaquín Méndez Rivas, México, 1925.
Pero ambos, y ahora sobre todo Cortés, prestan más atención a la acción humana que al paisaje, y aprecian, por ejemplo, el orden, la organización, la policía, el gobierno eficaz y la etiqueta y costumbres de los pueblos indígenas. A Cortés le interesa sobre todo el objetivo de su empresa, las circunstancias tácticas y los aspectos sociales y políticos que se relacionan con su conquista; mientras que Bernal Díaz percibe la aventura del hombre metido en aquellas empresas, y el ambiente extraño, desconocido en que se encuentran, que se va volviendo habitual y al que se van acomodando aquellos hombres. Esta atención preferente a la acción humana la muestra Cortés en relatos de “gran precisión y minucia” y “complacencia en describir lo que ve”, como ha apuntado Ramón Iglesia, quien lo ejemplifica con el encuentro de Cortés y Motecuhzoma. El mismo historiador hace notar en seguida que esta precisión contrasta con “el laconismo, la escasa importancia que Cortés concede a sus propósitos y acciones, o a lo que en ellos puede influir”, es decir que, “si no le da importancia a lo que hace, se la da, y grandísima, a lo que ve”. Hay en él —añade Iglesia— una enorme admiración por la magnitud y la belleza de las tierras que descubre, por la pujanza y diversidad de las organizaciones sociales indígenas, muy superiores a todo lo que hasta entonces habían encontrado los españoles en las islas. El conquistador es quien queda, en realidad, conquistado.10
Esta impasibilidad respecto a sus propias acciones, para dar en cambio toda la importancia a la realidad externa y a las acciones, se patentiza de manera notable en el relato de la expedición a las Hibueras, de la quinta Relación. Aunque Cortés es consciente de la gran equivocación que ha cometido, no por ello presta menos atención a cada una de las progresiones del desastre, y las refiere con la misma objetividad y precisión con que contaría hechos gloriosos. Lo normal hubiera sido minimizar aquella empresa y soslayar sus errores mayores —la ejecución de Cuauhtémoc, por ejemplo—, pero Cortés afronta bienes y males,
aciertos y torpezas con la misma imparcialidad. El doctor Mora hizo una aguda observación sobre el radical cambio de actitud de Cortés durante su conquista. De “la seducción, el convencimiento y todo lo que constituye una negociación fina y delicadamente conducida”, notoria en la primera parte de la expedición, pasa en la segunda a una actitud autoritaria que sólo se apoya en el terror y la fuerza.11 Este cambio también se refleja en el estilo de las Cartas de relación correspondientes. En efecto, el relator que va de una a otra admiración en la segunda carta y se esfuerza por traducirlas en palabras, a partir de la Noche Triste —como un enamorado ciego y frustrado que sólo puede concebir la rebelión de los aztecas como una traición— se convierte en una máquina de guerra y exterminio, y sus cartas se vuelven partes militares en los que lo más importante es la eficacia disuasiva o destructiva. Y luego, tras la etapa de organización y extensión de los dominios, en que renace el político, viene el relator de contenida desesperación del despeñadero en las Hibueras. El cúmulo de documentos que Cortés escribe, además de las Cartas de relación, contienen el trasfondo organizativo, político, jurídico y personal de su intensa actividad. De ahí su importancia para la historia de las instituciones y del desarrollo mexicanos y para el conocimiento de la vida y el pensamiento del conquistador. Cortés fue un caso singular de hombre de acción combinado con un estadista capaz de reflexionar y legislar sobre los problemas mayores, de reclamar y alegar incansablemente y de formular instrucciones lo mismo para enviar expediciones a tierras remotas que para organizar nuevas ciudades o para señalar los precios que debían tener los alimentos en las ventas.
La última interpretación de Hernán Cortés por Diego Rivera. Mural en el corredor del Palacio Nacional, México, 1941-1945.
El hombre adusto, concentrado en sus empresas, ambiciones y agravios, irreductiblemente
español que fue Hernán Cortés, apenas dejó traslucir en letra escrita sus sentimientos, sus afectos y sus pasiones íntimas y vulgares, como si no las hubiese tenido. Una vez habla del cariño que tiene por su hijo Martín el grande y otra hace encargos insistentes para que se cuide a un niño Melchorcico, que pudo ser su hijo. Y nunca, salvo en las denuncias jurídicas, dejó constancia de sus odios. En las cartas a su padre le habla metafóricamente de sus problemas —“Yo quedo agora en purgatorio y tal que ninguna otra cosa le falta para infierno sino la esperanza que tengo de remedio”—, y todo queda en dineros y encargos para que le mande ovejas merinas, cabras, una botica entera con su boticario suficiente, o en contarle —en una estampa que recuerda uno de los romances del Cid Campeador— que ha criado un tigre, “el más hermoso animal que se ha visto”, muy manso, que andaba suelto por la casa, comía a la mesa y al que envía para el emperador. Ni una palabra de afecto para el padre y ninguna pregunta por la madre, a los que no veía desde hacía veintitantos años. Los rasgos más humanos y dolidos los reserva Cortés para el emperador Carlos V, cuyo reconocimiento pleno y cuya benevolencia nunca llegó a merecer. Quedan en sus tres últimas cartas de agravios ya mencionadas. En resumen, las páginas sobresalientes de Cortés, por su valor histórico, su emoción y su calidad literaria son, de sus Cartas de relación, la segunda, revelación del México antiguo con la descripción de Tenochtitlán en tiempos de Motecuhzoma; y la tercera, relato dramático y rencoroso del sometimiento y destrucción de la gran ciudad indígena, de la heroica defensa de los naturales y del principio de la formación de la nueva ciudad y la nueva nacionalidad, sobre las ruinas de la antigua cultura. Y del resto de los documentos cortesianos se destacan, por su importancia para la historia de las instituciones, las Ordenanzas de buen gobierno, de 1524, y las de régimen municipal y urbanismo, de 1525; la conmovedora y espléndida última carta al rey, de 1544, y el Testamento, por su vocación mexicana y su preocupación por la justicia para los indios.
LECTURAS Y RECURSOS En los escritos de Cortés hay alusiones a novelas de caballerías y a romances viejos, y citas y referencias a textos bíblicos, a episodios de la historia española, a personajes y anécdotas de la Antigüedad grecolatina y a fórmulas y preceptos legales. La mayor parte de ellas han sido comentadas a lo largo de los capítulos anteriores. Como las de novelas y romances, forman parte de la cultura tradicional y no presentan problemas; cabe ahora preguntarse por la índole de las citas y referencias, esto es, por lo que Elliott ha llamado el “mundo mental” de Cortés. Las únicas citas textuales que hace Cortés están en latín y son exclusivamente del Nuevo Testamento o bien de fórmulas jurídicas. Para su escudo de armas y su estandarte o repostero eligió dos expresivos textos: Judicium Domini aprehendit eos et Fortitudo ejus corroboravit brachium meum: “El juicio del Señor los apresó y su fortaleza robusteció mi brazo”, lema con sabor bíblico, aunque no parece textual; y la inscripción que puso en su bandera: Amici, sequamor crucem, et si nos fidem habemus, vere in hoc signo vincemus, que López de Gómara dio romanceada: “Amigos, sigamos la cruz; y nos, si fe tuviéremos en esta señal,
venceremos”, ampliación del In hoc signo vinces del emperador Constantino. El mismo historiador recogió el lema que Cortés hizo inscribir en la más rica de sus famosas esmeraldas: Inter natos mulierum non surrexit major: “Entre los nacidos de mujer, no ha existido uno mayor” (San Mateo, 11:11), que citó de memoria y suena sacrílego. Y en su segunda Relación, cuando narra Cortés los preliminares de la conquista de la ciudad de México y dice que fingía dar oídos a las prevenciones de aztecas y tlaxcaltecas, recuerda sus latines salmantinos y cita una máxima del Evangelio (San Lucas, 11, 17): Omne regnum in seipsum divisum desolabitur: “Todo reino dividido contra sí mismo será devastado” [p. 47]. Dos citas textuales de la Vulgata y otra más con resonancias bíblicas no permiten suponer que Cortés haya sido un lector asiduo de los Evangelios, pero sí creer que había retenido frases y pasajes notables, para lo que bastaba con haber asistido a los oficios divinos. Otros ecos bíblicos, no textuales, sino de ambientes y escenas, han sido señalados con perspicacia por Elliott: el retorno esperado del Mesías y la llegada de Cortés como señor natural de sus vasallos; la aparición de Jesús a sus discípulos cuando les dice que “un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (San Lucas, 24:39), y el dramático desnudamiento de Motecuhzoma —que relata Cortés en su segunda Relación—, para mostrar el límite de sus riquezas, cuando dice: “Veisme aquí que soy de carne y hueso como vos y como cada uno, y que soy mortal y palpable” [p. 59]; y en fin, con más sutileza, Elliott percibe una resonancia bíblica en las palabras con que Cortés inicia con fina ironía la descripción de Tenochtitlán: “Sé que serán de tanta admiración que no se podrán creer, porque los que acá con nuestros propios ojos las vemos, no las podemos con el entendimiento comprender” [p.71], que podrían ser eco de aquel pasaje de San Mateo, 13, 14: “De oído oiréis y no entenderéis; y viendo veréis y no percibiréis”.12 Las citas de fórmulas jurídicas en latín, muy abundantes, aparecen sobre todo en alegatos, peticiones, contratos y poderes, y aun en algunas de las cartas de Cortés al emperador. Eran de uso normal en estos documentos y, aunque el conquistador contribuyera con algunas más bien simples, en su mayoría debieron redactarlas sus abogados. En cuanto al sustancial apoyo en los preceptos de Las siete partidas, que aparece en la argumentación que en defensa de la rebeldía de Cortés y sus huestes se hace en la Carta del cabildo, de 1519, ya se expuso este tema con alguna extensión en el capítulo VII. Cortés debió tomar consejo de sus capitanes más ilustrados para formular esta carta. Y como antes se dijo, no puede tratarse de citas textuales, sino más bien de una memoria tradicional. ¿Tuvo Cortés algunas lecturas de autores clásicos? El testimonio más interesante al respecto se encuentra en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo. Después de referir la prisión de Cuauhtémoc, cuenta el cronista que Gonzalo de Sandoval, capitán del destacamento, y García Holguín, uno de sus hombres, disputaban sobre a cuál de los dos correspondía el honor, y que entonces Cortés les refirió la disputa que habían tenido Mario y Sila por el prendimiento de Yugurta, que concluyó porque no llegó a precisarse a quién correspondía la honra, si al capitán o al ejecutante. Cortés prometió informar al rey para que decidiera, aunque al fin pondría en su escudo de armas que él sojuzgó siete reyes, Cuauhtémoc entre ellos. Aparte de que triunfó la justicia del más fuerte, es curioso este recuerdo de posibles
lecturas clásicas escolares que Bernal Díaz atribuye a Cortés. El relato del cronista trastrueca algo los nombre de los capitanes romanos y añade algún detalle pintoresco, como decir que a Yugurta le pusieron una cadena “al pescuezo”, cuando sólo consta que iba aherrojado. Pero la anécdota está bien contada y corresponde a lo esencial que al respecto consignan Salustio, en La guerra de Yugurta (CXIII) y, con más detalles, Plutarco en la vida de Sila. Lo sorprendente es, en Cortés, la oportunidad de este recuerdo clásico, y en Bernal Díaz la precisión con que lo rememora, más de 40 años después de los hechos, como si él también lo conociese o lo hubiese preguntado a algún versado en latines.13 Por otra parte, Víctor Frankl ha sugerido la posibilidad de que Cortés haya leído las historias de Tito Livio, en atención a una frase del conquistador en la cuarta Relación: “no hay cosa que más los ingenios de los hombres avive que la necesidad”.14 Sin embargo, el tópico ya está en Homero, donde en la traducción de Alfonso Reyes, Héctor dice a su mujer que los hombres viven “bajo el triste imperio de la necesidad” (Ilíada, VI, 481), y Elliott ha encontrado una expresión muy semejante en La Celestina, donde se dice que la necesidad, la pobreza y el hambre son “avivadoras de ingenios”.15 En el mismo estudio del penetrante investigador austriaco, se han rastreado muchas otras coincidencias del pensamiento de Cortés con el de teólogos y filósofos como san Agustín, santo Tomás, Guillermo de Occam y Duns Escoto. Frankl subraya especialmente la hipótesis de que, hacia 1526, Cortés haya leído La ciudad de Dios agustiniana, que da una profundización a la conciencia religiosa del conquistador. Y en fin, puede recordarse la notable frase con que Cortés inicia la carta que escribe en 1527 a un rey de las Molucas: “Universal condición es de todos los hombres desear saber”,16 que es nada menos que el principio de la Metafísica de Aristóteles. ¿Debe concluirse de lo anterior que Cortés, además de saber de memoria muchos romances viejos y haber leído novelas de caballerías, estaba familiarizado con la versión latina de los Evangelios y acaso de los Salmos, con obras de historia y filosofía de la Antigüedad, con el pensamiento de algunos Padres de la Iglesia, con Las siete partidas y con otros tratados de jurisprudencia? Es posible que en sus mocedades haya leído algunas antologías de textos clásicos, que en sus frecuentaciones de ceremonias religiosas haya retenido pasajes de los Evangelios y que su amistad con los franciscanos de México lo haya llevado a leer obras como La ciudad de Dios. De todas maneras, es muy difícil precisar las fuentes que provienen de lecturas del pensamiento cortesiano. Como observa Elliott, Cortés tenía oídos y ojos muy finos para percibir frases e ideas sugestivas y emplearlas luego oportunamente en giros inesperados, y añade que era hombre de gran inteligencia con instintiva habilidad para el oficio literario.17 Esta capacidad de absorción y repetición de ideas y fórmulas cultas me parece que puede explicar la mayor parte de las que aquí se han comentado, menos una, el episodio de Yugurta narrado por Bernal Díaz, que creo que sí implica una lectura, que pudo ser escuchada, de Suetonio o de Plutarco en los días de Salamanca. La rapidez mental del conquistador se manifestaba, según Elliott, en una notable fertilidad de imaginación y de invenciones, que el historiador considera como la más impresionante de
las características de Cortés.18 Estos recursos lucieron sobre todo al principio de la conquista, cuando Cortés, como él dice, “con los unos y con los otros maneaba” [p. 47]: disciplina a sus soldados, destruye sus naves, funda el primer ayuntamiento, arma su argumentación para librarse de la tutela de Velázquez y justificar su rebelión, y comienza a aprovechar las enemistades entre los pueblos indígenas mientras avanza sobre la ciudad de México. Y luego, en su encuentro con Motecuhzoma, cuando aprovecha la supuesta leyenda del retorno de Quetzalcóatl, que paraliza al señor de México, apresa a éste, consigue que renuncie a su señorío para traspasarlo a Carlos V y hace que le vaya entregando una tras otra las llaves del reino. Una vez concluida la conquista y organizada la nueva ciudad, esta capacidad de imaginación y de invenciones de Cortés cesó de funcionar o de tener éxito.
LAS OBRAS FUNDAMENTALES SOBRE LA CONQUISTA Al narrar a su monarca los acontecimientos inmediatos de que fue actor en unión de sus soldados y en un mundo hasta entonces desconocido, Cortés no pudo servirse de ningún apoyo documental. Por ello, con sus Cartas de relación se inician los testimonios del mundo indígena que se descubría, se destruía y se sojuzgaba, y de la nueva nación que comenzaba: se funda la historia mexicana. Las cartas de Cortés serán el apoyo sustancial de las noticias que acerca de la conquista de México y del nuevo país descubierto recogerá Pedro Mártir de Anglería en sus Décadas del Nuevo Mundo, a partir de la V (1521-1523) y hasta la VIII (1524-1525) y última; de las páginas sobre México (libro XXXIII, ca.1534-1538) de la Historia general y natural de las Indias, de Gonzalo Fernández de Oviedo; y de la información básica de la Conquista de México (1552), segunda parte de la Historia general de las Indias o España victrix de Francisco López de Gómara. Las Cartas de relación y la aparición de la obra de López de Gómara moverán a Bernal Díaz del Castillo a redactar la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (concluida en 1568), para rectificar la versión del conquistador único y hacer valer los méritos de sus soldados. Otros cronistas e historiadores del siglo XVI, como fray Bartolomé de las Casas —así sea para refutarlo—, Alonso de Zorita, Francisco Hernández y Francisco Cervantes de Salazar; y Juan de Torquemada y Antonio de Herrera, a principios del siglo XVII, aprovechan también en sus obras las Cartas de relación. Paralelas a las cartas de Cortés, existen dos importantes relaciones parciales de sus soldados, la de Andrés de Tapia y la de fray Francisco de Aguilar, así como la de El Conquistador Anónimo. Asimismo, varios documentos indígenas se refieren a la conquista, como el Códice Ramírez-Manuscrito Tovar o Relación del origen de los indios que habitan esta Nueva España según sus historias, además de las que se mencionarán en seguida. Para la historiografía mexicana es una fortuna que, además de las Cartas de relación de Hernán Cortés, existan la Historia de la conquista de México de Francisco López de Gómara y la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo,
para las versiones españolas; y los Anales de Tlatelolco y el Libro de la conquista de los informantes indígenas de fray Bernardino de Sahagún, para las versiones indígenas. Gracias a estas cinco obras fundamentales, tenemos otras tantas interpretaciones de la conquista de México desde temperamentos y perspectivas cuya misma diversidad las complementa y da realce a cada una de ellas. En las tres obras españolas, después del esquema sobrio y de contenida pasión del conquistador, la espléndida historia de López de Gómara, a pesar de su parcialidad cortesiana, vino a ser, por la calidad de su estilo y la armonía de su composición, la obra que divulgó en Europa la existencia de una de las grandes culturas del Nuevo Mundo y los hechos de la conquista. La crónica de Bernal Díaz del Castillo enriqueció estas imágenes con la perspectiva popular, los rasgos humanos y el infinito anecdotario que el soldado vuelto cronista conservaba en su memoria. Y del lado de los vencidos, los Anales de Tlatelolco, de 1528, en náhuatl, contienen una patética versión indígena de la conquista, y el libro XII o de la conquista de la Historia general de las cosas de Nueva España, de fray Bernardino de Sahagún —en sus tres versiones conocidas, una en náhuatl y dos en español — conserva el intento más congruente para recoger lo que fue, para la cultura y la sensibilidad indígenas, aquel encuentro que comenzaron por considerar el retorno de Quetzalcóatl y se convirtió en una avalancha que asoló el antiguo mundo indígena.
EL CORPUS CORTESIANO EL MANUSCRITO DE LAS CARTAS El único manuscrito antiguo conocido de las cinco Cartas de relación es una copia de la época, de una misma mano, no firmada por Cortés, compilada probablemente hacia 1528 por orden de Juan de Sámano, secretario del Consejo de Indias. Lo guarda la Biblioteca Nacional de Viena bajo el rubro Serie Nueva 1600.19 El legajo de manuscritos en que figuran las cartas de Cortés contiene, además, otros papeles cortesianos sobre la expedición a las Molucas de 1525-1527, y documentos relativos a Francisco Pizarro, Pedro de Alvarado, Diego de Godoy y a los franciscanos de Nueva España, este último en su original. Woodrow Borah ha encontrado evidencias que permiten asegurar que esta compilación estaba destinada a Fernando I, hermano menor de Carlos V y por estos años rey de Hungría, luego rey de los romanos y finalmente emperador del Sacro Imperio, después de la abdicación de Carlos V.20 Fernando, nacido en Alcalá de Henares, había sido educado en España, y no en Flandes como su hermano mayor, bajo la supervisión de su abuelo Fernando el Católico. Siguió siendo español en sus gustos e inclinaciones y se servía de su lengua materna en su correspondencia personal y oficial. Carlos lo mantuvo alejado de España, pues era el heredero natural a falta de descendencia directa. El ávido interés que Fernando tenía por las exploraciones y hazañas de los castellanos en el Nuevo Mundo queda patente en las cartas que desde España le enviaba Martín Salinas, su embajador ante la corte de Carlos V. Para satisfacer esta curiosidad, el rey Carlos le hizo llegar, en enero de 1524, un lote de objetos
mexicanos, provenientes sin duda de los envíos de Cortés: un escudo con mosaicos de turquesas y otras piedras, y plumerías con trabajos de oro, entre los que pudo ir el penacho de plumas de quetzal, llamado “de Moctezuma”, que guarda el Museo Etnográfico de Viena. Las cartas en español que escribió Salinas a Fernando I entre 1525 y 1528 dan cuenta a éste de sus gestiones para obtener copias de las relaciones que llegaban de Indias. Y por todo ello, Borah concluye con razón que Fernando fue la persona para quien se coleccionaron y copiaron las Cartas de relación de Cortés y los otros documentos que forman el Códice de Viena, recopilación que se obtuvo por conducto de Sámano, el secretario del Consejo de Indias. ¿Por qué no se enviaron a Fernando ejemplares impresos, entonces recientes, de las cartas segunda, tercera y cuarta? Borah supone que se prefirieron las copias manuscritas por su mayor precisión, y por más costosas, adecuadas para un príncipe. Creo que podría considerarse también la rareza que para entonces, 1528, habían alcanzado los ejemplares de las cartas impresas, ya que, como se recordará en seguida, se había ordenado que se quemaran todas las que se encontrasen. En fin, gracias a esta correspondencia de Salinas, sabemos que el rey Fernando, entusiasmado por las hazañas de Cortés en México, envió a su embajador una carta para que se la hiciera llegar al conquistador. Pero la escribió en 1526, en malos tiempos para Cortés, que, apenas vuelto de las Hibueras, iba a ser sujeto a juicio de residencia. “Hernán Cortés — escribía Salinas a su señor— está, según se dice, algo desbaratado, y no van sus cosas bien”.21 Ciertamente. El intermediario para hacer llegar la carta a su destinatario iba a ser Gonzalo Fernández de Oviedo, pero no llegó a enviarse porque la situación de Cortés empeoró, y éste se quedó sin esa carta, que tanto le hubiera complacido. Cuando Cortés volvió a España en 1528, Salinas prometió a Fernando I visitarlo y tratar de obtener de él “toda la razón de lo de allá, pues es el mejor auctor de quien se podrá haber”.22 Si llegó a hablar con el conquistador, él pudo ayudarlo a completar la colección de las Cartas de relación que figuran en el Códice de Viena. El manuscrito fue descubierto hacia 1777 en la entonces Biblioteca Imperial de Viena gracias a los empeños del historiador escocés William Robertson, quien buscaba la primera Relación de Cortés. Tan valioso códice pasó casi medio siglo en México. Según lo ha revelado Charles Gibson, en 1865 el emperador de Austria-Hungría Francisco José lo envió como regalo a su hermano Maximiliano, que había sido coronado emperador de México. Después de la ejecución de Maximiliano en 1867 la huella del códice se vuelve confusa. Parece haber estado en posesión de Alfredo Chavero a fines de la década de 1880. Después, Jesús Zenil, diplomático mexicano, proyectó devolverlo a Viena y lo llevó consigo a Austria. Zenil murió y uno de sus empleados adquirió el códice. Finalmente, en 1911, el códice fue comprado y recuperado por la Biblioteca Imperial de Viena.23 Respecto a los manuscritos de las Cartas de relación de Cortés cabe hacer algunas conjeturas. La primera Relación, perdida o inexistente y ahora sustituida por la Carta del cabildo del 10 de julio de 1519, debió remitirse al rey en una copia en limpio, de la que sólo se conservarían los borradores, perdidos luego probablemente en la Noche Triste. En España se prestaría poca atención a la relación de un capitán rebelde, pero alguien la hizo copiar y más tarde formó parte del legajo que se llamaría Códice de Viena.
A partir de la segunda carta y hasta la quinta, Cortés, consciente de la importancia de su conquista, debió enviar de cada una, además de la copia principal para Carlos V, al menos otra copia que encargó a un amigo para que la hiciera llegar a un impresor. Así se editaron las cartas segunda, tercera y cuarta con gran éxito. La quinta carta, firmada el 3 de septiembre de 1526, que debió llegar al rey y a los impresores a principios de 1527, no se imprimió y quedó inédita, posiblemente a causa de las gestiones de Pánfilo de Narváez. Como ya se ha narrado, en marzo de 1527 Narváez logró que la Corona expidiera una cédula prohibiendo la impresión y venta de las ediciones existentes de la segunda, tercera y cuarta cartas, alegando que se le ofendía con el relato que hace Cortés de la derrota de don Pánfilo. Los ejemplares que se encontraron en poder de libreros y de particulares fueron quemados en las plazas públicas de Sevilla, Toledo, Granada y en otros lugares. El agente de Cortés ante la Corte, Francisco Núñez, aunque dice que logró que se revocara la cédula de prohibición, lo único que en realidad consiguió fue que se ordenara a Narváez que devolviera la cédula original, la cual se desconoce.24 Marcel Bataillon sugiere que la Corona deseaba evitar: que el conquistador de la Nueva España se convirtiera en héroe fundador y epónimo del nuevo “reino” gracias a la difusión de las Relaciones de su conquista.25
y relaciona esta prohibición con las posteriores de la historia de López de Gómara, que de alguna manera alentaba la posible autonomía de la Nueva España. La quemazón explica la extrema rareza de las ediciones antiguas españolas de las cartas de Cortés, que no volverán a publicarse y a buscarse en los archivos hasta mediados del siglo XVIII. Sin embargo, es extraño que no hayan aparecido en archivos públicos o privados ni los originales firmados por Cortés ni las copias que debieron hacerse de las Relaciones. En principio las copias deberían existir en el propio archivo personal de Cortés, ahora llamado del Hospital de Jesús. EDICIONES Y TRADUCCIONES DE LAS CARTAS DE RELACIÓN La primera relación, o Carta del cabildo —descubierta como ya se dijo hacia 1777 junto con manuscritos de las otras cuatro— se publicó por primera vez sólo en 1842, en Madrid, por Martín Fernández de Navarrete.26 La segunda27 se imprimió por primera vez por Juan Cromberger, en Sevilla, el 8 de noviembre de 1522, y la reimprimió Jorge Coci Alemán, en Zaragoza, el 5 de enero de 1523; la tercera por Cromberger, en Sevilla, el 30 de marzo de 1523; y la cuarta, por Gaspar de Ávila, en Toledo, en 1525, que reimprimió Jorge Costilla en Valencia, en 1526. Estas ediciones antiguas son las llamadas “góticas”. La quinta la publicó también, como la primera, Fernández de Navarrete en 1844.28 Las ediciones en español del conjunto o parte de las Cartas de relación debieron esperar más de dos siglos —a causa de la prohibición— para volver a ser divulgadas, después de las ediciones sueltas originales, en tanto que en italiano se reunieron las tres conocidas desde 1556. Las principales son las siguientes: el primero que reunió en su versión original las relaciones segunda, tercera y cuarta fue Andrés González de Barcia en 1749.29 La primera
edición mexicana, con las mismas tres cartas y otros importantes documentos, notas y mapas, fue del arzobispo Francisco Antonio Lorenzana, en México, 1770.30 La primera edición en que se reunieron las cinco cartas la realizó Enrique de Vedia en Madrid, en 1852.31 Posteriormente las reeditaron, con adiciones de otros documentos, Pascual de Gayangos (París, 1866), la Biblioteca Histórica de la Iberia (México, 1870), Dantín Cereceda (Madrid, 1922) y Julio Le Riverend (México, 1946). Eulalia Guzmán inició en 1958 una edición crítica importante en la cual restableció el texto de las dos primeras cartas según el Códice de Viena, aclaró los nombres indígenas y opuso a la versión de los hechos de Cortés los de otras fuentes, sobre todo indígenas.32 Existen varias ediciones recientes y accesibles.33 Las Cartas de relación de Cortés han sido muy traducidas desde los años de su aparición, por el vivo interés que provocaron. He aquí algunas de las más importantes: al latín, por Pietro Savorgnani de Forli, en Núremberg, 1524, la segunda carta, con el plano de la ciudad de México y el croquis del Golfo, y en el mismo lugar y año, la tercera;34 dentro de la obra de Pedro Mártir de Anglería, De insulis nuper inventis, la segunda y la tercera (Colonia, 1532), y en el Novus Orbis, de Simón Grineo, la segunda y la tercera (Basilea, 1555, y Rotterdam, 1616). Al italiano, por Nicolás Liburnio, la segunda y la tercera (Venecia, 1524) y, dentro de la obra de Giovanni Battista Ramusio, Delle navigationi et viaggi, vol. III, la traducción anterior más la cuarta carta (Venecia, 1556, 1565 y 1606). Al francés, en el mismo año de la primera edición española, un resumen de las dos primeras cartas, tomado probablemente de un texto español desconocido, impreso por Michiel de Hoochstfaten (Amberes, 1522); las tres cartas de la edición de Lorenzana, por el vizconde de Flavigny (París, 1778), y las cinco cartas por Desiré Charnay, con prólogo de E. T. Hamy (París, 1896). Al flamenco, el mismo resumen de las dos primeras cartas de Amberes, 1522, y por el mismo impresor (Amberes, 1523). Al alemán, por Sixto Betuleio y Andrés Diether (Augsburgo, 1550), la segunda y la tercera; por J. J. Stapfer (Berna, 1779), la segunda, tercera y cuarta cartas; y por Franz Termer (Hamburgo, 1941), la quinta carta. Al holandés (Ámsterdam, 1780), la segunda, tercera y cuarta cartas. Al inglés, las cinco cartas en las siguientes ediciones: por George Folsom (Nueva York, 1843), por Francis August MacNutt (Nueva York, 1908), por J. Bayard Morris (Londres, 1928 y Nueva York, 1962) y por A R. Pagden, con estudio preliminar por J. H. Elliott, “Cortés, Velázquez and Charles V” (Nueva York, 1971). LOS DOCUMENTOS CORTESIANOS Además de las Cartas de relación, existe un cúmulo de documentos escritos por Cortés, varias veces enumerados: ordenanzas, instrucciones, memoriales, denuncias, alegatos, poderes, cartas y testamento; y otros relacionados con él: cédulas y provisiones reales, escritos jurídicos, acusaciones y defensas en sus juicios, contratos, inventarios, etcétera, que son importantes para completar el conocimiento de la personalidad, las acciones y los conflictos de Cortés. Estos documentos cortesianos se encuentran principalmente en el Archivo General de la Nación, de México, en la sección llamada Archivo del Hospital de Jesús, y en el Archivo General de Indias, de Sevilla. Muchos de ellos son originales y están firmados por Cortés y
algunos llevan líneas escritas por su mano. Además de estos repositorios principales, guardan también documentos cortesianos la Biblioteca del Congreso de Washington, en su Harkness Collection —provenientes del Archivo del Hospital de Jesús—; los archivos de protocolos notariales de Sevilla y de México, y documentos aislados en otros archivos y en numerosos libros. La publicación de documentos cortesianos la inició, hacia 1825, Martín Fernández de Navarrete, y la recopilación sistemática la comenzó Lucas Alamán en 1844. Desde esas fechas hasta años recientes continúan recogiéndose documentos tanto en obras generales como en artículos y colecciones especializados.35 Guillermo Feliú Cruz preparó en 1952 una lista cronológica de 146 escritos sueltos de Cortés, publicados hasta cerca de 1930.36 Y en su Bibliografía de Hernán Cortés, Rafael Heliodoro Valle lista 141 documentos de Cortés y 391 acerca de él: 532 en total.37 En la recopilación formada por quien esto escribe, llamada Documentos cortesianos, destinada a completar e ilustrar el presente estudio, se recogen 309 escritos de Cortés o referentes directamente a él, y se da una lista complementaria de cerca de un centenar de documentos relacionados indirectamente con él. La colección y la lista no pretenden ser exhaustivos, pero sí recogen los documentos importantes —algunos de ellos inéditos— que permiten conocer al conquistador de México a lo largo de su vida.
Una visión humorística de Cortés y la conquista. Dibujo de Oski en Vera historia de Indias, Barcelona, 1975.
1
Luis Weckmann, La herencia medieval de México, El Colegio de México, México, 1984, 2 vols.
2 Francisco de la Maza, “Los restos de Hernán Cortés”, 1947, op. cit., p. 156. 3 Weckmann, op. cit., t. I. cap. X, p. 180. 4 Manuel Giménez Fernández, “Hernán Cortés y su revolución comunera en la Nueva España”, Anuario de Estudios
Americanos, Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, 1948, t. V, cap. VIII, p. 125. 5 Alfonso Reyes, Letras
de la Nueva España, Fondo de Cultura Económica, México, 1948, cap. II, p. 47; Obras
completas, t. XII. 6 Ramón Iglesia, “Hernán Cortés”, Cronistas e historiadores de la conquista de México. El ciclo de Hernán Cortés, El
Colegio de México, México, 1942, pp. 17 y 18. 7 Manuel Alcalá, César y Cortés, Sociedad de Estudios Cortesianos, 4, Editorial Jus, México, 1950, cap. III, pp. 135, 136-
137, 139 y 141; y cap. VII, pp. 218. 8 J. H. Elliott, El viejo mundo y el nuevo 1492-1650, (1970), trad. de Rafael Sánchez Mantero, Alianza Editorial, Madrid,
1972, p. 32. 9 López de Gómara, cap. XXXII. 10 Iglesia, op. cit., pp. 18-20 y 22. 11
José María Luis Mora, “La conquista”, México y sus revoluciones (1836), ed. de Agustín Yáñez, Colección de Escritores Mexicanos, 59-61, Editorial Porrúa, México, 1950, 3 vols., t. II, pp. 89-90. 12 J. H. Elliott, “The mental world of Hernán Cortés”, Transactions of the Royal Historical Society, Londres, 1967, quinta
serie, vol. 17, pp. 52-53. 13 Bernal Díaz, cap. CLVI. 14 Victor Frankl, “Imperio particular e imperio universal en las Cartas de relación de Hernán Cortés”, Cuadernos Hispano-
Americanos, Madrid, septiembre de 1963, núm. 165, pp. 474-475. 15 Elliott, “The mental world of Hernán Cortés”, p. 45. 16
Carta de Hernán Cortés para que Álvaro de Saavedra Cerón la entregase al rey de la isla o tierra adonde llegare, Temixtitan, 28 de mayo de 1527, en Documentos, sección III. 17 Elliott, op. cit., pp. 46-47. 18 Ibid., pp. 51-53. 19 Cartas de relación de la conquista de la Nueva España escritas por Hernán Cortés al emperador Carlos V, y
otros documentos relativos a la conquista, años 1519-1527. Codex Vindobonensis S. N. 1600, pról. de Josef Stummvoll, introd. y bibl. de Charles Gibson, descripción codicológica de Franz Unterkircher, Akademische Druck-u, Verlagsanstalt, Graz, Austria, 1960. 20 Woodrow Borah, “The Cortés Codex of Vienna and Emperor Ferdinand I”, The Americas, julio de 1962, vol. XIX, núm.
1, pp. 79-92. 21 Carta de Sevilla, 8 de abril de 1526, en Borah, op. cit., p. 86. 22 Carta de Monzón, 8 de julio de 1528, ibid., p. 87. 23 Charles Gibson, “Introduction”, p. X, a la edición facsimilar de las Cartas de relación de Graz, Austria. Gibson cita como
fuente de estos informes la obra de un antiguo servidor del emperador Francisco José: Rudolf Payer von Thurn, Zeitschrift für Bücherfreunde, 1927. 24 Cédula de Carlos V a Pánfilo de Narváez, 1° de junio de 1527, en Documentos, sección III.— Inciso III del Memorial
del licenciado Francisco Núñez acerca de los pleitos y negocios de Hernán Cortés de 1522 a 1543, del 7 de abril de 1546, en Documentos, sección VII. 25 Marcel Bataillon, “Hernán Cortés, autor prohibido”, Libro jubilar de Alfonso Reyes, Universidad Nacional Autónoma de
México, México, 1956, pp. 77-82. 26 CDIHE: Colección de documentos inéditos para la historia de España, Madrid, 1842, t. I, pp. 421-461. 27 En la reseña siguiente sólo se recogen los datos esenciales de las primeras ediciones de las Cartas de relación y de sus
traducciones. Joaquín García Icazbalceta y José Toribio Medina han hecho buenas descripciones bibliográficas de estos documentos. La enumeración más detallada se encuentra en Henry Harrisse, Bibliotheca Americana Vetustissima. A
Description of Works Relating to America Publishing Between the Years 1492 and 1551, Nueva York, 1866, y Additions, París, 1872. De esta notable obra hay edición facsimilar, a la que Carlos Sanz ha agregado cinco volúmenes de estudios, nuevas adiciones e índices, publicada por la Librería General de Victoriano Suárez, Madrid, 1958-1960, 7 vols. en total.— Además de la descripción de las ediciones, en el vol. VI se reproducen en facsímil las primeras ediciones españolas completas de las Cartas de relación segunda y cuarta. 28 CDIHE, Madrid, 1844, t. IV, pp. 8-167. 29 Historiadores primitivos de las Indias occidentales, Madrid, 1749, 3 vols., t. II. 30
Historia de Nueva-España, escrita por su esclarecido conquistador Hernán Cortés, aumentada con otros documentos y notas, por el ilustrísimo señor don Francisco Antonio Lorenzana, Arzobispo de México, Imprenta del Superior Gobierno, del bachiller don Joseph Antonio de Hogal, México, 1770.— De la edición de Lorenzana, Manuel del Mar hizo una nueva edición “revisada y adaptada a la ortografía moderna”, en Nueva York, Imprenta de Vanderpoo1 y Cole, 1823.— De la edición original de Lorenzana hay una buena edición facsimilar, con presentación de Andrés Henestrosa, por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, México, 1980. 31 Historiadores primitivos de indias, Colección dirigida e ilustrada por Enrique de Vedia, Biblioteca de Autores Españoles,
Rivadeneyra, Madrid, 1852, t. XXII; reimpresión, Madrid, 1946. 32 Relaciones de Hernán Cortés a Carlos V sobre la invasión de Anáhuac, aclaraciones y rectificaciones por la
profesora Eulalia Guzmán, t. I, en que se contienen las relaciones I y II, Libros Anáhuac, México, 1958. 33 Cartas de relación de la conquista de México, prólogo de Carlos Pereyra, Colección Austral, núm. 547, Espasa-Calpe,
Madrid, 1933. Cartas de relación, con notas de Manuel Alcalá, Colección “Sepan cuantos…”, núm. 7, Editorial Porrúa, México, 1960. Hernán Cortés: Cartas y documentos, introducción de Mario Hernández Sánchez-Barba, Biblioteca Porrúa, núm. 2, Porrúa, México, 1963. Cartas de relación, edición de Mario Hernández, con introducción, bibliografiía y glosario, Historia 16, Madrid, 1985. 34 De estas traducciones latinas de la segunda y tercera cartas de Cortés, el Centro de Estudios de Historia de México
Condumex ha hecho una excelente edición facsimilar (México, 1979 y 1980), que reproduce también la edición de Pedro Mártir, con una nota introductoria de Edmundo O’Gorman.— Sólo de la segunda carta en latín hay edición facsimilar de Ediciones Novus Orbis, México, 1984. 35 Listas detalladas de estas obras se dan en las bibliografías de los Documentos cortesianos. 36
Guillermo Feliú Cruz, Introducción a: José Toribio Medina, Ensayo bio-bibliográfico sobre Hernán Cortés, Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medína, Santiago de Chile, 1952, pp. XXXII-LVI. 37 Rafael Heliodoro Valle, Bibliografía de Hernán Cortés, Sociedad de Estudios Cortesianos, núm. 7, Jus, México, 1953.
XXVI. POEMAS ÉPICOS Y NARRATIVOS DE LA CONQUISTA Y CORTESIANOS Hernán Cortés ha sido en general poco afortunado con sus cantores… la realidad histórica excede aquí a toda ficción. MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO
En el último cuarto del siglo XVI, cuando se había concluido la conquista, reconstruido la ciudad de México, organizado el gobierno y la administración de la Nueva España y establecido escuelas, universidad e imprenta, comienza a tener importancia el ejercicio de las letras. La primera generación mexicana cultiva profusamente la poesía lírica y algunos, a emulación de Alonso de Ercilla, que tanta admiración había ganado desde la publicación de la primera parte de la La Araucana en 1569, se proponen encontrar su inspiración en el magno asunto de la conquista de México. Otro tanto ocurre, por los mismos años, con algunos poetas de la metrópoli.
I. DE LOS NACIDOS EN MÉXICO NUEVO MUNDO Y CONQUISTA DE FRANCISCO DE TERRAZAS El primer intento de poesía épica sobre la conquista parece haber sido el de Francisco de Terrazas, a quien se tiene por el primer poeta en lengua española nacido en México. Su padre, homónimo, estuvo en la conquista, fue mayordomo de Cortés, alcalde ordinario de México y murió en 1549. Ignórase la fecha de nacimiento del poeta, pero puede suponerse que sería hacia 1543, pues en un proceso por libros prohibidos dice tener 21 años en 1564 y que era clérigo de epístola. Debió comenzar a escribir hacia 1563, fecha de unas décimas en que contestó otras de Hernán González de Eslava. No llegó a reunir sus obras. Cinco sonetos suyos aparecieron en un cancionero de 1577, Flores de varia poesía, y otros seis poemas líricos suyos fueron descubiertos por Pedro Henríquez Ureña y Edmundo O’Gorman. Miguel de Cervantes celebró a Terrazas como “nuevo Apolo” que tiene “el nombre acá y allá tan conocido”, en el Canto de Calíope del libro VI de La Galatea, terminada hacia 1583. Debió morir hacia 1584/5, pues Cervantes en 1583 se refiere a él como vivo y Alonso de Zorita en 1585 dice que ya murió. Cuanto se sabe y conoce de su poema épico, Nuevo Mundo y conquista —que puede suponerse comenzaría a escribir alrededor de 1580 y dejaría inconcluso a su muerte— lo debemos a Baltasar Dorantes de Carranza. En la Sumaria relación de las cosas de la Nueva España, que escribió éste entre 1601 y 1604, además de informar que Terrazas ya había muerto para entonces, transcribió 21 pasajes del poema —167 octavas reales—, con el pretexto de apoyar o ilustrar sus afirmaciones y como muestra de la admiración que sentía por
Terrazas, al que llama “nuestro Marón”. Estos fragmentos dan una idea poco clara de la intención y del contenido que pudo haber tenido el poema. Después de algunos pasajes introductorios, refiere las expediciones de Hernández de Córdoba y de Grijalva y los preparativos de la expedición de Cortés; del viaje a México sólo quedan fragmentos episódicos: la hazaña de Francisco de Morla, la pesca del tiburón, el encuentro de Gerónimo de Aguilar y la destrucción de las naves; nada queda de la conquista sino, otra vez, episodios laterales como el idilio de Huitzel y Quetzal y el discurso de Cortés sobre la religión de los indios. Uno de los fragmentos más extensos de Nuevo Mundo y conquista, y con más nervio, es el alegato en favor de los conquistadores y sus descendientes que, a partir de los versos que dicen Llorosa Nueva España, que deshecha te vas en llanto y duelo consumiendo
adquiere entonación poética de buena estirpe y con ecos de las Lamentaciones de Jeremías, como lo ha notado J. Amor y Vázquez. Sin embargo, el propósito de versos tan levantados era el de procurar obtener, al igual que Saavedra Guzmán y tantos soldados autores de crónicas y relaciones, recompensas mayores por sus servicios y glorias pasadas, y al menos, perpetuidad en las encomiendas, como —siguiendo la pretensión de Bernal Díaz del Castillo y otros— lo dice el fin de este fragmento. Pero, además de la reclamación de derechos y mercedes, que también moverá a Ruiz de Alarcón pocos años más tarde, Terrazas añade el tema conexo del resentimiento de los antiguos indianos por la preferencia que reciben los recién llegados, los advenedizos: Madrastra nos has sido rigurosa, y dulce madre pía a los extraños, con ellos de tus bienes generosa, con nosotros repartes de tus daños. Ingrata Patria, adiós, vive dichosa con hijos adoptivos largos años, que con tu disfavor fiero, importuno, consumiendo nos vamos uno a uno.
Este “resquemor criollo”, que expresan con tanto brío los tres sonetos satíricos, probablemente de Mateo Rosas de Oquendo, que comienzan “Viene de España”, “Minas sin plata” y “Niños soldados”, va a ser una de las preocupaciones dominantes de Dorantes de Carranza, en cuya Sumaria relación conservó tanto los fragmentos de Terrazas como estos sonetos, y en la cual incluyó su propia “Digresión y exclamación”, muy elocuente al respecto.1 Las condiciones de Terrazas para la poesía épica, que ya Menéndez Pelayo encontraba limitadas, considerándolo “más apto para la suavidad del idilio”, han sido precisadas por Antonio Castro Leal al advertir que, si bien no les faltaba trazo vigoroso y rápido en las descripciones…, no hay ningún fragmento suyo que nos pruebe que era igualmente capaz de pintar el valor y el heroísmo, la decisión y la resistencia de españoles y mexicanos, el choque de las fuerzas en lucha, y todos aquellos episodios sangrientos y gloriosos que son necesarios al tema central de su poema épico
sobre la conquista de México.
Los pasajes de estilo más levantado, los que suenan a mejor poesía entre lo poco que conservamos de Terrazas, son los elegiacos y sentenciosos, con alusiones bíblicas, y —como ha señalado Amor y Vázquez— pueden reconocerse en su poesía ecos del tono heroico de Fernando de Herrera y coincidencias con episodios y detalles estilísticos de La Araucana de Ercilla. La fuente principal para los hechos históricos es la Historia de la conquista de México de López de Gómara. EL PEREGRINO INDIANO DE ANTONIO DE SAAVEDRA GUZMÁN Antonio de Saavedra Guzmán, nacido en México e hijo de Juan de Saavedra, uno de los primeros pobladores españoles, dedicóse al estudio de las letras y supo bien el náhuatl. Casó con una nieta de Jorge de Alvarado, hermano de don Pedro. Fue corregidor en Zacatecas. A fines del siglo XVI viajó a España y, como él mismo refiere a propósito de la composición de su obra, “aunque he gastado más de siete años en recopilarla, la escribí y acabé en setenta días de navegación con balanceos de nao y no poca fortuna”. De acuerdo con esta información, podemos suponer que la compuso entre 1590 y 1597. La historia en verso, impresa en Madrid en 1599 con el nombre de El peregrino indiano, consta de 20 cantos con 2 036 octavas reales que narran las hazañas de Cortés, desde la salida de Cuba hasta la conquista de la ciudad de México y la prisión de Cuauhtémoc. Sus contemporáneos, Lope y Espinel, elogiaron El peregrino indiano con ligereza entonces habitual, pero a partir del siglo XVIII le llovieron las censuras. Clavigero lo contaba entre las historias, “pues sólo tiene de poesía el verso”. García Icazbalceta lo llamó “prosa rimada, llena de ripios y consonantes triviales”. Menéndez Pelayo lo calificó de “rapsodia detestable” y “de las más áridas e indigestas”, y aun Pimentel, a pesar de encontrar castizo su lenguaje, dictaminó que era un poema “desaliñado, mala versificación y estilo prosaico, vulgar y aun bajo en ocasiones”. Sólo Alfonso Méndez Plancarte defiende El peregrino indiano, pues encuentra que si se lo compara con Ercilla: ofrece cuadros bélicos no indignos de aquél, paréntesis de amor y llanto que nada le piden, homéricas comparaciones que pueden confundirse con las suyas, caracteres de semejante relieve, aciertos musicales y luminosos no muy inferiores, igual ingenuidad y realismo…
Una investigación más detenida del poema de Saavedra Guzmán, la de J. Amor y Vázquez, ha precisado que el propósito principal de El peregrino indiano, la exactitud histórica, sufre aquí y allá deslices ocasionales, errores de bulto y distorsiones del hecho histórico, y cita como caso más flagrante el atribuir a Jorge de Alvarado, abuelo político del autor, los hechos conocidos como de su hermano, Pedro de Alvarado, como el apodo de Sol o Tonatiuh que le daban los indios. Hay también en el poema alteraciones y amplificaciones, episodios novelescos y fantásticos. Amor y Vázquez señala que el poema tiene por fuente principal la historia de López de Gómara, aunque aprovecha también recursos del Cortés valeroso y de Mexicana, de Gabriel Lobo Lasso de la Vega, y del Nuevo Mundo y conquista, de Francisco
de Terrazas. Y hace notar, en fin, que en un poeta indiano se esperaría “un tratamiento realista de elementos autóctonos”, pero que esto no ocurre, ya que en el poema de Saavedra Guzmán, “los atisbos de esa realidad mexicana son bien tenues: una serie de voces indígenas esparcidas entre los versos”. Además de sus menguadas o modestas cualidades literarias, el poema de Saavedra Guzmán tiene una pretensión práctica que no disimula: la de hacer valer los derechos de los hijos de conquistadores y pobladores para obtener mercedes de la corte. Lleva a imprimir a España su obra, que llama intencionalmente El peregrino indiano, como si fuera un memorial de sus méritos y cualidades y un alegato en favor de las pretensiones suyas y de tantos otros, pues Hay como yo otros muchos olvidados, hijos y nietos, todos descendientes de los conquistadores desdichados, capitanes y alféreces valientes: los más destos están arrinconados en lugares humildes diferentes sin tener en la tierra más que el cielo, de quien sólo esperando están consuelo.
