Poniendo “orden”: “El limpieza” como actor fundamental dentro de la cultura carcelaria Natalia Ojeda, FFyL UBA/CONICET. UBA/CONICET. E-mail: E-mail:
[email protected] Facundo Medina, FFyL UBA. E-mail:
[email protected] Introducción
Partiendo de nuestras experiencias de campo en diversas unidades penitenciarias de la Provincia de Buenos Aires y una cárcel federal del interior del país, nos proponemos reflexionar sobre algunas de las formas que adopta la sociabilidad intracarcelaria a partir del análisis de la figura del “limpieza” de pabellones. Para ello expondremos brevemente las muy diversas tareas que realizan dentro de la institución penitenciaria, que como se vera más adelante, pueden llegar a variar de acuerdo al tipo de unidades que alojan a estos internos. No obstante, más allá de los matices que se encuentran en cada situación etnográfica en particular, en todos los casos la posición del “limpieza” dentro de la estructura carcelaria es de suma importancia a la hora de regular posibles problemas de convivencia entre los internos y a su vez de estos para con los agente penitenciarios. Por último, desde un punto de vista teórico, consideramos que la activa participación de estos internos en el escenario intramuros pone en cuestión teorías que presumen cierta incapacidad autogestiva de las personas en situación de encierro. Representaciones identitarias y gobierno intramuros: Una aproximación al “orden” social carcelario
El campo penitenciario presenta una serie de dispositivos que producen y reproducen relaciones de poder, de dominación y de gobernabilidad intramuros, que están lejos de ser legitimados por las distintas normas, leyes o construcciones de autoridad y poder que se manifiestan fuera de los murallones que envuelven las cárceles. En este sentido, nada de lo que ocurre dentro de los límites de las penitenciarías está determinado por las disposiciones que se crean fuera de éstos y viceversa 1. Es decir, determinada condena no condiciona los espacios de 1
Con esto no queremos decir que no haya un dialogo entre “el adentro y el afuera”. Endentemos que los vínculos que establecen los detenidos con el afuera son de suma importancia y afectan el adentro haciendo porosa la frontera carcelaria: amigos, familia, redes, etc (Da Cunha 2004: 39-40). Entonces aquí hacemos referencia al
alojamiento de un detenido y no configura su relación con el resto de la población carcelaria, como así tampoco influye en las posibilidades de adquirir un beneficio, que puede ser un trabajo dentro de la unidad penitenciaria o el acceso a los distintos niveles de educación que se desarrollan en las mismas 2. En este punto, nos hemos encontrado con que hay una variabilidad de relaciones y de formas de interactuar entre los detenidos y los agentes del servicio penitenciario, que son las que verdaderamente influyen en las condiciones de alojamiento y acceso a beneficios de los detenidos. Pero antes de entrar en los detalles de los diferentes mecanismos que moldean y construyen el campo penitenciario intramuros, es interesante describir el espacio carcelario en tanto divisor y clasificador de los grupos de detenidos. Violencia y poder en las cárceles de la Provincia de Buenos Aires
Por lo general una unidad penal de hombres del Servicio Penitenciario Bonaerense está compuesta por pabellones de máxima seguridad y pabellones de mediana seguridad; entre éstos últimos se encuentran algunas divisiones, como pabellones de trabajadores, de universitarios, de autodisciplina o de culto evangélico; algunas unidades, cuentan además con pabellones de homosexuales. Los beneficios de acceso a trabajos, talleres o estudio son otorgados a quienes se encuentran alojados en mediana seguridad, por lo que para acceder a alguno de ellos el detenido debe superar un sistema de puntación que determina la conducta y el concepto de cara a los directivos de los penales y los agentes penitenciarios. A su vez, dentro de este entramado relacional, existe una serie de escalafones en el orden intracarcelario que se manifiestan en virtud de cómo se administran y se reproducen las distintas formas de violencia. Por ejemplo, es “norma” intramuros que el detenido debe pelear con su par o con un agente, “pararse de manos” es el término que se utiliza, porque si alguien rechaza una pelea será objeto de futuras agresiones, robos o hasta expulsiones del pabellón. componente que determina solo ciertas formas de organización intramuros que lejos de relacionarse con la Ley o la norma formalmente escrita –como puede ser la Ley de Ejecución de la Pena- se relaciona con formas de hacer informalmente gestadas por los actores en el campo. 2 Por ejemplo, una condena a prisión perpetua por un homicidio simple no va a determinar que su portador sea alojado en un pabellón de máxima seguridad o no adquiera beneficio alguno, sino que estas posibilidades serán generadas a partir de las relaciones intramuros que éste detenido pueda crear durante su encierro. Otra vez: la construcción de la peligrosidad y el pago en tiempo por determinado daño no legitima la gobernabilidad del espacio carcelario, ni el posicionamiento en determinado status dentro mismo de los diferentes pabellones.
