CD:
EL CAMINO DE LA CRUZ GUION DEL VIACRUSIS
© Derechos Reservados Jésed, Ministerio de Música, S.C.
El Camino de la Cruz
Jésed, Ministerio de Música
INTRODUCCION Música de fondo (de la pista de Yo Nací para la Cruz)
Hoy venimos delante de Dios, conscientes de que cada paso, cada gesto y cada palabra de Jesús en el Viacrucis fueron un mensaje y un legado que nos acompañan continuamente en nuestra vida. Hoy venimos a participar del camino de la Cruz: ¿Qué quiere decir tener parte en la cruz de Cristo? Es experimentar, en el Espíritu Santo, el amor que esta esconde esconde tras de sí. Es reconocer, a la luz de este amor, nuestra propia cruz. Es cargarla sobre nuestra propia espalda y, movidos cada vez más por este amor, caminar siguiendo a Cristo. Canto: Yo Nací Para la Cruz
Oremos (breve pausa de silencio): Señor Jesucristo, colma nuestros corazones corazones con la luz de tu Espíritu Santo, para que, siguiéndote en tu último camino, sepamos cuál es el precio de nuestra redención y seamos dignos de participar en los frutos de tu pasión, muerte y resurrección. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. R/. Amén.
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PRIMERA ESTACIÓN Jesús es condenado a muerte. V/. Te adoramos Cristo, y te bendecimos. R/. Porque con tu santa cruz, redimiste al mundo.
Jesús, el Hijo de Dios vivo, el Redentor del mundo, es condenado a muerte en la cruz en una negación de la verdad, en un rechazo a seguir el camino de amor que Dios propone al mundo. Si nosotros tuviésemos que escoger en aquel día estar con Cristo, como Juan, como María, ¿estaríamos dispuestos? ¿o estaríamos escondidos donde nadie nos mirase? ¿Escogeríamos, por amor a él, acompañarlo en esa cruz y esa condena injusta? Hoy nuestra propia cruz nos parece muy pesada, y quisiéramos a veces apartarnos de ella, hacerla a un lado, rechazarla. Mas es Dios quien la permite en nuestra vida, para así participarnos de este misterio, acompañarlo en su dolor divino…, y así escoger, por amor, estar con él.
Oremos: Cristo, que aceptas una condena injusta, y soportas el dolor de la ignominia concédenos, a nosotros y a los hombres de todos los tiempos, 3
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la gracia de ser fieles a la verdad y de acompañarte en tu dolor, cargando cada uno, nuestra propia cruz unida a ti A ti, Jesús, que vives y reinas por los siglos de los siglos. R/. Amén. Canto: Entre el Tabor y el Calvario
SEGUNDA ESTACIÓN Jesús es cargado con la Cruz V/. Te adoramos Cristo, y te bendecimos. R/. Porque con tu santa cruz, redimiste al mundo.
La cruz es el signo más grande del amor de Dios por el hombre. La cruz que cargó Cristo era pesada, más pesada que ninguna otra pues en ella cargaba las ofensas de todos los hombres al amor divino. ¡Cuánta humillación y bajeza significaba la cruz! Y con todo, Dios quiso escogerla para demostrarnos lo inmenso de su amor. ¡Hasta dónde llega este amor divino! "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna"
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Es cargando la cruz y muriendo en ella que Cristo nos redime. ¿Seremos nosotros capaces de cargar con nuestra cruz? Cuántas veces nos quejamos de nuestra cruz olvidándonos de que Cristo cargó la suya con una actitud mansa y obediente, sabiendo que esa era la voluntad de su Padre. Nos olvidamos de que Dios nos da nuestra cruz precisamente para salvarnos y para que triunfemos sobre nuestro egoísmo, nuestra soberbia, nuestra vanidad. Oremos: Señor, haz que como tu hijo Jesucristo, carguemos nuestra cruz con una actitud humilde y de aceptación a tu voluntad, confiando en que nos darás tu gracia para llevarla hasta donde tú lo quieras. Haz Señor que podamos abandonarnos en ti cuando flaqueen nuestras fuerzas, y así nuestra carga se torne ligera. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. R/. Amén. Canto: ¡Oh gloriosa Cruz de Cristo!
TERCERA ESTACIÓN Jesús cae por primera vez V/. Te adoramos Cristo, y te bendecimos. R/. Porque con tu santa cruz, redimiste al mundo.