II. DE LOS AVECINDADOS EN MÉXICO HISTORIA DE LA NUEVA MÉXICO DE GASPAR PÉREZ DE VILLAGRÁ En tanto que Terrazas y Saavedra Guzmán fueron criollos nacidos en México, los autores de otros dos intentos de poemas épicos sobre la conquista fueron españoles que se avecindaron en la Nueva España. El capitán Gaspar Pérez de Villagrá nació en 1555 y fue bachiller por Salamanca; vino a México hacia 1574 y aquí militó en el descubrimiento y conquista de Nuevo México, bajo el adelantado Juan de Oñate, que lo elogió como soldado y como hombre. Fue uno de los descubridores del río Bravo. Llegó a caminar más de 1 500 leguas en un año en aquellas andanzas, y su participación en ellas le ganó el pasar a caballero hijodalgo. A mediados de 1596 vivió en la villa de Llerena, cercana a las minas de Sombrerete, en Zacatecas. En 1604 volvió a España, hizo imprimir su poema épico, Historia de la Nueva México, en 1610, y luego estuvo en Guatemala, donde obtuvo una alcaldía mayor y casó una hija con un bisnieto de Motecuhzoma. Murió en 1620 durante la travesía de regreso a México. La historia en verso que narra el capitán Pérez de Villagrá no es, pues, la conquista de México, sino el descubrimiento y conquista de la provincia septentrional de Nuevo México: el descubrimiento del río Bravo, después de pasar cinco días sin agua, las luchas con los apaches, un idilio indígena, las notas pintorescas y, otra vez, el resentimiento del soldado cuyos sacrificios no han sido recompensados. El asunto era novedoso, pero el bachiller capitán tenía poco de poeta y, para llenar los “treinta y cuatro mortales cantos” —como los calificó Menéndez Pelayo— de su poema, no tuvo reparos para insertar en él provisiones y reales cédulas, cuando consideró que el
discurso lo exigía. En el canto sexto se refirió a la fundación de la rica ciudad de Zacatecas, y en el cuarto hizo una encendida apología del Santo Oficio y de sus dirigentes. Acaso si Pérez de Villagrá se hubiese contentado con escribir, como era lo común, una relación en prosa llana sobre la conquista de Nuevo México, de la que tenía cosas notables y patéticas que relatar, y no un poema épico, tendría un lugar menos olvidado y malquisto en nuestra historia. EL MERCURIO DE ARIAS DE VILLALOBOS El bachiller Arias de Villalobos nació en Jerez de los Caballeros, Extremadura, en 1568, y vino a México en 1589 con fama de autor de comedias. Como tal lo contrató el cabildo de la ciudad. En dos ocasiones, por incumplimiento y descuido, perdió su cargo, en el que al fin lo sucedió otro autor de comedias, Gonzalo de Riancho. De todas maneras, continuó en México su actividad literaria y en 1623 publicó una relación de la jura de Felipe IV a la cual añadió, junto a otras composiciones, El Mercurio. Con el propósito de conmemorar el primer centenario de la conquista de México, Arias de Villalobos compuso este poema, en el que describe la fundación de la ciudad de México por los aztecas, la conquista, los virreyes que habían gobernado la Nueva España y el florecimiento a que había llegado la capital. Para hacer caber tan amplio asunto en los límites de un canto —aunque de 236 octavas reales—, se valió del recurso de fingir que el virrey marqués de Montes Claros, al que está dirigido el poema, llegó a la Nueva España —lo que aconteció años antes, en 1603— acompañado por Mercurio, quien le dio “entera relación del estado y grandeza de la corte”. El Mercurio reduce la historia antigua, la conquista y el primer siglo del virreinato al capricho y la imaginación barroca. Ya no es su poema, como los de Terrazas, Saavedra Guzmán y Pérez de Villagrá, un relato en verso con preocupaciones de exactitud, aunque raras veces con eficacia poética, sino una pieza que sólo se propone el lucimiento retórico y el halago de la vanidad de los descendientes de los conquistadores.
III. DE LOS PENINSULARES CORTÉS VALEROSO O MEXICANA DE GABRIEL LOBO LASSO DE LA VEGA Muy poco se sabe de Gabriel Lobo Lasso de la Vega, el autor del poema más interesante escrito en la España del siglo XVI sobre la conquista de México. Nació entre 1553 y 1559 en Madrid y murió en 1615. Estudiante, paje y soldado, viajó a Francia y parece haber sido procurador en Segovia. Sirvió en las cortes de Felipe II y Felipe III. En la época de mayor esplendor del Siglo de Oro español quiso también ser poeta. Escribió mucho. Su primera obra publicada, Primera parte del romancero y tragedias (Alcalá de Henares, 1587), incluye, entre estas últimas, Honra de Dido restaurada, en la que mostró su conocimiento de los clásicos latinos. A la poesía narrativa volvería en sus dos Manojuelos de romances (Zaragoza
y Barcelona, 1601, y Zaragoza, 1603), pero en los años intermedios escribe dos versiones de un poema épico sobre Cortés y la conquista de México. Lobo Lasso entró en relación con el hijo y el nieto de Hernán Cortés, quienes favorecieron y aun orientaron, en cierta manera, la composición del poema cuya primera versión se llamaría Primera parte de Cortés valeroso y Mexicana (Madrid, 1588). Siguiendo el modelo de la Eneida de Virgilio, el poema está dividido en 12 cantos, con un total de 1 115 octavas, y refiere lo ocurrido desde la salida de la escuadra de Cortés de la isla de Cuba hasta la llegada a México, el recibimiento de Motecuhzoma y la llegada de Narváez. Aunque Lobo Lasso dice haber consultado muchas fuentes, la principal de ellas es por supuesto la Conquista de México de López de Gómara, con su exaltación de Cortés y la idealización de los personajes indígenas. La apoteosis pagana que rinden a Cortés las deidades del bosque en el canto XI, a imitación del canto IX de Los lusiadas de Camoens, fue calificada con razón de “ridículo episodio” por García Icazbalceta. Aunque el protagonista del poema es Cortés, aparecen mencionados más de un centenar de conquistadores, algunos de ellos imaginarios. Y en cuanto a los personajes indígenas, la fantasía es la dominante, pues hay hasta un Hipandro, y menos de la décima parte de ellos figuran en las crónicas. La segunda versión del Cortés valeroso, llamada ahora simplemente Mexicana (Luis Sánchez, Madrid, 1594), es una refundición y ampliación de la primera. El nuevo poema consta de 25 cantos con 1 682 octavas y la acción se prolonga sólo un poco más, hasta la salida de Tenochtitlán y la batalla de Otumba después de la Noche Triste. Quedó, pues, pendiente, el desenlace de la conquista de México. Amor y Vázquez ha hecho notar que la peculiaridad de la Mexicana es la concepción de la conquista no ya como un hecho heroico sino proyectada “en un plano poético de cruzada”. Se eliminaron los pasajes que se referían a saqueos y codicias, y a los amores con doña Marina, que apenas estaban insinuados; la apoteosis pagana ya no exalta los triunfos del conquistador, sino la trascendencia espiritual de su propósito, y todo sirve ahora para “proyectar al héroe y sus hazañas en un plano de sumo y absorbente idealismo religioso, subordinado totalmente a la Divina Providencia”. Después del Concilio de Trento y como efecto de las tensiones políticas internas y externas, en España se ejerce una crítica rigurosa sobre cuanto se escribe del Nuevo Mundo y, tras la derrota de la Invencible en 1588, el país se va cerrando cada vez más estrechamente en su Contrarreforma y en lo que considera su misión providencial. Tal es el marco ideológico que explica la transformación del conquistador que ocurre en la Mexicana. Poeta apenas correcto pero sin ningún relieve expresivo ni brío fue Gabriel Lobo Lasso de la Vega. En una alusión ocasional, Menéndez y Pelayo escribió que más que Saavedra Guzmán y Escóiquiz “vale Gabriel Lobo Lasso de la Vega, que siquiera tenía condiciones de versificador”, lo cual no es mucho decir. A fin de cuentas, el único mérito de las dos versiones épicas de la conquista de México de Lobo Lasso es que fueron los tratamientos más extensos aunque incompletos que tuvo en España la gesta de Cortés. En su afán de convertir a Cortés en un cruzado, Lobo Lasso fue el iniciador de una pequeña falsedad muy citada, la de afirmar que, para salvar a la Iglesia, Cortés nació: … en el mismo año que Lutero, monstruo contra la Iglesia horrible y fiero
[XXIII, 5] Pocos años más tarde, el mexicano Saavedra Guzmán, en El peregrino indiano, afinó un poco más la coincidencia: Cuando nació Lutero en Alemania nació Cortés el mismo día en España.
[III] Con malignidad para el poema de Saavedra Guzmán, Menéndez Pelayo observó que “como no hay libro malo de que no pueda sacarse alguna utilidad”, la lectura de El peregrino fue provechosa para Nicolás Fernández de Moratín en su poema “Las naves de Cortés [destruidas]”, a propósito de esta supuesta coincidencia histórica: Mas ¡ay! que ese adalid, el mismo día que nacer vimos al sajón Lutero, nació también, para la afrenta mía …
dice el príncipe infernal en el poema de don Nicolás. Todo lo cual es falso y no tiene apoyo posible. De Cortés cuanto sabemos por López de Gómara es que nació en 1485, sin precisión de día; y según los recuerdos de su madre, Lutero nació el 10 de noviembre de 1483, víspera de San Martín. La especie pasó a los historiadores y la repitió fray Gerónimo de Mendieta en su Historia eclesiástica indiana (lib. III, cap. I), de donde la copió a su vez fray Juan de Torquemada en su Monarquía indiana (prólogo al lib. IV). TRES FRAGMENTOS CORTESIANOS DE LUIS DE ZAPATA, JUAN DE CASTELLANOS Y BERNARDO DE BALBUENA El andaluz Luis de Zapata, después de 13 años de trabajar en él, publicó en 1566 su Carlo famoso, un extenso poema de 50 cantos con 5 611 octavas dedicado a exaltar “las cosas del emperador nuestro señor, don Carlos”. Una parte de este poema, en los cantos XI a XV, con un total de 294 octavas, está dedicada a la narración que hace a Carlos V Francisco de Montejo, uno de los emisarios de Cortés, de las hazañas de éste. El relato se inicia con el descubrimiento de las Indias y los viajes de Colón, sigue con la infancia y mocedades de Cortés, su viaje a Cuba y las primeras exploraciones, el viaje a México, la entrevista con el emisario de Motecuhzoma, la destrucción de las naves, la primera entrada en la ciudad de México, la prisión de Motecuhzoma, el episodio del “papavientos” Pánfilo de Narváez, la Noche Triste y la reconquista y destrucción de la ciudad. Y aún, saltando fechas, refiere los honores y mercedes que, años más tarde, concede Carlos V a Cortés. La fuente es también la Conquista de México de López de Gómara, aunque Zapata fantasea cuanto quiere, con pocos escrúpulos de exactitud. En una ocasión, a imitación del Orlando furioso, de Ariosto (canto XI, 35-43), hace a Cortés luchar en descomunales batallas con un águila (XII, 29-50) y con un “tiburón crudo” (XII, 51-69) que amedrentaban a los indios de Cozumel. La primera visión de la ciudad de México (XIV, 43) que tienen los conquistadores
posee cierto encanto: Llegó, pues, sobre México a una sierra donde se veía el gran pueblo y la laguna: No creo que hay en el orbe de la tierra tal vista, ni la hay desde la luna, como allí desde do a México vimos, después que en aquella cumbre fuimos.
De todos los medianos o malos poetas que cantarían las hazañas de Cortés, Zapata es el más antiguo pero también uno de los peor dotados. De sus versos dijo Francisco Rodríguez Marín “que no serían más duros aunque fuesen de piedra berroqueña”. El segundo fragmento de tema cortesiano aparece en las elegías VII y VIII de las Elegías de varones ilustres de Indias (publicada la primera parte en Madrid, 1589), de Juan de Castellanos. Nació su autor en Alanís, Sevilla —y no en Tunja, hoy Colombia, como se creía —, fue conquistador, aventurero, buscador de riquezas y, finalmente, párroco beneficiario de Tunja. En esta última etapa de su vida compuso una obra enorme, las Elegías citadas, que constan de más de 140 000 versos, y están dedicadas a “preservar del olvido hechos notables y circunstancias graves y curiosas”, como dice don Buenaventura Carlos Aribau, su editor en la Biblioteca de Autores Españoles. Castellanos no era poeta, pero tenía admirable facilidad para la versificación y era un excelente, curioso y vivaz narrador, un hombre con muchos recuerdos y lecturas históricas —Fernández de Oviedo y López de Cómara, entre sus principales fuentes—; era, pues, un buen cronista que escribía en verso. Las dos elegías mencionadas, VII y VIII, no se refieren directamente a Cortés, sino a Diego Velázquez y Francisco de Garay, con quienes el conquistador de México tuvo pleitos. A pesar de ello, “la figura de Cortés se impone a cualquier intento de relegarla, siquiera sea de momento, y acaba por predominar”, observa Amor y Vázquez. En el canto I de la VIII elegía, “A la muerte del adelantado don Francisco de Garay, donde se describe la isla de Jamaica”, Castellanos narra el naufragio y salvamento del licenciado Alonso de Zuazo y de sus acompañantes, según las precisas noticias de Fernández de Oviedo, en uno de los pasajes más logrados y de interés dramático del extenso poema. Bernardo de Balbuena, nacido en Valdepeñas, España en 1561/2, fue traído a México siendo niño y aquí vivió hasta 1606. Balbuena había pasado largos años como cura en oscuros poblados de la Audiencia de Guadalajara y aspiraba tanto a la gloria literaria como a obtener una mejor posición eclesiástica. Tan larga estancia en México le daría un conocimiento entrañable de la tierra, cuyo amor le dicta los espléndidos tercetos de la Grandeza mexicana, publicada en México por Melchor Ocharte en 1604. La primera obra en que trabajó Balbuena, entre 1592 y 1602, en el retiro de sus curatos en la región de Compostela, hoy Nayarit, fue un poema épico-fantástico, El Bernardo o Victoria de Roncesvalles, de 40 000 versos, que después de retocarlo y pulirlo por largos años, pudo ver impreso por Diego Flamenco, en Madrid, en 1624. Bernardo del Carpio, el héroe del poema, es un personaje legendario español que logra dar muerte nada menos que a Roldán, el héroe legendario de la epopeya francesa. El Bernardo es, pues, una exaltación no sólo de
aquel héroe, sino de toda la historia de España, gracias a los recursos fantásticos y a las profecías de que se sirve Balbuena, a la manera de las epopeyas renacentistas italianas, de Boiardo y Ariosto. Así, en el libro XVIII, un barco volante le permite hacer una descripción aérea de América del Sur y de México, de una a otra costa; y gracias a las profecías del mago Tlascalán, 14 octavas al principio del canto XIX tratan de la conquista de México. En este pasaje, Balbuena se refiere inicialmente a la trascendencia que tendrá para España la conquista, y en las últimas siete octavas exalta dos de las hazañas de Cortés: el haber “barrenado” sus naves y el haber apresado al monarca indígena, Motecuhzoma, cuyo nombre no se menciona. Este fragmento sobre la conquista de México —casi nunca recordado en los estudios sobre su autor— carece de precisión y de fuerza y aun del brillo verbal que es tan frecuente en los versos de Bernardo de Balbuena.
IV. NOTICIA DE ALGUNOS POEMAS ÉPICOS DEL SIGLO XVIII Esporádicamente, en México y en España, continuaron haciéndose intentos para cantar en versos heroicos las hazañas de Cortés y la conquista de México. El poblano Francisco Ruiz de León (1683-ca. 1765) se empeñó siempre en poemas de largo aliento: Hernandía. Poema heroico de los triunfos de la fe y gloria de las armas españolas (Madrid, 1755), Mirra dulce para aliento de pecadores (Santafé de Bogotá, 1790) y dejó inédita La Tebaida indiana, descripción en verso del convento carmelita del Desierto de los Leones. El primero de ellos, la Hernandía, es un poema épico en 12 cantos —como la Eneida— y 1 477 octavas que narra la conquista de México siguiendo como fuente la Historia de la conquista de México de Antonio de Solís. García Icazbalceta lo juzgó en estos términos: Al desmayado prosaísmo de Saavedra sustituye el estilo embrollado y gongorino que estaba entonces en su apogeo. Hay muchos trozos de la Hernandía verdaderamente ininteligibles, y hasta dudo que el autor mismo pudiera dar razón de lo que quiso decir, pero en medio de esta insufrible hojarasca, y a pesar de algunos versos duros o mal medidos, muestra Ruiz de León verdaderas dotes de poeta… Introdujo su parte de máquina en el canto IV, donde supone que Luzbel, irritado por el daño que iba a causarle la expedición de Cortés, convoca a sus ministros para arbitrar algún medio para atajar los pasos al conquistador… Hay una descripción de la antigua ciudad de México y otra de una fiesta que Moctezuma dispuso para obsequiar a Cortés, ambas pomposísimas, impropias y exageradas al extremo. En el canto IX introdujo una relación de las revoluciones en Europa, que ninguna conexión tiene con el asunto del poema.2
Al madrileño Nicolás Fernández de Moratín (1737-1780) le interesaba sobremanera el progreso de su patria y por ello era muy asiduo a las reuniones de la Sociedad Económica. Algunos de sus amigos, que apreciaban su calidad de escritor, creían que debía ser miembro de la Real Academia Española. A uno de ellos, Eugenio de Llaguno, que lo instaba para que solicitase su ingreso, don Nicolás le escribió una carta chispeante y altiva: Ninguno se mete monje de San Benito, si la regla de San Benito no le gusta. A mí no me agradan los reglamentos de la Academia, y mientras no se hagan otros, no seré yo miembro de aquel cuerpo. El sólido mérito debe hallar abierto el paso a las sillas académicas, señor D. Eugenio: no ha de facilitarle el favor, ni la súplica. La Academia, si ha de valer algo, necesita de los sabios, y estos para nada necesitan de la Academia… Cualquiera que repase la lista de sus individuos (exceptuando unos pocos) creerá que está leyendo la de los hermanos del Refugio.
Tales opiniones, tan en razón, debieron conocerse. Poco después, en 1777 la Academia convocó a un concurso para premiar el mejor canto heroico en elogio de Cortés cuando hizo destruir sus naves en Veracruz. E inexplicablemente, don Nicolás escribió un canto en octavas, que llamó “Las naves de Cortés”, y remitió a la Academia. Ésta no halló en aquella composición mérito ni para el premio ni aun para el accessit y premió y publicó únicamente el poema “Las naves de Cortés destruidas” de un poeta casi desconocido, José Vaca de Guzmán. El canto de este último es correcto, pero el de Moratín es espléndido, y acaso lo mejor que en poesía haya inspirado la conquista; es, como decía Menéndez Pelayo, “una sarta de descripciones brillantes que en tono y estilo y pompa de color salen mucho del pobre marco de la poesía del siglo XVIII, y más bien parecen del tiempo de Lope o de Valbuena”: Decid también, que al fuerte y poderoso Emperador de ocaso, Mutezuma, A quien su inmensa Méjico en precioso Bálsamo adora y entre aroma y pluma, Marchamos a impedir el horroroso Holocausto que al ídolo perfuma, Con víctimas humanas, anhelantes Corazones y entrañas palpitantes.
Ya al finalizar el siglo XVIII, en 1798, el canónigo español Juan de Escóiquiz, divulgador del prerromanticismo de Edward Young, publicó en Madrid un largo poema en 26 cantos, México conquistada, que según García Icazbalceta “[m]arca quizá el último punto de prosaísmo a que puede llegar un poema heroico. No se levanta sobre el tono de una narración familiar hecha a un amigo de confianza. No hay entonación, no hay calor, no hay un solo arranque poético”.3 Quedan noticias de dos poemas épicos más. El jesuita veracruzano Agustín Pablo Castro, uno de los desterrados en Italia, del que ninguna de las múltiples obras de que se tiene noticia que escribió (traducciones de poetas griegos, latinos y modernos, una historia de la literatura mexicana, descripciones en verso latino de las ruinas de Mitla y de Huatusco, y en verso castellano la de Antequera de Oaxaca, y una prosodia castellana) se ha publicado, dejó también perdido en Ferrara o en Bolonia un poema épico, La Cortesiada, “trabajado con grande esmero durante muchos años”, dice García Icazbalceta.4 En fin, en la Biblioteca Nacional de Madrid existe un manuscrito, núm. 3 887, sin año ni lugar, con el poema Las Cortesiadas de Jerónimo Cortés y Ossorio.5
V. RECAPITULACIÓN A quienes han estudiado los poemas épicos o narrativos inspirados por la conquista de México o en particular por las hazañas de Hernán Cortés, les ha sorprendido la insuficiencia, medianía o pobreza de estos poemas, y el que los hechos mismos, relatados por sus actores o cronistas, superen con mucho las transfiguraciones poéticas. El primero en señalar esta paradoja fue García Icazbalceta, al fin de su notable estudio sobre “Francisco de Terrazas y
otros poetas del siglo XVI”, escrito en diciembre de 1883. Dice don Joaquín: Lo indudable es que entre los cantores de aquellas hazañas, ninguno era suficiente para la tarea que tomó a su cargo. Ninguno acertó a aprovechar la parte filosófica de aquel gran acontecimiento, ni a realzar el punto capital de su interés: la lucha entre dos civilizaciones, y el triunfo de los pocos dirigidos por la inteligencia contra la muchedumbre de un pueblo decadente que no podía oponer sino la fuerza bruta. Ninguno sacó partido del notable papel de la intérprete y dama de Cortés. Ya que a tanto no alcanzaron, podían siquiera, para salir menos mal del paso, haber levantado el estilo cuando la ocasión lo pidiera, sin ir por eso a perderse entre las nebulosidades culteranas, haber versificado bien … haber aprovechado ciertos lances para mover los efectos, y sin aspirar a una epopeya, imposible para la época y para ellos, haber dado decoro, amenidad e interés a la narración. A mi juicio, el que más se acercó a esta honrada mediania fue nuestro Terrazas.
Años más tarde, Marcelino Menéndez Pelayo volvió al asunto en las introducciones que redactó (1892-1895) para la Antología de poetas hispano-americanos, compuesta para conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América. Después de considerar los poemas escritos por mexicanos, de tema épico en el siglo XVI, escribió con su habitual elocuencia: No hay duda que Hernán Cortés ha sido en general poco afortunado con sus cantores. Cualquier narración en prosa, no ya sólo la afiligranada y cultísima de Solís, o la que trazó Prescott con tanta viveza de fantasía romántica, sino la rápida, elegante y maligna de Gómara, la ruda y selvática de Bernal Díaz del Castillo, la del mismo inmortal conquistador en sus Cartas y Relaciones escritas con la nerviosa sencillez propia de los grandes capitanes, resultan infinitamente más poéticas que todos los poemas compuestos sobre la conquista de México. La principal razón de esto es, sin duda, que la realidad histórica excede aquí a toda ficción, y que por tratarse de un hecho de tiempos tan cercanos, y conocido hasta en sus mínimos detalles, no deja campo abierto a la fantasía para exornarle, transfigurarle ni enaltecerle. Pero otra razón de no pequeño peso ha sido la inferioridad de fuerzas poéticas de que adolecían casi todos los autores que se atrevieron a cargar sus débiles hombros con tal argumento.
y a continuación, tras de ponderar la superioridad de los poemas que en el siglo XVIII dedicaron a un sólo episodio Vaca de Guzmán y Moratín padre, conviene en que de los intentos épicos del siglo XVI, el mejor es el fragmentario de Francisco de Terrazas, “que vivió en mejor época literaria, y sintió mejor la poesía del argumento”.6 Pero, además de aquella insuficiencia de los poetas y esta superioridad de la realidad histórica sobre las ficciones, y para explicarse por qué no se empeñaron en el tema de la conquista de México y de Cortés los grandes poetas españoles del siglo XVI, cabe recordar el desinterés o el interés menor que existió en España por los grandes hechos que ocurrían allende el Atlántico. Este menosprecio por lo americano —tema en que sigo la exposición de Amor y Vázquez en su estudio sobre Gabriel Lobo Lasso de la Vega— lo resumió bien Ramón Menéndez Pidal cuando apuntaba que: La empresa total de Cortés ¿qué atención merecía? La conquista de México puede, como hecho humano, ser más hazañosa que la conquista de las Galias por César; pero tiene por escenario una tierra sin historia, y la historia no puede valorar el hecho nuevo al igual del antiguo. Los mismos hombres de entonces, que se beneficiaban tanto con aquella conquista, se interesaban mucho menos en los grandes sucesos de América que en las menores cosas de Europa. Cuando se ganó la ciudad de México, Carlos V estaba en Flandes, ajeno por completo a lo que Cortés hacía, preocupado sólo de su alianza con el rey de Inglaterra contra Francia. Las Indias españolas crecían por iniciativa particular, sin aportación alguna del erario, sin más cuidado del rey que gastar el oro que le enviaban de allá y organizar y regir la tierra que le conquistaban.7
La amenaza del turco y de los musulmanes, el peligro creciente del protestantismo y la enemistad con los franceses eran problemas inmediatos que a todos preocupaban más que las extrañas noticias de las conquistas de imperios remotos. Marcel Bataillon hacía notar que en ese periodo, “sin tomar en cuenta los folletos —que ofrecen una desproporción mayor— hay dos veces más libros sobre los turcos que sobre América”.8 Casi lo mismo puede advertirse si se repasan los catálogos de los poemas heroicos o narrativos españoles. Predominan los temas religiosos y siguen los mitológicos y, entre los de asunto histórico, los temas locales sobrepasan con mucho a los de la conquista de Indias. Lope de Vega, por ejemplo, escribió muchos poemas heroicos o narrativos, y sus temas fueron: La Virgen de la Almudena, La hermosura de Angélica, La Dragontea, La Circe, La mañana de San Juan, Jerusalén conquistada, Fiestas en la traslación del Santísimo Sacramento a la iglesia mayor de Lerma, y aunque escribió algunas comedias de tema americano —entre ellas, la perdida “Comedia del marqués del Valle”, según el Epítome (1629) de Antonio de León Pinelo—, no escribió ningún poema sobre la conquista. Las preocupaciones de los peninsulares estaban, pues, absorbidas por otras cuestiones y les llevó tiempo percatarse de lo que había ocurrido en el Nuevo Mundo. Los grandes poetas no se ocuparon de América y los que a ello se atrevieron en el siglo XVI no tenían suficientes recursos para su empresa y se vieron fácilmente sobrepasados por la fuerza de los hechos. Además, como señala José Amor y Vázquez: De los tres poemas épicos del siglo XVI dedicados a Cortés —excluidos los de Castellanos y Zapata por tratar el tema incidentalmente—, uno (el de Terrazas) no se publicó ni llegó a terminarse; otro (el de Lobo Lasso) quedó a medio camino, con los españoles expulsados de Tenochtitlán; y después de una intensa revisión en una segunda parte; y tanto éste como el tercero (el de Saavedra Guzmán) prometen continuaciones que no llegaron a escribirse. Cabe preguntarse si este repetido truncamiento se habrá debido a que los autores consideraron fallidos sus intentos, y quizá también a que adivinaron ingentes obstáculos.9
A fin de cuentas, aparte de rasgos curiosos y peculiaridades circunstanciales, de cuanto se escribió en verso heroico sobre la conquista de México y sobre Cortés, nos queda la “honrada medianía” de nuestro Terrazas —aunque los pasajes memorables de su poema sean los de tono elegiaco— y el brillo de las descripciones de Moratín.
VI. CORTÉS Y LA CONQUISTA EN OTRAS EXPRESIONES LITERARIAS Y ARTÍSTICAS La poesía épica y narrativa fue inicialmente la forma que se consideró idónea para recoger y exaltar la memoria de los hechos de Cortés, de los héroes indígenas y de la conquista de México. Sin embargo, en el transcurso de los siglos, las repercusiones llegaron también a los romances, al teatro y a la literatura en prosa, y un poco más tarde a la ópera y a la novela. Estas dramáticas historias de pueblos y culturas remotos, que lucharon sin esperanza contra invasores provistos de armas superiores, y de un duro afán de poder, ambición material y proselitismo religioso, fueron un tema fascinante para muchas generaciones de artistas europeos y americanos.
Los temas cortesianos o de la conquista aparecen con cierta frecuencia, aunque con carácter más bien anecdótico, en el romancero, la poesía dramática y en general en la literatura española del Siglo de Oro.10 En Cuba y en México, la imaginación romántica prefirió, en novelas, leyendas en verso y aun en intentos de poemas y dramas épicos, a Cuauhtémoc, héroe de la resistencia.11 Y recientemente se ha vuelto, en relatos y obras teatrales, a la trágica figura de Motecuhzoma y a la Malinche.12
Portada y primeras páginas del libreto de la ópera Motezuma, Venecia, 1733, con música de Antonio Vivaldi.
En el curso de los siglos XVIII y XIX, en Europa se mantuvo una tradición sorprendente de óperas cuyo tema general es la conquista de México, enfocada principalmente en Motecuhzoma y en Cortés. La corriente la inició en 1733 nada menos que Antonio Vivaldi — cuya música aún no se ha encontrado—, con un libreto de Girolamo Giusti, y la ópera llamada Motezuma. La base documental fue la Historia de la conquista de México, de Antonio de Solís, que traducida al italiano por Filippo Cechi se había impreso en Florencia en 1699, en segunda edición en Venecia en 1704 y reimpreso en años posteriores. La obra de VivaldiGiusti, representada en Venecia, debió alcanzar gran éxito, pues tras ella vinieron muchas otras óperas, y un género especial de dramas hablados con números musicales y bailes, llamados “melólogos”. El mayor número de obras se representaron en Italia, aunque la moda se extendió también a teatros alemanes, ingleses, españoles, austriacos y franceses. Además de Vivaldi, compusieron música inspirados en el México antiguo autores de cierto renombre como Paisiello, Zingarelli y Spontini. Una indagación prelimiar permitió registrar hasta 28 óperas y “melólogos”, entre 1733 y 1897.13 Mientras que los europeos se empeñaban en los temas mexicanos, el compositor mexicano Melesio Morales luchaba, hacia los años 18631866, por introducir la ópera en México, y aun por llevar sus creaciones a los teatros italianos. Pero, en contraste con lo que ocurría en el Viejo Mundo, sus temas fueron Ildegonda, Romeo y Julieta, Carlo Magno y Gino Corsini. ¡Si hubiera tenido noticias de la que ya era una vieja moda europea! Pocos años más tarde, en 1871, Aniceto Ortega
compondría una ópera sobre Guatimozin. ESTUDIOS ACERCA DEL TEMA Amor y Vázquez, J., “Hernán Cortés en dos poemas del Siglo de Oro”, Nueva Revista de Filología Hispánica, El Colegio de México, México, julio-diciembre de 1958, año XII, núms. 3-4, pp. 369-382. –––, “Terrazas y su Nuevo Mundo y conquista en los albores de la mexicanidad”, NRFH, julio-diciembre de 1962, año XVI, núms. 3-4, pp. 395-415. –––, “El peregrino indiano: hacia su fiel histórico y literario”, NRFH, 1965-1966, tomo XVIII, núms. 1-2, pp. 25-46. –––, “Estudio preliminar” a Gabriel Lobo Lasso de la Vega, Mexicana, Biblioteca de Autores Españoles (continuación), tomo 232, Ediciones Atlas, Madrid, 1970, pp. XI-1VIII. Castro Leal, Antonio, “Prólogo” a Francisco de Terrazas, Poesías, Edición, prólogo y notas de… Bibliotheca Mexicana núm. 8, Librería de Porrúa Hnos, México, 1941, pp. IX-XXVII. Clavigero, Francisco Javier, Historia antigua de México, Edición y prólogo de R. P. Mariano Cuevas, Colección de Escritores Mexicanos, 7-10, Porrúa, México, 1958, 4 vols., t. I, pp. 19 y 21. García Icazbalceta, Joaquín, “Francisco de Terrazas y otros poetas del siglo XVI”, Memorias de la Academia Mexicana, México, 1884, t. II, núm. 4; y en Obras de J. G. I., Agüeros, México, 1896, t. II, pp. 217-306. –––, “Antonio de Saavedra Guzmán”, prólogo a El peregrino indiano, en Obras, Agüeros, México, 1897, t. IV, Biografías, t. II, pp. 109-115. Mejía Sánchez, Ernesto, “Gaspar Pérez de Villagrá en la Nueva España”, Cuadernos del Centro de Estudios Literarios, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1970, núm. 1. Méndez Plancarte, Alfonso, “Introducción”, Poetas novohispanos. Primer siglo (1521-1621), Estudio, selección y notas de…, Biblioteca del Estudiante Universitario, 33, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1942; 2ª ed., 1964. Menéndez y Pelayo, Marcelino, Historia de la poesía hispano-americana, Librería General de Victoriano Suárez, Madrid, 1911, t. I. Monterde, Francisco, “Prólogo”, Bernardo de Balbuena, Grandeza mexicana y fragmentos del Siglo de Oro y El Bernardo, Biblioteca del Estudiante Universitario, 23, Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma, México, 1941; 2ª ed., 1954. Pierce, Frank, La poesía épica del Siglo de Oro, versión española de J. C. Cayol de Bethencourt, Segunda edición revisada y aumentada, Gredos, Madrid, 1968. Pimentel, Francisco, Historia critica de la poesía en México, nueva edición corregida y muy aumentada, Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento, México, 1892, caps. III y IV. Reynolds, Winston A., “Palabras preliminares”, notas y vocabulario, Carlo famoso, el primer poema que trata del descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo, de Luis Zapata, nueva
edición crítica por José Toribio Medina y W. A. R., Ediciones José Porrúa Turanzas, Madrid, 1984. Rojas Garcidueñas, José, Bernardo de Balbuena. La vida y la obra, Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1958; 2a ed., 1982. Toscano, Salvador, “Francisco de Terrazas”, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1947, vol. IV, núm. 15, pp. 45-9. Van Horne, John, Bernardo de Balbuena. Biografía y crítica, Imprenta Font, Guadalajara, México, 1940.— 2ª ed. con un Avance acerca de Van Horne y su obra por José Cornejo Franco, Ediciones Et Caetera, Guadalajara, 1972. Vigil, José María, Reseña histórica de la literatura mexicana (incompleta), México, ca. 1906, caps. VIII y X.
1
El resentimiento de los primeros criollos contra los recién venidos se enconaba, además, por el poco aprecio que en España se concedía a las letras y a los ingenios de Indias. A principios del siglo XVII, el agustino fray Juan de Grijalva advertía que, a pesar de nuestra universidad y del ingenio vivo de tantos criollos, los peninsulares aún “preguntan si hablamos en castellano o en indio los nacidos en esta tierra” (Crónica de la Orden de San Agustín, 1624, cap. XII). Sabido es cuántas pullas recibió Juan Ruiz de Alarcón en Madrid por su condición de indiano. Y aun un siglo más tarde, en 1735, Manuel Martí, deán de la iglesia de Alicante, ponía en duda la capacidad de los hispanoamericanos para el estudio y negaba que existieran maestros y centros culturales en el Nuevo Mundo, donde sólo se encontraba, según Martí, “horrenda soledad… en punto a letras”. Estos despropósitos movieron a Juan José de Eguiara y Eguren a componer su Biblioteca mexicana (1755), en la que dio noticia de personalidades e instituciones culturales de la Nueva España. Esta actitud entre ignorante y desdeñosa de los peninsulares contra los criollos originó en éstos, además, la exaltación de la viveza de su ingenio y de las raras aptitudes intelectuales que los distinguían, como lo muestra el libro del doctor Juan de Cárdenas, Problemas y secretos maravillosos de las Indias (1591). 2 García lcazbalceta, Obras, t. II, pp. 302-303. 3 Ibid., p. 304. 4 lbid., pp. 303-304. 5 Frank Pierce, “Catálogo de poemas épicos (1550-1700)”, La poesía épica del Siglo de Oro, p. 361.— José López de
Toro, en “Un poema inédito sobre Hernán Cortés” (Estudios cortesianos, Revista de Indias, enero-junio de 1948, año IX, núms. 31-32, pp. 199-228), estudia este poema, Las Cortesiadas, a cuyo autor, jesuita, llama Juan Cortés Ossorio, sitúa su composición en la primera mitad del siglo XVII, y dice que consta de 533 octavas reales y que “el mérito principal del estilo del padre Cortés radica en su exagerado cultismo”. 6 Menéndez y Pelayo, Historia de la poesía hispano-americana, t. 1, p. 44. 7
Menéndez Pidal, “¿Codicia insaciable?” “¿Ilustres hazañas?” (1940), La lengua de Cristóbal Colón, el estilo de santa Teresa y otros estudios sobre el siglo XVI, Espasa Calpe Argentina, Buenos Aires-México, 1942, pp. 106-107. 8 Marcel Bataillon, Erasmo y España, trad. de Antonio Alatorre, Fondo de Cultura Económica, México, 1950, t. II, p. 444,
nota 28. 9 Amor y Vázquez, “Estudio preliminar” a Gabriel Lobo Lasso de la Vega, Mexicana, Biblioteca de Autores Españoles, t.
232, Madrid, 1970, p. LVII. 10 Véanse Winston A. Reynolds, Romancero de Hernán Cortés (estudio y textos de los siglos XVI y XVII), Colección
Aula Magna, Ediciones Alcalá, Madrid, 1967.— Hernán Cortés en la literatura del Siglo de Oro, trad. de Teresa López Mañez, Centro Iberoamericano de Cooperación, Editora Nacional, Madrid, 1978. Jorge Campos, “Hernán Cortés en la dramática española”, y Jaime Delgado, “Hernán Cortés en la dramática española de los siglos XVIII y XIX”, Revista de Indias, Estudios cortesianos, Madrid, enero-junio de 1948, año IX, núms. 31-32, pp. 171197 y 393-409. 11 He aquí algunas obras literarias sobre estos temas: el poema “Profecía de Guatimoc” (1839) y la leyenda en verso “La
visión de Moctezuma”, de Ignacio Rodríguez Galván; la novela de la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda Guatimozin (1846); y el poema heroico Cuauhtémoc (1886) de Eduardo del Valle. Otros autores tomaron un campo más amplio, como José María Rodríguez y Cos en el “ensayo épico” El Anáhuac (1853), del que sacó un libreto para ópera, Cuauhtimotzin o sea la conquista de México, que publicó en español y en italiano (1891). Otros exaltaron un héroe tlaxcalteca, como el autor anónimo de la primera novela histórica de tema mexicano, Jicotencal (Filadelfia, 1826) y su casi desconocido eco, Xicotencal, príncipe americano (Valencia, 1831), de Salvador García Baamonde. Las evocaciones del pasado indígena continuaron en nuestro siglo, como en el poema épico La Quauhtemoida (1912), de Francisco Galindo Torres, y en las tragedias El águila que cae (1916), de Efrén Rebolledo, y Cuauhtémoc (1925), de Joaquín Méndez Rivas, ilustrada por Diego Rivera, así como en los poemas que a lo largo de su obra dedicó Carlos Pellicer a estos temas: “Tríptico azteca” (1914), “Oda a Cuauhtémoc” (1924) y “13 de agosto. Ruina de Tenochtitlán “ (1964). 12 Enuméranse en seguida algunas obras de las últimas décadas sobre Motecuhzoma y la Malinche principalmente: de Hilde
Krüger, Malinche o el adiós a los mitos (1944); de Francisco Monterde, Moctezuma, el de la silla de oro (1945) y Moctezuma II, señor del Anáhuac (1947); de Sergio Magaña, la tragedia Moctezuma II (1953); de Jesús Sotelo Inclán, el drama Malintzin, Medea americana (1957); de José López Bermúdez, el canto a Cuauhtémoc (1950); del guatemalteco Raúl Leiva, el poema Danzo para Cuauhtémoc (1955); de Rodolfo Usigli, la “tragedia antihistórica americana” Corona de fuego (1960); de Salvador Novo, la pieza en un acto Cuauhtémoc (1962); de Miguel Ángel Menéndez, Malintzin en un fuste, seis rostros y una sola máscara (1964); de Carlos Fuentes, la obra teatral Todos los gatos son pardos (1970), y de Margarita Urueta, la pieza Malinche (1986), sin contar aquí los estudios históricos. 13 A base de las obras que menciona José Subirá en “Hernán Cortés en la música teatral” (Revista de Indias. Estudios
cortesianos, op. cit., pp. 105-126), y de la lista que da Germán Arciniegas en El revés de la historia (Plaza y Janés, Bogotá, 1980, cap. XII, nota 2), se ha formado la relación de óperas y dramas con música sobre estos temas que aparece en las secciones IV y V de las Bibliografías.
CRONOLOGÍA GENERAL 1485 ¿Fin del mes de julio? 1499 1500/1501 Hacia 1502/1503 1504 1509
1511 1514 1514/1515 1517 8 de febrero
1518 18 de abril
Nace Hernán Cortés en Medellín, Extremadura. Va a Salamanca a estudiar en la Universidad. Aprende algo de latín y rudimentos legales. Abandona los estudios y vuelve a Medellín. Va a Valladolid y aprende el oficio de escribano. Viaja a Santo Domingo en la flota de Alonso Quintero. Soldado en la pacificación de alguna región de la isla. Escribano en la villa de Azúa. Sufre un tumor en el muslo derecho que le impide ir a la expedición a Tierra Firme y el Darién de Diego de Nicuesa y Alonso de Hojeda. Va con Diego Velázquez a la conquista de Cuba. Secretario de Velázquez. Alcalde de Santiago de Baracoa. Tiene crías de vacas, ovejas y yeguas y organiza la extracción de oro. Altercado con Velázquez. Cortés es apresado y escapa. Casa con Catalina Xuárez Marcaida. Cumple 30 años. Sale de Santiago de Cuba la expedición de Francisco Hernández de Córdoba que descubre Yucatán, Campeche y Champotón. Después va a la Florida. Sale de Santiago de Cuba la expedición de Juan de Grijalva. Toca Cozumel, Champotón, Boca de Términos (Puerto Deseado); los ríos Grijalva (Tabasco), Tonalá, Coatzacoalcos, Papaloapan y Banderas; San Juan de Ulúa, la sierra de Tuxpan y Cabo Rojo. Vuelve a
23 de octubre 1519 11/18 de febrero Hacia el 27 de febrero 22 de marzo 25 de marzo 15 de abril 21 de abril 22 de abril Hacia el 24 de abril 15/25 de mayo 1/3 de junio 18 de junio 1° de julio 10 de julio 26 de julio
Santiago de Cuba hacia el 15 de noviembre. Instrucciones de Velázquez a Cortés, a quien nombra capitán de una nueva expedición para reconocer tierras mexicanas. Sale de la isla de Cuba la expedición de Cortés. Llega la expedición a Cozumel. Llega al río Grijalva en Tabasco. Batalla de Centla. Cortés recibe a la Malinche en Tabasco. Llegada a Veracruz-Ulúa. Fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz, en Chalchicuecan, junto al puerto actual. Comienzan a llegar los mensajeros de Motecuhzoma con regalos. Creación del cabildo de la Villa Rica de la Vera Cruz que nombra a Cortés capitán general y justicia mayor. Viaje a Cempoala. Segunda fundación de Veracruz en Quiahuiztlan, en el lugar llamado Bernal, cerca del río Pánuco. Regreso a Cempoala. Cortés recibe el gran presente de joyas, oro, plumajes y ropas de Motecuhzoma. Llega de Cuba la nave de Juan de Saucedo con noticias. Redacción de cartas, memoriales e instrucciones. Carta del cabildo. Salen los procuradores Hernández Portocarrero y Montejo a Castilla con cartas y presentes para Carlos V.
… de julio 16 de agosto 18 de agosto 20 de agosto 28/30 de agosto 1/10 de septiembre 18/23 de septiembre
11 de octubre 12 de octubre 16/18 de octubre 1º de noviembre 3 de noviembre 8 de noviembre 14 de noviembre 1520 Principios de mayo 10 de mayo Mediados de mayo
Destrucción de las naves. Salida de Cempoala hacia el interior de México. Jalapa. Cruce de la montaña: Tejutla, Puerto de Nombre de Dios, Ceyconacan, Xocotlan, Caltanmi, Zautla. Ixtacamaxtitlan. Combates con los tlaxcaltecas. Llegada a la cabecera de Tlaxcala. Diego de Ordaz asciende al Popocatépetl. Intento de viaje a la ciudad de México de Alvarado y Vázquez de Tapia. Sólo llegan a Tezcoco. Salida de Tlaxcala. Llegada a Cholula. Matanza de Cholula. Salida de Cholula. Paso por Amecameca. Llegada a la ciudad de México. Prisión de Motecuhzoma(?). Llega la expedición de Narváez a la costa. Sale Cortés a Cempoala. Matanza del Templo Mayor en México. Guerra de los mexicas contra los españoles.
27/28 de junio 24 de junio 27/28 de junio 30 de junio 7 de julio 8 de julio Fines de julio Julio-octubre 30 de octubre Octubre 25 de noviembre Diciembre 22 de diciembre 27 de diciembre 1521 Enero-abril Febrero-marzo
Prisión de Narváez en Cempoala y derrota de su expedición. Cortés vuelve a la ciudad de México. Muerte de Motecuhzoma. Lo sucede Cuitláhuac, décimo señor de México. Derrota de la Noche Triste y salida de los españoles de la ciudad de México. Batalla de Otumba. Llegada a tierras de Tlaxcala. Campaña de Tepeaca. Cortés recibe refuerzos considerables y prepara la reconquista de la ciudad de México. Firma en Segura de la Frontera la segunda Carta de relación. Cortés cumple 35 años. Se inicia la construcción de los 13 bergantines en Tlaxcala. Muere Cuitláhuac de viruelas. Cuauhtémoc es elegido undécimo y último señor de México-Tenochtitlán. Preparación del asalto a Tenochtitlán. Machacamiento de los pueblos periféricos de los lagos. Ordenanzas militares. Tlaxcala. Recuento de los recursos militares de los españoles. Llegan refuerzos que casi duplican el ejército de Cortés. Termina en Tlaxcala la construcción de los bergantines, que se transportan a Tezcoco.
24 de febrero Fines de abril 28 de abril 30 de mayo 28 de junio-6 de julio 13 de agosto 24-30 de diciembre Fines de noviembre o enero siguiente 1522 Principios de año
22 de febrero 15 de mayo Mediados del año
17 de julio Hacia julio
Llega a Veracruz el tesorero real Julián de Alderete. Probable entrevista de Cortés y Cuauhtémoc. Alarde para conocer los efectivos del ejército español. Se inicia el sitio de la ciudad de México. En Santiago de Cuba Diego Velázquez promueve una información con acusaciones contra Hernán Cortés. Captura de Cuauhtémoc y rendición de México Tenochtitlán. Cristóbal de Tapia llega a Cempoala para ser gobernador de Nueva España. No se aceptan sus provisiones. Se inicia la construcción de la nueva ciudad de México. El regente de Castilla y nuevo papa, Adriano VI, escucha a los procuradores de Cortés y los ayuda a recusar a Rodríguez de Fonseca, presidente del Consejo de Indias. El soldado Parrillas inicia la exploración de Michoacán. Fecha de la tercera Carta de relación en Coyoacán. Carlos V nombra una comisión, presidida por el canciller Gattinara, para que decida la contienda entre Cortés y Velázquez, la cual falla a favor de Cortés. Llega a Michoacán la expedición al mando de Cristóbal de Olid. Los procuradores Quiñones y Ávila salen de Veracruz rumbo a España con un tesoro que envía Cortés al rey. Será robado por piratas franceses. Envía también la tercera Relación que llega a su destino.