Pero a su vez, así como esta acción determina la convivencia con el resto de la población carcelaria, el hecho de pelearse puede influir en la construcción de la conducta y el concepto para los agentes penitenciarios. Entre las diferentes posiciones de status que se encuentran dentro de las unidades carcelarias, se advierten construcciones identitarias creadas casi como categorías nativas. El “ cachivache”, es conocido como el preso que está constantemente peleando, robando a sus pares o enfrentando a los agentes penitenciarios, y que por lo general es castigado habitualmente o trasladado de penal en penal hasta que algún pabellón quiera recibirlo; generalmente, los pabellones de máxima seguridad son conocidos como pabellones “ cachivaches”. “ Los hermanitos” son los detenidos que profesan el culto evangélico y que decidieron, por distintas
razones, abandonar la violencia cotidiana; el resto de la población carcelaria identifica a estos detenidos bajo una categoría a veces negativa, con los apodos despectivos de “ foquitas” (por estar aplaudiendo todo el día) o “ refugiados” (por escapar de las peleas y refugiarse en un sitio donde la violencia no es cotidiana). Los trabajadores y universitarios por lo general habitan pabellones de autodisciplina, donde la construcción de la conducta y el concepto juegan un rol fundamental en el acceso a beneficios laborales y educacionales, por lo que, si bien la violencia está presente, las agresiones, provocaciones y robos no son moneda corriente. Estos dos actores se encuentran legitimados, además, por las autoridades de la institución carcelaria desde el momento que se les brinda un carnet para cumplir las diferentes tareas y acceder a los espacios de trabajo. Una vez más, vemos cómo la división intracarcelaria está determinada por las relaciones que se generan dentro de los murallones de seguridad. No importa, en este sentido, la carátula de la causa, la acusación o la condena 3; ladrones, asesinos, violadores, estafadores, chorros, todos conviven en los diferentes pabellones sin que las determinaciones de “afuera” legitimen lo que ocurre “adentro”. El limpieza de pabellón: funciones y administración de la violencia: Pero más al interior de
la política interna carcelaria se advierte una figura que ha adoptado suma relevancia en la gobernabilidad diaria penitenciaria: el limpieza de pabellón. Si bien el nombre, como construcción de categoría nativa, puede obedecer a la persona que se ocupa del aseo de la 3
Cabe aclarar que en la Provincia de Buenos Aires, casi el 80% de los presos está procesado, por lo que la condena no influye a la hora de construir relaciones intramuros.
estructura edilicia, en realidad está referido a quien lleva el orden en el pabellón, es decir, la persona encargada de mantenerlo limpio, en orden, sobre todo en cuanto las relaciones de violencia entre los detenidos. Un limpieza de pabellón está encargado de ser el nexo entre los detenidos y entre éstos y los agentes penitenciarios, como así también ante las autoridades del penal. Según los entrevistados, esta figura requiere una responsabilidad superior frente al resto de la población, ya que, además de lidiar con las necesidades de los detenidos ante los agentes penitenciarios, también es el encargado de administrar las distintas formas de violencia. B. L. J.4, un detenido por homicidio calificado en ocasión de robo, nos informó de su trabajo de limpieza en un pabellón de autodisciplina en la unidad penitenciaria Nº 21 de Campana. Según
su relato, las funciones a ejercer eran varias: una de ellas era conocer todo lo que ocurría en el pabellón, es decir, dónde había armas, drogas, pajarito 5, porque si el lugar era inspeccionado por la fuerza de requisa y ésta encontraba alguno de los elementos antes mencionados, no sólo debía dejar su lugar de privilegio sino que además era expulsado del pabellón y llevado a los buzones de castigo, donde debía esperar a ser trasladado a otro pabellón que lo recibiera, y donde además debía “pararse de manos” en el momento de llegar debido a su “cartel” 6. Pero una de las principales tareas del limpieza es la administración simbólica de la violencia física. Ya desde su génesis, esta figura lidia con las representaciones violentas y las diferentes formas de agresión que se expresan en las cárceles. Según una de las primeras entrevistas con BLJ, para acceder a esta posición de status, un detenido debe enfrentar en una pelea a quien ostenta el cargo, es decir, retar al limpieza a una pelea y disputar el espacio de poder por medio de la violencia física. Nadie puede rechazar el combate, porque es esta instancia la que determina el futuro de la vida carcelaria de cada uno. Si el limpieza rechaza el combate, automáticamente pierde su status, es expulsado del pabellón y será maltratado durante el resto de su estadía en la cárcel. Si el limpieza accede a la pelea y pierde en el conflicto físico, no será
4
Se omite su nombre para guardar su identidad. Fue entrevistado por nosotros en varias oportunidades, en los penales de Campana, Florencio Varela y Lisandro Olmos. Es extranjero y al momento de la primera entrevista, en 2007, llevaba 8 años detenido. 5 El pajarito es una bebida alcohólica preparada en el interior de las cárceles y por lo general a escondidas de los penitenciarios. Se prepara con levadura, la cual se deja fermentar en una bolsa o bidón, se esconde bajo tierra y al abrir la tapa se desprenden gases que liberan un sonido finito como el de un pájaro. El ingreso de levadura está cada vez más restringido, pero las formas de fabricar pajarito se fueron diversificando, hasta llegar a procesarlo con harina, azúcar, o cáscara de manzana. 6 El término “cartel” se utiliza como la exteriorización de la vida carcelaria y de la construcción identitaria que pudo crear en base a peleas o disputas internas que lo llevaron a ser “limpieza de pabellón”.
