GUAMINÍ
A I C I V
CARTOGRAFÍA DE UN EXPERIMENTO A CIELO ABIERTO #2 JULIA MENSCH Guaminí , Museo del Hambre, Buenos Aires, marzo 2018
Diseño gráco: Aurelio Kopainig Ajuste de imágenes: Diego Fernández de Lema Corrección y edición de texto: Cecilia Mensch Gracias a: Cecilia Agner, Ana Ana Alberdi, Hugo Benito, Norman Best, Rafael Bilotta, Mauricio Bleynat, Eduardo Cerdá, Marcos Filardi, María Ester Pieroni, Martín Rodríguez, Atilio Atilio y Marcelo Schwerdt y Fabián Soracio. Esta investigación fue realizada junto a Aurelio Kopainig.
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POSTAL DE GUAMINÍ
Noviembre 2017. Laguna de fondo, mesas bajo frondosos árboles, el atardecer cayendo sobre el agua calma de la laguna, el viento rodeándonos. Aurelio –mi compañero de investigación– y yo estamos sentados con Marcelo en una mesa al aire libre. Allí es que Marcelo Schwerdt en Schwerdt nos cuenta el camino que fueron haciendo para que hoy en Guaminí estén construyendo una alternativa soñadora, pero real y concreta, al modelo de la agricultura tóxica. Si el sistema y las corporaciones arman que el camino de la agroindustria es el único posible, un grupo de productores de Guaminí está desde hace tres años poniéndolo en jaque y mostrando que se puede producir sin agroquímicos de manera extensiva, en armonía con el campo y la naturaleza, y que además esto genera más rendimiento que produciendo de forma convencional. Ese camino es la agroecología. Allá por el 2008 Marcelo Schwerdt, oriundo de Guaminí, fue convocado para crear la Secretaría de Medio Ambiente de la Municipalidad. Le proponían formarla como quisiera, pero sin ningún tipo de presupuesto. Marcelo es biólogo y en aquel momento se encontraba realizando su doctorado, investigando la biología de los peces de todo el sistema de lagunas de Guaminí. Aceptó el ofrecimiento y creó una cartilla de charlas para dar en las sesenta escuelas del distrito, tanto las rurales, como las urbanas. Así fue que sin presupuesto alguno, con su auto y su conocimiento, comenzó a recorrerlas y a crear lazos. A esto le siguió un proyecto de reciclaje y uno de ordenanza de regulación de agroquímicos, en el que empezaron a trabajar en el 2012. En marzo de 2013 ya tenían el proyecto armado, con 41 artículos y un expediente de 400 y pico de páginas que incluía estudios cientícos, artículos periodísticos y el trabajo de una de las escuelas secundarias con las que Marcelo había trabajado, donde los estudiantes habían desarrollado un cuestionario para indagar qué sabía la población sobre agroquímicos. Hasta aquel momento parecía que la gente no sabía nada, pero resultó que sabían muchísimo. Luego la Secretaría de Medio Ambiente realizó un diagnóstico de la situación en las escuelas rurales, visitando uno a uno los 14 establecimientos rurales y haciéndole encuestas a sus directivos. Encontraron que el 80 % de los establecimientos eran fumigados diariamente. Trataron que la ordenanza cubriera lo más posible. Contemplaba capacitaciones permanentes a operarios de fumigaciones y reglamentaba un registro de éstos para poder hacer un seguimiento de su salud, ya que Marcelo arma que son los principales expuestos. Cuando comenzaron a indagar, se encontraron con aplicadores que decían que en noviembre empezaban a sentir decaimiento. Uno de ellos sostuvo que cuando más trabajo había, adelgazaba, se bajoneaba y lloraba; inclusive les conó que rechazaba trabajos cuando éstos estaban cerca de una escuela. Con la ordenanza buscaban que el poblador rural tuviera los mismos derechos que el urbano. Proponían 300 metros de distancia y 700 de amortiguación, que es lo que se pudo consensuar. La idea era erradicar todos los agroquímicos del pueblo, todo lo que es circulación de mosquitos, depósitos. Pero la posición de Marcelo, como armó en una nota de la revista MU, es la del doctor Damián Marino, “la distancia ideal para los agroquímicos es el innito”. Presentaron la ordenanza en la mesa agropecuaria a todos los “pesados”, quienes tienen intereses fuertes como la Sociedad Rural. Vieron que éstos no podían discutir la ordenanza, porque su eje central era la salud y ahí se terminaba la cuestión. Pero también vieron que les costaba convencerlos. Entonces organizaron desde la Secretaría de Medio Ambiente un ciclo de conferencias y le dieron la posibilidad a la Sociedad Rural –que era la que más les hacía la guerra– de llevar al mejor especialista en “buenas prácticas agrícolas”. En noviembre de 2013 trajeron al ingeniero agrónomo Alberto Etiennot, un tipo muy agresivo, dice Marcelo, que hablaba de pseudoambientalistas, de las locas de las Madres de Ituzaingó (quienen lograron en Córdoba la primera condena judicial del país por fumigaciones), y que llegó a armar que no se podía producir sin agroquímicos. Lo siguieron un mes después Marcos Tomasoni de la campaña Paren de Fumigar de Córdoba, la Dra. Gabriela Chaufan y su tesista Isis Coalova de la Universidad de Buenos Aires. Tomasoni dio una conferencia sobre el impacto de los agroquímicos, sobre cómo sus residuos permanecen en la
que Marcelo dene como “un sueño donde todo se veía positivo”. Eduardo tiene un temple calmo, escucha y pregunta siempre, habla con simpleza y desde la empatía. Así fue como les habló a los productores, sin ánimos de convencerlos, ni de hacer ningún tipo de lobby, sobre lo que trabaja desde hace más de 20 años, agroecología. Explicó como ésta trabaja con asociación de cultivos, con la fertilización del suelo, con el manejo de las malezas. Habló sobre la experiencia que llevó a cabo en el campo La Aurora de Benito Juárez, Pcia. de Buenos Aires, donde trabaja desde 1996 junto al productor Juan Kiehr con agroecología extensiva, sin aplicar ningún tipo de agroquímico. Allí producen trigo, avena y cebada. cebada. La fertilización del suelo de las 650 hectáreas la realizan las entre 600 y 700 vacas que viven libremente y son alimentadas a pastura. El campo La Aurora fue inclusive premiado por la FAO en 2016 como una de las 52 experiencias mundiales de explotación agroecológica. Marcelo dice que durante la charla de Cerdá veía a los productores escuchando entusiasmados y que cuando terminó, varios lo abordaron y siguieron hablando como una hora más. Lo cómico, cuenta, es que esa misma tarde él le había propuesto a Eduardo probar y demostrar en media o una hectárea de la Municipalidad que era posible trabajar con agroecología y sin aplicar agroquímicos. Esa tarde Eduardo no había aceptado la propuesta, ya que veía difícil viajar regularmente a Guaminí. Pero al día siguiente, cuando volvieron a encontrarse, le dijo que se quedó pensando y que había decidido ir hasta n de año cada dos meses para asesorar al grupo de productores interesados. Así fue que Guaminí se transformó en el primer caso donde el Estado Municipal apoyó este tipo de producciones. Pero Marcelo nalmente no tuvo que usar la hectárea de la Municipalidad, porque los productores pusieron sus propias tierras. “Eligieron las peores que tenían, querían probar con la agroecología, pero tenían mucho miedo”, continúa Marcelo. Eduardo no tenía experiencia con algunas malezas de Guaminí, como el gramón, pero desarrolló una estrategia de asociación de cultivos con la vicia que, decía, le iba a dar más salud al suelo; el gramón –en palabras de Cerdá– se iba a expresar más tarde y se iba a ir retirando, y funcionó. Los primeros productores en sumarse fueron Rafael Bilotta, Mauricio Bleynat , Atilio (o Chiquito, que es el padre de Marcelo) y Fabián Schwerdt (o Schwerdt (Fato, que es su mejor amigo), pero no tardaron en Soracio (Fato, Soracio sumarse otros. Hoy el grupo cuenta con ocho productores. En contraste con los doscientos que siguen trabajando según las recetas del agronegocio en Guaminí, ocho pueden parecen muy pocos, pero parte de esos doscientos han empezado a curiosear y a veces hasta copiar lo que el grupo hace. Empezaron en abril de 2014 y si bien se suponía que sería hasta nes de ese año, el tiempo siguió pasando y juntos comenzaron un proceso de construcción y trabajo colectivos que no se detuvo. En 2016 crearon la RENAMA (Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología), logrando que con el tiempo más pueblos y comunidades se sumaran a la iniciativa, hasta ser actualmente nueve municipios, alrededor de cincuenta productores y unas 20 mil hectáreas. Dicen que tienen en común “la salud, el campo y la vida”. Hasta hoy Eduardo continúa yendo regularmente a Guaminí. También en 2016, y después de ocho años de trabajo en la Secretaría de Medio Ambiente, Marcelo dejó su puesto para trabajar la mayor parte del tiempo en lo que realmente lo hace feliz, la agroecología. Solo unos meses antes, en septiembre