Julio/agosto Septiembre 15 de octubre
1° de noviembre Diciembre 1523 Enero Mayo 26 de junio Mediados de año 13 de agosto 28/29 de diciembre 1524 11 de enero Principios de año
Llega cerca de Coatzacoalcos Catalina Xuárez Marcaida, primera esposa de Cortés. Llega a Pánuco Juan Bono de Quejo, enviado de Velázquez. Va a ver a Cortés en Coyoacán y se vuelve a Castilla. Carlos V firma real cédula nombrando a Cortés gobernador, capitán general y justicia mayor de Nueva España. Con la misma fecha envía Instrucciones, Asignación de sueldos y Prerrogativas para conquistadores y pobladores. Muere Catalina Xuárez, primera mujer de Cortés, en Coyoacán. Se constituye el primer cabildo de la ciudad de México. Llega Cortés a Pánuco a pacificar la Huasteca. Va a Veracruz y cambia el puerto, de Chalchicuecan, a cerca de Boca del Río. Cortés recibe en la ciudad de México la cédula real que lo nombra gobernador, capitán general y justicia mayor. Instrucciones de Carlos V a Cortés sobre tratamiento de indios y cuestiones de gobierno. Comienza a habitarse la nueva ciudad de México. Llegan a Veracruz los tres franciscanos flamencos, Tecto, Aora y Gante. Muere en la ciudad de México Francisco de Garay. Sale de Veracruz la expedición al mando de Cristóbal de Olid para explorar las Hibueras. Llegan a México los oficiales reales: Alonso de Estrada, tesorero; Rodrigo de Albornoz, contador; Gonzalo de Salazar, factor, y Peralmíndez Chirinos, veedor.
8 de marzo
20 de marzo 13 de mayo
Principios de junio
25 de julio 12 de octubre
15 de octubre
29 de diciembre 1525 17 de febrero 28 de febrero 7 de marzo 20 de abril
Primera Acta del cabildo del ayuntamiento de la ciudad de México: Francisco de las Casas, alcalde mayor; bachiller Juan de Ortega, alcalde ordinario; Bernardino Vázquez de Tapia, Gonzalo de Ocampo, Rodrigo de Paz, Juan de Hinojosa y Alonso (o Juan) Jaramillo, regidores. Ordenanzas de Cortés para poblamientos. Llega a Veracruz el grupo de los doce franciscanos encabezado por fray Martín de Valencia. Entre ellos viene fray Toribio de Benavente o Motolinía. El 17 o 18 de junio llegan a la ciudad de México. Cortés envía cuatro navíos con 150 soldados a las Hibueras, al mando de Francisco de las Casas, para castigar la infidencia de Cristóbal de Olid. Fundación de Santiago de Guatemala por Pedro de Alvarado. Comienzan a construirse en la ciudad de México la primera Iglesia Mayor y la primera iglesia de los franciscanos. Sale de la ciudad de México la expedición de Cortés a las Hibueras. Deja como tenientes de gobernador a Estrada y a Albornoz, y como justicia mayor al licenciado Zuazo. Firma en Tenuxtitan la cuarta Carta de relación y envía al rey, con la carta, otras cartas y papeles, el quinto real, la culebrina de plata llamada El Fénix y otras joyas, y dineros a su padre para compras. Salazar y Chirinos presentan al cabildo Provisión de Cortés que los nombra lugartenientes en lugar de Estrada y Albornoz. Estrada y Albornoz reclaman sus derechos al gobierno. Cuauhtémoc y Tetlepanquétzal son ahorcados por orden de Cortés en Acalan. El rey firma en Madrid cédulas nombrando a Cortés adelantado de Nueva España y concediéndole escudo de armas. El cabildo de la ciudad acepta los poderes de Estrada y Albornoz.
Fines de mayo Hacia julio Fines de agosto Fines de año 1526 29 de enero
20 de febrero Hacia febrero o marzo 25 de abril 1° de mayo 16 de mayo 24 de mayo Hacia el 19 de junio 20 de junio 27 de junio
Zuazo es apresado, aherrojado y enviado a Cuba. Salazar y Chirinos toman el gobierno de Nueva España. Rodrigo de Paz es atormentado para que denuncie el tesoro de Cortés. Lo ahorcan. Salazar y Chirinos se apoderan de los bienes de Cortés y ponen nuevos tributos a los indios. Cortés cumple 40 años. Llega al monasterio de San Francisco, en la ciudad de México, Martín Dorantes con cartas de Cortés revocando poderes a Salazar y Chirinos y nombrando a Francisco de las Casas teniente de gobernador. En ausencia de éste, el cabildo nombra a Estrada y Albornoz tenientes de gobernador, y alcalde ordinario a Juan Ortega. El cabildo de la ciudad escribe a Carlos V una Relación de lo ocurrido en México. Los partidarios de Cortés apresan a Salazar y lo encierran en una jaula, encadenado. Chirinos estaba en Oaxaca, se refugia en el monasterio de Tlaxcala, lo sacan, lo traen a México y lo enjaulan también. Cortés inicia el regreso por mar desde Trujillo, Honduras. Llega a La Habana, Cuba. Sale de Cuba rumbo a Veracruz. Llega a Chalchicuecan y emprende viaje a la ciudad de México. Llega a la ciudad de México y reasume su gobierno. Carlos V ordena a Cortés que prepare una armada para auxiliar en las Molucas las de García de Loaisa y Caboto. En su último acto como gobernante, hace donación de tierras a las
2 de julio 20 de julio 3 de septiembre 5 de septiembre 25 de septiembre 26 de septiembre 1527 1° de marzo Marzo-agosto 28 de mayo 22 de agosto Hacia septiembreoctubre 19 de octubre 31 de octubre 1528 5 de abril
hijas de Motecuhzoma. Llega el juez Luis Ponce de León a tomarle juicio de residencia y quitarle la gobernación. Muere Ponce de León y deja como gobernador a Marcos de Aguilar. Firma en México la quinta y última Carta de relación. Marcos de Aguilar obliga a Cortés a renunciar a los cargos de capitán general y repartidor de los indios. Envía a España joyas de oro indígenas. Comunica a su padre el primer esbozo de los pueblos de Nueva España que solicitará al rey. Muere Marcos de Aguilar, gobernador y justicia mayor. Gonzalo de Sandoval y Alonso de Estrada sustituyen a Aguilar en el gobierno de Nueva España. Instrucciones de Cortés a Álvaro de Saavedra Cerón para el viaje a las Molucas con el fin de auxiliar la armada de García de Loaisa. Alonso de Estrada gobierna solo la Nueva España. Enemistad de Estrada contra Cortés, al que destierra de la ciudad de México. Cortés se va a Coyoacán y luego a Tezcoco y Tlaxcala. Llega el primer obispo de Tlaxcala, fray Julián Garcés, y poco después trata de restablecer la amistad entre Estrada y Cortés. Salen de Zihuatanejo hacia las Molucas tres naves al mando de Saavedra Cerón. Carlos V envía instrucciones a Cortés para que viaje a España. En la misma fecha, el rey firma instrucciones para que la Audiencia
Mediados de abril Fines de mayo Julio 25 de julio 9 de diciembre
1529 Enero Abril 16 de abril
Abril Julio 6 de julio
haga juicio de residencia a Cortés. Cortés sale de Veracruz a España. Llega al puerto de Palos. Sigue a La Rábida, Sevilla, Medellín, Monasterio de Guadalupe y Toledo. Primera entrevista con el emperador Carlos V en Toledo. Dirige al rey, desde Madrid, un memorial de peticiones. Estrada termina sus funciones como gobernador de Nueva España. Comienza a gobernar la primera Audiencia, con Nuño de Guzmán como presidente y los licenciados Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo como oidores. Dos oidores más, Alonso de Parada y Francisco Maldonado, mueren poco después de su llegada. Con los oidores, que llegan a la ciudad hacia el 6 de diciembre, viene el obispo electo fray Juan de Zumárraga, nombrado además Protector de los Indios. Se inician en la ciudad de México los interrogatorios de los testigos contrarios a Cortés en el juicio de residencia. Cortés viaja a Zaragoza con Carlos V. Envía a Roma, ante el papa Clemente VII, a Juan de Rada, con memorial, regalos y exhibiciones de indios. Obtiene en esta fecha bulas legitimando a tres de sus hijos y concediéndole el patronato del Hospital de la Concepción o de Jesús y los diezmos de sus tierras. Casa en Béjar con doña Juana de Zúñiga, hija del conde de Aguilar y sobrina del duque de Béjar. Viaja a Barcelona para despedir a Carlos V. Recibe del rey las cédulas de mercedes y honores: merced de 23 000 vasallos en 22 pueblos, título de marqués del Valle de Oaxaca y nuevo nombramiento como capitán general de la Nueva España y del
27 de julio Misma fecha 30 de julio
27 de octubre 1530 22 de marzo
Hacia marzo
Hacia abril-junio 15 de julio Hacia agosto Agosto de 1530enero de 1531 10 de octubre
1531
Mar del Sur. Recibe merced de tierras en la ciudad de México y alrededores. Licencia para fundar un mayorazgo, que Cortés no utilizará hasta el 9 de enero de 1535. Francisco de Terrazas, su mayordomo, le escribe desde México informándole que los oidores de la primera Audiencia persiguen a sus amigos y criados y le han quitado cuanto tenía en la Nueva España. Capitulación de la reina con Cortés para descubrimientos en el Mar del Sur. La reina ordena a Cortés que a su llegada a Nueva España se detenga a 10 leguas de la ciudad de México hasta que llegue la segunda Audiencia. Cortés emprende viaje a Nueva España con una comitiva de 400 personas, entre ellas su mujer, doña Juana de Zuñiga, y su madre, doña Catalina Pizarro. La comitiva se detiene dos meses y medio en Santo Domingo. Llegada a Veracruz, donde presenta al cabildo sus provisiones de capitán general. Va a la Rinconada-Ixcalpan a tomar posesión. En Tlaxcala. En Tezcoco. Escribe al rey, desde Tezcoco, relatándole su situación y problemas. De sus acompañantes, 100 han muerto de hambre, cifra que más tarde llega a 200, entre ellos, su madre, doña Catalina Pizarro. Cumple 45 años.
9 de enero
Enero 17 de enero 14 de febrero 2 de mayo Junio 30 de septiembre
1532 20 de marzo 19 de abril 30 de junio Noviembre de 1532octubre de 1533 1533 24 de enero
Llegan a la ciudad de México los oidores de la segunda Audiencia, Alonso Maldonado, Vasco de Quiroga, Francisco Ceynos y Juan de Salmerón. Cortés ya puede entrar en la ciudad de México. Cortés se instala en Cuernavaca. Pleito contra Matienzo y Delgadillo por las tierras y huertas entre las calzadas de Chapultepec y de Tacuba. Pleito contra Matienzo y Delgadillo por los tributos y servicios de los indios de Huejotzingo. La segunda Audiencia da a Cortés posesión provisional de las regiones de Cuernavaca, Tehuantepec y Tuxtla. Los oidores comienzan a tratar de resolver el problema de la cuenta de los 23 000 vasallos de Cortés. Tasación de las Casas Viejas de Cortés para que las venda a la Audiencia. Llega a la ciudad de México don Sebastián Ramírez de Fuenleal, presidente de la Audiencia. La Corona confirma la capitulación hecha con Cortés para la exploración y conquista del Mar del Sur, y lo apura para que inicie la construcción de su armada. Se prohíbe a Cortés usar la bula que lo eximía de pagar diezmos. La Audiencia multa a Cortés con 40 000 pesos por haber cargado tamemes. Primera expedición al Mar del Sur. Salen de Acapulco dos naves al mando de Diego Hurtado de Mendoza, cuya nave se pierde. Cortés se instala en una choza en la playa de Tehuantepec para supervisar en el astillero que allí tiene la construcción de naves para sus expediciones. Los indios de Cuernavaca se quejan de los excesos de tributos y
30 de octubre
1534 Febrero
Septiembre 1535 9 de enero 24 de febrero 15 de abril
14/15 de noviembre 10 de diciembre
1536 Abril
servicios que les impone Cortés. Segunda expedición al Mar del Sur. Salen del puerto de Santiago, Colima, dos naves al mando de Diego Becerra y de Hernando de Grijalva. Vuelve a Tehuantepec la nave San Lázaro, al mando de Grijalva, quien ha descubierto las islas de Revillagigedo. Cortés se entera más tarde de que Becerra fue asesinado por el piloto Fortún Jiménez, los marinos murieron o se dispersaron y la nave Concepción la tomó Nuño de Guzmán. Cortés se encuentra en Toluca. Pleito con Nuño de Guzmán. En Colima, Cortés funda su mayorazgo, que tenía autorizado desde el 27 de julio de 1529. Nuño de Guzmán prohíbe a Cortés y a su gente el paso por tierras de su gobernación de Nueva Galicia. Tercera expedición al Mar del Sur. En Chametla, Sinaloa, territorio de Nueva Galicia, se encuentran tres naves de Cortés y el ejército que él mismo condujo por tierra, e inician el transporte de las huestes a la bahía de Santa Cruz-La Paz, Baja California. Llega a la ciudad de México el primer virrey de Nueva España, don Antonio de Mendoza. Probanza Ad perpetuam rei memoriam de Nuño de Guzmán contra Cortés. Cumple 50 años. Vuelve Cortés a Acapulco de su expedición a Baja California. El 5 de junio está en Cuernavaca. Envía dos naves al mando de Hernando de Grijalva al Perú, con soldados, armas, víveres y regalos para Francisco Pizarro, quien se encontraba sitiado en Lima.
20/24 de noviembre 1537 1538 1539 8 de junio
24 de agosto
Diciembre de 1539 o enero de 1540 1540 25 de junio
1541 25 de octubre 1542
Transacciones comerciales de Cortés para comprar parte de las minas de plata de Sultepec. Inicia la operación de una ruta naviera para comerciar con Panamá y el Perú desde Huatulco. El virrey Mendoza y Cortés celebran fiestas en la ciudad de México por las paces de Aguas Muertas de Carlos V y Francisco I. Cuarta expedición al Mar del Sur. De Acapulco salen tres navíos al mando de Francisco de Ulloa. Uno de ellos desaparece al principio del viaje. Los otros dos reconocen ambas costas del golfo de California, la parte externa de la península y toman posesión de los lugares e islas más importantes. Visita sus minas de Tasco. El virrey Mendoza dispone el control de todos los navíos que salgan o entren de puertos del Mar del Sur, y más tarde ordena que se tome el astillero de Tehuantepec con todos sus navíos y aparejos. Envía tres procuradores a España para que se detenga la expedición que prepara el virrey Mendoza a tierras del norte de Nueva España, porque es en agravio de sus derechos. Cortés se embarca para España con su hijo Martín, el sucesor. Coincide en Madrid con Hernando Pizarro, Nuño de Guzmán y Bernal Díaz del Castillo. De Madrid, dirige un memorial a Carlos V acerca de los agravios que le hizo el virrey Mendoza. Se entera de que no puede volver a Nueva España hasta que se resuelva su juicio de residencia. Cumple 55 años. Desastre de Argel. Se alista con sus hijos Martín el sucesor y Luis, no es invitado al consejo de guerra y pierde sus cinco esmeraldas. Memorial al emperador con relación de servicios y petición de mercedes. Primera de las tres grandes cartas de agravios.
1543 18 de marzo Noviembre
1544 3 de febrero
22 de septiembre 1545 2 de junio 19 de septiembre
1546 7 de abril
Septiembre 1547 28 de enero 30 de agosto
Segunda carta de agravios, desde Madrid. Ataques contra el virrey Mendoza. Asiste en Salamanca a la boda del príncipe Felipe con María de Portugal, junto con su hijo Martín. Conversa con Juan Ginés de Sepúlveda. Se instala en Valladolid. Última carta al emperador. Nuevo encuentro con Sepúlveda y posible colaboración en el Democrates alter. Parecer sobre la perpetuidad de las encomiendas. Pide al Consejo de Indias que se desista en su juicio de residencia en vista de sus notorios servicios. Protesta porque el tribunal que revisará su juicio está incompleto. En unión de seis jurisperitos, señala ante el Consejo de Indias las fallas de procedimiento que ha tenido su proceso y pide que se declare su nulidad. Cumple 60 años. El licenciado Francisco Núñez enumera las gestiones que durante 21 años ha hecho por encargo de Cortés y le reclama pagos atrasados. Cortés niega tener deudas con él. Es el último de sus documentos públicos. Se instala en Madrid. Se traslada a Sevilla. Apadrina en su matrimonio a Julián, hijo del doctor Cristóbal Méndez, quien lo atenderá en su última enfermedad. Agobiado por las deudas, empeña en 6 000 ducados, al prestamista
Jácome Boti, el oro, plata y camas de brocado que tenía en su casa. 11/12 de octubre Dicta su Testamento ante el escribano Melchor de Portes. Se traslada a Castilleja de la Cuesta, cerca de Sevilla, a la casa de su amigo Juan o Alonso Rodríguez de Medina. 2 de diciembre, viernes Dicta un codicilio a su Testamento para desheredar a su hijo Luis. Por la noche de ese mismo día muere Hernán Cortés, a la edad de 62 años, en una habitación en la parte alta de la casa. Lo acompañan su hijo Martín el sucesor; fray Pedro de Zaldívar, prior del monasterio de San Isidoro del Campo; fray Diego Altamirano, su primo, y el dueño de la casa, Rodríguez de Medina. 3 de diciembre Se abre y lee su Testamento. 4 de diciembre A las tres de la tarde sale el cortejo de Castilleja de la Cuesta para enterrar los restos de Hernán Cortés en la cripta del duque de Medina Sidonia, en la capilla del monasterio de San Isidoro del Campo, en la villa de Santiponce, cerca de Sevilla. 17 de diciembre Exequias y honras fúnebres organizadas por el duque de Medina Sidonia en la iglesia del monasterio de San Francisco, de Sevilla.
RESUMEN DE LOS ENTIERROS, EXHUMACIONES Y TRASLADOS DE LOS RESTOS DE HERNÁN CORTÉS I 1547
II 1550 III 1566 IV 1629 V 1716 VI 1794
Primer entierro en San Isidoro del Campo, Sevilla, en la cripta del duque de Medina Sidonia. Cambio en la misma iglesia, junto al altar de Santa Catarina. Traslado a la Nueva España y entierro en la iglesia de San Francisco de Tezcoco. Traslado a la capilla mayor del convento de San Francisco, de la ciudad de México. Cambio en la misma iglesia, junto la parte posterior del retablo mayor. Traslado a la iglesia de Jesús Nazareno, contigua al Hospital de Jesús, en un
monumento situado en el presbiterio, del lado del Evangelio.
VII 1823 VIII 1836 IX 1946
Cambio, en la misma iglesia, al piso, bajo la tarima del altar mayor. Entierro secreto. Nuevo cambio, en la misma iglesia, a un nicho en el muro del lado del Evangelio, donde estaba el monumento. Entierro secreto. La urna con los restos es descubierta, estudiada y vuelta a depositar en el mismo lugar, con una placa de bronce que dice: Hernán Cortés, 1485-1547.
CRONOLOGÍA DEL JUICIO DE RESIDENCIA 1526 4 de julio
Llega a la ciudad de México el juez Luis Ponce de León para tomar residencia a Hernán Cortés. En la misma fecha se pregona el juicio, que debe durar 90 días. Ponce de León muere el día 20 siguiente. No se presenta ninguna queja ni agravio contra Cortés.
1528 5 de abril
Mediados de abril 9 de diciembre
1529 23 de enero
4 de febrero
7 de abril
El rey firma instrucciones para que la Audiencia haga juicio de residencia a Cortés. Cortés sale de Veracruz a España. Toma posesión la primera Audiencia con Nuño de Guzmán como presidente y Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo como oidores. Se formulan los interrogatorios para el juicio y en esta fecha Bernardino Vázquez de Tapia inicia las declaraciones de los 22 testigos. Se inicia el proceso contra Cortés acusado de la muerte de Catalina Xuárez Marcaida, su primera mujer. El proceso concluirá, sin juicio, el 8 de octubre de 1529. Con García del Pilar concluyen las declaraciones de los testigos de cargo en el juicio de residencia.
13 de mayo
25 de septiembre
12 de octubre
1534 14 de enero
Sin fecha
21 de marzo
17 de abril de 1534 -13 de junio de 1536 1535 16 de enero 27 de agosto
1537
Se inicia la defensa de Cortés. Su procurador en México, García de Llerena, reclama irregularidades, manifiesta que los 90 días de plazo han pasado y que Cortés está ausente. Los procuradores de Cortés en México recusan como jueces a Guzmán, Matienzo y Delgadillo, por creerlos parciales en el juicio. La recusación no se acepta. Descargos presentados por García de Llerena, en nombre de Cortés, a los cargos hechos a éste en la pesquisa secreta del juicio de residencia. Cuando el juicio ya se encontraba sobreseído y su documentación enviada al Consejo de Indias, Cortés logra que se reabra y presenta en esta fecha nuevos Descargos a la pesquisa secreta. Cortés y sus procuradores presentan a la nueva Audiencia un Interrogatorio general de 380 preguntas, y otro de 42 preguntas respecto a las acusaciones del capítulo secreto, para que sean contestadas por los testigos de descargo. Alonso de Villanueva inicia las declaraciones de los 26 testigos de descargo presentados por la parte de Cortés. Solicitud de prórroga. Concesión y denegación por real cédula. Nuevo alegato en defensa. Fray Toribio Motolinía y fray Pedro de Gante declaran en el juicio. Juan González de León concluye las declaraciones de los 26 testigos.
8 de febrero 1544
La Corona ordena a Cortés que comparezca ante el Consejo de Indias en seguimiento de la residencia.
22 de septiembre
Cortés, desde Valladolid, pide al Consejo de Indias que se desista en su juicio en vista de sus notorios servicios.
1545 2 de junio
19 de septiembre
Cortés recusa por incompleto al tribunal que ha designado el Consejo de Indias. Cortés y sus asesores señalan fallas en el proceso del juicio de residencia y piden que se declare su nulidad. El Consejo de Indias no emite ningún juicio respecto a la residencia de Hernán Cortés.
BIBLIOGRAFÍAS I. HISTORIAS, CRÓNICAS, RELACIONES Y DOCUMENTOS DE LA ÉPOCA Acosta, padre Joseph de, Historia natural y moral de las Indias… (1586-1588), Sevilla, 1590.— Edición preparada por Edmundo O’Gorman, Fondo de Cultura Económica, México, 1940, 1962.— Obras del…, junto con De procuranda indorum salute o predicación del evangelio en las Indias, estudio preliminar y edición del P. Francisco Mateos, Biblioteca de Autores Españoles, 73, Madrid, 1954. Actas de cabildo de la ciudad de México (1a serie, 1524-1722), edición de El Municipio Libre publicada por su propietario y director Ignacio Bejarano, México, 1889-1913, 54 vols. El siglo XVI comprende 13 vols., desde el 8 de marzo de 1524, fecha del primer cabildo registrado, hasta el 1º de octubre de 1599. En el tercero y cuarto tomos se indica que fueron paleografiados por el licenciado Manuel Orozco y Berra. El quinto se dice que lo paleografió Antonio Espinosa de los Monteros. En los demás no se indica el paleógrafo. Existe una útil Guía de actas de cabildo de la ciudad de México. Siglo XVI, trabajo realizado en un seminario de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, dirigido por Edmundo O’Gorman, Fondo de Cultura Económica, México, 1970, con índice de materias y nombres. Aguilar, fray Francisco de, Historia de la Nueva España, copiada y revisada por Alfonso Teja Zabre, Botas, México, 1938.— Mismo texto: Relación breve de la conquista de la Nueva España (ca. 1560), estudio y notas de Federico Gómez de Orozco, José Porrúa e Hijos, México, 1954. Alcalá, fray Jerónimo de(?), La relación de Michoacán (ca. 1540-1543), edición de Francisco Miranda, Colección de Estudios Michoacanos, V, Fimax Publicistas Editores, Morelia, Michoacán, 1980. Alva Ixtlixóchitl, Fernando de, “Decimatercia relación. De la venida de los españoles y principio de la ley evangélica”, Compendio histórico del reino de Texcoco (1608), Obras históricas, edición de Edmundo O’Gorman, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1975, 2 vols., t. I, pp. 450-517. ___, Historia de la nación chichimeca (ca. 1625), Obras históricas, op. cit., t. II. La conquista, del cap. LXXVII al XCV. Alvarado, Pedro de, Relación hecha por… a Hernando Cortés, en que se refieren las guerras y batallas para pacificar las provincias del antiguo reino de Goathemala, estudio y notas de José Valero Silva, José Porrúa e Hijos Sucs., México, 1954. Alvarado Tezozómoc, Hernando, Crónica mexicana (1598), anotada por el Sr. Lic. D. Manuel
Orozco y Berra y precedida del Códice Ramírez, México, Ireneo Paz, 1878; facsímil: Biblioteca Porrúa, 61, Editorial Porrúa, México, 1975. ___, Crónica mexicáyotl (ca. 1609), trad. directa del náhuatl por Adrián León, UNAM, Instituto de Historia, en colaboración con el Instituto Nacional de Antropología e Historia, Imprenta Universitaria, México, 1949. Anales de Tlatelolco de 1528 o Relato de la conquista por un anónimo de Tlatelolco, trad. del náhuatl por Ángel María Garibay, en Sahagún, Historia general…, Porrúa, México, 1956, t. IV. Argensola, Bartolomé Leonardo de, La conquista de México, caps. dispersos de la Segunda parte de los anales de la corona y reino de Aragón, Zaragoza, Herederos de Pedro Lanaja, 1663; reproducida con introducción y notas por Joaquín Ramírez Cabañas, Pedro Robredo, México, 1940, pp. 25-266. Las Casas, fray Bartolomé de, Historia de las Indias (ca. 1527-1561), edición de Agustín Millares Carlo y estudio preliminar de Lewis Hanke, Fondo de Cultura Económica, México, 1951, 3 vols. Cortés en los caps. XXVII y CIX-CXXIV del libro III. ___, Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Sevilla, 1552, en Tratados, prólogos de Lewis Hanke y Manuel Giménez Fernández, transcripción de Juan Pérez de Tudela Bueso y traducciones de Agustín Millares Carlo y Rafael Moreno, Fondo de Cultura Económica, México, 1965, 2 vols. Lo relativo a la conquista de México en t. I, pp. 63-115. Castillo, Cristóbal del, Fragmentos de la obra general sobre la historia de los mexicanos, escrita en náhuatl por… a fines del siglo XVI, los tradujo al castellano Francisco del Paso y Troncoso, Tipografía de Salvador Landi, Florencia, 1908. Cavo, Andrés, Los tres siglos de México (1797) durante el gobierno español, hasta la entrada del Ejército Trigarante, obra escrita en Roma por el padre… de la Compañía de Jesús, publicada con notas y suplemento por el licenciado Carlos María de Bustamante, México, 1836-1838, 4 vols.; 2a ed., México, Imprenta de J. R. Navarro, Editor, 1852; 3a ed., Historia de México, paleografiada del texto original y anotada por el P. Ernesto J. Burrus, S. J., con un prólogo del P. Mariano Cuevas, S. J., Patria, México, 1949. Cervantes de Salazar, Francisco, México en 1554. Tres diálogos latinos, los reimprime, con traducción castellana y notas, Joaquín García Icazbalceta, México, Antigua Librería de Andrade y Morales, 1875; facsímil: Jesús Medina, Editor, México, s. a.— Facsímil de la 1a ed. y trad. al inglés por Minnie Lee Barret Shepard con introducción por Carlos Eduardo Castañeda, University of Texas Press, Austin, 1953. ___, Crónica de la Nueva España (¿1557-1564?), edición y prólogo de Francisco del Paso y Troncoso, t. I, Est. Fot. de Hauser y Menet, Madrid, 1914; t. II y III, Talleres Gráficos del Museo Nacional, México, 1936, 3 vols.— Edición y prólogo de Manuel Magallón, The Hispanic Society of America, Madrid, 1914; nueva ed., Biblioteca de Autores Españoles, vols. 244 y 245, estudio preliminar e índices por Agustín Millares Carlo, Atlas, Madrid, 1971, 2 vols.; nueva ed., prólogo de Juan Miralles Ostos, Biblioteca Porrúa, 84, Porrúa,
México, 1985. Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, Domingo Francisco de San Antón Muñón, Relaciones originales de Chalco Amaquemecan, paleografiadas y traducidas del náhuatl con una introducción por Silvia Rendón, prefacio de Ángel Ma. Garibay K., Fondo de Cultura Económica, México, 1965. ___, Octava relación, introducción, estudio, paleografía, versión castellana y notas de José Rubén Romero Galván, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, México, 1983. Clavigero, Francisco Javier, Historia antigua de México, trad. al italiano, Cesena, Italia, 1780-1781, 4 vols.— Primera edición del original escrito en castellano por el autor, preliminar por Mariano Cuevas, S. J., Colección de Escritores Mexicanos, 7-10, Porrúa, México, 1945, 4 vols. La conquista en los libros VIII-X. Códice Ramírez o Relación del origen de los indios que habitan esta Nueva España según sus historias, edición de José María Vigil con un estudio de Manuel Orozco y Berra, México, 1878 (en el mismo vol. que la Crónica mexicana de Alvarado Tezozómoc); facsímil: Biblioteca Porrúa, 61, Porrúa, México, 1975. Obra paralela al Manuscrito Tovar, citado adelante. Códices indígenas de algunos pueblos del Marquesado del Valle de Oaxaca, publicados por el Archivo General de la Nación para el Primer Congreso Mexicano de Historia, celebrado en la ciudad de Oaxaca, Talleres Gráficos de la Nación, México, 1933; facsímil: Innovación, México, 1983. El conquistador anónimo, Relación de algunas cosas de la Nueva España y de la gran ciudad de Temistitan, México, escrita por un compañero de Hernán Cortés, original en español desconocido; trad. al italiano en G. B. Ramusio, Navigationi et viaggi, Venecia, 1556, t. III; texto italiano y trad. al español con notas por Joaquín García lcazbalceta, CDHM, t. I, pp. 368-398.— Edición Alcancía, con un preámbulo de Edmundo O’Gorman, México, 1928.— Edición en la Biblioteca de José Porrúa, V, con nota preliminar de Jorge Gurría Lacroix, trad. de Francisco de la Maza, México, 1961. Díaz, Juan, Itinerario de la armada del Rey Católico en la isla de Yucatán, en la India, el año de 1518, en la que fue por comandante y capitán general Juan de Grijalva, original español desconocido; traducción del italiano por Joaquín García Icazbalceta, CDHM, 1858, t. I, pp. 281-308.— “Itinerario de Juan de Grijalva”, Crónicas de la conquista de México, edición de Agustín Yáñez, Biblioteca del Estudiante Universitario, 2, Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma, México, 1939, pp. 17-39. Díaz del Castillo, Bernal, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Madrid, 1632; facsímil: Manuel Porrúa, Librería, México, 1977.— Edición, prólogo y notas de Genaro García, según el códice autógrafo de Guatemala, México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1907, 2 vols.— Edición, introducción y notas de Joaquín Ramírez Cabañas, Biblioteca Porrúa, 6 y 7, Porrúa, México, 1955, 2 vols.— Edición crítica por Carmelo Sáenz de Santa María, participaron en el trabajo: Ramón lglesia,
Salvador Santolino, María de las Nieves Martínez Piqueras y María de la Esperanza López de Maturana, Monumenta Hispano-Indiana, V Centenario del Descubrimiento de América, I, Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, CSIC, Madrid, 1982, 2 vols. Dorantes de Carranza, Baltasar, Sumaria relación de las cosas de la Nueva España… (1604), edición de José María de Ágreda y Sánchez, México, 1902, con apéndice documental; facsímil: Jesús Medina, Editor, México, 1970. Durán, Fray Diego, Historia de las Indias de Nueva España e islas de la tierra firme (ca. 1560-1580), introducción y notas de José Fernando Ramírez, t. I, 1867; t. II, Calendario y libro de ritos, bajo la dirección de Gumersindo Mendoza, con apéndice de Alfredo Chavero, México, 1880, 2 vols. y Atlas o Códice Durán.— Edición de Ángel María Garibay, con introducción, notas y vocabulario, Biblioteca Porrúa, 36 y 37, Porrúa, México, 1967, 2 vols. que incluyen las 117 ilustraciones que acompañan el original. Del cap. LXIX al LXXVIII, final de la Historia, relata la llegada de los españoles y la conquista, hasta la muerte de Cuauhtémoc. Fernández de Oviedo, Gonzalo, Historia general y natural de las Indias (1519-1548); facsímil de las ediciones de 1547 y 1557 con los primeros XX libros, Centro de Estudios de Historia de México Condumex, México, 1979.— Edición completa de Juan Pérez de Tudela Bueso, Biblioteca de Autores Españoles, 117-121, Atlas, Madrid, 1959, 5 vols. Conquista y Cortés en el libro XXXIII. Gómez de Cervantes, Gonzalo, La vida económica y social de Nueva España al finalizar el siglo XVI, prólogo y notas de Alberto María Carreño, Biblioteca Histórica Mexicana de Obras Inéditas, 19, México, Antigua Librería Robredo, de José Porrúa e Hijos, 1944. Guzmán, Nuño de, Memoria de los servicios que había hecho… desde que fue nombrado gobernador de Pánuco en 1525, estudio y notas por Manuel Carrera Stampa, José Porrúa e Hijos, México, 1955. ___, Testamento, reproducción facsimilar y transcripción paleográfica con una nota introductoria por don Jorge Palomino y Cañedo y un apéndice documental, Centro de Estudios de Historia de México Condumex, México, 1973. Hernández, Francisco, Antigüedades de la Nueva España (ca. 1574), trad. del latín por Joaquín García Pimentel (obra póstuma), Pedro Robredo, México, 1945; Antigüedades de la Nueva España y Libro de la conquista de la Nueva España (mismo texto y traducción), Obras completas, introducción por Miguel León-Portilla, t. VI, Escritos varios, Universidad Nacional de México, 1984, pp. 39-197. Herrera, Antonio de, Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano (1601-1615), Academia Real de la Historia, Madrid, 1934-1957, 17 vols.— Guaranía, con prólogo de J. Natalicio González, Asunción, Paraguay (Buenos Aires), 1944-1946, 10 vols. (reproduce la ed. de González de Barcia, de 1728-1730). La historia de la conquista de México y de Cortés en las décadas 2ª a 5ª.
Icaza, Francisco A. de, Diccionario autobiográfico de conquistadores y pobladores de Nueva España, sacado de los textos originales por…, Madrid, 1923, 2 vols.; facsímil: Biblioteca de Facsímiles Mexicanos, 2, Edmundo Aviña Levy, Guadalajara, 1969, 2 vols. Illescas, Gonzalo de, “De la conquista y conversión de la Nueva España”, Segunda parte de la Historia pontifical y católica…, Madrid, 1652, pp. 315-340; reproducida junto con La conquista de México, de Argensola, Robredo, México, 1940, pp. 267-329. Jovio, Paulo, Biografía y elogio de Hernán Cortés, Elogios o vidas breves de los caballeros antiguos y modernos, ilustres en valor de guerra, que están al vivo pintados en el Museo de Paulo Jovio…, tradújolo del latín en castellano el licenciado Gaspar de Baeza, Granada, en casa de Hugo de Mena, 1568. López de Gómara, Francisco, Conquista de México, segunda parte de Hispania victrix. Historia general de las Indias, Zaragoza, 1552; facsímil: Centro de Estudios de Historia de México Condumex, México, 1977 y 1978.— Historia de la conquista de México, Introducción y notas de Joaquín Ramírez Cabañas, Pedro Robredo, México, 1943, 2 vols. ___ (atribuible a), Relación de la salida que don Hernando Cortés hizo de España para las Indias la primera vez, ms. 3020 de la Biblioteca Nacional de Madrid, ff. 1-20.— José V. Corraliza, “La primera salida de Cortés en el Códice de Madrid”, Revista de Indias. Estudios cortesianos, Madrid, enero-junio de 1948, año IX, núms. 31-32, pp. 567-572. ___ (atribuible a), De rebus gestis Ferdinandi Cortesii (Vida de Hernán Cortés), ms. en el Archivo de Simancas.— Texto latino y trad. al español por Joaquín García Icazbalceta, CDHM, 1858, t. I, pp. 309-357. Manuscrito Tovar, Relación del origen de los indios que habitan en esta Nueva España según sus historias y Tratado de los ritos y ceremonias y dioses que en su gentilidad usaban los indios de esta Nueva España, Edición de Jacques Lafaye, Akademische Druck-u, Verlagsanstalt, Graz, Austria, 1972. Texto paralelo, con variantes, respecto al Códice Ramírez. Mártir de Anglería, Pedro, Décadas del Nuevo Mundo (1493-1525), trad. del latín del Dr. Agustín Millares Carlo, estudio y apéndices por el Dr. Edmundo O’Gorman, José Porrúa e Hijos, Sucs., México, 1964, 2 vols. Mendieta, Fray Gerónimo de, Historia eclesiástica indiana (fines del siglo XVI), edición de Joaquín García Icazbalceta, México, Antigua Librería, Portal de Agustinos, 1870; facsímil: Biblioteca Porrúa, 46, Editorial Porrúa, México, 1971. Motolinía, Fray Toribio de Benavente o, Memoriales o libro de las cosas de la Nueva España y de los naturales de ella (1535-1543), edición de Edmundo O’Gorman, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1971. ___, Epistolario (1526-1555), recopilado, paleografiado directamente de los originales y transcrito por el Lic. Javier O. Aragón, estudio preliminar, edición y notas del P. Lino Gómez Canedo, México, 1986.
Muñoz Camargo, Diego, Historia de Tlaxcala (ca. 1590), edición de Alfredo Chavero, México, Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento, 1892.— Nuevo texto: Manuscrito de Glasgow, Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala, edición de René Acuña, UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológica, México, 1984 (con 156 ilustraciones de la serie llamada Lienzo de Tlaxcala). Obregón, Baltasar de, Historia de los descubrimientos antiguos y modernos de la Nueva España escrita por el conquistador…, año 1584, descubierta por Mariano Cuevas y publicada por la Secretaría de Educación, México, 1924; facsímil: Biblioteca Porrúa, 92, México, 1988. Ordás, Diego de, “Nueve carta de…”, edición de Enrique Otte, Historia mexicana, El Colegio de México, julio-septiembre y octubre-diciembre de 1964, 53 y 54, vol. XIV, núms. 1 y 2. Pérez de Oliva, Fernán, Algunas cosas de Cortés y México, ms. X, II, 7 de la Biblioteca del Escorial, reproducido, junto con los textos de Argensola e Illescas, por Ramírez Cabañas, Robredo, México, 1940, pp. 333-357. El texto anterior parece continuación de la Historia de la invención de las Indias (1525-1528), sobre el descubrimiento y conquista de la isla Española, publicada por primera vez por José Juan Arrom, Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, XX, Bogotá, 1965. Sahagún, Fray Bernardino de, Libro XII de la conquista: edición facsimilar del Códice florentino, Gobierno de la República Mexicana, Casa Editorial Giunti Barbera, Florencia, 1979, 3 vols., t. III.— Versión de 1555 del Códice florentino, en Historia general de las cosas de Nueva España, edición de Joaquín Ramírez Cabañas, Robredo, México, 1938, t. V; edición de Ángel María Garibay, Porrúa, México, 1956, t. IV; primera versión íntegra del texto castellano del manuscrito conocido como Códice florentino, introducción, paleografía, glosario y notas de Alfredo López Austin y Josefina García Quintana, Fomento Cultural Banamex, México, 1982, 2 vols., t. II; The War of Conquest. How It Was Waged Here in Mexico, The Aztecs’ Own story as Given to Fr. Bernardino de Sahagún, trad. de Arthur J. O. Anderson y Charles E. Dibble, The University of Utah Press, Salt Lake City, 1978.— Versión de 1585, completa, en edición de Carlos María de Bustamante, México, 1840; los pasajes esenciales en edición de Ramírez Cabañas-Robredo.— Texto náhuatl del Códice florentino, traducido al inglés con notas e ilustraciones, por Arthur J. O. Anderson y Charles E. Dibble, Florentine Codex, Book 12, The School of American Research y The University of Utah, Santa Fe, Nuevo México, 2ª ed. rev. 1975; traducción al español por Ángel María Garibay, en edición Garibay-Porrúa, t. IV.— José Luis Martínez, El “Códice florentino” y la “Historia general” de Sahagún, Archivo General de la Nación, México, 1982, 1989. Sepúlveda, Juan Ginés de, De rebus Hispanorum gestis and novum terrarum orbem Mexicumque (1562), trad. española, con introducción y notas de Antonio Ramírez de Verger, Alianza Editorial, Madrid, 1987.
Solís, Antonio de, Historia de la conquista de México (1684), prólogo y apéndices de Edmundo O’Gorman, notas de José Valero Silva, Colección “Sepan cuantos …”, 89, Porrúa, México, 1968. Suárez de Peralta, Juan, Noticias históricas de Nueva España (Tratado del descubrimiento de las Indias) (1589), nota preliminar de Federico Gómez de Orozco, edición, introducción, notas e índices por Justo Zaragoza, México, Secretaría de Educación Pública, 1949. Tapia, Andrés de, Relación sobre la conquista de México, (después de 1547): Joaquín García Icazbalceta, CDHM, t. II, 1866, pp. 554-594, 2a ed. de Agustín Yáñez en Crónicas de la conquista de México, Biblioteca del Estudiante Universitario, 2, Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1939, pp. 41-96. La relación concluye con la prisión de Narváez. Tello, Fray Antonio, Crónica miscelánea de la sancta provincia de Xalisco (ca. 1652), lib. II, vols. I y II, paleografía de José Luis Razo Zaragoza, Gobierno del Estado de JaliscoUniversidad de Guadalajara, IJAH-INAH, Guadalajara, 1968 y 1973; lib. II, vol. III, 1984; lib. III, Guadalajara, Font, 1942; lib. IV, Guadalajara, Font, 1945; libs. V y VI, paleografía de Juan López Jiménez, Gobierno del Estado de Jalisco, Universidad de Guadalajara, Instituto Cultural Cabañas, Guadalajara, 1987. Torquemada, fray Juan de, Monarquía indiana: De los veintiún libros rituales y monarquía indiana, con el origen y guerras de los indios occidentales… (1615), edición preparada por un seminario bajo la coordinación de Miguel León-Portilla, con estudios e índices, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1975-1983, 7 vols. Valadés, Diego, Rhetorica christiana…, Perugia, 1579.— Edición bilingüe, introducción por Esteban J. Palomera, trad. de Tarsicio Herrera Zapién, Fondo de Cultura Económica, México, 1989. Vázquez de Tapia, Bernardino, Relación de méritos y servicios del conquistador… vecino y regidor de esta gran ciudad de Tenustitlan México, estudio y notas de Jorge Gurría Lacroix, Antigua Librería Robredo, México, 1953. Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista, introducción, selección y notas: Miguel León-Portilla, Versión de los textos nahuas: Ángel María Garibay K., ilustraciones de los códices: Alberto Beltrán, Biblioteca del Estudiante Universitario, 81, Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma, México, 1959.— Véase también: El reverso de la conquista. Relaciones aztecas, mayas e incas, por Miguel León-Portilla, El Legado de la América Indígena, Joaquín Mortiz, México, 1964. Zorita, Alonso de, Historia de la Nueva España (siglo XVI), tomo primero, Librería General de Victoriano Suárez, Madrid, 1909. Este tomo, único publicado hasta ahora, va precedido de una “Vida y escritos del doctor Alonso de Zorita”, por Manuel Serrano y Sanz, y lleva como apéndice documentos biográficos de Zorita.
___, Breve y sumaria relación de los señores y maneras y diferencias que había de ellos en la Nueva España…, Joaquín García Icazbalceta, Nueva colección de documentos para la historia de México, Imprenta de F. Díaz de León, México, 1891, t. III.— Nueva ed., con prólogo y notas de Joaquín Ramírez Cabañas, Biblioteca del Estudiante Universitario, 32, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1942.
II. ESTUDIOS Y TEXTOS SOBRE CORTÉS Y LA CONQUISTA Alamán, Lucas, Disertaciones sobre la historia de la República Megicana…, México, 18441849, 3 vols.— 2a ed. Biblioteca de Autores Mexicanos, de Agüeros, vols. 25, 28, 31 y 35, México, 1899-1901, 4 vols.— 3a ed. Jus, México, 1969, vols. 6-8 de Obras completas, 3 vols. Disertaciones primera a sexta sobre la conquista y Cortés. Alcalá, Manuel, César y Cortés, Sociedad de Estudios Cortesianos, 4, Jus, México, 1950. ___“Nota preliminar”, Hernán Cortés, Cartas de relación, Colección “Sepan cuantos …”, 7, Porrúa, México, 1960. Altolaguirre, Ángel de, “Prueba histórica de la inocencia de Hernán Cortés en la muerte de su esposa”, Boletín de la Real Academia de la Historia, Madrid, 1920, t. LXXVI, pp. 105110. Álvarez, Víctor M., Diccionario de conquistadores, Cuadernos de Trabajo del Departamento de Investigaciones Históricas, INAH, México, 1975, 2 vols. Amaya Topete, Jesús, Atlas mexicano de la conquista, Fondo de Cultura Económica, México, 1958. Arias de la Canal, Fredo, “Los caballos de Hernán Cortés”, Norte, Revista HispanoAmericana, México, 3a época, núm. 242, julio agosto de 1971, pp. 55-57. Aventuras y conquistas de Hernán Cortés en México, por una sociedad de literatos de Francia, trad. por A. Alrich y Elías, edición de El Ómnibus, México, 1853. Babelon, Jean, La vie de Fernand Cortés, NRF, Gallimard, París, 1928. ___“Un retrato verdadero de Hernán Cortés”, Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, México, 1954, t. XIII, núm. 3, pp. 173-178. Se refiere al dibujo y la medalla de Christoph Weiditz. Ballesteros-Gaibrois, Manuel, “El testamento de Hernán Cortés”, Correo Erudito, Gaceta de las Letras y de las Artes, Madrid, 1940, año I, entrega la, pp. 21-24. Da noticia de una copia legalizada del Testamento de Cortés con letra del siglo XVI. Bancroft, Hubert Howe, Works, vols. IX y X, History of Mexico, vol. 1, 1516-1521; vol. II, 1521-1600, A. I. Bancroft and Company, Publishers, San Francisco, 1883. (Las mismas obras en la serie de History of Pacific States, vols. IV y V).