expulsado del pabellón pero sí perderá su status de limpieza. En cambio, si el limpieza gana el combate, queda a su disposición qué hará con su oponente: o dejarlo convivir en el pabellón o expulsarlo del mismo. Otra tarea fundamental en cuanto a la administración de la violencia es determinar las acciones colectivas sobre determinados individuos. Por ejemplo, BLJ dijo que cuando los agentes penitenciarios deben trasladar a un detenido a un pabellón, primero se lo consulta al limpieza, quien decide si acepta o no a esa persona, acorde a los conocimientos que de éste se tengan; si es un preso considerado conflictivo o que mantiene una disputa de tiempo atrás con el limpieza o con otros, seguramente será rechazado; si accede a que entre a vivir a su pabellón, el limpieza debe saber si ese detenido “se para de manos”; si se conoce que esa persona rechazó en alguna oportunidad un combate, que por lo general son armados, con armas blancas de construcción casera o “tumbera” 7, “se le dice no, vos no te plantes, porque no te paraste de manos en tal lado, así que no te plantes ahora” , contó en su relato BLJ, por lo que ese detenido puede ser
sometido a peleas, agresiones o robos. El limpieza de pabellón debe estar informado de todo lo que ocurra en su espacio. Hasta de los robos entre los detenidos. BJL afirmó en una entrevista que los presos que habitaban en su pabellón le informaban a quién querían robarle las partencias o a quién tenían intenciones de agredir. Las peleas mano a mano también deben ser informadas al limpieza. Otro detenido que ostentaba este cargo en la unidad 32 de Florencio Varela en 2007, comentaba durante una entrevista informal que él había tomado su pabellón cuando estaba abandonado, que se lo pidió a las autoridades de la cárcel y que organizó un espacio de convivencia armónico, en el que no obstante las peleas no faltaban. “El Gordo” 8, comentó que en su pabellón generalmente no había peleas, pero que si alguien quería combatir con otro detenido, los sacaban a ambos del pabellón, que se peleen afuera y que no extiendan el conflicto al resto de los habitantes del pabellón. Un nexo entre “nosotros y la policía”: Mientras manteníamos una charla informal con “el
gordo”, en la unidad 32, se acercó otro detenido, de aproximadamente unos 20 años de edad, muy flaco, de estatura baja y con un aspecto cansino o desmejorado. “Jefe ¿usted es 7
Con este término se designan las fabricaciones hechas en la cárcel o en “la tumba”. Las armas pueden ser puntas cortas fabricadas con hierros o puntas atadas a palos de escoba, conocidas éstas como arpones. 8 Lo llamaremos de ahora en adelante con su apodo, para guardar su identidad. Es un detenido de unos 40 años de edad, con un extenso recorrido carcelario que en ese momento se encontraba procesado por robo.
limpieza?”, preguntó. “Sí ¿qué necesitás?”, respondió “el gordo”. “No tengo colchón, anoche dormí en el suelo y me duele todo” , contestó el joven. “Vos viniste ayer, no… bueno, bancame un cachito que voy a hablar con el encargado” (en referencia al agente penitenciario que
estaba entonces encargado del cuidado de este pabellón). “Y acá hay que hacer de todo, viste…”, nos dijo nuestro interlocutor.