El profeta Isaías, siglos antes de la venida de Cristo, ya nos anunciaba los sufrimientos que nuestro salvador padecería y como sería exaltado cuando escribió estas palabras: 5
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“¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros
dolores los que soportaba!... Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y el Señor descargó sobre él la culpa de todos nosotros.”
Es el peso de nuestros pecados el que Cristo lleva sobre si mismo. Es ese peso de nuestro orgullo y de nuestras faltas el que lo vence y lo echa a tierra. ¡Qué increíble, que el Dios Omnipotente, que el Hijo Amadísimo del Padre, llegue hasta el punto de sufrir la debilidad de nuestra condición humana para mostrarnos su misericordia! Su caída no es una derrota, es una enseñanza, es un signo de esperanza, pues al levantarse después de caer, Cristo nos muestra la fuerza reparadora de su gracia, de su salvación.
Oremos: Señor, tú que has venido no por los justos, sino por los pecadores, danos un corazón humilde y lleno de confianza, que pueda acudir a ti tras la caída y el pecado y que pueda apoyarse en ti para levantarse y seguir adelante en el camino hacia tu reino. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. R/. Amén. Canto: Me levantaré
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CUARTA ESTACIÓN Jesús encuentra a su madre. V/. Te adoramos Cristo, y te bendecimos. R/. Porque con tu santa cruz, redimiste al mundo.
María había escuchado del Angel que Jesús “reinaría para siempre, y que su reino no tendría fin”. Ella r ecordaba estas palabras y las conservaba en su
corazón. Condenado a muerte Jesús, María pudo preguntarse cómo sería que su reino no tendría fin. Ella también recordaba su respuesta al Angel: “Yo soy la esclava del Señor, háganse en mí según tu Palabra”. En este momento María repite
esas palabras en su corazón y maternalmente abraza la cruz junto con el divino Condenado. En el camino hacia la cruz, María se manifiesta como Madre del Redentor del mundo. Oremos: María, tu que has recorrido el camino de la cruz junto con tu hijo, sintiendo la espada que atraviesa tu corazón, pero confiada en la fuerza del Amor, suplica por nosotros la gracia del abandono en el amor de Dios, para que nunca dudemos de su amor. Amén. Canto: María, la dolorosa
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QUINTA ESTACIÓN: El Cirineo lleva la cruz de Jesús V/. Te adoramos Cristo, y te bendecimos. R/. Porque con tu santa cruz, redimiste al mundo.
Los soldados al ver el cansancio de Jesús y quizás con el temor de que no llegara a su destino voltearon a ver a los que estaban cerca y escogieron a Simón de Cirene que pasaba por allí y lo obligaron a tomar la cruz de Jesús para ayudarlo. Es probable que al principio Simón haya tomado la cruz de mala gana, pero después, la mirada del Maestro y la gracia de ese encuentro, transformaron su corazón. Fue entonces que Simón de Cirene experimentó en su interior el don de la cruz que Cristo le hizo. ¡Que increíble misterio! Cristo le permite vivir de manera singular sus palabras: “El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí”.
El Cirineo comparte con Él el camino hacia el Calvario, el camino que lo llevó a experimentar que en Cristo, el yugo es suave y la carga ligera. Entonces cabe la pregunta ¿en esta escena, quién ayuda a quién? ¿quién es el Cireneo de quién? Es Cristo el que lleva nuestras faltas y heridas, Él es el que nos ayuda a cargar nuestra cruz día a día, su fuerza está en nosotros, su amor es lo que nos sostiene.
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Oremos: Jesús, tú que concediste a Simón de Cirene la dignidad de llevar tu cruz, enseñanos a recibir como un don tuyo la cruz que nos compartes, abrazándola con amor y con entrega. Danos tu gracia y tu fuerza para compartir con nuestros hermanos la cruz de cada uno de nosotros y seguir adelante según tu ejemplo. Amén. Canto: Contigo en la Cruz
SEXTA ESTACIÓN La Verónica enjuga el rostro de Jesús. V/. Te adoramos Cristo, y te bendecimos. R/. Porque con tu santa cruz, redimiste al mundo.