Barret, Ward, La hacienda azucarera de los marqueses del Valle (1535-1910), trad. de Stella Mastrangelo, Siglo XXI Editores, México, 1977. Bataillon, Marcel, “Hernán Cortés, autor prohibido”, Libro jubilar de Alfonso Reyes, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1956, pp. 77-82. Benítez, Fernando, La ruta de Hernán Cortés, estampas y viñetas de Alberto Beltrán, Fondo de Cultura Económica, México, 1950; 4a ed., fotografías de Héctor García, dibujos y diseños de Vicente Rojo, Fondo de Cultura Económica, México, 1974; 5a ed. con grabados de la Historia de la conquista de México de Antonio Solís, ilustraciones de Miguel Covarrubias a la Verdadera historia de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, Salvat Mexicana de Ediciones, Fundación Cultural San Jerónimo Lídice, México, 1983. Blacker, Irwin R., y Gordon Eckholm, Cortés and the Aztec Conquest, ilustrado con pinturas, dibujos y objetos de la época, A Cassell Caravel Book, Londres, 1965.— Trad. al francés: Cortés, la conquête aztèque, Backer, Irwin and Derramat, J. M., Editions R. S. T., París, 1966. Blom, Franz, “Hernán Cortés y el libro de trajes de Christoph Weiditz”, Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, julio-diciembre de 1963, t. II, núm. 8. Boisdeffre, Pierre de, Hernán Cortés, Colección “Meneurs d’hommes”, La Table Ronde, París, 1959. Boletín de la Real Academia de la Historia, Número dedicado al IV centenario de la muerte de Hernán Cortés…, Madrid, Imprenta y Editorial Maestre, 1948, t. CXXIII. Contiene estudios del duque de Maura, Antonio Ballesteros, Ignacio Rubio Mañé, Miguel Muñoz de San Pedro y Alberto María Carreño, con un retrato de Cortés. Borah, Woodrow, “The Cortés Codex of Vienna and Emperor Ferdinand I”, The Americas, julio de 1962, vol. XIX, núm. 1, pp. 79-92. ___, “Hernán Cortés y sus intereses marítimos en el Pacífico, el Perú y la Baja California”, Estudios de Historia Novohispana, UNAM, México, 1971, vol. IV, pp. 7-25. Bosch García, Carlos, Sueño y ensueño de los conquistadores, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1987. Bosi, Roberto, et al, La vita e il tempo di Cortés, vol. 9 de I grandi della storia, Arnaldo Mondadori Editore, Milán, 1970. Brundage, Burr Cartwright, A Rain of Darts. The Mexica Aztecs, University of Texas Press, Austin y Londres, 1972. Caillet-Bois, Julio, “La primera carta de relación de Hernán Cortés”, Revista de Filología Hispánica, Buenos Aires, 1941, año III, núm. 1, pp. 50-54. Calderón Quijano, José Antonio, “La proyectada Universidad de Cortés en Coyoacán”, Actas
y Memorias del XXVI Congreso Internacional de Americanistas, Sevilla, 1966, pp. 685690. Cali, François, The Art of the Conquistadors, fotografías de Claude Arthaud y François Herbert-Stevens, Thames and Hudson, Londres, 1961. Campe, Joachim Heinrich, Cortes, or the Conquest of Mexico, según lo relató un padre a sus hijos, y concebido para la enseñanza de los jóvenes, trad. del alemán de Elizabet Helme, Londres, 1819. Cantabria, Hernand de, Hernán Cortés, proemio del Licenciado Alfonso Francisco Ramírez, (edición ilustrada con varias láminas fuera de texto), Biografías Célebres, 3, Herrero Hermanos Sucesores, México, 1940. Carrasco, Pedro, América indígena; Céspedes, Guillermo, La conquista, Historia de América Latina, t. I, Alianza Editorial, Madrid, 1985. Carreño, Alberto María, “Hernán Cortés y el descubrimiento de sus restos”, Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, México, octubre-diciembre de 1947, t. VI, núm. 4, pp. 301-403. Reproduce el documento de 1836 y las actas, comentarios de prensa y fotografías del descubrimiento de 1946. Carrera Stampa, Manuel, “El autor o autores de la traza”, Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, México, 1960, t. XIX, núm. 2, pp. 167-175. Cervantes de Salazar, Francisco, Dedicatoria, “Al muy ilustre señor don Hernando Cortés, marqués del Valle, descubridor y conquistador de la Nueva España”, Obras que… ha hecho, glosado y traducido…, impreso en Alcalá de Henares, en casa de Juan de Brocar a XXV de mayo del año MDXLVI (1546), sin folio. Chamberlain, Robert S., Conquista y colonización de Yucatán, 1517-1550 (1948), trad. de Álvaro Domínguez Peón, revisada por J. Ignacio Rubio Mañé y Rafael Rodríguez Contreras, prólogo de J. Ignacio Rubio Mañé, Biblioteca Porrúa, núm. 57, Porrúa, México, 1974. Chaunu, Pierre, Conquista y explotación de los nuevos mundos (siglo XVI), trad. de María Ángeles Ibáñez, serie Nueva Clío, La Historia y sus Problemas, Labor, Barcelona, 1973. Chavero, Alfredo, Historia antigua y de la conquista, México a través de los siglos, t. 1, Ballescá y Compañía, México, Espasa y Compañía, Barcelona, 1884. Cline, Howard F., “Hernando Cortés and the Aztec Indians in Spain”, Quarterly Journal of the Library of Congress, Washington, 1969, vol. 26, núm. 2, pp. 70-90. Collis, Maurice, Cortes and Montezuma, Faber and Faber, Londres, 1954. “Cortés, Hernán”, Diccionario Porrúa de historia, biografía y geografía de México (1964), 5ª ed., corregida y aumentada con un suplemento, México, 1986, t. I, p. 741. Otras fichas
sobre “Cartas de relación” y “Ordenanzas”, pp. 741-742. “Cortés, Hernán”, Enciclopedia de México, dir. José Rogelio Álvarez, ciudad de México, 1977, t. 3, pp. 330-338. Cuevas, Mariano, “Descubrimiento y dominación española en México”, en Historia de la nación mexicana, 2a ed. anotada por el mismo autor, Buena Prensa, México, 1952, 3 vols., libro segundo, caps. II-XIII. Denhardt, Robert Moorman, “The Equine Strategy of Cortés”, The Hispanic American Historical Review, 1938, vol. XVIII, núm. 4, pp. 552-555. Duverger, Christian, La conversión des indiens de Nouvelle-Espagne, Seuil, París, 1987. Elliott, John H., “The mental world of Hernán Cortés”, Transactions of the Royal Historical Society, Londres, 1967, 5ª serie, 17, pp. 41-58. ___, “Cortés, Velázquez and Charles V”, introducción a Hernán Cortés, Letters from Mexico, trad. y sel. de A. R. Pagden, Orion Press, Grossman Publishers, Nueva York, 1971, pp. XIXXXVII. ___, “The Spanish Conquest and Settlement of America”, The Cambridge History of Latin America, dir. Leslie Bethell, Cambridge University Press, 1984, t. I, pp. 149-206. Esquivel Obregón, Toribio, Hernán Cortés y el Derecho Internacional en el siglo XVI, Polis, México, 1939; 2a ed. junto con el estudio de Silvio Zavala, Hernán Cortés ante la justificación de su conquista, Editorial Porrúa, México, 1985. Esteve Barba, Francisco, Historiografía indiana, Editorial Gredos, Madrid, 1964, parte V: “Historiadores de la Nueva España”. Estudios cortesianos, Revista de Indias, Instituto “Gonzalo Fernández de Oviedo”, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, enero-junio de 1948, año IX, núms. 3132. Contiene estudios de Antonio Ballesteros Beretta, C. Pérez Bustamante, Manuel Ballesteros Gaibrois, Ramón Ezquerra, Antonio Pardo Riquelme, José Subirá, Ángel Losada, Jorge Campos, José López de Toro, Josefina Muriel, Luisa Cuesta y Jaime Delgado, Federico Gómez de Orozco, Guillermo Porras Muñoz, Dr. Leonardo GutiérrezColomer, Guillermo Lohmann Villena, Richard Konetzke, José Tudela, Jaime Delgado, Amada López de Meneses, Carlos Seco, Jacinto Hidalgo, Fernando Soler Jardón, José. V. Corraliza, Ramón Ezquerra y Alberto María Carreño. Ezquerra, Ramón, “Hernán Cortés”, Diccionario de Historia de España, dirigido por Germán Bleiberg, 2a ed., Ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 1968, t. I, pp. 1003-1009. Fernández del Castillo, Francisco, “El Testamento de Hernán Cortés. Estudio”, Anales del Museo de Arqueología, Historia y Etnografía, México, 1925, 5a época, t. 1, núm. 4, con sobretiro. Se refiere a la ed. de Mariano Cuevas de 1925 del Testamento de Cortés. Ferrer Canales, José, “La segunda carta de Cortés”, Historia Mexicana, El Colegio de
México, México, enero-marzo de 1955, vol. IV, núm. 15, pp. 398-406. Franck, Harry A., Trailing Cortes Through Mexico, Nueva York, 1935. Frankl, Victor, “Hernán Cortés y la tradición de ‘Las siete partidas’”, Revista de Historia de América, México, junio-diciembre de 1962, núms. 53-54, pp. 9-74. ___, “Imperio particular e imperio universal en las Cartas de Relación de Hernán Cortés”, Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, septiembre de 1963, núm. 165, pp. 443-482. Friede, Juan, “El privilegio de vasallos otorgado a Hernán Cortés”, Historia y sociedad en el mundo de habla española. Homenaje a José Miranda, El Colegio de México, México, 1970, pp. 69-78. Friederici, Georg, El carácter del descubrimiento y de la conquista de América (1925), trad. de Wenceslao Roces, Fondo de Cultura Económica, México, 1973, t. I. Fuentes Mares, José, Cortés, el hombre, Grijalbo, México, 1981. García, Genaro, Carácter de la conquista española en América y en México según los textos de los primitivos historiadores, México, 1901; 2a ed., Fuente Cultural, México, s. f., lib. II, cap. II, segunda parte. García, Rubén, Aspectos desconocidos del aventurero Hernán Cortés, México, s. f. García Martínez, Bernardo, El Marquesado del Valle. Tres siglos de régimen señorial en Nueva España, El Colegio de México, México, 1969. Gardiner, C. Harvey, Naval Power in the Conquest of Mexico, University of Texas Press, Austin, 1956. Gayangos, Pascual de, “Introducción”, Cartas y relaciones de Hernán Cortés al emperador Carlos V, colegidas e ilustradas por…, Imprenta Central de los Ferrocarriles, París, 1866, pp. V-LI. Gibson, Charles, Tlaxcala in the Sixteenth Century, Yale University Press, New Haven, 1952. ___, Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810) (1964), trad. de Julieta Campos, Siglo XXI Editores, México, 1967. Giménez Fernández, Manuel, “Hernán Cortés y su revolución comunera en la Nueva España”, Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, 1948, vol. V, pp. 1-144. Gómez de Orozco, Federico, “¿El exvoto de don Hernando Cortés?”, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, México, 1942, núm. 8, pp. 51-54. ___ “¿Cuál era el linaje paterno de Cortés?”, Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, 1948, t. VII, núm. 1, pp. S-13. ___, “Discurso en el IV centenario de la muerte de Hernán Cortés”, México, 2 de diciembre de 1947, MAMH, 1949, t. VIII, núm. 4, pp. 313-320.
___, “Don Hernando Cortés”, Revista de Indias, Madrid, 1950, núm. 41. ___, “Mocedades de Hernán Cortés”, MAMH, 1952, t. XI, núm. 1, pp. 5-2 1 y núm. 3, pp. 321332. Gomís Iniesta, Libertad Josefina, Hernán Cortés en la conciencia conservadora y liberal, tesis de maestría, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, México, 1963. González, Luis, El entuerto de la conquista. Sesenta testimonios, prólogo, selección y notas de…, Secretaría de Educación Pública, México, 1984. González Obregón, Luis, Los precursores de la independencia mexicana en el siglo XVI, Librería de la Vda. de C. Bouret, México-París, 1906. ___, Los restos de Hernán Cortés, disertación histórica y documentada, Imprenta del Museo Nacional, México, 1906; 2a ed. en México viejo y anecdótico, Librería de la Vda. de C. Bouret, París, México, 1909, pp. 181-287. Graham, Robert Bontine Cunninghame, Los caballos de la conquista (1930), trad. de Justo P. Sáenz (hijo), Editorial Guillermo Kraft Limitada, Buenos Aires, 1946. Gurría Lacroix, Jorge, “Santa María de la Victoria, primera fundación en la Nueva España”, Cortés ante la juventud, Sociedad de Estudios Cortesianos, 3, Jus, México, 1949, pp. 720. ___, Hernán Cortés y Diego Rivera, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1971. ___, Itinerario de Hernán Cortés, 2ª ed. con trad. al inglés, Ediciones Euroamericanas, México, 1973. ___, “El hallazgo de América y el descubrimiento de México”, “La conquista de México”, “La caída de Tenochtitlán”, “Hernán Cortés”, “Hernán Cortés y Diego Rivera”, “Viaje a las Hibueras” y “Los soldados cronistas”, capítulos en Historia de México, t. 4, Salvat Editores de México, México, 1974. ___, “Hernán Cortés y la Baja California”, Meyibó, México, 1979, núm. 2, pp. 21-38. Guzmán, Eulalia, “Aclaraciones y rectificaciones”, Relación de Hernán Cortés a Carlos V sobre la invasión de Anáhuac, Libros de Anáhuac, México, 1958, t. I. Hawks, Francis Lister, Las aventuras de Hernán Cortés el conquistador de Méjico (1847), 8ª ed., trad. por Jaime Bulnes y Flanagan, introducción de Carlos L. Corcuera y Riba, Jus, México, 1979. Helps, Sir Arthur, The Spanish Conquest in America, Londres, 1855; Nueva York, 1966. ___, The Life of Hemando Cortes, George Bell and Sons, Londres, 1896, 2 vols. “Hernán Cortés. 1485-1985”, El País, Extra, Madrid, 12 de octubre de 1985. Contiene artículos de Octavio Paz, Antonio Alatorre, Antonio García de León, Luis González, José Luis Martínez, Carlos Monsiváis, Enrique Otte, Francis Pisani y Pedro A. Vives Azancot.
Hernán Cortés. Universidad de Salamanca, Actas del Primer Congreso Internacional sobre Hernán Cortés y de las Primeras Jornadas de Colaboración Fuerzas Armadas-Universidad de Salamanca, edición preparada por Alberto Navarro González, Ediciones Universidad de Salamanca, 1986. Contiene colaboraciones de los siguientes autores. I Comisión A, Hernán Cortés militar, político y diplomático: Manuel Alcalá, Miguel Alonso Baquer, Ramón Ascanio y Togores, Manuel Ballesteros Gaibrois, Gastón Baquero, Juan Batista González, Roberto Bermúdez Ruiz, Enrique Cárdenas de la Peña, Miguel Cuartero Larrea, José María Gárate Córdoba, Antonio García García, Valeriano Gutiérrez Macías, Carlos Jiméuez Martínez, Torcuato Luca de Tena, José Manuel Pérez Prendes, Fernando Redondo Díaz. II Comisión B, México y España en la época de Hernán Cortés: José Alcina Franch, Jaime Brufau Prats, Prometeo Cerezo de Diego, Lamberto de Echeverría, Claudio Esteva Fábregat, Manuel Fernández Álvarez, Luis Gómez y Amador, José Luis Martínez, Demetrio Ramos Pérez, Ernesto de la Torre Villar, Silvio Zavala. III Comisión C, Repercusiones de la obra de Hernán Cortés: Felipe A. Calvo, Antonio González González, Alberto Navarro González, Águeda María Rodríguez Cruz, Luis Sáinz de Medrano, Francisco Sánchez, Arturo Uslar Pietri, Valentin Vázquez de Prada. IV Crónica y discursos: Pedro Amat Muñoz, José Antonio López Viciana y Salvador Bermúdez de Castro. Hernán Cortés y su época, Instituto de Cooperación lberoamericana-Historia 16, Madrid, 1986. Con colaboraciones de Bonifacio Palacios Martín, Guillermo Céspedes del Castillo, José Alcina Franch, Miguel Ribera Dorado, Pedro V. Vives Azancot, José Luis Martínez, Mercedes Guinea Bueno, Silvio Zavala y Carmelo Sáenz de Santa María. Hernán Cortez, Collection Génies et Réalités, Hachette, París, 1963. Colaboraciones de: Georges Blond, Pierre de Boisdeffre, Michel del Castillo, Jean Descola, Jean Lartéguy, Salvador de Madariaga, Roland Mousnier y Eric Ollivier. Hernández Sánchez-Barba, Mario, “Introducción”, Hernán Cortés, Cartas y documentos, Biblioteca Porrúa, 2, Editorial Porrúa, México, 1963. ___, “Introducción”, Hernán Cortés, Cartas de relación, edición de…, Historia 16, Madrid, 1985. Iduarte, Andrés, “Cortés y Cuauhtémoc: hispanismo e indigenismo”, Pláticas hispanoamericanas, Tezontle, México, 1951, pp. 9-18. Iglesia, Ramón, “Hernán Cortés”, Cronistas e historiadores de la conquista de México, El ciclo de Hernán Cortés, El Colegio de México, México, 1942; 2a ed. Sep-setentas, 16, México, 1972. Jiménez-Landi, Antonio, “El ‘Hernán Cortés’ de Vázquez Díaz”, Revista de Indias, CSIC, Madrid, julio-diciembre de 1948, pp. 1328-1329. Otros cuadros sobre Cortés de la pintura romántica española: Entierro de Hernán Cortés, de Joaquín Turina (1847-1903), en la Colección Gestoso de Sevilla; Hernán Cortés, de Gómez Gros (1858 y 1862), de Luis
López (1867), de Carlos M. Esquivel (1856), de Eusebio Valdeperas (1867), de Eduardo Gimeno (1871), de Francisco de Paula Van Halen (1867), de Manuel Ramírez (1890), y de José Uría (1890). Datos proporcionados por Manuel Alcalá. Kleinpaul, Johannes, Ferdinand Cortez und die Eroberung von Mexiko. Für jugend und bolt geschildert, Otto Spamer, Leipzig, 1904 (ilustrado). Kubler, George, “The portrait of Hernando Cortés at Yale” (1975), Studies in Ancient American and European Art. The Collected Essays of …, Yale University Press, New Haven y Londres, 1985, pp. 162-165. Lafaye, Jacques, Los conquistadores (1964), trad. de Elsa Cecilia Frost, Siglo XXI Editores, México, 1970. Lanning, Johnn Tate, “Cortés and his first official remission of treasures to Charles V”, Revista de Historia de América, Tacubaya, D. F., junio de 1938. Lejarza, F. de, “Franciscanismo de Cortés y cortesianismo de los franciscanos”, Missionalia Hispánica, Madrid, 1948, t. V., pp. 43-136. León, Nicolás, “Los verdaderos retratos de Hernán Cortés”, El Universal, México, 16 de noviembre de 1919. León-Portilla, Miguel, “Quetzalcóatl y Cortés”, Historia de México, Salvat, México, 1974, t. 4, pp. 99-114. ___, “Hernán Cortés. Primera biografía. La obra de Lucio Marineo Sículo, 1530”, Historia 16, Madrid, abril de 1985, año X, núm. 19, pp. 95-104; Colección Mar Abierto, 1, Ambos Mundos, México, 1985. ___ Hernán Cortés y la Mar del Sur, Ediciones de Cultura Hispánica, Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid, 1985. Levin, David, “History as Romantic Art: Structure, Characterization and Style in the Conquest of Mexico”, The Hispanic American Historical Review, febrero de 1959, pp. 20-45. Lida, María Rosa, “Estar en (un) baño, estar en un lecho de rosas”, Revista de Filología Hispánica, 1941, año III, núm. 3, pp. 263-270. López de Velasco, Juan, Geografía y descripción universal de las Indias (1574), edición de don Marcos Jiménez de la Espada, estudio preliminar de doña María del Carmen González Muñoz, Biblioteca de Autores Españoles, t. 248, Ediciones Atlas, Madrid, 1971. López Portillo y Weber, José, La conquista de la Nueva Galicia, Secretaría de Educación Pública, Departamento de Monumentos, Talleres Gráficos de la Nación, México, 1935. Lorenzana, Francisco Antonio, “Viage de Hernán Cortés a la península de Californias, y noticia de todas las expediciones que a ella se han hecho hasta el presente año de 1769, para la mejor inteligencia de la cuarta Carta de Cortés, y sus designios”, Historia de
Nueva España…, México, en la imprenta del Superior Gobierno, del Br. Joseph Antonio de Hogal, 1770, pp. 322-328. Describe las expediciones de Cortés y reproduce el mapa de la costa occidental de Nueva España y de la península de California, hecho por Domingo del Castillo, piloto mayor, en 1541. Lotz, Jürgen, “Hernando Cortez-Konquistador im Schnittpunkt zweier Welten”, Damals, das Geschichtsmagazin, Jan. 1985, pp. 39-61. MacNutt, Francis Augustus, Fernando Cortes and the Conquest of Mexico, G. P. Putmann's Sons, Nueva York y Londres, 1909. Madariaga, Salvador de, Hernán Cortés, Sudamericana, Buenos Aires, 1941. Magariños, Santiago, Hernán Cortés. Estampas de su vida, prólogo y selección de…, Homenaje en su cuarto centenario, Instituto de Cultura Hispánica, Madrid, 1947. — “El concepto de lo caballeresco: Hernán Cortés y Bayardo”, Escorial, Madrid, 1949, vol. XIX, núm. 58, pp. 485-507. Majó Framis, Ricardo, “Hernán Cortés”, Vidas de navegantes, conquistadores y colonizadores españoles del siglo XVI, t. II, Conquistadores, Aguilar, Madrid, 1962, pp. 263-460. Maguidóvich, I. P., Historia del descubrimienlo y exploración de Latinoamérica, trad. del ruso por Venancio Uribes, Progreso, Moscú, 1965. Malo Zozaya, Miguel J., “Revelador hallazgo de la heráldica cortesiana”, Norte. Revista Hispano-Americana, México, julio-agosto de 1971, 3a época, núm. 242, pp. 43-44. Mallorquí Figuerola, José, Hernán Cortés, coloso de la conquista, Buenos Aires, 1941. Marineo Sículo, Lucio, “De don Fernando Cortés marqués del Valle”, De Rebus Hispaniae Memorabilibus Libri XXV, Alcalá de Henares, 1530.— Versión española: De las cosas memorables de España, Alcalá de Henares, 1530, ff. CCVIII-CCXI, V.— Reproducción facsimilar de esta vida de Cortés en: Carlos Sanz, Bibliotheca Americana Vetutíssima, Últimas adiciones, volumen segundo, Librería General de Victoriano Suárez, Madrid, 1960, pp. 1034-1052. Miguel León-Portilla ha hecho una nueva edición de esta biografía con estudio preliminar, en Historia 16, Madrid, abril de 1985, pp. 95-104, reproducida en Mar Abierto. Revista de Ambos Mundos, primavera de 1985, con sobretiro. Martínez Cosío, Leopoldo, Heráldica de Cortés, Sociedad de Estudios Cortesianos, 2, Jus, México, 1949. Martínez Palafox, Luis, “El tormento de Cuauhtémoc y la responsabilidad de Cortés”, Cortés ante la juventud, Sociedad de Estudios Cortesianos, 3, Jus, México, 1949, pp. 55-107. Maza, Francisco de la, “Los restos de Hernán Cortés”, Cuadernos Americanos, México,
marzo-abril de 1947, año VI, núm. 2, pp. 53-174. Con documentos y fotografías. Sobretiro. ___, “Una obra de arte desconocida: el busto de Cortés por Manuel Tolsá”, Revista de la Universidad de México, junio de 1968, vol. XXII, núm. 10, pp. 32-33. Con una fotografía del busto. Menéndez Pidal, Ramón, “¿Codicia insaciable? ¿Ilustres hazañas ?” (1940), La lengua de Cristóbal Colón, El estilo de Santa Teresa y otros estudios sobre el siglo XVI, Colección Austral, 280, Espasa-Calpe Argentina, Buenos Aires, 1942, pp. 91-107. Morales Padrón, Francisco, Teoría y leyes de la conquista, Ediciones Cultura Hispánica del Centro Iberoamericano de Cooperación, Madrid, 1979. Moreno Toscano, Alejandra, “El siglo de la conquista”, Historia general de México, El Colegio de México, México, 1976, t. II. Mozzati, Mercurio, Fernando Cortés e la conquista del Messico, Col. I Grandi Viaggi di Esplorazione, G. B. Paravia, Turín, 1932. Muro Orejón, Antonio, Hernando Cortés, exequias, almoneda e inventario de sus bienes, Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, Sevilla, 1967. Neale-Silva, Eduardo, “An incident in the life of Cortés: its possible source”, Hispanic Review, 1936, vol. VI, pp. 69-74. Se refiere al romance “En la corte está Cortés” como posible fuente de la anécdota contada por Voltaire. Nutall, Zelia, Algunos datos sobre Hernán Cortés y su primera esposa, doña Catalina Xuárez, México, 1921. Ober, Frederick A., Hernando Cortes, Conqueror of Mexico, Nueva York, 1905. Ocaranza, Fernando, “Entierro de los restos de Hernán Cortés y su nieto don Pedro Cortés”, Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, México, 1956, t. XV, núm. 3, pp. 225-227. Oliva de Coll, Josefina, La resistencia indígena ante la conquista, Siglo XXI Editores, México, 1974. Orozco y Berra, Manuel, “Conquistadores de Nueva España”, Diccionario universal de historia y de geografía, México, 1853, t. II, pp. 492-510, con 1 377 conquistadores.— Segunda versión, corregida y aumentada, “Conquistadores de México”, El Renacimiento, México, 1869, con 2 329 conquistadores; Apéndice a Baltasar Dorantes de Carranza, Sumaria relación de las cosas de Nueva España, México, 1902, pp. 333-434; reproducida en Diccionario Porrúa de historia, biografía y geografía de México, México, 1964 y reediciones bajo el título “Conquistadores de la Nueva España”. ___, Historia antigua y de la conquista de México, 1ª ed., México, 1880; 2ª ed. con estudio previo de Ángel María Garibay K., biografía del autor y tres bibliografías referentes al mismo de Miguel León-Portilla, Biblioteca Porrúa, 17-20, Porrúa, México, 1960, 4 vols.,
t. IV. ___, Historia de la dominación española en México, con una advertencia de Genaro Estrada, Antigua Librería Robredo, México, 1938, 4 vols., tomos I y II. Ortega y Medina, Juan Antonio, “Antecedentes de la conquista: Philosophia Christi y Contrarreforma”, Cortés ante la juventud, Sociedad de Estudios Cortesianos, 3, Jus, México, 1949, pp. 119-143. Oski [Óscar Conti], Vera historia de Indias, prólogo de José Luis Lanuza, Lumen, Barcelona, 1975. Caricatura de Hernán Cortés en p. 60. O’Sullivan-Beare, Nancy (Sullivan, Nancy Marie), Las mujeres de los conquistadores …, Compañía Bibliográfica Española, Madrid, 1953. Palerm Vich, Ángel, “Sobre las relaciones poligámicas entre indígenas y españoles durante la conquista de México, y sobre algunos de sus antecedentes en España”, Cortés ante la juventud, Sociedad de Estudios Cortesianos, 3, Jus, México, 1949, pp. 231-277. Pardo Bazán, condesa de, Hernán Cortés y sus hazañas, ilustrado por A. Vivanco, Ediciones de “La Lectura”, Madrid, 1914. Pastor, Beatriz, Discurso narrativo de la conquista de América, Premio Casa de las Américas, 1983, La Habana, Cuba, 1984. Paz, Octavio, “Nuevo Mundo y conquista”, “Dos mitos: Cuauhtémoc, joven abuelo”, “Hernán Cortés: exorcismo y liberación”, México en la obra de Octavio Paz. El peregrino en su patria, Historia y política de México, Edición de O. Paz y L. M. Schneider, Fondo de Cultura Económica, México, 1987, t. I, pp. 83-106. Pereyra, Carlos, Hernán Cortés y la epopeya del Anáhuac, Madrid, 1916. ___, Las huellas de los conquistadores, M. Aguilar, Madrid, 1929. ___, Hernán Cortés, M. Aguilar, Editor, Madrid, 1931; Colección “Sepan cuantos…”, 165, prólogo de Martín Quirarte, Porrúa, México, 1971. Phelan, John Leddy, “Many Conquests: Some Trends and Some Challenges in Mexican Historiography (1945-69): the Sixteenth and Seventeenth Centuries”, y comentarios de Charles Gibson, Carlos Martínez Marín y Álvaro Matute, Investigaciones contemporáneas sobre historia de México, Oaxtepec, Morelos, 4-7 de noviembre de 1969, Universidad Nacional Autónoma de México, El Colegio de México, Universidad de Texas en Austin, 1971, pp. 125-156. Polavieja, marqués de (Camilo García de Polavjeja y del Castillo), Hernán Cortés (Estudio de un carácter), por el teniente general…, Conferencia leída en el Centro del Ejército y la Armada, Toledo, Imprenta y Librería de la Viuda de J. Peláez, 1909. Porrúa Venero, Manuel, Ensayo histórico jurídico sobre Hernán Cortés. Su vida y su obra, Manuel Porrúa, México, 1986.
Prescott, William H., Historia de la conquista de México, con un bosquejo preliminar de la civilización de los antiguos mexicanos y la vida del conquistador Hernando Cortés (1843), traducida al castellano por don José María González de la Vega, anotada por don Lucas Alamán, con notas críticas y esclarecimientos por don José Fernando Ramírez, prólogo, notas y apéndices por Juan A. Ortega y Medina, Colección “Sepan cuantos…”, 150, Porrúa, México, 1970. Priestley, H. I., The Coming of the White Man, 1492-1848, Nueva York, 1929. Quinto centenario de Hernán Cortés. Los domingos del ABC, Semanal, Madrid, 29 de diciembre de 1985. Contiene cronología y colaboraciones de Manuel Alvar, José María de Areilza, Manuel Ballesteros Gaibrois, Juan Batista, Miguel León-Portilla, Torcuato Luca de Tena, Julián Marías, Alberto Navarro González, Demetrio Ramos y Silvio Zavala. Ramos Oliveira, Antonio, Hernán Cortés y sus parientes los Juárez, Compañía General de Ediciones, México, 1972. Rayón, Ignacio López, “Cortés, Hernando, Hernán o Fernando”, Diccionario universal de historia y de geografía …, México, Tipografía de Rafael, Librería de Andrade, 1853, 7 vols. y 3 de apéndice, t. II, pp. 568-582. Ignacio López Rayón fue el editor y paleógrafo del Sumario de la residencia de Cortés. Al fin de la biografía se reproduce el Testamento de Cortés. Relación secreta de conquistadores, informes del archivo personal del emperador Carlos V que se conserva en la Biblioteca del Escorial, años de 1539-1542, versión paleográfica, estudio preliminar y notas del Dr. Mariano González-Leal, Taller de Investigaciones Humanísticas de la Universidad de Guanajuato, 1979. Reyes, Alfonso, “Apéndice sobre Virgilio y América” (1937), al Discurso por Virgilio (1930), Obras completas, t. XI. Paralelismo de la Eneida con la conquista de México. Reynolds, Winston A., “Cinco siglos en torno a la figura de Hernán Cortés (historia, ensayo, literatura)”, Estudios Americanos, Sevilla, julio-agosto de 1959, vol. XVIII, núms. 94-95, pp. 25-42. ___, “The burning ships of Hernán Cortés”, Hispania, septiembre de 1959, vol. XLII, núm. 3, pp. 317-324. ___, “Hernán Cortés y los héroes de la Antigüedad”, Revista de Filología Española, 1962, t. XLV, pp. 259-271. ___, “Hernán Cortés y las mujeres: vida y poesía”, Nueva Revista de Filología Hispánica, 1965-1966, t. XVIII, núms. 3 y 4, pp. 417-435. ___, Romancero de Hernán Cortés, Colección Aula Magna, Ediciones Alcalá, Madrid, 1967. ___, Hernán Cortés en la literatura del Siglo de Oro, Centro Iberoamericano de Cooperación, Editora Nacional, Madrid, 1978. Ricard, Robert, “Sur la politique des alliances dans la conquête du Mexique par Cortés”,
Journal de la Société des Américanistes, París, 1925, nueva serie, t. VII, pp. 245-260. ___, La conquista espiritual de México (1933), trad. de Angel María Garibay revisada por Andrea Huerta, Fondo de Cultura Económica, México, 1986. Rico González, Víctor, Hacia un concepto de la conquista de México, Instituto de Historia, México, 1953. Riley, G. Micheal, Fernando Cortés and the Marquesado in Morelos, 1522-1547, A case study in the socioeconomic development of sixteenth-century Mexico, University of New Mexico Press, Albuquerque, 1973. Rivera Cambas, Manuel, “Hernán Cortés”, en Los gobernantes de México, Galería de biografías y retratos de los virreyes, emperadores, presidentes y otros gobernantes que ha tenido México desde don Hernando Cortés hasta el C. Benito Juárez, México, Imp. de J. M. Aguilar Ortiz, 1872, 2 vols., t. 1, pp. 5-18. Riva Palacio, Vicente, El virreinato. Historia de la dominación española en México desde 1521 a 1808, México a través de los siglos …, Ballescá y Compañía, México, Espasa y Compañía, Barcelona, 1885, t. II. Robertson, William, The History of America, W. Strahan, Londres, 1777, 2 vols.— L'histoire de l'Amérique …, versión en francés, Panckouke, París, 1778, 4 vols. Rodríguez, Inés, “Árbol genealógico de Hernán Cortés de Monroy”, Norte. Revista HispanoAmericana, México, julio-agosto de 1971, 3a época, núm. 242, pp. 40-42. Rodríguez Prampolini, Ida, Amadises de América. La hazaña de las Indias como empresa caballeresca, 2a ed., Consejo Nacional de Cultura, Caracas, Venezuela, 1977. Romero de Terreros, Manuel, “Las medallas de Cortés”, Cosas que fueron, México, Imprenta de J. J. Muñoz, 1937, pp. 3-9. ___, Los retratos de Cortés. Estudio iconográfico, Antigua Librería Robredo, México, 1944. ___, Hernán Cortés. Sus hijos y nietos, caballeros de las órdenes militares, 2a ed. corregida y aumentada, Antigua Librería Robredo, México, 1944. ___, “Los bergantines de Martín López”, “Las armas de los conquistadores”, en Apostillas históricas, Editorial Hispano Mexicana, México, 1945, pp. 7-11 y 21-24. Romero Solano, Luis, Expedición cortesiana a las Molucas. 1527, Sociedad de Estudios Cortesianos, 6, Jus, México, 1950. Ross Betty, With Cortes in Mexico, ilustraciones de Maurice Skye, serie Adventures in Geography, ed. Nina Gardner, Frederick Muller Limited, Londres, 1961. Sáenz de Santa María, Carmelo, “Iconografía cortesiana (Hacia la identificación de su verdadero retrato)”, Revista de Indias, Madrid, enero-marzo de 1958, año XVIII, núm. 71, pp. 541-560.
Saville, Marshal H., The Earliest Notices Concerning the Conquest of Mexico by Cortes, Nueva York, 1920. Scheifler, S. J., Francisco Xavier, “Hernán Cortés, un héroe de la hispanidad”, en Trilogía de la hispanidad, Jus, México, 1948, pp. 69-210. Sedgwick, Henry Dwight, Cortés the Conqueror. The Exploits of the Earliest and Greatest of the Gentlemen Adventurers in the New World. The Bobbs-Merrill Company, Indianápolis, 1926. Segarra, José, y Joaquín Juliá, La ruta de Hernán Cortés (1519-1910), Imprenta Alemana, Madrid, 1910. Septién y de la Llata, José Antonio, Hernán Cortés ante el supremo tribunal de “Las siete partidas”, Ediciones Cimatario, México, 1947. Serrano y Sanz, M., “Las Cartas de Hernán Cortés”, Autobiografías y memorias, coleccionadas e ilustradas por don…, Nueva Biblioteca de Autores Españoles, t. II, Madrid, 1905, pp. XXXI-XXXIII. Sevilla del Río, Felipe, Breve estudio sobre la conquista y fundación de Colliman, Colección Peña Colorada, México, 1973. Sierra, Justo, “La conquista”, “Fundadores y pobladores”, “Los pacificadores”, Evolución política del pueblo mexicano (Historia política, 1900) Obras completas del maestro…, edición de Edmundo O'Gorman, t. XII, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1948, caps. III del libro primero y I y II del libro segundo. Sigüenza y Góngora, Carlos de, Piedad heroica de don Fernando Cortés (1691-1694), edición y prólogo de Jaime Delgado, Colección Chimalistac, 7, José Porrúa Turanzas, Madrid, 1960. Simpson, Lesley Byrd, The Encomienda in New Spain. The Beginning of Spanish Mexico, The University of California Press, 1966; trad. española por Encarnación Rodríguez Vicente bajo el título Los conquistadores y el indio americano, Península, Barcelona, 1970. Solana y Gutiérrez, Mateo, Ensayo biológico sobre Hernán Cortés, prólogo de Luis Chico Goerne, Oaxaca, 1933. ___, Don Hernando Cortés, marqués del Valle de Oaxaca. (La voluntad de dominio), México, 1938. Soto Hall, Máximo, De México a Honduras. (El viaje de Hernán Cortés), Tip. Nacional, San José (Costa Rica), 1900. Sotomayor, Arturo, Cortés según Cortés, Extemporáneos, México, 1970. Straub, Eberhard, Das bellum justum des Hernán Cortés in Mexico, Böhlau Verlag, Colonia
Viena, 1976. En el cap. IV compara el estilo, pensamiento y argumento de las Cartas con los Comentarios de César y demuestra que éstos sivieron en gran parte de modelo a aquéllas. Informe de Manuel Alcalá. Testas, Guy y Jean, Les conquistadores 1492-1556, Hachette, París, 1988. Todorov, Tzvetan, “Cortés y Moctezuma: de la comunicación”, trad. de Tomás Segovia, Vuelta, México, agosto de 1979, núm. 33, pp. 20-25; fragmento de La conquête de l'Amérique. La question de l'autre, Editions du Seuil, París, 1982, cap. II. Toro, Alfonso, Un crimen de Hernán Cortés. La muerte de doña Catalina Xuárez Marcaida (Estudio histórico y médico legal), ediciones de la Librería de Manuel Mañón, México, 1922. ___, Descubrimientos, conquistas y colonización del Nuevo Mundo, t. II de la Historia colonial de la América Española, Patria, México, 1949. Torres, Luis, La España imperial. Hernán Cortés (conquistador de Méjico), Ediciones Luz, Zaragoza, 1939. Toussaint, Manuel, “El criterio artístico de Hernán Cortés”, Estudios Americanos, Madrid, 1948, vol. I, núm. 1. Valero Silva, José, El legalismo de Hernán Cortés como instrumento de conquista, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, México, 1965. Válgoma y Díaz Varela, Dalmiro de la, Ascendencia y descendencia de Hernán Cortés, línea de Medina Sidonia y otras, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1951. Valle, Rafael Heliodoro, “Cortés en su México”, discurso en el IV centenario de la muerte del conquistador, Ábside, México, enero-marzo de 1948, t. XII, núm. 1, pp. 11-20. ___, “Las Cartas de Cortés”, Historia Mexicana, El Colegio de México, México, abril-junio de 1953, 8, vol. II, núm. 4. Valle-Arizpe, Artemio de, Andanzas de Hernán Cortés y otros excesos, Biblioteca Nueva, Madrid, 1940; 3a ed. Editorial Diana, México, 1978. Vasconcelos, José, Hernán Cortés, creado de la nacionalidad, Vidas Mexicanas, 1, Ediciones Xóchitl, México, 1941. Vedia, Enrique de, “De Cortés y sus cartas”, Historiadores primitivos de Indias, colección dirigida e ilustrada por don… (1852), Biblioteca de Autores Españoles, vol. 22, nueva edición, Atlas, Madrid, 1946, t. I, pp. XV-XVII. Vega, Celestino, “La hacienda de Hernán Cortés en Medellín”, Revista de Estudios Extremeños, Badajoz, 1948. Villar Villamil, Ignacio, La familia de Hernán Cortés, Cultura, México, 1933.
Villoro, Luis, “Hernán Cortés”, en Los grandes momentos del indigenismo en México, El Colegio de México, México, 1950, pp. 15-29. Wagner, Henry R., “The lost first letter of Cortés”, The Hispanic American Historical Review, noviembre de 1941, vol. XXI, pp. 153-174. ___, The rise of Fernando Cortés, The Cortes Society, Berkeley, 1944. Warren, J. Benedict, La conquista de Michoacán, 1521-1530, trad. de Agustín García Alcaraz, Colección de Estudios Michoacanos, VI, editado por Fimax Publicistas, Morelia, Michoacán, 1979. Watchel, Nathan, “The Indian and the Spanish Conquest”, en The Cambridge History of Latin America, 1984, t. I, pp. 207-248. Weiditz, Christoph, Das Trachtenbuch des Christoph Weiditz von Seinen Reisen nach Spanien (1529) un den Niederlanden (1531-1532), Berlín y Leipzig, 1927. White, Jon Manchip, Cortés and the Downfall of the Aztec Empire. A Study in a Conflict of Cultures, Hamish Hamilton, Londres, 1971. Wilkerson, Jeffrey K., “Following Cortés: Path to Conquest”, fotografías de Guillermo Aldana E., ilustraciones de Ned Seidler y Rosalie Seidler, National Geographic, octubre de, 1984, vol. 166, núm. 4, pp. 420-459. Wobeser, Gisela von, “El gobierno en el marquesado del Valle de Oaxaca”, en El gobierno provincial en la Nueva España, Woodrow Borah, coordinador, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, Imprenta Universitaria, México, 1985, pp. 167-187. Zavala, Silvio, Los intereses particulares en la conquista de la Nueva España (Estudio histórico-jurídico), tesis doctoral, Imprenta Palomeque, Madrid, 1933. ___, Las instituciones jurídicas en la conquista de América, Centro de Estudios Históricos, Madrid, 1935; 2a ed. revisada y aumentada, Biblioteca Porrúa, 50, Porrúa, México, 1971. ___, La encomienda indiana, Centro de Estudios Históricos, Madrid, 1935; 2a, ed. revisada y aumentada, Biblioteca Porrúa, 53, México, 1973. ___, “Hernán Cortés y la teoría escolástica de la justa guerra”, en La Utopía de Tomás Moro en la Nueva España y otros estudios, Antigua Librería Robredo, México, 1937, pp. 45-54. ___, La filosofía política en la conquista de América, Fondo de Cultura Económica, México, 1947. ___, “Hernán Cortés ante la justificación de su conquista”, Revista de Historia de América, México, julio-diciembre de 1981, núm. 92, pp. 49-69; 2a ed. junto con el estudio de Toribio Esquivel Obregón, Hernán Cortés y el Derecho internacional en el siglo XVI, Porrúa, México, 1985; 3a ed. en Temas hispanoamericanos en su quinto centenario, Porrúa, México, 1986, pp. 67-95. ___, Tributos y servicios personales de indios para Hernán Cortés y su familia (Extractos de documentos del siglo XVI), Archivo General de la Nación, México, 1984.
___, “Hernán Cortés ante la encomienda”, Memoria de El Colegio Nacional, México, 1985, t. X, núm. 4, pp. 13-32.
III. ESTUDIOS SOBRE PERSONAJES Y TEMAS ESPAÑOLES E INDÍGENAS DE LA ÉPOCA Agraz García de Alba, Gabriel, Doña Marina, Malintzin o “La Malinche” nació en el antiguo reino de Xalisco, México, edición del autor, 1984. Aiton, Arthur Scott, Antonio de Mendoza, First Viceroy of New Spain, Duke University Press, Durham, Carolina del Norte, 1927. Alcocer, Ignacio, Apuntes sobre la antigua México-Tenochtitlán, Tacubaya, 1935. Apens, Ola, Mapas antiguos del valle de México, Instituto de Historia, UNAM, México, 1947. Ávalos Guzmán, Gustavo, Don Antonio de Mendoza… primer virrey de la Nueva España, portada e ilustraciones de Julio Prieto, Publicaciones de la Universidad Michoacana, Morelia, 1941. Babelon, Jean, Carlos V (1500-1558), trad. de Miguel de Hernani, Biografías Históricas y Novelescas, Editorial Losada, Buenos Aires, 1952. Baudot, Georges, Las letras precolombinas (1976), prefacio de Jacques Soustelle, trad. de Xavier Massimi, revisada por Martí Soler, Siglo XXI, México, 1979. ___, Utopie et histoire au Mexique. Les premiers chroniqueurs de la civilisation mexicaine (1520-1569), Privat, Toulouse, 1977. Benítez, José R., Alonso García Bravo, planeador de la ciudad de México y su primer Director de Obras Públicas, Publicaciones de la Compañía de Fomento y Urbanización, México, 1933. Borah, Woodrow, Silk Raising in Colonial México, Ibero-Americana, vol. 20, University of California Press, Berkeley y Los Ángeles, 1943. ___, y Sherburne F. Cook, “La despoblación en el México central en el siglo XVI”, Historia Mexicana, El Colegio de México, julio-septiembre de 1962, 45, vol. XII, núm. 1, pp. 112. ___, y Sherburne F. Cook, The Aboriginal Population of Central Mexico on the Eve of the Spanish Conquest, Berkeley y Los Ángeles, University of California Press, 1963. ___, Comercio entre México y Perú en el siglo XVI, Historia del Comercio Exterior, 2, Instituto Mexicano de Comercio Exterior, México, 1975. Bozal, Ángel, El descubrimiento de Méjico. Una gloria ignorada: Juan de Grijalva, Voluntad, Madrid, 1927.
Boyd-Bowman, Peter, Índice geobiográfico de más de 56 mil pobladores de la América hispánica, t. 1, 1493-1519, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM-Fondo de Cultura Económica, México, 1985. Brandi, Carl, Charles-Quint, 1500-1558, trad. del alemán de Guy de Budé, Bibliothèque Historique, Payot, París, 1951. Burland, C. A., Montezuma, Lord of the Aztecs, fotografías a color de Werner Forman, Weidenfeld y Nicolson, Londres, s. f. (ca. 1973). Carrasco, Pedro, “La transformación de la cultura indígena durante la colonia”, Historia Mexicana, El Colegio de México, octubre-diciembre de 1975, 98, vol. XXV, núm. 2. Caso, Alfonso, “Contribución de las culturas indígenas de México a la cultura mundial”, México y la cultura, Secretaría de Educación Pública, México, 1946, pp. 49-80. ___, El pueblo del Sol, figuras de Miguel Covarrubias, Fondo de Cultura Económica, México, 1953. ___, “Los barrios antiguos de Tenochtitlan y Tlatelolco”, Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, México, enero-marzo de 1956, t. XV, núm. 1, pp. 7-63. Chaunu, Pierre, La España de Carlos V (1973), trad. de E. Riambau Sauri, Península, Barcelona, 1976, 2 vols. Chevalier, François, La formación de los latifundios en México. Tierra y sociedad en los siglos XVI y XVII (1953 y 1976), trad. de Antonio Alatorre, Fondo de Cultura Económica, México, 1976. Chipman, Donald E., Nuño de Guzmán and the Province of Pánuco in New Spain, 15181533, The Arthur C. Clark Company, Glendale, California, 1977. Cook, Sherburne F. y Lesley Byrd Simpson, The Population of Central Mexico in the Sixteenth Century, Ibero-Americana, 31, University of California Press, Berkeley y Los Ángeles, 1948. Domínguez Ortiz, Antonio, El antiguo régimen: los Reyes Católicos y los Austrias (1973), Historia de España Alfaguara, vol. III, Alianza Editorial-Alfaguara, Madrid, 1980. Duverger, Christian, L’Origine des Aztèques, Recherches Anthropologiques, Seuil, París, 1983. Elliott, John H., Imperial Spain, 1496-1716 (1963), Penguin Books, 1978. ___, El Viejo Mundo y el Nuevo (1492-1650) (1970), trad. de Rafael Sánchez Mantero, Alianza Editorial, Madrid, 1972. ___, “Spain and America in the Sixteenth and Seventeenth Centuries”, The Cambridge History of Latin America, 1984, t. I, pp. 287-340. Fernández, Justino, Coatlicue. Estética del arte indígena antiguo, prólogo de Samuel Ramos,
Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, México, 1954, 1959. Fernández del Castillo, Francisco, Doña Catalina Xuárez Marcayda, primera esposa de Hernán Cortés, y su familia…, México, 1929; 2a ed. Cosmos, México, 1980. ___, Don Pedro de Alvarado, Edición de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, México, 1945. Flor y canto del arte prehispánico de México, introducción de Ángel Ma. Garibay K., Fondo Editorial de la Plástica Mexicana, México, 1964. Florescano Mayet, Enrique, Ensayos sobre la historiografía colonial de México, Cuadernos de Trabajo del Departamento de Investigaciones Históricas, INAH, México, 1979, cap. I. ___, Memoria mexicana. Ensayo sobre la reconstrucción del pasado; época prehispánica1821, Contrapuntos, Joaquín Mortiz, México, 1987. Flores Guerrero, Raúl, Historia general del arte mexicano. Época prehispánica, prólogo de Pedro Rojas, Hermes, México, 1962. Gallo, Eduardo L., “Cuauhtémoc”, Hombres ilustres mexicanos, biografías de los personajes notables, Eduardo L. Gallo, (ed.), Imprenta de I. Cumplido, México, 1873, 4 vols., t. I, pp. 417-477. García Granados, Rafael, Diccionario biográfico de historia antigua de Méjico, publicaciones del Instituto de Historia, 1ª serie, núm. 23, México, 1952-1953, 3 vols. García Icazbalceta, Joaquín, Don fray Juan de Zumárraga, primer obispo y arzobispo de México (1881), ed. de Rafael Aguayo Spencer y Antonio Castro Leal, Colección de Escritores Mexicanos, 42-44, Editorial Porrúa, México, 1947, 4 vols. García Iglesias, Sara, Isabel Moctezuma, la última princesa azteca, Vidas Mexicanas, 27, Ediciones Xóchitl, México, 1946. Gerhard, Peter, A Guide to the Historical Geography of New Spain, Cambridge, University Press, Cambridge, 1972. Gómez de Orozco, Federico, Doña Marina, la dama de la conquista, Vidas Mexicanas 2, Ediciones Xóchitl, México, 1942. González, Agustín, “Xicoténcatl”, Hombres ilustres, 1874, t. II, pp. 25-46. González Aparicio, Luis, Plano reconstructivo de la región de Tenochtitlan, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Secretaría de Educación Pública, México, 1973. Mapa adjunto en rollo. González Obregón, Luis, El capitán Bernal Díaz del Castillo, conquistador y cronista de Nueva España, noticias biográficas y bibliográficas compiladas por…, México, Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento, 1894; 2a ed. en Cronistas e historiadores, México, Botas, 1936, pp. 11-80.