A pesar de ser una figura construida en el interior de los pabellones a fuerza de relaciones que conllevan fuertes cargas de violencia, el limpieza es una autoridad que parece moverse por una línea oscilante entre los detenidos y los penitenciarios o las autoridades del penal. Si bien su posicionamiento se dio en base a derrotar mediante un combate a otro postulante al puesto, su rol se constituye luego en cómo desarrolla relaciones con las autoridades de la unidad carcelaria. Es decir, no se trata solamente de una figura posicionada mediante la violencia entre internos, sino que cuenta con un aval institucional que regula los dispositivos de producción y reproducción de la violencia. En este punto es interesante pensar cómo la producción y la administración de la violencia física determinan no sólo el status de los detenidos, su espacio de alojamiento, sus condiciones de convivencia y el acceso a los beneficios, sino también el ambiguo trecho que separa a detenidos y penitenciarios. R.F.C.9 es un detenido que cumple una condena de 4 años y 6 meses en la unidad penitenciaria número 9 de La Plata, correspondiente al Servicio Penitenciario Bonaerense. A pesar de ser ésta una cárcel de máxima seguridad, en reiteradas aproximaciones al campo lo vimos deambulando por los pasillos comunes, tomando mates con los guardias, siempre con ropa sport, elegante y con buen aseo personal. El mismo se considera un ladrón profesional y durante las charlas informales que mantuvimos 10 comentó con orgullo su metodología para el robo, en las cuales destacó que nunca lastimó a nadie. Contó en una oportunidad que cuando llegó a esta unidad lo depositaron en “buzones” y a los pocos días lo llevaron a un pabellón de población común. Al momento de llegar, según su relato, dejó sus pertenencias en la celda, salió al patio y preguntó quién era el limpieza. “Y bueno… pintó y le dí… lo lastimé todo y agarré el pabellón”, dijo RFC. 9
Sólo incluimos sus iniciales para preservar su identidad. Es una persona 31 años de edad, proveniente del norte argentino, donde también estuvo detenido y espera un traslado hacia allí para estar cerca de su familia. 10 Hasta el momento de confección de este trabajo no pudimos grabar una entrevista formal con este detenido, mantuvimos 3 charlas informales.
Luego de su posicionamiento, este detenido comenzó a relacionarse con buena parte de los agentes y alcanzó una serie de beneficios como caminar por los pasillos o mantener relaciones muy estrechas con los guardias. Según sus comentarios, se lleva bien con los penitenciarios, porque “ellos están para cuidarnos o castigarnos cuando nos portamos mal, pero no son la policía que es la que nos metió acá…”.
En este escenario oscilante entre “nosotros-presos” y “ellos-policías-agentes”, parece que la figura del limpieza de pabellón es donde encuentra su espacio de conformación de poder y de construcción de identidad. Los casos analizados son historias muy distintas, de diferentes edades, causas y recorridos carcelarios. Se advierte, entonces, que la articulación de los dispositivos que regulan la producción, el ejercicio y la distribución de la violencia son los que determinan las condiciones de alojamiento y estadía carcelaria, más allá de las determinaciones que sean impuestas desde “afuera” por el sistema de Justicia.
Una colonia penal federal del interior del país
A más de 600 kilómetros de distancia de las problemáticas cárceles de la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires, se encuentra este instituto de detención semi-abierto donde se realizó el trabajo de campo que ha motivado las presentes reflexiones. Si bien existen medidas de seguridad, control y/o supervisión sobre los internos, las mismas no son agudas 11 y los detenidos que tienen la oportunidad de salir del predio penal por su condición de “trabajadores” suelen moverse por la unidad con bastante libertad, generalmente sin la compañía de agentes penitenciarios. Dentro de esta unidad el hecho de que los internos cuenten con una ocupación laboral es de significativa importancia, donde se desempeñan en tareas de índole laboral más del 80 % de la población penal alojada12. 11
Solo hay un doble alambrado perimetral que encierra el predio penal y cuatro agentes penitenciarios lo rodean. Dicho predio ocupa, en proporción, menos del 5% del territorio de la unidad que cuenta con un total de 256 hectáreas. Si bien hay seguridad externas, los muros de control que rodean este campo se encuentran vacíos y en estado de abandono. 12 Esta unidad cuenta con un total aproximado de 24 talleres en funcionamiento. La división encargada de otorgar trabajo a los internos se encuentra compuesta por dos secciones, la Sección Agropecuaria y la Sección Industrial. A su vez los talleres se dividen en productivos, mantenimiento y laborterapia. Dentro del perímetro penal se encuentran los talleres productivos de carpintería, herrería, mosaiqueria y sastrería. En mantenimiento, los talleres de herrería, automotores, imprenta, parques y jardines internos. En laborterapia se agrupan como taller el depósito y la huerta. Además aquí –talleres dentro del perímetro penal - se cuenta como
El discurso de los internos respecto del trabajo en las unidades penitenciarias es paradójico: por un lado las quejas y por otro las excusas. Dentro del ámbito carcelario es común escuchar que “un rocho (chorro) no trabaja para el servicio” 13, pero la realidad muestra que muchos
detenidos por delitos de robo, poseen algún tipo de ocupación en la cárcel. En este contexto, la limpieza de pabellones se encuentra enmarcada dentro de los talleres remunerados con los que cuenta la unidad, y es una de las actividades que puede desempeñar un rocho14: el mismo se estaría ocupando de la limpieza y el mantenimiento del orden de un espacio donde vive un número importante de personas, en el caso de este establecimiento puede haber hasta dos limpiezas para un pabellón ocupado por 25 hombres aproximadamente. Los mismos comparten baños, cocinas y lugares usados como comedor. Además realizan el reparto y/o distribución de las comidas diarias de los alojados. Pero la determinación de quién puede o debe ser el limpieza de pabellón es un tema central dentro de estructura social carcelaria ya que sus tareas exceden las antes dichas y, como hemos visto en el caso anterior, el limpieza es o actúa como una especie de moderador de las relaciones sociales intramuros.