Aunque el nombre de Verónica no es mencionado en los evangelios, la tradición la recuerda por el gesto de compasión y delicadeza que tuvo con Jesucristo. Verónica se abre paso entre los soldados, arriesgándose a recibir los mismos insultos o incluso los golpes que Cristo recibía, para enjugar con un velo el rostro del Maestro. Jesús quiso dejar en aquella tela su rostro impreso; le deja así a Verónica un recuerdo imborrable de aquel acto de caridad que tuvo con Él. Esta escena nos recuerda aquella en la que una mujer pecadora derramó un perfume en los pies de Jesús y lo enjugó con sus cabellos. Jesús dice de aquella mujer:
“una obra buena ha hecho conmigo”. Las mismas palabras
podrían aplicarse también a la Verónica. De ella podemos aprender que 9
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ninguna circunstancia es impedimento para hacer el bien, sobre todo a aquellos que más lo necesitan. Verónica no pudo resistir ver a Jesús sangrante, sufriendo, y a pesar de que no podía liberarlo de aquel sufrimiento su corazón compasivo la movió a hacer algo, aunque fuera mínimo, por aliviarlo. Seguramente aquel tumulto que rodeaba a Jesús, los soldados, el odio y desprecio de quienes querían ver muerto a Jesús debió atemorizarla. Sin embargo, ella superó sus miedos y buscó la manera de llegar hasta Jesús. Oremos: Señor, danos como a Verónica, un corazón compasivo que no se acobarde o se quede en la comodidad y la indiferencia ante el sufrimiento de los demás, un corazón que siempre nos mueva a practicar la caridad. Que recordemos que esa fue tu mayor enseñanza, amar y ver por los que más necesitan de nosotros. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. Canto: Imagen Viv a
SEPTIMA ESTACIÓN Jesús cae por segunda vez V/. Te adoramos Cristo, y te bendecimos. R/. Porque con tu santa cruz, redimiste al mundo.
El Verbo de Dios, que se hizo carne y puso su morada entre nosotros, cae de nuevo bajo el peso de la Cruz. 10
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¿Cómo es posible que él, que hizo el cielo y la tierra, pueda sucumbir ante el peso de la cruz de nuevo? ¡El mismo creó los árboles y la madera que la forman! ¿En que consiste esta lección tan grande de Jesús, que lleno de heridas y con el rostro desfigurado cae otra vez vencido por los castigos y las penas que le hemos causado? San Pablo nos dice en su primera carta a los Corintios una frase que se aplica a Cristo en primer lugar:
“Me hecho débil c on
los débiles para ganar a los
débiles”
Si Cristo cae por segunda vez, también se levanta por segunda vez. ¿Acaso no es esta nuestra mayor esperanza? ¡Es su fuerza la que nos levanta de nuestras caídas, y su perseverancia nuestra perseverancia! Esta es la fe que hace decir a San Pablo : “Todo lo puedo en aquel que me fortalece”
Oremos: Señor, concédenos dar testimonio al mundo de tu salvación al cargar nuestra cruz de cada día con tu gracia y convertir nuestra debilidad en tu fortaleza. Que al levantarnos de nuestras caídas el mundo pueda ver tu misericordia en nosotros y crea en el poder de tu redención. A ti, Jesús, nuestro amor y alabanza por los siglos de los siglos. R/. Amén. Canto: Yo no soy digno
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OCTAVA ESTACIÓN Jesús consuela a las santas mujeres V/. Te adoramos Cristo, y te bendecimos. R/. Porque con tu santa cruz, redimiste al mundo.
En su camino hacia el Calvario Cristo se encuentra a unas piadosas mujeres que lloran por Él. Jesús les dice: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cubridnos! Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?" Con estas fuertes palabras Jesús parece remitirse a una profecía que poco antes Él había hecho, y en la que hablaba sobre la destrucción de Jerusalén, la Jerusalén que “no había sabido reconocer el tiempo de la visita” , es decir, no
había sabido reconocer al Hijo de Dios y su palabra de salvación. Estas palabras que Jesús dirige a las mujeres hoy apelan a nuestra conciencia: “si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?" Si no podemos o no
sabemos reconocer la salvación que nos ha venido a traer Jesús, ¿qué será de nosotros? ¿qué será de nuestra generación que está embebida en esta cultura de egoísmo, de muerte, de irreligiosidad? Este tiempo es un tiempo de reconocer “el tiempo de la visita”, de reconocer el momento de la salvación que
Jesús nos da y de abrazarla.