de 2015, consiguió que se aprobara una ordenanza de agricultura familiar que escribió en tan solo una noche, “una ordenanza muy chiquita, pero muy completa, que tiene un sentimiento muy profundo”, dice. Marcelo la dene como una herramienta para los pequeños productores que, entre otras cosas, habla del acceso a la tierra y establece que se den terrenos en concesión a productores familiares, que se realicen ferias para visibilizar sus producciones y que haya certicaciones participativas de las comunas. En abril de 2016 tomó el puesto de director del Centro Agrario (CEA) que recién se creaba en Guaminí, llevando consigo sus dos años de trabajo intenso en agroecología y el entusiasmo que lo lleva a mover montañas cada vez que inicia algo. Es en el CEA donde hoy realizan cursos, para multiplicar a los ocho productores que han optado por la agroecología extensiva en el pueblo y brindar, a quienes quieran, alternativas para desandar el desastre del modelo predominante. Además de las experiencias que ya vienen llevando adelante, junto Martín Rodríguez, Rodríguez, con quien trabaja en el CEA, están
consumían cuatro o cinco kilos de harina integral por mes, hoy se consumen cuatrocientos.
POSTAL DE TRABAJO COLECTIVO
Antes de terminar nuestra estadía en Guaminí participamos de la Semana de la Agroecología que se organiza allí desde 2015. Las jornadas transcurren entre charlas de cientícos, especialistas y productores sobre las consecuencias y alternativas al modelo agroindustrial, así como también se realizan visitas a los campos del grupo de Guaminí que son parte de RENAMA. El primer día empieza a la mañana temprano en el Teatro Municipal, los disertantes presentan investigaciones realizadas en diferentes partes del país. Muchos son investigadores de la Universidad de La Plata. Entre ellos está Damián Marino, Claudia Flores, Mariana Marasas, Santiago Sarandón (colega de Cerdá que inició la primer cátedra de agroecología del país en la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales de la Universidad Nacional de La Plata), así como Marcos Filardi de CALISA (Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la Facultad de Medicina de la UBA), Daniela Gómez de la Universidad de Luján, Adriana Dawidowski del Htal. Italiano y Javier Albea del Instituto de Salud Socioambiental de la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario. También presentan su experiencia diferentes grupos de RENAMA que se fueron formando en otros pueblos a partir de la experiencia de Guaminí. Hablan de problemas ambientales, pero también de cómo están construyendo alternativas. Con una larga caravana de autos de los participantes de la Semana de la Agroecología, el segundo día visitamos algunos campos de los productores del grupo. Cada productor cuenta un poco de su producción, se camina entre sembradíos altos, se huelen los suelos, se observa con detenimiento la abundancia alrededor, se intercambian saberes. Como tengo ingenieros agrónomos por todos lados a mi alrededor, aprovecho y les pregunto por cada planta. Me responden y explican pacientes sobre las leguminosas, la convivencia de las malezas con los granos que allí se producen. Veo y me llevo un gajo de vicia, centeno, cebada, trigo, avena, festuca, alfalfa, trébol y también de malezas –o buenazas como las llamó rojo y rojo el biólogo y ecólogo Eduardo Rapoport–, como el el nabo silvestre.. Eduardo me explicará pacientemente después, silvestre a través de montones de mensajes mientras escribo esta crónica, las diferencias de cada una de estas familia de plantas, qué es un grano, un forraje, una leguminosa, conocimientos que para mí, como buena citadina oriunda de la ciudad industrial de Avellaneda, son completamente nuevos. Me contará que siempre tratan de asociar leguminosas con gramíneas, por un lado porque al ser de familias muy distintas, no generan competencia entre ellas y se asocian muy bien, por el otro, porque las leguminosas jan el nitrógeno del aire y movilizan sustancias del suelo que le son favorables tanto a éste, como a las plantas, favoreciendo la fertilidad del suelo. En Guaminí han hecho por ejemplo asociaciones como cebada con trébol, cebada con alfalfa, trigo con alfalfa, sorgo con vicia, maíz con vicia. Por la tarde del segundo día, después de visitar algunos campos, empieza a largarse a llover, así que volvemos