Así como no cualquier interno puede trabajar en los talleres productivos de la unidad, como por ejemplo el tambo, tampoco cualquier interno puede ser limpieza de pabellón. En el primer caso, y en esta unidad, la selección depende de un ingeniero agrónomo que evalúa quién es la persona que cuenta con la experiencia adecuada para ocupar estos puestos 15. En el segundo caso, suele pesar más la reputación que tenga el interno entre los detenidos que la elección institucional. Es común que los internos propongan a sus encargados – en principio celadoresa quienes estarían capacitados para realizar dicha tarea. A su vez estos encargados son los que
actividad laboral a los fajineros de pabellón, “el limpieza”. En los talleres fuera del perímetro penal, productivos, se encuentra: porcicultura, agricultura, avicultura, apicultura, cunicultura, tambo y quesería. Mantenimiento, cuenta con cuadrilla al volante (limpieza y mantenimiento de calles, parques y jardines externos), aserradero, albañilería, canes (mantenimiento de los perros), pintura. 13
Los detenidos por delitos de robo hacen a alusión a que no trabajaran estando presos para el Servicio Penitenciario. 14 El o los “limpieza” de pabellón perciben un salario mínimo por su actividad llamado peculio. 15
Quiénes están en condiciones de acceder a los talleres que más rinden económicamente a la unidad como es la avicultura, tambo y quesería es una decisión del ingeniero agrónomo dada la importancia de la producción que tiene como destino la venta. Dicha elección muchas veces se ajusta a la experiencia que los internos posean previamente a la detención.
habitualmente hablan con la sección trabajo para que se efectivice formalmente la afectación16 del limpieza. Puede verse cómo la elección del limpieza resulta de una negociación que idealmente conviene a todos – internos y penitenciarios. La i dea de negociar tiene como objeto evitar conflictos entre internos o conflictos entre agentes penitenciarios e internos. Ser limpieza es mucho más que limpiar y ordenar, muchas veces ni siquiera implica la realización personal de estas tareas, ya que las mismas pueden o son realizadas por los mulos o gatos del pabellón. La característica principal que debe tener un limpieza es el carácter, la
reputación y su capacidad para organizar la vida cotidiana en el pabellón con el objeto de que a sus integrantes no les falten las “comodidades” necesaria para hacer más humana, en cuanto a la disposición de bienes, y moralmente aceptable la estadía en prisión 17. No obstante, en el contexto de la colonia, poder mantener el orden formal que implica la limpieza de los pabellones es importante y también constituye un posible generador de conflictos. Un entrevistado lo plantea así: “esto es una colonia y la limpieza es importante. Te imaginas si yo limpio y viene otro ensuciando por atrás, ¿Qué tengo que hacer? ¿Sacar una faca?... noooo esto no es Devoto, pero sí hay que ponerles los puntos” .
Así el trabajo del limpieza implica ante todo un trabajo de organización y manejo de grupo que una actividad de limpieza en sí misma. Si el limpieza logra “hacerse respetar” y “llevar piola el pabellón” cada uno de sus integrantes se ajustarán al orden acordado o, de suceder lo
contrario, puede llevar a fuertes y violentas disputas con el objeto de detentar el poder que enviste a la figura del limpieza. Asimismo, en esta unidad, se ve claramente cómo la figura del limpieza se construye en contraposición a otras figuras, especialmente a otro tipo de internos que también se dedican a realizar actividades de limpieza dentro de la unidad. Entonces, en contraposición a estos “ fajineros tumberos” se encuentran los “otros fajineros”, que se encargan de tareas más bien administrativas, es decir, en teoría los que realizan la limpieza de las oficinas donde trabaja el personal penitenciario. Suele haber un fajinero en celaduría de turno, oficinas de Judicial, Criminología o Asistencia Social. Si bien ellos realizan la limpieza de estos lugares, su tarea no 16
Término nativo que refiere a la designación de internos que ocupan puestos laborales dentro de una Unidad penitenciaria y reciben peculio. 17 Al momento de realizar trabajo de campo se presento un inconveniente respecto del traslado al pabellón de población con buena conducta a los violadores alojados en pabellón de aislamiento que también poseían buena conducta. Unos y otros decían ser merecedores de ese espacio pero esto no era aceptado por “la población” para quienes no era moralmente aceptable “vivir” con violadores en “su” pabellón.