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Oremos: Jesús: que no seamos sordos a tu voz. Haz que sepamos reconocerla en el ruido de la vida moderna, que podamos abrirte la puerta de nuestro corazón y recordemos la promesa que nos has hecho: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono" Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. R. Amén. Canto:Estoy a la puerta y llamo
NOVENA ESTACIÓN Jesús cae por tercera vez V/. Te adoramos Cristo, y te bendecimos. R/. Porque con tu santa cruz, redimiste al mundo.
San Pablo en su carta a los Filipenses se refiere a Cristo con estas palabras: «Siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» Esta revelación es una luz para el escándalo de ver a Dios postrado en tierra, abatido por el castigo de los soldados y el peso de la cruz.
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Cristo se despoja de su gloria, y humillándose nos enseña el camino hacia el Reino de Dios . No es un camino como los “reinos de este mundo”, tal como lo explicaba a Pilato. Es un camino de humillación, de abajamiento, de despojo. Para el mundo, que estima el poder, el honor y la riqueza por encima de todo, este camino es incomprensible. El amor es la única llave para entender este camino y entrar en él. Este amor por el cual Cristo nos lava los pies en un gesto de servicio llevado al extremo. Este amor por el cual Cristo da la vida por nosotros en un acto envuelto en humillación y pobreza. En esa miseria llevada al límite, Cristo nos dice “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre si no por mí” ¿Estamos nosotros dispuestos a
seguirle?
Oremos: Señor, tu que te humillaste hasta el extremo, enséñanos a renunciar a todo lo que somos, a todo lo que poseemos, para que con un corazón puro y libre de toda atadura, podamos seguirte en el camino de la Cruz y vivir el don de amor al que nos llamas. A ti la gloria y el honor por sin siglos sin término. Amén. Canto: Contempla y actúa
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DECIMA ESTACION Jesús es despojado de sus vestiduras V/. Te adoramos Cristo, y te bendecimos. R/. Porque con tu santa cruz, redimiste al mundo.
En el Cenáculo, Jesús se había despojado libremente de sus ropas, inclinándose hasta el suelo y lavándoles los pies arrodillado a sus discípulos, enseñándoles a amar hasta el extremo, hasta dar la vida y todo, por amor. En el calvario, Jesús es despojado de sus ropas para humillarle hasta el extremo, pero esta humillación ha sido escogida, consciente y libremente por Jesús para salvarnos. Este despojarse de su gloria…, de sus ropas…, y este hacerse esclavo por nosotros hasta dar la vida en una cruz lo realiza el Señor para salvarnos, para amarnos entregándonos la vida. Así también hemos de hacer nosotros: Despojándonos de todo y revistiéndonos de Cristo, muriendo al hombre viejo y naciendo al hombre nuevo, con la gracia del Señor.
Oremos: Señor Jesús, que no retuviste ávidamente el ser igual a Dios y te anonadaste haciéndote hombre, despojándote de todo hasta la muerte 15
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y muerte en cruz, concédenos vivir la vida nueva, que nos das en el Espíritu, muriendo al hombre viejo y naciendo al hombre nuevo, con la gracia de tu amor, Amén. Canto: Para poder servirnos.
UNDÉCIMA ESTACIÓN Jesús es clavado en la cruz V/. Te adoramos Cristo, y te bendecimos. R/. Porque con tu santa cruz, redimiste al mundo.
Cristo sufre lo indecible. ¿Qué nos quiso decir el Señor cuando nos dijo “cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mi?”. Ciertamente
sentiríamos compasión por alguien crucificado, pero difícilmente eso sería suficiente para movernos a unir nuestras vidas a aquel que está suspendido en la cruz. Sin embargo, generación tras generación, esta terrible visión ha atraído a una multitud de personas que han hecho de la cruz el estandarte de su fe. Cristo atrae desde la cruz con la fuerza del amor, del amor divino que ha llegado al don total de sí mismo. Es en efecto, en la cruz, donde Jesús nos muestra su amor de la manera más sublime. 16
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Bajo la sombra de esta cruz, vivamos en el amor como Cristo nos amó, entregando la vida por amor a Dios y a nuestros hermanos.
Oremos: Cristo elevado, Amor crucificado, llena nuestros corazones de tu amor, para que reconozcamos en tu cruz el signo de nuestra redención y, atraídos por tus heridas, vivamos y muramos contigo, que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos. R/. Amén. Canto: La Victoria del Amor
DUODÉCIMA ESTACIÓN Jesús muere en la cruz V/. Te adoramos Cristo, y te bendecimos. R/. Porque con tu santa cruz, redimiste al mundo.