al Teatro Municipal, donde siguen las ponencias y cada productor del grupo de Guaminí se presenta y cuenta su experiencia. Empieza Martín, quien fue el último en sumarse. Cuenta que cuando empezó a trabajar junto a Marcelo en el CEA en el 2016, lo encaró y le dijo que pensaba que era un fundamentalista. A esto le siguió la invitación de Marcelo a las reuniones del grupo y fue ahí donde Martín encontró lo que desde hacía tiempo venía buscando. Él ya sabía que no había que seguir con el modelo agroindustrial, porque era lo que había llevado a su familia al fracaso, pero no sabía qué hacer, ni cómo hacerlo. Después de estudiar agronomía en Bahía Blanca y dejar la carrera cuando le faltaban muy pocas materias, volvió a Guaminí, porque además de estar en desacuerdo muchas veces con lo que le enseñaban, su mayor deseo estaba ahí, en el campo. Fue encargado de estancia de campos grandes, pero viene de una familia de pequeños productores que se fundieron siguiéndole la marcha al modelo. Su abuelo inclusive se suicidó cuando su campo quedó inactivo. Martín se hizo cargo de las 50 hectáreas que heredó de su padre y llamó al campo Doña Ofelia en
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con el que dice que al principio tenía diferencias, pero que Eduardo se lo ganó con esa calma y paciencia que lo caracterizan, “que te deja que te golpees y vuelvas”. “El modelo del agronegocio nos puso competitivos y lo que nos enseñó la agroecología es a esperar que la naturaleza haga lo que tiene que hacer, a estar tranquilos, a dejar que las cosas uyan”, dice. Hoy su campo está de nuevo vivo, y una de sus mayores alegrías ha sido que su padre lo visite y se sienta de nuevo feliz en el campo y orgulloso de lo que Martín está llevando adelante. Continúa Mauricio, su vecino, con quien se ayudan mutuamente. Mauricio cuenta que se sumó primero por el suelo, porque veía que estaba muerto, que no tenía materia orgánica, y que después vino todo lo demás. Trabaja también en las tierras de su familia, en 25 hectáreas donde tienen un tambo y un rodeo de cría. Habla de la agroecología desde lo humano. Cuenta que se suma a cada viaje que el grupo organiza para conocer otros campos, ya que le gusta compartir y aprender de la experiencia de los otros. Como lo armarán de distintas formas sus compañeros del grupo, dice que la agroecología les dio la posibilidad de crear un grupo humano increíble, donde no se compite, sino que se comparte. Y que están concentrados en no pelear con el vecino, que si quiere que fumigue, ellos le van a demostrar que sin fumigar se puede producir. A todos lados lo acompaña su hija, que debe andar por los 13 años. Como los productores del grupo, lleva una remera de RENAMA puesta y se la nota orgullosa de la construcción que su padre está llevando adelante. Cuando lo visitamos en su campo el día siguiente, nos cuenta de lo difícil que es lidiar con las empresas que le compran la leche que sus vacas producen, de la ridiculez de no poder venderla en el pueblo como se hacía antiguamente. Pero también de las mejoras que ve en la fertilidad del suelo, en su vida y en el futuro que se avecina. Arma que el campo empieza en tu cabeza. En las presentaciones en el Teatro Municipal sigue después de Mauricio, Rafael, quien también trabaja en las tierras de su familia, aunque en muchas más hectáreas, 723. Allá por el 2014 había hecho un trigo convencional y, separado por un alambre eléctrico, uno agroecológico. Le terminó rindiendo más el agroecológico. Eso le rompió la cabeza. Junto a Eduardo cuenta de la fertilidad que han logrado. Habitualmente no hacen análisis de suelo, pero en su campo sí lo hicieron y descubrieron que había aumentado el nivel de materia orgánica y que el fósforo se había duplicado. En gran parte de los lotes, la vicia se sembró de forma natural, es decir que Rafael cosechó una sola vez y el 2017 fue el tercer año que transcurrió el pastoreo, como si fuera una pastura perenne. A Rafael desde el principio le fue muy bien con las semillas y empezó a ser el semillero del grupo. Inclusive hoy, junto en su momento con Mauricio y actualmente con Chiquito, vende semillas de vicia a productores de casi todo el país. Continua Fabián, o Fato como le llaman, que entre otras cosas habla de que aprendieron que las malezas no desaparecen, pero que conviven con otras especies