se limita a eso sino que también pueden preparar infusiones para los agentes, la mesa del almuerzo o la cena y también es el encargado de acomodar el papeleo típico de las oficinas. Trabajar en oficinas de estas características hace que los internos puedan acceder a cierta información a la que los demás internos no podrán, por el hecho de no estar allí. Además, estar allí estableciendo relaciones cotidianas con los agentes y sobre todo si estos ven que el interno desarrolla una “buena tarea” y si especialmente es “muy reservado”, hace que se genere entre ellos una mayor confianza y puedan conseguir algún tipo de ayuda de aquellos. Por ejemplo, estar actualizados de su situación legal, no necesitar una audiencia para ser atendidos o poder conectarse con las demás secciones a través de sus encargados. La selección de los internos que realizan este tipo de tareas no es contingente, se busca con sumo cuidado a quienes están capacitados para poder hacerlo; siendo la discreción el factor esencial y coincidiendo, en la mayoría de los casos registrados, esta elección con la causa de detención de los internos. Sin embargo, no cualquier interno estaría dispuesto a realizar estas tareas. Saben cuáles son los “beneficios” de trabajar allí. No obstante, desarrollar tareas todos los días y a la par de personal penitenciario no está bien visto por muchos internos, quienes plantean que esta es una actividad que sólo pueden realizar los “ buches”, es decir, aquellas personas que delatan a sus convivientes de pabellón o bien a otros internos, ya que trabajar junto a penitenciarios los hace “quedar del otro lado” . De esta manera, si bien el discurso de los detenidos por robo dice que ellos, haciendo referencia a los violadores o detenidos por causas de drogas –entre otras, “tienen los mejores trabajos”, la realidad muestra que estos no estarían en condiciones de tomarlos por más que se lo propusieran; de aceptarlos lo harían a costas de perder el respeto de su grupo conviviente en el pabellón. Si bien el limpieza de pabellón debe tener trato con el personal penitenciario para poder desarrollar en forma adecuada sus tareas, dicho trato no debe pasar ciertos límites que en todos los casos es sobre pasado por estos “otros fajineros” equiparados a la categoría de “ buches”. Puede que un limpieza actúe como estos últimos pero no sin que esto termine en conflicto y se le aplique una sanción por ello. Entre la conducta y la violencia: Análisis comparativo
Estar en una Colonia no significa que el modo de comportarse de los internos cambie del todo, los protagonistas de este gran escenario llamado cárcel siguen siendo los mismos y los que ejecutan las formas de convivencia también. En Argentina, a diferencia de otras cárceles latinoamericanas, todavía la balanza para imponer el poder que organizará las formas de convivencia se inclina a favor de aquellos detenidos por causas de robo 18. Pero no cualquier interno detenido por delito de robo podrá llegar a ser el “ poronga” del pabellón, sino que dependerá del respeto que gane la persona en cuestión, no sólo adentro de la cárcel sino afuera. Dentro de la categoría “ chorro” tenemos “ antichorros”, “ giles” y “ pibes buenos”19. Estos últimos son lo que organizan la vida en la Colonia y los que están en
condiciones de acceder al puesto de limpieza. Ellos son los deben aunar criterios para convivir en una colonia, donde la capacidad para tumbear se encuentra limitada. A estos criterios de convivencia los internos los llaman “políticas tumberas”. Estas son aplicadas por los líderes de los diferentes pabellones, que muchas veces coincide con los limpieza o por lo menos pertenecen a su ranchada: varios “ pibes buenos” que se reúnen para “llevar piola el pabellón”, contener los conflictos dado que se encuentran dentro de una colonia, pero sin perder los códigos tumberos.
Cuando los internos llegan a una colonia el ritmo de vida es otro y el grado de violencia es mucho menor. Llegan con calificaciones medias que no quieren perder, por el contrario, quieren sumar para poder alcanzar alguna de las formas anticipadas de la libertad. La cantidad de gente alojada en estos establecimientos es mucho menor. El ocio se cambia por actividades laborales. Esto ocasiona que los horarios se regularicen, vuelven a vivir de día y dormir de noche. Varias cosas cambian de estar en “máxima” a estar en una colonia, sin embargo, se reconoce que en las últimas, aunque en menor grado, siguen pasando “ cosas”. Un interno alojado en esta colonia penal lo explica de esta forma “seguís tumbeando, pero hay otra psicología. En una colonia no te apuñalo por un par de zapatillas pero si puedo hacerte una 18
En este sentido, vale aclarar que una breve experiencia de campo en el penal de San Pedro, en La Paz, Bolivia, nos demostró que los detenidos también desarrollan una organización interna de la producción y el uso de la violencia; en este caso los reclusos se organizan en un sindicato por pabellón, donde se elige un representante que tiene llegada ante el secretario general del sindicato de presos, que a su vez interactúa con los directores de la penitenciaría. En este caso, la mayoría de los internos está por causas de tráfico de estupefacientes, por lo que el gobierno interno de la cárcel lo manejan “los narcos”. 19
Un “ pibe bueno” es un “chorro” de “profesión” que se encuentra en prisión, un pibe que independientemente de su edad asume la delincuencia como carrera. Es “ bueno” para robar y cuando un pibe “anda bien en la calle”, se sabe en la cárcel. De manera que cuando ingresa a un pabellón es bienvenido, los internos suelen decir que “a un pibe bueno se lo acepta”.