Jesús muere en la cruz, pero un poco antes nos instruye en el amor, enseñándonos a confiar y a perdonar. A confiar porque precisamente en ese 17
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momento de sufrimiento empieza a orar con un salmo que realmente es un salmo de esperanza: “Dios mío, ¿porqué me has abandonado?, y a perdonar
cuando en su oración al Padre dice: “perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Jesús sabe que el hombre tiene necesidad de misericordia y nos enseña que la tiene para todos aquellos que se arrepienten como el buen ladrón que le pide “acuérdate de mí cuando estés en tu reino”. La respuesta de Jesús manifiesta claramente su magnanimidad al decir “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.
También, y no menos importante, nos entrega el regalo precioso en María al decirle “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, como diciéndole “aún no termina tu misión, tienes que seguir cuidando de tus hijos, que son mis hermanos”. Jesús, al
morir, quiere que el amor maternal de María abrace a todos aquellos por los que Él da la vida, a toda la humanidad. Oremos hermanos confiadamente, pidiendo la misericordia del Señor y acojamos en nuestra casa a María, al igual que el discípulo amado. Ella nos consolará en nuestras luchas y siempre que la tristeza de los sufrimientos terrenos quiera desanimar nuestro corazón. A ti, Jesús crucificado, sabiduría y poder de Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. R/. Amén. Canto: Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
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DECIMOTERCERA ESTACIÓN Jesús es bajado de la cruz V/. Te adoramos Cristo, y te bendecimos. R/. Porque con tu santa cruz, redimiste al mundo.
María, desolada, recibe en sus manos el cuerpo sin vida de su Hijo. No hay palabras que puedan expresar el dolor tan profundo que su puro corazón sintió en ese duro momento, pero esos recuerdos también los conservó ella en su corazón, recordando las palabras proféticos del viejo Simeón: “la espada atravesará tu corazón”.
No, no hay palabras para describir un dolor así. Solo la imagen de la Piedad ha logrado grabar en la memoria del pueblo de Dios la expresión tan dolorosa de aquel vínculo de amor que nace en el corazón de la Madre el día de la Anunciación y que madura en la espera del nacimiento de su divino Hijo. Este amor, sometido a la prueba, ahora debe transformarse en una unión que supera los confines de la vida y de la muerte. De este modo, María con su ejemplo nos ilumina para aprender el difícil amor que no huye ante el sufrimiento, sino que se abandona confiadamente a la ternura de Dios, para el cual nada es imposible. Oremos: Alcánzanos, María, la gracia de la fe, de la esperanza y de la caridad, para que también nosotros, como tú, sepamos perseverar bajo la cruz 19
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hasta al último suspiro. A tu Hijo, Jesús, nuestro Salvador, con el Padre y el Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. R/. Amén. Canto: Salve Regina
DECIMOCUARTA ESTACIÓN El cuerpo de Jesús es depositado en el sepulcro V/. Te adoramos Cristo, y te bendecimos. R/. Porque con tu santa cruz, redimiste al mundo.
El sepulcro es la última etapa del morir de Cristo en el curso de su vida terrena; es signo de su sacrificio supremo por nosotros y por nuestra salvación. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» María conserva en lo profundo de su corazón y medita la pasión del Hijo; los discípulos se reúnen, ocultos en el Cenáculo; las mujeres aguardan a que pase el sábado, para ir a ungir con aromas el cuerpo de Cristo; Comienza la espera, la vigilia del Sábado Santo. En ese viernes santo, en esa espera que antecede a la mañana del Primer día, cada corazón busca el rostro del Señor, ¿de donde vendrá nuestro auxilio? ¿Dónde estás Señor, a donde te has escondido? Canto: Sed de Dios 20
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ORACION FINAL Nuestro vía Crucis culmina en la resurrección: No está aquí, ¡Ha resucitado! A la noticia de María Magdalena, Pedro y Juan se apresuran al sepulcro y lo encuentran vacío: La losa levantada, las vendas por tierra y el sudario doblado aparte. Juan «Vio y creyó», y, con él, creyó la Iglesia, que desde entonces anuncia al mundo la verdad: «Cristo ha resucitado de entre los muertos» Así, con su muerte y resurrección, Jesucristo transforma la cruz, de signo de ignominia en signo de victoria: Victoria de la verdad sobre la mentira, del bien sobre el ma l, de la misericordia sobre el pecado…, de la vida… sobre la muerte. Canto: Tu cruz
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