___, Cuauhtémoc. El rey heroico de los mexicanos, Secretaría de Relaciones Exteriores, México, 1922; 2a ed., Biblioteca Mínima Mexicana, 6, Libro-Mex Editores, México, 1955. Graham, Robert Bontine Cunninghame, Bernal Díaz del Castillo, Semblanza de su personalidad a través de su “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, Editora Interamericana, Buenos Aires, 1943. Greenleaf, Richard E., La inquisición española en Nueva España. Siglo XVI, (1969), trad. de Carlos Valdés, Fondo de Cultura Económica, México, 1981. Haring, Clarence H., Comercio y navegación entre España y las Indias en la época de los Habsburgos (1918), trad. de Emma Salinas, Fondo de Cultura Económica, México, 1939. ___, The Spanish Empire in America (1947), A Harbinger Book, New York, 1963. Jiménez Moreno, Wigberto, y Luis González, “Historiografia prehispánica y colonial de México”, Enciclopedia de México, México, 1972, t. VI, pp. 1074-1111. Jiménez Rueda, Julio, Historia de la cultura en México. El mundo prehispánico, Cultura, México, 1957. ___, Historia de la cultura en México. El virreinato, Cultura, México, 1950. Keen, Benjamín, La imagen azteca en el pensamiento occidental (1971), trad. de Juan José Utrilla, Fondo de Cultura Económica, México, 1984. Kirkpatrick, F. A., The Spanish Conquistadores (1934), Adam and Charles Black, Londres, 1946. Konetzke, Richard, Descubridores y conquistadores de América. De Cristóbal Colón a Hernán Cortés (1963), trad. de Celedonio Sevillano, Gredos, Madrid, 1968. ___, América Latina, II, La época colonial (1965), trad. de Pedro Scaron, Historia universal Siglo Veintiuno, 22, México, 1972. Krickeberg, Walter, Las antiguas culturas mexicanas (1956), trad. de Sita Garst y Jasmin Reuter, dibujos de Rudolf Heinrich, Fondo de Cultura Económica, México, 1961. ___, Mitos y leyendas de los aztecas, incas, mayas y muiscas, con la colaboración de Johanna Faulhaber y Brigitte von Mentz (1928, 1968), Fondo de Cultura Económica, México, 1971. Kubler, George, Arquitectura mexicana del siglo XVI (1948), trad. de Roberto de la Torre et al, Fondo de Cultura Económica, México, 1983. León-Portilla, Miguel, Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, dibujos de Alberto Beltrán, Fondo de Cultura Económica, México, 1961. ___, Coloquios y doctrina cristiana con que los doce frailes de San Francisco, enviados por el papa Adriano VI y por el emperador Carlos V, convirtieron a los indios de la Nueva España. En lengua mexicana y española. Los diálogos de 1524 dispuestos por fray
Bernardino de Sahagún y sus colaboradores Antonio Valeriano de Azcapotzalco, Alonso Vegerano de Cuauhtitlán, Martín Jacobita y Andrés Leonardo de Tlatelolco, y otros cuatro ancianos muy entendidos en todas sus antigüedades, edición facsimilar, introducción, paleografia, versión del náhuatl y notas de…, Universidad Nacional Autónoma de México, Fundación de Investigaciones Sociales, México, 1986. ___, “Mesoamérica before 1519”, The Cambridge History of Latin America, 1984, t. I, pp. 336. León y Gama, Antonio de, “Descripción de la ciudad de México antes y después de la conquista española”, MAMH, 1957, t. XVI, núm. 2, pp. 138-148. ___, Descripción histórica y cronológica de las dos piedras que con ocasión del nuevo empedrado que se está formando en la plaza principal de México se hallaron en ella el año de 1790…, México, en la Imprenta de don Felipe de Zúñiga y Ontiveros, año de M.DCC.XCII; facsímil; Manuel Porrúa, Librería, México, 1978. Linné, Sigvald, El valle y la ciudad de México en 1550, Museo Etnográfico de Suecia, Estocolmo, nueva serie, 9, 1948. Liss, Peggy K., Orígenes de la nacionalidad mexicana, 1521-1556. La formación de una nueva sociedad (1975), trad. de Agustín Bárcena, Fondo de Cultura Económica, México, 1986. Lockhart, James, y Enrique Otte, Letters and People of the Spanish Indies. Sixteenth Century, Cambridge University Press, Cambridge, 1976. ___, y Stuart B. Schwartz, Early Latin America. A History of Colonial Spanish America and Brazil, Cambridge University Press, Cambridge, 1983. MacLeod, Murdo J., “Spain and America: The Atlantic trade, 1492-1720”, en The Cambridge History of Latin America, 1948, t. I, pp. 341-388. Madariaga, Salvador de, Carlos V (1969), con introducción de Gérard Walter y las Memorias de Carlos V, Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1980. Marquina, Ignacio, El Templo Mayor de México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1960. ___, Arquitectura prehispánica, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Secretaría de Educación Pública, México, 1964. Maza, Francisco de la; Felipe Pardinas Illánez; Juan de la Encina; Luis Ortiz Macedo; Xavier Moyssén; coordinación cronológica de las ilustraciones e índice general, Xavier Moyssén, Cuarenta siglos de plástica mexicana. Arte colonial, Herrero, México, 1970. Mendoza, Eufemio, “Cuitláhuac”, Hombres ilustres …, 1873, t. I, pp. 355-416. Miranda, José, El tributo indígena en la Nueva España durante el siglo XVI, México, 1952. ___, Las ideas y las instituciones políticas mexicanas. Primera parte. 1521-1820,
Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1952. Muriel, Josefina, Hospitales de la Nueva España, I: Fundaciones del siglo XVI, Instituto de Historia, primera serie, 35, Jus, México, 1956.
UNAM,
Núñez, Fernanda, “De la historia al mito. Malinche. I”, Palos de la Crítica, México, junioagosto de 1983, núm. 5, pp. 42-63. O’Gorman, Edmundo, Cuatro historiadores de Indias, siglo XVI: Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, Fray Bartolomé de las Casas, Joseph de Acosta, Sep-setentas, 51, México, 1972. Olmedo y Lama, José, “Malintzin”, Hombres ilustres …, 1874, t. II, pp. 7-23. Orozco y Berra, Manuel, Apuntes para una historia de la geografía en México, México, Imprenta de Francisco Díaz de León, 1881; facsímil: Edmundo Aviña Levy, Guadalajara, 1973. Otte, Enrique, “Cartas privadas de Puebla del siglo XVI”, Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, vol. 3, 1966, pp. 10-87. ___, “Mercaderes burgaleses en los incios del comercio con México”, Historia Mexicana, El Colegio de México, 1968, 69 y 70, vol. XVIII, núm. 1, pp. 108-144, y núm. 2, pp. 258-285. ___, “La Nueva España en 1529”, Historia y sociedad en el mundo de habla española. Homenaje a José Miranda, El Colegio de México, México, 1970, pp. 95-111. ___, Cartas privadas de emigrantes a Indias 1540-1616, con la colaboración de Guadalupe Albi, prólogo de Ramón Carande y Thovar, V Centenario, Consejería de Andalucía, Junta de Andalucía, Escuela de Estudios Hispano. Americanos de Sevilla, Sevilla, 1988. Parry, John Horace, The Spanish Seaborne Empire (1966), Penguin Books, Harmondsworth, Reino Unido, 1973. Payno, Manuel, “Moctezuma”, “Xicoténcatl”, “Cuauhtémoc” y “Pedro de Alvarado”, El libro rojo, 1520-1867, Imprenta de F. Díaz de León y S. White, México, 1870. Paz, Octavio, Sección 1ª; “Arte precolombino”, México en la obra de Octavio Paz. Los privilegios de la vista, Artes de México, Fondo de Cultura Económica, México, 1987, t. III, pp. 39-114. Pereyra, Carlos, La obra de España. en América, Biblioteca Nueva, Madrid, 1920. ___, La conquista de las rutas oceánicas, M. Aguilar, Editor, Madrid, 1920. ___, Historia de América española, Editorial Saturnino Calleja, Madrid, 1920-1925, 8 vols. Pérez de Bustamante, C., Don Antonio de Mendoza, primer virrey de la Nueva España (15351550), prólogo de Carlos Pereyra, nota preliminar de Luis Blanco Rivera, anales de la Universidad de Santiago, vol. III, Tipografía de “El Eco Franciscano”, Santiago, 1928. Pérez Martínez, Héctor, Cuauhtémoc. Vida y muerte de una cultura, Leyenda, México, 1944.
Phelan, John Leddy, El reino milenario de Las franciscanos en el Nuevo Mundo (1956), trad. de Josefina Vázquez, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1972. Porras Muñoz, Guillermo, El gobierno de la ciudad de México en el siglo XVI, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, 1982. Procesos de residencia instuidos contra Pedro de Alvarado y Nuño de Guzmán, con estampas, con notas y noticias por D. José Fernando Ramírez, paleografiados del ms. original por el Lic. Ignacio L. Rayón, México, Impreso por Valdés y Redondas, 1847. Ramos, D. J. Pérez de Tudela, I. Sánchez Bello J. J. Real, C. Pérez Picón, J. Manzano, Ma. L. Díaz Trechuelo, F. Solano, P. Borges, A Gimeno, presentación por el Dr. Luis Suárez Fernández, El Consejo de las Indias en el siglo XVI, Serie Americanista, 1, Universidad de Valladolid, 1970. Recinos, Adrián, Pedro de Alvarado, conquistador de México y Guatemala, portada y dibujos de José Narro, FCE, México, 1952. Robertson, Donald, Mexican Manuscript Painting of the Early Colonial Period. The Metropolitan Schools, New Haven: Yale University Press, 1959. Rojas, Pedro, Historia general del arte mexicano. Época colonial, Hermes, México, 1963. Romerovargas Yturbide, Ignacio, Motecuhzoma Xocoyotzin o Moctezuma el magnífico y la invasión de Anáhuac, México, 1963-1964, 3 vols. Salas, Alberto M., Tres cronistas de Indias, Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo Fernández de Oviedo, fray Bartolomé de las Casas, Fondo de Cultura Económica, México, 1ª ed. 1959; 2a ed. aumentada, 1986. ___, Crónica florida del mestizaje de las Indias. Siglo XVI, Losada, Buenos Aires, 1960. ___, Para un bestiario de Indias, con veintinueve dibujos de David Almirón, Losada, Buenos Aires, 1968. Sanders, William T., “The population of the Central Mexico Symbiotic Region, The Basin of Mexico, and the Teotihuacán Valley in the Sixteenth Century” (1970, 1976), en The Native Population of the Americas in 1492, editado por William M. Denevan, The University of Wisconsin Press, Madison, 1976. Sandoval, Fray Prudencio de, Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V…, (1604-1606), edición y estudio preliminar de D. Carlos Seco Serrano, Biblioteca de Autores Españoles, 80-82, Atlas, Madrid, 1955-1956, 3 vols. Santa Cruz, Alonso de, Crónica de Carlos V, edición Blázquez y Beltrán y Róspide, Academia de la Historia, Madrid, 1922-1925. Schafer, Ernesto, El Consejo Real y Supremo de las Indias, Universidad de Sevilla, Sevilla, 1935, 2 vols.
Sejourné, Laurette, América Latina, I. Antiguas culturas precolombinas, trad. de Josefina Oliva de Coll, Historia Universal, 21, Siglo XXI, México, 1971. Simpson, Lesley Byrd, Muchos Méxicos (1971), trad. de L. B. S. y Luis Monguió, Fondo de Cultura Económica, México, 1977. Somonte, Mariano G., Doña Marina, “La Malinche”, México, 1971. Soustelle, Jacques, La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista (1955), trad. de Carlos Villegas, Fondo de Cultura Económica, México, 1956, 1970. ___, Album de la Vie quotidienne des Aztèques, leyendas, Nicole Facien, fotografías de Gisèle Freund, Henri Lehmann, Jacques Soustelle, Musée de l'Homme, Hachette, París, 1959. ___, El universo de los aztecas (1979), trad. de José Luis Martínez (cap. 1) y Juan José Utrilla (caps. II-V), Fondo de Cultura Económica, México, 1982. Teja Zabre, Alfonso, Historia y tragedia de Cuauhtémoc, Botas, México 1929. ___, Historia de Cuauhtémoc, Botas, México, 1934. Terlinden, Vizconde Charles, Carlos Quinto, emperador de dos mundos, Rialp, Madrid, 1966. Tibón, Gutierre, Historia del nombre y de la fundación de México, 1ª ed. 1975; 2ª ed. aumentada con prólogo de Jacques Soustelle, Fondo de Cultura Económica, México, 1980. Toscano, Salvador, Arte precolombino de México y de la América Central, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, México, 1944; 2a ed., 1952; 3a ed., prólogo del doctor Miguel León-Portilla, edición de Beatriz de la Fuente, 1970. ___, Cuauhtémoc, prólogo y caps. XXV y XXVI por Rafael Heliodoro Valle, Fondo de Cultura Económica, México, 1953. Toussaint, Manuel, Federico Gómez de Orozco y Justino Fernández, Planos de la ciudad de México. Siglos XVI y XVII, estudio histórico urbanístico y bibliográfico, Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma, México, 1938. ___, Arte colonial de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, Imprenta Universitaria, México, 1948; 2a ed. con Advertencia de Justino Fernández, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, México, 1962. ___, Información de méritos y servicios de Alonso García Bravo, alarife que trazó la ciudad de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, Imprenta Universitaria, México, 1956. Tovar, Antonio, Lo medieval en la conquista y otros ensayos americanos, 2a ed., Fondo de Cultura Económica, México, 1981. Tovar, Pantaleón, “Moctezuma II Xocoyotzin”, en Hombres ilustres…, 1873, t. I, pp. 233-253. Tovar de Teresa, Guillermo, Pintura y escultura del Renacimiento en México, prólogo de
Diego Angulo Íñiguez, México, 1978. Vaillant, George C., La civilización azteca (1941), trad. de Samuel Vasconcelos, Fondo de Cultura Económica, México, 1944. Valle, Rafael Heliodoro, Cristóbal de Olid. Conquistador de México y Honduras, Sociedad de Estudios Cortesianos, 5, Jus, México, 1950. vida colonial, La, Publicaciones del Archivo General de la Nación, VII, Estados Unidos Mexicanos, Secretaría de Gobernación, México, Imprenta de Manuel León Sánchez, 1923. Weckmann, Luis, La herencia medieval de México, presentación de Charles Verlinden, prólogo de Silvio Zavala, El Colegio de México, México, 1984, 2 vols. Westheim, Paul, Arte antiguo de México, trad. de Mariana Frenk, Fondo de Cultura Económica, México, 1950. Westheim, Paul, Alberto Ruz, Pedro Armillas, Ricardo de Robina, Alfonso Caso, coordinación cronológica-cultural e índice general, Román Piña Chan, Cuarenta siglos de plástica mexicana. Arte prehispánico, Herrero, México, 1969. Wilgus, A. Curtis, Histories and Historians of Hispanic America, The H. W. Wilson Publishing Company, New York, 1942. Zavala, Silvio, El mundo americano en la época colonial, Biblioteca Porrúa, 39 y 40, Porrúa, México, 1967, 2 vols.
APÉNDICE SOBRE CUAUHTÉMOC Y EL HALLAZGO DE ICHCATEOPAN (Relación cronológica) El hallazgo de Ichcateopan, dictamen que rinde la comisión designada por acuerdo del C. Secretario de Educación Pública, en relación con las investigaciones y exploraciones realizadas en Ichcateopan, Guerrero, sobretiro del tomo undécimo de la Revista Mexicana de Estudios Antropológicos, México, D. F., 1950. Pérez Martínez, Héctor, Eulalia Guzmán, Alfonso Quiroz Cuarón, Alfonso Teja Zabre y otros, La supervivencia de Cuauhtémoc, hallazgo de los restos del héroe, nota preliminar por José Ángel Ceniceros, Ediciones “Criminalia”, México, 1951. Gómez Robleda, José, Dictamen acerca de la autenticidad del descubrimiento de la tumba de Cuauhtémoc en Ixcateopan, Secretaría de Educación Pública, México, 1952. Jiménez Moreno, Wigberto, “Los hallazgos de Ichcateopan”, Historia Mexicana, octubrediciembre de 1962, 46, vol. XII, núm 2. Los hallazgos de Ichcateopan, actas y dictámenes de la comisión, Comisión Investigadora de los Descubrimientos de Ichcateopan, México, 1962.
Guzmán, Eulalia, “La autenticidad de los restos de Cuauhtémoc”, Excélsior, México, 6 a 15 de febrero de 1976, diez artículos. Gurría Lacroix, Jorge, Historiografía sobre la muerte de Cuauhtémoc, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1976. García Quintana, Josefina, Cuauhtémoc en el siglo XIX, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1977. Lombardo de Ruiz, Sonia, La Iglesia de la Asunción de Ichcateopan en relación con la autenticidad de los restos de Cuauhtémoc, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1978. Mendoza, Moisés, Rey y señor Cuauhtémoc, Ediciones Municipales, Acapulco, Gro., 1978. Olivera de Bonfil, Alicia, La tradición oral sobre Cuauhtémoc, Investigaciones Históricas, México, 1980.
UNAM,
Instituto de
Moreno Toscano, Alejandra, Los hallazgos de Ichcateopan. 1949-1951, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1980. Matos Moctezuma, Eduardo, Informe de la revisión de los trabajos arqueológicos realizados en Ichcateopan, Guerrero, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1980. Roldán, Dolores, Códice de Cuauhtémoc, biografía, Orión, México, 1980.
IV. OBRAS LITERARIAS Y MUSICALES SOBRE CORTÉS Y LA CONQUISTA (Relación cronológica) Zapata, Luis de, cantos XI a XV de Carlo famoso, Juan Mey, Valencia, 1566. Los cantos citados, con un total de 294 octavas, están dedicados a la narración que hace a Carlos V un emisario de Cortés de las hazañas de éste. Hay ediciones parciales de estos cantos: José Toribio Medina, El primer poema que trata del descubrimiento del Nuevo Mundo. Reimpresión de la parte correspondiente del “Carlos famoso”, Santiago de Chile, 1916; nueva edición crítica por José Toribio Medina y Winston A. Reynolds, José Porrúa Turanzas, Madrid, 1984. Terrazas, Francisco de, Nuevo Mundo y conquista (ca. 1580), fragmentos en Baltasar Dorantes de Carranza, Sumaria relación de las cosas de la Nueva España (1601-1604), Museo Nacional, México, 1902; ed. facsimilar: Jesús Medina, Editor, México, 1970.— Estos fragmentos y las demás poesías de Terrazas fueron editados por Antonio Castro Leal, con prólogo y notas: Poesías, Bibliotheca Mexicana, 8, Librería de Porrúa, Hnos., México, 1941. Lobo Lasso de la Vega, Gabriel, Mexicana (1588-1594), estudio preliminar y edición de José Amor y Vázquez, Biblioteca de Autores Españoles, t. 232, Atlas, Madrid, 1970.
La primera versión de este poema se llamó Primera parte de Cortés valeroso y Mexicana (Madrid, 1588). La segunda versión, mucho más extensa, se llamó simplemente Mexicana (Luis Sánchez, Madrid, 1594). Castellanos, Juan de, elegías VII y VIII de Elegías de varones ilustres de Indias, Casa de la viuda de Alonso Gómez, impresor de Su Majestad, Madrid, 1589.— Nueva edición Biblioteca de Autores Españoles, t. 4; reimpresión, Atlas, Madrid, 1944. Las elegías mencionadas se refieren a los pleitos de Cortés con Diego Velázquez y Francisco de Garay aunque predomina en ellas la figura del primero. Saavedra Guzmán, Antonio de, El peregrino indiano, Madrid, en casa de Pedro Madrigal, 1599.— 2a ed. con Prólogo de Joaquín García Icazbalceta, “El Sistema Postal”, México, 1880. Arias de Villalobos, “Canto intitulado Mercurio” en Obediencia que México, cabeza de la Nueva España dio a la Majestad católica del rey don Felipe IIII de Austria N. S. alzando pendones de vasallaje en su real nombre. Con un discurso en verso del estado de la misma ciudad, desde su fundación, imperios y conquista, hasta el mayor crecimiento y grandeza en que ahora está … Por… presbítero…, En México, en la Imprenta de Diego Garrido, año 1623.— Reimpreso bajo el título de México en 1623, por Genaro García, Documentos inéditos o muy raros para la historia de México, México, 1907, t. XII; 2a ed., Biblioteca Porrúa, 60, Porrúa, México, 1975, pp. 313-380. Balbuena, Bernardo de, libro XVIII y principios del libro XIX de El Bernardo o Victoria de Roncesvalles, poema heroico …, Madrid, por Diego Flamenco, 1624; 2a ed., Madrid, en la Imprenta de Sancha, 1808; 3a ed. en Poemas épicos, t. I, edición de Cayetano Rosell, Biblioteca de Autores Españoles, t. 17, Rivadeneyra, Madrid, 1851; 4a ed., Madrid, Imprenta de Gaspar y Roig, 1852. En el libro XVIII hay una descripción aérea de América del Sur y de México y en las catorce primeras octavas del libro XIX se refiere la conquista de México. Zárate, Fernando de, La conquista de México, comedia (siglos XVI-XVII), en Comedias escogidas, de los mejores ingenios, Madrid, 1652-1704, 48 vols., t. XXX Ávila, Gaspar de, El valeroso español y primero de la casa, Hernán Cortés, comedia (siglos XVI-XVII), Dramáticos contemporáneos de Lope de Vega, Biblioteca de Autores Españoles, t. 43, Madrid, 1857. Se refiere al matrimonio de Cortés con doña Juana de Zúñiga. Ruiz de León, Francisco, Hernandía. Triunfo de nuestra fe y gloria de las armas españolas, o Conquista de México por el valeroso Hernán Cortés, Imprenta de la viuda de Fernández, Madrid, 1755. Sumarókov, Alexandr, Conversación de Cortés y Moctezuma en los infiernos. Los héroes necesitan benignidad y misericordia (en ruso), Moscú, ca. 1759.
Lyttelton, George, “Dialogue VIII Fernando Cortez-William Penn”, Dialogues of the Dead, 3ª ed., Londres, impreso para W. Sandby en Fleet-Street, 1760, pp. 57-66. Cañizares, José de, El pleito de Hernán Cortés con Pánfilo de Narváez, comedia nueva, Valencia, 1762. Valor que admiran dos mundos se engendra solo en España y Hernán Cortés sobre México, anónima, comedia en tres jornadas, con música y arias, ms. en la Biblioteca Municipal de Madrid, 1768. Hernán Cortés triunfante en Tlaxcala, comedia con música por Agustín Cordero, Madrid, 1769. Castro, Agustín Pablo, La Cortesiada (ca. 1770), desconocida. Fernández de Moratin, Nicolás, “Canto épico. Las naves de Cortés” (1777), Obras póstumas, Barcelona, 1821. Vaca de Guzmán, José María, “Las naves de Cortés destruidas (1777), Poemas épicos, colección dispuesta y revisada con un prólogo y un catálogo por don Cayetano Rosell, Biblioteca de Autores Españoles, t. 2, Rivadeneyra, Madrid, 1864. Cortés Osorio, Jerónimo, Las Cortesiadas, s. a., ms. 3887 en la Biblioteca Nacional de Madrid, inédita. Rey, Fermín del, Hernán Cortés en Cholula, comedia en tres actos con música, Barcelona, 1782. ___, Hernán Cortés victorioso y paz con los tlaxcaltecas, comedia en tres actos con música, s. a., ms. en la Biblioteca Nacional de Madrid. ___, Hernán Cortés en Tabasco, comedia en tres actos, música de Mariano Berner y Bustos, 1790. ms. en la Biblioteca Municipal de Madrid. Fernando nel Messico, música de Giuseppe Giordani, Teatro Argentina, Roma, 1786. Fernando Cortés, conquistador di Messico, música por Muguer, libreto de Tarducci, Teatro La Pérgola, Florencia, 1789. Escóiquiz, Juan de, México conquistado, Imprenta Real, Madrid, 1798, 3 vols. Fernando in Messico, música por Marcos Antonio Portugal o Portogallo, Venecia, 1798. Fernand Cortes ou la conquête du Mexique, música de Gasparo Spontini, libreto de Jouy, Teatro de la Ópera de París, 1809, reformada y vuelta a representar en 1817, celebrada por Berlioz y Wagner. La conquista di Messico, música de Vincenzo Fioravanti, Teatro Nuovo, Nápoles, 1829. Bird, Robert Montgomery, Calavar or The Knight of the Conquest, a Romance of Mexico, Filadelfia, 1834, 2 vols.
Pusalgas y Guerris, Ignacio Manuel, El nigromántico mejicano, Barcelona, 1838, 2 vols. Novela basada en la conquista de México. Hurtado, Antonio, Romancero de Hernán Cortés, poema inédito ricamente ilustrado, J. Espasa Editor, Barcelona, 1847. Hernán Cortés o la conquista de México, música de Ignacio Ovejero, Teatro del Circo, Madrid, 1848. Escosura, Patricio de la, La conjuración de México o los hijos de Hernán Cortés, novela histórica, ilustrada, Madrid, Imprenta de los señores Andrés y Díaz, 1850-1851, 5 vols. Fernando Cortés, música de Francesco Malipiero, Teatro la Fenice, Venecia, 1851. Thomas, Lewis F., Cortez the Conqueror, tragedia en cinco actos, 1857. Riva Palacio, Vicente, La vuelta de los muertos, novela histórica, Manuel C. de Villegas, México, 1870.— Nueva ed. Colección “Sepan cuantos…”, 507, Porrúa, México, 1986. Novela basada en la expedición a las Hibueras. Pimentel, Francisco, “Cortés Al Sr. D. Teodoro Soto” (soneto), El Eco de las Artes, periódico semanal, órgano de la Sociedad de Constructores Prácticos, México, 15 de febrero de 1873. Peón y Contreras, José, Un amor de Hernán Cortés, drama en tres actos y en verso (repr. 1876), Mérida, Gamboa Guzmán y Hno. Impresores, 1883. Henty, G. A., By Right of Conquest, or With Cortez in Mexico, Nueva York, 1891. Heredia, José María de, “Les conquerants”, soneto, Les Trophées, 1893. Entre otras, hay traducción de Justo Sierra. La conquista del Messico, música de E. Paganini, Teatro Argentina, Roma, 1897. Pi y Margall, F., Guatimotzin y Hernán Cortés. Diálogo, Imprenta y Fundición de los Hijos de J. A. García, Madrid, 1890. Santos Chocano, José, “Los caballos de los conquistadores”, poema, Alma América, Madrid, 1906. Villaespesa, Francisco, Hernán Cortés, poema épico en tres actos y en verso, Librería de la Vda. de Ch. Bouret, París-México, 1917. Cravioto, Alfonso, “Hernán Cortés” (poema), El Maestro, revista de cultura nacional, México, 1° de mayo de 1921, núm. 2, p. 208. ___ El alma nueva de las cosas viejas. Poesías, México Moderno, México, 1921. Machado, Manuel, “Épica española. Los conquistadores”, Sevilla y otros poemas, América,
Madrid, 1921. Escofet, José, Hernán Cortés o la conquista de Méjico. Narraciones novelescas de la conquista del Nuevo Mundo, Los Grandes Exploradores Españoles, vol. III, S. A., I. G., Seix Barral, Barcelona, 1925. MacLeish, Archibald, Conquistador, Boston y Nueva York Houghton Mifflin, The Riverside Press, Cambridge, 1934; y en Collected Poems, 1917-1982, Boston, 1985, pp. 169-262. MacLeish recibió el Premio Pulitzer por este poema. Sender, Ramón J., Hernán Cortés. Retablo en dos partes y once cuadros, Quetzal, México, 1940. Monterde, Francisco, El temor de Hernán Cortés y otras narraciones de la Nueva España, prólogo de Luis González Obregón, México, 1943. Un capitán de Castilla, filme dirigido por Henry King, basado en una novela de Samuel Shellabarger, con Tyrone Power, César Romero como Hernán Cortés, y Stella Inda como Doña Marina, Fox, Estados Unidos de América, 1947. Méndez Plancarte, Gabriel, “Oda a Hernán Cortés en el IV Centenario de su muerte”, Ábside, México, enero-marzo de 1948, vol. XII, núm. 1. Prego García, José, Hernán Cortés. Poema, México, 1950. Neruda, Pablo, “Llegan al mar de México (1519)”, “Cortés”, “Cholula”, poemas de la sección III, “Los conquistadores”, Canto general, Océano, México, 1950. Contreras Torres, Miguel, Cortés rumbo a Tenochititlan (novela), prólogo de Alfonso Camín, Imp. de Manuel León Sánchez, México, 1954. Magaña, Sergio, Cortés y la Malinche. (Los argonautas), drama satírico, (repr. ca. 1967). Editores Mexicanos Unidos, México, 1985. López de Lara, Guillermo, México, epopeya del alba, ilustraciones de José Narro, Patria, México, 1969. López Portillo y Pacheco, José, Ellos vienen… La conquista de México, libreto e ilustración de…, Fernández Editores, México, 1987.
V. OBRAS LITERARIAS Y MUSICALES SOBRE PERSONAJES Y TEMAS INDÍGENAS DE LA ÉPOCA
(Relación cronológica) Motezuma, Drama per musica, música de Antonio Vivaldi, libreto de Girolamo Giusti, Teatro Sant’ Angelo, Venecia, 1733.— La partitura musical no se ha descubierto. El libreto, traducido al español por Gabriela Arciniegas, se publicó en Correo de los Andes, Bogotá,
septiembre-octubre de 1980, núm. 5, pp. 53-59, y se reprodujo en el suplemento Sábado, de Unomásuno, de México, en 1981. Montezuma, música de Karl Heinrich Graun, libreto de Federico ll, Teatro de la Ópera de Berlín, 1755. Montezuma, música de Gianfrancesco di Majo, libreto de Amadeo Cigna-Santi, Teatro Reggio, Turín, 1765. Se cantó también en Barcelona en 1766, y en Valencia en 1767. Montezuma, música de D. Galuppe, libreto de A. Cigna-Santi, Teatro de San Benedetto, Venecia, 1772. Montezuma, música de Giovanni Paisiello, libreto de Cigna-Santi, Teatro delle Dame, Roma, 1772. Montezuma, música de Antonio María Gasparo Sacchini, Londres, 1775. Montezuma, música de P. Alfossi, libreto de Girolamo Giusti, Teatro Antico, Reggio Emilia, 1776. Montezuma, música de G. Insanguine, libreto de A. Cigna-Santi, Teatro Reggio, Turín, 1780. Montezuma, música de Nicola Antonio Zingarelli, libreto de A. Cigna-Santi, Teatro San Carlo, Nápoles, 1781. Il Guatemuzin, música de Giuseppe Giordani, Teatro Capranica, Roma, 1787. Heredia, José María, “En el teocalli de Cholula” (diciembre de 1820), “A los habitantes de Anáhuac; Oda” (1822), Poesías, Toluca, 1832. Montezuma, música de Henry Rowley Bishop, Teatro Covent-Garden de Londres, 1822. Montezuma, “melólogo” de Ignaz Xaver Seyfried, Viena, 1825. Amazilia, música de Giovanni Pacini, Teatro de San Carlos, de Nápoles, 1825. (Anónimo), Jicoténcal (novela), Filadelfia, Imprenta de Guillermo Stavely, 1826, 2 vols. García-Baamonde, Salvador, Xicoténcal, príncipe americano, novela histórica del siglo XV, Valencia, Imprenta de José de Orga, 1831. L’eroina del Messico, música de Luigi Ricci, Teatro del Príncipe, Madrid, 1832. Lafragua, José María, “Netzula” (1832), Novelas cortas de varios autores, Biblioteca de Autores Mexicanos, 33, Imp. de V. Agüeros, Editor, México, 1901, t. I, pp. 265-306. Rodríguez Galván, Ignacio, “Profecía de Guatimoc” (1839) y “La visión de Moctezuma”, Poesías, México, Impresas por Manuel R. de la Vega, 1851, t. I. Montezuma, música de G. Treves, libreto de A. Cigna-Santi, Teatro Carcamo, Milán, 1845.
Gómez de Avellaneda, Gertrudis, Guatimozin, último emperador de Méjico, novela histórica, Imprenta de D. A. Espinosa, Madrid, 1846, 2 vols. Heine, Heinrich, “Vitzliputzli” (ca. 1846), Romanzero, Hamburgo, 1851. Rodríguez y Cos, José María, El Anáhuac, ensayo épico en trece cantos en romance heroico, México, Imprenta de M. Murguía y Ca., 1853. ___, Cuauhtimotzin o sea la conquista de México, tragedia lírico-histórica, en cuatro actos… (con textos en español y en italiano), México, Imprenta del Gobierno Federal, en el ex Arzobispado, 1891. Ancona, Eligio, Los mártires del Anáhuac (novela), México, Imprenta de José Batiza, 1870, 2 vols. Guatimozin, ópera, música de Aniceto Ortega, Teatro Nacional, México, 1871. Paz, Ireneo, La piedra del sacrificio (novela), J. S. Ponce de León, impresor, México, 1871, 2 vols. ___, Amor y suplicio (novela), México, Imprenta de Ireneo Paz, 1873. Idilio y conflictos en la época de la conquista. ___, Doña Marina (novela histórica), México, Imprenta de Ireneo Paz, 1883. Valle, Eduardo del, Cuauhlémoc, poema en nueve cantos, prólogo de Ignacio Manuel Altamirano, Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento, México, 1886. Haggard, H. Rider, Montezuma’s Daughter, Londres, 1893. Frías, Heriberto, Leyendas históricas mexicanas, México-Barcelona, Maucci, 1899. Treinta y siete breves narraciones en pequeños cuadernos, muchos de ellos con portadas de José Guadalupe Posada. Santos Chocano, José, “Cuauhtémoc”, soneto del “Tríptico heroico”, Alma América, Madrid, 1906. López, Rafael, “Malintzin”, “Cuauhtémoc” (poemas), Con los ojos abiertos, México, 1912. Galindo Torres, Francisco, La Quauhtemoida. (La primera parte) (poema épico en doce cantos), Guadalajara, Imp. de A. Román e Hijos Sucs., 1912. Pellicer, Carlos, “Tríptico azteca” (1914), “Oda a Cuauhtémoc” (1924) y “13 de agosto. Ruina de Tenochtitlan” (1964), Obras. Poesía, edición de Luis Mario Schneider, Letras Mexicanas, Fondo de Cultura Económica, México, 1981. Reyes, Alfonso, Visión de Anáhuac (1519) (1915), Índice, Madrid, 1923; Obras completas, Fondo de Cultura Económica, México, 1956, t. II. Anáhuac, ópera, música de Arnulfo Miramontes, libreto de N. Bracho, estrenada en México, 1918.
Rebolledo, Efrén, El águila que cae, tragedia, dibujos de Jorge Enciso, Librería de la Vda. de Ch. Bouret, París-México, 1916. Génin, Auguste, Légends et récits du Mexique ancien, París, Les Éditions G. Grés, 1923. Méndez Rivas, Joaquín, Cuauhtémoc, tragedia, ornamentó esta edición Diego Rivera, edición del autor, México, 1925. Passuth, László, El dios de la lluvia llora sobre México, novela (1939), versión española de Joaquín Verdaguer, Obras, Luis de Caralt Editor, Barcelona, 1959. Madariaga, Salvador de, El corazón de piedra verde, Sudamericana, Buenos Aires, 1942. Krüger, Hilde, Malinche o el adiós a los mitos, Cultura, México, 1944. González Ruiz, Felipe, Doña Marina, la india que amó a Hernán Cortés, Madrid, 1944. Monterde, Francisco, Moctezuma, el de la silla de oro, ilustraciones de Julio Prieto, Imprenta Universitaria, México, 1945. ___, Moctezuma II, señor de Anáhuac, México, 1947. Sessions, Roger, Montezuma, 1947, ópera, estrenada en Berlín Oeste, 1964. López Bermúdez, José, Canto a Cuauhtémoc, con un juicio de Alfonso Reyes, México, 1950. Baron, Alexander (Alec Bernstein), The Golden Princess, Jonathan Cape, Londres, 1954. Se refiere a la Malinche. Magaña, Sergio, Moctezuma II, tragedia, Panorama del Teatro, México, 1954, año I, núm. 1, pp. 35-82. Leiva, Raúl, Danza para Cuauhtémoc (poema), Los Presentes, México, 1955. Novo, Salvador, “Malinche y Carlota”, “Cuauhtémoc y Eulalia”, Diálogos, Los textos de La Capilla, II, México, 1956. ___ Cuauhtémoc, pieza en un acto, México, 1962. Sotelo Inclán, Jesús, Malintzin, Medea americana, drama en tres actos en verso y prosa, Tiras de Colores, México, 1957. Gorostiza, Celestino, La leña está verde o La Malinche, drama, México, 1958. Usigli, Rodolfo, Corona de fuego, tragedia antihistérica americana (1960), Teatro completo, t. II, Letras Mexicanas, Fondo de Cultura Económica, México, 1966. Menéndez, Miguel Ángel, Malintzin en un fuste, seis rostros y una sola máscara, La Prensa, México, 1964. Fuentes, Carlos, Todos los gatos son pardos (versión íntegra), Siglo XXI Editores, México, 1970.
Brandt, Jane Lewis, La chingada, la saga apasionada de la gloria española y el orgullo azteca, publicado por Pockets Books, Nueva York, 1979. Se refiere a la Malinche. Jennings, Gary, Azteca, novela, trad. de María de los Ángeles Correa G., Planeta, Barcelona, 1980. Aguirre, Eugenio, Gonzalo Guerrero, novela histórica, UNAM, Coordinación de Humanidades, México, 1980. Urueta, Margarita, Malinche, representada en enero de 1986 en el Teatro Cuauhtémoc, del IMSS de Naucalpan, D. F. Inclán, Federico S., Yo, Malinalli, teatro, estrenada en México, el 17 de marzo de 1988. López Mozo, Jerónimo, Yo, maldita india, drama, Madrid, 1989.
LISTA DE ILUSTRACIONES Hernán Cortés Primera imagen de América. Grabado en madera al frente de la carta de Cristóbal Colón a Luis de Santángel, Basilea, 1493 Mapa de la cuenca de México en la época prehispánica. Dibujo de Miguel Covarrubias El imperio azteca en vísperas de la conquista. De Jon Manchip White, Cortés and the Downfall of the Aztec Empire, Londres, 1971 El Templo Mayor. De Sahagún, Primeros Memoriales, cap. I Códice Borgia, lámina 30. El viaje de Venus por el infierno, según Seler Una página de la Matrícula de Tributos, f. 9 r Quetzalcóatl en el Códice Borbónico El rey Fernando el Católico. Anónimo. Copia del siglo XVIII La reina Isabel la Católica. Anónimo. Copia del siglo XVIII Felipe el Hermoso. Medalla de Frans van Mieris Medalla de la reina Juana la Loca acuñada por los Comuneros. Frans van Mieris Real cédula con la firma “Yo la reina” y la del secretario Juan de Sámano Carlos V. Aguafuerte de Daniel Hopfer Una página de la Biblia políglota, Alcalá de Henares, Arnaldo Guillermo de Brocar, 15141517 Portada de la primera edición del Amadís de Gaula, Zaragoza, Jorge Coci, 1508 Una antigua colección de romances Maltratos y abusos de las autoridades españolas con los indios. Códice Osuna, f. 12, 575 v. Tributos de los indios. Códice Osuna, f. 10, 472 v Doctrina breve, México, 1543/1544, de fray Juan de Zumárraga Doctrina de Molina La evangelización de los indios según fray Diego Valadés, en Rhetorica Christiana, Perugia, 1579 El mundo indígena interpretado por fray Diego Valadés El padrenuestro en jeroglifos Portada de la edición española de la obra de Lucio Marineo Sículo Principio del elogio de Cortés por Lucio Marineo Sículo Portada de las Obras que Francisco Cervantes de Salazar ha hecho, glosado y traducido, Alcalá de Henares, 1546 Cortés y doña Marina pintados en la iglesia de San Andrés Ahuahuaztepec, Tlaxcala El alcázar de don Diego Colón en Santo Domingo
Llegada de Juan de Grijalva a Chalchicuecan. Códice Durán Itinerario de la exploración de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva. En Jesús Amaya Topete, Atlas mexicano de la conquista, Fondo de Cultura Económica, México, 1958 Itinerario de Hernán Cortés y Pánfilo de Narváez. En Jesús Amaya Topete, Atlas mexicano de la conquista, Fondo de Cultura Económica, 1958 Mapa de la región del Caribe, incluido en la obra de Pedro Mártir de Anglería, Década del Nuevo Mundo, Sevilla, 1511. Es éste el primer mapa español que se imprimió para representar una parte del Nuevo Mundo. Cabe pensar que Hernán Cortés pudo haberlo conocido. Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Madrid, 1985 El aperreamiento. Pintura indígena reproducida por José Fernando Ramírez, en Proceso de residencia instruido contra Nuño de Guzmán, México, 1847 Llegada de Cortés a Chalchicuecan. Códice Durán, XXII José Clemente Orozco, Hernán Cortés. Óleo La Primera relación o Carta del cabildo, de 1519. Ms. de Viena La segunda Carta de relación. Sevilla, 1522 La tercera Carta de relación. Sevilla, 1523 Versión latina de la segunda y tercera Cartas de relación. Nuremberg, 1524 La cuarta Carta de relación. Toledo, 1525 El indio informa, Marina traduce, Cortés dicta y el escribiente escribe. En Diego Muñoz Camargo, Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala, ms. de Glasgow, 27 La escritura de Cortés. Carta a Diego de Guinea, 1540. El párrafo final es autógrafo Doña Marina. Dibujo de Miguel Covarrubias Bienvenida de Motecuhzoma a Cortés en el Códice Viena, f. 45 r El Cacique Gordo de Cempoala. Dibujo de Miguel Covarrubias Pedro Mártir de Anglería, De Orbe Novo, Alcalá de Henares, 1530 Pedro Mártir de Anglería, De Insulis Nuper Inventis, Colonia, 1532. Reproduce la segunda y tercera Relaciones de Cortés El penacho de plumas de quetzal, llamado de Moctezuma. Museo Etnológico de Viena Batalla con los tlaxcaltecas. Dibujo de Miguel Covarrubias Bautizo de los señores de Tlaxcala. Lienzo de Tlaxcala, 8 Matanza de Cholula, Lienzo de Tlaxcala, 9 Fray Bartolomé de las Casas, Brevísima relación, Sevilla, 1552 Ruta de los españoles de Veracruz a Tenochtitlán. Dibujo de Miguel Covarrubias Moctezuma Xocoyotzin. Dibujo de Miguel Covarrubias Cortés recibido por Motecuhzoma. Códice Durán, XXV Alegoría de la Nueva España. Motecuhzoma con grillos en los pies. Muñoz Camargo, Descripción de Tlaxcala, ms. de Glasgow, 20
Cortés y los cuatro señores de Tlaxcala. Lienzo de Tlaxcala, 11 Templo Mayor de México Tenochtitlán. Acuarela del arquitecto Ignacio Marquina Templo Mayor. Maqueta de Carmen de Antúnez según la acuarela del arquitecto Ignacio Marquina El mercado. Dibujo de Miguel Covarrubias Cortés derrota y prende a Narváez. Lienzo de Tlaxcala, 13 Matanza del Templo Mayor, Códice Durán, XXVI Muerte de Motecuhzoma según el Códice Moctezuma La huida en la Noche Triste. Lienzo de Tlaxcala, 18 Cortés en la Noche Triste. Dibujo de Miguel Covarrubias Los tlaxcaltecas acogen a Cortés después de su derrota. Lienzo de Tlaxcala, 28 Itinerario de Cortés después de la Noche Triste. Jesús Amaya Topete, Atlas mexicano de la conquista, Fondo de Cultura Económica, 1958 India herrada. Dibujo de Miguel Covarrubias La construcción de los bergantines. Códice Durán, XVIII Itinerario del machacamiento en torno a los lagos. Mapa de Manuel Orozco y Berra Mapa de Tenochtitlán y Tlatelolco con elementos pictográficos indígenas. En Arthur J. O. Anderson, The War of Conquest, Salt Lake City, 1978 El plano de la ciudad de México Tenochtitlán de 1524, llamado de Cortés Interpretación del plano atribuido a Hernán Cortés por Manuel Toussaint. De Información de méritos y servicios de Alonso García Bravo..., México, 1956 Lámina del Lienzo de Tlaxcala, 42, con el mismo diseño en círculos de la ciudad y los lagos Las siete cuevas de Chicomóztoc, f. 16 r. de la Historia Tolteca-chichimeca, con alguna semejanza de diseño con el plano de la ciudad de México de 1524 Perfil de la costa del Golfo de México, que acompaña el plano de 1524 Los bergantines. Códice Florentino, Libro XII Cuauhtémoc. Dibujo de Miguel Covarrubias Exploración radial. De Jesús Amaya Topete, Atlas mexicano de la conquista, Fondo de Cultura Económica, México, 1958 Adriano de Utrecht, papa Adriano VI, por Frans van Mieris, 1732 Mercurino de Gattinara, canciller de Carlos V, por Frans van Mieris, 1732 Croquis de México Tenochtitlán. De Manuel Orozco y Berra, Historia antigua de la conquista de México, México, 1880 México-Tenochtitlán. Reconstrucción esquemática. De Enciclopedia de México, t. VIII, México, 1974 La ciudad de México Tenochtitlán 1521. Dibujo de Miguel Covarrubias Traza de la ciudad de México hecha por Alonso García Bravo. Plano del ingeniero José R.