causa tumbeada” . En este caso, “ causa tumbeada” significa que este interno le diría al otro,
que si bien no lo acuchillaría, lo “invitaría” a que le dé sus zapatillas. La idea es llegar a quedarse con lo ajeno sin llegar a lastimar al otro y sin llamar la atención de las autoridades. Los limpieza, y además pibes buenos , que manejan un pabellón deben estar atentos a todo esto y regular las rivalidades, no abusar de las “ causas tumbeadas”, ni de los gatos; no permitir peleas en la medida que la situación no lo acredite, controlar la confección y el uso de facas. Además los antichorros también deben estar bajo control aunque por ser chorros pueden llegar a una negociación con los pibes. Estos últimos lo dejaran robar lo que crea necesario pero sólo se llevará las pertenencias de los giles, como no así las pertenencias de pibes buenos y cuando su objetivo esté cumplido deberá regresar “al fondo” (cárceles de máxima seguridad), lugar de donde vino. Por otro lado, las cárceles de máxima seguridad del Sistema Penitenciario Bonaerense conforman un escenario relacional en el que están en juego determinados factores de control y castigo, que fueron apropiados por los diferentes actores que componen el campo. Los presos y sus diferentes jerarquías, los agentes penitenciarios y los directores de las instituciones penales interactúan en diferentes roles en este gran contexto de “violencia estructural” (M. Vázquez Acuña. 2007: 150) que está determinado por las construcciones identitarias que se generan dentro de los pabellones. En este sentido, cabe entonces considerar el entramado relacional que une a los diferentes actores. “… las interacciones entre penitenciarios e internos por momentos pueden no estar reguladas por el código legal, sino por el código consuetudinario de la subcultura delictiva” (Miguez. 2007: 32). Y la violencia parece ser el factor que une
prácticas internas de actores visiblemente antagónicos, pero que se nutren mutuamente en función de necesidades y obligaciones. Las peleas no sólo generan bienes materiales, como ropa, comida o tarjetas telefónicas, sino también espacios de jerarquía interna; y a su vez el castigo de parte de los agentes penitenciarios también se desprende de la vigilancia y el control interno sobre los detenidos, es decir, se ejecutan las medidas de disciplinamiento mediante el ejercicio del castigo violento a quienes participan de las peleas, pero pocas veces se trabaja en la prevención de esos conflictos, porque de ellos resultará el detenido que “tome” el pabellón. Unidades de máxima seguridad mantienen esta dinámica de producción y administración de la violencia en base a un escenario relacional ambiguo, que determina quiénes tienen el control de la cárcel; si bien la institución penitenciaria es la encargada de vigilar y controlar el accionar de los detenidos, éstos mismos parecen haber creado el primer escalafón de esa vigilancia.
En una segunda lectura, y considerando lo que ocurre en la colonia penal federal, es interesante pensar quién domina el pabellón. Si bien los casos que consideramos de “limpieza” en máxima seguridad son distintos en edades, recorridos carcelarios y causas, los tres se jactan de ser ladrones. “Un violín no puede dominar un pabellón… dejen que el ladrón viva tranquilo como se merece en la cárcel”, manifestó un detenido de la Unidad Nº 48 de San Martín en una
entrevista periodística. Entonces, aquí puede advertirse un espacio común entre cárceles de máxima y de mínima seguridad: el ladrón parece ubicarse en el lugar más alto del status delictivo. Pero la gran diferencia es la producción y la administración de las formas violentas que se relaciona con el ejercicio de la violencia física que parece marcar las condiciones de alojamiento, de status y de oportunidades ante los distintos beneficios internos. Además, es interesante advertir cómo la violencia produce identidades. La última entrevista con BLJ, realizada en Mayo de 2009 en la Unidad Nº 1 de Olmos, aclaró un poco más esta cuestión. Si el ser el limpieza genera un espacio de contacto entre ambos polos; si “llevar” el pabellón merece hilar muy fino entre ser nexo y ser “buche”; si, además, y sobre todo, mantener el cargo es un claro objeto de ataque por parte de los otros actores, “¿cuáles son los beneficios concretos?”, le preguntamos. “En realidad, ninguno” , contestó BLJ luego de una
mirada cómplice y algunos segundos de elaborar la respuesta, y continuó: “lo que pasa es que en la calle sos vos, te llevas el mundo por delante porque tenés todo lo que querés; acá no, sos uno más. Entonces, el manejar el pabellón te da cartel...”. Esta declaración nos reforzó la idea
de cómo la producción y la administración de la violencia, centralizadas en el control interno a través de la figura del limpieza, es una fuerte usina identitaria.