y no intereren. Él también trabaja en cooperación con Martín y está planeando no arrendar más tierras y aprovechar su propio campo que ha ganado fertilidad, manteniendo el mismo número de animales. Luego hablan María Ester y Hugo Benito que Pieroni y Pieroni Benito que tienen alrededor de setenta y pico de años. A nes de 2014, cuando llegaron las primeras cosechas del grupo, se arrimaron desde Tres Lomas, que queda a 90 kilómetros de Guaminí, y empezaron a participar de las reuniones del grupo. Eligieron vivir en el campo y desde hace más de una década están volviendo a la cría de ganado. Después de compartir su historia, Hugo cierra diciendo: “el último detalle es que nosotros somos felices, vivimos muy bien. Queremos que la gente vuelva al campo, porque si hay algo que le falta al campo”, continúa María Ester, “es gente joven”. Arman que la herencia que quieren dejarles a sus hijos es un campo sano. Después de ellos toma la palabra Atilio, o Chiquito para los amigos, el padre de Marcelo. Trabajó toda la vida en el campo, habla de que con la agroecología volvieron a hacer cosas que antes hacían y fueron dejando, siguiendo lo que el modelo decía que había que hacer. A la mañana habíamos ido a visitar su campo y con la multitud visitante alrededor, iba contando de cada pastura, de la vicia, la avena, la alfalfa, de la recuperación del suelo. En el teatro, con micrófono en mano, mientras hace chistes, dice en varias oportunidades que deende el campo. Pienso que tal vez de eso se trate. Quizás la agroecología, como plantea Lalo Botessi de la Cooperativa de Trabajo Iriarte Verde, además de ser un arte de crear estrategias para producir alimentos sanos en convivencia armónica con la naturaleza, sea también una herramienta real de defensa y resistencia al capitalismo
o menos mi edad, 36 años. Tiene su campo en Coronel Suárez a 30 kilómetros de Guaminí. Menciona que hace un tiempo hizo una pasantía en la granja biodinámica Naturaleza Viva, donde aprendió a hacer los quesos que hoy produce. Mientras cuenta, recuerdo que en nuestra visita a Naturaleza Viva en febrero de 2016, Irmina nos habló de una pareja joven y entusiasta que había hecho una pasantía hacía muy poquito y que habían elegido dejar la ciudad para vivir en el campo. Mientras Ana habla, pienso que quizás sea aquella citadina. Cuando le pregunto, me lo conrma: ella, su compañero y su primer hijo habían estado en Naturaleza en enero de 2016. Ana se crío en el campo donde hoy vive, a los doce años se fue a vivir al pueblo, debido a que su madre estaba enferma y viajaban constantemente a la ciudad. Cuenta que aunque visitaban el campo todos los veranos e iban cada tanto a comer un asadito los nes de semana, le costaba vivir y hasta dormir en el pueblo. Vivió en Coronel Suárez toda la adolescencia hasta que migró a Buenos Aires para estudiar letras en Puán. Vivió en la ciudad durante ocho años, hasta que decidió irse todavía más lejos, a Barcelona y después a un pueblo cercano llamado Torrelles de Llobregat. Recuerda que en ese pueblito de montaña fue donde retomó su amor por la naturaleza. Estando lejos, empezó a pensar en nuestra tierra, en qué pasa con ella, en la colonización y en el hecho de vivir justamente en España. La enfermedad de su padre la trajo nuevamente a Suárez en el 2010 y sin escala previa se fue a vivir completamente sola al campo. Allí se dio cuenta de que ese era el lugar donde quería vivir, donde quería levantarse cada día, rodeada de esa naturaleza, viendo los pajaritos, los zorrinos, las mulitas. La carrera de letras le había encantado, pero se sentía un ratón de biblioteca y aunque sabía que tenía una herramienta increíble, decidió que no quería dedicarse ni a la investigación, ni a dar clases. Una vez que descubrió que su camino era el campo empezó su búsqueda. Su padre falleció y primero se quedó en Suárez para ayudar a su hermano –quien es ingeniero agrónomo– con el campo y los papeles. Pero en el camino se dio cuenta que no quería ver al campo como una empresa, que quería cultivar de otra forma, desde el corazón, desde el cuidado y la pacha. Además veía al mosquito fumigar y “fumigarla”, y se preguntaba qué estaba haciendo consigo misma, porque era el campo donde vivía y producía. “Me estoy matando a mí misma”, pensaba. Ahí fue cuando se encontró con la agroecología. Empezó a perseguir