Benitez, México, 1933 La ciudad de México hacia 1555. Plano indígena que guarda la Universidad de Upsala, conocido como de Alonso de Santa Cruz Ruta de Hernán Cortés a las Hibueras. De Hernán Cortés, Letters from Mexico, traducido por A. R. Pagden, Grossman Publishers, Nueva York, 1971 Viaje de Álvaro de Saavedra, a las Molucas, 1527-1528, despachado por Cortés. De Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Madrid, 1985 El exvoto de Cortés, según el dibujo del inventario de alhajas de la Virgen de Guadalupe en Extremadura, España Estatua orante de doña Juana de Zúñiga. Diego de Pesquera, 1575. Antecapilla de la Casa de Pilatos, Sevilla. Cortesía de Antonio Sánchez González, director del Arhivo Ducal de Medinaceli Estatua orante de doña Juana Cortés, hija del conquistador. Diego de Pesquera, 1575. Antecapilla de la Casa de Pilatos, Sevilla. Cortesía de Antonio Sáncher González, director del Archivo Ducal de Medinaceli Escudo de armas de Hernán Cortés, marqués del Valle de Oaxaca, y su firma. 6 de junio de 1529 Árbol genealógico de Hernán Cortés Firmas de Hernán Cortés y de doña Juana de Zúñiga Carta de Hernán Cortés a su procurador García de Llerena, de Miatlatan, hacia 1530, con firma autógrafa. Formaba parte del Archivo General de la Nación, Hospital de Jesús, leg. 265, exp. 9, y fue publicada en Documentos inéditos relativos a Hernán Cortés y su familia, México, 1935, p. 5. Sustraída del Archivo General de la Nación en fecha posterior, fue ofrecida en venta por la casa Shoteby’s de Londres, en abril de 1988, con una postura básica de 20 000 a 25 000 libras inglesas Mandamiento de la Real Audiencia de México, de 1531, para que se dé posesión al marqués del Valle de las villas y jurisdicciones de Tehuantepec y Jalapa, Archivo General de la Nación, Hospital de Jesús, leg. 123, exp. 9. Tiene las firmas de los cuatro oidores de la segunda Audiencia, licenciados Juan Salmerón, Alonso MaIdonado, Francisco Ceynos y Vasco de Quiroga, y del escribano de cámara Gerónimo López Una de las páginas de la carta de Cortés con pasajes cifrados, f. 1 Otra página con pasajes cifrados, f. 4 Clave de la cifra establecida por Francisco Monterde Las Casas Viejas de Cortés hacia 1562/1566, con sus torreones y su mirador o galería. Archivo General de Indias, Sevilla Plano de las Casas Viejas de Cortés, principios del siglo XVII. En Polavieja, Copias de documentos, Sevilla, 1899 La Plaza Mayor de México hacia 1562/1566. Archivo General de Indias Derrotero de la expedición de Diego Hurtado de Mendoza (1532). De Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Madrid, 1985
Derrotero de las expediciones de Diego Becerra y Hernando de Grijalva (1533). De Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Madrid, 1985 El pez o manatí que vieron los marinos de la expedición de Hernando de Grijalva. Figura 17 de la Relación del viaje hecho por las goletas Sutil y Mexicana, Madrid, 1802 Expedición de descubrimiento comandada por Hernán Cortés, 1535-1536. De Miguel LeónPortilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Madrid, 1985 Mapa atribuido a Cortés, 1535. En él se delinea el extremo sur de la Península. Archivo General de Indias, Sevilla Derrotero de la expedición de Francisco de Ulloa, 1539. De Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Madrid, 1985 Detalle en que aparece California en el mapamundi de Sebastián Caboto (1544). Debajo de los dos indígenas se lee: “Esta tierra fue descubierta por el Marqués del Valle de Guaxaca, don Hernando Cortés”. De Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Madrid, 1985 Notable mapa de parte de la costa occidental de México y de la Baja California trazado por Domingo del Castillo, el piloto de la expedición de Francisco de Ulloa. De Francisco Antonio Lorenzana, Historia de la Nueua España escrita por su esclarecido conquistador Hernán Cortés, México, 1770 Portada y página 39, con la alusión a Hernán Cortés, de los Diálogos muy subtiles y notables, de Pedro de Navarra, Zaragoza, 1567 Página final del Testalamento de Hernán Cortés, con su firma, como marqués del Valle, y las de los testigos licenciado Infante y Melchior de Mojica La urna de cristal con los atados de huesos Los huesos del tórax, la columna vertebral y la calavera de perfil Los huesos de los brazos Los huesos de la pelvis y las piernas. Por el tamaño de los huesos, la estatura de Cortés se ha calculado en 1.58 m La calavera de Hernán Cortés La placa del entierro de 1947 Cortés y doña Marina, según e1 Lienzo de Tlaxcala Medalla de Hernán Cortés, por Cristóbal Weiditz. Medalla de Hernán Cortés (reverso). Gabinete de medallas, París Hernán Cortés. Dibujo de Cristóbal Weiditz, 1529 Hernán Cortés. Grabado por Tobías Stimmer, del retrato al óleo en la colección de Paulo Giovio. Apareció en los Elogios, de 1575 Hernán Cortés. Óleo en el Hospital de Jesús Hernán Cortés. Óleo del Ayuntamiento de México, ahora en el Museo Nacional de Historia Hernán Cortés. Óleo en el Museo Nacional de Historia. La imagen aparece recortada Hernán Cortés y su escudo de armas. Grabado en madera al frente del Cortés valeroso y
Mexicana, de Gabriel Lobo Lasso de la Vega, Madrid, 1588 Interpretación romántica de Hernán Cortés y la princesa Marina, quienes se comunican por medio del alfabeto de los sordomudos. Grabado del Voyage autour du Monde et naufrages célèbres, Purrat Frères, París Hernán Cortés, litografía en Manuel Rivera Cambas, Les gobernantes de México, México, 1872 José Clemente Orozco, Cortés y la Malinche, mural en la Escuela Nacional Preparatoria, México, 1922-1926 Ilustración de Diego Rivera para la tragedia Cuauhtémoc, de Joaquín Méndez Rivas, México, 1925 La última interpretación de Hernán Cortés por Diego Rivera. Mural en el corredor del Palacio Nacional, México, 1941-1945 Una visión humorística de Cortés y la conquista. Dibujo de Oski en Vera histaria de Indias, Barcelona, 1975 Portada y primeras páginas del libreto de la ópera Motezuma, Venecia, 1733, con música de Antonio Vivaldi
ÍNDICE ONOMÁSTICO A Aachen, 182 Abderramán, 797 Acachinanco, 44, 304 Acajutla, 350 Acalan, 428, 429, 430, 434, 435, 436, 468, 897 Acallan, 435 Acamile, 774 Acapistla, 643 Acapixtla, 639, 773 Acapulco, 356, 481, 509, 626, 664, 665, 666, 667, 669, 670, 671, 675, 692, 693, 702, 703, 704, 713, 716, 724, 725, 726, 902, 903 Acayucan, 165 Acolhuacan, 475 Acolman, 303 Acosta, Joaquín, 785 Acosta, Martín de, 671, 674 Acucula, 441 Acuña, Francisco de, 667 Acuña, René, 44, 233, 248, 803 Adib, Víctor, 94 Adriano VI, 45, 63, 373, 374, 375, 377, 412, 895 África, 56, 57, 60, 115, 596 Agraz García de Alba, Gabriel, 164 Aguas Muertas, 710, 726, 728, 903 Aguayo Spencer, Rafael, 173, 538 Aguilar, 72, 729 Aguilar, Alonso de, 133, 270 Aguilar, conde de, 363, 498, 499, 517, 532, 754, 767, 768, 900 Aguilar, fray Francisco de, 25, 133, 212, 246, 267, 270, 272, 854 Aguilar, Gerónimo de, 122, 157, 159, 160, 162, 164, 170, 171, 223, 230, 421, 538, 540, 548, 549, 577, 588, 866 Aguilar, Hernando de, 290 Aguilar, M., 498
Aguilar, Marcos de, 462, 463, 470, 472, 473, 511, 530, 536, 545, 552, 560, 572, 573, 574, 577, 578, 579, 591, 597, 819, 898, 899 Aguirre, Juanel, 697 Aguirre, Lope de, 565 Agustín, 620 Ahuítzotl, 39, 41 Ahumada Sámano, Pedro de, 768, 777 Aisnes, río, 429 Aix-la-Chapelle, 182 Ajijic, 357 Alabastro, puerto, 438 Alacranes, isla, 453 Alamán, Alfonso, 790 Alamán, Lucas, 156, 395, 396, 402, 403, 561, 700, 704, 740, 780, 782, 783, 784, 785, 787, 788, 790, 794, 808, 833, 863 Alaminos, Antón o Antonio de, 121, 133, 181, 197, 601 Alanís, 876 Alarcos, conde, 70, 71, 558 Alatorre, Antonio, 73, 79, 883 Albornoz, Catalina, 613 Albornoz, Rodrigo de, 414, 419, 423, 424, 450, 451, 452, 453, 455, 456, 458, 468, 469, 495, 508, 529, 535, 586, 591, 613, 651, 896, 897, 898 Alburquerque, duque de, 219 Alburquerque, fray Bernardo de, 96 Alcalá, fray Jerónimo de, 337, 351, 352 Alcalá, Manuel, 15, 148, 424, 429, 652, 837, 843, 844, 861 Alcalá de Henares, 63, 64, 109, 110, 112, 185, 186, 743, 856, 873 Alcalá de los Gazules, conde de, 520 Alcalá de los Gazules, duque de; véase Enríquez de Ribera, Fernando Alcántara, 110 Alcázar de San Juan, 54 Alcazobas, 56 Aldana, Lorenzo de, 565 Alderete, Julián de, 134, 287, 295, 300, 325, 336, 338, 342, 344, 352, 359, 419, 540, 541, 552, 572, 577, 894 Alejandría, 480 Alejandro Magno, 109, 743
Alejandro VI, 90 Alemania, 108, 374, 753, 757, 807, 875 Alfonso X, el Sabio, 193, 194 Alhuacan, 774 Alicante, 867 Almagro, Diego de, 514, 515, 564, 565, 693, 702, 828, 829 Almanzor o Zuratan Manzor, 486 Almería, 244, 316 Almonte, Pedro o Juan, 582, 590, 594 Alonso, Fernando, 613 Alpes, 295 Alta California, 731 Altamirano, fray Diego, 92, 528, 758, 760, 765, 905 Altamirano, Ignacio Manuel, 538 Altamirano, Juan, 455, 494, 519, 522, 528, 569, 571, 577, 580, 639, 652, 659, 689, 733, 755, 756, 768, 776, 777, 778 Altamirano, Luis, 515, 523, 525, 659, 697, 729, 736, 753, 755, 757, 758, 763, 765, 780, 904, 905 Altamirano y Pizarro, Juana, 527 Altata, bahía, 667 Alva Ixtlilxóchitl, Fernando de, 33, 36, 37, 84, 85, 164, 219, 220, 265, 273, 299, 321, 322, 331, 332, 422, 430, 436 Alvarado, 572 Alvarado, Alonso de, 565 Alvarado, Gonzalo de, 577 Alvarado, Jorge de, 319, 868, 869 Alvarado, Leonor de, 219 Alvarado, Pedro de, 121, 122, 127, 131, 135, 136, 138, 158, 159, 180, 195, 204, 219, 220, 224, 225, 239, 253, 260, 263, 264, 265, 270, 273, 280, 287, 318, 319, 323, 324, 325, 327, 334, 338, 340, 348, 349, 350, 368, 415, 448, 521, 540, 541, 542, 603, 614, 676, 678, 692, 693, 701, 702, 732, 733, 734, 800, 824, 855, 868, 869, 893, 896 Alvarado, Pedro, hijo, 219 Alvarado Matlaccohuatzin, Francisco de, 496 Alvarado Tezozómoc, Hernando o Fernando, 33, 36, 39, 84, 250, 477 Álvarez Cabral, Pedro, 480 Álvarez Chico, Juan, 340 Álvarez Chico, Rodrigo, 279 Álvarez de Herrera, Beatriz, 601
Álvarez de Pineda, Alonso, 208, 316, 365, 366 Amacueca, 357 Amadorcico, 494, 524 Amatepec, 699 Amatique, bahía, 436 Amaxac, 328 Amaya Topete, Jesús, 123, 131, 277, 348, 349 Amazonas, 67 Amecameca, 224, 227, 238, 239, 893 América, 17, 19, 30, 72, 73, 107, 134, 193, 195, 424, 440, 562, 563, 564, 575, 581, 668, 716, 735, 752, 859, 882, 883, 884 América Central, 50 América del Norte, 361 América del Sur, 878 Amichel, 366 Amielibus o Amilius, fray Raimundo, 713, 715 Amor y Vázquez, J., 867, 868, 869, 873, 877, 883, 884, 887, 888 Amsterdam, 862 Amula, 358, 632, 696 Añas Yupanqui, Angelina, 827 Ancona, 72 Andagoya, Pascual de, 565 Andalucía, 53, 459 Anderson, Arthur J. O., 305 Andrada, Beatriz de, 599 Andrada Moctezuma, Juan, 476 Andrade, J. M., 124 Ango, Jacques, 361 Angulo, Cristóbal de, 615, 616 Aníbal, 294 Annio, 331 Antequera, 95, 391, 509, 511, 635, 636, 644, 880 Antillas, 77, 78, 602, 701 Antúnez, Carmen, 255 Anvers, 861, 862 Aora o Ayora, fray Juan de, 92, 409, 414, 422, 432, 447, 595, 896 Apan, 274
Apaspolon, 435 Apenes, Ola, 313 Apoxpalón, 435 Apupato, 354 Aquisgrán, 182 Arabia, 480 Arache, fray Pedro de, 713 Aragón, 52, 110 Aragón, Javier O., 567 Aragón Pignatelli y Cortés, José de véase: Terranova y Monteleone, duque de, Aranda, Gonzalo de, 774 Arango, Ortuño de, 488 Arciniegas, Germán, 361, 887 Arévalo Vargas, Lucía, 358, 634 Argel, 517, 718, 735, 736, 737, 738, 763, 820, 904 Argensola, Bartolomé Leonardo de, 110, 124 Argentina, 440, 485 Argüello, Alonso de, 377 Aribau, Buenaventura Carlos, 877 Ariosto, Ludovico, 876, 878 Aristóteles, 486, 852 Arizona, 731, 732 Arnáiz y Freg, Arturo, 332 Arocena, Luis A., 58 Arráizaga o Aréizaga, Juan de, 482, 483 Arrillaga, Basilio, 791 Arróniz, Othón, 100 Arturo, rey, 68 Arzaluz, Pablo, 784, 785 Astorga, marqués de, 526 Asturias, 51 Asunción, bahía de la, 668 Atahualpa, 731, 829, 831, 832 Atelinca, 774 Atempa, 290
Atenco, 89, 309 Atepaneca, 590 Atlántico, 478, 883 Atlapulco, 640 Atlatlahuaca, 634 Atlicaca, 773 Atoyac, 357 Atroyestan, 507 Atzacoalco, 393 Atzumpa, 774 Austria, 735, 857, 858 Austrias, dinastía de los, 53 Auwera, Johann van der; véase Ayora o Aora, Juan de, Avalle-Arce, Juan Bautista, 72 Ávalos, Juan de, 421, 447 Ávalos, Juan o Alonso de, 357, 528, 529, 632 Ávalos, provincia de, 357, 358, 528, 613, 618, 632, 634, 696, 697 Avellaneda, Juan de, 718, 728 Ávila, 578, 654 Ávila, Alonso de, 158, 219, 358, 359, 360, 361, 412, 654, 713, 780, 895 Ávila, Gaspar de, 860 Ávila, Sancho de, 138 Axayácatl, 39, 242, 250, 308, 309, 396, 652 Axomulco, 772, 773 Ayagualulco, río, 404 Ayocastla, 507 Ayotzingo, 238, 495 Azán Agá, 735 Azcapotzalco, 25, 45, 299 Azores, 359, 360, 479 Azua, 114, 115, 125, 148, 891 B Badajoz, 59, 109, 112, 592, 598 Badajoz, Gutierre de, 319 Baeza, Gaspar de, 806
Baeza, Luis de, 690 Baeza Martos, Fernando, 789, 790 Bahamas, 315 Baja California, 511, 588, 593, 603, 662, 672, 689, 699, 702, 704, 709, 713, 717, 719, 720, 721, 725, 732, 819, 834, 903 Balboa, Vasco Nuñez de, 294 Balbuena, Bernardo de, 875, 877, 878, 888, 889 Baleares, islas, 735 Balsas, río, 400, 694 Banderas, bahía, 667, 679 Banderas, río, 121, 126, 892 Bani, 120 Barahona, Óscar, 20 Barba, Pedro de, 134, 281, 282, 295, 319, 320 Barbarroja, 59, 735 Barcelona, 54, 182, 506, 510, 511, 513, 515, 518, 532, 569, 640, 653, 682, 683, 708, 709, 873, 900 Bargalló, Modesto, 694, 700 Barlow, Robert H., 24 Barrionuevo, Francisco de, 565 Barrios, 537 Barrios, Andrés de, 570, 574 Barrios, puerto, 436, 443 Barrón González, Eduardo, 112 Barucoa, 554 Basilea, 19, 186, 806, 861 Bassaccio, Arnaldo de, 101 Bastidas, Rodrigo de, 565 Bataillon, Marcel, 72, 73, 215, 859, 883 Bayard Morris, J., 862 Beaumont, Juan de, 749 Becerra de Mendoza, Diego, 528, 670, 671, 672, 673, 680, 682, 724, 902 Bédier, Joseph, 720 Béjar, 518, 532, 900 Béjar, duque de, 363, 373, 459, 498, 499, 502, 517, 532, 900 Bejarano, Serván, 422 Beltrán, doctor, 729
Benalcázar, 566 Benavente, Cristóbal de, 638 Benítez, Fernando, 15 Benítez, José R., 389, 394, 395, 396 Berendt, C. H., 165 Berlanga, 828 Berlin, Heinrich, 435 Bermejo, mar, 714, 716, 721 Bermúdez, Agustín o Baltasar, 128 Berna, 862 Bernal, 177, 892 Bernal, Ignacio, 474 Berthe, Jean-Pierre, 699 Bertius, 310 Besozzi, José, 785 Betanzos, fray Domingo de, 463, 464, 522, 755 Betuleio, Sixto, 862 Bleiberg, Germán, 53, 462 Boabdil, 53 Boca de Términos, 121, 126, 891 Boca del Río, 399, 413, 896 Boiardo, 878 Boloña, Nicanor, 830 Bolonia, 63, 516, 881 Bono de Quejo, Juan, 364, 365, 413, 558, 895 Borah, Woodrow, 15, 24, 25, 156, 403, 693, 701, 702, 703, 704, 721, 777, 856, 857 Bordone, Benedetto, 310 Borgia, 31 Borgia, César, 565 Borgoña, 58 Boscán, Juan, 62 Bosch, Hieronymus, 108 Botello, Blas, 269 Boti, Jácome, 753, 754, 765, 905 Boyd-Bowman, Peter, 134, 540, 668 Brasil, 362, 479 Brasseur de Bourgbourg, Charles Etienne, 165, 166
Bravo o Grande, río, 367, 466, 871 Brevoort, J. C., 361 Briones, Pedro, 319 Brocar, Arnaldo Guillermo de, 64 Brocar, Juan de, 110, 743 Brooklin, 362 Bruin, Jorge, 310 Bruselas, 187 Bujía, 736 Buonarrotti, Michelangelo, 108 Burgos, 54, 306, 360, 365, 366, 375, 376, 458, 559 Burgos, Juan de, 134, 295, 405, 538, 540, 545, 546, 547, 550, 554, 558, 559, 572, 577, 578, 592 Bustamante, Carlos María de, 43, 164, 165, 304 Bustamante, Francisco de, 101 C Caballero, Pedro, 262, 281 Caballos, puerto, 443 Cabo Bajo, 718 Cabo de Buena Esperanza, 108, 478, 480 Cabo del Engaño, 718 Cabo Gracias a Dios, 315, 316 Cabo Rojo, 126, 892 Cabo San Antonio, 315 Cabo Verde, 479 Caboto, Sebastián, 465, 483, 485, 530, 717, 898 Cacamatzin, 247, 252 Cáceres, 112 Cáceres Delgado, Juan de, 551, 578, 580, 581 Cacique Gordo, 173, 174, 175, 176, 179, 222, 237, 238, 259, 260, 262, 822, 824 Cadahalso, 461 Cádiz, 56 Cagliari, 749 Caicedo, Antonio, 351, 352, 353 Caillet-Bois, Julio, 198, 200 Cajamarca, 829, 830, 831, 832
Calafia, 67, 721 Caldera, Bernardo, 432 Calicut, 486, 487 California, 67, 519, 626, 681, 717, 718, 720, 801, 814 California, golfo, 574, 726, 732, 903 Calimaya, 507, 641 Callao, 704, 829 Callar, 749 Calpan, 238 Calpulalpan, 291, 728, 729 Caltanmí, 209, 210, 239, 893 Calvo, Juan, 65 Camargo, Diego, 281, 282, 366 Camoens, Luis Vaz de, 873 Campeche, 121, 126, 426, 428, 433, 436, 891 Campos, Jaime, 768 Campos, Jorge, 885 Campos, Julieta, 19, 82 Canales, Joaquín, 784 Canarias, islas, 350 Cancuén, 441 Canek, 438, 439 Cañete, marqués de, 565 Cano, Juan, 272, 273, 476, 477, 524, 825 Capúlhuac, 640 Carande, Ramón, 54, 59 Carbonero, Pedro, 214, 215 Cárdenas, Juan de, 868 Cárdenas, Luis de, 118, 119, 140, 190, 296, 375, 487 Cárdenas de la Peña, Enrique, 481, 490 Caribe, 22, 49, 51, 115, 116, 132, 361 Carla Magno, 68, 182, 720 Carlos V, 17, 45, 49, 51, 52, 54, 55, 56, 58, 59, 61, 66, 71, 73, 74, 75, 78, 90, 109, 116, 118, 127, 129, 148, 156, 178, 182, 183, 184, 185, 186, 187, 189, 193, 199, 200, 206, 243, 244, 252, 253, 258, 259, 282, 310, 311, 313, 358, 360, 362, 376, 377, 378, 379, 380, 382, 387, 407, 408, 409, 411, 412, 413, 418, 450, 459, 460, 465, 466, 469, 473, 480, 481, 483, 485, 491, 493, 496, 499, 502, 503, 504, 506, 508, 509, 510, 511, 512, 513,
514, 516, 518, 521, 525, 530, 531, 532, 537, 566, 595, 596, 601, 619, 622, 623, 624, 635, 636, 638, 639, 640, 642, 646, 653, 663, 664, 665, 677, 678, 679, 682, 688, 691, 695, 696, 702, 707, 710, 717, 726, 728, 730, 733, 736, 737, 739, 740, 742, 747, 750, 761, 763, 813, 816, 820, 826, 831, 839, 848, 853, 855, 856, 858, 859, 861, 862, 875, 876, 883, 892, 895, 896, 898, 899, 900, 903, 904 Carlos VIII, 57, 108 Carlos Ixtlilxóchitl, 343 Carpio, Bernardo de, 877 Carranza, 422 Carrasco, Pedro, 26, 82, 84, 85 Carreño, Alberto María, 788, 789, 790, 791, 792, 793 Carrera Stampa, Manuel, 676 Carrizal, río, 716 Cartagena, 736 Carvajal, 576, 578 Carvajal, Antonio de, 295, 319, 405, 538, 540, 541, 547, 572, 613, 618 Carvajal, Francisco de, 565 Caso, Alfonso, 22, 24, 393 Castañeda, 340, 578 Castañeda, Rodrigo de, 279, 398, 538, 539, 540, 548, 572, 826 Castelfranco, Giorgione da, 108 Castellanos, Juan de, 455, 875, 876, 877, 884 Castellar, conde de, 760 Castellón, Domingo del, 713 Castiglione, Baltasar, 62 Castilla, 49, 50, 52, 53, 57, 58, 138, 139, 178, 181, 184, 197, 198, 205, 226, 281, 295, 306, 334, 364, 365, 373, 375, 377, 401, 403, 410, 412, 413, 423, 425, 431, 443, 451, 458, 463, 472, 474, 475, 491, 492, 495, 496, 498, 502, 508, 523, 528, 541, 542, 544, 545, 552, 601, 614, 625, 637, 670, 678, 680, 749, 762, 774, 801, 825, 892, 895 Castilla, Juan de, 729 Castilla, Luis de, 675, 677, 678 Castilla del Oro, 540 Castilla la Vieja, 134, 303 Castilleja de la Cuesta, 757, 759, 765, 766, 791, 905 Castillo, 645 Castillo, Cristóbal del, 322 Castillo, Diego del, 636 Castillo, Domingo del, 713, 716, 719
Castillo Farreras, Víctor M., 697 Castro, Agustín Pablo, 880 Castro, Ana de, 593 Castro Leal, Antonio, 473, 538, 868, 888 Castro Morales, Efraín, 659 Castro y Figueroa, Pedro de, 794 Catalina, 174 Catay, 485 Cavo, Andrés, 626 Cayol de Bethencourt, J. C., 888 Cazula, 252 Ceballos, Alonso de, 690 Cebú o Subu, 485, 486 Cechi, Filippo, 887 Cedros, isla, 715, 716, 717 Cempoala, 44, 92, 139, 173, 174, 176, 177, 179, 183, 184, 207, 208, 209, 211, 212, 219, 222, 230, 236, 239, 259, 260, 283, 316, 342, 343, 345, 508, 577, 587, 613, 822, 824, 844, 892, 893, 894 Centla, 157, 160, 161, 177, 348, 892 Centroamérica, 315, 701 Cepeda, Rodrigo de, 66 Cereceda, Dantín, 860 Cermeño, Diego, 205, 543 Cerón, Jorge, 718, 728 Cerralvo, marqués de, 780 Cervantes, Ana de, 585 Cervantes, Leonel de, 401, 585, 599 Cervantes de Salazar, Francisco, 102, 109, 110, 112, 113, 114, 115, 116, 119, 135, 152, 163, 180, 195, 206, 207, 225, 227, 228, 244, 268, 271, 272, 291, 318, 319, 320, 331, 343, 351, 352, 361, 657, 658, 741, 743, 744, 854 Cervantes Saavedra, Miguel de, 72, 139, 203, 593, 761, 866 César, 73, 206, 429, 652, 743, 844, 883 Ceupopan, 393 Ceyconacan, 239, 893 Ceynaca, 152 Ceynos, Francisco, 627, 631, 642, 655, 723, 901 Chachapala, 370
Chacujal, 442 Chalchicuecan, 122, 140, 177, 399, 413, 170, 892, 896 Chalco, 238, 247, 299, 301, 302, 317, 318, 321, 496, 507, 508, 613 Chamberlain, Robert S., 602 Chametla, 684, 685, 686, 692, 725, 902 Champotón, 121, 126, 891 Chapala, 357 Chapultepec, 89, 257, 309, 322, 334, 510, 628, 807 Chapuputan, 507 Charcas, 51l Charnay, Desiré, 862 Charo, 351, 508 Chaunu, Pierre, 19 Chavero, Alfredo, 44, 216, 220, 247, 857 Chávez Hayhoe, S., 257 Chávez, Jerónimo, 769 Checan, 440 Chemetla, 690 Chetumal, 601 Chevalier, François, 79, 89 Chianteca, 441 Chiapan, 640 Chiapas, 94, 95, 165, 234, 350, 474 Chichimecatecle, 292, 293, 318 Chichimecatecuhtli, 318 Chicomoztoc, 312, 315 Chila, 367 Chilapan, 427 Chile, 564 Chilton, Juan de, 403 Chimalhuacán, 224, 309 Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, Domingo Francisco de San Antón Muñón, 33, 84, 246, 247, 249, 496 Chimalpopoca, 108, 224, 225 China, 471, 481, 483, 485 Chinampa, 773 Chinantla, 348, 507, 755
Chipilapan, 427 Chipman, Donald E., 677 Cholollan, 228 Cholula, 19, 25, 40, 44, 101, 152, 222, 224, 228, 229, 230, 231, 232, 233, 235, 236, 238, 239, 260, 263, 288, 317, 318, 321, 542, 552, 572, 577, 588, 590, 595, 597, 741, 824, 893 Chontalpa, 426 Chumacero, Alí, 15 Chumayel, 46 Churubusco, 241, 303, 309, 321 Churultecal, 152 Cíbola, 731, 732 Cicalco, 39 Cicoaque, 507 Cid Campeador, 53, 196, 848 Cihuateopan, 428 Cihuatlán, 357, 427, 675 Cimatlan, 636 Cinancatépec, 641 Cingapacinga, 175, 176 Cipango, 485 Citlalpopocatzin o Bartolomé, 220 Citlaltépetl, 273 Ciudad Real, fray Antonio de, 598, 697 Ciudad Rodrigo, 228 Ciudad Rodrigo, fray Antonio de, 516 Clatenquilapacoa, 640 Clavigero, Francisco Javier, 36, 44, 165, 166, 304, 331, 869, 888 Clemente VII, 514, 515, 523, 532, 658, 659, 833, 900 Coadnaguaca, 643 Coanácoch, 320, 321, 328 Coanacochtzin, 299 Coatelicamat, 252, 694 Coatlán, 586, 587 Coatlicámac, 22 Coatlicue, 256, 257 Coatlinchan, 108, 298, 299 Coatzacoalcos, 121, 124, 126, 163, 165, 166, 167, 262, 263, 348, 365, 385, 404, 412, 420,
423, 424, 425, 426, 427, 450, 455, 456, 587, 599, 603, 669, 825, 891, 895 Cobos, Francisco de los, 199, 364, 419, 457, 499, 500, 503, 729, 740, 750 Coci Alemán, Jorge, 66, 860 Cocula, 357 Cofre de Perote, 209 Cogolludo, Diego, 156 Cohuanacotzin, 435 Coixtlahuaca, 276 Colima, 23, 340, 348, 352, 355, 356, 357, 385, 466, 487, 511, 528, 587, 603, 632, 634, 667, 668, 670, 682, 683, 692, 697, 713, 717, 724, 725, 902 Colmero, 319 Colombia, 876 Colón, Cristóbal, 19, 21, 38, 49, 56, 72, 73, 74, 75, 90, 108, 121, 147, 183, 204, 208, 365, 373, 479, 480, 498, 512, 563, 566, 588, 806, 820, 875, 883 Colón, Diego, 116, 117, 180, 208, 373, 459, 588, 770 Colón, Hernando o Fernando, 75, 752 Colonia, 187, 861 Colorado, río, 714, 732 Cominges, 749 Como, lago, 805 Compostela, 95, 662, 678, 685, 689, 690, 691, 692, 877 Constantino, 133, 849 Constantinopla, 480 Conway, 187, 278, 520, 521, 523, 524, 526, 755 Cook, Sherburne F., 24, 25, 28 Copérnico, 514 Cordero, Antón, 687 Córdoba, 54, 74, 183, 229, 770 Córdoba, Gonzalo de, 294 Coria, Bernardino de, 205 Coria, Diego de, 152, 180 Cornejo Franco, José, 889 Corona Núñez, José, 432 Coronel, Juan, 538, 540, 572, 576, 578, 582, 590, 593, 594 Corral, 158 Corral, Cristóbal, 559 Corrientes, punta, 447
Cortés, Catalina, 525, 526, 624, 755, 777, 778 Cortés, Fernando, 523 Cortés, Francisco, 357 Cortés, Hernando, (Sr. de Tezcoco), 92 Cortés, Juana, 520, 525, 526, 755, 777, 778 Cortés, Luis, 119, 524, 624, 718, 780 Cortés, María, 525, 526, 755, 777, 778 Cortés, Martín, 511, 519, 523, 525, 526, 647, 659, 682, 684, 697, 726, 729, 736, 742, 753, 755, 756, 758, 760, 761, 762, 763, 764, 765, 767, 768, 777, 778, 779, 780, 904, 905 Cortés, Martín, el Viejo, 119, 167, 406, 515, 523, 557, 559, 684, 697, 753, 755, 780, 825, 847 Cortés, Paulo, 109 Cortés, Pedro, 780 Cortés de Monroy, Fernando, 767 Cortés de Monroy, Martín, 108, 109, 110, 182, 183, 190, 306, 360, 364, 373, 459, 460, 472, 495, 499, 506, 517 Cortés de San Buenaventura, Francisco, 357, 358, 466, 528 Cortés Ossorio, Juan, 881 Cortés, puerto, 432, 436, 443 Cortés Ramírez de Arellano, Fernando, 525 Cortés y Moctezuma, Leonor, 250, 476, 524, 755, 825 Corés y Ossorio, Jerónimo, 881 Cortesio Gilgo, 109 Cortesio Narnes, 109 Coruña, Martín de la, 672 Cosa, Juan de la, 407 Costa de la Mala Pelea, 121 Costemexi, 436 Costilla, Jorge, 860 Cotaxtla, 24, 507, 508, 613, 634, 644 Covarrubias, Miguel, 20, 161, 176, 211, 237, 243, 256, 271, 289, 330, 392 Coyoacán, 25, 101, 149, 167, 241, 242, 285, 303, 309, 319, 320, 321, 323, 334, 337, 338, 353, 359, 365, 387, 388, 389, 398, 404, 412, 413, 507, 508, 523, 531, 542, 546, 548, 550, 551, 552, 555, 556, 572, 613, 624, 634, 640, 642, 697, 755, 756, 777, 778, 895, 899 Coyolapan, 635 Coyuca, 644 Cozóolotic, 435
Cozte Mexi, 435 Cozumel, 121, 126, 131, 135, 147, 156, 157, 159, 177, 180, 282, 447, 577, 876, 891, 892 Cristóbal o Mexicalcingo, 434 Cromberger, Jacobo, 65 Cromberger, Juan, 306, 309, 310, 859, 860 Crosby Jr., Alfred W., 21 Cuatro Villas, 508, 511 Cuatro Villas Marquesanas, 636 Cuauhnáhuac, 318, 770 Cuauhpopoca, 108, 244, 245, 249, 251, 565 Cuauhtémoc, 9, 40, 41, 42, 44, 93, 266, 267, 286, 297, 300, 303, 304, 308, 320, 321, 326, 327, 328, 329, 332, 334, 335, 336, 337, 344, 345, 354, 361, 376, 396, 409, 421, 432, 433, 434, 435, 436, 437, 468, 476, 544, 545, 552, 572, 577, 582, 800, 814, 822, 825, 845, 846, 850, 851, 869, 885, 886, 894, 897 Cuauhtitlan, 33, 45, 273, 299, 303, 475 Cuautla, 403, 507 Cuba, 50, 65, 116, 117, 118, 119, 120, 122, 124, 125, 127, 129, 136, 138, 141, 144, 148, 156, 159, 176, 177, 178, 179, 180, 183, 199, 205, 209, 214, 258, 259, 261, 278, 281, 296, 315, 316, 347, 364, 371, 373, 399, 401, 402, 404, 406, 407, 419, 447, 448, 451, 453, 454, 455, 469, 470, 504, 515, 522, 540, 542, 543, 544, 549, 550, 554, 558, 559, 575, 580, 583, 584, 586, 588, 592, 598, 600, 601, 602, 603, 605, 615, 738, 744, 755, 775, 799, 811, 827, 869, 873, 875, 885, 891, 892, 897, 898 Cuéllar, María de, 119 Cuéllar Verdugo, Juan de, 579, 581 Cuernavaca, 80, 297, 301, 326, 403, 463, 477, 494, 507, 508, 519, 521, 525, 552, 572, 577, 578, 606, 613, 624, 625, 626, 636, 637, 638, 639, 641, 643, 644, 645, 647, 652, 656, 664, 665, 669, 670, 692, 705, 706, 723, 724, 725, 756, 768, 769, 770, 771, 772, 775, 776, 778, 823, 901, 902, 903 Cuesco, 237, 238 Cuetaxtlan, 24 Cueva, Francisco de la, 219 Cueva, Pedro de la, 517, 518 Cuevas, Mariano, 481, 482, 650, 888 Cuilapacoa, 640 Cuilapan, 507, 509, 634, 635, 636 Cuinierangari o Pedro, 354 Cuitláhuac, 19, 40, 41, 225, 267, 283, 297, 303, 321, 344, 476, 825, 893, 894 Cuitlalpitoc, 170
Culiacán, 666, 667, 686, 687 Cultepeque, 697 Cumplido, Ignacio, 44, 304 Cunninghame Graham, Robert B., 440 Cupilcon, 426 Cuvanacan, 586 Cuyotepec, 636 Cuyutlán, 675 Cuzco, 829, 830, 831 Cuzula, 694 D Dalevuelta, Jacobo, 788 Dante, Alighieri, 816 Dantisco, Juan, 514 Darién, 116, 125, 294, 668, 891 Davies, Claude Nigel Byam, 22, 24 Dávila, Alonso, 158, 279, 557, 577 Dávila o de Ávila, Francisco, 578, 579, 580, 581, 586 Dávila Padilla, fray Agustín, 463, 464 De la Costa, Ivan, 67 De la Torre, Hernando, 488, 489, 490, 491, 492, 529 De la Torre Villar, Ernesto, 16 Dekkers, Johann; véase Tecto, fray Juan de, Delgadillo, Diego, 89, 358, 405, 473, 532, 536, 552, 554, 570, 571, 593, 607, 608, 613, 614, 616, 618, 621, 624, 626, 628, 629, 630, 631, 632, 633, 634, 637, 696, 723, 775, 776, 818, 899, 901, 906, 907 Delgado, Isabel, 592 Delgado, Jaime, 885 Demócrates, 742 Desierto de los Leones, 878 Días, Bartolomé, 108, 480 Díaz, Francisco, 519, 769, 772, 774, 776 Díaz, Juan, 92, 121, 124, 137, 205, 219 Díaz, Porfirio, 9 Díaz de Ampiés, Miguel, 320 Díaz de Aux, Miguel, 281, 282, 355, 366
Díaz de Luco, Juan Bernal, 729 Díaz de Solís, Juan, 121 Díaz de Vivar, Rodrigo; véase Cid Campeador, Díaz del Castillo, Bernal, 42, 54, 67, 69, 91, 92, 93, 107, 113, 114, 119, 121, 122, 124, 127, 128, 130, 132, 133, 134, 135, 136, 139, 143, 148, 151, 153, 157, 158, 159, 160, 162, 163, 165, 166, 167, 171, 174, 175, 176, 179, 182, 184, 188, 190, 191, 198, 200, 205, 206, 207, 208, 209, 210, 212, 213, 214, 215, 218, 219, 221, 223, 224, 225, 226, 227, 228, 229, 230, 232, 234, 235, 238, 241, 242, 244, 245, 246, 249, 250, 251, 253, 254, 256, 259, 260, 261, 262, 263, 270, 272, 273, 276, 281, 282, 285, 287, 288, 290, 291, 292, 295, 296, 297, 300, 301, 302, 303, 306, 317, 318, 319, 320, 325, 326, 329, 331, 333, 334, 335, 336, 337, 338, 339, 340, 341, 342, 348, 350, 352, 356, 358, 360, 361, 362, 363, 364, 365, 367, 368, 369, 370, 371, 373, 374, 375, 377, 387, 402, 404, 407, 409, 417, 418, 419, 420, 421, 422, 423, 424, 425, 426, 429, 430, 431, 432, 433, 434, 435, 437, 438, 439, 440, 441, 442, 443, 448, 449, 451, 452, 455, 457, 458, 459, 460, 462, 463, 473, 474, 476, 477, 478, 491, 496, 497, 498, 499, 500, 502, 503, 504, 514, 519, 522, 524, 526, 543, 544, 546, 549, 587, 626, 627, 661, 667, 671, 672, 685, 686, 688, 689, 691, 692, 694, 710, 711, 712, 713, 718, 720, 721, 728, 729, 730, 745, 757, 763, 798, 801, 806, 814, 825, 831, 842, 844, 845, 850, 851, 852, 854, 855, 867, 882, 904 Díaz y de Ovando, Clementina, 720 Dieppe, vizconde de, 361 Diether, Andrés, 862 Domínguez Ortiz, Antonio, 53, 54, 63 Don Benito, 108 Dorantes, Martín, 136, 452, 469, 897 Dorantes de Carranza, Baltasar, 524, 538, 866, 867 Dovalle, 578 Doyhamboure, Uxoa, 20 Dueñas, 492 Duero, Andrés de o del, 69, 118, 128, 130, 148, 296, 583 Dulce, 420, 441, 442 Durán, fray Diego, 33, 34, 36, 37, 39, 45, 245, 246, 249, 264, 265, 708, 803 Durand, José, 15, 138 Durango, 93 Durero, Alberto, 187, 310 E Ecatepec, 475 Ecatzin, Martín, 434
Ecuador, 514 Egipto, 86 Eguiara y Eguren, José de, 868 El Cairo, 361 El Puerto de los Puertos, 714 El Salvador, 350 Elcano, Juan Sebastián, 479, 481, 486 Eleazar, 331 Eliot Morison, Samuel, 21 Elliott, J. H., 53, 110, 112, 137, 200, 409, 514, 844, 849, 850, 851, 852, 853, 862 Encina, Juan de la, 63 Encinas, Diego de, 80 Enrique VII, 108 Enrique VIII, 59 Enríquez, Enrique, 736 Enríquez, Hernando, 778 Enríquez de Almansa, Martín, 704 Enríquez de Ribera, Fernando, 520, 526 Erasmo, 63, 73, 514, 883 Ercilla, Alonso de, 865, 868, 869 Escalante, Juan de, 132, 207, 237, 238, 244 Escobar, 132 Escóiquiz, Juan de, 874, 880 Escoto, Duns, 852 Escudero, Juan de, 543 Escudero, Pedro, 205 Española, 21, 38, 49, 50, 65, 113, 114, 115, 117, 118, 119, 127, 138, 144, 148, 208, 226, 282, 295, 342, 365, 381, 400, 401, 402, 453, 476, 477, 498, 504, 598, 603, 744, 747, 775, 798, 811, 812 Especias, islas de las, 480 Especiería, 418, 466, 471, 478, 480, 483 Espinel, Vicente, 869 Espinosa, Antonio de, 206 Espinosa, Gaspar de, 832 Espinosa, Juan Domingo de, 702 Espinosa, Pedro, 367 Espíritu Santo, 316, 348, 366, 385, 424, 456
Esteban, 630 Esteban, María de, 109 Estebanico, 731 Estebanillo, 803 Estefanía, 684 Estrada, Alonso de, 414, 419, 423, 424, 450, 451, 452, 453, 455, 456, 457, 468, 469, 472, 473, 474, 477, 478, 492, 494, 508, 530, 531, 545, 552, 572, 577, 586, 591, 634, 651, 896, 897, 898, 899 Estúñiga, Juan de, 749 Etla, 89, 507, 635, 636, 640 Europa, 20, 21, 54, 59, 60, 61, 72, 73, 401, 480, 854, 879, 883, 886 Extremadura, 107, 112, 125, 134, 359, 494, 499, 500, 520, 871, 891 F Falces, marqués de, 750 Farris, Nancy M., 94 Felipe el Hermoso, 51 Felipe II, 51, 74, 525, 596, 645, 647, 742, 750, 761, 764, 821, 872, 904 Felipe III, 872 Felipe IV, 872 Feliú Cruz, Guillermo, 863 Félix, 480 Fénix, 306 Fernández, Francisco, 153 Fernández, Justino, 304, 311, 391 Fernández, Melchor, 667 Fernández Álvarez, Manuel, 75, 737 Fernández de Moratín, Nicolás, 108, 875, 879, 880, 882, 885 Fernández de Navarrete, Martín, 208, 483, 486, 488, 491, 663, 668, 671, 672, 686, 687, 689, 716, 859, 860, 863 Fernández de Oviedo, Gonzalo, 21, 66, 135, 165, 272, 273, 331, 451, 454, 455, 476, 477, 565, 644, 753, 761, 762, 853, 857, 877 Fernández del Castillo, Francisco, 406, 524, 556, 757, 778 Fernández o Hernández de Córdoba, Gonzalo, 57, 113, 512, 820 Fernandina, isla, 209 Fernando el Católico, 49, 50, 53, 56, 57, 90, 512, 820, 856 Fernando I, 856, 857
Fernando, fray, 713 Ferrara, 881 Figueroa, 474, 578 Figueroa, licenciado, 128 Filipinas, 478, 480, 481, 485, 486, 488 Flamenco, Diego, 877 Flandes, 73, 93, 187, 210, 213, 550, 770, 856, 883 Flavigny, vizconde de, 861 Flavio Josefo, 331 Fleury de Honfleur, Jean, 361 Florencia, 171, 322, 361, 806, 887 Florentín, 361 Flores, Cristóbal, 319, 320 Flores, Francisco, 578, 581 Florida, 126, 208, 314, 315, 316, 365, 366, 399, 466, 891 Florín, Juan, 352, 360, 361, 362, 830 Focher, Juan, 101 Folsom, George, 862 Fonseca, cardenal, 63 Fonseca, Petronila de, 373 Francia, 54, 56, 57, 58, 60, 61, 69, 73, 108, 361, 362, 459, 710, 872, 883 Francisca, 174 Francisco, cirujano, 488 Francisco José, 857, 858 Francisco I, 58, 362, 503, 710, 726, 903 Frankl, Victor, 69, 193, 194, 196, 851, 852 Fregenal, 592 Fría, Jaime, 654 Frías, Gerónimo, 659, 660 Friederici, Georg, 563, 564, 565, 566 Fronteira, 67 Fuca, estrecho, 664 Fuensalida, Bartolomé de, 439 Fuensalida, fray Luis de, 579, 581, 582, 594, 596, 597, 598 Fuentes, Carlos, 886 Fuentes, Pedro, 487 Fuentes y Guzmán, Antonio de, 92
Fuerte, río, 714 Fugger o Fúcar, 59 G Galas, Santiago, 650 Galia Cisalpina, 206 Galias, 73, 148, 429 Galicia, 164 Galíndez de Carvajal, Lorenzo, 377 Galindo Torres, Francisco, 886 Gallego, Julián, 752 Gallego, Pedro, 300, 476, 524, 577, 825 Galvarro, Juan, 718, 728, 753, 757, 762 Gama, Vasco de, 478, 480 Gante o Mura, fray Pedro de, 58, 92, 99, 101, 104, 409, 414, 432, 579, 581, 582, 594, 595, 596, 597, 598, 609, 896, 907 Gaona, Juan de, 101 Garay, Francisco de, 134, 207, 208, 281, 282, 295, 316, 365, 366, 367, 368, 369, 370, 371, 376, 386, 387, 389, 407, 414, 453, 463, 540, 541, 544, 548, 552, 560, 572, 577, 579, 585, 654, 819, 877, 896 Garcés, fray Julián, 478, 531, 625, 631, 899 García, Genaro, 562, 563, 564, 565 García, Pedro, 637 García Alcaraz, Agustín, 104, 351 García Baamonde, Salvador, 885 García Bravo, Alonso, 207, 312, 389, 391, 394, 395, 396 García de Llerena, 553, 569, 570, 571, 573, 576, 608, 615, 616, 617, 618, 625, 632, 907 García de Loaisa, 373, 418, 463, 465, 513, 529, 530, 729, 734, 735, 743, 898, 899 García del Pilar, 370, 538, 540, 549, 550, 572, 577, 578, 608, 614, 631, 907 García Holguín, Juan, 319, 328, 851 García Icazbalceta, Joaquín, 87, 102, 124, 133, 163, 164, 165, 167, 206, 382, 402, 455, 473, 509, 538, 612, 615, 618, 645, 658, 776, 777, 859, 869, 873, 878, 879, 880, 881, 888 García Iglesias, Sara, 476 García Jofre de Loaisa, Francisco, 481, 482, 483, 488, 492 García Martínez, Bernardo, 79, 506, 636, 705, 776 García-Pelayo, Manuel, 743 García Quintana, Josefina, 697