Consideraciones finales
Hemos visto que las relaciones que se establecen intramuros no están determinadas sólo por la cárcel como institución sino que los detenidos colaboran en la organización y la estructuración de la vida en prisión. El caso analizado de la figura del limpieza evidencia esta cuestión, donde cada una de las relaciones sociales están mediadas por la identidad de los internos quienes en su camino de prisionalización pueden en menor o mayor grado – de acuerdo a sus jerarquías internas- elegir, aceptar, negociar o rechazar las pautas establecidas institucionalmente.
Muchas veces la disciplina que se intenta impartir desde arriba -la institución penitenciaria- se opone a la idea de “libertad” que representa para los internos su comportamiento en aquellos sitios donde la autoridad penitenciaria es opaca: pabellones, patios y canchas, lugares donde muchas veces el uso irresponsable de la violencia puede terminar con la vida de alguien sin que nadie haga nada al respecto. La “autoridad” penitenciaria puede vigilar y castigar a sus reclusos pero no puede coartar su capacidad de agencia aún estando detenidos “… los actores crean conceptos que les permiten intervenir en la realidad social en que viven. Esta afirmación desafía aquellas teorías que suponen la incapacidad organizativa de las personas sometidas a la opresión…” (Núñez Vega 2007:108).
Los detenidos establecen formas de sociabilidad, códigos de convivencia y reglas que les permiten ser parte de la organización del penal, en una cárcel de máxima seguridad como también en una colonia. En este sentido, cabe considerar este entramado como un “proceso de socialización negativo” (Bergalli 1976) donde las personas gestan modos de formas de ser y de
hacer propios, donde la cárcel constituye su esquema de referencia. En este contexto podemos hablar de una relativa autonomía de los internos frente a la autoridad institucional que a veces premia y otras tantas castiga a sus reclusos, pero que en ningún momento puede desarticular su manera de organizar la vida dentro del penal. Como se menciono anteriormente el poder de los internos no es algo que se distribuye de manera equitativa entre todos los detenidos alojados en unidades penitenciarias, sino que hay rigurosos sistema de estratificación y organización que indica quiénes son los encargados de imponer y a veces negociar el orden y las formas de convivencia, siendo el limpieza quien en muchas ocasiones detenta este poder. Con esto destacamos la necesidad de comprender la realidad penitenciaria a partir de conceptos que trascienden las clásicas nociones de institución total propuestas por Goffman o la idea de control panóptico propuesto por Foucault. Por eso hemos tratado de destacar el protagonismo
de los detenidos a partir del análisis del lugar destacado que ocupa el limpieza dentro del sistema penitenciario. Foucault reconoce que no hay fuerza que obligue al detenido a comportarse de determinada manera sino que el control panóptico triunfa al provocar en el condenado un sometimiento interiorizado: lo representativo no es que el preso este constantemente observado por un vigilante sino que, como expresamente lo explica Foucault, “…lo esencial es que se sepa observado…” (Foucault 2002:204 -205). Esta noción no termina
de dar cuenta de la capacidad auto - organizativa de los internos, siendo esta una de las
características principales que hacen funcionar la vida de detenidos y agentes penitenciarios en un penal. No queremos decir que la capacidad de autogestión de los internos vuelva útil a la prisión, todo lo contrario. No todos los detenidos son iguales: múltiples jerarquías y diferentes funciones caracterizan la vida intramuros, y sea en máxima como en una colonia, sus prácticas incluyen siempre expresiones de violencia. Esta forma de erigir identidad en el encierro, que muchas veces subsiste en el período post- penitenciario, es la identidad asumida como delictiva y de la que está orgulloso el condenado, constituyendo una marca que se ostenta como desafío a las reglas de convivencia del resto de la sociedad (del Olmo 2002). Bibliografía
DEL OLMO, R. 2002 ¿Por qué el actual silencio carcelario? En: Briceño-León, R. (comp.) Violencia, Sociedad y Justicia en América Latina . Buenos Aires, Clacso. BERGALLI, R. 1976. ¿Readaptación social por medio de la ejecución penal? Madrid: Instituto de Criminología FOUCAULT, M. 2002. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Buenos Aires. Siglo XXI. DA CUNHA, M. 2004. El tiempo que no cesa. La erosión de la frontera carcelaria. Renglones, Revista del ITESO. Número 58-59. Jalisco, México. NUÑEZ VEGA, J. 2007. “Las cárceles en la época del narcotráfico: una mirada etnográfica” . Revista Nueva Sociedad Nº 208. MIGUEZ, D. 2007. Reciprocidad y poder en el sistema penal argentino. Del “Pitufeo” al motín de Sierra Chica. En: Alejandro Isla (Comp). En los márgenes de la Ley. Inseguridad y violencia en el Cono Sur. Buenos Aires. Paidos