a Cerdá por todos lados, yendo a cada charla que daba, y así fue que terminó sumándose al grupo. Dice que la recibieron con los brazos abiertos y compartieron con ella todo lo que sabían. Hoy vive con su compañero y sus dos hijos en ese campo de 280 hectáreas que sola, allá por el 2010, eligió como el horizonte para mirar cada mañana. Ana es para mí una especie de espejo, ya que es de mi misma edad, estudió en la universidad y vivió en la ciudad mucho tiempo. Pero ella eligió dejarla para construir otra vida. Me hace pensar en cómo sería si Aurelio y yo hiciéramos ese movimiento. Quienes no hablan esa tarde, pero a la noche con asado de por medio cuentan un poco su recorrido, son Cecilia y Norman Best. Agner y Agner Best. Ambos tienen cuarenta y pocos y son de esos jóvenes que volvieron al campo, como Hugo y María Ester esperan que siga pasando. Vivían en Bahía Blanca, él es ingeniero mecánico y trabajó en el Polo Petroquímico en empresas como Indupa, Dow, Techint y hasta en la central nuclear Atucha, pero era un ambiente que lo hacía infeliz. Junto a Cecilia decidieron volver al campo de su padre, 520 hectáreas que por aquel tiempo se fumigaban constantemente. Él había conocido a Cerdá en Naturaleza Viva mientras asistían a un curso de agricultura biodinámica. Cuando se armó el grupo, Eduardo le pidió a Marcelo que contactara a Norman para invitarlo a que se sumara y así fue como ambos se incorporaron. No llegué a visitar su campo todavía, pero Cecilia me contó de los animales que tienen y de la tranquilidad que allí han construido. Son también ellos quienes tienen una especie de calma que imagino es la que viven cada día. Al nalizar las jornadas en el Teatro Nacional, los académicos de la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales de La Plata hablan de investigar y construir conocimientos desde la universidad en cooperación con los productores en un diálogo horizontal, en el cual no es el especialista quien baja contenidos al productor, ni el agrónomo quien lo viene a “asesorar”, sino que el académico parte de los saberes y necesidades del productor y trabaja con éste colaborativamente. Durante estos dos días se menciona varias veces a la granja biodinámica Naturaleza Viva de Guadalupe
monocultivo por la ruta, llegar a la granja fue como llegar a un gran jardín botánico en medio de un desierto verde. Y con Guaminí tenemos una sensación similar, una cosa es que te cuenten lo que se está construyendo allí, otra cosa es ver con nuestros propios ojos el trabajo cooperativo y horizontal de los productores, de Marcelo Schwerdt y Eduardo Cerdá, el ver sus campos orecientes de posturas variadas y sus vacas pastando libremente, el escuchar sus historias y que cuenten que hace solo dos años usaban “glifo” –como en el campo a veces se llama al glifosato– y su cóctel de compañeros tóxicos. En este paraje pintoresco y pequeño que Guaminí es, estos productores están desaando con su hacer la estructura económica del país y el supuestamente único destino del agro: el producir de la manera que las corporaciones dicen, el Estado estipula y el mercado demanda, sin importar a costa de qué. El tercer día a la noche, después de jornadas de charlas y presentaciones, de conocer a los productores y productoras del grupo, de visitar esa mañana los campos de Martín y Mauricio y de charlar durante el atardecer junto a la laguna con Marcelo, nos volvemos en micro a Buenos Aires. Aurelio y nuestro amigo Nico siempre dicen que el futuro está en el campo. Mientras viajamos en el asiento de adelante y veo la ruta oscura, el silencio y la profundidad del campo alrededor, se me viene esa frase a la cabeza un poco cambiada: el futuro del campo está en Guaminí. Me vuelvo a la mole que es Buenos Aires con una sonrisa dibujada, allí me espera lo que de la ciudad me gusta, pero también las marchas que se avecinan, las presiones y represión del gobierno de turno, el malestar de nosotros sus habitantes. Cuando casi estoy por dormirme, pienso en que quiero volver a Guaminí en uno años para visitar ese futuro que hoy está allí en construcción.
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CENTENO
CEBADA
TRIGO
AVENA
FESTUCA
ALFALFA
TRÉBOL ROJO
NABO SILVESTRE
MARCELO SCHWERDT
EDUARDO CERDÁ
MAURICIO BLEYNAT
RAFAEL BILOTTA
FABIÁN SORACIO
ATILIO SCHWERDT
MARTÍN RODRÍGUEZ
MARÍA ESTER PIERONI