García Torres, Vicente, 405, 545 Garda, lago, 295 Gardiner, C. Harvey, 293, 294, 335 Garibay K., Ángel María, 35, 42, 43, 92, 251, 328 Garnica, Gaspar de, 422 Garst, Sita, 25 Gattinara, Mercurino de, 59, 376, 377, 378, 412, 817, 818, 895 Gayangos, Pascual de, 450, 860 Gerhard, Peter, 165, 358, 636 Germania, 60 Gestoso y Pérez, José, 759 Gibraltar, 56 Gibson, Charles, 19, 82, 88, 105, 156, 216, 855, 857, 858 Gilberti, fray Maturino, 93 Giménez Fernández, Manuel, 197, 234, 479, 839 Ginés de Nortes, 319 Giovio, Paulo, 744, 805, 806, 807 Giusti, Girolamo, 887 Glasgow, 44, 154, 246, 312, 802, 803 Glass, John B., 99, 267 Goa, 490 Godoy, Diego de, 855 Golfo de Cortés, 252, 721 Golfo de México, 122, 142, 149, 184, 208, 221, 276, 282, 305, 306, 313, 316, 348, 365, 366, 422, 426, 662, 694, 861 Gomera, isla, 350 Gómez Canedo, Lino, 567 Gómez Ciriza, Roberto, 693 Gómez de Avellaneda, Gertrudis, 885 Gómez de Herrera, Juan, 290 Gómez de Orozco, Federico, 25, 134, 168, 199, 206, 207, 246, 304, 313, 391, 501, 521 González, 578 González, Catalina, 550, 551, 580 González, Francisco, 535 González, Ruy, 538, 540, 572 González Aparicio, Luis, 242
González Casanova, Pablo, 650 González de Ávila, Alonso, 525 González de Ávila, Gil, 420, 442, 443, 451, 525, 566, 780 González de Barcia, Andrés, 860 González de Benavides, Gil, 422 González de Cossío, Francisco, 80, 637 González de Eslava, Hernán, 866 González de la Vega, José María, 141, 294 González de León, Juan, 579, 581, 609, 907 González de Mendoza, José María, 652 González Obregón, Luis, 650, 759, 779, 780, 782, 783, 784 González Ruiz, Felipe, 168 Grado, Alonso de, 158, 279, 364, 422, 475, 476, 524, 552, 572, 577, 825 Gran Cañón, 732 Granada, 53, 54, 56, 57, 60, 71, 154, 218, 465, 483, 668, 695, 730, 775, 806, 811, 858 Granados, Francisco, 490, 491, 492 Graz, 858 Greenleaf, Richard E., 62 Grijalva, Hernando de, 670, 671, 672, 673, 674, 675, 682, 684, 687, 692, 693, 702, 703, 724, 725, 902, 903 Grijalva, Juan de, 38, 39, 92, 120, 121, 122, 123, 124, 126, 127, 128, 129, 135, 142, 156, 172, 195, 282, 366, 375, 540, 577, 586, 600, 603, 866, 867, 891 Grijalva, río, 121, 126, 157, 177, 316, 425, 427, 466, 599, 891, 892 Grimaltos, 69 Grineo, Simón, 861 Guachinango, 585 Guadalajara, 94, 95, 877 Guadalcanal, 621 Guadalupe, villa, 500, 502 Guadalupe, Virgen de, 43, 100, 304, 359, 499, 500, 501 Guadiana, río, 108, 112 Guanajuato, 93 Guaniguanico, 131 Guasincango, 152 Guastepeque, 643 Guasucingo, 152
Guatemala, 165, 348, 350, 426, 436, 439, 441, 509, 594, 595, 614, 701, 871 Guatlán, 667 Guayabal, 687 Guazacualco, 163 Guénin, Eugène, 361 Guernica, Gaspar de, 578, 579, 581 Guerrero, 356, 357, 466, 694 Guerrero, Gonzalo, 121, 122, 159, 601 Guevara, 552, 572 Guevara, Antonio de, 108 Guevara, Santiago de, 481 Guezalapa, río, 427 Guicciardini, Francesco, 108 Guinea, Diego de, 155, 422, 430, 433 Guiral, Antonio, 484, 485 Gurría Lacroix, Jorge, 118, 225, 267, 318, 436, 700, 720, 721 Gutiérrez, María, 634, 635 Gutiérrez de Escalante, Juan, 158 Gutiérrez de la Caballería, Marina, 478 Guzmán, Eulalia, 11, 116, 245, 247, 248, 249, 253, 861 Guzmán, Gonzalo de, 182 Guzmán, Juan Alonso de; véase Medina Sidonia, duque de, Guzmán, Juan de, 828 Guzmán, Nuño de, 80, 102, 135, 290, 357, 358, 370, 405, 460, 473, 474, 493, 513, 531, 536, 546, 549, 552, 554, 565, 570, 571, 574, 578, 607, 608, 613, 614, 615, 618, 621, 627, 628, 629, 630, 632, 633, 637, 654, 662, 666, 667, 668, 669, 672, 673, 675, 676, 677, 678, 679, 680, 681, 682, 684, 685, 689, 690, 691, 697, 724, 725, 730, 732, 733, 763, 818, 899, 902, 903, 904, 906, 907 H Hale, Edward Everest, 720 Halifax o Holywood, John de, 769 Hamburgo, 862 Hamy, E. T., 862 Hanke, Lewis, 234, 735 Harris, Marvin, 381 Harrisse, Henry, 859
Héctor, 851 Hegel, Jorge Guillermo Federico, 68 Heine, Heinrich, 7 Hemming, John, 830, 831, 832 Henestrosa, Andrés, 15, 860 Henríquez Ureña, Pedro, 114, 866 Hércules, 109 Heredia, el Viejo, 175 Heredia, José María de, 49 Hermosillo, Antonia o Elvira, 515, 524 Hernández, Antonia, 555, 557, 559 Hernández, Diego, 290 Hernández, Elvira, 555, 557, 559, 582, 590, 594 Hernández, Francisco, 854 Hernández, María, 555, 558, 559 Hernández, Mario, 861 Hernández, Pedro, 153 Hernández de Córdoba, Francisco, 51, 120, 121, 123, 126, 142, 156, 375, 577, 586, 587, 866, 891 Hernández de Proaño, Diego, 626 Hernández Nieto, 353 Hernández Portocarrero, Alonso, 69, 70, 129, 132, 136, 158, 162, 166, 174, 178, 180, 181, 182, 183, 197, 205, 258, 373, 375, 600, 601, 824, 892 Hernández Sánchez-Barba, Mario, 147, 861 Herrera, Antonio de, 143, 160, 164, 183, 184, 216, 217, 228, 232, 268, 272, 273, 286, 290, 294, 319, 331, 351, 353, 360, 364, 378, 401, 419, 431, 432, 435, 457, 458, 459, 460, 481, 482, 488, 490, 491, 493, 498, 503, 516, 536, 622, 623, 663, 674, 675, 689, 702, 775, 776, 854 Herrera, Fernando de, 868 Herrera, Gonzalo de, 633 Herrera Salceda, el Pulido, 179 Herrero, Francisco de, 654 Hibueras, 41, 79, 86, 92, 135, 147, 148, 167, 357, 372, 386, 406, 407, 409, 414, 415, 417, 418, 419, 420, 425, 432, 433, 447, 449, 450, 451, 452, 456, 458, 468, 471, 484, 523, 528, 529, 541, 553, 554, 575, 577, 587, 588, 591, 593, 594, 599, 602, 613, 620, 635, 654, 668, 801, 811, 814, 818, 821, 822, 824, 825, 829, 830, 846, 847, 857, 896, 897 Hidalgo, 93, 94 Hierónimus, 362
Hinojosa, Juan de, 385, 414, 896 Hipandro, 873 Hispanoamérica, 694, 696 Hogal, Joseph Antonio de, 211, 860 Hojeda; véase Ojeda, Alonso de, Holanda, 171 Homero, 851 Honduras, 149, 150, 151, 316, 406, 418, 419, 420, 432, 433, 436, 441, 442, 443, 444, 447, 470, 502, 528, 529, 579, 668, 898 Hoochstfaten, Michiel de, 861 Hopfer, Daniel, 55 Horcasitas, Fernando, 99 Howe Bancroft, Hubert, 163 Hoyos, Francisco de, 699 Huaquechula, 224, 276, 318, 599 Huasteca, 23, 24, 366, 403, 413, 552, 572, 896 Huatulco, 703, 704, 705, 717, 726, 903 Huatusco, 348, 880 Huaxyácac, 24 Huayllas Yupanqui, Inés, 827 Huayna Cápac, 827 Huejotzingo, 25, 101, 152, 220, 226, 238, 288, 290, 317, 318, 321, 494, 507, 508, 516, 594, 613, 629, 631, 637, 723, 901 Huémac, 39 Huerta, Andrea, 92 Huexolotitlan, 636 Huexotla, 298, 299 Hueymollan, 435 Hueyotlipan, 274 Huichichila, 385, 634, 696 Huichilobos, 171, 800 Huicicila, 509 Huilotlan, 164, 166 Huitsimingari, Antonio de, 353 Huitzel, 866 Huitzilac, 301 Huitzilitzi, 352, 354
Huitzilopochtli, 36, 37, 230, 263, 265, 270, 300, 391 Huitzitzila o Huitchichila, 351 Huitznahuazihuatzin, 219 Hungría, 592, 856 Hunter, 803 Hurandén, 354 Hurtado de Mendoza, Andrés, 565 Hurtado de Mendoza, Diego, 528, 666, 667, 668, 671, 673, 679, 681, 713, 724, 737, 902 Hyde, Nina, 777
I Icaza, Francisco A. de, 138, 228, 589 Iglesia, Ramón, 505, 837, 841, 845, 846 Impilcingo, 356 India, 478, 480, 490 Indonesia, 480 Infante, 754 Infante, licenciado, 758 Inglaterra, 60, 73, 108, 182, 883 Inocente VIII, 108 Ircio, Pedro de, 319, 359, 421, 578 Isabel de Portugal, 730 Isabel la Católica, 49, 50, 56, 63, 66, 90 Isabel, emperatriz, 517 Islam, 56 Islas Marías, 667, 669 Istmo de Tehuantepec, 165 Italia, 21, 54, 57, 58, 62, 107, 109, 114, 137, 175, 206, 294, 518, 784, 788, 827, 880, 887 Itzá, provincia, 437, 439 Itzcohuatzin, 245, 247 Itzocan, 318 Ixcalpan, 507, 640 Ixhuacan, 152 Ixtacamaxtitlan, 239, 893 Ixtaltepec, 507 Ixtaltépetl, 640 Ixtapa, 357 Ixtlán, 68l Ixtlilxóchitl, 32l, 331, 422 Izábal, 441, 442 Izancánac, 433, 434, 436 Izmal, 439 Iztacamaxtitlan, 210, 212, 222 Iztaccíhuatl, 227, 236 Iztapalapa, 40, 238, 241, 256, 267, 298, 299, 303, 308, 309, 319, 321, 322, 323, 393, 463 Iztapan, 427, 432
Izúcar, 276, 614 J Jacobita, Martín, 45 Jacona, 644 Jaén, 54 Jalapa, 239, 507, 642, 893 Jalisco, 93, 163, 164, 165, 166, 348, 356, 357, 358, 466, 587, 632, 667, 672, 676, 678, 679, 680, 686, 692 Jáltipan, 166, 167, 599 Jamaica, 207, 208, 262, 366, 370, 386, 401, 775, 877 Japón, 485, 490 Jaramillo, Alonso; véase Jaramillo, Juan Jaramillo, Juan, 167, 168, 319, 385, 414, 422, 423, 424, 523, 579, 580, 581, 587, 598, 599, 600, 602, 604, 814, 825, 826, 896 Jaramillo, María, 167, 523, 599, 825 Jaso, Juan, 422 Jasón, 74, 109 Jeremías, 867 Jerez, Francisco de, 830, 831 Jerez, Pedro de, 583 Jerez de Caballeros, 871 Jerusalén, 331 Jesús Nazareno, 102, 781, 783, 784, 787, 791, 794, 795, 832 Jilotepec, 599 Jilotlán de los Dolores, 164, 166 Jiménez, Fortún, 528, 671, 672, 679, 686, 724, 902 Jiménez de Cisneros, Francisco, 50, 63, 453 Jiménez Fraud, Alberto, 57 Jocotepec, 357 Juan II, 108 Juan, mestre, 223 Juana, (Sra. de Tamazula), 633 Juana la Loca, 51, 52, 182, 506, 513, 515, 518, 572, 618, 619, 622, 636, 640, 654, 664, 665, 682, 733, 747 Julianillo, 121, 157 Julio César, 109, 148, 206
Jumiltepec, 224 K Kansas, 732 Katz, Friedrich, 26 Keen, Benjamín, 310 Kempeneer, Peter de o Campaña, Pedro de, 805 Kingsborough, lord, 432 Kino, bahía, 714 Kirchhoff, Paul, 312 Konetzke, Richard, 134, 180, 195, 695 Krickeberg, Walter, 25, 28 Krüger, Hilde, 886 Kubler, George, 94, 95, 659, 805, 806 Kuro Sivo, 490 L La Chaux, 377 La Coruña, 102, 129, 182 La Gasca, Pedro de, 565, 830, 831 La Habana, 449, 450, 470, 898 La Paz, 672, 686, 689, 693, 714, 721, 725, 903 La Rábida, 517, 531, 829, 899 Laguna de Términos, 316 Laín Entralgo, Pedro, 700 Landa, fray Diego de, 33, 100, 143, 164 Landi, Salvador, 322 Lares, Amador de, 128, 130 Larios, Juan de, 228 Las Casas, Francisco de, 371, 373, 385, 414, 415, 419, 420, 443, 451, 452, 458, 469, 528, 529, 552, 591, 896, 897 Las Casas, fray Bartolomé de, 11, 21, 33, 88, 108, 113, 117, 118, 119, 121, 123, 124, 127, 128, 130, 131, 133, 135, 142, 164, 180, 190, 233, 234, 247, 249, 259, 381, 504, 522, 561, 595, 713, 742, 744, 745, 746, 756, 763, 765, 839, 854 Las Casas, Gonzalo de, 775 Las Praderas, 732 Lasao, 374, 377 Laso, Pedro, 490
Le Riverend, Julio, 107, 716, 860 Le Roy Ladurie, Emmanuel, 21 Legrand, Jean, 19 Leguízamo, Juan, 620 Leiva, Raúl, 886 Lema o Lerma, Hernando de, 319 León, 134, 499, 502 León, Adrián, 250, 477 León, Luis de, 710 León, Nicolás, 808 León Pinelo, Antonio de, 73, 884 León-Portilla, Miguel, 15, 25, 31, 32, 34, 35, 42, 46, 47, 99, 109, 132, 187, 316, 327, 487, 491, 668, 673, 688, 700, 716, 717, 718, 721 Leonard, Irving A., 65 Leonardo, Andrés, 45 Leopoldo, 742 Lepanto, 737 Liburnio, Nicolás, 861 Lima, 692, 704, 725, 828, 829, 830, 903 Limoias Carvajal, Juan, 319 Lisboa, 66, 67, 491 Liss, Peggy K., 53 Lizana, Bernardo de, 438, 439, 440 Lizarrarás, Domingo de, 753 Llaguno, Eugenio de, 879 Llano Estacado, 732 Llanos, Beatriz de, 586 Llerena, García Madrid, el Corcovado, 336, 403 Lobo Lasso de la Vega, Gabriel, 107, 807, 817, 870, 872, 873, 874, 883, 884, 888 Lockhart, James, 15, 832 Loire, río, 429 Lombardía, 516 Lombardo de Ruiz, Sonia, 15 Londres, 23, 198, 862 Lope de Vega, 7, 49, 67, 72, 215, 869, 880, 884 López, 579
López, Alonso, 779 López, Alvar, 290 López, Gerónimo, 295, 577, 580, 642, 735, 823, 824 López, Juana, 550, 556, 557 López, Martín, 290, 320 López, Miguel, 735 López, Pedro, 422, 426, 544 López, Vicente, 340 López Bermudez, José, 886 López Cogolludo, Diego, 143, 156, 437, 439, 440 López de Ávila, Hernán, 422 López de Calatayud, Hernán, 779 López de Gómara, Francisco, 11, 12, 17, 25, 72, 107, 108, 109, 113, 114, 118, 119, 120, 124, 127, 128, 130, 132, 133, 141, 143, 151, 153, 156, 158, 159, 160, 162, 163, 164, 165, 166, 167, 168, 170, 171, 173, 174, 179, 183, 184, 188, 189, 190, 197, 198, 199, 200, 206, 208, 212, 214, 215, 218, 222, 225, 226, 229, 232, 244, 245, 246, 249, 259, 261, 263, 271, 272, 273, 287, 318, 330, 331, 334, 335, 336, 337, 352, 356, 363, 364, 368, 369, 371, 373, 377, 380, 420, 423, 431, 435, 437, 149, 459, 460, 461, 478, 488, 491, 493, 494, 495, 496, 498, 512, 517, 518, 561, 625, 626, 667, 685, 687, 689, 692, 693, 716, 718, 720, 721, 728, 729, 736, 737, 753, 757, 780, 797, 806, 820, 824, 844, 849, 854, 859, 868, 870, 873, 875, 876, 877, 882 López de Jimena, Juan, 578, 581 López de la Mota Padilla, Matías, 164 López de Legazpi, Miguel, 480, 481 López de Mondragón, Íñigo, 718 López de Toledo, Diego, 703 López de Toro, José, 881 López Mañez, Teresa, 72, 885 López Portillo y Weber, José, 466 López Rayón, Ignacio, 265, 405, 545, 676 Loredo, Rafael, 831 Lorenzana, Francisco Antonio, 210, 717, 719, 860, 861 Los Mochis, 714 Los Peñoles, 636 Los Reyes, archipiélago, 488 Losada, Ángel, 74l, 742 Lovaina, 595 Lucas, Alonso, 369, 538, 540, 548, 572, 578
Lugo, 729 Lugo, Francisco de, 210 Luna, conde de; véase Quiñones, Luis de, Luque, Hernando de, 828 Lutero, Martín, 107, 108, 874, 875 Luzbel, 879 M Macaguanigua, 120 Macedo, Pablo, 563 Macedonia, 60 Machado, Antonio, 49 MacNeill, William H., 21 MacNutt, Francis August, 862 Mactán, 478 Macuilsúchil, 635 Macuiltepec, 698 Madariaga, Salvador de, 11 Madero Bracho, Enrique, 700 Madrid, 54, 58, 74, 199, 422, 468, 493, 496, 503, 504, 506, 508, 513, 525, 531, 566, 652, 663, 665, 668, 696, 717, 729, 730, 732, 733, 734, 739, 741, 747, 748, 749, 753, 763, 765, 806, 807, 860, 867, 869, 872, 873, 876, 877, 878, 880, 881, 897, 899, 904, 905 Mafla, Miguel, 290 Mafla, Pedro, 290 Magadalena, isla, 667 Magallanes, Hernando de, 478, 479, 480, 481, 485, 486 Magallanes, Juan, 373 Magaña, Sergio, 886 Magariño, 269 Malaca, 471, 483, 490 Malayo, archipiélago, 480 Maldonado, Alonso, 577, 580, 627, 631, 642, 655, 723, 901 Maldonado, Francisco, 473, 532, 663, 899 Malinalco, 326 Malinaltepeque, 252, 694 Maluco, 481, 483, 485, 491, 492, 513 Manchip White, Jon, 23
Manila, 481 Mañón, Manuel, 561 Manrique, Pedro, 360 Manrique de Guzmán, Magdalena, 525 Mansilla, Juan de, 538, 540, 572, 578 Manso de Zúñiga, Francisco, 780 Mantecón, J. Ignacio, 389 Mañueco, Rodrigo, 422 Manzanillo, 672, 684, 700 Maquiavelo, Nicolás, 57, 77, 108, 115, 116, 179, 203, 317, 569 Mar del Norte, 165, 426, 662 Mar del Sur, 132, 316, 340, 348, 351, 399, 400, 426, 459, 478, 481, 484, 487, 491, 510, 511, 512, 513, 528, 533, 574, 645, 661, 662, 663, 664, 665, 666, 668, 669, 670, 671, 673, 680, 681, 682, 683, 684, 688, 689, 691, 700, 705, 713, 716, 717, 718, 721, 723, 724, 725, 726, 727, 728, 730, 731, 733, 734, 752, 761, 819, 900, 902, 903 Mar, Manuel del, 860 Marcaida, María de, 120, 406, 554, 555, 559, 560 Marco Polo, 485 Mares del Sur, 343 María, 524, 755, 825 María, Virgen, 220, 265 María de Portugal, 742, 764, 904 Marías, Julián, 53 Marién, 181 Marín, Luis, 179, 365, 421, 449, 578, 579, 581, 586, 587 Marín de Gamboa, Cristóbal, 355 Marina, 116, 154, 160, 162, 163, 164, 165, 166, 167, 168, 170, 171, 173, 174, 177, 214, 220, 222, 225, 230, 247, 248, 325, 406, 421, 423, 434, 435, 515, 523, 544, 548, 557, 580, 599, 600, 802, 803, 814, 824, 825, 826, 827, 840, 843, 874, 886, 892 Marineo Sículo, Lucio, 62, 109, 110, 111 Mario, 851 Marmolejo, Francisco, 421 Márquez, Juan, 288, 318 Marquina, Ignacio, 254, 255, 393 Marroquino, Miguel, 667 Martí, Manuel, 867, 868 Martín, (maestre), 654, 656, 657
Martín, Benito, 127, 182, 183, 376 Martín, Francisco “Vendaval”, 300 Martín, Hernán, 290 Martínez, Andrea Guadalupe, 15 Martínez, Andrés, 290 Martínez, José Luis, 15 Martínez, Juan “Narices”, 290 Martínez, Rodrigo, 15 Martínez Cosío, Leopoldo, 460 Martínez y Zuleta, José, 782 Mártir de Anglería, Pedro, 62, 132, 184, 185, 186, 187, 306, 307, 308, 309, 311, 313, 367, 386, 387, 461, 651, 853, 861 Mastrangelo, Stella, 51, 115, 116, 830 Mata, 552, 572 Matafú, 737 Matalcingo, 351, 507, 508, 641, 642, 644, 755 Matanchel, 667, 686 Mateo (esclavo negro), 772 Mateos Higuera, Salvador, 31 Mathes, Miguel, 101 Matlatzinco, 326 Maximiliano, 9, 187, 857 Maxixcatzin o Lorenzo, 216, 219, 220, 274, 297, 496, 822 Mayab, 156 Mayapan, 156 Mayorga, Cristóbal de, 776 Maza, Francisco de la, 1, 781, 782, 784, 789, 791, 793, 838, 839 Mazamitla, 358 Mazariegos, Diego de, 422 Mazatlán, 436, 437 Mazo, José del, 782 Mazuela, Juan de, 667 Medea, 74, 886 Medel, Francisco, 546 Medel, Hernando de, 290 Medellín, 107, 108, 109, 112, 125, 182, 348, 385, 408, 448, 451, 496, 497, 499, 518, 527, 531, 591, 624, 891, 899
Medina, 431 Medina, Bartolomé de, 699 Medina, José Toribio, 806, 859, 863, 889 Medina de Rioseco, 54 Medina del Campo, 54, 139, 303, 515, 660, 664 Medina Sidonia, duque de, 498, 499, 519, 756, 758, 760, 761, 762, 766, 767, 779, 795, 796, 905, 906 Mediterráneo, mar, 56, 735, 737 Medrano, 431 Mejía, Gonzalo, 158, 279, 538, 539, 540, 544, 552, 572, 577, 578 Mejía, Pablo, 622 Mejía Sánchez, Ernesto, 888 Melchorcico, 847 Melchorejo, 121, 157 Melgarejo de Urrea, fray Pedro, 92, 295, 300, 342, 459, 460 Mena, Cristóbal de, 831 Mena, fray Antonio de, 713 Mena, Hugo de, 806 Méndez, Cristóbal, 757, 765, 905 Méndez, Julián, 757, 765, 905 Méndez Plancarte, Alfonso, 869, 888 Mendez Rivas, Joaquín, 845, 886 Mendieta, fray Gerónimo de, 18, 19, 87, 90, 93, 96, 97, 98, 99, 104, 105, 108, 408, 432, 596, 616, 618, 875 Mendoza, Antonio de, 101, 401, 556, 565, 587, 589, 627, 639, 640, 645, 678, 691, 692, 693, 702, 704, 706, 708, 709, 710, 717, 718, 725, 726, 727, 728, 730, 731, 732, 733, 734, 735, 737, 763, 776, 820, 821, 830, 903, 904 Mendoza, Francisca de, 499, 500, 517 Mendoza, Íñigo de, 108 Mendoza, María de, 499, 500, 587 Menéndez, Miguel Ángel, 886 Menéndez Pidal, Ramón, 59, 73, 883 Menéndez y Pelayo, Marcelino, 67, 72, 743, 865, 868, 869, 871, 874, 875, 880, 882, 888 Mercurio, 872 Mérida, 112, 426, 518, 528, 601, 671 Mesa, Francisco de, 227, 228, 343, 779 Mesoamérica, 21, 22, 24
Metelium Caecilia, 112 Metépec, 641 Metztitlán, 22 Mexía, Pero, 108 Mexicaltzingo, 241, 321 Miaguatlan, 634, 697 Miatlatan, 617, 625 Micatlan, 625 Michoacán, 23, 40, 93, 94, 95, 103, 228, 337, 338, 340, 348, 351, 352, 353, 354, 355, 356, 357, 363, 370, 412, 421, 431, 432, 466, 507, 508, 509, 578, 592, 595, 596, 613, 632, 644, 645, 646, 651, 676, 694, 696, 895 Mieris, Frans van, 51, 374, 378 Millán, Juan, 750 Millares Carlo, Agustín, 186, 234, 308, 461, 651, 692 Minatitlán, 165 Mindanao, 488 Miranda, Francisco, 337, 351 Mirón, Hernando, 771 Mississippi, 316, 366 Mitla, 636, 880 Mitra, 210 Míxquic, 94, 238, 303, 321 Mixteca, 776 Mocorito, río, 687 Moere o de Moor, Peter van der; véase Gante o Mura, fray Pedro de, Mojica, Melchior de, 751, 757, 758, 760 Molina, fray Alonso de, 93, 667 Molucas, 79, 418, 465, 471, 478, 479, 480, 484, 485, 487, 488, 490, 491, 492, 513, 529, 530, 531, 621, 662, 693, 703, 852, 855, 898, 899 Moluco, 471, 483 Monguió, Luis, 95 Monjaraz, 578 Monjaraz, Andrés de, 319, 538, 540, 572 Monroy, Alonso de, 110, 112 Monroy, familia, 808 Montaigne, Miguel de, 257 Montalvo, Garci Ordoñez de, 67
Montañas Rocosas, 732 Montañez, Álvaro, 422 Montaño, Francisco, 227, 228, 343, 352 Monte Albán, 474 Monteagudo, Matías, 791 Montebaldo, 295 Monteforte Toledo, Mario, 65 Montejo, Francisco de, 121, 129, 132, 136, 158, 166, 178, 181, 182, 183, 197, 205, 258, 373, 375, 422, 577, 579, 581, 600, 601, 602, 875, 892 Montejo, Francisco el Mozo, 601 Monterde, Francisco, 651, 886, 888 Monterde García Icazbalceta, Francisco, 647, 650, 652 Montes Claros, marqués de, 872 Montesinos, 69, 70 Montesino, Ambrosio, 108 Montpensier, duques de, 759 Monzón, 513, 629, 638, 744, 763, 857 Mora, José María Luis, 781, 846 Morales, Melesio, 887 Morán, 287, 542 Morcillo, 697 Moreau Ashburn, Percy, 21 Morejón de Lobera, Rodrigo, 134, 281, 282, 295, 319, 320 Morelia, 94 Morelos, 501, 705, 777 Moreno, Isidro, 555, 556 Moreno, Manuel M.26 Moreno, Pedro, 668 Moreno, Rafael, 234 Moreno de los Arcos, Roberto, 15, 700 Moreno Fraginals, Manuel, 789 Moreno Villa, José, 9, 797 Morla, Francisco de, 132, 159, 160, 270, 866 Moro, Tomás, 103, 104 Morón, Alonso, 176 Morón, Pedro, 213 Mortara, Jeremías de, 779
Mota Padilla, Matías de la, 676, 678 Motecuhzoma, 19, 36, 37, 38, 39, 40, 41, 43, 44, 78, 91, 102, 122, 147, 149, 157, 162, 168, 169, 170, 171, 172, 173, 174, 175, 177, 184, 188, 189, 198, 204, 208, 209, 210, 211, 217, 219, 220, 221, 224, 225, 229, 230, 232, 236, 238, 241, 242, 243, 244, 245, 246, 247, 248, 249, 250, 251, 252, 253, 254, 256, 257, 258, 259, 260, 263, 264, 265, 266, 267, 269, 272, 280, 283, 297, 299, 307, 308, 309, 313, 316, 337, 341, 361, 366, 387, 393, 396, 474, 475, 476, 477, 496, 504, 524, 530, 542, 544, 546, 549, 563, 565, 577, 582, 583, 588, 589, 590, 652, 653, 694, 745, 800, 802, 803, 822, 823, 825, 827, 829, 832, 845, 848, 850, 853, 856, 871, 873, 876, 878, 879, 880, 885, 886, 892, 893, 898 Motecuhzoma, Ana, 219, 273, 475, 476, 524, 542, 825 Motecuhzoma, Inés, 544 Motecuhzoma, Isabel, 250, 272, 474, 475, 476, 524, 542, 825 Motecuhzoma, María, 250, 475 Motecuhzoma, Marina, 250, 474, 475, 477 Motecuhzoma Ilhuicamina, 38 Motines, 634, 697 Motolinía, fray Toribio de Benavente o, 33, 86, 93, 235, 409, 414, 423, 494, 566, 579, 581, 582, 594, 595, 596, 597, 598, 604, 609, 708, 727, 896, 907 Mould de Pease, Mariana, 832 Moxcoboc, 121 Moya de Contreras, Pedro, 62, 564 Moyotlan, 393 Muñoz, Francisco, 690 Muñoz, Juan Bautista, 183, 509 Muñoz Camargo, Diego, 33, 44, 154, 164, 216, 217, 219, 220, 232, 246, 248, 273, 291, 312, 318, 322, 802, 803 Murcia, 53, 54, 224 Muriel, Josefina, 102, 103, 104 Muro Orejón, Antonio, 753, 757, 762 N Naco, 420, 442 Nájera, Manuel de San Juan Crisóstomo, 794 Nápoles, 21, 57, 113, 512, 811, 820 Nápoles o Napolitano, Vicencio o Vicente de, 488, 490.491, 492 Narváez, Pánfilo de, 71, 131, 134, 141, 154, 204, 228, 241, 258, 259, 260, 261, 262, 270, 272, 278, 279, 280, 281, 283, 291, 292, 296, 297, 310, 338, 342, 365, 370, 371, 372, 375, 376, 380, 458, 459, 518, 540, 541, 544, 548, 552, 572, 577, 585, 588, 589, 590,
603, 675, 748, 800, 822, 841, 845, 858, 859, 873, 876, 893 Nasao, conde de, 503 Natividad de Nuestra Señora, 444 Nautecall, 207 Nautla, 24, 207, 208, 244, 251, 316 Navagero, Andrea, 62 Navarra, 53, 57, 58 Navarra, Pedro de, 749, 750, 751, 752 Navarrete, 422 Navarrete, Alonso de, 578, 581 Navidad, puerto, 357 Nayarit, 357, 466, 667, 686, 689, 877 Nebrija, Antonio de, 63 Nerón, 205, 234, 301 Nespan, 507 Nevada, 731 New York, 862 Nezahualcóyotl, 34, 37, 39, 85 Nezahualpilli, 36, 37, 108 Nezahualpiltzintli, 85, 299 Nicaragua, 123, 124, 316, 594, 702, 731 Nicuesa, Diego de, 116, 125, 891 Niebla, conde de, 760 Niño, Domingo, 359, 538, 540 Nito, 433, 442 Niza, fray Marcos de, 709, 731, 732, 733 Nocera, 805 Nochistlán, 678 Nombre de Dios, 209, 239, 893 Nonoalco, 312 Norteamérica, 362 Nortes, Ginés, 132 Novo, Salvador, 886 Nuestra Señora de la Merced, río, 698 Nueva Galicia, 164, 290, 466, 513, 528, 549, 615, 621, 627, 662, 675, 676, 677, 678, 679, 681, 684, 685, 689, 691, 725, 902 Nueva York, 362
Nuevo México, 732, 871 Núñez, Andrés, 207, 290 Núñez, Francisco, 154, 182, 373, 491, 492, 523, 525, 529, 619, 623, 624, 644, 645, 647, 651, 652, 654, 665, 666, 670, 671, 747, 748, 749, 764, 858, 859, 905 Núñez, Francisco (padre), 748 Núñez Cabeza de Vaca, Alvar, 565, 731 Núñez de Balboa, Vasco, 122, 340 Núñez de Valera, Francisco, 112 Núñez Morillón, Manuel José, 783 Núñez Vela, Blasco, 829 Nuremberg, 152, 187, 304, 309, 310, 313, 391, 861 Nuttall, Zelia, 45, 184 O O’Gorman, Edmundo, 85, 86, 164, 206, 306, 357, 422, 523, 634, 696, 783, 861, 866 Oaxaca, 89, 93, 94, 95, 184, 340, 348, 350, 391, 422, 426, 452, 469, 474, 507, 508, 509, 510, 511, 533, 552, 556, 572, 577, 586, 587, 599, 613, 634, 635, 636, 641, 644, 651, 694, 703, 717, 784, 788, 790, 810, 881, 898, 900 Oaxtepec, 301, 302, 507, 546, 552, 572, 641 Ocampo, Diego de, 368, 458, 494, 569, 571, 577 Ocampo, Gonzalo de, 368, 385, 414, 896 Ocampo, Sebastián de, 117 Ocaña, Diego de, 450, 472 Occam, Guillermo de, 852 Oceanía, 575, 581 Océano Pacífico, 400, 409, 661, 662, 669, 673, 674, 682 Ocelotépetl, 640 Ocharte, Melchior, 877 Ochoa, 158 Ochoa de Lejalde, Juan, 129, 139, 200, 278, 280, 543 Ocoliztle, 441 Ocotelulco, 216 Ocotlan, 636 Ocuituco, 224 Odema Güemes, Lina, 312 Ojeda, 286, 576, 577, 578, 579 Ojeda, Alonso de, 116, 125, 288, 318, 319, 373, 891
Ojeda, Cristóbal de, 337, 463, 538, 540, 544, 545, 550, 823 Ojeda, Isabel de, 613, 773 Ojeda, Juan de, 440 Olea, Cristóbal de, 136, 303, 325, 800 Olid, Cristóbal de, 79, 122, 132, 136, 158, 219, 220, 253, 319, 337, 338, 340, 353, 354, 355, 356, 372, 383, 406, 407, 412, 414, 415, 419, 420, 442, 443, 451, 458, 528, 552, 554, 572, 575, 577, 591, 602, 620, 668, 828, 895, 896 Olíntletl, 209, 210 Oliva, 109 Olmedo, fray Bartolomé de, 91, 92, 137, 219, 236, 338, 349, 386, 547, 556, 559 Olmos, fray Andrés de, 35, 93, 101 Olutla, 164, 165, 166, 167, 599 Oñate, Cristóbal de, 495, 496, 689 Oñate, Juan de, 678, 871 Orbita, Juan de, 439 Ordás, Diego de, 518, 566 Ordaz, Diego de, 130, 132, 136, 226, 238, 239, 262, 348, 373, 451, 601, 893 Orduña, 295, 578 Orduña, Francisco de, 359, 538, 540, 548, 572 Orgoños, Rodrigo de, 565 Oriente, 478, 479, 480, 481, 483, 487, 490, 837 Orizaba, 167, 423, 523, 599, 814 Orlando furioso, 876 Oropesa, 540 Orozco, Francisco de, 340, 350 Orozco, José Clemente, 144, 794, 843 Orozco y Berra, Manuel, 1, 15, 35, 41, 42, 134, 183, 205, 209, 217, 232, 242, 259, 264, 267, 273, 274, 294, 295, 298, 388, 395, 398, 434, 463, 491, 538, 563, 565, 626, 678, 692, 833 Ortega, Aniceto, 887 Ortega, Juan de, 385, 414, 469, 553, 554, 578, 579, 581, 591, 592, 896, 898 Ortigas, río, 108 Ortiz, 577, 578 Ortiz, fray Tomás, 578, 580, 592, 597, 598 Ortiz de Cabex, Juan, 667 Ortiz de Matienzo, Juan, 89, 358, 405, 473, 532, 536, 554, 570, 593, 607, 608, 613, 614, 616, 621, 624, 626, 628, 629, 630, 631, 632, 633, 634, 637, 696, 723, 818, 899, 901, 906, 907
Ortiz de Zúñiga, Alonso, 279, 538, 540 Ortiz Monasterio, Leonor, 15 Oski, 864 Osma, 463, 192, 578 Osores, Félix, 785, 786, 787, 788, 790, 791 Ostoticpac, 167 Otatitlán, 507 Otompan, 318 Otte, Enrique, 73, 518, 566 Otumba, 41, 101, 274, 283, 298, 299, 507, 508, 585, 634, 800, 873, 893 Ovando, Nicolás de, 113, 114, 117, 373, 775 Oxford, 63 Oxitipan, 507 Ozama, río, 770 P Pabellón, ensenada, 667 Pacandán, 354 Pachacámac, 829 Pacífico, 24, 294, 340, 351, 400, 426, 478, 513, 528, 666, 693, 702, 703, 709, 721, 819, 829 Pagden, A. R., 200, 425, 862 Painala, 163, 165 Países Bajos, 58 Paisiello, 887 Palacios Rubios, Nicolás, 421, 438, 529 Palencia, Pedro de, 713 Palermo, 784 Palm, Erwin Walter, 310 Palmas, río, 367, 370, 466 Palomares, 668 Palomino y Cañedo, José, 677 Palos, 49, 56, 496, 497, 499, 531, 899 Panamá, 703, 704, 726, 733, 828, 829, 832, 903 Pánuco, 122, 177, 262, 281, 316, 339, 340, 342, 348, 365, 366, 367, 368, 370, 385, 389, 399, 413, 460, 463, 466, 474, 546, 550, 570, 587, 593, 599, 603, 675, 676, 677, 892, 895, 896 Papaloapan, 121, 126, 425, 891
Papantla, 588 Papantzin, 36 Parada, Alonso de, 473, 532, 899 Paradinas, Nicolás, 791 París, 69, 652, 860, 861, 862 Parra Cala, Rosario, 15, 581, 637 Paso de Cortés, 238 Paso y Troncoso, Francisco del, 79, 180, 322, 644, 645, 718, 744 Pastorelo, Dominico, 749 Pastrana, Francisco, 672 Patrón, Pablo, 830 Pátzcuaro, 103, 354 Pavía, 58 Paxbolonacha, 434, 435 Payer von Thurn, Rudolf, 858 Paz, Inés de, 113 Paz, J. I., 784 Paz, Lucía de, 519, 529, 770, 771 Paz, Octavio, 9, 15 Paz, Pedro de, 456, 528, 529 Paz, Rodrigo de, 89, 371, 385, 414, 423, 432, 448, 450, 451, 452, 456, 457, 469, 528, 529, 628, 896, 897 Paz y Melia, A., 514 Pedrarias Dávila, 123, 124, 373, 540, 565, 587, 600 Pedraza, Cristóbal de, 692 Pedraza, Diego de, 422 Pedro I, el Justiciero, 677 Pedro, (cuarto marqués del Valle), 684 Pedro, (maestre), 207 Pedro, Valentín de, 72 Pellicer, Carlos, 886 Peñaloza, 228 Peñaranda, 579 Peñate, Alonso, 205 Perales y Garci Caro, 422 Peralmíndez Chirinos, 414, 419, 421, 424, 448, 450, 451, 452, 453, 454, 455, 456, 457, 468,
469, 477, 478, 528, 529, 541, 569, 570, 577, 578, 591, 593, 615, 651, 896, 897, 898 Peralta, Antonio de, marqués de Falces, 749, 750 Peralta, Bernardino de, 749 Peralta, Gastón de, 750 Peralta, Magdalena de, 556 Pereyra, Carlos, 498, 781, 861 Pérez, Alonso, 137, 196, 234, 301, 538, 540, 548, 554, 555, 566, 572, 578 Pérez, Cristóbal, 386 Pérez, fray Juan, 498 Pérez Bustamante, C., 735 Pérez de Bocanegra, 579 Pérez de Guzmán, Alonso; véase Medina Sidonia, duque de Pérez de Oliva, Fernán o Hernán, 109, 743 Pérez de Tudela Bueso, Juan, 234 Pérez de Valera, 578 Pérez de Villagrá, Gaspar, 870, 871, 872, 888 Pérez del Toro, Diego, 565 Pérez Osorio, Alvar, 526 Perla, isla, 687 Perna, Peter, 806 Pernambuco, 485 Perú, 59, 62, 108, 403, 511, 514, 564, 692, 693, 700, 701, 702, 703, 704, 705, 709, 721, 725, 726, 731, 733, 747, 802, 827, 828, 829, 830, 831, 832, 903 Perugia, 97, 99 Pesquera, Diego de, 520, 521, 526 Petén, 436, 437, 438 Petén-Itzá 529 Peypus Arthimesio, Federico, 309 Pico, Domingo de, 749 Pico de Orizaba, 209 Pico, puerto, 362 Pierce, Frank, 881, 888 Pignatelli, Diego María, 782 Piguamo, 358 Pilatos, 199 Piltéchetl, 318 Pimentel, Francisco, 869, 888
Pimentel Ixtlilxóchitl, Fernando, 343 Pina, José Salomé, 809 Pinal o Pinos, 697 Pinelo, 552, 572 Pitalpitoc, 170, 171 Pizarro, 694 Pizarro, Catalina, 119, 370, 402, 515, 519, 522, 523, 603, 659, 755, 773, 778 Pizarro, Diego, 260 Pizarro, Francisco, 116, 498, 511, 515, 691, 692, 693, 702, 703, 725, 731, 802, 827, 828, 829, 831, 832, 855, 903 Pizarro, Gonzalo, 827, 830 Pizarro, Gonzalo (padre), 827 Pizarro, Hernando, 702, 730, 763, 827, 828, 829, 830, 831, 904 Pizarro, Juan, 827 Pizarro, Leonor, 119, 515, 522, 603, 755 Pizarro Altamirano, Catalina, 108, 109, 619, 624, 722, 780, 819, 901 Plata, río, 485 Plinius, Martín, 313 Plutarco, 851, 852 Poggio, cardenal, 749 Polavieja (Camilo García Polavieja y del Castillo) marqués de, 655, 656 Polibio, 294 Pomar, Juan Bautista, 33, 299 Pompeyo, 797 Ponce, fray Alonso, 697 Ponce de León, Juan, 134, 208, 316, 365 Ponce de León, Luis, 418, 461, 462, 463, 470, 472, 473, 511, 535, 536, 545, 546, 552, 560, 572, 577, 578, 579, 580, 591, 597, 607, 818, 819, 898, 906 Poncecillas, Rodrigo de, 396 Popocatépetl, 35, 223, 225, 226, 227, 236, 238, 239, 343, 400 Popotla, 270 Porcacchi da Castiglione, Thomaso, 310 Porcallo, Vasco, 128, 577 Porras, Bernaldina de, 523 Porras, Diego de, 636 Porras Barrenechea, Raúl, 828 Porras Muñoz, Guillermo, 168, 290, 385, 546, 585, 589, 592, 677, 678
Porrillas o Parrillas, 351, 352, 412, 895 Portes, Melchior de, 753, 754, 762, 765, 905 Portillo, Juan de, 319 Portogal, Francisco de, 66, 67 Portogal, Lucas de, 67 Portugal, 56, 60, 90, 108, 361, 471, 479, 483, 490, 491 Potonchán, 121 Potosí, 831 Preciado, Francisco, 716 Prescott, William H., 141, 273, 294, 740, 882 Prieto, Carlos, 700 Puebla, 73, 93, 94, 95, 149, 422, 588, 594, 595, 597 Pueblo Cercado, 437 pueblos, indios, 732 Puerto Ángel, 703 Puerto de la Leña, 209 Puerto de los Puertos, 714, 716 Puerto de San Juan, 316 Puerto Deseado, 126, 891 Puerto Escondido, 120 Puerto Rico, 58 Puga, 640 Pulido, Marco Antonio, 94 Punta de Higueras, 315, 316 Purificación, 679
Q Querétaro, 93 Quesada, 552, 572 Quesada, Diego de, 697 Quetzal, 866 Quetzalcóatl, 35, 38, 39, 40, 147, 170, 172, 228, 233, 242, 243, 244, 251, 853, 855 Quetzaltenango, 350 Quevedo, Francisco de, 558 Quiahuiztlan, 173, 177, 181, 892 Quiatleo, 436, 437 Quichil Rade, 486 Quiñones, Antonio de, 297, 325, 358, 359, 360, 412, 895 Quiñones, Luis de, 526 Quintalvor, 170, 171 Quintanilla, Juana o María, 757 Quintero, Alonso, 114, 125, 891 Quintiliano, 844 Quiroga, Vasco de, 103, 104, 627, 631, 642, 645, 655, 723, 901 Quito, 693, 701 Quitupan, 358 Quivira, 732 R Rada o Herrada, Juan de, 514, 532, 658, 900 Ramírez, 266, 272, 854 Ramírez, José Fernando, 135, 265, 676, 678 Ramírez el Viejo, 281, 282, 290, 366 Ramírez Cabañas, Joaquín, 112, 806 Ramírez Castañeda, Elsa, 166 Ramírez de Arellano de Zúñiga, Juana; véase Zúñiga, Juana de, Ramírez de Arellano, Ana, 525 Ramírez de Arellano, Carlos; véase Aguilar, conde de, Ramírez de Arellano, Joaquín; véase Sierra Nevada, marqués de, Ramírez de Arellano, Pedro, 778 Ramírez de Fuenleal, Sebastián, 509, 565, 621, 627, 631, 655, 723, 902 Ramírez de Lira, Guadalupe, 16
Ramos, Demetrio, 373 Ramusio, Giovanni Battista, 310, 716, 861 Rangel, 287, 542 Rangel, Nicolás, 650 Rangel, Rodrigo, 260, 262, 340, 591 Rangel Guerra, Alfonso, 16 Razo Zaragoza, José Luis, 676 Rebolledo, Efrén, 886 Redondas, 265 Remedios, Virgen de los, 272 Remón, fray Alonso, 92 Rendón, Silvia, 247, 496 Reuter, Jasmin, 25 Revillagigedo, conde de, 781, 782 Revillagigedo, islas, 674, 724, 902 Reyes, 692 Reyes, Alfonso, 72, 440, 841, 85l, 859 Reyes Católicos, 49, 52, 53, 56, 60, 61, 62, 90, 108, 193, 453, 563, 659, 811 Reyes García, Luis, 312 Reynolds, Winston A., 72, 301, 885, 889 Reynoso, Salvador, 618, 634 Rhin, río, 429 Riancho, Gonzalo de, 872 Ribera, Francisco de, 66 Ribera, Juan de, 306, 307, 310, 360, 363, 459, 460 Ricard, Robert, 92, 93, 94, 95, 96, 99, 424 Ricardo III, 108 Rice Holmes, T., 429 Riley, G. Micheal, 705, 777 Rinconada Ixcalpan, 613, 622, 623, 641, 722, 901 Río, Tomás del, 757 Rivera, Diego, 118, 845, 847, 886 Rivera Cambas, Manuel, 842 Robertson, William, 198, 199, 662, 857 Robredo, Pedro, 112 Rocca, doctor, 377 Roces, Wenceslao, 564
Roche, Antonio, 16, 581 Rodas, isla, 711 Rodríguez, 578 Rodríguez, Alonso, 759 Rodríguez, Ana, 555, 557, 559 Rodríguez, Celso, 735 Rodríguez, Hernán, 662, 690 Rodríguez, Juan, 657, 757 Rodríguez, Violante, 70, 550, 555, 558, 559 Rodríguez Contreras, Rafael, 602 Rodríguez de Cabrillo, 73 Rodríguez de Escobar, Pero, 579, 581 Rodríguez de Fonseca, Juan, 63, 127, 182, 306, 342, 360, 365, 372, 373, 375, 376, 377, 399, 412, 601, 895 Rodríguez de Medina, Juan o Alonso, 759, 765, 905 Rodríguez de Monroy, Hernán, 108 Rodríguez de Montalvo, Garci, 720 Rodríguez de Ocampo, Gonzalo, 421, 422 Rodríguez de Ocaña, Gonzalo, 579, 581 Rodríguez de Villafuerte, Juan, 136, 319, 320, 355, 356, 552, 572, 577, 667, 671 Rodríguez Galván, Ignacio, 885 Rodríguez Magariño, Francisco, 319, 320 Rodríguez Marín, Francisco, 761, 876 Rodríguez Moñino, A., 112 Rodríguez Peón, Álvaro, 602 Rodríguez Prampolini, Ida, 67 Rodríguez y Cos, José María, 885 Rojas, Fernando de, 63, 108 Rojas, Gabriel de, 233 Rojas, Manuel de, 376 Rojas Garcidueñas, José, 889 Roldán, 69, 70, 877 Roma, 59, 109, 301, 514, 515, 532, 659, 900 Romero, Alonso, 158 Romero de Terreros, Manuel, 802, 803, 804, 805, 807, 809 Romero Solano, Luis, 488, 491, 529 Rosas de Oquendo, Mateo, 203, 867
Rosellón, 58 Rosenblat, Ángel, 24, 25 Rotterdam, 861 Roys, Ralph L., 435 Ruano, Juan, 176 Rubicón, 206 Rubio Mañé, J. Ignacio, 481, 589, 602 Rueda, Lope de, 63 Ruiz, 578 Ruiz, Gonzalo, 680 Ruiz, Marcos, 538, 540 Ruiz de Alarcón, Juan, 867 Ruiz de Esquivel, Pedro, 495 Ruiz de la Mota, 295 Ruiz de la Mota, Gerónimo, 319, 421 Ruiz de la Mota, Pedro, 59 Ruiz de León, Francisco, 878, 879 Rusia, 54 S Saavedra Guzmán, Antonio de, 108, 867, 868, 869, 870, 872, 874, 875, 878, 884, 888 Saavedra o Sayavedra Cerón, Álvaro de, 79, 481, 483, 484, 485, 486, 487, 488, 489, 490, 491, 492, 513, 529, 530, 531, 621, 852, 899 Saavedra o Sayavedra Cerón, Hernando de, 357, 358, 421, 444, 528, 529, 632 Saavedra, Álvaro, hijo, 484 Saavedra, Juan de, 760, 868 Saborit, Antonio, 16 Sacrificios, isla de los, 316 Sacrobosco, Juan, 768, 769 Sáenz, Justo P., 440 Sáenz de Santa María, Carmelo, 802, 808 Sahagún fray Bernardino de, 24, 26, 33, 34, 35, 37, 38, 43, 44, 45, 93, 100, 101, 165, 172, 173, 227, 233, 238, 242, 245, 249, 251, 265, 270, 273, 274, 303, 304, 322, 333, 454, 516, 711, 803, 854, 855 Salagua, 670, 681, 684, 688, 700 Salamanca, 54, 62, 63, 75, 108, 112, 113, 125, 148, 191, 528, 600, 601, 602, 737, 741, 748, 764, 811, 827, 852, 870, 891, 904
Salazar, Gonzalo de, 407, 419, 421, 422, 424, 432, 448, 450, 451, 452, 453, 454, 455, 456, 457, 458, 468, 469, 477, 478, 528, 529, 535, 537, 541, 552, 569, 570, 572, 577, 578, 586, 588, 591, 593, 613, 632, 651, 896, 897, 898 Salazar de Pedrada, 334 Salceda, 179 Salcedo o Saucedo, Francisco, 134, 179, 270, 575, 586, 603 Salcedo, Juan de, 89, 119, 127, 178, 515, 522, 554, 579, 581, 603, 604, 605, 892 Saldaña, Gregorio de, 630, 633 Salinas, Martín, 856, 857 Salmerón, 509 Salmerón, Juan de, 509, 627, 642, 655, 723, 774, 901 Salomón, 158 Salustio, 851 Salvatierra, Pedro, 262 Samaniego, Juan de, 690 Samaniego, Lope de, 458, 460 Sámano, Juan de, 52, 156, 645, 855, 856 San Agustín, 195, 620, 852, 867 San Andrés, 714, 716, 718 San Andrés Ahuahuaztepec, 116 San Antón, punta, 447 San Antón, río, 316 San Benito, 879 San Blas, 667, 686 San Buenaventura Guaxomulco, 772 San Esteban, islas, 715 San Fernando, 107 San Francisco, 18, 45, 92, 164, 443, 448, 452, 454, 469, 494, 594, 595, 597, 615, 618, 620, 779, 780, 781, 783, 791, 795 San Francisco el Viejo, 613 San Gabriel, 596 San Germán, isla, 596 San Hipólito, 168, 329, 599, 826 San Isidoro del Campo, 778, 779, 795, 905, 906 San Jerónimo, 199 San Jorge, 171 San José, 92
San Joseph, fray Francisco de, 501 San Juan, 393, 481, 603 San Juan de Puerto Rico, 401, 775 San Juan de Ulúa, 69, 121, 126, 135, 142, 157, 162, 168, 177, 259, 316, 401, 892 San Juan Evangelista, 745 San Lázaro, 334, 486, 613, 784 San Lúcar de Barrameda, 586 San Lucas, 220, 849, 850 San Lucas, cabo, 715 San Marcos, bahía, 716 San Martín, 108, 112, 875 San Mateo, 849, 850 San Miguel, 422, 687 San Miguel, Juan de, 672 San Miguel Culiacán, 731 San Pablo, 257, 393 San Pablo, río, 686 San Pedro, 109, 160 San Pedro Sula, 442 San Pedro y San Pablo, río, 714, 715 San Sebastián, 393 Sánchez, Ambrosio, 183 Sánchez, Hernán, 779 Sánchez, Luis, 107, 873 Sánchez Coello, Alonso, 807 Sánchez de Toledo, Francisco, 760 Sánchez González, Antonio, 199, 520, 523, 526 Sánchez Montero, Rafael, 137, 844 Sánchez Rojas, José, 116 Sánchez Zorita, 536 Sancho, Pedro, 831 Sandoval, Fernando B., 703, 776 Sandoval, fray Prudencio de, 107, 377, 737 Sandoval, Gonzalo de, 136, 158, 180, 219, 220, 260, 269, 291, 292, 297, 298, 299, 301, 319, 322, 323, 324, 325, 326, 328, 340, 348, 356, 369, 370, 404, 414, 421, 423, 430, 441, 443, 448, 449, 456, 473, 474, 477, 496, 497, 498, 530, 550, 552, 572, 577, 587, 850, 899
Sandoval Zapata, Luis de, 525 Sanlúcar de Barrameda, 182, 479, 519, 620, 756, 778 Santa Ana Tlapacoya, 636 Santa Catalina, 715, 716 Santa Clara, Antonio de, 577, 583 Santa Clara, Bernardino de, 538, 540 Santa Clara, Juan de, 336 Santa Cruz, 422, 686, 689, 692, 721, 725, 903 Santa Cruz, Alonso de, 397 Santa Cruz, bahía, 686, 687, 689, 691, 693, 714 Santa Cruz, Diego, 289 Santa Cruz, Francisco de, 494, 495, 524, 579, 581, 657, 775, 776 Santa Cruz, isla, 672, 680, 681, 682 Santa Cruz de San Carlos, barón de, 781 Santa Fe, 104 Santafé de Bogotá, 878 Santa Fe de la Laguna, 103 Santa María, 393 Santa Teresa de Jesús, 66, 73, 883 Santángel, Luis de, 19 Santiago, 148, 464 Santiago, apóstol, 160, 424, 461 Santiago de Baracoa, 118, 119, 120, 125, 128, 371, 797, 891 Santiago de Buena Esperanza, 667, 670, 672, 692, 713 Santiago de Cuba, 90, 126, 198, 345, 372, 522, 559, 891, 892, 894 Santiago de Guatemala, 350, 415, 896 Santiago de los Valles, 403 Santiago del Puerto, 129 Santiago, puerto, 487, 523, 645, 666, 671, 717, 724, 902 Santiesteban del Puerto, 367, 368, 369, 385 Santiponce, 760, 766, 905 Santisteban, 570 Santo Domingo, 114, 117, 118, 125, 138, 144, 272, 295, 358, 362, 399, 449, 450, 455, 464, 476, 477, 494, 585, 620, 621, 644, 693, 702, 722, 738, 770, 811, 891, 901 Santo Tomás, 852 Santo Tomás, isla, 674 Santos, Miguel de, 759
Sanz, Carlos, 109, 860 Saone, río, 429 Sarstún, 44l Saucedo, Pedro de, “El Romo”, 421 Sauer, Carl Ortwin, 51, 115, 116, 361, 362 Savorgnani de Forli, Pietro, 304, 861 Sayula 164, 166, 357, 358, 632 Scholes, France V., 435 Sedeño, Juan, 213 Segovia, 54, 66, 587, 665, 872 Segura, Rodrigo de, 579, 581 Segura de la Frontera, 129, 139, 149, 200, 203, 276, 278, 279, 280, 284, 349, 385, 630, 635, 894 Seler, Eduard, 27, 172 Séneca, 74, 75 Sepúlveda, 574, 579 Sepúlveda, Juan Ginés de, 741, 742, 743, 744, 745, 746, 756, 764, 904 Sepúlveda, Pero de, 545 Serna, 422 Serna, Alonso de la, 581, 578 Serrano, 698 Serrano, fray Pedro, 96 Serrano de Cardona, Antonio, 279, 538, 539, 540 Serrano Migallón, Fernando, 16 Sevilla, 21, 54, 65, 71, 74, 91, 132, 138, 151, 154, 182, 183, 196, 197, 199, 233, 306, 309, 310, 316, 359, 360, 362, 364, 375, 432, 496, 498, 499, 518, 520, 526, 531, 581, 588, 601, 605, 619, 620, 621, 637, 653, 656, 690, 729, 752, 753, 754, 757, 760, 761, 765, 766, 767, 768, 769, 774, 778, 779, 791, 795, 805, 816, 829, 857, 858, 860, 862, 876, 899, 905, 906 Sevilla del Río, Felipe, 356 Sienchimalen, 152, 209 Sierra Madre de Chiapas, 425 Sierra Madre del Sur, 425 Sierra Nevada, marqués de, 783 Sigüenza, 729 Sigüenza, fray José de, 199, 200 Sigüenza y Góngora, Carlos de, 103, 833
Sila, Lucio Cornelio, 851 Simpson, Lesley Byrd, 28, 80, 95, 832 Sinaloa, 513, 684, 714, 725, 731, 902 Siria, 361 Skimina, Stanislas, 514 Socochima, 209 Soconusco, 23, 24, 348, 350, 507, 509 Solano, Francisco de, 87, 89 Solís, 555 Solís, Antonio de, 878, 882, 887 Solís, Francisco de, 423, 578, 579, 581 Solís, Pedro, “Casquete”, 422 Sombrerete, 87l Somonte, Mariano G., 167, 168 Sonora, 714, 731 Soria, Diego de, 558 Sosa, Isabel de, 588 Sosa, Juan Alonso de, 699, 700 Sosa, Juana de, 678 Sotelo, Antonio de, 319, 320 Sotelo Inclán, Jesús, 886 Soto, Diego de, 306, 363, 555, 556, 577 Soto, Hernando de, 366, 732, 733 Soto la Marina, 367, 466 Spontini, 887 Stapfer, J. J., 862 Staten Island, 362 Stendhal, 520 Stimmer, Tobías, 806, 807 Stummvoll, Josef, 855 Suárez, Leonor, 574 Suárez, Lorenzo, 552, 572 Suárez, Victoriano, 72, 109, 860 Suárez de Peralta, Juan, 114, 207, 406, 554, 556, 585, 709, 710 Subirá, José, 887 Suchitongo, 774 Suetonio, 205, 206, 852
Sultepec, 291, 698, 699, 700, 726, 903 T Tabasco, 121, 122, 126, 157, 161, 162, 163, 165, 174, 177, 221, 222, 224, 348, 426, 427, 428, 436, 466, 577, 824, 825, 891, 892 Tacamichapa, isla, 166 Tacuba, 23, 89, 108, 234, 246, 256, 272, 285, 299, 300, 301, 303, 308, 309, 319, 324, 325, 327, 335, 336, 337, 393, 421, 434, 475, 476, 510, 542, 613, 628 Tacubaya, 309, 507, 508, 586, 613, 640, 641, 642 Tahuantinsuyo, 829 Taica, 440 Taiza, 437 Tajimaroa, 353 Talavera, fray Gabriel de, 500, 501 Talistaca, 635 Tamazula, 358, 508, 529, 632, 633, 634, 696, 697 Tamazulapa, 252, 556, 694 Taniha, 433, 441 Tapalpa, 357 Tapia, 434 Tapia, Andrés de, 133, 135, 136, 158, 160, 162, 212, 214, 215, 216, 222, 232, 235, 251, 256, 257, 261, 262, 319, 326, 355, 363, 449, 463, 496, 541, 548, 578, 579, 580, 581, 588, 589, 590, 591, 592, 593, 599, 600, 683, 685, 686, 690, 691, 729, 743, 854 Tapia, Cristóbal de, 342, 343, 345, 365, 366, 372, 375, 376, 458, 541, 549, 552, 558, 572, 577, 894 Tapiezuela, 421 Tarento, 294 Tarifa, marqués de; véase Enríquez de Ribera, Fernando, Tarpeya, 234, 301 Tarragona, 54 Tascaltecal, 300 Tasco, 290, 399, 678, 697, 698, 699, 700, 726, 903 Tashuaco, 352 Tatahuitalpan, 428 Tatatetelco, 348 Tatutepeque, 340 Taxuytel, 440 Tayasal, 438, 440
Teacoac, 217 Tecalco, 228 Techaluta, 357 Techiacomile, 774 Tecoatzinco, 217 Tecolotepec, 670 Tecoman, 356 Tecpantzinco, 270 Tectipac, 165 Tecto, fray Juan de, 92, 409, 414, 422, 432, 447, 595, 896 Tecuichpo; véase Motecuhzoma, Isabel, Tecuiloatzin o Luisa o María Luisa, 219 Tehuantepec, 24, 165, 340, 348, 418, 425, 426, 465, 482, 507, 508, 509, 613, 624, 625, 626, 636, 641, 642, 643, 644, 647, 662, 663, 664, 666, 669, 670, 671, 672, 675, 684, 691, 698, 699, 703, 705, 717, 723, 724, 726, 727, 728, 730, 733, 822, 901, 902, 903 Tehuexolotzin o Temiltotécatl o Gonzalo, 216, 220 Tejolutla, 239 Tejutla, 209, 893 Tello, fray Antonio, 676, 677, 678 Tello de Medina, 422 Tello de Sandoval, Francisco, 734, 735, 824 Temalaque, 774 Temistlan, 628 Temixtitan, 241, 254, 306, 309, 387, 388, 389, 408, 641, 660, 694 Temoac, 625 Tenantepeque, 224 Tenayuca, 299, 309 Tenciz, 441 Tenis, 252, 694 Tentipil, 292 Teoamoxtli, 165 Teocalhueyacan, 803 Teocatzinco, 224 Teocuitatlán, 357 Teotitlán del Camino, 22 Teozapotlan, 636
Tepeaca, 149, 203, 276, 278, 279, 283, 295, 349, 507, 542, 543, 572, 577, 599, 635, 641, 797, 824, 894 Tepeapulco, 510, 634 Tepeaquilla, 256, 634 Tepec, 357 Tepecimatlan, 636 Tepeji de la Seda, 776 Tepeltícpac, 216 Tepemachalco, 641 Tepetitan, 427 Tepeyac, 256, 312 Tepeyácac, 309, 318, 320, 323, 393 Tepic, 357 Tepozotlán, 592 Tepoztlán, 507 Tequisquiac, 290 Teresa de Mier, fray Servando, 783 Termer, Franz, 862 Términos, laguna, 428, 433 Ternate, 703 Terranova y Monteleone, duque de, 684, 782, 784, 785, 787, 788, 790 Terranova, duquesa de, 684 Terrazas, Francisco de, 533, 579, 581, 592, 593, 594, 600, 611, 612, 613, 614, 615, 618, 619, 713, 865, 866, 867, 868, 870, 872, 881, 882, 884, 888, 889, 900 Tescaltecal, 292 Tescalyácac, 640 Testera, fray Jacobo de, 97, 98, 99, 582 Tesuico, 293 Tetecala, 774 Tetela, 224 Tetiquipaque, 165 Tetiquipia, 389 Tetitlán, 677 Tetlepanquétzal, 320, 328, 336, 434, 435, 468, 897 Teuche, 215 Teudilli, 170, 171 Texcaltitlán, 774
Texcuilabacoya, 507, 635, 640 Texmelucan, 298, 299 Tezcatlipoca, 230, 263 Tezcoco, 23, 25, 34, 36, 37, 38, 85, 92, 100, 101, 108, 224, 239, 245, 246, 247, 252, 289, 291, 294, 296, 297, 298, 299, 301, 303, 309, 317, 318, 320, 321, 322, 328, 331, 343, 344, 387, 393, 422, 430, 432, 477, 494, 507, 508, 516, 524, 531, 542, 552, 572, 577, 578, 592, 594, 595, 598, 613, 622, 623, 624, 625, 635, 663, 722, 779, 780, 791, 795, 819, 893, 894, 899, 901, 906 Thompson, J. Eric S., 31, 32, 184 Thyle, 74 Tiburón, isla, 714 Ticiano, 738, 807 Tidore o Tidori, 479, 485, 486, 488, 489, 490, 529 Tierra Caliente, 94, 501 Tille, 75 Tipeucan, 494 Tiphi, 74 Tirado, Juan, 475, 538, 540, 553, 554, 572, 578 Tiripitío, 644 Titicapa, 165 Tito Livio, 851 Tizapán, 357 Tizapancingo, 175 Tizatépetl, 433 Tizatlán, 216, 218 Tízoc, 108 Tlacahuepan, Pedro, 496 Tlacochahuaya, 636 Tlacochcálcatl, 247 Tlacolula, 636 Tlacomulco, 773 Tlacopan, 23, 34, 38, 269, 328, 393 Tlacotépec, 641 Tlalchichilpa, 641 Tlalcocuaya, 774 Tlalixtac, 634 Tlalmanalco, 238, 301, 613
Tláloc, 391 Tlaltenango, 403, 771, 772, 773 Tlaltizapan, 402 Tlapa, 94, 507, 634 Tlascalán, 878 Tlatelolco, 33, 41, 42, 45, 101, 245, 247, 256, 266, 267, 300, 305, 308, 310, 322, 324, 327, 337, 389, 393, 398, 434, 435, 712, 854, 855 Tlatizapán, 755, 773 Tlauhtépec, 640 Tlaxcala, 19, 22, 25, 40, 41, 44, 45, 77, 80, 92, 93, 95, 116, 135, 154, 164, 195, 208, 209, 210, 211, 213, 216, 217, 218, 219, 220, 221, 222, 223, 224, 225, 229, 231, 233, 236, 239, 246, 247, 248, 249, 261, 269, 273, 274, 275, 276, 283, 286, 287, 289, 290, 291, 294, 297, 298, 299, 312, 314, 317, 318, 321, 322, 344, 452, 469, 477, 478, 494, 509, 531, 552, 553, 566, 572, 577, 578, 594, 595, 616, 623, 631, 722, 799, 802, 803, 822, 893, 894, 898, 899, 901 Tlaxco, 698 Tlaxiaco, 587 Tlaxicoapa, 774 Tlaxpana, 102, 396 Tlayacapan, 301 Tochimilco, 224 Toledo, 54, 71, 153, 154, 350, 431, 496, 498, 500, 501, 502, 518, 531, 540, 647, 664, 730, 858, 860, 899 Toledo, Juan de, 728, 729 Tolosa, 53 Tolosa, Juan de, 524, 700 Tolosa, Manuel, 565 Tolsá, Manuel, 782 Toltequequetzaltzin, 219 Toluca, 89, 507, 508, 613, 634, 641, 642, 680, 699, 724, 902 Tomares, 757 Tomillas, 69, 70 Tomson, Robert, 402 Tonalá, 124, 126, 316, 425, 426, 891 Tonila, 358 Topoyanco, 318 Tordesillas, 51, 182, 183, 479 Tordesillas, Francisco de, 771
Toro, 376 Toro, Alfonso, 406, 432, 561 Torquemada, fray Juan de, 33, 35, 36, 44, 108, 143, 164, 272, 273, 282, 304, 331, 697, 854, 875 Torre, Bernardo de la, 729 Torre, Roberto de la, 94 Torre de Laguna, 572, 622 Torres, Juan de, 174 Torres Bodet, Jaime, 789 Torres Naharro, Bartolomé de, 63 Torres Saldamando, Enrique, 830 Torresicas, 544 Torri, Julio, 67, 68 Toscano, Salvador, 42, 889 Totolapa, 634 Tototepec, 22 Toussaint, Manuel, 207, 304, 308, 310, 311, 366, 389, 391, 393, 395, 398, 502 Tovar, 854 Tovar, Juan de, 33 Tozitlan, 245 Trabulse, Elías, 16 Trento, 874 Triana, Marina de, 551 Triángulo, isla, 453 Trillo, Benjamín, 789 Trinidad, 130 Trujillo, 112, 149, 418, 443, 444, 447, 448, 461, 528, 529, 579, 668, 898 Trujillo, Ramón, 350 Tuchitebeque, 252, 694 Tulancingo, 586, 593 Tullantzinco, 318 Tunja, 876 Tupac Inca Yupanqui, 108 Turquía, 60 Tustepeque, 694 Tututepec, 348, 349, 350, 389, 507, 509, 552, 572, 578 Tuxpan, 24, 126, 358, 507, 588, 632, 696, 892
Tuxtepec, 24, 252, 340, 348 Tuxtla, 89, 403, 494, 507, 508, 641, 723, 901 Tzintzuntzan, 103, 351, 353, 354, 355, 385, 634, 696 U Uiluta, 164 Ulloa, 801 Ulloa, Francisco de, 593, 691, 692, 693, 713, 714, 715, 716, 717, 718, 719, 720, 721, 726, 728, 730, 732, 903 Umbría o Ungría, Gonzalo de, 205, 375, 694 Unterkircher, Franz, 855 Upsala, 397 Urbino, Rafael de, 108 Urdaneta, fray Andrés de, 480, 481, 490, 491 Ursúa y Arizmendi, Martín de, 439 Uruapan, 353, 644 Urueta, Margarita, 886 Usigli, Rodolfo, 886 Usumacinta, río, 121, 425 Utatlán, 350 Utrecht, Adriano; véase Adriano VI, Utrilla, Juan José, 310 Utuyo, 354 V Vaca de Castro, Cristóbal, 515, 829 Vaca de Guzmán, José, 880, 882 Valadés, fray Diego, 97, 98, 99, 165 Valadés, José C., 788 Valbuena, 880 Valdepeñas, 877 Valdés, 265 Valdés, Carlos, 62 Valdés, Juan de, 514 Valencia, 54, 58, 114, 860 Valencia, fray Martín de, 93, 409, 414, 594, 596, 598, 896
Valeriano, Antonio, 45 Valero Silva, José, 200 Valiente, Alonso, 422 Valladolid, 54, 114, 125, 148, 182, 229, 368, 371, 373, 377, 378, 379, 521, 606, 609, 676, 740, 741, 742, 747, 757, 764, 891, 904, 908 Valle, Eduardo del, 885 Valle, Rafael Heliodoro, 199, 420, 424, 863 Valle-Arizpe, Artemio de, 93, 440, 464 Valle de Banderas, 685 Valle de Ulanché, 123, 124 Vallejo, 312, 379, 695 Vallejo, Pedro de, 368 Vallid, 676 Van Horne, John, 889 Vargas, Francisco de, 377 Varillas, fray Juan de las, 92 Vázquez de Ayllón, Lucas, 259, 342, 372, 577 Vázquez de Coronado, Francisco, 731, 732, 733 Vázquez de Escobar, Guiomar, 524, 757 Vázquez de Tapia, Bernardino, 158, 219, 224, 225, 232, 239, 263, 273, 279, 287, 385, 394, 414, 475, 524, 535, 538, 539, 540, 541, 542, 543, 544, 550, 572, 576, 577, 578, 582, 590, 607, 613, 618, 675, 757, 825, 893, 896, 907 Vázquez, Martín, 578, 580, 581, 587, 588 Vázquez, Melchor, 699 Vázquez, Pedro, 102 Vecellio, Tiziano, 108 Vedia, Enrique de, 860 Vega, Celestino, 108 Vega, Fernando de, 377 Vega, Garcilaso de la, 63, 108, 832 Vega, Juan de, 749 Vega, pago de la, 108 Vegerano, Alonso, 45 Velasco, Luis de, 104, 565, 589, 780 Velázquez, Diego, 70, 90, 117, 118, 119, 121, 122, 125, 126, 127, 128, 129, 130, 131, 141, 142, 143, 145, 148, 157, 176, 179, 180, 181, 182, 183, 188, 191, 192, 193, 195, 197, 198, 200, 205, 214, 258, 259, 279, 280, 281, 296, 339, 342, 345, 360, 364, 365, 371, 372, 373, 375, 376, 377, 380, 383, 399, 407, 412, 413, 419, 522, 558, 572, 578, 583,
586, 588, 600, 601, 603, 675, 744, 755, 800, 811, 812, 816, 817, 818, 853, 862, 877, 891, 892, 894, 895 Velázquez, Francisco, 296 Velázquez, Gutierre, 729 Velázquez, Juan, 421, 434, 600 Velázquez Borrego, Antonio, 128 Velázquez de León, Juan, 130, 132, 138, 219, 253, 260, 262, 270, 364 Venecia, 72, 133, 480, 716, 861, 886, 887 Veneciano, Pascualín, 703 Venezuela, 50 Venus, 27, 31, 32 Vera, María de, 70, 547, 550, 555, 558, 559 Veracruz, 92, 93, 94, 129, 135, 139, 142, 145, 147, 149, 156, 157, 158, 170, 172, 173, 176, 177, 179, 181, 184, 188, 190, 192, 193, 194, 197, 204, 205, 207, 208, 209, 210, 214, 237, 238, 244, 249, 260, 262, 275, 276, 281, 289, 292, 295, 306, 316, 340, 344, 348, 358, 359, 360, 365, 366, 370, 385, 389, 399, 400, 401, 402, 403, 408, 409, 411, 412, 413, 414, 421, 422, 426, 436, 448, 451, 453, 461, 470, 474, 495, 496, 508, 511, 531, 543, 545, 577, 578, 586, 588, 600, 602, 607, 612, 619, 620, 621, 622, 623, 634, 669, 670, 722, 728, 729, 763, 774, 799, 812, 829, 879, 892, 894, 895, 896, 898, 899, 901, 906 Verdugo, 625 Verdugo, Francisco, 130, 319, 320, 518, 538, 540, 566, 577, 578 Vergara, 552, 572 Verona, 295 Verrazzano, Giovanni, 361, 362 Vetancurt, fray Agustín de, 440 Vicente, Gil, 63 Victoria Garayana, 368 Viena, 147, 150, 155, 188, 189, 198, 806, 855, 856, 857, 858, 861 Vigil, José María, 889 Vilar, Manuel, 794 Villa de Nalda, 754 Villa Rojas, Alfonso, 32 Villafaña, Antonio de, 296 Villafuerte, 334, 340 Villagutierre, Juan de, 437, 439, 440 Villahermosa, 426 Villalobos, 732, 747
Villalobos, Arias de, 871, 872 Villanueva, Agustín, 585 Villanueva, Ana, 585 Villanueva, Leonor, 579, 585 Villanueva Cervantes, Alonso de, 370, 547, 556, 578, 579, 580, 581, 584, 585, 603, 609, 907 Villanueva de Balcarrota, 598 Villar Villamil, Ignacio de, 677 Villarreal, Antonio de, 773 Villarroel, 572, 576, 577, 578 Villaviciosa, 51 Viluta, 163, 164, 166 Vinci, Leonardo da, 108 Virgilio, 873 Vitoria, 373 Vivaldi, Antonio, 886, 887 Vives, Juan Luis, 63 Voltaire, 740 W Wagner, Henry R., 119, 133, 136, 139, 165, 199, 220, 222, 273, 295, 306, 311, 359, 367, 387, 406, 557, 718 Warman Gryj, Arturo, 424 Warren, F.B., 104 Warren, J. Benedict, 351, 352, 353, 355, 356, 647 Washington, 862 Weckmann, Luis, 479, 838, 839 Weiditz, Cristóbal, 803, 804, 805, 806 Welser, 59 Wolinsky, Cary, 777 X Xalapa, 209, 640 Xalatlaco, 640 Xalatlauhtepec, 640 Xalatzinco, 164 Xaltipan, 165 Xaltocan, 299, 552, 572
Xicalango, 163, 167, 426 Xico, 152, 209, 510 Xicochimalco, 152, 209 Xicoténcatl, 885 Xicoténcatl el Joven, 40, 212, 216, 217, 318, 600 Xicoténcatl el Viejo o Vicente, 216, 218, 219, 220 Xilotepec, 318 Xiuhtecuhtli, 36 Xiutepec, 301 Xochimilco, 25, 102, 246, 294, 301, 302, 303, 309, 311, 321, 325, 614, 800 Xocotla, 209, 239, 893 Xocotzincatzin, 108 Xóloc, 308 Xólotl, 241, 322, 324 Xoquitzin, 108 Xoxocotzin, 108 Xuárez, Juan, 118, 296, 404, 406, 554, 555, 556 Xuárez, Juárez o Suárez Marcaida, Catalina, 70, 71, 118, 119, 126, 154, 167, 296, 347, 376, 385, 404, 405, 406, 412, 413, 516, 522, 535, 545, 547, 550, 553, 554, 555, 556, 557, 558, 559, 560, 561, 573, 576, 579, 582, 585, 603, 605, 607, 780, 819, 891, 895, 907 Y Yale, 805, 806 Yáñez, Agustín, 846 Yáñez, Alonso, 250 Yáñez, Lorenzo, 772 Yáñez Pinsón, Vicente, 121 Yautepec, 301, 403, 501, 507, 773, 776 Yaxzam, 435 Yecapixtla, 301, 302, 507, 634, 641 Yopilcingo, 22, 356 Young, Edward, 880 Yucatán, 93, 121, 122, 126, 143, 149, 156, 157, 159, 160, 164, 180, 208, 221, 314, 315, 366, 422, 437, 438, 439, 540, 548, 577, 588, 601, 602, 603, 891 Yugurta, 851, 852 Yuste, 59, 60 Yuste, Juan, 292
Yutecad, 292 Z Zacapu, 644 Zacatecas, 93, 524, 700, 868, 871 Zacatula, 252, 340, 348, 355, 356, 385, 400, 418, 466, 484, 487, 507, 508, 521, 634, 663, 675, 694, 697 Zacoalco, 357 Zacuancózcatl, 219 Zahuapan, 290, 291 Zaldívar, Pedro de, 758, 765, 779, 905 Zamaor, 319 Zamudio, Juan o Alonso, 661, 704 Zapata, Luis de, 875, 876, 884, 889 Zapotiltic, 358 Zapotlán, 164, 358, 632, 636, 696 Zaragoza, 54, 66, 180, 375, 512, 513, 514, 518, 532, 569, 750, 751, 860, 873, 900 Zárate, Agustín de, 693 Zautla, 209, 239, 893 Zavala, Lauro J., 32 Zavala, Silvio, 16, 56, 79, 80, 90, 103, 104, 195, 196, 479, 562, 637, 639, 695, 698, 745 Zenil, Jesús, 857, 858 Zenizo, Francisco, 791 Zicuitzin o Elvira, 219 Ziguatecpan, 428, 429 Zihuatanejo, 487, 492, 531, 670, 899 Zingarelli, 887 Zinzicha Tangaxoan, 338, 353, 354 Zoquiapan, 393 Zorita, Alonso de, 257, 565, 854, 866 Zuazo, Alonso de, 135, 423, 447, 448, 449, 450, 451, 453, 454, 455, 456, 468, 469, 541, 877, 897 Zumárraga, fray Juan de, 94, 95, 100, 101, 102, 103, 290, 299, 401, 473, 516, 522, 532, 537, 538, 549, 612, 614, 615, 616, 618, 625, 631, 632, 645, 681, 755, 900 Zumpango, 274, 698 Zuñí, 731 Zúñiga, Álvaro de; véase Béjar, duque de,
Zúñiga, fray Antonio de, 777, 778 Zúñiga, Juana de, 119, 499, 516, 517, 518, 519, 520, 521, 522, 524, 525, 526, 529, 532, 569, 587, 619, 620, 624, 677, 682, 691, 693, 706, 709, 711, 722, 754, 755, 768, 769, 770, 777, 778, 780, 814, 819, 900, 901
ÍNDICE GENERAL Introducción La fortuna del conquistador y el agravio de los vencidos Las actitudes extremosas Un tercer camino La norma y el método de trabajo Reconocimientos I. LOS DOS MUNDOS QUE SE ENCONTRARON: EL MÉXICO ANTIGUO Encuentro, choque y transformación Una cultura aislada El México antiguo Territorio y población Sociedad, economía y religión La guerra Creaciones culturales: escritura y códices Idea maya del tiempo La conservación de las tradiciones La poesía indígena Las exhortaciones morales Los presagios funestos y la profecía de Quetzalcóatl Motecuhzoma Xocoyotzin Cuitláhuac y Cuauhtémoc El testimonio de los vencidos II. LA ESPAÑA DE LA ÉPOCA El marco general Territorio y población Política Tensiones religiosas La Inquisición
Humanismo y literatura La cultura popular. Las novelas de caballerías El Romancero La conquista de México vista desde España Y una profecía III. LOS INDÍGENAS BAJO EL DOMINIO ESPAÑOL (HASTA MEDIADOS DEL SIGLO XVI)
El destino del indio Encomienda, tributo y servicio personal Cabildos indios y cabildos españoles. Nobles y plebeyos Las diez plagas con que hirió Dios a esta tierra La tierra La conquista espiritual. Bases y móviles Principios de la evangelización La evangelización metódica Las construcciones religiosas y los clérigos La obra lingüística de los misioneros Otros recursos para la evangelización La destrucción de la idolatría Principios de la educación y la asistencia La utopía de don Vasco de Quiroga en Michoacán Balances IV. MOCEDADES DE CORTÉS Y VIAJE A LAS INDIAS Las mocedades En La Española En Cuba Las expediciones de Hernández de Córdoba y de Grijalva Los naranjos de Bernal Díaz Cronología (tentativa) de esta etapa V. LA EXPEDICIÓN A MÉXICO
Velázquez elige capitán a Hernán Cortés ¿Quiénes pagaron los gastos de la armada? Los preparativos La armada de Cortés ¿Quiénes eran los soldados de Cortés? Las Instrucciones de Diego de Velázquez Surge el conquistador VI. LAS CARTAS DE RELACIÓN EN CONJUNTO. DE COZUMEL A VERACRUZ Composición y estructura de las Cartas de relación El preámbulo de las Cartas… De Cozumel a Veracruz según la Carta del cabildo Los incidentes según otras versiones Hazaña de Morla Reprensión a Alvarado La lebrela Encuentro de Gerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero El tiburón y los tocinos El Señor Santiago Doña Marina Versiones españolas e indígenas de los primeros contactos entre Motecuhzoma y Cortés Cempoala y el Cacique Gordo Astucias de Cortés Cronología (tentativa) de esta etapa VII. EL CONFLICTO CON VELÁZQUEZ. ESTRATEGIA Y ARGUMENTOS Noticias de Cuba y decisiones de Cortés El viaje de los procuradores El primer regio presente Los “libros de los indios” Dos elogios del primer tesoro mexicano La distribución del “rescate”
Los argumentos Apoyo jurídico del rompimiento. La tradición de Las siete partidas ¿Existió la primera Carta de relación? VIII. DE LA COSTA AL ALTIPLANO Contenido general de la segunda Carta 1. De Veracruz a México-Tenochtitlán: La destrucción de las naves El incidente de Francisco de Garay De Cempoala a Tlaxcala En tierras tlaxcaltecas Las voces del temor y de la prudencia La astucia y los motivos tlaxcaltecas Intermedio sobre cuestiones personales Cortés envía a Alvarado y a Vázquez de Tapia a ver a Motecuhzoma Primeras ascenciones al Popocatépetl Cholula La doble celada y la matanza de Cholula Los censores de la matanza De Cholula a la entrada de la ciudad de México Cronología (tentativa) de esta etapa IX. ESPLENDOR DE LA CIUDAD DE MÉXICO. EPISODIO DE NARVÁEZ. MUERTE DE MOTECUHZOMA Y NOCHE TRISTE 2. La ciudad de México-Tenochtitlán y la Corte de Motecuhzoma La entrada en la ciudad y el encuentro de Cortés y Motecuhzoma Cortés enviado de Quetzalcóatl Prisión de Motecuhzoma. La versión española y la indígena Saqueo del tesoro Las llaves del reino y los ocios del cautivo Las descripciones de la ciudad y de la corte 3. Episodio de Narváez, guerra entre españoles e indios, muerte de Motecuhzoma y derrota de los españoles en la Noche Triste El episodio de Pánfilo de Narváez Matanza del Templo Mayor
Sublevación indígena y muerte de Motecuhzoma La lucha indígena contra los invasores La Noche Triste Recuperación en Tlaxcala La campaña y la matanza de Tepeaca El pleito por el botín después de la Noche Triste Las probanzas contra Diego Velázquez y Pánfilo de Narváez Refuerzos recibidos y otras noticias Cronología (tentativa) de esta etapa X. PREPARACIÓN DE LA CONQUISTA El contenido general y las dos partes de la tercera Relación Recursos, ordenanzas y reglas de guerra Construcción y transporte de los bergantines Recuento y depuración del ejército Machacamiento y reconocimiento periféricos Entrevista de Cortés y Cuauhtémoc El plano de la ciudad de México El mapa de la costa del Golfo de México XI. SITIO Y DESTRUCCIÓN DE MÉXICO-TENOCHTITLÁN Los preparativos finales Recursos y preparativos de los mexicas y tlatelolcas El sitio Últimas defensas, prisión de Cuauhtémoc y fin de la guerra El costo humano de la toma de México La suerte de los vencidos Los días siguientes a la toma de la ciudad La disputa por el botín y el tormento a Cuauhtémoc Descubrimiento de la Mar del Sur y nuevas conquistas Cristóbal de Tapia aparece y desaparece. Noticias varias Cronología (tentativa) de esta etapa
XII. EXPANSIÓN DE LA NUEVA ESPAÑA Y RECONOCIMIENTO DE CORTÉS La cuarta Relación Exploraciones y conquistas radiales Ampliación y afirmación de las conquistas Conquista de Michoacán Conquista de Colima y el sur de Jalisco Envío de bienes a España y robo del tesoro El nuevo envío al rey en 1524 Un intruso: Juan Bono de Quejo La conquista del Pánuco y Francisco de Garay Reconocimiento real: Cortés gobernador, capitán general y justicia mayor. La contienda y su desenlace El contenido de las cédulas reales XIII. ORGANIZACIÓN DEL PAÍS: MUERTE DE CATALINA XUÁREZ Primeros pasos para la organización de la Nueva España La nueva ciudad de México Viajes de inspección y nuevos proyectos y empresas: construcción de barcos y minería Ganadería y agricultura Llegada y muerte de Catalina Xuárez Marcaida Expedición de Olid a las Hibueras Principios de la evangelización Ordenanzas para los poblamientos y otras disposiciones Cronología (tentativa) de esta etapa XIV. LAS HIBUERAS, DESPEÑADERO DE DESGRACIAS Crónica de una acción insensata Actuación de los oficiales reales Los móviles y la comitiva Hasta Coatzacoalcos, fiestas y regocijos
El laberinto fluvial El desmoronamiento La muerte de Cuauhtémoc Por la selva del Petén Recreo con el caballo morcillo de Cortés El fin de la pesadilla Régimen municipal y urbanismo: ordenanzas e instrucciones para Trujillo XV. REGRESO DE LAS HIBUERAS: LO OCURRIDO EN MÉXICO, AMENAZAS Y HONORES La vuelta de las Hibueras, por mar y por tierra La rebatiña por el poder Los personajes y los sucesos Nuevas amenazas y honores desde España Cortés sometido a juicio de residencia Los jugadores y el rayo Resumen de agravios y alegatos Informes de exploraciones y pacificaciones Cronología (tentativa) de esta etapa XVI. AÑOS HOSTILES, EXPEDICIÓN A LAS MOLUCAS Y VIAJE A ESPAÑA Cortés acosado Los gobernantes de Nueva España de 1526 a 1528 Donación a las hijas de Metecuhzoma Destierro de Cortés de la ciudad de México Las expediciones españolas a las Molucas La partición del mundo y la búsqueda de las especias Lo que sucedió con la armada de García de Loaisa La expedición de Saavedra Cerón enviada por Cortés El trágico destino de la expedición El viaje a España de 1528 Encargos, regalos y organización del viaje
XVII. TÍTULO Y MERCEDES REALES, PERO NO EL PODER Muerte de Gonzalo de Sandoval y viaje por España En el Monasterio de Guadalupe: devoción, coquetería y exvoto Primera entrevista con Carlos V Los avisos del memorial de 1528 La merced real de 23 000 vasallos Honores y concesiones, pero no el poder Otras gestiones, negociaciones y amistades Regalos al papa y bulas La boda con doña Juana de Zúñiga Los once hijos y el posible Los doce o trece primos Cronología (tentativa) de esta etapa XVIII. CORTÉS ACUSADO EN EL JUICIO DE RESIDENCIA Y EN OTROS JUICIOS Antecedentes en 1526 El juicio se reabre en 1529. Veintidós testigos en contra Los acusadores Las acusaciones de Vázquez de Tapia Gonzalo Mejía, repetidor Las acusaciones del doctor Cristóbal de Ojeda. Cuauhtémoc Juan de Burgos trae a cuento la muerte de Catalina Xuárez Miscelánea de testigos y acusaciones Declaraciones complementarias y un intento de seducción Resumen de los cargos contra Cortés El proceso por la muerte de Catalina Xuárez El disgusto previo de Hernán y Catalina El coro de las mujeres Otra causa de María de Marcaida contra Cortés El peso de las acusaciones contra Cortés Críticas morales de la conquista y de Cortés XIX. LA DEFENSA DE CORTÉS EN EL JUICIO
Sus procuradores inician la defensa de Cortés Los Descargos de 1529 Cortés reabre su defensa (1534-1535). Los nuevos Descargos Los grandes interrogatorios para los testigos de descargo Los testigos de descargo El tamaño y la importancia de las declaraciones Interrogatorios y declaraciones Alonso de Villanueva inicia las declaraciones Francisco Dávila, reservado El capitán Luis Marín Martín Vázquez, perspicaz Andrés de Tapia, capitán constante y memorioso Juan de Ortega no se compromete Francisco de Terrazas, adicto y cauto Fray Toribio Motolinía, fray Pedro de Gante y fray Luis de Fuensalida Las declaraciones de los tres franciscanos Juan Jaramillo, leal y reticente Francisco de Montejo, viajero Juan de Salcedo y sus recuerdos El valor de las defensas Últimas prolongaciones del juicio Cronología (tentativa) de esta etapa: juicio de residencia XX. EL MARQUÉS SIN PODER: PLEITOS, NEGOCIACIONES Y RECLAMACIONES Francisco de Terrazas informa a Cortés sobre su situación en México La venganza contra García de Llerena Últimas gestiones en la corte El regreso a Nueva España Conflictos con los oidores Hambre y muertes en Tezcoco En Cuernavaca. Supuesta pacificación de indios El gobierno de la segunda Audiencia Pleitos para recuperar sus posesiones: los terrenos entre las calzadas de Chapultepec y de Tacuba Tributos y servicios de Huejotzingo
Aprovechamientos de pueblos del sur de Jalisco El pleito por Oaxaca Reclamaciones de los indios contra Cortés Las jurisdicciones y la cuenta de los 23 000 vasallos Recreo sobre la carta cifrada de Cortés (Homenaje a la hazaña de Francisco Monterde) Las Casas Viejas y las tiendas La bula y los diezmos XXI. EXPLORACIONES EN EL MAR DEL SUR Y OTROS NEGOCIOS La última gran empresa Permiso real para exploraciones en el Mar del Sur Problemas para la reparación de los navíos. Los tamemes Primera expedición al Mar del Sur: Diego Hurtado de Mendoza Cortés se instala en Tehuantepec Segunda expedición al Mar del Sur: Diego Becerra y Hernando de Grijalva Pleitos con Nuño de Guzmán. El atropello a don Luis de Castilla La nave secuestrada Fundación del mayorazgo Tercera expedición al Mar del Sur al mando de Cortés El desquite de Guzmán: la Probanza Ad Perpetuam Rei Memoriam El regreso de Cortés. Auxilio a Pizarro Cortés y la minería Comercio con el Perú Vida rústica y opiniones políticas Amistad con el virrey Mendoza e intermedio por las paces de Aguas Muertas Cuarta y última expedición al Mar del Sur: Francisco de Ulloa El nombre de California y el balance de las expediciones Cronología (tentativa) de esta etapa XXII. LA DECLINACIÓN Y EL FIN Regreso sin comitiva ni honores El memorial acerca de los agravios del virrey Mendoza Las siete ciudades de Cíbola
Las reclamaciones de los capitanes La venganza de Cortés contra el virrey Mendoza y la visita de Tello de Sandoval El desastre de Argel Las grandes cartas de agravios Encuentros con Juan Ginés de Sepúlveda y Francisco Cervantes de Salazar Encuentros con fray Bartolomé de las Casas Parecer sobre los repartimientos de indios Últimas gestiones sobre su juicio de residencia y los 23 000 vasallos Resumen de los pleitos de Cortés y conflicto con el licenciado Núñez La meditación sobre la muerte La pobreza de los últimos meses El testamento La muerte Los funerales y las exequias Cronología (tentativa) de esta última etapa XXIII. LA CUENTA Y DISTRIBUCIÓN DE LOS BIENES Y LA PEREGRINACIÓN DE LOS HUESOS Deudas y herencias Almoneda de los bienes menudos de Cortés en Sevilla Inventario de los bienes de Cortés en la región de Cuernavaca. La casa y sus anexos Ingenios, cultivos y ganados Campos de moreras y cultivo de la seda Doña Juana y don Martín discuten por dineros La peregrinación de los huesos de Cortés. Segundo entierro en San Isidoro de Sevilla, 1550 Tercer entierro. Traslado a Nueva España, a San Francisco de Tezcoco, 1566 Cuarto entierro, en San Francisco de México, 1629 Quinto entierro, en la misma iglesia, 1716 Sexto entierro, en la iglesia de Jesús Nazareno, de México, 1794 Séptimo entierro, secreto, en la misma iglesia, 1823 Octavo entierro, secreto, en la misma iglesia, 1836 Noveno entierro. Los huesos son exhumados, reconocidos y vueltos al mismo lugar, 1946-1947 Resumen de los entierros, exhumaciones y traslados de los restos de Hernán Cortés XXIV. FIGURA Y CARÁCTER
Dos semblanzas Los retratos de Cortés Fortuna e infortunio Cortés y la Corona Cortés y los indios Las conquistas de Cortés y de Pizarro México y Cortés XXV. LAS IDEAS Y LOS ESCRITOS Rasgos medievales y renacentistas La composición y el estilo Lecturas y recursos Las obras fundamentales sobre la conquista El corpus cortesiano El manuscrito de las Cartas Ediciones y traducciones de las Cartas de relación Los documentos cortesianos XXVI. POEMAS ÉPICOS Y NARRATIVOS DE LA CONQUISTA Y CORTESIANOS I. De los nacidos en México Nuevo Mundo y conquista de Francisco de Terrazas El peregrino indiano de Antonio de Saavedra Guzmán II. De los avecindados en México Historia de la Nueva México de Gaspar Pérez de Villagrá El Mercurio de Arias de Villalobos III. De los peninsulares Cortés valeroso o Mexicana de Gabriel Lobo Lasso de la Vega Tres fragmentos cortesianos de Luis de Zapata, Juan de Castellanos y Bernardo de Balbuena IV. Noticia de algunos poemas épicos del siglo XVIII V. Recapitulación VI. Cortés y la conquista en otras expresiones literarias y artísticas Estudios acerca del tema
Cronología general Bibliografías I. Historias, crónicas, relaciones y documentos de la época II. Estudios y textos sobre Cortés y la conquista III. Estudios sobre personajes y temas españoles e indígenas de la época Apéndice sobre Cuauhtémoc y el hallazgo de Ichcateopan (Relación cronológica) IV. Obras literarias y musicales sobre Cortés y la conquista (Relación cronológica) V. Obras literarias y musicales sobre personajes y temas indígenas de la época (Relación cronológica) Lista de ilustraciones Índice onomástico